Persas, Siete Contra Tebas, Suplicantes, Prometeo Encadenado
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squilo (Eleusis ca. 525 a.C.-Gela [Sicilia] 456/455 a.C.) encabeza la tríada de grandes poetas trágicos, y a él se debe la configuración de la tragedia tal como ha llegado hasta nosotros. En su dimensión marcadamente teológica, Esquilo hace de la justicia divina el núcleo de su pensamiento y es ese carácter ético de las relaciones entre los seres humanos, o entre éstos y la divinidad, el que expone magistralmente en las tragedias recogidas en el presente volumen: Persas se estructura alrededor del castigo infligido por la divinidad a Jerjes; en Siete contra Tebas se dirime tanto el castigo divino como la culpa individual que causa la perdición de quien la comete; a través de la evitación de un incesto se desarrolla en Suplicantes el tema de la obediencia debida; finalmente, Prometeo encadenado nos habla de la rebelión contra un poder injusto y excesivamente severo, representado por Zeus.
Josep A. Clúa Serena ejerce desde 2008 en la Universidad de Lleida, acreditado por la ANECA como catedrático de universidad en Filología griega (2011). Sus investigaciones abarcan la literatura helenística, la tragedia griega, la tradición clásica, la crítica textual, la mitología y la historia del humanismo.
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Persas. Siete contra Tebas. Suplicantes. Prometeo encadenado
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Esquilo Persas Siete contra Tebas Suplicantes Prometeo encadenado Edición de
Josep A. Clúa Serena y Rubén J. Montañés Gómez
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Esquilo
3803 Persas, Siete contra Tebas:Maquetación Akal Clásica
Rubén J. Montañés Gómez es profesor en el Área de Filología Griega de la Universitat Jaume I, en Castelló de la Plana. Su investigación se ha dirigido hacia diversos géneros literarios griegos, tanto de la Antigüedad como medievales, modernos y actuales.
ISBN 978-84-460-1808-7
9 788446 018087
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Este libro ha sido impreso en papel ecológico, cuya materia prima proviene de una gestión forestal sostenible.
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AKAL/CLÁSICA 90 Clásicos griegos Director: Manuel García Teijeiro
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Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
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PERSAS, SIETE CONTRA TEBAS, SUPLICANTES, PROMETEO ENCADENADO Edición de Josep A. Clúa Serena y Rubén J. Montañés Gómez
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A M. Montserrat Jufresa y Jaume Almirall, amigos helenistas y modelos de safhvneia kai; ajkrivbeia filológicas. A los colegas helenistas y latinistas de la Universidad de Extremadura, de la Universitat de Barcelona, de la Universitat de Lleida, de la Universitat de València y de la Universitat Jaume I.
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Índice
Nota preliminar................................................................. Introducción...................................................................... Datos biográficos y breve semblanza intelectual de Esquilo......................................................................... Los tres dramas esquíleos de cronología temprana y Prometeo encadenado................................................. Persas.......................................................................... Siete contra Tebas........................................................ Suplicantes.................................................................. Prometeo encadenado................................................. Ediciones y traducciones................................................... Bibliografía.......................................................................
9 11 11 13 14 20 27 33 41 43
Persas................................................................................ 51 Siete contra Tebas............................................................. 87 Suplicantes........................................................................ 123 Prometeo encadenado....................................................... 161
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Nota preliminar
En nuestra traducción1 de los dramas esquíleos, sin duda complejos y enrevesados a nivel lingüístico, hemos seguido la edición de Martin L. West (Aeschyli Tragoediae, cum incerti poetae Prometeo, Teubner-Stutgart, 1990), una de las más recientes y escrupulosas a nivel filológico. Por lo demás, cabe añadir que, si se maneja la edición preparada en 1972 por Page para la Oxford Classical Texts, al punto se comprobará cómo la cautela unida a un cierto pesimismo ha sembrado el texto de cruces respecto a la de Murray, edición que venía a sustituir a las de Wilamowitz, Weil, Mazon y Fraenkel, entre otras. Hemos de señalar que la Colección de clásicos griegos de la editorial Akal ya cuenta con un primer volumen sobre Esquilo (La Orestea. Agamenón, Coéforos, Euménides, J. L. de Miguel Jover [ed.], Madrid, Akal, 1998) con introducción general al autor, por lo que nuestra introducción aborda sólo aspectos relativos a las cuatro tragedias objeto de nuestra traducción. 1 Persas y Siete contra Tebas han sido traducidos por J. A.Clúa, mientras que Suplicantes y Prometeo encadenado, lo han sido por R. J. Montañés. Esta edición –la introducción y especialmente la traducción– se ha beneficiado de un proyecto de investigación dirigido por el prof. Carles Miralles Solà (UB): FF12009-10286, titulado «Usos y construcción de la tragedia griega y de lo trágico» (2010-2012).
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Hemos incorporado Prometeo encadenado en la presente traducción, conscientes de los riesgos que comporta la aceptación de su autenticidad y de la que trataremos en la introducción. A la hora de aceptarla podemos constatar tal reparo al leer el título con el que el mismo Martin L. West inicia su edición, refieriéndose a dicha obra cum incerti poetae Prometeo2.
2 Para nuestra traducción no hemos tenido en cuenta la obra de R. D. Dawe, The Collation and Investigation of Manuscrypts of Aeschylus, Cambridge, 1964, ni su Repertory of Conjectures on Aeschylus, Leiden, 1965, sino que nos basamos en la citada edición de M. L. West.
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Introducción
DATOS BIOGRÁFICOS Y BREVE SEMBLANZA INTELECTUAL DE ESQUILO Esquilo, primer poeta de Occidente en cuya obra adquiere forma la tragedia, habría nacido en Eleusis y fue hijo de Euforión, ciudadano ateniense del mencionado demo, si hacemos caso del ingente cúmulo de informaciones y fuentes diversas, así como de las didascalias atenienses, los argumenta o hypothéseis que acompañaban algunas piezas trágicas. Sabemos con casi total seguridad que intervino en las batallas de Maratón y Salamina contra los persas. Contamos con tres fuentes para datar la fecha del nacimiento de Esquilo y para tener noticias fiables acerca de su vida: la Vita anónima del poeta, que conservamos en el antiguo manuscrito denominado Mediceo, el Marmor Parium y el léxico Suda (siglo x). Según la primera fuente, Esquilo era contemporáneo de Píndaro y, aunque se han propuesto los años 528 o 524 a.C. como fecha de su nacimiento, el Marmor Parium habla del 525 a.C. (quizá la fecha más aceptada). Finalmente, Suda, sin duda la fuente más imprecisa, lo sitúa en los años 500-497 a.C. Siendo muy joven, participó en los concursos de los poetas trágicos y en trece fue vencedor. Nos consta que en su madurez se trasladó a Sicilia a la corte del tirano Hierón, llevado por la abundancia de artistas que allí se reunían o, tal
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vez, si seguimos la Vita, por la tristeza que le causó al poeta haber sido derrotado por Simónides en un concurso de elegías sobre la batalla de Maratón. Con todo, la tradición nos refiere la existencia de enfrentamientos entre Esquilo y el joven Sófocles, a quien el público prefirió. Asimismo, Suda, para explicar su partida a Sicilia, nos cuenta un incidente escénico en la representación de Euménides, tragedia llevada a escena por primera vez en el año 458 a.C. En Sicilia seguramente representó por segunda vez Persas, obra con la que obtuvo el triunfo en Atenas. Poco después regresó a dicha ciudad y no sabemos por qué volvió nuevamente a Sicilia, aunque cierto pasaje de Aristófanes (Ranas 765 ss.) alude a la decepción que experimentó con el público ateniense, de lo cual se deduce que la relación entre este y el autor no siempre fue buena. Fue aquí, en Sicilia, donde Esquilo representó la pieza Mujeres de Etna para conmemorar la fundación de la ciudad de Etna por Hierón. Murió en Gela en 456/455 a.C. y su tumba se convirtió en santuario visitado por todos los trágicos del momento. Por lo demás, Esquilo fue el primer autor de tragedias que introdujo el segundo actor y redujo el papel del coro. Conservamos siete tragedias esquíleas de las noventa que escribió, según Suda: tres de esas siete forman una trilogía denominada Orestía (458 a.C.), compuesta por las obras Agamenón, Coéforos y Euménides. Aparte de estos tres títulos, conservamos también: 1. Persas (472 a.C.); 2. Siete contra Tebas (467 a.C.); 3. Suplicantes (463 a.C.); 4. Prometeo encadenado (de fecha incierta). Esquilo tomó parte en la batalla de Maratón (490 a.C.), en lo que se vienen denominando guerras médicas (499-479 a.C). Su consecuencia más inmediata fue la aparición y desarrollo paulatino del sistema democrático y de la paulatina hegemonía ateniense sobre la Hélade, en todos los aspectos. Esto influyó notablemente en sus composiciones: en todas las obras de Esquilo se respira un aire de libertad y democracia fruto, como decimos, del esplendor de Atenas tras la derrota de los persas. Esquilo hará de la justicia divina el núcleo de su pensamiento teológico. En sus dramas, son parte importante las ideas morales y religiosas. Así, en sus textos, los designios de los dioses
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se cumplen inexorablemente y los hombres aprenden a través del sufrimiento. En las piezas de Esquilo, la presencia y la intervención de los dioses es directa y se establece una relación casi personal entre hombres y dioses, que acaban interesándose, estos, por las acciones humanas. Finalmente, recordemos que en Esquilo el coro canta informando y subrayando viejos hechos de antiguas familias, de héroes de antaño, en torno al altar de Dioniso3, el dios de la alteridad y la transformación4. LOS TRES DRAMAS ESQUÍLEOS DE CRONOLOGÍA TEMPRANA Y PROMETEO ENCADENADO Tanto Persas, como Siete contra Tebas y Suplicantes –dejando de lado Prometeo encadenado, cuya datación, como veremos, es problemática– son dramas que conforman un conjunto de obras tempranas; quizá Suplicantes aparece como bisagra entre las tragedias arcaicas de Esquilo y la Orestía, el verdadero culmen de sus dramas. Por lo demás, durante el breve espacio de nueve años se estrenaron desde Persas (en 472 a.C.) y Siete contra Tebas (cinco años después), hasta Suplicantes (hacia el 463 a.C.). En las tres primeras tragedias esquíleas, los estudiosos han hallado problemas dramáticos similares. Como señala M. Librán5, Persas, Siete contra Tebas y Suplicantes están muy desatendidas en los estudios actuales sobre la tragedia griega, cen3 Cfr. C. Miralles, «La creazione di uno spazio: la parola nell’ambito del dio dell’alterità», Dioniso 59, 2 (1989), pp. 23 ss. 4 Cfr. J.-P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie II, París, La Découverte, 1986, pp. 37 ss., 244 ss., etcétera. 5 La excelente tesis doctoral publicada de M. Librán Moreno, Lonjas del banquete de Homero. Convenciones dramáticas en la tragedia temprana de Esquilo, Huelva, Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2005, constituye un intento serio y relativamente reciente de estudio de la técnica dramática de estas tragedias tempranas.
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trados casi unánimemente en la Orestía con exclusión práctica del resto de los dramas esquíleos. Como muestra, baste asomarse al índice analítico del Cambridge Companion to Greek Tragedy editado por Mrs. Easterling (1997): la Orestía recibe ciento siete menciones frente a veintiuna de Persas, nueve de Siete contra Tebas y trece de Suplicantes.
PERSAS Ubicación en la obra de Esquilo La trilogía de Esquilo que –con Pericles, que aún no tenía veinte años, como corego– obtuvo el segundo premio en el festival dramático de las Dionisias6 Urbanas, celebrado en Atenas el 472 a.C., estaba formada por las tragedias Fineo, Persas y Glauco; completaba esta trilogía, según lo acostumbrado, el drama satírico Prometeo encendedor del fuego. A diferencia de la Orestía, donde la figura de Orestes constituye un claro hilo conductor entre las tragedias que la forman, la unidad temática es aquí bastante menos evidente, hasta el punto de que se ha puesto en duda esta agrupación en trilogía; podemos considerar, sin embargo, que el elemento que las relaciona es el castigo divino. Aunque sólo Persas se ha conservado –de las restantes obras quedan exiguos fragmentos–, los títulos permiten deducir los temas de las demás tragedias. Fineo, que daba nombre a la pieza, fue un rey de Tracia, ciego, que dio hospitalidad a Eneas, por lo que Hera y Posidón lo castigaron: cada vez que iba a comer, las Harpías le quitaban la comida o se la contaminaban con excrementos, hasta que dos de los Argonautas, Cetes y Calais, las pusieron en fuga. En agradecimiento, Fineo aconsejó a Jasón sobre el paso de las Simplégades: una paloma debía preceder a la nave7. 6 Nombre dado en la Atenas clásica a los festivales en honor de Dioniso, que incluían representaciones dramáticas. 7 Apolodoro, I 9, 21 (cfr. III 15, 3) y Ovidio, Metamorfosis VI 424-674.
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En cuanto a Glauco, contaba la historia del personaje homónimo. Aunque en la tradición mítica encontramos a diversos protagonistas con ese mismo nombre, el más adecuado a un tratamiento trágico parece ser el del hijo de Sísifo, rey de Éfira, que más tarde se convertiría en Corinto; tomó parte en los juegos funerarios en honor de Pelias, donde se enfrentó a Yolao. Glauco fue devorado por sus yeguas, enloquecidas, según una versión, al beber agua de una fuente encantada, e instigadas, según otra, por Afrodita –que se había ofendido porque su dueño no les permitía aparearse, con el fin de que pudieran correr más8–. Respecto a Prometeo, remitimos al prólogo de Prometeo encadenado. Dejando aparte el hecho inusual de que ni los personajes ni los acontecimientos que dan lugar a la acción pertenecen a la tradición mítica, sino que son históricos y pertenecen además a un pasado reciente, Persas se estructura alrededor del castigo infligido por la divinidad a Jerjes. Este había incurrido en la ira divina al lanzar su expedición contra la Hélade en el 480/479 a.C.; y muy especialmente por haber cometido hýbris al haber represaliado al Helesponto cuando una tempestad destruyó las pasarelas construidas para atravesarlo: lo había hecho azotar, aherrojar y marcar a fuego entre imprecaciones9. No obstante, Persas se focaliza en la derrota de estos en Salamina, batalla en la que, como se ha dicho, tomó parte Esquilo, casi con total seguridad; asimismo se alude en la obra a la derrota de Jerjes en Platea, en el 479 a.C., aunque en estilo un tanto enigmático10. En efecto, Persas es un canto de triunfo de los griegos, una demostración de hýbris y áte. Pero hay más. Como señala E. García Novo11, Apolodoro, II 3, 1; Pausanias, VI 20, 19. Heródoto, VII 35. Al parecer, Jerjes hizo fustigar el mar de los Dardanelos, al tomar como ofensa personal la destrucción del puente de barcas que el rey persa había ocasionado en el estrecho para que lo atravesara su ejército. 10 A. F. Garvie, Aeschylus: Persae, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2009, pp. xl-xlvi. 11 E. García Novo, «Las dos caras del protagonista en Persas de Esquilo», CFC (G) 15 (2005), pp. 49-62 (esp. 61). 8 9
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Esquilo, al presentar a los persas, ha buscado la manera de mostrarlos a los ojos del público con rasgos heroicos, para convertirlos en rivales dignos de los griegos. No era suficiente que el enemigo fuera poderoso; tenía que ser también justo y consciente de sus límites. Sólo así su derrota engrandecería a los vencedores. Para ello el poeta desdobla en dos al rey de los persas. Darío, ya muerto, se nos muestra dibujado como un héroe e invocado como un dios: practicaba la sophrosyne, respetaba a los dioses y no cometió falta alguna. Jerjes, por el contrario, ha incurrido en h´ybris, confiado en su capacidad, y ha provocado la catástrofe total de su pueblo.
Argumento, personajes y escenarios En coherencia con la realidad histórica, la acción transcurre en Susa –actual Sush, en Irán–, capital a la sazón del Imperio persa, primero en el palacio real y después ante la tumba de Darío, padre de Jerjes. La obra se inicia con la intervención del coro, formado por ancianos notables; he aquí un rasgo de arcaísmo, pues en las tragedias posteriores –también en las de Esquilo–, habitualmente el coro no hace su aparición en escena –marcando así el final del llamado prólogos– hasta que ha intervenido, de forma más o menos extensa, un personaje menor, que a menudo pone al auditorio en antecedentes para la comprensión del argumento. Aquí, este coro de ancianos se manifiesta ansioso de noticias sobre la campaña de Jerjes, configurando un ambiente tenso: el aire parece lleno de presagios funestos, a los que se suma Atosa, madre de Jerjes y viuda de Darío, quien narra un sueño que ha tenido al respecto. Esto puede parecer, desde nuestra óptica actual, un recurso manido; sin embargo, tal vez sea la primera vez que lo utilizó el teatro occidental12, y supone, pues, una innovación por parte de Esquilo. Aparece entonces un mensajero que, en el límite de sus fuerzas, comunica a Atosa y al coro la derrota de Salamina y sus terribles consecuencias: hace una viva y pormenorizada descrip12 O. Taxidou, Tragedy, Modernity and Mourning, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2004, p. 99.
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ción de las embarcaciones que han tomado parte en esta batalla naval –hasta el punto de que se la ha comparado al «Catálogo de las naves» del canto II de la Ilíada–, narra sus fases, enumera los persas ilustres que han perdido en ella la vida, se hace eco de la combatividad y buen ánimo de los griegos, que luchan por su supervivencia como pueblo; hace saber, en fin, que Jerjes se ha salvado y ha emprendido, a la fuga, el regreso hacia Susa. Abrumada por tan malas nuevas, Atosa pide al coro, ante la tumba de Darío, que invoque al espectro de este para pedirle opinión y consejo. El fantasma de Darío, en realidad, no aporta al trance ningún alivio: condena la soberbia que ha mostrado su hijo al invadir Grecia y sobre todo al puentear el Helesponto y maltratarlo ignominiosamente, como se ha dicho, pues esos actos de hýbris han sido la causa del fracaso; y en dicción oracular anuncia, antes de desvanecerse, el nuevo descalabro que los persas sufrirán en Platea. Llega, finalmente, Jerjes, vestido de harapos en su condición de fugitivo y anonadado por su derrota; la obra, a partir de su aparición, se resuelve en un diálogo lírico entre Jerjes y el coro, en desconsolado lamento por el irreversible desastre. En conjunto, la estructura es simple, tanto que Wilamowitz dudaba de la unidad de la obra, que descomponía en tres actos sin prácticamente ligazón entre ellos. Bien es verdad que en esta tragedia hay muy poca acción, todo bascula alrededor de remisiones al pasado: bien a modo de informe –por el mensajero–, de culpabilizador reproche –el espectro de Darío– o de acerba lamentación –Jerjes–. Puede entenderse, no obstante, que esa es, precisamente, la ligazón; la exposición y análisis del pasado reciente. Particularidades y tradición Analicemos ciertas características particulares de esta tragedia, por otra parte la más antigua que se ha conservado completa y de posible construcción defectuosa13, habida cuenta de 13 Cfr. M. Patin, Études sur les tragiques grecs. Eschyle, París, Hachette, 1871, p. 239.
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la poca conexión entre sí de los tres «actos» que la componen, o de la ausencia de un punto focal en la acción de la misma, con testimonios externos de la existencia de una posible doble redacción. Así, podemos considerar como rasgos arcaicos la inexistencia de prólogos, al iniciarse la representación con el coro, aunque a su vez esto evidencia la mayor importancia que este ha cobrado, así como el reducido número de personajes. Como es sabido, Esquilo introdujo el deuterag¯onist¯e´s o segundo actor. Pensemos que en el momento en que la tragedia Persas subió a escena, las representaciones dramáticas más o menos institucionalizadas y reglamentadas contaban, aproximadamente, con sesenta años de historia. No obstante, la característica fundamental de esta tragedia es su argumento basado en acontecimientos históricos y coherente con estos. La batalla de Salamina había tenido lugar tan sólo ocho años antes de su representación, de manera que entre el público abundarían sin ninguna duda los veteranos que habían participado en tan señalada victoria griega, y sobre todo ateniense. La tradición recogida por la anónima Vita de Sófocles, recuérdese, señalaba que Esquilo había combatido en Salamina; Sófocles había figurado en los coros de efebos que festejaron el triunfo, y Eurípides había nacido el mismo día. El sentido más inmediato que puede encontrarse en Persas es, por tanto, que se trata de una explícita celebración ideológica de la victoria griega: la pólis democrática, Atenas, vence a un rey despótico y soberbio, dominado por la hýbris. Sin embargo, el hecho de que la tragedia se desarrolle desde la perspectiva de los vencidos –lo cual, en mayor o menor medida, permite identificarse con estos– ha sugerido que, en clave aristotélica, es precisamente ese el sentido de la obra: la contemplación de una amarga derrota provoca la piedad del espectador, en este caso el vencedor. Aun siendo posible, y pudiéndose ajustar, como se ha dicho, a los presupuestos sobre la tragedia desarrollados por Aristóteles en la Poética, esta interpretación resulta bastante inverosímil: ni con la mejor intención del mundo podría suponerse en los veteranos de Salamina, abundantes entre el público y sin duda representa-
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tivos de este, la piedad por quien fue su agresor, y menos aún en un contexto cultural tan agonal como el ateniense: el vencedor se regocija con el dolor del vencido14, que además es el bárbaro por excelencia. Abona esta interpretación, por otra parte, el pasaje de Ranas de Aristófanes –representada en el 405 a.C.– donde aparece el propio Esquilo diciendo «con Persas, mi obra maestra, os inspiré un ardiente deseo de vencer siempre a los enemigos» (1026-1027). Cierto que se trata de una comedia y que es Aristófanes quien habla por boca de Esquilo; pero sin duda recoge el sentir popular setenta años después de la representación de Persas. Mucho más intenso sería ese sentir ocho años después de la batalla de Salamina. Más aún si se tiene en cuenta que en el 475 a.C. Cimón había tomado Eion, en la desembocadura del Estrimón, en Tracia, última posesión pérsica en territorio europeo; Atenas, punta de lanza de Grecia, pasaba a la ofensiva, y Persas venía a recordar la relativamente reciente victoria de Salamina y a enaltecer el patriotismo ateniense. En cualquier caso, por mucho que la historicidad del tema y de los personajes individualice esta tragedia, Esquilo no fue ni el único ni el primero en hacer uso de ella. Frínico escribió dos tragedias «históricas»: El saqueo de Mileto, en el 493 a.C., y Fenicias, en el 476 a.C. Si esta, cuyo corego fue Temístocles, trataba del mismo tema que Persas –formaban el coro las esposas y madres de los fenicios que componían el grueso de la marina persa–, aquella escenificaba la destrucción por los persas de las ciudades griegas de Asia Menor, pero ponía de manifiesto que Atenas las había abandonado a su suerte; por ello fue sancionado, y se promulgó una ley para que la obra no fuese representada de nuevo15. Esquilo era muy consciente de partir, en cierto modo, de Frínico, como lo pone de manifiesto que el primer verso de Persas se corresponda, modificado pero evidente, con el primero de Fenicias; pero desarrolló el tema a su particular manera. 14 E. Hall, Inventing the Barbarian: Greek Self-definition through Tragedy, Oxford Classical Monographs, Oxford, Clarendon Press, 1991. 15 Heródoto, VI 21.
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Según nos muestra el mencionado pasaje de Ranas –que es, en suma, una exposición a comico de teoría literaria–, Persas era considerada la obra cumbre de Esquilo y, según un escolio a dicha comedia (v. 1028), ya Hierón de Siracusa le invitó a acudir a Sicilia para ponerla allí en escena; la Vita Aeschyli asegura que la obra fue allí muy bien acogida. Su gran predicamento se mantuvo durante toda la Antigüedad: permitía a los romanos verse como herederos directos de los atenienses, vencedores de los persas, cuyos descendientes, los partos, fueron el eterno enemigo oriental de Roma; para el Imperio romano de Oriente –más conocido, aunque no demasiado correctamente, como «Imperio bizantino»– conservó este mismo carácter simbólico, que la Grecia moderna, para quien los turcos de hoy son los persas de ayer, ha recogido. SIETE CONTRA TEBAS Ubicación en la obra de Esquilo Siete contra Tebas es la única tragedia conservada de la trilogía con la que concurrió Esquilo al certamen dramático de las Grandes Dionisias del año 467 a.C., junto con Layo y Edipo; ocupaba el tercer lugar. El drama satírico que completaba la trilogía era Esfinge, también perdido. Así como Persas constituye una excepción, por no tomar su tema, argumento y personajes de la tradición mítica, en Siete contra Tebas nos encontramos con que trata de la última parte del llamado «ciclo tebano», o, si se prefiere, de las desventuras del linaje de los Labdácidas. No procede, por tanto, extendernos en consideraciones sobre el tema y argumento de Layo y Edipo, que desarrollaban lo acaecido a los personajes homónimos; pero tampoco debemos suponer que ello se correspondía en todos los aspectos con el conocido Edipo rey de Sófocles. De la misma manera, el drama satírico Esfinge presentaba una versión bufa del enigma propuesto por dicho monstruo a Edipo, así como de su resolución.
