POLIFEMO (Estrofas Parafrasis Comentarios)

May 6, 2018 | Author: OberonGloucester | Category: Cupid, Nature
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FABULA DE POLIFEMO Y GALATEA (Luís de Góngora 1613)

I Estas que me dictó rimas sonoras, culta sí, aunque bucólica Talía, ¡oh excelso conde!, en las purpúreas horas que es rosas la alba y rosicler el día, ahora que de luz tu niebla doras, escucha, al son de la zampoña mía, si ya los muros no te ven, de Huelva, peinar el viento, fatigar la selva. II Templado, pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma, o tan mudo en la alcándara, que en vano aun desmentir al cascabel presuma; tascando haga el freno de oro, cano, del caballo andaluz la ociosa espuma; gima el lebrel en el cordón de seda, y al cuerno, al fin, la cítara suceda. III Treguas al ejercicio sean robusto, ocio atento, silencio dulce, en cuanto debajo escuchas de dosel augusto, del músico jayán el fiero canto. Alterna con las Musas hoy el gusto; que si la mía puede ofrecer tanto clarín (y de la Fama no segundo), tu nombre oirán los términos del mundo. IV Donde espumoso el mar sicilïano el pie argenta de plata al Lilibeo (bóveda o de las fraguas de Vulcano, o tumba de los huesos de Tifeo), pálidas señas cenizoso un llano -cuando no del sacrílego deseodel duro oficio da. Allí una alta roca mordaza es a una gruta de su boca.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Dedicatoria al conde de Niebla

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Estas rimas sonoras que me inspiró la culta aunque pastoril Talía en las horas mañaneras en que el amanecer es todo rosas y rojo claro el día, escúchalas -¡oh excelso conde!- al son de mi zampoña, ahora que doras con tu luz tu Niebla, si no estás en Huelva, enfrascado en el ejercicio de la caza.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó El poeta pide quietud a los animales 10

¡Qué el halcón, templado, pula o alise sus plumas en la mano del  maestro cetrero o quede tan quieto – aunque aunque será en vano- que ni  siquiera le suene el cascabel que le cuelgue! ¡Qué la ociosa espuma del caballo andaluz, tascando, haga cano el freno de oro! ¡Qué el  lebrel gima en el cordón de seda que lo oprima! y ya todo en quietud, al estruendo de la caza suceda la armonía de la poesia.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Escucha mi Polifemo, otro día cantaré tus gestas

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Un ocio atento, un silencio dulde sirvan de treguas al robusto ejercicio mientras tú, debajo de un dosel augusto, escuchas el fiero canto del gigante músico. Alterna hoy el gusto con las Musas, que si  mi musa puede alcanzar tal resonancia (igual a la de la Fama), tu nombre oirán los confines del mundo.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Lugar de la acción de la Fábula (topografía general)

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Donde el espumoso mar sicialiano argenta de plata el pie del  Lilibeo ([que] es o bóveda de la fraguas de Vulcano o tumba de los huesos de Tifeo), un llano cenizoso (cubierto de cenizas) da pálidas señas del duro oficio (del herrero Vulcano) cuando no del sacrilego deseo (de Tifeo). Allí una alta roca le siver a una gruta de mordaza de su boca.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

V Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser de la negra noche nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves. VI De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío y redil espacioso donde encierra cuanto las cumbres ásperas cabrío, de los montes, esconde: copia bella que un silbo junta y un peñasco sella. VII Un monte era de miembros eminente este que, de Neptuno hijo fiero, de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero; cíclope, a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado. VIII Negro el cabello, imitador undoso de las obscuras aguas del Leteo, al viento que lo peina proceloso, vuela sin orden, pende sin aseo; un torrente es su barba impetüoso, que (adusto hijo de este Pirineo) su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano surcada aun de los dedos de su mano.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción de la caverna de Polifemo (topografía concreta)

35

Unos troncos robustos sirven de tosca guarnición a este duro escollo. La profunda caverna debe a la greña de estos árboles [aún] menos luz, menos aire puro que a la peña que la cubre. [Que] el seno oscuro de la cueva sirve de lecho tenebroso a la negra noche nos lo indica infame turba de nocturnas aves que allí gimen tristimente y  vuelan pesadamente.

40

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Termina la descripción de la caverna de Polifemo

45

El melancólico vacío de este formidable (temido) bostezo de la tierra (la cueva) le sirve a Polifemo, horror de aquella sierra, de bárbara (salvaje, fiera) choza, de albergue umbrío y de redil  espacioso donde encierra cuanto [ganado] cabrío esconden las cumbres ásperas de los montes: bella abundancia de ganado que un silbido junta y un peñasco sella.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción (prosopografía) de Polifemo 50

Este fiero hijo de Neptuno (el ciclope) era un monte eminente (elevado-sobresaliente) de miembros, que ilustra (ilumina) [con] un ojo, émulo casi del mayor lucero (el sol) ,el orbe de su frente; a quien el pino más fuerte y robusto le obedecía como ligero bastón y a su enorme peso, (parecía) junco tan delgado, que un día era bastón y  otro callado.

55

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Prosigue la descripción de Polifemo

60

El cabello negro, imitador undoso de las oscuras aguas del Leteo,  pende sin aseo o vuela sin orden al viento proceloso que lo peina; su barba es un torrente impetuoso que – como como adusto hijo de este Pirineo- inunca su pecho, surcada sólo por los dedos de su mano, o tarde, o mal, o en vano.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

V Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser de la negra noche nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves. VI De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío y redil espacioso donde encierra cuanto las cumbres ásperas cabrío, de los montes, esconde: copia bella que un silbo junta y un peñasco sella. VII Un monte era de miembros eminente este que, de Neptuno hijo fiero, de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero; cíclope, a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado. VIII Negro el cabello, imitador undoso de las obscuras aguas del Leteo, al viento que lo peina proceloso, vuela sin orden, pende sin aseo; un torrente es su barba impetüoso, que (adusto hijo de este Pirineo) su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano surcada aun de los dedos de su mano.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción de la caverna de Polifemo (topografía concreta)

35

Unos troncos robustos sirven de tosca guarnición a este duro escollo. La profunda caverna debe a la greña de estos árboles [aún] menos luz, menos aire puro que a la peña que la cubre. [Que] el seno oscuro de la cueva sirve de lecho tenebroso a la negra noche nos lo indica infame turba de nocturnas aves que allí gimen tristimente y  vuelan pesadamente.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Termina la descripción de la caverna de Polifemo

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El melancólico vacío de este formidable (temido) bostezo de la tierra (la cueva) le sirve a Polifemo, horror de aquella sierra, de bárbara (salvaje, fiera) choza, de albergue umbrío y de redil  espacioso donde encierra cuanto [ganado] cabrío esconden las cumbres ásperas de los montes: bella abundancia de ganado que un silbido junta y un peñasco sella.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción (prosopografía) de Polifemo 50

Este fiero hijo de Neptuno (el ciclope) era un monte eminente (elevado-sobresaliente) de miembros, que ilustra (ilumina) [con] un ojo, émulo casi del mayor lucero (el sol) ,el orbe de su frente; a quien el pino más fuerte y robusto le obedecía como ligero bastón y a su enorme peso, (parecía) junco tan delgado, que un día era bastón y  otro callado.

55

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Prosigue la descripción de Polifemo

60

El cabello negro, imitador undoso de las oscuras aguas del Leteo,  pende sin aseo o vuela sin orden al viento proceloso que lo peina; su barba es un torrente impetuoso que – como como adusto hijo de este Pirineo- inunca su pecho, surcada sólo por los dedos de su mano, o tarde, o mal, o en vano.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

IX No la Trinacria en sus montañas, fiera armó de crüeldad, calzó de viento, que redima feroz, salve ligera, su piel manchada de colores ciento; pellico es ya la que en los bosques era mortal horror al que con paso lento los bueyes a su albergue reducía, pisando la dudosa luz del día. X Cercado es (cuanto más capaz, más lleno) de la fruta, el zurrón, z urrón, casi abortada, que el tardo otoño deja al blando seno de la piadosa hierba, encomendada; la serba, a quien le da rugas el heno, la pera, de quien fue cuna dorada la rubia paja, y -pálida tutorala niega avara, y pródiga la dora. XI Erizo es el zurrón, de la castaña, y (entre el membrillo o verde o datilado) de la manzana hipócrita, que engaña, a lo pálido no, a lo arrebolado, y, de la encina (honor de la montaña, que pabellón al siglo fue dorado) el tributo, alimento, aunque grosero, del mejor mundo, del candor primero. XII Cera y cáñamo unió (que no debiera) cien cañas, cuyo bárbaro rüído, de más ecos que unió cáñamo y cera albogues, duramente es repetido. La selva se confunde, el mar se altera, rompe Tritón su caracol torcido, sordo huye el bajel a vela y remo; ¡tal la música es de Polifemo!

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó 65

Ferocidad de Polifemo Sicilia en sus montañas no armó de crueldad, ni calzó de viento  fiera alguna que con su ferocidad redima o con su ligereza salve su  piel manchada de cien colores: pellico es ya la fiera que en los bosques causaba moratal horror al que con paso lento devolvia los bueyes a su albergue, en la hora crespulcular del dia.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó

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Frutas del zurrón de Polifemo ´  El zurrón (cuanto más capaz, más lleno) sirve de cercado a la fruta – casi casi abortada- que el tarío otoño deja encomendada al blando seno de la piadosa hierba; las servas, a las que el heno da rugosidad, y las  peras, a las que sirve de cuna dorada la rubia paja – como como pálida tutora- la esconde avara mientras pródigamente la va madurando.

80

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Continúa la enumeración de las frutas del zurrón de Polifemo

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El zurrón sirve de erizo a las castañas y a las manzanas (mezcladas con los membrillos verdes o datilados), manzanas hipócritas, pues engañan –   piel enrojecida y carne palida- y al tributo de la encina (honor de la montaña, que sirvió de pabellón al siglo dorado): alimento aunque grosero, del mundo mejor, de la inocencia primera.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Efectos de la música de Polifemo con su zampoña 90

Cera y cañamo unieron (y no debieran hacerlo) cien cañas; cuyo bárbar ruido es repetido duramente por más ecos que albogues unieron cañamo y cera. La selva se confue, el mar se altera. Tritón rompe su torcido caracol, el bajel  – sordos sordos los marinos por el  estruendo- huye a vela y remo. ¡Tal es la música del Polifemo!

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XIII Ninfa, de Doris hija, la más bella adora, que vio el reino de la espuma. Galatea es su nombre, y dulce en ella el terno Venus de sus Gracias suma. Son una y otra o tra luminosa estrella lucientes ojos de su blanca pluma; si roca de cristal no es de Neptuno, pavón de Venus es, cisne de Juno. XIV Purpúreas rosas sobre Galatea la Alba entre lilios cándidos deshoja: duda el Amor cuál más su color sea, o púrpura nevada, o nieve roja. De su frente la perla es, eritrea, émula vana. El ciego dios se enoja, y, condenado su esplendor, la deja pender en oro al nácar de su oreja. XV Invidia de las ninfas y cuidado de cuantas honra el mar deidades era; pompa del marinero niño alado que sin fanal conduce su venera. Verde el cabello, el pecho no escamado, ronco sí, escucha a Glauco la ribera inducir a pisar la bella ingrata, en carro de cristal, campos de plata. XVI Marino joven, las cerúleas sienes, del más tierno coral ciñe Palemo, rico de cuantos la agua engendra bienes, del Faro odioso al promontorio extremo; mas en la gracia igual, si en los desdenes perdonado algo más que Polifemo, de la que, aún no le oyó, y, calzada plumas, tantas flores pisó como él espumas.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción de Galatea

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Polifemo adora a una ninda, hija de Doris, la más bella que vio el  reino de la espuma. Su nombre es Galatea y en ella, Venus, dulcemente, ha reunido sus tres Gracias. Sus dos luminosas estrellas (los ojos de Galatea) son como lucientes ojos de su blanca pluma de ciste. Si no es roca cristalina de los mares de Neptuno es pavón (pavo real) de Venus, cisne de Juno.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Continua la descripción de Galatea La alba deshoja sobre Galatea purpúreas rosas entre lilios cándidos. El Amor duda cuál sea su color: o rojo blanco o blanco rojo. La perla eritrea es émula vana de su frente. Cupido se enoja y, condenando el esplendor de la perla, la deja pender en oro de su oreja de nácar.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Los dioses marinos, enamorados de Galatea

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Galatea era envidia de las ninfas y objeto de amor de cuantas deidades honra el mar; pompa del marinero niño alado (Cupido) que sin farol conduce su concha. La ribera escucha al dios Glauco (verde el cabello, el pecho sin escamas…, pero ronco) incitar a la bella ingrata a pisar, en su carro de cristal, los campos de plata de las ondas marinas.

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Desdén de Galatea por el amor del dios Palemo

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Palemo es un dios marino joven, ciñe sus azuladas sienes del más tierno coral, es rico de cuantos bienes engendra el agua desde el  Faro odioso de Mesina hasta el promontorio extremo del Lilibeo,  pero en la gracia (en la correspondencia de Galatea) es igual que Polifemo, aunque algo menos desdeñado que éste; en cuanto Galatea oye sus solicitudes de amor, huye como si tuiviera alas en los pies, pisando tantas flores en la ribera como Palemo, que la  persigue nadando, pisa espumas en el mar.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XVII Huye la ninfa bella; y el marino amante nadador, ser bien quisiera, ya que no áspid a su pie divino, dorado pomo a su veloz carrera; mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino la fuga suspender podrá ligera que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra delfín que sigue en agua corza en tierra! XVIII Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece, copa es de Baco, huerto de Pomona; tanto de frutas ésta la enriquece, cuanto aquél de racimos la corona. En carro que estival trillo parece, a sus campañas Ceres no perdona, de cuyas siempre fértiles espigas las provincias de Europa son hormigas. XIX A Pales su viciosa cumbre debe lo que a Ceres, y aún más, su vega llana; pues si en la una granos de oro llueve, copos nieva en la otra mil de lana. De cuantos siegan oro, esquilan nieve, o en pipas guardan la exprimida grana, bien sea religión, bien amor sea, deidad, aunque sin templo, es Galatea. XX Sin aras, no; que el margen donde para del espumoso mar su pie ligero, al labrador, de sus primicias ara, de sus esquilmos es al ganadero; de la Copia -a la tierra, poco avarael cuerno vierte el hortelano, entero, sobre la mimbre que tejió, prolija, si artificiosa no, su honesta hija.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Fuga de Galatea 130

Huye la ninfa bella; y el amante marino que la persigue nadando quisiera ser, ya que no áspid a su pie divino, sí dorado pomo a su veloz carrera; pero ¿qué diente mortal, qué metal fino podrá detener  la veloz fuga que el desdén amoroso provoca? ¡Oh cuánto se equivoca delfín que sigue en agua a corza en tierra!

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Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Descripción de Sicilia que sirve a modo de introduccion para indicarnos que, en la isla, todo es a mor por Galatea

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Sicilia en lo que oculta es copa de Baco por los racimos con que éste la corona y en lo que ofrece es huerto de Pomona por las frutas con que ésta la enriquece. Ceres, en su carro, que parece un trillo estival, visita siempre en sus campañas la isla de cuyas fértiles espigas las provincias de Europa sonn hormigas.

Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Termina la descripción de Sicilia y comienza a tratar del amor q ue todos los hombres de la isla siente por Galatea La alegre cumbre de la isla debe a Pales lo que su vega llana d ebe a Ceres y aún más; pues, sien la vega llueve granos de oro, en la cumbre nieva mil copos de lana. Para los que siegan oro (los labradores que cultivan los cereales), para los q ue esquilan nieve (los ganaderos que recogen la lana) o para los que en pipas guardan la exprimida grana (vendimiadores que guardan en toneles el mostro rojo exprimido de la uva), ya sea por religión, ya sea por amor, Galatea es dedidad, aunque sin templo. Paraf. D. Alonso –  – Comen. Comen. Micó Los habitantes de la isla hacen sus ofrendas a Galatea

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Pero no sin aras: porque el margen del espumoso mar donde se detine su pie ligero sirve de ara al labrador de sus primicias y al  ganadero de sus esquilmos. Y el hortelano vierte, entero, el cuerno de la Abundandia, a la tierra poco avara (Sicilia) , sobre el cestillo de mimbre que tejió, con mucho trabajo aunque sin artificio, su honesta hija.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XXI Arde la juventud, y los arados peinan las tierras que surcaron antes, mal conducidos, cuando no arrastrados de tardos bueyes, cual su dueño errantes; sin pastor que los silbe, los ganados los crujidos ignoran resonantes, de las hondas, si, en vez del pastor pobre, el céfiro no silba, o cruje el robre. XXII Mudo la noche el can, el día, dormido, de cerro en cerro y sombra en sombra yace. Bala el ganado; al mísero balido, nocturno el lobo de las sombras nace. Cébase; y fiero, deja humedecido en sangre de una lo que la otra pace. ¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño el silencio del can siga, y el sueño! XXIII La fugitiva ninfa, en tanto, donde hurta un laurel su tronco al sol ardiente, tantos jazmines cuanta hierba esconde la nieve de sus miembros, da una fuente. Dulce se queja, dulce le responde un ruiseñor a otro, y dulcemente al sueño da sus ojos la armonía, por no abrasar con tres soles el día. XXIV Salamandria del Sol, vestido estrellas, latiendo el Can del cielo estaba, cuando (polvo el cabello, húmidas centellas, si no ardientes aljófares, sudando) llegó Acis; y, de ambas luces bellas dulce Occidente viendo al sueño blando, su boca dio, y sus ojos cuanto pudo, al sonoro cristal, al cristal mudo.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Los jóvenes de la isla, enamorados de Galetea, abandonan sus tareas

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La juventud arde en amor por Galatea, y los arados peinan las tierras que surcaron antes, mal conducidos, cuando arrastrados por  tardos bueyes, errantes como su dueño; sin pastor que los silbe, los ganados ignoran los resonantes crujidos de las hondas; a no ser que, en vel del pobre pastor, silbe el céfiro o cruja el roble.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Sin pastor, los perros no vigilan y los lobos destrozan el ganado 170

El can, mudo durante la noche, dormido durante el día, yace de cerro en cerro y de sombra en sombra. Bala el ganado y a su mísero balido surge el lobo de las sombras de la noche; se ceba en sus víctimas y, fiero, deja humedecida en sangre de una víctima la hierba que la otra pace. ¡Oh Amor, restituye los silbidos al pastor y, si no, que el silencio y el sueño del can siga a su errante dueño!

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Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Galatea se queda dormida junto a una fuente

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La fugitiva ninfa, allí donde un laurel son sus hojas esquiva su tronco al sol ardiente, da a una fuente (se refleja en ella) tanso  jazmines cuanta hierba esconde la nieve de sus miembros. Allí, dulce se queja, dulce le responde un ruiseñor a otro y dulcemente la armonía da sus ojos al sueño por no abrasar el día con tres soles.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Llega Acis y mira de reojo a la ninfa dormida El Can del cielo, vesito de estrellas cual Salamandra de Sol, latiendo estaba (era un día muy caluroso) cuando llegó Acis, lleno de polvo el  cabello y sudando húmidas centallas si no ardientes aljófares; y, viendo que el sueño blando hacía ocultado (como Occidente al Sol) los dos vellos soles de los ojos de Galatea, dio su boca al sonoro crital (agua de la fuente) y sus ojos, cuan to pudo, al cristal mudo (los miembros cristalinos de Galatea).

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XXV Era Acis un venablo de Cupido, de un fauno, medio hombre, medio fiera, en Simetis, hermosa ninfa, habido; gloria del mar, honor de su ribera. El bello imán, el ídolo dormido, que acero sigue, idólatra venera, rico de cuanto el huerto ofrece pobre, rinden las vacas y fomenta el robre. XXVI El celestial humor recién cuajado que la almendra guardó entre verde y seca, en blanca mimbre se lo puso al lado, y un copo, en verdes juncos, de manteca; en breve corcho, pero bien labrado, un rubio hijo de una encina hueca, dulcísimo panal, a cuya cera su néctar vinculó la primavera. XXVII Caluroso, al arroyo da las manos, y con ellas las ondas a su frente, entre dos mirtos que, de espuma canos, dos verdes garzas son de la corriente. Vagas cortinas de volantes vanos corrió Favonio lisonjeramente a la de viento, cuando no sea cama de frescas sombras, de menuda grama. XXVIII La ninfa, pues, la sonorosa plata bullir sintió del arroyuelo apenas, cuando, a los verdes márgenes ingrata, segur se hizo de sus azucenas. Huyera; mas tan frío se desata un temor perezoso por sus venas, que a la precisa fuga, al presto vuelo, grillos de nieve fue, plumas de hielo.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Descripción de Acis

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Era Acis un venablo de Cupido, engrendrado por un fano, medio hombre, medio fiera, en la hermosa ninfa Simetis; era gloria del mar  y honor de sus ribera. Galatea es un bello imán al que Acis, cual  acero, sigue e, idólotra, venera al ídolo dormido; Acis es rico de cuanto el pobre huerto ofrece, de lo que rinden las vacas y de la miel  que fomenta el roble.

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Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Ofrendas de Acis a Galatea dormida

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 Acis puso al lado de Galatea dormida, en un cestillo de blanca mimbre, almendras frescas mondadas (el celestial humor cuajado que la almendra entre verde y seca guardó) y, en verdes juncos, una  pella (un copo) de manteca; y en un cuenco de corcho, pequeño,  pero bien labrado, un dulcisimo panal, un rubio hijo de una encina hueca, a cuya cera la primavera vinculó su néctar (el aroma y el  dulzor de sus flores: miel)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó  Acis se refresca en el rio y un suave vientecillo sopla donde duerme Galatea  Acis, caluroso, da las manos al arroyo y con ellas el agua a su  frente, entre dos mirtos que, canos por la espuma, son dos verdes garzas de la corriente. Un suave vientecillo (Favonio) corrió lisonjeramente unas vagas cortinas de volantes vanos (DRAE: falto de realidad, sustancia o entiedad) a la cama que, si no queremos llamar viento, era una cama de frescas sombras, de grama menuda.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Despierta Galatea y quiere huir; pero el temor se lo impide

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 Apenas la ninfa sintió bullir la sonorosa plata del arroyuelo, cuando, ingrata a los verdes márgenes, se hizo segur (DRAE: hoz) de sus propias azucenas. Se hubiera ido, pero, se desata por sus venas un perezoso temor tan frío, que a la precisa fuga fue grillos de nieve y al presto vuelo, plumas de hielo.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XXIX Fruta en mimbres halló, leche exprimida en juncos, miel en corcho, mas sin dueño; si bien al dueño debe, agradecida, su deidad culta, venerado el sueño. A la ausencia mil veces ofrecida, este de cortesía no pequeño indicio la dejó -aunque estatua heladamás discursiva y menos alterada. XXX No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda; no a sátiro lascivo, ni a otro feo morador de las selvas, cuya rienda el sueño aflija, que aflojó el deseo. El niño dios, entonces, de la venda, ostentación gloriosa, alto trofeo quiere que al árbol de su madre sea el desdén hasta allí de Galatea. XXXI Entre las ramas del que más se lava en el arroyo, mirto levantado, carcaj de cristal hizo, si no aljaba, su blanco pecho, de un arpón dorado. El monstro de rigor, la fiera brava, mira la ofrenda ya con más cuidado, y aun siente que a su dueño sea, devoto, confuso alcaide más, el verde soto. XXXII Llamáralo, aunque muda, mas no sabe el nombre articular que más querría; ni lo ha visto, si bien pincel süave lo ha bosquejado ya en su fantasía. Al pie -no tanto ya, del temor, gravefía su intento; y, tímida, en la umbría cama de campo y campo de batalla, fingiendo sueño al cauto garzón halla.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

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Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Galatea encuentra las ofrendas de Acis Galatea encontró las frutas en cestillos de mimbres, la leche exprimida (manteca) en juncos y la miel en corcho, pero no al  donador de todo ello. Si bien, comprende agradecida que al dueño (de la ofrenda) de su deidad adorada o cultivada y su sueño venerado (respetado). Ofrecida (dispueta) mil veces a la ausencia (a huir), este no pequeño indicio de cortesia la dejó – aunque estatua helada- más discursiva y menos alterada.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Mientras la ninfa está pensativa, el niño Amor se propone vencer  su desdén 235

No atribuye la ofrenda al Cíclope, no; ni a sátiro lascivo, ni a otro  feo morador de las selvas, cuya rienda, que ya aflojó el deseo, el  sueño de una mujer rompa.Entonces, el niño Amor, dios de los ojos vendados, quiere que el ha sta allí desdén de Galetea sea ostentación gloriosa, alto trofeo del árbol de su madre.

240

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Cupido dispara sobre Galatea y se producen los primeros efectos de la herida

245

Entre las ramas del levantado mirto que más se lava en el arroyo, Cupido hizo del blanco pecho de Galatea carcaj de cristal, si no aljaba, de un arpón dorado. El monstruo de rigor, la fiera brava que era Galatea, mira ya la ofrenda con más cuidado y aún siente que el  verde soto sirva mas tiempo de alcaide al devoto dueño de las ofrendas.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Galatea encuentra a Acis, que se finge dormido 250

 Aunque todavía muda por el termor, lo hubiera llamado, pero no sbe articual el nombre que mas le gustaría pronunciar; ni lo ha visto, si bien un suave pincel amoroso lo ha bosquejado ya en su fantasía. Fía su intento a sus pies – no ya tan pesados por el temor- y tímida, encuentra al cauto garzón findiendo sueño en la cama de campo y  campo de batalla (la del enamoramiento de Acis y Galatea).

255

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XXXIII El bulto vio y, haciéndolo dormido, librada en un pie toda sobre él pende (urbana al sueño, bárbara al mentido retórico silencio que no entiende); no el ave reina, así, el fragoso nido corona inmóvil, mientras no desciende -rayo con plumas- al milano pollo que la eminencia abriga de un escollo, XXXIV como la ninfa bella, compitiendo con el garzón dormido en cortesía, no sólo para, mas el dulce estruendo del lento arroyo enmudecer querría. A pesar luego de las ramas, viendo colorido el bosquejo que ya había en su imaginación Cupido hecho con el pincel que le clavó su pecho, XXXV de sitio mejorada, atenta mira, en la disposición robusta, aquello que, si por lo süave no la admira, es fuerza que la admire por lo bello. Del casi tramontado sol aspira a los confusos rayos, su cabello; flores su bozo es, cuyas colores, como duerme la luz, niegan las flores. XXXVI En la rústica greña yace oculto el áspid, del intonso prado ameno, antes que del peinado jardín culto en el lascivo, regalado seno; en lo viril desata de su vulto lo más dulce el Amor, de su veneno; bébelo Galatea, y da otro paso por apurarle la ponzoña al vaso.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó En ésta y las dos estrofas siguientes (entrelazadas) se nos describe los efectos que la contemplación de Acis produce en Galatea 260

El cuerpo vio y, haciéndolo dormido, apoyada sobre un pie toda, se inclina sobre él, cortés al sueño y bárbara (ignorante) al fingido retórico silencio. No queda así, tan inmóvil, el águila cuando corona su inaccesible nido, mientras – cual rayo con plumas- no desciende hacia el mila pollo al que abriga la altura de una roca …(termina la comparación en la estrofa siguiente).

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó 265

… como la ninfa bella, compitiendo con el muchado dormido en el  respeto cortés al sueño, que no sólo para (cesa su movimiento), si no que hasta querría enmudecer el dulce estruendo del lento arroyo. Viendo luego, a pesar de las ramas, realizdo el bosquejo que ya en su imaginación había hecho Cupido con el pincel que le clavo en el   pecho… (se completa con la oración principal en la estrofa siguiente).

270

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó

275

… mejorándose de sitio, mira con atención, en la disposición robusta de Acis, aquello que, si no la admira por lo suave, es fuerza que la admire por lo bello. Su cabello aspira a igualarse a los confusos rayos del sol tramontado sol, su bozo es florido, cuyas tonalidades, como duerme la luz, no se aprecian nítidamente las  flores.

280

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó En la hermosura natural de Acis se oculta el veneno del amor que Galatea bebe

285

El áspid yace oculto en la rustica greña del no segado prado ameno, antes que en el exquisito, regalado seno del jardín cultivado.  Así, el Amor desta lo más dulce de su veneno en lo viril del rostro de  Acis; Galatea lo bebe y da otro paso para apurarle la ponzoña al  vaso.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XXXVII Acis -aún más de aquello que dispensa la brújula del sueño vigilante-, alterada la ninfa esté o suspensa, Argos es siempre atento a su semblante, lince penetrador de lo que piensa, cíñalo bronce o múrelo diamante; que en sus paladïones Amor ciego, sin romper muros, introduce fuego. XXXVIII El sueño de sus miembros sacudido, gallardo el joven la persona ostenta, y al marfil luego de sus pies rendido, el coturno besar dorado intenta. Menos ofende el rayo prevenido, al marinero, menos la tormenta prevista le turbó o pronosticada; Galatea lo diga, salteada. XXXIX Más agradable y menos zahareña, al mancebo levanta venturoso, dulce ya concediéndole y risueña, paces no al sueño, treguas sí al reposo. Lo cóncavo hacía de una peña a un fresco sitïal dosel umbroso, y verdes celosías unas hiedras, trepando troncos y abrazando piedras. XL Sobre una alfombra, que imitara en vano el tirio sus matices (si bien era de cuantas sedas ya hiló, gusano, y, artífice, tejió la Primavera) reclinados, al mirto más lozano, una y otra lasciva, si ligera, paloma se caló, cuyos gemidos -trompas de amor- alteran sus oídos.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó  Acis, en su fingido sueño, está atento a las reacciones de Galatea 290

 Acis – aún más de lo que le permite el resquicio de los párpados en su fingido sueño- está con cien ojos simpre atento al semblante d e la ninfa, esté alterada o suspensa; es lince penetrador de lo que piensa aunque lo encubra el bronce o lo mure con diamantes; por el Amor  ciego introduce fuego, sin romper muros, en sus paladiones (los caballos troyanos, en este caso de dios Amor).

295

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó  Acis se levanta e intenta besar el pie de Galatea, que se sobresalta

300

305

310

El joven gallardo, sacudido por el sueño de sus miembros, se levanta y, rendido ante los pies, blancos como el marfil, de Galatea, intenta besarle el calzado dorado. Menos daña el rayo prevenido al  marinero, menos le turba la tormenta prevista o pronosticada: que lo que diga Galatea, tan sobresaltada por la imprevista acción del   joven.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Galatea levanta a Acis. Lugar dónde se reclinarán los enamorados Galatea, más agradable y menos zahareña, levanta al venturoso mancebo, concediéndole ya, dulce y risueña, no paces al sueño sino tregua al reposo. Lo cóncavo de una peña hacía de dosel umbroso a un fresco sitial y les sevían de verdes celosias unas hiedras, trepando troncos y abranzodo piedras.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó El arrullo de las palomas incita al a mor de Acis y Galatea

315

Reclinados sobre una alfombra cuyos colores imitará el tirio en vano (ya que estaba hecha de las sedas que la Primavera hiló, como gusano, y tejió, como artífice); descendieron, al mirto más lozano, dos palomas, endeladas aunque ligeras, cuyos gemidos – como trompas de amor- alteran los oídos de los enamorados.

