Pomeranz Topik Traduccion

July 22, 2017 | Author: Jorge3432 | Category: Cotton, Sugar, Nutrition, United Kingdom, Trade
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Kenneth Pomeranz y Steven Topik, The World that Trade Created. Society, Culture, and the World Economy 1400 to the Present, M.E. Sharpe, Armonk, NY / London, 1999. El mundo que creó el comercio. Sociedad, Cultura y Economía Mundial de 1400 al presente

Capítulo 7 Comercio mundial, industrialización y desindustrialización Hace ochenta años, el historiador T.H. Ashton denominaba a la revolución industrial “una naranja tres veces exprimida": un tema que tenía ya poco jugo que aprovechar. Después procedía a escribir un libro más libro sobre ella, y provocaba nuevos debates. Hoy existe todavía poco consenso sobre cómo ocurrió la industrialización – ese movimiento de la mayoría de la fuerza de trabajo de la agricultura, la pesca y la silvicultura hacia trabajos en los que se utilizaban poderosos artefactos mecánicos para transformar objetos – o qué papel jugó el comercio en esa transformación. Los efectos del comerció entre áreas ya industrializadas y aquellos que son principalmente agrarias son todavía controvertidos: en particular ¿bajo qué circunstancias tal comercio hizo más fácil o más difícil para el socio comercial “menos desarrollado” industrializarse él mismo? En la medida en que hoy en día prácticamente todas las economías prósperas son industriales (o post-industriales), esa pregunta es una versión de otra aún más básica: ¿beneficia el comercio internacional realmente a todas las partes, o las desigualdades en riqueza y poder provocan que algunos participantes salgan perdiendo? Las complejidades históricas de esta cuestión se derivan en parte del hecho de que muy pocos países han hecho en la práctica lo que la teoría económica elemental les dice que es obviamente bueno para ellos: es decir, establecer el libre comercio con todos los demás países, con independencia de sus niveles relativos de desarrollo. De modo que algunos –tal vez todos– deberíamos estar confusos. Comercio mundial e industrialización temprana Las personas han fabricado cosas durante milenios, así que ¿cuándo empezó la “industrialización”? Talleres que reunían gran número de trabajadores se remontan a siglos, normalmente factorías reales e imperiales que fabricaban armas, uniformes o monopolizaban bienes de lujo. Y mientras la mayoría de los procesos eran alimentados por músculos humanos o animales (la palabra “manufacturado” se refería antes a “hecho a mano”), la energía hidráulica, el carbón y otras fuentes de energía mecánicas o química, no eran desconocidas: saltos de agua en la provincia china de Sichuan quemaba incluso gas natural hace cerca de dos mil años. Pero si busca el primer lugar donde gran número de personas trabajaban intensivamente y de manera coordinada (no cada uno trabajando separadamente codo a codo bajo un mismo techo), con la sincronización de tareas determinado por las necesidades físicas de un proceso de producción basado en el consumo intensivo de combustible, y que generaba un producto estandarizado, el prototipo para las fábricas modernas podría encontrarse en un lugar inusual: los ingenios azucareros de América Latina, donde la caña (que se pudre -1-

rápidamente si no se procesa) era triturada, hervida y preparada para su viaje trasatlántico. (Véase 7.1.) En este caso, no sólo las fábricas se originaron fuera de Europa; los primeros trabajadores en ajustarse a la vida fabril no fueron asalariados sino esclavos, y no europeos sino africanos. Versiones más convencionales de la historia de la industrialización comienzan en los textiles ingleses, y aquí el comercio juega un papel destacado. Los primeros textiles de algodón producidos en Inglaterra eran imitaciones de los paños indios. Durante mucho tiempo, las telas de India constituyeron el estándar de excelencia, especialmente en los estratégicos mercados africanos donde las telas eran cambiadas por esclavos. Los primeros talleres ingleses encontraron la mayoría de sus mercados en ultramar. La apertura de estos mercados estaba vinculada al Imperio en al menos dos sentidos. Primero, en una era en la que la mayoría de los países protegían su economía y los mercados coloniales de la competición extranjera, la fuerza de la marina británica fue crucial para abrir mercados alrededor del mundo (especialmente en las Américas), reducir los costes de navegación a mercados distantes (en parte reduciendo la piratería) y, en algunos casos, evitar intrusos que compitieran con los bienes ingleses en las colonias británicas. En segundo lugar, el dominio británico de India (especialmente Bengal, la región líder en la exportación de textiles, y la primera área de dominación británica en el