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Asunto distinto es dirimir la ligazón trágica, es decir, la cuestión moral común a las tres tragedias, aparte del hecho de encuadrarse en un ciclo mítico bien conocido. Tanto puede tratarse –como se vio en Persas– del castigo divino que, a consecuencia de una culpa y de la maldición subsiguiente, no sólo afecta al culpable inmediato sino también a sus descendientes, generación tras generación, como de la culpa individual que causa la perdición de quien la comete. Si se tratara de esto último, en Siete contra Tebas apenas se hace referencia explícita a dicha culpa: ni a la de Polinices, que es en realidad un referente ausente, ni a la de Eteocles. También aquí la comparación con Sófocles es inevitable: ¿cuál era la culpa de Edipo? En todo caso, no fue la única trilogía que Esquilo dedicó al ciclo tebano: tenemos noticia de otra, formada por las tragedias Los argivos, Los eleusinos y Los epígonos. No se ha conservado ninguna pieza de esta trilogía. Argumento, personajes y escenarios El ciclo mítico de cuya última parte trata la tragedia que nos ocupa, aparte de la tradición popular, era conocido fundamentalmente por dos poemas épicos hoy perdidos: la Edipodia –que narraba fundamentalmente el episodio de Edipo y la Esfinge– y la Tebaida –dedicada al enfrentamiento entre los hijos de Edipo, es decir, precisamente la materia de Siete contra Tebas–, pero dejaba un gran margen a la creatividad particular de los tragediógrafos –en realidad, a su desarrollo literario global. En cuanto al origen del ciclo en general y de este episodio en particular, no parece prudente aventurar posibilidades. Todo parece indicar que pertenece, o es anterior, a la Edad del Bronce; y que el elemento inicial no es la ciudad de Tebas, sino el número siete. Ya Wilamowitz entendía que si el mito le señalaba a Tebas siete puertas, era sólo para adecuarlas al número de atacantes. Por otra parte, el lis tado de estos es variable, y algunos –como el adivino Anfia-
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rao16– tienen entidad propia y aparecen en otros episodios del mito, en tanto que otros aparecen exclusivamente en este, y no están caracterizados. Como origen del núcleo legendario inicial se han señalado los siete «demonios», personificaciones de la violencia, que aparecen en la Epopeya de Erra, el «dios-plaga» de la literatura acadia17. El linaje de los reyes de Tebas, los Labdácidas, o más concretamente Layo, hijo de Lábdaco, había sido objeto de la maldición de Pélope, rey del Peloponeso, en cuya corte encontró asilo cuando Zeto y Anfión lo destronaron y tuvo que huir de Tebas. Layo se enamoró de Crisipo, hijo de Pélope, y lo raptó –por este motivo, era considerado el prôtos heurete¯´s o «inventor» de la paiderastía–; Crisipo se suicidó al no poder resistir tal vergüenza, y su padre maldijo a Layo y a sus descendientes. Cuando más adelante Layo y su esposa Yocasta no podían tener descendencia, Layo fue a Delfos a consultar el oráculo. Según este, tendría un hijo, a manos del cual moriría, por designio de Zeus que había accedido a las imprecaciones de Pélope. Layo se abstenía de trato carnal con su esposa para no dar pie al cumplimiento del oráculo, pero una noche, en estado de embriaguez, engendró a Edipo. De acuerdo con la versión que nos ofrecen las tragedias Edipo rey y Edipo en Colono de Sófocles, Layo ordenó que el recién nacido fuera abandonado en el Citerón, para ser pasto de alimañas –con los tobillos perforados y atravesados por una correa, lo que explicaría su nombre, Oidípous, «de pies inflamados»–, pero unos pastores 16 Cfr. P. Sineux, Amphiaraos. Guerrier, devin et guérisseur, París, Les Belles Lettres, 2007, en donde se analiza su doble vertiente como «guerrero argivo» y «adivino», miembro de la expedición de los Siete contra Tebas, que fracasó en su intento de restituir a Polinices al trono de Tebas. El autor enfatiza su carácter de divinidad oracular en los alrededores de Tebas, en donde se instala, al final del siglo v a.C., y se destaca su santuario de Oropo, en las puertas del Ática. 17 W. Burkert, Die orientalisierende Epoche in der griechischen Religion und Literatur, Heidelberg, 1984 = The Orientalizing Revolution: Near Eastern Influences on Greek Culture in the Early Archaic Age, Cambridge, Harvard University Press, 1992, pp. 108 ss.
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de Corinto lo recogieron y lo entregaron a su rey, que no tenía hijos y crió a Edipo como tal. Al llegar a su edad adulta, Edipo tuvo conocimiento por un oráculo de que estaba predestinado a matar a su padre, y creyéndose hijo del rey de Corinto, para evitarlo marchó hacia Tebas. Durante el camino, dio muerte a Layo por la preferencia de paso en una encrucijada; en las cercanías de Tebas se encontró con la Esfinge, monstruo alado con rostro de mujer, pecho, patas y cola de león, que Hera había enviado contra la ciudad para castigar a Layo; planteaba a los viajeros enigmas y los devoraba cuando no podían responderlos. Edipo respondió correctamente a la pregunta de «¿Cuál es el ser que anda con dos, tres o cuatro patas, y es más débil cuantas más patas tiene?», es decir, el hombre; la Esfinge, despechada, se quitó la vida. Edipo recibió en premio la mano de la reina viuda –su madre, Yocasta, con la cual engendró dos hijos, Eteocles y Polinices, y dos hijas, Antígona e Ismene– y el trono de Tebas; mas cuando la ciudad recibió el castigo divino de la esterilidad en virtud de la maldición de Layo, Edipo, intentando resolver dicha plaga, inició una serie de consultas oraculares e investigaciones que acabaron poniendo al descubierto su verdadero origen y sus involuntarios crímenes. Yocasta se suicidó, y él, horrorizado, se sacó los ojos y partió voluntariamente a un destierro errante, hasta su muerte en la ciudad de Colono18. Los hijos varones de Edipo, Eteocles y Polinices –quienes, en algunas versiones del mito en que su padre Edipo no se exilia, han sido maldecidos por este, al que vilipendian y someten a vejaciones hasta su muerte–, resuelven ocupar el trono por turnos anuales; pero Eteocles, al acabar su primer mandato, se niega a ceder el poder a su hermano, y Polinices marcha a Argos; allí se casa con Argía, la hija de Adrasto, rey de esta ciudad, quien promete ayudar a recuperar el trono de Tebas a su yerno. Polinices reúne un ejército junto con otros seis caudillos 18 Además de las mencionadas tragedias de Sófocles, que nos proporcionan la versión más conocida de la historia de Edipo, véanse Hesíodo (Teogonía 326-332) y Apolodoro (III 5-8).
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y marcha contra su propia patria. Se inician aquí los acontecimientos puestos en escena en Siete contra Tebas. En realidad, en esta tragedia hay poca acción; podríamos definirla como una serie de rhêseis de mensajero que dan lugar a elaborados diálogos, a través de los cuales se nos narra lo que está sucediendo y se pone de manifiesto el carácter de la figura central, Eteocles. La obra comienza con una intervención suya intentando levantar los ánimos de la población de Tebas, temerosa por la inminente llegada del ejército de Polinices, y representada por el coro de jóvenes tebanas. Aparece entonces un primer mensajero, que informa que el enemigo ha llegado y cada uno de sus caudillos ha asumido el asedio de una de las puertas de la ciudad; recuérdese que el epíteto homérico más conocido de esta es Thêbai heptápylos, «Tebas de siete puertas»19; Eteocles deberá, pues, encargar la defensa a otros tantos guerreros. El coro manifiesta entonces su miedo, pero Eteocles lo reprende severamente. Llega de nuevo el mensajero, anunciando que el enemigo ya ha decidido por sorteo qué puerta ha de atacar cada uno de los siete caudillos. Empieza entonces un extenso pasaje de carácter catalógico: el mensajero rinde informe del nombre, procedencia y carácter de cada uno de dichos atacantes, y Eteocles adjudica en consecuencia un defensor a cada puerta. La distribución es la siguiente: a Tideo se opondrá Melanipo, en la puerta de Preto; a Capaneo, Polifonte en la puerta Electra; a Eteoclo, Megareo en la puerta Nueva; a Hipomedonte, Hiperbio en la puerta de Atenea Onca; a Partenopeo, Actor en la puerta Norte; a Anfiarao, Lástenes en la puerta Homoloide; la puerta Séptima será atacada por el propio Polinices. Eteocles comprende entonces que deberá ser él en persona quien la defienda, y que ninguno de los dos saldrá vivo del combate; rememora la existencia de «la maldición de un padre» –sin explicitar que se refiere a la que pesa sobre el linaje; lo aclarará poco después el coro (vv. 742 ss.)– y, decidido, abandona la escena. 19
Odisea XI 263, etcétera.
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Tras una intervención del coro, que manifiesta su temor por el resultado de la batalla, entra por tercera vez el mensajero, quien proclama que Tebas ha resistido el ataque, pero que Eteocles y Polinices se han dado muerte el uno al otro. No hay, pues, celebraciones de victoria, sino que se llevan a escena los cadáveres de los dos hermanos, y el coro entona un lamento por su desgracia (vv. 820-960). Particularidades y tradición Siete contra Tebas ofrece un ejemplo inmejorable del contexto agonal en el que era compuesta la poesía dramática ática –siempre para concurrir a un certamen, es decir, entrando siempre en competencia con otros autores– y de la influencia mutua de sus éxitos o fracasos... incluso después de su muerte. En efecto, parece unánimemente aceptado que esta tragedia de Esquilo acababa donde se ha indicado, en el verso 960, con el lamento del coro. Sin embargo, la notoriedad alcanzada por Sófocles con la trilogía que formaban Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona, representada en el 429 a.C. –como fecha más probable– consagró para la posteridad su versión de la historia y personajes del ciclo tebano. Alguien creyó entonces necesario acentuar la coherencia de dicha versión, y en especial de Antígona, con la obra de Esquilo, que por otra parte continuaba siendo el gran nombre de la tradición trágica, y así escribió, aproximadamente cincuenta años después de su muerte, la escena final que recogen las ediciones actuales (vv. 961-1078). En dicha escena aparecen Antígona e Ismene, las hijas de Edipo –hermanas, por tanto, de Eteocles y Polinices– y un mensajero, que proclama la prohibición de dar sepultura a Polinices decretada por Creonte, que se ha hecho cargo del poder. De esta manera, Antígona puede afirmar que hará caso omiso de tal decreto, y la tragedia de Esquilo queda así enlazada con la de Sófocles. El contraste de esta última escena con el resto de la tragedia evidencia los cambios que en esos hipotéticos cincuenta años se habían introducido en el género: en la parte esquílea,
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como ya se ha dicho, la acción es relativamente poca y tan sólo hay dos personajes, Eteocles y el mensajero; los diálogos entre estos y con la corifeo, y la narración y descripciones en ellos contenidos, vienen a suplir la escasa acción. Por otra parte, la personalidad de Eteocles se situa así necesariamente en un plano superior y diferenciado; es el único personaje con entidad, el único que posee, en realidad, «carácter», con sus cualidades y sus altibajos. Hasta cierto punto, esto nos permite compararlo con el Edipo sofocleo: al principio de la obra es el buen rey, preocupado por su pueblo y en buena sintonía con este, al que trata de tranquilizar; sin embargo, a partir del momento en que decide su enfrentamiento con Polinices –e intuye que ninguno de los dos sobrevivirá–, su tono es progresivamente airado, y es el coro el que le recomienda cordura. De modo semejante a los accesos de cólera de Edipo al avanzar en sus investigaciones; sirva de ejemplo concreto el interrogatorio de Tiresias. Por lo demás, se han criticado ciertas inconsistencias temporales de la obra. Así, por ejemplo, en los vv. 78-368 se puede deducir que la primera fase del ataque del ejército argivo ya ha comenzado y las aterrorizadas vírgenes corren sobresaltadas ante el ataque del ejército; pero, a partir del v. 375, el poeta deja claro que el ataque ni siquiera ha empezado y que la urgencia de la situación, contradiciendo al coro que anda asustado, no es extrema. Es como si el tiempo se congelara (vv. 375-685) para dar a Eteocles oportunidad y el tiempo suficiente para preparar la defensa «verbal» de la ciudad. Pero luego el tiempo retoma su marcha y los tebanos luchan y ganan la batalla en apenas setenta versos (720-791). Estamos, pues, ante una dilatación del tiempo dramático durante 310 versos y una aceleración posterior que ha propiciado que algunos acusen a Esquilo de descuido en el manejo temporal, aunque se puedan aducir ejemplos razonables de reglas semejantes de composición en la épica20. 20 Cfr. M. Librán, Lonjas..., pp. 248-255, que concluye con dicha opinión sobre el parangón con la técnica de la épica, que compartimos en su totalidad.
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SUPLICANTES Ubicación en la obra de Esquilo La tragedia Suplicantes se representó por vez primera en las Dionisias, en fecha no anterior al 468 a.C., siendo la del 464/463 a.C. la más probable. Ocupaba el primer lugar en una trilogía junto con Egipcios e Hijas de Dánao, mientras que el drama satírico Amimone21 completaba el elenco. Ninguna de estas otras obras se ha conservado. Sin embargo, por los títulos, y partiendo del argumento desarrollado por Suplicantes, puede inferirse que las dos tragedias perdidas se mantenían en el ciclo mítico de Dánao, que era, en realidad, un episodio del ciclo argivo. No es tan fácil precisar el tema trágico que daba unidad a la trilogía, pero posiblemente se debatiera en ellas la obediencia debida, hasta llegar a un punto muerto que resolvía Afrodita, aparecida ex machina. Respecto a Amimone, al hablar del argumento y personajes nos referiremos a ella. Argumento, personajes y escenarios El episodio de Dánao y sus hijas, perteneciente al ciclo argivo –tal vez el más antiguo de los ciclos míticos griegos– quedaba recogido en la Danaida, poema épico de uno de los llamados «poetas cíclicos», supuestamente contemporáneos de Homero. No se conservan ni el poema ni el nombre de su autor, pero constituyó sin duda la fuente principal de esta trilogía de Esquilo. De la primera parte del episodio –en realidad, se trata de un mito de refundación de Argos– nos informa la propia tra21 El Papiro de Oxirrinco, 2256 fr. 3 (E. Lobel, E. P. Wegener, C. H. Roberts, The Oxyrhynchus Papyri, vol. XX, Londres, Egypt Exploration Society, 1952, pp. 30 ss.) vino a confirmar la existencia de la trilogía y su datación, aunque esta no queda totalmente resuelta. Para el estado de la cuestión, véase A. Sommerstein, Aeschylean Tragedy, Bari, Levante, 1996, pp. 141-152.
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gedia Suplicantes. En efecto, Dánao y Egipto son dos hermanos gemelos que ostentan conjuntamente el poder en el reino de Egipto; aquel tiene cincuenta hijas –las Danaides o hijas de Dánao–, mientras que este cincuenta hijos. Cuando Egipto intenta imponer a las Danaides el matrimonio con sus primos, estas, junto con su padre, huyen a Argos. Es en este punto donde da comienzo la acción dramática. Apenas desembarcadas las Danaides –que forman el coro que aparece «sollozando» en sus cantos22 y del que toma su nombre la tragedia –Dánao las exhorta a acercarse al recinto sagrado de las divinidades de la ciudad, por considerarlo refugio inviolable, pese a encontrarse fuera del recinto amurallado. Aparece entonces Pelasgo, rey de Argos. Las Danaides le piden protección y asilo23, reivindicando su origen argivo, pues su padre Dánao es hijo de Belo, nieto por tanto de Posidón y de la ninfa Libia, hija a su vez de Épafo, fruto del encuentro amoroso entre Zeus e Ío, hija de Ínaco, rey de Argos. Convertida en ternera por Hera y perseguida por un tábano, Ío habría recuperado su forma humana en las tierras del Nilo. Pelasgo duda: proteger a sus consanguíneas provocará una guerra con Egipto. Tras otro ruego insistente del coro, se com promete a llevar la cuestión a la asamblea de los ciudadanos de Argos y a intervenir en su favor. Dánao parte a depositar ramos de suplicante en todos los altares de la ciudad y, después de un breve diálogo con el coro, también marcha Pelasgo a convocar la asamblea y a aconsejar a Dánao sobre lo que ante ella deberá decir. El coro entona un canto de súplica a Zeus y al concluirlo aparece Dánao con buenas noticias: la asamblea ha decidido darles plena protección y asilo. El coro lo celebra y eleva ahora un canto de agradecimiento en el que se hacen votos por el bienestar y la prosperidad de los argivos. Mas, apenas acaba22 Cfr. C. Miralles, «Gli anapesti della parodo delle Supplici di Eschilo: una lettura», Bollettino dei classici (Accademia dei Lincei) 28 (2007), pp. 29-51. 23 Cfr. J. Pórtulas, «Miasma in Eraclito e in Eschilo», Lexis 24 (2006), pp. 23-29.
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do este, Dánao, que ha estado avizorando el mar, comunica a sus hijas que una flota egipcia se aproxima a la costa. El coro muestra ahora su miedo y su desesperación, mientras Dánao marcha de nuevo a pedir ayuda a la ciudad. Desembarcan entonces los egipcios, capitaneados por un heraldo, e intentan capturar mediante la violencia a las Danaides. Estas, maldiciendo a sus raptores, pretenden hacer valer el carácter inviolable del santuario donde se han refugiado, pero el heraldo desprecia explícitamente a las divinidades argivas. Llega entonces Pelasgo con su escolta armada y tiene lugar un tenso diálogo entre este y el heraldo, quien finalmente se retira junto con su destacamento, diciendo que el comportamiento del rey será, sin duda, causa de una guerra con los egipcios. Pelasgo exhorta a las Danaides a entrar en la ciudad, donde tienen diversas posibilidades de residencia. Llega Dánao, también con escolta, y las insta a guardar en todo momento un comportamiento adecuado y respetuoso con quienes las acogen. Se forma el cortejo para entrar en la ciudad, entre un alegre canto del coro. El final de la tragedia es, sin embargo, un diálogo del coro con los argivos, que manifiestan un cierto pesimismo sobre el futuro, y les aconsejan «no exaltar en exceso los actos de los dioses». Hasta aquí, lo que de Esquilo se ha conservado. Por lo que sabemos de los argumentos de las otras dos tragedias de la trilogía, concretamente en Egipcios, Pelasgo moría en la guerra que se pronosticaba en la parte final de Suplicantes, mientras que Dánao tomaba el poder en Argos pero se veía obligado a dar a sus hijas en matrimonio a los hijos de Egipto. Con todo, las instruía para que cada una matase a su marido durante la noche de bodas, y todas cumplían fielmente sus instrucciones, excepto Hipermnestra, quien, enamorada de su marido Linceo, le ayudaba a huir. Por su desobediencia, Dánao la encarcelaba e intentaba darle muerte; pero era él quien moría a manos de Linceo, que regresaba y devenía nuevo rey de Argos. En la tercera tragedia, Hijas de Dánao –es decir: Danaides– se planteaba el dilema moral de Linceo, quien debía castigar a las cuarenta y nueve hermanas de su esposa Hiperm-
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nestra, por haber asesinado a sus cuarenta y nueve hermanos. El «final feliz» era posible mediante la aparición ex machina de Afrodita, quien absolvía a las hijas de Dánao, porque al fin y al cabo sólo habían obedecido las órdenes paternas, y las convencía para que se casaran con otros tantos cuarenta y nueve varones argivos; concluía así la refundación de Argos. En cuanto al drama satírico Amimone –que significa «irreprochable»–, sin duda explotaba las posibilidades cómicas del episodio protagonizado por esta hija de Dánao. Bien podría ser un sobrenombre de Hipermnestra, pero en el catálogo de las Danaides aparecen ambas. Posidón había castigado a Argos con una sequía, por haber preferido a Hera. A su vez, Dánao, que gobernaba en dicha ciudad, envió a sus hijas por agua, pero Amimone, cansada por el largo camino, se echó a dormir. Un sátiro intentó entonces violarla, y fue salvada por Posidón. Según una versión, este dios hizo brotar tres fuentes de una roca, golpeándola con su tridente; según otra, explicó a Amimone dónde se encontraba la fuente de Lerna. De la unión de Posidón con Amimone nació Nauplio, héroe epónimo de la ciudad portuaria de Argos24. No es fácil discernir en qué medida Esquilo se apartó en su trilogía de la tradición mítica existente, sobre todo porque él mismo constituye una de las principales fuentes al respecto. La mayor divergencia parece encontrarse, precisamente, en Suplicantes, que presenta una integración pacífica de Dánao y sus hijas en el elemento autóctono argivo. La muerte de Pelasgo en Egipcios consumaría la toma del poder por Dánao, y además reforzaría la identidad argiva frente a los bárbaros. En otras versiones, el rey de Argos cedía el trono a Dánao, sin especificarse razones para ello. Y en otras, Dánao y el rey presentaban ante el pueblo sus respectivos argumentos para ocupar el poder. Al no llegarse a ninguna conclusión, se interrumpió la disputa hasta el día siguiente, y al amanecer un lobo abatió a un toro, a las puertas de la ciudad, y los argivos entendieron que el lobo se asemejaba a Dánao, porque uno y otro vivían en soledad, de 24
Cfr. Apolodoro, II 1, 4, y Pausanias, II 15, 4.
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manera que le entregaron el trono, y él, en agradecimiento, fundó el santuario de Apolo Liceo25. Particularidades y tradición La principal característica de Suplicantes es el extenso papel del coro y su protagonismo, propio de la tragedia arcaica. Hasta la publicación, en 1952, del citado Papiro de Oxirrinco, 2256 fr. 3, que –recordemos– confirmaba la existencia de la trilogía y su datación, fue considerada la obra más antigua conservada de Esquilo, en lugar de Persas. En realidad, la probable datación de su representación en el 464/463 a.C. no es incompatible con la hipótesis de que la obra fuera escrita bastante antes –alrededor del 490 a.C.–, pero no se hubiese representado entonces por razones de oportunidad política. En efecto, Esparta siempre había pretendido dominar Argos, y en 494 a.C. su rey Cleómenes I había dirigido contra esta un ataque en el que había aniquilado al ejército argivo, pero había fracasado en el intento de tomar la ciudad, defendida, según la leyenda, por la poetisa Telesila, al frente de una menguada tropa formada casi íntegramente por esclavos, que después instauraron un régimen democrático26. Sin embargo, durante ese periodo, a Atenas le interesaba evitar todo motivo de descontento de Esparta que pudiera poner en peligro su alianza contra los persas. Por tanto, no era aconsejable la representación de una tragedia cuya acción transcurría en Argos y cuyo tema era susceptible de interpretaciones poco halagüeñas para los lacedemonios. Aparte del rasgo arcaico que constituye ese extenso y protagónico papel del coro, el nucleo argumental de Suplicantes –y por ende su tema– ha planteado, y continua haciéndolo, no 25 Es decir, Apolo «de los lobos». Para estas dos versiones, véanse respectivamente Pausanias, II 19, 4 y Apolodoro, II 4. En ambas, al rey de Argos se le llama Gelánor; Pelasgo parece ser una denominación creada por Esquilo. 26 Heródoto, VI 76-83; no se refiere al episodio de Telesila, que sí recoge Pausanias, II 20, 8-10.