320

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XLI El ronco arrullo al joven solicita; mas, con desvíos Galatea suaves, a su audacia los términos limita, y el aplauso al concento de las aves. Entre las ondas y la fruta, imita Acis al siempre ayuno en penas graves; que, en tanta gloria, infierno son no breve, fugitivo cristal, pomos de nieve. XLII No a las palomas concedió Cupido  juntar de sus dos picos los rubíes, cuando al clavel el joven atrevido las dos hojas le chupa carmesíes. Cuantas produce Pafo, engendra Gnido, negras vïolas, blancos alhelíes, llueven sobre el que Amor quiere que sea tálamo de Acis ya y de Galatea. XLIII Su aliento humo, sus relinchos fuego, si bien su freno espumas, ilustraba las columnas Etón que erigió el griego, do el carro de la luz sus ruedas lava, cuando, de amor el fiero jayán ciego, la cerviz oprimió a una roca brava, que a la playa, de escollos no desnuda, linterna es ciega y atalaya muda. XLIV Árbitro de montañas y ribera, aliento dio, en la cumbre de la roca, a los albogues que agregó la cera, el prodigioso fuelle de su boca; la ninfa los oyó, y ser más quisiera breve flor, hierba humilde, tierra poca, que de su nuevo tronco vid lasciva, muerta de amor, y de temor no viva.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Galatea esquiva las caricias de Acis, que se enardece más

325

El ronco arrullo de las palomas excita al joven; pero, Galatea, con suaves desvíos, limita los términos a la audacia del joven y el aplauso a la armonía de las aves. Entre el agua y la fruta, Acis imita en sus graves penas al siempre ayuno Tántalo porque, en tanta gloria de estar junto a Galatea, son infierno no breve los brazos de Galatea que se le escapan (fugitivo cristal) y los pechos que no puede tocar  (pomos de nieve).

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Unión de Acis y Galatea 330

 Apenas concedió Cupido a las palomas juntar los rubíes de sus dos  picos, cuando Acis, atrevido, le chupa el clavel (la boca de Galat ea) las dos hojas carmesíes (los dos labios rojos). Cuantas negras violetas produce Pafo; cuantos blancos alhelíes engendra Gnido llueven sobre el lugar que Amor quiere que sea ya tálamo de Acis y  Galatea.

335

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Ya al atardecer, Polifemo subió a la cima de una roca

340

345

Con su aliento hecho humo, sin relinchos, fuego, aunque su freno lleno de espumas, el caballo Etón iluminaba las columnas de Hércules, donde el carro solar lava sus ruedas; cuando, el fiero jayán, ciego de amor, aprimió la cerviz a una brava roca (se sento sobre ella), que ala playa cubierta de escollos le servía de linterna ciega y  de atalaya muda.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo toca su zampoña. Galatea siente temor  En la cumbre de la roca, árbritro Polifemo de montañas y ribera, el   prodigioso fuelle de su boc aliento dio a los albogues que agregó la cera. Galatea los oyó, y  – mueta de amor por Acis y temor por  Polifemo- más quisiera ser breve flor, hieba humilde, tierra poca, que exhuberante vid de su nuevo tronco.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XLV Mas -cristalinos pámpanos sus brazosamor la implica, si el temor la anuda, al infelice olmo que pedazos la segur de los celos hará aguda. Las cavernas en tanto, los ribazos que ha prevenido la zampoña ruda, el trueno de la voz fulminó luego; ¡referidlo, Pïérides, os ruego! XLVI «¡Oh bella Galatea, más süave que los claveles que tronchó la aurora; blanca más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora; igual en pompa al pájaro que, grave, su manto azul de tantos ojos dora cuantas el celestial zafiro estrellas! ¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas! XLVII »Deja las ondas, deja el rubio coro de las hijas de Tetis, y el mar vea, cuando niega la luz un carro de oro, que en dos la restituye Galatea. Pisa la arena, que en la arena adoro cuantas el blanco pie conchas platea, cuyo bello contacto puede hacerlas, sin concebir rocío, parir perlas. XLVIII »Sorda hija del mar, cuyas orejas a mis gemidos son rocas al viento: o dormida te hurten a mis quejas purpúreos troncos de corales ciento, o al disonante número de almejas -marino, si agradable no, instrumentocoros tejiendo estés, escucha un día mi voz, por dulce, cuando no por mía.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó El amor y el temor impiden huir a Galatea. Retumba la voz de Polifemo 355

Pero, a Galatea – cristalinos pámpanos sus brazos- el amor la entrelaza y el temor la anuda a l infeliz olmo que el agua segur de los celos hará pedazos. En tanto, el trueno de la voz de Polifemo fulminó luego las cavernas y ribazos que su zampoña ruda ha prevenido. ¡Reférirlo, Piérides, os ruego!

360

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Comienza el canto de Polifemo

365

“¡Oh bella Galatea, más suave que los claveles que tronchó la aurora, más blanca que las plumas del cisno que dulcemente muere y en las aguas mora igual en pompa al pavo real, pájaro grave que dorasu manto azul de tantos ojos cuantas estrellas hay en el azul de los cielos. ¡Oh tú, Galatea, que en sólo las dos estrellas de tus ojos, inclues en las más bellas del cielo!” .

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo pide a Galatea que salga del mar y p ise la playa 370

“Deja las aguas, deja el rubio coro de las hijas de Tetis y el mar vea que, cando el sol al ponerse niega la luz, en los dos soles de sus ojos la restituye Galatea. Pisa la area, que en la arena adoro cuantas conchas platea tu blanco pie, cuyo bello contacto puede hacer que las conchas paran  perlas sin concebir rocio” .

375

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo pide a Galatea que lo escuche

380

“Sorda hija del mar, cuyas orejas son a mis ruegos como las rocas al viento (insensibles): o dormiada, cientos de purpúreos troncos de corales te hurten a mis quejas, o bailando estés a la disonante cadencia de una almejas –  instrumento marino aunque no agradable- escucha una vez mi voz, por du lde, ya que no por mía” .

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

XLIX »Pastor soy, mas tan rico de ganados, que los valles impido más vacíos, los cerros desparezco levantados y los caudales seco de los ríos; no los que, de sus ubres desatados, o derivados de los ojos míos, leche corren y lágrimas; que iguales en número a mis bienes son mis males. L »Sudando néctar, lambicando olores, senos que ignora aun la golosa cabra, corchos me guardan, más que abeja flores liba inquïeta, ingenïosa labra; troncos me ofrecen árboles mayores, cuyos enjambres, o el abril los abra, o los desate el mayo, ámbar distilan y en ruecas de oro rayos del sol hilan. LI »Del Júpiter soy hijo, de las ondas, aunque pastor; si tu desdén no espera a que el monarca de esas grutas hondas, en trono de cristal te abrace nuera, Polifemo te llama, no te escondas; que tanto esposo admira la ribera cual otro no vio Febo, más robusto, del perezoso Volga al Indo adusto. LII »Sentado, a la alta palma no perdona su dulce fruto mi robusta mano; en pie, sombra capaz es mi persona de innumerables cabras el verano. ¿Qué mucho, si de nubes se corona por igualarme la montaña en vano, y en los cielos, desde esta roca, puedo escribir mis desdichas con el dedo?

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó 385

Polifemo habla de sus rebaños “Pastor soy, pero tan rico en ganados que con ellos lleno los valles más amplios, hago desaparecer los más levantados cerros y seco los caudalesde los ríos; pero no los caudales de leche que corren desatados de sus ubres, ni los caudales de lágrimas derivados de los ojos míos; porque mis males son iguales en número a mis bienes” .

390

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo habla de su abundancia de miel 

395

“Sudando néctar, destilando olores, escondrijos que ignora aún la golosa cabra me guardan mis colmenas de corcho, más colmenas que flores la abeja liba inquieta e ingeniosa labra; los árboles mayores me ofrecen troncos cuyos enjambres, ya los abra abril, ya los desate mayo, destilan miel color ámbar y en ruedas de oro hilan rayos de sol” .

400

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo alardea de su linaje

405

“Hijo soy de Neptuno, Jupiter de las aguas, aunque pastor; si tu desdén no espera a que el monarca de esas grutas hondas, en trono de cristal, te abrace nuera, no te escondas, Polifemo te llama;  porque la ribera admira en él tan gran esposo que no vio otro más robusto el sol desde el perezoso Volga al Indo adusto”.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo se jacta de su estatura 410

“Sentado, mi robusta mano alcanza el dulce fruto de las altas  palmas; en pie, mi cuerpo es capaz de dar sombra a innumerables cabras durante el verano. ¿Qué se puede decir, si la montaña se corona en vano de nubes por  igualarme y, en los cielos, puedo escribir, desde esta roca, mis desdichas con la mano?”.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

LIII »Marítimo alcïón roca eminente sobre sus huevos coronaba, el día que espejo de zafiro fue luciente la playa azul, de la persona mía. Miréme, y lucir vi un sol en mi frente, cuando en el cielo un ojo se veía; neutra el agua dudaba a cuál fe preste, o al cielo humano, o al cíclope celeste. LIV »Registra en otras puertas el venado sus años, su cabeza colmilluda la fiera cuyo cerro levantado, de helvecias picas es muralla aguda; la humana suya el caminante errado dio ya a mi cueva, de piedad desnuda, albergue hoy, por tu causa, al peregrino, do halló reparo, si perdió camino. LV »En tablas dividida, rica nave besó la playa miserablemente, de cuantas vomitó riquezas grave, por las bocas del Nilo el Orïente. Yugo aquel día, y yugo bien süave, del fiero mar a la sañuda frente imponiéndole estaba (si no al viento dulcísimas coyundas) mi instrumento, LVI »cuando, entre globos de agua, entregar veo a las arenas ligurina haya, en cajas los aromas del Sabeo, en cofres las riquezas de Cambaya; delicias de aquel mundo, ya trofeo de Escila, que, ostentado en nuestra playa, lastimoso despojo fue dos días a las que esta montaña engendra arpías.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo cuenta cómo un dia pudo verse su gran ojo reflejado en el agua

420

425

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“El ave marina alción coronaba una roca eminente sobre sus huevos, el día que la playa azul sirvió de luciente espejo de zafiro a mi persona. Me miré y vi lucir un sol en mi frente., cuando en el cielo un ojo se veía; indecisa, el agua dudaba a cuál creer cielo, o a Polifemo, cielo humano, (por el sol  – el ojo- que lucía en su frente) o al cielo, cíclope celestial (por el único ojo – el sol- que en él brillaba).

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo, por el amor a Galatea, se ha transformado de cruel en  piadoso En otras puertas, el venado descubre sus años y la fiera cuyo levantado lomo es una aguda muralla de duras cerdas [muestra] su cabeza colmilluda; en mi cueva, de piedad desnuda, en otro tiempo,  pendió la cabeza del caminante errado, peor hoy, por tu causa, sirve de albergue al peregrino donde halló reparo, si perdió el camino”.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Los restos de una nave llegan a la playa mientras Polifemo toca su zampoña 435

“Una rica nave, dividida en tablas, llegó lastimosamente a la playa, llena de cuantas riquezas el Oriente vomitó por las bocas del Nilo.  Aquel día, mi zampoña estaba imponiéndole u n yugo aunque bien suave a la sañuda frente del fiero mar (si ya no quiere decirse que  ponía dulces coyundas al viento) …”.

440

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Las riquezas del naufragio llegan a la playa

445

“… cuando, entre grandes olas, veo a la nave genovesa entregar a las arenas en cajas los aromas del Sabeo y en cofres las riquezas de Cambaya: delicias del Oriente que, ya como trofeo de Escila, expuesto en nuestra playa, sirvieron durante dos días de lastimoso a las arpías (ladrones) que engendra esta mañana”.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

LVII »Segunda tabla a un ginovés mi gruta de su persona fue, de su hacienda; la una reparada, la otra enjuta, relación del naufragio hizo horrenda. Luciente paga de la mejor fruta que en hierbas se recline, en hilos penda, colmillo fue del animal que el Ganges sufrir muros le vio, romper falanges; LVIII »arco, digo, gentil, bruñida aljaba, obras ambas de artífice prolijo, y de Malaco rey a deidad Java alto don, según ya mi huésped dijo. De aquél la mano, de ésta el hombro agrava; convencida la madre, imita al hijo: serás a un tiempo en estos horizontes Venus del mar, Cupido de los montes.» LIX Su horrenda voz, no su dolor interno, cabras aquí le interrumpieron, cuantas -vagas el pie, sacrílegas el cuernoa Baco se atrevieron en sus plantas. Mas, conculcado el pámpano más tierno viendo el fiero pastor, voces él tantas, y tantas despidió la honda piedras, que el muro penetraron de las hiedras. LX De los nudos, con esto, más süaves, los dulces dos amantes desatados, por duras guijas, por espinas graves solicitan el mar con pies alados; tal, redimiendo de importunas aves incauto meseguero sus sembrados, de liebres dirimió copia, así, amiga, que vario sexo unió y un surco abriga.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo acogió a un náufrago de la nave 450

“Mi gruta sirvió a un náufrago genovés de segunda tabla de salvación de su persona y de su hacienda; reparada su persona y  enjuta (secada) su hacienda, relación horrenda me hizó del  naufragio. Como luciente paga de la mejor fruta que madura sobre la hierba o colgada d el hilo (que yo le dí) recibí un colmillo del animal  que el Ganges vio sufrir muros y romper escuadrones… ”.

455

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo ofrece a Galatea el arco y la aljaba que le dio el  náufrago

460

“… un lindo arco, quiero decir, con su bruñida aljaba, obras ambas de esmerado artífice, que fue alto regalo del rey Malaco a una deidad de Java, según mi huésped me dijo. Toma Galatea, el arco en la mano; la aljaba, en el hombro; convencida Venus (de tu hermosura), imita a su hijo Cupido; serás a un tiempo, en estos horizontes, Venus del mar, Cupido de los montes”.

465

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo interrumpe su canto para ahuyentar unas cabras

470

Su horrenda voz que no su dolor interno interrumpieron aquí unas cabras, que errantes en cuanto al pie, sacrílegas en cuanto al cuerno, estaban destrozando las vides. Mas viendo el fiero pastor pisoteado el pámpano más tierno, dio él tantas voces y su honda despidió tantas piedras que unas y otras penetraron el humo de las hierbas tras el cual estaban Acis y Galatea.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó  Acis y Galatea huyen hacia el mar 

475

Los dos dulces amantes, desatos, con esto (las voces y las piedras de Polifemo), de los suaves nudos, buscan el mar con pies alados,  por duras güijas, por espinas graves; de tal modo, el desprevenido labrador, queriendo librar de importunas aves sus sembrados, separó, así, una pareja amiga de liebres que su distinto sexo unió y  un surco abriga.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

LXI Viendo el fiero jayán, con paso mudo correr al mar la fugitiva nieve (que a tanta vista el líbico desnudo registra el campo de su adarga breve) y al garzón viendo, cuantas mover pudo celoso trueno, antiguas hayas mueve: tal, antes que la opaca nube rompa, previene rayo fulminante trompa. LXII Con vïolencia desgajó infinita, la mayor punta de la excelsa roca, que al joven, sobre quien la precipita, urna es mucha, pirámide no poca. Con lágrimas la ninfa solicita las deidades del mar, que Acis invoca; concurren todas, y el peñasco duro la sangre que exprimió, cristal fue puro. LXIII Sus miembros lastimosamente opresos del escollo fatal fueron apenas, que los pies de los árboles más gruesos calzó el liquido aljófar de sus venas. Corriente plata al fin sus blancos huesos, lamiendo flores y argentando arenas, a Doris llega, que, con llanto pío, yerno lo saludó, lo aclamó río.

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

(Poema y Paráfrasis)

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo descubre a Acis y Galatea y lanza un terrible grito de celos

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490

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Viendo el fiero gigante correr sigilosamente hacia el mar los blancos miembros de Galatea (porque es tal su vista que descubre al  otra lado del mar la breve adarga del desnudo habitante de Libia) y  viendo a Acis, mueve con su grito de celos tantas antiguas hayas cuantas mover pudo el trueno. De la misma manera, antes que la oscura nube rompa, la fulminate trompa del trueno anuncia el rayo.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Polifemo arroja una enorme peña sobre Acis. Las deidades marinas, invocadas, transforman su sangre en agua Con infinita violencia, Polifemo desgajó la mayor punta de la elevada roca, la cual le sirve al joven, sobre la precipita, de urna grande para sus restos y de no pequeña pirámide funeraria. Las deidades del mar, que Acis invoca y la ninfa solicita con lágrimas, concurren todas y hacen que la sangre que el duro peñasco exprimío, sea agua pura y cristalina.

Paraf. D. Alonso – Comen. Micó Metamorfosis de Acis en río

500

 Apenas fueron sus miembros lastimosamente aplastados por el  escollo fatal, cuando el líquido aljófar de sus venas calzó los pies de los árboles más gruesos. Sus blancos huesos al fin como corriente  plata, lamiendo flores y argentando arenas, llega a Doris que, con llanto piadoso, lo saludó yerno, lo aclamó río.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

Transcripción Dámaso Alonso

Paráfrasis  – Dámaso Álonso I.

II.

Estas rimas que Talía (culta, a pesar de ser una musa campestre) me inspiró en las púrpureas horas de la mañana, cuando la aurora es toda rosas y el día un matiz de rosicler, escúchalas (¡oh excelso conde!) cantadas al son de mi zampoña; escúchamelas ahora que ilustras y doras con el esplendor de tu luz tu Niebla (ahora que estás en tu villa de Niebla), si ya no es que, entregado a la caza, te hayas salido de ese lugar y, peinando con el vuelo de los halcones los vientos, fatigando con el escudriño del ojeo de los bosques, tal vez te hayas acercado hasta los mismos muros de Huelva. [ volver  ] ¡Que el generoso halcón, preparado convenientemente para la caza con una dieta previa (“templado” llama el

arte de la cetrería al que está en tales condiciones), se entretenga en pulir y alisar con el pico sus plumas, sostenido en el puño del maestro cetrero, o que, si se halla sobre la percha o alcándara que sirve de soporte a estas aves, se esté tan quieto (aunque no será posible) que ni aun le suene el cascabel qu e colgado lleva! ¡Que el fogoso caballo andaluz se esté enfrenado, tascando y cubriendo de blanca espuma el freno de oro (encaneciendo el oro con lo blanco de la espuma, producto de la impaciencia en el ocio y no de la actividad en la carrera)! ¡Que el lebrel gima con ansia de escapar del cordón de seda que lo atraílla! Y ahora, en suspenso la caza, suceda por fin al cuerno o trompa de los cazadores la cítara del poeta. [ volver  ] III.

Sirvan un dulce silencio y un ocio, atento a la lectura de mi poema, de treguas o descanso del robusto ejercicio venatorio, mientras que tú, asentado bajo el dosel augusto que corresponde a tu grandeza, escuchas el fiero canto del músico gigantazo Polifemo. Alterna hoy con las Musas, con la poesía, el placer de tus deportes; que si mi Musa, mi poesía, es capaz de ofrecer un tan grato clarín como es necesario para proclamar dignamente tus alabanzas ( y tal que no sea inferior al más potente de la Fama), tu nombre ha de resonar con mis versos por todos los confines del mundo. [ volver  ]

IV.

Cerca de donde el espumoso mar de Sicilia casi rodea el promontorio al que los antiguos llamaron Lilibeo (y hoy se llama lo mismo y también Boeo), como calzando el pie de este monte y argentándolo con la plata de las ondas marinas; cerca de esta montaña que sirvió de bóveda a las fraguas subterráneas de Vulcano o de sepultura a los huesos de Tifeo (uno de los gigantes que pretendieron escalar al cielo y fueron vencidos por los dioses), un llano, cubierto de ceniza, da todavía con ella pálidas señales, o del duro oficio de las herrerías de Vulcano, o del sacrílego intento de Tifeo (porque Tifeo, enterrado allí, vomita a veces cenizas ardientes desde su sepultura). En este sitio, pues, una alta roca tapa la entrada de una gruta, sirviendo así como mordaza a la boca de la caverna. [ volver  ]

V.

Unos troncos robustos sirven de defensa y tosca guarnición a este recio peñasco. A la greña o maraña intrincada de los árboles debe la caverna profunda aún menos luz del día y menos aire puro que a la peña de la cubre (pues si mucha luz y aire quita esta piedra, más quitan aún los árboles que están delante). Y que el seno oscuro de la cueva es lecho tenebroso de la noche más sombría nos lo indica una infame turba de aves nocturna que allí gimen con tristeza y vuelan pesadamente. [ volver  ]

VI.

El triste hueco de este formidable bostezo de la tierra (el hueco de esta enorme gruta) sirve al gigante Polifemo, horror y espanto de aquellos montes, de bárbara choza, de sombrío albergue y de redil espacioso en el que encierra todo el ganado cabrío que esconde u oculta con su número las ásperas cumbres de la sierra: bella abundancia de ganado que, a un silbido de su gigantesco pastor, se reúne, y a la que un peñasco manejado por Polifemo deja encerrada en la cueva. [ volver  ]

VII.

Era como un eminente monte de miembros humanos este cíclope, feroz hijo del dios Neptuno. En la frente de Polifemo, amplia como un orbe, brilla un solo ojo, que podría casi competir aún con el sol, nuestro máximo lucero. El más alto y fuerte pino de la montaña lo manejaba como ligero bastón; y, si se apoyaba sobre él, cedía al enorme peso, cimbreándose como delgado junco, de tal modo, que, si un día era bastón, al otro ya estaba encorvado como un cayado. [ volver  ]

VIII.

El cabello negro, imitador, en lo undoso y oscuro, de las lóbregas aguas del río del Olvido, pende sin aseo cuando no vuela desordenadamente al soplo de los vientos huracanados; su barba es un impetuoso raudal que se diría bajar de la mole montañosa que es el gigante, como torrente nacido de este gran Pirineo («adusto» por lo fosco y encrespado, y «adusto> —adusto vale etimológicamente lo mismo que «requemado» — por venir del Pirineo, pues el nombre Pirineo se relacionaba t radicionalmente con la voz griega πυρ, «fuego»); así se despeña

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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Transcripción Dámaso Alonso

la barba torrencial de Polifeno llegando a inundar el pecho del cíclope, surcada, no por cepillo o peine, sino todo lo más (aunque pocas veces mal y sin resultado) por los dedos del propio gigante. [ volver  ] IX.

No ha criado la isla de Sicilia, en las asperezas de sus montañas, fiera alguna armada de tanta crueldad o dotada de pies tan ligeros, que —frente a Polifemo— libre por su ferocidad o salve con su ligereza su piel manchada de cien colores. Usa el gigante las pieles de las bestias que mata: ya le sirve a Polifemo de pellico la fiera que antes, en los bosques, producía mortal espanto al labrador que, con paso lento, caminando a la dudosa luz crepuscular, volvía a su establo los bueyes, de la labranza. [ volver  ]

X.

El zurrón (cuanto más capaz, tanto más lleno) sirve de cercado a la fruta, que se sale y rebosa de él casi como si se abortara; a la fruta seronda o inverniza que el tardío otoño deja como encomendada al piadoso oficio de la hierba, pues, guardada entre hierba, va con lentitud madurando: las serbas que entre el heno se van llenando de arrugas; y las peras que están como en cuna dorada entre la rubia paja, la cual, ejerciendo de pálida tutora («pálida» por su color pajizo y porque este tinte conviene a la severidad y rigor de la tutoría) las esconde con avaricia (como a sus pupilas un tutor) mientras pródigamente les va dando un color dorado (como un honesto tutor la hacienda de sus encomendadas). [ volver  ]

XI.

El zurrón les sirve como de erizo a las castañas, pues las contiene; y también se podría decir que sirve de erizo a las manzanas – mezcladas entre los membrillos verdes o los datilados  – (manzanas hipócritas, que engañan no como aquellos que tras una tez pálida esconden lo encendido de sus deseos, sino al contr ario, porque la manzana, de piel arrebolada, oculta un interior de carne cérea), y también se podría decir que servía de erizo a la bellota (fruto de la encina, árbol que es honor de la montaña y sirvió de único techo a la edad de oro), a la bellota, alimento, aunque grosero, del mundo mejor, de la inocencia de aquellos tiempos primitivos. [ volver  ]

XII.

Para formar el enorme instrumento de Polifemo, la cera y el cáñamo unieron cien cañas (que no las debieran haber unido, por los graves efectos que la espantosa música produjo), cuyo bárbaro ruido es repetido duramente por más ecos que cañas o albogues fueron unidos por el cáñamo y la cera (es decir: por más de cien ecos). La selva, con sus alimañas, se conturba al oír tal música; el mar se altera todo; el dios marino Tritón rompe, por inútil o por enfadado (al ver que hay un más potente y horrísono instrumento), la trompa o caracola con la que forma en las aguas del estruendo de las tempestades; asustados y ensordecidos los marinos, escapan a vela y remo los navíos. ¡ Tal es la horrible música del gigante Polifemo. [ volver  ]

XIII.

Adora Polifemo a una ninfa, hija de Doris, y la más bella que ha visto el reino marino de la espuma. Se llama Galatea, y en ella resume dulcemente Venus los encantos de sus tres gracias. Son sus ojos dos luminosas estrellas: lucientes ojos que fulguran sobre su piel tan blanca como la pluma del cisne. Reúne, pues, Galatea las características combinadas del pavón o pavo real (tener ojos en la pluma) y del cisne (tener la pluma blanca). Y como el pavón está consagrado a Juno y el cisne a Venus, podemos decir que es un pavón de Venus (pavón, por los ojos; de Venus por ser blanca como el cisne de Venus), o bien, cisne de Juno (cisne, por la blancura; de Juno por los ojos : cualidad del pavón de Juno);si ya no queremos llamarla roca o escollo cristalino de los mares de Neptuno. [ volver  ]

XIV.

Blanca y colorada es Galatea: la aurora ha deshojado sobre ella rosas como la púrpura, entremezcladas con lirios (es decir, azucenas) de un blancor cándido. Duda el Amor y no se determina a decir cual sea el color de la ninfa: si púrpura nevada o si roja nieve; tan ligados y matizados están en ella ambos colores. En mano la perla del mar Eritreo quiere competir con la frente de Galatea. El ciego dios de amor, se enoja de ver el atrevimiento de la perla, y, condenando su esplendor, la relega, engastada en el oro de un zarcillo, a pender de la nacarada oreja de la muchacha. [ volver  ]

XV.

Mucho la envidiaban las otras ninfas, y por ella estaba lleno de un amoroso cuidado el corazón de todas las divinidades a las que honra el mar (de todos los dioses marinos). En ella se mostraba la pompa y el triunfo del Amor, de ese dios niño y alado, que, cual marinero, conduce a ciegas (como navío sin farol) la concha o venera de su madre Venus. A Glauco (uno de esos dioses marinos enamorados de Galatea), que tiene el cabello verde y el pecho no cubierto de escamas (pues sólo es pez de medio cuerpo para abajo), pero que si lo tiene ronco de vocear en vano su amor, la ribera les escucha cómo incita a la bella e ingrata ninfa a que monte con él en el carro cristalino que, cual dios del mar, gobierna, para surcar así los campos de plata de las ondas. [ volver  ]

XVI.

Es Palemón un joven habitante de los mares, que ciñe y adorna sus azuladas sienes con ramas del más tierno coral, y que es rico de cuantos bienes cría el agua desde el odioso Faro de Mesina (lugar de muchos naufragios)

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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Transcripción Dámaso Alonso

hasta el promontorio del Lilibeo en el otro extremo de la isla. Pero, a pesar de su juventud y sus riquezas, ante Galatea halla tan poca correspondencia y gracia como Polifemo, aunque tal vez no extreme con él los desdenes tanto como con el gigante. Apenas Palemón comienza sus requiebros de amores, apenas si le ha oído aún Galatea, cuando ésta huye como si tuviera alas en los pies, pisando tantas flores de la ribera como él (que la persigue nadando) pisa espumas del mar. [ volver  ] XVII.

Huye la hermosa ninfa; y el marino amante que la persigue nadando, bien quisiera ser, ya que no áspid fatal que mordiera el pie divino de Galatea (como el que, mordiendo a Eurídice, que huía de Aristeo, detuvo la carrera y la vida de la fugitiva), sí una manzana de oro que a la ninfa desdeñosa le hiciera menguar el paso (como en el mito de Atalanta, a la que Hipomenes, que competía en correr con ella, arrojó unas manzanas de oro: agachóse a cogerlas Atalanta, y perdió por esta distracción). Pero, ¿qué diente mortífero (como el del áspid de Eurídice), qué metal preciado (como el de las manzanas de Atalanta) podrá suspender la rápida fuga, provocada por el desdén amoroso? ¡Oh, cómo se equivoca quien trat a de perseguir lo inalcanzable, quien, como delfín que nada por el mar, pretende seguir a una ninfa que huye, veloz cual corza, por la tierra! [ volver  ]

XVIII.

Sicilia, por su abundancia del vino que oculta en sus bodegas y de los frutos que ofrece en sus árboles, es como la copa de Baco (dios del vino) y cual un huerto de Pomona (diosa de los frutos): tanto ésta la enriquece con sus frutas, cuanto aquél corona de vides sus collados. Ceres (diosa de la agricultura), en su carro, que, adornado de espigas, parece un trillo de la cosecha estival, no deja nunca de visitar las campiñas sicilianas, haciéndolas rendir constante y abundantemente sus cereales: campiñas de cuyas siempre fértiles cosechas las naciones de Europa son hormigas, pues, como hormigas al grano, van allí a abastecerse. [ volver  ]

XIX.

Las lozanas cumbres de la isla deben a Pales (diosa de los ganados) una gran abundancia de rebaños; tanta y aún más que su vega llana debe de mieses a Ceres (diosa de la agricultura); pues si en la vega llueve, en vez de agua, granos de oro (tan ricos son en ella los sembrados), en las cumbres nieva, en vez de nieve, mil copos de lana (tanto abundan en ellas las ovejas). Para todos los que siegan oro (para todos los labradores que cultivan los cereales), para todos los que esquilan nieve (para todos los ganaderos que recogen lana), y para todos los vendimiadores que guardan en toneles el mosto, rojo como la grana, exprimido de la uva, para todos ellos (bien sea por religión – dado el origen divino de la ninfa -, bien sea simplemente por amor) es Galatea una deidad, aunque una deidad sin templo. [ volver  ]

XX.

Pero no sin aras; porque el sitio de la orilla del espumoso mar donde se detiene su pie ligero, les sirve a sus enamorados, de ara en que depositar sus ofrendas: las primicias de la cosecha, al labrador; y las granjerías de su ganado, al ganadero. Y el hortelano vuelca sus productos, como si vertiera todo el Cuerno de la Abundancia (tan poco avara con relación a aquella fértil tierra), sobre el cestillo de mimbres, que, con mucho trabajo, aunque con escaso artificio, ha tejido la honesta hija del propio rústico. [ volver  ]

XXI.

La juventud de la isla se abrasa en amor a Galatea; y los arados (absortos en este amor los que los guían) pasan al descuido sobre las tierras de la labranza, peinándolas ligeramente (sobre las mismas tierras que, en otro tiempo, abrieron y surcaron), mal conducidos por los aradores, cuando no arrastrados al azar por los tardos bueyes, tan errantes como sus dueños. Los ganados, sin pa stor que los silbe (pues tampoco los pastores piensan en otra cosa, sino en el amor de Galatea), ya no oyen como antaño los resonantes crujidos de las hondas pedreras, a no ser que, en vez del pobre pastor, silben los céfiros, o crujan al viento los robles de la montaña. [ volver  ]

XXII.

Abstraídos los enamorados pastores, aun los perros del ganado descuidan la guarda: permanecen mudos, sin ladrar, de noche y duermen (en vez de vigilar) por el día. No hacen sino andar sesteando de cerro en cerro y buscando de sombra en sombra el tempero más agradable para su dormir. Balan, sin guardián, los ganados. Al oír el mísero balido, surgen de las sombras nocturnas los lobos, y se ceban fieramente en el indefenso ganado, dejando mojada con la sangre de sus víctimas aun la misma hierba que las otras ovejas pacen. ¡ Oh, Amor, vuelve a hacer que suenen los silbidos de los pastores, haz que vuelvan los pastores a su ganado! Y, si no quieres, que se vaya el inútil silencio y el dormir del can, con su enamorado y errante dueño. [ volver  ]

XXIII.

Mientras... Galatea, la ninfa que huye de todos sus amadores, allá en un lugar donde un laurel protege con su follaje su propio tronco del fuego del sol, da a las márgenes de una fuente tantos jazmines (tanta cantidad de sus blancos miembros) cuanta hierba cubre la blancura de sus miembros mismos. Unos ruiseñores se quejan dulcemente allí, y se responden el uno al otro, y dulcemente la armonía de la música va cerrando los ojos de

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Galatea y entregándolos al sueño, para impedir que tres soles abrasaran al día (el sol del cielo más los dos soles que son los ojos de la muchacha). [ volver  ] XXIV.

