Pensar con estaño: El pensamiento de Arturo jauretche
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Descripción: Un análisis detallado del pensamiento de Arturo Jauretche, desde una perspectiva epistemológica....
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Quintar, Juan Pensar con estaño: el pensamiento de Arturo Jauretche. - 2a ed. Neuquén : EDUCO - Universidad Nacional del Comahue, 2007. ISBN 978-987-604-063-1
Índice Primeriemos con el porqué de una elección
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Prólogo: Jauretche y el formato del aire. Por Jorge Marziali
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Entre el desvelo y la esperanza: Apuntes introductorios Sobre el sentimiento que está por debajo Entre la esperanza y el desencanto: el retorno al pensamiento nacional El pensamiento de la periferia: sus silencios y sus puentes Breve panorama de la investigación
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Dime cómo vives y te diré qué sueñas: Notas biográficas sobre Arturo Jauretche Los orígenes conservadores El acercamiento al radicalismo y a lo nacional De la insurrección a la lucha por las ideas Por nacional, en el peronismo Nuevamente la resistencia.
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Pensar con estaño: Una aproximación epistemológica a Arturo Jauretche
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Vida y episteme I Conservadorismo y crítica al racionalismo Intelligentzia y pensar teórico Lo popular como vértice epistémico Vida y episteme II El insumo radical y lo nacional-popular como vértice Las zonceras y la crítica epistémica al poder ¿Vinos nuevos en odres viejos?
Sobre anteojeras y ojos mejores para mirar la patria El desafío de Jauretche: la colonialidad y la disputa por cómo mirar De la madre que las parió a todas Colonialidad, academia y política nacional Jauretche, los “andadores torcidos” y el encubrimiento Cazadores de zonceras, sostenedores de esperanzas La recuperación del pensamiento Posmodernismo, posoccidentalismo, poscolonialidad, “posdesconexión” Los años ochenta y la posmodernidad Los años noventa y la globalización.
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La poscolonialidad y su inflación de lo global
Arando el porvenir con viejos bueyes Historia y Poder Jauretche y la vitalidad de la historia Historia y pensamiento nacional Costo y necesidad de la revuelta revisionista Historia, historiadores y política Historiar indisciplinadamente
La economía en el taller de forja La coyuntura dispara La incapacidad burguesa como problema nacional Historia, economía y voluntad nacional La recuperación conceptual Economía y ángulo espistémico Paraíso neoliberal y pensamiento nacional Volver a pensar en grande es derrumbar zonceras Globalización y democracia para zonzos
Estaño, río y política De lo conveniente y lo perfecto De lo abstracto y reaccionario De lo nacional como concreto, circunstancial y permanente Especiales coyunturas Jauretche y Perón Jauretche, Cooke y los jóvenes setentistas Con la cabeza fría y el corazón caliente: el problema de la violencia
Jauretcheando en el siglo XXI De la ciclotimia histórica y la responsabilidad social como desafíos La crisis de 2001 y la poesía que nos debemos Una cuestión de actitud La obsesión por lo concreto ¿El pueblo es la Nación? Un pensamiento redondo Un pensamiento rebelde Del lamento tanguero a la chacarera que también somos
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Agradecimientos Todo autor tiene una parte preferencial para sus textos; la mía es la de los agradecimientos. Definitivamente creo que es lo más placentero, pero también lo más difícil. Porque son innumerables las personas y las situaciones de las que uno se ha nutrido, siendo unos y otros inseparables. Con las primeras está el cansino caminar por los cerros jujeños, las noches de cordillera, la poesía de Sabines, las calles de Oaxaca, las orillas del Limay, las lunas de Cipolletti o algún hogar compañero en El Bolsón. De todas maneras, haciendo un esfuerzo, debería agradecer ciertas especiales presencias donde generosidad, discusión, afecto y cariño se han combinado maravillosamente. A Estela Quintar y los compañeros del Instituto de Pensamiento y Cultura en América Latina de México (IPECAL), magníficos compañeros de aventura intelectual; a Alcira Argumedo, Nelson Maldonado Torres y Agustín Lao Montes, por sus generosos aportes; a Concepción Núñez Miranda, por su calor en la distancia; a Laura Bianchi, por su profesional ayuda; a Nora Rivera, por sus milanesas y calidez entrañable; a Gerardo Bilardo, Marcela Debener, Eliana Fernández, Esteban Ríos y Elsa Hernández, porque están siempre; a los compañeros de La Conrado; a la Línea Fundadora (Brutus y compañía) a Silvia Martínez, por su corazón y su razón; y a Sandra Castro, por persistir en su alegría y vital sabiduría. Tener estas compañías fue, sencillamente, un maravilloso regalo de la vida. A Mercedes Azar, por su fino humor y obstinada mirada correctora sobre el texto. A Pablo Ala Rué y Cora Bernardi, por su solidaria ayuda; a Luis Narbona y Enzo Canale por su trabajo editorial. A Hugo Zemelman, porque en estos intentos por pensar mejor mi país, hace años que sus textos, diálogos y generosidad intelectual me acompañan; a mis hijos, Sabino y Pedro, maestros en desbaratar zonceras con la sonrisa y, finalmente, a la memoria de mi madre, Lidia Mascherini, a quien dedico este trabajo. Juan Quintar U.N.Co. – Neuquén Argentina
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Primeriemos con el porqué de una elección No diré cuánto hace que escucho a Jorge Marziali, por simple decoro generacional; pero su poesía -la persistencia de tenerla cerca tantos años- me interroga sobre el porqué de la insistencia con esa vibración poética. Hay muchos argumentos: Cebollita y huevo o Coplas de la libertad, cómo olvidar cuando las cantábamos al calor de la lucha por la democracia; también están Los obreros de Morón, cuando teníamos la ilusión de que el peronismo no podía ser otra cosa que el vehículo para la justicia social; o la pasión por lo nacional, mezclada con esa pizca de picardía cuyana; o la delicadeza para evocar a Castilla o a Leguizamón. En fin, todo eso está. Pero, por sobre todos esos argumentos, si hay algo que me ha convencido para pedirle que prologue este texto es su credo, al cual adhiero plenamente: Creo en el amor, que es padre todo poderoso. Fundador del misterio y la esperanza. Creo en la lágrima, su única hija, que fue concebida por obra y gracia de los ríos del alma. Y nació de la santa y preñada ilusión desmedida, padeció bajo el poder de la apariencia y el decoro, fue crucificada, mal vista y condenada, ascendió hasta los ojos y, en un instante, resucitó a todos los sentimientos muertos. Bajó a mis manos y está latiendo a la diestra de mi corazón; desde allí ha de venir a jugar con todos los ausentes.
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Creo en el espíritu del canto, la santa empresa del alma, la comunión de los besos, el perdón de los helados, la resurrección de los hombres, y la vida entera. Amén Jorge Marziali
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Jauretche y el formato del aire Por Jorge Marziali El señor Juan Quintar –a quien no conozco personalmente- es un señor audaz. Y si no fuera que barrunto una buena intención en la tarea que me ha encomendado, diría que me está cargando. Sé muy bien que un prólogo es, apenas, un escrito que antecede a un texto de cualquier clase. Así, sin adjetivos. Propiamente, como ser designado embajador en Tanganika. Los prólogos no sirven para triunfar, que es lo que buscamos los artistas. En realidad, los prólogos sirven de muy poco y supongo que nacieron por la necesidad que tuvo algún escritor de sentirse apuntalado para sumarle valor a una obra que no lo tenía. Que no es el caso de este ensayo de Quintar, que sí lo tiene, por lo que el prólogo, en este caso, responde perfectamente a lo que dice el diccionario: sólo un escrito que antecede a un texto. El diccionario no dice si un prologuista debe contarle al lector el contenido del libro. Menos mal. Porque me deja la posibilidad de no contarlo; me habilita para contar otros asuntos, sensaciones tangenciales disparadas por el texto en cuestión. Quintar dice que me ha elegido para prologuista por mi tarea de constructor de coplas más o menos certeras; por mis antecedentes como cantor “fierrista” (de Martín Fierro, no del gordo Valor), es decir, uno de aquellos que canta opinando, en tanto otros, cantando, sólo se entretienen. Quiero avisarle a Quintar que los constructores de coplas somos una suerte de “para-poetas”, un estamento inferior al de los poetas consagrados. Intuyo que deben ser pocas las sociedades en donde, como en nuestra tierra, el significado principal de las palabras está reservado sólo a los académicos y a los socios de lo literariamente correcto. Ahora, además, seré un “para-prologuista”, ya que no he tenido la habilidad de ejercitar el género o conseguir algún diploma que me habilite para prologuista serio. Escribo siempre desde el suelo y posiblemente por eso se me encarga esta tarea sobre el universo jauretcheano. La copla -y su génesis de vida
aprendida con los pies en la tierra- es la herramienta que elegí para la comunicación, independientemente de los coqueteos que uno pueda tener con sonetistas, decimeros, sixtineros; o alguna encamada siestera con el mismísimo Walt Whitman. Voy a hablar solamente de lo que el libro disparó en un hombre como yo, ajeno a la lectura sistémica; quiero hablar como un intuitivo sensible. No puedo ver con claridad qué parte de lo aprehendido en los 60 y 70 le pertenece a Jauretche. Las ideas estaban en el aire, en comentarios de compañeros del terciario, en frases lanzadas por algún profe más o menos simpático, en una nota periodística de las excelentes publicaciones de la época. Quiero, por eso, decididamente, evocar y reivindicar ese formato, el formato del aire, que no tiene la certeza del libro escrito ni la fuerza de los medios electrónicos, pero que muchas veces supera a ambos por la fuerza de la leyenda, del mito, de “lo que está” en el pueblo. Tan importante es el “formato del aire” que, en los últimos años, los medios convencionales de comunicación lo han hecho suyo y fabrican, en una sola noche, más leyendas y mitos que los que pudimos leer o conocer en los años de formación intelectual. Son los nuevos creadores del “boca en boca”, herramienta que antes manejaba sólo el pueblo en forma independiente. Seguramente por ese camino llegamos, cuando adolescentes, a las atractivas ideas de Jauretche, aunque no supiésemos quién era el dueño de esas ideas. Sentíamos que ese desconocido pensaba “para” nosotros, nos incluía, en la forma de la metáfora, en el tratamiento del idioma (que era el nuestro), con su picardía, su potrero, su barro. Eso nos diferenciaba de los sabihondos que hablaban horas y no decían nada; los teóricos de la revolución que –al decir de don Arturo- se asustan cuando ésta llega. Nosotros les proponíamos: Andá, hacete hervir y tomate el caldo. De allí viene la paupérrima cultura de este constructor de coplas, cantor de los arrabales, lo suficientemente ignorante como para que los aficionados al ensayo político o a la historia de las ideas se hagan alguna ilusión respecto de hallazgos luminosos y lo suficientemente intuitivo como para sacar de este libro un buen puñado de sensaciones.
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Porque, al decir del viejo Arturo “el snobismo intelectual reprime lo emotivo, lo afectivo, lo cordial”. Quien esto escribe cree en el poder vaticinador de la poesía (vaticinar es tarea de los vates) y sabe que “cordial” tiene que ver con “corazón”, que es la achura con la que piensan los poetas. Un snob, un “pecho frío”, un teórico sin barro se ríe de una afirmación así. No puede comprender y apela a la soberbia en vez de decir “no entiendo”. Prefiere emparentarnos con la barbarie. A esta altura, debo confesar que la barbarie se ha ganado en mí y ha operado como un viagra para nuevas erecciones del sentido común. Si los jóvenes “conservadores”, contemporáneos de Jauretche, debían mantener en secreto sus “herejías” y sus sabidurías nuevas para no verse perjudicados como buenos estudiantes, candidatos al cuadro de “honor”, nuestra generación no quiso ocultar sus pensamientos novedosos, gestados no sólo en el mayo francés o los hippies “libertarios” sino, más bien, en la observación de la propia realidad, en el nacimiento de las “villas”, que siempre fueron “miseria” hasta que un día nos desayunamos con el adjetivo de “inestables”. Y amasados en la obra de nuestros vaticinadores de entrecasa que se llamaban Discépolo, Manzi, Neruda, Vallejos, Castilla, Agüero, González Tuñón, Tejada Gómez, Lima Quintana, entre otros. Y se llamaban también Jauretche y Scalabrini. Entre nosotros –sobre todo Patria adentro- no eran suficientes ni determinantes las visiones libertarias de París y de Liverpool, aunque sumaban. Había que traducirlas porque “lo nacional es lo universal visto por nosotros”. Quintar propone una seria revisada al pensamiento de Jauretche y sus consecuencias. Es un audaz. Y si no fuera porque, seguramente, leerá estas líneas, me animaría a decir que este señor es lo que los porteños llaman “un perdedor”. Seguramente eso no le importa, escudado -como veo que está- por don Arturo y, convencido, por tanto, de que, aun desde la derrota política se puede y se debe rescatar un camino hacia un triunfo conceptual.
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Espero que Quintar sepa que ha investigado y escrito para una elite; para la menos beneficiada entre las corrientes del pensamiento aparecidas durante el siglo veinte. Este libro es para la elite de los nacionales, los “malditos”; aunque sería más justo decir la elite de los “maldecidos”. ¿Quién quiere trabajar hoy para pocos, sabiendo que esos pocos son capaces de conformarse con el “sale o sale” del difuso triunfo conceptual? El libro de Quintar nos recuerda –vía Jauretche- que hay otras formas de mirar el mundo para desembocar en otras formas de pensar la Patria. Sin ir más lejos y para hablar de mi oficio, una anécdota al pasar: he visto en disquerías de Madrid (y aquí ya asomaron también) bateas con música “étnica”. No eran las más vistosas. Las bateas más vistosas contenían música “inter-nacional”, es decir producidas en los países centrales, con sonidos “centrales” y -lógico- idiomas centrales (en caso de que haya más de uno). Había también bateas de “música latina”, es decir, esa de ciertos baboseos destinados a los “desmayos fáciles”, como dice mi amigo Juan Falú. Con la mirada del señor “mercado”, los “internacionales” de las bateas de discos no tienen una etnia, son nación, y por eso son “internacionales” y no “étnicos”. Mientras, los “románticos” -que no entenderían el Billiken- son “latinos”. Los latinos que sí entenderían el Billiken estaban entre los “étnicos”. Los “étnicos” somos los negritos, amarillitos, gitanitos, sudaquitos, turquitos, musulmancitos o algún serbio o lituano rubiecito. Y como “no somos Nación, sino etnia”, no estamos en las bateas de música “inter-nacional” y como no escribimos para las glándulas salivales, tampoco figuramos en las iluminadas bateas de “latinos”. Posiblemente, con Quintar y sus potenciales “almirantes” (como nombraba Yupanqui a sus admiradores), nos hemos “quedado” en los años setenta. Nos gustan los textos que nos introducen en el juego de la re-flexión, los generadores de conciencia, pero sin dejar de entender desde el sentir; entender con los pies en la tierra, con las manos en el taller, con los ojos en las veredas y en los bares, con los oídos en el rumor del pueblo, con el tacto en la piel del semejante.
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La obra de Quintar reflota certezas que, a nuestra edad, resisten cualquier oferta de pensamiento “nuevo” (¡ je je…!) como tantos que se nos ha querido vender durante ese ataque “novedoso en lo conceptual” (el final de la historia, por caso) lanzado por el imperio y sus gerentes, después del fracaso estético de sus “ejercicios militares”. El estudio de Quintar ayuda a revivir la convicción de que las utopías que semánticamente serían planes muy halagüeños pero irrealizablesson más bien un terreno plagado de posibilidades, una zona lista para el abordaje, una cabeza de playa, un círculo por donde caminan aquellos que –como en el juego del “huevo podrido” o “la guarapa” en Cuyogeneran, con cualquier objeto, una distracción en “los vigilantes del adentro” y se meten en el círculo para defender un lugar alternativo. Jauretche diría “no hay pueblo que esté vencido si lucha con alegría”. Leyendo el libro recuperé, además, la convicción de que, en el terreno de la comunicación de las ideas, la gran pérdida de nuestra tribu de malditos está en el “cómo” se han venido diciendo las cosas. Los adversarios en esta batalla por lo conceptual nos llevan ventaja; textos tontos, ideas livianas y condescendientes son expuestas con un idioma seductor, cotidiano y hasta alegre, diría yo. Entonces, esas banales ideas se llenan de una luz ajena, como la luna; una luz que no proviene de la profundidad de un pensamiento sino de una marquesina muy bien dotada que permite –como en los camarines de un teatro- que alguien se vea lindo cuando, en realidad, es un feíto maquillado. Entre las ideas disparadas por el texto de Quintar –que es un texto pulposo y muy apto para estudiosos de las Ciencias Sociales, por más que el prólogo lo escriba un cantor popular no demasiado popularizadoapareció la que llamaría del trueque de geografías. Debe ser muy difícil llegar a una visión de lo latinoamericano educándose y permaneciendo en Buenos Aires. Todos los que han descubierto la maravillosa promesa (incumplida) de una Patria Grande son hombres del interior que, en todo caso, han “usado” a Buenos Aires como fuente de información teórica, manteniendo siempre el desarrollo
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de lo empírico en la geografía “padentrana”. Jauretche nació y creció entre padentranos y, aun cuando escribió en Buenos Aires, no dejó nunca de alimentarse con las experiencias de quienes sostienen -silenciosamente y con los pies sobre la tierra- la arquitectura de un país tan variado como desigual. Bajó a la tierra para poder escribir, como proponía desde la poesía su contemporáneo puntano Antonio Esteban Agüero: “Vosotros, los traidores minúsculos estetas que destiláis veneno de una rosa pintada por pintores abstractos; vosotros: los selectos los exquisitos los asépticos y asexuados que escribís para el oído electrónico de los robots mecánicos, ¿por qué no bajáis de las torres y quemáis las heladas bibliotecas donde guardáis ratones y mentiras y hundís vuestros barcos y volvéis a la tierra nuevamente a caminar descalzos por la tierra desnuda y poderosa sucia de pueblo y polen, impura de animales, hojas secas y barro? Mirando desde el país real, se ve claro el parentesco con la América morena. Músicas, comidas, leyendas, idiomas, gestos, necesidades y sueños, es decir, la sabiduría popular, nos dan un ADN infalible para confirmar la pertenencia. Quizás una de las grandes deudas de la educación formal oficial sea la ausencia de intercambios de experiencias entre citadinos y provincianos. Sólo una vocación grande de Patria integrada podría disponer, desde las leyes, que en los últimos años del secundario los
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jóvenes deban cursar varios meses a más de 500 kilómetros de su casa. Así los padentranos podrían desenmascarar la “meca” porteña y disfrutar de la posibilidad de comer al lado del “parrillero” que reparte los bocados, mientras los imberbes porteños llegarían a confirmar que el pollo nace de un huevo, que el “espiedo” no es su incubadora y que la leche en polvo no es vaca rallada. Con su trabajo, Quintar obliga a recordar lo difícil que debe haber sido para Jauretche construir una mirada independiente del imperio, encontrar las palabras y los argumentos para sostenerla y, encima, escribirla y lograr alguna repercusión. La incorporación de las clases bajas a un proceso democrático formal en la década del 40 y la creación de una clase media no eran suficiente; Jauretche lo sabía, pero dudo de que los cuadros políticos puros del momento tuvieran alguna idea sobre lo imprescindible que era ganar la batalla de lo conceptual. Era el gran desafío del pensamiento de la época y don Arturo llega justo para tomar la posta. Lo novedoso fue su cátedra sobre la pasión por “el otro” cercano, cuando la moda (un tanto prolongada para mi gusto) era (¿era?) la pasión por “el otro” lejano… y rubio. Eso sólo puede lograrse manteniendo algún grado de virginidad mental; manteniendo en suspenso algunas certezas para dejar espacio a un pensamiento no digo nuevo, pero sí complementario, que permita que el relato sobre esa película que es la realidad sea completo. Este libro me confirma la sensación de que con Jauretche y sus aliados intelectuales se recreaba lo que podría llamar un pensamiento con vocación de servicio, que –con lo nada que he leído- vislumbro en Mariano Moreno, por citar a uno de los primeros “malditos”. Quizá el gran descubrimiento de Don Arturo pueda sintetizarse en esta lapidaria definición que le pertenece: “El coloniaje económico se asienta en el cultural y ambos se apuntalan”. Quien se meta en este libro se verá empujado a recordar (o a descubrir) que las más de las veces nuestra pelea es la pelea que instala el sistema para hacernos creer que estamos peleando por algo. Hoy sería como dividir el país entre los que discuten sobre si “Bailando por un sueño”
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es mejor o peor que “Gran Hermano”. Mientras tanto, los intereses reales y profundos, necesidades y carencias, construcción y creatividad de las mayorías, sucumben ante el avance de los vendedores de conflictos truchos. Yo supongo que el trabajo de Quintar está destinado a quienes tenían poca idea –o ninguna- sobre la existencia de Jauretche, aún trabajando de cientistas sociales o jugando en el equipo de los que se conocen como intelectuales. Todos verán –si quieren verlo- que una de las fuerzas de don Arturo consistía en no atar su pensamiento ni su acción a hombre alguno. El sabía -y lo dice públicamente- que, en un proceso de cambios profundos, el conductor es transitorio y puede ser superado por el proceso que él mismo genera. Ésta es una idea que nos apasionaba en los años 60/70 y hoy, a la distancia, pienso que la “culpa” de que pensáramos así la tiene Jauretche. ¿No fue esa idea la matriz de la –para mí- tristemente célebre frase “esos imberbes que gritan…”, lanzada en la Plaza de Mayo en el alba de los 70? Recuerdo claramente una entrevista a don Arturo después de la frase, creo que en Primera Plana. Él dice allí, más o menos esto: cualquier revolución que se precie, si necesita prescindir de alguien debe prescindir de los viejos, no de los jóvenes. El ya estaba en el equipo de los viejos y, posiblemente por eso, se prescindió de él, pero sin el premio de alguna revolución que se precie. “Las aguas no vuelven a las fuentes; pueden estancarse, pero volverán a construir su cauce.” Este libro promueve la comprensión del concepto de “lo nacional” por encima de cualquier otro, incluso por encima de “peronismo vs. gorilismo”, que es lo que conviene a los dueños de lo establecido en lo político-económico. Y también dispara la sensación –jamás inútil- de estar en un país que se resiste a “ser”, tan claramente definida por un escritor mexicano: “Argentina es un país que reconstruye cada noche lo que durante el día destruyen sus habitantes”. Duele la paradojal situación de estar obligados, con viento en contra, a promocionar la popularización de lo nacional, que es lo mismo que tener que apelar a una ley para obligar a los ciudadanos a querer a su propia madre.
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Uno de los aspectos más interesantes del libro es que su autor no ha mezquinado las referencias a la vocación constructora de Jauretche, cuando, en general, se destaca solamente su capacidad de polemista o se le alaba, maliciosamente, sólo el folklore de su repentismo e ironía; más o menos como cuando definen a ese otro padentrano que se llamó Ernesto Guevara sólo como un “soñador aventurero”. Este libro enseña a leer a Jauretche. Quintar ha ido tan profundo en la búsqueda del discurso que nos permite no sólo reconocer el mensaje jauretcheano sino avisorar la posibilidad de su acción residual, esa que tienen los buenos insecticidas, que matan aún mucho tiempo después de haber sido utilizados. Pero también nos lleva a sufrir la dureza de comprobar que muchos de los disparates introducidos por los emancipadores mentales tienen hoy plena vigencia en la educación oficial, aunque más no sea por la ausencia de aclaraciones y revisiones de los planes educativos. Tengo una nieta que al ilustrar el barrio dibujó el mercadito, la esquina, el kiosco y una tienda. Pues bien: una maestra argentina la corrigió y le dijo que ahora las tiendas se llaman boutiques. El libro deja la sensación de que nombres, conceptos y miradas nacidos desde la frialdad de la teoría y los escritorios (cuando no de intereses más tangibles) permanecen intactos cuando “nuestra democracia” ya se enchastra de cera las piernas para las primeras depilaciones. Me pregunto –por ejemplo- ¿cómo es que la batalla dada contra Canning por los soldados scalabrinistas para ganar el nombre de una calle de Buenos Aires no se ha extendido por un país que espera, al menos, la revisión de su toponimia, impuesta por una generación que armó un kiosquito para pocos y que ha dado hijos y nietos que defienden ese kiosquito a rajatabla ni bien la historia les minga un Menem o un Cavallo de circunstancias? Quizá estamos frente a la que será la gran zoncera del siglo veintiuno: recuperar el pensamiento de Jauretche y no hacer nada para que esas revelaciones se vean reflejadas en decretos, leyes o programas que vayan acomodando las cargas mientras se hace, en serio, el camino de una Argentina en serio.
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Si las zonceras son consignas que anulan la discusión de ideas, no hay ninguna duda de que las zonceras están hoy vivitas y coleando. Nosotros, con Jauretche a la cabeza, nos hemos quedado en los 70. Eso no es grave porque sólo estamos cantando o, como Quintar, publicando ensayos de circulación restringida. Eso no jode a nadie. Lo grave es no ver cuántos dirigentes con altísimas responsabilidades se han quedado, no en los 70, sino en los 90, es decir, sin ideas molestas ni de las otras y con la única pasión de ser un “triunfador”, un cajetilla sin estirpe, según los códigos impuestos por el imperio: hamburguesa, bienestar individual (a los codazos y sin contar los muertos) y …”aquí no trabaja el que no quiere”. La Plata, a las puertas del otoño del 2007
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Entre el desvelo y la esperanza Apuntes introductorios
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La libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue. Pero hay quienes se desvelan y caminan la noche para alcanzarla. Subcomandante Marcos Forjista que estás de guardia, si te preguntan contesta que estás de guardia en la noche, esperando que amanezca. Homero Manzi “Milonga de FORJA” (1936)
Fernando “Pino” Solanas ha hecho películas maravillosas, en las cuales muchos argentinos nos hemos sentido involucrados como protagonistas de un drama y de una aventura colectiva. En Sur, un viejo militante nacional le comenta a otro -más novato- sobre la mesa de los sueños, un lugar donde la militancia se desvelaba convocada por las pasiones y las razones que venían de lo más profundo de la historia nacional. El desvelo tenía un motivo, una obsesión, un sentido: hacer realidad un proyecto de Nación. Carpetas, libros y gráficos de proyectos de fábricas, trazados ferroviarios, diseños de políticas culturales, explotación petrolera, y todo lo imaginable, parecían tomar vuelo en aquella mesa. En distintas ocasiones, quien escribe estas líneas ha formado parte de esa apuesta y sabe que esos desvelos son como aquellos que provoca el amor: están alimentados por la esperanza y la alegría. Así, el amanecer de la Patria no es algo que se espera a que suceda; más bien es algo a lo que le damos forma quienes nos sentimos parte de ella. Esa es, quizás, la diferencia más notable –siguiendo a mis citados padrinos- entre quien espera y el esperanzado: el desvelo. Esta especie de “reflexión sobre el insomnio” no tiene el objeto de tranquilizar políticamente a quienes tienen problemas en conciliar el sueño, más bien es una convocatoria a aquellos que esperan dormidos a que llegue. Es, también, una de las razones que me ha llevado a volver sobre el camino del pensamiento nacional, siguiendo las huellas de aquellos que -como Jauretche o Scalabrini Ortiz- compartían esa mesa: las de mi madre, que a su manera compartió otras, y las propias, que, con mi impronta juvenil, también he podido dejar. El presente trabajo, entonces, tiene esta motivación profunda, y es bueno que sepa el lector que además tiene una aspiración: seducirlo a que –también a su manera-
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forme parte de esta especie de posta de insomnes. Ello no implica la inocente ilusión de que por ello amanecerá mas temprano, de ninguna manera. Es sólo la esperanza de que sucederá y será un día maravilloso. Sobre el sentimiento que está por debajo Este trabajo comenzó a ser pensado en medio de una tormenta política y personal. Los años noventa del pasado siglo implicaron un profundo vaciamiento de ideas políticas en el peronismo, lo que provocaría -por el grado de destrucción que significó- un distanciamiento personal, sin retorno, de esa identidad partidaria. Compañeros de ruta, a los que hasta entonces convocaba una misma idea, fueron dejando el camino en función de una “razón partidaria”, que, para muchos -entre los cuales me incluyo-, era inaceptable. Buscando resolver esa “orfandad” y dar cuenta de un tipo de pensamiento que se había quedado ya sin expresión política, comenzó esta exploración sobre Arturo Jauretche. Pero, como experiencia y, luego, como reflexión y tensión, esta historia tiene algunos detalles que la hacen más rica. Suele ser divertido volver sobre textos que nos han hecho pensar y en los cuales nos hemos sentido reflejados. Pues bien, a partir del recuerdo de que un cierto estado de ánimo me llevó a disfrutar de un pequeño escrito de Martín Hopenhayn, retorné a él muchos años después de su publicación. De nuevo volví a sentirme inmerso en una reflexión personal sobre lo que en algún momento nos había convocado políticamente, la esperanza, pero también sobre el desencanto. Indudablemente, el texto era bueno y una vez más me provocó y pensé que no había vivido los años sesenta sino con una pelota de fútbol y una latita para pescar en el mar. Sólo hacia los ochenta experimenté los restos de aquel “incendio”, si así puede metaforizarse aquella militancia revolucionaria. Sus cenizas -aún tibias después del terror estatal- me cobijaron con enormes expectativas. En aquel momento, la recuperación de la democracia -quizá más cedida que reconquistadaalimentó nuevamente las esperanzas de lo colectivo. Pero a gran velocidad –demasiada quizá-, la frustración de esos años me condujo al desencanto y a compartir con viejos militantes -los que no se trasvistieron- la refrigeración del temperamento, el enfriamiento definitivo de aquellas cenizas, tal vez ya polvo. Ése era el sentimiento que estaba
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en la base de esta exploración. Hemos vivido, desde entonces, sumergidos en las urgencias cotidianas, desgajados de toda experiencia colectiva integradora, de un sueño colectivo. La comunión sin fisuras entre un proyecto de vida y un proyecto de mundo, la justificación redonda y compacta para la propia existencia personal,1 se había perdido. Quedaron, entonces, las preocupaciones por las pequeñas empresas de la vida laboral, los pequeños logros sin mayor articulación colectiva. Desprovista de una utopía colectiva, la cotidianidad comenzó a mostrar perfiles distintos. Pequeños desafíos nos motivaron y crecimos individualmente en algún sentido (hay quienes no lo pueden hacer en ninguno y eso nos sigue preocupando). Pero esas pequeñas aventuras no estaban inscriptas en relatos amplios, trascendentes y socialmente integradores. Para quienes nos acercamos a las ciencias sociales por inquietud política, era y es -en efecto- algo molesto. Hopenhayn disparaba, por entonces, una pregunta clave: ¿Cuál es la materia prima de la vida cotidiana susceptible de convertirse en materia unificante de la vida histórica?,2 interrogante con el que también nos desafía muchas veces otro brillante y muy querido intelectual chileno-mexicano: Hugo Zemelman. Bueno, puede uno optar entre las distintas puertas que siempre nos ofrece la vida –aunque, a veces, no muchas-. En mi caso, sumergido en la práctica profesional, comencé a preguntarme, por ejemplo, ¿cómo puede mi oficio de historiador recuperar el sentido que tenía cuando me dispuse a aprenderlo?, ¿o nos dispusimos a trabajar en ciencias sociales sólo para hacer dos papers por año, abultar el currículum y poder figurar en los escalafones de investigación? ¿Podríamos otorgar un piso más sustancialmente político a nuestra práctica profesional? Y, en términos más personales aún: ¿cómo articular la herencia intelectual que me ha formado en las Unidades Básicas -tradicionales locales barriales del peronismo- con una vida personal más dedicada a las ciencias sociales?, ¿cómo incorporar esa herencia a mi actual oficio? El presente texto ha tenido esas motivaciones y, desde ese lugar, es un nuevo intento pequeño, ciertamente- de volver a aportar sentidos a las posibles lecturas de nuestro tiempo, como también un esfuerzo por otorgar un horizonte a la propia actividad profesional, haciendo una pequeña contribución a la recuperación y actualización del pensamiento nacional.
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Entre la esperanza y el desencanto: el retorno al pensamiento nacional Los aires de utopía que, en la segunda mitad del siglo XX, impulsaron toda una amplia gama de hacer política, generaron también distintas formas de ver el mundo, la sociedad y su transformación. En ese sentido, pocas dudas caben de que los conflictos de la década del sesenta fueron políticos, pero también epistémicos. Es decir, también estaban en disputa distintas maneras de ver el mundo, de pensar la sociedad y la política. Las lecturas que predominan en la revisión de la historia -si bien todavía reduccionistas- quizás están empezando a advertirlo. No obstante, la derrota de aquellas experiencias en el plano político clausuraron los caminos hacia una posible recuperación o revisión en el segundo plano, el epistémico. Efectivamente, creemos que este enunciado es verdadero en la medida que el balance histórico de la década del sesenta está oscurecido por su final: el terrorismo de Estado y sus secuelas. Quizás ese “olvido” de los sesenta haya sido uno de los efectos más perdurables de nuestro pasado dictatorial. Fue tan duro, traspasó tantos límites y sus heridas están todavía tan abiertas, que poco nos hemos permitido reflexionar sobre los problemas que respecto a la producción de ideas y de pensamiento- aquella experiencia nos ha legado. Más aún, ese final descalificó muchas veces tal búsqueda. Desde distintos lugares, se ha tendido a no detenerse en ello. Si una frase pudiera sintetizar el homogéneo discurso de los mass media al respecto, sería algo así como: “miren que, por pensar así, nos fue como nos fue... tuvimos treinta mil desaparecidos”. Para decirlo más claramente, y con la crudeza de la historia vivida, el “chupadero”3 es como un agujero negro que no sólo se llevó a las personas sino también lo que aquella experiencia –la de los años sesenta- nos podrá aportar. El horror del final ha impactado de tal forma que nos imposibilitó ver, mirar, pensar y recuperar lo recuperable. Sobre los restos de esa inundación volvió a llover en los años noventa y esta nueva tormenta arrasó -con el aval persistente de los ciudadanos en las urnas- con gran parte de los instrumentos para la promoción social, económica y cultural de Argentina. El peronismo, el mismo movimiento que había cobijado utopías y violencias de distinto signo en los años sesenta y setenta, ahora tomaba la forma del mejor vehículo para el despliegue de políticas neoliberales, ganando el sentido
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común de los ciudadanos y consolidando, en la sociedad, una visión claramente antinacional de los problemas del país. En función de ello, siguiendo a Wright Mills, deberíamos decir que, en nuestros días, percibir con frescura la realidad implica ahora la capacidad de desenmascarar continuamente y romper los estereotipos de visión y comprensión con los que las comunicaciones modernas nos han inundado,4 lo cual nos conduce directamente a buscar un camino eficaz de cuestionamiento del discurso antinacional, así como de sus mecanismos de naturalización y legitimación. En ese sentido, nos interesa sólo poner en discusión una cuestión de perspectiva, o de ángulo, desde el cual mirar nuestros actuales problemas y construir conocimientos asociados a soluciones prácticas y no simplemente analíticas. Ante estos desafíos, Jauretche aparece con toda su vitalidad. El pensamiento de la periferia: sus silencios y sus puentes Trabajar sobre Jauretche en un espacio académico tiene sus bemoles, al menos en Argentina. Se trata de una producción de pensamiento que se realizó desde fuera de las universidades e, incluso, muchas veces en oposición a ellas, dirigida hacia un público más amplio y, por tanto, con otros ámbitos de legitimación, desde los sindicatos hasta todo tipo de organizaciones populares. Y así como fue atacada por la cultura académica y oficial de la Argentina, también lo fue por las dictaduras. De manera que, de una forma u otra, se trata de una producción silenciada, a pesar del enorme éxito que tuvo en su momento, y que es recuperada sólo con un esfuerzo explícito. Desde luego que una aventura de este tipo supone, nuevamente, producir conocimiento, no desde las preocupaciones que emergen de las lógicas profesionales, sino desde las necesidades políticas de una situación determinada, tensionados por la esperanza. Es cierto que no contamos con sujetos que encarnen proyectos -“la Clase”, en otros tiempos-, pero... ¿por qué debería ser tan fácil? ¿Por qué, sugiero, no pensar en la vigencia de los viejos proyectos históricos de nuestros países? ¿O es que la dependencia -eso tan setentista- no es más un problema? ¿No es ya la justicia social, más allá del bastardeo a que los políticos la sometieron, un concepto articulador? ¿Es que debemos prescindir de la intervención estatal, como no lo hace nadie? Todo lo
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que como Nación desplegamos en la segunda mitad del siglo XX, especialmente las formas en que nos pensamos... ¿condujo a ese desastre de la dictadura y de los años noventa?, ¿son también responsables quienes se dispusieron a pensar el país, con toda su buena fe? ¿Por qué no restablecer los puentes con aquello que supimos pensar? ¿O acaso deberíamos pretender partir de cero? Claro que no es sencilla esta tarea de recuperación, más aún luego de esa clara derrota que se hizo conceptual, por lo cual, en nuestros días, hay que volver a sembrar y reinstalar las claves del pensamiento nacional. En definitiva, ése es el efecto que las dictaduras militares en América Latina han causado en el pensamiento político propiamente latinoamericano. Breve panorama de la investigación Todo taller de forja tiene sus herramientas, su percepción sobre cómo trabajar con los materiales, una idea -siempre abierta- de cómo será el producto final y un criterio para elegir la materia prima, sus instrumentos, etc. Para aclarar un poco nuestro trabajo y sus características, deberíamos decir que la opción por Arturo Jauretche radica básicamente en dos cuestiones. En primer lugar, no sólo porque se propuso construir una mirada nacional de la realidad, sino que, en este caso, es bien claro que trató de hacerlo más allá de doctrinas, escuelas o modas académicas; allí quizá radica gran parte de su heterodoxia y capacidad crítica, que hace dificultoso el análisis de su producción en forma global. En segundo lugar, Jauretche integra, en su vida política y producción intelectual, la experiencia política de las principales etapas de la democracia argentina del siglo XX, el conservadorismo, el radicalismo y el peronismo; fue parte de los boina colorada, luego de los boina blanca y, finalmente, de los cabecitas negras. De allí que se convierta en una figura destacada en el conjunto de la intelectualidad nacional y antiimperialista. El ejercicio que nos proponemos no es solamente una recuperación al estilo de la historia de las ideas: se pensó “esto” y luego “aquello”. Como se trata de un aporte para recuperarnos de la derrota política y conceptual, el desafío es poder enfrentar, con sentido crítico, lo que aquella experiencia de los años sesenta elaboró y desplegó. Lo que implica poner en juego una voluntad de rescatar lo permanente de
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lo contextual en aquel pensamiento. Ésa es parte de la tarea, es parte del necesario reestablecimiento de puentes para reparar una memoria fracturada y una genealogía del pensamiento nacional intencionalmente destruida. La cuestión, entonces, podría ser planteada de la siguiente manera: ¿en qué medida ha sido fructífera la producción de Arturo Jauretche? o ¿puede ser levadura en nuestro pensamiento actual? Un función de lo comentado, nuestro trabajo se despliega en seis capítulos, sin contar esta introducción. Comenzamos con un breve recorrido biográfico de Arturo Jauretche para luego avanzar tratando de responder a la pregunta sobre cómo nuestro autor construyó su mirada sobre la política argentina, desde qué premisas y con qué insumos. Lo que llamamos la dimensión epistémica de Jauretche. Consideramos a éste un capítulo esencial, en la medida en que muchas de esas premisas se verán, luego, en la forma en que don Arturo caracterizó la colonialidad cultural, la historia, la economía y la política. Para concluir, hacemos un breve ensayo de recuperación y crítica de algunos conceptos de la perspectiva jauretcheana en la actual coyuntura argentina. 1
Hopenhayn, Martín. Esbozo de un incendio ligeramente refrigerado. En David y Goliath Nº 56. Buenos Aires, abril de 1990. 2 Hopenhayn, Martín. Op. Cit. 3 Nombre con que se designaba a los centros clandestinos de detención. 4 Citado por Edward Said. Representaciones del intelectual. Buenos Aires, Paidós, 1997.
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Dime cómo vives y te diré qué sueñas Notas biográficas sobre Arturo Jauretche
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Los hombres tienen la edad de sus arterias, dicen los médicos. Yo diría que tienen la edad de sus ilusiones. Arturo Jauretche5
Los orígenes conservadores Con justa razón, en la historiografía argentina, 1880 es un año clave, en cuanto a que señala el final de las disputas internas y la definitiva “reducción” de las diversas aspiraciones y proyectos de nación a los intereses impulsados por la oligarquía terrateniente porteña. Se consolida lo que, orgullosamente, los sectores dominantes calificaban como el “granero del mundo”. El país, que tortuosamente intentaba establecer -desde 1810- una fórmula política que unificase al antiguo Virreynato del Río de la Plata y mecanismos perdurables para incorporarse a la economía mundial, hacia esa época ha conquistado definitivamente tales metas; desde entonces, esa estructura productiva es la clave de la economía argentina que, como país exportador de materias primas de clima templado, se acoplaba al pleno desarrollo de la segunda revolución industrial. Con altibajos, por motivos internos y externos, dichas exportaciones fueron el motor del crecimiento económico nacional. Esa estructura económica, que se ha dado en llamar “modelo agroexportador” y que ciertamente tiene su gestación años antes de 1880, se consolidó junto con un orden político excluyente. Estado capturado, según palabras de Cavarozzi, y más típicamente denominado -en toda América Latina- Estado oligárquico, fue la forma política que organizó y posibilitó el despliegue de aquel modelo económico. En términos ideológicos y culturales, la política, en general, estaba definida por un europeísmo que se expresaba, casi sin filtros, en un régimen con alta capacidad de transformación. El dilema sarmientino, “civilización o barbarie”, signaba las políticas de construcción de lo que se llamó la Argentina Moderna y, en esa línea, dos instrumentos fueron claves: el sistema de enseñanza y el Ejército. Volveremos sobre esta cuestión tan crucial en la producción del pensamiento nacional -y de Jauretche, en particular-; por el momento, alcanza con señalar que el proyecto generacional del ochenta, a fines del siglo XIX, se planteaba
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como el programa civilizador en tanto que acercaba e incorporaba al país en forma subordinada y dependiente, huelga decirlo- a la economía europea. En ese clima económico, político y cultural, nace6 y crece Arturo Jauretche, en una familia de clase media acomodada, vinculada con el poder local. De a poco, será modelado por esa cultura dominante -tanto en su casa como en la escuela primaria y en la secundaria de Chivilcoy- con la lectura obligada de los libros impuesta por su madre -maestra, por otra parte-: desde Spencer a Samuel Smiles y Chesterton, y, como no podía ser de otra manera, con el diario La Nación, de Bartolomé Mitre. Pero, más allá de la formalidad de la educación, crece también rodeado de “boyeritos”7 y compañeritos del campo, en un medio gauchesco que le aportará una particular forma de decir -con giros idiomáticos camperos- y de pensar la realidad, que no perderá en toda su vida. Una formación intelectual tradicional y conservadora, así como una vida social fuertemente vinculada al medio rural del interior de la provincia de Buenos Aires marcarán su existencia. Desde allí, se entiende, y él mismo lo explica en sus reflexiones autobiográficas,8 sus primeras intervenciones en la vida política. Siendo adolescente, se enrola en las filas del conservadorismo local y llega a ser Secretario del Partido Conservador. Como señala su biógrafo más reconocido,9 se coloca, entre la civilización y la barbarie, del lado de la primera, sin vacilación alguna y a conciencia. El radicalismo, luego de protagonizar levantamientos de distinto tipo, inaugura la democratización del modelo agroexportador en 1916, con la asunción de Hipólito Yrigoyen (apodado popularmente “el Peludo”), quien asume, ante la primera gran guerra europea, una posición poco “civilizada”: la neutralidad. En las calles, los “civilizados” argentinos intentan acorralar y torcerle el brazo a Yrigoyen. Los grandes diarios, la Sociedad Rural, el Jockey Club, el Círculo de Armas, muchos intelectuales socialistas y la mitad del radicalismo salen a las calles. Allí estaba Jauretche, en el saqueo e incendio callejero del Club Alemán o del diario La Unión, en nombre de la libertad y a favor de la intervención argentina en el conflicto, obviamente del lado de los aliados. Luego, como dirigente estudiantil, enfrentó personalmente a Yrigoyen en una huelga, apoyada por el oligárquico diario La Nación. Sí, yo también he sido pavito,10 recordará, ya al final de su vida, con su clásica ironía. Pero más allá de esos “pecados de juventud” -que en su
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madurez lo harán pensarse como un joven “pavito”-, esa etapa dejó en él algo perdurable: el espíritu latinoamericanista y de crítica a los estereotipos académicos, propio de la Reforma Universitaria. El acercamiento al radicalismo y a lo nacional Hacia los años veinte, residiendo ya en Buenos Aires, Jauretche comienza a auscultar un mundo nuevo a través de lecturas de obras históricas y teóricas, pero también el mundo de la vida urbana, que lo acerca a una realidad política más amplia. En ese entonces, hay un proceso popular que lo apasiona: la Revolución Mexicana. Lo excita la imagen incontenible del pueblo mexicano en esa revolución. Y al calor de esos movimientos -como el de la Reforma Universitaria- va asumiendo el liviano y fácil antiimperialismo de los intelectuales de su tiempo, protestando contra las tropelías norteamericanas en Centroamérica, sin mencionar ni una de las que despliega el imperialismo inglés en Argentina. Milita así en la “Unión Latinoamericana” y en la “Alianza Continental”, partidos con los cuales se decepciona rápidamente, aunque las conversaciones con dirigentes del APRA, fundado poco tiempo atrás por Victor Raúl Haya de la Torre, dejan en él una huella indeleble, especialmente en la crítica al europeísmo desde la mirada política latinoamericana, una producción intelectual que indudablemente debió golpear, en la conciencia del joven Jauretche, tanto como las experiencias que iba viviendo, en lo personal y en lo político. Ejerce, además, innumerables oficios para poder vivir en Buenos Aires: mozo de confitería, vendedor de libros, sereno o ayudante de clasificador de lanas en una barraca, que le permiten conocer la vida del hombre de la calle, de las personas que en ese entonces conforman la base social del mayor movimiento popular: el Radicalismo. Un tercer elemento gravita en su decisión de abrazar la militancia radical con fervor revolucionario: la relación con militantes radicales como Manuel Ortiz Pereyra, pero especialmente su amistad con Homero Mancione (Homero Manzi, para el cancionero popular tanguero). El perfil militante de Mancione aún hoy está esperando un buen biógrafo que lo resalte, pero lo cierto es que su claridad y vehemencia orientaron a Jauretche -aunque era menor que él- en esos
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últimos años de la década del veinte y primeros años de fervor radical. Manzi dice en su “Milonga del 900”: Soy del partido de todos, y con todos me la entiendo, pero váyanlo sabiendo, soy hombre de Leandro Alem. De manera que, así como crece en la actividad partidaria de la Unión Cívica Radical, va también abrevando en múltiples fuentes: el fenómeno mexicano, el anarquismo, el APRA, el reformismo universitario y, por tanto, construye una mirada sobre el radicalismo, que resalta lo popular de ese movimiento, la creatividad de los sectores que lo sustentan, así como la defensa de lo nacional y, en consecuencia, el antiimperialismo. Integrado fuertemente a la militancia radical, se mueve por todo el país, como interventor algunas veces y otras, simplemente para apoyar a los correligionarios yrigoyenistas. Recorre Entre Ríos, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, luego -al final del período radicallas provincias de Cuyo, donde deberá enfrentar al Cantonismo y al Lencinismo.11 Jauretche está involucrado en esa política, con la cual el radicalismo trata de eliminar la oposición conservadora que domina en el Senado, la Corte Suprema y en muchas provincias del interior. En esa política se hace evidente cómo el radicalismo no deja de utilizar los mismos instrumentos que se habían aceitado desde 1880 para la consolidación del poder oligárquico, desde la intervención y el fraude hasta el asesinato. Pero, por otro lado, esa actividad partidaria le mostró al joven Jauretche otro país, que estaba más allá de los límites de la europea Buenos Aires y más hermanado con la cultura americana, desde sus relatos y tradiciones -a las cuales presta mucha atenciónhasta en las comidas y la música. Ese país lo impacta, lo seduce de tal manera que dejará una huella profunda en su producción intelectual y en su ángulo de mirada. Jauretche, por entonces, es subyugado por el radicalismo como expresión de una sociedad nueva -la que ciertamente ha “parido” la generación del ochenta, pero que la ha excedido- a la vez que como expresión de una forma de hacer política, que si bien no rechaza en forma global las prácticas oligárquicas de construcción y mantenimiento del poder, incorpora a la masa migrante, ya nacionalizada. Esto es central en el radicalismo de Jauretche, las masas en la política y lo que ello implica para la posibilidad de despliegue de una política nacional. Jauretche, como su biógrafo, Norberto Galasso,
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tiene sobre el radicalismo de Yrigoyen una mirada que hace de éste una de las etapas centrales en la construcción de un movimiento nacional. Ciertamente lo es en la construcción de la democracia argentina y en la incorporación de vastos sectores de la clase media a la política -hasta entonces excluidos- pero está bien lejos de tener un sesgo político antiimperialista tal cual lo concibe Jauretche, mirada que años después se instala en la lectura que ha hecho de la historia la tradición peronista. De la insurrección a la lucha por las ideas Yrigoyen gana las elecciones para un segundo gobierno, en 1928, por un margen mucho mayor que en las elecciones de 1916. Ya es bien claro que, por las urnas, ese movimiento es difícil de derrotar. De manera que el acoso político de la oposición al segundo gobierno de Yrigoyen es feroz y, combinado con los efectos de la crisis de 1929, conduce a esa primera experiencia democrática argentina al abismo. En efecto, se produce el primer golpe de Estado del siglo XX en septiembre de 1930. Jauretche -en aquel momento, en Mendoza-, con revólver en el cinturón, está en las calles junto con otros correligionarios e inaugura, entonces, sus “paseos” por las cárceles. El radicalismo retoma las formas de lucha que había mantenido contra el régimen de Roca a fines del siglo XIX: la abstención electoral revolucionaria y los levantamientos cívico-militares. Con la primera insurrección, en enero de 1931, puede ver lo que se traen los golpistas en materia policial. El gobierno del Gral. José Félix Uriburu había creado la Sección Especial de la Policía Federal, en la que se preparan agentes para infiltrar en los partidos y, sobre todo, en los gremios. En ese ámbito, hace su aparición un “aparatejo” que tendrá, a lo largo del siglo, un lamentable protagonismo: la picana eléctrica. Si bien no es torturado, presencia el flagelo a que son sometidos algunos correligionarios radicales. En esos tiempos de lucha, cuenta con un entrañable amigo, Homero Manzi, el mismo que lo había incorporado al radicalismo. Ambos vivían conspirando y pasaban de las reuniones clandestinas a la fabricación casera de bombas. Pero, de todo este período, lo que más resalta es su participación en la sublevación yrigoyenista de Paso de los
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Libres, en la Mesopotamia argentina, bajo el mando de los coroneles Bosch y Pomar, a comienzos de 1934, que testimonia en un poema gauchesco, “El Paso de los Libres”, prologado por Jorge Luis Borges.12 Los primeros años de la década anunciaban las características que tendría, que sería calificada -por un periodista de entonces- como década infame. El fraude electoral13 -acompañado por la legitimación que implicó el levantamiento de la abstención de la UCR-, la corrupción y un redoblamiento de la presencia del capital británico en el país14 son tres cuestiones centrales para caracterizar la época. Un grupo de radicales, los Radicales Fuertes -en el que encontramos a Jauretche- le da una mayor definición a su radicalismo, al señalar que debe lucharse para abolir todo privilegio y restablecer la independencia cultural y económica de la república, es decir restaurar integralmente la soberanía del pueblo, para lo cual fue creada la Unión Cívica Radical.15 Nótese que, en estos manifiestos, hay cuestiones inescindibles una de otra: la independencia económica, la justicia social y la soberanía popular. Perón -como podemos apreciar- inventará poco con respecto a esto y sabiamente retomará esas ideas para hacerlas centrales en el Peronismo. Hacia 1935, conoce, a través del periódico Señales, a otra persona clave en su formación política: Raúl Scalabrini Ortiz. Colaboran y escriben en ese periódico, que comienza a mostrar un antiimperialismo mucho más claro y concreto que el vago e impreciso del socialismo o del comunismo argentinos. La abstracción de éstos deja un espacio vacante a planteos bien específicos respecto a los ferrocarriles, los frigoríficos, los consorcios cerealeros, los préstamos internacionales, los convenios comerciales, el endeudamiento; en definitiva, la dependencia concreta, desnudada por estas investigaciones de Scalabrini Ortiz. De hecho, en uno de sus artículos, señala: Somos un país colonial, un pueblo en servidumbre, una Nación sometida […] ésta es nuestra desgracia, nuestra vergüenza argentina […] los hombres realmente libres y patriotas debemos luchar a esta altura de nuestra historia por una patria redimida. 16 En ese contexto deprimente de la Argentina de los años treinta, en medio de una profunda crisis política y económica, surge la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Se trata de una agrupación de militantes radicales, que rápidamente llegó a conducir Jauretche con el apoyo fundamental de Scalabrini Ortiz,17 en
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la que se planteaba un doble objetivo: recuperar el Radicalismo como mejor instrumento para poner en pie a la Nación y convocar a una lucha frontal: Ciudadano: no se resigne, luche. Oponga la rebelión de su conciencia a la fuerza de los usurpadores; en el territorio más rico de la tierra vive un pueblo pobre, mal nutrido y con salarios de hambre. Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el Pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos una Nación soberana, ni un pueblo feliz; hay que sentir y obrar como argentinos, contra todos los nativos vendepatrias y contra el imperialismo. La restauración argentina sólo podrá cumplirse sobre la base de la soberanía popular, la emancipación económica y el imperio de la justicia.18 Obviamente, FORJA tiene un enemigo incondicional: la prensa y todo el aparato de difusión cultural. Pero cuenta con el descontento, la desconfianza y el hartazgo de la sociedad de aquellos años frente a toda la clase dirigente. Desde fines del siglo XIX, la única expresión política que encarnaba la virtud democrática era el radicalismo; pero, hacia 1935, ha abandonado ya la abstención y la insurrección para comenzar a legitimar el fraude y la consolidación de la dependencia con Inglaterra, forzando una economía que ya había llegado a sus límites. De manera que, muy rápidamente, FORJA, de pretender ser una expresión interna de la UCR, pasa a funcionar como una usina de pensamiento nuevo, radical, nacional y antiimperialista, en un contexto social signado por una profunda frustración y humillación, sentidas colectiva e individualmente.19 El antiimperialismo de FORJA es bien concreto; deriva, ciertamente, de la lectura de manuales del marxismo, del APRA y de los escritores norteamericanos e hispanoamericanos que hablaban del imperialismo. En esa bibliografía, había ciertas ideas generales sobre la explotación colonial y la necesidad de la unidad latinoamericana o la necesidad de políticas nacionales. Pero Jauretche, como Scalabrini, materializan el argumento porque su punto de partida es la realidad y la expresión concreta del imperialismo británico. De manera que esas argumentaciones nunca son abstracciones e, inclusive, son llevadas más allá del análisis económico para poner en evidencia toda la complejidad de un país dependiente, colonial: Desentrañada la trama de nuestro coloniaje económico, descubrimos que se asentaba sobre el coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y conforman recíprocamente.20 Jauretche, desde FORJA, comienza a desarrollar un razona-
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miento que sufre fuego cruzado, tanto desde el gobierno como de los sectores de la izquierda y de la derecha nacionalista. Ambas corrientes rechazan la síntesis del pensamiento que despliega FORJA. Para los segundos, es una expresión política contaminada de marxismo; para los primeros, son corporativistas, nacionalistas telúricos e, inclusive, fascistas. No obstante, FORJA comienza a ser contagioso y no sólo porque sus actos de denuncia son más numerosos y convocan a importante número de personas, sino porque, además, comienzan a aparecer sedes en otras ciudades del país. Durante esa lenta expansión, se produce el comienzo de la segunda gran guerra europea. Como es natural en un país colonial, el ámbito político se divide por las líneas de clivaje de ese conflicto, que ahora excede el marco europeo. El nacionalismo, con una germanofilia fervorosa, y todo el arco liberal y la izquierda, pro aliados exultantes, polarizan el marco político, como si el problema del país fuese a definirse entre liberalismo y fascismo. FORJA impulsa la neutralidad desde una perspectiva nacional, señalando que el primer deber es la lucha por la redención de nuestros propios pueblos21, cuyos intereses no se juegan en ese conflicto. Los artículos de Señales, los Cuadernos de FORJA y los artículos del periódico Reconquista, dirigido por Scalabrini, configuran el cuerpo básico del pensamiento de Jauretche en los años treinta, que delatan, como afirma Horacio Pereyra,22 su madurez intelectual. En esa década, y en el ejercicio de clarificación y de militancia, don Arturo da forma a las líneas básicas de su pensamiento, estructurado en torno a lo que desde entonces llama “lo nacional”: Es fácil ver que el problema previo a la distribución de los bienes es que seamos dueños de ellos, de manera que la primera pelea no tiene que ser entre nosotros sino con quien se los lleva, así toda demanda de justicia social se identifica con el nacionalismo y no hay posible concepción nacionalista en un país colonial que no lleve implícita la demanda de la justicia social.23 Ésos son los grandes pilares de todos sus años de producción de ideas y de sus polémicas con economistas, hombres de la cultura y políticos: la emancipación nacional y social. Así de simple, esas grandes líneas se mantuvieron sin dejar de entender la historia como un constante cambio, en el que –a nuestro pesar- las estructuras de dependencia se mantenían. Por otra parte, Doctor Ábalos, una bandera política debe parecerse a un río que es siempre el mismo, pero en el que las aguas van cambiando, pues las fuerzas políticas actúan en el tiempo y su
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devenir, de tal manera que contenidas todas las reclamaciones en la gran demanda inicial, vayan según las exigencias de la hora, haciendo su presentación en cada oportunidad.24 Hacia comienzos de la década del cuarenta, la Concordancia, que mantiene el poder desde 1930 gracias al fraude y la corrupción, comienza a resquebrajarse con la muerte de Alvear, Ortiz y del mismo Gral. Justo. Un heterogéneo frente militar produce el golpe de Estado del 4 de Junio de 194325 y se anuncia el fin de una etapa; pero nadie advierte -ni siquiera el propio gobierno- cuáles son los perfiles de la que viene. Los hombres de FORJA –específicamente, Homero Manzi- desde hacía tiempo, hacían llegar los Cuadernos de FORJA a algunos oficiales del Ejército, que a su vez los acercaban a un todavía desconocido coronel Juan Domingo Perón. Es un momento de inflexión, en el que claramente lo ve Jauretche- la Argentina conservadora, que incluye al radicalismo, está feneciendo y una nueva está en ebullición, que va a ponerse en marcha si la bandera que nosotros hemos levantado cuenta con el apoyo de unos pocos brazos de prestigio ya consolidado.26 Los militares que han asumido el poder están divididos entre aliadófilos, germanófilos y quienes tienen posiciones “nacionalpopulares”, con una fuerte mirada hacia la industrialización del país (Perón, Mercante, Pistarini, etc.). Pero la línea por seguir no estaba definida y Jauretche, ya como presidente de FORJA, no estaba dispuesto a quedar afuera de esa definición. Desde su particular radicalismo, Jauretche trata de poner lo suyo en esa hora clave y se entrevista -junto con Manzi- con dos coroneles muy influyentes: González y Perón. A los pocos días, Jauretche recibe en su casa una tarjeta con la autorización de Perón que reza: “Audiencia Permanente”. Desde entonces, y casi todas las mañanas, ambos mantienen conversaciones donde Jauretche explicita las ideas que había ido madurando durante los años treinta: el antiimperialismo, la imposibilidad de pensar en una nación libre sin justicia social, soberanía política e independencia económica, etc. Jauretche divide su tarea en tres. Por un lado, el trabajo de asesoramiento a Perón; en segundo lugar, las tareas en la conducción de FORJA y, en tercero, la creación de un espacio amplio en el radicalismo, que apoye a Perón. Quizás el mismo coronel haya acordado esto último con Jauretche, lo cierto es que recorre algunas provincias tratando de convencer a caudillos partidarios, inclusive –ante el
