Paul Jagot - Timidez Vencida

February 11, 2017 | Author: Javier Giraldo Arango | Category: N/A
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PAUL C. JAGOT Autor de El Poder de la Voluntad, El Dominio de Sí Mismo, El Arte de hablar, etc. LA TIMIDEZ VENCIDA Método práctico para adquirir seguridad, firmeza y confianza en sí mismo

Traducción directa de la última edición francesa por J. G. G. IBERIA - JOAQUIN GIL - EDITOR Muntaner, 180 - BARCELONA DerECHos literarios y artísticos reservados para todos los países. Copyright by Joaquín Gil, 1935 Primera edición: julio 1935 Segunda edición: diciembre 1939 - Año de la Victoria Impreso en España. - Talleres gráficos Agustín Núñez - Barcelona.

INTRODUCCIóN El objeto de este libro es enseñar a los tímidos cómo deben proceder para eliminar las múltiples causas de su estado y para adquirir las diversas calificaciones que caracterizan la resolución. Los interesados conocen suficientemente las manifestaciones del mal que les aflige. Creo, pues, inútil exponer en qué consisten y decididamente abordo lo que más importa saber prácticamente. Para empezar diré a todos: "Por tímidos que seáis, podéis llegar a ser imperturbables y atrevidos". No es ese un Punto de vista, sino una afirmación fundada en la experiencia. De los doce a los dieciocho años yo sufrí la peor especie de timidez: la que resulta a la vez de los condicionamientos Psicofísicos y de la influencia del medio ambiente, pero busqué y hallé los medios de vencerla. Después de haberlos utilizado personalmente, los he aplicado durante veinte años en la reeducación de muchos centenares de tímidos, y todos aquellos que me han hecho caso han adquirido la más íntegra resolución. Vosotros la adquiriréis también infaliblemente mediante la exacta comprensión y una concienzuda puesta en práctica de lo que sigue. EL AUTOR

CAPITULO PRIMERO Lo que causa la timidez 1. Cada tímido constituye un caso especial de timidez. - 2. Causas físicas directas. - 3. Los defectos exteriores. - 4. Emotividad y sensibilidad excesivas. - 5. La aprobatividad. - 6. La imaginación. - 7. La inercia rectriz del psiquismo superior. 1. CADA TIMIDO CONSTITUYE UN CASO ESPECIAL DE TIMIDEZ Cuando se dice «un tímido» o «una tímida», hay imprecisión, Basta observar una docena de individuos reputados como tímidos para darse cuenta de cuánto difiere cada uno de los demás. No sólo no lo son todos en el mismo grado, sino que ciertas circunstancias en las cuales algunos de ellos se turbarán no ínfluirán o influírán poco en otro. Este pierde los estribos únicamente ante cierta clase de personas., y a excepción de éstas, ante todas las demás se siente tranquilo.

Aquel actúa, habla, piensa con toda libertad en medio de sus familiares, pero todo se desordena en él en cuanto tiene que acercarse a un extraño. Incluso se ve coexistir con las más extremas timideces un atrevimiento que toma alas en uno o muchos dominios determinados. Todo depende de los elementos causales, muy variables, y, entre éstos, de los dos o tres que predominan. La debilidad congénita o la ruina adquirida tienden a engendrar una especie de timidez. El sentimiento de un defecto estético, morfológico, la engendra asimismo. En uno u otro caso diferirán las manifestaciones. He aquí por ejemplo un ser robusto, sano y bien constituído, pero emotivo en exceso: a causa de este hecho sufre reacciones internas bruscas, intensas, frecuentes, que perturban su vasculación, su motricidad, su psiquismo y le hacen penosas las adaptaciones a las personas desconocidas y a las cosas habituales: él tiene conciencia de esa inferioridad, y de ello se sigue una aprensión desorganizadora casi constante. Aparte de la emotividad, la sensibilidad puramente psíquica basta, hiperestesiando la moral, para crear la fobia de ciertas impresiones, de ciertos contratiempos: indiferencia, frialdad, antipatía, ironía, etc. Y he aquí aún una nueva forma de timidez -particularmente frecuente entre los intelectuales-: Hagamos tabla rasa de eso, y todavía encontraremos la aprobatividad exagerada -preocupación por la manera cómo se es Juzgado, considerado- que, por poco que se mezcle la vanidad, condiciona un estado espiritual de tal modo obsesionado por el temor de no ser suficientemente estimado, que necesariamente se origina una cierta timidez. Si, en fin, consideramos el papel que desempeña una imaginación accionada con frecuencia por la turbación, la aprensión o el temor, comprenderemos el estado dolorosamente pusilánime del tímido que se cree ser en todas partes el objeto de una atención expectante general, que de buena gana anticipa sobre las disposiciones mentales de los demás a su respecto y que interpreta en sentido penoso las actitudes, las palabras o las expresiones fisonómicas de aquellos con quienes trata. 2. CAUSAS FISICAS DIRECTAS a) Debilidad congénita. El niño débil, invariablemente se convierte en un tímido. Dolorido desde sus primeros años, ya que es enfermizo, preservado más bien que aguerrido contra los golpes, las caídas y los menores daños por los que le rodean, que todo lo temen para él, a menudo contrae una especie de fobia para el sufrimiento físico, el esfuerzo muscular, el movimiento. Más tarde, llegada la edad escolar, algunos de sus condiscípulos le maltratan precisamente porque no es vigoroso. En sus estudios trabaja languideciente porque, falto de energía nerviosa, su inteligencia permanece átona. De todo eso nace un sentimiento de inferioridad que las reprimendas de sus educadores acentúan casi siempre. Cuando se le haya confirmado algunos centenares de veces que es poltrón, estúpido, perezoso, etc., se sentirá abrumado. Y sí, además, se le inflige una subordinación autoritaria y brutal, más tarde le será preciso un serio esfuerzo, guiado por especialistas experimentados, para disociar todos los elementos de atrofia moral y físíca acumulados en su subconsciente. Los pequeñuelos débiles raramente reciben desde la primera infancia el tratamiento susceptible de enderezar su herencia. Higiene, naturismo, opoterapia tiroidea e hipofisaria, regularización bulbar, ofrecen sin embargo potentes recursos -aún poco utilizados desgraciadamente a causa de la ignorancia, de la inercia, y también de la indiferencia de los educadores. b) Salud arruinada. Una puericultura incierta, la repercusión de enfermedades agudas mal curadas, el exceso de trabajo escolar, bastan para arruinar la salud de millares de niños llegados excelentemente a este mundo. Estos, entonces, se unen a los débiles congénitos. Pero, en las proximidades de la adolescencia, fatalmente interviene otro factor de depauperación fisiológica, a menos que la educación sepa poner coto. Así, pues. las primeras reacciones genésicas, que preceden a veces en muchos años a la edad de la formación, incitan al niño a un abuso de sí mismo, cuyo efecto disolvente debe ser considerado como uno de los peores determinantes de la timidez y, más generalmente, de todas las desviaciones intelectuales y

morales. Ciertos sujetos resisten, pero ninguno es indemne; gran número de ellos quedan marcados para toda su vida con una profunda decadencia, sin contar aquellos a quienes la astenia o la tisis extinguen prematuramente. Preventivamente, el mejor antídoto es el cultivo del gusto por el esfuerzo, la acción, la producción, el virtuosismo, el vitalismo físico y psíquico. Una vigilancia precoz y diestra, una iniciación honesta pero precisa (de la que -más vale tarde que nunca- se empieza a admitir en todos los medios la primordial utilidad) se imponen asimismo. Todo tímido a quien interese el presente apartado debe asignar a su primer esfuerzo tendente al desarrollo de la resolución, un dominio absoluto de sí mismo desde el punto de vista que acabamos de evocar. 3. LOS DEFECTOS EXTERIORES Un rostro agradable, un cuerpo perfecto, rara vez van acompañados de timidez, porque obtienen por parte de todo el mundo una cierta simpatía, digamos incluso alguna admiración. Por otro lado, se puede ser feo, deforme, y sin embargo atrevido. Pero existe un gran número de predispuestos que autohipnotizándose por ligeras irregularidades de sus rasgos, por una alteración epidérmica, por una exigüidad de talla o por una rarefacción capilar, se creen desgraciados hasta tal punto que se imaginan que sus defectos saltan a la vista de todo el mundo, fuerzan la atención y suscitan infaliblemente la ironía. Se creen ridículos, tan incapaces de agradar como de imponerse. A una persona así hay que hacerle observar que no es propio de un hombre firme y resuelto, por ingratas que sean sus apariencias, creerse desprovisto de ascendiente y de atractivo. En cuanto al sexo débil, le invitamos a darse cuenta de que, por deseable que sea la belleza, el atractivo estético es estrictamente distinto del atractivo seductor, o, más precisamente, erótico. Ya he dejado sentado en otro lugar, en uno de mis libros, el papel del encanto personal en la seducción. Y el encanto, a veces natural, se adquiere, como se adquieren la distinción de maneras, la elegancia, el buen gusto. Ateniéndonos al aspecto físico, ya veremos en el capítulo iv cómo, mediante destreza y ciertos cuidados, puede armonizarse una fisonomía, adoptar un modo de vestir adecuado a las proporciones corporales, suavizar las actitudes, y adquirir la facilidad de palabra y del gesto. La parte que lo moral toma en las timideces basadas en el temor a la propia fealdad es enorme. Una chanza, una burla ya olvidada desde mucho tiempo atrás, constituyen a menudo el punto de partida. De esa sugestión inhibidora nace la idea fija. Pondremos, pues, gran cuidado en dejar libre lo moral y en fortalecer el juicio. 4. EMOTIVIDAD Y SENSIBILIDAD EXCESIVAS Entiéndase por emotivo a aquel individuo cuyas reacciones vasomotoras a las sensaciones exteriores son exageradas en intensidad o en duración. Enrojece o palidece por la menor causa. Su ritmo cardíaco se acelera o disminuye bajo la acción de los más débiles temores. Temblores, constricción sofocante, profusos sudores le sobrevienen con frecuencia así que está ligeramente impresionado, mientras que el hombre normal no experimenta tan fuertes perturbaciones salvo en el caso de una violenta conmoción. Se concibe que la lucidez de espíritu, la claridad de elocución, la resolución en la actitud sean precarias en el emotivo. Este se da cuenta, se deja invadir por el sentimiento de esa inferioridad, y la timidez se instala en él. Así se ven muchachos relativamente robustos que chapotean con desesperación en el atascadero de las torpezas. A veces, su modo de ser natural ha sido reeducado por el hábito profesional en cuanto a una cierta especie de emoción. Durante la guerra tuve ocasión de observar a hombres a quienes la costumbre había inmunizado moralmente contra las sacudidas de una batalla, pero que temían aparecer en sociedad. Por lo demás, hay de ello ilustres precedentes, entre los cuales figuran Turena, Enrique IV y el mariscal Ney. Este último, a quien

Napoleón calificaba de «el más bravo de los bravos» y sus propios soldados denominaban «el león rojo», no se atrevía a entrar en un salón. El mismo Bonaparte, en la época del sitio de Tolón, donde se afirmó su genio militar, prefería exponerse a la metralla que a las miradas del bello sexo. En presencia de una mujer se turbaba horriblemente. Por fortuna, todas las formas de emotividad son modificables. La hipersensibilidad -a veces ligada a una emotividad excesiva- se exterioriza menos visiblemente y constituye una característica por completo distinta. La organización psíquica de los hipersensibles percibe con una agudeza minuciosa e intensa las impresiones afectivas e intelectuales. Ya venga por la vía sensorial, ya hiera directamente al cerebro, la impresión les afecta poderosamente y deja en ellos una huella profunda. Temen, pues, en gran manera, desde su más tierna edad, las manifestaciones desagradables o dolorosas de los otros a su respecto. Una fría acogida, una censura, les dañan ya en las circunstancias ordinarias de la vida. Pero si se sienten rechazados, decepcionados, abandonados cuando deseaban especialmente la simpatía, el efecto inhibidor que de ello resulta puede tener repercusiones inmensas sobre su personalidad y sus comportamientos ulteriores. Una gran sensibilidad concurre a hacer más vasta y más profunda la inteligencia (a condición, entiéndase bien, de que esta última disponga de medios propios suficientes), pero también a ese género de timidez que se aísla y prefiere renunciar a vivir normalmente que afrontar los peligros sentimentales. Los clínicos de esa psicosis han descrito numerosos ejemplos entre eminentes valores intelectuales, tales como J. J. Rousseau o, más cerca de nosotros, Amiel. Ya sabemos que se puede aprender a dominar la propia sensibilidad sin atrofiarla, de manera que el psiquismo superior predomine siempre sobre ella y sepa mantener o recuperar la serenidad y la dilatación de ánimo. 5. LA APROBATIVIDAD Se trata de esa predisposición, bastante común, a preocuparse por la aprobación de los demás y a buscarla. Excelente cuando incita a ser, a adquirir, a realizar, se convierte en una causa de trastorno cuando crea la obsesión de la preocupación de parecer. Es una cuestión de juicio: el hombre que en realidad vale, la mujer indiscutiblemente bien calificada, saben que a los Ojos de aquellos que ven claro son apreciados en su justo valor y que puede prescindirse de la opinión de los mediocres. Por eso ellos no proceden jamás con el fin de dar a los demás una idea de su importancia, de su talento o de su superioridad. Por desgracia, la mayoría de las mentalidades medianas -precisamente porque se sienten de un modo confuso desprovistas de calificaciones de tal naturaleza que sean capaces de despertar admiración -, se esfuerzan en simular que saben, en fingir que pueden, en hacer ver que poseen lo que les falta para determinar la consideración, la simpatía, los favores de otro. Unida a una de las causas de timidez precedentemente descritas, la aprobatividad conduce a un temor a la crítica en gran manera penoso. Entonces, la timidez exagera la importancia de su personalidad a los ojos de sus semejantes. Siempre le parece que por donde él pasa todo el mundo se fija en él, que le examina minuciosamente, que observa y ríe in Petto todos sus defectos. Allí donde con toda evidencia nadie se ocupa de él, se siente mirado, observado con insistencia, hasta en los más nimios pormenores. Y si eso ocurre así en medio de los indiferentes, la turbación llega a su colmo cuando el interesado tiene la positiva certidumbre de ser el centro de las miradas: en visita, durante una gestión, en la oficina donde se presenta con el fin de solicitar un empleo o con cualquier otro objeto, en el curso de una conversación particular con una persona de la que sabe que la impresión que le produzca puede tener para él consecuencias que juzga de importancia. Obsesionado por el temor a un rozamiento de amor propio, pierde toda libertad de pensamiento, de palabra y de actitud, y comete torpezas y equivocaciones que son causa de que llegue al colmo su confusión. En el fondo, el temor a parecer ridículo, a ser objeto de una acogida irónica, a oírse criticar, proviene de una pueril vanidad y de una falta de individualidad.

¿Por qué conceder más importancia a la apreciación de otro que a la vuestra en lo que concierne a vuestra propia personalidad? Asimismo, ¿por qué impresionarse por una negativa o por un fracaso uniendo a ello la idea de una humillación? El mejor general no siempre gana la batalla; pero si ha combatido valientemente, puede sentirse Orgulloso de sí mismo. Veneno sutil, la vanidad descarría el esfuerzo, dispersa y corroe la energía. Entre los predispuestos a la timidez, ésta contribuye ampliamente a crear la fobia de las impresiones que aborrece. Las veleidades de iniciativa chocan entonces perpetuamente contra esa barrera subjetiva. Ya veremos cómo se pone fin a esa insoportable tiranía. 6. LA IMAGINACION El miedo, el recuerdo de las tentativas sin resultado y de las impresiones deprimentes es tanto más vivo, preciso, continuo, cuanto más despierta está la imaginación. De igual modo, las sugestiones inhibidoras recibidas durante la niñez y ulteriormente, En particular, el individuo que ha oído afirmar de él años enteros que es tímido, que es inferior, que no sabría triunfar en esto o aquello, automáticamente engendra imágenes en las que, por anticipado, se ve fracasado en lo que querría emprender. Por autosugestión aumenta sus tendencias a la timidez o a la vacilación. El ejemplo de una individualidad atrevida (uno de los mejores elementos de reeducación) no actúa de golpe sobre él, porque su primera reacción tiene lugar en sentido negativo: «Jamás seré como ese», piensa él. Si es cierto que algunas personas palidecen de terror a la sola idea del peligro, el tímido imaginativo se ruboriza a menudo al solo pensamiento de tal o cual persona cuya presencia le impresiona o de tal o cual eventualidad angustiosa para él. Así la imaginación desempeña el papel de exponente frente a cada una de las otras causas de timidez, Acciona la emotividad y la sensibilidad, aumenta dolorosamente las cenestesias penosas y ulcera de antemano la vanidad. En determinadas circunstancias, la invasión del pensamiento por las representaciones que proyecta el temor extingue tan por completo la actividad del psiquismo superior, que el tímido pierde literalmente la cabeza. Una especie de segundo estado, análogo a la hipnosis, se instala espontáneamente. No se tiene conciencia de lo que se oye, de lo que se dice ni de lo que se hace. Y para algunos, ese fenómeno no tiene lugar tan sólo durante la adolescencia, en el curso del período de adaptación a las realidades de la existencia: se reproduce en períodos más o menos separados, pero durante toda la vida. Que el lector así afligido no se imagine que no hay nada que hacer. No existen, no puede haber tímidos incurables. En particular puede ser invertido el papel de la imaginación. Basta con subordinar esa facultad al pensamiento deliberado. Entonces, contrariamente a una afirmación contra la que se pronuncia la experiencia, el conflicto de la imaginación y de la voluntad continúa con ventaja para esta última. A veces se oye decir: «Nadie más animoso que un cobarde que ha reaccionado». A decir verdad, no hay quien sobrepase en resolución a un antiguo tímido por exceso de imaginación, porque, una vez sometida ésta al control del juicio objetivo, el horror que guarda del pasado le crea una tal avidez por las representaciones de atrevimiento Y de audacia, por las autosugestiones estimulantes y combativas, que modifica por entero al individuo. Su Psiquismo, en el que abundan las virtualidades realizadoras, adquiere así una estabilidad, una imperturbabilidad reflexivas, muy preferibles al aplomo espontáneo, que no dificulta el conocimiento de los escollos donde se puede zozobrar. En el bien conocido fenómeno del miedo de los artistas al público, generalmente es la sensibilidad la que, reaccionando sobre la aprobatividad, crea la aprensión de mostrarse inferior a lo que se quisiera ser. En seguida tiene lugar una repercusión sobre la imaginación: mentalmente se representa el tímido aquello que teme. Se ve enfrente del público y traicionado Por sus facultades artísticas, silbado, cubierto de sarcasmos por la crítica, etc. Si la emotividad actúa con alguna violencia, sobreviene la disnea, el corazón acelera sus latidos

y queda roto el equilibrio psíquico. Casi todos los comediantes, cantantes, conferenciantes, abogados, predicadores, etc., han conocido ese miedo. La mayoría de entre ellos han logrado vencerle, han adquirido bastante imperio sobre sí mismos Para representar, cantar o hablar sin que nada diera a conOcer su trastorno interior; pero, carentes de un método preciso, algunos continúan sufriendo durante toda su vida ese miedo que saben disimular de un modo tan perfecto. Sin embargo, basta con reeducar por separado cada uno de los componentes o elementos de ese fenómeno, para librarse en absoluto e instalar en sí mismo una serenidad sobre la que las salas de espectáculos más tumultuosas jamás lograrán el menor efecto. En cada caso, un análisis cuidadoso permite desprender el elemento principal, la «dominante», y apreciar la intensidad respectiva de los otros elementos. EstablecIdo el punto capital, se ataca sucesivamente cada una de las causas, desde la más intensa a la más débil. El único inconveniente de este sistema es que a veces engendra una especie de indiferencia tal, que el interesado se preocupa mediocremente en lo sucesivo del efecto que produce. 7. LA INERCIA RECTRIZ DEL PSIQUISMO SUPERIOR Se ha dicho que en la adolescencia puede considerarse como normal una cierta timidez, y que la afirmación progresiva de la voluntad, por las dificultades y las luchas, tiende a substituir esa crisis juvenil por la resolución, tal como la poseen la mayoría de los individuos. En realidad, el hombre o la mujer de carácter firme, resuelto, eliminan rápidamente los obstáculos y las cavilaciones frecuentes desde la infancia hasta los veinte años. Pero, de cada mil personas, ¿cuántas hay que tengan el carácter firme y resuelto, que sepan lo que quieren en todas las acepciones? Un fin profesional, social, personal; una actividad física, intelectual, volitiva, fijamente orientada hacia el objetivo perseguido; una disciplina interior bien concebida, bien regulada, y desde entonces se encuentran ya condenados a desaparecer todos los elementos de la timidez. Es preciso comprobar bien que, en general, cada cual no se esfuerza sino en la medida en que ese esfuerzo le es Impuesto por sus necesidades primordiales y sus más tiránicas tendencias. Así ha podido escribir un filósofo: el hombre no actúa, sino que se le hace actuar. Resulta de ello una especie de debilidad del Psiquismo superior que deja que tome una parte predominante y despótica el psiquismo inferior -el de los automatismos-. A favor de esa inercia de las facultades conscientemente dirigentes es como se desarrolla y se extiende la timidez. La ignorancia de sus causas, de los medios de combatirlas y la debilitación de un psiquismo que no tiene ni la noción ni el deseo del autocontrol; he aquí lo que he comprobado en cada caso. El tímido que se aplique a exaltar esa noción y ese deseo, puede estar cierto de que se librará rápidamente. En esto estriba el punto capital: en la avidez de un perfecto dominio de sí mismo, no sólo superficial y exterior, sino profundo, íntegro, inflexible. Vamos, pues, a tratar de sugerir esa avidez.

CAPITULO II Disposiciones necesarias para el cultivo de la resolución 1. De la avidez en general. - 2. La integridad orgánica. - 3. La influencia personal. - 4. La imperturbabilidad. - 5. La independencia. - 6. La primacía del juicio objetivo. - 7. La arquía individual. 1. DE LA AVIDEZ EN GENERAL No faltan tratados y métodos para que puedan ser utilizados por aquellos que deseen modificar su individualidad, ni lectores llenos de buena voluntad para adquirir esos manuales e intentar llevar a la práctica sus enseñanzas. Pero el entusiasmo del primer momento flaquea y se extingue como fuego de paja, el

impulso inicial se amortigua, la lasitud llega, y el automatismo, por un instante en fracaso, retorna veloz. En lo que concierne especialmente a la timidez-que jamás ha subsistido largamente a pesar de una reacción enérgica y persistente-el horror a los inconvenientes de ese estado y la avidez por las ventajas de la resolución, por lo general son sentidos muy débilmente y con demasiadas intermitencias por los interesados. Entonces su resistencia, su esfuerzo reaccional, se inhibe en algunos días. El deseo, la predilección, simples indicaciones de una preferencia, nada tienen de común con la avidez intensa y profunda que es la única que elabora constantemente la energía indispensable para actuar con miras a obtener alguna cosa. Esa palabra «avidez» se oye pronunciar generalmente en un sentido peyorativo. Acostumbra decirse: «Un hombre ávido de dinero, ávido de placer, ávido de grandezas». Sin embargo, pinta una disposición psíquica que caracteriza, no sólo a los orgullosos, sino también a todos aquellos que se esfuerzan con ardor y perseverancia en un sentido cualquiera. Ese investigador inclinado quince horas diarias sobre sus libros, sus planos o sus instrumentos, es un hombre ávido de conocer, ávido de descubrir. Ese compositor abstraído en el discernimiento de la inspiración, indiferente al tiempo, al movimiento, al ambiente, está ávido de una realización artística. Ese célebre capitán de industria a quien sonrió la fortuna y el dinero interesa menos que al último de sus empleados prosigue una abrumadora labor porque está ávido de potencia económica. Nadie actúa sin avidez: el mismo asceta la experimenta por su objetivo místico, y sin la avidez de la especie humana por un mejor bienestar viviríamos aún como en la Edad de las cavernas. Donde está ausente la avidez reina la miseria. Nadie persistirá en una empresa si no está movido por vigorosas apetencias, por un potente ardor codicioso; dicho de otro modo, por eso que denomino «avidez». La relación de lo que precede con el logro de la resolución, ya la habéis comprendido: para eliminar las causas de la timidez e instaurar en si mismo los elementos de la resolución, hay que estar decidido a actuar, cueste lo que cueste, con miras a tal resultado. Pero esa resolución firme, predominante, continua, no lograría sustentarse sino mediante un sentimiento de intensa repulsión por las consecuencias y las causas de la timidez, aumentado con otro sentimiento de vigorosa avidez por las prerrogativas de la resolución así como por las calificaciones que la determinan. Así, en cada instante en que debáis ya sea imponeros, ya prohibiros alguna cosa con el fin de obtener el estado de imperturbabilidad que queréis crear en vosotros, no os rendiréis, no eludiréis el esfuerzo. El carácter a veces penoso de este último os parecerá despreciable. Vuestros oídos estarán sordos para las sugestiones contrarias, vuestro espíritu se rebelará contra las incitaciones de la inercia, vuestra energía se replegará violentamente frente a cada nuevo obstáculo. Un solo pensamiento, siempre presente, vivo, inquebrantable, vencerá a todo lo demás: «cumplo lo que he decidido, con miras a lo que deseo». Por poca atención que hayáis puesto al leer lo que precede y si lo habéis entendido íntegramente, deberéis sentiros dispuestos para un primer asalto. Servíos, pues, antes de proseguir la lectura de este libro, procuraros con qué escribir, y anotad, detallad, precisad todo aquello ante lo cual os hayáis sentido tímido; después, calculad y anotad todo aquello que, en el porvenir, esa deficiencia pueda traer lógicamente para vosotros de penoso, de desventajoso, de doloroso en caso de que siguierais siendo la víctima de ella. Es preciso que contempléis a vuestro antiguo enemigo cara a cara, que le examinéis en todos sus pormenores, en toda su malignidad, a fin de: 1.) Avivar vuestro resentimiento. Es necesario que todos los elementos nobles de vuestra personalidad se revuelvan ante la idea de ser víctimas de un estado tan perjudicial; 2.) Librar vuestra mentalidad, según el principio psicoanalítico, de esa noción de que vuestra timidez es consubstancial en vosotros, para usar de una expresión acaso insuficientemente pertinente pero que expresa con claridad lo que quiero haceros sentir. Lo que escribiréis irá saliendo de vosotros mismos, y -haced la prueba- ese primer ejercicio, ejecutado concienzudamente, os librará, os aliviará. Esto no

quiere decir que instantáneamente vayáis a sentiros aptos para todas las audacias, pero sí os hará sentir que la opresión que notabais ha disminuído. Ese ejercicio no se ejecuta en diez minutos, ya que són necesarias varias horas para llevarlo a cabo. Consagradle varias sesiones. Si vuestro primer relato carece de orden y de claridad, ponedlo en limpio. Volved a tomarlo corrigiéndolo, redactándolo con mayor método y meticulosidad, pero aseguraos de que habéis «vaciado vuestro saco» completamente. Guardad con todo cuidado vuestro escrito. Releedlo y completadlo infatigablemente, dedicando a ello una hora dos o tres veces por semana. Revivid con el pensamiento aquello que hayáis anotado, rebelándoos enérgicamente contra el hecho de haber sido contrariados, entorpecidos, atormentados. ¡No admitáis ni un solo instante que eso pueda continuar! El sentimiento de repulsión por la timidez, que de ese modo precisaréis y fortaleceréis, constituye el polo negativo de esa misma energía cuya avidez por la resolución representa el polo positivo. Para utilizar provechosamente esa energía, para obtener resultados prácticos, ejercitaos en segundo lugar a extender vuestra repulsión a todos los elementos de la timidez -esos elementos que hemos estudiado en el capítulo primero- así como a aquellas faltas vuestras, a aquella negligencia que perPetúan los elementos en cuestión. De ese modo tOmaréis aversión a esos errores, y esa aversión hará nacer en vosotros una disposición a suprimirlos. Inversamente, redactad con minuciosidad una exposición precisa y clara de todas las ventajas de la resolución. Proceded como en el redactado precedente, de tal manera que exaltéis vuestra avidez por las características fuertes y atrevidas que quisierais poseer. Extended en seguida esa «avidez por el resultado» a las calificaciones de donde ello resulta y que necesariamente hay que cultivar si se quiere adquirir el imperturbable aplomo que es la consecuencia. Las debilidades, las ruinas orgánicas trataremos de substituirlas por una integridad física tan perfecta como sea posible, para lo cual conviene ante todo sentir una extensa avidez. El temor al efecto producido por los defectos exteriores, procuraremos substituirlo asimismo por la determinación de ejercer una poderosa influencia personal: la lucha por la regularización de la hiperemotividad, de la hipersensibilidad. A las tiranías de la vanidad opondremos nuestra voluntad de independencia, y a las pusilanimidades imaginativas el culto a la rectitud de juicio. 2. LA INTEGRIDAD ORGANICA Empecemos por la integridad orgánica. Un capítulo siguiente indicará las reglas a observar para asegurarla. Aquí se trata de crear la avidez previa sin la cual no dispondríamos de ningún impulso motor que oponer al despotismo de las costumbres deprimentes. Representaos bien lo que significa la integridad orgánica, ese estado en que todas las funciones fisiológicas se cumplen armoniosamente porque nada pone trabas a la actividad respiratoria, al mecanismo digestivo, a la irrigación vascular, etc., donde se opera de un modo regular y abundantemente la elaboración de la energía nerviosa. Entonces se vive en un estado continuo de bienestar interno muy favorable a la confianza en sí, a la lucidez cerebral, a la facilidad para el trabajo, la elocución y el esfuerzo muscular; la calma subsiste con estabilidad, porque el sistema nervioso reacciona, no ya excesivamente, sino de un modo moderado a las impresiones del exterior; las aptitudes se afirman, la habilidad se adquiere con facilidad, Porque la concentración del espíritu y la aplicación a la tarea cotidiana no vienen entorpecidas por malestares, por pesadeces o por depresiones. Como la cardiovasculación es regular el eretismo que da lugar a las palpitaciones, a las palideces y a los enrojecimientos emotivos no existe. En resumen, un cierto número de elementos de timidez desaparece así que se establece la integridad funcional.

