Pomeranz & Topik, "Comercio mundial, industrialización y desindustrialización"

July 22, 2017 | Author: acamposerrano | Category: Cotton, Trade, United Kingdom, Industrialisation, Sugar
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Descripción: Traducción del Capítulo 7 de Kenneth Pomeranz y Steven Topik, The World that Trade Created. Society, Cultur...

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Traducción para uso exclusivamente docente.

Kenneth Pomeranz y Steven Topik, The World that Trade Created. Society, Culture, and the World Economy 1400 to the Present, M.E. Sharpe, Armonk, NY / London, 1999.

El mundo que creó el comercio. Sociedad, Cultura y Economía Mundial de 1400 al presente

Capítulo 7 Comercio mundial, industrialización y desindustrialización Hace ochenta años, el historiador T.H. Ashton denominaba a la revolución industrial “una naranja tres veces exprimida": un tema que tenía ya poco jugo que aprovechar. Después procedía a escribir un libro más sobre ella, y provocaba nuevos debates. Hoy existe todavía poco consenso sobre cómo ocurrió la industrialización – ese desplazamiento de gran parte de la fuerza de trabajo desde la agricultura, la pesca y la silvicultura hacia trabajos en los que se utilizaban poderosos artefactos mecánicos para transformar objetos –, o qué papel jugó el comercio en esa transformación. Los efectos del comerció entre áreas ya industrializadas y aquellos que son principalmente agrarias son todavía controvertidos: en particular ¿bajo qué circunstancias tal comercio hizo más fácil o más difícil para el socio comercial “menos desarrollado” industrializarse él mismo? En la medida en que hoy en día prácticamente todas las economías prósperas son industriales (o post-industriales), esa pregunta es una versión de otra aún más básica: ¿beneficia el comercio internacional realmente a todas las partes, o las desigualdades en riqueza y poder provocan que algunos participantes salgan perdiendo? Las complejidades históricas de esta cuestión se derivan en parte del hecho de que muy pocos países han hecho en la práctica lo que la teoría económica elemental les dice que es obviamente bueno para ellos: es decir, establecer el libre comercio con todos los demás países, con independencia de sus niveles relativos de desarrollo. De modo que algunos –tal vez todos– deberíamos estar confusos. Comercio mundial e industrialización temprana Las personas han fabricado cosas durante milenios, así que ¿cuándo empezó la “industrialización”? Talleres que reunían gran número de trabajadores se remontan a siglos, normalmente factorías reales e imperiales que fabricaban armas, uniformes o monopolizaban bienes de lujo. Y mientras la mayoría de los procesos eran alimentados por músculos humanos o animales (la palabra “manufacturado” se refería antes a “hecho a mano”), la energía hidráulica, el carbón y otras fuentes de energía mecánicas o química, no eran desconocidas: saltos de agua en la provincia china de Sichuan quemaba incluso gas natural hace cerca de dos mil años. Pero si se busca el primer lugar donde gran número de personas trabajaban intensivamente y de manera coordinada (no cada uno trabajando separadamente codo a codo bajo un mismo techo), con la sincronización de tareas determinado por las necesidades físicas de un proceso de -1-

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producción basado en el consumo intensivo de combustible, y que generaba un producto estandarizado, el prototipo para las fábricas modernas podría encontrarse en un lugar inusual: los ingenios azucareros de América Latina, donde la caña (que se pudre rápidamente si no se procesa) era triturada, hervida y preparada para su viaje trasatlántico. (Véase 7.1.) En este caso, no sólo las fábricas se originaron fuera de Europa; los primeros trabajadores en ajustarse a la vida fabril no fueron asalariados sino esclavos, y no europeos sino africanos. Versiones más convencionales de la historia de la industrialización comienzan en los textiles ingleses, y aquí el comercio juega un papel destacado. Los primeros textiles de algodón producidos en Inglaterra eran imitaciones de los paños indios. Durante mucho tiempo, las telas de India constituyeron el estándar de excelencia, especialmente en los estratégicos mercados africanos donde las telas eran cambiadas por esclavos. Los primeros talleres ingleses encontraron la mayoría de sus mercados en ultramar. La apertura de estos mercados estaba vinculada al Imperio en al menos dos sentidos. Primero, en una era en la que la mayoría de los países protegían su economía y los mercados coloniales de la competición extranjera, la fuerza de la marina británica fue crucial para abrir mercados alrededor del mundo (especialmente en las Américas), reducir los costes de navegación a mercados distantes (en parte reduciendo la piratería) y, en algunos casos, evitar intrusos que compitieran con los bienes ingleses en las colonias británicas. En segundo lugar, el dominio británico de India (especialmente Bengal, la región líder en la exportación de textiles, y la primera área de dominación británica en el subcontinente) probaron ser muy importantes. Fueron los bienes indios los que permitieron a Gran Bretaña la entrada en los mercados textiles del Imperio Otomano, Persia, Sureste Asiático y varias partes de África, inflingiendo un golpe significativo a algunas industrias textiles en cada uno de esos lugares. La mecanización dio finalmente a los productores británicos una gran ventaja en su lucha por reemplazar aquellos textiles con los suyos; pero la transición ocurrió antes de lo que podría haber ocurrido gracias a varias políticas de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Aunque la Compañía sólo trataba de que los tejedores indios les vendieran exclusivamente a ellos y a un precio muy bajo, sus planes llevaron sin embargo a muchos bengalíes que habían tejido para la exportación a abandonar su trabajo totalmente. (Véase 7.3.) Más tarde a lo largo del siglo, cuando los textiles británicos perdieron su ventaja competitiva en gran parte del mundo, India proporcionó un inmenso mercado protegido que fue esencial para mantener a Lancashire vivo. Finalmente, el comercio fue central para la industrialización británica porque la principal fibra de la revolución textil, el algodón, fue siempre una importación que Gran Bretaña no podía cultivar en casa. La mecanización del hilado y el tejido de la lana y el lino se desarrolló más lentamente que la del algodón; y más importante, Gran Bretaña nunca hubiera podido por sí sola abastecerse suficientemente de ninguna de esas fibras para expandir la producción textil como lo hizo. El lino era extremadamente intensivo en trabajo y muy duro para el suelo, por lo que en Europa occidental era principalmente una planta de jardín, cultivada en una escala muy pequeña. A pesar de numerosos intentos del Parlamente durante dos siglos de subvencionar el cultivo de lino a lo largo de las Islas Británicas y las colonias de Norte América, los resultados fueron bastante modestos. Y en cuanto a la lana, bueno, criar suficientes ovejas para reemplazar el algodón que Gran Bretaña importaba en 1830 (al inicio de la era industrial) hubiera requerido más tierra que el total de las tierras arables y de pasto en todo el Reino Unido. (Véase 7.2.) -2-

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Es cierto que la primera era industrial implicó mucho más que textiles. Pero en casi todos los análisis, el algodón constituye un motor crítico de la industrialización, de modo que el comercio externo, muchas veces desatendido, constituye una parte crítica de la historia. Cuando nos volvemos hacia otros sectores, a menudo encontramos que de nuevo el suministro externo de productos primaros fue crucial. A un nivel aún más básico, debemos recordar que la industrialización de una sociedad, en oposición a un sector particular, depende casi siempre de enormes importaciones de otros bienes. A menos que el rápido crecimiento de la población no agrícola sea equiparado por un crecimiento igualmente rápido de la productividad agrícola, los trabajadores no tendrán qué comer sin un incremento en las importaciones de comida, y menos aún podrán comprar la gran variedad de productos de consumo (todos los cuales contienen materias primas) que proporcionan gran parte de la motivación para aceptar un ambiente extraño, a menudo una dura disciplina, y los nuevos hábitos peculiares de la vida industrial. De modo que, como discutimos con más detalle en nuestra sección sobre mercancías, la industrialización casi siempre va acompañada a un fuerte incremento en el comercio. La escasez de algunos bienes que ahora se necesitan en mayores cantidades creaban cuellos de botella que enviaban a los mercaderes a recorrer el globo en busca de sustitutos exóticos. La dependencia de cualquier importación, o incluso de un tipo de importaciones, podía ser temporal. Por ejemplo, Europa, que importaba cantidades de comida sin precedentes entre 1830 y 1950, ha recuperado más o menos autosuficiencia desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las importaciones han sido bastante indispensables durante largos periodos. Esto lleva a diferente tipo de preguntas: si las naciones industrializadas (y generalmente poderosos) necesitan que otros países se mantengan especializados en agricultura, silvicultura y exportaciones de materias primas, ¿han tomado medidas para evitar que esos países se industrialicen? Y si es así ¿han sido esas medidas efectivas? O, por el contrario, la relación con países ya industrializados ¿ha acelerado la industrialización en otros lugares, al menos en aquellos países que no enfrentaban obstáculos internos particularmente serios? Comercio mundial y la expansión de la industrialización: dos conjuntos de cuestiones El papel del comercio mundial en la difusión de la industria a otros países es incluso más complejo, porque hay muchos casos diferentes a considerar. Pero las cuestiones pueden agruparse al menos en dos temas generales separados. Uno concierne a cómo el tráfico afecta el desarrollo de las condiciones económicas para la industrialización. ¿Ayuda la exportación de productos primarios a los países industriales que pueden pagar por ellos a acumular el capital que se necesita para industrializarse? ¿Puede la disponibilidad de importaciones industriales desanimar la industrialización, dado que los productores locales no estarían seguros de su propio mercado interno? ¿Empobrece a los artesanos, que podrían invertir en una temprana industrialización, que sean los terratenientes los que se beneficien de un boom en exportaciones agrícolas?