subcontinente) probaron ser muy importantes. Fueron los bienes indios los que permitieron a Gran Bretaña la entrada en los mercados textiles del Imperio Otomano, Persia, Sureste Asiático y varias partes de África, inflingiendo un golpe significativo a algunas industrias textiles en cada uno de esos lugares. La mecanización dio finalmente a los productores británicos una gran ventaja en su lucha por reemplazar aquellos textiles con los suyos; pero la transición ocurrió antes de lo que podría haber ocurrido gracias a varias políticas de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Aunque la Compañía sólo trataba de que los tejedores indios les vendieran exclusivamente a ellos y a un precio muy bajo, sus planes llevaron sin embargo a muchos bengalíes que habían tejido para la exportación a abandonar su trabajo totalmente. (Véase 7.3.) Más tarde a lo largo del siglo, cuando los textiles británicos perdieron su ventaja competitiva en gran parte del mundo, India proporcionó un inmenso mercado protegido que fue esencial para mantener a Lancashire vivo. Finalmente, el comercio fue central para la industrialización británica porque la principal fibra de la revolución textil, el algodón, fue siempre una importación que Gran Bretaña no podía cultivar en casa. La mecanización de la hiladura y el tejido de la lana y el lino se desarrolló más lentamente que la del algodón; y más importante, Gran Bretaña no hubiera podido nunca abastecerse por sí sola con suficiente de ninguna de esas fibras para expandir la producción textil como lo hizo. El lino era extremadamente intensivo en trabajo y muy duro para el suelo, por lo que en Europa occidental era principalmente una planta de jardín, cultivada en una escala muy pequeña. A pesar de numerosos intentos del Parlamente durante dos siglos de subvencionar el cultivo de lino a lo largo de las Islas Británicas y las colonias de Norte América, los resultados fueron bastante modestos. Y en cuanto a la lana, bueno, criar suficientes ovejas para reemplazar el algodón que Gran Bretaña importaba en 1830 (al inicio de la era industrial) hubiera requerido más tierra que el total de las tierras arables y de pasto en todo el Reino Unido. (Véase 7.2.) Es cierto que la primera era industrial implicó mucho más que textiles. Pero en casi todos los análisis, el algodón constituye un motor crítico de la industrialización, de

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modo que el comercio externo, muchas veces desatendido, constituye una parte crítica de la historia. Cuando nos volvemos hacia otros sectores, a menudo encontramos que de nuevo el suministro externo de productos primaros fue crucial. A un nivel aún más básico, debemos recordar que la industrialización de una sociedad, en oposición a un sector particular, depende casi siempre en enormes importaciones de otros bienes. A menos que el rápido crecimiento de la población no agrícola sea equiparado por un crecimiento igualmente rápido de la productividad agrícola, los trabajadores no tendrán qué comer sin un incremento en las importaciones de comida, y menos aún podrán comprar la gran variedad de productos de consumo (todos los cuales contienen materias primas) que proporcionan gran parte de la motivación para aceptar un ambiente extraño, a menudo una dura disciplina, y los nuevos hábitos peculiares de la vida industrial. De modo que, como discutimos con más detalle in nuestra sección sobre mercancías, la industrialización casi siempre va acompañada a un fuerte incremento en el comercio. La escasez de algunos bienes que ahora se necesitan en mayores cantidades creaban cuellos de botella que enviaban a los mercaderes a recorrer el globo en busca de sustitutos exóticos. La dependencia de cualquier importación, o incluso de un tipo de importaciones, podía ser temporal. Por ejemplo, Europa, que importaba cantidades de comida sin precedentes entre 1830 y 1950, ha recuperado más o menos autosuficiencia desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las importaciones han sido bastante indispensables durante largos periodos. Esto lleva a diferente tipo de preguntas: si las naciones industrializadas (y generalmente poderosos) necesitan que otros países se mantengan especializados en agricultura, silvicultura y exportaciones de materias primas, ¿han tomado medidas para evitar que esos países se industrialicen? Y si es así ¿han sido esas medidas efectivas? O, por el contrario, la relación con países ya industrializados ¿ha acelerado la industrialización en otros lugares, al menos en aquellos países que no enfrentaban obstáculos internos particularmente serios? ... 