Pironio, Eduardo - La Iglesia Que Nace Entre Nosotros

March 18, 2017 | Author: bagaza12 | Category: N/A
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colección IGLESIA N UEVA 7

LA IGLESIA QUE NACE ENTRE NOSOTROS 0

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LA IGLESIA SACRAMENTO IGLESIA Y MUNDO REFLEXIÓN TEOLÓGICA EN TORNO A LA LIBERACIÓN DOS AÑOS DESPUÉS DE MEDELLIN

Monseñor Eduardo Pironio

COLECCIÓN

IGLESIA NUEVA 7

Monseñor Eduardo Pironio Obispo Secretario General del CELAM

LA IGLESIA QUE NACE ENTRE NOSOTROS •

La Iglesia sacramento



Iglesia y mundo



Reflexión teológica en torno a la liberación



Dos años después de Medellín

INDO-AMERICAN PRESS SERVICE Apartado Aéreo 53274 Chapinero - Bogotá - Colombia 1970

CONTENIDO GENERAL

Págs. PRESENTACIÓN IGLESIA-SACRAMENTO Introducción I - La Iglesia sacramento de Cristo II - Sacramento de unidad III - Sacramento universal de salvación IGLESIA Y MUNDO Introducción I - Perspectiva escatológica II - Cristo Señor de la historia III - El "Hombre Nuevo" formado a imagen de Cristo el hombre perfecto Conclusión

Con las debidas licencias Propiedad reservada

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REFLEXIÓN TEOLÓGICA EN TORNO A LA LIBERACIÓN

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Introducción I -El hecho II - El sentido bíblico de la liberación a) La historia de la salvación b) El "hombre nuevo" c) La esperanza cristiana III - Misión liberadora de la Iglesia a) Situación de pecado b) Misión de la Iglesia Conclusión

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DOS AÑOS DESPUÉS DE MEDELLIN 1. A dos años de Medellín, continúa siendo la Conferencia "el Pentecostés" para la Iglesia Latinoamericana? 2. Por qué se desfigura a Medellín? 3. Cómo se relacionan en Medellín, "Evangelización" y "promoción humana"? 4. Cuál es el sentido cristiano de liberación? 5. Cuál es la Iglesia que surge después de Medellín? 6. Cuál sería, a dos años de Medellín, la exigencia más urgente de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano?

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PRESENTACIÓN

"Como cristianos, creemos que esta etapa histórica de América Latina está vinculada íntimamente a la Historia de la Salvación". Dijeron los Obispos Latinoamericanos en Medellín. Existe, pues, un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia, para otorgar a las actuales circunstancias del Continente un valor y un Status que los coloca dentro de los elementos con los cuales Dios quiere operar, y de hecho opera, el plan reductor para los hombres de esta parte del mundo. Ya no se trata, entonces, de hacer esfuerzos por una salvación en abstracto. Se trata, ahora, de una salvación que se encuentra en la vida, en las realidades concretas, tangibles y determinantes de la historia del hombre latinoamericano contemporáneo. "Esto indica que estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro Continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva. Percibimos aquí los preanuncios en la dolorosa gestación de una nueva civilización. No podemos dejar de interpretar este gigantesco esfuerzo por una rápida transformación y desarrollo (del Continente Latinoamericano) como un evidente signo del espíritu que conduce la historia de los hombres y de los pueblos hacia su vocación. No podemos dejar de descubrir en en esta voluntad cada día más tenaz y apresurada de transformación, las huellas de la imagen de Dios en el hombre, como un potente dinamismo". Decían, también, los Obispos al terminar la Conferencia de Medellín. Es, precisamente, dentro de este contexto que cabe hablar del surgimiento de una Iglesia nueva, "de una Iglesia que nace entre nosotros", los Latinoamericanos. Una Iglesia, en la cual vemos, sentimos y realizamos, con la evidencia de los hechos el espíritu de las primeras palabras 9

de la constitución conciliar Gaudium et Spes: "los gozos, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón". Es decir, la Iglesia comprometida, hasta en sus últimas circunstancias, con el hombre. Entendido así el plan salvífico de Dios, expresado tan claramente por los Obispos Latinoamericanos se comprende perfectamente por qué tantos miembros del pueblo de Dios peregrinante en América Latina, llevan en el alma la angustia "desesperada" para traducir a las realidades lo que piensan, lo que quieren, lo que sienten, lo que desean que sea la encarnación de la Iglesia en América Latina. Es bien posible, que por una influencia grande de un dualismo que afortunadamente ya comienza a ser superado, existan cristianos que hayan pensado, o piensen, en la posibilidad de que la Iglesia, la misión salvífica de Cristo expresada en ella, se puedan partir como en dos etapas, como en dos partes, totalmente diferentes. Sin relación de una con la otra. Como si la primera parte ya no sirviera, para los hombres actuales y fuera necesario crear otra para los presentes. La Iglesia no se parte. La salvación del Señor no se detiene en la historia y hace historias separadas del plan salvífico. La Iglesia y la salvación atraviesan la historia, encarnándose en cada uno de sus momentos con las características del hombre de cada tiempo. Vero es la misma Iglesia, la misma salvación, el mismo Señor de la historia: indivisible y el único ayer, hoy, mañana, hasta el final de los siglos. Al nacer el sol cada día una nueva luz ilumina al mundo, y los ojos maravillados ven las transformaciones que se han operado en la vida. La Iglesia en América Latina "que no deja de renovarse así misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la Cruz llegue a la Luz sin ocaso " (L. G. 9), humildemente quiere purificarse día a día y ser espejo sin mancha que realmente refleje el rostro del Señor en la peregrinación del hombre latinoamericano. Por esto, se ve cómo en los tiempos presentes la Iglesia pone su énfasis en aspectos nuevos, porque son ellos, precisamente, los que hacen la historia diaria de los hombres. Son "los umbrales de la nueva época histórica", "las huellas de la imagen de Dios en el hombre", "los signos de los tiempos", etc. 10