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Un segundo conjunto de cuestiones se refiere a la expansión de las tecnologías industriales mismas. En principio, parece que el efecto neto del comercio global en la difusión de tecnologías debería ser positivo. El que alguien en el mundo sepa cómo hacer una cierta cosa no reduce la posibilidad de que otra persona lo invente también; de modo que cuando alguien añade a esa probabilidad la posibilidad de que la gente aprenda acerca de técnicas de otros lugares, las posibilidades de que se obtengan debe aumentar. Pero esto no es tan simple, al menos una vez que las patentes hacen ilegal para la gente usar procesos que otros inventaron primero, incluso si lo hubieran conseguido por ellos mismos. Más en concreto, en la mayoría de los casos es crucial comprobar cómo el comercio global ha influido en la distribución de los mejores procesos tecnológicos a lo largo del mapa en varias épocas: a través de la expansión del conocimiento y el estímulo de la competición, pero también a través de políticas deliberadas por ciertas compañías y países que buscan crear o preservar un monopolio sobre la mejor práctica. Cómo funcionan dichos esfuerzos – y qué efectos han tenidoha cambiado enormemente, en gran medida por cambios en la naturaleza de las tecnologías que la gente busca controlar. Volveremos a estas cuestiones en la última parte de este capítulo Comercio, división mundial del trabajo, y posibilidades de industrialización En la mayoría de contextos, no es difícil imaginar que los términos negociados entre dos partes con enormes diferencias de riqueza y poder, puede funcionar en detrimento de la parte más débil, dejándola incluso más atrás. Pero desde Smith y Ricardo, la Economía nos ha dicho que tales preocupaciones son infundadas en el caso del comercio internacional: el libre comercio beneficiará a ambas partes al obligarles a especializarse en las actividades que son más rentables para ellos, al tiempo que se mantiene la cantidad total de riqueza creada. Esto bien podría significar, para algunos países, un periodo prolongado de especialización en materias primas, pero esto sólo ocurriría si es provechoso para ellos – no les obligaría a continuar dicha especialización una vez que las circunstancias hicieran más ventajoso industrializarse. El famoso ejemplo de Ricardo se basaba en el comercio en vino y lana entre Inglaterra y Portugal, mostrando que esta situación era más beneficiosa para los dos que si cada uno de ellos trataban de producir las dos cosas. En la pizarra, el argumento funciona incluso cuando un país es más eficiente que otro en todo – el rezagado aún ganaría en la especialización en cosa(s) en las que está por detrás e importando las otras, comparado con lo que podría conseguir con la autosuficiencia. En abstracto, es difícil argumentar a favor del proteccionismo. Pero la realidad no es siempre tan clara. De hecho, el mismo ejemplo de Ricardo nos podría hacer preguntarnos cómo le fue a Portugal durante los siglos de libre comercio con Inglaterra. ¿Estamos seguros de que lo habría hecho peor de otra manera? El problema se hace más complejo cuando nos damos cuenta de que no hay apenas ejemplos de industrialización exitosa con libre comercio "puro" (o, en el mismo sentido, con auto-suficiencia pura). Incluso en el supuesto apogeo del libre comercio, Estados Unidos y Alemania consiguieron sus impresionantes crecimientos de finales del siglo XIX y principios del XX con altas barreras arancelarias; muchos otros países también tuvieron algún tipo de protección.

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Incluso el caso británico es ambiguo. Durante la mayor parte del siglo XIX, Gran Bretaña abogó por el libre comercio, pero su propia industria textil estuvo protegida de las importaciones baratas indias en los siglos XVII y XVIII por tarifas de casi el 100%; sólo después de que se convirtiera en el productor mundial más eficaz, desmanteló dichas barreras. E incluso en la cumbre del libre comercio al final del siglo XIX, el imperio indio de Gran Bretaña permaneció como una importante excepción, con mercados para varios bienes industriales esencialmente cerrados a los no británicos. Esto garantizó que el mercado se volviera más, no menos, importante, cuando la industria británica comenzó a perder su base competitiva frente a Estados Unidos y Alemania. Aunque parezca extraño, uno de los mejores ejemplos de exportación de materias primas que alimentó el crecimiento industrial viene de donde no lo esperaríamos: Japón. (Véase sección 7.6.) Aunque no era un país rico en recursos, Japón exportaba grandes cantidades de plata, y aún más seda a finales del siglo XIX. Tomando ventaja de la epidemia que sufrieron los gusanos de seda en Europa, y de innovaciones técnicas locales que permitieron coordinar el cultivo de arroz y la crianza de los gusanos mejor que antes (básicamente calentando los capullos de seda para hacer que los gusanos produjeran antes en el año, cuando los arrozales no estaban tan ocupados) los agricultores japoneses se hicieron con una enorme cuota del mercado mundial, y proporcionaron la mayoría de las divisas. Por su parte, las altas rentas que pagaban se convirtieron en el capital de los propietarios que invirtieron en las fábricas de hilado y los impuestos que el estado invirtió en proyectos pilotos, la mayoría en la industria pesada. Así que, mientras la experiencia más reciente hace pensar en la agricultura japonesa (o coreana o taiwanesa) como vestigios económicamente ineficientes subsidiados por poderosas economías industrializadas, la verdad era justo la contraria a principios del siglo XX. Si queremos hablar de un "milagro japonés" previo a 1945, dicho milagro se ve muy diferente desde el modelo posterior a 1945 considerado a menudo como el modelo típico de Asia Oriental. (También era diferente del modelo postbélico en que los sectores de la industria pesada japonesa previa a 1945, que tenía estrechos vínculos con el gobierno, era la menos exitosa en términos económicos, aunque ayudaron a crear una impresionante maquinaria militar. Fueron los sectores industriales ligeros menos mimados los que triunfaron.) En muchos casos, incluso grandes aumentos de exportaciones agrícolas han fracasado en crear una base para la industrialización. El caso de Filipinas debatido en el punto 7.4., puede ser extremo, pero no es único. En este caso, el objetivo del cónsul británico Nicholas Loney fue destruir la industria textil artesana filipina para abrir un mercado a los bienes británicos; el desarrollo de las plantaciones de azúcar fue esencialmente una idea posterior para proporcionar un cargamento de vuelta a los barcos que traían los tejidos. Los trabajadores de las plantaciones de azúcar que se desarrollaron eran pagados pésimamente, mientras una pequeña élite latifundista prefería los bienes europeos a los domésticos. El único grupo relativamente grande cuyos ingresos aumentaron –los estibadores– tendieron a ser hombres solteros que lo gastaban en gran medida en entretenimiento y servicios, en agudo contraste con las trabajadoras femeninas cuyas ganancias, mucho mayores antes de la llegada de Loney, tendían a apoyar el consumo de los hogares. Bajo estas circunstancias, no es sorprendente que un boom en las ganancias por exportación no hiciera nada para promover la industrialización, y hasta puede haberla retardado. No es sólo los efectos del comercio

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sobre el total de los ingresos nacionales lo que importa, sino los efectos sobre la distribución. Tecnología Si participar en la economía internacional no asegura los recursos financieros o los incentivos necesarios para la industrialización, puede incrementar el conocimiento de tecnologías alternativas. Pero aprender sobre otras formas de hacer las cosas no siempre lleva a aplicarlas. Algunas veces la nueva técnica no es más ventajosa –maquinarias caras que ahorran trabajo, por ejemplo, pueden ser contraproductivas en una economía con mano de obra muy barata. En otros casos, la nueva tecnología puede ser económicamente eficiente, pero ser juzgada perjudicial en otros sentidos. Pero incluso una técnica que la gente podía ver como ventajosa no siempre se adoptaba. La transferencia de las primeras tecnologías industriales era a menudo entorpecida por diferencias culturales y organizativas entre lugares de trabajo; las transferencias de tecnologías más avanzadas encontraba a menudo obstáculos legales y financieros. Las primeras tecnologías industriales implicaban a menudo un conocimiento artesanal que estaba incorporado en las personas tanto como en los equipamientos. En este aspecto, el coste de construir la maquinaria necesaria (si podemos usar esta palabra para muchos de estos elementos) no era en general una gran barrera para la imitación; las patentes, incluso si existían sobre el papel, apenas eran efectivas (especialmente al otro lado de las fronteras). Un artesano experimentado que iba a un nuevo lugar podía a menudo recrear las herramientas necesarias desde cero. Y aunque Gran Bretaña, en particular, trató de prohibir la emigración de “mecánicos”, esto era imposible. Bastantes de ellos fueron donde las remuneraciones eran buenas –la Europa continental, las Américas y algunas partes de Asia– frustrando dicha legislación. Por otra parte, reproducir la maquinaria necesaria no siempre completaba el proceso de transferencia tecnológica. El historiador John Harris proporciona una serie de ejemplos de transferencia tecnológica fracasada incluso entre dos países que eran, en términos generales, relativamente similares: Inglaterra y Francia. Franceses del siglo XVIII y principios del XIX hicieron copias escrupulosamente precisas de los hornos en los que los ingleses hacían hierro, cristal y muchas otras materias básicas utilizando carbón – pero durante varias décadas casi todos estos nuevos instalaciones fracasaron. Hacer cualquiera de estos materiales correctamente, como se comprobó, requería todo tipo de conocimientos que era imposible poner sobre el papel: cómo saber, mirando y escuchando, que una pieza había estado en el fuego lo suficiente, en qué ángulo cogerlo, cómo voltearlo lentamente, y qué tipo de ruidos indicaban que algo iba mal. De hecho, estos detalles pequeños pero esenciales eran tan diferentes de las que un artesano francés, acostumbrado a trabajar con hornos de leña, conocía, que era difícil para un consumado artesano inglés saber cuáles de las prácticas que ellos daban por hecho debían explicarse a los otros. Sólo cuando equipos enteros de trabajadores ingleses llegaron después de 1830, estos procesos fueron realmente transferidos. Si tal incomunicación podía ocurrir a un lado y otro del Canal de la Mancha, ¿es de extrañar que la transferencia tecnológica entre áreas más separadas geográfica y culturalmente fracasara a menudo? La tecnología puede haber viajado poco en este periodo, pero probablemente no por los intentos deliberados de países “avanzados” para monopolizara; la naturaleza del proceso mismo era a menudo una barrera suficiente. -6-

