PERSONALIDAD Y DIFERENCIAS INDIVIDUALES, EYSENCK HANS J. Y EYSENCK MICHAEL W.
May 1, 2017 | Author: Sociología Criminológica | Category: N/A
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r HANS J. EYSENCK INSTITUTE OF PSYCHIATRY. UNIVERSITY OF LONDON
MICHAEL W. EYSENCK BIRKBECK COLLEGE. UNIVERSITY OF LONDON
Personalidad y diferencias individuales
Ediciones Pirámide, S. A. - Madrid
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COLECCIÓN PSICOLOGÍA Director:
José A. Forteza Méndez Catedrático de Psicología Diferencial en la Universidad Complutense de Madrid Título de la obra original: PERSONALITY AND INDIVIDUAL DIFFERENCES
índice
Traducción: Fernando Arribas Uguet
Prólogo
11
Agradecimientos
15
PARTE PRIMERA Descriptiva 1.
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad, ni parte de este libro, puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de Ediciones Pirámide, S. A.
2.
3.
La descripción científica de la personalidad
19
1.1. 1.2. 1.3. 1.4.
19 27 35 47
El desarrollo de un paradigma
55
2.1. 2.2. 2.3. 2.4. 2.5.
55 64 72 79 87
4.
Orígenes de la teoría de la personalidad Los comienzos de la investigación moderna El psicoticismo como una dimensión de la personalidad Impulsividad y búsqueda de sensaciones: un caso especial La cuestión de la validez
La universalidad de P, E, y N
3.1. 3.2. 3.3. 3.4. © H. J. Eysenck y M. W. Eysenck. Plenum Press © de la edición española, EDICIONES PIRÁMIDE, S. A., 1987 Depósito legal: M. 36.101-1986 ISBN: 84-368-0341-8 Printed in Spain Impreso en Lavel Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Personalidad y taxonomía: el problema de la clasificación Teorías sobre el tipo y el rasgo: el punto de vista moderno Teorías tipo-rasgo y análisis factorial El situacionismo frente a la teoría tipo-rasgo
Factores genéticos La personalidad de los animales Estudios transculturales Estudios de personalidad longitudinales
96
96 106 111 .'119
Sistemas alternativos sobre la descripción de la personalidad
125
4.1. 4Ü. 4.3. 4.4. 4.5.
129 136 143 149 155
Cattell y los 16 factores de personalidad Los factores de Guilford-Zimmerman El modelo NEO de personalidad El inventario multifásico de personalidad de Minnesota El California Psychological Inventory
8
índice
índice
4.6. Los inventarios Edwards Personal Preference Schedule y Personality Research Form de Jackson 158 4.7. Otros sistemas 160 4.8. Resumen 163 5.
La dimensión cognitiva: la inteligencia como componente de la personalidad
164
5.1. Galton frente a Binet: el CI y el tiempo de reacción 5.2. La psicofisiología de la inteligencia 5.3. La teoría de la inteligencia
164 171 179
10.
11. 6.
Resumen y conclusiones
187
PARTE SEGUNDA Explicativa 7.
8.
9.
Teorías de personalidad y ejecución
193
7.1. 7.2. 7.3. 7.4.
194 198 210 213
H. J. Eysenck (1957) H. J. Eysenck (1967a) La teoría de Gray La teoría de Brebner
La psicofisiología de la personalidad
218
8.1. Consideraciones teóricas 8.2. Extraversión 8.2.1. La reacción de orientación 8.2.2. E1EEG 8.2.3. Pupilometría 8.2.4. Umbral sedante 8.2.5. Conclusiones 8.3. Neuroticismo 8.4. Consecuencias teóricas
218 219 219 224 227 229 231 232 234
Extraversión, reactivación y ejecución
237
9.1. Condicionamiento 9.1.1. Condicionamiento clásico 9.1.2. Condicionamiento operante 9.2. Sensibilidad a la estimulación 9.3. Vigilancia 9.4. Aprendizaje verbal y memoria 9.5. Ejecución psicomotora 9.6. Fenómenos perceptuales 9.7. Resumen y conclusiones
239 240 245 247 255 259 267 273 281
9
Neuroticismo, ansiedad y ejecución
286
10.1. 10.2. 10.3. 10.4. 10.5. 10.6. 10.7. 10.8.
286 288 290 291 296 299 301 305
La concepción estado-rasgo Teorías sobre ansiedad y ejecución Preocupación y ejecución Eficacia y efectividad Interacciones de la ansiedad con la tarea Mecanismos de la atención Aprendizaje y memoria Conclusiones
Comportamiento social
307
11.1. 11.2. 11.3. 11.4. 11.5. 11.6. 11.7.
309 312 316 320 325 331 337
Interacción social Comportamiento sexual Rendimiento académico Rendimiento laboral Comportamiento antisocial y crimen Alteraciones psiquiátricas Conclusiones . PARTE TERCERA Epílogo
12.
¿Hay un paradigma en la investigación sobre la personalidad?
341
Bibliografía
353
índice de autores
407
índice de materias
415
r Prólogo Este libro presenta una introducción al estudio de la personalidad y de las diferencias individuales. Sin embargo, no es un libro de texto en el sentido habitual. Como señalaremos más adela/ite con más detalle, normalmente los libros de texto sobre personalidad y diferencias individuales o tratan los problemas estadísticos y psicométricos, la metodología y los temas técnicos de la medición, o bien presentan las diferentes teorías de la personalidad relacionadas con varios autores, como Maslow, Cattell, Freud, Jung, Murray, Rogers, Rotter, o con quienquiera al que se pueda dedicar varios capítulos eponímicos. Las teorías se presentan junto con una breve mención de algunos estudios empíricos, pero no se orienta al estudiante acerca del peso que hay que conceder a las pruebas que las respaldan ni se intenta hacer ninguna comparación entre las distintas teorías, juzgando lo completas que resultan, los criterios adoptados o la validez en términos de las pruebas experimentales. Es un poco sorprendente que los filósofos de la ciencia hayan obtenido la conclusión de que las ciencias sociales, no así las ciencias «duras», sufren la falta de un paradigma (Kuhn, 1970); este defecto es más apreciable, quizás, en el estudio de la personalidad y de las diferencias individuales que en cualquier otra parte de la psicología (excepto quizá en la psicología clínica y anormal, donde se da una falta equivalente de reglas de consenso). ¿Es realmente cierto que no hay en este campo paradigmas, es decir, teorías comprensivas fundadas en estudios empíricos de los que surgen deducciones comprobables y nos posibilitan mostrar muchos ejemplos de la verificación en laboratorio de tales predicciones? Nuestro razonamiento es que tal paradigma existe en este campo, y nos esforzaremos en trazar la historia de este paradigma, presentándolo con suficiente detalle como para hacerlo inteligible, y examinando las pruebas experimentales pertinentes para hacer que el lector sea capaz de formularse al menos un juicio previo sobre su idoneidad. Así, nuestro esfuerzo no se ha dirigido a presentar al lector una panorámica general de lo que muy diferentes tipos de psicólogos han tenido que decir sobre la personalidad; en vez de ello, hemos intentado organizar un gran volumen de material sobre unos cuantos conceptos fundamentales y mostrar que estos conceptos, junto con sus aspectos causal y descriptivo, abarcan un área suficientemente grande de lo que normalmente se llama personalidad como para ser
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Prólogo
considerada un verdadero paradigma. Este libro está escrito desde ese punto de vista, y desde ese punto de vista es como debe ser juzgado. Este libro difiere de los libros de texto tradicionales de muchas otras maneras. Hemos prestado especial atención a la ampliación de los conceptos involucrados y a su desarrollo histórico, desde los días de los antiguos griegos, pasando por filósofos como Immanuel Kant y psicólogos, como Wilhem Wundt, hasta los pioneros del trabajo moderno. Como Boring nunca se cansó de señalar, la perspectiva histórica añade un grado de profundidad al estudio de un tema particular, y mucho es lo que se puede aprender, tanto de los errores como de los aciertos de investigadores anteriores. Otra diferencia con los libros de texto típicos ha sido nuestro esfuerzo en relacionar el trabajo de distintos trabajadores en un campo con el paradigma, y así mostrar que existe un sorprendente grado de acuerdo en las dimensiones fundamentales de la personalidad entre los muy distintos autores cuyos conceptos parecerían a primera vista tener poco en común, o entre ellos o coa el propio paradigma. Afortunadamente se dispone de una gran cantidad de datos psicométricos para relaccionar las distintas concepciones de Cattell, Guilford, Comrey, Gough, Rotter, los autores del MMPI y muchos otros. Creemos que la mayoría de los lectores estarán de acuerdo en que hay algo en común en todo este trabajo que surge con gran claridad de estas comparaciones. También hemos tocado cierto número de ideas teóricas que, aunque populares, creemos que están bastante equivocadas. La idea, por ejemplo, de que los rasgos de personalidad no poseen grado alguno de consistencia y que el comportamiento depende enormemente de la situación específica está muy extendida, pero es errónea; ofreceremos un examen detallado de las pruebas; creemos que demuestran una consistencia considerable en el comportamiento no sólo en un momento dado, sino también longitudinalmente, durante 20, 30 o más años de la vida de una persona. Los datos en los que se basa esta afirmación merecen una seria consideración por parte de quien se interese por el tema de la personalidad y de las diferencias individuales. Otro aspecto en el que nuestra orientación difiere de un libro de texto típico es el énfasis puesto en los factores genéticos. Durante, mucho tiempo los científicos creyeron que la herencia jugaba un pequeño papel en la génesis de los rasgos de personalidad y en las diferencias individuales en general, pero en los últimos años se han realizado numerosos trabajos para demostrar la falsedad de esta afirmación, y ahora se está generalmente de acuerdo en que al menos la mitad de la varianza total en los rasgos de personalidad se debe a causas genéticas, de hecho su aportación puede ser incluso mucho mayor que esa. Esta cuestión es importante no sólo porque presta respaldo a la doctrina de la consistencia en la conducta humana, sino también porque indica que, al buscar los aspectos causales de la personalidad, debemos tener cuidado en considerar los factores fisiológicos, neurológicos y hormonales, por tener muchas probabilidades de mediar en los determinantes genéticos del comportamiento. Por último, pero no en menor medida, nuestra orientación se distingue de la
Prólogo
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de otros libros de texto habituales en acentuar especialmente los estudios de laboratorio diseñados para comprobar las conclusiones de las teorías de personalidad, tanto fisiológicas como psicológicas, utilizando estas pruebas de laboratorio como medidas de personalidad. Esta opinamos que es una aproximación infrecuente a la investigación de la personalidad que creemos que enlaza con la psicología experimental, relación que nos parece muy importante al crear una ciencia unificada de la psicología. La personalidad, tal como se contempla, tiene dos aspectos principales: temperamento e inteligencia. La mayoría de los libros de texto sobre personalidad tratan sólo el temperamento, pero nosotros hemos dedicado un capítulo al examen sobre la inteligencia, en parte por el objetivo de ser exhaustivos, pero también porque la investigación reciente ha revolucionado completamente este campo y ha demostrado, como ocurrió con el temperamento, que las investigaciones psicofísiológicas y de laboratorio pueden arrojar mucha luz sobre el concepto de inteligencia, llevándonos mucho más allá de las ideas tradicionales sobre el CI. De hecho, se puede afirmar que es posible que en este campo esté en proceso de aparición un nuevo paradigma, por lo que su inclusión en este libro parece más que deseable. El lector no debe suponer que, porque creamos que están empezando a surgir paradigmas en el estudio del temperamento y de la aptitud, nuestros problemas principales van a estar por eso resueltos. Los paradigmas, como Kuhn ha señalado, siempre contrastan irregularidades que exigen un examen y soluciones según el proceso característico en la «ciencia normal» de solución de problemas; uno de nuestros propósitos ha sido indicar algunas de estas anomalías y la mejor forma de tratarlas. Sin duda, las teorías aquí apuntadas cambiarán profundamente en el curso del proceso de solución de problemas, pero ése, por supuesto, es el destino de todas las teorías científicas. Si el paradigma aquí subrayado tiene alguna ventaja sobre la mayoría de las teorías de personalidad tratadas en los libros de texto, es que está sujeto a falsación y es eminentemente contrastable. La mayoría de las teorías de personalidad, especialmente las que provienen del psicoanálisis, son inasequibles a esta prueba; es esta característica la que las hace tan aceptables, pero es la misma característica la que también las hace no formar parte de la ciencia. Si no hay ningún resultado empírico que la teoría no pueda explicar tras el suceso, la teoría no está realizando en realidad ninguna predicción y no está diciendo nada más que una tautología. En la medida en que todas las teorías aquí examinadas están equivocadas, y son susceptibles de demostrar que lo están; científicamente, ésta es una virtud que ¡pocas teorías en el campo de la personalidad y de las diferencias individuales pueden realizar! Aunque nuestra principal preocupación han sido las teorías psicométricas y causales relacionadas con nuestros conceptos principales, también hemos estado interesados en el grado en el que la teoría se integra, y es pertinente, con las actividades sociales importantes, como el comportamiento antisocial y criminal, el comportamiento emocional y neurótico, y las diferencias transculturales en comportamiento. Las relaciones entre estos temas y la personalidad no están trata-
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Prólogo
das en detalle, puesto que si no tendríamos un libro indudablemente largo; simplemente vamos a indicar el tipo de conclusiones que se pueden realizar a partir de una teoría de personalidad, según diferentes tipos de comportamiento, y citaremos algunos de los estudios más pertinentes para indicar que se pueden comprobar las predicciones y que con frecuencia ofrecen resultados correctos. Así contribuyen a la red nomológica que constituye la esencia de la teoría en cuestión. Hemos intentado hacer el libro leíble e inteligible a los estudiantes sin conocimiento especializado ni en el campo psicométrico ni en el experimental. Donde encontramos necesario introducir formas complejas de análisis estadístico, como el análisis factorial, hemos intentado introducirlo destacando el aspecto lógico más que el matemático. Creemos que para la mayoría de los lectores será más importante y pertinente ofrecerles una visión comprensiva que un análisis estadístico más directo no hubiera podido ofrecer. Se dan las referencias de los análisis más avanzados de los temas en cuestión; en realidad nos hemos propuesto dar más referencias de las que normalmente se requieren. Esto tiene una razón evidente. Al realizar la afirmación de que estamos presentando aquí un paradigma verdaderamente científico, seremos seguramente confrontados con los críticos que dudan de la admisibilidad de esta afirmación; y para contradecirlos es necesario dirigir su atención a la gran cantidad de pruebas que favorece nuestra interpretación. La mayoría de los lectores no necesitarán consultar los libros y artículos mencionados en la bibliografía, pero si desean seguir un tema particular más extensamente o asegurarse de que lo que hemos dicho en el texto es en verdad correcto, podrán hacerlo consultando la lista de referencias dada. Hemos disfrutado de la ayuda de amigos y colegas no sólo al escribir el libro, sino también al realizar gran parte de la investigación que en él se menciona; la lista es demasiado larga para reproducirla; causaría resentimiento mencionar a unos y no hacerlo con otros. Estamos agradecidos a todos ellos, también a los críticos que han dirigido nuestra atención sobre la debilidad en la construcción de la teoría o en la comprobación experimental, o han sugerido teorías alternativas o soluciones ante problemas específicos, y quienes han logrado que no nos hundiéramos en el pantano de la complacencia (¡un peligro del que quizá los científicos no estén inmunes!). En cualquier caso, estimamos su contribución, aunque, por supuesto, cualquier error que pueda aparecer es exclusivamente nuestro.
HANS J. EYSENCK Institute of Psychiatry University of London MICHAEL W. EYSENCK Birkbeck College ÍJftiversity of London
Agradecimientos El autor desea agradecer la reproducción con autorización en este libro del siguiente material: Theory of Personality and Individual Differenees: Factors Systems, and Processes, de J. R. Royce y S. Powell, 1983, Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall. (Autorizada la reimpresión.) «Still Stable after All These Years: Personality as a Key to some Issues in Adulthood and Oíd Age», de P. T. Costa y R. R. McCrae, 1980. En Life Span Development and Behaviour, Volumen 3, P. B. Baltes y O. G. Brim, eds., Nueva York: Academic Press. (Autorizada la reimprensión.) «Eysenck's Personality Dimensions: A Model for the MMPI», de J. A. Wakefield, B. H. L. Yom, P. E. Bradley, E. B. Doughtie, J. A. Cox y I. A. Kraft, 1974. En British Journal of Social and Clinical Psychology, 75:413-420. (Autorizada la reimpresión.) The Biological Basis of Personality, de H. J. Eysenck, 1967, Springfield, IL: Charles C. Thomas. (Autorizada la reimpresión.) «Interaction of Lack of Sleep with Knowledge of Results, Repeated Testing and Individual Differences», de R. T. Wilkinson, 1961. En Journal of Experimental Psychology, 62:263-271. (Autorizada la reimpresión.) «Interaction of Noise with Knowledge of Results and Sleep Deprivation», de R. T. Wilkinson, 1963. En Journal of Experimental Psychology, 66:332-337. (Autorizada la reimpresión.) «The Psychophysiological Nature of Introversión-Extraversión», de J. A. Gray, 1970. En Behaviour Research and Therapy, 5:249-266. (Autorizada la adaptación.) «Extraversión and Pupillary Response to Affective and Taboo Words», de R. M. Stelmack y N. Mandelzys, 1975. En Psychophysiology, 75:536-540. (Autorizada la reimpresión.) «Drug Tolerance and Personality: Some Implications for Eysenck's Theory», de,(3. S. Claridge, J. R. Donald y P. M. Birchall, 1981. En Personality and Individual Differences, 2:153-166. (Autorizada la reimpresión.) «Konditionierung, Introversión-Extraversión und die Stárke des Nerven-systems», de H. J. Eysenck y A. B. Levey, 1967. En Zeitschrift für Psycholgie, 174:96-106. (Autorizada la reimpresión.) Reading in Extraversión-Introversión: 5. Bearings on Basic Psychological Processes, de H. J. Eysenck, 1971, Oxford: Pergamon. (Autorizada la reimpresión.) «Extraversión Arousal and Paired-Associate Recall», de E. Howarth y H. J. Eysenck,
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Agradecimientos
1968. En Journal of Experimental Research in Personality, 5:114-116. (Autorizada la reimpresión.) «The Interactive Effect of Personality, Time of Day, and Caffeine: A Test of the Arousal Model», de W. Reveller M. S. Humphreys, L. Simón y K. Gilliland, 1980. En Journal of Experimental Psychology: General, 109, 1-31. (Autorizada la reimpresión.) «Effects of Ego Threat and Threat of Pain on State Anxiety», de W. F. Hodges, 1968. En Journal of Personality and Social Psychology, 8, 364-372. (Autorizada la reimpresión.) «Mental Load, Effort, and Individual Differences», de S. Dornic, 1977. En Reports from the Departament of Psychology, núm. 509, University of Stockholm. (Autorizada la reimpresión.) «The Effects of Manifest Anxiety on the Academic Achievement of College Students», de C. D. Spielberger, 1962. En Mental Hygiene, 46:420-426. Accident Proneness, de L. Shaw y H. Sichel, 1970, Oxford: Pergamon. (Autorizada la reimpresión.) Psychoticism as a Dimensión of Personality, de H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1976, Londres: Hodder y Stoughton. (Autorizada la reimpresión.) The Measurement of Personality, de H. J. Eysenck, 1976, Lancaster: Medical y Technical Publishers. (Autorizada la reimpresión.) Sensation Seeking: Beyond the Optimal Level ofArousal, de M. Zuckerman, 1979, Hilladale, NJ: Lawrence Erlbaum. (Autorizada la reimprensión.) «Impulsiveness and Venturesomeness in a Detention Center Population», de S. B. G. Eysenck y B. J. McGurk, 1980. En Psychological Reports, 47:1299-1306. (Autorizada la reimpresión.) Sex and Personality, de H. J. Eysenck, 1976. Londres: Open Books. (Autorizada la reimpresión.) Personality Structure and Measurement, de H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1969, Londres: Curtis Brown Ltd. (Autorizada la reimpresión.) «The Place of Impulsiveness in a Dimensional System of Personality Description», de S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck, 1977. En British Journal of Social and Clinical Psychology, 76:57-68. (Autorizada la reimpresión.) «Will the Real Factor of Extraversión-Introversión Please Stand Up! A Reply to Eysenck», de J. P. Guilford, 1977. En Psychological Bulletin, 54:412-416. (Autorizada la reimpresión.) «Intelligenz informations psychologische Grundlagen», de S. Lehrl, 1983. En Enzyklopádie Naturwissenschaft und Technik, Landsberg, West Germany: Moderne Industrie. (Autorizada la reimpresión.) «Effects of Intensity of Visual Stimulation on Auditory Sensivity in Relation to Personality», de T. Shigehisa y J. R. Symons, 1973. En British Journal of Psychology, 64:205-213. (Autorizada la reimpresión.)
PARTE PRIMERA Descriptiva
r | I
1.1.
La descripción científica de la personalidad
Personalidad y taxonomía: el problema de la clasificación
A los noventa y nueve años', el filósofo griego Teofrasto escribió un libro sobre personalidad titulado Caracteres, en cuyo prólogo formuló la pregunta que ha provocado todos los esfuerzos en el estudio de la personalidad y de las diferencias individuales desde entonces: «¿Por qué será que mientras toda Grecia descansa bajo el mismo cielo y todos los griegos se educan igual, sin embargo, todos somos diferentes en personalidad?» El mismo Teofrasto se situaba en la tradición de la descripción literaria de la personalidad y de la comprensión intuitiva; como Roback (1931) señala: Es gracias a estos escritores de la antigüedad, y a los que les imitaron, por lo que podemos afirmar con un alto grado de confianza que la naturaleza humana, salvando años y océanos, es más o menos siempre la misma allá donde esté, es decir, se encuentran las mismas diferencias entre los individuos ya sean antiguos griegos o americanos del siglo XX (Pág. 9). Frente a este método literario o ideográfico, podemos distinguir ya entre los antiguos griegos otro más científico, que hoy día podría llamarse nomotético. Lo inició Hipócrates y más tarde lo instituyó Galeno, un médico romano que vivió durante el siglo II d. de J. C. Es a estos hombres, y a muchos otros que trabajaron en este campo, a quienes debemos la doctrina de los cuatro temperamentos —flemático, sanguíneo, colérico y melancólico. La tipología, que tanto éxito ha tenido y ha estado establecida durante tantos años, se basó en una cuidadosa observación y ofreció un paradigma a la investigación científica que ha durado, cerca de dos mil años, y puede que todavía tenga algo que enseñarnos. ' Cuando afrontamos el problema de las diferencias individuales con la personalidad, generalmente encontramos dos tipos bastante diferentes de cuestiones. La primera de ellas es estática, descriptiva y no explicativa; atañe al análisis descriptivo de aquellos tipos de comportamiento que incluimos en términos como 1 Se cree que Teofrasto nació en el 372 a. de C, y murió en Atenas en el 287 a. de C. No rebasaría, pues, los ochenta y cinco años. (N. del T.)
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Personalidad y diferencias individuales
personalidad, carácter y temperamento. La segunda cuestión atañe al problema más dinámico y explicativo de por qué un individuo concreto se comporta de la forma en la que lo hace, muestra más ciertos rasgos de personalidad que otros o demuestra una clase de aptitud más que otra. La primera cuestión nos conduce a la investigación de la taxonomía del comportamiento humano, mientras que la segunda nos conduce a la investigación de la dinámica del comportamiento humano. La taxonomía inevitablemente antecede a la dinámica, por eso la primera parte de este libro estará primordialmente dedicada al examen de la descripción de la personalidad o taxonomía. El término taxonomía se refiere básicamente a la clasificación. Ningún estudio científico de ningún campo resulta posible sin cierto grado previo de clasificación del múltiple material que se presenta a los científicos. n Este es el tema que frecuentemente niegan los psicólogos de la convicción significa «reifican> tanto E como N. Se supone que ahí fuera, en el cosmos, existe un neuroticismo real que tiene una correlación única con la extraversión, y que nuestras pruebas intentan aproximarse a estos factores reales. Pero, por supuesto, como ya hemos visto, esto no es cierto. Estamos tratando con conceptos que no son reales en ese sentido, sino meras invenciones de la mente humana. Carece de significado peguntar si dos de estos conceptos son realmente indepedientes o no. La pregunta adecuada es: si administramos muchas escalas razonables, representando selecciones de ítems que midan varios rasgos que supuestamente caracterizan Ey N, a. muestras aleatorias de la población, ¿el conjunto de correlaciones que se acerquen suficientemente a cero hará sostenible la creencia de que, si definimos E y N en términos de una relación ortogonal, esto probará que es útil en nuestra investigación y trabajo aplicado? Entonces, podemos construir nuestras pruebas de forma tal que de hecho den correlaciones cero. Así, la ortogonalidad se observa parcialmente en la naturaleza, y parcialmente se introduce en los datos mediante la selección de ítems; se da una combinación habitual de la teoría, la subjetividad y el hecho objetivo. Esto, a primera vista, puede parecer bastante gratuito, pero es exactamente lo que el físico hace en su campo. Consideremos esta cuestión por un momento. Tomemos el ejemplo de lo que hace el físico con la medición del calor mediante un termómetro de líquido. ¿Qué debería ponerse en el termómetro? Está claro que el agua no sería un buen líquido, puesto que se contrae desde el punto de congelación (0o C) hasta la temperatura de máxima densidad (4o C), lo que nos daría una disminución ilusoria de temperatura ¡cuando realmente la temperatura está aumentando! Realmente los líquidos más ampliamente utilizados (mercurio y alcohol) se eligen en parte porque son los que mejor encajan con la teoría cinética del calor, que predice que la temperatura final que se lee a partir de un fluido que se obtiene mezclando dos fluidos similares de masas Mx y M2 a las temperaturas iniciales T, y T2 debería ser:
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La descripción científica de la personalidad
Personalidad y diferencias individuales
M,Tl+M2T2 Mx + M2 El termómetro de aceite de linaza se descartó porque las mediciones hechas con este instrumento no encajaban con las predicciones hechas por la teoría cinética. Por eso, la elección de un instrumento de medición se basa en parte en su coincidencia con la teoría, y, como hemos visto, lo mismo es cierto respecto de la medición psicológica (Baker y cois., 1975). Los psicólogos no siempre entienden la forma en que trabajan los científicos «duros», por lo que imponen restricciones a su propio trabajo que resultarían inaceptables al físico, químico o al astrónomo. Al buscar la correlación verdadera entre E y TV, el psicólogo está persiguiendo una quimera; tal búsqueda no tiene ningún significado. Tomando de nuevo un ejemplo sobre la medición del calor, podemos señalar el hecho de que hay muchos métodos diferentes de medir la temperatura. Está el termómetro de mercurio, donde el cambio de volumen del mercurio depende del aumento de calor; el termómetro de volumen constante de gas, que depende de la reactancia de la soldadura de dos finos alambres; el termómetro de resistencia, que depende de la relación entre la resistencia y la temperatura; el termopar, que depende de las corrientes que se produzcan entre un par de metales cuyas uniones se encuentran a distintas temperaturas. Nelkon y Parker (1968) señalaron que las escalas de temperatura difieren unas de otras y «que ninguna de ellas es más "verdadera" que otra, y que nuestra elección sobre cuál adoptar es arbitraria, de forma que puede decidirse por conveniencia» (pág. 168). Así, cuando un termómetro de mercurio marca 300 °C, un termómetro de resistencia de platino en el mismo lugar y en el mismo momento ¡marcará 291 °C! No conlleva ningún significado la pregunta de cuál de estos dos valores es el correcto. A partir de lo que se ha afirmado estará claro que las cuestiones que muchos psicólogos del análisis factorial preguntan, carecen realmente de significado y, por consiguiente, del hecho de que se den diferentes respuestas no se sigue que sea una crítica del análisis factorial, sino más bien el fracaso de quienes realizan estas preguntas en demostrar suficiente conocimiento de la filosofía de la ciencia. Es necesario comprender el elemento de subjetividad que penetra en toda medición científica y en toda concepción científica, con objeto de evitar preguntar el tipo equivocado de cuestiones que suponen la «reificación» de los conceptos científicos y que crean dificultades en la comprensión de la investigación empírica donde realmente no existen. Una crítica más importante al análisis factorial moderno es la que afirma que los métodos matemáticos son mucho más refinados de lo que sería adecuado para los burdos datos que son analizados. Revensdorff (1978) ha explicado esta crítica en detalle, mostrando que el uso de métodos muy complicados de análisis estadístico resulta completamente inconmensurable con el tipo de datos disponibles y con las hipótesis comprobadas. La sensación manifestada con frecuencia
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de que muchos psicómetras están más interesados en la metodología estadística que en el problema científico y en los resultados psicológicos está, en cierta medida, justificada. Los psicólogos deberían siempre dar prioridad a la naturaleza del problema psicológico en cuestión y a la adecuación psicológica de la solución; la sofisticación estadística nunca puede ser un sustituto de la visión psicológica. 1.4.
El situacionismo frente a la teoría tipo-rasgo
¿Qué es básicamente lo que los teóricos del rasgo mantienen y críticos como Thorndike y Mischel niegan? M. W. Eysenck y H. J. Eysenck (1980) han ofrecido una revisión completa de estas críticas y sus propias respuestas a las mismas; aquí trataremos estos puntos de forma más reducida. Más abajo aparece una lista de los supuestos ampliamente aceptados entre los psicólogos del rasgo, según los autores: 1. Los individuos se diferencian según su localización en las importantes tendencias de personalidad semipermanentes conocidas como rasgos. 2. Los rasgos de personalidad pueden identificarse mediante estudios correlaciónales (o de análisis factorial). 3. Los rasgos de personalidad están determinados de forma importante por factores hereditarios. 4. Los rasgos de personalidad se miden mediante datos de cuestionario, evaluaciones, pruebas de laboratorio psicológicas y objetivas, y mediante medidas psicofisiológicas. 5. La influencia interactiva de rasgos y situaciones produce condiciones internas pasajeras denominadas estados. 6. Los estados de personalidad se miden mediante datos de cuestionario, medidas psicofisiológicas y tests de laboratorio. 7. Los rasgos y los estados son variables intervinientes o mediatizadoras, que son útiles para explicar las diferencias individuales en comportamiento, en la medida que se incorporan dentro de un campo teórico apropiado. 8. La relación entre rasgos o estados y comportamiento es típicamente indirecta, estando afectada o moderada por las interacciones que existen entre rasgos, estados y otros factores salientes. Una de las críticas mejor conocidas de Mischel sobre la investigación del rasgo-estado es su afirmación de que las medidas de consistencia en personalidad raramente ofrecen correlaciones que sobrepasen 0,30. Esta crítica se aplica a la mayoría de los estudios que consideran las respuestas de comportamiento específicas entre dos situaciones diferentes. Sin embargo, en un nivel empírico, una insuficiencia de muchos estudios ha sido el uso de un muestreo de datos muy limitado y falto de fiabilidad. La diferencia que puede suponer en las medidas correlaciónales de consistencia el aumento de los datos fue claramente demostrada por Epstein (1977). Los sujetos registraron sus experiencias emocionales
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Personalidad y diferencias individuales
más negativas y más positivas de cada día durante tres semanas. La correlación media, bien de las experiencias positivas, bien de las negativas de sólo dos días, fue comparada, y resultó menor que 0,20, guardando mucha relación con la magnitud de las correlaciones examinadas por Mischel. Sin embargo, cuando se correlacionó la media de todos los días restantes con la media de los días pares en todos los sujetos, la correlación media fue de 0,88 para las emociones agradables, y ligeramente inferior para las emociones desagradables. Similarmente, las observaciones diarias hechas por jueces externos durante cuatro semanas sobre ocho variables relacionadas con la sociabilidad y la impulsividad dieron una correlación de sólo 0,37 cuando se basaban en dos muestras de comportamiento de un día, pero era de 0,81 para dos muestras de catorce días. Por tanto, si se encuentran consistencias pequeñas en el trabajo empírico, a menudo es por lo reducido de los datos, que, de aumentarse, arrojarían consistencias mucho mayores (Rushton„Brainesd y Preisley, 1983). Dos cuestiones requieren ser mencionadas. La primera es que Rushton y cois. (1983) denominaron el principio de agregación. Este simplemente afirma que, respecto a la consistencia de la conducta, debemos tener cuidado en contemplar conjuntos de ejemplos más que ítems simples. No predeceríamos el éxito o el fracaso educativo a partir de un simple ítem de O ; tales ítems sólo correlacionan alrededor de 0,2, y de ahí la pérdida inherente de Habilidad y validez. Sin embargo, si reunimos 100 ítems, la estimación resultante del CI correlaciona poderosamente con el rendimiento académico. Gran parte de la literatura que se lamenta de la baja consistencia de la conducta descansa sobre simples ítems de este tipo. El trabajo de Hartshorne y May (1928, 1929) y el de Hartshorne y Shuttleworht (1930) son de ese tipo. Puesto que las pruebas individuales de honestidad, falsedad, etc., correlacionaban alrededor de 0,2 sólo con otras pruebas simples, los autores dedujeron la falta de consistencia en la conducta; sin embargo, cuando las escalas se construían empleando conjuntos de pruebas, se hallaba una consistencia en la conducta bastante alta (Burton, 1963; H. J. Eysenck, 1970). El principio de la agregación se considera muy detalladamente en el estudio de Rushton y cois., por lo que no resulta necesario decir más sobre esta cuestión aquí. La segunda cuestión sirve para contestar a Mischel y a otros que hacen hincapié en la importancia de las situaciones, y es el hecho obvio de que nosotros escogemos las situaciones en las que deseamos encontrarnos. El interés por los libros y la lectura nos llevará a las bibliotecas; el interés por el deporte nos llevará a los campos de tenis o fútbol; el interés por la música nos conducirá a lugares donde se toque música. La situación en estos casos no es primordial, es una consecuencia de los sistemas ya existentes de lo que agrada y desagrada, de los valores, actitudes, rasgos de personalidad y cosas así, muchos de los cuales, como veremos, están determinados genéticamente. La vida no empieza con situaciones como algo ya dado en lo que nos encontramos; tenemos la capacidad de elegir en cuál de las muchas posibles situaciones queremos entrar. Esta cuestión es de vital importancia para considerar el siíuacionismo; aún no ha sido considerada por los que niegan la consistencia de la conducta.
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Mischel ha afirmado que los rasgos se construyen a partir de sobregeneralizaciones globales basadas en el comportamiento. No ha considerado, aparentemente, la posibilidad de que factores hereditarios tuvieran alguna importancia en este contexto. Esto supone devanarse los sesos ante el hecho de que las pruebas de los estudios con gemelos indiquen, de forma consistente, la parte sustancial que juega la herencia en la pluralidad de la personalidad. Estos estudios serán considerados más tarde en este libro, pero indican que la herencia recoge cerca de las dos terceras partes de la varianza verdadera en lo que concierne a las diferencias de personalidad en P, E y TV (Fulker, 1981). Es imposible conjugar una creencia en la inconsistencia del comportamiento humano con los hechos de la determinación genética. Puesto que las pruebas indican que los factores hereditarios son importantes al explicar las diferencias individuales en personalidad, y puesto que la investigación del rasgo-estado es casi la única teoría importante que reconoce el hecho e incorpora factores hereditarios mediante el concepto de rasgo, los teóricos de las distintas creencias deberían orientarse hacia esta cuestión. Mischel ha reconocido que la labor de predecir las respuestas conductuales dentro de la teoría del rasgo-estado puede realizarse según las «variables moderadas» (Wallach, 1962); la idea básica es que la influencia de cualquier rasgo particular en el comportamiento será normalmente indirecta, estando afectada o moderada por cierto número de rasgos, variables mediatizadoras y factores situacionales. Mischel ha criticado esta idea, afirmando que cuanto más variables moderadoras se necesiten para calificar un rasgo, más reflejará la concepción basada en el rasgo la relativa descripción específica de la unidad comportamiento-situación. Aunque es cierto que la concepción rasgo-estado ha llegado a ser más compleja durante los últimos años, podría afirmarse perfectamente que, en vista de la complejidad del funcionamiento humano, es necesario e inevitable tal desarrollo. Las pruebas sobre cierta especifidad transituacional del comportamiento sólo pueden considerarse perjudiciales para las teorías del rasgo-estado que suponen una correspondencia directa y unívoca entre los rasgos internos y los índices del comportamiento. Ya que la mayoría de las teorías actuales sobre el estado-rasgo suponen la existencia de variables moderadoras, y así reclaman sólo una relación indirecta, pero teóricamente predecible, entre los rasgos y las respuestas conductuales, las pruebas de Mischel pierden mucha de su aparente fuerza. Por supuesto, es deseable que aquellos factores resaltados por una postura teórica recogieran una proporción considerable de la variación conductual, pero también existen varios otros criterios mediante los que las teorías pueden y deben ser valoradas. Uno de estos criterios es una teoría sobre el margen de aplicabilidad. Tengamos sólo un ejemplo: H. J. Eysenck (1967a, 1981) ha mostrado que la dimensión de personalidad extraversión-introversión se relaciona con el desempeño de forma teóricamente predecible mediante las siguientes variables, entre otras: umbrales sensoriales, de dolor, estimación del tiempo, privación sensorial, defensa perceptiva, vigilancia, fusión crítica de destello, patrones sueño-
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despertar, constancia visual, los post-efectos de la figura, el enmascaramiento visual, las pausas de descanso en el golpeteo, los esquemas de discurso, el condicionamiento, la reminiscencia y el comportamiento expresivo. Las críticas de Mischel sufren la desventaja de juzgar la investigación del estado-rasgo desde una prespectiva bastante limitada. En los últimos capítulos de este libro se hablará claramente sobre esta refutación de sus críticas. Mischel y sus seguidores parecen considerar la cifra de 0,30 como una medida media de consistencia significativa en cierto sentido, pero resulta difícil considerar que esto sea así. Básicamente, Mischel está intentando probar una negación: que la conducta no es consistente. Claramente, no es posible; aunque todos los intentos (n) en descubrir la consistencia hayan sido fracasos, no se ha de descartar la posibilidad de que el próximo intento (n + 1) fuera un éxito. Carece de significado promediar, como él lo hace, los intentos que han tenido éxito y los que no lo han tenido; evidentemente, el éxito depende de tener una teoría que apunte en la dirección correcta, escogiendo pruebas que sean fiables y válidas, y aplicarlas a una población adecuada en circunstancias motivacionales apropiadas. Aunque una de estas precondiciones (¡raras e infrecuentes!) deje de aparecer, el fracaso del experimento no dice nada sobre la consistencia de la conducta. Este tema debe contraponerse a la forma típica en que se lleva a cabo la investigación en personalidad. No deseamos caricaturizar el estudio moda 3 en este campo, pero consideremos que se administra un test multifásico de los rasgos de personalidad a una población de estudiantes, y que todos los resultados separados se correlacionan con algún criterio o criterios. Normalmente, nada se afirmaría a propósito de las hipótesis, y aunque una hipótesis se compruebe supuestamente, usualmente no especifica ningún rasgo particular. A pesar de que uno de los muchos rasgos medidos por el test multifásico sea probablemente pertinente a la hipótesis, la mayoría de los otros probablemente no lo sean; aun así se calcularían normalmente las correlaciones con el criterio para todos los casos. Si un test mide 16 rasgos (como el 16PF) y un rasgo se relaciona poderosamente con el criterio mientras que los otros 15 no, un promedio de todas las correlaciones observadas debe inevitablemente arrojar una baja correlación media; es esta media carente de significado o cifra «moda» la que aparece en las cifras promedio citadas por Mischel. Otra cuestión: Es bien sabido en psicometría que las correlaciones no se pueden interpretar directamente sin cierto conocimiento de la fiabilidad interna de las puntuaciones correlacionadas. Cualquier intento de estimar la relación entre dos variables dependiendo de estimaciones no fiables de una o de ambas puede infraestimar burdamente la correlación verdadera, por lo que debería siempre ser corregida por defecto. Esto no se hace prácticamente nunca en los estudios citados y promediados por Mischel, aunque las fiabilidades de las variables en cuestión a menudo se conozcan y no lleguen a lo que podría considerarse como adecuado. Por esta razón, entre otras, la correlación media de 0,30, considerada como 3
«Moda», en el sentido estadístico. (N. del T.)
