Prácticas científicas y procesos sociales.docx

November 20, 2017 | Author: honeycat1 | Category: Feudalism, Inductive Reasoning, Science, Capitalism, Technology
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Prácticas científicas y procesos sociales, Susana Murillo Introducción - El conocimiento científico como práctica social Una concepción arraigada en el sentido común sobre el origen del conocimiento científico nos da a entender que su surgimiento se debe primordialmente a una práctica individual. El desarrollo de este conocimiento se debe, entonces, al genio de un solo individuo iluminado. Viendo en detalle, se podría decir que esta idea que ronda el sentido común tiene su origen en la forma de construir conocimiento de la antigüedad clásica. El conocimiento se produce a partir de una síntesis entre el individuo y el mundo, en donde el individuo, en un acto contemplativo de su exterior, describe lo que ve, sin indagar en los procesos que hacen al fenómeno observado. Como figura central de este tipo de conocimiento está Aristóteles. Murillo contrapone esta forma de construir conocimiento a otra más dinámica y que tiene en cuenta el contexto histórico-social en el que cada conocimiento se da: el conocimiento en general, y el científico en particular, se pueden concebir como resultado de una o unas prácticas sociales. Para sustentar dicha idea, presenta una serie de argumentos que parecen afirmar dicha idea. Primeramente, la idea arraigada (producto residual del liberalismo) de que somos individuos aislados, libres y con criterio propio, no parece ser cierta a la luz de los estudios culturales contemporáneos. De hecho, esta idea se nos presenta como abstracta al tener en cuenta dónde nacemos: todos vinimos al mundo insertos en cierta unidad familiar, unidad que también está enrolada en una compleja trama social. Esta trama carga, a su vez, con un orden simbólico: una serie de códigos culturales y una historia determinados. Dicho orden simbólico está sujeto a transformaciones constantes (ejemplo del hombre del Amazonas en contraste con la chica de BS AS: pueden convivir cronológicamente, pero tienen visiones y concepciones de las relaciones amorosas muy diferentes; las distintas concepciones son resultado de historias distintas). En consecuencia, venimos al mundo con una carga simbólica, cultural, histórica, que nos ubica bien lejos de la idea de individuo. “Somos a partir del conjunto de relaciones sociales en el que estamos insertos”. Nuestra condición humana radica en dicho entramado relacional (ejemplo del bebé que es criado por lobos: se podrá desarrollar biológicamente y sobrevivir, pero nunca podrá hablar o caminar, al no haber estado en contacto con un semejante humano). El vínculo social que nos une y nos hacen lo que somos, está constituido por relaciones entre humanos, y relaciones de los humanos con las cosas. Vivimos a partir de relacionarnos con el mundo, con sus recursos: los transformamos y los adecuamos a nuestras necesidades. Dichas relaciones tienen una historia: nos constituimos como individuos con cierto grado de libertad y responsabilidad a partir de este entramado de relaciones sociales. El conocimiento, entonces, emerge de este entramado. A la luz de lo dicho anteriormente, podemos decir que el conocimiento, lo que damos

por verdadero y falso, aquello que consideramos evidente, sufre cambios a lo largo de la historia. Por otro lado, Murillo agrega que esta apreciación del conocimiento nos lleva a ver al conocimiento científico como uno dentro de distintos tipos de conocimiento. Como todo fenómeno humano, el conocimiento científico se constituye en la historia. Aquello que en la modernidad llamamos ciencia es una forma de conocimiento que implica un método: una forma de acercarse a lo que se estudia y una forma de fundamentar lo que se está diciendo sobre ello. Se supone como conocimiento crítico, es decir, que conoce sus limitaciones, y sabe sobre la posible falsedad de sus proposiciones (sin embargo lo que se considera científico hoy en día es visto como verdadero e indubitable), y también se supone como conocimiento que debe evitar sustancializar o cosificar los procesos (cierta tendencia que la autora detecta como común en los mundos televisivos y en el ámbito cotidiano), es decir, no apreciar las relaciones o procesos que ocurren en lo estudiado, atribuyéndolas a una única causa. Capítulo 1 - El problema del conocimiento científico en tiempos del nacimiento de las ciencias naturales en la época clásica La transición del feudalismo al capitalismo La idea de ciencia que tenemos hoy en día empieza a surgir con un proceso que los historiadores llaman “Entrada a la modernidad”: la desintegración lenta pero constante del modelo feudal, y el nacimiento del capitalismo en igual medida. Dicho proceso abarcaría desde el comienzo mismo de la desintegración del feudalismo (S. XVI-XVII) hasta