Popkin Richard - La Historia Del Escepticismo Desde Erasmo Hasta Spinoza

February 21, 2017 | Author: Luis | Category: N/A
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RICHARD H. POPKIN

LA HISTORIA DEL ESCEPTICISMO DESDE ERASMO HASTA SPINOZA

FONDO DE CULTURA ECONOMICA MÉXICO

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Traducción de J uan J osé U trilla

Primera edición en inglés, 1979 Primera edición en español, 1983

Titulo original:

The History o f Scepticism from Erasmus to Spinoza © 1979, Richard H. Popkin Publicado por University o f California Press, Berkelev ISBN 0-520-03876-2

D. R. C) 1983, F ondo de C ultura E conómica Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.

ISBN 968-16-1247-7 Impreso en México

Con amor a J uue, Jerry, Maggi y SuE y dedicado a la memoria de Imre Lakatos

RECONOCIMIENTOS E ste estudio se ha desarrollado durante los últimos diez años, y no sólo representa los resultados de los descubri­ mientos del autor, sino también los resultados de la ayuda, el consejo y el aliento de muchas personas e insti­ tuciones; por tanto, gran placer me causa aprovechar esta oportunidad para poder dar las gracias a quienes en va­ rias formas me han dado tan generosa ayuda. Ante todo, deseo expresar mi agradecimiento al Depar­ tamento de Estado de los Estados Unidos, que me conce­ dió becas Fulbright Research para la Universidad de Pa­ rís en 1952-1953, y para la Universidad de Utrecht en 1957-1958, y a la American Philosophical Society, que me concedió becas en 1956 y 1958 para efectuar mis investiga­ ciones en Francia e Italia. Gracias a estas becas, pude te­ ner la oportunidad de examinar y estudiar muchos mate­ riales que no se hallan en este país [Estados Unidos]y pude disponer de periodos libres de mis deberes de enseñanza, para concentrarme en la preparación de este estudio. Desde la primera edición de esta obra, he recibido be­ cas del American Council of Learned Societies, la Alexander Kohut Foundation, la John Simón Guggenheim Foundation, la American Philosophical Society, la Memo­ rial Foundation for Jewish Culture y la National Endowment for the Humanities, que me han ayudado a ensan­ char mis conocimientos y mi comprensión del escepti­ cismo moderno. Estoy sumamente agradecido, asimismo, a las muchas bibliotecas de los Estados Unidos y de Europa que me han permitido emplear sus instalaciones, especialmente la Bibliotheque Nationale de París, la British Library, la Biblioteek van de Universiteit van Utrecht, la Biblioteca Laurenziana d.e Florencia, la Rijksbiblioteek de La Haya, la Biblioteca de la Universidad de Amsterdam, el Instituí ' Catholique, de la Biblioteca de Toulouse, la Newberry Li­ brary, de Chicago, la University of California, San Diego

RECONOCIMIENTOS

Library, la Henry Huntington Library, la William Andrews Clark Library of University of California, Los Ángeles y la Clin Library de la Washington University, St. Louis. Tengo una especial deuda de gratitud para con el Insti­ tuto Filosófico de la Universidad de Utrecht y con sus miembros, los profesores Cornelia De Vogel y Karl Kuypers, por su bondad al haber logrado que este estudio apareciera en la serie del Instituto. Estoy feliz de tener este nexo permanente con la Universidad de Utrecht, donde pasé un año tan grato y provechoso en 1957-1958, y espero que este estudio constituya una indicación parcial de la gratitud que siento hacia la Universidad de Utrecht y sus filósofos. También tengo una gran deuda para con la State Uni­ versity de lowa, y con el finado decano Walter Loechwing del Gradúate College, por su generosidad al poner a mi disposición tiempo, materiales y fondos para completar este estudio. Debo mi primer conocimiento e interés en el escepti­ cismo y el papel que desempeñó en la filosofía moderna a mis maestros, especialmente a los profesores John H. Randall y Paul O. Kristeller, de la Columbia University, y Charles W. Hendel, de la Vale University. Alentado por el profesor Paul Weiss, de Vale, me atreví a esbozar mis opi­ niones en una serie de artículos que aparecieron en la Review of Metaphysics. Vaya mi agradecimiento a los mu­ chos sabios que pacientemente discutieron conmigo te­ mas acerca de la historia del escepticismo, y que me die­ ron su consejo y aliento para esta obra. Entre otros, deseo dar las gracias al finado abate Robert Lenoble, al finado padre Julian-Eymard d’Angers, al padre Paul Henry, al fi­ nado profesor Alexandre Koyré, al profesor Herbert Marcuse, al finado profesor Bernard Rochot, a los profesores Leonora Cohén Rosenfield, André-Louis Leroy, René Pintard, Jean Orcibal, Henri Gouhier y Jean Grenier, al fi­ nado Imre Lakatos, al finado Paul Schrecker, al finado Giorgio Tonelli, a Paul O. Kristeller (que hizo muchas vá­ lidas sugéstiones sobre el manuscrito de este estudio), a Paul Dibon, J. Tans, a la finada C. Louise T hijssen-

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Schoute y a Elisabeth Labrousse. No hay duda de que mu­ chas de estas personas no están de acuerdo con algunas de las conclusiones a las que he llegado, pero sus discu­ siones conmigo han sido inapreciables, ayudándome a aclarar y desarrollar mis ideas. Asimismo, deseo dar las gracias a algunos de mis ex alumnos y colegas que me han ayudado, especialmente a los profesores Graham Conroy, George Arbaugh, Richard Watson, Florence Weinberg, Philip Cummins, Harry M. Bracken y Theodore Waldam, que se hallaban en la State University of lowa cuando empecé a escribir esta obra. Estoy sumamente agradecido al señor John Lowenthal y a mi esposa, Juliet, que me han ayudado enormemente en cuestiones de formación del manuscrito. Y deseo ex­ presar mi agradecimiento a la señora Mildred Keller y a la señorita Joan Jones por sus arduos esfuerzos al meca­ nografiar la versión final del manuscrito original. Tam­ bién deseo dar las gracias a Melanie Miller por mecano­ grafiar el nuevo material para esta edición. Tampoco quiero dejar de expresar mi agradecimiento al Módem Scoolman, al Journal of Phüosophy y al Archivfür Refomiations geschichte, por su autorización para emplear parte del material que publiqué en otros estudios. Por último, y de la mayor importancia, deseo dar las gracias a mi familia -m i esposa Juliet y mis hijos Jeremy, Margaret y Susan- por su fortaleza y paciencia a través de todas las pruebas, tribulaciones y viajes del autor y su manuscrito. Sin su afecto, bondad y disposición al sacrifi­ cio, nunca habría podido completarse este estudio. Sólo puedo esperar que el estudio sea digno de todas las difi­ cultades que les ha causado. También deseo dar las gracias a los profesores Donald Erame de Colombia University, John Watkins de la Uni­ versity of London, y a varios críticos, entre otros, que me han llamado la atención hacia varios aspectos que reque­ rían revisión.

25 de junio de 1963, La Jolla, California Febrero de 1979, St. Louis Missouri

PREFACIO E l e s c e p t i c i s m o como visión filosófica, y no como serie de dudas concernientes a las creencias religiosas tradiciona­ les, tuvo sus orígenes en el antiguo pensamiento griego. En el periodo helenístico, las diversas observaciones y ac­ titudes escépticas de los primeros pensadores griegos se desarrollaron en un conjunto de argumentos para esta­ blecer si 1) no era posible ningún conocimiento, o 2) si la evidencia era insuficiente e inadecuada para determinar si era posible algún conocimiento, y, por tanto, que había que suspender el juicio sobre todas las cuestiones relati­ vas al conocimiento. La primera de estas opiniones e s T j llam ada escepticism o académico; la segunda, e s c e p ti- 1 “ cismo pirroniano. El escepticism o académ ico, llam ado así porque fue formulado en la Academia Platónica en el siglo iii a.C., se desarrolló a partir de la observación socrática, “ Sólo sé que no sé nada” . Su formulación teórica se atribuye a Arcesilao, c. 315-241, a.C., y a Carnéades, c. 213-129 a.C., que elaboraron una serie de argumentos dirigidos básica­ mente contra las afirmaciones de conocimiento de los fi­ lósofos estoicos, para mostrar que no podía conocerse nada. Tal como estos argumentos han llegado hasta noso­ tros, especialmente en los escritos de Cicerón, Diógenes Laercio y San Agustín, el objetivo de los filósofos escépti­ cos académicos era mostrar, mediante un grupo de argu­ mentos y acertijos dialécticos, que los filósofos dogmáti­ cos (es decir, los filósofos que aseguraban conocer alguna verdad acerca de la verdadera naturaleza de las cosas), no podían conocer con absoluta certidumbre las proposicio­ nes que afirmaban conocer. Los académicos form ularon! ^ una serie de dificultades para mostrar que la información que obtenemos por medio de nuestros sentidos puede ser engañosa, que no podemos estar seguros de que nuestro j razonamiento es fidedigno, y que no poseemos criterios ni 11

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normas garantizadas para determinar cuál de nuestros juicios es verdadero o falso. El problema básico en cuestión es que cualquier pro­ posición que equivalga a aseverar algún conocimiento acerca del mundo contiene ciertas afirmaciones que van más allá de los informes puramente empíricos de lo que nos parece que se trata. Si poseyéramos algún conoci­ miento, esto significaría para los escépticos que conocía­ mos una proposición, aseverando alguna afirmación no empírica, o transempírica, de la que estábamos seguros que no podía ser falsa. Si la proposición pudiera ser falsa, entonces no merecería el nombre de conocimiento, sino tan sólo el de opinión, es decir, que así podría ser. Y como la evidencia de cualquier proposición semejante estaría basada, según los escépticos, en información sensorial o en razonamiento, y como estas dos fuentes hasta cierto grado no son dignas de fe, y como no existe o no se cono­ cen ningún criterio último o garantizado del verdadero conocimiento, entonces siempre queda alguna duda de que cualquier proposición no empírica o transempírica sea absolutamente cierta y por ende constituya un cono­ cimiento verdadero. Como resultado, los escépticos aca­ démicos dijeron que nada es cierto. La mejor información que podemos obtener sólo es probable, y debe juzgarse de acuerdo con las probabilidades. Por consiguiente, Carnéades desarrolló un tipo de teoría de la verificación y un tipo de probabilismo ün tanto similar a la teoría del “co­ nocimiento” científico de los pragmáticos y positivistas de hoy. El escepticismo de Arcesilao y de Carnéades dominó la filosofía de la Academia Platónica hasta el siglo i a.C. En el periodo de los estudios de Cicerón, la Academia pasó del escepticismo al eclecticismo de Filón de Larissa y Antíoco de Ascalón. Los argumentos de los académicos sub­ sistieron principalmente por la presentación que de ellos hizo Cicerón en sus Académica y De Natura Deorum, y por su refutación en la obra de San Agustín Contra Académi­ cos, así como en el sumario hecho por Diógenes Laercio; sin embargo, la sede de la actividad escéptica se trasladó

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de la Academia a la escuela de los escépticos pirrónicos, que probablemente estuvo asociada con la escuela Metó­ dica de Medicina, en Alejandría. El movimiento pirrónico atribuye sus comienzos a la le­ gendaria figura de Pirrón de Elis, c. 360-275 a.C., y a su dis­ cípulo Timón, c. 315-225 a.C. Las cosas que se cuentan de Pirrón indican que no era un teorizante, sino, en cam­ bio, un ejemplo vivo del completo dubitativo, del hombre que no se compromete con ningún juicio que vaya más allá de lo que simplemente indiquen las apariencias. Sus intereses parecen haber sido básicamente éticos y mora­ K' les, y en este campo trató de evitar la infelicidad que puede deberse a la aceptación de teorías de valor, y a juz­ gar de acuerdo con ellas. Si tales teorías de valor resulta­ ran dudosas en algún grado, aceptarlas y aplicarlas sólo podría conducir a la angustia mental. El pirronismo, como formulación teórica del escepti­ i(“ cismo, es atribuido a Enesidemo, c. 100-40 a.C.Los pirróni­ cos consideraban que tanto los dogmáticos como los aca­ démicos aseveraban demasiado, un grupo diciendo “Algo puede conocerse” , el otro diciendo “Nada puede cono­ cerse” . En cambio, los pirrónicos propusieron suspender el juicio en todas las cuestiones en que pareciese haber pruebas conflictivas, incluso la cuestión de si podía sa­ berse algo o no. Edificando sobre el tipo de argumentos desarrollados por Arcesilao y por Carnéades, Enesidemo y sus sucesores compilaron una serie de “tropos” o modos de proceder para producir suspensión de juicio sobre varias cuestio­ nes. En los únicos textos que se han conservado del mo­ vimiento pirrónico, los de Sexto Empírico, se presentan en grupos de diez, ocho, cinco y dos tropos, y cada con­ junto ofrece las razones por las que se debe suspender el juicio acerca de toda pretensión de conocimiento que pase de las apariencias. Los escépticos pirrónicos trata­ ban de no com prom eterse en ninguna cuestión, ni si­ quiera la de si sus propios argumentos eran válidos. Para ellos, el escepticismo era una capacidad o actitud mental de oponer la evidencia, en pro y en contra, acerca de toda

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cuestión sobre lo que no era evidente, de tal manera que se pudiese suspender el juicio sobre ella. Este estado mental conducía entonces al estado de ataraxia, quietud o imperturbabilidad, en que el escéptico ya no se preocu­ paba ni interesaba por lo que estuviese más allá de las apariencias. El escepticismo era una cura de la enferme­ dad llamada dogmatismo o precipitación; pero, a dife­ rencia del escepticismo académico, que llegaba a una conclusión negativa dogmática a partir de sus dudas, el escepticismo pirroniano no hacía tal afirmación, limitán­ dose a decirque el escepticismo es una purga que lo elimina todo, incluso él mismo. Así pues, el pirrónico vive indogmá­ ticamente, siguiendo sus inclinaciones naturales, las apa­ riencias de que está consciente y las leyes y costumbres de su sociedad, sin comprometerse nunca con ningún juicio acerca de ellas. El movimiento pirrónico floreció por los alrededores del año 200 d.C., fecha aproximada en que vivió Sexto Em­ pírico, y tuvo su principal auge en la comunidad médica que rodeaba a Alejandría, como antídoto a las teorías dogmáticas, positivas o negativas, de otros grupos médi­ cos. Su posición ha llegado hasta nosotros principalmente en los escritos de Sexto Empírico, en sus Hipotiposis (Li­ ncamientos del piironismo), y en la obra, más extensa, Adversus mathematicos, en que toda clase de disciplinas, desde la lógica y las matemáticas hasta la astrología y la gramática, son sometidas a una devastación escéptica. Las dos posiciones escépticas tuvieron, al parecer, muy poca influencia en el, periodo poshelenístico. La opinión pirrónica parece haber sido casi desconocida en el Occi­ dente, hasta su redescubrimiento en el siglo xvi, y la opi­ nión académica al parecer fue principalmente conocida y considerada en la forma en que la trató San Agustín. An­ tes del periodo que estudiaremos, hay ciertas indicacio­ nes de un motif escéptico, sobre todo entre los teólogos antirracionales, judíos, mahometanos y cristianos. Este movimiento teológico, que en Occidente culminó en la obra de Nicolás de Cusa en el siglo xv, se valió de muchos de los argumentos escépticos para socavarla confianza en

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el enfoque racional a la verdad y el conocimiento religio­ sos. El periodo que trataré, 1500-1675, ciertamente no es el único periodo que ha ejercido una repercusión escéptica I sobre el pensamiento moderno. Antes y después de este ^ intervalo pueden encontrarse influencias importantes de ' í ^'í los antiguos pensadores escépticos. Pero yo afirmo que el~l escepticismo desempeña un papel especial y diferente en | el periodo que va desde la Reforma(liasta la formulación j de la filosofía cartesiana;>un papel especial y diferente, I debido a que la crisis intelectual producida por la Re­ forma coincidió en el tiempo con el redescubrimiento y reaplicación de los argumentos de los antiguos escépticos griegos. En el siglo xvi, con el descubrimiento de manus- 1 critos de Sexto, hay una reanudación del interés en el es- ; cepticismo antiguo y en la aplicación de sus ideas a los j problemas de la época. La selección de Erasmo como punto de partida de este~j estudio no se ha hecho porque haya alguna prueba de que ! fue el primero en reintroducir materiales escépticos grie­ gos sino, antes bien, porque un problema planteado en su| controversia con Lutero es ejemplo de la cuestión deci-' siva de los tiempos, a la cual se aplicaron los antiguos ar-j_ gumentos y teorías escépticas. El hincapié que hacemos en este estudio en la renova-T ción de interés y consideración de los textos de Sexto i Empírico no pretende menospreciar ni pasar por alto la i función colateral desempeñada por autores antiguos como Diógenes Laercio o Cicerón al hacer que las opiniones es- , cépücas clásicas llamaran la atención de los pensadores j de los siglos XVI y xvii. Empero, los escritos de Sexto pare­ cen haber desempeñado un papel especial y predomi­ nante para muchos de los filósofos, teólogos y hombres de ciencia aquí considerados, y Sexto parece haber sido la fuente, directa o indirecta, de muchos de sus argumentos, conceptos y teorías. Sólo en las obras de Sexto aparece una presentación completa de la posición de los escépti­ cos pirrónicos, con todas sus armas dialécticas enfocadas contra otras tantas teorías filosóficas. Ni las presentacio-

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nes del escepticismo académico que se encuentran en Ci­ cerón y en San Agustín, ni los resúmenes de ambos tipos de escepticismo, académico y pirrónico, que vemos en Diógenes Laercio, eran lo bastante ricos para satisfacer a . quienes se interesaban en la crisis escéptica del Renaci­ miento y la Reforma. Por tanto, pensadores como Mon­ taigne, Mersenne y Gassendi buscaron en Sexto materia­ les para enfrentarse a los problemas de su propia época. Y, por consiguiente, se puede describir mejor la crisis como crise pyrrhonienne que como crise academicienne. Para finales del siglo xvii, el gran escéptico Pierre Bayle, reflexionando, pudo ver la reintroducción de los ar­ gumentos de Sexto como el comienzo de la filosofía moderna. La mayoría de los escritores del periodo que consideramos emplean el término “ escéptico” como equi­ valente de “ pirrónico” , y a menudo aceptan la opinión de Sexto, de que los escépticos académicos no eran verdade­ ros escépticos sino, en realidad, dogmáticos negativos. (A este respecto, notemos que el escéptico de finales del si­ glo X V I I , Simón Foucher, se propuso reanimar el escepti­ cismo académico, y trató de defenderlo de tales cargos.) El periodo de la historia del escepticismo considerado en este volumen llega hasta el escepticismo irreligioso de Spinoza y su ferviente oposición al escepticismo episte­ mológico. Mi razón para limitar de esta manera el estudio es que yo creo que el escepticismo desempeñó básica­ mente una función hasta esta época, y otra después de ella. El hiperescepticismo de Descartes, incluido en su hipótesis del demonio, inauguró una nueva fase de la his­ toria del escepticismo, fase que había de ser desarrollada por Pascal, Bayle, Huet y después Hume y Kierkegaard. También la refutación del escepticismo hecha por Descar­ tes hizo que los escépticos volvieran su ataque contra su sistema, y no contra sus enemigos tradicionales. Por con­ siguiente, hubo que alterar los argumentos escépticos, adaptándolos al nuevo enemigo, y en la última parte del siglo X V I I I , el escepticismo cambió, de antiescolástico y an­ tiplatónico, a anticartesiano. Spinoza ofreció la que sería una de las respuestas habituales al escepticismo mo-

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derno. También llevó el método escéptico de Descartes al ámbito del pensamiento religioso, con resultados devas­ tadores. Desde Spinoza, una de las principales funciones del escepticismo ha sido oponerse a la religión tradicio­ nal. Cuando escribí el prefacio original de esta obra, hace quince años, previ que tendría que escribir una serie de estudios de la historia del curso subsiguiente del escepti­ cismo epistemológico, incluyendo a los principales pen­ sadores que desempeñan una función en este desarrollo, desde Spinoza, pasando por Hume y Kant, hasta Kierkegaard. Gran parte de este material ha sido examinado en estudios míos, de mis estudiantes y de otros. Así pues, no estoy seguro de que dichos volúmenes sean muy necesa­ rios. Mi propio interés ha pasado al estudio de la historia del escepticismo religioso. Tengo la intención de seguir este volumen con otro acerca de Isaac La Peyrére y su in­ fluencia, y otro sobre milenarismo, mesianismo y escepti­ cismo. En este estudio, dos términos claves serán “ escepti­ cismo” y “ fideísmo” , y deseo ofrecer una indicación pre­ liminar sobre cómo deben entenderse estos términos en el contexto de la obra. Como el término “ escepticismo” ha sido asociado en los dos últimos siglos con la increduli­ dad, especialmente la incredulidad en las doctrinas cen­ trales de la tradición judeo-cristiana, al principio puede parecer extraño leer que los escépticos de los siglos xvi y XVII aseguraban, casi unánimemente, que eran sinceros creyentes en la religión cristiana. Más adelante veremos si lo eran o no; pero la aceptación de ciertas creencias no contradice en sí misma su supuesto escepticismo, ya que 5^ 1 .■]'escepticismo significa una visión filosófica que plantea dudas acerca de lo adecuado o fidedigno de las pruebas que puedan ofrecerse para justificar alguna proposición. El escéptico, sea en la tradición pirrónica o en la acadé­ mica, desarrolló argumentos para mostrar o sugerir que la evidencia, razones o pruebas empleadas como fundamen­ tos de nuestras diversas creencias no eran enteramente satisfactorias. Luego, los escépticos recomendaron la sus-

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pensión de juicio sobre la cuestión de si estas creencias eran ciertas; sin embargo, aún se pueden mantener las creencias, pues toda clase de factores persuasivos no de­ ben tomarse como evidencia adecuada de que la creencia era cierta. Por tanto, “ escéptico” y “ creyente” no son clasificacio­ nes opuestas. El escéptico está planteando dudas acerca de los méritos racionales o evidencíales de las justifica­ ciones dadas a una creencia; duda de que se hayan des­ cubierto o puedan descubrirse razones necesarias y suficientes para mostrar que alguna creencia en par­ ticular tenga que ser verdad y no pueda ser falsa. Pero el escéptico, como cualquier otro, puede aceptar varias creencias. Aquellos a quienes clasifico como fideístas son perso­ nas escépticas con respecto a la posibilidad de que alcan­ cemos el conocimiento por medios racionales, sin que po­ seamos algunas verdades básicas conocidas por fe (por ejemplo, verdades no basadas en alguna evidencia racio­ nal). Así, por ejemplo, el fideísta puede negar o dudar de que puedan ofrecerse razones necesarias y suficientes para establecer la verdad de la proposición “ Dios existe” , y sin embargo, el fideísta puede decir que sólo puede sa­ berse que la proposición es cierta si poseemos alguna información por medio de la fe, o si creemos en ciertas co­ sas. Muchos de los pensadores a quienes yo deseo clasifi­ car como fideístas sostuvieron que, o bien había factores persuasivos, que podían inducir una creencia, pero no probar ni establecer la verdad de lo que se cree, o bien que después que se ha encontrado o aceptado la propia fe, pueden encontrarse razones para explicar o aclarar lo que se cree, sin probarlo ni establecerlo. El fideísmo abarca un grupo de posibles opiniones, que van desde; 1) la de una fe ciega que niega a la razón toda capacidad de llegar a la verdad, o de hacerla verosí­ mil, y que fundamenta toda certidumbre en una adheren­ cia completa e incondicional a algunas verdades revela­ das o aceptadas, hasta 2) la que da a la fe prioridad sobre la razón. Esta última idea niega a la razón toda certidum-

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bre completa y absoluta de la verdad anterior a la acepta­ ción de alguna proposición o proposiciones por fe (es de­ cir, admitir que todas las proposiciones racionales son dudosas, hasta cierto grado, antes de aceptar algo por fe), aun cuando la razón pueda desempeñar alguna función relativa o probable en la búsqueda o explicación de la verdad. Me parece que en estas posibles versiones de fi­ deísmo hay un núcleo común, a saber, que el conoci­ miento, considerado como información que no puede ser falsa acerca del mundo, es inalcanzable simaceptar algo por fe, y que independientemente de la fe'® ueden plan­ tearse dudas escépticas acerca de toda supuesta afirma­ ción de conocimiento. Algunos pensadores, por ejemplo Bayle y Kierkegaard, han hecho presión sobre el elemento de fe, insistiendo en que no puede haber ninguna relación entre lo que se acepta por fe y cualquier evidencia o ra­ zón que pueda darse de los artículos de fe. Fierre Jurieu, que primero fue colega de Bayle y luego su enemigo, re­ sumió esto al afirmar. Je le crois parce que je veux le croire [Lo creo porque quiero creerlo]. No se piden ni se buscan más razones, y lo que se acepta por fe puede estar en opo­ sición a lo que es razonable o hasta demostrable. Por otra parte, pensadores como San Agustín y muchos de los agustinianos han insistido en que pueden darse razones de la fe después de que la hemos aceptado, y de que razones que pueden producir la fe pueden darse antes de la acepta­ ción de la fe, pero no demuestran la verdad de lo que se cree. Yo clasifico como fideístas a las opiniones agustinianas y kierkegaardianas, ya que ambas reconocen que no pueden encontrarse ni establecerse verdades indudables sin algún elemento de fe, sea religiosa, metafísica o de otra índole. El sentido que estoy empleando corresponde, en miopinión, al de muchos escritores protestantes que clasifi­ can a San Agustín, Lutero, Calvino, Pascal y Kierkegaard como fideístas. Algunos escritores católicos, como mi buen amigo el finado padre Julien-Eymard d’Angers, creen que el término “ fideísta” debe limitarse a quienes niegan a la razón todo papel o función en la búsqueda de la verdad.

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antes y después de la aceptación de la fe.' En este sentido, San Agustín y acaso Pascal (y algunos intérpretes dirían, quizá Lutero, Calvino y hasta Kierkegaard) ya no podrían clasificarse como fideístas. La decisión de cómo definir la palabra “ fideísmo” es en parte terminológica y en parte doctrinal. La palabra puede ser definida, obviamente, de varias maneras, para que corresponda a distintos usos. Pero en la decisión de precisar qué significa el término interviene una distin­ ción básica entre el pensamiento protestante reformado y el del catolicismo romano, ya que éste ha condenado al fideísmo como herejía, considerándolo como una falla bá­ sica del protestantismo, en tanto que los protestantes no liberales han afirmado que el fideísmo es un elemento básico del cristianismo fundamental, elemento que surge en las enseñanzas de San Pablo y San Agustín. Aunque el empleo que yo le doy corresponde más al de los escritores protestantes que al de los católicos, no intento así prejuz­ gar el asunto en cuestión, ni pasarme a un bando de pre­ ferencia sobre el otro. Al emplear el significado de “fi­ d e ísm o ” que yo em pleo, he seguido un uso bastante común de la literatura en inglés. Además, creo yo que este uso hace resaltar más el elemento escéptico implícito en la visión fideísta, concebida en términos generales. No obstante, es obvio que si las clasificaciones “escéptico” y “fideísta” se definieran de otra manera, entonces varias figuras a las que yo clasifico así tendrían que quedar cla­ sificadas de manera totalmente distinta. En este estudio, la antítesis de escepticismo es “ dog­ matismo” , la opinión de que puede mostrarse una eviden­ cia para establecer que al menos una proposición no em­ pírica no puede ser falsa. Como los escépticos a los que consideraremos aquí, creo yo que pueden arrojarse dudas sobre cualesquiera de tales pretensixmes dogmáticas, y que tales pretensiones se basan, en última instancia, en

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algún elemento de fe, y no en la evidencia. De ser así, toda opinión dogmática se vuelve hasta cierto punto fideísta. Empero, si esto fuera demostrable, entonces el escéptico estaría seguro de algo, y se volvería do,gmático. Las simpatías del autor están del lado de los escépticos que ha estudiado; pero al mostrar cómo ciertos elementos de su visión condujeron al tipo de escepticismo sostenido por Hume, no es mi intención abogar por este resultado particular del desarrollo del nouveau Pyirhonisme [nuevo pirronismo]. En realidad, siento mayor afinidad con quie­ nes se valieron de las visiones escéptica y fideísta de los nouveaux Pyri'honiens con propósitos religiosos, antes que seculares, y he tratado de hacer resaltar esto en otros es­ tudios. Por la dificultad de conseguir algunas de las fuentes materiales en este país, y por el tiempo limitado que pude pasar trabajando en las grandes bibliotecas de Europa, he tenido que depender más de lo que yo hubiese querido de traducciones (ya fuesen antiguas, y de años recientes) y, en algunos casos, he tenido que depender de citas de es­ tudios modernos, que no tuve oportunidad de verificar. Sin embargo, espero que el lector considere este estudio como un intento inicial por revelar el papel del escepti­ cismo en el pensamiento moderno, y que otros seguirán adelante, corrigiendo los defectos o deficiencias que pue­ dan encontrar aquí.

I. LA CRISIS INTELECTUAL DE LA REFORMA U na DE LAS principales vías por las cuales entraron las opi­ niones escépticas de la antigüedad en el pensamiento rena­ centista tardío fue una querella central de la Reforma: la disputa por la norma apropiada del conocimiento religioso, o lo que se llamó “ la regla de fe” . Esta discusión planteó uno de los problemas clásicos de los pirrónicos griegos, el pro­ blema del criteriodela verdad,Conei redescubrimien.to,e.n el siglo XVI, de escritos del 6irrónicojgriego''Se'xto E m pírico,' los argumentos y opiniones dé los escépticos gríégós llégáron a formar parte del meollo filosófico de las pugnas reli­ giosas que por entonces estaban ocurriendo. El problema de encontrar unícriterio de verdad, planteado inicialmente en las disputas teológicas, después surgió con relación al conocimiento natura^'conduciendo a la crise pyirhonienne de cómiéñzós dél siglo xvii. Las opiniones de Martín Lutero y su lucha con Erasmo pueden considerarse brevemente como indicación de cómo fómentó la Reforma el nuevo problema. No estamos di­ ciendo que el asunto surgió tan sólo en la época del rompi­ miento de Lutero con la Iglesia católica; en cambio, esa época constituye un punto de partida -arbitrario- para se­ guir la influencia escéptica en la formación del pensa­ miento moderno, época que no sólo señala el conflicto entre los criterios del conocimiento religioso de la Iglesia y de los reformadores, sino también el tipo de las dificultades filo­ sóficas que había de generar el conflicto. Sólo gradualmente fue desarrollándose Lutero, de re­ - i formador dentro de la estructura ideológica del catolicismo a jefe de la Reforma, que llegó a negar la autoridad de la Iglesia de Roma. En sus primeras protestas contra las in­ dulgencias, la autoridad papal y otros principios católicos, Lutero argüyó en los términos del criterio aceptado de la Iglesia, que l,as proposiciones religiosas se juzgan por su conformidad con la tradición de la Iglesia, sus concilios y los decretos papales. En las Noventa y cinco tesis, y en su 22

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carta al papa León X, trató de mostrar que, a juzgar por las normas de la Iglesia al decidir tales cuestiones, él tenía razón, y ciertas prácticas eclesiásticas y las justificaciones que de ellas se daban eran erróneas. Sin embargo, en el Coloquio de Leipzig de 1519, y en sus escritos de 1520, El Manifiesto a la^Nobleza Alemana y.Del cautiverio de Babilonia en la Iglesia, 'I¿uteroJdio el paso deci-j! . sivo al negar la autoridad de la Iglesia én materia de fe y presentar un criterio radicalmente distinto dél conoci-i miento religioso. Fue en este periodo cuando se desarrolló, de ser sólo un reformador más que atacaba los abusos y la corrupción de una burocracia decadente, ¿ ¿ e je vuelta inteíéctual que había de conmover los cim ientos’ mismos de la civilización occidental.'* Su rival en Leipzig, Johann Eck, nos cuenta con horror que Lutero dlegó jiasta negar la completa autoridad del Papa y los concilios', a afirmar qué las doctrinas que han sido condenadas por los concilios pueden ser ciertas, y que los.cpiicilios pueden errar, pues sólo están compuestos por hombres ' En El Manifiesto a la Nobleza Aleinjana, Lutero fue más lejos aún, negando que el Papa pudiese ser la única autoridad en cuestiones religiosas. Afirmó, en cambio, que todo el cristianismo sólo tenía un Evangelio, un Sacra­ mento, que todos los cristianos tienen “ el poder de discer­ í n nir y juzgar lo que es justo o injusto en materia de fe” ,'-y que la Escritura es superior al Papa al determinarlas opiniones y acciones religiosa apropiadas." En Del cautiverio de Babi­ lonia, Lutero dejó más en claro aún su básica negativa del criterio eclesiástico de conocimiento religioso:

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[. •.] vi que las opinionestomistas,sean aprobadasporelPapao por el concilio, siguen siendo opiniones y no se vuelven artícu­ los de fe, aun si un ángel del cielo dijera lo contrario. Pues lo

j/ El relato hecho por Eck del Coloquio do Leipzig do 1519, tal como aparece en Documentos de la Iglesia Cristiana, ed. por Henry Bettcnson, Nueva York y Londres, 1947, pp. 271-272. • Martin Lutero, El Manifiesto a la Nobleza Alemana, tal como aparece citado en Documentos de la Iglesia Cristiana, p. 277, ■' ¡bid., p. 277.

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//i ' |\|/ que se afirma sin la autoridad de la Escritura o de lá revelación j l / / | demostrada puede sostenerse como opinión, pero nadie está obligado a creer en ellp.^_^ Y finalmente, Lulero aseveró su nuevo criterio en la forma más dramática cuando se negó a retractarse en la Dieta de Worms de 1521:

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Su Majestad Imperial y Sus Señorías exigen una respuesta sen­ cilla. Hela aquí, llana y sin ambages. A menos que se me con­ venza de error por el testimonio de la Escritura o bien (ya que no confío en la autoridad no apoyada del Papa o de los concilios, pues es claro que a menudo han errado y a menudo han caído en contradicción) por manifiesto razonamiento se me convenza mediante las Escrituras a las que he apelado, y mi conciencia quede cautiva por la palabra de Dios, no puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra nuestra conciencia no es seguro para nosotros ni depende de nosotros. Esto es lo que sostengo. No puedo hacer otra cosa. Que Dios me ayude. Amén.'’

En esta declaración de libertad cristiana. Lulero dejó sentado su nuevo criterio del conocimiento religioso, el de / O que la conciencia está obligada a creer que lo que lee en la ' I Escritura es cierto. A católicos como Eck, esto debió de rparecerles totalmente increíble. Durante siglos, aseverar , que una proposición afirmaba una verdad religiosa signifi­ caba que había sido autorizada por la tradición eclesiás, Utica, por el Papa y por los concilios. Afirmar que estas nor­ mas podían ser falsas era como negar las reglas de la lógica. El rechazo de los criterios aceptados eliminaría la única base para poner a prueba la verdad de una proposición religiosa. Plantear siquiera la posibilidad de que tales normas pudiesen ser falibles era sustituirlas por otro crite­ rio, por el cual podrían juzgarse las normas aceptadas y así, í^r de hecho, negar toda la estructura por la cual se había t \ determinado durante siglos la ortodoxia. ’ Lulero, El cautiverio babilónico de la Iglesia, como aparece citado en Docu­ mentos de la Iglesia Cristiana, p. 280. ■' Lulero en la Dieta de Worms, como aparece citado en Documentos de la Igle­ sia Cristiana, p. 285.

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V!

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Una vez desafiado un criterio fundamental, ¿cómo saber cuál de las distintas posibilidades debe ser aceptada? ¿So­ bre qué base defendero refutarlas afirmaciones de Lutero? Adoptar una posición requiere otra norma, por la cual juz­ gar el punto en cuestión. Así, el rechazo de Lutero de las normas de la Iglesia, y su aseveración de su nueva norma para determinar la verdad religiosa, condujeron a un ejem ­ plo bastante claro del problema del criterio tal como apa­ rece en Sexto Empírico, Bosquejos piirónicos, II, cap. iv;

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Para decidir la disputa que ha surgido acerca del criterio, de­ bemos poseer un criterio aceptado por el cual podamos juzgar la disputa; y para poseer un criterio aceptado primero debe decidirse la disputa acerca del criterio. Y cuando la discusión queda reducida así a una forma de razonamiento circular, el descubrimiento del criterio se vuelve imposible, ya que no les permitimos [a los filósofos dogmáticos] adoptar un criterio por suposición, mientras que si se ofrecen a juzgar el criterio I por otro criterio, los obligamos a regresar od infinitum.''' J

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El problema de justificar una norma del conocimieiU^ verdadero no surge mientras no se desafíe una normaz-Peró en uná época de revolución intelectual, cómo la que esta­ mos considerando aquí, el sólo plantear el problema puede producir una insolubleciisepyrrhonienne, al serexplorados^ y funcionar los diversos gambitos de Sexto Empírico. Laj 'C a j a de Pandora que Lutero abrió en Leipzig había de tener ¡ las consecuencias más trascendentales no sólo en teología, sino en todo el ámbito intelectual del hombre. En defensa de una norma fundamental, ¿qué puede ofre­ cerse como prueba? El valor de la prueba depende del criterio, y no viceversa. Algunos teólogos, como San Ignacio de Loyola, trataron de cerrar la caja, insistiendo en “ que podemos ser todos de la misma opinión y en conformidad con la propia Iglesia; si ella ha definido como negro, a lg o j/ que a nuestros ojos parece blanco, de manera similar, he-j\ *' Sexto Empírico, Bosquejos pin-únicos, traducidos por el rcv. R. G. Bury (Cambridge, Mass., y Londres, 1939), Loeb Classical Library, Libro II, cap. iv, sec. 20, pp. 163-165.

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mos de pronunciar que es negro” ." Sin embargo, esto no justifica el criterio, sino que tan sólo muestra lo que es. El pioblema persistió. Para poder reconocer la verdadeia fe, se necesitaba un criterio. Pero, ¿cómo había de leconoceise el criterio verdadero? Los innovadores y los defensoies de los antiguos se enfrentaban al mismo pro­ blema. Por lo general, trataron de resolverlo atacando el criterio de sus rivales. Lutero atacó la autoridad de la Igle­ sia, mostrando la incongruencia de sus opiniones. Los cató^ licos trataron de mostrar lo poco digna de fe que es la propia conciencia, y la dificultad de discernir el verdadero signifi­ cado de la Escritura sin la guía de la Iglesia. Ambos bandos advil tieron d é la catástrofe -intelectual, moral y religiosaque sobrevendría en caso de adoptar el criterio del otro. Uno de los argumentos de los católicos durante toda la Reforma fue que el criterio de Lutero conduciría a la anart.quía leligiosa. Cada quien podría apelar a su propia conciencia, y afirmar que lo que parecía verdadero era verda/ >dero. No quedaría ninguna norma eficaz de verdad. En los primeros años de la Reforma, el rápido desarrollo de toda clase de creencias nuevas, entre grupos tales como los pro­ fetas de Zwickau, los anabaptistas y los antitrinitarios pare­ ció confirmar esta predicción. Los reformadores estaban continuamente ocupados tratando de justificar su propio tipo de criterio subjetivo, individual, y al mismo tiempo aplicaban este criterio como medida objetiva por la cual condenaban como herejías los llamados de sus enemigos a la conciencia. En la batalla por establecer cuál criterio de fe era verdadeio, surgió una actitud escéptica entre ciertos pensadoires, básicamente como defensa del catolicismo. Mientras que muchos teólogos católicos trataron de ofrecer la evi­ dencia histórica para justificar la autoridad de la Iglesia (sinpodernuncamostrar que la evidencia histórica fuese la ^.*1 ^ planteada por Erasmo de Rotterdam una sügé"s^ tión dé la defensa escéptica de la fe, defensa que había de ■ S a n I g n a c i o d e L o y o l a , Reglas para pensar con la Iglesia, Documentos de la Iglesia Cristiana, r e g l a 1 3 , p p . 3 6 4 - 3 6 5 .

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dominar la Contrarreforma francesa. Erasmo, que había sido uno de los espíritus guías en la exigencia de Reforma, entre 1520 y 1524 fue más y más apremiado a atacar abierta­ mente a Lutero.” (Erasmo tenía varias razones y medios de eludir el problema, pero aquí sólo consideraremos el resul­ tado final.) En 1524, finalmente Erasmo publicó un libro,De Libero Arbitrio MATPIBH, atacando las opiniones de Lutero \. . sobre el libre albedrío. El antiintelectualismo general de Erasmo y su repugnancia ante las discusiones teológicas racionales le llevaron a proponer una especie de base es­ céptica para permanecer dentro de la Iglesia católica. Su reacción a los filósofos de la Universidad de París, en sus días de estudiante, y su condena en el Elogio de la locura de aquella búsqueda intelectual per se, culminaron en su^ afirmación, “Los asuntos humanos son tan oscuros y v a - ' riados que nada puede conocerse claramente. Ésta fue la ' sana conclusión de los académicos (los escépticos acadé­ micos), que eran los menos ariscos de los filósofos”.'' Este , desprecio del esfuerzo intelectual iba aunado a su de J fensa de una piedad cristiana sencilla, no teológica. ^ De Libero Arbitrio comienza con el anuncio de que el problema del libre albedrío es uno de los que contienen ^ más laberintos. Las controversias teológicas no eran del gusto de Erasmo, y declara que preferiría seguir la actitud de los escépticos y suspender todo juicio, especialmente cuando lo permitenla autoridad inviolabledelaEscrituray los decretos de la Iglesia. Dice que está perfectamente dis­ puesto a someterse a los decretos, ya entienda o no tales decretos, o las razones de éstos.’ " La Escritura no es tan clara como quiere hacernos creer Lutero, y hay algunos pasajes demasiado oscuros para que el espíritu humano pueda penetrar en ellos. Los teólogos han discutido inter­ minablemente sobre esta cuestión. Lutero afirma haber en­ contrado la respuesta, y haber comprendido correctamente la Escritura. Pero, ¿cómo podemos saber si realmente lo ha

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f logrado? Pueden darse otras interpretaciones que parecen mucho mejores que las de Lutero. Dada la dificultad de establecer el verdadero significado de la Escritura concer­ niente al problema del libre albedrío, ¿por qué no aceptar la tradicional solución ofrecida por la Iglesia? ¿Para qué iniciar una querella por algo que no podemos conocer con ff la menor certeza? '' Para Erasmo, lo importante es una pie­ dad cristiana, simple, básica, un espíritu cristiano. Lo de­ más, la superestructura de la creencia esencial, es dema­ siado compleja para que el hombre pueda juzgarla. Por tanto, es más fácil permanecer en una actitud escéptica y aceptar la antiquísima sabiduría de la Iglesia en estas cuestiones, que tratar de comprender y de juzgar por uno mi.smo. Esta actitud escéptica, antes que el argumento escép­ tico, surgió de un aborrecimiento a “ la comedia de la gran locura” . No estaba basada, como lo estuvo para Montaigne, en la evidencia de que la razón humana no podía alcanzar la certidumbre en ningún terreno. En cambio, Erasmo parece haberse escandalizadopor la aparente futilidad de los inte­ lectuales en su búsqueda de la certidumbre. Toda la ma­ quinaria de estos espíritus escolásticos había perdido de vista el punto esencial: la simple actitud cristiana. El tonto I cristiano estaba mucho mejor que los altos teólogos de Pa­ rís, enredados en un laberinto creado por ellos mismos. Y así, si nos quedábamos siendo tontos cristianos, llevaríai mos una vida verdaderamente cristiana, y podríamos evitar todo el mundo de la teología aceptando las opiniones reli­ giosas promulgadas por la Iglesia, sin tratar de compren­ derlas. Este intento, hecho a comienzos de la Reforma, de ,/| “justificación” escéptica de la regla católica de la fe pro­ vocó una furiosa respuesta de Lutero, el De Servo Arbitrio, de 1525. El libro de Erasmo, declaró Lutero, era una ver­ güenza y un escándalo, tanto más cuanto que estaba tan bien escrito y con tanta elocuencia. “Es como si llevára­ mos basuras o excrem entos en un vaso de oro o de Ibid., p.

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plata.” El error central del libro, según Lutero, era que Erasmo no comprendía que un cristiano no puede ser es­ céptico. “ Un cristiano d e b e [ ...] estar seguro de lo que afirma, pues de otra manera no es cristiano.” El cristia­ nismo requiere la a f ir m a c i^ de ciertas verdades porque el hombre,stá completamente conven­ cido de su vérdid. Ércontenido del conocimiento reli­ gioso, según Lutero, es demasiado importante para acep­ tarlo bajo palabra. Hemos de estar absolutamente seguros de su verdad.'-' Por tanto, el cristianismo es la negativa completa del escepticismo. “Anatema sea el cristiano que no esté seguro de lo que supuestamente cree, y que no comprenda esto. ¿Cómo puede creer aquello de que duda?” Para encontrar las verdades, hemos de consul­ tar la Escritura. Desde luego, hay partes que resultan di­ fíciles de entender, y hay eosas acerca de Dios que no conocemos, y que quizá no conoceremos; mas esto no signi­ fica que no podamos encontrar la verdad en la Escritura. La verdad religiosa central puede encontrarse en térmi­ nos claros y evidentes, y éstos aclaran los puntos más oscuros; empero, si muchas cosas siguen siendo oscuras para algunos, no es culpa de la Escritura, sino de la ce­ guera de aquéllos que no desean conocer las verdades re­ veladas. El sol no es oscuro sólo porque yo pueda cerrar los ojos y negarme a verlo. Las doctrinas por las cuales Lutero y la Iglesia están en conflicto soii_dajj^, si estamos dispuestos a contemplar y [a_ac e p t a o que v é m o ^ Y , a A menos que hagamos esto, estaremos abandonando la R e­ velación cristiana.'® Lutero estaba seguro de que había un cuerpo de ver­ dades religiosas que conocer, de que estas verdades eran de importancia decisiva para los hombres, y de que la re­ gla de fe de Lutero -lo que la conciencia estaba obligada a Lutero, De Seivo Arbitrio, en p .

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Ibid.. Ibid., Ibid., Ibid.,

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creer después de leer las Escrituras- nos mostraría estas verdades. Depender del curso escéptico de Erasmo era arriesgar demasiado; la posibilidad de error era excesiva. Sólo en el seguro conocimiento de las órdenes de Dios en/• contrariamos la seguridad. Y así, Lutero dijo a Erasmo \ que su enfoque escéptico en realidad implicaba una falta total de fe en Dios y que era, en rigor, una manera de bur^ ^ larse de Él.'" Si así lo deseaba, Erasmo podría aferrarse a su escepticismo hasta que Dios lo llamara. Pero, le adver­ tía Lutero, “el Espíritu Santo no es escéptico” , y no ha inscrito en nuestros corazones opiniones inciertas sino, en cambio, afirmaciones de la índole más clara.'" Esta disputa entre Era^jno y Lutero indica una parte I deCla^esIhuctüTá M d^rcfltériój Erasmo estaba dispuesto a reconocer que no podía afirmar con certidumbre lo que era cierto, pero estaba dispuesto, per non sequitur, a aceptar la decisión de la Iglesia. Esto no demuestra que la Iglesia tuviese la autoridad en materia de fe; antes bien, indica la cautelosa actitud de Erasmo. Como era incapaz de distinguir con certeza la verdad de la mentira, dejaba la responsabilidad a la institución que durante siglos había estado estableciendo tal distinción. Lutero, en cambio, insistía en la certidumbre. Había de­ masiado en juego para conformarse con menos. Y ningún ser humano podía dar a otra persona la seguridad ade­ cuada. Tan sólo la propia convicción íntima podía justifi­ car la aceptación de cu,alquier opinión religiosa. Desde luego, un oponente podía preguntar por qué es verdad aquello que nuestras conciencias están obligadas a creer por la lectura de las Escrituras. Supongamos que nos en­ contramos obligados a creer en cosas conflictivas: ¿Cuál es la cierta? Lutero insistía en que la verdad se nos im­ pone, y en que el verdadero conocimiento religioso no contiene ninguna contradicción. Así, la regla de fe para los reformadores parece haber sido la certidumbre subjetiva, las obligaciones de la pro'■

Ibid., p. 605. Ibid., p. 605.

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pia conciencia. Pero este tipo de subjetivismo está ex­ puesto a muchas objeciones. El mundo está lleno de per­ sonas convencidas de las cosas más extrañas. El mundo de la Reforma tenía, de sobra, teólogos de opiniones opues­ tas, suscritas cada una por la conciencia de los hombres que las afirmaban. A sus oponentes, el nuevo criterio del conocimiento religioso les parecía apenas distinto del es­ cepticismo puro, de hacer de todas y cada una de las opi­ niones religiosas tan sólo las opiniones de los creyentes, sin ninguna certidumbre objetiva. Pese a la violenta de­ nuncia de Lutero al escepticismo de Erasmo, llegó a ser afirmación común de los contrarreformadores que los re­ : / formadores no eran más que escépticos disimulados. Para aclarar y apoyar la teoría del conocimiento reli­ gioso de los reformadores, el siguiente gran jefe de la re­ vuelta contra la autoridad de la Iglesia, Juan Calvino, intentó en su Institución y en la batalla contra el hereje an­ N titrinitario, Miguel Servet, elaborar con mayor detalle la teoría de la nueva autoridad en materia de fe. Al princi­ pio de la Institución afirmó Calvino que la Iglesia no puede ser juez de la Escritura, ya que la autoridad de la Iglesia reposa sobre algunos versículos de la Biblia. Por tanto, la Escritura es el venero básico de la verdad reli­ giosa."’ Pero, ¿mediante cuáles cánones reconocemos la fe, y cómo determinamos con certidumbre lo que dice la Escri­ tura? El primer paso es comprender que la Biblia es la Palabra de Dios. ¿Qué cánones nos autorizan a decir esto? Calvino reconoció que si tratábamos de probar esto por la razón, sólo desarrollaríamos una petición de principio o argumentos retóricos.-" Lo que se requiere es una prueba tan completa y persuasiva que no podamos plantear ya dudas ni preguntas. Y para excluir toda posibilidad de duda o de pregunta, esa evidencia tendría que darse vali­ dez a sí misma. Tal evidencia nos es dada por iluminación del Espíritu Santo. Tenemos una persuasión interna, que J u a n

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Ibid., pp,

Institución de la Religión Cristiana, 2

36 -37 .

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nos ha dado Dios, tan imperiosa que se convierte en com­ pleta garantía de nuestro conocimiento religioso. Esta persuasión interna no sólo nos asegura que la Escritura es la Palabra de Dios, sino que, al leer atentamente la Escriliira. nos obliga a captar su contenido y creer en él. Hay, así, una doble iluminación para los elegidos, siempre que haya, primero, la regla de fe, la Escritura, y, luego, la re­ gla de la Escritura, a saber, los medios de discernir su mensaje y creer en él. Esta doble iluminación de la regla de fe y su aplicación nos da la seguridad completa.

Tal es, por tanto, una convicción que no requiere de razones; un conocimiento con el cual está de acuerdo la mejor razón, en que el espíritu verdaderamente reposa con mayor seguri­ dad y constancia que en ninguna razón; tal es, por último, un sentimiento que sólo puede darnos la revelación celestial. Hablo nada menos que de lo que cada creyente experimenta dentro de sí mismo, aunque mis palabras caigan por debajo de una justa explicación del asunto.-' La verdad religiosa sólo puede ser reconocida por aquéllos a quienes Dios elige. El criterio de si uno ha sido elegido es una persuasión interna que nos capacita a examinar la Escritura y a reconocer las verdades que hay en ella. Sin la Iluminación Divina no podemos saber con certidumbre ni siquiera qué libro es la Escritura, o qué significa; sin embargo, por la gracia de Dios se puede aceptar la regla de fe establecida en la Confesión de fe de las iglesias protestantes de Francia, de 1559: “ Sabemos que estos libros son canónicos, y la más cierta autoridad de nuestra fe. no tanto por consenso común y de la Iglesia cuanto por la persuasión testimonial e interior del Espí­ ritu Santo que nos hace discernirla.” -- Para los elegidos. Ihid.. p.37. ' Confcssion do foi des églises protestantes de Franco, 1559”, en Eug, ct Em. Haag. La Franco Protestante. Tomo X (París, 1858), p. 32. Véase también la Westniinster Confessión aj' Faitli. art. I, que declara "L a autoridad de la Sagrada Escritural. ..) no depende del testimonio do ningún hombre o iglesia; sino de­ pendo enteramente de Dios (que os la verdad misma), su verdadero autor|...| Toda nuestra persuasión y seguridad do la verdad infalible y autoridad divina

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la Escritura es la regla de fe y, también se afirmó, la Es­ critura es la regla de la Escritura. Para los calvinistas originales, la evidencia fundamen­ tal de la verdad de sus opiniones era la de persuasión in­ ilxM terna. Pero, ¿cómo puede uno saber que esta p ersu asión ! A interna es auténtica y no sólo una certidumbre subjetiva, J \ que fácilmente puede ser engañosa? La importancia de tener razón es tan grande que, como sostuvo el discípulo de Calvino, Teodoro de Beza, necesitamos una señal se­ gura e infalible. Esta señal es la “ Plena persuasión [que] separa a los hijos elegidos de Dios de los réprobos, y es la riqueza propia de los santos”.--' Pero la consecuencia e s ’ un círculo; el criterio del conocimiento religioso es la per­ suasión interna, la garantía de la autenticidad de la persuasión interna es que fue causada por Dios, y de esto quedamos asegurados por nuestra persuasión interna. La curiosa dificultad de garantizar el propio conoci­ V f miento religioso surgió agudamente en la controversia con Servet. A llí estaba un hombre aparentemente conven-"! cido, por persuasión interna, de que no tenía una base bí-1 blica la doctrina de la Trinidad, y convencido de que la doctrina de la Trinidad era falsa. Pero Calvino y sus se­ guidores estaban tan seguros de la verdad de su propia vi­ sión religiosa que condenaron a muerte a Servet, por he-j reje. El único defensor de Servet entre los reformados, el culto Sebastián Castalión, de Basilea, vio que la manera de argüir contra la condena era atacar la pretensión de certidumbre de los calvinistas. En su De H a e r e t i c i s es­ crito poco después de la quema de Servet, Castalión trató de destruir las bases de la completa seguridad de Calvino viene de la obra interna del Espíritu Santo, que presta testimonio por y con la Palabra en nuestros corazonosi...] Nada debe agregarse en ningún momento -ni por nuevas revelaciones del Espíritu ni por tradiciones de los hom bres[...] La Iglesia debe apelar finalmente a ella|...] la regla Infalible de interpretación de la Escritura es la Escritura misma", aparece citado en Documentos de la Iglesia Cristiana, p. 347. ■' Teodoro do Boza, A Discourse, O fth eT m e and Visible Marks o f tlic Catholique Churchc, Londres, 1582, p. 44 (no numerada). Sebastián Castalión, De Hacrctícís, Magdoburgo, 1554.

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en la verdad de sus creencias religiosas, sin destruir al mismo tiempo la posibilidad del conocimiento religioso. El método de Castalión consistió en indicar que en re­ ligión hay muchas cosas oscuras en exceso, demasiados pasajes de las Escrituras sumamente opacos para que todo el mundo pueda estar absolutamente cierto de la verdad. Estas oscuras materias habían sido fuente de con­ troversia durante épocas y, evidentemente, ninguna opi­ nión era lo bastante manifiesta para que todo el mundo tu­ viera que aceptarla (de otra manera, ¿por qué había de continuar la controversia, “ pues ¿quién es tan loco que muera por negar lo que es obvio?”) Sobre la base de los desacuerdos continuos y la oscuridad de las Escrituras, Castalión indicó que en realidad nadie estaba tan seguro de la verdad en cuestiones religiosas que se justificara , matar a otro por herejía. Esta moderada y escéptica actitud y defensa de la di­ vergencia de opiniones provocó una respuesta maligna y violenta. Teodoro de Beza vio inmediatamente lo que es­ taba en juego, y atacó a Castalión como reanimador de la Nueva Academia y del escepticismo de Carnéades, que trataba de sustituir las certidumbres necesarias al verdadero cristiano por probabilidades en cuestiones religiosas.-" De Beza insistió en que la existencia de con­ troversias sólo probaba que algunas personas se equivo­ caban. Los verdaderos cristianos están persuadidos por la Revelación, por la Palabrá de Dios, que es clara para quie­ nes la conocen. La introducción de la almtelepsis de los escépticos académicos es enteramente contraria a la fe cristiana. Hay verdades fijadas por Dios y reveladas a noso­ tros, y todo el que no las sepa, reconozca y acepte se per­ derá.-' Castalión escribió, pero no publicó, una respuesta en que trataba de mostrar, de manera general, lo poco que

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podemos conocer y la manera “ razonable” de juzgar este conocimiento, y luego aplicó sus modestos cánones a las controversias de su tiempo. El De arte dubitandi es, por muchas razones, un libro notable, muy adelantado a su época, ya que propone un enfoque liberal, científico y cauteloso a los problemas intelectuales, en contraste con | el total dogmatismo de sus oponentes calvinistas. ■' No puede decirse que la teoría de Castalión sea tan es­ céptica como la de Erasmo, y ciertamente no alcanza el nivel de completa duda de Montaigne. El objetivo del De alte dubitandi es indicar lo que se debe creer, ya que uno de los problemas básicos del hombre en esta edad de con­ troversia es que cree algunas cosas que son dudosas, y duda de algunas cosas que no lo son. Para empezar, hay muchos asuntos que realmente no son dudosos, cuestiones que cualquier persona razonable aceptaría. Éstas inclu­ yen, para Castalión, la existencia de Dios, la bondad de Dios y la autenticidad de la Escritura. Ofrece como evi­ dencia el argumento del designio y la verosimilitud del cuadro del mundo que muestra la Escritura.-" Luego, por otra parte, hay un tiempo para creer y uní tiempo para dudar. El tiempo para dudar, en cuestiones religiosas, llega cuando surgen cosas que son oscuras e inciertas, y éstas son las materias en disputa. “ Pues es claro que la gente no disputa acerca de cosas que son ciertas y probadas, a menos que la gente esté loca.” Pero no podemos resolver las cuestiones dudosas tan sólo examinando la Escritura, como dicen los calvinistas, ya que hay disputas sobre cómo interpretar la Biblia, y la Escritura es oscura en muchos puntos. En muchas cues­ tiones, dos opiniones contradictorias parecen igualmente S e b a s t iá n

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probables, hasta donde podemos cerciorarnos por los tex­ tos bíblicos.'” Para evaluar una cuestión en disputa, es necesario buscar un principio por el cual la verdad resulte tan ma­ nifiesta, tan bien reconocida por todos, que ninguna fuerza del universo, ninguna probabilidad, pueda hacer posible una alternativa.''- Este principio, afirmó Castalión, es la capacidad humana de buen sentido e inteligencia, el instrumento del juicio del que debemos confiar. Aquí presentó una fe racional fundamental: que tenemos pode­ res naturales suficientes para evaluar las cuestiones. El propio Jesucristo, indicó Castalión, resolvía las diferen­ cias valiéndose de sus sentidos y de su razón."" A los anti­ racionalistas, les ofreció Castalión una respuesta muy semejante a uno de los argumentos de Sexto Empírico; Llego ahora a estos autores [presumiblemente calvinistas] que desean hacernos creer, con los ojos cerrados, ciertas co­ sas que están en contradicción con los sentidos, y yo les pre­ guntaré, ante todo, si llegaron a estas opiniones con los ojos cerrados, es decir, sin juicio, inteligencia ni razón, o si, antes bien, contaron con la ayuda del juicio. Si hablan sin juicio, rechazaremos lo que digan; si, por lo contrario, basan sus opiniones en juicio y razón, entonces se contradicen cuando tratan de persuadirnos, mediante su juicio, de que renuncie­ mos al nuestro."''

La fe de Castalión endiuestra capacidad racional para decidir las cuestiones iba aunada a un escepticism o acerca de nuestro empleo, en la práctica de esta capaci­ dad. Existen dos tipos de dificultades (que si se toman demasiado en serio, acabarán por socavar por completo el criterio de Castalión); una, que nuestras facultades pue­ den ser incapaces de funcionar apropiadamente, por causa de enfermedad o de nuestro involuntario mal uso

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Ibid., c a p . 2 2 , Ibid., c a p . 2 3 , Ibid., c a p s . 2 3 Ibid., c a p . 2 5 ,

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de ellas; la otra, que las condiciones externas pueden im­ pedirnos resolver un problema. La visión de un hombre puede ser mala, o puede negarse a mirar; o su ubicación, o ciertos objetos pueden bloquear su visión. Ante estas posibilidades, Castalión reconoció que no podemos hacer nada acerca de las condiciones naturales que pueden obs­ taculizar nuestro juicio. Si uno tiene mala vista, .. .¡qué lástima! No pueden alterarse las condiciones externas. A la luz de estas consideraciones prácticas, sólo podemos aplicar nuestros instrumentos de juicio, nuestros sentidos y nuestra razón, de manera condicionada, siendo “ razo­ nables” en nuestras evaluaciones sobre la base del sen­ tido común y la experiencia anterior, y eliminando hasta donde sea posible las condiciones controlables, como la malicia y el odio, capaces de alterar nuestro juicio. Este escepticismo parcial de Castalión representa otra faceta del problema del conocimiento, planteado por la Reforma. Si es necesario descubrir una “ regla de fe” , una norma para distinguir la fe verdadera de la falsa, ¿cómo se logra esto? Tanto Erasmo cuanto Castalión subrayaron las dificultades en cuestión, especialmente para descifrar el mensaje de la Escritura. Pero Castalión, en lugar de em­ plear los problemas escépticos acerca del conocimiento religioso como excusa o justificación para aceptar “ la vía de la autoridad” de la Iglesia, ofreció otras normas, reconoci­ damente imperfectas; las capacidades humanas de los sen­ tidos y la razón. Puesto que las limitaciones mismas de su operación adecuada impiden alcanzar cualquier conoci­ miento religioso completo y seguro, la búsqueda de la certi­ dumbre habrá de ser abandonada, a cambio de la búsqueda de la razonabilidad. (Así, resulta comprensible que Casta­ lión influyese principalmente sobre las formas más libera­ les de protestantismo.)

