Parábolas Levadura y Semilla

October 9, 2017 | Author: Marco Passion | Category: Parables Of Jesus, Jesus, Gospel Of Matthew, Faith, Latin America
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Descripción: Mensaje de las Parábolas de la Levadura y la Semilla de Mostaza....

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3. Parábola del grano de mostaza y la de la levadura (Mar. 4:30–32; Mat. 13:31, 32; Luc. 13:18, 19; Mat. 13:33; Luc. 13:20, 21) A. El contexto sinóptico En el cronológicamente primer evangelio (Marcos) la parábola del grano de mostaza se da como unidad independiente. En el proceso de la transmisión de las tradiciones, no obstante, ésta llegó a agruparse con la de la levadura en los Evangelios de Mateo y Lucas. Jeremias discute las razones por las que se experimentó este arreglo de ambas tradiciones y cómo se forjaron así “parábolas dobles”, caracterizándose éstas por dar una misma idea pero con diferentes expresiones (Jeremias, Las parábolas de Jesús, p. 111). Marcos insiste en el tamaño ínfimo del grano de la mostaza. Con una facilidad un tanto sorprendente, Dodd (p. 180) se deshace de la originalidad de este énfasis marcano sobre el tamaño del grano y lo tilda de “secundario”. Esta maniobra permite que ya no se considere posible como el punto esencial de la parábola el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande. Pareciera que Vincent Taylor (El Evangelio según san Marcos, p. 307) acepta esta aseveración de Dodd respecto a la originalidad del énfasis de Marcos. Tanto Dodd como Taylor optan mejor por ver la idea esencial de la parábola en el crecimiento del reino. Más tarde se regresará a este punto. Lo que sí se puede decir con certeza es que la parábola del grano de mostaza encontrada en Marcos refleja un contexto muy palestino y por ende muy fidedigno respecto al Sitz im Leben Jesu. M. Black en su An Aramaic Approach to the Gospels and Acts (Un acercamiento arameo a los Evangelios y a Hechos), p. 123, traduce la versión griega al arameo y reconstruye así con todo su colorido la parábola en el idioma de cuna de Jesús. Haciendo esto, Black ha podido recobrar muchos de los juegos lingüísticos hechos por Jesús con la parábola. Haciéndose así, nos ubicamos juntamente con Marcos en un contexto que olía al campo en torno al lago de Genesaret (Jones, p. 86). Parece ser, sobre todo en Mateo y Lucas, que el punto esencial de la parábola gira en torno a la idea de crecimiento. Tanto es el crecimiento del pequeñísimo grano de mostaza que al final las aves pueden cobijarse en “el árbol” que resulta de él. Aunque en realidad, se trata de una especie de arbusto, y pese al hecho de que algunos eruditos no quieren hablar de la mata de la mostaza como “árbol”, el habla popular del tiempo de Jesús podía designarlo así. Al fin y al cabo, la mata de la mostaza en Galilea llegaba a unos tres a cuatro metros de alto (Kistemaker, p. 47). ¡Tamaño arbusto! La forma que asume la parábola en Lucas es la que originalmente se vería en el documento denominado “Q” (ver el Apéndice). Esto puede determinarse, porque se sabe

