Parece mentira

July 24, 2017 | Author: manolo_17 | Category: Novels, Truth, Existence, Love, Science
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Parece mentira de Xavier Villaurrutia

ENIGMA EN UN ACTO

A Celestino Gorostiza

PERSONAJES:

EL EMPLEADO UN MARIDO UN CURIOSO UN ABOGADO TRES SEÑORAS

ESCENA I Sala de espera en el despacho de un abogado. Hoy. La sala aparece vacía. Pausa. Se oye el timbre de la puerta de entrada, al fondo, a la izquierda. Aparece por la puma de la derecha el empleado. Abre la puerta y entra incierto, tímido, el marido. El marido, el empleado

EL MARIDO.- ¿El señor Fernández? ¿El abogado Fernández? EL EMPLEADO.- (Automático, pensando en otra cosa.) No ha llegado aún. Pase usted a esperado. EL MARIDO.-Recibí una cita para... EL EMPLEAO.- (Interrumpiéndolo.) Pase usted a esperado.

EL MARIDO.-... las siete. EL EMPLEADO.-Puede usted tomar asiento. EL MARIDO.-... solo que, más bien que con el señor Fernández, estoy citado aquí en su sala de espera y no sé... El. EMPLEADO.-EI abogado no tardará en llegar. EL MARIDO.-... y no sé si debo permanecer aquí sin explicar al señor Fernández el porqué de mi presencia en su despacho. EL EMPLEADO.- (Cortante.) El abogado tendrá mucho gusto en oír a usted. (El empleado se inclina y sale por la puerta de la izquierda. El marido busca el asiento menos visible y lo ocupa. Pausa. Se oye el timbre de la puerta de entrada. Reaparece el empleado. Abre la puerta de entrada y aparece el curioso.)

ESCENA II El marido, el empleado, el curioso

EL CURIOSO.-Quisiera hablar con .el abogado Fernández. EL EMPLEADO--Pase usted a esperado. (Deja su sombrero en el perchero) EL MARIDO.- (Levantándose y queriendo explicar el porqué de su presencia al empleado) ¿Cree usted que el señor Fernández no tenga ningún escrúpulo...? EL EMPLEADO.- (Interrumpiéndolo.) Ninguno. (Al curioso.) Puede sentarse si gusta.

EL CURIOSO.- (Que no ha visto al marido) ¿Soy la primera persona que viene a buscarlo esta tarde? EL EMPLEADO.-La primera, después del señor. (Dice esto señalando al marido. El curioso y éste cambian esa primera mirada feroz de las personas condenadas a ocupar por algún tiempo la misma jaula. El curioso se sienta. Se oye el timbre del teléfono. El empleado toma el audífono) Sí... No, no ha llegado aún... Sí, todas las tardes. .. A las siete. .. Acostumbramos considerar tarde las siete. .. No puedo decirlo con exactitud. Sí, señor. .. ¿La dirección de su casa? No estamos autorizados a saberla. A sus órdenes. (Cuelga el audífono. Se dispone a salir.) EL CURIOSO.- (En Pie) Dispénseme una palabra. EL EMPLEADO.-Diga usted. EL CURIOSO.- ¿El señor Fernández es joven? EL EMPLEADO.- Dentro de unos minutos podrá usted decirme si así le parece. EL CURLOSO.- Yo quisiera saber la opinión de usted. EL EMPLEADO.-Mis puntos de vista son, seguramente, tan diversos a los suyos, que, a lo mejor, la persona que a mí me parece joven a usted le parece un superviviente. EL CURIOSO.-Entonces, y no me juzgue usted mal, comparado con alguien. EL EMPLEADO. Comparado con el señor padre del señor Fernández, el señor Fernández es joven; comparado con el hijo del señor Fernández, el señor Fernández ya no es joven. EL CURIOSO. Es usted un maestro en el arte de no comprometerse.