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1 9 4 7 , p p . 2 0 5 -8 , É t i e n n e 1913.

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38

LA CRISIS INTELECTUAL DE LA REFORMA

En las luchas entre el antiguo orden establecido de la Iglesia católica y el nuevo orden de los reformadores, éstos tuvieron que insistir en la completa certidumbre de su causa. Para realizar su revolución eclesiástica, hubieron de sostener que ellos y sólo ellos contaban con los medios seguros para descubrir el conocimiento religioso. El rom­ pimiento con la autoridad no estaba en favor de un tole­ rante individualismo en materia de religión, como aquél al que habrían conducido las ideas de Castalión, sino en favor de un completo dogmatismo en el conocimiento religioso. Para apuntalar su caso, los reformadores trataron de mos­ trar que la Iglesia de Roma no tenía ninguna garantía de sus verdades religiosas profesadas, que la norma de la autori­ dad tradicional no llevaba consigo una seguridad de la cer­ tidumbre absoluta de la posición de la Iglesia, a menos que ésta pudiese probar de alguna manera que la autoridad tradicional era el criterio de verdad. Pero, ¿cómo podría hacer esto? El intento de justificar una norma requiere otras normas, que, a su vez, han de justificarse. ¿Cómo po­ dría establecerse la infalibilidad de la Iglesia en cuestio­ nes religiosas? ¿Sería infalible la evidencia? Este tipo de ataque finalmente llevó a los jefes protestantes a escribir acerca del pirronismo de la Iglesia de Roma, en que trata­ ron de mostrar que, utilizando los principios de conoci­ miento religioso ofrecidos por la Iglesia, nunca podríamos estar segurosaj de que la Iglesia de Roma era la verdadera Iglesia, y b ) de lo que era verdad en materia de religión. (Acaso la cumbre de este tipo de raciocinio fuera el argu­ mento de que, según la posición de la Iglesia, el Papa y sólo el Papa es infalible. Pero, ¿quién puede decir quién es el Papa? Para juzgar, el miembro de la Iglesia sólo tiene sus falibles luces. Así pues, sólo el Papa puede estar seguro de quien es Papa; los demás miembros no tienen

C a s t e l l i o n c l a n s l ’ h i s t o i r e ele r e s p r i t ” , e n

Castcllion,

A utovr de Micliel Seivet et de Súbastien

e d . B. B e c k e r , H a a r l e n , 1953.

Cf. J e a n L a i P l a c e t t e . D e Insanabili Romanae Ecelesiae Scepticismo, Disseitatio qua demonstraUir nihil omnino esse quod firma fide persuadere sibi pontifica possint, A m s t e r d a m 1 6 9 6 ; y J o h a n n e s A . T u r r e t i n , Pyrrtwnismus Pontificus, L e y d c n 1 69 2 .

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manera de estar seguros, y, por tanto, no tienen ningu­ na manera de descubrir algunas verdades religiosas.)’*'^ Por su parte, el bando católico pudo atacar, y atacó a los reformadores mostrando lo injustificable de sus normasy la manera en que las pretensiones de certidumbre de los re­ formadores conducirían a un completo subjetivismo y es­ cepticismo acerca de las verdades religiosas. La clase de prueba presentada por Erasmo y Castalión se convirtió en cuña de apertura: los reformadores aseguran que la verdad se encuentra en la Escritura, con sólo examinarla sin pre­ juicios; pero el significado de la Escritura es oscuro, como lo demuestran las controversias, no sólo entre sus lectores católicos y protestantes, sino también las controversias dentro del propio campo protestante. Por tanto, se necesita un juez que fije las normas de la interpretación apropiada. Los reformadores dicen que la conciencia, la luz interior o algo por el estilo es el juez de la Escritura. Pero distintas personas tienen distintas luces interiores. ¿Cómo sabremos quién dice la verdad? Los calvinistas insisten en que esa luz interna es segura cuando ha sido enviada o guiada por el Espíritu Santo. Pero, ¿de quién es? ¿Cómo sabremos dife­ renciar el “ engaño” de la auténtica iluminación? Aquí, las únicas normas que nos ofrecen los reformados parecen no ser otras que sus opiniones privadas: Calvino piensa que Calvino ha sido iluminado. Las opiniones personales, no confirmadas ni confirmables, de varios reformadores no parecen, realmente, una base para la certidumbre en asun­ tos religiosos. (La reductio adabsurdum de la posición de los reformadores a comienzos del siglo xvii afirma que el calvi­ nismo no es más que pirronismo en materia de religión.) Mientras cada bando trataba de socavar los fundamentos del otro, y cada uno trataba de mostrar que su rival trope­ zaba con una forma insoluble del clásico problema escép­ tico del criterio, cada bando, asimismo, hacía afirmaciones "■

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T r a i t e d e l ’A u t o r i t é d e s S e n s c o n t r e l a T r a n s s u b s t a n t i a t i o n , 2 4 -5 1757.

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de certidumbre absoluta en sus propias opiniones. Los cató­ licos encontraban la garantía en la tradición, los protestan­ tes en la iluminación que revelaba la Palabra de Dios en la Escritura. El tolerante semiescepticismo de Castalión fue una solución inaceptable en esta búsqueda de la certidum­ bre. (Debemos notar una excepción: el teólogo moderado in­ glés William Chillingworth primero cambió el protestantis­ mo por el catolicismo, por no encontrar suficientes normas de conocimiento religioso en el punto de vista reforma­ do, y luego, por la misma razón, abandonó el catolicismo. Terminó en un protestantismo “ menos que seguro” , apo­ yado tan sólo por su lectura predilecta: Sexto Empírico.) El núcleo intelectual de esta batalla de la Reforma se hallaba en la búsqueda de una justificación de la verdad infalible en religión, mediante algún tipo de criterio evi­ dente, o que se diera validez a sí mismo. Cada bando pudo mostrar que el otro no tenía una “ regla de fe” que pudiese garantizar con absoluta certidumbre sus principios religio­ sos. A lo largo de todo el siglo xvii, al irse apagando la lucha militar entre catolicismo y protestantismo, se intensificó la lucha intelectual, poniendo en claro relieve la naturaleza del problema epistemológico en cuestión. Nicole y Pellison mostraron una y otra vez que la manera protestante de exa­ minar el problema era el “ camino real del pirronismo” . Nunca podría uno decidir con absoluta certeza qué libro era la Escritura, cómo interpretarlo, qué hacer con ella, a menos que estuviese dispuesto a sustituir la infalibilidad de la Iglesia por la infalibilidad personal. Y esto, a su vez, plantearía todo un puñado de espinosos problemas escépti­ cos.^" En el bando protestante, dialécticos como La Placette y Boullier también pudieron mostrar que el punto de vista católico "introduce un escepticismo universal en todo el sistema Chillingworth se analiza en los capítulos iv y vii, y allí aparecen las refe­ rencias. Cf. Fierre N icole, Les Prétendus Réforniez convaincus de schisme, París, 1684, y Paul Pcllison-Fóntanier, Réjlexions sur les diiférends de la religión, París, 1686. Véase también Fierre Baylc, Dictionnaire Historique et Critique, art. Pellison, Rem. D.

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de lareligióncristiana". " Antes de adoptar la “vía de la auto­ ridad” , habríamos de descubrir si la tradición de la Iglesia es la auténtica. Para descubrir esto, se necesitaba una auto­ ridad o un juez. La Iglesia no podía ser la autoridad de su propia infalibilidad, pues el asunto en cuestión era si la Iglesia era la verdadera autoridad en cuestiones religiosas. Toda prueba que se ofreciera de la situación especial de la Iglesia requeriría una norma o criterio de que esta eviden­ cia era cierta. Y así, también la vía de la autoridad, según se argüyó, conducía directamente a un peligrosísimo pirro­ nismo, pues según este criterio no podía estarse realmente seguro de cuál era la verdadera fe. 'El rechazo de los reformados a las normas aceptadas del conocimiento religioso planteó una pregunta fundamental: ¿cómo justificar las bases de nuestro propio conocimiento? Este problema desencadenaría una crisis escéptica no sólo en la teología sino también, poco después, en las ciencias y en todos los demás campos del conocimiento humano. Lutero realmente había abierto una caja de Pandora en Leip­ zig en 1519, y se necesitaría toda la fortaleza de los hombres más sabios de los dos siglos siguientes para encontrar una manera de cerrarla (o al menos, para que la gente no notara que nunca más podría cerrarse). La búsqueda de la certi­ dumbre había de dominar la teología y la filosofía durante los dos siglos siguientes, y por causa de la terrible alterna­ tiva -certidumbre o pirronismo total- hubo que construir varios grandiosos esquemas de pensamiento para superar la crisis escéptica. El gradual fracaso de estos monumenta­ les esfuerzos haría que la búsqueda de la certidumbre con­ dujese a otras dos búsquedas: la búsqueda de la fe -e l fideísmo puro-, y la búsqueda de la razonabilidad, o un “escepticismo mitigado”. Varios de los moderados, quizás hartos de las luchas ■" Jean La Placette, O fthe Incurable Sceptidsm oftlie Church qfRome, Londres 1688, verso do p. A2 en Prefacio. Jean La Placette,Tmíté dél a Conscience, Amsterdam, 1695, pp. 366-78, Incu­ rable Scept!C!S7n of Me Church o f Rome; Boullier, Le Pijrrho7iisme de l’Eglise Romaine, pp. 61-3, 68, 88-9, 122 y 213-40 y Bayle, Dictionnaire, art. Nicole, Rem. C. y art. Pellison, Rem. D.

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intelectuales de los comienzos del pensamiento moderno, pudieron ver la dificultad, y sugirieron una manera de evi­ tarla. En 1665, Joseph Glanvill anunció que “mientras los hombres acañcien sus aprehensiones privadas, y todo terco pre­ sumido levante una cátedra infalible en su propio cerebro, no podrá esperarse nada más que eterno tumulto y desorden” . ''^ Recomendó, como solución, su escepticismo constructivo. En 1675, Martin Clifford indicó que “ todos los infortunios que han seguido a la variedad de opiniones desatada desde la Reforma, han procedido enteramente de estos dos erro­ res; el de aunar la Infalibilidad a cualquier cosa que consi­ deremos la Verdad, y la condenación de todo lo que creemos que es un m-ror” , y ofreció una solución un tanto similar a la de Glanvill. '-' El meollo del problema fue resumido en el debate entre el padre católico Hubert Hayer y el pastor protestante Da­ vid Boullier, en la obra de este último Le Pyrrhonisme de VEglise Roniaine. Hayer mostró que el protestantismo con­ duce a una incertidumbre completa en la fe religiosa, y por tanto al pirronismo total. Boullier demostró que la preten­ sión católica de conocimiento infalible nos lleva a descu­ brir que no existe tal conocimiento, y por tanto a la total duda y pirronismo. La solución, insistió Boullier, se hallaba en mostrarse razonable a la vez en ciencia y en religión, y en reemplazar la búsqueda de una certidumbre absoluta e infalible por una aceptación, un tanto tentativa de la certi­ dumbre personal como norma de verdad, norma que aun­ que puede no ser menos ío-ideal, al menos nos permite en alguna manera limitada resolver las dificultades.^'' El problema de la norma de conocimiento, que la Re­ forma colocó en lugar principalísimo, fue resuelto de dos maneras distintas en el siglo xvi; por una parte, la suspenJ o s e p h G l a n v i l l , Scir '' tuiun nihil est; or the Authors Defence of the Vanity of Dogmatizing: Againsl the Exceptions o f the Leanted Tho. Albius in his late Sciri, L o n d r e s , 1665, 6a. p á g in a (n o n u m e r a d a ) d e l p r e f a c i o .

Treatise o f Hymane Reason, L o n d r e s , 1 6 7 5 , p . 14. Le Pyrrhomsme de l’Eglise Romaine, y L e P . H u b e r t H a y e r , La Régle Foi vengée des Calomnies des Protestans: et spécialevient de celles de M. Boullier Ministre Calviniste d'Vtrecht, P a r í s , 1 7 6 1 . M artin C lifford , A B o u llie r,

II. EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO EN EL SIGLO XVI L a información acerca del escepticismo antiguo llegó a ma­ nos de los pensadores renacentistas principalmente por tres vías; los escritos de Sexto Empírico, las obras escépti­ cas de Cicerón y el relato de los antiguos movimientos es­ cépticos, que se halla en las Vidas de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio. Para apreciar por completo la repercu­ sión del escepticismo sobre el pensamiento renacentista, necesitaríamos contar con estudios de cuándo aparecieron estas fuentes, dónde, a quién, y qué reacciones produjeron. Charles B. Schmitt ha hecho esto con las Académica, de Cicerón, dándonos un cuadro completo de su influencia, desde la baja Edad Media hasta el final del siglo xvi.' Schmitt ha descubierto que el término latino scepíícws, que hizo surgir el francés sceptique y el inglés sceptic aparece por primera vez en la traducción latina de Diógenes de 1430, y en dos traducciones latinas, no identificables, de Sexto, del siglo anterior.Se necesitaría un trabajo tan laborioso como el efec­ tuado por Schmitt para completar el cuadro de quién leyó a Sexto, a Diógenes, y a los escritores musulmanes y judíos escépticos y antirracionales, como Algazel y Judah Halevi. Algunos de los resultado^ de Schmitt, a los que llegó des­ pués de las primeras ediciones de esta obra, serán incorpo­ rados aquí en un esbozo de las principales formas de escep­ ticismo, especialmente de cómo su forma de pirronismo)y } i afectó a Europa y llegó a ser punto central en las batallas intelectuales de finales del siglo xvi. Comenzaremos con el efecto de los escritos de Sexto Empírico sobre el pensa­ miento renacentista. Sexto Empírico fue un escritor helenístico oscuro y ca­ rente de originalidad, de cuya vida y carrera prácticamente

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' Charles B. Schmitt. Cicero Sceptícus, La Ha.va, 1972. - Ibid., pp. 12-13. 44

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no se sabe nada; pero, como único escéptico pirrónico f griego cuyas obras se han salvado, llegó a desempeñar un . papel importante en la formación del pensamiento mo-1 n derno. El accidente histórico del redescubrimiento de sus obras precisamente en el momento en que se había plan­ teado el problema escéptico del criterio dio a las ideas de Sexto una prominencia súbita y mayor de la que hubiesen tenido nunca o volverían a tener. De este modo Sexto, rareza recién descubierta, se metamorfoscó en le divin Sexte que, a ' finales del siglo xvii fue considerado como el padre de la filosofía moderna.-' Más aún, al término del siglo xvi y du­ rante el XVII, la repercusión de su pensamiento sobre el problema del criterio estimuló una búsqueda de la certi, dumbre que hizo surgir el nuevo racionalismo ae René DesUi cartes y el “ escepticismoiconstructivo” de Petrus Gassendi y P\ Marin Mersenne. v \ Es posible fechar con gran certeza el comienzo de la ^ influencia de Sexto Empírico sobre el pensamiento rena­ centista. Sus escritos fueron casi totalmente desconocidos en la Edad Media, y sólo se sabe de unos cuantos lectores ! ^ de sus obras antes de. la primera publicación, en 1562. Hasta entonces, sólo se habían encontrado dos manuscri. tos medievales latinos de las obras de Sexto:, uno en París, de finales del siglo xiii,. una traducción de la Hipotiposis p i -' ' nónicas (extrañamente atribuidas a Aristóteles), y la otra, una versión me.jor de la misma traducción, en España, al menos cien años después.^ En Italia empezaron a entrar / manuscritos griegos en el siglo xv, y gradualmente fueron ' diseminándose por toda Europa." Por fin, en 1562, Henri •' Fue Franqois de La Molhc Le Va.ver quien le llamó le divin Sexte. Fierre Ba\ le. en su artículo, "Pyrrhon'’ en el Dictionairc historiqxie et. critique. Rem. B.. aseveró que la filosofía moderna comenzaba con la reintroducción de Sexto (aun cuando Ba.vlc fija la fecha cerca de ocho años después de cuando en reali­ dad ocurrió). * Cf. Bibliothéquc Nationalc. París. Ms. Fonds latin 14700, fols. 83-132; y Bi­ blioteca Nacional, Madrid. Ms. 10112, fols. 1-30. Este último manuscrito fue des­ cubierto por el profesor P. O. Kristeller, de la Colombia University en 1955. • Para la historia de la mayor parte de los manuscritos, véase Hermann Mutschmann, "Die Übcrlicfcrung der Schrillen des Sextus Empiricus", liheinisches Museum fa r Philoloqie, LX IV , 1909, pp. 244-83. También hay dos manuscritos re-

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U ^ l Estienne, el gran impresor renacentista, publicó una edi|ción latina de las Hipotiposis/’ que fue seguida en 1569 por una edición latina de todas las obras de Sexto, publicada [por el contrarreformador francés Gentian Hervet." Esta A d ic ió n consta de la traducción hecha por Hervet de Adversus Mathematicos, y de la de Estienne, de las Hipotiposis. La edición de Hervet fue republicada en 1601." Pero el texto griego no fue publicado hasta 1621, entonces por los hermanos Chouet.-' Además, hay considerables pruebas de que en 1590 o 1591 apareció una traducción inglesa de las Hipotiposis.'" Otra traducción inglesa, distinta, aparece en

V /

nacenUstas de traducción latina de Sexto; uno del Adveisus malhemalicos, por Joh. Laurencio, Vaticano nis. 2990, fols. 266-381. (El ProP. Schmittha publicado recientemente un estudio del manuscrito de Laurencio.) Véase su obra "An Unstudied Fifteenth Century Latin Translation ofSextus Empiricus by Giovanni Lorenzi” , en Cultural Aspecls q f lite ¡talian Renaissance, Essays in Houoiir ofPaul Oskav Kristeller, editado por Cecil H. Clough, Manchester 1976, pp. 244-261; y el otro do las Hipotiposis y algunas partes del Adversas mathematicos, por Petr. de Montagnana, Biblioteca Nazionalc Marciana (Venecia), cod. lat. 267 (3460), fols. 1-57. Estoy agradecido al profesor P. O. Kristeller por darme mucha información importante acerca de estos manuscritos. “ Sexto Empírico, Sexti Philosophi Pyrrhoniarum Hypotypwseivn libri 111... la­ tine nunc primtim editi, interprete Henrico Stephano, París, 1562. ’ Sexto Empírico, Adverstis M athem aticos. . . graece nunqtiam. Latine iiunc primum editum. Gentiano Herveto Avrelio interprete. Eivsdem Sexti Pynitoniarvm HYPOTYPtoSEWN libri tres. . . intetprete Heniico Stephano, París y Amberes 1569. “ En la lista de ediciones dada por J. A. Fabricius en sus Sexti Empirici Opera, Leipzig, 1718 y Leipzig, 1842, así como en la lista que aparece en el artícu­ lo sobre Sexto Empírico en la Biographie Vniverselle, Vol. XLII, París, 1825, se menciona lizado un Natlonalc " Sexto

una reimpresión de la edición ele Hervet en París en 1601. No he loca­ ejemplar de esta impresión, y tampoco aparece en la Bibliothéque ni en el Museo Británico.

Empírico, 'Epnctpixov rn Empirici Opera quae exta n t. .. Pyrrhoniarum Hypotypaisewn libri 111... Henrico Stephano interprete. Adversas mat­ hematicos libri X, Gentiano Herveto Avrelio interprete, graece nunc primum editi. . .

Esta edición fue impresa en 1621 por P. y J. Chouet, y publicada en varias ciuda­ des, entre ellas París y Ginebra. Thomas Nashe se refiere a tal traducción en 1591,y tanto Nashe como Rowlands citan de ella. Cf. The Works of Thomas Nashe, Editadas por Ronaid B. McKerrow, Londres. 1910. Vol. III, pp. 254s. y 332, Vol. IV, pp. 428-429, y Vol V, pp. 120 y 122, y Ernest A. Strathmann, Sir Walter Raleigh, A Study iti Elizabethan Skepticism, Nueva York. 1951, pp. 226 y ss. Hasta ahora no se ha encontrado ningún ejemplar ni mayor información acerca de esta "traducción perdida”. La "traducción perdida” se ha confundido frecuentemente con "T h e Scepticke” , de Sir Walter Raleigh. Esta obra es una traducción de un fragmento de Sexto, Libro I. Probablemente no es de Raleigh, y sólo apareció impresa en The

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la History of Philosophy de Thomas Stanley, de 1655 I&bÍ] que después fue reim presa tres veces en el siglo siguiente.'* Ninguna otra edición apareció en el siglo xvii, aun cuando Samuel Sorbiere comenzó una traducció.n francesa, alrededor de 1630.'- En 1718, una edición suma­ mente minuciosa, basada en el estudio de algunos dé es­ tos manuscritos, fue preparada por J. A. Fabricius, con el texto original y revisiones de las traducciones latinas.""' En 1725, un matemático llamado Claude Huart escribió ia primera traducción francesa de las Hipotiposis, que fu e j' reimpresa en 1735."'" La primera referencia hasta hoy conocida de que al­ guien leyera a Sexto Empírico aparece en una carta, des­ cubierta por Schmitt, del humanista Francesco Filelfo a su amigo Giovanni Aurispa, en 1441.'^ No se ha sabido de ningún empleo significativo de las ideas pirrónicas antes de la impresión de las Hipotiposis de Sexto, como no sea el dé Gian Francesco Pico della Mirándola. Perturbado por el pensamiento humanista del Renacimiento, basado en las ideas paganas, y por el hecho de que todos los teólogos cristianos de su época dependieran de la autoridad de

R e m a in s o f S i r W a lt e r R a le ig h , 1 6 5 1 . P a r a u n a d i s c u s i ó n c o m p l e t a d e la f e c h a q u e a p a r e c e e n e s t a o b r a , v é a s e P i e r r e L e f r a n c , S ir W a l t e r R a le ig h E c r i o a i n . l 'o e u v r e e t le s id d es, Q u e b e c 19 6 8 , e s p e c i a l m e n t e p p . 4 8 -4 9 y 6 6 -6 7 . " L a d e c i m o s e g u n d a p a r t e d e T h e H is t o r y o f P h ilo s o p h y . d e T h o m a s S t a n l e y , L o n d r e s , 16 5 6 -5 9 , L o n d r e s , 1687, L o n d r e s , 1701 y L o n d r e s , 17 4 3 . c o n t i e n e

una

t r a d u c c i ó n c o m p l e t a d e la s H ip o tip o s is . '• C f. R i c h a r d H. P o p k i n , " S a m u e l S o r b i é r e ’ s T r a n s l a t i o n o f S e x t u s E m p i r i ­ c u s ” , e n J o u r n a l o f t h e H is t o r y o f ¡ d e a s , X I V , 1 9 5 3 , p p . 6 1 7 -6 2 1 . C h a r l e s B . S c h m i t t ha e n c o n t r a d o o t r a t r a d u c c ió n , fr a n c e s a , in é d ita , m u c h o m á s c o m p le ta , p o r N i­ c o l á s d e la T o l s o n , q u e d a t a d e 16 7 7 , a p r o x i m a d a m e n t e , C f. S c h m i t t , " A n U n k n ow n S e v e n te e n th -C e n tu r y F r e n c h T r a n s la tio n o f S e x tu s E m p ir ic u s ” , J ou rn a l o f th e H i s to r y o f P h ilo s o p h y , V I, 19 6 8 , p p . 6 9 -7 6 . S e x t o E m p í r i c o , O p er a , g r a e c e e t l a t i n e . . . n o ta s a d d id it Jo. A l b e i t u s F ab i'iciu s. L e i p z i g , 17 18. S e x t o E m p í r i c o , L e s H i p o t ip o s e s o u I n s tiU itio n s p ir r o n i e n n e s , A m s t e r d a m , 1725. y L o n d r e s , 1735, e l D ic t io n a i r e d e s O u v r a g e s A n o n y m e s , d e B a r b i e r , a t r i b u y e la t r a d u c c i ó n a C l a u d e H u a r t , d e G i n e b r a . P a r a m á s i n f o r m a c i ó n a c e r c a d e e s t o , v é a s e P o p k i n , " S o r b i é r e ’ s T r a n s l a t i o n o f S e x t u s E m p i r i c u s ” , e n J o u r n a l o f th e H i s to r y o f ¡d e a s , X I V , 19 5 3 , p p . 6 2 0 -6 2 1 , y " A C u r i o u s F e a t u r e o f th e F r e n c h E d it io n o f S e x t u s E m p i r i c u s ” , e n P h ilo lo g ic a l Q u a r t e r ly , X X X V , 19 5 6 , p p . 3 5 0 -3 5 2 . ' ' S c h m it t , " A n U n s t u d i e d T r a n s l a t i o n o f S e x t u s E m p i r i c u s ” , p p . 2 4 5 -2 4 6 .

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

48

Aristóteles, Pico el menor fue atraído, en el último dece­ nio del siglo X V , por las ideas de Savonarola y, al parecer, por algunas de las tendencias antiintelectuales de aquel movimiento.''’ Así, Gian Francesco decidió desacreditar toda la tradición filosófica de la antigüedad pagana, y durante un exilio forzoso, alrededor de 1510, se puso a trabajar en su obra Examen Vanitatis Doctrinae Gentiuin, publi­ cada en 1520.'" El libro comienza con una revisión de toda la filosofía antigua. En la segunda parte, pasa de la exposición histó/-rica al análisis teórico del problema de la certidumbre. A partir del capítulo 20 del Libro II, comienza una extensa discusión del pirronismo, basada en las Hipotiposis piiróK nicas, de Sexto Empírico, en que resume todas sus opinio_nes y añade no poco material anecdótico. El siguiente li­ bro trata del material del Contra los Matemáticos de Sexto, y los tres últimos son un ataque a Aristóteles.'^ A lo largo de toda la obra. Pico empleó los materiales escépticos de ' Sexto para demoler toda filosofía racional y para liberar a los hombres de la vana aceptación de teorías paganas. La conclusión no era que todo debía ponerse en duda sino, antes bien, que el hombre debía abandonar la filosofía como fuente de conocimiento, y abrazar la única guía que E l p r o f e s o r D o n a ld W e in s t e in h a l la m a d o m i a t e n c ió n h a c ia u n s e r m ó n d e S a v o n a r o l a . d e l 11 d e d i c i e m b r e d e 1 4 9 6 . e n q u e s e d i c e q u e e l h o m b r e c a r n a l q u e n o t ie n e in t e r e s e s n i i l u s i o n e s in t e l e c t u a l e s (e n c o n t r a s t e c o n e l h o m b r e a n im a l, q u e c r e e c o n o c e r , p e r o e n r e a l i d a d

n o c o n o c e ) , p u e d e c o n v e r t i r s e a la

v i d a e s p i r i t u a l m á s f á c i l m e n t e q u e e l h o m b r e a n i m a l. C f. G i r o l a m o S a v o n a r o l a , P r e d ic h e S o p r a E z e c h ie le , e d i t a d o p o r R o b e r t R i d o l f i ( E d i z i o n e N a z i o n a l e ) , V o l . 1, R o m a . 19 5 5 . P r e d i c a V , p p . 6 1 -6 2 . E l t it u lo c o m p le t o d o e s ta o b r a o s .lo a n n is F r a n c is c i P ic i M ir a n d u la o D om i n i . c t C o n c o r d i a o C o m i t i s . E x a m e n V a n it a t is D o c t i i n a e G e n t i u m , e t V e r ita tis C I m s t ia n a e D is c ip lin a e , D is t in e t n m n L ib r o s S e x . q u o r u m T r e s o m n e m P h il o s o p h o n a n S e c t a m V n iv e r s im . R e liq u i A r i s t o t e l e a m : e t A r i s t o t e l e i s A r m is P a r t i c u l a t i m I m p u g n a n t U b ic u n q u e A u te m C h r is tia n a e t A s s e r i tu r et C e le b r a tu r D is c ip lin a . M i r a n d u l a o . 1520. L a o b r a fu e r e i m p r e s a c o n a l g u n o s c a m b i o s m e n o r e s , e n la O p e r a O in n ia d o G ia n F r a n c e s c o P i c o . B a s i l e a 1 5 7 3 ( a c t u a l m e n t e , e l v o l u m e n II, d o l a s o b r a s d o l g r a n P ic o ). '■ U n e s t u d i o d e t a l l a d o d o l a o b r a G ia n F r a n c e s c o P i c o a p a r e c e e n C h a r l e s B . S c l im i t t , G ia n F r a n c e s c o P i c o d e l t a M ir á n d o la (1 4 6 9 - 1 5 3 3 ), a n d b i s C r it iq u e o f A r is to tle , L a H a y a , 1967.

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

49

los hombres tienen en este “ valle de lágrimas” : la Revela­ ción cristiana. El pirronismo cristiano de Gian Francesco Pico tiene un sabor particular, lo que explica, en parte, el hecho de que no lograse llegar a un público extenso y receptivo, como el que Montaigne encontró a finales del siglo xvi. Si los hombres eran incapaces de comprender algo por me­ dios racionales, o alcanzar con ellos algunas verdades, la única fuente de conocimiento que quedaba, según Pico, era la Revelación por medio de la profecía.'" Y así, no contento con abogar un conocimiento basado tan sólo en la fe, como el que nos presenta la Revelación de Dios inter­ pretada por la Iglesia, la idea de Gian Francesco Pico po­ día conducir a graves peligros en materia de pensamiento religioso, al hacer árbitros de la verdad a quienes habían recibido el don de profecía. Aun cuando Strowski afirme que el libro de Pico della Mirándola tuvo gran éxito y que dominó el pensamiento escéptico del siglo xvi,-" en realidad el libro parece haber ejercido muy poca influencia, y no llegó a popularizar las ideas de Sexto Empírico, como lo haría después la “ ApoK-' logie de Raimond Sebond” , de Montaigne.-' Villey dice que Agrippa von Nettesheim, a quien estudiaremos más adelante en este mismo capítulo, empleó materiales de Pico. Si así fue, Agrippa fue uno de los pocos que lo hicieV é a s e , p o r e j e m p l o , c l c a p . 2 0 d c l L i b r o II, y e l L i b r o I I I ; c a p . 2 d e l L i b r o III s e t i t u l a , “ Q u id S c c p t i c i c o n t r a d i s c i p l i n a s in u n i v e r s u m a t t u l c r i n t , s u m p t i s a r g u m c n t is e x re q u a c d o c t r in a e p r a c b e a t u r , e x d o c e n t e , e x d is c e n t e , e x m o d o d o c tr in a e

ubi co n tra

ip s o s n o n n u lla d ic u n t u r , &

a liq u a

d i c u n t u r in l a u d e m

C h r i s t i a n a c d i c i p l i n a e ” , C f. L o u i s I. B r c á v o l á , T h e I n t e l l e c t u a l M ili e v o f J o h n D r y d en , U n iv e r s ity o f M ic h ig a n

P u b lic a t io n s , L a n g u a g e a n d L ite r a tu r e , V o l. X II

( A n n A r b o r , 1 9 3 4 ), p p . 2 8 -2 9 ; a n d E u g e n i o G a r in . D e r I t a l ie n i s c h e H u m a n i s m u s . B e r n a , 1 9 4 7 , p p . 1 5 9-61 . C f. G a r i n , lo e . c it., e s p e c i a l m e n t e p . 160. F o r t u n a t S t r o w s k i , M o 7 jta ig iie , S e g u n d a e d i c i ó n , P a r i s , 19 31. P i e r r e V i l l e y , L e s S o u r c e s & L ’ E v o l u t i o n d e s E s s a is d e M o n t a i g n e ( P a r i s . 1908), V o l . II, p . 16 6. V é a s e S c h m i t t , P ic o , c a p . v i p a r a u n e x a m e n d e t a l l a d o d o la i n f l u e n c i a d e P i c o . E l r e c i e n t e a r t i c u l o d e S c h m it t , “ F i l i p p o F a b r i a n d S c e p t i c is m : A F o r g o t t e n D e f e n s e o f S c o t u s ” , e n S to r ia e c u l t u r a a l S a n t o a c u r a d i A n ­ t o n i o P o p p i , V i n c e n z a , 1 9 7 6 , p p . 3 0 8 -3 1 2 , a ñ a d e a l g u n a i n f o r m a c i ó n n u e v a a c e r c a d e la i n f l u e n c i a d e P i c o .

50

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

ron.-- En las historias del escepticismo escritas en los si­ glos xvn y X V I I I , simplemente se menciona a Pico, pero no se le estudia en las bibliografías sobre el tema. En la his­ toria del escepticismo de Stáudlin, en dos volúmenes, que abarca de Pirrón a Kant, publicada en 1794, el autor de­ dica a Pico un par de frases, y concluye diciendo: “Y toda su obra no tiene interés suficiente para merecer aquí ma­ yor caracterización.” El profesor Schmitt no conviene conmigo en este punto. Está de acuerdo en que la obra de Pico no tuvo la repercusión de los escritos de Montaigne, Bayle o Descar­ tes, pero insiste en que no fue desconocida. Schmitt sigue la influencia, a veces tenue, a veces más importante, de la 'I obra de Pico, sobre Nizolius, Castellani, el traductor de Sexto, Gentian Hervet, varios pensadores italianos meno­ res, los autores de los comentarios de Coimbra, Filippo Fabri, Pierre Gassendi, Campanella y Leibniz. Es obvio ! que Pico tuvo cierta influencia, pero no fue de quienes - hicieron del escepticismo uno de los temas claves de la i época. La posible influencia de Pico sobre el más célebre escéptico Agrippa von Nettesheim será estudiada más adelante, en este mismo capítulo. Pierre Villey afirmó que Agrippa empleó materiales de Pico, pero investigacio­ nes recientes han hecho revaluar esta afirmación. Mon­ taigne al parecer no conoció siquiera la obra de Pico.-' Nadie más que Gian Francesco Pico parece haber to­ mado nota de Sexto Empírico antes de que apareciera la edición de Estienne. Los cultos humanistas no parecen haber conocido su nombre. Ni aun en el terreno en que Sexto pronto cobraría verdadera importancia, a saber, en las controversias por los méritos de la astrología, ni aun -■

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Gcschichtc und Geist des Skcpticismus

( L e ip z ig ,

51

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

allí hav referencias a él. El primer Pico della Mirándola, en su tratado sobre astrología, no lo incluye entre quienes escribieron en tiempos antiguos sobre astrología.- ’ Las pocas menciones al pirronismo que aparecen en la literatura de comienzos del siglo xvi no indican un cono­ cimiento de Sexto, sino que parecen basarse, en cambio, en Diógenes Lacrcio, o en algún otro texto antiguo sobre escepticismo griego. La elucidación más célebre del pi-j rronismo en este periodo es la de Rabelais, en el TercerJ. Libro de G a r g a n t ú a y P a n t a g r u e l . Panurgo pregunta a va­ rios hombres cultos si debe casarse. Uno de los interroga­ dos es Truillogán, el filósofo. Después de un capitulo que indica la dificultad de ob tener de Truillogán una res­ puesta franca, el capítulo treinta y seis ofrece un dialogo entre el filósofo y Panurgo. El título del capitulo es: Con­ tinuación de las respuestas del filósofo eféctico y pirro nico T r u illo g á n .” D e sp u é s de que T ruillogán marea a Panurgo durante unas cuantas páginas, éste deja de in e rrogarlo. Entonces. Gargantúa se levanta y dice:

Alabado sea Dios por todas las cosas, pero especialmente por haber llevado al mundo a tal cumbre ele refinamento, más allá ele dónele estaba cuanelo yo lo conocí, en que hoy los filósolos más cultos y más prudentes no se avergüenzan de que se les vea entiai , por los porches y frontispicios ele las escuelas de las sectas pin o/||nica, aporrética, escéptica y eféctica. ¡Bendito sea el santo nom­ bre ele Dios! En verdad puedo deciros que en adelante será mucho más fácil empresa atrapar leones por el pescuezo, caballos poi la crin, bueyes por los cuernos, toros por el hocico, lobos poi la cola, chi\os por la barba y aves en vuelo por los pies que atrapai a tales filósofos por sus palabras. ¡Adiós, dignos, caros y honrados amigos míos!-'' G io v a n n i

tn cem . E n

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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

52

El retrato del pirrónico que presenta R eb elá is es, como bien podía esperarse, menos de un filósofo escép­ tico que de un personaje cómico. Truillogán no marea ni confunde a Panurgo mediante los gambitos dialécticos habituales, como lo haría el filósofo pirrónico de Moliére, Marfurio, con Sganarelle en Le Mariage Forcé, en el siglo siguiente.-' En cambio, el pirrónico de Rabelais alcanza sus fines mediante una serie de evasiones, incoherencias y respuestas esotéricas. El retrato no se basa en materia­ les de Sexto Empírico. Y el comentario de Gargantúa pa­ rece, en realidad, mal fundamentado. Diríase que en aquella época no había filósofos que se consideraran pi­ r r ó n i c o s . L o s comentadores explican las observaciones f de Gargantúa a la luz de las Académica, de Cicerón, que I por entonces estaban siendo muy estudiadas, y del De inceititude et vanitate scientiarum, de Agrippa von Nettes. heim, que por entonces generó cierto interés.'-” Sin em­ bargo, la terminología parece provenir de la presentación de Pirrón que hace Diógenes Laercio.’’" L a

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1931),

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II,

Vidas de los F i l ó s o f o s

n o t a s ,

p.

¡lu s tr e s ,

L o n d r e s y C a m b r i d g e .M a s s . , 1 9 5 0 , V o l. II, L i b r o

e s c e p t i c i s m o

e s

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C f. D ió g e n e s

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c u e s t i o n e s , y

s i q u i e r a

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R a b e l a i s ,

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U r q u h a r l-L e M o t t c u x T r a n s la tio n o f th e W o r k s o f F r a n d s 'R a b e l a i s , N o c k

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XI, p p .

4 7 4 -5 1 9 . E l

G u i l l a u m e

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B u d é

15 41 ,

p .

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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

Como veremos, las extensas discusiones del escepti-' cismo a comienzos del siglo xvi, con la única excepción de la de Gian Francesco Pico della Mirándola, parecen haber estado basadas en información encontrada en Cicerón, ' j Luciano, Diógenes Laercio o Galeno. Probablemente el más notable de quienes imsaron por escépticos en este periodo fue aquella curiosa figura Henricus Cornelius Agrippa von Nettesheim (1486-1535). Era un hombre interesado en muchas cosas, pero espe­ cialmente en las ciencias ocultas.^’-^ Una extraña obra que escribió en 1526, De Incertitudine et vanitate scienhmum declamatio invectiva . . . ha hecho que se ^° un temprano escéptico. La gran difusión de esta obra sus muchas ediciones en latín, asi como en lianas francesas e inglesas durante el siglo xvi, ademas de su innuencia sobre Montaigne, han dado a Agrippa una^ (• inmerecida prominencia entre quienes desempeñaron u n : papel en el redescubrimiento del pensamiento escepticoj en el El todo arte ■^1 D c y

Renacimiento. libro es, en realidad, una extensa diatriba contra tipo de actividad intelectual y contra todo tipo de Su propósito, nos dice Agrippa en el prefacio, es de-

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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

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nunciar a quienes se enorgullecen de la cultura y el cono­ cimiento humano y que, por tanto, desprecian las Sagra­ das Escrituras, por considerarlas demasiado sencillas y burdas; a quienes prefieren la escuela de filosofía a la Iglesia de C r i s t o . E f e c t ú a su denuncia presentando un panorama de las artes y las ciencias (incluyendo tales ar­ tes y ciencias como jugar a los dados, putañear, etc.), y anuncia que todas ellas son inútiles, inmorales o cosas parecidas. Prácticamente no presenta ningún argumento; tan sólo una condenación de los pecados de que son here­ deras todas las actividades humanas. Nos dice que el co­ nocimiento fue la causa de la tragedia de Adán, y que sólo nos causará pesares si lo buscamos.

Nada ha causado más pestes a los hombres que el conoci­ miento: es ésta la misma pestilencia que llevó a toda la huma­ nidad a la ruina, la que arrojó toda Inocencia y nos ha dejado sujetos a tantas clases de pecado, y también a la muerte: que ha extinguido la luz de la Fe, lanzando a nuestras Almas a las ciegas tinieblas: la que, condenando la verdad, ha colocado a los errores en su trono.'" La única fuente genuina de la 'Verdad es la Fe, anuncia Agrippa. Las ciencias son simplemente opiniones de los hombres, indignas de fe, y que en realidad nunca llegan a establecerse.'"’ No satisfecho con estas declaraciones, Agrippa pasa en­ tonces a discutir por turnos cada ciencia y arte, haciendo profusas acusaciones a la villanía de los hombres de ciencia y artistas. Los gramáticos son censurados por haber cau­ sado confusión acerca de la traducción adecuada de la Es­ critura; los poetas e historiadores son acusados de mentir; los lógicos, criticados por hacerlo todo más oscuro; los ma­ temáticos son fustigados por no ofrecer ayuda para la salva­ ción ni lograr la cuadratura del círculo; los músicos, por ■ H e n r i c u s C o r n e l i u s .. \ gr ip p a v o n N e t t e s h e i m , 0 / t h c V a n i t i e a n d U n c e i t a i n tie o f A r t e s a n d S c i e n c e s , a n g l i f i o a d o p o r J a m e s S a n f o r d , L o n d r e s , 15 69, p . A i v . “ p . 4r. ”

I bid.. p p . 4 v y 5r.

ICL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

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hacer perder su tiempo a la gente; los filósofos naturales por no ponerse de acuerdo entre sí acerca de nada, los metafísicos, por haber producido herejías; los médicos, por matar a sus pacientes; y los teólogos por hilar demasiado delgado y olvidar la Palabra de Dios. Lo que Agrippa pedía, en cambio, era que el hombre rechazara todo conocimiento, y llegara a ser un simple cre­ yente en la Revelación de Dios. “ Por tanto, es mejor y más provechoso ser idiotas y no saber nada, creer por Fe y Cari­ dad y acercarse así a Dios, que sentirse orgullosos y eleva­ dos por las sutilezas de la ciencia y caer en posesión de la Serpiente.” Sobre esta nota termina el libro, con una con­ denación final de los hombres de ciencia: “ ¡Oh, vosotros, locos y perversos que, rechazando los dones de vuestro Es­ píritu, os esforzáis por aprender aquellas cosas de Filósofos Impíos y maestros de errores, que debierais recibir de Dios y del Espíritu Santo!” ■*' Este ejemplo de antiintelectualismo fundamentalista no resulta un argumento muy genuinamente filosófico en pro del escepticismo hacia el conocimiento humano, ni con­ tiene un serio análisis epistemológico. Algunos comentado­ res han dudado de que realmente representara el punto de vista de Agrippa a la luz de su interés en las ciencias ocul­ tas. Otros han considerado De vanitate más bien como un arranque de ira que como un serio intento de presentar dudas acerca de lo que puede s a b e r s e . U n estudio más "

Ibid.. p. I 8 3 v .

'■ ¡b id.. p. i 8 7 r . . Cl'. M a u t h n e r . up . cit.. p. x l v i i ; y F i e r r e V i l l e y . L e s S o u r c e s & l E v o l it U o u des Essais d e M o n t a i g n e . V o l . II, p. 176. M a u t h n e r , o p . cit.., p. x l v i l e l l a m a u n a “ o b r a d e i r a ” , e n t a n t o q u e l l e v a el m a r b e t e d e " u n a v e n g a n z a d e las c i e n c i a s , e n S t a u d l i n . G e s c h i e b t e u n d G e i s t d e s S k e p t i c i s m u s , V o l . I, P- 5 5 8 . A l g u n o s d e l o s c o ­ m entadores fr a n ce s e s son g e n e r o so s, y d isp u e sto s a su p o n e r que

la o b i a s e a

irónic.T, “ e s un p l a n f l e t o i r ó n i c o c o n t r a la e s t u p i d e z ” , S t r o w s k i , M o i t t a i g n e , p p . 132-33. v i l l e y t r a t a d e c o l o c a r la o b r a d e A g r i p p a e n e l g é n e r o d o la l i t o i a t u i a P a r a d ó j i c a d e l s i g l o x\'i. C f . V i l l e y , op. cit.. II, pp. 17 3-7 5. L a a f i r m a c i ó n q u e a p a ­ r e c e e n P a n o s P. M o r p h o s , T h e D i a l o g u e s o f G u y de B m é s ( J o h n s H o p k i n s S t n d i e s in R o n i a n c c L i t e r a t u r e s , E x t r a V o l u m e X X X ) , B a l t i m o r e , 1953, p. 77, d e q u e e l p i o P ó sito d e A g r i p p a f u e d e f e n d e r la p o s i c i ó n p r o t e s t a n t e ” e stá s u je t a a d u d a , ya q u e al p a r e c e r A g r i p p a s i g u i ó s i e n d o c a t ó l i c o d u r a n t e t o d a s u v i d a , y a t a c a a l o s r e f o r m a d o r e s e n V a n i t i e , p p . 2 0 r-v.

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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

reciente, hecho por Nauert, ha tratado de mostrar la rela­ ción de las ideas de Agrippa con lo oculto y su “ escepti­ cismo” . Indica que por su desconfianza de nuestras capaci­ dades mentales humanas, Agrippa buscó la verdad por medios más esotéricos. Según esta interpretación. De vanitate representa una etapa en el desarrollo del pensamien­ to de Agrippa, en que la fe y la Biblia estaban volviéndose elementos más centrales en su búsqueda de la verdad que, según sintió, no podía llevarse a cabo tan sólo con la razón y la ciencia.'”' A pesar de todo, y aunque la obra de Agrippa no presenta ningún análisis escéptico del conocimiento humano, sí re­ presenta una faceta del resurgimiento del escepticismo an­ tiguo, y ejerció cierta influencia, despertando nuevo interés ri en el pensamiento escéptico. Agrippa menciona entre sus fuentes a Cicerón y a Diógenes Laercio, y acaso se haya apoyado en la obra de Gian Francesco P i c o N o he encon­ trado en su libro ninguna referencia a Sexto Empírico, aunJ que sí contiene algunas secciones que bien parecen basadas en tal fu en te." En cuanto a su influencia, la obra de Agrippa fue bien conocida en el siglo xvi, y fue empleada por Montaigne como una de sus fuentes.

I

V é a s e N a u e r t , " M a g i c a n d S k c p t i c i s m in A g r i p p a ” , c s p . p p . 1 6 7-82 . V i l l c y . o p . c it.. I I , p . I 6 6 y S t r o w s k i . o p . c it.. p p . I 3 0 y 1 3 3 n . I d i c e n e s t o . P a o l a Z a m b c l l i a p o y a e s t a o p i n i ó n e n s u “ A p r o p o s i t i s d e l l a ‘ d e v a n it a t e s c i e n t i a r i u m e l a r t i u m ' d i C o r n e l i o A g r i p p a " , e n R i v is t a c r i t i c a d i s t o r i a d c U a .filo s o fía X V . 1960, pp.

1 6 6 -8 0 . S c h m i t t e x a m i n a

m in u c io s a m e n t e la s p r u e b a s y d u d a s d e

que

A g r i p p a h u b i e s e e m p l e a d o p a r t e d e l o s m a t e r i a l e s d e P i c o . S c h m i t t , P ic o . p p . 2 3 9 -2 4 2 . " P o r e j e m p l o , e l c a p . 5 4 s o b r e f i l o s o f i a m o r a l s o p a r e c e a a l g u n a s d o la s d i s c u s i o n e s d e t e x t o s o b r e la v a r i e d a d d e l c o m p o r t a m i e n t o m o r a l : s in e m b a r g o , d o n d e S e x to d a e l e je m p lo d e q u e “ ta m b ié n e n tr e lo s e g ip c io s lo s h o m b r e s s e c a s a n c o n s u s h e r m a n a s " , P . H. 1., 15 3 y I I I , 205, A g r i p p a a f i r m ó “ E m o n g e t h e A t h e n i a n s it w a s l e e f u l f o r a m a n t o m a r r y h is o w n o s i s t e r " , V a n it ic . p . 7 2 . A p a ­ r e c e n v a r io s e je m p lo s d e e s to . (V ille y a fir m a , c o m o un h e c h o , q u e A g r ip p a to m ó d e S e x t o , s in o f r e c e r n in g ú n e j e m p l o , C f, V i l l e y , o p . c i t ., 11. p . 1 7 6 .) S e h a c e n v a r ia s m e n c io n e s d e P in -ó n en A g r ip p a , p e r o n in g u n a in d ic a g r a n c o n o c i m i e n t o d e l a s f u e n t e s p i r r ó n i c a s . N a u e r t . o p . c i t ., n o t a 3 0 , a f i r m a q u e A g r i p p a n o c i t a a S e x to p o r q u e su s o b r a s a ú n no se h a b ía n im p r e s o . V é a s e S t r o w S k i ,o p . c it., p p . 1 3 0 y 13 3 n. I: y V i l l c y . o p . c i t ., II, p p . 1 7 6 y 1 7 8 -8 0 . V ille y p a r e c e c o n v e n c i d o d e q u e lo s p r é s t a m o s d e M o n t a ig n e a A g r ip p a d e b i e ­ r o n t e n e r p o c o q u e v e r c o n la f o r m a c i ó n d e l e s c e p t i c i s m o d e M o n t a i g n e . P a r a

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

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Varios de los otros estudios de temas escépticos de co­ mienzos del siglo XVI indican el creciente interés en el es­ cepticismo académico, derivado principalmente de Cice­ rón, y no del pirronismo de Sexto Empírico. El interés en el escepticismo académico, tal como lo presenta Cicerón en sus Académica, parece haberse desarrollado entre los inte­ resados en la teología fideísta. Hubo un buen número de teólogos que, habiendo denunciado las luces de la razón humana, insistían en que el conocimiento sólo podía alcan­ zarse por la fe. El cardenal Adriano di Corneto había dicho en 1509 “ que sólo la Sagrada Escritura contiene el verda­ dero conocimiento y que la razón humana es incapaz de elevarse por sus propios recursos hasta el conocimiento de las materias divinas y de la metafísica”. Los pensado­ res que compartían esta opinión encontraron apoyo a mu­ chos de sus argumentos en los antiguos escépticos de la última época de la academia platónica. Como lo ha mostrado Busson, figuras como Reginaldo Pole, Fierre Bunel y Arnould du Ferron emplearon algunos de los ingredientes o afirmaciones del escepticismo aca­ démico al plantear su antirracionalismo, y como preludio a su llamado fideísta.'*'* Aparecieron varias obras en contra de estosnouveauxacademiciens,y sugrupo parece haber sido lo bastante poderoso para crear la impresión de que el escep­ ticismo académico era una fuerza con la que había que contar. Pero aparte de la obra de Teodoro de Beza contra el nouveaux academicien (considerada en el capítulo anterior), de la obra de Castalión, y del análisis de Gentian Hervet u n a c o m p a r a c ió n d c l e s c e p t ic is m o d e A g r ip p a y d e M o n t a ig n e , v é a s e E r n s t C a ss i r e r , D a s E r k e n n t n is p r o b l c m in d e r P liilo s o p liie n n d W i s s c n s d i a f t d e r n c u e r e n Z c i t, B a n d I ( B e r l í n 19 22), p p . 1 9 2 -1 9 4 . |E1 p r o b l e m a d e l c o n o c i m i e n t o e n la f i l o s o f í a y en la c i e n c i a m o d e r n a s , rcE. 3 a . r e i m p r e s i ó n 19 79, p . 2 1 6 .) C i t a d o d e C o r n e t o , D e v e r a p h il o s o p h i a e n H e n r i B u s s o n , L e R a t i o n a l i s m e d a n s l a l i tt e r a t u r c fr a n c .a is e , p . 9 4 n . 2. Ib id ., p p . 9 4 -1 0 6 . B u s s o n p r e s e n t a a D u F e r r o n a l g o a s í c o m o u n f i l ó s o f o d i l e ­ ta n te y e c lé c t ic o , y no c o m o un fid e ís t a s e r io . P or r a z o n e s q u e n u n ca q u e d a n e n c la r o , B u s s o n c o n t in u a m e n t e lla m a p ir r o n is m o a e s t a s v a r ia s o p in io n e s d e r iv a ­ t iv a s d e l o s e s c é p t i c o s a c a d é m i c o s , l o q u e c r e a c i e r t a c o n f u s i ó n c o n r e s p e c t o a c ó m o s e d e s a r r o l l a r o n el c o n o c i m i e n t o y el I n t e r é s en el e s c e p t l s m o g r i e g o d u r a n f e e l s i g l o x v i , y p r o d u c e u n a I m p r e s i ó n e n g a ñ o s a d e la fu e r z a y e x t e n s i ó n d e la t r a d i c i ó n p i r r ó n i c a a n t e r i o r a M o n t a i g n e .



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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

í

calvinistas como nuevos académicos en el prefacio de su edición de Sexto, no hay muchas otras obras ’■que merezcan mencionarse.^ u‘ ucnas otras obras El cardenal Jacopo Sadoleto, obispo de Carpentras migo de Reginaldo Pole, escribió una respuesta al escepti ’ de Laudibus philosophiae póle s o 7 ala cuestión “i r r - " “ fde si puede oorrespoíd n ^ ,. PO e sobre conocerse “aleo nm' bücLda iH S -E o í'r ' “ '"P''esta en 1533 y pusent. i , f ■ ■ parte del libro, Fedro prcme7!,„ H académicos, tomadas p r i n d p 7 l f, ? í í luloso,>l,iac>

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59

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

La segunda parte del libro presenta la respuesta de Sadoleto. Para descubrir la verdad hemos de seguir la verda­ dera filosofía; esta filosofía no es la de las Escuelas, sino las antiguas ideas de Platón y Aristóteles, que estaban siendo ^ revividas por los humanistas y los paduanos en Italia. Esta verdadera filosofía no tiene las fallas ni la futilidad del pensamiento escolástico sino que, antes bien, es la fuente de la verdadera sabiduría y virtud. La piedra angular de esta filosofía maravillosa es la razón, y por la razón pode­ mos descubrir los universales. Semejante descubrimiento nos llevará del nivel de las opiniones y las dudas al del conocimiento cierto y la felicidad. El objeto propio de la razón es la verdad, incluso y especialmente la verdad reli­ giosa. Por tanto, la búsqueda de la verdad religiosa corres­ ponde también a la verdadera filosofía. Por tanto, en contra de lo que afirman los fideístas académicos, la razón hu­ mana, debidamente empleada, sí puede descubrir el ver­ dadero conocimiento, y es capaz de alcanzar hasta el cono­ cimiento supremo, la verdad religiosa.'" La respuesta del cardenal Sadoleto al escepticismo académico constituye más un panegírico sobre los méritos de la filosofía antigua y la razón humana que una res­ puesta al desafío. Su fe abrumadora en las capacidades del pensamiento racional no parece basada en ningún análisis genuino o respuesta a los argumentos de los aca­ démicos. Antes bien, ha tratado de desplazar el centro del ataque, dejando que la batería académica caiga sobre los escolásticos, mientras conserva beatíficamente su con­ fianza íntegra en los poderes racionales del hombre, si son debidamente empleados. Tanto Busson como Buckley afirman que Sadoleto es­ taba atacando a los pirrónicos; la ocasión de su ataque, en su opinión, indica que el escepticismo pirrónico era cono­ cido en Francia en la primera parte del siglo xvi."" Pero en L a s

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Alheism in lite Englisli

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EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

60

la obra de Sadoleto no hay nada que apoye esta afirmación, que me parece basada en la incapacidad de distinguir el pensamiento pirrónico del académico.'^' La obra de Sadoleto no parece haber causado mucho efecto. En 1556apareció una paráfrasis de ella enLeCourtisan second, de Louis Le Carón. Algunas similitudes super­ ficiales entre el libro de Sadoleto y una subsiguiente consi­ deración del pensamiento académico porGuy de Brués(que pronto examinaremos), ofrecen indicaciones sugestivas, pero no concluyentes de la influencia de Sadoleto.'"’'' La posibilidad de que Montaigne fuese influido por Sadoleto fue examinada cuidadosamente por 'Villey, quien mostró que no era probable.'"’ ' Otro humanista contemporáneo de Sadoleto y que pa­ rece haberse sentido un tanto perturbado por el fideísmo basado en el escepticismo académico fue Guillaume Budé. Le pareció que aquello no sólo estaba arrojando dudas soU n p p .

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78 -9.

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C o u r tis a n s c c o n d , o u d e l a v r a i s a g e s s e c t d e s lo u a n g e s d e la

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R a t i o n a l i s n i c d a n s la l i t t é r a t u r c f r a n q a i s c , p .

C f.

q u e

L es D ia lo g u e s d e h o y s L e C a r ó n , P a r is ic n ,

v u c d e la R cn a is sa n cc .

c o m ú n

d e

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c o n s t it u y e

t r a d ic ió n

B u s s o n ,L e s

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p r e s e n t a d o

O c u v r c s c o m p l é t c s d e M c lin d e S a in c t -G c la y s ,

t u r c f r a n c . a i s c d e la R c n a i s s a n c c C a r ó n ,

lo s

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A d v c r tis s c n w n l s u r I c s ju g c m c n s d 'a s tr o lo -

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d u d o s o

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C a r ó n , L e

e n

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d e

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S a in c t -G c la y s , B l a n c c m a i n ,

c o m o

S a in c t - G c la y s

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11 8,

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q u e y

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q u e

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y

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a s u n t o s . e s t á n

d e

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1 5 4 6 .

m u c h o s

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S a in c t - G c la y s

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B u c l d c y ,

19 09 ,

o t r a s d e

p p . 2 6 5 -7 8 .

C a r d in a l

8-22.

e n

l ’é d u c a t i o n

B u s s o n

Le

ilu s t r a c ió n o b r a s .

J a e q u e s L a

S a d o l c t ” ,

s u g e s ­

B u llc tin

61

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

bre las realizaciones de la razón humana, sino también sobre las verdades reveladas: ¡Oh Dios, oh salvador, miseria, falla vergonzosa e impía! Sólo con dificultad creemos en la Escritura y la Revelación[...] Tal es el resultado de frecuentar las ciudades y las multitudes, señoras de todos los errores, que nos enseñan a pensar de acuerdo con el método de la academia y a no dar nada por cierto, ni siquiera lo que nos enseña la Revelación sobre los habitantes del cielo y el infierno."’"’

\

Resulta difícil saber a quién estaba criticando Budé, pues los académicos que hemos visto, como Fedro, excep­ túan el conocimiento religioso de su desafío escéptico. Un decenio después se manifestó un interés más desa­ rrollado en el pensamiento académico en el círculo que I I rodeaba a Peter Ramus. Uno de sus amigos, Omer Talón, escribió un extenso y favorable estudio de este tipo de es­ cepticismo y de su extensión fideísta, mientras que otro, Guy de Brués, escribió un diálogo que se proponía ser una refutación de este punto de vista. El propio Ramus analizo las diversas escuelas escépticas de Filosofía, empleando básicamente materiales de Cicerón, Diógenes y otros. Ra­ mus mencionó a Sexto, pero no hay indicación de que cono­ ciera sus obras. Ramus nunca mostró una verdadera adhe­ rencia al escepticismo académico, aunque, a su vez, se encontró acusado de uouveciu acculeniicien. En 1584, Omer Talón publicó una obra intitulada Acade-'^ / mica, que era básicamente una presentación de la veisiónjS. ciceroniana del escepticismo académico. Al parecer, el ob jetivo del libro de Talón era justificar los ataques de Ramus j a Aristóteles y al aristotelismo y “ liberar a los hombres ¡ obstinados, esclavos de creencias fijas en la filosofía y re- \ ducidos a una indigna servidumbre; hacerles comprender ^

y!

C it a d o d e

D e

B u d é p o s

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d e

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C it a d o

B u s s o n .

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d e

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R a t i o n a l i s m c d a n s l a l i U é r a l u r e fr a n c .a is e . B u d é .

B u s s o n ,

p i r r o n i s m o ,

p .

143, n . 2,

p.