7.1. Dulce industria: las primeras fábricas Cuando pensamos en las primeras fábricas, pensamos normalmente en Europa, particularmente Inglaterra. Después de todo, las fábricas eran la definición de lo “moderno” y Europa era el líder de la modernización. Asumimos que fueron construidas primero en Europa donde el capital, las máquinas y el trabajo se combinaron para crear métodos aún más eficientes y productivos. La invención y capacidad emprendedora europea y junto con el capital previamente acumulado y los mercados incipientes llevaron a la industrialización, que fue el fundamento de la secular dominación europea de la economía mundial. De acuerdo con esta historial, el globo se dividió entre la Europa industrial, y más tarde los Estados Unidos, y el resto del mundo de exportadores agrarios. Con esta especialización internacional del trabajo, los países agrícolas sólo se industrializaron más tarde. Sin embargo, hay buenas razones para darle la vuelta a esta versión: las primeras fábricas surgieron en el mundo colonial, orientado a la exportación.

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La importancia de las colonias del nuevo mundo para el surgimiento de la industria se ha reconocido desde hace mucho tiempo. Karl Marx observó hace un siglo y medio “la esclavitud es un eje de nuestro industrialismo actual como lo es la maquinaria, el crédito, etc. Sin esclavitud, no hay algodón; sin algodón, no hay industria moderna. La esclavitud ha dado el valor a las colonias, las colonias han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria para la industria maquinista de larga escala”. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals refleja este sentimiento mucho más recientemente: “El azúcar recibió y dio un fuerte thrust en el desarrollo del capital: fue esencialmente un gran motor del crecimiento industrial acelerado de Inglaterra”. En estas versiones, sin embargo, las colonias llevaron a la industria en Inglaterra por el capital y los mercados que proporcionaron. De hecho, puede muy bien argumentarse que las primeras fábricas industriales fueron los ingenios azucareros de las Américas. No es sorprenderse que una de las definiciones de Webster de “factoría” se refiere directamente a las colonias1: “un lugar donde residen los factores para tratar negocios para sus empleadores, como las factorías de los mercaderes ingleses en las colonias”. Pero las colonias también tenían fábricas en una definición más estándar: “un establecimiento para la manufactura de bienes, incluidas las necesarias construcciones y maquinaria”. Normalmente consideramos que las manufacturas de bienes incluyen la producción de un bien final a partir de materias primas a través del uso de maquinaria a gran escala y de la división del trabajo. La última parte es crucial. Aunque grandes talleres han existido desde tiempos antiguos, poner juntos decenas de zapateros, sastres o armadores que usaban herramientas para transformar materias primas en productos terminados, no tenían trabajo especializado. Cada zapatero hacía el zapato entero; no había un esfuerzo de integración. El producto de un trabajador no dependía del trabajo de su vecino. La emergencia de fábricas se vincula normalmente a la presencia de trabajadores asalariados que eran capaces de controlar las técnicas más sofisticadas exigidas por la industrialización. Para Kark Marx, la industrialización y el capitalismo van de la mano. Pero el hecho es que se puede sostener que las primeras fábricas fueron los ingenios azucareros de las islas atlánticas, como Sao Tomé y luego del Caribe. No sólo no surgieron de un proceso natural de acumulación interna de capital para producir productos para un mercado interno, sino que no utilizaban mucho trabajo asalariado ni demandaban trabajadores expertos. Por el contrario, el azúcar era refinado por grandes fuerzas esclavas para exportar a Europa. Ya en el siglo XVII, las plantaciones de azúcar incluían tal vez doscientos esclavos y hombres libres, un molino, un cuarto de calderas, un secadero, una destilería para ron y un almacén. Esto incluía no sólo algunas de las tecnologías más sofisticadas de la época y una gran fuerza de trabajo, sino también inversiones de varios miles de libras. Ciertamente, el noventa por cierto de la fuerza de trabajo era mano de obra dedicada a un trabajo brutal. Pero el 10 por ciento dedicado a triturar hervir y destilar plantas eran trabajo muy especializado. La escala, complejidad y organización social de los ingenios azucareros las convirtieron en las primeras fábricas. El tiempo era un amo despiadado en el proceso de producción de azúcar. Una vez recogida, la caña tenía que ser triturada 1

Aunque el castellano "factoría" también puede tener estos dos significados, es más habitual reservar su uso para la primera definición y utilizar "fábrica" para la segunda. En inglés se utiliza la misma palabra, "factory", para ambos significados.

