Príncipe Disfrazado - Tavia Lark
May 14, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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❧ SINOPSIS Rakos
no es realmente un granjero. Bellamy definitivamente no es un
juglar. El protegido y enfermizo príncipe Bellamy siempre anheló la aventura, pero no así. Capturado en territorio enemigo, la verdadera identidad de Bellamy hará que lo maten o algo peor. Cuando su compañero de prisión le pregunta quién es, Bellamy afirma que es un juglar. A pesar de que no puede llevar una melodía para salvar su vida. Entró en pánico, ¿de acuerdo? Rakos era la estrella emergente de los jinetes de dragones de Draskora hasta que una traición le encadenó. Tiene dos cosas claras: no puede confiar en nadie y quiere recuperar a su dragón. Cuando el bonito juglar le pregunta quién es, Rakos afirma que es un granjero. Cuando Bellamy le pide ayuda para llegar a la frontera, Rakos se niega. Hasta que Bellamy revela que su magia es exactamente lo que Rakos necesita. Noches tormentosas, soldados que los persiguen y mascaradas mortales forjan la improbable asociación de Rakos y Bellamy en algo más. Algo estimulante. Rakos trata a Bellamy como a una persona, no como a un príncipe débil e intocable, incluso mientras le protege. Pero los enemigos de Rakos se acercan y esa misma protección podría ser la perdición de Bellamy. Contenido: Prince in Disguise es un romance gay de alta fantasía, con dobles identidades secretas, una sola cama y un hurón teletransportador. La serie Perilous Courts se lee mejor en orden, pero cada libro sigue a un príncipe diferente y sus felices para siempre. Este libro incluye violencia típica de la fantasía y breves referencias al secuestro de niños en el pasado.
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Realizado por:
Prince in disguise. The Perilous Court: Book 2. by Tavia Lark. ¡Sin fines de lucro!
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NOTA DEL STAFF Esta traducción fue realizada sin fines de lucro. Ninguno de los involucrados obtuvo ganancia alguna. Somos solo fans y lectoras compulsivas del contenido MM y LGBTQ+ que queremos hacerles llegar estos libros hermosos a más lectores. Es un trabajo humilde y honesto de fans para fans. Animamos a que si tienen la oportunidad de comprar este libro, háganlo. Esto ayudaría mucho a la autora. Si no puedes, también ayuda mucho en hacer una reseña en inglés en goodreads, amazon o tu blog/foro, o recomendar su libro a amigos o conocidos. Todo esto en beneficio único al autor o autora. Apoyar de cualquier manera legal es importante. Ya que sin ellos no tendríamos libros para leer. Por favor, no suban capturas o hablen de alguna traducción en los grupos privados de los autores. Ni redes sociales donde ellos pueden fácilmente buscar su nombre. Dado que esto nos causaría grandes problemas, y a su vez, a ustedes. ¡Cuidémonos entre todos!
Ahora sí, ¡Disfruten!
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TABLA DE CONTENIDO CAPÍTULO UNO. ................................................................................................................................... 6 CAPÍTULO DOS. .................................................................................................................................. 16 CAPÍTULO TRES. ................................................................................................................................ 26 CAPÍTULO CUATRO. ......................................................................................................................... 34 CAPÍTULO CINCO. ............................................................................................................................. 41 CAPÍTULO SEIS................................................................................................................................... 47 CAPÍTULO SIETE. ............................................................................................................................... 53 CAPÍTULO OCHO. .............................................................................................................................. 58 CAPÍTULO NUEVE. ............................................................................................................................ 62 CAPÍTULO DIEZ. ................................................................................................................................. 71 CAPÍTULO ONCE. ............................................................................................................................... 79 CAPÍTULO DOCE. ............................................................................................................................... 87 CAPÍTULO TRECE. ............................................................................................................................. 91 CAPÍTULO CATORCE. ....................................................................................................................... 98 CAPÍTULO QUINCE. ......................................................................................................................... 108 CAPÍTULO DIECISÉIS. ..................................................................................................................... 118 CAPÍTULO DIECISIETE. .................................................................................................................. 124 CAPÍTULO DIECIOCHO. .................................................................................................................. 131 CAPÍTULO DIECINUEVE................................................................................................................. 137 CAPÍTULO VEINTE. ......................................................................................................................... 144 CAPÍTULO VEINTIUNO. .................................................................................................................. 149 CAPÍTULO VEINTIDÓS. .................................................................................................................. 157 CAPÍTULO VEINTITRÉS. ................................................................................................................. 164 CAPÍTULO VEINTICUATRO. .......................................................................................................... 170 CAPÍTULO VEINTICINCO. .............................................................................................................. 178 CAPÍTULO VEINTISÉIS. .................................................................................................................. 187 CAPÍTULO VEINTISIETE. ................................................................................................................ 191 CAPÍTULO VEINTIOCHO. ............................................................................................................... 194 CAPÍTULO VEINTINUEVE. ............................................................................................................. 203 CAPÍTULO TREINTA. ....................................................................................................................... 209 CAPÍTULO TREINTA Y UNO. ......................................................................................................... 215 CAPÍTULO TREINTA Y DOS. .......................................................................................................... 218 EPÍLOGO. ........................................................................................................................................... 222 Prince and Pawn................................................................................................................................... 226 ¡Un saludo de Tavia Lark! ................................................................................................................... 227
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❧ CAPÍTULO UNO. Bellamy.
Bellamy Sandry tiembla bajo la inminente tormenta. Aún no llueve, sólo hay un viento gélido que le revuelve el cabello castaño y le tensa el abrigo alrededor de su estrecha figura. Pero el cielo de media tarde es tan oscuro como el agitado mar que lo rodea. Pesadas nubes se acercan al puerto y la electricidad destella entre las sombras. Los relámpagos no son lo que preocupa a Bellamy. Más abajo en la playa de grava, la tripulación y los guardias siguen descargando el primer bote de remos. Gregoire, el canoso capitán de la guardia juramentada de Bellamy, cruza la grava hacía él. —¿Algún cambio, Su Alteza? —Ninguno —Bellamy dice—, la magia sigue ahí. Gregoire enrojece, como hace siempre que intenta contener su lenguaje vulgar delante de Bellamy. Regresa al bote de remos sin decir otra palabra. Para todos los demás, desde el capitán hasta el cocinero y los guardias juramentados de Bellamy, el cielo está oscuro. Solo Bellamy ve las luces violeta retorciéndose a través de cada nube… la magia que impulsa esta tormenta antinatural. Magia de la Casa Dire. La mayoría de la gente solo ve los efectos de la magia. Tierra que se eleva en lanzas y escudos, agua que fluye río arriba para alimentar los cultivos. Las bolas de fuego son difíciles de ignorar. Algunos magos pueden incluso ver la iridiscencia1 de su propia magia. Bellamy nunca ha conocido a nadie que pueda ver toda la magia activa. La chispa que enciende la bola de fuego. El temblor antes de que la tierra se deshaga. Bellamy se abraza contra el viento, preguntándose si debería ofrecerse a ayudar a la tripulación con la descarga. Se supone que debería estar regresando a Silaise, con un conflicto en su corazón que hace eco de la tormenta en el horizonte. Aunque extraña sus árboles familiares, sus preciadas bibliotecas y a su querida familia, no extraña ser mimado por ella. Sus hermanos mayores lo tratan como si 1
Es un fenomeno optico en el que la superficie de un objeto cambia de color conforme se cambia el ángulo de iluminación o visión del mismo; es un cambio gradual asociado al arco iris
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aún fuera un niño. Su madre Lady Claude tuvo una rabieta de una semana cuando su madre la Reina Margot insistió en enviarlo lejos el año pasado. Bellamy no puede recordar la última vez que Claude argumentó tan ferozmente a Madre. Tampoco extraña el palacio forestal de Sandrelle. Hay algo sobre la energía del ambiente que le provoca dolores de cabeza más fuertes que cualquier otra magia. Esa fue la razón que le dio Madre para que pasara un año con la duquesa Tavorai en la Isla Tavoc. Ella no le ha dado una razón para convocarlo de nuevo a Sandrelle. Se supone que sería un viaje fácil. Aún a mediados de Briars, demasiado pronto para las tormentas otoñales en las Fauces. Bellamy incluso convenció a Gregoire de que sería más seguro viajar discretamente, con solo un par de guardias juramentados acompañándolos. Sólo el capitán del barco sabe que Bellamy es un príncipe, así que no ha habido bullicio ni miradas embobadas de los marineros. Solo un simple viaje de vuelta a casa, sujetando ocasionalmente el cabello de Gregoire mientras tiene arcadas por la borda. Simple, seguro, aburrido. Nada como las atrevidas aventuras de piratas sobre las que lee Bellamy, aunque algunos marineros son lo bastante musculosos como para protagonizar esas novelas. Está este hombre con brazos increíbles, y una mujer con unos brazos aún mejores… No es como si Bellamy tuviera la oportunidad de hablar con ninguno de ellos. Gregoire jamás se lo permitiría. Pero a dos días de Tavoc, los vientos y corrientes se habían alterado y el barco se desvió hacia las aguas de Draskora. Bellamy vio magia en la tormenta y dio alarma a través de Gregoire. Ahora, el plan es que el barco evada la tormenta en el remoto puerto, mientras Bellamy y sus guardias juramentados permanecen en tierra. La playa da paso a un bosque oscuro al resguardo de los irregulares acantilados. Los árboles parecen extraños y distantes. Nunca han sentido el toque de la magia Sandry, y no reconocen a Bellamy. Por supuesto que no. Esta remota lengua de tierra se encuentra al oeste de Draskora: la tierra de la piedra caliza, dragones, y magia de sangre. Gobernada por la despiadada Casa Dire y defendida por feroces jinetes de dragón como Irenka Miraz y Rakos Tem, es el último lugar donde debería estar el tercer príncipe de Silaise. Bellamy aparta la mirada del cielo teñido de violeta y se acerca al bote de remos. —Déjame ayudar con eso.
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Gregoire le devuelve el gesto con el ceño fruncido. —Debería descansar, Su… —se traga el resto del honorífico— su salud no es buena el día de hoy. Bellamy se traga su protesta y se retira de nuevo, tratando de no enfurruñarse. No se habría ofrecido si no pudiera ayudar. Su salud nunca es buena, pero no es un inválido. Cuanto antes descarguen el bote, más rápido podrán refugiarse. Pero Gregoire ha sido el capitán de la guardia juramentada de Bellamy por cinco años, y está tan dedicado a mimar a Bellamy como su madre Claude. Discutir u ordenarle a Gregoire que lo deje ayudar es un esfuerzo inútil. El aire es demasiado húmedo para siquiera leer un libro mientras Bellamy permanece de pie inútilmente. Le encantaría volver a la novela sobre el juglar2 errante secuestrado de una serie cada vez más atractiva de malvados piratas. Un miembro de la tripulación brinca hacia atrás, dejando caer una pesada bolsa sobre su pie y maldiciendo. —¡Esa maldita rata! Bellamy toca la bolsa forrada de piel que lleva colgada a la cadera…vacía, por supuesto. —¡Bastard! ¡Vuelve aquí! La bolsa se hunde contra su muslo con la adición de un peso de dos libras. Después de algunos forcejeos, una pequeña cara se asoma. Bellamy ofrece sus dedos para que lo olfatee mientras dice a la tripulación. —Lo siento. —No hay problema. —El hombre se apretó el pecho—. Solo que casi me muero del susto. Otra vez. —Lo siento —Bellamy repite, y se acerca más hacia la playa. Tal vez si se aleja de la zona de descarga, Bastard no estará tan interesada. Si Bellamy no puede ayudar, al menos no quiere estorbar. Odia meterse en el camino de la gente. Bastard le mordisquea suavemente los dedos, sus pequeñas patitas apoyadas en el borde de la bolsa. Es una blinkmink, un animal parecido a un hurón nativo de Tavoc. Son indistinguibles de los hurones normales salvo por su conveniente (u horrible, dependiendo de donde se mire) talento para teletransportarse a corta distancia. Bellamy la eligió de una camada cuando llegó a Tavoc el año pasado, atraído por su rostro dulce y su suave pelaje de marta 3. Intentó llamarla Bernadette.
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Artista ambulante; realizaba actos circenses, actos de mímica, cantar o bailar, entre otras. A menudo eran convocados a las plazas públicas como entretenimiento en las fiestas o banquetes de los nobles. 3 Es un animalito, conocido como marta cibelina oriundo del sur de Rusia; pueden buscar al animalito o poner “sable fur” en el buscador para ver exactamente a que se refiere Bell.
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Un año después, ella solo responde a Bastard ya que es lo que la gente le grita cuando parpadea4 en algún sitio que no debería. —Te dije que te portaras bien. —Bellamy le rasca debajo de su barbilla y ella se contonea bajo sus dedos—. Lo sé, ser buena todo el tiempo no es divertido. ¿Tal vez sólo por un tiempo? ¿Solo un poco? Bastard vuelve a mordisquearle los dedos, y parpadea al salir de la bolsa. —Bastard —Bellamy murmura, girándose. Ella siempre, bueno, casi siempre, parpadea de vuelta a él, pero este es territorio de Draskora. No está familiarizada con los depredadores naturales de aquí y Bellamy no puede evitar preocuparse. Explora la playa. Ningún marinero está maldiciendo, así que probablemente Bastard no está ahí. El susurro del viento no ayuda y la roca es similar al pelaje de Bastard. Un susurro y un chillido llaman su atención, gira justo cuando un borrón de pelaje marrón desaparece de un árbol cercano. —¡Vuelve aquí! Bastard reaparece más arriba en el mismo árbol. Lleva demasiado tiempo encerrada en el barco. Bellamy no puede culparla por querer jugar, pero eso no significa que no pueda estar molesto. Trota hacia el árbol, donde desaparece antes de que él la alcance. Los árboles se alzan alrededor de Bellamy, oscureciendo su entorno. Extraño, pero tranquilizador. El segundo don de Bellamy es magia Sandry, heredada de Madre mediante el hechizo de herencia. La magia lo une a árboles y plantas permitiéndole manipularlas con esfuerzo. No tiene el poder y control de su hermano Audric, así que ni siquiera la espesa maleza le ayuda a localizar fácilmente a Bastard. La sigue hasta el siguiente árbol, crujiendo entre los arbustos. Las ramas se aferran a su abrigo hasta que se concentra, pidiéndole al follaje circundante que le deje pasar. La magia Sandry murmura entre las ramas más bajas. Aunque corre el riesgo de antropomorfizarlas5 demasiado, Bellamy no puede evitar imaginarse a las plantas sorprendidas por su magia. —Hasta los árboles me escuchan —Bellamy se queja en voz alta—, ¿por qué tú no?
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O sea, se aparece o teletransporta. El nombre de su especie en inglés es Blink-mink, literalmente Visón parpadeante o intermitente haciendo alusión a su capacidad de teletransportarse. 5 Es decir, de darles características o cualidades humanas; en este caso, la capacidad de sentir sorpresa.
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El cuerpo sedoso de Bastard aparece alrededor del cuello de Bellamy, con las patas aferradas a sus hombros. Su fría nariz marrón presiona bajo la barbilla de Bellamy. —Tienes suerte de ser linda. —Bellamy le acaricia la cabeza y se da la vuelta…para ver nada más que la impenetrable oscuridad del bosque. Oh, Dios. No otra vez. Gregoire va a regañarlo durante una semana entera por perderse. Bellamy no creía haberse alejado tanto de la línea de los árboles, pero no había señal de la playa de grava. Se da la vuelta de nuevo, en caso de que haya mirado en la dirección equivocada, pero eso solo lo confunde más. —¿Alguna posibilidad de que puedas guiarnos de regreso? —Bellamy empuja las patas de Bastard—. Esto es tu culpa. La blinkmink solo se acurruca dulcemente alrededor de su cuello. Bellamy pasa su mano por su cara e intenta pensar. Se han perdido un montón de veces, esto no debería sorprenderle. Puede arreglarlo. Las agitadas olas siguen rompiendo al alcance de su oído, aunque parecen sonar desde todas partes al mismo tiempo. Bellamy puede buscar entre los árboles algún cambio en el suelo o los límites de la red de raíces. Eso debería conducirlo a la playa. Apoya la palma contra el árbol más cercano y exhala. Pero antes de que pueda conectar con el altísimo árbol, Bastard desaparece con un chirrido y una ramita seca se rompe bajo la bota de alguien detrás de Bellamy. —Manos arriba y date la vuelta —una mujer ordena en Trade—. Lento. El corazón de Bellamy se estremece de miedo cuando una magia desconocida destella en la esquina de su vista. Una docena de planes pasan por su cabeza. Valientes, heroicos planes. Árboles rasgando la tierra mientras esquiva una docena de flechas. Lo que harían los héroes. Lo que harían sus hermanos. —Haz lo que dice —añade una voz masculina. Oh. Hay más de ellos. Las rodillas le tiemblan, Bellamy levanta las manos lentamente y se da la vuelta. Media docena de guerreros draskoranos lo rodean, equipados con acero y hierro negro. Drasgard6, tal vez, aunque solo la mitad de ellos llevan uniforme. Bellamy no reconoce el distintivo negro y esmeralda. Sí reconoce las tres ballestas que le apuntan directamente. 6
Nombre dado a los guardias o ejército de Draskora.
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—No tengo dinero —Bellamy dice. Una mujer fornida con una nube de pelo verde brillante se adelanta, magia brillando alrededor de sus brazos marrones desnudos. —¿Quién eres y qué carajos haces aquí? Bellamy no puede decir la verdad. No tiene idea de que debería decir en su lugar, pero no puede decir la verdad. La paz entre Draskora y Silaise es una fina capa de hielo sobre un rio caudaloso. Si la Casa Dire o los drasgard supieran que tienen a un príncipe silaisano en custodia, quien sabe cómo lo usarían para manipular a Madre. Bellamy ha sido un rehén antes. No le importa repetir la experiencia. Intenta respirar. Intenta pensar. ¿Y si ni siquiera son drasgard? ¿Y si son bandidos al azar? ¿Debería atacar, exponiendo su reveladora magia Sandry? No tiene experiencia en combate, y si muere aquí afuera, Julien va a matarlo. —¡Contesta la puta pregunta! —Green7 levanta la mano, las chispas se convierten en llamas invisibles. —Soy un juglar errante —Bellamy dice sin pensar—, y yo estoy, um. Errando. Otra mujer emerge silenciosamente de la maleza. Cargada de armas, es delgada y morena, con el pelo de un rojo antinatural. Le hace señas a Green de algo que Bellamy no entiende. ¿Es el pelo teñido una pista? Los jinetes de dragón de Draskora tradicionalmente se tiñen el pelo. Pero muchos otros draskoranos se tiñen el pelo para imitar a los jinetes, así que estos pueden o no ser… —No importa, tenemos poco tiempo. Te interrogaremos más tarde. — Green hace un gesto y un hombre fornido enfunda su espada y se adelanta—. Si gritas, perderás la cabeza. —¿Qué estás haciendo? —Bellamy retrocede instintivamente y se paraliza al oír una serie de chasquidos. No puede recordar cómo funcionan las ballestas, ¿es ese chasquido algo malo?—. En realidad, tengo algo de dinero después de todo. Puedo darte todo lo que tengo. —Cállate —dice Green y Bellamy se calla—, nada personal, ¿entendido? Lugar equivocado, momento equivocado. El problema es que nos viste. —No los habría visto si no me hubieras dicho que me diera la vuelta — señala Bellamy, antes de darse cuenta que no debería haberlo hecho—, lo siento, me callo. 7
Bueno, Bell no sabe los nombres de estas drasgard que lo han encontrado entonces les da apodos para poder identificarlas. En este caso, Green hace referencia a su cabello verde.
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Se queda quieto, temblando de nervios, hasta que el hombre corpulento le tapa la cabeza con una bolsa de estopa. Claustrofóbico, la oscuridad lo ahoga. El pánico se apodera de él, y retrocede por reflejo. Grita, y su poder alcanza… El dolor explota en su estómago. Bellamy se tambalea hacia atrás, con todos los nervios calientes y fríos y zumbando. No es el pestillo de la ballesta, se da cuenta cuando no hay sangre. Solo un puñetazo en el estómago que lo deja sin aire en los pulmones. Solo se le escapa un jadeo. Tiene un sabor agrio en la garganta. —Mételo en la celda por ahora. —La voz de Green apenas se filtra por los oídos zumbantes de Bellamy—. Le preguntaré al jefe qué hacer con él cuándo nos hayamos ido. —Sí, señor —dice Burly8. Tal vez son soldados después de todo. Burly o alguien más empuja a Bellamy hacía adelante. Se tambalea, obligado a levantarse por el férreo agarre de su brazo. Las ramas vuelven a desgarrarle las piernas, pero esta vez no se atreve a apartarlas con magia. Cada aliento duele tanto que le cuesta pensar. ¿Gregoire ya se ha dado cuenta de que ha desaparecido? ¿A dónde ha ido Bastard? Al menos estos draskoranos no saben quién es Bellamy. Parecen tan sorprendidos de capturarlo como él de ser capturado. No le han puesto un collar anulador así que aún tiene su magia. Solo necesita una oportunidad. La tierra se convierte en piedra bajo sus pies. Hay destellos de luz visibles a través de la bolsa de estopa. Magia. Probablemente algún tipo de encantamiento estacionario ya que no hay un vendaval repentino ni bolas de fuego. Bellamy intenta pensar en lo que eso podría significar, pero tropieza con una roca, luego otra. No, no rocas. Escaleras. Burly o quien sea lo detiene de un tirón. Bellamy traga en seco. —Dónde está… Otro golpe en el estómago lo dobla en un doloroso resoplido. La saliva y las lágrimas humedecen su cara, pegándole la bolsa que pica. No se resiste cuando alguien le tira de los brazos a la espalda y empieza a atarle las muñecas. —¿Por qué este lugar tiene solo una celda? —dice alguien nuevo. —Cállate —dice Burly y empuja a Bellamy una vez más. 8
Burly=Corpulenta.
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Bellamy se estrella contra la fría piedra, con las muñecas ardiendo bajo la cuerda por el vano intento de frenar su caída. La oscuridad se cierne sobre la bolsa de estopa y al instante siguiente, escucha un ruido metálico. Apoyándose al muro de piedra con el hombro, Bellamy escucha el rasguño del metal y unos pasos. Está solo. Esa afirmación lo golpea con más fuerza que cualquier puñetazo en el estómago, helándole hasta los huesos. Nunca ha estado solo antes, no sin saber que un guardia juramentado estaba esperando al otro lado de la puerta. Incluso cuando fue secuestrado de niño. —Concéntrate —se dice Bellamy, odiando lo patético que suena—, ya no eres un niño. La cuerda alrededor de su muñeca es de cáñamo. Hace tiempo que murió, pero el material recuerda la planta viva que una vez fue. Torpe por la angustia, a Bellamy le tomó tres intentos desenredar la cuerda con magia. Su alivio duró poco. Al quitarse la bolsa de la cabeza se da cuenta que la celda está igual de oscura sin la obstrucción. —Concéntrate —repite Bellamy. Agarrando el collar bajo su camisa, se mueve a lo largo de la pared. Cada respiración es un hipo y no puede sentir ninguna otra planta en las inmediaciones. No puede ver magia. Tal vez solo es el pánico nublando sus sentidos. ¿Debería gritar? Quiere gritar. Unos pasos después, llega a una esquina. La habitación es pequeña. Unas débiles impresiones surgen de las sombras mientras sus ojos se adaptan a la oscuridad. Hay una ventana enrejada en la puerta del otro lado de la celda. La habitación o el pasillo de afuera también deben estar oscuros, pero no tan oscuro como aquí. Bellamy avanza dos pasos hacía la puerta antes de que su pie se atasque y caiga al suelo. Aterriza sobre algo más blando que la piedra, pero firme. Cálido. Respirando. Vivo. Bellamy tantea y encuentra músculos anchos bajo una fina camisa de algodón. Un hombro, un brazo. Más abajo, los abdominales más firmemente esculpidos que Bellamy haya sentido jamás. Aparta la mano cuando toca la hebilla de un cinturón de metal frío. Una persona. Bellamy aterrizó sobre una persona. No está solo en la celda.
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Bellamy se separa del cuerpo del hombre y cae de rodillas junto al desconocido. Toca tentativamente el cuerpo de nuevo y luego retira la mano. — ¡Lo siento! La figura no responde y el horror se apodera de Bellamy. ¿Está muerto? El hombre está caliente al tacto de Bellamy pero tal vez murió recientemente. Tal vez Bellamy esté atrapado en una celda con un cadáver. Bellamy respira hondo dos veces, intenta no hiperventilar, y vuelve a extender la mano. Ahí está el firme abdomen. El musculoso pecho. Finalmente, la garganta del hombre. Bellamy busca a tientas el pulso, y sus dedos rozan una cuerda retorcida y un collar de cuero, así como mechones sueltos de pelo largo. El corazón de Bellamy late tan fuerte que es difícil saber si siente el pulso del otro hombre o no. —Por favor que solo estés inconsciente. No estés muerto, no puedo soportar que estés muerto. Llega más alto y cuando toca los labios carnosos del hombre, por fin tiene su respuesta. Un aliento cálido roza sin cesar sobre las yemas de sus dedos. El alivio de Bellamy es casi doloroso. Se balancea sobre sus talones, abrumado. No está solo aquí abajo. Bellamy no sabe quién es la persona, pero si ha sido capturado por los mismos dementes, seguramente debe tener alguna causa o motivación en común con Bellamy. Aunque solo sea la confusión por haber sido capturado sin motivo alguno y el deseo de escapar. —Hey, despierta —dice Bellamy, sacudiendo el hombro del hombre gentilmente. No hay respuesta. Bellamy sacude al hombre más fuerte, pero no se atreve a levantar la voz. Sacude aún más fuerte, hasta que la cabeza del hombre golpea un poco demasiado fuerte contra el suelo de piedra. —Lo siento —vuelve a susurrar Bellamy, y se sienta para empezar a reunir las pruebas. El sueño del hombre no es natural. Podría estar herido, aunque Bellamy no siente sangre por ninguna parte. O ha sido envenenado, aunque su respiración es tranquila y no tiene fiebre. O algo mágico lo mantiene dormido. Bellamy vuelve a tocar el collar: Cuero y otro tipo de cuerda trenzado y abrochado alrededor de la garganta del hombre. ¿Una especie de collar anulador o collar de control, tal vez?
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Ese es un fallo en el talento de Bellamy. No puede ver collares, amuletos anuladores u otra magia anuladora. Tampoco había visto algún objeto encantado que pudiera mantener a alguien dormido, pero la ley de Draskora es más permisiva que la ley de Silaise. ¿Tal vez este collar es lo que mantiene al hombre dormido? Solo había una forma de averiguarlo. Bellamy se detiene antes de desabrochar el collar. Tal vez despertar al hombre es un error. Si es peligroso, Bellamy está atrapado en una pequeña habitación a solas con él. Pero ya está atrapado en territorio enemigo, sin aliados. Nadie sabe dónde está. ¿Qué tanto puede empeorar? Bellamy se frota los ojos escocidos y agarra el collar.
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❧ CAPÍTULO DOS. Rakos.
La adrenalina se apodera de Rakos Tem y le empuja a la acción antes de que recupere la consciencia. Arremete sin pensar, los músculos adoloridos lo impulsan desde el suelo y su mano se cierra alrededor de la garganta más cercana. Un aullido atraviesa la oscuridad. Su objetivo intenta apartarse. —Te vas a arrepentir de esto —gruñe Rakos, apretando el puño. La respuesta se desvanece bajo la fuerza de la mano de Rakos, y unos dedos finos se restriegan débilmente contra el agarre. —¿Quitarte el collar? Sí, ¡Me arrepiento! ¡Por favor, suéltame! El aliento inunda dolorosamente a Rakos. El pensamiento coherente le sigue lentamente, junto con la comprensión de que no sabe dónde está. Como capitán de ala9 del cuerpo de dragones de Draskora, Rakos debería estar en sus aposentos, cerca de la base de dragones. Debería estar rodeado por el impresionante cielo, no por la claustrofóbica tierra. Su cabeza no debería sentirse tan vacía. Como si le faltara una parte. La memoria sigue a regañadientes al aliento y al pensamiento. La última cosa que Rakos recuerda es regresar a sus aposentos tras una noche de juerga con su ala. Todavía borracho, buscando a tientas una linterna, cuando el drasgard del primer príncipe le tendió una emboscada. Rakos está usando la misma ropa, botas altas de cuero y su abrigo de piel de wyrm de fuera de servicio, pero su estómago se aferra vacío a la columna y la cabeza le da vueltas. Y la persona temblorosa que tiene en sus manos no es Daromir, Indra, ni ningún otro lacayo del Príncipe Vana que Rakos haya conocido. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? Rakos afloja el agarre pero no lo suelta. —¿Quién eres y dónde está esto?
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Es un título que refiere al puesto de mando; en este caso, refiere a que Rakos está al mando de un ala aérea con varios comandantes de grupo a sus órdenes.
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Unos dedos finos se posan en la muñeca de Rakos, fríos al tacto, anclados a Rakos en el momento. —Soy…soy un juglar errante. No sé dónde está esto. Estos draskoranos me secuestraron cuando me tope con ellos. Yo no hice nada. —No pregunte si hiciste algo. ¿Cuál es tu nombre? —Bell… mi nombre es Bell. —Su delgada figura apenas se ve arrodillada junto a Rakos—. ¿Podrías por favor, soltarme? Bien. Rakos lo suelta a la fuerza y se desploma sobre sus rodillas. El movimiento le sacude el estómago, recién dolorido y sensible, como si alguien le hubiera dado una patada. Rakos debería disculparse con el tal Bell por haberlo medio estrangulado, pero sus sentidos siguen desconectados. ¿Cuánto tiempo lleva fuera? ¿A dónde se lo llevaron? ¿Por qué se lo llevaron? La última cosa que Rakos recuerda es a la drasgard Indra forzando el collar encantado alrededor de su cuello. En cuanto la hebilla se cerró, su fuerza y su consciencia desaparecieron. Un truco barato, por supuesto. Un truco barato es la única forma en que esperaban acabar con él. Incluso borracho, exhausto, superado en número, luchó. Medio mató a algunos de ellos. —¿Sigo en Draskora? —Sí. En algún lugar de la costa suroeste. No estoy seguro. Una especie de torreón, pero tenía una bolsa sobre mi cabeza así que no podía ver a dónde me llevaban exactamente. —Bell respira hondo y luego otra vez, como si estuviera intentando calmarse—. Espera, ¿Cuánto tiempo has estado inconsciente? —Depende. ¿Cuál es la fecha? —Um. Veinte de Briars. Rakos exhaló bruscamente, la cabeza le da vueltas. Cinco días. No le extraña sentirse como una mierda. Cuerpo y magia desalineados, su dragonbond10 estirado hasta el límite. No ha estado separado de Sarka tanto tiempo desde que se alistó. Sarka. La rabia y el dolor le oprimen los pulmones de Rakos y la oscuridad parece enrojecer. Si ha estado fuera por cinco días, ¿Qué pensará Sarka? Han estado juntos diez años, desde que Rakos se enlistó a los dieciséis. ¿Qué dijeron los otros oficiales? si es que dijeron algo. ¿Creerá Sarka que Rakos la abandonó? 10
Es un vínculo que comparten los jinetes con sus dragones.
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Rakos se levanta lentamente, con las articulaciones adoloridas por el desuso. Su pelo cae sobre su cara y lo pasa por detrás de los hombros. Cinco días. Estuvo en la espalda de un dragón parte de ese tiempo, si ha llegado tan rápido a la costa suroeste, lo que significa que el Príncipe Vana tiene aliados en el cuerpo de dragones. Y esto probablemente es una estación de paso drasgard en desuso, ya que parece una celda real y no solo una bodega reutilizada. Bell también se levanta. —¿Estás bien? Te desperté porque pensé que escapar podría ser más fácil con dos de nosotros. ¿Quién eres? —su voz se vuelve más nerviosa—. Espera, ¿por qué te retienen aquí? No eres un asesino o un mago de sangre, ¿verdad? Pasos y voces débiles suenan fuera de las celdas. Rakos golpea la boca de Bell con su mano y lo empuja hacia la pared. La protesta del juglar es amortiguada. Lucha con tanta fuerza que Rakos casi no puede sostenerlo contra la pared, con lo blando que están sus miembros. Entonces las voces se hacen más fuertes, y Bell se queda paralizado en el agarre de Rakos. Cuando le destapa la boca, Bell permanece quieto. Está claro por la sensación del cuerpo de Bell contra el de Rakos que no es un luchador. Solo es unos centímetros más bajo que Rakos, pero es débil. Si permanecen juntos, Bell solo ralentizará a Rakos. Mejor separarse lo antes posible, por el bien de Bell. Pero Bell le quitó el collar para dormir. Rakos se lo debe. Se inclina y le dice a Bell al oído, —Mi nombre es Rakos. Gracias por despertarme. Bell se tensa contra él. —Rakos… ¿Cómo el jinete del dragón? Oh, mierda. Todavía aturdido por el sueño y estresado, Rakos toma una decisión precipitada. —No. No como el jinete de dragón. Rakos no sabe lo que ha pasado en los últimos cinco días. Hasta que averigüe quiénes son sus enemigos, es más seguro ser discreto. Al menos, Rakos es un nombre bastante común en Draskora. —¿Puedes pelear? —pregunta Rakos, cuando las voces de afuera se acercan. Bell se mueve y su suave cabello roza la mejilla de Rakos. —Puedo intentarlo.
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—Entonces, eso es un no. —El plan de Rakos se asienta en su cabeza, que es un poco más que instintos organizados—. Nos sacaré de aquí, pero necesitas seguirme. Si te quedas atrás, no es mi problema. Pero si puedes seguirme, te mantendré a salvo. ¿Entendido? —Entendido —Bell dice vacilante—. Solo que no dijiste que no eras un mago de sangre. —Por el amor de Dios, yo… El pasillo exterior se ilumina. Un hombre aporrea la puerta de la celda y ladra, —¡Hey, juglar! Vuelve contra la pared, donde podamos verte. —Ve —susurra Rakos, soltando a Bell. Todavía no puede verle bien, solo un atisbo de pelo castaño y un abrigo verde que pasa rozándole hacia la pared del fondo. Rakos espera fuera de su vista, listo para atacar. Por lo que parece, solo hay dos personas fuera. Esto debería ser fácil. Sin que nadie se lo pida, Bell grita, —¡Déjenme salir de aquí! ¡Por favor! Yo no hice nada—su voz baja, fingiendo miedo—. Creo que el otro hombre aquí está muerto. Está completamente frío. Si no estuviera silenciosamente al acecho, Rakos le daría a Bell una ronda de aplausos. Gran improvisación. Debe ser un talento interpretativo natural de un juglar. —Joder —maldice una mujer y la luz del fuego se ilumina en el exterior, un mago entonces. Divertido—. Kaspar, revísalo. Yo te cubriré. Tan pronto como la puerta se abre hacia adentro, Rakos arremete. Su brutal empujón lanza al fornido Kaspar contra el marco de la puerta. Rakos lo deja ahí, sin perder el tiempo en eliminarlo. En el cielo o en el suelo, la primera regla de Rakos en combate es siempre la misma: acaba primero con el mago. Los ojos de la mujer se abren de par en par, y Rakos la reconoce como uno de los drasgard de Vana, Zuzana. De la punta de sus dedos brota fuego en espiral, rápido a pesar de su conmoción. Tiene buenos reflejos. Los de Rakos son mejores. Sus poderes surgen cuando se dirige a su garganta. Un pulso de magia sin arte ni dirección, pero no necesita delicadeza para esto. Cada llama de los dedos de Zuzana proyecta sombras tras ellos. Bajo el poder de Rakos, las sombras se oscurecen, se afilan y salen al encuentro de las llamas.
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Cuando sus magias se encuentran, las llamas se dispersan en humo inofensivo. —¡Indra! —Zuzana brama, corriendo hacia atrás—. ¡Hay problemas aquí abajo! La magia hereditaria de la Casa Tem no es llamativa. No como las tormentas de la Casa Dire o la destrucción de la tierra de la Casa Komar. Pero hay una razón por la que las otras casas empujaron a la familia de Rakos a la oscuridad hace generaciones, cuando no pudieron reproducir el poder en sus propias líneas. La magia Tem le valió a Rakos el apodo de Sombra de Draskora tras su primera batalla real. Puede anular otras magias. Los rápidos reflejos de Zuzana son su perdición. Como no está acostumbrada a luchar sin su magia, vuelve a lanzar llamas. Se dispersan en humo y antes de que pueda reagruparse, Rakos está sobre ella. Necesita terminar esto rápido, antes de que Kaspar lo apuñale por la espalda. ¿Por qué tarda tanto? Las llamas se desvanecen tan rápido como aparecen. Rakos bloquea el salvaje puñetazo de Zuzana y le agarra la garganta. La golpea contra la pared. Dos veces. Mientras Zuzana se desploma, Rakos se gira, para encontrar al grande, corpulento Kaspar luchando con una bolsa de estopa sobre su cabeza. Un joven larguirucho se aferra a su espalda. —¿Qué se siente ahora? — sisea Bell en la oreja tapada de Kaspar. Con un gruñido, Kaspar se gira a ciegas. Golpea a Bell contra el marco de la puerta y Bell grita pero aguanta. Un vistazo al estrecho pasillo muestra a Rakos todo lo que necesita. Se agacha para recoger el arma más cercana: un cuchillo largo del cinturón de Zuzana. El espacio cerrado facilita la embestida y hunde el cuchillo bajo el borde de la bolsa, en la garganta de Kaspar. La sangre salpica la pared. Kaspar se desploma con un gorgoreo, y Bell cae contra la pared. Se agarra al marco de la puerta respirando con dificultad. Las llamas de Zuzana han desaparecido pero las antorchas siguen iluminando el pasillo. Rakos ve por primera vez a su tembloroso compañero de prisión.
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Con los ojos muy abiertos y desaliñado, como un cervatillo atrapado en la tormenta. Bell mide unos diez centímetros menos que el metro ochenta de Rakos y también es larguirucho como un ciervo joven. Una tez cálida que palidece de terror. Guapo, de un modo frágil. Si Rakos se encontrará con Bell en una taberna, le invitaría una copa. O quizá no. Por el estilo de su suave abrigo verde plateado y la túnica ceñida a la cintura, el juglar es silaisano. Rakos generalmente solo se encuentra con silaisanos en el campo de batalla. Los moretones florecen alrededor del cuello de Bell. Probablemente él tampoco querría tener nada que ver con Rakos. No hay tiempo para preocuparse por eso ahora. Con la cabeza dando vueltas, Rakos agarra a Bell del hombro. —Vamos —le ordena, tirando de él hacia el pasillo. Bell le sigue a trompicones, jadeando. —Espera, ¿están muertos? ¿Los mataste? —Eso espero. Cállate y corre. Ha pasado menos de un minuto desde que Kaspar abrió la puerta de la celda, pero Zuzana consiguió gritar antes de que Rakos la silenciara. Rakos no sabe cuánta gente hay en la estación de paso. Necesita salir rápido antes de que llegue Indra o quien sea. La mayoría de las estaciones de paso drasgard están construidas de forma similar. Paredes familiares de piedra oscura y bordes afilados de hierro por todas partes. El calabozo se encuentra dos pisos bajo tierra, la bodega de suministros por encima de ella. Después están los barracones y la cocina en la planta baja, y más arriba la torre de vigilancia. Cuando Rakos y Bell salen de la mazmorra, un siseo húmedo se hace más fuerte. La lluvia baña las paredes de la estación y los truenos retumban más allá. El sonido amortigua sus pasos, y con suerte también el grito de ayuda de Zuzana. Rakos arrastra a Bell a través del sótano hasta la cocina antes de que unos pasos provengan de la torre de vigilancia. —¿Zu? —grita una mujer—. ¿Por qué carajos tardas tanto? Rakos se toma una fracción de segundos para mirar entre la escalera, la puerta principal enrejada y el armario de suministros a un lado. Al menos espera que sea un armario de suministros mientras arrastra a Bell. Se deslizan en el espacio, cayendo uno encima del otro, y afortunadamente Rakos no tiene que
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volver a decirle al juglar que se calle. Conteniendo la respiración, Rakos cierra la puerta tras de sí justo cuando las botas bajan con estrépito por las escaleras. —Cuenta hasta treinta —dice Rakos. Sí, es un armario de suministros. Palas y azadas, sacos de semillas o algo así. Debe haber un huerto en el tejado, como en otras estaciones de paso del sur. Rakos está más acostumbrado a las del norte, que no tienen el clima para eso. Hay una ventana en lo alto de la pared, ondeando con la lluvia. —¿Qué pasa al treinta? —pregunta Bell. Rakos toma una respiración profunda, tratando de concentrarse. Es difícil cuando no se mueve, la inercia amenaza con arrastrarlo de nuevo al sueño. —Al treinta corremos. Bell asiente, antes de atrapar el labio inferior entre los dientes. —Tienes el pelo teñido. Rakos guiña un ojo antes de acercarse a las estanterías. —No, es todo natural. Claro que Rakos tiene el pelo teñido. Teal11 y azul, a juego con las escamas de Sarka. Aunque ya se le deben estar notando las raíces, ya que le tocaba un retoque cuando estos imbéciles lo secuestraron. Heredó su pelo natural, negro como la tinta, de la mitad fellriana de su familia. Rakos rebusca en las estanterías tan silenciosamente como puede. Con suerte las raciones de viaje que mete en los bolsillos de su abrigo no estarán contaminadas. También quiere un arma de mayor alcance que el cuchillo de Zuzana, se conforma con una azada de jardín. —No estás contando, ¿verdad? —pregunta Rakos, levantando la azada. Abre la puerta de un empujón—. ¡Muévete! A medio camino de la cocina, Bell se detiene. —¡Bastard! —Hey, ¿qué he hecho?12 —pregunta Rakos. Cierra de golpe la puerta del sótano y echa el pestillo. Podría retrasar a Indra un minuto. Bell se desvía hacia la mesa de la cocina. —Lo siento, tú no. Bastard, ¡vuelve aquí!
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Es como un azul verdoso. Para mayores referencias pueden buscar #008080 en google o acceder al link https://images.app.goo.gl/17v7YCChKHnamgia8 12
Por si no se entiende, Bastard en insulto en inglés, que en español es Bastardo; decidimos dejar el nombre del animalito en inglés porque en español sonaba feo jajaja. En fin, cuando Bellamy llama a su mascota, Rakos cree que le está gritando e insultando a él.
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Toma algo de la mesa, y corre a reunirse con Rakos. Una forma sinuosa, peluda se agita en sus manos. —¿Eso es… tuyo? —pregunta Rakos. —Estaba jugando con un llavero. —La indignación tiñe el rostro de Bell— Que habría sido muy útil hace unos treinta minutos. Se oyen gritos furiosos en el piso de abajo. Rakos maldice y se dirige a la puerta. —La misma regla se aplica al hurón —le dice Rakos a Bell mientras se mueve—, puede seguir el ritmo o quedarse atrás. —Se lo merecería —murmura Bell tras la espalda de Rakos. La lluvia los empapa en cuanto Rakos abre la puerta. Bell grita detrás de él pero no protesta mientras se precipitan al diluvio. Cincuenta metros de roca despejada separan la estación de paso del espeso bosque. Aferrado a la azada, con los músculos inutilizados ardiendo, Rakos corre hacía la línea de árboles. Está demasiado débil y el agua atraviesa su abrigo desabrochado. Con Bell chapoteando a su espalda, Rakos no está seguro de oír a sus perseguidores y mucho menos tener fuerzas para luchar contra ellos. Pero nadie más aparece antes de que se estrellen contra el bosque circundante. La lluvia se interrumpe bruscamente bajo el dosel y el diluvio se reduce a un chapoteo. —Sigue moviéndote —dice Rakos. No sabe por qué había tan pocos refuerzos en la estación, no es por ser arrogante, pero tres personas no bastan para contenerlo. Pero no tiene tiempo para pensar en eso. Tienen que seguir moviéndose, por si llegan más enemigos. —Espera. Rakos. —El pelo oscuro como el agua de Bell se aferra a su frente y las gotas resbalan como lágrimas por sus mejillas. Aprieta contra su pecho una bolsa forrada de piel. —No tenemos tiempo para descansar —dice Rakos, aunque él mismo esté a medio minuto de desplomarse. Necesita dormir de verdad—, si te quedas atrás… —¿A dónde vas? —Bell pregunta bruscamente—. Mis compañeros y el barco están en la costa. Deben estar cerca, pero no sé en qué dirección es. Si me acompañas allí, puedo conseguirte suministros y no tendrás que lidiar conmigo. Incluso desaliñado y tembloroso, hay una sorprendente confianza en él. Es un recordatorio de que este cervatillo tembloroso abordó a Kaspar en la mazmorra, probablemente salvando a Rakos de una daga en la espalda. Rakos no debería subestimarlo.
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Rakos se apoya en un árbol, dejando que la azada descanse en el suelo. Bell, el juglar errante, es menos patético de lo que parecía al principio, y Rakos ha sido increíblemente descuidado. La culpa es de la resaca de su coma de cinco días. Ahora es enemigo del príncipe Vana, un fugitivo por razones desconocidas, y ya le ha dicho a Bell su verdadero nombre. Sarka le diría que tuviera más cuidado…en términos menos educados. Así que, en lugar de aceptar la tentadora propuesta de Bell, Rakos pregunta, —¿Qué hace un juglar silaisano llegando en barco hasta aquí? Estamos lejos de cualquier puerto. —Nos desviamos de nuestros rumbos —dice Bell. —Claro. —Rakos lo mira de arriba abajo. Guapo, frágil, definitivamente no un luchador—. Sugiero que tú y tus compañeros corten por lo sano y se larguen de aquí. No te ofendas, pero no estás hecho para el contrabando de piedra caliza. La piedra caliza es el recurso más preciado de Draskora. Sus vetas atraviesan las montañas del norte y del centro, y su influencia impregna la tierra misma. La piedra caliza amplifica la magia y causa los ojos púrpuras característicos del corazón de Draskora. Pero lo más importante, la piedra caliza es vital para los dragones. Todo el mundo sabe que anidan en ella. Solo la Casa Dire y el cuerpo de dragones saben que también la necesitan para volar y respirar fuego. Mientras Draskora sea el único país del continente con piedra caliza, también será el único país con dragones. La Casa Dire está decidida a mantenerlo así y el contrabando de piedra caliza conlleva una brutal sentencia de muerte. Extrañamente, Bell se relaja ante la acusación. —En realidad solo soy un juglar. —Se aparta el flequillo empapado de la frente—. Créeme, no quería ir a Draskora. Nos dirigíamos a Silaise, pero la tormenta nos desvió. Rakos resopla. —Claro. —¿Qué hay de ti? ¿Asesino, mago de sangre? —Los ojos de Bell se iluminan—. ¿Pirata? Los ojos de Rakos se posan en la azada. —Soy granjero —dice, y se arrepiente inmediatamente. ¿Quién carajos se lo creería? Pero Bell debe saber tan poco de los granjeros como Rakos, porque no cuestiona esa parte. —¿Entonces por qué estabas en la celda? —Gran puta pregunta. —Rakos intenta sacarse el agua del pelo. No sirve de nada—. Supongo que hice enojar a Su Alteza Real de alguna manera.
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Bell se tensa, y el hurón sale de su bolsa para enroscarse alrededor de su cuello. —¿Su Alteza Real? —Esos drasgard eran la gente del Príncipe Vana. —Oh. Eso no es bueno. —Bell acaricia la cabeza del hurón—. Deberíamos irnos. ¿Me ayudas a llegar a la playa? Rakos respira hondo y se despega del árbol. —Intenta mantener el ritmo. Mientras camina por la húmeda maleza bajo los árboles azotados por la tormenta, la cabeza de Rakos da vueltas y se asienta en un nuevo plan. Dejará a Bell, se reabastecerá con estos contrabandistas mal disfrazados, y luego se dirigirá al norte. Diez años de servir en el cuerpo de dragones, protegiendo la corona y su país arriesgando su propio pellejo. Más importante aún, arriesgando la piel de Sarka. Si el príncipe y cualquier facción política de mierda quieren tirar todo eso por la borda. Bien. Rakos lleva años cansado de esta mierda. Si no es bienvenido, se irá. Pero no sin Sarka. No importa que, recuperara a su dragón.
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❧ CAPÍTULO TRES. Bellamy.
Bellamy se frota detrás de la nuca, tratando de eliminar la tensión acumulada. Funcionaba tan bien como siempre, que es nada. Por lo menos está acostumbrado a los dolores de cabeza. El resto de sus dolores actuales son nuevos y no le gustan nada. El agua fría se filtra a través de su abrigo y túnica. Los moretones del puño de Kaspar tiran de los músculos de su estómago y cintura a cada paso. Su garganta sigue doliendo por el agarre de hierro de Rakos. Pero a medida que más bosque le separa de la mazmorra, Bellamy contempla amenazas más inmediatas…Gregoire va a montar en cólera. No hay esperanza de que Bellamy sea capaz de convencer a Gregoire de mantener esto como un secreto. Para empezar, Madre apenas había convencido a Claude de dejar a Bellamy pasar un año en Tavoc. Si Claude se entera de que Bellamy fue secuestrado por draskoranos, aunque fuera temporalmente y por accidente, es poco probable que deje a Bellamy fuera de su vista. Con suerte Gregoire no molestará mucho a Rakos. Rakos es gruñón y malhumorado, rozando en lo irrespetuoso. Nunca nadie había maltratado así a Bellamy. Pero sin él, Bellamy nunca hubiera logrado escapar. Por lo menos, no sin revelar su magia Sandry. La lluvia azotaba el toldo por encima de la penumbra apagada del bosque. Bellamy mira furtivamente a Rakos mientras avanzan. Sólo pudo vislumbrar al hombre en la tenue luz del almacén, que era más brillante que la del bosque ensombrecido por la tormenta. Rasgos fellrianos, nariz ancha, cejas rectas como espadas. Las mejillas salpicadas de pecas. Lo más llamativo de todo es el pelo azul verdoso que le cae por encima de los hombros. Bellamy solo puede imaginar lo brillante que debe ser a la luz del día. Ahora, el hombre se mueve con una gracia peligrosa. Es solo unos centímetros más alto que Bellamy, pero el doble de ancho. Bellamy sintió su fuerza cuando Rakos lo empujó contra la pared de la celda. Otra vez con el manoseo.
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Rakos da miedo. Intimida. Pero hay algo tranquilizador en tener a alguien tan intimidante y competente de su lado. Incluso si esa competencia probablemente mató a dos personas. Bellamy abraza a Bastard más fuerte. Se le revuelve el estómago al recordar la sangre salpicada de Kaspar. La sacudida de su cuerpo contra Bellamy cuando la espada golpeó su garganta. La forma en la que la maga pelirroja se desplomó por el pasillo, restos de iridiscencia desvaneciéndose de sus dedos crispados. Bellamy nunca había visto verdadera violencia hasta hoy. Sólo tenía catorce durante la Guerra del Largo Verano. Como si Claude lo hubiera dejado servir en el ejército, aunque hubiera sido mayor de edad. No pienses en eso. El agua le cae del pelo al cuello. La tensión sube en espiral desde sus tobillos y se agudiza en la garganta. Entiérralo por ahora. Ya estás bastante débil. Bastard parpadea de su agarre y reaparece en su hombro. A pesar de su agotamiento, Bellamy extiende la mano hacia los árboles, tratando de sentir que tan cerca están de la playa. Con alivio, se da cuenta de que están muy cerca. Las copas de los árboles se rompen para dar paso a ocasionales manchas de cielo gris, no tan oscuro como antes. La tormenta se desvanece más rápido de lo que Bellamy esperaba. Justo entonces, Rakos se detiene. —Oigo el océano. —Genial —dice Bellamy—, um, probablemente debería ir primero. Mi amigo Gregoire es un poco nervioso, podría… La luz parpadea a través de la delgada línea de los árboles. Y otra vez. Una iluminación vacilante a diferencia del fuego o un rayo. El corazón de Bellamy salta a su garganta. —¿Tu amigo podría qué? —pregunta Rakos. No puede ver la magia. —Creo que algo está mal —dice Bellamy—, deberíamos mirar con cuidado. Espera tener que dar explicaciones, pero Rakos solo asiente. Toma la azada y avanza sigilosamente. Bellamy le sigue, hasta que se detienen a mirar alrededor de un árbol escarpado. El barco de Tavoc se balancea en las agitadas aguas, justo donde Bellamy lo dejó. Sus velas están enrolladas como un pájaro acurrucado a la espera de tiempo despejado. Pero la orilla de grava ahora está plagada de soldados vestidos de negro. Gregoire y el resto de la tripulación no están a la vista. El plan de Bellamy se desmorona frente a sus ojos.
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—¿Esos también son gente del Príncipe Vana? —pregunta, tratando de no asustarse. Conoció a Vana Dire una vez, en un acto diplomático hace años. Vana parecía bastante agradable durante los breves momentos que hablaron, pero eso fue hace años. Ambos eran mucho más jóvenes entonces. —No. —Rakos le agarra el hombro, su mano caliente a través de la ropa húmeda de Bellamy—. Es el ejército costero y están aquí por tus amigos contrabandistas. —En realidad no son contrabandistas —protesta Bellamy por reflejo. La única respuesta de Rakos es arrastrar a Bellamy de vuelta a las profundidades del bosque. Bellamy no sabe lo que siente. ¿Pánico otra vez? ¿Desesperación? Es frío e implacable, peor que la lluvia, golpeándole de dentro hacía afuera. La enormidad de su predicamento le golpea, rivalizando con el tenso dolor de cabeza. Cuando tropieza con una raíz, solo el agarre de Rakos lo mantiene de pie. Bellamy estaba bien. Luchando pero sobrellevándolo. Solo tenía que mantener la compostura hasta volver al barco y a sus guardias juramentados, y todo iba a estar bien. Pero él no puede volver al barco ahora. Ni siquiera sabe dónde está Gregoire. Toda la extensión de Draskora se encuentra entre él y su hogar. Un país enemigo, lleno de magos de sangre, jinetes de dragones y cosas peores. Bellamy inhala bruscamente, tratando de pensar en su aturdimiento. Él no es como Audric, que sabe qué hacer en cada situación. Y no es como Julien, que podría coquetear por Draskora con facilidad. Es el menor y más inútil príncipe de Silaise, y está solo a cientos de kilómetros de casa. A Bellamy siempre le molestó que su familia lo mimara, pero ahora, lo único que quiere es que alguien cuide de él. No, él no está solo. Tiene a Bastard. Y Rakos, el misterioso granjero criminal. Rakos finalmente les permite detenerse en un claro de flores silvestres. El dosel del bosque se abre lo suficiente para revelar volutas de cielo emergiendo de las nubes. La luz del sol cae en forma de prismas rojizos y dorados, y las flores silvestres, de un azul oscuro, brillan con las gotas de lluvia. El día está a punto de terminar. Un peso aparece en el hombro de Bellamy y Bastard reaparece entre las flores. Rakos libera a Bellamy, que es cuando se da cuenta que el hombre seguía sosteniendo su brazo. Levanta la vista y se queda sin aliento.
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Rakos está radiante a la luz del sol, con el pelo de un azul intenso desde las raíces hasta el verde azulado de las puntas. Sus anchos hombros se estiran bajo un abrigo negro de piel de wyrm, perfectamente entallado y suave por el uso. Su piel es de un bronceado dorado, y sus ojos no son negros como Bellamy pensaba, sino de un profundo y magnético violeta. Los granjeros no tienen ese aspecto en Silaise. Las siguientes palabras de Rakos sacan a Bellamy de su aturdida apreciación. —Nuestra deuda está clara ahora. Tú me liberaste del collar, y yo te libere de la celda. —¿Qué deuda? —Bellamy apoya las manos en las rodillas, intentando recuperar el aliento—. ¿Qué estás diciendo? —Si tienes un fetiche carcelario y quieres reunirte con tus compañeros, la orilla está directamente al sur. Si quieres regresar a Silaise, dirígete al este. Pronto llegarás a Orthin o a Nirava. —Rakos ladea la cabeza como si pensara—. Probablemente. Bellamy se sobresalta. —¿Y tú? ¿A dónde vas? Los ojos violetas de Rakos son ilegibles. —No es asunto tuyo. —Escóltame a Silaise. Por favor —Bellamy no puede evitar la desesperación en su voz—. Puedo pagarte cuando lleguemos. —Bellamy revisa ligeramente su árbol genealógico. Necesita a Rakos, pero no puede divulgar su identidad—. El jefe de mi hermano es el Príncipe Julien, en Greenhaven. Él tiene mucho dinero. —¿Greenhaven? —Rakos se apoya en un árbol, cruzando los brazos. Un atisbo de algo parecido a la pena desaparece antes de que Bellamy pueda entenderlo—. No necesito tu dinero. Mi… mi hermana está en Parsk. Necesito asegurarme de que está bien. —¿Dónde está Parsk? —Bellamy se muerde el labio. El pensamiento de dirigirse lo suficientemente lejos hacia el este para encontrar la siguiente ciudad, y mucho menos cruzar todo Draskora por sí mismo, es aterradora—. ¿Y si voy contigo a buscar a tu hermana? Después podrías llevarme a Silaise. Rakos lo mira de arriba a abajo. —Eres lindo, pero no te ofendas, me vas a retrasar. Y he enojado a un príncipe. Estarás más seguro sin mí. Si Bellamy pudiera revelar su magia, se acabaría la discusión. Rakos parece agradable. Aparte de todo el maltrato, y de esa vez que intentó asfixiar a Bellamy. Para toda su charla de dejar atrás a Bellamy, él no lo ha hecho. ¿Pero si él supiera la identidad de Bellamy?