143, t o m a d o

in t e r p r e t a

c o n f u n d i e n d o

n u e v a m e n

e

62

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

que la verdadera filosofía es libre en la apreciación y el juicio que da de las cosas, y no está encadenada a una opinión ni a un autor” .” Para alcanzar este fin, Talón siguió la historia del movi­ miento académico, tal como fue explicado por Cicerón, desde Platón hasta Arcesilao y Carnéades, y sus raíces en el pensamiento socrático y presocrático, e indicó la lógica por la cual los académicos llegaron a la conclusión de que no debía juzgarse de ninguna cuestión. Los académicos, ase­ veró Talón, de acuerdo con Cicerón, “ están tan por encima de los demás filósofos como los hombres libres están por encima de los esclavos, los hombres sabios por encima de los necios, y los espíritus firmes sobre los espíritus obstina­ dos” .'’” Esta declaración de las opiniones de los escépticos aca­ démicos por un hombre que parece haber aceptado su filo­ sofía es, en apariencia, la presentación más completa y pura del escepticismoa la Cicerón; sin embargo. Talón añadió la nueva conclusión, que aparece en casi todos los nouveaux Academiciens y nouveaux Pyrrhoniens de los siglos xviy xvii, a saber, la distinción entre un escepticismo respecto a la razón y un escepticismo religioso. ¿Qué hacer? ¿Hemos de creer en nada sin un argumento deci­ sivo, hemos de abstenernos de aprobarlo todo sin una razón evidente? Por lo contrario, en cuestiones religiosas, una fe se­ gura y sólida tendrá más peso que todas las demostraciones de todos los filósofos. Mi disertación sólo se aplica a la filosofía humana en que es necesario conocer antes de creer. En cambio, con respecto a los problemas religiosos, que están más allá del entendimiento, primero es necesario creer para después al­ canzar el conocimiento.'”' Una vez más, el razonamiento escéptico va aunado a un completo fideísmo en materia de creencia religiosa. Como resultado de la obra de su amigo Omer Talón, el C i t a d o e n H e n r i B u s s o n . L e R a t io n a li s m e d a iis la U tté r a tu r e fr a n c .a is e . p . 2 3 5 . C i t a d o e n B u s s o n , h e R a t io n a li s m e , p. 2 3 6 . C i t a d o e n Ib id .. p . 237.

;

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

63

propio Peter Ramus se encontró acusado de ser nouveau academicien. Ramus y Talón convinieron en atacar el aristotelismo como visión acristiana y anticristiana. Talón había llegado hasta a tildar a Aristóteles de “ padre de los ateos y fanáticos”.**’ Como respuesta, un profesor que enseñaba en el Collége de France, Galland, escribió Contra novara academicamPetriRamioratio/'^ en que acusa a los dos antiaristo­ télicos de tratar de reemplazar la filosofía peripatética por el escepticismo de la Nueva Academia. Después de defen­ der a Aristóteles del cargo de irreligión, Galland acusó, a su vez, a Ramus y a su amigo de este crimen por causa de su escepticismo. Todas las demás sectas, incluso la del propio Epicuro, se dedi­ can a salvaguardar alguna religión, mientras que la Academia se esfuerza por destruir toda creencia, religiosa o no, en los espíritus de los hombres. Ha emprendido la guerra de los Tita­ nes contra los dioses. ¿Cómo puede creer en Dios el que sos­ tiene que nada es cierto, el que pasa el tiempo refutando las ideas de otros, el que niega toda fe a sus sentidos, el que arruina la autoridad de la razón? Si no cree lo que experimenta y casi toca, ¿cómo puede tener fe en la existencia de la Naturaleza Divina, tan difícil de concebir? El objetivo de Ramus y Talón, según Galland, sólo podía ser atacar el Evangelio después de haber arruinado toda la íilosofía.*’Pocos años después otro miembro del círculo ramista, Guy de Brués, escribió una crítica mucho más serena de los nouveaux academiciens, en Les Dialogues de Guy de Brués, contre les Nouveaux Academiciens, de 1557. Es probable que el autor proviniera de una familia de juristas de Nimes, y C i t a d o e n I b id ., p. 2 6 8 . P . G a l l a n d , Co7!t7‘a N o v a m A c a d e m i c a m P e tr i R a m i o r a t io , L u t e t i a e , 1551. (H a y u n v o l u m e n d e e s t a o b r a e n la N e w b e r r y L ib r a r y -. C h i c a g o ) , B u s s o n , L e R a t i o n a lism e d a n s la U tté r a tu r e fr a n c .a is e . p p . 2 6 9 -7 1 , i n d i c a q u e G a l l a n d s o s t e n í a la p o s i ­ c i ó n p a d u a n a . T h o m a s G r e e n w o o d , e n s u “ L ’é c l o s i o n d o s c o p t i c i s m o p o n d a n t la R e n a i s s a n c o o t l o s p i -e n i i o r s a p o l o g i s t o s ” , R e v u e d e l'U n iv e r s ité d ’O tta w a , X V I I , 1947. p . 8 8 . n i e g a e s t o , p o r o n o o f r e c e n in g u n a p r u e b a c o n v i n c e n t e . CT. B u s s o n , L e R a t io n a li s m e d a n s la U tté r a tu r e fr a n c iu is e , p p . 2 6 9 -2 7 1 . E l p a s a j e c i t a d o a p a r e c e e n la p . 2 7 1 .

64

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

nació entre 1526 y 1536."'' Alrededor de 1555 ayudó a Peter Ramus, traduciendo algunas citas de escritores latinos para la edición francesa de la Dialectique, y en los Dialogues, De Brués empleó algunos materiales de Ramus."' Los propios Dialogues son peculiares, ya que los persona­ jes que discuten los méritos del escepticismo académico son cuatro personajes contemporáneos de Brués, con quie­ nes él estaba conectado: el gran poeta Fierre de Ronsard, . Jean-Antoine de Bal'f, Guillaume Aubert y Jean Nicot, to,i dos ellos relacionados con la Pléiade. Baif y Aubert de­ fienden la causa de los escépticos, mientras que Ronsard y Nicot la refutan. Es difícil saber si los Dialogues se rela­ cionan con un medio histórico o una discusión efectuada entre el grupo de Ronsard."" Los Dialogues consisten en tres discusiones: la primera sobre epistemología y metafísica, la segunda sobre ética y la tercera sobre derecho. Los escépticos, Baíf yAubert, argu­ yen que las ideas éticas y jurídicas son simples opiniones; esbozan un relativismo ético acerca de todas las consi­ deraciones de valor. Son refutados, de manera no muy conx'incente, por Ronsard y Nicot, pero parecen total­ mente convencidos y contentos de que el escepticismo haya sido refutado. El primer diálogo es el más filosófi­ co, mientras que los otros dos pueden representar lo que más preocupaba al autor, así como una interesante percatación de lo que puede entrañar la aplicación del escepti­ cismo a los problemas de ja ética práctica. “ '

P a r a

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The Dialogues ofGinj de Brués. A Critical Edition u-ilh a Stiidy in Renaissauce Sceplicism and Relalirisni. p p . 8 - 1 9 . .A c e r c a d e R a m u s y d e B r u é s . v é a s e ¡ U o r p h o s . op. cil.. p p . 15-16. y s e c . 8 8 y 11 3-1 14 . d e la e d i c i ó n d e .M o rp h o s d e l o s Diakxincs c o n t e n i d a e n e s t a o b r a : y T i l o m a s G r e c n u o o d . Giiy de Brués. Bihliolliéqiie d'Hiimanisme et Renaissauce. X I I . t u r a s

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1 9 5 1 ,

d e

p p . 8 0 .V A c e r c a

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B r u é s

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B r u é s

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Pléiade,

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7 0 -8 2 .

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M o r p h o s ,

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r e u n i o n e s

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p .

op. cit.,

p p .

d i s p o n i b l e s ,

73 .

1 9 -2 5

d i s c u s i o n e s

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V é a s e

y

7 1 -3 .

C o n ­

c o n j e t u r a m o s

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c o n v e r s a c i o n e s , t a m b ié n .

p o r

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G r c c n w o o d

65

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

El argumento filosófico en pro del escepticismo, presen­ tado por Baif en el primer diálogo, se basa en la pretensión ética de que los hombres que se comportan naturalmente se encuentran mejor en un mundo moralmente ordenado, ya que las prescripciones morales en realidad son opiniones de la fantasía, que han introducido ideas tan antinaturalesy malignas como castigos, propiedad privada, etc.'"’ Ronsard responde a esto insistiendo en que nuestras normas de va­ lor están basadas en la razón, y que no hay una bondad natural y primitiva.”' Esto es desafiado por Baif, quien dice que las leyes son opiniones, no basadas en evidencia racio­ nal.”” Esto le lleva a un argumento general contra las realiza­ ciones racionales humanas, basado en materiales de Cice­ rón y Diógenes Laercio. El argumento de Baif no es tanto el análisis epistemológico de los antiguos escépticos cuanto una enumeración de toda una diversidad de opiniones hu­ manas sobre todas las cuestiones posibles. Está dispuesto a abandonar una idea escéptica central, que los sentidos son indignos de confianza, pero insiste en que, aun si fuesen 1 precisos, los hombres de ciencia y los filósofos seguirían disintiendo acerca de todo; por tanto, sus opiniones no son ] objetivas, y no pasan de ser sus opiniones. Se ofrecen listas y T.p más listas para mostrar la variedad y oposición de las opi-J niones sobre toda clase de temas.”” Como resultado, Baif sugiere que la verdad sólo puede encontrarse en la Escri­ tura.'” Baíf apoya su escepticismo sobre la base de este cuadro de cómo disienten los hombres sabios. Si el argumento en pro del escepticismo carece de la fuerza de la antigua crítica escéptica de la razón humana. D o

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Ibid.. Ihid.. Ihid.. Ibid..

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66

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

la defensa de la razón resulta aún más endeble. Ronsard indica que si el escepticismo fuera cierto, los hombres que- | darían reducidos a bestias. Pero, por fortuna, los hombres de sano juicio sí se ponen de acuerdo, porque sus sentidos, bien empleados, son precisos. El sentido común y el razo­ namiento pueden descubrir las verdades generales a partir de la información sensorial. Nuestro intelecto es capaz de conocer las esencias reales, aparte de los sentidos, me- < diante cierta clase de conciencia de las ideas innatas. Con | esta combinación de ingredientes tomados de las teorías | del conocimiento de Platón y de Aristóteles, Ronsard de- * fiende la tesis de que es posible el conocimiento genuino, aun cuando en ciertas cuestiones quizá no podamos pasar |i de tener una buena opinión."' BalT abandona su escepti- ^ cismo y acepta esta teoría, declamando, “ ¡Oh miserable Pirrón, que lo ha convertido todo en opinión e indiferen­ cia!” '- Los otros dos diálogos siguen una pauta bastante similar, intentando resolver, ambos, las opiniones escépti­ cas acerca de las variaciones de opinión, y tratando de con­ vencer a los escépticos. Brués, en su epístola dedicatoria al Cardenal de Lorena y en su prefacio, dijo que su objeto era salvar a los jóvenes que pudiesen ser apartados de la religión por las dudas escépticas."" Como los escépticos en los Dialogues ni hacen una vigorosa defensa ni se rinden ante una respuesta con­ vincente, sino que simplemente abandonan sin mucha re­ sistencia resulta difícil, ver cómo la obra pudo cumplir con su propósito declarado. La mediocridad de la respuesta al escepticismo ha hecho considerar la posibilidad de que Brués realmente estuviera del lado escéptico y temeroso de decirlo (aunque no hay ninguna indicación de que ser es­ céptico en 1557 le hubiese metido en serias dificultades)."' Otros han insistido en que aun cuando sú refutación del ■' D o B r u é s , D ia lo g u e s , s e c . 13 1 -1 3 6 .

I

í.

■- Ibid.. SCO. 13 9 y ss. Ib id .. E p í s t o l a y P r c r a c i o , p p . 8 7 -9 2 , e n la e d i c i ó n d e M o r p h o s . í< " C f. M o r p h o s , o p . c it., p . 7 y B u s s o n , L e s S o u r c e s e t le d é v c l o p p e m e n t .. p . 423. O t r a d i s c u s i ó n d e l l i b r o d e B r u é s , e n G e o r g e B o a s , D o m in a n t T liem e s o f M o d i P lú ló s o p h y , N u e v a Y o r k , 1 9 57, p p . 7 1 -7 4 , c o n c l u y e c o n la s u g e s t i ó n d e q ú e la p ro -

i

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

67

escepticismo es pobre, no puede haber duda de que Brués estaba tratando de alcanzar el ortodoxo propósito de res­ ponder al escepticismo para salvaguardar a la religión de los dubitativos."’ Pero aun si no podemos determinar las opiniones del autor con alguna precisión, los Dialogues de Brués son in­ teresantes porque muestran la atención despertada por las ideas escépticas y su actualidad en las discusiones de mediados del siglo xvi. En la obra no hay una seria capta­ ción de la fuerza y naturaleza del escepticismo griego, posibleiúiw. ' • ’^orque, como lo ha sugerido Villey, Brués no conoció los irresistibles argumentos de Sexto” sino tan sólo las presentaciones menos filosóficas del escepticismo antiguo que se encuentran en Cicerón y en Diógenes Laercio. La virtud de la obra quizá se encuentre en el he­ cho de que “ Brués resume en cierto modo la inquietud y las incertidumbres que estaban en el aire, y que las Aca­ démica de Cicerón ayudaron a poner en claro”.B u s s o n y Greenwood consideran ios esfuerzos de Brués como parte de un gran cuadro de los primeros apologistas que lucha­ ban contra todo un complejo de monstruos renacentistas, salidos del aristotelismo paduano, del pirronismo, etc.; hacen de Brués un aliado de un continuo movimiento del siglo X V I que luchaba contra todos los tipos de irreligión “escéptica” . " Más probable es la idea de que su obra re-> presenta una exploración provisional del escepticismo,! brotada al observar la relatividad de las opiniones huma-i ñas y las posibles consecuencias de esto sobre la moral i aplicada, tema que bien pudo surgir en las discusiones acerca del escepticismo académico y la supuesta Nueva Academia, en el círculo que giraba en torno de Ramus y, r u n d id a d c o n q u e B r u é s d e f i n e l o s l e m a s d e l e s c e p t i c i s m o p u e d e i n d i c a r q u e e n r e a lid a d e s t a b a d e f e n d i e n d o e s t a o p i n i ó n , y n o r e fu t á n d o la . '

p o r e j e m p l o , G r e e n w o o d , " G u y d e B r u é s ” , p. 26 8, y G r e e n w o o d ,

■ 'L 'o c lo s io n d u s c c p t i c i s m c " , p p . 9 7 -9 8 . ■* r i e r r e V i l l e y , S o u r c e s & L ’ e v o l u t i o n d e s E s s a is d e M o n t a ig n e , II, p . 173. B u s s o n , L e s S o u r c e s el le d é v c l o p p e m e n t , p p . 4 1 9 -4 2 3 ; y G r e e n w o o d , " L ' é c l o s io n d u s c e p t i c i s m e ” , p p , 9 5 -9 8 . ( E s t o a r t í c u l o h a s i d o c a s i t o d o t o m a d o d e B u s so n , s in i n d i c a r l o . B u s s o n o m i t e e s t a s e c c i ó n e n la e d i c i ó n r e v i s a d a .)

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

68

de la Pléiade. Brués no parece haber tenido el celo anties­ céptico de su actual admirador, el profesor Greenwood.'” La repercusión de la obra de Brués fue escasa o nula. Busson ha citado a P. Boaistau, en Le théatre du monde, de 1558, como referencia al libro de Brués contra les nouveaux academiciens y como fuente.’*' Villey ha demostrado que los Dialogues fueron una de las fuentes de Montaigne."" Estas diversas indicaciones de interés en el escepti­ cismo antiguo en la primera parte del siglo xvi son lo que Villey llamó “pequeños fuegos de escepticismo que arro­ jan un brillo muy pálido y breve y luego desaparecen rá­ pidamente” ."' Y ninguna de las figuras consideradas era particularmente competente como pensador; ninguno de ellos parece haber descubierto la verdadera fuerza del es­ cepticismo antiguo, posiblemente porque, con la excep­ ción del joven Pico, sólo conocían las presentaciones me­ nos filosóficas, que habían leído en Cicerón y en Diógenes Laercio o, posiblemente, porque estaban desconcertados por la riqueza misma del desacuerdo que siempre ha exis­ tido entre los hombres acerca de todos los temas intelec­ tuales. Sea como fuere, antes de la publicación de Sexto Empí­ rico, no parece haberse dado mucha seria consideración filosófica al escepticismo. Busson ha tratado de hacer que las pocas obras que tratan del escepticismo acadé­ mico parezcan señales de un vasto movimiento intelec­ tual brotado de la repercusión del pensamiento paduano en Francia."- Sin embargo, aunque hubo sin duda cierto L o s h o r r o r e s d e l e s c e p tic is m o s o n te m a c o n s ta n te e n " L ’é c lo s io n d u s c e p tic is m e ” , d e G re e n w o o d . B u s s o n , L es S o u r c e s e t le d é v c l o p p c m c n t , p. 4 2 5 . V i l l e y , o p . c it., I I , p . 172. L a s c o n t r o v e r s i a s d e T a l ó n , G a l l a n d y B r u é s s o n e x a m i n a d a s c o n d e t a l l e e n S c h m it t , C ic e r o S c e p t i c u s , p p . 8 1 -1 0 8 . V i l l e y , o p . cit., I I , p . 165. E s t a t e s i s e s a f i r m a d a e n t o d a s u S o u r c e s e t l e d & o e lo p p c m c n t d u R a t i o n a l i s m e y la v e r s i ó n r e v i s a d a . L e R a t io n a li s m e d a tts la l i t t é r a t u r e fr a n ^ a i s e . V é a s e , p o r e j e m p l o , p p . 2 5 8 y 4 3 8 -3 9 , e n l a p r i m e r a , y p p . 2 3 3 y 4 I 0 - I I , e n la ú lt im a . E n f o r m a m á s e x t r e m a , e s t a e s la t e s i s d e G r e e n w o o d e n “ L ’é c l o s i o n

du s c e p t ic is m e ” .

T a n t o V i l l e y c o n í o S t r o w s k i m i n i m i z a n la i m p o r t a n c i a d e l p e n s a m i e n t o e s c é p ­ t i c o p r e m o n t a i g n i a n o . V é a s e V i l l e y , o p . c it., I I , p. 1 6 5 y S t r o w s k i, M o n t a i g n e , p p . I20 yss.

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

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desarrollo conjunto, el aristotelismo de los pensadores italianos estaba muy lejos del pensamiento escéptico, salvo por su final conclusión fideísta. Los paduanos eran racionalistas confirmados, cuyas opiniones en filosofía eran resultado de aceptar cierto marco filosófico y las construcciones racionales que había dentro de él. Por su parte, los escépticos negaban o dudaban de todo el proce­ dimiento y de las bases de los aristotélicos. El único punto de contacto de ambos era que los artículos de fe no po­ dían ser apoyados por la evidencia racional y había que creer en ellos, no probarlos. Los pocos análisis del escep­ ticismo anteriores a 1562 acaso ocurrieran históricamente en el contexto de la influencia paduana, pero las ideas surgen de los antiguos estudios sobre el escepticismo. En lugar de ser la culminación del aristotelismo italiano, como sugiere Busson, parecen deberse a redescubrimien­ tos aislados de la filosofía helenística. Quienes escriben acerca del escepticismo no parecen haberse estudiado unos a otros, ni parecen interesarse mucho por un serio análisis filosófico de los problemas escépticos. Tan sólo después de la publicación de las obras de Sexto empezó el escepticismo como movimiento filosófico importante, en especial como resultado de Michel de Montaigne y de sus discípulos. A l publicar las Hipotiposis de Sexto, en 1562, Henri Estienne plantea sus razones para traducir esta obra, así como su evaluación. La obra va dedicada a Henri Memmius, con quien al principio bromea, en tono escéptico, acerca de lo que ha hecho. Pasa luego a explicar cómo llegó a descubrir a Sexto, y nos informa que el año ante­ rior había estado muy enfermo; durante su mal, se desa­ rrolló en él un gran disgusto de las belles-lettres. Un día, por casualidad, redescubrió a Sexto en una colección de manuscritos de su biblioteca. La lectura de la obra le hizo reír, y alivió su enfermedad (un tanto cuanto, al parecer, como afirm aba Sexto, porque el escepticismo era una purga). Vio cuán vana era toda cultura, y esto lo curó de su antagonismo hacia las cuestiones científicas, permitién­ dole tomarlas menos en serio. Al descubrir la temeridad

70

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

del dcí^atismo, Estienne también descubrió los peligros de aquellos filósofos que trataban de juzgar de todo, y especiaknente de las cuestiones teológicas, según sus pro­ pias mrmas. Los escépticos le parecieron superiores a los hlósoí'iS cuyo razonamiento culminaba en opiniones peli­ grosas y ateas. A la luz de todo esto, Estienne sugirió en su introduc­ ción, primero, que la obra podía actuar como cura para los filc-íofos impíos de la época, haciéndoles despertar a la cordura; segundo, que el libro de Sexto podía servir como Lien digesto de filosofía antigua; por último, que la obra r>odía ayudar a los estudiosos interesados en cuestione.s históricas y filológicas. En el caso de que alguien objetara diciendo que podía ser peligroso imprimir la obra de alguien que había de­ clarado la guerra a la filosofía, Estienne señala que Sexto, al menos, no es tan malo como aquellos filósofos que no son capaces de salvaguardar sus dogmas mediante argumento.s decentes; como el razonamiento de Sexto es más sutil que verdadero, no hay razón para temer consecuen­ cias desastrosas, pues la verdad brillará con más luz por haber sido atacada por el pirronismo.“■* En contraste con la promulgación un tanto ligera hecha por E.stienne de lo que después llegaría a llamarse “ ese mortal veneno pirrónico” , G e n t i a n Hervet ofreció razo­ nes similares pero más sombrías para su edición de 1569. En su epístola dedicatória a su patrón, el Cardenal de Lorena, Hervet dijo que había encontrado un manuscrito de Sexto en la biblioteca del cardenal en una época en que estaba agotado por sus actividades contrarreformistas y su obra .sobre los Padres de la Iglesia. Se llevó el manus­ crito para leerlo en un viaje, como esparcimiento. Luego, Cr. p r r ; f , - , t . j o s e w n ,

e d if/r ,n

rres chomee 1 9 48 ,

p p . 21

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p o r

S e x t o

1 8 53 ,

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E s t i e n n e 2-8 . E s t e

E m p í r i c o ,

a

t r a d .

Empírico, Pi/irlioniarum

S e x t o

p r e f a c i o J o a n

fu e

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G r e n i e r

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G e n e v i é v e

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G o r o n ,

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24,

F ra.S f- / i f r i l i u i d a a r t íc u lo

H c n r i

1 5 5 2 , p p .

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al

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J o s e p h

d e l

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G la n v ille " ,

e n

x v ii T i lo m a s

W liite ,

e n

Retrospective Review,

e l I,

71

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEFnCISMO GRIEGO

según informó, después de haberlo leído con increíble placer, pensó que era una obra importantísima, pues mos­ traba que ningún conocimiento humano puede resistir los argumentos que se le puedan oponer. La única ceitidumbre que tenemos es la Revelación de Dios. En Sexto se encuentran muchos argumentos contra los paganos y he­ rejes de su época, que tratan de medir las cosas por la razón y que no entienden porque no creen. En Sexto puede encontrarse una respuesta adecuada a los nouveaux academiciens y calvinistas. El escepticismo, al con­ trovertir todas las teorías humanas, curará del dogma­ tismo a la gente, le dará humildad y la preparará a acep­ tar la doctrina de Cristo.”-’ Esta opinión del pirronismo, de uno de los jefes del ca­ tolicismo francés, indicaría la dirección de una de sus mayores influencias sobre los tres siguientes cuartos de siglo. Sin em bargo, poco d espués de la publicación de Sexto, encontramos señales de que se le estaba leyen­ do por razones filosóficas y como material informativo acerca de la filosofía antigua. Uno de quienes así lo leye­ ron fue Giordano Bruno, que analizó el pirronismo en al­ gunos de sus diálogos. En el diálogo La Cena de le Cenen, de 1584, hay una re­ ferencia a los efettici e pirroni que profesan no ser capaces de saber nada.™ En el diálogo Cabala del Cavallo Pegaseo, de 1585, hay varios comentarios acerca de los efettici y pit~roni. Saulino, en el primer diálogo, asegura que estos Pensadores y otros como ellos sostienen que el conoci­ miento humano es tan sólo una especie de ignorancia, y compara el escéptico a un asno, que no quiere ni puede escoger ante una alternativa. Pasa luego a elogiar el punto de vista escéptico, afirmando que el mejor conocimiento que podemos tener es que nada puede saberse ni se sabe; de manera semejante, que nadie puede ser más que un P r e f a c io S e x to ,

pp.

e e iít ic is m o

d e

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la

G io r d a n o G io v a n n i

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e n

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G e n t ii o ,

e d i c i ó n s e r á e n

d e

1 9 2 5 -1 9 2 7 ,

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A d v e r s a s M a tlie in a tico s,

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e n

r e l a c i ó n

c o n

e l

d e c s -

F r a n c ia .

L a C e n a d e le C e n e r i,

B a r i,

1 5 6 9

c o n s i d e r a d o

1, p .

36.

e n

O p e re I ta lia n e ,

3

v o ls .

e d it a d a

p o r

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

72

asno, ni es más que un asno. Esta vislumbre es atribuida a los socráticos, los platónicos, los efettici, los piironiani y otros como ellos."' En el segundo diálogo, Saulino traza una distinción en­ tre los efettici y los piironi, que luego desarrolla Sebasto en una evaluación del escepticismo. Los efettici son equi­ parados a los escépticos académicos, los que aseveran que nada puede conocerse, mientras que los piironi ni si­ quiera saben o aseguran esto. Los piironi son retratados como poseedores de un superior grado de asnez que los efettici.*'*' En el subsiguiente discurso de Onorio, parte de la información y la fraseología parecen venir directa­ mente de la obra de Sexto."" Así, Bruno parece haber es­ tado en contacto con los escritos de Sexto, y haber encon­ trado sus ideas lo bastante interesantes para incluirlas en sus estudios de los tipos de teorías y comentarlas. Otro escritor italiano de la época, Marsilio Cagnati, doctor en medicina y en filosofía, ofrece un breve estudio de Sexto y de sus obras en sus Variarum Obseinationum, de 1587. Dedica un capítulo "" a la biografía de Sexto, a su carrera médica, discute si Sexto fue sobrino de Plutarco,"’ y si fue el mismo Sexto al que se refirió Porfirio. El inte­ rés en Sexto parece ser exclusivamente histórico, no filo­ sófico. Un similar empleo de Sexto como fuente histórica aparece en las Manuductionis ad Stoicam Philosophiam, de Justo Lipsio. Aquí, al analizar la división de los filósofos B r u n o ,

I b i d ., c o n

e l

h a c e y

C a b a la d e l C a v a llo P e g a s e o ,

II,

u s o

p p .

d o

S e x t o

t é r m i n o s

D i ó g e n e s ,

2 8 9 -9 1 .

e n

I p a r t .

B r u n o ,

m e n t e

C a b a la ,

r e f e r i d o p á r r a f o

M a r s i l i o

16,

ta n t o

e n 2S 2,

a

II, la

u s a

p.

q u e

291 6

a l iq u i E s te

d e s d o r i c o

d e

e l

v o c a n t " ,

ir r it a n t e s ig lo

S e x t o

x v i d o

p p .

lo s

D i ó g o n o s

d o s

II, p p . 2 6 6 -7 ,

g r u p o s

L a o r c i o .

n o

S e x t o ,

e s tá

e n

P .

" e s c é p t i c o ” , " z e t é t i c o ” , " e f é c t i c o ” , y

" e f é c t i c o ”

y

la s

o s

P .

p a r a

c u a n t o n o t a s

H.

III,

4

y

6

c a p s .

D o c t o r i s

1587,

L ib .

a p a r e c e

p o r

a

a c a d é m i c o s .

t r a d u c i d o s

R o m a

r e f e r i r s e

a

a p a r e c e n

d e

G o n t ilo .

2 7 -2 9 ,

c a s i

H.

E l

a c u e r d o I,

P a r t.

7,

" p i r r ó n i c o ” ;

o p u e s t o

p á r r a f o s

27 0.

d o

p a s a j e

" d o g m á ­

al

25 2 -2 5 6 ,

q u e

n o s

e s p e c i a l ­

lit e r a lm e n t e .

M e d i c i III,

lo

y d e

c a p .

et v i.

V a r ia r u m

P h i l o s o p h i . " D e

S e x t o ,

q u e m

O b-

e m p ir i-

20 3-6.

p r o b l e m a

h a s t a

e n t r e

V e r o n e n s i s

s e r v a tio n u m L ib ri Q u a tu o r , c u m

d o

d e

p i r r ó n i c o s

n o ta

C a g n a ti.

n i

O p e r e Ita lia n e -,

e n

d is t in c ió n

E m p í r i c o

e q u i v a l e n t e s

t i c o ” , a b a r c a n d o

h e m o s

E s ta

e l

s ig lo

Q u o r o n o a ,

x v m .

s o b r i n o

t o d a

C a g n a t i, d o

c o n

P l u t a r c o .

la

lit e r a t u r a

r a z ó n ,

a c e r c a

d is t in g u e

a

d e

S e x t o

S e x t o , E m p í ­

73

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

en dogmáticos, académicos y escépticos, y explicar quié­ nes eran los escépticos y lo que creían, Lipsio se refirió a los escritos de Sexto Empírico. Existe una interesante obra de Pedro de Valencia que al parecer fue poco conocida en sus días, pero que fue leída con atención en el siglo xviii."'* En 1596, este autor publicó Académica, una historia totalmente objetiva del escepticismo antiguo, que trataba de los movimientos académico y pirrónico hasta la mitad del periodo helenís­ tico.”' Sexto es, desde luego, una de las principales fuen­ tes, y Valencia dice que casi todo el mundo poseía esta obra.”"’ La posición pirrónica es presentada sólo de ma­ nera general, en tanto que ofrece mucho más detalles y crítica de las opiniones de los principales pensadores académicos, Carnéades y Arcesilao. Al final de la obra, el autor explica que habría analizado estas cuestiones más extensamente si hubiese dispuesto del texto griego de Sexto. Las traducciones latinas, especialmente las de Hervet, le parecieron inadecuadas para un examen serio, y no quiso depender de ellas.”” Valencia afirmó que su es­ tudio del escepticismo antiguo tendría dos clases de valo­ res, uno filológico, el otro filosófico. Nos ayudaría a com­ prender a varios autores antiguos como Cicerón, Plutarco y San Agustín. Más importante aún, el estudio nos haría J u s t e 1 6 04 ), L ib . p a r a

ele

d is e r t ,

o b t e n e r

g r i e g o su

Q u e

h o y

E n

e l

s e

I V ,

p p .

s ig lo

A c a d e m iq u e s ,

d e

ad

p p .

S to ic a m

6 9 -7 6 .

f il o l ó g i c a

e n c u e n t r a

H e n r i

18 92 ,

III y

i n f o r m a c i ó n

s u e g r o ,

O x f o r d

M o r tu d u c tio m s

L i p s e , II,

E s t ie n n e ,

e n

la

C f.

I s a a c e

h is t ó r ic a ,

K i n g ’s

M a r k

17 96 ,

d e

c o n s t it u y e

x v n i,

la

o b r a

C ic e r ó n ,

P a r ís la s

p p .

d e

la s

d o

c o m o

P e t r u s

I b i d ., I b i d .,

V a le n t í a

p.

27.

p.

123.

L i b r a iy ,

t u v o

s u

B r it is h

s e

p r o p i o

M u s e u m ,

Isa a c C a sa u b o n

P a ttis o n .

( A m b e i e s ,

v a l ió

d e

S e x t o

m a n u s c i Q u e

ito

l e c i b i ó

1 5 5 9 -1 6 1 4 , 2 "

e d .

V a l e n c i a

lib r o

V a le n c e ,

d e

t a m b ié n

o c t .-d ic .

( V a le n c i a ) ,

A m b e r e s ,

L a

E l

X V I I I ,

a p a r e c i ó

e n

la

e d i c i ó n

1741,

v é a s e

C ic e r ó n , f u e p p .

p o r

d o n d e

r e d u c i d o

e j e m p l o , e l

y

l i b r o

d e

la s

d e l

d e

c o m e n t a d o

la

e d i c i ó n V a le n c ia e n

la

B i-

6 0 -14 6.

A c a d é m i c a s i v e D e l u d i d o e r g u iie r u m , E x ip s is

15 96 .

d i s c u s i ó n

D u r a n d

L e s A c a d é m i q u e s o ii d e s M o y e n s d e J u g e r d u V r a i;

A c a d ém iq u es,

3 2 7 -4 6 4 .

b lio th é q u e B r ita n n iq u e , p r im is fr o n tib u s ,

y

t a m b i é n

30 -1.

o u v r a g e p u ls é d a n s les s o u r c e s ; p a r F ie r r e d e

L i b r i T tcs

P h ilo s o p h ia m C a s a u b o n

p i r r o n i s m o

e s tá

e n

la s

p p .

2 7 -3 3 .

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

74

percatarnos de que los filósofos griegos no encontraron la verdad. Quienes la buscaran debían dejar a los filósofos y volverse hacia Dios, pues Cristo es el único sabio."" Por tanto, no a causa de los argumentos escépticos, sino por el estudio de la historia del escepticismo, el lector, presu­ miblemente, debía descubrir el mensaje fideísta; que la verdad sólo se encuentra por la fe, no por la razón. En el bando más filosófico aparecieron dos presenta­ ciones serias -una de ellas escrita por Sánchez- y la otra por Montaigne del punto de vista escéptico, unos veinte años después de la primera impresión de Sexto. Antes de examinar las opiniones de Montaigne, que serán el tema del capítulo próximo, deseo concluir esta revisión del es­ cepticismo del siglo XVI con un análisis de la obra de Sán­ chez. El único escéptico del siglo xvi, aparte de Montaigne que ha alcanzado cierto reconocimiento como pensador fue el doctor portugués Francisco Sánchez (o Sanches), 1552-1623, quién profesó en Toulouse. Su Quod nihü scitur ha sido objeto de muchos elogios y de detenidos exá­ menes. Sobre su base el gran pirrónico. Fierre Bayle, en un momento de exageración, dijo que Sánchez era “ un gran pirrónico”."" "■ I b i d .,

p p .

12 3 -1 2 4 .

h u m a n u m q u c q u a m

l a m e n

in d i g e r e q u i in á

s e

d a !

h o c

cu s.

n c c

p p .

ñ o l e s

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d e l

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e r a n

s e

B a y le ,

D i c c i o n a r i o

io s

D e

u n q u a m a b

r e v e l a ! d e

h is

p o s s e .

Q u o d

A b s c o n d i t v e r ó

Q u i

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a liis

ig itu r

v e r a

e n i m

v i d e t u r

D e u s I p s i

v é a s e

s a p i c n t i a

s e d

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D e o ,

s a p i e n s

e s s e

v e r u m

s o li

G r a c c o s

p r o m i t t c r c ,

p h i l o s o p h i a ;

s iq u is

p a r u u lis .

V a l e n c i a ,

a d m o n c m u r ,

s i b i q u c

h u i u s m o d i

i m p r o p e r a t .

u t s i! s a p i e n s ;

e s

d a d o

c o n v e r s o s .

e s c r i b í a

s a p i e n t i a m

s a p i e n t i

S c h m it t ,

p e r

le -

C ic e r o S ce p ti-

d e

B a y le

A I

e n

la

p a r e c e r ,

P a s ó

e n

e n

O p e r a P liilo s o p h ic a ,

S a n c h e s ,

1 9 5 5 .

f o r m a

E n

la

lit e r a t u r a

p o r t u g u e s a ,

n a c i ó

F r a n c i a

a rt. " S á n c h e z , t a m b i é n

E s p a g n o l, m a s

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C o i m b r a ,

e n la

P o r t u g a l m a y o r

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S a n c h e s , d e

p a d r e s

p a r t e

d e

su

e d i ­

r e s p e c t o ,

e l

c u a n t o

e n

j u d í o s

e s p a ­

v id a ,

d o n d e

la

su

S á n c h e z .

D ic tio n a ir e ,

a r t íc u lo s

Q u o d N ih ü S c it u r

C a r v a lh o ,

S á n c h e z .

S á n c h e z , J é s u i t e d e

n o n

A m e n ” . A c e r c a

S a n c h e s ,

J o a q u i m

a p e l l i d o

n o m b r e

ix

in t c r im

q u a c r c r c

74 -76 .

p o r

f o r m a

p r a c s t a r c

a m a t o r ib u s ,

g lo r ia .

illu d

s a p i c n t i a m

p o s t u l e ! /n o n

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s a p i e n t i a e

F r a n c i s c o t a d a

n c c

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s e c u l o , f ia ! s tu ltu s ,

C h r is t u m

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in v e n ir e

m c c u m

ó m n i b u s

f a ls a e

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“ V c r u m

in g c n i u m

a n t e s

F r a n q o i s ” . T o d o

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l e e r

e l

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D ic c io n a r io .

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fin

d e

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E s t e la

e n

e l

T h o m a s e s

u n o

R e m .,

C .

75

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

Sánchez nació en 1552, en Tuy o en Braga, de padres judíos convertidos al cristianismo. Debido a los disturbios de la época, tanto políticos como religiosos, la familia se trasladó a Francia, a Burdeos. El joven Francisco Sánchez estudió en el Collége de Guyenne, luego viajó por Italia durante un tiempo y finalmente recibió sus grados en Montpellier. Llegó a ser profesor de filosofía y de medi­ cina en Toulouse, donde tuvo gran éxito y llegó a ser fa­ m oso."’" u 1 J Su obra Qiiod nihil scitur fue escrita en 1576 y publicada en 1581. Este libro difiere radicalmente de las obras ante­ riormente consideradas en este mismo capítulo, ya que es una obra filosófica por derecho propio; en ella desarrolla Sánchez su escepticismo por medio de una crítica intelec­ tual del aristotelismo, y no recurriendo a la historia de la estupidez humana y la variedad y oposición de teorías an­ teriores. Sánchez empieza afirmando que ni siquiera sabe si sabe nada.'"' Luego procede, paso a paso, a analizar el concepto aristotélico del conocimiento, para mostrar por qué ocurre así. p u e d e

um ,

s e r

.......

P a r a

la y o ,

p p .

d ic a d a d

f u e n t e

a

d e

e d „

d e t a l l e s 7 -9

C o l e c c i ó n r ia l

la

S e l b y - B i g g e

la

la s

p.

o b s e r v a c i o n e s

11 4,

L i b r o

b i o g r á f i c o s , t r a d u c c i ó n

I,

P a r t.

\ é a s e

el

d e

H u m e

III.

s e c .

" P r ó l o g o ”

e s p a ñ o l a

d e

d e

S a n t ia g o

n o.

9, B u e n o s

i n t r o d u c t o r i o

d e

C a r v a l h o

e n

s u

q u e d e

la

f e c h a

d e

in f o r m a c i ó n

n a c i m i e n t o b i o g r á f i c a

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s e r

e x t r a ñ o

d e

C a z a c ,

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q u e

la

S á n c h e z

n u e v o s t a n t o

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s e

b i b l i o t e c a

c l a v e s

m u c h o s

c r is t i a n o s

d e

en

m u c h a s

a f e c t a r a n

in d ic a n v o s

a c e r c a

d e l

c r is t i a n o s

p r o f e s o r e s

p o r t u g u e s e s ,

y

y

q u e

p p .

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la s

C a t h o l i q u e

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e l

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C o l l é g e

c o n s i d e r a b a n

p a p e l e s

in ­

c a n t i ­

la d e

A llí

G u y e n n e d e

G u y e n n e

m u c h a s

id e a s

e x ­

H e n r j

e v i d e n c i a

d o c u m e n t o s d e

m a s d e

T o u l o u s s e . d e

C o l l é g e L o s

b u e n a

c o l e c c i ó n

d e

a c e r c a

M o n t a ig n e .

m a t e ­

S cn c h c t.

L a

c a j a s

e l

d o n d e

The Skepttes ofth e Essai sur la

O w e n ,

1 - X X X I X . e n

d e l

t a m b i é n

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S á n c h e z

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Frencli Reiwissauce. L o n d r e s , 1 8 9 3 , c a p . i v , a niOUiode de Francisco Sánchez. P a r í s , 1 9 0 4 , t e n s a

A ir e s ,

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P r e o c c u p a c io n

Cuadernos Salmantinos de Filosofía.

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r e s u m e n

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

76

Cada ciencia comienza con definiciones, pero, ¿qué es una definición? ¿Indica la naturaleza de un objeto? No. Todas las definiciones sólo son nominales. Las definicio­ nes no son más que nombres arbitrariamente impuestos a las cosas de manera caprichosa, sin ninguna relación con las cosas nombradas. Los nombres no dejan de cambiar, por lo que cuando creemos estar diciendo algo acerca de la naturaleza de las cosas mediante combinaciones de pa­ labras y definiciones, sólo estamos engañándonos a noso­ tros mismos. Y si los nombres asignados a un objeto como un hombre, como "animal racional” , significan todos lo mismo, entonces son superfinos y no ayudan a explicar lo que es su objeto. Por otra parte, si los nombres signifi­ can algo distinto del objeto, entonces no son los nombres del objeto."’- Mediante tal análisis, Sánchez elaboró un profundo nominalismo. De considerar las definiciones, Sánchez pasa a exami­ nar la noción aristotélica de ciencia. Aristóteles define la ciencia como “ disposición adquirida mediante demostra­ ción” . Pero, ¿qué significa esto? Esto es explicar lo oscuro por lo más oscuro. Los particulares que se tratan de ex­ plicar por esta ciencia son más claros que las ideas abs­ tractas que, supuestamente, deben aclararlos. El particu­ lar Sócrates, se entiende mejor que algo llamado “animal racional”. En lugar de tratar de los verdaderos particula­ res, estos llamados hombres de ciencia discuten y arguyen acerca de un gran número de nociones abstractas y ficcio­ nes. “ ¿Llamáis ciencia a esto?” , pregunta Sánchez, y luego responde: “Yo lo llamo ignorancia.” Luego pasa a atacar, el método de la ciencia aristoté­ lica, la demostración. Supuestamente, una demostración Q uod

S a n c h o s . 6 3 0 -6 3 1 . id e a s ,

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212-213,

M e r s e n n e e n

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m o s t r a r á

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

77

es un silogismo que produce ciencia. Pero este maravi­ lloso método del silogismo incluye un círculo vicioso, en lugar de engendrar alguna información nueva. Para de­ mostrar que Sócrates es mortal, argüimos que todos los hombres son mortales y Sócrates es hombre; sin embargo, las premisas están sacadas de la conclusión: se necesita el particular, Sócrates, para tener un concepto del hombre y de la mortalidad. La conclusión es más clara que la prueba. Asimismo, el método silogístico es tal que, par­ tiendo de las premisas correctas, puede probarse todo. Es un medio inútil y artificial que no tiene nada que ver con la adquisición de conocimiento.'"' Sánchez concluyó que la ciencia no podía ser certi­ dumbre adquirida por definiciones, ni tampoco podía ser el estudio de las causas, pues si el verdadero conoci­ miento consiste en conocer una cosa por sus causas, nunca llegaríamos a conocer nada. La búsqueda de sus causas seguiría ad infinitum conforme estudiáramos la causa de la causa y así interminablemente.'""’ En el lugar de lo que consideraba como falsas nociones de ciencia, Sánchez propuso que la verdadera ciencia era el conocimiento perfecto de una cosa ( sc ie n t ia est r e í p e r ­ f e c t a coGNiTio), Esta noción, insiste, es perfectamente clara. El conocimiento genuino consiste en la aprehensión inmediata e intuitiva de todas las verdaderas cualidades de un objeto. Así pues, la ciencia tratará de particulares, cada uno de los cuales habrá de entenderse por separado. Las generalizaciones están más allá de este nivel de cer­ tidumbre científica, e introducen abstracciones, quime­ ras, etc. El conocimiento científico de Sánchez consistirá, en su forma perfecta, en la aprehensión experiencial de cada particular en sí mismo y por sí mismo.'"" Pero, habiéndonos puesto a dudar de que algo pueda conocerse por el método aristotélico, Sánchez analiza en­ tonces su propia teoría de la ciencia y muestra que, estricI b i d .. I b i d ..



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pp. 6-9. pp. 13-4. pp. 15-17.

78

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

tamente hablando, los seres humanos son incapaces de alcanzar la certidumbre. La ciencia de los objetos conoci­ dos uno por uno no puede lograrse, en parte por la natura­ leza de los objetos y en parte por la naturaleza del hom­ bre. Todas las cosas están relacionadas entre sí, y no se les puede conocer individualmente. Hay un número ilimi­ tado de cosas, todas distintas, de modo que no es posible conocerlas a todas. Y, peor aún, las cosas cambian, de modo que nunca se encuentran en un estado final o com­ pleto para que se les pueda conocer en realidad. Del lado humano, Sánchez dedicó mucho tiempo a pre­ sentar las dificultades que impiden al hombre obtener el verdadero conocimiento. Nuestras ideas dependen de nuestros sentidos, que sólo perciben los aspectos superfi­ ciales de las cosas, los accidentes, y nunca las sustancias Por su formación médica, Sánchez también pudo mostrar cuán poco digna de confianza es nuestra experiencia sen­ soria, cómo cambia al alterarse nuestro estado de salud, etc. Las muchas imperfecciones y limitaciones que Dios consideró apropiado ponernos impiden a nuestros senti­ dos y a nuestros otros poderes y facultades alcanzar nunca el verdadero conocimiento."’" La conclusión de todo esto, según Sánchez, es que no es posible llegar al único verdadero conocimiento científico significativo. Todo lo que el hombre puede alcanzar es el conocimiento limitado e imperfecto de algunas cosas que se presentan a su experiencia, por medio de observación y juicio. Por desgracia, jiocos hombres de ciencia hacen uso de la experiencia, y pocos hombres saben cómo juzgar."”’ Sánchez es más interesante que ninguno de los demás escépticos del siglo xvi, salvo Montaigne, ya que las razo­ nes de sus dudas no son ni las antiintelectuales, como al­ gunas de las de Agrippa, ni la sospecha de que el conoci­ miento es inalcanzable tan sólo porque hasta ahora los hombres cultos no se han puesto de acuerdo. Antes bien, Ibid.. Ibid.. !bid..

p p .

17 ss.

p p .'2 3 p p .

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47-53.

79

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

SU afirmación de que nihü scitur es planteada sobre moti­ vos filosóficos, sobre un rechazo del aristotelismo. y sobre un análisis epistemológico de cómo son el objeto del co­ nocimiento y el conocedor. En términos generales, la con­ clusión totalmente negativa de Sánchez no es la posición del escepticismo pirrónico, la suspensión de juicio sobre si algo puede conocerse, sino, en cambio, el más maduro dogmatismo negativo de los académicos. Plantea una teo­ ría de la naturaleza del verdadero conocimiento, y luego muestra que no es posible alcanzar tal conocimiento. Los pirrónicos, con su más radical escepticismo, no podían aceptar la teoría positiva del conocimiento ni la conclu­ sión definitiva de que nihü scitur."" Aunque Quod nihü scitur parece presentar una visión semejante a la que se ha atribuido a Arcesilao y a Carn é a d e s '" según Cicerón y Diógenes Laercio, Sánchez también parece deber algo a Sexto Empírico, al que no menciona en su obra. Carvalho ha sugerido que tanto el estilo como algunos de los argumentos se derivan de la traducción de Sexto hecha por Estienne."- Y en un estu­ dio de Sánchez se llega hasta considerarlo como sucesor de Sexto."'' El experimentalismo propugnado por Sánchez ha sido considerado por algunos como prueba de que no era un verdadero escéptico, sino un empírico que abría nuevos terrenos, allanando el camino a Francis Bacon. Según esta interpretación, Sánchez sólo aplica los argumentos escép" "

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sisclic Forscliungeii des Górre.sgesellscliaft. E Kuliurgnschiclite, I , B a n d , 1 9 6 0 , p p . 2 4 - 5 0 . E s

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S á n c h e z

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

80

ticos con el propósito de oponerse a los dogmáticos aristo­ télicos por entonces en boga, así como Descartes después emplearía el método de la duda. Habiendo destruido al enemigo, pudo desarrollar una nueva concepción del co­ nocimiento, la ciencia empírica que, según dicen estos in­ térpretes, habría aparecido en sus obras subsiguientes.'" Sin embargo, yo pienso que el análisis del conocimiento del propio Sánchez arroja dudas sobre esta evaluación. A diferencia de Bacon y de Descartes, y de quienes pensa­ ron contar con un medio de rechazar el ataque escéptico, Sánchez lo aceptó como decisivo y luego, no para respon­ derle, sino de acuerdo con él, ofreció su programa posi­ tivo. Este programa positivo fue ofrecido no como medio de alcanzar el verdadero conocimiento, sino como el único sustituto que quedaba, porque nihü scitur, de ma­ nera un tanto similar a como Mersene, más adelante, ha­ bía de desarrollar su “ escepticismo constructivo” . " " ’ En cuanto a influencia, Sánchez no parece haber go­ zado de gran prestigio en su época. Más avanzado el siglo XVII aparecieron en Alemania dos refutaciones."® Pero Montaigne probablemente no conoció el Quod nihü scitur, ni su autor conoció los E s s a ís ."' Al historiador del escep"

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81

EL RESURGIMIENTO DEL ESCEPTICISMO GRIEGO

ticismo, de finales del siglo xviii Stáudlin, no le impre­ sionó Sánchez como particularmente interesante."" Tal parece que sólo en los últimos cien años ha llegado a ser considerado como “uno de los pensadores más agudos y avanzados del siglo xvii” , " " o aun superior a Montaigne porque, “ Sánchez fue el único escéptico que al mismo tiempo fue un pensador positivo” , y que, como resultado, puede presentarse como precursor de Descartes.'-" Bien puede ser que la formulación del problema es­ céptico dado por Sánchez esté más cerca del idioma mo­ derno que ninguna de las de sus contemporáneos, incluso la de Montaigne, y en su visión de cómo se desarrolló la filosofía se le pueda leer como un precursor de Bacon o de Descartes. En realidad, una reciente traducción al in­ glés, aún inédita, que yo he visto, del Quod Nihil Scitur de Sánchez, puede leerse casi como un texto de filosofía ana­ lítica escrito en el siglo xx. En el resurgimiento del escepticismo griego en el siglo X V I , el pensador que más absorbió la nueva influencia de Sexto Empírico y que aplicó este material a los problemas intelectuales de su época fue Michel de Montaigne. Su pi­ rronismo ayudó a crear la ciise pyirhonienne de comienzos del siglo X V I I . En el próximo capítulo mostraremos que, a través de Montaigne, el escepticismo renacentista llegó a ser decisivo para la formación de la filosofía moderna, contra la opinión que sostiene que sólo fue un momento de transición en la historia del pensamiento.

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S t á u d lin , O w e n , op .

Gesc/iíc/iíe des Sfcepí!C!s?7iiís,

cit.,

C o r a ln ik , o p .

p.

cít.,

640, p p .

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III. MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS “NOUVEAUX PYRRHONIENS” M de Montaigne fue la figura más importante del re­ surgimiento del escepticismo antiguo en el siglo xvi. No sólo fue el mejor pensador y escritor de quienes se intere­ saron en las ideas de los académicos y pirrónicos, sino . que también fue el que sintió más profundamente la reA percusión de la teoría pirrónica de la duda completa, y su ' aplicación a los debates religiosos de su época. Montaigne fue simultáneamente un hijo del Renacimiento y de la Re­ forma. Fue un humanista hasta la médula de los huesos, con un vasto interés y preocupación en las ideas y valores de Grecia y de Roma y su aplicación a las vidas de los hombres del mundo de la Francia del siglo xvi, que tan rápidamente estaba cambiando. Fue sensible, como quizá ninguno de sus contemporáneos, al significado vital del redescubrimiento y la exploración de la “gloria que fue Grecia y la grandeza que fue Roma” , así como al descu­ brimiento y la exploración del Nuevo Mundo. En estos dos mundos recién descubiertos percibió Montaigne la relatir'vidad de las realizaciones intelectuales, culturales y so­ ciales del hombre, relatividad que había de socavar todo el concepto de la naturaleza del hombre y su lugar en el cosmos moral. ' La vida personal de Montaigne fue un microcosmo del macrocosmo religioso de su época, pues procedía de una familia dividida por el conflicto religioso. Su padre era católico, y su madre era una judía recién cristianizada.' El padre de Montaigne fue un hombre interesado en las i c

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82

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MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS "N O U V E A U X PYRRHONIENS”

83

caprichosas corrientes religiosas y teológicas de su época; pasó mucho tiempo conversando con figuras como Fierre Bunel; estudió los escritos de Raymond Sebond en su búsqueda del entendimiento y la paz religiosa. El joven Montaigne fue, como su padre, católico, pero estuvo pro­ fundamente interesado en las diversas corrientes del pensamiento de la Reforma y la Contrarreforma. A ins­ tancias de su padre, tradujo la obra de Sebond sobre teo­ logía natural, que era mirada con malos ojos. Por sus pro­ pios intereses llegó a conocer íntimamente a figuras tales como el jefe de los protestantes, Enrique de Navarra, y el gran contrarreformador jesuíta Juan Maldonado. En sus viajes, Montaigne a menudo se detuvo a conversar con partidarios de varias religiones, y mostró un ávido interés por sus opiniones y prácticas.Muchas facetas de Montaigne se encuentran en su en­ sayo más extenso y filosófico, la Apologie de Raimond Se­ bond, ese asombroso producto de su propia personal crise pyrrhonienne. Aunque, como lo ha mostrado Erame, el pi­ rronismo de Montaigne es, al mismo tiempo, anterior y posterior a este ensayo,-’ sirve como foco lógico de nuestra atención. Villey, en su estudio de las fuentes y del desa­ rrollo de los Essais de Montaigne, ha mostrado que una gran parte de la Apologie fue escrita en 1575-1576, cuando Montaigne, al estudiar los escritos de Sexto Empírico, es­ taba experimentando el trauma extremo de ver disolverse' \ todo su mundo intelectual en la duda más completa.' Le-' mas y frases de Sexto aparecen en elementos de su estu­ dio, de modo que pudo meditar en ellos mientras com­ ponía su Apologie. Fue durante este periodo cuando adoptó'su lema, ¿Que sais-je? La Apologie se desenvuelve en el inimitable estilo zig-

V é a s e

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zagueante de Montaigne como una serie de oleadas de es­ cepticismo, con pausas ocasionales para considerar y compendiar los diversos niveles de la duda; pero su tema predominante es una defensa de una nueva forma de fi­ deísmo: el pirronismo católico. El ensayo empieza con un relato, probablem ente im preciso, de cómo Montaigne llegó a leer y a traducirla audaz obra de Sebond, teólogo del siglo xv.® El padre de Montaigne había recibido un ejemplar de la Theologia naturalis, de Fierre Bunel, quien dijo que le había salvado de la enfermedad del luteranismo, añadió Montaigne, que “ fácilmente podía degene­ rar en un execrable ateísmo” ." Años después, el padre de Montaigne encontró el libro y pidió a su hijo que lo tradu­ jese al francés. En broma, Montaigne afirmó que el origi­ nal estaba en español, con conclusiones en latín. Así llegó a surgir la traducción de Montaigne.' En adelante, se nos dice, algunos de los lectores de Se­ bond, especialmente las damas, necesitaron cierta ayuda para comprender y aceptar el mensaje de la obra: que to­ dos los artículos de la religión cristiana pueden probarse por la razón natural. Se han planteado dos conjuntos principales de objeciones: uno, que la religión cristiana debe basarse en la fe y no en la razón; y el otro, que las razones de Sebond no eran ni muy claras ni muy buenas. El primer punto permite a Montaigne desenvolver su tema fideísta, y el segundo, su escepticismo. Primero afirma “defender” a Sebond exponiendo una teoría del cristia­ nismo basada exclusivam ente en la fe; después, mos­ trando, a la manera de Pirrón, que, como todo razona­ miento es defectuoso, no debe censurarse a Sebond por sus errores." ' Véase la edición de .Jacob Zcitlin de The Essays o f Michcl de Moulaigne. Nueva York 1935, Vol. II, pp. 481-87, especialmente P; 485, para lina disensión de este tema. En la Escuela de Medicina de la Universidad de Toiiloiissc ocupan lugares de iionor los retratos de Sancliez y Sebond. Sebond dio cátedra en Toiiloiisse, y probablemente, como Sancliez, era iin nuevo cristiano ibero. '' Montaigne. "Apologie de Raimond Sebond", en Les Es.mis de Micliel de Mon­ taigne, editados ¡ior Fierre Villey, Tomo II, París, 1922, p. 147. ■ I b i d . , pp. 147-8, “ I b i d . , pp. 148-9,

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La afirmación inicial del mensaje fideísta es presen­ tada de manera peculiar. Con cierta ironía, Montaigne ex­ cusa el racionalismo teológico de Sebond diciendo que aun cuando él, Montaigne, no es versado en teología, a su parecer la religión se basa tan sólo en la fe que nos es dada por la Gracia de Dios. Sin embargo, no hay nada malo en valerse de la razón para apoyar la fe, “ pero siem­ pre con esta reserva: no creer que es de nosotros de quie­ nes depende la fe, ni que nuestros esfuerzos y argumentos pueden alcanzar un conocimiento tan sobrenatural y di­ vino” ." Esto lleva a Montaigne a afirmar con mayor fuerza que la verdadera religión sólo puede estar basada en la fe, y que todo fundamento humano de la religión es dema­ siado débil para soportar el conocimiento divino. Esto, a su vez, nos conduce a una digresión sobre la debilidad de la religión de nuestros días, porque se basa en factores humanos como la costumbre y la ubicación geográfica. “ Somos cristianos por la misma razón que somos perigordianos o alem anes.” Pero si tuviésemos la verdadera luz de la fe, entonces los medios humanos, como los argumen­ tos de Sebond, podrían sernos útiles. Así, para “defender” la tesis de Sebond según la cual las verdades de fe pueden demostrarse racionalmente, Montaigne empieza por hacer de la pura fe la piedra angular de la religión; luego con­ cede a los esfuerzos de Sebond una categoría de segunda clase como auxiliares, después, pero no antes, de la acep­ tación de Dios. Para responder al segundo cargo, que los argumentos de Sebond son tan endebles que es fácil superarlos, Mon­ taigne ofrece toda una variedad de argumentos escépti­ cos.

El medio que empleo para contener este-frenesí, y que me parece el más apropiado, consiste en aplastar y pisotear la arrogancia y el orgullo humanos; hacerles sentir la inanidad, la vanidad y la nada del hombre; arrancarle de las manos las minúsculas armas de su razón; hacerle inclinar la cabeza y "

Ibid.. p. 150. Ibid., p. 155.

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morder el polvo ante la autoridad y reverencia de la majestad divina. Tan sólo a esto corresponden el conocimiento y la sa­ biduría; sólo esto puede tener cierto amor propio, y de allí robamos aquello de que nos enorgullecemos.” Para excusar la debilidad del razonamiento de Sebond, Montaigne se propuso mostrar que el razonamiento K de nadie era siquiera un poco mejor, y que nadie puede r alcanzar ninguna certidumbre por medios racionales. Después de ofrecer unos cuantos sentimientos antirracionales, tomados de San Pablo, Montaigne comienza ya en serio. El hombre piensa que él, sin la ayuda de la Luz Divina, puede abarcar el cosmos. Pero no es más que una vana y minúscula criatura, cuyo ego le hace creer que él y solo él comprende el mundo, que éste fue hecho y gober­ nado para su beneficio. Sin embargo, cuando comparamos al hombre con los animales, vemos que no tiene faculta­ des maravillosas de que aquéllos carezcan, y que su llamada racionalidad no es más que otra forma de compor­ tamiento animal. Para ilustrar esto, Montaigne escoge ejemplos de Sexto Empírico, como el del perro lógico que, supuestamente, elaboró un silogismo disyuntivo. Ni aun la religión, dice Montaigne, es exclusivamente posesión hu­ mana, sino que parece existir entre los elefantes, que, se­ gún parece, oran.'La extensa y desmoralizadora comparación del hombre y las bestias fue hecha con el objeto de crear una actitud escéptica hacia las pretensiones intelectuales humanas. Las glorias del reino animal son contrastadas con la vani­ dad, estupidez e inmoralidad del mundo humano. Mon­ taigne dice que las supuestas realizaciones de nuestra razón nos han ayudado a encontrar un mundo que no es mejor sino peor que el de los animales. Nuestros conoci­ mientos no nos impiden ser gobernados por funciones y pasiones corporales. Nuestra llamada sabiduría es una red y una pretensión que no logra nada para nosotros. Si " '=

I b i d ., I b i d .,

pp, 159-60. p. 186.