la Revolución Industrial y la Revolución Francesa (S. XVIII), lo que implicará el surgimiento y asentamiento del actual capitalismo industrial. Dentro de este lapso, ocurrieron una serie de eventos significativos, tales como el desarrollo de un capitalismo manufacturero y mercantil (el capitalismo primitivo) por el lado económico, y por el lado del conocimiento el surgimiento de las ciencias modernas (física y astronomía en primer término). Este último evento culminará hacia el S. XVIII con la revolución newtoniana. El proceso de entrada a la modernidad se caracterizó por un gran fenómeno de secularización, junto con un cambio de un paradigma teleológico (concepción finalista de los fenómenos) a un paradigma racional, así como también por una profundización en el conocimiento sobre la naturaleza. El ser humano dejaba de “mirar al Cielo” y se empezó a preguntar sobre el mundo terreno, y se empezó a ubicar como productor de conocimiento, desligándose así de los criterios de autoridad eclesiásticos (Biblia y Aristóteles). La figura de Descartes simboliza dicho pasaje de paradigma filosófico, colocando al Yo Pensante (Ego Cogito) como fundamento del conocimiento, e independiente de cualquier criterio de autoridad. Murillo agrega que la Modernidad comienza a partir del descubrimiento de América en

1492, y que dicha figura del Ego Cogito no hubiera sido posible sin un Ego Conquiro con el que las naciones europeas fueran a conquistar América, Asia y África. Sin esto, el capitalismo que se estaría por desarrollar no hubiera sido posible. El uso del Ego Conquiro implicó una la construcción de una otredad basada en la afirmación como superior del Hombre europeo con un profundo etnocentrismo. Dicha construcción justificó el saqueo y masacre a las diversas culturas “conquistadas”, mejor dicho, invadidas. Lo anterior respalda para Murillo la afirmación de que todo conocimiento es parcial y valorativo, y específicamente la ciencia desarrollada durante este período histórico. El desarrollo del conocimiento científico y filosófico está involucrado con las luchas por el poder. La ciencia moderna fue concebida en parte para la dominación de otros (aquellos que no pertenezcan al poder, tanto los propios pueblos como los pueblos extraños), tanto así como para la dominación de la naturaleza, nueva sirvienta del motor capitalista. Sin embargo, también es la ciencia un instrumento de resistencia a la dominación; todo hecho humano es ambiguo y contradictorio. El desarrollo de las ciencias modernas o ciencias naturales estuvo ligado a la desintegración del feudalismo, al surgimiento de un capitalismo mercantil y manufacturero, a las extensiones de las redes marítimas comerciales (producto de una expansión del mercado), a la consolidación de los Estados nacionales, a la conquista de nuevos territorios, a las guerras entre Estados, así como también a la necesidad de control social hacia dentro de esos estados (Ciencias Sociales). La transición del feudalismo al capitalismo suele ser descrita en una serie de momentos. El primer momento consistió en la separación la producción respecto del intercambio, como dos eventos bien diferenciados. Surgen los comerciantes, una nueva clase especial dentro de la incipiente burguesía, que concentraban su actividad en las ciudades. Con esta nueva lógica de producción-intercambio, se empiezan a establecer conexiones mercantiles entre ciudades. Esto trajo aparejado la necesidad de nuevas vías de comercio y de comunicación. El segundo momento en el establecimiento del capitalismo fue el surgimiento del capital mercantil y manufacturero. Esto fue el resultado de la ya existente, pero ahora remarcada, diferencia entre los ámbitos urbanos y rurales: surgía una división de trabajo; el campo contribuía con materia prima, trabajadores y manufactura, y la ciudad comercializaba dichas manufacturas, intercambiándolas, en un principio, por otros productos, pero con el tiempo, se empezó a afianzar una lógica monetaria. Así surgía también la relación monetaria capitalista-asalariado. El feudalismo fue un modo de producción dominado por la hegemonía de la tierra. La lógica era otra: los bienes producidos y el trabajo no eran mercancías (bienes producidos con el fin de intercambiarse por otros bienes o por dinero), sino que eran en pos de una lógica de subsistencia. Los bienes producidos eran bienes de uso, y a su

