Pablo Bustelo - Teorías Contemporáneas Del Desarrollo Económico

March 31, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Teorías contemporáneas del desarrollo económico

PROYECTO EDITORIAL

HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Coordinador Luis Perdices de Blas

Teorías contemporáneas del desarrollo económico

Pablo Bustelo

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EDITORIAL

SÍNTESIS

Índice

PREFACIO

Diseño de cubierta: Esther Morcillo y Fernando Cabrera Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previsto en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A. © Pablo Bustelo © EDITORIAL SÍNTESIS, S. A. Vallehermoso, 34. 28015 Madrid Teléfono (91) 593 20 98 http://www.sintesis.com ISBN: 84-7738-549-1 Depósito Legal: M. 12.693-1998 Impreso en España- Printed in Spain.

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INTRODUCCIÓN

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PARTE I: EL DESARROLLO ECONÓMICO: TEORÍA Y PRÁCTICA C a p í t u l o 1: LA TEORÍA ECONÓMICA DEL DESARRROLLO: UNA APROXIMACIÓN

1.1. El estudio del subdesarrollo: ¿aplicación o adaptación de la teoría económica? 1.2. La teoría del desarrollo: ¿posibilidad o mito? ...

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C a p í t u l o 2: ÉXITOS Y FRACASOS DEL DESARROLLO EN EL TERCER MUNDO

2.1. Los éxitos del desarrollo: el progreso general y los nuevos países industriales 2.2. Los fracasos del desarrollo: la persistencia del subdesarrollo y los países menos adelantados

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27 36

índice

Teorías contemporáneas del desarrollo económico

10.2. Crecimiento, acumulación, industrialización, protección e intervencionismo 118 10.3. Valoración crítica 129

PARTE II: ANTECEDENTES DE LA TEORÍA ECONÓMICA DEL DESARROLLO

Capítulo 3: LA TRADICIÓN CLÁSICA: EL ORIGEN

3.1. La acumulación de capital 3.2. Los economistas clásicos y la cuestión colonial ... Capítulo 4: MARX: LA ALTERNATIVA

55

4.1. La heterodoxia clásica 4.2. Marx y las áreas atrasadas Capítulo 5: LA TRADICIÓN NEOCLÁSICA: 5.1. El crecimiento abandonado 5.2. El atraso desatendido

45

46 51

55 60 EL PARÉNTESIS

Capítulo 6: SCHUMPETER: EL OPTIMISMO

6.1. El desarrollo como destrucción creadora 6.2. El subdesarrollo desatendido Capítulo 7: EL PENSAMIENTO KEYNESIANO: LA PUERTA ABIERTA

7.1. La "revolución" keynesiana 7.2. Keynes y los países atrasados

65 65 71 73

73 79 81

81 86

Capítulo 8: LA SÍNTESIS NEOCLÁSICA Y LOS POST-KEYNESIANOS: LA CONTROVERSIA

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8.1. La síntesis neoclásica y la heterodoxia post-keynesiana 8.2. Las grandes controversias

89 97

Capítulo 1 1 : LA INVOLUCIÓN CONSERVADORA (1957-1969) ...

133

11.1. Las críticas neoclásicas a los pioneros del desarrollo 134 11.2. La teoría conservadora de la modernización 139 11.3. Valoración crítica 141 Capítulo 12: EL GIRO SOCIAL HACIA LAS NECESIDADES BÁSICAS

(1969-1978) 12.1. El empleo, la distribución y la pobreza 12.2. El enfoque de las necesidades básicas 12.3. Valoración crítica

143 146 152 154

Capítulo 13: LA CONTRARREVOLUCIÓN NEOCLÁSICA (1978-

1990) 13.1. Antecedentes y causas de la contrarrevolución neoclásica 13.2. Las propuestas de liberalización interna y externa 13.3. Valoración crítica

157

Capítulo 14: ENFOQUE FAVORABLE AL MERCADO (DESDE 1990) 14.1. El informe sobre el desarrollo mundial de 1991 .. 14.2. El informe sobre el milagro de Asia oriental (1993) 14.3. Valoración crítica

173 174 178 181

159 165 169

PARTE IV: LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO DESDE 1945: LAS TEORÍAS HETERODOXAS

PARTE III:

Capítulo 15:

LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO DESDE 1945: LAS TEORÍAS ORTODOXAS

Capítulo 9: EL NACIMIENTO DE LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO 103

9.1. La evolución del mundo real 9.2. Los cambios ideológicos y teóricos

105 108

Capítulo 10: LOS PIONEROS DEL DESARROLLO (1945-1957)

115

10.1. Especificidad estructural y círculos viciosos

115

6

(19491957) 15.1. El sistema centro-periferia 15.2. La interpretación, el fomento y los obstáculos de la industrialización latinoamericana 15.3. Valoración crítica EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

189 191 195 199

Capítulo 16: EL ENFOQUE DE LA DEPENDENCIA (1957-1969) ... 203 16.1. La aportación de Paul A. Baran 205 16.2. Las corrientes del enfoque de la dependencia 208

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Teorías contemporáneas del desarrollo económico 16.2.1. El desarrollo del subdesarrolio, 209. 16.2.2. Los dependentistas de la CEPAL, 210. 16.2.3. El desarrollo dependiente, 211. 16.3. Valoración crítica 212 Capítulo 17: LA REEVOLUCIÓN CRÍTICA (1969-1976) 217 17.1. Las interpretaciones circulacionistas: el enfoque del sistema mundial y las explicaciones neorricardianas de la crisis 218 17.2. Las interpretaciones productivistas: el marxismo rostowiano 223 Capítulo 18: EL MARXISMO: EL ENFOQUE DE LA REGULACIÓN (1976 EN ADELANTE) 227

Prefacio

18.1. El enfoque de la regulación: una apretada síntesis 233 18.2. Las aportaciones del enfoque de la regulación a los estudios sobre desarrollo 236 18.3. Valoración crítica 243 Capítulo 19: MACROECONOMÍA ESTRUCTURALISTA Y NEO-ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO (DESDE 1983) 245

19.1. La macroeconomía estructuralista y la crítica al Consenso de Washington 246 19.2. El neo-estructuralismo latinoamericano y la crítica al neoliberalismo 250 19.3. Valoración crítica 255 Capítulo 20: LA ECONOMÍA HETERODOXA DEL DESARROLLO EN

LOS AÑOS NOVENTA

257

20.1. Las críticas a la ortodoxia dominante 258 20.2. La renovación del pensamiento marxista sobre desarrollo 263 CONCLUSIONES

267

APÉNDICE

I: Selección de textos sobre Economía del desarrollo 271

APÉNDICE

II: Guía de lecturas

281

ACONTEMIENTOS Y OBRAS DESTACADAS, 1944-1997

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BIBLIOGRAFÍA

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El subdesarrollo no es un problema interno de cada nación, sino un problema mundial. Ya se describa en términos de centro-periferia, de explotación imperialista, de neo-colonialismo o cualquier otro, el hecho es la subordinación o dependencia en que se encuentran los países subdesarrollados dentro del sistema. Esa dependencia bastaría para revelar que el subdesarrollo no es una etapa hacia el desarrollo, como otras situaciones. No es una antesala, sino un cuarto trasero, cuando no el sótano. El subdesarrollo es una situación final, como la orilla donde arriban los despojos del buque. Es, en fin, una segregación del desarrollo y elijo -entre aproximados sinónimos- el vocablo "segregación" porque tiene una doble acepción: la de ser una excreción, un exudado, como el hilo de la araña, y la de significar también un rechazo, una marginación. Es decir, que también a escala mundial los que pueden tomar decisiones no quieren, mientras que los que quieren no pueden. José Luis Sampedro Conciencia del subdesarrollo, 1972 Este libro está dedicado a mi maestro y amigo Carlos Berzosa y a Colín Leys y Alain Lipietz, dos grandes economistas actuales cuyas obras, que combinan rigor y crítica, han inspirado lo que de bueno puedan tener estas páginas. 9

Introducción

La teoría económica del desarrollo, que los anglosajones llaman development economics, ha tenido una larga evolución, llena además de controversias, a las que estas páginas pretenden ser una somera introducción. Los cambios en la teoría económica del desarrollo (TED) han corrido parejos con la evolución real del desarrollo económico. La ambivalencia de los resultados económicos en el Tercer Mundo contemporáneo es un hecho evidente. A los indudables progresos conseguidos (crecimiento medio aceptable, mejora sustancial de algunos indicadores sociales), que reflejan el éxito del desarrollo, se suman notables fracasos, como la persistencia de la pobreza y el hambre en amplias zonas del planeta, el recrudecimiento de la desigualdad internacional y nacional, así como del desempleo y de la marginación social, y la costosa incidencia medioambiental del crecimiento económico.

II

Teorías contemporáneas del desarrollo económico

Introducción

Esos resultados contrastados han provocado cierto desencanto respecto de la TED, a la que se achaca haber sido incapaz de resolver el grave problema del subdesarrollo. Cabe incluso preguntarse si los progresos registrados en algunos indicadores generales o manifestados en el rápido crecimiento de unos pocos países se han debido a la influencia de los conocimientos teóricos o sencillamente a circunstancias por completo ajenas a éstos. Desde el punto de vista teórico, existe una ambivalencia similar. Bien es cierto que la TED hizo, especialmente en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, innovaciones teóricas que han enriquecido el acervo de la Economía en general: por citar sólo algunas, la teoría estructuralista de la inflación, el estudio de la llamada "enfermedad holandesa", las teorías de los mercados duales de trabajo, el estudio del sector informal, el análisis centro-periferia, etc. Claro está, también ha ocurrido lo contrario: avances teóricos en la Economía convencional han tenido aplicación en la TED. El análisis social coste-beneficio, las nuevas teorías del crecimiento y de la educación, el estudio económico del sector público y los avances de la Economía del bienestar, entre muchos otros adelantos intelectuales, han fortalecido a su vez a la TED. También cabe añadir a su activo el hecho de que la TED, por su propio objeto de estudio, ha sido, al menos en principio, más proclive que otras ramas de la Economía a la cooperación interdisciplinar con otras ciencias sociales. No obstante, con la perspectiva que dan más de cincuenta años de TED, cabe achacar a ésta varios inconvenientes notables. En primer lugar, la TED ha tendido, quizá más que otras disciplinas, a hacer generalizaciones abusivas, en su afán por construir una teoría general, esto es, aplicable al conjunto del Tercer Mundo. Con el paso del tiempo, tal pretensión ha demostrado estar poco justificada. La creciente complejidad

del desarrollo y la cada vez mayor heterogeneidad del Tercer Mundo han puesto claramente de manifiesto que, pese a las ambiciones iniciales, ya no es posible disponer de una gran teoría del desarrollo, similar, por ejemplo, a la macroeconomía post-keynesiana que tanto éxito tuvo entre 1950 y 1975 en los países ricos. Los economistas del desarrollo son hoy más modestos y aspiran únicamente a elaborar todo lo más, lo que no es poco, teorías parciales para analizar algunos problemas comunes de los países del Tercer Mundo (población, agricultura, energía, pobreza...) o algunos países homogéneos (los del África subsahariana o los pequeños "dragones" asiáticos, por citar sólo dos extremos). En segundo término, la TED ha adolecido de un simplismo excesivo, que, si bien pudo estar justificado en la fase inicial de consolidación teórica, se ha convertido, con el paso del tiempo, en un pesado lastre. En muchas ocasiones, los economistas del desarrollo han pretendido resumir en unas pocas proposiciones la enorme complejidad del proceso de desarrollo, cuyas dimensiones han resultado ser mucho más amplias de lo que inicialmente se pensaba. De igual modo, la TED ha ignorado, por lo general, los aspectos sociales y políticos de esa transformación, aunque bien es verdad que tal análisis parcial es moneda común en Economía. Además, la TED, por haber puesto excesivo énfasis en agregados y medias nacionales, no ha tratado suficientemente los problemas de distribución espacial, sectorial o interpersonal. En tercer lugar, la TED se ha caracterizado por una importante falta de realismo, bien por exceso de optimismo, bien por un pesimismo injustificado, que ha desembocado en predicciones que no se han visto confirmadas. Dos ejemplos de predicciones no cumplidas han sido la del inevitable despegue hacia el crecimiento autosostenido (teoría de las etapas) o la del generalizado desarrollo del subdesarrollo (enfoque de la dependencia).