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Entregar a un príncipe silaisano sería una excelente palanca para resolver sus problemas legales. Sean cuales sean. Excepto… Todos saben sobre la magia Sandry. Pero el otro talento de Bellamy, aunque raro, no es históricamente único. Muy poca gente sabe que lo tiene. El don de Bellamy para ver magia proviene de lo más profundo de su ascendencia biológica, ya sea de su madre Claude o de su difunto y llorado padre Tesson Rue. Un don, una maldición y una ventaja estratégica que la Reina Margot decidió ocultar, por si acaso. —Puedo ver la magia —dice Bellamy. Vale la pena el riesgo. Tiene qué. —¿Perdón? —No las llamas o la tierra o el agua siendo manipuladas, sino la magia en sí. —Bellamy apunta al cielo y se arriesga de nuevo—. Esa tormenta está fuera de temporada, y terminó demasiado rápido teniendo en cuenta lo fuerte que era, ¿cierto? Eso es porque había magia en las nubes, empujándola. Bellamy no sabe cuánto suelen durar las tormentas en la costa de Draskora. Pero por la forma en la que Rakos palidece, tiene razón. —Casa Dire —dice Rakos, y Bellamy asiente. Al igual que Madre concedió la magia Sandry a Audric, Julien y Bellamy, aunque no fueran sus hijos de nacimiento, el rey de Draskora concedió la magia de las tormentas de su linaje a sus hijos adoptados. Rakos se frota la cara. —Joder. Necesito pensar. Espera, en la estación de paso, fuera de la celda. ¿Qué viste cuando luchaba con el mago de fuego? —Vi las llamas. También vi el resplandor dorado que las precedía. Pero había algo raro en su magia. No funcionaba bien. Pero yo estaba un poco preocupado en ese momento. —Bellamy duda—. Estoy diciendo la verdad. No sé cómo probarlo ahora, pero… —Te creo. —Rakos inclina la cabeza contra el árbol. La luz del sol traza la poderosa estructura de su garganta—. Ver la magia sería jodidamente útil a donde voy. El alivio inunda a Bellamy. —Entonces, ¿tenemos un trato? ¿Te ayudaré a encontrar a tu hermana en Parsk y luego me llevarás a la frontera silaisana? —No es lo suficientemente útil —dice Rakos—, te llevaré a Orthin, porque soy jodidamente amable. Pero nos separamos ahí. ¿Trato? Ofrece su mano.
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Bellamy intenta contener su decepción. Por supuesto, es una carga demasiado inútil para echársela encima a este perfecto desconocido. Bellamy debería estar agradecido de conseguir al menos una escolta para salir del bosque. Seguro que no es demasiado incompetente para encontrar una caravana por sí mismo. Además, en cuanto se separe de Rakos, se le ocurrirá un disfraz mejor que el de juglar errante. Bellamy se traga su angustia y se agarra al brazo de Rakos. —Es un trato. Gracias. Um, Probablemente deberíamos… —Sí. —Rakos frunce el ceño y mira al cielo—. No llegaremos a la ciudad antes del amanecer, así que espero estés acostumbrado a acampar. Grita si ves algo de magia a la distancia. Se aleja por el claro, dejando un rastro de flores silvestres dobladas a su paso. Bellamy se frota el cuello y dirige un hilo de magia Sandry hacía el claro. Sus manos se enfrían cuando el calor de la magia las abandona. Mientras sigue a Rakos, las flores se enderezan a su paso. —¿Vienes, Bastard? La blinkmink se revuelca entre las flores, ignorándolo. —Bien. Ve por ahí. Un peso suave aparece en su hombro y una nariz fría invade su oído. *** Rakos tiene razón; no llegan a la ciudad antes de la puesta de sol. Al caer la noche, el frío penetra en la ropa húmeda de Bellamy. Sus miembros doloridos parecen de algodón. Algodón dolorido y punzante. Desearía poder acurrucarse en una cómoda bolsa forrada de piel como Bastard. —¿Cuándo vamos a parar? —pregunta Bellamy. Rakos mira por encima del hombro. —Joder, eres tan callado. Casi había olvidado que estabas ahí. Pararemos cuando paremos. —Hace un gesto con la mano—. Grita si ves algún refugio. El mantillo húmedo cruje bajo las botas de Bellamy. Rakos tiene razón, necesitan algún tipo de refugio, pero Bellamy no puede caminar mucho más. Si esto fuera una novela, Bellamy encontraría una cómoda cabaña abandonada. Tal vez una cueva. Pero hasta ahora, la aventura es mucho menos
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conveniente de lo que pensó que sería. Menos emoción y romance, más terror y humedad. Bellamy tendrá que encontrar sus propias soluciones. Bellamy se detiene y apoya la mano en un árbol. —Espera un minuto. Necesito sacar algo de mi bota. —Las yemas de sus dedos se clavan en la corteza húmeda mientras finge juguetear con su bota. Divisa un árbol adecuado a unos veinte metros, apenas visible entre la maleza. Es grande. Nada que ver con los grandes pilares del palacio de Sandrelle, pero lo bastante grande para las necesidades de Bellamy. Inhala lentamente a través de su dolor y envía la magia de su madre a través del árbol que tiene a la mano, a través de la red subterránea de raíces, y hasta su objetivo. Con un leve crujido y la salida cacofónica13 de unos pájaros asustados, el árbol se parte por el centro y se abre una caverna de madera. La visión de Bellamy se oscurece brevemente, y se hunde contra el árbol. Cuando la oscuridad se aclara y recupera el aliento, descubre que Rakos ha seguido caminando sin esperar. —Genial —murmura Bellamy—, viajando con Bastard y un pendejo — levanta la voz—. Perdona, ¿Rakos? Creo que he encontrado un sitio donde parar. Sin esperar a Rakos, Bellamy camina hacía el árbol. Lo más cerca que Bellamy ha estado de acampar antes fue acompañando a sus hermanos en las cacerías de wyrm. Él mismo no se había unido a las cacerías, estaba demasiado nervioso y aprensivo, pero le gustaba visitar nuevos bosques. Salir de la nauseabunda iridiscencia de Sandrelle. Esos viajes incluían cabañas pseudo rústicas y un memorable pabellón de árboles construido por Audric, que es el que mejor domina la magia Sandry. Los cocineros llevaban manjares a la hoguera y los guardias juramentados lo vigilaban todo. Esta noche, Bellamy está demasiado agotado como para siquiera comprobar si hay un ciempiés en el suelo. Se mete en la hendidura del árbol y se deja caer pesadamente sobre la tierra. El interior recién partido del árbol es suave y duro contra su cabeza, la tierra mucho más seca que el resto del suelo del bosque. No es cómodo, pero Bellamy está demasiado cansado como para preocuparse. También está demasiado cansado para preocuparse cuando Bastard desaparece, reaparece sobre su pie y vuelve a desaparecer. Demasiado cansado para reaccionar cuando Rakos se acerca y agacha la cabeza en el árbol cavernoso. —Esto funcionará —dice Rakos—, bien visto. Por fin, algo de reconocimiento. —Gracias. Podría haber ciempiés. 13
Refiere a una serie de sonidos que resultan desagradables al ser poco armónicos o repetitivos
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—Esto tendrá que funcionar. —Rakos se deja caer al lado de Bellamy con un gruñido—. Voy a tomar la primera guardia. Solo me sentaré un minuto. Desplomado a su lado, Bellamy puede sentir el más mínimo cambio en la postura de Rakos. De la tensión se pasa a la impotente languidez. Por eso y por la aspereza de su voz, está claro que Rakos está tan cansado como Bellamy. Solo que lo disimula mejor. Bellamy siente una punzada de culpabilidad. —Puedo hacer la primera guardia. Rakos se estira contra Bellamy. El calor irradia entre sus cuerpos a través de las capas de ropa húmeda. —No te preocupes. Yo me encargo. Pero en unos instantes, el cuerpo de Rakos se afloja aún más. Su hombro presiona el de Bellamy y su cabeza se inclina contra el corazón del árbol. El largo dobladillo de su abrigo de piel de wyrm cae sobre el muslo de Bellamy. Cada lenta expansión de las costillas de Rakos presiona su aliento contra el cuerpo de Bellamy. Bellamy se echa hacia atrás con un suspiro. Ahora no siente nada, demasiado entumecido y vacío por la terrible experiencia del día. Ni dolor de cabeza, ni tensión en las extremidades, ni punzadas en el estómago. Ni hambre ni sed. Ni vergüenza por acurrucarse tan cerca de un hombre aterrador que apenas conoce. Solo alivio de no tener que moverse. A medida que la noche se hace más profunda, los relámpagos parpadean como estrellas doradas y violetas entre los árboles. Bailan como si el bosque fuera su salón de baile, el susurro de las hojas su canción de guía. Bellamy las observa bailar hasta que los párpados le pesan demasiado. Hasta que su cabeza se desploma con naturalidad contra el ancho hombro que tiene a su lado.
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❧ CAPÍTULO CUATRO. Rakos.
Rakos se despierta con una blinkmink en la cara y un juglar en su regazo. La culpa de que se haya despertado la tiene la blinkmink, que está acurrucada en su hombro, apoya sus diminutas patas delanteras en su mandíbula y le mira directamente al ojo derecho. Sus bigotes le hacen cosquillas en la nariz y los pómulos. —Bastard, ¿verdad? —murmura Rakos, aún medio dormido—. Buen nombre. Tuerce el cuello en una serie de chasquidos agudos, provocando que Bastard parpadee y reaparezca sobre sus pies. Joder, esta tieso….en más de un sentido. Le duele la polla al levantarse por la mañana. La mayoría de los días, lo primero que hace Rakos es resolverlo con un perezoso orgasmo. Pero la mayoría de los días Rakos no tiene un juglar flacucho extendido de lado sobre su regazo, con la cara apoyada en su muslo. Cada vez que Bell respira demasiado hondo, el movimiento tira de los pantalones de Rakos burlonamente sobre su polla. Rakos inclina la cabeza contra el interior del árbol. Su cuerpo se rebela ante la idea de moverse. El dorado amanecer se cuela por los oscuros bosques, y el aire ya no tiembla con la amenaza de una tormenta. El viaje de hoy será más fácil, si pueden evitar al drasgard de Vana y a cualquiera que les persiga. Debería haber un pueblo cerca. Rakos está acostumbrado a atravesar Draskora desde arriba, pero está bastante seguro de que están cerca de Orthin o Nirava. Necesitará conseguir ropa nueva, tinte para el cabello e información. La desaparición de un jinete de dragón no habrá pasado desapercibida. ¿Qué historia se ha difundido, si es que se ha difundido alguna? ¿Está Rakos evitando al primer príncipe o a alguien más? Rakos nunca ha tenido paciencia para intrigas políticas. Prefiere la acción. ¿Por qué Vana lo quiere fuera de Draskora tanto como para cubrir su secuestro con una tormenta? ¿A dónde lo llevaban Indra y Zuzana? La Casa Dire es famosa
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por su traición pero, ¿se trata solo de un plan de Vana, o Rakos tiene enemigos que ni siquiera conoce? ¿Está bien Sarka? Nada tiene sentido, aunque no es que Rakos no tenga enemigos en el cuerpo de dragones. Irenka sigue resentida con él por haber sido capitán de ala antes que ella; Kamil lo odia porque sus dragones están enemistados. Pero esas son irritaciones menores. El tipo de molestias que todo el mundo deja de lado cuando se enfrentan a amenazas reales. ¿Fuera del cuerpo de dragones? Al menos cinco duques y generales querrían a Rakos muerto o degradado, ya fuera porque Rakos no estaba de acuerdo con ellos en las reuniones de estrategia o los insultaba en banquetes estúpidos. No fue culpa de Rakos que el peluquín del Conde Bernek pareciera comida atascada en él. Quizá fuera culpa de Rakos por intentar quitárselo y deshacer toda la peluca. La última reunión militar fue polémica. El recuerdo se asienta incómodo en la cabeza de Rakos. Algunos generales insistieron mucho en ampliar el cuerpo de dragones y Rakos se opuso con la misma insistencia. No hay necesidad de unir más dragones. Draskora no está en guerra. Esto está tan cerca de la traición que Rakos no se lo ha dicho a nadie, ni siquiera a Sarka, pero no quiere llevar a Sarka a la guerra otra vez. A ella le gusta el desafío, pero también disfruta el reto de las carreras aéreas. La pesca en el océano. Las escondidas en los nidos de dragones. Rakos no quiere verla herida. Así que se opondrá al belicismo y a la expansión militar siempre que sea necesario, a menos que sea por una causa mejor que la última guerra. Rakos se frota el pecho, en un vano intento de calmar el repentino dolor. Mucha gente quiere que se vaya. Pero Rakos no contaba a Vana Dire entre ellos. Consideraba a Vana un amigo. Se mueven en los mismos círculos, juegan a las mismas cartas. Vana tiene una reputación, seguro. Una serpiente fría e impredecible como el resto de su familia adoptiva. Pero Rakos nunca había visto ese lado de él. Ni siquiera hablaban de política. Irenka siempre decía que Vana no era de fiar. Rakos siempre pensó que solo estaba paranoica o celosa. Joder.
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Rakos ni siquiera puede confiar en el juglar que tiene ahora mismo sobre sus muslos. Tendrá que evitar usar demasiada magia Tem delante de Bell. Tal vez sea su vanidad hablando, pero Rakos es bastante famoso. Seguro que hasta un juglar silaisano habrá oído hablar de la “Sombra de Draskora”. Bell hace un suave ruido en sueños y se mueve en el regazo de Rakos. Su abrigo ha caído alrededor de su brazo, dejando al descubierto la afilada línea de su hombro. Rakos resiste el impulso de volver a colocárselo en su sitio. No puede negar que anoche se sintió tentado por la oferta de Bell. No, por la súplica de Bell. A Rakos no le importaba tanto que la magia de Bell pudiera ser útil para infiltrarse en el refugio de dragones. Estaba mucho más cautivado por el pánico que brillaba en los ojos de Bell. Bajo la destrozada máscara de confianza brillaba la desesperación. A Rakos no le gustaba esa mirada en Bell. Algún instinto protector profundamente arraigado impulsó a Rakos a aceptar. Escoltar a Bell cientos de kilómetros hasta la frontera draskorana, al margen de su propia misión. Protección y culpa. Rakos sospecha que la magia de la tormenta fue un intento de Vana de cubrir el secuestro de Rakos. Lo que significa que Bell quedó varado en parte debido al apuro de Rakos. Pero la culpa y los instintos protectores no pueden cambiar los hechos. El lado de Rakos podría ser el lugar menos seguro en el que Bell podría quedarse. Y Rakos no puede permitir que este temeroso cervatillo le frene. Con otro suave ruido, Bell se da la vuelta, acercando demasiado sus facciones blandas por el sueño a la dura polla de Rakos. Rakos contiene un gemido y empuja a Bell de su regazo. —Buenos días, juglar —dice bruscamente, saliendo del interior del árbol. Bastard desaparece de sus pies, y las hierbas crujen a cierta distancia—, ya ha pasado la mitad del día. Es hora de ponerse en marcha. Frotándose los ojos, Bell desenrolla sus miembros acurrucados. —¿Cuánto tiempo hemos dormido? —Mira hacía los árboles—. Espera, ¡apenas ha amanecido! Rakos se estira, sus músculos y huesos crujen. Su enmarañado pelo verde azulado le cae sobre la cara y luego sobre el hombro. —He tomado algunas raciones de la estación de paso, pero no hay mucho. Tenemos que movernos. Escoge un árbol para mear y nos vamos.
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Bell hace una mueca pero no responde. Solo se desploma en el suelo, con la mano sobre los ojos. —Hey, ¿qué te pasa? —pregunta Rakos. —Me duele la cabeza —responde Bell, sonando más resignado que otra cosa—, pasa a menudo, así que no te preocupes. Rakos resopla. —¿Por qué iba a preocuparme? Intenta no notar como Bell se estremece. —Buena pregunta. —Okay, diez minutos para orinar y estirar las piernas, luego nos vamos — dice Rakos. Se siente mal por el juglar, que claramente no está acostumbrado a los viajes duros o a dormir en los árboles o a ser secuestrado pero, ¿qué se supone que debe hacer? ¿Frotar los hombros de Bell? La polla de Rakos da un respingo interesado. Maldiciendo en voz baja, Rakos se aparta de su nuevo compañero temporal para buscar un árbol convenientemente distante. *** La magia de Bell resulta muy útil para encontrar agua potable a lo largo de la mañana. Bell dice que el primer manantial que encuentran tiene algún hechizo desconocido en el fondo, pero el segundo está limpio. Y Rakos encuentra unos cuantos árboles de hadarnut en el camino para completar las escasas raciones. Bell descubre un arbusto cargado de lustrosas zarzamoras a media mañana. Rakos no comparte su entusiasmo. —Comprueba si son mágicas. No son autóctonas. Bell hace una pausa, con los dedos extendidos a pocos centímetros de las moras. —No hay magia. Creo que son seguras. —Que no haya magia no significa que sean seguras —dice Rakos, aunque las bayas regordetas y de aspecto delicioso le llaman—, mira, ¿quién de nosotros sabe más de plantas? Yo soy el granjero aquí. Bell sigue mirando fijamente, con ojos ilegibles. Las sombras oscurecen los ángulos de su rostro. —Me arriesgaré —dice, y se lleva una baya a la boca. El jugo rojo púrpura mancha la curva del labio inferior hasta que se lo lame. Con la garganta repentinamente seca, Rakos se da la vuelta. —Como quieras. No seré yo quien se cague encima si son venenosas. Bell se atraganta con sus palabras. Joder, el chico es mojigato para ser un juglar errante. No es que Rakos conozca muchos juglares. O silaisanos.
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—¿Qué tal una canción mientras caminamos, juglar?14 Bell también se atraganta con su siguiente baya. Cuando termina de toser, dice, —No me gusta cantar cuando llueve. Es malo para la garganta. Además, ¿no estamos escondidos? —Eres demasiado sensato —acusa Rakos. Aunque nunca había oído eso de cantar después de llover. El sol está en lo alto cuando llegan al linde del bosque. Los oscuros pilares dan paso bruscamente a un ancho camino de tierra en buen estado. Al otro lado de la carretera hay un huerto y unos campos se extienden por la ladera poco profunda. Una humilde granja y un granjero coronan la colina. Rakos lamenta haber dejado atrás las bayas. Bell parece estar bien, y Rakos está jodidamente hambriento. Observa el huerto de la ladera. No hay fruta a la vista. Si es que esos son árboles frutales. Joder, si hubiera sabido que iba a estar tanto tiempo con Bell, habría elegido una identidad secreta menos ridícula. —¿Crees que los residentes nos darían algo de comida? —Bell pregunta nervioso, apoyándose en el árbol más cercano. Está más pálido que antes—. Tal vez podrías ofrecerte a ayudar con el trabajo de granja… Rakos se abstiene de golpearse la cabeza contra el árbol. Si, sería una gran idea si supiera lo más mínimo sobre agricultura. Sé lo que es una azada, ¿eso cuenta? —Demasiado arriesgado —se apresura a decir Rakos—, para ellos. Si nos alojan, los drasgard los culparían por ello. Bell le guiña un ojo. —Eres buena persona. —Retira lo dicho. Bell solo sonríe. —Creía que te preocuparía más que los residentes te delataran, por cualquier delito agrícola por el que te hubieran encarcelado. —Evasión de impuestos —dice Rakos al azar, pero eso parece insuficiente—, además, me emborrache e insulte a la madre del Príncipe Vana. No a la reina, ojo. Su primera madre, allá en Kaiskara. —Wow —dice Bell—, eres realmente imprudente para alguien que no come moras. —Eran moras muy sospechosas. —Rakos contempla la granja en la colina, considerando si valdría la pena robar el lugar por comida.
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No queríamos reírnos solas, creemos que Bell cantando sería como: https://www.youtube.com/watch?v=jPkzt1g4OHI
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Hasta que una forma distante rueda por el cielo despejado. El halcón da una vuelta, dos, antes de desviarse y la inquietud de Rakos se cristaliza. —No importa —dice Rakos—, la granja es una mala idea. Debería haber un arroyo cerca. Puedo pescar para cenar. ¿Estás listo? Bell se muerde el labio y se levanta del árbol. Ha recuperado algo de color por el breve descanso, pero el cansancio aun ensombrece sus ojos. —Estoy bien. No hay quejas. Eso es bueno, decide Rakos. El dolor de cabeza de Bell debe haber desaparecido. *** Un día de viaje y búsqueda de comida los lleva hacia el norte, donde Rakos reconoce mejor los puntos de referencia. Por los acantilados hacia el oeste y la estación de paso quemada que pasan al medio día, están justo al sur de Orthin. Sin embargo, Rakos no está seguro de cuánto durará el viaje. Está acostumbrado al paso de un dragón sobre los bosques, no al de una tortuga. Recuerda un río que serpentea por este tramo de bosque. Todavía no han llegado a él cuando cae la noche, pero debe estar cerca. Las luciérnagas y la luz de las estrellas son sus linternas tras la puesta de sol. Oro, violeta, y plata fracturada. El bosque no es tan denso ni tan difícil de atravesar como Rakos esperaba. Cada vez que se ve frustrado por un enredo de follaje particularmente feroz, Bell señala un camino despejado a un lado que les lleva de nuevo hacia el norte. Rakos no está seguro de cómo lo consigue Bell, pero agradece el buen ojo del juglar. —¿Podemos tomarnos cinco minutos? —dice Bell de repente. Rakos se detiene. —¿Estás bien? Quizá debería haber ido a verle antes. Rakos está acostumbrado a juntarse con otros soldados y jinetes de dragón, no escuálidos juglares. —Solo cansado. —Bell se inclina, con las manos sobre las rodillas. Su blinkmink se balancea en su hombro, y se teletransporta hasta Rakos, que se las arregla para no chillar. Le ofrece a la blinkmink la punta del dedo. —¿Puedes ver la magia de Bastard? Bastard le mordisquea los dedos y le mete la nariz a la oreja.
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—Es más tenue que la magia humana, pero sí. Aunque no lo suficientemente rápido como para que pueda hacer algo con la información. — Bell se frota la cabeza y se endereza— Podemos irnos. Rakos no se mueve, ni siquiera cuando Bell pasa a su lado. —No han pasado ni cinco minutos. No hay prisa, tenemos tal vez otra hora esta noche. —¿Hasta? —Hay un arroyo al que quiero llegar. —Rakos no sabe cómo se llama. No sabe si tiene nombre. Solo lo ha visto desde el cielo—. ¿Estás bien para seguir? —Si —contesta Bell y avanza hacia el este. —Okay, okay, no me arranques la cabeza.15 —Rakos agarra a Bell por el hombro y lo redirige suavemente—. Por aquí, sin rodeos. —Está bien —vuelve a soltar Bell, apartándose de un tirón. Luego se desinfla. Su cara es difícil de leer en la tenue y cambiante luz—. Lo siento. Yo solo… lo siento. Rakos exhala. Lucha contra el impulso de tocarlo de nuevo. —No te preocupes. Dame un puñetazo si necesitas desahogarte. —Anotado —murmura Bell y continúa. Llegan al arroyo media hora después. El agua atraviesa el bosque como una hoja de cristal oscuro, reflejando el brillo de las estrellas y las sombras. No es demasiado ancho, ni demasiado profundo, pero sí lo suficiente como para que sea más seguro cruzarlo a la luz del día. —¿Es aquí? —pregunta Bell al borde del arroyo. El viento le despeina el pelo. —Es aquí —dice Rakos—, elige un árbol bajo el que dormir. Esta vez me quedaré despierto para vigilar. —Bien —dice Bell, y luego se desploma en la orilla del río.
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Idiom: bite my head off/ bite someone's head off. Se refiere a hablarle a alguien con enojo o gritarle a alguien sin una buena razón.
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❧ CAPÍTULO CINCO. Bellamy.
La noche se oscurece detrás de los ojos de Bellamy mientras sus manos y rodillas golpean la tierra húmeda. Bastard chilla y desaparece. El impacto saca a Bellamy de su aturdimiento, le devuelve el aire a los pulmones y el escozor en las palmas de sus manos es casi bienvenido. Es mejor que permanecer de pie un momento más. Demasiado esfuerzo, muy poca agua, demasiado estrés, muy poco sueño. Hoy Bellamy tiene muchos desencadenantes de dolores de cabeza. Con cada respiración la tensión pulsa alrededor de su ojo. Esta noche se ha esforzado demasiado. Con o sin intención, no está seguro. Rara vez se permite alcanzar sus límites y Bellamy no sabe cuáles son. Incluso en Tavoc, lejos de la asfixia de Claude, la Duquesa Tavorai o Gregoire o sus otros guardias juramentados siempre estaban allí para poner fin a sus actividades. Para traerle agua o comida que no había pedido. Bellamy ya no viaja con guardias juramentados. Rakos ha dejado muy clara su asociación. Es a regañadientes. Temporal. Tan pronto como lleguen a Orthin, o tan pronto como Bellamy se quede atrás, esa asociación habrá terminado. La emoción surge dentro de Bellamy con otra oleada de dolor. ¿Por qué debería preocuparse Rakos? ¿Por qué debería importarle a Bellamy si lo hace? Nunca ha querido molestar a nadie, aunque haya causado problemas con su mera existencia desde que nació. Tampoco ha querido nunca que los demás lo molesten. A veces, lo último que quiere es que le pregunten cómo se siente. La apatía de Rakos debería ser exactamente lo que él quiere. Pero por alguna razón, esta noche Bellamy no puede evitar desear un poco más de preocupación. Excepto que Rakos no es apático esta vez. —¿Qué carajos? —Rakos se agacha a su lado. Toca el hombro de Bellamy y luego se aleja—. ¿Estás herido? —Estoy bien. —Se las arregla Bellamy—. Solo voy a sentarme aquí por un rato. —A pesar de sus palabras respira entrecortadamente e intenta levantarse.
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Rakos está ahí, un sólido cuerpo que sostiene a Bell mientras se tambalea hacia el árbol más cercano. Servicial, comprensivo, jurando agudas sílabas en draskorano durante todo el camino. Bellamy se reiría si no le doliera tanto la cabeza. —Quédate bajo la línea de árboles —dice Rakos, cambiando de nuevo a Trade mientras le ayuda a sentarse contra el árbol. Sus manos permanecen sobre los hombros de Bellamy, que no sabe por qué hasta que por fin deja de dar vueltas. Sólo cuando se estabiliza, Rakos lo suelta. —¿Estás conmigo? —Sí. —Bellamy reprime su siguiente respuesta impulsiva. No cree que Rakos crea que está bien. La luz de las luciérnagas se desplaza sobre los rasgos de Rakos, dándole un aspecto etéreo y salvaje. Cuando vuelve a hablar lo hace más suavemente. Más confundido que otra cosa. —¿En qué estabas pensando? —¿Qué? —Bellamy no puede pensar en nada en estos momentos, aparte de lo mucho que quiere dormir y lo molesto que es que el sueño ni siquiera podría ayudarlo. Rakos se encoge de hombros. —Cuando te pregunte si podías seguir, ¿por qué dijiste que podías? Oh. Bellamy se frota el cuello. Se clava los dedos en la base del cráneo. No ayuda mucho. —Pensé que podía. —Su intento de sonrisa se convierte en una mueca—. Lo hice, ¿no? Llegué hasta el arroyo. —Bien hecho. —El sarcasmo de Rakos carece de filo—. Pero no eres estúpido. Al menos no pensé que fueras estúpido. No te pregunté si podías seguir hasta que te desmayaras, joder. ¿No lo hizo? Bellamy aún no conoce a Rakos. Aunque tal vez podría aprender más sobre él aquí y ahora, si solo tuviera la energía para prestar atención. —Querías seguir adelante. Rakos exhala. —Claro. Quería seguir. Pero, ¿sabes lo que habría pasado si hubieras dicho que no? —Claro —repite Bellamy. Esta conversación no tiene sentido. Bellamy necesita que termine para poder fingir que duerme—, me habrías dejado atrás. —Dejarte…joder.
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Rakos murmura algo, perdido bajo el susurro de las hojas y las ondas del agua. Cada movimiento se pierde en la noche, en la que Rakos y Bellamy son el único punto de quietud. En lugar de responder, Rakos se pone de pie. —Voy a establecer un perímetro. Bellamy enlaza los brazos sobre las rodillas y mece su pesada cabeza de un lado a otro, tratando de aflojar músculos y huesos. Respira con calma para aliviar la tensión entre sus omoplatos. Por desgracia, una vez que empiezan sus dolores de cabeza, arreglar el desencadenante no soluciona los problemas. Los analgésicos a veces ayudan pero ahora no tiene pastillas ni elixires. Solo le queda esperar, solo en su cabeza. Bellamy se ríe irónicamente mientras Rakos levanta el campamento. Preguntas estúpidas sobre preguntas estúpidas con respuestas obvias. Por supuesto que Rakos quería seguir. Igual que cuando Madre pregunta si Bellamy puede asistir y eso significa que asiste. Cuando Claude pregunta si preferiría sentarse en una cacería, eso significa que se sienta en la cacería. El perímetro de Rakos parece ser un amplio círculo de ruidosas ramas secas. Tal vez funcione como alarma. Bellamy ni siquiera tiene fuerzas para desear una cama. Una almohada. Una simple sábana de lona. Mucho menos la fuerza para construir un verdadero refugio para la noche, ocultando sus esfuerzos a Rakos. Cepillándose las manos, Rakos se agacha de nuevo frente a Bellamy. —Te debo una disculpa. La mente de Bellamy se queda en blanco. Antes de que pueda responder, Rakos continúa. —Ayer estaba de muy mal humor. Lo último que recordaba antes de despertarme en esa celda era una docena de drasgard saltando sobre mí. Además, estoy acostumbrado a juntarme con otros…otros granjeros, que son un poco idiotas. —Rakos se pasa la mano por el pelo—. Así que hablé con más dureza de la debida. Además, no debería haberte estrangulado. Bellamy se toca la garganta. Había olvidado aquellos moretones. —No soy estúpido. Querías decir cada palabra sobre no quedarse atrás. Rakos gime. —Bien. Sí. Lo dije en serio. Pero eso fue ayer, y hoy es hoy. ¿Lo entiendes? —No realmente.
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—Cuando dije que te dejaría atrás, lo dije en serio. Cuando dije que te llevaría a Orthin también lo dije en serio —dice Rakos—, mantengo mi palabra. ¿Sabes lo que habría pasado realmente si hubieras dicho que no podías seguir esta noche? —Ilumíname —dice Bellamy cansado. Toda esta conversación es un completo disparate, medio ahogado por el dolor de cabeza de Bellamy. Una sonrisa se dibuja en el rostro de Rakos, cálida a la luz de las estrellas. — Te habría llevado el resto del camino. Bellamy tarda un momento en procesar la frase. Cuando lo hace, la imagen se graba en su mente. Rakos sigue hablando. —Hasta que lleguemos a Orthin necesito que seas honesto conmigo. No sobre estupideces. No necesito la historia de tu vida ni nada sobre tus amigos contrabandistas. —No son contrabandistas. —Exacto, cíñete a tu historia ahí. Pero las cosas importantes, ¿de acuerdo? No conozco tus límites. Todo lo que puedo hacer es confiar en lo que me dices. —Después de un momento, cuando Bellamy no responde, Rakos pregunta—. ¿Estás escuchando? —Lo intento —dice Bellamy. Rakos quiere que sea honesto, ¿verdad?—, espera hasta mañana, y escucharé mejor. Una pausa. Entonces Rakos se ríe y es lo más amistoso que Bellamy le ha oído hasta ahora. —No me escuches, soy una mierda hablando así. Ven aquí — Rakos duda—. Sigues frotándote el cuello. ¿Te importa si lo intento? Probablemente hay razones por las que Bellamy debería rechazar la oferta. No conoce a Rakos. No confía en él. Pero sus pensamientos se confunden con el dolor y la calidez de la risa de Rakos. Se echa hacia adelante e inclina la cabeza. La tensión no hace más que aumentar cuando Rakos se arrastra entre las hojas caídas detrás de él. Se arrodilla a su espalda, su calor irradiando a través de la noche. —No me arreglará la cabeza —dice Bellamy cuando los dedos de Rakos se posan sobre sus hombros. —Tal vez todavía se sentirá bien. No, se sentirá increíble. Soy increíble en esto. —El aliento de Rakos agita el pelo de Bellamy—. ¿Puedo quitar este collar? Bellamy se estremece. —Claro.
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Rakos tantea el cierre y deja caer el colgante en la mano de Bellamy. Bellamy se aferra a él, sintiéndose extrañamente expuesto, mientras Rakos vuelve a tocarle. Al principio no es sorprendente. Rakos acaricia suavemente las curvas de sus hombros, traza el contorno de su columna vertebral. Menos como un masaje, más como simplemente trazar los contornos del cuerpo de Bellamy. El tacto podría haber sido sensual e íntimo en otro contexto, pero Bellamy estaba demasiado cansado para eso. Se resigna a soportar un inútil e incómodo masaje en la espalda antes de acurrucarse en un inútil e incómodo ovillo para intentar dormir. —¿Te importa? —Rakos tira de su abrigo. Bellamy se endereza distraídamente y Rakos desliza el abrigo por sus hombros, dejándoselo enganchado alrededor de los codos. Cuando Rakos vuelve a tocar Bellamy, es como magia. La respiración de Bellamy se entrecorta cuando los pulgares de Rakos barren sus músculos, clavándose a lo largo de la parte superior de su columna vertebral. Rakos se inclina hacia él y su aroma a humo y cielo llena los pulmones de Bellamy. En sus hombros florece un dolor del bueno. Los movimientos tienen ritmo, pero no es algo que Bellamy pueda predecir. Lo único que puede hacer es parpadear en la oscuridad. Aún le duele la cabeza. Pero ya no le duele nada más. —Cabeza abajo —dice Rakos y Bellamy se mueve sin pensarlo, sus músculos estirándose bajo los dedos dominantes. Fuego calmante contra su piel, rozando los cabellos cortos de su nuca. Un hormigueo que traspasa cada vértebra hasta sumergirse bajo su cuello. Doloroso. Las orejas de Bellamy se calientan. Es un buen dolor. —¿Qué te dije? —dice Rakos con suficiencia. —Bastante asombroso. —Bellamy se muerde el labio en un gemido. Todavía le duele la cabeza, pero ya está acostumbrado. Sabe apreciar lo bien que se siente todo lo demás. Rakos se ríe, y el sonido vuelve a vibrar en el alma de Bellamy. Sigue hurgando en los músculos de Bellamy. —¿Es el mismo dolor de cabeza que tenías esta mañana? —Sí. —Bellamy respira en el tacto de Rakos—. Debería desaparecer mañana. —Eso es mucho tiempo. —El toque de Rakos se aligera.
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—Duran un día más o menos. Está bien, Estoy acostumbrado. —Bellamy se prepara para…no sabe qué. Algo que lo molesta. Pero Rakos se limita a seguir frotándole los hombros. —¿Tiene algo que ver con tu magia? —No realmente. —Excepto por Sandrelle y las montañas al norte del palacio real, donde la iridiscencia constante se hace más fuerte e intrusiva cada año—. Son por el estrés. O demasiado esfuerzo, o demasiado poco. Deshidratación, saltarse una comida, demasiado té, insuficiente té. Una de mis madres dice que son por leer demasiado, pero me niego a creerle. —¿Cómo carajos sobrevives a la vida de errante? —pregunta Rakos. Gran pregunta. Cierto. Se supone que Bellamy es un juglar errante. —En un vagón muy cómodo —dice Bellamy como si fuera obvio y finge un bostezo que se vuelve real, estremeciéndose hasta los huesos—, debería dormir. —Bien. Un poco más y necesitaría que me dieras un masaje en las muñecas. —Claro —dice Bellamy. Rakos se queda quieto detrás de él, luego despeina a Bellamy y se levanta. Por un capricho instintivo, Bellamy se pone de pie también y toma la mano de Rakos. —Hey. Rakos se gira, con la mirada fija en la garganta de Bellamy. Bellamy tuerce los labios. Se mete el colgante en el bolsillo y dice: — Gracias. —De nada. —La garganta de Rakos se estremece y mira hacia otro lado— Pero no vuelvas a caerte. —No prometo nada —dice Bellamy y se acerca al río para beber antes de acurrucarse bajo el árbol. Apoya la cabeza en el brazo y observa la silueta de Rakos. Su peligroso rondar, una sombra en sí mismo en ese abrigo negro de piel de wyrm. Bellamy recuerda algo que Madre le dijo. Presta atención a lo que la gente hace, en lugar de solo a lo que te dicen. Las palabras son solo lo que la gente quiere que oigas. Por mucho que Rakos hable de dejar atrás a Bellamy, aún no lo ha hecho. Tal vez eso signifique algo. O tal vez Bellamy solo ha sido adormecido en la complacencia por sus increíbles manos.
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❧ CAPÍTULO SEIS. Rakos.
Rakos contempla los barrios bajos de Orthin debajo de su nuevo sombrero de paja. Ayer se lo cambió a un granjero ambulante, entregándole a cambio su azada. Probablemente en este mismo momento, el campesino esté describiendo el aspecto de Rakos a un oficial drasgard. Pero por ahora, el característico pelo verde azulado de Rakos está recogido bajo el sombrero. Tras cuatro noches en la carretera, durmiendo bajo árboles y graneros abandonados, Rakos está listo para una cerveza fuerte y un baño caliente. Por desgracia, ambas cosas implican relacionarse con otras personas y Rakos aún no sabe cuán buscado es. También implica monedas, lo cual es un problema. Sus bolsillos se vaciaron durante su siesta de cinco días. Al menos no hay control de entrada; Rakos y Bell cruzan los límites de la ciudad sin incidentes. Los barrios bajos de Orthin se extienden fuera de las murallas, construcciones destartaladas de madera oscura y tejados ennegrecidos. El humo anaranjado y gris violáceo emborrona el cielo, las chimeneas promocionan boticas y curanderos de sangre. El humo disminuye a medida que los edificios se vuelven más lujosos a la orilla del río. Los magos más caros no necesitan anunciarse. Es una ciudad bulliciosa, una de las más grandes de este lejano oeste. Con suerte, lo suficientemente grande como para perderse en ella. A su lado, a veces detrás de él, Bell mira boquiabierto a su alrededor como si nunca hubiera visto a los mercaderes matutinos recogiendo sus cosas por la tarde, o a los mercaderes nocturnos abriendo puertas y colocando toldos. Una trabajadora de cama a medio vestir se asoma a una ventana del piso superior, iluminada por lámparas azules y observa el tráfico peatonal. Hace contacto visual con Rakos y luego desvía la mirada hacia objetivos mejor vestidos. Bell agarra a Rakos de la manga. —Tienen magia en las muñecas. Magia vinculante.
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Rakos sigue la mirada de Bell hasta un toldo rojo, bajo el cual varios hombres y mujeres jóvenes están colocando mesas de madera y joyas de hueso. Una mujer mayor, ataviada con adornos similares, los dirige hacia su mecedora. Nada extraordinario, hasta que Rakos recuerda que Bell es de Silaise, donde la magia de sangre está prohibida. —Son aprendices de sangre, no esclavos —dice Rakos—, aunque puede que también veas esclavos, así que no te escandalices. Bell aprieta los labios, su disgusto es claro. —¿Hay alguna diferencia cuando están atados así? —No te gustará esa respuesta juglar. —Rakos le hace señas para que siga caminando—. No te quedes mirando, o pensarán que quieres comprar algo. Bell se ciñe el abrigo y sigue a Rakos por el mercado. Ahora está menos boquiabierto, y Rakos se siente absurdamente culpable por amortiguar su sentido del asombro. Orthin se ilumina a medida que se adentran a la ciudad. Las farolas de las esquinas y de los aleros resaltan tallados cada vez más elaborados. La mayoría de las farolas son amarillas, pero algunas casas y negocios iluminan sus paredes con luces rojas o azules. Un grupo de niños se persiguen al doblar la esquina y Bell retrocede a trompicones. Rakos le toma el brazo instintivamente y le sostiene. —Gracias. —Bell abraza a Bastard contra su pecho. —Cuidado donde pisas —dice Rakos—. El suelo está desnivelado. —Lo haré. —Pero la mirada de Bell permanece fija en el cielo manchado de humo. Bell ha estado actuando cada vez más cómodo en los últimos días. A Rakos le recuerda a Sarka, en la forma en la que necesitaba ser consolada y engatusada un poco, pero no mimada. No se ha repetido el estúpido incidente del colapso, que es lo único que le importa a Rakos. Porque sería inconveniente, no porque esté interesado en este juglar con problemas de orientación. Rakos no puede ser dedicado. Porque ésta es la parte en la que se despiden. ¿Tiene que ser? Una parte inexplicable de Rakos quiere retrasar la separación un poco más. Podrían alquilar una habitación juntos por la noche. Podría asegurarse de que Bell suba a una caravana que vaya en la dirección correcta mañana. Incluso podría
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acompañarlo en la primera etapa del viaje. Ir hacia el este, hasta Nirava antes de partir hacia el norte… Excepto que cada concesión allana el camino para la siguiente. Y Bell estaría más seguro sin él. Rakos está seguro de ello. —Muy bien. —Rakos detiene a Bell entre dos edificios chamuscados y tambaleantes—. ¿Tienes el dinero? —Solo tengo monedas silaisanas, pero la plata es plata, ¿no? —responde Bell—. ¿Por qué? ¿Necesitas dinero? A Rakos se le tuerce el corazón. —No seas tan complaciente con nadie más que conozcas en Draskora, ¿de acuerdo? —Cuando Bell se limita a parpadear, Rakos señala la calle—. El barrio de los viajeros está por allí, a orillas del río. Encontrarás posadas, comida y capitanes de caravanas en esa zona. Probablemente haya algún tipo de casa gremial de juglares, pero no sabría decirte donde. No te unas a ninguna caravana sin al menos dos magos de seguridad, o te comerán los wyrm a veinte millas. —No lo haré, pero, ¿por qué…oh. —Los ojos de Bell se abren de par en par—. Me estás dejando. Rakos rechaza la culpa. La tentación. —Dije que te llevaría a Orthin. Aquí está Orthin. El labio inferior de Bell se blanquea bajo sus dientes. Rakos espera que proteste. Que cuestione. Si Bell suplica, Rakos no podrá negarse de nuevo. En lugar de eso, Bell endereza los hombros. —Gracias por tu ayuda, entonces. Buen viaje. —Buen viaje —hace eco Rakos. Da una última palmada en el estrecho hombro de Bell y se da la vuelta. Los tugurios de Orthin parecen más oscuros, más opresivos, cuanto más se aleja de Bell. Rakos se baja el sombrero de ala ancha al pasar junto a una taberna al aire libre. Los drasgard fuera de servicio no parecen lo bastante borrachos y Rakos no quiere arriesgarse a ser reconocido. Más clientes salen por la puerta del establecimiento. Uno de ellos tropieza con Rakos. —Perdona, mi musculoso amigo, oh. El hombre mira a Rakos a los ojos y se congela. Rakos también se congela observando el tinte azul celeste que se desvanece del cabello rubio pálido del hombre, la calidad cristalina de sus ojos violetas. Ludvik, uno de los criados de la Capitana de ala Irenka Miraz. Rakos no conoce
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bien a Ludvik, pero lo ha visto por ahí. Siempre al margen de las reuniones, siempre con una tabaquera o un polvo a mano. Claramente, Ludvik también reconoce a Rakos. Esto podría ser malo. Excepto que Ludvik no está buscando un arma, y si Rakos no se equivoca, ha tomado algo fuerte esta noche. Tal vez esto es una oportunidad en lugar de un desastre. —Culpa mía —dice Rakos alegremente, y continúa su camino anterior. Cruza la calle, y por el rabillo del ojo ve que Ludvik le sigue. Rakos se ajusta el sombrero y se desvía por un callejón más estrecho. Tal vez sea bueno que ya se haya separado de Bell. El dulce e inocente juglar no necesita enredarse en asuntos como éste. Unos pasos siguen a Rakos por un callejón, luego por el siguiente. Rakos se detiene a la vuelta de la siguiente esquina y espera. En cuanto Ludvik aparece por la esquina, Rakos lo agarra por el cuello. —¡Joder! —Ludvik grita mientras Rakos lo golpea contra la pared. —Hola. —Rakos sonríe—. No hace falta que grites. Solo quiero charlar amistosamente. Ludvik forcejea lentamente y luego se desploma contra la pared. —¿Esto es amistoso? —Esto es amistoso. —Rakos palmea a Ludvik en el hombro con la mano libre—. Confía en mí. Que siga siendo así, ¿de acuerdo? Ludvik gimotea. —Joder, odio a los jinetes de dragón. —Yo también me alegro de verte. —Rakos afloja su agarre en la garganta de Ludvik. Necesita que el hombre responda sus preguntas. —¿Qué estás haciendo en Orthin? —Pasando una noche muy agradable, hasta ahora. Rakos vuelve a apretar hasta que Ludvik tose. —No estás cerca de Parsk ni de Ostomar. No hay nada de interés para Irenka aquí, excepto… El interrogatorio no es el fuerte de Rakos. No está entrenado para ello; su especialidad es hacer llover fuego y oscuridad desde arriba. No hace trabajo personal. Pero Ludvik está tan borracho, de cualquier droga o elixir que haya tomado, que Rakos no necesita ninguna experiencia para abrirle de par en par.
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—Excepto tú, bien, sí, Irenka me envió al sur a buscarte. —Ludvik resopla—. Aunque no esperaba encontrarte porque, ¿por qué carajos ibas a estar en Orthin? El callejón sigue vacío. Rakos intenta mantener su expresión vacía también. Ludvik no necesita saber sobre lo poco que Rakos sabe sobre lo que está pasando. —¿Por qué Irenka quiere encontrarme? —Joder, ¿puedes soltarme? ¡Estamos de tu lado! —Ludvik exhala—. Irenka está segura de que realmente no has desertado. Joder. El entumecimiento se extiende por el pecho de Rakos. Suelta a Ludvik, y retrocede. El hombre se inclina tosiendo. —¿Quién dice que deserté? —pregunta Rakos. —Todos. —Ludvik se endereza y se frota la garganta—. Desapareciste de la noche a la mañana con un barril de restos de piedra caliza desaparecido también. ¿Qué otra cosa puede suceder? Joder. Al menos el precio por desertar es una ejecución limpia. Una cuchilla en el cuello, rápido y fácil. ¿Contrabando de piedra caliza? El destino de Rakos depende del temperamento del rey. Tendrá suerte si muere fulminado por un rayo. Suerte si solo tarda unas horas en morir. El Príncipe Vana es más cruel de lo que Rakos pensaba, incriminándolo por contrabando de piedra caliza. —Yo no deserté —dice Rakos—. No robé ninguna piedra caliza. Ludvik se apoya en la pared y sus ojos se vuelven vidriosos. —Claro. Eso es lo que dice Irenka; de todos modos, ella es mi jefa, así que eso es lo que yo también creo. —Se frota la nariz—. Mira, ven conmigo a Parsk. Recibiré un bono y ella te ayudará a averiguar qué carajos está pasando. Tentador. Pero Rakos no puede confiar en nadie que lo reconozca. —Ni hablar. —Rakos pega una sonrisa que hace que Ludvik se estremezca—. Me dirijo al sur, a la costa y desde luego no vas a detenerme. Ahora, ¿quieres despedirte por las buenas o por las malas? Ludvik gime. —Solo dímelo por las buenas. Rakos extiende la palma de la mano. —Entrégame tu monedero. ***
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Media hora más tarde, Rakos sale de una botica sin su sombrero de paja y sin cinco oros del monedero de Ludvik. Un oro por el tinte y cuatro por el silencio del boticario. Rakos intenta no juguetear con su pelo recién teñido, aún húmedo por el último aclarado. Atrás queda el verde azulado que ha usado durante diez años. Su pelo es ahora marrón chocolate oscuro. Rakos no esperaba odiarlo tanto. No esperaba sentirse tan solo. Los jinetes de dragón de Draskora se han teñido el pelo durante cientos de años, desde que sus antepasados descubrieron que podían comunicarse y establecer vínculos con los monstruos que escupen fuego. Al principio, era una forma de que los dragones identificaran a sus jinetes a la distancia. Con el tiempo, la práctica se extendió a otros segmentos de la sociedad y pasó de moda entre la nobleza. Pero no ha cambiado en el Cuerpo de dragones. Se supone que el pelo de Rakos coincide con las escamas de Sarka. Un signo de su vínculo, su conexión. Cambiar el color ahora era necesario porque Rakos destacaba demasiado antes. Pero se siente como una traición. Eso no es lo único que se siente mal cuando Rakos se dirige hacia el barrio de los viajeros. Intenta ser práctico. Cauteloso, por una vez en su vida. Pero no puede evitar preguntarse si Bell habrá encontrado un lugar donde dormir.
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❧ CAPÍTULO SIETE. Bellamy.
Bellamy no puede estar resentido con Rakos por dejarle. Rakos ya ayudó mucho más de lo que estaba obligado a hacerlo. Aun así, la angustia de Bellamy aumenta cuando Rakos desaparece en la esquina de la calle. Su ausencia es como un trozo de roca encajado en el corazón de Bellamy. Bastard parpadea desde su bolsa hasta el hombro de Bellamy, acurrucándose bajo su barbilla, pero ni siquiera acariciarla alivia los nervios de Bellamy. Es tan malo como pensar que estaba solo en la estación de paso. Tal vez peor. Al menos entonces, Bellamy tenía alguna esperanza de que Gregoire o los otros guardias lo encontraran. Ahora, él y Bastard están realmente solos en Draskora. Bellamy sólo puede confiar en sí mismo ahora. El problema es que nunca ha sido una buena persona en la que confiar. Frotándose los ojos, Bellamy se aleja de la calle por la que desapareció Rakos. Necesita un lugar donde pasar la noche. Una caravana que alquilar. Con suerte, una tienda comprará sus joyas; su collar y su anillo deberían proporcionarle suficiente dinero para cruzar el país. Bellamy deja caer una golosina en la bolsa de Bastard, y ella parpadea en su interior. La mayor parte de su energía se ha consumido, así que al menos no tiene que preocuparse de que huya. Mientras ella mastica la golosina, Bellamy se pone en marcha en la dirección que Rakos señaló. Orthin no está tan abarrotado pero todo es más abrumador sin guardias que lo separen del resto del mundo. Claro, Bellamy no ha pasado toda su vida encerrado en palacios. Claude lo llevó a los mercados de las afueras de Sandrelle mientras los guardias de la reina y los guardias juramentados mantenían a los civiles a una distancia prudencial. Julien lo llevó a tabernas varias veces e intentó enseñarle a jugar a los dardos y a las cartas, de nuevo con anillos de guardias juramentados, y Claude aún se asustó cuando se enteró.
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Incluso esa salida estaba estrechamente controlada. Como Julien dijo a Claude, por supuesto que sólo llevó a Bellamy a la taberna más agradable, y reservó el establecimiento con antelación. Los únicos clientes presentes fueron investigados antes de entrar. No era una aventura de verdad. Resulta que Bellamy no estaba preparado para una aventura de verdad. Esto es mucho más aterrador de lo que imaginaba. Al menos nadie se queda mirando mientras él se apresura por la calle. Los comerciantes y la gente del pueblo no se fijan en Bellamy, porque no saben que es un príncipe. La arquitectura de Orthin es interesante. Intimidante, en cierto modo defensiva. Bellamy recuerda que un tutor le explicó que los draskoranos decoran sus edificios de forma agresiva para ahuyentar los desastres naturales. Muchas gárgolas, algunas aterradoras, otras inesperadamente amistosas. Un edificio residencial en particular llama la atención de Bellamy. Wyrms de latón tallado giran alrededor de cada ventana. Las que rodean las ventanas del primer piso están más pálidas en la parte superior de la cabeza por las palmaditas de los transeúntes. Bellamy se desvía al otro lado de la calle para acariciar a uno de ellos. Sonríe a la cara pequeña y gruñona. Luego levanta la vista y se queda inmóvil. Ha olvidado en qué dirección iba. Esto está bien. Esto tiene que estar bien. Bellamy seguirá caminando hasta que encuentre algo. En alguna parte. ¿Qué tan difícil puede ser encontrar una posada? Pero, ¿qué hará cuando llegue allí? La educación de Bellamy ha sido deficiente. Conoce la historia militar reciente de Draskora, su política exterior y todas las versiones de sus fronteras de los últimos cien años. Conoce tres bailes de salón diferentes de Draskora. Pero no sabe cuánto cuesta una habitación en una posada o un pasaje en caravana. Es hora de averiguarlo. Bellamy tiene veintiún años, y no puede permitirse ser un inútil cuando no tiene a nadie más. Se toca el collar bajo la camisa, se acerca el abrigo y sale a la calle. Tan al oeste, la mayoría de las señales están en draskorano en lugar de en Trade. A Bellamy nunca se le dieron bien los idiomas y apenas puede descifrar algunas de las palabras. Se detiene en una esquina y busca a alguien que pueda ayudarle. La mayoría de la gente avanza deprisa, concentrada en sus propios asuntos. Bellamy no consigue establecer contacto visual con varios campesinos de aspecto
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agradable antes de ver a un par de mujeres hablando juntas en la siguiente esquina. Quizá le ayuden. Deja otra golosina en la bolsa de Bastard para mantenerla ocupada mientras se acerca a las mujeres. —Disculpe, estoy buscando una habitación para pasar la noche. Me preguntaba si podría… La mujer más baja gira y se lleva la mano al largo cuchillo que lleva en la cadera. —No me interesa —dice—. Muévete. Bellamy retrocede a trompicones. —Lo siento, lo siento mucho, no quería… El cuchillo se desliza media pulgada de su funda. —He dicho que te muevas. —Lo siento —repite Bellamy, demasiado asustado para explicarse mejor. Si es que eso funcionaría. Se apresura por la acera sin mirar por dónde va. Se acabó el preguntar por direcciones. Seguirá caminando hasta encontrar algo que se parezca a una posada. —Disculpe —dice una voz suave. Bellamy se vuelve hacia la mujer más pequeña que se le acerca. Lleva el pelo amarillo y verde trenzado en forma de corona alrededor de la cabeza, y sus pálidos ojos violetas se arrugan con su sonrisa. Viste una suave túnica gris y lleva una cesta de fruta colgada del brazo. —¿Puedo ayudarte en algo? —Bellamy pregunta. Su sonrisa se ensancha. —Eso es exactamente lo que iba a preguntarte. No pude evitar oír tu conversación con esas rufianes. Tal vez no todo el mundo en Draskora es grosero y antipático después de todo. —Es embarazoso, pero necesito un lugar donde pasar la noche y no sé adonde ir. ¿Sabes dónde está la posada o taberna más cercana? —Por supuesto, pobrecito. —Cambia la cesta de fruta de un brazo a otro y hace señas. Hay algo en su sonrisa que le da un aire cálido y maternal—. Por aquí, te llevaré a la posada más cercana. Orthin puede ser una ciudad muy confusa. No eres el primero que se pierde por aquí. —Muchas gracias —dice Bellamy, antes de que su sentido de la cautela supere a su desesperación. ¿Por qué esta mujer está siendo tan amistosa? Tal vez no debería salir a pasear con una mujer extraña—. En realidad, no quiero apartarte de tus compras. Puedes indicarme la dirección correcta. —No te preocupes por mí. No es ninguna molestia. —Pone una mano en el brazo de Bellamy y se le eriza la piel.
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Bellamy se suelta de un tirón, con una disculpa en los labios, antes de que la sensación se intensifique. Su brazo está demasiado caliente y frío a la vez, y la sensación se extiende por sus venas… Junto con el débil resplandor rojo sangre de la magia. Bellamy grita y se aleja de un tirón. O lo intenta. Ningún sonido emerge de su garganta cerrada. Sus miembros no responden a sus órdenes. Mientras la magia de sangre se infiltra en su cuerpo, no puede apartarse de la mujer sonriente. Su rostro es tan dulce y cálido como hace un momento. —Ven, cariño. — Le toma por el codo—. Vamos a quitarte el frío. Bellamy no tiene más remedio que caminar junto a ella, aunque grite contra su cuerpo desobediente. La magia roja pulsa en sus miembros, entre sus articulaciones. No es demasiado fuerte. No durará mucho contra su lucha. Pero durará lo suficiente para sacar a Bellamy de la calle y del ojo público. Sigue sin gritar. Un campesino draskorano hace contacto visual con él e inmediatamente mira hacia otro lado. Al igual que los tres siguientes. Bellamy se da cuenta de que entienden lo que está pasando. Ellos saben que esta maga de sangre lo está secuestrando y no quieren involucrarse. Bellamy no puede culparlos. La mujer le guía sobre sus pesadas extremidades de marioneta por un callejón estrecho, cubierto de ropa sucia por las ventanas de arriba. —Ya casi hemos llegado a un buen sitio donde quedarnos, querido —Le da una palmadita en la mano—. Sólo un poco… Una sombra bloquea el callejón tras ellos. —No lo toques —gruñe una voz furiosa, y la maga de sangre suelta una maldición chillona. Las sombras se desdibujan frente a la cara de Bellamy. Se tambalea hacia atrás y por fin vuelve a ser dueño de sus miembros. Dolorosos, inseguros, pero suyos. Cae contra la pared, con el corazón latiéndole con fuerza en la garganta, y su visión borrosa y oscura se aclara. Un hombre de larga melena castaña sujeta a la maga de sangre por el pelo. Ella grita y lucha contra su agarre, pero cada destello de magia roja se desintegra en cuanto abandona su cuerpo. Su agresor la tira al suelo y le pisa el brazo. Su magia resplandece una última vez antes de extinguirse. Y Bellamy reconoce a Rakos arrodillado sobre ella.
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Sosteniendo un largo cuchillo contra la garganta de la maga de sangre, Rakos se vuelve hacia Bellamy con una sonrisa. —No puedo dejarte solo ni cinco minutos, ¿verdad? —Tu pelo está diferente —dice Bellamy aturdido. —Lo sé. ¿No es horrible? El corazón de Bellamy martillea dolorosamente. Las náuseas persisten, cada parte de él le duele de una forma sucia y desconocida. Mientras se recupera de la magia de sangre, un miedo completamente nuevo se introduce en su mente. No se atreve a sentir alivio ni euforia. Qué cruel por parte de Rakos volver cuando sólo va a abandonar de nuevo a Bellamy.
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❧ CAPÍTULO OCHO. Rakos.