Era un día de la canícula, cuando el Sol entra en la constelación del Can. Estaba , pues, el Can celeste, vestido de sus propias estrellas, ladrando  –como echando llamas-, hecho salamandra del cielo (pues el animal de este nombre, según una tradición antigua, puede estar dentro del fuego sin consumirse), cuando ll egó al sitio donde dormía Galatea el joven Acis. Llegó acalorado, lleno de polvo el cabello y sudando resplandecientes gotas, que por lo ardiente y lo húmedo podríamos llamar centellas líquidas, si ya no las queremos calificar de alijófares abrasados; y viendo que el sueño blando había ocultado (como oculta el Occidente al Sol) los dos bellos soles de los ojos de Galatea, dio su boca al cristal sonoro (al agua de la fuente) y sus ojos, cuanto se lo permitía la posición, al cristal mudo (a los miembros cristalinos de la dormida ninfa): se puso, pues a beber en la fuente y a mirar de reojo a la muchacha. [ volver  ]

XXV.

Era el bello Acis como un venablo que el Dios del amor usara para herir los corazones (Salcedo observa no ser el venablo arma propia de Cupido: lo eran las flechas). Había sido engendrado por un fauno, medio hombre y medio fiera, en la hermosa ninfa Simetis, gloria del mar y honor de sus orillas. Galatea es como un bello imán que le atrae y al que sigue cual el acero; y al ver dormido el ídolo que adora, como un idólatra lo venera; lo venera, como puede él, rico de todo lo que puede ofrecer un pobre huerto, de lo que rinde las vacas y de la miel que se cría en el hueco de los robles. [ volver  ]

XXVI.

En un cestillo de blanco mimbre puso Acis al lado de Galatea almendras frescas mondadas, ese humor celestial recién cuajado, que la almendra guarda cuando no está ni ya verde ni aún seca; dejó también una pella de manteca en unos verdes junquillos; y, en un vaso de corcho, pequeño, pero bien labrado, un dulcísimo panal, rubio hijo de una hueca encina, a cuya cera quedó vinculado o perpetuamente unido el néctar de la estación primaveral (el aroma y el dulzor de sus flores). [ volver  ]

XXVII.

Acis, acalorado, se refresca las manos en el arroyo; y con ellas lleva el agua hasta su cara. Lávase así Acis entre dos mirtos en los que se detiene el agua, y, encaneciéndolos con lo blanco de su espuma, los hace parecer dos verdes garzas que se bañaran en la corriente (verdes, por ser color de los mirtos, garzas, por estar emblanquecidos por la espuma). Un suave céfiro que mansamente soplaba corrió las vagas cortinas de vanos volantes de sombra sobre el sitio donde Galatea dormía, lecho que (si no le queremos llamar cama de viento), era una cama de grama menuda y frescas sombras. [ volver  ]

XXVIII.

XXIX.

Apenas, pues, oyó Galatea bullir el agua sonorosa y plateada del arroyo (que Acis movía), cuando se convirtió en segur de sus propias azucenas; es decir, se puso en pie, y al ponerse en pie, se paró o segó de la hierba —como una segur— las azucenas de sus propios blancos miembros, que antes cubrían o florecían el césped (obrando así  ingratamente con los verdes márgenes que le habían proporcionado grato reposo). Su primer impulso fue echar a correr, pero por la sangre se le difundió un perezoso frío de temor, tan frío que le impidió la necesaria fuga, como unos grillos (no de hierro, sino de la nieve, por lo helado de su alteración) que le retuvieran presa; como unas plumas que siendo de hielo hicieran imposible el presto vuelo de su ida. [ volver  ] Encontró Galatea las frutas en cestillo de mimbres, la manteca en juncos y la miel en vaso de corcho; pero no vio al donador de estas ofrendas. Si bien comprende, agradecida, que debe al dueño de ellas el haber sido cultivada o adorada con dones su deidad, y venerado y respetado su dueño. Dispuesta ya mil veces a ausentarse, a huir, este no pequeño indicio de cortesía la dejó (aunque aún convertida por el miedo en helada estatua) con más discurso y menos alteración. [ volver  ]

XXX.

No puede atribuir de ningún modo la ofrenda al Cíclope Polifemo, ni a un lascivo sátiro, ni a ningún otro de los feos faunos o silvanos, moradores de los bosques, en los cuales el sueño de una mujer rompe la rienda de la audacia, ya aflojada de antemano por el mal deseo. Entonces, el niño dios que tiene los ojos vendados, el dios del Amor, quiere que Galatea se enamore, y que el desdén que victoriosamente hasta allí tuvo la ninfa, vencido ya, sirva de gloriosa ostentación o trofeo, colgado del mirto, árbol de Venus, madre del mismo Amor. [ volver  ]

XXXI.

Disparó el Amor, desde el levantado mirto que más se baña en la corriente, una flecha dorada que se hincó en el blanco pecho de Galatea, quedando así el pecho convertido como en carcaj o aljaba de la flecha. Herida por el Amor, la ninfa —aquel monstruo de rigor, aquella fiera áspera para sus enamorados — comienza ahora a mirar con más cuidado las ofrendas que encontró junto a sí, y aun llega a sentir que el verde soto oculte por más tiempo —como celoso alcalde— al devoto donador de los regalos. [ volver  ]

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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Transcripción Dámaso Alonso

XXXII.

Con gusto llamaría Galatea (aunque muda aún por el susto) al donante de las ofrendas; pero no sabe formar ese nombre que sería el que más desearía pronunciar. Ni ha visto su persona, aunque un suave pincel amoroso lo ha bosquejado ya en su fantasía, le ha hecho que se le imagine. Fía su intento a sus pies  –ya menos pesados, menos paralizados por el pasado temor- y se dirige a donde la sombreada cama de campo que forma la hierba encuentra el astuto mancebo que se finge dormido. La cama en que finge sueño será el campo de batalla desde donde Acis vencerá el corazón de Galatea como explican las estrofas que siguen. [ volver  ]

XXXIII.

Ve Galatea la forma de Acis, y, creyéndole dormido, mantenida en un pie, se inclina toda sobre el mancebo (como si pendiera sobre él) para contemplarle, urbana o cortés para con el sueño (respetando cortésmente el que ella cree sueño), pero bárbara por lo que se refiere a aquel fingido silencio, este lenguaje mudo, al cual podemos llamar retórico, por su artificiosidad o fingimiento o porque la belleza de Acis hablaba por sí sola mejor que bellos discursos. No se queda tan inmóvil el águila, reina de las otras aves, cuando corona en su vuelo su inaccesible nido (mientras no desciende  –veloz como un rayo con plumas- a cebarse en el milano pollo, al que abriga la cumbre de algún peñascal), … [ volver  ]

XXXIV.

… Como la bella ninfa, compitiendo, en el respeto cortés al sueño, con el muchacho dormido (pues éste había

respetado antes el sueño de Galatea), no sólo se queda quieta, sino que hasta desearía hacer enmudecer el dulce, atenuado estruendo que formaba el lento arroyo. Viendo luego —a pesar de las ramas interpuestas— ya coloreado y real aquel bosquejo que el Amor le había dibujado en la imaginación, como con un pincel, con aquella flecha que le clavó en el pecho; … [ volver  ] XXXV.

…mejorándose de lugar, mira y escudriña atentamente en la robusta virilidad de aquel rostro, todo lo que, si por

lo suave no la admira, es fuerza que la admire por la belleza. El cabello de Acis aspira a igualar en el color los rayos del Sol poco antes de la puesta; su bozo es todo florido, flores cuyas tonalidades, como el muchacho tiene cerradas las luces de sus ojos, faltas de luz, no se distinguen bien. [ volver  ] XXXVI.

La víbora yace oculta en la rústica maraña del ameno prado que nadie siega, mejor que en el regalado seno de un jardín exquisitamente cultivado. Así, en la descuidada virilidad del rostro de Acis, ha entremezclado o disimulado el Amor lo más dulce de su veneno. Galatea lo está bebiendo ya con los ojos, y sin ser dueña de sí, da aún otro paso y se acerca más a Acis, para mirarle mejor, para apurar hasta el fin aquel vaso de amorosa ponzoña. [ volver  ]

XXXVII.

Acis está con cien ojos (como Argos), atento siempre al semblante de Galatea, más de lo que parece permitir el breve resquicio que dejan sus párpados en aquel fingido, vigilante sueño; y es un lince que penetra todo lo que ella piensa y siente (ora esté aun alterada entre el miedo y el amor; ora, indecisa), aunque Galatea lo quisiera encubrir con bronce o murar con diamante. Porque el amor sabe con sus fingidos paladiones introducir el fuego de la pasión, no por un hueco abierto en la muralla (como los griegos introdujeron al Paladión en Troya) sino sin necesidad de romper muros. [ volver  ]

XXXVIII.

Acis sacude de sus miembros el fingido sueño y se levanta, y al levantarse muestra la gallardía de su persona; y luego, postrado ante los pies blancos como marfil, de Galatea, intenta besar el conturno labrado en oro, con que la ninfa se calza. Menos asusta al marinero el rayo que puede ser previsto; menos le turba la tormenta prevenida o pronosticada: bien lo puede testimoniar Galatea, que no esperaba la súbita acción del mozo. [ volver  ]

XXXIX.

Depuesto su sobresalto, ya más agradable y menos esquiva, levanta Galatea al venturoso mancebo, concediéndole, dulcemente risueña, no paces para que volviese a dormir, sino treguas al descanso, es decir, que interrumpiese su descanso para estar con ella. Formaba allí lo hueco de una peña un umbroso dosel a un fresco lugar, apropiado para sentarse o reclinarse en él como en un sitial, y le servían de verdes celosías unas hiedras que subían trepando por los troncos abrazando las peñas. [ volver  ]

XL.

Reclinados sobre la alfombra de la hierba (alfombra cuyos matices imitaran mal los famosos colores de Tiro, aunque sólo estaba hecha de las sedas que la Primavera hiló, como gusano, y tejió como artífice en su telar), se abatieron al más lozano de los mirtos, dos enceladas y ligeras palomas, cuyos gemidores arrullos escuchan los dos enamorados (y son como trompas del dios del amor, que les incitarán a su guerra), y al escucharlos sienten profunda alteración. [ volver  ]

XLI.

El ronco arrullo de las palomas excita los deseos amorosos de Acis, pero Galatea le esquiva con suavidad y le modera, poniendo freno a la audacia del joven y limitando el aplauso a la armonía que forman las aves. Entre el

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agua y la fruta, sin poder llegar a una ni a otra, imita Acis en sus graves penas al siempre ayuno Tántalo (condenado por los dioses a estar metido con el agua a la boca en un río: las ramas de un manzano, con sus frutos, cuelgan sobre él, pero cuando las quiere alcanzar se retiran; y si quiere beber del agua, baja el nivel de ésta y no puede aplacar la sed); así también, en medio de la gloria de verse al lado de tal belleza, son para Acis infierno o condenación no pequeña aquellos brazos cristalinos que como agua fugitiva se le escapan, aquellos senos, como pomas de nieve, que no puede tocar. [ volver  ] XLII.

XLIII.

Apenas había otorgado Cupido a las palomas juntar en amor los dos rubíes de sus picos, cuando, atrevido, Acis le chupa el clavel de la boca de Galatea, las dos hojas carmesíes, los dos rojos labios. Todas las oscuras violetas y los blancos alhelíes que cría Pafos y engendra Gnido (ciudades consagradas a Venus) llueven sobr e aquel lugar que Amor ha destinado ya para tálamo de Acis y de Galatea. [ volver  ] Con su aliento hecho todo humo y sus relinchos fuego, aunque con el freno lleno de espumas, ilustraban o iluminaban ya Etón y los otros caballos del sol las columnas de Hércules, que erigió este héroe griego en el estrecho de Gibraltar, sitio donde el carro solar lava en el océano, al ponerse, sus ruedas. Estaba pues, ya el sol todavía doroso, inclinado hacia occidente y próximo a la puesta, cuando Polifemo, el fiero gigantazo, se sentó, orpimiéndolo con su peso, sobre lo alto de una brava roca, que a la playa, erizada de escollos, le sirve  –aunque sin luz- de faro, y –aunque sin emitir señales- de atalaya (pues como un faro o una atalaya domina el arenal). [ volver  ]

XLIV.

Puesto Polifemo en la cumbre de la roca, dominando las montañas y la marina —como árbitro entre ambas partes— el enorme fuelle que formaba su boca sopló las cañas o albogues unidos con cera, que constituían su instrumento músico. La ninfa, desde donde estaba con su Acis, oyó aquella música y hubiera preferido ser entonces una florecilla, una hierbecita o un poquito de tierra (para escapar así a los celos del jayán), mejor que verse allí —muerta de amor por Acis y de miedo a Polifemo — unida, como exuberante vida al tronco de su nuevo esposo. [ volver  ]

XLV.

Pero, enlazados sus brazos a Acis, como pámpanos que fueran de cristal, el amor la entrelaza y el temor la obliga a anudarse más aún (como la vida al tronco de un olmo) al cuerpo de su amigo, tronco al cual ha de hacer pedazos la aguda hacha de los celos. En tanto, la voz del gigante ha caído, fulminando como el rayo, sobre las cavernas y ribazos de la isla, prevenidos ya antes por el preludio musical de la zampoña. ¡Referidlo por mí, oh Musas y Piérides: os lo ruego! [ volver  ]

XLVI.

¡Oh bella Galatea, más suave que los claveles que la aurora, con el peso del rocío, troncha; más blanca que el cisne, aquel ave que muere cantando dulcemente y mora en las aguas; igual en pompa al pavo real, pájaro que gravemente dora su manto o plumaje azul con otros tantos ojos como estrellas tiene el zafiro de los cielos para adornar su manto azulado! ¡Oh tu que en sólo las dos estrellas de tus ojos comprendes o resumes las más bellas del cielo! [ volver  ]

XLVII.

Sal de las aguas, deja el rubio coro de las ninfas del océano, hijas de Tetis; y vea el mar que, cuando el carro del Sol, al ponerse, niega su luz, en los dos soles de sus ojos la restituye Galatea. Pisa la arena de la playa, que yo adoro en la arena cuantas conchas platea tu blanco pie, cuyo contacto puede hacer que las conchas paran perlas sin que –según se creía- necesiten concebir rocío. [ volver  ]

XLVIII.

Sorda hija del mar, cuyas orejas son tan insensibles a mis ruegos como al viento de las rocas: o ya estés dormida en las aguas, entre los rojos troncos de cien corales que impidan llegar hasta a ti mis quejas; o ya estés bailando y tejiendo coros a la discordante música de unas almejas (instrumento marino, hecho con la concha de este molusco, pero instrumento poco agradable), escucha una vez mi voz, por ser dulce, ya que no por ser mía. [ volver  ]

XLIX.

L.

Es cierto que soy pastor, pero tan rico en ganados que embarazo y lleno con ellos los valles más amplios, hago desaparecer —cubriéndolos con mis rebaño —- los más encumbrados cerros, y seco —al abrevar mis hatos— los caudales de los ríos. Mas no se agotarían (tan rico soy) los caudales de leche que manan de las ubres de mis reses, ni tampoco (tan desgraciado soy) los caudales de lágrimas que fluyen o derivan de mis ojos: pues si grandes son en número mis bienes, tan grandes son t ambién mis pesares. [ volver  ] Sudando dulce néctar, destilando el olor de las flores, escondrijos de la isla que no puede descubrir ni aun la golosa cabra, guardan mis colmenas de corcho: más colmenas que flores innumerables liba inquieta, e ingeniosamente melifica la abeja. Los árboles mayores me ofrecen sus troncos, en donde tengo también

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Transcripción Dámaso Alonso

enjambres, los cuales, o ya se abran con el mes de abril, o ya con el de mayo se disgreguen al salir las abejas a libar por los campos, exudan una miel del color del ámbar y en la cera dorada del panal (como en una rueca) labran una miel rubia cual si hilaran los mismos rayos del sol. [ volver  ] LI.

Aunque pastor, soy hijo nada menos que de Neptuno, que es como el Júpiter o dios supremo del mar. Si ya no es que tu condición desdeñosa está esperando a que sea el mismo Neptuno quien, en su trono de cristal, te abrace como nuera, no te escondas, pues es Polifemo quien te llama: que la ribera del mar admira en él un esposo de tanto valer y grandeza, cual el sol nunca lo vio tan robusto, desde el río Volva, a quien los hielos hacen de perezoso fluir, hasta la abrasada corriente del río Indo. [ volver  ]

LII.

Estando sentado, mi robusta mano llega a alcanzar el dulce fruto de las altas palmas; si estoy en pie, sirve mi cuerpo de sombra suficiente para proteger del sol innumerables cabras en los meses del verano. ¿Qué mucho sea así, si aún las altas montañas quieren en vano igualarme tratando de augmentar su altura con coronarse de nubes, y en los mismos cielos puedo desde esta peña escribir con el dedo mis desdichas a morosas? [ volver  ]

LIII.

Coronaba el ave marina llamada alción una roca eminente, empollando los huevos de su nidal (hacen esto sólo en ciertas épocas de calma), el día en que el mar azul sirvió a mi persona de luciente espejo de zafiro. Miréme, y vi lucir en mi frente un ojo como un sol, mientras que en el cielo se veía al sol como un gran ojo. Indecisa el agua, dudaba a cual había de creer cielo: si a Polifemo, cielo humano por el sol —el ojo— que le lucía en la frente, o al cielo, cíclope celestial por el único ojo —el sol— que brillaba en su bóveda. [ volver  ]

LIV.

En otras puertas se pueden ver, como trofeos de la caza, las cornamentas de los venados (por las cuales descubre el animal la edad que tenía) y las colmilludas cabezas de los jabalíes, fieras cuyo levantado cerro o espinazo está erizado de rígidas cerdas, como picas de los afamados piqueros helvéticos, que, erguidas, formaran una muralla coronada de agudas puntas. En mi cueva, desnuda de toda piedad, colgaban también, como trofeos, en otro tiempo, cabezas humanas, cabezas de caminantes extraviados; pero hoy —por tu amor— mi cueva sirve de albergue al peregrino, el cual, si perdió su ruta, halla en mi cueva, buena acogida y remedio. [ volver  ]

LV.

Una rica nave, rota en pedazos, llegó lastimosamente a la playa, y venía cargada de cuantas riquezas lanza o arroja el Oriente a Occidente por las bocas del Nilo. Aquel día mi zampoña estaba —con su música— imponiendo como un suave yugo a la airada frente del mar —hacía que se aquietara la arrugada superficie del agua— (si ya no se quiere decir que le ponía dulces coyundas al mismo viento), … [ volver  ]

LVI.

… cuando entre grandes olas veo que una nave genovesa, naufragada, está entregando a la s arenas, en cajas,

aromas de la región sabea, en cofres las riquezas que produce Cambaya. Deliciosos productos de Oriente, ya mero trofeo de los escollos de Escila y la furia del mar, que expuestos y diseminados en nuestra playa, sirvieron de despojo a los ladrones, depredadores como arpía s, que viven en estas montañas. [ volver  ] LVII.

A un náufrago genovés mi gruta le sirvió como de segunda tabla de salvamento tanto para su persona como para su hacienda. Restaurado ya en sus fuerzas, y enjuta su mercadería, me hizo el relato horrendo se su naufragio. Habiéndole dado yo la mejor fruta que se madure recostada entre pajas o colgada de hilos, al aire, recibí como luciente paga un regalo en marfil, colmillo del animal al cual el Ganges vio sufrir muros y romper escuadrones: …[ volver  ]

LVIII.

… un lindo arco, quiero decir, hecho de marfil, con su bruñida aljaba, trabajados los dos por un artífice

escrupuloso, y que habían servido como alto regalo hecho por un rey malaco a una deidad de Java (según mi huésped me refirió). Yo te los doy a ti Galatea: toma en tu mano el arco, cuelga de tu hombre la aljaba. Convencida ya Venus (de tu excelencia en hermosura), imita ahora a su hijo Cupido (en ir armada de arco): serás al mismo tiempo en estos campos Venus del mar y Cupido de los montes (las más bella del mar y el mejor tirador de la montaña). [ volver  ] LIX.

Aquí le interrumpieron su horrible voz (aunque no pudieron interrumpirle la pena de su pecho) unas cabras que, con ligero pie y con cuerno sacrílego, se habían atrevido a las plantas de Baco; es decir, que estaban comiendo y destrozando unas vides. Mas viendo el fiero jayán que las cabras pisoteaban los más tiernos pámpanos, dio tantas voces él, y su honda despidió tantas piedras, que unas y otras traspasaron el muro de hiedra tras el cual estaban Galatea y Acis. [ volver  ]

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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Transcripción Dámaso Alonso

LX.

Asustados los dos tiernos enamorados por las voces y las piedras, se separan y, dejando la mayor dulzura de su amor corren hacia el mar por terrenos, ya de guijas duras, ya de penosísimas espinas, tan velozmente como si tuvieran alas en los pies. No de otro modo, a veces, un labrador que quiere ahuyentar de sus campos una bandada de aves dañinas, insospechadamente separa de pronto una pareja de amigas liebres, a las que unió su distinto sexo y un surco dio abrigo. [ volver  ]

LXI.

Viendo el fiero gigante correr sigilosamente hacia el mar los níveos miembros de Galatea (pues para tan aguda vista como la de Polifemo están patentes —al otro lado del Mediterráneo— las breves adargas de los desnudos habitantes de Libia), y viendo correr también al bello joven lanzó un grito de celos, que hizo agitarse tantas antiguas hayas como habría podido sacudir un trueno. Del mismo modo, antes que la oscura nube se desgarre, la fulminante trompa del trueno anuncia la caída del rayo. [ volver  ]

LXII.

Con enorme y violento esfuerzo arrancó Polifemo la mayor punta del elevado peñasco desde donde había cantado, la cual le sirve al joven, sobre quien la precipita, de urna, para sus restos, excesivamente grande, y de no pequeña pirámide funeraria. La ninfa, toda llorosa, pide ayuda a las divinidades del mar, y también las invoca Acis. Acuden todas en su ayuda, y hacen que la sangre que al caer sobre él exprimió el duro peñasco se convirtiera en agua pura y cristalina. [ volver  ]

LXIII.

Apenas fueron los miembros de Acis aplastados por el peñasco fatal, cuando el agua, que, como líquido aljófar, salió de sus venas, bañó, calzándolos, los pies de los más gruesos árboles. Sus huesos, convertidos también en agua como corriente plata, pasan rozando flores de lugares amenos o plateando doradas arenas, hasta llegar a Doris, al mar. Y Doris, madre de Galatea, le acoge con piadoso llanto, por su muerte, y al mismo tiempo le saluda como a yerno y le aclama como a divinidad pues ha sido transformado en río. [ volver  ]

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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Comentarios José María Micó

Comentarios  – José María Micó I.

La Fábula, dedicada al Conde de Niebla, contiene en su inicio dos ingredientes propios de estos casos: un elogio (mucho menos explícito que el tributado al mismo prócer por Luis Carrillo en la Fábula de Acis y Galatea) y una solicitud de atención. La fórmula deíctica Estas que..., aquí sin relación con el tema del paso del tiempo (que es donde destacaría su uso, como en la muy famosa Canción a las ruinas de Itálica de Rodrigo Caro: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora...»), tiene además la misión de hacer menos imperativa la expresión del deseo del poeta de ser escuchado (el verbo principal no comparece hasta el verso 6, escucha). El ambiente pastoril del poema explica y justifica la combinación de la concesiva sí («nueva pero elegantemente usa don Luis desta partícula», dijo Andrés Cuesta) con la adversación del verso 2, que recuerda la de Virgilio: «Pollio amat nostram, quamuis est rustica, Musam» (Églogas, III, 84). Aunque cualquiera de las musas podía ser invocada en representación de las demás, la cómica Talía también era reconocida, en parte por su vinculación semántica con la vegetación, como musa de la poesía rústica (según Salcedo estaríamos «propiamente» ante una égloga). Los comentaristas explican con detalle el concepto de inspiración (trazando la ilustre historia del verbo dictar) y la conveniencia del momento en que llega al poeta, el amanecer, bellamente descrito por Góngora con perífrasis colorista (purpúreas, rosas, rosicler). En un primer juego de palabras, aprovechado también por otros poetas en composiciones áulicas, el autor enlaza el cromatismo del amanecer con esa Niebla que el noble dora con su presencia, y remata la estrofa con la solicitud expresa de atención, a no ser que el conde esté ocupado en cualquiera de los dos tipos de caza, la de altanería y la terrestre (ya lo vio Alonso), a que se refieren las expresiones peinar el viento y fatigar la selva. Nada más iniciarse el poema, destacan dos versos bimembres (el 4 y el 8) como primeras manifestaciones de una de las constantes estilísticas de la Fábula. [volver]

II.

Esta octava «pide silencio y quietud a los animales de la caza» (Alonso). El primer animal es el halcón, generoso por su ilustre linaje (compárese la silva «Generoso mancebo», OC, núm. 416) y por ser propio de nobles. Templado es término propio de cetrería (como en Soledades, II, 853: «un baharí templado»). El poeta pide que se asee las plumas sobre el guante del cazador, o bien que esté tan mudo en la alcándara (el varal en que descansan las aves de caza), que no parezca que lleva un cascabel. El principal problema de los versos 11-12 está en el sintagma en vano: el esfuerzo del halcón por desmentir al cascabel con su silencio será inútil porque sonará de todos modos al más leve movimiento (Díaz de Ri vas, Salcedo, Alonso) o porque, aunque no suene, no por eso dejará de llevarlo el ave (Pellicer, Cuesta: «aunque el oído no lo sienta, la vista lo ve»). Los caballos de los héroes homéricos ya mordían frenos de oro, pero en los versos 13-14 hay un recuerdo evidente de la Eneida, IV, 135 («... ac frena ferox spumantia mandit») o VII, 279 («... sub dentibus aurum»), enriquecido por don Luis con una efectiva hipálage: el fogoso caballo andaluz tascará el freno de oro y lo blanqueará con su espuma, ociosa porque el animal está atado. También la impaciencia del can tiene varios antecedentes clásicos, italianos y españoles, entre los cuales destacan Ovidio, Lucano, Séneca, Ariosto y Garcilaso (en algún caso con «imitación expresa», según varios comentaristas; vale la pena que el lector eche un vistazo a Metamorfosis, VII, 771-773; Farsalia, IV, 440-442; Fedra, 31-38; Orlando, XXXIX, 10, y Égloga II, 1666-1670). Otro perro con cordón o «vínculo» de seda puede hallarse en las Soledades, II, 808. El cuerno y la cítara simbolizan, respectivamente, la caza y la poesía, y es lógico que Góngora haya procurado plasmar condignamente ambas actividades con varios recursos fónicos que irá diseminando por toda la Fábula (y que fueron bien analizados por C. C. Smith) que resultan de gran expresividad, como las asonancias, fuera de la rima, de templado, pájaro, tascando y caballo, o las aliteraciones del pareado. [ volver  ]

III.

La usual comparación de la caza (el ejercicio ... robusto) con la guerra justifica que el ocio y el silencio (aquí con trueque de atributos o «contraposición de epítetos», como explica Cuesta) puedan llamarse treguas. Parece claro el recuerdo de las Metamorfosis, IV, 307: «et tua cum duris venatibus otia misce» ('y alterna tu reposo con el duro ejercicio de la caza'). El poeta pide, por tanto, que haya un ambiente propicio para la poesía mientras (en cuanto) el conde escucha, debajo de un dosel digno de reverencia, el fiero canto del músico gigante (no en vano W. Pabst habló de la «sinfonía de adjetivos» de estos cuatro primeros versos). Augusto era un cultismo de uso casi exclusivamente poético (ejemplos en Vilanova) y jayán un galicismo frecuente en el siglo xvii. Destaca la simetría del verso 20, que no es solo sintáctica, pues hay un nuevo trueque o quiasmo semántico: cada uno de los dos sustantivos (jayán y canto) sintoniza con el epíteto asignado al otro (jayán con fiero y canto con músico). El ofrecimiento con que se cierra la dedicatoria ('si mi Musa es capaz de ofrecerte un clarín lo bastante digno, los confines del mundo oirán tu nombre') es usual en las praeparationes de la poesía antigua: compárese en especial Virgilio, Bucólicas, VIII, 7-10; Estacio, Tebaida, I, 32-33, y Garcilaso, Égloga I, 21- 28; no hay aquí, pues, ninguna dependencia de la Fábula de Acis y Galatea de Carrillo, por más que coincida con el Polifemo en la identidad del dedicatario. La unidad de estas tres primeras estrofas puede advertirse también en el hecho,

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destacado por E. Caldera, de que cada una de ellas se cierra con la mención de un instrumento emblemático (zampoña, cítara y clarín). [ volver  ] IV.

Góngora sitúa la acción de la fábula en Sicilia, representada metonímicamente por el Lilibeo, uno de los tres promontorios que triangulan la isla («la Trinacria» del verso 65). Los comentaristas no dejaron de advertir que el cabo escogido por el poeta (el más occidental y el más alejado del Etna) se acomodaba peor que los otros a lo que refería la Antigüedad sobre los mitos de Polifemo, Tifeo o Vulcano; pero sin duda le interesaba menos la precisión geográfica y mitológica que las virtudes eufónicas del topónimo o la posibilidad de aprovechar las localizaciones divergentes de la poesía grecolatina para construir una de sus típicas diaporesis en un perfecto «sistema correlativo dual» (Alonso): bóveda - fraguas - Vulcano - duro oficio / tumba - huesos - Tifeo - sacrílego deseo. Según Vilanova, Marino es el único autor que menciona explícitamente el Lilibeo en relación con las andanzas del cíclope (en los sonetos polifémicos de sus Rime, Venecia, 1602), y ese hecho indica al menos igual familiaridad con los poetas italianos que con los latinos aducidos tradicionalmente a este propósito (Eneida, III, 706, o Metamorfosis, XIII, 726). Otra muestra de esa familiaridad es la construcción adverbial y la imagen de las aguas que bañan o lavan el pie de un monte, detalles hermanados en el Orlando furioso de Ariosto (XLIV, 80: «dove il fiume il pie gli lava»), en los sonetos de Marino ya citados y en Il Polifemo de Stigliani (Vilanova). La poesía del Siglo de Oro abunda en escenas acuáticas y en ellas son frecuentes el verbo argentar y el cultismo espumoso, si bien el problema léxico más grave de esta octava está en el pleonasmo argentar de plata: aunque Cuesta prefirió justificarlo como gala retórica, se trata de una «voz provincial muy usada en Andalucía» (Salcedo) y especialmente corriente en Córdoba, donde las expresiones argentar de oro y argentar de plata aludían a la costumbre de dorar o platear el calzado de cuero (Pellicer), circunstancia que también justifica la mención del pie. Góngora usó la frase ya en 1584: «me argentó de plata / los zapatos negros» (OC, núm. 48). Virgilio situó la herrería de Vulcano en las islas Eólicas, entre Lípari y Sicilia (Eneida, VIII, 416-425), pero la poesía vulgar casi siempre imaginó aquella oficina en los alrededores o en el interior del Etna (compárese la canción XIII de don Luis, verso 42: «de las fraguas que ardiente el Etna esconde»); prácticamente lo mismo sucedió con Tifeo, uno de los gigantes que se rebelaron contra Júpiter y que en pago de su soberbia fue sepultado en Inarime (Eneida, IX, 715-716) o en Sicilia (Metamorfosis, V, 346-353): sus pies descansaban precisamente bajo el Lilibeo, y su boca escupía rocas y llamas por el cráter del volcán. Así, las cenizas dispersas por el llano son pálidas señas que pueden atribuirse indistintamente a uno u otro origen. La roca que sirve de puerta a la cueva de Polifemo se menciona ya en la Odisea, IX, 240, pero quizá sea Carrillo (vv. 107-109: «boca ... alta roca») el precedente más inmediato de Góngora, quien en todo caso eludió la trivialidad de la metáfora boca identificando la peña con una mordaza (imagen que a Cascales le pareció «atrevida»). Sobre el empleo de ser con el sentido de 'servir de' véase VI, 3- 5 [43-45]. [ volver  ]

V.