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en el molino para evitar la pérdida de azúcar. En los ingenios, especialmente en los grandes, era necesario un férreo control de la temperatura. Los fuegos de las calderas tenían que ser constantemente alimentados, el azúcar líquido tenía que ser cambiado de cuba a cuba sin permitir la cristalización, mientras se removían los sedimentos en el momento correcto. Entonces, la melaza del azúcar tenía que ser rápidamente llevado al secadero. El azúcar de caña producía varias cualidades de azúcar, así como melazas y ron. Cuanta mayor atención se pusiera en la producción, mejor sería el producto final y más grandes las ganancias. Pensamos en maquinarias que ahorran trabajo cuando pensamos en fábricas. De hecho, los avances tecnológicos desde el siglo XVI han significado que el ingenio azucarero era capaz de procesar mucho más azúcar con mucho menos trabajo. Pero el gran coste del ingenio y su voraz apetito significaba que grandes ejércitos de esclavos fueron puestos a trabajar 24 horas al día alimentando el dulce monstruo. La mejora tecnológica creó la demanda de más trabajo disciplinado. Esto no era una empresa tropical de lujo. Un colono de Barbados comentaba en 1700 sobre el ingenio azucarero: “En breve, esto es vivir en un perpetuo ruido y prisa ... los esclavos día y noche permanecen en grandes casas de cocción, donde hay seis o siete grandes ollas que se mantienen hirviendo perpetuamente... una parte está constantemente en el ingenio, noche y día, durante toda la estación del azúcar”. Esto convirtió a los ingenios azucareros en las primeras fábricas gobernadas por la disciplina del tiempo industrial. Los equipos de trabajo especializado tenían que coordinar sus esfuerzos: la caña tenía que ser rápidamente cortada y trasladada al ingenio cuando estaba madura; las hambrientas trituradoras estaban constantemente alimentados de caña; la caña sobrante, el bagazo, era trasladada a la caldera para alimentar el fuego. Las exigencias del tiempo del proceso de producción significaban que los esclavos tenían que trabajar juntos como las diferentes partes de una máquina bien engrasada. Eficiencia y esclavitud, ahorro de trabajo e intensificación del trabajo se combinaban. La gran cantidad de azúcar que este método producía provocó que el precio cayera vertiginosamente, convirtiendo lo que una vez fue una especia de lujo y una medicina en un alimento de masas y finalmente en un aditivo de la comida. En las primeras fases de la industrialización de Inglaterra, de 1650 a 1750, el consumo de azúcar per capita aumentó, mientras que el de pan, carne y productos diarios se estancó. El azúcar alimentó no sólo la revolución industrial, sino a la fuerza de trabajo industrial en Europa. El azúcar, que consideramos como un producto de ocio y placer, una importación de las templadas tierras caribeñas de mañana, fue de hecho el primer producto industrial y un cruel señor de cientos de miles de esclavos que trabajaron para elaborar dulces delicias. Marx observó que “la oculta esclavitud de los trabajadores asalariados de Europa necesitaba, para su pedestal, de la esclavitud pura y simple en el Nuevo Mundo”. Podía haber añadido que las fábricas del Caribe sostenían un espejo en el que Europa podía mirar su futuro industrial.