EL EMPLEADO.-Perdóneme, pero no le comprendo a usted.

EL CURIOSO.-No hay duda, es usted el perfecto secretario particular. EL EMPLEADO.-No soy el secretario particular del abogado. EL CURIOSO.- Y, no obstante, obra usted como si lo fuera. EL EMPLEADO.-EI señor Fernández no tiene secretos. ¿Por qué había de tener secretario? Yo atiendo los teléfonos, recibo a los clientes. No tengo otra misión. Soy un simple empleado. EL CURIOSO.- Yo creo que usted merecería... EL EMPLEAOO.- (Interrumpiéndolo, suavemente.) Nadie tiene lo que se merece. Ahora mismo, tal vez usted merezca que yo satisfaga su curiosidad. (Al curioso le brillan los ojos.) Pero si lo hiciera sería injusto, en primer lugar, con el abogado, que no merece que con una respuesta indiscreta lo ponga en un compromiso y, en segundo lugar, conmigo mismo. EL CURIOSO.- ¿Con usted mismo EL EMPLEADO.-Sí, porque, y dispénseme si subrayo de paso la injusticia de usted, ¿no ha pensado que con sus preguntas me roba un tiempo que acaso no merezco perder? EL CURIOSO.- ¿Tiene usted mucho trabajo?

(El empleado sonríe: parece interesarse en la conversación. toma asiento.)

EL EMPLEADO.-No me refiero al tiempo que empleamos en un trabajo de las manos, en coser un expediente o en poner en marcha el multígrafo, tiempo que al fin y al cabo podemos soldar nuevamente después de una pausa más o menos larga, sin pérdida considerable. Piense usted en el tiempo que sustraemos al desarrollo de una idea, a la

continuidad de un monólogo, a la visita de un recuerdo precioso, que, una vez interrumpidos, se escapan y se esconden en el desván de nuestra memoria para reaparecer quién sabe cuándo. EL CURIOSO.- ¿Es usted poeta? EL EMPLEADO.-Las impresiones de usted van de un extremo a otro, sin pasar por el centro. Hace un momento le parecía un secretario particular, ahora un poeta.

EL CURIOSO.-No es mía la culpa: calla usted como un secretario particular y habla usted como un poeta. EL EMPLEADO.-Es verdad. Y me alegro de encontrar a una persona a quien un solo golpe de vista y unas cuantas palabras le han dado mi clave en una ambivalencia. EL CURIOSO.- ¿Ambivalencia? EL EMPLEADO.-No se asuste... Es el nombre moderno de un fenómeno antiguo cuya existencia usted mismo acaba de probar haciendo un doble juicio de mi modo de ser. EL CURIOSO.- luego ¿usted cree...? EL EMPLEADO.-Creo que en cada uno de nosotros existen, simultáneamente, sentimientos contradictorios hacia una misma cosa, hacia una misma persona... EL CURIOSO.- Ah, sí. Eso del amor y el odio... EL EMPLEADO.-Si usted quiere. Y, más todavía, dobles modos de ser que, como en mi caso, son aparentemente enemigos. EL CURIOSO.- ¿Sólo aparentemente?

EL EMPLEADO.-En mí se dan la mano el empleado y el poeta, pero lo más frecuente es la ignorancia de estos dobleces de la personalidad. EL CURIOSO.- ¿Luego no es fácil conocerlos? EL EMPLEADO.-Por el contrario, el hombre vive y muere ignorándose. Toda su vida, o punto menos, la gasta haciendo lo posible por no reconocer que en realidad no es un hombre sino dos o más. Juega consigo mismo al escondite, y aun sabiendo dónde se oculta, no se atreve a decir "aquí estoy" o "aquí está el otro". Usted mismo que, así, de pronto, me ha situado en dos climas tan diversos, el del empleado y el del poeta, ¿se ha confesado cuántas y cuáles son sus vidas simultáneas? EL CURIOSO.-La verdad, nunca me he puesto a pensar en ello. EL EMPLEADO.-Yo le aconsejo que se atreva a hacerla. Acaso en la conciencia de esa pluralidad encuentre usted eso que llaman la dicha, o la comodidad o, al menos, la explicación de sus tormentos. EL CURIOSO.- ¿Y si yo le dijera a usted que soy dichoso y que no necesito explicarme los tormentos que no sufro? EL EMPLEADO.-Si eso fuera verdad, al declararlo no haría usted sino demostrar su inexistencia. Pero usted mismo no se ha atrevido a asegurar categóricamente que es feliz y que está conforme con su vida.