Es en este sentido, repetimos, que una Iglesia nueva nace entre nosotros. Conocedores del trabajo de meditación que sobre la Iglesia realiza, frecuentemente, Monseñor Eduardo Pironio, Obispo Secretario General del CELAM, y sabiendo que había preparado para determinadas oportunidades conferencias muy concretas, 'sobre lo que podría ser el espíritu de Una Iglesia Nueva en América Latina, le pedimos su autorización para presentar a los lectores latinoamericanos sus reflexiones en un pequeño libro. Estas reflexiones son: La Iglesia - Sacramento, Iglesia y mundo, Reflexión teológica en torno a la liberación y Dos años después de Medellín. Por tratarse de trabajos no acabados, sino de pensamientos abiertos a la reflexión y al perfeccionamiento teológico y pastoral, Monseñor Pironio dudó en un principio. Sin embargo, después, pensando en que las ideas de sus trabajos podrían ser una ayuda, un compañero en la meditación eclesial, que a muchos podrían servir y acompañar, accedió. Fue él mismo quien seleccionó el título del presente libro de la colección Iglesia Nueva: La Iglesia que Nace entre Nosotros. Conversando con Monseñor Pironio sobre el alcance y el contenido de esta pequeña publicación, manifestó: "no se trata de una teología de la Iglesia. Tampoco de un tratado sobre la situación de la Iglesia en América Latina. Son reflexiones muy simples que pueden ayudarnos a amar y a vivir intensamente esta Iglesia que hoy nace entre nosotros. Sobre todo, pueden hacernos sentir nuestra pobreza y hacernos desear que el Espíritu Santo nos revele mejor la sabiduría del misterio". Le preguntamos, qué significado le daría el título La Iglesia que Nace entre Nosotros. Respondió: "desearía que comprendieran el título. No es la Iglesia que hoy nace entre nosotros, uñé Iglesia totalmente nueva y original, sin ninguna relación con el pasado. Es la Iglesia de siempre, renovada por el Espíritu Santo. Y si en la Iglesia de hoy es posible una riqueza, ella se debe a la profundidad de los esfuerzos que la prepararon y a la permanente acción del espíritu que hizo a la Iglesia de siempre, sustancialmente fiel al Evangelio.

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LA IGLESIA - SACRAMENTO'

El título tiene dos sentidos: 1. Es la Iglesia que se va haciendo, aquí, entre nosotros, en América Latina, por la actividad comprometida de todos los cristianos. Una Iglesia que busca su renovación en la perfecta identidad con Jesucristo y desea ser, antes que nada, el sacramento del Señor Resucitado. Una Iglesia que vive del Espíritu, valora la contemplación y saborea la Cruz. Pero, por lo mismo, una Iglesia que se siente saívadoramente encarnada en la historia y comprometida con el hombre. Una Iglesia que ofrece a toda la comunidad humana en América Latina, la alegría de la salvación, de la promoción humana integral, de la liberación plena en Jesucristo. 2. Esta Iglesia, debe nacer primero en cada uno de nosotros. En nuestro corazón fiel. Como nació en María: en la plenitud de su fe, en la Anunciación, en el ardor de su caridad en la cruz, en la perfecta docilidad al Espíritu en Pentecostés. Solo así podrá nacer la Iglesia nueva en el mundo Latinoamericano de hoy". Vara la Colección Iglesia Nueva que edita INDO-AMERICAN PRESS SERVICE, es un honor presentar a los lectores latinoamericanos este nuevo libro con el pensamiento profundo, sincero y ágil del Obispo Secretario General del CELAM. El Editor JOSÉ IGNACIO

TORRES

H.

INTRODUCCIÓN

1. Una sencilla meditación sobre la Iglesia —que "expresa y realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (G. S. 45)— exige de nosotros mucha probreza, mucha fe, mucha caridad. Correremos el riesgo de aprender muchas cosas sobre la Iglesia pero sin haber penetrado nunca su misterio. Sin haber, sobre todo, saboreado la salvación que se nos ofrece en ella. Sin haber recibido al Cristo que por ella nace en nosotros. Hace falta ser pobres para gustar a Dios en su Iglesia. "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt. 11,25). Somos felices porque a nosotros se nos "ha dado conocer los misterios del Reino" (Mt. 13, 11). Pero si no somos radicalmente pobres, como María, la Iglesia no nacerá en nosotros. Si no nos sentimos, como Pablo, "el menor de todos los santos" seguirá oculto para nosotros "el Misterio escondido desde los siglos en Dios" (Ef. 3, 8-9). Hemos de ser lo suficientemente pobres como para aceptar con gozo nuestros límites y esperar con paciencia el momento de la revelación definitiva. Hay cosas en la Iglesia peregrina que siempre nos resultarán incomprensibles. Forman parte de "la locura de la cruz" y del escándalo del "Cristo crucificado" (I Cor. 1 18-25). Querer obtener en el tiempo una Iglesia definitivamente "sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef. 5, 27), es pretender adelantar la visión de "la nueva Jerusalén, que baja del cielo, engalanada como una novia ataviada 1 La Iglesia - Sacramento fue preparado por Mons. Eduardo Pironio. Obispo Secretario General del CELAM, para ser elemento de trabajo y reflexión en el / / Curso para Formadores de Seminarios, realizado en Caracas, entre e! 15 de julio y el 15 de agosto de 1970. Este curso, organizado por la Organización Latinoamericana de Seminarios OSLAM y la Secretaría de Seminarios, del Departamento de Ministerios Jerárquicos del CELAM, congregó a formadores de los países bolivarianos y de Centroamérica. (Nota del Editor).