Varios de los principales autores griegos y latinos describieron la cueva de Polifemo o aludieron explícitamente a su lobreguez: Homero, Odisea, IX, 182-186; Teócrito, Idilio XI, 45-46; Virgilio, Eneida, III, 616-619 (y compárese VIII, 190-197), y Ovidio, Metamorfosis, XIII, 810- 811. Sin embargo, «ninguno es modelo directo y completo de Góngora» (Alonso), por cuya mente rondaría también el recuerdo de la épica italiana y española. Guarnición vale tanto 'protección, defensa' como 'adorno, aderezo', aunque a esta segunda acepción le conviene más, por contraste, el adjetivo tosca. La comparación del follaje con una melena (coma) era frecuente en griego y latín, pero lo peculiar del pasaje gongorino es la convivencia de un término vulgar (greña) con otros del léxico culto (caverna, caliginoso, infame). Las cuevas del Orlando furioso se hallan a menudo rodeadas de «spessi rami» o «robusti faggi» (XII, 89, y XIV, 92), y el ejemplo de Ariosto cundió en las epopeyas de Rufo y Virués, posibles modelos de Góngora. Aunque no aparece cueva alguna, el precedente español más ilustre de la original hipérbole gongorina es la Égloga III de Garcilaso, con una «espesura» tan tupida «que el sol no halla paso a la verdura» (v. 62). También puede deberse a la influencia de Ariosto el cultismo caliginoso ('tenebroso'), usado por el italiano en descripciones de la noche (XVIII, 144, como Horacio en sus Odas, III, xxix, 30) o, con paralelo más estrecho, de la «caliginosa buca» del infierno (XXXIII, 126). Salta a la vista la perfección del pareado final, magistralmente explicada por Dámaso Alonso: aparte la estructura bimembre de ambos endecasílabos y la resonancia culta de los epítetos o del vuelo pesado (grave) de las aves (bastaría citar a otros tres cordobeses: Séneca, Hercules furens, 687-690; Lucano, Farsalia, VI, 688-689, o Mena, Laberinto, 164h), el hallazgo poético más notable es la acentuación del verso 39, con los dos ictus sobre la misma sílaba tur, destacando así el aire fúnebre de la escena. Vilanova y C. C. Smith prefieren ver los modelos del pareado en textos menos remotos, y particularmente en La Araucana de Ercilla, VIII, 41: «El aire de señales anda lleno / y las noturnas aves van turbando / con sordo vuelo el claro día sereno» [ volver  ]

VI.

El cultismo formidable, rarísimo antes de Góngora y censurado en el Antídoto, tiene aquí seguramente las dos acepciones posibles: 'temible, espantoso' y 'desmesurado, enorme' (compárese la dedi catoria de las Soledades,

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19-20: «las formidables señas / del oso»). La metáfora de la cueva como bostezo de la tierra se encuentra con cierta frecuencia en latín (hiatu) y se debe principalmente a un pasaje de la Eneida en que se describe la entrada del infierno: «spelunca alta fuit vastoque immanis hiatu / scrupea, tuta lacu nigro nemorumque tenebris» (VI, 237-238). En el tercer verso, Pellicer y algunos mss. leen al cabrero mayor de aquella sierra; la lectura usual tiene la ventaja de nombrar al cíclope y definirlo con una frase apositiva de procedencia ilustre, pues traduce un paso de las Metamorfosis, XIII, 759-760: «et ipsis / horrendus silvis». Los versos 43-45 presentan el ejemplo más característico del uso del verbo ser + dativo con el sentido de 'servir de', cultismo sintáctico muy frecuente en Góngora. En lo antiguo podía decirse cabrío, sin más, para referirse al ganado de esa especie; por ejemplo, «Unos contando el cabrío / y otros contando las vacas» (versos del Romancero general citados por Alonso). El violento hipérbaton del verso 6 suscitó la crítica mordaz de Manuel Faría y Sousa (en sus Lusíadas comentadas, Madrid, 1639) y la defensa tardía y desmesurada de Juan de Espinosa Medrano (Apologético en favor de don Luis de Góngora, Lima, 1662). El Lunarejo destacó la función estética del hipérbaton y la gran expresividad del adjetivo ásperas, «con su acento dactílico y despeñado [que] insinuaba el arrojo de las cabras». En el libro IX de la Odisea se pondera varias veces la riqueza de Polifemo y se menciona la peña que usaba para taponar su cueva (compárese también Eneida, VI, 641-642). La hipérbole gongorina de los montes cubiertos o escondidos por la abundancia (copia) del ganado, aunque se remonta a las Metamorfosis, XIII, 821-822, «está directamente inspirada» en la Fábula de Luis Carrillo (Vilanova): «mis ganados / el campo esconden» (vv. 132-133). Más adelante se pone en boca del mismo cíclope (vv. 385-387 y 411-412). [ volver  ] VII.

La complicada sintaxis de esta octava fue aclarada por Dámaso Alonso: entre el demostrativo este y el sustantivo cíclope hay un largo inciso que contiene una oración de relativo (que ... ilustra) y, dentro de ella, una expresión apositiva (de Neptuno hijo fiero). Góngora llama a Polifemo monte eminente ('elevado, sobresaliente'); el símil, de raigambre homérica (Odisea, IX, 190-192), se aplicó con frecuencia a los numerosos gigantes de la épica vulgar, con los que la Fábula de don Luis presenta algunas coincidencias verbales que no suponen una imitación directa; compárese particularmente el retrato de Adamastor en Os Lusíadas, V, xl: «Tam grande era de miembros...». Lo mismo sucede con la comparación del ojo único del cíclope con el sol, propuesta por Virgilio (Eneida, III, 635-637) y apurada por Ovidio (Metamorfosis, XIII, 851- 853): pasó después a muchos textos italianos que Góngora conocía y que no por ello deben considerarse fuentes únicas del pasaje en cuestión. Don Luis usó la metáfora en contextos muy diferentes, pero lo peculiar aquí es que se corresponde perfectamente con la analogía frente = orbe, basada a su vez en la polisemia del latín orbis (Salcedo, Cuesta, Vázquez Siruela): 'esfera de un astro' y 'órbita del ojo' (véase solo Metamorfosis, XIV, 200, hablando también de Polifemo). Por otra parte, el cultismo émulo, raro en la época, aparece en la obra de Góngora desde 1590 (OC, núm. 78, v. 70: «émula de provincias glorïosa»). El Polifemo gongorino usa como bastón el pino más grande y robusto (valiente) que encuentra, detalle mencionado en casi todos los poemas sobre el cíclope (Odisea, IX, 316-320; Eneida, III, 659; Metamorfosis, XIII, 782, y después en Stigliani o Carrillo) y que se atribuyó también a varios personajes de la épica quinientista: en ella destacan Orlando, armado con «un baston di legno ... grave» (Furioso, XXXIX, 27), y el gigante Talcaguano, que también lleva «un mástil grueso en la derecha mano / que como un tierno junco le blandea» (La Araucana, XXI, 40). Este último pasaje pudo influir en la hipérbole gongorina: tal era el peso que soportaba el bastón cuando se apoyaba el cíclope, que acababa doblegándose y sirviéndole tan sólo como cayado para regir el rebaño. [ volver  ]

VIII.

La mención del Leteo, el río tartárico del olvido cuyas aguas «pintan negras y oscuras los poetas» (Díaz de Rivas), es uno más de los elementos tenebrosos que rodean al cíclope, y la insistencia del poeta en la idea de oscuridad contribuye a agudizar los contrastes con la próxima descripción de la ninfa Galatea. Entre los posibles modelos de esta octava figuran las dos clásicas descripciones de Atlas hechas por Virgilio (Eneida, IV, 246-251) y Ovidio (Metamorfosis, IV, 657-662). Mayor parecido con el pasaje gongorino presenta una octava de Francisco de Aldana en la que se menciona la espesa barba del alto y membrudo Hércules: «cuando en el mal peinado y largo pelo / de la gran barba el fiero viento daba, / un estruendo hacía cual selva espesa / que animoso Aquilón desgaja y mesa». Góngora pudo conocer los versos de Aldana (aparecidos en la Segunda parte de las obras, de 1591), pero estos, más que constituir un «antecedente» posible o una «fuente» segura del pasaje que tratamos (como pensaron, respectivamente, Cossío y Vilanova), recogían, de hecho, un «tópico representativo de gigante» (Alonso, con buenos argumentos) en el que se advi erten otras similitudes con el Polifemo gongorino (con la estrofa lii, y compárese de nuevo el Adamastor de Os Lusíadas, V, 39). Todos los comentaristas antiguos elogiaron la propiedad de la identificación de la barba de Polifemo con un torrente que, en perfecta correspondencia con la anterior metáfora del monte, baja impetuosamente por el pecho del cíclope. La etimología de Pirineo (del griego pyr, 'fuego') pone de manifiesto la pertinencia del epíteto adusto, cultismo de acepción que Góngora aplicó al propio Pirineo en una silva escrita, seguramente, por los mismos meses que el Polifemo (OC, núm. 256, v. 23). No es imposible que esa increíble agudeza etimológica el obvio contraste entre

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el agua y el fuego que vertebra parte de la octava (undoso, aguas, inunda y surcada frente a adusto, Pirineo y aun impetuoso) esconde otra muestra de la increíble agudeza lingüística de Góngora, quien, según me parece a la vista del contexto, no pudo desconocer la paradójica etimología que vincula al sustantivo torrente con el verbo tostar, consecuencia del parentesco entre los latinos torrens y torreo. Para explicar el uso del verbo inunda, Díaz de Rivas advirtió el recuerdo de unos versos del Polifemo de Stigliani (limitados a una descripción del llanto) y de un adagio latino recogido por Martín del Río (Adagialia sacra, núm. 753: inundat sicut torrens). Donde sí parece haber aires de proverbio es en las tres formas adverbiales enlazadas por la disyunción, que quizá recuerden las tradicionales tres pagas: «tarde, mal y nunca» (Correas). El Polifemo ovidiano se peina con un rastrillo y se afeita con una hoz (Metamorfosis, XIII, 765- 766); el de Góngora es menos cuidadoso de su imagen, pues el último verso «dice aun sólo concediendo que lo hiciera alguna vez con la mano, nunca con peine» (Alonso). [ volver  ] IX.

Trinacria es un nombre griego de Sicilia bastante común en la poesía latina (véase solo Virgilio, Eneida, III, 440; Ovidio, Fastos, V, 420; Metamorfosis, V, 347, o Claudiano, De raptu, I, 142); la isla se llamaba así por sus tres promontorios, «Peloro, Pachino e más Lelibeo» (Juan de Mena, Laberinto de Fortuna, 53f, aunque otra versión rima precisamente el Etneo). Dice el poeta que en toda Sicilia no hay fiera, por rápida y feroz que sea-y nótese de paso la correlación bimembre en dos dualidades de los vv. 66-67-, que consiga escapar de Polifemo, cuya velocidad nada tiene que ver con la de un argonauta homónimo aducido por Pellicer y Salcedo (Apolonio de Rodas, Argonáuticas, I, 182-184). Sí es posible, en cambio, que las habilidades venatorias del cíclope se basen en las que Claudiano atribuye a la virago Nebrofone, que en Córcega y en Sicilia caza a cuantas fieras son «decus ... timorque / silvarum» (De consulatu Stilichonis, III, 319-320). Salcedo, Pellicer y Cuesta identificaron sin más a la fiera gongorina con un tigre, observando que no los había en Sicilia y tejiendo eruditas exculpaciones. La piel de la fiera, pues, acaba como zamarra de Polifemo (así prefirió especificarlo una variante innecesaria recogida por Pellicer: pellico es del jayán...), y tal conclusión se enuncia con dos perífrasis, una para la fiera (la que en los bosques era / mortal horror...) y, dentro de ella, otra para el labrador (el que, con paso lento, los bueyes a su albergue reducía...). La escena del labrador recogiéndose lentamente con sus bueyes es muy frecuente en la poesía bucólica antigua y renacentista (los comentaristas destacan el Beatus ille... de Horacio, Epodos, II, 63-64, y la Égloga II, 68, de Virgilio), pero el penúltimo verso de la octava gongorina es, como advirtió Vilanova, «una versión literal en su sentido y estructura estilística del vitulos ad texta reducit» de las Geórgicas, IV, 434, cuyo recuerdo explica la acepción latina puramente etimológica de reducir: 'volver a llevar, conducir de vuelta'. La dudosa luz del crepúsculo vespertino, definida con «un adjetivo muy significativo y propio» (Gracián, Agudeza, xlviii), se inspira en un sintagma frecuente de la poesía latina, la lux dubia mencionada, entre otros, por Ovidio (Metamorfosis, IV, 401, o XI, 596) y Séneca (Fedra, 41; Hercules furens, 669-670), y recreada por los principales poetas españoles e italianos de los siglos xvi y xvii. Recuérdese la ascensión del náufrago en las Soledades, I, 48: «entre espinas crepúsculos pisando». El bello endecasílabo que cierra la octava presenta una notoria disposición aliterativa y dio título a un libro de poemas de Camilo José Cela (escrito en 1936 y publicado en 1945). [ volver  ]

X.

En esta octava se compara el zurrón de Polifemo con un cercado tanto más lleno de fruta cuanto más capaz; el recuerdo de Garcilaso (Égloga III, 306: «más que la fruta del cercado ajeno») parecería innecesario de no haber influido explícitamente en la posible redacción primitiva del primer verso («Lanudo es propio, no cercado ajeno»). Dice el poeta fruta ... casi abortada por tratarse de la seronda o inverniza, recogida antes de tiempo y madurada entre la hierba, o porque rebosaba y estaba a pique de caerse del repletísimo zurrón. Vilanova aúna las dos posibilidades y además entiende abortar en el sentido de 'producir, dar a luz', de manera que, según él, «la desmesurada hipérbole de Góngora que convierte el zurrón de Polifemo en un cercado lleva implícita la idea de que es el mismo zurrón el que produce la fruta como un cercado, fruta casi abortada porque la produce casi verde, y también porque al derramarse el zurrón, colmado a rebosar, deja caer fruta verde y no madura». La enumeración frutal deriva, en esencia, de la que hace el propio Polifemo en las Metamorfosis, XIII, 812-820, punto de partida clásico de un motivo frecuente en la poesía española del barroco. La versión primitiva de los vv. 77-80 («la delicada serba, a quien el heno / rugas le da en la cuna, la opilada / camuesa, que el color pierde amarillo, / en tomando el acero del cuchillo»), modificada por Góngora después de las objeciones de Pedro de Valencia, dice que la camuesa, como si fuese una de aquellas mujeres opiladas (es decir, con desarreglos menstruales) que tomaban barro o agua ferruginosa para disimular su palidez (esa costumbre se llamaba tomar el acero, base conceptual de la ocurrencia gongorina), pierde su color amarillento cuando la monda el cuchillo. Pellicer no se atrevió a decidir si este pasaje era mejor o peor que el corregido, pero a Andrés Cuesta le parecía tan malo lo de la camuesa, que pensó equivocadamente que «no son de don Luis estos versos», mientras que, más recientemente, Alfonso Reyes lo consideraba un «abominable juego de palabras» y, por tanto, una «aberración estética». La versión definitiva, que mejora aspectos como el de la musicalidad de la octava, sustituye el chiste de la camuesa por otro que en apariencia resulta menos extremado, pero que se basa

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igualmente en la atribución de rasgos humanos a los elementos naturales: la paja es como una tutora (cultismo poco frecuente en la época) que custodia y da sazón a la pera (la bergamota, según Pellicer y Salcedo). Es un buen ejemplo de agudeza por correspondencia y propor ción (cosa que se entiende mejor a la vista de Gracián, Agudeza, iv). [ volver  ] XI.

Una cuestión previa, antes de entrar en los problemas semánticos, es definir sintácticamente esta octava, en la que el poeta sigue enumerando los frutos que contiene el zurrón de Polifemo. Su dificultad ya era evidente para los contemporáneos de Góngora: Pellicer refiere que «muchos doctos advirtieron a don Luis que enmendase» el quinto verso; Andrés Cuesta vio una «malísima colocación en la gramática y orden de nuestra lengua castellana»; Angulo y Pulgar puso la octava como ejemplo extremo de trasposición sintáctica y dijo conocer una clave que no desveló (en las Epístolas satisfactorias). El problema está en el hipérbaton de la encina ... el tributo, cuya preposición puede entenderse equivocadamente como afín a las de los vv. 81 y 83). Modernamente han tratado este paso, entre otros, Alfonso Reyes, Zdislas Milner (en carta al escritor mexicano, a quien también se dirigieron Roberto Giusti y August Soendlin), Dámaso Alonso, Alfonso Méndez Plancarte, Emilio Carilla y Rubén Bonifaz Nuño. La mejor solución es la del gongorista polaco Z. Milner (hipérbaton con elisión de una de las preposiciones), que puede simplificarse como sigue: 'el zurrón es erizo de la castaña, de la manzana y [d]el tributo de la encina' (esto es, la bellota). Esta solución, aceptada por Alonso, y que de hecho ya había hallado Jorge Guillén con toda sencillez en sus Notas para un comentario de la poesía de Góngora (de 1925, pero recién exhumadas), es preferible a la de Reyes, según la cual encina sería una sinécdoque por 'bellota' y el pareado final formaría un aserto sintácticamente independiente de lo anterior. Otros vieron formas conjugadas del verbo dar, ya fuese de imperativo en el v. 85 (Thomas), ya de «subjuntivo ... en función exhortativa» en los vv. 81 y 83 (Bonifaz Nuño); y aun otros propusieron corregir el texto leyendo da la manzana (es una de las ideas de Méndez Plancarte, pero ya la tuvo Andrés Cuesta hacia 1635). El otro gran problema de la octava está en los sentidos de erizo y zurrón, porque ambas voces comparten el de 'corteza o cáscara de algunos frutos'. El morral de Polifemo es, pues, como una corteza de la fruta que contiene: castañas, membrillos (ya verdes o ya maduros), manzanas y bellotas. La posibilidad de que el erizo sea también el animal encontró aceptación más unánime entre los gongoristas antiguos que entre los modernos, pero creo que la hacen buena las razones de aquéllos y los argumentos de E. Carilla y Vilanova: la avalan las informaciones de Plinio (Historia natural, VIII, lvi; y también Claudio Eliano, Historia de los animales, III, x) tiene un posible antecedente en la Arcadia de Lope («donde el erizo en sus puntas / los ensarta como cuentas», con mención inmediata de «la castaña» y «los membrillos»), y aun tolera la semejanza con el velludo zurrón. El mismo poeta explica la «elegantísima metáfora» (Cuesta) de la manzana hipócrita («arrebolada y podrida», la llama en una letrilla de 1591): el arrebol de su piel es desmentido por su interior blanquecino, vieja idea que no parece estar en deuda con recónditos alardes de erudición (según Salcedo, Góngora quizá p ensaba en las asfaltites, ciertas manzanas criadas en el Mar Muerto, «las cuales dicen que son hermosísimas en la apariencia y, en partiéndolas, humo y ceniza»), ni con fuentes clásicas como las que sí nos ayudan a entender el carácter simbólico de la encina y de su fruto. Con «un puño de bellotas en la mano» inicia don Quijote su discurso sobre la Edad de Oro (I, xi), y tanto Cervantes como Góngora tenían en la uña los lugares clásicos de Virgilio u Ovidio, con sus derivaciones renacentistas, que suelen aducirse a tal propósito (basta con ver Geórgicas, I, 147-149, y Metamorfosis, I, en especial el «mundi melioris origo» de v. 79, la «aurea prima ... aetas» de v. 89 «et, quae deciderant patula Iovis arbore, glandes» de v. 106). [ volver  ]

XII.

No es raro ver en los textos antiguos concordancias imperfectas como la del primer verso: cera y cáñamo es el sujeto de unió, licencia repetida, con quiasmo, dos versos después. El modismo coloquial que no debiera le pareció a Jáuregui el no va más de los excesos estilísticos gongorinos («es todo lo que pudo decirse en octava rima»), y el mismo Salcedo Coronel encuentra razones para desdeñarlo: «No debiera don Luis poner este que no debiera, pues fuera de ser término humilde en nuestro idioma, no dice-a mi juicio a lo menos-cosa de importancia». El sintagma no es ocioso, pues el poeta expresa enseguida los vitandos efectos del «bárbaro ruido». Por otra parte, el uso deliberado de expresiones coloquiales o proverbiales (ésta, por cierto, la recoge Correas en su Vocabulario) es rasgo muy característico e importante de la creación gongorina. Pellicer equipara ese que no debiera al utinam non latino («adverbio de optación», lo llama), y Andrés Cuesta advierte en Horacio algún cambio de tono similar (el «Iove non probante» de Carmina, I, ii, 19). Polifemo fabrica y tañe una flauta de Pan («Pan primum calamos cera coniungere pluris / instituit», dice el Coridón virgiliano: Bucólicas, II, 32), también llamada zampoña o siringa, típico instrumento pastoril compuesto de siete (Virg., ib., 36-37) o nueve (Teócrito, Idilios, VIII, 18-20) cañas, aunque para las cien de Polifemo (que es como decir 'muchas') basta la fuente ovidiana (Metamorfosis, XIII, 784-786); de ella parte también la inmediata amplificatio sobre los efectos de la música del cíclope: «sumptaque harundinibus conpacta est fistula centum / senserunt toti pastoria sibila montes, / senserunt undae». Si muchas son las cañas, nos dice el poeta, muchos más son los ecos de su

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inarmónico sonido, provocando tales transformaciones en la naturaleza, que después podremos achacar al cíclope (un «anti-Orfeo», como lo llama M. Wilson de Borland) el naufragio relatado en la octava lv. Es más necesario destacar aquí la feliz hipérbole que glosar las informaciones de Salcedo o Pellicer sobre las causas, definición y orígenes mitológicos del eco. En la poesía latina (Eneida, X, 209-212; Metamorfosis, I, 335-336; Farsalia, IX, 348-350) y en sus numerosas derivaciones en lengua vulgar, el dios marino Tritón es prácticamente inseparable de su concha torta o caracol torcido, y en la Eneida, VI, 171-174, lo vemos encolerizado contra Miseno, que lo desafió haciendo sonar con fuerza una «caua ... concha» (Vázquez Siruela advirtió la similitud de la situación, con otras informaciones de interés). En la fábula gongorina, Tritón, envidioso y airado, en inútil competencia con la zampoña del cíclope, sopla su caracol hasta romperlo (o, menos verosímilmente, lo destroza al saberse vencido). La acción del trompeta de Neptuno tiene adecuado refrendo en la aliteración del verso 94, que contrasta con la musicalidad vocálica de los anteriores y con la sonoridad del siguiente, en el que sordo vale 'ensordecido', «atronado» (Cuesta), mejor-pienso-que «sigiloso» (Alonso, aunque apuntando q ue quizá coexistiesen ambos sentidos). De la frase a vela y remo, ya lexicalizada en latín, pueden verse ejemplos italianos y españoles en Vilanova. Al final de la octava, aparte detalles como la rima rica del pareado, destaca el epifonema del verso 96, efectivo y conveniente cierre de las estrofas dedicadas al cíclope. [ volver  ] XIII.

La principal virtud del hipérbaton con que se abre esta octava es introducirnos bruscamente, por contraste con las estrofas anteriores, en el ámbito de Galatea: «Lo enorme frente a lo delicado: monstruosidad y belleza. He aquí el contraste fundamental de toda la obra» (Alonso). El sujeto implícito de adora es, obviamente, Polifemo, y el implemento ninfa, aunque el hipérbaton hace difícil decidirse entre entender 'adora a una ninfa, hija de Doris, la más bella que vio el reino de la espuma' (sin preposición ni actualizador, omisiones características del estilo de Góngora, como ya advirtió para este caso Vázquez Siruela, fols. 139v-140r) y 'adora a la más bella ninfa, hija de Doris, que vio el reino de la espuma' (posibilidad más forzada que al cabo tiene el mismo sentido). El poeta dice adora-«ama afectuosamente» (Cuesta), con matiz religiosoporque «uno de los efetos de amor es hacer diosa a la cosa amada» (Pellicer; compárense los vv. 151-152). Las nereidas, ninfas del mar (del reino de la espuma, perífrasis similar a las de Virgilio, Geórgicas, IV, 363, y Silio Itálico, Punica, I, 575) eran hijas de Nereo y Dóride (nietas, por tanto, de Océano y Tetis); Galatea, que ya es 'la ilustre' en Homero (Ilíada, XVIII, 45) y 'la hermosa' en Hesíodo (Teogonía, 250), superaba en belleza a todas sus hermanas, ya fuesen cincuenta o cien (Ovidio, Metamorfosis, XIII, 742-743, y Amores, II, xi, 34), y recibió ese nombre por su blancura (de gala 'leche'; compárese Teócrito, XI, 19-20). Las Gracias- Eufrósine, Talía y Áglae, reunidas aquí con el mismo cultismo, terno, que en las Soledades, I, 888-solían aducirse para exaltar la belleza femenina; aunque don Luis debió conocer el Erotopaignion de Gierolamo Angeriani, no es preciso decir, con Salcedo, que imitó «sin duda» cierto epigrama galante del poeta neolatino («Tres Charites; tribus una Charis connecteris; illae / tres Charites teneant ut dea te Charitem»): la idea de la suma o superación de las tres Gracias (cuyo número no admitía variaciones, como se comprende por Horacio, Odas, III, xix, 15-17) aparece en otros muchos textos, griegos, latinos o vulgares; entre las formulaciones menos alejadas de la del Polifemo, aparte la de Angeriani, están la Antología griega (V, 146, 148, 149), Museo (Hero y Leandro, 64-65) y Claudiano (Carmina minora, xxx [Laus Serenae], 88-89). En los versos siguientes, el poeta prepara el perfecto trueque de atributos que cerrará la octava (una vez más con verso bimembre y rima rica en el pareado). La vieja identidad ojos = estrellas (véase solo Ovidio, Metamorfosis, I, 498-499, o Heroidas, XX, 57-58) se enuncia primero con una metáfora pura que procede de Petrarca (Canzoniere, ccxcix, 3: «l' una e l' altra stella») y después se invierten los términos habituales de la relación: no se dice que los ojos de Galatea parecen estrellas, sino que 'sus estrellas son ojos engastados en el plumaje blanquísimo de su piel', de modo que, con increíble agudeza, Galatea puede asimilarse al cisne por su blancura y a un pavo real por tener ojos en su plumaje (amén de la metáfora añadida por el primer miembro de la fórmula si no A, B: 'si no es un cristalino escollo del mar...', quizá dicho también por influencia petrarquista). El modo más efectivo de decir que Galatea reúne los atributos excelentes de ambas aves es llamarla pavón de Venus y cisne de Juno, intercambiando las diosas a que se asociaban. [ volver  ]

XIV.

La musicalidad de los primeros versos se asienta en el vocalismo, las aliteraciones, la acentuación (con el efectivo esdrújulo cándidos, por ejemplo) y las simetrías sintácticas. La mezcla de rubor y candidez y, en concreto, de rosas y azucenas en el rostro femenino es un topos cuya manifestación más ilustre e influyente es la descripción de la belleza de Lavinia en la Eneida, XII, 67-69: «Indum sanguineo veluti violaverit ostro / si quis ebur, aut mixta rubent ubi lilia multa / alba rosa, talis virgo dabat ore colores» (y compárese con Propercio, II, iii, 10-12; Tibulo, III, iv, 30-aunque dicho de Apolo-; Ovidio, Amores, II, v, 37; Séneca, Medea, 99-100; Museo, Hero y Leandro, 56-62, y un largo etcétera); entre los muchos ejemplos españoles, basta citar ahora los primeros versos del soneto XXIII de Garcilaso: «En tanto que de rosa y de azucena / se muestra la color en vuestro gesto». Esa mezcla es la base conceptual de la octava, enriquecida de nuevo con un «sistema correlativo en dos dualidades» (Alonso), más perfecto si se tiene en cuenta que las rosas eran las flores de Venus y que las

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azucenas o lilios cándidos solían acompañar a Juno, aparte-claro-la dubitatio asignada al Amor y el nuevo trueque de atributos del verso 108, con el que poco tiene que ver la «cándida púrpura» del Laberinto de Mena, 72a, ni, en consecuencia, las eruditas disquisiciones de Pellicer dentro y fuera de las Lecciones solemnes o de Cascales en las Cartas filológicas. Los adjetivos purpúreo y cándido, ridiculizados en algunas censuras anticultistas, son frecuentes en la poesía de los siglos xv y xvi. Las perlas del mar Rojo o Eritreo, así llamado por el color de sus aguas, eran tenidas por las más excelentes (Plinio, IX, xxxv), de modo que Propercio (I, xiv, 13), Marcial (V, xxxvii, 4; VIII, xxviii, 14), Claudiano (Panegyricus de quarto consulatu Honorii Augusti, 606) y, entre los modernos, Ariosto (Orlando furioso, XVII, 21, y XLIII, 35) tienen parejas posibilidades de haber acudido a la memoria del poeta, quien nos dice que el dios del amor se enoja con la perla por haber competido inútilmente con la frente de Galatea y la obliga a conformarse con pender de la oreja nacarada de la ninfa. Pellicer opinaba que el enojo del ciego Cupido (véase la estrofa siguiente) era impropio de un dios, «mas no vio que entre los epítetos de Amor es 'enojado'» (Cuesta). El pareado presenta otras pequeñas dificultades. La construcción absoluta condenado su esplendor y el verbo pender fueron trivializadas en algunos testimonios (por condenando... y prender, respectivamente); el oro del último verso es término real y no metafórico (no creo, pues, necesario entenderlo como imagen del 'cabello dorado' de la ninfa, sugerida en alguna ocasión); finalmente, Vázquez Siruela dijo en sus comentariosescasísimamente aprovechados por la crítica moderna-que la perla gongorina aludía en concreto a la muy famosa de Cleopatra «que tanto celebró la Antigüedad»: por una apuesta con Marco Antonio, la reina se bebió, disuelta en vinagre, una de las valiosísimas perlas que lucía en sus pendientes, mientras la otra acabó adornando las orejas de una estatua de Venus en Roma (el sucedido se hallaba bien a mano en el ya citado capítulo de Plinio sobre las perlas, y a otro propósito lo explica M. Faría y Sousa, Lusíada comentada, IV, columnas 298-299). [ volver  ] XV.

El primer verso de esta octava «procede de aquel de Herrera "invidia de las Naides y cuidado" [Versos, lib. I, elegía VIII, 30]» (Alonso), aunque en Góngora está más claro el sentido propiamente amoroso del término cuidado ('cuita, objeto del amor'), que como se sabe «es palabra amatoria» (Díaz de Rivas) afín a la cura de los latinos (Virgilio, Bucólicas, X, 22, y Geórgicas, IV, 354; Horacio, Arte poética, 85, y Odas, II, viii, 8; Propercio, I, xv, 31, y II, xxv, 1...). Así, Galatea era envidiada por las demás ninfas, provocaba el amor de las divinidades marinasenseguida aparecerán dos de sus pretendientes-y honraba soberbiamente con su belleza al dios Amor, dicho esto último con un cultismo, pompa, que, a juzgar por el contexto, debe menos a los lugares clásicos de Ovidio (Amores, I, ii, 28) o Claudiano (De consulatu Stilichonis, III, 316-317) que a uno de los sonetos polifémicos de Marino (Rime, Venecia, 1603, p. 109), donde «il bel viso» de Galatea es «d' amor pompa e tesoro» (lo destacaron Díaz de Rivas y Salcedo). A los rasgos tradicionales de Cupido (niño, alado y ciego), recreados por Góngora desde sus primeros poemas, se añade aquí el de marinero (compárese Soledades, II, 519-521: «Dividiendo cristales, / en la mitad de un óvalo de plata, / venía a tiempo el nieto de la espuma»), que el mismo texto justifica al decir que conduce o tripula-a ciegas: sin fanal-una concha o venera, obviamente la de su madre Venus, símbolo del amor, que también aparece en contextos náuticos en Garcilaso (Oda a la flor de Gnido, 3435) y Marino (en un soneto titulado Navigatione d' Amore). La brevísima descripción de Glauco (sea construcción absoluta o de acusativo griego) coincide con la normal de las divinidades marinas (como en Claudiano, Epithalamium, 157-158), aunque parece atenerse a la que Ovidio pone en boca del mismo pescador metamorfoseado, protagonista de la fábula que sigue a la de Acis y Galatea: «hanc ego tum primum uiridem ferrugine barbam / caesariemque meam, quam longa per aequora uerro, / ingentesque umeros et caerula bracchia uidi / cruraque pinnigero curuata nouissima pisce» (Metamorfosis, XIII, 960-963). De ahí se deduce que Glauco conserva el pecho de apariencia humana (no escamado: 'sin escamas'; no hay necesidad de coincidir con Cuesta en que «quiere decir joven»), y Góngora añade ingeniosamente que ya está ronco de tanto requerir a Galatea. El cultismo inducir aparece pocas veces en la poesía de la época. Tanto el carro de cristal de algunos seres mitológicos marinos como la metáfora campos de plata (por 'el mar') gozan del refrendo de la tradición, si bien lo peculiar del cierre gongorino vuelve a ser la construcción bimembre que los hermana. [ volver  ]

XVI.