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pocas dudas. En especial, resulta sorprendente, por no decir in verosímil, la «insumisión» de las hijas de Dánao contra el matrimonio con los hijos de Egipto. Pudiera entenderse que se trata del rechazo de una boda obligada, pero esta interpretación pecaría de absoluto anacronismo, y más concretamente si se tiene en cuenta el medio cultural y jurídico en que se movió Esquilo. Lo habitual era que el matrimonio fuera acordado por los padres o tutores legales de los contrayentes, según criterios económicos y sin ninguna consideración por su voluntad, y menos aún por la de la mujer. Asimismo, se ha argumentado que repugna a las Danaides una boda incestuosa con sus primos. Pues bien, a este argumento cabe oponer que el propio derecho sucesorio ateniense obligaba a que una epíkl¯eros o heredera –es decir, que transmitía la herencia, por no tener hermanos varones– contrajera matrimonio con su pariente más cercano, con objeto de que la familia no perdiese el patrimonio. Más aún: si estaba casada, siempre y cuando aún no tuviera hijos, la ley permitía a su pariente más cercano ejercer la aphaír¯esis o derecho a la anulación del matrimonio, en nombre del padre difunto, para poder contraerlo a su vez con la heredera, proceso judicial denominado diadikasía27. Por tanto, muy poco importaría el parentesco de las Danaides con los hijos de Egipto para que contrajeran nupcias. Los motivos de las Danaides para intentar huir de sus colectivas bodas, en último extremo, pueden carecer de importancia –incluso si en más de un pasaje de la tragedia su aversión ha cia sus primos parece extenderse a todo el género masculino– y no ser sino un pretexto para el desarrollo del tema trágico de la obediencia debida, motivo que no se pondría de manifiesto en Suplicantes, sino en las otras dos tragedias hoy perdidas. Por lo 27 E. Cantarella, L’ambiguo malanno. Condizione e immagine della donna nell’ antichità greca e romana, Roma, Editori Riuniti, 1981 = La calamidad ambigua. Condición e imagen de la mujer en la Antigüedad griega y romana, Madrid, Ed. Clásicas, 1991, pp. 76 s.; J. Pérez Asensio, «El motiu del divorci en la comèdia grega», Miscel·lània en honor a Joan F. Mira, Castelló de la Plana, Univ. Jaume I, 2008, pp. 241-255 y 242-243.
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demás, a dicho tema podría añadirse la evolución de los personajes: las hijas de Dánao, débiles fugitivas y fáciles presas del miedo, se tornarían homicidas despiadadas, aunque este análisis de la transformación, como tema trágico, más parecería propio de Eurípides que de Esquilo. Es interesante destacar, por último, el abundante léxico jurídico de la obra28, que ofrece valiosa información sobre el reconocimiento de derechos a los extranjeros (xénoi) residentes en la Atenas de la época. Por lo demás, los protagonistas dirigen sus súplicas a Zeus, «reintegrador de suplicantes», guardián de la justicia y enemigo de toda desmesura. El drama fue representado cuando la protección del suplicante estaba ya bajo el control público ateniense. PROMETEO ENCADENADO Ubicación en la obra de Esquilo Aunque convencionalmente esta tragedia se mantiene en el corpus esquíleo, su atribución a este autor es incierta, por los motivos que después se expondrán. Asimismo se duda de la fecha de su representación; también convencionalmente se aceptaba que esta tuvo lugar alrededor del 460 a.C., pero no debe descartarse la hipótesis de que fuera escrita por otro autor más tardío, alrededor del 415 a.C. Asimismo, si bien parece claro que formaba parte de una trilogía junto con Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego, se desconoce el orden que ocupaba en ella. Siguiendo el mito, Prometeo portador del fuego debería ser la primera, Prometeo encadenado la segunda y Prometeo liberado la tercera. Este «orden natural» permitiría resolver el antagonismo trágico –centrado en las figuras de Prometeo y Zeus– con una solución 28 R. A. Santiago, «Acogida y protección de mujeres extranjeras: el testimonio de Suplicantes de Esquilo», en J. M. Nieto (coord.), Estudios sobre la mujer en la cultura griega y latina, León, Universidad de León, 2005, pp. 143-176.
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de compromiso semejante a la de Euménides, lo que lo hace más verosímilmente esquíleo; pero también permite una analogía con la Orestía la posibilidad de que Prometeo portador del fuego fuera la última tragedia de la trilogía y estuviese dedicada a la institución de las fiestas en honor a Prometeo en Atenas. Se ignora cuál era el drama satírico que completaba la trilogía. No obstante, conviene recordar que Esquilo ya había utilizado el personaje y episodio mítico de Prometeo para el drama satírico que cerraba la trilogía a la que pertenecía Persas, intitulado Prometeo encendedor del fuego, en griego Prom¯etheùs Pyrkaeús, que no debe confundirse por su similar título con la tragedia Prometeo portador del fuego, en griego Prom¯etheùs Pyrphóros. En cuanto al tema trágico, no es arriesgado establecer que se trata de la rebelión contra un poder injusto y, sobre todo, excesivamente severo, representado por Zeus, con algunos aspectos sorprendentes a los que más adelante nos referiremos. Argumento, personajes y escenarios Prometeo y su mito aparecen documentados por primera vez en Hesíodo: es un titán, hijo de Jápeto y la oceánide Clímene, y hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio. Supera a todos en astucia, que utiliza como valedor del género humano: en Mecona, donde disputaban divinidades y mortales, engañó al mismo Zeus presentándole de forma fraudulenta un buey sacrificado. Encolerizado Zeus, privó a los hombres del fuego que ya poseían, pero Prometeo se lo restituyó, prendido en el interior de una cañaheja: esta es su principal gesta. La venganza de Zeus fue terrible: hizo que Hefesto modelara a la primera mujer y la envió entre los hombres, como el más temible mal, y Epimeteo, hermano de Prometeo, la tomó pese a las advertencias de este. En cuanto a Prometeo, Zeus ordenó que fuera encadenado a una peña, donde un águila devoraba cada día su hígado, que volvía a crecer durante la noche29. 29
Hesíodo, Teogonía 507-616 y Trabajos y días 42-105.
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Es en este punto donde se sitúa Prometeo encadenado. La tragedia, en conjunto, contiene poca acción dramática –difícilmente podría contenerla, pues se inicia con el encadenamiento de Prometeo a un peñasco en «la frontera escítica, [...] este lugar desierto no hollado por seres humanos», donde permanece ya aherrojado hasta el final– y sí abunda, por el contrario, en personajes y en los diálogos que estos entablan con el protagonista, así como en sus discursos. Debe destacarse que esta tragedia constituye una dignificación de la figura de Prometeo y un enriquecimiento de su mito respecto a la tradición anterior, al menos la representada por Hesíodo, de quien por otra parte es clara deudora. En el poeta beocio, Prometeo es poco más que un bribón decidido a llevar la contraria a Zeus, un personaje sin duda más adecuado para el drama satírico; aquí se le confiere dignidad trágica por diversos procedimientos, y no es la omisión el menos importante: apenas hay una vaga referencia a Pandora (v. 252), y no se menciona en absoluto el falaz sacrificio a Zeus que Hesíodo, según hemos visto, recoge. Pero sobre todo, des de el primer instante, cuando Prometeo aparece en escena escoltado por Fuerza y Violencia –dos interesantes personificaciones de conceptos abstractos– y por Hefesto –encargado de ajustarle las cadenas–, se refuerza su «proximidad» a los Olímpicos, en su dimensión más primigenia, que se mantendrá a lo largo de toda la obra: ante el titán encadenado desfilan Océano y las Oceánides, Ío –pretexto un tanto forzado para que Prometeo muestre su poder adivinatorio y augure el fin del poder de Zeus, que le llegará del hijo que tendrá con Tetis30– y, finalmente, Hermes, a quien trata desdeñosamente. La tragedia acaba cuando el mensajero de los dioses, sin haber conseguido que Prometeo le revelara los pormenores de esa hipotética caída de Zeus, sale de la escena mientras la tierra empieza a temblar y se escucha el retumbar del trueno. En suma, se presenta a Prometeo en tono moralmente positivo: no sufre el castigo de Zeus por haber restituido el fue30
Sobre variantes de ese aspecto del mito, cfr. Apolodoro, III 13, 5.
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go a los mortales, o al menos no sólo por ello, sino por haberse opuesto al plan de Zeus de aniquilar la estirpe humana. De la misma manera se acumulan sus méritos, siempre en beneficio de esta: además de la restitución del fuego, Prometeo reivindica para sí haber entregado a los mortales los conocimientos de astronomía necesarios para prever las estaciones –y por tanto las labores que en cada una se realizan–, el cálcu lo, la escritura, la agricultura y las aplicaciones a esta de la ganadería, la navegación, los remedios para las enfermedades, el uso de los minerales y, por encima de todo, las diversas técnicas para efectuar adivinaciones y augurios. La transmisión de este saber se corresponde con la falsa etimología que explicaba el nombre Prom¯etheús derivándolo de pró-manthán¯o, es decir, «aquel que sabe de antemano»31, y oponiéndolo a su hermano Epim¯etheús, que sería, por tanto, «aquel que se entera después», o lo que es lo mismo, «aquel que no prevé un peligro», sin duda en alusión a su matrimonio con Pandora32. En realidad, es más interesante su auténtico origen, que sin duda corresponde a la raíz sánscrita para-math, «mover con violencia» y de ahí «robar», y debe relacionarse con pramantha, que designa, junto con el arani, a uno de los palos utilizados antiguamente por los brahmanes para encender el fuego, y cuyo significado místico es la voluntad humana, incesantemente activa33. Prometeo, pues, significaría, precisamente, «el ladrón del fuego»; en el hinduismo, M¯atari´svan constituye una figura y mito equivalentes34. Servio, Comentario a Virgilio, Églogas VI 42. Además de los citados pasajes de Hesíodo, cfr. Apolodoro, I 2, 3 y 7, 2. 33 Carol Dougherty, Prometheus, Nueva York, Routledge, 2006, p. 4; Benjamin Fortson, Indo-European Language and Culture: An Introduction, Oxford, Blackwell, 2004, p. 27. 34 Rig-veda III 5, 9-11. Entre los estudios ya clásicos sobre el mito de Prometeo deben destacarse: L. Séchan, Le mythe de Prométhée, París, PUF, 1951; C. Kerényi, Prometheus. Das griechische Mythologem von der menschlichen Existenz, Zúrich, Rhein-Verlag, 1946; Prometheus: Archetypal Image of Human Existence, Princenton, New Jersey, 1997; J. Duchemin, Prométhée. Histoire du mythe, París, Belles lettres, 1974; G. Charachidzé, Prométhée ou le Caucase, París, Droz, 1986; R. Trousson, Le thème de Prométhée dans la littérature européenne, Ginebra, Droz, 32001. 31 32
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Particularidades y tradición La particularidad esencial de Prometeo encadenado radica, precisamente, en las dudas sobre su autoría. Esta no fue puesta jamás en entredicho por la filología alejandrina; como otras cuestiones de tal índole, fue planteada por el criticismo filológico del s. xix35, y se sustenta, fundamentalmente, en el carácter de Zeus –el gran ausente– en esta tragedia, o por mejor decir, en la diferencia entre este Zeus –un autócrata despótico– y el que aparece mencionado en otras tragedias de Esquilo, como Suplicantes y Agamenón. Tratándose de un autor conservador como él, difícilmente la profunda piedad manifestada en estas hacia Zeus, identificado como la suprema justicia, se avendría al tono crítico, transgresor en sí mismo, con el que aquí se refieren a Zeus tanto Prometeo como otros personajes «positivos», identificándolo con un poder, si no radicalmente injusto, sí a todas luces desmedido. Este argumento ideológico, en cualquier caso, no puede ser ni rebatido ni refrendado con certeza. Resulta incontestable dentro de los límites de la presente tragedia, pero no olvidemos que el contexto argumental no era por fuerza tan reducido, sino que podía extenderse a la trilogía entera, como por los títulos parece que aquí ocurría. Independientemente de los problemas suscitados por el orden de las tragedias en la trilogía que antes hemos mencionado, es perfectamente posible que a lo largo de las dos obras no conservadas se produjera un acercamiento entre Prometeo y Zeus, una evolución de este último, de manera semejante a como las Erinias evolucionan a lo largo de la Orestía36. Dejando, pues, aparte este criterio, la autoría se ha discutido modernamente por argumentos formales, métricos y estilísticos, entre los que cabe señalar el «color» sofístico –hablar 35 Entre otros, por A. E. Haigh, The Tragic Drama of the Greeks, Oxford, Clarendon Press, 1896, pp. 109-114. 36 Sobre estas y otras posibilidades en cuanto al carácter de Zeus, cfr. D. J. Conacher, Aeschylus’ Prometheus Bound: a Literary Commentary, Toronto, University of Toronto Press, 1980.
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de «influencia» resulta arriesgado– de la obra en conjunto, con su sucesión de discursos y el peso en ella de la retórica, que corresponderían a un periodo posterior a la muerte de Esquilo, aunque se haya teorizado sobre la idea del progreso en Prometeo encadenado, como conquista de la civilización, próxima al pensamiento de Anaxágoras y de Protágoras, una creencia optimista en las posibilidades del hombre a nivel científico o cultural37. Actualmente, si bien no hay unanimidad al respecto, predomina la opinión de que no fue escrita por Esquilo38 y de que la datación más probable es la ya mencionada del ca. 415 a.C. Debe destacarse la hipótesis de West según la cual el autor no fue otro sino Euforión39, uno de los hijos de Esquilo, junto con Eveón –Bión según otras fuentes–, que fueron también poetas trágicos, así como su sobrino Filocles. En cualquier caso, como los mismos defensores de una u otra postura admiten, jamás podrá llegarse a una conclusión demostrable. Una derivada del problema de la atribución, y por tanto de la cronología de esta tragedia, es la popularidad de que gozó 37 Cfr. O. Longo, «Il significato politico del Prometeo di Eschilo», Atti Ist. Veneto 120 (1961-1962), pp. 249-252. Sobre el papel de Esquilo en la noción de progreso, G. Thomson, Aeschylus and Athens, Londres, Lawrence & Wishart, 1946, o E. R. Dodds, The Ancient Concept of Progress and other Essays on Greek Literature and Belief, Oxford, Clarendon Press, 1973 [reimp. 1985]. No obstante, desmentiría dicho «color sofístico» el hecho de que, en realidad, a lo largo de la tragedia sólo se expone el punto de vista de Prometeo. 38 Los primeros trabajos en tal sentido fueron los de E. R. Dodds, «The Prometheus Vinctus and the Progress of Scholarship», en la citada obra The Ancient Concept of Progress…, pp. 37-39 y Mark Griffith, The Authenticity of the Prometheus Bound, Cambridge, Cambridge University Press, 1977. Más recientes, por orden cronológico, son los de M. L. West, Studies in Aeschylus, Stuttgart, B. G. Teubner, 1990; A. Sommerstein, Aeschylean Tragedy...; y A. J. Podlecki, «Echoes of the Prometheia in Euripides’ Andromeda?», 2006 Annual Meeting of the American Philological Association, Mon treal, 2006. 39 Sin duda la correspondiente entrada de Suda (ε 3800) es sugerente al respecto: «Euforión: hijo del poeta trágico Esquilo, ateniense, también él poeta trágico; este, con obras de su padre Esquilo, con las que [este] jamás se había presentado, alcanzó la victoria cuatro veces. Escribió también obras propias».
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después de su representación y a la muerte de Esquilo, es decir, en qué medida y en qué momento se asentó en la tradición. Es indudable que este poeta trágico pasó inmediatamente a la posteridad como máximo exponente de la tragedia más conservadora –en realidad, mejor sería decir más arcaica– y así lo prueba su aparición como personaje en Ranas de Aristófanes, comedia que constituye un interesantísimo caso de crítica literaria como tema central: se le enfrentaba en ella a Eurípides, precisamente porque Aristófanes consideraba que este era el autor del momento que más se apartaba del concepto tradicional de tragedia, y en efecto, en el diálogo entre Jantias, esclavo de Dioniso, y el esclavo de Pluto (vv. 758 y 813) se presentan los términos del debate entre Esquilo y Eurípides que se desarrollará in extenso hasta el final de la comedia. Pero en otra comedia de Aristófanes, a saber, en Aves, aparece explícitamente Prometeo, como personaje perseguido por Zeus, y entabla con Pistetero un diálogo que podemos considerar una alusión extensa al Prometeo encadenado que nos ocupa (vv. 1494-1541)40. Asimismo, pueden distinguirse alusiones a esta tragedia en Andrómeda de Eurípides, de la que conservamos fragmentos. El dilema, claro está, es que si Prometeo encadenado hubiera sido escrita realmente por Esquilo, y representada en la fecha convencional del 460 a.C., ello le supondría la vitalidad y peso en la tradición suficientes para poder inspirar, más de cuarenta años después, las mencionadas alusiones en Aves de Aristófanes y Andrómeda de Eurípides, representadas respectivamente en el 414 a.C. y el 412 a.C., y más cuando sabemos que tanto tragedia como comedia, y en especial esta última, debían aludir a hechos, obras, personajes... perfectamente comprensibles para el público del momento. Por el contrario, dicha importancia y consolidación sería mucho menor –y posterior– si consideramos la autoría y fecha alternativas del ca. 415 a.C. 40 Véase Carl Anderson y Keith Dix, «Prometheus and the Basileia in Aristophanes’ “Birds”», The Classical Journal 102, 4 (2007), pp. 321-328.
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Sea como fuere, Prometeo pervivió como símbolo de la rebeldía, y así se vio reivindicado por el Romanticismo. Citemos casos tan conocidos como el poema «Prometheus» de Goethe (1772-1774), en la línea del Sturm und Drang, al que seguirían el poema homónimo de Lord Byron (1816) y la obra teatral en cuatro actos Prometheus Unbound, de Shelley (1820) –sin olvidar que la novela de Mary Shelley, su segunda esposa, Frankenstein (1818), tan popularizada por el cine, llevaba el subtítulo The Modern Prometheus–. Sin duda, el fuerte simbolismo del Titán proviene de la tragedia y no del carácter que encontramos en la Teogonía de Esquilo41.
41 No sólo en el Romanticismo, claro está. Véase también al respecto J. R. del Canto Nieto, «El mito de Prometeo en la poesía y en la filosofía de Miguel de Unamuno», CFC (G) Estudios Griegos e Indoeuropeos 16 (2006), pp. 283-305 (esp. 284).
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Ediciones y traducciones
Ofrecemos una bibliografía general y selectiva, sin afán de ser exhaustivos en la relación de traducciones, ediciones o aspectos concretos de las obras –algunos ya han sido tratados en las líneas precedentes–, dada la ingente cantidad de obras que desde la misma Antigüedad suscitó ya nuestro autor, y de la importancia desigual de algunas traducciones o ediciones de las obras de Esquilo. EDICIONES (SELECCIÓN) Mazon, P., Eschyle. Tragédies I-II, París, Budé, 121984. Murray, G., Aeschyli Tragoediae, Oxford Classical Texts, Oxford, Clarendon Press, 21955. Page, D. L., Aeschyli Septem Quae Supersunt Tragoediae, Oxford Classical Texts, Oxford, Clarendon Press, 1972. Radt, S., Tragicorum Graecorum Fragmenta, vol. 3: Aeschylus (TrGF3), Gotinga, V&R, 1985. Smyth, H. W., Aeschylus. With an English Translation I-II, Cambridge-Londres, Mass.-Loeb, 1926. Vílchez, M., Esquilo. Tragedias I-II, Madrid, Alma Mater, 1997-1999. West, M. L., Aeschylus. Tragoediae cum incerti poetae Prometheo, Stuttgart-Leipzig, Bibliotheca Teubneriana, 1990.
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Personajes del drama Coro de ancianos Atosa, la reina Un mensajero El espectro o sombra de Darío Jerjes La escena: La acción se desarrolla en Susa, ciudad veraniega de los reyes persas. En el fondo de la escena aparece una gradería porticada y la tumba de Darío.
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(Los ancianos, que forman el coro, entran lentamente en la orquestra.) Coro.— Estos son los así llamados fieles1, guardianes del opulento palacio, rico en oro2, escogidos de entre los persas, que partieron a tierra griega, a quienes el mismo rey Jerjes, el príncipe, del linaje de Darío, escogió por su dignidad, para celar por esta tierra. Pero, pensando en el regreso del rey y de nuestro ejército, rico en hombres, ya el espíritu, en mi pecho, se turba en demasía. Pues toda la asiática fuerza se ha ido y llama a gritos3 a su joven caudillo, y no hay mensajero ni jinete alguno que llegue a la capital de los persas. Dejaron tras de sí los muros de Susa4 y los de Ecbatana5 y la antigua fortaleza de Cisia6, marchando unos a caballo,
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1 El coro lo conforman los llamados «fieles» ancianos, séquito consultivo del rey Jerjes. 2 Aunque la tradición manuscrita nos ha transmitido el adjetivo πολυ χρύσων «rico en oro», Bothe desechó dicha lectura. West, cuyo texto seguimos para la traducción de las tragedias esquíleas, mantiene el adjetivo al igual que la conjetura de Wecklein (πολυάνδρου, «rico en hombres» en vez de «rico en oro») del verso 9 3 Mekler refiere una laguna de aproximadamente un verso tras el «llama a gritos», «grita echándole de menos» (βαΰζει). Page añade: «sc. mulier desiderans» y Lécluse traduce por «réclame à grands cris». 4 Ciudad residencial y veraniega de los reyes persas, a orillas del río Euleo. 5 Ciudad capital de la Media. 6 Distrito de Susa (cfr. Heródoto, v. 49).
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otros en naves, otros como infantes, paso a paso, formando una hueste guerrera. Así, Amistres, Artafernes7, Megabates y Astaspes8, capitanes de los persas, soberanos vasallos del Gran Rey, se lanzan como custodios del ingente ejército; junto a ellos, quienes avasallan con el arco, y los jinetes, de aspecto horripilante, y temibles en la lucha, con fama de espíritu valeroso. También Artémbares, que ama los corceles, Masistres e Imeo, excelso arquero, junto a Farandaces y Sostanes, conductor de caballos. A otros mandó el Nilo9 anchuroso y fértil: Susiscanes, Pegastagón, hijo de Egipto y el soberano de Menfis, la ciudad sagrada, Arsames el grande, y el que rige la antiquísima Tebas, Ariomardo, y los hábiles barqueros que reman en los pantanos, en copioso número. Y una multitud de lánguidos lidios10 les sigue, señores como son de todo el pueblo oriundo del continente: sus reyes-capitanes, Metrogates y Arcteo el valiente, y Sardes, la rica en oro, impulsan a sus jinetes a montar en miles de carros de guerra, escuadrones de dos y tres timones, espectáculo espantoso de ver. También los vecinos del sagrado Tmolo11 amenazan con imponer a la Hélade un yugo de esclavo: Mardón y Taribis, yunques de la lanza, y los lanceros misios. Y Babilonia, la rica en oro, manda una variopinta y confusa turba, a bordo de naves y confiados audazmente en su manejo del arco. Y desde toda Asia, les sigue la masa de pueblos armada de espadas, bajo las temibles órdenes del rey. Tal flor de varones ha partido de la tierra persa, y gime con ardiente añoranza la tierra de Asia, que los criara, padres y esposas, y se inquietan por el tiempo que pasa y que se prolonga. 7 Nos decantamos por la lectura textual, comúnmente aceptada, a saber, Artafernes. 8 Nombres históricos, quizá deformados adrede por Esquilo, con vistas a privarles de ese grado de historicidad. 9 Se enumeran, a continuación, los aliados de los persas. En este elenco, se empieza por Egipto. 10 Ya en la Antigüedad corría la fama de que los lidios eran poco belicosos. 11 Monte de Lidia, en el límite entre las actuales provincias turcas de Izmir y Manisa, es decir, Esmirna y Magnesia.