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para su esposo" (Apoc. 21,2). Es querer consumar en el tiempo la escatología. 2. Por lo mismo, la Iglesia no puede ser entendida sino desde la profundidad de la fe. No se puede conocer la Iglesia desde una perspectiva exclusivamente histórica o sociológica. Sería quebrar el misterio aproximándonos solo a la superficie. Hay toda una realidad divina, trascendente y salvífica, que escapa a la penetración humana y que solo se capta desde la luminosidad de la fe. Esto pertenece al ámbito de aquellas cosas que no pueden revelarnos ni la carne ni la sangre, sino nuestro Padre que está en los cielos (Mt. 16, 17). Solo desde la fe se pueden comprender las crisis y las sombras, las persecuciones y las cruces, las debilidades y los límites de la Iglesia peregrina. "Presente ya en el misterio" (L. G. 3), "la Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga. . . Descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor" (L. G. 8). 3. Finalmente, para conocer bien la Iglesia, hay que amarla. "El que no ama no conoce a Dios" (I. J. 3, 8). Más que analizada la Iglesia exige ser vivida. Solo un conocimiento "por connaturalidad a lo divino" —lo cual es experiencia inefable del misterio— puede introducirnos en la realidad esencial de la Iglesia. Hemos aprendido que la Iglesia es ante todo la comunión en Cristo de todos los reengendrados por el Espíritu de adopción. (Rom. 8, 15). La Iglesia somos todos. Por la Iglesia nace y crece Cristo en el corazón de los fieles. (L. G. 64). Pero es preciso que la Iglesia nazca primero en nosotros, como nació en María: en la plenitud de su fe en la Anunciación, (L. 1, 26 y ss.) En el ardor de su caridad en la Cruz, (J. 19, 25 y ss.), en la perfecta docilidad al Espíritu en Pentecostés. (Hechos 1, 14). Son los tres momentos —providencialmente marcados por la presencia de Nuestra Señora— en que la Iglesia nace y se manifiesta al mundo. 4. La Iglesia nos revela el Misterio de Cristo. (L. G. 8). Pero el misterio definitivo de la Iglesia misma se nos anticipa en María "imagen y principio de la Iglesia" (L. G. 68). En Ella, glorificada en cuerpo y alma en los cielos, "la Iglesia ya llegó a la perfección" (L. G. 65).

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Por eso una verdadera contemplación de María, "tipo de la Iglesia", —-hecha desde su misma pobreza y obediencia amorosa de su fe— quizás nos descubra más rápidamente el misterio virginal de la Iglesia Madre. Porque en definitiva la Iglesia se hizo según el esquema predestinado de María. "En el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre" (L. G. 63.).

I — LA IGLESIA SACRAMENTO DE CRISTO 5. Varios textos del Concilio nos describen a la Iglesia como "Sacramento". Es preciso que enumeremos algunos: "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (L. G. 1). Es la primera definición de la Iglesia, en la línea de una doble comunión: con Dios y de los hombres entre sí. La Iglesia esencialmente hace y manifiesta esta doble comunión. Ella es "Koinonia". "Sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno" (L. G. 9). Dios "convoca" a los creyentes en Cristo, autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, para que constituyan el nuevo Pueblo de Dios. Esta "convocación" es esencial a la "ecclesia". San Cipriano llama a la Iglesia "inseparabile unitatfs sacramentum". Es la unidad con Dios, la unidad de judíos y gentiles, la unidad de la creación entera, la unidad histórica del único Pueblo mesiánico. 6. "Cristo. . . envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación". (L. G. 48). La Iglesia sacramento es presentada aquí en un contexto escatológico. Dice relación esencial con el Cristo glorificado, con el Espíritu vivificador, con la restauración final del universo. Este mismo texto es retomado por la Gaudium et Spes: "Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana en el tiempo de su peregrinación terrena, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que a un