El amor de Glauco y Palemo por Galatea es una de las «otras cosas [que] añadió nuestro poeta para exornación de la fábula» (Díaz de Rivas), auxiliado sin duda por las Metamorfosis, XIII, 919, donde los dos pescadores son enamorados de la ninfa Escila (y véase Eneida, V, 822-823); solo o en otra compañía, pero en términos similares a los de Góngora, figura Palemo en Claudiano (Epithalamium, 156), en Apuleyo (IV, xxxi) y en el mismo Ovidio (IV, 542, con explicación de su metamorfosis). Sea sustantivo o adjetivo, joven era palabra muy poco frecuente que mereció las críticas de Quevedo en su Aguja de navegar cultos. El adjetivo cerúleo aparece, casi siempre en contexto marino, en Fernando de Herrera («cerúleo piélago», «mar cerúleo»...) y otros poetas de su generación, lo mismo que el coral que ciñe las sienes de ciertas divinidades, cuya blandura bajo el agua certificaban la información de Plinio (XXXII, ii; también Dioscórides, V, xcvii) y las recreaciones, una vez más, de Ovidio (Metamorfosis, IV, 750-752; XV, 416-417). A Palemo solía identificársele con Portuno, dios romano de los

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puertos; de ahí las inmensas riquezas que le ofrecen las aguas sicilianas del mar Tirreno, desde el faro que alumbra el estrecho de Mesina (odioso por los peligros que reservaba a los navegantes, como cuentan la Odisea, XII, y Plinio, III, 87, o XXXVI, 13, sobre Escila y Caribdis) hasta el monte Lilibeo, extremos oriental y occidental de la isla. A pesar de su riqueza, Palemo era «tan poco favorecido [por Galatea] como Glauco» (Cuesta), esto es, obtenía la misma gracia ('merced, favor': Pellicer se equivoca al entenderlo «irónicamente por 'fealdad'») que el otro pretendiente, si bien la ninfa se mostraba con él algo menos desdeñosa que con el cíclope. La perífrasis final nos dice que Galatea huye de Palemo en cuanto lo oye. La expresión calzar plumas, tan característica de Góngora (tanto por el infinitivo como por la sinécdoque del sustantivo), mejora los retratos clásicos de la velocidad, cuyos modelos más próximos y famosos son el Mercurio de la Eneida, IV, 239-241, y Perseo y otros seres «plumipedas volatilesque» de Catulo, LV, 14-20 (o LVIIIb, 1-6); de la metáfora pisar flores por 'correr', más usual que la de pisar espumas por 'nadar', pueden hallarse antecedentes en las Rimas de Camões. A propósito de lo uno o de lo otro, compárese Polifemo, LX, 4 [476], y Soledades, I, 1031-1034: «su vago pie de pluma / surcar pudiera mieses, pisar ondas, / sin inclinar espiga, / sin vïolar espuma». [ volver  ] XVII.

En su persecución de Galatea, Palemo (cuya gran capacidad natatoria se pondera, por boca de Leandro, en las Heroidas de Ovidio, XVIII, 159-160) desearía ser, ya que no un «áspid», una manzana de oro que detuviese la «veloz carrera» de la ninfa, en alusión a las fábulas de Eurídice y de Atalanta. La primera, amada de Orfeo, fue mordida por una serpiente que le causó la muerte (Geórgicas, IV, 453-527, o Metamorfosis, X, 1-71); a juzgar por el contexto, don Luis pensó menos en la versión ovidiana del mito (Eurídice estaba paseando en compañía de las náyades) que en la virgiliana (la hermosa dríade huía de Aristeo). La desdeñosa y veloz Atalanta, por su parte, aseguró que sólo se casaría con quien la alcanzase en una carrera; el joven Hipómenes, provisto de tres manzanas de oro-«aurea poma», dice Ovidio-que le había dado Venus, las fue dejando caer una a una y logró vencer a su perseguidora, que se detenía a recogerlas (Metamorfosis, X, 560-680). El áspid y el pomo (o, mejor, los dos mitos que evocan) forman la dualidad básica de una correlación que se continúa en la interrogación retórica de los versos 133-135: diente mortal y metal fino. Aparte la disposición correlativa, el erotema pondera los misterios o reveses del amor (en una tradición que remonta a las églogas de Virgilio, II, 68, y VIII, 26) y prepara el inmediato pensamiento ab impossibile. Nótense, además, los cultismos suspender 'detener' y solicita 'provoca', este último muy frecuente, con varios matices, en la obra de Góngora. El epifonema final cierra otro sistema de correlación iniciado en la octava precedente: (Galatea) flores - corza - en tierra / (Palemo) espumas delfín - en agua, y enlaza retóricamente con la interrogación anterior al «recrear en forma nueva y bellísima la riquísima tradición de "prodigios" e "imposibles" ya existente en la poesía grecolatina y renacentista, transfiriéndola al plano real» (Vilanova, con rica información y muy buenos ejemplos). [ volver  ]

XVIII.

Dejando los casos particulares de Glauco y Palemo, la atención del poeta se centra ahora en las completísimas riquezas de Sicilia (viñedos, huertos, cereales y ganado), representadas metonímicamente por la divinidad que les correspondía entre los romanos: Baco, Pomona, Ceres y, ya en la estrofa siguiente, Pales (sobre ellos, Virgilio, Geórgicas, II, 380-396; Ovidio, Metamorfosis, XIV, 623-697; V, 341-345; y Fastos, IV, 776). De las muchas descripciones antiguas de la isla («tan fértil, que solo puede / ser su alabanza su nombre», dirá Bocángel), la que presenta más detalles comunes con la de don Luis es la de Silio Itálico, XIV, 11-78. La antítesis del primer verso (ofrecer vale 'mostrar, presentar a la vista') es uno de los primores de la nueva correlación que ocupa la primera semiestrofa, no exenta de dificultades semánticas en cuanto se refiere a Baco: lo que éste oculta debe de ser «el vino que se encierra en las bodegas» (Cuesta; Salcedo piensa, quizá con más razón, «en los racimos no exprimidos de las vides»), y dice el poeta corona porque, como sentenció Virgilio (Geórgicas, II, 113), «Bacchus amat collis», pues las mejores viñas, «según opinión de muchos, son las que se pl antan en los collados» (Salcedo, con otras citas). Se diría que el contexto topográfico y la mención explícita de los racimos hacen más difícil entender coronar como «llenar la copa hasta que se vierta» (Pellicer, también con citas), pero parece claro que ambos sentidos coincidieron en la intención de Góngora cuando llamó a Sicilia copa de Baco (v. 138). Ceres, diosa de la agricultura, suele aparecer entre los latinos conduciendo un carro rebosante de grano (los textos de Virgilio, Geórgicas, I, 163-164; Ovidio, Metamorfosis, V, 642-647, y Claudiano, De raptu, I, 187-190, son los más pertinentes ahora); Góngora compara adecuadamente ese carro (ayudado quizá por Virgilio, quien menciona los tribula y otros útiles junto a los plaustra de la diosa), con un trillo estival-cultismo elogiado por Díaz de Rivas. Por lo demás, no perdona debe entenderse como 'no deja descansar', 'no deja en paz': «aquella frase de no perdonar Ceres a sus campañas es galante, porque se entiende que las cultiva, las fructifica y las obliga con las heridas del arado, los golpes del azadón...» (Pellicer). El pareado constata la frase antigua de que Sicilia era horreus Imperii Romani, y Góngora compara todas las provincias de Europa (partes o regiones prolijamente enumeradas y descritas por Pellicer) con hormigas que se abastecen del grano siciliano. El mérito de la curiosa hipérbole está en la disparidad y efectiva desproporción de los términos relacionados (provincias y hormigas), como ya notó Gracián en su Agudeza, xix. [ volver  ]

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XIX.

Para que la simetría sea perfecta, en la primera semiestrofa de esta octava Ceres comparte con una nueva divinidad, Pales (véase Ovidio, Fastos, V, 776), otro sistema correlativo: viciosa cumbre - llueve - granos de oro / vega llana - nieva - copos de lana. En contexto agrícola, el adjetivo viciosa, por 'fértil', era de uso bastante frecuente y corría al menos desde el «viçioso ero» del Libro de buen amor, 746b, aunque Góngora parece inspirarse en la «cume que a verdura tem viçosa» de Os Lusíadas, IX, 54, uno de los varios recuerdos de Camões presentes en este pasaje. El poeta expresa con «galanas metáforas» (Díaz de Rivas) las viejas asociaciones del trigo con el oro y de la lana con la nieve; tan viejas eran, que los comentaristas señalan los orígenes de la segunda en el Salmo 147, 5 (hebr. 147, 16): «dat nivem sicut lanam». Obviamente, mil está por 'muchos, innumerables' (como en verso similar de Virgilio, Égloga II, 21: «mille meae Siculis errant in montivus agnae»). «Y nótese cuán ajustadamente repartió la lluvia a los campos en el trigo, a los montes la nieve en la lana, por llover en el llano siempre, y nevar siempre en los montes» (Pellicer). El verso 139 continúa la correlación (Ceres: siegan / Pales: esquilan) y el 140 le añade un nuevo elemento que enlaza con la estrofa anterior. Los segadores, los pastores y los viñadores son aludidos por sendas perífrasis, cada una de ellas con su metáfora colorista: oro (trigo), nieve (lana), grana (vino, esta vez inspirado posiblemente en el «purpureo ... musto» de Propercio, III, xvii, 17). En definitiva, todos los habitantes de Sicilia tienen por diosa a Galatea, de quien, en efecto, no consta que tuviese templo alguno (deidad, aunque sin templo). Pellicer quiso aquí corregir a don Luis aduciendo el templo que menciona Luciano en una de las muchas inverosimilitudes de su divertida Historia verdadera, II, 3; pero ni la licencia del samosatense ni el templo de las Metamorfosis consagrado a Nereo y las Nereidas (XI, 359362) bastan para desmentir a don Luis. [ volver  ]

XX.

La playa donde Galatea detiene su pie sirve de óptimo lugar de ofrenda y veneración a sus adoradores (nótense en los versos 155-156 el nuevo paralelismo y el nuevo uso del verbo ser más la preposición a: cotéjense los vv. 32 y 43-44); parece, por ello, que, aparte el sentido obvio de ara ('altar'), Góngora tiene en cuenta el etimológico y más recóndito de 'orilla': «los extremos de la tierra que baña el agua» (es la explicación que da Salcedo, tomándola del comentario de Escalígero a un verso de Ausonio). De la costumbre de ofrecer los primeros frutos y provechos a los dioses dan cumplida cuenta los pasajes clásicos aducidos por los comentaristas: Virgilio, Églogas, IV, 18, y-mejor-V, 79-80; Ovidio, Fastos, II, 519-520, Metamorfosis, VIII, 273275... El origen mitológico de la Cornucopia está en la fábula de la cabra de Amaltea, una de cuyas astas se rompió y, por intercesión agradecida de Júpiter, a quien había amamantado, fue colmada de frutos (lo refiere, entre otros, Ovidio en sus Fastos, V, 115-128; véase Soledades, I, 204); el «cuerno de la abundancia» se hizo expresión corriente en la poesía (Metamorfosis, IX, 87-88, u Horacio, Odas, I, xvii, 14-16, por no citar textos españoles o italianos), y la copia gongorina fue muy generosa (dicho con la lítotes poco avara) con Sicilia. Salta a la vista un caso modélico de la fórmula A, si no B, usada por Góngora desde tiempo atrás (véanse otras construcciones similares en los versos 30-31, 117-118 y, sobre todo, 187-188). Contrariamente a lo que pensaron Andrés Cuesta y, tras él, Dámaso Alonso-si bien su paráfrasis se contradice con las notas-, prolija no debe asignarse, con el significado de 'grande', a mimbre (que aun hoy se usa en algunas regiones como femenino), sino a hija, y con el sentido de 'laboriosa, esmerada, minuciosa' (el mismo que tiene en v. 458: «obras ambas de artífice prolijo»); prolija y artificiosa son, pues, adjetivos «atributivo adverbiales» (Núñez Ramos). En otro orden de cosas, la adoración a Galatea descrita en las octavas xx-xxii revelaría (según K. H. Dolan) la «atmósfera venusina» del poema. [ volver  ]

XXI.

El verbo arder es el «más apto para significar un grande amor» (Salcedo, basándose abusivamente en la autoridad de Juan Luis de la Cerda y en la Fedra de Séneca, 309-311), y hay de él dos famosos antecedentes en Virgilio: «Formosum pastor Corydon ardebat Alexin» (Églogas, II, 1, donde ardebat, según Servio, vale 'impatienter diligebat') y «uritur infelix Dido totaque uagatur / urbe furens. [...] Ardet amans Dido traxitque per ossa furorem» (Eneida, IV, 68-69 y 101); léase también Mosco, I, 22-23, y Horacio, Epodos, XIV, 9- 10, con la probable, aunque no imprescindible, «sugerencia» (Vilanova) de Ariosto, Orlando, XVIII, 139. Compárese el romance de 1607 «Donde esclarecidamente», que contiene otros significativos anticipos de este paso del Polifemo: «Arde el monte, arde la playa / y en los árboles del monte / arde algún silvestre dios / en algún antiguo robre» (o el «ardimiento en amar» del temprano soneto mitológico «Gallardas plantas, que con voz doliente»). A la altura de 1612, juventud era un cultismo-más usual, en cualquier caso, que joven (v. 161)-y requería explicación: «juventud se dice en latín, iuventus, a iuvando, porque esta edad es la más apta para ayudar al trabajo» (Salcedo). La consecuencia de ese ardimiento general es el abandono de las obligaciones cotidianas. Los arados ya no surcan, sino que peinan las tierras, arrastrados extraviadamente y sin empeño por los bueyes; no sé si es preciso remontarse a Ovidio, Remedia amoris, 191 («et tonsam raro pectine verrit humum»), para autorizar y entender ese peinar, porque en Góngora no se trata, como pensaba Pellicer, de describir una labor particular, sino de expresar el total descuido de las labores agrícolas, motivo frecuente de la poesía amorosa, particularmente la de ambiente bucólico (compárese la vid «semiputata» de Virgilio, Églogas,

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II, 70) o epitalámico (es ilustradora la lectura de Catulo, LXIV, 38-42, y Claudiano, Epithalamium, 5-7). El motivo del ganado errante (cultismo censurado en el Antídoto, aunque no era palabra «tan nueva para nosotros» como dijo Jáuregui) puede aparecer en contextos no amorosos (Virgilio, Eneida, III, 220-221, y Ovidio, Fastos, I, 546), aunque la línea temática más aproximada a este pasaje gongorino es la que parte de las Églogas de Virgilio (I, 910, y, sobre todo, V, 24-25), atraviesa la Arcadia de Sannazaro (églogas I, 1-3, y V, 48-49) y llega a «las ya desamparadas vacas» de Garcilaso (égloga II, 506; recuérdese también la confesión del alma en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, v. 85: «y el ganado perdí que antes seguía»). El viento que silba en el Polifemootra idea de aroma virgiliano: Églogas, V, 82-83-, es el céfiro (el favonio de los latinos, véase el v. 214), que ya había motivado la disputa de los comentaristas de Garcilaso (a propósito de la Égloga III, 323). Compárese Soledades, II, 311: «redil las hondas y pastor el viento». La sintaxis del pareado, con su fórmula correctiva ('el ganado ignora el crujido de las hondas, si no es que, haciendo las veces de pastor, silba el céfiro o cruje el roble'), hace bastante verosímil el precedente de otra égloga de Barahona de Soto señalado por Vilanova: «Ya todo se ha perdido, / y mudo y seco el prado, / se olvida en un silencio sosegado; / y con tristeza esquiva / que no parece que haya cosa viva, / si no es que aullando el viento / con silbos representa mi lamento». [ volver  ] XXII.

XXIII.

Sigue describiendo el descuido general por causa del a mor a Galatea. Los perros permanecen mudos por la noche (sin ladrar: sin vigilar) y vagan y duermen durante el día. El motivo del silencio del can, lejos de cualquier reminiscencia bíblica (Isaías, 56, 10), aparece en autores como Ovidio (Fastos, IV, 489-490 y V, 429-430) y Sannazaro (Arcadia, égloga I, 10-12), y hay detalles semejantes en las escenas nocturnas de la Eneida, IV, 522527, y VIII, 26-30. El contraste entre el día y la noche y la estructura bimembre del segundo verso (de cerro en cerro y sombra en sombra yace) recrean «una fórmula estilística de Petrarca» (Vilanova): «Consumando mi vo di piaggia in piaggia / el dí, pensoso, poi piango la notte» (Canzoniere, ccxxxvii, 19-20; hay muchos ejemplos en su obra e innumerables en la de sus seguidores, y uno de los textos españoles más interesant e ahora es la Araucana, VII, xxv, 7). El motivo del lobo que acude al balido (mísero: nuevo cultismo) del indefenso ganado aparece en un pasaje de la Eneida, IX, 59-65, y en otro menos célebre de las Argonáuticas, I, ca. 1245 (y no creo que acierte Pellicer al decir que Góngora «imitó doctamente» a Apolonio). El verso 172, con espléndida hipálage, llama nocturno al lobo «porque acostumbra salir con la noche, o porque vence con la vista sus tinieblas» (Salcedo, con multitud de referencias eruditas); así lo llamaron también Virgilio, Geórgicas, III, 406407, 537-538, y Propercio, IV, v, 14. El lobo, encarnizado, tiñe con la sangre de una oveja (ésta debe deducirse, lógicamente, de los anteriores ganado y balido) lo que ha pacido otra. Más dificultades presenta la exhortación final, con ese imperativo, revoca, que debe entenderse como 'devuelve, restituye, haz volver' o, mejor y más simplemente-pienso-, como 'llamar, convocar de nuevo' (nótese el matiz fónico del verbo); Pellicer se equivocó al tomarlo como presente de indicativo y con el sentido de 'estorbar, impedir' («el amor estorbaba que silbasen» los pastores), y ese error inicial, que no escapó a sus detractores, sin duda contribuyó a que el pasaje le pareciera «la enigma de Esfinge». De todos modos, el verdadero problema está en interpretar correctamente el sentido de lo que resta de pareado, muy fácil de ordenar sintácticamente: o el silencio y el sueño del can sigan a su dueño (la lectura siga de Pellicer podría aceptarse como concordancia ad sensum favorecida por el hipérbaton). Si examinamos el problema desde su raíz y reduciéndolo a términos lógicos, importa notar que toda la octava está dedicada a la negligencia del perro y a sus consecuencias; que el cierre (silencio, sueño) presenta un claro paralelismo con el inicio (mudo, yace), y que la literalidad de la imprecación sólo tolera un sentido: 'Amor, convoca de nuevo los silbos, o que el silencio y el sueño del perro sigan al pastor' (aunque quizá caben quizá dos alternativas en la frase disyuntiva y desiderativa; dicho prosaicamente: que el perro esté o no con el pastor). Los comentaristas antiguos-salvo Pellicer-no vieron dificultad alguna y parafrasearon el pasaje lacónicamente: «Amor, vuelve a traer el Pastor, que silbe los ganados, o váyanse tras él los perros negligentes que embarazan» (Díaz de Rivas); «... o si no quisieres siga al descuidado amante el perro, inútil ya por el silencio y el sueño» (Salcedo). Hace unos años, A. Sánchez Romeralo enumeró todas las explicaciones, antiguas y modernas, y añadió la suya: que el perro siga, imite a su dueño (que, como buen enamorado, ni duerme ni calla) «en sus quejas y soliloquios y en el siempre velar, [de modo] que los ganados estarán cuidados y seguros». Yo coincido, sin embargo, con la deducción de Vilanova, que me parece la más sensata y apegada a la letra del texto: que el pastor, al menos, pueda, como el perro, «gozar del silencio y del sueño, es decir, pueda tener algún descanso, y estar mudo por la noche y dormido durante el día». [ volver  ] La esquiva Galatea, desatenta a las cuitas de los moradores de la isla, halla esparcimiento a la sombra de un laurel que protege su tronco del sol del mediodía (vv. 185-186); la sombra está bellamente evocada con la expresión hurta ... su tronco al Sol, que se entiende mejor a la vista de Lucano, Farsalia, IX, 528-530: «Hic quoque nil obstat Phoebo, cum cardine summo / stat librata dies; truncum vix protegit arbor: / tam brevis in medium radiis compellitur umbra». El hecho de que se trate un laurel nos sitúa en el ámbito mitológico, adecuadísimo a la fábula: en ese árbol se convirtió Dafne huyendo, precisamente, de Apolo. Los dos versos

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siguientes constituyen otra de las más célebres dificultades del Polifemo. Lo que está claro aquí es el alcance metafórico del sustantivo jazmines, pues no parece posible entenderlo literalmente ('la ninfa arroja a la fuente unos jazmines'): se trata de una metáfora de la blancura corporal de Galatea (como enseguida la nieve de sus miembros, y también en el v. 220). Todos los gongoristas antiguos que comentaron este pasaje coincidieron al entender que Galatea se recostó junto a una fuente (pues este sustantivo puede entenderse perfectamente como 'los alrededores de un manantial o arroyo'), llenando de jazmines el espacio de hierba que ocupó su cuerpo blanquísimo (también Dámaso Alonso lo entiende así, añadiendo buenos argumentos y bellas aclaraciones: «Como si dijera: con la blancura nívea de sus miembros parece que la hierba se ha cuajado de  jazmines»). Otra de las posibles interpretaciones se remonta, según el testimonio de Salcedo Coronel, a una sugerencia del poeta Gabriel del Corral, aceptada modernamente, con mínimos matices, por Vilanova y C. C. Smith, y entiende que Galatea se refleja en el agua: «la ninfa, recostada en el margen de una fuente, refleja en sus aguas tantos jazmines de sus miembros blanquísimos como hierba esconde la nieve de su cuerpo recostado sobre el césped» (Vilanova). Por su parte, F. González Ollé entiende que «Galatea, abatida sobre la fuente, sumerge en ella la cabeza para beber o (y) refrescarla»; la ninfa, así, «es una rama de jazmín que entrega sus flores al agua». Como se ve, el problema principal está en el sentido que asignemos al sintagma da a una fuente, porque el empleo del lenguaje figurado no impide ninguna de las posibilidades propuestas ni nos permite optar sin titubeos por una de ellas. De todas pueden hallarse argumentos favorables. A propósito de la de González Ollé, cabe tener en cuenta, por ejemplo, las varias apariciones inmediatas del verbo dar en contexto muy semejante (e implicando contacto físico con el agua): «su boca dio ... al cristal mudo» (v. 191), «al arroyo da las manos» (v. 209, y véase también el 183). Esta interpretación coincide con la de G. del Corral en la ventaja de asignar una metáfora al cuerpo de Galatea tendido sobre la hierba (y además muy pertinente, nieve) y otra para la parte reflejada o sumergida (jazmines). No parece que la idea del reflejo se vea necesariamente «algo dificultada» (A. Carreira), por los versos 219 -220: si Galatea está recostada-y hay en esto consenso general-, al levantarse será ingrata a los verdes márgenes aunque se refleje en el agua; no obstante, esa próxima acción de la ninfa, la metáfora azucenas y, sobre todo, la fórmula comparativa tantos ... cuanta (que a mi entender supone una equivalencia de cantidad entre jazmines y hierba) favorecen la explicación más antigua y sencilla: «la ninfa se recostó junto a la fuente» (Díaz de Rivas). El canto alterno de los ruiseñores está convenientemente expresado con una anáfora de origen petrarquesco (véase Canzoniere, clix, 13-14, o ccv, 1-4, si bien esos esquemas repetitivos son frecuentes en la poesía latina: Horacio, Odas, I, xxii, 23-24); también se debe, sobre todo, al ejemplo de Petrarca el gusto de la poesía bucólica española por los arrullos y querellas de los ruiseñores y otras aves (véase sólo Garcilaso, égloga I, 52-54, 231-234, 325-325). La armonía-«que es casi el tema de toda la estrofa», como dijo W. Pabst-no puede ser otra que la del canto de las aves, provocadora del sueño de Galatea (la armonía da sus ojos al sueño), con invitación similar a la del primer Beatus ille (Horacio, Epodos, II, 23-28). Aparte la variante defendida erróneamente por Pellicer (el día, y como sujeto y no implemento de abrasar), el concepto final se basa en la vieja metáfora ojos = sol; entre sus posibles precedentes destacan unos versos de Marino («sorgendo il mio bel Sol del suo oriente, / por doppiar forse luce al sí nascente»; en el inicio del soneto se ha referido a los ojos) y, sobre todo, un pasaje de la Arcadia de Lope: «rindióse al sueño, quedando el día, que hasta entonces vanaglorioso de tres soles resplandecía, oscuro como la noche». [ volver  ] XXIV.

Como en el inicio de las Soledades, la cronographia de esta octava, que nos sitúa en lo más ardiente del estío (la canícula), contiene una compleja sucesión de imágenes de base astronómica: el can del cielo (comp. Ovidio, Fastos, IV, 941: «pro cane sidereo») es una constelación que «consta de dieciocho estrell as, y tiene en la boca una clarísima llamada por los latinos Canícula [o Sirio] y por los árabes Alhabor, en la cual, entrando el Sol, se aumenta el calor» (Salcedo). En esa imagen astronómica se apoyan con enorme pertinencia las demás. Sin salir del mundo animal, el poeta puede llamar al Can salamandria (forma que alternaba en la época con salamandra), ateniéndose a las propiedades legendarias de este anfibio r esistente al fuego (según refieren Aristóteles, Claudio Eliano, Plinio y otros muchos naturalistas antiguos). Por otra parte, Góngora conocía sin duda el inicio de la canción de Petrarca «Vergine bella, che di sol vestita, / coronata di stelle...» (Canzoniere, ccclxvi), pero no es preciso que estuviese recordando esos motivos sacros al concebir la frase vestido estrellas, muy adecuada a una constelación (y más fácilmente sugerida, pienso, por ciertas palabras de Plinio: «salamandra animal stellatum»). Finalmente, nada más propio de un perro que ladrar (latir; véase OC, núm. 100, v. 4), como en un romance de fecha incierta atribuido a don Luis: «Brama el celeste león / y la canícula late» (Millé, xviii, vv. 21-22; y léase también el soneto de Quevedo que comienza, inspirándose en Persio, «Ya la insana Canícula, ladrando / llamas»). Acis llega sudoroso y con el cabello polvoriento, como algunos héroes de la Ilíada, la Eneida o la Tebaida que no precisan ser citados, pues lo peculiar de Góngora vuelve a ser el uso de originales fórmulas expresivas, que lo distancian de su modelo más probable (T. Tasso, Gerusalemme liberata, IX, 81: «Paion perle e rugidade insu la bella / guancia, irrigando i tepidi sudori; / giunge gratia la polve al crin incolto»): aquí aparecen

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un caso algo particular de cláusula absoluta, polvo el cabello, y un hábil trueque de atributos (véase el v. 104) entre dos metáforas de las gotas de sudor, centellas y aljófares (esta última bastante corriente en la poesía de la época); ambas metáforas, equiparadas retóricamente por la construcción A, si no B, intercambian sus epítetos para compartir dos rasgos esenciales-y dispares-del sudor, el ardor y la humedad. Tras la metáfora petrarquista luces bellas (los ojos de Galatea, a los que ha llamado soles cinco versos atrás), «prosigue la alusión y les da por occidente al sueño» (Pellicer). Al ver a la ninfa entregada al sueño, Acis bebe en el arroyo mientras la mira (y en ningún caso la besa, como entendió Salcedo); Góngora lo dice con espléndido broche: un par eado con quiasmo y una nueva correlación en dos dualidades que tienen en común la forma verbal dio y el sustantivo cristal, apto para representar el agua del arroyo (cristal sonoro) y el cuerpo dormido de Galatea (cristal mudo); este último recurso aparece ya en unas décimas con estribillo de 1603 («no sobre el cristal corriente, / sobre el dormido cristal»: OC, núm. 118), y vuelve en las Soledades, I, 244: «juntaba el cristal líquido al humano». [ volver  ] XXV.

La descripción de Acis, que destaca por su brevedad-aunque en otros lugares de la Fábula hay más detalles sobre su aspecto-, se inicia con una metáfora, venablo de Cupido, que adquiere todo su valor si advertimos el sentido del griego akís ('flecha' y afines) y la potencia del venablo, que hiere más violentamente que la «flecha ordinaria» (lo ponderó Pellicer, y Cancelliere apura las posibilidades etimológicas). Es ilustradora la comparación con otros dos pasajes gongorinos: «Era, pues, el mancebito / un Narciso iluminado, / virote de Amor...» (del romance de Hero y Leandro de 1610, OC, núm. 48, vv. 33-35); «Al fin en Píramo quiso / encarnar Cupido un chuzo, / el mejor de su armería» (de La Tisbe, OC, núm. 317, vv. 121-123). El poeta es consecuente con los consejos de los retóricos, estableciendo el linaje del héroe «al principio de las alabanzas» (lo advierte admirativamente Díaz de Rivas), igual que hizo con Polifemo (vii) y con Galatea (xiii); ahora sigue de cerca a Ovidio, Metamorfosis, XIII, 750-751: «Acis erat Fauno nymphaque Symaethide cretus, / magna quidem patrisque sui matrisque voluptas». Salcedo reprochó a Góngora ese habido ('engendrado', que a su modo traduce el cretus ovidiano), por ser «dicción tosca y bárbara». A propósito del verso gloria del mar, honor de su ribera, ya observó Pellicer que «dudoso queda sobre si estos epítetos pertenecen a Acis o a su madre»; en opinión de Vilanova se refieren, «sin lugar a dudas, a la ninfa Simetis» (también lo cree así A. Carreira, sin ver anfibología), pero bien pudieran asignarse al protagonista de la octava: el hipérbaton de los dos versos precedentes parece dejar cerrado el asunto de los progenitores de Acis (cada uno de ellos con una breve explicación) y de ninguna manera nos obliga a suponer que lo que sigue es una aposición de Simetis; en definitiva, puede entenderse que Acis es gloria del mar por parte de la madre (una divinidad fluvial, hija del río Simetho) y honor de su ribera por la del padre (que quizá no fuese un semicapro cualquiera, sino el dios Fauno). Esta interpretación tiene la ventaja de cerrar la semiestrofa con un quiasmo y mantenerse en sintonía con Ovidio, quien, tras la escueta genealogía del héroe, nos informa de que era «gozo inmenso de su padre y de su madre» (v. 751). Los versos 197-198 contienen una nueva correlación: imán - acero - sigue / ídolo - idólatra venera. La imagen de la primera serie (Acis es un acero-nótese la semejanza fonética y véase el v. 193-atraído por el imán de Galatea) procede de Claudiano, Carmina minora, xxix (Magnes), 25-26: «sed ferrea Martis / forma nitet, Venerem magnetica gemma figurat». La idea de la idolatría amorosa es muy corriente en la poesía petrarquista. El penúltimo verso, aunque de construcción afín a la del v. 123, destaca por la antítesis que lo limita (rico ... pobre); el pareado, con la misma rima de la estrofa xxi, tiene una única y pequeña dificultad en la última perífrasis: lo que el roble fomenta ('favorece, abriga') es la miel que las abejas labran en las oquedades de algunos árboles. Góngora y sus comentaristas lo explican con más detalle en la estrofa siguiente, donde se completa, como advierte Alonso, «el único sistema de correlación trimembre que hay en el Polifemo»; aquí  aparece la primera pluralidad: huerto, vacas, robre. [ volver  ]

XXVI.