vez, parte de ellos iban destinado al pago de tributos en especie, como es el caso de los campesinos, que tenían que dar un tributo de grano al señor feudal para que puedan seguir viviendo en su tierra, y cosechándola. El campesino estaba unido a la tierra por una relación social, la gleba. Esta implicaba que el campesino podía labrar la tierra, que era propiedad de un señor o noble, con la condición de ceder una parte de su cosecha de subsistencia al señor feudal. Éste, a su vez, debía su posición y derechos a otro señor feudal o noble de mayor rango, y así sucesivamente, hasta llegar al Rey. Esta trama relacional implicaba una “ida y vuelta” de ambas partes. El campesino juraba lealtad y servicio militar al señor feudal, así como pagarle los tributos requeridos, y el señor feudal le daba a cambio su protección y una parcela para vivir. A su vez, el señor feudal debía prestar servicio militar de caballería a otro señor de mayor rango. Las relaciones sociales feudales eran de vasallaje y servidumbre. El poder político estaba distribuido entonces entre los diversos señores feudales, que poseían tierras que lo legitimaban, y un ejército de siervos (tanto de caballeros como de campesinos). No había una división de clases, ni un sistema jurídico único, así como tampoco una forma de propiedad concreta. La economía feudal se caracterizó por la existencia de dos economías opuestas, una rural, que funcionaba bajo la lógica de señoríos dominados por la nobleza y la Iglesia, y por otro lado una urbana, independiente de los poderes de la nobleza y el clero, con autonomía militar, política y económica. Las ciudades comerciaban con productos manufacturados dentro de las mismas, y funcionaban bajo el control de gremios o guildas. Durante el feudalismo, la economía rural fue la predominante. En tanto el intercambio y el consumo no eran los fines de los bienes producidos, sino su uso personal para la subsistencia, el desarrollo técnico de la agricultura y las comunicaciones fue débil. El surgimiento de las ciudades (S. XI) fue consecuencia del éxodo rural de campesinos que habían dejado de ser siervos, y pasaban a vivir en los burgos. Estos hombres comenzaron a adquirir ciertas libertades de comercio, de matrimonio y de movimiento. Se comenzaron a desarrollar, a su vez, diversas actividades como el comercio, los servicios y las profesiones. Estas libertades fueron contribuyeron a que el incipiente burgués pueda tener capacidad de desarrollar riqueza independientemente de la posesión de tierras. Esto generó que paulatinamente surgiera un capital mercantil, que basaba su riqueza en la acumulación dineraria para el intercambio de bienes y productos manufacturados mediante el comercio. Dicho comercio implicó el susodicho desarrollo de vías de comunicación nuevas, un aumento del consumo (ya que ahora se podía intercambiar productos por dinero, la gente comenzaba a darse cuenta de que podría adquirir más), así como también un aumento en la demanda de metales para la acuñación de monedas (ciencias naturales jugaron un papel importante en esto). Hacia el S. XIV, este proceso de crecimiento de las ciudades tuvo un freno, había signos de una contracción de la economía: había crisis de sobreproducción, se consumía menos de lo que se producía por el acotado mercado.

Luego, en el S. XV con el descubrimiento de América, hubo una reactivación, producto de la expansión del mercado hacia los nuevos continentes conquistados. Esto traería consigo la activación de una industria de guerra, innovaciones técnicas en la navegación y la actividad minera. Las burguesías vivieron en este período un gran crecimiento, ubicándolas casi a la par de las viejas noblezas y de los monarcas, al punto de que colaboraban con los procesos de conquistas de los otros continentes, así como con el fortalecimiento de las monarquías. Sin embargo, las consecuencias para los muchos era un permanente malestar: la pasada crisis había dejado un clima de descontento general en las ciudades, generando revueltas y sublevaciones constantes. Es para este período que surge el problema de cómo gobernar al hombre que vive en sociedad y cómo legitimar los medios para hacerlo. La ciencia respondió a esta necesidad. Hobbes y Maquiavelo, los fundadores de las ciencias políticas, fueron los que en sus escritos y reflexiones dieron legitimidad al Estado, que de a poco se iría tornando absolutista. Hasta ahora, el modelo feudal no se había desintegrado aún, sino que se había reorganizado y había tomado otra forma, una forma estamental. Si bien en las ciudades empezamos a detectar el surgimiento del capitalismo, en los campos es la lógica feudal la que rige todavía las relaciones sociales, aunque fue afectada por este nuevo sistema estamental que se fue imponiendo. La importancia económica del campo se iba viendo atenuada por la prosperidad de las ciudades. Este sistema estamental fue producto de la diferenciación social causada por la especialización asignada a cada estamento (vieja nobleza, nueva nobleza, patriciado o burgueses adinerados, los estamentos urbanos dependientes, los pobres y vagabundos). Fue en este contexto en donde el paradigma y los modelos de pensamiento medievales fueron insuficientes. Se necesitaba de nuevos modelos y conocimientos que justifiquen las nuevas dinámicas sociales y económicas (por ejemplo, el sistema religioso prohibía la usura, actividad que se empezaba a hacer