que los materiales en “Q” son los que se hallan como comunes a Mateo y Lucas; esto es cierto especialmente cuando se trata de los dichos de Jesús o en este caso, una parábola. Ya que la forma mateana de la parábola difiere de la que se halla en Lucas, hay que averiguar el porqué. Es observable que Mateo frecuentemente fusiona sus fuentes; en este caso son “Q” y Marcos. La misma fusión hace que la parábola vista en Mateo asuma características propias; hace, además, que la forma de “Q” se pierda en Mateo (Dodd, p. 180). Es importante notar que tanto en Mateo como en Lucas los verbos están en el tiempo pasado o el pretérito. En Marcos, en cambio, la parábola se desarrolla en el tiempo presente. Se nota, además, que los verbos empleados son distintos en los respectivos evangelios. Mateo y Lucas hablan de “crecer”, refiriéndose a la semilla; Marcos dice sencillamente que el árbol “sube” y se pone grande. En ambos casos es claro que la parábola no implica un crecimiento paulatino del reino (Bultmann, Teología del Nuevo Testamento, p. 46), sino que está implícita la idea de un gran contraste entre el principio y el fin. Bonnard lo expresa así: La idea fundamental es, pues, siempre la misma: el reino sembrado por Jesús en el campo del mundo tiene un comienzo minúsculo, irrisorio; pero un día será inmenso. Entonces será algo totalmente nuevo, algo que ninguna evolución habría permitido explicar ni prever. Se hará, aparecerá … como un gran árbol; sin embargo, los entendidos descubrirán en él el árbol correspondiente al grano ínfimo sembrado por Jesús (p. 306). Todo esto sería un milagro de Dios. Claramente la naturaleza milagrosa del reino se recalca en la parábola del grano de mostaza. Es milagroso el reino no tan sólo por sus orígenes en Dios sino que también “Lo más grande está ya oculto en lo más insignificante, y ya es eficaz en lo más pequeño … El oyente sabe bien … que el pequeño comienzo contiene ya las promesas de un final grandioso … el comienzo produce el final” (Bornkamm, Jesús de Nazaret, p. 75). B. El contexto en el ministerio de Jesús Legítimamente se puede y se debe preguntar: ¿qué situación en el ministerio terrenal de Jesús habría provocado el que Jesús diera la parábola del grano de mostaza (y la de la levadura, Mat. 13:33; Luc. 13:20, 21, pues su enseñanza es igual)? Lo más probable es que las dudas suscitadas respecto al ministerio de Jesús harían que pronunciara estas parábolas (Jeremias, Las parábolas de Jesús, p. 183). Cuando los emisarios de Juan el Bautista llegan a entrevistar a Jesús para determinar si “él era el que habían de esperar u otro”, éstos exteriorizaban una duda respecto a la legitimidad de su ministerio. Tanto la parábola del grano de mostaza como la de la levadura insisten en que hay un gran

contraste entre lo aparente o lo visible ahora (el ministerio de Jesús con su éxito dudoso) y el porvenir que traerá Dios (su reino inaugurado por el ministerio de Jesús). ¡El contraste era demasiado marcado! ¿Cómo era posible que un reino divino eterno resultara del ministerio de un rabí itinerante en la Palestina? ¿Sería posible que este grupo miserable de seguidores de Jesús fueran las primicias del reino predicado por Jesús? Por ridículo que pareciera, justamente la respuesta era un rotundo ¡Sí! De igual modo que de una semilla sumamente pequeña (725–760 pesan un gramo) se producía un árbol, así del ministerio aparentemente poco prometedor de Jesús, resultaría el reino de Dios. Aunque Jesús estuviera hablando proverbialmente respecto al tamaño del grano, la verdad expresada no era proverbial. Bornkamm describe la situación muy bien: Podemos admitir sin gran riesgo de equivocarnos que la parábola del grano de mostaza y la de la levadura corresponden a los cabeceos y a las objeciones formuladas cientos de veces desde los primeros días. Un rabí desconocido, en un rincón perdido de Palestina; en torno a él un puñado de discípulos que le abandonan en el momento decisivo; en su comitiva una tropa dudosa: publicanos, prostitutas, pecadores, algunas mujeres, algunos niños y alguna que otra persona que se había beneficiado de su ayuda; y por fin, en la cruz, ¡la burla de todo el mundo! ¿Y esto es lo que debería indicar la irrupción del reino de Dios? (Jesús de Nazaret, p. 76). Al final de la parábola, Jesús alude a la grandeza del árbol de tal modo que las aves pueden anidar allí. Hay muy buenas bases para creer que Jesús estaba hablando de la naturaleza universal del reino al referirse a las aves. El mismo Antiguo Testamento pinta unos cuadros de grandes árboles que ofrecen sombra y sustento. Estos cuadros se hallan clásicamente en Daniel 4, Ezequiel 17 y 31. Una lectura de estos materiales bíblicos descubre la naturaleza simbólica del árbol. Para los libros aludidos, el árbol tipifica a reyes y a reinos que ofrecen protección a sus súbditos. Daniel 4 especialmente refleja que estos reinos son dados por Dios mismo según su propia voluntad. Precisamente por la soberbia de algunos de estos reyes, ellos caerían. Se usa la figura de un árbol grande (el cedro de Líbano) para demostrar cómo la caída de uno de estos árboles a manos de extranjeros es símbolo de la soberanía de Dios. Además, Ezequiel 17:22–24 aclara la soberanía de Dios al presentarlo como sembrando un árbol pequeño sobre un cerro. Esta pequeña mata llegará a ser un árbol grande, símbolo de la realeza soberana de Dios. Jesús, con este pasaje como trasfondo, se atreve a decir que su propio ministerio era la realización de esta profecía. En su propio ministerio Dios estaba sembrando el reino mesiánico. Claro, el problema era que algunos de sus propios seguidores ignoraban esto, y no podían reconocer lo que estaba pasando entre ellos; por ende, las dudas. De nuevo, pues, Jesús contrasta el “pequeño” principio de su reino (la semilla pequeñísima) con su final (el árbol