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mismo tiempo manifiesta y realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (G. S. 45). Estamos en el corazón del misterio de la Iglesia: expresar y realizar el amor de Dios al hombre, el designio salvífico de Dios. La relación fundamental de la Iglesia con el mundo es ésta: anunciar el advenimiento del reino de Dios y ofrecer la salvación a la humanidad entera. Es este su original servicio. También el Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia retoma el texto diciendo: "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser el sacramento universal de salvación. . ., se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres" (A. G. 1). La existencia misionera de la Iglesia arranca del hecho de haber sido constituida como sacramento de salvación. El Señor glorificado "fundó su Iglesia como sacramento de salvación" (A. G. 5). La misma idea de "sacramento de la salvación humana" es indicada en Lumen Gentium, N? 59, aunque sin expresa referencia a la Iglesia. 7. En conexión con la humanidad de Cristo —"instrumento de nuestra salvación" y sacramento original— la Constitución sobre la Sagrada Liturgia dice: "Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera". (S. C. 5). Más adelante, citando a San Cipriano, la Iglesia es presentada como "sacramento de unidad, es decir, pueblo, santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos" (S. C. 26). Hay elementos que retomaremos luego: unidad y salvación, es decir, la Iglesia en cuanto expresa y realiza la comunión plena y la salvación universal. 8. Antes es preciso subrayar que la Iglesia es "el sacramento primordial" de la presencia del Señor glorificado. Cristo vive y actúa en la Iglesia por la potencia vivificadora de su Espíritu. La Iglesia es sacramento de Cristo, en cuanto expresa y realiza la presencia siempre actuante del Señor de la gloria. Si la Iglesia es "instrumento de la redención universal, (L. G. 9) es decir, si la Iglesia salva y santifica, es porque en ella está y obra permanentemente Cristo. Porque es "signo" e "instrumento" de la presencia operante de Cristo. Porque es su "sacramento". Solamente Cristo es "Luz de los pueblos" (L. G. 1). Pero su claridad se refleja en el rostro de la Iglesia la cual, en la comunidad de los discípulos, se hace verdaderamente "luz del

mundo" (Mt. 5, 14). Ello es posible en la medida en que la Iglesia se haga (en el testimonio luminoso de sus hijos) "luz en el Señor" (Ef. 5, 8). La Iglesia solo tiene sentido desde Cristo "que está siempre presente y obra en nosotros" (S. C. 35 v La Iglesia descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras -todavía, hasta que sea definitivamente revelado (L. G. 8). Mientras dura el tiempo de la peregrinación, la Iglesia exhorta a sus hijos a la purificación "para que el signo de Cristo resplandezca con más claridad, sobre el rostro de la Iglesia" (L. G. 15). Cristo, único Mediador y Camino de salvación, se nos hace presente en su Cuerpo que es la Iglesia. (L.G. 14). La totalidad de la Iglesia —Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu— expresa y comunica el misterio del amor de Dios al hombre. La Iglesia es por eso sacramento universal de salvación (G. S. 45). Sacramento del amor de Dios que entra en la historia para redimirnos. Sacramento —signo e instrumento— del designio salvífico de Dios. 9. El Misterio (Sacramento) de la Iglesia es el que describe S. Pablo al comienzo de la Carta a los Efesios: el plan de salvación que traza el Padre, en su bondad y sabiduría, desde antes de la creación del mundo, para que en la plenitud de los tiempos lo realice Cristo, mediante su muerte y su resurrección, y quede consumado con la plena efusión del Espíritu Santo de la Promesa para alabanza de su gloria. (Ef. 1, 3-14; L. G. 2-4). La Iglesia es esencialmente la "convocación" (Ecclesia) de los creyentes en Cristo: prefigurada desde los orígenes del mundo, admirablemente preparada en la Antigua Alianza, constituida en la plenitud de los tiempos, manifestada en Pentecostés y que será gloriosamente consumada en la Parusía (L. G. 2). Son las tres etapas del Cristo: preparado, realizado, consumado. Las tres etapas también del Sacramento: memoria, presencia y espera. La Iglesia no se entiende sino como presencia actuante y salivadora del Señor glorificado. Expresa y realiza su misterio. El Misterio de la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef. 1, 9-10), que se irá realizando progresivamente en el tiempo —en la medida en que los hombres vayan reconociendo el señorío universal de Cristo (Fil. 2, 10-11)— hasta que todas las cosas le queden definitivamente sometidas: "entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Bl todas las cosas, para que Dios sea todo en todos" (1 Cor. 15, 28).

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17 2 - Iglesia que nace

10. Es el misterio escondido a las generaciones pasadas y que ha sido ahora revelado a los apóstoles y profetas. Misterio de cuya proclamación S. Pablo ha sido constituido ministro: que los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús (Ef. 3, 1-12).

propiamente dicho" (A. G. 21). Solo cuando se conjuguen en perfecta armonía los carismas y las funciones de Pastores y de Laicos la Iglesia ofrecerá al mundo "un único testimonio vivo y firme de Cristo, para convertirse en lúcido signo de la salvación, que nos llega con Cristo" (A. G. 21).

En otras palabras el Misterio es éste: que el Padre resucitó a Cristo de entre los muertos, lo constituyó Señor del universo y Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo y su Plenitud (Ef 1, 22-23).