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Esta particular forma de “rigidez natural” de la tecnología y el liderazgo tecnológico se volvió mucho menos importante conforme avanzaba la industrialización. Las nuevas máquinas y tecnologías fueron diseñados cada vez más por gentes que compartían un lenguaje ingeniero común, y que no provenían de una tradición artesana. Dichas máquinas requerían cada vez menos conocimiento artesanal para operar; de hecho algunas de ellas eran designadas específicamente para permitir a la gente sin conocimientos previos reemplazar a los operarios artesanos independientes y más caros. Muchos equipamientos nuevos requerían mucha habilidad para operarlos, pero era una habilidad inventada de nuevo, registrada en libros, e imposible de mantener en secreto. Pero si estas barreras para la transferencia tecnológica se fueron erosionando, otras nuevas ocupaban su lugar. En primer lugar, conforme la tecnología estaba cada vez más incorporada en máquinas grandes y caras, los costes de adquirirla se hicieron más onerosos para el país que quisiera alcanzarla; y cada vez más, la tecnología dependía de varios tipos de redes que podían ser extremadamente caras. (Los ordenadores y módems pueden ser relativamente baratos, pero una red eléctrica y una línea de telefonía fija seguras no lo son). Se hizo más fácil definir, y por tanto patentar, inventos consistentes en equipamientos, no habilidades; cada vez valía más la pena adquirir una patente conforme aumentaba el coste del artículo en cuestión y su mercado potencial (a finales del siglo XVIII, muchos inventores no se preocupaban de patentar sus creaciones, incluso en Inglaterra); y fue más fácil hacer respetar una patente conforme se hizo más fácil archivar y enviar la información y las leyes de propiedad intelectual convergían (a veces a través del cambio de actitudes, a veces a través de la presión de los países más ricos). Como el cambio tecnológico se convirtió en algo conscientemente planeado y financiado (el presupuesto en I+D fue una innovación de finales del siglo XIX), se convirtió en objeto de la política de gobiernos y empresas en todo el mundo, e implicó tanto la promoción de más innovaciones como el control de la difusión y transmisión, sin pago previo, de las mismas. Durante muchos años en gran parte del mundo, el colonialismo complicó el paisaje aún más. La presencia británica llevó a la construcción inusualmente rápida de líneas de ferrocarril en India, y a la primera fábrica textil mecanizada en India, pero no creó el tipo de vínculos que hubiera promovido un crecimiento mayor. Los ferrocarriles indios utilizaban equipamiento británico, ingenieros británicos, e incluso el carbón era en su mayoría británico. En consecuencia, no se favorecieron nuevas industrias ni se transfirieron muchas habilidades nuevas. Las fábricas textiles de Bombay, como sus contrapartes un poco más jóvenes en Osaka y Shanghai, se expandieron durante la Primera Guerra Mundial, cuando la escasez de transporte marítimo proporcionaron una protección con respecto a los bienes europeos (véase sección 7.5.). Pero la misma carencia de transporte supuso que las fábricas a pleno rendimiento no podía importar suficientes repuestos, y mucho menos la maquinaria para aumentar su capacidad. En China y especialmente Japón, donde las fábricas y arsenales de acero habían sido construidos y mantenidos por razones de seguridad nacional, cuando estas empresas no competitivas desaparecieron súbitamente los mecánicos, técnicos e ingenieros aprovecharon la oportunidad para construir máquinas de hilado y tejido, creando un sector de bienes de capital local. La India colonial careció de recursos similares, de modo que se perdió una oportunidad preciosa. Como la época en la que gran parte del -7-

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mundo comenzó a comerciar con las economías industrializadas coincidió con el periodo en el que muchos de estos países estaban subordinados políticamente, nunca podremos saber cuánto comercio en bienes industriales habrían creado, de no haberse visto envueltos por el imperialismo. Algunas veces, sin embargo, incluso medidas designadas para impedir el desarrollo industrial no lo consiguieron, al menos en el largo plazo. En la Nueva Inglaterra colonial, los largos inviernos podrían haber sido perfectos para el crecimiento de una industria artesanal, salvo que la legislación mercantilista británica lo disuadía. Como resultado, aquellos que no podían sobrevivir sólo de la agricultura, o bien se fueron (la mayoría al norte de Nueva York, que tenía más y mejores tierras), o se dedicaron al comercio, el transporte marítimo o la construcción de barcos, que estaban permitidos. Después de la revolución, las conexiones creadas por aquel comercio y las destrezas aprendidas en los astilleros sirvió bien a los primeros constructores de fábricas, y la escasez de desarrollo artesano supuso que no se tuvieron que enfrentar a una competición de bajos salarios. Con abundante energía hidráulica y diseños robados para completar el panorama, Nueva Inglaterra no tardó en funcionar como el primer centro industrial en las Américas. Finalmente, es necesario señalar que no conocemos todavía el final de la mayoría de las historias que estamos contando. La historia de Nicholas Loney arruinando la producción textil filipina mientras fomentaba el cultivo de azúcar es, en el corto plazo, un claro caso de apertura a la economía mundial que no promovió el desarrollo industrial. Pero si estuviéramos escribiendo en 1956, las cosas se verían de manera diferente. En ese tiempo, las Filipinas habían desarrollado numerosas industrias ligeras (algunas financiadas por los barones del azúcar) durante un periodo en el que se promovieron políticas proteccionistas y diferentes subsidios para animar una “industrialización de sustitución de importaciones”: la renta per cápita de Filipinas llegó a ser la segunda en Asia después de Japón. Si estas industrias de sustitución de importaciones hubieran continuado cuando la protección desapareció en 1960, podríamos estar hablando hoy de cómo cambios juiciosos y oportunos adelante y atrás entre protección y apertura para diferentes sectores, habían llevado a un brillante éxito de desarrollo, tal y como hoy hablamos de Japón o Taiwán, o, en el mismo sentido, de Estados Unidos o Alemania. Pero al contrario que muchas industrias en esos países, las industrias filipinas no utilizaron su periodo de protección para alcanzar competitividad internacional – y salieron mal paradas cuando la protección acabó. Así que, 34 años más tarde, las Filipinas son de nuevo una región rezagada. La gente puede seguir discutiendo sobre si culpar del fracaso a las políticas de apertura o proteccionistas, y explicar lo que pasó en países más exitosos a partir de sus propias predilecciones ideológicas, o a partir de realidades complejas.

7.1. Dulce industria: las primeras fábricas Cuando pensamos en las primeras fábricas, pensamos normalmente en Europa, particularmente Inglaterra. Después de todo, las fábricas eran la definición de lo “moderno” y Europa era el líder de la modernización. Asumimos que fueron construidas primero en Europa donde el capital, las máquinas y el trabajo se combinaron para crear métodos aún más eficientes y productivos. La invención y capacidad emprendedora -8-

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europea, junto con el capital previamente acumulado y los mercados incipientes llevaron a la industrialización, que fue el fundamento de la secular dominación europea de la economía mundial. De acuerdo con esta historial, el globo se dividió entre la Europa industrial, y más tarde los Estados Unidos, y el resto del mundo de exportadores agrarios. Con esta especialización internacional del trabajo, los países agrícolas sólo se industrializaron más tarde. Sin embargo, hay buenas razones para darle la vuelta a esta versión: las primeras fábricas surgieron en el mundo colonial, orientadas a la exportación. La importancia de las colonias del nuevo mundo para el surgimiento de la industria se ha reconocido desde hace mucho tiempo. Karl Marx observó hace siglo y medio “la esclavitud es un eje de nuestro industrialismo actual como lo es la maquinaria, el crédito, etc. Sin esclavitud, no hay algodón; sin algodón, no hay industria moderna. La esclavitud ha dado el valor a las colonias, las colonias han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria para la industria maquinista de larga escala”. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals refleja este sentimiento mucho más recientemente: “El azúcar recibió y dio un fuerte empuje al desarrollo del capital: fue esencialmente un gran motor del crecimiento industrial acelerado de Inglaterra”. En estas versiones, sin embargo, las colonias llevaron a la industria en Inglaterra por el capital y los mercados que proporcionaron. De hecho, puede muy bien argumentarse que las primeras fábricas industriales fueron los ingenios azucareros de las Américas. No es sorprendente que una de las definiciones de Webster de “factoría” se refiere directamente a las colonias1: “un lugar donde residen los factores para tratar negocios para sus empleadores, como las factorías de los mercaderes ingleses en las colonias”. Pero las colonias también tenían fábricas en una definición más estándar: “un establecimiento para la manufactura de bienes, incluidas las necesarias construcciones y maquinaria”. Normalmente consideramos que las manufacturas de bienes incluyen la producción de un bien final a partir de materias primas a través del uso de maquinaria a gran escala y de la división del trabajo. La última parte es crucial. Aunque grandes talleres han existido desde tiempos antiguos, donde se reunían decenas de zapateros, sastres o armadores que usaban herramientas para transformar materias primas en productos terminados, no tenían trabajo especializado. Cada zapatero hacía el zapato entero; no había un esfuerzo de integración. El producto de un trabajador no dependía del trabajo de su vecino. La emergencia de fábricas se vincula normalmente a la presencia de trabajadores asalariados capaces de controlar las técnicas más sofisticadas exigidas por la industrialización. Para Kark Marx, la industrialización y el capitalismo van de la mano. Pero se puede sostener que las primeras fábricas fueron los ingenios azucareros de las islas atlánticas, como Sao Tomé y luego del Caribe. No sólo no surgieron de un proceso natural de acumulación interna de capital que producía bienes para un mercado interno, sino que no utilizaban mucho trabajo asalariado ni demandaban trabajadores expertos. Por el contrario, el azúcar era refinado por grandes fuerzas esclavas para exportar a Europa. 1

Aunque el castellano "factoría" también puede tener estos dos significados, es más habitual reservar su uso para la primera definición y utilizar "fábrica" para la segunda. En inglés se utiliza la misma palabra, "factory", para ambos significados.