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Teorías contemporáneas del desarrollo económico

Introducción

Finalmente, economistas de otras ramas, muchas veces con razón, han achacado a la TED una relativa falta de rigor teórico y empírico, al menos en comparación con subdisciplinas más asentadas de la Economía. También parecen estar justificadas, quizá incluso más que la anterior, las críticas dirigidas a una especialidad creada fundamentalmente por economistas de los países ricos y que ha presentado tradicionalmente por tanto un sesgo eurocéntrico u occidental, y no ha tenido suficientemente en cuenta las aportaciones generadas por el propio Tercer Mundo, ya sea en América Latina o en Asia oriental, por citar únicamente dos regiones de larga tradición intelectual. Con todo, la TED sigue teniendo vigencia. Los lamentos sobre su "estado calamitoso", que proliferaron a principios de los años ochenta, han resultado afortunadamente pasajeros. Las propuestas de acabar incluso con ella, que hicieron algunos economistas liberales por aquellas fechas, han quedado, afortunadamente, en nada. La persistencia de la pobreza, el hambre y el subdesarrollo en amplias regiones del planeta, junto con la aparición de fenómenos generalizados de desigualdad, desempleo o marginación en los países desarrollados, son argumentos más que suficientes para resaltar el interés teórico y práctico de la TED, así como su plena vigencia. Estas páginas pretenden poner de manifiesto, tras aludir brevemente a los éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo en los últimos cincuenta años, que la TED ha experimentado varios cambios y vaivenes en su ya dilatada existencia y que, como siempre, y pese a la pretensión de algunos enfoques, sigue siendo un mundo de controversias en el que la última palabra no ha sido ni mucho menos dicha y en el que conviven enfoques y sensibilidades distintos e incluso incompatibles. Esas controversias son seguramente un síntoma de vitalidad y no, como se afirma injustificadamente, de inmadurez.

Pese a que la TED, tal y como se la conoce actualmente, ha sido una disciplina creada fundamentalmente en los años cincuenta del siglo XX (antes ni siquiera existía la expresión "Economía del desarrollo"), no empezó todo entonces. Existen importantes antecedentes teóricos, que se remontan, cuanto menos, a la gran tradición clásica en Economía de los siglos XVIII y XIX. El libro está organizado de la siguiente manera. En la primera parte, el capítulo inicial aborda la definición de la Economía del desarrollo y alude a las implicaciones de esa delimitación. El capítulo 2 valora sucintamente los éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo en los últimos cincuenta años. En la segunda parte (caps. 3 a 8) se resume el pensamiento económico sobre el desarrollo anterior a la Segunda Guerra Mundial. La tercera parte (caps. 9 a 20) estudia la evolución de la TED desde 1945, insistiendo especialmente en los factores que dieron origen a su aparición y evolución posterior, así como en su situación actual. A diferencia de un libro anterior del autor, que abordaba esas cuestiones haciendo un recorrido histórico, esta vez la distinción no es por períodos sino por enfoques, que se agrupan en dos grandes categorías: el ortodoxo, que forma parte de la corriente principal (mainstream) de la Economía, y el heterodoxo o radical, que se caracteriza por sus críticas al primero y por situarse resueltamente fuera del planteamiento convencional. La elaboración de este libro se ha beneficiado mucho de los amables y útiles comentarios de varios colegas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense y de su Departamento de Economía Internacional y Desarrollo, en el que he impartido, en los últimos años, la asignatura de Teoría estructural del desarrollo. Vaya pues mi agradecimiento a Carlos Berzosa, Francisco Bustelo, Antonio Ramos y Ángel Tablas. Todos ellos encontraron tiempo para leer parte de un primer manuscrito y darme su

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Teorías contemporáneas del desarrollo económico opinión. La versión definitiva ha mejorado sustancialmente gracias a sus indicaciones y críticas. Como es natural, las insuficiencias y omisiones que hayan persistido son de mi exclusiva responsabilidad.

Parte I El desarrollo económico: teoría y práctica

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1 La teoría económica del desarrollo: una aproximación 1,1. El estudio del subdesarrollo: ¿aplicación o adaptación de la teoría económica? El objetivo de la teoría económica del desarrollo (TED) es desentrañar las causas, los mecanismos y las consecuencias del crecimiento económico a largo plazo, especialmente en los países de renta per cápita baja. El Banco Mundial considera países en desarrollo a las naciones que tienen un ingreso per cápita bajo o medio, esto es, un PNB por habitante inferior a aproximadamente el doble de la media mundial (9.000 dólares en 1994). La TED, también llamada Economía del desarrollo, es pues la rama de la ciencia económica que se ocupa de los problemas de los países no desarrollados, así como de las políticas y estrategias necesarias para que esos países consigan superar esos obstáculos. Si bien hay algunos autores (neoclásicos, por lo general, como Little, 1982) que consideran que la Economía del desarrollo (development economics) no es más que la aplicación al

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Parte I. El desarrolloeconómico: Teoría y práctica

Capítulo 1: La teoría económica del desarrollo: una aproximación

Tercer M u n d o de la teoría económica (economics), cuya validez universal dan por supuesta, otra opinión, muy extendida entre los economistas del desarrollo, es por el contrario que la TED es un tipo particular de análisis económico, y no la mera aplicación de un análisis económico supuestamente general, que además ha sido creado desde y para los países ricos. Tal opinión, que es también la del autor de estas líneas, consiste en afirmar que la TED no debe subsumirse en el análisis económico general, sino que existe y que debe mantenerse como subdisciplina, con todos los derechos, de la Economía. El carácter de subdisciplina de la TED se debe a que su objeto de estudio, el conjunto de los países subdesarrollados, es específico. Las diferencias entre los países ricos y las naciones pobres no son tanto de grado o de nivel sino de estructura. Existen sin duda autores que piensan que la economía de los países subdesarrollados funciona exactamente igual que la de los países desarrollados. Para Meier (1984: 208),

de los agentes económicos en el Tercer M u n d o , cuyo comportamiento, señalaba tal enfoque, era exactamente el mismo que el de los agentes de los países desarrollados. Los partidarios de esa monoeconomía, esto es, de un análisis económico de validez universal están, por lo general, encuadrados dentro de la Economía neoclásica, mientras que quienes afirman que el estudio de los países subdesarrollados exige un instrumental teórico y analítico distinto del que tiene el cuerpo convencional de doctrina son denominados estructuralistas. La diferencia entre ambos enfoques estriba, como ha resumido Knight (1991: 14), en que el estructuralismo es la tesis que:

las leyes de la lógica [económicas] son las mismas en Malawi que en cualquier otro sitio. Para Schultz (1980), la teoría económica convencional es tan aplicable a los problemas de escasez a los que deben enfrentarse los países de bajos ingresos como a los problemas correspondientes de los países de renta alta [...]. Un error crucial de buena parte de la nueva Economía del desarrollo ha sido el suponer que la teoría económica convencional resulta inadecuada para analizar el comportamiento económico en países de bajos ingresos.

afirma que las economías de los países pobres son inflexibles: el cambio se ve inhibido por obstáculos, instituciones, cuellos de botella y limitaciones; la oferta de casi todos los bienes y servicios es inelástica; los mercados de productos y factores son a menudo imperfectos. Esos problemas estructurales impiden el proceso de desarrollo [...]. Por el contrario, la Economía neoclásica parte del supuesto de que las economías de los países pobres son flexibles. Tales economías se caracterizan por un comportamiento económico racional, con agentes que maximizan, descontando el riesgo y el tiempo, sus beneficios y utilidades. Los factores son móviles, las curvas de oferta son elásticas, las influencias institucionales son escasas, de manera que los mercados de productos y factores muestran un amplio grado de competencia. La Economía neoclásica es pues un paradigma que investiga mercados y precios y que espera normalmente que funcionen bien [...] y, en los casos de que no lo hagan, buscas soluciones de mercado y de precios para corregirlos (e. g., impuestos y subsidios).

En realidad, muchas de las críticas dirigidas por la Economía neoclásica de los años ochenta (la denominada "contrarrevolución neoclásica") a los estudios anteriores sobre desarrollo se basaron en una recuperación de la racionalidad

Aunque sin duda existen muchos economistas neoclásicos del desarrollo cuya influencia es, por lo demás, notable, al menos desde los años ochenta, lo cierto es que la verdadera Economía del desarrollo, en sentido estricto, es, casi por defi-

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Parte I. El desarrolloeconómico: Teoría y práctica nición, un planteamiento anti-neoclásico. Si, como parece al menos legítimo pensar, los países subdesarrollados tienen una estructura particular y, además, sustancialmente distinta de la de los países desarrollados, es imprescindible modificar el contenido del análisis económico convencional para estudiarlos. Las diferencias entre desarrollo y subdesarrollo son de carácter institucional, por un lado, y de tipo estrictamente económico, por el otro. Los países subdesarrollados presentan rasgos institucionales peculiares, que hacen que sean sociedades peculiares, al menos respecto de lo que habitualmente (y, a la vista de su peso demográfico, equivocadamente, como señaló Seers, 1963) se considera la situación normal de los países desarrollados. Las instituciones principales (el Estado, los derechos de propiedad, los sistemas de explotación agraria, etc.) tienen reacciones lentas o son sencillamente disfuncionales, por lo que ejercen un freno al progreso. Las corrientes actuales que, aplicando el análisis económico al estudio del marco institucional, insisten en la función determinante de las instituciones (Stiglitz, Olson, etc.) han comenzado a tratar éstas de forma distinta a la que era habitual hace treinta o cuarenta años. Éstas ya no son exógenas, sino que son endógenas; no son contradictorias con el sistema económico, sino que desempeñan una función explicable y útil, y no muestran una escasa capacidad de ajuste, sino que responden rápidamente a unas circunstancias cambiantes. Con todo, incluso aceptar tales tesis no tiene por qué implicar el rechazo de la idea central de que, en los países subdesarrollados, tales instituciones fracasan en su adaptación, por reaccionar demasiado lentamente, y que pueden ser, en ocasiones, rémoras para el progreso. En lo que atañe a los aspectos económicos, en los países pobres lo corriente, dicen los estructuralistas, es un funcionamiento defectuoso de los mecanismos del mercado, que presenta imperfecciones incluso más palpables que en los paí-