común por la necesidad de utilizar tierras que los señores rentaban a los capitalistas para la producción de materia prima para la manufactura). El paradigma teleológico empezaba a tambalear. Si cada elemento en la naturaleza era puesto allí por Dios con un fin, la apropiación de la naturaleza para alimentar la maquinaria capitalista no estaba justificada. A su vez, al ser esta visión una visión contemplativa del mundo, en donde se describía lo que pasaba y se conjeturaba a través de la deducción, no se podía explicar diversos fenómenos físicos, útiles tanto para la economía como para el desarrollo de la maquinaria de guerra. Las ciudades pasaban a ser los nuevos núcleos del nuevo modelo económico incipiente. Si bien ya venimos viendo que el feudalismo ya está en ruinas, es en el S. XVI cuando esta transformación al capitalismo se hace “oficial”: sucede con la revolución inglesa, la primera revolución burguesa. La marcada diferenciación social estaba dada, a nivel de consumo, por el consumo de bienes suntuarios por parte de las burguesías patricias y las noblezas. La mayor

demanda era de productos textiles, lo que llevó a una gran demanda de lana y un aumento de su precio. Esto causó que los antiguos señores feudales comenzaran a expulsar campesinos en grandes cantidades de sus tierras, con el fin de usurar y cobrarles una renta a los capitalistas que las demandaban para la crianza de ovejas. Como consecuencia, hubo una oleada de personas hacia las ciudades, generando una gran franja de vagabundos y desocupados, que eran o bien marginados, o bien incluidos a la fuerza al sistema de trabajo, y explotados. Un mundo moría y otro nacía. Producto de esta yuxtaposición de dos sistemas en conflicto, diversas creencias se mezclaban con las nuevas concepciones racionales del mundo: era un mundo en el que la magia y la alquimia regía la naturaleza, pero a su vez surgían explicaciones racionales y científicas sobre los fenómenos. Surgía el conocimiento científico como representación del mundo real, y convivía con la concepción mágica del universo. Nacía la razón calculadora de las ciencias duras al servicio de la explotación de la naturaleza y de la búsqueda de mecanismos de control del hombre para asegurar la estabilidad del capitalismo recién nacido. Paralelamente al desarrollo de la industria manufacturera textil, consecuencia de la gran demanda por parte de los sectores altos, también ocurrió un fuerte crecimiento de la industria armamentística, producto de las nuevas necesidades bélicas de conquista. Con todo esto, también se desarrolló el comercio marítimo. Ahora, el hombre superior era aquel que poseía más riqueza, no más tierras (los humanistas surgen como crítica a esta actitud de las clases altas). El Estado no tardó en entrar en juego como regulador del mercado. Se establecieron medidas para regular el trabajo con el fin de resolver los problemas económicos y sociales. Los sectores dominantes tenían la necesidad de dominar a la sociedad con tal de garantizar la estabilidad a sus negocios. Hacían su aparición las ciencias políticas. Se buscaba “disciplinar el egoísmo” con el fin de que la economía prospere en paz. Para esto, Hobbes crea en Leviatán la ficción del estado, el ser mounstroso y mecánico que es conformado por muchas voluntades con un contrato de por medio. Esta ficción también implicaba la creación de otra ficción jurídica, en la cual se ponía a todo hombre como igual ante la ley, construcción que, a los fines de los capitalistas, era la forma ideal de mantener dominada bajo la ilusión de la falsa igualdad a la sociedad. La organización paulatina de Estados territoriales, opuestos a la dinámica territorial de los señoríos, favoreció el desarrollo de un mercado urbano a un mercado nacional, a nivel regional. Estos Estados surgieron tras la alianza del mercado con el poder político, por la necesidad de competir con otros mercados en el ámbito del mercado internacional, y por encontrar solución a una serie de problemas sociales que constituían sociedades complejas. El Estado empezaba a absorber funciones administrativas, de guerra y moral del país. Así, se monopolizaba el poder en un solo órgano. El Estado territorial se constituía como circuito cerrado, en donde todos los súbditos se sometían a un poder central. Esto era el absolutismo. La transición del feudalismo al capitalismo trajo consigo conflictos sociales y políticos,