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(El coro entona un canto en ritmo jónico.) Estrofa 1 Ya ha pasado el ejército real, devastador de ciudades, a la vecina tierra de la orilla opuesta, en balsas encadenadas con cuerdas de lino, cruzando el estrecho de Hele12, hija de Atamante, tras echar como yugo sobre el cuello del ponto un paso de infinitas clavijas13. Antistrofa 1 El irrefrenable rey del Asia populosa empuja contra toda la tierra un rebaño prodigioso de hombres por dos rutas, por la de infantería y por la del mar, confiado en los enérgicos e intrépidos capitanes; es un mortal semejante a los dioses, de linaje de rutilante procedencia14. Estrofa 2 Teniendo en sus ojos una mirada fúlgida de serpiente asesina, rico en brazos y también en marineros, tira su carro sirio15 y guía contra varones16 famosos por sus lanzas un Ares que vence con el arco. Antistrofa 2 Apenas puede imaginarse que nadie, enfrentándose a esa gran corriente de hombres, detenga con sólidos diques el impetuoso oleaje del mar; pues el ejército persa es invencible y estrenuo su pueblo. Estrofa 317 Pues, desde hace tiempo, por consentimiento de los dioses, Moira18 ha prevalecido, y ha mandado a los persas em-
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12 La tradición mítica vinculaba «Helesponto» a Hele, hija del rey tebano Atamante, que se ahogó en dichos parajes mientras huía de Ino, su madrastra. 13 Otra manera esquílea de expresar la idea de «puente». 14 Alusión a la fecundación de Dánae por Zeus en forma de lluvia de oro de la que nació Perseo, que designó a su vez a Persia. De ahí la referencia «de áurea procedencia», relativa a Jerjes, descendiente de Perseo. 15 Alusión a Jerjes. 16 Alusión implícita a los griegos. 17 Seguimos a West, quien, en su edición teubneriana, a partir del verso 92 introduce los versos 102-113. Y tras estos versos, el editor vuelve a los versos 93 y siguientes. 18 Es decir, el «Destino».
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prender la guerra que destruye fortalezas, combates tumultuosos de carros y devastaciones de ciudades. Antistrofa 3 Y aprendieron †a otear†, del piélago de anchurosos cami110 nos, emblanquecido por un vendaval irrefrenable, la sagrada llanura marina, confiados en sus tensadas jarcias y en las máquinas19 que transportaban tropas. Epodo 93 Mas ¿qué mortal evitará el taimado engaño de la mente 95 de un dios? ¿Quién es aquel que, lanzándose con pie raudo, dé 100 un salto fácil? Pues desde un principio, Ate20, amistosa y aduladora, lleva al hombre a sus redes, de donde no es posible que un mortal consiga huir escapándose. Estrofa 4 114-115 De ahí que mi ánimo afligido por negra túnica se desgarra de temor, «¡Oaá, armada persa!», no sea que por este alarido de dolor advierta su capital que la gran ciudad de Susa está desierta de hombres. Antistrofa 4 120 No sea que en los baluartes cisios un gentío femenino de125 vuelva esta lamentación, «¡Ay!», cual eco, profiriendo este grito, y los peplos de fino lino se conviertan en andrajos. Estrofa 5 Pues todo el pueblo, la caballería y la infantería, como un enjambre de abejas, ha abandonado el país con el coman130 dante del ejército, cruzando la calzada marina, común a uno y otro continente, uncida por un puente21. Antistrofa 5 Los tálamos, en ausencia de los esposos, se colman de 135 lágrimas; y las mujeres persas, en verdadero duelo, cada cual con su deseo amoroso, tras haber visto partir a su impetuoso y guerrero esposo, se queda sola y maridada.
Es decir, el puente de barcas. Diosa de la venganza y del castigo. 21 Otro modo de aludir al ya mencionado puente de barcos persa, que sirvió de calzada para trasladar el ejército persa de Asia a Europa. 19 20
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Ea, persas, reunámonos en este antiguo cobijo22 y reflexionemos sabia y prudentemente, pues la necesidad apremia, sobre cómo transcurre la suerte de Jerjes, rey hijo de Darío, de la raza patronímica de nuestros reyes23. Sepamos si el tiro del arco ha sido vencedor o si la fuerza de la lanza de punta de acero ha vencido. Mas he aquí que, como brillo semejante a los ojos de los dioses, se acerca la madre del rey, mi señora la reina. Me prosterno ante ella; conviene que la saludemos con palabras reverentes. Corifeo.— ¡Oh, la más excelsa señora entre las persas de hendidas cinturas24, anciana madre de Jerjes, te saludo, esposa de Darío! Has nacido para devenir compañera de lecho de un dios y también madre de otro, a no ser que un antiguo espíritu ahora haya privado de sus favores a nuestro ejército.
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(Aparición de Atosa, la reina. El coro se arrodilla ante ella)25. Reina.— Por ello he abandonado mi palacio cubierto de oro y el lecho que compartimos Darío y yo, y aquí he venido. Y me roe el alma una inquietud y vengo a revelároslo, porque yo, amigos, siento temor por mí del mismo modo, no sea que nuestra gran Riqueza, tras ocultar con polvo el suelo, derrumbe con el pie la dicha que Darío erigió, no sin ayuda de alguno de los dioses. Una doble y nefanda angustia anida en mis entrañas: que no se reverencie con la honra debida un acervo de riquezas sin hombres y que, para los hombres empobrecidos, no brille una luz como corresponde a su fuerza. Porque nuestra riqueza no tiene vejamen, sino que mi turbación atañe al ojo de este palacio; pues el ojo de una casa, creo, es la presencia de su señor26. Ante la angustia en la que me encuentro,
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Alusión a la tumba de Darío. Hay algunos editores que interpretan este verso como una glosa. Referencia a un epíteto de procedencia homérica. 25 A partir de este momento el ritmo utilizado por Esquilo se arcaiza. Se trata del ritmo trocaico (tetrámetros trocaicos catalécticos). 26 La reina Atosa teme una posible insurrección contra el rey Jerjes, tras un eventual fracaso bélico ante Grecia. 22 23 24
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Persas, sed mis consejeros; vosotros que, desde antiguo, me habéis sido fieles, y en vosotros baso todos mis prudentes consejos. Corifeo.— Sábelo bien, dueña de esta tierra, que no habrás de decir dos veces palabras u obras con las que yo tenga fuerza para servirte de ayuda. Pues es a nosotros, que somos tus amigos, a quienes nos pides consejo sobre estos asuntos. Reina.— Perpetuamente convivo con muchos sueños nocturnos, desde que mi hijo ha equipado su ejército y hacia la tierra jonia ha partido, con la voluntad de devastarla. Sin embargo, nunca lo he visto tan claro como en el sueño de anoche, y voy a relatártelo. Se me aparecieron en sueños dos mujeres, con hermosos vestidos27, una de ellas adornada con peplos persas, la otra, con dorios, que a mi vista acudían, sobresaliendo en estatura a las de ahora y de hermosura sin tacha, y hermanas del mismo linaje. Una tenía como patria la tierra griega, por haberle tocado en suerte, la otra, la bárbara28. Ambas estaban en discordia entre sí, según creía ver. Y mi hijo, al darse cuenta, las contenía y las apaciguaba. Las unce a su carruaje y les coloca en el cuello el petral. Una se erguía, cual torre, con este atavío y entre las riendas mantenía su boca gobernable, mientras que la otra se agitaba y despedaza con ambas manos los arneses del carro y los arranca con violencia, y, ya sin bridas, rompe el yugo en dos mitades, y mi hijo cae. Su padre Darío se acerca, lamentándose ante él; tan pronto como lo ve Jerjes, rasga la túnica que su cuerpo cubría. Esto que te cuento he visto esta noche. Pero, al levantarme y tocar con mis manos una fontana de hermoso flujo, me aproximé al altar con una ofrenda en la mano queriendo ofrendar una torta como sacrificio a los dioses que alejan los males, a las que pertenecen estos ritos. Y veo a un águila dirigirse hacia el altar de Febo29 y, asustada, amigos míos, me quedé sin voz. Y, más tarde, veo un halcón lanzándose en su persecución con sus alas y que le despluma la cabeza con sus garras. Clara alusión a Europa y Asia personificadas. Es decir, el país persa. 29 Epíteto del dios Apolo. 27 28
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Pero ella, encogida, no hace nada más que ofrecer su cuerpo. Eso fue para mí terrible espectáculo de ver, tanto como para vosotros lo es de escuchar. Pues bien debes saberlo: mi hijo, si tuviera éxito, sería un varón admirado, pero si obrara mal, no rendiría cuentas al reino, antes bien, si consigue salvarse, será igualmente soberano de esta tierra. Corifeo.— No pretendemos, Madre, ni aterrorizarte en demasía con nuestras palabras, ni animarte. Ve con súplicas a los dioses, y, si has visto algo malo, pídeles que accedan a apartártelo, y que lo bueno, en cambio, se cumpla en ti misma, en tus hijos, en la patria, y en todos tus amigos. Luego, convendría que hicieras libaciones ante la Tierra y también ante los muertos; y pídeles esto afablemente, que tu esposo Darío, a quien dices haber visto durante la noche, envíe bendiciones para ti y para tu hijo hacia la luz desde lo profundo de la tierra, y, en cambio, lo contrario, retenido bajo tierra, se marchite en su sombra. Eso es lo que, por ser adivino inspirado, te he sugerido con buena voluntad; y juzgamos que, en relación a tus sueños, han de tener un feliz cumplimiento en todo para ti. Reina.— Mas tú, el primer exegeta de mis sueños, propicio para con mi hijo y para con mi casa, has emitido este presagio. ¡Que se cumpla favorablemente todo lo bueno! Y tal como me recomiendas, realizaré todos estos ritos en honor de los dioses y de mis seres queridos que están bajo tierra, cuando vuelva a palacio. Pero desearía inquirir, amigos, lo siguiente: ¿En qué lugar de la tierra dicen que está situada Atenas? Corifeo.— Lejos, en Occidente, por donde se pone el soberano Helios30. Reina.— ¿Pero acaso mi hijo deseaba tomar esta ciudad como un botín? Corifeo.— Sí, pues así toda la Hélade llegaría a ser súbdita del Rey. Reina.— ¿Tan numerosos los soldados que tiene su ejército?
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30 Es decir, el Sol. Alusión explícita al final de la carrera de Helios, en Occidente.
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Corifeo.— Un ejército tal como para haber causado ya grandes estragos a los medos. Reina.— ¿Y qué otra cosa tienen, además de esto? ¿Riquezas abundantes en sus palacios? Corifeo.— Poseen una fuente de plata31, tesoro de la tierra. Reina.— ¿Brilla acaso en sus manos la flecha que el arco haya de tender? Corifeo.— No, sino picas para el combate a pie firme y armaduras con escudos. Reina.— ¿Qué pastor de hombres está a su frente y gobierna su ejército? Corifeo.— No se llaman siervos de ningún hombre, ni siquiera vasallos. Reina.— ¿Cómo, entonces, podrían aguardar a pie firme a enemigos invasores? Corifeo.— ¡Pues hasta el punto de haber destruido la numerosa y esplendorosa hueste de Darío!32. Reina.— Horribles cosas manifiestas, como para angustiar a los padres de quienes han partido. Corifeo.— Me parece que lo ocurrido pronto lo sabrás bien: pues el estilo de correr de este hombre es el de un persa y trae una noticias cierta, buena o mala de oír. Mensajero.— ¡Ciudades de Asia entera, tierras pérsicas, otrora puerto de opulencia, ved cómo de un solo golpe se ha destruido toda vuestra inmensa dicha! ¡La flor de los persas ha caído aniquilada! ¡Ay de mí! ¡Qué calamidad me supone el anunciar el primero tales desgracias! No obstante es preciso explicar todo lo sucedido, persas: ¡Toda la expedición de los bárbaros ha sucumbido! Estrofa 1 Coro.— ¡Tristes, tristes desgracias, nuevas y terribles! ¡Ay, ay! ¡Sumíos en lágrimas, persas, al oír tal desastre! Mensajero.— Sí, porque todo lo de allí está acabado; yo mismo, sin esperarlo, veo la luz del retorno. 31 32
Alusión a las minas de plata de Laurion. En el 490 a.C. se produjo la memorable batalla de Maratón.
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Antistrofa 1 Coro.— ¡Ancianos! ¡Ciertamente esta vida se nos ha prolongado demasiado y hemos de escuchar una desgracia del todo inesperada! Mensajero.— Y puesto que he estado presente, y no lo he oído de labios de otros, os puedo contar, persas, las desgracias que se han abatido sobre nosotros. Estrofa 2 Coro.— ¡Ay, ay! En vano muchos y variados dardos desde la tierra de Asia alcanzaron tierra de Zeus, país griego. Mensajero.— Las orillas de Salamina, todos los campos vecinos, todo está lleno de cadáveres, muertos en hora infausta. Antistrofa 2 Coro.— ¡Ay, ay! †Los cuerpos sumergidos una y otra vez† de nuestros amigos, arrojados por el mar, me dices que son arrastrados entre sus dobles ropajes errantes. Mensajero.— De nada sirvieron los arcos, todo el ejército ha perecido, vencido por los espolones de las naves adversarias. Estrofa 3 Coro.— Lanza un grito lúgubre, infausto †por los desventurados persas†, pues de forma tan desastrosa, totalmente, lo dispusieron †los dioses†. ¡Ay, ay, por la hueste perdida! Mensajero.— ¡Oh nombre de Salamina, qué odioso de oír! ¡Ay! ¡Cómo me acuerdo de Atenas y lo deploro! Antistrofa 3 Coro.— Objeto de horror, sí, para sus enemigos. Ciertamente puedo recordarlo, pues a tantos ha dejado sin descendencia y a tantas viudas. Reina.— Hace mucho rato que permanezco en silencio, desdichada, golpeada por el dolor de estas penalidades; pues esta desgracia lo desborda todo: tanto el hablar como el in dagar nuestros males. No obstante, es preciso que los morta les soporten las aflicciones si las envían los dioses. Despliega, pues, todo nuestro infortunio, y nárralo cuando hayas recuperado la calma, aunque solloces por nuestras desgracias. ¿Quién no ha muerto? ¿Por qué comandante habremos de llorar, que, designado para poder tomar cetro, al morir dejó a su tropa sin adalid?
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Mensajero.— Jerjes sí que vive y está viendo la luz33. Reina.— Acabas de anunciar una luz inmensa para mi casa, espléndido día tras una noche muy obscura. Mensajero34.— Artémbares, capitán de diez mil caballeros, fue abatido contra las escarpadas riberas de Silenio35, y Dadaces, el quiliarco que, al golpe de una lanza, saltó de la nave con un salto ligero; el noble Telagón, el mejor en linaje de los bactrios, que anda errático por la isla de Ayante36 batida por el mar; Lileo, Arsames y Argesto, el tercero, quienes, alrededor de la isla de la criadora de palomas37, abatidos, fueron topando contra la sólida tierra firme, y también entre los vecinos de las aguas del Nilo egipcio, Farnuco y los que cayeron de una única nave, Arcteo38, Adeves y, el tercero, Fereseo. El crisio Mátalo, que capitaneaba una hueste de diez mil hombres, caudillo de treinta mil negros jinetes que, al morir, ensució su rojiza barba, espesa, erizada, cambiando su color por un tinte más rojo. Y Mago el árabe y Artabes el bactrio, habitante de una dura tierra, allí pereció. Y Amistris y Amfistreo, el que blandía su muy esforzada lanza, y el valeroso Ariomardo, que ha ocasionado dolor a los sardos; y Sisames el misio; y Taribis, el que comandaba cinco veces cincuenta naves, de linaje lirneo y bello porte, yace cadáver, infeliz, no con mucha ventura: y Siénesis, el primero por su valor, caudillo de los cilicios, tras causar estragos incontables entre los enemigos, sucumbió con gloria merecida. Tales cosas son las que he guardado en mi recuerdo de los caudillos, mas, entre tantas desgracias que sucedieron, corto me quedo al anunciaros sólo una mínima parte. 33 Mantenemos el sentido metafórico y lacónico de la expresión φάος βλέπει. 34 A continuación el mensajero elenca, a modo de catálogo homérico, una amplia lista de bajas en el ejército persa. 35 Promontorio de la isla de Salamina. Luego se alude a ella como «isla de Ayante». 36 Es decir, Salamina. 37 Salamina. El texto alude a la batalla de Salamina. 38 Traducimos el verso 312 después del 313, ciñéndonos al orden de la edición de Martin L. West que sigue a Merkel.
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Reina.— ¡Ay, ay! Lo que escucho es el culmen de las desgracias, infamia y clamorosos trenos para los persas. Pero dime lo siguiente, volviendo al principio: ¿cuánta era la multitud de naves griegas, como para atreverse a entablar combate contra el ejército persa con embestidas navales? Mensajero.— En cuanto al número, entérate bien, las naves de los bárbaros podían haber vencido, pues los griegos tenían un número total de diez veces treinta, y además había diez de entre estas de reserva. Mas Jerjes, pues también lo sé muy bien, tenía en total un millar sobre las que mandaba, y las naves que sobresalían por su rapidez eran doscientas siete. Esta es la cuenta total. ¿Acaso crees que sufríamos desventaja en esta batalla? No, sino que una divinidad destruyó el ejército de tal modo que hizo desviar la balanza con fortuna de forma no equitativa. Los dioses favorecen a la ciudad de la diosa Palas39. Reina.— ¿Entonces todavía no ha sido destruida la ciudad de Atenas? Mensajero.— Mientras tenga hombres, es un muro que está a salvo. Reina.— Cuéntame cuál fue el inicio de la embestida de las naves. ¿Quiénes comenzaron la batalla, los griegos o mi hijo, jactándose por el número de sus naves? Mensajero.— Comenzó, señora, toda la desgracia un genio vengador o una divinidad infausta, que no sé de dónde salió. En efecto, un griego40, viniendo del ejército ateniense, le dijo a tu hijo Jerjes lo siguiente: Que tan pronto como llegaran las sombras de la negra noche, los griegos no permanecerían allí, sino que intentarían todos, lanzándose a los bancos de sus naves, salvar su vida con una huida furtiva, cada uno por su lado. Y él, en cuanto lo oyó, sin sospechar el engaño del hombre griego ni la envidia de los dioses, a todos los comandantes de las naves les comunicó esta orden: cuando el sol cesara de hacer resplandecer la tierra con sus rayos y la oscuridad se apoderara del recinto del éter, alineara en orden 39 40
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Palas es un epíteto de la ciudad de Atenas. Posible alusión a Sicino, el pedagogo de Temístocles, según la tradición.
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de batalla el grueso de las naves de tres en fondo, para vigilar las salidas marinas y las rutas resonantes del mar, y, las restantes, en círculo, alrededor de la isla de Ayante41, con la idea de que si los helenos consiguieran esquivar su funesto destino, porque hubieran hallado una escapatoria para sus barcos, estaba destinada la decapitación para todos los comandantes. Tales órdenes Jerjes dictó llevado de un espíritu vivamente exaltado, pues no tenía conocimiento de lo que le tenían reservado los dioses. Los griegos, en cambio, no sin orden, sino con espíritu disciplinado iban disponiendo la cena, mientras el marinero ataba el remo al escálamo en el que aquel se asienta. Pero, cuando la claridad del sol se extinguió y se estaba acercando la noche, cada señor de su remo hacia su nave se dirigía y también todo el que había de luchar con las armas. Y una hilera animaba a otra en la larga nave, y todos navegaban según la posición que tenían asignada. Y a lo largo de toda la noche bogó toda la flota con los jefes de las naves. Y la noche avanzaba, y la armada de los griegos no hacía una salida furtiva por parte alguna. Pero después que el día de blancos corceles42 cubrió toda la tierra, fulgurante de ver, en primer lugar por parte de los griegos se profirió un grito a modo de himno, y a su vez respondió el eco de la roca isleña43 con gran sonoridad. Y el terror invadió a todos los bárbaros, decepcionados ante lo que esperaban. No era un peán44 venerable lo que los griegos entonaban, por disponerse a la fuga, sino como quienes se están preparando para el combate con ardiente coraje. Y la trompeta, con su sonido, encendió el ánimo de toda la línea. Rápidamente, con candenciosos ritmos de los resonantes remos, golpearon el mar profundo al compás de una rítmica orden45, y de golpe todos estuvieron al Es decir, Salamina. Cfr. nuestra nota 33. Alusión al Sol (Helios), que recorre el mundo en un carro tirado por corceles blancos. 43 Es decir, la isla de Salamina. 44 Canción de guerra que acostumbraba a ser entonada antes de entrar en combate o tras una victoria, dedicada a Apolo Peán. 45 Es decir, bajo las órdenes del jefe de remeros, con la ayuda de un flautista. 41 42
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alcance de nuestra vista. El ala derecha, en primer lugar, en perfecto orden de batalla, era gobernada con armonía. Después, toda la flota le seguía. Y podía escucharse entonces este gran clamor: «¡Marchad, hijos de los griegos, salvad a vuestra patria, salvad a vuestros hijos, a vuestras esposas, a las sedes de los dioses de la patria y a las tumbas de vuestros ascendientes. Ahora vais a combatir por todo esto!». Y, en verdad, por nuestra parte un clamor en lengua persa intentaba hacerle frente, pero ya no había tiempo para dilaciones. Inmediatamente una nave clavó en otra nave su espolón de bronce. Inició el ataque una nave y clavó su espolón de bronce en otra nave. Comenzó la acometida una nave griega, y rompió todo el codaste de un navío fenicio, y las demás dirigían su asta contra las otras naves. En un principio, la corriente de la armada persa se mantenía firme. Pero cuando la mayoría de naves estuvo congregada en lugar angosto, no hubo posibilidad alguna de ayuda de unas a otras, sino que ellas arremetían entre sí con sus espolones de bronce y destrozaban el pertrecho remero en su totalidad. Las naves griegas nos embestían calculadamente, formando un círculo, y los cascos de las naves se volcaban, y el mar no se dejaba ver, repleto de naufragios y de cadáveres de hombres. Y las playas y los escollos se llenaban de muertos. En huida desordenada, cada navío se daba al remo, cuantos precisamente formaban la escuadra bárbara. Y los griegos, a su vez, como a atunes o a una bolichada de peces, con los restos de remos y de trozos de tablas, los golpeaban y los ma chacaban. Gemidos tejidos con lamentos se extendían por la superficie marina, hasta que la negra faz de la noche lo impidió. El ingente número de desgracias, aunque te lo explicara por orden durante diez días enteros, no sería capaz de agotártelas. Pero has de saber bien que nunca, en un solo día, sucumbió tan gran número de hombres. Reina.— ¡Ay, ay! ¡Un mar de desgracias rompió contra los persas y contra el linaje todo de los bárbaros! Mensajero.— Pero conviene que sepas bien que el infortunio que te relato todavía no ha llegado a la mitad. Tal desgracia de sufrimiento les sobrevino, que ni siquiera el doble podría contrarrestar el peso de esta.
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Reina.— ¿Y qué desgracia más cruel podemos haber sufrido que esta? Cuéntame qué otra desgracia afirmas que se ha abatido todavía sobre el ejército, hundiendo el platillo de la balanza hasta desastres aún más calamitosos. Mensajero.— Cuantos persas estaban más en sazón, y eran los mejores por su valor, distinguidos por su linaje, los que estaban siempre entre los primeros por su lealtad hacia su soberano perecieron vergonzosamente con una muerte ignominiosa. Reina.— ¡Ay de mí, desventurada, amigos, por esta desgracia cruel! ¿Con qué tipo de muerte dices que han perecido ellos? Mensajero.— Ante los territorios de Salamina hay un islote46 pequeño y de difícil anclaje para las naves, que Pan, el apasionado de la danza, frecuenta sobre el promontorio marítimo. Allí Jerjes los envió con la intención de que, cuando naufragaran de sus naves los enemigos y trataran de salvarse en la isla, acabaran con el ejército griego cuando fueran fácil presa, mientras que a los suyos los pusieran a salvo de las corrientes del mar. ¡Mal vislumbró el futuro! Pues en cuanto una divinidad les dio a los griegos el honor del combate naval, en el transcurso de la misma jornada, ciñendo su cuerpo con sus armas de bronce excelente, desembarcaron de las naves y rodearon toda la isla para que no supiesen los persas a dónde dirigirse y resultaban aplastados con pedruscos tirados a mano y las saetas que eran arrojadas desde las cuerdas de los arcos los hacían sucumbir. Y, al final, los griegos, lanzándose en masa, hirieron y trincharon las carnes de los desdichados, hasta que los mataron a todos. Y Jerjes rompió a llorar al contemplar la profundidad de su desgracia, porque tenía situado su trono en un cerro elevado, accesible47 a todo su ejército, vecino a la salobridad del 46 Es decir, Psitalía (Ψυττάλεια), también denominada popularmente Lipsokutaliá (Λειψοκουταλιά). Se trata de una isla deshabitada del golfo Sarónico, a pocos kilómetros del Pireo. En el año 480 a.C. los persas ubicaron allí una guarnición de soldados antes de la batalla de Salamina. Tras la victoria griega, la flota persa se retiró al puerto ateniense del Falero. 47 Traducimos «accesible» por cuanto todas las traducciones recogen la lectio de Hemsterhuys, a saber, εὐαυγῆ, y no la que propone el editor, a saber, εὐαγῆ («favorable, accesible»).