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Capítulo 1: La teoría económica del desarrollo: una aproximación ses ricos. Otro rasgo distintivo del subdesarrollo es que su progreso se enfrenta también a otro tipo de barreras poderosas, como son las debidas al marco internacional: historia colonial, subordinación comercial y técnica, etc. Ambos rasgos (institucional y económico) hacen que el cambio generado por las meras fuerzas del mercado no tenga como resultado la pauta de desarrollo que se esperaría en economías más avanzadas y que todos los analistas desearían. Si esto es así, se hace necesaria, razonan los estructuralistas, la intervención del Estado. En ausencia de ésta, la libre competencia y el libre comercio no hacen sino perpetuar el subdesarrollo. La crítica de los economistas liberales (Little, 1982; Lal, 1983) a esa tesis consiste en achacar las dificultades del desarrollo a esa intervención del Estado. Lo que es remedio para la corriente estructuralista no es sino causa del fracaso económico, en opinión de la corriente neoclásica. Para Lal (1983 y 1985), que define la ED (economía del desarrollo) como el dogma dirigista que se creó, por influencia del keynesianismo, tras la Segunda Guerra Mundial, el declive de la Economía del desarrollo probablemente contribuirá a mejorar la salud tanto de la Economía como de las economías en desarrollo. 1.2. La teoría del desarrollo: ¿posibilidad o mito? Hoy en día muchos de los partidarios del estructuralismo, como, por ejemplo, Taylor (1983 y ed., 1993), consideran que, pese a que exista esa diferencia de naturaleza entre desarrollo y subdesarrollo, ya no es posible contar con una teoría general del subdesarrollo. A diferencia de la situación de los años cincuenta y sesenta, el Tercer Mundo actual es una entidad extremadamente heterogénea. Incluso veinte años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, los países subdesarrollados tenían todos varios aspectos en común: 23

Parte I. El desarrolloeconómico: Teoría y práctica — Profundas carencias alimentarias (hambre) y amplias deficiencias sociales (pobreza y desigualdad). — Una escasa participación de la industria en el PIB (subindustrialización). — Un ritmo muy lento de crecimiento económico (estancamiento). — Unas tasas muy altas de crecimiento demográfico, por la caída de la mortalidad en condiciones de alta natalidad (explosión demográfica). — Un legado colonial importante, por el carácter reciente de la descolonización y de la independencia políticas (retraso en la formación del Estado nacional), con la excepción parcial de América Latina. Desde, por lo menos, los años ochenta ha resultado evidente que tales rasgos ya no son comunes a todos los países del Tercer Mundo. Algunos han conseguido erradicar el hambre y la pobreza, crecer de forma rápida y sostenida, culminar la transición demográfica y dejar atrás las consecuencias inmediatas del colonialismo. De hecho, la única región del Tercer Mundo que presenta hoy los rasgos que hace cuarenta años eran comunes a todos sus integrantes es la del África subsahariana, compuesta fundamentalmente por países que se denominan menos adelantados. El cuadro 1.1 pone de manifiesto la extrema heterogeneidad del Tercer Mundo. Esas crecientes diferencias entre países del Tercer Mundo, junto con cierta falta de adecuación de los contenidos iniciales de la TED a la situación de los países subdesarrollados, han hecho perder generalidad a la Economía del desarrollo. Esto ha tenido consecuencias positivas y negativas. Empezando por las segundas, hoy parece obvio que ya no es posible, ni tampoco deseable, una teoría general del subdesarrollo como la que crearon los llamados "pioneros" de la disciplina en los años cuarenta y cincuenta. Se pensaba entonces que,

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Capítulo 1: La teoría económica del desarrollo: una aproximación Cuadro 1.1 Crecimiento del PIB per cápita, de la industria y de la población en varias regiones del Tercer Mundo (1970-1994)

ASS: África subsahariana; AO: Asia oriental; AM: Asia meridional; OM y NA: Oriente medio y norte de África; ALC: América Latina y el Caribe; PÍA: Países de ingreso alto; sd: sin datos. Fuente: Banco Mundial.

dada la homogeneidad del Tercer Mundo, era perfectamente legítimo pretender construir una teoría para todo el conjunto de países pobres, parecida a la macroeconomía post-keynesiana que dominó el pensamiento económico en los países desarrollados entre 1950 y 1975. Hoy, la macroeconomía estructuralista del desarrollo insiste con razón en que las deficiencias estructurales varían entre países del Tercer Mundo y que, por lo tanto, los remedios de política económica deben adaptarse a las condiciones específicas de cada uno de ellos o, todo lo más, de cada conjunto homogéneo de países pobres. Son ilusorias, por tanto, las pretensiones de mantener viva la generalidad de la teoría del desarrollo. Tal cosa no quiere decir, claro está, que no sea posible crear teorías parciales, bien para

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Parte I. El desarrolloeconómico: Teoría y práctica problemas comunes a muchos países pobres (población, alimentación, pobreza, urbanización, etc.), bien para grupos de países similares (los de África central o los del noreste de Asia, por ejemplo). En palabras de dos destacados especialistas británicos, no resulta apropiada ninguna teoría general del desarrollo (comparable a la teoría macroeconómica post-keynesiana creada para los países industriales) y no es deseable analizar y explicar el proceso de desarrollo con cualquier teoría económica generalizable. Hay que tener cuidado, sin embargo, en no exagerar la falta de utilidad de la teoría del desarrollo. Muy al contrario, se convendrá que es posible identificar algunos problemas comunes a muchos países pobres y desarrollar teorías parciales para analizarlos o, alternativamente, para identificar grupos de países con problemas básicamente similares y construir teorías para cada uno de esos grupos (Colman y Nixson, 1994: 26). Esa pérdida de generalidad (no por inevitable menos desgraciada para el alcance teórico de la TED) se ha visto parcialmente compensada por una mayor profundidad. En particular, los economistas del desarrollo, gracias a la mayor disponibilidad de estadísticas, al empleo de la informática y a una mejor formación intelectual, se adentran hoy en terrenos inexplorados y prometedores: el estudio, usando técnicas cuantitativas, de problemas prácticos, incluidos algunos de los rasgos de subdesarrollo que se están generando en los países ricos (desempleo, marginación, bolsas de pobreza, exclusión social); o el análisis comparado. En suma, si bien es verdad que la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo ha hecho inútiles las pretensiones de generalidad abstracta de los análisis de los primeros economistas del desarrollo, no es menos cierto que la reflexión teórica, aunque parcial, sigue siendo hoy no sólo posible sino necesaria y que se han hecho progresos sustanciales que indican que la TED sigue siendo importante desde el punto de vista práctico, así como intelectualmente pertinente.

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Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo 2.1. Los éxitos del desarrollo: el progreso general y los nuevos países industriales La evolución económica del Tercer Mundo en el último medio siglo ha presentado, como es natural, luces y sombras. No obstante, a la vista de lo acontecido, no es exagerado afirmar que el balance ha sido globalmente positivo, con importantes matizaciones que se expondrán en el apartado siguiente. Desde 1950 el crecimiento económico del Tercer Mundo, medido por el incremento de su renta per cápita, ha sido razonablemente alto, si bien, como se verá más adelante, esconde amplias dispersiones regionales. Además, el cambio estructural ha sido intenso. El nivel y la calidad de vida de su población -el aumento de los cuales es el objetivo último del desarrollo- han mejorado también sustancialmente. En lo que se refiere al crecimiento, la tasa de incremento anual medio del PIB por habitante en el período 1950-1990

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica ha sido de aproximadamente el 2,7%, un porcentaje que carece de precedente histórico. Durante el siglo XIX, los países que hoy llamamos desarrollados vieron crecer su renta per cápita a una tasa media anual del 1,2-1,5%. Entre 1890 y 1950, la expansión de los países pobres fue bastante inferior (0,5%) a ese 2,7%. Además, en el periodo 1950-1990 el Tercer Mundo creció, en términos medios, más que los países desarrollados, con la única excepción de los años ochenta (y primeros noventa), como puede verse en el cuadro 2.1.

Cuadro 2.1 Tasas de crecimiento anual medio del PNB per cápita en el Tercer Mundo y en los países desarrollados, (1950-1994)

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo al crecer del 13% al 27%. El peso de las manufacturas en las exportaciones totales ha aumentado de un escaso 2 1 % en 1965 a un notable 52% en 1986, primer año en el que el Tercer Mundo exportó más productos manufacturados que bienes primarios. Urbanización, industrialización, creciente formación de capital y diversificación sectorial de las exportaciones han constituido por tanto fenómenos de gran relieve.

Cuadro 2.2 Tasas de crecimiento anual medio del PNB per cápita por decenios y regiones del Tercer Mundo (1950-1990)

Fuente: Banco Mundial. Fuentes: Morawetz, 1977, cuadro Al, y Banco Mundial.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que esa expansión general más que aceptable se ha distribuido de manera muy desigual entre regiones. Asia oriental ha progresado mucho más que el resto, mientras que el África subsahariana apenas ha crecido, al menos desde 1960 (cuadro 2.2). La transformación estructural del conjunto del Tercer Mundo ha sido notable. La proporción de la población urbana con respecto a la población total ha pasado del 20% en 1950 al 22% en 1960 y al 39% en 1994. El peso de la industria en el PIB se ha incrementado del 24% en 1960 al 36% en 1994. La tasa de inversión (inversión/PIB) se ha duplicado desde 1960,

El tercer aspecto (nivel y calidad de vida de la población) merece una atención más detenida. Los principales indicadores sociales (de longevidad, alimentación, alfabetización, educación y salud) muestran todos una evolución favorable. Todas las cifras siguientes proceden de los Informes sobre el desarrollo mundial, del Banco Mundial, de los Informes sobre desarrollo humano, del PNUD, y para años anteriores a 1960, de Morawetz (1977), Patel (1992) y Rock (1993). La esperanza de vida al nacer (el promedio de años que una persona puede esperar vivir si se mantienen las tasas prevale-

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo

cientes de mortalidad por edades) ha aumentado de 42 años en 1950 a 64 años en 1994, un incremento de 22 años que los países desarrollados tardaron más de un siglo en conseguir. La tasa de mortalidad infantil (número de niños que mueren antes de cumplir un año de edad por cada 1.000 nacidos vivos en un año dado) ha disminuido de 200 en 1950 a 58 en 1994. La tasa de mortalidad en la niñez (número de niños que mueren antes de cumplir 5 años por cada 1.000 nacidos vivos en un año dado) también se ha reducido, aunque de forma menos espectacular: 280 en 1950 y 100 en 1990. El suministro diario de calorías por habitante ha pasado de 2.149 en 1965 (90% de las necesidades) a casi 2.600 en 1994 (110% de las mismas). La tasa de analfabetismo de adultos (porcentaje de la población de más de 15 años que no puede leer ni escribir, con la debida comprensión, un relato sencillo sobre su vida cotidiana) se ha reducido del 67% en 1950 al 29% en 1994. La tasa combinada de matriculación en la enseñanza primaria, secundaria y terciaria (porcentaje escolarizado de la población entre 6 y 23 años) se ha multiplicado por 1,5 desde 1960, hasta alcanzar el 50% en 1992. Especialmente notable ha sido el incremento de las tasas de matriculación en la enseñanza primaria y secundaria (que pasaron, del 79% al 104% y de un 24% a un 6 1 % entre 1960 y 1990 respectivamente). Sin embargo, la tasa de matriculación en la enseñanza universitaria apenas ha crecido (de 6 a 7% entre esos dos años). El informe del PNUD de 1995 concluye que el Tercer Mundo tiene hoy un grado de desarrollo humano superior al que le correspondería por su ingreso per cápita. Con sólo un 6% del PNB por habitante de los países ricos, los países en desarrollo tienen una esperanza de vida al nacer equivalente al 85% de la de éstos, y un suministro diario de calorías y una tasa de alfabetización de adultos de un 8 1 % del nivel de los países desarrollados. Según ese informe, el mundo en desarrollo ha

En tal contexto, agudizado durante la crisis de la deuda latinoamericana, el decenio perdido del desarrollo en amplias zonas del Tercer Mundo en los años ochenta y el desastre del África subsahariana desde los años setenta, el progreso general de los indicadores sociales del Tercer Mundo es todavía más destacable. Con todo, la brecha entre los países pobres y los ricos en esos indicadores sigue siendo enorme, como puede verse en el cuadro 2.3.