(Durante el diálogo entre el empleado y el curioso, el marido empieza a dar señales de inquietud. Ni el empleado ni el curioso pensado en la presencia del tercero) EL MARIDO.- (Sacando fuerzas de su timidez.) Señores...

(El empleado y el curioso advierten que han estado hablando te de un tercero. Pasado el primer asombro, cambian una mirada que es todo un pacto. El marido acerca su asiento, sin levantarse del todo, y continúa.) Señores... No sé si deba. No sé si con esta interrupción corte estúpidamente un diálogo que, en cualquier otro caso, habría respetado fingiendo, como es mi deber, no escucharlo, pero sucede que (dirigiéndose al curioso) usted ha hablado hace un momento de un ser dichoso, conforme e ignorante de cualquier tormento... y usted (dirigiéndose al empleado) ha insinuado la posibilidad de que ese tipo de hombre no exista. EL CURIOSO.- Así es. EL EMPLEADO.-Así es. (En píe.) EL MARIDO.-Pues bien, si yo hubiera tenido el gusto de conocer a ustedes hace veinticuatro horas, habría podido decides que ese hombre era yo. (Ahora es el curioso quien se acerca al marido.) El bienestar, la comodidad, el desahogo económico y una alegría bien dosificada estaban dentro y fuera de mí. Y no digamos un tormento, ni la más leve preocupación ensombrecía mis pensamientos o mis costumbres... EL EMPLEADO.- (Triunfante.) En una palabra: usted no existía. (Se sienta.) EL MARIDO.-Mejor dicho, yo ignoraba que existía. EL CURIOSO.- ¿Y ahora? EL MARIDO.-Ahora... (Volviéndose atrás moral y materialmente.) Ahora no puedo decir nada más. (Se sienta.) EL EMPLEADO.- (Después de un cambio de miradas con el curioso; insinuante) ¿Por qué motivos? Nada nos impidió hablar con toda franqueza, hace un instante, delante de usted. EL CURIOSO.-Es verdad. EL EMPLEADO.-Su silencio de ahora revela una desconfianza, una reserva...

EL MARIDO.-Olvida usted que apenas nos conocemos... Que en rigor no nos conocemos. EL EMPLEADO.-No solamente no lo olvido, sino que en realidad es lo único que tomo en cuenta. Gracias a que no nos conocemos ha sido posible este cambio de intimidades entre personas que, precisamente porque nada las liga, nada tienen que ocultarse. El interés que ha demostrado usted interviniendo súbitamente en nuestra conversación lo ha traicionado. EL MARIDO.- (Cobarde.) Ha sido una casualidad. EL EMPLEADO.-Que usted cogió al vuelo para empezar a desahogarse, a librarse de algo que no puede guardar por más tiempo. EL MARIDO.-En todo caso, tengo más de un amigo a quien confiarle... EL EMPLEADO.-Permítame que no crea sino la primera parte de su frase. Tendrá uno 0muchos amigos, pero no es a ellos a quienes va a confiar lo que usted mismo no quisiera pensar siquiera. EL MARIDO.- ¿Para qué son, pues, los amigos? EL EMPLEADO.-Un amigo es alguien a quien contamos nuestras victorias y ocultamos nuestras derrotas. Conozco situaciones como la suya, y aunque la suerte no me ha dado la oportunidad de experimentar en cabeza propia, he vivido intensamente esas situaciones… en los demás. (Se oye el timbre de la puerta de entrada. Los clientes vuelven a sus puestos y adoptan actitudes de indiferencia. El empleado recobra su personalidad de empleado) EL EMPLEADO.- (Después de abrir la puerta.) Pase usted, señora.