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Ya en el siglo XVII, las plantaciones de azúcar incluían tal vez doscientos esclavos y hombres libres, un molino, un cuarto de calderas, un secadero, una destilería para ron y un almacén. Esto incluía no sólo algunas de las tecnologías más sofisticadas de la época y una gran fuerza de trabajo, sino también inversiones de varios miles de libras. Ciertamente, el noventa por cierto de la fuerza de trabajo era mano de obra dedicada a un trabajo brutal. Pero el 10 por ciento dedicado a triturar hervir y destilar plantas eran trabajo muy especializado. La escala, complejidad y organización social de los ingenios azucareros las convirtieron en las primeras fábricas. El tiempo era un amo despiadado en el proceso de producción de azúcar. Una vez recogida, la caña tenía que ser triturada en el molino para evitar la pérdida de azúcar. En los ingenios, especialmente en los grandes, era necesario un estricto control de la temperatura. Los fuegos de las calderas tenían que ser constantemente alimentados, el azúcar líquido tenía que ser cambiado de cuba a cuba sin permitir la cristalización, mientras se removían los sedimentos en el momento correcto. Entonces, la melaza del azúcar tenía que ser rápidamente llevado al secadero. El azúcar de caña producía varias cualidades de azúcar, así como melazas y ron. Cuanta mayor atención se pusiera en la producción, mejor sería el producto final y más grandes las ganancias. Cuando pensamos en fábricas, pensamos en maquinarias que ahorran trabajo. De hecho, los avances tecnológicos desde el siglo XVI supusieron que el ingenio azucarero era capaz de procesar mucho más azúcar con mucho menos trabajo. Pero el gran coste del ingenio y su voraz apetito exigía que grandes ejércitos de esclavos fueran puestos a trabajar 24 horas al día alimentando al dulce monstruo. La mejora tecnológica creó la demanda de más trabajo disciplinado. Esto no era una empresa tropical de lujo. Un colono de Barbados comentaba en 1700 sobre el ingenio azucarero: “En resumen: esto es vivir en un perpetuo ruido y prisa..., los esclavos permanecen día y noche en grandes casas de cocción, donde hay seis o siete grandes ollas que se mantienen hirviendo perpetuamente..., una parte está constantemente en el ingenio, noche y día, durante toda la estación del azúcar”. Esto convirtió a los ingenios azucareros en las primeras fábricas gobernadas por la disciplina del tiempo industrial. Los equipos de trabajo especializado tenían que coordinar sus esfuerzos: la caña tenía que ser rápidamente cortada y trasladada al ingenio cuando estaba madura; las hambrientas trituradoras estaban constantemente alimentados de caña; la caña sobrante, el bagazo, era trasladada a la caldera para alimentar el fuego. Las exigencias del proceso de producción hacía que los esclavos tuvieran que trabajar acoplados como las diferentes partes de una máquina bien engrasada. Eficiencia y esclavitud, ahorro e intensificación del trabajo se combinaban. La gran cantidad de azúcar que este método producía provocó que el precio cayera vertiginosamente, convirtiendo lo que una vez fue una especia de lujo y una medicina en un alimento de masas y finalmente en un aditivo de la comida. En las primeras fases de la industrialización de Inglaterra, de 1650 a 1750, el consumo de azúcar per capita aumentó, mientras que el de pan, carne y productos diarios se estancó. El azúcar alimentó no sólo la revolución industrial, sino a su fuerza de trabajo en Europa. El azúcar, que consideramos como un producto de ocio y placer, una importación de las templadas tierras caribeñas, fue de hecho el primer producto industrial y un cruel señor para cientos de miles de esclavos que trabajaron para elaborar dulces delicias. Marx - 10 -

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observó que “la oculta esclavitud de los trabajadores asalariados de Europa necesitaba, para su pedestal, de la esclavitud pura y simple en el Nuevo Mundo”. Podía haber añadido que las fábricas del Caribe sostenían un espejo en el que Europa podía mirar su futuro industrial.

7.2. Fibras de fortuna: cómo el algodón se convirtió en el tejido de la era industrial "Quien dice Revolución Industrial dice algodón" según un texto conocido, y los textiles de algodón está entre los primeros productos de las fábricas modernas. Pero a medida que avanza el relato, normalmente nos centramos en la máquina, no en la fibra; parece fortuito que el nacimiento de la fábrica coincidiera con un cambio en la principal fibra vegetal de Europa. De hecho, no hay nada de casual. Si el algodón (la principal fibra vegetal en casi toda Asia) no hubiera reemplazado el lino y la lana como principal tejido en Europa, es difícil imaginar la Revolución Industrial tal y como ocurrió. Y si los europeos hubieran tenido que cultivar ellos mismos la planta, en vez de en plantaciones del Nuevo Mundo, el aumento de la demanda sobre la tierra, el agua y el abastecimiento de trabajo podría fácilmente haber cortocircuitado el proceso. El algodón era conocido en India desde hacía más de 2000 años (como lo era una máquina bastante cercana a la rueca moderna); se extendió lentamente hacia el este, norte y oeste. Era más fácil de hilar que el cáñamo, y mucho más cómodo de llevar. Hacia 1300, se había extendido desde África Occidental hasta Japón. No se cultivaba en Europa, pero era conocido allí también: durante un periodo de escasez de lana en el medievo, mercaderes venecianos trajeron la nueva fibra de Alepo (en la actual Siria) donde era combinada con lana para elaborar un tejido sustitutivo llamado fustán. Pero estas importaciones fueron limitadas. Durante los siguientes 400 años, el algodón eludió a Europa, mientras conquistaba África y Asia. En China, la tela de algodón se convirtió gradualmente en el tejido elegido por prácticamente todo el mundo; los campesinos vestían la calidad más áspera e incluso los muy ricos llevaban algunos algodones en combinación con sus sedas. El abanico de calidad y precio era enorme: un documento del siglo XVIII señala que algunos de los tejidos de algodón utilizados en rituales en el templo costaban 200 veces más por hilo que los utilizados por la gente corriente. En India, no sólo había algodones de todas las calidades, sino una amplia variedad de mezclas de algodón-seda, que se convirtieron en el estándar de la excelencia a lo largo del Viejo Mundo. Compradores tan lejanos como en África Occidental o el Sureste Asiático dibujarían diseños que los comerciantes llevarían de vuelta a India, donde un pueblo particular con el que el comerciante tenía conexiones (normalmente indirectas) crearía tejidos para la siguiente temporada de comercio. En los siglos XVII y XVIII, los europeos entraron en escena también, comprando tantos algodones baratos y de calidad que provocaron levantamientos entre los trabajadores de la lana ingleses, y varias leyes proteccionistas del Parlamento. Pero al contrario que la seda, donde los europeos hicieron incontables esfuerzos para aprender a producir el hilo en casa, las plantas de algodón nunca fueron importadas a Europa en una escala significativa. Esto pudo haber beneficiado Europa, porque la autosuficiencia en fibra de algodón supuso un considerable coste ecológico para distintas partes de Asia. En la región del Bajo Yangtze de China (cerca de la actual - 11 -