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7. Fibras de fortuna: cómo el algodón se convirtió en el tejido de la era industrial. "Quien dice Revolución Industrial dice algodón" según un texto conocido, y los textiles de algodón estaban entre los primeros productos de las fábricas modernas. Pero a medida que avanza el relato, normalmente nos centramos en la máquina, no en la fibra; parece fortuito que el nacimiento de la fábrica coincidiera con un cambio en la principal fibra vegetal de Europa. De hecho, no hay nada de casual. Si el algodón (la principal fibra vegetal en casi toda Asia) no hubiera reemplazado el lino y la lana como principal tejido en Europa, es difícil imaginar la Revolución Industrial tal y como ocurrió. Y si los europeos hubieran tenido que cultivar ellos mismos la planta, en vez de en plantaciones del Nuevo Mundo, el aumento de la demanda sobre la tierra, el agua y el abastecimiento de trabajo pudieron fácilmente haber cortocircuitado el proceso. El algodón era conocido en India desde hacía más de 2000 años (como lo era una máquina bastante cercana a la rueca moderna); se extendió lentamente hacia el este, norte y oeste. Era más fácil convertir en hilo que el cáñamo, y mucho más cómodo de llevar. Hacia 1300, se había extendido desde África Occidental hasta Japón. No se cultivaba en Europa, pero era conocido allí también: durante un periodo de escasez de lana en el medievo, mercaderes venecianos trajeron la nueva fibra de Aleppo (en la actual Siria) donde era combinada con lana para elaborar un tejido sustitutivo llamado fustian. Pero estas importaciones fueron limitadas. Durante los siguientes 400 años, el algodón eludió a Europa, mientras conquistaba África y Asia. En China, la tela de algodón se convirtió gradualmente en el tejido elegido por prácticamente todo el mundo; los campesinos vestían la calidad más áspera e incluso los muy ricos llevaban algunos algodones en combinación con sus sedas. El abanico de calidad y precio era enorme: un documento del siglo XVIII señala que algunos de los tejidos de algodón utilizados en rituales en el templo costaban 200 veces más por hilo que los utilizados por la gente corriente. En India, no sólo había algodones de todas las calidades, sino una amplia variedad de mezclas de algodón-seda, que se convirtieron en el estándar de la excelencia a lo largo del Viejo Mundo. Compradores tan lejanos como en África Occidental o el Sureste Asiático dibujarían diseños que los comerciantes llevarían de vuelta a India, donde un pueblo particular con el que el comerciante tenía conexiones (normalmente indirectas) crearía tejidos para la siguiente temporada de comercio. En los siglos XVII y XVIII, los europeos entraron en escena también, comprando tantos algodones baratos y de gran calidad que provocaron levantamientos entre los trabajadores de la lana ingleses, y varias leyes proteccionistas del Parlamento. Pero al contrario que la seda, donde los europeos hicieron incontables esfuerzos para aprender a producir el hilo en casa, las plantas de algodón nunca fueron importadas a Europa en una escala significativa. Esto pudo haber sido mejor para Europa, porque la autosuficiencia en fibra de algodón supuso un considerable coste ecológico para distintas partes de Asia. En la región del Bajo Yangtze de China (cerca de la actual Shangai) grandes cantidades de fertilizante a base de pasta de soja tuvieron que ser importadas (sobre todo de Manchuria) para reponer el suelo agotado; hacia mediados del siglo XVIII la cantidad de soja utilizada podrían haber alimentado a 3 millones de personas al año. En Japón, fue el mar el que proporcionó el alivio ecológico necesario para las tierras algodoneras. Las pesquerías japonesas se expandieron enormemente en el siglo XVIII y