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cubierto entre 1960 y 1990 una distancia tan grande como la que recorrieron los países desarrollados en un siglo. Tales progresos han sido aún más impresionantes si se tienen en cuenta los enormes obstáculos que los países del Tercer Mundo han tenido que sortear en el último medio siglo (Singer, 1992): — En los años cincuenta, la caída de la relación real de intercambio (precios de exportación/precios de importación) para los exportadores de productos primarios, que se redujo en una cuarta parte entre 1951 y 1964. — En los años sesenta, los errores en el diseño y la aplicación de estrategias de desarrollo (pesimismo exportador en el sector industrial, desatención a la agricultura, monedas sobrevaloradas, etc.). — En los años setenta, las dos crisis del petróleo (19731974 y 1979-1980) y la recesión de los países ricos. — En los años ochenta, las perturbaciones externas comerciales (recesión y proteccionismo en sus mercados principales) y monetarias (en 1980-1985, incremento de los tipos de interés y de la cotización del dólar, reducción de los préstamos bancarios internacionales, etc., y posteriormente el escaso crecimiento de la ayuda oficial al desarrollo), así como el cambio en las políticas de los principales organismos económicos internacionales.

Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica Cuadro 2.3 La brecha social entre el Tercer Mundo y los países desarrollados en los años noventa

PNBpc: producto nacional bruto per cápita (en dólares corrientes); EVN: esperanza de vida al nacer (años); TAA: tasa de analfabetismo de adultos (en porcentaje); CD: crecimiento demográfico (en porcentaje); TMI: tasa de mortalidad infantil (en tantos por mil); TMCEPST: tasa de matriculación combinada en la enseñanza primaria, secundaria y terciaria (en porcentaje del grupo de edad 6-23 años); TFT: tasa de fecundidad total (número de hijos por mujer en edad de procrear). Fuentes: Banco Mundial y PNUD.

Otro claro éxito del desarrollo económico en el Tercer Mundo ha sido el de los nuevos países industriales, un puñado de naciones que han experimentado un desarrollo exitoso, especialmente en el caso de los cuatro "pequeños dragones" de Asia oriental. Los nuevos países industriales (NPI) son un reducido grupo de estados y territorios del Tercer Mundo que han registrado en los últimos treinta años un crecimiento económico muy rápido, especialmente en el sector secundario, y que se han convertido en exportadores preeminentes, en particular de productos manufacturados. Según la clasificación de la OCDE, los NPI (también denominados nuevas economías industriales, NEI) son los 32

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo cuatro pequeños "dragones" de Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) y los dos mayores países de América Latina (Brasil y México). Los NPI disponen de un PNB per cápita notablemente más alto que la media del Tercer Mundo (especialmente en el caso de las ciudades-estado de Singapur y Hong Kong), han registrado un crecimiento espectacular, al menos en el caso de los "dragones" asiáticos, y conjuntamente efectúan nada menos que un 1 3 % de las exportaciones mundiales, más que los EE UU, la primera potencia comercial del planeta (11,6% en 1995). Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las cifras de exportaciones correspondientes a Hong Kong y Singapur incluyen una proporción considerable de re-exportaciones, esto es, de bienes que tienen su origen en China, por un lado, y en Malasia e Indonesia, por otro. Los "dragones" asiáticos, junto con Brasil y México, pese a que estos últimos tengan un menor grado de desarrollo, tienen una economía integrada y diversificada, unos altos coeficientes de comercio exterior, unas exportaciones que abarcan una amplia gama de productos industriales (Corea del Sur exporta desde artículos de confección hasta automóviles y semiconductores, pasando por barcos y acero), un mercado interior relativamente grande y unas tasas de ahorro muy altas, así como unos indicadores sociales muy superiores a la media del Tercer Mundo y, en el caso de algunos "dragones", mayores incluso que los países de menor desarrollo de Europa occidental (Grecia o Portugal). El extraordinario auge de los cuatro "dragones" asiáticos ha sido inesperado y sorprendente. Los economistas del desarrollo de los años cincuenta pensaban que el crecimiento económico de América Latina y el sur de Asia sería bastante más rápido que el de las entonces pobres y superpobladas naciones de Asia oriental. Además, causa sorpresa que el crecimiento más alto de todo el Tercer Mundo se haya registra-

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo

La experiencia de los "dragones" no es pues la de un milagro económico liberal, como afirman los economistas neoclásicos, por cuanto hay razones identificables (y distintas de una

correcta gestión macroeconómica) que explican ese, sin duda extraordinario, crecimiento, y porque la intervención del Estado en la actividad productiva ha sido al menos tan importante como lo fue en Japón en los años sesenta y setenta. Muy distinto es el caso de Brasil y México. Esas economías latinoamericanas adoptaron una senda de desarrollo que consistió en prolongar y profundizar la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), en vez de intercalar entre la ISI primaria y la ISI secundaria una fase de orientación a la exportación, como hicieron Corea o Taiwán. Además, una vez que, forzados por la necesidad de obtener divisas para financiar las importaciones y para hacer frente a la deuda externa, México y Brasil empezaron a exportar masivamente manufacturas en los últimos años sesenta, no contemplaron al sector exportador, a diferencia de los "dragones", como una palanca dinámica para diversificar el tejido industrial. Por añadidura, el peso relativo de la inversión directa extranjera ha sido bastante mayor en América Latina que en Corea o Taiwán, razón que, entre muchas otras, explica que el subcontinente americano carezca de empresas manufactureras capaces de competir en el mercado mundial e incluso de invertir en el extranjero, como han hecho los "dragones" en los años ochenta y noventa. Otras diferencias importantes entre los NPI latinoamericanos y los "dragones" atañen a la agricultura (no ha habido una reforma agraria distributiva en América Latina), a la política tecnológica (menor eficacia en la importación y el aprendizaje de técnicas extranjeras de producción), a la incidencia de la perturbación monetaria externa de los primeros años ochenta (el aumento de la cotización del dólar y de los tipos de interés en 1979-1985 afectó más a América Latina, por su mayor grado de endeudamiento externo), al uso de los préstamos exteriores (para financiar importaciones, consumo improductivo o la propia deuda en América Latina;

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do en países carentes de recursos naturales y energéticos, con una escasa proporción de tierra cultivable (apenas el 25% en Corea del Sur y Taiwán), que en los años cincuenta se contaban entre las naciones más pobres del planeta (el PNB per cápita de Taiwán en 1950 era inferior al de Angola) y cuyas economías, muy orientadas a la exportación y muy dependientes de las importaciones de petróleo, eran potencialmente muy sensibles a las perturbaciones comerciales y energéticas externas de los años setenta y ochenta. Entre los factores del desarrollo de Corea del Sur y Taiwán, los más citados por los especialistas son: — Una agricultura dinámica, que contribuyó mucho a la expansión industrial, gracias fundamentalmente a la ambiciosa reforma agraria puesta en práctica en los años cincuenta y a una buena articulación entre los sectores primario y secundario. — Una amplia disponibilidad de capital extranjero en los años cincuenta y sesenta, bajo la forma de la ayuda estadounidense prestada a unos países situados en la frontera exterior de la guerra fría. — Unas altísimas tasas de ahorro y de inversión, por causa de factores culturales, económicos y sociales. — Un escaso recurso a la inversión directa extranjera, lo que evitó la desnacionalización de la industria y permitió crear grandes conglomerados empresariales locales, como los chaebol en Corea del Sur. — Un Estado fuertemente intervencionista en el sistema financiero, la actividad exportadora y la política industrial.

Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo

para fomentar las exportaciones y la sustitución de importaciones en los "dragones") y a las políticas de ajuste y liberalización en los años ochenta (restrictivas y rápidas en América Latina; menos contractivas y más graduales en Asia oriental), entre otros aspectos. Pese a esas diferencias y a la divergencia en las pautas de industrialización respecto de Corea o Taiwán, Brasil y México han conseguido, gracias fundamentalmente a su larga tradición manufacturera, a su amplio mercado interior y a su abundante disponibilidad de recursos en capital humano, tierra cultivable y recursos naturales, crecer a unas tasas elevadas hasta los años ochenta, cuando el decenio perdido del desarrollo provocó una caída en la renta per cápita real. La diferencia entre el crecimiento de los NPI latinoamericanos y los asiáticos se hizo muy importante desde 1980.

— 1.000 millones de seres humanos padecen hambre. — Una cuarta parte de la población mundial no ingiere alimentos suficientes. — 300 millones de niños no asisten a la escuela. — Existen 1.000 millones de personas analfabetas, de las que más de 600 millones son mujeres. — Hay 1.300 millones de personas que viven por debajo del umbral de pobreza absoluta. — Existen al menos 180 millones de niños pequeños en estado de desnutrición aguda.

2.2. Los fracasos del desarrollo: la persistencia del subdesarrollo y los países menos adelantados El reverso de la moneda es la persistencia del subdesarrollo en el mundo actual. Las mejoras en esperanza de vida al nacer, tasas de mortalidad infantil, erradicación o reducción sustancial de enfermedades (viruela, sarampión, poliomielitis, etc.) o acceso de la población a agua potable o servicios de salud han coexistido con lo que el PNUD llama las privaciones del desarrollo humano: — 14 millones de niños mueren anualmente antes de cumplir los 5 años por hambre o enfermedades erradicables. — 1.300 millones de personas no tienen acceso fácil a agua potable. — 1.500 millones carecen de servicios adecuados de salud. 36

Esas tristes realidades, que parecen inconcebibles a finales del siglo XX, demuestran claramente que el progreso general del Tercer Mundo ha dejado en el camino a centenares de millones de personas desheredadas. Por añadidura, la brecha entre los países ricos y los pobres no sólo es enorme sino que, lejos de disminuir, ha crecido en los últimos años. El PNUD ha estimado el cociente entre la parte de la renta mundial en manos del 20% de la población mundial que vive en los países ricos y la proporción de esa renta en manos del 20% más pobre ha pasado del 30% en 1960 al 60% en 1990. Según el Banco Mundial, los 850 millones de personas que viven en los 24 países de ingresos altos (incluidos algunos que pertenecen en realidad al Tercer Mundo, como Kuwait, Hong Kong, Singapur o los Emiratos Árabes Unidos) generan un PIB de 20,1 billones de dólares, mientras que al resto de la población mundial (4.750 millones de personas) corresponde una cifra de 5,3 billones de dólares. En suma, los países desarrollados, con una quinta parte de la población mundial, generan el 84% de la renta mundial, mientras las cuatro quintas partes restantes apenas disponen del 16% de la renta mundial. El desarrollo económico en el Tercer Mundo ha fracasado claramente también en al menos tres aspectos particulares: distribución de la renta, oportunidades de empleo y pobreza.

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica Aunque disponer de cifras fiables para tales fenómenos es prácticamente imposible, la mayoría de los analistas coincide en señalar lo siguiente: — La distribución de la renta se ha hecho más desigual en el Tercer Mundo en los últimos treinta años. Por citar sólo un ejemplo, el coeficiente de Gini, un indicador que mide la dispersión respecto de una situación ideal de equidad perfecta, pasó de 0,544 en 1960 a 0,602 en 1980 para el conjunto de los países del Tercer Mundo. A título de comparación, ese coeficiente se ha mantenido constante en torno a 0,3-0,4 en los países desarrollados durante ese mismo período. — El crecimiento del empleo ha sido sustancialmente inferior al de la población total y sobre todo urbana y al de la producción general y manufacturera. Todo parece indicar que el desempleo, y también el subempleo, se han incrementado en los últimos decenios en los países pobres. Por ejemplo, entre 1960 y 1992 la población urbana en los países del Tercer Mundo ha crecido a una tasa media anual de 3,8% mientras que el empleo industrial lo ha hecho a una tasa media de alrededor del 2%. — El número absoluto de personas que viven por debajo del umbral de pobreza absoluta ha aumentado de unos 700 millones en 1976 a 1.125 millones en 1985 y a 1.300 millones en 1992, sin que su reducción en términos relativos (en porcentaje de la población total del Tercer Mundo ha pasado del 3 8 % al 3 3 % y al 30%, respectivamente) haya sido ni suficiente ni motivo de consuelo.

Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo Los PMA son el grupo de naciones más pobres del planeta y constituyen lo que podría llamarse el "cuarto mundo" de la economía mundial y el reverso más claro de los NPI en la economía mundial. Esa categoría de países subdesarrollados fue creada en 1971 por las Naciones Unidas. Había entonces 22 PMA, cifra que ha pasado a 48 en 1995. Los PMA son, en su conjunto, países cuya brecha respecto de los países desarrollados ha aumentado en los últimos 25 años y en los que se ha registrado, salvo escasas excepciones, una degradación en términos absolutos de la situación económica y social. Se caracterizan por los rasgos siguientes: — Pobreza extrema: su PNB per cápita era inferior a 750 dólares en 1993, menos de una sexta parte de la media mundial, con sus corolarios de altas tasas de mortalidad infantil, baja esperanza de vida al nacer y escaso suministro diario de calorías. — Alta incidencia del analfabetismo: la tasa de alfabetización de adultos apenas supera el 40%, frente al 65% registrado en la media de todos los países del Tercer Mundo. — Baja proporción del sector manufacturero en el PIB: un 10% de media, frente a más del 20% en la media del Tercer Mundo y el 25% en los países desarrollados.

En otro orden de cosas, los últimos decenios han sido testigos de la aparición de un grupo de países muy pobres, los denominados países menos adelantados (PMA).

Además de la pobreza extrema, el analfabetismo y la subindustrialización, los PMA reúnen otros rasgos comunes: baja tasa de inversión y todavía menor tasa de ahorro, monoexportación primaria (concentración de las exportaciones en una gama muy estrecha de bienes agrícolas o minerales), caída de la producción agrícola y de alimentos per cápita, pequeña y decreciente participación en el comercio mundial, dependencia extrema de la importación de manufacturas y alimentos,

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica alto crecimiento demográfico, bajo grado de urbanización, bajo consumo de energía per cápita, economía desarticulada y poco diversificada, mercado interior muy restringido, falta de servicios de educación y sanidad, etc. Por si esto fuese poco, se trata de países con un medio ambiente frágil (sequías, desertización, deforestación...), que sufren algún inconveniente geográfico y climático (insularidad, enclave, alejamiento...) y que están muy expuestos a catástrofes naturales (ciclones, inundaciones, terremotos...). Al estar marginados de las corrientes financieras y comerciales internacionales (reciben muy poca inversión extranjera directa y efectúan conjuntamente apenas un 1% del comercio mundial), su supervivencia depende en gran medida de la ayuda extranjera, especialmente alimentaria y de emergencia. Los 48 PMA tienen una población conjunta que ronda los 560 millones de habitantes. Con más de una décima parte de la población mundial, realizan apenas el 0,4% del PIB mundial. Los PMA eran en 1995 los siguientes: Afganistán, Angola, Bangladesh, Benin, Bhután, Burkina Faso, Burundi, Cabo Verde, Camboya, Chad, Comoras, Djibouti, Eritrea, Etiopía, Gambia, Guinea, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial, Haití, Islas Salomón, Kiribati, Lesotho, Liberia, Madagascar, Malawi, Maldivas, Malí, Mauritania, Mozambique, Myanmar, Nepal, Níger, República Centroafricana, República Democrática Popular de Lao, República Unida de Tanzania, Rwanda, Samoa, Santo Tomé y Príncipe, Sierra Leona, Somalia, Sudán, Togo, Tuvalu, Uganda, Vanuatu, Yemen, Zaire y Zambia. La situación de los PMA ha empeorado en los años ochenta y primeros noventa, a causa de unas políticas económicas poco adaptadas (énfasis excesivo en el ajuste, que es una condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento), de una ayuda exterior insuficiente y de un marco internacional desfavorable (altos tipos de interés y elevada cotización del

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Capítulo 2: Éxitos y fracasos del desarrollo en el Tercer Mundo dólar en el primer lustro de los años ochenta, bajos precios de las materias primas exportadas, recesión en las economías desarrolladas a principios de los noventa, etc.). En el caso del África subsahariana, donde se concentra el grueso de los PMA, la renta per cápita disminuyó un 15% entre 1980 y 1992, ya que la producción creció notablemente menos que la población. La incidencia de las perturbaciones externas (energéticas, comerciales y monetarias) de los años ochenta y la recesión posterior en los países desarrollados, a cuyos mercados se dirige la mayor parte de sus exportaciones de productos primarios, provocaron una fuerte caída de la renta per cápita en la primera mitad de los años ochenta y noventa. Además, África meridional sufrió una severa sequía en 1992. Algunos factores adicionales de tan desfavorable evolución son los siguientes: — Insuficiencia y falta de adecuación de la ayuda extranjera, junto con la negativa a propiciar, por parte de los países acreedores, una reducción sustancial de la deuda externa. — Caída de la relación real de intercambio (cociente entre los precios de las exportaciones de productos primarios y los precios de las importaciones de manufacturas), que disminuyó el 40% entre 1981y 1991 (frente al descenso del 15% en el conjunto del Tercer Mundo). — Creciente marginación del comercio mundial: entre 1980 y 1990, la participación del África subsahariana en las exportaciones mundiales cayó del 2,4% al 1,1%, y su peso en las exportaciones del Tercer Mundo pasó del 10% al 5%. — Incidencia desigual y limitada de los programas de ajuste estructural del Banco Mundial: escaso impacto en el crecimiento, incapacidad para promover la diversificación de las exportaciones, caída de la tasa de inver-

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Parte I. El desarrollo económico: teoría y práctica sión, nula expansión de la tasa de ahorro, mantenimiento de las tensiones inflacionistas, etc. Por ejemplo, los países que han tenido más éxito en el ajuste (Gambia, Ghana, Nigeria, Tanzania o Zimbabwe) han conseguido una tasa de crecimiento de la renta per cápita de apenas el 1%, con lo que la duplicación de ese indicador se haría cada 70 años (10 años en Corea del Sur o Taiwán). Algunos de los inconvenientes de los programas de ajuste en el África subsahariana han sido los siguientes: muy escasa mejora del ritmo de crecimiento en los países con mejor ajuste, incidencia negativa en ese indicador en el resto de la región, caída significativa de la tasa de inversión (por la incertidumbre política, el encarecimiento de las importaciones de inputs a causa de la devaluación y los altos tipos de interés), fuerte reducción de la inversión pública, rápida e indiscriminada liberalización de las importaciones (con efectos nocivos en las finanzas públicas y en la producción de bienes agrícolas elaborados), aumento, en algunos casos (Zambia o Zimbabwe), de la pobreza y el desempleo, etc.

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Parte II Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

La tradición clásica: el origen

Los economistas clásicos del siglo XVIII y principios del XIX se preocuparon por el análisis del crecimiento a largo plazo: sus causas, consecuencias y perspectivas. Ese interés desaparecería en las corrientes inmediatamente posteriores del pensamiento económico: el "paréntesis" neoclásico (18701936) desplazó el interés hacia las cuestiones de equilibrio; incluso el keynesianismo inicial (1936-1950) se preocupó sólo por la inestabilidad a corto plazo de las economías ya desarrolladas. En palabras de Arthur Lewis: Desde el punto de vista de los países que cuentan con excedentes de trabajo, el keynesianismo no es más que una nota a pie de página al neoclasicismo, aunque se trate de una nota extensa, importante y fascinadora. Por tanto, el estudioso de dichas economías tiene que retroceder hasta los economistas clásicos antes de encontrar un marco analítico en el

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo que pueda ajustar de un modo relevante sus propios problemas (en Agarwala y Singh, eds., 1958, trad. esp., 334).

Capítulo 3: La tradición clásica: el origen

Para los clásicos, es la acumulación de capital (la reinversión del excedente) el motor principal del crecimiento económico y, por tanto, de la riqueza de las naciones. Adam Smith (1723-1790) consideraba que el crecimiento demográfico, la expansión geográfica internacional y la demanda de la agricultura desembocaban en una ampliación del mercado. Tal extensión, a su vez, fomentaba la división del trabajo, lo que repercutía en un aumento de la productividad de la mano de obra. La especialización conllevaba mayor destreza de cada obrero, ahorro del tiempo perdido cuando los operarios debían pasar de una tarea a otra, así como invención de maquinaria para facilitar y abreviar el trabajo y capacitar a un hombre a hacer la labor de muchos. El aumento de la productividad laboral, junto con el incremento de la inversión (al transformarse el ahorro en inversión de manera automática), desembocaba en un aumento de la producción total y por habitante. El factor principal del crecimiento es pues la acumulación de capital, de la que dependen la ampliación del mercado (la cantidad de capital existente, que Smith llamaba stock, junto

con las disposiciones institucionales que regulan la competencia interior e internacional, determina el tamaño del mercado), el grado de división social del trabajo y el aumento de los salarios, que permiten un crecimiento de la renta nacional (por incremento demográfico y de la renta per cápita) y de la oferta de mano de obra. La interdependencia campo-ciudades es el elemento esencial de la primera fase del crecimiento económico. La división del trabajo agrícola y la mejora en las técnicas agronómicas generan un excedente agrario que se transfiere a las ciudades, creando un mercado en las urbes. Además, parte de ese excedente es empleado por los núcleos urbanos en el intercambio por productos de importación (hoy llamaríamos de entrepót a esa función) y, posteriormente, en el reemplazo de las compras al exterior por producción local (que hoy denominaríamos "sustitución de importaciones"). En una segunda fase de ese orden del crecimiento económico, surgen las tendencias hacia el estancamiento de la producción, que es inevitable a largo plazo. Cuando las existencias de capital alcanzan un máximo, disminuyen las oportunidades de inversión rentable y se intensifica la competencia entre capitalistas por mercados y mano de obra, lo que hace descender la tasa de beneficios hasta su nivel mínimo, que corresponde a la prima por el riesgo. En tal situación, dice Smith, la acumulación de capital se detendrá, el crecimiento demográfico se parará y se alcanzará el estado estacionario. Para Smith, por tanto, si se cumplen determinadas exigencias institucionales (intervención del Estado limitada a justicia, defensa, orden público y determinadas obras públicas; libre comercio internacional), el crecimiento es autosostenido. La inversión permite ampliar el mercado, fomenta la división del trabajo y hace crecer la productividad laboral. A su vez, ese crecimiento garantiza un aumento de los salarios

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Además, los economistas clásicos (Smith, Malthus o Ricardo) abordaron también, aunque de manera tangencial, las perspectivas de lo que entonces se denominaban áreas atrasadas, esto es, las colonias. No es exagerado, por tanto, afirmar, que las raíces de la teoría moderna del desarrollo económico se encuentran en la gran tradición clásica de los siglos XVIII y XIX (Lewis, 1988).