ESCENA III El marido, el empleado, el curioso, las tres señoras

(Entra una señora joven, vestida de negro, con la cara cubierta por un velo. La señora saca de su bolsa una tarjeta que entrega al empleado. El empleado, con una cortesía mecánica, se inclina e indica a la señora la puerta del privado, a la derecha, invitándola a entrar.) EL EMPLEADO.-Por aquí, si tiene la bondad. (La señora entra en el privado. El empleado vuelve al punto de reunión y toma asiento. El curioso ha vuelto a acercar la silla. Todo está como antes de la llegada de la primera señora.) Y aunque la suerte no me ha dado la oportunidad de experimentar en cabeza propia, he vivido intensamente esas situaciones... En los demás.

(Se oye el timbre de la puerta de entrada. Todo el movimiento de personas y cosas se repite. Después de abrir la puerta, el empleado dice.)

Pase usted, señora.

(Entra una segunda señora, idéntica a la anterior. Podría jurarse que es la misma. Saca de su bolsa de mano una tarjeta y la entrega al empleado, que la invita a entrar en el privado.)

Por aquí, si tiene la bondad.

(La segunda señora entra en el privado. Al acercarse el empleado a su asiento, el marido, que ha palidecido progresiva y mortalmente ante la presencia repetida de la señora, quiere decir algo que al fin se ahoga en su garganta. El empleado y el curioso no advierten nada de esto. Aquél ha vuelto a ocupar su sitio; el curioso ha acercado su silla y espera, como de un oráculo, las palabras del empleado.) Y aunque la suerte no me ha dado la oportunidad de experimentar en cabeza propia, he vivido intensamente esas situaciones… en los demás.

(Se oye por tercera vez la misma llamada del mismo timbre en la misma puerta. El curioso y el empleado repiten inconscientemente los mismos gestos y movimientos. Todo vuelve a ocupar su sitio inicial. Sólo el marido queda hecho una estatua cuando al oír la voz del empleado aparece y entra una tercera señora idéntica las dos anteriores. Podría jurarse que es también la misma. Da una tarjeta al empleado y éste repite los ademanes y pasos anteriores.)

Por aquí, si tiene la bondad.

LA TERCERA SEÑORA.-No se moleste, conozco el camino.

(La señora entra en el privado. El empleado cierra la puerta y al tiempo de volver a su asiento mira al marido, que pugna por hablar y sólo emite una especie de rugido)

ESCENA IV El marido, el empleado, el curioso

EL EMPLEADO.- ¿Qué le ocurre? ¿Qué le ocurre? EL CURIOSO.- ¡Se ahoga, se ahoga! EL EMPLEADO.-Cálmese, cálmese usted. EL CURIOSO.-Un poco de agua es bueno para estos casos. EL EMPLEADO.-No haga ningún esfuerzo, calma, calma. EL MARIDO.- (Logrando al fin hablar] ¿Quién es?... (Al empleado.) ¿Quién es esa mujer? EL CURIOSO.- ¿Cuál de las tres? EL MARIDO.- (Cogiendo la solapa del saco del empleado; con voz alterada.) ¿Quién es? EL EMPLEADO.- (Retirando la mano del marido, le contesta en empleado.) No estoy autorizado a saberlo. EL MARIDO.- (Suplicando.) Respóndame, se lo ruego. EL CURIOSO.-Si, respóndale. EL MARIDO.-Hace un momento parecía usted capaz de comprenderlo todo. .. Se lo ruego. ¿Quién es esa mujer? . EL EMPLEADO.- Tiene usted razón. Ahora no debo mentir, ni ocultar ni callar nada. Ahora debo decir la verdad desnuda, en vez de hablarle como un empleado hipócrita. EL MARIDO.- (Conmovido.) Gracias... ¿Quién es?