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contemplamos todo el reino biológico y examinamos las vidas de los animales y del hombre, y luego las compara­ mos con las jactancias de los filósofos acerca de las capa­ cidades mentales del hombre, no podemos dejar de que­ dar, abrumados por la “ comedia de la demencia superior” . “ Lá peste del hombre es la opinión del conocimiento. Por ello la ignorancia es tan recomendada por nuestra reli­ gión, como cualidad apropiada a la fe y la obediencia.” '■'* Hasta este punto, el ataque escéptico de Montaigne ha sido poco más que el antiintelectualismo del Elogio de la locura, de Erasmo. Ahora se plantea el argumento en los términos de la comparación, bastante desastrosa (para el lector) de hombres y bestias. (Todo el que lea el testimo­ nio de Montaigne hasta este punto quedará quebrantado, aun cuando él no haya demostrado la ineficacia de la ra­ zón humana.) Después, el desarrollo más filosófico de su escepticismo seguirá a un breve panegírico de la ignoran­ cia, y a otra defensa del completo fideísmo. La sabiduría, dice Montaigne, nunca ha dado ningún beneficio a nadie, en tanto que los nobles de la Naturaleza, los recién des­ cubiertos residentes del Brasil, “ pasan la vida en admira­ ble simplicidad e ignorancia, sin letras, sin derecho, sin rey, sin religión de ninguna especie” .''’ El mensaje cris­ tiano consiste, según Montaigne, en cultivar una ignoran­ cia similar, para creer exclusivamente por la fe. La participación que tenemos en el conocimiento de la ver­ dad, sea cual fuere, no ha sido adquirida por nuestros propios poderes. Dios nos ha enseñado ello con bastante claridad, por los testigos que ha escogido entre la gente común, simple e ignorante, para instruirnos en sus secretos admirables. Nues­ tra fe no es adquisición nuestra, es un puro don de la libera­ lidad de otro. No es por nuestro raciocinio o por nuestro entendimiento como hemos recibido nuestra religión; es por autoridad y mando externo. La debilidad de nuestro juicio nos ayuda más en ello que su fortaleza, y nuestra ceguera, más que nuestra visión. Por mediación de nuestra ignoranI b id .,

"■

I b i d .,

p. 214. p. 218.

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cia, más que de nuestro conocimiento, estamos enterados de ese conocimiento divino. No es de sorprender que nuestros poderes naturales y terrenos no puedan concebir ese conoci­ miento sobrenatural y celestial; no pongamos nada más que obediencia y sumisión.'’' En apoyo de este completo fideísmo, Montaigne repro­ duce el texto de las Escrituras que llegaría a ser el predi­ lecto de los nouveaux PyiThoniens, la declamación de San Pablo en I Corintios, capítulo i, “ Porque escrito está: ‘Arruinaré la sabiduría de los sabios, y la inteligencia de los inteligentes anularé. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de este mundo? ¿Por ven­ tura no atontó Dios la sabiduría de este mundo?’ Que, pues en la sabiduría de Dios no conoció el mundo a Dios por el camino de la sabiduría, tuvo a bien Dios por la ne­ cedad de la predicación salvar a los creyentes” . Sobre esta nota inspiradora, Montaigne edificó su se­ gundo grupo de argumentos escépticos, que comprenden una descripción y una defensa del pirronismo, con una explicación de su valor para la religión. El pirronismo queda distinguido, primero, del dogmatismo negativo del escepticismo académico: los pirrónicos dudan y suspen­ den el juicio sobre todas las proposiciones, porque todo está en duda. Se oponen a cualquier aseveración, y su oposición, de tener éxito, muestra la ignorancia de sus adversarios; de no tener éxito, muestra su propia ignoran­ cia. En este estado de completa duda, los pirrónicos viven de acuerdo con la naturaleza y la costumbre.'" Montaigne consideró esta actitud como la mejor de las realizaciones humanas, y al mismo tiempo, como la más compatible con la religión. No hay nada en la invención del hombre que tenga tanta ve­ rosimilitud y utilidad. Presenta al hombre desnudo y vacío, reconociendo su debilidad natural, dispuesto a recibir de arriba algún poder externo; despojado de conocimiento hu¡bid., p. 230. ¡bid., pp. 236-7.

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mano, y tanto más apto, por ello, para alojar el conocimiento divino en sí mismo, aniquilando su juicio, dejando así más espacio para la fe; ni incrédulo ni levantando alguna doctrina contra'las observancias comunes; humilde, obediente, ense­ ñable, celoso; enemigo jurado de la herejía y, por consi­ guiente, libre de las opiniones vanas e irreligiosas introduci­ das por las falsas sectas. Es una tabla rasa preparada para recibir del dedo de Dios las formas que a Él pluga grabar en ella.'" Aquellos antiguos pirrónicos no sólo habían descu­ bierto la cumbre de la sabiduría humana, sino también, como Montaigne y sus discípulos asegurarían para el siglo siguiente, habían aportado la mejor defensa contra la Re­ forma. Como el escéptico completo no tenía ideas positi­ vas, tampoco podía tener opiniones erróneas. Y como el pirrónico aceptaba las leyes y costumbres de su comuni­ dad, aceptaría el catolicismo. Por último, el completo es­ céptico se hallaba en el estado ideal para recibir la Reve­ lación, si Dios así lo quería. La unión de la Cruz de Cristo y las dudas de Pirrón formaba la combinación perfecta para apuntalar la ideología de la Contrarreforma fran­ cesa. Montaigne pasa luego a contraponer la magnificencia del pirronismo con las interminables disputas y opiniones irreligiosas de los filósofos dogmáticos de la antigüedad. En todo campo de investigación intelectual, nos dice, los filósofos tienen que confesar, a la postre, su ignorancia, o su incapacidad de llegar a alguna conclusión definida y definitiva. Hasta en lógica, paradojas como la del “ menti­ roso” socavan nuestra confianza.'” Peor aún, los propios pirrónicos se pierden en el caos de las empresas intelec­ tuales humanas, pues si aseveran, como conclusión de su estudio de las opiniones, que dudan, han aseverado algo Positivo, que entra en conflicto con sus dudas. La culpa. Sugiere Montaigne, está en el carácter de nuestro idioma, que es afirmativo. Lo que necesitan los pirrónicos es un Ibid., I b id .,

pp. 238-9. 239-66.

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lenguaje negativo, en el cual expresar sus dudas, sin afir­ marlas.''' Cuando contemplamos la triste historia de los esfuer­ zos de los filósofos en todos los campos de su interés, sólo podemos concluir, dice Montaigne, que “ en realidad, la fi­ losofía no es más que poesía sofisticada” .-" Todo lo que presentan los filósofos en sus teorías son invenciones hu­ manas. Nadie descubre nunca lo que en realidad sucede en la naturaleza. En cambio, se aceptan algunas opiniones tradicionales como explicaciones de acontecimientos va­ rios, y se las acepta como principio de autoridad, indiscu­ tibles. Si alguien pregunta acerca de los principios mis­ mos, se le dice que no se puede discutir con la gente que niega los primeros principios. Pero,, insiste Montaigne, “ no puede haber primeros principios para los hombres, a menos que la Divinidad los haya revelado; todo lo demás; principio, medio y fin no son más que sueños y humo” .-' En este punto, Montaigne está dispuesto a llegar al nú­ cleo filosófico del asunto; la evidencia pirrónica de que todo está en duda. Quienes afirman que la razón humana es capaz de conocer y de entender las cosas, tendrán que mostrarnos cómo es eso posible. Si apelan a nuestra expe­ riencia, tendrán que mostrar qué es lo que experimenta­ mos, y, también, que en realidad experimentamos las co­ sas que creemos experimentar.-- Pero estos dogmáticos no pueden decirnos, por ejemplo, qué es el calor, o cualquier otra cualidad; en qué consiste su verdadera naturaleza. Y, lo más decisivo de todo, no pueden determinar cuál puede ser la esencia de nuestra facultad racional. Todos los ex­ pertos disienten en la materia, acerca de qué es y de dónde está.-' Mediante esta variedad e inestabilidad de opiniones nos lle­ van como de la mano, tácitamente, a esta conclusión de su Ib id ., Ib id ., -< I b i d . ,

=■ I b i d . , ■" I b i d . ,

pp. 266-7. p. 279. p. 285., p. 286. pp. 287-8.

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carácter inconcluyente [. . .] no desean profesar abiertamen­ te la ignorancia y la imbecilidad de la razón humana, para no espantar a los niños; pero nos lo revelan con bastante clari­ dad, bajo la guisa de un conocimiento confuso e inconse­ cuente.^'' Nuestra única base para entendernos a nosotros mis­ mos es la Revelación de Dios, “todo lo que vemos sin la lámpara de su gracia sólo es vanidad y locura” .-''’ Sin duda, no somos medidas de nosotros mismos, ni de nada más. Ante esto, los académicos tratan de sostener que aun cuando no podamos conocer la verdad acerca de nosotros ni de otras cosas, sí podemos aseverar que algunos juicios son más probables que otros. Aquí, insiste Montaigne, “ la posición de los pirrónicos es más audaz y al mismo tiempo más plausible” .-® Si pudiésemos reconocer siquiera la apariencia de la verdad, o la mayor probabilidad de un juicio sobre otro, entonces podríamos llegar a algún acuerdo general acerca de cómo es, o probablemente es, una cosa particular. Pero con cada cambio de nosotros mismos cambiamos nuestros juicios, y siempre hay desa­ cuerdo con nosotros mismos no con los demás. Montaigne apela, al estilo de los tropos de Sexto, a las infinitas va­ riaciones de juicio, y añade su Zeií-moíi/fideísta: “Las co­ sas que nos llegan del cielo son las únicas que tienen el acento y la autoridad de la persuasión, las únicas que tie­ nen el sello de la verdad; no las vemos con nuestros ojos, ni las recibimos por nuestros propios medios.” -' Nuestros propios poderes, nos muestra Montaigne, cambian con las condiciones físicas y emocionales, por lo que aquello que juzgamos cierto en un momento, nos parece falso o dudoso en otro. A la luz de esto, todo lo que podemos hacer es aceptar el conservadurismo pirrónico, o sea, vivir con las leyes y costumbres de nuestra sociedad. ='

Ib id ., Ib id .,



Ib id ., Ib id .,

pp. 291-2. p. 302. p. 314. p. 316.

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Y puesto que no soy capaz de escoger, acepto la elección de otros y me quedo en la posición en que me puso Dios. De otra manera, no podría dejar de rodar incesantemente. Así, por la gracia de Dios me he mantenido intacto, sin agitación ni dis­ turbio de conciencia, en las antiguas creencias de nuestra re­ ligión, en medio de tantas sectas y divisiones que ha produ­ cido nuestro siglo.*" Cuando contemplamos las realizaciones científicas del hombre, vemos la misma diversidad de opiniones, la misma incapacidad de descubrir alguna verdad. Los as­ trónomos ptolomeicos creían que los cielos giraban en torno de la Tierra, pero Oleantes o Nicetas, y ahora Copérnico, afirman que la tierra se mueve. ¿Cómo podemos saber quién tiene razón? Y, quizá dentro de un milenio se planteará otra teoría que vendrá a derrocar aquéllas.”’ Antes se aceptaron los principios de Aristóteles, y otras teorías parecieron satisfactorias. ¿Por qué hemos de aceptar entonces a Aristóteles como la última palabra en cuestiones científicas? En medicina, Paracelso arguye que quienes antes practicaban la medicina en realidad mataban a la gente; pero él puede ser igualmente nocivo. Hasta la geometría, ciencia supuestamente segura, tiene sus dificultades, pues podemos hacer demostraciones geométricas (al parecer, como las de Zenón), que entran en conflicto con nuestra experiencia.'"' Recientemente, los descubrimientos efectuados en el Nuevo Mundo quebran­ tan nuestra fe en las leyes que se habían planteado acerca del comportamiento humano. De aquí pasa Montaigne a explayarse sobre el tema del décimo tropo de Sexto, las variaciones del comporta­ miento moral, legal y religioso. Armado con pruebas acerca de los salvajes de América, los casos de la litera­ tura antigua y las costumbres de la Europa contemporá­ nea, Montaigne nos imprime el mensaje del relativismo ético.'" "

Ib id ., Ib id : Ibid.,

•"

Ib id .,

pp. 324-5. p. 325. pp. 326-7. pp. 329-49.

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Pasa luego a un aspecto más teórico del argumento pi• rrónico, la crítica del conocimiento sensorial, “ el mayor cimiento y prueba de nuestra ignorancia” .''- Todo conoci­ miento procede de los sentidos que nos dan nuestra in­ formación más segura, como “ el fuego calienta”. Pero al mismo tiempo, hay ciertas dificultades fundamentales en el conocimiento sensorial, que sólo pueden arrojarnos a la duda más completa. Primero, pregunta Montaigne, ¿tenemos todos los sen­ tidos requeridos para alcanzar el verdadero con oci­ miento? No podemos saberlo, y, por lo que sabemos, es­ tamos tan lejos de percibir adecuadamente la naturaleza como un ciego de ver los colores. “ Hemos formado una verdad mediante la consulta y concurrencia de nuestros cinco sentidos; pero quizá necesitemos el acuerdo de ocho o diez sentidos, y su aportación, para percibirla con certi­ dumbre y en su esencia.” "' Pero aun si llegásemos a poseer todos los sentidos ne­ cesarios, habría una enorme dificultad, ya que nuestros sentidos son engañosos e inseguros en su operación. Las diversas ocurrencias de ilusiones nos dan razón para des­ confiar de nuestros sentidos. Los efectos de las cualidades sensorias sobre las pasiones nos indican que demasiado fácilmente somos llevados a opiniones falsas o dudosas por la “ fuerza y vivacidad” de las experiencias sensoria­ les. Además, nuestra experiencia sensorial y nuestra ex­ periencia onírica son tan parecidas que difícilmente podemos saber cuál es cuál.'" En seguida, Montaigne, presenta rápidamente el tradicional argumento pirróni­ co, que nuestra experiencia sensorial difiere de la de los animales, que las experiencias de cada persona difie­ ren en condiciones distintas, que nuestros sentidos difieren entre sí y con los de otras personas, etc. Así pues, “ya no es un milagro si se nos dice que podemos conceder que la nieve nos parece blanca, pero que no se nos puede obligar ¡ b i d . , p. 349. ' ■ I b i d . , p. 353. " I b i d . , p. 361.

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a demostrar que así es en su esencia y en verdad; y, una vez quebrantado este punto de partida, todo el conoci­ miento del mundo necesariamente se va por la borda”.'*’’ Vemos que por medio de diversos instrumentos pode­ mos deformar nuestras experiencias sensoriales. Acaso nuestros sentidos también hagan esto, y las cualidades que percibimos estén impuestas a los objetos, en lugar de estar realmente en ellos. Nuestros diversos estados de sa­ lud, sueño, vigilia, etc., parecen condicionar nuestras ex­ periencias, por lo que no tenemos manera de saber qué conjunto corresponde a la verdadera naturaleza de las co­ sas. Ahora bien, como nuestra condición acomoda las cosas a sí misma y las transforma de acuerdo consigo misma, ya no sa­ bemos qué son en realidad las cosas; pues nada nos llega si no es falsificado y adulterado por nuestros sentidos. Cuando el compás, la escuadra y la regla quedan a un lado, todas las proporciones obtenidas mediante ellos, todos los edificios le­ vantados por su medida, también resultan necesariamente imperfectos y defectuosos. La incertidumbre de nuestros sen­ tidos hace incierto todo lo que producen.**® La crítica del conocimiento sensorial nos conduce al crescendo de esta sinfonía de la duda, el problema del cri­ terio. Si nuestra experiencia sensorial varía tanto, ¿según qué normas hemos de juzgar cuáles son las verídicas? N e­ cesitamos alguna base objetiva para juzgar, pero, ¿cómo determinaremos la objetividad? “ Para juzgar las aparien­ cias de lo que recibimos de los objetos, necesitaríamos un instrumento judicial; para verificar este instrumento, ne­ cesitam os una demostración; para verificar la dem os­ tración, un instrumento: ya estamos en un círcu lo.” ’ ' Adem ás de este problema circular de tener que juzgar el instrumento juzgador por lo que juzga, también hay una dificultad que generará una regresión infinita en la I b id ., p . 3 6 4 , ”

I b id ., p p . 3 6 5 -6 6 . I b id ., p . 366.

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búsqueda de una base para el conocimiento. “Puesto que los sentidos no pueden decidir nuestra disputa, estan­ do ellos mismos llenos de incertidumbre, entonces tiene que ser la razón la que lo haga. No puede establecerse ninguna razón sin otra razón: y allí estamos retrocediendo hasta lo infinito.” ''® Así pues, podemos concluir que nuestras ideas se deri­ van de nuestra experiencia sensorial. Nuestra experien­ cia sensorial no nos muestra qué son los objetos, sino tan sólo lo que nos parecen. Juzgar los objetos por nuestras ideas resulta un p roced im ien to sum am ente d ud oso. Nunca podremos saber si nuestras ideas o impresiones sensorias corresponden o no a los objetos reales. Es como tratar de saber si un retrato de Sócrates tiene un buen parecido si nunca hemos visto a Sócrates. Estas sucesivas oleadas de argumentación escéptica conducen, finalmente, a la percatación de que tratar de conocer los seres reales es como tratar de asir el agua. Todo lo que podemos hacer en nuestro estado actual es seguir adelante por este incierto mundo de apariencias, a menos que Dios decida iluminarnos y ayudarnos. Sólo por la Gracia de Dios y no p o f el esfuerzo humano podemos lograr algún contacto con la Realidad.*'*' En el curso de todos estos vagabundeos, atravesando tantos niveles y corrientes de duda, Montaigne logra in­ troducir la mayor parte de los grandes argumentos epis­ temológicos de los antiguos pirrónicos, aun cuando de manera bastante poco sistemática. Salvo la crítica de los signos y las inferencias, prácticamente toca todos los gam­ bitos y análisis de Sexto Em pírico. Aunque la mayor parte.de laApologie trata de las locuras de la humanidad, de sus desacuerdos y variaciones, y de la superioridad de las bestias sobre los hombres, la culminación del ensayo en su descubrimiento del pozo sin fondo de la duda com­ pleta. El análisis de la experiencia sensorial, base para todo conocimiento que podamos tener, nos conduce al I b id ., pp. 366-7. I b id ., p. 367.

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problema del criterio que, a su vez, nos lleva a un círculo vicioso o a una regresión infinita. Hasta tal punto que, fi­ nalmente, nos damos cuenta de que ninguna de nuestras opiniones tiene alguna certidumbre o base fidedigna, y que nuestro único curso consiste en seguir a los antiguos pirrónicos y suspender todo juicio. Pero, junto con este desenvolvimiento, indirecto pero a la vez enérgico de la crise pyrrhonienne, Montaigne introduce constantemente su tema fideísta: la duda completa al nivel racional, junto a una religión basada tan sólo en la fe, y dada a nosotros no por nuestras capacidades sino exclusivamente por la Gracia de Dios."' La Apologie trata las tres formas de la crisis escéptica que habían de perturbar a los intelectuales de principios del siglo xvii, hasta extender finalmente la crisis, de la teología a todos los demás campos del esfuerzo humano. Al principio, Montaigne se extiende hablando de la crisis teológica, e insiste en el problema de la regla de fe. Por nuestra incapacidad racional para descubrir o justificar una norma de conocimiento religioso, nos ofrece el escep­ ticismo total como “ defensa” de la regla de fe católica. Como no podemos saber por m edios racionales cuál norma es la verdadera, nos quedamos, por tanto, en la duda más completa y aceptamos la tradición; es decir, aceptamos la regla de fe católica. En segundo lugar, Montaigne extiende la crisis huma­ nista del conocimiento, ese tipo de duda engendrado por el redescubrimiento de la gran variedad de puntos de vista de los pensadores antiguos. A la luz de esta vasta diversidad de opiniones, ¿cómo podremos saber cuál teo­ ría es verdadera? Montaigne hace más persuasiva esta clase de escepticismo ilustrado, no sólo citando a los au­ tores antiguos, como lo habían hecho escépticos anterio­ res, sino ligando los efectos del redescubrimiento del An­ tiguo Mundo con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Al otro lado del Océano Atlántico existía otro universo cultuI b i d . , pp. 367 y 371. Un examen mucho más detallado del elemento pirró­ nico de la Apoíogíe aparece en Brush, M o n t a i g n e y B a y l c , cap. iv, pp. 62-120.

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ral, con diferentes normas e ideales. ¿Sobre qué norma podríamos juzgar si la visión de los nobles salvajes era mejor o peor que la nuestra? El mensaje de que los méri­ tos de todas las opiniones humanas son relativos a las cul­ turas en que se han producido es expresado por Mon­ taigne como nuevo tipo de comprensión escéptica, que habría de tener trascendentales efectos aun cuatro siglos después. La tercera y más importante crisis escéptica precipi­ tada por Montaigne fue la crisis del conocimiento cientí­ fico. En una época en que toda la visión científica de Aris­ tóteles estaba siendo atacada, la extensión de las crisis religiosa y humanista al mundo científico amenazó con destruir las posibilidades mismas de cualquier tipo de conocimiento. La última serie de dudas de Montaigne, el nivel más filosófico de los pirrónicos, planteó toda una se­ rie de problemas acerca de lo fidedigno del conocimiento sensorial, la verdad de los primeros principios, la norma del conocimiento racional, nuestra incapacidad de cono­ cer algo aparte de las apariencias, y nuestra falta de toda evidencia cierta de la existencia o naturaleza del mundo real. Estos problemas, seriamente considerados, socava­ ron la confianza en la capacidad del hombre para descu­ brir alguna ciencia en el sentido aristotélico: las verdades acerca del mundo que son ciertas. Pese a la afirmación de Busson, de que el total escepti­ cismo de Montaigne no era nuevo, sino tan sólo una repe­ tición de sus predecesores del siglo xvi,’" hay una nove­ dad decisiva en la presentación de Montaigne, que la hace radicalmente distinta y más importante que la de ningún otro escéptico del siglo xvi. En contraste con antiintelec­ tuales como Erasmo, Montaigne desarrolló sus dudas por medio de raciocinios. A diferencia de sus predecesores escépticos que presentaban básicamente una serie de in­ formes sobre la variedad de las opiniones humanas, Mon­ taigne elaboró su pirronismo completo mediante una se­ cuencia de niveles de duda, hasta culminar en algunas " Busson,

S ources et D é v clo p p cm cn t,

pp. 434-49.

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decisivas dificultades filosóficas. Las errabundas refle­ xiones de laApologie tienen un método en su capricho, el método de aumentar la fiebre de la duda, hasta que llegue a destruir todo posible baluarte de la actividad racional. 'La revitalización del pirronismo de Sexto Em pírico, por obra de Montaigne, en un momento en que el mundo intelectual del siglo xvi estaba desplomándose, hizo del nouveau Pyirhonisme de Montaigne no ese callejón sin sa­ lida que han retratado historiadores como Copleston y W eber,'’' sino una de las fuerzas decisivas en la formación del pensamiento moderno. A l extenderlas implícitas ten­ dencias escépticas de la crisis de la Reforma, la crisis del humanismo y la crisis científica hasta formar una total a ise pynhonienne, la genial Apologie de Montaigne llegó a ser el coup de gráce de todo un mundo intelectual. Tam­ bién sería la matriz del pensamiento moderno, ya que condujo al intento de refutar el nuevo pirronismo o de en­ contrar una manera de salir de él. Así, durante los siglos XVII y XVIII, Montaigne no fue considerado como una figura de transición, ni como un hombre que había abandonado los caminos reales del pensamiento, sino como el funda­ dor de un importante movimiento intelectual que siguió preocupando a los filósofos en su búsqueda de la certi­ dumbre.'^ Antes de dejar a Montaigne, digamos alguna palabra sobre el irritante problem a de sus intenciones. En el curso de los siglos en que ha desempeñado una función tan importante en la vida intelectual del mundo moderno, probablemente sólo inferior a la de Erasmo, Montaigne ha sido leído como completamente escéptico, que dudaba de J u n to c o n lo q u e se d ic e a q u í, d e b e m o s c o n s id e r a r e l r e c ie n t e a r t íc u lo d e E la in e

L im b r u c k , " W a s M o n ta ig n e R e a lly a P y r r h o n ia n ? ” , e n X X X I X , 1 9 7 7 , p p . 6 7 -8 0 .

Bibliolhéque

d'Humanisme el Renaissance,

F r e d o r i c k C o p l e s t o n , A Histonj o f Pliilosopinj, Ockham lo Suárez, V o l . III, W e s t m i n s t e r , M a r y la n d 1953, p p . 2 2 8 -3 0 ; y A l f r e d W e b e r , History o f Philosopliy. N u e v a Y o r k , 1 9 25, p, 2 1 8 . •'* V é a s e , p o r e j e m p l o , e l a n á l i s i s d o M o n t a i g n e , e n S t í i u d l i n ,

Skepticismus, V o l . II; o la e v a l u a c i ó n Aorégée de la Philosophie, A m s l e r d a m , S c e p U q u e s m o d e r n s ” , p p . 2 4 3 -2 4 8 .

Geschichle des

d e M o n t a i g n e e n J. H . S. F o r m e y . Hisloire 1760, e n su c a p í t u l o s o b r e “ D e la S e d e d e s

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todo, hasta de los lemas religiosos que simulaba defender, o, más re cien tem en te, como serio d efen so r de la fe. (“ ¡Montaigne no cristiano! ¿Es posible que se haya dicho jamás esto?”) •*® No es posible evaluar aquí las pruebas aportadas por ambos bandos, pero sí pueden hacerse unas cuantas observaciones que desarrollaremos más adelante en este estudio. El fideísmo de Montaigne es compatible con una y otra interpretación. Si Montaigne estaba tratando de socavar el cristianismo o de defenderlo, pudo hacer el mismo non scquitur, a saber, porque todo es duda, y por tanto hemos de aceptar el cristianismo tan sólo sobre la fe. Tal afirma­ ción fue hecha por Hume y por Voltaire, aparentemente de mala fe, y por Pascal y Kierkegaard, aparentemente de buena fe ."' E l tipo de pirronismo cristiano afirmado por C a m illc A y m o n ic r , “ U n A m i d e M o n ta ig n e , L e J é s u it e M a ld o n a t ", R ev u e H i s l o r i q u e d e B o r d é a l a e l d ii D é p a r t m e n t d e la G ir o m le , X X V I I I , 1935, p . 2 5 . L a e x p o s ic ió n

m á s c o n o c i d a d e e s t a i n t e r p r e t a c i ó n a p a r e c e e n la o b r a d e l a b a t e

M a t u r in D r é a n o , L a P e n s é e r e l ig ie u s e d e M o n t a ig n e . P a r í s , 1 9 36. V é a s e t a m b i é n C l é m e n t S c l a f e r t , “ M o n t a i g n e e t M a l d o n a t " . B id le ti u d e L itti’ r a t w e E c c l é s i a s ti q u e , L II (1 9 5 1 ), pp. 6 5 -9 3 y 1 2 9 -1 4 6 . U n a i n t e r p r e t a c i ó n t o t a l m e n t e d i s t i n t a d e l a s o p i n io n e fi d e M o n t a i g n e e n m a t e r i a d e r e l i g i ó n , a p a r e c e e n C a s s i r e r , E r k e n n t n i s p r o b le n i, I, p p . 1 8 9 -9 0 . E r a m e , e n s u r e c i e n t e a r t i c u l o “ W h a t N e x t in M o n t a i g n e S t u d i e s T ’ F r e n c l i R e v i e w , X X X V I , 1963, p . 5 8 3 , a s e v e r a , “ C o n t o d o l o q u e s e d i c e a c e r c a d e l e s c e p t i c i s m o d e M o n ta ig n e y t o d o s lo s d e b a t e s a c e r c a d e su r e lig ió n , p u d ié ra m o s e s ta r m ás a v a n z a d o s d e lo q u e esta m o s. C r o o y o q u e e l d e b a t e ha t e r m in a d o - a l m e n o s p o r e l m o m e n t o - y q u e la c a r g a d e la s p r u e b a s p e s a s o b r e a q u e l l o s q u e , s e g ú n la t r a d i c i ó n d e S a i n t e - B c u v e - A r m a i n g a u d - G i d e , p i e n s a n q u e M o n t a ig n e e r a un p é r f i d o i n c r é d u l o ” . L u e g o . E r a m e s e ñ a la la s d if ic u lt a d e s d e d e t e r m in a r c u á le s e r a n la s c r e e n c ia s r e lig io s a s d e M o n ta ig n e . D e s p u é s d o b a b o r e s c r i t o y o e s t o , e l f i n a d o D o n C a m e r o n A l i e n r e a f i r m ó la i n t e r p r e t a c i ó n i r r e l i g i o s a d e M o n t a i g n e e n s u D o n b t's B o u n d le s s S e a , B a l t i m o r e 1964, c u y o c a p í t u l o ni s e t i t u l a “ T h r e e F r e n c li A t h e i s t s : M o n t a i g n e . C h a r r o n , B o d in ” . C f. D a v i d H u m e . D ia lo g u e s C o n c e r n in g N a tu r a l R e li g i ó n , e d i t a d o p o r N o r m a n K e m p S m i t h , 2 “ e d i c i ó n , L o n d r e s y E d i m b u r g o 19 4 7 p . 2 2 8 ; V o l t a i r e , D i c t i o n n a i r e P liilo s o p h iq u e , e d i t a d o p o r J u l i o n

B enda y R aym ond

N a v e s , P a r ís , 1954, a rt.

" F o i " , p p . 2 0 2 -3 . B l a i s e P a s c a l . P e n s é e s . B r u n s h v i c g e d . , c o n i n t r o d u c c i ó n y n o t a s d e C h . M a r c D e s G r a n g e s ( P a r í s . 19 51), n ú m e r o 4 3 4 , p p . 1 8 3 -6 ; y S o r o n K i o r k e g a a r d , P h i l o s o p h i c a l F r a g m e n ta o r A F r a g m e n t o f P h ilo s o p h y , t r a d u c i d o p o r D a v i d E. S w e n s o n ( P r i n c e t o n , 1 9 4 6 ), e s p e c i a l m e n t e c a p s , iii y iv e “ I n t e r l u d i o ” . V é a s e t a m b i é n R . H. P o p k i n , " H u m e a n d K i e r k e g a a r d ” , e n J o u r n a l o f R e l i g i ó n , X X X I , 1951, p p . 2 7 4 -8 1 ; y “ T h e o l o g i c a l a n d R o l i g i o u s S c o p t í c i s m ” , e n C lir is tia n S c h o la r , X X X I X , 1956, p p . 15 0 -8 .

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Montaigne y sus discípulos fue tomado por algunos diri­ gentes de la Iglesia como la mejor de las teologías, y por otros como abierto ateísmo. Creo yo que todo lo que podemos hacer, al evaluar la sinceridad de los supuestos fideístas, es hacer una conje­ tura probable, basada en su carácter y sus actividades. Los estudiosos actuales que consideran fraudulento el pi­ rronismo cristiano de los libeitins del siglo xvii, en tanto que aceptan como auténtico el de Montaigne, se enfrenta a un problema difícil. Las opiniones de todos ellos son idénticas. Las personalidades, hasta donde podemos son­ dearlas hoy, parecen susceptibles de una interpretación a la vez religiosa y no religiosa. Mi propia opinión es que Montaigne, si acaso, era moderadamente religioso. Su ac­ titud parece, antes bien, de indiferencia o aceptación pasiva, sin ninguna seria experiencia o compromiso re­ ligioso. Se oponía al fanatismo, especialmente al que habían mostrado los reformadores franceses; pero, al mis­ mo tiempo, parece claro que no tuvo las cualidades espiri­ tuales que caracterizaron a tan grandes contrarreformadores franceses como San Francisco de Sales, el Cardenal de Bérulle o San Vicente de Paul. *” Sean cuales fueren las convicciones personales que Montaigne haya tenido o no, sus escritos habían de de­ sempeñar un papel enorme en el mundo intelectual del siglo XVII. La repercusión del pirronismo de Montaigne se manifestó, a la vez, directamente por medio de la influen­ cia de los Essaís, que fueron sumamente leídos y reimpreCr. caps. í v y \i. "* Recientes investigaciones me llevan a creer que no será posible evaluar las verdaderas creencias religiosas de Montaigne y de Sánchez hasta que se co­ nozca mucho más acerca de las opiniones y prácticas religiosas de lasTamilias nuevas cristianas refugiadas de Burdeos y Toulousse. ¿Eran estas fami­ lias cripto-judias, auténticas cristianas, nominales cristianas, o qué? Como Mon­ taigne y Sánchez crecieron y vivieron entre los nuevos cristianos españoles y portugueses en el sur de Francia, sus creencias ‘'auténticas'’ probablemente se relacionaban con las de quienes los rodeaban. Algunos de los dalos que he en­ contrado parecen indicar que el cripto-judaismo estaba muy difundido en el sur de Francia en el siglo xvi, e s p e c i a l m e n t e en Burdeos, y que casi todas las fami­ lias cristianas nuevas eran sospechosas de judaizar en secreto. ''

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SOS en los años que siguieron a su publicación inicial,'*” y mediante las presentaciones más didácticas de los discí­ pulos de Montaigne, el padre Fierre Charron y JeanPierre Camus, obispo de Bellay. Fierre Charron es una figura olvidada del desarrollo de la filosofía moderna; olvidada porque ni su pensa­ miento ni su estilo se alzaron a las alturas de su mentor, Montaigne, y por su reputación de libeitinism. Pero en su época, y en el medio siglo que siguió a su muerte, Charron gozó de una influencia al menos tan grande como la de su maestro, al fomentar el rompimiento con la tradición, y al formar la ideología tanto del libeHinage éi-udit cuanto de la Contrarreforma francesa. Como era teólogo profesional, Charron pudo conectar más sistemáticamente el escepti­ cismo de Montaigne con las principales corrientes antirracionales del pensamiento cristiano, aportando así un pirronismo cristiano más radical, que unía las dudas de Pirrón con la teología negativa de los místicos. Asimismo, como Charron era un culto doctor, pudo presentar el caso del nuevo pirronismo de tal manera que fue estudiado por quienes habían sido preparados en las escuelas y no en el método más errático y, para su época más esotérico, del Sócrates francés. ¿Quién fue Fierre Charron? Nació en París en 1541, de una familia de veinticinco hijos. De algún modo, logró asistir a la Sorbona, donde estudió griego, latín y filosofía. Después, fue a Orleans y a Bourges para estudiar derecho, y recibió el grado de doctor. Ejerció el derecho en París durante unos cuantos años, al parecer sin éxito, pues no tenía conexiones en la corte. Se volvió entonces a la teo­ logía, y llegó a gozar de gran renombre como predicador y teólogo. La reina Margarita lo escogió para ser su predicateur ordinaire, y Enrique IV, desde antes de su conversión al catolicismo, a menudo acudía a escuchar sus sermones. " Para un estudio detallado de la repercusión de Montaigne, véase Alan M. Boase. T h e F o r t u n e s o f M o n t a i g n e : A H is to r ij o f tlie E ssa xjs in F r a n c e , 1 5 8 0 -1 6 6 9 , Londres, 1935, y para el periodo que siguió inmediatamente a la publicación de los Essois, Fierre Viücy. Montaigne devant la p o s t é r it é , París, 1935.

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Durante su carrera, Charron fue thélogal de Bazas, Acqs, Leictoure, Agen, Cahors y Condom, y chanoine y écoldtre de la iglesia de Burdeos. Pese a su inmenso éxito, deseó abandonar los afanes mundanos y retirarse a un claustro. Sin embargo, a los 48 años, fue rechazado por dos órdenes, a causa de su edad, y se le aconsejó quedarse en el mundo secular. En 1589, no habiendo sido admitido por ningún claustro, ocurrió, para bien o para mal, el acontecimiento más importante de la vida de Charron; su nuevo encuen­ tro con Michel de Montaigne.“ Durante los tres años que le quedaban de vida a Montaigne, Charron estudió y con­ versó con él, adoptando como propias las visiones escép­ ticas del Sócrates francés. Montaigne encontró en el pre­ dicador a un ideal heredero intelectual, y le dejó un gran legado mundano y espiritual, además de adoptarlo como su hijo. Mientras Montaigne vivía, el único presente que hizo a Charron fue una obra herética, el catecismo del ex­ tremoso reformador liberal. Ochino. Después de la muerte de Montaigne, Charron reveló la importancia verdade­ ra de su legado, mostrando en sus escritos la magní­ fica unión de escepticismo y catolicismo.’ ’ La principal fuente para la información biográfica de Charron y sus relaciones con Montaigne es el “Eloge” a sus obras, publicado en 1606, después de su muerte, por Gabriel Michel de la Rochemaillet. Recientemente, A lfred Soman ha planteado serias preguntas acerca de la exactitud de este relato, en gran parte porque no es posi­ ble verificarlo. Montaigne nunca mencionó a Charron en C o n o c i ó a M o n t a i g n e a l p a r e c e r e n 1586. P a r a i n r o r m a c i ó n a c e r c a d e C h a r r o n , v é a s e J e a n - B a p t i s t e S a b r i é , De l’Hu(1 5 4 1 -1 6 0 3 ), Vliomme, Voeuvre, Vinjliienee,

manisme au ratioiialisme: Fierre Charrm

P a r is , 19 1 3 . E l e j e m p l a r d e O c h i n o s e e n c u e n t r a e n la B i b l i o t h é q u e N a t i o n a l e , R e s , D 2 .5 2 4 0 . E l p r o f e s o r J e a n D . C h a r r o n r e c i e n t e m e n t e h a n e g a d o la a f i r m a ­ c i ó n d e q u e la s o p i n i o n e s d e P i e r r e C h a r r o n h u b i e s e n s i d o t o m a d a s d e M o n l a i g n e , y n a i n s i s t i d o e n la o r i g i n a l i d a d d e l p e n s a m i e n t o d e C h a r r o n . V é a s e su o b r a “ D i d C h a r r o n P l a g i a r i z e M o n t a i g n e ? ” , e n Freneh Review, X X X I V , 1 9 6 1 , p p . 3 4 4 -5 1 . A e s t e r e s p e c t o , v é a s e la r e s p u e s t a d e l p r o f e s o r F l o y d G r a y , " R e f l e x i o n s o n C h a r r o n 's D e b t t o M o n t a i g n e ” , e n Freneh Review X X X V , 1 9 6 2 , p p . 3 7 7 -8 2 . S o b r e la b a s e d e la s p r u e b a s p r e s e n t a d a s , y o a ú n s o s t e n g o q u e e l e s c e p t ic is m o d e C h a ­ r r o n s e d e r iv a b á s ic a m e n t e d e M o n t a ig n e , y q u e ta n s ó l o e s t á p r e s e n t a d o en fo r m a m á s o r g a n iz a d a , o p in ió n q u e e l p r o f e s o r G ra y p a r e c e c o m p a r t ir .

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ningún documento que se haya conservado, y los amigos de Montaigne al parecer no conocieron a Charron. Aparte del libro que Montaigne le dio, la única otra prueba sólida es que Charron dejó en su testamento una cantidad de d i­ nero a la hermana de Montaigne y a su esposo. Reexaminando los datos, Soman ha llegado a la con­ clusión de que Charron fue, en realidad, un teólogo me­ d iocre, que no ocupó ningún lugar im portante en el mundo de las letras. Sólo pudo obtener la protección de un obispo excéntrico, Claude Dormy. Y sus libros sólo co­ braron importancia después de 1620. Los nuevos datos que salgan a luz nos ayudarán a determinar si la versión oficial es correcta, o si lo es esa revisión que ha pedido Soman. Charron emprendió dos vastas obras después del de­ ceso de Montaigne. En 1594, en Burdeos, apareció su obra teológica. Les Trois Veritez; era un ataque a los ateos, pa­ ganos, judíos, mahometanos y, sobre todo, calvinistas. El grueso de la obra es una respuesta al reform ad or Duplessis-Mornay. A l año siguiente, habiendo encontrado respuesta, Charron publicó una edición muy aumentada. La otra obra, que es filosófica. La Sagesse, apareció en 1601, y es un libro que se deriva en gran medida de los Essais de Montaigne. Charron murió en 1603 mientras pre­ paraba una versión revisada y un poco más moderada de La Sagesse. Sus enemigos en materia teológica y filosófica emprendieron toda una batalla para impedir una nueva edición; empero, en 1604 apareció la edición aumentada, que fue seguida por otras incontables ediciones durante la primera mitad del siglo xvii.” Las Trois Veñtez fueron planeadas, básicamente, como ataque contrarreformador al calvinismo; pero, deseando allanar el camino a la escena principal, Charron trató de elucidar la primera verdad, a saber, que Dios existe. Aquí A lfr e d S o m a n , " F ie r r e C h a rron ; A

R e v a l u a t i o n " , e n B i b l i o t h é q u e cI’ H u in a -

iiis m e e t R c n a is s a n c c , X X X I I , 19 7 0 , p p . 5 7 -7 9 . V é a s e , p o r e je m p lo , el g ran n ú m e r o d e e d ic io n e s e n u m e r a d a s en el c a p i­ t u lo i m p r e s o d e la B i b l i o t h é q u e N a t i o n a l e ; y la lis t a n o a g o t a l o s t í t u lo s .

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presentó un “ Discurso sobre el conocimiento de Dios” , en que unió el fideísmo de Montaigne con la tradición de los teólogos negativos. Argüyó que la naturaleza y la existen­ cia de Dios eran incognoscibles por causa de “ nuestra de­ bilidad y de la grandeza de Dios” .''’ ' La infinitud de Dios sobrepasa toda posibilidad de conocimiento, ya que cono­ cer es definir, limitar, y Dios está por encima de toda limi­ tación. Los más grandes teólogos y filósofos no sabían de Dios ni más ni menos que el más humilde artesano.''’''’ Y, aun si Dios no fuera infinito, la debilidad del hombre es tal que aun así no podría conocerlo. En suma, Charron mencionó algunas de las razones habituales, tomadas principalmente de la cambiante historia de las opiniones humanas, que arrojan dudas sobre nuestra capacidad de conocer algo natural o sobrenatural, y luego declaró, “ ¡Oh, triste y mísero que es el hombre con todo su conoci­ miento! ¡Oh, presunción loca y demencial de creer que se conoce a Dios!” La única manera posible de conocer a Dios es conocerlo negativamente, conocer lo que no es."’" Positivamente, “el conocimiento verdadero de Dios es una ignorancia completa de Él. Enfocar a Dios es estar cons­ ciente de la luz inaccesible y ser absorbido por ella” .'”* Habiendo unido la afir-mación negativa del teólogo, de que Dios es incognoscible porque es infinito, con la afir­ mación escéptica de que Dios es incognoscible por la in­ capacidad del hombre de conocer nada, Charron se valió de este doble fideísmo para atacar a los ateos.''’" La evi­ dencia que ofrecían de que Dios no existe se basa en las definiciones de Dios, de las que se sacan conclusiones ab­ surdas. Pero esas definiciones simplemente son ejemplos de la presunción humana, pues miden a Dios con varas P ic iT C "

Ibid..

Les Trois Vcrilcz.

C h a r r o n ,

p p .

P a r ís ,

1 5 9 5 ,

p.

17.

19 -20.

L c . s - Trois Verílez, D c r n i c r c de Fierre Chanxm. P a r í s , 1 6 3 5 . Ibid.. p . 1 8 . C h a r r o n . Trois Verilez. P a r í s , c d . d e C h a r r o n .

e d i t i o n ,

P a rís .

16 35 .

p.

15

e n

Tóales les

O e u v r e s

'■"*

c u s ,

S e x t o

E m p í r i c o

g r a n d

p r o f e s s e u r

m e r a d a

c o m o

76).

a p a r e c e d u

e n t r e

lo s

1 5 9 5 ,

a t e o s ,

P y r r h o n i s m e ” ,

ibid.,

p.

26.

e n u m e r a d o p .

6 7

(p.

6 7

c o m o e s tá

“ S e x t u s

E m p y r i-

e r r ó n e a m e n t e

n u ­

■ í

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humanas. Sus conclusiones son inútiles, ya que el ateo no puede saber de qué está hablando.'”' El resto de las Trois Veritez es un típico folleto contrarreformista en que Charron, a su tediosa manera, trata de mostrar que hay que creer que Dios existe, que el cristia­ nismo es la verdadera religión, y que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia. El argumento es básicamente nega­ tivo, y muestra lo irrazonable de otras opiniones a la luz de los testimonios históricos como milagros y profecías. El principal ataque negativo se dirige contra los calvinistas, arguyendo que fuera de la Iglesia no puede encontrarse ninguna verdad religiosa, no tiene validez ninguna la lec­ tura de las Escrituras, y sólo aceptando la autoridad de la Iglesia puede encontrarse la regla de fe. Se niegan todas las alternativas, de iluminación interna y de Escritura; aquélla, porque es privada, oscura e incierta; ésta, porque el sentido de la Escritura es indefinido, a menos que lo interprete la Iglesia. La Escritura no es más que un con­ junto de palabras cuyo verdadero significado sólo puede descubrir un verdadero juez: la Iglesia.'” Charron con­ cluye con una exhortación a los cismáticos en que los acusa de “ insoportable orgullo” y “excesiva presunción” por juzgar que la tradición religiosa de tantos siglos es errónea, y que otra puede remplazaría."- Al arrojar dudas sobre el catolicismo, los calvinistas tienen el descaro de hacer de sus propias míseras y flacas capacidades menta­ les las normas de la verdad religiosa. El calvinismo, según Charron, es la forma más peligrosa de dogmatismo, ya que trata de hacer del hombre la medida de los asuntos más importantes,«e insiste en que las varas de medir humanas deben preferirse a todas las demás. El hombre, sin una certidumbre aportada por la Iglesia mediante su tradición y autoridad, caerá en la duda más completa, porque la propia flaqueza del hombre, si no cuenta con otros apo­ yos, engendra naturalmente el escepticismo. Por tanto, al Ibid., pp. 67-70. Ibid., L i v r c T r o i s i c m Ibid., pp. 552-8.

c ,

c s p .

p p .

2 1 5 -4 9 ,

2 8 0 , y

3 0 6 .

106

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destruir la única base sólida que tenemos de la verdad religiosa, los calvinistas hacen que la religión se apoye en el juicio humano, siempre dudoso, y nos dejan sin la me­ nor certidumbre. La teoría subyacente en este catolicismo que sólo se basa en el escepticismo más completo queda mucho más explícitamente presentada en el escrito filosófico de Charron. La Sagesse, y su defensa de él. Le Petit Traicté de la Sagesse. Aquí, el tema principal es que el hombre es inca­ paz de descubrir toda verdad, salvo por medio de la Reve­ lación y, en vista de esto, nuestra vida moral, si no es guiada por la Luz Divina, debe seguir a la naturaleza. Este tratado de Charron es poco más que la Apologie de Mon­ taigne, en forma más organizada. Al ordenarla así, Cha­ rron presentó uno de los primeros escritos filosóficos en lenguaje moderno. Asimismo, al desarrollar una teoría de la moral, aparte de toda consideración religiosa, la obra de Charron representa uno de los pasos de importancia en la separación de la ética y la religión como disciplina filo­ sófica independiente. La ética de Charron se basó en ele­ mentos estoicos. El argumento de La Sagesse comienza con la proposi­ ción de que “el verdadero conocimiento y el verdadero estudio del hombre es el hombre”,®' y de que el entendi­ miento del hombre nos conduce, de manera bastante sor­ prendente, al conocimiento de Dios. Parte de este tipo de autoconocimiento proviene del examen de las capacida­ des humanas, ante todo de los sentidos, porque las Escue­ las enseñan que todo conocimiento nos llega por medio de los sentidos. Entonces, Charron desarrolla la crítica de M ontaigne al conocim iento sen so rial, m ostrando que quizá no tengamos todos los sentidos necesarios para el conocimiento, que hay ilusiones sensorias, que nuestras experiencias sensorias varían con las distintas condicio­ nes que hay dentro de nosotros y en el mundo externo. Por I b id .. p p . 554-8.' F i e r r e C h a r r o n , L a S a g e s s e . e n T o u t e s le s O e iw r e s d e F i e r r e C h a r r o n . P a r ís , 1 6 35, p . 1. (C a d a o b r a d e e s t e v o l u m e n t i e n e p a g i n a c i ó n s e p a r a d a . )

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tanto, no tenemos manera de saber qué sensaciones son verídicas, y qué sensaciones no lo son; así, no sabemos cómo obtener información cierta por medio de los senti­ dos.*® Tam poco nuestras facultades racionales son fidedig­ nas. La mayor parte del argumento de Charron se dirige contra la teoría aristotélica del conocimiento, mostrando que si nuestra razón sólo puede basarse en información sensoria, necesariamente tiene que ser tan poco digna de fe como su fuente. Asimismo, hasta los hombres supues­ tamente racionales disienten en todo; en realidad, no hay juicio hecho por el hombre al que no podamos oponernos por “ buenas” razones. No tenemos normas ni cánones que nos capaciten a distinguir la verdad de la mentira. Cree­ mos principalmente por la pasión o por la fuerza de la presión de la mayoría. Además, los grandes cerebros ra­ dicales han logrado poco, aparte de justificar opiniones heréticas o de derrocar ideas anteriores (como lo han he­ cho Copérnico y Paracelso). Por tanto, bien podemos en­ frentarnos al hecho de que, con toda nuestra decantada racionalidad, simplemente somos bestias, y ni siquiera muy impresionantes. En lugar de buscar la verdad, debié­ ramos aceptar la decisión de Montaigne, de que “ no hay primeros principios para los hombres, a menos que la Di­ vinidad los haya revelado: todo lo demás no es más que sueños y humo” .*® En el segundo libro de La Sagesse, Charron presenta su discours de la méthode, los medios para evitar el error y descubrir la verdad, si las capacidades m entales del hombre son tan débiles y dudosas. Debemos examinar to­ das las cuestiones libre y desapasionadamente; mantener todo prejuicio y emoción al margen de las decisiones; crear una universalidad de criterio, y rechazar todas y cada una de las soluciones que sean dudosas.®' Esta actiIb id ., L i b r o I, c a p . x , p p . 35 -9. Ib id ., L i b r o I, c a p s , xiii - xl . L a c i t a a p a r e c e e n la p. 144. "■ Ib id .. L i b r o I I , c a p s , i-ii, p p . 1 0 -3 2 . V é a s e t a m b i é n S a b r i é , H u m a n i s m e a u r a t io n a li s m e , c a p . x ii, e s p . p p . 3 0 3 -3 1 9 : y R . H . P o p k i n , “ C h a r r o n a n d D e s c a r t e s : T h e F r u i t s o f S y s t e m a t i c D o u b t ” , e n J o u r n a l o f P h ilo s o p h y , L I, 1 9 54, p . 8 3 2 .

108

MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS " N O U V E A U X PYRRHONIENS"

tud escéptica “presta a la piedad, la religión y la opera­ ción divina mejores servicios que todo lo demás” ,"” al en­ señarnos a quedar vacíos de toda opinión y a preparar nuestras almas para Dios. Si aplicamos el método charroniano de duda sistemática hasta haber limpiado nuestro espíritu de todas las opiniones dudosas, entonces pod;"emos presentarnos “blancos, desnudos y dispuestos” ante Dios."-' En este punto, la Revelación puede ser recibida y aceptada exclusivamente por fe. La ventaja de esta prepa­ ración pirrónica es que “ un académico o un pirrónico nunca será hereje” .’ " Y como el efecto del método de duda es la supresión de todas las opiniones, el que lo practique no podrá sostener opiniones erróneas. Las úni­ cas ideas que podrá tener serán aquéllas que Dios haya decidido imponerle. Si alguien sugiere que, aparte de no tener ideas heterodoxas, el pirrónico charroniano bien puede no tener ninguna idea y terminar siendo un indifferent, en lugar de un cristiano, Charron contesta que no se trata de elegir; Dios, si le place, nos impondrá la deci­ sión.'' Habiéndose purgado de todas las opiniones, el sabio escéptico vive, aparte de los mandatos de Dios, mediante una morale provisoire, y de acuerdo con la naturaleza. Esta moralidad natural nos convierte en nobles salvajes, pero no puede convertirnos en seres humanos perfectos. Es ne­ cesaria la Gracia de Dios para alcanzar la virtud com­ pleta; pero, a falta de e'sta ayuda, lo mejor que podemos hacer en nuestra ignorancia es rechazar todo supuesto conocimiento, y seguir a la naturaleza. Este programa, aunque insuficiente para darnos la salvación, al menos nos prepara para la ayuda divina. Y, mientras no reciba­ mos tal asistencia, haremos lo mejor que podamos mante­ niéndonos escépticos y naturales. ““ ™ “ ■' t a m

C h a r r o n , L a Sagesse, L i b r o 1 1 , c a p . i i , p . 2 1 . Ibid., L i b r o I I , c a p . i i , p . 2 2 . Ibid., loe. cit, Ibid., loe. eit.: y C h a r r o n , Traieté de Sagesse, P a r i s , b i é n o s c o n o c i d a c o m o Petit Traieté de Sagesse.) C h a r r o n , Petit Traieté, p . 2 2 6 .

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1 6 3 5 ,

p.

2 2 5 .

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o b r a

MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS "N O U V E A U X PYRRHONIENS”

109

Así, de acuerdo con Charron, el pirronismo nos ofrece la base intelectual del fideísmo. La percatación de la in­ capacidad del hombre para conocer algo con certeza mediante el simple uso de sus facultades nos libera de opiniones falsas o dudosas. Luego, a diferencia del cogito cartesiano, que es descubierto en nuestro propio espíri­ tu y enemigo de toda incertidumbre, el acto de la Gracia aporta la única base del conocimiento seguro. Mientras Dios esté activo, aportando la verdad revelada, el hombre estará seguro en su absoluta ignorancia natural. Podemos arrojar a lo lejos todos los apoyos racionales en la bús­ queda de la certidumbre, y aguardar los del Cielo. Si aceptamos, como al parecer lo hizo Charron, la idea de que Dios por medio de la Iglesia católica nos da una reve­ lación continua, podremos combatir toda evidencia y toda norma empleada para justificar una regla de fe y nunca perder la fe."'' Maryanne C. Horowitz ha refutado mi interpretación del concepto de Charron de la fuente de la sabiduría."' Ha insistido en que un cuidadoso análisis textual revela que Charron era un n eoestoico. Creo yo que estamos de acuerdo en que Charron fue muy ecléctico. Tomó ideas abundantem ente de Montaigne, pero también de Du Vair y de otros estoicos, clásicos o contemporáneos suyos. Muchos de los escritores de esta época, como lo señaló el finado Julien Eymard D’Angers,"''’ se valieron de ideas y materiales estoicos. No obstante, lo que fue considerado como el mensaje y el significado de Charron fue el pirro­ nismo cristiano. (La evidencia de por qué cambió ciertos pasajes no indica que estuviera tratando de alterar sus opiniones, sino que estaba tratando de lograr la aproba­ ción de su libro.) ' • C f. ''

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Journal o f the Histonj o f Philosophy,

J u l i e n - E y m a r d d u

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1971,

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MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS “ NOUVEAUX PYRRHONIENS”

El completo pirronismo cristiano de Charron fue con­ siderado, como pronto veremos, como arma de dos filos. Muchos dirigentes franceses de la Contrarreforma lo con­ sideraron como una ideal base filosófica para su posición ante los calvinistas." Otros percibieron una insidiosa co­ rrosión de toda creencia, natural o sobrenatural, en el ar­ gumento de Charron. Una vez llevado a dudar, el escép­ tico seguiría adelante hasta el punto en que dudaría de todo, incluso de las verdades cristianas, hasta conver­ tirse en un libertin y, una generación después, en un spinozista. Así, los anticharronianos sólo pudieron ver su obra como el “ breviario de los libertinos”. ' ” El propio Charron bien pudo ser sincero fideísta, y no “ateo en secreto” . A l menos, esto parece indicar su larga carrera teológica y su piadoso Discours Chretien. Pero, fuesen cuales fuesen sus opiniones personales, Charron habría de tener una in­ fluencia sólo inferior a la de Montaigne tanto sobre la vanguardia de los intelectuales franceses del siglo xvn como sobre los teólogos ortodoxos de su época. Quienes trataron de denunciarlo en los comienzos del siglo xvii descubrieron que la memoria del padre Fierre Charron C h a r r o n " . e n J o u r n a l o f tlic l i i s t o r y o fP h ilo s o p lin , d e

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MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS “ NOUVEAUX PYRRHONIENS”

111

contaba con una extraña alianza de poderosos defenso­ res.'*" Otro temprano discípulo de Montaigne fue Jean-Pierre Camus (1584-1654), que recibió el doctorado a los diecio­ cho años, se ordenó sacerdote pocos años después, y fue ungido obispo de Bellay a los veinticinco años. Fue el se­ cretario de San Francisco de Sales, y pasó gran parte de su vida escribiendo novelas pastorales y atacando a las órdenes monásticas. Su obra más filosófica, Essay Sceptique, fue escrita antes de abrazar la vida religiosa, cuando tenía diecinueve años. Aunque después se sintió incó­ modo recordando su tono ligero, contenía su básico punto de vista fideísta. Aunque más adelante llegó a condenar el estilo y la forma literaria de Montaigne, nunca renegó de las ideas de éste, y hasta defendió a su mentor contra el cargo de ateísmo."’ El Essay fue escrito cuando “estaba yo recién salido del taller de Sexto Empírico” ."*’ Es un intento, bastante novedoso, por imponer la pirrónica suspensión de juicio, para prepararnos a la verdadera fe. Como ha indicado Fierre Villey, “ el temor al racionalismo protestante se encuentra en la base del escepticismo de Camus” ;"" por tanto, al socavar las pretensiones racionales humanas, ofreció una defensa fideísta del catolicismo. El planteamiento del escepticismo por Camus es único, aunque, como él fue el primero en reconocerlo, el conte­ nido “no ha sido más que una condensación de Sexto Em­ pírico” , y el estilo es una imitación del de Montaigne."" En Cr. c a p . ''

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1 8 9r.

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IV ,

112

MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS “ N OU VEAUX PYRRHONIENS"

lugar de deambular por los diversos temas de la filosofía pirrónica, como lo hizo Montaigne, o de fundirlos en una batería de argumentos básicamente contra el aristotelismo, como lo hiciera Charron, Camus creó una vasta es­ tructura de hegelianas tesis, antítesis y síntesis. La tesis es el escepticismo académico; no puede conocerse nada; la antítesis es el dogmatismo; algo puede conocerse; y la síntesis es la “ indiferencia escéptica” , la pirrónica sus­ pensión de juicio. ^ La mayor parte de la obra -trescientas páginas de e lla está dedicada a esta tesis. Después de un ataque general a las bases del conocimiento humano, especialmente al co­ nocimiento sensorial, mediante los conocidos argumentos de Sexto y de Montaigne, Camus bombardeó las ciudadelas individuales del dogmatismo; las diversas ciencias. Tomándolas por turnos, Camus trató de mostrar que exis­ ten dificultades teóricas que hacen imposible obtener al­ gún conocimiento cierto, que hay insolubles problemas prácticos, y suficientes razones, en cada caso, para dudar de que la ciencia en cuestión tenga algún valor. Esta ex­ tensa revisión cubre la astronomía, la física, la matemá­ tica, la lógica, la jurisprudencia, la astrología, la política, la economía, la historia, la poesía, la gramática y la mú­ sica, entre otras disciplinas. Una vez más, se recurre a Copérnico para mostrar que aun los primeros principios más comúnmente aceptados son negados por algunos."’ El material empleado varía desde argumentos de Sexto y anécdotas de Montaigne hasta diversas observaciones to­ madas de las ciencias de la época. Después de desarrollar las tesis, Camus hace un tibio intento, en cincuenta páginas, por defender la antítesis, es decir, mostrar que existe el conocimiento científico. Dice que la anterior batería de objeciones es correcta, pero no decisiva. Hace cierto esfuerzo por explicar la teoría del conocimiento de Aristóteles y su análisis de los errores e ilusiones sensoriales. El tema general es que aun si las ciencias están llenas de afirm aciones discutibles, hay Ib id .. pp. 1 9 0 r-3 3 5 r. C o p é r n i c o s o m e n c i o n a e n ia s pp. 2 6 8 r y 3 1 9 v .

MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS "N O U V E A U X PYRRHONIENS”

113

verdades científicas de las que no dudaría ningún hombre cuerdo; que el fuego es caliente, que existe un mundo, que dos más dos son cuatro, etcétera."® Luego, Camus se vuelve hacia la síntesis, el pirro­ nismo, que, supuestamente, resulta de las dos partes ante­ riores de su Essay. En veinticinco páginas esboza bre­ vemente la naturaleza del escepticismo completo, y los argumentos básicos sobre los que se apoya; el problema del criterio, la incertidumbre de nuestros sentidos y los desacuerdos de los dogmáticos. Muestra la visión pirróni­ ca de varias ciencias, y luego dice que no está dispuesto a repetir todos los detalles de la primera parte, sugi­ riendo al que esté interesado que lea a Sexto Empírico."^ (A la sazón acababa de aparecer una reimpresión de la edición de 1569.)"" Por todo el Essay suena constantemente una nota fideísta, declarando que la fe sin razones es la mejor, pues no se levanta sobre un fundamento tambaleante que algún nuevo Arquímedes pudiera destruir fácilmente. Las úni­ cas verdades qué los hombres conocen son aquellas que Dios ha querido revelarles, “ todo el resto no es más que sueños, viento, humo, opinión” ."*’ Debemos suspender todo juicio y aceptar la revelación con humildad. “La an­ tigua fe” es nuestra única base; no puede descarriarnos, porque viene de Dios. Quienes se niegan a aceptar este fideísmo católico y tratan de desarrollar una vía racional hacia la Fe sólo producen errores, herejías y teorías reformadas. Éstos son los frutos de la vana pretensión del hombre de que su razón puede conducirlo a la verdad. La solución a los problemas del hombre es desarrollar la pirrónica suspensión de juicio, que nos lleva a Dios por­ que, reconociendo nuestra flaqueza, nos contentamos con creer en lo que Dios nos dice.*’" I b id ., p p . 3 3 6 r -6 0 r . "• I b id ., p p . 3 6 0 r -7 0 v . E l c o m e n t a r i o s o b r e S e x t o a p a r e c e e n la p . 3 6 8 r. C f. c a p í t u l o 1 1 , p . 18, n. 3. C a m u s , “ E s s a y S c e p t i q u e ” . p . 2 5 4 r . V é a n s e t a m b i é n p p . 2 2 4 r - 2 2 6 r .2 4 4 v y 2 7 8 r. I b id ., p p . 2 7 4 v , 2 7 8 r y 3 3 5 v . V é a s e t a m b i é n B o a s c , T h e F o r t u n e s o f M o n ta ig n e , p p . 1 2 6 -1 2 7 .

MICHEL DE MONTAIGNE Y LOS “ N OU VEA UX PYRRHONIENS"

11 4

Aunque Camus fue una figura importante en el siglo y sus obras fueron frecuentemente impresas, no pa­ rece haber ejercido gran influencia sobre la marejada creciente del pirronismo de la época. Representa la acep­ tación ortodoxa del pirronismo cristiano, pero su obra de­ sempeñó poco o ningún papel en la crise pyrrhonienne de la época; fueron Montaigne, Charron y Sexto los que soca­ varon la seguridad de los filósofos, los que sirvieron de inspiración y fuente a los escépticos y en torno a los cua­ les se entablaron las batallas contra la amenaza escép­ tica. El propio Bayle, siempre en busca de héroes escépti­ cos, recordó a Camus por sus ocurrentes respuestas a los monjes, no por su presentación del pirronismo en la forma de la dialéctica.'" El nuevo pirronismo de Montaigne y sus discípulos, en atuendo fideísta, tendría enormes repercusiones sobre el mundo intelectual, sobre la teología, sobre las ciencias y sobre las seudociencias. Veremos ahora las indicaciones de esta influencia, antes de examinar a los nouveaux Pyrrhoniens en toda su gloria como vanguardia intelectual de Francia. X V I I ,

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IV. LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO A F I N A L E S del siglo X V I y comienzos del xvii, fue notable la influencia del resurgimiento del pirronismo antiguo en varios campos del quehacer intelectual. Charles Schmitt ha mostrado que en las cuestiones de­ batidas en Oxford surgieron temas pirronianos.’ Un caso que quizá fuera típico de lo que estaba ocurriendo a mu­ chos jóvenes intelectuales ingleses de comienzos del si­ glo X V I I es el de Joseph Mede (1586-1638). Estuvo en el Christ’s College, de Cambridge, de 1602 a 1610, y allí estu­ dió filología, historia, matemáticas, física, botánica, ana­ tomía, astrología y hasta egiptología (significara esto lo que significara en aquella época). A pesar de todos estos conocimientos, “ sus lecturas filosóficas lo llevaron al pi­ rronismo” . Mas no pudo aceptar la posibilidad de que el espíritu no pudiese conocer la realidad y tan sólo tratara ideas ilusorias de un mundo externo.E1 joven Mede se escapó de los laberintos de un pirro­ nismo total mediante un esfuerzo de voluntad; primero, tratando de encontrar la verdad en la física, y luego vol­ viéndose a estudiar los textos acerca del Milenario en la Biblia. Mede llegó a ser profesor de griego en Cambridge, y su obra maestra, The Key to the Apocalypse, hizo de él una de las principales figuras del pensamiento milenarista hasta bien entrado el siglo xix.‘ El caso de M ede, que p robablem ente no es único, muestra cómo el pirronismo iba triunfando sobre las ideas aceptadas a comienzos del siglo xvii. Quizá su in-

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115

p.

III.

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

116

fluencia más significativa fuese sobre las batallas teológi­ cas de la época, cuanto más útiles resultaron ser los ar­ gumentos y las ideas del escepticismo griego. El arsenal pirrónico demostró ser excelente depósito de municiones para aniquilar a los adversarios, y también buena base de una teoría fideísta con la cual justificar la posición de los contrarreformadores franceses. El empleo dialéctico del pirronismo, viejo y nuevo, queda caracterizado en el informe acerca del gran pole­ mista protestante inglés William Chillingworth (16021644). Chillingworth se había pasado del protestantismo al catolicismo, y luego al anglicanismo, las dos veces por la fuerza de los argumentos que mostraban que cada una de estas teologías conducía a una incertidumbre total en ma­ teria de religión. Aubrey, en su vida del doctor Chilling­ worth, nos dice que. Mi preceptor, W. Browne, me ha dicho que el doctor Chi­ llingworth no estudió mucho, pero cuando lo hizo, logró mu­ cho en poco tiempo. Encontró gran deleite en Sexto Empírico. Solía pasearse por el bosquecillo del colegio, y allí se dedi­ caba a la contemplación, y se encontraba con algún necio u otro, y disputaba y batallaba con él. Así se preparaba de an­ temano. Siempre estaba disputando; lo mismo hacía mi pre­ ceptor. Creo que era una enfermedad epidémica del tiempo, la cual pienso que ha pasado de moda, como grosera y pueril.''

i Este empleo del pirronismo como arma en la disputa se refleja en los escritos de Chillingworth, como por ejemplo en la pauta de argumentación empleada en sus Discourses.-’ En cualquier época de controversia es fácil imaginar el uso que podía ciarse al estilo de debate que ofrecían Sexto y sus nuevos seguidores. El empleo del pirronismo como medio de destruir al adversario teológico y como defensa de la propia fe apa< J o h n A u b r e y , "Brief Lives” , chie.fly o f Contemporaries, set down by John Aubrey, between the Years 1669 y 1696, e d i t a d o p o r A n d r e w C l a r k , O x f o r d , 1 8 9 8 , V o l . I, p. 1 73 W illia m C h illin g w orth ,

Printed,

L o n d r e s , 1 70 4 .

Additional Discourses o f Mr. ChillingworUi v,ever befare

L A IN F L U E N C IA D E L N U E V O PIR R O N ISM O

117

rece en los escritos de algunas de las figuras importantes de la Contrarreforma en Francia. Cerca de setenta y cinco años después del Concilio de Trente, parece haberse efec­ tuado una alianza entre los contrarreformadores y los nouveaux pyrrhoniens, alianza destinada a aniquilar al calvinismo como fuerza intelectual en Francia. El triunfo de esta entente cordiale se debió, sin duda, al hecho de que durante este periodo las opiniones predominantes en la teología católica de Francia eran básicamente negativas y agustinianas; iban contra el escolasticismo, el raciona­ lismo y el calvinismo, y no en favor de alguna defensa sis­ temática y coherente de la fe." Como veremos, esa alianza no sólo se basó en un acuerdo temporal de los escépticos y los católicos ortodoxos en sus ideas, sino que también fue una alianza de amistades personales y admiraciones mu­ tuas.' A mediados del siglo xvii, el movimiento calvinista en Francia creció muy rápidamente, y en pocos años el país se vio envuelto en una guerra civil, tanto militar cuanto in­ telectual. Para evitar que las ciudades del pensamiento francés cayeran en manos de los reformadores, hubo que tomar medidas enérgicas. Una de estas medidas fue poner el pirronismo al servicio de la Iglesia. El primer paso dado en esta dirección fue la publicación, en 1569, del es­ crito de Sexto Empírico en latín, por obra de uno de los más destacados católicos franceses, Gentian Hervert, se­ cretario del Cardenal de Lorena. Como ya hemos dicho, Hervet, en su prefacio, afirmó audazmente c^ue en este te­ soro de dudas se encontraba una respuesta a los calvinis­ tas. Ellos estaban tratando de teorizar acerca de Dios. Al "

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LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

118

destruir todas las pretensiones humanas de racionalidad por medio del escepticismo, Hervet creía que las afirma­ ciones calvinistas también serían destruidas. En cuanto se percatara el lector de la vanidad de los intentos humanos por comprender, se haría claro el mensaje fideísta de que Dios sólo puede conocerse por la fe, no por la razón." El objetivo declarado de Hervet, em plear el pirro­ nismo para socavar la teoría calvinista, y luego propugnar el catolicismo sobre una base fideísta, llegaría a ser la idea explícita o implícita de muchos de los principales enemigos de la Reforma en Francia. Al adaptar la pauta del argumento de los escépticos al asunto en cuestión, los contrarreformadores construyeron “ una nueva máquina de guerra” para reducir a sus adversarios a un “ desalen­ tado escepticismo” en que no podían estar seguros de nada. Comenzando con el gran teólogo jesuíta, Juan Maldonado, que llegó a enseñar a París a comienzos del de­ cenio de 1560 (Maldonado era amigo de Montaigne y de Hervet, y parece haber compartido algunos de sus ideales fideístas),” se desarrolló un tipo de dialéctica, especial­ mente por obra de los polemistas jesuítas, para socavar al calvinismo en sus propias bases, planteando una serie de dificultades escépticas. En todo o en parte, encontramos este estilo de argumentación, en varios escritores prepa­ rados o que profesaban en los colegios jesuítas, especial­ mente los de Clermont y de Burdeos; por ejemplo, escrito­ res como San Francisco de Sales, el Cardenal du Perron, el Cardenal Belarmino y los padres Gontery y Veron. “

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LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

1 1 9

El ataque comienza con el problema del criterio, plan­ teado por la Reforma; cómo sabemos cuál es la regla de fe, la norma por la cual pueda distinguirse la verdadera fe de la falsa fe. Lutero y Calvino habían desafiado el crite­ rio de la Iglesia, la apelación a la tradición apostólica, es­ crita y no escrita, los escritos de los Padres de la Iglesia, o las decisiones de los papas y concilios. Pero, ¿cómo saber si Lutero y Calvino tenían razón? Todo lo que ofrecen es su opinión de que, como la Iglesia puede errar y yerra en materias de fe, por tanto, la regla de fe católica es incierta e indigna de confianza. Pero entonces, como observó San Francisco de Sales en sus Controverses, escritas en 1595, Si la Iglesia puede errar, ¡oh Calvino, oh Lutero!, ¿a quién recurriré en mis dificultades? A la Escritura, me dicen; pero, ¿qué haré, pobre de mí? Pues con respecto a la Escritura misma tengo dificultades. No dudo de que deba yo adaptar la fe a las Escrituras, pues, ¿quién no sabe qué es la palabra de la verdad? Lo que me preocupa es el entendimiento de esta Escritura."'

¿Quién podrá aclarar lo que dice la Escritura? Es aquí donde hay una disputa no sólo entre católicos y reforma­ dores, sino también entre Lutero, Zwinglio y Calvino. Si la Iglesia yerra, ¿por qué volvernos a uno y no a otro para encontrar la regla de fe? Como planteó el problema San Francisco de Sales, Pero el absurdo de absurdos y la más horrible locura de todas es esta: que mientras sostienen que toda la Iglesia ha errado durante mil años en el entendimiento de la Palabra de Dios, Lutero, Zwinglio y Calvino pueden asegurarse ellos mismos de que la entienden bien; más aún, que cualquier simple pá­ rroco, que predica la Palabra de Dios, puede sostener que toda la Iglesia visible ha errado, que Calvino y todos los hom­ bres pueden errar, y atreverse a escoger y entresacar entre las interpretaciones de la Escritura la que más le plazca, y estar seguro de ella y mantenerla como Palabra de Dios; más S a n p .

73.

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Les Controverses

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1892,

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LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

120

aún, que vosotros, que oyendo decir que cualquiera puede errar en materia de religión, y aun toda la Iglesia, sin tratar de buscar otras opiniones entre las mil sectas que se jac­ tan de comprender bien la Palabra de Dios y predicarla bien, creéis tan tercamente en un ministro que os predica, que no deseáis oír nada distinto. Si cualquiera puede errar en el entendimiento de la Escritura, ¿por qué no vosotros y vuestro ministro? Estoy asombrado de que no viváis tem­ blando y estremeciéndoos. Me asombra que podáis vivir con tanta seguridad en la doctrina que seguís, como si [todos] vo­ sotros no pudiéseis errar, y sin embargo sostenéis como cierto que todo el mundo ha errado y puede errar.” Esta versión inicial de tal estilo de argumentación pre­ tendía mostrar que en cuanto los reformados hubiesen admitido que la Iglesia podía errar, negando así la tradi­ cional regla de fe, podrían ser reducidos a la desespera­ ción escéptica. Si el otro criterio de la verdadera fe es la Escritura, entonces, según San Francisco de Sales, el Car­ denal du Perron, Fierre Charron, el obispo Camus y otros, nadie puede decir tan sólo por la Escritura qué dice o significa. Todo lo que los reformados pueden ofrecer son las dudosas opiniones de Lutero, Calvino y Zwinglio. El arma dialéctica fue transformada en una perfecta máquina de guerra por dos fogosos polemistas de la orden jesuíta, Jean Gontery y Franqois Veron. Este último, cuya presentación examinaremos, fue uno de los personajes fabulosos de la Contrarreforma. Originalmente profesor de filosofía y teología en La Fleche (siendo Descartes allí estudiante), obtuvo Veron tales triunfos debatiendo y desmoralizando a los protestantes, que fue liberado de sus deberes de maestro y después de los de su orden, para que fuese el defensor oficial en las polémicas por la fe, en nombre del rey de Francia. Se le dio licencia para asistir a las reuniones y los servicios calvinistas y para debatir a los reformados, siempre y doquier bajo la protección del rey. Así, pronto se convirtió en el azote de los protestantes I b id ., p . 3 3 5 .

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

121

franceses, que desesperadamente trataban de evitarlo, a' él y a sus ataques. El método de Veron, que él atribuyó a San Agustín, consistía en mostrar, paso a paso, que los calvinistas no tenían ninguna base para llamar artículo de fe a ninguna de sus opiniones, y que una aplicación sistemática de una serie de objeciones escépticas a la regla de fe de los re­ formados los lanzaría al más completo y total pirronismo. El m eollo de la reducción del calvinismo al escepticismo total era un ataque al empleo de procedimientos raciona­ les y evidencias para justificar toda afirmación de alguna verdad religiosa. Veron insistió en que no estaba afir­ mando que nuestras facultades o logros racionales fuesen dudosos, sino tan sólo que no debían servir como funda­ mento o apoyo de la fe, la cual se basa “ sólo en la Palabra de Dios tal como ha sido planteada por la Iglesia”. ’ ’' El argumento comienza por preguntar a los calvinistas, “ ¿Cómo sabéis, caballeros, que los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento son Escrituras Sagradas?” La cues­ tión de la canonicidad plantea una dificultad peculiar; si los calvinistas sostienen que la Escritura es la regla de fe, entonces, ¿cómo hemos de juzgar qué obra es Escritura? La respuesta de Calvino, que esto se logra ante todo por la persuasión íntima del Espíritu Santo, admite que algo dis­ tinto de la Escritura es la regla de fe; y, en segundo lugar, plantea el problema de la autenticidad de la persuasión misma; es decir, cómo distinguirla de la locura, del falso entusiasmo, etc. Hacer esto requeriría tener un criterio A c e r c a d e la c a r r e r a d e V e r o n , v é a s e a l a b a t e P . F c r c t , L a F a c u l t é d e T l i é o log'ie d e P a r ís ct s c s d o c t e u r s le s p lu s c é l e b r e s , E p o q iie n i o d e m e , T o m o I V , X V l l S i é c l e , R e v u e l i l l é r a i r e , P a r í s , 1 9 0 6 , c a p . iii, " F r a n q o i s V e r o n ” , p p . 5 3 -9 2 : y a r t . ' V e r o n , F r a n q o i s " , e n C a tlio lic E n c y c l o p e d i a , X V , N u e v a Y o r k , 1912, p p . 3 5 9 -3 6 0 , B a y l e , s e g ú n H a a g y H a a g , L a F r a il e e p r o t e s ta n t e , 11, p . 3 1 9 , l l a m ó a V e r o n , " e l lic e n c io s o p o le m is ta q u e s o c a v a t o d o e l r e in o ” . F r a n q o i s V e r o n , M e tlio d e s d e T r a i te r d e s C o n t r o v e r s e s d e R e lig i ó n , P a r í s , 1638, P a r t. I, p . 17 0. t A e s t a o b r a s o l o l l a m a O e u v r e s , y a q u e e n r e a l i d a d o s u n a c o l e c ­ c i ó n d e o b r a s , p a r a e v i t a r c o n f u s i ó n c o n o t r o s t í t u l o s d e V e r o n . T a m b i é n la s r e f e r e n c i a s a e s t a o b r a e s t á n e n la P a r t o 1. L a S t. L u i s U n i v e r s i t y h a t e n i d o la b o n d a d d o p e r m it ir m e e l u s o d o s u e je m p l a r d o e s ta r a r a o b r a .) ” V e r o n , L a V ic t o r ie u s e M e th o d e p o u r c o m b a t ir é t o u s le s M in is tr e s : P a r la s e i d e B ib l e , P a r ís , 1 6 2 1 , p p . 4 5 -6 .

122

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

para juzgar de la veracidad de la persuasión íntima. Tanto Fierre Charron como San Francisco de Sales ya habían señalado la flaqueza de esta apelación a la persuasión in­ terna. Ahora, veamos qué regla tienen ellos para separar los libros canónicos de todos los de los demás eclesiásticos. “El testi­ monio”, dicen, "y la persuasión íntima del Espíritu Santo”. ¡Oh, Dios, qué escondrijo, qué niebla, qué noche! No queda­ mos aquí muy iluminados en asunto tan grave e importante. Preguntamos cómo podemos conocer los libros canónicos. Nos gustaría mucho tener alguna regla para detectarlos, y se nos dice lo que ocurre en el interior del alma que nadie ve, nadie conoce, salvo el alma misma y su Creador.'-’ Para aceptar la persuasión interna- como regla de Es­ critura tendríamos que estar seguros de que era causada por el Espíritu Santo, que no se trataba tan sólo de una fantasía. Pero, aun si pudiésemos saber qué libro es Escritura, ¿cómo podríamos saber lo que dice, y lo que, supuesta­ mente, hemos de creer? El texto, como dijo uno de los úl­ timos usuarios católicos del Victorieuse Methode, de Veron, sólo es “palabras como de cera, ni seguras ni poseedoras de algún Intérprete cierto, sino que son para jugar con ellas diversamente según los caprichos del ingenio” . " ’ Y así, puesto que los escritos sagrados sólo son palabras, sin ninguna instrucción para leerlas, necesitamos alguna re­ gla para interpretarlas. Una vez más, hay que abandonar la calvinista regla de fe: que la Escritúra es la regla. Y una retirada a la persuasión interna queda abierta a las mismas objeciones que antes, a saber, que la persuasión misma es inverificable o puede ser ilusoria. Si los calvinistas, en defensa propia, dicen que están leyendo razonablemente la Escritura, y sacando las obvias inferencias lógicas de lo que dice, entonces son fáciles S a n F r a n c 'i s c p d e S a l e s , C o iit r o v e r s e s , p . 169. V é a s e t a m b i é n C h a r r o n , T ro is V erilea , 15 95 e d „ L i b r o III, c a p . ii, p p . 2 1 6 -2 1 . J o h n S o r g o a n l , S u r c -F o o ti n g i n C h r is tia n ity , o r R a t i o n a l D is c o u r s e s o i t tlie R u le o f F a i t h , L o n d r e s , 1665, p . 68.

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

123

blancos de la “ máquina de guerra” . Para empezar, toda lectura es incierta y puede ser errónea, a menos que haya una regla infalible para su interpretación. Ir más allá de las palabras para sacar inferencias, como afirmó Veron que lo habían hecho los calvinistas al derivar todos los artículos de su fe, resulta definitivamente un procedi­ miento antiescritural. La propia Biblia no dice que se la deba interpretar de esta manera, ni tampoco nos da nin­ guna regla de lógica. En ninguna parte encontramos ga­ rantías de la afirmación de que las verdades de la religión deben basarse en procedimientos lógicos.'" Los reforma­ dos gritaban que el razonamiento es una capacidad natu­ ral dada al hombre y, asimismo, que Jesucristo y los Pa­ dres de la Iglesia razonaban lógicamente."* Veron replicó que las reglas de la lógica habían sido fijadas por un pa­ gano, Aristóteles, y que nadie lo había nombrado juez de las verdades religiosas, aunque pudiese ser árbitro de la argumentación válida. Ni Cristo ni los Padres de la Iglesia afirmaban que sus ideas fueran ciertas porque se deriva­ ran de procedimientos lógicos; en cambio, las llamaban ciertas porque eran la Palabra de D io s."’ Algunos de los reformados replicaban atribuyendo las reglas de inferen"

V e r o n , O e iw r c s , p p . 1 9 2 -1 9 9 . E n r e a l i d a d , e s t a s a r i r n i a c i o n c s a p a r e c e n p o r

t o d o e l to.\to d e V e r o n , u n a y o t r a v e z . E l m is m o t i p o d o a t a q u e a l c a l v i n i s m o fu e h e c h o p o r e l o b i s p o J o a n - P i e r r e C a m u s , e l m o n t a i g n i a n o , e n su o b r a L a D e m o li ti o n d es f o n d e m e n s d e la d o c t r i n e p r o t e s t a n t e . P a r ís , 1639, p. 2. E n su o b r a L ’A v o i s i n e m e n t d e s p r o t c s t a n s u ers V E g lis e R o m a i n c , P a r í s , 1 6 4 0 , s u g i r i ó q u e si l o s r e f o r m a d o r e s r e a l m e n t e c r e y e r a n e n su r e g l a d e f e , n o e s t a r í a n e s c r i b i e n d o c o ­ m e n t a r i o s a la E s c r i t u r a , s i n o q u e s i m p l e m e n t e c i t a r í a n la B i b l i a . C u a n d o el p a d r e G o n te r y e s ta b a m a n t e n ie n d o c o r r e s p o n d e n c ia c o n e l p a d r e d e l e s c é p t i c o , o b i s p o P ie r r e D a n ie l H u e t, t r a t a n d o d e c o n v e r t i r l o al c a t o lic is m o , s e ­ ñ a l ó q u e la E s c r i t u r a " n o h a b l a p a r a n a d a d e la s r e g l a s d e la l ó g i c a ” , p o r l o q u e l o s r e f o r m a d o r e s n o t e n í a n m a n e r a d e p r o b a r l o s a r t í c u l o s d e s u fe t a n s ó l o p o r la E s c r i t u r a C í. B i b l i o t h é q u e N a t i o n a l c M s. F o n d s f r a n c a i s 1 1 9 0 9 , N o . 41. J e a n D a i l l é , L a F o y F o n d é e s u r les S a in tc s E s c r it u r e s : C o n tr a les n o u v e a u x M e t h o d i s te s (2 a . e d i c i ó n , C h a r e n t o n , 16 61), p p . 5 5 -6 5 ; y P a u l F e r r y , L a D ern ier d é s e s p o ir d e la tr a d itio n c o n t r a ¡'E s c r itu r e , o u e s t a m p le m e n t r e f u t é le liv r e d u P . F r a n c o is V e r o n I e s i u t e , p a r l e g u e l il p r e t e n d e n s e i g n e r á t o u t e p e r s o n n e , q u o y q u e n o n v e r s e e e n T h e o lo g ie , u n b r e f 6c.fa cilc m a y e n d e r e i e t t c r l a P a r o le d e D ic u . tk c o n tta in c r e les E g l i s e s r e f o n n e s d ' c r r c u r 6c d ’ a b u s e n to u s 6c u n c lia c u n p o in c t d e le u r d o c t r i n e . S e d a n , 1618, p p . 1 1 9 -2 0 y 185. V e r o n , O c u r r e s , p p . 1 6 9-70 .

124

LA IN F L U E N C IA DEL N U E V O P IR RO N ISM O

cia a Zenón, no a Aristóteles; a esto replicó Veron: “ ¡Gran objeción! Que sea Zenón o algún otro, ¿resultarán mejores jueces de nuestras controversias?” -" Cuando Fierre du Moulin, uno de los más destacados protestantes franceses, contestó en su Elements de la Logique Franqoise que la ló­ gica no se basa en las opiniones de algunos griegos anti­ guos, “ pues hay una lógica natural, de la que el hombre hace uso naturalmente, sin incluir nada artificial. Hasta los campesinos hacen silogismos sin pensar en ellos” ,-' Veron exclamó, “ ¡Pobre supuesta religión basada en las reglas de la lógica de Zenón, o en la fuerza del razona­ miento del campesino!” -- Algo tan poco digno de crédito como el razonamiento natural de un campesino difícil­ mente podría aportar una base absolutamente cierta para la fe. Por último, indicó Veron, la aplicación de los prin­ cipios de inferencia era a veces deficiente; es decir, a ve­ ces la gente sacaba inferencias erróneas. ¿Cómo podría­ mos estar completamente ciertos, en algún caso dado, de no haber cometido un error de lógica?-' (Comprobar el razonamiento según las leyes de la lógica conduce al pro­ blema que Hume planteó en el Treatise; ¿Cómo puede uno estar seguro de que la comprobación fue precisa?)-' El núcleo del argumento de Veron contra el intento de llegar a la fe religiosa por el razonamiento basado en el texto de la Escritura, quedó resumido en lo que él llamó sus ocho Moyens [Medios]: 1) La Escritura no contiene nin­ guna de las conclusiones a las que se ha llegado por las inferencias de los reformados. 2) Estas inferencias nunca se sacan en la propia Escritura. 3) Al sacar inferencias, se hace de la razón, no de la Escritura, el juez de las verda­ des religiosas. 4) Nuestra razón puede errar. 5) La Escri­ tura no nos enseña que todas las conclusiones a las que se Ibid..

p .

F i e r r e V e r o n , V e r o n , - ' 1949,

D a v id L i b r o

b l e m a , q u e

169.

M o u l i n , Elements de la Logique Franqoise, G i n e b r a , 1 6 2 5 , p p . 3 - 4 . Victorieuse Methode, p . 6 7 . Oeuvres. p . 1 7 7 . H u m e , A Treatise of Human Nature, e d i t a d o p o r S e l b i- B ig g e , O .x fo rd , D u

I,

P a r t e

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IV ,

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I,

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I 8 0 -I 8 3 .

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de VEglise tk la veritable Analyse de la Foy.

v e r s ió n e n

in t e r e s a n t e

F i e r r e J u r ie u ,L e

D o r d r e c h t ,

16 86 ,

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Vray Systeme

2 7 7 -8 0 .

LA IN F L U E N C IA D E L N U E V O PIR R O N ISM O

125

llegue por procedimientos lógicos sean artículos de fe. 6) Las conclusiones a las que llegaron los reformados fueron desconocidas de los Padres de la Iglesia. 7) Las conclusio­ nes sólo son probables, en el mejor de los casos, y se ha­ llan fundamentadas en mala filosofía o sofistería. 8) Ni si­ quiera una conclusión necesariamente cierta tomada de la Escritura es artículo de fe.-"’ (Porque “ nada es artículo de fe que no haya sido revelado por Dios” .)'-'’ La clase de crisis escéptica que 'Veron estaba tratando de crearles a sus adversarios calvinistas era un tanto dis­ tinta de la de Montaigne y Charron. Éstos, en su absoluto pirronismo, trataron de socavar todas las capacidades ra­ cionales de la humanidad, arrojando así dudas, junto con todo lo demás, sobre las razones que daban los protestanO cu rres.

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LA INFLUENCIA DEL NUEV O PIRRONISMO

126

tes para su fe. Veron, en cambio, tuvo buen cuidado de no abogar por el “ escepticismo respecto a la razón” o el “ es­ cepticismo respecto a los sentidos” . En cambio, insistió en desarrollar un escepticismo acerca de los usos del sentido y de la razón en cuestiones religiosas y su debida aplica­ ción en cualquier caso dado. De esta manera, trató de mostrar que, en cuanto los reformados hubiesen abando­ nado al juez infalible, no podrían tener una fe cierta, por­ que no tenían una defendible regla de fe. Cada criterio de conocimiento religioso que se viesen obligados a adoptar, la Escritura, la persuasión íntima y la razón, se demos­ traba extremadamente dudosa como regla de fe, pero no necesariamente dudosa para otros fines. Y, la conclusión final de su bombardeo mediante “ la máquina de guerra” , según Veron, era, “ ¡Oh confusa Babilonia! ¡Oh cuán in­ cierta es la supuesta religión respecto a todos los puntos en controversia!” -' Los calvinistas quedaban aislados de toda certidumbre de conocimiento religioso, porque care­ cían de cánones para determinar el verdadero conoci­ miento religioso que no pudiese ser socavado por el tipo de escepticismo de Veron. Los apremiados calvinistas intentaron muchos tipos de contraataque. En general, sólo pudieron ver el ataque de Veron como un escepticismo tanto ante los sentidos como ante la razón, y por tanto, pensaron que la solución a las dificultad es propuestas estaría en d estruir el escepticismo. Por ende. Varios de los reformados, o bien trataron de mostrar el completo y catastrófico pirronismo que resultaría de la aplicación del método de Veron, o de demostrar que hay un Verdadero conocimiento del mundo, basado en el empleo de nuestras facultades naturales de sentido y razón. Uno de los grandes polemistas protestantes, Jean Daillé, sostuvo que al plantear dudas acerca de lo confiable de nuestras facultades de raciocinio en su aplicación a problemas específicos, estaba abriéndose un tipo de es­ cepticismo que igualmente podría aplicarse a cualquiera Ibid.,

p.

169.

LA IN F L U E N C IA D E L N U E V O PIR R O N ISM O

127

de nuestros conocimientos racionales. Si la razón a veces es engañosa, ¿cómo podemos estar seguros de no errar respecto a las verdades matemáticas y físicas, hasta en verdades tan obvias como “ la nieve es blanca” , “ el fuego quema” , etc.? “Juzgad cuál es la desesperación de estos metodistas” [quienes aplicaron los métodos de Veron] que están tratando de revivir el escepticismo c o m p l e t o .P a r a impedir que los protestantes justificasen su fe por la Es­ critura, lo destruyen todo, sus propios argumentos, cien­ cias, conocimientos sensoriales, y envuelven a la especie humana “ en tinieblas eternas” .-" El que los sentidos y la razón a veces caigan en el error no es base para no tener­ les la menor confianza y para no depender de ellos las más de las veces. La persona que pasa de reconocer que nuestras facultades a veces nos engañan a la completa duda de ellos lo mejor que puede hacer es ir a ver a un médico para que le haga una limpia del cerebro con elé­ boro.'’" Daillé insistió, siguiendo la tradición aristotélica, en que nuestras facultades son fidedignas por naturaleza y se debe confiar en ellas siempre que prevalezcan las condiciones apropiadas. Un hombre en bon sens siempre puede decir cuándo ha razonado bien."* En su clásica obra, Traicté de VEmploy des Saincts Péres trató de mostrar Daillé cuán endeble era la base de la fe de los católicos, y cómo el estilo de argumento veroniano tendría resultados devastadores si se aplicaba a las fuen­ tes católicas, los Padres de la Iglesia. Del lado positivo, afirmó Daillé, las ideas de los protestantes eran acepta­ das tanto por católicos como por reformados. Lo que es­ taba en disputa eran las opiniones adicionales que los ca­ tólicos derivaban de los Padres. Allí podía desarrollarse un tipo de escepticismo acerca del significado de los do­ cumentos históricos. No podemos estar ciertos de que los escritos de los Padres realmente sean obra de ellos, de que no han sido alterados, de que significaran para los D a i l l é , ="

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¡hid., Jbid., Ibid.,

La Foy Fondée sitr les Saintes Escritures,

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p p .

57 -59 .

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

128

autores lo mismo que significan para nosotros, que los au­ tores creían o seguían creyendo en lo que decían, que los autores habían intentado que sus observaciones fueran consideradas como verdades necesarias o sólo como pro­ babilidades, y así su c e siv a m e n te .P e ro , dijo Daillé, él no iría hasta los extremos a los que había llegado Veron, y no probaría que nunca podía estarse seguro de lo que hu­ biese dicho algún padre, concilio o papa. “ Pero dejo a un lado todos los pequeños puntos, por considerarlos más apropiados para pirrónicos y académicos, que desean po­ nerlo todo en duda, que para cristianos que buscan en la sencillez y sinceridad de sus corazones aquello en qué basar su fe.” ‘ ‘ Veron respondió acusando a Daillé de no haber cap­ tado el argumento del método, y de haberse convertido en Daillé, ministro de Charenton, nuevo pirrónico e indiferente en materia de religión.'-'-' El problema de la aplicación de la razón a cuestiones específicas no entraña el escepticismo universal que D aillé pretendió ver, y que D aillé “ ha com­ batido contra su sombra” .'*'^ Las cuestiones que Veron ha­ bía planteado eran dobles. Ante todo, puesto que los cal­ vinistas habían insistido en que la Iglesia erraba al leer las Escrituras, y en que todos los hombres eran falibles, entonces, ¿cómo podían estar seguros de no errar en sus propias interpretaciones particulares de la Escritura? Esta índole de problema no se extiende al razonamiento científico y matemático, dijo Veron, porque allí los prin­ cipios e inferencias “ soñ evidentes y ciertos” .'"' Pero afir­ mar que lo mismo es cierto respecto a la lectura protes'■ D a i l l é , T r a ite d e l 'E m p lo y d e s S a in e t s P e r e s , p tir ¡ e l u g e i n e u l d e s d ij.feretid s. q u i s o i i l a td o u r d 'U u y e n la R e lig ió n . G i n e b r a , 16 3 2 , c a p s , 1 -2 , S i m i l a r e s a r g u m e n t o s fu e r o n

p la n t e a d o s p o r e l g r a n e s t u d io s o b íb lic o , p a d r e R ic h a r d

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H is to r ia C r ític a d e l A n t i g u o T e s t a m e n t o , t r a d u c i d o p o r D o d w e l l , L o n d r e s , 1 6 8 2 ,' c o n r e s p e c t o a l o s te .x to s b í b l i c o s , D a i l l é , E m p lo y d e s S a in c t P e r e s , p p , 6 2 -6 3 , " V e r o n , Du V r a y .lu g e c t .lu g e m e n t d e s D iíje r e n t s qu i s o n t a u io u r d -h u y en la R e l i ­ g ió n : o n e s t r e s p o n d a au s ie tir D a illé M in is tr e d e C h a r e n to n . n o u v e a u P y i r l i o n i e n . íc in d iffe r e n t e n R e li g i ó n , c o n t r a i r e á s e s C o lle g u e s íc ri so n p a r t y . P a r í s , n, d , V e r o n , O c u r r e s , p , 178, I b id .. p , 177,

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

129

tante de la Escritura, “ ¿no es esto verse reducido a la de­ sesperación? ¡Cómo! ¡Tantos Padres Santos no han po­ seído sentido común, así como ninguno de nuestros pre­ decesores! ¿Y sólo lo poseerán el ministro y su zapatero? ¿Y estarán seguros de ello?, etc., ¡y sobre esta seguridad y locura, se arriesgarán a la condenación!” En este caso, parece el colmo de la presunción y de la audacia preten­ der que sólo los protestantes en los últimos cien años han estado en bons sens y han interpretado correctamente la Biblia, en tanto que toda la tradición católica ha estado en el error. Y así, continuó Veron, el mismo tipo de base para dudar de la interpretación de las Escrituras no con­ duce a una duda más general acerca de todo nuestro co­ nocimiento. Por entonces se plantea la segunda cuestión. El hecho de que nuestros raciocinios puedan ser “ evidentes y cier­ tos” en algunas cuestiones no significa que lo que parece evidente y cierto sea artículo de fe. Daillé, “ este ignorante confunde el no ser artículo de fe con ser conocimiento du­ doso” .'”*Muchas cosas, conocimiento científico, evidencias de la religión cristiana, etc., no son dudosos de acuerdo con Veron pero, al mismo tiempo, no son artículos de fe, ni lo serán a menos que sean revelados por Dios. '" El contraataque de D aillé, creando una máquina de guerra” contra los Padres de la Iglesia fue considerado por Veron como realmente peligroso. El tipo de razones ofrecidas podía extenderse a todos los libros, cuales­ quiera que fuesen, incluso los de Daillé. “ Las mismas du­ das podrían plantearse sobre si el libro de Daillé real­ mente es de él, o sólo supuestamente lo es, sobre si habló en su juventud, etc.” Como Veron se negaba a admitir que su conocimiento de las proposiciones religiosas ver­ daderas se basara en alguna evidencia, interpretación de documentos o experiencia, sino que tan sólo estaba con­ tenido en la palabra revelada de Dios, podía observar que '■ Ib id ., p . 17 8. I b id ., p . 177. ¡ b id ., p p . 1 7 0 , 177 y 1 9 6 -1 9 7 y 2 2 7 . V e r o n , D u V r a y J u g c el J u g e m e n t , p . 13.

130

L A IN F L U E N C IA D E L N U E V O PIR RO N ISM O

la manera de argumentar de Daillé “ introduciría a la secta de los pirrónicos, y la indiferencia en materia de re­ ligión” .'" Otro protestante se levantó para refutar a Veron, cierto Paul Ferry, quien consideró que la solución al bombardeo de Veron se hallaba en la defensa de la racionalidad, en una inversión casi completa de la posición calvinista ini­ cial. Habiendo intentado probar que los artículos de fe calvinistas estaban en las Escrituras (lo que Ferry en rea­ lidad desaprobó, en vez de establecer, ya que indicó que los artículos simplemente son interpretaciones razona­ bles del texto),'" Ferry defendió el uso de la razón para establecer las verdades religiosas. Afirmó que tenemos una disposición o capacidad natural, nuestras facultades racionales, que constituyen un rasgo básico de la natura­ leza humana y que nos capacitan a conocer las cosas. Por medio de nuestra “ experiencia universal” podemos saber que el fuego es caliente y otras verdades naturales; por medio de nuestros “ primeros principios” o “ verdades que han nacido con nosotros” conocemos ciertas verdades ge­ nerales como “el todo es más grande que la parte” ; y por medio del “juicio” podemos discernir las consecuencias lógicas de las verdades que conocemos. Todo esto aporta una base indudable de racionalidad, que es connatural en nosotros. Desafiar esta racionalidad natural y fundamen­ tal es tratar de destruir nuestra humanidad y convertirnos en bestias. Hasta el punjo en que tenemos estas capacida­ des y habilidades, podemos razonar, partiendo de lo que conocemos con certidumbre, y por tanto, pasar de las ver­ dades religiosas a otras verdades.'" Veron apartó esta defensa de la racionalidad simple­ mente diciendo: “ ¿Quién lo duda? Pero nada de esto basta para establecer un artículo de fe, pues nada de esto es la Palabra de Dios, y creer no es más que sostener algo como cierto porque Dios lo ha dicho.” " La defensa de la razón ■"

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Ibid; p. 3. Fcro'. Dcmicr Dcscspoir de la Tradition, pp. 64-68. Ibid., pp. 146-148. Veron, Ocuvrcs, p. 170.

L A IN F L U E N C IA D E L N U E V O P IR R O N ISM O

131

no es el punto en cuestión, sino tan sólo si un artículo de fe puede ser establecido por la razón. Gente como Ferry, al glorificar nuestras capacidades racionales, se acerca a adoptar lo que Bayle llamó la herejía sociniana, que la razón es la regla de f e . P a r a Veron, la razón puede ser perfectamente sana y adecuada, pero esto no supera el escepticismo respecto a su uso al establecer los artículos de fe. Ni siquiera el razonamiento teológico, que Veron reconoció como posiblemente “necesario y cierto” hace de sus conclusiones verdades religiosas, a menos que ha­ yan sido también reveladas por Dios.**® El método veroniano pretendía despojar a los refor­ mados de todo criterio para asegurar la verdad de sus convicciones religiosas. Para asegurarse de que los pro­ testantes no pudieran justificar su fe por la Escritura, o su razonamiento a partir de la Escritura, introdujo un tipo de escepticismo parcial, aplicando algunas de las clásicas técnicas pirrónicas para producir la falta de certidumbre completa en la visión de los reformados. Concluyó luego, “ pobre religión, sin certidumbre, abandonada a la discre­ ción de cualquier chapucero” . M e d i a n t e un hábil uso de “la rueva máquina de guerra” , la fortaleza de los protes­ tantes quedó reducida, hasta dejarlos sosteniendo un li­ bro cuya autenticidad no podían establecer, y de cuyo sig­ nificado nunca podrían estar seguros; sólo se les dejaron las falibles facultades del hombre para emplearlas en una tarea para la cual no podían mostrar que pudieran usar­ las. Así, creía Veron, había mostrado lo dudoso de las afirmaciones de los reformadores, y que su método de es­ tablecer las verdades religiosas sólo conduciría al escep­ ticismo religioso y, quizás, al pirronismo total. Los protestantes, sin embargo, vieron que el mismo en­ foque escéptico podía aplicarse contra su inventor, y con los mismos resultados. La “ nueva máquina de guerra” pa­ reció tener un peculiar mecanismo de retroceso que cau*■'

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132

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

saba el extraño efecto de hundir al blanco y al artillero en una catástrofe común. Si los reformados no podían deter­ minar infaliblemente los verdaderos artículos de fe a partir del texto de la Escritura por medios racionales, tampoco podrían los católicos descubrir alguna verdad religiosa, pues se hallarían confrontados a las mismas di­ ficultades al tratar de aseverar el significado y la verdad de lo que habían dicho papas, concilios y Padres de la Iglesia. Hasta donde podían ver los reformados, Veron había desarrollado un escepticismo completo para ven­ cerlos, pero, por su argumento, había quedado tan derro­ tado como ellos. Excluid las consecuencias de la Escritura, y los papistas no serán capaces de impugnar un sólo lema de los protestantes, ni estarán en capacidad de probar el primer Artículo de la fe romana, a saber, la pretendida infalibilidad de su Iglesia. Mientras nos arrancan tales armas de nuestras manos, se de­ sarman ellos mismos a la vez. Y al esforzarse por perjudicar la causa de las Iglesias reformadas, socavan por completo la suya propia; pues si nuestros razonamientos de esta índole son insignificantes contra ellos, los suyos también son insig­ nificantes contra nosotros, y por este mismo arte se esfuerzan por quitar el filo a nuestras espadas y tienen que arrojar las suyas propias. '"

Ambos bandos pudieron plantear perplejidades escép­ ticas sobre cómo podía el otro conocer y estar seguro de que sus opiniones eran ciertas. Una vez que Veron plan­ teó su escepticismo respecto al empleo de la razón en ma­ teria religiosa, ninguno de los dos bandos pudo ya aducir una evidencia satisfactoria en defensa de su propia causa. En cambio, ambos pudieron concentrar sus esfuerzos en aumentar las dificultades escépticas de sus adversarios. Cr. G o l l f r i e d W i l h e l m L e i b n i z , Essais ci.; Theodicée su r la bontc de Dieu, la liberté de l'homme el ¡'Origine du Mal, A m s l e r d a m , 1 7 1 0 , p . 7 4 , p á r r a f o 6 2 . R o b e r l F c r g u s o n , The Inleresl o f Reason in Religión, wilh Ihe Impon & Use of Scriplure-Melaphors, and the Nalure o f ihe Union betwixt Chrisl & Believers ( L o n ­ d r e s , 1 6 7 5 ) , p . 190,( V é a s e t a m b i é n J o s e p h G l a n v i l l . AOrOY () 1 ’ H S \ E I A : o , A Seasonable Reconiniendation and Defence of Reason, In the Affairs of Religión, against Injidelily, Scepticism, and Fanalicism of all sorts, L o n d r e s , 1 6 7 0 , p p . 3 2 - 3 3 .

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

133

Pero la “ máquina de guerra” de Veron, tan admirada en su época por los jefes de la Contrarreforma no sólo era como lo ha afirmado Bredvold,=« un empleo estratégico’ del escepticismo para recoger el reto del calvinismo. Antes bien, creo yo, fue el resultado de otra influencia más profunda del escepticismo a comienzos del siglo xvn, la alianza de pirrónicos y católicos, en defensa del cristia­ nismo fideísta. En estos términos, como veremos, los cató­ licos quedaban a salvo del bombardeo escéptico de sus propios cañones, ya que no tenían ninguna posición que defender. Su opinión se hallaba arraigada en una afirma­ ción que no era racional ni fáctica, sino en una fe acep­ tada e indisputada en la tradición católica. Vieron, como había sugerido Maldonado, que si dudaban una vez de esta fe por la aceptación tradicional, entonces también ellos se verían arrastrados a las mismas arenas movedizas en que estaban tratando de hundir a los r e f o r m a d o s . Y así, en muchos de los contrarreformadores franceses en­ contramos un fideísmo implícito que como mejor podía justificarse era por el fideísmo explícito de los nouveaux Pyrrhoniens. Comenzando en el siglo xvi con Hervet y Maldonado, encontramos muchas indicaciones de que las principales figuras católicas francesas suscribían un tipo de fideísmo cuyo desarrollo y expresión teórica aparecieron en los es­ critos de Montaigne y de sus seguidores. Hervet, como hemos visto, en el prefacio a su traducción a Sexto Empí­ rico, había insistido en el carácter no racional de la fe, y en la necesidad de creer, antes de saber. El escepticismo ayudaría al cristianismo destruyendo al filósofo dogmá­ tico, de modo que sólo quedaría la fe como vía a la verdad religiosa.’* Y la amistad de Maldonado con Montaigne pa­ rece basada, al menos en parte, en una similitud de opi­ niones. El meollo de la teología de Maldonado parece haber sido liberar la creencia religiosa de todos los arguB r e d v o i d , J o h n L o n d r e s ,

¡ntellectual Milieu of Dnjden, p . 7 6 y s s . A Commentary on Ihe Hohj Gospels.

M a l d o n a l u s , 1888,

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V o l.

1, p p .

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11, p p .

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H e r v e t , p r e f a c i o a S e x t o E m p í r i c o , A d n e r s n s M a t)ie??ia t;cos,

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134

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

montos dialécticos, negar las presunciones del hombre racional que trataba de juzgar las cuestiones religiosas. La base del cristianismo es la fe, tal como aparece en la Escritura y la tradición. “ Debía bastarnos con responder, en una palabra, que somos cristianos, no filósofos. La Pa­ labra de Dios es nuestro lema; y mientras tengamos esto en claro, poco insistiremos en los dictados de la simple razón natural.” • ” Muchos de los demás contrarrcformadores no ofrecen defensa racional a su posición; pero una fe fideísta parece sugerida por los teólogos y filó.sofos a los que admiran. El Cardenal du Perron, quizás el más grande de los contrarreformadores franceses,'”' él mismo converso al catoli­ cismo, prácticamente no perdió tiempo, en sus escritos polémicos, presentando pruebas de su causa, sino que se dedicó principalmente a señalar lo inadecuado de la teo­ ría calvinista del conocimiento religioso. Sin embargo, el cardenal era amigo de la hija adoptiva de Montaigne, la señorita de Gournay, y gran admirador de los escritos fideístas del hijo adoptivo de Montaigne, Pierre Charron.'’® Cierto relato acerca de Du Perron nos indica su evalua­ ción de los méritos de la razón humana en cuestiones re­ ligiosas. En una ocasión fue invitado a cenar por Enri­ que III y, a la mesa, pronunció un discurso en contra del ateísmo, ofreciendo pruebas de la existencia de Dios. M a l d o n a t u s , A C o m m e n t a n j o n t h e llo tii O o s p e ls , V o l . I I , p p . 4 2 0 -4 2 1 . E n s u d i s c u r s o i n a u g u r a l e n P a r ís , M a l d o n a d o

sulirayó

ia n e c e s i d a d d e la f e p a r a o b ­

t e n e r u n a c o m p r e n s i ó n d e la t e o l o g í a , y la i i i s i g n i f i c a n c i a d e f i l ó s o f o s c o m o P l a ­ t ó n y A r i s t ó t e l e s c o m p a r a d o s c o n la E s c r i l u r n y la I g l e s i a a l r e s o l v e r l a s c u e s ­ t i o n e s t e o l ó g i c a s . C f. P r a t M a ld o n a t c t V U n in -iv ité d e P a r ís , p p . 1 7 9 -1 8 5 , 5 5 8 -5 6 0 y 56 6. E n la v id a d e D u P e r r o n , q u e a p a r e c e c o m o p r e f a c i o a L e s d i v e r s e s O e u v r e s d e l'illu s tr is s im e C a r d in a l D u P e r r o n , P a rí.s, 1822, s e i n f o r m a q u e e l p a p a d i j o e n u n a o c a s ió n , " R o g u e m o s a D io s q u e in s p ir e ni c a r d e n a l D u P e r r o n , p o r q u e é l n o s c o n v e n c e r á d e lo q u e q u i e r a " , p . 22. J e a n D u v e r g i e r d u H a u r a n n e (S a in t -C y r a n ), m e n c i o n a la a d m i r a c i ó n d e D u P e r r o n a C h a r r o n e n L a S o m m e d e s P a u t e s f t F a u s s e t e z C a p ita le s c o n t e n u e s e n l a S o m m e T h e o lo g i q u e d u P e r e F r a n e o is G a ra ssi' d e Ia C o m p a g ti ie d e J e s ú s , P a r í s , 16 2 6 , T o m o II, p . 3 2 4 . A c e r c a d e la s r e l a c i o n e s d e D u P e r r o n c o n M l l e . d e G o u r n a y , v é a s e M a r i o S c h i f f , L a F ilie d ’ A l i a n c e d e M o iilu ig n e , M a r te d e G o u n t a y , P a r í s , 19 1 0 , p. 37.

LA IN FLU ENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

135

Cuando el Rey expresó su placer y elogió a Du Perron, éste dijo, "sire, hoy he probado por razones poderosas y evidentes que hay un Dios. Mañana, si place a Vuestra Majestad concederme otra audiencia, le probaré por ra­ zones poderosas y evidentes que no hay ningún Dios” . El Rey, que al parecer no era cristiano fideísta, se irritó, y despidió a su huésped.®® Hasta en el caso del más espiritual de los contrarreformadores franceses, San Francisco de Sales, hay algu­ nos signos, aun cuando tenues, de tendencias fideístas. Aunque San fran cisco condenó a “ aquellos de nuestros tiempos que profesan ponerlo todo en duda” , escogió como su secretario al pirrónico cristiano Jean-Pierre Camus, y dedicó cierto tiempo a la guía espiritual de la he­ redera de Montaigne, la señorita de Gournay.®' En los primeros escritos de San Francisco, Les Controverses, citó a Montaigne como una de las muy escasas autoridades contemporáneas en cuestiones religiosas. El libro, en ge­ neral, definitivamente no es fideísta. Pero en defensa de los milagros cita un pasaje, posiblemente irónico, de los Essais, “ para probar la fe por los milagros” .®" Hay muchas otras indicaciones de los nexos entre los contrarreformadores y el nouveau Pyrrhonisme. A l pare­ cer, aun para sorpresa de Montaigne, el Vaticano sólo ex­ presó una tenue desaprobación de las opiniones expresa­ das en los Essais, y le invitó a dedicarse a escribir en defensa de la Iglesia.’" La mayoría de los discípulos de Montaigne a comienzos del siglo xvii recibieron protec­ ción y aliento de los cardenales Richelieu y Mazarino.®" El obispo de Boulogne, Claude Dormy, fue gran admirador de Charron, y le ayudó a obtener una aprobación para La .MI P i e r r e (je V E s lo 'ú c , M é m o ir e s - J o u n m u x , 12 v o l s ., T o m e D e u x i é m e . J o u n i a í d e H e n r i I I I , 1 5 8 1 -1 5 8 6 , P a r í s , 1 8 8 8 , e n t r a d a d e n o v i e m b r e d e 1 5 8 3 , p p . 14 0-14 1. S a n F r a n c i s c o d e S a le s , C a rta a M . C e ls e -B é n ig n e d e C h a n ta l. 8 D é c e m b r e 1610, e n O e u v r e s , T o m o X I V ( L o l t r e s , T o m e I V ), A n n e c y , 19 0 6 , p . 3 7 7 B o a s e , F o r ­ t u n e s o f M o n t a ig n e , p. 6 1 ; y C h i f f , L a F ilie d ’A l l i a n c e d e M o n t a ig n e , p p . 2 9 -3 0 . S a n F r a n c i s c o d e S a l e s , C o n t r o v e r s e s , p. 3 2 8 , y " N o t e s p r é p a r a t o i r e s ” , p. 17. M o n t a i g n e , J o u n i a í d e V o y a g e , p p . 2 5 0 -2 5 2 y 2 7 4 . ”” P o r e je m p lo , G a b r ie l N a u d é y F r a n q o is d e L a M o th e L e V a y e r era n p r o t e ­ g id o s d e R i c h e l i e u y M a z a r in o .

L A IN F L U E N C IA D E L N U E V O P IR R O N ISM O

136

Sagesse. El obispo tenía tales inclinaciones fideístas que desaprobó los pocos esfuerzos de Charron por moderar su pirronismo cristiano ante la oposición que encontró en la Sorbona.®* El confesor del rey, el jesuíta Nicolás Caussin, imprimió una adaptación del núcleo del escepticismo fideísta de Charron en su obra La Cour Sainte/''^ El cardenal Bérulle, en su crítica del conocimiento racional, ofreció una opinión notablemente parecida a la de Charron.®'' En el decenio de 1620, cuando Charron fue acusado de ser “ ateo en secreto” ,"^ fue defendido primero por el padre Ogier,®® y luego por el gran teólogo jansenista Saint-Cyran (Jean Duvergier du Hauranne). Éste, quien afirmó que el Cardenal du Perron le había recomendado la teología de Charron, insistió en que, en general, no era más que buen agustinismo, y que el pirronismo cristiano de Charron es­ taba en armonía con lo mejor del pensamiento religioso, así como con las Escrituras.®® Estas indicaciones de aprobación del nouveaux Pyrrhonisme y de los nouveaux Pyrrhoniens por muchos que los espíritus más destacados de la Contrarreforma en Francia ilustran, a mi entender, la influencia básica del resurgi­ miento del escepticismo griego en la época. El objetivo del pirronismo cristiano de hombres como Montaigne y Charron acaso fuera “ aumentar la distancia entre la razón y la revelación” y “ construir una moralidad no racional, sino racionalista, en que la religión sólo ocupe un lugar secundario” .®' No obstante, el escepticismo de Montaigne, C f. L . A u v r a y , lle t ” ,

C f.

d e

lle

d a n s

p p .

4 9 8 -4 9 9 , p q p

le s

D e d i e u . “ S u r v i v a n c e s

P e n s é e s ” , e n

C f.

n.

F r a n Q o is

F r a n q o is

S a in t -C y r a n , a n a l i z a d o

G a r a s s e ,

O g ie r , P a r is , la

e n

J u l ie n -E y n ia r d l i e r J .

a

d u

p. et

G a b r ie l I,

18 94 ,

M i c h e l

e s p .

p p .

d é l a

R o c h e n i a i -

3 2 3 -3 2 7 .

186. I n O u e n c e s

d e

l’A p o l o g é t i q u e

t r a d it i o n e -

X X X V I I ,

19 30 ,

3.

F r a n c ,o i s G a r a s s e ,

s e r á

C h a r r o n

R e v u e d ’H is t o ir e L ittÉ r a ir e d e la F r a n c e ,

S. J.

d e c e te in p s , o n p r e t e n d a s te ls ,

""

F i e r r e

B o a s c , F o r tu n e s o f M o n ta ig n e ,

C f. J o s e p h

iH

“ L e t t r e s

e n R e m e d ’H i s t o i r e L i t t É r a i r e d e l a F r a n c e ,

R o s e ” , e n

e n

P a r is ,

su

o b r a

1 6 2 3 , y

L a D o c tr in e c u r ie u s e d e s h e a u x es p r its o b r a s

p o s t e r i o r e s .

J n g e m e n t e t C e n s a r e d a L ia r e d e la D o c t r in e c a n e a s e d e 1623.

S o m a te d es F a a te s et F a a s s e te z ,

d e t a l l e

e n

d 'A n g e r s ,

e l

c a p i t u l o

“ S é n ó q u e

D ix -S e p tié m e S ié c le ,

T o m o

II,

p p .

3 2 1 -4 6 9 .

E s to

vi. et

le

n ú n i.

S t o í c i s m e 29,

19 55 ,

d a n s

p p .

3 7 6 .

l ’o e u v r e

d u

c o r d e -

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

137

Charron, Camus y Sexto Empírico aportó al mismo tiempo un método para combatir al calvinismo (y también, como vieron los reformados, un método igualmente bueno para combatir al catolicismo), y una razón para el empleo del método. Los acertijos escépticos ayudaban a destruir al adversario, en tanto que el fideísmo impedía la propia destrucción. La teoría escéptica del conocimiento reli­ gioso propuesta por Montaigne y sus discípulos aportó un marco teórico en que la “ máquina de guerra” podía ac­ tuar sin disparar al mismo tiempo contra el artillero, marco en que un total escepticismo en el plano racional se convertía en preparación para la revelación de la ver­ dadera fe. Como el tipo de método escéptico empleado por los contrarreformadores podía aplicarse a cualquier teoría del conocimiento religioso, la seguridad y la salvación consistían en no tener ninguna teoría. Podían defender su catolicismo tan sólo por la fe, en tanto que demolían a sus enemigos enredándolos en dificultades escépticas. Al aliarse con los nouveaux Pyrrhoniens, los contrarreformadores podían recibir municiones de los escépticos, así como una “ justificación” fideísta para su propia causa. Ya podían gritar los calvinistas que tanto protestantes como católicos serían víctimas de una catástrofe común, pues unos y otros tenían que basar sus ideas en documentos, declaraciones y razonamientos acerca de ellos. Pero, al parecer, los católicos pusieron oídos sordos a estos gritos, sin preocuparse, creo yo, porque habían aceptado la afir­ mación de los pirrónicos cristianos, de que el escepti­ cismo es el camino hacia Dios. Los esfuerzos del hombre sólo pueden ser negativos: eliminar las creencias falsas y dudosas de su espíritu. El contenido positivo que quede es dado por Dios, no por el hombre. Y mientras Dios esté del lado católico, las dudas generales de Montaigne y las dudas aplicadas de Veron sólo sirven a la función benefi­ ciosa de curarnos de falsas creencias y guardarnos de fal­ sas religiones. Si abandonamos el intento de comprender las materias religiosas, nos salvaremos de llegar a conclu-

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

138

siones heréticas. Dios, mediante la Revelación, nos man­ tiene en la verdadera religión. El católico racional y el protestante racional pueden ser demolidos por la “ má­ quina de guerra”, pero el hombre de fe se salva por medio de Dios, no por la razón ni por la evidencia. El verdadero creyente está a la merced y bajo la protección de Dios. Toda desviación de la Iglesia tradicional abarcaría una decisión humana sobre qué es correcto o incorrecto en re­ ligión. Para tomar tan importante decisión, habríamos de tener razones adecuadas. Por tanto, los contrarreformadores y sus aliados escépticos trataron de mostrar que los reformados estaban haciendo de la razón la regla de fe. Habiendo logrado esto, trataron de desarrollar, ya sea un escepticismo respecto al uso de la razón en religión, ya sea un escepticismo con relación a la propia razón. Mien­ tras tanto, por lo que concernía a los contrarreformadores y los escépticos, la verdadera religión seguía siendo cons­ tantemente revelada por Dios, por medio de Su Iglesia. Permaneciendo en el campo racional, basados en la Roca de la fe, podían disparar contra los nuevos dogmáticos, los calvinistas, los nuevos defensores de la eficacia de las fa­ cultades racionales del hombre para determinar la ver­ dad religiosa. A lo largo de toda la batalla, los católicos podían sentirse seguros en su fortaleza fideísta, siempre que Dios, de su lado, desde luego, los sostuviera. Lo que dijo la señorita de Gournay acerca de sus creencias reli­ giosas y las de Montaigne, también pudo aplicarse, en gran medida, a los conirarreformadores franceses. Para ellos, la piedra de toque de la verdadera religión era la Sagrada ley de nuestros padres, sus tradiciones y su auto­ ridad. Que también pueden sufrir a estos nuevos titanes de nuestro tiempo, a estos trepadores que creen poder alcanzar el conocimiento de Dios por sus propios medios y circunscri­ birlos, a Él, a Sus obras y a las creencias de ellos dentro de los límites de sus medios y su razón, no deseando aceptar nada como cierto si no les parece probable.""

C it a d o

e n

B o a s e ,

Fortunes of Montaigne,

p.

61.