Rakos nunca había deseado tanto destripar a alguien. La furia amenaza su tenue control. Lo único que mantiene la hoja fuera en lugar de dentro de la garganta de la mujer es el recuerdo de la pelea en la estación de paso. La violencia perturba a Bell y Rakos no lo quiere traumatizar más de lo necesario. No debería estar tan interesado en el bienestar de Bell. Pero no puede fingir que no lo está. Rakos levanta a la maga de sangre, que se resiste y maldice, y se encuentra con los sorprendidos ojos color avellana de Bell. —Dame un minuto. No te vayas. Bell se pone en pie. —¿Qué estás haciendo? La maga de sangre deja de luchar de repente. La magia se disipa, ella sisea una acusación: —Tem. Joder. Rakos la sacude y lanza otra sonrisa a Bell. —Ahora vuelvo — promete sin responder a la pregunta de Bell. Luego arrastra a la maga de sangre más adentro del callejón. —¿Qué ibas a hacerle? —pregunta Rakos mientras mira a su alrededor. No hay montones de cajas o basura, así que tendrá que confiar en la distancia y la oscuridad para ocultarse. Debería haberle dicho a Bell que no mirara. La maga de sangre cambia de tono cuando se adentran en el callejón. —No soy tu enemigo —dice—, he oído hablar de ti. ¿Necesitas contactos de piedra caliza? Puedo ayudarte. Rakos la empuja contra la pared. —No es lo que pregunté. Pero no creo que quiera saberlo de todos modos. Le clava la daga en la garganta, hasta el cráneo. Los huesos crujen y la sangre pinta los mugrientos ladrillos. Rakos la mantiene en su sitio hasta que el géiser de sangre se reduce a un gorgoteo y luego deja caer su cuerpo a un lado. Limpia la daga en la parte trasera de su túnica. Limpiarse las manos no es tan eficaz, pero es suficiente. Sin pensárselo dos veces, abandona el cadáver y vuelve corriendo al lado de Bell.
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Bell está justo donde lo dejó, agarrando a su blinkmink y temblando. Su rostro vuelve a tener una palidez enfermiza y Rakos odia verlo así. Odia a la maga que le hizo esto. Se odia a sí mismo aún más por permitirlo. Si se hubiera quedado con Bell, esto no habría pasado. Rakos sabía que Bell necesitaba ayuda y se la negó. ¿Está Bell en peligro con él? Sí. Pero también está en peligro solo y Rakos no puede confiar en nadie más para protegerlo. Rakos se arrodilla frente a Bell, alcanzando su rostro. Cambia a su mano izquierda cuando se da cuenta de la cantidad de sangre que mancha su derecha, para poder cepillar el pelo de Bell hacia atrás con dedos limpios. —¿Estás bien, juglar? A Bell le tiembla el labio. —Has vuelto. ¿Por qué has vuelto? —Porque me dejé algo muy importante y no me había dado cuenta hasta ahora. —¿Qué era? —Bell pregunta. —Tú —responde simplemente Rakos. Allí. Algo de color vuelve a la cara de Bell. —No lo entiendo. Rakos aparta la mano porque está demasiado tentado de seguir tocando. — He cambiado de opinión. Viajaremos juntos a Parsk y luego te llevaré de vuelta a Silaise. Me he dado cuenta de que te necesito, y creo que tú también me necesitas. Bell deja de respirar un momento. —Pero, ¿y si te retraso? —Se retuerce las manos, vacilante a pesar del alivio en sus ojos—. Tenías razón. Me canso con demasiada facilidad y soy inútil cuando me duele la cabeza. Soy un lastre. —Pensé en todo eso. Lo consideré detenidamente mientras caminaba por la ciudad buscándote. —Rakos se echa hacia atrás el pelo aún húmedo—. Tengo la costumbre de precipitarme como un idiota. Quizá me vendría bien ir más despacio. Si necesitas un día libre, nos tomaremos un día libre. Si no puedes hacer todo el camino a caballo, alquilaremos un pasaje en caravana. Cueste lo que cueste, quiero que vengas conmigo. Bell se muerde el labio. —Oh. Una nueva preocupación aflora. —Eso si quieres venir conmigo. Parsk es un pequeño desvío en el camino a Silaise, pero una vez que lleguemos, conozco un atajo. —El vuelo del dragón es mucho más rápido que el viaje en caravana. Pero Rakos no puede tranquilizar a Bell con ese detalle.
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—Ni siquiera recuerdo dónde está Parsk. Esa no es la cuestión, simplemente no puedo creer... sí. —Bell aprieta los puños en sus mangas—. Sí, quiero viajar contigo. Si te parece bien. —No me ofrecería si no fuera en serio —dice Rakos—, pero probablemente deberíamos salir de la calle ahora. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien para caminar? Bell se pone en pie. Rakos está dispuesto a echarle una mano, pero Bell se mantiene en pie por sí solo. —No muy bien, pero lo suficiente. Esa maga de sangre era… —Los ojos de Bell se dirigen hacia el extremo oscuro del callejón—. Espera, ¿la mataste? —Por supuesto, yo la maté. Mataré a cualquiera que te haga daño. Y mereció la pena volver a por Bell, aunque sólo fuera por esa mirada de asombro que tenía en ese momento y el lento enrojecimiento de sus orejas. *** Manteniendo el brazo sobre los hombros de Bell, Rakos encuentra la posada más cercana, un gran edificio que exhibe un útil letrero tallado en forma de cama. —Por cierto, ¿puedes alquilarnos una habitación? —pregunta Rakos—. Creo que tengo sangre encima. Bell se aleja un poco de él. —Encantado de ayudar. —Eres el mejor. ¿Cuántas monedas llevas encima? —Siete monedas. Suponiendo que acepten monedas silaisanas. Genial. Rakos puede guardar la bolsa de Ludvik para el paso de la caravana. —Perfecto. Estaré justo en esa esquina. Si alguien te molesta, avísame y lo mataré. Lo dice en broma, pero Bell abre mucho los ojos y se aleja corriendo hacia la recepción. Rakos se desvía hacia una mesa trasera desde donde puede ver a Bell acercarse al mostrador. Todo su cuerpo palpita con una tensión no liberada, listo para saltar sobre el posadero si respira demasiado cerca de Bell. La posada en sí es claramente carente. Todo en la taberna de la planta baja es sencillo: paredes de madera en blanco, vigas desnudas, cortinas blancas remendadas. Cada silla y cada mesa son únicas a partir de reparaciones toscas, pero indistinguibles. Las chimeneas de los extremos norte y sur son el único adorno, con sinuosos dragones tallados que rodean las crepitantes llamas. No hay muchos clientes, ni gente en el mostrador. Bell vuelve a su lado tras una rápida conversación, llave en mano.
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Rakos se levanta. —¿Nos conseguiste una habitación? Bell agita la llave de hierro. —Sólo tenía monedas para una noche. El posadero casi no aceptaba plata silaisana, pero dijo que haría una excepción conmigo. Oh, no. —Estupendo. Muéstrame el camino —Rakos consigue contenerse hasta que llegan a la escalera lisa y encalada. Entonces no puede evitar decir—: Sabes que el posadero te estafó, ¿verdad? —¿Qué? —Bell mira con los ojos muy abiertos por encima del hombro—. Pero era tan agradable… —Tenemos que comprarte ropa nueva. Tu aspecto actual grita “dulce e inocente extranjero por favor, estafame”. —¿Dulce? —Bell pregunta—. ¿Inocente? —Sí, es muy engañoso. —Rakos le da una palmada en el hombro—. Lo cual tiene sus ventajas, pero quizá quieras hacer publicidad de lo malote que eres. Bell se detiene en lo alto de las escaleras. —Nadie me había llamado nunca malote. —Bueno, no te vieron saltar sobre Kaspar en la estación de paso. ¿En qué habitación estamos? —La segunda habitación a la izquierda —dice Bell, y les hace avanzar. Llegan a una puerta de madera sobre cuya cara hay pintadas cinco palabras en Trade: Segunda habitación a la izquierda. Rakos contempla la etiqueta. —¿Cómo se llamaba esta posada? —El posadero dice que sólo se llama “Posada”. Bell desbloquea la puerta y la abre de un empujón. Rakos cierra la puerta tras ellos. La habitación es tan carente como el resto de la posada. Madera lisa y reparaciones evidentes. No hay manchas raras ni señales de ratones, así que al menos a Bell no le han estafado demasiado. La habitación vale tres monedas como mucho. Tal vez dos, por una noche. Rakos no está muy seguro. Entre que creció en la nobleza, empobrecida pero arrogante, y diez años en el cuerpo de dragones; Rakos rara vez tiene que alquilar una habitación. Su conocimiento de los precios actuales de las habitaciones en Draskora no es mucho mayor que el de Bell. Sin embargo, Rakos está seguro de una cosa. Por siete monedas, la habitación no debería tener una sola cama.
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❧ CAPÍTULO NUEVE. Bellamy. —Bueno. —Bellamy es incapaz de apartar la vista de la cama individual de la habitación—. Esto será acogedor. Rakos enciende la linterna de la mesilla de noche y se acerca a la ventana con su habitual confianza. Por supuesto, es probable que apenas se haya dado cuenta de la disposición de la cama. —Es mejor que dormir en el bosque. Mira, hay una vista. Bonito callejón el que tenemos aquí abajo. Bellamy desengancha la bolsa de Bastard y la deja sobre la destartalada mesa. La alimaña aparece en la cama y se contonea por la colcha para meterse debajo de las almohadas. Cediendo a sus dolores, Bellamy se desploma sobre una silla de madera. Sus miembros siguen rígidos, como si no fueran suyos. Incluso quitarse las botas le parece un tremendo esfuerzo en estos momentos. Al menos se dormirá fácilmente esta noche, y compartir la cama con Rakos no debería ser intimidante. Después de todo, ya han dormido acurrucados en un árbol hueco. Esto será espacioso en comparación. Esto es normal. Él y Rakos son compañeros de viaje normales, como en las novelas de aventuras de Bellamy. No hay nada sexual en ello. Sonrojándose, Bellamy recuerda ciertas escenas destacadas de dichas novelas. Corrección. Esto no se parece en nada a una novela. Sólo dos hombres. Uno de ellos un príncipe apenas experimentado con una imaginación hiperactiva. El otro, un granjero guapísimo con unos hombros asombrosos y una sonrisa que derrite inhibiciones. Los pensamientos inapropiados de Bellamy deben permanecer a salvo en su propia cabeza. Aunque se siente aliviado por el regreso de Rakos, Bellamy apenas lo conoce. ¿Y si Bellamy se equivoca en un pase y ofende a Rakos, que le abandona de nuevo? ¿Y si Rakos descubre su verdadera identidad y lo vende a la Casa Dire? ¿Y si Rakos no se da cuenta de quién es Bellamy y éste atrapa a un inocente granjero evasor de impuestos en un escándalo real internacional?
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Mientras las fantasías de Bellamy dan paso a la preocupación, Rakos pasa a su lado. —¿A dónde vas? —Bellamy odia lo nervioso que suena. —A pedir una bañera —dice Rakos, y desaparece por la puerta. Toda la preocupación de Bellamy desaparece con él, sustituida por una serie de imágenes escabrosas. Agua deslizándose por el cuello desnudo de Rakos. Agua deslizándose por los brazos desnudos de Rakos. La espalda de Rakos. El culo de Rakos. Bellamy lo persigue con la mirada y luego entierra la cara entre las manos. Media hora después, Rakos hace señas a los trabajadores de la posada para que salgan de la habitación. —¿Te puedes creer que el posadero haya intentado cobrarme por esto? —dice Rakos mientras cierra la puerta—. Le dije que más vale que siete monedas incluyan una puta bañera. Y un desayuno de rey mañana. Tú primero. Necesitaré enjuagarme el pelo y este maldito tinte llegará a todas partes. Bellamy se frota los ojos. No está acostumbrado al pelo castaño oscuro de Rakos. Es demasiado sutil. Le queda bien, pero no le sienta bien a Rakos. —Perdón por dejar que el posadero cobre tanto. Rakos se sienta en el borde de la cama, con sus botas a medio desatar. — No te preocupes. —Hace un gesto hacia la bañera—. También dejaron túnicas. Mantén tus objetos de valor separados y harán la lavandería si dejamos nuestra ropa fuera. Los ojos de Bellamy siguen el gesto. La enorme tina de barril está cerca de la puerta, con un cubo más pequeño, toallas y túnicas al lado. Todo muy normal… excepto que no hay mampara de privacidad. —Date la vuelta —dice Bellamy. Rakos frunce el ceño antes de bajar la mirada por el cuerpo de Bellamy. Como si no lo hubiera visto antes. Hay un parpadeo de incertidumbre antes de que camine con las botas a medio atar hacia la mesa. —Tu modestia está a salvo conmigo, juglar. Lástima, piensa Bellamy. —Gracias —dice en voz alta. No puede evitar mirar a Rakos mientras su abrigo y su túnica caen al suelo. Ni un movimiento del granjero, que se apoya con un codo en la mesa, mirando hacia la ventana. Sin camiseta, Bellamy se toca el colgante que lleva al cuello.
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A los siete años, hizo collares a juego para él y sus hermanos. Horribles cuentas de arcilla cocida en cordones de cuero. Se suponía que las cuentas debían representar árboles de Sandry, pero Bellamy desistió tras un intento mal hecho y acabó con colgantes de hojas malformadas. Desechó su propio collar de arcilla muy pronto y sólo se dio cuenta por casualidad, cuando tenía once años, de que Julien aún tenía el suyo. Cuando Julien se negó a deshacerse de aquel vergonzoso proyecto artístico, Bellamy pidió ayuda a Audric. Sólo para descubrir que Audric también había guardado su horrible collar. Julien y Audric sólo accedieron a entregar sus colgantes para su destrucción cuando Bellamy los sustituyó por un nuevo juego hecho a medida: colgantes de cristal translúcido que encerraban delicados árboles dorados. Bellamy no los fabricó, sino que los compró, ya que sus habilidades artesanales no mejoraron más allá de las hojas borrosas. Ahora, al tocar el cristal caliente como la piel, a Bellamy se le hace un nudo en la garganta. La soledad duele, más que el recuerdo de la magia de sangre o los moretones que cubren su cuerpo. El verde amarillento aún se extiende sobre su estómago, mientras que los pétalos de azul se desvanecen de sus hombros y cuello. De repente, Bellamy no está seguro de quién es sin su familia rodeándole. Hoy estaba solo, completamente indefenso. Bellamy parpadea rápidamente, se guarda el collar en su bolso y continúa desnudándose. Intenta no pensar en su familia ni en los kilómetros que los separan, pero la habitación está demasiado silenciosa. El único sonido es el susurro de Bastard bajo la cama. Bellamy utiliza una toalla y uno de los cubos más pequeños para fregar lo peor de la suciedad. La habitación está demasiado silenciosa, pero ya no está solo. —¿Puedes hablarme de tu hermana? —pregunta Bellamy—. Se llama Sarka, ¿verdad? La mano de Rakos se aparta de su pelo. —Sarka. Sí. ¿Qué quieres saber de ella? —No lo sé. ¿Es tu única hermana? ¿Tienes hermanos? —No hay otros hermanos. Sólo Sarka y yo. Mejor así, probablemente. Bellamy tenía razón. El ruido es mejor que el silencio. —¿Cómo es ella? Rakos calla antes de responder. —Voluble. Habladora cuando llegas a conocerla. Es la persona más mezquina que he conocido y puede guardar rencor durante años. ¿Cuánto vas a tardar? Si el agua está fría cuando termines…
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Bellamy deja caer la toalla y se agarra al lateral de la bañera. Balancea una pierna y hace un gesto de dolor cuando su pie rompe la superficie. —No te preocupes, ya está fría. Sumergirse es un ejercicio de fuerza de voluntad mientras el agua fría le lame las espinillas. Las pelotas casi se le meten en el cuerpo cuando por fin se sienta. Bellamy maldice en voz baja y salta mientras Rakos se ríe desde el otro lado de la habitación. —¿Estabas mirando? —Bellamy exige. —Sólo escucho —responde Rakos, que no es mejor. —Esta posada es lo peor. —Bellamy se apoya en el borde de la bañera. La silla roza el suelo, atrayendo la mirada de Bellamy mientras Rakos se agacha para terminar de desabrocharse las botas. Sus miradas se cruzan. Bellamy está totalmente oculto en la bañera. Pero ni siquiera el agua fría puede sofocar el acalorado conocimiento de que está desnudo en la misma habitación que Rakos. Sentado aquí, con la sangre calentándose y la polla endureciéndose obstinadamente, en la misma bañera de agua que Rakos va a usar a continuación. La mirada de Rakos se desvía, sin prestar atención a la apremiante situación de Bellamy. Joder. Bellamy mete toda la cabeza bajo el agua. Se frota el cuero cabelludo con las uñas hasta que sus pulmones se tensan en señal de protesta. Sale con un grito ahogado y se aparta el pelo de la frente. El agua le resbala por la cara y el cuello. Cuando vuelve a abrir los ojos encharcados, Rakos desvía la mirada. Bellamy se lame el agua de los labios. —Voy a salir. —Tómate tu tiempo —Rakos no vuelve a girarse. Tal vez Bellamy imagina la tensión en sus hombros. Bellamy se levanta y se seca lo más rápido posible. La toalla es mucho más áspera de lo que está acostumbrado. ¿Le provocará algún tipo de sarpullido? La ropa que le han proporcionado también es áspera: unos pantalones sueltos de algodón y una túnica. Ambos están teñidos de un gris oscuro moteado y le quedan demasiado grandes. Bellamy se ciñe la túnica todo lo que puede y camina descalzo por la habitación. —Tu turno — dice, evitando el contacto visual. Rakos gruñe en señal de reconocimiento y cruza la habitación. Apoyado en el alféizar de la ventana, Bellamy observa el mugriento callejón. La magia se arremolina con el humo en el cielo del atardecer. La ropa
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cruje, el agua salpica y el humo ascendente parece tomar la forma de músculos suaves y largos cabellos oscuros. El siseo de Rakos ante el frío susurra a través de los huesos de Bellamy. El silencio calienta los oídos de Bellamy. No puede romperlo. La tensión en su garganta es demasiado fuerte para hablar. —¿Y tú? —pregunta Rakos detrás de él. Los nudillos de Bellamy se blanquean en el alféizar de la ventana. —¿Y yo qué? —¿Algún hermano? —El agua se mueve—. ¿A qué se dedica tu familia? —Mis madres y hermanos también son juglares. —Bellamy necesita minimizar las mentiras si es posible, limitarse a una sola profesión falsa para recordar. Él realmente no planeaba mantener la compañía de Rakos tanto tiempo. —Son muy protectores, ¿no? Bellamy suspira. —Demasiado protectores. No puedo culparlos pero a veces es frustrante. —No hace falta que hables de ello si estoy siendo entrometido —dice Rakos. —Gracias. —Bellamy casi se toma el permiso para dejar de hablar. Él nunca habla de esto porque ¿cuál es el punto? No quiere que su familia se preocupe más por él. No quiere causar problemas. Pero hay algo tan tranquilizador en Rakos, por aterrador y violento que sea. Hay una refrescante honestidad en él. Una falta de juicio. Y al final de todo esto, se separarán para no volver a hablar. Hablar con Rakos no es un compromiso. No tendrá consecuencias. —Siempre me han mimado ya que soy el más joven. —Los dedos de Bellamy golpean el alféizar de la ventana—. Pero empeoró cuando tenía ocho años. Mi padre biológico decidió que quería la custodia, así que me llevó a su… —No, Bellamy no puede decir castillo o baronía aquí— Su casa en otro pueblo. Sin el permiso de mi madre. —¿Te secuestró? —dice Rakos, indignado—. ¿Qué pasó entonces? Bellamy se encoge de hombros. —Viví en su casa unos meses, hasta que murió. Hay un chapoteo. —¿Tus madres lo mataron? —¿Qué? No. Le falló el corazón. —Bellamy sabe lo poco realista que suena la coincidencia. Sin embargo, nunca ha habido pruebas de lo contrario.—Mi madre dijo que el estrés debió afectarle. Una vez que murió, el resto de mi familia
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vino a recogerme y eso fue todo. He estado bajo supervisión constante desde entonces. Rakos guarda silencio un momento. Luego jura. —No sé si darte el pésame o felicitaciones. Hay algo liberador en hablar de todo esto. Es mucho más fácil hablar con Rakos de lo que Bellamy esperaba. —Yo tampoco estoy seguro de cómo me siento. Lo que hizo padre estuvo mal y estaría dolido y enfadado si estuviera vivo, pero para mí todo es teórico. Ni siquiera me di cuenta de que me había secuestrado hasta años después. Pensé que sólo habían sido unas vacaciones confusas y estresantes. —Puedo ver porqué tu familia se volvería un poco autoritaria, después de eso. —Por lo demás, son geniales —dice Bellamy—, mis hermanos son muy amables. Muy capaces. Mucho más capaces que yo. Se suponía que éste iba a ser mi primer viaje sin ellos y mira a dónde me ha llevado. Secuestrado de nuevo, dos veces, y gasté siete monedas por una cama individual como un idiota inútil. Ups. Demasiada verdad ahí, Bell. Rakos sólo ríe, cálido y relajante. —¿Todavía te estás castigando por eso? —¿Qué quieres decir? —Bellamy apenas se contiene para no darse la vuelta. —Todos cometemos errores —dice Rakos—. Se vive y se aprende, ¿no? No es para tanto. El agarre de Bellamy en el alféizar de la ventana se afloja. —Bien. Supongo. Vivir y aprender. Bellamy no ha tenido muchas oportunidades de cometer errores. Si se perdía, alguien le encontraría entre las lianas. Si tropezaba, alguien lo atraparía antes de que se lastimara la rodilla. Nunca antes había tenido la oportunidad de que le estafaran siete monedas. Dicho así, esa parte de la desventura de hoy no parece tan abrumadora. El agua se mueve detrás de Bellamy mientras el cielo adquiere un hermoso color púrpura amoratado, iluminado por estrellas y destellos de magia. Más magia que en la mayoría de las ciudades silenses. En Silaise, la magia es acaparada por la nobleza. Salvaguardada, según las familias más tradicionales como la Casa Pellerin y la Casa Marcel. Estrangulada, según los progresistas como Audric. Aquí en Draskora, incluso los barrios más pobres brillan con destellos ocasionales de encanto.
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Tal vez Bellamy pueda aprender algunas cosas mientras está atrapado aquí. Un chapoteo mayor de agua, luego los pies mojados golpean las tablas del suelo. Bellamy cuenta sus respiraciones y medita en el cielo mientras Rakos se seca detrás de él. Ahora está tranquilo. Su pulso es totalmente normal. Genial. Lo está llevando muy bien. Hasta que Rakos pregunta: —¿Puedes ver si me he quitado el tinte del cuello? Bellamy se da la vuelta y encuentra a Rakos vestido únicamente con esos pantalones oscuros holgados. La tela se ciñe al volumen de sus muslos y se desliza a lo largo del cincelado contorno de sus caderas. La mirada de Bellamy se detiene en el nexo de músculos duros y cabello negro que se retuerce con cada movimiento mientras Rakos se seca el pelo con una toalla. El agua se desliza por una ondulante extensión de músculos. Los pezones marrones de Rakos chisporrotean con el frío. Cada centímetro tenso de él es peligroso. Atractivo. —Tu cuello. —Bellamy fuerza su mirada hacia arriba—. Déjame ver. Rakos se da la vuelta, levantándose el pelo del cuello con una mano. — Probablemente debería cortarme casi todo el cabello. —Me gusta largo —dice Bellamy, distraído por la extensión de piel desnuda y húmeda que tiene delante. Rakos es sólo unos centímetros más alto que él, pero casi el doble de ancho, y esos hombros son aún mejores sin el algodón y la piel de wyrm que los ocultan. A Bellamy siempre le han gustado los hombros. No se da cuenta de lo que ha dicho hasta que Rakos se da media vuelta con una sonrisa. —¿Lo haces? Bellamy se sonroja. —Tienes algo de tinte detrás de las orejas. Me voy a la cama. Bastard es más que capaz de cazar por sí misma, pero aun así Bellamy le deja golosinas antes de meterse en la cama. Se acurruca de cara a la pared, luego cede a la tentación y se gira para mirar hacia la puerta. Observa a través de sus pestañas cómo Rakos recoge sus ropas desechadas, la llave de la habitación y sale de la misma. Todavía sin camisa. Un sentimiento agrio se retuerce en el interior de Bellamy. ¿Por qué el chico de la lavandería y todos los demás tienen que ver también a Rakos medio vestido y descalzo? La idea le escuece como el áspero algodón que roza su nuca. ¿Será
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capaz el chico de la lavandería de apartar la mirada de los contornos de la cintura de Rakos? ¿Dirá algo ingenioso y le sonreirá también Rakos? ¿Se reirá Rakos? ¿Esa risa cálida y grave que se cuela como raíces en el corazón de Bellamy, rompiendo los cimientos de sus reservas? Bellamy resopla. Se parece a Claude obsesionada con Madre, cuando no tiene derecho a Rakos así. Frotándose los ojos cansados, se da la vuelta en la cama llena de bultos. Aunque tiene intención de permanecer despierto, el cansancio se lo lleva antes de que Rakos regrese. *** Por una vez, Bellamy no se despierta con la fría nariz de su blinkmink en la oreja. Se despierta caliente. No del todo cómodo, porque el colchón es terrible, pero cálido y limpio. Después de días durmiendo en el suelo, esto es prácticamente palaciego. Y, por suerte, la cama individual de la habitación es lo bastante grande como para que Bellamy no se haya despertado pegado a Rakos. Con los ojos aún cerrados, Bellamy hunde más la cara en la almohada y estira las piernas. Hasta que los dedos de sus pies chocan con una superficie lisa y cálida. Con los ojos abiertos, Bellamy apenas reprime un chillido. La cara de Rakos llena todo su campo de visión. No están pegados, pero esto podría ser peor. Cara a cara, las cabezas apoyadas en la misma almohada. Escasos centímetros de calor los separan bajo las mantas. Las únicas partes que se tocan son los dedos de los pies de Bellamy contra la espinilla de Rakos, que no se atreve a apartar. La leve distancia es, de algún modo, más angustiosamente íntima que tirarse juntos en un árbol hueco. Más íntima que escuchar a Rakos bañarse la noche anterior. Cuando Bellamy exhala, su aliento agita un mechón caído del pelo de Rakos. Los ojos de Rakos permanecen cerrados. Su cuerpo sube y baja. Las manos enterradas bajo la almohada, la mandíbula floja. Sigue dormido. Y Bellamy, aturdido y mareado pero cada vez más despierto, es libre de examinarlo sin impedimentos. El pelo castaño no le sienta bien, pero Rakos sigue siendo el hombre más atractivo que Bellamy ha conocido. Le fascinan las líneas precisas de las cejas de
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Rakos. Sobre una de ellas hay una hendidura, como si Rakos hubiera llevado joyas. Claude siempre le advirtió a Bellamy que no confiara en los cortesanos. Que no se acercara demasiado. Nunca le prohibió que se entretuviera, pero de todos modos pocos hombres o mujeres querían perseguir a Bellamy con Claude y Julien respirándoles sospechosamente en sus nucas. Las novelas y la imaginación eran salidas más fáciles para la curiosidad sexual de Bellamy, con algunas valientes excepciones. Aquí y ahora, sin embargo, Rakos no sabe quién es Bellamy. Hay una increíble e inesperada libertad en ello. La forma en que Rakos le toca tan despreocupadamente: una palmada en el hombro aquí, un roce de codos allá. Rudo o suave. Rakos lo trata como a una persona normal. La gente común tiene aventuras casuales, ¿no? Ese mechón de pelo suelto se desliza sobre la frente de Rakos. A Bellamy le pican los dedos para apartarlo y el pulso le late en la garganta. A la luz dorada de la mañana, todas las razones por las que no debería extender la mano parecen carecer de importancia. Todos cometemos errores, dijo Rakos. Vivir y aprender. ¿Sería tan tonto vivir un poco? Suponiendo que Rakos esté interesado en él, por supuesto. Lo cual es dudoso. Soltando una carcajada silenciosa, Bellamy retira el pie de la pierna de Rakos. La languidez del sueño se disipa cuando se incorpora, sacudiendo el colchón lo menos posible. No puede resistirse a apartar ese mechón de pelo. Y al retirar la mano, los ojos de Rakos se abren de par en par. —¿Me estabas viendo dormir? —acusa somnoliento. —No —niega Bellamy. Pero Rakos no parece enfadado y una curiosidad irresistible inmoviliza a Bellamy. Quizá esta pregunta sea un error. Vivir y aprender—. ¿Pero te molestaría si lo estuviera? No es un error. Rakos sonríe, lento y somnoliento, es incluso mejor que su risa. —Vete a la mierda —dice, cerrando los ojos de nuevo. Bellamy se ríe, con el corazón palpitante, y se desliza de la cama.
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❧ CAPÍTULO DIEZ. Rakos. —¿Qué has hecho ahí dentro? —pregunta Rakos cuando Bell sale de la casa de empeños, con un considerable monedero nuevo en la mano. Abandonaron la carente posada aquella mañana, pues Rakos no estaba dispuesto a dar otra moneda de plata a ese ladrón del posadero. Sí dejó una moneda del monedero de Ludvik para los criados, que no merecen ser castigados por la avaricia de su amo. Antes de encontrar una nueva posada, Bell vio una casa de empeños y dijo que quería meterse dentro. Rakos hizo su propia parada en la tienda de ropa de enfrente. Su nuevo abrigo está remendado y es gris, cómodo y aburrido. Le sienta tan mal como su nuevo pelo castaño. —Vendí algo —responde Bell, guardando el bolso. Mira a Rakos de arriba abajo, frunciendo el ceño—. Me gustaba más tu viejo abrigo. —Puedes quedártelo —dice Rakos sin pensárselo. Bell se anima visiblemente. —¿En serio? Rakos aún no ha tenido ocasión de deshacerse de su viejo abrigo y sería una pena venderlo por una miseria. Lo sostiene por los hombros. —Toma, pruébatelo. Bell se quita su abrigo verde y desliza sus brazos uno tras otro dentro del abrigo de piel de wyrm de Rakos. El movimiento lo acerca lo suficiente como para que Rakos pueda contar los finos pelos de la nuca de Bell. La cadena de oro que solía llevar ha desaparecido. Rakos alisa la piel de wyrm sobre los hombros de Bell. El material es cálido bajo sus palmas. —Date la vuelta y déjame ver. El dobladillo revolotea alrededor de las rodillas de Bell mientras se gira. Rakos esperaba que la prenda negra y plateada se tragara al frágil juglar, está claro que está hecha para un hombre más corpulento. Las mangas son demasiado largas y los hombros caen alrededor de la complexión más estrecha de Bell, pero lo lleva mucho mejor de lo que debería. El corte holgado le hace parecer
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un delincuente desaliñado y despreocupado. Como si se hubiera levantado de la cama y se hubiera puesto el abrigo de otro hombre. Parece que pertenece a Rakos, a quien se le seca la garganta. —¿Qué tal estoy? —pregunta Bell, levantando los brazos. —Servirá —dice Rakos, tratando de enterrar la comprensión de que Bell va a oler como él ahora—. Es un bolso pesado. ¿Qué vendiste? ¿Algunos órganos internos? Bell inclina la cabeza, con la luz del sol brillando en su pelo. —¿Tanto valen los órganos? Bastard parpadea del hombro de Bell al de Rakos. Le gorjea al oído y se acomoda bajo el cuello de su nuevo abrigo. Más cálido que el abrigo de piel de wyrm y mucho menos elegante. —Le gustas —dice Bell con una leve sonrisa. —Podrías haberme engañado—dice Rakos, mientras Bastard le mete una pata en la oreja. Bell se ríe. Hoy tiene una extraña confianza en sí mismo. Como si se hubiera dado cuenta de algo o hubiera descubierto algo que le endereza la columna vertebral y le ilumina la sonrisa. Temeridad, tal vez. Ya no tiene miedo de Rakos. O tal vez Rakos sigue deslumbrado por los recuerdos de la noche anterior. Agua derramándose por la piel magullada. Incluso ahora, Bell es una brizna de flor, pétalos brillantes. Demasiado atractivo en el abrigo de Rakos. Rakos debería arrancarlo antes de que se lo lleve el viento. Sí. Tal vez sus motivos para rescatar a Bell no son tan altruistas después de todo. —¿Para qué son los adornos? —pregunta Bell. En la plaza de Orthin se levantan tiendas de campaña y pancartas. Un grupo de niños está sentado sobre una pila de barriles, lanzando guijarros a un trabajador que maldice. Con el ceño fruncido, Rakos cuenta los días transcurridos desde su despertar y secuestro. —El Equinoccio de Briars es en cinco días. Deberíamos pasar desapercibidos hasta que acabe y luego tomar una caravana que se dirija al norte. Bell se gira y Rakos tiene que agarrarle el codo antes de que la multitud los separe. —¿Por qué tenemos que pasar desapercibidos durante el festival? —Habrá más soldados alrededor y gente de fuera de la ciudad. —Rakos entrecierra los ojos—. Quieres ir al festival.
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—¿Por favor? —Los ojos de Bell son enormes, tan abiertos y lastimeros que Rakos casi pierde el equilibrio. Suelta el codo de Bell. —No necesitas mi permiso. —Por supuesto que no. —Bell sostiene esta vez el codo de Rakos—. Sin embargo, quiero tu cooperación. Nunca he estado en un festival de Draskora antes… Rakos suspira. —Muy bien, tú ganas. Te acompañaré al festival. —Eres el mejor —dice Bell. Esta es una mala idea. Pero Rakos ya tiene bastantes problemas para rechazar las malas ideas cuando no se declaran así. *** —¿Dónde deberíamos encontrarnos si nos separamos? —Bell pregunta cinco días después. Con los ojos brillantes, prácticamente vibra de emoción. Ha pasado la mayor parte de los dos días anteriores durmiendo la siesta y el descanso le ha sentado bien. A Rakos le gusta el brillo de su piel, la rapidez de su sonrisa. Ambos pasaron las últimas dos horas persiguiendo a Bastard por la habitación para cansarla y poder dejarla en la posada mientras asisten al Equinoccio de Briars de Orthin. Una maraña de tiendas y toldos cubre toda la plaza y las manzanas circundantes, superponiéndose y alternándose, dejando al descubierto apenas un atisbo de cielo estrellado. La magia y los farolillos lo iluminan todo con la misma intensidad que la luz del día y los braseros mantienen caliente el verano del festival. Apenas se ve un abrigo o una manga larga mientras la gente de Orthin se balancea desarmada y embriagada de puesto en puesto. —No nos vamos a separar. —Por supuesto que no —dice Bell alegremente—. No lo tengo previsto, al menos. Rakos empieza a entender porqué la familia de Bell lo tiene tan controlado. Sin vigilancia, Bell puede distraerse en cualquier momento. Por eso Rakos no deja de mirar a Bell cada poco tiempo. No porque Bell esté vestido para el calor del festival con una camisa nueva de manga corta. Parchada, de segunda mano, le queda demasiado grande. El verde intenso hace que su piel brille con un tono dorado pálido. Especialmente cuando
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el cuello demasiado grande se mueve, dejando al descubierto las líneas de su hombro. Rakos lleva una túnica sin mangas, negra descolorida y probablemente de tercera mano. Incluso con el monedero de Ludvik y la sorprendente cantidad de oro que Bell ganó vendiendo cualquier baratija que tuviera, están siendo ahorrativos. La túnica es cómoda, pero cada vez que el brazo de Rakos roza el hombro de Bell, o Bell lo agarra para señalarle algo, su piel desnuda se inflama en llamas demasiado placenteras. Como ahora, cuando Bell engancha un brazo alrededor del suyo. —Hay magia en ese barril —Su aliento patina sobre la piel de Rakos—. Y en esa mujer con las tazas y el guijarro. Bajo un toldo negro, un equipo de mercaderes vierte un dudoso líquido marrón en vasos de madera a cambio de oro. Normalmente, Rakos estaría dispuesto a participar en una juerga misteriosa, pero quizá no cuando está huyendo por falsas acusaciones de traición. Nunca estaría dispuesto a que le estafaran con tazas… excepto cuando entre la multitud divisa una cuña de soldados uniformados de negro. Es mejor mantenerse ocupado y fuera del camino. Las tazas no son una mala opción. Rakos le da un codazo a Bell entre los omóplatos. —¿Quieres ver cómo hago trampa? Dime qué parte es mágica. —Es un encantamiento —susurra Bell mientras se acercan a la destartalada carpa dorada. La colocación junto a la tienda del licor misterioso es inspirada; tres borrachos están en fila para ser estafados. Una mujer de pelo plateado está sentada detrás de una mesa, barajando un pequeño disco debajo de tres tazas de madera— Hay un hechizo en cada una de las tazas. ¿Qué vas a hacer? —¿Qué premio quieres? —Rakos señala los objetos que cuelgan de las vigas del toldo. Cintas y flores tejidas y horribles muñecos de paja. Tal vez es la luz, o tal vez Bell realmente se sonroja. —Déjame pensar. La mujer es una tramposa rápida y los tres civiles que les preceden se marchan rápidamente sin premio. —Suban, suban —llama con una amplia sonrisa—. ¿Se atreven a probar sus ojos contra las manos de Petunia? Tengo las terceras manos más rápidas de Fellrin, lo que las convierte en las más rápidas de Draskora.
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Petunia tiene unos sesenta años y su rostro, regordete y bronceado, está surcado de arrugas. Sus cabellos, antaño negros y puros, se entrelazan en un moño. Se parece inquietantemente a la abuela materna de Rakos, que se mudó de Fellrin cuando era niña. —Muy intimidante, pero lo intentaré. —Rakos apoya las puntas de los dedos en el tablero de la mesa—. ¿Cuánto cuesta? Petunia golpea el tarro de monedas. —Una de plata para probar, dos para la buena suerte. —Una de plata será. —Rakos atrapa la muñeca de Bell—. Oye, estoy ganando esto por ti. No es divertido si pagas por ello. Bell está definitivamente sonrojado ahora. Petunia pone su disco de plata sobre la mesa y coloca tres tazas detrás. —El juego es sencillo. Yo taparé la piedrecita y barajaré las tazas; lo único que tienes que hacer es mirar en qué taza está el guijarro. Luego, señalas en qué taza crees que está el guijarro, yo la levanto y te equivocas. ¿Crees que puedes recordar cómo funciona? —Eres sorprendentemente honesta al respecto —dice Rakos. Petunia arruga los ojos. —Nada es divertido si es fácil, ¿verdad? Ahora, mira a ver si tus ojos jóvenes pueden seguir el ritmo de las manos envejecidas de esta arpía. —Vamos, no puedes tener ni un día más de cuarenta. —Rakos necesita un momento más, su magia se escapa de su núcleo, un músculo mental relaja su agarre. Las sombras bajo las copas acogen su poder y el encantamiento se desvanece con la menor flexión mental. Detrás de él, Bell aspira. —No me insultes, muchacho, estoy orgullosa de mis años —dice Petunia alegremente—, todavía era joven y estúpida a los cuarenta. Fíjate bien, ahora. Sus manos son tan rápidas como había prometido. Las copas se mueven y repiquetean sobre la mesa, ocultando el sonido del disco que golpea los lados de la taza. Probablemente ni siquiera necesite el encantamiento para confundir a la mayoría de la gente pero Rakos está acostumbrado a detectar fuerzas enemigas en tierra y a seguir su ala desde lejos a través del cielo nublado. Cuando Petunia detiene las tazas y extiende las manos en anticipación, Rakos señala. —¿Tengo suerte?
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—Oh, querido, veamos, eres... ¿sí? —El disco de plata brilla bajo la taza levantada. Petunia, a su favor, sólo vacila un momento antes de forzar una fina sonrisa—. Felicidades, supongo. —Fue duro. —Rakos retira su magia. Sólo usó un toque, y el encantamiento debería restaurarse en una hora más o menos si estaba bien puesto—. Elige tu premio, Bell. Mientras Bell inspecciona los premios colgados, Rakos desliza otras cuantas monedas de plata en la copa, y la expresión agria de Petunia retrocede. No dice nada, sólo se levanta para tomar el premio que Bell le indica: una corona de flores azules y verdes, tejida con cintas de seda blanca. —Eso te queda bien —dice Rakos con una sonrisa. Bell le devuelve la sonrisa, con los ojos tan brillantes como las linternas. En sus manos, la corona parece florecer y los pétalos adquieren un color más intenso. —No es para mí. Agáchate. —¿En serio? —pregunta Rakos, pero obedece. Cierra los ojos mientras Bell le coloca la corona en la cabeza y la fragancia de las flores le envuelve. Las yemas de los dedos de Bell le rozan el pelo cuando se retira. Bell vuelve a levantar la mano y ajusta la nueva corona de Rakos. —Te queda bien. —Jodidamente adorable —dice Petunia—. Ahora lárgate. Tengo otros clientes valiosos. Rakos saluda, luego agarra la mano de Bell y tira de él. Deambulando por el festival con flores en el pelo y un apuesto juglar a su lado, Rakos no recuerda la última vez que se sintió así. A gusto. Mareado. Hay algo liberador en caminar entre la gente sin ser evitado o venerado por su posición. Le compra a Bell una barrita de miel para que se la coma, y acaba comiéndose él mismo la segunda mitad cuando Bell se queja de que está demasiado dulce. Se lame el dulce de la punta de los dedos y siente los ojos de Bell clavados en él. El creciente interés de Bell no es sutil. Rakos aún no ha decidido qué hacer al respecto. Sabe lo que quiere hacer. Pero nada de eso sería justo para Bell cuando Rakos miente en tantas cosas. Una tienda cercana emite melodías. Rakos toca el brazo desnudo de Bell. —Oye, hay un concurso de canto por ahí. Deberías participar.
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—¿Qué? ¿Por qué? —Los ojos de Bell se abren de par en par, luego se desvían de los de Rakos—. No, parece un poco abarrotado. —Vamos —coacciona Rakos, avanzando—, tú también puedes ganarme un premio. —Vale, vale. —Bell se relaja—. Un segundo. Quiero escuchar a los otros concursantes primero. Conoce a tu enemigo y todo eso. —Todo un maestro estratega. —Hermano equivocado —dice Bell distraídamente. Se detiene bajo un árbol, con las ramas desnudas salvo por los faroles que cuelgan de él y apoya el hombro en el tronco. Rakos mira de reojo al árbol. Algo en la charla sobre maestros estrategas le recuerda a Audric Sandry, primer príncipe de Silaise. Rakos solía pensar que la magia de los árboles sonaba inútil hasta que luchó contra el príncipe Audric en la Guerra del Largo Verano. Las afiladas tormentas de hojas de Audric casi arrancaron a Rakos de la espalda de Sarka más de una vez. Y el asalto terrestre de los silaisanos era imposible de defender desde arriba cuando Audric estaba en el campo de batalla. Ni siquiera abrasando la tierra con fuego de dragón se podía detener por completo a las violentas raíces. Un fuerte crujido interrumpe la reminiscencia de Rakos y el pabellón cruje sobre el concurso de canto. Todo el toldo se sacude cuando un poste se hunde repentinamente en el suelo. Las canciones se convierten en gritos y tanto los concursantes como los espectadores se apartan antes de que el toldo se venga abajo. Rakos arrastra a Bell fuera del camino de la multitud. —¿Es que la gente no sabe construir tiendas? —Oh, no —dice Bell—, ¡el concurso! —Afortunadamente, no parece demasiado decepcionado. —Olvida el concurso. Vamos a ver si... ¡joder! Una cabeza pelirroja familiar se abre paso entre la multitud, seguida de otra cabeza verde familiar. Espadas envainadas a la espalda, sus coronas de fiesta de color negro-rosa contrastan extrañamente con las gélidas expresiones. Zuzana e Indra, las drasgard del Príncipe Vana. Rakos no debió de matar a Zuzana en la estación de paso como había pensado, después de todo. Agachando la cabeza, Rakos aprieta el hombro de Bell. —Por aquí — suelta, aunque sigue sin saber adónde ir.
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—¿Qué pasa? —La gente de Vana está aquí. Vamos, probablemente no reconocerán... Hay un fallo en los planes de Rakos. Puede que Zuzana e Indra no reconozcan a Rakos desde lejos con el pelo así de estropeado. Pero saben cómo es Bell, y saben que él y Rakos escaparon juntos. No puede dejar que vean la cara de Bell más de lo que puede dejar que vean la suya. Pero huir también atraería sospechas. Rakos tira de Bell hacia un callejón y lo empuja contra la pared. Se inclina y golpea con el antebrazo la madera que hay junto a la cabeza de Bell, entre la cara de éste y el resto del público. El jadeo de Bell roza los labios de Rakos y el oscuro callejón se silencia a su alrededor.
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❧ CAPÍTULO ONCE. Bellamy.
Bellamy se queda sin aliento y la noche se vuelve gélida contra su piel. Rakos le rodea por completo, desde el brazo apoyado junto a su cabeza hasta el muslo apretado contra el suyo. Cuando Bellamy inhala, saborea la miel del aliento de Rakos. Quiere probar más. —No te muevas —la orden baja de Rakos se retuerce en cada nervio de Bellamy—. Cuando se hayan ido, saltaremos ese muro. Bellamy no mira al muro indicado. Está demasiado distraído con el muro de hombre frente a él, la piedra áspera detrás, el rápido palpitar de su corazón. Levanta la cabeza y los ojos de Rakos se entrecierran. —¿Siguen ahí? —Bellamy pregunta. El largo pelo de Rakos roza la mejilla de Bellamy. —Se están moviendo, pero no lo suficientemente rápido. —Lástima. —Bellamy toca el cuello de Rakos, frota su pulgar sobre el pulso acelerado de Rakos. Quiere probar más. Quizá no sea tan absurdo después de todo. La mirada oscura de Rakos y el creciente calor estimulan la confianza de Bellamy—. Si fingimos besarnos, podríamos ser un poco más realistas. Rakos se sobresalta y luego esboza una sonrisa. Las flores de su pelo le dan un aspecto aún más gloriosamente salvaje. —¿Podríamos? —Sólo bromeaba. —Bellamy se muerde el labio—. A menos que… Rakos se inclina. Los ojos de Bellamy se cierran mientras sus labios se deslizan juntos. Sin titubeos. Nada tentativo. Chocan como un relámpago. Un batir de alas dispara el pulso de Bellamy hacia el cielo. No sabe cuándo las manos de Rakos caen hasta su cintura, borrando cualquier distancia entre ellos. Bellamy nunca ha sido besado así. Rakos le saquea la boca con confianza, y es lo más caliente que Bellamy ha sentido nunca. —¿Suficientemente realista para ti? —murmura Rakos contra sus labios. A Bellamy le flaquean las rodillas. —No está mal.
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—¿No está mal? —Rakos pasa un dedo por el labio de Bellamy—. Te mostraré que no está mal. Se traga el siguiente gemido de Bellamy. Bellamy rodea el cuello de Rakos con los brazos, sintiéndose absolutamente desvergonzado. El festival se desvanece. No le importa que se acerquen los drasgard. Lo único que le importa es la voraz presión de la lengua de Rakos, las anchas manos que se meten en su holgada camisa. Seguro que los transeúntes pueden verlos. El callejón no está tan apartado. Más allá de los faroles y las cintas colgantes, Rakos y Bellamy son claramente visibles. Pero a nadie le importa. No es como Sandrelle o Tavoc, donde todos los cortesanos y guardias conocen a Bellamy de vista y por su sigilo. Donde cada uno de sus movimientos se sopesa con la trama existente de esquemas cortesanos. Donde bailar demasiado tiempo con Emile Pellerin podría enviar rumores desventajosos a oídos de la Casa Marcel. Nadie en Orthin sabe qué es un príncipe. Rakos no sabe que es un príncipe, y la culpa de Bellamy carece de importancia cuando Rakos lo devora así. Está aturdido y sin aliento cuando Rakos se aparta, con la corona de flores torcida y una sonrisa de suficiencia en los labios. —Se han ido. —¿Quién? —Bellamy pregunta estúpidamente—. Cierto, deberíamos parar. Todavía sonriente, Rakos le empuja hacia el callejón. Bellamy le sigue torpemente de rodillas. A duras penas consigue saltar la pared con la ayuda de Rakos y su piel cobra vida con su tacto. Aterriza con un tembloroso golpe en otro callejón y las ratas se dispersan chirriando en la oscuridad. Fuera del recinto del festival, la noche hiela su piel caliente a través de su camisa clara. Rakos aterriza a su lado, con la corona de flores intacta. Su túnica sin mangas se agita y deja al descubierto un pecho macizo. Bellamy quiere volver a besarle. No, quiere mucho más que otro beso. Y por la forma en que Rakos lo abrazó en ese callejón, Bellamy cree que Rakos estaría dispuesto. Vive y aprende. Comete errores. Pero la fría noche despierta a Bellamy de su aturdimiento y el sentimiento de culpa se agudiza bajo su piel. Bellamy sabe quién es, aunque nadie más lo sepa. Su corazón se retuerce y arde de deseo, pero no se atreve a dar un paso más.
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—Eres un buen actor —dice Bellamy, rompiendo el silencio. Rakos se ríe al cabo de un momento. —Lo mismo digo. —Se aleja por el callejón y hace un gesto a Bellamy para que le siga—. Grita si ves magia. Con la mano sobre los labios, Bellamy le sigue. *** Los dos días siguientes pasan como si el beso nunca hubiera ocurrido. Como si a Bellamy no le hirviera la sangre cada vez que piensa en ello, que es cada vez que la luz del sol pasa sobre los pómulos dorados y pecosos de Rakos. Cada vez que Rakos sonríe. Se estira. Pasa golosinas a Bastard. Lo más cerca que Bellamy está de Rakos es vistiendo su abrigo de piel de wyrm. Cada vez que se lo pone, siente un cosquilleo en los hombros, como si Rakos estuviera de nuevo detrás de él, respirándole en la nuca y volviéndole loco. Su nueva habitación tiene dos camas. Bellamy sueña despierto con romper una de ellas. Pasa la mayor parte del tiempo descansando mientras Rakos organiza el transporte. Entre las ventas de joyas de Bellamy y el misterioso monedero de Rakos (Bellamy pregunta, y Rakos se limita a guiñar un ojo y decir que no quiere saberlo) se sienten cómodos. Siempre y cuando Rakos se encargue del trueque, en lugar de Bellamy. Rakos les alquila un vagón privado en una caravana que se dirige a Ostomar, donde encontrarán un nuevo medio de transporte hasta Parsk. Tienen su propio conductor y todo. Claro, tienen que compartir el vagón con cajas de mercancía. Pero es mejor que las otras opciones. La caravana será un viaje de cinco semanas. A caballo sería más rápido. — Montando un dragón no tardaríamos nada —murmura Rakos una vez mientras planean. Pero no parece molesto cuando Bellamy confirma que no puede aguantar todo el viaje a caballo. Simplemente tiene en cuenta las limitaciones de Bellamy y planifica en consecuencia. El día de su partida, Bellamy observa boquiabierto el patio de carga. La caravana de doce carros es un surtido inconexo de mercaderes y artistas, llevados en vanguardia y retaguardia por magos mercenarios. Los vagones van desde sencillas construcciones de paredes negras hasta elaborados carruajes de hierro y tonos brillantes. Hombres y mujeres cargan las últimas cajas, y una mujer resplandeciente de magia revisa cada uno de los caballos en sus arneses.
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Especialmente en el norte, viajar en grupo es más seguro en Draskora. Los jefes de caravana ganan dinero extra alquilando espacio libre en vagones y conductores a viajeros solitarios que buscan la seguridad de viajar en grupo. —¿Qué haces tú aquí? —grita una voz femenina desde lo alto de un carruaje rojo intenso. Petunia, la estafadora de tazas y guijarros, se inclina sobre el banco de su vagón, coronada por un enorme sombrero de paja. —Lo mismo que tú, parece. —Rakos se sombrea los ojos con la mano para mirarla—. Encantado de verte, vecina. —Que te jodan —Petunia gruñe—, tienes suerte de que mis tazas se arreglaran solas al final de la noche o te vendería a un mago de sangre para recuperar las pérdidas. —Como si pudieras atraparme —replica Rakos. Se intercambian indirectas, más alegres cuanto más graves son las amenazas y los insultos, mientras Bellamy permanece callado. Hay un detalle del festival que aún le molesta. ¿Cómo engañó exactamente Rakos a Petunia? Los hechizos de la taza se atenuaron claramente mientras Rakos hablaba con ella. Pero no había señales de contrahechizo o distracción o cualquier otra explicación que a Bellamy se le ocurra. ¿Rakos también esconde talento mágico? La discusión de Rakos y Petunia continúa hasta que el vagón tiembla porque alguien golpea la pared interior. Un hombre grita: —¿No puede esperar hasta mediodía para hacer amigos, señora? Algunos trabajamos de noche. —¿Llamas a eso trabajo, Teodor? —Petunia le grita y luego señala a Rakos con la mirada—. Las manos fuera de mis tazas, soldado, ¿me oyes? Rakos se congela, luego se relaja tan rápidamente que Bellamy podría haber imaginado la breve tensión. —No soy soldado. Sólo un granjero. —Le da una palmada en el hombro a Bellamy—. Vamos, nuestro vagón está por aquí. Creo... joder. Bellamy se tambalea mientras Rakos lo arrastra entre un vagón y una pared. Antes de doblar la esquina, vislumbra a un hombre delgado con el pelo azul pálido. —¿Qué pasa? —Bellamy pregunta. —Nada. —Rakos afloja su agarre en el hombro de Bellamy—. Vale, bien, deja de mirar. ¿Has visto al tipo del pelo azul? Le engañé a las cartas el otro día. Aléjate de él.
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Bellamy se queda mirando. —Apenas llevamos una semana en Orthin. ¿Cómo has hecho tantos enemigos? —Talento. La mano de Rakos se desliza por la columna vertebral de Bellamy hasta posarse en la parte baja de su espalda, y Bellamy se da cuenta de repente de lo cerca que están. El calor y el olor, el contacto casual, ¿tiene Rakos idea de lo que le está haciendo a Bellamy? ¿Tiene idea de lo desequilibrado que se siente Bellamy cuando se aleja? Rakos mira alrededor del vagón. —No hay moros en la costa. Bellamy apenas recuerda de qué se escondían. Algo se arruga detrás de él y la mirada de Rakos se desvía por encima de su hombro. Se endurece, como la amatista fría. Bellamy apenas capta la palabra "se busca" en el papel clavado antes de que Rakos lo arranque de la pared. Todo el buen humor desaparece de la cara de Rakos, como si las últimas dos semanas nunca hubieran ocurrido. Como si Rakos siguiera siendo el depredador desesperado e instintivo que Bellamy desencadenó por primera vez en el calabozo de la estación de paso. —¿Qué es eso? —Bellamy pregunta. Rakos arruga el papel en su mano. —Nada. Mira. —Hace una mueca—. Hay demasiada gente por aquí. Me reuniré contigo después del primer punto de control. —¿Qué? —Bellamy agarra la manga de Rakos—. ¿Me estás dejando? —Volveré en dos horas. Quizá tres. —Rakos sonríe—. Siéntate con Petunia. —No lo entiendo. —Más preguntas y protestas se amontonan en el fondo de la garganta de Bellamy. Un sentimiento tan crudo e intenso como aquel beso detrás del festival, sin nada de la calidez. —No tienes que entenderlo —dice Rakos—. Sólo confía en mí, ¿vale? Si fuera a dejarte, lo diría. Si digo que vuelvo, vuelvo. Bellamy aprieta los labios. Quiere protestar. Discutir. Pero el jefe de la caravana grita órdenes y los vagones delanteros se alejan. A Bellamy se le acaba el tiempo y no confía en Rakos, pero quiere hacerlo. Extiende la mano. —De acuerdo. Pero dame tu monedero. —¿Qué? Bellamy levanta la barbilla. —Quiero garantía.
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Rakos desata su monedero y lo deja caer pesadamente en la palma de la mano de Bellamy. —Ahora vuelvo. Pórtate bien. —Sin promesas. Rakos se ríe. Toca la mejilla de Bellamy y se aleja a trote de la zona de carga. Petunia refunfuña cuando Bellamy le pregunta para viajar con ella, pero se aparta para hacerle sitio. Se queda callada, a veces regaña a los caballos en voz baja, y casi siempre deja tranquilo a Bellamy. Sentado a su lado en el banco acolchado, Bellamy abraza a Bastard e intenta no preocuparse. Fracasa. Bellamy no sabe si está preocupado por sí mismo o por Rakos. Ni siquiera sabe por qué está preocupado. ¿Es más preocupante que Rakos se haya ido, o que Bellamy esté tan preocupado por la ausencia de Rakos? No debería estar tan apegado a Rakos. La primera vez que se vieron, Rakos intentó estrangularlo. Hace una semana, abandonó a Bellamy en Orthin. ¿Debería realmente importar que Rakos tocara su cara tan suavemente durante el festival? El vagón retumba suavemente bajo él. Los caminos de Draskora no son peores que los de Silaise. Bellamy gira la cabeza cuando salen de la zona de carga. Los edificios son diferentes, todo gárgolas con el ceño fruncido y grotescas almenas. El humo y la magia empañan el cielo. Pero la gente no es tan diferente como él pensaba. Los panaderos de Draskora también encienden sus hornos antes del amanecer. Petunia parece simpática, a pesar de las quejas y los engaños flagrantes. La caravana abandona las afueras de Orthin, siguiendo un ancho camino paralelo al río. A su alrededor se extienden tierras de labranza otoñales, entremezcladas con bosquecillos indómitos. En el camino se alzan dos torres grises. Estaciones de paso de drasgard, como donde Bellamy conoció a Rakos. —¿Estás huyendo por algo? —Petunia pregunta de la nada. Bellamy juguetea con la bolsa de Bastard. —Yo no. Chasquea la lengua. —Y estoy en los florecientes treinta y nueve años, como dijo tu hombre. Sólo mantén la boca cerrada si el drasgard hace preguntas, ¿de acuerdo? —No estoy huyendo, y él no es mi hombre —insiste Bellamy por encima de su bufido burlón—, pero mantendré la boca cerrada. —No quiero problemas en mi vagón. Teodor es una maldita arpía cuando se despierta antes del mediodía.