EL EMPLEADO.- (Desolado.) No sé quién es, se lo juro. EL CURIOSO.-¿Cuál de las tres? ¿Quieren saber sus nombres? Cada una de ellas entrega a usted una tarjeta. EL MARIDO.-Tiene razón: entregó a usted una tarjeta. EL EMPLEADO.-Espere usted. (Se busca en los bolsillos. Encuentra solamente una tarjeta.) EL CURIOSO.-Busque las otras dos. EL EMPLEADO.- (Después de leer la tarjeta.) No adelantamos nada: me entregó una tarjeta del abogado. EL CURIOSO.- (Le quita la tarjeta.) Faltan dos tarjetas. EL EMPLEADO.- (Buscándose una vez más en los bolsillos.) No hay más. EL CURIOSO.- (Extrañado.) Y no obstante... EL MARIDO.- (Impaciente.) Es inútil... Se lo ruego. .. La señora que acaba de entrar ¿ha estado aquí en otras ocasiones? EL EMPLEADO.- Trataré de recordar por todos los medios que estén a mi alcance. Le diré la verdad, toda la verdad. Venga usted conmigo. (Se dirige al privado seguido de cerca por el curioso, que no pierde ocasión de probar que lo es, y por el marido. Entreabre la puerta, mira y señala.) ¿Se refiere usted a la señora vestida de negro, a la señora del velo? EL CURIOSO.-Pero ¿a cuál de ellas? EL MARIDO.-Sí, a la señora. EL EMPLEADO.-Un momento... Sí, es la misma. Creo que es la misma. La señora ha venido a buscar al abogado... espere usted... dos veces más. Con ésta es la tercera vez que

la veo. Soy lo que se llama un mal fisonomista... pero la señora ha venido siempre así, con un velo, es decir, sin fisonomía. Y creo recordar que su presencia y su silencio me intrigaban... aunque no estoy seguro de que no sea sino hasta ahora cuando me intrigan. EL MARIDO.-Sin embargo, la señora le habló a usted. EL EMPLEADO.-Espere usted... Ahora me habló, pero la primera y la segunda vez que vino... Quisiera recordar exactamente… ¿Qué día es hoy? EL CURIOSO.- Lunes. EL MARIDO.- (Anhelante.) Haga un esfuerzo, procure recordar. EL EMPLEADO.-Eso es; vino un lunes y luego el lunes de la semana siguiente. Espere usted. .. ¿Qué hora es? EL CURIOSO.- Las siete. EL EMPLEADO.- O, más bien, vino tres días seguidos a la misma hora, a esta hora... o tres veces el mismo día. EL MARIDO.- (Impaciente.) ¿Qué le ha dicho? ¿Qué le ha dicho a usted ahora, hace un momento? EL EMPLEADO.-Me dijo solamente: "No se moleste usted. Conozco el camino." (Al oír esta frase, el marido se derrumba abatido en la silla. Los dos lo rodean.) EL MARIDO.-"Conozco el camino." No hay duda. Ha venido tres veces. Es ella. EL EMPLEADO.- ¿Quién? EL CURIOSO.- ¿Quién? (El marido no contesta. Pausa.)

