Poliakov Leon - Los Samaritanos

May 11, 2017 | Author: halvaroq | Category: N/A
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Descripción: Los samaritanos...

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Para el antropólogo, los samaritanos consti­ tuyen un grupo aislado, es decir una “raza pura” que subsiste hasta el día de hoy, aunque no se sabe por cuánto tiempo aún. A princi­ pios de este siglo eran un centenar y, dado que el número de mujeres siempre ha sido un veinte por ciento menor que el de los varones -por razones que se desconocen-, los sama­ ritanos estaban condenados a extinguirse. Con la obtención de la ciudadanía israelí pu­ dieron consumar matrimonios mixtos y hoy suman medio millar. Para un judío, los samaritanos son una de las diez tribus perdidas, pero una tribu que sólo conoce el Pentateuco (y un Pentateuco por cierto bastante original), es decir: la Ley, pero no los Profetas. Los samaritanos no re­ conocen el Templo de Jerusalén sino el Mon­ te Garizim, en Naplusa. Para un cristiano, los samaritanos sólo son una reminiscencia: el diálogo con el Samaritano, la parábola del buen Samaritano... poca cosa. Mas para un historiador el samaritano es una serie de leyendas en las que la aberración se vuelve a veces tradición. Léon Poliakov desmonta algunas de ellas en esta indagación en zigzag a través de los tiempos y los con­ tinentes: porque los samaritanos fueron vistos por todas partes. Y Poliakov lo hace a su ma­ nera, demostrando que no hay respuestas sin ulteriores preguntás. Este pequeño libro, crítico sin pretensio­ nes, tiene un lado provocador y corrosivo. El público culto, sensible al humor de Léon Poliakov, lo recibirá con deleite. Y el público religioso hallará en él puntos de vista

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Diseño de cubierta: Mario Muchnik

Foto de contracubierta: © Éditions du Seuil, Daniel Mordsinski

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incor­ poración a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier for­ ma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del, COPYRIGHT: © 1991 by Éditions du Seuil © 1992 by Grupo Anaya S. A. Anaya & Mario Muchnik, Milán, 38, 28043 Madrid. ISBN: 84-7979-041-5 Depósito legal: M-38273-1992 Título original: Les Samaritains Esta edición de

Los samaritanos compuesta en tipos Times de 12 puntos en el ordenador de la editorial se terminó de imprimir en los talleres de Vía Gráfica, S. A. el 25 de noviembre de 1992. Impreso en España — Printed in Spain

Léon Poliakov

Los samaritanos

Traducido del francés por Alberto Clavería

ANAYA & Mario Muchnik

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Los samaritanos

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«He ido a ver qué queda de esos judíos, los más puros de la raza puesto que jam ás han abandonado el suelo de sus antepasados ni se han mezclado nunca y aún viven de acuerdo con los ritos que practicaban hace treinta siglos.» JOSEPH KESSEL

(Artículo publicado en Journal en 1926, recogido en Terre d'am our et d e fe u ).

Prefacio

La mayor parte de la gente sólo conoce a los samari­ tanos a través de los Evangelios y, paradójicamente, so­ bre todo por la parábola del «buen samaritano», mien­ tras que, en conjunto, se los describe con las tintas más sombrías, que reflejan las prevenciones judías de la épo­ ca. Efectivamente, un cisma insuperable que se produjo un siglo antes de nuestra era enfrentó a judíos contra samaritanos y, en una decena de pasajes, los evange­ listas muestran la impronta de la aversión judía. Según los libros de Esdras y de Nehemías, el cisma habría es­ tallado con ocasión de la vuelta del cautiverio babilo­ nio; veremos qué cabe pensar de esta datación. Todas estas cuestiones han sido estudiadas desde el Renacimiento, cuando los eruditos del cristianismo se sintieron interesados por los samaritanos en su calidad de testimonios de un pasado inmemorial que conser­ van aún hoy una escritura arcaica abandonada por los judíos entre los siglos vi-iv antes de nuestra era y que no reconocen otro libro sagrado que el Pentateuco, es decir, la ley de Moisés, con exclusión de todos los de­ más libros del Antiguo Testamento. Para los samarita­ nos esta ley es tan vigente en el siglo X X como lo era en los tiempos bíblicos, y aún más, ellos constituyen un «aislamiento» antropológico que se remonta, des­ de el punto de vista genealógico, a las famosas «diez tribus perdidas», digan lo que digan al respecto las en­ ciclopedias En la actualidad los samaritanos sólo se cuentan por centenares y, además, se han convertido en ciudadanos de pleno derecho del Estado de Israel. Pero ellos son 11