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

139

Adem ás de influir sobre las luchas teológicas de la época, el resurgimiento del pirronismo también surtió efecto sobre algunas de las otras pugnas intelectuales de fines del Renacimiento, especialmente las que giraban en torno a las seudociencias de astrología, alquimia, bruje­ ría, etc., y las relacionadas con el conflicto entre las cien­ cias aristotélicas y la “ nueva filosofía” . Ya en 1581 encon­ tramos un estudio del pirronismo en la obra de Jean Bodin. De la Demonomanie des SorcieTs, donde, como preludio antes de discutir su tema, Bodin consideró necesario tra­ tar del problema del criterio, la regla de la verdad, para mostrar que la evidencia que podía ofrecer era sana. Se delinean tres teorías del conocimiento; la de Platón y Demócrito, de que sólo el intelecto es juez de la verdad; des­ pués un burdo empirismo atribuido a Aristóteles, y por último el total escepticismo de Pirrón (y también, según Bodin, de Nicolás de Cusa). Las tres opiniones, especial­ mente el escepticismo, son rechazadas en favor de un re­ finadísimo empirismo, al que Bodin llamó la teoría del sentido común de Teofrasto, que deja lugar a verdades derivadas de interpretaciones de la experiencia senso­ rial. Sobre esta base justifica después su evidencia acer­ ca de la “demonomanía” ."'’ En torno al cambio de siglo, los adversarios de la astro­ logía al parecer empezaron a introducir materiales de Sexto Empírico, especialmente de su obra contra los as­ trólogos. En 1601, John Chamber se opuso a los astrólogos, y empleó, como parte de su material, algunos artículos de Sexto.'" Un defensor de esta “ ciencia” , sir Christopher Heydon, publicó una réplica, en cuya portada "áparece el nombre de Sexto como el de aquellos a los que respon-

C f.

J e a n

p á g i n a s

J o h n 2 3 -2 4 .

c a d a g o s.

e n

A

T h o r n d i k e ,

Y o r k , 1618,

la D e m o n o m a n ie d e s S o r c ie r s ,

D e

o n c e a r a

C h a m b e r ,

L y n n

N u e v a

B o d i n ,

d é c i m a ,

1941,

y

d o c e a v a ,

n o

P a rís ,

T r e a tis e a g a in s t J u d icia ll A s tr o lo g ie , e n

s u

A

p p .

2 0 5 -2 0 6 ,

t a m b i é n

e m p l e ó

1 5 81 .

P r e f a c io ,

L o n d r e s

1601,

p p .

H is to n j o fM a g ic a n d E x p e r im e n ta l S c ie n c e , d ic e

q u e

la s

n u m e r a d a s .

T o m m a s o

m a t e r i a l e s

t o m a d o s

G ia n n in i, d e

S e x t o

e n

u n a

c o n t r a

V o l.

o b r a lo s

1 6 .v V I,

p u b l i ­

a s t r ó l o ­

140

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

derá."' Uno de los cargos contra Chamber es no haber re­ conocido cuánto debía su obra a Sexto.” Heydon sólo hizo un leve esfuerzo por refutar a Sexto, indicando que los pirrónicos dudaban de todo, y sólo habían cavilado contra la astrología, así como se oponían a todas las demás cien­ cias; por tanto, no se les podía tomar en serio.” Un espiritista francés. Fierre Le Loyer, tomó la crítica pirrónica del conocimiento humano mucho más en serio, y añadió una sección de once páginas a sus Discours, et Histoires des Spectres, en respuesta a esta opinión."' Al pare­ cer, lo que le perturbó fue que los escépticos dudaran de lo fidedigno de la información sensoria, pues él pretendía basar su argumento en toda una variedad de testimonios, como apariciones, etc. Así, Le Loyer empezó por esbozar la historia del escepticismo antiguo hasta llegar a Sexto Em pírico (contra cuya obra, afirmó, “ Francesco Pico, conde de la Mirándola, sobrino de Gian Pico, el fénix de su época, había escrito y refutado todos los argumentos de los pirrónicos y escépticos”)."' Luego se dedicó a la re­ futación de la crítica escéptica del conocimiento senso­ rial, ofreciendo básicamente una respuesta aristotélica: que cuando nuestros sentidos funcionan adecuadamente, y en condiciones normales, recibimos verdadera información y que, en caso necesario, nuestro intelecto puede corregir los informes de nuestros sentidos y, por tanto, obtener un conocimiento fidedigno acerca del mundo sensible."“ "

S i r C h r i s t o p h e r H e y d o n , A D e f e n c e o f.l i i d i c i a l l A s t r o l o g i c . Iti A ti s w e r lo a T r ca -

t is c l a l e l y P u b lis lw d b y M . J o h n C h a m b e r . W h e r e in a ll Ü io s e p l a c e s o f S c r i p t u r e . C o u n c c ll s . F a lh c r s , S c h o o le m e n , l a l e r D iv in e s , P h il o s o p h e r s , H i s to r ie s . L a w e s . C o n s til u l i o n s a n d R ca .so n s d r a w n e o u l o f S i x l u s E m p ir i c u s . P i c u s , P e r e r i u s , S i x t n s a b H em in g a . a n d o t h e r s , a g a in s l Ib is A r t e , a r e p o r t ic n la r h j E x a m i n e d : a n d Che L a w / n in e s t lie r c o f. b y E q ii iv a lc n t P r o o fe s W a r r a n l e d , C a m b r i d g e . 1603. íb id .. p p . 127 y 135. ' ' I b id .. p . 134. N F i e r r e L e L o y e r . D is c o u r s , e t H i s l o ir e s d e s S p e c t r e s , V is io n s , e t A p p a r i t i o n s d e s E s p r its . A u g e s . D cn io n s . e t A m e s , s e m o n s t r a n s v is i b le a u x h o m m e s , P a r í s , 1605, L i ­ b r o I, c a p . VI, p p . 3 5 -4 6 . L e s S e p t iq u e s & a p o r r h e t i q u e s P h il o s o p h e s d o n t e u x & c c t i x d e la s e c o n d e a c a d e m i e r e fiit e z , q u i d i s o i e n t q u e l e s s e n s h i im a i n s c s t o i c n l f a u x & n o s t r e i n ia g i n a t ir e fa ii s s e . I b id ., p. 39. I b id ., p p . 4 0 -4 6 .

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

141

Otros testimonios importantes de afirmaciones escép­ ticas empleados^ en. las batallas contra las seudociencias son los ataques de los padres Mersenne y Gassendi contra la alquimia. Mersenne, en su Verité des Sciences de 1625, presentó un diálogo entre un escéptico, un alquimista y un filósofo cristiano, y aunque el objetivo principal de la obra era atacar el escéptico, este último asesta muchos golpes al alquimista mediante los habituales materiales escépticos tomados de Sexto contra la supuesta ciencia de la alquim ia.” Gassendi, pirrónico declarado por entonces, escribió una refutación, a petición de Mersenne, en contra del teorizante rosacruz Robert Fludd, en que la actitud escéptica es aprovechada para demoler las opiniones de Fludd.” En las guerras contra la ciencia escolástica se encuen­ tran argumentos ya manidos, tomados de la tradición es­ céptica. Tanto sir Francis Bacon como Gassendi emplea­ ron algunas de las críticas del conocimiento sensorial en su lucha contra el aristotelismo de las Escuelas. En reali­ dad, el tipo de protesta de Bacon contra la filosofía y las ciencias tradicion ales fue considerado por Mersenne como una imitación de los p i r r ó n ic o s .Y GasseiVdi en su primera obra, uno de los documentos antiaristotélicos más poderosos de la época, mezcló toda la argumentación de la tradición pirrónica en una denuncia general, con­ cluyendo que nada podía saberse y que ninguna ciencia era posible, y menos que ninguna la ciencia aristotélica."" Encontramos que una de las características comunes de los “ nuevos filósofos” es su aceptación de la crítica pirró­ nica del conocimiento sensorial, y su empleo como golpe decisivo contra el aristotelismo. M a r in M e r s e n n e . L a V e r ité d e s S c i e n e e s . e o n lr e le s s e p t i q u e s o ii P irrr h o u ie u s ,

l ’:ní.s. 1625. capítulo MI.

L as o p in io n e s q u e a p a r e c e n e n esta o b r a se rá n e s tu d ia d a s en el

■' P e t r u s G a s s e n d i . E x a m e n P h il o s o p h i a e R o b e t t i F lu d d i M e d ie i. e n O p e r a V o l . 111 (la o b r a f u e i m p r e s a p o r p r i m e r a v e z e n s e r á n e s t u d i a d a s e n l o s c a p í t u l o s v y \'ii.

16 30); l a s o p i n i o n e s d e G a s s e n d i

M e r s e n n e . L a V er ité d e s S c i e n c e s , L i b r o , I, c a p . x v i . G a s s e n d i . E x e r c i t a t i o n e s jx ir a d o tv ica e a d v e r s a s A r i s t o t e l e o s . p r i m e r a v e z e n G r e n o b l c , e n 1624; y t a m b i é n e n O p e r a . V o l . III.

p u b lic a d o

por

• il

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

142

Pero el escepticismo no siempre estuvo del lado de los ángeles. Al mismo tiempo que estaban siendo empleados argumentos pirrónicos para atacar a los seudocientíficos y a los escolásticos, algunos escépticos estaban valiéndose del mismo material contra la “ nueva ciencia” y las mate­ máticas. (Hemos de decir que uno de los más grandes es­ cépticos de finales del siglo xvii, Joseph Glanvill, empleó toda su habilidad escéptica en apoyo de su creencia en las brujas, d em olien d o el dogm atism o de la facción o p u e s t a .) A q u é l l o s a quienes llamaré los “ escépticos humanistas”, hombres como Franqois de La Mothe Le Vayer y Guy Patin, así como el pirrónico puro, Samuel Sor­ biere, parecen haber apreciado poco o nada la revolu­ ción científica que se estaba efectuando en torno suyo, y consideraron las teorías nuevas tan sólo como otra forma más de dogmatismo, que remplazaba a los anteriores, o bien insistieron en la suspensión de juicio ante todas las teorías científicas, tanto antiguas como nuevas. Patin, rec­ tor de la escuela de medicina de la Sorbona, se opuso a todas las innovaciones en la enseñanza, e insistió en un conservadurismo pirrónico, aferrándose a las opiniones tradicionalmente aceptadas de los griegos."- La Mothe Le Vayer consideró toda forma de investigación científica como forma de arrogancia e impiedad humana, que ha­ bían de ser abandonadas por la duda completa y el fi­ deísmo puro. El valor del escepticismo para las ciencias, afirmó, consistía en que un apropiado adoctrinamiento en el pirronismo llevaría a todos a abandonar sus pretensio­ nes científicas."" Sorbiere, paniaguado de Gassendi, de­ seaba suspender el juicio aun ante las hipótesis científi­ cas si iban más allá de las apariencias."" Respecto a las matemáticas, la atmósfera escéptica de V é a s e , p o r e je m p lo , J o s e p h G la n v ill, A

Pliilosopliical Considerations about Witclicrctft, C f. F i e r r e P ie, Guy Patin, P a r í s , 19 2 2 , p .

Blow at M odem Sadducism iii some L o n d r e s , 16 6 8 .

X I X yss. C f. e l e n s a y o d e F r a n q o i s d e L a M o t h e L e V a y e r " D i s c o u r s p o u r m o n t r e r

q u e le s d o u t e s d e la P h i l o s o p h i e S c c p t i q u e s o n t d e g r a n d u s a g e d a n s l e s S c i e n ­ c e s ” , e n Oeuvres. P a r is . 1 6 6 9 , X V , p p . 6 1 -1 2 4 . S a m u e l S o r b i é r e , Discours sccptique sur

du coeur,

le passagc du chyle,

&

le mouvement

L e y d e n , 16 48, p p . 1 5 3 -1 5 4 .

i

LA INFLUENCIA DEL NUEVO PIRRONISMO

143

comienzos del siglo xvii al parecer fue lo bastante pode­ rosa para requerir cierta defensa de la “ reina de las cien­ cias” . Existe una obra de Wilhelm Languis, de 1656, sobre la verdad de la geometría, contra los escépticos y Sexto Empírico.""’ Y Mersenne dedicó la mayor parte de su Verité des Sciences a exhibir el gran número y variedad de las verdades matemáticas como el mejor modo de “derribar el pirronismo” ."" En términos generales, el resurgimiento del escepti­ cismo griego parece haber ejercido gran influencia en las controversias intelectuales de comienzos del siglo xvii. Su primera y principal repercusión fue sobre la teología, probablemente porque el asunto clave en disputa, la regla de fe, fijaba una forma del clásico problema pirrónico del criterio. Tam bién el fideísm o implícito en el nouveau Pyrrhonisme sirvió como defensa ideal para quienes se va­ lían de gambitos escépticos en las controversias religiosas de la época. Cuando la ciencia de Aristóteles empezó a perder su autoridad, y surgieron atractivas teorías cientí­ ficas y seudocientíficas, se descubrió otro terreno para la aplicación de los argumentos pirrónicos. En este último campo es donde ocurriría el desarrollo de la clase de cri­ sis escéptica que ya había brotado en la teología. El nou­ veau Pyrrhonisme llegaría a envolver todas las ciencias humanas y la filosofía en una completa crisis escéptica, de la cual surgiría a la postre la filosofía moderna, así como la visión científica de hoy. Nos volveremos ahora al clímax del nouveau Pyrrho­ nisme, el punto en que ya no sólo fue un aliado de la Con­ trarreforma en Francia, y de todo el que participara en las controversias científicas de la época, sino la visión vanguardista de la nueva época intelectual que ya albo­ reaba en la Francia de comienzos del siglo xvii. W i l h e l m L a n g i u s . De Veritatibus Geometricis. Libri ¡I, prior, contra Scepticos & Sextum Empiricum tkc. Posterior, contra Marcuin Meibomium, C o p e n h a g e , 16 56. V é a s e t a m b i é n , J e a n - E t i e n n e M o n t u c l a , H is t o ir c des Matliematigues, V o l . I, P a r is , 17 5 8 , p p . 2 3 -2 8 . T a m b i é n h a y u n a c a r t a i n t e r e s a n t e d e L a n g a I s m a e l B o u l l i a r d , i n é d i t a , a c e r c a d e S e x t o y l o s m a t e m á t i c o s , d e f e c h a 9 d e j u n i o d o 16 5 7 . L a H a y a , B i b l i o t h é q u c N a t i o n a l e . M s. F r a n q a i s 1 3 0 3 7 , f o l . 131. ““ M e r s e n n e ; La Verité des Sciences. L i v r e s I I -I V .

V. LOS “LIBERTINS ÉRUDITS” E n LA primera parte del siglo x v n , una forma más extensa del escepticismo de Montaigne, Charron y Camus floreció en Francia, brevemente, como idea de los jóvenes brillan­ tes de la época. La vasta aceptación y aplicación del nouveau Pyirhonisme hizo resaltar más agudamente sus impli­ caciones para la religión y la ciencia. Esto, a su vez, hizo surgir una serie de intentos, que culminaron en el heroico fracaso de René Descartes, por salvar el conocimiento humano destruyendo el escepticismo. Los escépticos de la primera parte del siglo xvn, los llamados libertins érudits, eran, en parte, descendientes en línea directa de Montaigne y de Charron, en parte des­ cendientes de Sexto Empírico y, en parte, sencillamente antiaristotélicos. En su mayoría pertenecían, en virtud de los cargos desempeñados por Richelieu y Mazarino, a los círculos intelectuales centrados en Palacio. Eran estudio­ sos humanistas, dispuestos a llevar a Francia a su Edad de Oro, libertins dispuestos a romper con las viejas tradi­ ciones y a lanzar una nueva. Estas figuras, Gabriel Naudé, bibliotecario de Richelieu y de Mazarino y secretario del cardenal Bagni; Guy Patin, culto doctor en medicina que llegó a ser rector de la Es­ cuela Médica de la Sorbona; Leonard Marandé, secretario de Richelieu; Franqois'de La Mothe Le Vayer, profesor del hermano del Rey; Petrus Gassendi, el gran hombre de ciencia, filósofo y sacerdote, que luego fue profesor de matemáticas en el Collége Royal; Samuel Sorbiere, el edi­ tor de las obras de Gassendi, e Isaac La Peyrére, secreta­ rio del Príncipe de Condé, han sido clasificados como los libertins del mundo intelectual de su época, los librepen­ sadores que socavaban las creencias aceptadas. Se les ha pintado como hombres agudos, refinados y profundos, de­ dicados a una especie de conspiración para minar la con­ fianza en la ortodoxia y en la autoridad intelectual tradi144

LOS "LIBERTIN S ÉRUDITS”

145

cional. Sus ideas se han considerado como el vínculo en­ tre Montaigne y Bayle y Voltaire en el desarrollo de la visión moderna. Se ha dicho que los libertins érudits, ad­ versarios de la superstición y el fanatismo, dudaban de todo, con el propósito de destru irlos antiguos caminos, y tan sólo por divertirse.' Por ejemplo, el pirrónico de Le Maiiage Forcé, de Moliere, es el escéptico del siglo xvii que allana el camino al más completo libertinaje del es­ píritu y la moral del Don Juan de Moliere. Para que este cuadro del libeitinage intelectual pare­ ciera tan inmoral y ñsqué como fuera posible, el retrato habitual de este movimiento ha subrayado las actividades de su sociedad, la Tétrade, sus débauches pyrrhoniennes y sus banquets sceptiques, así como sus amistades con tan no­ torios libertinos como el padre Jean-Jacques Bouchard, y su interés en tan “ sospechosos” filósofos italianos como Pomponazzi y Cremonini.'' También se ha hablado mucho de la carta de Guy Patin, en que describía los planes de todos ellos para una débauche. Naudé, bibliotecario del cardenal Mazarino, amigo íntimo de Gassendi, como lo es mío, ha dispuesto que los tres vayamos, cenemos y durmamos en su hogar, en Gentilly, el domingo próximo, siempre que no vaya nadie más, y que celebremos una débauche ¡Pero Dios sabe qué débauchel Naudé bebe regu­ larmente sólo agua, y nunca ha probado el vino. Gassendi es tan delicado que no se atreve a tomarlo, y cree que su cuerpo se consumiría si lo tomara. Por ello puedo decir al uno y al otro este verso de Ovidio, “Evita el vino, el abstemio elogia el agua sin vino” . En cuanto a mí, sólo puedo arrojar pól' C f. J a c q u e s D o n i s . Sceptiques ou Libertins de la premiére moitié du XVII. ck ..

Voyagedu Monde de Descartes,

ta l c o m o e s c it a d o e n S o r ta is .

V o l. II. p. 257 n .l.

C f. R o c h o t . . " L e p h i l o s o p h e " en

Pierre Gassendi.

p p . 9 8 -9 9

y

10 2 -1 0 3 . (e n p .

8 1 -8 2 . R o c h o t i n d i c a q u e G a s s e n d i t e n í a c i e r t a s i n c l i n a c i o n e s e m p í r i c a s e n m a ­ t e r i a e le t e o l o g í a ) . V é a s e t a m b i é n e l c a p í t u l o d e H e s s a c e r c a d e " W i s s e n u n d G l a u b e n " e n " P i e r r e G a s s e n d i " . p p . 1 0 8 -1 5 8 . '■ A c e r c a d e la a m i s t a d d e G a s s e n d i c o n L u l l i e r y B o u c h a r d . v é a s e R o c h o t . -

Pierre Gítssendi. p p . 2 6 -3 2 . G a s s e n d i . Lettres familiares á Francflis Lidlicr pendant l'hiuer 1 6 3 2 -1 6 3 3 , a v e c i n t r o d u c t i o n , n o t e s et Í n d e x p a r B e r n a r d R o c h o t , P a r í s , 1 9 4 4 , y P i n t a r d , Le Liberiinage érudit, p p . 191-19 5 y 20 0 " L a V io et le c a r a c t é r e " e n

203. P in t a r e !,

Le liberiinage érudit, e s jj., p p . 1 4 7 -5 6 y 4 8 6 -5 0 2 , y ta m b ié n l o s libertins q u e s e e s t u d i a r á n a l o l a r g o d e t o d o e l

n e x o s e n tre G a s se n d i y lo s

v a r io s lib r o ;

y P i n t a r d , " M o c l e r n i s m c . H u m a n i s m o , L i b o r t i n a g e . P e t i t c s u i t e s u r le ‘ c a s G a s ­

Revue d'Histoirc Liltéraire de la Franca, A ñ o 4 8 , 1 9 4 8 , p p . 1-52. Travaux de Gassendi. p p . 1 3 7 -1 3 9 , y 1 9 2 -1 9 4 ; " L e C a s G a s s e n d i " , fíenme d'Histoire Liuérairc de ¡a France, .A ñ o 4 7 ,1 9 4 7 , p p . 2 8 9 -3 1 3 , y " L a v i e e t

s e n d i' ” , e n

R och ot.

en le

c a r a c t é r e " ; p p . 2 3 -5 4 . V 'e á s e t a m b i é n e l e x c e l e n t e e s t u d i o d e H e n r i G o u h i o r s o ­

Le libertinage ehmdit d e P i n t a r d . y La MotUc Revue Philosopbiquc de la France et de l’Étrangcr,

b r o " l e c a s G a s s e n d i ” e n su c r i t i c a a

le Vayer. Gassendi, Gny Patin.

en

C X X X I V ( e n e r o - j u n i o 1 9 4 4 ). p p . 5 6 -6 0 .

170

LOS "LIBERTINS ÉRUDITS”

mostrar U^ie existe una dificultad al tratar de evaluar las verdaderas opiniones de los cristianos pirrónicos. La ma­ yor parle de las razones para clasificarlos como incrédu­ los peliiíi'osos o ejemplares se basan en evaluaciones tra­ dicionales y “ culpas por asociación” . Las evaluaciones tradicionales fueron formadas, en general, por pensadores intensaP'ente religiosos, como Pascal y Arnauld, o extre­ madamente antirreligiosos, como Voltaire. La información acerca de las vidas y opiniones de todos los llamados libertins énuHf^< es compatible, en lo filosófico y lo psicológico, con cuíildi-iier interpretación de sinceridad o de insince­ ridad. Pero el caso de Gassendi es en el que más se re­ quiere violentar los límites de la credulidad para consi­ derarlo completamente insincero. Si, como antes lo he su­ gerido, resulta posible que Naudé, Patin y La Mothe Le Vayer l'uesen fideístas cristianos al estilo de Montaigne y de Challón, entonces resulta aún más probable que Gas­ sendi, ei> vista de su vida religiosa, de los testimonios de sus ami.ijos religiosos y de sus demás amistades, lo fuera. Tal como ha planteado el problema el abate Lenoble, Si de.'^cíunos, a toda costa, penetrar en el núcleo interno de Gassendi para determinar la realidad de su fe y el grado de su Ubvrtinage (en el que no creo), es necesario anali­ zar de cerca las cartas de Launoy y de Boulliau. Ambos dicen que el fin de su vida fue profundamente cristiano, y sin la angu.sliii de un libertino arrepentido. Pero, ¿cómo juzgar (¡de nuevo!' el corazón secreto de estos dos testigos?

í

Si sospechamos que los dos testigos mienten, así como Gassemii, “ tropezamos aquí, creo yo, con una imposibili­ dad psicológica, a menos que supongamos que los dos amigos (.sería necesario, entonces, decir tres) poseían un cinismo excepcional del que, esta vez, no tenemos nin­ guna prueba” ."" La larjta tradición que supone que tuvo que haber du­ plicidad en los escritos y los actos de los libeitins érudits "" R o b o i 'l I n n o b l e . “ H i s l o i r c e l P h y s i q u c . A p r o p o s d e s c o n s e i l s d o M o r s e n n e aux h i s l o r i t 'i 's e t d e J’ i n l e r v c n l i o n d e J e a n d e L a u n o y d a n s la q u e r e l l e g a s s e n d is le ” ,

ii'H is to ir e d es S c ie n c e s , V I , 1953, p , 125, n . 1

LOS “ LIBERTINS ÉRUDITS"

171

depende, creo yo, de la suposición de que no puede ofre­ cerse ninguna otra explicación de sus ideas. Pero, como he tratado de indicar, sí existe otra posibilidad, a saber, que hombres como Naudé, La Mothe Le Vayer y Gassendi fueron sinceros cristianos (aunque quizá no particular­ mente fervorosos). En ausencia de pruebas absolutamente decisivas sobre las verdaderas intenciones de estos hom­ bres, ¿por qué hemos de suponer lo peor (o lo mejor)?, o sea, que participaban en una conspiración en contra del cristianismo. El número abrumador de sus amigos íntimos y contemporáneos no descubrió ninguna señal de insince­ ridad. Y una de las fuentes básicas de la suposición de ¡ibeitinage, en cada caso, ha sido la amistad con los demás; Naudé fue amigo de La Mothe Le Vayer y de Gassendi; Gassendi fue amigo de Naudé y de La Mothe Le Vayer, etc. Si supiésemos definitivamente a) que al menos uno de es­ tos hombres fue un genuino libertin que trataba de socavar el cristianismo, y b), que los demás aceptaban su amistad por causa de a), entonces podría ser significativo el argu­ mento de “ culpa por asociación”. Pero como es posible que cada uno de los hombres en cuestión fuese un sincero fideísta, y muy probable que Gassendi lo fuera, entonces nada queda indicado por el hecho de que estos hombres, todos ellos participantes hasta cierto grado en los asuntos de la Iglesia o del estado cristiano, con opiniones simila­ res y reconocidamente escépticas y teologías fideístas, fuesen íntimos amigos. (Podríamos mencionar el hecho de que todos, al parecer, fueron íntimos del padre Mersenne que, hasta donde yo sé, nunca ha sido acusado de liber­ tinaje.) Si consideramos a los liheitins érudits sin ningún prejuicio acerca de sus intentos, entonces, ¿podemos de­ cidir positivamente, ya sea a partir de sus opiniones, ya sea de sus carreras, ya sea del círculo de figuras religio­ sas e irreligiosas dentro del cual se movían, si fueron el centro de una campaña contra el cristianismo, o bien parte de un sincero movimiento dentro de la Contrarre­ forma, tendiente a socavar el protestantismo, mediante su defensa del fideísmo?

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LOS “ LIBERTINS ÉRUDITS"

172

Pero volvamos al material histórico. El último de este grupo de pensadores escépticos de comienzos del siglo X V I I al que mencionaremos aquí es Samuel Sorbiere, dis­ cípulo de Gassendi y de La Mothe Le Vayer. Sorbiere no fue un pensador original sino, antes bien, un repetidor del aspecto más pirrónico de sus mentores. Acaso en el con­ texto de la historia del escepticismo francés lo que re­ sulte distinto o novedoso en Sorbiere es que fue, al mismo tiempo, protestante y filósofo escéptico.”' Sin embargo, más adelante superó esta peculiaridad, convirtiéndose al catolicismo. Gran parte del éxito de Sorbiere en sus pu­ blicaciones dependió de que imprimiera las obras de otros, como las de Hobbes y de Gassendi. Y para la causa escéptica, trató de hacer una traducción francesa de Sexto Empírico, que nunca completó. En las dos cartas de Sorbiere que contienen los frag­ mentos que se han conservado de su traducción de las Hipotiposis de Sexto, indicó que había emprendido esta ta­ rea al salir del colegio para cultivar sus conocimientos del griego, y para aprender un tipo de filosofía que no le habían enseñado.”' Evidentemente llegó a ser un absoluto admirador y defensor del pirronismo y, por tanto, un dis­ cípulo de los nouveaux Pyrrhoniens. Con una consistencia casi fanática, continuó durante toda su vida propugnando un escepticismo completo ante todas las cuestiones que pasaran de las apariencias, y formulando sus observacio­ nes de tal modo que no se le pudiera acusar de transgre­ dir las dudas de los escépticos. En un Discours sceptique acerca de la circulación de la sangre dijo Sorbiere, “ per­ mitidme entonces, Monsieur [ . . .J permanecer en suspen­ sión de juicio ante las cuestiones científicas. En otras, en L o C f.

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L ib e r tin a g e é r u d it. E m p i r i c u s " .

S a m u e l

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P a r ís .

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S o r b i e r e . 1660.

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S o r b i e r e

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2 1 4 -2 6 5 ;

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19 2 -2 2 8 .

L e t í r e s et D i s c i i r s d e M . D e S o r b i e r e s i t r ü i r e r s e s m a t i c r e s c i i -

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B o s c .

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I 5 I -I 5 2 .

L0S"LIBERTINSÉRUDITS"

173

que la revelación divina nos convence, o en que el deber nos lo ordena, me encontraréis más afirmativo Estas úl timas no se encuentran dentro del terreno o la jurisd^cc on de mi escepticismo” . - Tan sólo cuando se 1¿ mostró que la circulación de la sangre era una teoría empírica v no un JUICIO de lo que estaba más allá de la experiencia estuvo dispuesto a aceptarla. En su relato de su viaie a iciDa narrando lo que me pareció, y no lo que auizá sp encuentre en la realidad de las cosas” . - El obispo Sprat en su replica a la Royal Society, contra algunos de los^macvolos comentarios de Sorbiere, lo censuró por no maníener su suspensión de juicio en asuntos tales como si la cocina de Inglaterra era mala.-* Sorbiere parece haber sido un hombre bien versado en dosTnaTenlenH - época, y los v i a to dos manteniendo una constante actitud pirrónica. Con semejante visión sólo pudieron parecerle significativas l l i r L l ' ‘ riP problemas de la apa'^ricia. Los demas no eran más que vanas suposiciones de ^ ° "’^*ére no íue un teórico del nouveau Iju h o ju s m e , sino que, antes bien, representó a la siHs absorbió aquellas conclusiones y Íí.e t r o p e z ó '' automáticamente a todos los problemas con Los escepticos franceses de la primera mitad del siglo L ,;'d e " 'S ' oi'Hhrue. 11. p. 194.

'S ‘

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-u r. Pl‘ilosoph¡e

SirTjSSSTp.T"^-”'*.

■ Cilado en Vincent Guilloton. ".Vutour de la Rclation du Vovage de Samm'l

L o ' i u i l n e e s ' . ’r ^ v f z v r ^ v " " ' do ■„ ,dn d, : n i til c ' I ,

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Vuyoge nua f.ugland. debo decirle c,ue ejuiza su rígida conSU

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ci f ^ tocina tiene en realidad buenas cualidades para tosta re I solo es una apariencia. Esta hubiese sido una disputa mds digna de

riovie v°n n"'’.' dogmáticamente sobre todas las hnrigas del alto loncos I ‘ interminable ciuerella especulativa entre las que hasta en'oncos habían sido sectas pacilícas y prácticas, losHusdic's y los S u Z i l T s

174

LOS "LIBERTINS ÉRUDITS"

XVII se encontraron ante una época nueva y optimista, en la que pudieron vivir y prosperar con una completa crise pyrrhonienne. Como intelectuales de vanguardia de su época, encabezaron el ataque al anticuado dogmatismo de la escolástica, al nuevo dogmatismo de los astrólogos y al­ quimistas, a las afirmaciones gloriosas de los matemáticos y hombres de ciencia, al entusiasmo fanático de los calvi­ nistas y, en general a todo tipo de teoría dogmática. Algu­ nos, como La Mothe Le Vayer, apilaron información to­ mada del mundo clásico y del Nuevo Mundo y, desde luego, del “Divino Sexto” para socavarlas ciencias morales. La Peyrére estaba proyectando dudas sobre algunas de las afirmaciones básicas de la Biblia. Otros, como Marandé y Gassendi, se valieron de las dudas pirrónicas y de la nueva información para socavar las ciencias naturales. La Reforma había producido una crise pyirhonienne en el conocimiento religioso, en la búsqueda de una seguri­ dad absoluta acerca de las verdades religiosas. El nuevo pirronismo había comenzado como medio de defender al catolicismo destruyendo todos los terrenos racionales de la certidumbre religiosa. Desde Montaigne y Charron hasta la Tétrade, se había revelado un abismo de dudas, no sólo a través de los fundamentos del conocimiento reli­ gioso, sino también de todo conocimiento natural. Al co­ menzar la Reforma científica y al ser desafiado el sistema de Aristóteles, el ataque escéptico pronto ensanchó el problema, haciendo de él un ataque a las bases de todo conocimiento. En dos órdenes del conocimiento revela­ do y natural, desaparecieron los fundamentos mismos. No sólo se había planteado el antiguo problema del criterio en la teología, poniendo a los hombres a justificar una “regla de fe”, sino que la misma dificultad se había manifestado en el conocimiento natural, obligando a los hombres a buscar alguna “ regla de verdad” . La “ nueva ciencia” de Copérnico, Kepler, Galileo y Gassendi lo ha­ bía “ envuelto todo en duda” . Los descubrimientos del Nuevo Mundo y del mundo clásico habían dado otras ba­ ses al escepticismo. Y los nouveaux pyiriioniens mostraron

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“ L I B E R T I N S

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A hombre para justificar la ciencia de Alísteteles, de los naturalistas del Renacimiento de los moralistas y también de los nuevos hombres d f d e L i ^

riP.H M humanistas pirrónicos’ desde Montaigne hasta La Mothe Le Vayer y de los niíró nicos científicos, como Gassendi y Marandé dejaron sin método, criterio ni base la búsqueda de un conocimiento garantizado acerca del mundo “ real” . No pareció posible ningún tipo de búsqueda racional de la verdad denlas cosas ya que contra cualquier teoría y contra cualquier dogma podía montarse toda una batería de argu m ^tos abru^ad^f^hr^^^^^H^^^^^^' Pyrrhojiienne había abrumado la búsqueda humana de la certeza, tanto en el conocimiento religioso como en el científico.

VI. COMIENZA EL CONTRAATAQUE e s t a crítica situación, los hombres de ciencia, los filó­ sofos y los teólogos, o bien tenían que luchar por su vida, o bien tenían que abandonar la búsqueda de la certidum­ bre. Gradualmente, primero en el campo de la religión, después en el de la ciencia y la filosofía, se reconoció la amenaza del pirronismo, y se lanzó un contraataque. De esta pugna, los filósofos modernos salieron, como otros tantos San Jorges, dispuestos a destruir al dragón del es­ cepticism o; sólo que en este caso el dragón nunca fue muerto y, en realidad logró, en el plazo de un siglo, devo­ rar a los varios caballeros que habían intentado rescatar el conocimiento humano. Participó en esta batalla la paradoja de que por mucho que los escépticos discutieran y se burlaran, arrojando a los demás a la duda, no todas las cuestiones parecían ser dudosas. Pese a las críticas del escéptico, las ciencias, an­ tiguas o nuevas, parecían contener algún conocimiento real acerca del mundo. Como resultado, la lucha, fue en parte un intento de reconciliar la fuerza de las dudas de los pirrónicos con el conocimiento en rápida expansión que poseían los seres humanos. Para algunos pensadores, la batalla no fue tanto una búsqueda de la certidumbre cuanto una búsqueda de la estabilidad intelectual en que pudieran aceptarse duda y conocimiento. Para otros, fue una Guerra Santa por superar la duda, de modo que el hombre pudiera estar seguro en su conocimiento religioso y científico. Como ocurre demasiado a menudo, los primeros mata­ dores de dragones fueron los peores. Los primeros adver­ sarios del nouveau Pyrrhonisme se mostraron a la vez ingenuos y vociferantes y, por tanto, no lograron captar siquiera los problemas en cuestión. Estos primeros anta­ gonistas o bien se dedicaron más a la invectiva que a la argumentación, o bien cometieron petición de principio su-

En

176

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

177

poniendo que las opiniones de Aristóteles no estaban en duda y, así, podían recitarlas a los escépticos para hacer­ los desaparecer. Los primeros que tuvieron conciencia de la amenaza de este resurgimiento del pirronismo fueron astrólogos como sir Christopher Heydon, o bien espiritis­ tas como Fierre Le Loyer.' Este último, como ya hemos in­ dicado, dedicó una breve parte de su libro a la defensa de los espectros, como respuesta a la crítica escéptica del conocimiento sensorial mediante la apelación a la epis­ temología aristotélica, línea de defensa que, según vere­ mos en este estudio de los antiescépticos de la primera parte del siglo xvii, fue bastante común. Pero la respuesta al escepticismo que realmente lanzó el contraataque fue menos filosófica y mucho más bom­ bástica: la del padre Frangois Garasse, d éla Compañía de Jesús. Espantado, al parecer, por el libeitinage de Théofile de Viau, y por las cosas escandalosas que oía en el confe­ sionario, corrupciones que, según le decían sus peniten­ tes, habían sido causadas por la lectura de La Sagesse, de Charron, Garasse lanzó una cruzada contra las tendencias ateas y libertinas de la época.- En 1623, publicó su obra La Doctrine curieuse des beaux esprits de ce temps, ou pretendas tels, en que, entre una serie de cargos sensacionales, afirmó penetrar la máscara de piedad del pirronismo ca­ tólico de Charron, y ver tras ella una irreligión suma­ mente nociva y peligrosa. La “supuesta piedad” de Cha­ rron se presenta como un flaco servicio a su patria y a su fe. El libro, de más de mil páginas, ataca a Charron por su impertinencia y su ignorancia en cuestiones religiosas, y su principal arma es la invectiva.* Un discípulo de Charron, el padre Franqois Ogier, in­ mediatamente replicó con la misma moneda en su Jugement et Censure du Liwe de la Doctrine curieuse de Franqois ' A e s t e r e s p e c t o , v é a s e e l c a p . I V , p . 83. - A c e r c a d e G a r a s s e , v é a s e L a c h é v r e , Le Procés du poéte Théopliüe de Viau: B o a s e , Fortunes o f Montaigne, p p . 1 6 4 -1 7 0 ; ,v J o s e p h L e c l e r , " U n A d v e r s a i r e d e s L i b e r t i n s a u d é b u t d u V I I I " s i e c l e - L e P . F r a n q o i s G a r a s s e , 1 5 8 5 -1 6 3 1 , C C I X , 1 9 31, p p . 5 5 3 -5 7 2 . ■' F r a n q o i s G a r a s s e . La Doctiine curieuse des beaux esprits de e temps,

tendus tels,

P a r í s , 1623.

Études, ou pre-

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

178

Garasse, criticando el estilo, el carácter, la ignorancia de Garasse, etc. Acaso la más quemante observación de su réplica sea, “ Garasse, amigo mío, lo que está por encima de nosotros no es para nosotros. Las obras de Charron son ;! demasiado elevadas para espíritus bajos y vulgares como el vuestro”.'' La dura crítica de Ogier movió a Garasse a emprender ataques más poderosos. Primero, en 1624, volvió a la carga con su Apologie du Pére Francpis Garassus, de la Compagnie de Jesús, pour son lime contre les Atheistes & Libertins de nostre siécle. Aparte de insultar a su crítico, Ogier, Garasse trató de fortalecer su ataque contra Charron, quien “ahoga y estrangula dulcemente los sentimientos de reli­ gión, como con una cuerda de seda de filosofía”.''’ Hay dos capítulos que enumeran las “ proposiciones impías y ateas” y las “proposiciones impías y brutales” tomadas de la Sagesse de Charron." Por último Garasse, en 1625, pu­ blicó su obra magna sobre el problema. La Somme Theologique des veritez capitales de la Religión Chrestienne. En la dedicatoria, al cardenal Richelieu, el autor explicó por qué era necesaria una nueva Suma. “ Este título que co­ loco a la cabeza de mis obras, y que se utilizó durante cuatro o cinco siglos, merece revivir, y como los tipos liber­ tinos han ensombrecido nuestra época con nuevas tinie­ blas, hemos de buscar nuevas luces que iluminen la Ver­ dad.” " “ El terror de los ateos secretos” y de los “ tipos incorregibles y disparatados” , de los cuales el peor es Charron, requería esta nueva empresa teológica." Para desempeñar adecuadamente esta enorme tarea, Garasse atacó las ideas de todo y cada uno de los ateos, todos ellos '

F r a n q o i s

ep is G a r a s s e , ■'

G a r a s s e ,

J iig em en t e t C e n s u r e d u liv re d e la D o e tr in e e u r ie u s e d e F ra n -

O g ie r , P a rís ,

16 23 .

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.A p o l o g i e d u P é r e F r a n e p i s G a r a s s u s , d e l a C o m p a g n i e d e . l e s u s , p o u r

s o n l i v r e e o n t r e le s A t h e i s t e s tx L i b e r t i n s e l e n o s t r e s i e e l e , e t r e p o n s e a u x e e n s u r e s e t e a l o m n i e s d e l’ a u t n r a n o n y m e .



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G a r a s s e .

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135.

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L a S o m m e T b e o l o g i q u e s d e s v e r i t e z e a p i t a l e s d e la R e l i g i ó n C h r e s t i e n n e . " A d v c r t i s s c n i c n t s ” , p.

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7.

14

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34.

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COMIENZA EL CONTRAATAQUE

179

“verdaderos trogloditas o ratas de aldea” .’' Casi todo tipo de opinión que no sea la de Garasse constituye ateísmo, desde las ideas de Calvino hasta las de los pirrónicos. Enumera cinco clases de ateísmo, 1) el “ ateísmo furioso y rabioso” , 2) el “ ateísmo del libertinaje y la corrupción de c o stu m b re s” , 3), el ‘ ‘ ateísm o de p ro fa n a c ió n ” , 4), el “ ateísmo vacilante o incrédulo y 5), el “ateísmo brutal, pe­ rezoso y melancólico”."' Los pirrónicos, como Charron, se encuentran en el cuarto grupo. “El ateísmo vacilante o in­ crédulo es ese espíritu vagabundo de los pirrónicos, que afirma que todas las cuestiones son indiferentes y no se apasiona ni en pro ni en contra de Dios, adoptando así una fría política de dejar las cosas indecisas.” " La gente de este tipo, monstruos que han surgido en el siglo xvii,'son indiferentes a la religión; no están por Dios ni por el Diablo. Para ellos, la religión es cuestión de convención, no asunto serio. A Garasse no le preocupó refutar sus ar­ gumentos de suspender el juicio ante cualquier cuestión, sino tan sólo denunciarlos y mostrar los horrores de la in­ diferencia religiosa."' De hecho, el propio Garasse era un tanto escéptico ante la teología racional, pues negó que hubiese pruebas a priori de la existencia de Dios, e insis­ tió en que la mejor manera de conocer a Dios era por la fe .'' Pero se negó a creer que ésta fuese la clase de opi­ nión que suscribían Charron y los pirrónicos católicos. En cambio, consideró que su teoría era una suspensión de juicio ante cualquier cuestión, incluso religiosa. La acusación de Garasse, de que el pirronismo cató­ lico, especialmente el de Charron, en realidad era una especie de conjura atea provocó una controversia tormen­ tosa, y colocó el problema del pirronismo y su refutación en el centro del escenario intelectual. Garasse casi no tocó los asuntos filosóficos en cuestión, y se contentó con ”

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lli/d.. L i b r o I , p . 1 5 . /bid.. L i b r o I . p . 4 4 . Jbid., L i b r o I , p . 4 5 . ¡bid.. L i b r o I . p . 6 1 . Jb/d.. L i b r o , I . p p . 6 0 - 6 5 . Ib/d.. L i b r o I , p p . 8 1 - 1 1 1 .

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180

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

poner a los pirrónicos el marbete de “ ateos” . En 1625, su Somme Theologique recibió una aprobación oficial, en la que se declaraba que la obra estaba conforme a las doc­ trinas de la Iglesia católica, y que era digna de ser publi­ cada “ para servir como antídoto a las impiedades de los actuales ateos y libertinos” ."' Pero pronto fue evidente que Garasse había desafiado la entente cordiale de la Igle­ sia y los nouveaux Pyrrhoniens, acusando a estos últimos de constituir una “ quinta colum na” . Como resultado, uno de los teólogos más dinámicos del periodo acudió a entablar batalla con Garasse, y consiguió la condenación de su Somme Theologique. Jean Duvergier du H auranne (más conocid o como Saint-Cyran), jefe francés del movimiento jansenista, ca­ beza espiritual de Port-Royal y discípulo del cardenal Bé rulle, denunció a Garasse en un enorme escrito, combatió las opiniones de Garasse hasta obligar a la Sorbona a condenar su obra y, finalmente, obligó a callar al ampu­ loso jesuíta. El ataque a Garasse, como lo ha mostrado Orcibal, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo del jansenismo en Francia y fue, quizás, el primer avance de la cruzada jansenista.'® En lo teológico, como veremos, Saint-Cyran estaba comprometido con un tipo de antirracionalismo no muy lejano al de Charron,"' y, por tanto se mostró dispuesto a hacer causa común con los pirrónicos católicos. Tremenda conmoción provocó la publicación del mo­ numental Opus de Saint-Cyran, en cuatro volúmenes, en 1626, La Somme desfautes et faussetez capitales contenues en la Somme Theologique du Pire Franqois Garasse de la Compagnie de Jesús. Se colocaron letreros por todo París anun­ ciando la obra. El propio libro comienza, como el de Ga­ rasse, con una dedicatoria al cardenal Richelieu. A llí y a lo largo del libro se hacen violentos cargos y acusaciones



Ib id ., “ A d v e r t i s s e m e n t s " , p , 56. C f. L e c l e r , " U n A d v e r s a i r e d e s L i b e r t i n s ” , p . 5 6 9 ; y J e a n O r c i b a l , L e s O r ig i­

n e s d u J a n s é n is m e , T o m o II, P a r í s y L o v a i n a 1 9 4 7 , c a p . V . “ C f. e l e x c e l e n t e e s t u d i o d e G o u h i e r . “ L a C r is e d e la T h é o l o g i e au t e m p s d e D e s c a r t e s " , p p . 2 9 -3 2 , y 38.

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

181

contra el jesuíta que se atrevió a atacar a los “ ateos secre­ tos” . Se nos dice que Garasse “ deshonra la Majestad de D ios” ;'® que “e l autor de esta Suma teológica ha d es­ truido la fe y la religión en todos sus puntos principa­ les” ;"' que las acusaciones de Garasse a Charron son tales que “ no sé si las épocas pasadas o las épocas venideras habrán de ver, y en un sacerdote, tal tipo de descaro, o de malicia e ignorancia, dominantes en grado similar”.-" Que el libro de Garasse “ es un monstruo horrendísimo”;-' y que su autor es “ el autor más horrible que se haya visto, dadas las innumerables falsedades con que están llenos sus libros”.-- Le pareció increíble a Saint-Cyran que una orden religiosa hubiese permitido la publicación de se­ mejante obra.“* Afirmó que Garasse había propagado he­ rejías, había citado en falso, había calumniado, había sido impío e impertinente, había proferido bufonadas. En el curso de su ataque, Cyran acusó además a su adversario jesuíta de pelagianismo, arrianismo, luteranismo, calvi­ nismo y paganismo.-'' Lo que preocupaba a Saint-Cyran, además d el gran número de errores en las citas e interpretaciones de la Escritura, los Padres de la Iglesia y diversos teólogos, era el ataque de Garasse al pirronismo fideísta como forma de ateísmo. Y a avanzado el segundo volumen, al analizar Saint-Cyran las opiniones de Charron, declaró que nunca había conocido ni leído los libros de Charron antes de .l e a n D u v e r g i e r d u H a u r a n n e (S a in t - C y r a n ), La Somme desfautes et faussetez capitales conteitues en la Somme Theologique du Pére Fraucois Garasse de la Compagnk de Jesús, P a r ís , 16 2 6 , T o m o I. D e d i c a t o r i a al c a r d e n a l R i c h e l i e u , p á g i n a s p r i m e r a y s e g u n d a . A u n c u a n d o e n la p o r t a d a s e d i c e q u e e s u n a o b r a e n c u a t r o v o lú m e n e s , s ó lo a p a r e c ie r o n d o s y u n a v e r s ió n a b r e v ia d a d e l cu a rto . A e s te r e s ­ p e c t o , v é a s e O r c ib a l,

Origines du Jansénisme,

II, p . 2 6 3 n. 3 y 2 8 0 y ss. S o b r e la

a p a r i c i ó n y r e c e p c i ó n d e la o b r a , v é a s e O r c i b a l , " U n A d v e r s a i r e d e s L i b e r t i n s " , p. 569. S a in t-C y r a n ,

Ibid.. Ibid.,

Somme desfautes,

op, cit.

l i . p p . 2 7 8 -2 8 0 , y L c c l e r ,

T o m o I, D e d i c a t o r i a , p . 42.

T o m o I I , D e d i c a t o r i a a R i c h e l i e u , p á g i n a s 10 y I I . T o m o I I , " A d v i s a t o u r s les s q a v a n s & a m a t e u r s d e l a V e r i t é t o u c h a n t

la r e f u t a t i o n d e la S o m m e T e o l o g i q u e d u P e r e F r a n q o l s G a r a s s e . d e la C o m p a g n i e d e J e s ú s " , 2" p á g in a . - - Ibid., T o m o II, p . 2 4 1 .

Ibid,, Ibid.,

T o m o I, D e d i c a t o r i a . 4 9 " p á g in a . T o m o IV .

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

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S t cV a°n w m p r ó un volumen de la obra denunciada y Saint-Cyran, comp afirmaciones de Garasse, las opi" " ' ^ ^ L T n irrT n T co católico eran sanas e inteligentes, dignas del eíogio y la estima en que las tenían los m ejores pensadores católicos de Francia, entre ellos el eminen '" L l T f p ? n i r n r s ° a n t i f i l o s ó f i c a s de los jansenistas

su

r /c l s i ^ V r ^ m e t f ^ 'f i d 'i " en ifin c o m p r e n s ib ilid a d de Dios, la flaqueza de la razón humana y el peligro de tratar de m edir a Dios de acuerd huma y apoyada por Saint-Cyran com o buen c n S i s m o agustiniano. Sin tratar de d efen d er todas las oDiniones de Charron, Saint-Cyran intento mostrar que el T n s a S ^ del pirronismo católico realmente era el mismo nue presentaban los jansenistas com o cristianismo orto d ox o la miseria y debilid ad del hom bre sin Dios San Agustín eT constantemente citado para justificar el cua­ dro que Charron pinta de las limitaciones desesperadas en la búsqueda del conocim iento humano, y la necesidad de la R evelación para llegar a con ocer. Las op in ion es mismas que Garasse había tomado por ateísmo, insiste S Cyran, no eran más que sanas y tradicionales op i­ niones cristianas.-' Ibid.. Tom o

II,

pp.

321-324.

jj

275-277; y

Gouhier, "C ris e de la

crL a 'o o s e n t a d ó n 'o o r G ouh ie r de In.s opinione.s d e .lanT h é o lo e ie . d p . 2 9 - 3 1 \ , intelifiible la d e f e n s a de Ch ar ron p o r se n io y Saint-Cyran h ace ‘ ¡ ios jansenistas o rig ina le s estaban aboS a i n t - C y r a n , C om o lo n n i e s t r a G u i h i e . , l o s ^ ^ ^ ^ r ilo s ó f ic a . C o n gando p o r una teología sencill errores y here jías, y la te o lo g ía racional sid e ra b a n la íilosbría co m o fuente de c i i o i es > n e i e ji a , y co m o el ca m ino a la com pleta Saint-Cyran, S o m m e d e s j a u w

3 2 , 4g9 s.

11. PP-

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

183

Como resultado de esta defensa del pirronismo cató­ lico por uno de los teólogos más importantes de la época, la contraofensiva de Garasse en contra del escepticismo encontró un fin rápido y completo. Saint-Cyran insistió en su oposición hasta que, finalmente, la Facultad de Teolo­ gía de la Sorbona condenó a Garasse y sus tiradas. El in­ forme de la Sorbona indica que, por causa de las quejas recibidas, durante meses había estudiado y examinado la Somme Theologique hasta que, finalmente, en septiembre de 1626, había concluido que esta obra de Franqois Ga­ rasse,

Debía ser enteramente condenada, porque contenía muchas proposiciones heréticas, erróneas, escandalosas y precipita­ das, y muchos pasajes de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres mal citados, corrompidos y desviados de su verdadero sentido, e innumerables bufonadas indignas de ser escritas o leídas por cristianos y por teólogos.-" Aunque la respuesta del padre Garasse al pirronismo, mediante insultos, acaso tuviese el fin apropiado, su tipo de contraataque se reflejó en varias obras de la época, en que no hay acusación demasiado violenta para lanzarla contra los escépticos. Mersenne, sin mencionar a nadie por su nombre, los tildó de monstruos indignos de ser llamados hombres. Y la temprana polémica de Mersenne, de 1623 a 1625, está llena de todo tipo de denuncias e in­ sultos, como los siguientes:

Se llaman a sí mismos escépticos, y son libertinos, indignos del nombre de hombre que llevan, ya que, como aves malig­ nas de la noche, al no tener un ojo lo bastante fuerte para soportar la brillante luz de la verdad, se sacrifican vergonzo­ samente a errores, y, al limitar todo el conocimiento del hombre a la gama de los sentidos y a las apariencias externas de las cosas, nos reducen indignamente al estado más vil y a A n ó n . , Censure de la Sacree Faculté de Theologie de París, contre un livre intitulé La Somme Theologique des veritez capitales de la Religión Chrestiemie. par R- P, Fruncois Garassus, (xc., P a r í s , 1 6 2 6 , p p . 3 - 1 4 . L a c i t a e s t á e n l a s p p . 1 2 - 1 3 . S o b r e e l f o n d o d o e s t a c o n d o n a , v é a s e O r c i b a l , O r i g Í 7 i c s du Jansénisine. I I , p p . 2 6 3 - 2 6 7 .

184

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

la condición más baja de los animales más estúpidos, priván­ donos de todo genuino discurso y razón.“" El padre Jean Bouchet, destacado franciscano, acusó a los pirrónicos de llevar a cabo actividades peligrosas y subversivas. El extenso tomo de Boucher, Les Triomphes de la Religión Chrestienne, de 1628, presenta una extraña combinación de una forma modificada de pirronismo ca­ tólico con la más enérgica denuncia de las ideas de Mon­ taigne y Charron. Estos son acusados de impiedades, de escribir libros peligrosos y envenenados, cuyos méritos li­ terarios ocultan la serpiente que acecha en el interior. El efecto de los escritos de los dos grandes nouveaux Pyrrhoniens es comparado al de los empyriques, médicos que, nos dice Bouchard, mataron de quinientas a seiscientas per­ sonas por cada cinco o seis que curaron.'"’ Mas a pesar de los efectos nocivos e insidiosos de los escritos de Mon­ taigne y Charron, el tipo de opinión teológica que nos ofrece Boucher no es muy distinto. Si las verdades religio­ sas hubieran de basarse en la razón natural, “?zo poseería­ mos nada seguro o sólido, puesto que vemos los juicios na­ turales no sólo tan diversos entre ellos, sino que la propia facultad de juicio es variable y contraria a sí misma” .’" No poseemos una ciencia perfecta porque todo nuestro cono­ cimiento se basa en la razón y en los sentidos, y éstos a menudo nos engañan, y aquélla es inconstante y dudosa. Para obtener cualquier conocimiento infalible hemos de llegar a él por la fe, a través de la Revelación. La verdad se descubre en la Biblia, y no mediante el empleo de nuestras míseras facultades.’"' Vcrité des Sciences. E p í s t o l a d e d i c a t o r i a , p á g i n a s 2 y 3 , V é a s e Quaestiones cclcbcn'iniac in Genesim, P a r í s , 1 6 2 3 , y L'ljnpieté des Deistes, Atliees, et Libertins de ce temps, combaHue, et renversée de point en point parraisons tirees de la Pliilosophie et de la Tlicologic, P a r í s , 1 6 2 4 . L a c r i t i c a g e n e r a l M crscnnc.

ta m b ién

M ersenne,

q u e h a c e M e r s e n n e d e l e s c e p t i c i s m o s e e s t u d i a r á e n el p r ó x i m o c a p i t u l o . .lea n B o u c h e r :

Les Triomphes de la Religión Chrestienne,

132, " '• •'

Ibid., Ibid., Ibid.,

p p . 99-'l00. p p . 147-152. p . 152,

P a r ís , 1 628, p p . 128-

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

185

En un estudio de las ideas de Boucher, el padre Julien Eymard d’Angers ha tratado de mostrar que esta aparente copia de algunos de los rasgos del fideísmo de Montaigne en realidad era la opinión ortodoxa de la Iglesia católica. Para apoyar este concepto, subraya el hecho de que, aun cuando Boucher negó que pudiese haber “ argumentos evidentes” en materia de religión, sí aseveró que había “ argumentos probables y persuasivos” . Así, no podía afirmarse una evidencia completamente cierta para esta­ blecer alguna verdad religiosa; pero, al mismo tiempo, a falta de fe, podía ofrecerse cierto tipo de evidencia per­ suasiva o moralmente cierta, que resultaba adecuada para convencer o para apoyar, pero no para establecer una verdad religiosa.'*' Esta forma modificada de fideísmo realmente no es distinta de la de Charron, para quien la certidumbre de las verdades religiosas sólo dependía de la fe, pero que también presentaba muchas “ razones” su­ puestamente persuasivas para convencernos de estas ver­ dades. El fideísmo como epistemología religiosa al pare­ cer implica la afirmación de que la garantía de la verdad del conocimiento religioso tan sólo llega de la fe. Seme­ jante aseveración de ninguna manera niega que pueda haber todo tipo de evidencias que hagan plausible o pro­ bable este conocimiento, o que puedan conducirnos a creer en el. Pero las evidencias nunca pueden ser ade­ cuadas para establecer la verdad de las proposiciones re­ ligiosas. Este tipo de violento antiescepticismo, aunado a una aceptación del fideísmo como el de los nouveaux Pyrrhoniens también apareceen las ideas de Guez de Balzac, co­ nocido apologista de los jesuítas. En su correspondencia, Balzac ataca continuamente a La Mothe Le Vayer, a quien considera un ateo, y a la señorita de Gournay, que es traCr.

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50 7 -5 0 8 .

186

COMIENZA EL CONTRAATAQUE

tada como persona vana y p r e s u n t u o s a .P e r o este desa­ grado personal de los discípulos vivos de Montaigne no impide a Balzac, en su Socrate Chrestien, mantener un tipo de pirronismo cristiano. Esta Verdad [la que Sócrates estaba buscando] no es otra que Jesucristo; y es este Jesucristo el que ha creado las dudas y la irresolución de la Academia; el que hasta ha garantizado el pirronismo. Vino para contener los vagos pensamientos del espíritu humano, y para afirmar sus razonamientos en el aire. Después de muchos siglos de agitación y disturbios, vino para traer la Filosofía a la Tierra, y para ofrecer anclas y puertos en un Mar que no tiene orilla ni fondo.™ Así pues, sin Jesucristo todo está en duda, y por medios naturales sólo podemos llegar al escepticismo completo. La verdad depende exclusivamente de la fe. Otro que se apresuró a denunciar la amenaza escéptica fue Charles Cotin, futuro miembro de la Academie Francaise. Pero en este caso, su única preocupación es poner en claro los efectos horribles y perturbadores del pirro­ nismo de Montaigne y Charron, y no desarrollar también alguna forma de pirronismo. En su Discours a Theopompe sur les Farts Esprits du temps, de 1629, Cotin describió el terrible estado de cosas que reinaba en París, donde ha­ bía monstruos, Forts-Esprits que parecían hombres, pero que negaban que algo pueda ser cierto, y aceptaban sólo las apariencias. Estas viles criaturas, creadas por la lec­ tura de Montaigne y de Charron, deseaban reducirnos a simples animales, y someter nuestras almas a nuestros cuerpos. El resultado de las ideas de estos Forts-Esprits era la rabia y la desesperación. Y, lo más temible, había un número infinito de tales monstruos en existencia.’'' Además de las refutaciones del pirronismo mediante Cf. B a l z a c . " L c U r c s d o J c a n - L o u i s G u c z d o B a l z a c " . B a l z a c . S o c r a t c C h r e s t i e n . D i s c o u r s 1, e n L e s O e i w r e s d e M o n s i e u r d e B a h a c , P a r í s 1665. T o m o II. p . 2 1 3 . V é a s e t a m b i é n B u s s o n , L a p e n s c e r e U g i e u s e . p p . 2 6 6 26 9. '■ C h a r l e s C o t i n , D i s c o u r s á T h é o p o m p e s u r l e s F o r t s E s p r i t s d u t e m p s ( n . p . 1629). p p . 4 - 2 8 . M e r s e n n e h a b í a a f i r m a d o q u e e n P a r í s v i v í a n 6 0 m i l a t e o s e n 1623.