EL EMPLEADO.-Puede usted decido todo con la seguridad de que su dolor será comprendido y respetado; de que si, como creo, es preciso guardar el secreto, sabremos guardarlo. EL CURIOSO.-Naturalmente. EL EMPLEADO.- (Después de otra pausa.) Si no se atreve a hablar y pensando que necesita hacerla... yo podría interpretar sus sentimientos con las mismas palabras con que usted hablaría. Tengo esa costumbre. Desde pequeño confesaba los pecados cometidos por los demás. Tengo el dón, el secreto o la habilidad, a veces muy dolorosos, de hacer hablar a las cosas y a los seres. De sus palabras, hago mis poesías; de sus confesiones, mis novelas… (El marido hace un gesto de asombro.) Mas no tema usted, no escribiré su novela: ya está escrita. Pero eso me impide dejarlo como a un náufrago, en medio de la tormenta, sin traerlo a la orilla de una confesión que usted necesita. No me diga nada. Yo imagino su caso y siento lo que imagino. EL MARIDO.- ¡Imagine usted lo que siento! EL CURIOSO.- (Sin poder resistir más tiempo.) ¿Quién es ella? ¿Quién es? EL MARIDO.- (Al empleado.) Usted lo ha adivinado. Lo leo en sus ojos. Dígaselo usted. Yo no podría. EL EMPLEADO.- (Al curioso.) También usted puede leer en mis ojos.

(Cambian una mirada. El curioso lee en los ojos del empleado.)

EL CURIOSO.-Sí, sí. (Hablando consigo mismo.) Pero ¿cuál de las tres? EL MARIDO.- Ahora todos lo sabemos. Fue ayer, por la noche, gracias a un anónimo, a este anónimo.

(Saca un pliego. El curioso se apodera de él, lo devora más que lo lee; y se lo ofrece al empleado, que lo toma y, sin mirado siquiera, lo pone en manos del marido.)

EL EMPLEADO.- (Se sienta. Y luego, con su voz más insinuante.) Es inútil: conozco su estilo impersonal y directo. Durante varios siglos el hombre ha ejercitado esta forma literaria que alcanza a veces una perfección clásica: al mismo tiempo ql1e dice cuanto tiene que decir, el autor permanece cobardemente invisible. "Preséntese el lunes por la tarde en el despacho del abogado Fernández y se convencerá de que su esposa lo engaña en sus propios ojos."

EL CURIOSO.- (Asombrado.) ¡Eso es, poco más o menos! EL EMPLEADO.- ¿Más, o menos? EL CURIOSO.- Menos. EL EMPLEADO.-Espere usted: "Con ésta será la tercera vez que esposa visite al abogado Fernández. Conoce el camino." (El curioso y el marido quedan suspensos; el anónimo dice lo mismo, ni más ni menos.) EL MARIDO.- (En pie.) ¿Cómo ha podido usted...? EL CURIOSO.- (En Pie) ¡Lo ha adivinado usted! EL MARIDO.- (Sospechando del empleado.) Un momento... un momento. Usted no ha podido adivinado. EL CURIOSO.- Tiene usted razón, tiene usted razón. No era posible.

EL MARIDO.- (Colérico, agitando el anónimo.) Usted lo ha escrito. EL EMPLEADO.- Cálmese usted. No tiene usted razón. EL MARIDO.- (Todavía colérico.) Usted lo ha escrito... (Pero volviendo a la realidad de su situación.) ¡Usted lo sabía todo! EL EMPLEADO.- (Dueño, más que nunca, de sí.) Nada sabía antes de que usted llegara, antes de que las cosas sucedieran como sucedido. No soy el autor del anónimo. Tampoco hay por qué admirarse de que haya podido leerlo. Se trata de un anónimo como otro cualquiera. Yo los he escrito. Mejor dicho: mis personajes los han escrito. Y la realidad de esta situación ha hecho posible que yo reproduzca literalmente el texto. EL CURIOSO.- ¡Es maravilloso! EL EMPLEADO.-Amigo mío, lo maravilloso no existe. Lo maravilloso es que lo maravilloso no existe. Aquello que juzgamos maravilloso no es sino una forma aguda, evidente, deslumbradora, de lo real. EL CURIOSO.- ¡Pero si todo esto parece mentira! EL EMPLEADO.-Usted lo ha dicho: parece mentira. (Acercándose al marido), poniéndole una mano en el hombro.) Y por lo que a usted toca, querido amigo, permítame llamarlo así, piense que la comodidad y la ignorancia en que se desarrollaba su vida no era más que una realidad vacía, .un mundo deshabitado, camino sin paisaje, un sueño sin ensueños: en una palabra, una muerte eterna; y en que ahora, como usted mismo acaba de decir, gracias a un anónimo, es decir, gracias a una revelación, a la revelación de un secreto, se halla usted en el umbral de una existencia que podrá discutir, corregir y labrar a su antojo, del mismo modo que el artista discute, corrige y labra su obra en progreso. (Pausa muy corta.) Y ahora nada más tengo que decirle. A usted le toca poner manos a. la obra o apartar de la obra las manos. Nada debo, nada quiero, nada puedo aconsejarle. No me queda sino desaparecer.