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principios del XIX, sobre todo hacia las islas Sakhalin (lo que llevó a varios encuentros tensos con los rusos en su movimiento hacia el este), pero la mayoría de lo capturado no se comía; en su lugar era utilizado también como fertilizante, y la mayor parte para las tierras productoras de algodón. (El arroz, el mayor cultivo alimentario tanto en China como en Japón, produce un rendimiento muy alto por acre con un mínimo uso de fertilizantes). El algodón es además un cultivo que necesita mucha agua. Hacia inicios del siglo XIX, los campesinos del norte de China que cultivaban algodón encontraron que necesitaban excavar de nuevo la mayoría de sus pozos por un descenso en la capa freática, un problema que ha alcanzado dimensiones de crisis en esa región hoy en día. Los europeos, por su parte, todavía utilizaban mucho más lino y lana que algodón incluso a mediados del siglo XVIII; a lo largo de los siglos XVII y XVIII, los Parlamentos siguieron aprobando subsidios para animar una mayor producción de lino (con muy poco éxito), más que intentar asegurar mayores suministros de algodón crudo. Pero dos acontecimientos relacionados – la industrialización y el crecimiento de la población– hicieron prácticamente imposible continuar con esas fibras. En primer lugar, los inventos del siglo XVIII hicieron posible hilar el algodón y tejer los hilos mecánicamente, consiguiendo resultados asombrosos: alrededor de cien veces más rápido en pocas décadas. Averiguar cómo hilar mecánicamente el aceitoso y chicloso lino llevó mucho más tiempo, aunque el problema finalmente se solucionó. Los europeos pronto descubrieron cómo hilar y tejer lana mecánicamente – aunque no tan bien o tan rápido cómo con el algodón– pero la lana presentaba otros problemas. En primer lugar, no era lo que se demandaba en muchos mercados estratégicos, especialmente en los trópicos, donde los tejidos eran intercambiados por esclavos en África y utilizados para vestirlos en las Américas. Peor aún, la producción de lana enfrentaba serios límites ecológicos. La cría de ovejas requiere mucha más tierra por libra de fibra obtenida, que cultivar fibras vegetales, y conforme la población crecía, simplemente no había suficiente tierra a disposición para este uso de relativo bajo rendimiento por acre. De hecho, reemplazar sólo el algodón importado por Gran Bretaña en 1830 con lana hubiera requerido más de 23 millones de acres: ¡más que todas la tierras de cultivo y pasto de la isla! Y el problema sólo habría empeorado con el tiempo, pues las importaciones británicas de algodón se multiplicaron por veinte entre 1815 a 1900. La solución, por supuesto, fue el algodón del Nuevo Mundo, especialmente sudamericano. Los esclavos importados hacían el trabajo, mientras que la Europa rural desocupaba a trabajadores para convertirse en operarios de fábrica. Aunque el algodón era muy duro en el suelo, la disponibilidad de tierras en el Nuevo Mundo parecía prácticamente infinita. Las nuevas fábricas textiles de Inglaterra comenzaron a silbar, anunciando una nueva era económica, mientras aquellos que producían su propio algodón cerca de casa tuvieron que lidiar con el deterioro medioambiental, la escasez de tierra y agua, y la necesidad de incrementar sus fuerzas de trabajo agrícolas para mantener los telares y los husos en funcionamiento.