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18 7

vilipendio, del llamado a las armas de Garasse, Mersenne, Boucher, Cotin y otros, empezaron a aparecer en gran nú­ mero de respuestas filosóficas al nouveau Pyrrhonisme, a partir de 1624, año de la primera publicación de Gassendi. Estas réplicas pueden clasificarse, poco más o menos, en tres categorías, aunque algunas de las obras que conside­ raremos caben en más de una de ellas: 1) refutaciones ba­ sadas en principios de la filosofía aristotélica; 2) refu­ taciones que reconocen toda la fuerza y validez de los argumentos pirrónicos, y luego tratan de mitigar los efec­ tos del escepticismo total; y 3) refutaciones que tratan de construir un nuevo sistema de filosofía para recoger el desafío escéptico. El tipo aristotélico de respuesta a algunos de los argu­ mentos escépticos fue ofrecido, como ya lo indicamos, por Fierre Le Loyer en su defensa del espiritismo. También fue empleado por algunos enemigos protestantes de Franqois Veron, como Jean Daillé y Paul Ferry. Al tratar de mostrar lo fidedigno de cierta información sensorial, o la justificación de los procedimientos racionales, estos pen­ sadores habían apelado a la teoría aristotélica del fun­ cionamiento natural de los sentidos y la razón, y a la necesidad de encontrar condiciones apropiadas para el empleo de nuestras facultades. En las batallas contra los nouveaux Pyrrhoniens del segundo cuarto del siglo xvn, aparecieron afirmaciones más elaboradas y completas de este tipo aristotélico de rechazo del escepticismo. Uno de los ejemplos más claros de este tipo de enfoque es la respuesta de Fierre Chanet a Charron. Chanet, un médico protestante, publicó sus Considerations sur la Sagesse de Charron, en 1643. En el prólogo, el autor indicó su preocupación por la recepción que pu­ diese tener su libro, ya que tanta gente admiraba los escritos de Charron. Pero, comprendía Chanet, no debía te­ ner miedo, puesto que sólo estaba exponiendo las opinio­ nes aceptadas por todo el mundo, las opiniones de las Es­ cuelas. La única gente que no estaría de acuerdo, nos

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dice, sería la que tomara a Charron por Sócrates y a la Apología de Raimond Sebond por la Escritura. La primera parte de la obra de Chanet está dedicada a refutar ciertas peculiares aseveraciones escépticas de Montaigne y Charron que tratan de las sim ilitu d es de hombres y animales. Habían sostenido que el hombre erraba al pensar que ocupaba algún lugar especial o pri­ vilegiado en el esquema de todas las cosas, o que el hom­ bre tenía algunas facultades o capacidades que no com­ partía con las bestias, y que no había razón para suponer que los cinco sentidos humanos constituyeran la totalidad de los medios que poseían las criaturas naturales para ob­ tener conocimiento del mundo. Chanet trató de mostrar que las pruebas ofrecidas en apoyo de estas afirmaciones (básicamente material anecdótico, tomado de Plutarco, Sexto y otros), podían explicarse sin apelar a las drásticas afirmaciones de Montaigne y Charron.'*” En la segunda parte de su libro, Chanet se enlrentó al núcleo filosófico del nouveau Pyirhonisme, los argumentos ofrecidos para producir un escepticismo hacia los sentidos y un escepticismo hacia la razón. Pese a los tropos es­ cépticos acerca de las variaciones, etc., de nuestra expe­ riencia sensorial, hay una base, insistió Chanet, para ase­ verar la “Certidumbre de los Sentidos” . A veces sí nos engañan nuestros sentidos, pero existen condiciones, a saber, las establecidas en el De Anima, de Aristóteles, que, si se cumple con ^llas, hacen que los sentidos sean incapaces de error o engaño. Si el órgano sensorial está trabajando apropiadamente, si el objeto se encuentra a una distancia apropiada, y si el medio por el cual ocurre nues­ tra percepción es como debe ser, entonces no puede haF i e r r e C h a n e t , C o 7!s ider aíio7 !s s u r la S a g c s s c d e C h a r r o n , P a r í s , 164 3, P r e f a c i o . 2a . y 3 r a . p á g i n a s . B u s s o n , L a p e n s é e n l i g i e u s e , p p . 1 9 4 - 1 9 5 , d i c e q u e " C h a n e t n o p a r e c í a c o n o c e r a M o n t a ig n e ” y n o c o n o c í a la A p o lo g ic , lo q u e e s p a t e n t e m e n t e fa lso . L a r e f e r e n c i a a M o n t a i g n e f u e s u p r i m i d a en la s e g u n d a e d i c i ó n d e la o b r a d e C h a n e t . Cf. B o a s e , F o r t u n e s o f M o n t a i g n e , p. 186 n. 4. C h a n e t , C o n s i d e r a t i o n s , p p . 1-250. L o s v a r i o s a n á l i s i s d e l s i g l o x v i i s o b r e l o s m é r it o s d e los a n im a le s , in c l u s o el d e C h a n et, so n t ra ta d o s en G e o r g e B oa s, T h e H a p p y B e a s t in F r e n c h T h o u g h t o f t h e S e v e n t e e n t h C e n t u r a , B a l t i m o r e , 1933.

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ber errores de los sentidos. En contra de Charron, quien afirmó que aun en las mejores condiciones pueden enga­ ñarnos los sentidos, Chanet insistió en que sólo pueden ocurrir errores, ilusiones o engaños si algo es anormal en el órgano, el medio o la ubicación o la naturaleza del ob­ jeto. Con sus normas aristotélicas procedió entonces a analizar todos los ejemplos habituales de ilusiones senso­ rias ofrecidos por los escépticos. El problema del remo que parece curvarse dentro del agua queda explicado por el hecho de que el medio no es “ como debiera ser”. La torre cuadrada que en la lejanía parece redonda se ex­ plica afirmando que el órgano sensorio, el ojo, no percibe bien las formas rectangulares. Las dobles imágenes que percibimos oprimiéndonos el globo del ojo se deben a que el órgano sensorio se encuentra en estado enfermizo o antinatural. Los problemas de perspectiva son expli­ cados como resultado de percibir los objetos desde dis­ tancias inadecuadas, y así s u c e s iv a m e n te .E n todo esto, Chanet nunca vio que estos ejemplos eran ofrecidos por Charron como desafío a su criterio del conocimiento sen­ sorio, y no como ilustraciones de su operación. La pregun­ ta que los escépticos habían planteado era: ¿Hay alguna manera de distinguir la experiencia sensoria verídica de la no verídica? Chanet respondió que sí, basándose en la norma aristotélica del conocimiento sensorio. Pero los escépticos estaban rechazando la norma, y preguntando cómo podíamos estar seguros de que eran verídicas aun las percepciones que ocurren con órganos sensorios sanos y normales, con medios, distancias y objetos específicos. Tan sólo afirmar un criterio que, de ser cierto, nos permi­ tiría clasificar las percepciones verídicas y las engañosas resulta una petición de principio, a menos que también podamos mostrar que está justificada la norma aristoté­ lica de conocimiento sensorio. Luego, Chanet se enfrentó a las dificultades escépticas planteadas respecto al razonamiento. Aquí, como en sus afirmaciones acerca del conocimiento sensorio, sostuvo C h a n e t , C o n s id e r a t io n s , p p . 2 5 7 - 2 7 2 .

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que aun cuando a veces seamos engañados, hay algunos juicios tan evidentes, “ que tendríamos que estar locos para dudar de esta certidumbre” .'*' Existe una norma del razonamiento correcto, a saber, las reglas de la lógica aristotélica, y esta norma nos capacita a distinguir lo que es evidente de lo que sólo es probable. Mediante esta norma podemos reconocer las premisas ciertas, y em ­ plearlas para descubrir otras verdades. Las premisas ciertas son aquellas que, o bien han sido demostradas por verdades evidentes, o son tan evidentes que resultan in­ dudables. Por tanto, con los cánones de la lógica y el ca­ rácter evidente de verdades como “ el todo es mayor que la parte” , podemos construir un conocimiento científico r a c i o n a l . U n a vez más, Chanet deja de lado los proble­ mas escépticos planteados por Montaigne y Charron, al suponer que no están en duda las teorías de Aristóteles, y luego aplicarlas a las dificultades planteadas. En la Theologie Naturelle, del padre Yves de París, en­ contramos este tipo de aplicación de la respuesta aristoté­ lica al pirronismo, brevemente introducido entre otras crí­ ticas de los libeitins, a quienes atribuye haber suspendido el juicio ante toda materia, religiosa o natural. Primero plantea el problema de la autorreferencia. Cuando los es­ cépticos dicen que nada es cierto, hay que dudar de todo, se ven obligados a caer en una contradicción, pues pien­ san que estas mismas aseveraciones son ciertas. Pero en­ tonces, aseveró Yves de París, existe un medio mejor para hacer que los escépticos vean lo errado de su camino, a saber, mostrarles el conocimiento natural que no pueden rechazar: nuestra información sensorial. Cuando nuestros sentidos están operando en estado normal, en condiciones normales, y cuando nuestra facultad racional es debida­ mente empleada, no tenemos razones para dudar, y po­ demos conocer la verdad. Así pues, en lugar de quedarnos con “ los tormentos y desesperadas angustias de estas al­ mas miserables”, los escépticos libertins deben reconocer "

Ibid., p. 291. Ibid., pp. 288-304,

■í 1

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que es posible el conocimiento mediante el uso apropiado de nuestras facultades, y que no hay necesidad de la duda respecto a la información natural o revelada. Tenemos los medios de descubrir las verdades científicas, y Dios nos ha informado de la verdadera religión. Así pues, en estas circunstancias el escepticismo es estupidez o perver­ sión.'’' Un rechazo más elaborado del pirronismo, aunque en vena similar, aparece en el Apologeticus fidei de Jean Bagot, de la Compañía de Jesús, de 1644. Las primeras partes de esta obra tratan de las teorías pirrónicas y académicas en su forma clásica, tal como fueron presentadas por Sexto, Cicerón, Diógenes Laercio y San Agustín. Sólo más adelante se tratan las opiniones de los escépticos moder­ nos, especialmente de Charron. Bagot consideró las afir­ maciones escépticas como amenazas para la fe y, según observó en una nota marginal, “ abundan hoy los pirróni­ cos” . " Después de esbozar los argumentos de los escép­ ticos griegos, Bagot ofreció su respuesta, aseverando que hay algunas verdades que están basadas en la autoridad infalible que las declara, y otras cuya certeza es evidente y manifiesta, siempre que nuestras facultades raciona­ les y sensoriales sean utilizadas adecuadamente y en con­ diciones normales. En estos términos quedan rechazados los argumentos básicos de los escépticos, y se elabora una detallada teoría de la verdad.^-"’ En algunos otros pensadores de este periodo aparece una forma modificada del empleo de las teorías aristoté­ licas como respuesta al escepticismo. Como veremos en j.i Y v e s d e P a r i s , L a T lic o lo g ic n a t u r e lle , 3" e d . ( P a r í s 1 6 4 1 ), T o m o I V , p p . 39 3403. ( L a p r i m e r a e d i c i ó n d e l T o m o IV a p a r e c i ó e n

1636). A l c o n s i d e r a r a q u í a

Y v e s d e P a r i s , n o p r e t e n d o i m p l i c a r q u e f u e r a a r i s t o t é l i c o e n su f i l o s o f i a , s i n o tan s ó l o q u e e s t a p a r t i c u l a r c r i t i c a d e l e s c e p t i c i s m o ilu s t r a e l t i p o a r i s t o t é l i c o d e r e fu ta c ió n d e l p ir r o n is m o . O tras c la s e s d e r a z o n e s p a r a r e c h a z a r el e s c e p t i­ c i s m o a p a r e c e n e n d i v e r s o s e s c r i t o s s u y o s . P a r a un a n á l i s i s d e t a l l a d o d e la f i l o ­ s o fía d e Y v e s d e P a ris, v é a s e C h a r le s C h e s n e a u (J u lie n -E y m a r d d 'A n g e r s ), Le P e r e Y v e s d e P a n s et so7i t e m p s , 1 5 9 0 -1 6 7 8 , 2 v o l s . , P a r i s . 1946. " . l e a n B a g o t , A p o í o 3 e t i c u s ./ ? d e i , P a r i s , 1644, L i b r o I, p. 6, ” I b id .. P r e f a c i o , L i b r o I, p p . 1-19, a c e r c a d e l e s c e p t i c i s m o , p p . 2 0 - 1 0 2 a c e r c a d e la t e o r í a d e B a g o t , y L i b r o II, p p . 17 -18 t r a t a d e C h a r r o n .

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partes posteriores, algunos de los elementos de la teoría aristotélica del conocimiento se emplearon para rechazar ciertas afirmaciones pirrónicas, aun por pensadores cuyas ideas generales no seguían la tradición aristotélica, como en los ejemplos del padre Mersenpe y de Herbert de Cherbury. En el vasto proyecto ecléctico de Charles Sorel, La Science universelle, introduce muchos ingredientes de la teoría aristotélica como parte de su rechazo al escepti­ cismo, junto con otros varios tipos de respuesta, tomados algunos de ellos, al parecer, de fuentes de la época, como los escritos de Mersenne. Sorel fue un conocido escritor e historiador de la época, y amigo del libevtin évudit Guy Patín. La primera parte de la grandiosa obra filosófica de Sorel, La Science des dioses coi'porelles, publicada en 1634, comienza en el estilo de muchos de los escritos de los nuevos pensadores del siglo XVII, lamentando el miserable estado de la cul­ tura humana, la inutilidad y estupidez de lo que se enseña en las Escuelas, y ofreciendo una nueva panacea, la cien­ cia univevsal, “ en que la Verdad de todas las cosas del mundo se conoce por la fuerza de la Razón, y se encuentra la refutación de los Errores de la Filosofía ordinaria . Se nos dice que esta nueva ciencia será completamente ra­ zonable y cierta, y mejorará a la humanidad. Tras estas fanfarrias. Sorel analiza dos tipos de críticas de la posibi­ lidad de una verdadera ciencia de la naturaleza: una, que parece ser una esp ecie de platonism o y que niega que pueda haber algún conocimiento real de las materias de este mundo, e insiste en que sólo se encuentra la ver­ dad en Mundo Celestial; la otra es un escepticismo que afir­ ma que no podemos conocer realmente nada. En vista de la propaganda inicial a \a ciencia universal, en relación con las críticas se hacen unas modificaciones bastante extre­ mas. El hombre, nos dice Sorel, puede conocer acerca de las cosas todo lo que sea necesario para su felicidad. Sus capacidades naturales de sentido y razón pueden recibir C h a r l e s S o r e l , L a S c i e n c e d e s d i o s e s c o r r o r c l l c s , p r e m i é r e p a r t i c d e la S c i e n c e h u m a in e . P a r í s , 1634, p o r t a d a y p r e f a c i o .

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información y juzgarla; pero al hacerlo así, bien puede haber secretos de la Naturaleza que no se han explicado ni pueden explicarse. Puede ser difícil conocer las esen­ cias de las cosas incorpóreas; puede ser imposible cono­ cer a Dios. Empero, esto no destruye la posibilidad de conocimiento sino que, antes bien, nos capacita a ver la falsedad de ciertas teorías que se han planteado, y nos permite conocer los límites del conocimiento humano. Podemos saber al menos lo que no podemos saber, y ha­ cer así una ciencia de nuestra ignorancia. '" Sorel estaba dispuesto a reconocer un conocimiento menos que com­ pleto de todo, para justificar nuestra seguridad en lo que somos capaces de conocer. En partes posteriores de su épica presentación de la ciencia universal, Sorel se enfrentó al desafío escéptico que, según sintió, había que recoger para capacitarnos a hacer un uso apropiado de nuestras facultades y capacida­ des.'"' Las Escuelas y los textos de lógica no ofrecían una respuesta satisfactoria, pero Sorel pensó que él y Mersenne la habían encontrado."' Del estudio de los clásicos pirrónicos, como Sexto, y observando que “ hay algunos li­ bertinos que los han desenterrado, para perjuicio de la religión y de la sociedad humana”,'’" Sorel trató de viciar los argumentos del escepticismo, tanto antiguo como mo­ derno. Como respuesta a las dudas planteadas por los pirróni­ cos acerca de lo fidedigno de nuestro conocimiento senso­ rio, Sorel ofreció un argumento aristotélico. La informa­ ción que reciben nuestros sentidos externos debe ser sopesada y juzgada por nuestro “sentido común” para evi­ tar engaños. Tenemos toda una variación de experiencias debidas a la disposición de los órganos sensorios, al tem” Ib id .. p p . 15-27. "■ S o r e l , L a B ib lio th d q u c fr a n q o i s d e M. C. S o r e l, P a r í s , 1664, p. 392. Ib id ., p p. 3 3 - 3 5 , y el C u a r t o v o l u m e n d e S o r e l , L a S c ie n c e u n iv c r s e l le . i n t i t u ­ l a d o L a P c r f c c t i o n d e l ’A m c . . , , P a r í s , 1 6 6 4 , P a r t . II, p, 30. S o r e l , L a P c r fc c t io n d e L ’A m c , p p . 21 -30 , o f r e c e un r e s u m e n d e l a s o p i n i o n e s d e " D e s P y r r h o n i e n s o u S c e p t i q u e s " . L a c i t a e s t á e n la p . 3 0 , d o n d e S o r e l t a m ­ b i é n d i c e q u e a q u e l l o s lib c r tiiis e r a n e n n ú m e r o m u y e s c a s o , y t e n í a n m i e d o d e e x p r e sa r sus o p in io n e s en p ú blico.

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peramento del observador, a la ubicación del objeto y al medio por el cual ocurre la percepción. Pero nuestros sen­ tidos son capaces de percibir las cualidades de los objetos tal como son, y nuestro sentido interior, el “sentido co­ mún” tiene la capacidad de juzgar cuando los sentidos dan información precisa, y de corregir cuando no es así. En todo su detallado examen de los ejemplos ofrecidos por los escépticos acerca de las diferencias entre la per­ cepción humana y la animal (que pareció dispuesto a aceptar sin mayor investigación), y las variaciones de la percepción humana. Sorel nunca vio que aquello que los pirrónicos estaban cuestionando era si tenemos alguna manera de saber cuándo y si nuestros sentidos nos infor­ man con precisión. En cambio, supuso que podemos reco­ nocer y reconocemos algunas percepciones verídicas, y que podemos juzgar a las otras en consecuencia. Así, los problemas de perspectiva y de distancia no le preocupan, ya que tenemos estas percepciones fidedignas, y al em­ plearlas aprendemos a juzgar y corregir por experiencia las percepciones especiales. Puede haber algunas cir­ cunstancias insólitas, en que acaso lo mejor sea no juzgar en absoluto; pero, en general, podemos valernos de estas percepciones para evaluar casi cualquier circunstancia y, mediante el empleo del “ sentido com ún” determinar cómo son las cosas en realidad y no sólo en apariencia. Entonces, podemos olvidarnos de todas las cavilaciones escépticas acerca de lafe experiencias y visiones de los maniacos o de los delirantes, puesto que sabemos que esa gente tiene órganos sensorios corrompidos y, así, ven las cosas como no son.'^' La única base ofrecida por Sorel a su constante suposi­ ción de que la gente normal, con órganos sensorios nor■' Cr. S o r e l . L a S c i e n c e t m i v e r s e l l e d e S o r e l , o ú ü est t r a i t é d e V u s a g e

&d e

la p e i / e c -

t i o n d e t o u t e s l e s d i o s e s dii m o n d e . T o m o I II , P a r í s 16 47, p p . 2 5 7 - 2 6 9 . Du P l c i x . q u e

fu e el p r e d e c e s o r d e S o r e l c o m o H is to r io g r a p h e d u R o y , o f r e c i ó la m is m a e x p l i ­ c a c i ó n d e las i l u s i o n e s s e n s o r ia le s , p e r o n o s o r e l i r i ó p a r a n a d a al p i r r o n i s m o a e s t e r e s p e c t o . C f, S c i p i o n Du P l e i x , C o u r s d e P h i l o s o p h i e , r e v e n , i l l u s t r é tx a u g ­ m e n t é , P a r í s , 1632, e n la p a r t e i n t i t u l a d a " L a

N a t u r e l l e s " , L i b r o 8, c a p s . 14-9.

P h y s iq u e oú

S cien ce

d e s C lioses

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males y en condiciones normales, tiene sensaciones pre­ cisas y fidedignas, o bien una capacidad normal para sopesar y juzgar lo fidedigno de su experiencia, es que se­ ría extraño que 1os que están en perfecta condición no c onocieran la verdad, y sólo la conociera la gente anormal. Pero los escépticos estaban diciendo que no tenemos ma­ nera de saber si las condiciones que consideramos como óptimas para observar el mundo son, asimismo, las más correctas para percibir el estado de cosas auténtico. Puede ser extraño que sólo unos cuantos hombres excén­ tricos vean las cosas como en realidad son, pero también es raro que sólo la gente con visión normal pueda verlas. Al ofrecer como solución de las dificultades escépticas una descripción de nuestros procedimientos normales para juzgar la operación sensorial. Sorel no se ha enfren­ tado al problema de cómo podemos saber que nuestra manera normal y natural de distinguir las percepciones fidedignas de las que no lo son está de acuerdo con los rasgos verdaderos de los objetos reales. El mismo tipo de respuesta, simplemente embellecida o elaborada, fue la que dio Sorel a todos los demás argu­ mentos escépticos. ¿Podemos saber si toda nuestra expe­ riencia no es más que un sueño? Este problema, del que tanto partido había de sacar el célebre contemporáneo de Sorel, Descartes, es tratado desdeñosamente. La persona normal, estando despierta, puede saber la diferencia en­ tre el sueño y la vigilia. Si alguien sueña que comió mu­ cho, y luego despierta y tiene hambre, puede saber que ha estado soñando. ¿Y conocemos algo más que las aparien­ cias de las cosas? Aun si sólo percibimos las superficies o apariencias de los objetos, podemos juzgar la naturaleza interna del objeto, así como lo hacemos en los casos ordi­ narios cuando juzgamos lo que está dentro por lo que está fuera, o cuando juzgamos cómo es todo un objeto a partir de la vista de sus partes. Los efectos nos ofrecen una base adecuada para determinar las causas.®^ Los escépticos que han tratado de generar una regreS o r e l , S c i e n c e u n iv e r s e l l e . T o m o I II , p p . 27 0 -2 7 2 .

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sion infinita de dificultades acerca de ir de los efectos a las causas, de las causas a las causas, y así interminable­ mente, han creado un problema falso. Han sostenido que sólo podemos conocer un objeto si sabemos com pleta­ mente por qué es lo que es, cuáles son las causas de todas sus propiedades. Sorel desdeñó este problema recono­ ciendo, primero, que algunas cosas pueden ser incognos­ cibles y otras sólo parcialmente cognoscibles, pero di­ ciendo que podemos tener un conocimiento seguro acerca de ciertas materias. Nuestro conocimiento seguro es todo lo que necesitamos, y podemos obtenerlo de la informa­ ción pertinente que tenemos disponible, y mediante el uso de nuestras facultades na tu ral es. Tenem os suficiente información y facultades adecua­ das para crear ciencias. Los pirrónicos niegan que conoz­ camos algún prim er principio cierto, para em plearlo como premisa de nuestro conocimiento científico. Sus­ penden el juicio ante las verdades más obvias: que el todo es más grande que la parte, que algo, incluso ellos mis­ mos, existe, que el sol brilla, etc., porque piensan que todo esto es incierto. “Aquí vemos finalmente cuán perni­ ciosas son sus indiferencias, vemos que tienden a subver­ tir toda ciencia, política y r e l i g i ó n . P e r o p oseem os primeros principios que son indiscutibles, o bien conoci­ dos por la experiencia común de toda la humanidad, o bien “ conocidos por la luz de la Razón” . Empleando nues­ tra razón natural podemos descubrir conocimiento cientí­ fico verdadero a partir de estos principios ciertos. Los es­ cépticos, para desafiar nuestro conocimiento científico, tienen que negar lo fidedigno de nuestros órganos senso­ rios normales y naturales, de nuestro “ sentido común” normal, y de nuestra razón o entendimiento natural. Pero podemos ver que nuestras facultades cuentan con la per­ fección necesaria para sus funciones y, por tanto, no te­ nemos ninguna razón para preocuparnos por las objecio­ nes de los escépticos a la posibilidad de que alcancemos ■■■■' I b id ., p p . 2 7 2 - 2 7 4 . I b id ., p. 277.

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el conocim iento científico. Puede haber dificultades, pue­ de haber cosas que nunca conozcam os, pero si tomamos grandes precauciones, podremos con ocer bastante bien lo que nos es necesario, y con completa seguridad, de mod o que podremos establecer las artes y ciencias sobre una base fírme. Nuestro “ sentido común” y los primeros prin­ cipios manifiestos e indudables son la puerta de entrada al conocimiento de la verdad acerca de los objetos.'’-'’ Después de este recurso a las condiciones y facultades normales y naturales que nos capacitan a obtener cono­ cimiento verdadero. Sorel presentó otra respuesta a los pirrónicos, el problema habitual de la naturaleza contra­ dictoria de la posición del escéptico.'’" Los escépticos, afirmó Sorel, no pueden ser tan ignorantes como simulan ser, pues buscan razones a sus ideas, y parecen preferir aquellas que ellos ofrecen a las de los dogmáticos. Están ciertos de que nada es cierto (afirmación que Sexto, Mon­ taigne, La Mothe Le Vayer y otros tuvieron buen cuidado de evitar); así, han encontrado cierta verdad, y no pueden estar completamente en duda. Aquí podríamos jactarnos de haber derrocado su funda­ mento, si su doctrina no consistiera en probar que no hay ninguna opinión que tenga algún fundamento; pero por tanto, su opinión queda, entonces, sin ninguna base; y si, para de­ fenderla, afirman que tiene algún fundamento, una vez más es derrocado por esto, ya que no debiera tener ninguno de acuerdo con sus máximas.'’* Así pues, al tomar la posición del escéptico com o ase­ veración definida. Sorel indicó el carácter autorreferencial de la idea, y el dilema allí envuelto. El problema de plantear la opinión pirrónica sin contradicción es uno de los problemas más persistentes reconocidos por los escépticos, y una de las continuas respuestas ofrecidas por sus adversarios. ib id ., p p . 2 7 5 -2 8 1 . E ste p u e d e s e r e l a t a q u e q u e L a M oth e L e V a y e r r e s p o n d ió al c o m ie n z o d e l a s e g u n d a p a r t e d e l a P r o s e C h a g r in e , e n O c u r r e s , T o m o I X , p p . 35 4 -3 5 6 . S o r e l , S c i e n c e i n i i u e r s e l l e , T o m o I I I , p. 2 8 1 .

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Al emplear elementos de la teoría aristotélica del co­ nocimiento, al insistir en lo adecuado del conocimiento que así podemos alcanzar para nuestros propósitos, al conceder algunas posibles limitaciones a nuestro absoluto y completo entendimiento de las cosas, y al mostrar lo contradictorio de una aseveración de escepticismo com­ pleto, Sorel creyó haber destruido la amenaza pirrónica. Una variación interesante del em pleo de las teorías de Aristóteles para rechazar el escepticismo aparece en cier­ tos comentarios de sir Francis Bacon (que fue llamado imitador de los pirrónicos por Mersenne, por su insisten­ cia en algunas de las dificultades escépticas para llegar al verdadero conocimiento).’ " En su obra Advancement and Proficiencie of Leaming, Bacon criticó a los escépticos por representar erróneamente los problemas implícitos en al­ canzar el conocimiento a través de los sentidos. Se habían aferrado (afirmó Bacon) a las ilusiones y los engaños de los sentidos para “arrancar las ciencias de raíz” . Lo que no habían visto era que las verdaderas causas de los erro­ res eran los ídolos, y que la solución correcta a las dificul­ tades estaba en la elección de los instrumentos: “ Y sin embargo, ayudados por nuestra industria, los sentidos pueden ser suficientes para las ciencias.” ’ " En otras pa­ labras, puede darse un conjunto de condiciones, en mate­ ria de correcciones de los sentidos, sin ninguna ayuda, que, aunadas a ciertas reformas internas, especificarán cuándo son verídicas nuestras percepciones adaptadas. Pero nuestros sentidos naturales y normales no bastan para darnos un conocimiento fidedigno, a menos que va­ yamos a emplear ciertas ayudas e instrumentos. Así, de­ bemos adoptar un escepticismo parcial o temporal hasta que podamos emplear con éxito las ayudas y procedimien­ tos del Novum Organum. Tampoco debe causar alarma tal suspensión de juicio en una persona que no mantiene que simplemente no puede conocer.se M e r s e n n e a n a l i z ó a B a c o n e n L a V c r ité d e s S c i e n c e s , L i b r o I, c a p . X V I . F r a n c i s B a c o n , O f th e A d v a n c e m e n t a n d P r o f ic i e n c i e o f L e a n ñ n g , o r t h e P a r titio n s o f S c ie n c e s , L o n d r e s 1674, L i b r o V , c a p . II, p p . 14 4-1 4 5.

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nada, sino sólo que no puede conocerse nada salvo siguiendo cierto curso y camino; y sin embargo establece provisional­ mente ciertos grados de seguridad para uso y alivio mientras llega la mente a un conocimiento de las causas sobre el cual pueda descansar. Pues ni aun aquellas escuelas filosóficas que sostenían la imposibilidad absoluta de conocer cosa alguna eran inferiores a las que se atrevieron a declararse. Pero no proporcionaron ayuda al sentido y al entendimiento, como lo he hechoy o, sino que simplemente retiraron toda su autoridad, lo cual es algo totalmente distinto, casi lo opuesto.®" Los distintos tipos de respuestas aristotélicas a la cri­ sis escéptica tienen en común, independientemente de sus variaciones, la idea de que existen condiciones apro­ piadas para las percepciones o el razonamiento, y que te­ nemos facultades que, operando adecuadamente en estas condiciones, pueden conducirnos al conocimiento verda­ dero. Por tanto, no se requiere un escepticismo respecto a los sentidos ni respecto a la razón. El tipo de prueba in­ troducida por los escépticos o bien es falso o bien trata de condiciones anormales y facultades corrompidas. Los que dieron este tipo de respuesta a los pirrónicos se negaron a reconocer que los escépticos estaban desa­ fiando hasta lo fidedigno de nuestras facultades natu­ rales, en las m ejores con d icion es, y también estaban negando los criterios establecidos por Aristóteles para de­ cidir cuándo estaban funcionando adecuadamente nues­ tras facultades. Bien puede ser que el sistema aristotélico esté ingeniosamente construido para evitar los habituales argumentos escépticos, ya sea especificando un camino para resolver los problemas sobre la base de una norma, que no se pone en cuestión, o desdeñando los argumentos como absurdos. Por tanto, según los aristotélicos, si al­ guien realm ente está en duda acerca de los primeros principios o del criterio, no está preparado para filosofar. En cambio, el nouveau Pyrrhonisme estaba cuestionando el B a c o n , I n s t a u r a t i o M a g n a , T r a d . i n g . e n Tlie W o r k s o f F r a n c i s B a c o n , e d i t a d o p o r S p e d d i n g , E l l i s y H e a t h . V o l . V I I I , B o s t o n 18 36, p . 52.

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sistema mismo de los aristotélicos, que no podía ser justi­ ficado ni defendido tan sólo aplicando el sistema. Los críticos vociferantes del escepticismo no se enfren­ taron a los problemas planteados; y los aristotélicos se en­ frentaron a ellos simplemente cometiendo decisión de principio ante los problemas decisivos. Los primeros tra­ taron de destruir la fuerza del pirronismo simplemente denunciándolo. Los segundos trataron de resolver los problemas tratándolo como puntos que había que debatir dentro de su propio sistema, como dificultades que había que resolver mediante las normas que aceptaban. No vie­ ron que para disipar la crisis escéptica primero habían de establecer la base de su sistema filosófico antes de poder mostrar que lo que era cierto según la teoría de Aristóte­ les realmente era cierto. En los capítulos siguientes exa­ minaré algunos intentos de recoger el desafío escéptico mediante una evaluación más seria de los problemas bá­ sicos aquí planteados.

VII. EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO t r a m a n e r a de enfrentarse a la crisis escéptica consistió en formular una teoría que pudiera aceptar toda la fuerza del ataque escéptico a la posibilidad del conocimiento humano, en el sentido de verdades necesarias acerca de la naturaleza de la realidad, y, sin embargo, admitir la po­ sibilidad de conocimiento en un sentido menor, como verdades convincentes o probables acerca de las aparien­ cias. Este tipo de opinión, que ha llegado a ser lo que mu­ chos filósofos consideran hoy como la visión científica, fue presentado por primera vez en el siglo xvii, en el grandioso ataque de Mersenne al pirronismo. La Verité des Sciences, contre les Septiques ou Pyirhoniens, y después, en forma más sistemática, por Gassendi, buen amigo de Mer­ senne. En otro^ escritores, como el teólogo inglés Chillingworth y el escritor franciscano francés Du Bose, en­ contramos la búsqueda y una declaración parcial de este escepticismo mitigado. Este intento de encontrar una vía media entre las tendencias completamente destructivas del Nouveau Pyirhonisme y un dogmatismo discutible, ha / • llegado a ser parte decisiva de la filosofía moderna, en los l< ‘ movimientos del pragmatismo y el positivismo. Pero, aun cuando las formulaciones más teóricas de este escepti­ cismo mitigado o constructivo probablemente se elabora­ ran a comienzos del siglo xvii, hubo que desarrollar y de, moler un nuevo dogmatismo antes de que fuese aceptada i^jesta nueva solución a la crise pyrrhonienne. Sólo después / 'd e la presentación de esta idea por David Hume, y su aceptación en el siglo xix, por Mili y Comte, se volvió filo­ sóficamente respetable. Marin Mersenne (1588-1648) fue una de las figuras más importantes en la historia del pensamiento moderno, y hasta hace poco fue desdeñado y mal entendido.' Se le re-

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' L a o b r a m o n u m e n t a l d e l f i n a d o a b a t e R o b e r t L e n o b l e ha s a c a d o a l u z , p o r

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EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

cuerda principalmente por su amistad y correspondencia con Descartes, y generalmente se le ha clasificado como ■un intransigente pensador religioso, cuyos rasgos salvadoIres fueron sus amistades, no sus ideas. Sin embargo, este cuadro no corresponde al papel decisivo desempeñado porMersenne en la revolución científica del siglo xvii. Mersenne fue uno de los primeros estudiantes prepa­ rados en el colegio jesuita de La Fléche, al que Descartes i asistió en un grado posterior. Después, Mersenne ingresó en la orden de los Mínimos y llegó a ser un modelo de piedad cristiana y de sabiduría. Su carrera literaria co­ menzó en el tercer decenio del siglo xvii, con la publica­ ción de un grupo de vastas obras de polémica contra todo enemigo concebible de la ciencia y de la religión; los ateos, los deístas, los alquimistas, los naturalistas del Re­ nacimiento, los cabalistas y los pirrónicos.- Después de este comienzo, Mersenne dedicó el resto de su vida a la labor más constructiva de hacer propaganda a la “ ciencia nueva”, mostrando su amor a Dios en sus monumentales servicios a la revolución científica. Fue un hombre de ávido interés en las cuestiones científicas y seudocientíficas, desde complejos problemas de física y matemáticas, filología hebrea y teoría de la música hasta problemas ta­ les como “ ¿De qué alto era la escala de Jacob?” , y “ ¿Por t qué los hombres sabios ganan menos dinero que los ton­ tos?” Mersenne publicó un gran número de sumarios, ex ­ plicaciones y sistemas de obras científicas, incluso las de Galileo.’* También ayudó y favoreció a todas las grandes figuras de la “ nueva filosofía” , incluyendo, además de Descartes, a Gassendi, Galileo, Hobbes, Campanella, Herbert de Cherbury, al archihereje Isaac La Peyrére y a mu­ chos otros. Su inmensa correspondencia, que hoy empieza p r i m e r a v e z , la e n o r m e r e a l i z a c i ó n e

im p orta n cia d e M ers en n e. V é a s e , e s p e ­

c i a l m e n t e , L e n o b l e , Meri'e?!?!c o u la n a i s s a n c e d u m é c a n i s m e ( P a r í s , 1943). - Cl'. M a r í n M e r s e n n e , Q u a e s ti o n e s c e l e b e r r i m a e in G e n e s h n , P a r í s 16 2 3 ; L ’Jm p i e t é d e s D e is te s , A tl ie e s , e t L ib e r tin s d e c e t e m p s , c o m b a t t u e , e t r e n v e r s é e d e p o i n t e n p o i n t p a r r a is o n s tir e e s d e la P liilo s o p M e , e t d e la T h e o lo g i e , P a r í s 16 2 4 y L a V er ité d e s S c i e n c e s c o n t r e le s S e p tiq u e s o u P y r r h o n ie n s , P a r í s 1625.

Si

•' V é a n s e , p o r e j e m p l o , las c u e s t i o n e s t r a t a d a s e n o u R e c r e a t i o n d e s S q a v a n s , P a r í s , 1634.

Mersenne,

Q u e s tio n s in o w je s

EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

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a publicarse, alentó e informó a los hombres de ciencia doquier se encontraran.-* En resumen, Mersenne proba-l vJ blemente contribuyó más que ninguno de sus contemporáneos a aumentar el conocimiento e interés en las enor-1 \ mes realizaciones científicas de su época. ^ La parte de la aportación de Mersenne que nos intere­ sará aquí es el nuevo entendimiento que tuvo de la signiI ficación del conocimiento científico y la importancia de ,'?)esto a la luz de la crisis escéptica de su tiempo. La última ^ de las enormes polémicas de Mersenne, La Verité des ¡ A Sciences contre les Septiques ou Pyrrhoniens (1625), pretende ^ refutar los argumentos pirrónicos, pero respondiéndoles de una nueva manera. Lo que Mersenne deseaba estable-*-) cer era que aun si las afirmaciones de los escépticos no / I pudieran refutarse, sin embargo podríamos tener cierto !/.-( ■ ' tipo de conocimiento que no está en disputa, y que es todo l-x' ■ lo que se necesita para nuestros propósitos en esta vida, i Este tipo de conocimiento no es el que habían buscado . anteriores filósofos dogmáticos; el conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Consiste, antes bien, en la información acerca de las apariencias, en hipótesis | y predicciones acerca de las conexiones de los aconteci:/ mientos y el curso futuro de la experiencia. El conoci- ^ miento científico y matemático, para Mersenne, no nos daba información acerca de alguna realidad trascenden- / tal, ni estaba basado en algunas verdades metafísicas i\ acerca de la naturaleza del universo. Planteó una concep-'j , ción positivista-pragmática del conocimiento, que omitía I toda busca de bases racionales de lo que se conoce, y ne- | gaba que semejante búsqueda pudiese triunfar; y sin em- ' / '/ I'bargo insistía, contra la destructiva fuerza del completo / I pirronismo, que no podía dudarse seriamente del conoci- \ I miento científico y matemático.-"’ La Verité des Sciences, obra de más de mil páginas, co' M e r s e n n e , C o T r e s p o n d a n c e d u P . M a r ín M e r s e n n e , p u b l i c a d o p o r M n i e . P a u l j

/

T a n n e r y , e d i t a d o p o r C o r n e l i s d e W a a r d y la c o l a b o r a c i ó n d e R e n e P i n t a r d . T o - l / r t nios I -I V . P a r í s , 1932-1955. E s t á n e n p r e p a r a c i ó n d o c e y a p u b l i c a d o s c u b r e n e l p e r i o d o 16 17 -1 6 4 3 . -' Cf-. L e n o b l e . M e r s e n n e , p p . 3 1 0 - 3 3 .

otros v a r io s v o lú m e n e s. L o s i ^ '

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EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

mienza, como ya hemos indicado, al estilo de Garasse. En la carta dedicatoria al hermano del Rey, Mersenne de­ nunció a los escépticos en términos muy extremos. Los acusa de todo tipo de opiniones e intenciones vergonzosas y nocivas." Luego, en el prefacio del libro, hace nuevos cargos, que culminan en la afirmación de que los escépti­ cos son aquellos libeitins que tienen miedo de mostrar su verdadera impiedad. Por tanto, tratan de convencer a los demás de que nada es cierto, para poder atacar indirec­ tamente las ciencias, la religión y la moral. El propósito de Mersenne al presentar este enorme volumen fue poner un alto al curso impetuoso del pirronismo." Todo escéptico que lo lea verá que “ hay muchas cosas en las ciencias que ■/ ^ I son verdad, y que es necesario abandonar el pirronismo si no se quiere perder el juicio y la razón” ." El propio libro consiste en una discusión entre un al­ quimista, un escéptico y un filósofo cristiano, en que tanto el pirrónico como el alquimista reciben su merecido. El escenario queda preparado cuando el alquimista declara que la alquimia es la ciencia perfecta. El escéptico opone una objeción, primero criticando las pretensiones de los alquimistas, luego presentando un argumento de escepti­ cismo completo, no sólo acerca de los méritos de esta par­ tic u la r preten sión de con ocim ien to verd ad ero, sino acerca de la posibilidad de que existan medios por los que los seres humanos pueden llegar al conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Se presenta un breve resumen general Üel argumento pirrónico clásico, dirigido tanto contra la filosofía platónica cuanto contra la aristotélica. No podemos conocer la verdadera esencia de las cosas, o las Formas Platónicas. Todo lo que cono­ cemos son los efectos, las apariencias, nunca las causas últimas o naturalezas verdaderas. Las causas pueden se­ guirse hacia atrás, ad infinitum, sin llegar nunca al objeto del conocimiento, y a menos que descubramos las causas >

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“ M e r s e n n e , L a V er ité d e s S c ie n c e s , e p í s t o l a d e d i c a t o r i a . P a r t e d e e l l a f u e c i ­ t a d a e n e l c a p . V I , p p . 117-118. ■ Ib id ., P r e f a c i o . 2 d a . p á g i n a . " ¡ b i d ., P r e f a c i o , t e r c e r a p á g i n a .

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EL ESC E PTIC ISM O C O N S T R U C T IV O O M ITIG A D O

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Últimas, nunca podremos realmente captar siquiera las experiencias particulares con que nos enfrentamos." Habiendo cedido al escéptico la primera formulación general del caso, Mersenne interviene, en el personaje del filósofo cristiano, para hacer su presentación inicial de un tipo de respuesta al pirronismo. Ante todo, dice, el problema planteado por el escéptico no demuestra .que ^ / pueda conocerse nada sino, antes bien,(gue_j^(^pueden'j conocerse ünas pocas cosas, los efectosT^Áün nuestro co­ nocimiento realmente es tan limitado, tiene cierto valor, de una variedad pragmática, ya que “ este pequeño cono­ cimiento nos basta como guía de nuestras acciones” .'" Para salir adelante en este mundo basta el conocimiento de los efectos, ya que nos capacita a distinguirlos objetos, etc. Este punto constituye la pauta general de la respuesta de Mersenne en toda la obra. Los argumentos escépticos muestran que hay algunas cosas que no podemos conocer;, / . a saber, la verdadera naturaleza de las cosas que filósofos I anteriores habían tratado de comprender. Sin embargo,' pese al hecho de que no puede fundarse esta especie de base metafísica!, sí podemos cono'cer algo acércá d’e la? i apárienciás o los efectos, a saber, cómo desempeñarnos cñ^eiLmundo de las sombras.( Mersenne está dispuesto a reconocer qué no puede llegarse al tipo de conocimiento que Platón, Aristóteles, Deniócrito y algunos otros haMan afirmado poseer. Perofsóstieneí^que da lo m is m o /"^ e s ha^\ uhá'espécie d e ’cóñócirhiento, radicálménte distinto, que \ si poseemos y que es adecuado para nuestras necesidades Vena s te mun d o .",,--............................................................. — .. 'T ) e tal m anera,^os problemas de las variaciones e ilu­ siones sensorias tan extensamente desarrollados por los escépticos bien pueden mostrar que somos incapaces de conocer las cosas en sí mismas.-No obstante, la informá'^'^ ” Ib id ., p p . 1-11. I b id ., p . 14. '' L a s i m ilit u d d e a l g u n a s d e la s o p i n i o n e s d e M e r s e n n e c o n a lg u n a s d e las d e C h a rle s S o r e l, d e q u ie n h e m o s h a b la d o en el c a p ít u lo a n te r io r , s e d e b e sin d u d a al h e c h o d e q u e e l ú l t i m o e m p l e ó c o m o f u e n t e e l l i b r o d e M e r s e n n e . L a s d i f e ­ r e n c i a s e n t r e sus o p i n i o n e s se a n a l i z a r á n m ás a d e l a n t e , e n e s t e m i s m o c a p i t u l o .

EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

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ción acerca de cómo difieren nuestras experiencias en di[¡ ferentes condiciones nos permite formular ciertas leyes \ I: acerca de las observaciones sensorias; por ejemplo, las leyes de la refracción. Con tales leyes acerca de las apa­ riencias, podemos corregir o explicar cierta información sensoria y, por tanto, eliminar todos los problemas acerca de las ilusiones.'- Es interesante que Mersenne parezca \ haber sido el primero en ver que las afirmaciones pirró­ nicas clásicas acerca de las diferencias entre la experien­ X cia animal y la experiencia humana no son concluyentes, K t' pues los animales no se comunican con nosotros para de­ cirnos qué perciben.'-^ En el caso de todos los informes acerca de variaciones del comportamiento religioso y mo­ ral, Mersenne insiste en que, como conocemos las reglas divinas y naturales de conducta, no nos importa cómo procedan otros pueblos y culturas.'•* En general, Mersenne trató de elaborar la afirmación de que en todo campo de interés humano se conocen alf gunas cosas, como “ el todo es mayor que la parte” , “ la luz j al medio día es mayor que la de las estrellas” , “ hay un : mundo” , “ no es posible que la misma cosa tenga y no [_^tenga la misma propiedad” , “ hay que evitar el mal” , etc. Acaso no haya refutación filosófica de los argumentos es­ cépticos, pero hay muchísimas cosas que no están en I duda. Si somos razonables, nos percataremos de que algo ;! se conoce y seremos felices. Si no lo somos, seremos com­ pletamente desgraciados. El hombre puede llegar hasta a dudar de las reglas obvias de la moral, y volverse un libertin, lo que conduce “ de cabeza al infierno con todos los Demonios, para quemarse eternamente” .'® Después de atacar extensamente a la alquimia, Mer­ senne volvió a su guerra contra el pirronismo, y desarrolló su crítica general en forma de un detallado comentario y refutación de las Cuestiones piirónicas, de Sexto Empírico, analizando casi todo el primer libro y parte del segundo/ 1 M e r s e n n e , L a V e n t é d e s S c i e n c e s , p p . 16-20. Ibid., p. 20. I b id ., p . 21'.

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Los diez tropos son presentados y refutados alegando que existen leyes científicas acerca de las variaciones senso­ rias, como los principios de la óptica, y que, a pesar de todos los desacuerdos y diferencias de opiniones, hay un acuerdo común en ciertas cuestiones. Nadie duda de que el fuego es caliente o el hielo frío, o de que un elefante es mayor que una hormiga. Los sueños o las alucinaciones no dan razón al escepticismo, ya que, al despertar, si estamos en buena situación mental, reconocemos la vida de nues­ tros sueños por lo que es. Cuando el escéptico indica que los diez tropos muestran que no conocemos las esencias l de las cosas, el filósofo cristiano de Mersenne desdeña, esto con el comentario de que “ no es [ . . .] necesario esta-l blecer alguna verdad” .'® Pese a todas las dificultades'' planteadas por Sexto Empírico, no estamos en duda de to­ das las cosas, y tenemos medios, como aparatos para me-| dir, con los cuales enfrentarnos a algunas de las situado-j nes difíciles que surgen. Con ios instrumentos y mediante"! el empleo de leyes que hemos descubierto acerca de la i ' i . perspectiva, la refracción, el efecto del vino sobre la vista, | etc., podemos evitar preocupaciones acerca remos do- * blados, cuellos de palomas y torres redondas. Siendo ra­ zonables, podemos encontrar maneras de vivir pese a to­ das las variaciones del comportamiento humano. Por tanto, “ todos los argumentos de los pirrónicos no son más que trampas y paralogismos, con los que no se divierte uno mucho tiempo” . ' ' , El pirrónico no queda acallado por este rechazo de su jargumento a base de sentido común. Pero en vez de discu­ tir, ofrece otras afirmaciones tomadas de Sexto, resu­ miendo las partes que faltaban del Libro I, y luego pre­ sentando algunos de los argumentos claves del Libro II contra la posibilidad del conocimiento racional. Todo es cuestión de controversia, y todo intento por establecer la verdad de una teoría o bien conduce a una regresión infi­ nita o bien a un razonamiento circular. El primer punto es I b i d : p p . 150-151. '■ I b id ., p. 153. E l m a t e r i a l d e l q u e s e t r a t a e n e s t e p á r r a f o a p a r e c e e n l a s p p . 130-1 56.

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desdeñado indicando que muchas de las controversias ci­ tadas por los escépticos dependen de lo que haya dicho alguna persona estúpida. Pero, como Mersenne arguye una y otra vez, algunas cuestiones nunca se disputan. Y no ocurre ninguna regresión infinita en la explicación, por­ que hay algunas cosas evidentes que pueden emplearse como máximas sobre las cuales edificar el conocimiento ■científico; esto, a su vez, puede verificarse revisando ex­ perimentalmente las predicciones hechas sobre la base de lo que conocemos."' El escéptico trata de afirmar su argumento presen­ tando el ataque de Sexto contra el razonamiento silogís­ tico. Para que un silogismo sea cierto, sus premisas deben ser ciertas. Para mostrar que las premisas son ciertas, se requiere mayor evidencia, lo que conduce o bien a una regresión infinita o bien al empleo de conclusiones como pruebas de las premisas. Además, no puede saberse si las premisas son ciertas a menos que de antemano se sepa que la conclusión es cierta. Y para saber que las premisas im plican la conclusión, tendríamos que mostrar que existe una conexión entre las primeras y la última, y que existe una conexión entre la conexión y el silogismo. Por si esto no bastara, también hay problemas acerca del criterio. Para determinar si algo ha sido demostrado, se necesitan un juez y un criterio de juicio. Pero, ¿sobre qué criterio se decidirá qué o quién es el juez o el criterio? Mientras estas dificultades no se resuelvan, sólo p o ­ demos saber cómo nos parecen las c o sa s."’ La réplica de Mersenne a esta crítica del conocimiento ' racional consiste en una versión pragmática de la teoría i aristotélica de las condiciones apropiadas para obtener - i conocimiento empírico e intelectual. Sin ofrecer ningún argumento señala que, en realidad, el hombre es el juez, y cada sentido es juez de sus propios objetos. Cuando vemos la luz del sol al mediodía, sabemos que es de día, y ningún argumento acerca de criterios o jueces establecerá una I b íd ., p p. 156-162. I b id ., p p . 17 9-18 9.

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diferencia. Si empleamos apropiadamente nuestras facul­ tades, d escu b rirem os máximas genuinas que todo el mundo acepta. No es necesario mostrar indudablemente qué es el criterio de verdad para estar seguro de estas máximas. Sin responder a las afirmaciones escépticas, Mersenne mostró cómo, en realidad, decidimos las cues­ tiones. Nos valemos de nuestros sentidos, nuestras re-l glas, nuestros instrumentos, y los evaluamos por medio!' de nuestras facultades racionales.-" ' De manera similar, pueden desdeñarse las objeciones pirrónicas al razonamiento silogístico. Simplemente, no es cierto que las conclusiones constituyan algunas de las pruebas de las premisas. Las primeras pueden sugerir las últimas, pero nunca establecerlas. La prueba de las premisas es, o bien una inducción tomada de materiales distintos de la conclusión, o bien la evidencia de las pre­ misas. Si el escéptico realmente duda de que hay premi­ sas que “ seducen” el entendimiento y le llevan a ciertas conclusiones, ¿puede dudar también de que sabe que duda? Si duda de esto, ¿puede dudar de que duda, y así sucesivamente? Por mucho que debata el escéptico, habrá de reconocer que algo es cierto, y por tanto “es necesario dar una despedida definitiva a vuestro pirronismo” .-' La estructura que Mersenne estaba tratando de edifi­ car entre la negativa escéptica de que poseemos algún co­ nocimiento, y la afirmación dogmática de que podemos conocer la verdadera naturaleza de las cosas se muestra en una digresión acerca de los méritos de las proposicio­ nes de Francis Bacon. Éste fue acusado de irse a los dos extremos. Los Idolos sólo son los antiguos argumentos es­ cépticos, y se puede disponer de ellos de una manera práctica, a base de sentido común. Los procedimientos positivos propuestos por Bacon para descubrir la verdad son imprácticos. Además del hecho de que no están basa­ dos en un verdadero método científico, no toman en cuenta nuestra total incapacidad para descubrir la verdaIb id ., p p . 190-195. Ib id ., p p . 19 6 -2 0 4 . L a c i t a e s t á e n l a p. 204.

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dora naturaleza de las cosas. Ante “ cualesquiera fenóme­ nos que puedan considerarse en filosofía, no debe pen­ sarse que podemos penetrar en la naturaleza de los indi­ viduos, ni en lo que ocurre dentro de ellos, pues nuestros sentidos, sin los cuales el entendimiento no puede cono■ cer nada, sólo perciben lo que es externo” .-Por otra parte, al terminar Mersenne el primer libro de La Venté des Sciences, desdeñando los argumentos pirróni­ cos acerca de la física y la metafísica indicando nueva­ mente que hay cosas que podemos conocer, y maneras prácticas para disipar las dudas, afirmó “ya no debemos rsuspender el juicio. Debemos aceptar la verdad en nues: tro entendimiento como el adorno y el mayor tesoro que puede recibir; de otra manera, estará en tinieblas eter^nas, sin tener ningún consuelo” .-'* Si esta aceptación de la fuerza del escepticismo y este propuesto medio pragmático para resolver las dudas no bastaran para eliminar el pirronismo, Mersenne ofrece entonces su respuesta última al escepticismo completo; el vasto cuerpo de información matemática y física que se conoce. Ante esto, ¿todavía puede alguien dudar? Y así, las últimas ochocientas páginas de Lo Venté des Sciences no son más que una lista de lo que se sabe de estos temas, las materias sobre las cuales no hay necesidad de suspensión de juicio. AI describir la aritmética y la geometría, junto con algunos extraños problemas de la filosofía de las ma­ temáticas, y la “teología'’ de las matemáticas, el pirrónico descubre gradualmente que su conjunto de conocimientos es “ excelente para derrocar al pirronismo que me hizo dudar de todas las cosas hasta que tuve la buena fortuna de encontrarme con vos” .- ’ El tipo de respuesta que Mersenne presentó al escepti­ cismo ha sido descrito por Lenoble como similar a la refu­ tación de Diógenes a Zenón simplemente con echarse a andar. El pirronismo ha sido refutado con sólo e.xhibir lo -- I b id ., p . 21 2. E l a n á l i s i s d o F r a n c i s B a c o n a p a r e c e e n l a s p p . 2 0 5 - 2 1 8 , ! b i d ., p p . 2 1 9 - 2 2 0 , L a c i t a e s t á e n l a p. 2 2 0 , Ib id ., p. 7 5 1 .

E L ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

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que conocemos.-= Pero los argumentos en pro del escepticismo completo han sido desdeñados, antes que refuta­ dos.-ló8.

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EL ESCEPI'ICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

229

aprobar el uso dado por Galileo al método matemático, co­ mentó Descartes,

Convengo enteramente con él en esto, y afirmo que no hay otros medios de descubrir la verdad. Pero me parece que le falta mucho ya que continuamente hace digresiones, y no se detiene a explicar una cuestión por completo, lo que muestra que no ha examinado las cosas de manera ordenada, y que, sin haber considerado la causa primera de la naturaleza, tan sólo ha bus­ cado las razones de algunos efectos particulares, y así, ha construido unos cimientos. Ahora bien, hasta el punto en que su manera de filosofar está cerca de la verdadera, hasta ese grado pueden reconocerse más fácilmente sus faltas, así como es más fácil ver cuándo se ha extraviado la gente que a veces sigue el camino recto, que cuándo se extravían los que nunca han tran­ sitado por él.'“ En el caso de los tres pensadores, Galileo, Campanclla y Descartes, aunque puede haber cierto desacuerdo sobre la base de las verdades de la “ ciencia nueva”, no hay ninguna duda de que la “ciencia nueva” es verdadera, y verdadera acerca de la naturaleza real del mundo físico. No hay un pirronismo epistemológico, sino una especie de realismo. La ciencia no es, pues, el desenlace constructivo de la duda completa, sino una especie de conocimiento que no está abierto a cuestiones, al nivel teórico ni al filosófico. Un siglo después había de prevalecer un tipo de visión filosófica que, de otra manera, se apartó de la vía media de los escépticos constructivos o mitigados. El cientismo de varias figuras de la Ilustración, como Condillac y Condorcet, consideraría al pirronismo como una especie de docta ignorancia que habría podido justificarse en la época som­ bría y metafísica de comienzos del siglo xvii, pero que no tenía lugar en la era ilustrada del siglo xviii. Las razones para dudar supuestamente habían caído eñ el olvido, ya que el progreso de la ciencia había revelado al mundo verda­ dero y real.”” D e s e a r le s , II,

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EL ESCEPTICISMO CONSTRUCTIVO O MITIGADO

Pero, como lo habían visto Mersenne y Gassendi, las rea­ lizaciones de la ciencia de ninguna manera refutaban el pirronismo, a menos que el escéptico fuese lo bastante loco o lo bastante impío para dudar de los descubrimientos de los hombres de ciencia, así como de sus bases. Estas últimas estaban abiertas a la duda, y habían sido socavadas por el ataque áelnouveau Pyrrhonisme. Pero las primeras eran tan convincentes y fidedignas como siempre. La verdad de las ciencias no estaba en cuestión, pero esta verdad, según los escépticos mitigados, sólo podía ser apreciada en términos de la crise pyrrhonienne, y no com o una res­ puesta racional y filosófica a ella. El triunfo del escepticismo constructivo com o núcleo de la moderna visión empírica y pragmática, el reconoci­ miento de que no pueden obtenerse fundamentos absolu­ tamente ciertos para nuestro conocimiento, y sin embargo, que poseemos normas para evaluar la confiabilidad y aplicabilidad de lo que hemos descubierto acerca del mundo, hubieron de aguardar al surgimiento y la decadencia de un nuevo dogmatismo. Aunque Mersenne y Gassendi fueron muy leídos y aprobados en su propia época, la aceptación de su tipo de visión filosófica como concepto importante no llegó hasta que se hicieron varios intentos por poner fin a la cñsepyrrhonienne levantando un nuevo fundamento intelec­ tual a la certidumbre humana. Durante un tiempo, los es­ cépticos constructivos quedaron en la sombra, mientras en el centro del escenario se representaba un nuevo drama metafísico y nuevos sistemas se proponían como respuesta al desafío escéptico. Y después de que nuevos sistemas, como los de Herbert de Cherbury, Jean de Silhon y René Descartes tuvieron el mismo destino de los anteriores, en­ tonces el escepticismo constructivo pudo ser absorbido por la corriente principal de la filosofía.