una fuerte movilidad social y expropiaciones de tierras. Generó la necesidad de organizar la administración, las fuerzas armadas y la economía a partir a partir de la necesidades de estabilidad del mercado. Hubo un desplazamiento del poder político en sentido ascendente, desde los poderes atomizados de los feudos hacia el Estado absolutista. Las revoluciones burguesas (inglesa y francesa) de los siglos XVII y XVIII pondrían fin a los Estados absolutistas, y darían comienzo al Estado capitalista. Para Hobsbawm, el establecimiento del capitalismo se da a partir de la Revolución Inglesa, la Revolución Francesa, y la Revolución Industrial. Las primeras dos significaron el fin de la hegemonía política de la nobleza y la caída del absolutismo, mientras que la industrial marcaría un cambio radical en las relaciones sociales de producción. La revolución científica A partir del siglo XVI, comienza la gestación de un nuevo paradigma científico (ver Kuhn). Los exponentes de este nuevo paradigma y corriente científica fueron Giordano Bruno, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler y, hacia el asentamiento del nuevo modelo, Isaac Newton. El nuevo paradigma surgía como respuesta a problemáticas técnicas que la cosmovisión aristotélica no podía resolver, tales como el estudio de las caídas de los cuerpos y sus trayectorias y el desarrollo de la navegación, entre otros. El modelo aristotélico vigente planteaba un modelo universal geocéntrico, y los planetas que giraban alrededor de la tierra lo hacían de manera circular y con velocidad constante (el círculo como figura de la perfección: para Aristóteles, el movimiento perfecto dominaba al cosmos). La Tierra, centro del universo geocéntrico, era redonda e inmóvil. El universo era finito y circular. Su límite estaba fijado por las estrellas fijas. A su vez, el universo estaba dividido en dos regiones, la sublunar, que comprendía el mundo terrestre, y la supralunar, que comprendía el espacio que habitaban los cuerpos celestes. La tierra estaba conformada por cuatro elementos: el aire, el fuego, la tierra y el agua. Dichos elementos interaccionaban entre sí y se corrompían; la Tierra era corrompible, cambiante, mientras que la región supralunar estaba conformada por cuerpos esféricos perfectos, incorruptibles, cuyo elemento constitutivo era el éter, sustancia incorrompible. Los cambios y movimientos en la Tierra se producían porque cada objeto o elemento buscaba su lugar natural (por ejemplo, los cuerpos sólidos caían porque ese era su propósito, mientras que los gaseosos subían). Así, también en el universo todo ocurría porque tenía una finalidad y una causa primera. Dicha visión de la dinámica del mundo, llamada teleológica, sería aprovechada por la Iglesia para adaptarla a su versión teológica del origen del mundo y el universo, así como para justificar las diversas relaciones sociales y cadenas de dominio de la que ella era partícipe. Con anterioridad a la modernidad, ya se había dudado de que el movimiento de los planetas sea circular, dado que diversas observaciones parecían desmentir este hecho.

El modelo ptolemaico plantea la hipótesis de los epiciclos, es decir, que además de que cada planeta recorría una trayectoria circular alrededor de la tierra, estos giraban sobre otro eje constituido en su trayectoria en epiciclos. Dicha hipótesis fue ad hoc, es decir, una hipótesis destinada a solucionar las contingencias de una teoría central en problemas. Hacia el siglo XVI, el modelo aristotélico entraba en crisis debido a las necesidades planteadas desde diversos ámbitos (navegación, construcción, tecnología de guerra). Bruno planteó la infinidad del universo, Copérnico puedo deducir que la Tierra giraba alrededor del Sol (modelo heliocéntrico) y Kepler demostró que la trayectoria que recorrían los planetas alrededor del Sol no era circular, sino elíptica. Así, se veían derruidos los tres pilares del modelo aristotélico teleológico: la finitud del universo, la circularidad de los movimientos planetarios, y por ende la perfección del cosmos, y la idea de que la Tierra era el centro del universo. El hombre dejaba de ser el centro del universo y de la creación de Dios. Así, la autoridad de Aristóteles y la Iglesia se empezaba a derrumbar, junto con la desintegración del modelo feudal. El modelo teleológico o finalista sería reemplazado por un modelo mecanicista, que concebía al universo como un gran mecanismo, cuyas partes inertes se relacionaban entre sí a modo de engranajes, y daban como resultado un determinado movimiento. Era un universo dominado por el principio mecánico de la acción y reacción. La naturaleza de la Tierra y sus leyes son las mismas que dominan al universo. Esta naturaleza era descifrable a partir de la matemática y la lógica, los matemáticos podrían de esta forma descifrar el lenguaje matemático que describe el universo. El mundo ya no era un lugar en donde todo sucedía por la magia, ahora se hallaban explicaciones racionales a los procesos. Esto ocurría a la par de una laicización de las relaciones sociales. Dicha visión mecanicista que se había originado en la física fue tan eficaz y convincente que se trasladó a otras esferas de conocimiento: la historia, la política, la vida animal; incluso el hombre y su cuerpo sería explicados por esta dinámica. La mecánica era el principio que organizaba el universo. Sin embargo, el