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7.3. Matando a la gallina de los huevos de oro Cuando Vasco de Gama llegó a Calicut, India, en 1498, encontró como intérpretes a algunos musulmanes norteafricanos que habían estado en la ciudad un tiempo y conocían sus resortes. La leyenda dice que le llevaron aparte para decirle que sus regalos para las autoridades del puerto habían sido ridículas – la próxima vez, le dijeron, trae mejor oro. Y ¿cómo podía conseguir oro?, preguntó Vasco de Gama. Ve al reino de Kilwa, en la costa de África oriental, le dijeron, y asegúrate de llevarles textiles hechos en Gujarat, el centro productor en el noroeste de India. Poco después, por supuesto, los europeos encontraron en Latinoamérica cantidades de metales preciosos mucho mayores que los de Kilwa. Pero cuando los holandeses llegaron a las Molucas (Indonesia) un siglo más tarde, encontraron que su botín del Nuevo Mundo no era aceptado como pago por las especias que buscaban. En cambio, los nobles y comerciantes locales querían ser pagados en textiles de Coromandel, en la India oriental; poco después, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales encontró necesario tener un puesto comercial en Coromandel, para asegurar su aprovisionamiento. Y durante los 200 años siguientes (hasta 1800), una diversidad de poderes europeos encontraron que los textiles indios eran la forma preferida para pagar por los esclavos africanos. Estas telas constituían más del 50 por ciento de los bienes intercambiados por los comerciantes franceses por esclavos en dos años (1775 y 1788) para los que tenemos información completa; un francés observaba con tristeza que mientras los plantadores francófonos en el Caribe podían ser forzados a intercambiar bienes franceses por su azúcar, los comerciantes africanos rehusaban, insistiendo en productos de alta calidad. La experiencia británica en África fue similar hasta muy tarde en el siglo, cuando sus artesanos aprendieron finalmente a hacer imitaciones pasables de tejidos de Bengal y Coromandel. (Los relatos américo-céntricos de los manuales de secundaria normalmente cuentan que el comercio era un triángulo de "melaza por ron por esclavos", pero los destructivos bienes euro-americanos tenían de hecho mucho menos atractivo para los jefes africanos que los tejidos o muebles refinados: el alcohol era sólo el 4 por cierto de los bienes que los ingleses intercambiaron por esclavos, y armas alrededor del 5 por ciento). En la mayor parte del mundo, pues, los textiles indios tenían más liquidez que el dinero. Fueron probablemente el primer producto industrial en tener un mercado mundial. Los delicados tejidos indios llegaron más allá del Sureste Asiático y África: en el siglo XVIII arrinconaron a la industria de la seda otomana, conquistaron Persia y ganaron un buen bocado al mercado europeo; de hecho podrían haber barrido a la industria textil inglesa si las revueltas de los tejedores de Spitafield de 1697 no hubieran provocado una política de cuotas estrictas y altas tarifas frente a los textiles indios de cualquier calidad. (Daniel Defoe, el novelista cuyo Robbinson Crusoe es considerado a menudo un manifiesto del libre comercio y la pujante clase mercantil inglesa, prestó aquí su talento a los proteccionistas, publicando un panfleto contra la ropa importada.) Probablemente la única Corte en el mundo que no usaba tejidos indios en el siglo XVIII era la del Emperador Chino. Por su parte, los tejidos más baratos de ropa india viajaban igual de lejos, vistiendo a los trabajadores desde el Sureste Asiático hasta Norte América, incluyendo a muchos de los esclavos que habían sido vendidos a cambio de ropas indias más elegantes. (Como el de los tejidos delicados, el mercado europeo de algodones más toscos estaba también a punto de ser conquistado cuando los príncipes mercantilistas y los parlamentos intervinieron para limitar la cuota del mercado de India). India

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probablemente producía más del 25 por ciento de la ropa del mundo, y en la medida en que su propia población (15 por ciento del mundo en 1800 como mucho) era pobre y vivía mayoritariamente en climas cálidos, dos tercios de la misma estaba disponible para la exportación. ¿Qué explica este fabuloso éxito? En parte, la cuidadosa atención a los cambiantes gustos de los clientes: incluso parece que en el siglo XV, los comerciantes indios regresaban a menudo del Sureste Asiático con dibujos de nuevos diseños que sus socios comerciales querían en los tejidos del siguiente año. En parte, fue el acceso superior a enormes cultivos de algodón de alta calidad; excepto en China, no existía una fuente comparable hasta el boom americano tras la independencia. Pero sobre todo, era la disponibilidad de un trabajo muy cualificado y con un coste extremadamente bajo. Los