La primera de las ofrendas de Acis a Galatea es un cesto de mimbre (blanca: véase v. 159) con «almendras sacadas de su corteza antes que lleguen del todo a endurecerse, de modo que serán almendras frescas mondadas» (Cuesta); otros comentaristas pensaron que se refería en concreto a los almendrucos o allozas, fruta «muy estimada de las damas» (Salcedo), que «es la almendra, ni verde, ni seca, sino media» (Pellicer). La mención de ese humor solía resolverse acudiendo a «la leche que tienen todas las frutas de corteza dura antes que se cuaje» (Cuesta); en realidad, Góngora lo llama celestial porque está aludiendo además al esperma de Zeus, en perfecta correspondencia, como propuso C. Sabor de Cortazar, con el mito frigio del origen del almendro: durante un sueño, Zeus dejó caer su semen, fecundando la tierra y engendrando al hermafrodita Agdistis; este fue castrado por los demás dioses, y de su miembro nació un almendro con los frutos ya en sazón (lo cuenta Pausanias, VII, xvii, 10-11). Cada una de las ofrendas es depositada en un recipiente distinto, y tanto por la poesía latina (Tibulo, II, iii, 14b- 16) como por los hábitos rurales del tiempo de Góngora sabemos que la manteca solía conservarse y presentarse en juncos o en hojas de palma. Sobre un pequeño trozo de corteza de alcornoque (breve corcho) deposita Acis, finalmente, un panal; la metáfora que se dedica a este último, en un verso bimembre con quiasmo (un rubio hijo de una encina hueca), tiene en cuenta el flavus latino (por ejemplo

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en Ovidio, Fastos, III, 746: «quarebant flavos per nemus omne favos», aunque en castellano se pierde el juego de palabras) y la evidencia, también autorizada por los clásicos, de que las abejas labraban sus panales en las oquedades de algunos árboles, particularmente de la encina (Claudiano, In Rufinum, I, 383, y De raptu, II, 125127; «in exesa ... ulmo», dice Ovidio en el pasaje citado). La miel se llama néctar desde las Geórgicas, IV, 163164. El verbo vincular, con sus derivados, es uno de los cultismos más raros del Polifemo; Góngora lo usó por primera vez sólo dos años antes, en el romance de Hero y Leandro (OC, núm. 230, v. 130). El poeta recapitula la correlación de esta octava en el inicio de la xxix. [ volver  ] XXVII.

La acción del acalorado Acis no requiere ninguna de las fuentes clásicas propuestas por los comentaristas (Virgilio, Geórgicas, IV, 376-377; Horacio, Sátiras, I, v, 24), si bien el uso del verbo dar, frecuentísimo en Góngora, guarda en este contexto cierta afinidad con Virgilio («manibus liquidos dant ordine fontis / germanae»), modelo importante de las octavas contiguas. La escena, muy frecuente también en la poesía vulgar (Vilanova), incluye uno de los elementos esenciales del paisaje ribereño (como en las Geórgicas, IV, 124: «... amantis litora mirtos», y en Marcial, IV, xiii, 8; y compárese también Ovidio, Fastos, IV, 139-144): dos mirtos que aquí, bañados por la blanca espuma del arroyuelo, son dos verdes garzas de la corriente. La relación metafórica entre el arbusto y el ave, expuesta con el característico trueque de atributos, se basa-aparte, claro, su semejante esbeltez-en que los dos abundan junto a las aguas y estaban consagrados a Venus (véanse los vv. 239-240); así, los mirtos son verdes por su natural, pero se parecen a las garzas en la blancura que les da la espuma del arroyo (compárese Soledades, II, 749: «tras la garza, argentada el pie de espuma»). Completa la escena la brisa suave del viento Favonio (el céfiro de los griegos, en el v. 168) que, al levantarse, parece que corra «unas cortinas de vagos volantes» (Alonso, que nota la espléndida aliteración del v. 213) sobre aquel lecho de sombras y hierbas. La principal dificultad del pareado, con una construcción similar a la de los vv. 30-31 (cuando no..., pero aquí con fuerte hipérbaton), y aparte posibles modificaciones textuales totalmente descarriadas (ala de viento...), es esa cama de viento (que no «del viento», como entendieron erróneamente Cuesta y Reyes): se trata de una especie de 'catre de lienzo' corriente en la vida y la lengua de entonces (Pellicer y Alonso); pero ese sentido no excluye el juego de palabras, cuya efectividad se basa en la mención anterior de Favonio. En todo caso, creo que el airecillo, la sombra y el colchón de grama (compárese, por ejemplo, Ovidio, Metamorfosis, X, 555-557), más que definir en concreto el lugar en el que descansan Galatea (vv. 177-180) o Acis (vv. 254-256), configuran y anticipan el entorno más propicio para el encuentro amoroso que vendrá (xxxixxl), y ello con los recursos poéticos más adecuados para plasmar la musicalidad y la armonía propias de la ocasión. Las sombras «son aquí las ramas que cubrían los colchones de la hierba y eran como el cielo de la cama» (Vázquez Siruela, que recuerda las Soledades, I, 612, y remite a Horacio, Odas, II, iii, 6- 10: «in remoto gramine ... reclinatum»). [ volver  ]

XXVIII.

Al sentir el rumor del agua («es propio de los arroyos el bullir», aclara Pellicer), la ninfa se levanta súbitamente y desea huir, pero el temor se lo impide. La metáfora plata 'agua' (compárese el v. 501) es trivial en la época, aunque Vilanova destaca como «verdadero antecedente» de este pasaje un soneto de Bernardo Tasso (con su «fiumicel d'argento») imitado por Góngora ya en un soneto de 1582 (OC, núm. 16). El verso 220 encierra dos problemas (que nos han hecho olvidar, por cierto, la aliteración, especialmente notoria para un cordobés de la época). La variante segur, recogida sin comentarios por Pellicer, parece lo que suele llamarse una lectio difficilior, y es por eso la escogida por la mayor parte de los editores del siglo xx, pero tiene tachas de todo tipo, como explico detenidamente en otro lugar; en cambio, la lectura seguir, que es la de Chacón y la de inmensa mayoría de los testimonios antiguos (sean de la versión primitiva o de la definitiva), tiene, entre otras virtudes que tampoco voy a enumerar ahora, la de ofrecer un sentido muy claro y metafóricamente irreprochable: al levantarse, «Galatea se hizo seguir de ('por') sus azucenas» (y así lo entendieron y explicaron Salcedo y Cuesta). El otro problema está en el sentido, literal o metafórico, de azucenas; Salcedo y Pellicer, con matices, vieron ahí  una simple mención de las flores de la ribera, pero parece seguro que don Luis quiso aludir a la extremada blancura de Galatea, igual que en los jazmines del v. 179; de modo similar retrató a una bella cazadora en las ya citadas décimas de 1603, «que blancos lilios fue un hora / a las orlas de la fuente» (OC, núm. 147, vv. 9-10). Todos los comentaristas aducen ilustres precedentes de la estupefacción de Galatea (vv. 221-222: compárese sólo Virgilio, Eneida, II, 120-121; Claudiano, De raptu, III, 151-153, o Garcilaso, Elegía II, 43-44), pero lo que importa es destacar el espléndido broche de la octava (correlación y dos versos bimembres): un temor frío y perezoso fluyó (se desata) por las venas de la ninfa, paralizándola de tal modo, que se diría le hubiese puesto grillos de nieve dificultando su fuga y plumas de hielo impidiendo su vuelo. El sentido exacto de precisa, aún no aclarado, depende de una acepción marginal del latinismo praecisus y puede entenderse como 'brusca, súbita'. Góngora había usado dos años antes la expresión grillos de hielo en un contexto similar (OC, núm. 229, 45-47: «Saludóla el caballero, / cuyo sobresalto al pie / grillos le puso de hielo», Romances, p. 333), y quizá haya, como explica Vilanova, «una inversión audaz de los atributos», pues «según el sentido lógico, parece que Góngora

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habría expresado su idea con mayor justeza diciendo que el temor había impedido con grillos de hielo la fuga de Galatea y con plumas de nieve su presto vuelo, ya que los grillos de hielo trabando sus pies tenían que impedir su carrera, mientras que las plumas de nieve, derretidas como la cera con el calor del sol, habían de impedirle volar» (y aun pudiera haber una suerte de calambur in absentiam: hielo/hierro). Lo que sin duda aparece es un nuevo caso de la construccón ser + a (véanse los vv. 43-45). [ volver  ] XXIX.

Es una de las estrofas menos problemáticas del Polifemo, en parte porque se abre con una recapitulación («esta figura se llama resumptio o epítome», precisa Salcedo) de las ofrendas descritas antes con pormenor (xxvi): fruta (almendras), leche exprimida (manteca) y miel; compárese la enumeración similar de Ovidio, Fastos, IV, 545-546, posiblemente recordada por Góngora. Los ablativos absolutos del cuarto verso «hacen algo obscuro este pasaje» (Díaz de Rivas); culta ('adorada', con el valor etimológico) y venerado son participios que, unidos, además, por el quiasmo, indican el afecto de Acis, que ha venerado a Galatea como a una diosa y ha respetado su sueño, todo ello en la mejor tradición de la religio amoris. Otra construcción absoluta abre la segunda semiestrofa: a la ausencia mil veces ofrecida es «estraño modo de decir» (vuelve a opinar Díaz de Rivas) que quiere significar que la ninfa está muchas veces a punto de irse (así lo entienden los comentaristas) y que puede relacionarse, como F. Lázaro Carreter sugirió a Alonso, con la frase darse a la fuga; creo menos adecuada la interpretación alternativa y algo confusa de Pellicer: «o puede entenderse que la dejó la ofrenda ofrecida, votada al ausente que la puso» (es decir, algo así como que Galatea quedó dispuesta a ofrecerse al ausente y desconocido Acis). En cualquier caso, la muestra de cortesía (indicio no pequeño: nótense el cultismo y la lítotes) menguó la alteración y aumentó las cavilaciones de la ninfa. [ volver  ]

XXX.

Galatea se pregunta a quién puede deberse la ofrenda, y cree que no cabe atribuirla al cíclope ni a ninguno de los seres lascivos que pueblan la isla: sátiros, silvanos (así llamados por ser, precisamente, «moradores de las selvas», que era perífrasis frecuente) u otros seres dados a la lujuria; Plinio da abundante información sobre todos ellos, y suelen mencionarse juntos en la poesía latina y vulgar: compárese sólo Garcilaso, égloga II, 11561157 («verdes faunos, / sátiros y silvanos»; y la elegía I, 169-171, hablando de Sicilia: «moradores / de la parte repuesta y escondida»). La epímone de la negación da al pensamiento de la ninfa un «admirable énfasis» (Cuesta). Viene ahora una de las más graves dificultades del Polifemo: cuya rienda / el sueño aflija que aflojó el deseo. Pellicer rechazó la lectura aflija «porque no hace sentido alguno» y, coincidiendo con un pequeño grupo de manuscritos, leyó afloja, pero conviene precisar que esta última variante no es, como suele decirse, propia de la versión primitiva: en unos cuantos manuscritos de la primera redacción aparece la lectio difficilior aflija, que al menos tiene la ventaja de añadir un juego de palabras, idóneo para un verso bimembre con quiasmo. Aparte las razones textuales o estilísticas, creo que hay otra de tipo gramatical: en la reflexión de Galatea-o, ¿por qué no?, del narrador-es preferible el subjuntivo. Sin embargo, aunque multipliquemos los argumentos para defender la lectura de Chacón, el problema está en averiguar qué sentido tiene aquí el cultismo afligir, pues no hay una sola de las acepciones del affligere latino «que satisfaga plenamente» (Alonso). No hay duda de que la rienda, implemento de las dos frases que siguen, es la de los instintos de ese hipotético sátiro y de ese otro feo morador de las selvas, y también parece bastante probable que el sueño que ha podido afligir esa rienda, ya aflojada por el deseo, sea el de la propia ninfa (véanse las octavas xxiii y xxviii), y no, como creyó Salcedo, el de las criaturas lascivas. En cuanto a lo demás, suele interpretarse que aflija tiene un valor intensificativo con respecto a aflojó y que, por tanto, podría valer 'destruya, rompa', forzando un poco los sentidos más aptos del latín ('derribar, abatir, dañar'); lo explica muy bien Alonso: «El deseo, en los seres lascivos, hace que estén flojas las riendas de la concupiscencia; pero, además, el sueño de la mujer, el estar la mujer dormida, indefensa, puede hacer caer del todo las riendas, puede eliminar o destruir toda rienda o contención de los malos apetitos». No obstante, también es posible pensar, sin desatender la gramática, que los dos verbos tienen sentidos contrarios y que Galatea, en la búsqueda de una explicación para el indicio de cortesía, cree imposible atribuir la ofrenda a un sátiro a quien su sueño haya afligido ('apretado, tensado, atirantado...': «sujetado», entiende Salcedo) la rienda de los instintos, aflojada previamente por el deseo; es decir, «... ni a otro feo morador de las selvas, a quien el sueño de Galatea, esto es, el respeto que se debía a una mujer dormida, enfrenase el apetito que incitó el amor» (Salcedo, como lectura alternativa). Téngase en cuenta que Góngora ya usa el verbo afligir en uno de sus primeros romances, y con sentido muy similar: «Descanse entre tanto el arco / de la cuerda que lo aflige» (OC, núm. 47, 9-10). La segunda semiestrofa narra la decisión de Cupido (el niño dios ... de la venda) de dar por terminado el desdén de Galatea. Vilanova señala acertadamente que Góngora se inspiró en la escena del Orlando furioso en que la arrogante Angélica se enamora de Medoro (XIX, 19). Siguiendo la costumbre o ceremonia antigua de colgar en los árboles, como trofeo y ostentación (cultismo frecuente: lo usa Jáuregui en el Antídoto), los despojos de los vencidos (véase sólo Virgilio, Eneida, XI, 5-8), Cupido quiere que el desdén de Galatea cuelgue del árbol consagrado a su madre Venus, el mirto (véase los vv. 211 y 242). Adviértase que vuelven a aparecer dos típicos recursos gongorinos: un verso bimembre con

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quiasmo (v. 238) y otra construcción ser + a ('... que el desdén sea [sirva de] trofeo al árbol ...'), usada también en el pareado que cierra la octava siguiente. [ volver  ] XXXI.

El mirto tenía, como propio de Venus, la «virtud de conciliar amor» (Pellicer; véanse los vv. 211 y 239). El sujeto de la primera oración es el niño dios de la octava precedente: Cupido depositó en el pecho de Galatea, como si éste fuese un carcaj o una aljaba (pero de cristal: v. 192), una de sus flechas de oro, que herían de amor (a diferencia de las de plomo, que provocaban el odio o el desdén de quien las recibía: lo explica Ovidio en las Metamorfosis, I, 461-471, y hay menciones infinitas en la poesía posterior). La fórmula A, si no B del v. 243 no esconde un pleonasmo, como creyó Salcedo («esta figura es viciosa»), sino que supone una diferencia entre carcaj y aljaba: el primero «es una caja no de flechas, sino de virotes, y su forma es a manera de una caja de cuchillos y cuélgase pendiente al hombro; pero la aljaba es caja de flechas y su forma es como vaina de cuchillos de monte y cuélgase atravesada por las espaldas» (Díaz de Rivas; según Pellicer, el carcaj era más propio de las ninfas y la aljaba, por ser mayor, de los cazadores). Por otra parte, continúa el parecido con el Orlando de Ariosto (XIX, 19 y 28). Después del flechazo, Galatea mira los regalos con más atención (nótese el matiz afectivo de cuidado, como en v. 113). También el endecasílabo bimembre que abre la segunda semiestrofa (v. 245) contiene una ponderación no meramente formal, pues es sabido que «las fieras se forman por gusto de naturaleza, y los monstruos por error suyo» (Pellicer, que enristra veinte columnas de erudición a propósito del cultismo monstro); entre los protagonistas de la poesía bucólica era bastante frecuente llamar fieras a sus desdeñosas amadas, como en el caso del Albanio garcilasiano (égloga II, 563), cuya queja hizo fortuna en la lírica española: «¡Oh fiera, dije, más que tigre hircana!». Es original hallazgo llamar alcaide ('guardián', confuso por la vegetación) al soto que esconde a Acis de la vista de Galatea. Compárese Soledades, II, 450-451: «el cabello en estambre azul cogido, / celoso alcaide de sus trenzas de oro». No creo que haya aquí ninguna reminiscencia, propuesta por Vilanova, de unos versos de El pastor de Fílida de Gálvez de Montalvo: «de mis entrañas quiero trasladaros, / donde os pintó el Amor, con tanta gana, / que, por no ser a su primor ingrato, / se quedó por alcaide del retrato». [ volver  ]

XXXII.

Aunque tolera más de una reordenación sintáctica, el hipérbaton inicial no plantea dificultades: Galatea, muda por la turbación propia de los enamorados, llamaría al dueño de las ofrendas, pero no sabe pronunciar (articular: nuevo cultismo) su nombre. Vilanova cita muy a propósito «dos precedentes ilustres en la poesía italiana renacentista, que Góngora indudablemente conocía»: Ariosto, Orlando furioso, XLVI, 28, y Boccaccio, Il Ninfale Fiesolano, xxxii. La relación metafórica del pincel süave con la flecha de Cupido está avalada por los versos 270- 272, que se refieren explícitamente al bosquejo que Galatea había trazado en su imaginación, ya coloreado por la presencia de Acis; es muy posible que la imagen proceda, como señala, una vez más, Vilanova, de Bernardo de Balbuena: «Que allí, tomando su dorada flecha, / Amor por pincel vivo / la dejó al vivo tu retrato hecha» (Siglo de Oro en las selvas de Erífile, égloga VI). Por lo demás, «es encarecimiento de los amantes decir que tienen esculpidos en el alma los retratos de los que aman» (Pellicer). Después Galatea se decide a caminar ('se confía a sus pies, ya no tan pesados y embarazados por el temor') y encuentra a Acis haciéndose el dormido. El verso, bimembre y con recurrencias fónicas, que dedica a definir el lugar (cama de campo y campo de batalla) encierra un equívoco, pues cama de campo quiere significar, obviamente, el lecho de hierba en que reposa el cauto garzón, pero también tenía en la época un sentido literal, pues aludía a un tipo especial de cama, más amplia y espaciosa de lo normal («la que era muy capaz y extendida», dice Autoridades, dándola ya como expresión del pasado); compárese la cama de viento del v. 215. En este contexto, el sintagma campo de batalla recoge, a su vez, el viejo sentido erótico propio de la militia amoris: sus precedentes son Petrarca, Canzoniere, ccxxvi, 8, y Torquato Tasso, Gerusalemme, XV, 54 (y hay varios ejemplos gongorinos más, entre ellos el muy célebre que cierra la Soledad primera: «a batallas de amor campo de pluma»). El verso entero constituye, sin embargo, uno de los poquísimos casos gongorinos de absoluta coincidencia literal con otro ajeno y anterior: procede de la Vida del Patriarca San Josef de Valdivielso, cuya huella se advierte en varios lugares más del Polifemo (Vilanova). En otro orden de cosas, las dudas y acciones de Galatea están bien expresadas con la abundancia de verbos. [ volver  ]

XXXIII.

Los copistas y cajistas del siglo xvii suelen escribir igual este bulto, ya sea con b o con v, que el del v. 285, pero Góngora se refiere a cosas diferentes. Lo que aquí ve Galatea es el bulto que Acis forma con su cuerpo, el conjunto o «lo exterior del cuerpo» (Cuesta, que señala el carácter coloquial de la expresión haciéndolo dormido: «frase es castellana: "Yo le hacía más cuerdo", por yo le tenía por más cuerdo»). En el verso segundo, Galatea está apoyada en un pie y como suspendida sobre Acis (él se refiere a bulto, no a pie): el cultismo librada vale 'mantenida en equilibrio', según una de las acepciones del librare latino, cuya frecuente aplicación a las aves y afines (así Dédalo en las Metamorfosis, VIII, 201) hace más perfecta la comparación que se inicia en esta octava. Toda la escena del encuentro tiene bastante similitud con Ovidio, Fastos, I, 423-430 (donde se usa el

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verbo librare), y con Torquato Tasso, Gerusalemme liberata, XIV, 66. Con culta antítesis (urbana 'cortés' frente a bárbara 'ignorante') nos dice Góngora que Galatea respeta el sueño de Acis, pero que desconoce la significación de ese silencio mentido, de ese silencio que es también retórico (nótese el oxímoron) porque es artificioso y porque procura la persuasión: con su «mudo lenguaje» (Pellicer), Acis «quería atraer el amor de Galatea» (Cuesta). La postura de la ninfa, cernida sobre el joven en actitud escrutadora, propicia una elaborada comparación que se cierra en la primera semiestrofa de la octava siguiente, rompiendo así, en el centro de la fábula propiamente dicha, la pausa semántica de fin de estrofa (vuelve a suceder lo mismo entre los números xxxiv y xxxv). Góngora se refiere al águila con un apelativo poco novedoso (el ave reina) y con una metáfora audaz (rayo con plumas) que Pellicer explica más prolija y acertadamente que Salcedo (y que puede compararse con las de Soledades, II, 745-746: «el neblí que, relámpago su pluma, / rayo su garra», y, también para otros detalles de este pasaje, I, 24-28). En cualquier caso, el primer miembro de la comparación, el plano irreal, nos presenta al águila planeando sobre un nido, antes de descender, fulminante, sobre la cría del milano (véase Eneida, XII, 247-250; XI, 721-724, y otros muchos lugares no virgilianos). La ambigüedad del último verso radica en que tanto el milano pollo como la eminencia ('la altura, la parte más alta'; recuérdese el v. 49) de un escollo pueden ser sujeto de abriga (dicho simplemente: 'el milano da calor a la roca' o 'la roca da abrigo al milano'); «parece estar mucho más dentro del ambiente de la escena la segunda interpretación» (Alonso). [ volver  ] XXXIV.

Galatea, compitiendo en cortesía con Acis (véanse los vv. 228 y 249), no sólo permanece inmóvil (para: 'se está queda'), sino que desearía acallar el rumor del agua; los sintagmas dulce estruendo y lento arroyo tienen ilustres precedentes en la poesía latina y múltiples paralelos en la vulgar (compárese, respectivamente, Horacio, Odas, IV, III, 18, y Soledades, I, 542: «del perezoso arroyo el paso lento»). La frase que ocupa la segunda semiestrofa es una proposición subordinada regida por el gerundio viendo, y la parte principal de la oración no aparece hasta la estrofa siguiente (mira, v. 273). Tras contemplar a Acis, Galatea ve coloreado el boceto que Cupido le había trazado en su imaginación. Sobre la metáfora pincel hay buenas observaciones de los comentaristas modernos (especialmente de Parker, Sanger y Cancelliere); su efectividad reside en que el poeta asigna al término metafórico la acción de clavar (con el uso transitivo de 'atravesar'), propia del término sustituido (flecha). [ volver  ]

XXXV.

Galatea mejora su posición y sigue contemplando a Acis. La perífrasis (aquello que, si por lo suave no la admira, es fuerza que la admire por lo bello) no parece referirse en concreto a la boca, como creyeron Salcedo y Pellicer, sino más bien al conjunto, «al cuerpo de Acis o tal vez a su rostro» (Alonso): puede entenderse que Galat ea, aunque no admire la suavidad de lo que ve (pues no lo toca), admirará sin duda su belleza; pero también cabe interpretar que el joven era más admirable por su hermosura que por su delicadeza. Esto último es preferible si tenemos en cuenta la disposición robusta de un Acis menos afeminado que los de Ovidio o Carrillo, que ha irrumpido en la escena polvoriento y sudoroso (xxv) y que resulta un buen modelo, como se confirma en la octava siguiente, del ideal de hermosura viril característico de otros héroes clásicos (por ejemplo, el Hipólito de Séneca, recordado por Díaz de Rivas: Fedra, 657-660 y 798-800). La descripción de Acis, cuyo cotejo con la de Polifemo resulta muy revelador, termina con el cabello y el bozo. La comparación del cabello con los rayos del sol es una de las más socorridas de la poesía del Siglo de Oro; Góngora precisa que el de Acis se parece al sol cuando está a punto de esconderse por completo (casi tramontado), y los comentaristas coinciden en que ese color es el castaño: «entre negro y rubio» (Díaz de Rivas), «dorado oscuro o castaño claro» (Pellicer, que propone identificarlo con el flavo de los latinos). Compárese el romance de Hero y Leandro: «Crepúsculo era el cabello / del día, entre oscuro y claro» (OC, núm. 230, 113-114). Recuperando el hilo de la breve descripción ovidiana («Pulcher et octonis iterum natalibus actis / signarat teneras dubia lanugine malas», Metamorfosis, XIII, 753-754), el pareado describe el bozo incipiente del joven Acis, con una metáfora (flores) que puede hallarse en Virgilio (Eneida, VIII, 160; IX, 181), Silio Itálico (III, 84) y otros autores más modernos, pero la originalidad-y la dificultad-del pareado está en la curiosa explicación de por qué no se distinguen bien las tonalidades de ese bozo florido. La luz es la de los ojos de Acis (véase el v. 189): aquélla duerme porque éstos están cerrados y, en consecuencia, las flores no dejan ver (niegan, 'oculta n', por la falta de luz) sus colores. [ volver  ]

XXXVI.

Aunque se omiten las fórmulas comparativas, está claro que «toda esta octava es una comparación: los versos 1º-4º contienen el plano irreal; los 5º-8º, el real» (Alonso): se afirma primero que el áspid se oculta mejor en el rústico prado sin aliño que en el cuidado jardín; después, paralelamente, que el dulce veneno de Amor se esconde en el rostro viril de Acis («dando a entender que más enamora lo robusto que lo afeminado», aclara Pellicer). Salcedo está tan ocupado con las informaciones eruditas sobre la vida y costumbres del áspid, que olvida decir, como los demás comentaristas, que los primeros versos recrean uno de los más conocidos motivos virgilianos («latet anguis in herba», Églogas, III, 93), con muchos paralelos en las poesías latina, italiana y española (por ejemplo Ovidio, Metamorfosis, XI, 775-776; Dante, Inferno, VII, 84; Petrarca, Canzoniere, xcix, 5-6,

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o Soledades, I, 743-747). La estructura del primer cuarteto es perfecta, tejida toda ella con una sucesión de contraposiciones: rústica greña frente a regalado seno, intonso frente a peinado, prado frente a jardín, y aun ameno frente a culto (compárense los «amoena virecta» de la Eneida, VI, 638, o el «hortus ... cultissimus» de los Fastos, II, 703). La pareja antitética más lograda es, obviamente, la formada por intonso ('no cortado', como los «intonsi montes» de Virgilio, Églogas, V, 63) y peinado (que también arrastra una acepción latina de comptus, 'compuesto, pulido, cuidado': «estilo, si no métrico, peinado», dice Góngora en un soneto, OC, núm. 233), voces ambas que adquieren todo su valor al verse después referidas figuradamente al rostro de Acis. En efecto, Amor deslíe lo más dulce de su veneno en el vulto ('rostro', nuevo cultismo; véase el v. 257) del joven, y Galatea se acerca un poco más (da otro paso), como si bebiese con sus ojos hasta la última gota de la ponzoña de amor: «galano decir, que se acercó más para enamorarse del todo» (Pellicer). Este pasaje tiene también ilustres antecedentes, y Góngora recuerda, al menos, dos lugares del primer libro de la Eneida: el consejo de Venus a Cupido para que tome la apariencia del bello Ascanio («pueri ... voltus») e infiltre en Dido el veneno del amor (683-688), y el hermoso verso en que «infelix Dido longumque bibebat amorem» (749). [ volver  ] XXXVII.

A pesar de que se finge dormido, Acis logra escrutar el semblante y penetrar los pensamientos de Galatea; ve, por tanto, más de lo que concede o permite (dispensa) la mínima rendija a que le obliga su sueño vigilante. En la época, brújula valía 'resquicio, agujero' por traslación de la 'mira de algunas armas de fuego', y los tahúres brujuleaban o miraban por brújula para ver la pinta de los naipes. Góngora usó la expresión en las Soledades (I, 730-731: «un color, que la púrpura que cela / por brújula concede vergonzosa»), en la canción «Corcilla temerosa» (OC, núm. 25, v. 20), en el romance «En los pinares de Júcar» (OC, núm. 151, vv. 27-30) y en algunos lugares más. «Este modo de mirar dormido pinta en Leandro Museo» (Pellicer, que cita una versión latina de Hero y Leandro, 101). La vigilancia y la perspicuidad del mancebo lo hacen comparable a Argos y a un lince. Fue el primero un pastor que tenía el cuerpo lleno de ojos (Panoptes, lo llama parte de la tradición; lo contrario, pues, que Polifemo) y a quien Juno encargó la vigilancia de Io; lo cuenta Ovidio, Metamorfosis, I, 601-723, pero Góngora recordaba también la atención con que Propercio dijo mirar a su amada Cintia (I, iii, 19-20). De modo análogo, el poeta llama a Acis lince, y no tanto por las informaciones de Plinio (XXVIII, 122, entre otros lugares) o el caso del argonauta Linceo (con quien alguna vez lo ha relacionado la etimología; véase Píndaro, Nemeas, X, 62, o Apolonio de Rodas, Argonáuticas, I, 153-157), cuanto por los hábitos de la fraseología castellana (ser un lince, por ejemplo). En definitiva, «tal es la fuerza del amor, que le da al amante perspicacia para que conozca lo interior aunque la persona amada fuera una estatua immoble de bronce o diamante» (Díaz de Rivas). El pareado nos explica el motivo de la visión penetrante o penetradora de Acis con una original imagen bélica cuyo mérito reside en ese fuego dilógico («el amor sabe introducir el fuego de la pasión sin desmantelar los muros exteriores», explica Alonso) y en la alusión al caballo de Troya. «Aunque el paladio-resume A. Carreira-era una estatua de madera que representaba a Atenea o a su amiga Palas, y que fue robada de Troya por Ulises y Diomedes, en época de Góngora se llamó paladión al caballo de madera, repleto de aqueos, que los troyanos, engañados por Sinón, introdujeron en Troya derribando parte del muro, lo que ocasionó la pérdida y el incendio de la ciudad». Vilanova advierte leves similitudes con ciertos pasajes del Leandro de Boscán (vv. 66- 69) y de la Gerusalemme Liberata de Tasso (IV, 76). [ volver  ]

XXXVIII.

Cada uno de los versos de la primera semiestrofa, iniciada con una cláusula absoluta, contiene una acción de Acis: tras sacudir el sueño de sus miembros, muestra (ostenta) gallardamente su persona; después se rinde a los pies marfileños de Galatea e intenta besar el dorado coturno que calza. El cultismo ostenta es uno de los más notorios de la obra gongorina y, en consecuencia, uno de los más frecuentemente ridiculi zados en las censuras y parodias anticultistas. Por otra parte, «para significar la blancura de los pies de Galatea los compara al marfil, imitando a todos los grandes poetas antiguos que se acordaron dél para describir alguna cosa blanca» (Salcedo, que a su vez se acuerda de Virgilio, Eneida, X, 134-136, y Silio Itálico, XII, 229-231); una versión burlesca del motivo puede leerse en la descripción de los miembros de Tisbe (OC, núm. 317). Terreno abonado para la erudición de los comentaristas fue el término coturno, que, como explica Alonso (resumiendo el capítulo XXIV de la Didascalia Multiplex de don Francisco Fernández de Córdoba, paisano y amigo de Góngora), podía designar «dos calzados distintos: uno alto, propio de la tragedia, y otro bajo, usado por los cazadores y atribuido a las divinidades»; este último es el recordado por don Luis, a la zaga del «puniceo ... coturno» de las Églogas virgilianas, VII, 32, o del «purpureo ... coturno» de la Eneida, I, 337. La pausa central contribuye a destacar el contraste entre el dinamismo narrativo de la primera parte y el remanso retórico la segunda. No parece que los versos 301-303 encierren, como creyó Cuesta, una comparación explícita entre el susto de Galatea (salteada: 'asaltada', palabra que Salcedo considera muy propia «porque saltear vale robar en el campo») y el de un hipotético marinero ante el temporal («menos...», con elisión del segundo término); para ponderar el sobresalto de la ninfa, dice el poeta que 'los males previstos dañan menos' (en la línea de las sentencias latinas que recoge Pellicer: Praevisa tela si nocent minus nocent, por ejemplo) y pone como muestra el rayo prevenido

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y la tormenta prevista, que ofenden o turban menos. Galatea lo sabe bien, pues su sobresalto no fue prevenido, previsto, pronosticado ni, en consecuencia, paliado. La aliteración y, naturalmente, el apóstrofe probatorio añaden efectividad expresiva al endecasílabo que cierra la estrofa. [ volver  ] XXXIX.