nuevo modelo fue en un principio rechazado por las cúpulas del poder. Se siguió una serie de enfrentamientos entre científicos y poderosos, que dejarían muertes emblemáticas como la de Giordano Bruno, quien por seguir fiel a sus convicciones y no retractarse frente a la Iglesia, fue quemado vivo. Galileo, por astucia o fe, fue persuadido o cedió a sabiendas sus posturas, evitando así el mismo destino que Bruno. Murillo remarca que, a pesar de lo revolucionario de las nuevas hipótesis propuestas, no se puede pensar que estas fueron concebidas por sujetos completamente racionales. De hecho, tanto Newton como Galileo eran fieles cristianos, que respaldaban sus teorías en figuras como la de Dios. Esto nos muestra que nada en la historia puede ser entendido de manera lineal o bipolar. Estos revolucionarios eran y no eran parte de la revolución. La culminación de esta revolución científica y del asentamiento del nuevo paradigma se dio con Newton. En su Principia, propuso la hipótesis de gravitación universal y

sentó los principios de la mecánica que permanecerían en el modelo de la ciencia hasta el siglo XIX. Podríamos decir que el surgimiento del modelo mecanicista se dio en parte gracias a los problemas a los que respondía, en esencia mecánicos (navegación, innovaciones en minería, tecnología de guerra). El mecanicismo, como dijimos, planteaba al universo como una gran maquinaría, en donde los movimientos y procesos se daban gracias a la interacción mecánica entre sus componentes. En este esquema, la concepción de la evolución está ausente: la materia es una cantidad de átomos móviles y homogéneos, sin ningún atributo especial, cuyo objetivo era sustentar el movimiento. Los átomos son indeformables, impenetrables y elásticos. Así, los átomos funcionan a modo de pequeños engranajes de un mecanismo gigantesco, que es el universo. Cada movimiento está determinado por otro, de lo que se desprende, que cada hecho está determinado por otros y determina a los hechos posteriores. Este determinismo encuentra su máxima encarnación en la aparición de las leyes naturales, leyes en las que la ciencia confía para determinar todo hecho futuro a partir de los hechos presentes. El problema del método Ya asentado el nuevo paradigma mecanicista y racional, comenzaron a reaparecer reflexiones sobre el modo en el que se debía conocer a la naturaleza para garantizar la verdad del conocimiento. Dichas reflexiones, con origen en la antigüedad, renacen como consecuencia de las ya mencionadas necesidades técnicas y culturales que planteaban el correcto funcionamiento del sistema capitalista. Dos corrientes que pensaron el método fueron la racionalista y la empirista. El racionalismo planteó al hombre y la razón como principal productor de conocimientos. Dicha corriente tuvo su nacimiento en la antigua Grecia, y el exponente en el siglo XVI fue René Descartes. Él pondrá énfasis en el método deductivo, la forma de conocer que tiene, por excelencia, la matemática y la lógica. Descartes siguió el modelo galileano planteado en la física, y lo quiso adaptar a la filosofía. Los sentidos parecían engañosos, de modo que Descartes pone énfasis en que la clave del conocimiento está en la razón de hombre; ya que el universo estaba escrito, como planteaba Galileo, en un código matemático, el hombre debía proceder a conocerlo con la razón y el método deductivo propio de las matemáticas. Para esto, era necesario basarse en lo evidente (ver Descartes), para poder llegar a una verdad indubitable (el razonamiento deductivo es, de hecho, la verificación mediante una conclusión de lo dicho en las premisas). Por otro lado, el empirismo planteaba la plenitud de los sentidos, y aseguraba que ellos podrían constituir una forma de conocer el mundo. Dicha corriente opuesta al racionalismo tuvo como exponente a Francis Bacon y a John Stuart Mill. De todas formas, esta corriente, más que romper con el racionalismo, funcionó como complemento. El origen del empirismo estuvo aparejado al surgimiento de las ciencias

naturales, ciencias como la biología, y sus aplicaciones se extendieron más adelante a las ciencias sociales. A nivel lógico, el empirismo estuvo ligado al resurgimiento de la inducción. Bacon hace una crítica de la inducción planteada por Aristóteles y la escolástica. Propone una serie de métodos mediante los cuales se aseguraría la rigurosidad de la observación empírica mediante la inducción, con el fin de llegar a principios más generales. Mill por su parte reorganizó el método inductivo, y propuso el principio fundental de uniformidad de naturaleza. De esta forma, se garantizaba que lo generalizado por la inducción ocurriría siempre. Es decir que postula que lo que ocurrió una vez como hecho observado, ocurrirá siempre. Es importante remarcar que Bacon y Mill pertenecieron a instituciones inglesas en pleno auge del capitalismo industrial y expansionista. Sus