vestigios de un pasado glorioso y de una civilización notable pues, al principio de nuestra era, el número de samaritanos dispersos por la parte oriental del Imperio romano se acercaba a los dos millones (frente a seis mi­ llones de judíos, con quienes frecuentemente se los con­ fundía). ¿Cómo se explica este declive? Por una para­ doja única en su género: por no haber participado, según la leyenda, en la Crucifixión, no se les consideraba deicidas; en cambio, los judíos, «culpables del mayor cri­ men de todos los tiempos» (Tomás de Aquino), según la más estricta teología debían ser preservados, por ser el pueblo testimonio 2 En la sociedad medieval, en la que todos los paganos habían sido convertidos (o exter­ minados), sólo se toleraba a los judíos infieles, a los que se permitía crecer y multiplicarse a fin de que, con su bajeza, confirmaran la verdad de la religión cristiana. Con los samaritanos se procedió de otra manera... Destaquemos otra singularidad que se remonta a la Antigüedad: al contrario que las mujeres judías, las samaritanas no estaban obligadas a raparse la cabeza o a cubrírsela y, aún más, sus rezos matinales consistían en oraciones que les eran propias, por tanto su fe era menos... misógina. Es evidente que los samaritanos nos interesan en múl­ tiples aspectos. En nuestros días, además de los propios samaritanos, existen algunos eruditos que han decido especializar­ se en el estudio de su historia y de su religión. Los hay en Francia, en los Estados Unidos, en la antigua Unión Soviética, en Alemania y en Israel; no se podría enu­ merar en cuántos países pero, por iniciativa de un es­ pecialista australiano, Alan D. Crown, fue fundada en París en 1985 la «Sociedad de estudios samaritanos». Otros estudios, especialmente sobre la historia de los textos, se realizan en el Instituto de Investigación e His­ toria de los Textos. Sin la ayuda generosa que me ha sido prestada por su colaborador, Gilíes Firmin, quizá no hubiera sido posible llevar a cabo la presente obra.

PRIMERA PARTE

Desde los orígenes hasta las persecuciones del emperador Justiniano

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CAPÍTULO I

Los orígenes

Recordemos los datos históricos legados por el Anti­ guo Testamento, más o menos legendarios pero fre­ cuentemente corroborados o rectificados por la ar­ queología. Cuando, conducidos por Josué (a quien Moisés había designado sucesor) las doce tribus em­ prendieron la conquista del país de Canaán, se en­ frentaron a la firme resistencia de las poblaciones au­ tóctonas, que duró varias generaciones. Una vez llevada a cabo la conquista, los hebreos se repartieron el país: la parte meridional fue ocupada por las tribus de Judá y de Benjamín (el llamado territorio de Judea) y más al norte la posición central correspondió a la tribu de Efraím cuya preeminencia destacan varios pasajes de la Biblia: no se llamó tribu de Josué, sino que su epónimo, aun siendo el hijo menor de José, fue designa­ do por Jacob como «más grande que él [el mayor]» y «su descendencia» llegaría a ser «una muchedumbre de pueblos» (Génesis 48,19)*. Y fue éste el territorio escogido por los hebreos para instalar su capital anfictiónica («confederal»), Siló, así como dos santua­ rios: Siquem, el lugar donde el Eterno anunció a Abraham que otorgaría a su descendencia el país de Israel y, dominando Samaria, el monte Garizim, que sería más tarde lugar sagrado de los samaritanos (Jerusalén fue conquistada dos siglos después). * Las citas bíblicas han sido cotejadas con la versión de E. Nácar y E. Colunga, Editorial Católica, Madrid, 1985 (N. del E.).

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Evocando estos lugares santos, James Montgomery, el primer historiador moderno del pueblo samaritano, se sorprende ante una paradoja de la historia sagrada: «Este territorio fue también el de Gedeón, de Samuel, de Saúl, el de Elias y de Eliseo: en una palabra, el país de Israel, mientras que el sur no ostenta otro título que el de tierra de Judá, un título tribal, provincial [...]. Lo difícil es imaginar que la tribu cismática llegaría a ser iglesia de Israel, ¡mientras que en el norte se originó só­ lo la secta más minúscula, la más insignificante del mun­ do!»1. Así pues, vamos a abordar un problema acerca del cual la discusión entre los eruditos contemporáneos es­ tá lejos de cerrarse: pues mientras en la Biblia judía se dice que el Dios de Israel había ordenado la construc­ ción de un altar en el monte Ebal, que está frente al Garizim, los samaritanos, por su parte, afirman que se tra- 4 ta de un error, de una sustitución llevada a cabo por los redactores del libro de Esdras, discrepancia que los au­ tores contemporáneos generalmente admiten, puesto que unas líneas más adelante Ebal es calificado como «el monte de las maldiciones», y Garizim el de las bendi­ ciones 2. A decir verdad, tanto los escribas judíos como los sa­ maritanos parecen haber manipulado los textos sagra­ dos: los primeros, sustituyendo Ebal por Garizim en el Deuteronomio (27,4), ya que en una versión varios si­ glos más antigua -e n el canon masorético de la Biblia, la versión griega de los Setenta (que se remonta al si­ glo III a. C .)- se habla precisamente del monte Gari­ zim; los segundos, adulterando en su propia Biblia (lla­ mada el Pentateuco samaritano) el texto del Decálogo con el fin de introducir en él, por medio de la fusión de los dos primeros mandamientos, un segundo manda­ miento que hace referencia a la santidad del monte Ga­ rizim (véase Éxodo 20, 4-17) 3. Además, fue en Siquem, al pie del monte Garizim, donde los hebreos, tras haber cruzado el Jordán, hicie­ ron su entrada en el país de Canaán y donde Josué les 16