Con ayuda de esas consideraciones, asegurad en vuestro espíritu la resolución de determinar en vosotros todas las ventajas de una perfecta regularidad física y, por consiguiente, de proceder como sea preciso para lograrlo. 3. LA INFLUENCIA PERSONAL La avidez de influencia personal es la que hay que oponer a las inhibiciones determinadas por el sentimiento de los defectos exteriores. Entre esos defectos los hay irreductibles, por ejemplo una gibosidad o una coxalgia; otros: accidentes de la piel, actitudes corporales viciosas debidas a insuficiente cultura física, etc., son directamente coercibles; algunos pueden beneficiarse de una corrección compensadora; así, los defectos de proporción o la exigüidad de la talla se armonizan mediante el corte especial de los vestidos y la hábil elección de los tejidos o géneros para ellos. En fin, basta con una ligera alteración, cuyo efecto es exageradamente interpretado por el tímido, o hasta una concepción enteramente imaginaria de su exterioridad, para servir de pretexto a su desolación. Tengamos tan sólo en cuenta las desgracias reales -superficiales o muy acusadas-, pero sólo éstas. Mas, en cualquier caso, acostumbro decir a la persona interesada: «Esta desgracia no basta por sí sola para determinar directa y necesariamente la timidez de usted, puesto que todos los días vemos individuos raquíticos y contrahechos que dan pruebas de una perfecta resolución. Su importancia es exactamente la que usted quiere atribuirle. Cese, pues, de derrochar su energía mental en ruinas que le deprimen; utilícela en vencer el efecto que causan en usted sus inarmonías exteriores. Así que éstas no le impresionen habrán dejado de existir, porque es actuando sobre la moral de usted como anulan los medios de que usted dispone para agradar a otro o influir sobre él». En un platillo de la balanza coloquemos ese elemento, muy relativo, de inferioridad. En el otro amontonemos todos los medios de que disponéis para actuar favorablemente sobre vuestros semejantes: una palabra positiva y cultivada, una mirada tranquila y resuelta, una manera de andar desenvuelta, un aspecto exterior muy cuidado, unas maneras claras, un comportamiento irreprochable y, sobre todo, esa voluntad de influir, al lado de la cual se hacen invisibles las taras morfológicas más aflictivas. Aliada a la voluntad de influir, una apariencia monstruosa concurriría a producir en todas partes y en todos una impresión formidable, y, para muchos, esa impresión sería claramente fascinante. «La belleza, adulada, y la fealdad, rechazada», es un dicho corriente; pero en la realidad las cosas pasan de otra manera. A aquellos a quienes esta cuestión les interese de un modo especial, les remito a mis dos obras Psicología del Amor y Arte de adquirir y desarrollar el atractivo personal. Al mismo tiempo que os esforcéis en ordenar este aspecto a fin de imprimir la marca de vuestra voluntad, cultivad ardientemente la avidez de influencia. La puesta en práctica de lo que será indicado más adelante a propósito de la integridad orgánica, os dará una apariencia sana, factor esencial del encanto personal. Los esfuerzos que haréis para regiros tal como este libro os lo aconsejará desde diversos puntos de vista, animará a la vez la firmeza de vuestro psiquismo y la expresión de vuestra fisonomía, En fin, el hecho de ver en cada persona un sujeto de experimentación situado ante vosotros especialmente para permitiros que habituéis vuestros medios psíquicos, convertirá muy pronto en un recuerdo ese estado de ánimo temeroso y turbado del cual ya sabéis cuánto disgusta. 4. LA IMPERTURBABILIDAD Acaso seáis emotivos o sensibles (véase capítulo primero, apartado 4), quizás ambas cosas a la vez. Para dominar a esos dos elementos de desorden interior, sed ante todo ávidos de imperturbabilidad. La admiración por el valor, la veneración del heroísmo, inculcadas a un individuo en extremo timorato, crean en él virtualidades nobles que, en el momento del peligro, hacen que se yerga su

conciencia contra su modo de ser habitual y tienden a que sus acciones vayan de acuerdo con su conciencia. De igual modo, el emotivo y el sensitivo apasionados por un ideal de imperturbabilidad, inconscientemente han llevado a cabo un gran avance. Desarrollad con ardor esa avidez. Tened sin cesar a la vista, evocad en la pantalla de vuestra imaginación el ejemplo viviente de sangre fría, de impasibilidad, de lucidez que no podréis por menos de llegar a ser, so pena de continuar sometidos a insoportables trabas. Representaos las ventajas de la imperturbabilidad. Decidid que no permitiréis a nadie que influya en vosotros fuera de los límites normales y necesarios. Estad resueltos a disponer, a pesar de todo y de todos, de una serenidad inquebrantable. Hallaos al acecho de los ejemplos -leídos u observados- de imperio absoluto sobre los nervios y la propia sensibilidad. Saturad de ello vuestro espíritu con toda la fuerza de entusiasmo de que os sintáis capaces. Considerad también los ejemplos inversos, pero consideradlos con repulsión. Decíos, repetíos que no queréis ser como ellos, que todos los centros de vuestra individualidad os pertenecen y que de buen o mal grado les obligaréis a depender de vuestro pensamiento deliberado. Hacedlo así y -os lo aseguro- bien pronto será incompatible la timidez con vuestras disposiciones morales. 5. LA INDEPENDENCIA Ya habéis visto en el apartado 5 del precedente capítulo, que el echo de sentirse molesto cuando una o muchas personas os miran o cuando suponéis sencillamente que las miradas se fijan en vosotros, se explica por un temor, ya sea de parecer aquello que no quisierais ser, o de no parecer lo que desearíais ser verdaderamente. Esa preocupación por la aprobatividad, esa fobia por la reprobación provienen, en último análisis, de un sentimiento de vanidad. Si elimináis ese sentimiento, del cual no es posible esperar ningún provecho y que a menudo impulsa al hombre a actuar contra sus bienes morales y materiales, quedaréis radicalmente desembarazados de las impresiones desagradables a que ese sentimiento os hace sensibles. Para vencerle, cultivad la avidez por el sentimiento contrario: la independencia. Considerad todas las ventajas de ésta. Ellas son tales y tan considerables, que cualquier persona en quien predomine la preocupación por la independencia sobre la de la vanidad, por ese solo hecho adquiere una evidente superioridad. Su pensamiento, sus opiniones, sus palabras, la disposición de su tiempo, sus decisiones de cualquier naturaleza, cesan de estar enfeudadas al deseó de que las apruebe otro. Jamás se desgasta con miras a inspirar a los otros una opinión ventajosa. Reservando al cumplimiento de sus propias voluntades toda su energía, actúa con la única preocupación de realizar cada plan que ella ha deliberado con toda libertad de pensamiento. La única directiva de su conducta es el comportarse irreprochablemente y realizar con método sus designios. Las apreciaciones de los otros respecto a él le son indiferentes en absoluto: en lo que le concierne, sólo le importa su apreciación personal. Es digno de notar que eso no implica ninguna insociabilidad. Al contrario, es preciso verse libre de la influencia de otro para adquirir la igualdad de humor, la indulgencia, la cortesía, la discreción, y para guardar constantemente esa impasibilidad contra la cual la ironía, las risas, la crítica y en general todos los ataques chocan y se desconciertan. Eso no implica el desprecio orgulloso de las opiniones que pueden expresar la superioridad o la experiencia, sino más bien la aptitud a adquirir conocimientos, a esforzarse en sacar partido de ellos, después de haber comprobado lo bien fundados que son (y no simPlemente para complacer a los que los dan). Pero esto comporta la conservación de la libertad de tener o no en cuenta las ideas que os sean sugeridas, de continuar siendo siempre dueños de dar la aquiescencia o de abstenerse, de reservaros vuestra OPinión; en una palabra, de no depender en lo más mínimo de la influencia de otras personas. Es fácil comprender que la avidez por una tal independencia no tarda en hacer que el tímido sea invulnerable a todas las impresiones que precedentemente le atormentaban. Y si alguno le dijera en el momento en que vaya a intentar lo que

haya decidido: «Parecerá usted ridículo», su respuesta espontánea será: «Eso no me importa desde el momento en que, en mi opinión, no lo soy». Esas disposiciones no se improvisan en modo alguno de la noche a la mañana. Se adquieren mediante esfuerzos, de los que algunos no dejarán de ser penosos. Pero una vez creada la avidez, se sabrá sufrir con buen ánimo, sostenerse cueste lo que cueste; se hallará gusto en reaccionar contra lo que sea en uno natural, naturalidad que acaso retorne prontamente la primera vez, pero que acabará por esfumarse a causa de los renovados ataques. 6. LA PRIMACIA DEL JUICIO OBJETIVO El papel normalmente atribuído a la imaginación es el de asociar, bajo la inspección del juicio, las nociones registradas por la memoria, de manera tal que se formen conceptos o hipótesis nuevos. Desde que se libra de la tutela del juicio, la imaginación tiende a extraviarse. Accionada por la emotividad, la sensibilidad o la vanidad, domina al tímido con sus anticipaciones deprimentes, interpreta sus impresiones reales aumentándolas y concurre poderosamente a hacer perpetua su turbación. Según nuestra directiva general, consideremos la disposición inversa: la objetividad atenta del juicio, y sintámonos ávidos de una tal prerrogativa. Representémonos como un ideal, digno de ser Perseguido tenazmente, la subordinación de los instintos, impresiones, emociones, sentimientos e ideologías al criterio reflexivo, deliberado, de la conciencia objetiva. Así reduciremos al mínimo nuestros errores de cualquier naturaleza que sean, Y por consiguiente nuestros fracasos y nuestros contratiempos. Existe una disciplina precisa para llegar a eso, Y la indicaremos más lejos; pero, para disponernos a observarla, desarrollemos en nosotros la ambición de ser perspicaces, deductivos, lógicos; preocupémonos en todas las cosas de las causalidades y de los resultados y esforcémonos en penetrar la exacta realidad tras todas las apariencias. ¡Cuántas veces el tímido cree ver malevolencia en una mirada simplemente incisiva! ¡Cuántas veces atribuye una expresión burlona a un rostro sonriente o una intención hiriente a palabras irreflexivas! Y eso le ocurre porque se deja ilusionar por su imaginación en vez de tratar de darse cuenta de lo que tiene realmente a la vista o de interpretar exactamente aquello que escucha. Podría llenarse un volumen exponiendo todas las aprensiones causadas al tímido únicamente por su delirio imaginativo. Decidíos pues a no dejaros dominar durante más tiempo por una facultad de la que habréis de exigir importantes servicios, pero de la cual no debéis sufrir la fantasía. Estad dispuestos a vigilaros y a razonar vuestras impresiones a fin de conservar en todo momento vuestra lucidez y vuestra calma. 7. LA ARQUIA INDIVIDUAL Nuestro método consiste, tal como el lector lo habrá podido observar, en substituir cada una de las causas de la timidez por una disposición inversa. Acabamos de ver que, ya antes de empezar a resistir prácticamente con el fin de crear en sí cada disposición necesaria, hay lugar a autosugerirse la avidez, puesto que esta última constituye el sentimiento motor que impulsa a la resistencia. La puesta en práctica de lo que precede pondrá fin a esa inercia rectriz del psiquismo superior definida en el apartado 7 del capítulo primero. y a la cual el tímido debe imputar su incapacidad para dominar en presencia de otro el efecto de sus Impresiones. El llevar a la práctica lo precedente, constituye, en efecto, una primera tentativa, un principio de habituación a concebir y a decidir deliberadamente. El acto concreto prescrito en el apartado 1 (el acto de escribir), y que no exige otra cosa que la mera voluntad, tiene entre otras utilidades la de asegurar el arranque del psiquismo superior (voluntad reflexiva). Importa mucho que el tímido comprenda bien que en último análisis sufre la anarquía de sus automatismos subconscientes: querría no turbarse, pero a su pesar se desordena su pensamiento. Querría no ruborizarse, pero a su pesar se

pone de color escarlata. Querría tener la audacia de decir esto o aquello, pero a su pesar la sola vista de la persona a la que ha de hablar basta para que se le oprima la garganta. Esos automatismos, esas espontaneidades que así se desenvuelven a despecho vuestro -a pesar de vuestra voluntad, la cual debiera ser su reina y señora- actúan frente a ella como el caballo indómito frente a un jinete demasiado débil. Como este último, vosotros debéis entablar la lucha y llegar a gobernar, a regir todas las manifestaciones de vuestro psiquismo inferior. Cultivad, pues, la avidez del poder de reinar en vosotros y sobre vosotros e insurreccionaos contra la tiranía de los instintos, impulsos, impresiones, emociones, costumbres, etc. Aborreced la irreflexión, el atolondramiento, la expansividad. Cualquiera que sea su condición, el hombre perfectamente dueño de sus automatismos psicológicos posee una serenidad que depende casi únicamente de él. Al contrario, al individuo colmado de favores por la Naturaleza, el nacimiento, la fortuna, pero desprovisto de autocontrol, le basta cualquier impulso emocional insatisfecho para que en lo sucesivo se halle pesaroso, atormentado, para que se sienta desgraciado. El programa racional del que acabamos de bosquejar el detalle, parecerá a algunos desproporcionado a sus medios. Que no se dejen desconcertar. Que fijen ante todo su atención en uno de los objetivos a alcanzar y después en un segundo objetivo, y así sucesivamente. El más ligero progreso abre un acceso a la vía que uno se ha trazado y estimula la actividad de las facultades nobles. Lo que conviene tener siempre a la vista es precisamente el ligero progreso posible que pueda lograrse en seguida. Con ayuda de esa directiva, el objetivo será muy pronto alcanzado.

CAPITULO III La integridad orgánica 1. El inventario inicial. - 2. Primera condición esencial. - 3. La exacta nutrición. - 4. Toxinas y residuos. - 5. Segunda condición esencial. - 6. Higiene nerviosa y mental. - 7. Casos especiales. 1. EL INVENTARIO INICIAL Ante todo es preciso que nos hagamos dos objeciones. Primera objeción: «No estoy enfermo. Mi timidez no tiene elementos físicos». Respuesta: «Usted no sufre. Usted no está inmovilizado. Usted deduce que no está enfermo. Quiere decir que por el momento está exento de crisis agudas. Pero entre el estado de crisis aguda del enfermo en cama o manifiestamente molesto y el exacto equilibrio interno, hay lugar para una condición intermedia caracterizada por una o muchas irregularidades funcionales. Buscando bien, encontrará que algunas de estas últimas existen en usted». Segunda objeción: «Conozco una persona llamada X., débil, enfermiza, pero cuya resolución es Perfecta». Respuesta: «Es que X. se halla provisto de calificaciones psíquicas que le permiten vencer las repercusiones nerviosas y cerebrales de su mal estado físico. Ese no es el caso de usted, Puesto que usted, que tiene mejor salud que él, es tímido». Henos, Pues, llevados a la necesidad de que os inventariéis en detalle a fin de discernir vuestras irregularidades funcionales y enmendarlas. Un examen médico minuciosamente hecho por un clínico experimentado a la vez como fisiólogo y como psíquico será lo mejor. A falta de ello, proceded vosotros mismos con ayuda de las indicaciones sumarias que damos a continuación: Sueño: a) ¿Dormís lo suficiente? Es decir, ¿dormís un mínimo de siete horas para los temperamentos biliosos, ocho horas para los temperamentos sanguíneos, nueve horas para los temperamentos nerviosos y diez horas para los temperamentos linfáticos? Para que podáis daros cuenta de a qué temperamento pertenecéis, examinad el color de vuestro rostro comparándolo con una hoja de papel blanco.

Si la tez es de color cetrino, temperamento bilioso; si es de color rojo, sanguíneo; si es obscura, nervioso; y si es blanquecina, linfático. b) Una cosa es la duración del sueño y otra su tranquilidad. ¿Dormís sin agitación ni pesadillas? Sabed que si esas dos condiciones no van reunidas, eso basta para explicar esos torpores y esas febrilidades de donde se sigue la lentitud de las asociaciones mentales o lo incoercible de los impulsos. Alimentación: c) ¿Vuestro apetito es regular y potente o inestable y fugitivo? d) ¿Vuestra alimentación tiende al exclusivismo o tiende a la omnifagia? En otros términos, ¿sentís una preferencia extrema por un pequeño número de manjares desagradándoos los demás, o coméis casi indiferentemente de todo? e) ¿Coméis moderadamente o con abundancia? En el primer caso deberéis sentiros tan ligeros de cuerpo y espíritu al levantaros de la mesa como antes de comer. f) ¿Os dais cuenta de vuestras digestiones? Es decir, ¿sentís pesadeces, somnolencia, dolores de cabeza, opresión o palpitaciones después de comer? g) ¿Os procura cada ingestión de alimentos una sustentación tranquila y constante durante las horas que siguen, o va seguida de sobreexcitación durante las primeras horas y de lasitud después? Eliminación: h) Durante veinticuatro horas debéis eliminar litro y medio de orina. Si el volumen total de vuestras micciones está lejos de alcanzar esa cifra o si la rebasa considerablemente, tomad nota de ello. La comprobacíón es fácil. Elegid un día en que podáis permanecer en casa y utilizad en vuestras micciones un frasco graduado de los que a tal fin se encuentran en las farmacias. i) La orina debe ser límpida en absoluto, transparente, sin ningún depósito. Su color normal se parece al amarillo paja. Comprobad con cuidado si la vuestra es así. j) En el espacio de veinticuatro horas, un aparato digestivo normal elimina sus residuos dos veces por día. Puede ser suficiente una sola eliminación; pero si no hay siquiera una cada veinticuatro horas, el organismo está con toda seguridad intoxicado. Respiración: k) La frecuencia de los constipados, la irritabilidad de la garganta o de los bronquios, la tos, la expectoración, síntomas manifiestos de un desorden, deben ser inmediatamente expuestos a un especialista. l) ¿Es normal vuestra capacidad pulmonar? El extremo mínimo tolerable es de 1.800 centímetros cúbicos. Llénese de agua una botella de dos litros de gollete estrecho, y una gran cubeta; introdúzcase en el gollete de la botella un tubo de caucho. Dése Vuelta rápidamente a la botella sumergiendo su gollete en la cubeta con agua, de tal manera que el extremo libre del tubo de caucho quede por encima de la superficie del líquido. Tómese entonces ese extremo, hágase una inspiración lenta y profunda y, aplicándose el tubo a la boca expúlsese el aire inspirado, soplando para ello en el tubo. Eso arrojará de la botella un volumen de agua igual al volumen de aire expirado. Por lo demás, todos los especialistas disponen de aparatos adecuados para tal evaluación. Cardiovasculación: m) ¿Experimentáis a veces una elevación brusca, rápida y muy notable de los latidos de vuestro corazón? n) ¿Se os enfrían con frecuencia las extremidades cuando desciende la temperatura? ñ) Cuando os despertáis, ¿tenéis tumefacto el rostro? o) Después de una marcha a pie, y aun sin causa aparente cada noche, ¿se os hinchan los tobillos? P) ¿Palidecéis u os ruborizáis excesivamente bajo el efecto de las menores impresiones? Sistema nervioso:

q) ¿Os sobresaltáis bajo el efecto de una impresión sensorial brusca, por ejemplo, de un violento campanillazo o de un ruido causado por la caída de un objeto? r) ¿Se os hace intolerable el menor dolor? s) ¿Os sentís con frecuencia abatidos, flojos, sin fuerzas? t) ¿Os repugna en gran manera el esfuerzo -físico o moral-, por débil que sea? u) ¿Os sentís sobreexcitados, locuaces, susceptibles, irritables? Es de observar que el agotamiento nervioso resulta únicamente, en ciertos casos, de los abusos desperdiciadores de que he hablado en el apartado 2, sección b, del capítulo primero. Cerebro: V) El principal criterio del estado cerebral es la capacidad de atención. A tal respecto haceos las siguientes preguntas: - ¿Puedo leer sin fatiga apreciable una o dos horas seguidas? - ¿Puedo estudiar igualmente sin fatiga considerable una o dos horas diarias? (La simple lectura pone en juego la atención espontánea, el estudio necesita una atención voluntaria.) - ¿Comprendo clara e instantáneamente las consideraciones nuevas que oigo o leo, o, si se da el caso, las instrucciones que recibo? - ¿Me hace falta trabajar para adaptarme a una nueva tarea? - ¿Tienen precisión mis recuerdos? Aunque sumario, el examen que precede bastará para permitiros apreciar las principales irregularidades o deficiencias de vuestra máquina orgánica. Un inventario más minucioso será útil a la mayoría de los tímidos. Cada cual deberá tener interés en consultar un médico especialista en su caso. Veamos ahora los correctivos a aportar. 2. PRIMERA CONDICION ESENCIAL Ya lo he escrito en muchas ocasiones, e incluso he consagrado a ello una obra especial, y vuelvo de nuevo a repetirlo incansablemente porque es un punto capital: la insuficiente duración del sueño, su falta de profundidad, engendran inexorablemente importantes alteraciones. Es un hecho cierto que individuos muy robustos soportan largos años de insomnio sin aparente doblegamiento. Que otros individuos, no particularmente robustos, pero habituados a dormir poco, no parezcan soportar muy mal la falta de sueño, se explica por la propiedad de acomodación del organismo, que mal que bien se adapta a las violencias que se le infligen. Pero, más pronto o más tarde, las fuertes constituciones lo mismo que las débiles, sordamente minadas por el insomnio, sufren las consecuencias de la ruina física inseparable de su manera de vivir. En particular para el tímido, la importancia de un sueño regular es directa e inmediata. Esto se comprueba fácilmente. En efecto: si el tímido duerme normalmente muchas noches seguidas, siempre comprueba que su resolución tiende a aumentar. Si, al contrario, llega a pasar algunas noches (a veces una sola) particularmente malas, se acentúan todos sus trastornos. El potencial de influjo nervioso aumenta o disminuye según que la recarga energética nocturna se opere o no convenientemente. En este último caso, todas las funciones vegetatívas languidecen, todos los mecanismos psiconerviosos carecen de animación, todos los elementos aductores de la voluntad se hunden. Por otro lado, la impresionabilidad y el eretismo vasomotor se exasperan. Se concibe, pues, que para el tímido resuelto a librarse de su enfermedad psicológica se imponga ante todo la reglamentación del sueño. Las medidas a tomar son muy sencillas en los casos ordinarios: - Adoptar horas fijas y cumplirlas; - Reservar para las tareas más apacibles la hora que precede al acostarse; - Asegurar el Silencio en el lugar en que se duerma; - Enseguida de acostarse, sumir en la obscuridad el dormitorio, disponer cómodamente el cuerpo y, después, inmovilizarse en absoluto relajando los músculos y conservando esa misma posición hasta que venza el sueño.

Si a pesar de las medidas precedentes, fuera difícil dormirse, si el sueño fuese agitado o interrumpido, si el despertar fuera prematuro, son útiles ciertas precauciones suplementarias: - Prescindir de toda clase de excitantes (1); - Reducir al mínimo la comida de la noche, limitándose a ingerir en ella cereales, legumbres y frutas; -Baño o afusión de agua tibia diez minutos antes de irse a la cama. (Bien entendido que esto implica necesariamente una separación de tiempo entre la comida y el sueño.) (1) Hay tres tipos de excitantes principales: a) Café y té. b) Alcoholes, licores, vinos, bebidas fermentadas. c) Azúcar y productos de confitería. 3. LA EXACTA NUTRICION Basta que el lector se renueve las preguntas que le hemos invitado a hacerse en el apartado 1 del presente capítulo a propósito de su apetito, de su digestión y de su cenestesia postprandial, para que se haga cargo de la oportunidad de una perfecta armonía funcional. Faltando ésta, no sería posible obtener la lucidez de espíritu necesaria a la resolución y la sustentación continua de las fuerzas físicas y morales. He aquí las reglas que hay que adoptar: - Un mínimo diario de una hora de ejercicio al aire libre es indispensable a todos los sedentarios, sobre todo desde el punto de vista de la regularización nutritiva; - Entre comidas, ninguna ingestión de sólidos ni de líquidos, a excepción de agua pura (2); - Horas fijas para las comidas; - Comer sin apetito es fingir y debilitarse. Si el apetito no viene a hora fija, bébase sencillamente medio vaso de agua, sálgase a respirar el aire puro y espérese a la comida siguiente; - Desconfíese de las predilecciones exclusivas del paladar por los manjares sápidos y las carnes. Procúrese que en la composición de las minutas de las comidas figuren en las necesarias proporciones los cereales, las legumbres y las frutas. Lo mejor para ello es regirse por la tabla que sigue (3) establecida tomando como base la docena: A: B: C: D: E:

Carnes, huevos y pescados Legumbres verdes y frutas frescas Farináceos, criptógamas Lacticinios y quesos frescos Frutas secas, pan y cereales

- Comer es una cosa, y asimilar, otra. Una comida abundante entorpece, fatiga el tubo digestivo y sus anexos, con menos provecho que una comida moderada; - Ladigestión empieza en la boca. Conviene, pues, mascar con minuciosidad e insalivar minuciosamente el bolo alimenticio. A falta de ello, la materia prima entregada a la fábrica gastrointestinal no está en su punto, y resultado de ello son las sensaciones penosas y la debilidad. - Si os sentís sobreexcitados en la hora que sigue a la comida y deprimidos no mucho después, es porque abusáis de los alimentos de la sección A. por abuso se entiende no sólo la ingestión de grandes cantidades, sino también la de proporciones demasiado elevadas comparadas a la de los otros alimentos. (2) La costumbre del aperitivo eS causa de la ruina de muchos estómagos. En las regiones donde se hace mucho uso de la cerveza no faltan ni la dilatación estomacal ni la ptosis. (3) Tabla tomada del Curso por correspondencia de educación psicológica.