EL CURIOSO.- Tiene usted razón. (Llamando aparte al empleado.) También yo debo retirarme, pero ¿con qué pretexto? Quisiera encontrar algo que dé la impresión de que no estoy prestándole un servicio. No quisiera herirlo... EL EMPLEADO.-Busque usted... (Súbitamente inspirado, el curioso se dirige al marido y en un tono alegre, despreocupado, se despide diciendo.) EL CURIOSO.- Bueno, señores. Tanto gusto. Muy buenas noches. EL MARIDO.- (Confundido.) ¿Se va usted? .EL CURIOSO.-No 1o creerán ustedes, pero he olvidado el objeto de mi presencia en este despacho y en cambio creo recordar que a esta hora tengo una cita importante. Estoy seguro de que, si permanezco al lado de ustedes por más tiempo, olvidaré también ese compromiso, como olvido todo. Padezco esa enfermedad que los médicos llaman... ¿cómo la llaman? EL EMPLEADO.-Amnesia. EL CURIOSO.- Eso es; amnesia. ¿He dicho amnesia? ... Buenas noches. (Se inclina y sale.)

ESCENA V El marido, el empleado

(El empleado se dirige a cerrar cuidadosamente la puerta. El marido se halla, mientras tanto, en el centro de la sala, de pie, incierto, como en el cruce de dos caminos, sin saber qué puerta tomar a su vez. El empleado se acerca con lentitud. Quedan frente a frente, sin

palabras, inmóviles. Una pausa profunda, un hueco del tiempo, deja como plasmadas y recortadas sus figuras en una especie de vista fija. Se tiene la impresión de que esto seguirá así indefinidamente si algo ajeno, indiferente, casual, no viene a romper esta inmovilidad, a poner en movimiento la escena de un teatro de cuerda. Se oye, por fin, el timbre del privado.) EL MARIDO.- (Estremeciéndose, recobra la vida.) ¿Ha oído usted? EL EMPLEADO.- (Despertando.) Sí. (Sin moverse, rígido, contesta en empleado.) Voy en seguida. (Luego, humanizándose, se acerca al marido.) ¿Me creerá usted si le digo que lo envidio con todas mis fuerzas; que daría cualquier cosa por hallarme en su .lugar? ... Es usted el empresario de un espectáculo en el que será al mismo tiempo el creador, el actor y el espectador. Piense usted que yo, en cambio, vivo miserablemente, como un ladrón, de los trozos de vida que robo a los demás en momentos de distracción, de ausencia o, como ahora, de azar. El mismo timbre que me recuerda mi muerte cotidiana lo llama a usted a una vida nueva. (Se oye la llamada del timbre. Automático otra vez, el empleado contesta en empleado.) Voy en seguida. EL MARIDO.-Espere un momento. Quisiera pedirle un favor. EL EMPLEADO.- (Humanizándose.) Diga usted. EL MARIDO.-Estoy seguro de que si usted no acude pronto, ella saldrá. Está impaciente. Su llamada lo indica. Yo prefiero hablarle aquí y, si usted lo permite, hablarle sin luz. (El empleado apaga la luz más viva. Queda una opaca luz de acuario.) EL EMPLEADO.- ¿Es bastante? EL MARIDO.-Sí. EL EMPLEADO.- ¿Quiere usted algo más?