proposiciones estaban ligadas a un uso de la ciencia como herramienta para controlar tanto a la naturaleza como a las sociedades (Mill por su parte fue miembro de la Compañía de las Indias). El razonamiento inductivo, en oposición a la deducción, se caracteriza porque su conclusión en forma de ley o principio general agrega más información que la que da las premisas. La conclusión no se presenta como forzosamente verdadera, sino que es probable. Capítulo 2 – Las ciencias naturales y la tecnología a partir de la Revolución Industrial La primera Revolución Industrial Si bien las consecuencias de la Revolución Industrial se empiezan a hacer palpables a principios del siglo XIX, esta tiene su origen a mediados del siglo XVIII, cuando el poder productivo de la humanidad se comenzó a librar de las fuerzas de la naturaleza, sobrepasándola y dominándola. Dicho proceso concluye en 1840, con el establecimiento de una industria pesada en Inglaterra y el surgimiento del ferrocarril. Comienza un proceso de desarrollo exponencial de la industria y el comercio a lo largo de toda Europa. Inglaterra llevaba la delantera en esta carrera, debido a su posición como potencia imperial colonial, lo que le suplió de mano de obra esclava proveniente de las colonias, un ingreso constante de materia prima, y más importante aún, un gigantesco mercado por el cual expandirse. Las colonias inglesas sólo podían comprar productos de Inglaterra. La hegemonía de Inglaterra Como se venía diciendo, la carrera por la industrialización y el comercio europeo la lideraba Inglaterra ¿Por qué? El primer factor a tener en cuenta es la Revolución Inglesa, ocurrida casi un siglo antes a la francesa. En Inglaterra, la victoria de la burguesía sobre la monarquía absoluta ya había establecido las reglas de juego capitalista. La monarquía parlamentaria suponía un rey limitado, acaso dominado, por

el parlamento, representante de los intereses burgueses. Así, ya se contaba con un poder político que aseguraba el correcto funcionamiento de una dinámica capitalista de mercado y manufactura. Ya contaba con una estructura agraria capaz de suministrar las crecientes urbes industriales con alimentos y mano de obra, además de poseer ya desarrollada una industria algodonera fuerte, estructura que se acomodaría a la revolución de la máquina más adelante. Además, contaba con un imperio colonial que como dijimos proveía al sistema de mano de obra esclava, junto a un mercado gigante con el cual se podía interactuar. A su vez, las colonias estaban sembradas con campos de algodón, contribuyendo a la industria algodonera existente. Las colonias suministraban además de mano de obra esclava, materia prima barata. Gracias al uso de su fuerza naval (legal y pirata), Inglaterra se aseguró la continuidad de esta dinámica capitalista, eliminando posibles competencias. Las colonias hispanas comenzaron a depender de las exportaciones inglesas. Lo mismo ocurrió en Asia: en India, las fuerzas inglesas hicieron todo lo posible por dejar trunco el crecimiento industrial, asegurando a su vez un mercado apto para la demanda de sus manufacturas. Cuando China se opuso a entrar en dicho circuito, los ingleses introdujeron el opio en sus ciudades, afectando la capacidad de resistencia de la población. Finalmente, Inglaterra terminó ganando también el territorio de Asia, cooptando un punto geopolíticamente estratégico como Hong Kong. La introducción de la máquina de vapor con la Revolución Industrial trastocaría el modo de producción: se deja de depender de la naturaleza y de la mano de obra como fuerzas determinantes de la producción. El punto de partida de la manufactura era la fuerza de trabajo humano. En este nuevo orden de cosas, la fuerza en la que se constituiría la industria fue el instrumento de trabajo. La manufactura había preparado el campo a la Revolución instaurando la división de trabajo. La máquina surge en este contexto gracias a este hecho, que había mejorado cuantitativamente la producción. Esto llevó a inquirir en nuevas formas de producir más, respuesta que se encontraría finalmente en la máquina a vapor. Ésta, que nació en los ámbitos de la minería, se expandió y empezó a funcionar como el nuevo motor de la industria. Técnica y tecnología. Paradigma tecnológico y Revolución Industrial La técnica es un conjunto de conocimientos adquiridos por la experiencia y puestos al servicio de transformar una cosa o proceso. Es un conocer individual y empírico. En cambio, tecnología alude al conocimiento científico aplicado a la producción de algo. Partiendo de la teoría kuhniana del paradigma, Murillo habla de paradigma tecnológico, entendido como un conjunto de innovaciones (avances científicos o técnológicos aplicados usados con fines de incrementar la ganancia del capitalista) incrementales o paulatinas, cuyas transformaciones permiten el aumento de la productividad y la acumulación de capital, modificando pero no transformando la