4. TOxINAS Y RESIDUOS Si el inventario prescrito en el apartado 1 os revela una irregularidad en lo que concierne a las cuestiones h, i, j, eso indica por lo menos: 1) que vuestra alimentación es tóxica o insuficientemente acuosa; 2) que vuestros músculos no tienen bastante actividad. Acabamos de ver cómo debéis ordenar vuestras comidas. En nueve casos de cada diez, la observancia de las indicaciones dietéticas que preceden bastarán para restablecer el tipo y los ritmos normales de las eliminaciones. Se ayudará aún a ello bebiendo, durante el día, algunos vasitos de agua pura (hervida o filtrada si fuera necesario). Los sanguíneos, los obesos y, más generalmente, todas las personas cuyo intestino carece de vigor, harán bien en tomar dos o tres veces por semana, e incluso cada día por la mañana, en ayunas, una cucharadita de las de café (a ras del borde de ellas) de sulfato de sosa. Agreguemos que toda persona debiera someter su orina a análisis por lo menos una Vez por año y visitar luego a un especialista. 5. SEGUNDA CONDICION ESENCIAL Desarrollo torácico y actividad respiratoria por lo menos normales -lo cual es indispensable- y mejor aún por encima de lo normal. Además de la acción directa de la respiración sobre la salud física, no olvidemos que la actividad respiratoria constituye el moderador más seguro de la emotividad. Si vuestro perímetro torácico no alcanza la medida normal, desarrolladle mediante el ejercicio: id a un gimnasio, utilizad un aparato adecuado, conformaos con las indicaciones de un buen manual de cultura física diaria; poco importa a cuál de los tres métodos deis vuestra preferencia, pero actuad. Empezad por tres minutos de esfuerzo cada día y aumentad progresiva y suavemente la duración de ese esfuerzo. Por poco que hayáis desarrollado en vosotros la avidez de integridad orgánica de que hemos tratado en el capítulo ii, ese esfuerzo os será ligero e incluso agradable. Encontraréis en ello un inmediato alivio, no sólo por el efecto físico directo del ejercicio, sino también porque todo esfuerzo inacostumbrado que uno se impone Y que efectúa correctamente aumenta en el acto la confianza en sí. Durante la hora diaria de aire libre de que hemos hablado en la página 65, respirad activamente. Cuando vayáis a vuestras ocupaciones, acordaos de efectuar profundas inspiraciones. De ese modo obtendréis abundante producto de la mejor de las fuentes de energía física y moral. La gimnasia conviene especialmente a los débiles. El ambiente de los individuos sanos, vigorosos, expansivos a quienes se trata, influye sobre los débiles a la manera de un potente magnetismo. Ese ambiente suscita la avidez de la fuerza y de la audacia. Con una alimentación hipotóxica y exenta de excitantes, con eliminaciones perfectas y una actividad pulmonar ejercitada, el corazón y la circulación se regularizan casi siempre. El uso de la hidroterapia, no de una hidroterapia brutal, sino adaptada a las resistencias constitucionales, ayuda asimismo la cardiovasculación. Y no perdamos de vista el sueño, base fundamental del equilibrio. Los interesados se dan cuenta pronto de hasta qué punto favorece a la resolución el bienestar interno. 6. HIGIENE NERVIOSA Y MENTAL La base de la higiene nerviosa y mental, acabamos de exponerlo, es la higiene orgánica. La mayoría de los desórdenes neuropáticos o psicopáticos proviene o bien de una autointoxicación, o de la subsecuencia de las autointoxicaciones hereditarias. La adopción de un modus vivendi de acuerdo con nuestras precedentes indicaciones se impone, pues, ante todo. He aquí lo que conviene observar para favorecer la calma de los nervios y la lucidez del cerebro:

- Reglamentar el empleo del tiempo con bastante precisión para evitarse las ansiedades y las precipitaciones del retraso, así como las languideces por falta de ocupación; - Apartarse de las personas agitadas, verbosas, melancólicas o ansiosas; - Moderar la propia expansividad; - Hablar y actuar deliberada, reposadamente; evitar la acción febril; - Distender los nervios y los músculos muchas veces por día. Para ello hay que aislarse, sentándose o tendiéndose, cerrar los ojos, respirar profunda y regularmente y recogerse en sí mismo; - Rechazar toda literatura sensacional y todo espectáculo de tal naturaleza que pudiera actuar violentamente sobre la propia emotividad; - Aprovecharse de cualquier ocasión de efectuar aisladamente un ejercicio suave y regular al aire libre; - Abstenerse de todo exceso y de toda costumbre debilitante. Esto es elemental y capital; - Considerar las contrariedades y fracasos eventuales como inevitables incidentes; acogerlos como se acoge la lluvia o la tempestad. Deducir de cada experiencia la enseñanza que se sepa desprender, de la cual se sabrá sacar partido en el porvenir, y rehusar el dejarse afectar en otra medida; - En caso de un exceso de trabajo, forzoso, recupérense lo más pronto posible, mediante el sueño y el aislamiento, las energías derrochadas; - Evítese el sobrepasar la intensidad y la duración del esfuerzo compatibles con los recursos de la propia constitución. La tenacidad metódica realiza sin perjuicio lo que la obstinación apasionada no siempre obtiene, a pesar de sus violentos esfuerzos; - Justificada o no, la cólera consume sin provecho la energía nerviosa, desordena el juicio e irrita las vísceras. Cualesquiera que sean los agravios que otro tenga contra vosotros, no le consintáis semejante sacrificio; - Súbitamente afectados por dificultades abrumadoras, estad seguros de que será en la calma y en el recogimiento donde encontraréis con más seguridad la solución. Sabed, pues, llegado el caso, depositar por un momento el peso de vuestras preocupaciones y salid a tomar el aire, a deambular, a distenderos. Después de esto, será mayor vuestra lucidez; - Cuando se os presente un problema que no sepáis resolver en el acto, desviad de él vuestro espíritu y no volváis a ello sino poco a poco, por partes. El arte de soportar alegremente las mayores responsabilidades no tiene otro secreto; - Desde el punto de vista intelectual, en este mundo hay un 10 por 100 de indigentes y un 70 Por 100 de mediocres. Si os irritáis en presencia de alguno, si os desgastáis tratando de hacer prevalecer vuestro punto de vista cada vez que la justa medida o la equidad son ultrajadas, pasaréis vuestra vida derrochando vuestros recursos, impulsando la roca de Sísifo de la incomprensión y de la ceguedad. Así, discutir sin una absoluta necesidad es ganarse una afonía predicando en desierto; - Un trabajo atento y apacible tonifica los nervios y el espíritu, incluso y sobre todo si están deprimidos. 7. CASOS ESPECIALES Desgraciadamente, existen personas con grandes taras congénitas a las cuales no bastan las indicaciones de un libro. Ante todo tenemos los débiles constitucionales de que ya hablé en otro libro. Después tenemos aquellos a quienes una distrofia, una insuficiencia endocrina o, más sencillamente, una funesta costumbre inveterada, designa para un tratamiento médico. No es negando el mal como se pone a ello remedio, sino mirándolo de frente para combatirlo con todas las armas que requiere su malignidad. Físicamente jamás se hará un atleta de un engendro; pero este último, tratado convenientemente, con método y persistencia, se equilibrará y subsistirá de una manera relativamente armoniosa, muy Preferible a su condición inicial. Físicamente, los Caracteres temerosos e impresionables en grado sumo, a causa de cualquier trastorno hereditario, encontrarán, si no el vigor de los fuertes de

nacimiento, cuando menos un grado de seguridad y de serenidad, muy apreciable, bajo el efecto de una dedicación apropiada. En ambos casos el papel del médico sigue siendo primordial, esencial. Por otra parte, que nadie se apresure a acusar a la herencia de las deficiencias que compruebe en sí mismo: el caso hereditario es la excepción. La regla es el desconocimiento puro y simple de las leyes de la armonía fisiológica. La concienzuda puesta en práctica del presente capítulo os dará la medida de lo que podréis hacer sin ayuda ajena para regular de una manera satisfactoria los rodajes de vuestra máquina orgánica. Independientemente de sus resultados directos, ese esfuerzo, efectuado de acuerdo con la prudencia, desarrollará vuestra resolución, por el solo hecho de que afirmará el imperio de vuestra voluntad, de vuestro pensamiento deliberado, sobre vuestros automatismos e impulsos de cualquier naturaleza.

CAPITULO IV Aspecto exterior 1. Higiene general. - 2. El rostro. - 3. El cuerPo. - 4. Del vestir. - 5. La palabra. - 6. La actitud y las expresiones. - 7. La rradiación. 1. HIGIENE GENERAL La observancia de las indicaciones del capítulo precedente suprime de golpe muchas causas de alteraciones exteriores. Las erupciones que afean el rostro, la seborrea que es causa de que brille la piel, la extrema sequedad de donde se forman las arrugas, todo eso se enmienda rápidamente con un régimen sano y con eliminaciones regulares. El hábito del movimiento y de la cultura física moderada dan flexibilidad y facilidad a las actitudes. En fin, el bienestar interior, inseparable de una perfecta regularización orgánica, el aumento de tono vital que a ello sigue, concurren a hacer más resplandeciente el matiz del rostro, a que sea más expresiva la mirada y a la coordinación de los reflejos. No olvidemos que el vigor corporal afirma la expresión fisonómica, fortalece la voz e imprime a los gestos reposo y seguridad. El pleno equilibrio vital en un cuerpo contrahecho favorece mucho más la resolución que la belleza de las líneas aliada a un débil organismo. Es, pues, vuestro modus vivendi lo que importa esencialmente desde el punto de vista de vuestro aspecto exterior. 2. EL ROSTRO Veamos ahora los cuidados complementarios. En el Arte de adquirir y desarrollar el atractivo Perso7ial señalo tres elementos principales necesarios a la armonía del rostro: perfección del peinado, estado irreprochable de la dentadura y frescura de la tez. Los dos primeros puntos dependen del especialista. En lo que concierne al tercero, notad que la hipoacidez del régimen alimenticio asegura la igualdad y el brillo de la tez, mientras que la hiperacidez repercute fastidiosamente en la epidermis facial: altera el colorido y utiliza-a costa de la estética-el emuntorio de la piel como vía de eliminación, bajo la forma de granos, sarpullidos, etc. Por otra parte, la insuficiencia del sueño basta para ajar un semblante y para hacer que surjan precoces arrugas. El engrasamiento gastrointestinal y renal se señala muy pronto por un tinte descolorido, ictérico, plúmbeo o colémico, por el acné, el eczema o la furunculosis. Se impone, pues, la limpieza interna primordialmente, si se tiende a la pureza externa. Eso expuesto, diremos que vuestra epidermis puede presentar una tendencia natural, normal, ya sea a una excesiva sequedad, ya a la seborrea grasienta. En el primer caso, tenéis interés en evitar el uso del jabón de tocador y agua demasiado caliente o demasiado fría. Utilizad únicamente agua tibia en la cual verteréis una pulgarada de borato de sosa o una cucharada sopera de la loción siguiente:

Agua de laurel-cerezo: 200 gramos Leche de almendras: 300 gramos Para asegurar la perfecta limpieza de la epidermis no es indispensable ningún jabón: pequeñas torundas de algodón embebidas en leche de almendras dulces muy líquida o de agua destilada bastan para ello. Aquellos que no quieran prescindir del jabón debieran elegirlo entre los menos cáusticos; recúrrase, por ejemplo, a un jabón de borato de sosa. Si, al contrario, vuestra epidermis es luciente, seborreica, podéis hacer uso de un jabón a base de ictiol y añadir a vuestra agua de tocador diez gramos de bicarbonato de sosa por litro, o una cucharada sopera de la loción siguiente: Alcoholato de limón: 200 gramos Tintura de benjuí: 20 g. Alcohol de lavanda: 80 g. Benzoato de sosa: 15 g. Tintura de quillay: 30 g. Además, procurad que vuestro rostro no deje traslucir perpetuamente vuestras impresiones y vuestras emociones: esforzaos en conservar un rostro impasible, sobre todo cuando habléis. Ante todo os arrugaréis mucho menos de prisa que aquellos que hacen visajes, ríen y sonríen treinta veces por día. Después, eso os acostumbrará a regir vuestras reacciones. Os ruborizaréis cada vez con menos facilidad (1). Vuestro rostro adquirirá distinción, atractivo, porque no expresará sino sentimientos moderados, reservas y aquiescencias discretas. De ese modo daréis de vuestra personalidad una idea excelente, incompatible con el abandono impulsivo y ruidoso. Sabed, en fin, regir vuestra mirada. No se trata en este caso de que sea fascinadora o hipnotizadora, sino simplemente de educación de los ojos. El primer esfuerzo para ello debe tender al reflejo palpebral, que se procurará que sea cada vez menos frecuente, a fin de dar a la mirada una expresión tranquila y de seguridad. Para ello no hay mejor ejercicio que la lectura, vigilándose para parpadear lo menos posible, como si se quisiera mantener los ojos abiertos con fijeza, con los párpados inmóviles. Una vez conseguido este primer resultado, se procurará habituarse a la vista de superficies brillantes sin bajar los párpados. Entonces se será ya apto para afrontar resueltamente las miradas de cualquiera sin la menor intención provocadora, pero con la tranquila fijeza del hombre seguro de sí mismo e imperturbable. (1) Ciertos medicamentos inofensivos ayudan a combatir el rubor del rostro. Tales son la Kelina y la Loción aneréutica Vassart. 3. EL CUERPO La impresión producida por un rostro cuyo aspecto esté de acuerdo con lo que precede, puede bastar para contrabalancear aquella que cualquier defecto corporal evidente tienda a determinar: una cojera, o una gibosidad, por ejemplo. Muchas veces he visto la prueba de ello en sociedad, porque he encontrado enfermos muy atractivos, muy buscados, seductores. Puedo, pues, decir que todo individuo cuya fisonomía y cuya palabra impresionen agradablemente y cuya limpieza exterior sea irreprochable, puede dejar de preocuparse de las desgracias morfológicas de que esté afligido. Lo que cada cual habrá de tender a combatir es la extrema delgadez y la obesidad aparente. Sabido es que la delgadez- incluso cuando se acentúa lo bastante para llamar la atención-no significa falta de alimentación suficiente, sino más bien una víciación de los metabolismos que turban la asimilación. Una de las tales causas, la principal -la única quizá- de tal anomalía, reside en una constricción músculonerviosa excesiva y continua que ni el mismo sueño logra suspender. El indivíduo delgado debe, pues, aprender a relajar sus músculos, a distender sus nervios. Debe adquirir ese estado constante de relajación que

economiza el desgaste de influjo nervioso en provecho de la actividad visceral. Dos procedimientos permiten esto: Ante todo, imponerse una metódica lentitud en los movimientos. Desde el instante del despertar, vigilarse de manera que se efectúen reposadamente-hasta con lentitud, sobre todo al principio-todos los gestos necesarios para el tocado y para vestirse. Elimínese toda precipitación: Esto no requiere sino un pequeño esfuerzo de atención y regularizar perfectamente el empleo de las horas del día. En seguida multiplíquense las sesiones de distensión íntegra voluntaria. Tendido o sentado, déjese que cada segmento corporal descanse con todo su peso, distiéndanse sucesivamente los músculos del cuello, de los hombros, de los brazos, de los muslos, etc. Abandonarse completamente, de manera que el tono muscular descienda a su grado mínimo. Eso no es una pérdida de tiempo, porque el reposo y reconfortación subsiguientes permiten reanudar más hábilmente y con mayor duración la tarea interrumpida. Antes de entregarse al sueño, síganse las mismas prescripciones. Éstas bastan para vencer gran número de insomnios. La distensión músculo-nerviosa, perseguida con Perseverancia como acaba de decirse, subsiste a no tardar, por lo menos relativamente, incluso cuando no se piensa en ella. En particular durante las comidas, esa relajación, esa desconstricción, persiste y favorece considerablemente la digestión, y por lo tanto la asimilación. Pasemos a tratar de la obesidad. En este caso, las indicaciones varían según la causa predominante. Además, según la edad y la constitución, la reducción de la adiposidad necesita más o menos tiempo. Se correría un grave riesgo procediendo brutalmente, por ejemplo, a reducir de la noche a la mañana, sin bastante circunspección, el volumen de las comidas o a imponerse de pronto un ejercicio muscular demasiado duro. En cuanto a los métodos empíricos a base de medicamentos, los unos, poco eficaces, no siempre son inofensivos; los otros -los que dan resultados rápidos- constituyen una verdadera agresión. Se empezará, pues, prudentemente, por adaptar el régimen a las indicaciones del capítulo precedente, Y cuando se haya conseguido observarle estrictamente, aun se podrán reducir las cantidades de grasas, huevos, feculentos y carnes en provecho de las de cereales y frutas. Desde el punto de vista del movimiento, los sedentarios no acostumbrados a la cultura física preferirán al principio la marcha a pie en etapas de cuatro a treinta kilómetros. Seguidamente, sin dejar de practicar la marcha a pie, se procurará efectuar cada mañana, durante un cuarto de hora, los movimientos preconizados por Desbonnet o los recomendados por Muller. Al cabo de tres a seis meses, si no se ha vuelto a un peso normal, habrá que someterse al examen de un especialista, a menos que no se prefiera empezar por esto último -COsa que evitará siempre inútiles tanteos. 4. DEL VESTIR Prescindiendo de todo bizantinismo, incluso de toda preocupación de elegancia, la elección cuidadosa del vestuario, su extrema limpieza, importan a todo el mundo, pero sobre todo a los tímidos. La convicción de ir vestido convenientemente en cuanto a las propias talla y corpulencia, la certidumbre de dar la impresión de persona cuidadosa y estricta, no puede menos de dar resolución. En su librito Succés et Bonheur, C. R. Sadler invita a sus lectores a que se hagan diversas preguntas, principalmente las siguientes: -¿Conozco alguna persona de apariencia similar a la mía? -¿Qué clase de ropas va mejor a esa persona? A las observaciones de que cada cual podrá sacar provecho con ayuda de esas dos preguntas, agreguemos lo que sigue en cuanto a la elección de las telas: Las rayas en el sentido de altura alargan la silueta; las en sentido de la anchura, así como los cuadros, atenúan la impresión producida por la delgadez. Cuanto más claro es un vestido, más contribuye a acusar el exceso de carnes; cuanto más obscuro, más adelgaza. Acaso se crean superfluas esas indicaciones; pero en realidad son desconocidas por el 60 por ciento de aquellos que debieran tenerlas en cuenta.

5. LA PALABRA El cultivo de la elocución es tan importante desde el punto de vista que nos ocupa, que pudiera servir de base para la reeducación de la timidez. El hombre que sabe hablar, jamás será muy tímido. Su superioridad verbal atraerá fácilmente la atención hacia él. Y al saberse escuchado, bien pronto se enardecerá. Tres elementos principales concurren a la facilidad de elocución: 1º El saber, la abundancia de las ideas; 2º La diversidad y pertinencia de los recursos literales, de donde se sigue la facilidad de la construcción de las frases y de la elección de palabras; 3º El tono de voz y la claridad en la articulación. De esos tres elementos ya trato en mi obra El Arte de hablar bien y con persuasión (1), a la cual remito al lector. Pero ya antes de recurrir a tal libro, cada cual deberá darse cuenta, escuchándose hablar, de si la entonación de su voz es o no demasiado aguda, irritante, desagradable o en exceso grave, confusa, si tartamudea, y después deberá esforzarse en adquirir la costumbre de hablar a media voz, es decir, en el tono equidistante de la nota más aguda y de la más grave que pueda dar. Igualmente conviene vigilar la pronunciación de las consonantes, las cuales rara vez son emitidas distintamente, ya sea porque se articulen las palabras con demasiada suavidad, ya porque se hable demasiado deprisa. Hablad reposadamente, pero con energía, sin precipitar el flujo de las palabras. Comprobaréis que esto actúa sobre la atención de aquellos que os escuchan. Ante todo a éstos les será posible de este modo comprender claramente, sin esfuerzo, lo que expreséis, y, luego, la misma precisión de vuestras palabras grabará éstas en su memoria, acordándose de ellas después. Así, a menudo observaréis que vuestras afirmaciones, a veces inadmitidas por el momento, serán aceptadas dos o tres días más tarde, porque habrán actuado a la manera de una sugestión. (1) De esta Editorial. Desde que un tímido compruebe que puede influir sobre las personas, especialmente por la claridad y firmeza de su palabra, habrá dado un gran paso hacia adelante. Tomará gusto a ejercer su influencia personal y, de pronto, se invertirán los papeles: quien ayer aún se sentía vacilante y temeroso, se verá lleno de ardor para tratar de influir sobre otro. Las entrevistas, las diligencias serán para él verdaderos recreos. Cuando se encuentre en sociedad, considerará a cada uno de los presentes como un sujeto de experimentación con el cual va a ensayarse, ¿Qué es la timidez? ¡Un estado de ánimo! En este libro multiplicamos los medios de modificarlo, de invertirlo, y entre esos medios, el cultivo de la palabra, la práctica de la sugestión (1), ha sido suficiente en gran número de casos para hacer saltar la chispa salvadora. Poned, pues, gran cuidado y atención en vigilaros para adaptar vuestra manera de hablar a los principios indicados antes. En caso de necesidad ejercitaos primero mientras os halléis a solas. Leed en alta voz, articulando claramente, con tonalidad media. Aprovechad cualquier ocasión que se os ofrezca de escuchar a oradores de fama: algo retendréis de lo que oigáis. Insistid en este punto. Seréis espléndidamente recompensados. (1) Véase del mismo autor: Método práctico de Autosugestión y Método científico y Práctico de Magnetismo, Hipnotismo y Sugestión, publicadas por esta Editorial. 6. LA ACTITUD Y LAS EXPRESIONES La seguridad en las actitudes hay que pedirla a la amplitud y actividad respiratorias. Seguidamente se adquieren la facilidad y la elegancia. Una buena educación contribuye a ello y la costumbre del trato social hace el resto. Antes hemos hablado de los ejercicios de extensión de la caja torácica. útiles a todo el mundo, son indispensables al tímido que, además, deberá cuidar, al vestirse, de no ponerse nada que dificulte su respiración. Las ropas algo

amplias le convienen, pues, perfectamente. Cada vez que se sienta turbado, que haga dos o tres profundas inspiraciones, con método, sin apresuramiento, dilatando concienzudamente su abdomen, después sus costillas y por último la parte superior del pecho. Una sensación interior de bienestar y de energía recompensa invariablemente la actividad pulmonar íntegra, y a causa de esa sensación se sustentan y se afirman las actitudes. Tendiendo sobre todo a la calma, el interesado, sin preocuparse de brillar al principio, tratará de permanecer impasible y concentrado en presencia de todos. Lo importante para él es el hacerse invulnerable o poco menos al efecto de las palabras y de las miradas de otro. En seguida, adquirido ya ese primer punto, sus dones naturales se expresarán sin encogimiento, sus movimientos se harán naturales y flexibles, y expontáneas y expresivas sus palabras. Que se guarde de reaccionar a todo cuanto vea u oiga y que sepa guardar silencio ante las risas o la provocación. La hora de la respuesta llegará para él cuando haya adquirido el absoluto dominio de sí. El hecho de no parecer emocionarse y de guardar su lucidez de espíritu pase lo que pase, constituye ya un progreso sensible, una etapa que hay que recorrer antes de ir más lejos. Moderar e incluso inhibir por completo las expresiones fisonómicas que tienden a hacer nacer los sentimientos que se experimentan, tal será el segundo principio a observar. Al principio, eso da al rostro algo de fingimiento, de violencia, lo cual no deja de ser comentado. Poco importa: cada vez que se domine y no reaccione, el tímido habrá logrado una victoria. Habrá substraído su individualidad a las influencias del ambiente. Es un primer paso hacia esa desenvuelta libertad de movimientos que caracteriza la resolución. La misma moderación en la palabra y en las miradas encaminan a éstas hacia la facilidad y la pertinencia. El tímido se abstendrá pues de toda familiaridad, así como de toda arrogancia con nadie. A los ataques opondrá una inflexible cortesía y se ejercitará en rehusar apacible pero tenazmente lo que él no quiera aceptar, a no dar cuenta alguna a quien no deba dársela, y a disponer de su tiempo y de su persona tal como él mismo lo haya deliberado. Eso no dejará de levantar algunas críticas, las cuales se desvanecerán casi instantáneamente, mientras que el carácter reeducador del efecto obtenido subsistirá. 7. LA IRRADIACION «Existe -dice el doctor La Motte-Sage- una influencia sutil e invisible que se desprende de una voluntad firme y fuerte y que rige las otras mucho más que pudieran hacerlo todas las palabras. El que posee ese don, con justo título puede ser considerado como una potencia inquebrantable. Desde el momento en que os ponéis en contacto con tal persona, no podéis evitar el sentir esa influencia. Ninguna razón existe para que vosotros no poseáis ese poder. Tenéis las facultades mentales requeridas: desarrolladlas (1).» La impresión producida por un individuo depende considerablemente de su moral. No concedáis, pues, sino una importancia relativa a vuestro exterior. Procuradle todos los cuidados necesarios para que sea irreprochable, pero al hacerlo tended sobre todo a aumentar vuestra confianza en vosotros. Lo que importa sobre todo es vuestra voluntad, el carácter resuelto de vuestros principios conductores. El pensamiento, aparte de su acción radiante, de la cual ya he tratado en otra parte (2), tctúa sobre la fisonomía, se expresa con la mirada, cincela los rasgos, da firmeza a las actitudes y los gestos. Esto explica el atractivo inmediato que inspiran ciertos seres contrahechos o feos. Inversamente, ¿no se ven también lindos rostros y arrogantes estaturas desprovistos de imantación? La atonía psíquica da cuenta de su escaso atractivo. (1) Doctor LA MOTTe-SAGE, CUrSO Superior de Magnetismo Personal, «New-York State Publishing», Rochester, Nueva York. (2) PAUL-C. JAGOT, El Hipnotismo a distancia, de esta Editorial.