Tanto como la rítmica binaria de esta octava (por parejas de versos que, según opina Alonso, se adecuan «a la escena de paz y ... de amor que describe») llama la atención, una vez más, el contraste entre una semiestrofa de acción y otra de descripción: Galatea se ablanda y el paraje se asemeja a un tálamo. Que Galatea conceda treguas al reposo de Acis no quiere decir que éste pueda seguir reposando, sino lo contr ario (comp. v. 17), que el descanso se ha terminado y va a iniciarse la fatiga amorosa, dicho en términos bélicos que nos sitúan en la tradición ilustre de la militia amoris (sobre ella, Ovidio, Amores, I, ix, o Arte de amar, II, 233). Vilanova aduce ejemplos italianos y españoles de la idea de «las paces y treguas en la guerra de amor» y explica adecuadamente el pasaje: «Galatea, más agradable y menos esquiva, levanta al venturoso mancebo entre sus brazos, concediéndole dulce y risueña en la batalla amorosa a que va a entregarse con su amante, no paces al sueño, puesto que no le dejará dormir entre sus brazos, pero sí treguas al reposo, ya que no descanso, sino dulce fatiga alcanzará Acis en la amorosa batalla». Compárese en particular Petrarca (lxxiii, 18; cxxxiv, 1), Boiardo (Amorum libri, II, xc) o el mismo Góngora (OC, núm. 128, v. 9: «dulces guerras de amor y dulces paces»). En la descripción del lugar deleitoso quedan escasas huellas de la fuente ovidiana , donde Galatea se limita a informarnos de que está en los brazos de Acis y escondida bajo una roca («latitans ego rupe»: Metamorfosis, XIII, 786); de la frecuencia con que esos encuentros furtivos tenían lugar en cuevas o parajes similares puede ser testigo el mismo Ovidio en su Ars amatoria, II, 621- 624. La amplificatio gongorina se debe en buena medida a la de Luis Carrillo: la ninfa nos cuenta que un día, acompañada de su amado, dio con «una pequeña cueva» donde «hizo el Amor la viva piedra alfombra, / dosel la peña, y del dosel la sombra» (Fábula, V); Góngora perfecciona esa descripción y nos habla de un fresco sitïal (un lecho de hierba: la alfombra de la octava siguiente) que no carecía de dosel (lo cóncavo de una peña) ni de celosías (unas hiedras), elementos que, si bien adornan otros tálamos, epitalamios y lugares amenos (Catulo, lxi, 34-35; Horacio, Epodos, xv, 5-6; Ariosto, Orlando, XXIII, 105-106; Garcilaso, Égloga III, 59-60...), se dirían inspirados por el ejemplo del malogrado Carrillo. En otro orden de cosas, la disposición bimembre se ve también mejorada por la aliteración: «trepando troncos y abrazando piedras» (y en los versos anteriores pueden señalarse otras). [ volver  ]

XL.

Dámaso Alonso ha explicado con modélica exactitud la sintaxis de esta octava: «Su oración principal es una y otra... paloma se caló. A ella antecede un ablativo absoluto: Sobre una alfombra... reclinados. Este ablativo absoluto resulta muy complicado y prolongado: a) por una oración introducida por el enunciativo que, cuyo núcleo es alfombra: 'sobre una alfombra tal (de tal calidad) que el tirio no sabría imitar sus colores'; b) por una adversativa que pende especialmente de en vano ('alfombra que el arte imitara en vano, aunque era obra de la naturaleza'); c) pero esa adversativa era tiene su predicado constituido por dos coordenadas oraciones (hiló y tejió), de relativo ('de todas las sedas que hiló y tejió la Primavera')...». Tan vistosa era la alfombra sobre la que se reclinaron los amantes, que, aunque su tramadora fue la Primavera, el mejor teñidor de Tiro hubiera sido incapaz de imitarla (compárese Soledades, I, 614-615: «cubren las que Sidón, telar turquesco / no ha sabido imitar verdes alfombras»); la objeción de Pellicer («erró don Luis en adoptar el oficio de tejer a los tirios») está fuera de lugar, porque Góngora dice que el tirio no sabría imitar los matices, los «colores, no tejiendo, sino tiñendo o pintando» (Cuesta). Las sedas de tal alfombra son hierbas y flores que la Primavera hiló como gusano y tejió como artífice (nuevas construcciones absolutas). Para calibrar debidamente los demás elementos de la escena, téngase en cuenta que el mirto (vv. 211, 239, 242) y la paloma estaban consagrados a Venus («parece que estas aves enseñan a amar», escribe Salcedo): «A un verde arrayán florido / se calaron dos palomas, / blancas señas de que el aire / la madre de Amor corona» (del romance «A un tiempo dejaba el sol», OC, núm. 160, vv. 93-96). En las estrofas siguientes, el ejemplo de las aves incitará a los amantes, como sucede en Propercio, II, xv, 27-28, y compárese también Virgilio, Bucólicas, I, 57-58, y Ovidio, Arte de amar, II, 465-466. Sin embargo, la inspiración de Góngora proviene más directamente, como señaló Vilanova, de las Rime boscherecce de Marino: «Duo della Dea piú bella augei lascivi / sovra un mirto gemean frondoso e spesso». El valor de la construcción lasciva, si ligera está bien explicado por Salcedo: «habiendo dicho lascivas, pondera que eran ligeras, por ser propio de la lascivia entorpecer». La concordancia imperfecta de los versos 318-319 (recuérdese la del v. 89) contribuye, a su modo, a afianzar la unión de la pareja de palomas, al tiempo que calarse («bajar las aves rápidamente sobre algún sitio o cosa determinada», explica Autoridades) es término de cetrería que Góngora usó otras veces en contexto epitalámico: véase la Canción VI, 25, y la cita del párrafo anterior. La metáfora trompas de Amor nos mantiene en el contexto de la militia amoris, aunque el consabido influjo de los lugares clásicos es sustituido ahora por una reminiscencia del Orlando furioso que ya se advierte en el romance «En un pastoral albergue», de 1602 (OC, núm. 132, vv. 97-100): «Non rumor di tamburi o suon di trombe / furon principio all'amoroso assalto, / ma baci ch'imitavan le colombe, / davan segno or di gire, or di far

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alto» (XXV, lxviii). No se requiere, por tanto, el influjo de Carrillo, propuesto por J. García Soriano y descartado por Alonso. En definitiva, los amorosos gemidos de las palomas alteran los oídos de los protagonistas. [ volver  ] XLI.

El simbolismo erótico del arrullo de las palomas y otras aves, ya registrado en el comentario a la octava anterior, se adorna ahora con un sintagma que contiene un epíteto de raigambre virgiliana (Églogas, I, 57: «raucae ... palumbes») y una aliteración muy adecuada: ronco arrullo; compárese la canción de 1602 «Vuelas, oh tortolilla»: «Testigo fue a tu amante / aquel vestido tronco / de algún arrullo ronco» (OC, núm. 128, vv. 10-12). En casi toda la octava es notoria la rima rica. Los desvíos de Galatea no se distinguen mucho de la dulce resistencia inicial de otras amadas de la literatura (Horacio, Odas, II, xii, 25-26; Ovidio, Amores, I, v, 15- 16; Petrarca, Canzoniere, cccli, 1-4; Ercilla, La Araucana, XXVIII, 13; «es muy propio esto de la modestia virginal», puntualiza Vázquez Siruela, y Andrés Cuesta se acuerda de Melibea), pero tienen, una vez más, la virtud de añadir aciertos conceptuales y retóricos. Pellicer, que opina que «este aplaudir está en Opiano» (porque manejaba la versión latina de Cinegética, I, 353: «oscula blanda vibrant plaudentes vere palumbes»), no advierte que los plaudere y plausitare latinos aducidos por él avalan un sentido que complica el pasaje gongorino-no necesariamente atento a tales estímulos clásicos-y que se refiere al 'batir de alas y pico de las aves'. El texto y su contexto nos plantean, en definitiva, la duda de si el aplauso es de Galatea o de las aves, aunque está muy clara la simetría sintáctica de los vv. 323-324: sujeto y verbo comunes (Galatea limita), complementos directo (los términos / el aplauso) e indirecto (a su audacia [de Acis] / al concento de las aves). Según esto, cabe la posibilidad de que, si los términos ('límites') son los de la audacia de Acis, el aplauso que Galatea limita sea el aleteo arrullador que acompaña al canto armonioso (concento) de las palomas; sin embargo, es preferible entender que la ninfa no sólo pone límites al atrevimiento del joven, sino que niega o escatima plácemes (limita el aplauso: 'no quiere dar su aprobación') al concento de las palomas, causa de la excitación de Acis. La segunda semiestrofa encierra, entre perífrasis y metáforas, una transparente alusión mitológica: Acis se parece a Tántalo, condenado a verse rodeado eternamente de agua y alimentos que no podía alcanzar (Homero, Odisea, XI, 582-592; Ovidio, Metamorfosis, IV, 458-459); el valor ejemplar de la fábula, aprovechado desde antiguo (véase solo Horacio, Epodos, XVII, 66, o Sátiras, I, i, 68-69), tuvo tempranas aplicaciones amorosas entre las que destacan Propercio (II, xvii, 5-6), Ovidio (Amores, II, ii, 43-44; Heroidas, XVI, 211-212) y Tibulo (I, iii, 77-78), con ecos abundantes en la poesía del Siglo de Oro, por ejemplo en uno de los mejores sonetos gongorinos de  juventud, «La dulce boca que a gustar convida» (OC, núm. 41), inspirado, como en parte esta octava, en un célebre soneto de Torquato Tasso («Quel labbro che le rose han colorito»): «Quasi pomi di Tantalo, le rose [i. e. 'los labios de la amada'] / fansi a l'incontro e s'allontanan poi». «La absoluta originalidad de Góngora proviene de la audaz identificación metafórica de los dos elementos tradicionales del suplicio de Tántalo, el agua que no alcanza para saciar su sed, y la fruta que no puede probar para aplacar el hambre, con los brazos y los senos de Galatea» (Vilanova): los miembros de la ninfa son fugitivo cristal (compárense los vv. 192 y 353), y sus blancos pechos son, con óptima metáfora, pomos de nieve (véase el v. 132). A los recuerdos clásicos se añade el de la Canción IV de Garcilaso: «que es un crudo linaje de tormento / para matar aquel que está sediento / mostralle el agua por que está muriendo» (vv. 94-96). [ volver  ]

XLII.

La escena del beso, la lluvia de flores sobre el tálamo y los preparativos de las dos estrofas anteriores constituyen, a juicio de Alonso, «el pasaje más sensual de toda la poesía española clásica». En cuanto el dios del Amor permite a las palomas juntar sus picos (comparados al rubí por su color), Acis besa con fruición a Galatea. Casi todos los comentaristas recuerdan a este propósito algún beso similar, a menudo con participación de palomas o tórtolas: Ovidio, Amores, II, v, 57-60; II, vi, 56; Claudiano, Fescennina, IV, 21-24, y las citas clásicas de la nota a la estrofa xl. La metáfora clavel por 'boca' era muy usual, y Góngora la mejora extendiéndola a los labios, que son, en buena lógica, dos hojas carmesíes (compárese OC, núm. 281, vv. 41- 44: «tan dulce, tan natural, / que abejuela alguna vez / se caló a besar sus labios / en las hojas de un clavel»). En el contexto de esta sensual descripción del beso, el verbo chupar es menos insólito y más elegante de lo que pudiera parecer (recuérdense los labios «de chupar cansados» de Francisco de Aldana), y aquí está relacionado implícitamente, por medio de la metáfora botánica, con la acción de libar (véase Soledades, I, 803-804: «lasciva abeja al virginal acanto / néctar le chupa hibleo»). «Nadie ignora lo hondo de esta metáfora» (Pellicer) y «no se ha dicho cosa ni más honesta ni más gallarda» (Vázquez Siruela); además, el poeta, que se inspiró en una larga tradición avalada otra vez por Ariosto (Orlando furioso, VII, 29), suspende al final de la octava la narración de las acometidas amorosas de Acis a Galatea y «no se pone a pintar torpeza alguna» (Díaz de Rivas, que compara la discreción de Góngora con la de Virgilio al dejar a Dido y Eneas entrando en la cueva de Eneida, IV, 124). Las ciudades Pafo, en Chipre, y Gnido, en la provincia caria del Asia Menor (al Oeste de la actual Turquía), estaban consagradas a Venus; muchos autores antiguos las mencionan por separado, relacionándolas casi siempre con el culto a la diosa del amor (Odisea, VIII, 363; Eneida, X, 51), pero ya Horacio las juntó en sus Odas, I, xxx, 1: «O Venus, regina Cnidi Paphique» (o también Ovidio, Metamorfosis, X, 530- 531). Góngora dice vïolas «a lo latino»

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(Cuesta), y las llama negras como Virgilio, Églogas, X, 39 («et nigrae violae sunt»; compárense antes Teócrito, Idilios, X, 28, y después Claudiano, De raptu, II, 128-129), oponiéndolas formal y vistosamente (más que conceptualmente) a los blancos alhelíes. La lluvia de flores sobre el lecho de los amantes era, además de costumbre pagana, motivo muy frecuente en la poesía latina (compárese Estacio, Silvas, I, ii, 19-21; Claudiano, Epithalamium, 296-298, y Carmina minora, xxv, 116-119), y de ella pasó a la italiana y a la española (por ejemplo, Orlando furioso, XLVI, 85; Soledades, I, 797: «flechen mosquetas, nieven azahares»). El significado de tálamo como 'lecho nupcial' era menos corriente entonces que el de 'aposento donde se celebra y consuma la unión de los novios', de modo que Salcedo creyó necesario aducir, etimologías aparte, usos paralelos en Catulo (lxi, 191 -193) y en Propercio (I, xv, 17-18). Es de gran interés preceptivo el reproche de Pellicer, que creyó advertir una seria inconsecuencia entre los «agüeros felices» de la que llamó «boda de Acis y Galatea» (mirtos, palomas, serenidad del cielo, lluvia de flores y otros signos de regocijo) y el fin trágico de sus amores; el comentarista recordó el acierto de Virgilio al poner ceremonias luctuosas en el «acto nupcial» de la Eneida, IV, y aun el del mismo Góngora al pintar «agüeros infaustos» en La Tisbe, vv. 289-292: «Dejó la ciudad de Nino, / y al salir, funesto búho / alcándara hizo umbrosa / de un verdinegro aceituno». Para Vázquez Siruela, en cambio, el desenlace, con la metamorfosis de Acis y la inmortalización de su historia, «fue el más feliz que ellos pudieran desear». [ volver  ] XLIII.

En contraste con la sensual placidez de las octavas precedentes, el poeta comienza ésta con «nuevo y valiente espíritu» (Díaz de Rivas) y nos informa de la llegada del atardecer (Acis y Galatea están juntos desde el mediodía: véase la estrofa xxiv) diciendo que Etón, que aquí representa metonímicamente al Sol, ha alcanzado ya las columnas de Hércules, confín occidental del mundo antiguo. Ovidio nombra en las Metamorfosis a los cuatro caballos que tiraban del carro del Sol («Pyrois et Eous et Aethon, / Solis equi, quartusque Phlegon») y los describe «hinnitibus flammiferis» o «ignibus ... quos ore et naribus efflant» (II, 153-155, 84-85, 118-120). Góngora aporta la sutileza del contraste entre el fuego de los relinchos o vaharadas (compárese Soledades, II, 723-731) y la humedad de las espumas, tenuemente inspirado, quizá, por Claudiano (Panegyricus dictus Probino et Olybrio consulibus, 3-5). Pellicer señaló y exageró un supuesto error de don Luis en el v. 339: «el Hércules tebano o griego no fue el que erigió las colunas en Cádiz, sino el egipcio»; los demás comentaristas antiguos  justificaron esa disensión o licencia, en cualquier caso muy relativas, porque muchos de los otros Hérculeshasta 44 cuenta Varrón-son producto de la abundancia y diversificación de las hazañas del héroe principal, el griego (también llamado el tebano por su nacimiento en la ciudad beocia), y tradicionalmente, desde las Nemeas de Píndaro hasta La Araucana de Ercilla (XXVII, 37), pasando por «los moiones de Hercules» de la Primera Crónica General (8 b 13), se atribuye al hijo de Júpiter y Alcmena la erección de las columnas que llevan su nombre. En definitiva, el carro de la luz, al final de su carrera diaria, lava sus ruedas en las aguas del estrecho de Gibraltar, acción que tiene abundantes modelos antiguos entre los que destacan Virgilio (Geórgicas, III, 359: «lauit aequore currum»; compárese Eneida, XI, 913-914), Tibulo (III, iv, 18, aunque hablando de la noche, pero véase II, v, 59-60) y Silio Itálico (XVII, 638-639: «Calpe, Baetisque lavare / Solis equos»). La segunda semiestrofa tiene bastante en cuenta la situación correspondiente de las Metamorfosis, donde Polifemo confiesa que Galatea ya le ha arrebatado su único ojo (el «ferus ... Cyclops» está, pues, ciego de amor) y se sienta sobre un risco prominente (XIII, 774-775 y 778-780; a este último propósito compárese también Teócrito, Idilios, XI, 17-18). Al hablar de la ira del cíclope, dice Carrillo: «Así el cruel de amor y enojo ciego / llenó frente y narices de humo y fuego» (vv. 215-216); en Góngora, el humo y el fuego no son de Polifemo, sino de Etón (también mencionado, sin tales detalles, al principio de la Fábula de Acis y Galatea, v. 23), y opino que la influencia ovidiana sobre ambas partes de esta octava hace innecesaria aquí la mediación de Carrillo, propuesta por García Soriano, sostenida por Vilanova y negada por Alonso. El poeta establece una especie de competencia- que supone afinidad-entre el cíclope y la roca: brava puede parecer «impropio epíteto» (Salcedo), pero admite aquí el sentido de «inculta y no domada» (Cuesta)-mejor que el de 'alta'-, porque Polifemo, al sentarse, oprime su cerviz, esto es, la humilla, la domina (téngase en cuenta la expresión bajar la cerviz, corriente en lo antiguo). La octava se cierra con una doble metáfora de la roca, al hilo de la construcción ser con el sentido de 'servir de' (vv. 43-45): por su tamaño y por su privilegiada ubicación, el peñasco hacía las veces de atalaya y de linterna ('faro'), aunque ciega (como el escollo de la Eneida, V, 164-165). La lengua de la época tolera dos sentidos de atalaya: 'lugar prominente para la vigilancia' y 'vigía' (usado en femenino, como otros sustantivos acabados en -a); aunque el segundo sentido deshace la simetría con el carácter no humano de la linterna, conviene a la precedente humanización de la roca (brava y con cerviz) y es el único permitido por el adjetivo muda: la roca es un vigía que no puede avisar de lo que ve. [ volver  ]

XLIV.

Polifemo y Galatea se reparten equitativamente la acción de esta octava: la primera semiestrofa se refiere al cíclope, que, sentado en lo alto del risco costero, separa y domina, como árbitro, los montes y la playa (compárese Soledades, I, 55 y 1061, y hay un arbitraje similar en Horacio, Epístolas, I, xi, 26); desde allí toca la

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zampoña: el prodigioso fuelle de su boca da aliento a las cañas que la cera agregó ('unió', véanse los vv. 89-90). La ninfa, que está abrazada a su amante Acis, se asusta al oír el sonido de los albogues, y sus dos sentimientos contrapuestos están muy bien expresados en el verso bimembre con quiasmo y lítote que cierra la octava (muerta de amor y de temor no viva). Góngora mejora sustancialmente cierta información, ya citada aquí, de las Metamorfosis (XIII, 786) y hace que la temerosa ninfa desee un apocamiento progresivo, expuesto en el trimembre v. 350: breve flor, hierba humilde y tierra poca. Todo ello está, además, en perfecta correspondencia con las metáforas botánicas vid lasciva (Galatea) y nuevo tronco (Acis), que recogen una de las más conocidas representaciones del amor, la de la vid y el olmo (v. 355, y compárense, además, los lascivos nudos de La Tisbe, v. 304): «este maridaje de las vides con los árboles es celebradísimo de los escritores» (Salcedo). Entre las muchas citas antiguas posibles destaca una de Horacio en que aparecen una «lasciva hedera» y su «novus adulter» (Odas, I, xxxvi, 18-20). [ volver  ] XLV.

El poeta desarrolla las metáforas de la octava anterior: si la ninfa es una vid, sus brazos son pámpanos ('sarmientos verdes y tiernos'), cristalinos a causa de la sabida blancura de los miembros de Galatea, a quien el amor y el temor (nótese que el v. 354 repite la disposición bimembre del v. 352) mantienen abrazada a Acis, olmo que será despedazado por una segur ('hacha', «un género de instrumento-precisa Salcedo-para cortar los árboles»). El cultismo implicar se inspira en algunos de los loci classici que recrean el motivo del olmo y la vid (véase solo Catulo, lxi, 107: «vitis implicat arbores», porque hay otros muchos casos). El epíteto infelice (con paragoge métrica) y la anticipación del verso 356 desvelan la suerte final del joven: «Aquí le profetiza a Acis la muerte» (Pellicer). Las cavernas y ribazos (términos que requerían, por cierto, las explicaciones de los comentaristas), ya prevenidos por la música horrísona de la zampoña, son luego (es decir 'a continuación, en seguida, al punto') fulminados por la voz del cíclope. La vieja comparación de la voz con un trueno (Díaz de Rivas se remonta hasta el Apocalipsis, 6.1 y 14.2) y el verbo fulminar, relativamente frecuentes en contextos similares, proceden, como señaló Díaz de Rivas, de los sonetos polifémicos de Marino: «s'udí cantando fulminar le valli» (soneto XI, y también el XXIV: «parve la voce tuon, fulmine il sasso»). El apelativo Piérides se explica por el nacimiento de las Musas en Pieria (Hesíodo, Teogonía, 53); la petición del poeta («apóstrofe se llama esta figura», apunta Cuesta) tiene también ilustres modelos: los principales son Virgilio, Églogas, VIII, 62-63 («vos ... / dicite Pierides», de donde Garcilaso, égloga I, 236) y Juvenal, IV, 35-36 («Narrate, puellae / Pierides»), pero quizá convenga decir que Teócrito se acuerda de las Piérides al iniciar su idilio sobre el cíclope (XI, 3). [ volver  ]

XLVI.

Las trece estrofas del canto de Polifemo (xlvi-lviii) son las más próximas a las versiones clásicas del mito (Teócrito, Idilios, XI, 19-79, y Ovidio, Metamorfosis, XIII, 789-869) y ocasionalmente se acercan a las de Stigliani y Marino. El talento de Góngora y la variedad de sus fuentes hacen que su versión sea considerablemente más original que la de Carrillo, que fue menos infiel al latín de Ovidio. Como ya señaló Díaz de Rivas, el cíclope dispone muy bien su canto: alabanza de Galatea, catálogo de riquezas y ofrecimiento de dones. Polifemo inicia su alabanza de Galatea con una sucesión de expresiones comparativas (y que en sustancia coincide con la descripción que el poeta dejó escrita en la estrofa xiii). Además de las palabras del cíclope referidas por Teócrito (vv. 19-22) y Ovidio (vv. 789-807), Góngora recordaba la Égloga VII de Virgilio (vv. 37-38: «Nerine Galathea, thymo mihi dulcior Hyblae, / candidior cycnis, hedera formosior alba») y la Égloga III de Garcilaso (vv. 305-398: «Flérida, para mí dulce y sabrosa / más que la fruta del cercado ajeno, / más blanca que la leche y más hermosa / que el prado por abril de flores lleno»). Como Virgilio y Garcilaso, lejos del largo inventario ovidiano, Góngora limita la comparación a tres términos. De ellos, explica Mª R. Lida, «el primero no es de filiación clásica-sólo en España el clavel es flor "literaria"-; el segundo inserta en el esquema del Cíclope el símil de la Égloga VII [de Virgilio], candidior cycnis, que Ovidio había empleado en distinto sentido, pensando en lo muelle del plumaje, y el tercero ha reemplazado el humorismo del original, laudato pavone superbior, por una suntuosa transfiguración estelar muy del gusto de Góngora». En la primera comparación, el cíclope quiere decir seguramente que Galatea es 'más suave que los claveles cortados al amanecer', pues «las flores siempre se cogen antes que salga el sol, ... porque no estando ofendidas de sus rayos, tienen má s suave olor» (Salcedo); creo que esta explicación basta, pero quizá el lector prefiera la de Vázquez Siruela: estos claveles «son los que, agravados del peso del rocío, se inclinan y tuercen hacia abajo y tal vez se quiebran». Las dos comparaciones siguientes encierran sendas perífrasis. En la primera se alude al cisne con la mención de sus características más conocidas, profusamente documentadas por los comentaristas: que tiene un plumaje blanquísimo, que canta al morir (dulce muere; recuérdese Garcilaso, Égloga II, 554-559) y que habita en las aguas (nótese el calambur muere ~ mora); como queda dicho, Góngora atiende más al candidior virgiliano que al mollior ovidiano, aunque Pellicer y, tras él, Cuesta dicen que en algunos manuscritos podía leerse blanda. Finalmente, la pompa de Galatea (compárese el v. 115) iguala a la del pavo real, que «es símbolo de mujer hermosa y gallarda» (Salcedo) y adorna su plumaje (manto azul) con tantos ojos como estrellas tiene el firmamento (celestial zafiro). La equivalencia ojos ~ estrellas culmina con la exclamación del último verso (cuya elegancia, afirma Cuesta,

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«apenas puede explicarse»): a Galatea le bastan sus dos ojos para incluir (cultismo léxico por 'encerrar') las estrellas mejores. Compárense vv. 101-104 y los numerosos textos clásicos, italianos o españoles recogidos por Vilanova. [ volver  ] XLVII.

Polifemo pide a su amada que salga del mar (Teócrito, v. 64-65, y Ovidio, vv. 838-839). Tetis no es aquí la nereida hermana de Galatea, sino la titánide casada con Océano (es decir, madre de Doris y abuela de la ninfa deseada por el cíclope: v. 97), aunque es «figura metonimia» (Salcedo) y vale, sencillamente, por 'el mar' (véase el primer verso de la estrofa siguiente); compárese Virgilio, Égloga IV, 32, o, por poner otro caso gongorino, el Panegírico, v. 104: «... el Betis / los primeros abrazos le da a Tetis». Llamar rubio al coro de las ninfas se aviene con otras descripciones de sus cabelleras, por ejemplo las de Virgilio, Geórgicas, IV, 352, y Garcilaso, Égloga III, 69 (donde aparecen «peinando sus cabellos de oro fino»). La galantería de los vv. 370-372 remite a unas palabras anteriores del narrador (v. 340) y vuelve a situarnos en el anochecer: si el carro de oro del Sol, al acabar el día, niega la luz, Galatea puede restituirla con los dos carros de oro (esto es, soles) de sus ojos (compárese el v. 184). Un concepto similar señala Pellicer en Pontano: «cur non lumina petulosque ocelos / in lucem exeris ac diem reducis?» (Baiarum libri ... a Deyanira). Polifemo acaba pidiendo a Galatea que salga a caminar por la playa. Obsérvese (aparte la musicalidad, principalmente vocálica, que se advierte en los versos 372-374) que la concatenación «pisa la arena, que en la arena...» es análoga de la anterior reiteración conceptual «... Tetis, y el mar...». El blanco pie de la ninfa puede lograr que las conchas plateadas engendren perlas sin necesidad de concebir rocío. Contacto era un cultismo bastante inusual que, según Pellicer, fue sustituido en algunos manuscritos por la «lección adulterada» contagio (compárese Soledades, II, 87-90: «contagio original quizá de aquella / que ... una / venera fue su cuna»). El aserto de Polifemo recoge la creencia antigua, avalada por Plinio, de que la madreperla es fecundada por el rocío. [ volver  ]

XLVIII.

La sordera amorosa y la impasibilidad pétrea de Galatea figuran en la retahíla de fórmulas comparativas con que se inicia el canto del cíclope en las Metamorfosis: «his inmobilior scopulis», «surdior aequoribus» (vv. 801 y 804); Góngora conocía sin duda las mediaciones de Garcilaso en la transmisión del motivo: «¡Oh más dura que el mármol a mis quejas!» (Égloga I, 57, dicho de otra Galatea), «y más sorda a mis quejas que el ruido / embravecido de la mar insana» (Égloga II, 564-565). Otros muchos ejemplos de la poesía italiana y española pueden verse en Vilanova (y añádase la Galatea de Sannazaro, Églogas piscatorias, II, 8-9); por otra parte, a la erudición antigua sobre la sordez del mar se refieren las Soledades, II, 172: «no es sordo el mar (la erudición engaña)». En los cinco versos siguientes, Polifemo «usa la misma disyuntiva que la tradición de los bucolistas, en las dedicatorias, para imaginar la situación de los personajes cantados»; supone a Galatea «o dormida entre corales, o bailando al son de almejas, como Góngora mismo supone al Conde de Niebla, o bien en esta población o ya cazando junto a Huelva (estrofa i, 5-8), como Garcilaso a don Pedro de Toledo: "agora... dado al... gobierno del estado...", "agora de cuidados... y de negocios libre" (Égloga I, 10-17), o como Virgilio a Polión: "seu... iam..., sive..." (Égloga VIII, 6-7)» (Alonso). Con exceso de celo, Pellicer le reprocha aquí (igual que a Ausonio por su Mosela, 69: «rubra corallia nudat») la supuesta o leve imprecisión del epíteto purpúreos. No obstante, Góngora sabía muy bien, al menos por las informaciones de Plinio, que el coral es blanco (o verde claro) bajo el agua y que enrojece fuera de ella. Lo explica uno de sus personajes, el pescador Micón de las Soledades, II, 591-593: «Las siempre desiguales / blancas primero ramas, después rojas, / de árbol que nadante ignoró hojas». Dijo el poeta ciento porque «puso el número finito por el infinito» (Salcedo). Al muy conocido motivo de las ninfas danzantes (enunciado por Teócrito en sus Idilios, XIII, 43-44, y desarrollado por Virgilio en la Eneida, X, 219-224), añade Góngora la locución tejer coros (hoy diríamos 'corros'), que aparece en Herrera (Algunas obras, canción IV, 67-68) y en La Araucana (XI, 31), y que Góngora volvió a usar en las Soledades, I, 540: «coros tejiendo, voces alternando». El sentido musical de número se documenta fácilmente en latín (Salcedo cita a Virgilio, Églogas, IX, 44-45, y Ovidio, Tristia, IV, i, 5-6). Estas almejas se tocarían a modo de tejoletas, aunque Pellicer, basándose en no muy buenos ejemplos, afirmó que «se tocan con la boca». En la poesía bucólica es frecuente el autobombo de los pastores enamorados, y en el Polifemo gongorino resuena la presunción musical de los de Teócrito (v. 38) y, sobre todo, Stigliani («Poi se dolce la mia Musa...»), aprovechando las posibilidades humorísticas de esa «ingenua confianza del horrible gigante en sus atractivos» (Parker). [ volver  ]

XLIX.