12. Saquemos algunas conclusiones de esta realidad fundamental: la Iglesia como Sacramento de Cristo.

Es el misterio de Cristo que vive en su Cuerpo que es la Iglesia y en ella completa lo que falta a sus padecimientos. Misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos: Cristo entre nosotros, la esperanza de la gloria (Col. 1, 24-27). La Iglesia expresa y realiza el misterio grande de Cristo que "se manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, proclamadc a los paganos, creído en el mundo y elevado a la gloria (I Tim. 3, 16). 11. Desde la Ascensión hasta la Parusía Cristo prolonga entre nosotros su presencia por la Iglesia. La Iglesia es su Sacramento: signo e instrumento de la redención que ofrece al mundo y de la gloria que está constantemente dando al Padre. Cristo vive en la totalidad de la Iglesia que es su Cuerpo y su Plenitud (Ef. 1, 23 ; Col. 1, 24; I Cor. 12, 27). Cristo vive en el don del Espíritu Santo que permanentemente envía desde el Padre para habitar en la Iglesia y en el corazón de los cristianos (I Cor. 3, 16; 6, 19). Cristo "está siempre presente a su Iglesia" sobre todo en la acción litúrgica: en la persona del ministro, bajo las especies eucarísticas, con su virtud en los Sacramentos, en su palabra, cuando la Iglesia suplica y canta salmos" (S. C. 7). Cristo está presente en los Servidores del Pueblo de Dios: "En los Obispos, a quienes asisten los Presbíteros, Jesucristo Nuestro Señor está presente en medio de los creyentes" (L. G. 21). Está presente en las comunidades cristianas: "En estas comunidades, por más que sean con frecuencia pequeñas y pobres o vivan en .la dispersión, está presente Cristo, con cuyo poder se agrupa la Iglesia, una, santa, católica y apostólica (L. G. 26). Pero la Iglesia "no es signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientras no exista y trabaje con la jerarquía un laicado 18

a) La Iglesia no es definitiva y totalmente Cristo, mientras peregrina en el tiempo. Es solo su Cuerpo y su plenitud extensiva. Será plenamente Cristo cuando llegue "al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef. 4, 13). Si la Iglesia fuera ya totalmente Cristo, no se explicarían sus sombras y defectos. La Iglesia revela con fidelidad a Cristo •—es su sacramento— pero lo hace todavía "entre sombras", esperando la plena luminosidad de la revelación definitiva (L. G. 8). Por eso, aunque con frecuencia "nos duela la Iglesia" (los límites y miserias de sus hijos), no puede escandalizarnos la provisoria debilidad de su condición peregrina. b) Por lo mismo, se nos impone a los cristianos la urgencia de una permanente reforma y conversión. Cristo es el santo, inocente, inmaculado (Heb. 7, 26), que no conoció el pecado (2 Cor. 5, 21), sino que vino a expiar los pecados del pueblo (Heb. 2, 17). Pero "la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de su purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (L. G. 8). El cristiano siente el compromiso de que la Iglesia refleje cada día con más perfección el rostro de Cristo. Vale para todos lo que el Concilio reclama de los Religiosos: "que por ellos la Iglesia muestre mejor cada día a los fieles e infieles, a Cristo" (L. G. 46). Toda la Iglesia debe ser fiel a Jesucristo, a su vocación de santidad. "Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad" (U. R. 5). c) La renovación de la Iglesia debe siempre buscarse putei camino de una creciente identidad con Cristo y no por una fácil acomodación, "al rirundo presente" (Rom. 12, 2). La adaptación de las estructuras de la Iglesia a las circunstancias nuevas de la historia debe estar inspirada por una plena fidelidad al Evangelio. El mundo dpbe ser iluminado por la claridad de 19

Cristo, "Luz de los pueblos, que se refleja sobre el rostro de la Iglesia" (L. G. 1). El mismo Cristo que, por el Espíritu de Pentecostés^ constituye la comunidad de los creyentes como comunidad profética (Hechos 2, 17-18) armonizada en un solo corazón y una sola alma (Hechos 4, 32), es el que edifica su Iglesia sobre Pedro (Mt. 16, 18-19) y el Colegio de los Apóstoles unidos a su Cabeza (Mt. 28, 16-20). La Iglesia "jerárquica" y la Iglesia "comunidad de los discípulos" es la única e indivisible Iglesia de Jesucristo. d) Sacramento de Cristo, la Iglesia "se asimila por una profunda analogía al misterio del Verbo encarnado" (L. G. 8). La Iglesia es "una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino". No podemos negarlo, ni separarlos, ni confundirlos. Pretender una Iglesia exclusivamente carismática (interior, invisible) es destruir el Sacramento-Misterio. Es esencial a la Iglesia su visibilidad como es esencial su pobreza y abnegación, 'su persecución y su cruz. No podemos oponer la Iglesia "comunión" a la Iglesia "institución". No tendríamos la "comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo" sino a través de la Jerarquía, de la disciplina, de los sacramentos. "Es característico de la Iglesia ser, a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sinembargo, peregrina" (S. C. 2). La Iglesia es una realidad divina, trascendente, salvífica, en cuanto hecha visible, revelada, manifestada entre los hombres. Es el sentido de la palabra "misterio" que le aplica el capítulo I de la Lumen Gentium: "La palabra 'misterio' no indica simplemente algo incognoscible u oscuro, sino que, como ya lo reconocen hoy muchos, designa una realidad divina, trascendente y salvífica, que se revela y manifiesta de algún modo visible" (Relatio, 1969).

II — SACRAMENTO DE UNIDAD 13. La Iglesia es definida como "Saéramento de unidad" (S. C. 26), es decir, pueblo santo congregado/y ordenado bajo la dirección de los Obispos. Retomaremos luego la idea de "Pueblo de Dios".

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El capítulo I de la Lumen Gentium —al rio de la Iglesia— nos la define: "La Iglesia un Sacramento o signo e instrumento de la Dios y de la unidad de todo el género humano"

describir el Miste es en Cristo como íntima unión con (L. G. 1).