EL MARIDO.- Gracias, eso es todo. (Se oye el timbre del teléfono. El empleado duda un momento si contestar o no.) Responda. (El empleado se dirige al teléfono. Descuelga la bocina y la deposita suavemente en la mesa.) EL EMPLEADO.- ¡Qué nos importa lo que viene de fuera! Ahora nadie le molestará. EL MARIDO.- (Emocionado.) Gracias. EL EMPLEADO.-Hasta luego, pues. EL MARIDO.-Hasta luego. (Y al tiempo que el empleado sale por la puerta de la derecha, casi para sí.) Gracias.

ESCENA VI El marido, las tres señoras

(Una pausa. Se abre la puerta del privado y aparece la primera señera. El marido da un paso hacia ella. La señora hace un gesto de sorpresa al hallarse en un lugar casi sin luz; duda si volver al privado, si llamar; se dispone al fin a salir cuando el marido se le acerca y con una voz que quiere ser firme le dice.) EL MARIDO.-¡Mariana! (Pausa.) ¿Por qué has venido? Lo sé todo gracias a este papel. Podría matarte, pero tu cuerpo no sentiría la venganza que te reservo... (La señora, sorprendida, hace un gesto que anuncia que va a hablar.) Ni una palabra. ¡Fuera de aquí! ¡En seguida! ¡No hables! ¡Aquí no! (Cubriéndose la cara.) ¡Aquí no!

(La primera señora ahoga un grito y sale aprovechando esté momento. Pausa. Cuando el marido se descubre la cara, se abre la puerta del privado y aparece la segunda señora. El marido, al verla, con una voz que cede.) ¿Por qué has vuelto? No sé si te has puesto ese velo para ocultar tu vergüenza o tu desvergüenza... Mira, también yo he velado mi cara: he apagado la luz... También yo soy un cobarde... ¡Si pudieras no volver! Vámonos de aquí. Vámonos... Si pudieras no volver... (La segunda señora ahoga un grito como la anterior y sale rápidamente) Espera, espera. (Busca su sombrero. No lo encuentra; lo encuentra al fin. Va a salir tras ella, pero algo lo imanta a su espalda: es la tercera señora, que ha abierto la puerta del privado y que aparece en el umbral. El marido al verla se dirige hacia ella y queda vencido, encogido, trémulo hasta el final.) Ya 1o ves. Aquí estoy. No puedo dejar de venir. Te espío. Te espero. Sigo tus pasos. No he podido vengarme... Te reservaba un odio constante, diario, secreto... pero todo no ha sido sino un amor nuevo, más agudo y más lúcido que el otro.

(La tercera señora cruza rápidamente la sala y antes de salir ahoga el mismo grito. El marido queda anulado, inmóvil, sin fuerzas para seguirla, en medio de la sala. Pausa. Se abre la puerta del fondo y entra el abogado. Se asombra de hallar oscura la sala. Se dirige al conmutador. Enciende la luz. Encuentra el audífono descolgado. Lo toma y habla.)

ESCENA VII El marido, el abogado

EL ABOGADO.- Bueno... Bueno... (Cuelga el audífono.)

(Mira extrañado al marido, que se recobra rápidamente. Parece que va a preguntarle algo. No lo hace. Se dirige al privado y ya en la puerta invita con un ademán al marido a entrar. Luego con la voz.)

Pase usted, tenga la bondad.

EL MARIDO.-En seguida, en seguida. (Y en vez de pasar al privado, al tiempo que responde: "En seguida, en seguida", el marido sale precipitadamente por la puerta del fondo ante el asombro del abogado.)

TELÓN

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