3.1. La acumulación de capital

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 3: La tradición clásica: el origen David Ricardo (1772-1823) también se interesó por las consecuencias a largo plazo del crecimiento económico. Mostró más interés que Smith por la distribución, que consideraba un factor principal de la acumulación y, por tanto, del desarrollo. Entendía que el crecimiento generaba aumento de la demanda de trabajo e incremento de los salarios, de la población y de la demanda de alimentos. Puesto que creía que los rendimientos de la tierra eran decrecientes, la puesta en cultivo de tierras marginales haría aumentar el coste medio y marginal de los productos agrícolas (hoy diríamos que se registraría un descenso de la productividad marginal del capital y del trabajo en la agricultura). Aumentarían los precios de los alimentos, y, habida cuenta de que el salario de subsistencia era inflexible a la baja, crecería la proporción de los salarios en la renta nacional y descendería la de los beneficios. Simultáneamente, el incremento de los precios de los productos agrícolas haría aumentar la renta de la tierra y se produciría una redistribución de la renta nacional en favor de los terratenientes, lo que haría también caer la inversión productiva. El resultado sería, al igual que en el análisis de Smith y Malthus, un estado estacionario. La llegada de éste, sin embargo, se podría ver contrarrestada por:

y de la demanda de bienes de consumo y de los beneficios y, por tanto, de la acumulación de capital. Ese crecimiento, sin embargo, está sujeto no sólo a los requisitos institucionales mencionados anteriormente, sino también a una serie de límites (suelo, clima, situación respecto de otros países) que hacen que no sea indefinido: los rendimientos decrecientes de la tierra y de los esfuerzos por abrir mercados exteriores contribuyen, junto con la sobreacumulación de capital, a que se alcance el estado estacionario. Thomas R. Malthus (1766-1834) compartía con Smith ese análisis clásico del crecimiento, pero insistió más que éste en las consecuencias del progreso. El crecimiento económico hace aumentar la demanda de mano de obra, lo que incrementa los salarios. El aumento del nivel de vida de los trabajadores hace crecer la población, vía incremento de la tasa de natalidad y descenso de la tasa de mortalidad infantil. Como la población, a juicio de Malthus, crece mucho más deprisa que los recursos alimenticios, se genera una situación de escasez de alimentos. Por otra parte, el aumento de la población desemboca en un incremento de la oferta laboral, lo que hace descender los salarios. El resultado es una combinación de escasez generalizada y de miseria masiva, que disminuye el crecimiento demográfico y genera insuficiencia de mano de obra, con lo que aumentan los salarios y se reproduce el proceso. A diferencia de Smith, Malthus insistió en la importancia de la demanda, como reconocería el propio Keynes a principios del siglo XX, aunque consideró que los factores esenciales del crecimiento se encuentran en el lado de la oferta: formación de capital, calidad de la tierra e invenciones ahorradoras de trabajo. Malthus era, por tanto, fundamentalmente pesimista, ya que pensaba que los frenos al crecimiento excesivo de la población (única manera de evitar el estado estacionario) serían difíciles de poner en marcha.

El círculo vicioso ricardiano (la secuencia aumento de la población-puesta en cultivo de tierras cada vez menos fértiles-crecimiento de los precios agrícolas-aumento de los salarios-crecimiento de la población, con su corolario de reducción de los

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— La generación y la aplicación de innovaciones técnicas en la agricultura y la industria. — La libre importación de alimentos, junto con el aprovechamiento de otros aspectos de la ventaja comparativa en el comercio internacional. — El menor crecimiento de la población.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 3: La tradición clásica: el origen (1833-1884). Esos autores desarrollaron ideas poco tratadas por Smith, Malthus o Ricardo, como la política económica, la teoría de los precios y del dinero, los bancos, el comercio internacional, el método en Economía, etc. En suma, la gran tradición clásica en Economía legó una teoría dinámica del crecimiento y abordó el análisis económico desde el lado de la oferta (con la excepción parcial de Malthus). Tal enfoque contrasta especialmente con el de la posterior corriente neoclásica (que en realidad tenía poco de clásica), más interesada por las cuestiones de equilibrio y de demanda. Pese a todo, la Economía clásica tiene igualmente sus limitaciones en el mundo actual. Los clásicos exageraron los límites físicos (los recursos naturales) del crecimiento, subestimaron las posibilidades de progreso técnico en la agricultura, consideraron que el crecimiento de la población no podría contenerse con políticas deliberadas, mostraron una confianza excesiva en el libre comercio internacional y en el progreso técnico industrial, su análisis económico desde la oferta les condujo a infravalorar la importancia de la demanda, no establecieron distinción alguna entre ahorro planeado e inversión prevista, etc. En suma, los economistas clásicos contemplaron el desarrollo como un proceso gradual, en situaciones de competencia perfecta, sobre la base de instituciones y actitudes favorables ya existentes. En el mundo real, el desarrollo dista mucho de ser armónico y acumulativo, se registra con importantes rigideces y desfases y, sobre todo, tarda mucho en generar el caldo de cultivo necesario para su sostenimiento.

beneficios) sólo podía romperse de dos maneras: con la libre importación de productos agrícolas, a un precio menor del coste de producción local, con objeto de contener el crecimiento de los salarios industriales, y con la rigidez de los salarios reales, para evitar el perjudicial incremento de la población. Ricardo fue, por tanto, consciente o inconscientemente el ideólogo de la clase industrial capitalista, entonces en pleno auge por la Revolución Industrial y opuesta a los intereses de terratenientes y asalariados. En su análisis, además, el aumento de los salarios es la única causa de la disminución de los beneficios y de la aparición de las crisis. Para Ricardo, por consiguiente, la existencia de una tierra de calidad diversa y oferta fija hacía que los rendimientos decrecientes de ésta resultasen más importantes que los rendimientos crecientes en las manufacturas, de manera que el crecimiento económico general se haría progresivamente más lento. La distribución, además de la acumulación de capital, desempeña una función central en ese proceso. La concepción ricardiana del desarrollo se refiere a un proceso de acumulación autosostenida de capital, que sólo se vería interrumpido a causa de la escasez de tierra disponible. A diferencia de Malthus (y también de Marx), el origen de la crisis en Ricardo no es la sobreproducción, sino los rendimientos decrecientes de la tierra» Otros autores clásicos hicieron también aportaciones sustanciales (véase O'Brien, 1975). Jean-Baptiste Say (1767-1832) desarrolló la ley que lleva su nombre, en virtud de la cual la oferta crea su propia demanda. James Mill (1773-1836) fue uno de los principales seguidores de Ricardo. Su hijo John Stuart Mill (1806-1873) fue más smithiano. Otros economistas clásicos fueron John Ramsay McCulloch (1789-1864), Nassau Senior (1790-1864), Robert Torrens (1780-1864), Tomas Cooke (1774-1858), J. E. Cairnes (1823-1875) y Henry Fawcett

Por lo general, los economistas clásicos eran partidarios del colonialismo europeo en lo que entonces se denominaban "áreas atrasadas". En lo que atañe a las colonias, pensaban que

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3.2. Los economistas clásicos y la cuestión colonial

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo el colonialismo occidental era necesario para promover la transición al capitalismo y fomentar el desarrollo mediante el comercio exterior. En lo que se refiere a las metrópolis, los principales economistas clásicos consideraban que tener colonias favorecería el desarrollo de aquéllas. Las colonias eran contempladas como fuente de materias primas y productos alimenticios a bajo coste (Ricardo), mercados para las exportaciones de manufacturas (Smith), así como lugares en los que era posible disponer de posibilidades de inversión rentable (Smith) y dar salida a la población excedente mediante la emigración (Torrens, Senior, J. S. Mill). Smith, partidario del libre comercio, no se oponía al colonialismo y al comercio colonial, sino al mercantilismo (la obtención de metales preciosos) y al monopolio de ese comercio. En su opinión, el control monopolista de ese intercambio era negativo tanto para las colonias como para las metrópolis. En el primer caso, porque generaba bajos precios de exportación y altos precios de importación. En el segundo, porque desembocaba en precios y rentas de monopolio y en tasas de beneficio artificialmente altas, drenando capital de sectores más necesitados. Si a tales inconvenientes se sumaban los costes de mantenimiento de un imperio ruinoso, el resultado del Imperio Británico, en su configuración monopolista, era claramente negativo. En el capítulo 7 del libro 4 de La riqueza de las naciones, Smith escribió que el monopolio del comercio colonial

Capítulo 3: La tradición clásica: el origen colonias, menores que las ventajas del comercio de éstas con la metrópoli británica, de manera que el efecto neto sería positivo para las primeras, aunque mucho menor del que se registraría en condiciones de libre comercio. Por añadidura, Smith pensaba que las causas del atraso de las regiones no europeas eran internas (el predominio de la agricultura respecto de la industria y del comercio interior con respecto al exterior): en efecto, razonaba ese autor, las colonias ya estaban atrasadas antes de ser colonias, mientras que China, no colonizada entonces, estaba también atrasada. El colonialismo estaba justificado por razones económicas, sin que existiese una supuesta "misión civilizadora" de la raza blanca. Las colonias, decía, Smith, son más prósperas cuando se adoptan políticas liberales (caso de los territorios ingleses en América del Norte) que cuando hay intervencionismo y restricciones (las colonias británicas en Asia y el imperio español y portugués en América Latina).

Smith, además, consideraba que los inconvenientes del monopolio de las Compañías de las Indias eran, para las

Ricardo y Malthus compartieron en gran medida esas opiniones. Las sociedades atrasadas presentaban rasgos sociales y políticos que les impedían progresar, de manera que el hecho colonial les resultaba beneficioso. Las ventajas que para la metrópoli suponían el tener colonias residían en la posibilidad de importar alimentos a bajo precio (Ricardo) o de aliviar el exceso de población de la primera (Malthus). J. S. Mill pensaba también que el colonialismo era beneficioso para las potencias europeas, principalmente porque ejercían una contratendencia al descenso de la tasa de beneficios (inversiones rentables, importación de materias primas baratas), y para las propias colonias, en grado aún mayor. Por el contrario, otros economistas clásicos, como Say o J. Mill, tenían la impresión de que las colonias suponían una pesada carga para los europeos y que su única justificación era de orden moral: superar los obstáculos sociales y políticos para el desarrollo de esas áreas.

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desincentiva la industria de todos los restantes países, pero principalmente la de las colonias, sin ni siquiera promover, sino al contrario reduciendo, la del país en cuyo favor se establece.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo En suma, toda la tradición clásica entendía que el impacto colonial sería positivo para las áreas atrasadas. La mayor parte de sus miembros, y todos sus cabezas de fila, pensaban igualmente que el colonialismo fortalecía el desarrollo económico en las metrópolis. Aunque se oponían a la corriente mercantilista, que sólo contemplaba las colonias como fuentes de metales preciosos (sin tener en cuenta los perniciosos efectos inflacionistas de esos movimientos de metálico), consideraban que las áreas atrasadas cumplían una función útil: proveer alimentos a bajo precio con el fin de contrarrestar los rendimientos decrecientes de la tierra (Ricardo); ampliar el mercado y, por tanto, el grado de división del trabajo y el nivel de productividad (Smith); abrir oportunidades de inversión rentable ante su agotamiento simple en los países desarrollados (Smith y Wakefield, aunque, en este punto, ya no tanto la tradición Say-Ricardo, para la que el problema principal era la escasez de capital), o dar salida a los excedentes de mano de obra (Torrens, Senior, J. S. Mill, Horton, Wakefield, etc.).

Marx: la alternativa

4.1. La heterodoxia clásica Karl Marx (1818-1883) fue un economista clásico peculiar. En su intento de analizar la verdadera naturaleza del sistema capitalista, hizo, a diferencia de los restantes economistas de esa escuela de pensamiento, un auténtico esfuerzo de trascendencia para desvelar la esencia del capitalismo (qué se esconde detrás de sus apariencias). Por citar sólo un ejemplo, Marx demostró que la relación salarial (apariencia) oculta en realidad una relación de explotación (esencia). Además de ese logrado esfuerzo para desmarcarse del análisis convencional, Marx intentó poner de manifiesto las leyes del movimiento de la economía capitalista, razón por la cual su aportación constituye la primera teoría importante del desarrollo. Tal y como escribió en el prefacio a El capital (1867),

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo desvelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna es el fin último que persigue esta obra.