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mar. Y tras rasgar todos sus vestidos y lamentarse con agudos gemidos, dio señal improvisada a su infantería y abandonó el lugar en desordenada e indecorosa retirada. Tal es el mal que junto al anterior también puedes llorar. Reina.— ¡Oh genio aborrecible, cómo te burlaste de los persas en sus esperanzas! Mi hijo halló una agria venganza de parte de la noble Atenas, y no fueron bastantes los bárbaros que ha hecho sucumbir en Maratón48. Y mi hijo, pensando que iba a conseguir vengarse con ello, se ha atraído una tan gran multitud de desdichas. Mas, dime tú: las naves que huyeron del desastre, ¿dónde las dejaste? ¿Podrías señalármelo con exactitud? Mensajero.— Los capitanes de los navíos que consiguieron salvar su vida, al punto diéronse a la fuga, sin orden, con un viento propicio. Mientras que el resto del ejército fue pereciendo en Beocia: unos, sufriendo sed disputándonos la dul zura de una fuente, otros , otros, jadeantes y extenuados por el cansancio, nos dirigimos a la tierra de los foceos, al país de la Dóride y al golfo Melieo, cuya llanura es irrigada por el río Esperqueo con su bienhechora agua. De allí, cuando ya no teníamos provisiones, el suelo de Acaya y las ciudades de los tesalios nos acogieron. Allí murieron muchos de sed y hambre, pues allí abundancia hubo de ambas. Llegamos al país de Magnesia y al territorio de los macedonios, al curso del río Axio; y al pantano cañaveral de Bolba, y al monte Pangeo, tierra de los edones. Mas esa noche, un dios propició un invierno fuera de estación que congeló toda la corriente del sagrado Estrimón. Y todos cuantos antes ni creían en los dioses en absoluto, entonces oraron con súplicas, postrándose ante la Tierra y el Cielo. Y en cuanto el ejército cesó de invocar a los dioses en múltiples ocasiones, cruzó a través del helado cauce; y aquel que de nosotros partió antes de que se esparcieran los rayos del sol, se puso a salvo. Pues el brillante disco del sol, como ardía con sus rayos, atravesó el centro del río. Y fueron cayendo unos sobre otros. Y afortunado el que más
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48 Alusión clara a la batalla de Maratón, en la que los griegos vencieron a los persas en el año 490 a.C. al mando de Milcíades.
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rápidamente perdió el aliento vital. Mas cuantos quedaron y lograron salvarse, atravesando la Tracia a duras penas y huyendo con gran esfuerzo, tras lograr escapar –no muchos, ciertamente–, han llegado a la tierra en la que se alzan sus hogares. De modo que la ciudad de los persas puede llorar y añorar a la amadísima juventud de su tierra. Esto es la pura verdad. Y dejo de explicarte muchas desgracias que un dios ha arrojado contra los persas. Corifeo.— ¡Oh deidad de desdichas! ¡Con qué peso, en exceso, has hollado con ambos pies todo el pueblo persa! Reina.— ¡Ay de mí, desventurada, aniquilado está el ejército! ¡Oh clara visión de mis ensueños nocturnos! ¡Con qué gran diafanidad me has hecho ver mis desgracias! ¡Y vosotros juzgabais que era algo baladí en exceso! Mas, puesto que así, tan a la ligera, habéis emitido vuestro consejo, quiero primeramente rogar a los dioses. Y después, como ofrendas a la Tierra y a los muertos, regresaré trayendo conmigo desde mi palacio el pastel sacrificial. Me consta que estoy frente a empresas ya fracasadas, pero también por si ocurre algo mejor en el futuro. Es conveniente49 que vosotros, tras lo ocurrido, deis fervientes consejos a quienes os son fieles. Y a mi hijo, si acudiera aquí antes que yo, confortadle y acompañadle a casa, no vaya a ser que a estas calamidades añada otro infortunio50. 49 Uno de los enigmas más dañosos o problemas de estructura para la construcción de esta tragedia es la coletilla compuesta por los versos 529-532 y su aparente incongruencia con los acontecimientos que se narran a continuación, tal como señalaron U. v. Wilamowitz, Aischylos. Interpretationen, Berlín, 1914, pp. 45-48 y B. Court, Die dramatische Technik des Aischylos, StuttgartLeipzig, Teubner, 1994, p. 27, y más recientemente, M. Librán, op. cit., pp. 68-69). En efecto, la reina recibe noticias terribles del desastre del ejército persa en Grecia y retorna a su palacio con la intención de orar a los dioses y de ofrecer sacrificios propiciatorios, como se ha visto (vv. 522-524). Sin embargo, en el v. 598, es decir, después del estásimo del coro, la reina Atosa regresa sola, como si olvidara no sólo el retorno inminente de su hijo, que tan urgente le pareció unos versos antes, sino también el motivo de su salida de escena. Además, en los versos 620-621 la reina señala que las ofrendas son únicamente para Darío, mientras en el verso 523 leemos que eran «ofrendas a la Tierra y a los muertos». Por tanto, estas dos escenas han sido fuente inagotable de críticas y conjeturas por la innecesaria duplicación de despedidas de la reina y por el inesperado fracaso de esta en la tarea encomendada por su esposo. 50 Temor de la reina Atosa ante un posible suicidio de su hijo.
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Coro.— ¡Oh Zeus soberano, ahora has destruido el ejército de los altaneros e innumerables persas, y has envuelto las ciudades de Susa y de Ecbatana con luctuoso dolor! Y muchas mujeres, con sus gráciles manos, rasgan sus velos, empapan sus senos con lágrimas, partícipes como son del dolor. En tanto, las esposas persas, con tiernos gemidos, deseando volver a ver a sus esposos y el reciente yugo que los une; y privadas de los blandos y delicados lechos maritales, gozo de tierna juventud, expresan su duelo con plañidos que no tienen saciedad. Yo también exalto la muerte, ciertamente deplorable, de quienes se nos han ido. Estrofa 1 Ahora, claro está, gime ya toda la tierra de Asia el vacío de varones. ¡Jerjes ha sido su guía, ay, ay! ¡Jerjes fue el que les buscó la muerte, ay, ay! ¡Jerjes, en fin, todo lo organizó de modo insensato con sus barcas marinas! ¿Y por qué Darío, estimado caudillo de la tierra de Susa, soberano del arco, estuvo al frente de sus conciudadanos sin causar males? Antistrofa 1 †Pues† a infantes y a marineros, naves †de alas semejantes†, de aspecto obscuro, los condujeron, ay, ay, y naves los hicieron sucumbir, ay, ay, naves con espolones funestos y por medio de los jonios. Y por poco consiguió escapar nuestro propio señor, a lo que hemos oído, a través de las llanuras y crudos senderos de Tracia. Estrofa 2 Y los otros, atrapados por una muerte precoz irremediable, ay, en torno a las riberas de Cicreo51, ay. Llora y aflígete, y haz que lleguen al cielo tus graves gritos de dolor, ay, y eleva tu voz desdichada, tus lamentables gemidos.
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51 Según Pausanias, I 36, 1, el héroe Cicreo se apareció a los griegos en Salamina en forma de serpiente. Como era natural de Salamina, al leer, en el texto, «las riberas de Cicreo», debe sobreentenderse metonímicamente «las riberas de Salamina».
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Antistrofa 2 Espantosamente lacerados por el mar, ay, son devorados por los hijos sin voz52 del Incorruptible53. ¡Ay! Llora por el varón cada casa de él privada, y los padres, sin sus hijos, lamentan las penas enviadas por las divinidades, ay, y siendo ancianos, al oír su completo dolor. Estrofa 3 Y los pueblos del país asiático no viven, desde hace tiempo, gobernados por las leyes de los persas, y ya no pagan tributos por exigencia de sus señores, ni se prosternan en tierra para recibir mandatos; pues la fuerza real ha quedado destruida. Antistrofa 3 Ni siquiera la lengua de los hombres va a ser amordazada, pues el pueblo está libre para expresarse libremente, puesto que el yugo del poder ha sido sacudido, y la isla de Ayante, que es bañada en torno por las olas, mantiene en su seno la soberanía persa. Reina.— Amigos, quien está experimentado en las desgracias sabe que, cuando una tempestad de males sobreviene a los hombres, todo acostumbra a arredrarlos. En cambio, cuando el destino fluye favorable, confían en que siempre ha de soplar a favor el viento de la fortuna. Ya todo está, pues, de pavor lleno; se muestran a mis ojos los adversos designios de los dioses, y brama en mis oídos un clamor insano, pues semejante espanto de males aterroriza mis ánimos. Por eso he salido otra vez de mi palacio, en un cortejo sin carrozas ni el lujo de otrora, a llevar para el padre de mi hijo propiciatorias libaciones, que a los muertos son gratas: blanca leche de una vaca pura, placentera bebida, y la destilación de la floral obrera, miel resplandeciente, con acuosos torrentes de una fuente virgen, y la incontaminada bebida de una agreste madre, este gozo de una vieja viña; y el fruto oloroso, siempre lozano entre hojas mientras vive, del rubio olivo; y entretejidas flores, vástagos de la muy fecunda Gea. Ea, amigos, entonad himnos en favor de estas libaciones de los infernales e invo52 53
Es decir, los peces. Alusión al «incorruptible mar».
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cad al divinal Darío aquí arriba; y yo haré llegar a los dioses infernales estas honras que beberá la tierra54. Coro.— Soberana señora, reverenda entre los persas, haz tú las libaciones a las subterráneas cámaras, que nosotros rogaremos con himnos que los guías de los difuntos sean propicios bajo tierra.
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(Mientras la reina efectúa las libaciones, el coro emprende la invocación del espectro de Darío, con griterío quejumbroso y golpes de pecho.) Ea, sacras divinidades terrenas, Gea y Hermes y tú, rey de los muertos, enviad desde abajo el espíritu a la luz; pues, si conoce algún otro remedio de estos males, sólo él entre los mortales puede decir su término. Estrofa 1 ¿Me oye el bienaventurado soberano, par a las divinidades, cuando pronuncio vocablos bárbaros55, ciertos, estos llamamientos terribles y diversos, de nefasto sonido? Calamidades muy deplorables proclamaré; ¿me escucha, pues, desde abajo? Antistrofa 1 Ea, tú, Tierra, y demás caudillos ctónicos, encomendad al bizarro genio, al dios de los persas nacido en Susá, que salga de vuestras mansiones; enviadlo arriba, que a nadie semejante a él ha cubierto jamás la pérsica tierra56. Estrofa 2 Varón en verdad amado, túmulo en verdad amado; pues cubre una amada alma. Y tú, Aidoneo57, da paso franco y
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54 La libación consistía en verter a la tierra la ofrenda, habitualmente un líquido, como los que la propia reina ha enumerado poéticamente: leche, miel, agua, vino, aceite... Tratándose de una ofrenda funeraria, también se depositaban en la sepultura ramilletes o guirnaldas de flores. 55 Es decir, «a la manera bárbara», «en lengua bárbara», para que pueda entenderse sin dificultad. 56 Tanto en lo relativo a las muestras externas del luto, como a los elogios desmesurados del rey muerto, Heródoto (VI 58) hace notar las semejanzas entre persas y lacedemonios. 57 Variante poética, ya homérica, de Hades, el dios de los muertos (cfr. Ilíada V 190, etc.).
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conduce en su retorno, Aidoneo, al divinal príncipe Darío ¡ay! Antistrofa 2 Pues nunca perdió a varones en bélicos desastres ruinosos, sino que los persas lo denominaban «el de divino juicio», y divino era su juicio, cuando †timoneaba58 con bien† a su pueblo ¡ay! Estrofa 3 Ea, soberano, ancestral soberano, ven, llega a la cima extrema del túmulo, levantando la chinela, tinta en azafrán, de tu pie, luciendo el botón de tu real tiara59. Acude, bondadoso padre Darío ¡oh! Antistrofa 3 Para oír las recientes y nuevas aflicciones; amo, oh amo, manifiéstate. Porque extiende sus alas una estigia tiniebla; porque ya la juventud toda ha perecido. Acude, bondadoso padre Darío ¡oh! Epodo ¡Ay, ay! ¡Ay, ay! Oh difunto tan llorado por tus allegados, ¿por qué estos, señor, señor, †reiterados, lamentables fracasos en derredor de tu sepultura?† Para esta tierra se han consumido naves de triple escálamo, que ya no son naves, que ya no son naves60. (Aparece, surgiendo de la tumba, el espectro de Darío; el coro se postra ante él.) Espectro de Darío.— Oh ancianos persas, leales entre los leales y camaradas de mi juventud, ¿por qué dolor se duele la ciudad? Gime, se da golpes de pecho, y el suelo se agrieta61. Texto corrupto; la traducción corresponde a la conjetura de Dindorf. La indumentaria tradicional pérsica incluía un gorro cónico, la tiara, cuya punta sólo los reyes podían llevar recta; parece ser que llevaba un adorno en forma de botón, o quizá de bola, sin que pueda precisarse. 60 El texto del epodo es muy corrupto y resulta difícil una traducción coherente. 61 Para que el espectro de Darío pueda, en virtud de la invocación, salir a la superficie. 58 59
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Me conturba ver a mi esposa junto a mi tumba y he aceptado con complacencia sus libaciones. Pero vosotros os lamentáis en pie ante mi sepulcro, y me llamáis elevando lastimeras vuestras voces en plañidos que a los espíritus conjuran. Salir no es fácil; además, en cualquier caso, los dioses ctónicos son más dados a retener que a dejar ir. Yo estoy aquí, sin embargo, pues tengo poder entre ellos; mas date prisa, para que no se me pueda reprender por retrasarme. ¿Qué nuevo, grave mal aqueja a los persas? Estrofa Coro.— Me causa temor mirarte; me causa temor hablar en tu presencia, por la antigua reverencia a ti debida. Espectro de Darío.— Pero, ya que he venido de abajo atendiendo a vuestros plañidos, no hagas un relato tedioso sino breve, y llévalo a su completo fin, deponiendo tu respeto hacia mí. Antistrofa Coro.— Me inquieta el contentarte, temo hablar en tu presencia, contar lo que es difícil decir a mis estimados seres. Darío.— Ea, puesto que un viejo miedo de espíritu se te enfrenta, tú, venerable compañera de mi lecho, noble esposa, cesa estos llantos y plañidos y háblame con claridad. Humanas son las calamidades que pueden acontecer a los hombres, pues inmensos son los males que a los mortales advienen por mar, y muchos por tierra, si luengo se extiende el curso de la vida. Reina.— ¡Oh tú, que en ventura aventajaste a todos los mortales por tu feliz hado, pues mientras contemplaste los rayos del sol, pasaste una vida dichosa, y eras envidiado, como un dios para los persas; más es ahora cuando te envidio por haber perecido antes de ver la inmensidad de sus males! Escucha pues, Darío, todo el suceso en tiempo breve; ha sido destruido el poder de los persas, por decirlo en pocas palabras. Darío.— ¿De qué manera? ¿Llegó a la ciudad la tormenta de una peste, o una revuelta? Reina.— En absoluto, sino que el ejército entero ha sido aniquilado cerca de Atenas. Darío.— Y ¿cuál de nuestros hijos lo condujo allí en campaña? Dímelo. Reina.— El enérgico Jerjes, que vació toda la llanada del continente.
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Darío.— ¿Y emprendió esa insensatez a pie o embarcado, el infeliz? Reina.— Ambas cosas: presentaba un doble frente, con dos expediciones. Darío.— Y ¿cómo llevó a cabo la travesía tan gran ejército de tierra? Reina.— Unció con artilugios el estrecho de Heles, para tener paso. Darío.— Y ¿le dio resultado, hasta el punto de cerrar el gran Bósforo? Reina.— Así es; acaso alguna de las divinidades le asistió en ese proyecto. Darío.— ¡Ay! Una poderosa divinidad le llegó, para que bien no razonara. Reina.— En efecto, puede verse qué final tan funesto ha conseguido. Darío.— Y ¿qué ha sido de ellos, que así os lamentáis? Reina.— El ejército naval, desbaratado, ha perdido al ejército de tierra. Darío.— Así ¿la hueste entera ha sido del todo destruida por la pica? Reina.— Hasta tal punto que toda la ciudad de Susa llora despojada de varones. Darío.— ¡Ah, ay del ejército, intrépido socorro y ayuda! Reina.— Perece, por completo anonadado, el pueblo de los bactrios; †ni un anciano quedará†. Darío.— ¡Oh mísero, que ha perdido tamaña juventud de aliados! Reina.— Mas afirman que Jerjes, solo, abandonado, con no muchos hombres... Darío.— ¿Cómo, pues, y dónde ha acabado? ¿Tiene alguna salvación? Reina.— ... ha llegado, feliz de él, al puente que unce las dos tierras. Darío.— Y que se ha puesto a salvo en este continente, ¿es verdad? Reina.— Sí; eso es fama que prevalece como segura; no se discute.
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Darío.— ¡Ay! Pronto se han cumplido los oráculos, y Zeus ha hecho caer sobre mi hijo el cumplimiento de los vaticinios; yo tenía plena confianza en que los dioses los llevarían a cabo, a lo sumo, transcurrido largo tiempo; pero cuando uno mismo se afana, también la divinidad lo ayuda. Ahora, parece que se ha encontrado un hontanar de males para los seres queridos. Mi hijo, sin considerarlo, lo consiguió con juvenil atrevimiento, esperando retener como a un esclavo, con cadenas, al sagrado Helesponto, al Bósforo, corriente de una divinidad, y transformó su paso, y ciñéndolo con grilletes, a martillo forjados, abrió un gran camino a su gran tropa. Al ser mortal como es pensaba, no con prudencia, que dominaría a todas las divinidades, e incluso a Posidón. Por ello, ¿cómo no iba a ser una enfermedad del espíritu, la que hizo presa en mi hijo? Temo que mi inmensa riqueza, fruto de mis esfuerzos, se torne, para los hombres, en la rapiña del que primero llegue. Reina.— Eso ha asimilado el impetuoso Jerjes, por pactar con varones malvados; dicen que tú, a punta de lanza, adquiriste para tus descendientes una gran riqueza, pero que él, por cobardía, blandía la lanza sin salir de la patria, y que en nada incrementaba el caudal paterno; como a menudo escuchaba tales reproches en boca de varones malvados, resolvió esta expedición y esta campaña contra Grecia62. Darío.— Así pues, son ellos quienes han realizado el colosal desastre, de eterna memoria, como igual no había acaecido desde que Zeus soberano concediera este honor, que un solo varón, empuñando un gobernante cetro, mandase sobre toda Asia nutricia de rebaños: ha vaciado esta ciudad de Susa. Medo fue, en efecto, el primer adalid del ejército, y otro, hijo de aquel, llevó esta obra a término; pues su entendimiento timoneaba su ánimo. Y el tercero después de este, Ciro, hombre dichoso, en principio estableció la paz con todos los suyos, se hizo con el pueblo de los lidios y de los frigios, y domeñó por
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62 La versión que proporciona Heródoto (VII 5 ss.) de los motivos de Jerjes para la campaña contra Grecia, y de quienes la instigaron, no coincide con lo que aquí se dice. En cuanto a los actos de soberbia cometidos por Jerjes contra el Helesponto, los recoge también Heródoto (VII 35 ss.).
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la fuerza Jonia entera; la divinidad no lo aborrecía, pues era de natural sensato. El hijo de Ciro dirigió el ejército en cuarto lugar; y en el quinto lo comandó Mardis63, vergüenza para su linaje y para los antiguos tronos; a este, mediante un ardid, lo mató en el palacio el ilustre Artafernes, junto con unos varones amigos, que tenían eso por su deber. El sexto, Marafis; el séptimo Artafrenes, y mi persona. Y yo obtuve la suerte que quería. Y marché en muchas campañas con numerosa tropa, pero no causé tan gran mal a la ciudad; mi hijo Jerjes, sin embargo, por ser joven, discurre según su juventud, y no tiene presentes mis mandatos. Porque, tenedlo por bien seguro, coetáneos míos: que todos nosotros, los que tuvimos estos poderes, no parece que ocasionáramos, en conjunto, tantas calamidades. Corifeo.— ¿Pues qué, soberano Darío, hacia qué final encaminas tus palabras? ¿Cómo podríamos aún, la pérsica nación, salir de esto de la mejor manera? Darío.— Si no marcháis en campaña contra el país de los griegos, ni siquiera si el ejército medo es superior; pues tienen por aliada a la propia tierra. Corifeo.— ¿Cómo dices eso? ¿De qué manera es su aliada? Darío.— Haciendo perecer por hambre a los numerosos en exceso64. Corifeo.— Pero pondremos en pie una hueste escogida, bien equipada. Darío.— Pero ni siquiera el ejército que ha quedado ahora en las tierras de la Hélade65 conseguirá la salvación del retorno. Corifeo.— ¿Cómo has dicho? ¿Es que la tropa entera de los barbaros no cruza el paso de Hele, desde Europa? Darío.— Por cierto que unos pocos, de entre muchos, si es que hay que creer en los vaticinios de los dioses, atendiendo a lo que ahora ha sucedido; pues no acaecen unos sí, y otros no. 63 La forma más habitual del nombre de este usurpador es Esmerdis (cfr. Heródoto, III 65-67). Por otra parte, este historiador no recoge a Artafrenes en el inventario de los conspiradores contra Esmerdis (III 70). 64 Cfr. Heródoto, VII 49, en las advertencias de Artábano a Jerjes. 65 Cfr. Heródoto, VIII 113: unos 300.000 soldados bajo el mando de Mardonio.
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Y si en efecto es así, deja una selecta multitud del ejército atrás, fiada en vanas esperanzas; se quedan donde el Asopo riega el llano con sus corrientes, amado engorde del territorio de los beocios; les aguarda sufrir aquí los peores males, expiación por su soberbia y sus impíos propósitos. Estos, al llegar a la tierra de la Hélade, no tuvieron ningún escrúpulo en despojar las imágenes de los dioses, ni en incendiar sus templos; han desaparecido altares, y estatuas de divinidades han sido derribadas de raíz, en confuso montón, de sus pedestales. Así pues, ya que malas fueron sus acciones, no lo son menos los padecimientos que sufren, y los que sufrirán, e incluso no se ha asentado el fundamento de sus desgracias, sino que aún progresa. Pues tan grande será el sangriento poso de la masacre que en la tierra de Platea llevará a cabo la dórica lanza; montones de cadáveres señalarán en silencio a ojos de los hombres, hasta la tercera generación sembrada, que quien es mortal no debe ufanarse en exceso; pues la soberbia, al florecer, da por fruto una espiga de fatalidad, de la que siega una lacrimosísima cosecha. Al ver tanta desgracia debida, acordaos de Atenas y de Grecia66, y que nadie, menospreciando su presente fortuna, por ambicionar la de otros, eche a perder una gran dicha. Zeus se erige en reprensor de los pensamientos en exceso soberbios, supervisor agobiante. Ante esto, corregid a Jerjes, mediante sensatas admoniciones, para que entre en razón, y deje de infatuarse en su arrogante atrevimiento. Y tú, anciana madre querida de Jerjes, ve a casa, toma un atavío que sea apropiado y sal al encuentro de tu hijo; pues, por todas partes, por el dolor de sus males, sus abigarradas vestiduras se desgarran por completo en harapos, en torno a su cuerpo. Apacígualo tú, con propicias palabras; sé que sólo de ti soportará oírlas. Yo desciendo abajo, a la tiniebla de la tierra. Y a vosotros, ancianos, salud; en medio de males, conceded igualmente el goce de cada día a vuestro espíritu; pues a los muertos de nada les sirve la riqueza.
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66 Si hemos de creer a Heródoto (V 105), Darío hacía que, en cada comida, un sirviente le recordara que debía vengarse de Atenas.
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(El espectro de Darío desaparece bajo tierra.)