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conservadurismo de la conducción nacional- a Amadeo Sabattini, representante del radicalismo cordobés. En esos inicios, Jauretche tiene dos fuertes malentendidos con Perón, que serían los primeros de una seguidilla. El primero de ellos, el no cumplimiento, por parte de Perón, del compromiso de otorgarles algunos cargos a los miembros de FORJA, y el segundo, cuando aquél declara, siendo ya evidente el fin del conflicto, la guerra al Eje. Más allá de esa cuestión -que sólo entenderá más tarde, ante la indefinición de un destino por parte del nuevo gobierno- Jauretche insiste: Estamos hoy donde estábamos en 1935 cuando dijimos al país que no puede haber nación sin soberanía, ni justicia social sin emancipación económica, ni revolución nacional sin pueblo revolucionario.27 Pero no es el único que intenta dar un rumbo al nuevo gobierno; la embajada de los Estados Unidos comienza a intervenir en la política interna del país, como nunca lo había hecho hasta el momento, tratando de conformar un frente interno que derrocara al gobierno iniciado en 1943. Bajo la consigna de la lucha contra el fascismo, se aglutinan, en torno al embajador Braden, todos los partidos, desde el comunista hasta la UCR. Simultáneamente, el gobierno intenta desplazar a Perón, que ya estaba desarrollando, desde la Secretaría de Trabajo, una amplia política laboral. El gobierno mismo enciende la mecha de lo que culminará en la gran movilización del 17 de octubre de 1945, creando un lazo tendiente a perdurar largamente entre Perón y los trabajadores. Días antes de aquellas soleadas jornadas de octubre, Jauretche reclamaba, en un documento de FORJA, firmado por él y publicado en La Época: Patria, pan y poder al pueblo. Por nacional, en el peronismo Luego del 17 de octubre de 1945, el viejo país comienza a ser jaqueado por una nueva realidad que comenzará a consolidarse a partir de las elecciones del 24 de febrero de 1946, situación en la cual FORJA se disuelve porque las finalidades de dicha agrupación se consideran cumplidas ante la aparición del nuevo movimiento: Al definirse un nuevo movimiento popular en condiciones políticas y sociales que son la expresión colectiva de una voluntad nacional de realización, cuya carencia de sostén
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político motivó la formación de FORJA ante su abandono por el radicalismo, por lo cual se resuelve la disolución de FORJA.28 Jauretche comienza, entonces, su militancia peronista, pero no asume el peronismo como una nueva identidad política. Lo asume como coyuntural, como la forma que adquiere lo nacional en aquella circunstancia. De allí que, desde un comienzo, su relación con el movimiento, y con Perón mismo, no es fácil. Por ejemplo, es nombrado candidato a senador por una fracción radical que apoya a Perón, pero éste le pide la renuncia a favor de otro militante. Dirá, años más tarde, que se iniciaba la política de digitación partidaria.29 Perón gana, en esas elecciones de 1946, por amplio margen, y Jauretche contempla -desde la calle, anónimamente- las alegres manifestaciones de trabajadores: Nadie en esa multitud me reconoció. Me sonreí pensando que de haber pasado una columna adversaria, gran parte de ella me habría identificado para agraviarme. Y esa situación paradojal, de ser desconocido por mis amigos y reconocido por mis enemigos, me confirmó en aquellas reflexiones políticas que he dicho antes y en la certidumbre de que una nueva Argentina de carne y hueso estaba de pie. Muy feliz era en desaparecer con los escombros políticos de la otra, que yo había luchado por derrumbar, para preocuparme por mi lugar en la nueva. Era uno de los triunfadores pero no estaba en la casa de gobierno, sino en la esquina de Av. de Mayo y Perú, entre la multitud.30 En la Argentina que se refunda con el peronismo, Jauretche retoma su ya habitual trinchera, el ensayo y la reflexión, en apoyo al proceso que se inicia: la industrialización, las políticas sociales, las nacionalizaciones, etc. Simultáneamente, al poco tiempo, comienza a desempeñarse como presidente de uno de los bancos más importantes del país, el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Desde allí, en el proceso de construcción de un nuevo modelo de país, advierte grandes disensos en la cúpula institucional y un desorden constructivo que, en general, la militancia de izquierda no alcanza a comprender. Decía, por entonces: A los teóricos de la revolución, la revolución los asusta cuando llega. La han soñado y como son más lindos que el mundo, los mapas del mundo, al decir del poeta, ella no encaja -cuando se produce- en sus cuadros mentales. Es una acuarela que se despinta y en lugar de los suaves tonos combinados, aparecen manchas y manchas, puestas en confusión, sin orden, revolucionariamente, que solo el tiempo se encargará de ordenar para hacer un cuadro de todo eso.31
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A la vez, Jauretche va acumulando coincidencias y diferencias con el movimiento liderado por Perón y sus políticas. El cambio en quienes dirigen la economía nacional y las políticas que despliega el peronismo luego de la crisis de 1950 -como la creciente burocratización del movimiento, el personalismo, la tendencia -heredada de Irigoyen, por cierto- de confundir el movimiento con la Nación, la partidización de las Fuerzas Armadas y la pretensión de homogeneizar el pensamiento que va aglutinando el mismo peronismo en su seno- son algunas cuestiones centrales que lo hacen pensar, una y otra vez, en su renuncia, que hace efectiva en enero de 1950. Si bien el peronismo pudo sortear la crisis económica de 1950, la situación política creada por los problemas que generaba un estilo de conducción tan particular como el de Perón (el personalismo, el autoritarismo fácil, el partidismo en la educación y en los medios, y el inútil conflicto con la Iglesia) fracturó el frente que había hecho posible el surgimiento del Peronismo, aislando a la clase trabajadora, y consolidó el frente golpista que finalmente lo derrocó en otro fatídico septiembre, en este caso, de 1955. Este derrocamiento estuvo precedido por el único bombardeo de las Fuerzas Armadas contra la población civil, en la Plaza de Mayo, donde murieron más de 350 trabajadores. Como reacción, los trabajadores y la militancia peronista atacaron algunas iglesias de Buenos Aires. Nuevamente la resistencia Caído Perón, los trabajadores y un amplio sector de militantes consecuentes inician lo que con el tiempo se conoció como “la resistencia peronista”, que duró dieciocho largos años. En ese clima político tan adverso, en el que la cárcel, la tortura o el fusilamiento podían caer sobre cualquiera,32 comienzan a forjarse dirigentes que, hasta entonces, no habían estado en primera línea. Desde John William Cooke, en el espacio político, hasta Andrés Framini, en el ámbito gremial, el abanico de militantes es muy amplio: desde los barrios a la fábrica o el periodismo. Bombas caseras, conflictos en las canchas de fútbol, pintadas apuradas, volantes mal impresos, paros parciales, diarios clandestinos: la resistencia adquiere distintas formas y colores. Jauretche está, una vez más, haciendo frente a un nuevo intento de
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controlar o frenar las formas en que el país hace su historia. Como se verá más adelante, nuestro hombre se asombra no tanto por el golpe sino por la incapacidad de quienes lo perpetran, en la medida en que no pueden valorar lo realizado y continuar la transformación. El problema ya no era Perón, era lo que había hecho el Peronismo en el poder. En ésta, su segunda etapa de resistente, si bien está muy conectado con la clandestinidad de quienes optan por la violencia o se radicalizan en la lucha contra el golpe, elige otra trinchera en esa amplia constelación militante, ya que sostenía una lectura política distinta a la de muchos de los que se sumaban a esa resistencia. Como se ha visto, en otro momento había, también, empuñado las armas; había aprendido de esa experiencia y pensaba que lo que el momento y el país le demandaban era la opinión que restableciese la fe, la información que rectificase la mentira, la certidumbre de que estaba en la verdad. Había que entalonarse en la lucha, pero nadie hace pata ancha si adentro no lleva una convicción, una certidumbre, una seguridad. Había que rehacer el cuadro, espiritualmente; después vendría rehacerlo materialmente.33 Dos son los periódicos desde los cuales Scalabrini Ortiz y Jauretche disparan sus críticas, con ensayos e investigaciones: El Líder y El 45. Su principal y primer acusado, como se verá con más detalle, es Raúl Prebisch y la política económica que recomienda a la dictadura. Jauretche, justamente por su Plan Prebisch: el retorno al coloniaje, tiene pedido de captura e, inclusive, -algo tan risueño como absurdo- la dictadura le inicia un juicio por “hurto de muebles” en perjuicio del ¡Partido Justicialista! Se trata de dos sillones y una máquina de escribir que el presidente del partido le había pedido que guardara en el local donde se editaba El 45. El gobierno, con el propósito de encarcelar a Jauretche, insólitamente asume la defensa de esos muebles del partido al que había sacado del poder con la fuerzas de las armas. Así, con captura recomendada, sometido a investigación patrimonial, clausurados sus medios de expresión -porque la dictadura había clausurado El Líder, El 45, De Frente (de J.W.Cooke), El Federalista, Lucha Obrera, etc.- y amenazado por los “comandos civiles”,34 marcha a su exilio en Uruguay. Pero, antes de su partida, comienza a abrir lo que él cree que es un nuevo camino para encauzar lo nacional, pensando que a Perón no sólo se le ha pasado el tiempo, sino que su táctica -como se verá mas adelante- es completamente desacertada, por lo que tratará de
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promover un frente que continúe con la agenda de problemas que ha dejado planteado el peronismo para el país. Ésa será la idea sobre la que conversa con Rogelio Frigerio antes de partir a su exilio montevideano. Juntos crearán una revista llamada Qué, la cual expresaría esa línea; una revista nacional, no una revista peronista, una revista en la línea que ha trazado el ascenso del pueblo y del país, en la última década. Así, con el eje de esta nueva publicación, comenzará a estructurarse el frente que llevará al gobierno a Frondizi, en 1958. Son tiempos en los cuales Jauretche oculta mal sus profundas disidencias con Perón y, muchas veces, incomprendido, no es visto con buenos ojos por la militancia peronista. Por ejemplo, en situaciones en que la conducción llamaba a votar en blanco, tanto él como Scalabrini Ortiz se oponían a esas órdenes. De la misma manera, las diferencias eran profundas respecto a la manera en que Perón encaraba la resistencia y le daba forma. Como sostuvo por esos tiempos en Los profetas del odio, la cuestión no era una persona sino las políticas: Mi actuación en la política militante no ha estado regida por la adhesión a hombre alguno, ni a ninguna estructura partidaria, sino en la medida que éstos han sido instrumentos de esa causa nacional.35 Como lo hará a lo largo de esos años, desde Montevideo comienza a escribir uno de sus textos claves: Los profetas del Odio. Y la yapa: La Colonización Pedagógica. Cuestionado por sectores del peronismo que no osan disentir de Perón y perseguido, resuelve volver a la Argentina clandestinamente -disfrazado de guardia de plaza- y se compromete nuevamente en la lucha política y el ensayo. A poco tiempo del golpe contra el peronismo, consciente de cuánto Perón había posibilitado tal final con sus errores, explicita esa mirada que trata de acompañar la dinámica de la historia y señala: La coyuntura histórica encontró su conductor en el 45. Pero siempre el conductor es más transitorio que la circunstancia que lo determina. Puede él ser superado por el proceso, y eso aparecer como la derrota del movimiento. Pero no hay tal. El hecho histórico sigue su marcha y las aguas no vuelven a las fuentes. Puede ser que se estanquen, pero volverán a construir su cauce.36 Con la misma metáfora, diría -por entonces- que las fuerzas nacionales estaban desperdigadas, sólo se reunirían si alguien cavaba un cauce bien profundo. Pues bien, en esos dieciocho años de proscripción peronista, Jauretche pasará gran parte de su militancia tratando de armar un espacio que tenga la capacidad, la voluntad y la
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grandeza de cavar con la profundidad necesaria para concentrar todos los afluentes de lo nacional. Pero, al menos para él, Perón era prescindible; en aquellos primeros años de resistencia casi anárquica, su figura -por su estilo y las características de su gobierno- era demasiado provocativa como para rearmar un frente nacional. La tarea que se imponía era, entonces, reconstruir el espacio de lo nacional, intentando superar la antinomia que la política de Perón había generado, la antinomia peronismo–antiperonismo. La figura y la fuerza que aparecían con cualidades para ello eran Arturo Frondizi y la Unión Cívica Radical Intransigente:37 el desarrollismo. No entraremos aquí en detalles de cómo el desarrollismo quebró sus acuerdos con el peronismo y de cómo fue cambiando su política. Desde la perspectiva de Jauretche, el gobierno había cedido ante los militares y ante los poderes internacionales. Antes de partir al extranjero, el presidente Frondizi lo invita a cenar. Jauretche, en medio de la cena, con un humor muy negro, le pregunta “si a las 500 páginas de ‘Petróleo y Política’ las iba a comer con vinagre y aceite”, haciendo referencia al libro que tiempo atrás había publicado el mismo Frondizi, en el que diseñaba una política nacional que, luego, una vez en el gobierno, pareció olvidar. El 30 de mayo de 1958, Jauretche definía claramente su ruptura con el desarrollismo, que, bajo el peso de sus propias contradicciones y las presiones militares, caería hacia 1962. Pero, antes de ese triste final de la experiencia desarrollista, el 30 de mayo muere un gran amigo, de vida y de ideas, Raúl Scalabrini Ortiz. “Estoy desolado” fueron sus palabras. Pero, enseguida, se sumerge nuevamente en la disputa de la política y en la producción de ideas. Ya había publicado dos textos importantes; ahora, avanzaba sobre un problema de interpretación de la realidad y la política en un país semicolonial: la importancia de la historia en la construcción del conocimiento y del hacer político. Así aparece, hacia fines de 1959, Política Nacional y Revisionismo Histórico, desde donde toma, también, distancia del nacionalismo tradicionalista, católico y conservador y aplaude las expresiones socialistas nacionales, como las de Hernández Arregui, Abelardo Ramos o Enrique Rivera. Entonces, lo nacional es más ancho que en la primera fracción y por su calle va ahora un tráfico más variado […] tendremos, así, divergencias propias, argentinas, para que en el futuro nuestras alternativas no sean las propuestas desde afuera, sino las que exige nuestra propia realización en función de nuestra propia realidad…38
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Ya hacia fines de 1959, sus trincheras periodísticas son los diarios Mayoría, Santo y Seña y Nuestro Pueblo. La política económica, la política cultural -como las actitudes y declaraciones de intelectuales y literatos-, el golpismo de militares y civiles o la proscripción del peronismo, serán sus líneas polémicas y oscilará, muchas veces, entre la gran decepción que le provoca un país que se resiste a ser y la inquebrantable voluntad de continuar la lucha. Escribe, hacia 1959, en Mayoría: Estoy triste, triste de esta tristeza de país vencido que se nos viene encima negándose como destino, como esperanza, como fe en lo propio y remachándose a unas cadenas que teníamos a medio cortar […], pero volveremos a ver la gran bandera […], se engañan los negociadores del puerto poniendo capital a interés. No tendrán tiempo de amortizar [...]. Días gloriosos se acercan […] temería que fueran demasiado próximos para que la victoria nos llegase sin la madurez de la experiencia, pero frente al espectáculo descarado de la entrega, del sometimiento y el riesgo de las nuevas cadenas, tengo también que temer la imprudencia de la prudencia.39 Sin abandonar la actividad política -la posibilidad de armar un frente más allá del peronismo que fluctuaba entre el votoblanquismo y la política insurreccional- Jauretche, a través del ensayo periodístico y la polémica, va actualizando las ideas que han tomado cuerpo durante aquellos años de FORJA. Desde esas páginas, establece un particular debate con todas las figuras de la izquierda, sobre la que señala su incapacidad para mirar los procesos populares-nacionales y su capacidad para rehuirlos. Esa intelectualidad, que se había unificado en su antiperonismo, como se verá más adelante, comenzó muy pronto a ver cómo se resquebrajaban los hilos de su unidad ni bien Perón fue desplazado del poder. Así, Jauretche apunta a Silvio Frondizi, Hurtado de Mendoza, Rodolfo Ghioldi, Liborio Justo, pero también arremete contra los economistas del stablishment, como Álvaro Alsogaray o Federico Pinedo y –como no podía ser de otra manera- Alfredo Palacios. Polémicas a través de las cuales va demostrando sus tesis sobre el “medio pelo”, la colonización pedagógica, la necesidad de pensar en nacional, la debilidad de la burguesía argentina, etc. Esos acalorados debates son avivados, en varias oportunidades, por el desarrollo de la Revolución Cubana. Jauretche reivindica explícitamente esa aventura revolucionaria sin dejar de señalar, como afirmación de una perspectiva y como condena de otra, que lo hace
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porque se trata de un proceso nacional de emancipación y no porque Cuba sea apoyada por la U.R.S.S. Hay que estar con Cuba, a pesar de esas coincidencias (cubano-soviéticas) y no por esas coincidencias.40 Combina, certeramente, su respaldo irrestricto a la transformación que se lleva adelante en Cuba, con un discurso que, a su vez, desnuda el problema de la intelectualidad argentina de izquierda. Pero, también en esos artículos, comienza a despuntar un Jauretche más propositivo, que va delineando con más precisión su horizonte utópico, marcando las diferencias con otros escritores de lo que ya se conoce como “pensamiento nacional” y, específicamente, con la izquierda nacional que se expresa en los textos de Abelardo Ramos. Frente a la coyuntura de las elecciones legislativas de 1961, Jauretche busca nuevamente la posibilidad de rearticular una fuerza nacional que tenga como eje las principales cuestiones nacionales que ha dejado planteadas el peronismo. Se presenta, entonces, a elecciones como candidato a senador por la Capital Federal, consciente de que su éxito dependerá de que no haya voto en blanco. Como el peronismo constituía una parte central de esos sectores nacionales, era fundamental que los máximos representantes no sólo no promovieran el voto en blanco, sino que, además, tuvieran cierta prescindencia. Arrasaré si no hay voto en blanco,41 decía don Arturo. Y, como parte de su trabajo electoral, puso en marcha nuevamente El 45, porque, en verdad, de lo que se trataba era de desplegar lo que acuñó como el pensamiento octubrista, que tenía como sustento histórico y social a aquel 17 de octubre de 1945. En función de ello, argumentaba que, desde 1955, han querido atrasar el reloj de la historia, amordazando no solo un accionar, sino también un pensamiento…42 Pero esta política nacional, nuevamente lo lleva a un desencuentro con Perón, quien nunca ha visto con buenos ojos el ejercicio de una política nacional que no hiciera eje en él y, menos aún, la aparición de liderazgos importantes dentro de su movimiento. De manera que, ante las posibilidades de apoyar a Jauretche, de declararse prescindente o de convocar al voto en blanco, opta por lo inesperado: la creación de y el apoyo a un candidato que tiene un prontuario importante en las filas del antiperonismo: Raúl Damonte Taborda. Sin descalificar a Jauretche -lo que hubiera sido bien difícil debido a su ya dilatada trayectoria- Perón le quita el respaldo y lo desacredita dentro
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del dispersado movimiento: Todos son peronistas y luchan por los mismos objetivos. No puede decirse lo mismo del “laborismo”, entidad que apoya al Dr. Jauretche quien, en su obstinación de servir a Frondizi, se ha colocado al margen del movimiento y recibirá su merecido del propio pueblo argentino.43 Jauretche organiza su discurso entre una apología de lo nacional, una fuerte crítica al frondicismo y, también, una irrestricta reivindicación de la revolución cubana y de todos los movimientos de liberación del tercer mundo: Con Cuba, solidario totalmente, lo mismo que con los argelinos y Lumumba.44 Sin embargo, en las elecciones es derrotado duramente. Por el momento, el sistema semidemocrático se estaba manteniendo, pero no soportaría el triunfo del peronismo -con otro nombre- en las elecciones a gobernador de 1962. La fórmula Framini– Anglada se impuso en la provincia de Buenos Aires y eso precipitó el golpe de Estado. Repetimos, era inadmisible una democracia que posibilitara el triunfo del peronismo, bajo cualquier vestimenta, y el retorno de los economistas de la Década Infame, como Pinedo, bajo la presidencia de Guido. Como diría Jauretche más adelante, en el prólogo de “FORJA y la Década Infame”: La democracia, según los mentores habituales, necesita suspender su ejercicio cada vez que empieza a funcionar, pues contraría las previsiones democráticas de los ideólogos de la democracia.45 Es que, precisamente, si la democracia fue poco valorada como sistema, se debió a que su instalación implicaba la exclusión de las mayorías o un golpe, cuando el juego democrático daba lugar a políticas de inclusión social y redistribución de la riqueza. A Jauretche no le sorprendió el derrocamiento de Frondizi, pero el retorno de Pinedo al Ministerio de Economía lo vuelve al ensayo y a la crítica feroz desde el periódico de Mario Valotta, Democracia. Desde allí, el golpismo, el vaciamiento de las Fuerzas Armadas, así como el colonialismo económico y cultural, serán, insistentemente, el blanco de sus invectivas. En esos meses de 1962, se edita, por primera vez, bajo el nombre de “FORJA y la Década Infame”, en la editorial Coyoacán, la serie completa de documentos y declaraciones de aquella agrupación radical de los años treinta. En su prólogo, Jauretche explicita y clarifica sobre “lo nacional”, el colonialismo cultural y sus consecuencias en la lectura política, el lugar de la historia en la interpretación de la
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realidad, y otros tópicos por el estilo. Todavía en 1963, toda la partidocracia argentina, desde el partido socialista hasta el radicalismo, convalidaban la proscripción del peronismo. Más aún, en las elecciones presidenciales de dicho año, el peronismo no puede presentarse a elecciones bajo ningún ropaje, sólo tiene participación legislativa. Y el radicalismo gana las elecciones con un escaso 22% -algo más que los votos en blanco-, con lo cual Arturo Illia es el nuevo y débil presidente. Como afirmó Jauretche: Illia llegó como caballo cansado. Lo mismo que Frondizi, no tenía el poder.46 Don Arturo tiene, por entonces, problemas, más que en otras épocas, para publicar sus ideas; no obstante, hay, en esta etapa, una cuestión bien interesante: un nuevo encuentro con John William Cooke, que lo obliga a definiciones más precisas con respecto al peronismo y al socialismo (a las que volveremos más adelante). El gobierno de Illia está muy lejos de poder resolver el problema que, desde 1955, no tiene, en verdad, solución: el peronismo. Como hecho maldito del país burgués –tal como lo definía Cooke- el peronismo es protagonista de aquello que, por entonces, Juan Carlos Portantiero calificaba como “empate”. Había dos Argentinas que pugnaban por desplegarse: aquélla que había sido derrocada en 1955 y que requería -al decir de Jauretche- no reproducir esas políticas, desde aquella base hay que ir mucho más adelante, más definida y claramente;47 y aquélla que se había impuesto por entonces, que se manifestaba inclusive con los mismos personajes, políticos o economistas de la década anterior al peronismo. No obstante, al calor de esa puja, el país se transformaba y ya no era el mismo que el de 1955 y, menos aún, que el de 1945. El gobierno de Illia, con esa escasa base electoral y con una ilegitimidad democrática demasiado mal encubierta, no podía -a pesar de los atisbos de política nacional- mantenerse entre esas fuerzas ni, mucho menos, dejar de acordar en la exclusión del peronismo y de Perón. De hecho, el gobierno radical detuvo, en Brasil, el avión que lo traía de regreso de Madrid, en 1964. El país parece, entonces, detenido, estancado. Dirá Jauretche: De crisis se hablaba en 1955, y de crisis se habla ahora. Toda alteración en el ritmo corriente de la vida es una crisis. Pero aquélla era una crisis de crecimiento y ésta es una crisis de decadencia…48 El gobierno de Arturo Illia, jaqueado desde todos los flancos -
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inclusive desde un sindicalismo dividido-, comienza a tambalear. La fracción más reaccionaria del gremialismo -dirigida por Vandordisputaba abiertamente la conducción a Perón. De alguna manera, Jauretche había anticipado, en 1965, esa posible evolución del peronismo: Si se mantiene la tendencia, el Peronismo se irá convirtiendo en un partido obrero. Pero sus dirigentes, en general burócratas conciliadores, no tienen ideología, ni vocación para conducir un partido obrero. Y ésta es una grave contradicción entre bases y dirigencia.49 El golpe se produjo el 28 de junio de 1966, con las características que había ya preanunciado Jauretche en un informe nacionalista y católico en lo cultural, pero extranjero en la economía; es decir, católico en la misa y protestante en el mostrador.50 Pues bien, luego de un tiempo de indefinición en lo económico, el programa de gobierno toma la forma conveniente para los grandes grupos y los intereses transnacionales, lo que le valió el mote de “Dictadura de los Monopolios” (Rogelio García Lupo). Se impuso, entonces, sobre el país, una mezcla de disciplina de cuartel y confesionario, que llevó a la intervención violenta de las universidades, en lo que luego se llamó “la noche de los bastones largos”, y que provocó el exilio y autoexilio de un número importante de científicos sociales. El “exceso de política”, la “politización del estudiantado” fueron argumentaciones de aquella insensatez. Jauretche condenó, como todo el abanico intelectual, esa barbarie, pero no dejó pasar la oportunidad para poner en claro su postura frente a una institución que había sido tan obsecuente en la formación colonialista como en el rechazo a toda manifestación nacional y que inclusive había respaldado los golpes de Estado: De la universidad politizada han salido muchos ideólogos macaneadores, empachados de literatura económica y social barata e incapacitados para comprender los hechos históricos que ocurrían delante de sus narices. Pero la verdad es que no han salido cipayos ni vendepatrias conscientes. Que no hayan servido al país porque no lo entendieron es un hecho que, más que con la universidad, se vincula con la superestructura cultural que excluye del prestigio universitario al artista o escritor que se identifica con el país.51 Como mencionamos más arriba, la actividad política encaminada a la reconstrucción del frente nacional- se combinaba, en Jauretche, con la producción de ideas. Para entonces, había provocado
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al campo cultural argentino con Los Profetas del Odio y la yapa, con el Plan Prebisch y el retorno al coloniaje y con sus polémicas con intelectuales y escritores sostenidos por el periodismo “serio”. Pero su éxito editorial más sólido vendría con sus análisis de la clase media y de la pequeña burguesía argentina, que se sintetizaron en lo que él llamó “apuntes de sociología”. El tema, como sucedió con los anteriores textos, comenzó a desarrollarse en la revista Dinamis, del Sindicato de Luz y Fuerza de Capital Federal, y terminó conformando un texto tan brillante como insolente: El medio pelo en la Sociedad Argentina. En él, aborda el proceso de formación de la clase dominante y media, así como su desvinculación de los problemas nacionales, en un lenguaje coloquial, comprensible y repleto de anécdotas y dichos populares, con su ya clásico y ácido humor, que convierten rápidamente al texto en un best seller del ensayo político de entonces. Al respecto, la revista Confirmado comenta: Ensayista, bruloteador, panfletista o sociólogo, Jauretche es un fenómeno casi único en la Argentina, uno de los pocos capaces de vincular los datos económicos, históricos o políticos con la realidad cotidiana del país, con el rostro de sus habitantes y el estilo de sus edificios, la distribución de sus barrios y lugares de reunión.52 Son tiempos en que se producía una vertiginosa nacionalización de los sectores medios y universitarios, lo que se dejaba ver en una preocupación cada vez mayor por las temáticas nacionales. Por entonces, don Arturo tiene un mayor acceso a los medios de comunicación, lo que le permite llegar a un público más amplio, además de seguir publicando en revistas como Petróleo Argentino o Hipotenusa. Por radio o por televisión, comienza, entonces, no sólo a extender su crítica política y cultural, sino también las polémicas con los escritores e historiadores de la época; desde Alicia Moreau de Justo a la Iglesia Católica, pasando, inclusive, por los intelectuales de la izquierda nacional. En cuanto a su actividad militante, una carta que Perón le dirige personalmente recompone sus relaciones con el líder; pero, cuando se dispone a hacer política en función del restablecimiento de las fuerzas nacionales, advierte que el movimiento peronista está más burocratizado de lo que él mismo imaginaba. Continúa, entonces, con más fuerza, su producción ensayística en Azul y Blanco, Segunda República y el Diario de la CGT de los argentinos, que dirigía Rodolfo
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Walsh, donde promueve tanto la popularización de lo nacional como la nacionalización de la izquierda. Con respecto a su producción intelectual, si, hacia 1968, El medio pelo… llevaba ya cuatro ediciones, ese año Jauretche está nuevamente en las manos de los lectores con la segunda parte de Los profetas del odio: el rápidamente clásico Manual de Zonceras argentinas. Su objeto es develar y desnudar cuán vacío es el pensamiento en la Argentina, estructurado a partir de axiomas incuestionados o de verdades a medias. Es un ejercicio que trata de descubrir las zonceras que llevamos dentro, es un acto de liberación, es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido pues hay cierta analogía entre la digestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis, que son los modos de vomitar entripados, y siendo uno el propio confesor o psicoanalista.53 La vida del “onganiato” no parecía larga ya al comenzar el año 1969, más bien comenzaba a buscar la forma de detener su debacle. Por entonces, Jauretche preside la Comisión de Afirmación Nacional, organizada por la combativa CGT de los Argentinos, junto con J.J. Hernández Arregui y José María Rosa. Al calor de ese proceso, reedita algunos de sus textos y publica Mano a mano entre nosotros, ensayos que predicen, de alguna manera, la crisis que se avecina, aunque nadie ciertamente- esperaba la serie de “-azos” que iban a golpear a la dictadura: el cordobazo, el mendozazo, el cipolletazo, el viborazo, el choconazo, etc. A esa violencia callejera, se ha sumado, ahora, otra circunstancia no menos grave, una violencia organizada -de élite-, protagonizada por sectores medios que se aglutinan en grupos guerrilleros. En mayo de 1970, en un estado deliberativo permanente de las Fuerzas Armadas, un operativo comando, integrado por jóvenes peronistas, secuestra a Pedro Eugenio Aramburu -general golpista de 1955 y responsable de los fusilamientos de 1956-, días después de que comentara públicamente su predisposición para negociar una salida con el peronismo. Al cabo de un tiempo de cautiverio, el general es ejecutado. Luego de la caída de Onganía y su reemplazo por el Gral. Levingston, un comando guerrillero ocupa el pueblo de La Calera, provincia de Córdoba; otro, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), copa la localidad de Garín, provincia de Buenos Aires. Ya están en marcha, entonces, no sólo Montoneros y FAR, sino también el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Revolucionario del
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Pueblo (ERP). Jauretche -que por entonces duplica su esfuerzo en la escritura y en la política, al tiempo que preside la Comisión de Amigos del Perú, en apoyo a la revolución de Velasco Alvarado- no mira con buenos ojos esa violencia organizada que se está instalando en la Argentina. Cuenta Galasso –en su biografía de Jauretche- una anécdota al respecto: En una oportunidad en que fui a visitar a Jauretche debí esperarlo largo rato en la sala. En su biblioteca, conversaba con varias personas, y escuchaba, por momentos, cómo las voces se alzaban. Rato después, tres jóvenes visitantes se retiraron y Jauretche me hizo pasar. Estaba ofuscado y tenía necesidad de desahogar su bronca. No obstante que por entonces mi relación con él era todavía distante, comenzó a hablar de lo sucedido: -Pero fíjese que hay gente que no entiende de qué manera hay que hacer política. Y vienen y le dicen a uno que van a tomar el gobierno de Tucumán, que ellos, con doscientos hombres, lo van a tomar, pero fíjese…!!!!. ¿Y después? Y visiblemente irritado, agregó -Y dicen que van a constituir varios Vietnams en toda la República ¿se da cuenta? Como si la tragedia de Vietnam fuese una situación apetecible, un tipo de lucha por la cual hay que bregar. ¿Y sabe lo que les dije?: -Pero, el pueblo, ¿quiere eso?...Ah, a ellos no les importa. El pueblo es para ellos un conejito de indias…54 De todas maneras, la violencia -inclusive la de este tipoentiende Jauretche que ha sido sembrada durante más de diez años de exclusión política de las mayorías, de persecución y de asesinatos. Esa posición comienza a ser formulada por don Arturo con la ejecución, por parte de los Tupamaros, de Dan Mitrione, un agente de la CIA que asesoraba sobre métodos de interrogatorios a la policía uruguaya. Dice Jauretche: Todos hemos condenado el crimen […] y ha nacido la más humana solidaridad no solo con el asesinado sino con la mujer y con los ocho hijos [...] pero sólo se protesta cuando los agraviados son los del sector que tiene “la manija”. Reclamo más sinceridad y creo que es lo que reclama todo el país, y solo veo, en la protesta, hipocresía. Cuando se protesta por el indignante crimen que costó la vida de Aramburu, hemos protestado muchos que habíamos protestado por los fusilamientos de junio de 1956, por lo de Vallese, por…¡¡para qué hacer memoria!!. Pero […] todos esos que se dicen representantes del país satisfecho y acomodado ¿Protestaron ellos el ’56, protestaron contra los abusos de poder que mancharon el país con crímenes, por
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lo menos, equivalente a éste último? No, no protestaron, por el contrario, empujaron y aplaudieron. Agrega entonces, para ser más preciso y como anticipándose a la teoría de los dos demonios que diseñará el gobierno de Raúl Alfonsín en los años ochenta: El crimen ha sentado plaza en nuestra sociedad.
Ahora con el pretexto político. Pero hacía rato que estaba allí, con el pretexto del orden y la libertad. Los espectadores que ahora lloran y se desgarran las vestiduras, no lloraron ni se desgarraron nada antes ¿Pueden ser jueces ahora? Sí. Pero de su propia hipocresía.55 A comienzo de los años setenta, más precisamente entre 1971 y 1973, inicia una relación epistolar con quien había sido centro de sus críticas, por años: la escritora Victoria Ocampo, cartas que, más allá de la caballerosidad y el respeto mutuo, revelan un diálogo de sordos que les imposibilita enriquecerse a partir de las diferencias. Por esos años, su palabra ya es célebre y también es un hombre temido. Una de esas polémicas lo lleva a enfrentarse a duelo, el 15 de junio de 1971. A pesar de su edad, que le hace pensar que la juventud se está terminando,56 no rehúye el desafío, como un valiente paisano de honor. No entraremos en los detalles de esa jornada; queda en las pintorescas páginas de su biografía, al igual que su pelea a puñetazos -a los 61 años- con un hombre que había maltratado a un lustrabotas en el bar donde solía tomar café. Una de sus mayores preocupaciones, en los albores del tercer gobierno peronista, es la violencia guerrillera, lo que manifiesta permanentemente en las conversaciones y discusiones con su sobrino, Ernesto Jauretche, y el amigo de éste, el tan controvertido Rodolfo Galimberti. Jauretche está satisfecho por ese proceso de nacionalización de la clase media, pero rechaza la violencia organizada de algunas agrupaciones, por la tendencia hacia un progresivo desmerecimiento de la acción política que ello implicaba. En esas conversaciones, Jauretche advierte un doble problema: por un lado, que el Perón de los jóvenes no es el de la realidad; y por otro, el problema de la inexperiencia de los recién llegados a la política: pretenden llegar a generales quienes aún no han hecho salto de rana.57 En su mirada sobre ciertos jóvenes que, hiperpolitizados, llegan al peronismo, hay un problema de carácter epistémico (profundizaremos más adelante); y, muchas veces -enojadose sale de sí con palabras que, seguramente, le habrá costado decir.
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Como sabemos, la Juventud Peronista y la llamada Tendencia Revolucionaria del Peronismo acentuarían esos perfiles y Montoneros asumirá, progresivamente, la conducción de todos esos sectores. Pero Jauretche no pierde sus esperanzas, no sólo por la retirada que estaba emprendiendo la dictadura, sino por el inminente triunfo del peronismo, a pesar de las disidencias y de los sectores reaccionarios que ve avanzar dentro del movimiento. Con sus setenta años a cuestas, en ningún momento de aquellos días del tercer gobierno peronista, dejó de escribir y exponer sus ideas a través de reportajes y debates públicos. Sucedía algo extraño con Jauretche, quizá por la gran autonomía intelectual y política que mantuvo durante toda su vida, concentrado en lo nacional más allá de los hombres que circunstancialmente lo expresaban: en la medida en que era reconocido en la cultura nacional, aparecía como un oscuro escritor ante quienes tomaron el poder con Cámpora o Perón. En las vísperas de la asunción de Héctor Cámpora, el 24 de mayo de 1973, Jauretche está solo en su biblioteca -en su departamento de Esmeralda 886-, en el mismo momento en que las banderas flamean y los bombos resuenan en la plaza de Mayo. En ese momento, llegan sus amigos Norberto D’Atri, Ernesto Goldar y Gladis Croxatto -su secretaria y esposa de Goldar- a acompañarlo. Dice Galasso: Se encuentra muy contento porque ‘el pueblo siempre vuelve’, pero una nubecita empaña el momento que está viviendo. Y no obstante el esfuerzo que realiza para que lo personal no enturbie la gloria del triunfo colectivo, comenta como al pasar: ‘No me han mandado ninguna invitación para los actos oficiales de la asunción del mando….en fin, no importa…se habrán olvidado’.58 A la mañana siguiente, se pone su traje azul de saco cruzado, el de las grandes ocasiones, su lacito federal y su escarapela, y se va con un amigo a la plaza de Mayo, a ver la asunción del gobierno popular. En la esquina de la Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen, la figura inconfundible de Jauretche apareció en el balcón de una casa particular, oblicuo a la Casa Rosada y desde la cual podía apreciarse a la multitud convocada por ese hito. Al ser divisado, un grupo numeroso de jóvenes comenzó a martillar: ‘Jau-ret-che; Jau-ret-che; Jau-ret-che’. Era el reconocimiento definitivo, el lógico desenlace de una empresa que lo tuvo como vocero.59 Con el gobierno de Cámpora, más allá de las diferencias que
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tiene con la izquierda del movimiento y, sobre todo, con la dinámica que le imprimen a ésta las organizaciones armadas, Jauretche se ubica en ese espacio progresista del Peronismo. Por esa razón, y más allá de sus disidencias con el líder y la dinámica que le insufla al movimiento, votará a Perón, pero a través del Frente de Izquierda Popular -el partido de Abelardo Ramos- a quien respaldaba en su tarea clarificadora, pero en quien tampoco confiaba demasiado. No obstante, se le hacía más fácil votar al Frente de Izquierda popular (FIP) que al partido de Perón directamente. Si la “tendencia revolucionaria” tenía, en el gobierno de Cámpora, importantes espacios en el reparto del poder (como el Ministerio de Educación o el de Interior), ello mismo hace posible que Jauretche sea designado Director de la Editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA), donde tendrá serios problemas con los sectores más reaccionarios del movimiento peronista, desde conseguir el financiamiento hasta hacer frente a las amenazas que, en cierto momento, se harán bien directas. Rogelio García Lupo -secretario de Jauretche en EUDEBA- comenta que se recibían constantes intimidaciones en las oficinas de la editorial y que a Jauretche lo había llamado un amigo vinculado al peronismo nacionalista y le había aconsejado que renunciase o que dejara de concurrir a las reuniones del Directorio, porque si seguía haciéndolo su vida corría peligro. Momento desde el cual este viejo corajudo no sólo viene a las reuniones sino también los días en que no hay reunión, sube la escalera ayudándose con el bastón y se acomoda en el entrepiso rezongando: ¡¿Se creen que me van a asustar a mí?!60 La dirección que tomaba el proceso lo colocaba, muchas veces, entre la depresión y la irascibilidad, que le hacía rechazar los intentos de homenajearlo, aunque nunca renunció a lo que él consideraba su tarea fundamental: [...] aprendida junto a mi maestro Raúl Scalabrini Ortiz, la de trabajar en la formación de estados de conciencia y confieso que solo he utilizado la política como trampolín para esa empresa.61 No obstante, muchas tristezas lo acosaban: el desencuentro de Perón con la juventud, la incapacidad de las viejas dirigencias para comprender esa “sangre nueva”, los errores políticos de esa nueva militancia, los vicios de ese líder que, a pesar de los años, en demasiados aspectos no había cambiado y, en definitiva, la sensación de que una gran oportunidad para la Nación se estaba perdiendo.
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La noche anterior a su muerte, el 24 de mayo de 1974, estaba profundamente triste, de una tristeza íntima, no confesada. Se notaba en su mirada. Miraba lejos, en profundidad […] tenía conciencia que estaba asistiendo al final de algo, al aniquilamiento de una esperanza.62 El sol del veinticinco despunta y encuentra a don Arturo con toda su humanidad corajuda de paisano tirada en el piso; su cuerpo ya no tiene vida. Don Arturo ya estaba, desde antes de ese veinticinco, en sus libros y en las manos de los jóvenes que comenzaban nuevamente a leerlo. Quizá nadie mejor que un viejo adversario para describir a este gran polemista: El hombre formado en la Academia fija su posición con brújula y sextante. Jauretche, como los baqueanos de otros tiempos, se agacha, mastica un pastito, observa para dónde sopla el viento, discrimina la huella de un animal que pasó por allí una semana atrás […]. Así fue construyendo su filosofía de la historia entre dichos y sucedidos […] mezclando palabras como “establishment” y apero, Marx y Viejo Vizcacha, haciendo la sociología de Juan Moreira y el Gallego Julio. Si agregamos su coraje a prueba de balas, su desaforado amor por esta tierra y su pueblo, su poner la dignidad de la patria por encima de cualquier cosa…¡que lindo ejemplar de argentino viejo este Arturo!63
5 Declaraciones a la revista Confirmado. Buenos Aires, 1971. Citado por Norberto Galasso en Jauretche: biografía de un argentino. Homo Sapiens. Rosario, 1997. 6 Un 13 de noviembre de 1901, en Lincoln, provincia de Buenos Aires. 7 Niños que viven y trabajan en el campo, tempranos conocedores de la vida rural. 8 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Peña Lillo. Buenos Aires, 1972. 9 Galasso, Norberto. Jauretche: Biografía de un argentino. Op. Cit. 10 Jauretche, Arturo. De memoria...Op.cit. 11 Expresiones de corte conservador que se despliegan en San Juan y Mendoza, que terminan fracturando el radicalismo local. 12 Años más tarde, Borges pedirá que ese texto no sea incluido en la edición de sus obras completas. 13 La oligarquía hablaba de “fraude patriótico”. Un fraude necesario para que la “chusma radical” no asumiera el gobierno. 14 La renovación de las concesiones eléctricas al capital inglés, la Coordinación de Transportes de la capital, la creación del Banco Central Mixto, del Instituto Movilizador de Inversiones, la Ley de Bancos, etcétera, son algunos de los mas renombrados negociados que favorecían al capital británico. Pero indudablemente el más escandaloso fue el Pacto Roca-Runciman. 15 Manifiesto de los Radicales Fuertes. Buenos Aires, 1934. Citado por Norberto Galasso. Op. cit. 16 Scalabrini Ortiz. Señales. Julio de 1935. Citado por Norberto Galasso en Raúl Scalabrini Ortiz y la penetración inglesa. CEAL. Biblioteca Política n°66. Buenos Aires, 1984.
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Scalabrini no fue formalmente parte de FORJA, se negaba a afiliarse al radicalismo; no obstante, participó activamente de esa agrupación. 18 Volante de FORJA. Archivo Darío Alessandro. Citado por Norberto Galasso. Op. Cit. 19 “Si bien carecemos de un informe detallado y amplio de los elementos que configuraban el universo social de la clase trabajadora del período preperonista, pruebas consistentes en anécdotas, testimonios personales, formas culturales populares y extractos biográficos sobre obreros aportan fragmentos ilustrativos de la imagen global”. Así Daniel James toma testimonios orales, e inclusive las letras de tango, fundamentalmente Discépolo y Enrique Cadícamo, para dar cuenta de la época. Daniel James. Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976. Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1990 20 Discurso de Jauretche. Buenos Aires, 29 de junio de 1942. Citado por Norberto Galasso. Op. Cit. 21 Jauretche, Arturo. FORJA y la década infame. Peña Lillo. Buenos Aires, mayo de 1976. Volante forjista de 1939. 22 Pereyra, Horacio. Arturo Jauretche y el bloque de poder. CEAL. Biblioteca Política Argentina n°247. 23 Jauretche, Arturo. Carta al Dr. Ábalos, 9 de julio de 1942. En FORJA y la década infame. Op. Cit. 24 Jauretche, Arturo. Carta al Dr. Ábalos, Op. Cit. 25 Ya se lo había anticipado Jauretche al presidente Castillo, en una conversación personal. 26 Jauretche, Arturo. Carta al Dr. Abalos. Op. Cit.. 27 Diario La Vispera. Buenos Aires, 16 de diciembre de 1944. Citado por Norberto Galasso. Op. Cit. 28 Jauretche, Arturo. FORJA y la década infame. Editorial Peña Lillo. Buenos Aires, 1983. 29 Primera Plana. Buenos Aires, 3 de agosto de 1965. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 30 Arturo Jauretche. Los profetas del odio. Y la yapa: La colonización pedagógica. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, 1957. 31 Diario Democracia. Buenos Aires, 15 de marzo de 1946. Galazo, Norberto. Op. Cit. 32 Las investigaciones de Rodolfo Walsh sobre los fusilamientos en los basurales de José León Suárez son bien ilustrativas al respecto. 33 Diario Palabra Argentina. Buenos Aires, 28 de diciembre de 1955. Citado por Galasso, Norberto. Op.cit 34 Se autodenominaron “comandos civiles” los militantes -socialistas y radicales, mayoritariamente- que, infligiendo verdaderos progroms, perseguían a los peronistas. 35 Jauretche, Arturo. Los Profetas del odio. Buenos Aires, 1982. 36 Jauretche, Arturo. Periódico El 45. 16 de noviembre de 1955. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 37 Inmediatamente después del golpe contra el Peronismo, la UCR se divide en Unión Cívica Radical del Pueblo y Unión Cívica Radical Intransigente. 38 Jauretche, Arturo. Política Nacional y Revisionismo Histórico. Buenos Aires, 1982. 39 Jauretche, Arturo. Mayoría. Diciembre de 1959. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 40 Jauretche, Arturo. Nuestro Pueblo. Buenos Aires, agosto de 1960. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 41 Jauretche, Arturo. La razón. Diciembre de 1960. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 42 Volante escrito por Jauretche. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 43 Noticias Gráficas. Enero de 1971. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 44 Jauretche, Arturo. Revista CHE. Febrero de 1961. Galasso, Norberto. Op. Cit. 45 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Editorial Coyoacán. Buenos Aires, 1965. 46 La Tribuna. Rosario. 25 de octubre de 1969. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit.
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Jauretche, Arturo. Discurso de agosto de 1965. Reproducido en Jauretche, una vida al servicio de la Revolución Nacional. Grupo Editor Buenos Aires, 1965. 48 Jauretche, Arturo. Discurso del 27 de agosto de 1965. En Galasso, Norberto. Op. Cit. 49 Declaraciones de Jauretche a Galasso. En Galasso, Norberto. Op. Cit. 50 Jauretche, Arturo. Memorando. Archivo Arturo Jauretche. Galasso, Norberto. Op. Cit. 51 Jauretche, Arturo. Imagen del País. Reproducido por Galasso, Norberto. Op. Cit. 52 Confirmado. 24 de noviembre de 1966. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 53 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras argentinas. Peña Lillo Editor. Buenos Aires, 1980. 8° Edición. 54 Galasso, Norberto. Op. Cit. 55 Jauretche, Arturo. Borradores en el archivo Jauretche. Galasso, Norberto. Op. Cit. 56 Jauretche, Arturo. La Opinión. 25 de junio de 1971. Galasso, Norberto. Op. Cit. 57 Jauretche, Arturo. Dinamis. Octubre de 1971. Galasso, Norberto. Op. Cit. 58 Croxatto, Gladys. Declaraciones a Galasso. Reproducidas en Galasso, Norberto. Op. Cit. 59 El Cronista Comercial. 27 de mayo de 1973. En Galasso, Norberto. Op. Cit. 60 Declaraciones de García Lupo a Galasso. Galasso, Norberto. Op. Cit. 61 Jauretche, Arturo. Mayoría. Buenos Aires. 27 de marzo de 1973. Galasso, Norberto. Op. Cit. 62 Cafasso, Jorge. Declaraciones a Norberto Galasso. En Galasso, Norberto. Op. Cit. 63 Sábato, Ernesto. Revista Crisis. Buenos Aires, septiembre de 1973.
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Pensar con estaño Una aproximación epistemológica a Arturo Jauretche
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Más que construir un pensamiento, hay que construir un modo de pensar. Arturo Jauretche Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Raúl Scalabrini Ortiz
Jauretche se incorpora a la vida política y a la producción de ideas -tal como sucede con casi todos los intelectuales del pensamiento nacional y latinoamericano- con toda la carga de conocimientos que le aportan los libros y las nociones producidas en Europa, porque no parte de una tabla rasa, sino de una formación impregnada por un determinado clima de ideas, familiar y político. Si siempre resulta difícil plantear que un intelectual desarrolla su razonamiento sólo con los datos de la realidad, sin insumos teóricos, más aún lo es en un continente donde, mayoritariamente, las ideas -inclusive las que utilizamos para pensarnos- son producidas en otras latitudes. Para circunscribirnos solamente a lo que en Argentina llamamos el pensamiento nacional, esto es bien claro en autores como Hernández Arregui, que se nos presenta como la expresión más acabada de un marxismo “en clave nacional-popular”, de la misma manera que el trotskismo de Abelardo Ramos o el nacionalismo de José María Rosa. En esos casos, se hace evidente la práctica de “dar vuelta” las categorías de origen europeo, cargándolas de un sentido propio, históricamente contextuado en América Latina y, en este caso, en Argentina. Entonces, si la originalidad es la característica de autores como Jauretche, estamos lejos de pensar que partieron de una “virginidad mental” que, tal como sugiere esa idea, les habría permitido desplegar un pensamiento no contaminado por el ideario de origen europeo. Por el contrario, creemos que su originalidad consiste, justamente, en utilizar un bagaje intelectual que inicialmente era el instrumental básico del “buen civilizador”, para desarrollar un pensamiento ajustado a su tiempo, su cultura, su historia. Producciones, en síntesis, impregnadas de estaño.64 En el caso de Jauretche, su punto de partida no fue el
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marxismo -como en el caso de Hernández Arregui- ni el trotskismo como en el de Abelardo Ramos- sino el conservadorismo. De esa tradición, tomó dos cuestiones fundamentales: el lugar de la historia en la política y la validez de los saberes del pueblo, con el consiguiente antiintelectualismo y desconfianza ante el idealismo en la práctica política.65 A partir de lo antedicho, son necesarias dos aclaraciones. En primer lugar, cuando decimos que nuestro trabajo es una aproximación epistémica a Jauretche, no pensamos en aplicar los desarrollos propios de la filosofía de la ciencia, sino en razonar sobre qué tipo de “colocación” del sujeto es la que posibilita el conocimiento y el análisis sociopolítico de Arturo Jauretche. En este sentido, hacemos una aproximación epistémica más sujeta a la vida de quien produce las ideas, tratando de responder a los interrogantes sobre cómo conoce, desde qué lugar, desde qué ángulo. Son preguntas epistémicas distintas de quien, como Gustavo Cangiano, trata de utilizar el despliegue categorial de Thomas Kuhn y, básicamente, la noción de paradigma, para pensar en la epistemología jauretcheana.66 Nuestra postura, por el contrario, implica mirar la construcción de conocimiento desde la vida de quien protagoniza esa empresa, la forma en que se dispuso a pensar la realidad, en cada una de las etapas de su vida, hasta que su sistema de pensamiento estuvo maduro. Es decir, nos interesa tanto el proceso de construcción de conocimiento como su resultado. Creer que lo segundo siempre estuvo y que no es fruto de una elaboración inmersa en las circunstancias históricas, es -como le gustaba decir a don Arturo- creer que hemos nacido con la partida de nacimiento y no con el parto.67 La segunda aclaración que creemos pertinente es que, tal como señalamos en la introducción a este estudio, obviamente no partimos de la idea de que una postura epistémica, o inclusive teórica, supuestamente revolucionaria, necesariamente esté detrás de una práctica transformadora. En toda América Latina, hemos visto -ya demasiadas veces- a marxistas que sostienen dictaduras terribles o posturas reaccionarias en lo político y social, o a liberales que luchan por la justicia social o promueven reformas agrarias, como para creer que hay una vinculación directa entre ese nivel de conocimiento y la acción política. La dictadura y la exclusión social se han nutrido de distintas fuentes del arco ideológico. De lo que se sigue que muchas de las ideas que están en los orígenes de estas producciones -sean leninistas,
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trotskistas o conservadoras- en ese proceso de catacresis –de dar vuelta los conceptos- son modificadas; e inclusive porciones importantes de esos “credos”, desechadas. Esa fue la particular experiencia de Hernández Arregui o de José Carlos Mariátegui, por ejemplo, respecto del marxismo. Vida y episteme I En la formación intelectual más temprana de Arturo Jauretche, está toda la cultura civilizadora y conservadora de la época, fomentada por una familia con ese perfil. Don Arturo recuerda aquellas lecturas a las que lo obligaban su madre y el medio social: respondían al propósito de hacernos ‘cultos’ y que yo tomaba como remedios, como el aceite de castor e hígado de bacalao, haciendo una mala cara pero afrontando la necesidad; ellas me introdujeron a empujones en el mundo de la Pax Británica y terminé por habituarme y hasta necesitarlas.68 Ésa fue la formación básica de don Arturo, por eso su inicial patriotismo se identificaba con la ‘civilización’, y civilización con la imagen de un país bárbaro y primitivo que debía realizarse, llevado de la mano y siguiendo los ideales propuestos a la periferia desde el centro, que los irradiaba envueltos en palabras bellas y en imágenes de prosperidad material.69 El estudiante destacado no podía pensar de una manera muy distinta a la de sus maestros y padres: Ésta es la única explicación que tengo para la posición ideológica y política que adopté [...] y con la cual entré en la vida política, tal vez un poco empujado por la filiación política de mi casa.70 Es indudable que esa socialización y formación intelectual lo llevó a ser secretario del partido conservador de su pueblo y a combatir al radicalismo, tal como lo señala en el citado libro de memorias. Como ha dicho de él su amigo personal, cofundador de FORJA, Darío Alessandro: Jauretche era un conservador, por formación intelectual y contexto familiar.71 Ése era el marco de ideas, en el cual estaba Francia con Gran Bretaña para iluminar al mundo con su cultura –Francia era la luz y Gran Bretaña el navío que la transportaba- que irradiaba hasta Lincoln [pueblo de Don Arturo] y a los más remotos rincones de la China [...] esto se decía así enfáticamente hasta hablando en privado [...] Y no era cinismo. Era la mentalidad de una época y nadie percibía el racismo que estaba implícito ni la desigualdad de las condiciones. Por eso, dice Jauretche, entré mal pisado
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como casi todos mis contemporáneos medio leídos, cultivando la idea sarmientina, racista y neocolonialista [del país]. 72 Sobre esta cuestión, nuestra percepción es que Jauretche fortaleció esa socialización familiar y esa aproximación juvenil a la política con la lectura de -entre otros autores- el conservador Gilbert Keith Chesterton (1874–1936), a quien él reconoce, inclusive en su madurez, como a uno de sus padrinos intelectuales. La similitud de las argumentaciones de Chesterton -sobre todo las de la Breve Historia de Inglaterra- con ciertas propuestas de Jauretche son obvias y no casuales. Resulta evidente, entonces, que no creemos que Arturo Jauretche haya llegado a ser un revolucionario y el más destacado intelectual del llamado pensamiento nacional haciendo una “autoextirpación” -como quien extrae una vesícula- de aquel proceso de formación intelectual y vivencial de su niñez, adolescencia y primera juventud. Tampoco parece adecuado -porque pueda resultar “poco decoroso” hablar del conservadorismo de Jauretche- que esa extirpación tengamos que hacerla nosotros. Nuestra aproximación a su pensamiento está lejos de ese tipo de miradas y más cerca de la historia. En ese sentido, deberá tenerse en cuenta que el conservadorismo, en la Argentina, si bien puede rastrearse desde el fondo de la historia nacional, tiene un punto importante de conformación en las fuerzas porteñas que aglutina -hacia fines del siglo XIX- Adolfo Alsina en el Partido Autonomista y, luego, con el impulso de Nicolás Avellaneda, en el Partido Autonomista Nacional (P.A.N.), que terminará siendo la fuerza que posibilitó las presidencias que consolidaron la Argentina oligárquica, desde 1880 hasta 1916. Se trata de un partido en el que confluyen ex unitarios y federales, la aristocracia terrateniente y el “orillaje” popular de Buenos Aires. En ese partido de boinas coloradas se formarán hombres cuyos nombres serán, más tarde, sinónimo de la lucha contra el mismo régimen conservador de la oligarquía: Leandro Alem, con un creciente liderazgo en los arrabales porteños, llegó a ser ministro de Guerra y Marina del presidente Nicolás Avellaneda, e Hipólito Irigoyen, un ex empleado de Aduana y comisario de Balvanera, que fue inclusive diputado provincial por el alsinismo.73 Estamos diciendo que la Unión Cívica Radical (U.C.R.), en la que luego militaría Jauretche, reconoce, en la figura de dos ex “panistas” (Alem e Yrigoyen), a sus fundadores. Porque, en verdad, la U.C.R. va a ser un espacio de renovación política, en el que -entre otros aspectos- muchos
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conservadores del viejo Partido Autonomista Nacional encontrarán una nueva forma de realización militante y otros lo verán –simplementecomo una nueva forma de mantenerse en el poder. Si esto pasó con Alem e Yrigoyen, ¿por qué no podría haber pasado algo similar con don Arturo? O, dicho de otra manera, ¿por qué sería “poco decoroso” señalar que esa experiencia conservadora ha dejado ciertas huellas en su pensamiento? El hecho de que su vida y pensamiento hayan distado posteriormente- de lo que políticamente consideramos un conservador, en el sentido de “celador de la preservación de las estructuras básicas de la sociedad”,74 no debería hacernos pasar por alto lo que él mismo dice en sus recuerdos y reflexiones maduras. Por supuesto que Jauretche reaccionó contra esa herencia conservadora, pero, como él mismo rememora, eso ocurrió después y no cuando tenía pantalones cortos, ni siquiera cuando los primeros largos o mi primer bigote. Bastante después.75 Reiteramos, no hay que confundir el parto con el acta de nacimiento. No obstante, la pregunta por el legado, por la huella que dejó en Jauretche aquella primera experiencia política, es un terreno cenagoso, de difícil tránsito. No sólo por los escasos datos con que contamos de su vida en esos primeros años, sino además porque la escasez de textos explícitos y la discutible especificidad de sus contenidos entorpece una definición precisa y rigurosa del pensamiento político conservador de Latinoamérica,76 que llega ciertamente desde Inglaterra, pero, fundamentalmente, a través de la experiencia española, y desembarca en estas tierras con todas sus contradicciones y pragmatismo, tal como lo consigna José Luis Romero en uno de los escasos estudios sobre el tema. Como se ha anticipado en la introducción, si Jauretche no pone en evidencia un marco teórico, en reiteradas oportunidades deja sentado -para quien quiera verlo- el lugar desde donde piensa y escribe y, en ese sentido, creemos que revela sus raíces conservadoras al menos en dos aspectos: la importancia de los saberes populares construidos en la historia y el rechazo a la pretensión de conocer y transformar la realidad desde aproximaciones teóricas. Cuestiones éstas fuertemente articuladas en una actitud y ángulo de conocimiento de la realidad, que Jauretche incorporó en sus primeros tiempos para, luego, en sus años de universidad, completar esa perspectiva desde una dimensión latinoamericanista, nacional y antiimperialista.