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Shangai) grandes cantidades de fertilizante a base de pasta de soja tuvieron que ser importadas (sobre todo de Manchuria) para reponer el suelo agotado; hacia mediados del siglo XVIII la cantidad de soja utilizada podría haber alimentado a 3 millones de personas al año. En Japón, fue el mar el que proporcionó el alivio ecológico necesario para las tierras algodoneras. Las pesquerías japonesas se expandieron enormemente en el siglo XVIII y principios del XIX, sobre todo hacia las islas Sakhalin (lo que llevó a varios encuentros tensos con los rusos en su movimiento hacia el este), pero la mayoría de lo capturado no se comía; en su lugar era utilizado como fertilizante, y la mayor parte para las tierras productoras de algodón. (El arroz, el mayor cultivo alimentario tanto en China como en Japón, produce un rendimiento muy alto por acre con un mínimo uso de fertilizantes). El algodón es además un cultivo que necesita mucha agua. Hacia inicios del siglo XIX, los campesinos del norte de China que cultivaban algodón descubrieron que necesitaban excavar de nuevo la mayoría de sus pozos por un descenso en la capa freática, un problema que ha alcanzado dimensiones de crisis hoy en día en esa región. Los europeos, por su parte, todavía utilizaban mucho más lino y lana que algodón incluso a mediados del siglo XVIII; a lo largo de los siglos XVII y XVIII, los Parlamentos siguieron aprobando subsidios para animar la mayor producción de lino (con muy poco éxito), más que intentar asegurar mayores suministros de algodón crudo. Pero dos acontecimientos relacionados – la industrialización y el crecimiento de la población– hicieron prácticamente imposible continuar con esas fibras. En primer lugar, los inventos del siglo XVIII hicieron posible hilar el algodón y tejer los hilos mecánicamente, consiguiendo resultados asombrosos: alrededor de cien veces más rápido en pocas décadas. Averiguar cómo hilar mecánicamente el aceitoso y chicloso lino llevó mucho más tiempo, aunque el problema finalmente se solucionó. Los europeos pronto descubrieron cómo hilar y tejer lana mecánicamente – aunque no tan bien o tan rápido cómo con el algodón– pero la lana presentaba otros problemas. En primer lugar, no era lo que se demandaba en muchos mercados estratégicos, especialmente en los trópicos, donde los tejidos eran intercambiados por esclavos en África y utilizados para vestirlos en las Américas. Peor aún, la producción de lana enfrentaba serios límites ecológicos. La cría de ovejas requiere mucha más tierra por libra de fibra obtenida, que cultivar fibras vegetales, y conforme la población crecía, simplemente no había suficiente tierra a disposición para este uso de relativo bajo rendimiento por acre. De hecho, reemplazar sólo el algodón importado por Gran Bretaña en 1830 con lana hubiera requerido más de 23 millones de acres: ¡más que todas la tierras de cultivo y pasto de la isla! Y el problema sólo habría empeorado con el tiempo, pues las importaciones británicas de algodón se multiplicaron por veinte entre 1815 a 1900. La solución, por supuesto, fue el algodón del Nuevo Mundo, especialmente sudamericano. Los esclavos importados hacían el trabajo, mientras que la Europa rural desocupaba a trabajadores para convertirse en operarios de fábrica. Aunque el algodón era muy duro en el suelo, la disponibilidad de tierras en el Nuevo Mundo parecía prácticamente infinita. Las nuevas fábricas textiles de Inglaterra comenzaron a silbar, anunciando una nueva era económica, mientras aquellos que producían su propio algodón cerca de casa tuvieron que lidiar con el deterioro medioambiental, la escasez de - 12 -

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tierra y agua, y la necesidad de incrementar su fuerza de trabajo agrícola para mantener los telares y los husos en funcionamiento. 7.3. Matando a la gallina de los huevos de oro Cuando Vasco de Gama llegó a Calicut, India, en 1498, encontró como intérpretes a algunos musulmanes norteafricanos que habían estado en la ciudad un tiempo y conocían sus resortes. La leyenda dice que le llevaron aparte para decirle que sus regalos para las autoridades del puerto habían sido ridículas – la próxima vez, le dijeron, trae mejor oro. Y ¿cómo podía conseguir oro?, preguntó Vasco de Gama. Ve al reino de Kilwa, en la costa de África oriental, le dijeron, y asegúrate de llevarles textiles hechos en Gujarat, el centro productor en el noroeste de India. Poco después, por supuesto, los europeos encontraron en Latinoamérica cantidades de metales preciosos mucho mayores que los de Kilwa. Pero cuando los holandeses llegaron a las Molucas (Indonesia) un siglo más tarde, encontraron que su botín del Nuevo Mundo no era aceptado como pago por las especias que buscaban. En cambio, los nobles y comerciantes locales querían ser pagados en textiles de Coromandel, en la India oriental; poco después, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales encontró necesario tener un puesto comercial en Coromandel, para asegurar su aprovisionamiento. Y durante los 200 años siguientes (hasta 1800), una diversidad de poderes europeos encontraron que los textiles indios eran la forma preferida para pagar por los esclavos africanos. Estas telas constituían más del 50 por ciento de los bienes intercambiados por los comerciantes franceses por esclavos en dos años (1775 y 1788) para los que tenemos información completa; un francés observaba con tristeza que mientras los plantadores francófonos en el Caribe podían ser forzados a intercambiar bienes franceses por su azúcar, los comerciantes africanos rehusaban, insistiendo en productos de alta calidad. La experiencia británica en África fue similar hasta muy tarde en el siglo, cuando sus artesanos aprendieron finalmente a hacer imitaciones pasables de tejidos de Bengal y Coromandel. (Los relatos américo-céntricos de los manuales de secundaria normalmente cuentan que el comercio era un triángulo de "melaza por ron por esclavos", pero los destructivos bienes euro-americanos tenían de hecho mucho menos atractivo para los jefes africanos que los tejidos o muebles refinados: el alcohol era sólo el 4 por cierto de los bienes que los ingleses intercambiaron por esclavos, y armas alrededor del 5 por ciento). En la mayor parte del mundo, pues, los textiles indios tenían más liquidez que el dinero. Fueron probablemente el primer producto industrial en tener un mercado mundial. Los delicados tejidos indios llegaron más allá del Sureste Asiático y África: en el siglo XVIII arrinconaron a la industria de la seda otomana, conquistaron Persia y ganaron un buen bocado al mercado europeo; de hecho podrían haber barrido a la industria textil inglesa si las revueltas de los tejedores de Spitafield de 1697 no hubieran provocado una política de cuotas estrictas y altas tarifas frente a los textiles indios de cualquier calidad. (Daniel Defoe, el novelista cuyo Robbinson Crusoe es considerado a menudo un manifiesto del libre comercio y la pujante clase mercantil inglesa, prestó aquí su talento a los proteccionistas, publicando un panfleto contra la ropa importada.) Probablemente la única Corte en el mundo que no usaba tejidos indios en el siglo XVIII era la del Emperador Chino. Por su parte, los tejidos más baratos de ropa india viajaban igual de lejos, vistiendo a los trabajadores desde el Sureste Asiático hasta Norte América, - 13 -

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incluyendo a muchos de los esclavos que habían sido vendidos a cambio de ropas indias más elegantes. (Como el de los tejidos delicados, el mercado europeo de algodones más toscos estaba también a punto de ser conquistado cuando los príncipes mercantilistas y los parlamentos intervinieron para limitar la cuota del mercado de India). India probablemente producía más del 25 por ciento de la ropa del mundo, y en la medida en que su propia población (15 por ciento del mundo en 1800 como mucho) era pobre y vivía mayoritariamente en climas cálidos, dos tercios de la misma estaba disponible para la exportación. ¿Qué explica este fabuloso éxito? En parte, la cuidadosa atención a los cambiantes gustos de los clientes: incluso parece que en el siglo XV, los comerciantes indios regresaban a menudo del Sureste Asiático con dibujos de nuevos diseños que sus socios comerciales querían en los tejidos del siguiente año. En parte, fue el acceso superior a enormes cultivos de algodón de alta calidad; excepto en China, no existía una fuente comparable hasta el boom americano tras la independencia. Pero sobre todo, era la disponibilidad de un trabajo muy cualificado y con un coste extremadamente bajo. Los salarios indios en general eran probablemente más bajos que los de China, Japón o Europa Occidental; y en Bengal, donde grandes excedentes de arroz mantenían muy barata la comida, los salarios nominales eran especialmente bajos. (De hecho, tanto los mercaderes indios como otros redirigían muchos de sus encargos de ropa más ordinaria de Gujarat en la costa occidental de India a Bengal, cuando la diferencia de los precios de los alimentos entre las dos regiones aumentó a final del siglo XVII y el siglo XVIII.) Pero dentro de la categoría general de tejedores había diferentes niveles de artesanos, que presentaban problemas muy distintos a mercaderes conscientes de los costes. Mientras muchos productores de ropa más tosca eran tejedores a tiempo parcial y agricultores a tiempo parcial, los productores de la ropa más sofisticada tendían a ser tejedores a tiempo completo que vivían en y alrededor de las grandes ciudades (especialmente Dhaka, hoy la capital de Bangladesh). Casi todos los tejedores recibían avances por sus mercancías: estos no sólo pagaban por las materias primas necesarias, sino los gastos cotidianos hasta que los tejidos estaban terminados y aceptados. Los mercaderes, obviamente trataban de utilizar estos avances como palancas sobre los tejedores; con el tiempo lograron reducir a muchos trabajadores a una deuda perpetua, y así romper su poder de negociación. Pero para los tejedores más especializados, la fuerte demanda de su trabajo les permitió aceptar adelantos con impunidad. Si era necesario, podían encontrar a un nuevo comprador por su tejido de manera que podían rembolsar un adelanto de un mercader que resultara poco razonable; o, mejor aún, podían encontrar un nuevo patrón que podía protegerles cuando renegaran de su contrato original sin devolver el adelanto. Los tejedores de ropa más ordinaria tenían mucha menos seguridad de que pudieran vender sus bienes a un nuevo comprador en el último minuto; pero si la sesión de la siega resultaba demasiado exigente, podían simplemente abandonar sus telares y volver a la agricultura a tiempo completo, complementando el trabajo en su propia granja con trabajo asalariado en la temporada alta. Incluso los mercaderes indios políticamente conectados no siempre podían mantener el control de sus tejedores bajo estas circunstancias; y la correspondencia de los comerciantes europeos del siglo XVIII está llena de quejas sobre la pérdida de adelantos.