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estimación significativa de las relaciones verdaderas en cuestión, debe entenderse como una infraestimación de las mismas, en cierta medida desconocida, pero probablemente sustancial. Este razonamiento se ve incluso reforzado cuando consideramos que gran parte del trabajo criticado por Mischel intenta predecir el comportamiento de la vida real. Tales predicciones pueden fracasar por varias razones; una obvia es que de hecho no existe consistencia en la conducta tal como se desprende en teoría de las altas correlaciones que se hallen; esto es, en la práctica, lo único que Mischel ha considerado. Es igualmente posible, como ya ha sido mencionado, que la teoría errónea haya sido probada, o que se haya utilizado el test equivocado, o que los tests empleados fueran nada fiables. Es igualmente posible, y con frecuencia demostrablemente cierto, que el criterio sea excesivamente defectuoso, es decir, o nulo o falto de fiabilidad. Los criterios educativos son famosos por su falta de fiabilidad (Hartog y Rhodes, 1936); otros criterios de la vida real en la empresa, la psiquiatría o en otras áreas a menudo comparten este defecto. A menos que tengamos alguna razón para creer que nuestros criterios son tanto válidos como fiables, el que los tests no predigan estos criterios adecuadamente no puede emplearse como prueba de inconsistencia de la conducta. Con lo que Mischel, Shweder (1975), D'Andrade (1965) y otros han intentado sustituir la psicología del rasgo, es lo que algunas veces se ha llamado situacionismo, el título moderno de la hipótesis de la especifidad de Thorndike. Así, Bowers (1973) cita a Mischel diciendo que «la absoluta dependencia del comportamiento, de los detalles de las condiciones específicas, refleja la gran sutileza de las diferencias que la gente continuamente hace» (pág. 308). Se indica que la conducta humana se determina enteramente («absoluta dependencia») por la situación en la que la persona misma se encuentra, aunque algunos situacionistas no van demasiado lejos en esto. Dicha postura es claramente inaceptable; en absoluto consigue recoger lo que constituye la base de todas las teorías del rasgo y del tipo, esto es, las diferencias individuales en comportamiento ante idénticas situaciones. Bowers ha aportado una crítica excelente al «situacionismo en psicología»; no entraremos aquí en muchos detalles sobre esta idea general. Mucho se ha escrito desde la crítica de Bowers, y muchos experimentos han brindado su apoyo desde entonces a sus reanálisis de 11 estudios que valoraban la influencia de la situación, la persona y la interacción entre los dos, mediante el análisis de varianza. Halló que en estos estudios, el 13 por 100 de la varianza se atribuía a la persona, el 10 por 100 a la situación y el 21 por 100 a la interacción entre la situación y la persona. Este resultado ciertamente no refuerza la creencia en una arrolladura fuerza de la situación. El trabajo posterior (por ejemplo, Sarason, Smith y Diener, 1975) acentúa esta conclusión. Lo que al menos puede afirmarse, de la simple observación de este conjunto concreto de estudios, es que la personalidad, ya sea como una variable principal o en interacción con la situación, contribuye al menos tanto, y probablemente más, al comportamiento observado, como la misma situación. Además, la varianza de la persona es esencial para explicar las diferencias interindividuales en situaciones idénticas.
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Los estudios específicos sobre sociabilidad (Gifford, 1981), ansiedad (Lazzerini, Cox y Mackay, 1979), agresión (Olweus, 1979), extraversión (Monson, Hesky y Chernick, 1982), y muchos otros indican la gran importancia de los rasgos de personalidad, aun cuando las situaciones varíen (Magnusson, 1981, Argyle, Furnham y Chernick, 1982). Estos estudios tratan la consistencia a través de las secciones. Los estudios sobre la consistencia longitudinal se revisarán más tarde (por ejemplo, Schuerger, Taid y Tavervelli, 1982). Aquí simplemente anotaremos la paradoja que, aunque los estudios empíricos han desechado completa y decisivamente la postura de Mischel, todavía se acepta amplia y acríticamente de forma autoritaria en muchos libros de texto. Resultaría aburrido recurrir al Zeitgeist para explicar tal paradoja, pero no se nos presenta mejor explicación que ésta. Mantenemos que no sólo el situacionismo es contrario a la gran mayoría de resultados empíricos, sino que es internamente inconsistente y se basa en errores metodológicos y teóricos fundamentales. En primer lugar, la en apariencia diferenciación claramente marcada, entre rasgo y situación, no es de hecho muy significativa. Normalmente el nombre de un rasgo dado también implica las situaciones en las que se puede manifestar y medir; de forma que una teoría del rasgo supone directamente una taxonomía de las situaciones. Consideremos rasgos como sociabilidad, persistencia y tempo personal. Sólo podemos medir la sociabilidad en cierto tipo de situaciones, esto es, en aquellas que supongan un trato relativamente libre entre la gente (o preguntas relativas a tales ocasiones). No podemos medir la persistencia o el tempo personal en estas situaciones, de la misma forma que apenas podemos medir la sociabilidad en situaciones que nos posibilitan medir la persistencia o el tempo personal. En otras palabras, rasgos y situación forman las dos caras de una moneda que no pueden separarse una de otra: las teorías clásicas del rasgo no obvian las situaciones, las suponen directamente. Un cuestionario de personalidad típico relacionado, por ejemplo, con la sociabilidad, incluirá de hecho referencias a cierto número de situaciones en las que la persona pueda comportarse de forma sociable, es decir, se hará referencia a lo que gustan las fiestas, a charlar con la gente, tener muchos amigos, y cosas así. De forma parecida, un cuestionario sobre persistencia se referirá a la tendencia del individuo a llevar a cabo ciertas actividades a pesar de lo penosas, aburridas, etc., que resulten en situaciones muy diferentes. Hartshorne y May (1928, 1929) y Hartshorne y Shuttleworth (1930) introdujeron probablemente un error fundamental en el tema cuando afirmaron que una teoría del rasgo de honestidad requeriría que los niños que fueran deshonestos en una situación, deberían ser también deshonestos en otra. Tal exigencia olvida completamente que con la naturaleza asimétrica de cualquier escala los ítems se ofrecen en distintos niveles de dificultad. Por poner primero un ejemplo sobre las pruebas de inteligencia. Que un niño solucione un problema fácil no significa que sea capaz de solucionar uno difícil (aunque lo contrario sí podría suponerse en una teoría sobre la inteligencia; de ahí la asimetría). Los actos deshonestos forman una escala similar en la que, por ejemplo, hacer trampas en el co-
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legio es un ítem fácil, y robar, uno más difícil. No es necesario esperar que, porque un niño haga trampas en el colegio, tenga también que robar; no existe tal supuesto en la teoría del rasgo en cuestión. Cuando Magnusson (1980) pidió una taxonomía de las situaciones, era claramente consciente de esta interrelación entre rasgos y situaciones y de la necesidad de asignar niveles de dificultad a diferentes situaciones. Esta necesidad no ha encontrado mucho eco en la investigación empírica (Argyle y cois., 1981). Volvamos ahora a un examen más detallado del llamado efecto de interacción. Examinándolo más de cerca, vemos dos subfactores que se ha sugerido que contribuyen a la extraversión, la sociabilidad y la impulsividad. S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck (1963) llevaron a cabo una investigación empleando un cuestionario con cierto número de ítems relacionados con la sociabilidad y cierto número de ítems relacionados con la impulsividad. También se incluyeron ítems relacionados con la extraversión y el neuroticismo. Los ítems se intercorrelacionaron y se realizó un análisis factorial. Como se predijo, surgieron factores de sociabilidad e impulsividad, pero los dos correlacionaban significativamente el uno con el otro, resultado replicado por Sparrow y Ross (1969) y por Farley (1970). La intercorrelación entre los dos da pie al concepto de extraversión, pero también implica con claridad un cierto tipo de situacionismo, de forma que dos personas que sean sociables (es decir, que reaccionen de cierta forma en situaciones sociales) no son necesariamente impulsivas (es decir, no reaccionan de forma impulsiva en otros tipos de situaciones). El hecho de que estos dos tipos bastante distintos de situaciones estén, sin embargo, correlacionados significativamente indica que el rasgo de personalidad tiene una consistencia que no depende de variables situacionales específicas. De forma similar, podemos considerar la sociabilidad, como ya se sugirió (H. J. Eysenck, 1956b), y formular la hipótesis de que se puede mostrar timidez ante distintos tipos de situaciones, es decir, aquellas en las que alguien superior crea ansiedad y aquellas en las que la crea gente normal, y el desagrado de la persona tímida al estar con ellos. Cualquier teoría del rasgo implica una teoría situacional, y viceversa. La creencia de los autores modernos de que han descubierto un compromiso entre la teoría del rasgo y el situacionismo en buscar interacciones está equivocada; ¡tal interacción siempre ha sido parte de la teoría del rasgo! Tenemos la conclusión de que los intentos de Mischel y otros por desestimar la teoría del rasgo y sustituirla por el situacionismo son lógicamente inconsistentes, históricamente falsos y empíricamente incorrectos. Hay cierto grado de consistencia en la conducta humana que se extiende a muchos tipos distintos de situaciones y que debe ser tenida en cuenta en la psicología experimental, en la psicología social, en la psicología clínica, en la psicología educativa, en la psicología industrial y en todas las otras variantes de la psicología. Otra crítica a la hipótesis del rasgo la han propuesto los que defienden las «teorías implícitas sobre la personalidad» (véase Wiggins, 1973). Sobre esta idea, Shweder y D'Andrade (1979) han afirmado que las correlaciones derivadas de las evaluaciones de rasgos son principalmente representativas de las asociaciones
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conceptuales o semánticas entre las categorías evaluadoras, y no reflejan en absoluto las diferencias de personalidad o en comportamiento. Esta postura encuentra apoyo en resultados como los de Passini y Norman (1966), quienes encontraron que la estructura factorial de las evaluaciones de extranjeros desconocidos era similar a la que se basaba en las evaluaciones de individuos conocidos. En otros estudios también las medidas de similitud semántica han arrojado a menudo una estructura factorial aproximadamente idéntica a la que se da cuando las respuestas reales de los sujetos o los evaluadores se analizan factorialmente (D'Andrade, 1965; Shweder, 1975; Stricker, Jacob y Kegan, 1974). Tal teoría supone que los profanos poseen algún conocimiento intuitivo sobre las asociaciones de los rasgos, que podría reproducir las correlaciones de los rasgos verdaderos, y esto se contradice con las pruebas empíricas que indican correlaciones entre las concepciones sobre los rasgos, ya sea mediante cuestionario o por evaluación, y las correlaciones con pruebas sobre comportamientos objetivamente medibles y externos, y de laboratorio (que se discutirán posteriormente). Rowe (1982) ha llevado a cabo una prueba directa de la hipótesis utilizando las respuestas de gemelos monozigóticos ante ítems de personalidad referidos a sociabilidad, emotividad e impulsividad. Los gemelos entraron primero en una matriz de datos como individuos, y las correlaciones de los rasgos resultantes se analizaron factorialmente. A continuación se calculó una segunda matriz con las transcorrelaciones de los gemelos MZ, es decir, el rasgo A en un gemelo se correlacionaba con el rasgo B en el otro gemelo. Rowe afirmó que la primera estructura factorial debería tener un «sesgo semántico», perc que la segunda estructura factorial, puesto que las correlaciones representaban la asociación entre rasgos dados a conocer de forma independiente por los dos individuos, no lo debería tener. Frente a la posición del sesgo semántico, la estructura factorial transcorrelacional y relativamente libre de sesgo se encontró que replicaba la estructura factorial descubierta mediante correlaciones normales. La conclusión de Rowe fue que aunque puede haber cierto grado de sesgo inherente a la estructura de la personalidad implícita, no parece que distorsione ampliamente la estructura factorial de la personalidad. Esta conclusión coincide con los muchos resultados de correlaciones entre factores de personalidad y criterios objetivos. En conjunto, la hipótesis del sesgo semántico realiza una aportación débil, o nula, a las medidas de rasgo observadas y a las estructuras factoriales basadas en ellas.
El desarrollo de un paradigma
2.1.
Orígenes de la teoría de la personalidad
Bien conocida es la afirmación de que la psicología tiene una breve historia, pero un largo pasado. Si bien es cierto que los métodos experimentales sólo se han utilizado muy recientemente, los varios enfoques que todavía influyen poderosamente en nuestro trabajo datan con seguridad de hace dos mil años. Ya hemos mencionado la distinción explícita de Cicerón entre rasgo y estado de ansiedad. Podría decirse que también tenía una teoría de aprendizaje sobre la neurosis, ¡con bastante antelación a Watson, Skinner y Wolpe! De forma similar, dos de nuestras dimensiones principales de personalidad, extraversión y neuroticismo fueron anticipadas por antiguos escritores griegos, como Hipócrates, a quien se le atribuye la doctrina de los cuatro temperamentos, y que esbozó una teoría explicativa en términos de los así llamados humores; esta teoría fue posteriormente divulgada por el médico Galeno. Galeno asignó una causa definida a cada uno de los cuatro tipos de individuos resultantes, según el predominio de ciertos humores corporales. De la persona sanguínea, siempre llena de entusiasmo, se decía que su temperamento se debía a la fuerza de la sangre; a la sobreactivación de la bilis negra se atribuía la tristeza del melancólico; la irritabilidad del colérico, al predominio de la bilis amarilla en el cuerpo; y la aparente lentitud y apatía del flemático, a la influencia de la flema. Aunque estas ideas nos parezcan absurdas, conforman, por lo menos de forma embrionaria, las tres principales nociones que caracterizan el trabajo actual sobre personalidad. En primer lugar, el comportamiento o la conducta ha de describirse en términos de rasgos, que caracterizan a los individuos dados en grados variables. En segundo lugar, estos rasgos forman una unidad o correlacionan, y definen tipos más fundamentales y exhaustivos. En tercer lugar, estos tipos se fundamentan esencialmente sobre factores constitucionales, genéticos o innatos, que han de ser descubiertos en la estructura fisiológica, neurológica y bioquímica del individuo. Hay algunas pruebas entre los escritos griegos de la diferencia, tan importante hoy día, entre fenotipo y genotipo, es decir, entre el comportamiento tal y como se da en la vida diaria y las bases genéticas de la conducta. Esta diferenciación, además, nos conduce a la importante cuestión del grado en el que las fuerzas ambientales determinan las diferencias de personalidad, pudiendo así
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afectar los principios clasifícatenos, derivados, principalmente, de las investigaciones sobre fenotipos. Realmente todas estas cuestiones son embrionarias y no deberían recalcarse demasiado; siempre existe el peligro de tender a leer en los documentos antiguos ideas modernas que no están propiamente en ellos. Aunque casi no puede negarse que todas estas ideas fundamentales estaban contenidas de hecho en los primeros escritos del tercero y segundo siglo a. de C. La doctrina de los cuatro temperamentos probó durante siglos una teoría muy influyente sobre personalidad, aunque no nos vamos a detener en discutirlo en detalle. Quizá podemos comenzar en 1798, cuando Inmanuel Kant publicó su famosa Anthropologie. Kant no sólo fue el filósofo europeo más destacado, sino también un consumado científico, y en este libro nos presenta un verdadero libro de texto de psicología. Su capítulo sobre el temperamento fue muy leído y aceptado en Europa. Su descripción de los cuatro temperamentos puede servirnos como exponente de esta fundamental posición teórica. Así es como él describe a la persona sanguínea, la colérica, la melancólica y la flemática. El temperamento sanguíneo. La persona sanguínea es despreocupada y llena de esperanzas; concede la mayor importancia a cualquier cosa que pueda estar tratando en ese momento, pero puede haberla olvidado al siguiente. Se propone cumplir sus promesas pero no lo consigue, puesto que nunca consideró con anticipación y profundidad si era capaz de realizarlas. Es suficientemente bueno de naturaleza como para ayudar a otros, pero es un mal deudor y pide constantemente nuevos plazos para pagar. Es muy sociable, dado a bromear, alegre, no se toma nada en serio y tiene muchos, muchos amigos. No es vicioso, pero difícilmente evita sus pecados; puede arrepentirse, pero esta retracción (que nunca llega a ser un sentimiento de culpabilidad) la olvida pronto. Se fatiga y aburre con facilidad en su trabajo, pero está constantemente participando en simples juegos —que contengan mucha variedad—, y la constancia no es su fuerte. El temperamento melancólico. La gente que tiende a la melancolía da mucha importancia a todo lo que les atañe. En todo encuentran motivo de ansiedad, y de lo que primero se dan cuenta en una situación es de las dificultades, a diferencia de las personas sanguíneas. No hacen promesas con facilidad, porque insisten en mantener su palabra, y han de considerar si podrán hacerlo. Todo esto no se debe a consideraciones morales, sino a que el contacto con los otros les vuelve preocupados, recelosos y pensativos; ésta es la razón por la que se les escapa la felicidad. El temperamento colérico. Se le tiene como acalorado, rápidamente excitable, pero se le calma con facilidad si su oponente se le rinde. Se enfada sin odio. Su actividad es rápida, pero no es persistente. Está ocupado, pero no le gusta embarcarse en negocios, precisamente porque no
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es persistente; prefiere dar órdenes, pero no quiere que le molesten para llevarlas a cabo. Le encantan los elogios, y quiere que se manifiesten públicamente. Le gustan las apariencias, la pompa y la formalidad; es muy orgulloso, con mucho amor propio. Es miserable; educado, pero ceremonioso; cuando más sufre es ante la negativa de los demás en acceder a sus pretensiones. En una palabra, el temperamento colérico es el menos feliz porque es el que más se enfrenta consigo mismo. El temperamento flemático. Flema significa falta de emoción, no vagancia; indica la tendencia a desplazarse, ni rápida ni fácilmente, pero con persistencia. Se acalora lenta, pero duraderamente. Actúa por principios, no por instinto; su feliz temperamento puede suplir la falta de sagacidad y juicio. Es razonable en su trato con los demás y normalmente se sale con la suya, persistiendo en sus objetivos mientras parece ceder ante-los otros (1798/1912, págs. 114-115). No existen combinaciones de temperamentos, por ejemplo, sanguino-colérico; sólo hay estos cuatro temperamentos, cada uno de ellos es simple, y es imposible concebirlos mezclados de ninguna manera en ningún ser humano. Esta idea de cuatro temperamentos bastante independientes, separados y no relacionados, seguramente vinculados a lo que hoy denominamos un gen dominante mendeliano, no guardaba mucha relación con la observación diaria, incluso concediendo que se hayan hecho diferencias entre fenotipo y genotipo. Curiosamente, la concepción moderna se originó con Wundt (1903), a quien no se le considera un teórico de la personalidad. Sin embargo, él fue el primer psicólogo (aunque no el único) en desafiar la categórica descripción de los antiguos griegos, y de Kant, para introducir otra dimensional. Rohracher (1965) afirma que ya en 1911, Stern fue capaz de describir 15 intentos similares, entre ellos el de Ebbinghaus (a quien comúnmente no se le considera un teórico de la personalidad), que adelantó los dos factores ortogonales de optimismo y pesimismo (extraversiónintroversión) y lebhaftes frente a verhaltenes Gefúhlsleben (emotivo frente a no emotivo). Lo que Wundt sugirió fue esto: La antigua clasificación en cuatro temperamentos... proviene de agudas observaciones psicológicas de las diferencias individuales entre las personas. Esta cuádruple división puede justificarse si coincidimos en postular dos principios sobre la reactividad individual de los afectos: uno se refiere a la fuerza, y el otro, a la velocidad en mudar los sentimientos de una persona. Los coléricos y los melancólicos tienden a afectos fuertes, mientras que los sanguíneos y los flemáticos se caracterizan por los débiles. Se da un margen de variación mayor en sanguíneos que en coléricos, y menor en melancólicos y flemáticos. Es bien conocido que los temperamentos fuertes... están predestinados a los Unlustsimmungen (afectos negativos), mientras que los débiles
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muestran una capacidad más feliz para disfrutar de la vida... Los dos temperamentos que varían con rapidez son más susceptibles a los acontecimientos del presente; su inquietud les hace responder a cada nueva idea. Los dos temperamentos más lentos, por otro lado, están más preocupados por el futuro. No responden a cada acontecimiento, se toman su tiempo en seguir sus propias ideas (1903, pág. 384). Combinando los términos y descripciones de Kant y Wundt, llegamos a un cuadro teórico de la personalidad humana bastante semejante al dado en la figura 2.1. Se puede observar que Wundt ha desplazado el énfasis desde una tipología entendida como un sistema categórico, donde las personas sólo se asignan a uno de los cuatro cuadrantes, a un sistema cuantitativo bidimensional en el que la gente puede ocupar cualquier posición y cualquier combinación de posiciones sobre dos dimensiones principales, que él denomina «emociones fuertes», opuestas a «emociones débiles», y «variable» opuesto a «invariable». Dentro de este sistema, que al predecir con asombrosa exactitud el desarrollo futuro lo hace aplicable ochenta años después, cada persona ocupa una posición sobre las dos dimensiones principales, y estos conceptos de emotividad y variabilidad no indican ninguna clase de distribución en forma de U o multimodal; Wundt pensó en distribuciones básicamente normales. La tipología sugerida en este esquema wundtiano tiene su origen en la observación desasistida, pero bastante sistemática. EMOTIVO Rápidamente excitable Egocéntrico Exhibicionista Acalorado Histriónico Activo VARIABLE
INVARIABLE
Jugador
Razonable Actúa por principios Controlado
Tolerante Sociable
Tenaz Persistente
NO EMOTIVO Figura 2.1.—Gráfico de la teoría de los cuatro temperamentos según los describen I. Kant y W. Wundt.
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La psicología ha avanzado haciendo la colección de datos, ya sea por la observación y valoración o por el cuestionario y la autovaloración, más sistemática y sometiendo los resultados al análisis estadístico. Además, la psicología moderna ha aportado teorías para explicar las correlaciones observadas, y ha afrontado el problema implícito del determinismo de las pautas comportamentales observadas mediante factores genéticos y ambientales. Pero a pesar de estos avances no hemos tenido éxito en ir más allá de la intuición de los antiguos griegos, aunque se han descubierto factores adicionales a £ y a i V que han ampliado este esquema. Kant y Wundt se entregaron enteramente a la parte descriptiva de la tipología. Otros dos escritores a quienes debemos mencionar estuvieron más interesados en los factores causales, e intentaron diseñar una teoría que diera cuenta de las pautas conductuales observadas. El primero fue el psiquíatra austríaco Otto Gross (1902, 1909), cuyos dos primeros libros (más bien folletos) introducían los conceptos defunción primaria y secundaria. Estos conceptos son básicamente fisiológicos, aunque la fisiología en cuestión es, al menos en parte, mitológica; los conceptos se refieren, respectivamente, a la actividad hipotética de las células del cerebro durante la producción de cualquier forma de contenido mental y a la conservación de los procesos nerviosos relacionados con esta producción. Así, un proceso nervioso que culmina aportando una idea en la mente es susceptible de conservarse, aunque no a un nivel consciente, y determinar las consecuentes asociaciones hechas por la mente. La conservación, como la entiende Gross, es de naturaleza similar al concepto de consolidación, que ha adquirido en los últimos años un excelente apoyo experimental. M. W. Eysenck (1981) y H. J. Eysenck y Frith (1977) llevaron a cabo una revisión de este trabajo sobre la consolidación y su aplicación a las diferencias de personalidad. Gross también postuló una correlación entre la intensidad de cualquier experiencia y su tendencia a perdurar posteriormente y determinar el curso siguiente de las asociaciones mentales. Lo que más energía requería, y lo más intenso, lo constituían, desde su punto de vista, las ideas y experiencias profundamente afectivas y emotivas, y, por tanto, serían seguidas de una duradera función secundaria, en el curso de la cual el contenido mental sería influenciado, y en parte determinado, por los persistentes efectos de la función primaria. Por supuesto, se da una similitud obvia entre los conceptos de función secundaria y de período refractario. Gross distingue dos tipos opuestos de personas, que denomina «profundo-estrecho» y «superficial-ancho». En el tipo profundo-estrecho encontramos una típica función primaria que sufre con intensidad las emociones y los sentimientos, provocando una inversión alta de energía nerviosa que requiere períodos largos de recuperación, durante los cuales las ideas relacionadas con la función primaria permanecen y reverberan (función secundaria duradera). En el tipo superficial-ancho, por otro lado, la función primaria es mucho menos intensa, necesitando comparativamente un gasto menor de energía, y está seguido de un período de recuperación breve. Ciertas características de personalidad se siguen de las hipótesis brevemente
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aquí descritas. En el tipo de persona superficial-ancho, la breve función secundaria hace posible un gran aumento en la frecuencia de las funciones primarias en un momento dado. Esta constante disponibilidad para las acciones y reacciones breves indica una cierta superficialidad y distracción, así como una rápida reacción a los sucesos externos; este tipo tiene mucho que ver con el tipo variable de Wundt. En el tipo de persona profundo-estrecho, la muy persistente función secundaria dificulta la integración de distintos grupos de lo que Gross llama themas (conjuntos de emociones, asociaciones, tendencias determinantes y sentimientos centrados sobre la única idea de la que sea objeto la función primaria) y conduce a un tipo de personalidad sejunctive (disociada). La disociación condena la libido a la inhibición, reduciendo el nivel conductual al pensamiento y a la timidez social. Es la base del tipo invariable de Wundt. Las teorías fisiológicas de Gross están, por supuesto, bastante fuera de moda y guardan poca relación con la realidad. Sin embargo, si sustituimos su concepto de función mental primaria por los conceptos de sistema reticular ascendente e intensificación de la alerta o reactivación ' del córtex provocado por este sistema, vemos que sus ideas no están tan alejadas de las teorías modernas como en un primer momento pudiera parecer (H. J. Eysenck, 1967a). Las funciones de activación del sistema reticular ascendente son precisamente sobre las que Gross hizo hincapié, es decir, la reactivación del córtex y la facilitación de su futura activación en la forma que marque la presente estimulación de la ideación. No hace falta insistir, por supuesto, en esta comparación; como antes, aquí podemos caer en el peligro de leer en escritores antiguos ideas de las que posiblemente pudieron no haber sido conscientes. Sin embargo, estas referencias merecen como mínimo ser mencionadas. El segundo escritor que ha de ser citado en este contexto es Jung (1921), psiquíatra suizo y uno de los primeros seguidores de Freud. Basando su trabajo en el de muchos predecesores, Jung entendió como causa principal de las diferencias tipológicas la tendencia extravertida o introvertida de la libido, es decir, la tendencia de las energías instintuales del sujeto (¡no sólo sexuales!) a dirigirse principalmente hacia el mundo exterior (objetos) o hacia sus propios estados mentales internos (sujeto): Cuando estudiamos la historia de la vida de una persona, vemos que algunas veces su destino está determinado más por los objetos que llaman su atención, mientras que otras lo está más por sus propios estados subjetivos internos... Se podría caracterizar con cierta generalidad el punto de vista introvertido, señalando la dependencia que tiene el objeto y la realidad objetiva del ego y de los procesos psicológicos subjetivos... Según el punto de vista extra vertido, el sujeto se considera inferior al objeto; la importancia del aspecto subjetivo es sólo secundaria (pág. 38). 1
De aquí en adelante se empleará el término reactivación como equivalente al inglés arousal. (N. del T.).
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Es algo arriesgado intentar dar la descripción del comportamiento típico de los extravertidos y los introvertidos, ya que Jung estaba más preocupado por las actitudes, valores, procesos mentales inconscientes, etc., que por el comportamiento. Además, su idea es complicada hasta el punto de hacerla imposible, dada su insistencia en que la gente que es conscientemente extravertida puede ser incosncientemente introvertida, y viceversa, y en que estas tendencias tienen su expresión según las cuatro principales funciones mentales. Jung considera la extraversión y la introversión como dos actitudes u orientaciones de la personalidad, pero que se expresan a través de las funciones de pensamiento, sentimiento, sensación e intuición. Pensamiento y sentimiento son funciones racionales porque utilizan la razón, el juicio, la abstracción y la generalización. La sensación y la intuición se consideran funciones irracionales. Jung teje una complicada red recalcando la superioridad de algunas funciones, el papel auxiliar de otras, etc. No tiene mucho interés recapitular el sistema entero de Jung puesto que ningún psicólogo moderno lo ha adoptado completamente y, en cualquier caso, parece difícil de aplicar de alguna forma racional. Sin embargo, aceptando que esta complejidad y evidente distorsión tenga que haberse introducido en su sistema, podemos afirmar que desde el punto de vista de Jung, al extravertido se le tiene por una persona que valora el mundo exterior tanto en su vertiente material como en la inmaterial (posesiones, riquezas, poder, prestigio); busca la aprobación social y tiende a aceptar las normas de su sociedad; es sociable, hace amigos con facilidad y cree en la gente. Su actividad física está volcada hacia el exterior, mientras que la del introvertido está dirigida principalmente al mundo mental e intelectual. Es variable, le gustan las cosas nuevas, la gente nueva, las nuevas impresiones. Se despiertan sus emociones con facilidad, pero nunca con mucha intensidad; es relativamente insensible, impersonal, experimental, materialista y realista. Tiende a estar libre de inhibiciones, " despreocupado y dominante. Los rasgos enunciados quizá basten para mostrar cuánto Jung se acerca al modelo de Hipócrates-Galeno-Kant-Wundt y a la ampliación hecha por Gross. Cuando en el resto del libro se utilicen los términos extraversión e introversión debe tenerse en cuenta que no se hace referencia a los conceptos específicamente introducidos por Jung; se aproxima más a la dimensión variable-invariable de Wundt, aunque aquellos términos sean quizá más apropiados que los de Wundt, o que la engorrosa nomenclatura introducida por Gross. En otras palabras, al igual que no hemos podido asumir las explicaciones fisiológicas de Gross, así hemos de renunciar a tomar con demasiada seriedad las sofisticaciones del sistema de Jung, con sus nociones de libido, funciones mentales e inconsciente colectivo. Puede parecer incoherente que tomemos los términos de un autor para calificar las nociones típicas de otros, pero ha de recordarse que Jung, de hecho, no creó los términos extraversión e introversión; habían estado en uso en Europa durante cientos de años antes de que él los popularizara, por lo que no existe razón alguna para que su uso permanezca inalterado. (Browne, 1971, ha recogido pruebas pertinentes sobre esta cuestión.) Jung realizó una importante contribución al antiguo sistema de tipologías al
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unir a sus nociones de extraversión e introversión una diferencia relacionada con las principales alteraciones neuróticas descritas por Janet (1894, 1903). Es bien sabido que Jung creía que el extravertido, en caso de crisis*neurótica, estaba predispuesto a la histeria, y el introvertido, a la psicastenia: «Me parece que la alteración más frecuente en el tipo introvertido es la histeria» (pág. 38). Por otra parte, hablando del introvertido, afirma que «su alteración neurótica típica es la psicastenia, una alteración que se caracteriza, por un lado, por una acentuada sensibilidad, y, por otro, por un gran agotamiento y constante cansancio» (pág. 39). Probablemente, hoy nos referiríamos al estado de ansiedad o a la depresión reactiva, y a la fobia o al estado obsesivo en vez de emplear el término trasnochado de psicastenia. H. J. Eysenck (1947) propuso el término distimia como un equivalente más moderno de este síndrome de alteraciones afectivas conjuntas. Jung nunca elaboró esta parte de su hipótesis, pero está implícita en su esquema como una segunda dimensión o factor adicional al de, e independiente de, extraversión-introversión. Provisionalmente podemos denominar a este factor emotividad, inestabilidad o neuroticismo; identificado como esa cualidad particular que comparten histéricos y psicasténicos, y los diferencia de las personas normales. La independencia entre introversión y neuroticismo es especialmente recalcada por Jung: «Es un error creer que la introversión es más o menos lo mismo que la neurosis. Como conceptos no poseen la más mínima relación entre sí». Si quisiéramos representar el esquema completo de Jung en forma de diagrama, necesitaríamos dos ejes o dimensiones ortogonales como las de la figura 2.2. Los histéricos ocuparían el primer cuadrante, denominado «colérico», los psicasténicos o distímicos ocuparían el segundo, denominado «melancólico». En lo referente a Jung, este esquema es, por supuesto, puramente hipotético, aunque algunas pruebas de los estudios empíricos lo apoyan (H. J. Eysenck, 1947). Es importante apreciar que Freud difería especialmente de Jung en identificar la introversión con la neurosis incipiente, idea que ha sido seguida por muchos escritores americanos, en particular por los primeros diseñadores de los cuestionarios de personalidad (Collier y Emch, 1938). Según Freud: «Un introvertido aún no es un neurótico, se encuentra a sí mismo en una condición inestable; ha de desarrollar síntomas ante la próxima perturbación de fuerzas si no halla otras salidas para su libido contenida» (1920). Según hemos visto, la postura de Jung es la opuesta completamente; considera la neurosis esencialmente independiente de la extraversión-introversión. Son muchas las confusiones que han surgido de estas diferentes posturas entre Freud y Jung. H. J. Eysenck (1944, 1947) tiene un estudio relativo al punto de vista de Jung. Se apartaron 700 soldados neuróticos de un total de 1.000, excluyendo a los epilépticos, a los que tenían alguna lesión en la cabeza o alguna enfermedad orgánica anterior, y los casos en los que la enfermedad física jugaba un importante papel. Las valoraciones se realizaron sobre 39 ítems, incluyendo un test de inteligencia, con cuyas intercorrelaciones se llevó a cabo un análisis factorial. Los primeros dos factores extraídos aparecen en la figura 2.3. Se observa una evidente
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Figura 2.2.—Relación entre el sistema de los cuatro temperamentos y el moderno sistema dimensional de neuroticismo-extraversión.
«Neuroticismo» •1,00
Personalidad malamente • organizada
h0,90
i 0,80 Dependiente Pocos Anormalidad . intereses antes de la Poca Desempleo . enfermedad energía* Esquizoide * No integrado en grupos * Pobre tono Actitud # muscular histérica * Hipocondriasis • Bajo C I . . Hipocondríaco Torpe . Síntomas de • desmayo Conversión • Historial laboral m histérica t 1 10 Anomalías P^ " Dolor sexuales Alcohol 0,80 0,70
0.60 0.50 0.40 0,30 0,20 0,10 «Histeria»
1-0,70 0,60 Internado
aso
* Dispepsia
Anormalidad en padres a4
. Ciclotímico
- ° I n M e t n Í S ^ Í Ó n . Separación
0,30
.T8"?"*
Temblor Esfuerzo . Doior de c^za ' Ansiedad 0,20 Intolerancia * Casado Másaños de „P r„oUD 1l e m a s • Irritabilidad 30 0,io . domésticos Apatía • . Ansiedad somática Bomba y Obsesivo • Depresión » exposición 0,10 0,20 0,30 0,40 0,50 0,60 0,70 0,80 «Distimia»
Figura 2.3.—Diagrama de los resultados del análisis factorial del estudio de soldados neuróticos.
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verificación de la hipótesis de Jung al dividirse los neuróticos en distímicos e histéricos; también hubo pruebas para un factor general de neuroticismo. Se encontró la distribución de estos dos factores tipo, razonablemente normal, sin indicativos de polaridad. (Las distribuciones se realizaron según una muestra de 1.000 mujeres y 1.000 hombres neuróticos mediante una combinación ponderada de las valoraciones de varios rasgos que integraban estos dos factores.) Slater (1943) y Slater y Slater (1944) encontraron más pruebas del factor propuesto de neuroticismo. Howarth (1973) presentó otro análisis crítico de los datos originales de Eysenck, pero concluía que la solución original «parece... coincidir con el aspecto matemático» (pág. 86). H. J. Eysenck (1970c) también da cuenta de los resultados del análisis factorial de los datos recogidos por Ackerson (1942) con una muestra de 2.113 chicos blancos y 1.181 chicas blancas de los expedientes del Illinois Institute for Juvenile Research. Este autor seleccionó un número de rasgos cuya incidencia parecía justificar suficientemente el procedimiento seguido y el cálculo de las intercorrelaciones tetracóricas. Fueron 50 los rasgos seleccionados, y sus intercorrelaciones sometidas a un análisis centroide; los resultados se ofrecen en la figura 2.4. La presencia de un factor general de neuroticismo está bastante destacada, así como la división en el segundo factor entre ítems introvertidos (sensitivo, abstraído, apartado, deprimido, soñador, ineficaz, raro, con sentimientos de inferioridad y nervioso) e ítems extravertidos (como ladrón, novillos en casa y en la escuela, destructivo, mentiroso, mal hablado, desobediente, ser de mala compañía, violento, rudo y egocéntrico). También se muestran en la figura las dos clasificaciones generales hechas por Ackerson, problemas de personalidad (alteraciones distímicas) y problemas de conducta. H. J. Eysenck (1970c) examina otros muchos estudios que apoyan la interpretación de Eysenck a la teoría de Jung.
INTROVERSIÓN r-0,6
h0,5
• Psiconeurótico Sensitivo r 0,4
Abstraído Apartado • • • Soñador * Deprimido T ,. • Ineficaz Sentimientos . . RK a r o de inferioridad
L0,3 1
De humor • ^~~ variable ^^-"^ • Nervioso „ ** "• Conflicto mental 0,1 Inteligente ^, - ^ "• Emocionalmente inestable ^•"" • Irritable ^~"' Vago ^"" • • Masturbación „?
Los comienzos de la investigación moderna
Egocéntrico
^^•„* Violento " i
El precursor de un gran número de estudios utilizando clasificaciones factoriales para probar estas teorías, en estos últimos cincuenta años, es un Massenuntersunchung llevado a cabo por dos psicólogos holandeses, G. Heymans y E. Wiersma (1909). Este estudio difiere de la mayoría por dos aciertos. En primer lugar, se funda en hipótesis definidas; en segundo lugar, emplea métodos matemáticos que, aunque conlleven la utilización de análisis factoriales, son bastante más simples y fáciles de comprender para los que carecen de formación matemática. Tanto las hipótesis que son investigadas como los métodos empleados están separados del trabajo principal en unos documentos preliminares. En ellos, Heymans (1908) analizó todo el material biográfico proveniente de 110 personas de las que se poseía gran cantidad de información. Estas personas fueron clasificadas sobre un gran número de rasgos, que se consideraban interrelacionados de
PROBLEMAS DE PERSONALIDAD .
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2.2.
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EXTRAVERSIÓN Figura 2.4.—Diagrama de los resultados del análisis factorial de las denominaciones de los ítems en niños neuróticos.