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Conservadorismo y crítica al racionalismo Cuando los hombres dejen de ser abstracciones, la civilización y la barbarie sarmientinas serán otras dos abstracciones que dejarán de regir nuestro pensamiento. Arturo Jauretche77
Aunque el de Jauretche es un pensamiento que se pretende nacional y autónomo, fuertemente crítico de las estructuras coloniales en el plano cultural, económico y político, es preciso echar mano de autores europeos para dar cuenta de ciertas influencias epistémicas. Lo que no significa que estemos pensando a Jauretche desde Europa, sino que, por el contrario, estamos reconociendo que un pensamiento original, nacional y latinoamericano -al menos en los siglos XIX y XXno parte de cero, de una tabla rasa. Jauretche, como tantos otros, es hijo de una cultura colonial y, por lo tanto, tiene esas influencias que la dinámica política, el contexto histórico y la actitud del sujeto ante éste, se encargan de modificar. Nos remitiremos entonces no a Chesterton, sino a las fuentes mismas del pensamiento conservador. El conservadorismo, como tradición, tiene en Edmund Burke (1730–1797), con sus textos críticos a la Revolución Francesa, uno de sus pilares básicos que, partiendo del cuestionamiento a la férrea confianza en el progreso y la razón, propios del liberalismo de entonces, sienta las bases de esa tradición política. Dentro de ella, habrá otras expresiones que, como está claro en todo manual de ciencia política, son caracterizadas como conservadorismo reaccionario, para distinguirlo de la línea que funda Burke. Esa línea reaccionaria (Joseph de Maistre, por caso) se diferencia de Burke por una posición más hostil ante los cambios e innovaciones; es una postura anclada en el pasado, restauradora. En cambio, el conservadorismo de Burke es un pensamiento del presente -así se define- no atado al pasado, con una posición más abierta respecto a las transformaciones (un estado que no cambia, es un Estado que muere78), pero advierte que los cambios deben respetar los tiempos de la cultura construida a través de la historia. En sus textos sobre la Revolución francesa, hay una dimensión epistémica muy interesante, en la medida en que se cuestionan, por primera vez, las formas de conocimiento que privilegian la razón y la
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estricta deducción en las relaciones humanas, como si se tratara de “geometría” y no de personas. Para la perspectiva política de Burke, esa forma de razonamiento es considerada muy limitada para los asuntos humanos, de ahí su fuerte antiintelectualismo. Dice Mefistófeles a su interlocutor: Toda teoría es gris, amigo mío, y verde es el árbol de oro de la vida,79 palabras que podrían ser respaldadas por Burke. Sus Reflexiones sobre la Revolución constituyen el primer gran cuestionamiento al racionalismo iluminista, revalorizando -entre otros aspectos- lo inconsciente o lo prerracional de la sociedad. Las personas y sus relaciones exigen un tipo de conocimiento que surja no sólo de la lógica, sino también de los sentimientos, las emociones y la experiencia histórica de la comunidad. En esta línea, el sentido común -el “prejuicio”, en términos de Burke-, aquello que es anterior al juicio pero que inclina nuestras argumentaciones desde la cultura, tiene una sabiduría intrínseca, anterior a la razón, que la lectura racionalista de la política desecha. Ese “sentido común” es para los conservadores como un epítome, un resumen o síntesis de lo más importante de la sabiduría, que se ha acumulado a lo largo de la experiencia histórica y en la que hemos sido socializados.80 Desgajados de esta fuente de conocimiento percepción popular, entendimiento o conocimiento común a las personas de una nación- no sería posible la existencia del Sujeto. Como puede advertirse, irónicamente, la idea burkeana de prejuicio alimentó el acopio de ideas democráticas de la voluntad del pueblo,81 con el alcance de que el sentido común, que está en las mayorías, ocupaba un lugar relevante como fuente de conocimientos para la interpretación de la sociedad y de la política, como también de su ritmo y sus fines. Quizá sólo en este punto haya un acercamiento entre Burke y Rousseau, en la referencia que el segundo hacía a la voluntad popular. Pero sólo es un punto de contacto en la medida en que, para el primero, la voluntad general verdadera tendría que ser el resultado de un desarrollo de lo tradicional en la conciencia popular.82 Otros conservadores, en esta misma línea que desdeña el racionalismo y la práctica política que de él deriva, han hablado del “conocimiento de” frente al “conocimiento sobre”. No es nuestra intención presentar una dicotomía en las formas del conocer, estamos muy lejos de ello, pero tal distinción nos sirve para poner en evidencia esta perspectiva. William James ve las cosas de esta manera y llama “conocimiento de” al que surge de nuestra experiencia, individual y
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colectiva; es un conocimiento que se basa en el orden práctico, es parte vital de nuestras vidas porque es el conocimiento que deriva de nuestro proceso de habituación. El segundo, el “conocimiento sobre”, es el que aprendemos del libro de texto sobre algo que es ajeno a nosotros. Si el sentido práctico predomina en el primero, aquí predomina la abstracción y la generalización. El conocimiento “acerca de” la pintura, de la música, requiere estudio. Pero el conocimiento “de la” música o del arte, requiere el tipo de conocimiento que sólo puede tener un pintor o un músico. Otro destacado conservador, Michael Oakeshott, lo plantea en términos de “conocimiento de la técnica” y “conocimiento práctico”.83 Llevado esto a los principios de la acción política, sólo quienes tienen “conocimiento de” pueden proporcionar los medios prácticos para comprender a la sociedad y hacer un buen gobierno. Ésta es la crítica conservadora a todo tipo de acción política derivada de un marco teórico o ideológico a priori, desde donde -se plantea- se sabe mucho de ideas, pero poco del sentido práctico y de oportunidad que requiere la vida política. El pensamiento conservador ha desdeñado, desde Burke en adelante, la idea de cierta intelectualidad que señale el camino de las transformaciones políticas, en la medida en que sus abstracciones no posibilitan pensar en las personas concretas, sus hábitos, usos y tradiciones. Es una condena a la política que se promueve desde definiciones previas, como la aplicación de fórmulas para resolver un problema matemático o de geometría y “la desconexión con lo real” a que conduce. Puede que esté allí el origen del familiar lamento en la historia de la humanidad de que los gobiernos estén en manos de ingenieros, tecnócratas y otros especialistas académicos.84 Burke pone, entonces, en tela de juicio la posibilidad de que el arte del gobierno y la comprensión sobre la sociedad para modificarla puedan enseñarse como una ciencia que posibilite resolver los problemas, aplicando axiomas, teoremas o teorías. La ciencia de construir una comunidad, de renovarla o de reformarla, no puede, como ninguna otra ciencia experimental, enseñarse a priori.85
Intelligentzia y pensar teórico ¿De qué manera esa crítica conservadora pervive en la producción de Arturo Jauretche? El rechazo a la pretensión racionalista
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de conocer y transformar la realidad desde aproximaciones teóricas llega a conformar un aspecto central en la perspectiva de Jauretche. Su vehemencia toma, muchas veces, un tono burlón al hablar de la construcción de anteojeras que no permiten ver y pensar nuestro mundo. Esas anteojeras las conforman las teorías que llevan a los intelectuales -siguiendo criterios de analogía que siempre se presentan en forma precisa y minuciosa- a aplicar el mismo cartabón que lo mismo sirve para Alemania o Italia que para América del Sur o la India. Para eso son cultos.86 Las dificultades para comprender la propia realidad son, desde ese lugar, enormes. Allí, en esa desconexión entre teoría y realidad, ve don Arturo la clave de los grandes desencuentros entre la intelectualidad argentina y la vida política de su país. Respecto a este desencuentro, rememora –con su habitual estilo burlón- una de sus anécdotas mesopotámicas: Me acuerdo del loro de un inglés que conocí en el Chaco; al loro y al inglés. De pichón fue de un paraguayo, y llegó al inglés de manos de un chacarero checoslovaco. Era un loro culto: guaraní, español, checo e inglés; se zafaba en cuatro idiomas pero nunca acertaba con el del oyente.87 Pues bien, como la vida de aquel loro parecía ser, al menos para Jauretche, el problema de los intelectuales argentinos con la realidad: sus ideas no correspondían con el contexto y la historia; desencuentro y desconexión que no les posibilitaba “pensar” el entorno, pero sí “caracterizar” la política y la vida de la sociedad en la medida en que ese discurso teórico era “ontologizado”; una interpretación teórica que se convertía en lo real, muy lejos de poder percibir el momento y menos aún las posibilidades de su desarrollo posterior. Así, estos pensadores – dice Jauretche- son de la misma índole de los médicos que le proponen complejos vitamínicos al que está necesitando un churrasco y de los que dan conferencias de higiene a los santiagueños cuando necesitan agua corriente.88 La realidad, desde esta práctica, pareciera esperar ser exorcizada contra las teorías, en lugar de ir del hecho a la ley van de la ley al hecho, partiendo de ciertas verdades supuestamente demostradas –en otros lugares y en otros momentos- para deducir que nuestros hechos son los mismos e inducir a nuestros paisanos a no analizarlos por sus propios modelos y experiencias.89 Una actitud que, por cierto, no es nueva en la producción de ideas, como bien lo ha señalado Octavio Paz: La tentación de la geometría es la tentación intelectual por excelencia. Es la tentación del Cesar filósofo. Debemos cultivar y defender la particularidad, la individualidad y la
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irregularidad: la vida.90 Para Jauretche, esto era un problema de método.91 Hoy podríamos decir -en principio- que, más que de método, es un problema epistemológico con claras y profundas consecuencias políticas, que lleva implícito otro, un problema de lenguaje. Porque la lectura de la realidad desde estos lugares, desde este ángulo, exige un lenguaje apropiado y tan elaborado como la moda discursiva y teórica que se adopta. Claro está que ello implica que se pierda la dicción clara, el lenguaje directo y conversado que posibilita comunicar ampliamente las ideas, que muchas veces queda encerrado en islas discursivas y limitado políticamente. El esnobismo intelectual, señala Jauretche, reprime lo emotivo, lo afectivo y lo cordial, que pueden hacer más comunicables los argumentos y las abstracciones, con la consecuencia directa de la incomunicación con quienes viven esa realidad que es pensada, reduciendo fuertemente -o anulando- el efecto político de esa transmisión y socialización de ideas. Cuando Jauretche hablaba de la intelectualidad argentina, utilizaba el descalificativo de intelligentzia. Pues bien, ¿por qué eligió esa expresión? Según parece, ella fue empleada por primera vez en Rusia, en el siglo XIX, haciendo referencia a quienes habían pasado por las universidades y recibido una “cultura”, una instrucción de carácter “occidental”, digamos, más precisamente, europea. Grupos poco numerosos, no integrados a los cuadros tradicionales, se reclutaban entre los segundones de las familias aristocráticas, los hijos de la pequeña burguesía, o incluso de campesinos acomodados; desligados de la antigua sociedad, se sentían unidos por los conocimientos adquiridos y por la actitud que adoptaban respecto al orden establecido. El espíritu científico y las ideas liberales contribuían igualmente a inclinar hacia la revolución a la intelligentzia que se sentía aislada, hostil a la herencia nacional.92 Esta lectura de Raymond Aron coincide con la caracterización de Jauretche y le da cuerpo cuando señala, además, que en las sociedades donde la cultura moderna surgió espontánea, progresivamente, del terruño histórico, la ruptura con el pasado no tuvo esa brusquedad. Los diplomados no se distinguían tan netamente de las otras categorías sociales; no rechazaban sin condiciones la estructura secular de la vida en común.93 Así como en la Rusia de fines del siglo XIX, en Argentina, la intelectualidad se estructuró hostil a la herencia nacional y promovió una ruptura sanadora con el pasado y una mayor desconexión con la
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realidad, dado que su reflexión no dejó de aferrarse a teorías que correspondían a otros contextos. En síntesis, el fenómeno de la intelligentzia implica, entre otras cuestiones, pensar desde la teoría hacia la realidad, una comprensión libresca de la vida social. El mismo Burke había señalado –con respecto a esta desconexión- que las objeciones de estos especuladores, cuando las formas no cuadran con sus teorías, son igualmente válidas contra un gobierno antiguo y benéfico que contra la tiranía más violenta o la usurpación más descarada.94 Casi en los mismos términos que Burke -aunque varios siglos después-, acusando de “iluministas despóticos” a sus contrincantes políticos de izquierda o derecha, Jauretche lanzará sus críticas hacia uno y otro lado, como se verá en el capítulo VI, en el que abordamos su visión de la política. En esta línea de argumentación, es interesante destacar -tal como lo ha señalado Nelson Maldonado Torres en los comentarios a este trabajo- que Jauretche, al reflexionar desde la periferia del mundo un locus de enunciación distinto a la Inglaterra de Burke-, no sólo incorpora esas influencias a un ángulo epistémico distinto, sino que extiende esa crítica burkeana a la abstracción hacia el colonialismo cultural que campea en nuestras tierras. El razonar desde la diferencia colonial convierte este aspecto central del conservadorismo europeo en una crítica radical a la colonización intelectual. Un ejemplo más de cómo ciertas pautas del pensamiento en el centro del mundo -desde el marxismo al liberalismo o, inclusive, al fascismo- toman otras formas cuando son recuperadas desde la periferia. Esta cuestión es aclarada por el mismo Jauretche: esas elaboraciones teóricas lo mismo sirven para un fregado que para un barrido. Pueden servir para el ascenso social del pueblo y hasta para el propio desarrollo del capitalismo nacional, como pueden servir para lo inverso. Todo está en cómo se los maneje y para que fines.95 Él mismo lo había experimentado con su formación conservadora. Esta relación entre abstracción y colonización, aunque no se trata, por cierto, de una vinculación ineluctable, será puesta en evidencia años más tarde por intelectuales latinoamericanos como Octavio Paz, quien afirmaba que la tragedia de América Latina ha sido que nuestra modernización, iniciada con la independencia, se ha malogrado porque no corresponde a nuestra tradición ni a lo que somos realmente. El liberalismo, el positivismo y el marxismo leninismo, han sido acogidos por los intelectuales latinoamericanos como recetas abstractas; ninguna de esas
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doctrinas ha sido repensada por y para los latinoamericanos.96 Lo popular como vértice epistémico Y los pobres ignorantes se encontraron con que tenían mejor cosa que aprender; y se prestaron a ello mucho más que sus compatriotas educados, por lo mismo que no tenían nada que desaprender. G. K. Chesterton97 En mí creo que ganó la cultura paisana – o, si Ud. quiere, la barbarie- que seguramente será poca, pero buena porque está hecha a base de sentido común y contacto con la realidad. Arturo Jauretche98
El Chesterton de la cita, el de la Breve historia de Inglaterra, que retoma uno de los aspectos sustanciales del pensamiento de Burke, era uno de los autores admirados por Jauretche y su mirada cala tan fuertemente que lo señala -junto con José Hernández, el cura Leonardo Castellani y Aldous Huxley-99 dentro del grupo de los intelectuales que lo respaldan, sus padrinos, como le gustaba decir. Esto también está en relación a cómo pensaba su propia vida y de qué manera comenzó a dejar de lado algunos aspectos de su formación para reivindicar otros saberes y recuperar una sabiduría prohibida que [de jóvenes] debíamos mantener oculta porque perjudicaría nuestra reputación intelectual de buenos alumnos.100 Como lo ha señalado el mismo Jauretche, su niñez y juventud estuvieron atravesadas por dos culturas -como la de todos los argentinos, agregaba-: una a la vista, que identificábamos con el guardapolvo escolar; era la que exhibíamos ante los mayores y en la escuela. Otra, secreta,101 era la cultura de quien construye saberes a partir del contacto con la naturaleza y el medio social sin encorsetamientos institucionales. Así, hubo otro pequeño Jauretche, el otro chico, el lagunero, el de las rabonas, y sobre todo el amigo de los paisanos quedó latente en mí. Estuvo esperando con su realismo, con su humildad, a que yo me sacara el guardapolvo, me desnudase de un ropaje que era como una arquitectura que dificultaba el
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contacto con el mundo concreto.102 Pero, para esa ruptura, parte de su bagaje intelectual le es muy útil. Serán las argumentaciones conservadoras sobre la validez del saber social construido en la historia las que le facilitarán esa opción por el “pibe lagunero”. Al tiempo que comenzaba a criticar el eurocentrismo en la forma de ver el mundo, valorizaba los saberes de los sectores populares, en la medida en que -siguiendo su cita de Chesterton-, a diferencia de sus compatriotas educados, no tenían nada que desaprender. Su propuesta parte de “pensar la realidad concreta”, no con los instrumentos de la teoría -aunque sin descartarla-, sino desde otro ángulo. Jauretche hace directa referencia a un lugar social desde donde comenzar a pensar: En realidad, el problema está resuelto en el seno de las multitudes. Se trata de encontrar el lenguaje común y los tópicos concretos que deben enderezar su acción para que inteligencia y pueblo no se enfrenten con la falta de inteligencia de los inteligentes [...] no hay mayor sabiduría que la de saber dónde aprieta el zapato. El hombre común lo sabe y por eso es más inteligente que los inteligentes. No sabe con mucha precisión qué es lo que quiere, cosa en cierta manera técnica, pero sí sabe qué es lo que no quiere, porque sobre eso lo ha informado la experiencia, una experiencia a contrapelo en un aprendizaje contra escuela, libros, diarios, locutores, maestros y conferencistas...103 Jauretche, como ya señalamos, vivió entre una cultura de abstracciones, “culta”, “civilizada”, la de la escuela y la familia, pero también experimentaba -como el mundo que está en la frontera- una forma distinta de construir el conocimiento, de construir saberes, donde los pastos sirven de brújula y las estrellas de rumbo y se miden las distancias por accidentes del terreno que el profano no ve en la aparente igualdad de todo. Allí hay en cada cabeza una cartografía que registra todas las rastrilladas y todos los posibles cruces de rastrillada a rastrillada, y las aguas y su grado de salinidad según la época del año [...] una ciencia que se mueve entre el saber y el pálpito, o lo que dicen instinto, que me parece es una sabiduría que no sabe que lo es. Por eso es prudente.104 Ese saber popular es, para Jauretche, el punto de partida de un pensar arraigado en la cultura y una forma de pensar desestimada por los saberes teóricos y abstractos, desdeñada, desde Sarmiento en adelante, como expresión de la barbarie.
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Y aquí comienza a deslizarse el propio Jauretche a la primera cuestión planteada respecto a su visión conservadora: el lugar de los saberes populares en el conocimiento y construcción política. No es casual la cita de Chesterton en el comienzo de Los profetas del odio. Para don Arturo, lo popular, esa forma de ver el mundo, es -o debiera ser- la fuente de la actividad intelectual. Afirma, entonces, tomando la expresión de un nacionalista como Ernesto Palacio, que hay que escribir y pensar desde el pueblo; es decir, desde la realidad expresada por su agente humano y natural, lo que supone integrarse en el mismo abandonando la presunción básica de la intelligentzia, que es su atribución de un status de carácter intelectual diferenciado del pueblo y rector de éste.105 Lo popular es el segado, pero siempre resurgente manantial, que rechaza lo que no es nuestro o lo recrea sobre la realidad y lo hace nuestro cuando lo cambia y lo adapta.106 Fuente que sólo puede reconocerse con el oído pegado a la tierra en que nació y oye el pulso de la historia como un galope a la distancia.107 Así, el modo de pensar que se promueve tiene como base de conocimientos una forma de registro que es el saber popular acumulado a través de la historia. De manera que, si lo concreto -y una prudente toma de distancia con la mirada teórica- es central en su propuesta, también lo es llevar al plano de la inteligencia política, el modo común de ver las cosas por los hombres de pueblo que, sin el bagaje del colonialismo mental, acostumbraban a pensar sus problemas en el orden de la naturaleza, estableciendo su magnitud e importancia en razón de su proximidad e intereses inmediatos.108 Aquí seguramente puede hacer “ruido” la noción “los hombres de pueblo”; para una apreciación rigurosa puede resultar un tanto difuso y se podrá requerir mayor precisión. En ese sentido, pues, no es ajeno a Jauretche un análisis de clase: Los trabajadores y la alta clase ligada a la estructura de la Argentina perimida no necesitan hacer esa introspección porque ya lo saben. Esos sectores son congruentes porque no se manejan a nivel de ideologías, sino a nivel de hechos concretos [...] en cambio la confusión se produce en las clases intermedias y dentro de éstas, particularmente, en aquellos que queriendo constituir la inteligencia argentina son solo la intelligentzia...109 Desde allí piensa, escribe y cuestiona lo que denomina “intelligentzia”, que frecuenta con éxito las cumbres del pensamiento pero no baja de las cumbres a la esquina de café y a la cancha de fútbol, donde tiene todavía que aprender las primeras letras del alfabeto de la realidad,110 lo
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que -retomando a Chesterton o a Burke, como se quiera- implicaría, para muchos intelectuales, un ejercicio de desaprender. Esta cuestión nunca dejó de despertar interrogantes en Jauretche: ¿Porqué acertábamos los ignorantes y se equivocaban los sabios? Esto no es un elogio de la ignorancia, sino simplemente la prueba de que el buen sentido es mejor que la erudición sin sentido.111 El otorgarle valor de fuente inagotable de conocimientos sociales y políticos a lo popular y pensarlo como punto de partida para toda transformación, era algo que Jauretche sugería vehementemente, a la vez que ponía distancia con quienes partían -por izquierda o derechadel principio de que “hay que educar al soberano”. Aquí encontramos una directa vinculación entre ángulo epistémico y propuesta de construcción política, en la medida en que se aspira a construir poder político de una manera específica: desde las mayorías populares y con ellas. Sin esas mayorías –para Jauretche- toda política, así sea en nombre de ellas o excluyéndolas, toma la forma del autoritarismo iluminista. En el Peronismo hubo siempre, por parte de los intelectuales vinculados al movimiento, una referencia a esta cuestión, sin hablar nunca de lo popular como vértice epistémico. Quizá haya sido Rodolfo Kusch quien, con mayor profundidad filosófica, pensó la cuestión, al señalar que el pensamiento popular es, en gran medida, fundante para todo pensar. Pero advierte que, para develarlo, quizá tengamos que retomar sectores de nuestro pensar que habían sido dejados de lado por el liberalismo o por la izquierda, para recobrar al fin una política real, encuadrada en una antropología filosófica americana.112 Desde allí, Kusch trata de develar filosófica y antropológicamente -a partir de un amplio trabajo de campo en el noroeste argentino y en Bolivia- los perfiles de este pensamiento popular o ciertos criterios para “dialogar” con él. En ese sentido, señala dos aspectos (para nosotros, centrales) como la negación en el pensamiento popular y una revalorización de la opinión que emerge del conocimiento experiencial cotidiano. Respecto de lo primero, es -esa negación- una respuesta emergente de las situaciones de atraso social, de posibilidades no resueltas o no desarrolladas, por lo cual vivimos en un permanente anti discurso que nos lleva a defender el resentimiento, y que se refleja en las actitudes negativas que adoptamos frente a las propuestas alienantes (de progreso). Por eso somos malos industriales o también pésimos
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revolucionarios.113 Ése es el primer esfuerzo de enfrentamiento con las propuestas que no hunden sus raíces en la cultura, en el suelo, para utilizar la metáfora de Kusch cuando -como forma de dar respuesta a este problema- indicaba que la mejor salida era pensar desde el suelo. Con respecto a lo segundo, señala que se entiende -desde la ciencia social en general- que la opinión da lo aparente y el conocimiento científico, lo esencial. Y reflexiona: Pero el rechazo de lo aparente de un lado y la preferencia de lo esencial del otro ¿no será porque la razón rechaza lo que es naturalmente plurívoco por una simple razón de comodidad? El juicio científico nos dice una cosa, la opinión nos dice muchas. Se hace ciencia para unificar, pero no por eso la realidad será unívoca. Queda la sospecha de que una ciencia realmente positiva, que parta del vivir mismo, puede ser plurívoca. Entonces ¿no será que la opinión encierra toda la verdad, mientras que la ciencia no dice más que una parte de ella? Además, ¿no será que el aspecto negativo asignado al pensamiento popular se debe únicamente a una especie de balcanización del mismo por parte del pensar culto, según lo cual, lo que no es propio, es rechazado porque es confuso? Pero pensemos sólo que lo que es unívoco para la ciencia puede ser claro en sí pero confuso referente al problema, siendo la ciencia nada más que una función disponible, una manera de ver claro, pero que la realidad siempre sigue siendo confusa.114 Kusch escribe más de un texto dedicado a la cuestión y no es éste el lugar para detenernos en ellos; no obstante, hacemos referencia a esa postura porque es un razonamiento filosófico bien fundado de esta perspectiva que hace de lo popular el vértice de un ángulo de mirada y que puede respaldar coherentemente la posición de Jauretche, quien se expide de una forma más sencilla: Se dice del sentido común que es el menos común de los sentidos. El sentido común es simplemente el buen sentido y todos lo tenemos, pero sepultado bajo los resabios que nos deja una formación cultural iniciada para un mundo desvinculado de la realidad y constantemente deformado por los medios de información y de cultura. Lo que pasa es que tenemos dos clases de respuestas: las que damos, y nos damos, como hombres del común, y las que damos y nos damos como “cultos”, contestando al “docente”.115 En su última aparición pública, en Bahía Blanca, durante los primeros meses de 1974, aclaraba su perspectiva y su propuesta en unas conferencias que tituló Metodología para el estudio de la realidad nacional. Allí señalaba que la concepción del mundo forma parte de los procesos
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culturales [...] y el hombre común, al que no lo han mordido los libros, se ubica en el centro del mundo y ve los acontecimientos como en realidad ocurren [...] El hombre del común ve primero y mejor porque aunque padezca de defecto visual por su falta de elementos de apreciación, esto queda compensado por la ausencia de instrumentos negativos que impiden valorar la realidad sin distorsiones.116 Vida y episteme II No cabe duda de que aquellas lecturas de la niñez y la adolescencia, como el clima político ideológico familiar, son muy importantes en la formación de don Arturo, dejando esa huella indeleble en su forma de percibir la sociedad. Pero está claro, también, que la dimensión nacional y antiimperialista de su perspectiva no hunde sus raíces en la tradición conservadora. Para dar lugar a una interpretación más completa de su pensamiento, hay que volver a analizar la manera en que el joven Jauretche se dejó impregnar por la política y las ideas de su tiempo, para que pudiera “dar vuelta” mucho de lo que había incorporado en su casa y en la escuela y terminar de darle forma a su ángulo de mirada. En ese sentido, insistimos, no se puede dar una idea de la epistemología jauretcheana sin hacer referencia al clima histórico, especialmente tratándose de un intelectual que no construye su perspectiva epistémica exclusivamente a partir de una serie de textos que, una vez leídos, lo dejan preparado para interpretar la sociedad de su época. Jauretche no llegó a escribir dos libros que tenía en mente: Los años mozos: Verde pintón y maduro, dedicado a los cambios que hubo en mí en la medida que fui aprendiendo a ver, y lo que vi sin los anteojos deformados que llevé antes de llegar a hombre, que abarcaría su vida desde 1914 a 1943; y el otro, Los altos años, en el que analizaría su madurez. Indudablemente, esos textos nos habrían iluminado respecto a cómo impactó en él todo el clima de época donde se cruzaba el Radicalismo de Yrigoyen, el APRA, la Revolución mexicana, la Reforma Universitaria y la experiencia de Sandino en Nicaragua. Porque, efectivamente, el otro momento crucial en la vida de Jauretche, que incide mucho en la elaboración de su perspectiva, es la militancia radical. Esa entrada en el radicalismo -atento a los procesos políticos latinoamericanos- lo
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diferencia de aquellos ex “panistas” y conservadores que ven, en la UCR simplemente una forma más de continuar vinculados al poder y que terminarán siendo el grueso de los radicales antiyrigoyenistas o antipersonalistas y alvearistas que convertirán al radicalismo en un dócil instrumento de la economía dependiente del imperialismo británico, luego del golpe de 1930. En ese radicalismo yrigoyenista, habrá hombres que influirán con fuerza en el pensamiento de don Arturo Jauretche. Como ya se ha comentado, se destaca Homero Manzi, un compañero de facultad, cuya relación de amistad con el joven Jauretche excedía claramente los marcos militantes y, quizás por eso mismo, fue fundamental en su ingreso al radicalismo entre 1925 y 1926.117 Lo importante es destacar que Jauretche se incorpora a un radicalismo que tenía sus particularidades, dadas, en gran parte, por los militantes de más larga trayectoria en esa corriente. La pregunta clave será, entonces, acerca del tipo de radicalismo que profesaba esa militancia en la que se involucra Jauretche, que, lejos de profundizar su costado conservador, le aporta una gran dosis de nacionalismo democrático y antiimperialismo, que terminará completando su mirada. En ese espacio de militantes, resalta una figura central, de profunda influencia intelectual en todos ellos: Manuel Ortiz Pereyra. Conviene detenernos un poco en él. Ortiz Pereyra era dieciocho años mayor que Jauretche; había nacido en 1893, en la provincia de Corrientes. Cuando nuestro hombre se sumó al radicalismo, Pereyra ya había sido senador en su provincia por ese partido, ministro de Gobierno en Catamarca, Jujuy y La Rioja y, durante el segundo gobierno de Yrigoyen (1928–1930), se había destacado como Fiscal General de la Nación. Un militante radical de primer nivel que, cuando Jauretche inicia su militancia radical, ya tenía una trayectoria prolijamente nacional y antiimperialista, con un marcado nacionalismo democrático. Cuando Yrigoyen fue derrocado por el golpe de 1930, Ortiz Pereyra renunció a su cargo de fiscal –desde donde había acusado permanentemente a la Liga Patriótica y a la Asociación Nacional del Trabajo-118 y se convirtió en el defensor de Yrigoyen frente a las acusaciones, demandas y juicios de los golpistas. Para entonces, Ortiz Pereyra había escrito tres libros que fueron silenciados: La tercera emancipación nacional (1926); Por nuestra redención cultural y económica (1928) y La liga Patriótica y la Asociación Nacional del Trabajo: instrumentos del capitalismo antiargentino (1929). De ellos, los
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dos primeros son fundamentales en la construcción de la mirada nacional que tomará formas más definidas hacia los años cuarenta, sobre todo en el pensamiento de Jauretche. Como parte de su lucha contra la “domesticación” del radicalismo, Ortiz Pereyra crea, junto con Julio Barcos, la “Concentración de izquierdistas de la Unión Cívica Radical”, con el lema: Ciudadano radical: ¡¡conserve su izquierda!! Ahí está su corazón y sus mejores sentimientos de justicia social. Esta agrupación funde los planteos de transformación social, propios de la izquierda, con una dimensión nacional-democrática. Ciertamente, es un ángulo nuevo para mirar la política, ya que se trata de una fuerza que se basa no en teorías sociológicas sino en proposiciones concretas en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, consultando la realidad del momento.119 Desde ese lugar de militancia -y cuando la domesticación radical era ya inevitablePereyra promueve -junto con Juan Fleitas, Félix Ramírez García, Homero Manzi, Gabriel del Mazo, Darío Alessandro y otros radicales, entre los que se encuentra Jauretche- la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, FORJA. Jauretche, a la sazón, entronca su vida con esta militancia radical, que tiene un perfil muy especial. Pensemos que, en los textos de Ortiz Pereyra que hemos mencionado, ya se anticipan -por casi una década- algunas líneas que Jauretche retomará con mucho ímpetu: la importancia de fortalecer la cultura nacional, la dependencia cultural, el nacionalismo democrático, etcétera. Estamos señalando que ese contexto de época fue muy rico y que Jauretche lo articuló de una forma muy particular, pasando por un tiempo en que andaba como zapallo en carro, de un lado a otro, tironeado por los falsos mentores, que había también en cada uno de esos espacios a los que Jauretche se acercó. Pensemos, por ejemplo, que el movimiento reformista -por el que había transitado años antes- había albergado no sólo a jóvenes como Jauretche, sino a “mentores” que enriquecerían las filas del Socialismo Independiente o serían, luego, reconocidos fascistas.120 Algo parecido podría decirse de la “Unión Latinoamericana”, fundada por José Ingenieros. Lo cierto es que Jauretche pasó por esos lugares, haciendo sus lecturas, tomando algunas ideas y dejando otras, pero fue su acercamiento al radicalismo desde el lugar que ya comentamos lo que le facilitó el camino hacia su madurez intelectual, en los años treinta, dentro de FORJA. Allí, esos escritos “preforjistas” de Ortiz Pereyra y su propia prédica debieron ser fundamentales para el
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joven Jauretche, sobre todo en la incorporación de lo nacional como complemento imprescindible de su ángulo epistémico. Pero, rememora Jauretche: Eso lo logré mirando desde el país hacia la teoría, y no como lo había hecho antes, desde la teoría hacia el país [...] y empecé a ver las cosas desde el sentido común, del buen sentido.121 El insumo radical y lo nacional-popular como vértice Siguiendo a Jauretche, y tratando de completar su idea, si es en la esquina de café y la cancha de fútbol donde se expresan las primeras letras del alfabeto de la realidad, es esa cultura y experiencia de vida la principal fuente de lo nacional. Claramente lo señala Jauretche: Ha bastado la presencia de lo social en la historia para que se hiciera presente lo nacional [...] lo nacional está presente exclusivamente cuando está presente el pueblo, y la recíproca: sólo está presente el pueblo cuando está presente lo nacional.122 Así, retomando los razonamientos anteriores, el pueblo -ese sujeto que se acerca más a la realidad que un intelectual refinado porque tiene menos que desaprender-123 es lo nacional. No hay otro lugar, en un país culturalmente colonizado, desde el cual poner en marcha un pensamiento que dé razón de lo que se “es”, y no de lo que “debería ser” o de sujetos “inventados”. Exigir que el artista sea expresión de su medio no significa folklorismo barato, así como exigir que se respete lo preexistente no significa la defensa del atraso cultural. Lo nacional es lo universal visto desde nosotros. En la Argentina es producto de una simbiosis. Todos los elementos que han apuntado a la formación de lo argentino están ya maduros para dar una síntesis que es lo nacional, que no está en el pasado ni detenido en el tiempo, sino que se amasa permanentemente en las costumbres y decires del pueblo.124 Desde su perspectiva, lo nacional, la Nación misma, es una construcción permanente, no algo que ya ha sido creado y que haya que resguardar de las impurezas y transformaciones de los tiempos. Jauretche está bien lejos de cualquier idea esencialista o conservadora de Nación, en el más claro sentido restaurador. De esta manera, Jauretche revierte la percepción de la cultura tradicional -de corte elitista- sobre lo popular, hija de la dicotomía sarmientina “civilización o barbarie”, que se expresó claramente, por
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ejemplo, cuando “la plebe” inundó las calles en las jornadas de octubre de 1945. En esos momentos, el retorno del juicio sarmientino fue estrepitoso en la intelligentzia argentina. Martínez Estrada, Borges, Viñas, Cortázar y otros dan testimonio de ello.125 En Jauretche, lo bárbaro se convierte en pueblo; más aun, revierte en fuente de saberes, experiencia y cultura y es la expresión de lo nacional. Así, si bien en algunas cuestiones esta mirada coincide con el fenómeno que, despectivamente, la academia llamó “populista”, en la medida en que combina -por su propia naturaleza- elementos conservadores y de progreso,126 su propuesta –su mirada- antecede ese “momento populista” argentino propiamente dicho, ya que Jauretche está en esta línea de reflexión desde los años treinta con FORJA,127 tratando de construir hacia fuera y hacia adentro una visión nacional de los problemas con carácter dinámico y adecuado a las demandas cambiantes de la realidad.128 Ahora bien, esto que llamamos “lo nacional y popular” como vértice epistémico no debe ser entendido como una negación del trabajo científico, sino que éste debe ser cotejado con la experiencia de vida propia y del pueblo. El dato científico, para Jauretche, siempre está, de alguna manera, bajo sospecha, ya que no necesariamente es reflejo de lo real. Creo en la eficacia de utilizar como correctivo del dato numérico la comprobación personal para que no ocurra lo que al espectador de fútbol que, con la radio a transistores pegada a la oreja, cree lo que dice el locutor con preferencia a lo que ven sus ojos.129 Y, nuevamente, la cuestión del estaño: La rectificación por la experiencia del dato aparentemente científico exige haberse graduado en la universidad de la vida; por lo menos tener algunas carreras corridas en esa cancha, sin perjuicio de la bastante Salamanca para ayudar a Natura. Porque si el ratón de biblioteca, de hábitos sedentarios y anteojos gruesos, no es el más indicado para corregir el dato con las observaciones, tampoco basta con mirar para ver.130 ¿Qué significa eso? Por ejemplo, ante datos sobre la pequeña y mediana empresa, la contrastación sería simplemente tratar de ver de qué manera el mecánico que está cerca de nuestra casa entra en esas estadísticas. Dice Jauretche: Averigüe qué dato estadístico proporciona el tallercito donde arregla su automóvil, el hojalatero que le arregla el balde, el colchonero, el marquero de sus cuadros, etc. Las múltiples actividades de
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empresarios que calculan los costos a ojo, no llevan contabilidad, no están inscriptos, no registran su producción, eluden los impuestos, etc.131 Esto llevó a que algunos sociólogos académicos calificaran a don Arturo como “parasociólogo”, a lo que Jauretche respondió: Quizá lo soy, pero no por encontrarme al costado de la sociología sino porque les digo: “Pará sociólogo” [...] cuando entran a macanear [...] Todo esto ocurre porque parece que no respeto las reglas del juego en las cosas en que me meto. Las reglas del juego ya tienen todos los hechos, interrogantes y respuestas clasificadas y cuando uno se mete a plantear hechos, preguntas y respuestas que no están en los casilleros respectivos, lo paran a uno diciéndole “para”, que es el modo grave de decir pará.132 Retomando nuestra reflexión, no caben dudas de que la primera experiencia política de Jauretche –su participación en el conservadorismo- le dejó una marca en cuanto a la colocación o ángulo desde el cual mirar y pensar la realidad. Si hasta el momento –en todos los textos referidos a él- sólo se señalaba su origen conservador, nunca se había ensayado una respuesta a la pregunta respecto a la influencia de esa experiencia en su pensamiento. No obstante, si uno mira más ampliamente la tradición conservadora -la defensa de las minorías gobernantes, de la desigual distribución de la propiedad, del desprecio por todo lo que huela a revolución, del valor otorgado a la religión, como el aprecio a un orden jerárquico de la sociedad, etc.- entonces, sí, las distancias con Jauretche son enormes, porque su empeño intelectual estuvo dirigido obstinadamente a promover un país independiente y una sociedad más justa; en términos generales, una revolución nacional y social. En esa línea, pasó de su inicial militancia en el Partido Conservador a la Unión Cívica Radical, para luego concentrarse en la lucha, mediante la promoción del pensamiento nacional (con el peronismo), pero transitando antes por el levantamiento armado durante la persecución al radicalismo, en los años treinta. Una vida que ningún político conservador puede envidiar. En ese sentido, la dimensión epistémica de la mirada de Jauretche, si bien tiene componentes de la tradición conservadora, se completa –como se ha señalado- con su paso por el radicalismo yrigoyenista, construyéndose como una mirada crítica, en el sentido kantiano y marxista del concepto. Es decir, “crítica” no como impugnación, sino como conocimiento y, a la vez, como desenmascaramiento; más claramente,
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como ruptura con el orden de lo dado. Porque se trata de una propuesta epistemológica donde la crítica -el conocimiento- es el sustento de la praxis, de la transformación con base en la expansión de los sujetos.133 Pero, sobre todo, se trata de la construcción de una mirada popular y nacional, en la que lo uno y lo otro se fue amalgamando en distintas experiencias políticas. En cada etapa, los insumos se fueron amasando al calor de las coyunturas, la lucha política, armada, y la producción de ideas. En base a lo comentado, estamos en condiciones de afirmar que no hay en Jauretche un marco teórico que respalde su forma de pensar y articular la realidad. Sostenemos que la suya es una perspectiva epistémica que se construye con materiales que vienen de la práctica y no ligada a marcos conceptuales estructurados o cuerpos teóricos específicos; por lo tanto, tuvo la flexibilidad y el dinamismo que la realidad misma exigía. Éste quizás sea el nudo de lo que, desde otra postura, Hugo Zemelman distingue entre pensamiento epistémico y pensamiento teórico, señalando que el segundo está siempre amarrado a conceptos que no son pertinentes, que no están dando cuenta de la realidad [...] que son acuñados en otros contextos y que muchas veces la academia o la intelectualidad los repite sin revisar debidamente si están dando cuenta de las realidades concretas.134 El pensar epistémico -en su perspectivaconsistiría en un uso crítico de los conceptos, desgajados de cuerpos teóricos, de manera que podamos construir el conocimiento de aquello que no se conoce, lo cual está directamente relacionado no con la capacidad de aplicar teorías, sino de plantearse problemas. Tema éste central en Jauretche -que recuperamos en las consideraciones finales de esta investigación-, pero, para decirlo en los términos de don Arturo, pensar con estaño pareciera ser la propuesta. Por cierto, no debe entenderse esta perspectiva como una crítica a la abstracción o a la teorización en sí; no estuvo nunca en el espíritu de Jauretche y tampoco en el nuestro, más aún cuando la recuperación conceptual que estamos haciendo es fuertemente teórica. Por el contrario, el esfuerzo de Jauretche por crear categorías y conceptos que puedan dar lugar al desarrollo de un pensamiento autónomo está dirigido a desentrañar la teoría que está en los hechos, como solía decir. No obstante, puede haber cierta confusión, ya que, por decirlo de alguna manera, la motivación jauretcheana es, inicialmente,
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la de despejar el campo cuando está lleno de malezas, para que nuestro cultivo tenga lugar. Pero la tarea tendrá éxito sólo si nuestros razonamientos -nuestras semillas- tienen como punto de partida el “suelo”, la historia sedimentada y expresada -de diversas formas- en cultura. La teoría desarrollada en otras latitudes puede ser un buen abono para esa tarea, desde el llano, pero no todo abono sirve para el cultivo. Ése es el punto; la reflexión “desde el suelo”, es lo que permite generar nuevas categorías de pensamiento y posibilita esa catacresis que revierte el uso de los distintos insumos teóricos producidos en diversos lugares del mundo, para enriquecer nuestra mirada y abrir la posibilidad de un pensamiento propio, más amplio. En ese sentido, no es, obviamente, una herencia conservadora lo que aproxima la experiencia de Jauretche a la de otros intelectuales de la periferia del mundo -desde Fanon a Gandhi, pasando por Martí o Mandela-, sino la capacidad de no desconectarse del suelo. Es eso lo que les permite revertir o recrear el marxismo, el nacionalismo, la democracia, el socialismo, el liberalismo, el conservadorismo u otras corrientes, hacia lecturas cargadas de la historia y de las formas de entender la vida en las distintas realidades nacionales, por tanto operantes en su tiempo y espacio. Cada uno de ellos lo ha hecho desde su contexto sociopolítico, pero también desde una historia personal. Jauretche ha pretendido, así, a partir de su experiencia como intelectual, articular un pensamiento propio, fresco y flexible, ante la historia y la política, compartiendo con la mayoría de los pensadores nacionales la voluntad de otorgar potencial epistémico a las distintas experiencias populares de la historia nacional. Las zonceras y la crítica epistémica al poder Como ya es bien conocido, toda lógica de poder tiene argumentos sólidos, que se asientan en lo real, y también sofismas, los que trabajan a partir de argumentos capciosos para persuadir de tal o cual cuestión falaz. Pues bien, en la cultura argentina –señalaba Jauretche- existen sofismas, pero también son muchas las zonceras que hacen que, colectivamente, los argentinos seamos zonzos, más allá de la “viveza criolla”. Dejemos que nos lo diga don Arturo: ¿Los argentinos somos zonzos?, esto es lo que nos faltaba [...] Un amigo que hace muchos años
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percibió la contradicción entre nuestra ‘viveza’ y las zonceras, la explicaba así: ‘El argentino es vivo de ojo y zonzo de temperamento’, con lo que quería significar que paralelamente somos inteligentes para las cosas de corto alcance, pequeñas, individuales, y no cuando se trata de las cosas de todos, las comunes, las que hacen a la colectividad y de las cuales en definitiva resulta que sea útil o no aquella ‘viveza de ojo’.135 La intención de Jauretche es, entonces, la de suscitar la reacción de esa tan mentada ‘viveza criolla’, para que, si en verdad somos vivos de ojo, lo seamos también de temperamento;136 la idea es comenzar a “avivarnos” y dejar de ser zonzos. Ahora bien, ¿en qué consiste la zoncera?, ¿qué es?, ¿cuál es su función? La zoncera, a diferencia del sofisma, carece de argumentación, de razonamiento; son consignas que se instalan dogmáticamente y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo.137 Se trata de una abstracción hecha principio, que funciona como punto de partida para un razonamiento posterior, con una enorme funcionalidad dentro de los proyectos políticos que no parten de un reconocimiento de las demandas nacionales. Porque, en verdad, como bien lo analiza Jauretche y se retoma en el capítulo siguiente, las zonceras son parte de la pedagogía colonialista. Ahora bien, ¿cómo se instalan culturalmente las zonceras? Indudablemente, desde el poder político y la superestructura cultural que legitiman (y, muchas veces, imponen) los pensadores, escritores, pintores, poetas o académicos. Esas zonceras se apoyan en una autoridad y, a partir de ella, cumplen con dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad que la respalda [porque lo dijo tal o cual prócer] y otro, reforzar [dicha] autoridad con la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de Rivadavia. Y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos.138 Indudablemente que esta cuestión va de la mano con una política de la Historia, porque ello requiere convertir a las personas del pasado en “bronces”. Para que esto suceda, el prócer es previamente convertido en “ismo” (el sarmientismo, por ejemplo), de manera que, en el mantenimiento de su figura y de las zonceras que respalda, juega también el interés de quienes viven de ese oficio, las “viudas” que administran su memoria, que cuidan su intangibilidad y cobran los dividendos que les da el sucesorio.139
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El problema de las zonceras está muy vinculado a lo que llamamos una pedagogía de la desconexión. Dice Jauretche: Las zonceras de que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia –y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido. Hay zonceras políticas, históricas, geográficas, económicas, culturales, la mar en coche [...] las zonceras no se enseñan como una asignatura. Están dispersamente introducidas en todas y hay que irlas entresacando.140 Desenmascarar zonceras es develar realidades, desarticular lógicas de poder; descubrir las zonceras que llevamos dentro es un acto de liberación: es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la indigestión alimenticia y la intelectual.141 El edificio de zonceras sobre el que está edificada gran parte de la cultura argentina comienza a derrumbarse no bien nos damos cuenta de alguna de ellas, porque las zonceras se apoyan y se complementan unas con otras, pues la pedagogía colonialista no es más que un puzzle de zonceras. Por eso, a riesgo de redundar, necesitamos establecer, como dicen los juristas, “sus concordancias y correspondencias”, porque todas se entrerrelacionan o participan de finalidades comunes.142 En definitiva, las zonceras son axiomas que provocan una forma especial de desconexión de la realidad, donde ni siquiera es necesaria teoría alguna, se piensa directamente a partir de la zoncera. Son parte de una pedagogía destinada a impedir que el pensamiento nacional se elabore desde los hechos, es decir desde las comprobaciones del buen sentido.143 Finalmente, como una síntesis o consigna abstracta que funciona de punto de partida para el razonamiento, la particular relación que la zoncera tiene con lo real concreto sólo es posible develarla completamente si se tiene en cuenta el proyecto político que respalda o promueve; sólo así se pone en evidencia su sentido de existencia y funcionalidad. Como se verá más adelante, a partir de la argumentación de Jauretche en su Manual de zonceras..., “civilización o barbarie” es la madre de todas las zonceras, lo que convierte a Sarmiento en el gran padre.
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¿Vinos nuevos en odres viejos? Jauretche no aparece con su incisiva pluma porque sí, de la nada o por generación espontánea. Más allá de sus condiciones personales, que hacen de él un gran polemista, es hijo de un contexto y se inserta en una corriente de pensamiento. La pregunta sobre ella o la perspectiva epistémica desde la que Jauretche escribe remite, a nuestro parecer, a una noción que puede ser -para este estudio- de enorme utilidad: la matriz de pensamiento. En este caso, se trataría de una matriz que tiene como base la experiencia popular o la de los sujetos que, en determinados momentos de la historia, protagonizan la transformación de la sociedad en su conjunto. Estamos afirmando que, en la experiencia histórica, en las memorias sociales, en las pautas culturales, en los valores o en las formas de hacer política de los sectores populares, pueden reconocerse -legítimamente- concepciones que, en el transcurso de cientos de años, dieron origen a una “visión de los vencidos” que toma distancia de aquellas elaboradas en el proceso de construcción de la modernidad europea. Más aun, dichas nociones han dado respuesta política -en determinados momentos de la historia- a problemas concretos del conjunto de la sociedad nacional, conformando el sustento conceptual de importantes movimientos de masa y que, más allá del flujo y reflujo de éstos, perviven y se mantienen. Aunque a veces con aparente pasividad -lo que apresura, en muchas oportunidades, funerales conceptuales-, esa matriz persiste con una enorme capacidad de recomponerse y actualizarse, en abierta oscuridad, y es tan arduo comprobarlo como negarlo. Nuestra afirmación no es que esta matriz esté allí a nuestra disposición, lista para que la tomemos o la descartemos como si fuese un libro, sino que sus componentes están dispersos, como un cuadro caótico, en la vida cotidiana de la sociedad, que es la que le da sentido. Así, encontramos esa matriz desplegada en la cultura. La mayoría de las veces es procesada en el ensayo latinoamericano, en los discursos de los grandes líderes populares, en la literatura, en las manifestaciones de resistencia cultural (la música y las distintas formas del arte), en lo que legan las experiencias políticas mayoritarias, etcétera. El otorgamiento de potencial teórico a esos elementos puede reprocesar esas experiencias populares hacia un conjunto conceptual que otorgue continuidad al pensamiento nacional y latinoamericano, a esas
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emergencias, más allá de las discontinuidades de los movimientos populares. Esa matriz, entonces, tal como lo ha ensayado lúcidamente Alcira Argumedo144 -de quien extraemos estas ideas-, es fruto de la voluntad de recuperar y sistematizar el potencial teórico de esas experiencias populares. Nuestra perspectiva, entonces, si bien tiene el horizonte de la política, parte de lo cultural, desde el lugar social y geográfico en que nos colocamos para pensar, sin pretender encasillar a pensador alguno en las distintas tradiciones del pensamiento occidental, sino más bien dar forma a un posicionamiento respecto a la producción de ideas y su necesaria vinculación y dependencia con lo real-concreto, con un contexto histórico cultural. A eso mismo hacía referencia, hace más de diez años, Octavio Paz, al evocar la figura y la obra de Ortega y Gasset. Sobre las ideas, señalaba que no son esencias que contemplamos en un cielo inmóvil, sino instrumentos, armas, objetos mentales que usamos y vivimos. (…) Pero lo que está por debajo de ellas y quizá las determina no es el principio de razón suficiente, sino el dominio de las creencias informes. Las creencias de Ortega y Gasset son [...] las estructuras psíquicas elementales de una sociedad, presente lo mismo en su lenguaje que en sus concepciones del otro mundo y de ella misma.145 Para ser más claros, Paz está diciendo que puede haber muchos determinantes y condicionantes en la producción de ideas -propios de la condición humana-, pero que igualmente determinantes, si no más, son las lenguas, las creencias, los mitos y las costumbres y tradiciones de cada grupo social.146 En el sentido de lo planteado, no quisiéramos perdernos en las definiciones sobre la cultura; para nosotros, lo cultural es simplemente eso que tiene raíces en la vida cotidiana y que, albergando gestos, actitudes y valores, nos otorga pautas para nuestro quehacer diario y nuestro pensar. Es, justamente, lo que tanto le ha preocupado a Rodolfo Kusch: la impronta del suelo en nuestro pensar. No se trata del suelo puesto así como la calle Potosí en Oruro, o Corrientes en Buenos Aires [...] sino que se trata de un lastre en el sentido de tener los pies en el suelo, a modo de un punto de apoyo espiritual, pero que nunca logra fotografiarse, porque no se lo ve. En cierto modo el pobre Marx lo denunciaba en cuanto era un claro producto de una pequeña ciudad alemana y cada pensador lo hace en su producción. Es precisamente [de allí] de donde debemos arrancar para crear una cultura americana.147
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La cuestión es bien profunda, ya que, aunque ese suelo así enunciado, que no es ni cosa, ni se toca, pero que pesa, es la única respuesta cuando uno se hace la pregunta por la cultura [...] es por eso que uno pertenece a una cultura y recurre a ella en los momentos críticos para arraigarse y sentir que está con una parte de su ser, prendido al suelo. Uno piensa entonces qué sentido tiene toda esa pretendida universalidad enunciada por los que no entienden el problema. No hay otra universalidad que esta condición de estar caído en el suelo, aunque se trate del altiplano o de la selva.148 Podemos, entonces, utilizar ese suelo del cual es tan difícil despegarnos y potenciarlo, enriquecerlo, abonarlo y regarlo. En palabras de Kusch, si la cultura es sinónimo de cultivo, debemos comenzar a trabajar ese suelo. Puede que la confusión sea grande, no sabremos cómo empezar, quizá debamos desaprender, no sabemos qué cultivar. No sabemos dónde está la semilla. Será preciso voltear a quien la está pisando. Pero pensemos también que esa semilla está en nosotros. Quizá, entonces, como dice Carlos Fuentes, el desafío indoafroiberoamericano es el de crear una política y una economía que, como la cultura, correspondan, en vez de negarla, a la sociedad civil.149 No es una tarea fácil en un contexto en el cual la estructura cultural y educativa no favorece este tipo de pensamiento. Es un cielo nublado; parafraseando a don Arturo, la Cruz del Sur está cuidadosamente tapada,150 por lo que es fácil perderse. Llegados hasta aquí, dos problemas se abren claramente, que son parte sustantiva de la perspectiva jauretcheana: el problema de la colonialidad del saber y el de la historia, dos ejes de reflexión que retomamos en los capítulos siguientes. 64 Se llama estaño a la barra de los bares. Allí los hombres acodan por un tiempo su vida y discurren sobre ella, cristalizando su experiencia particular en cultura. Arturo Jauretche –cuando polemizaba ante argumentos librescos, lleno de citas- solía decir que le faltaba estaño, le faltaba vida, realidad concreta. 65 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Alianza Editorial. Madrid, 1995. 66 Cangiano, Gustavo. El pensamiento vivo de Arturo Jauretche. En Nuevos aportes sobre Arturo Jauretche. Editado por el Archivo y Museo Históricos del Banco de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Arturo Jauretche”. Villa Lynch, Pcia de Buenos Aires. Noviembre de 2001. 67 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Edit. Corregidor. Buenos Aires, noviembre de 2002. 68 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Op. Cit. 69 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Op. Cit. 70 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Op. Cit. 71 Declaraciones de Darío Alessandro a Ernesto Jauretche, en el video Basta de Zonceras, dirigido por el mismo Ernesto Jauretche, sobrino de don Arturo. 72 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Op. Cit.
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Azaretto, Roberto. Historia de las fuerzas conservadoras. Biblioteca Política Argentina, n°7. CEAL. Buenos Aires, 1983. 74 Romero, José Luis. El pensamiento político latinoamericano. A-Z Editora. Buenos Aires, 1998. 75 Jauretche, Arturo. De memoria: Pantalones cortos. Op. Cit. 76 Romero, José Luis. El pensamiento político latinoamericano. A-Z Editora. Buenos Aires, 1998. 77 Jauretche, Arturo. Política nacional y revisionismo histórico. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, 1959. 78 Burke, Edmund. Textos políticos. FCE. México, 1988. 79 Goethe, Johann W. Fausto. 80 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Op. Cit. 81 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Op. Cit. 82 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Op. Cit. 83 Oakeshott, Michael. El racionalismo en la política y otros ensayos. FCE. México, 1989. 84 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Op. Cit. 85 Burke, Edmund. Textos políticos. Op. Cit. 86 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Y la yapa: La colonización pedagógica. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, 1957. 87 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 88 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 89 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. Prólogo a la primera edición de 1957. 90 Paz, Octavio. Hombres en su siglo. Seix Barral. Buenos Aires, 1990. 91 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 92 Aron, Raymond. El opio de los intelectuales. Editorial Siglo XX. Buenos Aires, 1967. 93 Aron, Raymond. Op. Cit. 94 Burke, Edmund. Textos políticos. Op. Cit. 95 Jauretche, Arturo. Forja y la Década Infame. Peña Lillo Editores. Buenos Aires, 1982. 96 Paz, Octavio. Hombres en su siglo. Op. Cit. 97 Pequeña historia de Inglaterra. Citado por Arturo Jauretche en Los Profetas del Odio, para dar cuenta sus fuentes intelectuales. 98 Jauretche, Arturo. De memoria...Op. Cit. 99 Jauretche, Arturo. Los profetas del Odio. Op.Cit. 100 Jauretche, Arturo. De memoria...Op. Cit. 101 Jauretche, Arturo. De memoria...Op. Cit. 102 Jauretche, Arturo. De memoria...Op. Cit. 103 Jauretche, Arturo. Barajar y dar de nuevo. Peña Lillo Editor. Buenos Aires, 1981. 104 Jauretche, Arturo. De memoria... Op. Cit. 105 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 106 Jauretche, Arturo. Los profetas...Op. Cit. 107 Jauretche, Arturo. Los profetas...Op. Cit. 108 Jauretche, Arturo. FORJA y la década... Op. Cit. 109 Jauretche, Arturo. En Azul y Blanco. Buenos Aires, mayo de 1968. Galasso, Norberto. Op. Cit. 110 Jauretche, Arturo. Los profetas... Op. Cit. 111 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Enero de 1972. Galasso, Norberto. Op. Cit. 112 Kusch, Rodolfo. La negación en el pensamiento popular. Obras completas. Tomo II. Edit. Fundación Ross. Buenos Aires, 1999. 113 Kusch, Rodolfo. Op. Cit.