Estamos en el corazón de la historia de la salvación. La Iglesia expresa y realiza la totalidad del plan salvífico de Dios. La raíz oculta y trascendente de la Iglesia —que ha tomado forma histórica y visible en Jesucristo— es el designio divino de salvación. "Este Misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia" (L. G. 52). La salvación es expresada en categorías de liberación y de unidad universal: "Te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas" (Is. 42, 6-7). "Ahora, pues, dice Yavé, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él, y que Israel se le una: Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is. 49, 5-6). Es la unidad universal que se realizará en el Cristo glorificado por la cruz: "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (J. 12, 32). El Misterio Pascual (Alianza Nueva) dará paso al "Hombre Nuevo", creado de la unidad de los dos pueblos en el mismo Cristo "nuestra Paz", por Quien "unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef. 2, 1418) Cristo ha de morir "no solo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (J. 11, 52). 14. La Iglesia es, ante todo, "sacramento de unidad" en cuanto expresa y realiza entre nosotros el misterio de la Trinidad Santísima. "Nacida dej amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo" (G. S. 40), la Iglesia se nos presenta como "el pueblo congregado por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (L. G. 4). La Iglesia es obra de la Trinidad (L. G. 2-4). Nace del "amor fontal" del Padre, (A. G. 2), que en la plenitud de los tiempos envía a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por El (J. 3, 16-17). Constituido Señor del universo, Cristo enviará desde el Padre "el Espíritu de la verdad" (J. 15 26)

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para que esté con nosotros para siempre y more entre nosotros" (J. 14, 16-17). La Iglesia expresa en el tiempo la perennidad del designio sailvífico del Padre, la permanente presencia de Jesucristo el Salvador (Mt. 28-20) y la constante interiorización del Espíritu que habita en nosotros (Rom. 8, 11). 15. "Sacramento de unidad" la Iglesia es "signo e instrumento" de nuestra comunión con Dios y con los hombres. Sobre todo por la Eucaristía —"con la cual vive y crece continuamente la Iglesia"— (L. G. 26) por lo que "somos elevados a la comunión con El y entre nosotros" (L. G. 7). La Eucaristía es esencialmente "comunión" con la Sangre y con el Cuerpo del Señor. Por lo mismo, "todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan" (I Co. 10, 16-17). El mismo anuncio del Evangelio —de la Palabra de Vida que existía junto al Padre y se nos ha manifestado hasta el punto de tocarla con nuestras manos— es para que los hombres "vivan en comunión con nosotros y nuestra comunión sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (I J. 1, 1-4). La Revelación del Dios invisible, que habla a los hombres como amigos, es para "invitarlos a la comunión con El y recibirlos en ella" (D. V. 2). Empezamos esta comunión con Dios en el Bautismo. Cuando "todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús", fuimos incorporados a su muerte y resurrección y empezamos a llevar "una vida nueva" (Rom. 6, 3-4). Porque Cristo "vive en mí" (Gal. 2, 20). Cuando "fuimos creados en Cristo Jesús" (Ef. 2, 10) hechos en El "una nueva criatura" (2 Cor. 5, 17), partícipes de una vida nueva "oculta con Cristo en Dios" (Col. 3, 3), "revestidos de Cristo" (Cuando fuimos revestidos del "hombrenuevo" (Ef. 24; Col. 3, 10). La comunión con Dios supone una progresiva configuración con Cristo. Desde el Bautismo hasta la muerte y la parusia. Dios nos "predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito entre muchos hermanos" (Rom. 8, 29). En el tiempo supone una participación en sus sufrimientos y una semejanza en su muerte. (Fil. 3, 10). Llegará el momento en que "El transformará el cuerpo de nuestra humilde condición y lo hará semejante a su cuerpo glorioso" (Fil. 3, 21). Entonces se dará la comunión definitiva y consumada: "seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual El es" (I. J. 3, 2).

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La Iglesia está para realizar esta comunión —cada día más honda, más viva, más irrompible— de los hombres con Dios. Eesencialmente es una "comunidad de fe, de esperanza, de caridad" (L. G. 8). Principio interior de esta unidad en la comunión es el Espíritu Santo: "principium unitatis in communione" (L. G. 13). 16. Pero la comunión se da luego —por Cristo cu el Espíritu Santo— en la totalidad de los miembros del Pueblo de Dios. El capítulo II de la Lumen Gentium es esencial para una exacta y plena teología de la Iglesia. Nos plantea la fundamental identidad de los cristianos, antes que la distinción de funciones y carismas. Dios pudo salvarnos individualmente, pero quiso "santificar y salvar a los hombres" constituyéndolos en un Pueblo (L. G. 9). Pueblo sacerdotal, profético y real. En él habrá ciertamente funciones y carismas distintos. Pero a la distinción precede una común pertenencia al único Pueblo de Dios: común dignidad de los cristianos, gracia común de hijos, común vocación a la santidad, común responsabilidad apostólica (L. G. 32). "Para vosotros soy el Obispo. Con vosotros soy el cristiano" (S. Agustín). Esta comunión ilumina las relaciones cristianas entre las diversas categorías del Pueblo de Dios: entre el Papa y los Obispos, entre el Obispo y sus sacerdotes, entre los Pastores y su fieles. Hay una exigencia de "comunión sacramental" para la amistad fraterna, la corresponsabilidad misionera, la obediencia madura y responsable. No se trata simplemente de necesidad pastoral o tendencia sociológica. Respetando la esencial diversidad de oficios y estados, todos somos ante todo hermanos y discípulos del Señor. Esta comunión ilumina también las relaciones de las iglesias particulares con la Iglesia universal. En cada iglesia particular "verdaderamente está y obra la única Iglesia de Cristo" (C. D. 11). La iglesia particular está "formada a imagen de la Iglesia universal; y de todas las iglesias particulares queda integrada la única Iglesia Católica" (L. G. 23). De aquí surge, para cada iglesia particular y el Obispo que la preside, la responsabilidad de desarrollarla como propia, en su vocación original, a fin de aportar lo específico a la variada riqueza de la Iglesia universal. "En virtud de esta catolicidad,