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forma tal que daban pie a tres factores, dimensiones o principios fundamentales. Estos tres principios eran emotividad, o inestabilidad emocional; actividad, o impulso general, y lo que ahora denominaríamos un factor polarizado en el que se contrapusiera la dominancia de la función primaria frente a la dominancia de la función secundaria, por emplear la terminología de Gross. Heymans-y Wiersma (1906a, b, 1907, 1908a, 1909) aplicaron posteriormente este esquema en un estudio en el que se pidió a 3.000 doctores en Holanda que escogieran una familia, y clasificaran cada miembro mediante un simple método de subrayar una o dos veces un gran número de rasgos. Cuatrocientos doctores respondieron enviando material sobre 2.523 individuos. La mayor parte de los documentos que analizan este material se centran en la interpretación de las similitudes intrafamiliares en términos de hipótesis hereditarias; puesto que tal interpretación es bastante arbitraria, y en cualquier caso no es pertinente en nuestra discusión, no se dirá aquí nada sobre ella. Es en su último trabajo donde encontramos un análisis y justificación detallada del sistema de valoración triple adoptado por los autores. Está claro que si consideramos a cada persona situada por encima o por debajo de la media respecto de cada uno de los tres factores, tendremos ocho posibles combinaciones que podrían dar lugar a la creación de tipos aparte. Este esquema general tiene más que ver con los tipólogos franceses que con los alemanes o los austríacos; los ochos tipos se corresponden con el trabajo de tipólogos como Ribot (1892), Malapert (1897), Queyrat (1896) y Martiny (1948). Y como este último señala, guarda cierta afinidad también con el modelo de Jung, al combinar las cuatro funciones —sensación, intuición, pensamiento y sentimiento— con la dicotomía extraversión-introversión. Parece razonable identificar la emotividad de Heymans y Wiersma con la inestabilidad emocional o el neuroticismo, y la función primaria y secundaria con la extraversión y la introversión, respectivamente. Para ilustrar esta correspondencia podemos referirnos a algunos de los rasgos que Heymans y Wiersma encuentran característicos de las personas en las que predomina la función primaria o secundaria. Aquellos en que predomina la función primaria son impulsivos, se dan por vencidos con facilidad, están siempre de un sitio a otro, son divertidos, superficiales, vacíos, expresivos, dados a exagerar y a hablar en público, a contar chistes y a reír mucho. Por otro lado, la persona en la que predomina la función secundaria es tranquila, persistente, seria, hermética, veraz, dada al pensamiento introspectivo, ríe poco, tiene tendencias depresivas y no es dada a abandonarse a los placeres del cuerpo. Si nuestra identificación de estos dos factores es correcta, deberíamos esperar que la persona emotiva en la que predomina la función primaria (es decir, el tipo nervioso de Heymans y Wiersma) mostrará características del neurótico extravertido, que de llevarse al extremo se tornaría en un diagnóstico de histeria; mientras que la persona emotiva en la que predomina la función secundaria (el tipo no sentimental) constituiría el neurótico introvertido, que, de llevarse al extremo, sufriría ansiedad y depresión reactiva (el distímico). H. J. Eysenck (1970c)
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ha aplicado el planteamiento de Heymans y Wiersma sobre estos tipos, y la adaptación es excelente. El estudio de Heymans y Wiersma puede considerarse como el primer análisis estadístico y empírico de la personalidad, y es interesante ver que los dos factores principales descubiertos por ellos corresponden con E y N. (La actividad correlacionaba, según H. J. Eysenck, 1970, tanto con E como con TV, más poderosamente con la primera, por lo que no es una dimensión independiente. Lo burdo de los métodos estadísticos empleados por Heymans y Wiersma impidieron clasificar de forma más refinada estas relaciones.) Pocos psicólogos angloparlantes han asumido estas nociones; casi el único ejemplo es Baehr (1951), quien llevó a cabo un análisis factorial de segundo orden con algunos de los factores descubiertos por Thurstone (1951). Baehr encontró dos factores de segundo orden. El primero tenía una alta saturación positiva de los factores primarios de Thurstone: sociabilidad, confianza y estabilidad emocional, y ligeramente negativa en actividad: «Las respuestas de tipo emotivo en este factor son generalmente adapta ti vas... La conducta fácil y simple aquí evidenciada nos ha hecho denominar a este factor como estable emocionalmente» (pág. 43). El segundo factor tenía saturaciones altas en los factores primarios de Thurstone: impulsividad y dominancia; «La imagen es de alguien impulsivo, despreocupado y de respuestas conductuales manifiestas, facilitadas por una reacción espontánea a los estímulos. Designamos este factor función primaria» (pág. 44). Baehr concluyó este análisis de los datos de Thurstone encontrando de nuevo dos factores generales similares aEy
N.
También debe considerarse a Heymans como el primero en utilizar tests objetivos de laboratorio basados en una teoría definida de la personalidad, en la investigación de rasgos de personalidad. El y Wiersma intentaron enlazar pruebas de constancia con la función primaria y secundaria, asumiendo que las personas que muestran una intensa función secundaria (introvertidos) mostrarían una mayor constancia. Muy diferentes tipos de constancia eran ya conocidos por los antiguos; la constancia ideativa y la constancia emocional fueron ya descritas por
Aristóteles, y la constancia sensitiva fue descrita como sigue por Newton: Si un ascua de carbón se mueve rápidamente describiendo un círculo que se repite continuamente, el círculo completo parecerá fuego: la razón es que, la sensación del carbón, en los distintos lugares del círculo, permanece impresionada en el sensorio2, hasta que el carbón vuelve al mismo sitio otra vez (pág. 13). , Los post-efectos de la figura y la función de destello pueden ser versiones modernas de este tipo de constancia, como el fenómeno «phi». Heymans y Brugmann (1913) utilizaron un cuarto tipo de constancia, la cons2
Sensorio es la traducción de la voz latina sensorium empleada en la cita de Newton, que el Diccionario de usos del español define como: «supuesto centro de todas las sensaciones». (N. del T.)
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tanda motora. Compararon la velocidad al escribir con la velocidad al escribir al revés, suponiendo que los que eran altamente constantes serían penados en la segunda de estas tareas. Wiersma (1906) había utilizado tests de constancia sensitiva, y, aunque no halló correlaciones entre ellos, Heymans y Brugmann remediaron este fallo utilizando seis tests, incluyendo dos de constancia motora, además de los de constancia sensitiva. Esta es la primera lista de intercorrelaciones entre tests objetivos de laboratorio concebidos como medidas de personalidad; Heymans y Brugmann también relacionaron sus resultados experimentales con las clasificaciones independientes de las funciones primaria y secundaria, encontrando que «ya podemos avanzar que será posible emplear los post-efectos de la sensación como una medida fiable del grado de desarrollo de la función secundaria» (pág. 329). Spearman (1927) empleó este trabajo para componer su ley general de la inercia, que afirma: «Los procesos cognitivos siempre empiezan y terminan de forma más gradual de lo que parece» (pág. 412). El también influenció a muchos de sus estudiantes, realizando tests experimentales de constancia, iniciando el trabajo en este campo en la así llamada London School. H. J. Eysenck (1970c) revisó todo este trabajo; éste no es el lugar adecuado para reproducir tal revisión. Simplemente podemos decir que aunque hubo muchos resultados interesantes y sugerentes, la fiabilidad de los tests utilizados y la exactitud de la medida de la extraversión-introversión no fueron nunca lo bastante altas como para permitir a los investigadores llegar a los mismos resultados de forma suficientemente clara y poder aceptar los tests. Aunque poseen el interés histórico de ser el primer intento real de medir la personalidad objetivamente. En todo este trabajo, Heymans es un auténtico pionero, siendo el primero en utilizar valoraciones de personalidad y medirla con tests objetivos de laboratorio, el primero en emplear las correlaciones para obtener factores, y el primero en relacionar todo este trabajo con una teoría general subyacente, la de las funciones primaria y secundaria. Su recompensa ha sido el olvido general de los autores de libros de texto y de los posteriores investigadores en este campo, con la única excepción de Spearman, cuyos estudios en Leipzig le dieron a conocer junto al trabajo de los psicólogos germanoparlantes. En América hubo un considerable interés por el trabajo de Jung sobre extraversión-introversión, siendo muchos los escritores que hicieron uso de sus conceptos (White, 1916; Wells, 1917; Tansley, 1920; McDougall, 1921;Nicoll, 1921, y muchos más). Algunos escritores, como Conklin (1923) y Freyd (1924), diseñaron cuestionarios para adaptarlos a su conveniencia teórica; Heidbreder (1926) continuó el trabajo de Freyd y Conklin (1927), desarrollando su «relación de interés E-I» según intereses vocacionales. Otros diseñadores de cuestionarios fueron Travis (1925), Neymann y Kohlstedt (1939), y Gilliland y Morgan (1931); en Browne (1971) puede encontrarse una buena revisión a este trabajo inicial. Además de cuestionarios también se diseñaron escalas, como las de Laird (1925) y Marston (1925). La que más éxito tuvo fue la de Heidbreder (1926). No puede afirmarse que estos primeros esfuerzos en medir extraversión-in-
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troversión y/o neuroticismo tuvieran mucho éxito. Como Vernon (1938) señala tras revisar exhaustivamente toda esta literatura: Los intentos de clasificar los ítems de los tests o los síntomas de forma lógica en diferentes grupos no han tenido, debemos reconocerlo, éxito. Por un lado, tenemos tests para rasgos supuestamente distintos que intercorrelacionan muy alto; por otro, diferentes tests para el mismo rasgo que... tienden a dar correlaciones pobres unos con otros. Es, pues, dudoso que la mayoría de los rasgos a los que los tests estaban orientados fueran unitarios y discretos (pág. 53). Este solapamiento entre rasgos hipotéticamente diferentes está más acentuado en los intentos de medir el neuroticismo y la introversión-extraversión. Vernon cita los resultados de 40 experimentos, mostrando que la correlación media de los diferentes tests de introversión y la correlación media entre los tests de introversión con los de tendencia psiconeurótica son prácticamente idénticas, 0,36 ± 0,10. Los tests de sentimientos de inferioridad también coincidían estrechamente con los de introversión. Algo más tarde, Fiedler, Lodge, Jones y Hutchings (1958) afirmaban sobre los tests de ajuste: Este estudio ha ofrecido las intercorrelaciones entre una diversidad de índices utilizados como medidas de ajuste de la personalidad. El factor más importante que aparece es la falta general de correlación entre los distintos índices —incluso entre los que se esperaba que correlacionaran entre sí por ser fiables. Nuestros datos no aportan ninguna prueba que justifique considerar el ajuste en su presente definición como un rasgo unitario en la población normal (pág. 350). Esta falta de coincidencia se debe principalmente a no saber emplear las técnicas psicométricas como el análisis factorial, en la construcción de los tests; ¡no es que fallara el sentido común o la teoría aún no comprobada! Muy importante fue también la confusión, como ya se apuntó, entre el modelo de Jung y Freud sobre introversión. Mientras los psicólogos americanos se permitían el lujo de practicar el extraño juego de «la zapatilla por detrás tris-tras», la escuela de Spearman en Londres buscaba un camino mucho más sistemático para descubrir las dimensiones principales de la personalidad. Este trabajo representa una continuación de los de Heymans y Wiersma, manteniendo las mismas cotas de calidad que ellos. Quizá el trabajo más importante de estos estudios, que H. J. Eysenck (1970c) revisó en detalle, ha sido el de Edward Webb (1915), que fue el primero en utilizar el método del análisis factorial en el campo no intelectual. Aunque los estadísticos que él utilizó están lejos de los requisitos actuales, son definitivamente superiores a los empleados por Heymans y Wiersma. Desde varios puntos de vista, la investiga-
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ción de Webb, conducida por el propio Spearman, es superior a los trabajos de los años posteriores. Esta opinión reposa en el hecho de que su lista de intercorrelaciones ha sido sometida al análisis de los más modernos métodos por estudiantes posteriores. Algunos de estos análisis serán descritos en detalle más adelante, puesto que son esenciales para completar el panorama de la contribución hecha por Webb. Los sujetos de su investigación fueron dos grupos de 98 y 96 estudiantes, respectivamente, y cuatro grupos de escolares con una media de doce años, sumando 140 en total. Se utilizaron al menos dos jueces que trabajaron lo más independientemente posible. Se buscaron las condiciones para que estos jueces realizaran las observaciones de sus sujetos con las menos restricciones posibles. Se dispuso de los sujetos de forma que pudieron ser observados en una gran variedad de condiciones ambientales —en la sala de lectura, en la sala de recreo, en el campo de juego, en casa, en vacaciones—. En todo momento, los sujetos no eran conscientes de que estaban siendo objeto de ninguna valoración. Las evaluaciones las realizaron estudiantes amigos de los sujetos en los dos grupos experimentales y dos tutores de clase en el caso de los niños. Se tuvieron 39 rasgos en el caso de los estudiantes y 25 en el de los escolares, agrupados bajo términos como: «emociones», «cualidades propias», «sociabilidad», «actividad» e «intelecto». También se obtuvieron estimaciones de la constitución física, calificaciones de exámenes sobre aptitud, y se administraron tests de inteligencia. La fiabilidad de las clasificaciones osciló entre 0,5 y 0,7 respecto de la media, con dos o tres valores ocasionales por debajo de la primera cifra o por encima de la segunda. La fiabilidad media de las clasificaciones escogidas fue de 0,55. Se calcularon las correlaciones momento producto, según las evaluaciones promediadas. Además de las correlaciones entre todos los rasgos, se dieron las listas de las correlaciones corregidas por defecto. Utilizando el bien conocido método de Spearman de la correlación entre columnas y de las diferencias triádicas, Webb extrajo un factor general de inteligencia que se basaba principalmente en los tests pasados al sujeto, pero que también correlacionaba bastante alto con las clasificaciones de ítems, tales como rapidez de aprehensión, profundidad de aprehensión, originalidad de ideas y agilidad mental. Estas correlaciones oscilaban entre 0,5 y 0,6 y se daba también una correlación de 0,67 entre los tests de inteligencia y las notas de los exámenes. Estos datos, que Webb considera que apoyan la teoría sobre g (inteligencia general) de Spearman, no son de gran interés aquí, aunque quizá puede considerarse prueba de la validez de las valoraciones su correlación con las puntuaciones de los tests. Webb, sin embargo, insiste en que sus correlaciones no pueden entenderse enteramente en términos de este factor general, y muestra cómo se puede extraer un segundo factor, independiente del de la inteligencia, de las intercorrelaciones de los datos. Por lo que avanza la hipótesis de «que existe un segundo factor, de gran generalidad; y que este factor destaca el "carácter" de la actividad mental (diferente del lado puramente intelectual)» (pág. 33). Considera que este factor está estrechamente relacionado con «la persistencia de motivos». Insiste en afir-
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mar que «puede entenderse que esta concepción significa consistencia en la acción resultante de la voluntad o decisión deliberada. Por comodidad, representaremos en el futuro el factor general mediante el símbolo w» (pág. 34). Los rasgos que caracterizan a una persona que tiene un alto grado en w son: la tendencia a no abandonar las tareas simplemente por variar, la tendencia a no abandonarlas por sus dificultades, amabilidad por principio, la franqueza, la concienciación y la perseverancia ante los problemas. Este w, o factor volitivo, parece ser lo opuesto por muchas razones a la emotividad de Heymans y Wiersma. En parte puede representar el efecto halo, ya que se ha visto que a menudo los jueces tienden a agrupar las cualidades favorables conjuntamente por su simpatía o antipatía ante el sujeto en investigación (Flemming, 1942). Posteriormente encontraremos numerosas pruebas, sin embargo, de que este factor no puede explicarse enteramente por los errores de valoración, y no hay duda alguna de que Webb, con su estudio, ha hecho una contribución significativa al desarrollo de la psicología. Por muchas razones, su estudio es típico de lo que ha llegado a conocerse por la escuela de Londres; como Mabille (1951) apunta: La característica de la escuela inglesa moderna consiste en tratar de equilibrar armoniosamente las concepciones teóricas y los puntos de vista experimentales, las necesidades clínicas y las exigencias científicas de la estadística (pág. 36). El primer análisis del material de Webb, y el único que hizo una contribución auténtica para su comprensión, fue realizado por Garnett en 1918. Su trabajo, que anticipa en su desarrollo estadístico mucho de lo que posteriormente habría de ser importante, como la representación geométrica de las estructuras de correlación en términos de productos escalares y la rotación de los ejes factoriales, mostró con estos métodos que, además de g y w, había otro factor en la tabla de intercorrelaciones de Webb. Lo denominó c, por entender que lo caracterizaba el rasgo del ingenio3; ¡rara vez un análisis matemático brillante culmina en un nombre tan poco apropiado para el factor descubierto! Llegará esto a estar claro en cuanto estudiemos los rasgos característicos de c, tanto en su aspecto negativo como en el positivo. En el lado positivo tenemos rasgos como: la alegría, sentimiento estético, sentido del humor, ganas de destacar, deseos de imponer su voluntad, deseos de gustar a alguno de sus compañeros, amabilidad impulsiva, amplitud de influencias y rapidez de aprehensión; en el lado negativo encontramos: sometido a grandes depresiones, insociabilidad, falta de espíritu de grupo, falta de tacto, escasa actividad corporal y ser un aprovechado. Este factor refleja, de muchas maneras, la función primaria y secundaria de Heymans y Wiersma o la extraversión-introversión de Jung, lo que En inglés, cleverness.
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hace converger buenamente los resultados obtenidos por todos los investigadores mencionados con anterioridad. McCloy (1936) realizó otro análisis de los datos de Webb empleando una técnica multifactorial; Reyburn y Taylor (1939) también analizaron los datos de Webb, escogiendo sólo 19 rasgos de la muestra de estudiantes de Webb. Este es probablemente el mejor análisis llevado a cabo de los datos de Webb, bastante interesante, y muestra la gran similitud con los datos de Heymans y Wiersma y con buena parte también del trabajo discutido en otras partes de este libro. Otros estudiantes de Spearman continuaron la tradición de Heymans y Wiersma en utilizar tests objetivos de personalidad diseñados en el laboratorio. Los primeros estudios los realizaron Oates (1929), Line y Griffin (1935) y otros; H. J. Eysenck tiene una revisión sobre ellos (1970c). Sugirieron la posibilidad de medir las dimensiones principales de la personalidad de forma objetiva, aunque los datos no reúnen los requisitos actuales para probar la afirmación. De aquí en adelante, la investigación británica y la americana empiezan a conjugarse, en parte porque algunos autores británicos, como R. B. Cattell, abandonan el país para irse a América; más tarde nos referiremos a sus extensos estudios. En América fue Guilford principalmente quien comenzó el estudio de la personalidad mediante análisis factorial, aunque Thurstone y otros habían iniciado un trabajo similar con anterioridad. Todos estos estudios han sido revisados en detalle por H. J. Eysenck (1970c), por lo que no repetiremos aquí ese resumen. En un capítulo posterior intentaremos mostrar en qué grado todos los trabajos más recientes a gran escala, sobre personalidad, han venido a demostrar de forma conjunta la gran importancia de las dimensiones de personalidad TV y E en este campo. Terminaremos el repaso histórico en este capítulo considerando la tercera dimensión general de personalidad, el psicoticismo. 2.3.
El psicoticismo como una dimensión de la personalidad
El psicoticismo también ha aparecido frecuentemente en los sistemas descriptivos más recientes, aunque con frecuencia bajo otro nombre y buscando fines más negativos que positivos; posteriormente trataremos en profundidad (capítulo 4) las relaciones del psicoticismo con otras denominaciones, tales como «funcionamiento del superego» y «control de los impulsos». Históricamente, el concepto medieval de locura (¿quizá unido al de genio?) y la noción de Wernicke de Einheitspsychose podrían considerarse ciertos ancestros remotos del tipo moderno de teoría de la diátesis, estrés. Básicamente, según H. J. Eysenck (1970a) ha señalado, la existencia de alteraciones psicóticas nos conduce a dos cuestiones. En primer lugar, debemos decidir, como Kretschmer (1948) conjeturó, si hay un continuo de lo normal a lo psicótico, o si la esquizofrenia, la enfermedad maniacodepresiva y otras alteraciones funcionales son realmente estados cualitativamente distintos a la normalidad. Si se opta por el continuo entre lo moral y lo psicótico, la segunda cuestión sería si este continuo es colineal (idéntico) al de
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normalidad-neurosis, según conjeturó Freud, en el que hay alteraciones neuróticas entre la normalidad y la psicosis (continuo de regresión) o si son necesarias dos dimensiones diferentes. La cuestión de la continuidad es difícil de contestar; H. J. Eysenck (1950) sugirió el método del análisis del criterio con objeto de aplicarlo con posterioridad a las enfermedades psicóticas (H. J. Eysenck, 1952a). Este método contrasta la teoría del continuo y la teoría cualitativa, que afirma que la psicosis es cualitativamente distinta de la normalidad, y deduce de estas teorías el tipo de intercorrelaciones que se obtendrían de los tests que diferenciarían empíricamente la normalidad de la psicosis. Es un método potente que inequívocamente favorece la teoría del continuo. Otros estudios (H. J. Eysenck, 1955b, S. B. G. Eysenck, 1956) demostraron igual de inequívocamente que el neuroticismo y el psicoticismo eran dimensiones independientes. En otra parte (H. J. Eysenck, 1970c) se ofrece un detallado examen sobre las pruebas halladas; se basa en muchos estudios que utilizan procedimientos estadísticos y metodológicos diferentes, pero que coinciden en el veredicto final de continuidad entre normalidad y psicosis, y apartamiento entre los tipos anormales psicótico y neurótico. Este enfoque coincide estrechamente con el de muchas investigaciones psiquiátricas que también atacan una tercera dimensión, la de la especifidad de las alteraciones psicóticas. Si a la esquizofrenia y la alteración maniacodepresiva, por ejemplo, se las tiene por alteraciones completamente aparte, entonces, el uso del término psicosis para abarcar todas las así llamadas alteraciones funcionales sería obviamente inadecuado, e igual de inadecuada cualquier afirmación sobre un continuo en el psicoticismo. H. J. Eysenck (1972a) ha examinado este problema en otra parte. En primer lugar, consideremos algunas consecuencias genéticas de la teoría de la especifidad genética de la esquizofrenia y contrastémoslas con las que se desprenderían de la teoría de un factor general de psicoticismo. Ódegard (1963) estudió a 202 pacientes sucesivos con alteraciones psicóticas; encontró, entre los parientes de primer grado de los esquizofrénicos, 45 esquizofrénicos, que es lo que se esperaría según la teoría de la especifidad, pero también encontró 40 psicosis no esquizofrénicas, que la teoría no predice y que va claramente en su contra. Ya Rüdin (1916) observó que entre los padres de los pacientes esquizofrénicos había muchos pacientes maniacodepresivos; y Schulz (1940), que estudió 55 parejas con psisosis afectivas, halló entre sus hijos una incidencia de la esquizofrenia superior a la que se daba en todos los niños, ¡uno de los cuales era de hecho un esquizofrénico! Un diagnóstico deficiente y la fertilidad diferencial son las razones que se han propuesto para explicar parte de estos resultados. Los datos de gemelos tienden a apoyar la especifidad esquizofrénica (Kringlen, 1967). Planansky señala, «el compañero gemelo de un esquizofrénico típico puede desarrollar cualquier tipo clínico de psicosis esquizofrénica... No se tuvo ningún caso documentado de psicosis no esquizofrénica» (Planansky, 1966a, pág. 322). Las psicosis atípicas, como las estudiadas en detalle por Kraulis (1939), le llevaron a la conclusión de que cuando la esquizofrenia, la enfermedad ma-
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niacodepresiva y psicosis atípicas se concentraban en ciertas familias, estas psicosis deberían considerarse parte de un síndrome independiente, simple. Estos estudios y muchos otros similares, revisados por Planansky (1972), sugieren la existencia tanto de la especifídad como de la generalidad; ninguna teoría se sostiene poderosamente; un modelo realista requiere tener en consideración ambos mecanismos. Las familias de esquizofrénicos no sólo muestran un aumento de la probabilidad de la psicosis, especialmente esquizofrenia, sino que también muestran un índice superior de defectos psicosociales menores. Ódegard (1963) observó que los familiares de los sujetos psicóticos fueron clasificados como psicópatas, criminales o alcohólicos en aproximadamente el 10 por 100 de todos los casos. Planansky (1972) comenta: Podría resultar tentador interpretar la uniformidad como una manifestación de una homogeneidad biológica, implicando, además, una hipótesis poligénica. Sin embargo, aceptar un mecanismo genético simple subyacente a todas las psicosis endógenas y alteraciones asociadas conduciría a la antigua doctrina de la enfermedad mental simple. Tal asunción volvería superflua la investigación sobre la especifídad genética, aunque también evitaría todo descubrimiento (pág. 562). Como más adelante veremos, un modelo que considerara todos los hechos implicados no tendría tan catastróficas consecuencias. Es especialmente interesante en esta cuestión la próxima relación entre la alteración esquizofrénica y el comportamiento psicopático: Las personalidades psicopáticas son el grupo más frecuente entre los familiares próximos de los esquizofrénicos; y ciertas formas de estas alteraciones vagamente definidas parecen estar no sólo estructural, sino también evolutivamente, conectadas con las psicosis esquizofrénicas (Planansky, 1972, pág. 558). Planansky traza la historia de esta asociación desde Kahlbaum, pasando por Kraepelin, hasta Delay y Schafer, y resume todos los estudios empíricos afirmando: «Hay una abundancia de informes sobre la incidencia de la personalidad psicopática esquizoide en familias de sujetos esquizofrénicos» (pág. 552). La mayoría de estos estudios han partido del sujeto psicótico (Essen-Móller, 1946; Planansky, 1966a), pero igual de interesantes son los estudios que parten del otro extremo, con sujetos psicopáticos (Meggendorfer, 1921; Riedel, 1937; Stumpfl, 1935). Estos estudios han tratado las llamadas personalidades psicopáticas esquizoides; sin embargo, también existe un número considerable de personalidades psicopáticas no esquizoides entre los familiares de los esquizofrénicos (Rüdin, 1916; Meadow, 1914). El de Heston (1960) es el estudio más importante en este área, donde se separaron hijos de madres esquizofrénicas inmediatamente des-
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pues del nacimiento y fueron adoptados por otros padres. De 47 niños, nueve fueron diagnosticados como poseedores de una personalidad sociopática con un comportamiento impulsivo y largas fichas policiales. Sólo cuatro de estos 47 niños sufrieron esquizofrenia, demostrando que la incidencia de los desórdenes psicóticos y no psicóticos es muy alta en la progenie de los esquizofrénicos cuando se exluyen las condiciones ambientales directas. (Quizá deba añadirse que Heston halló otras alteraciones conductuales en aproximadamente 20 casos más.) Planansky (1972) resume su extensa revisión afirmando: Así, la búsqueda de los límites del fenotipo centrado en un rasgo mínimo, pero todavía simple y específico, proveniente o bien de la descripción clínica de la psicosis o de un constructo teórico de psicopatología básica, puede resultar en vano. Es difícil escoger funciones que sean indicativas de una psicopatología mínima y específica, dado que en estos psicóticos concretos y definidos, la alteración del pensamiento conceptual, considerada exclusiva de la esquizofrenia, se daba también en pacientes con diagnósticos no esquizofrénicos y en algunos neuróticos (pág. 570). Esta conclusión resulta fuertemente apoyada por los estudios experimentales sobre retraso y sobreinclusión del pensamiento (Payne y Hewlett, 1960); los tests de retraso discriminan entre esquizofrénicos y maniacodepresivos por un lado, y entre neuróticos y normales, por otro, sugiriendo un fundamento experimental de un factor general de psicoticismo: la sobreinclusión caracterizaba poderosamente a algunos esquizofrénicos, pero, ni mucho menos, a todos. Como los autores (Payne y Hewlett, 1960) afirman: «Quizá el hecho más manifiesto del presente estudio sea la heterogeneidad del grupo esquizofrénico». Muchos otros estudios experimentales apoyan estos resultados (H. J. Eysenck, 1973a). Es interesante apreciar que las alteraciones neuróticas, tan imperiosamente requeridas por nuestras hipótesis dimensionales, no están en ninguna medida enlazadas genéticamente con la esquizofrenia; como señala Planansky, los «síntomas neuróticos ordinarios apenas parecen darse en los pacientes esquizofrénicos (Delay y cois., 1957; Alanen, 1966)». Cowie (1961) no encontró aumento de neurosis en los niños de psicóticos respecto de los normales. Estos estudios, más los experimentales de H. J. Eysenck (1952a, b, 1955b) y de S. B. G. Eysenck (1956), dejan pocas dudas sobre la ortogonalidad de las dimensiones neuróticas y psicóticas. Si vamos a concluir este apresurado repaso de los estudios empíricos afirmando que las pruebas apoyan la existencia de un factor general de psicoticismo más que una clara disociación entre la enfermedad maniacodepresiva y la esquizofrenia, debemos añadir que hay bastantes pruebas de la existencia de subtipos claramente demarcados dentro de la esquizofrenia. Aunque algunos estudios experimentales, como el de Payne y Hewlett (1960), muestran el convencimiento de ello, las pruebas genéticas son también poderosas (Ódegard, 1963; Kringlen, 1967; Rosenthal, 1963; Slater, 1947, 1953). Curiosamente, esto no pa-
j!
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rece aplicarse al nivel de síntomas primarios como, por ejemplo, alteraciones del pensamiento. Quizá una combinación del método experimental y del genético arrojaría pruebas más convincentes; la alteración del pensamiento, estimada clínicamente, tiende a ser una cuestión de todo o nada más que una característica cuantitativamente gradual; la inclusión de tests de sobreinclusión y de otras alteraciones del pensamiento podrían ayudarnos a objetivar la estimación. Nuestro concepto de psicoticismo guarda probablemente más similitud con el de vulnerabilidad no específica de Weiner y Stromgren (1958). Sus datos junto con los de Faergemann (1963) también coinciden en la noción de un factor general, que predispone a las personas a la psicosis en forma variable, y heredado como un carácter poligénico; esta predisposición se extendería al campo psicopático, criminal y antisocial, pero no al de las neurosis distímicas. Sin embargo, parece que esta versión moderna de la teoría Einheitspsychose puede haber sido sustituida por otra teoría de genes específicos (generales) acentuando las subvariedades especiales del comportamiento psicótico. Las pruebas no aclaran suficientemente si estas subvariedades serían paralelas a las categorías más amplias de esquizofrenia y depresión endógena, o si tendríamos que asumir un número bastante mayor de categorías netamente definidas, enclavadas dentro de estos grupos de alteraciones psicóticas. Nuestra preferencia, según las pruebas existentes, se inclina por la última alternativa, pero careciendo de investigación genética orientada específicamente a la solución de este problema, es imposible sostener ninguna conclusión de forma firme. Lo que nosotros pensamos con ciertas reservas es que un factor general de psicoticismo, variable cuantitativamente y estrictamente independiente del factor general de neuroticismo, auna muchos de los resultados obtenidos, tanto de estudios experimentales como de los genéticos, y básicamente no se contradice con ninguno de los resultados ya registrados (H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1976). Podría aducirse que las nociones recientemente establecidas de tipos de esquizofrenia reactiva y procesual (traducciones de las muy antiguas nociones de esquizofrenia maligna y benigna) parecen contradecir estas conclusiones. No es así; parece darse una correlación muy marcada entre este continuo particular (es difícil aceptar la noción de diferenciación cualitativa) y el de extraversión-introversión. Los críticos del sistema dimensional a menudo olvidan que, al tratar un eje o factor particular, todos los otros ejes o factores han de ser también tenidos en cuenta. Afirmar que dos personas tienen seis pies de altura no implica que sean equivalentes en peso o en la cantidad de vello o en los hábitos de bebida; igualmente, dos personas equivalentes en psicoticismo, no tienen que ser equivalentes en neuroticismo, extraversión-introversión o inteligencia. Estos factores ortogonales pueden determinar, en gran medida, la expresión particular del grado de psicoticismo de una persona. De todas maneras, como Planansky (1972) señala: Ya que no se puede establecer ninguna correlación inequívoca para apoyar ninguna división genética de la esquizofrenia en relación al tipo
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de principio y características de la fase preclínica, la clasificación «reactiva-procesual» apenas describiría dos grupos biológicamente distintos, aunque puede resultar útil como medio empírico para predecir la duración de la estancia en el hospital (pág. 548). Se puede desprender de todos los estudios resumidos que hay buenas pruebas de la existencia de un continuo, desde el comportamiento normal, pasando por el criminal, psicopático, alcohólico, el de adicción a las drogas, hasta el esquizoide y los estados complementamente psicopáticos. Tal hipótesis fue adelantada primero por H. J. Eysenck (1952b), elaborada en Psychoticism as a dimensión ofpersonality (H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1976), y conformada en un cuestionario (el Eysenck Personality Questionnaire, H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1975). La figura 2.5 representa la hipótesis de tal continuo, el cual está situado en la abscisa. La curva normal superior representa la población general y la pequeña en el extremo derecho, los pacientes esquizofrénicos. La línea curva marcada con
X-> Predisposición genética X lili P 88
Predisposición genética Distribución de la frecuencia en la población Probabilidad de ser afectado en un nivel concreto de X Distribución de las frecuencias de los individuos afectados
Figura 2.5.—Gráfica del modelo diátesis-stress de la psicosis. En la abscisa se representa el continuo de la predisposición, en P la probabilidad de sufrir la crisis nerviosa. La curva normal mayor representa la distribución de la diátesis en la población, y la pequeña, la de la población de los actuales pacientes neuróticos.
una P representa la probabilidad de cualquier persona en un sitio dado de la abscisa de desarrollar una esquizofrenia. Por ello, la abscisa mide el grado de psicoticismo, desde el interior (a la izquierda) al superior (a la derecha). ¿Cómo podemos afirmar que la escala P mide realmente el psicoticismo? Mucha gente, Davis (1974), Bishop (1977), Block (1977a, b) y Claridge (1983), por ejemplo, han dudado de que la escala mida realmente la diátesis psicótica, y han sugerido interpretaciones opcionales, por ejemplo, psicopatía o paranoia.
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La respuesta puede residir en una variante particular del método de análisis del criterio denominada proporcionalidad del criterio (H. J. Eysenck, 1983c). Esto se puede escribir en forma de ecuación, en la que si la escala P mide realmente el psicoticismo, entonces cualquier test objetivo que discrimine entre psicóticos y normales también discriminará entre los sujetos que puntúan alto y bajo en P. En otras palabras, psicosis: normalidad =* altas puntuaciones en P: bajas puntuaciones en P. El trabajo de Claridge puede servir como ejemplo. La teoría que él sugirió originalmente (Claridge, 1967) se basaba en la idea de que la psicosis no suponía un simple cambio en, digamos, la reactivación emocional, sino que representaba una disociación mucho más compleja de la actividad del SNC. Sugirió que los mecanismos psicológicos esquizofrénicos, que normalmente son coherentes en su actividad y mantienen integrada la función del SNC, llegan a separarse y disociarse. El se centró en dos aspectos del funcionamiento nervioso central que entendió que estaban especialmente relacionados con este proceso disociativo: la reactivación emocional y un mecanismo relativo a la regulación del input sensorial, incluyendo variaciones en la sensibilidad perceptual y en la ampliación o concreción de la atención. Denominó a esto «fenómeno de la covariación inversa» (Claridge, 1981). Los muchos estudios revisados en esta última referencia (por ejemplo, Claridge, 1972; Claridge y Chappa, 1973; Claridge y Birchall, 1978; Robinson y Zahn, 1979; Venables, 1963) dan amplio apoyo a la hipótesis. Lo que destaca es que ésta no sea una teoría de la esquizofrenia, sino del psicoticismo; los sujetos normales que puntúan alto en P se comportan como esquizofrénicos; los que puntúan bajo en P, como normales en los diversos tests, lo que hace identificar de forma plena a este factor con el psicoticismo. Al mismo tiempo, el trabajo de Claridge apoya los supuestos sobre la droga (H. J. Eysenck, 1963) que forman parte del paradigma general P-E-N. Según estos supuestos, los efectos de las drogas psicotrópicas son colineales con las dimensiones de la personalidad, y actúan de forma tal que hacen variar temporalmente, pero de forma predecible, la posición de una persona en estos ejes. Así, el LSD-25, clasificado como alucinógeno, tendría en los sujetos normales efectos psicotizantes de acuerdo con el tipo de test de Claridge. Claridge (1972) y Claridge y Clark (1982) han aportado buenas pruebas de esto. De esta manera, Claridge ha realizado una aportación teórica bastante impresionante al enlazar la dimensión descriptiva de P con una hipótesis causal fisiológica. El trabajo recién citado de Claridge es un ejemplo; otro es el de Gattaz (1981) y el de Gattaz y Seitz (1984). Tiene que ver con un antígeno leucocito humano (HLA B-27) que se da con una frecuencia significativamente superior en pacientes esquizofrénicos que en los sujetos sanos de control (Gattaz, Ewald y Beckmann, 1980; McGuffin, Farmer y Yonace, 1981). Si realmente P mide una diátesis psicótica notable, y particularmente esquizofrénica, entonces habríamos de esperar que el HLA B-27. se encuentre con una frecuencia significativamente superior en esquizofrénicos con altas puntuaciones en P que en esquizofrénicos con bajas puntuaciones en P, y en normales con altas puntuaciones en P que en
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normales con bajas puntuaciones en P. Gattaz ha verificado estas deducciones que apoyan poderosamente la hipótesis. El trabajo de Claridge y de Gattaz no es el único disponible que consolida la hipótesis de que P está realmente más relacionado con el psicoticismo que con la psicopatía o la paranoia; éste no es el lugar para profundizar en la cuestión. Sólo queremos llamar la atención sobre la necesidad de emplear el análisis del criterio de una forma similar para poder interpretar los factores de una forma objetiva e indicar que la proporcionalidad del criterio puede resultar una variedad del análisis del criterio particularmente útil en esta cuestión (véase también Iacomo y Likken, 1979). De igual interés son las deducciones de la hipótesis genética de los Erbkreis psicóticos. Si la escala P mide realmente la diátesis psicótica, deberíamos ser capaces de comparar a los familiares de primer grado de los esquizofrénicos con una muestra de control de los familiares de primer grado de los neuróticos y predecir que el primer grupo mostrará puntuaciones más elevadas en P que el segundo. También se podría esperar que las medidas del «fenómeno de covariación inversa» de Claridge mostraran diferencias similares entre los familiares de los sujetos psicóticos y neuróticos. Claridge, Robinson y Birchall (1983) han ofrecido resultados apoyando estas hipótesis, y es especialmente interesante ver que una forma bastante inusual de respuestas psicofisiológicas «se hizo evidente sobre todo en un pequeño grupo de familiares de esquizofrénicos cuyos perfiles de personalidad tienden a diferenciarse de la forma predicha hacia un mayor psicoticismo». Resultados como estos refuerzan intensamente la interpretación del psicoticismo en la que éste guarda una relación real con la psicosis. 2.4.