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Kusch, Rodolfo. Op. cit. Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 116 Jauretche, Arturo. Metodología para el estudio de la realidad nacional. Editorial Fundación Ross. Rosario, 1984. 117 Aparentemente, la relación con Manzi se profundizó en el local de la UCR llamado “Bernardino Rivadavia”. Allí, las charlas con Manzi lo llevaron a involucrarse también en la bohemia porteña, y llegaron a escribir un sainete titulado Lengua larga, que representaría Luis Sandrini. Un análisis de este sainete y del contexto en el que fue escrito puede encontrarse en Cristina Piantanida de Barbatto, Arturo Jauretche y las letras. En Nuevos Aportes Sobre Arturo Jauretche. Op. Cit. 118 La primera, una organización nacionalista cuyo líder era Manuel Carlés; y la segunda, una asociación de empresarios para contratar “rompehuelgas”. 119 Ortiz Pereyra, Manuel. Citado por Galasso, Norberto. Testimonios del precursor de FORJA: Manuel Ortiz Pereyra. CEAL. Biblioteca Política Argentina. Buenos Aires. Abril de 1984. 120 Ciria, Alberto y Sanguinetti, Horacio. La Reforma Universitaria I. CEAL. Biblioteca Política Argentina n°38. Buenos Aires 1983. 121 Jauretche, Arturo. Extra, agosto de 1970. Citado por Fernando Sánchez Roa. Ley primera: Una aproximación a Jauretche. En Nuevos Aportes sobre Arturo Jauretche. Edición del Archivo y Museo Histórico del banco de la Provincia de Buenos Aires. 122 Jauretche, Arturo. Política nacional y Revisionismo Histórico. Op. Cit. 123 Jauretche, Arturo. Citado por Juan Carlos Corica. Vida y pensamiento de Arturo Jauretche. En Nuevos Aportes sobre Arturo Jauretche. Op. Cit. 124 Declaraciones de Jauretche. Buenos Aires, 29 de octubre de 1967. Citado en Galasso, Norberto. Op. Cit. 125 Y aquellos siniestros demonios de la llanura que Sarmiento describió en el Facundo no habían perecido. Están vivos en este instante y aplicados a la misma tarea pero bajo techo, en empresas muchísimo mayores que las de Rosas, Anchorena, Terrero y Urquiza. El 17 de octubre salieron a pedir cuenta de su cautiverio, a exigir un lugar al sol, y aparecieron con sus cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con un San Bartolomé del Barrio Norte. Sentimos escalofríos viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles que amenazaban con tomarse una revancha terrible. Ezequiel Martínez Estrada, en ¿Que es esto?. Edit. Lautaro. Buenos Aires, 1956. Maristella Svampa hace una excelente recopilación de las imágenes del 17 de octubre desde esta clave. Son muy interesantes los documentos del Partido Socialista como los del Comunista. Svampa, Maristella. El dilema argentino: Civilización y barbarie. Ediciones de El Cielo Por Asalto. Buenos Aires, 1994. 126 Vilas, Carlos. Compilador. La democratización fundamental. El populismo en América Latina. Ediciones de CONACULTA. México, 1995. 127 Los escritos de Atilio García Mellid tienen una enorme importancia en la vinculación de esta perspectiva con el peronismo, sobre todo Caudillos y montoneras en la historia argentina. Buchrucker, Christian. Nacionalismo y peronismo, en la crisis ideológica mundial (1927–1955). Sudamericana, Buenos Aires. 128 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 129 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Edit. Corregidor. Buenos Aires, 1993. 130 Jauretche, Arturo. El medio pelo. Op. Cit. 131 Jauretche, Arturo. El medio pelo. Op. Cit. 132 Jauretche, Arturo. Esquiú. Buenos Aires, 26 de diciembre de 1971. Galasso, Norberto. Op. Cit. 133 Feinmann, José Pablo. La sangre derramada: ensayo sobre violencia y política. Ariel. Buenos Aires, 1998. Aquí el autor hace un excelente desarrollo de esta cuestión aplicado a la necesaria 115
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crítica de los supuestos y fines de la violencia política en la Argentina. 134 Zemelman, Hugo. Pensar teórico y pensar epistémico. Los retos de las ciencias sociales latinoamericanas. Transcripción de la conferencia dictada en la Universidad de la Ciudad de México. 10 de noviembre de 2001. 135 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras Argentinas. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, mayo de 1968. 136 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit. 137 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit 138 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit 139 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit 140 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit 141 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit. 142 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit. 143 Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras... Op. Cit. 144 Argumedo, Alcira. Los silencios y las voces en América Latina: Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Ediciones del Pensamiento Nacional. Buenos Aires, 1996. 145 Paz, Octavio. Hombres en su siglo. Op. Cit. 146 Paz, Octavio. Discurso en oportunidad de recibir el Premio Cervantes. Alcalá de Henares. 23 de abril de 1982. Reproducido en Hombres en su siglo. Op. cit. 147 Kusch, Rodolfo. Geocultura del hombre americano. Obras compl. Tomo III. Edit. Fundación Ross. Buenos Aires, 1999. 148 Kusch, Rodolfo. Geocultura del hombre americano. Op. Cit. 149 Fuentes, Carlos. Tres discursos para dos aldeas. FCE. 1993 150 Jauretche, Arturo. Política nacional y revisionismo histórico. Op. Cit.
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Sobre anteojeras y ojos mejores para mirar la patria Jauretche y la colonialidad del saber
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La emancipación es una empresa larga, llena de tropiezos, de desviaciones, de asechanzas y dificultades de todo género; tenemos que batirnos con los imperios más poderosos de la tierra y sus capitales, y ellos tienen armas sutiles mucho más eficaces que las bayonetas y espadas, armas que no detienen el brazo, sino la voluntad y la inteligencia. Arturo Jauretche, 1943.
En la experiencia intelectual latinoamericana, hay una relación muy problemática entre el uso de la teoría y la realidad concreta a la que nos referimos. Pero, desde el sur del mundo, ese problema conlleva otro de colonialismo, que inunda gran parte de nuestra cultura letrada y la vida política. La cuestión de la colonialidad, en Jauretche, está en el centro de sus argumentaciones, no solamente sobre la cultura sino también sobre la política y la economía. En ese sentido, el presente capítulo es una continuación de lo que en el anterior llamamos perspectiva epistémica de Arturo Jauretche. Como no podía ser de otra manera, tratándose de un ensayista, contextualizaremos sus polémicas haciendo referencia a cuáles fueron los factores que, en su momento, lo llevaron a reflexionar sobre este tópico. Si bien a Jauretche le ha preocupado la dimensión política de la colonialidad, nosotros llevamos ese planteo también al campo de las ciencias sociales, porque es desde allí que estamos recuperando a este autor y porque, en definitiva, creemos que su mirada las puede abonar. También es revisado aquí lo que llamamos “pedagogía de la desconexión”, cuyo eje es la dicotomía sarmientina de “civilización” o “barbarie”, pedagogía que se despliega en todo el sistema educativo, con consecuencias importantes en el plano de la vida política argentina. Finalmente, iniciamos una aventura más: damos un breve paseo por los debates de la posmodernidad, la globalización y la poscolonialidad, pero en clave jauretcheana.
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El desafío de Jauretche: la colonialidad y la disputa por cómo mirar Los aborígenes americanos son una raza débil en proceso de desaparición [...] A los europeos les tocará hacer florecer una nueva civilización en las tierras conquistadas [...] y hará falta un buen lapso de tiempo para que el europeo consiga despertar en ellos un poco de dignidad G.W.F. Hegel151
Es indudable que hay un contexto histórico que incide poderosamente en los desafíos que movilizan a Jauretche hacia su producción y lo llevan a cuestionar con dureza el colonialismo cultural. Si bien don Arturo viene con estas temáticas desde los años treinta, lo que motivó sus apreciaciones más agudas sobre el tema fue el posicionamiento de la intelectualidad argentina ante el proceso político y social en los años cincuenta, la lectura que hicieron de él y, sobre todo, el apoyo que este sector dio al golpe contra el Peronismo o el silencio cómplice ante la persecución y las torturas, en 1955.152 En ese contexto, gran parte de la intelectualidad argentina, como el frente cívico-militar que apoyó el golpe y la política proscriptiva, tenía como punto de partida: la tenaz creencia en que el movimiento mayoritario era de carácter episódico y estaba artificialmente promovido por una demagogia operada desde el Estado.153 El campo intelectual y el político se quebró cuando se hizo evidente que aquella creencia no tenía asidero en la realidad. Jauretche está, entonces, desafiado por este contexto, pero también por una cuestión de largo plazo que excede esa particular coyuntura. Su preocupación central es clara: Quiero poner en evidencia los factores culturales que se oponen a nuestro pleno desarrollo como nación, a la prosperidad general y al bienestar de nuestro pueblo, y los instrumentos que preparan las condiciones intelectuales de indefensión del país.154 Cuestión que excede el marco de la inicial resistencia peronista, ya que su mirada historiza el comportamiento de los intelectuales y de la estructura cultural en una sociedad dependiente como es la argentina. A la
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estructura material de un país dependiente corresponde una estructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia, para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar sus propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar, y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar.155 Pero la sentencia no explica el desencuentro de la intelectualidad argentina con la transformación y evolución de la economía y la sociedad en general, y menos aún con los movimientos populares que han sostenido esa transformación a mediados de siglo. La dimensión política de estas cuestiones está bien clara en lo que Abelardo Ramos llamaba, por entonces, “colonización pedagógica”: En las naciones coloniales, despojadas del poder político director y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjeras, los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de la artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal [...] En la medida que la colonización pedagógica no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semicolonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material [...] La cuestión está planteada en los hechos mismos, en la europeización y alineación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expresión es tan general que rechaza la idea de una tendencia efímera.156 Con esa perspectiva, Jauretche pone en evidencia, denuncia, la pretenciosa e inconsistente idea de privilegiar un lugar de enunciación, un “locus”, que homogeneiza el mundo excluyendo otras formas de conocer y pensar. En esa misma línea estaba Rodolfo Kusch, con sus trabajos de filosofía antropológica, en los años setenta. Tal como lo señala Mignolo: Si seguimos el proyecto de Kusch hasta sus últimas
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consecuencias, su propuesta es radical puesto que nos invita a fundar formas de pensamiento sobre estilos que habían sido considerados como interesante material etnográfico, pero no como formas de pensamiento en su propio derecho. A medida que se desarrolla el argumento, vamos comprendiendo que Pachacuti Yamki y Kant son pensadores situados al mismo nivel, aunque ellos operen en distintas condiciones sociales y a partir de distintas premisas cosmológicas.157
De la madre que las parió a todas Dijo Próspero a Calibán: “Tengo compasión de ti. Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una y otra cosa. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando tu significación, balbucías como un bruto, doté tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen me impediría tratarte como las naturalezas puras”. La Tempestad William Shakespeare
En el centro de esta colonización cultural, estructurándola tanto en las metrópolis como en la mirada que sobre sí mismos construyen muchos latinoamericanos, asiáticos y africanos, está la antítesis sarmientina “civilización” o “barbarie”. La barbarie es una calificación que viene de la imposibilidad de pensar al diferente, para señalar a los sujetos que están fuera de un ethos cultural, un logos, una lengua y una forma de razonar. ‘Bárbaro’ es una palabra que ha sido asociada, por Leopoldo Zea, a “balbus”, que balbuce o tartamudea la lengua de la cultura desde la cual se califica como bárbaro. Es decir, se es bárbaro porque no se puede hablar bien, no el lenguaje propio, sino el otro, el griego, el romano, el metropolitano, occidental.158 Es que el “barbarizar” al “otro” es algo que se va heredando: del mundo griego al romano y de éste al europeo, para culminar siendo la forma de mirar al diferente por gran parte del mundo occidental-imperial,159 y sin relación alguna con izquierdas y derechas en lo político-ideológico. La cita de Hegel que transcribimos al comienzo es una expresión más
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descarnada de lo que -en el fondo- está detrás de los argumentos de Marx y Engels cuando festejan el triunfo de E.E.U.U. sobre México en 1847, la invasión y colonización de la India por parte de Inglaterra, el avance y colonización de Irlanda; e, inclusive, condenan a Bolívar como lo ha hecho Marx en un artículo publicado en la New American Cyclopedia, de 1858.160 Marx y Engels, como Kant o Hegel, no podían comprender –y no se los puede condenar por ello- la solución que, desde otros lugares del mundo, desde otras sociedades, desde otro locus de enunciación, las personas daban -y dan- a los problemas de su vida y de su sociedad. Cuando esa dicotomía sarmientina es asumida desde la periferia, genera “bárbaros civilizadores”, aunque con posibles diferencias ideológicas entre unos y otros, porque, claro, no será lo mismo Sarmiento que Alberdi. Al revés que en el antiguo mundo romano o helénico -en que lo no romano o no helénico era bárbaro-, esta práctica intelectual y forma de ver el mundo se transforma en una pedagogía autodenigratoria, en la medida en que, cuanto más alejado de la experiencia europea, más cerca de la barbarie se está. Pero, además, no se trata de cualquier Europa; es, en verdad, una experiencia europea idealizada la que se toma como modelo. Se asoma nuevamente el problema que analizamos en el capítulo anterior con respecto a las abstracciones y teorías, porque se piensa con una imagen de Europa que no es Europa sino la imagen que, por el libro, el hombre hace de Europa. Es decir que la imagen que ellos tienen de la civilización es una imagen ideal,161 libresca, no parte del diálogo con esa cultura. La barbarie, así, toma la forma del criollo o del indígena, que, para dejar de ser tal, debe ser conjurada por ese logos europeo. El epígrafe del presente apartado es de Hegel, pero sin duda contaría con la adhesión de Sarmiento. Es una dicotomía -una zoncera, diría Jauretche, la madre de todas ellas- que no tiene otra salida que la violencia de la conquista y el despotismo iluminista. Porque el logos, la razón y la palabra que califican de “bárbaro” al diferente, son autorreferenciales y, por tanto, no existe otro universo de verdad, no existe la posibilidad del diferente ni tampoco posibilidad alguna de redención definitiva, una total conversión de lo bárbaro en civilizado. Tal como se lo señala Próspero a Calibán en La Tempestad, por más que éste hable la lengua del primero, nunca saldrá de la barbarie. Por eso es central, para todos los
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“calibanes”, afirmarse en lo que se “es”. No es un bárbaro, tampoco es parte del mundo de “Próspero”; es un distinto y tiene esa necesidad de afirmar su identidad desde el ejercicio de aquello que lo diferencia. Lo cual hace que la afirmación de la identidad, señala Zea, se constituya en un punto de partida de una humanidad que de una y otra manera ha sido negada al hombre, puesto en los confines de un logos erigido como razón y palabra por excelencia.162 Pero recordemos que, en nuestro caso, se trata de civilizadores de periferia. Es decir, estamos hablando de la asunción de esa polarización desde la periferia y de la desazón de un Sarmiento, por ejemplo, o de un Alberdi, ante el fracaso del intento de convertir a Argentina en una segunda Europa vía inmigración. La “barbarie” es “obcecada” en su estado, no hay forma de redimirla, de una u otra forma siempre se pone en evidencia. En Los Profetas..., cuenta Jauretche -en una de sus típicas ironías- acerca de una señora que, luego de estar tres meses en “París de Francia”, exclama al ver la “clueca” (la gallina) con sus pollitos: “Coment s’apelle ce chien?” (sic). Pero, al escucharla, el perro de la casa la desconoce y la muerde, y es cuando la misma señora grita: Jueeeraaa, perro de mierda.163 De esta forma, ejemplifica Jauretche la imposibilidad de dejar de ser lo que se es. Si Próspero hubiera escuchado, habría respaldado sus argumentos con ese mismo ejemplo. La necesidad de Calibán es, entonces, la de afirmarse frente a quien no lo reconoce, frente a quien lo “barbariza”, frente al conquistador o colonizador. Es una tarea conflictiva. A esto hace referencia Jauretche cuando habla de la necesidad de un pensamiento agresivo, debido a que la crítica a una cultura establecida sobre dichas bases “civilizatorias” es el primer paso para restituir los valores sumergidos de la cultura colonizada, preexistente y con posibilidades de desplegarse. La “cultura”, así entendida, implica una política cultural. Es ésta -para Jauretche- una “beligerancia imprescindible”: El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual, enriquece la cultura aun en su aséptico significado al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales. Esta “beligerancia imprescindible” rompería con la lógica de la intelligentzia. Tomar como absolutos esos valores relativos es un defecto que está en la génesis de nuestra intelligentzia y de ahí su colonialismo.164 Como hemos dicho más arriba, se trata de un dilema que se
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estructura desde el centro y echa raíces en la periferia, en una intelectualidad colonizada y en sistemas educativos bien estructurados durante los siglos XIX y XX. Así, lo que rige a esta intelligentzia es, según Jauretche, la zoncera “civilización o barbarie”: Se confundió civilización con cultura, como en la escuela se sigue confundiendo instrucción con educación. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América. El gran desarrollo técnico del siglo XIX facilitó el error. Aprender la técnica y practicarla era civilizarse y civilizarse, culturalizarse, considerando los tres términos como inseparables, lo que no es cierto, como lo demostró Japón, que hizo suya la técnica de la civilización europea asimilándola a sus formas culturales.165 Nadie mejor que Jauretche para señalar cómo la dimensión epistémica que hemos comentado en el primer capítulo se completa con la colonialidad del saber, echando luz sobre una práctica y hábito intelectual que configura una doble desconexión con lo real, cuyas bases son las estructuras teóricas, las zonceras, y el colonialismo: La incomprensión de lo nuestro prexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: todo hecho propio, por serlo era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar, si nación y realidad son inseparables.166 Hacerse eco de esta zoncera, por otro lado, implica también una actitud de soberbia e incomprensión del contexto, mesiánica, autoritaria y, en el fondo, violenta, tal como lo señalaban Burke respecto de los intelectuales iluministas- y Jauretche -ante la violencia política de las juventudes en los años setenta-. En el análisis de esa zoncera, nuestro “escritor maldito” unifica su crítica epistémica con claridad. Quien piensa -velada o explícitamente- a partir de ese dilema sarmientino, mira desde la civilización hacia la barbarie, pero también desde la teoría hacia la realidad. Lo propio del país, su realidad, está excluida de su visión. Viene a civilizar con su doctrina, lo mismo que la ilustración, los iluministas y los liberales del siglo XIX [...] no parte del hecho y las circunstancias locales que excluye por bárbaras, y excluyéndolos excluye
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la realidad. No hay ni la más remota idea de creación sobre esa realidad y en función de la misma [...] si el sombrero existe, sólo se trata de adecuar la cabeza al sombrero. Que éste ande o no, es cosa de la cabeza, no del sombrero.167 No reconocimiento de la realidad y colonialismo son la “cara y seca” de una misma crítica epistémica, a la vez que el punto de partida de una forma de pensar distinta. Por ello, a la élite intelectual que asume estos hábitos Jauretche la bautizó intelligentzia. Ésta es el fruto de una colonización pedagógica que impide la espontánea incorporación de valores universales a una cultura nacional y viceversa.168 Colonialidad, academia y política nacional Es claro que ir de la teoría a la realidad es todo un problema, que ha hecho escuela en las ciencias sociales con la consecuente cristalización de la realidad, invención de sujetos y ritmos de transformación, como, asimismo, de una linealidad histórica que, en conjunto, generó una incapacidad para percibir el movimiento de la vida social y sus temporalidades. Pero, en un país semicolonial, el problema mencionado toma una dimensión más amplia y compleja. No es novedad que, con la modernidad y la organización colonial del mundo -a partir de la conquista de América-, simultáneamente se constituyó una colonialidad en los saberes, los lenguajes, el arte, la memoria, el imaginario. En ese largo proceso, se universalizó una narrativa que tiene como centro a Europa Occidental; es decir, se erigió una universalidad “radicalmente excluyente”, que debe entenderse, también, como instrumento de poder y dominación, por cuanto esa universalización fue el agua en la que se fundaron las ciencias sociales, al punto de constituirse en su metarrelato. Es que, básicamente, la ciencia social surgió en respuesta a problemas europeos, en un momento de la historia en que Europa dominaba todo el sistema mundial. Era prácticamente inevitable que la elección de su tema de estudio, su teorización, su metodología y su epistemología reflejaran las condiciones del crisol en que su fundaba.169 Desde ese lugar, la sociedad moderna -europea en su mayor y mejor expresión, según se nos ha presentado siempre- es el horizonte hacia el cual todas las culturas y sociedades evolucionan en distinto
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grado o deben hacerlo. Siguiendo el desarrollo anterior, esta expansión imperial –de la que las ciencias sociales son parte- finalmente le enseña a hablar a Calibán, porque influye en la forma de verse, de pensarse y de vislumbrar las formas de transformar el mundo por parte de la inteligencia de los países colonizados. La linealidad del desarrollo social, cultural, político y económico es lo primero que queda en evidencia. Los pueblos bárbaros han de incorporarse a la civilización; si no es, como diría Hegel, por el esfuerzo europeo, será por su propio esfuerzo e iniciativa, pero a partir de la realización y el camino que señala el mundo europeo. En ese sentido, como lo señala Lander, existe una continuidad básica desde las crónicas de indias, el pensamiento liberal de la independencia, el positivismo y el pensamiento conservador del siglo XIX, la sociología de la modernización, el desarrollismo en sus diversas versiones durante el siglo XX, el neoliberalismo y las disciplinas académicas institucionalizadas en las universidades del continente.170 En síntesis, el pensamiento social -sobre y desde América Latinapuede ser calificado, con mucha razón, en su gran mayoría, como una reflexión colonial/eurocéntrica.171 Lo importante es que esa forma de construir el conocimiento, la de esa experiencia parroquial-universal, se impone como universalmente válida y pocas veces se cuestiona radicalmente en la periferia. Las categorías, conceptos y perspectivas se convierten así no sólo en categorías universales para el análisis de cualquier realidad, sino igualmente en proposiciones normativas que definen el deber ser para todos los pueblos del planeta cuando, en realidad, son hijas de un contexto histórico y geográfico determinado, específico.172 He aquí esa doble desconexión de la intelectualidad o intelligentzia, en la calificación de Jauretche. Se percibe de la teoría a la realidad, pero, además, desde teorías y valorizaciones que corresponden sólo a un momento histórico y lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen.173 Hugo Zemelman, si bien no tiene por preocupación central la colonialidad, la pone en evidencia al preguntarse sobre cómo se piensa hoy América Latina a sí misma, porque el mundo intelectual [latinoamericano] vive en un mundo cosmopolita, más preocupado de estar enterado de lo que produjo Habermas que de lo que produjo su vecino, más preocupado de citar a Luhman que ver los problemas que tiene bajo sus
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narices.174 Jauretche lo decía -en 1957- en una forma más llana: Lea Ud. a uno de éstos. En él será incidental la referencia a un hecho local, a la geografía, a la economía, a la sociedad en que vive. Citará autores y autores –quinientos o un millar en trescientas páginas- y lo remitirá constantemente a hechos políticos ocurridos a millares de kilómetros, en paisajes y con hombres distintos, bajo circunstancias distintas, cuando no inversas, sin que Ud. pueda reconocer en el vertiginoso caleidoscopio una cara conocida por una experiencia vital, una imagen parecida a las que le brinda la naturaleza que los rodea.175 En esa línea, coincidimos con Lander en que es posible afirmar que las ciencias sociales, en América Latina, han servido más para el establecimiento de contrastes con la experiencia histórico cultural universal [“normal”] europea (identificando carencias o deficiencias que deben ser superadas) que para el conocimiento de estas sociedades a partir de sus especificidades histórico-culturales.176 Así, siguiendo las modas intelectuales del momento, puede leerse una interpretación de la construcción del Estado y la sociedad argentina, por ejemplo, mirando el proceso histórico desde el risorggimento italiano. O -como lo hace O’Donnell- reflexionar sobre la democracia en América Latina calificando a muchas de ellas como “democracias delegativas”, con un análisis cuyo modelo son, obviamente, las democracias europeas. En fin, los ejemplos serían muy largos de enumerar y comentar, desde la historia a la sociología, pasando por la ciencia política y el resto de las ciencias sociales. Puede entonces que, lejos de comprender la sociedad a la que se pertenece, en verdad se la esté ocultando bajo la simple repetición de la moda intelectual, o que, como se dijo, la realidad argentina y latinoamericana estaba -y aún lo está-, en ese sentido, condenada a ser mensurada según su grado de deficiencia, su distancia con la experiencia modélica. Esta doble desconexión se consolida por la forma en que funcionan y se validan los saberes en el mundo intelectual y, dentro de él, en la academia misma. Subrepticiamente, aunque con citas de autores importantes, hay un desentendimiento creciente de la responsabilidad social en la construcción de saberes. Esto está en la base de la construcción de conocimientos y de las políticas científicas en nuestros países.177 Y, como venimos advirtiendo, ambas cuestiones formas de conocer y mecanismos de legitimación- fortalecen una relación de ajenidad con el contexto sociocultural, que hace que los
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cultos se adscriban a todos los problemas extraños, y cuando intervienen en los nuestros, lo hagan como extranjeros.178 Las apreciaciones de Jauretche podrán parecer un exceso de lenguaje, pero, si escuchamos otras voces –inclusive más actuales-, parece que el panorama no ha cambiado demasiado. Una incuestionable especialista en problemas educativos de la Argentina como Adriana Puiggrós, señala que existe en nuestro país un desencuentro entre la cultura que el sistema educativo fue formando, y la vida social y productiva del país. Eso ya estaba oculto detrás del delantal blanco, los rituales y el disciplinamiento [...] La desarticulación entre la producción de conocimiento científico y su utilización social es muy grande en la Argentina. Lo que vemos es una elite científica argentina cuyos parámetros son las reglas internacionales de prestigio antes que las necesidades de desarrollo del país. Más allá de la idea de ‘necesidad’, que suena muy pragmática, las ciencias no tienen relación con aquello a lo que aspira la sociedad argentina.179 En otro sentido, ya se ha planteado la importancia, en la percepción de la vida política, de saber mirar lo potencial de la realidad, lo que obviamente está en relación con lo que es el sujeto social, su historia y las formas de su despliegue. La colonialidad propia de la intelligentzia no puede acceder a esa realidad, a reconocer la naturaleza de los sujetos, y menos aún lo que se esconde de ellos. La doble desconexión opera aquí en todo su sentido, de allí el desencuentro histórico de la intelectualidad con los movimientos populares, al menos en la Argentina. Cuando esta cuestión básica no se contempla -no figura en las exigencias epistémicas-, lejos de ser un esfuerzo que cae en el vacío, la construcción del conocimiento -preñada de colonialidad- se transforma en un obstáculo para la potenciación de realidades, en base de graves errores políticos e, inclusive, ya demasiadas veces, en tragedia. Cuando Zemelman señala que, en la experiencia chilena de la década de los setenta, hubo un escenario que inventó un protagonismo popular que no existía, un análisis que inventó una conciencia política que no existía; un discurso que inventó solidaridades horizontales que eran más débiles de lo que se sostenía; un discurso político que subvaloró al enemigo; que se sobrevaloró la propia fuerza [...],180 está haciendo referencia a esto que estamos señalando, que opera u operó dentro de una lógica de poder que, como tal, "ontologizó" la realidad, porque se transformó en lo real. Si bien Zemelman pone el acento en la lógica de poder que rodea todo
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proceso social y su percepción, está también señalando la ajenidad entre un conocimiento, una teorización por analogía con otras realidades y los sujetos reales que protagonizan la historia, sus capacidades, subjetividades, tiempos y horizontes de espectativas. Se trata de anteojeras –en el léxico jauretcheano- que imponen un recorte de realidad, su ocultamiento o deformación. Resulta muy interesante prestar atención a los momentos en los que los verdaderos actores sociales ponen en marcha su dinamismo en las calles y se salen de las formas en que esa intelligentzia piensa la realidad. Momentos en que la incomprensión de esta última es mayor aún, puede, entonces, que la historia se revele como un enorme chorro nauseabundo que a todos inunda.181 Frente a esta cuestión, don Arturo no era muy condescendiente: Nuestra intelligentzia ha estado permanentemente divorciada del país. Esto puede explicarse por la lógica gravitación de la cultura universal, y especialmente la europea, sobre un medio relativamente nuevo y sin elementos propios formadores. Pero el olvido de los elementos propios que existían, y el desprecio de la intelligentzia por la observación de la realidad y la meditación sobre ella misma es ya otra cosa, porque ha puesto al intelectual en condiciones de inferioridad con respecto al no intelectual para la apreciación de los hechos concretos de nuestro ser. Nuestra intelligentzia jamás induce; se limita a deducir del último libro, y cuando la realidad no se adecua a la fórmula importada, no intenta la fórmula que pueda surgir de la realidad. Decreta la supresión de esa realidad que no encaja, o la desestima totalmente en esa actitud de exilado con que cualquier morenito vive contemplando la lejana metrópoli de sus amores.182 Para aventar todo tipo de percepción extrema en nuestro planteo, quisiéramos aclarar, finalmente, que el eurocentrismo o colonialismo cultural –tal como lo ha pensado Jauretche- es una enorme anteojera en la medida en que no permite considerar la historicidad de las teorías. Lo que nos posibilitaría dar cuenta del contexto históricogeográfico del cual surgen, que es, en definitiva, el marco que les otorga significación específica. Tomar en cuenta este aspecto básico posibilita percibir que las estructuras categoriales en este tipo de conocimiento –el conocimiento orientado a la transformación política- tienen una vigencia distinta a la del contenido sustancial de las teorías, aquí entonces está la utilización de los conceptos más allá de su función explicativa dentro de una teoría.183 Así planteada, la cuestión de la colonialidad del saber está, para nosotros, en el centro de las dificultades para el reconocimiento de
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la experiencia, el momento histórico y sus potencialidades, que, en definitiva, constituyen nuestra guía en el uso categorial al que estamos haciendo referencia. Todo el recorrido de nuestro análisis gira en torno a la preocupación central del pensamiento jauretcheano: la posibilidad de una política nacional. Pues bien, no hay posibilidad de ella sin un pensamiento que la respalde y, necesariamente, ese pensamiento exige un ángulo de colocación a partir del cual hacerse real. Como ya se anticipó, no hay posibilidad de política nacional sin pensar en el país como es, en su geografía, en su población, en su economía, en su cultura [...] pensarlo de una manera concreta.184 Justamente -para Jauretche- éste es el gran problema de la intelectualidad argentina: su incapacidad para pensar lo concreto y generar puntos de vista propios, lo que convierte a esa inteligencia en intelligentzia. La actitud de dependencia de nuestros cultos y su incapacidad para ver en función de la realidad [...] es una de las tantas manifestaciones del aparente dilema de “civilización y barbarie”, en que una de las hipótesis es la del trasplante y la inversa, la falta de aptitud para universalizar.185 Jauretche redondea su propuesta alternativa a la colonialidad con la metodología de ver el mundo desde aquí, es decir, “desde nosotros”, lo que implicaría un “locus de enunciación” distinto del dominante, desde el hemisferio antártico, y dentro de éste, desde nuestro espacio geográfico. Es decir, en primer término, invertir la representación del globo terráqueo, en segundo, centrar la perspectiva desde nosotros. Ello nos ayudaría a ver el mundo desde nuestro propio ángulo y comprender nuestro papel. Principiamos así por comprender en el orden geopolítico nuestra ubicación marginal con respecto a los problemas del hemisferio norte, y en el hemisferio sur – predominantemente marítimo- la necesidad de nuestra integración inmediata en el cono sur de la América meridional y la situación insular de ese cono sur, limitado al norte con la olla amazónica...186 En otros términos, el locus de enunciación para Jauretche es geográfico, pero también, teniendo en cuenta lo que comentamos en el capítulo anterior sobre lo popular-nacional como vértice epistémico, de corte social.
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El Mundo según Jauretche “Es preciso incorporar a los hábitos del pensamiento argentino la capacidad de ver el mundo desde nosotros, por nosotros y para nosotros.” 187
Jauretche, los “andadores torcidos” y el encubrimiento Una razón no contenida por la cultura de un pueblo lleva a una forma muy peculiar de barbarie que se denomina “civilización”. Silvio Maresca La incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país. Arturo Jauretche
Sobre la cuestión de la colonialidad, la percepción de que aún queda en nosotros una enorme potencialidad -y que tiene inmensos problemas para hacerse acto- porque ha sido ocultada explícitamente o porque se la ha querido bestializar, ha sido una tematización permanente en el pensamiento latinoamericano. Algunos han afirmado que ese ocultamiento es una tarea necesaria, por cuanto hay una realidad identitaria que debe ser transformada o, en la medida en que se
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pueda, extirpada. Zea, recordemos, hacía referencia a los emancipadores mentales para hablar de los “Sarmientos” de nuestro continente. Para otros, el futuro está abierto en tanto y en cuanto ese oculto, ese encubrimiento, se rompa y la verdadera expresión americana emerja políticamente, lo cual se materializaría -al parecer- en forma episódica o espasmódica, con el ascenso y caída de cada movimiento popular. Jauretche comulga con la segunda lectura al interpretar que la incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural, o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, ayudó a que lo preexistente fuera privado de todos los medios de expresión.188 En lo encubierto, como muchos intelectuales latinoamericanos, Jauretche ha depositado gran parte de sus esperanzas y su mayor esfuerzo es el de ir descubriendo los puntos de apoyo que el pensamiento colonialista ha creado en nuestro pensamiento desde la primera edad [...] quizá conociendo estas cuestiones, conoceremos la inconsistencia de las premisas en que se asientan sus sofismas y aprenderemos a oponer a sus frases hechas y a la desviación mental introducida por la desconexión con la realidad, el simple sistema de mirar sin anteojeras.189 La colonización pedagógica, denunciada a partir de Jauretche por casi todos los intelectuales del llamado pensamiento nacional, ha conformado todo un sistema de encubrimiento y desconexión de los sujetos con su realidad, que se ha instalado en casi todos los ámbitos de socialización. El proceso de escolarización es, en este sentido, una estructura muy aceitada y cumple un papel fundamental como primer eslabón de la desconexión, que seguirá en otros niveles del sistema educativo: La escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnica con criptógamas y fanerógamas, vertebrados e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos delante. Sabíamos del ornitorrinco, por la escuela, y del baobab por Salgari, pero nada de baguales ni de vacunos guampudos, e ignorábamos el chañar, que fue la primera designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln. La escuela no continuaba la vida sino que abría en ella un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daba la imagen de lo científico; todo lo empírico no lo era y no podía ser aceptado por ella, aprender no era conocer más y mejor, sino seleccionar conocimientos, distinguiendo entre los que pertenecían a la “cultura” que ella suministraba, y los que venían de un mundo primario que quedaba más allá de la puerta. Es que la escuela era el producto
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de la intelligentzia y estaba destinada a producir intelligentzia porque reproducía el esquema sarmientino de civilización y barbarie.190 Toda esta pedagogía de la desconexión es fortalecida, inclusive, con una toponimia artificial que separó a los hombres de su geografía e historia. En la época en que esos “emancipadores mentales” fijaron el rumbo del país, fueron cambiados hasta los nombres de los pueblos en la medida en que no eran considerados “cultos”. Es el famoso caso del malestar de Sarmiento con respecto a Fraile Muerto: ¿cómo podría un pueblo llamarse de esa manera? ¡¡Con ese nombre no tomará nunca el tren del progreso!! Desde entonces, se denominó Bell Ville. Para Jauretche, no es una cuestión menor, ya que los nombres de los pueblos no responden a una elección antojadiza: Es que el nombre consocia imágenes, hechos y embellece el lugar con toda una gama de elementos subjetivos propios de la comunidad y que forman parte del acervo cultural. Melincué, Venado Tuerto, Chascomús, Chivilcoy, no sólo son nombres, son citas con la vida que fue y que será y motivan asociaciones con el paisaje, con los hombres, con las plantas, con los animales del sitio, que no pueden suscitar Gral Alvarado, Weelwright (que los paisanos llaman simplemente Bilri) como no es lo mismo decir Río de la Reconquista que de las Conchas.191 Indudablemente, la enseñanza de las ciencias sociales en la escuela primaria de nuestros días puede señalar la continuidad o no de estos problemas. Es seguro que muchas de estas cuestiones han cambiado, más por tesón de los maestros que por modificaciones en las políticas educativas. No obstante, la desconexión sigue siendo evidente, lo que quita el sueño a más de un analista del tema. De esta forma, desde la más tierna infancia y en dosis para adultos, se instalan en nuestra formación intelectual lo que Jauretche ha llamado “zonceras”. Las “zonceras” que inundan nuestra cultura son, en verdad, preparatorias, ya que están destinadas a estructurar el país como una prolongación de la metrópoli; su objeto es formar una mentalidad colonial y el objetivo de las colonias, particularmente de las semicolonias en la economía, es su aprovechamiento material. La colonización económica va acompañada de la ‘colonización pedagógica’.192 En su tiempo, Jauretche debatió sobre 44 zonceras bien instaladas en la cultura argentina y que, como tales, no tenían el respaldo empírico que exigía la argumentación que de ellas se desprendía. Hay así zonceras geográficas, económicas, institucionales, culturales y, por supuesto, “la madre de todas ellas”, la sarmientina
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Civilización y Barbarie. Esta zoncera basa su maternidad en su capacidad de albergar muchas otras y, en segundo lugar, de acercar a quienes, en la superficie, están distanciados. En el primer sentido, porque ese dilema sarmientino es la síntesis conceptual de todo proceso de desconexión con la propia realidad, en el plano cultural, social, económico, político e inclusive tecnológico. En el segundo, porque identificando a la civilización con el proceso europeo -y con el conocimiento que de él deriva- se produce una sintonía política interesante entre intelectuales que inicialmente se presentan como ideológicamente opuestos. La evidencia de esa sintonía es la incomprensión de lo popular: Si en las ideas abstractas son opuestos, la zoncera Civilización y Barbarie los unifica en cuanto a la civilización.193 Cercanía –en cuanto a propuestas civilizatorias- que se pone en evidencia en los momentos históricos de “emergencia episódica”, como diría Arturo Andrés Roig, de los movimientos populares de nuestro continente. La incomprensión, por ejemplo, de los movimientos populistas en América Latina -a pesar de la persistencia del apoyo popular- tiene esta base; desde allí, estos movimientos han sido objeto de distintas lecturas que, de una forma u otra, coincidían en la demagogia, la “desviación” de la clase trabajadora, el bonapartismo, el fascismo, etcétera. Cazadores de zonceras, sostenedores de esperanzas Percibir con frescura la realidad implica ahora la capacidad de desenmascarar continuamente y romper los estereotipos de visión y comprensión con los que las comunicaciones modernas nos inundan. Estos mundos de arte de masas se adaptan cada vez más a las exigencias de la política. Si el pensador no se vincula personalmente al valor de verdad en la lucha política, tampoco estará en condiciones de afrontar responsablemente el conjunto de su experiencia viva. Wright Mills (1944) 194
Uno puede imaginarse a don Arturo Jauretche como un quijote
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criollo, tratando de desarmar el andamiaje de “zonceras” que la intelligentzia y toda una estructura cultural y comunicacional consolidaban. Su incisiva crítica, si bien se ensañaba con algunos “intocables” del establishment cultural argentino como Borges, Sábato o Cortázar, no se detenía allí: perseguía las zonceras desentrañando todo un sistema preceptivo que iba de lo educativo a lo mediático, siempre con un gran coraje, una prosa sarcástica y penetrante y, sobre todo, un horizonte y una expectativa: “aprender a mirar” con una inquebrantable voluntad de saber verdaderamente quiénes somos,195 a la vez que contagiaba y extendía esa voluntad a toda una generación. A nuestro pesar, desde fines del siglo XX y comienzos del XXI, se ha instalado una nueva hegemonía de carácter mundial que, al decir “jauretcheano”, ha renovado y aumentado la dosis de “zoncerol” que cotidianamente nos proporcionan el sistema educativo y los medios de comunicación. Se afianzan así viejas “zonceras” y se establecen otras, de manera que, como bien sintetizan Alfredo y Fernando Calcagno, ahora debe demostrarse de nuevo aquello que hace medio siglo ya era evidente.196 En efecto, en la Argentina, como en muchos países de América Latina, hay axiomas, frases o lemas que circulan con carácter de dogmas, sosteniendo políticas en base a aquello que se entiende como verdad unívoca. Ello es posible por cuanto hay una derrota histórica -la de los años sesenta y setenta- que todavía cargamos sin poder evaluar cuánto nos hemos equivocado y cuánto, en verdad, han acertado los adversarios. Por el momento, nuestras sociedades, respecto a ese balance, han tirado el niño con el agua, lo han descartado, y ello ha posibilitado un gran avance, ideológico y político, que se expresa en esas “verdades”, machacadas con mucho dinero en medios de comunicación, editoriales y academias. Esas zonceras son bien simples, como todas: “Hay que achicar el Estado para agrandar la nación”; “los argentinos somos vagos y corruptos: miren los alemanes y los japoneses”; “hay que subirse al tren de la modernidad”; “pasó la época de las ideologías, hay que ser pragmático”; “primero hay que agrandar la torta para luego repartir”; “tenemos que insertarnos en el mundo”; “la flexibilización laboral genera empleo”; entre miles. En fin, cada uno de nosotros podría sumar, a éstas, muchas otras más. Jauretche llegó a dilucidar más de cuarenta en su Manual de Zonceras Argentinas; al final del texto, colocó una hoja de cuaderno para que el lector agregara las que fuera descubriendo. Y, como bien lo
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menciona el tándem Calcagno, estas nuevas y viejas zonceras se fundamentan en una trama tejida con falsas oposiciones. El método es tan simple como lo había analizado don Arturo en sus mejores tiempos, ya que esas “verdades” son el resultado de presentar antinomias en las que se descalifica, por el absurdo, todo tipo de alternativas a la política elegida de antemano, la neoliberal. Por ejemplo, si la alternativa es insertarnos o excluirnos del mundo, nadie va a preferir la fuga al espacio exterior; si se debe optar entre ubicarse en este siglo o en el pasado, no hay quien desee ni pueda darle marcha atrás a la máquina del tiempo; si el dilema consiste en que los servicios públicos funcionen bien o mal, tampoco es dudosa la elección; por último, le dan a elegir a uno entre ser rico o pobre.197 Una cuestión debe destacarse: cuando Jauretche publicó Los profetas del odio... y luego su Manual de Zonceras, a fines de los años cincuenta, las formas de la política daban lugar a este tipo de polémicas y todavía tenían un gran efecto en el ámbito de la militancia, lo cual le dio a nuestro autor grandes satisfacciones quince años después.198 Pero, en la actualidad, asombra la solidez con que estas nuevas y viejas zonceras neoliberales han arraigado en nuestras sociedades. ¡¡Todo el árbol genealógico se ha actualizado!! A nuestro parecer, ello obedece no sólo a las posibilidades que ha dejado el triunfo reaccionario de los setenta, sino al impacto de las transformaciones tecnológicas del capitalismo, en especial de los medios de comunicación, a fines del siglo XX. En efecto, en los años cincuenta, la opinión pública se construía con voces autónomas y dispares, a través de los periódicos o de la radio; la práctica política y el mundo ideológico marcaban las reglas de juego o condicionaban a los medios de comunicación, imponiéndoles sus ritmos. El debate político-intelectual tenía una enorme importancia en ese cuadro y, por tanto, figuraba en un lugar destacado, de manera que el discurso del poder tenía sus límites y también sus contradictores. El posterior desarrollo y universalización de la televisión satelital modificó abruptamente esta situación y la Argentina se encontró, ya a la salida de la dictadura, con un marco comunicacional distinto, en el que la imagen irrumpía para quedarse, transformando drásticamente la construcción de la opinión pública. En la actualidad, como en los países centrales, el pueblo soberano ‘opina’ sobre todo en función de cómo la televisión le induce a opinar. Y en el hecho de conducir la opinión, el poder de
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la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea [donde] la televisión se exhibe como portavoz de una opinión pública que en realidad es el eco de regreso de la propia voz.199 Esto ha significado una gran transformación en las formas de hacer y discutir política o, mejor dicho, ha cambiado hacia formas en las que la discusión de ideas es casi inexistente. Más aún, la mediatización de la política -vertiginosa, a partir de la preponderancia de la televisión sobre los demás medios- se corresponde, a su vez, con una mayor preferencia de los votantes por la imagen en desmedro del texto, y del espectáculo sobre el debate. Así, las personas son cada vez más parecidas al abúlico y manipulado ciudadano schumpeteriano y la política ni siquiera es prerrogativa (exclusiva) de las élites o clase política, como quería Joseph Schumpeter. Las formas en que se han llevado adelante las campañas políticas en Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y otros países, en los años ochenta y noventa, revela esta tendencia y la reversión del cuadro comunicacional en la vida política, donde -al revés que en los años sesenta y setenta- son los medios masivos de comunicación quienes imponen sus ritmos y sus reglas de juego a la actividad política. En nuestros días, los que están obligados a adaptarse ya no son los medios sino los políticos.200 Atrás han quedado la ansiedad previa a los actos, el arte de corear consignas con los compañeros y la mística de pintarlas; más allá de la nostalgia, lo que nos debe preocupar es la precisión con la que ahora se imponen las consignas-zonceras y cómo se socializan, con una magistral habilidad de mercadeo político. Es obvio que este enorme poder no apunta a generar pensamiento autónomo; por el contrario, su horizonte es crear homogeneidad y no sólo de consumo; se trata no solamente de que la gente apetezca lo mismo, sino que no piense distinto.201 Ése es el consenso que construyó el neoliberalismo, renovando sus bases materiales sobre las cenizas de los setenta. De la solidez con que se instaló esa lógica de poder, ante semejante estructuración y manipulación, resulta muchas veces inevitable -para quienes simplemente queremos un mundo mejor- que la dificultad se deslice con mucha facilidad hacia la imposibilidad de generar un pensamiento distinto: "no hay espacios” o “no es posible" son las respuestas más comunes frente a estos planteos. De manera que, por esa vía, nos vamos convirtiendo en víctimas sin serlo, antes de cualquier batalla. Es por eso que hablamos de una actitud ante el
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contexto, que en los pequeños detalles de la vida nos lleve a verla distinta, porque es desde allí donde se empieza a cambiar la historia, la realidad, aunque, claro está, no es una tarea sencilla. Así lo relata Jauretche al evocar los años treinta: Fue labor humilde, porque tuvimos que renunciar a todas las doctrinas y a todas las soluciones que daban las bibliotecas y las cátedras, para ir construyendo nuestro pensamiento exclusivamente con los aportes concretos de lo propio y del buen sentido. Era así como andar con el arco y la flecha en medio de ametralladoras y cañones, construyendo con ladrillo y barro en la época del hormigón armado. Oponíamos el sentido común y las conclusiones del análisis inmediato a un pensamiento infatuado de sabiduría prestada y pequeños volantes y folletitos o la voz de los oradores callejeros contra todo el aparto de la difusión y la publicidad, de la fama y la suficiencia y contra la autoridad de las cátedras y bibliotecas.202 Si nos permitiéramos mirar con alguna amplitud, curiosidad e inquietud por lo que nos sucede, el interrogante por cuál es la lógica de poder en la que estamos inmersos y el cómo develarla está a un paso; disponerse a esbozar una respuesta es comenzar a dar cuenta de los intersticios o fisuras que esa lógica deja, comenzar a salir de la oscuridad, como diría Jauretche, comenzar a dejar de ser zonzos, lo cual es un acto de liberación interna que no debemos postergar. La recuperación del pensamiento Creo que una de las principales fallas en la extensa literatura sobre economía, ciencia política e historia del imperialismo radica en que se presta muy poca atención al papel de la cultura para mantener un imperio. Edward Said
Tal como lo señalaba el brillante intelectual palestino del epígrafe, el lugar de la cultura y de la forma en que se produce conocimiento es fundamental tanto para la construcción de un imperio como para los procesos por los cuales las naciones aspiran a su autonomía. Un tema viejo, es cierto, pero con enorme vigencia a pesar de que la problemática -al menos en nuestro país- no se haya retomado
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con la misma intensidad que en los años setenta. Debería formar parte de la necesaria discusión –todavía pendiente- entre los actores de la vida cultural, así como de quienes pretenden diseñar las políticas educativas o se oponen a las existentes. No parece sencillo pensar en las potencialidades de una nación, en su desarrollo autónomo y equitativo, sin una producción de conocimiento que atienda a sus necesidades y posibilidades. Es inevitable, aquí, el retorno a problemas que Jauretche ha señalado reiteradamente desde 1930, pero a los que la revolución tecnológicoinformática y la actual estructuración de las “lógicas profesionales” han dado una renovada forma. Es el viejo problema del colonialismo y, por tanto, el de la desconexión entre quienes producen conocimiento y sus sociedades. Viejos y nuevos problemas se cruzan en esta temática tan amplia, pero en el caso de la Argentina –que, junto con Uruguay y México, mantiene un amplio sistema universitario público- la universidad, tal como lo señala Jauretche en La colonización pedagógica, sigue siendo uno de los ámbitos de formación profesional más problemáticos, por su grado de colonización. Es una cuestión estructural de la política universitaria donde, como lo señala Adriana Puiggrós, el principal interés de muchos investigadores fue sostener un lenguaje que diera respuestas a faltas del conocimiento científico occidental, logrando sin duda, posiciones muy meritorias, pero sin atender las necesidades de la propia sociedad.203 La universidad de nuestros días parece nuevamente retornar a sus viejos tiempos de “universidad isla” de los años cincuenta y sesenta; encerrada en sus lógicas, eterna recelosa de su autonomía, no alcanza a ver el problema ni a estructurar un sistema que privilegie los conocimientos que el país necesita. Allí, en general, la defensa de los criterios de la corporación académica para definir qué y cómo se investiga, no necesariamente coincide con las necesidades del país. En la medida que la investigación científica esté orientada por los requerimientos del establishment internacional [directamente o a través de las lógicas académicas de validación de conocimientos], antes que por las necesidades nacionales, son escasas las posibilidades de que nuevos conocimientos e innovaciones se derramen sobre el sistema educativo. La fluidez de la relación entre los dispositivos de producción de conocimientos y los de su transmisión resulta una de las condiciones de existencia de una cultura productiva
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comunicable entre las generaciones y gestora de posibilidades para la democracia.204 Se trata del sistema de validación de saberes que ha instituido el mundo intelectual y, en su seno, la academia misma. Subrepticiamente -siempre con las citas de rigor del “debate actual”hay un desentendimiento de la responsabilidad social en la construcción de saberes, que subyace en la base de la elaboración de conocimientos y en la de las políticas científicas de nuestro país. Habrá que recuperar, para pensar estos temas, a un brillante intelectual de los años setenta, Oscar Varsavsky, quien retomó muchas de las tesis de Jauretche y, desde allí, pensó el mundo científico argentino y los problemas de sus políticas de investigación. No es casual que tantos científicos latinoamericanos trabajen en proyectos de punta y formen parte de equipos de primer nivel científico mundial en los grandes centros de investigación de los países desarrollados. La paradoja que es necesario analizar es que esos universitarios han recibido la formación de base de sus propios países.205 Éste es un gran problema para un país que ha sido destruido, o quizá –como lo advierte Silvia Bleichmar- eso ha sido posible porque también ha habido una derrota en el plano del pensamiento. Más allá del sistema universitario y sus problemas, es necesario recuperar la aventura de pensar, una facultad de filosofía debería ser un Centro Creativo de Pensamiento, no un Programa de Estudios Repetitivos. Más atrevimiento que seriedad, más realidad que historia, más pensamiento inquieto que estudio minucioso y encerrado.206 Coincidimos plenamente con Rozitchner en que ésa es nuestra tarea. La convocatoria está en la línea de lo que ha sido siempre el pensamiento latinoamericano: la reflexión, el pensamiento como una aventura, anudada a la práctica -por tanto, a la necesidad y a la contingencia-, comprometido éticamente y abierto al futuro. Posmodernismo, posoccidentalismo, poscolonialidad, “posdesconexión” Desde el retorno a la democracia en Argentina, en 1983, hemos vivido en el ámbito intelectual sucesivas “ondas” de discusiones que inundaban las librerías y promovían debates en todos los espacios de lectura, escritura y producción de conocimiento. La colonialidad, con
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sus modas, se expresaba entonces de distintas maneras y fuimos pasando desde el estallido de los fragmentos y la crisis de los relatos totales a la aldea global y la crisis de los estados nacionales ante la globalización. Luego de la discusión en torno a la modernidad y a la globalización, pareció abrirse tímidamente un debate sobre la poscolonialidad. Nos resulta muy atractivo, y hasta divertido y provocador, considerar estas controversias desde una perspectiva “jauretcheana”. Hasta aquí, ello implicaría mantenerse en un locus de enunciación geográfico y social: la Nación, América Latina y los intereses de las mayorías, en tanto se trata de una reflexión que intenta colaborar en la construcción de un poder político democrático que posibilite la emancipación social y nacional. Desde allí, no sólo se privilegia el qué se piensa, sino también la capacidad de socializar esas ideas para que sean políticamente activas, a la vez que una preocupación por no desconectarse de la realidad concreta. Los años ochenta y la posmodernidad En Argentina, como en toda América Latina, hemos vivido el debate sobre la modernidad y la posmodernidad, que se inicia con las críticas que la experiencia moderna tuvo en los países desarrollados o centrales. Ese fuego cruzado venía de distintos frentes: la crítica neoconservadora (Peter Berger, Daniel Bell, Irving Kristol, etc.), la crítica posmoderna (Jameson, Baudrillard, etc.) y la crítica interna al modernismo como proyecto inacabado (Habermas, Anderson). La polémica no emergía de problematizar la forma en que hombres y mujeres de América Latina experimentaban la vida moderna. Fue una incorporación de la intelectualidad latinoamericana a esas reflexiones que, visto a varios años, no dejó absolutamente nada. Podrá decirse que, con esto, estamos volviendo a viejas percepciones sobre el pensar latinoamericano, como si fuese un pobre traductor de debates del primer mundo. Puede que lo estemos haciendo, pero, en verdad, no parece que haya pasado otra cosa. La crítica jauretcheana recupera aquí una gran vitalidad. Nos vinieron a la memoria -con el sentimiento que se tiene ante quien nos acompaña en algunas soledades- dos textos que analizaban agudamente las polémicas sobre la posmodernidad desde las relaciones de dependencia cultural y sus efectos en la intelectualidad
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latinoamericana y argentina (al menos en un caso). Los textos eran sencillamente esclarecedores para el momento, aunque pocos se sustrajeron a discutir fuertemente sus premisas. Esos textos fueron escritos por Fernando Calderón y José Pablo Feinmann, cuyas perspectivas son interesantes para el toma y daca del debate. La controversia llegó a un continente -el latinoamericano- que experimentaba tiempos culturales truncos y mixtos de premodernidad, modernidad y posmodernidad,207 donde la vida del ayllu se superponía a la gazmoñería católica, al elitismo liberal-conservador de la época de los estados oligárquicos, a una democratización siempre inconclusa, a las secuelas del terrorismo de Estado y a una creciente marginación social (de género y clase) ¿Cuáles eran las experiencias modernas de América Latina, propiamente modernas, latinoamericanamente modernas, que entraban en crisis exasperante, como para sumarnos al debate?: ¿la experiencia liberal?; ¿cuáles eran los grandes relatos latinoamericanos que entraban en crisis?: ¿el paradigma marxista? ¿La industrialización de países que seguían dependiendo fuertemente de la exportación de su materia prima había llegado a su límite? Aquí coincidimos con Calderón, porque quizá lo más genuinamente moderno y latinoamericano fue la elaboración intelectual del nacionalismo revolucionario o de los movimientos nacionales populares, o populistas si se quiere, particularmente a través de Victor Raúl Haya de la Torre, pero también de Lombardo Toledano y otros,208 [...] que invocaron conceptos específicamente leninistas como imperialismo, autodeterminación nacional, alianza de clases, etc.209 Es que sólo bajo el populismo, con la integración de las masas al mercado, la relativa sustitución de importaciones, la urbanización, la expansión ciudadana y otros cambios y reformas socioculturales, con diferentes intensidades y diferentes ritmos, se impuso finalmente la modernidad en América Latina, y lo hizo a la latinoamericana [...] fue nuestro gran espectáculo iluminista, kantiano y foucaultiano si se quiere, pero con ojotas.210 Ahora bien, la crisis de esa experiencia, en Argentina -y nos atrevemos a decir que en todo el Cono Sur- no vino como efecto de su implosión, de una crisis de valores, por el estallido de los fragmentos o por el final de las totalidades. No se puede ser tan banal y pasar por alto el efecto de las dictaduras en el plano de las ideas, en el pensar y en la vida cotidiana. La muerte -en sus distintas formas- se instaló en nuestras sociedades y la incertidumbre sobre nuestro destino -aunque
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inicialmente no se viviera colectivamente así- fue incorporada “como si fuéramos” posmodernos. Sólo un chiste de mal gusto podría comparar la incertidumbre social, económica y de seguridad de uno de nuestros países en los setenta y los ochenta, con la que vivía y vive la sociedad francesa, por ejemplo. En ese sentido, no hay nada de posmoderno en nuestra experiencia latinoamericana. El populismo, es cierto, se desintegró también, porque sus propias contradicciones no le permitieron actualizarse luego de las dictaduras. Somos conscientes de que lo que aquí afirmamos tiene tantas imprecisiones y tantas particularidades nacionales que puede provocar una seria discusión de incierto final. Pero esa desintegración y el terror facilitaron la restauración neoconservadora en el sur del continente americano. Revisando aquel debate sobre la posmodernidad, todavía cuesta entender cuál era la clave, la materialidad latinoamericana que habilitaba sumarse a él. De todas maneras, esas discusiones se instalaban y eran articuladas -al menos en Argentina- con la voraz necesidad de vivir en democracia, donde la tolerancia y el respeto por las diferencias se confundían, como si fuesen lo mismo, con la primacía de los fragmentos y el fin de las totalidades. Así, la crítica a la noción de “totalidad” y a la de “sujeto” contribuía a desapasionar -como mínimo- la nueva política democrática, que era, desde la lectura posmoderna, el privilegio de los múltiples fragmentos que se expresaban de distintas maneras. Pensar en un destino para esa democracia -por ejemplo: la ruptura de la dependencia y la justicia social- implicaba la subordinación de los fragmentos a un sentido, a un proyecto, imposible de concebir sin la noción de totalidad. Pero eso, con extrema facilidad, era interpretado como autoritarismo. De esa forma, dicho debate posibilitaba, bajo las formas progresistas, una lectura “crítica y democrática” de los setenta. Como lo decía en los ochenta José P. Feinmann: El posmodernismo ayuda a nuestros intelectuales a vivir sin conflictos los fracasos del pasado y la inacción del presente. Alimenta el escepticismo, incluso el desdén. Hemos pasado de `el que no milita es un cobarde´ a `el que milita es un idiota’.211 Más allá de la crisis cultural y del pensamiento moderno que se estaba viviendo en los países del primer mundo, el problema para América Latina -y Argentina, específicamente- era y sigue siendo el de reencontrar significantes -abrir las puertas- a la multiplicidad de formas en que decimos, sentimos, pintamos, contamos, filmamos,
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recitamos, luchamos y hacemos y pensamos el amor y la política. Todo ello fue desoído en la Argentina de los años ochenta con Alfonsín, cuya incapacidad para canalizar las expectativas y la creatividad populares, es calificable únicamente a través de la metáfora,212 y sólo tuvo una expresión peor con De la Rúa. La hiperinflación que había arrasado con ese primer gobierno democrático, hacia 1989, convertía esos debates sobre la posmodernidad en textos para marcianos. La televisión mostraba a los nuevos excluidos de la sociedad argentina asaltando los hipermercados, saqueando comercios de todo tipo, peleándose en medio de la calle por pedazos de carne... en fin, la premodernidad estallaba en vivo y en directo y, frente a ello, se hacía muy difícil, cuando no absurdo, hablar de la posmodernidad. De hecho, desde entonces no se reeditó ese debate, o muy poco se ha discutido sobre el tema, pero tampoco -propio del movimiento espasmódico de las modas intelectuales- se ha dicho gran cosa acerca del agotamiento del tema. El neoliberalismo descarnado del menemismo tendría, también, su correlato en la colonización cultural, ya no con el debate sobre la posmodernidad. La hiperinflación de 1989 y el desgobierno dejaron ese debate sin sentido. La globalización, el fin de las ideologías y todo un cúmulo de “zonceras” neoclásicas con un toque democrático, asociadas a un fenómeno real -pero no nuevo- como la transnacionalización, se instalaron en la vida intelectual.