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Corifeo.— En verdad que me ha dolido el escuchar las muchas calamidades, tanto las presentes como las que aún han de suceder a los bárbaros. Reina.— ¡Oh demon, cuántos dolores acechan mi ánimo por estos males! Mas sobre todo me muerde esta desgracia, haber oído el deshonor de los vestidos que envuelven a mi hijo, en torno a su cuerpo. Me voy, entonces; tomaré un atavío de palacio e intentaré salir al encuentro †de mi hijo†; pues no traicionaremos, en medio de males, lo que nos es más querido. (La reina abandona la escena.)
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Estrofa 1 Coro.— ¡Ay dolor, sin duda gozamos de una gran y buena vida, de ordenado régimen, cuando el anciano, todopoderoso rey, alejado del mal y de las batallas, Darío, igual a un dios, gobernaba el país! Antistrofa 1 Primero dábamos a conocer celebradas campañas, y nuestras †costumbres† eran como torres en toda empresa67; y los retornos de las guerras nos conducían de nuevo, sin dolores ni sufrimientos, a nuestros bienaventurados lares. Estrofa 2 Qué ingente número de ciudades conquistó sin atravesar el curso del río Halis68 ni salir del hogar; como las villas Aquelóidas del mar Estrimonio69, que son cercanas moradas de las tracias. Antistrofa 2 Y al otro lado de la laguna, por tierra, las ceñidas de torres obedecían a este príncipe70, y las que se ufanan a ambos 67 De nuevo el texto presenta numerosos problemas y no es posible una interpretación clara ni unívoca. 68 El río Halis se consideraba la frontera natural entre el Imperio persa y Lidia (cfr. Heródoto, I 72). 69 En el hoy llamado «golfo Estrimónico», donde desemboca el río Estrimón. Heródoto (V 16) menciona asentamientos de palafitos. 70 La más importante era Eyón, en la desembocadura del Estrimón, que constituía el puerto de Anfípolis, a unos 5 kilómetros río arriba.
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lados del anchuroso paso de Hele, y la honda Propóntide y la boca del Ponto. Estrofa 3 Y las islas, en su contorno humedecidas por el piélago, junto al marino promontorio, orientadas hacia esta tierra, como Lesbos y Samos, plantada de olivos, y Quíos y Paros, Naxos, Miconos y la contigua a Tenos, Andros, limítrofe y cercana. Antistrofa 3 Y sometía las que el mar ciñe a medio camino entre dos riberas, Lemnos y la sede de Ícaro, y Rodas y Cnidos y las ciprias ciudades, Pafos, Solos y Salamina71, cuya metrópolis es ahora causa de estos suspiros. Epodo Y las prósperas y populosas †ciudades de los griegos en la región jonia dominaba con su ánimo†. Le asistía el vigor incansable de los armados varones y de la mezcolanza de los auxiliares. Mas ahora soportamos estas mudanzas por la divinidad impuestas, de manera nada dudosa, domados en las guerras por tremendos golpes marinos.
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(Aparece Jerjes, cubierto de harapos.) Jerjes.— ¡Ay! ¡Mísero de mí, que me he encontrado con este abominable, el más aciago destino! ¡Cuán despiadadamente ha hollado un numen el linaje de los persas! ¿Qué me sucederá, desdichado? Pues quebrantado queda el vigor de mis miembros al advertir la edad de estos ancianos ciudadanos. ¡Ojalá, Zeus, me hubiese cubierto también a mí el destino de la muerte, junto con mis varones que han perecido! Corifeo.— ¡Ay, ay, rey! ¡Gimo por nuestro buen ejército, y por el gran honor del imperio persa, y por la flor de sus varones que ahora un numen ha desbaratado!
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71 Según la tradición, la Salamina de Chipre había sido fundada por Teucro, originario de la Salamina del Ática, expulsado de esta por su padre Telamón, por no haber evitado en la guerra de Troya la muerte de su hermanastro Ayante. Cfr. Apolodoro, III 10, 8; Pausanias, I 3, 2; 23, 8; 28, 11 y II 29, 4; e Higino, Fábulas XCVII.
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Mi tierra se queja por la terrena juventud, muerta por Jerjes, abastecedor de persas para el Hades; pues muchos nobles varones, la flor del país, que con el arco subyugaban, una densa miríada de varones, han perecido. ¡Ay, ay! ¡Ay, ay del valeroso ejército! Y la gleba de Asia, rey de la tierra, de fatídica, fatídica manera ha caído de hinojos. Estrofa 1 Jerjes.— Soy yo mismo, ¡ay, ay!, yo, desdichado, que, infortunado, me he tornado en un mal para la raza y la patria tierra. Coro.— Como lúgubre grito de saludo por tu regreso, te emitiré, te emitiré un lacrimoso grito, un alarido de mal agüero, de plañidero mariandino72. Antistrofa 1 Jerjes.— Lanzad una persistente voz de nefasto eco, todo llanto; pues este numen se revuelve contra mí. Coro.— Lo lanzaré en verdad, y mucho, por honrar los padecimientos de la hueste y los pesares –golpes de mar–de la ciudad, del linaje; de nuevo emitiré un lacrimoso gemido de plañidero. Estrofa 2 .— El Ares de los jonios los arrebató, el Ares de los jonios, de navíos guarnecido, que decide la suerte en la batalla, asolando la nocturna llanura y la infortunada costa73. Coro.— ¡Ay, ay, ay! Grita y entérate de todo. ¿Dónde está el resto de tus muchos allegados? ¿Dónde tus compañeros de armas, como Farándaces, Susas, Pelagón y Datamas, y también [Agabatas] Psamis y Susiscanes, partido de Ecbatana? Antistrofa 2 Jerjes.— Muertos los dejé, arrojados de una nave tiria en las costas de Salamina, estrellándose contra la escarpada ribera. Coro.— ¡Ay, ay, ay! ¿Dónde tu Farnuco, y el bravo Ariomardo? ¿Dónde el príncipe Sevalces o Lileo de noble naci72 Los mariandinos eran una tribu de Bitinia, cuyos ritos funerales se acompañaban de exagerados gritos de dolor y de la aguda música de unas flautas al efecto. 73 Es decir, Salamina y las costas de su estrecho.
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miento, Menfis, Taribis, Masistras y Artémbares y también Istecmas? Esto te preguntaba además. Estrofa 3 Jerjes.— ¡Ay, ay de mí! Tras la antigua y odiosa Atenas todos ellos, de golpe, ¡ay, ay!, infelices, palpitan como peces en tierra. Coro.— ¿Y a la flor de los persas, al que en todo tenías como Ojo74 fiel, el que contaba por miríadas y miríadas , al muy dulce75 hijo de Batanoco, al hijo de Sisamas, al hijo de Megabates, a Paros y al magnífico Ebares, allí los has abandonado también? ¿Los has dejado allí? ¡Oh, oh, desgraciados! Cuentas desgracias que son más que desgracias para los nobles persas. Antistrofa 3 Jerjes.— Un lamento propicias en mí por mis nobles camaradas, cuando cuentas sus , inolvidables y horribles infortunios. Grita, grita mi corazón, en mi pecho. Coro.— Y también a alguno más echamos en falta: al caudillo de miles de soldados mardos76, a Jantes, y al ario Ancares, a Diexis y a Arsaces, señores de la caballería, †y también a Agdadatas† y a Litimnas y Tolmo, insaciable en la lucha. Asombrado estoy, sí, asombrado estoy de que no te acompañen cerca de las tiendas con ruedas77. Estrofa 4 Jerjes.— Las cabezas de mi ejército han sucumbido. Coro.— Han sucumbido, ¡ay!, sin gloria alguna. Jerjes.— ¡Oh, oh! ¡Ay, ay! Coro.— ¡Ay, ay, divinidades, nos causaron un mal inesperado, destacable, tal que la diosa Ate lo contempla.
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74 Tal denominación («fiel Ojo del Rey») era aplicada a los funcionarios del rey que inspeccionaban las regiones de su imperio. 75 En vez de traducirlo como nombre propio («Alpisto»), tal como hacen algunos editores, seguimos a West al entender dicho substantivo como forma adjetiva en superlativo (ἄλπιστον) y de ahí nuestra traducción «muy dulce». 76 Alusión al pueblo mardo, asimilado al Imperio persa durante el reinado de Ciro. 77 Referencia al carro oriental entoldado, la famosa ἁρμάμαξα (cfr. Heródoto VII, 41), propia de reyes.
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Antistrofa 4 Jerjes.— ¡Hemos sido golpeados, ay, por el hado y para siempre! Coro.— ¡Hemos sido golpeados, qué duda cabe! .— ¡Por una nueva desgracia, por una nueva desgracia! Coro.— Por habernos tropezado desgraciadamente con marinos jonios. ¡Infortunado en la guerra es el pueblo persa! Estrofa 5 Jerjes.— ¿Y cómo no? Ante un ejército tan numeroso, desgraciado, he sido herido. Coro.— ¿Y qué no ha sucumbido, infortunado entre los persas? Jerjes.— ¿Ves lo que queda de mis vestidos? Coro.— Lo estoy viendo, lo estoy viendo. Jerjes.— ¿Y este carcaj...? Coro.— ¿Qué dices que has librado? Jerjes.— ¿... Un tesoro para los dardos? Coro.— ¡Es bien poca cosa respecto a lo mucho que tenías! Jerjes.— Nos hemos quedado sin defensores. Coro.— El pueblo jonio no huye de las lanzas. Antistrofa 5 Jerjes.— ¡Demasiado valiente! He presenciado un revés inesperado. Coro.— ¿Te refieres a nuestra armada naval que huyó? Jerjes.— Por el desespero ante mi desgracia, he desgarrado mis vestidos. Coro.— ¡Ay, ay! Jerjes.— ¡Y mucho más que ay! Coro.— Sí, dobles son y triples. Jerjes.— Para nosotros, penas, para nuestros enemigos, motivos de alegría. Coro.— Y nuestra fuerza fue destruida. Jerjes.— Y falto estoy de guardianes. Coro.— Y de tus amigos, por la hecatombe marítima. Estrofa 6 Jerjes.— Gime, gime por nuestra pena y dirígete a palacio. Coro.— ¡Ay, ay! ¡Mi ruina, mi ruina!
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Jerjes.— ¡Grita, sí, como eco a mis lamentos! Coro.— ¡Mísero don de calamidades para calamidades! Jerjes.— ¡Llora y une tu canto al mío! Coro.— ¡Ay, ay, ay! ¡Insufrible es, sí, esta desgracia! ¡Ay! ¡Mucho sufro por esto! Antistrofa 6 Jerjes.— ¡Rema78, rema y gime por mí! Coro.— ¡Me lamento anegado en lágrimas! Jerjes.— ¡Grita, sí, como eco a mis lamentos! Coro.— ¡Puedo entregarme a esto, señor! Jerjes.— ¡Prorrumpe, ahora, en gemidos! Coro.— ¡Ay, ay! ¡Con estos gritos también se mezclará, ay, un negruzco y quejumbroso golpe! Estrofa 7 Jerjes.— Golpea tu pecho y haz que en él resuene el alarido misio79. Coro.— ¡Pesar, pesar! Jerjes.— Arranca por mí el vello canoso de tu barba. Coro.— Con persistencia, con persistencia, muy lamentable. Jerjes.— ¡Lanza un alarido agudo! Coro.— ¡También haré lo que dices! Antistrofa 7 Jerjes.— Desgarra tu vestimenta sinuosa con las uñas de tus manos. Coro.— ¡Dolor, dolor! Jerjes.— ¡Arráncate tu cabellera y laméntate por la pérdida del ejército! Coro.— Con tenacidad, con tenacidad, muy lamentable. Jerjes.— ¡Llena de lágrimas tus ojos! Coro.— Los tengo empapados. Epodo Jerjes.— ¡Grita, sí, como eco a mis lamentos! Coro.— ¡Ay! ¡Ay! Jerjes.— Entra en palacio en medio de tus gemidos...
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78 Alusión a los golpes de pecho en señal de dolor. El batir de los remos es una acción comparable. 79 El canto de dolor de los habitantes de Misia expresaba una gran angustia.
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Coro.— ¡Ay, ay! [Tierra persa, difícil de andar para mí…] Jerjes.— †¡Ay! ¡Ay! A lo largo de la ciudad.† Coro.— †¡Ay, ay!, Sí, sí.† Jerjes.— Gemid mientras camináis descorazonadamente. Coro.— ¡Ay, ay! Tierra persa, difícil de andar para mí. .— … Coro.— … Jerjes.— ¡Ay, ay! Con las trirremes. .— ¡Ay, ay! Con nuestras naves han perecido. Coro.— Te acompañaré con tristes sollozos.
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Personajes del drama Eteocles Mensajero Coro de doncellas Antígona Ismene Heraldo La escena: El ágora de Tebas. El coro, constituido por doncellas tebanas, se apiña en la orquesta. Aparece Eteocles con su séquito.
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Eteocles1.— Ciudadanos de Cadmo2, es preciso que profiera palabras acertadas quien, en la popa3 de la ciudad, cus todia sus asuntos, al mando del timón, sin dejar que la somnolencia haga que se cierren sus párpados. Pues si conseguimos nuestros propósitos, habrá que atribuírselo a la divinidad; mas si, por el contrario –lo que ojalá no ocurra– nos aconteciera un desastre, sólo sería el nombre de Eteocles festejado en himnos por sus conciudadanos, con preludios repetidos e incesantes, y con lamentos, de los que Zeus Protector, haciendo honor a su nombre, ojalá proteja a la ciudad de los cadmeos. Mas ahora, tanto el que aún no tenga la floreciente juventud, como el que por los años la abandonó, acrecentando en mucho la vitalidad de su cuerpo, cada uno conforme a sus fuerzas, debéis socorrer a la ciudad y a los altares de las divinidades locales, para que nunca se vean privados de sus honores, a nuestros hijos y a la Tierra, nuestra madre, amadísima nodriza4.
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Existen tragedias, como la presente, que no contaron con prólogo. Alusión a Tebas, ya que, según la tradición mítica, Cadmo fue el fundador de dicha ciudad, procedente de Fenicia, de donde era rey. 3 Alusión a la metáfora de la nave para referirse al Estado, y al estadista como el piloto de esa nave. En la literatura griega también desarrollaron dicha metáfora tanto el mismo Homero como el poeta yámbico Arquíloco o el poeta monódico Alceo, entre otros. 4 Cadmo, al sembrar los dientes del dragón de la fuente de Ares, propició que nacieran los cadmeos de la misma tierra. 1 2
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Pues ella, cuando vosotros erais niños y os arrastrabais por su apacible suelo, responsabilizándose totalmente del esfuerzo de vuestra educación, os ha nutrido para que fueseis un día ciudadanos portadores de escudo, para que seáis fieles a esta necesidad. Y hasta el día de hoy, la divinidad ha inclinado bien la balanza5; durante todo este tiempo en que hemos sido sitiados dentro de nuestras torres, la guerra nos ha sido muy propicia, gracias a los dioses. Y ahora el adivino, pastor de aves, que las descifra con sus oídos y con su mente, sin fuego, con una técnica que no miente, este, señor de tales predicciones, afirma que un ingente ataque de los aqueos se está maquinando en una asamblea nocturna y que va a lanzarse contra la ciudad. Acudid, pues, todos a las almenas y a las puertas de las fortalezas guarnecidas con torres, afluyendo con todas vuestras armas; saturad los parapetos y permaneced firmes en las cubiertas de las torres, y resistid en las salidas de las puertas, llenos de confianza, sin temer excesivamente el tumulto de los invasores. ¡Ha de ayudarnos la divinidad, que todo lo cumple con tino! Que yo ya he enviado exploradores y espías del ejército, los cuales estoy convencido de que no andarán el camino inútilmente; y cuando los haya oído, no tendré temor alguno de ser sorprendido mediante ningún engaño. (Llega el mensajero.)
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Mensajero6.— Eteocles, egregio soberano de los cadmeos, estoy aquí, procedente del ejército, trayendo noticias veraces de allí. Yo mismo soy espectador de lo que acontece. Siete guerreros, impetuosos caudillos, han degollado un toro sobre un escudo7 negro y han palpado con las manos la sangre de aquel animal, jurando por Ares, Enio8 y por el sanguino-
Es decir, la divinidad se ha mostrado favorable. Existen tragedias, como la presente, que no contaron con prólogo. 7 El término σάκος (que traducimos por «escudo») es un homerismo. 8 Hermana (o quizá hija o madre) de Ares, el dios de la guerra, que era asimismo considerada diosa de la guerra. 5 6
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lento Fobo9, arruinar los cimientos de la ciudad, y de saquear la ciudadela de los cadmeos por la fuerza; o bien, de sazonar, muriendo, nuestra tierra con su sangre. Y como remembranza suya para con sus padres que han permanecido en sus hogares, colocaban coronas con sus manos en el carro de Adrasto10, vertiendo lágrimas11, aunque ningún gemido les salía de los labios; su corazón de hierro, inflamado de su valentía, resollaba como si fueran leones con la mirada de Ares. No tardará, por ninguna vacilación, la prueba de lo que te digo, pues los he dejado cuando se echaban a suertes, cada uno, hacia qué puerta, según el azar, habría de conducir su destacamento. Ante esto, apuesta con prontitud a los mejores guerreros, escogidos de la ciudad, en las salidas de las puertas, porque muy cerca, totalmente armada, la hueste argiva avanza, levanta polvareda y mancha la llanura la argéntea espuma con las babas de los pulmones de los caballos. Tú, pues, como prudente timonel de una nave12, fortifica la ciudadela antes de que arrecien tempestuosamente las embestidas de Ares13. Porque ruge la ola terrestre del ejército. Aprovecha la ocasión, lo más raudamente que puedas, que yo, de ahora en adelante, mantendré mi ojo como fiel centinela de día, y sabiendo tú, con la certeza de mis palabras, lo que ocurre puertas afuera, te mantendrás incólume. Eteocles.— ¡Zeus, Tierra y númenes defensores de mi ciudad! ¡Maldición14, Erinia poderosa de mi padre! ¡No me
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9 Fobo = Terror. Personificación del miedo en Esquilo, por cuanto aparece en el ámbito de la guerra junto a Ares. 10 Estaba decretado que sólo sería Adrasto, rey de Argos, el que moriría frente a Tebas. De ahí que los restantes seis caudillos engalanaran y llenaran de recuerdos el carro de su compañero. 11 La expresión δάκρυ λείβοντες, que traducimos por «vertiendo lágrimas», es un nuevo homerismo. 12 Palabras tomadas de un ámbito dórico. Concretamente hallamos ναός, forma dórica, en vez de νηός. Por lo demás, se observa claramente cómo Esquilo continúa la metáfora marina y la de la nave de Estado. 13 Nueva referencia al dios de la guerra. 14 Alusión a la ἀρά o maldición que lanzó Edipo contra sus hijos, de camino hacia el exilio. Estos no quisieron socorrerle, contrariamente a su hermana Antígona.
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extirpéis, arrancándola de raíz, conquistada por el enemigo, {una ciudad que difunde el habla de Grecia, ni sus casas con sus hogares}. Y que esta tierra libre y esta ciudad de Cadmo jamás se someta al yugo esclavo! Sed nuestra fuerza. Confío en estar diciendo ideas de interés colectivo, pues si la ciudad es próspera, honra a sus dioses. Coro.— Lamento mis terribles e ingentes penas. La hueste avanza, mientras abandona el campamento. Fluye todo este copioso pueblo, avanzadilla de jinetes. Una nube de polvo que se eleva hasta el cielo me lo evidencia, al mostrarse muda, segura y verdadera mensajera. †Con sus cuerpos† la llanura, que resuena por las armas, acerca a mi oído el grito de guerra; se agita, ruge como invencible torrente que cae desde el monte. ¡Ay, ay! ¡Dioses y diosas, apartad de nosotras este mal que nos acecha! Grita por encima de las murallas. La gente de blanco escudo se levanta, bien pertrechada, contra nuestra ciudad. ¿Quién nos salvará? ¿Cuál de los dioses o diosas nos protegerá? ¿Me postraré ante las estatuas de los númenes? ¡Ay, felices los dioses, que tienen sede segura! Ha llegado el momento de abrazarme a sus estatuas. ¿Por qué nos entretenemos con tantos gemidos? ¿Oís o no oís el estrépito de los escudos? ¿Cuándo, si no es ahora, de peplos y coronas suplicantes? (El coro se dirige a las estatuas.)
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Veo15 ya el estrépito. No es el fragor de una sola lanza. ¿Qué harás? ¿Traicionarás a tu tierra, Ares, antiguo dios de nuestro país? ¡Oh dios del casco de oro, dirige tus ojos hacia esta ciudad que un día te fue tan estimada! Estrofa 1 ¡Oh dioses patrones de esta tierra, venid, venid todos y mirad este destacamento de muchachas que os suplica que las libréis de su esclavitud! Pues en torno a la ciudad, una oleada de guerreros de oblicuos penachos hierve encrespado, 15
Magistral ejemplo de sinestesia.
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suscitado por los soplos de Ares. Mas, ¡oh Zeus! padre que haces que todo se cumpla, sálvanos como sea de que se apodere de mí el enemigo. Porque los argivos cercan la ciudad de Cadmo y el miedo de las armas guerreras me penetra y entre las quijadas de los caballos los frenos tañen gemidos de muerte. Siete soberanos guerreros que destacan entre el ejército enemigo, con armaduras que los salvan de las lanzas, ante cada una de las siete puertas se apuestan, según la suerte que obtuvo cada uno. Antistrofa 1 ¡Y tú, retoño de Zeus, fuerza que amas la lucha, sé la salvadora de nuestra ciudad!, ¡oh Palas! ¡Y también tú, rey que señoreas el mar con ese utensilio16 tuyo que captura peces, {¡Posidón!}; concédenos la liberación de nuestros terrores, sí, la liberación! ¡Y tú, Ares!, ¡ay, ay!, ¡a esta ciudad a la que Cadmo dio nombre, guárdala bien y preocúpate de ella claramente! ¡Y tú, Cípride17, que eres la madre primigenia de nuestra raza18, protégenos; pues de ti, de tu sangre nacimos y a ti, con súplicas que a los dioses se elevan, nos acercamos, llamándote a gritos! ¡Y tú, soberano Liceo19, sé un lobo contra nuestro ejér cito enemigo, {ante los gritos de mis gemidos}! ¡Y tú, doncella hija de Leto20, dispón bien el arco! {Querida Ártemis}. Estrofa 2 ¡Ay, ay! Oigo el ruido de los carros alrededor de la ciudad. ¡Oh soberana Hera! Crujieron los cubos de las ruedas por el peso de los ejes. ¡Estimada Ártemis! {¡Ay, ay!} Lastimado por las picas, se enfurece el viento. ¿Qué le sucederá a nuestra ciudad? ¿Qué será de ella? ¿A qué colofón la conduce la divinidad?
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16 Es decir, «el tridente », una de las armas de Posidón, junto con el carro tirado por animales. 17 Alusión a Afrodita, diosa del amor, que fue llevada recién nacida por los Céfiros a la isla de Citerea y luego a Chipre. De ahí sus epítetos de Citerea y Cípride. 18 Con el dios Ares, Afrodita tuvo a Harmonía, esposa de Cadmo, vinculado con Tebas. 19 Alusión a Apolo Liceo y al lobo, como animal consagrado al dios. 20 Es decir, Ártemis, la hermana mítica de Apolo.
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Antistrofa 2 ¡Ay! ¡Ay! De lejos viene a destrozar nuestras almenas un diluvio de piedras. ¡Oh querido Apolo! Hay en nuestras puertas un estrépito de escudos forjados con bronce. †Y tú, de la estirpe de Zeus†, tú que en la guerra pones santo desenlace a una batalla, y tú, bienaventurada soberana Onca21, ante la ciudad ampara esta sede de siete puertas. Estrofa 3 ¡Ay, dioses omnipotentes! ¡Ay, guardianes escrupulosos y guardianas escrupulosas de las torres de esta tierra, no entreguéis esta ciudad angustiada por las lanzas a un ejército que habla otra lengua! ¡Escuchad a estas vírgenes, escuchad con toda justicia estas súplicas de los brazos que se os tienden! Antistrofa 3 ¡Ay, divinidades amigas, auxiliadoras, que circundáis a esta ciudad! Mostrad cómo amáis a vuestras ciudades y cuidad de los templos de este pueblo, y puesto que los cuidáis, socorrednos. Acordaos de mí y de los cultos ricos en ofrendas que esta ciudad os hacía. (Sale Eteocles de palacio.)