Capítulo 4: Marx: la alternativa lismo, decía Marx, tiene una dinámica propia, de la que carecían los modos de producción precapitalistas. Esa acumulación de excedente (plusvalía) es la que conduce a los capitalistas a competir entre sí. Varios efectos de esa competencia inter-capitalista son, en su opinión, los siguientes:

Tales leyes, en el pensamiento de Marx, no son absolutas, sino únicamente tendencias generales que hay que comprobar con la realidad y que están sujetas a contratendencias. El efecto de estas últimas puede incluso, en períodos determinados, ser superior al de las propias tendencias. Marx situó la relación entre capital y trabajo en el corazón mismo del análisis del capitalismo y puso de manifiesto el carácter anárquico y las contradicciones internas de ese modo de producción. Predijo crisis periódicas de sobreacumulación y sobreproducción y destacó las necesidades contrapuestas del capital: la voluntad de abaratar el factor trabajo para generar más plusvalía (lo que, si se cumplía, conduciría a una crisis de demanda, que hoy llamaríamos keynesiana) y la exigencia de aumentar los salarios reales para sostener la demanda (lo que, de llevarse a la práctica, contribuiría a desencadenar una crisis de rentabilidad, o crisis clásica). Cualquier intento de resumir en unas pocas páginas la teoría económica marxiana es naturalmente vano, entre otras razones porque es sólo una parte de una gran teoría social, que desborda ampliamente los límites de la Economía. Además, conviene tener muy presente la importancia política de ese autor, ya que Marx, a diferencia de Smith o Ricardo, propugnó la transformación revolucionaria de la sociedad y consideró su teoría como un instrumento operativo para tal fin. Marx definió, de manera precisa y rigurosa, los elementos básicos del capitalismo: la relación salarial, la relación mercantil y un tipo determinado de organización del trabajo. Además, puso de manifiesto que, en tal sistema, el objetivo principal de los propietarios de los medios de producción (o capitalistas) es el de acumular riqueza en forma de valor de cambio (y no de valor de uso, como, por ejemplo, en el feudalismo). El capita-

Marx pensaba que la composición orgánica del capital tendía a crecer a medida que se registraba la acumulación. Los factores de tal incremento son, en su enfoque, la competencia inter-capitalista intensificada, que genera la intro-

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— La concentración y centralización del capital, lo que genera, a su vez, agrupación y toma de conciencia de los trabajadores. — Un crecimiento anárquico, sin ninguna coordinación, que genera desproporcionalidad entre sectores y crisis periódicas de sobreproducción (o subconsumo) en unas industrias respecto de otras. — Una tendencia a la baja de la tasa de ganancia, bien por intensificación del capital (aumento de la composición orgánica del capital), creando un ejército industrial de reserva y una brecha creciente entre capacidad productiva y consumo, bien por descenso de la tasa de plusvalía, esto es, por aumento del coste laboral por unidad de producto. Marx pensaba que la primera razón era la más importante, ya que, en términos generales, consideraba que el salario oscilaba en torno al nivel de subsistencia (socialmente determinado), si bien no descartó la posibilidad de un aumento sostenido de los salarios reales. — Una tendencia al subconsumo, dadas las ansias de acumular de los capitalistas y la escasa capacidad de compra de los asalariados.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo ducción de métodos más productivos; el desarrollo de las fuerzas productivas, que provoca obsolescencia de los bienes de equipo y una cada vez mayor rotación del capital, y la acentuación de la lucha de clases, que impulsa a los capitalistas a sustituir mano de obra por máquinas. Junto con la intensificación en capital, una eventual caída de la tasa de plusvalía (por aumento excesivo de los salarios) tendría repercusiones negativas en la tasa de beneficio. Por tanto, la tasa de ganancia presentaba una tendencia a la baja, aunque existían diversas contratendencias que limitaban el alcance de ese descenso: — La reducción del valor unitario de los bienes de capital, a causa del progreso técnico en la sección correspondiente, lo que limita el crecimiento del capital constante. — El aumento de la plusvalía absoluta (disminución de salarios, aumento de la duración del trabajo, incremento de la intensidad) o relativa (crecimiento de la productividad laboral por hora). — La concentración y centralización del capital, que elimina la competencia y permite fijar precios de monopolio. — La intervención del Estado, que, mediante por ejemplo nacionalizaciones, puede desvalorizar una parte del capital. — El comercio exterior, en el caso de que permita abaratar la adquisición de elementos del capital constante.

Capítulo 4: Marx: la alternativa Aunque tal contención de salarios contribuye a aumentar la tasa de plusvalía, y por tanto, a mantener la tasa de ganancia, a la larga genera sobreproducción. En suma, para Marx la acumulación de capital procedía en un estrecho filo de navaja entre dos crisis potenciales: la crisis de rentabilidad, provocada por la caída de la tasa de ganancia, y que haría bajar la inversión, deteniendo el proceso de acumulación; y la crisis de sobreproducción (o de realización), debida a la contención de salarios, y que resultaría en mercancías no vendidas y reducción de la inversión de capital. En otras palabras, la dinámica del capitalismo se ve limitada, en el análisis de Marx, por dos riesgos generalmente alternativos, aunque compatibles en ocasiones: — El aumento de empleo hasta la plena utilización de los recursos humanos disponibles provoca un crecimiento de los salarios; en tal situación, disminuyen las tasas de plusvalía y de ganancia y la inversión; además, ante un factor trabajo encarecido, se producen innovaciones técnicas ahorradoras de mano de obra, aumenta la composición orgánica del capital, baja la tasa de ganancia, y el efecto final es igualmente recesivo. En ambos casos, estamos en presencia de una crisis de rentabilidad. — Si se contiene el crecimiento de los salarios para mantener el nivel de beneficios, el resultado es una crisis de insuficiencia de demanda (de sobreproducción).

En cuanto a la tendencia al subconsumo, de importancia menor, se trataba del resultado de la distribución parcial (o restitución incompleta) a los asalariados de las ganancias de productividad. Actualmente diríamos que el crecimiento de la productividad laboral supera al de los salarios monetarios.

En el análisis de Marx, la posibilidad formal de la crisis, que se debe a la contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación privada de la plusvalía, se convierte en probabilidad. La lucha competitiva entre capitalistas, junto con su interés común por contener los salarios en proporción del capital total, generan métodos ahorradores de trabajo, con las consecuencias inevitables de:

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo — La insuficiencia de demanda por la contención de los salarios. — El deterioro de la rentabilidad por aumento de la composición del capital. — La agrupación de los trabajadores y toma de conciencia de su propia explotación, como resultado de la concentración y centralización del capital. Como veremos posteriormente, Marx infravaloró claramente la posibilidad misma de un incremento de la productividad laboral suficiente, tanto para contener el crecimiento de la composición del capital (vía progreso técnico en la sección de bienes de equipo y abaratamiento de su precio unitario), como para adecuarse al aumento de los costes laborales, para evitar una caída de la tasa de plusvalía. Además, tampoco tuvo suficientemente en cuenta que tal incremento de la producción por empleado podría trasladarse a los salarios reales, aumentándolos de manera que creciese el poder adquisitivo de los trabajadores y se evitase el subconsumo. Todo esto es lo que ocurrió precisamente en la época dorada del crecimiento de los países desarrollados entre 1945 y los años setenta.

4.2. Marx y las áreas atrasadas En la opinión de Marx sobre la cuestión colonial, cabe distinguir dos fases diferentes (véanse Larraín, 1991, y Rodríguez Braun, 1989). La primera etapa (hasta más o menos 1875) corresponde a la del Marx del Manifiesto comunista y El capital, que tenía una opinión globalmente positiva del colonialismo. Entendía que éste era necesario tanto para la aparición y el desarrollo del capitalismo en Europa como para superar las tendencias al estancamiento de las sociedades precapitalistas en las áreas 6o

Capítulo 4: Marx: la alternativa atrasadas. La descripción del capitalismo como una necesidad histórica, debida a su carácter progresivo, se filtró al análisis del hecho colonial, que era percibido como igualmente inevitable, pese a la codicia y la crueldad que lo acompañaban. La expansión ultramarina y el saqueo colonial constituyeron la vertiente externa de la acumulación originaria de capital en Europa y que Marx analizó en el capítulo XXIV de El capital. Tal acumulación primitiva era definida como la disponibilidad de un excedente de origen interno (revolución agrícola) y externo (explotación de los recursos minerales y de metales preciosos de los nuevos territorios). Además, las colonias, en el pensamiento marxista, eran entendidas como un termostato del capitalismo en el centro, en expresión de Lipietz, puesto que representaban fuentes de productos primarios a bajo precio y mercados de exportación para las manufacturas de las metrópolis y suponían una contratendencia al descenso de la tasa de ganancia, en la medida en que abrían oportunidades de inversión en zonas con mayor tasa de explotación y/o menor composición orgánica del capital. En ese sentido, Marx se apartaba del análisis de Ricardo, para quien, como ya vimos, las ventajas de las colonias residían sólo en el abaratamiento de los productos alimenticios. Por otra parte, durante ese período Marx presentó un enfoque dual sobre el colonialismo. Criticó sus excesos, pero justificó teóricamente su necesidad histórica. Marx aborrecía la opresión colonial de los pueblos de las áreas atrasadas, así como la hipocresía en su justificación, pero consideraba que el colonialismo era, en términos generales, un paso fundamental positivo. Por ejemplo, en sus escritos sobre la India, Marx afirmó que Inglaterra tenía allí una doble misión: destructora de los arcaicos modos de producción precapitalistas, y regeneradora, al sentar las bases materiales de la civilización occidental. Tal análisis era el resultado de lo que, en su opinión, eran las características estáticas e inhibidoras del desarrollo de las

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 4: Marx: la alternativa

fuerzas productivas de los modos precapitalistas, así como de la necesaria conexión entre la regeneración capitalista y la industrialización de las colonias. Marx llegó incluso a justificar el libre comercio en aras del progreso general. Criticó, en una carta a Engels de 1853, a quienes pedían aranceles para la India y se manifestó contrario a los movimientos independentistas en Irlanda o Polonia, al entender que la liberación de esos pueblos se produciría sólo después de la revolución social en Inglaterra. Algunos autores han intentado ver en el Marx de aquella época un partidario de la teoría de las etapas, esto es, en un rostowiano avant la lettre. No obstante, la frase del prólogo de El capital en la que Marx dice que «el país industrialmente más avanzado no hace sino mostrar al más atrasado la imagen de su propio futuro» no debe extraerse de su contexto. Por una parte, se inserta en la discusión sobre las mismas leyes y tendencias del capitalismo en Inglaterra y en Alemania, es decir, en la Europa desarrollada. Además, el propio Marx, ante las interpretaciones abusivas que, incluso en su época, se hicieron de esa frase, señaló claramente al final de su vida que las leyes de movimiento económico descritas en El capital fueron pensadas únicamente para el caso de Europa occidental, sin que fuese lícito extrapolarlas al resto del mundo. Por tanto, si bien es cierto que Marx reconoció la tendencia del capitalismo a expandirse a escala mundial, de la que se derivaría, bajo ciertas condiciones, la industrialización de las áreas atrasadas, ni mucho menos defendió una senda universal de desarrollo, sino que aceptó, de manera implícita, la naturaleza cualitativamente diferente del desarrollo y el subdesarrollo. En una segunda fase (1875-1883), Marx modificó sustancialmente su análisis del hecho colonial, así como su valoración de algunas formas de precapitalismo. Por una parte, ese Marx tardío (véase Shanin, comp., 1984) empezó a

contemplar el colonialismo como un obstáculo para la industrialización de las áreas atrasadas. Modificó su enfoque dual anterior, del que conservó sólo la función destructora del hecho colonial, pero ya no la regeneradora. Empezó a apoyar las luchas por la independencia y se manifestó partidario de que las colonias establecieran aranceles a sus importaciones de manufacturas. Marx comenzó igualmente a percibir la singularidad del capitalismo atrasado, como producto histórico del colonialismo y ya no como un simple retraso. En una carta de 1879, afirmaba que «el comercio exterior en países que exportan principalmente materias primas aumentó la miseria de las masas», afirmación que es un claro precedente de las críticas de la Economía primigenia del desarrollo a los inconvenientes de la especialización primaria. Además, como resultado de su polémica con los populistas rusos, con quienes debatiría luego Lenin en su obra El desarrollo del capitalismo en Rusia (1902), Marx empezó a reconsiderar su opinión sobre las sociedades precapitalistas. En un borrador de una carta de 1881, Marx aceptó la tesis de que las estructuras tradicionales rusas podían servir de punto de partida para un desarrollo socialista y se preguntó si el coste social de la introducción del capitalismo allí podría resultar demasiado alto para ser considerado un paso históricamente progresista. Con todo, pese a las diferencias entre el Marx temprano y el tardío, es abusivo pensar que en la segunda etapa se sentaron las bases de lo que un siglo después sería la teoría del desarrollo del subdesarrollo. Marx nunca pensó que los países capitalistas atrasados serían siempre subdesarrollados, entre otras razones porque, en sus tiempos, las colonias eran fundamentalmente sociedades precapitalistas. Además, estaba convencido de que la independencia política permitiría la industrialización y el desarrollo, pese a los inconvenientes de la vía capitalista.