Los años noventa y la globalización Simultáneamente con las políticas antiinflacionarias del menemismo, las librerías dejaron paso a otra moda: la globalización. Entramos en los años noventa e, indudablemente, hubo, en todo este período, una “inflación” de la temática, necesaria por cierto, para aplicar las políticas de la época. Los mecanismos de desguace del Estado nacional, de privatizaciones y del endeudamiento externo fueron acompañadas por una moda intelectual que señalaba como inevitable un proceso global en el que los “patrones de estancia” no estaban asociados a nación alguna, de la misma manera que los Estados nacionales ya no podían hacer nada -o casi nada- al respecto, sólo “hacer bien los deberes” para que los capitales nos miraran con buenos ojos y aterrizaran en nuestro país.
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Esa “inflación” de lo global, que ha sido bastante habitual en los años noventa, en sus formas extremas tendía a inhabilitar todo tipo de alternativas a los ajustes neoliberales. En esos discursos, hay aspectos que, como se verá cuando pensemos la economía desde la perspectiva de Jauretche, simplemente han falseado la realidad (por ejemplo, el papel de los Estados nacionales en el proceso de globalización). Parecen no ser bienvenidos -y no se advierte como grata su intromisión en la economía- no sólo porque se los presenta débiles ante las finanzas globales, sino porque su presencia no parece favorecer la necesaria acumulación. Esto merece cierta aclaración. En primer lugar, se parte de una percepción errónea al entender al ciclo anterior a la crisis de 1973 o la del dólar de 1971, como férreamente regida por el Estado, en tanto que, por el contrario, los Estados-nación (en esa época tanto como ahora) han sido extremadamente permeables a fuerzas poderosas en el escenario internacional. En segundo lugar, suele “confundirse” una forma de regular la economía totalmente distinta de la keynesiana -la neoliberal-, con un Estado en crisis y disminuido en su poder, como si un Estado “eficiente” debiera renunciar a su poder para ser tal. Bien lo dice Mario Rapoport, esto puede suponer un Estado más chico, con menos burocracia, pero no por eso menos “fuerte”, ya sea hacia el interior de la sociedad nacional como en sus relaciones externas.213 Por otro lado, si a principios del siglo XX la mayor parte del mundo no vivía en Estados soberanos, en las últimas cinco décadas éstos se han multiplicado. Finalmente -muy importante al momento de tener presente el locus de enunciación sobre estos tópicos- los Estados nacionales mantienen un protagonismo destacado en la actual acumulación de riquezas: siguen siendo un instrumento fundamental para que las naciones se enriquezcan. Pensemos, sino, en los Estados del llamado primer mundo, y, más específicamente, en los que componen la Organización Mundial de Comercio. La mayor parte de las multinacionales tienen su sede y activos principales en EE.UU., Japón, Alemania, Francia e Inglaterra. De las 200 empresas multinacionales más importantes del mundo por el volumen de sus negocios y de sus beneficios, 168 pertenecían -en 1995a esos cinco países,214 donde los Estados hacen mucho para que así sea, sólo hay que observar con atención cómo se mueven sus embajadores en los países que llamamos del Tercer Mundo, tratando -justamente-
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de debilitar el poder de regulación de los Estados periféricos y sus márgenes de autonomía. Finalmente, es indudable que esta globalización llega al plano de la cultura provocando importantes transformaciones, pero quizá no necesariamente se trate de una cultura global -sin espacios ni pertenencias definidas- sino de la universalización de un tipo de cultura que se vuelve hegemónica a nivel planetario, con carácter de instantánea y virtual. Con esto, no queremos pasar de largo el tema de que se trata de una cultura subordinante de otras, en las que predominan las pertenencias colectivas, el lenguaje, la historia y su traducción en identidades nacionales. Una expresión no menor de esta cultura planetaria, hegemónica, es la de promover la idea de que no hay muchas formas de incorporarse a ella respetando las particularidades, lo contrario implicaría “salirse del mundo”, “desconectarse”. Es parte de la discursiva homogeneizadora de las estrategias económicas, insistir con la fuerte presencia de una aldea global que pasa por sobre las pertenencias o las descompone. No hay mayores alternativas a eso. La poscolonialidad y su inflación de lo global Pero no toda esa “inflación conceptual” de los noventa tuvo el mismo sentido. Cuando nos sumergimos en las lecturas actuales respecto a la colonialidad del saber y del pensar en América Latina, nos encontramos con análisis que otorgan un peso tan particular a la globalización que reformulan las críticas al colonialismo recaracterizando muchos de esos esfuerzos críticos como posoccidentales, poscoloniales o posmodernos. Tal como lo señalan Castro Gómez y Mendieta en una excelente compilación215, la palabra globalización hace referencia a procesos muy complejos de orden planetario que generan transformaciones no sólo cuantitativas en el ámbito de la economía y de la racionalización técnico– institucional, sino también cualitativas en el ámbito de la reproducción cultural.216 Esto provoca un fuerte debate en torno a las categorías histórico culturales con que habíamos venido pensando (e inventando) a Latinoamérica desde el siglo XIX.217 Este proceso, según los autores mencionados, tiene profundas consecuencias en el ámbito de la cultura y, por lo tanto, en las acciones
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de los sujetos. Todo un universo de signos y símbolos difundidos planetariamente por los mass media empiezan a definir el modo en que millones de personas sienten, piensan, desean, imaginan, actúan. Signos y símbolos que ya no vienen ligados a las peculiaridades históricas, religiosas, étnicas, nacionales o lingüísticas de las comunidades, sino que poseen un carácter transterritorializado y, por ello mismo, postradicional.218 Planteada de esta manera, la globalización trastocaría decididamente el pensamiento latinoamericano, inmerso en un acentuado “culturalismo”, en la medida en que es su particular cultura o culturas nacionales o regionales- la que le otorga identidad en el pensar. De manera que las respuestas ya no pueden venir marcadas por representaciones de tipo esencialista que establecen diferencias “orgánicas” entre los pueblos y las territorialidades.219 La globalización, entonces, nos incorpora, nos ha conectado vitalmente [dicen los autores] con identidades que no tienen territorio y que no están referidas a una pertenencia de lengua, sangre o nación, porque se estructuran de otra manera. El “fenómeno de las identidades transversas [los migrantes, para ser más claros] y los espacios intermedios, desafían las representaciones monoculturalistas de Rodó (el sajonismo y la latinidad como unidades orgánicas expresadas en la pureza de lenguaje).220 He aquí el punto de partida de esta mirada poscolonial.221 Quienes la han impulsado son intelectuales que miran, piensan y escriben desde un locus muy particular: las universidades del “primer mundo”, donde, en efecto, los sujetos configuran su identidad interactuando con procesos de racionalización global y en donde, por lo mismo, las fronteras culturales empiezan a volverse borrosas.222 Es decir, se trata de sujetos que se estructuran como tales en un espacio de intersección de las relaciones coloniales e imperiales. Entonces, obviamente, y como no puede ser de otra manera, las teorías poscoloniales se articulan, al interior de contextos postradicionales de acción, es decir, en localidades donde los sujetos sociales configuran su identidad interactuando con procesos de racionalización global y en donde, por lo mismo, las fronteras culturales empiezan a volverse borrosas.223 Hasta aquí es suficiente y quizá sea necesario comenzar a aclarar para que no oscurezca más. Si bien la cita dice “los sujetos configuran su identidad…”, habría que decirlo más puntualmente: no son el conjunto de los migrantes, se trata de ciertos sectores, porque,
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indudablemente, no es lo mismo reflexionar críticamente -y comprometido con una causa nacional, como en el caso de Said- desde EE.UU. que desde la Franja de Gaza o desde los suburbios neoyorkinos. El locus de sus enunciaciones no es el mismo, esos intelectuales viven una situación particular, pero la viven sólo ellos; no la vive todo el mundo de los migrantes, necesariamente, y menos aún la periferia de éstos. Lo que estamos afirmando es que son particularidades, muchas de ellas dolorosas en términos existenciales y personales, pero nos parece un exceso señalar, como se dice en el texto de Castro y Mendieta, que se replantea la relación entre teoría y práxis o que ello provoca un fuerte debate en torno a las categorías histórico culturales que habíamos venido pensando (e inventando) a Latinoamétrica desde el S.XIX.224 Para ser más precisos, advertimos que -quizá como reacción a una época signada por políticas antiinflacionarias- se trate de un discurso que “infla” algunas situaciones y conceptos; es decir, hay una “inflación” de lo global en función de lo que viven ciertos intelectuales y algunas personas en América Latina. Esto no quiere decir que sus aportes no sean valiosos al momento de discutir la colonialidad, pero nos parece que llevan sus conclusiones demasiado lejos. Pensemos, por ejemplo, si caminamos entre las comunidades aymaras o por Chiapas o por el interior del Brasil... o por -digamos, como se dijo en algún momento, la América Profunda-: ¿cuánto hay allí de desterritorialización, de postradicional? Claro que eso puede cambiar si caminamos por otros lugares de las grandes capitales latinoamericanas. Galeano lo describe mejor que cualquiera cuando habla del encierro que, a su vez, genera, en algunos sujetos, la inseguridad de esas grandes urbes: En plena era de la globalización, los niños ya no pertenecen a ningún lugar, pero los que menos lugar tienen son los que más cosas tienen: ellos crecen sin raíces, despojados de la identidad cultural [...] en las ciudades más diversas y en los más distantes lugares del mundo, los hijos del privilegio se parecen entre sí, en sus costumbres y sus tendencias [...] ellos se lanzan a toda velocidad a las autopistas cibernéticas y confirman su identidad devorando imágenes y mercancías, haciendo zapping y haciendo shopping.225 Pero se trata de los hijos del privilegio. Nuevamente una cuestión de locus de enunciación; la opción de dónde pararse es justamente eso, una opción. No obstante, es un aporte muy importante el que hacen los poscolonialistas, porque ponen en evidencia justamente la diversidad de
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locus posibles, que se multiplican también desde el centro del imperio, no sólo desde la periferia. El lugar de la crítica y teoría poscoloniales – señala acertadamente Mignolo- sería el de la permanente construcción de lugares diferenciales de enunciación, en los marcos discursivos construidos por los sucesivos momentos del proceso de occidentalización: desde la expansión mercantilista hasta la globalización pasando por la revolución industrial y la expansión capitalista.226 Las argumentaciones van en el sentido de romper con la idea de que hay un solo lugar de enunciación: Europa u Occidente y su ciencia. Por otra parte, parecería que también se sobreestima, en ciertas miradas poscoloniales, lo que llaman identidades transversas y los espacios intermedios, como el de los migrantes o los de aquellos que están en los espacios de intersección entre centro y periferia. Por ejemplo, podemos entrar a un shopping y, en verdad, uno puede pensar que está en cualquier país. No es algo del todo nuevo; desde los inicios de la modernidad han existido espacios sociales que están entre ambos mundos -espacios de intersección-; pues bien, de la misma manera sucede con los migrantes. Una experiencia “intermedia” -que, inclusive, genera lenguajes propios como el “spanglish” de los latinos en EE.UU.no es nueva; en la Argentina, el “cocoliche” y el “lunfardo” de fines del siglo XIX surgen como fruto de esa mixtura de migrantes que era el Buenos Aires finisecular. Toda migración tiene esos puntos de contacto y genera esa diversidad cultural que se ha multiplicado desde la segunda revolución industrial. Creemos que, aquí, no sólo hay, entonces, una “inflación” de lo global, sino que, además, se la fortalece al contraponerla con una visión “esencialista” y, por tanto, muy estática de lo identitario; cuando, en verdad, al hablar de identidad, hacemos referencia a procesos dinámicos y en constante cambio. Por otro lado, estas posturas corren, como bien advierte Achúgar227, el riesgo de pasar por alto o no registrar, muchas veces, las tradiciones de lectura y las memorias históricas articuladas en América Latina. De hecho, estamos pensando estas discusiones desde los aportes de un desterrado de la cultura oficial argentina, y desconocido en América Latina, como don Arturo Jauretche, aunque no es muy sencillo verlo y recuperarlo desde el locus que genera el discurso de la poscolonialidad. Para terminar, digamos con Dussel que, a los 500 años del comienzo de la Europa moderna, leemos en un Informe sobre el Desarrollo
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Humano de 1992, de las Naciones Unidas, que el 20% más rico de la humanidad (principalmente Europa Occidental, EE.UU. y Japón) consume el 82% de los bienes de la tierra, y el 60% más pobre (la “periferia” histórica del “Sistema mundial”) consume el 5,8% de dichos bienes. ¡Una concentración jamás observada en la historia de la humanidad! ¡Una injusticia estructural nunca sospechada en la escala mundial! ¿No es éste acaso el fruto de la modernidad o del sistema mundial que inició la Europa occidental?228 El planteo de Dussel es lapidario, no caben dudas del sentido de la modernidad, de su origen y de sus consecuencias a nivel mundial y, quizás, los esfuerzos en dialogar o polemizar con el mundo desarrollado sobre esta cuestión sean vanos. La propuesta jauretcheana no es “hacia arriba” -por decirlo de alguna manera-, no va en ese sentido, hacia una discusión sobre las formas de ver la modernidad y sus consecuencias en la filosofía; tampoco es un intento de explicar el “sistema mundo” –a la forma de Wallerstein-, ni siquiera debe entenderse como un conato para desprovincializar el conocimiento o por descentrar la validez de los discursos poniendo en evidencia otros locus, por más que en verdad lo haga. Es un empeño más llano: tratar de incidir en la construcción social del conocimiento y, desde allí, en la forma de pensar la política por parte de quienes la hacen en sus distintos planos-, tratando de echar mano de un ángulo distinto al que hemos heredado de esas relaciones coloniales que señalan los teóricos de la colonialidad, la poscolonialidad y el posoccidentalismo. No cabe duda de que se trata de una preocupación mínima, sutil, pero muy diferente: cómo construimos conocimiento para transformar nuestro entorno. Pues bien, ése ha sido uno de los desvelos de don Arturo. Ese minimalismo, por decirlo de alguna manera, en la medida en que lo aleja de interpretaciones macro, tendrá, por supuesto, como toda organización de prioridades, sus flancos débiles o criticables, pero esa priorización tiene, en primer lugar, la esperanza de una política distinta y, cuando tenemos el horizonte de la política, privilegiar y optar es inevitable. 151 Hegel, G.W.F. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Madrid, Alianza, 1975. Citado por Alcira Argumedo. Los silencios y las voces... Op. Cit. 152 Dentro de las excepciones deberíamos mencionar a Ernesto Sábato y a Rodolfo Walsh, que apoyaron fervientemente el golpe contra Perón, a pesar de lo cual denunciaron –Walsh con mas vehemencia- las torturas a trabajadores peronistas, lo que les valió un distanciamiento de quienes
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habían derrocado al peronismo y, en el caso de Rodolfo Walsh, su posterior adhesión al peronismo revolucionario a su regreso de Cuba. 153 Terán, Oscar. Nuestros años sesentas. Edit. Puntosur. Buenos Aires, 1991. 154 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio... Op. Cit. 155 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio… Op. Cit. 156 Citado por Jauretche, Arturo. Los profetas del odio…Op. Cit. 157 Mignolo, Walter. Occidentalización, imperialismo, globalización: Herencias coloniales y teorías poscoloniales. En Revista Iberoamericana. Vol. LXI Enero-Julio de 1995. N° 170-171 158 No es casual que el tema del lenguaje, su necesidad de cambiarlo por el francés, haya sido tematizado por Juan Bautista Alberdi y parte de la llamada generación del ’37, en el S.XIX.. 159 Zea, Leopoldo. Discurso desde la marginación y la barbarie. Anthropos. Barcelona, 1988. 160 Citado por Zea, Leopoldo. Discurso desde la marginación y la barbarie. Anthropos. Barcelona, 1988 161 Jauretche, Arturo. Metodología para el estudio.... Op.Cit. 162 Zea, Leopoldo. Discurso desde la marginación...Op. Cit. 163 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 164 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 165 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit. 166 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit. 167 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit. 168 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio; Manual de zonceras argentinas y otros textos. 169 Wallerstein, Immanuel. Conocer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido. Una ciencia social para el S.XXI. Coedición de S. SXXI; UNAM y CEICH. México, 2001. 170 Lander, Edgardo. Pensamiento crítico latinoamericano: la impugnación del eurocentrismo. Mimeo. 171 La caracterización es de Lander, Edgardo. Pensamiento crítico latinoamericano... Op. cit. 172 Lander, Edgardo (Comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. CLACSO-UNESCO. Buenos Aires, julio de 2000. 173 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 174 Zemelman, Hugo. Epistemología y política en el conocimiento socio histórico. En ¿Existe una epistemología latinoamericana?. Johannes Maerk y Magaly Cabrolié (Coord.). Plaza y Valdés. México. Octubre de 1999. 175 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio.... Op. Cit. Prólogo a la primera edición de 1957. 176 Lander, Edgardo. La colonialidad del saber Op. Cit. 177 Puiggrós, Adriana. El lugar del saber. Editorial galerna. Buenos Aires, 2004. 178 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio… Op. Cit. 179 Puiggrós, Adriana. Diario Pagina 12. Ni civilización ni barbarie: trabajo. Reportaje publicado el 29 de diciembre de 2003. Buenos Aires, Argentina. 180 Zemelman, Hugo. Conocimiento e intelectualidad en América Latina. En Conversaciones didácticas: el conocimiento como desafío posible. Editorial EDUCO. Neuquén, 1998. Argentina. 181 Frase que David Viñas tuvo para expresar su sentimiento ante una historia que posibilitó la emergencia del peronismo. Citado por Oscar Terán. Nuestros años sesentas. Edit. Puntosur. Buenos Aires, 1991. 182 Jauretche, Arturo. Política nacional y revisionismo histórico. Op. Cit. 183 Zemelman, Hugo. Los horizontes de la razón. Tomo I. Edit. Anthropos y El Colegio de México. Barcelona, 1992. 184 Jauretche, Arturo. Política nacional y revisionismo histórico. Op.Cit. 185 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, mayo de 1976. 186 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit.
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Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 189 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 190 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 191 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 192 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit. 193 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit.. 194 Citado por Edward Said. Representaciones del intelectual. Buenos Aires. Paidós, 1997. 195 Scalabrini Ortiz, Raúl. El hombre que está solo y espera. Edit. Plus Ultra. Bueno Aires, 1985. 196 Calcagno, Alfredo Eric y Calcagno, Fernando. Versos para no pensar. Op. Cit. 197 Calcagno, Alfredo Eric y Calcagno, Fernando. Versos para no pensar. Op. Cit. 198 En su Epílogo Porteño a Los profetas del Odio, en 1973, un año antes de morir y con el nuevo triunfo del peronismo, señalaba: La cáscara de la superestructura cultural está rota y la almendra encuentra la tierra propicia donde enraíza; ya hay más que el germen: está la planta y la planta viene de abajo para arriba, como tiene que venir, y será árbol. 199 Sartori, Giovanni. Homo Videns: la sociedad teledirigida. Edit. Taurus. Madrid, 1998. 200 Martínez–Pandiani, Gustavo. La irrupción del Marketing Político en las campañas electorales de América Latina. Revista Contribuciones nº2. Buenos Aires, 2000. 201 Zemelman, Hugo. Integración y tendencias de cambio en América: formación de sujetos y perspectivas de futuro. En Alternativas Pedagógicas, Sujetos y Prospectiva de la Educación Latinoamericana. Adriana Puiggrós y Marcela Gómez (Comp.). UNAM. México, 1992. 202 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 203 Puiggrós, Adriana. El lugar del saber. Edit. Galerna. Buenos Aires, 2003. 204 Puiggrós, Adriana. El lugar del saber. Op. Cit. 205 Adriana Puiggrós retoma esta cuestión recuperando la mirada de Varsasky y la historia del desarrollo científico nacional. 206 Rozitchner, Alejandro. Argentina impotencia. Libros del zorzal. Tercera Edición. Buenos Aires, agosto de 2004. 207 Calderón, Fernando. “Como pensar la modernidad sin dejar de ser indios”. Op. Cit. 208 Podríamos incorporar a Jauretche como a Hernández Arregui y otros más del pensamiento nacional argentino. 209 Calderón, Fernando. “Como pensar la modernidad…” Op. Cit. 210 Calderón, Fernando. Cómo pensar la modernidad sin dejar de ser indios. En David y Goliath nº52. Buenos Aires, 1987. 211 Feinmann, José Pablo. Posmodernidad y sujeto. En La creación de lo posible. Edit. Legasa. Buenos Aires, 1988. 212 No es casual que se hable de aquel período –el de los tiempos de Alfonsín- como el de la “democracia boba”, por su incapacidad de definir los conflictos, por ser en definitiva incapaz de construir un proyecto. 213 Rapoport, Mario. Tiempos de crisis, vientos de cambio. Edit. Norma. Buenos Aires, noviembre de 2002. 214 Rapoport, Mario. Op. Cit. 215 Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps). Teorías sin disciplina: latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate. Edit. Porrúa.. México, 1998. 216 Santiago Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps). Op. Cit. 217 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 218 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 219 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 220 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 188
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Debemos señalar que las perspectivas poscoloniales derivan de los trabajos de intelectuales como Edward Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak. Mendieta y Castro Gómez, con sus particularidades, y desde América Latina, se suman a esa línea de análisis. 222 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 223 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 224 Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps).. Op. Cit. 225 Galeano, Eduardo. Patas para arriba: la escuela del mundo al revés. Edit. Catálogos. Buenos Aires, Diciembre de 1998. 226 Mignolo, Walter. Occidentalización, imperialismo, globalización: Herencias coloniales y teorías poscoloniales. Op. Cit. 227 Achúgar, Hugo. Leones, cazadores e historiadores. En Castro Gómez y Eduardo Mendieta (Comps). Op. Cit. 228 Dussel, Enrique. Europa, modernidad y eurocentrismo. En La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Edgardo Lander. Op. Cit.
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Arando el porvenir con viejos bueyes
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Dedicar un capítulo de nuestro estudio sobre Arturo Jauretche a la historia es inevitable. Todas las argumentaciones y polémicas de este intelectual nacional están siempre respaldadas por la interpretación histórica. En ese sentido, es el primero en señalar y desnudar –en nuestro país- la vinculación entre relato histórico, estructuración de una hegemonía social y política, y un proyecto de nación. Más que “los usos de la historia” o los vericuetos que conlleva la construcción de una hegemonía social, su preocupación es, simplemente, el país. La pregunta de cómo el relato histórico ha sido una de las principales herramientas de la estructura cultural para impedir el desarrollo de un pensamiento nacional, orienta parte de su razonamiento. La reflexión que se abre en este capítulo parte de un repaso conceptual de los vínculos entre relato histórico y Poder, para, desde allí, adentrarnos en la mirada “jauretcheana” sobre la historia y recuperar, finalmente, algunos aspectos de la dimensión epistémica hasta las formas y fines que adoptó la política de la historia en tiempos de Jauretche. Si bien las polémicas desatadas respecto a estos temas hacen referencia a la historia oficial que ha acompañado la estructuración de la Argentina moderna y agroexportadora de fines del siglo XIX, nos parece que esas polémicas que Jauretche alentó tienen una enorme utilidad y vigencia para pensar la escritura de la historia en estos comienzos del presente siglo. Historia y Poder El que controla el pasado, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado. George Orwell. 1984
Así como el pasado individual y su conocimiento contribuyen a la conformación de la personalidad, también la memoria social o colectiva es una pieza clave en la conformación de nuestra identidad como comunidad, porque señala puntos de referencia en el pasado, en los que -como en un espejo- nos miramos. Pero el rememorar y el historiar no son prácticas que puedan realizarse en un laboratorio sin que interfiera algún elemento ajeno a esa elaboración. El ejercicio del recuerdo no es nunca “inocente” o “neutral”; en él inciden una amplia
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gama de fuerzas: intereses sociales, económicos, políticos o religiosos se involucran directamente en la selección de lo que debe recordarse y en qué forma. Porque lo que consideramos “nuestro pasado” es siempre una selección de lo que nos ha sucedido, lo que implica dejar en el olvido gran parte de todo aquello que sucedió. Se trata de una pugna permanente por el significado que el pasado tiene en nuestro presente y, por supuesto, de las implicancias que tiene para el futuro, lo que conforma un movimiento permanente de actualización de significados entre las tres dimensiones. El pasado, entonces, puede ser entendido como un campo de batalla, cuyo resultado se traduce en una profusa producción social que nos cruza cotidianamente. Desde los monumentos a la literatura o el cine, pasando por los relatos orales hasta la historia profesional, fechas claves, la historieta o la producción televisiva, todo ello conforma lo que se ha dado en llamar “lugares de la memoria colectiva”, reservorios e instrumentos de transmisión. Estas representaciones configuran una especie de topografía del recuerdo, ya que materializan esa selección de todo lo que nuestra comunidad no debe olvidar. Está claro que la imagen del pasado influye directamente en nuestra capacidad de operar sobre la realidad presente; de allí que la Historia -como relato del pasado- ha sido y es un instrumento de construcción y mantenimiento de poder. Al hacer referencia a esas lecturas del pasado asociadas al Poder, Hobsbawm habla de pasado social formalizado229 y Raymond Williams, de tradición.230 Se trata de una lectura del pasado altamente selectiva -como todas-, que constituye una herramienta fortísima para la incorporación de los sujetos a un orden social, a una hegemonía, porque se trata justamente de un proceso deliberadamente selectivo y conectivo que ofrece una ratificación cultural e histórica de un orden contemporáneo231 que, lejos de ser hermético, ofrece siempre innumerables fisuras. En efecto, siguiendo a Williams y Hobsbawm, ese proceso selectivo es altamente vulnerable, no sólo porque el pasado nunca es recuperado en su totalidad, sino porque el presente que está ratificando esa tradición puede no satisfacer a los sujetos sociales. El proyecto político que esa tradición ha respaldado puede ponerse en cuestión. De manera que siempre es posible encontrar “intersticios” por los cuales abrir y significar nuevos espacios, olvidados por la tradición, que podrían implicar, a su vez, nuevas lecturas del presente y la posibilidad
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de otros futuros. En palabras de Williams, es en los puntos vitales de conexión en que se utiliza una versión del pasado con el objeto de ratificar el presente y de indicar las direcciones del futuro, donde una tradición selectiva es poderosa y vulnerable.232 En otras palabras, los nuevos problemas que plantean permanentemente los renovados presentes son potenciales promotores de una relectura del pasado, conduciendo a nuevas batallas en relación con él, que podrán traducirse en cuestionamientos o ratificaciones de una hegemonía social y política. En ese marco de referencia conceptual, estimamos que debe ser colocada la cuestión de la conciencia histórica, la Historia y la disputa en torno a ella. Porque no se trata de una discusión propiamente historiográfica (aunque no la excluye), sino de un debate que habilitaría una mirada distinta sobre nosotros mismos; por lo tanto, tiene un perfil fuertemente político. Fortalecerla implicaría potenciar la capacidad de dar sentido al mundo que nos rodea, permitiendo miradas críticas y, en definitiva, una mayor comprensión de nuestra realidad. El ejemplo de más amplio alcance que puede esgrimirse respecto del uso de la historia en la construcción de hegemonías es el de la constitución de las naciones y las nacionalidades. Aquellos procesos se revelan, en términos culturales, como la “invención” de un pasado y la configuración de una tradición. En el caso de la Argentina, Mitre y Sarmiento –artífices, entre otros, de la Argentina Moderna, que terminó con la lucha facciosa del siglo XIX- no sólo intervinieron directamente como militares en la superación de aquellos conflictos que terminaron con la derrota de un sector o bando, sino que además escribieron esa historia, marcando -por lo menos, hasta la primera mitad del siglo XXla historiografía argentina. Desde esa perspectiva, obviamente, los que perdieron no sólo nunca podrían haber ganado sino que, además, cargaron desde entonces con el estigma de la “barbarie”. Si Mitre o Sarmiento leyeron a Renán, les cabría el reconocimiento de su argumentación cuando señalaba, hacia 1882, que el olvido y el error histórico son un factor esencial en la creación de una Nación, de modo que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad.233 Si, en general, toda historia y mirada al pasado puede dar muestras de lo que comentamos, América Latina ofrece múltiples ejemplos -muchos de ellos exitosos- de manipulación e inclusive negación radical del pasado social. Recordemos aquella “generación
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romántica” de mediados del siglo XIX latinoamericano, que Leopoldo Zea llamó emancipadores mentales y de la que formaron parte los argentinos Sarmiento y Alberdi; pero también Lastarria y Andrés Bello en Chile, Juan Montalvo en Ecuador y José Luis Mora en México. Ellos conforman, en conjunto, una generación que -con estilos diferentesinterpretaban que las guerras de independencia no habían posibilitado salir del atraso y del estancamiento, porque, en realidad, la enfermedad de Hispamérica se llamaba tradición hispánica y mundo indígena. El pasado los condenaba y los retenía en la oscuridad sin poder alcanzar la luz de la "civilización", siempre francesa o anglosajona. Paradójicamente, el remedio para tal enfermedad fue la amputación o un férreo empeño en quitarse una parte de su propio ser, su historia. En su violencia por arrancarse el pasado actuaron como dignos hijos de esa España que se empeñaban en negar. La nativa constancia española, como diría Andrés Bello, se expresó en el mismo afán del hispanoamericano por dejar de ser español.234 Pero, en palabras de Macedonio Fernández, la realidad trabaja en abierta oscuridad y aquel pasado que se empeñaban en negar, obstinadamente resistía y se hacía presente de distintas maneras. Retorna la imagen de Calibán, el irredento. Aquel encorsetamiento y amputación de la historia y la identidad tenía sus enormes fisuras; las críticas a aquellas políticas y proyectos condujeron -en distintos ritmos y profundidades- a movimientos políticos, relecturas históricas y nuevas visiones de futuro. Hasta entonces, Hispanoamérica, si tenía historia no era una historia consciente.235 Pues bien, en Argentina, la irrupción de los movimientos populares –específicamente la particular forma en que se construyó la democracia, a través del radicalismo primero y del peronismo después, cada experiencia a su manera- abrió una enorme expectativa de futuro y, por tanto, una casi vertiginosa relectura de la historia nacional, sobre todo en los años sesenta del siglo XX, que se tradujo en una crítica a esa visión “oficial” del pasado como al proyecto político que sustentaba. De manera que la estructuración de una tradición y una hegemonía -como se puede advertir- ha asignado, también, un destacado uso del olvido, a través del cual se posibilita la incorporación de la memoria -y los sujetos- a determinados proyectos políticos e ideológicos. Nos vuelve aquí aquella dimensión de la conciencia de una
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sociedad como es la conciencia histórica, desde donde puede entenderse también el porqué de la producción histórica que acompaña casi siempre a los movimientos dispuestos a discutir una hegemonía político-cultural; el “revisionismo histórico” en la Argentina, por caso. La atinada reflexión de Koselleck nos recuerda, en ese sentido, que a la corta, puede que la historia la hagan los vencedores. Pero a la larga, los aumentos de la comprensión histórica han salido de los vencidos.236 Jauretche no era historiador, pero al ser su preocupación medular las posibilidades de una política nacional y de un pensamiento que la orientara, la historia -como instrumento de hegemonía- fue uno de los ejes de sus argumentaciones. La discusión política estaba en él permeada por la historia, en la medida en que el relato histórico oficial, hegemónico, tenía como objeto consolidar un proyecto de país que no contemplaba los intereses de las mayorías, para lo cual era fundamental la desconexión propia de la intelligentzia y los ciudadanos con su entorno. Jauretche, entonces, fortaleciendo el relato del llamado “revisionismo histórico”, se sumerge en la disputa por darle forma a la conciencia histórica de la sociedad de su tiempo. Conciencia que, conceptualmente, resulta siempre de la mirada respecto al presente y al futuro, ya que orienta las preguntas hacia el pasado, moldeando la tradición o cuestionándola. En este sentido, no parecería viable un pensamiento nacional sin un relato histórico, una comprensión del pasado, desde los problemas claves que han obstaculizado el despliegue de la Nación. Jauretche y la vitalidad de la historia Tratar de desmenuzar la mirada de Jauretche sobre la historia y el ángulo desde el cual lo hace, nos remite nuevamente a la influencia de ciertos elementos de la tradición conservadora. La dimensión históricotemporal en la lectura de la realidad tiene un punto de inflexión importante, en la historia de Occidente, con la Revolución francesa, o, más bien, con lo que ella provocó en el parlamento inglés. Desde allí, surgió el primer y quizá más feroz ataque “moderno” al iluminismo y al racionalismo, que predominó en las primeras décadas de aquella revolución, sentando las bases de lo que luego se conocerá como
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conservadurismo. Lo mencionado en el capítulo II -el señalamiento a la insuficiencia y la incapacidad del racionalismo y sus abstracciones para comprender las sociedades- se completa con la percepción de la historia como principal fuente de conocimientos sobre la sociedad en la que vivimos -mucho más que las abstracciones derivadas de un razonamiento lógico- y sus posibilidades de transformación. Robert Nisbet hace referencia a esta “vocación”, de la epistemología conservadora, de pensar desde las coordenadas de tiempo y lugar, recuperando la idea-concepto muy “burkeana” de que en la tierra no existe el hombre como tal. Yo he visto franceses, italianos, rusos, etc., pero declaro que nunca en mi vida he visto a un hombre, a menos que de hecho exista y sea desconocido para mí.237 No existen las personas –eso se está diciendo- sino situadas, cultural e históricamente. Las personas no pueden ser pensadas desgajadas del proceso social que las constituyó y menos aún de la trama temporal de las que son hijas. En esa trama que hilvana el proceso social hay un compromiso entre aquéllos que viven, aquéllos que están muertos y aquéllos que han de nacer.238 Así, el verdadero método histórico está más allá de la simple narración de historias; es el método para estudiar el presente de tal manera que ponga en evidencia su entramado en el tiempo, su profundidad temporal. Esa aproximación nos posibilitaría dimensionar cuán importantes han sido, cuán funcionales han resultado y cuánta utilidad han reportado las instituciones, los usos sociales y las distintas formas culturales y políticas que, a través del tiempo, la sociedad va generando y sosteniendo. La historia otorga legitimidad a la existencia y a la política. Uno de los pilares a partir del cual el conservadorismo cuestiona el racionalismo e iluminismo es, justamente, éste: el lugar devaluado de la historia en la percepción de la realidad y -obviamente- en la acción política. No es tema de estas cavilaciones, pero quizá sea éste uno de los tópicos por revisar al momento de pensar por qué las fuerzas conservadoras han tenido un éxito relativamente mayor, en cuanto al manejo del poder político, que las fuerzas revolucionarias o de izquierda. Para un conservador, la historia -la experiencia- aporta la principal fuente de conocimientos en cuanto a lo social y político se refiere. En todos los escritos de Jauretche, hay reiteraciones que son casi una obsesión y, justamente, una de ellas es la cuestión de la historia. Una de sus obras la dedica específicamente a ese problema239 y, allí, como continuando con la reflexión de Burke o de Chesterton, resalta la
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necesidad del pensar histórico. Desde esta perspectiva, Jauretche sentenciaba que no hay hombres en abstracto; hay hombres ingleses, hombres argentinos...240, y sólo pueden ser pensados como fruto de su particular cultura e historia. La vida social y la política de las personas están condicionadas por su historia particular y por la de su sociedad y su proyección debería partir de ese conocimiento histórico, es decir, de su experiencia de vida y de las formas de enfrentar las dificultades cotidianas: la cultura. Retomamos, en primer lugar, la perspectiva epistémica, porque develar lo que esconde la historia oficial es la primera preocupación de Arturo Jauretche. ¿Cuál es la lógica, la hermenéutica, de esta historia oficial? Ése es el interrogante central a partir del cual la crítica epistémica se desliza a la historia. Tal como aquellas historias en las que se suponía que existía un plan regido por la Divina Providencia, en estas historias que Jauretche cuestiona se ha reemplazado la deidad por ideas (y, nuevamente aquí, el ataque al racionalismo), ideas que cambian constantemente su ropaje y lo mismo se llaman Civilización y Progreso que Libertad y Democracia, según el momento. Jauretche cuestiona la mirada teleológica sobre la historia, que, a lo largo del tiempo, ha tomado distintas formas. En esa hermenéutica, aquellas ideas excluían todo análisis de la realidad y de las causas sociales y económicas y de los factores de la cultura, para subordinar sus conclusiones a la premisa previa.241 Jauretche extiende aquí su crítica epistémica a la interpretación de la historia: Toda la historia oficial –de iluministas o no y así hayan empleado el aparato formal de la ciencia histórica al servicio de los supuestos previos que constituyen su característica iluministase basa en la exclusión de la sociedad, de los movimientos de las multitudes, y de la realidad económico–geográfica en que se asientan y de la vida cultural propia que representa su continuidad.242 El caso paradigmático, casi el padre de este esquema o quien le da forma definitiva para que desde allí reaparezca de distintas maneras, es Sarmiento. En él, la posición a priori, el esquema ideológico en el punto de partida, ciega para ver la realidad por la aplicación de un mal método científico. Sarmiento parte de una premisa falsa, el dilema “Civilización y Barbarie”, Europa y América contrapuestos, lo bueno y lo malo, como en las películas yanquis, y de allí deduce. En el fondo es el disparate rivadaviano, dejando establecidas las diferencias entre este mediocre personaje y aquel genial aunque desorientado espíritu.243 Jauretche reivindica su crítica a esa historiografía desde el lugar
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que se les otorga a las abstracciones y supuestos previos -apelando a Marc Bloch, el historiador francés de los Annales- y señala -a través de éste- que el problema es que así como la intelectualidad –la intelligentzia- interpreta la realidad presente, así también piensa la historia. El “pecado” central está, entonces, en no ver a los sujetos reales que la protagonizan. Las edades son solidarias y la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado, pero inversamente, el pasado puede comprenderse por el presente [...]¿Qué sentido tendrían para nosotros los nombres que usamos para caracterizar los estados del alma desaparecidos, los fondos sociales desvanecidos, si no hubiésemos visto antes vivir a los hombres?[...] El erudito que no gusta mirar en torno suyo, los hombres, las cosas, los acontecimientos, merecerá quizá, como decía Pirenne, el nombre de un anticuario útil. Obrará sabiamente renunciando al de historiador.244 Retomaremos, sobre el final de este estudio, la cuestión de la erudición y la conciencia histórica, como fruto de este ejercicio de auscultar las consideraciones de Jauretche sobre la historia. Pero nos interesa, aquí, resaltar esta contemporaneidad del historiador, que surge de pensarse en su propio tiempo y hacer historia parado en él. Sin la tensión de esa contemporaneidad, la historia se convierte -para Jauretche- en lo que Huizinga llamaba la “historia perfumada”245 y José Luis Romero, “pura erudición”, de escasa utilidad para pensar críticamente la vida y la acción políticas. Comenta Jauretche -siguiendo a pie juntillas a Chesterton- que una de las diferencias entre la política realista y la que se despliega desde abstracciones idealistas es, justamente, el conocimiento de la historia. Ese conocimiento nos da el cable a tierra: Para una política realista246 la realidad está construida de ayer y de mañana; de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes, de causas y concausas. De allí la importancia del conocimiento histórico; pero la reconstrucción e interpretación de la historia no es -para Jauretche- una simple recolección de hechos, cual anticuario, ni el sometimiento de los hechos a premisas previas. Más bien es el manantial que aporta el conocimiento de los elementos con los que ha sido “amasada” y elaborada la sociedad, como lo está haciendo en ese presente y como podrá hacerlo en el futuro. La experiencia y la cultura elaboradas en ese proceso son, entonces, centrales. Porque el conocimiento del pasado es experiencia, es decir, aprendizaje; el elemento técnico del laboratorio que ahorra la búsqueda puramente empírica, el ensayo permanente, la continua frustración, el fracaso
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reiterado, mucho más grave cuando la probeta es precisamente el cuerpo social, el país y sus hombres. Esa es la función de la historia en la química de la sociedad y de las naciones.247 Sin la meditación sobre esa experiencia, traducida en un conjunto intelectual y práctico que ha posibilitado la construcción de nuestro presente, la vida en sociedad sería un constante juego de “gallito ciego”, aunque quizá con los más desarrollados argumentos racionales. Sólo el conocimiento de la historia nos permite conocer el presente e integrar las partes dispersas de lo social (que, aparentemente, no tienen sentido alguno) en un todo aprehensible.248 Sólo ese conocimiento nos posibilitaría vislumbrar cuánto y qué aspectos de la vida social la sociedad misma está dispuesta a cambiar. La historia, para Jauretche -no lo pretérito de la existencia-, no está cerrada o clausurada. Se trata de un continuo de tiempo abierto, en el que pasado, presente y futuro son historia (...) la política es la historia del presente como la historia es la política del pasado.249 Para ser más claros -a riesgo de enturbiar las aguas-: en cualquier acción política nos encontramos, primero, con lo que es producto de procesos y acontecimientos anteriores, y segundo, lo que es propio de la situación en cuanto contiene varias posibilidades de desenvolvimiento, susceptibles de activarse por las prácticas de los sujetos sociales.250 Esa dualidad entre lo producido y aquello por producirse -en los sucesivos presentes- es la historia del presente, es la política. En ese mismo sentido, coincidiendo con Jauretche, José Luis Romero251 desarrollaría -años después y desde otra postura ideológicaun concepto de vida histórica no anclado exclusivamente al pasado. Con el saber de un gran historiador y con una prosa brillante, Romero afirmaba que el concepto de vida histórica incluye también la vida histórica viviente, que comienza donde acaba el pasado –el pasado de cada presente- y se proyecta en un flujo continuo a lo largo del tiempo aún no transcurrido. De manera que el concepto de vida histórica articula tanto el pasado como el futuro, más la instancia subjetiva identificada en cada instante como presente.252 En esta línea, si Jauretche, de alguna manera, retoma la perspectiva histórica conservadora para pensar la política y la vida social -lo que, ciertamente, lo acerca a la mirada de Burke, sobre todo en la crítica a lo que él llama la intelligentzia-, por otro lado, su espíritu innovador y su perspectiva de escribir y pensar para promover una transformación desde el pensamiento nacional lo alejan de cualquier
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conservadorismo político. Llegados hasta aquí, una serie de cuestiones se vuelven centrales en la discusión sobre la historia que Jauretche abre en la década del sesenta del siglo pasado, y que nos parece relevante destacar en los comienzos de éste. La construcción de hegemonía y el lugar de la lectura y producción histórica en ese proceso ocupan un lugar privilegiado y hacen del debate una discusión política, en tanto que se entiende como una de las puertas para cuestionar un proyecto de país y pensar en otro distinto. A ello hacía referencia Jauretche cuando hablaba de una política de la historia. Historia y pensamiento nacional Jauretche realiza una crítica histórica de carácter amplio, que va de la forma en que se ha construido el relato histórico -el lugar de los supuestos previos- hasta la puesta en evidencia y cuestionamiento de una política de la historia, que ha sostenido ese relato histórico y un proyecto político hegemónico. En primer lugar, no se trata de un problema de historiografía, sino de un problema político, porque si fuese simplemente la interpretación que de la historia hizo un sector, una facción o un grupo de historiadores, sería una discusión historiográfica a partir de lo que puede o no ser considerado una desvirtuación del pasado. La cuestión va más allá, porque se trata de un sistema destinado a mantener esa desvirtuación y prolongarla en lo sucesivo imponiéndola para el futuro por la organización de la prensa y la enseñanza, desde la escuela a la universidad.253 Hay, señala Jauretche, una política de la historia en función de determinado proyecto que ha requerido que determinado relato sea trasmitido de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclatura de lugares, calles y plazas, almanaques de efemérides y celebraciones.254 Esa política de la historia ha inundado el sistema educativo, desde los pasillos de los jardines de infantes hasta la universidad. No podía ser de otra manera, cuando de proyecto político se trata. Había una economía que articulaba -la agroexportadora-, una educación que
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forjaba los nuevos ciudadanos, un contexto internacional que favorecía el proceso y un pensamiento que, con todo el aparato cultural -con la instrumentación de la historia en su diestra-, prefiguraba y condicionaba el futuro. Se trata de una política que organiza y consolida una visión del pasado, que va más allá de sus fundadores -Mitre, más precisamenteporque, como bien lo advierte Jauretche, una escuela histórica no puede organizar todo un mecanismo de la prensa, del libro, de la cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento, simplemente obedeciendo el capricho del fundador. Tampoco puede reprimir y silenciar las contradicciones que se originan en su seno, y menos las versiones opuestas que surgen de los que demandan la revisión. Sería pueril creerlo y sobre todo antihistórico.255 Esa política de la historia persigue una finalidad bien clara. Apelando nuevamente a Chesterton -vía Jauretche-, los hombres y mujeres argentinos carecemos de realismo político en la medida que carecemos de conciencia histórica nacional, conciencia de cómo se ha construido la Nación. Así, la finalidad es impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional [...], se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional.256 Esos fines se hacen evidentes en el propio relato de la historia mitrista. El reemplazo que Jauretche señala en la historia oficial -de ciertas deidades por ideas que cambian constantemente su ropaje- tiene una importancia destacable en la construcción de una hegemonía política y, por supuesto, con claras consecuencias en las posibilidades de un pensamiento nacional y latinoamericano. Esa historia ha establecido que la finalidad de la emancipación argentina fue construir determinado régimen político, determinada forma institucional y no ser una nación, poniendo en el primer término lo formal y en el segundo lo sustancial. Es la tónica permanente de la enseñanza de nuestra historia257 y, como veremos más adelante, una práctica del oficio que ha hecho escuela en nuestro país. Al ser más importantes las formas institucionales -como la libertad, el libre comercio o la civilización- que la Nación misma, deja de ser también repugnante la intromisión de otras naciones para cumplir fines alternativamente libertadores, civilizadores. Y la historia falsificada, en la
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misma medida que contribuye a ocultar y desfigurar la idea de nación, glorifica a los que subordinaron ésta a esos fines particulares y se disciplinaron en el interés extranjero.258 Recordemos la errática trayectoria de Alberdi259, por ejemplo, pero también tantos otros que, en nombre de las actuales formas de la civilización, han subordinado los intereses nacionales a esas nuevas expresiones civilizatorias. La propuesta “jauretcheana” es pensar la historia desde la experiencia y la cultura que aquella generó en su devenir. Tal como lo hemos analizado, si la política de un país es necesariamente la resultante de un conflicto de fuerzas, de medios y de fines [...] la historia es el gran escenario donde esas fuerzas se ponen al descubierto para manejarse a favor o en contra.260 Volviendo a Burke, en sus Reflexiones sobre la revolución francesa, señala que, normalmente, la voluntad de resistencia y de lucha que emerge en los pueblos es fruto del conocimiento interno de los derechos construidos históricamente o de los instintos de libertad, elaborados lenta e históricamente en el seno del pueblo: éstos son los “prejuicios” o saberes respecto de la religión, la propiedad, la autonomía nacional y los roles de larga tradición en el orden social. Éstos, no los derechos abstractos escritos en un papel, son el poder impulsor en las luchas de los pueblos por la libertad. Rescatarlos de la historia, hacer el esfuerzo conectivo con el presente, era, para Jauretche, el esfuerzo que debía desembocar en una política distinta, en una política nacional. Era el esfuerzo que, según él, realizaba el revisionismo histórico en los años sesenta y setenta. Hacia los años ochenta, Octavio Paz –desde otro lugar- hacía el mismo reclamo en cuanto a la presencia protagónica del pueblo en la historiografía latinoamericana: Ya es hora de reintroducir en nuestra visión de la historia esa realidad que los antiguos llamaban ‘el genio de los pueblos’.261 Jauretche, que escribía con la clara intención de robustecer una conciencia nacional, insistía constantemente en cómo esa política de la historia había contribuido a que los argentinos no pudiéramos construir una clara imagen de nosotros mismos. Fue una historia creada desde el proyecto político, hija de una práctica política, de una concepción teórica de la sociedad en la que pesaba más el brillo deslumbrante de las ideas que los datos de la realidad [...] un hacer ideológico desvinculado de los elementos de la realidad,262 es decir, derivada de una forma de comprender el mundo,
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de un ángulo epistémico, que ya hemos revisado. Esa historia es fundamental para la formación de una falsa inteligencia, la “intelligentzia”, [...] y era necesario complementar la desvinculación del pensamiento argentino con la realidad, cuidando de impedir a través de la historia todo contacto con el pasado real auténtico263. El objetivo entonces: que los argentinos tuviesen una idea irreal del país y de sí mismos.264 El análisis sobre esa política de la historia se combina aquí con una suerte de toponimia de la memoria: la toponimia ha sido alterada para que el paisaje geográfico no coincida con el paisaje histórico, contribuyendo a esa sensación de irrealidad, de cosa estratosférica y sin contacto siquiera con lo telúrico, entre el pasado y el presente que caracteriza la historia que se enseña a nuestros escolares y se difunde oficialmente y da esa sensación de convencional, de artificiosidad, que deshumaniza nuestra historia y la hace ‘odiosa’,’265 como dice Jorge Luis Borges al calificar la historia latinoamericana. La transformación de la toponimia hace que la nominación no provenga de la tradición sino del decreto y así la narración se desvincula del paisaje como los protagonistas de la sociedad a la que pertenecían.266 Costo y necesidad de la revuelta revisionista El relato histórico mitrista -que consolidó, desde la cultura, un proyecto político de largo alcance y quizá uno de los más serios que haya tenido el país- tuvo su contrarrelato al poco tiempo de andar. Un liberal, colaborador de Sarmiento y admirador de Mitre, Adolfo Saldías, investigando el federalismo argentino -puntualmente la época de Juan Manuel de Rosas- tiene acceso a documentos que Mitre no había revisado y ve una historia distinta que lo entusiasma, por lo que pone en evidencia que la lucha entre el federalismo y el unitarismo no es la de la “barbarie” contra la “civilización”. Pero esa revelación le traerá enormes problemas con su maestro, Bartolomé Mitre, a quien enviará su primer libro sobre la historia de la confederación argentina. ¡Vaya regalo el que le hacía Saldías! La respuesta no se hizo esperar y ésa es -quizás- la partida de nacimiento de lo que luego se denominó “revisionismo histórico”. En la edición del 19 de octubre de 1887, La Nación reproduce la carta en la que Mitre contesta a Saldías. Dice Jauretche con respecto a ella: La reprimenda de Mitre a su descarriado discípulo es apocalíptica. En
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síntesis, lo de Rosas es cosa juzgada y no hay nada que hacer. La condenación de Rosas es definitiva.267 No se trataba de un texto “rosista”. Saldías era un liberal que, inclusive, condenaba muchas cuestiones de aquel período, pero había puesto en evidencia documentación que revelaba otra historia. Eso fue suficiente para que su libro fuera una herejía. Saldías editó su texto268 por medios propios en París, no fue comentado en los medios culturales argentinos y las ediciones posteriores fueron hechas en Uruguay, México o Madrid. La estructura oficial de la cultura argentina lo había condenado. Retomando el problema, los primeros historiadores revisionistas tuvieron, como bien observa Jauretche, sus ventajas y sus dificultades. Dentro de las primeras, cabe destacar que todavía vivían personas que habían protagonizado hechos claves de nuestra historia, que estaban siendo trastocados y distorsionados, o inclusive falsificados, por lo cual eran una fuente directa de información, no sólo por su memoria sino también merced a sus documentos.269 Pero, por otro lado, no resultaba fácil hacer algo con ese “nuevo” relato, ante una estructura cultural claramente ordenada en torno a un proyecto político. Cuestionar el relato mitrista era cuestionar el proyecto y, muchas veces, no se estaba dispuesto a pagar el costo que ello implicaba. Así, los historiadores revisionistas tuvieron que unir a su capacidad investigadora para penetrar en la oscuridad y ocultación organizadas, una gran conducta, porque debieron afrontar el sistema de la “intelligentzia” que así premia con el prestigio y la difusión a los serviles de la falsificación, castiga con el anonimato o la injuria al verdadero historiador.270 Aquella tarea historiográfica podría haber quedado sólo en el debate profesional, en una discusión entre historiadores que podría saldarse con la edición de algunos libros o quedarse simplemente en la definición de “escuelas”. Es decir, esas nuevas miradas de la historia, relectura de documentos y descubrimiento de otros que habían permanecido ocultos, pudieron quedar acumulados como se juntan los materiales en un baldío para una construcción futura, o podrían ser como esos esqueletos de hormigón fríos y desnudos, que en nuestra ciudad refieren la historia de los consorcios de propiedad horizontal fracasados,271 sin un esfuerzo conectivo con la forma que tomaba la hegemonía política a la que había servido siempre esa tradición histórica. Así, la tarea que
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cumplió la escuela revisionista [...] corría el peligro de quedarse, aun en la verdad, como una simple revalorización de la historia como anécdota, en una reivindicación de los héroes y en una destrucción simplemente iconoclasta y sobre todo en presentar la historia como un hecho del pasado, sin articulación con el presente y el futuro. Pudo limitarse a ser también una melancólica recordación de frustraciones y una romántica evocación de vencidos.272 Es ese esfuerzo conectivo el que -como veremos más adelante- hace de la historia una herramienta política. De otra manera, la revisión histórica habría sido un hecho de justicia pero no la contribución necesaria para poner la historia al servicio de la política nacional.273 Lo que sostiene Jauretche, en este sentido, es que la revisión de la historia viene a aportar profundidad temporal –un respaldo en el tiempo, una genealogía- a una conciencia nacional respecto del presente, sin la cual no hay política nacional posible. Decía entonces: Sálvese el revisionismo del peligro de que, buscando las raíces lejanas del país, se prescinda de las más inmediatas.274 Pero el debate no termina allí. Jauretche analiza lo que llama dialéctica del revisionismo histórico, haciendo referencia al proceso de relectura permanente de la historia. Porque, luego de esos primeros tiempos de revisionismo y una vez que se ha ganado en el terreno de la polémica -para 1970, Jauretche veía irreversible el proceso político y social y, por tanto, irreversible la caída en desgracia del relato mitrista-, la tarea revisionista deja de ser la destrucción de la historia falsificada y obliga al historiador a apartarse de la posición necesariamente polémica, negativa, de la etapa anterior. Necesita objetivarse para una polémica, desde la historia ya cierta que debe interpretar.275 La idea es que, una vez que se ha construido un proyecto político distinto -verdadera derrota del relato histórico oficial-, la discusión y la polémica se trasladen al interior del campo historiográfico. Para entonces, la nueva tarea sería discutir los hechos en su real encarnadura y en sus implicancias ciertas; se han creado otras condiciones y por eso es útil, y más que útil necesario, que concurran a la común labor hombres de distintas procedencias y formación intelectual [porque] el peligro más grande que acecha al revisionismo sería el de crear otros santos de cera y otros diablos, si se estancara en una simple revalorización de anécdotas y de hombres.276 Aquí, Jauretche, desde el ángulo de la política, coincide con la mirada con que algunos historiadores académicos han cuestionado el revisionismo como una práctica de desvestir santos para
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vestir otros. Aunque relativamente cierto, esto es –para don Arturo- sólo un momento de la lucha política en el campo historiográfico. Hay, en las notas y libros de Jauretche de los años sesenta y setenta, un relativo optimismo -ciertamente justificado- respecto al triunfo del revisionismo histórico ante la historia mitrista o liberal. La oxigenación de utopías y la renovación intelectual de fines de los sesenta hacían previsible la consolidación definitiva de un pensamiento nacional y de una política del mismo signo. No obstante, las dificultades eran tan amplias y robustas como la esperanza y las fuerzas renovadoras. Porque, si el golpe de 1955 inicia lo que podría llamarse la larga agonía de la Argentina peronista -como desafortunadamente lo calificó Halperín Donghi-, el proceso iniciado en 1976 y completado con el menemismo a partir de 1989 ha significado la definitiva muerte de un proyecto nacional, por tanto, la derrota política de una lectura contrahegemónica de la historia, y un golpe muy duro para el pensamiento nacional. La historiografía que se elabora en los años de democracia es -en cuanto a su aporte a la conciencia nacional- una historiografía “boba” –al igual que esa inicial democracia-, juicio que puede molestar, pero sobre el cual algo abonamos a continuación, como resultado de una recuperación de la mirada de Jauretche por parte de quienes hemos vivido las últimas décadas del siglo XX vinculados, de alguna manera, a las distintas formas de hacer política tanto como a la escritura de la historia. Historia, historiadores y política El tópico sobre el que gira el análisis de Jauretche respecto a la historia es su vinculación con la política y el aporte que ella hace para develar realidades o para ocultarlas. Pues bien, este estudio fue hecho desde la historia como disciplina, por lo que no podemos dejar de dar nuestra opinión sobre la forma actual en que los historiadores se vinculan con la política. Creemos que la Historia como disciplina, cuyo objeto es el pasado -con su prole de buceadores de archivos-, puede y debe volver a tener un papel más protagónico en un diálogo interdisciplinar, con el objeto de potenciar realidades presentes y generar un pensamiento autónomo, nacional y latinoamericano. En ese sentido, la escritura de la
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historia debe darse la libertad de reconectarse con la construcción de la historia misma y -utilizando el bagaje que le aporta el oficio- contribuir, en forma explícita, a la toma de posición frente a la realidad contemporánea que -en nuestro caso- sigue signada por un cuadro profundo de dependencia económica y cultural. En general, sostenemos, hay un desentendimiento de los historiadores académicos ante las exigencias del presente y ello pone en evidencia la necesidad de transformar la escritura de la historia en algo más útil para la sociedad. No es novedad el hecho de que, en el campo historiográfico, haya una enorme resistencia a invertir tiempo, esfuerzo y conocimiento en el análisis de esa franja del pasado operante en forma evidente sobre nuestro presente. Porque, en ese caso, el análisis histórico deja de ser una actividad de académicos para ser un auxiliar de la actividad política y la Academia nunca ha querido nadar en esas aguas. Esa resistencia muchas veces se expresa enmascarada bajo la ecuanimidad y seriedad del historiador; es decir, bajo los ropajes de las exigencias del oficio que requiere cierta distancia temporal -lo que, en parte, es verdad- para emitir juicios más íntegros y profundos respecto a los procesos sociales. He allí, se afirma, la enorme dificultad para escribir historia del presente, para comprender el sentido de los acontecimientos contemporáneos cuando éstos todavía no han revelado todas sus consecuencias y, por lo tanto, se desconoce aún su significación; el oficio nos sujeta a lo dado y no a lo inacabado. Es obvio [dice Habermas] que solo los científicos íntegros que insisten en la diferencia entre la perspectiva del observador y la del participante pueden ser fiables como expertos.277 No obstante, puede que esa historia del presente, que involucra a nuestras vidas, no cumpla con todas las exigencias de la historia seria, por llamarla de alguna manera; pero por más que a los "científicos íntegros" no les parezca correcto, igualmente se realiza, esa historia se escribe. No la hacen los historiadores o “científicos íntegros”, la confeccionan los periodistas, los abogados, la militancia en sus distintos niveles y formas, los políticos de todo pelaje, los medios de comunicación, pero no deja de hacerse, de ninguna manera deja de hacerse, porque es una necesidad de la acción social y política. Es obvio que, a esta altura de nuestro análisis, ya no miramos el conjunto de la producción histórica, más bien nos preocupa aquélla que
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esté dispuesta o pueda tener como horizonte y principal motivación de su escritura la construcción de conocimiento para dar cuenta del momento histórico en que vivimos y, en suma, de la lógica de poder en que estamos inmersos. De esta forma, se nos develaría la existencia de las realidades que se ocultan o disfrazan, para poder potenciarlas. Ciertamente, este tipo de escrituras de la historia -de uso político- bien sabemos que ha sido usada y realizada muchas veces con distintos fines. Como dice Hobsbawm, es esencial que los historiadores recuerden esto. Las cosechas de nuestros campos pueden acabar convertidas en alguna versión del opio de los pueblos.278 Pues bien, a pesar de ello -y de la tan defendida profesionalidad- no se deja de recurrir a la historia para pensar nuestro presente. Sugerimos, en este sentido, que el historiador, mucho más que cualquier periodista o abogado aficionado a las cosas y libros viejos, posee un arsenal técnico -aportado por el ejercicio de su disciplina y la crítica de sus pares- mucho más robusto al momento de deconstruir o desenmascarar realidades que se instalan casi como mitos. ¿Donde están los obstáculos, para la historiografía académica? Tanto el superior tribunal de la historia (la exigencia empírica de la prueba, la fuente histórica) como la crítica y el debate entre los pares, son elementos que no deberían plantear ninguna dificultad para que el historiador tome partido ante la realidad o, recordando a Marx, no se disponga meramente a interpretar el tiempo pasado sino también a transformar su mundo presente. Aventurándonos a suponer lo que pasa con los historiadores, podríamos señalar la persistencia de viejos problemas, como lo es la evidente pervivencia de ciertos criterios positivistas respecto a aquello "objetivable" en la disciplina; es decir, aquello capaz de ser considerado asépticamente, sin las "impurezas" propias de la valoración que convierten el discurso histórico en "opinión".279 Ello configura un problema que, ciertamente, ha suscitado ya innumerables debates, que no han mellado su vitalidad y actualidad. Otra cuestión que no queremos dejar pasar respecto a este tópico es la falta de creatividad para generar categorías hijas de nuestro proceso histórico y no del proceso europeo. Como lo señala Chakrabarty – historiador indio-: si los historiadores del tercer mundo sienten la necesidad de hacer referencia a trabajos de historia europea; los historiadores de Europa no sienten nada similar...ellos producen su trabajo ignorando relativamente las
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historias del resto del mundo y esto no parece afectar la calidad de su trabajo. Este es un gesto que, sin embargo, nosotros no podemos devolver. Ni siquiera podemos permitirnos una igualdad o simetría de ignorancia en este nivel sin correr el riesgo de parecer como ‘fuera de moda’ o ‘anticuados’.280 Nos reencontramos, aquí -esta vez desde el análisis y la crítica histórica-, con el problema de la colonialidad del saber, porque la Historia, como relato del pasado, como parte de las ciencias sociales, no escapa al colonialismo que las impregna. Ésta es una de las dimensiones teóricas más profundas de nuestro sometimiento estructural, a partir del cual pareciera que -como bien lo señalan los llamados “estudios subalternos”sólo Europa es teóricamente conocible (es decir, en el nivel de las categorías fundamentales que dan forma al pensamiento histórico); todas las otras historias son cuestiones para una investigación empírica que encarna sobre un esqueleto teórico que es sustancialmente Europa.281 Europa, entonces, pareciera ser el sujeto teóricamente soberano para escribir la historia de Kenia o de Argentina. Colonialismo que está, inclusive, detrás de aquellos que han pensado en hacer una historia más comprometida, “desde abajo”, rescatando las voces olvidadas del pueblo, ya que lo hacen desde esos marcos teóricos del “sujeto soberano”. E.P. Thompson y los debates del marxismo inglés son los padres de esa historiografía.282 Estos problemas son bien profundos y exceden el presente estudio. Preferimos, sin restar importancia a esas dimensiones, hacer referencia a un modus operandi, a una forma de actuar y a toda una serie de ritos y prácticas que, si en gran medida condicionan la producción histórica, implican también la construcción de una forma muy especial de plantearse la existencia, absolutamente desgajada de utopías y alejada de cualquier tipo de responsabilidad pública, reducida a lo profesional, donde -por decirlo de alguna manera- la lucha por el poder en la sociedad y su transformación, como preocupación, ha sido reemplazada por la disputa dentro de la corporación profesional.