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—¿Teodor? —Bellamy mira hacia la ventana enrejada detrás de ellos. —Socio de negocios. Un grano en el culo. Él y Merry están durmiendo ahí mientras yo hago todo el trabajo. Oh, aquí vamos. La caravana se detiene frente a las estaciones de paso. A Bellamy se le acumulan los nervios en el estómago cuando los tríos de drasgard se despliegan entre los vagones. Abren todas las puertas para realizar una comprobación superficial. Una soldado permanece apartada, con una túnica más larga abierta sobre su uniforme. La magia pulsa constantemente alrededor de sus manos, sin efecto inmediato. ¿Comprobación de piedra caliza ilegal? En el vagón de Petunia, los drasgard ignoran por completo a Petunia y Bellamy para aporrear la puerta lateral. —Drasgard, abre —ladra un joven brusco. Petunia se tapa la boca con los ojos brillantes cuando se abre la puerta. —Cobro extra por las llamadas matutinas, guapo —llama una voz alegre desde el interior—. Vaya, son tres. ¡También cobro extra por eso! El drasgard retrocede a trompicones. —¡Disculpas, señor! Quiero decir, señores, no era mi intención… —Por el amor de Dios, hombre —le dice uno de sus colegas, apartándole para completar una inspección superficial. Hace señas al vagón para que avance, antes de continuar por la fila. Bellamy parpadea. —Están… —¿Desnudos? Probablemente. Eso que escuchaste fue Merry —Petunia cacarea y cambia su agarre en las riendas, instando a sus caballos hacia adelante. Luego se echa hacia atrás y golpea la pared—. Hoy tenemos compañía educada. Ponte unos malditos pantalones si te levantas. El hombre alegre, Merry, ríe desde dentro. —No tengo intención de levantarme. Levantarlo, en cambio… —Cierra el pico —gime otra voz. Teodor. El vagón se sacude con un sonido violento, luego se asienta. La tensión se desata de los hombros de Bellamy. Sí. Los draskoranos no son tan diferentes de los silaisanos. Tampoco es que Bellamy haya socializado antes con charlatanes y trabajadores de cama silaisanos. Entonces la carreta pasa por la estación de paso y Bellamy ve la estructura que hay junto a ella: una larga horca de hierro. Tres cadáveres cuelgan de la barra horizontal superior, no del cuello sino de las muñecas. A Bellamy se le revuelve el estómago. Uno de ellos es casi
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esquelético, con harapos de ropa y carne pegados a los huesos. Le faltan algunos huesos. Los otros dos cuerpos están frescos. Hinchados a reventar y llenos de moscas. Bellamy se estremece. —¿Problemas? Oh —Petunia no suena sorprendida o disgustada. Como si esto fuera normal—. ¿No ejecutan a la gente de dónde eres? —Rara vez —dice Bellamy—. Es privado y rápido. Quiere apartar la mirada, pero no puede. Como si le debiera a estos tres cadáveres, a estas tres personas, ser testigo de sus restos. Sus destinos. Colgados de las muñecas. A Bellamy se le revuelve el estómago. No sabe cuánto tiempo llevaría eso, pero no puede haber sido rápido. —No hay cuervos —dice Petunia contemplativa—. Qué curioso. Debería haber cuervos. Bellamy acerca el abrigo de Rakos contra el frío. En el cielo otoñal, el único movimiento es la silueta de un halcón solitario que gira en círculos. Una hora más tarde, un fuerte golpe saca a Bellamy de su aturdimiento. Se inclina sobre el banco y encuentra a Rakos trotando junto al carro, con una sonrisa en la cara que desaparece en cuanto establece contacto visual con Bellamy. — Baja. ¿Me has echado de menos? Saltar del carro es difícil con sus piernas entumecidas y temblorosas; se tambalea al aterrizar, justo en el abrazo de Rakos. Se aferra a él, inhalando, hasta que se estabiliza, pero sigue sin soltarse. Rakos tampoco lo suelta. Su agarre se mueve vacilante de los brazos de Bellamy a sus hombros. Una mano en su pelo, otra acariciando suavemente su espalda. Como si estuvieran unidos por una comunicación puramente física. —Sí. —murmura Bellamy en el amplio pecho de Rakos. —¿Sí? Las manos de Bellamy se aprietan en el abrigo de Rakos. —Sí, te he echado de menos. Y es aterrador lo reconfortante que le resulta el abrazo de Rakos.
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❧ CAPÍTULO DOCE. Julien.
Julien Sandry, segundo príncipe de Silaise, está metido hasta los nudillos en el culo de su amante cuando alguien aporrea la puerta. —¿En serio? —murmura, sin dejar de tantear... allí. Whisper se sacude debajo de él, mordiéndose un gemido en su bonito labio rosa. Julien nunca se cansará de ver el éxtasis de su rostro, la forma en que siempre parece sorprendido de sentirse tan bien. La forma en la que sus profundos ojos violetas se abren y se ponen vidriosos. La expresividad de cada uno de sus silenciosos sonidos. A Julien le encanta el contraste entre la dulce sumisión y la mortal competencia de Whisper. El pelo dorado y brillante de Whisper está despeinado sobre la almohada de Julien, justo donde debe estar. Después de una semana estresante, se merecen una mañana para ellos solos. Pero los golpes en la puerta continúan, y Whisper desenreda sus manos del pelo de Julien. Le empuja. —Deberías abrir la puerta, o lo haré yo. —No lo harás —replica Julien, retirando los dedos. Todavía está casi vestido, mientras que la ropa de Whisper está... en alguna parte. Y nadie más ve a Whisper sonrojado, desvestido y radiante. Julien se limpia la mano manchada de ungüento en la colcha, se quita la camisa de seda suelta y se la tira a Whisper a la cara. —Tápate. Ahora vuelvo. Vestido sólo con pantalones e hipocresía, Julien recorre su dormitorio y su sala de estar. Pasa junto a la ropa tirada por el suelo y los restos del desayuno sobre la mesa en su camino hacia la puerta que separa su santuario privado del resto del castillo de Greenhaven. —¿Quién es? —Julien grita. —Abre, Jules —responde Audric. Una punzada de ansiedad empaña el enfado de Julien. Lo ignora y abre la puerta de un tirón. —Le dije a mi guardia juramentada que ésta es una mañana sólo para emergencias. Nada de intromisiones.
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Al otro lado del umbral está su hermano mayor. Son de la misma estatura, de complexión similar y pelo castaño oscuro. Pero Audric está muy serio hoy, incluso más que de costumbre. No pestañea ante el estado a medio vestir de Julien ni ante las marcas de arañazos que decoran sus hombros. —Esto es una emergencia —dice Audric. Julien se queda inmóvil, toda molestia y excitación se esfuman. Hay algo en los ojos de Audric, en la tensión de su mandíbula, que dice más que sus palabras. Tiene los nudillos blancos alrededor de un pergamino abierto. —Entrométete —dice Julien y cierra la puerta detrás de Audric. Cuando Audric cruza la sala, todas las plantas colgantes y los árboles en macetas parecen iluminarse, susurrando como por una brisa intangible mientras se inclinan hacia Audric. Disfrutan de la presencia del primer príncipe. La magia de Sandry se adaptó mejor a Audric y algún día puede que incluso llegue a ser más fuerte que Madre. Whisper aparece en la puerta del dormitorio. Ha encontrado sus propios pantalones y la camisa de Julien le cuelga casi hasta las rodillas. Tan silencioso como de costumbre, se reúne con Julien y Audric. —Alteza —saluda Whisper a Audric antes de posarse en el sofá. Al margen de la conversación, pero formando parte de ella. —Disculpa la intromisión, Whisper. —Una sonrisa calienta el rostro de Audric. Se ha llevado bien con Whisper durante sus últimas semanas en Greenhaven, cosa que Julien agradece. En su mayoría. —No olvidaré que sólo te disculpaste con él, no con tu supuestamente amado hermano. —Julien se cruza de brazos—. Basta de rodeos, Audric. ¿Qué pasa? Audric tira el pergamino sobre la mesita. —Bellamy ha desaparecido. A Julien se le cae el fondo del estómago. A su alrededor, la temperatura parece bajar cinco grados. Sólo su propia conmoción, piensa, hasta que los muebles y los árboles traquetean con el viento descontrolado. El alboroto dura solo un instante antes de que Whisper salte del sofá y lo agarre de la mano. En silencio, con cuidado, le atrae hacia sí. —Explícate —muerde Julien, apretando la mano de Whisper en señal de agradecimiento. El barco de Bellamy ya lleva retraso en su regreso a Silaise. Julien ha estado nervioso por eso, tratando de decirse a sí mismo que no es nada. Probablemente
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se retrasaron con la extraña tormenta al norte de las Fauces el mes pasado. Se contuvo responsablemente de abandonar sus obligaciones en Greenhaven para navegar él mismo hasta Tavoc en busca de respuestas. Ahora que las respuestas han llegado solas, a Julien no le gusta nada. El rostro de Audric está tan desfigurado y tenso cómo se siente Julien. Señala el pergamino, que ha rodado hasta el suelo con el breve viento. —Su barco encalló en Draskora hace más de dos semanas. Madre acaba de recibir la noticia de que la Casa Dire capturó al capitán Gregoire y a la tripulación del barco bajo sospecha de contrabando de piedra caliza. —¿Bellamy ha sido capturado? —A Julien se le hiela aún más el corazón— ¿Por qué ha tardado tanto en llegarnos esta noticia? ¿Por qué fueron directamente a Madre, en lugar de a Greenhaven? Whisper se libera del agarre de Julien y recoge el pergamino caído. Vuelve al sofá a leer mientras Audric niega con la cabeza. —Gregoire se las arregló para pasar una carta. La Casa Dire la interceptó, por supuesto, pero es bastante benigna. Gregoire dice que un miembro de la tripulación ya se había separado del grupo antes de ser capturados y firma con un nombre falso. Julien le mira fijamente. —Quieres decir… —Hay más detalles, pero sí. Leyendo entre líneas, parece que Bellamy de alguna manera se perdió por su cuenta antes de que la tripulación fuera capturada. —Joder. —Julien se ríe sin poder evitarlo, porque es eso o gritar— Es lo más Bellamy que he oído. ¿Dónde está? ¿Qué hacemos? —No lo sé —dice Audric—, Madre dice que esperemos instrucciones. Con un poco de suerte, y odio contar con la suerte, la Casa Dire no se ha dado cuenta de que tiene a un capitán de la guardia juramentada en sus manos o de que Bellamy está en algún lugar del país. —En algún sitio —repite Julien—. En cualquier sitio. Joder, Draskora es tan grande y Bell es tan... —Julien inhala y fulmina con la mirada a su hermano mayor—. Alteza, le devuelvo Greenhaven. Por la presente declaro y delego y toda esa mierda oficial. Llevaré a mi guardia juramentada a Draskora para encontrarlo. —Absolutamente no —dice Audric con severidad—. Si actuamos precipitadamente, nos arriesgamos… Julien clava el dedo en el pecho de Audric. —Nos arriesgamos mucho más si nos retrasamos. Bellamy está ahí fuera, está solo y… —Julien —dice Whisper.
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Su voz tranquila basta para captar la atención de Julien. Julien respira hondo y se aleja deliberadamente de su hermano inmóvil. Dirige su mirada hacia Whisper, que ha perdido todo el rubor del placer. Incluso con el pelo despeinado y la camisa demasiado grande que revela marcas de besos en sus estrechos hombros, se sienta con una postura perfecta y profesional. La luz de la mañana ilumina sus ojos violetas, la marca de su lugar de nacimiento. —Yo iré —dice Whisper. Julien entiende perfectamente lo que quiere decir Whisper; Audric es el que dice: —Explícate. —Ya estaba planeando visitar Draskora a finales de este año. Puedo mezclarme entre los lugareños y mi contacto contrabandista puede darme suficientes contactos para empezar. —Whisper deja el pergamino—. Esto entra dentro de mis habilidades. No puedo prometer milagros. Pero si alguien ha visto a Bellamy, lo encontraré. —Piénsalo bien —dice Audric—. Mis fuentes indican movimientos extraños desde el drasgard y la Casa Dire está en alerta máxima. Rakos Tem desertó del cuerpo de dragones el mes pasado... es el caos allí. —Whisper sabe exactamente lo que propone —dice Julien. Se arrodilla ante Whisper en el sofá y toma las delgadas manos de su amante entre las suyas. Las aprieta y la tormenta en su corazón se calma con la certeza en los ojos de Whisper. Julien no quiere separarse de Whisper. No quiere enviar a Whisper al peligro. No te vayas, quiere ordenar una parte de él. Whisper obedecería. Pero Bellamy está en peligro, y Julien confía en Whisper mucho más de lo que nadie cree que debería. Entonces, todo lo que Julien dice es: —Vuelve a mí. Es una orden. —Sí, Alteza —dice Whisper, y se inclina hacia el beso de Julien.
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❧ CAPÍTULO TRECE. Rakos. —Es tan agradable hacer nuevos amigos en el camino —dice Merry—. ¿Más oporto16? Rakos sostiene su jarra, luego se apoya contra la rueda del vagón. Esta noche, Bell está en su vagón con dolor de cabeza, mientras Rakos se sienta con Petunia, Merry y Teodor. No tenía intención de hacer amigos en esta caravana. De hecho, evitó intencionalmente al resto de viajeros durante las paradas de descanso. Pero como Petunia y sus socios parecen querer también privacidad, los dos grupos han acabado compartiendo comidas unas cuantas veces. Además, el vagón de Petunia tiene linternas. Merry es un hombre alto y regordete, cercano a los veintiséis años de Rakos, con una frondosa cabellera rubia y una extravagante túnica púrpura. Tiene la costumbre de inclinarse hacia él y pestañear, lo que Rakos pensó al principio que era una actitud profesional, pero puede que sólo sea la personalidad de Merry. Su compañero es ciertamente menos coqueto, a pesar de compartir la profesión de Merry. Teodor se recoge el pelo oscuro cuando no está trabajando y nombra una cultura de origen distinta cada vez que alguien le pregunta. Su humor fluctúa entre el aburrimiento y el enfado, parece más dispuesto a apuñalar a una persona que a acostarse con ella. Probablemente haga ambas cosas, por un precio. A algunos les va eso. —De todas maneras ¿A dónde se dirigen usted y el pequeño Bell? — pregunta Merry, dando un trago a su botella de oporto antes de entregársela a Teodor. Haciendo una mueca, Teodor limpia el cuello de la botella con la manga antes de servir su parte. —No te paga para que coquetees. —Y es un puto tramposo —añade Petunia. —Seguí ese guijarro con la mirada. —Rakos da un sorbo a su oporto—. ¿Hay alguna razón por la que debería haber estado bajo una taza diferente? 16
El oporto es una clase de vino; a este se le adhiere aguardiente cuando el vino se está fermentando. Es un vino fortificado.
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Merry ríe a carcajadas y Petunia le lanza una pasa de uva. Él se la devuelve y continúa. —Nosotros nos dirigíamos a Ostomar para pasar el invierno, pero el jefe de la caravana acaba de anunciar un desvío. Habrá una mascarada de sangre la semana que viene en Nost. Rakos silba entre dientes. —¿Sabes quién se bate en duelo? Las mascaradas de sangre son una de las tradiciones más antiguas de Draskora, un vestigio de los días anteriores a que la tierra fuera un reino. Cuando los señores de la guerra y los magos de sangre gobernaban sus propias tribus sin responder ante ninguna autoridad superior. Los duelos entre magos de sangre eran frecuentes y brutales; a menudo mataban no sólo al mago derrotado, sino también a civiles inocentes. Los magos recurrían a cualquier fuente de poder al alcance mágico y la gente común no tiene las reservas internas de magia que permiten a los griales alimentar con seguridad a otros magos. A medida que el caos daba paso al orden, los duelos se hacían más estructurados. Desafíos formales en lugar de emboscadas. Combate público con protecciones. Testigos enmascarados de la nobleza y el ejército. Más tarde, por supuesto, la estructura evolucionó hacia el espectáculo. Un duelo formal entre magos de sangre es ahora un acontecimiento que rivaliza con cualquier festival del solsticio o cumpleaños real. —Ni idea —dice Merry despreocupadamente, acercándose a Rakos. Acerca la botella, pero no se aparta cuando Rakos se niega a rellenar su jarra—. Deberías venir con nosotros. El mayor acontecimiento de tu vida, aunque no trabajes. Te guardaré un baile si no estoy muy ocupado. Unos pasos acercándose atraen la atención de Rakos. Las linternas iluminan el cabello despeinado y los ojos entrecerrados por el sueño de Bell. Sin embargo, no hay nada de somnolencia en la forma en que se deja caer para sentarse junto a Rakos, casi sobre él, y apoya una mano posesiva en su muslo. —Hola —dice Bell de forma neutral. Con los ojos bailando, Merry se retira a su manta con Teodor. La piel de Rakos vibra bajo la mano de Bell. Hay algo tan deliberadamente posesivo en el gesto. —¿Te sientes mejor? —Mayormente. —Bell suelta el muslo de Rakos para tomar una ración de cerdo ahumado y albóndigas. Un aura de mal humor palpable recorre a Bell; sus dolores de cabeza tienden a hundir su estado de ánimo y nunca quiere que le molesten. Así que
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Rakos toma una por el equipo y continúa la conversación con los demás. —¿Van a trabajar todos en la mascarada de sangre? —Yo no —dice Petunia—. Demasiados magos que podrían interferir con mi arte. Merry levanta su botella. —Me estaré partiendo el culo. O mi boca. Ya sabes, dicen... —Que tienes la boca más fuerte de Draskora, sí —dice Teodor. Merry le empuja. —Eso no es lo que dicen de mi boca —Su sonrisa a Rakos se corta tras una mirada a Bell—. Las mascaradas de sangre son perfectas para el trabajo en cama. Muchos magos y nobles adinerados quieren desahogarse, además no quieren acurrucarse después. Si tengo suerte, incluso habrá un jinete de dragón o siete. Rakos da un sorbo a su oporto, intentando disimular su repentino interés haciendo una pregunta que no le interesa. —¿Sabes qué Casas asistirán? —Déjame pensar... —No tiene ni idea —dice Teodor. —¿Qué pasa con los jinetes de dragón? —La voz de Rakos es normal, está seguro. No le afectó la mención de dragones, ni el muslo de Bell apretado contra el suyo. —Qué más da, mientras estén borrachos y sean ricos. —Merry suspira, soñador e inútil—. Aunque no hace falta que sean ricos, siempre que lo compensen... en otro sitio. Hey, tal vez Rakos Tem estará allí. Te lo follaste una vez, ¿verdad, Teo? Rakos se atraganta con su siguiente sorbo de oporto, y Bell se queda rígido a su lado. —Jinete de dragón equivocado, era Kamil Ivo. Y follar es una palabra fuerte. —Teodor se estira, cruje el cuello y una sonrisa de suficiencia cruza su rostro—. Lloró mientras le miraba hacerse una paja y luego pagó el triple. De todos modos, ¿no has oído que Tem desertó? Está por todas partes. Ok, primero, Rakos no necesitaba saber eso de Kamil. Y segundo… —¿Es Rakos un nombre común en Draskora? —pregunta Bell. Rakos se tensa. No sabe qué hará si alguien contesta mal. Si Bell piensa demasiado en esto. Pero Merry salva el día. —Estúpidamente común. Mi verdadero nombre es Rakos, en realidad. —Ladea un pulgar hacia Petunia—. Su segundo marido fue... —No hablamos de mis maridos —dice Petunia con serenidad.
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—Bien. Por supuesto. No me visites luego si quieres cotilleos sobre los maridos de Petunia, porque soy prudente y no diré nada. —Merry guiña un ojo y se levanta de un salto—. Bien, ¡olvidé algo! Ahora vuelvo. Al subir Merry al vagón, Teodor toma para sí la botella de oporto. Rakos intenta relajarse contra la rueda del vagón por si Bell percibe su tensión allí donde se apoyan. No se atreve a mirar a Bell a los ojos. Merry regresa instantes después portando un largo maletín de madera. Se arrodilla junto a Teodor y abre los pestillos, dejando al descubierto un brillante instrumento de madera pálida. Con un guiño, se lo ofrece a Bell. —Acabo de recordar que una cliente me dio esto hace unos años. O lo olvidó en su aturdido éxtasis. ¿Nos tocas una canción? —Oh. —Bell toma el laúd—. No quiero interrumpir la conversación. Rakos aprieta su muslo, el tacto hormiguea a través de su músculo. — Todavía no te he oído tocar. —Bien. —Bell pasa los dedos por la boca del laúd, sin llegar a tocar las cuerdas. Los gráciles dedos de un músico, piensa Rakos—. Bueno, el caso es que sólo sé tocar el laúd pathan17. —Eso es un laúd pathan —dice Teodor. Merry le da un codazo. —¿En serio? ¿Cómo lo sabes? Odias la música. —Odio tu música. —Bien —dice Bell de nuevo, con una sonrisa alegre—. Te estaba poniendo a prueba. Por supuesto, es un laúd pathan. Ahora, déjame, um, afinar este hermoso laúd pathan... Notas tranquilas e incoherentes se elevan mientras juega con las cuerdas. Rakos se echa hacia atrás. Cuando los finos dedos de Bell se mueven a la luz de la linterna, Rakos quiere cubrir las manos de Bell con las suyas. Cuando Bell se muerde el labio, Rakos quiere ser el que lo muerda en su lugar. —Oh, no —dice Bell de repente. Vuelve a rasgar las cuerdas y el laúd emite un gemido delgado y desigual. Sacudiendo la cabeza, le devuelve el laúd a Merry—. ¿Cuánto tiempo ha estado en tu carro? La madera está abombada. —¿En serio? —Merry vuelve a tomar el laúd. Una profunda abolladura que Rakos no había notado antes capta la luz de la linterna—. Maldición. A lo mejor por eso lo ha dejado la dama. Perdón por ilusionar a todo el mundo.
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Se refiere al origen del laúd; recordemos que Pathan es un idioma hablado en el libro 1…es muy probable que sea una provisiones de o cerca de Fellrin.
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Bell se apoya en el costado de Rakos. —No te preocupes por eso. —Qué pena —dice Rakos, distraído por el frágil calor que arde entre ellos. En cuanto Bell termina de comer, Rakos recoge sus cosas y le hace sombra hacia su propio alojamiento sin luz. Su conductor pasa las noches en otro vagón con el resto de la tripulación de la caravana, dejando solos a Rakos y Bell. La tensión aún bloquea los miembros de Rakos. El verdadero problema no es la pregunta que hizo Bell o que los trabajadores de cama mencionen el nombre de Rakos. Se siente perturbado por su propio alivio abrumador cuando Merry respondió perfectamente y Bell lo aceptó. A Rakos no debería de importarle tanto si Bell ve a través de él. No debería importarle arruinar nada. Su vida ya está arruinada y su única prioridad debería ser reunirse con Sarka. Él se queda con Bell porque el juglar es demasiado lamentable, y dejarlo en Silaise será fácil una vez que tenga a Sarka como transporte. Pero a Rakos sí le importa. Está fascinado por este frágil juglar. La forma en que Bell se abre, cada día más audaz. Incluso hace dos semanas, Rakos no cree que Bell se hubiera atrevido a espantar a Merry de esa manera. A Rakos le encantaría ver lo atrevido que puede llegar a ser Bell. Pero después de todo esto, Rakos se niega a ser quien lo rompa. Si Bell vuelve a Silaise, Rakos está seguro como la mierda que no puede seguirle. Cualquier cosa entre ellos tiene que ser temporal. No puede dejar que Bell se encariñe demasiado, porque despedirse va a ser bastante difícil. Así que es hora de ser honestos. Hasta cierto punto. —Hey. —Rakos se apoya en el borde trasero de su vagón. El suyo no es ni de lejos tan fino como el de Petunia, con una cama de madera lisa y un techo envuelto en paredes de lona reforzada. Tienen que mover las cajas todas las noches para hacer sitio a los sacos de dormir, y luego otra vez por la mañana para distribuir mejor el peso. Bell se detiene, con la mano en el borde del vagón. Escasos centímetros separan la punta de sus dedos, y con Rakos encorvado, están casi a la altura de los ojos. —Hey. La luz de la linterna no llega tan lejos. Rakos sonríe en la oscuridad. — ¿Qué fue eso? La mano de Bell se retira. El espacio extra entre ellos no hace nada para disminuir su cercanía. —¿Qué fue qué?
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—Reclamando tu lugar de esa manera. Ahuyentando a Merry. Rakos desearía poder ver la reacción de Bell con más claridad. Pero la respiración entrecortada es clara: el repentino regreso de la timidez de Bell. — ¿Te importó? —No me importó. —Bien. —La timidez de Bell ha desaparecido. ¿Estaba fingiendo? Encantador—. No quiero complicaciones mientras viajamos. Ya has visto cómo habla Merry. —La boca más fina de Draskora. Incluso en las sombras y a la luz de la luna, el resplandor de Bell es claro. Rakos le tiende la mano y, al cabo de un momento, Bell apoya los dedos en la palma de Rakos. La conexión es cálida. —Yo tampoco quiero complicaciones —dice Rakos—, entonces, seamos claros. Yo absolutamente, con mucho gusto te follaría. La mano de Bell se vuelve rígida en la suya. Rakos continúa. —Pero no puedo dar nada más que eso. No puedo darte nada serio, aparte de mi promesa de llevarte a casa. ¿De acuerdo? Bell no responde. —¿Está claro? —Como el cristal —susurra finalmente Bell. —Bien. —Rakos aprieta la mano de Bell y luego la suelta—. Piénsalo todo el tiempo que quieras y déjame saber si lo que puedo darte es suficiente para ti. Está a punto de decir algo más. Decirle a Bell que se vaya a la cama, dulces sueños, algo cursi como eso. Tal vez ofrecerse a frotarle los hombros de nuevo por razones puramente altruistas… Hasta que los caballos gritan desde el otro extremo del campamento. Los gritos de sorpresa de otros viajeros salpican el aire y Bell salta hacia atrás, con la mano extendida hacia el bosque. Rakos levanta la mirada a tiempo para ver cómo se desvanece una extensión de estrellas. La inmensa sombra sobrevuela en un gran arco. Sube desde el oeste, en dirección norte y este. Detrás de ella ruedan dos sombras más, tapando las estrellas en forma de V. Las sombras dan una vuelta y desaparecen hacia el norte mientras los caballos se posan. La nostalgia se apodera de Rakos. Un abismo de soledad entre sus costillas.
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—Eso fue... —Bell traga saliva—. ¿Eso era un dragón? —Tres dragones —dice Rakos distante, mientras su anhelo da paso a la pérdida. A la traición. Al enfado... consigo mismo. Ha sido un cobarde desde que despertó en esa estación de paso. Escondiéndose entre los árboles y esquivando a los drasgard ordinarios. Soldados a los que podría eliminar de diez en diez si se mantiene firme para hacerles frente. Se ha estado escondiendo, con la excusa de que no sabe quiénes son sus aliados y quiénes sus enemigos. Pero no ha hecho nada para resolver esas cuestiones. Tal vez la mascarada de sangre es la oportunidad que necesita para empezar a tomar medidas y encontrar información. Si hay jinetes de dragones, Rakos los conocerá. Luego. Más tarde. Puede retrasar todo eso un poco más, porque de repente Bell se aprieta contra él, exigiendo toda su atención. El toque de Bell ancla en su sitio las emociones en espiral de Rakos. Bell agarra la mandíbula de Rakos y tira de él hacia abajo, con los ojos oscuros bajo el cielo estrellado. —He terminado de pensar —dice Bell con fiereza. Rakos también deja de pensar cuando Bell le besa para alejar su soledad.
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❧ CAPÍTULO CATORCE. Bellamy.
Rakos se queda inmóvil al principio, y Bellamy saborea ese instante de sorpresa. Que logró conmocionar al hombre. Entonces Rakos tira de él para acercarlo y profundiza el beso, y Bellamy no puede pensar en otra cosa que no sea el placer que todo lo consume. Su sangre se calienta. Su aliento. Rakos es un maestro en esto. Si esto es todo lo que puede darle, Bellamy lo aceptará. Ahora mismo, todo lo que quiere es este momento sin vigilancia. Con toda la atención de Rakos en él. Todo lo que Bellamy necesita es la certeza de que es él quien extrae ese sonido de la garganta de Rakos. No Merry. Ni nadie más. —Recuerda —dice Rakos contra sus labios—. Esto es sólo casual. —Obviamente. —Bellamy enrosca sus dedos en el largo cabello de Rakos, anclándolos juntos. Intenta igualar los movimientos de Rakos, pero una vez más se ve arrastrado. Besar nunca ha sabido tan bien. Ciertamente, Bellamy creía que no valía la pena los problemas en los que Julien se metía por ello, pero ahora, Bellamy se perdería cien banquetes por esto. Manos anchas se deslizan dentro del abrigo de Bellamy para ahuecar su culo mientras Rakos murmura al oído de Bellamy: —¿Quieres que te la chupe aquí o adentro? La polla de Bellamy se retuerce en sus pantalones. —Admito que no había pensado tanto. Rakos se ríe en su pelo con sus dedos clavándose en el culo de Bellamy. — ¿De verdad? Definitivamente he estado pensando con tanta antelación. Las palabras por sí solas hacen que Bellamy se balancee hacia delante con un gemido ahogado, el gruñido en la voz de Rakos se dispara directamente a su polla. Se separa y clava su dedo en el pecho de Rakos. —Adentro, ahora. Bajo la luz de la luna y las lejanas linternas, Rakos espera preparado para abalanzarse, como un felino que merodea por la jungla en busca de una presa muy dispuesta. Bellamy se mete en el vagón con Rakos pisándole los talones.
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El vagón es estrecho para dos hombres y el espacio cerrado se calienta rápidamente cuando Rakos cierra la puerta. Apenas la luz de la luna se cuela por las paredes de lona. Ya han apilado las cajas de mercancías hacia la parte delantera para pasar la noche, pero aún no han extendido sus sacos de dormir. Bellamy no tiene tiempo de preguntarse si deberían antes de que Rakos se amontone tras él. Los dientes le acarician la nuca y Bellamy se estremece de anticipación. Los pocos hombres y mujeres jóvenes a los que Bellamy ha besado antes fueron muy amables con él. Bellamy también fue suave con ellos, porque estaba demasiado nervioso para algo más que el más dulce de los besos. Incluso la vez que se masturbó con Emile Pellerin, tuvieron cuidado de no dejar marcas delatoras. Al día de hoy, nadie sabe qué hicieron en ese armario el día que Bellamy cumplió dieciocho años. Especialmente Claude, que estaba fuera de sí por la desaparición de Bellamy durante treinta minutos enteros. Todo el mundo te vigila, le decía Claude. Todo el mundo es una amenaza. Sé siempre precavido. Aunque ocultar lo de Emile era más para proteger la presión arterial de Julien que la reputación de Bellamy. —Puedes dejar marcas —dice Bellamy esta noche—. Mientras yo también pueda. —¿Sí? —Rakos besa la nuca de Bellamy mientras desliza el abrigo de sus hombros. Se detiene en la correa del hombro izquierdo de Bellamy—. ¿Dónde está Bastard? —Acechando en el tejado de Petunia, la última vez que lo comprobé. Teodor la ha estado alimentando. —Bellamy se quita el bolso sobre su cabeza. Demasiadas capas le separan aún de las manos errantes de Rakos. —¿Has hecho esto antes? —pregunta Rakos. —¿Qué te parece? —Bellamy gime y se da la vuelta en los brazos de Rakos—. No contestes a eso. He tonteado antes, pero nunca nadie… um. Me han chupado. ¿Es esa la respuesta que querías? —Cualquier respuesta está bien, cariño. —Rakos traza los labios de Bellamy con la punta de un dedo—. Te haría olvidarlos de todos modos. —¿Olvidar a quién? —pregunta Bellamy y la risa de Rakos es injustamente deliciosa. Casual, se dice Bellamy mientras Rakos cae de rodillas. Pero no hay nada casual en el ronroneo de la voz de Rakos, ni en la feroz anticipación de sus ojos.
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Trastabillando, Bellamy se apoya en las cajas de carga. Todo el vagón tiembla. ¿Puede toda la caravana oír y ver esto? ¿Sabe todo el mundo qué están haciendo Bellamy y Rakos? ¿A quién le importa? Que escuchen. Bellamy se tapa la boca con la mano, más porque no sabe qué más hacer con ella que por callarse. Porque mientras Rakos se arrastra sobre sus rodillas y empieza a desabrochar los pantalones de Bellamy, éste se siente demasiado abrumado para emitir sonido alguno. Una vez que Rakos se mueve, no se detiene ni se ralentiza. Con un mínimo de torpeza, Rakos tira de los pantalones de Bellamy de las caderas, con calzoncillos y todo. La polla de Bellamy se balancea contra su estómago, ya dura y goteando. La anticipación recorre todos los nervios de Bellamy. —Es una pena. —El aliento de Rakos roza la piel acalorada de Bellamy— Está tan oscuro aquí, que no puedo ver cada centímetro de ti. Bellamy gime a través de sus dedos mientras los firmes dedos de Rakos lo rodean en un anillo de fuego. El tacto irradia a través de él. —Quieres mantener esto casual. ¿Ya estás intentando una segunda cita, sutilmente? —¿Y tú? —Rakos aprieta su agarre. Bellamy gimotea de nuevo. —No tengo ni idea de lo que estoy pensando ahora mismo. —Bien —ronronea Rakos—, cuando termine contigo, no vas a pensar en nada. —Tu arrogante… ¡Oh, mierda! El aullido de Bellamy se escapa de sus dedos cuando Rakos sella su boca bajo su polla. Su mano se curva sobre la longitud de Bellamy, manteniéndolo firme con una dulce y abrumadora presión mientras lame la parte inferior. El calor húmedo de la lengua de Rakos contrasta con la fricción seca de su palma. Aunque su palma no está seca por mucho tiempo, ya que Bellamy gotea de la estimulación. Sus manos vuelan hacia el pelo de Rakos, luego se alejan, inseguras. Rakos se ríe, y la vibración casi lleva a Bellamy al límite. Las manos de Bellamy vuelven a caer sobre el pelo de Rakos. Cuando aprieta los largos mechones, Rakos emite otro zumbido destructivo y complacido.
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Bellamy no tira del pelo a Rakos ni le dirige de ninguna manera. Él no tiene la coordinación para eso. Es simplemente un ancla para apoyarse mientras Rakos cambia su agarre a las caderas de Bellamy y luego se lo traga entero. Un grito estrangulado resuena en la mente de Bellamy. No sabe si consiguió emitir ese sonido en voz alta o no, o si fue amortiguado por su conmoción de cuerpo entero. Rakos lo lleva hasta la raíz de un solo trago, y la presión alrededor de su polla es tan fuerte, tan caliente, que Bellamy ve estrellas. Todo se llena de luz, como si toda la noche estuviera tejida con magia. Rakos tenía razón. Bellamy no puede pensar en nada ahora mismo. Calor húmedo alrededor de su polla. Moretones en las caderas. El propio tamborileo del corazón de Bellamy, resonando cada vez más fuerte hasta que no queda nada dentro de él salvo el sonido. No son pensamientos. Son un torbellino de sensaciones y necesidades. Bellamy se siente vivo. Se siente real. Más que su nombre y sus debilidades. Rakos se aleja de él lo que podrían ser horas después o meros instantes. — Sabes tan bien —gruñe, y vuelve a posar sus increíbles labios en la necesitada polla de Bellamy. Se balancea a un ritmo menos profundo pero más rápido que sigue haciendo girar la cabeza de Bellamy. —Rakos —exhala Bellamy—, no voy a durar. Rakos hace una pausa para besarle la polla. —No te chupo más la polla para evitar que te corras. —Imbécil. —Bellamy echa la cabeza hacia atrás y se abalanza sobre la boca de Rakos. La tensión le recorre, se retuerce, se tensa. Rakos se balancea sobre sus talones, desnudando casi toda la polla de Bellamy y chupa con una dulzura brutal sólo la cabeza. Bellamy ahoga un grito y se arquea, empujando unos centímetros más dentro de la boca de Rakos. Rakos mantiene a Bellamy en su sitio mientras se desenreda, hasta que la última gota de semilla se derrama sobre la lengua de Rakos. Bellamy casi se cae cuando Rakos le suelta la cadera. Pero antes de que pueda vacilar, Rakos se pone de pie. Golpea a Bellamy contra las cajas con tanta fuerza que la madera cruje y junta sus labios. Bellamy gime con el sabor resbaladizo de su propia semilla derritiéndose en la lengua de Rakos. Se agarra a la camisa de Rakos, impotente, mientras Rakos se desabrocha desesperadamente los pantalones.
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Ofrecerse a echar una mano sería justo. Arrodillarse sería caballeroso. Pero Rakos debe estar tan desesperado como Bellamy, y al cabo de un momento, entierra la cara en el hombro de Bellamy para estremecerse al liberarse. El espacio cerrado se queda en silencio, y un calor perezoso y saciado los rodea. Un placer aturdido. Bellamy se encuentra totalmente despreocupado por… Ni siquiera puede pensar en lo que no le preocupa. Este momento es suficiente. —Te corresponderé la próxima vez —dice Bellamy al cabo de un rato. La diversión de Rakos vibra por todo su cuerpo. —Son muchas sílabas para chupar pollas. ¿Y quién está sugiriendo sutilmente una segunda cita ahora? —No es sutil. —Bellamy se muerde el labio en un nuevo gemido mientras Rakos le chupa un moretón en el cuello—. Estoy diciendo explícitamente que quiero chupártela. De una forma casual, sin compromisos. ¿Eso es un problema? Rakos le besa la mandíbula, hasta la comisura de los labios. Presiona su frente contra la de Bellamy. La sonrisa en su voz es clara en la oscuridad: —Me parece bien, cariño. *** Bellamy vuelve a despertarse encima de Rakos. Esta vez, sabe exactamente dónde está. Exactamente el pecho desnudo de quién sube y baja debajo de él. Exactamente contra qué cadera presiona su erección matutina. Bellamy exhala y se incorpora con cuidado. La tentación le empuja a tumbarse de nuevo. Podría pasar la pierna por encima de Rakos y besarlo para despertarlo. Liberar la tensión de la mañana repitiendo el éxtasis de la noche anterior. Pero Bellamy lo desea demasiado. El calor del sol en su corazón es demasiado dulce. Bellamy necesita dar un paso atrás. Respirar. Mantener esto casual. —¿Me estás viendo dormir otra vez? —murmura Rakos sin abrir los ojos. —No —responde Bellamy inmediatamente. —Pequeño mentiroso. —Rakos se frota los ojos y se incorpora—. Ven aquí. Esto es un error, piensa Bellamy mientras la mano de Rakos se desliza por su pelo. Cuando los labios de Rakos se deslizan contra los suyos, secos y apenas
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perceptibles. Más íntimamente cómodos que calientes. Pero de eso se trata. Bellamy se inclina hacia el beso. Está bien cometer errores. Sonrojado, Bellamy se viste y sale primero de la carreta. El largo abrigo de piel de wyrm se mece alrededor de sus piernas, aún más cómodo que antes. El amanecer aún es frágil en el horizonte, y sólo los trabajadores están levantados preparándose para el día que se avecina. La mayoría de los pasajeros no se han movido. Excepto la esbelta y oscura figura de Teodor, agazapado alrededor de una tetera junto a la hoguera de Petunia. Bellamy se acerca y observa la expresión demacrada de Teodor. Tiene el pelo lacio y despeinado, las sombras bajo los ojos contrastan con su piel morena clara. A juzgar por las costuras raídas, su abrigo podría estar al revés. —¿Te encuentras bien? —pregunta Bellamy. Teodor señala el sol naciente. —Me he levantado antes del mediodía. Claro que no estoy bien. Pero es el día libre de Petunia, así que tengo que conducir la maldita carreta. —Oh. No te molestaré, entonces. —Puedes quedarte o lo que sea. Hay té de sobra. Mientras esperan a que hierva el agua, Bellamy se pregunta cómo se las arregla Teodor. Separando la intimidad de los sentimientos. Claramente, no siente mucho apego por sus clientes, ni por nadie. ¿Pero eso se debe a que todos son solo trabajo? ¿Sería más difícil con clientes por los que Teodor se sintiera atraído, o consigue mantener separados los negocios y el placer incluso cuando su negocio es el placer? —Cobro por cuartos de hora —dice Teodor de la nada. Bellamy salta en su sitio. —¿Qué? —Me estas mirando como si quisieras algo. —Lo siento. —Bellamy juguetea con los cordones de su bota—, es que no sé mucho sobre tu, um, profesión. Sé que debe ser difícil. Quiero decir, es una vida honesta… Una sonrisa ilumina el rostro cansado de Teodor. —No como yo lo hago. —Um. Correcto. —Bellamy duda pero continúa cuando Teodor no dice nada más ni le dice que se pierda—. Supongo que me preguntaba cómo evitas, um. Desarrollar sentimientos, ¿después de la intimidad? —No, no vamos a hacer esto. —Teodor pone los ojos en blanco cuando Bellamy se queda mirando confundido—. Primero, no doy consejos gratis.
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Segundo, lo que funciona para mí no funcionará para ti. Merry estaría encantado de darte tres horas de consejos, pero lo que funciona para él definitivamente no funcionará para ti. Así que, lo que sea que estés tratando de averiguar, averígualo por tu cuenta. La tetera silba. Teodor se inclina hacia adelante para sacarla del fuego. —En realidad, es un consejo bastante bueno —dice Bellamy al cabo de un rato. Teodor hace una mueca. —Ugh. Supongo que lo es. *** Una semana después, Bellamy está tumbado sobre dos camas, con un montón de ramas frondosas delante. Se ofreció a hacer las coronas de flores de Merry para la mascarada de sangre, por la culpa de haber estropeado su laúd con la magia Sandry. Hoy, por fin tiene un momento a solas para hacer unas coronas con magia. Hacerlas a mano sería tan desastroso como los collares que una vez hizo para sus hermanos. La caravana está aparcada a las afueras de una ciudad fluvial por la tarde, y la mitad de los viajeros han ido a la ciudad a reabastecerse. Rakos también se marchó, separándose del grupo antes de llegar a la estación de paso drasgard a las afueras de la ciudad. Está mucho más interesado en evitar el escrutinio que Bellamy. A Bellamy le pareció conveniente al principio, ya que él también está intentando evitar el reconocimiento como un descarriado príncipe de Silaise. Pero empieza a resultarle extraño que un simple granjero tenga tanto miedo al reconocimiento. Claro, la evasión de impuestos es ilegal, y la justicia de Draskora es bárbara. ¿Pero realmente los drasgard de todo el país reconocerían a Rakos? Tal vez es el privilegio principesco de Bellamy hablando. Audric le diría que no hiciera suposiciones como esas. Las hojas se desprenden de las manos de Bellamy cuando una voz desconocida profiere algunas maldiciones muy conocida en el vagón de al lado: —¡Mierda! ¡Tú maldito bastardo! Efectivamente, Bastard ya no estaba acurrucada en el rincón en el que Bellamy la vio por última vez. Bellamy abandona las frondosas coronas y salta del vagón para encontrarse una mujer agarrando su sombrero y mirando con odia a un árbol.
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—¡Lo siento! —Bellamy trota hacia ella—. ¿Te hizo daño? La mujer siguió agarrándose el sombrero a la cabeza. —¡Esa cosa aterrizó en mi cabeza! ¿Cómo coño ha llegado hasta aquí? —Lo siento mucho —dice Bellamy—. La tomaré enseguida. No volverá a ocurrir. —Más vale que no —dice ella, y se dirige a su vagón. Cuando se ha ido, Bellamy se acerca al nudoso y torcido árbol y chasquea la lengua. —Ven aquí, Bastard. —Mete la mano en su bolsillo—. Es hora de una golosina, luego podemos jugar alrededor de la carretera y cansarte, ah. Su bolsillo está vacío. En lo alto de una rama, Bastard ladea su elegante cabeza. Los engranajes que giran en su pequeña mente son prácticamente visibles cuando se da cuenta que Bellamy no tiene ninguna golosina. Momentos después, se desvanece en una tenue chispa de magia. Bellamy se da la vuelta. —¡Bastard! Bastard se ha portado muy bien últimamente. Rakos disfruta jugar con ella, persiguiéndola y jugando a buscarla hasta que está demasiado cansada para causar problemas. Es útil en los días en los que Bellamy no puede hacer mucho más que dormir. Y Teodor la ha alimentado lo suficiente como para que haya engordado un par de kilos. Pero hoy no deben haberla entretenido lo suficiente, porque Bellamy la encuentra correteando encima del carro de Petunia. Su pelaje marrón brilla bajo el sol de la tarde. Cuando Bellamy llega, Bastard parpadea hacia el techo del siguiente vagón. Camina de un lado a otro por el borde alto antes de dejarse caer como si estuviera dormida. —¡Bastard! —sisea Bellamy. Este vagón y el siguiente son solo de mercancía. Construcción tosca, un techo redondeado de madera sobre las paredes de lona. Hay un escalón cortado en la cama, y la pared trasera no llega hasta el techo. Apenas visible sobre el borde, sus pequeñas patas dan vueltas en el aire. No hay nadie más a la vista. Bellamy apoya un pie en el peldaño de la estantería para impulsarse. Con un pie en la media pared, se aferra al borde del tejado y agarra a su blinkmink…
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Que ni siquiera se molesta en teletransportarse. Bastard simplemente se desliza hacia atrás, dos pies fuera de su alcance, para continuar recostada en el techo. —Vamos, tienes que estar cansada ahora. Bellamy recorre el resto del camino hasta el vagón, golpeándose la rodilla y raspándose una palma por el camino. Pero lo consigue. Se agacha en el techo redondeado, satisfecho consigo mismo, hasta que Bastard chirría y desaparece al siguiente vagón. —Okay, debería habérmelo esperado. —Bellamy se sienta en medio del tejado para enfurruñarse—. Bien, tú ganas. —Él tendrá que ir a buscar golosinas para atraerla lejos de los otros vagones, o simplemente esperar a que Rakos regrese. A ella le gusta mucho Rakos. Apoyado en las manos, Bellamy contempla el paisaje. La ciudad fluvial se asienta en un valle bajo la carretera principal, una ciudad bien fortificada de murallas concéntricas. El cielo está moteado de gris por la inminente lluvia o nieve. Esta vez no hay destellos de magia Dire, sólo la mordedura de un otoño draskorano ordinario. Una cadena montañosa mancha de plata el horizonte septentrional. De vez en cuando, los dragones surcan el cielo. Siempre a gran distancia, pero la visión pone nervioso a Bellamy. Rakos es de Parsk. Está cerca de la posada de los dragones. ¿Rakos ha visto dragones de cerca antes? Bueno, Bellamy no sabe si Rakos es de Parsk. Es solo donde está su hermana. Bellamy en realidad no sabe mucho sobre Rakos. Mejor así. Pueden divertirse, ayudarse mutuamente, y luego tomar caminos separados. Fácil. Casual. Bellamy se recuesta en el techo. Aún no está cansado, pero puede descansar un poco mientras la caravana está parada. Espera quedarse despierto hasta tarde esta noche. Un suave peso se posa en su pecho. Bellamy pone los ojos en blanco y acaricia el cuello de Bastard. Inclinándose hacia el tacto, se acurruca con la barbilla apoyada en la clavícula de Bellamy. —Te odio —murmura Bellamy con cariño, cerrando los ojos. Saborea el éxito de la captura de la blinkmink, al menos lo considerara un éxito, hasta que el frío se cuela por el abrigo de wyrm. Será mejor que se levante
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antes de que se quede realmente dormido aquí arriba, y probablemente se caiga de la carreta cuando vuelva a avanzar. Pero antes de levantarse, dos pares de pasos crujen en el camino. La magia parpadea un poco más allá del borde del techo de la carretera, y Bellamy reconoce la voz grave de uno de los magos de la caravana. La mujer con magia de tierra. —...va a estar en la mascarada de sangre. —¿Tiene intención de unirse al desafío? —pregunta el otro mago. Un hombre con magia de agua, responsable de mantener a los animales hidratados. —No, solo adulando al ganador supongo. —Resopla—. Está jugando en Silaise estos días. Ahora se hace llamar Cyril. A Bellamy le llama la atención la mención de Silaise. Con los ojos escocidos por la nostalgia, se queda callado y escucha. —Emprendedor —dice el hombre—. Allí hay menos competencia si eres lo bastante sutil. ¿Has oído que algún noble silaisano también ha venido a jugar a la mascarada de sangre? —¿Enserio? ¿Quién? —Ni idea. Tal vez ellos…no importa. El jefe de la caravana ha vuelto. La conversación se interrumpe cuando los magos se alejan a toda prisa por la línea. Bellamy respira suavemente hasta que las voces más fuertes suenan a lo lejos, luego mueve con cuidado a una somnolienta Bastard a su bolsa de piel. Se incorpora lo justo para asomarse por el borde del tejado, y luego baja sin más elegancia que con la que subió. Bellamy no tenía ningún interés en asistir a la mascarada de sangre. Suena grotesco. Pero si alguien de Silaise estará allí… Dependiendo de quién de Silaise esté allí… Tal vez Bellamy pueda acelerar su escape de Draskora. Significaría dejar a Rakos antes de tiempo en vez de ayudarle a encontrar a su hermana, pero ahora están a mediados de Marsen. Hace más de un mes que desapareció. Su familia debe estar muy preocupada. Si hay una oportunidad de volver a casa antes, Bellamy tiene que aprovecharla.
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❧ CAPÍTULO QUINCE. Rakos.
La mascarada de sangre comienza al anochecer. Situada en la ciudad de Nost, dentro de las murallas de la propia finca del caudillo local, es o bien el lugar más estúpido para una mascarada de sangre que Rakos haya visto jamás, o bien el más inteligente. Nost ocupa una porción de tierra en forma de abanico, con bordes rectos al este y al norte enmarcados por el cañón Nostic y el Bosque Amistoso. Retorcido por la magia salvaje que se filtra de las montañas de piedra caliza, la proximidad del bosque puede hacer que la magia sea impredecible. En consecuencia, Nost destaca en la protección y la contención. La finca del Margrave18 Komar se asienta a lo largo del cañón, donde la Casa Komar puede controlar el tráfico aéreo de los dragones que aterrizan en el complejo sistema de cañones. El margrave fue lo bastante inteligente como para no albergar la mascarada de sangre en su propia fortaleza señorial. Un enorme laberinto se extiende detrás de su mansión, rodeado de niebla ondulante. Llamas naranjas y violetas recorren la parte superior de las paredes, resaltando un inquietante brillo rojizo en la piedra. Rakos no puede ver muy profundamente en la niebla, pero cree que el laberinto limita con el propio cañón. El lado lejano del cañón Nostic se eleva más que el cercano. En la oscuridad, unas formas se mueven entre las rocas angulosas. El corazón de Rakos da un vuelco, pero a esta distancia, no puede identificar a ninguno de los dragones. —¿Estás bien? —le pregunta Bell junto a su codo. Rakos esboza una sonrisa, y recuerda que lleva una máscara. —Nunca he estado mejor. Esta noche tiene dos objetivos: vigilar a Bell e interrogar a cualquiera que lo reconozca. No está seguro de cómo logrará ambas cosas, y es probable que todo esto sea un desastre. Pero todos sus planes potenciales suenan estúpidos, así que la improvisación es su mejor apuesta.
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Es un título equiparable a marqués.
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Los carruajes no pueden acercarse demasiado al laberinto, y todos los invitados tienen que recorrer a pie los cuatrocientos metros que separan el patio del laberinto. Varias mujeres y algunos hombres caminan descalzos, las zapatillas de tacón colgando de sus manos. —Esto es más elaborado de lo que esperaba —dice Bell, con los ojos muy abiertos tras su propia máscara—. ¿Cuánta gente hay aquí? Se detienen a seis metros de la entrada mientras un grupo más numeroso de juerguistas se detiene a hablar con los guardias. Un escuadrón de cuatro drasgard montan guardia bajo el arco. Dientes afilados de piedra bordean el arco como unas fauces gigantes. —Tantos nobles como puedan prescindir de su tiempo y reputación —dice Rakos—, la última mascarada de sangre fue hace diez años. Extrañamente, la mayoría de los magos de sangre resuelven sus disputas sin peleas públicas. —¿Es peligroso? —pregunta Bell. —No se permiten armas ni magia no autorizada en el recinto —dice Rakos—, lo que significa sobre todo que los nobles idiotas son más sutiles de lo habitual. Así que, si ves algo raro y chispeante viniendo hacia ti… —¿Corro? —Salta detrás de mí. Rakos se agacha para besar a Bell antes de recordar que había optado por una máscara completa. Bell se ríe y esquiva los labios blancos tallados. Ambos van bastante mal vestidos en comparación con los demás juerguistas. Detrás de ellos, Merry y Teodor van ataviados con montones de pura seda y cuero ceñido a la piel, respectivamente. Rakos y Bell llevan la misma ropa que en el festival de Orthin, con máscaras compradas a otro mercader de la caravana. La de Rakos es una máscara completa, con solo agujeros para los ojos y una delgada hendidura para respirar entre los labios tallados. La de Bell es una media máscara, también blanca, que le cubre la cara desde el puente de la nariz hacía arriba. Dejaron a Bastard con Petunia para pasar la noche, junto con una plata por las molestias. El frío de finales de otoño retrocede a medida que se acercan a la pared de ónice. Los drasgard de la puerta llevan sus propias máscaras, talladas con patrones de escamas negras. Uno de los guardias hace contacto visual con Rakos, y a este le pica la mano por el cuchillo que lleva en la bota. Si alguien le reconoce, las restricciones de armas son la menor de sus preocupaciones.
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Pero Teodor aparece junto al hombro de Rakos, y los ojos del guardia se abren de par en par tras su máscara. Murmura algo al oído de otro guardia y desaparece por el pasillo. —¿Era un cliente? —pregunta Rakos. —Quién sabe —dice Teodor—. No recuerdo a los cobardes. Tras una rápida inspección, los drasgard restantes los hacen pasar. Paredes idénticas de ónice se alzan a su alrededor, y gárgolas se asoman en cada esquina, con las mandíbulas extendidas y los ojos fijados en relucientes rocas púrpuras. Mientras caminan, Bell se gira hacia adelante y hacia atrás, asimilando todo. —¿A quién quieren impresionar? —¿Impresionar? —pregunta Rakos. —Todo esto es mágico. Las paredes. El fuego. El laberinto no fue construido. Fue transfigurado. Rakos frunce el ceño. —¿Te hace daño a los ojos? Bell sacude la cabeza. —Estaré bien. Sólo es brillante, no como… Bueno, he estado en fiestas más molestas. —Se acerca a la gárgola más cercana—. Wow, ¿eso que tiene en los ojos es piedra caliza? —Estabilizando el encantamiento, sí. Vamos, la fiesta es por aquí. Bell sigue con los ojos muy abiertos mientras Rakos le guía por el pasillo. Quizá traer a Bell no fue tan mala idea después de todo. A Rakos le encanta la fascinación de Bell por el mundo que le rodea. Pasan junto a fuentes de líquidos misteriosos y salas sombrías llenas de risitas y jadeos. En una esquina, un trío de mujeres le echa un ojo a un hombre que lame la polla de piedra tallada de una gárgola. El laberinto no es demasiado complejo, y pocos giros bruscos les conducen a la enorme cámara central. Más mesas con comida y bebida se alinean en esta sala, y bancos de piedra acogen a los que solo quieren morar. Todo gira en torno al pedestal central, una construcción de mármol de metro y medio de altura con incrustaciones de fragmentos de piedra caliza. Un brillante escudo protector rodea la plataforma, manteniendo a los espectadores al menos a seis metros de la acción. Sobre la plataforma están las estrellas del espectáculo de la noche. Los dos magos de sangre están sentados con las piernas cruzadas, los ojos cerrados, a tres metros el uno del otro. El hombre lleva una holgada túnica de seda y montones de joyas de oro. Su oponente es una mujer que solo lleva una falda de piel de wyrm. En sus brazos y pechos desnudos se arremolinan tatuajes de color
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rojo sangre. Junto a cada uno de ellos se arrodilla un grial, que alimenta la magia de los magos de sangre. Rakos no conoce a los magos ni a sus griales, así que busca caras conocidas entre la multitud. No ha socializado mucho fuera de Parsk y Ostomar desde que se enlistó, pero aún reconoce a algunos nobles. Hay muy pocos civiles en la mascarada la mayoría trabajan como Teodor y Merry. Aunque las mascaradas de sangre están abiertas a todas las clases, no suele atraer a muchos civiles debido a la posibilidad de que las cosas salgan muy mal. La magia común no es mucha protección contra las fuerzas en juego aquí. Rakos no ve a ningún jinete de dragón en la cámara principal. En una sala adyacente suena música animada, tal vez los compañeros de ala de Rakos estén acudiendo en masa a la pista de baile. Da un paso en esa dirección antes de darse cuenta de que Bell no lo ha seguido. Bell, paralizado y enfermizamente pálido, mira fijamente a los magos que se baten a duelo. Rakos le toma la mano. —¿Qué está mal? Bell se estremece. —Se están matando entre ellos. —Así es como funciona el duelo. Intentan matarse el uno al otro. —Puedo ver la magia royéndolos. —Bell aprieta la mano de Rakos—. Puedo ver como marchitan sus vidas capa por capa. Y los hombres a su lado… —No mataran a los griales —dice Rakos—. Quemar a los griales fue prohibido hace veinte años. —¿Hace veinte años? —repite Bell. Solo entonces el horror de ese recuerdo golpea a Rakos en las tripas. — Progreso, ¿cierto? —dice Rakos, en lugar de ocuparse plenamente de eso—. Hey, ¿quieres salir de aquí? Puedo enseñarte una fiesta mucho mejor en la caravana. —No. —Bell fuerza una sonrisa—. No, quiero quedarme. ¿Veamos que hay en las otras habitaciones? —Y cuando Rakos duda, el mohín de Bell no es para nada forzado—. Dijiste que confiarías en mis límites. —Esos ojos de cachorro son un golpe bajo, juglar, pero bien. Bailemos. — Rakos pasa un brazo alrededor de los hombros de Bell, caliente donde su piel desnuda se toca, y lo dirige hacia la puerta. No está seguro de porqué Bell está tan decidido a quedarse cuando está claramente perturbado por el duelo. Tal vez Rakos debería insistir más para obtener una explicación, pero tiene sus propias razones para quedarse en la mascarada de sangre. La insistencia de Bell le funciona.