grande). Tal es el final (el árbol) que los mismos paganos gentiles serán incorporados en el reino por la fe (Jones, pp. 86–88; Vincent Taylor, El Evangelio según san Marcos, p. 309). C. Las dos parábolas para el contexto latinoamericano Si intentamos verter el meollo de las dos parábolas a nuestro contexto contemporáneo latinoamericano descubriremos que tienen mucho que aportar. Si procedemos basándonos en el hecho del significado de la parábola dentro del ministerio de Jesús (un contraste entre un comienzo insignificante y su final esplendoroso realizado por Dios) se puede encontrar varios conceptos alentadores. Hay que tener presente en todo momento, sin embargo, el contexto en el ministerio de Jesús que provocó la enseñanza de las parábolas: la duda en torno a las posibilidades reales de Jesús y sus seguidores dentro del reino de Dios. Como ya se ha dicho anteriormente, la América Latina de hoy goza de una tradición cristiana de cuatro siglos. Ningún cristiano pensante hoy, no obstante, diría que esta tradición ha hecho que la América Latina se convierta en “el reino de Dios”, aunque no falta quien identifique el reino de Dios con la iglesia institucional predominante. Si bien una vasta mayoría de la población tradicionalmente se llama “cristiana”, tanto católicos como evangélicos admitirán que la religión popular profesada y practicada por esa mayoría dista mucho de ser auténticamente cristiana. Esto puede resultar en un pesimismo respecto a las posibilidades transformadoras del cristianismo; puede, inclusive, inducir a algunos a dudar de las posibilidades y potencialidades del reino de Dios en América Latina. Al respecto, conviene recordar que por “reino de Dios” se entiende principalmente la soberanía de Dios, el gobierno, el control de Dios. Es una realidad dinámica actual y escatológica más bien que un concepto territorial, institucional o social. Obviamente el concepto “reino de Dios” es primordialmente religioso-moral, porque habla, en primer término, de Dios mismo y su soberanía. Ahora bien, si los cristianos no hemos reconocido del todo esta soberanía a nivel personal y colectivo, esto, en un sentido, no anula de modo alguno la verdadera soberanía de Dios; él es soberano, reconózcanlo los hombres o no. Lo que sí se puede notar, en cambio, es que cuando el hombre no reconoce a Dios como soberano, o sólo tiene una profesión inauténtica de esa soberanía, esto no puede sino repercutir negativamente. Tanto el hombre individual como el hombre en sociedad sufre las consecuencias de su rebeldía. El resultado de este desconocimiento de la soberanía de Dios es lo que vemos en América Latina con toda su injusticia tanto en el ámbito individual como social. ¿Qué semblante asume esta injusticia en América Latina? Ya en el año 1978 Enrique Ruiz García (Tercer Mundo y Tercer Estado en América Latina: contemporaneidad e historia de

sus estructuras fundamentales), editado por Mario Fernández Lobo, intenta resumir en siete características el cuadro latinoamericano: a.