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Historiar indisciplinadamente ¡Qué seguro era el universo de mis libros! ¡Qué exacto el orden de mi biblioteca, sublime escudo de ideas donde crees que el caos de la tierra no te alcanza! Pero ¿de qué sirven la belleza y la justicia encerrados en códices y estanterías? ¡Este es el mundo y aquí nos quiere él! Fray Santiago283 Tengo por delante dos caminos: hacerme hombre de letras o hacer letras para los hombres. Homero Manzi 284
Los párrafos anteriores van dirigidos a pensar la posibilidad de que el historiador -y la historia como escritura- abran un espacio en el necesario esfuerzo que deben emprender las ciencias sociales para la comprensión y transformación de la realidad y, por lo tanto, en la generación de futuros mejores y posibles. Las ideas y debates de Jauretche nos han motivado para volver sobre este tema del lugar y el aporte a la vida política que hacen los historiadores. Porque, justamente, es el movimiento revisionista de los años sesenta el que dejó sentada una muy importante experiencia, que -como nunca antes, quizás- ha hecho grandes aportes a la conciencia histórica de la sociedad argentina. Esos historiadores -qué duda cabe- tuvieron una enorme incidencia en las formas de interpretar la sociedad y las dimensiones de futuro que desde ella se generaban, a tal punto que la discusión política estaba siempre impregnada de historia. Tal vez por eso mismo, esa corriente fue condenada -desde la Academia- con tanta virulencia como incapacidad para emular la eficacia política de aquellos escritores revisionistas.285 Volver a pensar, como historiadores, desde el plano político dimensión que reivindicamos por la urgencia de futuro que supone y no desde un pragmatismo sin horizontes- significa una nueva forma de enfrentarse con la realidad, a partir de asumir, justamente, que el historiador –con un esfuerzo conectivo explícito con su presentecondiciona y modifica su realidad al interpretar el pasado. Como señala
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Spivak: Percibir la conciencia de esta manera es situar al historiador en una posición de compromiso irreductible.286 Aventuramos, entonces, que la escasa importancia de la revisión del pasado reciente en los debates académicos, como el precario análisis histórico-político del presente, salvo raras excepciones, corresponde al reinado de una determinada forma de entender la historia, de pensar al historiador en su función social, de asumir -pasivamente- la acelerada profesionalización que el oficio ha desarrollado, inhibiéndonos, por lo tanto, como sujetos activos. Se podría decir que cambiar esa situación implicaría riesgos, es indudable, pero creemos que se puede. El camino se abre si el historiador se dispone a salir de su encierro de claustro y a tomar distancia de la seguridad que le otorga el ser un "exclusivo" analista del pasado, esperando a que la sociedad lo habilite para un mayor compromiso o -para ser más directos- que un sociólogo o un periodista lo convoque para escribir el capítulo histórico de su libro. Alumbrar y aventurar sobre lo que somos y podemos ser, desde la historia, implicaría romper ese "bloqueo" que impone la lógica corporativa académica hacia espacios más inestables e inseguros y donde nuestros juicios y valoraciones puedan ser criticados o impugnados. Quizás, a los historiadores, el análisis sobre los tiempos pretéritos nos otorga demasiada seguridad como para enfrentar esa toma de distancia hacia una reflexión más actual y operante. Al reflexionar sobre el oficio, Duby se pregunta: “... si tener gusto por la historia, ponerse a 'hacer historia' no será un síntoma de neurosis. ¿Porqué elegimos esta forma de evasión? Para aquél que elige la historia, la salida se realiza por introversión, por hundimiento en las raíces. Se repliega, protegido, encerrado [en sus fuentes y archivos]. 287 Se trataría, entonces, de redoblar esfuerzos para salir del "refugio", romper un pensamiento y una actitud profesional cristalizada disciplinarmente, y de saber reconocer los espacios e intersticios para volver a conectar la escritura de la historia con las realidades de nuestras comunidades. Restablecer los puentes, volver al mundo. No hay una puerta con un camino señalizado, con cuatro carriles y pantallas a la manera de las nuevas carreteras inteligentes. Más bien es un camino donde lo más seguro es que aumenten nuestros problemas, no seamos muy comprendidos y no tengamos mucha compañía, pero dejarnos contaminar por la realidad, indisciplinarnos dentro de la disciplina es una senda que -con premura- los historiadores debemos comenzar a recorrer. Nos vienen a la memoria aquellos Hombres Sensibles -cuya
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nostalgia los lleva a recordar permanentemente viejas hazañas, inclusive las que no realizaron- y la cofradía de los Amigos del Olvido, que, rechazando el recuerdo y amando el futuro, pasan largas jornadas comentando amores y aventuras que todavía no tuvieron.288 Volver a la historia podría no ser una fuga a lo ya vivido o a lo añorado, sino simplemente aventurarnos en una explícita conexión con el presente, forzando los continentes de la actual profesionalización. Sería asociarnos nuevamente con la esperanza. 229
Hobsbawm, Eric. The Social function of de Past: some questions. Past and Present nº 55. 1972. Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Edit. Península, 1980. Barcelona, 1980. 231 Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Op. Cit.. 232 Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Op. Cit.. 233 Citado por Mabel Moraña. (Im) pertinencia de la memoria histórica en América Latina. En Memoria colectiva y políticas de olvido: Argentina y Uruguay, 1970-1990. Adriana Bergero y Fernando Reati (Comp.). Edit. Beatriz Viterbo. Buenos Aires, 1997. 234 Zea, Leopoldo. Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica: del romanticismo al positivismo. Edición del Colegio de México. México, 1975. 235 Zea, Leopoldo. Op. Cit. 236 Citado por Hobsbawm, Eric. El Presente como Historia. En Pensar la Historia. Edit. Crítica. Barcelona, 1998. 237 Nisbet, Robert. Op. Cit. 238 Burke, Edmund. Op.Cit. 239 Jauretche, Arturo. Política nacional y Revisionismo Histórico. Op. Cit.. 240 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 241 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 242 Jauretche, Arturo. “Política nacional....”. Op. cit. 243 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 244 Bloch, Marc. Citado por Jauretche en Política nacional y revisionismo Op. Cit. 245 Huizinga, Johan. El concepto de la historia y otros ensayos. FCE. México, 1946. 246 Debemos aclarar que Jauretche distingue a la política realista de lo que hoy llamaríamos “real politik” o -para Jauretche- la chapucería de los practicones. Justamente la ausencia de conocimiento histórico es la que nos deja en manos de las abstracciones idealistas o de esa chapucería sin destino. Política nacional y Revisionismo... Op. Cit. 247 Jauretche, Arturo. Política nacional y Revisionismo... Op. Cit. 248 Jauretche, Arturo. Política nacional y Revisionismo... Op. Cit. 249 Jauretche, Arturo. Política nacional.... Op. Cit. Citando a a George Winter 250 Zemelman, Hugo. De la Historia a la política: la experiencia de América Latina. Edit. S.XXI y Biblioteca de las Naciones Unidas. México, 1989. 251 Recordemos que José Luis Romero no solo era un historiador académico -de la intelligentzia, diría don Arturo- sino que además fue interventor de la UBA en la dictadura militar de 1955, que derrocó al Peronismo. 252 Romero, José Luis. La vida histórica. Op. Cit. 253 Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. 254 Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. 255 Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. 230
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Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. 258 Jauretche, Arturo. Política nacional....Op.Cit. 259 Apoya el bloqueo y la invasión de la marina francesa e inglesa, en 1838, puesto que la Nación no puede oponerse al avance del “libre comercio” vertebrador de la “civilización”. En sus últimos escritos hará manifiesto su arrepentimiento. 260 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 261 Paz, Octavio. Hombres en su siglo. Seix Barral. Buenos Aires, 1990 262 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op.Cit. 263 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op.Cit. 264 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 265 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 266 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 267 D’Adri, Norberto. El revisionismo histórico, su historiografía. En Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 268 Historia de Rosas y su época. Luego se reeditará bajo el nombre de Historia de la Confederación Argentina, de tres tomos. 269 Los documentos a los que accede Saldías, por ejemplo, son precisamente los que le presta la hija de Juan Manuel Rosas. 270 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 271 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 272 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 273 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 274 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 275 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 276 Jauretche, Arturo. Política nacional... Op. Cit. 277 Habermas, Jürgen. Goldhagen y el uso público de la historia: porqué el premio “Democracia” para Daniel Goldhagen. En Los alemanes, el holocausto y la conciencia colectiva: el debate Goldhagen. Comp. de Federico Finchelstein. EUDEBA. Buenos Aires, 1999. 278 Hobsbawm, Eric. Sobre la historia. Crítica. Barcelona, 1998. 279 Hay indudablemente excepciones que representan notables esfuerzos por superar esta situación. En ese sentido quisiéramos destacar a la reciente producción de Luis Alberto Romero con su Breve Historia de la Argentina Contemporánea y otros escritos, como también sus esfuerzos por transformar la enseñanza de la historia y, sobre todo, más recientemente los trabajos de Felipe Pigna. 280 Chakrabarty, Dipesh. La poscolonialidad y el artilugio de la historia: ¿Quién habla en nombre de los pasados indios? En Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. Walter Mignolo (Comp.) Ediciones del Signo–DUKE University. Agosto de 2001. 281 Chakrabarty, Dipesh. Op. cit. 282 Zermeño, Guillermo. La cultura moderna de la historia: una aproximación teórica e historiográfica. El Colegio de México. Diciembre de 2002. 283 Fray Santiago, personaje central de la película venezolana Jericó, de Luis Alberto Lamata. Frase dicha en medio de la selva, rodeado de “salvajes” americanos, en el contexto de la conquista española. 284 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Op. Cit. 285 Halperín Donghi. Ensayos de historiografía. Ed. de El Cielo por Asalto. Buenos Aires, 1996. Allí Halperín desdeña la lo que él califica como visión decadentista de la historia argentina, propia del revisionismo. 286 Citado por Guillermo Zermeño. La cultura moderna de la historia: una aproximación teórica 257
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e historiográfica. El Colegio de México. Diciembre de 2002. México. 287 Duby, Georges. Diálogo sobre la Historia. Conversaciones con Guy Lardreau. Alianza. Madrid, 1988 288 Dolina, Alejandro. Crónicas del Ángel Gris. Planeta. Buenos Aires, 1989.
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La economía en el taller de forja
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Sin visión política no se ve el problema económico, porque la política es a las demás actividades de la sociedad lo que la filosofía a las ciencias: la visión general y unificante que contiene las respuestas últimas, si las hay. Arturo Jauretche
De la misma manera que los ensayos políticos, de crítica a la cultura y a la práctica intelectual nos sirven para poner en evidencia un modo de pensar, en el mismo sentido tratamos de operar con el razonamiento económico de Arturo Jauretche. En esa línea, pretendemos trazar los grandes ejes sobre los cuales giró su mirada sobre la economía argentina, tratando de completar el rescate conceptual y epistémico que hemos comenzado a delinear en los primeros capítulos del presente estudio, por lo cual trataremos de evitar la discusión técnica y coyuntural, tratando de superar el “qué pensó” para seguir abordando el “cómo lo pensó”. Es preciso prevenir -sobre todo a aquellos que siendo economistas no han tenido el gusto de leer a Jauretche- que no hay en estos textos desarrollo matemático alguno ni una abundante referencia a clásicos de la economía. Se trata de una reflexión conceptual sobre la economía del país que parte del ensayo político, desde el cual pretende influir y transformar la realidad. No obstante, Jauretche -junto con Scalabrini Ortiz, en los años treintacomienzan una construcción de ideas a las cuales la ciencia social latinoamericana llegará recién en los años cincuenta y sesenta, con la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) conducida por Raúl Prebisch: y lo que más tarde se conocería como la teoría de la dependencia.
La coyuntura dispara Los textos que sirven de base a estos análisis sobre la perspectiva económica de nuestro autor tienen una coyuntura: los planes económicos de los gobiernos dictatoriales y semi-democráticos que suceden al Peronismo -luego de 1955-, fundamentalmente la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora”, el gobierno de
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Arturo Frondizi (1958–1962) y el de José María Guido. Jauretche dispara sus dardos hacia la reestructuración de la economía argentina que favorecía a las grandes empresas multinacionales, al desmantelamiento de los instrumentos que el Estado había utilizado para conducir la economía en la década peronista y a la incapacidad de los economistas liberales para pensar y hacer posible una economía con sentido nacional. Hay -en el fondo de la discusión coyuntural- un reclamo hacia los militares y los partidos que derrocaron a Perón (desde el radicalismo hasta el Partido Comunista), que posibilitaron la aplicación de una economía ajena a las potencialidades de la Nación o claramente segadoras de ellas: Es inexplicable que confundieran lo político circunstancial [su oposición a Perón] con lo político permanente […] ¿Cómo fue posible que convirtieran una revolución contra Perón en una revolución contra el país?289 Sacaba, así, la discusión de la falsa disyuntiva peronismo–antiperonismo, exigiendo pasar por encima de las designaciones circunstanciales y plantearse los problemas nacionales como problemas nacionales.290 En estos textos, Jauretche intenta una ciclópea tarea, remando contra una gran maquinaria cultural y política: la de desenmascarar tanto la estrategia discursiva y su trasfondo como a los verdaderos beneficiarios del proceso económico de entonces. A partir de ello, don Arturo avanza también con una mirada retrospectiva hacia la economía peronista, tratando de hacer un balance en función de la autonomía nacional, generando así una discusión en cuanto al significado de aquellas políticas. Al primero que Jauretche deja al descubierto es a Raúl Prebisch. Recordemos que el referente de la CEPAL fue el asesor económico de la dictadura que derrocó a Juan Domingo Perón. A él, la Revolución Libertadora le encargó la elaboración de un informe y de un plan económico, que podría, o no, ser adoptado por el gobierno. Esta colaboración suele ser un renglón no mencionado cuando se habla de Raúl Prebisch, como tampoco su desempeño como economista en los gobiernos de la llamada “década infame”, junto a Federico Pinedo. Y suele, justamente, no ser mencionado porque produjo un informe que negaba todo lo que antes había sostenido, y un Plan que es la negación de todas sus tesis para América Latina en la CEPAL, tanto las anteriores a su actuación como asesor del gobierno de la Revolución Libertadora como las que ha producido en años sucesivos.291 Eso no era desconocido para quienes
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habrían contratado a Prebisch, sabían que su informe y sus propuestas no conducirían -a pesar de la lógica- a una evaluación sesuda del “keynesianismo peronista”. La reputación debía disimular -a través de una condena técnica o la vieja táctica de echarle la culpa al finado-292 los intereses bien claros que se beneficiaban con el “libreempresismo” que se promovía, con el ingreso al FMI y al Club de París y con la renuncia al bilateralismo. Prebisch, en sus documentos posteriores al diagnóstico del Informe preliminar, proponía, en resumidas cuentas, un severo control monetario, la reducción del empleo en el sector público, una mayor “racionalidad” en las empresas del Estado y un sustancial recorte del gasto público. En estas recomendaciones, estaba más presente el economista de la Década Infame que el director de la CEPAL. Con aquellos militares de 1955, se iniciaba lo que desde entonces sería común, al decir de un peronista que comenzó a ser perseguido en el segundo gobierno de Perón: si el gobernante es lego en economía, puede ocurrir que el experto en este arte le introduzca un programa político en sus planes, programa que entonces el estadista sigue a ciegas, convirtiéndose en gobernante gobernado sin que él mismo lo sospeche.293 Era indudable que el desmantelamiento de los resortes económicos que había estructurado el Peronismo tendería a beneficiar a aquellos sectores que habían sido desplazados antes de la Revolución Libertadora, pero también era claro para Jauretche -y para nosotrosque el objeto era desprestigiar un importante ensayo de economía nacional que se había concretado -no sin problemas y limitaciones- en aquellos diez año, y que ciertamente dejarían su impronta en la conciencia política de los argentinos. Por ejemplo, se hablaba del Instituto Argentino Para el Intercambio (IAPI) –instrumento estatal de centralización del comercio exterior y clave para la industrialización- pero no era para desprestigiar a los que negociaron con el IAPI, sino para imposibilitar la permanencia o existencia de instituciones de ese tipo, de defensa de la producción nacional.294 El desengaño de Jauretche con Arturo Frondizi también fue un importante motivador para sus textos económicos. Había promovido, desde el llano político y desde la prensa, el frente que llevaría a Frondizi al gobierno, pero la gestión de éste fue el reverso de todo lo que se había programado. Sus escritos fueron lapidarios en un tiempo político cada vez más convulsionado, que fue, además, el marco de ese desencuentro intelectual -al menos, penoso, para las posibilidades de un
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pensamiento autónomo, específicamente en el plano de lo económico-, el que se produjo entre Jauretche y Prebisch, porque -aunque no se conocieron personalmente- sus ideas tenían mucho en común. Quizá el segundo haya llevado su autonomía intelectual (o su antiperonismo) demasiado lejos, al punto de contrariar lo que pensaba en economía y dar su respaldo a una dictadura; y, seguramente, el primero era demasiado vehemente en la defensa de lo nacional. La historia tendría sus vueltas y, años más tarde, Prebisch escribió, en su clásico Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, un prólogo que lo acercaba enormemente a Jauretche y a las posiciones “nacionales”, aunque quizás nunca lo hubiera admitido. Diría Jauretche respecto a ese texto: La actitud de Prebisch es un acto de honradez que lo autoriza a seguir adelante, pero auguraba que no le iba a ser fácil con esas ideas, la prensa no lo favorecería. Está condenado [sentenció], la estructura cultural que respalda las políticas económicas dejará de promocionarlo. Cerca de 1970, el economista e historiador Jorge Sábato le trajo a don Arturo, de Europa -donde se había reunido con Prebisch- el último libro de éste, Transformación y desarrollo. La gran tarea de América Latina, con una dedicatoria: A Arturo Jauretche, mi enemigo no correspondido, en prueba de consideración personal.295 Una atención y un reconocimiento merecidos. No obstante, aparecieron, luego, ediciones de Hacia una dinámica... sin su prólogo; obviamente, Jauretche no dejó pasar por alto aquella omisión y lo comentó socarronamente. Para él, Prebisch nuevamente optaba, y mal. De todas maneras, el ex director de la CEPAL, podría ser colocado dentro de lo que llamaríamos “consenso jauretcheano”, en cuanto a la necesidad de realizar un abordaje sistémico de los diversos planos de la realidad económica y social [...] y el tratamiento de los problemas en perspectiva histórica,296 identificando fases del desarrollo y de los problemas que, de alguna manera, perduran. La incapacidad burguesa como problema nacional Hubo un día en que la historia nos dio la oportunidad de ser un país con gloria o un granero colonial. Pero faltó la grandeza de tener buena visión. Por tapados de visón y perfumes de París, quisieron de este país hacer la pequeña Europa gaucho, indio y negro a quemarropa, fueron borrados de aquí. “San Jauretche”. Los Piojos297
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En la medida en que la visión totalizadora o sistémica de Jauretche parte de una lectura histórica, es de esperar -si consideramos este particular ángulo- que pensara la economía desde un reconocimiento de las limitaciones y potencialidades del país, desde el cuadro de situación concreto en que se encontró en cada etapa de su historia y no desde una pretendida transformación hacia un cuadro utópico de sociedad, ya fuera socialista u otro, que habría implicado un esfuerzo por colocar la realidad en algún marco teórico más o menos rígido. De esta manera, nunca pensó que Argentina -por sus características económicas, culturales, sociales, pero también por una cuestión de geopolítica- pudiera desarrollar otra economía que no fuera capitalista. Ahora bien, ello implica un lugar preeminente para quienes extraen la mayor ganancia y, de alguna manera, conducen el proceso de acumulación. Ese sector social se encontró -en reiteradas oportunidades, según Jauretche- ante una alternativa vital, que se definiría de distinta manera, según se confundiera o no desarrollo capitalista con internacionalismo liberal. Entenderlo de esta última manera -cuestión sobre la que volveremos más adelante- posibilitó la consolidación de un capitalismo dependiente y, en ello, incidió tanto el colonialismo cultural, la lógica de la ganancia fácil y las presiones internacionales de turno como la falta de una perspectiva nacional de estas burguesías. En su visión de la coyuntura, esta cuestión está presente en la medida en que su análisis del presente es siempre histórico; de allí la necesidad de actualizar constantemente el pasado, para aprender con sus experiencias.298 Jauretche describe, entonces, lo que caracteriza como los tres fracasos de la burguesía en Argentina y este comportamiento histórico-estructural, como uno de los problemas centrales de la economía nacional. El primer fracaso de la burguesía argentina se habría producido con la caída de Juan Manuel de Rosas, en 1852, con la batalla de Caseros. Al año del triunfo de Justo José de Urquiza, se reúne la Asamblea Constituyente para debatir y sancionar una constitución nacional. Los constituyentes del 1853 buscaron su inspiración en las instituciones de los Estados Unidos, y hay aquí que preguntarse por qué se quedaron en las apariencias jurídicas y eludieron la imitación práctica. ¿No entendieron la naturaleza profunda del debate entre Hamilton y Jefferson, o la entendieron y vendieron después a las generaciones argentinas, desde la Universidad, desde el libro y desde la prensa, una interpretación superficial y formulista?299 Lo que está marcando Jauretche es que aquel enfrenta-
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miento que no vieron -o no quisieron ver, en su esencia- era el del liberalismo ortodoxo, que implicaba aferrarse a la división internacional del trabajo, con el liberalismo nacional, que construyó a los Estados Unidos, siguiendo a economistas como Carey, Ingersoll o List. ¿Cuál es el origen de esta ceguera? O, como se preguntaba Jauretche: ¿Fueron traidores o chicatos? De alguna manera, este planteo está formulado en los capítulos anteriores, tanto en el referido al ángulo epistémico como en el que se ocupa del colonialismo cultural. Desde los tiempos inmediatos a la emancipación nacional, se instaló la urgencia por hacer el país no según lo determinan sus raíces –como se hace el árbol hasta la copa-, sino según un modelo a trasplantar. Quisieron realizar Europa en América y todo lo que Europa les ofrecía era válido; y sin valor lo que surgía de la realidad.300 Se trató, en definitiva, de un proyecto de país que se fue construyendo con una política demográfica -la promoción de la migración masiva-, educativa y cultural -para nacionalizar al gringo y civilizar al gaucho- e inclusive territorial; que si bien creó las condiciones del capitalismo, impidió que éste sea de carácter nacional al ponerlo en indefensión frente a la economía imperial301 inglesa. Y a medida que ese proyecto se desplegaba exitosamente, más difícil era elaborar un proyecto alternativo. A mayor prosperidad de la economía exclusivamente agropecuaria, mayor dificultad para fundar una economía nacional integrada. Así quedaron excluidas las posibilidades del desarrollo de una política liberal nacional por la rápida expansión de una política liberal internacional.302 No caben dudas de que, en ese proceso, las presiones internacionales, sobre todo inglesas, han sido fundamentales, como lo dice el historiador británico H.S. Ferns: La sociedad urbana y mercantil que surgió después de la caída de Rosas hubiese podido seguir el camino de EE.UU., después de la guerra civil, si no hubiese existido una presión extranjera a favor de los terratenientes.303 El segundo fracaso de la burguesía argentina se produce con la gran expansión agropecuaria hacia los años ochenta del siglo XIX. Dentro del roquismo, hay una serie de políticos e intelectuales -como Vicente Fidel López, Roque Sáenz Peña, Estanislao Zeballos, Nicasio Oroño y Carlos Pellegrini, entre otros- que comienzan a ver la posibilidad de un cambio económico. Decía Pellegrini: No hay en el mundo un solo estadista serio que sea librecambista en el sentido que aquí entienden esa teoría. Hoy todas las naciones son proteccionistas y diré algo
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más: siempre lo han sido, y tienen fatalmente que serlo para mantener su importancia económica y política. El proteccionismo puede hacerse práctica de muchas maneras, de las cuales las leyes de aduanas son sólo una, aunque sin duda la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto.304 Pero -como aquella conciencia industrialista que habría surgido en los años setenta del mismo siglo y que dio lugar a los debates sobre proteccionismo y librecambio-305 esas posturas se irían desvaneciendo, en la medida en que aumentaban los índices de exportación de carnes y lanas. En efecto, la expansión de la exportación y del negocio de la carne estaba comenzando su hora más gloriosa. A un precio muy bajo, se abandonó toda posibilidad de una política distinta, que virara hacia un capitalismo autónomo. La fortalecida burguesía porteña asumió su rol conductor, su hegemonía. Podía hacerlo de distintas maneras, en un caso sólo le bastaba asumir su papel como burguesía ilustrándose con el ejemplo de sus congéneres contemporáneos de los EE.UU. y de Alemania. Y, sin embargo, no lo cumple [de esa manera]; por el contrario, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histórica, la subordinación a los intereses extranjeros que la dirigen.306 Se trata de una actitud hacia el país que tiene profundas raíces históricas, que se traduce en la estructuración de una economía dependiente, como fruto de las opciones de un sector social peleado con su contexto, con el mismo contexto que le daba riqueza y que le posibilitaba el acceso a la cultura europea: Carga sobre la espalda de esa burguesía argentina el complejo de inferioridad antiindígena, antiespañol y anticatólico, y en lugar de ser como la “yanqui”, ella misma, prefiere ser imitadora de la alta clase europea307 en lo formal. El modelo agroexportador comienza a ver sus límites hacia 1914, con la primera guerra europea; habrá, luego, coyunturas favorables que darán la imagen de que todo sigue igual; pero esa imagen es más difícil de mantener luego de la crisis de 1929. En esta interpretación de la historia económica argentina en torno a las opciones estratégicas de la burguesía argentina, el tercer fracaso está relacionado con la renuncia a una política nacional de carácter claramente industrialista. La vieja burguesía terrateniente, que había hegemonizado la economía durante el siglo XIX y parte del XX,
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había pasado ya a un segundo plano, por cuanto la sustitución de importaciones se aceleraba con el Peronismo, desde 1945. Y, al calor de dicho proceso de industrialización, surgió un nuevo tipo de ricos, que provenía de las clases medias o, inclusive, de los trabajadores manuales. Naciente burguesía que recorrió el mismo camino que los propietarios de la tierra, pero con minúscula.308 Poco a poco -durante esos diez años de los primeros gobiernos peronistas-, esa burguesía se fue distanciando del proceso que le daba sustento material, para terminar apoyando el golpe contra Perón y el desmantelamiento de las políticas que le habían posibilitado su ascenso. Así lo sintetiza Jauretche: …se volvió contra la entrada del país al capitalismo y creyendo hacerse señores rurales se hicieron anticapitalistas. Porque esta es la paradoja de nuestro proceso histórico. La clase que posee el capital en la Argentina es anticapitalista, es contraria al desarrollo capitalista que alteraría la estructura en que reposa su poder de renta. Y sigamos con la paradoja. La única fuerza capitalista fue el proletariado.309 Para Jauretche, hay factores sociales, culturales y económicos que están detrás de esta pérdida de rumbo. Bajo la presión de una superestructura cultural que sólo da las satisfacciones complementarias del éxito social según los cánones de la vieja clase, [la burguesía] buscó ávidamente la figuración, el prestigio y el buen tono. No lo fue a buscar, como los modelos propuestos lo habían hecho, a París o a Londres. Creyó encontrarla en la boite de lujo, en los departamentos de ‘Barrio Norte’, en los clubes supuestamente aristocráticos, y malbarató su posición burguesa a cambio de una simulada situación social. No quiso ser guaranga, como corresponde a la burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a una imitación de una aristocracia. Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más clara conciencia del papel que le tocaba jugar a esa clase.310 Retornan, entonces, aquellas ideas que Carlos Vilas desarrollará, mucho más tarde, respecto al populismo latinoamericano y sus problemas para lograr el respaldo de la burguesía industrial: Es innegable que por más que las intenciones del populismo no fueran a reemplazar el principio burgués de autoridad por alguna especie de control obrero o popular, sus proyectos de redefinición del sistema tradicional fueron excesivos para la sensibilidad de clase y para los hábitos políticos de las
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fracciones emergentes de la burguesía industrial. Las propias características estructurales de éstas las hacían particularmente recelosas de los designios reformistas del populismo.311 Es Jauretche con otro lenguaje. De hecho, siguiendo con el mismo razonamiento, si algo hubo en que, francamente, fracasó el Peronismo, fue en su pretensión de consolidar una burguesía de carácter nacional. Se trataba, en verdad, de un sector social que no sólo carecía de ese sentido nacional, sino también de una clara falta de conciencia histórica respecto a lo que significaba un desarrollo capitalista: Quieren el capitalismo sin las implicaciones sociales del capitalismo. No comprenden que el gremialismo y el poder político de las masas obreras son inseparables del desarrollo que postulan. Quieren el capitalismo en la estructura social de la estancia; quieren la tecnificación y el obrero capacitado, pero lo quieren en patas y sin salario digno; quieren un mercado amplio para sus productos, pero no se resignan a retribuir el trabajo de modo que el mercado tenga poder de compra.312 Así, esta burguesía en ascenso, que Jauretche llamó medio pelo, como los propietarios de la tierra en su oportunidad, perdió el rumbo.313 Retomaremos esta cuestión más adelante, cuando avancemos en el análisis de la crisis que generó el neoliberalismo hacia principios del presente siglo en la Argentina, porque, ciertamente, uno de los problemas cruciales para elaborar una alternativa productiva –aún hoysigue siendo la existencia de una burguesía tan voraz como incapaz de elaborar un proyecto sustentable, para ella misma y para la economía nacional en su conjunto. Historia, economía y voluntad nacional Visto detenidamente, hay una serie de conceptos y ejes que orientan las respuestas coyunturales de Jauretche y que, efectivamente, pueden ser tomadas como ese hilo conductor que dan “un aire de familia” a su análisis y a su forma de pensar. El esfuerzo de esta recuperación está en discernir el “qué” se pensó del “cómo”, de manera de actualizar esa perspectiva y enriquecer la lectura de la Argentina actual. La crítica de Jauretche a la economía argentina, si parte de pensar el país “real”, busca permanentemente un respaldo en la historia nacional como en la experiencia general del occidente capitalista. Se
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detiene específicamente en aquellos países industrializados que, sin haber protagonizado la primera Revolución Industrial, lograron superar a Inglaterra y cuyo ejemplo se nos muestra pero a costa de seleccionar y ocultar gran parte de su historia. La revisión del pasado, nuevamente, tiene entonces el objeto de desandar todos esos senderos hasta encontrar las rutas principales perdidas, para que desde allí podamos ver los verdaderos caminos que hemos perdido.314 Analizando el sistema económico internacional y el discurso de la ortodoxia liberal que lo domina, señala Jauretche que lo que se quiere mantener es, precisamente, no una división internacional del trabajo según la naturaleza, que sería lo liberal, sino la división internacional del trabajo según una estructura imperial del mundo.315 Para decirlo de otra manera, si en el mercado internacional confluyen los países ricos y pobres, no es un ámbito que “por naturaleza” sea equilibrado. Ese mercado internacional refleja -toma la forma que proyectan- las relaciones de poder entre el centro y la periferia. Sólo con la fuerza y el poder de los medios de comunicación y la estructura cultural a su servicio, puede hacerse creer que hay allí algo “natural” y equilibrado. De manera que no se trata de discusiones doctrinarias con respecto al liberalismo, sino de intereses nacionales concretos en pugna en el mercado internacional, cuyas relaciones de poder se estructuran de tal manera que no se quiere la intervención política de los gobiernos de los Estados en retraso para que corrijan esa estructura ‘antiliberal’.316 La revisión histórica respalda la perspectiva jauretcheana cuando pone en evidencia que en verdad hubo, al menos, dos liberalismos: el internacional colonizante y el nacional independentista. En el apogeo del liberalismo y la formación del capitalismo, éste daba para cortar dos trajes: norteamericanos y alemanes cortaron el traje del capitalismo nacional, adaptando la tijera que aquí los cipayos usaron tal como venía de afuera y de ahí la dependencia.317 La historia de EE.UU. y de Alemania se proyecta, entonces, como una trinchera desde la cual don Arturo da cuenta de la incapacidad y la reiterada frustración de la burguesía argentina, así como de la necesidad de un Estado más fuerte en su capacidad orientadora del proceso económico. La historia de esos países nos ha sido “machacada”, durante gran parte del siglo XX y con un fuerte sesgo racista, como ejemplo de lo que éramos incapaces de realizar, ocultándonos claramente la particular forma en que allí desembarcó el
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liberalismo. Charles Carey (1793-1879) y Friedrich List (1789-1846) eran los economistas que fundamentaban, por entonces, aquella especial perspectiva de un liberalismo que se redefinía a partir de los intereses nacionales. Porque List era liberal, pero había descubierto la trampa que era confundir las ideas liberales con un sistema económico internacional. Era también capitalista; pero generaba el capitalismo alemán.318 La intervención del Estado ante las demandas de libertad de comercio fue, en ese sentido, fundamental. List planteaba -en la primera mitad del siglo XIX- que el librecambio en el sistema económico internacional podría funcionar para Inglaterra, que era la potencia industrial del mundo, pero no en EE.UU. o en Alemania, porque la competencia británica trabaría su desarrollo imponiendo sus productos más baratos y de mejor calidad. Defender el librecambio era promover un sistema en el cual había una fábrica mundial -Inglaterra- y el resto del mundo enviaba allí sus materias primas. Adam Smith era, para List -ahora en boca de Jauretche-, un conquistador más poderoso que Napoleón, porque con las ideas y a la sombra de la libertad de comercio [...] creaba la indefensión de los países en estadios menos evolucionados frente a los que estaban en etapas más avanzadas de desarrollo industrial.319 List era el hereje frente a una estructuración del discurso económico, que por sus características hoy llamaríamos “pensamiento único”. Se trataba, justamente, de desarrollos liberales y capitalistas para los norteamericanos o los alemanes, es decir, “nacionales”, no un capitalismo para los ingleses como, sin explicitarlo, implicaba la adopción de un liberalismo ortodoxo, basado en las ricardianas “ventajas comparativas”. De manera que un país que atravesara por sus etapas iniciales de industrialización debía proteger su industria a costa de que inicialmente fuera más cara, ya que la consolidación de la industria nacional haría sus productos más baratos. Prebisch, tiempo después, diría algo parecido respecto a la libertad en el comercio internacional: En los mercados internacionales las economías débiles no colaboran, se subordinan. Otro elemento fundamental en el planteo de List era el carácter nacional y cultural de la economía, lo que ciertamente se contraponía con el internacionalismo liberal. No se trataba, entonces, de condiciones materiales, simplemente, sino de la combinación de pensamiento autónomo y voluntad política. Alemania era el mísero país del que habla Voltaire; el campo de batalla de franceses, suecos, austríacos y españoles [...] los
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factores materiales de la grandeza alemana habían estado siempre allí, sólo se pusieron en marcha cuando el pensamiento y la voluntad nacional se articularon para ponerlos a su servicio [...]. Conviene recordarlo a los que creen que sólo los factores materiales determinan la historia y subestiman el pensamiento y la voluntad que puede hacer una mísera dependencia de un país rico, y una metrópoli de un país pobre en recursos materiales.320 La recuperación conceptual La revisión histórica y la perspectiva totalizadora de la cultura y la política orientadas a la economía, nos conducen hacia la piedra angular de la percepción de Jauretche, la clave para su recuperación conceptual. Hay un punto de partida que es central, desde el cual se estructura su argumentación: la Nación. Pero no la nación a secas, sin más, sino -y sobre todo- la voluntad política de construir una Nación soberana: Es fundamental recordar que no hay política económica nacional sin política internacional soberana. No hay política económica separada de la política internacional y de la social, porque la política nacional es una y no la informa una técnica sino un espíritu, una voluntad nacional que no puede traducirse de distinta manera en materia de soberanía política y en materia de soberanía económica. No es un vano slogan circunstancial el que unifica en un solo mandato soberanía política, independencia económica y justicia social.321 Allí no hay contradicción, al menos para Jauretche, con ser liberal, aunque, indudablemente, sin una perspectiva nacional de la cultura y la política, el liberalismo es sinónimo de dependencia y empobrecimiento. En esa noción de que el país tiene que desarrollarse dentro de sí y para sí, se relativizan cuestiones que muchas veces se revisten de dicotomías teóricas propias de la economía: proteccionismo– librecambio; intervencionismo–leyes naturales de la economía e, inclusive, la corrupción. La inflación, por ejemplo, efectivamente había existido en la Argentina anterior a 1955; más aún, se la había impulsado deliberadamente, pero como era deliberada no había escapado al control de los mecanismos de gobierno. Era, como en aquellas políticas keynesianas, un instrumento de la expansión de la economía. Las argumentaciones antiinflacionarias de los planes económicos posteriores a 1955 tuvieron el oculto objeto de desmantelar justamente los mecanismos que ponían en
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manos del Estado la orientación de nuestra economía para trasladarla a los viejos monopolios.322 Esa misma centralidad de la Nación se mantiene, incluso, en su interpretación del problema de la corrupción. Dirá Jauretche: En los imperios la moral nacional cubre la moral doméstica.323 Es decir que el gran problema de la corrupción en nuestro país no es su existencia misma, ya que ella, en mayor o menor medida, es parte de todo desarrollo capitalista; el drama, que se traduce en exclusión social, es que los grandes hechos delictivos son negociados que tienen como principal damnificado a los intereses nacionales. Esta perspectiva orienta en otro sentido la ruidosa denuncia teñida de moralina, que domina muchas veces las campañas electorales, dejando de lado los robos más sustanciosos que afectan el desarrollo del país. De lo anterior, puede abstraerse, también, un horizonte conceptual en Jauretche, que, aunque no está explicitado, rige su pensamiento y sus ideales, manifestándose, omnipresente, en toda su obra. Su horizonte, al menos en lo que podemos percibir en estos textos, es la construcción de la nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Puede resultar algo difuso -aunque las utopías no se precisan demasiado-; no obstante, es una clave que permite a Jauretche analizar la historia del país y su presente, más allá de los colores partidarios. La voluntad de una política nacional organiza y despliega, en todos los planos de la economía, un trípode conceptual que orienta las respuestas coyunturales de Jauretche: Nación, Estado y dependencia. Es, para nosotros, muy importante esta cuestión, por cuanto Jauretche no legitima o valida su argumentación como objetiva a partir de su contrastación con una estructura teórica, marxismo o liberalismo, por citar algunas. La realidad es pensada y "tironeada" por ese horizonte conceptual, pero sin un cuadro teórico fijo que lo ate a una interpretación. Ésta siempre se somete -y por eso es siempre una interpretación abierta- a las viabilidades de la práctica política, a la circunstancia y a los actores sociales en juego. Economía y ángulo espistémico Tal como venimos analizando, la crítica de Jauretche sobre la economía argentina, el problema epistémico, propiamente de colocación
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ante la realidad a conocer y modificar, se reinstala con toda su dimensión política. Se trata, nuevamente, de la exigencia de un pensamiento concreto, parado en las circunstancias concretas del país, “echado en el suelo” diría Kusch. Como si apelara a la idea de que el desarrollo económico está basado en el cultural,324 Jauretche piensa que un pensar colonial no puede generar una economía autónoma, porque todo lo que constituye dominación y colonialismo cultural tiene como fin la dominación económica. Más aún, la discusión económica es el campo donde las zonceras son más frecuentes porque constituyen la finalidad última de todas.325 La estructuración de una economía dependiente de largo plazo requiere de una estrategia de colonización cultural que, como tierra fértil, permita que florezcan políticas económicas, contrarias a los intereses nacionales y, a la vez, aceptadas con total naturalidad. En palabras de Jauretche, la colonización pedagógica hace posible la perduración del vasallaje haciendo pasar por doctrinas del país las doctrinas convenientes al país o países dominantes. De tal manera, los sectores dirigentes, así preparados, son fatalmente los agentes de difusión de los intereses extranacionales, unas veces conscientemente y otras también como víctimas de esa pedagogía.326 Retomando lo hasta ahora desarrollado, una cuestión que se pone en evidencia en el pensamiento de Jauretche es la necesidad de una visión de la economía, desde la política y en forma total, como un sistema. Lo cual está, en general, ausente en la visión de los economistas que no piensan desde la política, ya que para ello es necesaria una visión total, de que generalmente el técnico y el productor carecen, en la misma medida que sus conocimientos se han profundizado en su especialidad. El árbol no les deja ver el bosque, y este es un bosque abigarrado, confuso, donde se han preocupado de borrar los senderos y caminos. Toda nuestra educación y toda la publicidad están organizadas para eso, para que no podamos reconocer los caminos generales y nos perdamos en los senderos [...] sin visión política no se ve el problema económico.327 En este sentido, si miramos nuestras actuales clases políticas, es bien evidente su sometimiento a los tecnócratas y la renuncia de la política en función de ello, como también la incapacidad de gran parte de los economistas que sustituyen el sentido común por fórmulas hechas de las ideas importadas, sin tener en cuenta a quién sirven, e hijas de qué circunstancias son,328 profundizando así los problemas que arrastra el país, básicamente el de su dependencia.
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El problema de la postura epistémica se refiere a que todo principio general y abstracto de política económica, o de cualquier orden, está condicionado por la realidad de cada país y por la circunstancia. Esto que parece tan sencillo de comprender se ha pasado por alto -inconsciente o maliciosamente- en la historia económica argentina, cada vez que se presentaban determinadas políticas como los modelos a seguir. Cada etapa de Argentina tuvo su mito. La Argentina agroexportadora tenía a Francia, en lo cultural, y a Inglaterra, en lo económico; la de la segunda posgruerra y los años sesenta, al “milagro alemán” y al japonés; la actual etapa neoliberal, a la política norteamericana o simplemente -en una mirada más regional- el modelo chileno. Si Jauretche viene con esta cuestión desde los años treinta, Prebisch -más allá de la distancia política y personal con don Arturo- la explicita en 1963: Yo creía en todo aquello que los libros clásicos de los grandes centros me habían enseñado [...] era tan grande la contradicción entre la realidad y la interpretación teórica elaborada en los grandes centros, que la interpretación no solo resultaba inoperante cuando se llevaba a la práctica, sino también contraproducente.329 La cuestión del posicionamiento -el “desde dónde pensamos”- puede comenzar a resolverse partiendo de una actitud cautelosa ante las realidades “abstractas” y su contraste con las concretas y de cada circunstancia. Las teorías y analogismos que hacen similares a distintas realidades, continentes y países deberían someterse a esas aguas de lo concreto. Como razonaba Jauretche cuando se hablaba respecto del “milagro alemán” y de nuestra incapacidad para imitarlos: Para reproducir aquí el milagro alemán [nuestro país] tendría que reproducir, junto con las condiciones adversas creadas por la destrucción de la guerra, las condiciones favorables que Alemania contenía para la política que ha realizado.330 Lo que queremos resaltar es que la doble desconexión que mencionamos en capítulos anteriores atraviesa –como todo problema epistémico- toda la lectura de lo real, pero, en economía, adquiere una dimensión catastrófica por sus consecuencias sociales. Un problema tan antiguo y tan vigente que -siguiendo el estilo jauretcheano- no sólo hace posible que, por recomendación de un médico, dos enfermos intercambien sus recetas y tomen los mismos medicamentos -con todas las argumentaciones teóricas sobre la ventaja de ello- sino que, además, esos pacientes comiencen a agonizar, pero, eso sí, científicamente. Nadie se beneficia con
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ello; nadie excepto el médico, que no sólo está arreglado con los laboratorios sino que, además, jamás tomaría esa medicación ante los mismos síntomas.331 Esta crítica epistémica, aunque desde otra perspectiva, es de alguna manera lo que ha argumentado Hugo Zemelman al revisar críticamente las consecuencias de las políticas económicas en América Latina, haciendo referencia a la ahistoricidad o al formalismo de ciertas teorizaciones y a la determinación por éstas de las opciones estratégicas para dichas políticas. En esta línea, su aporte resulta sustancioso: Las teorías existentes no siempre explican lo que requiere ser explicado, porque no se han explicitado las condiciones de validez de las mismas. ¿Una teoría económica que describe exitosamente un sistema económico particular, puede generalizarse con igual éxito para describir otro sistema económico?332 Claro que no. Esto ha tenido como resultado la aplicación de políticas económicas que hacen de la Argentina una oportunidad para países del primer mundo, pero no para los argentinos. Porque -en términos de Jauretche- impulsar políticas económicas desde esa perspectiva es como hacer las compras en el almacén, con el Manual de hacer compras escrito por el almacenero, aunque lleno de tecnicismos y fórmulas mágicas, que cuanto más oscuras, resultan más ‘paquetas’ para la intelligentzia de ‘tilingos’ que hace del esoterismo la base de su prestigio.333 Finalmente, podríamos decir que, a grandes rasgos, Jauretche dibuja los lineamientos básicos de lo que, en los años sesenta del siglo XX, será un consenso en el pensamiento económico latinoamericano. Ese consenso parte de la búsqueda de respuestas fundadas en una visión arraigada en la realidad propia, no subordinada a los enfoques convencionales, teniendo como objetivo el desarrollo social y la ampliación de la capacidad de América Latina de decidir su propio destino.334 En efecto, ya hemos visto algunas aproximaciones -sólo algunas- con el mismo Prebisch, pero también las hay con otros pensadores, economistas y ensayistas de los años sesenta, que si bien tienen una clara base económica en sus saberes, son parte de una corriente de producción de conocimiento autónomo. Así como Jauretche planteaba, a mediados de los cincuenta, que el país debe desarrollarse para sí y dentro de sí,335 otros autores como Jorge Sábato promovían la innovación endógena respecto al simple trasplante de conocimientos importados, poniendo así en marcha un pensamiento que aumentara el componente doméstico de
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las tecnologías y componentes periféricos de los proyectos, para avanzar, luego, en el dominio de los núcleos críticos del conocimiento.336 Por otro lado, la mirada de Jauretche sobre la economía se acerca a intelectuales de tradiciones diversas, como los que abren en las ciencias sociales las discusiones sobre la dependencia. Ese debate -y la forma de promover un desarrollo autónomo de los países latinoamericanos- tiene un origen y una temporalidad distintas del desarrollo del pensamiento nacional. Sabemos que, en gran parte, es una reacción en los ámbitos científicos ante la “teoría del desarrollo”, que alcanzó su punto más radical (y, al mismo tiempo, más divulgado) en la obra de W.W. Rostov, que, como lo señala Dos Santos, tal vez haya sido una de las intervenciones más violentas y brutales de la ideología en el campo científico.337 Ese texto del consultor de la CIA popularizaba la idea de que el atraso de los países subdesarrollados se explicaba por los obstáculos existentes en los mismos a su pleno desarrollo o modernización.338 En nuestro país, la crítica a esa visión eurocéntrica vino primero del lado de la política y del nacionalismo popular; los escritos de FORJA, de Scalabrini y los de Jauretche dan testimonio de ello. Esas lecturas nacionales y antiimperialistas -que vienen de los años treinta- tendrán, en los años sesenta, una aproximación no sólo a los planteos cepalinos, sino también al marxismo latinoamericano que dará lugar a la teoría de la dependencia. Jauretche, en ese sentido, comparte plenamente ideas centrales de los dependentistas, como que el subdesarrollo está conectado de manera estrecha con la expansión de los países industrializados, o que la dependencia no es solamente un fenómeno externo sino que se manifiesta también en diferentes formas en la estructura interna.339 Excede nuestro estudio hacer un cruce entre el pensamiento del nacionalismo popular y antiimperialista argentino -tarea de recuperación y sistematización que todavía está pendiente- con el horizonte cepalino y la teoría de la dependencia. Esto no quiere decir que hayan estado ausentes del léxico político o de los debates intelectuales de los últimos años, de ninguna manera. Estas corrientes de pensamiento fueron –en los últimas tres décadas- muy criticadas por la dirigencia política -convertida al neoliberalismo- como por una intelectualidad que, en verdad, se paró más en los planteos teóricos que en la historia misma, en la medida en que la dictadura militar y sus consecuencias -como principal herramienta para imponer un modelo-
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ha sido persistentemente subvalorada. Cabe todavía la pregunta: ¿esas teorías eran sustancialmente inconsistentes o fueron derrotadas por el poder de las armas y el imperialismo? Vale aquí reiterar lo que hemos señalado en la introducción al presente estudio: el balance histórico de la década del sesenta está oscurecido por su final: el terrorismo de estado y sus secuelas. Ese epílogo fue tan duro, traspasó tantos límites y sus heridas están todavía tan abiertas, que poco nos hemos permitido reflexionar sobre los problemas que -respecto a la producción de ideas y de pensamiento- aquella experiencia nos ha legado. Más aún, ese final descalificó, muchas veces, tal búsqueda. Esto cabe también para lo que se pensó respecto a las teorías económicas en los años sesenta. Podemos decirlo con la fuerza de la historia: ¿fue la inconsistencia del planteo económico lo que terminó con la experiencia del Peronismo en los ´70? ¿Acaso fue la debilidad conceptual de la perspectiva económica de la Unidad Popular chilena, lo que está detrás de su fracaso en 1973? Lo comentado nos señala una tarea pendiente que se hace imperiosa, con la realidad que nos dejan estos últimos treinta años de modelo neoliberal. En efecto, el estilo de inserción internacional adoptado, en extremo nocivo para las sociedades latinoamericanas, el debilitamiento de los Estados nacionales y, por tanto, la creciente incapacidad para dar forma a nuestro destino como Nación autónoma, hace urgente esa recuperación conceptual y, sobre todo, su traducción a una estrategia política. Las ideas que vienen del nacionalismo popular, como las que derivan del estructuralismo o de la teoría de la dependencia, tienen un potencial teórico que debería explotarse si queremos cambiar el paradigma desde donde pensar nuestras economías e impulsar políticas de desarrollo autónomo y sustentable.340 Paraíso neoliberal y pensamiento nacional - Escuche Señor Durito, unas palabras necesito, para esta disertación sobre liberalismo. - Escudero analfabeto, que no sabe nada de esto, como buen plebeyo sabrá que no hay remedio, en esta globalización, todos los globos se revientan. “El Señor Durito”, León Gieco.
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La Argentina fue modelada por tres grandes proyectos que ordenaron la sociedad en función de un horizonte. De alguna manera, hemos hablado de ellos al referirnos a lo que Jauretche llamaba “los tres fracasos de la burguesía”. Una característica en común de estos proyectos fue la centralidad que adquiría el Estado como asignador de recursos en función de las prioridades propias de cada modelo. Ya fuera la creación de una infraestructura para la agroexportación o la transferencia de ingresos de esa actividad a la industria, el Estado era la herramienta clave. Pues bien, si el Peronismo se nos presentó como un proceso revolucionario341 que fracturó la historia argentina del siglo XX y que, de una u otra manera, instaló una cultura política, sólo otra revolución pudo terminar con esa larga agonía de la Argentina peronista. Nos referimos a los gobiernos de Menem, que tuvieron su preparación en la última dictadura militar que comenzó en 1976 y terminó en 1983. En efecto, consideramos que la dictadura inició un proceso revolucionario, en un sentido inverso al del Peronismo, que instaló un nuevo modelo económico -en este caso, ya no basado en la producción industrial, sino en la renta financiera- que transformó fuertemente la sociedad y la cultura política. Este proceso habría sido imposible sin el apoyo de la burguesía argentina, alentada por la represión sindical que se instalaba y por el recorte de salarios que se proponía; Jauretche, que falleció en 1974, se habría referido a dicho proceso, seguramente, como el cuarto fracaso. Esa revolución reaccionaria, que tenía entre sus objetivos terminar el modelo que, en cierta forma, había permitido estructurar una de las economías más robustas de América Latina y con mayor cobertura social, necesitó del terrorismo de Estado, la implantación del miedo y la impugnación del pensamiento nacional para hacer que su propuesta fuese irreversible. Sus principales características fueron el endeudamiento creciente del Estado, la profundización de la dependencia con EEUU, una redistribución del ingreso adversa a los asalariados, la apertura comercial y financiera, y políticas antiinflacionarias basadas en la sobrevaluación de la moneda nacional, medidas todas que sirvieron para terminar con el modelo productivo de la segunda posguerra, pero no para establecer uno nuevo; de allí la naturaleza parasitaria y perversa de la actual estructura económica argentina. La brutal represión (1976–1983), y los golpes
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hiperinflacionarios (1989–1991), en la primera etapa de la transición, con la presidencia de Raúl Alfonsín, desarticularon la sociedad y dejaron un país devastado, sobre el cual se volcó una política basada en las privatizaciones, las grandes transferencias financieras, los sobornos y el ajuste fiscal eterno en la década menemista de los noventa. Las consecuencias fueron profundas, tanto que, en términos políticos, se hablaba del fin de la Argentina, de disgregación nacional y de un Estado que no sólo se había achicado, sino debilitado y desarticulado y que, por lo tanto, estaba incapacitado para detener ese proceso de autodestrucción. Lo más evidente era la pérdida casi total de soberanía; la liquidación indiscriminada de las empresas públicas fue parte de esa desarticulación y debilitamiento. No es habitual ni “científicamente aceptable” hablar de los índices económicos de la derrota, pero los números de la economía argentina de fines de siglo XX son eso, la expresión matemática de una derrota política, la de mediados de los setenta. El PBI por habitante (a precios constantes) era en 2002 inferior en 12% al existente en 1975; la desocupación abierta, que en 1976 era del 4,5% de la población económicamente activa, en 2003 llegó al 23%; el sector industrial en 1976 generaba el 31,7 % del PBI y en 2000 el 16,1%; según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, en octubre de 2002 había 19,7 millones de pobres (el 57,5% de la población total), de los cuales 9,4 millones eran indigentes.342 De todas maneras, hay que ver que la miseria e indigencia abrazan también a los asalariados, que tienen los más bajos salarios de los últimos 50 años; más aún si se tiene en cuenta que, en 2002, el reajuste de salarios fue inexistente y los precios al consumidor aumentaron el 41%, según datos del INDEC. Esta situación se agravaba para la franja más baja de los asalariados, ya que el aumento de los productos de la canasta familiar era mayor al promedio, por lo cual los trabajadores que vivían en la indigencia -hacia 2002- alcanzaban a los 3,3 millones de personas, de los cuales -como si fuera poco- el 40% estaba en “negro”; es decir, sin ningún tipo de cobertura social.343 Esta es la Argentina que dejó el modelo de renta financiera, una catástrofe. Y, siguiendo con los números, se trata de casi treinta años -si contamos sólo desde 1976- en que han gobernado militares y civiles (radicales y peronistas), sin intenciones de cambiar de rumbo. Como lo señala Silvia Bleichmar en un brillante texto: Más allá de la corrupción de muchos y la inoperancia de algunos, es evidente que pocas veces se ha visto en la historia de la humanidad
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mayor coherencia de conjunto por parte de los gobernantes -legítimos o ilegítimos- para desarticular los sueños de todos y el futuro de la mayoría.344 Como ya lo dijimos, son los índices de una derrota, no definitiva -nunca lo es-, pero es imperioso reconocerlo para saber de dónde se parte en la reconstrucción y hasta dónde pueden llegar los intereses que se han beneficiado con el proceso de destrucción. Con el gobierno de la Alianza y la transición de Eduardo Duhalde, se ha hecho evidente que la incapacidad de las clases dirigentes no les ha permitido ver las posibilidades que tiene la realidad política y la situación se ha tornado insostenible. Un modelo ha llegado a su lamentable final y no se sabe construir otro. Como bien lo plantean Calcagno e hijo: Lo que le sucede a la Argentina es digno de un cuento de Edgar Allan Poe. Hay uno que cuadra a la perfección. En ‘El extraño caso del Sr Waldemar’, Poe relata cómo una persona es hipnotizada momentos antes de la muerte. Así posterga la descomposición del cuerpo y conserva la facultad de hablar: en un cadáver, la voz daba la impresión de vida. Al menos durante un tiempo, porque al cesar la hipnosis la descomposición es inmediata.345 Todavía en 2007 no hay consenso respecto a las líneas generales de un nuevo modelo productivo; un crecimiento cuya clave es un tipo de cambio favorable parece postergar in eternun la convocatoria a la discusión en torno a él. Volver a pensar en grande es derrumbar zonceras Sabemos que la globalización, sin dejar de ser un hecho objetivo, es también -o esconde- una visión del mundo que se presenta como indiscutible y única vía del progreso de la humanidad, que busca consolidar un consenso tácito de la presunta superioridad de los mecanismos de mercado.346 Pararse en forma autónoma y pensar, frente a ese proceso, en nuestro propio camino, es una necesidad imperiosa. Parecería que estamos nuevamente ante disyuntivas parecidas a aquellas en las que Jauretche indicaba la existencia de dos liberalismos: uno que construye y profundiza la dependencia y otro que abre las puertas de la autonomía. Si sabemos aprender de la historia y de las experiencias ajenas, es posible ver, pensar y actuar en forma distinta a la que se recomienda desde los centros del Poder. En la actualidad tenemos un proceso de globalización análogo a los procesos anteriores en los que se
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formaron las economías nacionales.347 La opción de pensamiento y acción es nuestra. Por citar solo unos pocos ejemplos, la mayoría de los países industrializados –incluidos EE.UU. y Japón- edificaron sus economías mediante la protección sabia y selectiva de alguna de sus industrias, hasta que fueron lo suficientemente fuertes como para competir con las compañías extranjeras [...]. Forzar a un país en desarrollo a abrirse a los productos importados que compiten con los elaborados por algunas de sus industrias, peligrosamente vulnerables a la competencia de buena parte de industrias más vigorosas en otros países, puede tener consecuencias desastrosas, sociales y económicas. ¿Quién lo dice? No es Jauretche, no es Prebisch, tampoco Thetonio Dos Santos; es Joseph Stiglitz,348 ex economista en jefe del Banco Mundial. No es un convulsionado polemista nacional ni un pensador marxista; es el premio Nobel de Economía, que -lo sabemosestá muy lejos del antiimperialismo y del cual no puede decirse, en su desmedro, que esgrima argumentos “políticos” o “poco científicos”. Ciertamente, la realidad es más compleja que en el siglo XIX. Comprender el contexto internacional en clave jauretcheana -o simplemente desde una mirada nacional- requeriría analizar el comportamiento de al menos tres de las instituciones centrales que hoy rigen la llamada globalización: el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC); es decir, las instituciones que derivan de los acuerdos de Bretton Woods. La segunda se ha convertido en un mecanismo o institución accesoria de la primera, que a la vez está dominada por los grandes países desarrollados, de los cuales sólo uno, los EE.UU., ostenta un veto efectivo. El enfoque del Fondo hacia los países en desarrollo es similar al de un mandatario colonial [...] en los tratos cotidianos, lejos de las cámaras y los periodistas, tal es precisamente la actitud que adoptan los burócratas del FMI, de su líder para abajo. Es nuevamente Stiglitz349 quien lo señala, luego de trabajar en el riñón del Banco Mundial por más de diez años. Hay una serie de tópicos frente a los cuales es muy común hablar de “hipocresía” -como lo hace Stiglitz- por parte de los países desarrollados, en cuanto a que no hacen lo que promueven: la apertura financiera, tan vacilante en el centro como extendida en la periferia; los acuerdos de la OMC, a partir de los cuales los poderosos mantienen sus propias barreras arancelarias y subsidios, forzando a los pobres a lo contrario e, inclusive la flexibilización laboral o el gasto público y los ajustes fiscales. Pero no se trata de hipocresía, ni siquiera de una
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discusión que tenga como base la teoría económica. Dispara Jauretche: A eso llaman liberalismo, al dirigismo de ellos. Y dirigismo al liberalismo nuestro. De donde se ve la falacia de todo planteo ideológico, y cómo sólo el hecho concreto en función de los intereses propios puede dar soluciones para el propio interés.350 Exacto, el mercado internacional es también eso, el encuentro de políticas de promoción y defensa de los intereses propios; más llanamente, políticas nacionales en juego. Es cuestión de construir la propia, nada imposible si hay un pensamiento que la respalde, una pasión que nos mantenga en la senda y una voluntad de construir una nación soberana. Ahora bien, ¿podría instalarse un discurso que hable de “hipocresía”? Nuevamente aquí se impone la perspectiva epistémica y el argumento de las zonceras jauretcheanas comienza a ponerse en marcha: ¡porque resulta muy evidente para cualquier observador! ¿El keynesianismo es bueno sólo para Estados Unidos y algunos países occidentales, pero está fuera de las posibilidades del resto? Tal vez. Pero sospecho que el nudo del problema es que los países pequeños, e incluso los países grandes como Japón, que perdieron la confianza en sí mismos, son intimidados con demasiada facilidad por hombres de traje que les dan consejos dictados por una ideología de línea dura que nunca se atreverían a imponer en su país. Mi consejo sería dejar de escuchar a estos hombres de traje y hacer lo que hacemos nosotros, no lo que decimos. No, no es Jauretche el que lo dice, tampoco Prebisch ni Dos Santos, ni siquiera Stiglitz. Es Paul Krugman, economista de la Universidad de Princeton,351 otro de los actuales gurúes del pensamiento económico occidental; imposible sospechar que haya algo de militancia radicalizada en él. Es que, indudablemente, la colonización pedagógica es una condición necesaria para la dependencia económica. En las relaciones interimperiales y en las de las metrópolis con la periferia hace mucho que no existe el sistema liberal de intercambios, lo que no impide que se nos adoctrine con el mismo en los editoriales de los grandes diarios, en cuyas informaciones perdidas nos enteramos de las medidas proteccionistas y de los subsidios que ellos aplican mientras impugnan toda intervención del Estado en la política económica de las colonias y semicolonias.352 Por cierto que hay sagacidad política en exportar productos y teorías; los primeros dan una ganancia inmediata, en tanto que las segundas aseguran el negocio a largo plazo. No obstante -como lo hacemos con nuestra familia- hay que saber qué es lo que nos conviene para comprar, y mirar para hacerlo bien.