VIII. HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON Ni Herbert de Cherbury ni Jean de Silbón apreciaron sufi­ cientemente hasta qué grado el nouveau Pyirhonisme había socavado las bases del conocimiento humano; pero cada uno de ellos vio que había que enfrentarse a él, y enfren­ tarse de una manera nueva. El primero propuso un método muy elaborado para descubrir la verdad; el segundo trató de presentar algunas verdades fundamentales de las que no pudiera dudarse. Y, como lo vio el más grande de los adver­ sarios del escepticismo, René Descartes, cada uno falló de manera decisiva porque no comprendió el problema básico en cuestión. Eduardo, lord Herbert de Cherbury (1583-1648). fue el embajador de Inglaterra en Francia de 1618 a 1624,' donde entró en contacto tanto con la corriente de las ideas escép­ ticas como con los intentos que se hacían por contenerla. Es probable que en aquella época también conociese a Mersenne, del que se cree que tradujo al francés el libro de Herbert,- y a Gassendi, a quien se sabe que le entregó un ejemplar de su obra." También fue amigo del diplomático Diodati, miembro de la Tétrade, la sociedad de libertins érudits. Estando Herbert en París, enseñó su manuscrito a Grocio, quien conocía bien los escritos de Se.xto Empírico.' Finalmente, en 1624, después de años de trabajar en su obra ' to l, e l

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HERBERT DE CHERBURY Y .IE A N DE SILIION

232

maestra (que había comenzado en 1617, desde antes de su embajada en París) lleno de miedo y temblando por su posi­ ble recepción, Herbert creyó ver una señal de los cielos, y publicó De Veritate.'' Este libro empieza con un cuadro del triste estado de la cultura do la época, el caos de las creencias y el exceso de controversias. Hay algunos que dicen que podemos cono­ cerlo todo, y hay quienes dicen que no podemos conocer nada. Herbert insistió en que él no pertenecía a ninguna de estas escuelas sino que, antes bien, sostenía que podía conocersea/go. Lo que se necesita para reconocery evaluar el conocimiento que tenemos es una definición de la verdad, un criterio de la verdad y un método para descubrir la verdad. Cuando hayamos descubierto todo esto, no tendre­ mos paciencia con el escepticismo porque comprende­ remos que existen ciertas condiciones en que nuestras fa­ cultades son capaces de conocer los objetos.'' La primera proposición de De Veritate es anunciada au­ dazmente: “ la verdad existe” . Nos dice Herbert: “El único objeto de esta proposición es aseverar la existencia de la verdad contra los imbéciles y los escépticos.” ' Habiendo adoptado esta actitud en oposición al mensaje de los noveaux Pyrrhoniens, Herbert procedió a mostrar lo que es la verdad, y cómo se la puede alcanzar. Hay cuatro tipos de verdades, la verdad de las cosas como realmente son en sí mismas (re?'¿ías rei), la verdad de las cosas como nos parecen a nosotros (ventas apparentiae), y, por último las verdades intelectuales, las Nociones Comunes por las cuales juzga­ mos nuestras verdades subjetivas, las aparienciasy concepu n a

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

233

tos (ventas intellectus). La primera clase de verdad es abso­ luta; es “ la cosa tal como es” ,'' y es ésta la que estamos tratando de conocer por medio de las tres clases condicio­ nales de verdad, las que se encuentran más en el conocedor que en el objeto mismo. Partiendo de la información que tenemos sobre cómo nos parece el objeto, nuestra tarea consiste en descubrir una norma o criterio por el cual de­ terminar cuándo nuestra información subjetiva es con­ forme a la verdad de la cosa en sí. Lo que conocemos por las apariencias puede ser engañoso como guía sobre qué es el objeto real. La apariencia, como tal, siempre esgenuina; es decir, aparece tal como aparece. Pero no es necesariamente indicación de cuál puede ser la verdad de la cosa misma." De manera similar, los conceptos que nos formamos sobre la base de las experiencias que tenemos son enteramente nuestros y pueden coincidiré corresponder, o no, a las cosas de las que supuestamente son conceptos. “ Si el órgano sen­ sorio es imperfecto, o si es de mala calidad, si el espíritu está lleno de prejuicios engañosos, el concepto queda ente­ ramente viciado.” ’ " Así, la última clase de verdad, la ver­ dad del intelecto, se necesita para “ decidir en virtud de su capacidad innata o sus Nociones Comunes, si nuestras fa­ cultades subjetivas han ejercitado sus percepciones bien o mal” . ” Por esta norma o criterio podemos juzgar si hay conformidad entre la verdad de lacosay las verdades subje­ tivas de apariencia y concepto y, por tanto, si poseemos conocimiento objetivo. Trabajosamente. Herbert procede entonces a detallar, paso a paso, el método para llegar a las distintas clases de verdad subjetiva o condicional, para reconocer las Nocio­ nes Comunes o normas para evaluar si las verdades subjeti­ vas se conforman a la verdad de las cosas y, por último, para aplicar toda esta maquinaria a la búsqueda de la verdad. Como a todo nivel hay dificultades que han sido planteadas por los escépticos, hay que hacer una evaluación minuciosa " "

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H e r b e r t , De Ibid., p . 8 4 , Ibid., p , 8 ( 3 , Ibid., p , 8 6 ,

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILBON

234

de las condiciones necesarias para precisar toda clase de verdad. Herbert empieza por ofrecer cuatro condiciones que el objeto debe satisfacer para ser cognoscible, presen­ tando algunas de éstas como Nociones Comunes, verdades innatas o universalmente admitidas. Estas condiciones es­ pecifican que lo que va a conocerse debe caer dentro de la gamay tener las características con que pueden tratar nues­ tras facultades y capacidades. Luego, para que la aparien­ cia del objeto pueda ser puesta en conformidad con el ob­ jeto, se establece una nueva serie de condiciones, en gran parte basada en el análisis aristotélico de los medios para obtener la verdadera percepción. Se nos ofrecen reglas que especifican cuándo el objeto está en circunstancias tales que podemos obtener una apropiada apariencia o seme­ janza de él. Muchos de los casos engañosos de la percepción planteados por los escépticos pueden explicarse como de­ bidos a la ausencia de una o más de las condiciones. Cuando un apropiado objeto de conocimiento es perci­ bido en estas condiciones, de modo que puede obtenerse una verdadera apariencia, entonces somos capaces, en condiciones especificables, de obtener un verdadero con­ cepto de la cosa. Puede suponerse que la apariencia está “ en una precisa conformidad externa con su original” , y que aquello que se requiere entonces es un medio de preci­ sar cuándo nuestra idea interna del objeto se conforma exactamente a la verdadera apariencia. Se presentan otras opiniones de Aristóteles relacionadas con las condiciones apropiadas del órgano sénsorio y el método apropiado para la formación de conceptos. Esto elimina las dificultades planteadas por los escépticos basadas en las ideas que nos formamos de las cosas cuando hay algún defecto en nuestros órganos de la sensación y la razón, como la ictericia que influye sobre los colores, o la embriaguez que influye sobre nuestros conceptos de las cosas. Herbert asevera que cuando se satisfacen las condicio­ nes de la verdadera apariencia y los verdaderos conceptos, '' "

Ibid., Ibid.. Ibid.,

p p . 9 0 -1 0 0 . p . 101. p p . 1 0 2 -1 0 4 .

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILBON

235

entonces nos encontramos en posición de obtener verdades intelectuales indiscutibles. La apariencia se conforma o corresponde al objeto. El concepto se conforma o corres­ ponde a la apariencia. Entonces el intelecto puede llegar al verdadero conocimiento acerca del objeto juzgando si el concepto se relaciona con la cosa misma. “Es importante notar que el intelecto nunca se engaña cuando está pre­ sente un objeto real, o cuando se cumple con las verdaderas reglas de la conformidad. Cuando está presente un objeto real, aun cuando se tome de la memoria, y cuando se satisfa­ cen las verdaderas condiciones, sostengo yo que el intelecto asevera la verdad hasta en sueños.” La base de esta gran seguridad de que puede conocerse algo acerca del mundo real es la teoría de las Nociones Comunes. Por sí solas, nuestras facultades de sentido y ra­ zón, por muy bien que estén .trabajando, serían insuficien­ tes para garantizarnos alguna verdad acerca de los objetos, pues exclusivamente por estas facultades nunca podríamos decir si estábamos en la situación descrita por los escépti­ cos, viviendo en un ilusorio universo mental o, al menos, en uno cuya objetividad nunca podríamos determinar, o si es­ tábamos en posesión de algunas verdades acerca del mundo. El puente entre el mundo revelado a nosotros por nuestras facultades subjetivas y el mundo real consiste en las Nociones Comunes que nos capacitan a juzgar de la veracidad de nuestra visión del mundo. Por estas verdades innatas, “ nuestros espíritus quedan capacitados a llegar a decisiones sobre los acontecimientos que ocurren en el tea­ tro del mundo” . Y sólo mediante su ayuda puede el inte­ lecto “ llegar a decidir si nuestras facultades subjetivas tienen un conocimiento preciso de los hechos”. Y es em­ pleándolas como podemos distinguir la verdad de la men­ tira.'" ¿Qué son estos tesoros, estas Nociones Comunes? “ Ver­ dades del intelecto, entonces, con ciertas Nociones Comu­ nes que se encuentran en todas las personas normales; las Ibid., Ibid..

p . 101. p p . 1 0 5 -1 0 6 .

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

23 6

cuales nociones son, por decirlo así, constituyentes de todo y se derivan de la sabiduría universaly están impresas en el alma por los dictados de la naturaleza misma.” Lo que no se conoce con ayuda de estas ideas innatas “ no puede de­ mostrarse que sea verdad en sentido estricto”. ' ” Estas ver­ dades fundamentales del intelecto no pueden ser negadas más que por locos, idiotas u otros que son incapaces de comprenderlas. Si estamos en nuestro sano juicio tenemos que aceptarlas, a menos que prefiramos la incertidumbre para siempre.'" La primera prueba, básica, de si alguna proposición es una de estas indudables Nociones Comunes es si ha obtenido o no el consentimiento universal. En este caso, nada podrá convencernos de su falsedad. A menos que se acepte esta norma, no habrá estabilidad en el actual torbellino de opiniones conflictivas en materia de religión y de ciencia. “ La masa miserable y aterrorizada no tiene re­ fugio, a menos que se establezca algún inconmovible fun­ damento de verdad, basado en el asentimiento universal, el cual puedan buscar entre las dudas de la teología o de la filosofía.”-" Así pues, proclamó Herbert, “por tanto, en mi opinión, debe tomarse al Consentimiento universal como el principio y fin de la teología y la filosofía” .-' Dios nos ha dado providencialmente todas estas verdades; por tanto, son dignas de fe, además de ser la única base que poseemos para obtener el conocimiento del mundo real. Varios pasajes parecen indicar que el esquema de Her­ bert para descubrir las v'erdades que son universalmente aceptadas es la simple inspección empírica. Para encontrar la Noción Común de Ley, nos dice, hemos de investigar y descubrir aquellas leyes “ que son aprobadas por todo el mundo” .-- Los argumentos que Locke había de emplear con"

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237

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHOM

tra la teoría de Herbert están ya previstos. No hay que examinar a los idiotas ni a los locos, pues las Nociones Comunes sólo se encuentran en la gente normal. (Esto, desde luego, crea un problema que Herbert no reconoció, a saber, ¿cómo sabemos quién es normal? Si es por el hecho de que alguien conviene en una Noción Común, entonces, ¿cómo expresamos estas verdades innatas, para empezar?) De manera similar, quedan descontados infantes y embrio­ nes. porque son regulados inconscientemente por Dios.-'’ Pero, al examinar a la gente madura y normal de todas partes, encontramos que existen algunas ideas compartidas por todos, como la deque hay una causa primera y un propó­ sito en el mundo.-^ No podemos saber por qué tenemos estas Nociones Comunes, así como no podemos explicar por qué tenemos nuestras experiencias sensorias. Todo lo que po­ demos observar es que las tenemos, y que son universales. “ Todo el que persistente y tercamente prefiera rechazar estos principios igualmente podrá taparse las orejas, cerrar los ojos y despojarse de toda humanidad.” --’ Con las Nociones Comunes podemos llegar a una convic­ ción, a la certidumbre matemática, que de otra manera no podríamos lograr. Quienes tratan de obtener conocimiento mediante los sentidos externos no pueden ir “más allá de la cáscara externa de las cosas” , y lo mismo podrían “tomar alimentos por las orejas” .-" Pero nuestras ideas innatas, nuestro instinto natural, nuestras Nociones Comunes nos ofrecen una base para alcanzar la certidumbre. Nuestro razonamiento lógico y nuestra interpretación de la expe­ riencia como fuente de información acerca del mundo real tienen como fundamentos estos principios, y estos princi­ pios son tan fundamentales que no es posible dudar de ellos sin destruir toda posibilidad de conocimiento. Así, nos dice Herbert, “ estas Nociones ejercen una autoridad tan proIbid.. p p . 1 1 9 y 1 2 5 . V é a s e . J o h n laiidhig. e n Works üf.Jolni Locke. l i a . 13-32. H e r b e r t .

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

238

funda que cualesquiera que dudase de ellas trastornaría todo el orden natural y se despojaría de su humanidad. No es posible disputar estos principios. Mientras se les en­ tienda, es imposible negarlos” . ” Sin profundizar más en la complicada teoría de Herbert de Cherbury, podemos verla como un intento de respuesta al problema del conocimiento planteado por los escépticos, que contiene un método elaborado para establecer apa­ riencias y conceptos precisos o ciertos, y que luego ofrece las Nociones Comunes como la norma, largamente buscada, para juzgar la verdad de nuestra información más fide­ digna. Toda persona nbrmal posee la norma, o la regla de fe. (Si no está consciente de ello, puede encontrarla, descrita y codificada, en De Veñtate.) Por tanto, todo lo que tenemos que hacer es, primero, asegurarnos de que se satisfacen las condiciones apropiadas de percepción y formación de con­ ceptos, y luego emplear la apropiada Noción Común o Nociones, obteniendo así un conocimiento que está en conformidad con la cosa misma. Por tanto, aunque todas nuestras ideas son subjetivas, tenemos una norma por la cual juzgar cuándo tienen una referencia objetiva, y así podemos descubrir algunas verdades auténticas. La re­ gla de fe queda garantizada por su universalidad y por la convicción de certidumbre que implanta en nosotros, así como por el hecho de que todo cuestionamiento de la norma tendría consecuencias desastrosas, destruyendo la posibilidad misma de,todo conocimiento objetivo. Este nuevo sistema para enfrentarse a la cñse pyrrhonienne queda obviamente expuesto a objeciones escépticas casi a todo nivel. Puede dudarse, y se ha dudado, de que existan algunas Nociones Comunes, algunos principios so­ bre los que haya consenso universal. Los antiguos pirróni­ cos trataron de mostrar que toda creencia fundamental, sea en lógica, metafísica, ciencia, ética, etc., ha sido refutada por alguien. Herbert bien puede desdeñar esto afirmando que sus impugnadores debieron de estar locos. Pero esto plantea otrq problema escéptico: ¿Cómo sabemos quién r

-■ Ibid.,

p .

140.

239

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

está loco y quién no lo está, sin cometer petición de princi­ pio? Aun si pudiésemos aceptar la afirmación de que hay Nociones Comunes que todo el mundo acepta, podríamos permanecer escépticos ante el esquema general de Herbert acerca del conocimiento objetivo. ¿Por qué lo que todos aceptamos ha de ser decisivo para descubrir cómo es el mundo real? Aun si pudiésemos establecer normas fidedig­ nas para juzgar la precisión de los datos (aunque también podemos dudar de que las condiciones de Herbert sean las adecuadas), y si tuviésemos conceptos apropiados (aunque también podríamos cuestionar que las afirmaciones de Herbert son las correctas), y aun cuando todos estuviésemos de acuerdo en cómo aplicarlas, ¿qué nos revelaría esto acerca de la verdad de las cosas en sí mismas? Cuando Herbert apela a nuestro sentimiento de certidumbre y a nuestra necesidad de aceptar su esquema si queremos te­ ner algún conocimiento real, comete petición de principio. Y aun si estamos de acuerdo con su teoría acerca de las verdades de apariencia, las verdades de conceptos y las verdades de intelecto, aún no podemos saber si pue­ de haber algunas verdades de cosas. Y mientras no poda­ mos determinar estas últimas, ¿cómo hemos de saber si los procedimientos propuestos por Herbert culminan en el d escu brim iento del conocim iento genuino acerca del mundo real? Aunque el antídoto de Herbert de Cherbury al escepti­ cismo parece que fue bien recibido en su época,-** fue some­ tido a devastadoras críticas, mucho antes de Locke, por Gassendi y Descartes. El primero lo atacó como dogmatismo indefendible que en realidad no había logrado vencer a los escépticos, mientras que el último lo atacó por considerarlo un dogmatismo inadecuado que no lograba refutar al pirro­ nismo por no haberse enfrentado al problema fundamental en cuestión. Hasta nosotros han llegado dos versiones de las objecio­ nes de Gassendi, una de ellas, una carta bastante cortés a •“ d e

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240

HERBERT DE H ERBU RY Y JEAN DE SILHON

Herbert, que nunca le envió, en que plantea algunas cues­ tiones básicas; y la otra, escrita a su amigo común, Diodati, que contiene una airada denuncia. La segunda parece re­ presentar la verdadera opinión que Gassendi tenía del nuevo sistema filosófico de Herbert para enfrentarse al desafío escéptico, a saber, que este esquema no era más que un laberinto de confusiones que no lograba nada. Primero, Gassendi se mostró escandalizado de que tanta gente, in­ cluso el Papa, hubiese elogiado el De Veritate. (Pero, como veremos pronto, Gassendi, en su carta a Herbert, apiló ex­ travagantes cumplidos al autor y a su libro.) La verdad que Herbert afirmaba haber descubierto fue declarada desco­ nocida e incognoscible por Gassendi. Sin saber lo que la verdad realmente es, puede discernirse que Herbert no la ha encontrado y no ha contestado a los escépticos. Así como podemos saber que el rey no está ni en Aix ni en Mar­ sella, sin saber definitivamente dónde está, podemos ver que hay algo errado en los esquemas de Herbert, sin necesi­ dad de tener un contradogmatismo para sustituirlo.-” Todo lo que podemos decir del nuevo sistema es que “ no es más que una especie de dialéctica que bien puede tener sus ventajas, pero que no nos impide hacer, si queremos, otros cien esquemas de valor similar, y quizá de mayor valor” .-*” Habiendo hecho estos comentarios, Gassendi formuló entonces, brevemente, una dificultad escéptica que, en su opinión, reducía a nada todos los esfuerzos de Herbert de Cherbury. Según su esquema, el criterio o norma de verdad es el instinto natural y nuestras facultades interiores (las Nociones Comunes), porlasqu e cada uno de nosotrospuede juzgar de la verdadera naturaleza de las cosas. Pero, si esto es así, ¿cómo explicar “ la gran diversidad de opiniones que se han encontrado casi respecto a todo?” Cada persona está convencida por su propio instinto natural y sus facultades interiores. Si se vale de los medios de Herbert para explicar la discrepancia, cada quien declarará que el otro “ no es Ib íd .. p p . 33tí-337. •" I b id ., p. 337.

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

241

sano ni completo”, y cada quien creerá esto sobre la base de sus propias verdades d e intelecto. A sí pues, todos llegarán a un callejón sin salida, puesto que cada quien pensará, natu­ ralmente, que tiene la razón, y apelará a las mismas normas internas. No tendrán un criterio para determinar cuá­ les serán las opiniones correctas, pues, “ ¿Quién será juez de ello y podrá probar que tiene el derecho de no ser con­ siderado como parte de ninguno de los bandos en pug­ na?” ^’ Mientras existan desacuerdos prácticamente respecto a todo tema, el mismo problema escéptico que había surgido durante la Reforma viciará también la filosofía de Herbert. Cada individuo puede encontrar subjetivamente la verdad de las cosas, de acuerdo con las normas que lleva den­ tro de sí; pero, ¿quién ha de juzgar la verdad cuando diferen­ tes personas están en desacuerdo y cada una está subjeti­ vamente convencida? Herbert insistió en que había un acuerdo universal sobre ciertas cuestiones básicas, salvo para idiotas, niños en primera infancia, etc. Pero, entonces, ¿quién o qué puede ser el juez de la cordura, la salud men­ tal, la madurez mental, si cada uno de los bandos en pugna afirma poseer estas cualidades? Por tanto, concluyó Gas­ sendi, el esquema de Herbertera incapaz de determinarlas verdades de la naturaleza, pues estaba basado en una nor­ ma tan débil e inconstante como el instinto natural o la convicción interna.**La otra carta de Gassendi, dirigida al propio autor, desa­ rrolla en forma mucho m áselaboradaygeneral una especie de crítica similar. Dice, en efecto, que Herbert no ha refu­ tado el escepticismo, y que pueden plantearse dificultades escépticas que socaven el valor de su complejo esquema. Después de elogiar desmesuradamente al autor, llamán­ dolo “ tesoro de Inglaterra” , surgido para suceder a Francis Bacon, Gassendi mostró que una vez establecida la tradi­ cional distinción escéptica entre la verdad de las cosas en sí Ib id ., p . 33 7. Ib id ., p. 33 8.

242

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

y la verdad de las apariencias, entonces el esquema de Herbert no ayudaría ni en lo mínimo a extender nuestro co­ nocimiento de las apariencias a la realidad. De lo único de que tenemos conciencia es de cómo parecen las cosas, que la miel parece dulce y el fuego caliente. Tratar de ir más allá del conocimiento de estas apariencias es exhibir una mal­ hadada propensión mental porque, hasta ahora, sólo Dios conoce la verdadera naturaleza de las cosas. Toda la ma­ quinaria delDe Veñtate no nos revela la verdad en su pureza sino que, antes bien, sólo muestra más acerca de las condi­ ciones en que se nos aparece, condiciones en que podemos obtener un conocimiento adecuado y útil acerca de la expe­ riencia, pero no las condiciones en que descubrimos la no condicionada ventáis rei. Como lo indicó a Diodati, la teoría de las Nociones Comunes realmente no resuelve nada, ya que, ante todo, no hay un acuerdo universal sobre los problemas, y, en segundo lugar, no tenemos normas ni criterios para determinar de quién serán las Nociones Comunes que puedan ser medida o regla de verdad. Por consiguiente, sigue en pie la crisis escéptica, y todo lo que podemos hacer es buscar las verdades de apa­ riencia, olvidándonos del grandioso esquema de Herbert acerca de tipos de verdad, condiciones de verdad. N o c io ­ nes Comunes, etc., que no nos ayudan en nada a descubrir cuándo nuestra experiencia y nuestros conceptos se re­ lacionan o se conforman al mundo real.''-' Otra crítica posiblemente más incisiva del De Veñtate fue expresada por René Descartes quien, en contraste con Gassendi, veía con ojos muy favorables su objetivo de re­ futar el escepticismo y, por tanto, estaba más consciente de su falla fundamental. Mersenne había enviado a Des­ cartes un ejemplar del libro de Herbert en 1639, y recibió una crítica detallada de la obra. El libro, observó Descar­ tes, trata de “ un tema en el que yo he trabajado toda mi vida” , pero “sigue un camino muy distinto del que yo he seguido” . El básico punto de diferencia entre la obra de C a r t a

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111. p .

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243

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

Descartes y la de Herbert fue que este último estaba tra­ tando de descubrir lo que es la verdad, mientras que el primero insistía en que nunca había tenido ninguna duda o dificultad a este respecto, porque la verdad “ es una no­ ción tan trascendentalmente clara que es imposible no conocerla” . El problema fundamental del enfoque de Herbert, tal como lo veía Descartes, era que si no conocíamos de an­ temano lo que es la verdad, no tendríamos manera de aprenderlo. ¿Por qué habíamos de aceptarlos resultados de Descartes a menos que estuviésemos seguros de que eran ciertos? Si pudiéramos decir que eran ciertos, ten­ dríamos que conocer ya lo que era la verdad para recono­ cer que el esquema de De Ventate era un método para me­ dir o descubrir la verdad. El problema así planteado es similar al del Menón de Platón y al de una de las críticas hechas a la “ vía de examen” calvinista: ¿Cómo podemos encontrar la verdad por medio de un conjunto de operaciones, a men os que sepamos qué estamos buscando?-'® El único conocimiento que podemos obtener en este terreno es el empleo de la palabra; cómo se usa en francés el término venté. Pero ninguna definición nos ayuda a cono­ cer la naturaleza de la verdad. Esta noción, como varias otras ideas fundamentales, como figura, tamaño, movi­ miento, lugar y tiempo, sólo pueden conocerse por intui­ ción. Si intentamos definirlas “ las oscurecemos, hasta confundirnos por completo” . El hombre que camina por una habitación comprende lo que es el movimiento mejor que la persona que aprende la definición en un libro de texto. Así, supuestamente, ocurre a la verdad. El hombre que ha experimentado o ha conocido una verdad puede comprender el problema del conocimiento mejor que la persona que trata de establecer un grupo de definiciones y procedimientos para descubrir una verdad. Herbert teR e n e

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1639,

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

244

nía muchos aparatos de medición, pero no podía saber lo que medía. Descartes comenzó con la conciencia de una verdad, y construyó su medida de la verdad a par­ tir de ella. Herbert podía tener un criterio, pero no po­ día decir si era el criteriode la verdad. Descartes poseía una verdad, el cogito, para poner a prueba con ella su criterio.'"’ En cuanto al propio criterio de Herbert, Descartes lo encontró expuesto a una grave objeción. Herbert “toma el consentimiento universal como regla de sus verdades” . Pero mucha gente (“ por ejemplo, todos los que conoce­ mos” ) pueden convenir en los mismos errores, por lo que el consentimiento universal, no es forma fidedigna. La re­ gla de verdad de Descartes, la ley natural, es la misma en todos los hombres, y si la emplean convendrán todos en las mismas verdades. Pero com o prácticamente nadie se vale de su luz natural, resulta muy probable que mucho de lo que la gente cree hoy sea dudoso o erróneo, y que algunas verdades que pueden conocerse nunca hayan sido reconocidas o pensadas.’*^Además, el instinto natural, que Herbert empleó como fuente fundamental de las Nociones Comunes, no necesariamente es buena guia que debamos seguir. La parte de nuestra inclinación natural que se de­ riva de nuestra naturaleza corpórea o animal puede ser engañosa, mientras que sólo es digno de confianza el ins­ tinto natural, que es la luz natural.’"* Así pues, la norma introducida por Herbert, basada en el consentimiento común del instinto natural puede dar malos resultados. Son prevalecientes los errores universales, y nuestras na­ turalezas animales pueden llevarnos a creer todo tipo de cosas que pueden o no ser ciertas. Desde dos lados distintos, el del escéptico mitigado y el del dogmático completo, la respuesta de Herbert de Cherbury al escepticismo resultó fallida. Gassendi vio que el nuevo esquema no descubría la verdad de las cosas y en D e s c a r t e s ,

Ibid., Ibid.,

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

245

realidad conducía a una especie de escepticismo ya que, en realidad, no había un acuerdo universal en nada. Des­ cartes vio que Herbert había partido de una base falsa y ofrecía un criterio inadecuado. Para derrotar el escepti­ cismo debemos saber lo que es la verdad, y no buscarla por un conjunto de procedimientos cuya relación con la búsqueda no puede determinarse. Y también hemos de poseer un criterio de verdad que no pueda confundir lo verdadero con lo falso o lo dudoso. Si Herbert no había ofrecido una solución satisfactoria a la crise pynhonienne, otros se mostraron dispuestos a in­ tentarlo. Dos años después de la primera publicación del De Veritate, Jean de Silhon, extraña figura ecléctica, entró en la liza. Era uno de los jóvenes brillantes que habían ayudado a Richelieu y a Mazarino a edificar la nueva Francia, y era amigo de René Descartes, de Guez de Balzac y de muchos de quienes estaban combatiendo a los monstruos que amenazaban a la religión. La respuesta de Silhon al escepticismo apareció como parte de un extenso programa apologético, en contra de un enemigo que es­ taba ya a las puertas, contra el ateísmo que le rodeaba. La respuesta de Silhon es interesante no sólo por su lugar en la historia del contraataque a los nouveaux Pyirhoniens, sino también por ciertas notables semejanzas con el pen­ samiento de Descartes, así como por algunas ideas que Pascal acaso tomara de él. Como mejor puede entenderse el plan general de la obra de Silhon es dentro del movimiento apologético de su época. En todas partes hay quienes dudan de la verda­ dera religión. Para defender la fe, no basta con señalar lo que Dios requiere que creamos. Antes hay que estable­ cer que existe un Dios y que poseemos qn alma inmortal. Pero antes de poder llegar a estas verdades básicas, hay que eliminar una de las causas de la irreligión: el escep­ ticismo. Los pirrónicos niegan la posibilidad misma del conocimiento; por tanto, antes de poder conocer las dos verdades básicas de la religión, hay que mostrar que es posible el conocimiento en general, y luego, que puede

246

HERBERT DE CHERBUHY Y JEAN DE SILHON

alcanzarse este conocim iento en particular. Así pues, sólo puede alcanzarse la meta apologética después de refutar''-' el pirronismo de Montaigne.'"' Antes de examinar la respuesta de Silhon al pirro­ nismo, deseo añadir unas cuantas palabras, como parén­ tesis, acerca de la extraña interpretación ofrecida por el célebre sabio francés Fortunat Strowski, quien acusó a Silhon de ser un librepensador como Naudé. El único elemento apologético que Strowski pudo percibir fue que Silhon estaba haciendo la apología de la política de su pa­ trón, el cardenal Richelieu. Strowsky clasificó a Silhon entre los peores villanos de la época porque, dijo, en pri­ mer lugar, Silhon era un “ escritor mediocre” (lo cual, aun­ que es cierto, no muestra que fuera insincero) y, en segun­ do, que era un plagiario, que se robaba ideas de las obras inéditas de Descartes (“ Silhon lo saquea desvergonzada­ mente”). Pero, aun si esto fuera cierto, no resultaría gran prueba de lihertinage. Además, como veremos, existe una grave dificultad al determinar si Silhon o Descartes es el responsable de sus ideas comunes. Sea como fuere, nada del texto de Silhon ni lo que sabemos de él indica que en realidad estuviese en contra de la causa apologética, o que fuese indiferente a ella; sino, antes bien, que a su propia, débil manera, estaba tratando de contener la marea del escepticismo y la irreligión.'" La campaña de Silhon comenzó en 1626 con la publica­ ción de su obra Les Deux Yeritez, título que recuerda la de M o n t a ig n e t ic is m o . d e

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

247

Charron. Al principio, en su Discours Premier, Silhon atacó la opinión, aceptada hasta por algunos cristianos, de que no hay ciencia de nada, y de que es lícito dudar de todo. Los cristianos tienen las Escrituras que les informan de cosas visibles que pueden conducir a verdades invisibles, y les indican que, por tanto, no deben ser escépticos. Y los filósofos conocen “ proposiciones y máximas investidas con tanta claridad y que llevan en sí mismas tanta eviden­ cia que al mismo tiempo que se conciben quedamos con­ vencidos de ellas, y es imposible que exista un entendi­ miento que pudiera rechazarlas” .''^ Como ejemplos de ta­ les verdades ofreció Silhon “todo es, o no es. Que todo lo que tiene ser o bien lo toma de sí mismo o lo ha recibido de otro. Que el todo es mayor que sus partes, etc.” .'"’ De aquí podemos sacar inferencias. El pirrónico, si aún no está convencido, o bien sabe que no puede haber ciencia, y por tanto posee una ciencia consistente en esta verdad, o no sabe que no puede haber ciencia, y por tanto no tiene razón para h acer esta afirma­ ción. “ En cuanto a esta cadena y ristra de dudas del señor Montaigne en favor del pirronismo, logra lo contrario de lo que se proponía, y deseando probar que no hay cono­ cimiento para humillar la vanidad que a menudo inspira éste en nosotros, hace nuestro entendimiento capaz de un progreso infinito de acciones.” '*'' El último punto plan­ teado por Silhon era similar a uno de Herbert, a saber, el apelar a la naturalidad de nuestras capacidades razona­ doras, a nuestra inclinación natural a aceptar la racio­ nalidad. Suponiendo que estas tendencias han sido im­ plantadas en nosotros por la Naturaleza, ¿habrían sido implantadas en nosotros si no nos condujeran a la verdad?'*’’ En su primer esfuerzo por vencer a los pirrónicos, Sil­ hon quedó lejos de su objetivo; o bien cometió petición de principio, o bien perdió de vista el argumento principal. El pirrónico no estaba cuestionando que algunas proposiJ c a n d e S ilh o n ,L e s

¡bid., Ibid., Ibid.,

p p . 1 6 -1 7 . p . 18. p p . 1 8 -2 0 .

Deux Veritez,

p . 16.

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

248

ciones parezcan ciertas, sino que tengamos la evidencia adecuada de que lo son. Estaba tratando de evitar la afir­ mación positiva de que nada puede conocerse, y en cam­ bio suspendía el juicio sobre la cuestión. Y por último, el pirrónico fácilmente podía cuestionar la suposición de Silbón de que nuestras facultades son resultado de una benévola Natura, y que, por tanto, se puede confiar en ellas. Después de este ataque inicial contra el pirronismo. Silbón empezó a ver que su argumento acaso no fuese adecuado para la tarea de derrotar el escepticismo, si su oponente realmente estaba determinado. Así pues, en su segundo libro de 1634, De Vlmmortalité de l’Ame, ofrece un argumento mucbo más profundo e interesante, que re­ fleja, quizá, su conocimiento del joven René Descartes, '” o posiblem ente de algún pirrónico tan agudo como La Motbe Le Vayer. ’’ Después de dedicar cien páginas a la teoría maquiavélica de que la doctrina de la inmortalidad se inventó por razones políticas en su Discours Second presenta Silbón una Refutación del pirronismo y de las ra­ zones que Montaigne presenta para establecerlo. '*^ Su propó­ sito, al analizar el escepticismo, fue el mismo de antes: para mostrar que Dios existe, y que el alma es inmortal, primero es necesario mostrar que es posible el conoci­ miento. Si bay quien duda del conocimiento, entonces se puede dudar de que la Revelación proceda de Dios, y en­ tonces se desvanecerá 'toda certidumbre. Las dudas que los escépticos plantean acerca de nuestro conocimiento sensorial son de graves consecuencias para el cristiano, ya que su conocimiento religioso depende de signos de Dios tales como los milagros de Cristo, que se conocen por i«

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HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

249

medio de los s e n t i d o s . P o r tanto, “ si los cristianos que han protegido el pirronismo hubiesen prevdsto las conse­ cuencias de este error, no dudo de que lo habrían abando­ nado” .''® Ni siquiera Montaigne, sugiere Silhon, realmente creyó por completo en el pirronismo, sino que sólo estaba atacando la presunción de la gente que trataba de razonar en exceso.'" El ataque al pirronismo que mostrará que “ ésta es una visión extravagante, y un error insoportable en la razón ordinaria, y contrario a la experiencia” , " comienza con una extensa versión del argumento de que aseverar que no hay ciencia de nada es algo que lleva en sí su propia destrucción. Si se sabe que esto es cierto, entonces tene­ mos un conocimiento, y si no, entonces, ¿por qué hemos de suponer que la ignorancia es la medida o regla de todas las cosas? Si la proposición “No hay ciencia de nada” es evidente o demostrable, entonces hay al menos una cien­ cia, a saber, la que contiene este verdadero principio.'’® En este punto, después de volver a un terreno ya trillado, Silhon observó que Montaigne no había caído en la trampa, ya que el pirrónico Montaigne era demasiado dubitativo e irresoluto para afirmar siquiera que nada puede saberse. Pero esta defensa, afirma Silhon, conduce a una ridicula infinitud de dudas sobre si tenemos la cer­ teza de que debemos dudar de que dudamos, y así infini­ tamente. Cualquiera que tenga sentido común y razón puede ver que o bien hemos de tener “ un conocimiento final experimentado como cierto e infalible” " p or el cual comprendemos evidente y necesariamente, ya sea que sa­ bemos algo, o que no lo sabemos, o bien tenemos dudas. Y en este punto habrá terminado la defensa de Montaigne. Pero suponiendo que el pirronismo sea una opinión razonable, consideremos si nuestros sentidos y nuestro Silohn, I m m o r t a U t é . pp. 103-107. pp. 107-108. m d . , p. 108. ¡ h i d ., p. 108. “ ¡ h i d ., pp. 109-112. ¡ h i d ., p. 113. I b i d ..

250

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

entendimiento son tan débiles y falaces como afirman los escépticos. Tenemos, como Silbón lo había afirmado pre­ viamente en sus Deux Veritez, principios básicos que, en cuanto son presentados a nuestro entendimiento “ él los comprende y se apodera de ellos sin ninguna dificul­ tad” , p o r ejemplo, todo es necesario o contingente; el todo es mayor que sus partes, etc. Sólo la gente resuelta a negarlo todo puede negar estas verdades. Los demás po­ demos emplear esto como fundamento para desarrollar las ciencias.-"’® Silbón procedió entonces a desarrollar la última parte de su respuesta, a partir de su volumen anterior. La natu­ raleza cometería un grave error si poseyésemos esta vio­ lenta inclinación a conocer y el conocimiento fuera impo­ sible. Nuestras artes y ciencias para encontrar la verdad serían superfinas si no hubiera verdad. No puede haber ciencias o artes de cosas imposibles y, por tanto, si tene­ mos ciencias y artes, deben tener objetivos posibles. El hecho de que tengamos reglas de lógica para descubrir verdades y para distinguirlas de las mentiras parece re­ querir cierto conocimiento a partir del cual construir las reglas, así como el dibujar los mapas del Nuevo Mundo requirió que éste ya hubiese sido d e s c u b i e r t o .A s í pues, cometiendo petición de principio. Silbón insistió en que, puesto que tenemos un criterio que aceptamos como cierto, debemos poseer la verdad; sin embargo, no vio que el criterio aún podía ser negado, a menos que ya conocié­ semos cierta verdad y pudiésemos mostrar que las normas en uso realmente eran las medidas apropiadas para ella. Después de esto. Silbón se enfrentó al que consideraba “ el principal argumento de Montaigne” , lo engañoso de nuestros sentidos. Si no hay nada en el intelecto que no esté primero en los sentidos, y si los sentidos son falaces o engañosos, entonces todo nuestro razonamiento es inse­ guro. Silbón enumeró el tipo de pruebas planteadas por

■ ”

Ibid., p. 117., Ibid., pp. 117-122. Ibid., pp. 123-127.

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25 1

Montaigne: ilusiones, enfermedad, locura, sueños, y luego preguntó si Montaigne tenía razón.-"’** Si la tenía, esto equi­ valdría a una blasfemia, pues negaría la bondad y compe­ tencia de nuestro Creador. Debemos creer en lo fidedigno de nuestros sentidos, pues “ la confusión es demasiado grande para pensar que Dios no supo cómo prevenirla, y sería injurioso a Su bondad y contrario a los testimonios infinitos q.ue tenemos de Su amor pensar que no lo quiso así” .-"’*' La sabiduría y la bondad de Dios requieren que nuestros sentidos sean precisos. Pero, entonces, ¿cómo explicar los casos de Montaigne? Silbón explicó que las ilusiones se debían al mal uso de.nuestros sentidos, de acuerdo con el análisis aristotélico. Si los sentidos están funcionando bien y se les em plea en las condiciones apropiadas, no fallarán. Las ilusiones son, todas ellas, “ casos fortuitos y raros, cosas accidentales a la vista y contrarias al orden que la naturaleza ha implantado para su operación” .““ La razón y una buena operación sensoria pueden eliminar toda posibilidad de engaño cuando per­ cibimos un remo doblado, etc. También puede resolverse fácilmente el problema de los sueños. La gente racional puede notar la diferencia entre el sueño y la vigilia, y por tanto no hay verdadera dificultad. Cuando despiertan, pueden saber que su experiencia anterior fue parte de un sueño. Lo mismo puede decirse de las extrañas experien­ cias que tiene el hombre cuando está ebrio o enfermo.®' En este punto. Silbón anuncia, triunfante, que ha refu­ tado la afirmación de que todo nuestro conocimiento es en­ gañoso e incierto; pero, posiblemente por sus conversacio­ nes con Descartes, Silbón comprendió que un escéptico verdaderam ente determ inado no quedaría co n v en c i­ do por su supuesta refutación de Montaigne. Para satis­ facer al más renuente de los pirrónicos. Silbón tuvo que encontrar un argumento final, “ aquí está el conocimiento cierto, en cualquier sentido que se le considere o cuando

""

Ibid., Ibid., Ibid., Ibid.,

p. 153. p. 156. p. 167. pp. 168-176.

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252

se le examine, y del que es imposible que dude y no esté seguro un hombre capaz de reflexión y razón” . E s t e co­ nocimiento cierto es que cada persona puede decirnos que existe, que tiene ser. Aun si sus sentidos son engaño­ sos y aun si no puede distinguir las alucinaciones, las imaginaciones y los sueños de las experiencias reales, el hombre no puede engañarse a juzgar “ que existe” y afir­ mar “ que no existe” .H a b i e n d o presentado la que parece una anticipación, o un préstamo de la refutación carte­ siana del escepticismo, Silhon explicó entonces por qué un hombre no puede negar su propia existencia. La expli­ cación indica que ha perdido de vista por completo la na­ turaleza decisiva del cogito. Silhon declara que Dios puede hacer algo a partir de la nada, “pero hacer algo que no existe, actuar como si existiera, implica una contradic­ ción. Y esto es lo que no tolera la naturaleza de las cosas. Esto es lo completamente im posible”. Por consiguiente, según Silhon, lo innegable de nues­ tra existencia no se debe a la verdad del cogito, que es indudable. Su indudabilidad depende de su derivación de una pretensión metafísica de que todo lo que actúa existe. Si yo pensara que yo existía, y sin embargo no existiera, ésta sería una contradicción de la ley metafísica y, al pa­ recer, ni siquiera Dios puede contradecirla. Hasta en la presentación final del argumento de Silhon, en su De la Certitude des Connoissances humaines, de 1661, después de haber tenido amplia oportunidad de estudiar los escritos de Descartes, siguió derivando su cogito del principio de que operación o acción supone existencia, y que ni si­ quiera Dios puede hacer que actúe lo que no existe.®® En su respuesta al escepticismo, Silhon parece haber visto que la verdad o certidumbre de la propia existencia era significativa y, asimismo, que podía emplearse esta Ibid., Ibid., Ibid.,

p . 178. p p . 1 7 8- 17 9.

p . 179. S i l h o n . Le Ministre

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3a. P a r t e .

De la Certitude des Connoissances hu-

A m s l e r d a m , 1662, p . 41 ( L a B i b l i o l h ó c i u e N a l i o n a l e t a m b i é n , t i e n e u n a

e d i c i ó n d e s u o b r a d e 1661).

H ERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

253

verdad para establecer la existencia de Dios.®® Pero no comprendió p o rq u é o cómo esta certidumbre decisiva re­ futaba el escepticismo, y por tanto no comenzó la revolu­ ción del pensamiento que, tres años después, lograría la publicación de Descartes. A l derivar el cogito de una má­ xima m etafísica, que nunca había dem ostrado él que fuese cierta, permitió al escéptico dar la misma respuesta que podía oponer a todas las refutaciones del tipo de Sil­ hon al pirronismo. A saber, ¿cómo sabemos que las pre­ misas empleadas son ciertas, cómo sabemos que las reglas de la lógica miden la verdad y la falsedad, que nuestras facultades sensoriales son producto de un Creador bené­ volo, que nuestros sentidos son precisos en ciertas condi­ ciones, y que todo lo que actúa existe? A menos que S il­ hon pudiese ofrecer pruebas de sus premisas, el escéptico continuaría sosteniendo sus dudas. En el mejor de los ca­ sos, todo lo que Silhon había logrado al introducir el co­ gito era detallar un hecho curioso (aunque casi se pierde en la confusión del texto de Silhon), que parece imposible negar la propia existencia. Y, sí había que reconocer esto, entonces habría al menos una cosa que el escéptico no podía refutar.®' Pero estaba reservado a su meditabundo amigo, René Descartes, ver las inmensas implicaciones del cogito y, a partir de él, construir un nuevo dogmatismo. La teoría positiva del conocimiento, de Silhon, es com­ pletamente ecléctica y no muy interesante, salvo por un par de elementos que habían de desempeñar un papel en las luchas contra el pirronismo, especialm ente en las ideas de Blaise Pascal. Para mantener que podemos cono­ cer verdades genuinas, Silhon modificó el dicho aristoté­ lico, nihil in intellectu. . manteniendo que la verdad im­ plica universales, no particulares sentidos, y que pueden alcanzarse verdades infalibles y ciertas sin ninguna in­ formación sensoria, ya que “ nuestros Entendimientos no son ni tan pobres ni tan estériles como creen algunos” .®® S i l h o n , / m m o r í a i í í e , p . 180; D e la C e n i t n d e , p . 41. A c e r c a d e l c o g ito d e S i l h o n , v é a s e B l a n c h e t , A n tc c c d e n ts . p p , 34-37, "" S i l h o n , 7 ? n m o r ¡ a l i í e , p . 184.

Jit

254

HERBERT DE CHERBURY Y JEAN DE SILHON

Hay algunos principios que no necesitan “otra ilumina­ ción para ser conocidos” ,®*' y que nadie puede negarse a consentir. Éstos pueden aplicarse para obtener un mayor conocimiento por medio de demonstrations physiques, en que las conclusiones están relacionadas con los princi­ pios ciertos “ por un vínculo indisoluble” y en que las con­ clusiones emanan de los principios y reciben “ la influen­ cia y la luz de todos los principios de que dependen” .'" Por desgracia, la clase de certidumbre completa resul­ tante de demonstrations physiques es sumamente rara y, por tanto. Silbón introdujo un grado menor de certidum­ bre, la de demostrations morales, para explicar la mayor parte de lo que conocemos. En contraste con la clase de conocimiento más cierto, del que no se puede dudar, esta otra índole es concluyente, “ pero no evidentemente, y donde el entendimiento no ve con bastante claridad para no poder dudar de ello, ni tomar una opinión opuesta si le viene el deseo, y si alguna pasión lo lleva hacia allí” . ’* El peso de todos los m ateriales, autoridades y opiniones produce una convicción en una demonstration morale, pero nunca produce l’évidence que sería necesaria para alcan­ zar la certidumbre completa. Y como este tipo más débil de demostración sólo se forma cuando se ha examinado toda la información disponible, ninguna demonstration morale puede entrar en conflicto con otro conocimiento que ya poseamos. Si hubiese información conflictiva, no podríamos llegar a ninguna conclusión. Por tanto, una demonstration morale, aunque no absolutamente cierta, nos ofrece un tipo de certidumbre lo bastante fidedigna para darnos un conocimiento verdadero, a menos que per impossible, toda la información disponible a nosotros de alguna manera pudiese formar parte de una conspiración para descarriarnos, “ es imposible que la Demonstration Physique nos engañe nunca [ . . .] Tampoco ocurrirá nunca que falle la Moral” . I b id ., p. 184. ¡ b i d ., p. 186. " ”

¡b id ., p. 189. I b id ., p p . 19 3-1 9 4.

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25 5

Cualquiera que sea capaz de discurso racional, que esté libre de los prejuicios inculcados por la educación y la costumbre, y que sopese cuidadosamente la informa­ ción disponible, llegará a las mismas conclusiones por medio de las demonstrations morales. Si, a pesar de esto, alguien aún se preocupa porque estas demostraciones puedan ser convincentes pero engañosas, deberá com­ prender que este tipo de conocimiento nos ha sido dado por Dios, en Su sabiduría y Su bondad, para resolver la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos. Du­ dar de lo confiable de esta clase de conocimiento es blas­ femar contra Dios, acusarlo de permitir que nuestra forma más racional de comportamiento nos extravíe en cuestio­ nes graves e importantes."' Y por medio de las demons­ trations morales som os conducidos a la religión cristiana. Si examinamos la información histórica, ética y bíblica disponible, “ después de haber considerado todas estas cuestiones, entonces no hay entendimiento que tenga un poco de sentido común y que no sea arrastrado por la pasión, que pueda inferir algo distinto de que sólo la reli­ gión cristiana nos ha llegado inmediatamente de Dios” ."'' Los judíos tienen demasiados prejuicios, por costumbre y educación; los protestantes son demasiado discutidores y no miran la evidencia. Pero quienes son razonables pue­ den ver que sólo el cristianismo está apoyado en demons­ trations morales, y que estos tipos de demostración son su­ ficientes para justificar nuestros actos hasta que Dios nos revela la verdad en toda su firmeza. El último rasgo de la teoría positiva de Silhon trata del problema de la decisión cuando no tenemos información suficiente para construir uno u otro tipo de demostración. N uestra elección se basa, aquí, en algo sim ilar a la apuesta de Pascal. Si tanto “Dios existe” como “ Dios no existe” son igualmente dudosos, y “ El alma es inmortal” y “ El alma es mortal” son igualmente dudosos, debemos op­ tar por creer en las alternativas religiosas porque, aunque Ib id ., p p . 195-196. Ib id .. p . 204.

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no sean capaces de ninguno de los dos tipos de demostra­ ción, no hay ningún riesgo que correr si resultan falsas. Pero si son ciertas, sí habría un riesgo en la alternativa no religiosa."''’ Silhon concluyó indicando que aunque no nos guste, somos tales que tendremos poco conocimiento basado en demonstrations physiques, y no podemos cambiar este es­ tado de cosas. Hemos de vivir nuestras vidas por medio de demonstrations morales, que hacen de nuestras vidas un juicio, puesto que sólo por nuestra voluntad, que nos hace consentir, somos llevados a verdades importantes como la divinidad de Cristo, la verdad de la religión cristiana y la inmortalidad del alma."" La respuesta de Silhon al escepticismo probablemente es aún menos satisfactoria que la de Herbert de Cherbury. Recurrió repetidamente, o bien al hecho de que ciertas cosas se daban por sentadas, o bien a la afirmación de que plantear dudas en ciertos puntos equivaldría a blasfemar contra la sabiduría y la bondad de Dios. Pero el escéptico fácilmente podía cuestionar las premisas metafísicas o los argumentos en que había petición de principio, ofrecidos por Silhon, a menos que éste pudiese mostrar que tenían que ser ciertas aquellas proposiciones que ya daba por sentadas. Hasta podía dudarse de las demonstrations physi­ ques, o bien negando la evidencia de los principios em­ pleados como premisas, o bien negando que realmente fueran demostrativos. Las demonstrations morales, como había tenido que reconocer su autor, no llegaban a la cer­ tidumbre requerida para vencer a los pirrónicos, a menos que se aceptaran las opiniones de Silhon acerca de la fuente de nuestras facultades y la bondad divina. Y en esto los escépticos, desde los tiempos más antiguos hasta los modernos, ya habían planteado dudas suficientes para requerir alguna base de la aseveración del origen divino y la garantía de nuestras capacidades sensoriales y raciona­ les. El amigo de Silhon, René Descartes, evidentemente Ibid., pp. S i lh o n ,

2 2 8 -2 2 9 ,

C f,

.J o v y ,

D?n?i07taiiíé, pp,

P a s c a l

2 3 0 -2 3 2 ,

c t

S ilh o n ,

pp.

3 9

y ss.

H E R B E R T D E C H E R B L 'R Y Y J E A N D E S I L H O N

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comprendió hasta qué punto había fallado aquel intento por refutar el escepticismo, pues se dedicó a responder a la crisis escéptica suponiendo no el mejor estado de co­ sas, sino el peor; que nuestras facultades son corrompi­ das, engañosas y posiblemente organizadas por el demo­ nio.” Y Pascal, que al parecer admiró a Silhon lo bastante para tomar algunas de sus ideas, vio que la posibilidad de refutar al pirronismo dependía del origen de nuestra naturaleza, ya fuese creada por un Dios bueno, por un demonio maligno o por el azar. Tan sólo si podídmos es­ tablecer lo primero podríamos confiar en nuestras fa­ cultades y, lamentablemente, no podíamos hacerlo más que por la fe."" Aun al presentar su importante nueva respuesta al es­ cepticismo, el cogito, Silhon no había comprendido, o la fuerza de lo que estaba oponiendo, o el carácter decisivo de la verdad innegable que había descubierto. Descartes, en dos cartas en que parece hablar acerca del cogito, de Silhon, indicó lo que faltaba allí. Al considerar la suges­ tión de que nuestra existencia puede establecerse por el hecho de que respiramos. Descartes insistió en que nada más que el hecho de que pensamos es absolutamente cierto. Cualquier otra proposición está abierta a cierta duda sobre su verdad.™ Pero el cogito, indicó Descartes en una carta al marqués de Newcastle o a Silhon, no es “ una realización de vuestro raciocinio, ni una lección que vues­ tros maestros os han dado” , sino, antes bien, “ vuestro es­ píritu la ve, la siente y la toca” .™ No se llega al cogito so­ bre la base de otras proposiciones que son menos ciertas y más expuestas a la duda, sino que se encuentra la ver­ dad y la fuerza del cogito en uno mismo. Silhon, en el me­ jor de los casos, había visto que el escéptico no podía ne­ gar el cogito, y por tanto no podía negar que algo era cierto. Pero no vio aquello que sí era cierto, ni lo que esto podía mostrar. '■ D e s c a r t e s . M e d ita lio n s , I, e n O e u v r e s .

T . I X , p p . 13-18,

■" B l a i s c P a s c a l , P e n s c e s ( C l a s s i q u e s G a r n i c r ) , n ú m . 4 3 4 , p p . 18 3-184 . D e s c a r t e s , c a r t a a *. M a r z o 1 6 3 8 , O c u r r e s , A . T . II. p p . 37-38. "" D e s c a r t e s , c a r t a a *. M a r z o o a b r i l 1648, O e u v r e s , A . T . V., p. 138,

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Tanto Herbert de Cherbury cuanto Jean de Silbón se esforzaron notablemente elaborando nuevas respuestas a los nouveaux Pyirhoniens. Pero al no captar toda la fuerza de la crisis escéptica, tampoco lograron ofrecer una solu­ ción satisfactoria a ella. El heroico esfuerzo por salvar el conocimiento humano fue hecho por su gran contemporá­ neo, René Descartes, quien vio que sólo reconociendo la repercusión plena y total del pirronismo completo podía el hombre estar capacitado para hacer frente al grave pro­ blema en cuestión.

IX. DESCARTES, CONQUISTADOR DEL ESCEPTICISMO E n l a réplica de Descartes a las objeciones del padre Bourdin, anunció que él era el primero de todos los hom­ bres en disipar las dudas de los escépticos.' Más de un : A siglo después, uno de sus admiradores dijo: “ Antes de ^ Descartes había habido escépticos, pero que sólo eran es- , cépticos. Descartes enseñó a su época el arte de hacer * que el Escepticismo diera a luz la Certidumbre filosó- * fica.” Este cuadro de Descartes com o oponente del nouveau Pyirhonisme y de su filosofía como un nuevo dogmatismo surgido de los abismos de la duda de sus contemporáneos escépticos ha recibido poca atención en la vasta biblio­ grafía dedicada a los orígenes y las características del cartesianismo. Aunque la interpretación tradicional de Descartes le vio como el enemigo científico del escolasti­ cismo y de la ortodoxia, que luchaba por fundar una nueva época de libertad y de aventura intelectual, esto va] cediendo gradualmente ante una interpretación más con­ servadora de Descartes, como el hombre que trató de reinstalarla visión medieval frente a la novedad renacen­ tista, y como el pensador que trató de descubrir una filo­ sofía adecuada para la cosmovisión cristiana a la luz de laj revolución científica del siglo xvii." Poca atención se ha prestado a la cruzada intelectual de Descartes, en función de la crisis escéptica de su tiempo. Gilson ha indicado que ' D e s c a r t e s , O b je t ic n e s S e p t im a e c u m N a tis A u t h o r i s s i v c D is s c r ta ti o d e P r i m a P h ilo s o p liia , O e u v r e s . A . T. VÍ1 , p. 5 5 0 . - E l a b a t e F r a n q o i s P a r a d u P h a n j as, T M o i i e d e s ¿ t r e s i n s e n s i b le s o ii C o u r s c o m p l e t d e M é ta p liy s iq u e , s a c r é e e t p r o f a n e , m is e á la p o r t é e d e to u t le m o n d e , 3 v e i s . , P a r í s , 1 7 7 9 , 1 , p. X X . C f . É t i e n n e G i l s o n . É t u d e s s u r le r o le d e la p e n s é e m é d ié v a le d a n s la f o r m a t i o n d u s y s t é m e c a r t é s i e n , P a r í s , 1930'.', y I m L ib e r té c lie z D e s c a r t e s et la t h é o l o g i e , P a r í s , 19 1 3 ; G o u h i c r , L a p e n s r c r e l ig ie u s e d e D e s c a r te s , P a r í s , 19 2 4 , y E s s a i s s u r D e s c a r te s , P a r í s , 1 9 4 9 ; K o y r é , E s s a i s u r l ’id é e d e D ie u e t le s p r e u v e s d e s o n e x i s t e n c e c h e z D e s ­ c a r t e s , P a r í s , 1922; y L c n o b l e , Aíersevnie I n t r o d u c c i ó n , ^ »

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D E S C A R T E S , C O N Q U IS T A D O R D E L E S C E P T IC IS M O

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Descartes tomó ideas de Montaigne y de Charron; Brunschvicg mostró que como mejor pueden comprenderse al­ gunos elementos de pensamiento cartesiano es en compa­ ración con las ideas expuestas en la Apologie de Raimond Sebond. ' Pero, con excepción de los recientes estudios de Dambska y Gouhier,''’ hay pocas obras que traten de las relaciones del pensamiento de Descartes con el de sus contemporáneos pirrónicos. En contraste con esto, vemos que el propio Descartes expresó gran preocupación por el escepticismo de la época; que mostró un buen conocimiento de los escritos pirrónicos, antiguos y modernos; que al parecer creó su filosofía como resultado de haber descubierto el pleno significado de la crise pyrrhonienne en 1628-1629, y que ¡ proclamó que su sistema era la única fortaleza intelectual 1 capaz de resistir los embates de los escépticos. Es difícil saber cuándo y cómo entró en contacto Descartes con las ideas escépticas, pero parece haber estado bien familiari­ zado no sólo con los clásicos pirrónicos, sino también con la corriente escéptica de su época y su creciente peligro para la causa de la ciencia y de la religión. Escribió en su respuesta al padre Bourdin: “ Tampoco debemos pensar que la secta de los escépticos está ya extinguida. Florece hoy tanto como en cualquier momento, y casi todo el que cree tener alguna capacidad superior a la del resto de la humanidad, que no encuentra nada que le satisfaga en la filosofía común, y qué no ve ninguna otra verdad, se re­ fugia en el escepticismo.” Cr.

D e s c a r t e s , D íi 'c oí ír s d e la M é th o d e , T e x t e ct c o m m e n t a i r e p a r E t i e n n e G ilso n ,

P a r í s , 1947. d o n d e s e d a n , p o r t o d o e l c o m e n t a r i o , m u c h a s i n d i c a c i o n e s a c e r c a d e q u e D e s c a r t e s s e v a l i ó d e M o n t a i g n e y d e C h a r r o n ; y L e ó n B r u n s c h v i c g , D es' ¡y cai~les e t P a s c a l. L c c t c u r s d e M o n t a ig n e , N u e v a Y o r k y P a r í s 194 4. V é a s e t a m b i é n A d a m , V ie d e D e s c a r te s , e n D e s c a r t e s , O e u v r e s , A . T . , X l l , p p . 5 7 y 131; y .1, S i r v e n , L es A n n é e s d 'a p p r e n t is s a g e d e D e s c a i t e s 1 5 9 6 -1 6 2 8 , a b r i l , 19 2 8 , p p . 2 5 9 -7 1 . ■' Y z y d o r a D q m b s k a , " M e d i t a t i o n e s ” D e s c a r t e s n a t l e s c e p t y c y z m u

fran cu s-

k i e g o X V l l w i e k u " , e n K w a r t a l n ik F ilo z o f lc z n y . X I X , 1950, p p . 1- 2 4 ( R e s u m e n f r a n ­ c é s , p p . 1 6 1-1 6 2); y G o u h i e r , " D o u t e m é t h o d i q u e o u n é g a t i o n m é t h o d i q u e ? , " e n E t u d e s P h ilo s o p h iq u e s , I X . , 1954, p p . 135 -16 2, y L e s P r e m i é r e s p e n s é e s d e D e s c a r te s , C o n t r ib u t io n á l'h is to ir e d e l’ a n t i-r e n a is s a n c e , P a r í s , 1958. " D e s c a r t e s , T h e S e v e n t h S e t o f O b j e c t io n s w it h t h e A u t h o r ’s A n n o t a t i o n s t h e r e o n , o t h e r w is e a D is s e r ta tio n c o n c e m i n g F ir s t P h ilo s o p li y , e n P h i l o s o p h i c a l W o r k s o.f D e s -

D E S C A R T E S , C O N Q U IS T A D O R D E L E S C E P T IC IS M O

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Se ha dicho que el curso de estudios en La Fleche in­ cluía una consideración de cómo la filosofía aristotélica podía responder a los argumentos pirrónicos." Y Descar­ tes estudió allí durante la época en que Franqois Veron l I enseñó allí filosofía, teología y, posiblemente, el empleo de los materiales escépticos contra sus adversarios.” En temprana época de su vida. Descartes había leído a Cornelio Agrippa, y para la época de los Discours parece ha­ ber estado bien versado en los escritos de Montaigne y de Charron.” A l replicar a las objeciones presentadas por M ersen n e, había observado D escartes: “ Hace largo tiempo que he visto varios libros escritos por los acadé­ micos y los escépticos.” Durante el periodo de forma­ ción de sus conceptos filosóficos, 1628-1637, parece haber. ^ estudiado los Dialogues d’Orasius Tubero, de La Mothe Le Vayer, de 1630, y haber quedado profundamente pertur­ bado por esta obra pirrónica.” (En realidad, esto le es­ candalizó casi tanto como cuando, más adelante, él mismo fue acusado de pirrónico.) Descartes no sólo conoció algo de la literatura escép-'j' tica, sino que también tuvo profunda conciencia de la crise ■pyirhonienne como cuestión viva. Ya hemos visto que había ¡ examinado el intento de solución de Herbert de Cherbury. Fue amigo de Mersenne y de Silhon, que constantemente planteaban el problema de responder a los argumentos escépticos. Y bien pudo leer sus obras, y sin duda no pudo

I

c o r t e s , H a l d a n e - R o s s e d . , N u e v a Y o r k , 1955, v o l u m e n II, p, 335, El l a t í n o r i g i n a l e s t á e n l a s p p , 5 4 8 - 5 4 9 d e O c u v r c s , A .-T . V i l , ' L e n o b l e , Aíera evn ie, p , 192, N o s e o f r e c e n i n g u n a p r u e b a d e e s t a a f i r m a c i ó n , " C f G l l s o n , Líóertí? d i e z D e s c a r te s , p p . 6 - 9 y 13; y S i r v e n , A t m ó e s d 'a p p r e n t is s a g e , p p , 4 1 - 4 5 , D e s p u é s d e una m i n u c i o s í s i m a c o n s i d e r a c i ó n d e las p r u e b a s d i s p o n i ­ b le s , S ir v e n c o n c l u y ó q u e V e r o n n u n c a h a b ía s id o el p r o f e s o r e n un c u r s o q u e D e s c a r t e s s i g u i ó en L a F l é c h e . " D e s c a r t e s , O e u v r e s , A . - T . X . p p . 6 3 - 6 5 y 165; l a s r e f e r e n c i a s a C h a r r o n y a .M on ­ t a i g n e e n e l c o m e n t a r i o d e G i l s o n s o b r e el D is c o u r s d e D e s c a r t e s ; y S i r v e n . A?i7i
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