Debilidad de la renta por habitante.

b. Subalimentación de una gran parte de la población y, por tanto, alto porcentaje de endemias, de mortalidad infantil, y de lo que se llama enfermedades de masa. c.

Predominio del sector agrario, nula mecanización y cultivos rutinarios.

d.

Escasa densidad de la infraestructura.

e.

Industrialización mínima.

f.

Analfabetismo, mínima difusión de la cultura.

g.

Carencia de cuadros dirigentes adecuados.

Ciertamente desde 1978, el cuadro de los problemas sociales mayores no ha mejorado sino empeorado, pese a muchos programas domésticos e internacionales. Problemas de crecimiento demográfico con una imparable concentración urbana (ver “La población y el desarrollo: hechos y reflexiones” en El desafío latinoamericano: potencial a desarrollar, editado por Gonzalo Martner), no dejan de influir como factor complicante en la actualidad latinoamericana. Continúa a un paso galopante el abismo entre los ricos y los marginados. Aunque hay en algunos países latinoamericanos evidencias del desarrollo de una “clase media”, en la mayoría de los casos cada vez más se contrasta la opulencia de los pocos con la más abyecta miseria de los muchos. Nadie niega la complejidad del problema económico en el ámbito doméstico como internacional (ver: “Deuda externa y alternativas de desarrollo en América Latina” por Ricardo French-Davis en El desafío latinoamericano: potencial a desarrollar, pp. 201–228). Esta misma complejidad desafía las mejores mentalidades entre los economistas. Con todo y eso, ¿no pueden los cristianos (¡como tales!) poner su granito de arena para que estos males, por lo menos a nivel local, sean menores? ¿No pueden ellos buscar todos los medios, en unión con otros, para que impere una vida más justa para los muchos? Si alguien dijera que el reino de Dios no tiene nada que ver con la sociedad o la justicia social, hay que recordarle que todo el Sermón del monte de Jesús describe al súbdito del reino de Dios. Sólo hay que recordar las bienaventuranzas en Mateo 5:3–12. Las palabras de Jesús en Mateo 5:13–16, tocante al papel de los súbditos del reino como luz y sal dentro de la sociedad, hablan poderosamente respecto a la dimensión moral-ética del reino de Dios. De hecho, la tradición judío-cristiana es una religión que tiene implicaciones