Impulsividad y búsqueda de sensaciones: un caso especial
Según se dice en este capítulo, el desarrollo de E y N precedió al de P, tanto como conceptos como ala hora de construir escalas. Sería inútil pretender que la suma de un nuevo concepto (y escala) a los conceptos ya existentes (y escalas) se podría llevar a cabo sin introducir ciertos cambios. Como Rocklin y Revelle (1981) han señalado, se ha dado la tendencia de retirar algunos ítems sobre impulsividad de la escala E del EPI para aparecer en la P del EPQ. Insisten en que: Es importante la distinción entre sociabilidad e impulsividad. Aunque los métodos psicométricos probablemente nunca zanjarán la cuestión de si es mejor o no concebir la extraversión como un constructo simple o como una mezcla de impulsividad y sociabilidad, los métodos experimentales han mostrado que los dos componentes de la extraversión tienen estructuras de resultados completamente diferentes en un buen número de paradigmas (pág. 283). Según veremos, hay cierta verdad en la afirmación de que la sociabilidad y la impulsividad arrojan distintas correlaciones con algunas variables experimen-
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tales, como el condicionamiento (H. J. Eysenck y Levey, 1972). De todos modos, creemos que las afirmaciones de Rocklin y Revelle están exagerando los efectos de cualquier cambio que se haya dado y de que realmente la terminología misma conduzca a unas consecuencias que no pueden refrendarse empíricamente. Kline y Barren (1983), comentando las correlaciones entre los factores N y E en el EPI y el EPQ, según daban cuenta de ellas Rocklin y Revelle, afirman que E y N, de acuerdo con el supuesto de Eysenck y Eysenck (1975), son idénticos en los nuevos tests a los factores previos. Concluyen: Considerando la fiabilidad de los tests, el supuesto de identidad está bien fundamentado. Puede resultar, quizá, ligeramente sorprendente a la vista del vacío de ítems de impulsividad en la escala E del EPQ; sin embargo, no se pueden negar los resultados, por lo que los factores de] EPQ creemos que representan los factores de Eysenck (pág. 160). Las actuales correlaciones entre la extraversión del EPI y la del EPQ son de 0,74, y entre el neuroticismo del EPI y del EPQ, de 0,83. Campbell y Reynolds (1982) informaron de correlaciones incluso superiores a 0,80 y 0,87; tan altas como las fiabilidades de las escalas. Realmente, el problema es, por supuesto, mucho más complejo que considerar simplemente si la impulsividad encaja en E o en P. Hay dos factores que lo complican. El primero es que la impulsividad puede ser ella misma subdividida en factores, por lo que llega a ser dudoso que podamos hablar de la impulsividad como un concepto simple y unitario. En segundo lugar, no se puede afirmar de los subfactores de la impulsividad que simplemente correlacionan con P o con E; lo que ocurre es que correlacionan con ambos en distinta medida. No podemos decir que la impulsividad se ha mudado toda ella de E a P; lo que más bien ha ocurrido es que parte de los ítems iniciales de impulsividad que correlacionaban más alto con P que con E han sido transferidos, mientras que otros que correlacionaban más alto con E que con P han sido retenidos. La historia completa se cuenta en una serie de artículos de S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck (1977, 1978) en el caso de los adultos, y en S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck (1980) y S. B. G. Eysenck (1981), en el caso de los niños. Además, los artículos de Eaves, Martin y Eysenck (1977) y H. J. Eysenck (1983a) tratan los factores genéticos y ambientales que determinan la impulsividad, la búsqueda de sensaciones y su relación con las dimensiones superiores de personalidad. En el primero de estos artículos, H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck (1977) llevaron a cabo un análisis factorial con los conjuntos de ítems tradicionalmente utilizados para medir la impulsividad. Hallaron que la impulsividad, en el sentido amplio de la palabra, se descompone en cuatro factores: impulsividad inferior, correr riesgos, improvisación y vitalidad; estos factores se pudieron replicar de una muestra a otra y de hombres a mujeres. Estos factores correlacionaban unos con otros de forma positiva y también con la sociabilidad de forma variable. La impulsividad superior, es decir, la suma de los cuatro factores, correla-
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ciona bastante bien con la extraversión, pero mejor aún con el psicoticismo. La impulsividad inferior correlaciona positivamente con N y con P, lo que indica que este rasgo es algo patológico. Correr riesgos muestra una clara relación con la extraversión y casi igual de clara con P. La improvisación se relaciona positivamente con P y negativamente con N, y no está clara la relación con E. La vitalidad muestra claras correlaciones con E (positivas) y con TV (negativas); no parece correlacionar en absoluto con el psicoticismo. Las correlaciones entre los cuatro factores de la impulsividad son todas positivas, tanto para hombres como para mujeres, pero no son muy altas, aproximadamente 0,3. La tabla 2.1 ofrece las correlaciones reales y, como puede observarse, considerar la impulsividad como un factor general es decididamente peligroso, puesto que los cuatro subfactores comparten sólo cerca del 10 por 100 de la varianza común. Evidentemente, algunos aspectos de la impulsividad, como la vitalidad, estarían asociados con la extraversión; otros, como la impulsividad en sentido restringido, con el psicoticismo. Por eso, la crítica de Rocklin y Revelle (1981) está manifestada de forma muy simple; no podemos decir simplemente que la impulsividad se ha trasladado de E (en el cuestionario antiguo) a P (en el nuevo). Tenemos que considerar cada ítem, ver a cuál de los cuatro subfactores de la impulsividad pertenece y juzgar su posición según los pesos totales en los tres superfactores. Cuando esto se haga, podrá comprobarse cómo Kline y Barrett tenían razón al sostener que la extraversión, como factor, ha permanecido básicamente invariable (sin embargo, véase también Campbell y Reynolds, en prensa). TABLA 2.1 Intercorrelaciones entre cuatro escalas de impulsividad: por debajo de la diagonal principal se señalan los datos de las mujeres, y por encima, los de los hombres 1
1. 2. 3. 4.
Impulsividad inferior Correr riesgos Improvisación Vitalidad
0,45 0,50 0,33
2
3
4
0,43
0,32 0,26
0,22 0,18 0,22
0,52 0,22
0,24
Nota: Extraído de «The Place of Impulsiveness in a Dimensional System of Personality Description», de S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck, British Journal of Social and Clinical Psychology, 1977, 16, 57-68. Derechos de autor 1977, de British Journal of Social and Clinical Psychology. Autorizada la reimpresión.
La investigación de los varios subfactores de la impulsividad hizo surgir la cuestión de sus relaciones con los cuatro factores de la búsqueda de sensaciones aislados por Zuckerman (1979b). Al obtener el concepto de búsqueda de sensaciones, Zuckerman descubrió en el análisis factorial de los ítems empleados que
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había cuatro factores principales, denominados por él como excitación y búsqueda de aventuras (EBA), búsqueda de experiencias (ES), desinhibición (DIS) y aburrimiento susceptibilidad (AS). La expresión «excitación y búsqueda de aventuras» esclarece el contenido de este factor. La búsqueda de experiencias parece relacionarse con la búsqueda de reactivación a través de la mente y los sentidos, de un estilo de vida inconformista, lo que vagamente se llamaba «hippy» en los años sesenta, y a través de viajes espontáneos e improvisados. El factor desinhibición parece describir un tipo más tradicional de búsqueda de sensaciones que busca la desinhibición y la liberación a través de la bebida, las fiestas, el juego y el sexo. Y, finalmente, el factor aburrimiento suceptibilidad estaba claramente definido en los hombres por ítems que reflejaban una aversión hacia las actividades repetitivas de cualquier clase, o hacia el trabajo rutinario, hacia la gente pesada y aburrida, resultándoles imposible la falta de descanso en condiciones invariables. Las correlaciones entre estos cuatro factores son ligeramente superiores, pero no mucho, a las encontradas entre los cuatro factores de la impulsividad (véase la tabla 2.2). Las descripciones dadas por Zuckerman indican que hay ciertas relaciones de tipo conceptual con los factores de la impulsividad. TABLA 2.2 Correlaciones entre las cuatro escalas de búsqueda de sensaciones, en hombres (por encima de la diagonal principal) y en mujeres (por debajo de la diagonal principal); muestras inglesas y americanas Americanas
Inglesas EBA EBA BE DES AS
0,42 0,35 0,20
BE
DES
AS
0,27
0,25 0,32
0,10 0,21 0,42
0,47 0,29
0,48
EBA 0,39 0,29 0,18
BE
DES
AS
0,27
0,15 0,24
0,06 0,26 0,37
0,40 0,37
sensaciones, el aburrimiento susceptibilidad y la búsqueda de experiencias son más P que E. La estructura es bastante compleja, y lo que ha ocurrido, obviamente, es que estas investigaciones han servido para esclarecer con bastante detalle que ocho partes del espacio tridimensional relacionan los aspectos definidos de P, N y E. Podemos avanzar mucho en el conocimiento de la naturaleza de la persona localizada en este octógono particular. Es posible construir escalas con una concepción más general de la impulsividad o de la búsqueda de sensaciones (denominada afán de aventuras por S. B. G. Eysenck y H. J. Eysenck, 1978), descartando ítems y subfactores que guardan la menor relación con los otros, que para ciertos propósitos (como la relación entre personalidad y criminalidad, S. B. G. Eysenck y McGurk, 1980), dichas escalas pueden resultar útiles. Sin embargo, hay que apreciar que los rasgos en cuestión no son unitarios en el sentido psicométrico, sino que son compuestos, de la misma manera que lo son la extraversión, el psicotk Ismo o el neuroticismo. Estas nuevas escalas de impulsividad y afán de aventuras muestran interesantes correlaciones con P y E, y con un rasgo adicional, la empatia, también medida en esta investigación. La tabla 2.3 muestra los resultados, con una población de 641 sujetos delincuentes y 402 normales de control. Se observa que la impulsividad correlaciona de forma significativamente superior con P que con E, y el afán de aventuras, más con E que con P. Además, la impulsividad correlaciona positivamente con N, mientras que el afán de aventuras lo hace negativamente. La impulsividad y el afán de aventuras correlacionan de forma positiva en las dos poblaciones (0,30 en delincuentes y 0,41 en normales). La empatia correlaciona negativamente con el psicoticismo sólo en delincuentes, y positivamente con el neuroticismo, tanto en delincuentes como en normales. TABLA 2.3 Correlaciones entre impulsividad y afán de aventuras con P, E, N y L Impulsividad
0,40
Nota: Extraído de Sensation Seeking: Beyond the Optimal Level of Arousal, de M. Zuckerman. Londres: Wiley, 1979. Derechos de autor 1977 de Lawrence Erlbaum. Autorizada la reimpresión.
H. J. Eysenck (1983a) ofrece las intercorrelaciones entre las ocho escalas de impulsividad y búsqueda de sensaciones con P, E, N y L. Debe quedar claro que es completamente erróneo creer que la impulsividad o la búsqueda de sensaciones como tales pertenecen a P o a E. Lo que surge es una estructura compleja, donde las ocho escalas correlacionan en distinta medida tanto con P como con E. La improvisación, una de las cuatro escalas de la impulsividad, es casi completamente P, mientras que la vitalidad, otra de las escalas de la impulsividad, es casi completamente E. La desinhibición y la excitación y búsqueda de aventuras son algo más E que P, mientras que las otras dos escalas de la búsqueda de
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p E N L
Afán de aventuras
Delincuentes
Control
Delincuentes
0,47 0,12 0,24 -0,45
0,52 0,39 0,38 -0,43
0,13 0,38 -0,16 -0,28
Control 0,33 0,46 -0,10 • -0,22 '
Nota: Extraído de «Impulsiveness and Venturesomeness in a Detention Center Population», de S. B. G. Eysenck y B. J. McGurk, Psychological Reports, 1980, 47, 1299-1306. Derechos de autor 1980, de American Psychological Association. Autorizada la reimpresión.
Estos resultados no nos dicen todo lo que quisiéramos saber sobre las relaciones de todas estas variables, unas con otras; sólo subrayan de forma general el tipo
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Personalidad y diferencias individuales
de tarea que tiene que ser realizada para comprender las relaciones entre las dimensiones superiores de la personalidad, los así llamados factores primarios, como la impulsividad y el afán de aventuras, y los varios subfactores en los que pueden dividirse. Al llevar esto a cabo, encontramos algunos resultados bastante inesperados. Uno sí podría haberse esperado; por ejemplo, que las cuatro subescalas de la búsqueda de sensaciones o afán de aventuras correlacionaran más todas ellas juntas con cualquiera de las escalas de impulsividad de como lo harían por separado, y viceversa. Sin embargo, esto no es verdad. Correrriesgos,por ejemplo, una de las escalas de impulsividad, correlaciona más alto con la excitación y búsqueda de aventuras, una de las escalas de la búsqueda de sensaciones, de como lo hace con otras escalas de impulsividad. De la misma manera, la búsqueda de experiencias correlaciona más alto con la improvisación a como lo hace con otras escalas de la búsqueda de sensaciones. Estos resultados conllevan muchos problemas. En las discusiones habituales de los técnicos de análisis factorial se distingue normalmente entre factores primarios (como la impulsividad y la búsqueda de sensaciones) y factores de orden superior, como P, E y N. Sin embargo, los factores primarios no son realmente primarios, al no ser ellos mismos analizables en partes constituyentes independientes unas de otras, sino que muestran un cierto grado de independencia y pueden correlacionar más alto con subfactores de otros factores primarios que con los subfactores de su propio factor primario. Ni siquiera puede asumirse que estos subfactores no son en sí mismos divisibles. De hecho, la situación parece asemejarse a la de la física subatómica. Se solía entender que el átomo en sí mismo era indivisible. Cuando Thompson y Rutherford vieron que el mismo átomo podía ser «descompuesto» y descubrieron los electrones, los protones y otras partículas subatómicas, lo primero que asumieron fue que éstas eran en realidad las unidades elementales constituyentes de la materia. Ahora sabemos que no es así, y que hay, literalmente, cientos de partículas subatómicas conocidas. La situación que se da en psicología no es, por tanto, única, por lo que no tiene por qué deprimirnos innecesariamente. Sin embargo, indica que son los superfactores, las dimensiones superiores de la personalidad, relativamente invariables y replicables, y que son los pequeños factores los que causan una elevada dificultad en la identificación y replicación. Siempre habrá que tener en cuenta estas dificultades al analizar los datos en este campo o al intentar integrar los resultados de los estudios de forma consistente. Parece interesante relacionar estas investigaciones con la cuestión de la contribución genética y ambiental a la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, los cuatro subfactores en los que se pueden dividir y los superfactores P, E y N (Eaves y cois., 1977; H. J. Eysenck, 1983a). Los análisis son demasiado técnicos para ser tratados aquí en detalle, pero básicamente se encontró que era suficiente un modelo relativamente simple, en el que tan sólo se recogiera la variación genética aditiva y los factores ambientales específicos de los superfactores, de los factores primarios, como impulsividad y búsqueda de sensaciones, y de varios subfactores, para dar cuenta de los datos observados con considerable exactitud. No
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hubo pruebas de factores ambientales comunes (interfamiliares), así que la variación ambiental, aquí como en otras partes, es intrafamiliar más que interfamiliar. La contribución de los factores genéticos, cuando consideramos sólo la varianza verdadera, esto es, la varianza libre de los errores de medida, es muy alta, llegando casi al mismo nivel que la varianza aditiva genética en las pruebas de inteligencia. Las distintas escalas de impulsividad y búsqueda de sensaciones se muestran, por tanto, casi igual a como lo harían las dimensiones más generales de la personalidad; posteriormente, en el capítulo 3, examinaremos los resultados de los análisis genéticos de las escalas de personalidad con mayor detalle, y explicaremos en cierta medida los términos aquí utilizados. Dadas las complicaciones que conlleva el análisis de los factores primarios y de los subfactores, ¿merece la pena?, y ¿qué objetivos persigue? Hay dos respuestas diferentes a esta cuestión que se superponen en cierto grado. La primera, por supuesto, es que las tres dimensiones no son suficientes para describir con detalle la complejidad presentada por la personalidad; los superfactores o dimensiones recogen las intercorrelaciones entre rasgos, aunque estos mismos rasgos constituyen la mejor estructura del espacio total en la que podemos localizar la personalidad. Cada medida del rasgo, además del error, contiene dos (o más) componentes, uno contribuye al superfactor, el otro es específico del conjunto de ítems en cuestión. Por lo que podemos afirmar que parte de la varianza medida por un inventario de improvisación es recogida por P, pero se deja una proporción razonable que mide algo independiente de P. Igualmente, una proporción razonable del inventario de vitalidad es recogida por la extraversión, pero se deja una buena cantidad propia de la vitalidad como rasgo de personalidad. De nuevo, parte de la varianza con la que contribuye el factor de desinhibición, o el de correr riesgos, es recogida en parte por P, en parte por E, pero todavía queda por medir una parte residual de correr riesgos o desinhibición. Podemos separar varios niveles en esta jerarquía. En un nivel superior, que, obviamente, es el más complejo, desprendiéndose de las intercorrelaciones entre muchos rasgos, están los superfactores P, E y N; ha sido también el nivel más fácil de replicar y de conectar con otros tipos de medidas psicológicas y objetivas de laboratorio. En el nivel inferior de la jerarquía, encontramos rasgos, como correr riesgos o aburrimiento susceptibilidad, que son relativamente puros y que sería difícil subdividirlos de nuevo en subfactores. Nuestra propia opinión, desde el punto de vista de la investigación y de la clasificación acordada, sería el.centrarnos en estos dos niveles. ' Desgraciadamente, la mayor parte de la investigación parece centrarse en un nivel intermedio, como el de la búsqueda de sensaciones o impulsividad en sentido general, o como cualquiera de los muchos factores sobre los que discutiremos en un capítulo posterior. Estas investigaciones no han aportado ventaja alguna ni con vistas a la simplicidad ni a la replicación; es más, se han solapado unas a otras tanto, que se ha encontrado que la impulsividad y la búsqueda de sensaciones se solapan entre sí. El hecho es que, a pesar de unos cincuenta años
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Personalidad y diferencias individuales
de trabajos con análisis factoriales, todavía existe poco acuerdo sobre los factores en este nivel primario, lo que indica que la tarea es imposible. Dado que P, E y N siempre aparecen en cualquier estudio de personalidad en gran escala (como más adelante veremos en el próximo capítulo), parece razonable, aprovechando la medida de cualquier rasgo, determinar desde el principio las correlaciones de este rasgo hipotético con P, E y N, y así ver cuál es la cantidad de varianza que queda para los rasgos supuestos. Tal procedimiento garantizaría, al mismo tiempo, saber cuál es, en gran medida, la posición de ese rasgo en la estructura factorial tridimensional descrita en este libro, y nos posibilitaría relacionarlo con otros rasgos cuya posición en esta superestructura es ya conocida. Sólo de esta manera los estudios de personalidad pueden ser acumulativos, como debe ser cualquier intento científico; en otras palabras, será posible avanzar en una misma dirección más que cualquier investigador marque, sin contar con los demás, una dirección distinta para cada uno. Según veremos en el capítulo 4, la única relación que une los muy distintos cuestionarios de personalidad que han sido elaborados en los últimos años es su conexión con P, E y N; en ausencia de tales puntos de referencia, será imposible traducir los resultados sobre la personalidad de un individuo a los de otro. La primera razón para investigar la mejor estructura de los huecos entre las dimensiones principales de la personalidad es obtener una mejor comprensión de cómo tales subfactores o rasgos contribuyen más o menos a la varianza que acumulan P, E y N. La segunda razón es que cuando se investiga un tipo particular de comportamiento, ya sea observado en un marco social (como la criminalidad) o de laboratorio (como el condicionamiento pavloviano), que se correlaciona teórica y empíricamente con una dimensión de la personalidad (como E), no tiene que ser necesariamente cierto que las correlaciones entre esta medida concreta y todos los rasgos que participan en E sean igual de altas y positivas. H. J. Eysenck y Levey (1972), como ya se mencionó, encontraron que el condicionamiento pavloviano correlacionaba más con los ítems de impulsividad del EPI que con los de sociabilidad. Este es un importante resultado, tanto teórica como prácticamente, y el hecho de que el comportamiento antisocial (criminalidad) también parezca relacionarse más con la impulsividad que con la sociabilidad (H. J. Eysenck, 1977a) indica posibles relaciones entre el condicionamiento y el comportamiento antisocial, relaciones que ya exploraremos más adelante. Algunas veces se afirma, a modo de crítica, que el esquema tridimensional que constituye el objeto de este libro es inadecuado para albergar por completo la personalidad; esto es, por supuesto, cierto, y no vamos a dudar de tal afirmación en ningún modo. La cuestión real es cómo rellenar el vacío existente; el procedimiento aquí sugerido parece ser la mejor forma de hacerlo mientras tenga en consideración todo lo que ya ha sido firmemente establecido. Al proceder de esta manera, también tendríamos en cuenta, por supuesto, las correlaciones entre los criterios externos y P, E y N y sus subfactores, como ya se ha mencionado. Sólo así podremos llenar con mucho más detalle el cuadro completo, y no como lo haríamos atendiendo aisladamente a P, E y N. Se ha ofrecido este examen bastante
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extenso y detallado sobre las relaciones entre impulsividad, búsqueda de sensaciones y P, E y N con ánimo de ilustrar la complejidad de los temas en cuestión y para contestar a algunas de las críticas ocasionalmente formuladas sobre el sistema tridimensional, al concebirlo completamente exhaustivo. Nunca se ha realizado una afirmación así, y se reconoce expresamente que extender el estudio a los subfactores más pequeños que contribuyen a la varianza independiente es un método valioso para aumentar nuestra comprensión de la personalidad, tanto en su vertiente descriptiva como para ofrecernos sugerencias importantes sobre el análisis causal de la personalidad y del temperamento. 2.5.
La cuestión de la validez
Normalmente se compara la validez con la fiabilidad en los trabajos de psicología, la última para referirse al acuerdo entre dos medidas del mismo rasgo o capacidad, administradas al mismo tiempo (fiabilidad interna) o guardando una separación de varios días, meses o años (fiabilidad de repetición). La fiabilidad de repetición se unifica pronto en los rasgos longitudinales; en particular P, E y N muestran una apreciable consistencia longitudinal. La fiabilidad interna, desde varios puntos de vista, es menos importante, ya que siempre puede ser aumentada incrementando el número de ítems. La validez, por otro lado, se refiere a la cuestión, mucho más importante, de si un test dado mide realmente lo que se intentaba que midiera. Esto es fácil de establecer si teném^sliñ~crÍtérioT^ desgraciadamente, en la mayor parte de los campos psicológicamente interesantes, no existe un criterio aceptado universal o mayoritario. La ausencia de tal criterio conlleva muchos problemas fundamentales; por ello, se dedicarán unas cuantas palabras a tratar la validez de las escalas P, E y N con la esperanza de despejar algunas de las confusiones creadas e informar al lector de la pertinencia de algunas explicaciones desarrolladas en este libro. Las recomendaciones del APA sobre las condiciones de los tests en lo que se refiere al constructo, al rasgo y a la validez discriminante (Campbell, 1960) sugieren una nomenclatura que nosotros seguiremos. El tipo más evidente de validez es, por supuesto, la denominada validez de contenido, es decir, la validez construida en el mismo test a través de la elección apropiada de los ítems. Como Anastasi (1982) señala, la validación de contenido en los tests de personalidad y de aptitudes suele ser inadecuada y de hecho puede ser errónea. Ya hemos 'discutido esta cuestión en relación a la necesidad de realizar estudios de los ítems con análisis factoriales y correlaciónales; la inspección de tales ítems y una selección a priori no nos aseguran que ítems que aparentemente miden ciertos factores lo hagan realmente. Por eso, la validación de contenido y el concepto aliado de validez aparente tienen poco interés respecto de los tests de personalidad, aunque, por supuesto, el contenido aparente de un test puede hacer que denominemos los factores derivados de las intercorrelaciones de tales ítems de forma es-
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pecial. Este es el hecho que ha provocado frecuente insatisfacción con los nombres que reciben los factores; al partir subjetivamente de las impresiones que causa el contenido manifiesto de un test, estos nombres no pueden dar validez al test o al factor. Son necesarios otros métodos para hacer esto. Las validaciones concurrente y predictiva son mucho más importantes, ya que están relacionadas de alguna forma con el criterio. Si el test y el criterio se administran en una distancia temporal breve, estaremos tratando la validación concurrente; si la situación del criterio ocurre muy posteriormente a la situación del test, hablaremos de la validación predictiva. La mayor parte de las veces, la validación concurrente y predictiva se dan en casos en los que el criterio es obviamente fidedigno, como la satisfacción y rendimiento laborales. En otras palabras: a menudo se construyen específicamente los tests para medir o predecir varias aptitudes. Otro ejemplo lo constituiría el uso de los tests de inteligencia para predecir el rendimiento escolar. La utilización de los tests en la educación, la industria y otras áreas aplicadas es socialmente importante, pero puede resultar de escaso interés psicológico. A menudo el criterio está de hecho enclavado en una red nomológica, en cuyo caso llega a formar parte, como ocurre con el propio test, de la teoría general. Cuando eso ocurre, estamos tratando lo que normalmente se llama validez de constructo, a la que en seguida nos referiremos. Sin embargo, antes de hacerlo, podemos adelantarnos considerando un tipo de validez concurrente y predictiva que podría denominarse consensúa! (McCrae, 1982). Con este término nos referimos simplemente a que validamos las respuestas de cuestionario correlacionándolas con las valoraciones hechas por asesores externos que conocen bien al sujeto que va a ser evaluado. Esta validación consensual puede ser tanto concurrente como predictiva, y es importante considerarla al repasar las indicaciones de los situacionalistas de que la consistencia de la conducta, tal como se encuentra en los cuestionarios o en las valoraciones, se debe a artefactos de una u otra clase. Como McCrae (1982) ha apuntado, las valoraciones comparten con los autoinformes la utilización de un observador humano que puede interpretar los comportamientos específicos como pruebas de rasgos subyacentes; pero este observador es objetivo y libre de los sesgos particulares de los métodos del autoinforme. Los autoinformes, por un lado, poseen la ventaja única de acceder a los pensamientos y fantasías privadas de los individuos; desafortunadamente están influidos por los estilos de respuesta. Ya que ninguno de los artefactos habituales es compartido por los autoinformes y las valoraciones, ninguno de ellos recoge el acuerdo observado por las dos fuentes. Como Wiggins (1973) afirma, un acuerdo bien replicado mediante la tradicional doble medida constituiría una prueba incontestable del acuerdo sobre las disposiciones reales, y aportaría una validación consensual de los rasgos de la personalidad. Shrauger y Schoeneman (1979) han publicado recientemente una revisión sobre el acuerdo entre los autoinformes y las valoraciones desde una perspectiva interaccionista simbólica; su conclusión era que las pruebas del acuerdo entre ambos métodos eran débiles. Sin embargo, el término débil ha de entenderse dentro
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del contexto de los resultados cuantitativos; de los 36 estudios correlaciónales de su tabla, 17 mostraron un claro apoyo y 7 más, al menos, un apoyo mixto a la hipótesis del acuerdo; las correlaciones significativas oscilaban entre 0,14 y 0,76. 13 de los estudios dieron al menos una correlación por encima de 0,50. Edwards y Klockars (1981) contestaron a esta revisión llevando a cabo otro estudio desde la posición interaccionista simbólica, afirmando que sólo las evaluaciones de un otro significativo corresponderían con las autoevaluaciones; al igual que las evaluaciones hechas por individuos que no conozcan bien el sujeto que va a ser evaluado serían completamente irrelevantes. Su conclusión fue que sus resultados ofrecían pruebas consistentes de acuerdo entre ambos métodos, con una amplia variedad de rasgos, atribuyendo el acuerdo a la elección de una persona significativa, desde el punto de vista personal, con suficiente conocimiento del otro. McCrae (1982) cita otros muchos resultados positivos y ofrece un número de comparaciones muy explícitas, de las que concluye: Una conclusión es indiscutible: el acuerdo entre los autoinformes y las evaluaciones es suficientemente alto como para olvidarse de la idea de que los rasgos de personalidad son puras ficciones y de que el acuerdo entre dos personas sobre las características de una de ellas es completamente ilusorio (pág. 302). También ofrece un estudio especialmente pertinente a la teoría discutida en este libro. Su experimento utilizó el inventario NEO y el método de evaluación NEO; como se explica en otro lugar, la teoría neuroticismo-extraversión-apertura contiene tres dimensiones superiores de la personalidad muy similares a las de la toería PEN, la apertura4 posiblemente sea una variable de la personalidad en el extremo opuesto de la dimensión del psicoticismo. La muestra se compuso de 139 hombres y 142 mujeres, de los cuales se rellenó tanto el autoinforme como la valoración hecha por el/la esposo/a. Este estudio constituye lo que Campbell y Fiske (1959) llaman una matriz «multirasgomultimétodo», puesto que había 18 rasgos (seis por cada una de las tres dimensiones superiores de personalidad) y dos métodos, el autoinforme y la valoración. Las correlaciones entre los autoinformes y la evaluación hecha por los esposos fueron de 0,47 en neuroticismo, 0,72 en extraversión y 0,64 en apertura. McCrae también publicó las correlaciones entre los autoinformes sobre E y TV y las escalas E y N del EPI; estas correlaciones fueron de 0,56 y 0,36. Así que aquí hay amplias pruebas para hacer posible la validación consensual de los rasgos de personalidad, dando valores lo suficientemente altos como para indicar consistencia en el comportamiento. McCrae y Costa (1983b) añadieron más pruebas utilizando el inventario NEO y el método de evaluación NEO: practicaron un análisis factorial sobre los 18 rasgos para ver si se extraían los mismos superfactores. Obtuvieron la estructura es4
En inglés: openness. (N. del T.)
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perada, tanto de los autoinformes como de las evaluaciones de los esposos, y también obtuvieron la validez convergente y discriminante de los factores de las escalas del EPI. Como señalan: Los resultados indican que los efectos del método de varianza pueden minimizarse si se utilizan personas bien cualificadas, con instrumentos adecuados psicométricamente para obtener evaluaciones de rasgos claramente definidos. Además, se consiguen poderosas pruebas que validan el modelo tridimensional de personalidad (pág. 245). A similar conclusión llegaron Amelang y Borkenau (1982), quienes extrajeron cinco factores de varios tests de autoevaluación, que incluían el 16 PF, las escalas de Guilford y el EPI; de su análisis factorial se obtuvo una estructura factorial muy similar a la del conjunto de valoraciones, con coeficientes consensúales de los factores que reflejaban P, E y N, cercana a 0,6. Podemos deducir de todas estas pruebas que, por lo que respecta a la validez concurrente, la validación consensual aporta buenas pruebas sobre P, E y N. Respecto a la validez predictiva, se verá en la sección sobre trabajos longitudinales, que las correlaciones entre las clasificaciones a una edad y los cuestionarios a otra, también ofrecen validez consensual. Se dan más pruebas del trabajo sobre los «Norman Five», componentes principales de la personalidad (Norman, 1963, 1969; Norman y Goldberg, 1960). Estos cinco factores, varias veces replicados (por ejemplo, Borgatta, 1964; Conley, 1984; Fiske, 1949; Smith, 1967; Types y Christal, 1961) aparecen de la misma manera en las autoevaluaciones y en las evaluaciones de compañeros. Las correlaciones cruzadas entre métodos han dado 0,35 (neuroticismo), 0,50 (sociabilidad) y 0,44 (control de los impulsos). Las correlaciones sobre agrado son bastante bajas, pero de todas formas puede dudarse de que realmente sea un rasgo independiente; tiende a correlacionar con extraversión y con la ausencia de neuroticismo y psicoticismo. Sobre el quinto factor (inteligencia) se conoce bien que es altamente consistente y, en cualquier caso, no forma parte del temperamento tal y como aquí se entiende; se tratará en un capítulo aparte. Se podría discutir en qué medida la sociabilidad se equipara a la extraversión y que el control de los impulsos es lo opuesto al psicoticismo, pero en verdad la validez consensual de estos factores parece estar establecida. Estos resultados rechazan al mismo tiempo las objeciones típicas sobre la validez de los cuestionarios y de las evaluaciones basadas en la teoría de los estilos de respuesta, es decir, la idea de que la aquiescencia, la dubitación, el fingimiento (la deseabilidad), y otros factores similares, tengan un efecto importante en las puntuaciones de los cuestionarios y de las evaluaciones. Los estudios especiales sobre estos factores, por lo que respecta a. P, Ey N(H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1969; Michaelis y H. J. Eysenck, 1971), han mostrado que aunque tales factores no se encuentran completamente ausentes, juegan un papel relativamente pequeño en tales cuestionarios de personalidad, tal como lo estamos enten-
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diendo aquí, excepto en condiciones de motivación especiales, donde el fingimiento puede desempeñar un papel importante. Podrían ser ejemplos las situaciones en las que una persona está rellenando un cuestionario que forma parte de una entrevista laboral; en tales condiciones se produce una fuerte distorsión. Sin embargo, en las condiciones normales de las pruebas de las investigaciones, las respuestas de los cuestionarios están libres de tales errores. Podemos ahora volver al concepto de validez de constructo (Cronbach y Meehl, 1955; Messick, 1975, 1980). Puede definirse como la medida en que un test dado mide un constructo teórico o rasgo. Campbell (1960) sugirió una diferencia, en este campo, entre la validación convergente y la discriminante. Un test no sólo debería correlacionar alto con otras variables con las que teóricamente está conectado (validación convergente), sino que también debería no correlacionar con variables de las que difiriera (validación discriminante). Campbell y Fiske (1959) han propuesto un diseño experimental empleando tanto la validación convergente como la discriminante, con el nombre de matriz multirasgo-multimétodo; ya vimos su uso en el estudio de McCrae. En su estudio, como se recordará, tenía seis rasgos, cada uno contribuyendo a las tres dimensiones superiores de personalidad; emplearon los métodos de la autoevaluación y de la valoración por otros. Se daba la validación convergente cuando los rasgos dados, utilizando un método, correlacionaban con los rasgos dados utilizando el otro; se daba la validez discriminante cuando un rasgo particular, con un método, no correlacionaba con un rasgo distinto, empleando el otro método. Así, el tipo de análisis de la matriz multirasgo-multimétodo puede aplicarse no sólo con la validez de constructo, sino también con la validez concurrente y predictiva, indicando que estos términos se refieren a metodologías que se superponen en alguna medida. Puede afirmarse que cuanto más compleja sea una teoría, y cuanto más amplia, mayor será el número de tests, fundamentados en la validez de constructo, que podrá tener el investigador. En esta parte del libro hemos tratado sólo de la teoría descriptiva, en la medida en que la validez de constructo está basada en los estudios que utilizan análisis factoriales y correlaciónales, y en el concepto de validez consensual explicado en esta sección. Creemos básicamente que éstos son tipos de validez débiles; puede argumentarse que estamos tratando más sobre la fiabilidad que sobre la validez. El hecho de que una persona diga que él es sociable, impulsivo o constante y de que estas autoevaluaciones concuerden con las valoraciones de alguien que le conoce bien realmente no nos permite obtener muchas pruebas en favor de nuestra teoría. El acuerdo es una condición necesaria, pero no suficiente, para realizar afirmaciones expresas sobre la consistencia del comportamiento, y no hay más. Idealmente, la validez de constructo debería referirse a un tipo mucho más abstracto de teoría, posibilitando predicciones mucho más complejas y sorprendentes de las que serían posibles con este simple modelo descriptivo. Tal teoría se desarrolla en la segunda parte de este libro. Esta teoría postula ciertos mecanismos sociológicos genéticamente controlados que, en interacción
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Personalidad y diferencias individuales
con los estímulos ambientales, producen un tipo de comportamiento de cuya consistencia surgen las dimensiones de personalidad P, E y N. Estas teorías nos capacitan para hacer una diversidad de predicciones en tres áreas principales. En primer lugar, dan pie a predicciones psicofisiológicas directas, entendiéndolas como modos en los que extravertidos e introvertidos difieren unos de otros, o las personas estables de las inestables, o los que puntúan alto en P de los que puntúan bajo (Stelmack, 1981). Siguiendo este tipo de pruebas, está el conjunto de predicciones por las que personas distintas serían afectadas de forma distinta por las drogas (H. J. Eysenck, 1963, 1983c). La segunda área sería la de los experimentos psicológicos sobre percepción, condicionamiento, aprendizaje, vigilancia, etc., en los que cada teoría de la personalidad tiene algo que decir sobre las diferencias predichas entre aquellos que puntúan alto y bajo en las tres dimensiones principales de la personalidad. Los tests de laboratorio constituirán el concepto principal de la siguiente parte de este libro. La tercera área la constituye el comportamiento social que puede predecirse de la teoría de personalidad mediante mecanismos estudiados en el laboratorio, como el condicionamiento, la memoria retrospectiva y otros. De esta manera, comportamientos como la criminalidad o la neurosis pueden predecirse según nuestra teoría de la personalidad, y formar parte de la validez de constructo de los conceptos en cuestión. Obviamente, tales aplicaciones sociales de la teoría y las predicciones en las que se basa son mucho más aleatorias, puesto que tenemos mucho menos control sobre la vida social de nuestros sujetos del que tenemos en el laboratorio; no obstante, estas predicciones forman parte de la validez de constructo de los conceptos. Estas pocas consideraciones sobre la validez se han añadido a la primera parte de este libro, en parte para introducir la segunda, pero también para indicar por qué creemos que el análisis factorial y otros métodos internos de establecer la validez de constructo constituyen, desde nuestro punto de vista, débiles apoyos de teorías más débiles aún. Por supuesto, es preferible recibir apoyo de un análisis factorial para una teoría de la personalidad que construir cuestionarios sin someterlos a tan cuidadoso examen de las teorías subyacentes, pero creemos que para contar con un concepto científicamente significativo, debemos ir más allá de los simples modelos descriptivos y tomar en serio los mecanismos causales propuestos, que pueden ser probados directamente en el laboratorio y en situaciones sociales relativamente independientes de los ítems empleados para conformar el cuestionario de la escala de evaluación misma. Es sólo el uso de tales criterios independientes lo que puede establecer la validez de constructo de conceptos relacionados con la personalidad, como P, E y N. Habiendo trazado la historia de los conceptos de psicoticismo, extroversión y neuroticismo, podemos indicar con brevedad cómo se desarrollaron en la descripción del sistema de personalidad examinada en este libro. En los años cuarenta se había llegado a la posición que MacKinnon (1944) describe como sigue:
El desarrollo de un paradigma
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Los tipos son cuadros burdos de la personalidad, ya que se diseñan con ligereza, ya que se superponen invariablemente, y puesto que tal esquema de interrelaciones... se desarrolla con tanta facilidad y es tan difícil de aceptar o rechazar que, hasta que no sea definido con precisión, no podrá ser definitivamente probado. Concretando, muchas de las relaciones que se suponía que existían entre las tipologías dicotómicas han sido investigadas tanto clínica como experimentalmente con escaso éxito. La mayor parte de estos estudios han sido llevados a cabo por investigadores inexpertos, han dejado sin aclarar los detalles del procedimiento experimental, no se ha especificado algo tan importante en estudios de esta clase como el fundamento de la selección de los sujetos; se ha omitido el tratamiento estadístico de los datos requerido por la naturaleza concreta de estas investigaciones. Siguen siendo un problema las relaciones entre las diferentes tipologías dicotómicas (pág. 322). En ese momento, el estudio de la tipología (y de la personalidad en general) había llegado a un punto muerto. La imposibilidad de diferenciar entre introversión y neuroticismo, la proliferación de cuestionarios arbitrarios diseñados siguiendo un criterio puramente subjetivo y careciendo de cualquier fundamento estadístico o experimental, la confusión entre las muchas tipologías diferentes (enumeradas por H. J. Eysenck, 1947, pero no examinadas aquí en detalle porque sólo tienen un interés histórico) y muchos otros factores condujeron a una falta total de credibilidad en el valor de tipologías, de los estudios sobre cuestionarios o, de hecho, de las investigaciones sobre personalidad en general. Además, todavía existía la sospecha de que las tipologías implicaban distribuciones bimodales, o diferencias cualitativas, que todo ello junto convirtió este campo en nada atractivo. Sobre este fondo, H. J. Eysenck (1947) publicó Dimensions ofPersonality intentando lo siguiente: 1. Establecer unas bases teóricas firmes para la descripción de la personalidad. 2. Utilizar el análisis factorial y correlacional para evaluar la teoría en cuestión. 3. Aplicar estos métodos a grupos criterio, como histéricos, distímicos y normales, que, en teoría, mostrarían diferentes combinaciones de las dimensiones principales de la personalidad. 4. Definir los conceptos teóricos de rasgos y tipos en términos de factores de primer y segundo orden. 5. Formular un modelo detallado sobre las dos dimensiones de personalidad principales (E y N) y deducir de él conductas diferenciales que podrían medirse de forma experimental con investigaciones de laboratorio. 6. Aplicar estas medidas a las poblaciones normal y neurótica, claramente especificadas y suficientemente grandes como para ofrecer resultados lo bastante consistentes y significativos.