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El brazo de Rakos cae sobre la cintura de Bell mientras se entrelazan entre la multitud vestida de seda y cuero. El pelo teñido de brillantes colores atrae sus ojos por todas partes, pero no hay patrones familiares. Solo nobles imitando las tradiciones de los jinetes de dragones. Nadie parece reconocer a Rakos con su máscara, con su pelo marrón turbio, sin uniforme. Es un poco agradable. Lo no agradable: la cantidad de ojos hambrientos sobre Bell. Rakos empuja a Bell contra la pared más cercana entre una gárgola y una farola violeta. Aprieta su frente cubierta de porcelana contra la de Bell y gruñe, —Esta máscara fue un error. Bell le toca los labios tallados, y Rakos imagina el calor de su tacto abrasándole la carne, quemándole hasta la médula. —Un terrible error. —La mano de Bell baja hasta el pecho de Rakos. Su hombro. Patina posesivamente por su brazo—. Todo el mundo te mira, y no puedo besarte para ahuyentarlos. Los celos de Rakos se transforman en el fuego más dulce. Su corazón retumba entre sus costillas de un modo muy casual, mientras sus pulgares casualmente trazan los huesos de la cadera de Bell bajo su holgada camisa. — Puedes besarme. Donde quieras. Los ojos de Bell brillan detrás de su máscara. Engancha la mano en el pelo de Rakos y arrastra la cabeza hacia un lado. Bell hunde los dientes en el cuello de Rakos sin vacilar. Todo su cuerpo presiona contra Rakos, demostrando su excitación mientras succiona un moretón doloroso y triunfante en la piel de Rakos. Ambos están aturdidos cuando llegan a la sala de baile, un largo espacio rectangular en la parte sur del laberinto. Una banda toca en directo una melodía folclórica en el extremo más alejado, y altas llamas blancas iluminan el espacio desde los techos de las paredes circundantes. Rakos ve a Teodor sentado en uno de los sofás acolchados. El trabajador de cama parece increíblemente aburrido de que el vizconde le adule. Merry no se ve por ninguna parte. Rakos tira de Bell hacia la pista. —¿Sabes bailar? —Por supuesto —responde Bell—. ¿Y tú? —Bastante bien. Han pasado casi siete años desde la última vez que Rakos bailó. En un banquete real tras la Guerra del Largo Verano. Rakos tenía diecinueve años y duró tres canciones antes de huir de las luces y la algarabía para hacer volar a Sarka a través de las montañas. Volaron hasta que salió el sol antes de volver al cuartel.
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Difícil bailar cuando la semana anterior, Rakos quemó vivos a diez hombres. Al menos la fiesta fue difícil para Rakos. Nadie más parecía tener problemas. Se ha negado a bailar en cada banquete desde entonces. Dejarlo de lado es más fácil ahora, con siete años de distancia y la creciente sonrisa de Bell iluminando la habitación. Rakos toma a Bell en brazos. — Apuñalame si te piso. —No se permiten armas. —Bell arruga la nariz—. Me vengaré más tarde. Rakos se ríe, y los dos se dejan llevar por el ritmo del baile. Al menos lo intentan. Rakos se calla las tres primeras veces que casi chocan con otros bailarines. Pero cuando casi pierde un ojo por el pasador de pelo de una noble, tiene que decir algo. —Bell. —¿Hm? —Bell tropieza con sus propios pies, apenas se mantiene erguido con el agarre de Rakos en su cintura. —Dijiste que sabías bailar. —Lo hice. —Bell se endereza y sonríe de forma ganadora—. Nunca dije que era bueno en ello. —Eres una amenaza —gruñe Rakos, pero le devuelve la sonrisa. Con la piel de Bell caliente bajo sus manos, su cuerpo balanceándose más cerca del suyo a cada paso, Rakos podría bailar toda la noche. Incluso con el dolor de la bota de Bell chocando contra su tobillo. Casual. Esto es casual. No puede durar. Pero mientras dure, saboreara cada bocado de Bell que pueda conseguir. Un destello de cabello celeste familiar interrumpe los pensamientos de Rakos. En el lujoso sofá de Teodor, el siguiente cliente parece ser Ludvik, el criado de la Capitana Irenka. Mientras Rakos hace girar a Bell en la pista, Ludvik habla con gestos animados mientras la sonrisa de Teodor alcanza niveles siniestros. Una mezcla sorprendentemente buena. Pero eso no es lo que interesa a Rakos. Si Ludvik está en una mascarada de sangre, Irenka también. Efectivamente, Rakos la localiza un momento después. Un mechón de pelo rojo y violeta sobre una máscara plateada, flotando entre las parejas en el otro extremo de la pista de baile. Rakos acerca a Bell para murmurarle al oído. —Acabo de ver a alguien que conozco. ¿Te importa si hablo con ella un momento? —No me importa —dice Bell—. Vamos.
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La reticencia se apodera de Rakos. Se obliga a sí mismo a preguntar de todos modos. —Quiero decir, ¿estás bien un minuto solo? Bell se muerde el labio. —¿Quieres hablar con ella a solas? —No si no te sientes seguro —responde Rakos de inmediato, y es la verdad. A la mierda con sus planes, si Bell se pone a hacer pucheros, Rakos se quedará con él—. Puedo hablar con ella en otro momento. Bell ladea la cabeza, con una expresión casi culpable bajo la máscara. — Sólo te estoy tomando el pelo. Encuéntrate con tu amiga. Iré a charlar con, okay, en realidad evitaré a Teodor, wow. En el sofá, Ludvik está ahora de rodillas. Teodor mete una mano en el pelo azul de Ludvik y le dice algo inaudible. Rakos felicita en silencio a Ludvik, o le da el pésame. —¿Estás seguro? — pregunta a Bell. —Muy seguro. —Bell sujeta a Rakos para darle otro beso burlón en los labios de su máscara—. ¿Dónde nos encontramos? —¿En el salón principal? —Entonces Rakos recuerda la palidez de Bell en el duelo de sangre, además de su sentido de la orientación—. No, deberías quedarte aquí. A ver si la banda te deja cantar una canción o dos. Volveré en un momento, lo juro. —No perderse, lo tengo. —Bell le besa de nuevo, sonrojado bajo su máscara—. Tú tampoco te pierdas, ¿de acuerdo? Su sonrojo aumenta cuando Rakos le toma la mano y se la acerca a sus labios de porcelana. Rakos la suelta antes de ceder a la tentación de bailar con Bell para siempre. La música sube de tono cuando la banda cambia a una canción más rápida. Irenka cierra el baile con una última reverencia a su anterior pareja de baile y luego se dirige hacia la puerta sur Es muy guapa. Su pelo rojo púrpura es del mismo color que su dragón Miklan, corto a los lados para resaltar los ángulos bronceados de su cara. Alta y de ojos verdes como la mayoría de la gente de Kaiskara. Rakos se sintió atraído por ella hace diez años, cuando ambos eran reclutas adolescentes y aún no se habían dado cuenta de que no se gustaban. A Irenka le gusta la guerra más que a Rakos, pero a él se le da mejor. Esta noche, Rakos la agarra de la muñeca antes de que llegue a la puerta. Irenka gira para enfrentarse con él, con la magia brotando bajo su piel a pesar de la prohibición en la mascarada de sangre.
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Rakos flexiona las sombras entre ellos para sofocar su poder. —Hola, Capitana de Ala. ¿Me concedes este baile? Sus ojos verdes se entrecierran tras su semi-máscara plateada, y luego se agrandan. Reconoce a Rakos con su máscara y pelo castaño, y para su alivio, deja de forcejear. —¿Rakos? —pregunta, atónita y callada. —Baila conmigo —dice Rakos—. Creo que tenemos que hablar. Los ojos de Irenka recorren la habitación. A Ludvik de rodillas y a los drasgard que pululan por la habitación. Al final, ella sigue a Rakos a la pista de baile, donde caen en un paso muy básico. Es mejor bailarina que Rakos y mucho mejor que Bell, pero no hay emoción en su baile. El agarre de Rakos en su muñeca es puramente mercenario. Utiliza la suficiente magia Tem para que Irenka no pueda usar la magia de hielo de su familia. Aunque no necesita contacto físico, es más fácil detener la magia antes de que comience. —¿Qué estás haciendo aquí? —la voz de Irenka está nivelada, su shock anterior controlado—. ¿Dónde has estado? Todo el cuerpo está alborotado. Te hemos estado buscando por toda la frontera. —¿Qué crees que he hecho? —pregunta Rakos, con una curiosidad dolorosa. —No lo sé —admite—. Desertar no es tu estilo. Creo que tenías tus razones, aunque conociéndote, esas razones probablemente eran estúpidas. El alivio afloja el corazón de Rakos. No le gusta Irenka, pero han sido colegas durante una década. Es bueno que confíen en uno, incluso si esa confianza va acompañada de insultos. —Me das demasiado crédito. No tenía ninguna razón. —Deja de suprimir mi magia —dice Irenka—. No voy a atacarte en medio de la mascarada de sangre. Rakos no retrae su poder. —No estoy haciendo nada. Irenka vuelve a fulminarle con la mirada antes de que el baile les separe para dar una vuelta. Rakos mantiene su agarre en la mano de ella, arruinando la gracia del movimiento. Cuando vuelven a estar frente a frente, Irenka dice, — Dime. —No deserté —dice Rakos—. Alguien intentó secuestrarme para sacarme del país. No sé por qué. —Joder. —Irenka echa un vistazo a la habitación—. Hablemos en otro sitio.
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Rakos señala una esquina, aún en la misma habitación. No va a dejar a Bell. —Allí está bien. Irenka toma un vaso de licor por el camino. Rakos finalmente le suelta la mano y ella actúa como si no se hubiera dado cuenta. Una vez sentada, pregunta, —¿Es el primer príncipe? Rakos se sienta a su lado. —No sé si debería confirmarlo o negarlo. Irenka pone los ojos en blanco. —Por favor. Nunca se te ha dado bien hacerte el tímido. —Se apoya en el sofá y su vestido plateado se acomoda como escamas de dragón alrededor de su cuerpo—. Si quieres mi ayuda, no puedo volar a ciegas. Rakos exhala. Ella tiene razón, aunque él lo odie. —Bien. Sí. Su Alteza está detrás de todo esto, aunque no sé por qué, y sinceramente no me importa. —Joder. ¿Me estás pidiendo que vaya en contra de Su Alteza? —No. No voy a ir contra él, y no tengo interés en estas mezquinas disputas nobiliarias. Todo lo que quiero es entrar en los nidos de dragón. El vaso de Irenka tiembla. —¿Perdón? —Voy a Parsk, y voy a recuperar a Sarka —dice Rakos—. Una vez que la tenga, bien. Si la Casa Dire me quiere fuera del país, entonces tomaré a mi dragón y me iré. —¿Perdón? —repite Irenka, alzando la voz antes de recordarse a sí misma—¿Ir a dónde? No puedes llevarte a un dragón así como así. Rakos sonríe tras su máscara. —¿Quién carajos me va a detener? —Estás como una puta cabra. —Los labios de Irenka se tuercen en una sonrisa reprimida—. Supongo que eso no es nada nuevo. Mira. Sabes que no le tengo ningún cariño al primer príncipe. Yo debería haber sido elegida como protegida de la Casa Dire de Kaiskara, no él. Pero no podemos hablar aquí. Tienes que irte. Toma la salida sur y sal de aquí. —¿Cuál es la prisa? —Rakos sonríe—. Podemos bailar otra canción o dos. —Aunque tenga que darle algunas explicaciones a Bell. Irenka bebe un sorbo de su vaso. —¿No lo has visto? Vana está aquí. Rakos se sobresalta en el sofá. —¿Está qué? —Está presenciando la mascarada para la Casa Dire. La mitad de los drasgard aquí están bajo su supervisión directa. —Mierda. —Rakos se levanta de un salto y mira a su alrededor buscando a Bell— Gracias por el aviso.
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Irenka salta también y le toma la mano. —Ve a la entrada sur. Enviaré a Ludvik a esperarte y se asegurará de que llegues al camino. Es todo lo que puedo hacer. Encuéntrame en Parsk si llegas allí, y te ayudaré tanto como pueda. —Wow, realmente debes odiar a Vana —dice Rakos—. Gracias. Irenka se bebe el resto de su bebida. —Por favor, no me des las gracias. Rakos la suelta y camina por la pista de baile, buscando a Bell. La sala está ahora abarrotada y es un caos, pasa por delante de varios juerguistas achispados antes de darse cuenta. Bell no está por ninguna parte.
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❧ CAPÍTULO DIECISÉIS. Bellamy.
A
Bellamy le pica ver a Rakos bailando con otra persona. La máscara que oculta
el rostro de Rakos lo hace aún peor. Bellamy nunca pensó que se identificaría con el enfado de Claude por el hecho de que otros nobles actúen de forma demasiado amistosa con Madre. ¿Son los celos un rasgo hereditario? ¿Acaso la posesividad de Galant corre con la magia de Sandry por sus venas? Sin embargo, la nueva y molesta pareja de baile de Rakos es la oportunidad que Bellamy estaba esperando. Mientras Rakos está distraído, Bellamy se ajusta la máscara y se escabulle hacia la cámara principal. Si hay algún representante de silaisano, Bellamy quiere acorralarlo sin que nadie lo oiga, incluyendo a Rakos. La magia del laberinto no le hace daño a los ojos, pero está en todas partes. Eso es algo que Draskora y Silaise tienen en común. Nobles y magos no pueden resistirse a presumir. Cambia la obsidiana por madera y las gárgolas por árboles y ciervos dorados, y esto podría ser sólo otro banquete en Sandrelle. Los juerguistas están igual de borrachos y alegres. Excepto que en Silaise, la fiesta no se centra en un par de magos moribundos. En la cámara central, el pedestal blindado palpita débilmente. Con el estómago revuelto, Bellamy se abre paso entre la multitud en busca de figuras conocidas. Las máscaras complican su búsqueda. Además, no tiene ni idea de a quién busca. ¿Quién podría estar visitando Draskora? Las tensiones persistentes desde la última guerra, y las delegaciones oficiales deben ser aprobadas por Madre o Audric. Pero Bellamy no es tan ingenuo como para descartar la posibilidad de visitantes no oficiales. En su visión periférica aparece un destello mágico de color rojo sangre. Bellamy esquiva a un trío de hombres borrachos y alza la cabeza hacia los magos del pedestal. El duelo ha durado horas y, aparte de los drasgard presentes, sólo unos pocos invitados siguen observando atentamente desde fuera de la barrera.
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Dos hombres se distinguen de los demás, ambos rubios. El más alto de los dos lleva una espada a la espalda, aparentemente exento de las restricciones de armas de la mascarada. Bellamy encuentra asiento cerca de una pared detrás de ellos. No quiere mirar, pero un sentimiento enfermizo de obligación le inmoviliza. El mismo impulso de ser testigo que sintió al pasar por la horca fuera de Orthin. Bajo la vista mágica de Bellamy el ganador ya está claro. Segundo a segundo, el poder que fluye hacia la maga aumenta, guiado hacia ella por los caminos de sus tatuajes. Mientras tanto, su oponente masculino se atenúa y se marchita. Cada elemento de su cuerpo está encendido y parpadea. Una vela agitada por el viento. Sus joyas están retorcidas y agrietadas. A su grial no le va mucho mejor. Es un hombre joven de la edad de Bellamy, canoso por el esfuerzo, se balancea sobre sus rodillas. Apenas le queda poder, pero no ha desaparecido del todo. Bellamy entrecierra los ojos. Nunca había visto griales en uso. Nacidos con grandes reservas de poder, pero sin medios para ejercerlos, los griales se usan en Draskora, Fellrin, y algunos otros países para amplificar la magia del mago. Bellamy sólo puede ver magia activa o hechizos duraderos, no puede saber si alguien es mago con sólo mirarlo si no está usando magia activamente. Al parecer, extraer magia de las reservas de un grial cuenta como magia activa, y un núcleo de poder brilla dentro de cada uno de los dos griales del pedestal. El grial del hombre brilla mucho más que el de la mujer, pero a cada momento, el hombre extrae cada vez menos poder. Su muerte es inevitable. Bellamy nunca había visto el poder activo de un mago tan débil. A pesar de sus náuseas, Bellamy se encuentra fascinado. El hombre podría salvar su propia vida quemando su grial. Pero no lo hace. Y Bellamy tiene la certeza de que no es sólo la ley la que retiene al mago. El hilo de poder entre el mago y el grial se rompe. El grial se desploma con un suspiro, el primer movimiento en el pedestal en lo que parecen horas. Cuando el grial se arrastra y agarra el brazo de su mago, este no se mueve. La magia sigue surgiendo en el pedestal, envolviendo como capullos corrosivos a los magos en duelo. De repente, la maga ríe, y un espasmo recorre su torso desnudo. Se levanta con los brazos en alto en señal de victoria.
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Lentamente, como la arena que se desliza, el hombre se desploma sobre la plataforma. Los sollozos ahogados de su grial son amortiguados por los vítores y maldiciones que estallan por toda la sala. Junto a Bellamy, un hombre da un codazo a su compañero y le reclama las ganancias de una apuesta que hicieron. El oro cambia de manos entre la multitud, mientras que otras pérdidas toman forma de tragos de licor. Sólo el drasgard de guardia y los dos hombres de pelo pálido que Bellamy había visto antes permanecen quietos, ocultando cualquier emoción tras su máscara. Con náuseas, Bellamy sale a trompicones de la sala. Olvida investigar. Ahora sólo quiere estar al lado de Rakos. Quiere marcharse. Pero debe equivocarse de camino, porque los pasadizos que le rodean no le son familiares. Menos gente, habitaciones más vacías. Todas las paredes de ónice negro parecen iguales, y cada gárgola es diferente pero indistinguible en la angustia de Bellamy. El aire fresco llama a la vuelta de la siguiente esquina. Bellamy busca magia activa, no encuentra ninguna y sigue la brisa hasta una pequeña sala ajardinada. Atrapado entre la luz y la sombra, el jardín está brillantemente iluminado con antorchas doradas y luciérnagas danzantes, mientras que su pared más lejana está completamente abierta. Solo una barandilla de hierro forjado la separa del oscuro cañón. Las flores están en macetas, perfumadas y fuera de temporada. Obra de un mago vegetal menor o de un invernadero. Aparte de las plantas y las luciérnagas, la habitación está vacía. Una suave brisa hace cosquillas en las hojas y los pétalos. A medida que Bellamy pasa entre las plantas, éstas responden a su presencia. No gasta mucha energía, solo les da un poco de poder para fortalecerlas. A veces le gustaría poder hacer lo mismo con las personas, pero la familia Sandry solo cura plantas. Curar humanos es la otra cara de la magia de sangre que acaba de presenciar. Con la mente completamente en blanco, Bellamy se apoya en la barandilla. El cañón Nostic alberga un río muy abajo, demasiado lejos para que Bellamy pueda oírlo. Demasiado abajo para que lleguen las estrellas. La pared opuesta del cañón también está distante. De vez en cuando, grandes formas se mueven en la oscuridad, parpadeando con alguna magia peculiar de los dragones.
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A Bellamy le pica la cara bajo la máscara blanca. Está a punto de quitársela para frotarse la nariz cuando oye pasos detrás de él. Cuando Bellamy mira por encima del hombre, se le hiela el estómago. Los dos hombres de pelo pálido de la cámara principal entran al jardín, y así de cerca, Bellamy reconoce al primero. El hombre lleva una máscara de acero oscuro con incrustaciones de amatista brillante. Lleva el pelo largo suelto, y a pesar del calor del laberinto, su abrigo oscuro se abotona hasta la barbilla. Más joyas brillan en espiral a lo largo de su manga. Caras. Vistosas. Pero es su postura sin esfuerzo lo que recuerda a Bellamy a un hombre al que sólo había visto una vez, cuando ambos eran mucho más jóvenes. Vana Dire, primer príncipe de Draskora. El hombre más alto detrás del príncipe es casi una ocurrencia tardía. Una sombra. Un débil lazo rojo sangre se extiende entre él y su príncipe. Espera en la puerta mientras Vana se une a Bellamy en la barandilla. Bellamy se vuelve hacia el cañón. Tiene la boca seca y no sabe qué decir. —Inquietante, ¿verdad? —dice Vana después de un momento. —¿El duelo? —Bellamy se sorprende cuando Vana asiente— .Todos los demás parecen acostumbrados. Vana consigue que su encogimiento de hombros parezca elegante. —No soy originario de Draskora. Bellamy pensaba que Kaiskara formaba parte de Draskora, pero decirlo revelaría que reconoce a Vana. Lo que Bellamy definitivamente no quiere. Excepto que, tal vez sea raro y sospechoso si no reconoce a Vana. Probablemente debería haberse inclinado y decir “Su Alteza” o algo así cuando Vana entró. Demasiado tarde ahora. —¿No? —Bellamy pregunta en su lugar—. Tus ojos, sin embargo… Los ojos de Vana son tan violetas como los de Rakos. —Aun así. —Vana se pasa el pelo por detrás de la oreja y se apoya en la barandilla junto a Bellamy. Durante un momento, los dos príncipes permanecen uno junto a otro. Entonces Vana dice—: Tal vez puedas ayudarme. Busco a un hombre llamado Rakos Tem. Los nudillos de Bellamy se blanquean en la barandilla. —¿Rakos Tem? —Los ojos de Bellamy permanecen fijos en el cañón, evitando a Vana—. Creo que no lo conozco. ¿Quién es?
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—Un amigo mío —dice Vana—, más conocido como “La Sombra de Draskora”. Hace poco desertó del cuerpo de dragones. Con el corazón en la garganta, Bellamy intenta recordar todo lo que Rakos le ha contado. Rakos afirmó que Vana le perseguía por evasión de impuestos y por insultar el linaje de Vana, cosa que Bellamy creyó fácilmente en aquel momento. Estaba tan ocupado sintiendo pánico por estar varado en Draskora que no tenía energía para sospechar. Pero por muy común que sea el nombre de Rakos, ¿qué probabilidades hay de que dos hombres llamados Rakos hayan inspirado la ira del Príncipe Vana a la vez? ¿Uno un granjero evasor de impuestos, el otro un jinete de dragones traidor? No. Absolutamente no. Bellamy no puede creerlo. Su Rakos es un granjero. Bellamy se acostó con él. Rakos no puede ser el jinete de dragón que todos buscan. La Sombra de Draskora. La mayor amenaza que Audric enfrentó en la frontera. —Creo que no lo conozco —repite Bellamy. La siguiente pregunta duele al hacerla—, pero en caso de que me lo encuentre, ¿qué aspecto tiene? La voz de Vana emite una risa amarga. —Medio fellriano, pelo largo y azul, y una absoluta falta de sentido común. Siempre es el más ruidoso de la habitación. Las flores anhelantes. Las luciérnagas. El abismo del cañón. Todo parece distante. —No —dice Bellamy finalmente—, no lo he visto. Rakos puede ser el enemigo, pero también lo es Vana. Bellamy no confiara dos veces en el hombre equivocado. —Es una lástima. —Vana se endereza y se ajusta los puños enjoyados de las mangas—. Si por casualidad ves a un hombre con esa descripción, ¿podrías transmitirle un mensaje? La curiosidad de Bellamy no puede resistirse. —Con mucho gusto. —Dile a Rakos que ha malinterpretado la situación. Nunca quise hacerle daño. —Vana parece extrañamente triste bajo su máscara. La admisión parece disminuirlo, hasta que su abrigo enjoyado no es una ostentosa muestra de poder. Simplemente una armadura. —No lo he visto —dice Bellamy, agitado—, pero transmitiré el mensaje si lo veo. —Su Alteza —interrumpe una voz grave. Bellamy y Vana se giran en respuesta. Bellamy jura en silencio, esperando que ninguno de los dos se haya dado cuenta de su reacción ante el título real.
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—¿Qué pasa, Daro? —dice Vana. —El otro asunto. —Por supuesto. —Vana se vuelve hacía Bellamy—. Ha sido un placer hablar contigo… Mis disculpas. ¿Cuál era tu nombre? Antes de que Bellamy pueda pensar en un nuevo nombre falso, todo el laberinto tiembla. Gritos de pánico se elevan a través de la noche mientras la magia desaparece de los cimientos, piedra a piedra. Bellamy se aferra a la barandilla mientras Daromir agarra a Vana por los hombros y lo empuja hasta perderlo de vista. La barandilla cruje de forma alarmante y Bellamy se aleja de un salto de la cornisa. Tiene que encontrar la salida, o a Rakos. Sea quien sea realmente.
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❧ CAPÍTULO DIECISIETE. Rakos.
Rakos retira la mano de la pared cuando el laberinto empieza a desmoronarse. El hechizo del laberinto es lo bastante grande y poderoso como para no derrumbarse de golpe, pero su destrucción es inevitable a medida que la magia Tem corroe como un ácido sus cimientos encantados. Cuando Rakos no encontró a Bell en el salón de baile ni en la cámara de duelos, entró en pánico. Buscar en el laberinto por habitación le llevaría demasiado tiempo, cada momento era una nueva oportunidad para que los drasgard del Príncipe Vana lo atraparan. Era más fácil derribarlo todo. Las rocas chocan entre sí y los gritos de sorpresa resuenan en la noche. Amuletos y escudos protectores de todos los elementos resplandecen en la escena mientras la poderosa multitud se arremolina confundida. Su propia magia sigue vibrando, las sombras se unen y se desintegran a su alrededor, y Rakos salta sobre una mesa de postres. Con las botas crujiendo entre platos de porcelana y pasteles pegajosos, examina a la multitud. Definitivamente es más fácil buscar en un laberinto sin paredes. Hasta que un trozo de roca ardiente cae contra él. Rakos retrocede con una maldición y apaga la llama encantada con un gesto de poder, justo cuando una forma larguirucha y familiar se precipita hacia él entre la multitud. —¡Bell! —grita Rakos. Bell se detiene de golpe, y casi choca con la persona que tiene detrás. Pálido bajo la máscara, se da la vuelta y hace contacto visual con Rakos. Rakos salta de la mesa y empuja a dos nobles protegidos por un torbellino. —¿Dónde estabas? —grita por encima del alboroto, agarrando el brazo de Bell. Su pánico disminuye y su magia se asienta ahora que vuelve a tener a Bell en sus manos. —¡En la otra habitación! —Bell tropieza mientras Rakos lo arrastra hacia la salida sur—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se está cayendo el laberinto? —
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Agarra a su vez el brazo de Rakos, y ambos esquivan una llamarada violeta—. ¿Y por qué siento que es culpa tuya? Rakos fuerza una carcajada. —¿Cómo puede ser culpa mía? —No eres tan buen mentiroso, sabes —acusa Bell. Caen más rocas, las paredes se hunden en la tierra en lugar de caer encima de la gente. Rakos mantiene una mano protectora sobre la cabeza de Bell, y claro, todo se está desmoronando literalmente a su alrededor. Pero Rakos vuelve a estar entero con Bell bajo el brazo. Esto fue un error. No debería haber traído a Bell a un lugar tan peligroso. Pero Vana aún no ha atrapado a ninguno de los dos, así que aún pueden salir ilesos. Navegar por el laberinto es fácil ahora. La mayoría de los muros se han derrumbado, y Rakos conduce a Bell por una ruta directa llena de escombros hacia lo que una vez fue la entrada sur y ahora es un montón de rocas humeantes. Los juerguistas se dispersan por la finca del margrave y las neblinosas calles de la ciudad, mientras la magia del agua estalla sobre los restos. La magia de fuego se convierte en vapor ordinario. En lo alto, un dragón sobrevuela en picada, recogiendo a un pasajero del interior del laberinto. Las llamas iluminan las escamas rojas y moradas del Miklan de Irenka. Rakos sigue avanzando, tirando de Bell hacia adelante cuando el juglar intenta detenerse y mirar. Como prometió, Ludvik espera en el límite de la propiedad del margrave. Su pelo y ropa desaliñada no son del todo el resultado del colapso del laberinto, apuesta Rakos. Cuando Ludvik ve a Rakos, entrecierra los ojos y sisea como un gato. — Esto es culpa tuya, ¿no? ¿Por qué siempre son así? —No es culpa mía en lo absoluto —replica Rakos. Joder, necesita que Ludvik no le identifique delante de Bell. No había pensado con tanta antelación. Nunca piensa con tanta antelación. —Eso es lo que estaba diciendo —le dice Bell a Ludvik—, pero ¿Quién eres? Ludvik parpadea como si viera a Bell por primera vez. —Gran pregunta. —Se vuelve hacia Rakos—. ¿Quién carajos es este? Irenka no dijo nada sobre… —No importa —dice Rakos—, solo sácanos de aquí. —No importa —repite Ludvik—. Típica mierda de…
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—Ni una palabra más —gruñe Rakos antes de que Ludvik pueda decir jinete de dragón. Ludvik se estremece. —Bien. Sígueme. Rakos abraza a Bell. Le besa la cabeza. —Ludvik es amigo de un amigo. Para un determinado valor de amigo. Podemos confiar en él, probablemente. Bell abre mucho los ojos bajo la máscara. Hay una incertidumbre tensa ahí, pero él solo asiente y sigue en silencio en la noche. Apenas han recorrido unas cuantas manzanas de Nost cuando unos cascos resuenan detrás de ellos. Ludvik maldice y se detiene. —Hay caballos esperándote por ahí. —Señala una calle lateral—. Yo me llevaré a esta gente. Corre hacia la mansión del margrave antes de que Rakos pueda decir algo. Rakos maldice y se vuelve hacia Bell, que se inclina con las manos sobre las rodillas. Se le ha caído la máscara. Rakos se arranca su propia máscara, aspirando con más facilidad bocanadas de aire nocturno, y pregunta, —¿Puedes seguir? Bell no responde. Sólo asiente bruscamente con la cabeza y vuelve a ponerse en marcha con Rakos. Las oscuras calles de la ciudad se desdibujan a su alrededor. Están a media ciudad de la caravana. Necesitan pronto un lugar donde esconderse y recuperar el aliento, porque Rakos no sabe cuánto tiempo más podrá correr Bell. Rakos también está a punto de agotarse después de usar tanto poder para destruir el laberinto. Al doblar una esquina, Bell grita y tira de Rakos hacia un lado. —¡Magia! Casi chocan contra una farola evitando la bola de fuego que se lanza calle abajo. —Mierda. —Rakos empuja a Bell detrás de él—. Tenemos compañía. Un nuevo escuadrón de drasgard emerge de la oscuridad frente a ellos, sus armaduras de acero negro brillan bajo las estrellas y las farolas. Una o dos docenas. Al menos dos son magos, dada la hoja de viento que se dirige hacia ellos. —Joder. —Rakos disipa la hoja de viento y la bola de fuego que le sigue, las aleja con más facilidad que a las moscas. Excepto que si falla, estas moscas lo quemaran hasta la muerte. Y peor aún, a Bell—. Yo les distraeré. Corre por ahí. Me quieren a mí, no a ti. —¿Por qué? —Bell le agarra el hombro—. Dime porqué te quieren. —Después —suelta Rakos—. Solo vete. —Oh, vete a la mierda —contesta Bell y se queda.
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Rakos no tiene tiempo ni atención para discutir más. Las siguientes bolas de fuego llegan rápidamente, desde varias direcciones. Las anula con bastante facilidad. Las cuchillas de viento son más difíciles, casi invisibles en la noche. Más difícil de ver y de contrarrestar, llegan desde demasiados ángulos a la vez. Las sombras se alzan a voluntad de Rakos, retorciéndose para contrarrestar los hechizos enemigos en torbellinos de oscuridad sedosa. Ya no puede ocultar su magia a Bell. Las siguientes cuchillas de viento casi atraviesan sus defensas. Rakos tiene que esquivar mientras las anula, arrastrando instintivamente a Bell con él. Mierda. Está acostumbrado a ir en el lomo de un dragón, con más tiempo y distancia para ver venir cada golpe. —¡A tu izquierda! —grita Bell, justo antes de que una ráfaga de flechas de viento impacte la visión periférica de Rakos. La advertencia le permite disparar el proyectil mágico antes de que le alcance. —Gracias —dice Rakos, jadeando de alivio—. ¿Crees que podrías…? —¡Tu izquierda otra vez! No necesitan comunicarse más que eso. Bell grita direcciones y Rakos arremete con magia Tem, anulando los ataques. —Arriba, derecha… La magia tiembla por las calles oscurecidas. Los drasgard están intentando desgastar a Rakos. Incluso con la ayuda de Bell, la guerra de desgaste puede derrotarlo. El sudor resbala por la espalda de Rakos, y sus reacciones se ralentizan un poco. Lo suficiente. Si pudiera… Bell le coge la mano. En el instante en que su piel desnuda entra en contacto, un poder eléctrico y extraño salta a las venas de Rakos. La luz arde ante él. Olas de partículas naranjas y plateadas se arremolinan alrededor de dos figuras en el centro del escuadrón drasgard. La plata se arquea hacia arriba, claramente visible mucho antes de que se manifieste en un arma física de aire. Rakos arremete para extinguirla. Luego el siguiente ataque del mago de fuego, antes incluso de que forme una bola de fuego. Es fácil. Sin esfuerzo. La visión de Bell se posa en los ojos de Rakos, y no podría detenerla aunque quisiera. Tan perfecto y correcto como enlazar con Sarka, pero completamente diferente. —¿Estás bien? —Rakos ronca mientras apaga otra bola de fuego.
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Abajo, en la manzana, se oyen gritos, órdenes de batalla de pánico, cuando se dan cuenta de que algo va mal. —Estoy bien —dice Bell, y Rakos confía en él. Rakos inhala, haciendo uso de todo su poder. Cuando los drasgard se reagrupan, hay una pausa suficiente en los ataques para que Rakos pueda terminar esto. Las sombras giran a su alrededor, oscureciéndose, creciendo, hasta que Rakos se libera. La magia Tem irradia en una explosión silenciosa, derribando cada farola encantada. Los magos drasgard caen de rodillas, con cada partícula de su poder extinguida. Rakos no espera a ver los resultados. Ya está arrastrando a Bell por un callejón lateral, luego por otro, mientras todas las farolas de la ciudad guiñan una tras otra. Bell tropieza al cabo de una manzana. De nuevo media manzana después. Rakos se detiene el tiempo suficiente para tomar a Bell en brazos. Acunando a Bell cerca, Rakos continúa más despacio y con cuidado hacia la caravana. —Me mentiste —dice Bell somnoliento, con el pelo haciéndole cosquillas en el cuello a Rakos—. El colapso en el laberinto fue sin duda culpa tuya. Rakos le abraza con más fuerza. —Ya hablaremos de eso más tarde. —Si, lo haremos. Sus suaves palabras suenan como una amenaza. *** Más tarde llega demasiado pronto. Rakos anula el hechizo de alarma de la caravana mientras se deslizan dentro del perímetro, luego lleva a Bell de vuelta a su vagón. Aún no se le ha ocurrido una buena explicación. Bell se suelta de sus brazos y entra en el carro tambaleándose. Rakos le sigue y se detiene en la puerta. —Buscaré agua para ti. —No. —Bell se sienta pesadamente en una de las cajas. No es más que una delgada sombra en la oscuridad, apenas iluminada por la luz de la luna que emana a través de las paredes de lona—. Deberíamos hablar. —Más tarde —dice Rakos—. He extraído demasiada magia de ti, no eres un grial. El contragolpe va a ser…
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—Estamos hablando ahora —contesta Bell—. No sobre mi magia. Sabía lo que estaba haciendo, y era solo compartir la vista, no el poder. No me has quitado nada. Rakos exhala, con el corazón palpitante por la adrenalina, muy poco diferente de la experiencia de evitar por los pelos una bola de fuego. Se arrodilla frente a Bell, y lo mira a través de las sombras. —Lo siento. He sido injusto contigo. La oscuridad es silenciosa. Tan silenciosa que Rakos oye a lo lejos el trote de los caballos y los gritos lejanos de la ciudad. Bell suspira y toca la cara de Rakos. Su pulgar pasa por la comisura de la boca de Rakos. —Tú no eres granjero. —No lo soy. —Rakos cubre la mano de Bell con la izquierda. Bell se tensa bajo su contacto, aunque su voz permanece aterradoramente calmada. —Rakos es un nombre común en Draskora, pero no es tan común, ¿verdad? Rakos levanta el puño derecho ante su corazón en señal de saludo, aunque no sabe si Bell reconocerá el gesto en la oscuridad. —Mi nombre es Rakos Tem. —La confesión es casi un alivio—. Antiguo capitán de ala del cuerpo de dragones de Draskora. Actualmente y por completo a su servicio. —Joder —respira Bell. Se aparta, y Rakos lo suelta. —Imagino que tienes preguntas. Pero necesito… —¿Por qué? —Bell pregunta—. ¿Por qué este engaño? ¿Por qué… por qué te tomaste tantas molestias para mentirme? —No sabía en quién podía confiar —dice Rakos—. No deserté, esa parte es verdad. Enfurecí al Príncipe Vana. Esa parte también es cierta, aunque no sé cómo. Cuando me preguntaste quién era, dije la primera estupidez que me vino a la cabeza. Nunca esperé… Enamorarme de ti. —Nunca esperaste que la farsa durara tanto —susurra Bell cuando Rakos se calla—. Joder. Joder. —Se ríe, un sonido extrañamente vertiginoso—. Esto es demasiado, esto es una locura, esto es… —Iba a decirte la verdad —dice Rakos. —¿Cuándo? —Cuando llegáramos a las montañas. —Rakos se frota la cara, aún hormigueante por el tacto de Bell—. Cuando se hiciera muy obvio que Sarka no es mi hermana. Es mi dragón.
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—Tu dragón —dice Bell débilmente—. Por supuesto. —Ella es básicamente como una hermana pequeña para mí. —No puedo creerlo. —Bell se pasa ambas manos por el pelo. —Sigo sin entender por qué. No. Sé porque ocultaste tu identidad. ¿Pero por qué molestarse? Podrías haberme dejado en Orthin. Probablemente deberías haberlo hecho, teniendo en cuenta… Mi magia no puede ser tan útil. —Podría serlo —dice Rakos suavemente—. Hay unas trampas fuera de los nidos de dragón. Pero nada de lo que he hecho es solo por tu magia. Me gustas, Bell. Quiero llevarte a casa. Quiero… —Detente —dice Bell—. Detente, necesito…necesito pensar. Rakos se detiene. Se arrodilla en la oscuridad, esperando su veredicto. —Una vez me pediste que fuera honesto —dice Bell finalmente—. Sobre las cosas que importan. No sobre lo que soy o quiénes son mis amigos, sino sobre mis límites. Mis necesidades y deseos. Las cosas importantes. Sé que no siempre lo he conseguido. Pero tú sí, ¿verdad? —No realmente —admite Rakos—. Sarka es muy importante para mí, y mentí diciendo que era mi hermana. —Eso sí lo has dicho. —La voz de Bell se calienta con diversión. Empuja desde el borde de la caja y se desliza en el regazo de Rakos, obligándolo a arrodillarse en el suelo del vagón. El aliento de Bell hace cosquillas en los labios de Rakos mientras continúa—. Más tarde, al final de todo esto, quiero que recuerdes lo amable y comprensivo que estoy siendo ahora mismo. Las manos de Rakos se mueven instintivamente hacia la cintura de Bell. La esperanza susurra en el fondo de su corazón. —¿Bell? —He sido increíblemente amable y comprensivo —repite Bell—. Lo digo en serio, quiero que lo recuerdes más tarde. —¿Qué estás diciendo? —He decidido lo que es importante para mí —dice Bell, y sella los labios de Rakos en un beso. El deseo surge como un maremoto a través de Rakos. Pierde la cabeza y le devuelve el beso a Bell.
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❧ CAPÍTULO DIECIOCHO. Bellamy.
No importa quién era realmente Rakos. No puede importar cuando Bellamy aún lo desea tanto. Todas sus sospechas se estrellan en una certeza absoluta, y la verdad no es tan aterradora como Bellamy supuso que sería. —¿Esto cambia algo entre nosotros? —exige Bellamy. —No —dice Rakos, con la voz entrecortada—. Seguiré llevándote de vuelta a Silaise. Seguiré protegiéndote. —Eso es todo lo que necesito —dice Bellamy, y vuelve a besar a Rakos. Pensó que se sentiría diferente al escuchar la confesión del propio Rakos. Pero el nuevo conocimiento no cambia nada. Rakos es el mismo hombre que era esta mañana, y Bellamy siente por él lo mismo que entonces. Mucho menos despreocupado de lo previsto. Besa a Rakos como un hombre hambriento, y Rakos está igual de hambriento. Cada roce es lo suficientemente ardiente como para quemar la culpa de los propios secretos de Bellamy. Suficiente para hacer que olvide su agotamiento. No puede darle su verdadero nombre a Rakos. Pero puede darle todo lo demás. —A la mierda —dice Bellamy, arañando el pelo de Rakos. Muerde el lóbulo de la oreja de Rakos—. Jódeme ahora. Rakos jura, su agarre en Bellamy apretando. —Deberíamos hablar más. O dormir. —Pero te deseo ahora. —Bellamy nunca ha sido tan descarado en su vida. Rakos le hace sentir así. Como si estuviera bien ser desvergonzado, atrevido, impulsivo. —Eso sería irresponsable. —Las manos de Rakos se pasean bajo la ropa de Bellamy—. Estás agotado. Mira, apenas puedes mantenerte erguido por ti mismo. —Entonces no me obligues a mantenerme erguido. —Bellamy besa bajo la mandíbula de Rakos—. No te preocupes, puedes seguir si me duermo. —Te aseguro que no estarás durmiendo —dice Rakos, y le da la vuelta.
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Bellamy se ríe mientras Rakos lo tumba en un rollo para dormir y le besa una línea abrasadora por la garganta. Rakos le muerde el cuello, royéndole el pulso. Deja marcas, y el pensamiento hace que Bellamy casi explote de calor. Mientras se besan, Bellamy tantea la camisa de Rakos. Consigue subírsela hasta la mitad del torso antes de que Rakos tenga que levantar los brazos para ayudarle a subirla. Bellamy aprovecha la oportunidad para recorrer con las manos el abdomen ondulado de Rakos. Cada uno de sus toques hace que los músculos se flexionen y salten. Todo lo que hace provoca una reacción en Rakos. Bellamy, al borde de sus últimas fuerzas, se salta los preliminares y tantea los cordones de los pantalones de Rakos. Curva la palma de la mano sobre la gruesa polla de Rakos a través de la tela y saborea el gemido bajo que arranca de la garganta de Rakos. —Voy a correrme así si no tienes cuidado —gruñe Rakos. —Entonces date prisa y jódeme. —Bellamy no va a aguantar mucho más…no porque se corra demasiado rápido, sino porque se desmayará. Nunca antes había compartido su visión de esa manera. Fue algo que se le ocurrió después de ver a los magos de sangre y sus griales. Había algo estimulante en la conexión. Como si así es como Bellamy debe usar su magia. No para mera identificación, sino también para el combate. Su magia se adapta tan bien al poder de Rakos. Si entrenaran juntos, podrían convertirse en una fuerza a tener en cuenta. Si compartieran una causa en la vida real, no solo este sueño de una aventura. ¿Y si pudieran? ¿Y si Bellamy no tuviera que despedirse al final de este viaje? ¿Y si pudieran trabajar juntos, luchar y proteger…? Imposible. Bellamy no puede dejar Silaise, y Rakos no se mudaría allí. Incluso si lo intentara, Madre nunca lo permitiría. Rakos agarra la polla de Bellamy, borrando todo pensamiento ajeno de la cabeza de Bellamy. Sus ropas desaparecen rápidamente. Desnudo en el suelo del vagón, Bellamy mira fijamente a Rakos, fascinado por los débiles contornos de su rostro en las sombras. —Lo digo enserio. —Bellamy toca los labios de Rakos—. No importa. —Eres increíble —dice Rakos. Bellamy empieza a creerle.
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Rakos toma un frasco de ungüento, y la anticipación recorre el torrente sanguíneo de Bellamy. Toda su sangre corre hacia abajo. Esta tan duro, y hay un hilo de nerviosismo a través de él que lo hace aún más excitante. —Entre las cosas que realmente no importan —dice Bellamy—, no he hecho exactamente esto antes. Las siguientes palabras de Rakos son tensas. —¿Quieres que vaya más despacio? Bellamy niega energéticamente con la cabeza. —Ni se te ocurra. Solo quiero que sepas que eres el primer hombre con el que…he estado así. Sé que realmente no importa. Pero a mí me importa un poco. Rakos ríe, el sonido cálido y ronco. —Tal vez no debería importar, pero me gusta de todos modos. —Y deja el ungüento a un lado. Bellamy espera que Rakos le meta los dedos, pero en lugar de eso Rakos desciende por su cuerpo, besando un camino caliente y delicioso hacia abajo. Pero Rakos pasa de largo su polla, solo le da un rápido beso en las bolas, y luego profundiza más. Abriendo las piernas de Bellamy hacia arriba, le besa la parte posterior de los muslos, y luego se agacha. —¿Qué estás…Oh, joder. —Bellamy jadea de placer mientras Rakos le acaricia el culo con la lengua. Rakos se aparta brevemente. —Más vale que sean preguntas retóricas, porque es un poco difícil responder cuando te estoy comiendo el culo. —Definitivamente muy retórica. Sigue…sigue haciendo eso. Bellamy no es tan inocente como a su sobreprotectora familia le gustaría creer. Pero una cosa es conocer intelectualmente actos como este. Otra muy distinta es experimentar la lengua entusiasta y enérgica de Rakos Tem metiéndose en su culo virgen. Rakos aplasta su lengua contra el borde de Bellamy con movimientos amplios y húmedos, y toda la conciencia de Bellamy se concentra en el contacto. No puede evitar agitarse contra la cara de Rakos mientras este lo sujeta. A Rakos no parece importarle sus movimientos, casi riendo satisfecho cada vez que Bellamy reacciona. Finalmente, Bellamy no aguanta más las burlas. No quiere correrse demasiado rápido. Tira de la larga melena de Rakos. Rakos toma la presión como un estímulo para trabajar el agujero de Bellamy aún con más fuerza. —¡Rakos! No aguanto más. —¿Qué pasó con “no te atrevas a parar”?
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Bellamy gime, tratando de ordenar sus pensamientos. —Realmente quería decir algo super sexy ahora mismo, pero no puedo pensar. Sólo, ¿jódeme ahora? ¿Por favor? —Eso fue lo suficientemente sexy para mí. —Rakos finalmente se arrastra de nuevo por el cuerpo de Bellamy. Envuelve su mano detrás del cuello de Bellamy. Se inclina hacia su oído y murmura—. He estado pensando en esto durante tanto puto tiempo. Quiero hacerte perder la cabeza. Rakos abre el ungüento y se lo aplica en los dedos cada vez con más prisa. Bellamy jadea cuando los gruesos dedos de Rakos lo penetran. Es demasiado. Casi demasiado. Pero Bellamy quiere todo lo que Rakos le da. Tal vez sea lo duro y caliente que está. Tal vez es la adrenalina rompiendo sus defensas. Tal vez sea lo mucho que desea a Rakos, tanto que no puede pensar con claridad. Pero esto es mil veces más intenso que tocarse a sí mismo. Rakos ni siquiera ha entrado en él todavía, y Bellamy ya está volando. —¿Cómo te sientes, Bell? —Rakos mete el dedo y choca con la próstata de Bellamy. Bellamy grita y luego gime cuando Rakos retira los dedos. Aferrándose al aire vacío, Bellamy hierve de expectación mientras Rakos le levanta las piernas. —¿Estás listo? —pregunta Rakos. —Sí. —Bellamy engancha los talones a la espalda de Rakos, tratando de arrastrarlo más cerca—. Jódeme ya. Rakos gime y presiona hacia adelante. A pesar de lo preparado que está Bellamy, la polla de Rakos es todavía mucho para manejar. Por un momento, Bellamy no está seguro de poder abrirse tanto. Pero lo hace. Está demasiado cansado para tensarse. Demasiado cansado para luchar contra sus propios deseos. Se relaja para Rakos, y lo toma. —¿Estás bien? —Rakos pregunta. Parece temblar dentro de Bellamy. Como si se estuviera conteniendo. Solo está a medio camino dentro de Bellamy. —Date prisa, antes de que me duerma —dice Bellamy en un alarde de bravuconería. —Te lo dije, eso no va a pasar. —Rakos sacude sus caderas, empujando más profundamente dentro de Bellamy, y tiene razón. No hay forma de que Bellamy duerma durante esto. La gruesa polla de Rakos se desliza dentro y fuera de las sensibles paredes de Bellamy. Bellamy gime con la fuerza. Pero Rakos no lo golpea duro y rápido
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como él espera. Después de las primeras embestidas abrumadoras, Rakos reduce la velocidad, dejando que Bellamy sienta cada agonizante y dulce centímetro de polla dentro de su culo. El ritmo más lento, pero no por ello suave, lleva a Bellamy al límite. Su polla, que se había ablandado con la penetración inicial, vuelve a llenarse. Bellamy intenta mover las caderas hacia arriba para responder a las embestidas de Rakos, pero está demasiado agotado para hacer gran cosa. Todo lo que puede hacer es permanecer tumbado mientras Rakos lo abruma. Eso parece suficiente para Rakos, que no para de hablar. —Mierda, tu culo es increíble. —Sus caderas chasquean contra el culo de Bellamy—. Eres el hombre más sexy que he conocido. ¿Viste cómo te miraba todo el mundo en la mascarada? Sé lo celoso que te pones de mí, y creo que es caliente. Pero soy yo el que debería estar celoso. Cuando entramos en ese salón de baile, todos los hombres y mujeres querían ser yo. —Me vieron pisarte los pies durante cada baile. —Ellos habrían matado por el privilegio de ser pisados. —Eres ridículo. —Pero lo amas. —La sonrisa de Rakos brilla incluso a través de la oscuridad, y la palabra amor atraviesa a Bellamy. Eso no es lo que Rakos quería decir. Definitivamente no. Bellamy se aferra a la creencia de que esto es casual. Pero por un momento, cuando Rakos lo toma, nada de eso importa. El futuro, la posición y las responsabilidades de Bellamy no importan. Nadie puede impedirle amar cada momento de esto. De amar al hombre que lo jode contra el suelo del vagón. Rakos se apoya con un antebrazo en la cabeza de Bellamy y deja caer el otro entre ellos. —¿Qué tan cerca estás? —No lo sé. —La mano de Rakos se cierra alrededor de su polla, y Bellamy gime—. Muy cerca —corrige—, muy, muy, muy cerca. —Genial, porque tu culo esta jodidamente caliente a mi alrededor. Voy a explotar en cualquier momento. —Adelante —Bellamy jadea—, cuando te apetezca. Joder, parezco estúpido. —Oh bien, los dos podemos ser estúpidos —dice Rakos con una sonrisa, y sella la boca de Bellamy con la suya.
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Bellamy está tan mareado, todo su ser inundado de placer, que lo único que puede hacer es aferrarse a Rakos y devolver el beso. Recostarse y aguantar los deliciosos y acelerados golpes. Rakos jura, su mano en la polla de Bellamy tartamudea. Se separa del beso y hunde la cara en el hombro de Bellamy, y el gemido bajo que sale de su garganta es lo más excitante que Bellamy ha oído jamás. Con la polla aún dura dentro de Bellamy, Rakos acaricia a Bellamy unas cuantas veces más antes de que Bellamy se una a él en la liberación. Bellamy se arquea hacía atrás, la visión se oscurece. No ve la magia. Solo necesita esto, y nada le duele. Rakos besa la frente de Bellamy mientras baja. La punta de su nariz. El beso más breve y ligero a sus labios. Bellamy toca también los labios de Rakos. —Eso fue increíble. —¿No tienes miedo de alimentar mi ego? —Rakos pregunta. —Ahora mismo no tengo miedo de nada. Rakos jura en draskorano y se separa del cuerpo de Bellamy. Bellamy está seguro de que mañana sentirá los dolores y los moretones. Toda la fuerza de su fatiga. Pero ahora mismo, solo siente una dicha flotante. Ni siquiera se levantan para limpiarse. Rakos se desploma junto a Bellamy y lo envuelve en sus brazos. —Hay otra cosa sobre la que no fui sincero —dice Rakos en voz baja. —Hombre terrible. ¿Qué es? Rakos le abraza con más fuerza. —No creo que esto sea casual para mí después de todo. El corazón de Bellamy se eleva, luego cae en picada.
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❧ CAPÍTULO DIECINUEVE. Rakos.
Es
una de las cosas más fáciles que Rakos ha dicho en su vida. Entre la
adrenalina de la pelea, el intenso alivio de que Bell no lo haya rechazado, y el nebuloso resplandor del orgasmo, las pocas inhibiciones de Rakos se han dispersado. Acaricia la nuca de Bell y le pasa una mano posesiva por el vientre. El sudor y la semilla se pegan entre ellos. Antes de que pueda decir algo más desacertado, Bell se revuelve en sus brazos. Agarra a Rakos por la cara y lo besa en silencio, con toda la dulzura y la luz que Rakos necesita de él. —Eres ridículo. —Ya lo has dicho. Bell le besa de nuevo. —Sigue siendo verdad. —Entierra la cabeza contra el pecho de Rakos—. Estoy demasiado cansado. No digas nada más esta noche. Déjame disfrutar esto. Rakos le besa la cabeza. Un amor abrumador y vertiginoso se extiende por su pecho. —Dulces sueños, Bell. Unas horas más tarde, Rakos se sienta en la parte trasera del carro, lanzando ociosamente guijarros para Bastard mientras sale el sol. Todos sus movimientos son mecánicos. Sin sentido. Está mentalmente agotado de la mejor manera. Como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Le dijo la verdad a Bell, y Bell aún lo quiere. Carajo, Bell todavía lo quiere. Anoche fue, sin exagerar, una de las noches más increíbles en la vida de Rakos. El mundo sigue fuera de control a su alrededor. Sigue marcado como desertor. Sigue huyendo del Príncipe Vana y de todo el ejército de Draskora. Aún no ha recuperado a su dragón. Pero ya no está mintiendo a Bell, y eso es más alivio de lo que jamás imaginó. Bastard se teletransporta frenéticamente tras los guijarros, intentando y normalmente fracasando en su intento de atraparlos antes de que aterricen. Rakos se pregunta cómo se llevaría con Sarka.
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El alba se desliza por el cielo, iluminando las oscuras agujas de Nost y las columnas de humo que aún se elevan desde el laberinto en ruinas. Las nubes de niebla sobre el cañón refractan la luz en rayos dorados. El carro se mueve y cruje. Rakos no puede evitar una sonrisa ridícula cuando Bell se acerca y se desploma a su lado, con un leve silbido de dolor. —Deberías volver a dormir —dice Rakos—. La caravana no vuelve a salir hasta mañana. Podemos tomarnos el día libre. —Lo sé. —Bell se acurruca más cerca de Rakos, inclinando su cara hacia arriba. Rakos atrapa sus labios en un beso perezoso y suave, mucho más dulce que el amanecer rosa y dorado. En este momento, todo es sereno y perfecto. Entonces Bastard abandona su guijarro y salta de nuevo al regazo de Bell, chillando indignada. La familiar forma oscura de un halcón sobrevuela el cielo. —¿Te da miedo el halcón? —Bell le hace cosquillas en la barbilla—. No te preocupes, no puede abalanzarse más rápido de lo que tú puedes teletransportarte. Aunque tal vez algunos depredadores amenazantes podrían ser buenos para tu actitud. El corazón de Rakos se hunde, y la serenidad se desvanece. —Cambio de planes. —La tensión en su voz hace que Bell levanté la vista—. Tenemos que dejar la caravana hoy. —De acuerdo. ¿Por qué? —La confianza de Bell en Rakos es admirable. —Ese halcón pertenece al Príncipe Vana. No sé cuánto puede comunicarle, siempre ha sido muy reservado al respecto. Pero no podemos ser demasiado cuidadosos. Si el halcón nos ha visto, Vana podría saber que estamos aquí. —Oh, genial. ¿Cuál es el nuevo plan? Rakos se frota la cabeza. —No creo que podamos encontrar otra caravana en Nost sin que nos descubran. ¿Puedes soportar un viaje de tres días? Bell estrecha a Bastard contra su cuello. —¿No estamos aún a una semana de las montañas? Rakos sacude la cabeza. —Tres días. Ahora que no tengo que esconder mi magia, podemos tomar un atajo. —Emocionante. —Bell se inclina para darle otro beso—. Entonces puedo soportar un viaje de tres días. Mientras Bell recoge sus escasas pertenencias, Rakos lleva el último oro de Ludvik a la carreta de Petunia. Llama a la puerta, preparándose para encontrar
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trabajadores de cama desnudos amontonados por todas partes. Pero Petunia es la única que responde, con la cara cubierta de una extraña pasta verdosa. —Ya te has levantado. —Petunia se las arregla para parecer muy juiciosa para alguien cubierta en una sustancia viscosa—. Por el ruido de anoche, pensé que no te vería hasta el mediodía. —Lo siento —dice Rakos, sin sentirlo en lo absoluto—, y siento despertarte tan temprano. Necesito un favor. Sus ojos se entrecierran. —¿Qué clase de favor? Rakos toma el monedero de Ludvik. —El tipo de favor por el que te pago. Petunia abre la puerta unos centímetros más. —Te escucho. —Bell y yo vamos a dejar la caravana. Necesito que alguien compre dos caballos para nosotros. Caballos de viaje decentes. Lo suficientemente grandes para montar doble si es necesario. —¿Problemas? —Petunia pregunta. —Pagaré en oro, no en chismes. —Rakos le entrega la bolsa—. Puedes quedarte con lo que sobre. Y usa el espacio de nuestro carro si quieres pasar algún tiempo lejos de tus acompañantes. Petunia rebusca descaradamente en el monedero. —Veré que los caballos vengan con montura. —Si hay alguna boticaria abierta, ¿podrías tomar también algún elixir para el dolor? —añade Rakos—. Debería haber suficiente oro. —Oh, tuviste una noche divertida —Petunia cacarea—. Volveré en…debería tomarme una hora estar vestida, así que tendré los caballos para ti en hora y media. —Aprieta los labios—. Y… ¿Rakos? —¿Si, mi lady? Petunia le señala con el dedo. —Te daré tres días antes de informar lo que sé al drasgard. Por supuesto. Tiene que proteger su propio pellejo. —Gracias —dice Rakos, y lo dice en serio. *** Petunia entrega los caballos en cuarenta y cinco minutos. Rakos no está seguro de como lo ha hecho tan rápido, pero son exactamente lo que él quería.