leyó la Ley: «Todo Israel, sus ancianos, sus oficiales y sus jueces estaban a los dos lados del arca, ante los sa­ cerdotes hijos de Leví que llevaban el arca de la alian­ za de Yavé; los extranjeros, lo mismo que los hijos de Israel, una mitad del lado del monte Garizim, otra mi­ tad del lado del monte Ebal, según la orden que Moi­ sés, siervo de Dios, había dado antes, para comenzar a bendecir al pueblo de Israel» (Josué 8, 33). Y fue tam­ bién en Siquem, como hemos visto, donde el Señor se apareció al antepasado Abraham para indicar que ése era el lugar donde se le debía levantar un altar (Géne­ sis 12, 7). Pues bien, este acontecimiento fundacional, este mi­ to grandioso común a judíos y samaritanos, se sitúa a principios del segundo milenio a.C.; Jerusalén, ausen­ te en el Pentateuco, sólo aparece en los libros históri­ cos, en primer lugar en Samuel, mucho después de la entrada de los hebreos en «la tierra donde manan la le­ che y la miel», con el nombre de Jebus, en calidad de capital de los jebuseos idólatras. Los samaritanos si­ guieron llamándola irónicamente de este modo; se apre­ cia sin sombra de duda su conciencia de superioridad histórico-geográfica. Volvamos ahora a la cronología. El profeta Samuel, que vivió en el siglo XI a.C., polemizó con los ancia­ nos de Israel, quienes reclamaban un rey que les go­ bernase, «como lo hay en todas las naciones», descri­ biéndoles en vano las iniquidades que padecerían dominados por un autócrata. Cansado de luchar inter­ peló al Eterno, que le ordenó ceder a la demanda po­ pular y ungir como rey al jefe militar Saúl, a cuyo rei­ nado sucedió el de David, el vencedor de Goliat, el más glorioso de todos los reyes. En el siglo siguiente la si­ tuación se deterioró durante el gobierno de su hijo Sa­ lomón, que fue, sin embargo, el constructor del primer Templo de Jerusalén. Su decisión de tomar por espo­ sas a setecientas princesas extranjeras, entre ellas la hi­ ja del faraón, que «arrastraron su corazón hacia los dio­ ses ajenos» (1 Reyes 11,4), fue causa de que el Eterno 17

le anunciara que después de su muerte cortaría en dos («desgarraría») su reino, lo que en efecto sucedió. Las disensiones entre las tribus desembocaron en la crea­ ción de dos reinos distintos y de tamaño desigual: al norte, el de Israel, y al sur, el de Judá, que contaban res­ pectivamente con 800.000 y 300.000 habitantes. Las calamidades afectaron tanto a uno como a otro, en una comarca que era por aquel tiempo manzana de discordia entre Egipto y Asiría, ésta apoyada por Ba­ bilonia. La desgracia recayó primeramente sobre el rei­ no del norte, cuna de la profecía «clásica», a través de la que Amos había anunciado la responsabilidad espe­ cífica que incumbía al «pueblo elegido», y Oseas ha­ bía proclamado que el Dios de Israel exige de su pue­ blo la piedad y la observancia de su Ley, y no sacrificios y holocaustos 4. Pero en 722 el rey Sargón II conquis­ tó, al mismo tiempo que Siria, el reino de Israel, e hi- * zo deportar a Asiría a una parte reducida de su pobla­ ción (27.290, según una estela asiría, indudablemente se trataba de la elite). De modo que la gran mayoría per­ maneció en su lugar. En la Antigüedad, los reyes acos­ tumbraban a informar de un número menor que el real de sus cautivos; en cambio, los cronistas judíos tenían con frecuencia la costumbre contraria, de modo que en el libro de los Reyes se lee lo siguiente: «El rey de Asi
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