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Eteocles.— A vosotras interpelo22, insufribles criaturas: ¿Es este el mejor modo de custodiar la ciudad y dar ánimos a este ejército asediado dentro de sus torres, postradas ante las imágenes de los dioses que esta ciudad custodian y andar gritando y con alaridos que odia la gente sensata? ¡Ojalá ni en la desgracia ni en la dulce prosperidad con el sexo femenino haya yo de convivir! Pues cuando triunfa es de una intratable audacia, y, en cambio, si está atemorizada, es una desgracia Epíteto de la diosa Atenea en Tebas. Sobre el asunto de la responsabilidad de Eteocles en sus actos se ha escrito mucho ante una dualidad de su figura o, por el contrario, ante una posible unidad manifiesta. Y es que la decisión de los dioses, presente en la obra por doquier, no anula su voluntad. Es evidente que la intervención psíquica de la Maldición causará, a lo largo de la obra, la locura de Eteocles. Todo ello, además del desequilibrio de su carácter. Sobre estos temas, cfr. M. Librán, op., cit., pp. 166-196. 21 22
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aún mayor para su casa y para su pueblo. Así ahora, con vuestras correrías de aquí para allá, habéis extendido entre nuestros ciudadanos la exánime cobardía, y hacéis que vayan mejor las cosas para los de fuera, mientras que causáis la ruina para quienes estamos dentro. ¡Esto es lo que ganas por vivir con mujeres! Mas si alguien no se somete a mi mando, sea hombre o mujer, o ni lo uno ni lo otro, será sancionado en consejo con una funesta sentencia, y no hay cuidado de que escape a una muerte por lapidación a manos del pueblo. Pues al hombre pertenecen los asuntos de fuera, y la mujer que no intervenga. Tú permanece en casa, y no causes molestias. ¿Oíste o no? ¿O es que estoy dialogando con una sorda? Estrofa 1 Coro.— ¡Oh estimado vástago de Edipo! Estoy atemorizado al oír el fragor de los carros sonoros, el fragor, sí, y cómo han chirriado los ejes que hacen girar las ruedas y cómo zumbaban los gobernalles de los caballos al regir sus bocas, frenos hijos del fuego. Eteocles.— ¿Cómo? ¿Es que acaso el marinero, cuando va de popa a proa, encuentra alguna vez un recurso de salvación cuando la nave padece contra las olas marinas? Antistrofa 1 Coro.— No, yo sólo me he apresurado a correr hacia las ancestrales estatuas de los númenes, con la esperanza depositada en los dioses, cuando se produjo el estruendo de la funesta pedrea, que cae como una nevada contra nuestros portales. Entonces, amedrentada, he acudido a suplicar a los Bienaventurados que extiendan su mano protectora sobre la ciudad. ¿Rogáis que la fortaleza nos proteja de la lanza enemiga?23. Eteocles.— Sin duda esto es asunto de los dioses. Mas cuentan que cuando una ciudad es tomada, los dioses la desamparan. Estrofa 2 Coro.— ¡Jamás, mientras yo viva, nos desasista esta asamblea de dioses! ¡Nunca vea esta ciudad saqueada ni †su ejército† vencido con llama devastadora!
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23 Seguimos la edición de West para atribuir este último verso al coro y no a Eteocles.
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Eteocles.— Ten cuidado al invocar a los dioses, no sea que tomes una mala determinación; pues la Obediencia, madre del Éxito, es la esposa de la Salvación. Así dice el proverbio. Antistrofa 2 Coro.— Es cierto. Mas la fuerza de los númenes es aún más poderosa. Muchas veces, al que está agobiado impotente en medio de desgracias, lo endereza de su implacable hado, aun con niebla espesa pendiendo sobre sus ojos. Eteocles.— Es propio de los varones ofrecer a los dioses víctimas y holocaustos cuando van a hacer frente al enemigo. ¡Y de ti el callar y permanecer en casa! Estrofa 3 Coro.— Gracias a los dioses habitamos una ciudad invicta aún. Y de las huestes enemigas nos protege nuestra muralla. ¿Qué inquina divina24 puede aborrecer mis preces? Eteocles.— No tengo nada en contra de que honres el linaje de los dioses, mas procura no hacer pusilánimes a los ciudadanos, estando tranquila y no mostrando excesivo temor. Antistrofa 3 Coro.— Al oír, hace un momento, este atronador ruido, en temblorosa fuga, me he venido a esta acrópolis, veneranda sede. Eteocles.— Aunque os lleguen ahora noticias de muertos o de heridos, no las acojáis con gemidos; porque este es el pasto de Ares, la humana sangre. Coro.— ¡Ay! Ya escucho relinchos de caballos. Eteocles.— Si ahora los escuchas, no los escuchas con demasiada claridad. Coro.— La ciudad se estremece desde el fondo de su tierra, de la que por doquier nos rodea. Eteocles.— ¡Basta con que yo me decida al respecto! Coro.— ¡Tengo miedo! Crece el martilleo en las puertas. Eteocles.— ¡Silencio! ¿No vas a ir diciendo esto por la ciudad? 24 Traducimos el término religioso νέμεσις (en minúscula) por «inquina divina».
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Coro.— ¡Oh asamblea de dioses25! ¡No entregues estas torres! Eteocles.— ¡Maldición! ¿No vas a sobrellevar esto en silencio? Coro.— ¡Dioses ciudadanos! ¡No obtenga yo por azar la esclavitud! Eteocles.— Eres tú la que me subyugas a mí y a toda la ciudad. Coro.—¡Oh Zeus omnipotente, dirige tu saeta contra los enemigos! Eteocles.— ¡Oh Zeus, qué raza nos diste como compañeras, la de las mujeres! Coro.— Miserable, como la de los hombres cuando pierden su ciudad. Eteocles.— ¿Ya vuelves a sollozar agarrándote a las imágenes? Coro.— El miedo se apropia de mi lengua, por falta de aliento. Eteocles.— ¡Si me hicieras el pequeño favor que te pido! Coro.— Dímelo tan pronto como puedas, y antes lo conoceré. Eteocles.— Cállate, desventurada, no pongas nerviosos a los tuyos. Coro.— Ya me callo. Con los otros sufriré el destino decretado. Eteocles.— Palabras esas son que prefiero a las otras que antes decías. Y, además, deja estas estatuas y pide lo mejor: que las divinidades sean nuestras aliadas. Y tan pronto como hayas oído mis súplicas, entona después, como un peán, el grito ritual sagrado que nos da fortuna, rito griego del clamor fundido con el sacrificio, que infunde valor para los amigos al quitarles el terror a los enemigos. Yo declaro a los dioses que
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25 Podría pensarse que este término griego que traducimos por «asamblea», a saber, ξυντέλεια, alude metafóricamente a una «asociación» de dioses de Tebas. Con todo, hay quien opina que el poeta puede utiliza este término con una doble acepción y, así, aludiría también a una asociación de ciudadanos para el pago de impuestos. De ahí que nuestra traducción sea ambigua y abierta, y la preferimos a otras posibles como «reunión», «congregación», «agrupación» o «asociación de ciudadanos».
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custodian este país, tanto a los agrestes como a los que defienden el ágora, también a la fuente de Dirce26, sin menospreciar al 275 agua del Ismeno27, que, si nos son favorables las cosas y se salva la ciudad, prometo ensangrentar con ovejas los altares de los dioses [y ofrecer sacrificios de toros] erigiendo trofeos †con las vestiduras de los enemigos†, botín apoderado a los enemigos 278a por la lanza en las sagradas moradas. [Recubriré el acceso a los templos con los vestidos de los enemigos]. Haz tales votos a 280 los dioses sin dejarte llevar por deseos de gemidos ni por tus infundados y salvajes gimoteos, pues no por eso vas a huir más de tu destino. Y yo a seis guerreros, siete conmigo, que remen contra los enemigos tengo la intención de desafiar con gran áni285 mo ante las siete salidas28, antes de que lleguen heraldos impulsivos y raudos rumores, y que todo lo inflamen con su premura. (Eteocles entra de nuevo en palacio.)
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Estrofa 1 Coro.— Me inquieta eso, pero de miedo no halla el sueño mi corazón, sino que vecinos de mi alma, mis cuidados me inflaman de espanto ante el ejército que rodea la muralla; soy temblorosa paloma que ante las serpientes teme excesivamente por las crías mal acompañadas que aún están en el nido. Unos, en efecto, ya avanzan hacia las murallas en batallón cerrado, todos a una –¿qué va a ser de mí?–, mientras Fuentes del sudoeste de Tebas. Río que corría fuera de las murallas de Tebas, en la región de Beocia, conocido antiguamente como «Ladón» y como «El pie de Cadmo». 28 A partir de este pasaje la crítica ha encontrado dos posturas enfrentadas e incompatibles. Citamos las palabras de M. Librán (op. cit., p. 197) al respecto: «Si los siete guerreros tebanos escogidos, Eteocles incluido, lo han sido a ciegas para defender sus puestos antes de que el espía revele que Polinices estará en la séptima puerta, se sigue necesariamente que el fratricidio es una imposición divina y el terrible fatum aplasta a un Eteocles básicamente inocente. Si, por el contrario, Eteocles elige, a medida que va siendo informado de la identidad de los atacantes, a los guerreros tebanos más apropiados de acuerdo con sus características personales, de modo tal que sólo él está moralmente cualificado para enfrentarse a Polinices, se hace responsable del fratricidio y los dioses lo destruirían con inapelable justicia». 26 27
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que otros disparan contra nuestros ciudadanos, rodeados por todas partes, piedras puntiagudas. Mediante todos los recursos, ¡oh dioses, hijos de Zeus, no dejéis de ayudar a esta ciudad y a su ejército vástago de Cadmo! Antistrofa 1 ¿Por qué suelo mejor vais a trocar esta tierra, si dejáis a los enemigos esta ubérrima tierra y el agua de Dirce, la más sustentadora de cuantas bebidas hace brotar Posidón, el que la tierra ciñe, y los hijos de Tetis29? Ante esto, dioses tutelares de la ciudad, enviad a los que están fuera de las torres la cobardía, exterminadora de hombres, y el extravío que hace arrojar las armas, conceded el triunfo a nuestros conciudadanos, y salvadores de la ciudad, permaneced firmemente asentados en estas vuestras sedes, propicios a mis plegarias de agudos llantos. Estrofa 2 ¡Qué triste sería arrojar al Hades a una ciudad tan vetusta, sometida a la lanza como botín esclavo, bajo la mano del guerrero aqueo por propósito divino, entre ligera ceniza, deshonrosamente arrasada! Y que ellas, prisioneras, sean arrastradas, ¡ah, ah!, jóvenes y ancianas, cual yeguas por sus cabellos, con sus vestidos rasgados! Y grita la ciudad, al quedarse vacía, mientras camina a su ruina el botín, en turbado griterío. Presiento con terror una pesada suerte. Antistrofa 2 ¡Qué penoso también fuera, para las que son apenas doncellas, antes de los rituales nupciales, aún no maduras, recorrer el odioso camino de odiosas moradas!30. Sí, pronostico que el que ya ha muerto tiene mejor hado que estas. Pues cuando una ciudad es conquistada, ¡ay, ay!, innúmeras desgracias sobrevienen. Rapto a rapto, asesinato, incendio de propiedades. Mediante la humareda se mancilla la ciudad entera. Y furioso sopla el homicida Ares, violando la piedad. Estrofa 3 ¡Estruendos por la ciudad! Una red las torres envuelve, un guerrero a otro guerrero asesina con la lanza. Ge29 30
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Eran suyos más de mil hijos, los ríos. Es decir, las moradas de los vencedores.
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midos entre sangre de niños aún de pecho resuenan. Pillajes, los hermanos de las persecuciones. El que ha pillado se tropieza con el que pilla y el que va de vacío llama al que va de vacío, queriendo tener un cómplice. Pero no se conforma con menos ni igual. ¡Qué saldrá de esto es muy fácil de imaginar! Antistrofa 3 Toda suerte de frutos echada en tierra produce dolor, y el ojo de las amas de casa amargadas. Y abundante, mezclado, el don de la tierra en vano montón es arrastrado. Apresadas novicias de un nuevo mal, †desdichadas, al lecho conquistado por lanza de guerrero afortunado†, como a un enemigo más fuerte que ella, esperanza hay de que, como tributo nocturno, venga a reforzar sus compungidos pesares. Semicoro 1.— El espía del ejército, me parece, nos trae, amigas, alguna nueva indagación, moviendo con agobio los cubos31 que le portan de sus pies. Semicoro 2.— También, he aquí que viene el rey en persona, el hijo de Edipo, convenientemente, para enterarse de la narración del mensajero. Su vehemencia ni siquiera le permite acompasar su pie. (Llega el mensajero. Sale Eteocles del palacio.)
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Mensajero.— Me permito contaros, ya que lo he visto perfectamente, qué hacen nuestros enemigos y de qué modo cada uno en las puertas ha obtenido su suerte. Tideo32 ya ruge ante la puerta de Preto33, pero el adivino no le deja pasar el lecho del río Ismeno; puesto que los sacrificios no le son de buen augurio. No obstante, Tideo, enfurecido y ávido de lucha, grita como una serpiente con unos silbidos en el corazón del mediodía e intenta herir con un insulto al sabio adivino, hijo de Ecleo, coleando en señal de halago al destino y a la batalla, por falta de coraje. Mientras lanza estos gritos, sacude Es decir, los pies, que son comparados con las ruedas. Yerno de Adrasto y cuñado de Polinices, que aparece con un aspecto de héroe prehoplítico y con rasgos prehumanos. 33 Rey de Tirinto y hermano gemelo de Acrisio. 31 32
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sus tres penachos umbrosos, de su casco cabellera, y bajo su rodela, por dentro, sus broncíneos badajos hacen sonar horror. Y lleva sobre el escudo mismo un emblema altanero: un cielo gravado, resplandeciente de astros; y en el centro del escudo la brillante luna llena, el más venerable de los astros, ojo de la noche, se distingue. Está de tal modo absorto con su altivo arnés, que grita a orillas del río, ansioso de combate, cual caballo que da resuellos contra el freno y aguarda ardorosamente el tronido de la trompeta. ¿A quién le opondrás? ¿A quién vas a confiar para defender la puerta Prétide, cuando las cerraduras salten? Eteocles.— Ningún ornamento de guerrero puede hacerme temblar, ni los emblemas pueden causarme herida alguna. Y los penachos y los badajos, sin ayuda de la lanza, no lesionan. Y esa noche que tú describes que brilla sobre su escudo, con todos sus astros, podría ser como una predicción de mal augurio para alguien. Pues si para quien perece la noche cae sobre sus ojos, para el que lleva este emblema tan altivo resultará justa y exactamente elocuente, y él mismo contra sí mismo será adivino de esta insolencia suya. Yo, a Tideo, le opondré el prudente hijo de Ástaco como defensor de esa puerta, guerrero de preclara estirpe y que venera el trono de Pundonor y odia las palabras ufanas. Pues en deslealtades es inexperto y no suele ser cobarde. De los hombres sembrados34, que Ares perdonó, ha brotado una raíz, un auténtico hijo de nuestra tierra, Melanipo. La suerte del combate ya la decidirá Ares con sus dados. Y la Justicia, su hermana de sangre, lo envía incisivamente a apartar la lanza enemiga de su madre35 que le engendró. Estrofa 1 Coro.— Que las divinidades otorguen una buena fortuna a nuestro campeón, pues con probidad se erige para luchar el
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34 Alusión a los cadmeos, nacidos de los dientes «sembrados» del dragón que custodiaba la fuente de Ares y que fue muerto por Cadmo. Sobre este tema de la autoctonía, véase N. Loraus, «Les mythes grecs: maîtres enfin mortels», en Dictionnaire des Mythologies, París, Flammarion, 1980, o bien C. Miralles, «El singular nacimiento de Erictonio», Emerita 50 (1982), pp. 263-278. 35 Es decir, la tierra de Cadmo.
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primero de todos por nuestra ciudad. Pero temo ver los cruentos destinos de quienes van a perder su vida en pro de los suyos. Mensajero.— ¡Que los dioses le concedan así tener un buen hado! Capaneo, por su parte, ha obtenido en suerte la puerta Electra. Este es otro gigante36 más grande todavía que el antedicho, y su orgullo no le hace pensar como un hombre, [y lanza a nuestras torres amenazas horripilantes, que ojalá no cumpla el Hado]. Tanto si la divinidad quiere como si no, dice que hará perecer la ciudad y que ni siquiera la discordia de Zeus, aunque su cetro fulmine en la llanura, va a detenerlo. Los relámpagos y las saetas del rayo los equipara al calor del mediodía. Trae como emblema un hombre sin armas, portador de fuego, y una antorcha flamea entre sus manos, como un arma, y reza en letras de oro: «Incendiaré la ciudad». Contra un hombre de tal clase envía… ¿Quién podrá plantarle cara? ¿Quién esperará impávido a un guerrero tan arrogante? Eteocles.— ¡También aquí ventajas de las ventajas nacen! Ciertamente de los vanos pensamientos de los hombres suele ser la lengua delatora verdadera. Capaneo lanza amenazas, preparado para actuar, despreciando a los dioses, ejercitando su boca con una infundada alegría, él, que es mortal, al cielo envía contra Zeus palabras expresadas a gritos, violentas. Mas estoy convencido de que sobre él, en justicia, vendrá el rayo ígneo, que en nada es semejante [a los calores del sol del mediodía.] Y aunque su boca es demasiado altiva, ya ha sido designado un hombre frente a él, al fuerte Polifonte, de voluntad fogosa, baluarte seguro que Ártemis la protectora y los demás dioses protegen. Cuéntame qué otro y qué otra puerta le ha tocado en suerte. Antistrofa 1 Coro.— ¡Muera el que contra mi ciudad lanza unas imprecaciones tan fuertes! ¡Que las saetas del relámpago lo detengan antes de que haga irrupción en mi casa y que con su lanza arrogante me saque fuera de mis estancias de doncella! Mensajero.— [Quién, después de este, designó la suerte contra los portales], te diré: para Eteoclo, el tercero, un tercer 36
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Irónicamente para Tideo, que era pequeño de estatura (cfr. Hom. Il. V
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hado le ha saltado del broncíneo yelmo invertido, para que lleve su falange contra la puerta Néiste. Y allá enfrente pueden verse sus yeguas que dan vueltas, que ya relinchan bajo sus cabestros, deseando atacar nuestros portales; y silban sus bozales, con un sonido bárbaro, al llenarse con resuellos arrogantes. Su escudo no está blasonado de un modo nada modesto: un guerrero hoplita trepa por los peldaños de una escalera hasta la torre enemiga que quiere conquistar. Y en sus letras se lee que «ni Ares me va a hacer caer de ese baluarte». Contra un guerrero tal manda al que pueda ser la garantía de que nos alejará del yugo de la esclavitud. Eteocles.— [Contra él podría destinar a este, y con fortuna]. En verdad ya ha sido enviado, un hombre que lleva la arrogancia en sus brazos, Megareo, semilla de Creonte, de la raza de los hombres sembrados. Él no se irá de las puertas, aunque esté arredrado por el estrépito altivo del relincho de unas yeguas, sino que morirá, pagando su crianza a su patria, o bien, una vez haya vencido a los dos guerreros37 y se apodere de esa fortaleza grabada en el escudo, adornará con los despojos la casa de su padre. Bravea de otro sin escatimar palabras. Estrofa 2 Coro.— Ruego suerte en mi súplica para el que lucha por mi patria, y para los demás, la desgracia. Y si sus corazones enloquecidos agravian con palabras altivas a nuestra ciudad, que Zeus vengador los contemple con mirada de odio. Mensajero.— Un cuarto ocupa ya el portal vecino, el de Atenea Onca, con sus fuertes gritos, Hipomedonte, hombre de gran constitución y altura. Al ver que un gran disco blandía, pues tal es su enorme escudo, me he asustado, no puedo negarlo. No era un herrero vulgar el que grabó sobre el escudo esta obra de arte: un Tifón38 que por su boca inflamada exhala un humo negro, hermano de la llama ardiente. Y el borde del redondo escudo está sujeto con guirnaldas de ser-
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Es decir, Eteoclo y el guerrero hoplita que reproducía el escudo. Ser monstruoso, fruto de la unión entre Gea y Tártaro –la profundidad hueca de la tierra–, que toma las formas de viento huracanado o de monstruo alado, con cien serpientes por piernas y aliento de fuego. 37 38
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pientes, mientras él da aullidos y está poseído por Ares, agitado como una bacante para ir al combate, con mirada que produce miedo. Hay que tener cuidado frente al impulso de este enemigo, pues el Terror ya se ufana ante el portal. Eteocles.— En primer lugar Palas Onca, que está cerca de la ciudad y es vecina de esas puertas, y odia el orgullo de este hombre, lo alejará de nuestras crías de nido, como a una siniestra serpiente. E Hiperbio, el noble retoño de Enopo, guerrero escogido contra guerrero, no quiere sino indagar qué decide el fatal Hado en este trance. Ni su aspecto, ni su ánimo, ni su aparejo de armas son dignas de vituperio; Hermes los ha aparejado cabalmente, pues enemigos son los dos guerreros que allí se encontrarán, y en sus escudos harán enfrentarse a dioses enemigos. El uno tiene a Tifón, y su ígneo soplo, pero muy firme está en el escudo de Hiperbio el padre Zeus que blande en su mano el rayo ardiente. [Y a Zeus nunca nadie ha visto derrotado.] Tal es el patronazgo de las divinidades. Nosotros estamos con los vencedores y ellos con los vencidos, si es verdad que Zeus es más fuerte que Tifón en la batalla; es justo, pues, que los guerreros que se enfrentan obtengan el mismo resultado y que para Hiperbio, según las palabras de su emblema, sea Zeus en su escudo el salvador. Antistrofa 2 Coro.— Yo creo que aquel que lleva en su escudo el cuerpo enterrado de la divinidad odiosa, enemigo de Zeus, imagen tan hostil tanto para los hombres como para las divinidades eternas, precipitará su cabeza ante nuestras puertas. Mensajero.— ¡Así sea! Y hablo ahora del quinto, el apostado junto a la puerta Bóreas, junto al túmulo mismo de Anfión39, hijo de Zeus. Por la lanza que empuña, a la que venera más que a un dios, y en la que fía más que en un dios, e incluso que en sus ojos, jura y perjura que destruirá la ciudad de los cadmeos, 39 Hermano gemelo de Zeto; ambos gobernaron en Tebas y la rodearon con murallas. Sobre este personaje puede verse el artículo de J. Pórtulas, «De la serpiente de Cadmo a la lira de Anfión», en J. A. López Férez (ed.), Mitos en la literatura griega arcaica y clásica, Madrid, Edic. Clásicas, 2002, pp. 111-123.