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No llamativos, pero robustos, con temperamento firme. A Rakos no le importan los retos, pero quiere que las cosas sean fáciles para Bell. Rakos no puede reprimir su sonrisa de satisfacción cuando Bell se acerca a los caballos con una mueca de dolor. —¿Seguro que puedes montar? —No —replica Bell con el ceño fruncido—. Y es totalmente culpa tuya. —¿Qué? ¿Podrías explicarte mejor? —Ya has dicho antes cosas sobre no alimentar tu ego. Así que me voy a morder la lengua. —Pero me gusta tu lengua, corazón. Bell pone los ojos en blanco. —Ridículo. Rakos le da la botella que Petunia consiguió. —Definitivamente ridículo, pero que no se diga que no soy atento, cariñoso y compasivo. Esto te ayudará con tus, um, heridas. —No estoy herido —protesta Bell, abriendo la botella—. Hay un poco de magia en esto. —Pastillas para el dolor. —Rakos frunce el ceño—. Vamos, silaisano. Apenas cuenta como magia de sangre. —No, está bien. Sólo lo comprobaba. —Bell saca una de las píldoras y se la traga en seco—. También las tenemos en Silaise estos días, y mi madre me ha hecho probar básicamente todo lo disponible para arreglar mis dolores de cabeza. Incluso algunas cosas que no están disponibles. La magia no funciona realmente con ellos, y algunos productos químicos ayudan un poco. —Bueno, espero que esto funcione en tu… —Cállate. Bell monta su caballo sin la ayuda de Rakos. *** Una hora más tarde, el Bosque Amistoso florece a su alrededor. El bosque es de un rojo y un dorado brillantes, intacto durante siglos de la intrusión humana. El único signo externo de magia que hay en su interior es el extraño tono púrpura de los troncos de los árboles, como venas de piedra caliza que serpentean por la corteza.
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Parece bastante benigno, pero cuando Rakos extiende su magia Tem, la energía corruptora se le resiste. Tendrá que anular el camino frente a ellos durante todo el viaje. Rakos llama a los caballos para que se detengan mientras Bell mira con asombro el bosque que les rodea. La emoción invade sus hermosas facciones. A Rakos le gusta que Bell sea así. Le gusta siempre, pero especialmente así, embelesado con el mundo que le rodea. —Hay tanta magia —dice Bell. —Dime si es demasiado. Siempre podemos tomar un descanso. —No quiero apartar la mirada. Esto es increíble. —Bell mira a Rakos—. Aunque tu magia es muy útil. Puedo verte anulando las bengalas que nos rodean. —Soy genial, ¿verdad? Dime que soy genial. —Ridículo. —Bell sonríe—. Pero también bastante genial. Se adentran con sus caballos en el bosque, que rápidamente se cierra a su alrededor. Tendrán que confiar en las huellas de animales y en el sentido de orientación de Rakos. Los caminos que una vez atravesaron este bosque están en desuso. De repente, Bell se endereza en la silla de montar. —¿Hay wyrms en este bosque? —No. —Rakos frunce el ceño—. Quiero decir, no lo sé. Los nobles no organizan cacerías de wyrm aquí, pero no vienen en lo absoluto. Solo sobrevuelo la zona. ¿Por qué? —Solo pensé que el patrón de los árboles era propicio para hacer túneles —dice Bell—, ¿Ves lo esparcido que está todo? Deberíamos tener cuidado. —Buena decisión —dice Rakos, aunque no está seguro de lo cuidadosos que pueden ser. Los Wyrms hacen túneles subterráneos, y se sienten atraídos por las vibraciones, como las pisadas en la superficie. —Hay una cosa más que debo decirte. —Bell cambia sus riendas a una mano, luego a la otra. —¿Es sobre lo bien que te jodí anoche? —pregunta Rakos—. Porque ya estoy planeando follarte aún mejor la próxima vez. Bell no acepta la burla. —Preferiría hablar de eso, sí. Pero en realidad quería decirte que conocí al Príncipe Vana en la mascarada de sangre. —¿Qué? —Rakos se sacude tan fuerte en la silla que su caballo se detiene en protesta. Suelta con fuerza las riendas y la empuja hacia delante. Instintivamente, teme por Bell, pero Bell claramente regresó a salvo a él anoche—
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Cuéntame qué ha pasado. Y tal vez sea mi vanidad hablando pero, ¿dijo algo sobre mí? —Sabía que estaba contigo. —Bell mira alrededor a los árboles, luego a Rakos—. Después de que te fueras a buscar a tu amiga, me distraje un poco. Vi el final del duelo, luego fui a explorar el resto del laberinto. Me detuve en un jardín, porque me gustan los jardines, y el príncipe Vana se me acercó para hablar. —¿Estabas a solas con él? Bell ladea la cabeza. La luz del sol se cuela entre los naranjos, pintándolo de dorado. —¿Estás celoso? —Estoy preocupado, no celoso —insiste Rakos. —Llevaba un guardaespaldas. —Los ojos de Bell se arrugan divertidos—. Estábamos debidamente acompañados. —Eso es lo más cerca de estar solo que lo tendrás. Nunca se separan. Es una cosa de Kaiskara. —Rakos frunce el ceño—. ¿Qué dijo? —Vana, digo, Su Alteza fue muy cortés. Me preguntó si te había visto, cosa que negué. Pero le pedí que me describiera al Capitán de Ala Rakos Tem. Su descripción fue, um, esclarecedora. No es de extrañar que Bell no estuviera tan sorprendido como debería haber estado anoche. Rakos se alegra de no tener que seguir con la farsa, porque por lo visto se le daba peor de lo que suponía. —Humillante. Continúa. Bell jugueteaba con sus riendas. —Dije que no te había visto, pero Vana me descubrió. Dijo que si por casualidad me encontraba con este Rakos Tem, debería pasarle un mensaje. —Bell le mira fijamente a los ojos—. Dijo que fue un malentendido. Nunca quiso hacerte daño. Después cabalgan en silencio, entre el susurro de los árboles y las volutas de niebla que se desintegran contra los límites de la magia de Rakos. Una pesadez y una ligereza hacen estragos en el corazón de Rakos. —Bueno, eso es exactamente por lo que quiero salir de esto —dice Rakos—, todos estos juegos estúpidos. —¿Qué quieres decir? Rakos se ríe amargamente. —Las mentiras. Los esquemas. Todas esas soluciones complicadas para problemas falsos. Solo quiero volar mi dragón y usar mi magia y proteger algo que me importa. Pero ya no estoy seguro de que es eso. —He oído hablar de ti —dice Bell vacilante—. La Sombra de Draskora. Eres bastante famoso.
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Viejas heridas se retuercen entre los huesos de Rakos. No los suyos. —Soy famoso por una guerra que nunca entendí. —Rakos nunca había dicho esas palabras a nadie más que a Sarka—. Me alisté para defender mi patria, pero no estábamos bajo amenaza hace siete años. —¿La Casa Dire nunca te dio una razón para la guerra? —Los generales nos dieron razones —dice Rakos—, pero eran pura mierda. Propaganda patriótica. Si había una razón genuina, ¿por qué nos retiramos sin lograr nada? Bell acerca su caballo al de Rakos. Cabalga bien, claramente cómodo en la silla. —Dijiste que no habías desertado, ¿querías hacerlo? Rakos respira profundamente el aire del bosque. Se recuerda a sí mismo y a su lugar. Se siente bien hablar con Bell, incluso sobre esto. Probablemente no debería continuar, pero ya no quiere ser cauteloso con Bell. —Los nobles y los generales son una mierda, pero el cuerpo de dragones es sólido. Y Sarka es mi mejor amiga. Nunca me iría sin ella. —Es por eso que vamos a Parsk ahora. —Exacto. —¿Qué vas a hacer cuando la hayas encontrado? —Intento no pensar con tanta antelación —admite Rakos—, Sarka me ayudará a llevarte a casa, sé que lo hará. Pero después de eso, no lo sé. Si quiere volar conmigo, ya se nos ocurrirá algo. Encontrar una isla desierta en algún lugar al oeste de las Fauces. Me pones en contacto con tus amigos contrabandistas de piedra caliza y viviremos nuestras vidas en un paraíso tropical. —Eso suena bien —dice Bell después de un momento. Una vida solo con él y su dragón. Eso solía ser todo lo que Rakos quería. Rakos sacude la cabeza, como para quitarse el polvo de la melancolía. — De todos modos, no me fío una palabra de lo que dice Vana. Es un noble asqueroso y mentiroso como cualquier príncipe. —Sí —dice Bell en tono divertido—, los príncipes son lo peor.
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❧ CAPÍTULO VEINTE. Bellamy.
La magia brilla en lo más profundo de la tierra, como destellos de luz estelar oculta. Le recuerda de un modo inquietante a Sandrelle, aunque no tan intenso. El mismo escalofrío nauseabundo en su visión. No es deslumbrante pero sí doloroso. Bellamy mantiene la cabeza alta mientras cabalga, concentrándose en el rojo bosque otoñal. Los árboles también tienen magia pero es pasiva. Oscura e inactiva. Las raíces solo brillan cuando se acercan a su presa… Bellamy no tiene que usar su magia para que las raíces se asienten, reconociéndolo como un amigo a su manera no pensante. El Bosque Amistoso sería un lugar peligroso para la mayoría de la gente, Bellamy puede decirlo. Pero entre la magia de Rakos y la suya, el viaje debería ser suficientemente suave. Siempre y cuando no haya ningún wyrm. No, el único peligro para Bellamy justo ahora es el riesgo de caer de su caballo. El agotamiento pesa sobre sus miembros, zumbando en sus oídos. Aunque descansó después de la mascarada de sangre, ninguna cantidad de descanso podría prepararlo para su huida a través de la ciudad. La verdad sobre Rakos. El sexo alucinante. —Hey —Bellamy le llama—, ¿podemos descansar por un momento? Rakos inmediatamente detiene su caballo. —No quiero asumir nada, pero creo que necesitas más que un minuto, ¿huh? —Quizás un poco más. Rakos se desliza de su yegua, dejándola pastar por el borde del camino. — Desmonta. Lo resolveremos. Bellamy desmonta cuidadosamente. No ha montado en meses y el terreno es duro. —Sé que tenemos que seguir moviéndonos. Me las arreglaré para el resto de la mañana. —¿El problema es la cabalgata o tu cabeza? —En realidad no me duele nada —Bellamy admite, estirando sus piernas— solo estoy cansado.
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Rakos envuelve un brazo a su alrededor y Bellamy se derrite contra su cuerpo. Hay algo tan estable y tranquilizador sobre Rakos. A Bellamy le gusta la forma en la que Rakos le pregunta en lugar de hacer suposiciones sobre lo que necesita. Y Bellamy puede contestar honestamente sin ser menospreciado. Honesto sobre todo, excepto con la cosa más importante, por supuesto. Rakos ha estado mucho más relajado esta mañana, a pesar de su preocupación por el halcón de Vana. Como si sus hombros fueran más ligeros desde que su secreto fue roto. Bellamy está tentado a hacer su propia confesión. Pero todavía es demasiado riesgoso. Desde que… no, especialmente ahora que sabe quién es Rakos. Decirle a Rakos, el granjero, su verdadera identidad habría sido lo suficientemente estúpido. Decirle a Rakos, el jinete de dragones, su verdadera identidad sería una locura. Incluso a un jinete de dragones aparentemente cansado de pelear. Rakos frota su nuca gentilmente, más cómo caricia que cómo un masaje. —¿Por qué no tomas una siesta por el resto del día? Bellamy se inclina en su toque. —Soy un jinete pasable pero no puedo cabalgar mientras duermo. —Cabalga conmigo. Moveremos los paquetes a tu caballo y podemos montar juntos. Siéntate, relájate y déjame tomar las riendas. Bellamy no puede ver ninguna falla en el plan. No particularmente en la parte sobre compartir la silla de montar. De hecho, puede que sea un plan demasiado bueno. —Eso no suena muy tranquilo para mí. —Tienes una mente sucia, juglar. —Rakos besa su frente y luego se mueve para recoger los paquetes—. Prometo que seré un perfecto caballero. —Que decepcionante —dice Bellamy y Rakos ríe. Una vez que Rakos ata el caballo de Bellamy a la parte delantera de la silla, le hace señas a Bellamy para que se acerque. Bellamy podría montar por sí mismo pero le gusta que Rakos le eche una mano. Disfruta especialmente la parte en la que Rakos se balancea detrás de él. La silla de montar es apenas lo suficientemente grande para los dos y todo el cuerpo de Rakos lo rodea. Sus rodillas encajan juntas, el ancho pecho de Rakos presiona la espalda de Bellamy. El trasero de Bellamy encaja contra la entrepierna de Rakos. El calor sube por el cuello de Bellamy, especialmente cuando Rakos lo abraza para tomar las riendas. Bastard se teletransporta desde su bolsa y reaparece
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en la silla del caballo de Bellamy, donde se instala para su propio y espacioso paseo. —Acogedor, ¿no lo es? —Rakos murmura acaloradamente en el oído de Bellamy—. Duerme ahora. Yo conduciré. Se adentran en el bosque y Bellamy no duerme. Está demasiado contento y cómodo acurrucado contra Rakos. —Tengo tanta suerte de haber tropezado contigo. —No creo que haya sido suerte —Rakos dice—, la tormenta que te desvió fue probablemente un intento del Príncipe Vana de encubrir mi exilio. Yo soy el único afortunado de que decidieras quitarme ese collar. —De nada, entonces. Mi secuestro más exitoso. —Bueno, tal vez pueda compensarte. Hay algo que he estado queriendo probar. —Estoy escuchando —dice Bellamy neutralmente. Quizás no tan neutral. —No esa clase de algo —aclara Rakos—, quería ver si puedo usar magia Tem para apagar tu visión temporalmente. No voy a intentarlo si no quieres que lo haga, pero podría darte un poco de descanso. —Huh. —Bellamy lo piensa por un momento—. ¿Duele? —No y no toca la fuente de magia dentro de ti. No es nada permanente. Todo lo que puedo hacer es cancelar la magia en uso activo. —Mi visión no es exactamente activa —le dice Bellamy—, no tengo que usarla conscientemente. —Si lo intento y no funciona, no pasará nada. —Bien entonces. He probado remedios más extraños. Rakos cambia las riendas a una mano y rodea con la otra la frente de Bellamy. Tira hasta que la cabeza de Bellamy se apoya en el hombro de Rakos, lo que es infinitamente más cómodo. Bellamy se conformaría con estar ahí tumbado, completamente deshuesado. —Déjame saber si notas algo —dice Rakos. Bellamy no cree que Rakos no esté haciendo nada, y una débil iridiscencia sigue parpadeando aquí y allá en el bosque. Girando en el aire y patinando alrededor de la burbuja que Rakos está creando a su alrededor. La luz se atenúa tan gradualmente que Bellamy no lo nota al principio. Entonces él jadea, porque el bosque está totalmente inmovil a su alrededor. Completamente normal.
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—¿Funcionó? —pregunta Rakos. Bellamy parpadea alrededor de la silla, y la verdad es la misma a donde sea que vea. La magia del bosque no se ve por ninguna parte. —No puedo creerlo. Rakos retira la mano de la frente de Bellamy y envuelve su brazo en su cintura. —¿Qué piensas? —Es increíble. —Bellamy apenas puede creer en sus ojos. El bosque lleno de magia luce tan ordinario como la más sencilla playa en Tavoc—. Podría no querer esto todo el tiempo. Mi poder es bastante útil. Pero si puedo tener un descanso como este, de vez en cuando… Bellamy se detiene. Él no será capaz de hacer esto por mucho tiempo, y no será capaz de aprovechar el poder Rakos cuando realmente lo necesite en Sandrelle. Tan pronto como Rakos se reúna con Sarka, Bellamy volverá a Silaise y todo esto habrá terminado. Esta atenuación de su vista es otra de las cosas que perderá cuando él y Rakos se separen. Pero como todo lo demás, lo disfrutará por ahora. —Me alegra que funcione. —Rakos acaricia la cintura de Bellamy, casi haciéndole cosquillas—. El efecto se pasará en unos diez minutos. No quiero dejarte indefenso por mucho tiempo. —Es perfecto. —Bellamy se apoya en los brazos de Rakos, disfrutando la exuberancia roja y dorada del bosque. El silencio se extiende cómodamente entre ellos. El único sonido es el susurro del viento entre los árboles y el constante ruido de los cascos bajo ellos después de un tiempo, Rakos dice, —¿Qué tal una canción para pagarme de vuelta? Oh, vaya. Bellamy hace la única cosa que puede pensar: cierra sus ojos sin responder. Pretende que no ha escuchado y está tan relajado que fingir sueño es fácil. Su engañoso silencio se alarga hasta que Rakos dice: —¿Estás dormido? Rakos no le pillará tan fácilmente. Bellamy permanece desplomado y tranquilo contra el pecho de Rakos. Es mucho mejor actor que la Sombra de Draskora. Un momento después, Rakos suelta una carcajada tranquila. Aprieta su brazo alrededor del cuerpo de Bellamy y presiona un beso en la parte superior de la cabeza de Bellamy. —Duerme bien, amor. Oh, Joder.
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Bellamy intenta convencerse a sí mismo de que está dormido después de todo, para poder disfrutar de este sueño sin final.
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❧ CAPÍTULO VEINTIUNO. Rakos.
Rakos se mete ociosamente otra zarzamora en su boca. El Bosque Amistoso es más amigable de lo que esperaba. Demasiado para todas las historias sobre los mágicos árboles asediando viajeros. Bell se ve exhausto por el viaje a pesar de los frecuentes descansos. Ambos lo están. Terminaron montando juntos la mayor parte de los dos primeros días. Rakos está cerca de sus límites para hacer retroceder la energía ambiental del bosque, y no puede gastar energía en calmar la mente de Bell de nuevo. Al menos es más cómodo que su vuelo anterior a través del bosque del sur. El clima es más frío, pero tienen ropa de abrigo, verdaderos sacos de dormir y kits de fuego. Han sustituido la comida de viaje por bayas y frutos que encuentran a través del bosque. Rakos está sorprendido por el número de arbustos de zarzamoras celestialmente cargados que encuentran a lo largo del camino, especialmente en los claros en los que duermen. —¿Son buenas las bayas? —pregunta Bell la tercera mañana. —Deliciosas —dice Rakos—. Realmente no pensé que fueran nativas de está área. Bell mete otra en su boca. —Quizás es la extraña magia en todos lados. Rakos se encuentra a sí mismo reacio a dejar el pacifico claro que Bell pisa con su pie, sus brazos levantados, playera yendo hacia arriba…no lo suficiente para exponer algo de piel, pero la imaginación de Rakos puede completar el resto. Aun con lo mucho que disfruta ver a Bell con el abrigo de piel de wyrm, Rakos desearía que estuvieran en verano y poder ver a Bell en manga corta fuera de los festivales. Después de lanzar su última zarzamora a Bastard, quien lo ignora, Rakos se pone de pie. Es hora de desatar a los caballos y ponerse en marcha. —Estamos a medio día del límite del bosque —dice Rakos—, creo. Como dije, suelo sobrevolar.
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—Eso realmente explica muchas, muchas cosas —dice Bell con una mueca— Okay, tenemos todo empacado. Rakos frota el jugo de zarzamora de sus dedos. —No todo. Olvidaste una cosa. Bell le frunce el ceño. Luego se funde en una carcajada cuando Rakos se inclina contra él y besa esa dulce sonrisa hasta la sumisión. Hay una alegría inevitable de estar con Bell. Es como volar. Como lanzarse y confiar en Bell para halárlo en el último minuto. Se besan perezosamente, lentamente y a Rakos le encantaría esto durara para siempre. Hasta que Bell se aparta del beso con un grito ahogado. —Wyrm. ¡Ahí! Rakos saca el cuchillo largo de Zuzana. Un arma totalmente inservible para un ataque de wyrm, pero es todo lo que Rakos tiene. Todavía degusta a Bell en sus labios mientras su cuerpo se prepara para una batalla que él no ve. El claro es tan pacifico como lo fue momentos antes. —No escucho nada. —Se está moviendo. —Bell apoya una mano contra un altísimo árbol naranja de hadarnut, a continuación, señala un punto a través del claro—. Allí. Rakos gira justo cuando el wyrm sale del suelo. La tierra se desprende de la robusta criatura blanca y dorada. Primero su cabeza en forma de cuña gira alrededor, luego las curvas sinuosas de su cuerpo; cada una de sus seis patas terminan en afiladas garras. Como un dragón sin alas, el hombro del wyrm es tan alto como la cadera de Rakos. Este se mueve más despacio de lo que Rakos espera, moviendo la cabeza como si estuviera distraído. Rakos llama a las sombras bajo los árboles. Los bordes oscuros de la bella mañana. Su magia no ayudará contra colmillos o garras, pero él debería hacerlo. —¡Regresa! Bell no se mueve del árbol de hadarnut. —Quédate quieto. No va a pasar. Los wyrms tienen mala vista, cazando por el calor y movimiento. Rakos no le dará oportunidad de notar a Bell o a los caballos que Bell necesitará para escapar. —No te preocupes —Rakos grita mientras corre hacía el wyrm—, ¡lo tengo! —Tú, idiota —Bell grita bruscamente abalanzándose en la dirección opuesta. El movimiento dividido distrae al wyrm y Rakos aprovecha la oportunidad para lanzarse hacia él.
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Quizás seis pies de largo, sin contar la tortuosa cola, el wyrm es una serpenteante sinuosa amenaza. Cuando Rakos avanza envuelto en sombras, el wyrm arremete también. Pero tropieza a mitad de camino. Rakos queda aturdido cuando las mandíbulas no se cierran a su alrededor. No hay garras desgarradoras. Hay fuegos pobremente dirigidos en la dirección equivocada. Pero un hombro escamoso, sólido como una roca, choca contra Rakos. Ignorando el dolor contundente, Rakos se agarra del hombro más adelantado del wyrm, intentando enganchar una pierna sobre su espalda. —Hablo en serio —Rakos grita mientras lucha con el wyrm—, ¡Vete de aquí! —Absolutamente no —Bell grita en respuesta. Entonces, Rakos no puede pensar en otra cosa. Toda su concentración está en permanecer en la espalda del wyrm. Necesita meter su cuchillo bajo las escamas para matarlo antes de que lo tire. El río de adrenalina arrasa con todo lo demás. Rakos no puede oír nada aparte del gruñido del wyrm debajo de él. El wyrm se sacude, aplastando a Rakos contra un árbol, los hombros de Rakos gritan con el esfuerzo de aferrarse. Clava su cuchillo hacia arriba junto al cuello del wyrm, apuntando a las grietas entre las escamas más pequeñas, donde la piel tiene que ser más flexible para permitir que el wyrm se mueva. Rakos casi se cae en la siguiente embestida del wyrm, deslizándose de lado alrededor de su cuello. Apenas se aferra cuando el wyrm se detiene estrepitosamente. Su pecho roza el suelo y parece haberse quedado clavado. A Rakos no le importa cómo. Sólo aprovecha la repentina detención para clavar su cuchillo en el cuello musculoso. El cuchillo se retuerce y se hunde bajo las escamas. La sangre caliente brota sobre la mano y la muñeca de Rakos. Saca el cuchillo en una nueva ráfaga de sangre y se aleja rodando de la agonía del wyrm. Suciedad y hojas salpican por todas partes. Rakos aterriza con fuerza en su trasero, con el cuchillo caído a su lado. Por un momento, parece que un bucle de raíz está envuelto alrededor de la pata trasera del wyrm. Pero la ilusión se desvanece cuando el wyrm se agita y luego se queda inmóvil. Rakos se levanta tambaleándose y Bell corre a su lado. —¿Estás bien? —dicen ambos al unísono.
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Sujetando su sangriento brazo derecho, Rakos toma Bell con su otro brazo. Esquiva el intento de beso para inspeccionar las heridas de Bell. No hay rasguños o moretones visibles, solo respiraciones rápidas y mejillas sonrosadas. —¿Estás bien? —Rakos repite. Bell ríe a carcajadas. —Tú eres el único que acaba de hacer frente a un jodido wyrm. Rakos hace un gesto despectivo hacia el cadáver aún humeante. —He tenido más grandes. ¿Cómo coño sabías que venía? Tu oído es increíble. —Fue bastante fuerte. Tal vez sólo estabas distraído. Hey, deberíamos descuartizarlo por partes para venderlo en Parsk. —Bell agarra a Rakos por el cuello—. Pero primero, necesito inspeccionarte a fondo para asegurarme que estás ileso. —Lo prometo, estoy... —Rakos capta el brillo lascivo en los ojos de Bell y cambia de tono—. En realidad, estoy terriblemente herido. Tantas heridas por todas partes. Creo que tengo la polla rota. ¿Te importaría examinarla para asegurarte de que está bien? —No soy sanador, pero haré mi mejor esfuerzo. —Bell empuja a Rakos hacia atrás contra un tronco de árbol ancho y cómodo, luego se arrodilla. Rakos se apoya en el árbol, con la expectación creciendo bajo sus magulladuras. —Si todos los sanadores fueran así, pasaría mucho más tiempo en la enfermería. —Será mejor que no veas a ningún otro médico —dice Bell simulando una advertencia, se detiene en los cordones de los pantalones de Rakos—. A menos que estés realmente herido, en cuyo caso tal vez deberíamos llevarte a la ciudad y ver a un verdadero... —No, no, no —dice Rakos rápidamente, en caso de que Bell haga algo terrible como levantarse y dejar de tocarlo—, no hay lesiones reales. Sólo convenientes, heridas sexys que necesitan ser curadas con sexo. Tranquilizado, Bell hace un rápido trabajo con los pantalones de Rakos. Rakos ya está duro por la adrenalina de la lucha y aún más duro al ver a Bell de rodillas. El abrigo negro de piel de wyrm de Rakos se despliega en el suelo a su alrededor. No hay rastro de su vacilación anterior cuando envuelve su mano alrededor de la polla de Rakos. Los dedos de Bell son tan finos y mira hacia arriba con hambre voraz en sus ojos color avellana. Bell se lame los labios —Tienes que decirme si soy terrible en esto.
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—Te ves tan sexy así —dice Rakos—, podrías sentarte ahí mirándome, y sería la mejor mamada de mi vida. —Oh, bueno, en ese caso... Rakos echa la cabeza hacia atrás con un gemido. —Bueno, en realidad, no, te quiero chupando mi polla. Si tú quieres, quiero decir, una paja esta bien tambien… El beso húmedo de Bell debajo de la cabeza de la polla de Rakos corta el resto de su balbuceo. Rakos no puede pensar en el wyrm, las convenientes raíces de árbol o el súper oído de Bell. Todo lo que importa es la boca deliciosamente caliente de Bell cubriendo su polla. Está claro que Bell nunca ha hecho esto antes, pero se acerca a la tarea con entusiasmo implacable. Sus labios se enrojecen y sus ojos bajan con concentración, excepto cuando levanta la vista para comprobar si está haciendo un buen trabajo. Rakos roza con el pulgar la comisura del labio de Bell donde se estira alrededor de su polla. —Joder, eres caliente. Bell sonríe y traga a Rakos más profundamente. La sangre sube bajo la piel de Rakos, impulsada por su corazón que late rápidamente. Nuevos nervios se disparan en lo más profundo de su ser. Sus rodillas flaquean cuando la mano de Bell baja hasta sus pelotas, tocándolas con un cuidado casi reverente. Bell no intenta tragarse a Rakos hasta el fondo, y Rakos intenta no empujar con demasiada fuerza en la boca de Bell. Es difícil recordar que esta es la primera vez de Bell dando sexo oral a un hombre cuando él devora a Rakos con tanto fervor. Rakos no está seguro de qué es más caliente, la lengua ansiosa lamiendo cada centímetro de él, o el creciente rubor en las mejillas de Bell. El enrojecimiento de las comisuras de sus ojos. Las miradas ocasionales hacia arriba. Mantener el perímetro de la magia Tem se convierte en una hazaña de concentración. El poder de Rakos vacila en el bosque engañosamente apacible, expandiéndose y retrayéndose mientras su visión se nubla. Bell gime, con su propia mano enterrada en los pantalones. Su cara sonrojada no es del todo por el placer de tragar la polla de Rakos. —¿Tú también te estás excitando? Eso es, cariño. Quiero que te corras. — Rakos echa la cabeza hacia atrás, hundiendo una mano en el pelo de Bell más como un ancla para sí mismo que un intento de acercarlo.
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Bell gime de nuevo, un sonido de pura felicidad necesitada. Rakos llega en un destello cegador de magia más estimulante que cualquier otra cosa. Se golpea contra el árbol, completamente aturdido, mientras Bell lame todo el semen de su polla. Momentos después, Bell se aparta, gimiendo por su propia liberación, su cuerpo tenso, agarrándose a la cadera de Rakos para mantener el equilibrio. Su frente presiona contra el muslo de Rakos. Rakos apenas consigue subirse los pantalones antes de deslizarse al suelo junto a Bell y atraerlo para besarlo acaloradamente. Bell le devuelve el beso con nuevo fervor, y a Rakos le da un vuelco el corazón en el pecho. A medida que el aire otoñal enfría su pulso acelerado, una realización llega a él. Empuja a través de sus magulladuras y se instala alrededor de su corazón. A la mierda lo casual. Rakos no dejará atrás a Bell. Tiene que hacer que esto funcione. De alguna manera, convencerá a Bell para que venga con él. Para vivir en cualquier lugar que no sea Silaise. Sarka amará a Bell también, y todos pueden vivir felices juntos en una isla tropical o donde sea. Las manos de Bell se enredan en su pelo, de la misma manera que ya está enredado en el corazón de Rakos. *** El resto del recorrido a través del Bosque Amistoso transcurre sin contratiempos. No hay más wyrms. Pero cuando están más cerca del final del bosque, Bell luce más y más distraído. Rakos quiere besar el surco entre sus cejas para que este se vaya. Él podría si no estuvieran separados por caballos en este momento. —¿Qué está mal? —Rakos pregunta finalmente —La magia alrededor luce familiar —Bell detiene su caballo mientras mira alrededor—. Pensé que se haría más tenue a medida que llegaramos al borde del bosque, pero en lugar de eso, se está volviendo más fuerte. —¿Qué es? ¿Es peligrosa? —Rakos está resuelto a creer el juicio de Bell, especialmente después del incidente del wyrm. —No peligroso, pero lo he visto antes. Nunca he sido capaz de decir qué es lo que es.
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Rakos empuja su caballo cerca del de Bell. —¿Quieres que intentemos la vista compartida de nuevo? Estoy más familiarizado con el área, quizás sea capaz de decir que es lo que estás viendo. Bell extiende la mano. —Vamos a intentarlo. Advertencia, está magia no es brillante, pero es difícil de mirar. Rakos toma la mano de Bell y se prepara. La vista compartida es más gentil sin el pánico del fragor de la batalla. Bell cierra su mano suavemente y con el mismo cuidado alimenta un zarcillo de su magia a Rakos. Hay un momento en el que todo lo que comparten es poder. Una tenue atadura. Rakos siente demasiado placer al conectar así con Bell. Entonces el mundo se ilumina y Rakos no puede contener un suspiro. Esto no es nada como la lucha en Nost, donde el mundo estaba oscuro, excepto por los brillantes ataques mágicos que se dirigían hacia ellos. Esto es un resplandor omnipresente, no brillante pero ineludible. Ondas nauseabundas de luz a través del aire, dorando los bordes de las hojas y los árboles. El más fuerte de todos es el desagradable resplandor de la propia tierra. Es más débil detrás de ellos y más fuerte delante, hacia las montañas. Rakos quiere soltar a Bell. Romper con la visión, hacer que esta sensación enfermiza se detenga. Pero él se aferra, porque tan malo como ésto es, saber que Bell ha estado sufriendo en silencio es aún peor. ¿Habría dicho algo Bell si Rakos no se hubiera ofrecido a compartir la visión? Tal vez Bell lo hubiera hecho, aunque no con tantas palabras. Cada vez que pedía ir doble y descansar era una admisión de dolor. Con el corazón dolorido, Rakos aprieta la mano de Bell. —¿Cuánto tiempo has estado viendo esto? —Sólo se ha vuelto malo esta mañana. —Bell aprieta de vuelta—. La fuente debe estar al norte del bosque. Lo que sea que es. —Podría haber atenuado tu visión para ayudar. Todavía puedo. Bell sacude la cabeza. No parece tan afectado por el enfermizo resplandor como Rakos. Como si estuviera acostumbrado. —¿Ahora quién ignora sus límites? Apenas mantienes tu barrera. Te prometo que si no pudiera soportar esto, lo diría. —Odio que tengas razón. —Rakos suelta la mano de Bell. Ha visto todo lo que necesita ver. Cuando la luz nauseabunda se atenúa, dice—: Eres jodidamente poderoso, juglar. Eso no es nada que pueda anular. Lo que ves es una piedra caliza.
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Rakos se siente bastante satisfecho consigo mismo por la deducción. Es la única respuesta que tiene sentido. Si él no puede oscurecer la visión de Bell en este momento, al menos puede ayudarle con una respuesta. No espera que Bell se ría y se sobresalte. —No estás bromeando —dice Bell, con los ojos muy abiertos. —¿Por qué iba a bromear con eso? —Rakos hace un gesto con la mano delante de ellos—. Las montañas están justo ahí, y las vetas de piedra caliza impactan toda la región. Por fin estamos lo suficientemente cerca para que puedas ver la influencia. Bell sacude la cabeza, inexplicablemente pálido. —Pero no puede ser piedra caliza. Eso es imposible.
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❧ CAPÍTULO VEINTIDÓS. Bellamy. Rakos debe estar equivocado. Esa es la única opción. Porque ha visto la misma iridiscencia que lo tiene mareado cada que visita el palacio de su madre. Sandrelle, el bosque en el corazón de Silaise. Si lo que Bellamy ve ahora es piedra caliza, entonces lo que ha visto en Sandrelle debe ser piedra caliza también. Pero es imposible. Todos saben que la piedra caliza solo se encuentra en Draskora. La piedra caliza es la razón por la que Draskora tiene dragones. Es el por qué solo Draskora tiene dragones. Bellamy no puede imaginar las ramificaciones si se descubrieran venas ocultas en Silaise. —Estoy definitivamente en lo cierto —dice Rakos—, soy un jinete de dragones. Conozco la piedra caliza. Bellamy trata de recomponer la compostura. —Supongo que debe ser. —¿Qué está mal? —Rakos se está volviendo demasiado bueno al leerlo— , espera, ¿dónde dijiste que habías visto este resplandor antes? —Por la costa —miente Bellamy, instando a su caballo a caminar—, no pensé que hubieran depósitos de esto tan lejos al sur. Rakos mueve su caballo también. —Lo usamos en todo el país. Hay probablemente una reserva de suministros en algún lugar de la zona. —¿Se puede contener? —pregunta Bellamy cuando su shock inicial disminuye—. Así que magos normales no podrían sentirlo, ¿y no influiría en la tierra circundante? Nadie nace con ojos púrpura en tierra silaisana, después de todo. —No sé nada sobre contenerla. Hay un cierto punto de inflexión antes de que comience a sangrar en la tierra. Apuesto a que no sentiste las pequeñas piedras en la mascarada de sangre. —Rakos suspira—. Necesitas una puta tonelada para los dragones. —¿Cuánto? —pregunta Bellamy.
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Rakos abre la boca, luego se pone rígido en la silla de montar. —Es más seguro para los dos si no te lo digo. Vuelve a preguntar cuando esté en mi isla paradisíaca. Bellamy se calla y sigue cabalgando, sumido en sus pensamientos. Una hora más tarde, el bosque se eleva sobre una colina. Un vasto valle se extiende por debajo, acunando una ciudad como una fortaleza en su escarpada garra. Parsk es una de las ciudades de Draskora. Bellamy aprendió durante las lecciones de antaño que la Casa Bernek gobierna las tierras circundantes, pero gran parte de Parsk está bajo el control directo del dragard y los cuerpos dragones. La ciudad en sí no es más que una sombra para las montañas que la rodean. Los picos y crestas se elevan como torres, entrelazadas con túneles, cuarteles y nidos. Visibles venas púrpuras acribillan la piedra oscura. La piedra caliza en sí no brilla, pero su influencia cubre todo el valle en una niebla espeluznante. Rakos tenía razón, por imposible que sea. Los dragones se posan a lo lejos, tomando el sol en los picos más altos. Bellamy cuenta al menos cinco, incluyendo uno azul oscuro volando hacia el sur. Cuando voltea para exclamar, capta el anhelo absoluto en los ojos de Rakos. —¿Ves a Sarka? —pregunta Bellamy. Rakos se sacude, el momento de melancolía se ha ido. Él apunta. —Ella anida más al norte. Al otro lado de ese acantilado. —La verás pronto. —Bellamy extiende la mano entre sus caballos. Rakos cambia sus riendas a una sola mano y cubre la mano de Bellamy con la suya. —Pronto. Así que, esto es Parsk. ¿Cuál es el plan? Bellamy está sorprendido. —¿Qué quieres decir? Tú eres el experto militar. Rakos gira el cuello. —Mi experiencia militar está enfocada en aplastar cosas desde el cielo. Probablemente notaste que las infiltraciones discretas no son mi punto fuerte. Aunque, si tú idea es estúpida…Bueno, solo tratemos de no tener un plan estúpido, porque probablemente lo seguiré de todos modos. —Respaldo total. Me encanta. —Bellamy contempla la ciudad ante él y el hombre a su lado. El cabello café de Rakos no será un disfraz suficiente tan cerca de los nidos de dragones, así que elegir cual de ellos se aventurará dentro de la ciudad es fácil—. De acuerdo, necesitaré que cuides de Bastard… *** Entrar solo en Parsk no es nada parecido a entrar en Orthin solo.
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Bellamy se siente mucho más seguro en calles desconocidas cuando sabe que Rakos está esperando por él. Además, tiene el cuchillo de Rakos atado a su cinturón. La agenda de Bellamy es simple. Ya ha vendido los caballos y las garras del wyrm, recogiendo más de la cantidad mínima que Rakos le dijo para conformarse. Lo siguiente que necesita es alquilar una habitación en la posada de la que le habló Rakos. Rakos parece confiado en colarse más tarde, siempre y cuando no tenga que hablar con nadie que pudiera reconocerle. Siguiendo las indicaciones, Bellamy se dirige al oeste pasando el mercado. Las calles de Parsk estaban claramente planificadas, eran anchas y uniformes. Las viejas marcas de quemaduras pintan los edificios en ciertos barrios, pero no han arruinado la construcción. El aire es seco y frío. Más fino de lo que Bellamy está acostumbrado. Presta especial atención a su entorno, temeroso de perderse o ser secuestrado. Los drasgard de uniforme negro están por todas partes en la ciudad, pero Bellamy no hace un esfuerzo particular para evitarlos. Sería demasiado sospechoso. Bellamy se mezcla bastante bien en el largo abrigo de piel de wyrm que poco a poco empieza a sentirse como propio. El letrero correcto de la taberna aparece en la esquina correcta, y los hombros de Bellamy se hunden con alivio. Hasta aquí todo bien. —Disculpa, ¿podría hablar contigo? —pregunta una voz tranquila detrás de él. Bellamy se gira y se lleva la mano al cuchillo. —Ahora no es un buen momento —suelta con su corazón latiendo. No había oído a nadie acercarse El joven hombre delante de él levanta sus manos para demostrar que está desarmado. Es dos centímetros más bajo que Bellamy, más o menos la misma edad, con cabello rubio desordenado y ojos púrpura. Claramente un draskorano nativo. —Me disculpo por asustarte —dice el extraño—, pero necesito hablar contigo a solas. Bellamy no está cayendo en esto de nuevo. No necesita direcciones para una posada esta vez. —Perdón, tú debes haberme confundido con un idiota. —Eres cuidadoso, eso es bueno. —El extraño baja sus manos—. Tengo un mensaje de Julien. —¿Julien? —Bellamy casi deja caer su cuchillo—. Quiero decir, no sé de qué estás hablando.
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—Realmente admiro tu cautela, pero deberíamos salir de la calle —dice el extraño—, ¿Qué hay de esa taberna? Bellamy retrocede, receloso del drasgard a media manzana de distancia. No quiere llamar la atención con un conflicto, y la peor parte nostálgica de él quiere creer a este extraño. Quiere noticias de casa. Así que en lugar de apuñalar al hombre, Bellamy pregunta —¿Cómo se supone que debo creerte? —Su Alteza me dio un mensaje como prueba. —La sonrisa del extraño es perfectamente educada, como si estuviera poniéndose al día con un conocido. Quizás tampoco quiere llamar la atención—. Me dijo que te recordará cuando los dos reemplazaron la tarea del príncipe Audric con literatura erótica, la cual, él entregó sin saberlo a su tutor. Bellamy parpadea, atónito. Nadie sabe que él estuvo envuelto en eso, Julien fue el culpable obvio, y ninguna de sus madres o de sus tutores sospecharon que Bellamy fuera un cómplice. El honorable Julien, de catorce años, mantuvo la boca cerrada y asumió toda la culpa. —Bueno, en ese caso, lidera el camino —dice Bellamy. El desconocido señala una taberna al otro lado de la calle. —¿Por aquí? El bartender es amigo de un amigo. Dentro de la taberna, el rubio ordena bebidas en draskorano fluido, luego lo lleva a una mesa apartada. Le pasa una jarra de aguamiel a Bellamy. Bellamy la agarra sin beber. —¿Quién eres tú? ¿Cómo me encontraste? ¿Me estabas buscando? ¿Cómo está Julien? ¿Cómo están todos en Silaise? ¿Saben ellos que estoy aquí? —Permíteme tratar de responder uno por uno —dice el desconocido. —Perdón. —Bellamy se frota la cara—. Es solo que no esperé conocer a nadie de Silaise aquí. Ha sido…ha sido un largo viaje. —Te creo —dice el extraño suavemente—, mi nombre es Whisper, trabajo para el príncipe Julien. Bellamy tiene varias preguntas más en mente para sorprenderse del peculiar nombre. —¿Cómo está él? y Audric, ¿lo conoces? y Madre y Claude… —Tus hermanos están ambos en Greenhaven. Están bien, creo que ellos están enfermos de preocupación por ti. —Whisper luce un poco atormentado—. No he conocido a Su Majestad o a Lady Claude, pero por lo que dicen, están bien aunque preocupadas. Le quieren mucho, Su Alteza. Un nudo se instala en la garganta de Bellamy. —Lo sé.
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Whisper continúa. —La reina negoció el regreso de tus guardias juramentados a Silaise y el capitán Gregoire informó a su familia que usted había desaparecido antes de su captura. Como tengo ciertas conexiones en Draskora, el príncipe Julien me encargó encontrarte. Mis fuentes me ayudaron a localizarte a ti y a tu compañero de viaje. —Mi compañero de viaje —repite Bellamy, sus preguntas desesperadas detenidas. No está preparado para que sus dos vidas choquen así. Él y Rakos, contra él y todos los que ha amado. Aventura y hogar. No encajan bien juntos. —Sabes quién es, ¿verdad? —pregunta Whisper y Bellamy asiente—. ¿Sabe quién eres? Bellamy niega con la cabeza. —Bien. —Whisper bebe un sorbo de su propia jarra—. Tu familia estará aliviada de tenerte a salvo de vuelta. Puedo llevarte al otro lado de la frontera en una semana. Bellamy aprieta con fuerza su jarra. Alivio. Eso es lo que debería estar sintiendo ahora. Un rápido regreso a bosques familiares y la protección de su familia. Antes de la masacre, Bellamy habría estado de acuerdo sin pensarlo. Antes, cuando estaba desesperado por una ruta de escape. Ahora, sin embargo, la resistencia arde en su corazón. No necesita una ruta de escape. Volverá a Silaise triunfante, en sus propios términos. Con los hombros tensos bajo el abrigo de piel de wyrm de Rakos, Bellamy dice —Gracias, pero tendré que declinar. —Entiendo tus reservas sobre mí —dice Whisper. —No, te creo. —Bellamy sabe que esa estúpida historia de la infancia sólo puede venir de Julien—. Simplemente no puedo ir contigo. Whisper no responde ni pregunta. Simplemente espera. Cuesta creer que un joven tan estoico se lleve bien con Julien, que puede ser agravante trabajar para él. —Prometí ayudar a Rakos con algo —dice Bellamy—, no puedo volver a Silaise hasta que cumpla esa promesa. —¿En qué le estás ayudando? —Cuando Bellamy no responde, Whisper inhala bruscamente—. Te estás acostando con él. Bellamy se niega a avergonzarse. —Sí. Whisper se desploma en su silla y se tapa los ojos. —Esto está muy por encima de mi nivel salarial. ¿Estás seguro de que no sabe quién eres?
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—Estoy seguro —dice Bellamy. —Bien. —Whisper suspira—. Bueno, tienes mejor gusto para los hombres que tu hermano, aunque eso no es decir mucho. Bellamy se siente obligado a defender hasta cierto punto a los amantes de su hermano. —Oye, Emile Pellerin no es tan malo. Whisper se atraganta, tapándose la boca hasta que se le pasa el ataque de tos. Hay un leve rubor en su rostro. —No me refería a Lord Emile. Pero no importa eso. —Frunce el ceño mirando a Bellamy—. Como el…sirviente de tu hermano, estoy obligado a persuadirte. Pero estás decidido a hacerlo, ¿no? Bellamy bebe un sorbo de su aguamiel. —Julien es blando de corazón. En el fondo, muy corazón blando. No te castigará por mi cabezonería. —Eso no me preocupa. —Whisper juguetea con una pulsera—. Su Alteza es un buen hombre. —Lo es. —Bellamy se sorprende al oírlo. No mucha gente realmente aprecia a Julien. Pero Bellamy tiene otras cosas de qué preocuparse en este momento. ¿Qué recursos y conexiones tiene Whisper, y cómo puede Bellamy utilizarlos? —Dime qué haces aquí —continúa Whisper—, tal vez pueda ayudarles a ti y a Rakos. Entonces podrías volver conmigo más rápidamente. —¿Qué tan rápido puedes enviar un mensaje a Greenhaven? —Bellamy pregunta—. ¿Qué tan seguro sería? Whisper se endereza en su silla, tan sereno como si su extraño ataque de tos no hubiera ocurrido. —Dos días, pero no puedo garantizar la seguridad. Las intercepciones de Casa Dire son buenas y mis conexiones aún son limitadas. Mejor de lo que Bellamy esperaba. Toma otro sorbo. —Puedo arriesgarme. Envía un mensaje a Greenhaven, diciendo a Audric y Julien que no detengan al dragón de Rakos si intenta cruzar la frontera. Whisper se queda mirando. —¿Perdón? —Así es como volveré a Silaise —dice Bellamy. Whisper continúa mirando fijamente. —Alteza, en nombre de su hermano, le imploro que lo reconsidere. —No —dice Bellamy con firmeza—, y tampoco puedes quedarte aquí para ayudarme. Necesito que lleves personalmente otro mensaje a Silaise. Es imperativo que esta información llegue a mis hermanos, y a nadie más. Whisper aprieta la mandíbula. —Julien me confió tu seguridad.
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Bellamy apenas se da cuenta de que deja caer el honorífico. —Eso es muy considerado por su parte, pero innecesario. —Se inclina sobre la mesa y baja su voz—. Diles a mis hermanos que hay piedra caliza bajo Sandrelle. —Eso es imposible —dice Whisper inmediatamente. Es agradable no ser el que está en estado de shock esta vez. —Eso es lo que dije, pero estoy seguro de ello. Whisper exhala, la mirada distante y calculadora. —¿Quién más sabe de esto? —Nadie. Ni siquiera se lo he dicho a Rakos. Whisper comprende claramente la enormidad de la revelación. Si Draskora pierde su monopolio sobre la piedra caliza, toda Alantha podría cambiar. Bellamy no sabe lo que eso significa, pero Audric, Julien y Madre necesitan saberlo. —Entrega esa información a toda costa —dice Bellamy—. ¿Necesito enfatizar la importancia? —No lo necesitas —dice Whisper, la mandíbula tensa con una terquedad que rivaliza con la de Bellamy—. Su Alteza sigue preguntando... Pero la espalda de Bellamy se endereza con nueva confianza. —Mi madre no ha nombrado a un príncipe heredero. Hasta que lo haga, mis hermanos y yo estamos en igualdad de rango. Dado que Julien está en Greenhaven y yo estoy aquí… —Bellamy levanta su jarra en un brindis—. Considera ésto una orden. Whisper parpadea, luego se relaja. —Estaba en lo cierto. No eres tan joven como tus hermanos creen que eres. —¿Lo harás? Whisper sonríe. —Como ordene, Su Alteza. Bellamy nunca ha ostentando de su rango así antes. Es algo emocionante. No es tan aterrador como pensó que sería. —Gracias. Ahora, antes de partir, ¿podrías ayudarme a encontrar una armería? Necesito comprar un par de espadas.
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❧ CAPÍTULO VEINTITRÉS. Rakos.
Sentarse frente a Bell en la mesa se siente como las reuniones de estrategia en el cuerpo de dragones. La barata habitación de la posada está llena del botín del viaje de compras de Bell: espadas, botas de escalada y guantes. Bell irradia una confianza que no estaría fuera de lugar en el cuerpo. Sería un buen jinete de dragones si tuviera el dragón adecuado. O si montara doble conmigo. —Cuéntame más sobre esta capitana Irenka —dice Bell. Rakos ya ha descrito su conversación con Irenka, así como su oferta de ayuda. —Es competente y eficaz. Si la encontramos en los cuarteles inferiores, ella puede ser capaz de enviar a Sarka directamente a nosotros. O podemos ignorarla y subir al posadero por nuestra cuenta. Bell se echa hacia atrás en su silla. —¿Qué tan difícil es subir al posadero? —La subida en sí es fácil. Hay escaleras de emergencia. El problema es que estos senderos están llenos de encantamientos. Necesitaremos trabajar juntos para detectarlos y desactivarlos. —Rakos frunce el ceño—. Tenerte viendo piedra caliza es un problema. Va a haber un montón, pero no voy a ser capaz de ayudarte a atenuarla o podríamos perdernos las trampas. —Deja que yo me preocupe de eso —dice Bell con una mueca—, ¿y los guardias? ¿Qué pasa si los dragones nos ven? Van a atacar, o… no sé, ¿nos denunciarán? Los únicos dragones en el posadero están enlazados con jinetes humanos. Los dragones salvajes viven más al norte en las montañas. —Los dragones enlazados son leales a su gente. Si lo harían o no depende del dragón que nos vea. Bell muerde su labio. —No conozco a Irenka. No confío en ella. —Podría hablar con ella a solas —ofrece Rakos. —No me gusta eso tampoco. No porque esté celoso o algo. Sólo no la conozco. —Bell luce inseguro. Preocupado. Como si Rakos pudiera empezar a tratarle como a un niño de la nada. Rakos se encoge de hombros. —Entonces no lo haré. La montaña será.
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Una sonrisa se extiende por la cara de Bell. A Rakos le encanta. —Sabes, probablemente deberías descansar la mayor parte de mañana, si nos estamos yendo mañana en la noche —dice Rakos. Bell inclina la cabeza ante el tono de voz de Rakos. —Probablemente. —Pero si estás descansando mañana, eso significa que puedes mantenerte despierto esta noche. —¿De verdad? —La sonrisa de Bell se vuelve pícara. Se levanta y estira, su camisa sube por su estómago—. Pero no hay nada que hacer aquí, No hay libros o juegos, no hay… Rakos levanta a Bell de sus pies y lo hace girar hasta que se queda sin aliento de la risa. El corazón de Rakos late, vivo, emocionado de tener a su hermoso Bell en sus brazos. Está aún más emocionado cuando las piernas de Bell rodean sus caderas y toma la cara de Rakos entre sus manos. El beso es dulce, lento. Rakos no quiere que termine. Pero mañana puede ser el último día que pase con Bell. Tan pronto como se reúnan con Sarka, despegarán hacia Silaise. Rakos dejará a Bell allí, sano y salvo, luego volará lejos. Ya sea a una isla paradisíaca o a prisión, dependiendo de si Sarka está dispuesta a dejar Draskora o no. Probablemente a la isla, pero el paraíso no le atrae tanto como antes cuando se imagina viviendo allí sin Bell. Qué idiota fue Rakos al pensar que podría mantener esto casual. Pero Bell vale la pena la angustia. A menos que… Rakos besa a Bell sin aliento, levantándolo —Bell, mañana… —No. —Bell cubre sus labios, y sus ojos son un reflejo de la angustia de Rakos. Sus labios en una sonrisa—. ¿Podemos no hablar sobre mañana? ¿Puedes simplemente llevarme a la cama? —Sí —ronca Rakos—, sí, puedo hacer eso. Mientras se enredan en las sabanas, Rakos pretende una vez más que es un hombre ordinario amando a su incomparable amante. Que el mañana es toda una vida aparte de esta noche tranquila que durará para siempre. *** El viento nocturno corta la ropa de Rakos. Bajo el cielo claro y oscuro, las montañas circundantes se asoman negras y azules con la luz de las estrellas.
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Rakos preferiría una noche más oscura para ocultar su paso pero al menos las escaleras serán visibles. Las escaleras talladas en piedra son viejas y ásperas. Fácil de subir, pero difícil de encontrar. Rakos es una de las pocas personas entrenadas específicamente en la ruta e incluso él casi se pierde un par de veces mientras guía a Bell hacia ellas. Cuando llegan al pie de la escalera, da un paso atrás. —A partir de aquí, todo tuyo —le dice a Bell. Bell tira de él para darle un beso, con los ojos brillando a la luz de las estrellas. El abrigo de piel de wyrm se balancea alrededor de sus muslos y ha apretado la correa de la bolsa de Bastard para llevarla más cerca de su torso. — Sígueme. —Bell se gira hacia los grandes escalones rocosos, y luego dice antes incluso de moverse—: Espera, hay algo en el segundo escalón. Déjame intentar algo. Cierra los ojos, y poco a poco, el suelo se ilumina en los ojos de Rakos. El resplandor de la magia no es tan brillante como la primera vez que compartieron, o la segunda. Bell está midiendo cuidadosamente su visión. Es suficiente para que Rakos vea los sellos brillando en el escalón de piedra frente a ellos, pero no el completo miasma de piedra caliza. Rakos se extiende con sus sombras, y sólo cuando los sellos desaparecen Bell comienza su ascenso. Ascienden despacio, metódicamente, hablando sólo para advertirse mutuamente de encantamientos. La escalera tiene aún más trampas de las que Rakos esperaba. Algunas ocultas en los peldaños, otras montadas en los espolones de roca que se cierran dentadas a su alrededor. Incluso una bolsa de aire está contaminada. De vez en cuando, Rakos y Bell tienen que agacharse bajo un afloramiento de roca para evitar ser vistos por los dragones que se abalanzan sobre ellos. Rakos no puede ver sus escamas en la oscuridad, pero reconoce algunos de ellos por la forma o el tamaño de sus alas. Sarka no está a la vista. Rakos se concentra entre trampas, llamando mentalmente a Sarka. Ella no responde, está dormida o fuera de alcance. A mitad de camino, hacen una pausa para descansar. Rakos arrastra a Bell bajo otro afloramiento, y se hunden en el suelo para acurrucarse juntos. La noche es fría, y aunque Rakos confía en que Bell le dirá si es demasiado, todavía quiere mantener a Bell caliente.
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Su corazón se retuerce. Esta puede ser su última oportunidad de cuidar de Bell, y Rakos odia ese hecho más y más a cada paso. —¿Cómo te sientes? —Bell engancha su pierna sobre Rakos, acurrucados—. Ya casi hemos llegado. Rakos no tiene idea de cómo se está sintiendo. Recuperar a Sarka. Ese ha sido su único objetivo. La única meta que se ha permitido a sí mismo. No quiere venganza. No quiere redención. Él sólo quiere a su dragón. Pero nada es tan simple. Rakos quería un dragón cuando tenía dieciséis, también, y tres años después el sueño de volar lo arrojó a una guerra para la que no estaba preparado. Ahora Rakos vuelve a estar desprevenido. Bell e Irenka tienen razón. ¿Cómo se supone que va a huir con un dragón? La piedra caliza es el mayor problema. Rakos tendrá unos diez años para conseguir una fuente fuera de Draskora antes de que la falta de ella afecte el vuelo de Sarka. ¿Querrá Sarka ir con él? Nunca le han gustado mucho otros dragones pero, ¿le desagradan lo suficiente como para abandonar a todo su rebaño? Ella le ayudará a dejar a Bell, pase lo que pase. Rakos la conoce lo suficiente como para estar seguro de eso: ella disfruta de la emoción de las carreras fronterizas. Le encantará esto. Pero ese es otro problema. Cada fibra del ser de Rakos se rebela contra el pensamiento de dejar a Bell. Tanto, que aprieta a Bell y dice —Hey, Bell. He estado pensando. —¿Debería preocuparme? Rakos acaricia su cabello. —¿Cuándo te volviste tan sarcástico? —Soy el menor de tres hermanos. Siempre he sido sarcástico. —Me encantaría conocer a tu familia —dice Rakos. Es verdad. Él ama cada parte de Bell, y le encantaría conocer a las personas que han contribuido a formarlo. Una familia entera de juglares, al menos uno de ellos lo suficientemente exitoso para ganar el patrocinio real. Rakos sólo tendría que tener cuidado de reunirse con ellos fuera de Greenhaven. —No estoy seguro de que lo harías. Pero sería ciertamente interesante. — Bell se retuerce en los brazos de Rakos y le da un puñetazo en el pecho—. Dijiste que estabas pensando. Rakos no sabe porqué está tan nervioso. Nunca ha estado nervioso por nada excepto por Bell. Este hermoso y frágil hombre con el que está obsesionado. Que aceptó su verdadera identidad con sorprendente facilidad. Quien lo perdonó por Orthin, que se ilumina con asombro en cada lugar nuevo que visitan, curioso y
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audaz a pesar de su fragilidad. Rakos ha dicho todo este tiempo que confía en Bell. Debería volver a confiar en él. —No quiero dejarte después de esto —dice Rakos. Bell se congela en sus brazos, Por un momento, Rakos piensa que cometió un error, hasta que Bell se funde en él y murmura —Yo tampoco quiero dejarte. Pero no es tan simple. —Podemos hacerlo simple. Te avisaré para que puedas visitarme. O puedo infiltrarme en Silaise para visitarte. Podemos encontrarnos en cualquier lugar a cualquier hora. —Rakos toma la mano de Bell en la suya—. O podrías venir conmigo. Bell emite un pequeño sonido ahogado, a medio camino entre una risa y un sollozo. Se desliza hasta el regazo de Rakos y apoya ambas manos en su cara. Lo atrae hacia sí, para que sus frentes se presionen. —Ojalá tuvieras razón —Bell suena frágil. Melancólico. —Hemos llegado hasta aquí —dice Rakos—. Derribamos una mascarada de sangre. Luchaste contra dos docenas de drasgard conmigo. Cruzamos el Bosque Amistoso, y ni siquiera fue difícil. Seguro que también podemos hacerlo. Seguramente no tiene que terminar ahora. En lugar de responder, Bell lo besa. Dulce y seco, sabe a despedida. —Me encantaría. No tienes ni idea de cuánto me encantaría. —Bell besa a Rakos de nuevo—. Por favor, no me lo pongas más difícil. Rakos respira entrecortadamente. Abraza a Bell cerca de él. —Lo siento —susurra, luego se levanta, tirando de Bell con él—, vámonos. A medida que ascienden, las escaleras se vuelven más ásperas y más difíciles de navegar. Menos trampas encantadas, pero más fisuras en los escalones. Más parches de grava suelta. Bell reduce la velocidad por delante de él, y Rakos mantiene una mano constantemente detrás de la espalda de Bell, listo para apoyarlo. Rakos reprime su creciente desesperación y expectación. No puede distraerse mientras escucha el batir de las alas. El cielo está vacío y despejado, pero los acantilados escarpados y las torres oscurecen lo suficiente las líneas de visión para mantenerlo cauteloso. —Hey. —Bell ralentiza sus pasos. Parece vacilante cuando mira por encima de su hombro—. Sabes que yo tampoco quiero que esto termine, ¿verdad? Pero hay algo que debo decirte. A Rakos se le encoge el corazón. —Dímelo.