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El desarrollo de un paradigma
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TABLA 2.4 A continuación de este trabajo (H. J. Eysenck, 1952b) se intentó:
Treinta pasos factoriales en P, E y N de treinta ítems de cuestionario E
1. ¿Le preocuparía tener deudas? 2. ¿Cree que los sistemas de seguros son una buena idea? 3. ¿Prefiere guiarse por sí mismo antes que atenerse a normas? 4. ¿Le importan mucho los buenos modales y la limpieza? 5. ¿Disfruta cooperando con los demás? 6. ¿Le gusta correr riesgos por diversión? 7. ¿Le preocuparía saber que hay errores en su trabajo? 8. ¿Piensa que la gente pasa demasiado tiempo preocupándose por su futuro con ahorros y seguros? 9. ¿Trata usted de no ser grosero, mal educado, con la gente? 10. ¿Es mejor seguir las normas sociales que actuar por cuenta propia? 11. ¿Es usted una persona animada, alegre? 12. ¿Le gusta conocer a gente nueva y hacer amistades? 13. ¿Le gusta mucho salir? 14. ¿Se considera usted una persona despreocupada, feliz? 15. ¿Permanece usted generalmente callado cuando está con otras personas? 16. ¿Le gusta mezclarse con la gente? 17. ¿Toma a menudo decisiones de repente? 18. ¿Le gusta que haya mucha animación y bullicio a su alrededor? 19. ¿Tiene usted casi siempre una respuesta rápida, a mano, cuando la gente le habla? 20. ¿Puede adaptarse con facilidad a situaciones nuevas y poco habituales? 21. ¿Tiene a menudo altibajos en su estado de ánimo? 22. ¿Se siente alguna vez desgraciado sin ninguna razón? 23. ¿Es usted persona irritable? 24. ¿Se siente a menudo harto, «hasta la coronilla»? 25. ¿Le asaltan a menudo sentimientos de culpa? 26. ¿Se considera usted una persona nerviosa? 27. ¿Se considera usted tenso, irritable, «de poco aguante»? 28. ¿Siente usted a menudo que la vida es muy aburrida? 29. ¿Se siente a menudo solo? 30. ¿Se siente fácilmente herido cuando la gente le encuentra fallos a usted o a su trabajo?
N
0,05
-0,26
- 0,42
-0,17
- 0,03
0,47
0,08
0,06
-0,55 - 0,46 - 0,50
0,06 -0,34 -0,23
0,01 0,01 P - 0,03
- 0,53
-0,04
0,25
0,44
0,04
0,03
-0,51
0,01
0,04
-0,50 0,03
0,16 0,63
0,00 0,63
-0,24 0,00
0,63 0,55
-0,14 0,02
0,15
0,46
-0,17
-0,06 -0,24 0,13
-0,44 0,70 0,44
- 0,03
0,65
0,01
-0,01
0,40
0,00
0,08
0,42
- 0,30
-0,10
0,14
0,59
. 0,04 0,15 0,00 -0,10 - 0,06
-0,14 -0,11 -0,08 0,13 - 0,07
0,51 0,48 0,67 0,58 N 0,60
- 0,07
- 0,09
0,57
0,06 - 0,08
-0,15 0,06
0,46 0,60
- 0,30
0,06
-0,43
7. Incluir el psicoticismo como una variable de personalidad. 8. Construir cuestionarios, como el Maudsley Medical Questionnaire, para medir las dimensiones principales de la personalidad. Este programa se aumentó al incluir la publicación de una serie de inventarios de personalidad (el Maudsley Personality Inventory, el Eysenck Personality Inventory y, finalmente, el Eysenck Personality Questionnaire). El MPI simplemente medía E y N; el EPI incluyó L (una escala de sinceridad) y dos versiones, A y B; el EPQ añadió la escala P. Todas estas formas se desarrollaron empleando análisis factoriales, y ofrecen dimensiones independientes de la personalidad basadas en el trabajo empírico y teórico examinado en este capítulo y claramente explicado, de forma que sería posible confeccionar ítems coherentes nuevos para cada una de las escalas. Como breve ejemplo, consideremos la tabla 2.4, que contiene los resultados de un análisis factorial de diez ítems de P, diez ítems de E y diez de N. Los ítems con pesos factoriales por encima de 0,4 están en cursiva, y, como se puede observar, los diez ítems de P tienen pesos sólo en P, los diez ítems de E sólo los tienen en E, y todos los ítems de N tienen pesos únicamente en N. Esta tabla debe considerarse junto a las figuras 3.1, 3.2 y 3.3 del capítulo 3 para entender cómo una concepción supraordenada de un tipo encuentra apoyo en el estudio de los ítems empleando análisis factorial, denotando distintos rasgos. Una ojeada a los ítems de la tabla también ofrece alguna indicación de la naturaleza de los tres factores en cuestión. Trabajos posteriores (H. J. Eysenck, 1957, 1967a, 1981) añadieron teorías causales a las descriptivas reseñadas anteriormente; no van a ser ahora examinadas, puesto que se tratarán con mayor detalle más adelante. Digamos simplemente que el libro de 1957 fue un intento, que tuvo éxito sólo parcialmente, de formular una teoría causal según los conceptos de Hull. Se consiguió mediante una teoría que emplea conceptos neurofisiológicos, como reactivación cortical y actividad del cerebro visceral (H. J. Eysenck, 1967a). Esta teoría ofrece una gran cantidad de trabajo experimental de laboratorio y de estudios psicofisiológicos que serán descritos en mayor profundidad posteriormente (H. J. Eysenck, 1981), así como las teorías alternativas que se han desarrollado como consecuencia de los numerosos estudios dedicados a este tema.
-0,14£ -0,12 0,28
0,51
1 .
1
3 w
3.1.
í a universalidad de P, E y N
La universalidad de P, Ey N
Factores genéticos
Se define el temperamento como «el carácter individual de la constitución física de cada persona que afecta permanentemente a la manera de actuar, sentir y pensan> (Concise Oxford Dictionary, 1976). Esta definición corresponde con lo que en psicología se entiende algunas veces por rasgos fuente, a diferencia de los rasgos de superficie, es decir, rasgos o combinaciones de rasgos que varían y son accidentales, sin tener ningún trasfondo causal particular relacionado con los factores biológicos o los determinantes genéticos. Si P, E y N han de ser considerados como rasgos fuente, entonces podremos realizar ciertas predicciones contrastares. En este capítulo examinaremos los estudios llevados a cabo para probar estas predicciones. La primera y más obvia es si P, E y N son parte de la constitución física que afecta permanentemente a la conducta; de ser así podría esperarse que los factores genéticos jueguen un importante papel en la causalidad de las diferencias individuales sobre estas dimensiones. Por ello, en esta primera parte consideraremos las pruebas que ha habido sobre la heredabilidad de la personalidad. Si P, E y TV están basados en factores constitucionales de importancia biológica, no es muy disparatado pensar que podrían ser observados no sólo en la conducta humana, sino también en el comportamiento de los animales, especialmente los mamíferos. Aunque no se ha desarrollado mucho este campo, nuestra segunda parte tratará sobre la personalidad de los animales, estudiada de forma científica mediante experimentos especialmente diseñados y procedimientos de observación. Si P, E y N no son sólo estructuras de comportamiento observadas en la sociedad occidental (Europa y Estados Unidos), podría esperarse que los estudios transculturales demostraran la existencia de factores similares en otras naciones y en-otras culturas. Nuestra tercera parte tratará esta particular cuestión del isomorfismo transcultural. En la cuarta veremos que los estudios longitudinales parecen ser capaces de explicar la predictibilidad de P, E y N si se mantienen relativamente constantes a lo largo de los años, de lo que parece desprenderse que las mediciones iniciales predicirían las evoluciones posteriores en las dimensiones. Existe la creencia, ampliamente difundida, de que las diferentes clases de fac-
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tores de la personalidad son principal —si no completamente— producto de influencias ambientales, de forma que los factores genéticos apenas juegan un escaso papel al provocar diferencias entre las personas. Esta creencia se sigue principalmente de un estudio de Newman, Freeman y Holzinger (1937) en el que tras tomar 100 pares de gemelos, 50 idénticos y 50 fraternos fueron comparadas cierto número de sus medidas físicas, mentales y puntuaciones en tests educativos. La conclusión de los autores fue que: Las características físicas apenas son modificadas por el ambiente, que la inteligencia sí es más susceptible de serlo, que el rendimiento académico más todavía, y lo que más, si confiamos en nuestra prueba, la personalidad o el temperamento. Este hallazgo es significativo, independientemente de la magnitud de la influencia ambiental (pág. 315). Esta conclusión, por lo que respecta a la personalidad, descansa sobre cimientos bastante débiles. Una crítica detallada puede encontrarse en H. J. Eysenck (1967a). Entre esas críticas se encuentran las siguientes: Los tests utilizados tenían una validez y una Habilidad muy dudosas. Los tests se estandarizaron con adultos, pero se aplicaron en gemelos cuya media de edad rondaba los trece años, habiendo algunos de ocho años o incluso más jóvenes. Una tercera crítica, sobre la que volveremos inmediatamente, es que se utilicen métodos estadísticos inadecuados para el análisis de datos genéticos. Por último, la conclusión no encaja realmente con los datos. Así, los autores dan cuenta de un inventario de personalidad sobre neuroticismo, por ejemplo, cuyos datos estadísticos son: para gemelos idénticos, la correlación intragrupal es de 0,562, para gemelos fraternos, de 0,371, y para gemelos idénticos separados, de 0,538. Parece mostrarse una evidencia bastante fuerte refrendando la importancia de la herencia, ya que los gemelos idénticos son claramente superiores, en la correlación intragrupal, a los fraternos, y la de los idénticos separados, si acaso, ¡casi superior a la de los idénticos educados juntos! Los autores comentan que la prueba en cuestión «parece mostrar una tendencia muy poco definida en las correlaciones, posiblemente debido a la naturaleza del propio rasgo, y a causa también de la falta de Habilidad de la medida». No nos parece claro el porqué negar una tendencia definida; parece bastante evidente que los gemelos idénticos, ya estén juntos o separados, son más similares que los gemelos fraternos. Como veremos, los trabajos posteriores han ratificado ampliamente esta conclusión. Utilizando la correlación intragrupal para gemelos MZ separados, y corrigiendo la falta de Habilidad del inventario, ¡obtenemos una heredabilidad del 70 por 100 aproximadamente! El porqué Newman y cois, consideraron esto indicativo de «una tendencia muy poco definida» es ciertamente misterioso, al igual que la aceptación de esta insostenible afirmación por escritores posteriores. Una conclusión similar se sigue de corregir por defecto la puntuación para gemelos MZ. Los trabajos recientes sugieren que estas estimaciones no están lejos de la verdad.
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Personalidad y diferencias individuales
La susodicha falta de heredabilidad en la personalidad, ampliamente reafirmada como consecuencia del estudio de Newman y cois., fue contradicha por dos estudios de H. J. Eysenck y Prell (1951) y H. J. Eysenck (1956a); con ellos se aportaron suficientes datos como para considerar a Ny a E factores hereditarios. Estos fueron los primeros estudios genéticos en emplear factores obtenidos mediante análisis factorial en lugar de puntuaciones simples para hallar heredabilidades; la investigación posterior tuvo realmente que mostrar que los factores de personalidad estaban fuertemente influenciados por la herencia. Las pruebas principales consideradas por Newman y cois, son las diferencias entre gemelos monozigóticos (idénticos-MZ) y dizigóticos (fraternos-DZ) en la correlación intragrupal, o en otros índices estadísticos similares. Estas estadísticas son suficientes para establecer si los gemelos MZ son o no más parecidos que los gemelos DZ, pero no nos dan pie a analizar los datos disponibles de forma que los genetistas pudieran sacarles provecho. Métodos bastante más modernos (Mather y Jinks, 1971, 1977) sí nos permiten ir bastante más allá del simple cálculo de la correlación intragrupal y de la estimación de la heredabilidad, lo que resultaría significativo sólo si queremos aceptar un cierto número de presupuestos subyacentes que el método en sí mismo es incapaz de demostrar. De aquí en adelante consideraremos algunos de los resultados obtenidos mediante la aplicación de estos métodos modernos, aunque son demasiado técnicos para ser discutidos ahora, siendo suficiente una mera descripción de ellos y del propósito que se persigue al utilizarlos. H. J. Eysenck (1979) ofrece una detallada descripción de los métodos aplicados en el análisis de la herencia de la inteligencia, y Fulker (1981) hace lo mismo para el análisis de los rasgos de personalidad. En este estudio también será esencial considerar ciertas creencias generalmente aceptadas sobre la naturaleza de la heredabilidad que son realmente erróneas y engañosas. No sería exacto decir, por ejemplo, que a los genetistas del comportamiento les preocupa exclusivamente la heredabilidad, o sea, la proporción de la varianza total del fenotipo atribuida al genotipo. Lo que a los genetistas del comportamiento les preocupa es considerar la varianza total debida al fenotipo, ya sea un rasgo particular o el CI, P, E o N, dividiendo la varianza en varias partes de las que se pueda decir, en cierto sentido, que determinan el fenotipo. Una parte de esta varianza es, por supuesto, la aportación hecha por la suma de los «loci» genéticos; esta parte de la varianza fenotípica total es llamada heredabilidad inferior. Además, se dan factores no aditivos, tales como el emparejamiento selectivo (la tendencia a casarse los que se asemejan), la dominancia de la acción de los genes y la epistasia (la proporción de varianza genética debida a la interacción entre los diferentes «loci» genéticos); éstos, una vez añadidos a la varianza genética aditiva nos dan la heredabilidad superior. Desde el punto de vista ambiental nos encontramos con la importante distinción entre factores ambientales intrafamiliares y factores ambientales interfamiliares, es decir, aquellos factores que distinguen una familia de otra, como el status socioeconómico y la educación de los padres (factores ambientales inter-
La universalidad de P, E y N
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familiares), y aquellos factores ambientales que afectan selectivamente a los niños dentro de la misma familia (factores ambientales intrafamiliares). Por último, tenemos las interacciones entre los factores genéticos y los no genéticos, de las cuales se distinguen dos particularmente. La primera es la interacción estadística, por la que diferentes genotipos pueden responder de forma diferente al mismo efecto ambiental. Por ejemplo, si un cambio concreto en el ambiente hace que algunos genotipos ganen 20 puntos del CI, otros 10 y algunos nada, mientras otros pueden sufrir una pérdida, el cambio ambiental interactúa con los diferentes genotipos para producir distintos efectos fenotípicos. Por covarianza entre el genotipo y el ambiente entendemos un tipo diferente de interacción, la que se produce cuando los valores genotípicos y ambientales correlacionan en la población. Un ejemplo lo constituirían niños con genotipos de inteligencia superior educados en hogares con ventajas ambientales superiores para el desarrollo intelectual. Otro elemento que contribuye a las puntuaciones fenotípicas en los tests, que ha de ser cuidadosamente considerado, es la varianza error, el error del instrumento de medida, de ser completamente fiable. Gracias a los métodos de cálculo utilizados, se le suele añadir a la varianza ambiental, pero da una impresión falsa al reducir el cálculo de la heredabilidad del rasgo en cuestión, debiéndose corregir los resultados por defecto. Puesto que esto no se suele hacer, la mayoría de las estimaciones de la heredabilidad publicadas están de hecho infraestimando la verdadera heredabilidad, un error más o menos serio según la fiabilidad interna del test utilizado. Según lo que acabamos de decir, descubrimos así la primera conclusión importante: la heredabilidad es un concepto que puede estar definido de diferentes maneras, y el hecho de que distintos investigadores obtengan diferentes heredabilidades simplemente puede significar que han utilizado diferentes conceptos y diferentes métodos de cálculo en lugar de disentir sobre el estado real de la cuestión. Así, los mismos datos pueden arrojar heredabilidades de 0,6, 0,7, o 0,8. La primera (0,6) podría ser la heredabilidad inferior no corregida, la segunda (0,7) podría ser la heredabilidad superior sin corregir y la tercera (0,8) podría ser la heredabilidad superior corregida por defecto. Al considerar los datos es siempre muy importante saber qué tipo de heredabilidad estamos realmente considerando; de otra forma, es fácil llegar a la conclusión de que las estimaciones difieren tanto que ninguna puede ser tenida por exacta. Sin embargo, no tiene por qué ser necesariamente así. En particular, respecto a la personalidad y al temperamento, donde las fiabilidades suelen ser inferiores a las de la inteligencia, la corrección por defecto puede arrojar estimaciones de la heredabilidad considerables. Lo que los genetistas del comportamiento están intentando hacer, por consiguiente, no es tanto obtener una estimación de la heredabilidad cuanto investigar la arquitectura de las influencias genéticas y ambientales que determinan el fenotipo, en nuestro caso, P, E y N. Ahora bien, nos encontramos en la curiosa situación de que los genetistas, supuestamente interesados sólo en factores gene-
100
Personalidad y diferencias individuales
ticos, están realmente interesados en todos los determinantes que contribuyen a las diferencias individuales del fenotipo, factores genéticos, ambientales e interactuantes. Esto es, por supuesto, inevitable, puesto que un análisis genético es un análisis de varianza que no puede permitirse olvidar fuentes de varianza pertinentes al fenotipo. Los ambientalistas, al no considerar habitualmente los factores genéticos, sólo contemplan una pequeña parte de las pruebas, lo que no es normal en el trabajo científico. Normalmente los estudios sobre personalidad nos dan resultados que pueden ser interpretados según las influencias genéticas o las ambientales, y éstos sólo pueden ser clasificados según los diseños de investigación apropiados, como los preludiados por los genetistas del comportamiento. Los ambientalistas consideran los factores genéticos como un a priori, e interpretan sus resultados en términos ambientales y esto es científicamente inadmisible, siempre se han de exigir ciertas pruebas antes de aceptar tal interpretación. Por otra parte, es también importante no sobrevalorar el significado de la heredabilidad, máxime cuando está claramente definida; es decir, cuando acumula el 70 por 100 o el 80 por 100 de la varianza total. La heredabilidad es siempre un estadístico de la población; en otras palabras, se aplica a una población particular en un momento particular, tal como los nacidos en Inglaterra en 1982, o los americanos nacidos en 1935 en los Estados Unidos. Por eso las heredabilidades descubiertas no se aplican necesariamente a las poblaciones de otros países o a las poblaciones del mismo país en otros momentos. Importante restricción ésta que debe ser tenida siempre en cuenta. Otra consecuencia derivada del hecho de considerar las heredabilidades como estadísticos de la población es la de no poder aplicarse a individuos; al igual que todas las estimaciones de la varianza, es imposible aplicar tales estadísticos a los casos particulares. Del hecho de que la inteligencia acumule el 80 por 100 de la varianza total para las poblaciones inglesa o americana en el momento presente no se sigue que para cualquier caso individual de esos países la herencia participe en un 80 por 100 de cualquier CI hallado; tal afirmación carecería completamente de significado. Estas limitaciones en el uso de las estimaciones de la heredabilidad también nos señalan una deficiente utilización, hecha con frecuencia por los que critican este concepto. Los libros de texto suelen citar una afirmación hecha por D. Hebb en la que considera falto de significado el intentar atribuir qué parte tiene la herencia, y qué parte el ambiente, en la génesis de las diferencias individuales en inteligencia; sería similar a preguntarse qué es lo más importante para determinar el tamaño de un terreno, la anchura o la longitud. De hecho sería imposible considerar un terreno concreto de esa forma; sin embargo, el ejemplo es irrelevante; según acabamos de decir, estimaciones como la heredabilidad son parámetros de la población ¡que no se aplican en casos particulares! Si contáramos con un millar de terrenos, variando todos en longitud, anchura y área, entonces sí que sería completamente pertinente decir que la longitud es más importante que la anchura, o viceversa, y asignar una estimación numérica a la importancia relativa de estos dos factores.
La universalidad de P, E y N
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Se cometen dos errores muy frecuentes al interpretar los datos genéticos que se van a intentar aquí aclarar. Consideremos la afirmación de que el 80 por 100 de la varianza del CI está determinada por factores genéticos. Esto a menudo se malentiende al pensar que existe un determinismo genético muy superior al que realmente se da, lo que frecuentemente se interpreta como que no se puede hacer nada para alterar la posición de una persona en la dimensión intelectual, en la inteligencia al estar «fija», que no puede ser modificada por el ambiente. La relación 80 por 100-20 por 100 entre los factores genéticos y ambiental, referida a la varianza proporcional, es un concepto bastante mal interpretado por el público en general o incluso por algunos psicólogos. La varianza es el cuadrado de la desviación típica. Por tanto, si queremos hablar en términos de desviaciones típicas, deberíamos utilizar la raíz cuadrada. Tomando la relación 80/20 hallamos la raíz cuadrada de 8/2 = 4, ¡y nos da 2!, que en términos normales es la mitad, tan importante el ambiente como la herencia, aunque por supuesto ya es mucho. Si aceptamos una heredabilidad de 0,8 en un test de CI, perfectamente fiable, con una desviación típica de 16, un cambio en el ambiente de 4 desviaciones típicas, variaría en unos 28 puntos el CI, lo que ciertamente ¡habría de tenerse en cuenta! Nuestra dificultad real, por supuesto, es que no sabemos cómo provocar tal cambio. Recordemos que de la contribución ambiental sólo dos tercios son interfamiliares (que posiblemente puedan ser controlados y modificados); no sabemos nada de las variables de ese tercio de la varianza ambiental controlada por factores intrafamiliares, y posiblemente poco puede ser hecho para alterarlos. La idea de que cualquier cualidad fuertemente determinada por fuerzas hereditarias sea inalterable está bastante extendida, pero es bastante incorrecta. Por tomar un ejemplo un poco forzado, consideremos el tamaño, forma y consistencia del pecho femenino. En las poblaciones normales de Europa y Norteamérica, todo ello viene determinado por factores genéticos. Sin embargo, en los últimos años hemos aprendido a provocar cambios considerables en las tres dimensiones mediante inyecciones de silicona, cirugía plástica, tratamiento hormonal y cosas similares. No es mucho imaginar que dentro de cincuenta años la proporción de varianza total con la que contribuyen factores genéticos en, por ejemplo, California sea mucho menor de lo que es actualmente e ¡incluso nula! Lo verdaderamente crucial es encontrar nuevas influencias ambientales que afecten al fenotipo. Siempre que esto sea factible y pueda llevarse a cabo, la contribución de la herencia a la varianza disminuirá notablemente. Sirva como ejemplo la fenilcetonuria, una alteración que afecta a uno de cada 40.000 niños. Provoca deficiencia mental, y se ha encontrado que uno de qáda cien niños hospitalizados por déficit mental profundo sufre de fenilcetonuria. Se sabe que este defecto es heredado y, de hecho, debido a un simple gen recesivo. Una gran mayoría de los niños que lo sufren tienen un nivel de realización mental propio de niños con la mitad de años. Pero pueden distinguirse de los restantes niños disminuidos y dé los normales al examinar su orina, que reacciona con un color verde a una solución de cloruro férrico por la presencia de derivados de la fenilalanina. Este es un perfecto ejemplo de alteración producida comple-
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Personalidad y diferencias individuales
tamente por causas hereditarias simples y bien comprendidas, en el que la presencia de la alteración puede ser determinada con exactitud. ¿Hay alguna razón para creer que el bajo CI de los niños así afectados es inalterable y acatar ese nihilismo terapéutico que se reclama? La respuesta es que debemos demostrar de qué manera el gen provoca realmente el déficit mental. Se sabe que los niños afectados por la fenilcetonuria son incapaces de transformar la fenilalanina en tirosina; pueden hacerlo en cantidades muy limitadas. No está claro por qué esto provoca deficiencia mental, pero parece probable que parte de los productos no transformados de la fenilalanina sean perjudiciales para el sistema nervioso. Afortunadamente, la fenilalanina no es parte esencial de la dieta, aunque si lo es la tirosina. Es posible mantener a estos niños con una dieta carente de fenilalanina, evitando el daño al sistema nervioso. Se ha encontrado que de seguir este tratamiento durante los primeros meses de vida, el niño disfruta de una excelente oportunidad para desarrollarse sin esa tara mental, que de otro modo tendría que afrontar. En otras palabras, comprender la forma exacta en la que funciona la herencia y cómo afecta al organismo nos posibilita crear un método racional de terapia con el que manejemos las fuerzas de la naturaleza en vez de intentar contrarrestarlas. Una de las razones por las que hemos sido relativamente incapaces de llevar a cabo un programa semejante en el campo de la inteligencia y la personalidad es que en el pasado hemos intentado negar la importancia que tienen los factores genéticos al provocar diferencias individuales de temperamento e inteligencia, de ahí que no hayamos buscado la forma precisa en la que se producen estos efectos. Si lo hubiéramos hecho, disfrutaríamos a estas alturas de métodos mucho mejores para alterar y mejorar la inteligencia y el temperamento. En parte, la intención de este libro es ir más allá de la simple afirmación de que las diferencias de temperamento e inteligencia son provocadas por causas genéticas, y sugerir teorías que contemplen las variables biológicas subyacentes a este determinismo. Llegará a hacerse claro que, además de la heredabilidad, lo que queremos conocer son otros importantes factores, tales como si los genes que intervienen en un determinado rasgo son dominantes o recesivos, si se da o no emparejamiento selectivo, si hay pruebas de epistasa, si las influencias ambientales son inter o intrafamiliares, si existe interacción entre el ambiente y la herencia, y, si es así, de qué clase. Sí hay métodos modernos de análisis para responder a estas cuestiones, pero requiere un gran número de pares de gemelos, y sólo se han empleado muestras a gran escala de gemelos DZ y MZ en estos últimos años. Además de los estudios con esos dos tipos de gemelos, también contamos con los de gemelos MZ separados, estudios correlaciónales utilizando distintos grados de consanguinidad entre las familias, estudios con niños adoptados y muchos otros métodos para estimar las distintas partes de la varianza total fenotípica. Como ya se dijo anteriormente, no se explicarán complejas argumentaciones estadísticas, ni supuestos previos, ni las condiciones necesarias antes de aceptar cualquier estimación. Se remite al lector a las fuentes citadas anteriormente para aclarar estos pun-
t a universalidad de P, E y N
1 03
tos. Aquí sólo trataremos de los principales hallazgos hechos por la investigación reciente. Examinemos primero algunos estudios con gemelos MZ separados. El primer estudio válido de esta clase fue el de Shields (1962); en él se utilizaron 42 pares de gemelos separados tomando sus puntuaciones en E y JV de una versión inicial del MPI de H. J. Eysenck. La edad media de separación de estas parejas fue de 1,4 años y la de reunión, once años. Shields también controló el grupo de gemelos que no habían sido separados. Sus resultados principales fueron éstos: En extraversión, los gemelos MZ no separados tenían una correlación intragrupal de 0,42, los MZ separados de 0,62 y los DZ de - 0,17. En neuroticismo estas correlaciones fueron de 0,38, 0,53 y 0,11. Algunos resultados son claramente obvios. Los gemelos MZ se asemejan entre sí mucho más que los DZ; los gemelos MZ separados son incluso algo más semejantes que los MZ no separados. Los datos son algo similares a los de Newman y cois., antes citados, pero inclusive más contundentes en cuanto a la determinación del fenotipo por factores genéticos. Sin embargo, los gemelos DZ muestran una paupérrima (incluso negativa) correlación intragrupal; esto no encaja con la teoría genética, según la cual se esperaría que las correlaciones de los DZ fueran aproximadamente la mitad de las de los gemelos MZ. Lykken (1982), tomando 30 parejas de gemelos separados, obtuvo resultados similares. Sus gemelos fueron separados a la edad de 0,3 años y reunidos a la de 23,9. El también encuentra una tendencia entre los DZ a mostrar muy bajas correlaciones, que explica por lo que denomina «emergénesis», una clase de epistasia. Según afirma: «Cuando los gemelos MZ son muy similares pero las correlaciones de los DZ se aproximan a cero, entonces hay razones para sospechar que el rasgo es emergénico» (pág. 365). A veces se dice, como crítica a tal investigación, que a los gemelos MZ se les trata de forma equivalente por sus padres, profesores, etc., no tanto como a los DZ, lo que influye en la superior similitud de aquéllos. Loehlin y Nichols (1976) investigaron en particular las experiencias tempranas de los gemelos MZ y DZ en relación con el trato, similar o distinto, que recibían. Hallaron que en verdad los gemelos MZ eran tratados de una forma más semejante a como lo eran los DZ, pero eso no correlacionaba significativamente con la personalidad o las capacidades. Su conclusión era: Está claro que la mayor similitud en la experiencia de nuestros gemelos idénticos en lo que se refiere a la vestimenta, juegos y demás no puede explicar con éxito más que una mínima parte de la gran semejanza en las variables de personalidad y capacidad de nuestro estudio (Pág. 52). Esta objeción, por tanto, no ha de ser considerada como un obstáculo serio para aceptar los resultados de los estudios con gemelos. Desde los últimos años contamos con tres grandes fuentes de datos sobre per-
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Personalidad y diferencias individuales
sonalidad en los estudios con gemelos que contienen buenos resúmenes de los estudios previos. La primera es el trabajo de Buss y Plomin, A Temperament Theory of Personality Development (1975). Contiene gran cantidad de datos de estudios longitudinales sobre el desarrollo de la personalidad, mostrando cómo incluso con los recién nacidos se pueden predecir los futuros rasgos de personalidad. El número de gemelos empleados en este estudio es bastante pequeño y el tratamiento estadístico utilizado está algo pasado de moda; como los propios autores reconocen, los métodos más avanzados serían inadecuados para muestras cuyo número no sobrepase el de unos cientos. La segunda fuente de datos es el estudio de Loehlin y Nichols (1976), Heredity, Environment and Personality, en el que se barajaron 850 grupos de gemelos; no sólo la magnitud de este trabajo es bastante mayor, sino que los métodos estadísticos de análisis empleados están más en línea con la teoría moderna. Muchos de los resultados que se citan parten de su trabajo. El tercer grupo de datos procede del trabajo de la escuela Maudsley, resumido en Fulker (1981). Eavens y cois. (1977, 1978) ofrecen buenos resúmenes de los métodos utilizados. Detalles sobre los estudios mismos pueden encontrarse en Eaves (1973), Eaves, Martin y H. J. Eysenck (1977) y Martin y H. J. Eysenck (1976). Para un examen completo de la metodología empleando gemelos, véase Eaves (1978). Por último, Fulker y H. J. Eysenck (1979) ofrecen una revisión completa de la literatura sobre la genética de la inteligencia. Floderus-Myrhed, Pedersen y Rasmusson (1980), utilizando 12.898 pares de gemelos, aportan el estudio más reciente y, con mucho, el más exhaustivo. Las estimaciones de la heredabilidad fueron de 0,50 y 0,58 para N (hombres y mujeres por separado) y 0,59 y 0,66 para E. No se practicó ninguna corrección por defecto, ya que al utilizar una versión abreviada del EPI, tal corrección arrojaría estimaciones de la heredabilidad entre 0,7 y 0,8. Esta muestra sueca es quizá la más aleatoria de todas las estudiadas, y esta investigación ofrece tal vez la estimación más aceptable de la heredabilidad para N y E disponible en el presente. En los siguientes párrafos resumiremos los resultados principales de estos y otros estudios no citados directamente; realmente hay cientos de estudios que, tomados en conjunto, perfilan claramente la genética de la personalidad humana. Examinaremos también los resultados principales del estudio de la genética de la inteligencia, en parte porque se dan semejanzas y diferencias muy similares entre los campos de la inteligencia y del temperamento, y porque también posteriormente (capítulo 5) describiremos la medición fisiológica de la inteligencia, sobre cuyos resultados basaremos algunos de los argumentos defendidos. Para prácticamente todos los rasgos de personalidad hay un considerable grado de determinismo genético en las diferencias individuales (Loehlin y Nichols, 1976). La heredabilidad variará según nos refiramos a la heredabilidad inferior o superior y si corregimos por defecto o no. En términos generales, los estudios con gemelos sugieren una heredabilidad inferior para rasgos de temperamento en torno al 50 por 100, que, corregida por defecto, indican heredabilidad entre el 60 y el 70 por 100. Las características difieren de estudio a estudio: hay diferencias
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con la selección de los gemelos, sus edades, los tests empleados, la fiabilidad de las pruebas, los países donde se han realizado los estudios, etc. Todo esto puede afectar a los datos. Ningún investigador serio en este campo niega que, por lo menos, los factores genéticos expliquen aproximadamente la mitad de la varianza, de la misma manera que ninguno negaría la influencia de las variables ambientales. Respecto a la inteligencia, la heredabilidad inferior ronda el 60 por 100, y la superior el 70 por 100, y corregida ésta por defecto, el 80 por 100 (Fulker y Eysenck, 1979). De nuevo, algunos autores dan cifras inferiores, sin embargo, las diferencias nunca son muy grandes, y de nuevo nadie dudaría de que existen importantes factores genéticos que originan diferencias individuales en inteligencia, al igual que nadie dudaría de la importancia de los factores ambientales o de que la heredabilidad total de la inteligencia es algo superior, aunque quizá no mucho más que la del temperamento. La parte genética del temperamento está compuesta casi exclusivamente por la varianza aditiva genética; apenas hay muestra de dominancia o de emparejamiento selectivo. Puesto que la gente no se casa más frecuentemente si sus rasgos de personalidad son más similares, las correlaciones tienden a cero, aunque cuando se alejan, lo suelen hacer de forma positiva y nunca mayor que 0,2. La dominancia parece estar ausente, indicando que la evolución no favorece un extremo de P, E o N al otro, prefiriendo situarse en el punto medio. La práctica ausencia de varianza genética no aditiva equipara la heredabilidad superior a la inferior. En inteligencia, por supuesto, la parte no aditiva de la varianza genética es considerable, apreciándose de forma clara el emparejamiento selectivo y la dominancia. Por eso, aunque temperamento e inteligencia contengan un alto grado de determinismo hereditario, la arquitectura de este determinismo es bastante diferente entre estos dos aspectos de la personalidad. Se pueden encontrar diferencias semejantes respecto al ambiente. En el caso de la inteligencia, cerca de dos tercios de los determinantes ambientales son interfamiliares, y un tercio intrafamiliar. Por otro lado, en lo que se refiere al temperamento, toda la variabilidad ambiental es, prácticamente, intrafamiliar, sin apenas atribuirse nada a lo interfamiliar. Existe una importante concordancia en estos sorprendentes resultados (Loehlin y Nichols, 1976; Fulker, 1981), por lo que el estudio sobre el temperamento puede ser bastante prometedor. La mayor parte de las teorías psiquiátricas y la freudiana tienden a incluir factores tales como la estructura de la personalidad de los padres (por ejemplo, «la caja de hielo materna») en la etiología de la esquizofrenia, o el «desdoblamiento» de la estructura del ambiente que hacen los padres de los esquizofrénicos; sin embargo, todos éstos son factores interfamiliares que diferencian las características de una familia de las de otras. Los datos sugieren, por tanto, que todas estas teorías deben de ser falsas, importante conclusión poco frecuentemente aceptada en los estudios sobre trastornos mentales y de la personalidad. Otro tanto podría decirse, por supuesto, de la genética del temperamento y de la inteligencia, pero éste no es un libro de texto sobre genética conductista;
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Personalidad y diferencias individuales
nuestro principal propósito al discutir este punto es relacionarlo con nuestra idea de que P, Ey Nson variables fuente, con lo que las diferencias entre las personas en estas dimensiones estarían fuertemente condicionadas por causas genéticas. Los lectores deben acudir a los trabajos citados si quieren ahondar en los métodos y resultados; nosotros sólo mencionaremos que las pruebas apoyan la hipótesis. 3.2.
La personalidad de los animales
A algunas personas las puede parecer absurdo aplicar el concepto de personalidad a los animales, especialmente a los mamíferos inferiores como la rata Ya Pavlov apreció marcadas diferencias en el comportamiento de sus perros, especialmente en los experimentos sobre condicionamiento, y halló que estas diferencias eran constantes durante períodos largos de tiempo. Igualmente, Scott y Fuller (1965) no sólo encontraron diferencias marcadas en la conducta agresiva y de otro tipo de los perros, sino que demostraron la existencia de una base genética fuerte para estas diferencias claramente relacionadas con la progenie. Stevenson-Hinde, Stillwell-Barnes y Zunz (1980) utilizaron una escala de 7 puntos con adjetivos definidos conductualmente para primates, y con ella clasificaron todos los individuos de un año en una colonia de monos rhesus en el mes de noviembre y durante cuatro años. Del análisis factorial de estos datos se obtuvieron tres factores principales: confianza, excitabilidad y sociabilidad. La confianza se mostraba estable de año en año, y los otros dos eran estables una vez llegada la madurez. El comportamiento social, de al menos los mamíferos superiores (y, como veremos, también de los inferiores), ofrece claras muestras de diferencias individuales importantes en la conducta, especialmente los rasgos que, en cierta medida, están genéticamente determinados y permanecen constantes en el tiempo (véase también Locke y cois., 1964). Según los principios evolutivos de Darwin, parece poco probable que los seres humanos hayan desarrollado esquemas de comportamiento correspondientes a nuestras tres dimensiones principales, P, E y N, asentados genéticamente en ciertas estructuras psicológicas y secreciones hormonales, e independientemente de los animales inferiores de la escala evolutiva. De hecho, podría decirse que estas tres dimensiones corresponden a tres formas generales con las que un organismo puede responder lógicamente ante otro en cierta situación social. Estas tres formas de interacción son: 1. El organismo muestra recelo, hostilidad y agresividad hacia otro (P). 2. El organismo muestra ansiedad, temor y aprensión (N). 3. El organismo interactúa complacida y apaciblemente con el otro (E). Aunque los animales no puedan facilitar nuestra investigación rellenando cuestionarios, sí puede clasificarse su comportamiento, lo que nos aportaría dimensiones similares a las observadas en seres humanos.