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a despecho de Zeus. De Ares así bravea el retoño de una madre40 montañesa, de bello rostro, guerrero que es todavía un niño41. El bozo acaba de apuntársele en las mejillas, en la flor de su edad, espeso vello en ciernes. Pero él, con su fiero talante, en modo alguno adecuado a su nombre, propio de vírgenes42, con unos ojos que amedrentan, se acerca. No sin jactancia se yergue en la puerta, porque la afrenta de la ciudad en su escudo de bronce, protección circular de su cuerpo, una Esfinge43 carnicera, artificiosamente fijada con clavos, le he visto blandir, brillante figura en relieve, y bajo sí44 lleva un guerrero cadmeo, de modo que contra él sean lanzadas muchas flechas. Y parece haber venido, no para regatear mezquinamente la batalla, sino para justificar el trayecto de un camino tan largo, Partenopeo el arcadio. Tal guerrero es un meteco que está pagando a Argos así su generosa crianza y así lanza amenazas contra estas torres nuestras, que ojalá la divinidad no quiera que se cumplan. Eteocles.— ¡Ojalá alcancen de los dioses lo que piensan con su impío orgullo! Cierto que se perderían con una ruina total y funestamente. Pero también existe para este arcadio al que te refieres un guerrero sin jactancia, con un brazo que ve lo que conviene hacer, Actor, hermano del antes mencionado, el cual no dejará que una lengua, vacía de obras, fluya a través de las puertas, redoble nuestras desgracias, ni que penetre, de fuera adentro, [llevando en su enemigo escudo como insignia], la imagen de esa fiera muy horripilante. Al que la lleva se lo recriminará, cuando ella se encuentre con repetidos impactos al pie de la ciudad. Si los dioses lo quieren, quizá sea cierto lo que yo digo. Estrofa 3 Coro.— Me hieren el pecho tus palabras, y los bucles erizados de mis cabellos se me ponen de punta cuando escu-
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Atalanta. Alusión a la efebía. Sobre dicho tema véase el trabajo de P. Vidal-Naquet, «Le chasseur noir et l’origine de l’éphébie athénienne», Ann. ESC 32 (1968), pp. 947-969. 42 El primer lexema del nombre Partenopeo, parteno- (παρθένο-) significa «virgen» o «doncella». 43 Alusión a la Esfinge que Edipo se encontró en Tebas. 44 Es decir, «bajo sus garras». 40 41
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cho las insolencias de estos impíos hombres que hablan con jactancia. ¡Si los dioses son dioses, que los destruyan en nuestra tierra! Mensajero.— Podría referirme, ante ti, al sexto, el hombre más comedido, el más valiente en el combate45, un profeta, la fuerza de Anfiarao46. Apostado ante la puerta Homoloide, lanza injurias sin cesar contra la fuerza de Tideo: «Homicida, perturbador de la ciudad, para Argos el más avezado en infortunios, heraldo de Erinia, siervo de la Muerte, mentor de estos males para Adrasto». Luego, levantando la mirada, [a tu hermano], la fuerza de Polinices, partiendo en dos su nombre47, lo llama, y esto sale de su boca: «¿Acaso tal proeza es agradable incluso a los dioses, preciosa de escuchar y de explicarla a las generaciones venideras, destruir tu ciudad paterna y a los dioses de tu país, enviando contra ellos a una hueste extranjera? ¿Qué razón podría acabar con la fuente materna y tu patria, conquistada por tu afán con la lanza, y cómo quieres que sea tu aliada? Yo abonaré48 esta tierra, adivino oculto bajo suelo enemigo; ¡combatamos, que no espero un hado deshonroso!». Tales cosas decía el adivino, mientras sostenía con calma absoluta un escudo de bronce macizo. Y en el rodel de su escudo no había emblema alguno, pues quiere ser valiente y no parecerlo, porque goza gracias a su espíritu de surco profundo desde donde germinan las preclaras decisiones. Contra este te exhorto a que envíes unos hábiles y osados adversarios; terrible es el que venera a los dioses. 45 Sobre la expresión ἀλκὴν ἄριστον μάντιν «el más valiente en el combate, un profeta», referida a Anfiarao, cree Fraenkel que su origen aparece en la Tebaida (cfr. «Die sieben Redepaare im Thebanerdrama des Aeschylus», SBAW 3 [1957], p. 42). 46 Se trataba de un adivino célebre por su honradez y por su valentía, que incluso maldecía a Eteocles y Polinices. Por lo demás, no era partidario de la expedición contra Tebas. Como ha señalado recientemente P. Sineux (Amphiaraos. Guerrier, devin et guérisseur, París, Belles Lettres, 2007), Anfiarao, además de «guerrero argivo» era «adivino», y divinidad oracular en los alrededores de Tebas, en donde se instala, al final del siglo v a.C., y era famoso su santuario de Oropo, en las puertas del Ática. 47 El nombre de Polinices significa «mucha (πολύ) lucha (νεῖκος)». 48 Es decir, con su cadáver.
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Eteocles.— ¡Oh destino que juntas a un hombre justo con unos más impíos! En toda gesta no hay nada más perjudicial que una mala compañía y el fruto no se ha de coger. [El campo de Ate trae consigo la muerte.] Pues si un hombre piadoso se embarca con marineros que están enardecidos y con alguna perversidad acaba pereciendo justamente con esta raza de hombres que los dioses rechazan, o bien cuando un hombre justo se asocia con ciudadanos inhospitalarios y que no se acuerdan de los dioses, consiguiendo la misma trampa que los injustos, y es domado con los golpes del divino látigo común para todos. De la misma manera, el adivino, el hijo de Ecleo quiero decir, guerrero prudente, justo, audaz y piadoso, gran augur, por haberse mezclado con hombres impíos de boca ufanosa a pesar de su consciencia, hombres que se lanzan a hacer un largo y dilatado camino, si Zeus lo quiere, será conducido junto con ellos. Y me parece que no atacará el portal, no porque no tenga corazón ni por cobardía de voluntad, sino porque él sabe que conviene que muera en la batalla, si algún fruto han de tener los oráculos de Loxias49; y suele callar o bien suele decir lo que pide la situación. Con todo, pondremos delante suyo a un portero inhospitalario, la fuerza de Lástenes, que es viejo de espíritu, pero tiene un cuerpo joven, un ojo ágil, y no tarda su brazo en atrapar con su lanza el flanco desnudo de un escudo. Pero es un don de los dioses que tengan éxito los hombres. Antistrofa 3 Coro.— Dioses que escucháis nuestras honestas plegarias, llevadlas a término para que la ciudad salga exitosa, girando contra nuestros invasores estos bélicos males. Y que lejos de estas torres expeliéndolos, Zeus con su rayo los fulmine. Mensajero.— Pasaré ahora al séptimo, que sobre la séptima puerta se apuesta, tu propio hermano. ¡Qué maldiciones impreca contra nuestra ciudad, {tras escalar las torres y proclamar contra su tierra}, después de haber cantado en honor de Yacos un peán de conquista, dice que quiere encontrarse
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49 Apolo, que le había concedido el don de la profecía, y, por ello, Anfiarao sabía que la expedición contra Tebas iba a ser un rotundo fracaso.
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contigo, y entonces, tras matarte, morir a tu lado, o si deja vivir a quien le ha privado de su honra, con igual castigo con un exilio que le lleve lejos, y grita a los dioses nativos de la tierra patria que vuelvan su mirada a sus súplicas y las cumplan totalmente, la fuerza de Polinices. Lleva un escudo redondo, recientemente forjado y doble emblema en él grabado: puede vislumbrarse a un guerrero armado, esculpido en oro, al que guía una mujer que le conduce con semblante prudente. Justicia afirma ser, según la divisa: «Devolveré a este hombre, y recobrará su ciudad patria y su hogar en palacio». Tales son sus maquinaciones. Determina tú mismo a quién te parece que conviene enviar, para que nunca dirijas reproches contra este hombre por sus mensajes. Decide tú mismo cómo vas a pilotar esta ciudad. (Sale el mensajero de escena.)
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Eteocles.— ¡Enloquecida y abominable por parte de los dioses, oh raza de Edipo mía, digna de mucho llanto! ¡Ay de mí! Hoy se cumplen las imprecaciones de mi padre. Mas ¡lejos de mí los lamentos y gemidos! No sea que generen gimoteos aún menos soportables. En cuanto al que tiene un nombre tan apropiado, a Polinices aludo, pronto sabremos de qué modo la divisa va a acabar: si lo van a acarrear a su país esas letras en oro cinceladas que deliran en su escudo con furor de su mente. Si la doncella Justicia, hija de Zeus, le hubiera acompañado siempre en sus obras y en su pensamiento, quizás hubiera sido posible. Pero jamás, ni cuando dejó las tinieblas del útero materno, ni en la niñez, ni de joven, ni al crecerle ya el bozo en la mejilla, jamás le miró la Justicia ni en modo alguno lo tuvo por digno. Ni creo que ahora, en el momento en que devasta su tierra patria, va a querer estar a su lado. O falso sería ese nombre de Justicia si se asociara con quien tiene un talante que se ha atrevido a cualquier cosa. Y confiando en esto voy a hacerle frente yo mismo. ¿Puede haber alguien, acaso, con más derecho que yo? Rey contra rey, hermano contra hermano, y enemigo contra enemigo voy a enfrentarme. Rápido, pues, tráeme las grebas, que me protejan contra lanzas y piedras.
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Coro.— No, hijo de Edipo, el más amado de los hombres, no sea tu furor igual a quien se expresa tan perversamente. Ya basta que lleguen a las manos los cadmeos con los argivos; que esta sangre puede purificarse. Mas la muerte para dos hombres hermanos, por recíproco homicidio, no, no existe envejecimiento para esta mancha. Eteocles.— Si alguien puede sufrir una desgracia, que sea sin deshonra, que es el único beneficio entre los fallecidos. De los infortunios y deshonras nunca existirá buena fama. Estrofa 1 Coro.— ¿Qué pretendes, hijo? ¡Que ese delirio que llena tu ánimo, sediento de lanza, no te arrastre! ¡Arranca ese inicio de tu loco deseo! Eteocles.— Ya que un dios apresura las circunstancias con vigor, ¡que marche50, a merced del viento, y consiga en suerte las ondas del Cocito51, esa raza que detesta a Febo, toda la estirpe que procede de Layo! Antistrofa 1 Coro.— Este deseo cruento que te carcome ferozmente te incita a cumplir una carnicería humana que tiene el fruto agrio de una sangre no lícita. Eteocles.— Es que la maldición de mi amado padre, odiosa y negra, †se cumple†, se posa en mis áridos ojos, sin lágrimas, declarándome que es provechoso morir antes que tarde. Estrofa 2 Coro.— Tú resiste. No se te denominará vil si aventuras por tu vida. La Erinia, con su oscura égida, saldrá de tu casa, cuando los dioses admitan de tus manos el holocausto. Eteocles.— Para los dioses ya no somos entes de interés en absoluto, y se mira con admiración el favor que les hacemos si morimos. ¿Por qué vamos a seguir congraciándonos aún con el hado aciago?
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50 En contraste con el inicio de la tragedia, en el que Eteocles dirige, cual buen timonel, la barca del estado, ahora, como contraste, esta boga al ritmo de los vientos. 51 Famoso río del Hades.
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Antistrofa 2 Coro.— Aguanta ahora que está a tu vera, pues la deidad, con el tiempo, cambiando de designio, quizá pueda venir con viento más clemente, mientras que hoy todavía borbotea. Eteocles.— Es que las imprecaciones de Edipo están en plena efervescencia. Demasiado verdaderas eran las visiones fantasmagóricas de mis sueños, cuando repartían los bienes de mis ancestros. Coro.— Obedece a las mujeres, aunque te repugne totalmente. Eteocles.— Os permito que me insinuéis cosas que se puedan llevar a cabo, pero sin demasiadas palabras. Coro.— No camines hacia la puerta séptima. Eteocles.— A mí que estoy ciertamente aguzado, no me vas a embotar con tus palabras. Coro.— La divinidad valora una victoria, aun sin gloria. Eteocles.— Un guerrero hoplita no debe admitir estas palabras. Coro.— ¿Pero quieres cercenar la sangre de tu propio hermano? Eteocles.— Si los dioses nos envían desgracias, no puedes evitarlas. Estrofa 1 Coro.— Me sobrecoge con verdadero estremecimiento que la divinidad destructora de familias, tan distinta a las demás, la muy veraz profetisa de desgracias, la Erinia invocada por tu padre, haga que se cumpla la imprecación muy iracunda de Edipo de mente enferma. Y esta discordia de ahora, destructora de hijos, la está instigando. Antistrofa 1 Un extranjero les asigna los lotes, Cálibo52, emigrante de Escitia, atormentado distribuidor de las riquezas hereditarias, el Hierro de alma cruel, tras decidir, por medio de unas 52 Los cálibos eran buenos herreros e inventores del acero. Vivían en el sur del mar Negro y en este punto de la tragedia son mencionados aludiendo al «Hierro» de las armas, es decir, la espada que ha decidido la muerte de los dos hermanos.
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suertes, que ocupen cuanta tierra puedan abarcar después de muertos, sin tener parte en los inmensos llanos. Estrofa 2 Luego que hayan muerto mutuamente con sus propias manos y el polvo de la tierra haya bebido la negra, cuajada sangre de esos homicidios, ¿quién podría purificarlos? ¿Quién los lavará? ¡Oh nuevos infortunios de esta casa, que se mezclan ya con los viejos males! Antistrofa 2 Sí, me refiero a la antigua transgresión, pronto castigada, pero que en la tercera generación aún permanece firme, cuando Layo violentó la voluntad de Apolo, que por tres veces53 le había dicho en el ombligo oracular pítico54 que, muriendo sin hijos, salvaría a la ciudad. Estrofa 3 Derrotado por dulces debilidades, engendró su propia muerte al parricida Edipo, que se atrevió a echar su simiente en la sagrada tierra de su madre donde él se había criado, una raíz sangrienta. Un desvarío insano unió a los dos esposos. Antistrofa 3 Y como el piélago un oleaje de desastres aquí empuja: una ola cae y otra, de triple garra, se levanta, que también rompe en la proa de nuestra ciudad. Y en medio, este alcázar se extiende, en una anchura pequeña, como defensa. Recelo que con mis reyes nuestra ciudad sucumba. Estrofa 4 Se cumple ya de antiguas imprecaciones el oneroso de senlace, y los desastrosos [cumplimientos] no pasan de largo. La prosperidad de los hombres opulentos, cuando es demasiado acrecida, obliga a arrojar la carga por la borda. Antistrofa 4 Pues ¿a qué hombre admiraron tanto los dioses y los ciudadanos que comparten el hogar [de la ciudad] y el ágora
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53 Alusión a las tres veces que Layo visitó Delfos y a las tres veces que se le vaticinó que, si tenía un hijo, éste lo mataría. 54 Adjetivo derivado de Pitón, dragón que Apolo mató para poseer el oráculo de Delfos.
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muy populosa, como entonces honraron a Edipo por haber extirpado de nuestra tierra a la Cer55 que a los hombres arrebataba? Estrofa 5 Pero, luego que el desventurado fue consciente de su triste boda, sin poder soportar su dolor, con el corazón enloquecido, llevó a cabo dobles desgracias con parricida mano, se desvió de las mejores decisiones, Antistrofa 5 contra sus hijos profirió amargas maldiciones †funestas†, indignado por su comida de antaño56, ¡ay, ay!, imprecando que ellos, con mano armada con el hierro, obtendrían ambos un día su herencia. Y ahora temo que vaya a darles cumplimiento la Erinia de raudos pies. (Entra un mensajero en escena.)
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Mensajero.— ¡Tened ánimo, hijas †por vuestras madres† criadas! La ciudad ha huido del yugo de la esclavitud. Han caído los alardes de esos poderosos guerreros. La ciudad está en paz y no inundaron la sentina ante tantas embestidas del oleaje. Las fortificaciones nos defendieron, y las puertas las hemos defendido con caudillos garantes de lucha singular. En lo más importante, todo va bien en seis puertas, mas la séptima el honorable señor del siete57, el soberano Apolo, para sí la eligió, cumpliendo contra la estirpe de Edipo los antiguos desaciertos de Layo. Coro.— ¿Qué nueva adversidad ha surgido todavía en la ciudad? Mensajero.— [La ciudad está salvada. Pero los reyes hermanos] han muerto con recíprocas manos. 55 Es decir, la deidad que producía la muerte, usado como metonímia de la Esfinge, que daba muerte y que fue vencida por Edipo. 56 Alusión al pequeño ultraje en un banquete ofrecido a Edipo por parte de sus hijos, en el que no se le sirvió lo mejor de la víctima sacrificial que le hubiera correspondido como rey. 57 Alusión al número de Apolo, divinidad que era festejada el séptimo día de cada mes.
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Coro.— ¿Quiénes? ¿Cómo has dicho? No coordino mis pensamientos ante lo horripilante de tus palabras. Mensajero.— Tranquilízate entonces y escucha: los hijos de Edipo… Coro.— ¡Ay de mí, desventurada! Adivina soy de infortunios. Mensajero.— …sin que quepa la menor duda, caídos ya en el polvo. Coro.— ¿Allí yacen ambos? Cuéntamelo, aunque sea algo insufrible. Mensajero.— Se han matado con sus manos hermanas. Un destino común tuvieron ambos a la vez y él ha aniquilado en verdad esta desventurada estirpe. Ante tales acontecimientos podemos tener alegría y llanto a la vez: por una parte la ciudad que ha triunfado, pero, por otra, los jefes, los dos caudillos, mediante el forjado a martillo hierro de Escitia, se distribuyeron la propiedad completa de su herencia. Obtendrán la tierra que ocupen en la tumba, impelidos desventuradamente con arreglo a las maldiciones de su padre. [La ciudad está a salvo. Pero de los dos soberanos hermanos su sangre la ha bebido la tierra por la muerte que mutuamente se han dado.] Coro.— ¡Oh gran Zeus y deidades protectoras de nuestra ciudad, que estas torres de Cadmo salvar !, ¿acaso he de regocijarme y de alzar mis gritos †al salvador† que ha protegido a la ciudad de todo mal? ¿O llorar a los desventurados e infaustos jefes de guerra, privados de hijos, quienes haciendo honor a sus nombres de 58 y causantes de muchas querellas59 han perecido por su irreverente vesanía? Estrofa 1 ¡Oh negra y ejecutada, sí, maldición del linaje de Edipo! Un frío espantoso me atraviesa el corazón. He compuesto para su tumba mi cántico, al oír que han muerto, de forma infortunada, esos cadáveres que chorrean sangre. De mal agüero fue este concierto de picas. 58 59
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Alusión a la etimología de Eteocles. Referencia explícita, como la anterior, a la etimología de Polinices.
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Antistrofa 1 Actuó hasta cumplirse y no cejó la voz de maldición del padre. Y las desobedientes decisiones de Layo han perdurado. Mas, ahora, hay desasosiego en la ciudad: los oráculos no mueren. ¡Ay de vosotros, dignos de copiosos lamentos, inverosímil es esta obra que habéis realizado! Ya están aquí los sufrimientos, y no de palabra60. (Entran Antígona e Ismene con el cortejo fúnebre.)
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Epodo Esto sí que habla por sí solo: manifiesto es el relato del mensajero. Dobles †virilidades† infortunadas de dobles pesadumbres: estos padecimientos, estas dos muertes fratricidas que ya se han cumplido. Y ¿qué puede añadirse? ¿Qué otra cosa sino penas sobre penas, compañeras de hogar [de la casa]? Y ahora, amigas mías, seguid el viento de nuestros sollozos, y remad a uno y otro lado de la cabeza con ambas manos con golpes de remo que acompañen61, que siempre hacen cruzar el Aqueronte62, a la nave de velas negras sin aparejo, portadora de peregrinos a la tierra sin sol63, la no hollada por Apolo, que a todos acoge y es invisible. [Pero aquí llegan Antígona e Ismene para cumplir tarea bien amarga. Sin duda ellas van a recitar, creo, un treno por sus dos hermanos desde sus profundos pechos amables. Un sufrimiento merecido. Pero es honesto que nosotras, antes que su canto, entonemos el himno lúgubre de las Erinias y a continuación cantemos el detestable peán de Hades. ¡Ay, en hermanos las más infelices entre cuantas ciñen cinturón en torno a sus vestimentas! Lloro, sollozo y ningún embuste hay que impida que desde el fondo del alma un justo llanto lance.]
Es decir, de hecho. Alusión al ritual de golpearse la cabeza en señal de duelo. 62 Río del Hades. 63 Alusión al Hades. 60 61
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(El coro se subdivide en dos semicoros). Estrofa 2 Semicoro 1.— ¡Ay, ay!, necios, desobedientes a quienes os eran seres queridos, jamás desgastados ante las desgracias, habéis tomado posesión de vuestra casa mediante la fuerza, ¡desventurados! Semicoro 2.— ¡Sí, desventurados quienes hallaron desdichadas muertes para sumir en ruina su casa! Antistrofa 2 -¡Ay, ay!, vosotros que derrocasteis los muros de vuestro hogar y una amarga tiranía conocisteis. ¡Ahora, habéis hecho las paces mediante el hierro! - La venerada Erinia de su padre Edipo, ¡cuán acertadamente se ha manifestado! Estrofa 3 - En sus flancos izquierdos lesionados, lesionados sí, en sus flancos de los mismos costados familiares . ¡Ay, ay, infelices! ¡Ay, ay, imprecaciones de óbitos recíprocos! - Te refieres a [una herida] de parte a parte para la casa y para los cuerpos, de varones lastimados [digo] por una ira indecible y maldita nacida del padre, por un discorde hado. Antistrofa 3 - Y cruza la ciudad este plañido, plañen las torres, plañe la llanura que a esos hombres amaba. Esperan la herencia sus epígonos, herencia por la que a los infelices surgiera un infausto destino, por la que la querella vino y, como fin, la muerte. Y se partieron por igual con su impasible espíritu la herencia en lotes iguales. Pero para el juez no faltan recriminaciones por parte de los seres queridos; que Ares no fue clemente. Estrofa 4 - Por la espada heridos así andan, y por la espada heridos los esperan (quizá se pueda afirmar) unas porciones de tumbas ancestrales. - Desde su casa los acompaña como cortejo un cruel lamento desgarrador que por sí gime, por sí pena, doloroso, enemigo del gozo, que vierte lágrimas desde un corazón que, mientras yo lloro, se consume por ambos soberanos.
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Antistrofa 4 - Puede decirse de estos desventurados que ambos hicieron, y mucho, por los ciudadanos y que diezmaron las filas de los extranjeros venidos de fuera. - Infeliz cual ninguna mujer la que los trajo al mundo, sí, de entre las hembras que son llamadas paridoras de hijos. De su hijo que tomó como propio esposo procreó a estos, y ellos así han muerto por manos que se han dado muerte entre ambos, de una misma semilla. Estrofa 5 - De una misma semilla, sí, y del todo abatidos bajo golpes no amigos en su enloquecida porfía, al final de su lucha. Se acabó ya el odio, y en una misma tierra ensangrentada ya sus vidas se han unido. ¡Ahora sí que, ciertamente, son hermanos! Amargo, el árbitro de sus disputas, el extranjero marino surgido de la llama, el afilado Hierro; y amargo el mal repartidor de bienes, Ares, que hizo verdad la imprecación paterna. Antistrofa 5 - Han obtenido su parte ya, ¡oh desventurados!, las penas que Zeus les concediera. Bajo su cuerpo tendrán una insondable cantidad de tierra. - ¡Ay, los que hicisteis prosperar la estirpe con muchas fatigas! [Con dolores a las casas] al fin, con gran grito de guerra, las Maldiciones han imprecado un acerado himno, al haber hecho evadirse este linaje. Se yergue un galardón de Ate ante aquellas puertas en que se hirieron, y, vencedor de los dos, el demon descansa. Epodo - Herido heriste. - Y tú moriste tras dar muerte. - Con la lanza mataste. - Con la lanza moriste. - Dolor propiciaste. - Dolor sufriste. - (Que mane mi llanto.) - (Que manen mis lágrimas.)
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- Ante mí yaces. - Tras haber dado muerte. Estrofa 6 - ¡Ay! - ¡Ay! - Ha enloquecido de sollozos mi alma. - Mi corazón gimotea en mi interior. - ¡Ay, ay, tú, digno de todo mi quejido! - ¡Y tú, de toda desdicha! - Por un ser querido has sucumbido. - Y a un amigo diste muerte. - Doble es de decir. - Y doble de ver. - Estos desconsuelos están cerca †de tales†. - Cadáveres hermanos de hermanos. - ¡Ay, Moira dadora de penas, otorgadora de males, y augusta sombra de Edipo! ¡Negra Erinia, en verdad eres muy potente! Antistrofa 6 - ¡Ay! - ¡Ay! - Sufrimientos horribles de ver. - Trajisteis para mí al volver del destierro. - Apenas aquí llegó cuando dio muerte. - Salvado, la vida perdió. - La perdió ciertamente, sí. - al otro privó de su vida. - Funesto de decir. - Funesto de ver. - †Duelos miserables de igual nombre64.† - Sufrimientos terribles que han golpeado en tres ocasiones65. - [Funesto de decir.] - [Funesto de ver.]
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Es decir, el de los hermanos. Las tres ocasiones a las que se refiere el texto son el asesinato involuntario de Layo, el incesto de Edipo y su madre Yocasta, así como la muerte fratricida de Eteocles y Polinices. 64 65
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- ¡Ay, Moira dadora de penas, otorgadora de males, y augusta sombra de Edipo! ¡Negra Erinia, en verdad eres muy potente! Epodo - Tú la conoces, pues la probaste
- Y tú, pues la conociste no más tarde. - Puesto que volviste a la ciudad. - Remero de la pica contra él. - ¡Linaje desventurado! - ¡De desdichado sufrir! - ¡Ay, pena! - ¡Ay, males! - Para la casa. - Y para el país. [- Y antes que todo para mí. Y en adelante para mí.]
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