matriz insumo-producto (la relación entre insumo o materia prima que ingresa al circuito productivo, y el producto resultante de esta). El cambio de paradigma tecnológico, producido por una revolución industrial, representará entonces el cambio de la matriz insumo-producto que se mantenía constante. El avance a otro nuevo paradigma implica un aumento de la productividad reduciendo los costos (aumentar la ganancia: objetivo que persigue el capitalista) cuando el paradigma anterior no lo permitía. Todo paradigma tecnológico cuenta con un insumo clave, que cumple con los requisitos de tener un costo bajo y ser limitado, una oferta que en apariencia es ilimitada, un uso de este insumo masivo, y que dicho insumo sea la base para un conjunto de innovaciones tecnológicas. Los paradigmas tecnológicos aseguran características y dinámicas de una formación social determinada. La aparición de una crisis de un paradigma tecnológico ocurre cuando dicha formación social determinada no está asegurada y corre peligro la integridad del modo de producción. La introducción de un nuevo paradigma tecnológico entonces se desarrolla cuando aparece un nuevo insumo clave que asegure una formación social determinada. Los paradigmas tecnológicos, a diferencia de los paradigmas científicos, buscan mantener un orden social predeterminado, buscando mediante innovaciones tecnológicas reducir el costo de la producción o mantenerla constante. La tecnología fue la que posibilitó al capitalismo el salto de las barreras impuestas por la naturaleza y por la fuerza de trabajo, ambas entidades susceptibles de contingencias y que cambian permanentemente. Se comenzó a ver que el capitalismo padecía de crisis cíclicas, que se empezaron a originar en base al deseo constante de maximizar ganancias. Dicha meta implica el descenso de los gastos (salarios, más que nada), que tiene como consecuencia un descenso abrupto del consumo (los trabajadores tienen menos dinero para consumir), y por ende, de la demanda de mercancías. La introducción de las innovaciones tecnológicas dieron como resultado el desarrollo de instrumentos de trabajo, maquinas, que lejos de solucionar el problema de las crisis periódicas, lo profundizaban: los capitalistas, ciegos por mayor ganancia, no sucumbían a las exigencias de los trabajadores de subir o mantener el salario y no tenían miedo de perder el negocio por huelgas, debido a que ahora las máquinas reemplazaban a la fuerza de trabajo. Esto originó que la producción se mantuviera, pero el consumo, como era de esperarse ante la inflexibilidad del capitalista de subir salarios, bajara cada vez más. Así, se originarían constante crisis de sobreproducción. La primera crisis importante de este tipo ocurrió a principios del siglo XIX. En un principio, los capitalistas inventaban chivos expiatorios, atribuían las causas de estas crisis a factores externos de la producción. Las ciencias sociales no tardaron en sugerir respuestas: Marx sería el primero en proponer que el problema de las crisis capitalistas era un mal estructural, que se daría de forma cíclica y constante. Por otro lado, los economistas inventaban nuevas formas de paliar las crisis o de salir de ellas para reestablecer nuevamente el ciclo de producción (tal es el caso de Keynes). A su vez, los capitalistas

encontraban soluciones a las crisis que les generaban perdida de ganancias por sus propios medios: reducían los jornales, buscaban mano de obra más barata, o reemplazaban la mano de obra por máquinas. Generalmente, intentarían implementar estas tres soluciones a la vez. La aparición del ferrocarril permitió la baja de los jornales, ya que ahora el transporte de alimentos y materia prima costaba mucho menos, por ende, el límite fisiológico que debían respetar los capitalistas para que los obreros no se mueran de hambre se flexibilizó, posibilitando la baja de los jornales, al haber bajado el precio de los alimentos. A mediados del siglo XIX, las innovaciones agrícolas producto de la madurez de la ingeniería agronómica produjeron que lo que quedada de campesinos, viejo residuo del feudalismo, se movilizara en masa hacia las ciudades, proveyendo de mano de obra nueva y en cantidad. Para disciplinar las conductas de los trabajadores, nacieron instituciones y construcciones abocadas a ello: la disciplina laboral se complementaba con la práctica habitual de bajar salarios para que los obreros se esforzaran al máximo para obtener su pan, y se establecieron estrategias moralizadoras de la clase trabajadora (reforzamiento de la idea de matrimonio, creación de instituciones de control y disciplinamiento, etc.). La burguesía había triunfado, y había utilizado la ciencia y la tecnología como herramientas fundamentales para su desarrollo y establecimiento en el poder económico.

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