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cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad" (L. G. 18). 17. Finalmente, la Iglesia es "sacramento de unidad" en cuanto es signo e instrumento de la unidad de todo el género humano. Inclusive de toda la creación que ha de ser reagrupada bajo Cristo (Ef. 1, 10). y definitivamente "liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8, 21). La Iglesia ha sido puesta —como Cristo—, "Alianza del pueblo y Luz de las gentes (Is. 42,6) para que "todos los hombres. . . consigan la plena unidad en Cristo" (L. G. 1). La Iglesia es el pueblo mesiánico que, aunque por el momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano (L. G. 9). Heredero de Israel —el Pueblo de las promesas y de la alianza— "todos los hombres son llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios" (L. G. 13). Abarca el mundo entero y todos los tiempos. Está radicado en todas las naciones de la tierra. Asume y eleva las riquezas de todos los pueblos. "Pertenecen de diversos modos a su unidad —que prefigura y promueve la paz— o se ordenan a ella tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e inclusive todos los hombres en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios" (L. G. 13). 18. La Iglesia trasciende los tiempos y las culturas. Pueblo de Dios abarca como tres momentos: preparación (Israel - Antigua Alianza), realización (Cristo - Iglesia - Nueva Alianza), consumación (nueva Jerusalén - Alianza definitiva). Es la "ecclesia universalis" diseñada por Dios para llevar a cabo la obra de la salvación y congregar "a todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último de los elegidos" (L. G. 2). Mientras llega el momento de la restauración universal (Hechos 3, 21) —mientras los hombres aguardamos "la bienaventuza" (Tit. 2, 13) "ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incompore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal" (L. G. 17).

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III — SACRAMENTO UNIVERSAL, DE SALVACIÓN

19. En Lumen Gentium (N? 48) la presentación de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" va unida a tres temas íntimamente conectados: • la glorificación de Jesús que culmina en el envío de su Espíritu vivificador. Por El constituye a su Cuerpo que es la Iglesia como "sacramento universal de salvación". La Iglesia es el signo e instrumento de Cristo Resucitado que salva; • la perspectiva escatológica: cuando el universo entero, íntimamente unido con el hombre, sea perfectamente renovado. Se dará entonces la salvación universal consumada; • la anticipación temporal de la escatología: la restauración que esperamos "ya empezó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y continúa en la Iglesia". "La plenitud de los tiempos ya ha llegado hasta nosotros y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada". Es decir, la salvación se va haciendo en el tiempo mientras anunciamos el Reino y cons truimos el mundo. Con los ojos puestos en los bienes futuros vamos labrando nuestra salvación mientras llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo. 20. La Gaudium et Spes (N° 45) al retomar el texto de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" lo conecta directamente con tres cosas: — el servicio que la Iglesia ofrece al mundo: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad; — la fuente de este servicio: el amor de Dios al hombre, que la Iglesia manifiesta y realiza a un mismo tiempo; — el medio de esta salvación: la encarnación y glorificación de Cristo, centro de la historia humana, por quien todo fue hecho y en quien todas .las cosas serán recapituladas. El Decreto Ad Gentes utiliza la expresión en un contexto esencial de misión. La Iglesia fue enviada por Dios a los pueblos para ser "el sacramento universal de salvación" (A. G. 1). Cristo fundó su Iglesia como "sacramento de salvación" (A. G. 5) y envió a los Apóstoles a todo el mundo, como El había sido enviado por el Padre (J. 20, 21). Heraldos del "Evangelio de la salvación" los Apóstoles "predicaron la palabra de la verdad y engendraron las iglesias" (S. Agustín). 25

La Iglesia continúa en el tiempo ia misión esencial de Cristo "quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido" (G S. 3). 2 1 . Qué es esta salvación que nos trajo Cristo y que ahora prolonga en el tiempo la Iglesia? Es llevar a los hombres (a la totalidad de los hombres) a la perfección consumada de su ser. Lo cual se dará en la glorificación definitiva de la escatología. Es la totalidad del hombre —cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad— la que debe ser plenamente salvada. Ello exige "la redención y el perdón de los pecados" (Co. 1, 14). Exige la infusión de la vida nueva mediante "el Espíritu de adopción que nos hace llamar a Dios 'Abba', es decir, "padre" (Rom. 8, 15). Exige también el pleno desarrollo de la personalidad humana injertada sobrenaturalmente en Cristo para ser consumada en la gloria. La salvación será plena en nosotros cuando "se realice la redención de nuestro cuerpo" (Rom. 8, 23). "Cuando aparezca Cristo", vida nuestra, y entonces también nosotros nos manifestemos "con El, llenos de gloria" (Col. 3, 4). La salvación implica fundamentalmente haber realizado su vocación, haber alcanzado su madurez definitiva. Lo cual se da esencialmente "en Cristo". Hay que distinguir perfectamente naturaleza y gracia. Pero no pueden separarse en la unidad existencial del hombre que debe ser salvado, y cuya salvación empieza a realizarse ya en el tiempo. Que la Iglesia es "sacramento de salvación" significa que ella tiene por tarea poner al hombre en condiciones de poder realizar plenamente su destino, alcanzar su única vocación humano-divina. Lo hace entregándole el Evangelio de la salvación y la vida nueva por el Espíritu. Pero, también, liberándolo de todas aquellas servidumbres que le impiden ser él mismo y construir libremente su historia como señor de las cosas. "Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios" (1 Cor. 3, 2223). 22. Pero la salvación no se da solo en el plano de las personas. Tiene esencialmente una referencia social y cósmica. Son los pueblos —disgregados por el pecado— los que tienen que alcanzar Ja unidad perdida. La salvación importa la verdadera co26