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Globalización y democracia para zonzos El discurso de la globalización suele ir acompañado al del triunfo de la democracia y, con ella, la idea de un Estado pequeño, lo cual tuvo una enorme funcionalidad en una Argentina que venía de vivir un Estado terrorista. Pero, con esto, nos ha pasado, como lo ilustraba Jauretche, como a aquel hombre que va a la cancha y mira el partido con la radio en la oreja, creyendo más en lo que escucha que en lo que ve. Porque si hay algo bien claro -no sólo en el panorama económico- es la fuerte presencia de los Estados como instrumentos de las naciones para hacer posible una mayor competitividad internacional de cada una de ellas; más aún, en los últimos cincuenta años, en el mundo entero, hemos visto un aumento de la presencia de los Estados nacionales, desde los procesos de descolonización hasta la reciente desestructuración de la U.R.S.S. Ateniéndonos a argumentos simples, parece absurda la idea de que democracia y economía en desarrollo sean sinónimo de Estado chico. La realidad demuestra que el tamaño de los Estados latinoamericanos es pequeño comparado con el de los del primer mundo. El Estado argentino, por ejemplo, aparte de ser raquítico, deforme, ineficiente y corrupto, también es chico. Lo mismo ocurre en el resto de América Latina. Pese a ello, los neoliberales quieren hacer de este enano raquítico y deforme algo todavía más grotescamente pequeño. Se trata de un verdadero dislate, comprensible por las grandes ventajas que ofrece a los monopolios y las megacorporaciones [...] el tamaño medio del Estado latinoamericano equivale aproximadamente a la mitad del que hallamos en el promedio de los países del primer mundo.353 Lo mismo cabe para la capacidad de recaudación fiscal del Estado, del costo de la mano de obra, etcétera. Un estudio del Banco Mundial señala que el gasto público en países de bajos ingresos es de aproximadamente 23%, mientras que en las economías industriales de mercado es de 40%. ¿Habrá, en el primer mundo, una tendencia socializante? ¿Serán populistas? Señala Borón que el gasto público de Guatemala ha bajado con las políticas neoliberales al 11% y el de Gabón al 3,2%, de su PBI, en tanto que el de Suecia no baja de 55%.354 Para decirlo más claramente y eludir la clásica afirmación de que “todo depende de cómo se gasta”, puede suponerse la necesidad económica y política de un Estado más chico, con menos burocracia, pero no por eso menos fuerte, ya sea hacia al interior de la sociedad nacional como en sus relaciones
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externas.355 Se trata, efectivamente, de otra de las tantas zonceras sobre la que es necesario trabajar para desarticular, porque –como toda zoncera exitosa- se ha instalado en el sentido común. No cabe duda de que, para reponerse de los desastres que ha dejado el vendaval neoliberal, habrá que revertir esta situación y recuperar una herramienta central para la defensa de las poblaciones ante los mercados y las megacorporaciones: el Estado. Y esto, se sabe, es bien claro para los grandes monopolios como para los Estados de los países desarrollados o centrales que han promovido esta política; de allí que, desde los ochenta a esta parte, mientras los Estados de la periferia se achicaban y debilitaban al ritmo impuesto por los ajustes neoliberales de los años ochenta y noventa, los Estados de los países centrales se fortalecían y el rango y volumen de las megacorporaciones se acrecentaban extraordinariamente.356 Jauretche no dejó de pensar en un Estado empresario, al menos en la industria de base. Pero más allá de esas cuestiones instrumentales, hay un tipo de Estado que se impone conceptualmente en su argumentación. Atendiendo a lo nacional y social, se trataría de un Estado defensor de la libertad del hombre para que éste se realice en plenitud, es decir [...] que en lugar de cuidar que la libertad del hombre no lesione a los dueños de lo económico, cuide de que los dueños de la economía no lesionen la libertad del hombre.357 Hay una reflexión que asoma en Borón y es fundamental retomar en esta instancia, no sólo a partir de su texto, sino a partir de la tradición política argentina y del tema que nos preocupa. Se trata, específicamente, de la vinculación entre democracia, soberanía popular y, como consecuencia inevitable de éstas, Estado nacional. No hay soberanía popular -y, por tanto, democracia- sin un Estado que sea su herramienta. Para países periféricos como el nuestro, estos conceptos son la base de la aspiración a la autodeterminación nacional. Vuelve aquí a reinstalarse lentamente el horizonte conceptual de Jauretche: soberanía popular, justicia social e independencia económica. Ahora bien, la paradoja del actual proceso y su discurso dominante es que se produce al mismo tiempo que las teorizaciones sobre la dependencia o el imperialismo son desestimadas como meros anacronismos cuando, en realidad, ellas han adquirido una vigencia mayor aún de las que alcanzaron a tener en los años sesenta.358 Pasadas las discusiones demodées -como la de la
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posmodernidad en los años ochenta-, la recuperación del pensamiento nacional y latinoamericano sigue siendo una aventura que suele calificarse como quijotesca y anacrónica. Apelando nuevamente al razonamiento de Borón, la realidad neoliberal demuestra -de la misma manera que lo hacía Jauretche respecto al liberalismo o al “dirigismo” económico- que todo depende del lugar -político, social y geográfico- desde el cual se mire, así como de la voluntad para elaborar una política distinta y, por consiguiente, para pensar y mirar lo que interesadamente se oculta. ¿Cómo enfrentar, entonces, la actual coyuntura neoliberal en América Latina? ¿Cómo recuperar el Estado, revertir el predominio de la economía sobre la política y la ética, sin un pensamiento que oriente esa recuperación? La construcción del poder político está íntimamente asociada a la conciencia social sobre qué es lo que debe cambiar, cómo y hacia dónde. En ese sentido, es necesario volver a sembrar sobre este páramo conceptual que han dejado el terrorismo de Estado y la experiencia neoliberal y volver a las grandes consignas del pensamiento nacional, que movilicen las voluntades. Es allí donde aquel tríptico conceptual de Jauretche y FORJA –la Nación justa, libre y soberana- toma una importancia y una vitalidad excepcionales, porque, en definitiva, se trata de revalorizar lo que desde hace casi treinta años el neoliberalismo ha venido destruyendo, material, conceptual y espiritualmente: la Nación. 289
Jauretche, Arturo. Política y Economía. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires. Compilación de 1962 publicada en 1977. Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 291 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. Prebisch escribió para la dictadura, tres informes entre 1955 y 1956: Informe preliminar sobre la situación económica; Moneda sana inflación incontenible y Plan de reestablecimiento económico. Todos, en general, contradecían su prédica cepalina. 292 La historia del cuestionamiento de Jauretche a Prebisch es bien interesante respecto a cómo funcionaba la superestructura cultural. El director del periódico Líder promueve un debate abierto en las páginas de su diario respecto al Plan que lleva la firma de Prebisch. Propone entonces un debate entre éste y Jauretche. Prebisch nunca se dio por enterado, pero todas las notas que escribe Jauretche son compiladas en un libro que lleva por nombre El Plan Prebisch, retorno al coloniaje. Don Arturo lleva esos textos a la imprenta donde había editado algunos de sus textos. El encargado le dice que, tratándose de un escrito de economía, debe revisarlo y aprobarlo el dueño de la imprenta, el Dr. Alemann -ultraliberal, que luego sería ministro de economía-. Así, luego de varios días, se le informa que esa imprenta no editará su libro. Jauretche editó ese texto en otra imprenta, pero el texto fue secuestrado. ¿Por qué fue secuestrado? ¿Quien conocía ese texto antes de su edición, además de don Arturo? Anticipándose al destino de los libros, Jauretche se había apropiado de 40.000 ejemplares – 290
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antes del secuestro- que repartió personalmente. En el primer informe, Prebisch realizaba un diagnóstico muy pesimista y contradictorio de la economía argentina, con datos que la misma CEPAL desmentía al poco tiempo. Para sustentar sus afirmaciones recurría a datos controvertidos, afirmando por ejemplo, que entre 1945 y 1955 el producto por habitante había crecido sólo un 3,5%,cuando la misma CEPAL -en trabajos posteriores como El Desarrollo Económico de la Argentina, de 1958- señalaba que la tasa de crecimiento, en ese mismo período, había sido del 14,6%. De la misma manera, fue desvirtuada y sobredimensionaba la cuestión de la inflación controlada ya en 1954-, la expansión monetaria y la política salarial. Mario Rapoport. Historia Económica, Política y Social de la Argentina (1880 – 2000). Ediciones Macchi. Buenos Aires, agosto de 2000. 293 Palabras de Arturo E. Sampay. Citado por Jauretche en Política y Economía. Op. Cit. 294 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 295 Galasso. Norberto. Biografía de un argentino. Op. Cit. En base a testimonios de Jauretche y a sus borradores. 296 Ferrer, Aldo. Raúl Prebisch y los problemas actuales de América Latina. En Revista CICLOS N°10. Buenos Aires, 1er semestre de 1996. Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social. Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. 297 En oportunidad de cumplirse 25 años de la muerte de don Arturo, Los piojos compusieron el tema San Jauretche, que fue luego editado en el disco Verde Paisaje del Infierno (1999). Desde entonces el tema en cuestión es cantado en los recitales por jóvenes y adolescentes argentinos. El grupo Los Piojos resultó así un puente entre el pensamiento nacional construido en los años sesenta del siglo XX y las nuevas generaciones del siglo XXI. 298 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 299 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, 1966. 300 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 301 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 302 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 303 Ferns, H.A.. Gran Bretaña y Argentina en el S.XIX. Editorial Solar – Hachette. Buenos Aires, 1980. 304 Caraballo, Charlier y Garulli. Documentos de historia argentina 1870–1955. EUDEBA. Junio de 1995. 305 Chiaramonte, José Carlos. Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina (1860 – 1880). Edit. Solar–Hachette. Buenos Aires, 1971. Este clásico de la historia argentina es quizá el texto que mejor refleja el debate sobre proteccionismo y librecambio que en verdad escondía uno más profundo, sobre el tipo de país a construir. 306 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 307 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 308 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 309 Archivo Arturo Jauretche. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 310 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit. 311 Carlos Vilas. La democratización fundamental: el populismo en América Latina. CONACULTA. México, 1995. 312 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 313 Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina. Op. Cit 314 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 315 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit 316 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit 317 Jauretche, Arturo. En La Segunda República. Buenos Aires. 30 de abril de 1968. Citado por
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Norberto Galasso. Op. Cit. 318 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 319 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit 320 Jauretche, Arturo. El medio pelo... Op.Cit. 321 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 322 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 323 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op.Cit. 324 Lavin, José Domingo. En la brecha mexicana: temas económicos para México y Latinoamérica. EDIAPSA. México, 1948. 325 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Op. Cit. 326 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras... Op. Cit. 327 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 328 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 329 Prebisch, Raúl. Hacia una dinámica del desarrollo Latinoamericano. FCE. México, 1970. 330 Jauretche, Arturo. Manual de zonceras....Op. Cit. 331 Un caso reciente. Anoop Singh y Mario Bleger fueron los técnicos que asesoraron a Indochina, por parte del FMI. Luego de la catástrofe que esas recetas provocaron, las mismas fueron aplicadas en Argentina. Inclusive por los mismos técnicos: Anoop Singh y Mario Bleger. 332 Hugo Zemelman. Problemas antropológicos y utópicos del conocimiento. El Colegio de México. México, 1997. 333 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 334 Ferrer, Aldo. Raúl Prebisch y los problemas actuales de América Latina. En Revista CICLOS. Facultad de Ciencias económicas de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1er semestre de 1996. 335 Jauretche, Arturo. Política y Economía. Op. Cit. 336 Ferrer, Aldo. Raúl Prebisch y los problemas actuales de América Latina. Op. Cit. El mejor ejemplo de esto es el desarrollo de la energía nuclear en Argentina, del que el mismo Jorge Sábato fue un importante protagonista. 337 Dos Santos, Theotonio. La teoría de la dependencia: Un balance histórico y teórico. En Los retos de la globalización. Tomo I. Edición de Francisco López Segrera. Edición de UNESCO. Caracas, julio de 1998. 338 Dos Santos, Theotonio. Op.Cit. 339 Dos Santos, Theotonio. Op.Cit. 340 Kay, Cristóbal. Estructuralismo y teoría de la dependencia en el período neoliberal. Nueva Sociedad, n°158. Noviembre Diciembre de 1998. Caracas, Venezuela. 341 Estamos lejos de considerar aquí la idea de revolución asociada a un tipo específico que nos haga pensar en “la” revolución, como modelo a imitar. 342 Alfredo y Eric Calcagno. Derrumbe Neoliberal... Op. Cit. Los datos de pobreza e indigencia son del INDEC y de la Presidencia de la Nación, Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales. Las cifras de la participación de la industria en el PBI dan un orden de magnitud pero no son estrictamente comparables pues se basan en cuentas nacionales con diferentes años base. Cuando se habla de indigentes se refiere a que simplemente no alcanzan a cubrir los gastos de alimentación. 343 López, Artemio (Director de Consultora Equis). Diario Clarín. Buenos Aires. Edición del 6 de junio de 2002. 344 Bleichmar, Silvia. Dolor país. Libros del Zorzal. Buenos Aires, marzo de 2002. 345 Alfredo y Eric Calcagno. Derrumbe Neoliberal... Op. Cit. 346 Mazzeo, Miguel. Los procesos de globalización. En Estudios de historia económica y social. Elena Marcadia (Comp.). Editorial Biblos. Buenos Aires, marzo de 2002.
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Stiglitz, Joseph. El malestar en la globalización. Edit. Taurus. Buenos Aires. Julio de 2002 Stiglitz, Joseph. El malestar en la globalización. Op. Cit. 349 Stiglitz, Joseph. El malestar en la globalización. Op. Cit 350 Jauretche, Arturo. Política y economía. Op. Cit. 351 Krugman, Paul. Castigo gratuito a la Argentina. Diario Clarín. Buenos Aires, Jueves 19 de julio de 2001. Extraído de The New York Times. Traducción de Claudia Martínez. 352 Jauretche, Arturo. Escritos inéditos. Obras Completas Tomo VI. Las dos caras del liberalismo argentino: progreso y antiprogreso. Artículos de 1967 publicados en la revista “Imagen del país”. Editorial Corregidor. Buenos Aires, noviembre de 2002. 353 Borón, Atilio. Tras el búho... Op. Cit. 354 Borón, Atilio. Tras el búho... Op. Cit 355 Rapoport, Mario. Acerca de algunos mitos sobre la globalización. A propósito de los estados nacionales, el nuevo orden mundial, la democracia y la cultura globales. En Rapoport, Mario. Op. Cit. 356 Un artículo publicado en The Economist, titulado sugestivamente La mano visible, señalaba que entre 1980 y 1996, el gasto público en los países mas ricos subió de 43,3% del PBI al 47,1%. Borón, Atilio. Tras el búho... Op. Cit. 357 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. Carta a José Abalos. Buenos Aires, 9 de diciembre de 1942 358 Borón, Atilio. Tras el búho..... Op. Cit 348
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Estaño, río y política Examen de algunas disputas políticas de Jauretche
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El fracaso de todos los movimientos políticos, especialmente los de izquierda, en nuestros países, se debe a la inconsistencia de los directores, la falta de sentido realista de los ideólogos que piensan siempre en europeo y no son comprendidos por las colectividades. Pensar en nacional –y tomando el vocablo nacional como latinoamericano y como genérico de los “nacidos” que sufren- es difícil. Especialmente los intelectuales tienen miedo de rebelarse contra las ideologías importadas. Tienen miedo porque no son creadores, son repetidores. Por eso los pueblos no los siguen. Victor Raúl Haya de la Torre
En este capítulo, trataremos de poner el análisis epistémico en el movimiento real de la política. No podríamos, en pocas páginas, pensar en todas las coyunturas en las que Jauretche se ha sumergido, ello exige un estudio mucho más exhaustivo y de otro tipo. Elegimos, entonces, algunas de ellas a fin de ilustrar cómo ha pensado, en momentos claves, la política del siglo veinte. Para otros aspectos, el lector puede remitirse a la pequeña biografía que sintetizamos en el primer capítulo o, simplemente, sumergirse en la voluminosa y excelente obra biográfica de Norberto Galasso. Si se trata de pensar en lo político como articulado por el tiempo coyuntural, la discusión política está centrada -cuando de construir y de actuar se trata- en el ritmo y la oportunidad para el cambio y la construcción, como también en los insumos materiales y de pensamiento que se utilizarán para ello. Retomamos, entonces, en esta oportunidad, la cuestión epistémica para, luego, llevarla a las disidencias de Jauretche con Perón, con John William Cooke359 y con la juventud revolucionaria de los años ’70 en la Argentina. Pero, más allá de que se trata de la política y la historia de nuestro país, esas discrepancias y discusiones bien pueden constituir un aporte a un pensamiento latinoamericano.
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De lo conveniente y lo perfecto En los capítulos anteriores, hemos intentado poner en evidencia distintos aspectos que emparentan a Jauretche con una tradición epistémica, la conservadora, que no necesariamente se traduciría en una lectura y práctica política del mismo signo, de la misma manera que una mirada o aproximación marxista no garantizaría nunca una práctica progresista o revolucionaria. Retomamos el conservadorismo sólo como una forma de aproximarse a la realidad y –agregamos ahoracomo una actitud o disposición. En general, los conservadores han tendido a coincidir -más allá de que muchos de ellos se hayan concentrado en la defensa de la religión o de determinados valores- en que más que un credo o una doctrina, lo que los caracteriza como tales es una disposición. En ese sentido, diremos que es una actitud en la que las personas privilegian el presente y lo que éste nos brinda, prefiriendo lo conveniente a lo perfecto, en la medida en que lo primero está en lo que nuestro tiempo ofrece como opciones y lo segundo nos conduce inexorablemente a pelearnos con nuestro tiempo y a no reconocer sus “bondades” y posibilidades de construcción con los materiales que tenemos; se trataría entonces de preferir, por decirlo de otra manera, la risa presente a la felicidad utópica.360 Nadie mejor que un conservador para definir conceptualmente esta cuestión: Es una disposición apropiada para un hombre que esté agudamente consciente de tener algo que perder y que ha aprendido a apreciar; un hombre en alguna medida rico en oportunidades de disfrute, pero no tan rico que pueda sentirse indiferente ante la pérdida [...] esta disposición es débil en algunas personas sólo porque ignoran lo que su mundo puede ofrecerles.361 Específicamente, se trata, entonces, de una disposición sometida a la Historia y será más acentuada ante un contexto rico en oportunidades y más pobre cuando haya menos que perder, instancia en la cual las personas se verían más proclives a los cambios. Entramos nuevamente en esta cuestión, porque si hay algo que caracteriza a la disposición conservadora es la conciencia histórica, como capacidad de comprender el momento en que se vive. Como asevera Oakeshott, la inclinación a disfrutar lo que está presente y disponible es lo opuesto a la ignorancia y la apatía, lo que requiere, por tanto, de un gran conocimiento del momento histórico, un apoderamiento de las circunstancias en las que estamos inmersos.
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No es menor la complementación que estamos haciendo en este momento con lo ya abordado en el capítulo II, ya que esta particular preferencia por el presente y sus “bondades” se traduce en una propuesta de cambio político. Se trata de una propuesta amasada con los elementos que la sociedad tenga disponibles en ese momento –no con los que alguna teoría imponga-, consultando sus ritmos, formas y disposiciones para el cambio. Desde esta dimensión puede entenderse, entonces, la inexistencia de escritos de Jauretche en donde se describa una sociedad ideal por alcanzar, una utopía. Don Arturo ha sido renuente a ese tipo de debates y especificaciones teóricas; su discurso más bien se atiene a las posibilidades reales de una política distinta, nacional, pero no utópica ni perfecta. El país, geopolíticamente, está en la zona capitalista y no puede ser otra cosa que capitalista. Por esa razón, aunque hubiera otras. Pero, además, es un país de amplia frontera interior, donde hay márgenes de avance económico social muy amplios en el sentido horizontal y en el vertical. Sería una cuestión ideológica discutir si nos conviene el capitalismo o el socialismo. Tenemos que movernos de un modo capitalista, aunque teóricamente seamos socialistas, porque esa es la única posibilidad de desarrollo en este país y en este momento.362 Detengámonos un poco en la cita anterior. El primer aspecto es de carácter geopolítico, que condiciona fuertemente la dimensión de lo posible. Está allí la cuestión básica de si el Departamento de Estado norteamericano admitiría la emergencia y permanencia de una Argentina socialista, en determinado momento político del continente. La segunda cuestión es relativa a la sociedad argentina; en ese sentido, ésta no podría ser socialista porque los sujetos todavía ven, dentro del sistema capitalista, una gran posibilidad de movilidad social, en sentido vertical y horizontal, y es muy difícil potenciar un futuro que no sea una proyección de los sujetos implicados en el proceso. De otra manera, puede que esos mismos sujetos se conviertan en un obstáculo para futuros que -según la estructura de sus necesidades- contravengan sus expectativas. En ese caso, no sólo sería difícil sino contraproducente determinado tipo de propuestas de construcción política que deriven de “utopismos socialistas”. Esto también es parte de esa disposición conservadora de la que acabamos de hablar, ya que un conservador se acomodará más fácilmente a los cambios que no perjudiquen las expectativas que a la destrucción de lo que no parece tener en sí mismo ninguna razón para
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desaparecer,363 como las mismas expectativas de ascenso social sobre posibilidades que se perciben como reales. El párrafo de Jauretche que citamos anteriormente es, podría decirse, un clásico de su crítica a las miradas utópicas y a lo que llamaba la “política idealista”, en contraposición a la “política realista”. La tercera cuestión que emerge en esa cita es la necesidad de discutir de política, no de ideología ni de teoría, lo que implica situarse geográfica, social y temporalmente. Diría más claramente Jauretche: En política se trata de construir, no de trabajar en abstracto.364 Esos mismos tópicos fueron desplegados en las discusiones que mantuvo con John William Cooke, a principios de los sesenta, en el Café Tortoni. Allí, Cooke -a su retorno de Cuba- manifestaba la necesidad de que el Peronismo fuera la expresión de la transformación socialista de la Argentina. Como fruto de ese debate, Jauretche insistía en analizar la realidad presente para ver qué era lo que ofrecía, antes de avanzar y promover una propuesta con escaso anclaje social: Yo me temo que los demasiado futuristas desaprovechen el presente con las variantes que el presente demanda y son muchas [...] No será esto lo mas bonito teóricamente, pero es lo más práctico [...] hemos sido víctimas de un liberalismo a contrapelo y no quiero que lo seamos asi mismo de un socialismo también a contrapelo, porque, en los dos casos, la solución verdadera es abrir el cauce de la realidad para que ella se realice y no embretarla para que se realice según sus formas previas. No sea que nos saquemos un corsé para ponernos otro y es el país y su pueblo el que ha de llevar el corsé y las teorías.365 Nuevamente está aquí esa disposición que lleva a optar por la risa presente ante la felicidad utópica. Las políticas que promueve Jauretche, en el sentido de lo antedicho, son las que intentan realizar la justicia con hombres posibles y medios posibles, sin provocar el sacrificio de generaciones enteras a una meta ideal que, cuando se logra, no se parece en nada al ideal, porque tampoco ha podido eludir la realidad.366 “Hombres posibles”, no los que se transforman en “clase” por estar en determinado lugar de la “estructura económica”; y “medios posibles”, es decir, instrumentos que estén ya en la práctica cotidiana o se desprendan de ella. Jauretche pone, entonces, el acento en el ángulo de conocimiento que está por detrás de nuestro actuar político. Es, en efecto, una mirada epistémica con un perfil vigorosamente crítico sobre el uso de las teorías y la aproximación ideológica a la realidad, como también con una especial valoración del uso de la historia en el accionar
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político. En este último sentido, huelga decirlo, se trata de una recuperación del pasado desde las necesidades del presente y no desde una lógica general de la historia. En nuestra postura, el tipo de aproximación a la realidad que – según Jauretche- exige la práctica política otorga, a la perspectiva conservadora, un lugar diferente de aquel en el que tradicionalmente se lo ha colocado. Jauretche está haciendo referencia directa a la dificultad que han tenido muchos actores políticos para conocer la propia realidad que pretendían cambiar y, en ese sentido, la izquierda es la que recibe los principales dardos. Si bien éste es un tópico sobre el cual Jauretche reflexionó desde los años treinta, la experiencia latinoamericana posterior nos permite importantes aproximaciones con otras perspectivas sobre el mismo fenómeno, que no llegan a conclusiones muy distintas. La izquierda carecía de un concepto claro, cabal, profundo, de qué era el país que estaba transformando. Lo que significa que los actores políticos que pretendían cambiar la sociedad no se habían apropiado suficientemente de su historia, ni siquiera de su propia historia como actores,367 dice Zemelman, al hacer un balance de la experiencia de la Unidad Popular en el Chile de Salvador Allende. En general desconocían al pueblo chileno, con todo lo que esto supone en cuanto a memoria, voluntad y subjetividad [...] en función de esquemas altamente ideologizados.368 Pero la aproximación de Jauretche, aunque llegue a conclusiones parecidas, es bien distinta de la que despliega Zemelman, quien agrega que aquella izquierda, por ese desconocimiento mismo, reveló un esbozo de pensamiento conservador; por lo que reclama la necesidad de una preocupación gramsciana de entender culturalmente la sociedad, en ese caso, chilena. Poniendo en evidencia esa misma “disfunción” en el conocimiento que está detrás de las prácticas políticas de izquierda o “progresistas”, Jauretche -por el contrario- nos remite no a mirar más “gramscianamente”, sino a enriquecernos con otro aporte epistémico, donde lo conservador no es ajeno ni es el único: se trata, simplemente, de no desvincularse de las claves de tiempo y espacio. Por otro lado, como podrá advertirse, el pensar desde lo concreto, sin un marco ideológico firme, deriva, además, en Jauretche, en dejar abierta la cuestión del ritmo del cambio en la historia. El pasado y el futuro, su combinación y articulación en la coyuntura, así como lo que implica actuar sobre ella, reinstalan la cuestión de lo abstracto y lo concreto que hemos comenzado a abordar en el capítulo dos, pero que merecen aquí un comentario más amplio.
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De lo abstracto y reaccionario Las libertades y restricciones varían con los tiempos y las circunstancias y admiten infinitas modificaciones, no pueden establecerse mediante una regla abstracta; y no hay nada tan estúpido como discutirlas basándose en ese principio. Edmund Burke369
Jauretche comenta una anécdota a la que le da un valor enorme en el plano epistémico político. Sabemos que los anarquistas mantuvieron, en nuestro país, sobre todo a fines del siglo XIX y principios del XX, una militancia tan llena de coraje como fraccionaria. Solían, en Buenos Aires, organizar actos en los que un militante se ataba con cadenas a una ventana y, mientras su compañero desaparecía con la llave del candado, daba un encendido discurso ante el cual era imposible no detenerse a escuchar y a ver cómo la policía trataba de hacer callar a ese apóstol de la justicia y la libertad. Pues bien, en uno de esos actos, el joven Jauretche, militante reformista y todavía antiimperialista “de libro”, cansado ya de escucharlo, prendió fuego a un papel y se lo acercó al pie del vehemente anarquista, quién, con el calor, comenzó a subir su tono. Fue en ese momento, recuerda don Arturo, en que recibió el más formidable puntapié en el traste, propinado por el anarquista que se había llevado la llave, quien luego lo invitó a tomar un café y hablar de política. Rememorará Jauretche más tarde: Él me enseñó que al margen de la sociedad ideal que ellos buscaban había una realidad contingente, en la que había que decidirse en cada oportunidad y que la opción de todos los días no era entre la teoría abstracta y el hecho concreto, sino entre los hechos concretos.370 De lo cual concluye que, en muchas oportunidades, no hay nada mejor que un puntapié bien colocado, en el lugar y momento indicado, para hacer que lo abstracto caiga con todo su peso. Esa tensión entre las teorías y lo concreto de lo real es planteada, entonces, por Jauretche, en medio de esa década del treinta, tan plagada de infamias, en el marco de FORJA. En ese contexto, observará -unas décadas más tarde- que ese grupo de radicales se proponía una acción común sobre el análisis de los problemas concretos y las soluciones concretas, encarando la acción política como tal y no como expresión
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de ideologías o líneas dogmáticas. Comprobamos que los hechos unifican y las abstracciones dividen y que sobre la carnadura de los acontecimientos, las divergencias del nivel ideológico pierden importancia ante la demanda de las soluciones.371 El no pensar desde el momento y lo concreto implica reflexionar, en un país colonial, desde la lógica abstracta de la “civilización”, con los parámetros con los cuales Próspero enseña a Calibán, con la consiguiente desvalorización y desconocimiento de la realidad que se pretende pensar y cambiar, dificultando enormemente las posibilidades de una política nacional. Este problema se expresa en todos los niveles de la política gubernamental, desde las políticas en salud y acción social hasta la política económica e institucional. El análisis, por ejemplo, de la inestabilidad política de la Argentina no escapa a esta mirada. Señala Jauretche que ha habido, en la historia argentina, una democracia teórica y otra real. La primera partía de supuestos necesarios, que eran la adaptación del país a instituciones políticas y sistemas económicos y sociales predeterminados, moldes dentro de los cuales había de desarrollarse la nacionalidad, que se consideraban universales, pero que sólo eran la mezcla confusa de las formas establecidas en los países de la ‘civilización’, entendiendo por tal un reducido sector de Europa y los EE.UU., renunciando a toda tentativa de una creación original.372 Así, se estableció una constitución -la de 1853- que sólo comenzó a concretar sus formas democráticas en 1916. Pero, a partir del golpe de 1930, las intervenciones militares, el fraude electoral y las proscripciones de las identidades mayoritarias ocuparon la mayor parte del siglo, hasta 1983. La interpretación de Jauretche -que los debates sobre la democracia en la Argentina han esquivado hábilmente- fue que cada vez que el Estado expresaba, en razón de sus propias razones, la necesidad de soluciones imprevistas por los teóricos, reventaba el corsé impuesto a la realidad.373 Es decir, la democracia [implicaba] formas de expresión que [...] desbordaban las previsiones de los institucionalistas,374 porque no era un traje a medida de la sociedad. Más bien se trataba de que ésta se acomodara a determinadas formas de construir la democracia. Así, la inestabilidad del sistema democrático argentino hunde sus raíces en esa contradicción que se produce cada vez que la democracia real, presencia del pueblo en el Estado, se pone en contradicción con la democracia formal de nuestros titulados demócratas. No es historia antigua decir que la democracia, según sus mentores habituales, necesita suspender su ejercicio cada vez que empieza a
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funcionar, pues contraría las previsiones democráticas de los ideólogos de la democracia.375 Como se ha analizado respecto al dilema sarmientino de “civilización” o “barbarie”, este mirar y actuar que ponía el ‘cómo ser’ del país antes que el ser, es una mirada propia de la izquierda, pero también de los sectores que pretendían una política económica de “estancia”. Era, como decía Jauretche, una perspectiva “común a las dos sastrerías”. El cuerpo debía ser para el vestido y no el vestido para el cuerpo. Si unos exigían que el país se condicionase a las formas y los fines preestablecidos, los otros preferían mantenerse dentro de ellas hasta que llegase el momento de confeccionar los nuevos trajes de la realidad. Peyorativamente la democracia era demagogia para los oligarcas y ‘política criolla’ para la izquierda.376 Luego, con el Peronismo, era demagogia para ambos. En la actualidad, los textos de análisis sobre la democracia, después de 20 años de excepcional continuidad en la historia argentina, rondan en torno a la cultura política que estuvo detrás de la inestabilidad, a las tendencias hegemónicas de los dos grandes partidos y sus consecuencias en el sistema partidario, a los problemas del estilo presidencialista o –más estéril aún- al análisis estadístico de la última elección, pero muy escasamente ha sido desarrollada la relación entre la democracia y el problema de la dependencia y la construcción de la Nación. Más aún, no se ha debatido sobre una paradoja que, para Jauretche, no sería tan curiosa como obvia. Se trata de que el único período de la historia argentina en que la democracia se instaló (y al parecer, para no irse), se produce luego de una feroz dictadura y protagonizando el proceso de mayor exclusión social y endeudamiento externo que el país haya conocido en su historia. Más claramente, pareciera que la estabilidad democrática sólo fue posible pagando ese costo. Surge, entonces, la pregunta que el lector se imagina que haría Jauretche: ¿qué pasará con esta estabilidad cuando la democracia comience a revertir la situación social, es decir, motorice una distribución más equitativa de la riqueza? Apelando nuevamente al razonamiento de nuestro autor, la democracia todavía tiene un enorme desafío en un país como Argentina: reconvertir al Estado en herramienta central de una política nacional.
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De lo nacional como concreto, circunstancial y permanente Como se ha comentado en los capítulos II y III, lo nacional fue un eje articulador del pensamiento de Arturo Jauretche: Promover un modo nacional de ver las cosas como punto de partida previo a toda doctrina política para el país,377 era la principal motivación de FORJA, de la mano de una dialéctica que va de lo concreto hacia la teoría, con profundo reconocimiento de la fuerza de la historia y lo que ésta construye. Lo nacional -quizás por efecto mismo del colonialismo cultural, tan consolidado en el mundo intelectual y académico-, en general, ha sido considerado como una variante del nacionalismo autoritario o del fascismo. Pues bien, Jauretche, como otros de los llamados pensadores nacionales, ha marcado bien las diferencias: La expresión ‘posición nacional’ admite bastante latitud, pero entendemos por tal una línea política que obliga a pensar y dirigir el destino del país en vinculación directa con los intereses de las masas populares la afirmación de nuestra independencia política en el orden internacional y la aspiración de una realización económica sin sujeción a intereses imperiales dominantes.378 Y añade: Nos bastará que haya liberales, pero liberales desde la Argentina para la Argentina, e igualmente socialistas o nacionalistas con la misma base.379 Parece, ésta, una definición poco precisa de lo nacional, pero le alcanza a don Arturo para aglutinar diferentes perspectivas en torno a ese campo que lo interpreta como un río con múltiples vertientes, entonces todos somos el río y ninguno lo es en particular, y las aguas son revueltas y turbias, no claras como los arroyuelos de la montaña, pero sí fecundas y creadoras como tienen que ser las que están destinadas a dar vida, así que no extraña que vayan revueltas.380 Y, en esa correntada, todos iremos, recíprocamente, aprendiendo algo y desaprendiendo algo. Los nacionalistas del principio han ganado mucho marchando hacia lo social; los socialistas del principio van a ganar mucho marchando hacia lo nacional y en definitiva, todos nos vamos a mezclar [...] lindo entrevero como aquel del 45 donde cada uno entró con su punto de vista particular hasta que la multitud que había caído en el escepticismo, como ahora, se puso en marcha y bajó desde los tablones de las canchas de fútbol y nos arrastró a todos hacia una verdad que no es toda la verdad pero era la verdad necesaria de ese momento y ese lugar.381 Precisamente, en ese momento -y por esa razón-, cuando los arroyos confluyeron en ese río y tomó esa forma con la fuerza de la muchedumbre, FORJA se
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autodisolvió para sumergirse en la correntada.382 Esa definición, que parecería poco precisa, le permite, a su vez, tomar distancia de los nacionalistas, en la medida en que éstos desvinculan la idea de Nación de la vida del pueblo y proponen en sustancia formas autoritarias de gobierno que perpetúan el despotismo ilustrado de la oligarquía, con una fundamentación opuesta a la liberal.383 Se trata de una postura en que lo nacional es simplemente adjetivo y a las ideologías y doctrinarismos de origen liberal o marxista oponen también doctrinarismos de importación [...] que expresan fobias antipopulares y antidemocráticas.384 El uso de la historia es, también, otro tópico diferenciador con ese nacionalismo que mira las tradiciones y el pasado mismo con un sentido restaurador, sin visión proyectiva, de naturaleza romántica.385 Se trata de un nacionalismo que, como reacción ante las influencias exteriores que operan sobre [...] los partidos ‘democráticos’ o de ’izquierda’, son [los nacionalistas] fuertemente influenciados por el fascismo y el nazismo, a que los preparaba su origen ideológico.386 Indudablemente, desde este punto de vista, los nacionalistas eran funcionales a la política oligárquica, en tanto que ésta se presentaba como la mejor alternativa “democrática” ante el autoritarismo, que bien podía ser fascista o comunista. El planteo nacionalista, en definitiva, imponía una diyuntiva capciosa: la defensa de la esencia nacional ante el peligro comunista. Frente a esa opción –un mismo autoritarismo que sólo cambiaba de ropaje- se ofertaba bien, como democrática, la política liberal oligárquica. Así, el nacionalismo como la izquierda colaboraban en crear un cuadro político en el que no tuviera lugar lo nacional.387 El lugar de las abstracciones, la posibilidad de pensar “en nacional”, el colonialismo cultural y el papel otorgado a la experiencia popular elaborada en el transcurso de la historia, son también los tópicos que alejan a Jauretche de la izquierda; ésta piensa y se expresa colonialmente y allí está el plano de coincidencia con el pensamiento de la oligarquía liberal [...] el hombre de nuestra ‘intelligentzia’ no mira la realidad para comprenderla, sino que intenta aplicar las soluciones, los esquemas de otras realidades, que acata por sobreestimación de aquellas y subestimación de esta.388 Es realmente divertido leer la ácida prosa de Jauretche en la polémica con los intelectuales de izquierda. En un debate periodístico con Silvio Frondizi, escribió: La concepción de Frondizi no es leninista sino más bien lo que los especialistas del género
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llaman [...] el marxismo de cátedra o dicho en criollo, la pavada solemne, sorda y muda al rumor de la calle y la vibración de la vida.389 Ése, según Jauretche, es el origen de la desubicación política de las izquierdas en la Argentina, que, por ejemplo, aun siendo pacifistas, apoyaron la entrada en las dos guerras. Eran antimilitaristas, pero marcharon detrás del ejército las dos veces que el gobierno salió para ‘voltear’ gobiernos populares, pero lo combatieron cuando derrumbó el gobierno de la oligarquía. Teorizaban el intervencionismo de Estado, pero lo combatieron cuando con Yrigoyen y Perón ese intervencionismo tenía sentido propio y finalidades nacionales y sociales.390 De todas maneras, esas corrientes de izquierda y de derecha aportaron lo suyo a esa producción que luego dará en llamarse “pensamiento nacional”. En este sentido, don Arturo reflexionaba sobre el proceso de mixturas ideológicas: Desentrañada la trama de nuestro coloniaje económico, descubrimos que él se asentaba sobre el coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y conforman recíprocamente. De los nacionalistas, compartimos la exaltación patriótica y de los comunistas, su conocimiento del fenómeno imperialista. Pero el patriotismo de símbolos de los nacionalistas fue, entre nosotros, amor a la sustancia de lo argentino y no a su expresión abstracta, y de la concepción doctrinaria de los segundos, despreciamos las generalizaciones y el aspecto mecánico del capitalismo, para abocarnos al conocimiento y soluciones de nuestra realidad [...] en el seno de FORJA, debían unificarse las soluciones que nacionalistas y marxistas planteaban como opuestas: Justicia y Patria.391 Desde esta perspectiva, no hay posibilidad de un pensar nacional sin tener en claro algunas cuestiones epistémicas, que emergen de problemas estructurales de la Argentina. La colonialidad del saber, el recaudo ante el uso de las teorías y la conciencia histórica de la que se desprende el sentido de oportunidad- son parte de este esquema. Así lo advertía Jauretche cuando, al referirse a la tarea de FORJA en los años treinta, proponía: …hacer ni liberalismo, ni marxismo, ni nacionalismo, sino contribuir a una comprensión en que el proceso sea inverso y que las ideas universales se tomaran sólo en su valor universal, pero según las necesidades del país y según su momento histórico las reclamasen, como creaciones propias del mismo en su marcha ascendente. En una palabra, utilizar las doctrinas y las ideologías y no ser utilizado. Hacer del pensamiento político un instrumento de creación propia, en cuyos modos y fines
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podemos diferir, pero no en el planteo básico, que es desde la Argentina y para la Argentina, más allá, desde los latinoamericanos.392 Especiales coyunturas No nos pareció correcto referirnos a la perspectiva política de Jauretche sin poner en evidencia las diferencias que tuvo hacia el interior de las políticas nacionales. Ya hemos mencionado algunas distancias con John William Cooke, ciertamente importantes y que conceptualmente se ligan a las que realiza hacia la izquierda, como también a las que desarrolla con respecto a la militancia juvenil que se ha sumado al Peronismo, a fines de los años sesenta. Precisamente, nos parece importante dedicarles un espacio a estas últimas, así como a las discrepancias que mantuvo con Perón y, consecuencia de ello, a la actitud que asumió ante la política. Jauretche y Perón Hemos comentado cómo Jauretche se suma al peronismo luego de esa jornada del 17 de octubre de 1945 y que, hacia 1946, se postula a senador como integrante de una de esas pequeñas facciones del radicalismo que se sumó al Peronismo. No obstante, tempranamente conocerá Jauretche el efecto del estilo personalista de conducción cuando una decisión de Perón lo deja fuera de la lista de candidatos. Ese fue su primer desencuentro; vendrán otros más, pero nos interesa más que todo poner en evidencia, aquí, la apreciación crítica de Jauretche sobre esos diez años de gobierno peronista, en la medida en que el mismo movimiento, así como en determinado momento inventó un Perón, también inventó un Jauretche peronista y celoso custodio de la conducción de aquél. La historia muestra que, en verdad, don Arturo estuvo muy lejos de ajustarse a los moldes de esa ilusión peronista y, sólo después de transcurrido un tiempo, podemos ver que su mirada crítica pocas veces se hacía pública, para que sus argumentos no fueran usados contra el movimiento. Luego de que Perón gana las elecciones de 1946 y continúa esa amplia transformación de la Argentina, Jauretche asume, por primera
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vez, un cargo en la función pública, como presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que mantiene hasta 1950, momento en que se produce un giro liberal en las políticas del gobierno, con una leve apertura a los capitales extranjeros. El alejamiento de Jauretche no sorprende a la cúpula del peronismo, que rápidamente comienza a ejercer la actitud autoritaria que lo caracterizaría a lo largo del segundo gobierno: ésta se hace sentir en cierta persecución hacia Jauretche como a otros intelectuales que estaban cerca del movimiento popular. De hecho, Hernández Arregui le comenta, en una carta, a Jauretche, que uno de los más sobresalientes constitucionalistas argentinos de entonces, que había sido el principal portavoz de la reforma constitucional del peronismo en 1949, Arturo Enrique Sampay, estaba acusado de “infiltrado”. Durante dos años, Jauretche deberá someterse a una investigación que no tiene otro objeto que el de hostigarlo, al punto que el inspector de policía llega a decirle: Vea doctor, la verdad que a mí me mandan para ‘joderlo’, nada más.393 No obstante, no confundió una situación con otra: …me llamé a silencio. Porque sabía que, con todos sus defectos, la caída de Perón significaría la vuelta de la oligarquía y el imperialismo.394 Más tarde, lo diría clara y públicamente: Las fallas eran sustancialmente políticas y consistieron en la pérdida de la colaboración militante de la masa [...] degradando paulatinamente la calidad de las jefaturas adictas para convertirlas en una burocracia. En 1946, cada peronista se sentía un conductor de la historia y responsable de la tarea común; después, era ya un espectador, un aburrido miembro del coro de aplaudidores que concurría a los actos públicos, no con la pasión del combatiente, sino con una mera preocupación ritualista.395 Eso es fruto de un estilo de conducción que Jauretche juzga como problemático, poco creativo y negativo: Los adulones son una cosa terrible porque destruyen, porque no ayudan, no informan y engañan.396 Burocratización, falta de cuadros críticos con capacidad y autonomía, el personalismo, eran las notas sobresalientes en el movimiento para quienes pudieran verlo. Lo alerté a Perón del mal que le causarían los obsecuentes, así como lo contraproducente que resultaba una propaganda machacona y personalista.397 Tal como lo señalaría José Pablo Feinman muchos años más tarde,398 esa burocratización transformó toda la organización militante y deterioró el espíritu revolucionario. En términos de don Arturo: Se quitó al militante la sensación de ser él también un constructor de la historia, para
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convencerlo de que todo esfuerzo espontáneo y toda colaboración indicaba indisciplina y ambición, con lo que se le quitó todo estímulo al esfuerzo partidario y se impidió sistemáticamente la organización de abajo hacia arriba, sustituyéndola por otra de arriba hacia abajo [...] los combatientes resultaron sustituidos por pensionistas del poder.399 Jauretche no era un hombre fácil, es cierto; vehemente con su pensamiento y posturas, corajudo y con una enorme capacidad polémica, si bien nunca se definió como un intelectual -eso significaba atribuirse un papel social que le repugnaba-, su actitud fue la de un hombre que defendía fervorosamente su autonomía de pensamiento y eso, en el Peronismo, nunca fue bien visto por la conducción: Parece que [el] debate es indisciplina, antes porque estábamos en el poder, ahora porque estamos abajo, pero a mí, que me importa ser disciplinado cuando de cosas de principios se trata, no me preocupa ser indisciplinado cuando tengo que luchar por que ellos se apliquen.400 Jauretche rechaza una forma de conducir el movimiento popular que está unido a través de una sola figura y por ello no se puede dejar crecer otra [...] Así se eliminaron muchos valores. Sistema que tiene la propiedad de permitir la maniobra rápida pero anula la posibilidad de nucleamiento alrededor de cada uno de los tantos hombres capaces que tiene el movimiento.401 Su visión de Perón, el movimiento y las características de lo que debe ser una revolución nacional en un país semicolonial, se desnudan como en ningún lugar en una de las cartas a J.W.Cooke, en tiempos de proscripción en que Perón recomendaba una estrategia violenta de resistencia. Escribe, con ironía, acerca del líder exiliado: El ‘genio de la conducción’ se olvidó de los factores de poder que están excepcionalmente en el campo de los trabajadores pero que de manera permanente reposan en la clase media y la burguesía. Éramos el partido con todas las condiciones deseadas por los teóricos de la revolución nacional, proletariado unido a las clases progresistas, es decir, a los sectores del capitalismo vinculados al desarrollo del mercado interno. El ‘conductor’ hizo cuenta electoral: los trabajadores me dan un millón de votos de diferencia votando sólo los hombres, votando las mujeres me darán dos millones. Puedo prescindir de los sectores burgueses y de las clases medias que lo único que hacen es crearme problemas y discutirme la unidad de mando que requiere mi genio. Se dedicó entonces, a destruir sistemáticamente al sector político, que era
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el que impedía la unidad total de las otras clases en su contra; después le metió al problema de la Iglesia. El resultado fue el lógico; unificó alrededor de sus adversarios todas las clases que son factores de poder, enervando a lo poco que se quedó de ellas que es el caso nuestro. Cuando las clases estuvieron unificadas en su contra, lo voltearon y los trabajadores no sirvieron para defenderlo.402 Tampoco escapó a su pluma la crítica a las tendencias hegemónicas del Peronismo, tan fuertes en Perón y Evita, y que ciertamente aglutinaban a sus adversarios. Tendencias que parecían dejar poco lugar a la disidencia creativa: Perón no dejó margen para los no peronistas que eran nacionales.403 Caímos cuando pusimos lo partidario por encima de lo nacional.404 Jauretche, Cooke y los jóvenes setentistas La cuestión del obrar oportunamente, de pensar lo concreto en el momento, de tener presente la disposición de las mayorías –en el pensamiento y en la acción política- son elementos que se mantendrán en sus argumentaciones con la juventud militante de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, al final de sus días. El Peronismo de los años sesenta y setenta no era el mismo movimiento que el de la década de posguerra. Se había enriquecido con el aporte de jóvenes de clase media, en un nuevo contexto internacional en el cual la experiencia cubana y los movimientos de liberación del Tercer Mundo oxigenaban las utopías de las jóvenes generaciones, que ahora veían en el Peronismo un canal de participación. Jauretche tiene con ellos una relación contradictoria. Aprecia enormemente ese influjo y fuerza juvenil y cuestiona a la vieja dirigencia por mirar con malos ojos esa sangre nueva. Porque, para Jauretche, no era cuestión de querer repetir la experiencia de 1945; el yrigoyenismo había sido un balbuceo de política nacional; el peronismo, un buen ensayo; pero el país -en los años sesenta- reclamaba una política nacional cuyas grandes líneas fueron interrumpidas en 1955 y no es cuestión ya de imitarlas parcialmente quedándose a mitad de camino, ni siquiera de reproducirlas. Desde aquella base hay que ir mucho más adelante, más definida y claramente.405 Para eso, era fundamental el aporte de aquellos jóvenes. Pero, a la vez, veía en ellos una soberbia e incomprensión de la realidad que lo llevaba a plantear seriamente sus resquemores, inclusive
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públicamente. No es posible que pretendan llegar a generales quienes aún no han hecho ‘salto de rana’: Humildad, auténtica vocación revolucionaria, abnegación, disposición al trabajo duro y anónimo, eso es lo que precisamos.406 Se repiten, entonces, los viejos argumentos desde la matriz epistémica desplegada en lo que va del capítulo: Estoy viendo que muchos de ellos [refiriéndose a los jóvenes recién llegados al Peronismo] no renuncian a ninguno de los métodos y modos intelectuales que llevaron al error a la vieja izquierda. Bien se puede hablar de un nuevo fubismo.407 Si la vieja izquierda se fugó a Europa, la nueva se puede fugar a Cuba o a China [...] es que se encuentra más cómoda en la comprensión de las multitudes que no conoce que en las que conoce. Así, en el fondo, los guajiros adquieren una jerarquía clasista que están lejos de alcanzar ‘los cabecitas negras’ y sus descendientes porque aquellos, a la distancia, aparecen suficientemente dialécticos.408 Meses más tarde, fortaleciendo su argumento, insistía: Tienen un esquema en la cabeza, un esquema libresco y estudian ese esquema, en lugar de estudiar el país. Quieren que el país se realice según ese esquema y sacrifican al pueblo por ese esquema [...] conozco a muchos que quieren hacer la revolución social a pesar de los obreros, porque éstos ‘carecen de concientización’....No hay que estar ni más atrás, ni más adelante. Distinta es la acción del pensamiento. Allí se puede ser de avanzada, se pueden ir abriendo brechas, porque esa idea, esa especulación, algún día, tal vez, llegue a florecer. Pero hay que partir de la base de que el pensamiento debe ser compartido por la multitud, porque lo contrario significa prepotencia.409 José Pablo Feinmann es, quizás, retomando estas argumentaciones, quien más lúcidamente ha planteado esta cuestión, en varios de sus ensayos, desde la apertura democrática en 1983.410 La crítica de Jauretche a las propuestas y miradas de Cooke, como a la de los jóvenes setentistas, era similar a la que Burke dirigía a los revolucionarios jacobinos franceses, señalando al despotismo como el destino seguro de esas políticas. Los philosophes del siglo XVIII otorgaron una enorme importancia a los déspotas ilustrados, ya que era mucho más conveniente, para imponer las reglas propias del comportamiento político a una población, contar desde el principio con un déspota dócil [...] porque la transmisión de inspiración racionalista al pueblo puede ser, en el mejor de los casos, lenta y vacilante si confiamos en los procesos ordinarios de participación o representación.411
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En ese sentido, Jauretche no se cansó de señalar la necesidad, en la acción política, de pensar con esquemas tomados de la realidad, propios para construir un país, no para librar batallas intelectuales. Ello exige no proponerse una sociedad ideal, sino mejor. Y ajustada al querer de los demás, aunque se aparte del modelo técnico, siempre ajeno. Esto del querer de los demás es importante porque el “despotismo ilustrado” se da en todos los ángulos; es propio de quienes quieren condicionar la historia a su sistema ideológico.412 Como puede advertirse, el avance de posturas despóticas da lugar a una interpretación epistémica, no sólo en el sentido de que esos estudiantes que están peronizados profesan un Peronismo que ellos han inventado y que tiene muy poca conexión con el país real413, sino también por la actitud adoptada. La falta de humildad, de abnegación y disposición al trabajo duro y anónimo […] El hombre [refiriéndose a uno de estos jóvenes] dice que es de izquierda y para aclarar, que es peronista [...] se extiende un poco más y resulta que es más ortodoxo con Perón que Ud. Es cierto que agrega que Perón debe aplicar el programa que él anuncia, usar la estrategia que él aconseja y jugar la táctica que él emplea y si no, no. De donde resulta que su ortodoxia con Perón consiste en que Perón sea ortodoxo con él [...] se dicen peronistas, pero miran al Peronismo como si fuera un hermanito medio retardado al que hay que proteger.414 Jauretche advierte, en estos jóvenes, un sujeto político con enorme fuerza, de entrega a sus ideales, pero todavía incapaces de comprender la política que en muchos de esos casos se ejerce desde los libros: Ellos se sorprenderían seguramente por los manejos y quehaceres de la política concreta. Están a una altura de la vida en que aún no se sabe que la historia no avanza por un camino, sino por todos, hasta los prohibidos.415 Aquí, nuevamente, la influencia conservadora en don Arturo, ya que se trataría -además de lo ya comentado- de una disposición más propia de los adultos que de los jóvenes, no porque los viejos sean más sensibles a la pérdida, sino porque tienden a estar más plenamente conscientes de los recursos de su mundo, de modo que es menos probable que les parezcan inadecuados.416 Es preciso dejar sentado que Jauretche no rechazaba los nuevos aportes ideológicos que esa juventud traía. Mao, el Che o Argelia no eran rechazados, pero insistía en que las propensiones ideológicas [se fueran] moliendo con la contribución de la realidad propia;417 de lo contrario, esas lecturas de la realidad combinadas con la violencia
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podían terminar en tragedia, algo que Jauretche pudo advertir con extrema claridad. Con la cabeza fría y el corazón caliente: el problema de la violencia Quizá no haya tópico de la vida política argentina sobre el cual Jauretche no haya polemizado; pero, de todos ellos, el menos conocido tal vez sea el de sus discusiones respecto al uso de la violencia, en la política de los años setenta. Esa problematización derivó de las diferencias con J.W.Cooke, cuando Perón lo nombra como delegado personal –en la primera etapa de la resistencia, hacia la segunda mitad de los años cincuenta-, tiempos en que Cooke le sugiere a Jauretche incorporarse a la lucha violenta de los sabotajes. Jauretche le aconseja no tomar posturas rígidas que le impidan seguir el movimiento de lo real: Ten cuidado de no quedarte en una cosa del pasado y no cerrarte en una posición ideológica que no consulte la realidad social del país y las posibilidades de poder que constituyen el objetivo de la política, cosa que he aprendido tarde por hacerme el doctrinario, y esta es una experiencia que te regalo ya que estás a tiempo.418 Jauretche, recordando entonces sus tiempos del levantamiento guerrillero en Paso de los Libres, allá por 1933, rebatía -con un enojo que escondía mal- los argumentos de los jóvenes que desde los sesenta se sumaban a la lucha guerrillera: Vea, mocito, yo eso de la lucha armada no lo conozco por habladurías sino por haber intervenido directamente, fusil en mano. Pero ahora le digo, cuando Ud. plantea la insurrección en un momento como éste, ¿sabe cuántos van a venir? Van a venir diez. Y de esos diez nueve serán seguramente “servicios”. Y el último, ¿sabe quién será el último? El último será un pelotudo, aprendí en la lucha que el que conduce debe conducir a la victoria, nunca, por lo menos, al estéril sacrificio...así tuve que aprender a tener la cabeza fría y el corazón caliente.419 Como se ha anticipado en la introducción a este estudio, una de las cuestiones que nos movilizan es ver en qué medida lo que se pensó en los setenta contribuyó a la derrota política de entonces y cuánto de aquella perspectiva es hoy materia leudante. Pues bien, la cuestión de la violencia, entonces, no es un tema menor y Jauretche no dejó de verlo:
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las lecturas teóricas, la práctica de la intelligentzia, así como las políticas liberales sin sentido nacional, tenían siempre un costado despótico y violento. Ese final se presentó como ineludible ya que, en última instancia, la violencia era el instrumento para imponer políticas, porque el sistema democrático se presentaba como incapaz de contener el rechazo a las mismas. Pero esta perspectiva crítica -desde los tiempos de la Resistencia Peronista- se extiende también hacia la militancia peronista, empezando por la conducción del movimiento. En efecto, en los primeros tiempos de esa resistencia (desde 1956 en adelante), Perón, exiliado en Madrid, mueve las fichas más duras para intentar obligar a la dictadura a negociar una salida. Cuando esa metodología fracasa, opta por mover las fichas más blandas y negociadoras, estrategia pendular sobre la cual se ha escrito suficiente. Ahora bien, apenas comenzado este proceso, Jauretche deplora la irresponsabilidad del respaldo y promoción de la violencia desde Madrid, cuestionando duramente a la conducción del movimiento: En una carrera de jacobinos enfrentados ganarán los que tienen el instrumento del poder en las manos [...] es un disparate plantearlo con una fuerza multitudinaria sin disciplina, sin jerarquía y en plena improvisación.420 Jauretche, indudablemente, era un pacifista en el sentido de que su convicción profunda era que debemos vencer precisamente con la bandera del orden,421 pero su argumentación no se basaba solamente en lo incontrolable de la espiral violenta, sino en la insuficiencia del análisis político que conducía a la violencia: Las instrucciones que llegan continuamente [desde Madrid y refiriéndose a Perón] tienen la misma puerilidad de las instrucciones anarquistas y comunistas de la época romántica: proletariado solo contra Ejército, clase media, burguesía y aristocracia, y los medios tácticos aconsejados corresponden al mismo estilo mental. Macaneo “trozko malatetista” [sic] de quien por otra parte no cree en el planteo social revolucionario y si ignora su imposibilidad local no puede ignorar su imposibilidad internacional.422 Es evidente que el discurso clasista y violento de Perón lo irritaba por su inconsistencia e irresponsabilidad en cuanto a las posibilidades de elaborar una política nacional: …hablar de proletariado contra otras clases es aglutinar a éstas en un solo block y el proletariado carece de fuerzas y, sobre todo, de acceso a los instrumentos de poder [...] la copiosa literatura comunista y aprista sobre el particular ha agotado el debate sobre
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las posibilidades de la revolución en los países coloniales, para llegar a la conclusión que el único sistema de lucha posible es el de la lucha nacional ampliando el sector del proletariado con sectores de clase media y burguesía interesados en el desarrollo nacional.423 Esa distancia que toma Jauretche de Cooke y de Perón en los primeros años de la resistencia, se actualiza con su mirada crítica a ciertos sectores de la Juventud Peronista y a la violencia de las llamadas “organizaciones especiales” del Peronismo, que -como una de las tantas formas de reinstalarse en la política- Perón alentará desde Madrid. Esa crítica es la misma que desarrolla hacia la intelligentzia y la militancia de izquierda, en tanto que tratar de imponer un esquema ideológico a la realidad contiene, en sí mismo, una aproximación violenta al proceso político. Para Jauretche, eso tiene enormes agravantes políticos que hacen más pueril el uso de la violencia, porque tiene bien en claro quiénes sacan partido de esa dinámica: La fuga de la realidad es útil a los extremos reaccionarios que los pícaros liberales administran para la represión de que ellos son los únicos beneficiarios. Convertir al país en un Vietnam es el ideal de muchos nuevos izquierdistas, pero más lo es de los liberales a la brasileña y desde luego, de algunos “nacionalistas” [...] que detrás de la palabra “nacionalismo” han encontrado una cómoda careta para satisfacer sus tendencias parapoliciales.424 Con esta perspectiva, Jauretche preanuncia -con extraordinaria lucidez y como no lo ha hecho nadie- lo que sucederá tres o cuatro años más tarde. Don Arturo mismo se habría sorprendido de su precisión profética si la muerte no lo hubiese alcanzado en 1974. Lamentablemente, sus palabras no fueron muy escuchadas por las conducciones guerrilleras cuando señalaba, en 1972, que el día en que la represión pase de la policía a la milicia, el ejército no procederá indagando justicia y razón, sino que si hay tiroteo en una manzana, fusila a toda la manzana [...] diezman. Es decir, esa minoría reducida de chiquilines combatientes ¿va a sobrevivir si liquidan a cinco o seis mil, de entrada, y meten en un campo de concentración a otros diez mil?425 Tres años más tarde, la maquinaria de terror estatal que dejaría treinta mil desaparecidos ya estaba en marcha. Hay que reconocer que ese pasaje de Jauretche es tremendo y causa cierta sorpresa, por su claridad para pensar su tiempo y sus posibilidades de despliegue. Pero nadie –ni siquiera él- podía imaginar que no se trataría solamente de campos de concentración, sino de
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vuelos de la muerte, burocratización del terror en cada uno de esos 350 campos de concentración, robo de niños y asesinatos masivos. Le hubiera resultado difícil, además, advertir que, después de veinte años de democracia, haya que volver a sembrar y regar pacientemente, con las claves del pensamiento nacional, volver a trabajar sobre -como él mismo decía- los estados de conciencia.