Decidid, pues, ejercitar de continuo vuestra voluntad y, en particular, ejecutar aquello que haYáis decidido. En el momento en que adoptéis una decisión, vuestra energía volitiva tiene ya un papel que representar: el de sostener vuestro esfuerzo de concentración de espíritu. Cuando permanece inerte, tendéis inconscientemente a eludir el esfuerzo necesario para mantener vuestro espíritu tan ampliamente concentrado como haga falta. Entonces decidís de una manera apresurada, para quedar desembarazados cuanto antes. Tomaos el tiempo de madurar y de deliberar cada cuestión, todas sus fases, de pesar minuciosamente el pro Y el contra. Así realizaréis las condiciones requeridas para actuar no sólo juiciosa, ventajosa, diestramente, sino también con convicción y con firmeza. Estad seguros de que vuestra personalidad reflejará esa virilidad moral, que se impondrá a los irresolutos e influirá simpáticamente sobre los demás. Alguien ha dicho: «El que no procede según piensa, piensa incompletamente». Entiéndase por «incompletamente» sin bastante precisión y causalismo. Por eso el primer esfuerzo necesario para el desarrollo homogéneo de la voluntad es un esfuerzo de reflexión, de deliberación. Lo que hace falta deliberar es vuestro objetivo principal en la vida, las diversas etapas que hay que recorrer sucesivamente para alcanzarlo, el plan detallado de la etapa que hay que emprender inmediatamente, el de los años, de los meses que ella comporta, y, a diario, el de las veinticuatro horas próximas. Para llevar a cabo la más sencilla acción, como para el plan más complicado, son indispensables ciertos conocimientos y ciertas facultades. La adquisición de unas y otras, una vez decididas, procurará siempre los recursos de energías necesarias si su oportunidad ha sido claramente, precisamente considerada. La costumbre de la reflexión concentrada disminuye considerablemente la aptitud a sentir la influencia de otro. La vida interior no se deja ya perturbar, porque su ardor y su actividad subsisten en todo momento, en presencia de todos. ¿Cómo se mantendría entonces la timidez, estado de ánimo sensitivo y negativo? El hombre reputado como el de más débil voluntad, no conoce obstáculos cuando está impulsado por una idea de la que se ha apoderado hasta el punto de saturar su espíritu. Tenaz, infatigable, intenta, ensaya, a veces fracasa; pero vuelve a la carga; si se desanima, no es por mucho tiempo. Ved pues la importancia de saturaros de los pe nsamientos que queréis realizar y, para ello, de reflexionarlos largamente y a menudo. Esa actividad mental nada tiene de desagradable; solamente aquellos que no están acostumbrados a ella la rehúyen al principio, como rehúyen por lo demás toda iniciativa nueva. Después de algunos esfuerzos, el atractivo empieza y aumenta progresivamente. A menudo hemos hablado de autosugestión; pero la mejor de éstas es aquella que se da meditando, representándose a sí mismo claramente, ardientemente, la oportunidad de actuar de una manera determinada, de conservar tal o cual actitud, de imponerse tal o cual esfuerzo. De ese modo se determina por anticipado la voluntad de manifestar la inflexibilidad que se desea conservar en el momento previsto. Si sacáis partido de ese principio, vuestra fuerza de carácter no tardará en acentuarse lo suficiente para que sus repercusiones sobre vuestra fisonomía, vuestras palabras y vuestras maneras se impongan a todos

CAPITULO V La impasibilidad 1. La acción profunda de las actitudes. - 2. Inhibid vuestras reacciones externas. - 3. Afrontad las impresiones que temáis. - 4. Acumulad las representaciones mentales de imperturbabilidad. - 5. Influjo nervioso, energetismo y resolución. - 6. El sistema Rénovan. - 7. La ayuda aportada Por el análisis psicológico. 1. LA ACCIóN PROFUNDA DE LAS ACTITUDES Hasta profundamente turbado, el hombre lo bastante acostumbrado a dominarse, puede conservar la apariencia de una calma perfecta, mantener impasible la

expresión de su fisonomía; en una palabra, no dar a conocer en nada la agitación de su pensamiento. Esto constituye una etapa hacia la imperturbabilidad integral: la que caracteriza tan bien el pensamiento como sus signos visibles. Armaos de coraje para llevar a cabo dicha etapa y pronto seréis de aquellos en quienes nada altera la presencia de espíritu y la serenidad. ¿Por qué no empezar por cultivar la calma interior, la calma profunda? Porque la voluntad tiene más inmediata acción sobre la expresividad que sobre la emoción y porque toda actitud que afectamos tiende a crear el estado de espíritu que le corresponde. La experimentación hipnótica demuestra esto. En efecto, en un sujeto situado en el segundo estado de hipnosis, en ese estado que se denomina «catalepsia», cada actitud que se le hace tomar determina rápidamente la emoción correlativa. Lo que los experimentos de laboratorio ponen en evidencia, lo confirma la observación. Si tenéis aspecto de fastidiaros, no tardaréis en sentiros realmente irritados. Caminad con la cabeza baja y la espalda inclinada, y bien pronto acudirán a vuestra imaginación los pensamientos graves y los recuerdos melancólicos. Un cuarto de hora de esgrima, o de lucha, o de boxeo, despertará en vosotros el antiguo instinto combativo. Si experimentáis una cólera violenta, hablad suavemente y con mesura; así recuperaréis vuestra calma rápidamente. De ello podríamos dar gran número de ejemplos. Al hombre que busca la fe religiosa, el sacerdote le recomienda que se imponga los actos de la fe; porque sabe que si éstos son llevados a cabo concienzudamente y con persistencia, a ello seguirá el estado de ánimo correlativo. Al hombre que quiera lograr la RESOLUCIóN. le diré: imponte la máscara de la imperturbabilidad y esta última calificación se elaborará indefectiblemente en ti. 2. INHIBID VUESTRAS REACCIONES EXTERNAS ¿Cómo lograrlo? Para empezar, vigilaos atentamente de manera que no dejéis traslucir nada, que no expreséis la repercusión de las impresiones que recibáis. Generalmente, un ruido súbito os arranca una exclamación: contenedla y permaneced silenciosos. Alguna cosa se os ofrece a vuestra mirada que os sorprende y os disponéis a manifestarlo así: os hacemos para este caso la misma recomendación que antes. ¿Chocáis, os pincháis u os caéis? En este caso, reposadamente, haced que desaparezca el efecto físico de ese pequeño incidente, pero no lo comentéis, Llega a vuestro olfato algún efluvio suave o violento, grato o desagradable: alejad el origen de él, si es posible, pero mantened la impasible inmovilidad de vuestros rasgos y apretad los dientes. No deis pruebas de impaciencia o de despecho si Se os sirve un alimento demasiado caliente o mal Presentado: tomad las medidas que el caso requiera, Pero sin perder vuestra flema. No vayáis a imaginaros que en ello hay pasividad: al contrario. Al dominaros, dejáis de depender impulsivamente de vuestra impresionabilidad sensorial. Cesáis de permitir que, sin vuestro consentimiento, ella determine la menor palabra o el menor gesto inútil. En seguida aplicad el mismo principio a vuestras impresiones morales. Que el tono de las palabras que se os dirija y que las opiniones o consideraciones emitidas en vuestra presencia os dejen impasibles exteriormente. Si os veis obligados a responder -si eso os reporta una utilidad evidente, cierta-, hablad lacónicamente y procurad que vuestro rostro sea inexpresivo. Contrariados o decepcionados, no permitáis que nadie se dé cuenta exactamente de lo que os pasa. Mirad a todo el mundo cara a cara, con mirada tranquila, fríamente, con resolución. Si notáis que enrojecéis, si alguno os lo hace observar, decíos: «Me da lo mismo: dentro de algún tiempo esto no ocurrirá»; y a quien observe vuestro rubor decidle: «Es posible», y nada más. Reaccionando así, llegaréis a tomar la dirección personal de vuestros automatismos y a haceros invulnerables a la influencia -involuntaria o voluntaria- de otro. Después de sólO algunos días de esfuerzos serios, comprobaréis que la presencia de las personas, su actitud hacia vosotros, sus palabras, sus acciones os afectan mucho menos que antes.

Persistid aún en la puesta en práctica de los consejos precedentes, y la costumbre de permanecer impasibles, incluso cuando os sintáis afectados, se instaurará en vosotros lo bastante fuertemente para garantizaros contra todo desfallecimiento. En fin, la calma profunda, la calma real, la del pensamiento, la de la sensibilidad, la de los nervios, empezará a manifestarse en vosotros, a afirmarse hasta tal extremo, que en ese aspecto llegaréis a ser un ejemplo entre los hombres. Repetíos con frecuencia: «¿Qué es lo que puede influir en mí a pesar de mis deliberaciones razonadas? ¡Nada! ¿Quién puede someterme a su influencia sin que yo haya admitido previamente la rectitud de ella? ¡Nadie! Concibo, reflexiono, observo, decido, hablo y actúo con perfecta libertad». Impregnad bien vuestro espíritu de esos pen samientos mientras os llega el sueño, cada noche. Ellos se grabarán en vosotros mientras dormís, y en los siguientes días actuarán útilmente sobre vosotros. Un último consejo a propósito del control de las actitudes: imponed a vuestras palabras y a vuestras maneras el sello de una perfecta cortesía, sin perder de Vista que ésta no excluye en modo alguno la firmeza; al contrario. 3. AFRONTAD LAS IMPRESIONES QUE TEMEIS Cuanto más adaptado se esté al apartado precedente, mejor dispuesto se estará para llevarlo a la práctica. Se trata de librarse de ciertas entrevistas y de ciertas diligencias en el curso de las cuales se siente uno desagradablemente impresionado. Para cada tímido hay hombres particularmente penosos de abordar. Sus miradas, sus palabras, sus modales, parecen determinar una especie de opresión. Pues bien, vosotros, los que leéis este libro, elegid la persona ante la cual os sintáis más a disgusto y no perdáis ninguna ocasión de afrontarla. Y como en ello no hay nada que temer y en cambio mucho que ganar, rehusarlo sería una verdadera pusilanimidad. Haced un esfuerzo para responder firmemente, para sostener vuestro punto de Vista hasta el fin. Conservad una máscara de inmovilidad; mirad, mirad osadamente, no cedáis. Si esa persona diera pruebas de estar colérica, dejad pasar el huracán Y persistid después con tono tranquilo y positivo. Como estará habituada a que os mostréis cohibidos cuando eleva la voz, vuestra resistencia le desconcertará. Probablemente no lo dará a conocer, pero la próxima vez que le habléis comprobaréis que se muestra más mesurada. Vosotros mismos os sentiréis más osados y no tardaréis en tomar gusto a los esfuerzos reaccionales de ese género. Si existe una mujer a la cual, habitualmente, no oséis hablar, cuya exterioridad os turbe, elegidla como sujeto de vuestras prácticas y tomad la iniciativa de entablar con ella conversación. Sin duda continuaréis sintiendo embarazo, sobre todo si sois jóvenes; pero, por poco que hayáis practicado el apartado 2, sabréis mantener la impasibilidad de vuestros rasgos porque habréis adquirido ya un cierto control sobre las manifestaciones exteriores de vuestra emotividad. Cada tentativa constituye una victoria sobre vuestro modo de ser innato, aún en el caso de que no desempeñéis un papel muy brillante. No harán falta más de una docena de ensayos para salir perfectamente con bien. Hay asimismo un gran número de diligencias que le repugnan al tímido: desde el hecho de ir a un almacén para que le reembolsen el importe de un artículo recientemente adquirido, hasta las solicitaciones de uso acostumbrado en los negocios. También en esos casos deberéis mostraros enérgicos. Marchad hacia adelante, tenazmente, sordos a las negativas; insistid. Centrad vuestra voluntad en el resultado perseguido. Encarnizaos en conseguirlo. A menudo encontraréis oposición y eso repercutirá en vuestros nervios, pero éstos se acostumbrarán pronto a soportar el choque y a no tardar encontrarán en ello placer. Acordaos de que cuanto más difíciles os parezcan los ejercicios, más necesarios os son. Nadie en el mundo debe influir sobre vosotros. No permitáis que ocurra de otro modo. Determinaos a dominaros hasta tal punto que os mostréis tan apacibles en medio de una asamblea o en presencia de un rey como cuando estáis a solas u os dedicáis tranquilamente a vuestras ocupaciones familiares. A ello

podréis llegar si efectuáis a tal fin los esfuerzos indispensables. No aplacéis, no dejéis para otro día esa labor: empezad hoy mismo. 4. ACUMULAD LAS REPRESENTACIONES MENTALES DE IMPERTURBABILIDAD El espectáculo de la audacia deja siempre en el espíritu una huella perdurable, la cual constituye una incitación a osar. Buscad, pues, la compañía de aquellos que tienen aplomo, de las personas flemáticas y calmosas. Su naturaleza influirá inevitablemente en la vuestra; hasta tal punto, que os sentiréis llevados a imitarles. Alejad de vosotros, por el contrario, a las personas timoratas y cobardes, pues su ejemplo os deprimirá. Si os veis obligados a frecuentar semejantes caracteres, consideradles como un ejemplo de aquello de lo que hay que huir. Asimismo podéis crearos toda suerte de representaciones mentales estimulantes. Imaginaos ya provistos de las calificaciones que deseáis. Poned vida y precisión en esa creación imaginativa. Figuraos que poseéis el máximo de resolución y que os encontráis en diversas circunstancias que en otros tiempos os eran embarazosas. Representaos mentalmente que estáis hablando y actuando con atrevimiento, sin prisas, seguros de vosotros mismos. Vivid Imaginariamente todo aquello que os será posible intentar cuando hayáis conquistado definitivamente una resolución integral. Repetid con frecuencia ese ejercicio de autosugestión, sobre todo antes de iros a la cama. Cuando preveáis que habréis de tratar con alguno de quien teméis la influencia, meditad de antemano la entrevista con él. Definid bien las dificultades con que esperáis tropezar. No presumáis de vuestros medios actuales, pero decidid sacar el mejor partido posible de un esfuerzo concienzudo conforme a las reglas ya indicadas. Lo que sobre todo es preciso que os sugiráis es que, llegado el momento, efectuaréis un serio esfuerzo, un esfuerzo superior a aquellos que ya hayáis intentado antes en casos parecidos. Armaos así de disposiciones combativas, repetíos que os dominaréis, que si experimentarais turbación la venceréis lo bastante para que no se trasluzca nada de ella. Releed el capítulo ii de la presente obra, y particularmente el apartado 4 del mismo, a fin de estimular vuestra avidez de imperturbabilidad. Después de la entrevista, haced examen de conciencia. Ved si habéis demostrado voluntad y manifestado energía. Anotad las debilidades que os hayáis tolerado. Examinad si no lo podríais haber hecho mejor. Todo ello con la idea determinada de sobrepasaros en la próxima ocasión que se os ofrezca. No os apresuréis a creeros libres de vuestra timidez porque una entrevista haya transcurrido aún mejor de lo que habíais previsto, porque hay todavía dificultades que no conocéis. No os desmoralicéis, por otra parte, porque os hayáis doblegado seriamente, ya que el choque de dos personalidades reserva a veces una sorpresa al MáS firme. Sólo la reiteración de los asaltos, únicamente la práctica infatigable y resuelta, permite adquirir la perfecta imperturbabilidad. En fin, no olvidéis que todo esfuerzo deja un resultado duradero que os aproxima al objetivo final. Por consiguiente, no os descorazonéis jamás; actuad siempre. 5. INFLUJO NERVIOSO, ENERGETISMO Y RESOLUCION Los esfuerzos que hay que llevar a cabo para conformarse con nuestras prescripciones necesitan una disponibilidad suficiente de influjo nervioso. Normalmente, el organismo elabora de él más que consume. El exceso se almacena en ciertas redes de ganglios denominados «plexos» y ligados al cerebelo por el gran simpático. El cerebelo y los plexos deberían contener siempre una gran reserva nerviosa, porque entonces jamás estaríamos débiles, en déficit, a causa de esos gastos suplementarios, ocasionales, de los que ninguna existencia está exenta: emociones intensas, impresiones sensoriales bruscas, esfuerzos de atención prolongados, contrariedades, etc. Pero los débiles, los excesivamente trabajados y los tímidos, rara vez poseen el mínimo indispensable de fuerza nerviosa. El menor gasto imprevisto perturba su ser. Basta un ligero choque para determinar en ellos una verdadera hemorragia fluidica que deprime instantáneamente su psiquismo. Y es porque, por otra parte, se observa en ellos

una incoordinación a la vez mental, emocional y motriz de la cual la timidez no es sino una de las manifestaciones. En esas condiciones, se podrá preguntar: ¿cómo encontrará el tímido el energetismo indispensable para cada esfuerzo propuesto? Y a ello contestaremos: observando los apartados 2, 3 Y 4 del capítulo III, porque la observancia de las indicaciones que en ellos están contenidas ahorra influjo nervioso sin gastarlo inútilmente o, por lo menos, elabora mucho más del que exigen. En segundo lugar, por la observancia del parágrafo 2 del presente capítulo: cada inhibición aconsejada equivale a una economía de influjo nervioso. En fin, debemos señalar a los lectores un método nuevo cuyo objeto es restaurar poderosamente la acumulación de la fuerza nerviosa en el plexo y en el cerebelo mediante la utilización de un principio enteramente nuevo. Casi todos mis lectores saben qué se entiende por «sugestión» y por «autosugestión». Se dice «sugestión» cuando una persona actúa sobre otra y «autosugestión» cuando una misma persona llena a la vez el papel de agente y de paciente dirigiéndose a sí misma incitaciones o formando voluntariamente imágenes mentales de naturaleza tal que influyan útilmente sobre su estado. Hasta aquí convenía recurrir a un sugestionador si se prefería conservar un papel enteramente pasivo, o imponerse un esfuerzo, y por lo tanto un desgaste energético, si se quería autosugestionarse. El nuevo método de que hablamos constituye un progreso sobre los dos precedentes porque substituye al práctico o al esfuerzo personal del paciente por medio de un dispositivo material cuya acción puede ser prolongada o renovada ad libitum, siendo de duración indefinida el dispositivo en cuestión. Actualmente constituYe Por sí solo un tratamiento completo de todos los géneros de timidez. En tiempos pasados ensayé numerosos tratamientos, más o menos eficaces, de los que nada diré aquí, ya que he querido mencionar tan sólo el único método cuya eficacia se ha revelado inmediata y poderosa en mi caso personal, cuando estaba muy lejos de tener el grado de perfección que poseo actualmente. 6. EL SISTEMA RENOVAN Este método, que ha sido minuciosamente estudiado en sus dos partes distintas por Fred Cohendy, doctor en Ciencias de la Universidad de Wáshington, y por el doctor J. A. Martinie, de la Facultad de Medicina de París, se compone primeramente de una serie de pantallas luminosas autosugestivas que actúan sobre el tímido, sin que la voluntad tenga que intervenir, y destruyen en su inconsciente las substrucciones de la timidez. Todos los sentimientos, todos los pensamientos, todos los actos rechazados que en el curso de los años han contribuído -aportando cada uno de ellos su parte y uniéndose unas partes a otras- a constituir ese «bloque de aprensiones diversas y justificadas» que, según la enérgica expresión del doctor Martinie, de quien tomo esta exposición, constituye la timidez; todas esas manifestaciones psicológicas, son inconscientemente eliminadas por la acción automática de las pantallas triboluminiscentes descubiertas por Fred Cohendy. En segundo lugar figuran unas instrucciones redactadas por el doctor Martinie, especialista bien conocido en psicoanálisis, destinadas a completar el efecto de las pantallas autosugestivas triboluminiscentes (denominadas acumuladores Rénovan porque sugestionan al paciente con miras a aumentar su potencial de influjo nervioso). Indicaciones de masaje y de ligera calistenia procuran una nueva energía al fatigado plexo de un tímido. De las prescripciones del régimen favorable a la resolución se hace también un llamamiento en este sistema, que contiene además numerosas indicaciones reeducadoras de la atención, de la mirada, del gesto y de la palabra, indicaciones que lo completan. Una de las más notables características de este método es la rapidez de su acción. En la mayoría de casos, tan sólo ocho días de aplicación son suficientes para determinar los resultados deseados. El uso sucesivo de las ocho pantallas acumuladoras (una cada noche) y la puesta en práctica de las ocho series de instrucciones, forman un ciclo que perfecciona la obra del sistema Rénovan; pero, en estos dos últimos casos, no se trata aún sino de emplear en el

tratamiento dieciséis a veinticuatro días, lo cual se convendrá que es un breve plazo. Cuando se han adquirido definitivamente los resultados, una última serie de instrucciones es remitida al interesado, que entonces se inspira en ellas para desarrollar hasta su último grado la resolución que acaba de adquirir. 7. LA AYUDA APORTADA POR EL ANALISIS PSICOLOGICO Factor esencial de la timidez, la aprensión (de acercarse a alguien, de aparecer en público, de ser ridiculizado, etc.) paraliza a menudo la resolución de esforzarse al logro de la imperturbabilidad. Para combatir esos temores imaginativos, basta con reflexionar un poco. Ante todo, no se deduzca espontáneamente de la calidad, de la importancia o del aspecto exterior de aquellos con quienes haya que tratar que necesariamente van a ser desagradables. Cuando por encima de todo se teme una mala acogida, es lo más natural figurarse que la entrevista será penosa. El lector que me comprenda reatcionará contra esa tendencia y admitirá que en todos los medios sociales se encuentran personas corteses y hasta benévolas. Alguien que quizá os haya recibido mal ayer, acaso se muestre mejor dispuesto mañana, porque su «humor» obedece a un ritmo, ya que carece de imperio sobre sí mismo. Inversamente, no deberéis asombraros cuando, después de una acogida muy animadora, un tercero os reciba fríamente. Preocupaos de vuestra actitud, no de la suya. Sed inmutablemente tranquilos y mesurados y esa persona acabará por sufrir el ascendiente de esa firme continencia. El tímido está igualmente inclinado a ver una animosidad personal en las palabras o las maneras de otro, que le desconciertan. ¿Os habéis preguntado jamás por qué un fulano cualquiera os parece irritable, impaciente, altanero, en una palabra, desagradable? Si os hubierais hecho tal pregunta, habríais encontrado muchas explicaciones por completo extrañas a sus disposiciones respecto a vosotros. Entre esas explicaciones, he aquí algunas: - Un trastorno visceral (estómago, hígado, riñones, intestinos) basta, a causa del malestar continuo que inflige, a irritar los nervios y el carácter; - El interesado -a pesar de todas las apariencias- tiene quizá dificultades, preocupaciones obsesionantes, un descontento profundo que no sabe dominar y que influye en su sociabilidad; - Tal individuo forma parte acaso de esa clase de personas desprovistas de autoridad y de prestigio y que ocultan su debilidad tras la arrogancia; - Un grave contratiempo en su carrera o en su vida íntima quizá le mantenga en un estado de perpetuo descontento; - Él cree quizá darse importancia mostrando un talante desdeñoso. Si os acostumbráis a considerar a las personas con los ojos investigadores de la inteligencia, vuestra emotividad se afectará cada vez menos con sus manifestaciones. La misma recomendación tiene su valor respecto a los burlones, a los inquietadores y en cuanto a aquellos que buscan y provocan ocasiones de poner en evidencia las ridiculeces de otros. Esa predisposición denota a la vez frivolidad -un estado de infantilismo cerebral- y una vanidad esclava de la aprobación de los demás, preocupada por brillar con desenvoltura a expensas del embarazo de aquellos que carecen de aplomo. He conocido tímidos inteligentes y cultos, pero no se de ningún burlón que no sea superficial y vanidoso. La resolución de los burlones no va jamás, por otra parte, muy lejos, porque ellos se cansan pronto si no se reacciona y rara vez se meten dos veces seguidas con aquellos que saben responderles. Si les dais infatigablemente la impresión de que sus bromas os dejan por completo indiferentes, les decepcionáis y su impulso no tarda en ceder. En presencia de cualquiera, tratad de formaros una idea rápida y bien fundada de su carácter, de los móviles que le inspiran, de las inclinaciones a que obedece. Para ello basta observar y después reflexionar acerca de las propias observaciones. A ello os podréis ayudar mediante las nociones que he expuesto en mi libro El arte de hablar bien y, con persuasión o con el sistema detallado que constituye el objeto de mí tratado de las Marcas reveladoras del carácter. Entonces, las manifestaciones, hasta las más penosas, de vuestros semejantes os

interesarán lo suficiente para que las consideréis con mirada fría como fenómenos inseparables de la vida. De ese modo dejaréis de «tomar a pecho» como ofensas personales los defectos psicológicos de aquellos con quienes tengáis que tratar. Y ese sencillo resultado contribuirá considerablemente a daros libertad de espíritu y a sentiros tranquilos ante cualquiera y en todo lugar.

CAPITULO VI La independencia 1. Decidid ser independientes. - 2. El valor del silencio. - 3. Conservad la iniciativa de vuestras decisiones. - 4. Libraos de la preocupación por la opinión de los demás. - 5. Cómo fortalecer vuestra firmeza. - 6. Adoptad el papel activO. - 7. Quered. 1. DECIDID SER INDEPENDIENTES Hasta que ha dominado su emotividad, el tímido sufre al darse cuenta de que su equilibrio intelectual y nervioso se halla fácilmente alterado por la actitud de aquellos que le rodean. Por ejemplo durante el trabajo basta con que se sepa observado de cerca para que cometa torpezas y errores. Si oye que reprueban sus sentimientos o sus concepciones, se afecta por ello. En general teme la crítica, el desacuerdo e incluso la simple presencia de las personas burlonas, acerbas o coléricas. Ya hemos visto que el primer esfuerzo que hay que llevar a cabo para librarse de esa dependencia consiste en imponerse -por muy impresionado que se esté- la impasibilidad exterior, en conservar una expresión tranquila, una mirada firme y una palabra mesurada. Cuando se ha esforzado uno en conseguir eso durante cierto tiempo, se hace cada vez más fácil y espontáneo. Pero para adquirir esa imperturbabilidad interior inquebrantable que constituye la independencia psicológica, son indispensables nuevos esfuerzos. Como ya vimos en el capítulo II, la energía necesaria para llevar a cabo un esfuerzo serio con miras a un fin determinado tiene su origen en la avidez que se siente de obtener ese resultado. Empezad, pues, por estimular vuestra avidez de independencia. Para ello, lo mejor sería anotar: 1º Las diversas circunstancias en que os hayáis sentido afectados, turbados, molestos, emocionados, a vuestro pesar, y en que, por consiguiente, habéis conocido por el estado de vuestros nervios lo desagradable que es depender de otro; 2º Las ventajas que habríais obtenido en el curso de vuestra vida pasada si hubierais estado siempre imperturbables. Anotad eso seriamente, legiblemente, con todo detalle. Completad cada día vuestra lista hasta que la juzguéis acabada. Leedla una y otra vez. Una nueva energía se elaborará en vosotros y de ello tendréis conciencia por un sentimiento de aversión violenta al hecho de ser accesibles a la influencia de los demás, así como por un deseo muy vivo de inmunizaros. Recurrid a vuestra imaginación para Vivir por anticipado las satisfacciones de la independencia interior. Daos cuenta de cuánto más agradable será vuestra vida cuando hayáis adquirido esa prerrogativa. Podréis ir a todas partes, a una reunión más o menos concurrida, sin más emoción que la que experimentaríais al hallaros en una sala vacía. En presencia de X., cuya personalidad os ha oprimido siempre, os sentiréis fríos y dueños de vosotros. Cualquier examen o interrogatorio, gestión, visita, etcétera, será para vosotros un placer porque ya no os impresionará. Multiplicad esas ideaciones reconfortantes. 2. EL VALOR DEL SILENCIO Dispuestos al esfuerzo práctico por las meditaciones autosugestivas que preceden, fijaos como primer objetivo el resistir a las solicitaciones exteriores que tienden a haceros hablar impulsivamente. El silencio engendra la firmeza y la impasibilidad. Si ya os ha ocurrido el permanecer silenciosos,

aislados, durante ocho o quince días, habréis ya podido comprobar cuán resueltos os sentíais al salir de esa especie de retiro. Pues bien, el silencio voluntariamente observado, no en la soledad sino en medio de los demás, es cien veces más eficaz todavía. El hecho de hallarse rodeado de muchas personas, de vivir en contacto con los familiares, equivale a una especie de sugestión constante que tiende a constreñirnos a exponer nuestros puntos de vista, nuestros sentimientos y nuestros proyectos, a confiar nuestras opiniones o apreciaciones, a comentar los menudos incidentes del momento. Contrarrestad esa sugestión por vuestra voluntad. Guardad silencio y habréis dado un paso decisivo hacia la independencia interior. En sí, el silencio no es insoportable sino a un pequeño número de personas pueriles, vanas, incapaces de encontrar en sus propios pensamientos un atractivo suficiente. Pero muchos de aquellos que con gusto permanecerían silenciosos, temen parecer, si se callan, poco inteligentes o insociables. En este caso son necesarios el tacto y el buen juicio. Durante las horas de trabajo, es muy fácil eludir la conversación haciendo uso de un laconismo cortés pero firme. Fuera de esas horas de actividad y, en particular, en el momento en que las necesidades físicas imponen diversas reuniones, será posible hurtarse muy fácilmente al impulso verbal poniendo cuidado en hacer hablar a los demás, otorgando una sostenida atención a lo que dicen. Algunas aprobaciones, algunas diestras preguntas sirven para eso. Habladles de ellos, conducidles a exponer sus ideas, a extenderse acerca del tema que les interesa. De ese modo, en nada traicionaréis vuestros pensamientos. Os habréis limitado a pronunciar algunas insignificantes palabras y sin embargo pasaréis por personas de encantador carácter, porque habréis satisfecho la vanidad de cada uno escuchándole y testimoniándole interés. La influencia de los demás sobre vosotros disminuirá con prodigiosa rapidez si observáis la regla del silencio absoluto -la mayor parte del tiempo, relativo en algunos instantes. Pronto comprobaréis que ya no os impresiona nada. Sabréis decir «no», rehusar amablemente pero sin dar explicaciones, sin dar a conocer por qué preferís negaros. La arrogancia, lo mismo que la ironía, no harán en vosotros más efecto que un ruido material proveniente de una fuente indiferente. En pocas pa labras, vuestra calma, vuestra claridad de espíritu, el curso de vuestros pensamientos, cesará de ser tributario de lo que os rodea. Habréis conquistado la independencia. Además, os sentiréis cada vez más osados cuando hayáis de hablar útilmente. No vacilaréis ni en pedir una explicación ni en hacer una observación, un requerimiento, etcétera, incluso con la perspectiva de una acogida desagradable, la cual no os impresionará ni os impedirá persistir. 3. CONSERVAD LA INICIATIVA DE VUESTRAS DECISIONES Para fortalecer aún más vuestra independencia moral, procurad buscar por vuestros propios medios las consideraciones de donde se siguen vuestras decisiones, desde las más pequeñas hasta las más importantes. En tanto que la actividad cerebral no haya adquirido un cierto desarrollo, por lo general gusta más dejarse influir y sugerir que reflexionar y decidir por sí mismo. Se procura más bien hallar una solución que tenga la aprobación de otro que discernir por un serio esfuerzo de concentración mental lo que es preferible hacer. Dirigid una mirada en torno vuestro: así que alguien se encuentra frente a una dificultad, o experimenta un contratiempo, o debe optar por uno u otro partido, su primer impulso le lleva a exponer su caso, a hablar a unos y a otros de lo que le preocupa, con la esperanza de ser aconsejado, de sentirse movido a adoptar tal o cual táctica. Si queréis ser insensibles a la influencia de los demás, no choquéis contra tal escollo. En vez de buscar vuestra inspiración en torno vuestro, buscadla en vosotros mismos, y a tal fin aislaos para reflexionar, para estudiar la cuestión que os preocupa y examinarla en sus distintos aspectos. Si para aclarar vuestro juicio sentís la necesidad de saber alguna cosa que ignoráis, acerca de ese punto especial procuraos la opinión de alguna persona competente. Hacedle las preguntas precisas más necesarias, sin permitirle que penetre en vuestro pensamiento.