ético-morales. La dicotomía entre la fe y la ética es un fenómeno extrabíblico e insostenible actualmente. A la luz de la responsabilidad del súbdito del reino (léase: el hombre que se somete a Dios por el reconocimiento y acatamiento del señorío de Jesucristo), se puede preguntar ¿cuál es la enseñanza de la parábola del grano de mostaza (y la de la levadura) para el creyente latinoamericano de hoy? Precisamente estas parábolas pueden infundir gran aliento en los cristianos que seriamente procuran acatar el señorío de Jesucristo en sus propias vidas y en su contexto social. Si tendemos a desanimarnos respecto a nuestro estatus como una minoría numérica, conviene que recordemos lo que Jesús quería decir a los primeros que le oían hablar del grano de mostaza y de la levadura. Recordemos que la idea esencial tiene que ver con el gran contraste entre el comienzo aparentemente insignificante del reino y su culminación de grandes alcances. No debe ser piedra de tropiezo para el creyente cristiano el que nuestra influencia parezca pequeña; Jesús sigue siendo el Señor, y nos compete demostrar el señorío de Cristo en la vida mediante el granito de arena que podamos poner al involucrarnos en la vida político-social de nuestro contexto latinoamericano. Esto quiere decir que es el súbdito del reino el que debe verse activo en todos los procesos sociales de su país, en particular en lo económico, lo político, lo cultural. J. Míguez Bonino articula esto hermosamente: La relación positiva entre el reino de Dios y la empresa histórica humana nos justifica en concebir al primero como un llamado para comprometernos activamente en el segundo. El evangelio nos invita y nos impulsa a hacer opciones históricas concretas y les asegura a éstas un futuro escatológico en cuanto representen la calidad de existencia humana que corresponde al reino. Podemos, pues, en la historia empeñarnos con otros seres humanos en una acción significativa en términos del propósito redentor de Dios, de su futuro reino, anunciado y prometido en Jesucristo (La fe en busca de eficacia, p. 180). Incumbe al creyente, miembro del reino de Dios, hacer sentir su influencia de modo activo en todos los medios con el fin de que haya más justicia. Nos parecerá insignificante el papel individual y colectivo del creyente, pero recordemos que un grano de mostaza podía producir un gran árbol, dar albergue para muchas aves. Desde luego, todo esto está supeditado al poder de Jesús dentro del creyente. La soberanía de Dios en Cristo en términos absolutos no depende de la fe del cristiano; los efectos del reino de Dios en términos empírico-humanos sí se asocian a la eficacia de la fe del súbdito del reino. La esperanza escatológica generada por las parábolas del grano de mostaza y la levadura está fincada al fin y al cabo en la soberanía de Dios en Cristo; los alcances de la soberanía de Dios en sus efectos ético-morales dependen, por lo menos en parte, del grado de

sometimiento de los súbditos del reino al Rey. De esto podemos estar seguros: los efectos del reino que pueden parecernos pequeños ahora, serán tornados en algo grande por el Señor soberano. La América Latina que hoy resiste al reino de Dios, con todos los estragos sociales que esto acarrea, tiene la esperanza de que un grano de mostaza puede resultar en un árbol. Nos compete hacer todo cuanto esté de nuestra parte porque este ideal futuro se haga realidad, aunque sea parcialmente, ahora. Nuestros estudios anteriores indican que el sentido de las parábolas gemelas del grano de mostaza y de la levadura probablemente se centre en la idea del crecimiento del reino. Ambas parábolas enseñan que el reino comienza como algo pequeño, pero luego se convierte en algo sumamente grande. En el ministerio de Jesús estas parábolas serían provocadas por las dudas de la gente en torno a lo aparentemente ilusorio de su ministerio. Jesús, por medio de las parábolas, indica que aunque el comienzo del reino inaugurado por su ministerio parezca ilusorio, el final del reino sería otro. Fácilmente, alguna de la gente del día de Jesús descartaba la validez de su predicación por la naturaleza de su pretendido auditorio: los marginados, las prostitutas, los pecadores, etc. Pese a sus impresiones, Jesús insistía en que Dios mismo haría que su reino se realizara al final con esos mismos comienzos pequeños. Estas parábolas nos hablan individualmente de forma poderosa. Puede ser que nuestros esfuerzos en pro del evangelio y el reino de Dios sean ínfimos y endebles, pero Dios promete bendecir nuestros esfuerzos por pocos y pequeños que sean. Al fin y al cabo, el crecimiento del reino de Dios no depende de los esfuerzos humanos sino del poder y los propósitos de Dios. Nuestros deseos porque avance el reino son medios de bendición para nosotros mismos; sin embargo, el crecimiento y la culminación final del reino no dependen de ellos. El reino es de él; su crecimiento y culminación también son de él. Este hecho debe ser alentador para nosotros al enfrentar los constantes problemas en el servicio cristiano en América Latina. 1

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Fricke S., R. (2005). Mundo Hispano.

(47). El Paso, TX: Editorial

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