El pastor enamorado orgulloso de sus posesiones es personaje típico de la poesía bucólica (Virgilio, Égloga II, 1921, y añádanse las referencias de Vilanova). El antecedente más antiguo del inventario de Polifemo, a quien se considera pastor desde la Odisea, es de nuevo Ovidio, con la probable mediación de Luis Carrillo: «Hoc pecus omne meum est; multae quoque uallibus errant, / multas silva tegit, multae stabulantur in antris, / nec, si forte roges, possim tibi dicere, quot sint. / Pauperis est numerare pecus!» ('Este ganado es todo mío; y muchas son las cabras que andan por los valles, muchas las que oculta la selva, muchas las que se recogen en las cuevas; y

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no podría yo, si acaso me lo preguntaras, decirte cuántas hay; propio de pobres es contar el ganado', vv. 821824); Carrillo sigue con bastante fidelidad el texto ovidiano («que el contarlo lo tengo por pobreza», dice, por ejemplo), pero usa expresiones que Góngora vuelve a t ener en cuenta en la primera de sus hipérboles: «[mis ganados] el campo esconden» (en las Metamorfosis se dice lo contrario: 'la selva oculta muchas cabras'). El cultismo impedir, con el sentido de 'cubrir, cargar, embarazar', no es raro en la obra gongorina: «sienes / aún no impedidas de real corona», «montes ... / de nieves impedidos» (OC, núms. 78, vv. 35-36, y 388, vv. 1-2, o también Soledades, dedicatoria, 5, y I, 992). El orgullo del cíclope está muy bien expresado por el uso la primera persona, pues quienes ocupan los valles, cubren los cerros y secan los ríos son, obviamente, los ganados. Es posible que esta ordenada disposición pretenda distinguir «los géneros de ganados que guardaba Polifemo» (Salcedo), porque las ovejas andan más por los valles, las cabras por los cerros y unas y otras se abrevan en los ríos (Pellicer; Salcedo fuerza un poco las cosas y opina que la última hipérbole se refiere a las vacas). Los caudales extintos de los ríos contrastan con los caudales inagotables de leche y de lágrimas que brotan, respectivamente, de las ubres del ganado y de los ojos del enamorado Polifemo; nótense el uso transitivo de correr y la correlación en tres dualidades: ubres - leche - bienes / ojos - lágrimas - males (Alonso). Con la vista y el oído en Virgilio (Eneida, I, 465), Góngora se apoya de nuevo en Garcilaso para recrear el motivo de los llantos fluviales: «creció de tal manera el dolor mío / ... / que hize de mis lágrimas un río» (Égloga III, 488-490). El plural del verso 390 no se le escapó a Jáuregui: «Este gigante ... no tenía más de un ojo en la cara, de donde el pío lector colegirá cuál otro ojo se le pudo dar aquí por compañero» (Antídoto). Los comentaristas coinciden en defender a Góngora: «Los poetas antiguos explicaban la grandeza de su afecto poniendo el plural por el singular» (Salcedo, con ejemplos); el caso gongorino e s, pues, «schema gramático», «modo de exageración para significar grandeza» (Díaz de Rivas, que recuerda otras palabras del cíclope en las Metamorfosis, 846-847: «mea ... corpora») y «licencia» que evita un singular no menos problemático (algo así dice Cuesta, quien, sin embargo, se equivoca al creer «exclamación» el que conjuntivo del penúltimo verso). [ volver  ] L.

Góngora logra una estrofa extraordinaria («bizarra, galana y dulce», la llama Díaz de Rivas entre exclamaciones) dedicándola enteramente a la abundancia de miel de que se jacta el cíclope. Crea o recrea imágenes y detalles varios sobre el melificio, asunto dilecto de algunos poetas antiguos y característico de Virgilio (quien lo desarrolla en las Geórgicas, IV, 158-169, y en la Eneida, I, 430-436). Como escribió hermosamente Dámaso Alonso, «toda esta materia, bella en sí, bella por una bella tradición, merecía una octava». El primer verso (bimembre, como el cuarto y, a su modo, el último) junta dos expresiones, sudar y lambicar, idóneas para su contexto y con equivalentes clásicos: «et durae quercus sudabunt roscida mella» (Virgilio, Églogas, IV, 30), «flavaque de viride stillabant ilice mella» ('rubias mieles goteaban de la encina verdeante', Ovidio, Metamorfosis, I, 112). El sujeto de guardan es senos y el implemento corchos, y la hipérbole ('los escondrijos me guardan más colmenas que flores liba una abeja') se cierra con un verso en que «el quiasmo, la diéresis y la aliteración colaboran ... para producir uno de esos bimembres gongorinos en que la simetría de las dos alas es perfecta, y no sólo por lo que toca a las categorías gramaticales, sino también a lo fonético» (cito de nuevo a Alonso). El verbo libar, posiblemente introducido en la literatura por Góngora (aunque figura ya en el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia) y acompañado aquí de otros latinismos notables, es uno de los verbos más característicos de las censuras anticultistas. Polifemo no tiene solo colmenas convenientemente escondidas: también los árboles de mayor tamaño (la encina, por ejemplo, el árbol más recordado a este y otros propósitos, como ya hemos visto, y añádase Horacio, Epodos, XVI, 47: «mella cava manant ex ilice») le ofrecen sus troncos con enjambres. Parece claro que el calambur abril ~ abra tiene en cuenta la etimología del aprilis latino de que se hizo eco Ovidio, Fastos, IV, 89: «Aprilem memorant ab aperto tempore dictum» (y por la misma vía corren los etimologistas Varrón y San Isidoro). Las precisiones cronológicas tienen sentido «porque por el mes de abril se hace la castra y se abren los panales» (Díaz de Rivas) y porque en mayo «están las flores más sazonadas [y] comienzan las abejas su gustosa fatiga» (Salcedo). El feliz maridaje de erudición y pura recreación del mundo natural tiene un perfecto broche metafórico, quizá lo mejor de una octava que, según el airado Juan de Espinosa Medrano, «vale más que todos los versos juntos de Faría y cuantos puede hacer en toda su vida» (Apologético): dice el poeta que la cera de los enjambres es una rueca de oro que hila miel (rayos del sol). [ volver  ]

LI.

Polifemo presume de su linaje aludiendo a su padre, Neptuno, con un apelativo, Júpiter ... de las ondas, similar a los que Plutón recibe de Virgilio, Séneca o Silio Itálico (todos vienen a llamarlo 'Júpiter del Infierno'). Aparte esa y otras circunstancias expresivas, que alejan a Góngora de la fidelidad de Carrillo al texto ovidiano, aquí se sigue lo esencial del esquema de las Metamorfosis, aunque varios detalles de la descripción del cíclope se hayan desplazado, puestos en boca del narrador, a las octavas iniciales. El ofrecimiento a la ninfa de tan ilustre suegro como Neptuno está en Ovidio («hunc tibi do socerum!», v. 855), si bien, como indica Vilanova, debe añadirse «una reminiscencia directa del verso de Stigliani saresti di Nettun pregiata nuora» (Il Polifemo, lv; unas estrofas antes el cíclope del poeta italiano también se declara nacido «del gran Dio del salso mondo»). Aunque lo más

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corriente es que las pausas fuertes de sentido coincidan con el fin del cuarto verso, parece que la frase condicional no afecta a lo dicho con anterioridad, sino al aserto del v. 405: 'Si tu condición desdeñosa no aguarda a que sea el propio Neptuno quien acuda a abrazarte en su trono de cristal, Polifemo es quien te llama'. Como todo pretendiente seguro de sus gracias, el cíclope pone al sol (Febo) por testigo de que no hay esposo más robusto que él. Tanto vale aquí 'tal, tan grande', como en las Soledades, II, 165 («túmulo tanto») y en otros muchos lugares (OC, núm. 272, v. 6: «pluma tal a tanto rey debida»...). Persiste un leve aroma ovidiano («Adspice, sim quantus!», v. 842), pero el remate gongorino es original. Para afianzar su hipérbole, el cíclope menciona dos ríos representativos de dos puntos extre mos del mundo, más por su clima, quizá, que por su situación: el Volga, perezoso por el frío y el hielo que lo entorpecen (Vázquez Siruela, prefiere pensar en «las vueltas y círculos que va haciendo») y el Indo, tostado por el sol abrasador de la región oriental (comp. el torrente ... adusto de los vv. 61-62). La lectura Belga, común a varios testimonios y defendida por Salcedo («quiso decir de Oriente a Occidente, significándolo por los extremos de una y otra nación»), empeora la hipérbole y no tolera el epíteto. [ volver  ] LII.

Polifemo dosifica muy bien su autobombo y pondera ordenadamente su enorme altura, porque esta octava contiene cuatro hipérboles-con dos versos para cada una de ellas-en una gradación creciente que resulta muy adecuada a las distintas posturas del cíclope: sentado (vv. 409-410), de pie (vv. 411-414) y, finalmente, subido a una roca con el brazo levantado (vv. 415-416). En la primera exageración, modesta si se compara con las siguientes, Polifemo se presenta capaz de alcanzar los dátiles (dulce fruto) de la palma, árbol conocido por su altura y «emblema de grandeza» según autoridades humanísticas, patrísticas, clásicas y bíblicas religiosamente inventariadas por Pellicer; sobre la frase no perdona ('no deja en paz'), que aquí puede entenderse simplemente como expresión atenuada de 'alcanza, coge', recuérdese el verso 142 («a sus campañas Ceres no perdona»). La segunda hipérbole está directamente inspirada en Il Polifemo de Stigliani: «e soglio tutte dall' estivo Sole / coprir coll'ombra mia l'accolte gregge». El recuerdo de Stigliani persiste en la segunda semiestrofa, que se inicia con una interrogación, ¿qué mucho?, más propia del lenguaje coloquial que del literario, y no es imposible que don Luis pensara también en el Hércules descrito por Francisco de Aldana: «Tan alto era el jayán, que desde el suelo / en las más altas cumbres se arrimaba, / y el águila cogía pasando a vuelo / si la mano robusta al aire alzaba». A la mente de Góngora vuelven los mismos modelos de la estrofa viii, circunstancia que explica la similitud de sus soluciones expresivas y la indudable ascendencia virgiliana de la última hipérbole: «Ipse arduus, altaque pulsat / sidera» (dicho de Atlas en la Eneida, IV, 248-249). [ volver  ]

LIII.

Un signo conocido de la calma del mar era, según los naturalistas y los poetas antiguos, la presencia del alción anidando sobre las aguas (lo dicen Eliano, Historia de los animales, I, 36 y IX, 17; Plinio, X, 89-91; Teócrito, VII, 57; Ovidio, Metamorfosis, XI, 745-748; Luciano, El alción, II, por no llegarnos hasta San Isidoro, XII, vii, o Juan de Mena, Laberinto, clxxi). El alción del Polifemo está empollando sus huevos sobre una roca que, de acuerdo con el sentido más razonable de eminente (es decir, el puramente latino, como en el verso 49), debe de ser «una peña que sale sobre las aguas» (Díaz de Rivas), aunque también es posible que Góngora se refiera a una roca próxima a la playa. El erudito aragonés Juan Nadal, llevado por una fe ciega en Ovidio (quien coincide con otras fuentes antiguas al decir que los nidos de Alcíone flotan sobre el mar), disintió de Góngora y opinó, en carta a Ustarroz, que roca eminente tendría que ser «apósito» de alción, pero está claro que el verbo coronaba (compárense los vv. 262 y 413) tiene por sujeto al ave semi-fabulosa (identificada en ocasiones con el martín pescador) y por objeto a la roca. Entre los eruditos de la época, llevados por su audacia metafórica, se da alguna vez este voluntarioso y errado gongorismo añadido. Como consecuencia de la calma del mar, Polifemo puede reflejarse y contemplarse en él, igual que le sucede en los Idilios (VI, 35-38, con mención de «mi única pupila») y en las Metamorfosis (XIII, 840-841: «liquidaeque in imagine uidi / nuper aquae», 'hace poco me he visto reflejado en las límpidas aguas'), aunque las palabras gongorinas nos llevan también al Coridón virgiliano: «nec sum adeo informis: nuper me in litore uidi, / cum placidum uentis staret mare» ('Y no soy tan feo; hace poco me vi en la playa, cuando el mar estaba calmo de vientos', Bucólicas, II, 25-26). Una vez más, Garcilaso de la Vega (Égloga I, 175-178) hace de sólido eslabón entre el Polifemo y uno de los lugares disputados de Virgilio: «No soy, pues, bien mirado, / tan disforme ni feo, / que aun agora me veo / en esta agua que corre clara y pura». La similitud entre el sol y el ojo único del cíclope quedó establecida al principio de la fábula (vv. 51-52), y ahora logra el poeta una identificación total mediante la sustitución de los términos reales por los metafóricos, alarde poético que adquiere todo su valor gracias a la pertinencia conceptual de la acción del reflejo y a la dubitatio asignada al agua en el pareado: «son dos objetos de la realidad que van a funcionar cada uno de ellos como imagen del otro» (Alonso, con espléndido comentari o). Polifemo ve un sol en su frente y un ojo en el cielo; el agua que le sirve de espejo, indecisa (neutra), no sabe a quién dar fe. En las estrofas dedicadas a la autodescripción física del cíclope (li-liii) es notoria-ya lo fue para los comentaristas-la influencia del Polifemo de Tomasso Stigliani, en cuya octava lvi aparecen la identidad ojo = sol y la equiparación del cíclope con el cielo: «ei

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Polifemo grande, io picciol cielo». No obstante el recuerdo evidente de las fuentes clásicas y modernas y la coincidencia ocasional con otras versiones de la fábula «la maestría de Góngora demuestra cómo es posible alcanzar la máxima originalidad construida sobre estrechos márgenes predeterminados» (M. Romanos), pues la diaporesis y el trueque de atributos hacen más perfecta la estructura bimembre del último verso, cuya violenta sinalefa central-similar, por cierto, a la de Cervantes, Viaje del Parnaso, I, 36: «poeta ilustre, o al menos magnifico»- advirtieron y justificaron Díaz de Rivas (con «licencias» de Virgilio, Petrarca y Camões) y Salcedo: «Cuidadosamente escribe don Luis este verso, que parece l argo para significar la duda y suspensión del agua en este juicio». [ volver  ] LIV.

Tras el inventario de sus gracias físicas, Polifemo quiere informar a Galatea de la mutación de su carácter, y expone su nueva condición amable y hospitalaria-ejemplificada en las cuatro estrofas siguientes con el relato de un naufragio-por contraste con su antigua crueldad. Así como los cazadores tienen por costumbre colgar cabezas de venados o jabalíes, en la cueva de Polifemo colgaban antaño cabezas humanas. Dice Góngora que el venado registra sus años «porque en los cuernos ... se conoce la edad que tiene» (Salcedo, quien no puede dejar de acordarse de Aristóteles y Plinio). En las Bucólicas de Virgilio (VII, 29-30) aparecen juntos, como ofrenda, una cabeza de hirsuto jabalí («saetosi caput ... apri») y los ramosos cuernos de un ciervo de muchos años («ramosa ... uiuacis cornua cerui»), de modo que esos versos se convirtieron en el punto de arranque más ilustre de un motivo que, de camino hacia Góngora, aparece también en Garcilaso (Égloga II, 191-196: «la colmilluda testa...») y en Herrera (Égloga venatoria, vv. 101-104). La «elegante perífrasis» (Cuesta) con que se alude al  jabalí contiene una curiosa metáfora del cerro o espinazo (mura lla aguda de helvecias picas) que sin duda procede de una comparación ovidiana: «et saetae similes rigidis hastilibus horrent, / stantque uelut uallum, uelut alta hastiliae saetae» ('y se le erizan las cerdas, semejantes a una empalizada, a elevadas jabalinas', Metamorfosis, VIII, 285-286); aunque posiblemente Góngora no precisó de otras sugestiones, Opiano dejó escrito que el cuello del jabalí parece un casco empenachado (Cinegética, III, 369), y hace ya muchos años que E. J. Gates recordó otro caso gongorino (en las décimas «Pintado he visto al amor», OC, núm. 256, vv. 31-34: «Al  jabalí en cuyos cerros / se levanta un escuadrón / de cerdas, si ya no son / caladas picas sin hierros») y propuso su relación con Claudiano (Carmina minora, IX [XLV]: De hystrice, vv. 10-12). La mención de helvecias picas fue considerada un anacronismo (como la ligurina haya del v. 442), pues aunque podría argüirse que César (De bello Galico, I, i, 4) y otros autores antiguos hablaron de los helvecios, la fama de los piqueros suizos (los arrojados esguízaros) era cosa moderna que pudiera no sonar bien en boca de Polifemo; la más extensa e interesante de las defensas es la de Díaz de Rivas, quien con erudición, buen conocimiento de l a poética de su tiempo y ejemplos similares de autores ilustres (Virgilio, Plauto, Ariosto...) minimizó y justificó la licencia de don Luis. Ucronía, pues, mejor que anacronismo-diríamos hoy-, aparte de que el poeta buscaba, más que la fidelidad cronológica, la intemporalidad de la fábula. La crueldad de Polifemo con los navegantes extraviados, conocida por los relatos homéricos y solo levemente aludida en Ovidio (Metamorfosis, XIII, 760-761), se adorna con el macabro detalle de las cabezas colgadas, tomado de un episodio no polifémico en que Virgilio describe la cueva de Caco ('En las puertas altísimas pendían cabezas de humana gente', Eneida, VIII, 196-197; véase también Ovidio, Fastos, I, 557-558). Por obra y gracia de Galatea, la cueva del cíclope, antes desnuda de piedad, es ahora un acogedor albergue. [ volver  ]

LV.

En los cuatro primeros versos, el cíclope narra escuetamente un naufragio: 'una rica nave, cargada con riquezas de Oriente, llegó despedazada a la playa'. Sólo cabe destacar el cultismo grave (que aquí vale por 'cargada', aunque ya hemos visto que puede tener otros sentidos) y el llamativo hipérbaton con que se nos informa de la procedencia y calidad de la mercancía: grave de cuantas riquezas vomitó el Oriente por las bocas del Nilo. Los comentaristas hablan sabiamente del comercio de Egipto con otras regiones orientales u occidentales y se preguntan cuántas son las bocas del Nilo (Salcedo, siguiendo a Plinio, dice que son once, aunque «las principales siete»; Pellicer sentencia que «no son más de cinco»), pero quizá sea más importante notar cómo se vale el poeta de una expresión corriente-boca por 'desembocadura'-para completar el efecto de otra menos usual como vomitó (véase Soledades, I, 22-23, y compárese el complejísimo inicio del poema De la toma de Larache: «De esta, pues, siempre abierta, siempre hiante / y siempre armada boca...»). La segunda semiestrofa nos da una información más detallada que se completa en la octava siguiente (con una continuidad sintáctica que sólo se produce aquí y entre los números xxxiii-xxxv y lvii-lviii): aquel día estaba Polifemo tocando su zampoña. Nótese el nuevo uso de la fórmula A, si no B, donde las opciones no se excluyen, sino que se suman: el instrumento de Polifemo «amansaba el mar y serenaba el viento» (Alonso). Por otra parte, la obvia equiparación con Orfeo, que se entiende, sobre todo, a la luz de Claudiano (De raptu Proserpinae, II, 17-18: «vix auditus erat: venti frenantur et undae»; también Virgilio, Geórgicas, IV, 453-527, u Horacio, Odas, I, XII, 7-12) esconde la ironía de que, a pesar de la presunción del cíclope (que usa las antítesis yugo bien süave y dulcísimas coyundas), sus soplidos fueron probablemente la causa del naufragio. [ volver  ]

Fábula de Polifemo y Galatea – Luis de Góngora (1613)

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LVI.

Los comentaristas coinciden al proponer una fuente para la metáfora globos de agua, también usada en las Soledades, II, 426 («en globos de agua redimir sus focas»): «inhorruit concussus undarum globus» (Séneca, Fedra, 1031; y también Silio Itálico, IV, 440-442); el contexto siciliano de las Geórgicas, I, 473, y de la Eneida, III, 573-574, fuerza a señalar también los globos flammarum virgilianos. La formulación gongorina es, en cualquier caso, más pura que la de su modelo, pues prescinde totalmente del término real, 'olas'. La ligurina haya presenta dos dificultades. Por una parte, el sustantivo es, obviamente, sinécdoque de 'nave', y si resulta menos socorrido que el horaciano leño o el más castizo pino, ambos frecuentados por Góngora (por ejemplo en las Soledades, I, 21, 127, 371, 397, 467; II, 32, 54, 374, 549, 564, 675), detractores y partidarios de don Luis indicaron que el haya «parece árbol inepto para naviar» (Díaz de Rivas, que responde a la objeción con más entusiasmo que Sacedo y más tino que Pellicer: la madera de haya, poco recomendable para la fábrica del casco, se usa en las «tablas interiores ... y todo el demás aparato del navío»); la haya 'nave' de las Soledades, II, 45, y la ineludible rima con playa hacen posible, pero no probable ni necesario, el recuerdo, señalado por Vilanova, de una canción de Luis Carrillo: «¡y bien dichoso, si alguna haya / rota concede beses esta playa!» (Canción IV, 59-60). Por otra parte, la mención de una rica nave genovesa (ligurina) constituye un anacronismo similar al del v. 428 y es justificado por los comentaristas de modo parejo (pues, según Pellicer, que se apoya en Escalígero, III, 49, «los poetas pueden alterar los tiempos»); la atención al auge comercial de Génova, próximo a la época del autor y alejadísimo de la del cíclope, nos muestra que «en la imaginación de Góngora ... el mundo contemporáneo se imponía naturalmente a la ficción antigua» (R. Jammes) y que el Polifemo es, en estos y otros detalles, más afín a Os Lusíadas que a la Odisea. El pueblo sabeo habitaba una parte de la llamada Arabia feliz, la región de Saba, famosa por sus esencias y sus especias, aquí reunidas en el cultismo aromas (compárese Soledades, I, 922: «que, cual la Arabia madre ve de aromas / sacros troncos sudar fragantes gomas»). Estrabón, Plinio y Camões se dan la mano, sin saberlo, para proporcionar a Góngora varias noticias curiosas sobre la riqueza y fertilidad de Cambaya (particularmente en Os Lusiadas, X, cvi). A causa del naufragio, las delicias (nuevo cultismo) de Oriente que transportaba la nave son ya trofeo de Escila, el monstruoso ser mitológico que simboliza los peligros del mar y que, transformado, como Caribdis, en peñasco, atemorizaba y diezmaba a cuantos navegantes pasaban por el estrecho de Mesina (empezando por Ulises, Odisea, XII, 73-100; también en la Eneida, III, 420-432, y las Metamorfosis, XIV, 59-74). Las arpías a las que sirvieron de despojo las mercancías depositadas en la playa no son los pérfidos seres alados de la mitología, sino son los ladrones y salteadores isleños de los que ya habló Estrabón, así llamados, sin duda (vuelven a coincidir los comentaristas), a imitación de Marino, quien trató a los corsarios de «harpie del mar, che de l'estreme sponde / venite a depredar le nostre arene». [ volver  ]

LVII.

La gruta de Polifemo sirvió de segunda tabla de salvación (la primera nos la imaginamos semejante a la «breve tabla» de las Soledades, I, 18) a un genovés que, tras reponerse, relata su naufragio. Adviértanse la aspiración de la h en hacienda y la estructura bimembre y correlativa de los vv. 450-451 (y de no pocos de los que siguen). El cíclope le ofreció su fruta (de la que madura entre paja y de la que se cuelga para que alcance sazón, como ya sabemos por las octavas x-xi), y el náufrago, agradecido, obsequió a su huésped con un arco de marfil que aquí  aparece cifrado en la metonimia colmillo y la perífrasis del elefante, el animal al que el Ganges vio cargar las torres de madera llenas de soldados (al uso bélico de la India, como se ve en Macabeos 1, 6, 38, o Marco Polo, cxxii-cxxiii, por no citar una vez más a los historiadores griegos y latinos) y deshacer los escuadrones enemigos. [ volver  ]

LVIII.

LIX.

El náufrago regala, pues, a Polifemo un arco y una aljaba de marfil que antes habían servido de ofrenda de un rey malayo a una deidad java; los comentaristas prefieren entender deidad como 'reina' (según Díaz de Rivas, el poeta la llama así «o porque los amantes veneran como dioses la cosa amada, o porque los reyes son semejantes a Dios en el dar leyes o en el poder»). El detalle del regalo del arco, que nada tiene que ver con Teócrito ni con Ovidio, es imitación directa de Tomasso Stigliani; lo demostró Dámaso Alonso, a quien el «extraño» episodio le parece, por eso, «algo mal desarrollado y no conseguido». Creo que Góngora lo adoptó con la intención de cerrar el canto del cíclope-a pesar de la interrupción de las cabras, más narrativa que formalcon un ofrecimiento muy concreto que no carece de simbolismo, pues el mismo cíclope pondera la importancia del don (Galatea, venerada en Sicilia, es afín a la deidad java que lo recibió inicialmente) y destaca sus posibilidades amorosas. A tal propósito, no es impertinente recordar que Galatea ya ha sido equiparada con un carcaj en otro lugar de la Fábula (vv. 243-244). En definitiva, Polifemo quiere que Galatea acepte el regalo, que tome el arco en su mano y cuelgue de su hombro la aljaba; así, la ninfa, que ya es Venus del mar (véase el v. 100), será también Cupido de los montes. [ volver  ] El canto de Polifemo termina abruptamente, y el áspero inicio de esta octava, como observó Díaz de Rivas, «bien significa ... la horrible voz y el grave dolor del gigante, lo cual principalmente causa la multiplicidad de las rr» (con ejemplos clásicos a los que cabe añadir otro muy pertinente del mismo Polifemo, v. 94, y sin olvidar la

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asonancia de cabras y vagas con la rima de los versos 2º, 4º y 6º). «El verso primero es bimembre: resalta así la diferencia entre lo físico (primera parte, la "horrenda voz") y lo moral (segunda parte, el "dolor interno")» (Alonso); idéntica disposición tiene el verso 467, mejorado por los dos acusativos griegos que lo componen. Dejando a un lado la alusión mitológica, la escena está en relación con un pasaje de la égloga II de las Rimas de Lope: «Dijo, y volviendo la cabeza al soto, / vio las traviesas esparcidas cabras / huir aquí y allí, como sin dueño; / interrumpió su voz el alboroto» (vv. 106-109, en Obras poéticas, p. 176; el subrayado es de Vilanova, que advirtió la imitación gongorina, más verosímil que la del v. 471). Góngora llama sacrílegas a las cabras porque se atreven a hollar con su cuerno las vides, plantas propias del dios Baco. La elaborada y famosa perífrasis de las Soledades, I, 153-160, se asienta en el mismo mito, divulgado por Virgilio y Ovidio (Geórgicas, II, 374-381; Metamorfosis, XV, 114-115, y Fastos, I, 353-360). El muro ... de las hiedras que ocultaba a los amantes es el del verso 311. Entre los numerosos cultismos de esta octava destaca conculcado, recogido en varias censuras anticultistas (entre ellas el Antídoto de Jáuregui, que se refiere a las Soledades, I, 415: «conculcado hasta allí de otro ninguno»). [ volver  ] LX.

Como en otras ocasiones, la estrofa puede descomponerse en una mitad narrativa y otra descriptiva. De la suavidad de los nudos de amor hablaron tantos poetas antiguos, que no merece la pena dar ejemplos aquí; compárense sólo los vv. 47-48 de la canción de 1600 (OC, núm. 119: «en los dichosos nudos / que en los lazos de amor os dio Himeneo»), y Soledades, I, 761-763 («El lazo de ambos cuellos / entre un lascivo enjambre iba de amores / Himeneo añudando»). La Galatea de Ovidio se sumerge rápidamente en las aguas vecinas («Ast ego uicino paruefacta sub aequore mergor», v. 878); Góngora prescinde de la súplica de Acis a la ninfa (879-881) y retrata a los dos amantes corriendo hacia el mar, sobre guijas y espinas (compárese, por ejemplo, Orlando furioso, VIII, xix, 1, y Garcilaso, canción IV, 9-11) y con pies alados, porque «pedibus timor addidit alas» (Eneida, VIII, 224). Ya ha habido ocasión (vv. 135, 321 y 493) de hablar del cultismo solicitar, que don Luis usa «en varias significaciones ... como los poetas latinos» (Díaz de Rivas, que da ejemplos de Lucrecio, IV, 1196, y Claudiano, Phoenix, 3). Para explicarse mejor, el poeta pone una comparación, presidida por el adverbio tal: Acis y Galatea huyeron como dos liebres sorprendidas por el meseguero. Ha sido corriente entender y puntuar mal, entre comas, el así del v. 479, como si afectase a toda la comparación (para eso está el tal del v. 477) y supusiese un nuevo y violento hipérbaton: 'dirimió así [una] amiga copia de liebres', entiende Alonso. La comparación no requiere más que el tal que la inicia, y este advierbo la ejerce tan suficiente y característicamente, que para encontrar otro ejemplo óptimo nos basta con avanzar diez versos en la misma Fábula: «tal, antes que la opaca nube rompa, / previene rayo fulminante trompa» (487-488). En realidad, así afecta al adjetivo amiga, porque Góngora habla de una pareja de liebres tan unida como la que forman Acis y Galatea, es decir, dos liebres igual de abrazadas y enlazadas, dedicadas a la misma actividad y también pilladas in fraganti. Es un uso italianizante conocido en, por ejemplo, Medrano: «una vida ... así preciosa», «con así grave injuria» (ode XIX, 2, y ode XXIII, 23). [ volver  ]

LXI.

Como la propia Galatea cuenta en las Metamorfosis («me videt atque Acin», v. 874), Polifemo ve a los dos amantes: la ninfa se aquí esconde en la metáfora fugitiva nieve («por la blancura y lo helado de su condición», puntualiza Salcedo, que elogia la propiedad de la imagen, pues la nieve desatada corre a los ríos) y Acis es el garzón del v. 485. El paréntesis de los vv. 483-484, que tiene «increíble erudición», según Vázquez Siruela, está para ponderar la vista portentosa del cíclope, a quien Góngora, para preocupación de los demás comentaristas, considera capaz de distinguir los dibujos (campo es aquí la superficie de piel del escudo) de las pequeñas adargas de los guerreros africanos (el líbico desnudo). Díaz de Rivas dice que Polifemo era «ojihundido» (a la luz de la Eneida, III, 635-637, donde, por cierto, se compara el ojo único del monstruo con un escudo, clipeus) y que «los que tienen así la vista es cierto que la tienen más perspicaz», y remite a Aristóteles y Plinio después de poner el caso, referido por Varrón (otra vez según Plinio, VII, 85), «de un Strabo que desde el Lilibeo de Sicilia contaba el número de las naves que surgían del puerto de Cartagena de África, habiendo de una parte a otra la distancia de 127 millas». No menos asombroso es el grito que da el airado cíclope a continuación: es como un trueno (compárese el v. 359) que agita las hayas más antiguas y enraizadas. Con el alarido de Polifemo en las Metamorfosis se había estremecido el Etna («clamore perhorruit Aetne», v. 877), y Ovidio había usado una formulación comparativa similar («tantaque vox, quantam...», v. 876). Para Góngora ese grito presagia el desastrado final de la fábula: de ahí la problemática comparación del pareado, donde el trueno, fulminante trompa (compárense Virgilio, Eneida, VIII, 524-526, y Torquato Tasso, Gerusalemme liberata, IV, 3), es el sujeto de previene y precede, por tanto, al rayo, lo que contraviene nuestra experiencia, pues, aunque son fenómenos simultáneos, «el trueno ... llega más tarde a nuestro oído que a nuestros ojos la luz del rayo» (Salcedo, con la perplejidad de no saber «qué le obligó a don Luis a trocarlo todo»); ya lo explicaron Lucrecio (VI, 164-172) y Plinio (II, 142). No hay duda de que Góngora tuvo en cuenta los hallazgos expresivos de Ovidio (Metamorfosis, II, 311- 312) y el ya citado Tasso, aunque la base de su curiosa formulación es una de las «boscarechas» de Marino:

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