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El pie de Bell resbala en un trozo de grava suelta, y su siguiente palabra se pierde en un aullido ahogado. Rakos lo agarra cuando tropieza y le sostiene fácilmente. Bell extiende una mano para sujetarse contra la pared rocosa. —¿Estás bien? —pregunta Rakos, con el corazón latiéndole con fuerza, aunque espera que Bell se ría. Pero Bell se queda rígido. Rakos no comprende hasta que un click mecánico interrumpe la noche. Una ballesta es el primer pensamiento de Rakos, pero no hay nadie a la vista. —¿Qué ha sido eso? —Rakos dice, su magia despertando en temblorosas sombras. Bell no se mueve. Su mano está prácticamente pegada a la superficie de la roca—. Creo que he activado una trampa. —¿Qué? —Rakos no puede ver ningún sello brillante. Han pasado lo peor—. ¿Sigues compartiendo tu visión conmigo? Bell traga saliva, con el pánico reflejado en sus ojos —No es magia —dice, apenas respirando—, es mecánico. Sólo entonces Rakos ve las grietas donde está la mano de Bell presiona un panel en la pared. —Bueno, mierda. —La mano de Rakos cae a su espada, y la magia brota bajo su piel—. No pasa nada. Que no cunda el pánico. No te muevas. Lo arreglaremos. La cara de Bell es demasiado pálida contra la ladera de la montaña. —Lo siento. Es mi culpa. —Lo arreglaremos —repite Rakos antes de que un cuerno quejumbroso resuene la ladera de la montaña. Luego otro. La alarma.
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❧ CAPÍTULO VEINTICUATRO. Bellamy.
Bellamy sabe que las trompetas significan desastre cuando Rakos ni siquiera maldice. Él solo se apodera de Bellamy en un brutal beso desesperado, luego lo empuja detrás de un afloramiento. —Quédate aquí —dice Rakos—, por favor, no discutas. Sólo quédate aquí y volveré por ti. —Rakos… Bellamy extiende la mano pero no es lo suficientemente rápido. Rakos ya se está lanzando por el resto de la escalera. Bellamy casi lo sigue pero la mirada desesperada en los ojos de Rakos lo detiene. El beso doloroso. Bellamy se tapa la boca, aún saboreando a Rakos en sus labios, y se desploma contra la roca para esperar. No mucho después, el sonido del combate resuena desde arriba. Fuego abrasador y viento impetuoso. Comandos en draskorano. Bellamy aprieta sus puños, abrazándose a sí mismo. Puede ver vagamente las luces parpadeantes alrededor de él, su visión se nubla con preocupación. La magia sale disparada en todas direcciones. Bellamy se aleja de un zarcillo de poder que no puede identificar. Él alcanza cualquier planta a su alrededor, con la esperanza de ver algo, cualquier cosa a través de la red de raíces. Pero la vida vegetal es demasiado escasa en la ladera de la montaña. Entonces el cielo se oscurece con un trueno de alas. Tres dragones se abalanzan sobre el escondite de Bellamy, y en un torrente de gritos, la batalla se detiene. La magia se atenúa. Después de un momento de silencio, un dragón vuela lejos, agarrando algo entre sus garras. Bellamy no puede ver ningún detalle. Él no los necesita, el conocimiento lo golpea. Rakos no cumplirá con su promesa de regresar. Apretando a Bastard en su pecho, Bellamy se desliza en el piso frío. Su cabeza se inclina contra la roca de atrás mientras las nubes y los dragones flotan
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entre él y las estrellas. Ninguno de ellos lo ha visto. Él sabría si lo vieron. Pero el miedo aún lo mantiene congelado. Miedo a ser atrapado y miedo a la abrumadora realización: esta vez, está realmente solo. —¿Qué haremos ahora Bastard? —susurra Bellamy. Bastard se retuerce para salir de su abrigo y agarra sus dedos enguantados con sus pequeñas patas. Le mira fijamente con sus saltones, ojos negros, entonces muerde la punta de su dedo. El cuero amortigua la sensación y la mordida es, de alguna manera, reconfortante. Como el abrigo de Rakos, manteniendo alejado el frío. Bastard muerde de nuevo a Bellamy, entonces se retuerce de vuelta a su acogedora bolsa. Bellamy cierra sus ojos y trata de pensar a través de su desesperación. —Muy bien, morder es una buena sugerencia, pero vamos a pensar en algunos planes alternativos. Él está totalmente solo, así que tiene confíar en sí mismo, no puede venirse abajo y ni por un momento se plantea rendirse y retirarse. Encontrar a Whisper de nuevo o alguna otra ruta para volver a Silaise. Quizás Rakos está en lo correcto. Tal vez las cosas pueden ser simples si Bellamy no tiene miedo. Saliendo de su patético ovillo, Bellamy se pone en pie. No está perdido. Sabe exactamente en dónde está, aunque eso sea el corazón mismo del territorio enemigo. Y no está desvalido. Es el tercer príncipe de Silaise, maneja magia Sandry y la suya propia; tiene una espada y un hurón que puede teletransportarse, aunque no está seguro que utilidad tendrá esta última. Y tiene un amante que lo necesita. Si él tiene que enfrentar a todo el jodido drasgard para recuperar a Rakos, lo hará. ¿Después de eso? La familia de Bellamy lo ama. Ellos siempre lo han mimado más allá de lo razonable. Seguramente, lo perdonarán por traer un novio a casa, por muy inconveniente que esto sea. Cerrando sus ojos, Bellamy masajea la parte trasera de su cuello. Tiene quizás una hora antes de que su dolor de cabeza se adueñe de él completamente, pero está trabajando a través del dolor. Puede colapsar después. —Primera decisión —dice Bellamy a Bastard—. ¿Subir o bajar? Bastard se esconde bajo su abrigo. Bellamy la acaricia a través de la piel de wyrm mientras contempla el valle y la ciudad debajo. El castillo de Bernek se
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alza como una montaña por sí mismo. Todas torres corpulentas. Un dragón se posa en una pared y otro da vueltas por encima. Probablemente ahí es donde Rakos ha sido retenido. Pero el alba ya amenaza el horizonte y para el momento en que Bellamy llegue al castillo, Rakos podría haber sido transportado a otro lugar. Bellamy necesita moverse rápido y necesita más poder. Es mejor ascender y completar el objetivo original de Rakos: encontrar a Sarka y rezar porque ella esté dispuesta a ayudar. A medida que las estrellas se desvanecen y el cielo se aclara hasta volverse gris, Bellamy sacude y reanuda el ascenso por la vieja escalera de piedra. Su aliento se convierte en nubes, pero ignora el frío. Quedan pocas trampas encantadas, la mayoría sin duda ya activadas por Rakos o sus oponentes. Las pocas que quedan son fáciles de evitar. A esta altura, los dormideros parecen por fin habitados. Mesetas y puertas talladas en piedra. Espirales y enormes cuevas acribillan la montaña. Bellamy pasa por un amplio rellano estropeado con marcas de quemaduras y cortes de una lucha reciente. Hay charcos de sangre en la roca. Bellamy intenta no pensar en ello. Otra escalera tallada lleva a Bellamy al cavernoso medio cráter en la cima de la montaña. La extensión plana es de una cuadra de la ciudad, en su mayoría vacía con rocas y cantos rodados empujados hacia los bordes. La piedra caliza brilla por encima de la roca en algunos lugares, y el resplandor atraviesa los sentidos de Bell hasta revolverle el estómago. Respira constantemente a través de la náusea, luchando contra el impulso de vomitar en seco. Agazapado detrás de una roca, busca a Sarka. A lo largo del borde suroeste se eleva una enorme cresta plagada de cavernas. Dentro de una de ellas se esconde un sinuoso montón de escamas anaranjadas, inmóvil salvo por su respiración constante. Las otras cavernas están vacías, al menos desde la perspectiva de Bellamy. ¿Quizás Sarka esté más adentro en alguna de las otras cuevas? No quiere colarse en guaridas de dragones extraños. Pero lo hará si tiene que hacerlo. Después de recuperar el aliento. Bellamy se mete entre una roca y la pared de la cresta, fuera de la vista de las puertas de tamaño humano a través del cráter. Intenta agarrarse a las escasas plantas de la zona, pero o está demasiado agotado o están demasiado cambiadas por la piedra caliza. Son reacias a responder a su poder.
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El movimiento llama la atención de Bellamy hacia el cielo cuando el sol naciente ilumina mejor las sombras que se ciernen sobre él, y un dragón en particular llama su atención. Sobrevolando. Volando en amplios círculos. A diferencia de los otros dragones, este no está volando una ruta directa o haciendo una patrulla o asentándose de un nido a otro. Hay un patrón deliberado en su vuelo. Como si ella estuviera buscando algo. A alguien. Bellamy reconoce a Sarka antes de que los rayos del sol sean suficientes para iluminar sus escamas azules verdosas. Cada batir de sus alas agita la soledad en el corazón de Bellamy. Observando el vuelo de Sarka, la necesidad de descanso subsume su urgencia. Bellamy no puede llamar a Sarka más rápido, así que lo único que puede hacer es esperar. Ella aterrizará, volverá a su nido y Bellamy podrá seguirla hasta allí. Cuando Sarka finalmente se desvía hacia la zona de descanso, se inclina hacia uno de los picos más altos. Bellamy jura internamente entrecerrando los ojos tras su trayectoria. Una subida extra, especialmente expuesta a la luz del día, es lo último que necesita. Pero su vuelo vacila cuando sobrevuela la posición de Bellamy. Se desvía bruscamente, directamente hacia Bellamy. La roca retumba cuando Sarka se estrella, más que aterriza, en el centro del cráter. Su cabeza en forma de cuña se balancea sobre su largo cuello. Sus alas se despliegan en un gesto intimidatorio, Sarka se lanza hacia el lado del cráter donde está Bellamy y empuja la roca tras la que estaba escondido. La roca sale volando por el borde del cráter mientras Bellamy tiembla ante el dragón. Sarka es hermosa. Aterradora. Del tamaño de una pequeña casa de campo, su columna vertebral está alineada con crestas paralelas. Sus escamas cambian de azul oscuro a verde azulado brillante a lo largo de sus extremidades y el vientre. Lleva un arnés de cuero y cuando su cola se mueve, las rocas se dispersan. Las brasas arden entre sus dientes desnudos, listas para encenderse. Pero en su lugar, una voz retumba en el cráneo de Bellamy. Tan fuerte y abrumadora que ni siquiera duele, sólo hay una ola de presión intensa. Bellamy ni siquiera puede entender las primeras palabras, antes de que la voz se reduzca a un volumen menos obliterante. ¿Está él?
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Temblando, a Bellamy se le caen las manos de las orejas. Ni siquiera se había dado cuenta que intentaba inútilmente amortiguar el ruido. Su cabeza sigue sonando, y su lengua tarda en responder. Demasiado lento. Sarka gruñe en voz alta, brasas ardiendo en su garganta, y ruge de nuevo en la cabeza de Bellamy: ¿Dónde está mi Rakos? —Sarka —dice Bellamy, su voz es tan pequeña que le sorprendería si ella puede escucharlo. Estúpido. Sé mi propio nombre. ¿Debo repetir mi pregunta en palabras humanas más pequeñas? Muy bien, Sarka piensa que es un idiota, pero al menos puede escucharlo. Bellamy respira entrecortadamente y se endereza. —Rakos estaba tratando de regresar a ti, pero fue capturado de nuevo por otros jinetes de dragones la noche pasada, No sé a dónde se lo llevaron. La cola de Sarka se agita. Él me dejó. Lo busqué y no lo encontré. Explícame esto. —Él no quería dejarte. Sarka gruñe de nuevo, extendiendo las alas. Bellamy se tambalea hacia atrás con la fuerza del viento, y Bastard se teletransporta con un estallido. Aparece directamente entre Bellamy y el dragón, con el pelaje erizado a lo largo de su pequeño lomo. Unos chillidos feroces responden al bramido del dragón. Bellamy se apresura a agarrarla, pero ella se teletransporta otros cinco pies hacia adelante, todavía chirriando agresivamente. Las alas de Sarka se asientan a lo largo de su espalda. Deja de gritarme, pequeño monstruo. —No te estoy… —Bellamy comienza antes de entender lo que Sarka quiere decir. Él se para entre el dragón y la blinkmink—, espera, ¿estás hablando con Bastard? Un nombre bastante adecuado. Sí, puedo hablar con ella, aunque no tiene nada de valor que decir. Sarka resopla, su atención regresa a Bellamy. Su voz mental se suaviza. Explícame más y tal vez no te coma. Bellamy respira hondo, animado de que ni él ni Bastard hayan sido devorados todavía. —Rakos no te dejó por voluntad propia. Fue secuestrado por sus enemigos políticos, y trataron de exiliarlo del país. Desde que le conocí, su único objetivo ha sido volver contigo. Quería que supieras que no te dejó a
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propósito. Nunca te abandonaría —la voz de Bellamy vacila—. Nunca abandonaría a nadie que le necesitara. Sarka se estremece, y el fuego sale de entre sus dientes. Su cabeza baja. Lo sabía. De repente suena joven e insegura. Por supuesto, sabía que no me dejaría. Estamos enlazados. —Rakos también me dijo que está cansado de las intrigas y de pelear — continua Bellamy—. Él quiere irse de Draskora si no es bienvenido, pero solo si tú vienes con él. Él realmente te ama. Tú eres su familia. Por supuesto. Soy la mejor. Nadie me abandonaría. La breve incertidumbre de Sarka desaparece. Ella inclina la cabeza. Eso todavía no explica porque hueles como mi jinete, cuando también apestas a magia Sandry. Aparentemente, no puede mentir a un dragón sobre esto. Pero Bellamy está mucho más allá de su tenaz disfraz en este punto. —Soy Bellamy Sandry, pero Rakos todavía no lo sabe. Hemos estado viajando juntos y… Sarka mira bruscamente a Bastard, que rueda por el suelo, luego parpadea hacia el hombro de Bellamy. Una risa baja y encantada resuena en la mente de Bellamy. ¿Viajando juntos? Si es así como lo llaman los humanos en estos días. Es lindo saber que él se estaba divirtiendo mientras yo lo buscaba desesperadamente. —Lo lamento —dice Bellamy, no muy seguro de porqué se está disculpando. ¿Le acaba de decir su blinkmink a este dragón sobre su vida sexual?—. Lo juro, él realmente te estaba buscando. Sarka inclina su cabeza y mueve sus alas. Pero, ¿dónde está ahora? Sisea antes de que Bellamy pueda responder. Esa batalla que vi desde lejos. ¿Era él? ¿Se lo llevaron de nuevo? —Lo siento —Bellamy dice de nuevo—. No pude hacer nada. Se lo llevaron de nuevo y fue mi culpa. Yo detoné… Le preguntaré a él si fue tu culpa. Sarka mueve la cola. Ellos me mintieron. Todos ellos me mintieron. Antex y Liliana. ¡Maldito Miklan! Toma mi arnés pequeño Sandry. Volaremos a…¡Oh! ¡Ahí está él! ¡Oh, Miklan, tu asqueroso lagarto! Se da la vuelta, con la furia reflejada en cada escama de su cuerpo de serpiente. Bellamy salta hacia atrás desde el torbellino de polvo y aire, y Bastard se teletransporta lejos de su hombro. No ve dónde aterriza. Pero ve a lo que Sarka estaba gritando: un ala de cuatro dragones se lanza hacia ellos desde la dirección de Parsk. Todos de diferentes colores, y Bellamy
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reconoce a uno por sus escamas rojo-púrpura. Del mismo color que el cabello de Irenka en la mascarada de sangre. El aire corre cuando Sarka se lanza hacia arriba. Su gruñido mental suena dolorosamente a través del cielo: ¡Me mentiste! ¡Todos ustedes perras me mintieron! El Miklan de Irenka se balancea bruscamente en el aire, evitando a duras penas las garras extendidas de Sarka. ¿No puedes oler al enemigo? Tu jinete es un traidor. Sarka vuelve a lanzarse a por él. ¿En quién puedo confiar? ¿En ti? Me mentiste, ¡Miklan! ¡Te arrancaré la cabeza del cuello y te la meteré por el hocico, por tu asquerosa cloaca! El choque está muy por encima, pero no lo suficiente para la comodidad de Bellamy. Corre hacia la pared de la cresta, buscando a Bastard y una guarida vacía donde esconderse. Entonces Bellamy se da cuenta que la pelea de dragones es la menor de sus preocupaciones. El suelo arde bajo sus pies, alertándolo de la llegada de magia de tierra. Bellamy apenas esquiva el agujero que se abre en el lugar donde estaba parado un instante antes. No puede ver a su oponente hasta que sigue la siguiente llamarada de magia hacia el dragón naranja que emerge de la tierra y al mago que lleva a sus espaldas. Tres magos más emergen de la puerta junto a él. Bellamy jadea, la cabeza le da vueltas y le duelen los costados. No puede encontrar donde esconderse. Sarka está ocupada en lo alto. Su única esperanza es luchar por su salida. Desesperado, se extiende con la magia de Sandry... Y las plantas responden. Enredaderas y árboles estallan desde el suelo del cráter, perforando la roca en lluvia de escombros. Bellamy está demasiado mareado para cualquier delicadeza, pero la misma piedra caliza que destruye su concentración amplifica su poder bruto. Él empuja toda la magia que puede hacia los oponentes agrupados, mientras que él se tambalea con los ojos borrosos hacia la puerta más cercana. Pero no se mueve. El cuerpo de Bellamy no responde como debería. El horror le desconcentra y pierde el control sobre las plantas. Pierde su capacidad de hacer algo más que parpadear y respirar mientras la magia de la sangre arde en sus venas.
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La magia rojo intenso brilla dentro de Bellamy. Por todas partes. Su visión se nubla, y sus rodillas golpean el suelo con un dolor lejano mientras el caos se silencia.
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❧ CAPÍTULO VEINTICINCO. Rakos.
Rakos vuelve en sí cuando dos hombres le tiran al suelo. Su hombro y cabeza chocan contra el mármol y reprime un gemido de dolor. Tienta sus dientes con la lengua…al menos los conserva todos. Todo su cuerpo duele con los remanentes de la magia de sangre, y su propia magia no responde a su llamado. La cinta apretada alrededor de su cuello debe ser un collar anulador. Sus muñecas y tobillos están atados, pero sus captores no lo amordazaron. Rakos escupe sangre sobre el mármol negro, el sabor del hierro pemanece en su boca cuando se mofa, —Así que, ¿Cuántos de ustedes necesitaron para meterme aquí? Las botas chasquean y el cuero cruje. —Amordázalo —dice Irenka. Rakos probablemente debería haberlo esperado. Tres soldados trabajan juntos para lograrlo. Rakos casi les arranca los dedos sólo para sentirse mejor. No es que le sirva de nada. Sin éxito, le meten un grueso bocado de cuero en la boca y le ponen de rodillas. Rakos no reconoce a ninguno de los soldados. Por sus uniformes, están bajo el mando del Conde Bernek. Esta sala de mármol es la sala de audiencias del Conde, lo que significa que Rakos está en el Castillo Bernek. Medio erguido, Rakos ve mejor la sala. Efectivamente, el Conde Bernek está sentado en su imponente silla de hierro a la cabeza de la sala. Rakos puede decir que el conde llorón y adulador no está a cargo en este momento. Es Irenka, que está al lado del conde. Su uniforme es risiblemente impecable, su alegría apenas contenida. —Capitán de Ala, Rakos Tem —Irenka proyecta su voz como si estuviera sobre el lomo de un dragón—. Muy amable por unirse a nosotros. Rakos no cree que sus palabras son para su beneficio. Se dirige a los otros jinetes y soldados reunidos en la sala. No hay muchos jinetes, se alegra Rakos. Establece contacto visual con con cada uno de ellos: Kamil, a quien creía su
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amigo. Zilata, que nunca parecía preocuparse por nada. ¿Están en la conspiración, o son sólo el público? Porque una cosa está clara cuando Irenka da zancadas hacia él, con una mano en la cadera. Esto es una actuación. Quiere admiradores. Quiere testigos. —Últimamente has causado muchos problemas a Draskora —dice Irenka—. Desertar fue bastante malo. Robar piedra caliza fue bastante malo. Pero, ¿destruir la mascarada de sangre? ¿Invadir el nido de los dragones? —Ella acecha más cerca—. ¿A qué juegas? ¿al bingo de la traición? Irenka aún no ha mencionado a Bell. Tal vez Bell se escapó. Rakos mira en silencio como Irenka continúa su paseo alrededor de la sala de audiencias de Bernek. Sus botas hacen clic. Si tuviera plumas estaría abanicando su cola. —Conde Bernek —dice Irenka. —¿Si, Capitana de Ala? —Bernek responde con entusiasmo. Se inclina hacia delante en su silla, jugueteando con su pelo rojo recién teñido. Casi el mismo rojo que Irenka, como si le estuviera adulando. Patético. Rakos se reiría si no estuviera amordazado. El hombre ni siquiera se da cuenta de cómo Irenka lo está utilizando. Aunque tal vez Rakos no está en una posición para juzgar, teniendo en cuenta cómo lo engañó en la mascarada de sangre. ¿Por qué no lo capturó allí? —Ya he enviado un mensajero a la capital —dice Irenka—, considerando tu relación con la casa Dire, ¿también estás en contacto con Su Majestad? El Conde Bernek vuelve a revolverse el pelo. —Será un placer para mí informar a la corona de todo lo que ha ocurrido hoy. —Le estoy muy agradecida —dice Irenka. —Estamos muy agradecidos por tu servicio Capitana de Ala —dice Bernek—, estoy seguro de que serás justamente recompensada por detener a este traidor. Rakos no puede evitar resoplar detrás del cuero. Por supuesto. Irenka no sólo quiere capturarlo. Quiere el mérito. No es de extrañar no reveló su presencia en la mascarada de sangre. Demasiados hombres de Vana estaban cerca. Irenka no habría sido capaz de garantizar que ella era la heroina en ese enfrentamiento. Cada guerra tiene un héroe. Cada batalla tiene un líder. No importa lo duro que todo el mundo trabaja, a veces un nombre se eleva por encima del resto.
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Rakos no fue difícilmente el único jinete dragón que luchó en la Guerra del Largo Verano. Pero por las historias, sería fácil suponer lo contrario. ¿Cuánto tiempo ha picado ese hecho bajo la piel de Irenka? Si ella supiera que Rakos lo odia tanto como ella. Tal vez Rakos no debería haber ocultado su descontento durante tanto tiempo. Una puerta al otro lado de la habitación se abre de golpe. Rakos casi se cae intentando girarse y mirar al mensajero que corre hacia Irenka y Bernek. La mujer se inclina y les susurra algo a ambos. Bernek se sobresalta en su silla. Irenka recupera la compostura más rápidamente, saludando a los guardias al lado de Rakos. —Aseguren al traidor —Irenka ordena—, esperará el juicio de Su Majestad. *** Al menos esta vez Rakos está despierto para su encarcelamiento. Los soldados de Bernek y un escuadrón de drasgard lo arrastran a una celda de la torre alta, donde lo encadenan a una silla de piedra con anillos para bloquear sus muñecas y tobillos. Frente a él hay otra silla vacía. El aire frío y delgado sopla por las estrechas ventanas de la habitación. A Rakos le pica el cuello bajo el collar anulador. Cada vez que su magia protesta, el encantamiento que lo ata la marchita. El mal sabor empieza a rozarle la comisura de los labios. Tal vez el sueño encantado era la forma preferible de encarcelamiento después de todo. Esto es muy incómodo, especialmente con cuatro drasgard observando a Rakos desde cada esquina de la habitación. No hay forma de evitar su escrutinio. Rakos no duda de que volverá a escapar. No puede permitirse dudar, porque necesita asegurarse de que Bell y Sarka están a salvo. Joder, ¿cómo ha podido arrastrar a Bell a este desastre? Bell es demasiado bueno para él. Los drasgard permanecen tan quietos como estatuas, hasta que después de una cantidad desconocida de tiempo, la guardia cambia. Rakos utiliza el momento de distracción para tensar sus miembros contra los grilletes, tratando de encontrar cualquier punto débil. No encuentra ninguno.
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Planes absurdos se aglutinan y se evaporan en la cabeza de Rakos, uno tras otro, hasta que los guardias vuelven a moverse. Es demasiado pronto para otro cambio de turno, a menos que haya pasado más tiempo de lo que Rakos cree. La drasgard a la izquierda de Rakos levanta la mano haciendo una señal. La drasgard de la derecha asiente y hace un gesto a la drasgard que está detrás de Rakos. Es entonces cuando Rakos reconoce a las dos que tiene delante y se queda paralizado. Las habría reconocido antes, si no se hubieran teñido el pelo de un castaño oscuro más natural, las lacayos de Vana: Indra y Zuzana. Indra le fulmina con la mirada, mientras Zuzana le guiña un ojo. De su cinturón cuelga el mismo cuchillo que Rakos le robó en la estación de paso. Junto con los otros dos drasgard, ella e Indra salen de la celda, y Rakos no se sorprendido por el hombre que entra a continuación. Vana toma asiento frente a Rakos. —Libérale la boca. Daromir, el guardia de sangre Kaiskarano del príncipe, quita la mordaza de la boca de Rakos. Rakos no intenta morderlo. Eso no acabaría bien. —Y sus manos —dice Vana. —Alteza —dice Daromir en tono de reproche. Se miran y Vana asiente en silencio. Las manos de Rakos permanecen atadas mientras Daromir vuelve a la puerta. Rakos estira la mandíbula y traga saliva. Es incapaz de mantener el resentimiento en su voz cuando dice: —Alteza. Vana apoya las manos en los brazos de la silla. No está atado, pero en esta habitación, también parece un prisionero. —Te debo una disculpa, Rakos. He manejado mal este asunto. —Quédate con tu puta disculpa —dice Rakos—, pero puedes intentar con una explicación. Vana evita por un momento la mirada de Rakos, como avergonzado. —Me he enterado que el general Gabra planea jubilarse el año que viene. Tú eras el favorito para el título, a menos que ocurriera algo que te descalificara. Por eso Irenka Miraz colaboró con ciertas facciones para inculparte del contrabando de piedra caliza. —¿Quiénes son exactamente “ciertas facciones”? ¿La Casa Bernek? — Rakos pregunta, recordando el nuevo pelo rojo del conde. —Eso habría sido más sencillo —Vana suspira—, para cuando me enteré del plan de Irenka, ya estaba demasiado avanzado como para detenerlo en secreto.
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Además, tu impopular pacifismo hacía difícil encontrarte aliados. Mi objetivo era salvar tu vida sacándote de la situación y explicando todo una vez que estuvieras a salvo. Vana permanece en silencio mientras Rakos espera el resto de la explicación… hasta que se da cuenta de que no llega. Rakos se queda mirando. —¿Eso es todo? —Estaré encantado de responder a cualquier pregunta —dice Vana. Rakos se queda mirando un poco más y luego estalla: —Eso es absurdo. —Contén tu lengua19 —gruñe Daromir. Los ojos de Vana no se apartan de Rakos. —Está bien, Daro. Rakos continúa. —Esperas que me crea que pensabas que mi vida estaba en peligro, así que decidiste que un elaborado plan de secuestro era más fácil que simplemente, no sé, ¿darme un pequeño aviso? —¿Qué habrías hecho si te hubiera avisado? —Vana pregunta. —Enfrentarme a Irenka, por supuesto. —Rakos hace una pausa, reconsiderando su respuesta bajo la implacable mirada de Vana. Se mueve torpemente en sus ataduras—. Entiendo lo que dices. Vana se desploma en su silla, más desaliñado de lo que Rakos jamás le había visto, aunque no hay un pelo fuera de su sitio. —La conspiración estaba incluso más avanzada de lo que esperaba. Cuando mis drasgard te secuestraron, los aliados de Irenka ya habían tomado la piedra caliza. —¿Entonces por qué no desenmascarar a Irenka si tenías pruebas de sus transgresiones? —Su apoyo es demasiado poderoso —dice Vana. —¿Más poderoso que tú? —Sí. Mierda. Esa es una lista muy muy pequeña. Rakos hace una mueca. —Así que tu plan fue echado a perder, ¿cómo se suponía que iba a salir? —Iba a enviar a alguien a reunirse contigo en Kaiskara. Iban a explicar todo; a continuación, pondrían a tu disposición tanto dinero y transporte como necesitarás para llegar a Fellrin o Pathan. A donde quisieras ir.
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No creo que necesite explicación pero es un idiom “hold your tongue”, que es básicamente que dejes de hablar.
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Rakos espera un momento el resto, pero aparentemente eso es todo. O al menos, todo lo que Vana va a revelar. —Gracias. Agradezco la explicación. Sigue siendo una completa locura. —Entiendo si no me crees —dice Vana. Rakos desearía no haber creído a Vana. Desearía que esto fuera realmente absurdo, en lugar de exactamente lo que él esperaría de la nobleza draskorana. — Te creo, porque esto es demasiado estúpido. Si estuvieras mintiendo, tendrías una historia mucho mejor. —¿Debería sentirme halagado por tu fe en mi engaño? —Joder, no. No es un cumplido. —Rakos se relaja en sus cadenas, como si estuviera sentado en un trono. Mira a Vana fijamente a los ojos—. ¿Cuánto tiempo llevas en la Casa Dire? Vana permanece en silencio. Es Daromir quien responde en voz baja: — Doce años. Rakos ve un destello de dolor en los ojos de Vana. Odia añadir más, pero algunas verdades es mejor decirlas en voz alta. —Si sigues así, te volverás igual que ellos. No puedes luchar contra las serpientes convirtiéndote en una. Olvidarás porque estás luchando. —Estás fuera de lugar, Capitán de Ala —dice Vana bruscamente. —Siempre estoy fuera de lugar. —Rakos gira el cuello—. Bueno, tu disculpa apesta, pero la acepto. ¿Estabas de visita para contarme todo esto, o querías algo más? Vana se pone en pie. —Te hice daño y te lo debo. No puedo sacarte fuera del país ahora, pero puedo llevarte hasta Ostomar. Rakos se ríe, divertido a su pesar. —Te agradecería que desbloquearas estas esposas, pero por lo demás, no, gracias. Ustedes todavía no entienden que no me voy de la ciudad sin mi dragón. O mi juglar. —¿Tu juglar? —Vana cepilla su largo abrigo y hace un gesto a Daromir. —Ya lo conoces. —Rakos retuerce sus muñecas en sus ataduras mientras Daromir se acerca con una llave—. Me dijo que lo acorralaste en la mascarada de sangre. Tanto Vana como Daromir se paralizan ante eso, compartiendo una inexplicable mirada de confusión. Los labios de Vana se entreabren con una sorpresa inusitada. —Juglar —repite, lentamente—. Rakos, ¿no sabes quién es? Rakos se queda mirando confundido. —¿Por supuesto? Es...
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Un juglar que nunca canta. Un viajero que no puede montar más de unos pocos días seguidos. Un dulce, joven frágil con uno de los más poderosos talentos mágicos que Rakos ha encontrado. Silaisano. El amor de su vida, y Rakos ni siquiera conoce su apellido... Vana se apoya en el respaldo de la silla de piedra, como si lo necesitará para mantenerse erguido. —Rakos, ese no era un juglar. Ese era Bellamy Sandry. Rakos absorbe las sílabas una por una. —Imposible. —Lo conocí en un evento diplomático cuando tenía quince —dice Vana— lo reconocí inmediatamente. Los recuerdos pasan por la mente de Rakos. La risa de Bell. La mirada celosa de Bell. La exasperación de Bell a Bastard. Su insistencia de que esas misteriosas zarzamoras eran seguras. La ilusión de una raíz envuelta alrededor de la pata trasera del wyrm. Rakos traga. —¿He estado viajando con Bellamy Sandry? —¿Puedes ver por qué no te confíe mi plan secreto? —Vana casi se ríe—. Apenas podía creerlo cuando Indra dijo... Viejos recuerdos resurgen, sobre otro príncipe Sandry. Luchando contra Audric en la frontera. La vez que las lianas de Audric casi lo derriban de Sarka. La vez que Rakos casi le vuela la cabeza a Audric. Cada escaramuza, pelea y experiencia cercana a la muerte. —¿He estado follando con Bellamy Sandry? —pregunta Rakos, anonadado. —Sí, has… —Los ojos de Vana se vuelven enormes. Daromir deja caer la llave—. ¿Has estado qué? —No importa. —Rakos se deja caer en la silla, con la cabeza dándole vueltas—. Eso no es asunto tuyo. —Sí —Vana dice débilmente—, voy a pretender que nunca escuché eso así que ninguno de sus hermanos tiene motivos para asesinarme. —Oh, mierda. —Rakos se siente débil también—. Sus hermanos. Vana cubre su cara. —Daro, date prisa y libéralo. Necesitamos salir de aquí. Daromir libera los grilletes de Rakos y finalmente el collar anulador. Rakos se levanta lentamente, consciente de su propia debilidad y de la rabiosa devoción a su maestro. —Indra te guiará fuera del castillo —dice Vana—. A dónde vayas después depende de ti. Yo me iré primero, pero luego...
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Una criatura diminuta y chirriante aparece en el suelo delante de ellos. Daromir salta delante de Vana, pero Rakos reconoce al pequeño bribón. — Eh, Bastard. ¿Qué haces aquí? Bastard parpadea hacia el hombro de Rakos. Sus bigotes le hacen cosquillas en las orejas antes de que ella se desvanezca de nuevo. Momentos después, una sombra pasa por encima de las altas y estrechas ventanas. Rakos gira a tiempo para vislumbrar unas brillantes escamas verde azulado justo cuando una presencia familiar se instala en su alma. Todo su cansancio se desvanece, reemplazado por calidez y fuerza. Certeza. Una sonrisa de incredulidad se dibuja en el rostro de Rakos. —Alteza, dile a Indra que no necesito escolta. Además, es posible que desee alejarse de la pared. Al instante siguiente, todo el edificio se tambalea a su alrededor. Daromir jura y empuja a Vana hacia el pasillo mientras las garras chirrían contra la piedra, un sonido familiar e inconfundible. Rakos también retrocede a trompicones, con el corazón palpitando de emoción, alivio y miedo, mientras la pared exterior se desmorona bajo las garras de Sarka. La piedra se abre para revelar el cielo y las escamas antes de que la elegante cabeza de Sarka llene la abertura. Se aferra al borde de la pared con sus garras, alas extendidas mientras se mantiene en equilibrio. Bastard se posa en su frente, a contraluz por la luz del sol de la mañana. Se apoya entre las crestas de las cejas de Sarka, luego parpadea hacia el hombro de Rakos. —Sarka —dice Rakos, levantando la mano para ayudar a Bastard a mantener el equilibrio. Ella le responde, con la voz más baja que nunca. Rakos. Da un paso brusco hacia delante. —Sarka, lo siento mucho. Más te vale. Su mohín mental zumba entre ellos. Espero un montón de actitud servil. De todas formas, ¿cuánto tardas en viajar desde la costa? Rakos avanza a trompicones. Presiona su frente contra la de ella y siente el calor de ella. El momento de conexión es como si su corazón estuviera en su sitio. Se siente... Debería sentirse bien. Debería sentirse completo. Pero hay una cosa más que falta. —Hey Sarka. Así que, conocí a alguien... El pequeño Sandry. Suena muy divertida. Soy muy consciente. Rakos se desploma contra su cabeza. —¿Sabe todo el mundo aparte de mí quién es? Olí las plantas en él desde una milla de distancia. Es muy lindo.
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—¿Lo conociste? Sí. También es muy valiente. Casi se sacudió la magia de sangre. —¿El qué? —Rakos se sacude a la conciencia—. Sarka, si ha sido capturado, tenemos que… Obviamente. Sus ojos brillan de color violeta. Sube a bordo. Esta horrible pequeña criatura sabe dónde está.
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❧ CAPÍTULO VEINTISÉIS. Bellamy.
Un estruendo parecido a un terremoto despierta a Bellamy. Le duele todo, desde su cabeza palpitante hasta las náuseas persistentes. Moretones recientes se anuncian a lo largo de sus rodillas y hombros. No queda magia de sangre en el cuerpo de Bellamy y, para su sorpresa, tampoco collar anulador alrededor de su garganta. Ni esposas ni cadenas. Abre los ojos en rendijas, Bellamy observa su entorno. Esperaba despertar en un calabozo, pero en lugar de eso, le han tumbado en una cómoda sala de estar. No hay dorado o árboles tallados como un castillo silaisano, pero la filigrana de hierro es claramente un trabajo caro. Las estrechas ventanas no tienen cortinas. En lugar de tapices y pinturas, las paredes están talladas con dragones. Su abrigo de piel de wyrm está doblado sobre una mesa cercana. Bellamy se encuentra accidentalmente con la mirada de uno de los seis drasgard apostados junto a la puerta. Es inútil hacerse el dormido. Se obliga a sentarse, sofocando su gemido de dolor. Hacía tiempo que no le dolía tanto. Pero no puede permitirse flaquear. Tiene que averiguar qué ocurrió. ¿Dónde está Rakos? ¿Bastard? ¿Sarka? ¿Cuál de las muchas facciones peligrosas de Draskora lo ha capturado? En cuanto Bellamy se incorpora, uno de los drasgard sale de la habitación. Ellos no lo han herido o matado todavía, salvo la pelea en la que fue capturado. Bellamy tiene mucho miedo de lo que puedan querer. Bellamy se levanta lentamente. Los drasgard no le impiden caminar con cuidado hacia la mesa. No está seguro de que sus rodillas aguanten, pero el riesgo vale la pena. Recuperar el abrigo de Rakos es reconfortante. Ponérselo es como ponerse una armadura.
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Se retira al chaise longue20 antes de desplomarse y exigirle a los drasgard: —¿De quién es este torreón? Los drasgard no responden, a pesar de que Bellamy intenta fulminarlos con la mirada. Momentos después, la puerta se abre de nuevo. El drasgard regresa con una mujer que Bellamy reconoce inmediatamente. Mirar celosamente desde el otro salón de baile puede ser útil después de todo. —Su Alteza —dice Irenka—, me disculpo sinceramente por el duro tratamiento por las fuerzas locales. Sus palabras le dicen a Bellamy algunas cosas. En primer lugar, la actuación juglar ha terminado. Segundo, Bellamy es ese tipo de prisionero ahora. Del tipo en el que todo el mundo finge ser un invitado de honor. Bellamy ha hecho eso antes. Excepto que la última vez, sólo tenía ocho años, demasiado joven e ingenuo para entender las amenazas amistosas. Dejó que Tesson Rue lo tomara de la mano y lo secuestrara del corazón de Sandrelle. Sólo otro viaje a la baronía de su padre, o eso pensó en ese momento. Ni siquiera supo que había sido secuestrado hasta años después. Ya no es inocente. —Capitana Irenka —dice Bellamy—, ¿todavía estoy en Parsk? Irenka se detiene a una distancia educada. Ella está vestida con piel prístina de wyrm y armadura de acero. —Estaba preparada para presentarme. No esperaba que Su Alteza supiera mi nombre. Bellamy ignora su falsa modestia. —Agradezco la hospitalidad, pero exijo mi liberación inmediata. —Por supuesto, Alteza —Irenka dice, en un tono tan cortés que Bellamy pensaría que ella estaba de acuerdo con su demanda si no lo supiera mejor—. Estoy a la espera de la palabra de la Casa Dire en cuanto a la mejor manera de acomodarte. Debe comprender que su aparición nos tomó por sorpresa. Las náuseas se apoderan de Bellamy. Se esfuerza por no dejar que su debilidad se muestre. Si Irenka está a la espera de órdenes, ella no es de alto rango suficiente para asesinar a un príncipe de Silaise sin la aprobación de la corona. Ella no tiene la fuerza para jugar, ella misma un peón tan útil. Todavía no está haciendo movimientos internacionales, está asegurando el poder dentro de
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Asiento mullido, alargado y normalmente sin brazos, que permite estirar las piernas, en ocasiones diseñado como extensión lateral de un sofá
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Draskora. Entregando a Bellamy a la corona sin duda ayudaría a consolidar su posición dentro del país. O es una actriz astuta, adormeciendo a Bellamy en una sensación de seguridad. Bellamy ha tratado con nobles intrigantes similares en Silaise, aunque no tan a menudo como Julien y Audric. Su familia lo protegió de ese lado de la vida en la corte. Si Audric estuviera aquí en lugar de Bellamy... bueno, Audric no sería capturado dos veces por las fuerzas de Draskora. Él encontraría una manera de volver contra Irenka. Tal vez incluso negociar una victoria de la Casa Dire misma. Y si todo fuera desastroso, es lo suficientemente poderoso para escapar con la más mínima muestra de poder. Julien fingiría cooperar, seduciría al guardia o árbol más dócil, y coquetearía hasta la libertad. El viejo Bellamy se sentaría aquí, asustado e indefenso, y rezaría para que su familia lo rescate. Pero Bellamy ya no es esa persona. Para empezar le duele demasiado la cabeza como para pensar en cosas educadas que decir. —Basta de tonterías —suelta Bellamy. Se apoya en el chaise longue en lugar de levantarse y desplomarse—, no finjas que soy un huésped, y no pretendas que esto es hospitalidad. Exijo ver al Capitán Rakos Tem, seguido de nuestra liberación inmediata. De lo contrario, no disfrutará las consecuencias. Inesperadamente, el rostro de Irenka se ilumina con un placer no disimulado. —No sabía que Su Alteza conocía a Rakos. ¿Ha estado colaborando con Silaise? —Por supuesto que no. —Bellamy levanta la barbilla—. Ha estado colaborando conmigo. Los ojos de Irenka están prácticamente brillando ahora, y Bellamy probablemente ha cimentado cualquier acusación de traición contra Rakos. Ah, bueno. Eso no importará cuando Bellamy se salga con la suya. —Le pediré a mi criado que organice una reunión lo antes posible —Irenka dice—. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarte mientras esperamos? —No necesito ningún arreglo. —Bellamy se pone en pie, un error. Su visión se oscurece, y sus demandas empiezan a sonar demasiado como súplicas— No me importa si está en una mazmorra o colgado en la cima de una montaña. Si lo estás torturando, llévame a la cámara de tortura. No hay nada que necesite arreglo.
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Bellamy se balancea, y la sonrisa de Irenka se endurece. Cualquier posibilidad de intimidarla está perdida. —Usted ha tenido un día difícil, Su Alteza —comienza Irenka, antes de que su sonrisa caiga horrorizada. Bellamy no lo entiende hasta que algo pasa sobre las ventanas, cubriendo la habitación de sombras. Algo enorme, verde azulado y resplandeciente de magia. Un impacto como el de una bala de cañón se estrella contra la pared. El castillo salta. Bellamy se tambalea hacia atrás mientras Irenka ladra órdenes en draskorano. Su magia se eleva alrededor de ella y sus guardias, fragmentos de hielo se arremolinan como escudos y afilados como dagas. Se lanza hacia Bellamy, tratando de agarrarlo, pero la pared exterior es repentinamente rasgada por enormes garras. La magia de Irenka se convierte en sombras. Cambia de dirección y se dirige a la puerta en lugar de a Bellamy. —Invoca a Miklan —ladra al drasgard que la sigue. Entonces Bellamy es el único en la habitación, apoyado contra la pared interior. Su corazón palpita de pura euforia cuando una enorme cabeza se asoma a través del nuevo agujero rasgado en la pared opuesta. Ahí estás, dice Sarka. Se gira ligeramente, hundiendo su hombro más cerca de la brecha de escombros. A su espalda, Rakos ya está desabrochando las correas del arnés. Se desliza de su espalda y salta en la habitación, corriendo hacia Bellamy. Magullado y dolorido, Bellamy se lanza a los brazos de Rakos.
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❧ CAPÍTULO VEINTISIETE. Rakos.
Rakos arrastra a Bell en un abrazo desesperado, y la última pieza de su corazón se desliza en su lugar. Los restos de la habitación de la torre se desvanecen. Todo lo que importa está aquí, en sus brazos. —¿Estás bien? —La mejilla de Rakos presiona el costado de la cabeza de Bell. Tiembla por dentro y siente que Bell también tiembla—. Por favor, dime que estás bien. Bell le devuelve el abrazo. —Estoy bien. Ahora que estás aquí. —Bajos estándares —dice Rakos riendo sin aliento. —El más alto —dice Bell, y arrastra a Rakos a un beso. Desordenado, desesperado. Las manos de Bell son ásperas en el pelo de Rakos. Los dientes se clavan en el labio de Rakos. Rakos sujeta a Bell con cuidado, reacio a hacerle daño, pero igualmente reacio a dejar un centímetro de espacio entre ellos. Rakos tiene a su amado de vuelta. Tiene a su dragón. Todo está bien en el mundo. Bien. Quizá queden algunos problemas. Rakos tose y se aparta lo suficiente como para mirar a Bell a los ojos. Tiene que sujetar a Bell por los hombros para evitar otro beso de distracción. —¿Su Alteza? —¿Sí? —Bell responde con naturalidad. Tras un momento de espera, los ojos de Bell se abren de par en par y luego se entrecierran. Clava el dedo en el pecho de Rakos—. No te atrevas a llamarme así. La respuesta automática de Bell y su falta de confusión confirman las acusaciones de Vana y Sarka. Rakos respira hondo y sigue sujetando los hombros de Bell. —Bellamy Sandry, ¿eh? No puedo creer que tu identidad sea aún menos conveniente que la mía. No me extraña que nunca cantarás para mí. —Soy un cantante terrible, sí. —¿Cómo se derrumbó exactamente la carpa en el festival del equinoccio? —Rakos sonríe—. ¿Y cómo se rompió exactamente el laúd de Merry?
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Bell se rasca detrás de la oreja, claramente avergonzado. —Moví las raíces de los árboles bajo los postes de la tienda y deformé la madera del laúd. —¿Y esas zarzamoras? —Olvídate de las putas zarzamoras. —Bell agarra a Rakos por la cara, haciéndole caer de modo que sus narices casi se tocan. Dirige a Rakos una mirada severa—. ¿Recuerdas lo comprensivo que fui con tu pequeño engaño? ¿Recuerdas lo generoso que fui en mi perdón? A Rakos le late el corazón. —Recordaré cada momento que hemos compartido el resto de mi vida. —Esto no cambia nada —suplica Bell con una mirada cruda y desesperada—. Dime que esto no cambia nada. Rakos mira a Bell. Realmente mira. Ojeras. Pelo suave en desorden. Una mandíbula obstinada. Aún así le queda muy bien el abrigo de Rakos. Bellamy Sandry es el mismo hombre que Rakos ha conocido durante todo este viaje. El mismo hombre del que Rakos se enamoró a pesar de afirmar a cada paso que no lo haría. Valiente, curioso, el hombre más cariñoso que Rakos ha conocido. Mucho mejor actor que Rakos, y Rakos sabe exactamente cuánto pesa ese engaño. Hay una diferencia en la que Rakos no puede evitar fijarse. El riesgo que corrió Bell al viajar a Parsk fue mucho mayor de lo que Rakos creía, pero Bell nunca dudó. Rakos no quiere menos a Bell por eso. Sólo puede amarlo más. —Cambia algunas cosas —dice Rakos—, pero nada importante. Bell respira entrecortadamente. —Gracias. —Rodea el cuello de Rakos con los brazos. Levanta la cabeza y… La piedra chilla detrás de Rakos. Los rituales de apareamiento humanos son tan peculiares. ¿Por qué tanto hablar? Por la forma en que Bell se sonroja, también oye la proyección de Sarka. —Lo siento, Sarka. Um. Probablemente deberíamos irnos. Escuché a Irenka llamando a su dragón. Sí, Miklan se acerca. Probablemente deberíamos proceder con la debida prisa. Rakos besa el hombro de Bell, su corazón se aprieta ante la mueca de dolor en la cara de Bell.
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—¿A dónde vamos? —pregunta Bell. Bastard parpadea hacia su hombro, luego hacia el de Rakos, después da un rodeo hacia la cabeza de Sarka antes de que la bolsa de transporte se mueva con el aumento de peso. Rakos agarra a Bell de la mano y lo lleva hacia Sarka. —El mismo plan de antes. Te dejo en Silaise y espero que tus hermanos no me maten.
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❧ CAPÍTULO VEINTIOCHO. Bellamy.
P lanear montar un dragón es una cosa. Montarlo es otra muy distinta. Pero Bellamy no tiene tiempo de asustarse cuando Rakos le ayuda a subir al enorme hombro escamoso de Sarka. —El pie en esa cresta, a continuación, empuja hacia arriba —instruye Rakos—, agarra esa correa, luego balancea tu pierna. —Todas las correas parecen iguales, y Bellamy confía en que Rakos le dirá qué hacer—. Esto será un poco ajustado. El equipo está hecho para ir en doble en caso de emergencia, pero no muy cómodamente. Tú te subirás y yo me subiré detrás de ti. —Eres muy rápido en esto —Bellamy intenta no mirar hacia abajo. Están muy arriba en la torre. —Normalmente voy más rápido —dice Rakos—, este soy yo yendo despacio para asegurarme de que estás a salvo. Estúpida babosa de hombre, Sarka interviene. ¡Date prisa o me iré volando sin ti! El cuerpo de Sarka está caliente bajo Bellamy, sus escamas son suaves. No son afiladas como Bellamy esperaba, sino más bien como una armadura sin costuras que recubre sus crestas y músculos. El arnés las acomoda por encima y entre las alas de Sarka. Su espalda es lo bastante ancha como para que sus pasajeros no interfieran con los largos alerones. Rakos ata primero los muslos de Bellamy y luego los brazos. No se siente seguro hasta que Rakos se sube detrás de él y se abrocha el resto del arnés. Bellamy no puede ver bien casi nada. —¿Y tu brazo derecho? —Bellamy pregunta, dándose cuenta de que no quedan suficientes correas. —El brazo derecho queda libre para deshacer el resto —Rakos palmea el hombro de Bellamy y luego dice—: Joder, me había olvidado de Bastard. Puedo colocar la bolsa contra tu costado para que no la aplastes, pero aún así podría parpadear.
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—¿Se dará cuenta? —Bellamy flexiona los brazos contra el cuero—. Espera, Sarka, ¿puedes explicarle a Bastard lo que está a punto de pasar? Un momento después, Bastard parpadea en la cabeza de Bellamy y luego en la bolsa. Rakos aprieta la correa del hombro hasta que la bolsa queda ajustada al costado de Bellamy. La pequeña cretina se comportará, dice Sarka. Ya ha volado conmigo y puede parpadear si se cae. Antes de que Bellamy pueda dar las gracias al dragón, o expresar su incredulidad de que la blinkmink se comporte, Rakos jura. —Enemigos entrando. No mires hacia abajo, y recuerda, estoy aquí contigo. Sigue gritando al oído de Bellamy cuando el mundo se desploma bajo ellos. Sarka se precipita por la ladera de la torre en una lluvia de rocas rotas. Sus alas se abren y luego se estrechan, dejando caer débiles chispas de magia. Todo el cielo se abalanza sobre Bellamy y su estómago se estremece. Todo se tambalea. Agradece no poder ver nada. Todo lo que puede hacer es agarrarse a las correas. La amplia palma de la mano de Rakos le sujeta la cabeza, protegiéndole del latigazo cervical. Tras elevarse con un potente impulso de sus alas, Sarka se mantiene en equilibrio en el aire. El júbilo vence al terror de Bellamy, que se levanta de la silla de montar lo suficiente para echar un vistazo más allá del hombro de escamas azules. Todo el castillo de torres rotas se empequeñece bajo ellos. El valle y la ciudad que hay debajo son tan pequeños que es como estar sobre un mapa en lugar de contemplar el paisaje real. Las montañas de Draskora son un impresionante retrato de contrastes: roca negra y violeta, cielo azul claro, ríos fríos y una dura elegancia. A esta altura, Bellamy ni siquiera puede ver el resplandor de la piedra caliza. —Hermoso —susurra Bellamy. La pintoresca vista se rompe en estallidos de magia. Sarka se aleja, dejando sombras a su paso. Bellamy tiene que agachar la cabeza mientras Rakos desvía la magia entrante. Lo último que ve Bellamy es un ala de otros cuatro dragones que se eleva desde el castillo Bernek, con una forma roja y púrpura muy por delante del resto: el Miklan de Irenka. ¿Luchamos? ¡Quiero luchar! exige Sarka. No hay respuesta audible, pero un momento después, ella ruge. Ugh. Si insistes. Se da la vuelta y despega a una velocidad vertiginosa por el cielo.
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—¿Puedes hablar telepáticamente? —grita Bellamy, con la esperanza de que Rakos pueda oírle a través del aire. Silaise no sabe muchas cosas sobre dragones y jinetes de dragón. —Sólo imágenes y sentimientos, y sólo a Sarka. Es más rápido que hablar durante la batalla —explica Rakos cerca del oído de Bellamy—. Vamos a ir más rápido que ellos. Sarka es el dragón más rápido de Draskora. No nos atraparán. Bellamy espera que Rakos tenga razón. —Envié un mensaje a Greenhaven. Si llega a tiempo, no nos atacarán en la frontera. —Dedos cruzados. Espera, ¿cuándo hiciste eso? Eres tan inteligente. Bellamy se ríe sin aliento. —Retén los cumplidos hasta que sepamos que la carta llegó. Rakos le acaricia la cabeza, el brazo. Le besa detrás de la oreja. —¿Cómo te sientes? —Mal, pero puedo arreglármelas —responde Bellamy con sinceridad—. Me preguntaba si Sarka siempre tiene tanta sed de sangre. Dijiste que no le gustaba luchar. La voz de Rakos retumba en su interior. —Odia las batallas sin sentido. Le encanta luchar por una buena causa, o por una venganza mezquina. Miklan la venció en una cacería de ciervos hace veinte años. Mientras vuelan, Bellamy vislumbra Draskora bajo ellos. Franjas de magia resplandecen en el paisaje. Grupos de aldeas y fortalezas encajan como piezas de puzzle en la tierra, al igual que las ciudades silaisanas encajan en las suyas. La voz de Sarka resuena en sus cabezas unos diez minutos después. Aunque soy el dragón más rápido del dormidero, y ninguna de esas perras folla-wyrms podría alcanzar la punta de mi cola, debo recordarles que mi insuperable velocidad se midió con un solo pasajero. Rakos gruñe al oído de Bellamy, que prácticamente puede oír sus maldiciones mentales. Miklan se está poniendo al día, añade Sarka. ¿Puedo matarlo? ¿Por favor? Me mintió y nunca se disculpó por robarme el cadáver de un ciervo hace veinte años. Bellamy no puede oír la respuesta de Rakos, pero todo se sacude cuando Sarka se desvía. Se balancea en el aire, gira sobre una corriente ascendente e inclina la cabeza. Bellamy se levanta de la silla de montar cuando un rayo de escamas rojas se dirige hacia ellos. —¿Podemos compartir la vista? —Rakos pregunta—. Esto va a ser difícil.
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En respuesta, Bellamy exhala y amplía su visión. Su cabeza, ya de por sí sensible, palpita con el resplandor. Bellamy respira entrecortadamente por el dolor y alimenta a Rakos con cada rayo de luz que puede, hasta que la magia brilla por todas partes. Bajo las alas de Sarka y Miklan, en la base de sus gargantas, grabado en runas pasivas en el arnés que Bellamy no había notado antes. Incluso las sombras de Rakos brillan como nunca antes lo habían hecho. Duele, pero es más fácil que la última vez. Bellamy está mejorando a la hora de compartir la vista. Una intensa luz blanquiazul se arremolina alrededor de Irenka, formando la imagen previa de su próximo ataque. Fragmentos de hielo arremeten contra ellos. La distancia sigue siendo lo bastante grande como para que Rakos anule el hielo con una fácil flexión de poder. La siguiente descarga también. Bellamy sólo aguanta a pesar del dolor en su cabeza, confiando en que Rakos los saque a salvo. Pero tras los siguientes enfrentamientos, incluso Bellamy se da cuenta de que Irenka y Miklan se están poniendo al día. Rakos es más lento para desviar cada nuevo ataque. Irenka está fresca y descansada, mientras que Rakos está cansado y Sarka carga con dos pasajeros. Tenemos que terminar antes de que los otros tres nos alcancen, dice Sarka, sonando tensa. Rakos, deja de jugar a la defensiva. Ve por sus malditas alas. Esta vez no hay alegría en sus palabras. Rakos se estremece detrás de Bellamy, su vacilación es palpable. Pero un instante después, la magia desaparece de debajo de las alas de Miklan. El dragón rojo cae en picado con un terrible grito. Sarka se lanza tras él. Fragmentos de hielo se rompen a su alrededor en el aire, demasiados para que Rakos pueda desviarlos en plena zambullida. Bellamy se acurruca en la silla de montar, completamente indefenso en el ajetreo del combate. Segundos después, el impacto los sacude. Una voz humana más débil grita como contrapartida al furioso rugido de Miklan. Con un tirón de cuero y hueso, el grito se corta. Sarka se tambalea, todo su cuerpo retumba con su gruñido. Bellamy consigue incorporarse lo suficiente para ver el resultado del combate. Miklan permanece en el aire, reuniendo magia bajo sus alas de nuevo. Pero sus movimientos son inestables. Desiguales. En sus hombros hay grandes cortes sangrantes, escamas desgarradas por las garras de Sarka. Sólo fragmentos del arnés permanecen unidos a él. Y sólo quedan fragmentos de Irenka en el arnés.