A menos de abandonar a la deriva su propio destino, cada cual debe perseguir un objetivo bien determinado, saber qué es lo que quiere obtener y a dónde quiere llegar. ¿Qué elegir? ¿Cómo decidirse? Instruyéndose y observándose a fin de conocerse, de darse cuenta de las posibilidades compatibles con la constitución física, el nivel intelectual, las facultades y las aptitudes que se poseen y las oportunidades circunstanciales. Así se hace madurar por sí mismo las principales decisiones que hayan de tomarse en el curso de la existencia y uno se encuentra orientado para buscar, cuando el caso se presenta, la manera de resolver cualquier dificultad de detalle. En toda circunstancia hay evidentemente un partido que tomar preferible a los demás. No esperéis que vuestros semejantes lo descubran por vosotros: buscadlo vosotros mismos, y cuando creáis que lo habéis hallado, actuad en consecuencia sin tener en cuenta las preocupaciones que eso puede suscitar en torno vuestro. Acaso cometáis con toda seguridad errores, pero la experiencia os aclarará y documentará vuestro juicio. ¿Son tímidos los que desde hora temprana han querido volar con sus propias alas y decidir por propia iniciativa? ¡Jamás! ¿Tiene alguna acción sobre ellos la influencia de los demás? ¡En manera alguna! Andan con paso seguro y saben mirar a cualquiera fríamente y frente a frente. Imitadles. Tened en cuenta todas las opiniones, examinadlas con método; pero, en último caso, forjaos vosotros mismos una decisión. 4. LIBRAOS DE LA PREOCUPACION POR LA OPINION DE LOS DEMAS Ya hemos hecho notar el papel que desempeña el temor de parecer lo que no querríamos o de no parecer lo que querríamos. Ese temor es la base del 80 por 100 de los sufrimientos que experimenta el tímido. De una manera general, toda persona no iniciada en la cultura psíquica atribuye una importancia considerable al efecto que ella cree producir sobre los demás, a la opinión que se imagina que tienen de ella. Le importa más parecer y que se sepa, que serlo y que se le ignore. En el tímido, esa disposición se agrava de enfermizo modo porque él se exagera sus inferioridades y busca con ansia el conciliarse la aprobación o la consideración de aquellos que le rodean. Tiembla a la sola idea de no obtenerla. Por eso su bienestar nervioso y su serenidad mental dependen de otro. Pero los tímidos, tal como lo digo en otro de mis opúsculos, son casi todos ellos, en razón misma de su hipersensibilidad, inteligentes. Se darán cuenta, pues, fácilmente de que lo que les importa no es parecer sino ser realmente, atendido que el valor, la aptitud, el talento, la superioridad reales, silenciosos y despreocupados de la aprobación de los demás, no tardan jamás en imponerse. La evidencia no necesita defensores: se traza por sí misma un camino hasta la conciencia de los espíritus que no están obscurecidos por obnubilación patológica. Aconsejo, pues, a mis lectores ávidos de esa independencia psicológica que es el objeto del presente capítulo, que se ejerciten en dejar de derrochar su energía mental con miras a la aprobación de los demás. Que se preocupen únicamente de su propia aprobación y que se esfuercen en merecerla. La actitud más o menos agradable que les testimonien algunos, no tardará en serles por completo indiferente. Analizaos sin complacencias. Haceos preguntas precisas: 1º ¿Qué es lo que sé? Enumerad las cuestiones de las cuales tenéis siquiera nociones, anotad el nivel de conocimientos qúe poseéis acerca de cada cuestión. ¿Tenéis en algún ramo del saber humano una competencia especial? ¿Qué os falta para alcanzar el nivel de superioridad que haría esa competencia indiscutible? 2º ¿Qué soy? Evaluad vuestra constitución física, su vigor, sus insuficiencias, vuestra capacidad de trabajo o de producción, tanto material como intelectual. No temáis enfrentaros con vuestras inferioridades, porque es la condición esencial para modificarlas; pero no las ampliéis. Examinad vuestras facultades: atención, memoria, juicio, imaginación, ingeniosidad, las posibilidades de vuestra asimilación, vuestro valor, vuestra tenacidad, vuestra firmeza, etc. Un examen de ese género, concienzudo, meticuloso, tendrá como primer efecto animar vuestra vida interior y concentrar vuestros pensamientos sobre vosotros mismos, lo cual disminuirá automáticamente vuestra preocupación por la opinión

de los que os rodeen. Ha de ser manifiesta para vosotros esta verdad: que no encierra ningún provecho el ser estimado en más de lo que uno merece o en más de lo que se puede, mientras que no existe sino un débil inconveniente cuando se posee un real valor intelectual o realizador y algunos lo discuten o no tienen de ello una exacta noción. Conviene preocuparse no de parecer sino de poder, y para fijar las ideas creo deber reproducir aquí la enumeración indicada en mi Curso por correspondencia de Educación psicológica. He aquí, pues, qué es lo que debe preocuparos: - Aprender a retener toda noción, rápida y exactamente; - Acordarse con precisión y a propósito de toda cosa oportuna; - Saber razonar y dominarse; - Poder fijar, prolongar, sostener la propia atención sobre cualquier tema, sin distracción, sin dificultad ni fatiga excesivas; - Pensar con claridad; - Desarrollar un juicio con método, penetración y precisión; - Resistir a las sugestiones e influencias exteriores; - Vencer las propias impresiones; - Ser dueño de los propios emociones, sensibilidad y sentimientos; - Buscar y hallar la manera de proceder para obtener un resultado, realizar un proyecto o resolver una dificultad; esto es, tener iniciativa; - Mantenerse inaccesible a toda costumbre perJ udicial; - Proceder en todo con calma, confianza y circunspección; - Continuar deseando, ejecutando aquello que se haya decidido, amoldándose a una regla adoptada, a pesar de todos los obstáculos; - Expresar el propio pensamiento con palabras claras, con firmeza, mesura y seguridad; - Contener los propios impulsos; - Adaptarse rápidamente a una situación nueva y asimilarse en un mínimo de tiempo la ejecución de una tarea definida; - Sentir una confianza sostenida en sí mismo; - Ser por completo dueño de sí en presencia de otro. Si, como consecuencia del examen precedente, emprendéis la tarea de adquirir lo que falta a vuestra personalidad, pronto os sentiréis firmes y resueltos en presencia de todos. El impulso a hablar o a actuar para dar a los que os rodeen una idea aduladora de vuestra importancia cesará de manifestarse. Sin que hagáis nada de especial para ello, vuestra actitud, Vuestras miradas, vuestra palabra tomarán ese carácter resuelto que inspira la verdadera consideración. Vuestra actitud hará evidente vuestro valor por los resultados que engendrará. Preocupados únicamente por las realidades, dejaréis de ser sensibles a las fantasmagorías. La expresión conminatoria de una mirada, las palabras críticas, las actitudes irónicas o presuntuosas, el aspecto imponente o afectado de algunos, todo ello no causará en vosotros más impresión que la sombra o el umo. La firmeza se fortalece por medio de la auto vigilancia con miras a mantener la ímaginación en una condición tranquila, recogida y reconcentrada. Se fortalece asimismo mediante todo esfuerzo lle vado a cabo para acomodar la acción a la decisión. Cada vez que, habiendo decidido seguir una línea de conducta, observar un principio o ejecutar una tarea, os conforméis exactamente a vuestra decisión, vuestra firmeza se fortalecerá. En una obra traducida del inglés y que sirvió de guía a casi todos los estudiantes de la cuestión psíquica hace un cuarto de siglo, el autor (1) recomienda que cada cual trabaje su firmeza con ayuda de las autosugestiones siguientes: - Soy dueño de mis propias acciones. - Jamás me sentiré confuso ni excitado. - Nunca cederé a la cólera ni me sentiré irritado. - No tomaré en ningún caso una decisión apresuradamente. - Después de haber tomado una decisión, no me apesadumbraré por haberlo hecho. - Mis decisiones serán radicales y jamás haré nada a medias. - No actuaré nunca contrariamente a mi propio juicio. Estos principios fundamentales son excelentes. Repitiéndolos con frecuencia, no a flor de labios, sino con atención, uno se los incrusta tan bien en sí mismo

que pronto adquieren fuerza de ley. Por lo demás, cada cual puede imaginarse otros principios que correspondan a sus necesidades particulares. (1) A. VíCTOR SEGUS. 6. ADOPTAD EL PAPEL ACTIVO Hasta ahora os habéis sentido influídos más o menos por todo el mundo; pero así que la puesta en práctica de lo que precede os haya inmunizado en cierta medida, procurad desenvolver vuestra propia influencia personal. La intención y la resolución de influir sobre los demás constituye un antídoto en gran manera eficaz de la timidez. Yo he libertado a grandes tímidos acostumbrándoles a practicar la sugestión. ¿Cómo proceder? Ante todo sabed que ejercitando vuestra voluntad sobre vosotros mismos, por ejemplo, efectuando los esfuerzos prescritos en el presente capítulo, vuestra mirada, vuestra palabra y vuestra actitud adquirirán una determinación creciente que por sí sola influye ya sobre todo el mundo. En segundo lugar, cuando, de acuerdo con las indicaciones del apartado 2, obtenéis que vuestro interlocutor hable mucho, que se extienda acerca de los temas que le interesan, principalmente de su propio valer, de sus méritos reales o exagerados, de sus éxitos, de sus pretensiones, le situáis bajo vuestra dependencia. Inconscientemente se sentirá atraído hacia vosotros. Esto se traducirá por oficiosidad, por la busca de vuestra compañía, por la preocupación de vuestra estima. Al intervenir vuestros actos, observando la mayor reserva sobre vuestros atributos, opiniones y objetivos, de un solo golpe invertiréis la situación: antes erais vosotros los que inconscientemente obedecíais al atractivo de unos y otros; ahora son ellos los que sufren vuestro ascendiente. En tercer lugar, como la táctica del silencio os permite observar a aquellos que os rodean incitándoles, por la atención que otorgáis a su expansividad, a exteriorizar los diversos aspectos de su carácter, pronto conoceréis el de cada uno, sus inclinaciones, sus deficiencias, sus extravagancias, sin que parezca que las habéis notado. En cambio, de vuestra personalidad no percibirán sino la calma, la reserva, la cortesía y la firmeza. Os será pues fácil influir sobre ellos, ya que, conociéndoles a fondo, sabréis «cogerles por su lado flaco» cuando queráis actuar sobre el curso de sus ideas y de sus determinaciones. Son esos principios muy elementales, pero suficientes para el objetivo preciso que aquí perseguimos, a saber: la obtención de la resolución. El desarrollo del «magnetismo personal, es decir, del ascendiente individual, adquirirá ciertamente un lugar importante en vuestros pensamientos. Su importancia es evidente. Las obras siguientes, que conviene estudiar en el orden con que las damos a continuación, os proporcionarán acerca de este atrayente tema un método completo y detallado: - El Poder de la Voluntad, sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el Destino. - Método práctico de Autosugestión y de Sugestión. - El arte de hablar bien y con persuasión. En público, en la vida privada y en los negocios. - Método científico moderno de Magnetismo, Hipnotismo y Sugestión. - El Hipnotismo a distancia, la transmisión del pensamiento y la sugestión mental (1). (1) Todas estas obras han sido publicadas por esta Editorial. 7. QUERED Ciertamente, cada uno de nosotros viene al mundo condicionado de tal suerte que, según los casos, es fatalmente tímido o atrevido. Pero, así como nos esforzamos en demostrarlo, tal como nuestra leal experiencia lo prueba, a los peor dotados les queda un recurso irresistiblemente eficaz contra las debilidades de su naturaleza. Ese recurso es el esfuerzo. Nuestra primera educación nos lo hace considerar generalmente como áspero, penoso e incluso inútil. Después, al ver en

la vida diaria con qué diligencia se entregan a él la mayoría, nos parece verdaderamente una desdicha verse obligado a recurrir a ello. Arrojad lejos de vosotros esa moción tan falsa como disolvente. No os fiéis sino de vuestra propia experiencia. Aplicaos a conformaros exactamente a cada una de las prescripciones y de las indicaciones que hemos dado antes. No tardaréis en daros cuenta de que, detrás de su fachada poco atrayente, el esfuerzo necesario para imponerse a sí mismo cualquier cosa oculta un atractivo de tal modo potente, que ya no se renuncia a ello con gusto cuando se ha intentado llevarlo a cabo concienzudamente. Estad resueltos a adquirir un grado de resolución que esté muy por encima del promedio y lo lograréis inevitablemente. Cierta fatiga, debida a la falta de costumbre de regirse, trae a veces al principio la lasitud. Estó último debe interpretarse, no como una ineptitud a persistir, sino como un inconveniente pasajero. Después de algunos días de reposo, de autovigilancia menos asidua, se reanuda la marcha hacia adelante. No perdáis de vista jamás las nuevas posibilidades que os serán asequibles cuando hayáis llegado a ser interiormente imperturbables. Esto sostendrá vuestra energía. Cualesquiera que sean el medio en que viváis, vuestra profesión, vuestros conocimientos o vuestras aptitudes, sacaréis un partido considerablemente más ventajoso si poseéis un alto grado de resolución. Llegaréis a compararos con algunos a los cuales su innato aplomo parece no haber exigido de ellos ningún esfuerzo. No les envidiéis demasiado, porque la resolución adquirida, reflexiva, guarda siempre el tacto y la medida que a menudo faltan a las naturalezas espontáneamente atrevidas. Estas, por otra parte, no lo son en general sino de una manera muy relativa: una oposición, una resistencia imprevista, inacostumbrada, muy a menudo les desconcierta. Al contrario, aquel que ha debido adquirir progresivamente, por el esfuerzo de su voluntad, la imperturbabilidad de que carecía, ha desarrollado así una fuerza de carácter que nadie domina fácilmente y que se hace más firme de año en año.

CAPITULO VII Dominio de la imaginación 1. Un elemento mayor de la timidez. - 2. Siempre conviene definir antes de juzgar. - 3. Reflexiones que se imponen antes de abordar un medio desconocido. 4. La atención y la imaginación. - 5. Cómo vencer la aprensión. - 6. El útil papel de la imaginación. - 7. La combatividad. 1. UN ELEMENTO MAYOR DE LA TIMIDEZ Tal como lo hemos visto en el apartado 6 del capítulo primero, la imaginación desempeña, frente a los otros factores de la timidez, el papel de exponente: multiplica muchas veces su acción. Los individuos desprovistos o poco menos de imaginación, raramente son tímidos. Tienen el aplomo inconsciente y apacible del irracional. El imaginativo, al contrario, propenso como es a anticipar y a pronosticar, se obsesiona desde que el temor a una impresión desagradable se mezcla a sus anticipaciones y pronósticos. Todo cuanto le es desconocido le intimida, primero porque se lo representa casi siempre como más o menos hostil, y después porque le atribuye sin duda una superioridad por completo gratuita. En todas partes cree ver desdén, antipatía, ironía, aún a su pesar. En los tiempos en que yo era tímido, me ocurrió que hube de presentarme a cierta persona a las órdenes de la cual acababa de ser destinado. Me introdujeron en su oficina; vi su alta y Vigorosa silueta, su austero rostro con abundante bigote y un tanto endurecido por la manera de llevar cortado el cabello. Antes de que él hubiera abierto la boca, me encontré ya transido de temor; tan duro, autoritario e inflexible me pareció. A las primeras preguntas que él me dirigió, quedéme helado, con el epigastrio contraído y las sienes trepidantes: su voz de bajo profundo me había acabado de trastornar... Sin embargo, ese hombre -no tardé mucho en darme cuenta de ello- era en realidad la benevolencia personificada.

Indulgente y paternal, no mandaba, sino con mesura y no reprendía más que dulcemente. La lección me fué provechosa: comprendí hasta qué punto es víctima de su imaginación todo tímido, y que basta con vencer a ésta para estar curado en tres cuartas partes. Cada cual puede observar en primer lugar que el hecho de ver y hablar a un individuo cada día durante un cierto tiempo disminuye gradualmente la impresión que nos causó al principio; porque estando en condiciones de observarle con frecuencia, pronto le vemos tal como es y no tal como nuestra imaginación nos lo mostraba cuando le conocimos. De igual modo cuando, en vez de una sola persona, se trata de un medio ambiente; mientras no hemos penetrado en él, en tanto que no nos hemos mezclado a los que lo frecuentan, nos lo suponemos tal y como nuestras inferioridade -verdaderas, exageradas o imaginarias- van a ser inmediatamente discernidas, designándonos así a los pensamientos desatentos de todos. Pero pronto nos damos cuenta de que, allí como en otras partes, a unos les parecemos mejor calificados de lo que somos, mientras que otros nos sitúan por debajo de nuestro nivel real. Comprobamos igualmente que nuestra presencia encuentra algunas simpatías, algunas antipatías, y la indiferencia de la mayoría una vez que ha pasado el primer movimiento de curiosidad. Una actitud tranquila y circunspecta basta para que pasemos inadvertidos si tal es nuestro deseo, y como -por lo menos en los grandes centros- cada uno se halla lo bastante ocupado consigo mismo para no interesarse por otro, debemos estar ciertos de que nadie se preocupa de buscar nuestras imperfecciones, ni tampoco nuestras posibles superioridades. «Les soy indiferente, no se preocupan de mí.» He aquí lo que habrá de decirse el tímido en todos los sitios por donde pase. Y de acuerdo con lo dicho en elcapítulo iv, habrá de añadir: «Me preocupo no de lo que parezco, sino de lo que soy: de mis verdaderas características y facultades, y de lo que puedo: de mis posibilidades comprobadas». La observancia de esas indicaciones acostumbrarán la imaginación a mantenerse en guardia contra las espontaneidades imaginativas. Favorecerá el desarrollo de la atención observadora, antídoto de la impresionabilidad. A menudo se le dice al tímido: «Usted debería razonarse». Las sugestiones precedentes permiten hacerlo con inmediato provecho. 2. SIEMPRE CONVIENE DEFINIR ANTES DE JUZGAR Si las temerosas espontaneidades del tímido le hacen considerar todo por anticipado bajo un aspecto penoso, es porque omite el observar y definir las características de los individuos y de las circunstancias. Para reaccionar es preciso acostumbrarse a no formarse una opinión antes de haber recogido observaciones positivas. ¿Se trata por ejemplo de X, cuya personalidad os pesa, os oprime, sin que podáis daros cuenta del porqué? Analizad ante todo vuestra impresión y os daréis cuenta de que ella resulta de simples fantasmagorías: una mirada incisiva, una actitud desdeñosa, breves y agrias palabras u otras particularidades exteriores análogas. En seguida examinad mejor al personaje. Físicamente, ¿no será la forma especial de sus ojos la que les da esa expresión que os afecta? Su arrogancia se explica acaso simplemente por nerviosidad o gastralgia, a menos que eso no sea la marca de una pueril vanidad. Aun mejor, puede ser una máscara con la cual se disimula una especie de timidez, diferente de la vuestra, pero no menos molesta. Reflexionando, siempre reconoceréis que el prestigio de un Fulano de Tal existe únicamente en la imagen que de un modo espontáneo habéis concebido de él. Y cuando decimos prestigio, podríamos añadir otras mil calificaciones que atribuís a aquellos con quienes os relacionáis y que hacen a esas personas intimidantes a vuestros ojos. En la mayoría de las personas, la exterioridad no es sino una fachada tras la cual pronto descubrirá vuestra sagacidad, mediante una observación atenta, un carácter por completo diferente de lo que ella dejaba presagiar. Además, no presumamos una clase de capacidad o de habilidad diferente de la verdadera. En los seres mediocres, lo mismo que en los superiores, al lado de calificaciones más o menos brillantes existen profundas deficiencias; junto a ciertas facilidades de comprensión, invariablemente se encuentran, cuando el carácter ha sido estudiado a fondo, obnubilaciones sorprendentes. Los más circunspectos y

más juiciosos caracteres son para ciertas cosas ingenuos y crédulos como niños. La más firme voluntad tiene sus vacilaciones, sus flaquezas, y la más rudimentaria sensibilidad posee delicadezas insospechadas. Amistades y simpatías muy profundas han comenzado por un choque. Bajo la apariencia de un antagonismo irreductible se ocultan a veces semejanzas fraternales. No perdáis jamás eso de vista cuando os acerquéis a alguno por primera vez. Buscad las causas, los móviles de su manera de ser, de sus palabras, de sus actitudes; aprended a discernir los sentimientos y las avideces que la animan, su lado fuerte y su lado débil. Así adquiriréis una certidumbre: que no hay en el mundo persona que pueda intimidaros. Sólidas nociones de fisiognomonía y de grafología ayudan considerablemente a la apreciación justa de los caracteres. Nada enardece tanto como saber leer silenciosamente a través del rostro o de la escritura de otro. 3. REFLEXIONES QUE SE IMPONEN ANTES DE ABORDAR UN MEDIO DESCONOCIDO Cuando hayáis de penetrar en un medio nuevo para vosotros, utilizad los datos del precedente apartado. Basándoos en aquello que sabéis positivamente de las personas con las cuales habéis de tratar, procurad formaros de ellas una noción justa. Para eso obtened de vuestro juicio una serie de definiciones precisas: - ¿Qué móvil o interés común reúne a esas personas? - Por consiguiente, ¿de qué se preocupan? - ¿Cuál es su número aproximado? - ¿Tengo indicaciones que me permitan evaluar con bastante exactitud su nivel? - ¿Hay alguna cosa que deba caracterizar ciertamente a una o muchas de entre ellas? - ¿En qué puede importarles mi presencia o mi misión? - ¿Qué es lo que tengo que hacer allí? - ¿Qué importancia tienen ellas para mí? ¿Desde qué puntos de vista? - ¿De quién o de qué dependen ellas y qué influencia pueden tener? - Favorable o no, ¿tiene importancia su actitud? - ¿Puedo evaluar aproximadamente la extensión y los límites de sus conocimientos, de sus posibilidades y de sus prerrogativas? - ¿Tengo motivos para creerme inferior? - ¿Qué importancia tiene esa visita al lado de los objetivos más importantes de mi existencia? A esas preguntas agregará vuestro ingenio todas aquellas que comporte cada caso especial. Si se trata de negocios, el objeto mismo de vuestra gestión y de vuestra determinación de obtener lo que deseáis dejará poco lugar en vuestra imaginación a la aprensión, suponiendo que sepáis concentraros. Fuera de ese dominio, considerad toda reunión a la que concurráis como un motivo de observaciones nuevas y atrayentes. A veces os sentiréis desplazado, desorientado; pero, sin perder vuestra continencia, tomaos el tiempo necesario para familiarizaros con unos y otros, no apresurándoos a avanzar para entrar en contacto, sino examinando lo que pasa en torno vuestro, analizando lo que se dice, definiendo los caracteres. No perdáis de vista jamás que la resolución se desarrolla más rápidamente por actos directos que por medio de cualquier otro ejercicio o procedimiento. Obligarse, a pesar de sentir ansiedad, a afrontar las miradas, a correr los riesgos de encontrarse falto de soltura ante cualquiera, eso es lo que debiera practicar asiduamente todo tímido. Cada esfuerzo de ese género fortalece en todo el mundo el psiquismo. No hace falta sino un pequeño número de ellos para hacer del tímido de ayer un hombre resuelto. Bien entendido que es lo mejor empezar por actos que no exijan sino un ligero esfuerzo, y cuando se haya vencido la pequeña dificultad inherente a esa clase de actos, se pasa a otra serie un poco más difícil. 4. LA ATENCION Y LA IMAGINACION

La experiencia demuestra que una imaginación desordenada marcha a la par de una insuficiencia de atención voluntaria; inversamente, si se ejerce, si se fortalece ese último modo de atención, se modera y racionaliza a la vez la imaginación. Por lo demás, al desordenamiento imaginativo deben imputársele no sólo las ansiedades y las inhibiciones características de la timidez, sino otros hechos tales como los terrores nocturnos del niño, el atolondramiento, la falta de atención en clase, la incoordinación de las ideas, la tendencia a las exageraciones Y a las deformaciones de la verdad; después, más tarde, la ineptitud para el trabajo preciso y asiduo, las extravagancias en la conducta y un gran número de costumbres mórbidas. La atención y la imaginación van unidas. Dos de las tres modalidades de la atención se encuentran gobernadas por la imaginación: son esas la atención provocada y la atención espontánea. La tercera modalidad atentiva, denominada «atención Voluntaria», se subordina, al contrario, a la imaginación. He aquí cómo: A. La imaginación gobierna la atención pro vocada. Cuando una impresión viva hiere nuestros sentidos, nuestra emotividad o nuestro espíritu, nuestra atención se encuentra automáticamente acaparada, distraída; tal es el fenómeno de la atención provocada. Es evidente que entonces sufrimos el efecto de una causa exterior, de la que nuestra imaginación nos transmite la influencia. B. La imaginación gobierna la atención espontánea. Cada vez que alguna cosa lisonjea o contraría nuestras tendencias, estamos atentos espontáneamente. Decimos entonces que la cosa en cuestión es interesante: equivale a una imagen que, por sus características, retiene nuestra atención. C. La atención voluntaria se subordina la imaginación. Hay atención voluntaria cuando imponemos una dirección deliberada y fija a nuestro pensamiento; por ejemplo, cuando nos aplicamos seriamente a un trabajo necesario pero sin atractivo inmediato. En tal caso, está claro que la imaginación se desvía voluntariamente de todas las imágenes espontáneas. Así, ejercer la atención voluntaria es combatir la timidez. Nuestras múltiples tareas cotidianas nos ofrecen otras tantas ocasiones de vigilarnos para pensar en lo que hacemos y sólo en ello. Pero antes de comenzar esa autovigilancia, es bueno sacar de su profundo torpor a la atención voluntaria, mediante ejercicios especiales. Ejercicio número 1. - Éste, como los que un tema de meditación. Escribidlo en una al alcance de vuestra vista. Reflexionad vuestros pensamientos así que notéis que

le siguen, necesita media hora. Elegid tarjeta que colocaréis ante vosotros, acerca del tema elegido y recoged ellos se desvían.