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¿Qué es lo que acabó finalmente con el reinado de los textiles indios? En el largo plazo, la revolución industrial inglesa, comenzada por firmas dedicadas durante mucho tiempo a imitar los algodones indios para vender en los mercados africanos y americanos. Pero incluso antes que eso, fueron los propios ingleses en India, que, intentando sostener el desafío de Lancashire, habían comenzado a matar a la gallina que ponía los huevos de oro. Cuando la Compañía Inglesa de las Islas Orientales conquistó Bengal en 1750, se dispuso inmediatamente a eliminar a cualquier otro comprador de textiles de algodón para la exportación y someter a los tejedores a un riguroso control. Varias medidas discriminatorias obstaculizaron a otros comerciantes: una nueva ley consideró como delito trabajar para otro cuando alguien tuviera un adelanto importante de la Compañía (incluso si hubiera terminado su trabajo para ambos compradores). Los agentes de la Compañía estaban autorizados para hacer guardia frente a las casas de los tejedores que hubieran contratado con ella. La Compañía admitía que pagaba de 15 a 40 por ciento menos que otros compradores, pero esperaba que estas medidas le ayudaran a conseguir todo el tejido que necesitaba en cualquier caso; un oficial de la Compañía declaró ante el Parlamento en 1766 que ahora que gobernaba Bengal, la Compañía Inglesa de las Islas Orientales esperaba doblar sus exportaciones de tejidos en unos pocos años. En vez de ello, los tejedores utilizaron el único recurso que tenían contra lo que era ahora efectivamente un monopsonio estatal; abandonaron sus telares, migrando o convirtiéndose en trabajadores agrícolas. En una generación, las comunidades de tejedores especializados alrededor de Dhaka habían desaparecido, y la ciudad misma se redujo a una fracción de su anterior tamaño. Incontables telares en casas de campesinos, que una vez habían producido para la exportación, ahora sólo hacían ropa para los vecinos. Los objetivos de la Compañía Inglesa de las Islas Orientales no eran diferentes de aquellos que siempre habían motivado a los comerciantes en este comercio; pero al perseguirlos con nueva crueldad y consistencia, lo habían hecho lo imposible, destruyendo sin pretenderlo la primera industria de su época. 7.4. Dulce éxito No era un comienzo prometedor para un comerciante ultramarino. Nicholas Loney llegó a Iloio, una capital provincial en el centro de Filipinas, el 31 de julio de 1856. Su cargamento no llegó de Manila hasta el febrero siguiente; los monzones anuales hacían las carreteras impracticables y el mar peligroso. Y el lugar donde esperaba construir un embarcadero era un pantano lleno de cocodrilos. Tampoco tuvo un final feliz: trece años más tarde, Loney murió, tembloroso y febril, de malaria. Cien cargamentos y “muchos carros de búfalo”, como señaló un observador, se lo llevaron a la tumba. Pero para entonces, la transformación de la zona por el comercio mundial estaba en marcha. Una industria textil local que había empleado en su día a la mitad de las mujeres de la zona estaba agonizando, minada por las fábricas de Manchester de los que Loney era agente. Para proporcionar un cargamento de vuelta para los barcos que traían tejidos, Loney comenzó algo que se haría mucho más grande que el comercio textil: la exportación de azúcar de la vecina provincia de Negros Occidental. Es por este interés secundario, que hizo ricos a los plantadores de Negros que todavía dominan el comercio de Filipinas, que Loney es recordado. Pero en la ciudad de Iloio, es una memoria agridulce.

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Loney llegó como el primer cónsul británico en Iloio, justo meses después de que los españoles suspendieran las leyes que canalizaban todo el comercio a través de Manila. Era también el agente de varias firmas textiles, y socio de su propia compañía comercial. En aquellos días, incluso el poderos Imperio Británico tenía un pequeño servicio civil, y un empresario deseoso de vivir en dicho lugar remoto era animado a llevar dos sombreros al mismo tiempo. Y Loney llevaba varios. Por un tiempo, como único residente “anglo-sajón”, Loney también sirvió a firmas americanas, investigó para un libro que el gobernador de Hong Kong estaba escribiendo, e incluso aceptó el encargo de un antropólogo británico, consiguiendo tres calaveras de una tumba local. El lugar que exploró y eventualmente transformó era una mezcla desconcertante de extremos. Por una parte, Loney se inclinaba a menudo a comparar Iloio al Jardín del Edén, y a describir a sus habitantes como “salvajes” vírgenes; parece que los prefería a las autoridades y sacerdotes españoles. Por otra parte, muchas cosas le recordaban a la Inglaterra de hacía un siglo. Casi todas las casas tenían un telar, algunas hasta seis. Miles de mujeres trabajaban en ellos, produciendo ropa “de admirable belleza, que es imposible imitar en Europa porque el coste de producción sería prohibitivo”. Los comerciantes mestizos –descendientes de comerciantes chinos y mujeres locales– proporcionaban algodón, seda e hilo de cáñamo y pagaban a las mujeres con meses de adelanto, convirtiéndolas en “esclavas de hecho”. Su producción iba primero a Manila, y después en barco al resto del sureste asiático, China e incluso Europa y las Américas. De hecho, la ropa nativa era tan buena que Loney se desesperaba por ganar incluso el mercado de clase alta. Sin embargo, consideraba que los textiles baratos británicos podrían atraer a la “población trabajadora” si se pudiera hacer algo sobre los costes de transporte. Pero eso significaba traer los barcos de vapor oceánicos directamente a Iloilo, remplazando a los pequeños barcos que navegaban de isla en isla, y que habían sostenido el comercio en el área durante siglos. Eso significaba encontrar algo para que los grandes cargueros llevaran de vuelta.. Loney, un naturalista aficionado (cogió la malaria que lo mató mientras exploraba un volcán local) encontró ese algo. Se dio cuenta de que cerca, la poco poblada Negros era perfecta para el azúcar, que ya se cultivaba en pequeñas cantidades para uso local. A sugerencia de Loney, firmas británicas y americanas le dejaron dinero para desarrollar fincas azucareras y construir un muelle en Iloilo, convirtiéndolo en el puerto de carga del área. Los barcos de vapor británicos que Loney promovió tuvieron que eliminar la incertidumbre sobre sus calendario de envíos – que no había sido nunca un problema para los comerciantes de telas, pero hubiera hecho estragos con el azúcar, tan perecedero. La propia empresa de Loney, y otras para las que era agente, compraban el azúcar y lo comercializaba en Australia, Europa, y los Estados Unidos. También compraban telas británicas y americanas, que pronto dominaron incluso el mercado local de Iloio, destruyendo un formidable competidor regional. Las familias que habían dependido del trabajo de las mujeres en los telares y la pequeña agricultura, abandonaron los deprimidos pueblos tejedores – sólo para descubrir una nueva servidumbre por deudas en Negros, donde los propietarios de plantaciones (a menudo antiguos comerciantes de telas) usaban regularmente sobornos, fraudes sobre títulos y acuerdos de crédito engañosos para convertir a aquellos pioneros agrícolas en trabajadores sin tierra; tras ello, capataces con látigos disciplinaban a los recalcitrantes. De hecho, Loney promovió la reforma de las leyes de crédito de la región – según decía, - 16 -

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para modernizar la economía de Iloio. Pero la nueva ley terminó haciendo más difícil escapar de las deudas – reforzando de este modo relaciones laborales casi feudales. Negros prosperó enormemente, y las exportaciones de azúcar superaron los 10 millones de toneladas para 1932. La provincia todavía genera la mayor parte del las divisas de Filipinas, y el azúcar continúa siendo la base de la mayoría de las familias más ricas y poderosas del país. Para Iloilo, incluso los años de crecimiento económico tuvieron un doble filo. La industria del tejido había pagado pobremente a sus trabajadores, pero había mantenido a las familias unidas. Las mujeres generaban suficiente dinero para pagar impuestos, lo que permitía a los hombres concentrarse en la producción de alimentos. El muelle de Loney proporcionó a la ciudad un carácter diferente. Se convirtió en un lugar turbulento donde grupos de jóvenes musculados se reunían a las cinco de la mañana para buscar trabajo; los salarios se pagaban diariamente, y la comida era “servida” vertiendo arroz y verduras en los sombreros de los hombres. La ciudad se hizo famosa en el país por su cultura de clase trabajadora; los trabajadores abrieron bares, restaurantes, teatros de bodeville y burdeles porque no había esperanza de ahorrar para una familia. Cuando los sindicatos portuarios se hicieron fuertes en las décadas de 1920 y 1930, los barcos comenzaron a evitar Iloilo y cargar directamente en las plantaciones. Los planes de Loney habían destruido primero los telares y luego el puerto. Sin embargo un monumento en su honor se alza en Iloio, cerca del, en su día pantanoso, muelle que lleva su nombre. Como hombre para quien el comercio era una misión civilizadora, hubiera estado orgulloso. 7.5. Ninguna fábrica es una isla Traten de adivinar: ¿qué ciudad tuvo la primera fábrica textil mecanizada en Asia: Osaka, Shanghai o Bombay? La respuesta es Bombay, aproximadamente veinte años antes que Osaka; y hacia 1914, India tenía la cuarta mayor industria textil del mundo. ¿Y dónde estaba casi el 85 por ciento de las vías férreas del continente asiático en 1910? En la India británica, con la red ferroviaria más larga del mundo. Así que cuando la Primera Guerra Mundial proporcionó un breve respiro de la competencia occidental a los mercados asiáticos, y nuevas oportunidades de exportación, un observador inteligente podría haber adivinado que Bombay tenía una situación ideal para prosperar. Así pues, ¿por qué Osaka consiguió mayores avances industriales, Shanghai ganancias importantes y duraderos, y Bombay sólo una burbuja de crecimiento que desapareció una vez que la paz regresó? En las tres ciudades, la Primera Guerra Mundial trajo un aumento de los beneficios industriales; pero tras ella, Bombay y sus contrapartes orientales divergieron. En Osaka y Shanghai, la capacidad de las fábricas modernas se disparó durante la guerra y un par de años más, con suficiente crecimiento doméstico como para compensar con creces la caída de las importaciones. En Bombay, en número total de husos apenas cambió durante la guerra, y el consumo en India de ropa hecha a máquina cayó más del 20 por ciento. Quizá incluso más importante fue que algunas firmas chinas y muchas japonesas tomaron ventaja de la demanda de más maquinaria textil por la escasez de importaciones para comenzar a producir este equipamiento en casa; y al menos algunas - 17 -