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Chamove, Eysenck y Harlow (1972) dedicaron su estudio a este objetivo exclusivamente. Se separaron 168 Macaca mulatta, monos rhesus, de sus madres, desde el nacimiento, y se adiestraron en jaulas adosadas. Se les sometió a experiencias conjuntas diariamente desde los quince-diecinueve días. Luego se agregaron a un grupo de cuatro años de edad. Se observó y registró el comportamiento de los animales en las situaciones sociales que sucedían en este grupo, en particular: la exploración social, el papel social, el papel insocial, el temor insocial, aprensión adecuada e inadecuada, contacto hostil y no hostil, adhesión social y hostilidad sin contacto. El coeficiente de fiabilidad entre observadores fue muy alto, apenas descendió de 0,9. Los datos observados fueron correlacionados y se practicó un análisis factorial; aparecieron tres factores principales que se interpretaron como sociabilidad, hostilidad y temor: «Estos factores eran casi completamente independientes y reflejaban la extraversión, el psicoticismo y la emotividad, factores comunes en humanos» (Chamove y cois., pág. 496). Así se encontró que, por lo menos en los monos rhesus, se daban factores similares a los obtenidos con humanos. Este resultado es similar al encontrado por Van HoofT(1971), quien con un análisis de conglomerados y de componentes de 53 conductas registradas en un grupo estable de 25 chimpancés halló que un 69 por 100 de la varianza se debía a componentes denominados sociabilidad (E), agresividad (P) y sumisión (TV); además había un componente para el juego y pequeños factores relacionados con la tutela, la excitación y la comunicación. Volviendo ahora a los trabajos a gran escala con ratas, nos centraremos especialmente en los estudios comenzados en 1954 sobre las progenies reactivas y no reactivas de Maudsley (H. J. Eysenck y Broadhurst, 1965); aquí se emplea un test de campo reestandarizado similar al de Hall (1938). Broadhurst (1965) ha recogido un resumen de ello. En estos estudios se encierran las ratas en un espacio circular, estrecho, con luces brillantes y sonido fuerte, y se mide su defecación, orina y movimientos. La medida principal para la emotividad es la defecación, realizándose estos estudios con sujetos de progenies especialmente reactivas y no reactivas. El cuadro que resume la investigación pasada (Broadhurst, 1975) contiene 280 ítems, a los que se han añadido muchos más desde entonces; obviamente sería imposible resumir todo ese trabajo aquí o el de las numerosas publicaciones sobre emotividad y otros rasgos de «personalidad» en ratones (por ejemplo, Royce, Poley y Gendall, 1973a, b). El resultado principal de los estudios hechos con las progenies de Maudsley es que la emotividad, medida por el test de campo, es altamente heredable, y/está relacionada con las secreciones hormonales y el tamaño de la glándulas que segregan la adrenalina. La emotividad parece estar estrechamente relacionada con el neuroticismo, y el test de campo parece ser una buena manera de medir este rasgo en las ratas. Inmediatamente surge la cuestión de si realmente podemos considerar la defecación en el test de campo como una medida de un rasgo tan general como la emotividad o el neuroticismo; ¿acaso no podría ser un test muy específico que
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simplemente midiera la predisposición a defecar? Savage y H. J. Eysenck (1964) intentaron examinar esta cuestión considerando ciertas situaciones que, por sentido común, producen una reacción emocional. Así, en los seres humanos la amenaza de una impresión fuerte los conduce a una generalización de la respuesta voluntaria mayor que ante una impresión débil (Rosenbaum, 1953). Por ello, según la hipótesis de que la amenaza de una impresión fuerte produce una emoción superior que la amenaza de una impresión débil, podemos afirmar que la generalización de una respuesta voluntaria es consecuencia de la emoción tal como se produjo en el experimento. Considerando un cuestionario dado sobre ansiedad, una medida real de la emotividad, los sujetos ansiosos mostrarán una generalización mayor a idénticos estímulos (amenaza de impresión) que los sujetos no ansiosos (Rosenbaum, 1956). Este fue el caso del diseño experimental, con el que se pudo equiparar ansiedad (medida por un cuestionario) a emoción. Un solo experimento y una sola generalización no son suficientes para demostrar la identidad de los conceptos, pero si se tuviera un número superior de tales experimentos, diferentes unos de otros, entonces sí podríamos conceder mayor credibilidad a los resultados. Consideremos ahora un experimento de Savage y H. J. Eysenck (1964), utilizando el mismo tipo de razonamiento. En los experimentos sobre diferencias constitucionales en emotividad, con las progenies reactivas y no reactivas de Maudsley, aquéllas se midieron mediante la respuesta de aproximación-evitación a una situación conflictiva (Miller, 1944). Primero los animales aprendían a acercarse a una caja para recibir comida, como recompensa tras recorrer un pasillo. Cincuenta ensayos de aproximación, de un intento cada uno, precedían la evitación. Se utilizó una descarga eléctrica en los ensayos de evitación. Se midió el efecto del entrenamiento en la evitación sobre las respuestas de aproximación posteriores. En esta situación el gradiente de aproximación era relativamente fuerte, comparado con el de evitación, y el punto de corte entre ambos era aquél en el que los animales continuaban entrando en la caja para obtener comida. La alta emotividad de las progenies reactivas en esta situación habría de conducir a puntuaciones contradictorias; es decir, el gradiente de evitación, siendo muy alto desencadenaría respuestas de aproximación más bajas, que fue exactamente lo que se observó. En el capítulo de Savage y H. J. Eysenck (1964) se da cuenta de este y otros experimentos que: apoyan la hipótesis de que la emotividad medida en la situación en que se torna el test de campo no es específica de esa situación ni de la respuesta de defecación, pero posee propiedades predecibles que se generalizan a otras situaciones y respuestas... Podemos afirmar que el concepto de «emotividad» ha sido definido y susceptible de ser medido, alineándolo con el concepto «emoción» de la psicología general y experimental. En todas las situaciones emocionales estudiadas, la progenie reactiva mostró un comportamiento significativamente diferente del de
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la progenie no reactiva. Los animales reactivos eran más sensibles al temor, a la ansiedad, a la frustración y al conflicto. Las pruebas apoyan ampliamente la idea de que existen elementos heredados generadores de diferentes conductas emocionales (pág. 312). Se encontrarán más pruebas en el estudio de Broadhurst (1975). Los intentos de Broadhurst (1973) y de Weldon (1976) por medir la extraversión-introversión en las ratas fueron bastante infructuosos, debido probablemente a las diferencias en emotividad de las dos progenies utilizadas, que interferirían con la medida de la otra dimensión de personalidad. Hay evidentes dificultades en la manera de medir extraversión-introversión en las ratas, puesto que no es nada fácil observar en las ratas ciertos componentes conductuales esenciales del rasgo, como la sociabilidad, que se dan en los seres humanos. Sin embargo, puede encontrarse solución al problema acudiendo a la variable psicofisiológica responsable, según la hipótesis de Eysenck (1967a), de las diferencias en extraversión-introversión: la reactivación cortical. Una escasa reactivación cortical, característica de los extravertidos, podría provocar una conducta exploratoria, que a su vez podría considerarse causante de un aumento de la reactivación cortical, lo que actuaría como refuerzo positivo para aquellos animales cuya menor reactivación cortical provoca aburrimiento u otros estados emocionalmente negativos. Broadhurst (1960), Hayes (1960) y Whimby y Denerberg (1967) concluyeron, según sus observaciones, que el deambular a campo abierto era un tipo de conducta exploratoria digna de ser considerada como una medida de extraversión-introversión. Desgraciadamente Broadhurst (1960), Denenberg (1969) y Mikulka, Kandall, Constantine y Posterfield (1973) hallaron una correlación negativa entre deambular y la defecación, lo que haría concluir a Broadhurst que podría considerarse el deambular como un índice algo inferior a la reactividad emocional. Russell (1973a) y otros no encontraron esta correlación; al revisar Russell (1973b) esta cuestión, le llevó a la conclusión de que los nuevos estímulos provocarían temor y exploración, y que posiblemente la conducta exploratoria podría ser influenciada por el temor. En el tipo de situaciones utilizadas por Broadhurst, en las que se asusta a los animales con ruidos y luces a muy alta intensidad, el temor sería la principal emoción mostrada. Sin embargo, si la intensidad de los estímulos luminosos y sonoros hubiera sido inferior, las reacciones de temor habrían sido menores o inexistentes, y podría haberse valorado la conducta exploratoria como medida independiente de extraversiónintroversión. , Un grupo de psicólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona ha llevado a cabo una serie completa de investigaciones sobre este tema, una breve reseña de este trabajo puede encontrarse en Tobena, García-Sevilla y Garau (1978). Este grupo empleó la misma situación que Broadhurst, pero eliminando los 78 dB de ruido utilizados por él. Ocho investigaciones independientes mostraron que no había correlación entre el deambular y la defecación, demostrando la independencia de las dos medidas. Los estudios genéticos mostraron que el deambu-
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lar, medido en esta situación particular, tenía un componente hereditario. Otras pruebas sobre conducta exploratoria, empinarse y el test de Boissier (número de agujeros en los que entra una rata durante su conducta exploratoria), correlacionan significativamente con el deambular (Goma, 1977). Varios experimentos sobre condicionamiento, empleando el refuerzo positivo, la extinción y la extinción discriminada apoyaban la hipótesis, sumándose a los resultados de experimentos similares con seres humanos extravertidos e introvertidos (Garau, 1976; Sevilla, 1974; Sevilla y Garau, 1978). Los resultados de los experimentos de condicionamiento de evitación con trampolín de saltos (Tobena, 1977) y de los tests con umbrales aversivos (Duran, 1978) sólo apoyan en parte la hipótesis, y son difíciles de interpretar. Los resultados de los experimentos sobre el efecto de las drogas (Sevilla, 1974; Garau, 1976) apoyaron ampliamente la hipótesis deducida de la teoría general y del trabajo con seres humanos (H. J. Eysenck, 1963). Estos estudios, junto con otros de Pallares (1978), Garau y cois. (1980) y García y García (1978), sugieren que el deambular de la rata en condiciones que no provocan respuestas de temor puede ser una medida útil de extraversión-introversión. Desgraciadamente la mayoría de estos trabajos han sido publicados en español, por lo que no han sido tomados en cuenta por psicólogos angloparlantes Se puede encontrar una muestra de bastante material complementario, la mayoría favorable a la hipótesis de que el deambular puede, de hecho, ser utilizado análogamente a la extraversión, en un importante artículo de Sevilla (en prensa). De ser publicado en inglés, quizá sería la mejor introducción a esta importante línea de investigación. Desgraciadamente no se cuenta con trabajos similares sobre la tercera dimensión, el psicoticismo, aunque sí existe una larga bibliografía sobre la agresividad en las ratas y en otros mamíferos. Pocos estudios hay que empleen análisis factorial de las intercorrelaciones entre los diferentes tests, y poco se ha hecho para relacionar estas diferencias con las teorías de personalidad de una forma sistemática. Parece ser ésta un área prometedora, pero hasta el momento sería imposible considerar las pruebas disponibles como confirmación de la hipótesis de que la agresividad en los animales se asemeja al psicoticismo en los seres humanos (Beilharz y Beilharz, 1975; Blanchard y cois., 1975; Blanchard y cois., 1977; Lagerspetz y Lagerspetz, 1971; Vale, Ray y Vale, 1972). En conjunto, las pruebas provenientes del campo animal, en lo que concierne a la similitud con las pautas de personalidad en los seres humanos, son burdas, pero tienden a ser más confirmativas que críticas. Desgraciadamente, la psicología animal no ha estado, en general, muy interesada en las diferencias individuales, y no ha adoptado los métodos de investigación empleados por los psicómetras con los seres humanos. Se espera que en el futuro estos prometedores comienzos aquí reseñados sean continuados y conduzcan a unos resultados más definitivos.
La universalidad de P, E y N
3.3.
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Estudios transculturales
Si los tres super factores, P, E y N son tan fundamentales e importantes como hemos sugerido, podemos pensar que también son universales, que no están restringidos a aquellas culturas donde fueron inicialmente aislados, sino que resultan evidentes en muchas otras culturas. Lo que nos conduce al problema de los estudios transculturales de personalidad (H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1983) y a un análisis de las investigaciones hechas para establecer la semejanza, o todo lo contrario, de las pautas de personalidad en diferentes países. Podemos empezar afirmando la existencia no de uno, sino de tres problemas, al comparar las personalidades de una cultura a otra; el no asumirlos ha conducido a muchas dificultades y complicaciones. El primero es un problema descriptivo o estructural: ¿Bastan las mismas dimensiones para describir adecuadamente ciertas áreas de la personalidad en las dos culturas comparadas? Esta cuestión es absolutamente fundamental, y se precisa una respuesta positiva antes de tomar cualquier iniciativa; sin embargo, es frecuentemente soslayada, junto con el supuesto de que las mismas dimensiones, rasgos o factores que acumulan la mayor parte de la varianza en una población bastan para hacerlo igual en una segunda. Según veremos, esta hipótesis puede parecer errónea en muchos casos y correcta en otros; lo que se hace necesario son investigaciones empíricas antes de emprender la investigación de nuestro segundo problema. El segundo problema, dada la identidad (o por lo menos similitud) de las dimensiones, rasgos o factores hallados, que suman la mayor parte de la varianza en las dos culturas, se refiere al problema de la medida en ambas culturas. Aunque los factores en las dos culturas puedan ser idénticos, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que algunos ítems particulares en las escalas muestren diferentes pesos factoriales. Cuando esto sucede, hay que construir para la segunda cultura, y a semejanza de la primera, una matriz de pesos propia para practicar la medición, eligiendo los pesos factoriales apropiados para determinar la matriz. Por eso, en este caso estamos interesados en construir un instrumento de medida adecuado para la cultura 2; no podemos tomar simplemente la matriz de pesos original para hacerlo. Aunque los cambios fueran mínimos, debe obrarse de acuerdo con el anterior razonamiento. Esto nos lleva al tercer problema: la presente comparación transcultural entre dos culturas o naciones. Es decir, si se necesitan diferentes matrices de pesos para puntuar el test en las dos culturas, las puntuaciones del test no son estrictamente comparables. Esto es cierto tanto si utilizamos la misma o diferentes matrices de pesos; si utilizamos la misma, las puntuaciones estarán basadas en ítems con diferentes pesos factoriales, por lo que serán estrictamente comparables. Si utilizamos diferentes, no se puede hacer ninguna comparación directa. Lo que sí se precisa es una matriz de pesos reducida, incluyendo sólo aquellos ítems que tengan pesos idénticos (o aproximadamente idénticos) para los dos conjuntos de factores. Sólo con estas matrices de pesos reducidas pueden llevarse a cabo comparaciones adecuadas.
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Nuestro primer problema, según se mencionó antes, es el de la dimensionalidad comparativa en las dos diferentes culturas. Psicométricamente, las dimensiones, los rasgos y los factores de personalidad se definen según las investigaciones que utilizan el análisis factorial e identifican grupos de ítems que comparten la varianza común, diferenciándolos de otros grupos de ítems que no comparten esta varianza común. No se puede aceptar que los mismos ítems compartan la varianza común cuando se estudian dos culturas diferentes hasta que no se verifiquen empíricamente. Pueden ser suficientes unos pocos ejemplos para indicar la importancia de esta prevención. Materanz y Hampel (1978) realizaron un análisis factorial con las correlaciones entre ítems del FPI (Freiburger Persónlichkeitsinventar, un cuestionario de personalidad alemán que incluye mediciones para cierto número de rasgos, incluidos los factores de tipo superior: extraversión-introversión y neuroticismoestabilidad). Los cuestionarios se pasaron a muestras alemanas y españolas, hallándose diferentes análisis factoriales. Estos análisis demostraron que mientras se daba una considerable invarianza en extraversión (E) y neuroticismo (N), los otros rasgos del FPI ofrecían resultados bastantes diferentes en los dos países. Está claro que sería inaceptable administrar simplemente la versión española del FPI a los grupos de la muestra española y puntuarles según el manual original. Este procedimiento sería admisible con E y N, pero sería completamente absurdo en lo que respecta a los otros rasgos del cuestinario. Incluso para E y N, como veremos, puede haber dificultades a pesar de la aparente identidad de los factores en las dos matrices. Un segundo ejemplo proviene del extenso trabajo (nacional e internacional) realizado con la escala del 16PF de Cattell. El mismo, por supuesto, ha sido plenamente consciente de la necesidad de comparar las estructuras factoriales entre las culturas antes de utilizar el test, y de hecho sugirió un método riguroso y original para llevar a cabo tales comparaciones (Cattell, 1970). Incluso en sus propias manos (Cattell, Schmidt y Pavlik, 1973), las comparaciones transculturales se mostraban a menudo más incongruentes que congruentes. El alto número de personas que han intentado emparejar factores en otros países (algunos muy parecidos a la cultura americana original, como Inglaterra, Alemania o Nueva Zelanda) muestra en conjunto un gran fracaso al obtener la congruencia (por ejemplo, Adcock, 1974; Adcock y Adcock, 1977, 1978; Amelang y Borkenau, 1982; Comrey y Duffy, 1968; H. J. Eysenck, 1972; H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1969; Greif, 1970; Howarth y Browne, 1971; Levonian, 1961; Schneewind, 1977; Sells, Demaree y Will, 1968, 1970; Timm, 1968). Estos abundantes resultados indican que los factores de Cattell no se replican en otros países (a menudo ni en los Estados Unidos de América), que los ítems que puntúan un factor en su manual pueden tener pesos muy superiores en otros factores en otros países, que los factores unitarios de su análisis aparecen incompletos o separados en dos o tres, o asociados con otros factores en otros análisis, etc. En otras palabras: muchos estudios que simplemente han trasplantado su escala y utilizado la matriz de pesos original pueden haber obtenido resultados absurdos en otros países.
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El método que nosotros hemos utilizado ha sido sugerido por Kaiser, Hunka y Bianchini (1969). Se recurre primordialmente a las posiciones relativas de los factores extraídos de un espacio de n dimensiones, posibilitándonos interpretar la similitud entre los grupos de factores derivados de los mismos ítems pero de diferentes poblaciones, utilizando índices de semejanza que oscilan de 0 (carencia de similitud) a 1 (congruencia perfecta). Hemos empleado estos índices en muchos estudios, adoptando el criterio algo arbitrario de considerar 0,95 similitud y 0,98 identidad básica entre factores de distintas poblaciones. Obviamente, los índices de semejanza entre factores inferiores a 0,95 y superiores a 0,80 sí indican similitud, pero con el objeto de asegurar que los factores en las diferentes culturas son estrictamente semejantes, utilizaremos el término similar para índices mayores o iguales a 0,95, y el término idéntico para índices mayores o iguales a 0,98. Aquí también, por supuesto, la identidad real requerirá 1,00 como índice, sin embargo hemos seguido la anterior definición para estos dos términos. En nuestro trabajo hemos utilizado versiones cuidadosamente traducidas del Eysenck Personality Questionnarie (EPQ; H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1975). Los cuestionarios traducidos se aplicaron a muestras de 500 hombres y 500 mujeres, algunas veces más y otras menos, constituyendo una muestra razonable de la población de ese país. Hemos encontrado (H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1975) que las variables de status social no tienen mucho que ver con la personalidad; esto, por fortuna, facilita la selección de una muestra razonable. Son relevantes la edad y el sexo, por lo que necesitan ser controladas. El concepto de «muestra razonable» frente al de muestra aleatoria o fija se examina en otro sitio (H. J. Eysenck, 1975). Lo que podemos preguntarnos aquí es en qué medida una muestra razonable ofrecería resultados idénticos o similares a los obtenidos a partir de una muestra fija cuando ambas se extraen del mismo país. H. J. Eysenck (1979) realizó esta comparación encontrando identidad en todas las comparaciones. Además de los índices de semejanza entre factores, nuestros datos publicados ofrecen también el coeficiente de fiabilidad alfa de las escalas en los dos países, las intercorrelaciones entre factores en los dos países, y, cuando se disponía de ella, la información sobre las puntuaciones de grupos adicionales especialmente seleccionados, como criminales, psicóticos y neuróticos (H. J. Eysenck y S. B. G. Eysenck, 1983). Al tener el EPQ dos variantes (para adultos y niños), hemos trabajado tanto con adultos como con niños. En la tabla 3.1 (adultos) y en la tabla 3.2 (niños), se ofrecen detalladas comparaciones para muchos países diferentes, dando en cada caso la referencia de los autores de cada estudio y el país concreto en el que el trabajo fue llevado a cabo. Estas tablas hablan por sí solas. Como se puede apreciar, una amplia mayoría de índices indican básicamente similitud entre factores en los diferentes países, y un asombroso alto número indica identidad. Esto es cierto tanto para hombres como para mujeres, en las muestras de adultos, y para chicos y chicas, en las muestras de niños. No queremos insistir y evitaremos el comentar en profundidad los resultados, pero sí diremos que apoyan poderosamente la idea de que
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Teorías de personalidad y ejecución
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tiempos de reacción mucho más bajos que los de los introvertidos durante la segunda mitad de los ensayos. Brebner y Cooper (1974) eligieron interpretar sus datos en términos de la inhibición estimular, afirmando que es más probable que los extravertidos respondan ante el análisis de estímulo con la inhibición que los introvertidos. Sin embargo, no resulta claro que fuera realmente necesario un análisis del estímulo muy intenso, a juzgar por los intervalos regulares entre señales. Aseguraban que la inhibición de la respuesta no era un factor relevante, porque apenas se podía generar inhibición de la respuesta con el bajo ritmo de respuesta exigida; por la misma lógica, apenas se generaría inhibición estimular con el bajo ritmo regular de señales que se empleó. Katsikitis y Brebner (1981) intentaron manejar la magnitud del análisis del estímulo que fuera requerido de dos formas distintas. Utilizaron una tarea de tachar letras variando el número de letras que habían de tacharse (de una a cuatro). Algunos de los sujetos realizaban la tarea con público presente. El resultado clave fue que la ejecución de los extravertidos frente a la de los introvertidos era especialmente pobre cuando se requería, supuestamente, un análisis del estímulo superior (es decir, la versión más difícil de la tarea de tachar se realizaba con público presente). Se indicó que estas condiciones producían la mayor inhibición estimular en los extravertidos. Resulta extraño que Katsikitis y Brebner predijeran que los extravertidos estarían en desventaja con respecto a los introvertidos sólo cuando fuera necesario un considerable análisis del estímulo, mientras que Brebner y Cooper (1974) predecían (y encontraron) que los extravertidos eran considerablemente inferiores a los introvertidos en una tarea que requería un análisis del estímulo relativamente modesto. Hasta aquí nos hemos centrado en los efectos de la extraversión en la excitación e inhibición estimular. Brebner y Flavel (1978) consideraron la excitación de la respuesta, y supusieron que sería mucho más probable que los extravertidos respondieran ante tareas de tiempo de reacción en ausencia del estímulo apropiado que los introvertidos. El argumento era que los extravertidos eran más dependientes de la excitación de la respuesta para mantener un nivel de reactivación adecuado. El número de respuestas erróneas dadas fue superior que en la mayoría de tiempo de reacción porque se daban numerosos ensayos para «pillar» a los sujetos en los que la señal de aviso no era seguida por el estímulo que requería respuesta. Como se esperaba, los extravertidos cometieron considerablemente muchos más errores que los introvertidos en esos ensayos. Aunque.los resultados son consistentes con la hipótesis, el problema es que la mayor precaución de los introvertidos al responder puede ser debida a varios factores que no tienen nada que ver con la excitación de la respuesta. Tiggemann, Winefield y Brebner (1982) consideraron algunos de los posibles efectos de la extraversión en la inhibición de la respuesta al investigar el efecto de la indefensión aprendida. Este efecto supone una falta de respuestas y un decremento en la ejecución que sigue a ciertos sucesos que el sujeto no puede controlar. De forma parecida a como los introvertidos tienden a desarrollar la inhi-
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Personalidad y diferencias individuales
bición de la respuesta, mientras que los extrovertidos muestran una excitación de la respuesta, predijeron que los introvertidos deberían ser más susceptibles que los extravertidos al efecto de la indefensión. Según la teoría de Brebner, esta predicción es más probable que se realice cuando la tarea empleada impone grandes exigencias en la organización de la respuesta. Como resultado, Tiggeman y cois. (1982) emplearon una tarea en la que apretar un botón impedía controlar un zumbador, y una segunda tarea en la que el zumbador podía ser evitado o apagado mediante una serie relativamente complicada de apretar botones (una vez en el botón izquierdo y dos en el botón derecho). Como se esperaba, se daba un efecto de indefensión considerablemente superior en introvertidos que en extravertidos. Lo que quizá resulte sorprendente es, sin embargo, que la extraversión no tuviera prácticamente ningún efecto cuando se anteponía una tarea de apretar botones en la que el sujeto podía controlar el zumbador. ¿Por qué la tendencia de los introvertidos hacia la inhibición de la respuesta no disminuyó también su rendimiento en estas condiciones? Quizá la investigación más directa de la formulación de Brebner la asumieron Brebner y Cooper (1978). Utilizaron una tarea en la que los sujetos tenían la elección de examinar un estímulo visual o de responder en un intento de alterarlo. Más específicamente, responder apretando un botón producía un refuerzo al variar el estímulo según un ritmo variable determinado. Por estar los introvertidos «adaptados a exploran>, exploraron mucho más que los extravertidos. Por otro lado, los extravertidos, quienes están fundamentalmente «adaptados a responden>, respondieron dos veces más que los introvertidos y casi tres veces más rápido. ¿Cómo se amolda a los hechos la teoría propuesta por Brebner y sus colegas? Contiene una pequeña parte de verdad, pero parece sufrir una falta de contrastabilidad. Con objeto de realizar predicciones exactas sobre los niveles relativos de ejecución de introvertidos y extravertidos, debemos tener información de cuatro niveles distintos:
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estímulo y/o la organización de la respuesta que estuviera produciendo la excitación. Como Paisey y Mangan (1982) señalaron, seguramente hay alguna diferencia si estos aumentos en la excitación se ven acompañados por un carácter hedonista positivo o negativo. En concreto, niveles extremadamente altos de excitación probablemente resultarán aversivos y por eso eludidos. Por tanto, podría ser que los introvertidos, quienes derivan la excitación del análisis del estímulo y están «adaptados a exploran>, fueran menos propensos que los extravertidos a explorar estímulos relativamente intensos. Así, Weisen (1965) encontró que los introvertidos trabajaban más duro que los extravertidos para producir una variación temporal de música alta y luces de color. A la vista de estas consideraciones, Brebner (1983) coincidió en que no es generalmente cierta la idea de que la excitación fuera invariablemente una recompensa. Cuando se llega a la máxima capacidad de excitación de un organismo, las exigencias de un análisis estimular o de una organización de la respuesta suponen una carga más que tiene un efecto inhibitorio. Así es como el modelo intenta incorporar los conceptos de sobrerreactivación o de inducción de la inhibición transmarginal2 (pág. 229). En otras palabras, una predicción con éxito de las diferencias de ejecución entre introvertidos y extravertidos requiere alguna valoración de la cuestión por la que la excitación creciente no consigue facilitar la ejecución. Por eso, necesitamos in toto información exacta sobre cinco factores distintos con objeto de predecir la ejecución de la tarea. Peor aún es que las únicas pruebas típicamente disponibles provienen de la ejecución de la tarea misma, de forma que hay un riesgo real de razonamiento circular. Hasta el momento en que se puedan obtener medidas de los diversos factores que sean independientes de los datos sobre ejecución que hayan de predecirse, esta teoría verá difícil en extremo su comprobación de forma adecuada.
1. La excitación estimular o la inhibición producida por el análisis del estímulo. 2. La excitación de la respuesta o la inhibición provocada por la organización de la respuesta. 3. La excitación de la respuesta o la inhibición provocada por las respuestas perceptuales. 4. La excitación estimular o la inhibición provocada por los estímulos generados al responder. En la práctica, tenemos información extremadamente simple sobre la mayor parte de estos factores. Como consecuencia, sí la podríamos obtener para cualquier conjunto de datos a post hoc. Brebner (1983) complicó más las cosas. Las afirmaciones anteriores sobre la teoría habían propuesto con claridad que cuanto más excitación se generara en una situación particular, mayor sería la tendencia a continuar con el análisis del
2 La ley de inhibición transmarginal de Pavlov se suele conocer en los libros de texto por la ley de inhibición. (Ar. del T.)
La psicofisiología de la personalidad
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La psicofisiología de la personalidad
Según H. J. Eysenck (1967a), las diferencias individuales en personalidad dependen en última instancia de los procesos fisiológicos subyacentes. Como consecuencia, aunque los datos comportamentales examinados en los capítulos 9 y 10 aporten un apoyo indirecto a la teoría de Eysenck, es aparentemente en un nivel fisiológico de donde se pueden extraer las pruebas más directas. Sin embargo, como veremos inmediatamente, sería demasiado optimista suponer que las medidas psicofisiológicas aportan unas pruebas irrefutables sobre las diferencias individuales en el funcionamiento fisiológico. Por ello, por ejemplo, probablemente debería resistirse la tentación de creer que el nivel de reactivación puede medirse con más precisión fisiológica que conductual. Lo que está claro es que los datos tanto fisiológicos como psicológicos requieren una interpretación con objeto de conferirles un sentido teórico. ¿Cuál es, entonces, el valor de la investigación psicofisiológica de la personalidad? Básicamente, tiene mucha importancia ampliar los datos cuando intentamos desenmarañar las complejidades de las diferencias individuales en personalidad. Quizá sea posible rechazar las pruebas conductuales referidas a la teoría de la reactivación de la extraversión al considerarla en sí misma, y lo mismo puede ser cierto respecto de las pruebas psicofisiológicas tomadas aisladamente. Sin embargo, si tanto las pruebas psicofisiológicas como las psicológicas apuntan a la misma conclusión, entonces, esa conclusión debe considerarse seriamente. Al igual que con los datos comportamentales, los datos fisiológicos recogidos hasta ahora se refieren principalmente a la dimensión de la extraversión. No obstante, cierto número de estudios han tratado los correlatos fisiológicos del neuroticismo o la ansiedad, dejando la dimensión del psicoticismo en el olvido. Nuestro repaso de la psicofisiología de la personalidad reflejará estas preferencias de investigación.
Según H. J. Eysenck (1967a), las ramas colaterales de las vías sensitivas ascendentes excitan las células del SARA, que entonces envían la excitación a varios lugares del córtex cerebral. El SARA fue en un principio directamente asociado con la reactivación por Moruzzi y Magoun (1949), quienes descubrieron que la estimulación eléctrica del SARA provocaba un tipo de activación en el EEG cortical. El significado general del SARA lo expresó Stelmack (1981) de la siguiente manera: La formación reticular está implicada en la iniciación y mantenimiento de la motivación, la emoción y el condicionamiento mediante el control excitatorio e inhibitorio de los ajustes autónomos y posturales y mediante la coordinación cortical de la actividad que requiere la atención, la reactivación y el comportamiento de orientación (pág. 40). La supuesta estructura fisiológica que subyace a la dimensión del neuroticismo es el cerebro visceral, que abarca la amígdala, el hipocampo, el septum, el cíngulo y el hipotálamo. Existe un circuito que consta del cerebro visceral y la formación reticular. Los mensajes del cerebro visceral llegan a la formación reticular, y entonces pasan al córtex, donde tienen un efecto reactivamente. Las estructuras fisiológicas relativas al neuroticismo tienen mucho que ver con la emoción. Debería quedar claro que las estructuras subyacentes a la extraversión y al neuroticismo son sólo parcialmente independientes en su funcionamiento. Por ejemplo, la reactivación cortical está asociada con el circuito coticorreticular subyacente a la extraversión y con el circuito subyacente al neuroticismo. H. J. Eysenck (1967a) intentó aclarar la cuestión proponiendo una diferenciación conceptual entre reactivación y activación, la reactivación refiriéndose a la actividad reticular y la activación refiriéndose a la actividad autónoma. Sin embargo, nos quedan por aclarar varias cosas, puesto que las medidas psicofisiológicas no reflejan directamente la actividad ni de la formación reticular ni del cerebro visceral. Por ejemplo, la desincronización del EEG puede suceder como consecuencia o de la reactivación o de la activación. Esto significa que es difícil aportar una prueba empírica satisfactoria a la idea de que reactivación y activación están relacionadas pero diferenciadas. 8.2.
Extraversión
8.2.1. 8.1.
Consideraciones teóricas
La teoría de la personalidad propuesta por H. J. Eysenck (1967a) explicó con cierto detalle las bases biológicas de las dimensiones de la extraversión y el neuroticismo. La extraversión se relacionaba con el sistema activador reticular ascendente (SARA), que se localizaba en la formación reticular del tallo cerebral.
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La reacción de orientación
La idea general de que los introvertidos se reactivan corticalmente más que los extra vertidos puede subdividirse en dos o más predicciones específicas: 1) los introvertidos tendrán un incremento superior en reactivación que los extravertidos ante la respuesta de estimulación, y 2) los introvertidos estarán característicamente más reactivados que los extravertidos. La primera predicción ha sido probada con gran frecuencia investigando los efectos de la extraversión en la reac-
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Personalidad y diferencias individuales
ción de orientación. La reacción de orientación o la respuesta de «¿Qué es eso?» sucede como respuesta ante estímulos nuevos, e indica que el individuo en cuestión responde a cierto cambio ambiental. Según Sokolov (1963), la información, sobre cualquier estímulo dado se almacena en un modelo neuronal. Se da una reacción de orientación cuando no ha habido un emparejamiento adecuado entre los modelos neuronales de la estimulación previa y la actual. Se da la habituación cuando los estímulos actuales se asocian con un modelo neuronal almacenado y como resultado no hay reacción de orientación. Son varios los componentes fisiológicos de la reacción de orientación, incluyendo un aumento de la conductancia cutánea, la vasoconstricción digital, la vasodilatación cefálica, la deceleración del pulso cardíaco y la desincronización del EEG. La reacción de orientación parece ser especialmente pertinente a la dimensión de personalidad de la extraversión por el papel central que aparentemente juega la actividad cortical excitatoria e inhibitoria en su consecución y posterior habituación. Parece que los efectos activadores no específicos del estímulo actúan a través de la formación reticular para activar las zonas hipotalámicas que producen los componentes autónomos de la reacción de orientación. Si un estímulo se repite varias veces, los impulsos inhibitorios corticales afectaran a las ramas colaterales transmitiendo los impulsos desde los tractos sensitivos ascendentes a la formación reticular. Esto sucesivamente provoca una reducción en la actividad autónoma y se da la habituación. Normalmente se ha predicho (por ejemplo, H. J. Eysenck, 1967a) que los introvertidos deberían tener reacciones de orientación mayores que los extravertidos, y les debería llevar más tiempo habituarse. Estas predicciones pueden basarse en el alto nivel de reactivación básico de los introvertidos o en la idea de que los extravertidos generan más inhibición cortical que los introvertidos. El problema teórico es que la reacción de orientación y su habituación dependen de una compleja mezcla de reactivación, inhibición y de la formación de un modelo neuronal, y no es fácil decidir cuál de estos tres procesos es más importante para producir cualquiera de los efectos observados de extraversión. El procedimiento experimental habitual de los estudios sobre habituación consiste en presentar el mismo estímulo (visual o auditivo) varias veces al sujeto y medir sus reacciones (normalmente mediante las respuestas electrodérmicas). ¿Cuáles son los resultados respecto a la habituación de la reacción de orientación en introvertidos y extravertidos? O'Gorman (1977) aportó una completa revisión de la literatura sobre el tema. De los 20 estudios que él consideró, ocho daban un apoyo significativo a la hipótesis de que la habituación sucedía mucho más rápidamente en extravertidos que en introvertidos, y los 12 restantes ofrecían información sobre efectos no significativos de la extraversión. Desde que esa revisión fue publicada, la hipótesis de H. J. Eysenck se ha visto apoyada de forma significativa por al menos otros cinco estudios (Gange, Geen y Harkins, 1979; Smith, Rypma y Willson, 1981; Smith y Wigglesworth, 1978; Stelmack, Bourgeois, Chian y Pickard, 1979, y Venturini, De Pascalis, Imperiali y San Martini, 1981).
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Aunque tal revisión sirve para indicar que a los introvertidos les lleva con frecuencia más tiempo que a los extravertidos habituarse a una estimulación repetida, ignora la calidad de los estudios individuales, y aporta relativamente poco sobre los procesos involucrados. Sin embargo, merece la pena hacer notar que la mayoría de los estudios que ofrecían efectos significativos de la extraversión es razonablemente correcta metodológicamente. Uno de tales estudios ofrecía resultados consistentes poco habituales, el de Stelmack y cois. (1979). En uno de sus experimentos encontraron que los introvertidos mostraban menos habituación que los extravertidos a los estímulos cromáticos, según revelaban índices cardíacos, respuesta de resistencia cutánea y vasomotores de la reacción de orientación. En otro experimento, los introvertidos mostraban más reacciones de orientación que los extravertidos a palabras neutrales y afectivas presentadas visualmente a través de medidas electrodérmicas y vasomotoras. En un tercer experimento, los introvertidos mostraban más reacciones de orientación que los extravertidos ante estímulos cromáticos; también los introvertidos mostraron una mayor amplitud inicial de la respuesta de conductancia de la piel. Una de las formas de aclarar la cuestión es considerando algunos de los estudios en los que se obtuvieron las interacciones entre la extraversión y algún aspecto de la situación experimental. Si se hace posible delinear las condiciones en las que los extravertidos se habitúan con más rapidez que los introvertidos, eso significará un progreso importante. Uno de los factores que influyen en las diferencias entre introvertidos y extravertidos es la intensidad del estímulo que se presenta repetidas veces. Wigglesworth y Smith (1976) encontraron en su primer experimento que no había diferencias en el ritmo de habituación a un sonido entre introvertidos y extravertidos. Sin embargo, los introvertidos tenían inicialmente superiores respuestas de conductancia de la piel respecto a los extravertidos, con una intensidad de sonido de 80 dB, mientras que ocurría exactamente lo contrario con sonidos de 100 dB. Las superiores respuestas de los extravertidos frente a los introvertidos con un sonido más intenso fueron explicadas haciendo referencia a la ley de Pavlov de la inhibición transmarginal. Según esta ley, se rompe la tendencia habitual de aumentar la estimulación para producir respuestas mayores cuando la estimulación es muy intensa, y en vez de eso se da una inhibición transmarginal o una disminución de la respuesta. Se piensa que el nivel de intensidad del estímulo en el que esto ocurre es inferior en introvertidos que en extravertidos. Desgraciadamente, aunque su segundo experimento fue muy similar al primero, Wigglesworth y Smith no consigueron descubrir ningún efecto de la extraversión en las respuestas iniciales de conductancia de la piel, y los extravertidos se habituaron más rápidamente que los introvertidos sólo con el sonido más intenso. La ley de la inhibición transmarginal también parece aplicarse a la serie de experimentos de Fowles y Roberts y Nagel (1977). Emplearon un paradigma de reacción de orientación bastante típico, pero sólo informaron del nivel de conductancia de la piel en vez de informar de las respuestas de la conductancia de la piel a cada estímulo. Se presentaba una serie de sonidos a continuación de una
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Personalidad y diferencias individuales
experiencia estresante (es decir, una tarea difícil) o no estresante (una tarea fácil). Los extravertidos tenían niveles de conductancia de la piel superiores a los de los introvertidos en la mayoría de las condiciones reactivantes (por ejemplo, la mayoría de los sonidos intensos que seguían al estrés). Por contra, cuando no se daba ningún tipo de tarea antes de la presentación de los sonidos, los introvertidos tenían niveles de conductancia de la piel superiores a los de los extravertidos con sonidos de intensidad moderada. En otras palabras, como Fowles y cois, destacaban, los introvertidos mostraron «un mayor nivel de respuestas ante intensidades de estímulo bajas, y disminuía con intensidades de estímulo altas como resultado de la inhibición transmarginal» (pág. 142). El estudio más interesante en el que se daba una inhibición transmarginal fue el de Smith y cois. (1981). A los sujetos se les daba al principio del experimento o cafeína excitante o un placebo, y se midió la habituación, la deshabituación y la recuperación espontánea de la reacción de orientación electrodérmica. En general, los introvertidos tenían niveles tónicos superiores y respuestas por fases mayores que los extravertidos en condiciones de placebo, mientras que los extravertidos mostraban una mayor respuesta electrodérmica respecto de los introvertidos tras la administración de la cafeína. Estas interacciones sugieren poderosamente que las diferencias entre introvertidos y extravertidos en la reacción de orientación son atribuibles a un nivel de reactivación superior en introvertidos. Una cuestión final de interés es que virtualmente todos los efectos de la extraversión en las respuestas electrodérmicas se debían al componente impulsividad de la extraversión más que al componente sociabilidad. Smith, Wilson y Jones (1983) obtuvieron resultados bastante similares. También encontraron que las respuestas de conductancia cutánea eran superiores en introvertidos que en extravertidos en condiciones de placebo, pero ocurría lo contrario en el caso de la cafeína. Si consideramos todas las pruebas pertinentes, parece razonablemente bien establecido que las disminuciones en la reactivación medidas según la actividad electrodérmica suceden en los niveles inferiores de estimulación en introvertidos más que en extravertidos (Smith, 1983). La intensidad del estímulo es uno de los factores determinantes de si los extravertidos y los introvertidos difieren o no en el ritmo de habituación, pero es bastante improbable que el uso de estímulos inapropiados explique todos o la mayoría de los efectos no significativos en la literatura sobre el tema. En parte la razón reside en la existencia de una especificidad de la respuesta autónoma (Lacey y Lacey, 1958), que constituye la tendencia en los individuos a discrepar respecto a la respuesta autónoma más comúnmente provocada por la estimulación. El valor de conceder importancia a la especificidad de la respuesta autónoma lo mostró Stelmack y cois. (1979) en un experimento sobre habituación a palabras neutrales y afectivas en el que se registraron todos los componentes cardíacos, vasomotores y electrodérmicos de la reacción de orientación. Ni un componente por sí solo explicaba más del 24 por 100 de la variación en extraversión, pero la influencia conjunta de los tres componentes explicaba el 54 por 100. Además de las complicaciones asociadas con la especificidad de la respuesta
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autónoma, está el problema afín de que medidas fisiológicas diferentes de la reacción de orientación normalmente muestran de forma decepcionante intercorrelaciones bajas. Esto es cierto incluso dentro de un sistema de respuesta simple. Por ejemplo, Bull y Gale (1973) obtuvieron una correlación de sólo 0,27 entre la respuesta media de los niveles de respuesta de conductancia cutánea y las respuestas de resistencia de la piel. Aparte de los ruidosos datos resultantes de especificidad, hay un problema más que es peligroso extrapolar fuera de los resultados experimentales. Aun cuando la extraversión tuviera un claro efecto en el componente electrodérmico de la reacción de orientación, no se puede asumir con seguridad que el mismo efecto se encuentre con otros componentes. En resumen, hay dos razones principales por las que es importante investigar los efectos de la extraversión en la reacción de orientación y en la habituación. La primera razón es que los constructos teóricos (por ejemplo, reactivación e inhibición) que han sido empleados para explicar la ocurrencia y desaparición de la reacción de orientación parecen claramente similares a los utilizados para describir las diferencias fisiológicas básicas entre introvertidos y extravertidos. La segunda razón es que la reacción de orientación a menudo se contempla como un proceso de significado general similar a la atención. Como tal, se piensa que facilita la entrada sensorial, la reducción de los umbrales sensitivos y la mejora de la discriminación sensorial y del condicionamiento. Por ejemplo, algunas de las pruebas de la superioridad del introvertido en la ejecución sobre vigilancia pueden deberse, al menos en parte, al hecho de que los introvertidos producen más reacciones de orientación que los extravertidos, hecho constatado por Gange y cois. (1979). Descubrieron que los introvertidos mostraban más respuestas electrodérmicas que los extravertidos ante los estímulos señal durante una tarea de vigilancia visual. Está razonablemente bien establecido que los introvertidos muestran más respuestas electrodérmicas persistentes ante estimulación repetitiva que los extravertidos, excepto con estímulos intensos, lo que sugiere que la extraversión está relacionada con la habituación electrodérmica. Sin embargo, hay pocas pruebas disponibles respecto de los otros sistemas de respuesta fisiológica. Todavía no está clara la correcta interpretación de estos resultados. Puesto que los introvertidos a menudo tienen unos niveles de conductancia cutánea superiores y producen más respuestas no específicas que los extravertidos, es probable que parte de la lentitud en habituarse mostrada por los introvertidos refleje su nivel de reactivación superior y no simplemente sus reacciones ante los estímulos. Lo que no queda claro es si los efectos de la extraversión en la habituación se deben primordialmente a las diferencias individuales en la actividad excitatoria o en la acumulación de inhibición. En otras palabras, sabemos escasamente lo que está pasando, pero no sabemos por qué está pasando.