Ejercicio número 2. - Luego de haber situado ante vosotros un objeto material, ejercitáos en analizar sus características, de manera que obtengáis pensamientos directos en relación con él. Para acostumbrar a la imaginación a este último ejercicio, puede recurrirse a un cuestionario, tal como el siguiente, tomado de mi obra La Memoria: - ¿Cual era primitivamente la substancia de que está compuesto éste objeto? - ¿Por qué causa ha cambiado de estado esta materia? - ¿Por qué transformaciones sucesivas ha pasado el objeto? - ¿Cuáles son sus usos, sus propiedades, sus características? - ¿Qué relaciones presenta con otros objetos? - ¿En qué puede utilizársele aparte del fin para que fué creado? - ¿De qué conocimientos resulta y cuáles son los que con él pueden adquirirse? - ¿En qué se convertirá en el transcurso del tiempo (último destino)? - ¿Cuál es vuestra opinión respecto a tal objeto? justificad esa opinión. Ejercicio número 3. - Cuando hay una cosa que os preocupa, que os atormenta, que tiende a acaparar sin utilidad vuestra imaginación, negaos a pensar en ello. Para eso esforzaos en concentraros voluntariamente, tenazmente, sobre otro tema sin ninguna relación con el que os preocupa. No admitáis que eso sea imposible ni fácil: es posible a pesar de serias dificultades. Al principio, los

pensamientos a los que trataréis de prohibir el acceso a vuestra conciencia volverán a la carga, tenaces, obsesionantes. En seguida parecerá que se deslizan insidiosamente en vuestro espíritu al lado de aquellos que habréis elegido como derivativos. Persistid: vuestra voluntad triunfará. En vuestro primer ensayo realizaréis este ejercicio uno o dos minutos solamente, quizá treinta segundos tan sólo. La siguiente vez emplearéis en él de tres a cinco minutos y muy pronto habréis llegado a ser capaces de dejar de pensar tanto tiempo como queráis respecto a un tema cualquiera, por apremiante que sea. Uno de los efectos más inmediatos de esa reeducación de la atención voluntaria es el de aumentar la eficacia de las autosugestiones razonadas y deliberadas que uno se atribuye. Por ejemplo, si después de haber trabajado en lo que precede afirmáis enérgicamente, antes de penetrar en una reunión: «Estoy perfectamente tranquilo e imperturbable en cualquier lado en que me encuentre y ante quienquiera que sea», esta autosugestión que, antes, no os estimulaba tanto como lo habríais deseado, tendrá sobre vosotros una acción mucho más profunda y prolongada. En efecto, sólo después de haber sido puesta bajo el control de la atención, la imaginación llega a ser fiel y poderosamente ejecutora de las autosugestiones reflejas (1). (1) Véase Método práctico de Autosugestión y de Sugestión, del mismo autor. 5. COMO VENCER LA APRENSION Una vez se halle la atención suficientemente ejercitada, se vencerán con rapidez las aprensiones derivando el pensamiento hacia un acto respiratorio cuyo efecto regularizador se encontrará considerablemente aumentado por el hecho de esa concentración mental correlativa. Según se trate de una aprensión momentánea o constante, se utilizará uno u otro de los dos procedimientos siguientes: Procedimiento rápido. - Dar el mayor juego posible a los ajustes de las ropas en el tórax y abdomen. Respirar sin apresuramiento, pero sin esforzarse en hacer lenta la respiración, pensando con fuerza: «Tengo energía; ya no tengo temor», o cualquier otra fórmula breve que corresponda perfectamente a las necesidades del momento. Marcar un ligerísimo tiempo de paso (uno o dos segundos) cuando se acabe la inspiración profunda. En seguida espirar, siempre sin prisas ni contención, repitiéndose: «Mi energía ha aumentado; todo temor ha desaparecido». La duración media de una inspiración profunda es de siete segundos. Si a ello añadimos un segundo de paro y cuatro para la espiración, el procedimiento completo necesita once segundos. Si se dispone de cinco minutos solamente, puede repetirse, pues, unas veinticinco veces. Procedimiento lento. - Muchas veces por día, y además antes de dormirse y por la mañana al despertarse, en posición horizontal, con los músculos bien relajados, háganse algunas respiraciones completas, pero agregando a la fórmula literal del procedimiento rápido una imagen mental. Representarse aquello por lo que siente aprensión y afirmar enérgicamente: «Me da lo mismo», «Me siento plenamente tranquilizado», o algo por el estilo. Cuando la costumbre de las respiraciones profundas y ritmadas haya creado el automatismo, pueden imaginarse también las circunstancias a propósito de las cuales se ha concebido aprensión y figurarse vividas con resolución y energía. Diversos ejercicios de ese género figuran en la mayoría de los manUales de cultura física, pero no pueden dar resultados satisfactorios sino con ayuda de una atención muy concentrada, tal como lo hemos indicado. 6. EL UTiL PAPEL DE LA IMAGINACION Cuando os representéis largamente y con precisión vuestra propia personalidad tal como quisierais que fuera; cuando, por anticipado, os veis manifestando tales o cuales calificaciones que tratáis de desarrollar en vosotros,

prácticamente sacáis partido del poder reaccional de la imaginación. Las imágenes que así creáis tienden a determinar en vosotros modificaciones de conformidad a ellas. Esas imágenes no se desvanecen en el momento en que cesáis de contemplarlas; al contrario, subsisten como todos vuestros recuerdos en vuestra subconciencia (1), y, hasta cuando ya no pensáis en ellas, en el curso de vuestro sueño, en una palabra, casi constantemente, influyen en vosotros. Si imaginándoos poseer un grado de resolución del que aun estáis muy lejos experimentáis una violenta avidez, es exactamente como si forjarais con todas sus piezas las calificaciones de donde resulta semejante grado de resolución. No temáis, pues, entretener la ambición, alcanzar el máximo de atrevimiento, incluso aun cuando seáis todavía muy influídos. Por lo demás, la experiencia me ha demostrado que aquel cuyo objetivo es llegar a ser un hombre lleno de resolución, efectúa más rápidos progresos que aquellos que desean sencillamente llegar a ser menos tímidos». (1) Véase Método Práctico de Autosugestión y de Sugestión, del mismo autor. 7. LA COMBATIVIDAD ¿De qué proviene que ciertas personas son inertes y otras combativas? Porque unas se figuran incapaces de esfuerzos bastante eficaces, mientras que las otras ven por anticipado coronadas por el éxito sus tentativas: cuestión de imaginación. Pero, en realidad, ningún acto intencionado sería enteramente vano. Esos seres combativos tienen, pues, experimentalmente, razón. Desde que han adquirido cierto ascendiente sobre su propia imaginación, les es ya posible, multiplicando las imágenes estimulantes, entretenerse en disposiciones constantemente combativas. La aptitud para un esfuerzo mínimo, de eficacia necesariamente débil, llega a ser así, por habituación, una aptitud para un esfuerzo considerable, de efecto lógicamente potente. Además, el carácter penoso de los actos reaccionales da lugar, poco a poco, a la facilidad. No conozco tímido alguno que haya reaccionado sin descanso tres meses seguidos sin haberse modificado de una manera increíble. Reaccionar no consiste en leer y utilizar las lecturas como temas de ensueño, sino en conformarse -por trabajoso que esto sea- a las indicaciones de un método práctico. Precisamente en eso reside, aparte de la perspectiva de tener que sufrir, el hecho de que la combatividad asegura el éxito. Cuando nos dejamos disuadir de un esfuerzo, digamos de un acto de resolución, porque ello implica algunos instantes de malestar, de ansiedad, es porque nuestra imaginación -alimentada por ideas temerosas- exagera el grado real de ese malestar, de esa ansiedad, que habría que afrontar, y disminuye a nuestros ojos nuestra aptitud para soportar eso. La combatividad actua inversamente: destruye los temores pusilánimes y nos hace incluso tomar interés al hecho de sufrir, mostrándonoslo bajo un aspecto deportivo. Si, por ejemplo, os decidís a acercaros a un cierto individuo a pesar de la certidumbre de una acogida de perro dogo; si después de esa acogida persistís en expresarle vuestro punto de vista por mucha que sea la irritación que manifieste, experimentaréis una especie de turbación desagradable y hasta dolorosa. ¿Retrocederéis por ello? Todo depende de las ideas con que precedentemente hayáis nutrido vuestra imaginación. Si esos pensamientos concurren a un estado de alma combativo, no admitiréis, ni siquiera por un minuto, que un sufrimiento momentáneo y subjetivo pueda paralizar vuestra voluntad. Os diréis: «Soy capaz de aguantar sin doblegarme algo peor que eso». Y seguiréis avanzando. La recompensa será inmediata: si reiteráis el esfuerzo al día siguiente, os será incomparablemente menos penoso, Y, después de cuatro o cinco tentativas de ese género, os habréis librado definitivamente de un obstáculo que bordea literalmente el mezquino destino de los millares de seres superiormente inteligentes pero poseídos de la fobia del disgusto emocional.

CAPITULO VIII

La timidez postpuberal; cómo vencerla 1. Causas físicas generales de la timidez postpuberal. - 2. Causas emotivas e intelectuales en general. - 3. Causas especiales. - 4. Bases esenciales de la reeducación. - 5. Regularización física. - 6. Reeducación intelectual. - 7. El arte de influir. 1. CAUSAS FISICAS GENERALES DE LA TIMIDEZ POSTPUBERAL Esta timidez consiste en sentirse turbado cuando se trata con una o más personas del sexo contrario. El pensamiento, la palabra y la actitud se desordenan más o menos en tanto dura el malestar emotivo en cuestión. Este malestar es, en suma, normal entre los quince y los veinte años, por lo menos cuando no entraña inhibiciones excesivas. En este último caso, y si no decrece gradualmente para desaparecer hacia los veinte años de edad, debe ser considerado como patológico. Sus causas, múltiples, se ordenan en gran parte en el dominio físico. Así, la debilidad basta para poner obstáculos al desarrollo de la resolución en ciertos jóvenes. La noción de su inferioridad física actúa sin duda sobre su moral. Pero, al lado de éstos, se ve a robustos mocetones que también son tímidos. Y es porque, desde la pubertad, el hombre se halla en estado de perpetuo deseo latente y, por consiguiente, más o menos impresionado por la presencia de una fémina. El carácter de desconocido o de inacostumbrado que conserva a los ojos del joven la intimidad momentánea liberadora en el hombre que cuenta con una compañera (1), decuplica el grado normal del trastorno y determina así una serie muy penosa de incoordinaciones. Otro factor de dificultades que hay que poner bien al descubierto es el molesto autoerotismo, a causa de sus efectos estupefacientes, disolventes, deprimentes en último grado. En fin, haremos resaltar esos «sueños malignos» evocados por Baudelaire y comúnmente considerados como benignos cuando engendran desde luego la astenia y la obsesión. Esas traiciones nocturnas algunos las soportan años enteros sin gran daño, sobre todo si no ganan en frecuencia como casi siempre es la regla; pero no resulta menos cierto que debe imputárseles la extrema pusilanimidad de la mayoría de los grandes «excluídos» de treinta a cuarenta años. (1) Debe observarse que él se imagina el placer a través de una lente de gran aumento. 2. CAUSAS EMOTIVAS E INTELECTUALES EN GENERAL Ya hemos indicado en el apartado precedente que, desde la edad púber, el hombre vive en perpetuo estado de deseo latente. Pero este último degenera con facilidad en obsesión más o menos ansiosa en aquellos que están afligidos a la vez por un exceso de sensibilidad y por una imaginación demasiado viva. Las impresiones determinadas en ellos por el exterior de las mujeres toman entonces una intensidad bastante violenta para explicar esa angustia cerebral, esas inhibiciones y constricciones que operan en ellos la mirada, la voz, la risa femenina. Y como, por otra parte, las burlas, los soñones, los contratiempos se inscriben en el inconsciente del sensitivo en caracteres indelebles, una especie de pantalla se interpone entre las mujeres y él, pantalla que impregna de un destello doloroso toda percepción que le llega de ellas. ¡Cuántos tímidos lo han sido sencillamente porque sus primeras insinuaciones fueron mal acogidas! La autosugestión desempeña también su inevitable papel. Tras de una derrota, se rumia la amargura y se tiene la persuasión de que toda tentativa ulterior está condenada al fracaso. Se cree uno incapaz de agradar. Y si se filosofa, no se duda en promulgar la superficialidad y la crueldad del sexo amable. La literatura alimenta las autosugestiones del tímido. Se identifica a todos los héroes de novela que desfallecen a la vista de cierta silueta, de cierta escritura, o que sufren la indiferencia o el desprecio de cualquier altanera beldad. Resulta de todo ello que, en vez de buscar la sociedad de nuestras graciosas compañeras y de adquirir así, mediante la costumbre, el equilibrio que le falta,

el tímido la evita resueltamente. Adopta actitudes hostiles y recoge la antipatía, de la cual se queja por lo demás amargamente. 3. CAUSAS ESPECIALES Ciertos sujetos, sin ser tímidos, habitualmente son en extremo temerosos respecto a alguna persona determinada desde que empiezan a sentir por ella alguna inclinación apasionada. Los elementos de esa pusilanimidad se destacan fácilmente. Ante todo existe sobreestimación del objeto -sobreestimación inseparable del amor. De ahí una gran exageración de la importancia del éxito, amplificación imaginativa de las satisfacciones implicadas por éste y de las contrariedades que traería consigo una negativa. El temor al fracaso sigue a ello necesariamente, y ese temor basta para que se vuelva tímido respecto al ser amado el hombre más favorecido por las mujeres. La falta de calma y de tenacidad (factor de la mayoría de las derrotas amorosas), hace aún más crítica la situación. Aunque raramente transitoria, la aprensión ansiosa de que hablamos puede muy bien originarse y llegar a ser en gran manera deprimente. Lo meJor es, pues, en todos los casos, poner remedio a ello metódicamente. 4. BASES ESENCIALES DE LA REEDUCACION Ante todo creemos equilibrio. Se habrá disminuído a la vez la excitabilidad general y el eretismo vascular prescindiendo de la alimentación excitante, error colectivo de nuestros tiempos. En el capítulo III ya hemos dado a tal respecto indicaciones generales. Pero, para aquellos a quienes sus relaciones sexuales se lo impiden, se imponen otras prescripciones, principalmente la renuncia absoluta a los alimentos de origen animal y a toda otra bebida distinta del agua pura. Ese régimen no es debilitante. Fortalece y regulariza. La prueba de ello ha sido adquirida biológica y experimentalmente (1). Por lo general se obstruye la imaginación de aquellos que quisieran vencer ciertas costumbres, a las cuales ya he aludido en el apartado I, con una multitud de superfluas recomendaciones, cuando lo esencial para ellos es un régimen saludable, vitalizador y calmante. El lector verdaderamente determinado a dominar las solicitaciones del instinto y a dormir sin sueños agotadores, ganará pronto la partida si deja de ingerir alimentos cadavéricos, alcohol o bebidas fermentadas y si aumenta su ración diaria de frutas frescas y muy maduras. (1) Véanse los trabajos de los doctores Carton, Pascault y De Phusis, principalmente la obra de este último: Rajeunir. Una de las múltiples incoherencias de la Naturaleza quiere que la edad del deseo preceda en muchos años a la posibilidad física de la unión. A la inteligencia del hombre le corresponde resolver esa dificultad, por la adopción de un modus vivendi bastante poderosamente moderador del deseo para que éste se someta con facilidad a la voluntad. Esa armonización funcional disminuye siempre de golpe la especial impresión que determina el ambiente femenino y libra por consiguiente al tímido de las múltiples reacciones que perturban su lucidez mental, su elocución y su comportamiento. Menos animalmente impresionado, se hace sensible a los imponderables del encanto femenino. Aprecia entonces la compañía de las mujeres y gusta el encanto de su exterioridad sin epifenómeno local. No será menos viril -todo lo contrario- cuando lo considere conveniente, pero será el dueño de su virilidad en vez de ser, como tantos otros, el esclavo maltratado de ella. Si la cuestión alimenticia continúa siendo primordial, dos auxiliares ayudarán a la obtención de los buenos efectos que se esperan: la hidroterapia prudentemente practicada y el ejercicio muscular. Entregarse de pronto a las duchas frías sería una loca temeridad. Es progresivamente como se acostumbra al organismo. Durante los primeros tiempos, la prudencia requiere usar lociones, frescas únicamente en un local caldeado a 20° C., y después de prolongadas afusiones de agua caliente primero y tibia

después. En cuanto al ejercicio físico, debe dosificársele según las propias resistencias y no proseguirlo jamás frenéticamente a pesar de la fatiga. La práctica de los deportes atléticos comporta graves inconvenientes para todo individuo cuyo desarrollo muscular no haya alcanzado el grado de vigor que exige normalmente ese esfuerzo deportivo. 5. REGULARIZACION FISICA Toda la cultura física reposa en el principio de la posibilidad y de la eficacia del esfuerzo de voluntad. La autosugestión, digan lo que digan ciertos teóricos, no es sino una de las múltiples formas del esfuerzo volitivo. Si no está dirigida por la voluntad, la imaginación no opera de acuerdo con la intención deliberada. Por otra parte, toda práctica autosugestiva comienza por la decisión reflexiva, voluntaria, indispensable para suspender sus ocupaciones y proceder a la autosugestión propiamente dicha -que consiste esencialmente en presentar a la imaginación una imagen determinada y en mantenerla-. Con eso se logra dominar la imaginación para utilizar su poder reaccional (1). Autosugestionarse cualquier cosa y proceder de manera tal que se impida que ella se produjera, sería un puro absurdo. ¿ Qué se pensaría de un hombre que se sugestionara una perfecta salud y que bebiera inconsideradamente? Y sin embargo, eso es lo que hacen poco más o menos gran número de adeptos del psiquismo que se sugieren el equilibrio y la lucidez mental mientras cometen errores alimenticios que les intoxican, les aturden y les deprimen. (1) Véase del mismo autor: Método práctico de Autosugestión y Sugestión. Luego el primer acto de voluntad que hay que cumplir, si se ha resuelto vencer la timidez en general y la falta de resolución frente a las mujeres en particular, es eliminar las causas físicas. Precedentemente hemos visto en qué consiste eso. Conformándose materialmente a las reglas prescritas, el interesado deberá volver de nuevo con frecuencia a todas las consideraciones de naturaleza capaz de crear, en el seno de su psiquismo, las modificaciones deseadas. En primer lugar, deberá unir a sus pensamientos la resolución formal, inflexible, de no continuar siendo un tímido, de ser un hombre capaz de osar juiciosamente. Es asombroso cómo el simple temor de no conseguir modificarse retarda, paraliza a muchos jóvenes. Aquel que logra rechazar por entero ese temor, se halla a dos pasos del resultado final. Tratad de convenceros primero por la evidencia: - De que no podéis todo lo que queréis. No depende de vosotros alcanzar las posibilidades extremas. Ni vosotros ni yo lograríamos jamás agradar a todo el mundo, recoger en todos los sitios y por parte de todos la simpatía y la complacencia. Pero aquí se trata únicamente de un resultado normal, de un estado de imperturbabilidad flemática que todos hemos podido observar lo mismo en seres mediocres que en individuos brillantes y atractivos. Esta serenidad de espíritu, esta facilidad de absoluta independencia interior, os son accesibles como a otro cualquiera. Acaso tenéis el sentimiento de lo contrario, pero ese sentimiento abusa de vosotros, os traiciona. No es sino el producto de factores internos sobre el cual vuestra voluntad tiene una acción directa y múltiples asideros indirectos (principalmente por la adopción de un régimen sano). La duda en sí mismo viene de una depresión: interpretad esta última como un fenómeno psicológico que sufrís por el momento y del que llegáis a suprimir progresivamente el retorno. A ese género de autosugestión razonada añadid la afirmación que procede directamente de la avidez: - Representaos cuán indigna es de vosotros esa turbación a la vez pueril y desagradable que os aniquila y os atormenta en mil ocasiones, donde, sin ella, encontraríais un vivo placer. Rebelaos mentalmente contra eso. Formulad vuestra hostilidad y vuestra absoluta voluntad de libraros. No tratéis de construir bellas frases. Recurrid a fórmulas espontáneas que expresen bien vuestra manera de sentir: «¡Mi conciencia se rebela! Es intolerable que yo sufra a mi pesar esa impresión paralizante. Puedo y quiero la calma, el equilibrio de mi pensamiento, la integridad de mi presencia de espíritu y de mis medios vocales en presencia

de cualquier persona, sea la que sea. La resolución es una calificación que me siento decidido a adquirir a cualquier precio. Mi impresionabilidad está ya seriamente dañada. Quiero que disminuya cada día rápidamente. Quiero sentirme muy pronto libre, independiente, imperturbable, incluso delante de personas reputadas como imponentes». De ese modo fijaréis en el inconsciente que la molestia o la turbación son ya para vosotros emociones extrañas, y ellas llegarán a serlo efectivamente. Tanto para no dar lugar a los accesos de duda como para desviar la imaginación de los ensueños surgidos del instinto, es necesario un reparto premeditado, en las veinticuatro horas del día, de los momentos de trabajo, de los de reposo, y el establecimiento del instante preciso para estos últimos. Ese reparto, efectuado si es posible con muchos días de anticipación, permite concentrar sucesivamente toda la atención sobre cada realización u objetivo previsto. Se adquiere así la costumbre de ir «derecho al bulto» sin tergiversar jamás, lo cual desarrolla considerablemente el carácter firme y resuelto de la voluntad. Llegado el momento de efectuar una visita, de abordar a alguien, de participar en una reunión, uno se encuentra ayudado y sostenido por automatismos psicológicos bien regulados. Conviene no permitirse eludir nunca un encuentro, no hurtarse jamás a la presencia de alguna persona, sea quien sea. Encaminaos en derechura a donde sepáis con toda seguridad que os hallaréis en medio de una numerosa sociedad. Si sentís más o menos aprensión de experimentar embarazo, esa será una preciosa ocasión de trabajar en dominaros. Todo esfuerzo que llevéis a cabo con miras a gobernaros firmemente cuando estáis solos, aumenta la eficacia de aquellos que efectuéis para ser dueños de vosotros en presencia de los demás. El baile -esa diversión de seres primitivos (1)- representa para el adolescente o para el hombre maduro a quien las mujeres impresionan exageradamente, un excelente ejercicio de adaptación al medio femenino. (1) Digo eso del hecho de moverse rítmicamente pareja por pareja, no del arte coreográfico considerado como medio de expresión con igual título que la música. 6. REEDUCACION INTELECTUAL El sortilegio literario, por una parte; el lugar común prodigado, por otra, extravían a la vez la sensibilidad y la imaginación en cuanto a la mujer y al amor. Ellos enmascaran los verdaderos caracteres y el exacto fenomenismo. Adquirir una noción exacta de esos caracteres y de ese fenomenismo, es eliminar múltiples factores intelectuales de impresionabilidad y familiarizarse con la realidad. Provisto de conocimientos fisiológicos precisos, apto para discernir a través de las fachadas el mecanismo de la vida interior, se sufren cada vez menos las exterioridades. La preocupación de discernir, de definir los componentes de cada individualidad, de analizar sus manifestaciones, de sorprender sus gustos, sus tendencias, sus sentimientos, sus aptitudes, su concepción de la existencia, exorcisa sin tardanza la absurda timidez. El atractivo del análisis obra como un antídoto. He tenido ocasión de ver, en uno Y otro sexo, personas muy mal provistas de resolución que se apasionaban por la frenología, hasta el punto que pronto osaban ponerse en relación con celebridades con la esperanza de estudiar sus protuberancias craneales, sus líneas fisonómicas o la conformación de sus manos. Por lo demás, por poco que se haya adquirido algo de sabiduría en las ciencias de observación, casi de pronto se llega a ser por completo atractivo a aquel que os inviste de categoría bastante para efectuar un examen y pronosticar. Evidentemente hay una sombra en ese cuadro: la de tener que representar el papel de augur, papel en el cual se encuentra uno bien pronto abrumado de preguntones, lo cual se hace a no tardar fastidioso en gran manera. Además, si por un estudio previo, serio y minucioso se llega a discernir la verdad, se corre el riesgo de descontentar a los curiosos por lo cierto del diagnóstico, o de dulcificar éste y pasar por muy débilmente perspicaz. El mejor uso de las ciencias de observación consiste en practicarlas silenciosamente, sin que los sujetos observados se den cuenta de ello. Esas evaluaciones mudas os proporcionan en

cada examen las principales características de la personalidad moral. A vosotros atañe el regular vuestra actitud lo bastante hábilmente para aseguraros una buena acogida. En otras de mis obras: Psicología del Amor y El arte de hablar bien y con persuasión, he dado un código abreviado de indicaciones para la interpretación de los signos exteriores de la psicología individual. Se podrá consultar también provechosamente un tratado especial intitulado Las marcas reveladoras del carácter en el rostro, que condensa el total de las adquisiciones actuales de la fisiognomonía. 7. EL ARTE DE INFLUIR Cuando penetréis en un salón o cuando os acerquéis a alguno con la intención de practicar el análisis psicológico, los pensamientos representativos de la timidez no invadirán fácilmente el campo de vuestra conciencia. Si, además, estáis resueltos a ejercer vuestra influencia personal, seréis hombres por completo distintos que en los tiempos en que temíais las más sencillas miradas. Vuestra actitud mental habrá cambiado por completo la situación. ¿Cómo ejercitarse para influir en torno y sobre cada cual? La piedra angular de vuestros medios de influencia está constituída por la intención firme de desempeñar a vuestra vez el papel de agente y no el de paciente. Obsérvese que aún por parte de los más insignificantes recibimos una impresión, la cual, registrada por nuestra memoria, constituirá el recuerdo más o menos atrayente que conservaremos de ellos. También vosotros tenéis una influencia personal y de vosotros dependen sus modalidades. Pero dependen de dos maneras diferentes: Primeramente, por medio de ejercicios especiales, por la observancia de los principios definidos, podéis desarrollar, sin que los demás se enteren, las calificaciones que hacen atractiva una personalidad. Alguien ha dicho: «El hombre es un imán que desea inconscientemente el poder de atraer». En seguida, en vuestra manera de comportaros, de hablar, de actuar en presencia de otro, podéis observar lo que atrae y evitar lo que no impresiona armoniosamente. Para el estudio detallado de esta cuestión, remito al lector a mis dos obras El Poder de la Voluntad sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el Destino y Método práctico de desarrollo del Atractivo personal, en colaboración con el doctor Pierre Oudinot. Pero antes de recurrir a esas obras especiales os darán un resultado casi instantáneo las indicaciones siguientes: La calma constituye la base esencial de un «magnetismo personal armonioso». Todos los signos de agitación alteran la impresión que se desprende de una individualidad. Agitarse continuamente, hablar de prisa, usar de continuo de exclamaciones, sobre todo ruidosas, sobresaltarse por la más mínima cosa, dar frecuentemente signos de impaciencia o de nerviosidad, todo esto aflige los nervios de cualquiera. Al contrario, del hombre calmoso emana una especie de irradiación bienhechora en razón de la cual su sola presencia es agradable. Vigilaos, pues, de manera que impongáis a vuestros movimientos, a vuestra articulación, a vuestras miradas, una calma inmutable. Poned mesura en vuestras expresiones fisonómicas tanto como en vuestras palabras. No demostréis visiblemente ni complacencia ni aversión por nadie. Cuando deseéis comunicar a una persona la especial simpatía que os inspira, dejádselo entender por medio de sutiles insinuaciones. Así os evitaréis que la conversación tome un rumbo desagradable en el caso de que el interesado no supiera agradecer vuestras palabras. Si parece no tener por vosotros una reciprocidad inmediata, no deis pruebas de despecho. Reiterad vuestras sutiles sugestiones varias veces y esperad. El gran secreto consiste en hablar oportunamente, cuando conviene, y dejar que venga por sí solo lo que se espera. Vuestra cortesía, igual para todos, obligará a aquella persona en el pensamiento de la cual ocupáis un lugar especial a que se descubra por sí misma. La calma contrarresta absolutamente las zumbas y las risas que, en último análisis, tienen por fin el perturbarla. Todo ataque al cual se oponga una respuesta apacible e indiferente hace que, decepcionado, el ingenio se vuelva por donde ha venido.

Una mirada «magnética» no utiliza ni dureza, ni descaro, ni pretensiones brutalmente dominadoras o imperiosas: obtiene su dulce y penetrante fascinación de su calma, de su dulzura y de su discreta insistencia. Por eso, en los tratados especiales, se preconizan los ejercicios que tienen como fin restringir la frecuencia del reflejo palpebral. Tras de la mirada está la voluntad y cuando el desarrollo de esta última lo ha afirmado suficientemente, los ojos consiguen esa expresión de confianza en sí mismo y de inflexibilidad que desconcierta a los antagonistas y que después les cautiva poco a poco. Tal como lo he demostrado en mi libro El Hipnotismo a distancia (1), la sola intención de influir actúa telepsíquicamente, sin palabras, sin gestos. Pero la calma sigue siendo la primera condición de ese fenómeno mentomental, porque la agitación dispersa el agente telepsíquico cuando se trata de concentrarlo. (1) De esta Editoríal.