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Se trata del primer delegado personal de Perón, exiliado en Madrid, en los primeros años de la resistencia peronista, entre 1955 y 1973, año en que el Peronismo retorna al gobierno luego de 18 años de persecución y proscripción. 360 Oakeshott, Michael. Op. Cit 361 Oakeshott, Michael. Op. Cit. 362 Archivo Arturo Jauretche. Memorándum citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 363 Oakeshott, Michael. Op. Cit. 364 Arturo Jauretche. Clarín. Buenos Aires, 1971. En Galasso, Norberto. Op. Cit. 365 Arturo Jauretche. Pregón. Buenos Aires, enero de 1964. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 366 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Edit. Peña Lillo. Buenos Aires, mayo de 1976. 367 Zemelman, Hugo. Enseñanzas del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Op. Cit. 368 Zemelman, Hugo. Enseñanzas del gobierno de la Unidad... Op. Cit. 369 Burke, Edmund. Textos políticos. Op. Cit. 370 Jauretche, Arturo. Filo, contrafilo y punta. Editorial Juarez. Buenos Aires, 1969. 371 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 372 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 373 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit.. 374 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 375 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 376 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 377 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 378 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 379 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 380 Carta a J.J.Hernández Arregui. Buenos Aires, 15 de noviembre de 1949. Citado por Galasso, Norberto. Biografía de un argentino. Op. Cit. 381 Jauretche, Arturo. Barajar y dar de nuevo. Peña Lillo Editor. Buenos Aires, 1981. 382 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. [...] que el pensamiento y las finalidades perseguidas al crearse FORJA están cumplidos al definirse el movimiento popular en condiciones políticas y sociales que son la expresión colectiva de una voluntad nacional de realización cuya carencia de sostén político motivó la formación de FORJA, ante su abandono por el radicalismo. Firmado por Arturo Jauretche como presidente y Daría Alessandro, como secretario. 383 FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 384 FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 385 FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 386 FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 387 FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 388 FORJA y la Década Infame. Op. Cit.
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Jauretche, Arturo. Mayoría. 7 de diciembre de 1959. Galazo, Norberto. Op. Cit. Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 391 Jauretche, Arturo. Discurso del 29 de junio de 1942. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 392 Jauretche, Arturo. FORJA y la Década Infame. Op. Cit. 393 Arturo Jauretche. Revista Extra. Marzo de 1967. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit 394 Arturo Jauretche. Revista Así. 1963. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 395 Arturo Jauretche. El Popular. Octubre de 1960. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 396 Borradores de Arturo Jauretche. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 397 Declaraciones a Galasso. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. John William Cooke se lo había adelantado al mismo Perón en la presidencia, su sentencia había sido fuerte: su retrato está en tantas partes que ya no se lo ve, forma parte del paisaje. 398 Feinmann, José Pablo. Burocracia y derrota. En La creación de lo posible. Ed Legasa. Buenos Aires, setiembre de 1986. 399 Jauretche, Arturo. Los profetas... Op. Cit. 400 Arturo Jauretche en carta a J. W. Cooke. Citado por Cichero, Marta. Cartas peligrosas. Planeta. Buenos Aires, 1992. 401 Jauretche, Arturo. Tribuna Oral. 31 de enero de 1961. Citado por Galasso, Norberto. OP. Cit. 402 Arturo Jauretche en carta a J.W.Cooke. Citado por Cichero, Marta. Cartas peligrosas. Op. Cit. 403 Borradores de Arturo Jauretche. Citado por Galasso, Norberto. Biografía de un argentino. Op. Cit. 404 Arturo Jauretche. Revista Que. Mayo de 1958. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit.. 405 Arturo Jauretche. Discurso del 27 de agosto de 1965. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 406 Arturo Jauretche. Revista Dinamis. Octubre de 1971. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 407 Con esta expresión, Jauretche hacía referencia a la militancia de la Federación Universitaria de Buenos Aires, FUBA, que tenía –desde la universidad- los mismos “vicios” de la intelligentzia. 408 Arturo Jauretche. Revista Dinamis. Enero de 1972. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 409 Arturo Jauretche. Revista Bancarios de la Provincia, marzo de 1972. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 410 Feinmann, José Pablo. Varios textos. En el primero que aborda estas cuestiones es en Estudios sobre el peronismo; luego, en sus ensayos de La creación de lo posible abunda sobre el problema; pero quizá el estudio mas completo sea La sangre derramada; Ariel, Octubre de 1999. 411 Nisbet, Robert. Conservadurismo. Op. Cit. 412 Jauretche, Arturo. Revista Cuestionario. Junio de 1973. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 413 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Octubre de 1971. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 414 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Octubre de 1971. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 415 Jauretche, Arturo. La Opinión. Buenos Aires, julio de 1972. Citado por Galasso, N. Op. Cit. 416 Oakeshot, Michael. El racionalismo en la política. Op. Cit. 417 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Enero de 1972. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 418 Arturo Jauretche en carta a J. W. Cooke. Citado por Cichero, Marta. Op. Cit. 419 Jauretche, Arturo. Revista Que. Dicembre de 1957. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 420 Jauretche, Arturo. Carta a J.W.Cooke. Citado por Cichero, Marta. Cartas peligrosas. Op. Cit. 421 Jauretche, Arturo. Carta a H. Benitez. Citado por Cichero, Marta. Op. Cit. 422 Jauretche, Arturo. Carta a J.W.Cooke. Citado por Cichero, Marta. Op. Cit. 423 Jauretche, Arturo. Carta a Hernán Benitez. Citado por Cichero, Marta. Op. Cit. 424 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Enero de 1972. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 425 Jauretche, Arturo. Declaraciones a Miguel Scenna. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit 390
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Jauretcheando en el siglo XXI
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A lo largo de nuestro ensayo, hemos tratado de recuperar una senda de reflexión, poniendo en las coordenadas de nuestro tiempo algunos aspectos del pensamiento de don Arturo Jauretche. En estas notas finales, pretendemos responder a un interrogante fundamental para los tiempos que vivimos, en un país que ya no padece la amenaza militar y que estaría abierto a múltiples posibilidades de construcción. La cuestión podría plantearse así: ¿cómo elaborar un conocimiento desde la producción de ideas, desde el arte, la literatura, la cultura en general- que contribuya a la construcción del poder político de aquellos que son la base social de un cambio, hacia una sociedad más justa y una nación más autónoma? ¿Cuál puede ser el aporte de los intelectuales y artistas de toda laya, para que ese poder político de las mayorías sea consistente, sólido, potente? Creemos -y esperamos- que, a esta altura del texto, nuestros lectores estén también convencidos de que si Jauretche no tiene la fórmula precisa para dar respuesta actualizada a esos interrogantes, necesariamente, junto con otros grandes pensadores argentinos, aporta, cuanto menos, una brújula por demás valiosa para volver a encontrar nuestro camino. Así, no volveremos en estas notas finales sobre tópicos que hemos tratado en capítulos anteriores, sólo resaltaremos aspectos de la perspectiva jauretcheana que nos parecen fundamentales en la Argentina que comienza a transitar el siglo XXI. La ciclotimia histórica y la responsabilidad social como desafíos “Somos de un lugar, profano a la vez, mixtura de alta combustión [...] del éxtasis a la agonía oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor, o también lo peor, con la misma facilidad”. “La argentinidad al palo”. Bersuit Vergarabat
En diciembre de 2001, el desvarío reiterado de la Argentina como país pareció llegar a su máxima expresión. Pero sabemos que estuvimos en situaciones similares muchas veces en el siglo pasado y, más aún, sabemos que hay visibles responsables que pueden señalarse y colocarse en el banquillo de los “grandes culpables”, como también que
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hay poca inocencia colectiva con respecto a esos procesos. Como quiera que sea, observando la historia argentina del siglo XX, la frustración y la desesperanza son sentimientos recurrentes en ese derrotero. Pareciera que el fracaso es una fatalidad insoslayable y no una posibilidad entre otras. Fatalidad a la que, o bien uno se entrega sin luchar, o bien uno lucha y se desangra hasta entender que inevitablemente es juguete de un destino cruel.426 Ese sentimiento, tan ampliamente extendido en la literatura, el ensayo y, sobre todo, en el tango, nos invade de tal forma que se nos hace difícil escapar de él. Hay reiterados retornos al fracaso, pero... ¿de dónde se retorna? De la esperanza, de la apuesta, del creer, del confiar con la misma, plena y absoluta percepción y convicción con que luego se creerá en “el mito del eterno fracaso”, como decía un Feinmann entusiasta en los primeros años de democracia, por los años ochenta del pasado siglo. Y los tiempos de esperanza, de apuesta, de creer pueden estar vinculados tanto a la revolución, la inclusión social o la justicia como a una opción reaccionaria que implique exclusión y autoritarismo. Debemos reconocerlo: ésa es una peculiaridad de nuestro país. En Argentina, hemos visto las dos películas reiteradamente, aunque en los últimos treinta años la segunda ha sido la predominante. Veamos. La última dictadura militar sentó las bases de un esquema económico que, en su momento, implicó un tipo de cambio alto que se traducía en una enorme “fiesta de dólares”. Ello posibilitó, a una inmensa clase media, viajar al extranjero y adquirir -dentro y fuera del país- todo tipo de productos importados, proceso que, entre otras cuestiones, significó la crisis de la industria nacional. Ese gran jolgorio, que dio cierto respaldo político y social a la gestión de facto, comenzó a quebrarse a fines de 1980 y, con él, el poder militar mismo. El malestar social hacía necesario un fortalecimiento de ese poder o la apertura democrática. La locura de Malvinas, en abril de 1982 -a falta de otro mundial de fútbol-, fue el desvariado intento. Pero, sin la crisis de 1980, parece claro no sólo que Malvinas no hubiera sido necesario, sino que el régimen dictatorial habría durado algún tiempo más y la sociedad habría tardado otro tanto en salir de su letargo, dejando en una más prolongada y profunda soledad a quienes resistían casi desde el comienzo del “Proceso de Reorganización Nacional”, como lo habían denominado los dictadores. Todo parece indicar que la crisis de la “plata dulce” puso en evidencia el desastre, la muerte y, aunque cueste admitirlo, la complicidad social. El “momento reaccionario” de la
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esperanza entraba en coma profundo. El gobierno de Alfonsín abrió un breve intervalo de otro carácter. Un vendaval participativo caracterizó ese tiempo, que, sin embargo, fue rápidamente desalentado por las primeras leyes de impunidad y la hiperinflación con la que ese primer gobierno se desbarrancó. Esa crisis y primera frustración democrática, nuevamente reavivó la esperanza reaccionaria y habilitó a la dirigencia del peronismo para comandar otra “fiesta de dólares”, también con una sobrevaluación del peso. Otra vez, casi con la misma fiebre, puerilidad e indiferencia por el futuro nacional que en la dictadura, los argentinos viajaron al exterior, compraron sus chucherías importadas y disfrutaron de esa nueva “romería”. Los excluidos ya no estaban en campos de concentración ni eran arrojados al Río de la Plata, ahora se amontonaban visiblemente en las villas miseria y parte de la clase media descendió varios niveles. Pero, como todas las fiestas –que, en este caso, duró diez años-, hubo que pagarla y terminó mal; se llevó a la gestión de De la Rúa y dejó un país en estado posbélico: arrasado, destruido y desmantelado. Es indudable que cada una de esas experiencias que protagonizamos abrió una hendija -a veces más grande, a veces más pequeña- en nuestros sentimientos y razones, por donde se filtran ciclotímicamente la esperanza y la desesperanza, la ilusión y el desencanto, respecto a las posibilidades y potencialidades de nuestro país y su sociedad. Como lo dice el personaje de Sur, la película de Solanas, en medio de lo que representa la historia nacional -“la calle de la melancolía”- y con el aliento dolido: se aprende del fracaso...las cosas que se aprenden del fracaso... para volver a empezar. Parecería que, en esta historia, siempre se está llegando. Feinmann -como queriendo salir de ese desencanto tan propio de nuestra historia- señalaba, hace más de veinte años, la posibilidad de instalar la desesperanza como principio de conocimiento,427 que, lejos del escepticismo, nos provocara y empujara a la laboriosa tarea de superar ese comienzo hacia un estado de esperanza. Muy buena idea, pero era nada más –y nada menos- que la ocurrencia y la creatividad de Feinmann de llevar el ciclo de la ilusión y el desencanto a un nivel epistémico, y allí quedó. Como se verá, estas cavilaciones están por fuera del escepticismo, de la desesperanza e, inclusive, tratan de colocarnos fuera de ese corso e ricorso donde
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parecemos condenados a procesos signados por potencialidades que se niegan unas a otras. Porque, como argumenta lúcidamente Graciela Scheines, no hay intelectual preocupado por la Argentina que no mencione dos países irreconciliables: el país bueno y el país malo. La solución planteada es igualmente drástica y siempre la misma: exterminar al país malo. Así la república real queda enmascarada por un esquema, por un mapa bicolor que se impone con la prepotencia de las alternativas binarias.428 Maniqueísmo que, por señalar a grandes culpables, no nos deja ver lo que somos y nos engaña, pasando de un punto al otro del ciclo, como en un caminar circular, sin poder asumir nuestro mapa genético: el ruido de las polémicas interminables que producen estos esquemas binarios hechos de palabras y teoría silencia las voces de los argentinos de carne y hueso que no encajan en ningún casillero.429 Advertimos la lógica sarmientina detrás de ello. El balance que ha predominado en nuestra sociedad con respecto a estos procesos, recuerda el problema de la historia y su uso político en los países poscomunistas, cuando cayeron aquellas dictaduras. En los primeros tiempos, en general, se trató de evitar todo análisis que pueda conducir a una autocrítica colectiva con respecto a los aspectos culturales y opciones colectivas que hicieron posible la existencia, durante más de cuarenta años, de esos regímenes políticos y económicos. En el fondo, hubo allí una fuerte tendencia a considerar a la sociedad lejos de toda responsabilidad, como mártir y, por lo tanto, proyectar la culpabilidad sobre los más evidentes responsables. Algo parecido ocurrió en nuestro país, donde la satanización de Videla, Alfonsín, Duhalde o Menem parece salvar a la sociedad. Ese eludir la responsabilidad social se hizo más evidente, y difícil de sostener, en tiempos de democracia. Pensemos que Menem, en 1995, ganó las elecciones por segunda vez -y por un margen mayor que en la primera elección- cuando ya se había liquidado gran parte del Estado nacional y su costo social estaba claro. Es que la “fiesta de dólares” estaba en su plenitud; inclusive en las últimas elecciones presidenciales volvió a ganar frente a Néstor Kirchner; pero, al no presentarse en la segunda vuelta para resolver esa mínima diferencia, este último quedó como presidente electo. No está de más aclarar que el voto a Menem, por entonces, fue de carácter positivo: quien lo votaba, después de diez años de gobierno, sabía qué elegía. Los años noventa, mirados de esta forma, son realmente vergonzantes para la sociedad argentina, porque apoyó y
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volvió a votar a un gobierno que, sólo para dar un ejemplo, después de privatizar el petróleo, arremetió contra el gas y los yacimientos gasìferos. Pero, además, lo hizo en una sesión donde el peronismo logró el quorum con cinco diputados “truchos” -denunciados por el periodismo-, a pesar de lo cual la sesión fue considerada válida. En fin, los noventa, junto con la dictadura –y sólo mirando superficialmenteexpresan, también, lo que somos y el grado de decadencia que arrastramos. Pero está claro que no es cuestión ya de satanizar, de buscar chivos expiatorios, porque, finalmente, la clase dirigente – inclusive la militar- no es más que el reflejo de los usos y costumbres de una sociedad. En esto, coincidimos plenamente con Carlos Gabetta cuando señala que nuestra decadencia es global. La de los militares es una prueba más, pero también decayó nuestra justicia, nuestras instituciones en general, nuestra educación,430 como también se han prostituido las dirigencias sindicales, políticas y empresarias. Lo cierto es que, volviendo a lo grueso de nuestro razonamiento, ciclotimia y responsabilidad colectiva no son superficialidades que, por tanto, puedan pasarse por alto; más bien son algunos de los aspectos que nuestra historia reciente pone en el espejo para que nos miremos y aprendamos de ello. La crisis de 2001 y la poesía que nos debemos Raíz dormida en la tierra/ raíz que enreda mis piernas y me toca el corazón/ raíz de toda la gente/ raíz que esquiva la muerte/ que me enseña dónde ir/ Raíz que roza lo incierto/ raíz que abrazo y me invento / para así sobrevivir./ Sin esa raíz... ¿qué será? “Raíz”- Pedro Guerra
Desde esa forma ciclotímica de vivir la historia, y desde esa “zoncera colectiva” hecha cultura, nos convocamos para la elaboración de un modo de pensar distinto y -recuperando a Scalabrini- de vehiculizar una inquebrantable voluntad de saber efectivamente quiénes
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somos. En este sentido, nos viene a la memoria una frase de Martín Heidegger, que comenzaba con una apreciación nada condescendiente con los humanistas: lo gravísimo de nuestra época [...] es que todavía no pensamos.431 Diría don Arturo, a su estilo: Cambio mil informaciones por una idea. Claro que, a esta altura de la decadencia nacional, no resulta una empresa fácil encontrar una ruta amplia que abarque a todos los que vamos en el barco, remando. Si nos sumergimos en la dinámica de esa desmesurada ciclotimia que mencionábamos, en algún momento de ella comienza siempre a desplegarse la percepción de que algo no está marchando del todo bien, de que el sendero no está de acuerdo con lo que podemos ser como sociedad, que nos debemos la actualización -como un himno- del canto colectivo. Balbuceamos durante un tiempo, quizá años, hasta que -como cuando salimos de un desengaño- tocamos el hueso del dolor y renacemos. Pero, mientras tanto, es un tanteo en la oscuridad del día, buscando el lugar, el anclaje más seguro desde donde poder volver a pensar sobre nosotros y nuestro futuro. Quizás el mejor anclaje sea nuestra cultura, la expresión real de lo que somos: Raíz que busco y no encuentro / que vive oculta en los versos / que no escribo y que perdí / raíz de todos nosotros / raíz que aguarda en los ojos / que hacen guardia para ver. Sin ser latinoamericano, pero viviendo una similar situación de colonialidad, así lo canta Pedro Guerra. Entonces, de repente, sin que la ciencia social pudiera advertirlo, sorprendiendo a los cultos y a todo tipo de saberes, esa raíz estalló en la calle, con pañuelos blancos de madres, con pasamontañas piqueteros, estudiantes, “paquetería porteña” y cacerolas. La infantería, cual tijera que quiere podar para hacer un bonsai, intentó hacer lo suyo; pero, como las partes de esa raíz se sabían de un mismo árbol, los acorralados fueron la policía y los eunucos que conformaban la clase política. Así pareció ser diciembre de 2001 en la Argentina. Sólo el agotamiento del malestar sobrante,432 la desvergüenza y la obscena frivolidad para arruinar el país hicieron que, al igual que en otras oportunidades, esa raíz emergiera para reunir en un árbol lo que en la cotidianidad de los días comunes está disperso, inclusive en distintas veredas. Esa raíz -que viene de distintas capas de la tierra, de distintos jardines- no siempre confluye en la historia sabiéndose parte de lo mismo. Estacas, separadores y podadores de raíces lo evitan. La
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conciencia colectiva de poder torcer la historia sólo se produce en algunos momentos. Diciembre de 2001 abrió esa esperanza, la de que la sociedad argentina aún está viva y a la altura de sus mejores tradiciones de lucha. Pero la historia, la experiencia, necesariamente nos advierte: ¿cómo lograr que esa emergencia de raíces no sea parte del ciclo de la “fiesta” y la “tragedia”, donde -como en un jardín del bien y del malpotencialidades destructivas y santificadoras se turnan? Estimamos que en esa línea está el renovado aporte que puede hacer el pensamiento nacional: una reflexión en la que -asumiendo los fuegos de lo que somos, sin eludir responsabilidades- los argentinos podamos abandonar los extremos del exitismo fácil y el irremediable fracaso que ello implica. Se trata del pensamiento que está detrás del canto, de la emoción de caminar responsablemente juntos, de un pensar que esté en sintonía con nuestro existir, de la poesía colectiva que nos debemos y que debiera surgir no sólo cuando la vergüenza y el agotamiento del malestar sobrante nos acosan. Jauretche, en ese sentido, ha hecho un aporte sustancioso, elaborando un ángulo desde el cual pensarnos como sociedad, que exige de cierta revisión crítica para renovarse como de la incorporación de nuevas dimensiones del pensamiento político y social latinoamericano, ausentes en tiempos de don Arturo. Una cuestión de actitud Hay dos clases de poetas modernos: aquéllos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: “Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros”, etc., y aquéllos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”. Los primeros son los más afortunados. Siempre encuentran un crítico inteligente que escribe un tratado “Sobre las relaciones ocultas entre el objeto y la palabra y las posibilidades existenciales de la metáfora no formulada”. De ellos es el Olimpo, que en estos días se llama simplemente el Club de la Fama. Jaime Sabines
Don Arturo arremetió contra lo que llamaba el “intelectual químicamente puro”, refiriéndose a quienes -ejerciendo el oficio de
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pensar, escribir o, simplemente, hacer arte- sucumbían a las posibilidades de reconocimiento y consagración. De esta forma, es el ámbito de la legitimación intelectual o artística el que comienza a orientar sus opiniones, gustos y perspectivas, de manera tal que el problema del poder y de la distribución de la riqueza en la sociedad es desplazado por la lucha por el poder, dentro del coto artístico o intelectual. Es indudable que la actitud que sugiere Jauretche no es nada fácil de asumir en un contexto donde la intelectualidad se preocupa menos por sus ideas que por su bolsillo y prestigio. Porque la lucha, dentro del campo intelectual, otorga cierta seguridad y salirse de ese ámbito –o, al menos, tomar distancia- requiere de cierto valor para dejar de cobijarse en lo que, en el entorno, se considera válido. La capacidad de conocer y potenciar políticamente la realidad, en general, es casi inversamente proporcional a la seguridad que otorgan las lógicas profesionales. Como bien lo señala Zemelman: Quien no se atreva, no va a poder construir conocimiento; quien busque mantenerse en su identidad, en su sosiego y en su quietud, construirá discursos ideológicos, pero no conocimiento; armará discursos que lo reafirmen en sus prejuicios y estereotipos, en lo rutinario, y en lo que cree verdadero sin cuestionarlo.433 Irreverencia ante los saberes constituidos, humildad ante los saberes de quienes no forman parte del ámbito artístico-intelectual, confianza en el conocimiento que tiene su base en la experiencia social, una sana “sospecha” ante la retórica teórico-ideológica, una intención explícita de que la producción de ideas llegue a la mayor cantidad posible de personas, la pasión por lo nacional -sin complejos ni temores-, la voluntad para poner en marcha el deseo de libertad, son algunas de las cuestiones que subyacen en el pensamiento que desplegó Arturo Jauretche y que hoy tienen una enorme vigencia. La obsesión por lo concreto Desde el punto de vista absoluto tienen razón, pero los puntos de vista son siempre relativos cuando de política se trata, relativos al medio en que las cosas se van a producir. La verdad abstracta, entonces, no interesa. Lo que interesa es la verdad concreta de ese momento y aquí.434 Arturo Jauretche
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Si hablamos de la elaboración de un pensamiento que contribuya a la construcción de un poder de mayorías, nos referimos, indudablemente, a un conocimiento comunicable fácilmente a lo que podríamos llamar “un público amplio”, acompañado de una actitud didáctica que estimule los “estados de conciencia” a través de la socialización de las ideas; pero, además, se trata, fundamentalmente, de elaboraciones sobre nuestra vida social y política que tengan a las mayorías como punto de partida y de llegada de nuestras cavilaciones. Al respecto, Jauretche desplegó claramente una especie de obsesión por lo concreto. Podríamos decir que la cuestión es el vértice del ángulo epistémico que promueve Jauretche y que se va completando con otros aspectos (la colonialidad, la historia, la actitud, etc.). Pensar desde lo concreto implicaría, en principio, colocarse frente a las circunstancias sin anticipar ninguna propiedad sobre ellas.435 Anticipar propiedades a esa realidad conlleva, por lo menos, un alto riesgo hacia su invención más que a su conocimiento. En un país intensamente colonizado culturalmente, la invención es lo más seguro. Podría proponerse, como lo hace Zemelman,436 volver a Gramsci; pero advertimos que es una propuesta que cambia de cielo, quizás sea ése un poco más despejado que otros, más limpio, con más potencia, pero ello no implica un cambio en el ángulo de colocación. Siguiendo con la idea de la raíz, si el esfuerzo se hace desde ellas y no desde algún cielo teórico, ello implicará la potenciación de lo que la cultura, la experiencia sedimentada y la historia social aportan como hábitos y formas de ver el mundo, hacia ideas y teorías que tengan más que ver con nuestras circunstancias, de la misma manera que facilitará la socialización de ideas en forma amplia. El ejercicio de pensar “desde el suelo” se traduciría en una producción de ideas, teorías y pensamiento que robustecería la práctica política y la conciencia social. Por lo demás, ése es un buen lugar para facilitar la desarticulación de zonceras, la enajenación teórica y la pavada solemne. Esta especie de obsesión por lo concreto es parte de la vigencia de la propuesta jauretcheana, porque promueve el razonamiento y la producción teórica desde la vida misma, desentrañando la/s teoría/s que están en lo concreto e inédito de los hechos y procesos que nos rodean. Con ello, sortearíamos la hipocresía de tener siempre dos respuestas para nuestra vida: las que damos y nos damos como ‘simples
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mortales’ y las que damos y nos damos como ‘cultos’. ¿El pueblo es la Nación? No hay cosa más sin apuro que un pueblo haciendo la historia, no lo seduce la gloria, ni se imagina el futuro, marcha con paso seguro, calculando cada paso, y lo que parece atraso, suele transformarse pronto en cosas que para el sonso, son causas de su fracaso Diez décimas de saludo al pueblo argentino Alfredo Zitarrosa
Protagonizamos el más largo período democrático que la sociedad argentina haya vivido y todavía el país busca un destino. La amenaza militar no existe más -no tenemos ya a ese “gran culpable” que nos salvaba de nuestras responsabilidades-; la sociedad argentina está, entonces, frente a su espejo, amarrada a sus huesos, atada a su morir como a su vida y, cotidianamente, con la piel, aprende a estar, a revivirse y a construir su futuro. Sólo la sociedad argentina es responsable de sus opciones políticas colectivas. Entonces, para decirlo en forma de interrogante: ¿cómo elaborar un pensamiento que colabore en la tarea de convertir a nuestra democracia en socialmente más justa y a nuestra nación, en económicamente más independiente y soberana? La propuesta epistémica de Jauretche tiene lo popular como punto de partida, como fuente de saberes. Pero, a la luz de la historia, de esa ciclotimia que nos viene acosando -sobre todo en los últimos treinta años- y de la responsabilidad colectiva en la decadencia argentina, los argumentos que respaldan este ángulo deben ser matizados. Para ser más directos, se nos presenta el siguiente interrogante: ¿podría Jauretche haber reivindicado esa perspectiva durante el mundial de fútbol de 1978, en plena dictadura militar... o con los reiterados triunfos electorales de Carlos Menem, luego de los indultos a los “matarifes” de
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la última dictadura y la destrucción económica de la Nación? ¿Podríamos decir -con Zitarrosa- que, por entonces, se trataba de un pueblo que marchaba a paso seguro, calculando cada paso? ¿Es realmente grande el pueblo del que formamos parte, como dice con egolatría nuestro himno? ¿Donde diablos está la grandeza del pueblo argentino? Pregunta en la que debemos incluirnos, en la que debemos poner en juego nuestra propia y nada improbable pequeñez.437 Es decir, la historia nos obliga a cuestionar, o por lo menos a moderar, este aspecto del vértice epistémico de Jauretche: la presencia de “lo popular”, como sinónimo de lo nacional y como punto de partida o fuente de saberes. Una perspectiva, por otro lado, muy arraigada en las formas de ver la política en los sesenta y setenta, y que todavía hoy tiene sus cultores. Recuerdo, en ese sentido, una poesía de Armando Tejada Gómez, que expresa bien esta idea. Aquella poesía imaginaba a la Nación como un gran barco que hace siglos, lunas, soles, va navegando. Látigos de dura historia / montonera de hambre y años; / hace mucho –el tiempo es hombre- / que la Patria va en un barco / hacia su puerto de paz, navegando […] Sin más capitán que el canto / vamos navegando, todos / el mismo barco. Hermoso, bello pensarlo. Pero, luego, continuaba señalando que mien-tras ellos te beben, / abajo vamos remando / remando, vamos remando. La gran metáfora de la Patria que navega convocaba a la esperanza: “nosotros” debemos hacernos del timón, sacárselo a “ellos”, entonces: proa a los sueños!! Subyace, en esa hermosa poesía, la idea del pueblo inocente, de un “nosotros” que está siendo engañado, traicionado, reiteradamente, por “ellos”. Es la misma idea que se oculta mal en interpretaciones como las de Fernando Pino Solanas, por ejemplo, en su documental Memorias del saqueo. La historia de los últimos treinta años, por no extendernos más, viene a cuestionar esa perspectiva en la medida en que la nuestra es una sociedad que, si bien tiene algunos logros, exhibe perfiles de los cuales no es fácil enorgullecerse. Porque, a lo manifestado, puede sumarse, también, una cultura de la transgresión permanente, de escaso respeto a las normas y a las instituciones, con una tendencia importante a creer en los líderes carismáticos, etcétera. Ahora bien, si el pasado pone en crisis este aspecto de la perspectiva jauretcheana, el futuro la coloca en otro lugar; mejor dicho, la necesidad de construcción democrática exige una reconsideración. Por eso, hablamos de moderar o precisar y no de desechar, ya que hay aspectos de esta propuesta epistémica que todavía sirven para hacer y pensar la política.
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Estamos lejos de considerar, como lo han hecho persistentemente los sectores de poder, que la verdad no reside ni ha residido nunca en el pueblo. Conservadores y liberales -que en América Latina rara vez se diferencian- han coincidido siempre en ello. Tampoco estamos inclinándonos a pensar que la sociedad se equivoca si sus acciones no siguen los caminos señalados por alguna teoría revolucionaria, por más pie de página que podamos incorporarle. Queda claro que, desde ninguna de estas perspectivas del arco ideológico, donde lo popular es percibido como algo ajeno al sujeto que lo piensa, puede elaborarse un conocimiento -y un pensamiento- que colabore con la construcción de un poder popular capaz de transformar nuestras sociedades, ya que la construcción política democrática no puede desprenderse de la noción de mayoría. Unos, porque simplemente sus intereses son claramente contrarios; otros, porque no saben o no pueden ver lo “real”, en tanto que su punto de partida no es “concreto”, sino ideológico o teórico. De manera que, si la propuesta de Jauretche ha quedado cuestionada por la historia que el propio pueblo ha protagonizado, sigue en pie el interrogante que formulamos al comienzo de estas líneas finales: ¿desde dónde, desde qué anclaje reflexionar para recrear un pensamiento político nacional que contribuya con una política de mayorías? Porque no se ve muy claro cómo -más bien no parece posible- construir poder de mayorías sin una concepción epistémica que tenga como punto de partida las formas de percibir lo social, los ritmos y expectativas de esos sujetos que las conforman. De manera que el interrogante tiene su interés político, sobre todo en un país donde las identidades políticas y anclajes partidarios populares han sido totalmente destruidos. Si bien la verdad no existe sino en forma relativa, las verdades populares -y lo que se llama el sentido común- son percepciones desde las cuales habría que partir para hacer política de mayorías, indudablemente. De hecho, si las experiencias reaccionarias de nuestro país han tenido cierto éxito es porque potenciaron -políticamenteformas de ver y percibir la vida en sociedad que está en nuestra cultura, aunque en una dirección política particularmente antinacional y antidemocrática. Pero sobre esta cuestión tenemos algunas consideraciones que, sin ser conclusivas, nos ayudan a marcar un camino de reflexión. En primer lugar, quienes pretenden elaborar conocimiento para
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la transformación social deberían tener en cuenta este ángulo que parte de un interrogante básico: cuando producimos -desde las letras, la pintura o la música- ese conocimiento que pretendemos que contribuya con la política de mayorías, ¿lo hacemos a partir de preguntas que nos formulamos como hombres del común, como partes de ese universo mayoritario, o a partir de las que concebimos como intelectuales incorporados a una lógica académica e intelectual determinada? El tipo de conocimiento que emerge de una y otra opción, así como su forma y el lenguaje con que pretende ser comunicado, está en relación con los destinatarios y de esa coherencia depende, en gran medida, su potencialidad política en cuanto a la capacidad de crear estados de conciencia. En segundo lugar, si hay algo en que la izquierda -tradicional y de las otras- ha acertado, es en que el pueblo puede elegir mal, en contra de sus intereses históricos. Ya no cabe duda de eso. Entonces aparece el desafío político de nuestros tiempos, el de elaborar un modo de pensar que, teniendo a las mayorías como principales sujetos de construcción, tenga la suficiente autonomía, asentada en un espíritu democrático, que nos permita distanciarnos –y desestimar- mayorías que se inclinen por poner en suspenso las libertades que las dictaduras sistemáticamente han conculcado y metodologías de lucha que pongan en peligro la vida de las personas. Por otro lado, se trata de un modo de pensar que se afirme en esa constelación de valores y conceptos que la historia de luchas nacionales y populares nos ha legado; el trípode conceptual que los forjistas acuñaran en los años treinta: la nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana está en esa línea. Se trata, entonces, de una autonomía frente a las opciones populares, que deriva de la historia propia –no de una teoría específicay que implica una genealogía de pensamiento, nacional y latinoamericano, cuya reconstrucción de filiación está respaldada por una experiencia de construcción política y despliegue efectivo de transformación, como de vivir en carne propia la ausencia de democracia. Ésta es una dimensión histórica desde la cual ese vértice epistémico jauretcheano puede ser recuperado, ya que nos permite pensar la coyuntura, y nuestras opciones en ella, con una perspectiva de largo plazo, imbuída de esos valores que hemos ido madurando a lo largo del tiempo. La construcción de esa especie de ética de las mayorías que nos posibilite esa autonomía es un paso cualitativo que debemos
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dar como sociedad. Esas mayorías –todos y cada uno de los que las componemos- debemos saber que tiene límites, que hay líneas que no se duden cruzar, porque, más allá de ellas, está la pestilencia de la decadencia, a la cual –por suerte- no nos acostumbramos todavía. En tercer lugar, no se trata de interpretar esas formas populares de percibir la política y la vida social como algo homogéneo. De ninguna manera. Lo popular es ciertamente un espacio ampliamente heterogéneo y dinámico. Pero eso no invalida el ángulo epistémico jauretcheano. El argumento de que existen, en una nación, distintas “voces” (indígenas, tribus urbanas, etcétera), por lo cual no sería posible un “pensamiento nacional” sin caer en un esfuerzo homogeneizador y represor de las diferencias, tiene asidero cuando se hace referencia a una idea de Nación como la que han sostenido los nacionalistas, en la que el esencialismo y la tendencia reduccionista son la nota. Pero, saliendo de esa vetusta idea de Nación, el sostenimiento de las diferencias no implica, necesariamente, la imposibilidad de pensar en nacional; más bien estimamos que se trata de reformular la Nación incorporando esas diferencias. Un pensamiento redondo Lejos de un pensamiento que se estructure sólo a partir de la negación de lo que no se quiere ser, estimamos que el punto de partida deberá ser un piso conceptual, una base, que nos otorgue algún grado de solidez respecto a lo que no deberíamos dejar de exigirnos como sociedad y exigirles a nuestras clases dirigentes. Sostenemos que la historia y el pensamiento nacional respaldado en ella, nos aportan un piso desde el cual mirar con cierta profundidad y desde el cual es posible pensar nuestro tiempo y el futuro. Ese trípode conceptual, para nada difuso, es una buena base: Denme un punto de coincidencias y construiremos una Patria, decía Jauretche. Pero los últimos treinta años han aportado -en América Latina y el mundo occidental- una serie de temáticas que estaban fuera de las dimensiones que el pensamiento nacional había abordado en todo su desarrollo, desde los años treinta del siglo XX, y que habría que resignificar: la problemática de la democracia y de la vigencia de los derechos humanos; la crisis de la
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vieja idea de nación y la dimensión ecológica de la vida. Así, las aportaciones del zapatismo –como de otros movimientos sociales-, la gran cantidad de ONGs del ecologismo latinoamericano y de defensa de los derechos humanos, resultan sustanciales. El discurso de afirmación a partir de la diferencia se ha extendido en América Latina, casi en la misma proporción que los científicos sociales han afirmado que los lazos de la globalización se hacían indetenibles en su capacidad homogeneizadora. En ese sentido, cuando el Subcomandante Marcos dice: no queremos que el mundo continúe sin nosotros, no queremos desaparecer, está hablando –obviamentedel mundo indígena chiapaneco, pero resulta obvio, también, que esas palabras les caben a todos los despojados del continente latinoamericano respecto a sus naciones. El zapatismo, como tantos otros movimientos sociales, es un síntoma de esa exclusión y de la resistencia desde la diferencia: Estamos asistiendo a una especie de cuadriculación del mundo y las minorías que no son dóciles son puestas en un rincón. Se las quiere arrinconar. Pero, qué sorpresa, el mundo es redondo. Y una de las características de la rendondez es que no tiene rincones. Queremos que nunca más haya rincones para librarse de los indígenas y de las personas que molestan, para arrinconarlas, como se esconde el cubo de la basura en un rincón para disimularlo y que no se vea.438 Se trata de una perspectiva que está señalando la necesidad de observar con atención los distintos matices de nuestra realidad social nacional, para reformular la idea misma de Nación. Ese discurso habla de la crisis de la decimonónica pretensión de nación, étnica y culturalmente homogénea. Cuando recorremos el país, desde La Quiaca hasta Usuahia, se nos hace evidente el “porteñismo” que ha impregnado nuestro proceso político y económico -del cual el país mismo está hastiado- y, por lo tanto, que debemos reconstruir la nación sobre bases diferentes. Estas bases consisten en el reconocimiento de la diferencia,439 articulando las voces de la sumatoria de derrotados que la historia viene acumulando. Ello implicará, entre otras cuestiones, una historiografía también distinta, fruto de una nueva articulación que dé lugar a esas diferencias y las saque de los rincones de una historia y un pensamiento “cuadrados”, lo que supone, por supuesto, un reconocimiento de múltiples memorias e imágenes del pasado y, por tanto, un relato histórico distinto, más “redondo”. Nos encontramos,
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entonces -como en otros momentos de nuestra historia-, frente a un viejo problema, que Octavio Paz señalaba, sin ser historiador, con extrema sencillez: …la diversidad de pasados y de interlocutores provoca siempre dos tentaciones contrarias: la dispersión y la centralización [...] la dispersión culmina en la disipación; la centralización en la petrificación yagregaríamos- en la homogeneización o eliminación de lo diferente. Doble amenaza: volvernos aire, convertirnos en piedras.440 Parece que, en ese sentido, nuestro tiempo exige un nuevo equilibrio entre esas tendencias; el que hemos sostenido hasta ahora se agotó. No es necesario fundamentar demasiado la vinculación entre cultura y política. Se hace política a partir de un humus cultural. En nuestro país hubo, desde los tiempos de su conformación como Nación, una argumentación que -desde el pensamiento que lo fundamentabaligaba cultura y política, creando una realidad social homogénea, prescindiendo de lo propio y -en esa ficción- estigmatizando al diferente, consolidando así una imagen binaria de nuestro país. Ese “binarismo” de Sarmiento -civilización o barbarie- echó raíces muy profundas que, a estas alturas, es preciso considerar más seriamente. Si los artistas expresan a su comunidad, a su sociedad, no es casual que dos de los más destacados literatos argentinos, Borges y Cortázar, hayan escrito ficción y ensayo dando fe de su incontenible rechazo por lo diferente. La fiesta del monstruo del primero y Casa tomada del segundo son los mejores ejemplos. Éste es uno de los grandes desafíos del pensamiento nacional de nuestro tiempo: deberá hacer un gran esfuerzo por un renovado y definitivo encuentro entre distintas dimensiones de la vida social hacia una forma más “redonda”, asumiendo que a todos nos habita un adversario y combatirlo es combatir con nosotros mismos. Esa lucha, ya no íntima sino social, ha sido la sustancia de la historia de nuestros pueblos durante los dos últimos siglos.441 Esa actitud sarmientina, de pelearse y tratar de colocar en otro lo que consideramos adverso en nosotros mismos, debe dar lugar a un asumirse diferente. Así, el pensamiento nacional deberá promover una perspectiva superadora de los sarmientos, los borges y los cortázar, hacia una cultura letrada y no letrada más plena de reconocimiento de la diferencia en el sentido étnico, social, y nacional. Esto sólo será posible si se logra recrear esa ética de las mayorías que mencionáramos y una mirada menos maniquea de la potencialidad política argentina, que parece condenada a oscilar, por el resto de los tiempos, justamente
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entre esos dos polos de barbarie y civilización, de incapacidad irredenta y creatividad superlativa. Un pensamiento rebelde En otro sentido, el Subcomandante Marcos –en coincidencia con Octavio Paz- ha señalado claramente la diferencia entre un revolucionario y un rebelde: El primero, nos dice, se plantea fundamentalmente transformar las cosas desde arriba, no desde abajo, al revés del rebelde social. El revolucionario se plantea: vamos a hacer un movimiento, tomar el poder y desde arriba transformar las cosas. Y el rebelde social, no. El rebelde social organiza a las masas y desde abajo va transformando sin tener que plantearse la cuestión de la toma del poder. 442 Pues bien, lejos ha quedado el tiempo en que pensar en nacional implicaba estar cerca de alguna definición partidaria y colaborar con alguna estrategia para la toma del poder. El pensamiento nacional pareciera volver a enfrentarse a una situación similar a la de la década del treinta, en la que, sin vehiculización partidaria, la gran tarea de sembrar un pensamiento nuevo se impone como la principal empresa, luego del largo vaciamiento de ideas de más de treinta años. Se trataría, ahora, de un pensamiento que construya desde los cimientos y no que se estructure con el objetivo y en torno a la toma del poder para luego, “desde arriba”, pretender cambiar la sociedad. En ese sentido, es preciso promover, en nuestros días, un pensamiento más rebelde que revolucionario, que nos abra los caminos hacia mejores posibilidades y fortalezca una cultura que siembre las bases de una ética distinta, una democracia más trasparente y con capacidad de imponer justicia, y de un Estado capaz de organizar una economía inclusora. Sembrar en la cultura nos permitiría la unidad de acción respetando la diversidad; sentar bases para el largo plazo y, cuando estamos dispersos por las contradicciones de la coyuntura, nos posibilita construir en la multiplicidad de frentes que la realidad ofrece, pero con sentido nacional. Sembrar en la cultura nos abre las puertas para modelar la política que necesitamos, pero desde lo real y sólidamente, dificultando los retrocesos. Ésa es la invitación: pensar y actuar desde lo que vamos siendo en todas las dimensiones de la vida. Es, ciertamente, una propuesta diferente para la Argentina: si el Estado es un lugar central desde donde promover políticas diferentes, lo estratégico es la
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construcción ascendente de una sociedad distinta, más justa, libre, solidaria y exigente con sus representantes. Así es el pensamiento que estamos promoviendo y así el ángulo que lo respalda: rebelde y redondo. Y tiene sus bases en una cultura distinta, que debemos aprender a cultivar. Las semillas están en nosotros. Del lamento tanguero a la chacarera que también somos Nadie es del todo argentino sin un buen fracaso, sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita. Osvaldo Soriano El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza. Arturo Jauretche Aprender a ser libre es aprender a sonreír. Octavio Paz443
Tal como lo anticipamos al comienzo de este estudio, hay en Jauretche un andamiaje conceptual que hemos tratado de recuperar. La situación estructural de dependencia de Argentina y del continente latinoamericano permiten pensar en esa vigencia. Pero, también, hay un Jauretche de recuperación dificultosa. La crisis de 2001 expresa uno de los resultados posibles de una forma de vivir en sociedad que no puede ser modelo para nuevas políticas, y menos ser considerada como fuente de saberes. Como lo señala Alejandro Rozitchner, es evidente que nuestra lucidez y nuestra inteligencia tienen que ser reconsideradas, ya que no tienen demasiados logros que exhibir. A no ser que nuestro paradójico logro sea la crisis. ¿Será?444 Puede que sí. Como se ha analizado más atrás, es preciso construir un ángulo para pensarnos en sociedad en forma más íntegra y plena, que vaya por fuera de esa ciclotimia bipolar, hacia un cambio de paradigma y la construcción de esa ética de mayorías que realmente necesitamos. Sugerimos que es necesario situarse en lo que hemos
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sabido construir, nuestros desastres y nuestros logros, con un pie puesto en lo que la historia nos deja como criterios de unidad, como constelación de valores e ideas, para pensar lo que vamos siendo, con el paso inmediato, y lo que podemos ser, con el paso proyectado. En esa aventura, hay obstáculos de distinto tipo y origen, pero, sin duda, uno de los más destacados es la construcción, prolija elaboración y sistemática consolidación de zonceras. En efecto, la zoncera es, quizás, “la” categoría jauretcheana, sólo el considerarla nos impele a desenmascarar realidades. Podríamos decir, en definitiva, que, en un continente poderosamente colonizado como América Latina, conocer la realidad no es más que salir con el lazo a domeñar argumentos que encubren, salir en busca de zonceras y marcarlas como a las reses en época de señalada, para que nuestros connacionales sepan de ellas y puedan reconocerlas. No es buena carne para el asado. La indigestión que producen tiene consecuencias enormes en la medida en que allí se combinan políticas imperiales y “bobería” doméstica, haciendo posible la consolidación y profundización de nuestra dependencia estructural. Detrás de la noción de zoncera, hay una actitud de sospecha, es indudable, y es sano que así sea. Esa sospecha se disuelve cuando siguiendo al Jauretche de El medio pelo en la sociedad argentina- ponemos el pensamiento teórico en contraste con los colores de los cerros de nuestra tierra, con la fuerza de nuestros ríos, con las penas y las alegrías de la vida cotidiana. Porque hay cavilaciones que no resisten ni el olor del asado ni la sabrosa sobremesa criolla; aunque intenten taparnos la visión, el olfato y -con muchas citas bibliográficasnublarnos el pensamiento. Justamente, como lo argumentamos en el capítulo dos, cuando pensamos con estaño es cuando esa sospecha no tiene sentido, es un pensamiento que, con la elegancia y la entereza de lo que se sabe seguro, surge de la vida. Un pensamiento aromado de yerbabuena, como el coyuyo cantor nacido desde la tierra -al decir de Peteco Carabajal-, siempre nos construye y, cuando tiene la capacidad de socializarse, es buen presagio. Otorgar potencial teórico a nuestra realidad, como punto de partida, es parte de la actitud necesaria para reconstruir una perspectiva nacional. Sólo hay que atreverse a pensar desde nuestro suelo y a llevar ese aroma a los valores por los cuales la humanidad ha luchado desde el fondo de su historia, abonando la tierra con todo lo que, en ese sentido, las personas han sabido pensar. Las
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nuevas circunstancias nos convocan, además, a romper esquemas comunicativos estereotipados, para ganar en capacidad de socialización de nuestras ideas. Quizás entonces sea necesaria, también, la incorporación de la narrativa y la poesía, que combinan lo racional y lo emotivo de las vivencias colectivas, para hacer nuestra retórica más persuasiva y seductora. La perspectiva que articula Jauretche apunta directamente a colaborar con la construcción concreta de poder en el sentido rebelde, en la línea de robustecer una sociedad ascendente, que supere la queja y se estructure a partir de lo que se quiere. No hay posibilidad de pasar de la crítica a la construcción si no atravesamos el proceso creativo de inventar categorías y conceptos a partir de la realidad concreta y con capacidad de socialización. Porque la falta de pensamiento crítico no es nuestro problema, hay mucho y de todos los matices; falta pensamiento con vocación de construir colectivamente, que es otra cosa. Habrá que dar un paso al frente y abandonar ese desencanto quejoso y la idea de que el Estado o el gobierno “debe” cuidar en todo a los ciudadanos. No tiene por qué ser de esa manera, las leyes son papeles escritos y el Estado es una estructura multiforme; lo que regula el funcionamiento social y del Estado son las relaciones de poder. Si no hay un poder que desde la sociedad controle, exija e imposibilite determinados tipos de políticas, no serán posibles las soluciones de largo plazo. Quizás un buen inicio haya sido diciembre de 2001, pero habrá que seguir con el esfuerzo colectivo. El aporte que puede hacer una visión como la de Jauretche es, justamente, pensar desde lo concreto, desde lo que se es. Las consignas de la movilización política deberán ser bien concretas y no simbólicas o extremas; que expresen lo realizable, lo construible; ello exige un pensamiento concreto y de cierta osadía para desafiar a los saberes constituidos y la bobería crítica. Pero nada de esto es posible sin un erguirse ante la vida en forma diferente de lo que lo hemos hecho. Volvemos nuevamente al ángulo, a la forma en que nos colocamos para pensarnos en sociedad. Jauretche, que murió muy preocupado porque veía asomar los nubarrones del crimen y la estafa -en el seno mismo del gobierno popular, hacia 1974-, al final de sus días seguía convocando al optimismo en desmedro del melodrama propio de la mirada del crítico desencantado.
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Jauretche y la alegría como actitud Pocas veces don Arturo lo decía explícitamente, pero su perspectiva colisionaba con la mirada tanguera de, por ejemplo, Osvaldo Soriano. No le hacía falta un fracaso tan profundo que le infligiera una pena infinita para sentirse argentino. Amante del tango,
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amigo de dos de los más grandes poetas del género -Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo- miraba la sociedad y la política sin ese desencanto del pensamiento crítico que necesita anticipar el fracaso. La perpetua queja tanguera, el bandoneón de nuestro pensamiento, parecía no serle propia para mirar la sociedad. Lo hacía desde un ángulo que privilegiaba la alegría, la celebración de la vida. De la misma manera que hay música detrás de aquel espíritu quejoso y de ese fatalismo irredento que hasta puede darnos identidad, también detrás de la perspectiva jauretcheana puede imaginarse un ordenamiento melódico. Con él, proponemos un pensamiento que supere la queja del bandoneón hacia la celebración vital del violín quichuista de las chacareras, la sensualidad de las zambas, hacia el cogollo regalado en una tonada o el abrazo chamamecero. Para ello, necesitamos la incorporación de otros matices de la experiencia que somos y no valoramos, recuperarlos de los márgenes de nuestra actual mirada, de los rincones de esa herencia que ha pretendido un país “cuadrado” y porteño. Desandar esos caminos y traducir en ideas la esperanza y la vitalidad del canto hacia idearios que partan de toda nuestra experiencia sensible, es la aventura que nos permitirá producir un pensamiento que sepa -como en la mazamorra de Esteban Aguero- morir como el trigo, convertido en pan. 426
Scheines, Graciela. Las metáforas del fracaso. Casa de las Américas. La Habana, 1991. Feinmann, José Pablo. El mito del eterno fracaso. Op. Cit. Scheines, Graciela. Op. Cit 429 Scheines, Graciela. Op. Cit. 430 Gabetta, Carlos. “Pensar la Nación”. Conferen de Abril de 2007. Aula Magna de la U. N. Co. 431 Heidegger, Martín. ¿Qué significa pensar?. Edit. Nova. Buenos Aires, 1984. 432 Silvia Bleichmar ha definido como malestar sobrante la capacidad de resistencia y aguante, por parte de los sujetos, con la esperanza de que en un futuro cercano algo cambiará. En función de ello los sujetos pagamos una prima de mal estar. Bleichmar, Silvia. Dolor País. Libros del Zorzal. Buenos Aires, 2003. 433 Zemelman, Hugo. Pensar teórico y pensar epistémico: Los retos de las ciencias sociales latinoamericanas. Conferencia dictada el 10 de noviembre de 2001, ante los alumnos del posgrado pensamiento y Cultura en América Latina, de la Universidad de la Ciudad de México, el 10 de noviembre de 2001. 434 Jauretche, Arturo. Revista Dinamis. Octubre de 1971. Citado por Galasso, Norberto. Op. Cit. 435 Zemelman, Hugo. Pensar teórico y pensar epistémico. Op. Cit. 436 En “Los gobiernos de izquierda en América Latina”. Op. Cit. 437 Feinmann, José Pablo. Ignotos y famosos. Planeta, Buenos Aires, 1995. 438 Marcos, la dignidad rebelde. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Le Monde Diplomatique. Buenos Aires, Agosto de 2001. 439 Sub Comandante Marcos. Reportaje de Julio Scherer. Revista Proceso n°1271. México, 11 de 427 428
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marzo de 2001. 440 Paz, Octavio. Discurso en oportunidad de recibir el Premio Cervantes. Alcalá de Henares. 23 de abril de 1982. 441 Paz, Octavio. Op. Cit. 442 Scherer, Julio. Op. Cit. 443 Paz, Octavio. Op. Cit. 444 Rozitchner, Alejandro. Argentina impotencia. Libros del zorzal. Buenos Aires. Agosto de 2004
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