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Personalidad y diferencias individuales
8.2.2.
El EEG
La idea (H. J. Eysenck, 1967a) de que los introvertidos se caracterizaban por tener niveles de reactivación cortical superiores a los de los extravertidos ha sido investigada varias veces mediante los registros de EEG. Se ha supuesto típicamente que los niveles altos de reactivación se asocian con una amplitud baja y una frecuencia baja de actividad en el rango de la frecuencia alfa de 8-13 Hz. Sin embargo, se han expresado serias dudas sobre el valor de tales medidas. Aunque el EEG se considera como un indicador de la actividad cerebral, se registra desde fuera del cráneo. Una objección más consecuente es que el EEG representa un tipo de compuesto o mezcla de la energía eléctrica generada en diferentes partes del córtex, y puede aportar una impresión desconcertante sobre la actividad real en cualquier área específica del cerebro. Cualquiera que considere los estudios publicados se encontrará con un panorama incipiente. En su revisión, Stelmack (1981) discute 11 estudios. En cuatro estudios se daban efectos no significativos de la extraversión sobre la actividad del EEG; en cinco estudios, los introvertidos tenían niveles de reactivación cortical superiores a los de los extrovertidos, y en los otros dos estudios restantes, los extrovertidos parecía que se reactivaban más corticalmente que los introvertidos. Gale (1983) ofreció la revisión más completa sobre la literatura relativa a la extraversión y al EEG. Consideró 33 estudios que contenían un total de 38 comparaciones experimentales. Los extrovertidos se reactivaban menos que los introvertidos en el EEG en 22 comparaciones, los introvertidos se reactivaban menos que los extrovertidos en 5 comparaciones, y en las comparaciones restantes se daban efectos no significativos de la extraversión. Hay un número de razones posibles sobre esta aparente falta de consistencia. Primero, se dan variaciones considerables de un estudio a otro respecto de detalles técnicos como localización de los electrodos y maneras en que se define la actividad alfa. Segundo, las técnicas de registro manual, que pueden carecer de fiabilidad y son propensas al error sistemático, se utilizan en algunos de estos estudios. Tercero, y quizás lo más obvio, la tarea realizada por el sujeto mientras se registra el EEG varía considerablemente. En algunos estudios el sujeto se reclina en un estado semisomnolente con los ojos cerrados, mientras que en otros el sujeto está sentado derecho e intenta solucionar complejos problemas aritméticos. ¿Hay alguna forma de encajar los distintos resultados? Gale (1973) lo intentó de forma valiente, y afirmó que los efectos de la extraversión sobre el EEG estaban influenciados por el nivel de reactivación provocado por las condiciones experimentales. Más concretamente, sugirió que es más probable que los introvertidos estén más reactivados que los extrovertidos en condiciones moderadamente reactivantes, y las diferencias entre introvertidos y extrovertidos o desaparecen o se invierten cuando las condiciones provocan niveles de reactivación bajos o altos. Gale (1983) dio más apoyo a esta conclusión. Clasificó todos los estudios pertinentes sobre EEG según fueran las condiciones de la prueba mínimamente reac-
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tivantes, moderada o intensamente reactivantes. Parecía que los introvertidos se reactivaban más que los extrovertidos en los 8 estudios que empleaban condiciones reactivantes moderadas con efectos significativos de la extraversión, pero se encontraron los resultados esperados en sólo 9 de los 12 estudios significativos que empleaban condiciones de reactivación mínima y en 5 de los 7 estudios que utilizaban condiciones de reactivación alta. ¿En qué medida las condiciones experimentales que provocan una reactivación afectan a la naturaleza del efecto de la extraversión en el EEG? En condiciones de baja reactivación, puede ser más probable que los extrovertidos más que los introvertidos no hagan caso de las intrucciones de quedarse sentados y que no hagan nada (apetito estimular), y en condiciones de alta reactivación que los introvertidos puedan intentar relajarse en un bombardeo sensorial (evitación estimular). La conclusión más justa será probablemente que los introvertidos tienen niveles de actividad cortical superior a los de los extrovertidos, medida por el EEG sólo en ciertas condiciones. La naturaleza de esas condiciones limitantes todavía no ha sido claramente establecida. No obstante, la medida en la que las condiciones experimentales provocan una reactivación será probablemente uno de los factores cruciales. Ha sido crecientemente popular en los últimos años un método bastante diferente para investigar la relación entre la personalidad y la actividad del EEG. Se presenta un estímulo varias veces, y se promedian los potenciales corticales evocados por el estímulo, de forma que la actividad cortical relacionada con el estímulo se pueda distinguir de otra actividad del EEG. Se ha venido encontrando habitualmente una relación positiva entre la intensidad del estímulo repetido y la amplitud del potencial evocado resultante, lo que ha conducido a sugerir que los potenciales evocados aportan una medida útil de la sensibilidad y la atención. Si los introvertidos característicamente están más reactivados corticalmente que los extrovertidos, y si también tienden a aumentar la estimulación entrante (H. J. Eysenck, 1967a), la predicción obvia es que la amplitud de los potenciales corticales evocados debería ser mayor en introvertidos que en extrovertidos. Los resultados son bastante inconsistentes. Shagass y Schwartz (1965) registraron las respuesas evocadas somatosensoriales ante la estimulación del nervio medio en la muñeca. Los extrovertidos tenían una amplitud de las respuestas evocadas superior a la de los introvertidos entre los sujetos por debajo de los veinte años, mientras que ocurría lo contrario entre los que tenían más de cuarenta años. No había pruebas de mayor amplitud de los potenciales evocados en introvertidos en los estudios de Burgess (1973) y Háseth, Shagass y Straumanis (1969). Si'n embargo, en ambos estudios se aplicaban diferentes niveles de intensidad del estímulo a distintos sujetos, estando el nivel real de estimulación determinado por el umbral absoluto de cada sujeto. Este procedimiento probablemente evite el descubrimiento de cualquier efecto de la extraversión en la amplitud de los potenciales evocados. Rust (1975) da cuenta de más resultados negativos en dos estudios que investigaban las respuestas auditivas evocadas ante sonidos.
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Personalidad y diferencias individuales
Hendrickson (1972) y Stelmack, Achorn y Michaud (1977) obtuvieron resultados más prometedores con las respuestas auditivas evocadas. Hendrikson obtuvo una correlación negativa significativa entre la extraversión y la amplitud de la respuesta auditiva evocada ante sonidos de baja frecuencia a 60 dB. Stelmack y cois, también descubrieron que los introvertidos producían respuestas evocadas de mayor amplitud que los extra vertidos a sonidos de bajas frecuencias (55 dB y 80 dB), pero no había ningún efecto de la extraversión con sonidos de alta frecuencia. Mientras la razón de esta discrepancia entre los efectos de los sonidos de alta y baja frecuencia no se sepa, puede resultar pertinente que los introvertidos demuestren mayor sensibilidad auditiva que los extravertidos en tareas de detección de señales sólo cuando se presenten sonidos a baja frecuencia (Stelmack y Campbell, 1974). Haier, Robinson y Braden y Williams (1984) utilizaron un análisis mucho más complejo de los datos de los potenciales evocados. Los sujetos veían destellos de luz de cuatro intensidades, y se calculaba la diferencia entre la primera onda positiva y la primera onda negativa. Definieron los aumentadores como aquéllos en quienes la estimulación creciente producía una amplitud creciente del potencial evocado, y los reducidores como los que mostraban el efecto opuesto. Aunque se pudiera esperar que los aumentadores tendieran a ser extravertidos y los reducidores introvertidos, el resultado real fue que los aumentadores fueron significativamente más extravertidos que los reducidores. Puesto que se utilizaron intensidades de estímulo relativamente bajas, parece improbable que los resultados se puedan explicar en términos de la ley de la inhibición transmarginal. Una interpretación teórica compleja de los resultados anteriores la ofrecieron Robinson, Haier, Braden y Krenge (en prensa). Básicamente, afirmaron que el sistema tálamocortical difuso se activa más fuertemente por la entrada de estímulos en introvertidos que en extravertidos y que esto produce una inhibición de la formación reticular del tallo cerebral. Como consecuencia, ciertos componentes del potencial evocado indican un efecto de disminución. Si podemos provisionalmente concluir que al menos hay algunas circunstancias en las que los introvertidos producen potenciales corticales evocados de mayor amplitud que los extravertidos, la cuestión teóricamente interesante es el nivel dentro del sistema de procesamiento en el que se dan los efectos de la extraversión. Una posibilidad es que la extraversión afecte a la respuesta inicial del tallo cerebral a la estimulación; una idea alternativa es que la extraversión afecte a aspectos posteriores del procesamiento relacionados con la atención. La interpretación más plausible es que la extraversión afecta a los procedimientos de la atención. Esto podría ayudar a explicar algunas de las diferencias entre los estudios. Por ejemplo, que la extraversión afectara al potencial auditivo evocado en el estudio de Stelmack y cois. (1977) pero no en el de Rust (1975), siendo el nivel de atención requerido para el sujeto mayor en el primer estudio que en el último. Una manera apropiada de solucionar algunas de las ambigüedades interpretativas consiste en considerar los efectos de la extraversión en los potenciales evo-
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cados del tallo cerebral cuando ocurren inmediatamente después de la estimulación y antes de que se pueda identificar ningún efecto de la atención. Campbell, Baribeau-Bráun y Bráun (1981) midieron el potencial evocado auditivo del tallo cerebral en dos experimentos separados, y no descubrieron ningún efecto de la extraversión. Estos resultados sugirieron que la extraversión no afecta a la transmisión neuronal en el receptor, y que los niveles del tallo cerebral y los factores de la atención pueden ser los responsables de las diferencias observadas en las respuestas corticales evocadas. Sin embargo, un estudio reciente de Stelmack y Wilson (1982) produjo unos resultados muy diferentes. También estudiaron la respuesta evocada auditiva del tallo cerebral, y encontraron que los extravertidos tenían latencias superiores a las de los introvertidos en varias de sus ondas. Este resultado supone que se dan efectos de la extraversión en la actividad periférica inicial del nervio auditivo. Si esto se confirma, las diferencias fisiológicas entre introvertidos y extravertidos pueden extenderse más allá del circuito corticorreticular y alcanzar la transmisión sináptica o del axon. Robinson (1982) realizó recientemente una excitante investigación relativa a la personalidad y al EEG. Los estímulos visuales se modulaban sinusoidalmente, y se midieron las amplitudes relativas de las respuestas sinusoidales del EEG en cada frecuencia de estímulo. Los datos del EEG se analizaron de una forma complicada que produjo medidas de inductancia (L) y capacitancia (C). La medida C se consideraba como un índice del proceso inhibitorio. Los individuos en quienes los procesos excitatorios e inhibitorios eran comparables en fuerza se consideraban como equilibrados. Combinando las ideas teóricas de Eysenck y de Pavlov, Robinson afirmaba que los extravertidos estables son individuos fuertemente equilibrados, mientras que los introvertidos neuróticos son individuos débilmente equilibrados. Sólo cuando se consideraban aquellos individuos cuyas puntuaciones en estabilidad y extraversión eran comparables y cuyas puntuaciones en C y en L eran también similares, se obtenía una correlación considerablemente alta, de 0,95, entre personalidad y una medida del EEG. Aun incluyendo la muestra total en la correlación, todavía se obtenía un coeficiente de correlación de 0,63. Estas son las relaciones más fuertes nunca antes obtenidas entre personalidad y el EEG, quizá porque los datos del EEG raramente se analizan de forma tan sofisticada y siguiendo un modelo teórico de funcionamiento fisiológico. Si estos resultados se pueden replicar, estaremos en el buen camino de comprender las bases fisiológicas de las diferencias individuales en extraversión. 8.2.3.
Pupilometría
Se ha dado un interés creciente en los últimos años a la utilización de la respuesta pupilar como medida psicofisiológica relacionada con la personalidad. El músculo del iris que rodea la apertura pupilar está doblemente enervado por el sistema nervioso autónomo. La dilatación pupilar se debe principalmente a la ac-
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Personalidad y diferencias individuales
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tividad simpática, mientras que la contracción refleja una actividad parasimpática. La pupilometría se puede emplear como medida de las diferencias individuales de la respuesta a la estimulación, y el tamaño de la pupila en ausencia de estimulación específica puede considerarse como un índice de nivel general de reactivación autónoma. A pesar de la utilidad potencial de la pupilometría, a menudo es difícil interpretar los datos de las respuestas pupilares de forma inequívoca. En parte, la razón se debe a que la respuesta pupilar se ve afectada por varios factores diferentes, algunos de los cuales son de poco interés para la teoría de la personalidad. En el primer estudio que investigaba los efectos de la extraversión en las respuestas pupilares, Holmes (1967) midió la velocidad de la dilatación pupilar tras una luz y la contracción pupilar al principio de la exposición a la luz. Los dilatadores rápidos tendían a ser extravertidos, mientras que los contractores rápidos tendían a ser introvertidos. La interpretación correcta de estos resultados no está clara, aunque Holmes afirmaba que la contracción pupilar rápida de los introvertidos indicaría que tenían cantidades superiores de acetilcolina en las sinapsis colinérgicas respecto de los extravertidos. Frith (1977) confirmó algunos de los resultados de Holmes. Obtuvo que las altas puntuaciones en el componente impulsividad de la extraversión mostraban menos contracción pupilar que los pocos impulsivos como respuesta a un destello de luz, quizá porque reaccionaran menos a la estimulación. De mayor interés resulta que Frith también encontrara que la impulsividad está correlacionada negativamente con el tamaño de la pupila durante un intervalo inicial sin esti5,4
Introvertidos
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a oí
(pág. 10). Gange y cois. (1979) registraron dos medidas fisiológicas de la reactivación (pulso cardíaco y resistencia de la piel) durante una tarea de vigilancia visual. Los introvertidos detectaron el 81 por 100 de las señales, y los extravertidos, sólo el 44 por 100, y parecía que los introvertidos estaban más reactivados a juzgar por las respuestas del pulso cardíaco y de la resistencia de la piel. Hasta aquí, parece que una teoría de la reactivación recoge las diferencias entre introvertidos y extravertidos en la ejecución de la vigilancia en perfecta armonía con los datos. No obstante, al menos hay un problema desconcertante. Se recordará que el resultado experimental típico es que el descenso de la vigilancia (teóricamente atribuido, con mucho, a una reactivación disminuida) se debe principalmente a un aumento de la cautela al responder. Un resultado análogo en la literatura sobre personalidad es que la inferior ejecución de los sujetos extraver-
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Extraversión, reactivación y ejecución
Personalidad y diferencias individuales
tidos (quienes se supone que tienen una menor reactivación) también se debe a la adopción de un criterio estricto de respuesta. En términos generales, esto conduce a esperar que los extravertidos muestren una tendencia menor que los introvertidos a decir que se da una señal cuando no se da; es decir, deberían tener una proporción menor de falsas alarmas. De hecho, el resultado típico es exactamente el contrario. Carr (1971) y Krupski, Raskin y Bakan (1971) descubrieron que los extravertidos cometían muchas más falsas alarmas que los introvertidos. Puede obtenerse una evaluación más precisa de los efectos de la extraversión en la ejecución de la vigilancia empleando la teoría de la detección de señales. Esta permite la medición de dos parámetros, d' y p. d' es una medida de la sensibilidad del sujeto a las señales, y p es una medida de la cautela al responder. Tune (1966) utilizó estas medidas, y encontró que los extravertidos tenían una p inferior a la de los introvertidos. Harkins y Green (1975) también encontraron que los extravertidos tenían un criterio inferior al de los introvertidos al dar cuenta de las señales; además, los introvertidos tenían una sensibilidad (d'J muy superior a la de los extravertidos. Si la propensión al error de los extravertidos en las tareas de vigilancia no puede entenderse fácilmente mediante una teoría simple de la reactivación, ¿cómo se explica? M. V. Eysenck (1981, 1982) ofreció una posible respuesta. Señaló que la adopción de un criterio de respuesta está influenciada por las ventajas subjetivas asociadas a las respuestas correctas y por el coste subjetivo asociado a las respuestas incorrectas (es decir, falsas alarmas). Ahora bien, Gray (1973) afirma que los introvertidos son más susceptibles al castigo que los extravertidos, pero menos susceptibles a la recompensa. Si combinamos estas ideas, parece probable que los introvertidos concedan más importancia que los extravertidos al coste de las falsas alarmas, y que los extravertidos se vean más afectados que los introvertidos por las ventajas potenciales de las respuestas correctas. Como resultado, los introvertidos tienen un umbral de respuesta superior al de los extravertidos. En resumen, las pruebas muestran un apoyo parcial a una interpretación fundada en la reactivación sobre los efectos de la ejecución de la vigilancia en la extraversión. Los resultados básicos son como se predicen, y las interacciones entre la extraversión y el ruido, y la extraversión y la administración de cafeína sugieren de forma poderosa la participación de la reactivación. Sin embargo, unos análisis más detallados indican que se dan varias complicaciones. Además de los efectos curiosos de la extraversión sobre el criterio de respuesta, la interpretación de algunos de los efectos de interacción es menos obvia de lo que podría parecer a primera vista. Hay pruebas (examinadas por H. J. Eysenck, 1967a) de que los introvertidos se ven más afectados fisiológicamente que los extravertidos por estímulos de intensidad estándar, y de que el ruido intenso no tenía ningún efecto en la ejecución de los introvertidos, pero provocaba cambios sustanciales en la de los extravertidos (Davies y Hockey, 1966). De forma similar, la cafeína sólo afectaba a la ejecución de los extravertidos (Keister y McLaughlin, 1972), y no
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está claro por qué los introvertidos no mostraban ningún efecto comportamental ante la administración de cafeína. 9.4.
Aprendizaje verbal y memoria
La literatura sobre los efectos de la extraversión en el aprendizaje y memoria ha sido resumida en otra parte (M. W. Eysenck, 1967b, 1977, 1981). Aquí nos centraremos sólo en los resultados principales pertinentes a la teoría de la reactivación. Walker (1968) propuso una influyente teoría relacionando la reactivación y la memoria. Según su teoría de la disminución de la acción, la alta reactivación provoca un trazo de memoria activa de mayor duración; esto nos conduce a la consolidación superior y a la memoria a largo plazo. Sin embargo, durante el tiempo en el que el proceso de consolidación continúa, se da una inhibición pasajera de recuperación (que se denomina «disminución de la acción») que protege a la memoria activa de perder continuidad. Como consecuencia, aunque una alta reactivación sea beneficiosa para la retención a largo plazo, reduce la retención a corto plazo durante períodos de tiempo que pueden llegar a varios minutos tras el aprendizaje. Numerosos estudios han confirmado la interacción predicha entre la reactivación y la longitud del intervalo de retención (M. W. Eysenck, 1967a ofrece una revisión). En un estudio clásico de Kleinsmith y Kaplan (1963) los pares asociados presentados a cada sujeto eran asignados a una categoría de reactivación alta o baja según la respuesta galvánica de la piel producida por cada par en la presentación. Los ítems de reactivación baja eran mucho mejor recordados que los ítems de reactivación alta durante el intervalo de retención más corto (dos minutos), pero se daba lo contrario cuando los intervalos de retención eran de cuarenta y cinco minutos, un día o una semana. Uno de los aspectos problemáticos del experimento llevado a cabo por Kleinsmith y Kaplan es que no resulta completamente claro por qué los ítems difieren en las respuestas fisiológicas que provocan. Puede ser que se atendiera mejor a los ítems de alta reactivación que a los ítems de baja reactivación, o pueden haber sido más interesantes, más significativos, etc. En otros estudios, el control experimental sobre la asignación de ítems a las categorías de alta y baja reactivación se ha realizado emparejando algunos de los ítems con ruido, que se sabe que aumentan el nivel de reactivación fisiológica (por ejemplo, Magoun, 1963). La mayoría de los estudios de aprendizaje de parejas utilizando este método ha ofrecido resultados que encajan con la hipótesis de la disminución de la acción de Walker (1958) (por ejemplo, Berlyne, Borsa, Craw, Gelman y Mandell, 1965, y McLean, 1969). ¿Qué pasa cuando se compara la ejecución de la memoria de introvertidos y extravertidos con distintos intervalos de retención? El resultado común es que los extravertidos conservan un recuerdo a corto plazo mejor que los introvertidos, pero que se da lo contrario con intervalos de retención más largos. Howarth
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Extraversión, reactivación y ejecución
Personalidad y diferencias individuales
y H. J. Eysenck (1968) demostraron más contundentemente este tipo de interacción entre la extraversión y el intervalo de retención; sus resultados se muestran en la figura 9.4. Resultados similares los obtuvieron McLean (1968), Opollot (1970) y Skanthakumari (1965); no obstante, al menos hay cuatro estudios en los que no se dio una interacción anticipada entre la extraversión y el intervalo de retención. 12 , Journal of Personality Assessment, 41, 461-473, 1977. Carment, D. W.; Miles, C. G., y Cervin, V. B.: «Persuasiveness and persuasibility as related to intelligence and extraversión», British Journal of Social and Clinical Psychology, 4, 1-7, 1965. Carr, G.: «Introversión-extraversión and vigilance performance», Proceedings oftheAnnual Meeting of the American Psychological Association, 79, 379-380, 1971. Carrigan, P. M.: «Extraversión-introversión as a dimensión of personality: A reappraisal», Psychological Bulletin, 57, 329-360, 1960. Carson, R. C: «Interpretive manual to the MMPI», en J. N. Butcher (ed.), MMPI: Research developments and clinical applications, McGraw-Hill, Nueva York, 1969. Cattell, R. B.: «Personality and motivation structure and measurement, New World, Yonkers, 1957. Cattell, R. B.: «The isopodic and equipotent principies for comparing factor scores across different populations», British Journal ofMathematical and Statistical Psychology, 23, 23-41, 1970. Cattell, R. B.: «The 16PF and básica personality structure: A reply to Eysenck», Journal of Behavioral Sciencie, 1, 169-188, 1972. Catell, R. B.: Personality and mood by questionnaire, Jossey-Bass, Nueva York, 1973. Cattell, R. B.: The inheritance of personality and ability, Academic Press, Nueva York, 1982. Cattell, R. B., y Bolton, L. G.: «What pathological dimensions lie beyond the normal dimensions of the 16PF? A comparison of MMPI and 16PF factor domains»; Journal of Consulting and Clinical Psychology, 33, 18-29, 1969. Casttell, R. B., y Scheier, I. H.: The meaning and measurement of neuroticism and anxiety, Ronald, Nueva York, 1961. Cattell, R. B.; Eber, H. W., y Tatsouka, M. M.: Hadbookfor the Sisteen Personality Factor Questionnaire (16PF). Institute for Personality and ability testing, Champaign, III., 1970. Cattell, R. B.; Schmidt, L., y Pavlik, K.: «Cross-cultural comparisons (USA, Japan, Austria) of the peronality factor structures of 10 —to 14— years oíd in objective tests», social Behavior and Personality, 1, 182-211, 1973. Chamove, A. S.; Eysenck, H. J., Harlow, H. F.: «Personality in monkeys: Factor analysis
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índice de autores índice de autores
Busch, C , 184. Buss, A. H., 104, 150. Butcher, J. N., 155. Campbell, A., 310, 311, 328. Campbell, D. T., 87, 89, 91. Campbell, F. W., 274. Campbell, J. B., 80, 140, 227, 317. Campbell, K. B., 226, 253. Capage, J. E., 300. Carlomusto, M., 301. Carment, D. W., 310. Carpenter, A., 273. Carr, G., 258, 272. Carrigan, P. M., 44. Carson, R. C , 152. Cattell, R. B., 32, 40, 72, 112, 125, 128-136, 139, 141, 143, 146, 155, 249, 322,. 348. Cervin, V. B., 310. Chamove, A. S., 107. Chappa, H. J., 78. Chernick, L., 52. Chian, J. Y. C , 220. Child, D., 318. Chiriboga, D., 145. Chrisjohn, R. D., 329. Christal, R. E., 90. Cicero, 33, 55. Claridge, G. S., 77, 78, 79, 194, 230, 235, 277. Clark, K., 78. Coles, M. G. H., 232, 233. Collier, R., 62. Colquhoun, W. R, 201. Comrey, A. L., 112, 132, 149, 160. Conklin, E. S., 68. Conley, J. J., 90, 120. Connor, W. H., 131, 149. Conrad, H. S., 26. Constantine, S., 109. Cook, M , 310, 311. Cooper, C , 213, 214, 215, 216, 272. Cooper, R., 321. Corah, N. L., 150, 151. Corcoran, D. W. J., 256. Costa, P. T., 89, 121, 122,
143, 144, 145, 146, 147, 148. Costello, N., 251. Couch, A. S., 149. Cowie, V., 75, 332. Cox, C , 52. Cox, J. A., 152. Craig, M. J., 302. Craik, F. I. M , 302. Craw, M. A., 259. Crites, J. O., 156. Cronbach, L. J., 21, 91, 351. Cronholm, B., 150. Crozier, W. R., 312. Cunningham, S., 318. Curtís, R. H., 332. Dale, H. C. A., 323. Daly, S., 311. D'Andrade, R. G., 51, 53. Darwin, C , 164. Davies, D. R., 250, 256, 257, 258. Davis, D. R., 271. Davis, H., 77. Davis, M. A., 286. Deary, I. J., 168, 170. De Bonis, M., 150. Deffenbacher, J. L., 300. De Gidio, S. A., 159. Delay, J., 75. Demangeon, M , 123. Demaree, R. G., 112. Denenberg, V. H., 109. De Pascalis, V., 220. Dharmani, I., 246. Dickens, C , 23. Diener, E., 51. Di Loreto, A. O., 335. Dodson, J. D., 200, 201* 202, 204, 261, 262, 282, 296. Domaniewska-Soblezak, K., 117. Donald, J. R., 230. Dornic, S., 293, 300. Doughtie, E. B., 152. Downing, L., 150. Doyle, A. C , 291. Drake, L. E., 150, 151. Duckitt, J., 132. Duñy,K.E., 112, 132,203.
Dunnette, M. D., 159. Dunstone, J. J., 253. Duran, N., 110. Dworkin, R. H., 124. Dyer, V. A., 262. Dzendolet, G., 253. Easterbrook, J. A., 202, 203, 278, 299. Eaves, L. J., 80, 84, 104, 124. Ebbinghaus, H., 57. Eber, H. W., 120. Edman, G., 253. Edward, C N., 151. Edwards, A. L., 89, 158, 159. Eich, J. E., 304. Eichorn, D. H., 121, 122. Einstein, A., 343. Eiseman, R., 151. Eliatamby, A., 294, 298. Elliott, A. G. P., 322. Elliott, C. D., 251. Ellis, A., 26, 27. Emch, M., 62. Emmerick, W., 119. Endler, N. S., 287. Entwistle, N. J., 318. Epstein, S., 47. Ertl, J. R, 172. Erzigkeit, H., 171. Easen-Móller, E., 74. Ewald, R. W., 78. Eysenck, H. J., 21, 22, 23, 25, 27, 32, 33, 35, 38, 39, 41,43,47,48,49,53,59, 60, 62, 64, 66, 67, 68, 69, 72, 73, 75, 76, 77, 78, 80, 82, 83, 84, 86, 90, 92, 93, 95, 97, 98, 104, 105, 107, 108, 109, 110, 111, 112, 113, 116, 117, 118, 120, 123, 124, 125, 128, 129, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 139, 140-143, 144, 146, 150, 151, 153, 154, 164, 166, 167, 168, 171, 172, 175, 177, 179, 182, 184, 186, 193-210, 211, 213, 218, 219, 220, 224, 225, 231, 232-236, 237, 238, 240, 241, 242, 243,
244, 245, 246, 247, 248, 252, 258, 260, 267, 268, 269, 270, 272, 274, 276, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 288, 307, 308, 312, 313, 314, 318, 323, 325, 326, 327, 330, 331, 332, 333, 335, 336, 337, 342, 344, 345, 346, 347, 348, 349, 351. Eysenck, M. C , 264, 266, 302. Eysenck, M. W., 47, 59, 201, 202, 203, 204, 208, 209, 210, 231, 255, 258, 259, 260, 261, 263, 264, 265, 266, 272, 273, 283, 284, 286, 291, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 301, 302, 303, 308. Eysenck, S. B. G., 38, 41, 53, 73, 75, 76, 77, 80, 83, 90, 111, 112, 113, 116, 120, 125, 131, 132, 140, 197, 211, 252, 312, 326, 332, 333, 335, 348. Faergemann, D. M , 76. Fagerstróm, K. O., 323. Farley, F. H., 44, 53, 268, 272. Farmer, A. E., 78. Feldman, M. R, 273, 326, 328. Fiedler, F. E., 69. Finlayson, D., 317. Fischer. R., 253 Fiske, D. W.. 89, 90, 91. Fitch, W. M . 41. Flavel. R.. 213, 215, 272. Flemming, E. G., 71. Flodcrus-Myrhed, B., 104. Fogelman, K., 122. Folkard, S., 231. 283. 284. Fowles. D. C . 221, 232. • 252. Francis, R. D.. 248. Frankenhaeuser. A., 249. Franks. C. M . 240. 308. Frcka, G., 350. Freeman. F. N., 97. Freud. S., 62. 69. 73. 127. 128. 312. 332.
Freyd, M , 68. Frith, C. D., 228, 269, 270, 271, 280. Frith, L., 59, 268. Fulker, D. W., 49, 98, 104, 105, 116, 166. Fuller, J. L., 106. Furneaux, W. D., 40, 170, 182, 316, 318. Furnham, A., 52, 238, 309, 311. Gabrys, J. B., 123. Gale, M. A.,222,224, 231, 232, 236, 250, 262. Galen, 19, 55. Gallwitz, S., 171. Galton, F., 164-171, 183. Gange, J. J., 220, 222, 257. Ganz, L., 276. Ganze, M , 121. Garau, A., 109. Garau, S., 110. García-Sevilla, L., 109. Gardner, M. K., 179. Gardner, R. W., 275. Garfield, S. L., 152. Garnett, J. C. M , 71. Gasser, T., 171. Gattaz, W. F., 78. Gawin, F., 147. Geen, R. G., 220, 250, 258, 272, 300. Gelman, R. S., 259. Gendall, L. T., 107. Ghodsian, M , 122. Gidwani, D. G. S., 246. Giedt, F. H., 150. Giel, R., 123. Giese, H., 313, 314. Gifford, R., 52. Gilí, S., 257. Gillberg, M., 256. Gillenn, B., 121. Gillenn, R., 121. Gillespie, C. R., 272. Gilliland, A. R., 68. Gilliland. K., 212, 283. Giuganino, B. M., 119, 120. 121. Glass. A.. 233. Glover. E., 128. Goh. D. S.. 272, 317, 318.
409
Gold, R. C , 184. Goldberg, L. R., 90, 156. Goldman-Eisler, F., 128. Goma, M., 110. Gómez, B. H., 275. González, H. P., 290. Gooch, R. N., 230. Goodstein, L. D., 156. Goorney, A. B., 149. Gorsuch, R., 286. Gótz, IC, 323. Gótz, K. O., 323. Gough, H. G., 151, 155. Graham, J. A., 52. Granger, G. W., 280. Grassi, J., 269. Gray, J. A., 193, 194, 200, 210-213, 234, 243, 245, 246, 247, 252, 258, 268, 273, 280, 283, 286, 313, 320, 331, 335, 336. Greif, S., 112, 132. Grenlevy, D., 122. Griffin, F., 253. Griffin, J. D. M , 72. Gross, O., 59-60, 61. Guilford, J. R, 22, 39, 72, 136-143, 167. Gupta, B. S., 246, 247, 275. Haan, N., 122. Haier, R. J., 177, 226. Halbert, B. L., 289. Hall, C. S., 341. Hallam, R. S., 123. Hamilton, M., 150. Hamilton, R, 260. Hamilton, V., 294. Hammond, D., 269. Hampel, R., 112. Hampson, S., 116. Hansen, D. N., 297. Hanzik, M. R, 121. Happ, D., 250, 251. ' Haré, R. D., 327. Harkins, S. G., 220, 258, 272. Harlow, H. F., 107. Harpham, B., 231. Harris, I., 178. Hartley, L. R., 273. Hartog, R, 51. Hartshome, H., 35, 48, 52.
410
índice de autores 4 1 1
índice de autores
Háseth, K., 225. Haslam, D. R., 252. Hasse, H. D., 156. Hawley, C. W., 317. Hayes, K. J., 109. Hebb, D., 100. Heidbreder, E., 68. Heidegger, 20, 23. Heilbrun, A. B., 156. Hemseley, D. R., 123-124. Henckeruth, O., 253. Hendrickson, A., 173. Hendrickson, D. E., 173, 174, 176, 177, 226, 346. Herrington, R. N., 277. Heskin, K. J., 326. Heston, L. L., 74. Hewlett, J. H., 75. Heymans, G., 64, 66, 67, 68, 69, 71, 72. Hick, W., 168, 181. Hill, A. B., 250. Hindley, C. B., 119, 120. Hippocrates, 19, 55. Hitch, G., 298. Hockey, G. R., 250, 257, 258, 260. Hodges, W. F., 287. Hodgson, R. J., 203. Hoehn, R. J., 296. Hoepfner, R., 167. Hogan, M. J., 257. Holland, H. C , 275, 277, 278, 279. Holmes, D. S., 228, 310. Holzinger, K. J., 97. Horn, J. L., 172. Howarth, E., 34, 64, 112, 128, 132, 136, 203, 261, 262. Huckabee, M. W., 262. Hughes, G., 280. Hull, J., 249. Humphreys, M. S., 212, 283, 302. Hundleby, J. D., 131, 149. Hunka, S., 113. Hunt, V., 292. Hunter, S., 155. Hutchings, C. H., 286. Hutchings, E. B., 69. Iacomo, W. G., 79. Imperiali, M. G., 220.
Jackson, D. G., 155. Jackson, D. N., 155, 158. Jacob, P. I., 54. Janet, R, 62. Jensen, A. R., 168, 169, 180, 181, 261, 272. Jessup, G., 323. Jessup, H., 323. Jinks, J. L., 98. Jogawar, V. V., 117. Jones, A. L., 229. Jones, B. E., 222. Jones, J., 243. Jones, K. M, 272. Jones, R. E., 69. Jung, C. G., 28, 60-64, 68, 69, 71, 127. Jurkovic, G. J., 330. Kahneman, D., 209, 293. Kaiser, H., 113. Kallstrom, D. W., 287. Kandall, R, 109. Kant, í., 28, 56-57, 58. Kantorowitz, D. A., 244. Kaplan, S., 259. Kary, S. K., 265. Kassebaum, G. G., 149. Katahn, M., 301. Katsikitis, M., 213, 214, 215. Kaur, S., 275. Kegan, N., 54. Keister, M. E., 201, 257, 258. Kelly, D. H., 233, 280. Kendon, A., 310, 311. Kerenyi, A. B., 229. Ketchel, R., 296. Kimble, G. A., 267. Kirchner, E. R, 241. Kishimoto, Y., 257. Kjellberg, A., 273. Kleinsmith, L. J., 259. Kline, R, 44, 80, 128, 133, 136, 232, 316. Klockars, A. J., 89, 158. Knowles, J. B., 276. Knutson, A., 147. Kóhler, W., 198, 274. Kohlstedt, K. D., 68. Kohn, M., 123. Kopec, S. C , 117.