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Miklan gira, las llamas brotan de su garganta. Pero Sarka no vuelve a atacar. Se lanza más alto en el aire, demasiado rápido para que Miklan pueda perseguirla con sus heridas. Los instantes siguientes son un chirrido de viento, Sarka empujando más rápido de lo que Bellamy creía posible. Cuando por fin aminora la marcha, no se ven otros dragones. El viento se calma a su alrededor y Sarka se adentra en una corriente más cálida. Bastard parpadea en el arnés justo delante del hombro de Bellamy. Se queda completamente inmóvil y vuelve a parpadear en su bolsa con un silencio poco habitual en ella. Te lo dije, bicho raro, le dice Sarka a la blinkmink. Su vuelo se estabiliza. El pulso ocasional de los músculos es extrañamente relajante y confortable. Rakos está tranquilo detrás de Bellamy. Su peso le tranquiliza como siempre, pero Bellamy no es quien necesita tranquilizarse ahora. Deseando poder darse la vuelta en el arnés y ver la cara de Rakos, besarle, incluso simplemente abrazarle, Bellamy pregunta: —¿Has luchado alguna vez contra otro jinete de dragón así? —Nunca una pelea de verdad. Apenas nos entrenamos para ello —Rakos suena apagado. Por supuesto. Sólo Draskora tiene dragones. —¿Estás bien? —Lo estaré. —Rakos besa detrás de su oreja—. Estamos a una hora de la frontera. Deberías descansar. Bellamy debería descansar. Está exhausto. Cada fibra de su ser se estira demasiado. Su cabeza le duele tanto que todo se siente entumecido. Después de esto, se va a desmayar durante un mes. Pero es difícil descansar mientras está atado entre un dragón y un combatiente enemigo. Un renegado. Un terrible granjero y un peor mentiroso. El amor de la vida de Bellamy, probablemente. A Bellamy se le acaba el tiempo para decidir qué hacer con esa revelación. O quizá ya lo haya decidido. Rakos vuela de un peligro a otro, arriesgando su vida sólo para llevar a Bellamy a casa. Vivir una mentira con Rakos ya era bastante emocionante. Ahora, Bellamy también quiere construir una nueva verdad con él. Se niega a despedirse. Bellamy apoya la frente en las cálidas escamas de Sarka. Cuando habla, tiene la garganta ronca de tanto gritar. —¿Rakos? —Aquí mismo. —No quiero despedirme de ti —admite Bellamy.
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Rakos se tensa detrás de él, palpable donde sus muslos se presionan. Donde el brazo izquierdo de Rakos yace paralelo al de Bellamy. —¿Has cambiado de opinión sobre la isla paradisíaca? —En realidad, espero que cambies de opinión. —Bellamy respira hondo— Múdate a Silaise conmigo. Unos aleteos después, Rakos dice: —No creo que tu familia lo apruebe. —No te han conocido. —Ése es el problema, ya lo han hecho. —Rakos se ríe—. El príncipe Audric ha intentado matarme varias veces. —No fue personal. Estoy seguro de que puedo persuadirles. —Bellamy traga saliva, deseando poder ver de nuevo la cara de Rakos. Debería decir esto correctamente, pero ¿cuándo ha sido correcto algo de esto?—. Tengo que persuadirlos. Porque tampoco puedo seguir fingiendo que esto es casual. Rakos entierra su cara en el pelo de Bellamy. —¿Esto es una confesión, juglar? —Parece tan buen momento como cualquier otro. La mano derecha de Rakos encuentra la de Bellamy, entrelazando sus dedos. —Iré a donde quieras que vaya. Incluso a una muerte segura a manos de tu familia. —No te preocupes, te protegeré —promete Bellamy. —Mi héroe —le murmura Rakos al oído. *** Una hora más tarde, Rakos cambia su peso detrás de Bellamy. —Muy bien, tú decides. ¿Listo para ir a casa? Bellamy aferra las correas de cuero. Bosques familiares se extienden hacia el este, no es que Bellamy los haya visto antes desde este ángulo. Aún reconoce los bosques del wyrm y las tierras de la Casa Frenn, y más allá el castillo de Greenhaven, donde esperan sus hermanos. —Estoy listo —dice Bellamy, y Sarka se desliza hacia delante. La magia fronteriza de Silaise destella un tenue oro verde, una línea irregular y natural de árbol a árbol. Algunos de los árboles ancla tienen cientos de años. Otros acaban de crecer en regiones que la propia Sarka arrasó hace
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apenas siete años. Bellamy extiende su propia magia Sandry, conectando no con los árboles, sino con el propio hechizo. Le invade el calor. La magia le reconoce. Le da la bienvenida. Le permite pasar, con compañeros y todo. A Bellamy le escuecen los ojos de alivio. Es como si el propio cielo se transformara de un batir de alas a otro. En un momento está perdido. Al siguiente, está en casa. —Vaya —le dice Rakos al oído—. Nunca he conseguido cruzar tan fácilmente. —No lo intentes solo —advierte Bellamy entre risas, antes de que la luz se encienda delante de ellos. La magia surge del propio castillo de Greenhaven. Rayos de fuego y aire vivo se elevan y se retuercen en un tornado ardiente, muy por encima del suelo, precipitándose directamente hacia ellos. —Agárrate —grita Rakos mientras Sarka se inclina hacia un lado. El estómago de Bellamy se tambalea y el arnés se tensa alrededor de sus extremidades cada vez que Sarka cambia de dirección. Sarka esquiva el tornado con facilidad, sin que Rakos necesite siquiera anularlo. Pero el tornado pivota también, precipitándose de nuevo hacia ellos bajo el perfecto control del mago. No, son dos magos diferentes, retorciendo el fuego y el aire juntos. Hay algo familiar en la magia del aire también. —Supongo que no recibieron tu carta —grita Rakos, apoderándose de las sombras bajo las alas de Sarka. La oscuridad arremete contra ellos y el fuego se disipa, pero el aire sigue azotándolos y Sarka se sumerge a duras penas bajo la amenaza. —Acércate al castillo —grita Bellamy, esperando que Rakos pueda oírle. Rakos disipa la magia del aire un instante después, y luego otro latigazo de fuego. —Cualquier cosa por ti, corazón. Sólo tengo que esquivar la puta ciudad. Acercarse a Greenhaven es más fácil decirlo que hacerlo. Los momentos siguientes son un borrón de luces y sombras, llamas y aire, que sacuden a Bellamy en todas direcciones a la vez. Se alegra de no haber desayunado en el castillo de Bernek, pues seguramente perdería todo lo que lleva en el estómago. —Joder —sisea Rakos, mientras Sarka exulta. ¡Sí! ¡Sí! ¡Empieza la diversión! —¿Qué diversión? —pregunta Bellamy.
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Rakos se limita a gruñir, demasiado concentrado en disipar la siguiente oleada de fuego. Sarka es quien responde a la pregunta de Bellamy. ¡El malvado Hombre Árbol ha entrado en combate! ¡Vengaré las tres escamas que arrancó de mi hermosa piel la última vez! —¿Malvado hombre árbol? —Bellamy se levanta lo suficiente como para ver una nueva magia verde dorada arremolinándose hacia arriba—. ¿Te refieres a Audric? Ese mismo. Sarka bombea sus alas para ganar altitud. Pero Rakos me acaba de decir que no puedo tener venganza hoy. Así que esto será un poco menos divertido. Una nube roja se retuerce y gira con el viento, miles de hojas otoñales rodeadas con la magia verde-dorada de Sandry. Bellamy nunca ha visto la magia de Audric tan desatada, pero reconoce su sensación. Cada una de esas hojas es como una cuchilla de afeitar, dice Sarka con entusiasmo. Las controla en grupos separados, ¡así es más difícil que Rakos las disipe! ¿No es increíble? —Tenemos que retroceder y reagruparnos —grita Rakos. —Espera —grita Bellamy mientras Sarka se aleja—. Déjame intentar algo. Rakos no pierde el tiempo discutiendo. Sólo entrega su confianza: — Tienes treinta segundos. Bellamy inhala, apoyándose en el fuerte pecho de Rakos y tomando fuerzas de la fe que el hombre tiene en él. Ignorando sus magulladuras y el deslumbrante martilleo de su cabeza, Bellamy busca profundamente la magia de su madre. El poder salta a sus órdenes, un poder suave y refrescante que se despliega por sus venas. Mientras Sarka se aleja de la nube afilada como una cuchilla, Bellamy lanza su poder en un resplandor verde y dorado. Es tan brillante que no puede ver más allá, pero siente la primera conexión con las hojas de otoño. Por un momento, su magia supera a la de Audric. No por mucho tiempo. Ni siquiera lo suficiente para redirigir la nube arremolinada. Pero lo suficiente para que Audric sintiera la fuerza de otro mago Sandry. Bellamy libera el poder, jadeando en el abrazo de Rakos, con las puntas de los dedos frías y entumecidas. Le duelen los ojos, le duele la cabeza, pero se obliga a mirar hasta que toda la magia de Sandry se retira del cielo. Ya sin bordes mágicos, las brillantes hojas rojas revolotean inofensivamente hacia el suelo.
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—Audric me reconoció. Podemos aterrizar en el castillo ahora. —Eres increíble —dice Rakos—, sujétate. El descenso de Sarka es lento y constante. Bajo la dirección de Rakos, prácticamente desciende flotando, dando tiempo a todos los que están en tierra a prepararse para el aterrizaje del dragón en el patio central del castillo de Greenhaven. Rakos ya se está desabrochando las correas del arnés cuando se acercan al suelo, mientras la gente se desparrama por el castillo. Los soldados se alinean en las paredes, con armas y magia relucientes. Un pequeño contingente se encuentra en la escalinata del castillo, encabezado por los hermanos de Bellamy. Mientras aterrizan, Audric sujeta claramente a Julien por el hombro. Sarka aterriza con una elegancia impecable, sin apenas empujar a sus jinetes. Sus alas se pliegan para evitar tocar los árboles circundantes. Rakos se encarga rápidamente del resto del arnés, y Bellamy está tan aturdido que apenas percibe a Rakos ayudándole a bajar. Todo está borroso, pero Bellamy sabe que no se caerá porque Rakos está ahí, manteniéndole erguido. —¿Estás bien? —pregunta Rakos cuando está firme. —Sí —dice Bellamy, comprobando a Bastard en su bolsa. Le muerde el dedo y parpadea sobre la cabeza de Sarka. Y con el asentimiento de Bellamy, Rakos le permite levantarse por su cuenta. Bellamy endereza su abrigo negro de piel de wyrm y se dirige a grandes zancadas hacia la escalinata del castillo, tambaleándose sólo ligeramente. Ahí están Audric y Julien. Guardias juramentados y soldados. Todos miran a Bellamy con una mezcla de alegría, alivio y asombro, excepto Lucien Vaire, que está distraído con el dragón. Bellamy nunca se ha sentido tan impresionante en su vida. Sonríe a sus hermanos. —Hola a todos. Siento llegar tarde. Audric se ríe a medias, suspira a medias y suelta a Julien. Momentos después, Bellamy queda atrapado en un feroz abrazo de oso. —Maldito idiota, ¿dónde coño has estado? —exige Julien—. ¿Estás bien? ¿Estás herido? Eres el peor hermano menor del mundo. Mi hermano pequeño menos favorito de la historia. ¿En qué estabas pensando? ¿Qué estabas...? —Pura alegría inunda a Bellamy. Está a salvo. Está en casa, con sus hermanos, su gente, su… —Rakos Tem. —La voz de Audric resuena en el patio—. Si te mueves, estás muerto.
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❧ CAPÍTULO VEINTINUEVE. Rakos. ¿S ólo un poco de venganza? pregunta Sarka esperanzada. Rakos la ignora y permanece inmóvil como se le ha ordenado. Puede disipar la magia, pero no las docenas de virotes de ballesta que apuntan directamente a su corazón. —Cuánto tiempo sin vernos, Alteza. Vengo a dejar a alguien. El príncipe Julien empuja a Bell detrás de él en un gesto protector con el que Rakos puede identificarse. Al menos, Rakos supone que esta versión más joven y ruidosa de Audric es Julien. Comparten el mismo pelo oscuro y la misma confianza innata que Rakos ha notado cada vez más en Bell durante las últimas semanas. La imperiosa colocación de la mandíbula de Julien le resulta ciertamente familiar cuando exige: —¿Y qué hacía exactamente Bellamy en tu compañía? —No quieres saberlo —responde Rakos antes de que pueda pensárselo mejor. El aire se estremece, tenso por la magia, cuando Julien se adelanta. —Si le lastimas un pelo de la cabeza… Audric hace un gesto y una raíz sinuosa surge del suelo. Rakos se prepara para disipar la magia, pero la raíz gira y sujeta a Julien por el tobillo. —Audric, ¿qué coño? —protesta Julien, tambaleándose contra la atadura. Imperturbable ante la presencia del dragón, Audric se detiene a metro y medio de Rakos—. Gracias por devolver a Bellamy, capitán. Espero una explicación detallada de ambos. —No estoy seguro de tener ganas de proporcionar uno, Su Alteza —dice Rakos—. Pero haré lo que pueda. Antes de que pueda decir nada más, Bell se precipita hacia delante. — ¡Audric! ¡Julien! Estoy encantado de estar de vuelta, ¡pero por favor no mates a mi novio todavía! Una hoja revolotea hasta la losa con un golpeteo audible en el silencioso patio.
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Audric y Julien giran al unísono para mirar a su hermano menor. La raíz se desenrolla del tobillo de Julien y se hunde bajo tierra. Rakos necesita hasta el último gramo de fuerza de voluntad para no reírse. —Bell, cariño. Tenía que haber una mejor forma de decírselos. —Creo que fue perfecto. —Bell se tambalea al lado de Rakos, y se agarran las manos al mismo tiempo—. Audric, puedo explicarlo todo después de que un sanador vea a Rakos. —Estoy bien. —Rakos se siente mucho más seguro contra las ballestas con Bell a su lado. —Esa es mi línea —dice Bell, antes de volverse hacia sus hermanos—. Sanador, comida, siesta, baño. Y un lugar para que Sarka se quede. —Es una broma, ¿verdad? —dice Julien, pálido—. ¿Una pesadilla? Auds, despiértame. Frotándose la sien, Audric se vuelve hacia Julien. —¿Y bien, Señor de Greenhaven? ¿Dónde deberíamos poner al dragón? Julien levanta las manos. —¡Aquí, supongo! Donde podamos vigilarla. Les diré a los sirvientes y a los felinos que eviten el patio. Audric vuelve a mirar entre Bell y Rakos, con rostro ilegible. —¿Está el dragón a salvo aquí? —Ella es muy razonable —le asegura Bell—. ¿Les parece bien a los dos? —Lo que quieras —dice Rakos—. Confiamos en ti. La voz de Sarka retumba en todas sus cabezas. Julien y Audric parecen sobresaltados, Bell no. Me alegra sentarme en el patio. Las ventanas de su castillo son muy amplias, y será divertido observar a la gente a través de ellas. —Oh, qué alegría —dice Julien en voz baja—, Audric, ¿podrías llevarlos con el sanador Dury? Necesito hablar con los guardias y golpear una pared o dos. —Te enviaré a Dury a continuación. —Audric ha recuperado la compostura suficiente para los dos, y hace un gesto a Rakos y Bell—. Llevemos esto adentro. Bell levanta una mano. —Un segundo. Ni siquiera Rakos sabe lo que Bell quiere, hasta que Bell se gira con puro amor y alegría brillando en sus ojos. Amor, alegría y una buena dosis de picardía. Ante la mirada incrédula de Audric y Julien, Bell arrastra a Rakos en un beso tan tierno y sucio, que se olvida de todo lo demás en el mundo.
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*** Rakos y Bell acaban en una sala de estar rebosante de macetas. Mientras se acomodan en el sofá, Bastard revolotea por la habitación. Se sube a una maceta, luego parpadea hacia otra y se acurruca cerca de la base, con la barbilla apoyada en el borde de la maceta para poder observar todo lo que le rodea. —Ocúpate primero de Bell —dice Rakos cuando llega el sanador. El curandero se mueve servicialmente hacia Bell, que dice: —Ignora eso. Atiende primero a Rakos. —Sí, Alteza —dice el sanador. Rakos abre la boca para discutir, pero la cierra ante la mirada feroz de Bell. Se relaja obedientemente contra el respaldo del sofá. El sanador, un hombre delgado y moreno llamado Dury, toca la frente de Rakos. Rakos está acostumbrado a la curación con sangre y apenas registra un cosquilleo antes de que Dury se aparte. —Tienes una ligera contusión. ¿Has montado a lomo de un dragón? — pregunta Dury, atónito. Rakos se encoge de hombros. —He hecho cosas más estúpidas. —No quiero saberlo. —Dury vuelve a tocar la frente de Rakos. Esta vez el toque frío de la magia persiste, y hay un cambio en su cabeza, como un suelo irregular que de repente vuelve a estar nivelado. Un mareo que Rakos apenas había notado se evapora. Una vez que los moretones y cortes de Rakos se desvanecen, Dury se acerca a Bell. Rakos coge la mano de Bell mientras el sanador le toca la frente. Dury se aparta un momento. —Me he ocupado de los moretones y rasguños profundos, Alteza. Por lo demás, sólo está agotado, mágica y físicamente. Ese dolor de cabeza es demasiado complicado para que yo lo toque, así que lo único que puedo recetarle es un elixir y dormir. —Gracias —dice Bell. Dury se endereza y hace una reverencia a Bell. Mira con recelo a Rakos antes de decidir ignorarlo. —De nada, Alteza. No se imagina el alivio que supone tener dos pacientes dispuestos. Con otra reverencia, Dury les deja a solas con el grupo de guardias juramentados que les observan desde todos los rincones de la sala. —Hola, capitana Nadine —dice Bell cortésmente.
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La mujer con nariz de halcón de la puerta inclina la cabeza. —Es bueno tenerlo de vuelta, Su Alteza. Sus hermanos estarán aquí en breve. —Gracias. —Bell se acurruca contra el respaldo del sofá y Rakos. Rakos levanta el brazo con naturalidad para abrazar los hombros de Bell y éste se acurruca más. Ignorando la consternación de los guardias, Rakos reclina la cabeza contra el sofá y deja la mente en blanco. Por fin ha terminado la carrera. Puede volver a respirar. Al cabo de un rato, cinco minutos o treinta, Rakos no lo sabe y no le importa, la puerta vuelve a abrirse. El príncipe Audric echa un vistazo a Rakos y a Bell, y suspira. —No le despiertes —dice Rakos en voz baja. Audric se desploma en el sillón frente a Rakos. Parece cansado, pero aún conserva un núcleo de fuerza. Una resistencia que Rakos reconoce de su tiempo con Bell. Rakos cree que Audric y él podrían haber sido amigos, si hubieran compartido estandarte cuando eran más jóvenes. Ahora no sabe qué esperar de Audric. ¿Amenazas o acusaciones? Pero lo primero que dice Audric es: —Gracias por cuidar de mi hermano. Rakos traga saliva al ver el amor y el dolor en los ojos de Audric. Está claro que adora a su hermano menor. Es extraño ver a miembros de la realeza que se preocupan el uno por el otro. La Casa Dire no es así. Claro, el primer y segundo príncipe se llevan bastante bien. ¿Pero el rey y la reina? ¿La pesadilla de un tercer príncipe? —Bell también cuidó de mí —dice Rakos—. Tu hermano es un hombre increíble. —Lo es —dice Audric, con otra sonrisa cariñosa. Luego vuelve su expresión severa—. Sin embargo, Bellamy le ha planteado un gran dilema a Silaise. Obviamente quiere que te quedes, y estoy al tanto de tu rumoreada deserción. No puedo hacer promesas en nombre de Su Majestad, pero puedo facilitar las negociaciones. —¿Esta es la parte en la que me interrogas sutilmente? —No, ésta es la parte en la que te pregunto directamente: ¿qué puedes ofrecer a Silaise? Rakos exhala. Este es el momento hacia el que ha estado corriendo inconscientemente, desde que Bell le despertó en la mazmorra de la estación de paso. En esa misma celda, Rakos decidió que no quería tener nada que ver con
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una dinastía tan dispuesta a deshacerse de él. Nada de lo que ha aprendido desde entonces sobre los planes de Vana e Irenka le ha hecho cambiar de opinión. Rakos ya ha abandonado su patria y renunciado a sus votos, convirtiendo su deserción fingida en una verdadera traición. ¿Se entregará al enemigo de Draskora? Acariciando el suave pelo de Bell entre sus dedos, pensando en Sarka observando a la gente desde el patio, la decisión es obvia. —No disfruto poniendo a mi dragón en peligro. No lucharé por ti. Pero puedo ofrecer información. A Audric le brillan los ojos. Al parecer, es una respuesta suficientemente buena. —Creo que Su Majestad lo apreciará. ¿Qué podría pedir a cambio? Rakos considera pedir que se garantice la no interferencia en su relación con Bell. Pero probablemente no sea necesario. Bell es más que testarudo para manejar a sus prepotentes hermanos. —Un refugio seguro para Sarka —dice Rakos en su lugar—. Un lugar donde pueda volar y cazar. No acosará al ganado, es inteligente. Y comen menos de lo que crees. —Eso es un alivio —dice Audric ligeramente—. ¿Qué pasa con la piedra caliza? Rakos suspira. —Eso no será un problema hasta dentro de diez años más o menos, pero puede que tardemos otros tantos en adquirir lo suficiente a través de canales ocultos. —Respira hondo. Esta conversación por sí sola podría llevarle en Draskora a ser descuartizado por explicarle la piedra caliza a un príncipe silaisano—. Los dragones pueden sobrevivir sin piedra caliza, pero la necesitan para anidar, lo que no será un problema. También la necesitan para volar, lo que será un problema. —Ya veo. —Audric está tranquilo, sin presionar la traición de Rakos—. No tenemos piedra caliza aquí. Hay medios… —Pero sí lo tenemos —dice Bell somnoliento, removiéndose contra el costado de Rakos. Apoya una mano fina en el muslo de Rakos y se levanta. Rakos frota el brazo de Bell. —Lo siento, corazón, ¿te he despertado? —Bell, ¿qué quieres decir? —pregunta Audric, inclinándose hacia él. Bastard aparece en el regazo de Rakos y Bell acaricia su lustroso pelaje. Rakos no puede ver la cara de Bell, pero oye la satisfacción en su voz. — Tenemos piedra caliza. Debajo de Sandrelle. Creo que tenemos mucha piedra caliza. Rakos hace una pausa para asegurarse de que ha oído bien. —¿Qué coño?
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Audric se queda mirando. —Estoy de acuerdo con el Capitán Rakos. Bell bosteza y se acurruca más cerca de Rakos. —Te lo explicaré por la mañana. Pero confía en mí. Sarka estará bien. Tal vez lo más loco de todo esto es que Rakos le cree. Ha perdido su rango y su título. Su rey y su país. Pero tiene a Sarka. Tiene a Bell. Ese es todo el hogar que necesita.
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❧ CAPÍTULO TREINTA. Bellamy.
Bellamy pasa la mayor parte de los días siguientes durmiendo, con y sin Rakos. Una mañana, Rakos sale a volar con Sarka mientras Bellamy baja a desayunar. Aunque no está solo. En ausencia de la Tercera guardia juramentada, la capitana Nadine escolta a Bellamy por el castillo. Fuera del comedor, Bellamy encuentra a Julien en una profunda discusión con una figura rubia conocida. Julien se fija en Bellamy y le hace señas. —¡Bellamy! Ven aquí. Hay alguien que quiero que conozcas. —Ya nos conocemos —dice Bellamy, acercándose—. Me alegro de volver a verte, Whisper. —Me alegra ver su regreso a salvo, Alteza —responde Whisper. —Perdona si te he dificultado el trabajo —Bell se tapa la boca y se inclina hacia Whisper, mientras habla lo suficientemente alto como para que Julien le oiga—. Siéntete libre de avisarme si Julien alguna vez te da problemas. Sé que mi hermano puede ser un poco imbécil para trabajar. Whisper se tensa inesperadamente. —Eso no será necesario. Julien frunce el ceño. —¿Qué quieres decir con “para trabajar”? Confundido, Bellamy mira entre ellos. —¿Me he acordado mal? Pensé que habías dicho que eras un sirviente de Julien. —¿Él qué? —Julien se gira para mirar a Whisper, inclinándose hacia su espacio—. ¿Te presentaste como mi sirviente? Julien se cierne tan agresivamente sobre Whisper que Bellamy casi interviene, horrorizado. ¿Qué pasó mientras Bellamy estaba en Draskora? No recuerda que Julien actuara así con los criados. Pero Whisper no se inmuta ante la postura amenazadora de Julien. Se limita a parpadear con un incongruente toque de coquetería. —Fue más rápido que explicarlo.
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Julien gime exasperado y levanta un dedo hacia Bellamy. —Dame un segundo, Bell. —Se vuelve hacia Whisper y gruñe—. Tengo que recordarle a Whisper algunos detalles sobre su posición. Whisper ya está inclinando la cara hacia arriba cuando Julien le aprieta contra la pared. El beso subsiguiente hace que Bellamy se sonroje y se aparte. Pero incluso cuando no está mirando, no puede escapar al gemido silencioso de uno de ellos o de los dos. Ninguno de los guardias juramentados presentes parece sorprendido. Bellamy tose. —Yo también te he echado de menos, Jules. Hablemos más tarde. Julien saluda sin levantar la vista. Bellamy sigue su camino hacia el comedor, y Nadine le sigue el paso. Tras un estiramiento en silencio, Bellamy pregunta: —¿Están… —Sí. La respuesta corta es sí, Su Alteza y Whisper están juntos. —Vaya —dice Bellamy. No recuerda que Julien haya salido con un hombre más de una semana—. ¿No es sólo otra aventura? —Ojalá, Alteza. A pesar de sus palabras, Nadine esboza una leve y afectuosa sonrisa. *** El bosque de Sandrelle se alza a su alrededor una semana después. Mientras que el gran bosque se extiende a lo largo de kilómetros de Sandrelle, el palacio se encuentra dentro de un foso de agua clara y plateada que mantiene alejados a los wyrms. Piedra y árboles se entrelazan para formar los palacios, tanto construidos como crecidos. Altos y anchos árboles se elevan en torres y se doblan para formar los muros del palacio. Hay cámaras totalmente excavadas en el corazón de enormes árboles. La magia heredada de la reina Margot impregna todo el bosque, pero sobre todo el palacio. Y por primera vez en mucho tiempo, Bellamy puede apreciar plenamente la belleza de su lugar de nacimiento. Madre se había ofrecido a reunirse con él fuera de Sandrelle, en consideración a su pasada aflicción en palacio, pero eso no es necesario hoy. Un zarcillo de la magia de Rakos se posa frío y reconfortante en la parte posterior del cuello de Bellamy. Ahora no puede ver la magia ni la piedra caliza. Sólo la belleza del bosque. Madera y piedra tallada. El hogar.
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Dejaron a Sarka jugando en un río cercano bajo la supervisión de la guardia juramentada. Bastard eligió quedarse con ella. Bellamy escatima un pensamiento amable para los guardias que piensan que el dragón será su mayor preocupación ese día. Rakos camina al lado de Bellamy. Se ha arreglado el pelo y vuelve a lucir su gloriosa melena verde azulado. Brilla a la luz del sol otoñal, tanto más hermosa ahora que Bellamy sabe exactamente cómo combina con las escamas de Sarka. —¿Qué estás mirando, juglar? —pregunta Rakos. Bellamy le da un codazo. —El granjero más sexy de Silaise. Rakos sonríe. —¿Todavía crees que podría salirme con la mía diciéndole a tus madres que soy granjero? Bellamy le devuelve la sonrisa. —Me encantaría verte intentarlo. No hay otros invitados en la sala del trono cuando entran. El gran trono, surgido del tronco de la propia muralla, se extiende por todo el extremo de la sala. En el se sienta la reina Margot Sandry. Lleva el pelo oscuro recogido bajo la corona de madera tallada y su vestido verde con armadura resplandece a la luz dorada de la sala. Unas hojas caen lentamente del dosel del techo mientras la reina conversa con Lady Claude, que está sentada en el brazo del trono. Bellamy se parece a Claude más que sus hermanos; él y su madre biológica comparten el mismo pelo castaño claro y las mismas figuras larguiruchas. Hoy, Claude lleva el pelo suelto y su vestido verde pálido le llega hasta los pies descalzos. La emoción se agolpa en la garganta de Bellamy. Se detiene en la puerta para hacer la reverencia más rápida del mundo, a Madre no le importa, pero Claude siempre insiste en el protocolo, antes de cruzar corriendo la sala del trono. —Madre. Claude. Antes de que pueda decir nada más, Claude salta de su asiento y se encuentra con él a mitad de camino. Margot desciende del trono a un ritmo más tranquilo mientras Claude envuelve a Bellamy en un abrazo. —Bellamy, querido. He estado tan preocupada. —Yo también te he echado de menos. —Bellamy le devuelve el abrazo con fuerza. Ella es unos centímetros más baja que él. Nunca se había dado cuenta de eso. Claude se aparta para examinarlo. —Deja que te mire. Audric dijo que estabas bien, pero, ¿qué sabe él?
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—Tengo suerte si eso es todo lo que dijo —Bellamy le palmea el hombro— Déjame saludar a Madre. —Por supuesto, querido. —Claude le besa la mejilla y le suelta mientras Margot llega hasta ellos. Margot, una mujer regordeta y menuda, transmite una inquebrantable sensación de poder tras su amable sonrisa. —Me alegro mucho de que estés a salvo —dice tomando las manos de Bellamy—. ¿Cómo te sientes hoy? —Estoy bien, Madre. —Bellamy acerca a Rakos de la mano y no la suelta—. Gracias a Rakos. Margot levanta la barbilla y mira a Rakos con mirada calculadora. —Eso he oído. —Su atención vuelve a Bellamy—. Estoy deseando escuchar la historia de tu viaje de tus propios labios. La carta de Julien era bastante colorida. —Como si tuviera margen para juzgar —murmura Claude. Margot se ríe y los hombros de Bellamy se relajan. Si Madre se ríe, todo irá bien. Su atención vuelve a Rakos. —Rakos Tem. He oído hablar mucho de ti. Rakos hace una reverencia, más formal de lo que Bellamy le ha visto nunca, aunque la forma adecuada se ve empañada cuando no suelta la mano de Bellamy. —Majestad. Es un placer conocerle. Bellamy aprieta la mano de Rakos y respira hondo. —Madre, Claude, me gustaría que conocieran apropiadamente a Rakos. Él es quien me protegió en Draskora y me trajo a casa. Estoy muy enamorado de él y pienso quedarme con él. Margot aparta una hoja caída del hombro de Claude. —Y pensar que creí que el pequeño asesino de Julien sería mi mayor prueba como madre este año. —Julien siempre ha sido así. —Claude mira con suspicacia a Rakos—. Este es Bellamy, sin embargo. —Cariño mío —dice Margot, y Claude se calla, obviamente reprimiendo el resto que quiere decir. Margot continúa—. Estoy encantada de conocerle, capitán Rakos. ¿Qué madre no desea ver felices a sus hijos? Y dejando a un lado los asuntos familiares, la información que nos ofrece merece los inconvenientes diplomáticos. Bellamy sabe que inconvenientes es decir poco. La mano de Rakos se crispa en la de Bellamy. —Ya no soy capitán, Majestad. Sólo un fugitivo inconveniente.
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—Por ahora. —Margot levanta la mano cuando Rakos abre la boca para protestar—. Lo sé, no quieres luchar. Sin embargo, considera que si Sandrelle alberga tanta piedra caliza como afirma Bellamy. Si la descubrimos, ¿qué posibilidades hay de que los dragones emigren a Silaise? —¿La has encontrado, Madre? —pregunta Bellamy emocionado mientras Rakos se queda mirando atónito. —Sí. No está bajo la propia Sandrelle, pero nuestros magos han encontrado vetas ocultas en las montañas del norte. Hay una barrera a su alrededor, por eso nadie la ha sentido antes. Excepto tú. —¿Cuánto hay? —pregunta Rakos. —El valor de una montaña —responde Margot. Rakos silba. —Tendrá dragones dentro de cinco años luego de revelar eso, Su Majestad. La sonrisa de Margot se intensifica. —Entonces será mejor que estemos preparados. Los ojos de Bellamy se abren de par en par mientras sigue los pensamientos saltarines de la reina. La idea es extraordinaria. Provocadora. La Casa Dire odiará esto, pero es perfecto para Rakos. —Quieres que Rakos comande un cuerpo de dragones silaisanos. Rakos le mira, sorprendido. Está claro que aún no había pensado tanto. —Por supuesto que no —dice Margot—. Lucien Vaire comandará el cuerpo de dragones silaisanos. Pero quiero que Rakos ayude con el entrenamiento, y tú también, Bellamy. Bellamy parpadea. —¿Qué? —Difícilmente puedo poner a la Sombra de Draskora al mando de una rama militar silaisana —dice Margot con serenidad—. En cuanto a tu papel, Bellamy, ahora tienes más experiencia montando dragones que nadie en Silaise. Creo que podrías sobresalir en esto si estás dispuesto. Bellamy no sale de su asombro. Mamá nunca le había ofrecido tanta responsabilidad. Por otra parte, antes de todo esto, Bellamy tampoco se creía capaz de algo tan importante. —Estoy dispuesto, si Rakos lo está. Margot se vuelve hacia Rakos, con la sonrisa perdida. —Por supuesto, no puedo fingir que no usaríamos dragones silaisanos para defender nuestro hogar, si surgiera la necesidad. —Necesitaría escuchar más sobre su visión, Su Majestad. Pero estoy dispuesto a escuchar. —Rakos suelta la mano de Bellamy, la precisión militar
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endurece su postura, excepto por el guiño que le lanza a Bellamy—. Me gustaría llevar a Bell a volar de nuevo. Tal vez se vincule a un dragón propio. —No creo que sea prudente, considerando que Bellamy… —Claude empieza. —No me importa no ser prudente —dice Bellamy—. Pero no sé nada de mi propio dragón. Me gusta volar con Rakos y Sarka. Margot aparta otra hoja del hombro de Claude. —No nos comprometamos a nada antes del té. Pediré un refrigerio antes de continuar. — Besa a Claude en los labios antes de alejarse para dirigirse a su guardia real. Dejando a Bellamy, Rakos y Claude solos juntos. Bellamy cuenta en silencio: Uno. Dos. Tres. —Mi querido Bellamy —dice Claude dulcemente—. ¿Podría hablar a solas con tu amante un momento? Ni siquiera cinco segundos. —Está bien, Claude. Puedes amenazarle delante de mí. Rakos pasa un brazo por los hombros de Bellamy con un peso bienvenido y tranquilizador. —Déjame adivinar. Si le hago daño, ¿me matarás? —Oh, eres muy listo —dice Claude, sin avergonzarse. —Claude, me estás avergonzando —se burla Bellamy—. No te preocupes, Rakos, esto significa que le gustas. Claude se echa el pelo largo por detrás del hombro. —Desde luego que no —dice con altanería, antes de alejarse para reunirse con Margot. —Si de verdad quisiera matarte, no te avisaría antes —añade Bellamy en voz baja. —Es bueno saberlo —Rakos se ríe y aprieta a Bellamy más cerca de él—. Me gusta tu familia. —A mí también —dice Bellamy. Sobre todo ahora que Rakos formará parte de ella.
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❧ CAPÍTULO TREINTA Y UNO. Rakos.
A
sus pies se extienden bosques desconocidos, teñidos de dorado y rojo por el
otoño. Al norte se extiende una cadena montañosa desconocida, y al sur corre un río desconocido, cuyos afluentes son la sangre vital del verde paisaje que lo rodea. Todo lo que hay debajo es nuevo para Rakos, pero el cielo es el mismo que siempre ha amado. El vuelo de Sarka es igual de emocionante, no importa sobre qué tierra caiga su sombra. Cuando Sarka se detiene, planeando sobre una corriente ascendente, Rakos afloja el brazo izquierdo del arnés lo suficiente como para sentarse. —Podría acostumbrarme al exilio. Sarka resopla. Es que te gusta follarte a tu escuálido príncipe. —Eso es definitivamente una ventaja. Retumbando alegremente, Sarka rueda en un lento círculo alrededor de los árboles y las torres de Sandrelle. No hay lugar para aterrizar allí, y las defensas no les permitirían entrar de todos modos. Pero pueden barrer los bordes. Durante las últimas semanas, los encantadores silaisanos han trabajado duro investigando la barrera que rodea la piedra caliza. Están a punto de romperla, pero esperarán a la orden de la reina para desentrañar el hechizo. Rakos ha hablado largo y tendido con Margot y Audric. Ambos son cautelosos sobre el impacto potencial de las venas abiertas de piedra caliza en Silaise. Si pueden controlar su sangrado en el paisaje circundante. Rakos se sorprendió al saber que el comandante Lucien Vaire ya tenía un montón de estructuras potenciales para un cuerpo de dragones silaisanos, así como magos y soldados clave que quiere reclutar. El hombre está muy entusiasmado con los dragones. Por primera vez en mucho tiempo, Rakos está ilusionado con el futuro. Nunca se ha considerado ambicioso, pero quiere participar en esto. Quiere que su influencia y experiencia guíen una organización de la que pueda sentirse orgulloso. Quiere construir esto con Bell a su lado.
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Sarka aterriza suavemente en el espacio despejado fuera del foso de Sandrelle. Rakos salta y le da una cariñosa palmada en el hombro. —Te quiero, chica. Le da un empujón en el pecho con el hocico. Rakos retrocede a trompicones y acaricia sus suaves escamas. Cierra los ojos y comparte un pulso de afecto mental, luego se vuelve hacia el palacio. Una falange de guardias juramentados le rodea al entrar. Aparentemente, su misión es guiarle y protegerle, pero todo el mundo sabe que su tarea principal es vigilarle. A Rakos no le importa. El escrutinio público hará más difícil que Lady Claude lo asesine discretamente. Tardará un tiempo en ganarse a Claude y Julien, pero Margot y Audric han aceptado a Rakos con sorprendente facilidad. Ya sea por cariño a Bell, por interés político o por ambas cosas, Rakos lo aceptará. —¿Dónde está Bell? —Rakos pregunta al guardia más cercano. —Su Alteza está en sus aposentos con dolor de cabeza —responde el guardia—, dio órdenes de que no se le moleste durante las próximas seis horas. Excepto usted. Rakos siente una punzada de culpabilidad por haber disfrutado de su vuelo mientras su amante estaba incapacitado. Bell y él deben abandonar Sandrelle en breve, ya que Bell sólo puede aguantar aquí si la magia de Rakos atenúa el resplandor de la piedra caliza. Incluso así, la mayoría de los dolores de cabeza de Bell no se deben a la piedra caliza. Rakos no puede arreglarlos. Pero está encantado de acompañar a Bell tanto en los días malos como en los buenos. Él y Bell están acuartelados en una torre de piedra pálida entrelazada con un par de árboles en espiral. Las escaleras del interior parecen frágiles, etéreas, pero son firmes bajo los pies de Rakos. Su escolta de supervisión desciende por etapas a medida que él asciende por las dependencias de Bell y la biblioteca hasta el tercer piso, donde otro guardia juramentado espera ante la puerta del dormitorio de Bell. Rakos saluda con la mano, pero no se detiene antes de entrar y cerrar la puerta tras de sí. Se detiene entonces, sorprendido por la luminosidad de la habitación. Normalmente, cuando Bell no se encuentra bien, prefiere la paz y la oscuridad. Todas las luces apagadas y todas las cortinas echadas. Pero hoy, las
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ventanas están abiertas de par en par, dando la bienvenida a la luz de la tarde y a la brisa. Bell está en la cama, pero no está tumbado sobre la almohada con un antifaz sobre los ojos. Está boca abajo, con los talones levantados y la nariz metida en un libro. —¿Qué estás leyendo? —pregunta Rakos, desabrochándose las botas. Bell levanta la vista con ojos muy abiertos e inocentes. —Una novela de aventuras. Sobre un ladrón famoso y un joven mago inocente al que toma como rehén. Y entonces… —Obscenidades. Estás leyendo obscenidades. —Una obscenidad muy aventurera —dice Bell con alegría. Rakos deja caer su abrigo sobre una silla. Se afloja el cinturón y se hunde en la cama de seda verde junto a Bell. —No te duele la cabeza, ¿verdad? Bell mete un marcapáginas entre las páginas y le entrega el libro a Rakos. —No tengo dolor de cabeza. Lo que tengo son unas buenas seis horas en las que no nos molestarán. Rakos deja el libro con cuidado sobre la mesilla de noche y tira a Bell de espaldas a la cama. Las manos de Bell encuentran de inmediato su pelo, las uñas le arañan el cuero cabelludo y largos mechones verde azulado caen a su alrededor como una cortina. La alegría recorre todo el cuerpo de Rakos, tan estimulante como el vuelo. Bell es un príncipe intrigante. Un hijo y hermano cariñoso. Un juglar terrible. Rakos ve la verdad de ambos en cada faceta de Bell. —Te amo —dice Rakos. Bell arruga los ojos y engancha una pierna alrededor de la cadera de Rakos. —¿En serio? Demuéstralo. —Con mucho gusto —ronronea Rakos, y borra con un beso la sonrisa de Bell.
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❧ CAPÍTULO TREINTA Y DOS. Bellamy.
Bellamy se lanza al beso. Desde la punta de los dedos de las manos hasta la de los pies, cada parte de él siente un hormigueo de deseo. Ama esto. Ama a Rakos. A veces, Bellamy no puede creer que esto sea real. Después de leer y soñar tantas aventuras, sobrevivió a una de las suyas y trajo a casa a un hombre sin el que se niega a vivir. Un hombre que le proteja sin ser condescendiente. Que le cuida sin asfixiarle. Qué es tan afectuoso y directo ahora que Bellamy vuelve a ser un príncipe como cuando era un juglar. Rakos se encuentra con Bellamy allí donde está, y Bellamy le ama por ello. El amor no cambiará que Bellamy se canse con demasiada facilidad. El amor no evitará que pierda días por dolores de cabeza cuando está estresado, o come la cantidad equivocada de la cosa equivocada, se mueva demasiado o demasiado poco, duerma demasiado tarde o demasiado temprano. El amor no necesita curar nada para que Bellamy lo necesite como el aire. El pelo de Rakos se derrama luminoso sobre su hombro. Es tan vibrante, más grande que la vida, desde esos hechizantes ojos púrpura hasta el destello de los dientes blancos sobre la piel leonada. Incluso cuando Bellamy puede ver la magia, Rakos es lo más brillante de la habitación. Un cuento que cobra vida, excepto que es real, y es todo de Bellamy. Muy real, mientras las manos de Rakos recorren el cuerpo de Bellamy, desabrochando botones y cordones a su paso. Bellamy se arquea. —¿Volar te pone cachondo? Siempre se te pone dura después de volar. —Tú me pones cachondo. No se me pone dura cuando no estás conmigo. Normalmente —Rakos pellizca la barbilla de Bellamy—. ¿Qué hacían en ese libro tuyo? ¿Hay piratas deslumbrantes en este también? —Me voy a arrepentir de dejarte leer eso, ¿no? —dice Bellamy—. No puedo creer que estés celoso de los falsos piratas. —No tengo nada de qué estar celoso. Obviamente soy más sexy que cualquier pirata.
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—Tal vez encuentre un libro sobre un granjero sexy, ya que ya no tengo un granjero sexy. Rakos jadea con fingida indignación. —¿Qué ha pasado contigo siendo amable, generoso y comprensivo? —¿Yo dije eso? —Bellamy apenas puede concentrarse en desenredar la ropa de Rakos. Finalmente, se echa hacia atrás, señala a Rakos y ordena—: Desnúdate. —Sí, Alteza —dice Rakos con una sonrisa lasciva, y salta al suelo. Bellamy se echa hacia atrás para apoyarse en las almohadas y se quita la ropa mientras observa a su amante. La ropa de Rakos se desprende para revelar líneas de músculos duros y compactos. Pezones oscuros. El sedoso vello negro que le recorre el estómago. Cada línea muscular le pertenece a Bellamy. A veces se siente posesivo, pero nunca duda del afecto que Rakos siente por él. Su propia polla se hincha en respuesta, y Bellamy se acaricia distraídamente mientras Rakos se acicala. Bellamy se toca los huevos y los hace rodar bajo la palma de la mano, dejando que el placer y la expectación aumenten a la vez. Hasta que Rakos se desvía hacia la mesilla de noche y Bellamy tiene que detenerse para tomar un frasco debajo de la almohada. —Ya he agarrado el bálsamo. —Te amo —dice Rakos, y se arrastra sobre él. Pero Bellamy le empuja el hombro. —Déjame montarte. Rakos se mueve complaciente y su respiración se acelera cuando Bellamy se sube a su regazo. Cuando Bellamy se unta la mano con bálsamo y estira la mano hacia atrás, Rakos le agarra por las caderas. Sus dedos presionan insistentemente la carne de Bellamy. —¿Haces todo el trabajo hoy? —Pareces cansado —dice Bellamy, aunque no es cierto en absoluto. Rakos parece voraz. Ansioso. Pero si Bellamy deja que Rakos lo prepare, nunca llegarán al objetivo de Bellamy. Rakos ha estado disfrutando demasiado del lujo de las camas reales y, ahora mismo, Bellamy no quiere gastar una hora en preliminares. Quiere follar. Luego una siesta de dos horas. Luego dedicar una hora a los preliminares antes de volver a follar. Bellamy se concentra en la lubricación más que en el estiramiento, ya bastante relajado. Dedica más tiempo a acariciar el bálsamo sobre la polla de Rakos, disfrutando de su peso en la mano. Tira del prepucio hacia atrás y desliza
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el pulgar sobre el glande. Trazando la vena de la base que siempre hace que Rakos se sacuda en el sitio... así, sin más. Los musculosos muslos de Rakos se tensan bajo el culo de Bellamy y éste traga saliva. No puede esperar más. Tras un último golpe en la oscura cabeza de la polla de Rakos, Bellamy avanza de rodillas. Se apoya en el pecho de Rakos mientras éste le amasa el culo y lo abre. Bellamy se hunde lentamente en la polla de Rakos. Está resbaladizo y preparado, y no le duele, pero la penetración inicial siempre le abruma. Entre el tamaño de Rakos empujando dentro de él y el puro asombro en los ojos de Rakos. El ceño de Rakos se frunce en una concentración entrañable, y Bellamy no cree que Rakos sea consciente de lo que hace, y mucho menos de lo mucho que le gusta a Bellamy. Rakos inspira bruscamente y echa la cabeza hacia atrás cuando Bellamy se abalanza sobre él. Se le ruboriza el pecho y se le tensan los tendones del cuello. —¿Cómo se siente? —Bellamy pregunta, con la respiración entrecortada mientras toma lo último de Rakos. —Jodidamente increíble. —Rakos se retuerce dentro de Bellamy, y sus dedos se flexionan en las caderas de Bellamy—. Tómate todo el tiempo que necesites, no voy a ir a ninguna parte. Bellamy ladea la cabeza. —Entonces, ¿podría simplemente parar? ¿Así? —Todo. El tiempo. Que necesites —dice Rakos. Riendo, Bellamy se apiada de su amante y empieza a moverse. Lentamente al principio, balanceándose arriba y abajo a lo largo de la longitud de Rakos. Sucios sonidos húmedos se elevan en contrapunto a sus jadeantes respiraciones. Bellamy se agarra a los hombros de Rakos para mantener el equilibrio mientras su propia polla se balancea dura y caliente entre ellos. Las manos de Rakos trepan por todo Bellamy, marcándolo con calidez y memoria. La ternura en los ojos de Rakos es solo para Bellamy. Bellamy está aprendiendo las señales de que Rakos está cerca del límite. Mucho más fácil cuando no están en vagones de carga oscuros. Los ojos de Rakos se arrugan cuando está cerca. Tiende a mirar hacia arriba y a la izquierda, como si buscara algo. Luego directamente a Bellamy porque lo ha encontrado. Las uñas de Rakos se clavan mientras se arquea, conduciendo su orgasmo a lo más profundo de Bellamy.
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Bellamy nunca pensó que el mero contacto visual pudiera dominarle tan fácilmente. Su propio placer aumenta a cada instante. El sudor se desliza entre ellos y los muslos de Bellamy arden. Agarra su propia polla, con la palma aún resbaladiza de sudor y pomada, y tira de sí mismo hasta el orgasmo. Jadeando, Bellamy se desploma sobre el pecho de Rakos. Todo le parece nebuloso y ligero, desde el temblor de sus piernas hasta los besos que Rakos le da en la cabeza. Después de desenredarse, se desploman juntos en la cama. Bellamy apoya la cabeza en el bíceps de Rakos. —Avísame si se te duerme el brazo —murmura. —No prometo nada —dice Rakos—. No necesito ese brazo. —Bueno, necesito ese brazo. Mi brazo. Mi sexy jinete de dragón. — Bellamy gira la cabeza y besa el brazo de Rakos—. Mi granjero incompetente. Rakos se ríe. —¿De verdad? ¿Vamos a hacer esto ahora? ¿Cuándo vas a cantar para mí, pequeño juglar? Bellamy cierra los ojos. —Estoy dormido. Los juglares no pueden cantar cuando están dormidos. —Eres lo peor —Rakos le alborota el pelo. Lo estrecha contra su pecho y sus risitas se apaciguan en un silencio apacible. Resulta que la vuelta a casa también es su propia aventura.
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❧ EPÍLOGO. Un mes después.
Bellamy y Rakos llegan unos minutos tarde a la reunión familiar, pero como Bellamy predijo, no son los últimos en llegar. Margot, Claude y Audric ya están reunidos en torno a la mesa, una única y enorme sección transversal de árbol pulida con anillos rojos y dorados. Julien y Whisper no están por ninguna parte. La sala de reuniones es una de las más seguras de Sandrelle… si uno es un Sandry. Las paredes, el suelo y el techo están hechos de árboles vivos, y las enredaderas de color verde plateado cubren las paredes, frondosas a pesar de la falta de sol. Audric está concentrado en unos papeles y no se levanta a saludarles. Claude, vestida de verde oscuro como una sombra de la brillante esmeralda de Margot, envuelve a Bellamy en un abrazo. —Mi cielo, es tan bueno verte. —Yo también te eché de menos, Claude. —Bellamy le devuelve el abrazo. Sólo han pasado tres horas desde que la vio en el desayuno, pero a Bellamy no le importa que se aferre a él. Sólo está inquieta porque se acerca la fecha de la mudanza de Bellamy al nuevo posadero de dragones. —Lady Claude —dice Rakos cortésmente. —Ah, eres tú —responde Claude, lo que supone una mejora en su amabilidad. Vuelve a sentarse a la izquierda de Margot y ésta le tiende la mano para que Claude juegue con sus anillos. Rakos se inclina hacia el oído de Bellamy y murmura: —¿Crees que ya le gusto? —Estás haciendo progresos excepcionales —murmura Bellamy, antes de tomar asiento a la izquierda de Claude. Rakos se sienta con él y Bellamy pregunta—: ¿De qué va esto, Madre? —Te lo explicaré cuando llegue Julien —dice Margot—, le dije que íbamos a empezar hace media hora, así que debería llegar pronto.
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Unos minutos más tarde, la guardia de la reina introduce a Julien y a Whisper en la habitación. Julien está perfectamente sereno, su traje negro y dorado impoluto. Pero Whisper luce un moretón reciente en su cuello sonrojado. Whisper se inclina, sonrojándose. —Pido disculpas por nuestra llegada tardía, Su Majestad. —No hace falta que te disculpes —dice Margot, indicándoles que se sienten frente a Bellamy—, sé que cualquier retraso fue culpa de mi hijo. —Lo siento mucho —dice Julien alegremente—. Pero sé que siempre me dices mal la hora, así que difícilmente llegaremos tarde. —Hace una pausa para despeinar a Bell y besar a Claude en la mejilla, luego se sienta a la izquierda de Margot—. No quiero ser grosero, pero ¿debería el Capitán Dragón estar aquí para una reunión familiar exclusiva? ¿Qué tan seguros estamos de que no es un espía? —Ya lo hemos votado —dice Bellamy—, justo antes de que entraras. Todos hicimos una votación y por unanimidad dijimos que debía estar aquí. Julien ladea la cabeza. —Siento que estás mintiendo. Pero, ¿cómo podría mentirme mi precioso hermanito? —Nunca lo haría —dice Bellamy, sonriendo dulcemente. Rakos pasa un brazo por el respaldo de la silla de Bellamy. — Probablemente soy menos popular en Draskora que cualquiera de ustedes. No es un gran material de espía. Bellamy se inclina más hacia Rakos, apreciando la sólida calidez de su amante junto con el tic en la mandíbula de Julien. —No te preocupes, estoy supervisando a Rakos muy de cerca. —Ahora que estamos todos aquí… —Margot interrumpe suavemente el duelo fraternal— El motivo de esta reunión familiar. No llevará mucho tiempo, pero quiero asegurarme de que todo el mundo está de acuerdo. —Su fría mirada se posa en cada uno de ellos: Bellamy, Rakos, Audric, Whisper, Julien. La habitación se queda inmóvil, salvo por el jugueteo ausente de Claude con los anillos de Margot. Margot continúa. —Llamé a Bellamy para que volviera a Sandrelle por dos razones. La primera es que he estado enferma este año, y pensé que su talento podría descubrir algo que mis curanderos no. —Margot palmea la mano tensa de Claude—. Afortunadamente, mi enfermedad se resolvió antes de la llegada de Bellamy. —No he encontrado nada —confirma Bellamy a los demás. Luego se vuelve hacia Margot—. No me dijiste que había una segunda razón.
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Margot se reclina en su silla. —Este año nos ha deparado varias sorpresas. Primero, el incidente en Greenhaven. —Señala a Julien y Whisper—. Así como signos más preocupantes de agitación. Silaise tiene más enemigos de los que sabíamos, y por eso necesita alianzas más fuertes. Bellamy. Bellamy se endereza en su asiento. —¿Sí, Madre? Su sonrisa es cariñosa, pero un poco exasperada. —Tenía la intención de arreglar un matrimonio para ti. Todos, excepto Claude, se quedan paralizados. Bellamy está demasiado conmocionado para responder, y Rakos rompe primero el silencio con un tenso: —Su Majestad. Con el corazón palpitante, Bellamy agarra la mano de Rakos por debajo de la mesa. —Eso no va a pasar, Madre. Margot suspira y agita la mano. —Por supuesto, esa solución ya no está sobre la mesa. Pero el problema de las alianzas persiste. Por suerte, me queda un hijo. Su mirada fluctúa de Bellamy a Audric, cuyos ojos se abren de par en par. Una breve fractura de sorpresa antes de que su expresión se suavice. Bellamy rara vez ve a su hermano mayor desprevenido de esa manera. Margot continúa. —Haré todo lo que esté en mi mano para organizar un partido a tu gusto, y pediré tu opinión en las negociaciones. Pero, por favor, intenta no enamorarte mientras tanto. Es un terrible inconveniente para mí. —Por supuesto, Madre —dice Audric con calma—. Estoy a sus órdenes. Un matrimonio concertado debería ser bastante fácil para Audric, reflexiona Bellamy mientras salen de la sala. El sentido del deber de Audric nunca ha flaqueado, y sitúa a Silaise por encima de todo. Bellamy no puede decir lo mismo de sí mismo. Eso no es malo. Simplemente son diferentes. Pero hace unos meses, Bellamy habría aceptado el acuerdo de su madre. Se habría convencido a sí mismo de que le parecía bien, porque ¿cuándo iba a conocer a alguien más? ¿Cuándo había conseguido algo por sí solo? Nunca habría sabido lo que se estaba perdiendo. Bellamy detiene a Rakos en un corredor rodeado de árboles arqueados y hojas anaranjadas. —Eh, Rakos. Los guardias juramentados esperan a una respetuosa distancia, pero Rakos mira a Bellamy como si fuera la única persona del mundo. —¿Qué pasa, dulce corazón?
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—Gracias —dice Bellamy simplemente. Y por la suavidad en los ojos de Rakos, sabe lo que Bellamy quiere decir: Gracias por creer en mí. Gracias por quererme. Gracias por ser mío.
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❧ Prince and Pawn. Serie The Perilous Courts #3.
Una noche de dicha podría deshacer un reino. Como hijo ilegítimo de una familia cruel y poderosa, se espera que Corin acompañe a su hermanastro legítimo hasta el palacio. En el proceso, se escapa para disfrutar de una última noche de libertad y cae en la cama con un hombre misterioso que lo arruina para cualquier otro. Corin sólo lamenta que nunca volverá a ver al hombre… Hasta la mañana siguiente, cuando Corin conoce al nuevo prometido concertado de su hermano. El príncipe Audric no quiere este matrimonio político, pero hará cualquier cosa por su reino. Su última noche de libertad es un raro capricho que nunca esperó que le persiguiera así. Olvidar a Corin sería imposible incluso si Corin no se mudara al palacio en el séquito de su hermano. Audric resuelve alejarse de Corin por el bien de ambos, pero eso no es fácil cuando Corin podría ser clave para desentrañar una conspiración mortal… O cuando sigue desmayándose en los brazos de Audric.
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¡Un saludo de Tavia Lark!
Confieso que no suelo ser lo que se dice un escritor musa. Yo mando, no los personajes. Y entonces di con este libro, y Rakos y Bellamy tenían muchas más opiniones de las que esperaba. Yo: Así que, según mi esquema, ustedes dos tendrán sexo alrededor del capítulo diecisiete. Bellamy: Catorce. Yo: ¿Qué? Rakos: Definitivamente el capítulo catorce. Ambos son mucho más impulsivos que Julien y Whisper, por decirlo suavemente. Pero dejando a un lado el motín narrativo, pude someter a Rakos y Bellamy a un montón de mis tropes favoritos. Sólo una cama, sólo un caballo, sólo un árbol, sólo un dragón… Para recibir información actualizada sobre futuros libros, consulta mi boletín de noticias en TaviaLark.com/List. Recibirás un cuento gratis como agradecimiento por suscribirte. Un agradecimiento especial a todos los que han seguido la historia de Rakos y Bellamy semana a semana en Patreon. Su apoyo y ánimo significan mucho para mí. ¿Te interesan las historias extra mensuales, los capítulos WIP semanales y mucho más? Más información en Patreon.com/TaviaLark.
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