munidad entre las naciones. En este sentido la Iglesia es esencialmente "germen de unidad". La recapitulación final se dará cuando la historia del mundo coincida con la historia de la Iglesia. (iuando el Señor vuelva, para entregar el Reino al Padre, no Imbrá más que un solo Pueblo: el único y definitivo Pueblo de la Alianza. La salvación alcanza también el mundo material. Es toda la creación —redimida ya en esperanza— la que aguarda ansiosamente el momento de la liberación final "para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8, 21). Luego de ln purificación del mundo presente "esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia" (2. Pet. 3, 13). La Iglesia expresa y realiza esta salvación definitiva que abarca la totalidad del hombre y su historia, la comunidad universal de los pueblos y la naturaleza entera. 23. Sacramento "universal" la Iglesia abarca la totalidad de los hombres, "desde el justo Abel hasta el último de los elegidos" (L. G. 2). La salvación se ofrece en la Iglesia aún a aquellos "que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido", pero que inculpablemente ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia. Si "buscan con sinceridad a Dios. . . pueden conseguir la salvación eterna" (L. G. 16). La Liturgia nos hace rezar por "aquellos que te buscan con sincero corazón". Rezamos con confianza al Padre Santo porque: "compadecido tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca" (Anáfora IV). "La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que entre ellos se da como preparación evangélica" (L. G. 16; A. G. 3; G. S. 40). En todos los hombres de buena voluntad "obra la gracia de modo invisible" (G. S. 22). Bajo el impulso de la gracia el hombre "queda dispuesto a reconocer al Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitularlo todo c-n El estaba ya en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre (G. S. 57). La actividad misionera de la Iglesia —que es manifestación o epifanía del designio salvador de Dios— "libera de contactos malignos todo cuanto de verdad y de gracia se hallaba entre las gentes como secreta presencia de Dios y lo restituye a su autor, Cristo" (A. G. 9). A fin de que la Iglesia pueda ofrecer a todos los hombres el misterio de la salvación, se pide a los cristianos que se inserten plenamente en su vida cultural y social, que convivan familiarmente con ellos, que les manifiesten el hombre nue-

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vo de que se revistieron en el bautismo, que "descubran, con gozo y respeto, las semillas del Verbo" plantadas en los hombres y sus cosas (A. G. 11). Se amplía así el horizonte salvífico de la Iglesia más allá de los límites de sus estructuras visibles. El Cristo que vive en ella —"que se entregó a sí mismo para rescatar a todos"— (I Tim. 2, 6) está permanentemente obrando en el corazón de los hombres maravillas de salvación. Es el Señor de la historia que continuamente envía desde el Padre al Espíritu de la Verdad y del Amor "que hace nuevas todas las cosas". Sacramento universal de salvación, la Iglesia expresa y realiza en el mundo la presencia de Cristo que es el único que salva (Hechos 4, 12). Expresa y realiza la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, que es plenitud de la salvación. Por eso Dios convocó y constituyó a la Iglesia: para que sea, para todos y cada uno de los hombres, "el sacramento visible de esta unidad salutífera" (L. G. 9).

IGLESIA Y1 MUNDO

INTRODUCCIÓN 1. Se trata de describir la relación profunda que h«y entre Iglesia y mundo, es decir, entre el Pueblo de Dios y el género humano. En otras palabras: establecer la teología de la presencia única de la Iglesia en el mundo y determinar su misión religiosa y humana. Partimos siempre de la identidad fundamental de la Iglesia con Cristo. Ella es esencialmente el "Sacramento del Señor glorificado": lo expresa y lo comunica a los hombres "para la gloria del Padre". Su finalidad es escatológica y de salvación (tí. S. 40). Su misión exclusivamente religiosa (G. S. 42). Pero, "por lo mismo plenamente humana" (G. S. 11). Como en Cristo, .tu Reino "no es de este mundo" (J. 18-36). Pero se va haciendo en la historia, como anticipando el siglo nuevo y preparando el reino consumado. Por lo mismo —por absoluta fidelidad a Cristo, "quien pot nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo"— la Iglesia se siente fundamentalmente comprometida con la historia, identificada con la suerte de la comunidad humana, enviada por Cristo al mundo no para condenarlo "sino para que el mundo se salve" por ella (J. 3, 17). "La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (G. S. 1). Se trata de pensar entonces en la Iglesia "en cuanto que existe en este mundo y vive y actúa con él" (G. S. 40). Descubrir el dinamismo histórico del Pueblo de Dios empeñado en 1 Iglesia y Mundo fue preparado por Mons. Eduardo Pironio, Obispo Secretnrio General del CELAM, para ser elemento de trabajo y reflexión en el ti Curso para Formadores de Seminarios, realizado en Caracas, entre el 15 de Julio y el 15 de agosto de 1970. Este curso, organizado por la Organización Latinoamericana
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