Korchin, S., 300. Koss, M. R, 155. Kostin, I. W., 274. Kozuh, G. E, 300. Kraft, I. A., 152. Krasner, L., 276. Kraulis, W., 73. Krengel, M., 226. Kretschmer, E., 29, 39, 42, 72, 127. Kringlen, E., 73, 75. Krishnamoorti, S. R., 229. Kristjansson, M., 277. Krug, R. E., 159. Krupski, A., 258, 272. Kuhn, T. S., 24, 341, 343. Lacey, B. C , 222. Lacey, J. I., 206, 222. Lader, M , 233. Lagerspetz, K. M., 110. Lagerspetz, K. Y. H., 110. Laird, D. A., 68. Lakatos, I., 345. Lally, M., 169, 170. Lamben, L., 122. Lang, P. J., 276. Laude, R., 147. Laverty, S. G., 229, 240, 310, 311. Law, L., 203. Lazzerini, A. J., 52. Lefton, L. A., 279. Lehrl, S., 169, 171. Leigh, G. O. M , 317, 319. Leipold, W. D., 310. León, G. R., 121. León, H. B., 249. Levey, A. B., 80, 86, 238, 240, 241, 242, 243, 244,
245, 284, 285, 350. Levis, D. J., 304. Levonian, E. A., 112, 132. Levy, R, 276. Liebert, R. M., 289, 290, 303. Lindsley, D. B., 280. Lindzey, G., 341. Line, W., 72. Lipman, R. S., 275. Lisper, H. O., 323. Locke, D. K., 106. Lockhart, R. S., 302. Lodge, J. A., 69.
Loehlin, J. C , 103, 104, 105. Loevinger, J., 147. Loo, R., 284, 324. Lowenthal, M. F., 145. Lucas, B., 231, 262. Ludvigh, E. J., 250, 251. Lushene, R., 286. Lykken, D. T., 79, 103. Lynn, R., 116, 118, 276, 316, 318, 349. Mabille, O., 71. MacCorquodale, K., 33. Macht, M. L., 304. Mackay, T. J., 52. MacKenzie, D., 21. MacKinnon, D. W., 92. Mackworth, N. H., 255. Maclean, A., 327. MacLean, M. E., 332. Madlung, K., 280. Magnusson, D., 34, 52, 53, 123. Magoun, H. W., 199, 219, 259. Malapert, G., 66. Mallcr, J. B., 273. Mandell, E. E.. 259. Mandelzys, N.. 229, 235. Mangan, G. L. 217, 232, 244, 246. Marchman, J. N., 232. Margoliash, E., 41. MargrafT. W., 149. Marler. M., 301. Marston, L. R., 68. Martin, I., 233, 240. 243, 245. 350. Martin. N. G., 80. 104. Martiny. M.. 66. Mastcrman. M.. 341. Martuza. V. R.. 287. Mataranz. A.. 112. Mather. K.. 98. Maurer-Groeli. Y. A.. 117. Maxwell. A. E.. 332. Mav. M. A.. 35. 48. 52. Maver. K. E.. 159. Maver. R. E.. 296. Mavo. P. R.. 304. McCloy. C. H.. 72. McCónaghv. N.. 244. McCord. R. R.. 320.
McCrae, R. R., 88, 89, 121, 122, 143, 144, 145, 146, 147, 148. McDougall, C , 328. McDougall, W., 25, 68. McDowell, I., 145. McEwan, A. W., 328. McGuffin, R, 78. McGurk, B. J., 83, 328. McLaughlin, R. J., 201, 257, 258, 265, 279. McLean, P. D., 259, 260. McPherson, F. M., 332. Medow, W., 74. Meehl, P. E., 33, 91, 151. Meggendorfer, F., 74. Mehrabian, A., 147. Messick, S., 91, 155. Michaelis, W., 90. Michaud, A., 226. Mikulka, R, 109. Miles, C. G., 310. Miller, N. E., 108. Mischel, W., 25, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 119, 121, 308. Mishara, B. L., 274. Mitchell, J. V., 156. Mobbs, N. A., 310. Mohán, V., 246, 257. Monson, T. C , 52. Montag, I., 151. Montague, W. E., 264. Moore, C, 317, 318. Morgan, J. J. B., 68. Morgenstern, F. S., 203, 262. Morris, L. W., 127, 286, 289, 290, 303. Morris, P. E., 262. Morrish, R. B., 253. Moruzzi, G., 199, 219. Moss, H. J.. 121. Mourant, A. E., 117. Mueller. J. H.. 301. 302. Mullin. J.. 256. Murrav. H. A.. 158. Mussen. R. 121. 122. Myrsten. A. L. 249. Nagel. K., 221. Nagpal. M.. 246. 247. Nakamura. M . 323. Nebylitsyn. V. D.. 253.
Nelkon, M., 46. Nesselroade, J. R., 119. Nettlebeck, T., 169, 170. Newman, H. H., 97, 103. Newton, I., 29, 67, 343. Neymann, C. A., 68. Nias, D., 345. Nichols, R. C , 103, 104, 155, 156. Nicoll, M., 68. Nielsen, T. C , 232. Niura, K., 323. Nordeheden, B., 249. Norman, W. T., 54, 90. Norris, A. H., 122. Oates, D. V., 72. Odbert, H. S., 33. Ódegard, O., 73, 74, 75. O'Gorman, J. G., 220, 232. O'Hanlon, J., 256. Okada, M., 287. Okaue, M., 323. Olsson, N. G., 271. Olwens, D., 52. O'Neil, H. F., 297. Opollot, J. A., 260. Overall, J. E., 155. Pagano, D. F., 301. Paisey, T. J. H., 217, 244. Pallares, A. T., 110. Palmore, E., 123. Paramesh, C. R., 257, 276. Parker, L., 274. Parker, R, 46. Passingham, R. E., 326, 330. Passini, F. T., 54. Patrick, J. R., 305. Patterson, M. L., 309, 310, 311. Patton, J., 271. Pavlik, K., 112. Pavlov, I. R, 86, 198, 239, 240. Pawlik, K., 128. Payne, R., 75, 321. Peake. P. K., 25. Pedersen, N., 104. Petersen, K. E.. 232. Petrie, A., 273, 274. Pickard, C. W., 220. Pierce-Jones. J.. 156.
412
índice de autores
índice de autores
Piers, E. V., 241. Planansky, K., 73, 74, 75, 76. Platt, J. J., 151. Plomin, R., 104. Plouffe, L., 233. Poley, W., 107. Pomeranz, D., 151. Popper, K., 345. Posner, M. I., 170. Post, B., 249. Posterfield, L., 109. Powell, G. E., 329. Powell, S., 125, 342. Praught, E., 145. Preisley, M., 48. Prell, D. B., 98. Prentice, N. M , 330. Presley, A. S., 332. Proust, Marcel, 23. Putnins, A. L., 327. Queyrat, P., 66. Quinn, J. G., 260. Rachman, M. A., 335. Rachman, S., 124, 269. Raine, A., 330, 331. Raskin, D., 258. Rasmusson, I., 104. Rathus, S. A., 150. Ray, D., 110. Ray, W. J., 301. Rechtschaffen, A., 275. Reinhardt, R. F., 322. Revelle, W., 79, 81, 243, 282, 283, 284, 302. Revensdorff, D., 46. Reyburn, M. S., 72. Reynolds, C. N., 156. Reynolds, J. H., 80, 140. Rhodes, E. C , 51. Ribot, T., 66. Richardson, A., 262. Riding, R. J., 262. Riedel, H., 74. Rim, Y., 321. Rissler, A., 253. Roback, A. A., 19. Roberts, R., 221. Robinson, D. L., 78, 177, 226, 227, 346.
Robinson, T. N., 79. Rockey, M. L., 253. Rocklin, T., 79, 81, 302. Rodnight, E., 230. Rogers, G, 336. Rohracher, G., 57. Rosenbaum, R., 108, 287. Rosenthal, D., 75. Roseveare, N. T., 184. Rosman, B. Z., 123. Ross, E., 230. Ross, J., 53. Roth, E., 168, 169. Rousell, C. H., 151. Rowe, D. C , 54. Royce,J. R., 107,125,211, 342. Rüdin, E., 73, 74. Ruesch, J., 151. Rushton, J. P., 48, 310, 311, 317, 328,329. Russell, J. A., 147. Russell, P. A., 109. Rust, J., 225, 226. Rutter, D. R., 311. Ryder, E. A., 32. Rypma, C. B., 220. Saklofske, D. H., 329. Saltz, E. 296, 303. San Martini, P., 220. Santhanam, M. C , 203, 262. Sarason, I. G., 51, 308. Savage, R. D., 108. Saville, P., 135. Schachter, S., 312. Schafer, E. W. P., 172, 178, 346. Schalling, D., 150, 253. 290, 327. Scheier, I. H., 131. Schmidt, A., 313, 314. Schmidt, L., 112. Schneewind, K. A., 112. Schneider, K., 297. Schnell, R. R., 155, 156. Schoeneman, T. J., 88. Schuerger, J. M., 52, 120, 121, 123. Schultz, B., 73. Schwartz, M., 225. Schwartz, S., 265, 302.
Scott, J. P., 106. Seitz, M., 78. Sekuler, R. W., 276. Sells, S. B., 112, 132. Seunath, O. H. M , 268. Sevilla, L. G., 109, 110. Shadbolt, D. R., 317. Shagass, C , 225, 229. Shakespeare, W., 23. Shanmugan, T. E., 203, 262. Shapland, J., 328. Shaw, L., 324. Shedletsky, R., 287. Shields, J., 103. Shiffrin, R. M., 301. Shigehisa, T., 253, 254, 285. Shiomi, K., 251. Shrauger, J. S., 88. Shucard, D. W., 172. Shuttleworth, F. K., 48, 52. Shweder, R. A., 51, 53. Sichel, H., 324. Siddle, D. A. T., 232, 253. Siersma, H., 68. Sigal, J. J., 308. Simón, L., 212, 283. Simón, W., 212. Simonson, E., 280. Singh, V. K., 275. Skanthakumari, S. R., 260. Skinner, B. F., 25, 239. Skinner, H. J., 155. Slater, E., 64, 75. Slater, P., 64, 278. Slater, P. E., 149. Sligh, G., 280. Smith, B. D., 90, 220, 221, 222. Smith, F. V., 326. Smith, P. J., 120. Smith, R. E., 51. Smith, S. L., 253. Sneath, P. H., 41. Snyder, C. R., 301. Sokal, R. R., 41. Sokolov, E. N., 220. Soufi, A., 149. Sparrow, N. H., 53. Spear, N. E., 304. Spearman, C , 68, 69-70, 166, 171, 179. Spence, J. T., 296, 303.
Spence, K. W., 241, 296, 303. Spiegler, M. D., 289. Spielberger, C. D., 33, 286, 290, 297, 318, 319. Spielman, J., 270. Spitz, H. H., 275. Star, K. H., 308. Stein, K. B., 153. Stelmack, R. M , 92, 199, 219, 220, 221, 222, 224, 226, 227, 233, 235, 253. Stephenson, G. M , 311. Stern, W., 27. Sternberg, M. K., 179. Sternberg, R., 347. Sternberg, S., 170. Stevenson-Hinde, J., 106. Steward, C , 280. Stewart, R. A., 329. Stillwell-Barnes, R., 106. Storey, R., 128. Stortroen, M. A., 151. Straub, P., 171. Straub, R., 171. Straumanis, J. J., 225. Stricker, L. J., 54, 159. Stromgren, E., 76. Stumpfi, F., 74. Suppe, F., 341, 344. Susman, E. J., 121. Swets, J. A., 255. Symons, J. R., 253, 254, 285. Taft, R., 271. Taid, E., 52. Tansley, A. G., 68. Tatsouka, M. M., 120. Tavervelli, M., 52. Taylor, A., 250. Taylor, C. J., 290, 296. Taylor, J. G., 72. Taylor, W. B., 184. Teasdale, J. D., 336. Teichman, Y., 311. Tellegen, A., 147. Tennyson, R. D., 297. Thackray, R. I., 272, 284. Theophrastus, 19. Thomas, A., 123. Thomdike, E. C , 25, 27, 47, 51.
Thurner, M., 145. Thurstone, L. L., 67, 167. Thurstone, T. G., 167. Tiggemann, M , 215. Timm, V., 112, 132. Tobena, S., 109, 110. Toth, J. C., 201. Touchstone, R. M., 272. Tranel, N., 249. Travis, R. C , 68. Trouton, D. S., 240, 277, 332. Trown, A. E., 319. Tune, G. S., 256, 258, 272. Tunstall, O. A., 272. Turnbull, A. A., 322. Types, E. C , 90. Vale, C. S., 110. Vale, J. R., 110. Van Hooff, J., 107. Vaughn, D. S., 133. Venables, P. H., 78, 330. Venturini, R., 220. Vernon, P. E., 69. Wachtel, P. L., 300. Wakefield, J. A., 151, 152, 153, 154, 320, 335. Walker, E. L., 259, 268. Walker, J. K., 305. Walker, M. B., 312. Walker, S. F., 239. Wallach, H., 274. Wállach, M. A., 49. Wankowski, J. A., 321. Ward, E. S., 123-124. Washburn, M. F., 280. Watts, F., 336. Webb, E., 69-72. Weinberg, R. S., 292. Weiner, B., 297. Weiner, J., 76. Weisen, A., 217, 249. Weisstein, N. A., 278. Weldon, E., 109. Wells, F. L., 68. Welsh, G. S., 149. Werner, H., 278. Wertheimer, M., 275. Whimbey, E., 109. White, K. D., 253. White, P. O., 170, 183.
41 3
White, W. A., 68. Wiersma, E., 64, 66, 67, 68, 69, 71, 72. Wiggins, J. S., 53, 88, 123. Wigglesworth, M. J., 220, 221. Wilkinson, R. T., 255, 273. Will, D. P., 112. Willett, R. A., 240, 278. Williams, D., 177, 226. Williams, J. L., 310, 311. Wilson, G. D., 135, 272, 327. Wilson, K. G., 227. Wilson, R. J., 220, 222. Wilson, R. S., 124. Windelband, W., 20, 23. Winder, C. L., 123. Wine, J., 289. Winefield, A. H., 215. Wing, L., 233. Winter, K., 233. Winter, W. D., 151. Wisdom, B., 317. Wissler, C , 166. Withey, S. B., 145. Wooley, F. R., 297. Wright, H. F., 308. Wundt, W., 34, 57-58, 60, 61. Yerkes, R. M., 200, 201, 202, 204, 261, 262, 282, 296. Yom, B. H. L., 152. Yonace, A. H., 78. Young, P. A., 124. Young, P. F., 300. Young, W. E., 300. Yule, W., 184. Zafíy, D. J., 300. Zahn, T. P., 78. Zajonc, R. B., 309. Zavon, M. A., 147. Zenneck, J., 184. ' Z i m m e r m a n , W. S., 136-143. Zubek, J. P., 249. Zubin, J., 273. Zuckerman, M., 81, 194. Zuker, G., 271. Zunz, M., 106.
índice de materias Agregación. Véase Principio de agregación. Ajuste, 69. Alteraciones maníaco depresivas, teoría del continuo en las categorías, 72-74. tests de retraso, 75. Alteraciones psiquiátricas, 331-337. Ambiente, familia y, 98-102. genética y, 99-100. inteligencia y, 105-106. Análisis causal, 38. Análisis factorial, 70. críticas al, 38-47. impulsividad, 80-81. rasgo-tipo y, 31, 35-47. Ansiedad, aprendizaje/memoria y, 312. comportamiento con la mirada y, 311-312. condicionamiento y, 240-242. eficacia/efectividad, 291-295. ejecución y, 301-305. habituación y, 232-233. interacciones con la tarea, 34-35, 286-288. mecanismo de la atención y, 301-303. rendimiento académico y, 318-320. teoría de, 296-299. teoría de la personalidad y, 322. teoría del estado-rasgo, 286-288, 305. Véase también Preocupación, 289. Antígeno leucocito humano, 78. Aprendizaje, ansiedad y, 301-305. ejecución psicomotora, 267-268. extraversión y, 259-266. reactivación y, 268. Aprendizaje verbal. Véase Aprendizaje.
1
Asociación de psicología americana, 87. Atención, 299-301. Auto-informes, 88. Biología, 41-43. Búsqueda de sensaciones, 79-87. Cafeína, 257. California Psychological Inventory, 155-157. Carácter, 20. Véase también Personalidad. Cerebro, 59-60. extraversión y, 219. inteligencia y, 179-182. postefecto de la espiral y, 276. potenciales evocados, 171-179. psicoticismo y, 77-78. sistema activador reticular ascendente, 198-199. Ciencia, método ideográfico, 20-21. paradigmas y, 341, 344-345. psicología contrastada, 31-32. Ciencias físicas. Véase Ciencia. Ciencias sociales, 24, 341. Véase también Ciencia. Clase socioeconómica, 331. Cognición, 164-186. ansiedad y, 288,296. inercia y, 68. Véase también Inteligencia. ' Comportamiento, 307-341. alteraciones psiquiátricas y, 331-337. clasificación de la personalidad y, 24-25. comportamiento sexual, 312-316. crimen y, 325-331. estudios con animales, 106-110. genética y, 49.
416
índice de materias índice de materias
interacción y,. 308-312. rendimiento académico y, 316-320. rendimiento laboral y, 320-325. teoría de la personalidad y, 237. teoría de la reactivación y, 282-285. situación y, 51, 52, 238. validez, 91-92. Comportamiento antisocial, 325-331. Comportamiento con la mirada, 310-311. Comportamiento social. Véase Comportamiento. Concentración, 300-301. Concepto de rasgo, definido, 27, 28. Concepto de tipo, definido, 27-30. Condicionamiento, 239-247. condicionamiento clásico, 239, 240-245. condicionamiento operante, 239, 245247. crimen y, 331. Condicionamiento apetitivo, 243-244, 245. Condicionamiento aversivo, 243. Condicionamiento clásico, 239, 240-245. Condicionamiento operante, 239, 245247, 250. Condicionamiento verbal operante, 246-248. I 'case también Condicionamiento; Condicionamiento operante. Conductancia de la piel. Véase Respuesta galvánica de la piel. Conflictos acercamiento-evitación, 313. Consolidación, 59-60. aprendizaje y, 239. reminiscencia y, 267-269. Constancia, 59-60, 67. motora, 68. sensorial, 68. Constancia motora, 68. Véase también Constancia. Constancia sensorial, 68. Véase también Constancia. Correr riesgos, 81-84. Crimen y criminalidad, 86, 325-331. Criterio de proporcionalidad, 78-79. Cuantificación, clasificación de la personalidad, 22-23, 24. estudios transculturales y, 111-112. genética y, 101-102. inteligencia y, 32. inventarios de personalidad, 22-23, 24. Cuestionarios, extraversión-introversión, 68-69.
teoría del continuo, 76. validez, 87-89, 91. Cunnilingus, 313. Descarga eléctrica, 303. Descripción, 22-23. Desempleo, 322-323. Deshonestidad, 52-53. Diferencias sexuales, alteraciones psiquiátricas, 332, 334, 335. rendimiento laboral, 320. sexualidad y, 313-315. Dinámica, 20. Distimia, 62, alteraciones psiquiátricas y, 336-337. comportamiento y, 308. postefectos de la figura y, 274. Distracción, ansiedad y, 300. aprendizaje/memoria y, 261-262. Doctrina de la especifidad, 25-26. Drogas, comportamiento con la mirada y, 310311. condicionamiento y, 240-241. metacontraste, 279. postefectos de la espiral, 278. postefectos de la figura, 275. psicoticismo y, 78. sensibilidad a la estimulación, 253. teoría de la personalidad y, 197-198. teoría de la reactivación y, 282. umbral sedante, 229-231. vigilancia y, 256-257. Drogas psicotrópicas, 78. Véase también Drogas. Edwards Personal Preference Schedule, 158-160. EEG. Véase Electroencefalografía (EEG). Efectividad, 291-296. Efectividad en la ejecución, 291. Véase también Efectividad. Efecto del enmascaramiento. Véase Metacontraste. Efecto de interacción, 53. Eficacia, 291-296. Eficacia del procesamiento, 291. Véase también Eficacia. Ejecución, ansiedad y, 287, 288, 296, 299, 306. eficacia/efectividad, 291-296. ejecución psicomotora, 267-273. extraversión y, 237, 238-239.
extraversión-introversión, 270, 272, 281. inhibición, 195. neuroticismo y, 237-238, 286. preocupación, 290-291. teoría de la personalidad y, 201-207, 214. teoría de la reactivación, 283-284. Véase también Rendimiento académico; Rendimiento laboral. Ejecución psicomotora, 267-273. Ejemplares, 341. Elección, 48. Electroencefalografía (EEG), extraversión y, 224-227. neuroticismo y, 233. reactivación y, 219. teoría de la personalidad y, 198, 206207. Véase Potenciales evocados. Electromiografia (EMG), 292-293. Emotividad, ansiedad y, 289-290. estudios con animales, 107-109. factor volitivo, 71. neuroticismo y, 64, 66. Escalas de evaluación, 50, 51. Escuela de Londres, 68, 71. Especifidad, 25-27. Esquizofrenia, antígeno leucocito humano, 78. cerebro y, 77-79. neuroticismo, 75. psicopatología y, 75. teoría del continuo/de las categorías, 73-74. tests de retraso, 74-76. Estados, definidos, 34. rasgos y, 34-35. Estado de ánimo, 33-34. Estimulación visual, 254. Estrés ansiedad y, 286-288, 289-290. condicionamiento y, 241-242. ejecución y, 272. neuroticismo y, 232. rendimiento laboral y, 321,322. teoría de la reactivación y, 206-207. Estudios con animales, condicionamiento, 240. teoría de la personalidad y, 106-110, 211. Estudios con gemelos, personalidad y, 49, 97-98, 102-106.
41 7
psicoticismo y, 73. situacionismo y, 54. Véase también Genética. Estudios de laboratorio, personalidad y, 71-72. investigación sobre el rasgo, 67-68. Estudios longitudinales, 96, 119-125. Estudios sobre seguimiento rotor, 267268, 270. Estudios sobre vigilancia, 200-201, 255-259, 265. Estudios transculturales, 96-97. heredabilidad, 99. personalidad, 111-119, 341-343. Evaluaciones, 88-89, 90. Extraversión, análisis factorial, 35-38. aprendizaje y, 259-267. bases biológicas de, 219. condicionamiento y, 242-243, 244, 245. correr riesgos, 81. ejecución y, 214, 237, 238-239. ejecución psicomotora, 267-273. electroencefalografía, 224-227. estimulación y, 248. estudios transculturales, 119. factores en, 53-54. función primaria, 66-67. Jung y, 61. memoria y, 259-266. pupilometría, 227-229. rasgos en, 29-31. reacción de orientación y, 219-223. reminiscencia y, 268. teorías de, 193-194. terminología y, 62. umbral sedante, 229-231. vigilancia y, 256-257. Véase también Extraversión-introversión; Introversión. Extraversión-introversión, comportamiento y, 310. comportamiento sexual, 312-316. condicionamiento y, 240-241. condicionamiento operante, 245-247'. crimen y, 240-241. cuestionarios, 68-69. ejecución y, 27,0, 273, 281. ejecución psicomotora, 271. escalas de evaluación, 69. estudios con animales, 108-110. función crítica de destello, 280. inhibición y, 270. inteligencia y, 272-273.
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índice de materias
índice de materias
metacontraste y, 279. postefectos de la espiral, 276-277. postefectos de la figura, 273-274. reactivación y, 270-271. rendimiento académico y, 316-320. rendimiento laboral y, 320-325. sensibilidad a la estimulación, 247-255. Véase también Extraversión; Introversión. Familia, ambiente y, 98, 101. similitudes entre, 66. Véase también Genética. Felación, 313. Fenilcetonuria, 101. Fenómeno phi, 67. Fenómenos perceptuales, 273-281. Fenotipo, 100. Fiabilidad, 87. Física, 32, 45-46. Fluidez verbal, 263. Formación reticular ascendente, 60. Función primaria, 59, 60, 66, 67. Función secundaria, 59, 60, 66. introversión y, 66, 67. sensación y, 68. Función crítica de destello, 200-201, 279-280. Genética, ambiente y, 98, 100. definiciones, 98-100. errores estadísticos y, 101-102. estadísticos de la población, 100-101. estudios transculturales y, 117-118. historia y, 56. impulsividad/búsqueda de sensaciones, 80, 84-85. inteligencia y, 31, 101-102, 105, 164, 165. neuroticismo, 75, 97-98, 123-124. personalidad y, 27, 49, 96-99. psicopatología y, 75. psicoticismo, 74, 75-77, 79, 333. similitud intrafamiliar, 66. situacionismo, 54. temperamento y, 56, 102, 104. universalidad y, 96-106. Véase también Familia; Estudios con gemelos. Habituación, neuroticismo, 232. reacción de orientación, 219-220. Heredabilidad. Véase Genética.
Heredabilidad inferior, 98. Véase también Genética. Heredabilidad superior, 98. Histeria, 62, 63. comportamiento y, 307. postefecto de la figura, 274. Homosexualidad, 314, 315. Hora del día, 282-284. Impulsividad, análisis factorial, 44-45. caso especial de, 79-87. condicionamiento y, 243-244. ejecución del golpeteo y, 271. extraversión y, 52-54. paradigmas y, 349. pupilometría y, 228. teoría de la personalidad y, 210-211. teoría de la reactivación y, 282-286. Inercia, 68. Inhibición, condicionamiento y, 240-241. extraversión-introversión, 269. fenómenos perceptuales, 273-274. postefectos de la espiral, 276. postefectos de la figura, 275. Inhibición transmarginal, 221, 252, 255. Inteligencia, definiciones de, 164-165. extraversión-introversión y, 271-273. Galton-Binet y, 164-171. genética y, 101-102, 105, 165, 166. medidas de, 70-71. personalidad y, 164. psicofisiología y, 171-175. teoría de la, 179-187. tipos de, 32. Véase también Cognición. Intimidad, neuroticismo y, 308-312. reactivación y, 309. Introversión, ansiedad y, 211. condicionamiento y, 240-241, 243, 244, 245. electroencefalografía y, 224-227. estimulación y, 248. función secundaria y, 66-67. Jungy, 61. reacción de orientación y, 219-223. teoría de la personalidad y, 214. terminología, 61. pupilometría y, 228.
Véase también Extraversión; Extraversión-introversión. Inventario multifásico de personalidad de Minnesota (MMPI), 40, 149-150. Inventarios de personalidad, 26-27. Leyes neogenéticas, 179-180. Libido, 316. Literatura, 23. Masturbación, 314. Matrices disciplinares, 341-342. Memoria, ansiedad y, 297-299, 301-305. extraversión y, 259-267. inteligencia y, 181. Véase también Aprendizaje; Memoria a largo plazo; Memoria a corto plazo. Memoria a corto plazo, ansiedad y, 297-299, 301. extraversión-introversión, 259. inteligencia y, 181. Véase también Memoria a largo plazo; Memoria; Reminiscencia. Memoria a largo plazo, ansiedad y, 301. inteligencia y, 181. Véase también Aprendizaje; Memoria; Memoria a corto plazo. Metacontraste, 278-280. Método ideográfico, 19, 20-21, 22-24. Método nomotético, 19, 23. Modelo NEO, 143-148. Motivación, 289. Movimiento conductista, 25. Neuroticismo, alteraciones psiquiátricas y, 331-337. análisis factorial y, 20-23. ansiedad y, 286, 294, 302. comportamiento y, 307. comportamiento sexual, 312-316. comportamiento social, 311-312. condicionamiento operante y, 246-247. crimen, 325-327, 328. ejecución y, 237-238, 286. emotividad y, 66. estudios longitudinales, 120-121, 122-124. estudios transculturales, 117. esquizofrenia y, 75. fundamentos biológicos de, 219. genética y, 97-98, 124. introversión y, 61-62.
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medidas de, 69. mecanismos fisiológicos y, 200. psicofisiología y, 232-234. rendimiento académico, 318-320. rendimiento laboral, 321. subjetividad, 43. teoría de la reactivación, 208. tests de retraso, 75. tipos en, 30, 31. umbrales sedantes, 229-231. Nihilismo, 20. Normalidad, psicoticismo y, 72. tests de retraso, 75. Paradigmas, ciencia y, 24-25, 341, 342. investigación en personalidad y, 341351. Paradigmas psicológicos, 24. Personalidad, alteraciones psiquiátricas, 331-337. California Psychological Inventory, 155-157. comportamiento, 307. comportamiento sexual y, 312-316. crimen y, 325-331. definición de, 25. dinámica de, 20. Edwards Personal Preference Schedule, 158-160. escalas de Cattell, 129-136. estudios con animales, 106-110. estudios con gemelos, 102-106. estudios longitudinales, 27-125. estudios transculturales, 111-119. factores de Guilford-Zimmerman, 136143. genética y, 96-99. Véase también Genética, inteligencia y, 70, 164. Véase también Inteligencia.' interacción social y, 308-312. Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota, 151-155. investigación moderna y reciente en, 64-72. modelo NEO de, 143-148. orígenes de la teoría de, 55-64. Personality Research Form de Jackson, 158-160. psicofisiología de, 218-236. rendimiento académico, 316-320. rendimiento laboral y, 320-325.
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índice de materias
índice de materias
sistemas descriptivos alternativos, 125-163. taxonomía de, 19-27. tests de laboratorio, 68-72. Personality Research Form de Jackson, 158-160. Postefecto. Véase Postefecto de la figura; Postefecto de la espiral. Postefecto de la espiral, 275-277. reactivación y, 277-278. Véase también Postefecto de la figura. Postefecto de la figura, drogas y, 275. fenómenos perceptuales, 273-275. Véase también Postefecto de la espiral. Postefectos de la figura cinestésicos. Véase Postefectos de la figura. Postefectos de la figura visuales. Véase Postefectos de la figura. Potenciales evocados, inteligencia y, 171-179. paradigmas y, 345-347. Veáse también Potenciales evocados auditivos. Potenciales evocados auditivos. inteligencia y, 178-179. sensibilidad y, 253, 254. Véase también Potenciales evocados. Predicción, 49-50, 342. Preocupación, ansiedad y, 288-290. atención y, 300. ejecución y, 290-291. Véase también Ansiedad. Preparativos monotéticos, 42. Preparativos politéticos, 41-42. Principio de agregación, 48. Privación del sueño, teoría de la reactivación y, 204-207. vigilancia y, 255. Privación sensorial, 248-249. Profundidad del procesamiento, 302. Promiscuidad, 315. Psicastenia, 61-62. Psicopatología, crimen y, 326. esquizofrenia y, 74. genética y, 74. impulsividad y, 80-82. Psicoticismo, alteraciones psiquiátricas y, 331-337. comportamiento y, 308. comportamiento sexual, 312, 314. continuidad y, 72.
crimen y, 326-330. estudios con animales, 110. genética y, 74, 79. modelo NEO, 144-145. rasgos en, 30. recapitulación histórica, 72-79. rendimiento académico y, 318. teoría del continuo y, 76-79. Pupilometría, extraversión y, 227-229. neuroticismo y, 224. Rasgos, análisis factorial y, 71. definido, 32-34. estados y, 33-35. historia y, 55. temperamento y, 96. tipos y, 29-31. Rasgos fuente, 96. Rasgos superficie, 96. Reactivación, aprendizaje, 268. atención y, 299. condicionamiento y, 240. electroencefalografía y, 224. esquizofrenia y, 77-79. fenómenos perceptuales y, 273-274. interacción social, 308-310. intimidad y, 310. introversión-extraversión, 271 -272. medición y, 218. memoria y, 259-260, 261. neuroticismo y, 233. reminiscencia y, 269. sensibilidad a la estimulación, 247-255. Reactivación emocional. Véase Reactivación. Reacción de orientación, extraversión y, 219-224. introversión y, 232-233. Recuperación dependiente del estado, 304. Reforzamiento, clasificación de la personalidad y, 25. condicionamiento y, 241. condicionamiento operante y, 245-247. Reminiscencia, 267-268. consolidación y, 268-269 extraversión y, 268. reactivación y, 269. Rendimiento académico, 316-320. Rendimiento laboral, 320-325. Respuesta, 265.
Respuesta de parpadeo, condicionamiento y, 240, 243, 244. introvertidos, 238. Respuesta galvánica de la piel, condicionamiento, 244. memoria y, 259-260. sensibilidad a la estimulación, 252-253. Retraso, 74-76. Retroalimentación, 303. Saciación, 274. Sensación, 68. Sensibilidad a la estimulación, 247-255. Sentimiento de inferioridad, 69. Sesgo semántico, 53-54. Sexualidad, 312-316. Sistema activador reticular ascendente (SARA), 199-200. extraversión y, 219. Sistema nervioso central. Véase Cerebro. Situaciones, comportamiento y, 308-309. laboratorio y, 238. Situacionismo, 47-54. Sociabilidad, condicionamiento y, 243. extraversión y, 52-54. impulsividad y, 79-81,85. rendimiento académico y, 316-318. teoría de la reactivación y, 283. Subjetividad, 42-44. Sugestionabilidad, 39-41. Tareas, 296-299. Véase también Ejecución. Tareas de golpeteo, 269-271. Tareas de lanzamiento, 292-293. Taxonomía, 19-27. análisis factorial y, 40-42. definida, 20. Temperamento, ambiente y, 105-106. clasificaciones de la personalidad y, 20. condicionamiento clásico y, 240. definido, 96. genética y, 102, 105. historia y, 55, 56-57. Temperatura corporal, 282-283. Teoría de la detección de señales, 257-259. Teoría de la inhibición, 194-198. ejecución psicomotora, 267.
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tareas de golpeteo y, 270. teoría de la reactivación comparada, 199-201. Teoría de la integración de la personalidad, 34. Teoría de la personalidad. aplicabilidad de, 237. Brebner, 213-217. Eysenck, 198-210. Gray, 210-213. paradigmas y, 341-351. transfondo de, 219. Teoría de la reactivación, 194, 198-210. datos comportamentales y, 281-285. postefecto espiral y, 277-278. respaldo a la, 281-282. Teoría de Neuroticismo-ExtraversiónApertura, 89-90. Teoría del aprendizaje, 25. Teoría del continuo, 72, 76-77. Teoría del estado-rasgo, 286-288. Teoría del instinto, 38. Teoría del rasgo, críticas a, 38. investigación de laboratorio, 67, 68. paradigmas y, 349. Teoría por categorías, 73. Teorías implícitas sobre personalidad, 53. Teorías tipo-rasgo, análisis factorial y, 35-47. situacionismo frente a las, 47-54. Termodinámica, 32, 45-46. Tests, genética y, 97. inteligencia, 165-167. validez y, 87. Véase también Tests de inteligencia. Tests de CI. Véase Tests de inteligencia; Tests. Tests de inteligencia, paradigmas y, 346. potenciales evocados contrastados, 174179. principio de agregación y, 48. teoría y, 180, 182, 183, 184, 185-186. Véase también Inteligencia; Tests. Tiempo de reacción 166-171. Timidez, introversión y, 39, 312-313. neurótico frente a introvertido, 39-40. situación y, 53. Timidez introvertida. Véase Timidez. Timidez neurótica, 39-40. Véase también Timidez.
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índice de materias
Tipos,
historia y, 55-56. rasgos y, 29-31. Tipos sanguíneos, 117-119. Umbral de dolor, 251-252. Umbral sedante, 229-231. Véase también Drogas. Umbrales de gusto, 253. Universalidad, 96-97. Validación consensual, 88-89, 90. Validez, 87-95.
Validez aparente, 87. Validez concurrente, 88. Validez de constructo, 88, 90-92. Validez de contenido, 87. Validez predictiva, 88. Variables moderadoras, 49-50. Vínculos E-R. Véase Vínculos estímulorespuesta. Vínculos estímulo-respuesta, 25-26. Volumen del pene, 244. Voluntad, 71. Vulnerabilidad inespecífica, 76-77.
UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
6400500429
r ALGUNOS TÍTULOS DE LA SECCIÓN DE PSICOLOGÍA SISTEMA NERVIOSO Y SISTEMAS DE INFORMACIÓN. Neurocibernética del cerebro, J. A. Calle Guglieri. FENOMENOLOGÍA Y CIENCIA DE LA CONDUCTA, G. Thinés. TERAPIAS SEXOLÓGICAS, G. Abraham, R. Porto NUEVAS TERAPIAS DE GRUPO, A. Schützenberger, M. J. Sauret (2." ed.). ESTADÍSTICA PARA PSICÓLOGOS. 1. Estadística descriptiva, J. Amón (8.a ed.). ESTADÍSTICA PARA PSICÓLOGOS. 2. Probabilidad. Estadística inferencial, J. Amón (4.a ed.). EVALUACIÓN CONDUCTUAL. Metodología y aplicaciones, R. Fernández-Ballesteros, J. A. I. Carrobles, y otros (3.a ed.). PSICOLOGÍA SOCIAL, J. Lamberth (2.a ed.). EL ANÁLISIS CIENTÍFICO DE LA PERSONALIDAD Y LA MOTIVACIÓN, R. B. Cattell, P. Kline. PSICOLOGÍA COGNITIVA Y PROCESAMIENTO DE LA INFORMACIÓN, I. Delclaux, J. Seoane, y otros. ALTERNATIVAS A PIAGET. Ensayos críticos sobre la teoría, L. S. Siegel, C. J. Brainerd, y otros. LA VEJEZ. Perspectivas del desarrollo humano, R. A. Kalish. PRÁCTICAS EDUCATIVAS Y DESARROLLO DEL PENSAMIENTO OPERATORIO, J. Drévillon. TEORÍAS PSICOLÓGICAS DE LA AGRESIÓN, P. Karl Mackal. LA CONFRONTACIÓN SOBRE LA INTELIGENCIA. ¿HERENCIAAMBIENTE?, H. J. Eysenck, L. Kamin (2.a ed.). PSICOLOGÍA EVOLUTIVA, Th. Alexander, P. Roodin, B. Gorman (2. a ed.). ESTUDIOS SOBRE PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE INFANTIL, M. Siguán, y otros. PSICOLOGÍA EDUCATIVA, P. Tomlinson. DIFICULTADES DE APRENDIZAJE ESCOLAR. Una perspectiva neuropsicológica, C. Monedero. ESTILOS COGNITIVOS: NATURALEZA Y ORÍGENES, H. A. Witkin, D. R. Goodenough. TERAPIA DE CONDUCTA, E. Erwin. PSICOPATOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS AFECTIVOS, E. S. Paykel, y otros. CREATIVIDAD Y GRUPOS PEQUEÑOS, A. P. Haré. PERSONALIDAD, F. Fransella, y otros. MANUAL OPERATIVO PARA EL TEST DE APERCEPCIÓN TEMÁTICA, A. Ávila Espada. LA DISCIPLINA EN LA ESCUELA, C. Gotzens. PERCEPCIÓN Y COMPUTACIÓN, J. E. García-Albea, y otros. ESTUDIOS DE PSICOLINGÜÍSTICA, M. Siguán, y otros. PERSONALIDAD Y DIFERENCIAS INDIVIDUALES, H. J. Eysenck, M. W. Eysenck. PSICOLOGÍA EXPERIMENTAL: 1. Metodología, S. Pereda Marín. ADOLESCENCIA. Años de transición, J. R. Hopkins.
Este fascinante estudio sobre personalidad y diferencias individuales .considera el desarrollo histórico de Ips conceptos relacionados, la inteligencia y el temperamento, y los factores genéticos, biológicos y conductuales. Hans y Michael Eysenck aportan una gran cantidad de material empírico e intentan integrar esta información con las actuales teorías sobre personalidad, detallando tanto los estudios psicométricocorrelacionales como los estrictamente experimentales. Desarrollan cierto número de ideas teóricas populares, como la creencia de que los rasgos de personalidad tienen una naturaleza inconsistente, y que el comportamiento es muy específico en cada situación. También acentúan la influencia de los factores genéticos en la personalidad, y prestan especial atención al crecimiento de los conceptos que están examinando. Al trazar este recorrido, los Eysenck muestran una sorprendente coincidencia, en los fundamentos de la personalidad, con muchos teóricos cuyos conceptos aparentemente no tendrían nada en común. Los autores han realizado un esfuerzo especial para hacer el material accesible a los estudiantes que carecen de un conocimiento especializado de las áreas en cuestión, haciendo de esta obra un texto ideal para todos los estudiantes de psicología.
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