salarios indios en general eran probablemente más bajos que los de China, Japón o Europa Occidental; y en Bengal, donde grandes excedentes de arroz mantenían muy barata la comida, los salarios nominales eran especialmente bajos. (De hecho, tanto los mercaderes indios como otros redirigían muchos de sus encargos de ropa más ordinaria de Gujarat en la costa occidental de India a Bengal, cuando la diferencia de los precios de los alimentos entre las dos regiones aumentó a final del siglo XVII y el siglo XVIII.) Pero dentro de la categoría general de tejedores había diferentes niveles de artesanos, que presentaban problemas muy distintos a mercaderes conscientes de los costes. Mientras muchos productores de ropa más tosca eran tejedores a tiempo parcial y agricultores a tiempo parcial, los productores de la ropa más sofisticada tendían a ser tejedores a tiempo completo que vivían en y alrededor de las grandes ciudades (especialmente Dhaka, hoy la capital de Bangladesh). Casi todos los tejedores recibían avances por sus mercancías: estos no sólo pagaban por las materias primas necesarias, sino los gastos cotidianos hasta que los tejidos estaban terminados y aceptados. Los mercaderes, obviamente trataban de utilizar estos avances como palancas sobre los tejedores; con el tiempo lograron reducir a muchos trabajadores a una deuda perpetua, y así romper su poder de negociación. Pero para los tejedores más especializados, la fuerte demanda de su trabajo les permitió aceptar adelantos con impunidad. Si era necesario, podían encontrar a un nuevo comprador por su tejido de manera que podían rembolsar un adelanto de un mercader que resultara poco razonable; o, mejor aún, podían encontrar un nuevo patrón que podía protegerles cuando renegaran de su contrato original sin devolver el adelanto. Los tejedores de ropa más ordinaria tenían mucha menos seguridad de que pudieran vender sus bienes a un nuevo comprador en el último minuto; pero si la sesión de la siega resultaba demasiado exigente, podían simplemente abandonar sus telares y volver a la agricultura a tiempo completo, complementando el trabajo en su propia granja con trabajo asalariado en la temporada alta. Incluso los mercaderes indios políticamente conectados no siempre podían mantener el control de sus tejedores bajo estas circunstancias; y la correspondencia de los comerciantes europeos del siglo XVIII está llena de quejas sobre la pérdida de adelantos. ¿Qué es lo que acabó finalmente con el reinado de los textiles indios? En el largo plazo, la revolución industrial inglesa, comenzada por firmas dedicadas durante mucho tiempo a imitar los algodones indios para vender en los mercados africanos y americanos. Pero incluso antes que eso, fueron los propios ingleses en India, que, intentando sostener el desafío de Lancashire, habían comenzado a matar a la gallina que ponía los huevos de

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oro. Cuando la Compañía Inglesa de las Islas Orientales conquistó Bengal en 1750, se dispuso inmediatamente a eliminar a cualquier otro comprador de textiles de algodón para la exportación y someter a los tejedores a un riguroso control. Varias medidas discriminatorias obstaculizaron a otros comerciantes: una nueva ley consideró como delito trabajar para otro cuando alguien tuviera un adelanto importante de la Compañía (incluso si hubiera terminado su trabajo para ambos compradores). Los agentes de la Compañía estaban autorizados para hacer guardia frente a las casas de los tejedores que hubieran contratado con ella. La Compañía admitía que pagaba de 15 a 40 por ciento menos que otros compradores, pero esperaba que estas medidas le ayudaran a conseguir todo el tejido que necesitaba en cualquier caso; un oficial de la Compañía declaró ante el Parlamento en 1766 que ahora que gobernaba Bengal, la Compañía Inglesa de las Islas Orientales esperaba doblar sus exportaciones de tejidos en unos pocos años. En vez de ello, los tejedores utilizaron el único recurso que tenían contra lo que era ahora efectivamente un monopsonio estatal; abandonaron sus telares, migrando o convirtiéndose en trabajadores agrícolas. En una generación, las comunidades de tejedores especializados alrededor de Dhaka habían desaparecido, y la ciudad misma se redujo a una fracción de su anterior tamaño. Incontables telares en casas de campesinos, que una vez habían producido para la exportación, ahora sólo hacían ropa para los vecinos. Los objetivos de la Compañía Inglesa de las Islas Orientales no eran diferentes de aquellos que siempre habían motivado a los comerciantes en este comercio; pero al perseguirlos con nueva crueldad y consistencia, lo habían hecho lo imposible, destruyendo sin pretenderlo la primera industria de su época. (...)

Traducción de Alicia Campos Serrano Octubre 2013

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