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de estas firmas sobrevivieron para convertirse en el núcleo de los nuevos producción de bienes de capital. Nada comparable ocurrió en India. Mientras el mundo entero entraba en una recesión posbélica, Osaka y Shanghay simplemente crecieron más lentamente que en 1914-1918; las fábricas de Bombay por su parte se hundieron a los niveles de preguerra, y a una cuota de mercado muy por debajo de lo que había tenido en 1913. ¿Por qué esta diferencia? Algunos británicos culpaban a la falta de espíritu empresarial, pero esto tiene poco sentido. Las fábricas de Bombay eran dirigidas, después de todo, por la misma gente que había expulsado con éxito la lana británica del extremo inferior del mercado durante las décadas anteriores – no sólo en India sino en Asia Oriental también. E India no sufría precisamente de escasez de algodón, o de trabajadores dispuestos. En gran medida, la paradoja de Bombay tiene una raíz simple – era parte de una colonia, no de un estado independiente. Por una parte, las políticas tarifarias impuestas por Gran Bretaña habían animado durante mucho tiempo a las fábricas de Bombay a concentrarse en la producción de hilos más ásperos, dirigidos a otros mercados en Asia mientras reservaban el extremo más lucrativo del mercado interno a Manchester; esto significó que las fábricas se enfrentaron a espinosos ajustes para desarrollar sustitución de importaciones durante la guerra. Pero las fábricas de Shanghai y Osaka gestionaron precisamente esta transición. Las formas en las que el estatus colonial marcó más a Bombay se hacen evidentes si miramos al lado negativo de lo que en principio parecen ventajas: en particular, a cómo India consiguió su prematura red de ferrocarriles, y a la ausencia de las prematuras y poco competitivas industrias pesadas que los militares construyeron en China y Japón. Por un lado, el gobierno británico había promovido que el país consiguiera una enorme red ferroviaria mucho antes de que el volumen de mercancías comerciales hiciera lucrativo construir uno, en parte porque lo que los británicos buscaban era ser capaces de movilizar sus tropas rápidamente. (En China, que permaneció independiente pero sufrió muchas intervenciones extranjeras, la misma preocupación funcionó en sentido contrario; los chinos se resistieron a la construcción del ferrocarril porque lo veían como una manera de que los extranjeros pudieran hacer llegar pocas tropas muy lejos). Pero la misma relación colonial permitió a los británicos insistir en que todo el equipamiento ferroviario, ingenieros y acero debía ser importado de Gran Bretaña: de hecho, proporcionar esta salida para los bienes de capital (para los inversores) británicos había sido otra razón central para la construcción del ferrocarril. Pero como todo era importado, esta impresionante construcción hizo poco para alimentar el acero indio o las fábricas de máquinas, que podrían haber satisfecho más tarde la demanda de Bombay de equipos modernos de hilado y tejido. Por otro lado, como colonia, India nunca construyó arsenales subsidiados por el gobierno, y sus instalaciones hermanas como minas de carbón o fábricas de acero, como hicieron Japón y China como parte de un programa de industrialización orientada a la defensa. Una explicación rápida podría sugerir que esto fue beneficioso para India: los arsenales eran caros, e incluso el hierro y las industrias de acero de Japón no fueron competitivas internacionalmente hasta la Segunda Guerra Mundial. (Las de China todavía no lo son). Pero estos aparentes elefantes blancos dieron un enorme dividendo a China y Japón en 1914-1918. Mientras la escasez de bienes de capital occidentales - 18 -

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estaba demostrando ser un cuello de botella en Bombay, mecánicos, técnicos y otros formados en los arsenales de China y Japón estaban volviendo su atención hacia las necesidades de las fábricas textiles o de fósforos y otras industrias ligeras de Shanghai y Osaka. Y mientras el acero local para estas máquinas podía ser costoso, al menos existía. (Por su parte, las industrias militares de Japón también se sufragaron de otra manera, extrayendo indemnizaciones en tierra y dinero de los países vecinos – hasta que esto llevó al desastre en los años 1940). Y cuando la competición extranjera desapareció, incluso la costosa producción rindió beneficios que pudieron ser invertidos en mejores técnicas para tratar de mantener la cuota de mercado tras la guerra: la inversión industrial de Shanghai alcanzó su máximo en 1918-1923 mientras la competencia se intensificaba. Las fábricas de Bombay, que había aumentado sus trabajadores pero no sus plantas durante la guerra, simplemente recortaron su fuerza de trabajo (y sus salarios) cuando regresaron los hilos y los tejidos importados. Estas decisiones eran perfectamente racionales para los propietarios de las fábrica individualmente, pero colectivamente supusieron una enorme oportunidad perdida para el liderazgo industrial – una que, hasta ahora, no ha vuelto a darse. 7.6. Alimentando gusanos de seda, escupiendo crecimiento Si pensamos en la agricultura japonesa hoy, las primeras expresiones que vienen a la mente no son “competitiva”, “orientada a la exportación” o “promotora del crecimiento industrial”. Como todos sabemos que hoy lo que hace a la economía japonesa fuerte es su fenomenal éxito industrial, tendemos a leer esa historia más hacia atrás en el tiempo de lo que debiéramos. Pero desde la apertura de Japón a Occidente en la década de 1850 hasta la Segunda Guerra Mundial, fue la agricultura la que proporcionó la mayoría de las exportaciones japonesas, alimentó de manera barata a sus pujantes ciudades, y pagó los impuestos que hizo posible construir infraestructuras. Y en agudo contraste con sus descendientes no competitivos, los agricultores japoneses de finales del siglo XIX y principios del XX obtuvieron sólo dolor por su contribución a la construcción del Japón moderno. Hasta la Primera Guerra Mundial, los bienes manufacturados significaban sólo un cuarto de las exportaciones japonesas; plata y madera eran parte del resto, pero los bienes agrícolas eran dominantes. Los primeros sesenta años de las importaciones modernas de Japón (incluyendo la maquinaria textil que finalmente creó una exportación industrial en los años 1920) se pagaron con seda; sólo esta fibra constituía el 40 por ciento de las exportaciones japonesas año tras año hasta 1900, y era todavía el 30 por ciento en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, aunque la población se duplicó, las importaciones de arroz nunca estuvieron por encima del 20 por ciento del consumo. Todo esto se conseguía mientras que el número de agricultores de mantenía estable. ¿Cómo ocurrió? Aunque algunas aportaciones nuevas jugaron un papel –fundamentalmente fertilizantes químicos después de 1920– la clave de la historia fue trabajo duro e innovaciones técnicas más humildes. Nuevos métodos de trabajo intensivo a la hora de transplantar el arroz incrementó la producción; una mayor diligencia para recoger y quemar la cáscara de arroz inmediatamente después de la cosecha (cuando generaciones anteriores de agricultores hubieran parado algunos días para un festival) dificultaron la aparición de plagas. Estas y otras innovaciones hicieron posible doblar la producción de arroz por - 19 -

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acre entre 1870 y 1940. Pero sobre todo, lo que pasó fue que agricultores necesitados de dinero –duramente presionados por altos impuestos, crecientes rentas (alrededor del 58 por ciento de una cosecha media en 1879, y hasta el 68 por ciento hacia 1917), y otras cargas– encontraron una forma de producir tanto seda como arroz en la misma granja. La cría de gusanos de seda y el cultivo de arrozales comparten una virtud que les hace perfectos para el abarrotado Japón – generan mucho rendimiento por acre. Sin embargo, también comparten a su vez un problema: exigen muchísima mano de obra, concentrada en pocos periodos muy intensos. Cuando los campos están inundados en primavera, los plantones de arroz deben ser sembrados en intervalos perfectos en pocos días; incluso familias con una parcela pequeña necesitan trabajar tanto como puedan. Los gusanos de seda son aún más fatigosos en la temporada alta. Cuando los gusanos de seda se acercan a su madurez, necesitan ser alimentados ocho veces al día (en total comen 30.000 veces su peso), y sus bandejas deben ser limpiadas al menos tres veces. Peor aún, los gusanos de seda exigen hojas de morera recién cortadas en cada comida, de modo que mantener incluso un pequeño grupo alimentado en la temporada alta significa tener a alguien trabajando 24 horas al día. Y siendo la Naturaleza como es, los gusanos eclosionan e hilan su seda entre abril y junio, exactamente al mismo tiempo que se planta el arroz. De modo que, mientras las granjas japonesas habían producido tanto arroz como seda durante mucho tiempo, pocas familias campesinas podían hacer ambas cosas – la mayoría de la seda japonesa venía de familias en las colinas, que cultivaban otras cosechas diferentes al arroz. Esto empezó a cambiar lentamente a principios del siglo XIX. El secreto, como alguien descubrió, es que manteniendo a los gusanos de seda bajo una temperatura controlada, se les podía hacer eclosionar (y comer) más rápido. El resultado fueron unas pocas semanas aún más ajetreadas, e infinidad de riesgos: el control de la temperatura no era ninguna broma en un mundo de fuegos de leña y sin termómetros, y una temperatura errónea podía significar arruinar la cosecha de seda (para la que la mayoría de la gente se endeudaba) enteramente. Pero si funcionaba, se conseguía como mucho acortar el solapamiento entre la temporada de arroz y la de la seda; con suerte, se podía evitar que las mujeres de la familia (que alimentaban a los gusanos y trabajaban en los campos sólo en los días de más trabajo) tuvieran que estar en dos sitios al mismo tiempo. Poco a poco, más hogares productores de arroz trataron de hacer ambas cosas. Tras 1870 llegó el verdadero paso adelante: una nueva variedad de gusano de seda que, con cuidado apropiado y la ayuda de algunas sustancias químicas, podía ser inducida a eclosionar entre julio y septiembre. No era barato, ni fácil, pero funcionó. La producción de seda aumentó casi diez veces entre 1880 y 1930, mientras que el número medio de días que un agricultor trabajaba durante el año aumentó alrededor del 45 por ciento. ¿Y qué conseguían los agricultores a cambio de trabajar más duro y más rápido? No mucho más. En términos reales, los precios del arroz alcanzaron su nivel máximo en 1889; para 1830, habían bajado casi un tercio. Ciertamente, los agricultores estaban vendiendo el doble de arroz, pero también estaban gastando mucho más (especialmente después de 1900) por los fertilizantes, pesticidas etc. Mientras que los consumidores de beneficiaban mucho del incremento de producción, la mayoría de los agricultores no vieron crecer sus ingresos del cultivo del arroz, y sí un deterioro del rendimiento por hora de su trabajo. Durante mucho tiempo, la seda constituyó cierta compensación, pero esto también tenía sus límites. Cuando la demanda americana de medias de seda se - 20 -