CAPITULO IX Las calificaciones aductoras de la resolución 1. Determinación. - 2. Positivismo. - 3. Previsión y método. - 4. Integridad psíquica. - 5. Resistencia. - 6. Equilibrio cenestésico. - 7. La costumbre de la deliberación razonada. 1. DETERMINACION El más tímido de los individuos se enardece espontáneamente cuando siente una avidez o una repulsión bien determinada. En el caso de «avidez», con miras a obtener aquello que codicia, se le ve actuar con una decisión y un aplomo que sorprenden a aquellos que le conocen. En el caso de «repulsión», manifiesta una energía que ciertamente no era de esperar de él para rehusar, para evitar, para combatir lo que le desagrada. En los dos casos da pruebas de determinación. Tiene una noción clara y fuertemente resuelta de lo que quiere o de lo que no quiere. El máximo de seguridad constante (y no ocasional) se adquiere por lo general tanto más fácilmente cuanto mejor precisa la noción de lo que se desea obtener y de lo que se quiere evitar. En otros términos, el hombre o la mujer que ha definido claramente el objetivo a que tienden sus esfuerzos en la vida social y en la vida privada, se ha acondicionado así una inagotable fuente de pensamíentos y de atrevidos impulsos. ¿Cómo determinarse? ¿Qué objetivo elegir? Una contestación detallada a estas dos preguntas necesitaría un volumen entero. Pero nosotros podemos dar aquí a los interesados una orientación inicial. La individualidad humana normalmente dotada siente dos clases de incitaciones, las unas relativas a su actividad social y exterior y las otras a su perfeccionamiento interior. La vida profesional, la capacidad de obtención, de una parte; la vida intelectual y espiritual, de otra; tales son los dos polos hacia los cuales hay que centrar el pensamiento y la acción. Por lo demás, uno puede coincidir con él otro o completarlo. En lo que concierne al lado práctico y realizador, la fuente de los medios de subsistencia -por lo menos para la mayoría de nosotros- el más vigoroso fermento de la determinación y de la firmeza, es un ideal de perfección o por lo menos de rectitud. Aquellos que buscan ardientemente distinguirse, no podrían ser temerosos, tímidos. Inconscientemente son impulsados a ir hacia adelante. Por otra parte, todos ellos se benefician siempre de una consideración especial, muy favorable a la eclosión de la osadía. Y como es evidente que, en razón de sus aptitudes innatas, cada cual está particularmente dotado para un limitado número de profesiones, con exclusión de todas las demás, la cuestión de la orientación profesional adquiere aquí toda su importancia. Un tímido lo será aún más si se encuentra constreñido a una ocupación diaria incompatible con sus aptitudes, porque oirá afirmar constantemente que es mediocre. Practicando un trabajo menor adaptado a sus recursos, él mismo se hubiera enardecido.

Casi todos los desórdenes -y la timidez es uno de ellos- provienen de una inadecuación del individuo y del oficio u ocupación. Esta inarmonía quiebra el impulso hacia esa rectitud, hacia esa perfección de que antes hablábamos, y, a falta de ese impulso entusiasta, se instalan la indecisión y el abandono. El discernimiento de la mejor vía procede de un análisis meticuloso de los condicionamientos psicofísicos. Muchos hombres pueden analizarse por sí mismos muy suficientemente; otros consultarían con provecho a un especialista. Esta regla sólo tiene una excepción: el caso, en extremo raro, del individuo superiormente calificado para una clase de realización. Esto se impone entonces desde su más tierna infancia a la atención de los que le rodean. También hay que tener en cuenta que gusto y aptitud son dos cosas muy diferentes; luego el primero no implica siempre la segunda. Si importa conocerse y orientarse en cuanto a la obra utilitaria, esto no es menos importante en cuanto a la evolución psicológica que procede de la vida interior y privada. A falta de esto, se corre el riesgo de introducirse en una vía donde se marchitarán los elementos de sensibilidad y de sociabilidad que se poseen. Hay que analizarse para conocerse y discernir qué es lo que se puede hacer. Después, entre las posibilidades entrevistas, elíjase aquella que inspire más ardor, pues nada ayuda más a la moral del individuo a desarrollar su fuerza. Aquellos que no se han hallado en situación de cuidar sus comienzos y que se encuentran metidos en una vida que las circunstancias les obligan a seguir, también pueden sacar partido de los principios precedentes. Para ello, que empiecen por precisar sus intenciones desde todos los puntos de vista, que conciban objetivos bien determinados y que subordinen todos sus pensamientos a la realización de tales objetivos. Así adquirirán una tenacidad y una obstinación sobre las cuales para nada influirán los demás. Dejarán de obsesionarse por insignificancias y su impresionabilidad se atenuará gradualmente. En una palabra, se forjarán eso que se denomina «un carácter. 2. POSITIVISMO El positivismo consiste, una vez que se sabe lo que se quiere, en buscar y utilizar los medios positivos de obtenerlo, en considerar toda dificultad como un elemento del problema a resolver, y todo fracaso como una indicación de tener que modificar la táctica, sin conceder el menor pensamiento a la impaciencia o al descorazonamiento. Esta especie de filosofía práctica acostumbra a aquel que la adopta a vencer sus impresiones, sobre todo en presencia de otro. Supongamos que quisierais obtener alguna cosa y que eso no pudiera hacerse sino por medio de una gestión. Si sois personas de espíritu positivo, vuestro pensamiento dominante, el que se subordinará todos los demás, será el objetivo a que tendéis, la mejor manera de presentaros y de argumentar para lograrlo. El carácter enojoso de la gestión o la probabilidad de una acogida poco animadora no ocuparán sino un lugar secundario en vuestras preocupaciones. Una vez frente al personaje a quien hay que solicitar o persuadir, vuestra idea primordial, vuestra determinación de actuar con miras al logro de un éxito, persistirá a pesar de todo lo que se os oponga. Llegado el caso, sabréis dar pruebas de una insistencia encarnizada; y si, a pesar de vuestra ardiente estrategia, hubierais de declararos vencidos, tendréis la conciencia de vuestra irreprochable combatividad. No consideraréis el fracaso de hoy sino como algo provisional, y en vez de malgastar el tiempo y vuestra fuerza mental en lamentaros, buscaréis en seguida, y lo encontraréis con toda seguridad, otro camino de acceso a vuestro objetivo. Cualquiera que sea el medio en que os halléis, cualquiera que sea la individualidad con la que hayáis de tratar, todo vestigio de timidez se desvanecerá en el momento en que os sintáis fuertemente penetrados del papel preciso que asumís. En todas las profesiones en que es esencial la resolución más absoluta, observaréis cuán positivo es el hombre y cuán potentemente concentradas se hallan sus facultades hacia el resultado que precisa obtener. El representante, por ejemplo, piensa, habla y actúa con miras a concluir una venta. Acepta impasiblemente los choques, las inconveniencias, las negativas, y todo ello no causa en él otro efecto que el de estimular su ingeniosidad. Sabe él que, entre aquellos de quienes solicita algo, muy pocos se

hallan tan resueltos a no adquirir como él a vender y que, por consiguiente, en la mayoría de los casos obtendrá lo que quiere con tal de que no ceda. Detrás de su sonriente aspecto, de su urbanidad indulgente, de su atrayente palabra, hay una voluntad inflexible, porque tiene una intención precisa y fija. 3. PREVISION Y METODO Toda intención precisa concebida con positivismo, conduce al espíritu a la elaboración de un plan de realización. Ya se trate de una empresa de grandes vuelos o de un proyecto rápidamente ejecutable, una serie bien coordinada de esfuerzos y de iniciativas debe ser considerada desde el principio, primero en sus grandes líneas y después en su detalle mensual, semanal o diario. Esta disciplina del pensamiento afirma la voluntad, así como la resolución interior y exterior. Su importancia desde el punto de vista del éxito tiene, por otra parte, todo el resplandor de la evidencia. Los recursos improvisadores de que se dispone se desarrollan -desde el punto de vista de la envergadura lo mismo que del de la sutileza- tanto mejor cuanto que ellos se han visto otorgar atribuciones más precisas en el establecimiento del plan inicial, según las directivas del cual habrán de esforzarse. Para dar un ejemplo muy simple y especial de la cuestión de la resolución, diremos que el espíritu de insistencia se encuentra estimulado si mentalmente se preparan las entrevistas, visitas, gestiones, etc., y eso se concibe: en el curso de la preparación, diversas ideas generales se precisan y se graban en la memoria y, después, en el momento oportuno, esas ideas generatrices son inspiradoras de otras ideas circunstanciales que no se hubieran tenido sin las primeras. Reflexionar y prever es precisar la actitud mental que hay que tomar a medida que las circunstancias lo exijan; es asimismo determinar una cierta actitud física que, entonces, se manifestará espontáneamente. Para buscar con método los medios, los recursos, las posibilidades que hay que poner en acción de acuerdo con las intenciones deliberadas y decididas, lo mejor es aislarse en un local muy silencioso y concentrar el pensamiento en el problema que se persigue, con la voluntad formal de encontrar las inspiraciones de que hay necesidad. Se anotará todo lo que acuda a la imaginación, aunque sea de la manera más desordenada; en seguida conviene releer esas notas y coordinarlas. Esto se denomina clasificar las propias ideas. Todo lo que la falta de resolución puede hacer embarazoso, vendrá facilitado por la costumbre de la previsión metódica. La sola costumbre de esta práctica podrá bastar para vencer las peores timideces. Ningún ejercicio mejor podría fortalecer un carácter y enardecerle con más seguridad que el saber exactamente lo que se quiere, por qué se quiere, qué dificultades presenta eso, cómo se pretende vencerlas, prever todos los efectos sucesivos que puede traer consigo una decisión, un acto, una actitud, una palabra... Aquel a quien la simple suputación de los obstáculos o de posibles inconvenientes le desanima por anticipado, se hallará siempre inhibido en presencia de ellos en el curso de la acción. Es, pues, preferible que se prevengan: la abstención vale más que un combate en que se crea uno inevitablemente destinado a la derrota. Pero me dirijo aquí a los adeptos de la doctrina energética, resueltos al esfuerzo, cueste lo que cueste, y deseosos de prepararse para combatir mejor. 4. INTEGRIDAD PSIQUICA El vigor del psiquismo humano persiste y se afirma por el acuerdo entre el pensamiento que concibe y la voluntad actuante; ese vigor decrece y se debilita cuando existe una divergencia habitual entre las intenciones, las resoluciones y la acción o el comportamiento. Así, aunque esté provisto de una inteligencia excepcionalmente dotada, el individuo incapaz de adaptar sus actos a su pensamiento deliberado carece de integridad psíquica. He aquí por qué tantos tímidos son inteligentes, mientras que la osadía se observa con frecuencia en espíritus mediocres que sustentan una firme voluntad. La costumbre de llevar a cabo aquello que se haya decidido y madurado, de adaptar la propia conducta a

las luces del discernimiento, desarrolla el vigor psíquico y por consiguiente la resolución. Esa costumbre se adquiere por medio de la atención y el esfuerzo. Casi siempre hace falta adquirirla, y es lo más natural a la debilidad humana dejarse influir por la sugestión o por el obstáculo cuando llega el momento de adaptarse a aquello que se ha decidido. Gran número de personas piensan a la deriva y actúan del mismo modo; poco a poco pierden la confianza en su capacidad para imponerse una cosa y abstenerse de otra en un momento determinado. Les falta entonces la estabilidad mental, incluso cuando sienten de ella imperiosa necesidad -en ciertas circunstancias decisivas por ejemplo-, porque, en ellas, el pensamiento, por una parte, y la voluntad, por otra, están a merced de las impresiones que reciben de los objetos materiales o del exterior de otra persona. Hay que hacer observar que todos los esfuerzos que hemos preconizado en los capítulos precedentes, desde diversos puntos de vista, para eliminar las causas de la timidez y conquistar la resolución, concurren a la integridad psíquica. Pero si se tiende a impulsar el desarrollo de ésta hasta sus últimos grados, conviene situar en el primer plano de sus principios el de actuar en todas las fases de la vida, tanto para las cosas de poca importancia como para las que la tengan grande, de conformidad con las intenciones reflexionadas y decididas previamente. El caso de absoluta imposibilidad y aquel en que, a la hora prevista, un hecho nuevo obligue a alguna enmienda de la decisión primitiva, serán los únicos en que será tolerable a los «discípulos de la energía» que se dobleguen. Hay que considerar como un puntillo de honor el aceptar siempre como saludable y fecundo el esfuerzo que la propia conciencia nos muestre luego de llevar a cabo enérgicamente ese esfuerzo, aun a despecho de todo aquello que pudiera incitarle a desviarse, cada vez que eso sea necesario. Acaso se encontrará que abuso de la palabra «esfuerzo»; pero lo hago adrede, porque la palabra y la cosa constituyen la piedra de toque de toda modificación voluntaria que se trata de aportar, ya sea el carácter, ya a las condiciones de existencia en que uno se encuentra situado. Todos hemos tenido trabajo para poder aprender a descifrar el silabario, pero ahora ya no es trabajoso para nosotros el leer. Hemos pagado el imprescindible tributo que asegura la posibilidad de conocer y adquirir los medios de enriquecer nuestra imaginación. El trabajo que actualmente nos tomamos para fortalecer nuestra integridad psíquica, considerémoslo como algo que hace falta pagar para poseer algo más tarde: una de esas voluntades que por nada se desconciertan. Se me permitirá añadir: juzguémonos dichosos de conocer el medio de pagar y de utilizarlo; ¡tantos hay que lo ignoran, y tantos otros que lo conocen y rehúsan servirse de él! 5. REsISTENCIA Ya hemos visto en el capítulo II la importancia que tiene librarse de las trabas orgánicas de la resolución. Una vez bien establecida la integridad física -pero no antes-, se podrá pedir al trabajo muscular un nuevo elemento de confianza en sí mismo. Un sentimiento moral reconfortante acompaña y sigue siempre la lucha contra las resistencias físicas. Así, el tímido saldrá fortalecido tras una sesión de pesas y paralelas si tiene la conciencia de haber trabajado» correctamente y con energía. En principio todos los deportes dan lugar a un resultado análogo, pero preconizo las pesas y las paralelas porque esa rama del atletismo se ha revelado, según la experiencia, como la mejor para los tímidos. Durante su práctica es barrida toda sobreexcitación. Comporta varias sesiones y requiere un esfuerzo apacible no frenético, como otros muchos deportes. Los principiantes deberán dejarse guiar, entiéndase bien, por un profesor serio que regulará la progresión de su trabajo, a fin de evitarles principalmente el exceso de fatiga, que deprime y engendra la aversión. De una manera más general, a aquel que desee lograr la resolución íntegra, se le impulsa a desarrollar su fuerza muscular y su resistencia. A los más sedentarios, la vida les proporciona la ocasión de andar, de levantar pesos, de acarrear... Estas ocasiones se siente la tentación de abandonarlas, porque sólo la noción de trabajar y de fatigarse es la que acude a la imaginación. Se olvida

que el trabajo muscular fortalece, y que la costumbre disminuye progresivamente la fatiga, esa fatiga de que se quejan los neurasténicos después de haberla adquirido, por decirlo así, cuidadosamente, a fuerza de inercia. Ciertamente existen muchachos muy vigorosos que se muestran en extremo tímidos; pero, en ellos, la timidez se corrige casi siempre espontáneamente y en todos los casos con facilidad, por poco que se oponga a ella una reeducación metódica. Un ambiente despótico, los continuos reproches, las aserciones humillantes reiteradas, bastan para convertir en seres tímidos a niños robustos; pero la sugestión en sentido inverso les restituye con mucha mayor rapidez que a los débiles el aplomo normal momentáneamente inhibido en ellos. Después de haber adquirido una cierta resistencia al esfuerzo muscular, se buscará con provecho la resistencia cerebral y, en primer lugar, el desarrollo de la capacidad de atención voluntaria, de concentración de espíritu. Aquel que sabe fijar voluntariamente su conciencia en un tema determinado y mantenerla en él, cierra con facilidad el acceso a ésta de las ideas o emociones parasitarias de donde se siguen la mayoría de las manifestaciones de la timidez. Concurre poderosamente a la firme estabilidad de la moral del individuo el adiestramiento simultáneo de las posibilidades físicas y mentales. Cada cual adquiere una confianza más y más inquebrantable en su personalidad a medida que se desarrolla en él la convicción de que sus posibilidades de todo orden aumentan. La inversa no es menos cierta: a consecuencia de una decadencia fisiológica o psíquica la depresión no tarda en hacer su aparición, y con ella la timidez. También en ese caso se puede y se debe reaccionar con la certidumbre de recobrar las fuerzas. No os descorazonéis jamás. 6. EQUILIBRIO CENESTESICO El malestar interno, la depresión, no favorecen mucho la resolución; el bienestar fisiológico y el sentimiento de dinamogenia, inseparables de un perfecto equilibrio, predisponen muy naturalmente al aplomo. Lo esencial acerca del arte de determinar en sí mismo todos los factores de una buena cenestesia, ya ha sido dicho en el capítulo III. Veamos ahora cómo hay que proceder para disponer siempre de esa reserva de energía de donde surge la osadía. Ante todo hay que defender el sueño, tanto contra los excesos de trabajo como contra la disipacíón. El insomnio, voluntario o no, agota con más o menos rapidez, pero implacablemente, las fuentes mismas de la fuerza vital. Aquel que tienda a sentirse en «disposición de atacar» durante el día, no habrá de quitarle nada al reposo de sus noches. El doctor Ondinot y yo hemos tratado ya la cuestión del insomnio en otro libro, al cual remito al lector. En segundo lugar evitar toda intoxicación, principalmente el uso del alcohol en cualquier forma que sea. Los moralistas y los sociólogos repudian el alcohol en nombre de sus principios éticos. El hombre advertido se abstiene de él por simple preocupación de su bienestar y de su conservación individual. Pagar con malestares inmediatos, con fastidiosos mañanas y con Una decadencia más o menos lenta pero cierta las euforias sobreexcitantes y estupefacientes del alcohol, es adquirir a un precio exorbitantes satisfacciones muy breves y de discutible calidad. En tercer lugar, hay que considerar con la más profunda aversión cualquier exceso: de actividad como de placer. Un trabajo reflexivo, tranquilo, metódico, ritmado con descansos suficientes, fortalece y regulariza. La actividad devoradora y frenética a la moda de Ultramar, seguida, a guisa de Variedad, de juegos violentos, crea la carencia de las facultades superiores y la caducidad prematura. Cada uno de nosotros, considerado como organismo viviente generador de influjo vital, produce normalmente una suma diaria de energía constitutiva. Esta a modo de renta energética considerémosla como la de un capital: no la malgastemos. Es el único medio de evitar todo malestar, todo déficit. 7. LA COSTUMBRE DE LA LIBERACION RAZONADA

Sin la menor noción psicológica, cada cual puede darse cuenta de que hay en él un ser razonable y un ser impulsivo que no siempre se hallan de acuerdo. En tanto que el segundo no haya sido subordinado al primero por reiterados esfuerzos, le pondrá a éste trabas por cualquier motivo. En la timidez, por ejemplo, el ser razonable querría vencer el trastorno experimentado por el ser impulsivo (1). Pero éste, tan dócil como impresionable, escapa a la acción de la voluntad deliberada. Como en la doma de potros salvajes, un adiestramiento metódico, continuo, permite dominar poco a poco al ser impulsivo y doblegarle a las intenciones lúcidas del «yo» pensante. Constantemente se ofrecen las ocasiones de proceder a ese adiestramiento, obra de larga envergadura. Basta con vigilarse y substituir los pensamientos, palabras y acciones impulsivos por pensamientos, palabras y acciones deliberados. El hecho mismo de vigilarse, equivale a un atento control del «yo» pensante sobre el otro. Da preeminencia al primero sobre el segundo, y esa preeminencia subsiste cuando se trata de dominarse en presencia de otro o de proceder con resolución aunque no se sienta uno dispuesto a ello. (1) Véase en la Página 28 el esquema detallado de la conciencia (ser razonable) y de la subconciencia (ser impulsivo).

CAPITULO X La realizadora confianza en sí mismo 1. Cómo eliminar los temores que paralizan la energía. - 2. Vuestras posibilidades actuales y futuras. - 3. Valor de la concentración. - 4. El éxito y el fracaso. - 5. La dificultad. - 6. Las comparaciones. - 7. La persistencia. 1. COMO ELIMINAR LOS TEMORES QUE PARALIZAN LA ENERGIA Puede estarse dotado de resolución natural o adquirida y carecer de confianza en sí, en las propias aptitudes y capacidad para llevar a buen fin una tarea de gran envergadura, para ascender a una situación o para cumplir convenientemente los deberes. Ciertamente, la presunción conduce rara vez al fin propuesto, pero la duda en sí mismo no lleva jamás. Entre los dos extremos: imaginarse por pura fatuidad que se triunfará fácilmente y temer con exageración el fracaso, hay lugar para un justo medio que consiste en considerar ese fracaso sin impresionarse y seguir adelante. Las certidumbres absolutas nos son rehusadas a todos. Por eso hace falta aprender a pasarse sin ellas y a actuar tratando de asegurarse el máximo posible de elementos de éxito. Aquellos que dudan de sí mismos están, por lo demás, calificados a menudo para cumplir su misión ante aquel que les hace vacilar. Sólo les falta audacia. Entre las causas que engendran la duda, la principal se denomina «apatía»; es ésta la ausencia de avidez entendida en el sentido que le atribuyo en el capítulo ii de este libro. Muchos hombres acarician el deseo de obtenciones o resultados que les «agradarían mucho», pero no sienten esa avidez ardiente que impulsa a todos los recursos físicos y morales a la acción. En último análisis, la apatía testimonia una debilidad, a la cual conviene poner remedio ante todo, o bien una inhibición sugerida en el curso de la educación primaria por una pedagogía defectuosa o por un medio ambiente deprimente. El ser humano más o menos normal, aún cuando esté mediocremente dotado, manifiesta una ambición -limitada o extensa- pero siempre resuelta; porque sus gustos, sus tendencias, sus sentimientos, alcanzan un grado de vigor suficiente para dar lugar a pensamientos enérgicos yatrevidos. En segundo lugar, hay que notar el sentimiento de inferioridad, inevitable a veces en las personas reflexivas, que hiere la insuficiencia de sus facultades realizadoras o de sus conocimientos. Pero las facultades se desarrollan y la sabiduría se adquiere por el ejercicio y el estudio, uno y otro asequibles a todos a condición de ser graduados con método. Cada cual recorre una etapa notable entre el día en que comienza a deletrear su alfabeto y aquel en que

abandona las clases. Esa cultura inicial dota a su espíritu de medios intelectuales y de condiciones obtenidos por una aplicación diaria de algunas normas. Siempre nos queda como posible pedir en seguida al trabajo nuevos resultados análogos a los de la vida escolar. La atención, la memoria, la voluntad, la flexibilidad de espíritu, la ingeniosidad, ejercitadas convenientemente, en el campo de las propias posibilidades actuales, adquieren una extensión cada vez más vasta. Así cada cual puede llegar a ser capaz de cosas que en la actualidad exceden de sus medios. En fin, la huella dejada en el espíritu por los fracasos o contratiempos del pasado basta a veces para que se instale la inercia. A esto debe oponerse la pura y simple razón: ¿quién acepta sin resistencia el sufrir sus impresiones? Nadie. Después de haber reflexionado, nadie consentirá en continuar cautivo de un simple recuerdo. Una o muchas tentativas sin resultado significan la insuficiencia de los medios utilizados o bien la hostilidad de los elementos exteriores. El análisis minucioso de estos últimos permite comprender por qué no han actuado en un sentido favorable y buscar una táctica para accionarlos de nuevo con mayor eficacia. ¿Sabéis que aquellos que triunfan de golpe son excepción? La mayoría de nosotros debemos renovar nuestras tentativas antes de llegar y recorrer muchas veces el ciclo que va desde el entusiasmo a la decepción, puesto que se repite bajo otros auspicios. La experiencia positiva se adquiere así. Ciertos resultados necesitan, por lo demás, un esfuerzo obscuro, tenaz, prolongado. Agreguemos que semejante obstinación vence de cada cien veces ochenta, incluso cuando las dificultades son grandes y los dones mediocres. 2. VUESTRAS POSIBILIDADES ACTUALES Y FUTURAS Si la evaluación actual del nivel de vuestras facultades, de vuestro saber, de vuestra experiencia, os conduce a comprobar que no estáis en situación de realizar lo que deseáis, ¿por qué consideraros ya como definitivamente cristalizados, fijos, determinados? El estado de vuestros medios no es inmutable. A vosotros atañe el mejorarlos. La perspectiva del desarrollo, de la perfectibilidad, queda abierta para todos. La edad de la perfección, de la plena madurez, difiere según los individuos. Los condicionamientos psicofísicos, por una parte, y las circunstancias en que comienza la vida, por otra, colman a algunos y desfavorecen a otros. Contra eso nada podemos; pero sí nos es posible fortalecer todos nuestros resortes por medio de un ejercicio asiduo y observar con bastante atención el mundo que nos rodea, para asir las ocasiones que se ofrecen a nuestras aptitudes. La especie y los límites máximos de éstas, suponiendo que esos límites sean alcanzados mediante la aplicación, indican la orientación que les conviene, la línea de pensamiento y de acción donde mejor se desenvolverán, determinando a la vez los resultados más fecundos. Si se observa durante algunos años y muy de cerca a un cierto número de individuos, Se Comprueba que su inteligencia y su voluntad se modifican indefectiblemente, ya porque retrocedan, ya porque se afirmen según que su actividad sea automática y pasiva o deliberada y activa. Aquel que tiende sin cesar a extender el campo de su comprensión y a producir a la vez más, mejor y con mayor rapidez, considera muy pronto con ligero corazón las tareas, las responsabilidades y los proyectos ante los cuales se hubiera sentido antes abrumado. Por una parte la imaginación, la flexibilidad de espíritu, la ingeniosidad han aumentado lo suficiente para considerar las dificultades con confianza, porque se sienten en condiciones de encontrarles solución. Por otra parte, el aumento de la potencia realizadora hace posible aquello que otras veces parecía necesitar un esfuerzo excesivo en demasía para ser intentado. Salvo en las grandes administraciones, donde cualquier carrera depende ante todo de los títulos y diplomas con que uno se presenta y, después, del favoritismo o de la intriga, la superioridad de la producción crea infaliblemente el acceso a situaciones ventajosas. El valor indescontado de un colaborador crea posibilidades inesperadas para el organismo que le emplea. Para explotar esas posibilidades, es preciso otorgar una importancia nueva a quien las manifieste. Así no faltará la ocasión de sacar partido de las capacidades adquiridas o que se desarrollan. A partir de un cierto grado de conocimientos y de habilidad, la

iniciativa personal se basta a sí misma y sabe improvisarse una vía independiente. Gran número de personas se creen condenadas a vegetar porque no poseen ni el pergamino de acceso al empleo lucrativo ni el capital necesario para la adquisición de un negocio o para establecerlo. Pero el diploma sin la valía no permite ir muy lejos, y el capital desaparece cuando faltan personas lúcidas y activas que lo manejen. ¡Cuántas gentes hay que, hallándose de pronto con dinero se hacen cargo con toda candidez de un comercio del que nada entienden y retornan así a su primitiva falta de numerario acusando de lo ocurrido a su mala suerte! 3. VALOR DE LA CONCENTRACION Aprender, adquirir, fortalecer, mejorar, producir... El medio para todo eso es la concentración. Organizar quiere decir la atención y la reflexión sostenidas, y después la aplicación de todos los recursos del pensamiento y de la actividad al mismo esfuerzo. Lo imposible se hace posible y lo difícil se convierte en fácil desde que la imaginación sabe concentrarse. A aquellos que carecen de confianza en sí mismos a propósito de la preparación para un examen, la agudeza y la persistencia de la atención es lo único que les falta. La incapacidad de examinar larga y minuciosamente, bajo todos sus aspectos, las situaciones y las dificultades engendra casi todos los sinsabores, y el desparramiento de la actividad fatiga sin resultado. ¿Cómo lograr la concentración? Generalmente se preconiza una gimnasia cerebral constituída por ejercicios especiales, de los cuales, por lo demás, ya he indicado en otro lugar los más juiciosos (1). Pero por muy eficaces que sean esos ejercicios, son menos importantes que ciertas costumbres fundamentales que crean la calma, el recogimiento, el aislamiento del espíritu. Lo principal consiste en actuar siempre en silencio, y cualquiera que sea el género de ocupación a que uno se dedique, en entregarse en cuerpo y alma a ello, en no tolerarse ningún pensamiento extraño al deber del momento presente. Es más fácil concentrarse trabajando que reflexionar largamente una cuestión. Es, pues, en el curso de nuestras tareas cuando conviene efectuar los primeros esfuerzos de concentración. El valor de los «ejercicios» de que antes hablé consiste precisamente en que proporcionan un sostén al pensamiento incapaz aún de continuidad sin apoyo material. (1) Véase El Poder de la Voluntad, de esta Editorial. Si se quiere examinar el empleo del tiempo durante una semana, durante un mes, tomando nota de todas las superfluidades que multiplica la vida actual y rechazarlas resueltamente, se gana mucho de ese tiempo del que se cree carecer. Además se libra el cerebro de una multitud de pequeñas preocupaciones parasitarias, se rarifica el número de las ideas que acuden a la imaginación, y se crea así una atmósfera interior favorable a la concentración. El total de horas anualmente desperdiciadas en la lectura cotidiana y en el comentario de hechos diversos, ilustra perfectamente lo que precede. Lo que conviene a cada tarea de detalle se impone para las realizaciones de conjunto: ocuparse tan sólo del proyecto en curso de ejecución y saber permanecer ciego, sordo e insensible a todo lo demás, es el gran secreto de aquellos que obtienen buenos resultados. Se ha dicho y repetido de mil maneras y, sin embargo, eso parece escapar a muchas personas. Una idea conductora siempre presente suscita las ideas correlativas, las inspiraciones, los reflejos necesarios para que resulten bien. Así son percibidas determinadas relaciones entre aquello a que se tiende y ciertos recursos en los cuales no se hubiera pensado. Aun durante el sueño, la imaginación trabaja con utilidad cuando se la tiene fijamente orientada en estado de vigilar, y cada nuevo día aporta entonces su contingente de nuevas claridades. 4. EL EXITO Y EL FRACASO

