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PLÁSTICA MAYA Desde su principio aldeano en el Periodo Preclásico, 600 a.C., las comunidades mayas se establecieron en núcleos independientes en cuanto a su desarrollo interno. Estos grupos dieron posibilidad, a comienzos de nuestra era, a la consolidación de una sociedad feudal y teocrática, gobernada por castas sacerdotales. Al igual que en gran parte de Amerindia, se produjeron la múltiple erección de centros ceremoniales que, tácitamente, presentaron la imagen simbólica y egocéntrica de que allí era el ombligo del mundo. Cada centro de culto fue la materialización de un pensamiento mítico-religioso común a toda la zona maya, morfológicamente centrípeto, autárquico y características constructivas locales propias. La unión conceptual de los distintos grupos mayas clásicos residió en un acuerdo federalizado sobre mitos y religión, estudios astronómicos, calendarios, matemática, política económica y, estéticamente, en un modo básico de concebir la plástica: de modo intimista y barroca. Toda esa mancomunada cosmovisión no impidió una creatividad que, de acuerdo con su diseño, identifica a cada centro al igual que su artesanado. En general, la plástica maya posee un clima que la envuelve, emparenta y califica sus varias morfologías pero, reitero, de una identidad formal regional con su respectivo canon propio, que individualiza a un centro de otro. Es así que se puede hablar de Tikal, Copán, Palenque, Yaxchilán, Piedras Negras, etc. como centros de autóctona morfología y propósitos estéticos particulares. Además, hilando fino, ese generalizado modo intimista fue acompañado, en determinados sitios, por elementos de tendencia modal monumental. Esta hibrides se evidencia en las pirámides templos de Tikal o Copán y en algunas estelas y altares monolíticos de Quiriguá pero, ese importado monumentalismo, no cambiará nunca la esencia intimista maya. Esta cultura no planeó integralmente, desde su origen edilicio, la planta urbana de algunos de sus centros ceremoniales: Tikal, Yaxchilán, etc. Su criterio constructivo en varios casos fue de inmediatez impulsiva, de notoria espontaneidad y premura, sin desarrollar estéticamente un concepto de armonía espacial ni de volúmenes concurrentes como se realizó en Monte Albán o Teotihuacan. Por tal razón realizaron a menudo un abigarrado amontonamiento de masas que muestran su despreocupación urbanística. En cambio, los templos revelan con su ubicación y direccionalidad intención y conocimiento astronómico. Los mayas del Clásico en general no presentan una voluntad definida y constante en cuanto a su trabajo con la espacialidad; su incapacidad de subordinar el detalle en función del todo --salvo Palenque y Copán--, les impidió concebir una creación expansiva y es así que son urbanismos introvertidos plenos de palpitaciones focales. Se manejaron febrilmente, con vertiginosidad cambiante e inestable --característica del intimismo-construyendo, entre el trescientos y el novecientos d.C., con pasión religiosa y arquitectónica diversos diseños locales. Remodelaron, cubrieron viejos edificios con nuevos, agregaron arquitecturas laterales y levantaron otros templos y palacios. Esta volubilidad de errabundos forjadores siempre disconformes, encerrando espacios con edificios de efímero transcurrir, fue su norma constructiva; lo que se levantaba hoy se
cubría o ampliaba en pocos años: fue un constante rehacer. Esa disconformidad tuvo su contrapartida en el pensamiento abstracto donde, con asombrosa y coherente persistencia secular, levantaron otro tipo de "edificio": una absoluta lógica razonada con talento superior; una enorme creación intelectual que apunta a lo estable del tiempo: su medición con la invención de dos calendarios de sorprendente precisión; el desarrollo de un pensamiento matemático intérprete de la mecánica celeste; una prolífica cantidad de signos glíficos aritméticos y de lenguaje escrito y fonético. Tanto en este territorio intelectual como en el plástico, es donde sobresalió el Ser maya. Tal aseveración se comprueba en una de sus más caras joyas arquitectónicas: la impar Palenque; en la sensualidad de sus esculturas, por lo general relieves tallados o magistralmente modelados; en sus eximios dibujos de asombrosa vitalidad, en sus delicadas y acabadas cerámicas; en las excelentes pinturas murales de Bonampak.
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