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desplomó durante la depresión, las exportaciones de seda japonesa también lo hicieron; un poco más tarde, la invención del rayón dio el golpe de gracia. En todos los aspectos, el ámbito rural japonés no estaba en vísperas de la Segunda Guerra Mundial mejor que sus antepasados setenta y cinco años antes. Los beneficios llegaron a las generaciones posteriores: aquellos que encontraron trabajo en las nuevas fábricas, los que vendieron sus granjas para los crecientes suburbios, y aquellos pocos que, todavía en el campo, son ahora sostenidos por el sector moderno para cuya construcción dieron tanto sus ancestros. 7.7. De las rocas – y las restricciones – a la opulencia: cómo las desventajas ayudaron a Nueva Inglaterra a industrializarse más temprano Cuando los europeos "descubrieron" Norte América, aquellos que esperaban hacerse ricos pronto fueron al sur, o a Nueva York o Filadelfia; Nueva Inglaterra era para aquellos más interesados en la piedad que en un alto nivel de vida. Por supuesto, algunas áreas con pobres recursos se hacen ricas a través de la industria, pero aquí Nueva Inglaterra se enfrentó a barreras humanas: la política colonial inglesa estaba designada para convertir a las colonias en proveedoras de materias primas e importadoras de manufacturas. Así que, ¿cómo se convirtió Nueva Inglaterra en la primera región fuera de la misma Inglaterra en dominar nuevas tecnologías en áreas desde el hilado mecanizado de algodón a la producción de metal? En parte porque sus desventajas naturales y humanas se combinaron para mantenerla lejos de algunos de los callejones sin salida de las manufacturas pre-industriales. A primera vista, Nueva Inglaterra parecía capaz de mantener alguna población fronteriza autosuficiente, pero no mucha. La temporada de cultivo era corta, el suelo rocoso, y las colinas y bosques al Oeste limitantes; el carbón y el hierro también eran escasos. Combinando métodos de cultivo indígenas con los suyos propios, los inmigrantes aprendieron a producir suficiente para una subsistencia saludable. De hecho, las cosechas eran suficientemente buenas, y el área suficientemente libre, tanto de las enfermedades contagiosas del Viejo Mundo como de las plagas transmitidas por los mosquitos que asolaban las colonias del sur, que para finales de la década de 1600 los habitantes de Nueva Inglaterra podían tener la esperanza de vida más alta en el mundo. (Los únicos posibles competidores estaban en Japón). La población también se multiplicó exponencialmente: de 33,000 en 1660 hasta unos 700.000 en 1780. Pero un rápido crecimiento podía también significar una forma de vida espartana. De hecho, después de las primeras olas de fanáticos puritanos, poca gente se sintió atraída a Nueva Inglaterra, ni para vivir un tiempo corto: más del 90 por ciento de la población en 1790 eran descendientes directos de personas que habían llegado hacia 1660. (Las colonias del Atlántico medio atrajeron más inmigrantes, y las del Sur, por supuesto, importaron enormes cantidades de inmigrantes involuntarios). Muy pronto, los habitantes de Nueva Inglaterra se dieron cuenta de que sus granjas podían producir sólo un pequeño excedente sobre sus propias necesidades, lo que hacía aún más difícil comprar mucho de cualquier otra cosa. En 1646, la Corte General de Massachussets animaba a la población local a producir más de sus propia ropa, zapatos, botas, vidrio y artículos de hierro, porque simplemente la colonia no podía vender suficiente para pagar las importaciones inglesas. (El Sur vendía tabaco y más tarde algodón, mientras que las

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colonias centrales, con mayores cosechas, alimentaban las plantaciones de las Indias Occidentales). Si este programa hubiera tenido éxito, Nueva Inglaterra podía haber tenido pronto el mismo tipo de panorama "proto-industrial" que se estaba expandiendo a lo largo de gran parte de Europa Occidental (y por ende, de gran parte de Asia); los pueblos en que muchas familias tenían poca tierra para sobrevivir, pero suplementaban sus ingresos hilando, tejiendo, fabricando tejas, y otras actividades para el mercado – a menudo bajo la dirección de un comerciante que les prestaba los instrumentos y las materias primas necesarios – y comprando parte de su comida. De hecho, los largos inviernos de Nueva Inglaterra podía haber sido perfecto para estas actividades. Pero dos factores cruciales socavaron esta estrategia. En primer lugar, la existencia de tierra vacía al Oeste (especialmente en lo que se convirtió en el norte de Nueva York) proporcionaba una alternativa, aunque no demasiado popular. En segundo lugar, el Parlamente prohibió la mayor parte de las manufacturas comerciales en las colonias: y como las materias primas necesarias (desde algodón a hierro) tendrían que haber sido importadas, esta prohibición fue sorprendentemente fácil de aplicar. Los agricultores de Nueva Inglaterra se limitaron a elaborar bienes para su propio uso y mantener los gastos bajos, pero las manufacturas rurales para la venta nunca despegaron. Eso suponía que un grupo de hermanos que heredaba una granja que había podido mantener a sus padres, no tendría suficiente producción para permitir que todos formaran familias. La respuesta a esta restricción se encontró en los bosques y en el mar. La construcción de barcos era una industria cuya proliferación Inglaterra veía con buenos ojos, pues hacia 1600 la deforestación de la misma Inglaterra le impedía cubrir sus necesidades. Nueva Inglaterra estaba bien abastecida de árboles y ríos, que movían troncos y alimentaban aserraderos. Y los constructores de barcos también se convirtieron en importantes usuarios de naves. Los habitantes de Nueva Inglaterra llegaron a controlar la mayor parte de la pesca del bacalao que llevó a los europeos a sus costas por primera vez. (Fácil de conservar, el bacalao se convirtió en una importante fuente de proteínas en Europa, donde la presión sobre la tierra hacía aumentar los precios de la carne cada vez más). Una vez desarrollados los barcos y las habilidades necesarias, los nuevos pescadores se fueron especializando en la caza de ballenas y el comercio marítimo. Probablemente, los colonos de Nueva Inglaterra no preferían estas ocupaciones a tejer u otras actividades artesanas que les habrían mantenido más cerca de sus familias y amigos, pero una vez forzados, la opción demostró ser una bendición disfrazada. Cuando la independencia anuló la legislación colonial británica, los habitantes de Nueva Inglaterra fueron libres para regresar a las manufacturas, pues tenían una hoja en blanco para escribir. Las primeras fábricas textiles del área, creadas infringiendo las patentes inglesas, fueron construidas a los pocos años de la revolución; y a diferencia de las primeras fábricas textiles en otros lugares, no se enfrentaron a una competencia económica ni a una oposición política de tejedores e hiladores de baja tecnología y bajos salarios dispersos por las zonas rurales. Boston, Providence y New Haven pronto lideraron los mercados industriales de sus zonas internas, y las ciudades de la región crecieron sin verse inundados por inmigrantes rurales cuya forma de vida hubiera sido destruida por las nuevas fábricas. Los contactos ultramarinos preexistentes ayudaron a asegurar las materias primas y los mercados; los beneficios del comercio proporcionó un capital inicial; y los carpinteros que habían aprendido en los astilleros demostraron - 22 -

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su habilidad para copiar los primeros equipos industriales. En poco tiempo, Nueva Inglaterra competía con Gran Bretaña en gran número de manufacturas. Nueva York, con menos energía hidráulica, iba a la zaga, y el Sur mucho más. Como se demostró, las "desventajas" de unas duras condiciones naturales y una legislación restrictiva habían interactuado para dejar a Nueva Inglaterra perfectamente posicionada para copiar gran parte de la primera revolución industrial. Traducción de Alicia Campos Serrano Febrero 2014

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