La disciplina de la concentración lleva a su máximo la eficiencia individual. Un mediocre de espíritu concentrado obtiene buenos resultados y mejora progresivamente todos sus medios, mientras que el hombre bien dotado pero físicamente inestable, disperso, yerra a veces el objetivo que hubiera alcanzado fácilmente con una aplicación mejor sostenida. Los fracasos eventuales del primero no le perjudican en nada, porque, siempre atento, registra con cuidado el encadenamiento de las causas y de los efectos, constituyéndose así una suma de experiencia de la cual sacará partido en la próxima tentativa. En sus comienzos va tanteando, pero aprende sin cesar; después vuelve a la carga con nuevos elementos de éxito y acaba por triunfar. En sí mismo, un éxito o un fracaso significa poco. Lo que importa es el valor de las aptitudes puestas en juego. Ciertos éxitos se explican por dichosos concursos de circunstancias que no podrían reproducirse constantemente ni siquiera con frecuencia. Sus beneficiarios no obtendrían nada equivalente en lo sucesivo, y acaso perderían así su confianza en sí mismos. Hay también fracasos debidos a imprevisibles antagonismos circunstanciales que en el último momento destruyen el esfuerzo más concienzudo. El hombre los acepta fríamente como un retraso o como un nuevo elemento del problema a resolver, sin dudar un instante en la posibilidad de ganar la partida siguiente. Cuando la acción no determina los resultados que se esperaban, hay, pues, lugar a analizar imparcialmente las causas de ese contratiempo, a darse cuenta de si aquélla ha sido insuficiente o si ha intervenido alguna fatalidad. En el primer caso se adquirirá lo que faltaba. En el segundo se tratará de prever las disposiciones a tomar para prevenir un retorno del hado. Así han procedido siempre aquellos a quienes una inflexible determinación de realizar su plan ha conducido paso a paso a cursar su carrera. El peor inconveniente del fracaso, su efecto desmoralizador, se disipa pronto si la actividad no se relaja. También requerimos a quien eso interese a que venza sus impresiones para ocupar inmediatamente su espíritu en el examen de las consecuencias de lo que le ocurre y a que se dedique a buscar un método para limitar el número y la extensión de ellas. A condición de proseguir sin descanso la lucha, las energías combativas continúan íntegras. Eso no significa que no debe observarse ni tregua ni reposo y que hay que trabajar en exceso noche y día los nervios y el psiquismo propios, sino al contrario: el alto previsto, deliberado, en condiciones definidas, constituye uno de los mejores medios tácticos de autodefensa contra los deprimentes efectos del fracaso. También en este caso interviene el principio de la concentración, puesto que implica la posibilidad adquirida de absorberse en la ocupación presente y de olvidar momentáneamente todo lo demás. En el instante de irse a la cama no hay que pensar sino en dormir (lo cual favorecerá por otra parte el trabajo críptico del subconsciente, del que hablamos ya en el apartado 3); en los momentos de recreo o distracción no se piense sino en recrearse o en distraerse. El optimismo renace pronto en un espíritu que acaba de revitalizar un profundo sopor o una hora de placer, 5. LA DIFICULTAD Si se está demasiado impresionado por la dificultad, se pierde la confianza en sí mismo; si se es demasiado indiferente, se sobreestima esa confianza. Conviene, pues, evaluar lo más exactamente, lo más objetivamente posible el esfuerzo exigido por la tarea en proyecto. Pero lo que uno llevará a cabo fácilmente, excede de los medios de otro. De ahí la necesidad primordial de un perfecto conocimiento de sí mismo, a fin de adaptar lo que vaya a emprenderse a las facultades de que se disponga. ¿Qué calificaciones necesita la realización de vuestro plan? ¿Tenéis esas calificaciones en un grado suficiente? ¿Sí? ¡Entonces a la obra! Si no, es preciso revisar vuestros proyectos o proceder al desarrollo de vuestras capacidades. Cuando está probado que se puede hacer frente a cada una de las dificultades previstas, cuando se ha establecido el orden en que serán atacadas sucesivamente, el principio de la concentración indica que se entable la lucha con la primera, dejando de pensar en las demás hasta que esa sea vencida. En

seguida hay que ocuparse de modo exclusivo en la segunda, y así sucesivamente. Si la imaginación trabaja a la vez en una serie de problemas esforzándose en resolver uno de ellos en particular, derrocha sus fuerzas y pierde en agudeza. Se necesita un tiempo para concebir y otro para ejecutar. Los puntos de Vista de conjunto y el cuidado del detalle no podrían proseguir simultáneamente. Para vencer ciertas dificultades, la energía y la buena voluntad no bastan: es necesaria la ingeniosidad. Hemos tenido ocasión de ver personas muy animosas, pero desprovistas de imaginación, que se dejaban invadir por la vacilación y después por el descorazonamiento, porque no descubrían la manera de desenvolverse para llegar a vencer un obstáculo algo especial. Sin embargo, algunos de ellos habrían encontrado la solución que buscaban si hubieran meditado con método. La meditación asidua desarrolla la ingeniosidad. Cada cual debiera ejercitarse en ello a menudo. Al principio, para evitar perder la ilación de las ideas, se escribirán todos los datos de la cuestión a resolver y asimismo se tomará nota de las ideas a medida que se presenten. Siempre por escrito, se expondrán las cuestiones precisas, con la firme y tenaz resolución de obtener de su recuerdo indicaciones convenientes. Si ya se tiene la costumbre de la concentración durante el trabajo, tal como lo hemos recomendado antes, la conmoción del pensamiento se operará sin gran trabajo. Las inspiraciones afluirán casi siempre sin gran coordinación; pero anotándolas sucintamente tal como vayan emergiendo será fácil examinarlas y ordenarlas en seguida. Rara vez basta con una sola sesión, En este caso también se impone la persistencia. Un tema meditado con frecuencia se parece a un terreno asiduamente trabajado: se hace fecundo. Ved como cada cual habla con profusión de sus temas favoritos. Y eso ocurre porque, cuanto más se medita una cuestión, más interés despierta y más placer se experimenta en considerarla. 6. LAS COMPARACIONES Todos somos iguales en derecho -por lo menos en principio- Pero en lo que concierne al condicionamiento individual, la desigualdad predomina. Las predisposiciones orgánicas y cerebrales varían considerablemente entre los hombres. Los virtuosismos de unos se oponen a las deficiencias de otros, y eso es aún una causa de descorazonamiento en aquellos a quienes el autoanálisis revela algunas inferioridades. No siendo asequible el autoanálisis sino a un número elegido de personas, puesto que procede de una necesidad de conocerse diferente de la mediocridad, sería profundamente ¡lógico perder la confianza en sí mismo porque se sepa uno poseedor de ciertas lagunas que hay que colmar. Compararse a un modelo ideal dotado a la vez de equilibrio moral, de lucidez intelectual y de vigor físico, es sentir la necesidad de parecérsele, y la necesidad implica siempre disposiciones interiores suficientes para llegar a satisfacerse. La labor de algunos diestros precursores triunfa a menudo de la aridez de un suelo ingrato. De igual modo la autocultura psíquica permite paliar las insuficiencias innatas. No falta quien se hipnotiza mucho y demasiado complacientemente sobre la cuestión herencia, siendo así que las taras verdaderamente irremisibles son excepcionales -así como los individuos íntegramente «ahorrados»-. Por lo demás, en la multiplicidad de las aportaciones hereditarias hay necesariamente, al lado de ciertas defectuosidades, gérmenes excelentes y, entre éstos, calificaciones latentes que no desean sino manifestarse a condición de que se las despierte. Elegir un modelo o, mejor, componerlo, impregnar la propia imaginación, ejercitarse en imitarlo, es familiarizarse con el papel que se desearía desempeñar y encaminarse hacia la identificación perfecta. El más pequeño esfuerzo, el pensamiento más fugitivo, deja una huella perdurable y coopera a la transformación que se desea. Siguiendo esta directiva, se evoluciona cada día un poco, y puedo decir que he visto seres que evolucionaban a paso de gigante entre aquellos que durante mucho tiempo se habían creído incapaces de perfeccionarse. 7. LA PERSISTENCIA

Los menos favorecidos, aquellos que no avanzan sino lentamente, por lo menos al principio, notan siempre que su marcha hacia adelante se acelera después de un corto período de persistencia. No os descorazonéis, pues, jamás. Desconfiad solamente de los retornos ofensivos de la inercia. En definitiva es ese el único enemigo verdaderamente temible; pero es definible con tanta claridad, que el conocerle es haberle vencido por anticipado. Jamás se eterniza allí donde se le hace frente. Si intenta reaparecer, repetid con energía: «Quiero y puedo». Representaos bien el sentido de estas palabras que, por sí solas, despiertan nuevas energías en el curso de las peores lasitudes. El principal agente de la inercia es la sugestión exterior. ¡Ah! Hay que estar dispuesto a oírla muchas veces. Se encuentra en todas partes alguno pronto a declarar que no hay nada que hacer, que nadie puede modificarse, que la resolución no se adquiere, que el carácter es inmutable, etc. No discutáis. Decíos interiormente: «Puedo y quiero» y después proseguid vuestro esfuerzo.

CAPITULO XI El libro de cabecera 1. Necesidad de ciertas lecturas. - 2. Educación de la voluntad. - 3. Cultura intelectual. - 4. Ciencias de observación. - 5. Estética y seducción. - 6. Hipnotismo, sugestión, autosugestión y telepsiquia. 1. NECESIDAD DE CIERTAS LECTURAS Si queréis elevar el nivel de vuestra energía y mantener la persistencia de vuestra voluntad, leed cada día algunas páginas de una obra elegida entre las que a continuación daremos. De su lectura obtendréis asimismo reconfortantes ideas y conocimientos en gran manera convenientes para desarrollar y conservar todas las formas de resolución que aquí hemos preconizado, ya que de esos libros se desprende tal magnetismo persuasivo, que quien los lee siente nacer o renacer en sí mismo la calma, la confianza, el optimismo, las disposiciones y la serenidad combativas; sus facultades intelectuales ganan en actividad, sutileza y flexibilidad; su carácter se hace a la vez circunspecto y resuelto, y su poder de actuación se desarrolla en alto grado, cualidad indisPensable para poder llevar a cabo, con probable éxito, las más difíciles gestiones. 2. EDUCACION DE LA VOLUNTAD Paul C. Jagot. - El Libro renovador de los Nerviosos, de los Agotados por el Trabajo, de los Deprimidos y de los Desalentados. Guía práctica para vencer todo desfallecimiento nervioso y cerebral. Carta-prefacio del doctor Legrain, médico en jefe honorario de los Asilos y perito de los Tribunales. Con la imaginación atormentada y los nervios en tensión, el hombre moderno se desgasta, al parecer, en poco tiempo. Las complejas dificultades de la vida moderna, sus mil y una obsesionantes solicitaciones multiplicadoras de codicias, su apresuramiento desorientado, universalizando el desorden, los excesos de trabajo y los de otro orden, bastan para desarreglar robustas organizaciones psiconerviosas y para arruinar vitalismos exentos de taras hereditarias. Así, incluso fuera de los trastornos originados por anomalías constitucionales, se observan innumerables variedades de alteraciones neurocerebrales. Este libro indica a los interesados la manera de precaverse y reaccionar, cómo establecer ante todo en sí mismos el orden y la calma, eliminando de su psiquismo los elementos desorganizadores, integrando las nociones que engendran el vigor, la lucidez y la serenidad. Los agotados por el trabajo, los que se doblegan, aprenderán que toda tensión excesiva de los nervios y del cerebro puede ser compensada; cómo, en plena amenaza, es posible subyugar el tumulto emocional, vencer el pánico intelectual y rehacer las energías realizadoras. En lo que concierne a los choques nerviosos que conmueven, las adversidades que desorganizan y los golpes que aniquilan, diremos cómo es posible concebir, para

habituarse a oponerse a las hostilidades inseparables de la vida, una especie de estrategia individual compuesta de vigilante realismo para prevenir y de resuelta imperturbabilidad para sufrir lo inevitable y recobrar después, en el más breve plazo, el íntegro equilibrio y la paz interior. Paul C. Jagot. - Los Secretos del Éxito. Método práctico que da al esfuerzo personal el máximo de eficacia. El conjunto de las obras precedentemente citadas pone al alcance del lector todos los conocimientos susceptibles de contribuir al desenvolvimiento de sus aptitudes, al cultivo de su influencia personal, de su iniciativa y de sus facultades realizadoras. Le resta utilizar juiciosamente los medios de discernimiento y de acción que así le han sido inculcados. Por eso el libro Los Secretos del Éxito deberá figurar en la biblioteca del lector, a fin de que pueda tener siempre a mano el consejero táctico y estratégico apropiado para orientar sus esfuerzos en la lucha por la vida, para mostrarle cómo hay que vencer los obstáculos, resolver las dificultades y llevar a cabo sus deseos de continuidad. Paul C. Jagot. - El Poder de la Voluntad, sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el Destino. Método detallado para ejercitarse progresivamente en querer con fuerza y persistencia. Seguid las indicaciones de este libro y así adquiriréis una voluntad resuelta y aprenderéis a utilizarla para actuar sobre vuestra propia personalidad, para influir sobre vuestros semejantes y, finalmente, para vencer los obstáculos exteriores y vencer. Escrito con claridad tanta que se entiende.así que se lee, este manual estimula y reconforta incluso a los más deprimidos. Paul C. Jagot. - El Dominio de sí mismo. Para regir, vencer y dominar los instintos, las flaquezas y las emociones. El dominio de sí mismo consiste en saber ponerse al trabajo a la hora prevista y emprender resueltamente aquello que siente uno inclinación a eludir; en saber contener la palabra o un gesto lamentables; en guardarse de esos eclipses de la atención de donde proceden el atolondramiento y la inadvertencia a menudo onerosas, a veces trágicas; en saber observar puntualmente un régimen, moderar una tendencia, practicar asiduamente un ejercicio, reglamentar el empleo de los propios recursos, reaccionar con calma y decisión en las circunstancias angustiosas; en organizarse sin doblegarse en medio de las peores pruebas. Todo ello representa otras tantas posibilidades que necesitan en grados diversos esa calificación primordial de que estamos tratando. El dominio de sí mismo no se improvisa; se adquiere por la puesta en práctica de una serie coordinada de indicaciones de las que se encontrará el detalle en ese libro, destinado a todos aquellos que ambicionan aprender a reinar sobre sí mismos. 3. CULTURA INTELECTUAL Paul C. Jagot. - La educación de la memoria. Método práctico para retener y recordar con facilidad y exactitud. Una buena memoria da facilidades para todo y abre el acceso a las posibilidades superiores. Al desarrollar la vuestra, os aseguraréis uno de los más poderosos medios de éxito. Podréis llegar a ser capaces de aprender con rapidez, de grabar en vuestra imaginación todo aquello de que queréis acordaros y de recordar cada cosa en tiempo oportuno. Este método absolutamente único permite en cualquier edad obtener una mejoría de la memoria, duradera y sin cesar acrecentada. Paul C. Jagot. - El arte de hablar bien y con Persuasión. En público, en la vida privada y en los negocios. Esta obra se halla al alcance de todos. Exclusivamente práctica, desde la primera línea a la última, indica la manera de adquirir metódicamente:

Las ideas, los conocimientos indispensables para interesar a aquellos a quienes se habla y para tomar parte brillantemente en cualquier conversación. La abundancia de las palabras, de los giros, de las expresiones, de las frases; abundancia gracias a la cual expresaréis siempre vuestros pensamientos con exactitud, con claridad y con energía. La sonoridad vocal y la pronunciación correcta, distinta, expresiva, que darán a vuestrass palabras encanto y distinción. La resolución, la calma y la habilidad persuasiva cuya utilización constituye, sobre todo en los negocios, una de las más preciosas ventajas que existen. Paul C. Jagot y F. Duchiz. - La Educación del Estilo. Nuevo sistema práctico para adquirir facilidad de redacción y de estilo. En una primera parte, esta obra se esfuerza en guiar al lector cuyo objetivo se limite a saber redactar convenientemente un texto utilitario cualquiera: carta, informe, relato, etc. La segunda parte aborda la composición literaria, no sólo en lo que concierne a la escritura propiamente dicha, sino también y sobre todo las fuentes de inspiración y la coordinación de ésta en creaciones originales. Los autores se han esforzado en ser útiles al mayor número de personas; muestran la vía autodidacta de llevar a cabo honorablemente cualquier trabajo de redacción y orientan a aquellos que poseen, sin saber aún sacar partido de ello, condiciones de escritor. 4. CIENCIAS DE OBSERVACION Paul C. Jagot. - Las Marcas Reveladoras del Carácter y del Destino. Con ilustraciones. «No sé de qué pie cojea ése», se suele decir cuando, merced a un largo trato, conseguimos conocer plenamente el carácter de una persona. Verdaderamente, es mucho más fácil influir sobre una persona cuyas inclinaciones son conocidas que sobre un desconocido. Además, toda fisonomía lleva impreso el sello de la propia personalidad. Aun antes de abordar a una persona, el examen de sus rasgos, de su perfil, de los contornos y proporciones de su rostro, nos revelan ya los elementos integrantes de su carácter. El estudio de las fisonomías, estudio tan atrayente como útil, procura la satisfacción de poder discernir cómo son verdaderamente las personas que nos rodean o aqpellas con las cuales tenemos trato. Este estudio proporciona una sólida base a la influencia personal y en particular al arte de persuadir, de convencer y de conquistar, puesto que indica el modo de poder distinguir, en su conjunto, las tendencias, facultades, aptitudes, gustos e inclinaciones de toda especie de aquellas personas objeto de nuestro examen. Por consiguiente, si poseéis espíritu observador, sacaréis partido de este libro en todas las horas de la vida, ya que la investigación psicológica de las fisonomías proporciona los indicios que han de guiar la palabra y la actitud, cuando se trata de conciliarse la simpatía o el afecto de alguien, de conservarla, de elegir amistades, de hallar el camino que conducirá al individuo a la conclusión de cualquier asunto, a una unión o asociación cualesquiera, evitando que ponga su confianza en persona que no sea merecedora de ella. El autor ha hecho de este libro una obra maestra de claridad y precisión. Desde las primeras páginas se percata el lector de que la forma, las predisposiciones y las predestinaciones son inseparables y halla un vivo placer, siguiendo las indicaciones del libro, en leer en lo más recóndito de las almas, en atravesar las máscaras humanas, en defraudar las simulaciones, en descubrir los más ocultos pensamientos y en discernir el verdadero mérito, las verdaderas cualidades y superioridades. 5. ESTETICA Y SEDUCCION Paul C. Jagot y P. Oudinot. - Método práctico para adquirir y desarrollar el Atractivo personal. Psicología del Atractivo personal y Estética facial y general.

Pese a las feas apariencias, hay muchos seres que son atrayentes, simpáticos y hasta seductores. Dícese, generalmente, de estas personas, que tienen «sombra», gracia, atractivo personal, que son encantadoras... Esta influencia se desarrolla según las leyes determinadas por diversos procedimientos que se hallan reunidos en este libro, verdaderamente único. En él los autores, que son dos especialistas en esta materia, nos exponen en una forma clara y sencilla, al alcance de todos, las indicaciones y procedimientos -resultado de muchos años de observaciones e investigaciones- que deben ponerse en práctica para desarrollar y encauzar las posibilidades de cada uno en esta cuestión. Paul C. Jagot. - Psicología del Amor. El instinto, la sensibilidad y la imaginación. Con su habitual claridad, el autor ha sabido poner al alcance de todos las sutilezas de la psicología sentimental. El ¡ector hallará, pues, en este libro: Un análisis luminoso de las condiciones en que el amor se elabora, nace, evoluciona y se extingue; La exposición del determinismo de las inclinaciones y de las incompatibilidades; Un estudio acerca de la misión de los imponderables, de la radioactividad humana y en particular en las atracciones intersexuales; El mecanismo de la seducción; El cuadro clínico de las desorganizaciones psiconerviosas consecutivas a las dolencias de tipo sentimental. La técnica del tratamiento de las crisis agudas y estados crónicos engendrados por las decepciones amorosas; Un método científico de dominio del instinto sexual; y Finalmente, nuevos datos acerca de la comunicacíón telepsíquica de los estados afectivos. 6. HIPNOTISMO, SUGESTION, AUTOSUGESTION Y TELEPSIQUIA, Paul C. jagot. - Método científico moderno de Magnetismo, Hipnotismo y Sugestión. Curso práctico completo e ilustrado de experimentación de los fenómenos psíquicos al alcance de todos. La práctica del hipnotismo desarrolla la voluntad, de igual modo que el movimiento fortalece los músculos. Especialista en la materia desde hace más de veinticinco años, el autor da las más claras y precisas instrucciones para practicar el hipnotismo. Se trata de un curso práctico completo. Rigurosamente científico, pone, no obstante, al alcance de todos, el conocimiento, los procedimientos y las diversas posibilidades del psiquismo. El lector hallará, ilustrados por medio de grabados, los métodos más eficaces para producir todas las fases de la hipnosis», desde los más ligeros efectos en estado de vigilia hasta el somnambulismo artificial. Todas las obras publicadas hasta hoy, tanto en Europa como en América, acerca de las ciencias psíquicas están prácticamente resumidos en este volumen que trata a fondo las siguientes materias: hipnotismo sensorial, sugestión, magnetismo fisiológico, acción telepsíquica, lucidez, clarividencia, exteriorización de la sensibilidad, desdoblamiento, medicina psicomagnética, autocultura psíquica y magnetismo personal. Paul C. Jagot. - Método Práctico de Autosugestión y Sugestión. Los procedimientos más seguros y más precisos de influencia sugestiva sobre sí mismo y sobre los demás. Este libro, esencialmente práctico, constituye un manual preciso de autosugestión en el cual se ha prescindido de las exageraciones e ilogismos que durante mucho tiempo fueron causa de que se alejaran del estudio de las cuestiones psíquicas las personas serias. Una parte trata del arte de sugestionar a otro y de llevar a cabo de ese modo las reeducaciones y curaciones que en la actualidad son ya posibles sabiendo dirigir el subconsciente.

Paul C. Jagot. - El Hipnotismo a Distancia, la Transmisión del Pensamiento y la Sugestión Mental. Resumen de experimentación muy claro, detallado y completo. Después de haber expuesto la teoría explicativa de la acción a distancia del pensamiento, el autor indica los procedimientos que hay que utilizar para comprobar exPerimentalmente la realidad de tal fenómeno. Finalmente, indica el papel y las aplicaciones prácticas posibles de la influencia mental en la vida privada y en los negocios. El interés de este volumen aumenta a medida que se va conociendo.

INDICE I. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

Lo que causa la timidez Cada tímido constituye un caso especial de timidez. Causas físicas directas. Los defectos exteriores. Emotividad y sensibilidad excesivas. La aprobatividad. La imaginación. La inercia rectriz del psiquismo superior.

II. Disposiciones necesarias para el cultivo de la resolución 1. De la avidez en general. 2. La integridad orgánica. 3. La influencia personal. 4. La imperturbabilidad. 5. La independencia. 6. La primacía del juicio objetivo. 7. La arquía individual. III. La integridad orgánica 1. El inventario inicial. 2. Primera condición esencial. 3. La exacta nutrición. 4. Toxinas y residuos. 5. Segunda condición esencial. 6. Higiene nerviosa y mental. 7. Casos especiales. IV. Aspecto exterior 1. Higiene general. 2. El rostro. 3. El cuerPo. 4. Del vestir. 5. La palabra. 6. La actitud y las expresiones. 7. La rradiación. V. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

La impasibilidad La acción profunda de las actitudes. Inhibid vuestras reacciones externas. Afrontad las impresiones que temáis. Acumulad las representaciones mentales de imperturbabilidad. Influjo nervioso, energetismo y resolución. El sistema Rénovan. La ayuda aportada Por el análisis psicológico.

VI. La independencia

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

Decidid ser independientes. El valor del silencio. Conservad la iniciativa de vuestras decisiones. Libraos de la preocupación por la opinión de los demás. Cómo fortalecer vuestra firmeza. Adoptad el papel activO. Quered.

VII. Dominio de la imaginación 1. Un elemento mayor de la timidez. 2. Siempre conviene definir antes de juzgar. 3. Reflexiones que se imponen antes de abordar un medio desconocido. 4. La atención y la imaginación. 5. Cómo vencer la aprensión. 6. El útil papel de la imaginación. 7. La combatividad. VIII. La timidez postpuberal; cómo vencerla 1. Causas físicas generales de la timidez postpuberal. 2. Causas emotivas e intelectuales en general. 3. Causas especiales. 4. Bases esenciales de la reeducación. 5. Regularización física. 6. Reeducación intelectual. 7. El arte de influir. IX. Las calificaciones aductoras de la resolución 1. Determinación. 2. Positivismo. 3. Previsión y método. 4. Integridad psíquica. 5. Resistencia. 6. Equilibrio cenestésico. 7. La costumbre de la deliberación razonada. X. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

La realizadora confianza en sí mismo Cómo eliminar los temores que paralizan la energía. Vuestras posibilidades actuales y futuras. Valor de la concentración. El éxito y el fracaso. La dificultad. Las comparaciones. La persistencia.

XI. El libro de cabecera 1. Necesidad de ciertas lecturas. 2. Educación de la voluntad. 3. Cultura intelectual. 4. Ciencias de observación. 5. Estética y seducción. 6. Hipnotismo, sugestión, autosugestión y telepsiquia.

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