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo Marx, por consiguiente, entendía que la industrialización capitalista de las áreas atrasadas sería un proceso posible, necesario e incluso inevitable. Sólo al final de su vida empezó a insistir en los bloqueos generados por el hecho colonial y en los inconvenientes de la introducción del capitalismo si éste se acompañaba de una especialización forzada en el sector primario. Confiaba tanto en la capacidad expansiva del capitalismo a escala mundial y en las perspectivas de la industrialización de las áreas atrasadas, que cometió algunos errores de bulto. Por ejemplo, en un artículo publicado en 1853 en el New York Daily Tribune sobre los resultados futuros del dominio británico de la India, afirmaba lo siguiente: Ya sé que la burguesía industrial inglesa trata de cubrir la India de vías férreas con el exclusivo objeto de abaratar el transporte de algodón y de otras materias primas necesarias para sus fábricas. Pero si introducís las máquinas en el sistema de locomoción de un país que posee hierro y carbón, ya no podréis impedir que ese país fabrique dichas máquinas. No podréis mantener una red de vías férreas en un país enorme, sin organizar en él todos los procesos industriales necesarios para satisfacer las exigencias inmediatas y corrientes del ferrocarril, lo cual implicará la introducción de la maquinaria en otras ramas de la industria que no estén directamente relacionadas con el transporte ferroviario. El sistema ferroviario se convertirá por tanto en la India en un verdadero precursor de la industria moderna. Un siglo después de escribir tales palabras, la India seguía siendo un país preindustrial, en el que subsistían las castas y persistían formidables obstáculos al desarrollo. En suma, pese a que Marx, a diferencia de los economistas clásicos, se interesó en gran medida por las áreas atrasadas, compartía con ellos una fe ciega en el progreso.

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La tradición neoclásica: el paréntesis

5.1. El crecimiento abandonado Desde la revolución marginalista del decenio de 1870 hasta la aparición del keynesianismo en los años treinta del siglo XX, transcurrió un largo período de hegemonía del pensamiento neoclásico en Economía. En lo que aquí nos interesa, lo más destacado es que los teóricos principales de esa escuela se desentendieron del interés en el crecimiento del que habían hecho gala sus predecesores, en aras de una preocupación casi exclusiva por cuestiones estáticas y a corto plazo. Este "interludio neoclásico", en palabras de Meier, o "período estático", en expresión de Hicks, obedeció tanto a la evolución de la economía real como a los cambios en la propia teoría. Por una parte, el siglo XIX fue una etapa de consolidación del crecimiento en los países desarrollados, así como de importantes avances técnicos. Los salarios estaban en general bastante por encima de su nivel de subsistencia, mientras que la tasa de beneficios mantuvo un

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo nivel alto hasta los años ochenta de ese siglo. Al desaparecer el temor a un inminente estado estacionario, el interés de los economistas se desplazó hacia cuestiones de lo que se denomina "esfera de la circulación" (asignación de recursos, intercambio de mercancías y distribución de la renta). Por otra parte, el último de los grandes economistas clásicos, J. S. Mill, ya había escrito en sus Principies of political economy (1862), que sólo en los países atrasados del mundo el incremento de la producción sigue siendo un asunto importante. En los más adelantados, lo que se necesita desde el punto de vista económico es una mejor distribución.

Capítulo 5: La tradición neoclásica: el paréntesis La tradición neoclásica se elaboró principalmente en tres grandes escuelas: — La escuela de Lausana, de la que fueron miembros L. Walras (1834-1910) y W. E Pareto (1848-1923). — La escuela inglesa, la más importante, en la que destacaron W. S. Jevons (1835-1882), F. I. Edgeworth (1845-1926), P. H. Wicksteed (1844-1927) y, sobre todo, A. Marshall (1842-1924). — La escuela austríaca, con C. Menger (1840-1921), E. Von Wieser (1851-1926) y E. Bóhm-Bawerk (18511914), y que daría lugar a la corriente ultraliberal de L. Von Mises (1881-1973) y F. Hayek (1899-1992).

Pese a la denominación engañosa, la ortodoxia neoclásica de finales del siglo XIX y principios del XX tenía poco de clásica. La ruptura con la tradición anterior fue casi completa. Los neoclásicos sustituyeron la teoría clásica del valor-trabajo por una nueva aproximación subjetiva al valor, basada en la utilidad y la escasez. El interés de Smith, Ricardo o Marx por la dinámica a largo plazo fue reemplazado por el análisis de las interrelaciones de las distintas partes de la economía en un momento determinado del tiempo. Además, los cambios endógenos y anticipados en la oferta de los factores, con proporciones fijas, fueron claramente abandonados, en aras de un enfoque que contemplaba tales modificaciones como algo autónomo e imprevisible (en realidad externo a la propia economía), de las que sólo se podía estudiar su efecto en las condiciones de unos factores perfectamente sustituibles entre sí. La vinculación clásica y marxista entre distribución y ahorro dio paso a una teoría de la distribución basada en las productividades marginales de los factores y a una función de ahorro determinada básicamente por los movimientos del tipo de interés. Nació la Economía matemática, ya que los análisis marginalistas eran susceptibles de ser formalizados en ecuaciones y modelos de gran elegancia.

Aunque había algunas diferencias entre escuelas y autores (por ejemplo, la escuela austríaca era contraria a la formalización matemática, desarrollada en gran medida con miras a acrecer el carácter científico de la Economía), cabe destacar sus principales puntos de acuerdo:

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— El análisis microeconómico era desarrollado con objeto de presentar una teoría del consumidor. Tal enfoque partía del individualismo metodológico (es posible estudiar el comportamiento social como la simple suma de acciones individuales) y defendía el comportamiento racional del consumidor en tanto que homo economicus, que busca maximizar su ventaja neta en un mundo de escaseces (Von Mises definió incluso la economía como una teoría de la elección, o praxeología). En ambos aspectos, la ruptura con la tradición clásica fue absoluta: sesgo atomístico frente al enfoque holista, y soberanía del consumidor frente a la primacía de la oferta. — El análisis marginalista permitió defender planteamientos sencillos, expresivos y susceptibles de ser modelizados: el consumidor aumenta su demanda hasta que la utilidad

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 5: La tradición neoclásica: el paréntesis

Hubo cierta división del trabajo entre esas grandes escuelas. Mientras que la de Lausana (Walras y Pareto) desarrollaban la teoría del equilibrio general y la Economía del bienestar, los neoclásicos ingleses pusieron los cimientos de la teoría subjetiva del valor y de las teorías del consumidor y del productor sobre la base del análisis marginalista. Mientras tanto, la escuela austríaca establecía los fundamentos filosóficos de ese subjetivismo e insistía en la necesidad del libre mercado. En definitiva, no existió explícitamente una teoría neoclásica del crecimiento y, menos aún, del desarrollo, ya que la insistencia en el equilibrio espontáneo entre oferta y demanda en los distintos mercados eliminaba la variable tiempo del análisis económico. Con todo, sí había una teoría implícita del desarrollo, concebido como un proceso gradual, continuo, armónico y acumulativo, y cuyas posibilidades eran abiertamente optimistas (véase Meier y Baldwin, 1957, cap. 3). El desarrollo era gradual por la influencia de la teoría darwinista de la evolución social, que inspiró especialmente a Marshall, quien hablaba de "biología económica" y de "crecimiento orgánico". Era igualmente continuo, ya que la naturaleza económica, y, más en particular, la innovación y difusión técnicas, carecían de fisuras. El desarrollo era también armónico, pues beneficiaba a todos los perceptores importantes de renta. La economía de mercado

generaba, por sí misma, tendencias en la dirección del pleno empleo y del aumento sostenido de los salarios reales. La participación absoluta de los terratenientes y capitalistas en la renta nacional tendía también al alza. Por último, el proceso de desarrollo era acumulativo, habida cuenta del juego de las economías externas marshallianas, mediante las cuales el crecimiento se extendía, como una mancha de aceite, entre unos sectores y otros. Un casi desconocido economista de la escuela neoclásica, A. Young, publicó un artículo en 1928 en el que señalaba que la amplitud del mercado y la división del trabajo se reforzaban mutuamente, provocando ventajas de especialización, mejor distribución geográfica de las actividades y creciente intensidad en capital, esto es, rendimientos crecientes. En otro orden de cosas, los economistas neoclásicos rechazaron de plano la tesis del estado estacionario de sus predecesores. Tal y como escribió Marshall en sus Principies of economics, "no parece existir razón alguna para pensar que nos encontramos próximos al estado estacionario". El optimismo se debía igualmente a que esa corriente entendía que la acumulación de capital no estaba limitada por la disponibilidad de mano de obra o por la inversión. La intensificación de capital (el aumento del cociente capital/trabajo) provocaba aumento de los salarios reales y caída del tipo de interés, con lo que las empresas volvían a utilizar métodos aún más intensivos en capital. Bien es cierto que la teoría neoclásica considera que la acumulación está sujeta a rendimientos decrecientes del capital, pero la caída de la productividad marginal de éste sólo es gradual y a largo plazo. En suma, la tradición neoclásica de finales del siglo XIX y principios del XX supuso una importante ruptura respecto del enfoque de los economistas clásicos y Marx. Se interesó por los problemas de equilibrio y no por los de crecimiento, de manera que cabe hablar de un "paréntesis" neoclásico en la evolución del pensamiento económico, interludio que se cerraría sólo (y

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marginal se anula, el salario iguala a la productividad marginal del trabajo, las empresas maximizan sus beneficios cuando el ingreso marginal es igual al coste marginal, etc. — el libre juego de las fuerzas de oferta y demanda (la lógica perfecta del mercado) tiende a establecer, en condiciones de competencia, precios de equilibrio que garantizan una asignación óptima de los recursos. Esa creencia en las virtudes del mercado para conducir a la economía hacia un equilibrio espontáneo y estático excluía la dinámica y la dimensión histórica de los procesos económicos.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo parcialmente) con la revolución keynesiana. Además, los neoclásicos se preocupaban por los aspectos de circulación (asignación, intercambio y distribución) y no por los de producción, al aceptar que la oferta tiende a crear su propia demanda (ley de Say). Al abandonar el estudio de los fenómenos relacionados con la actividad productiva para centrarse en el estudio del comportamiento racional del consumidor, borraron la distinción clásica entre valores y precios. Ambos son siempre relativos, ya que no hay cualidad intrínseca alguna en las mercancías. El valor se mide como utilidad marginal, tal y como propusieron, simultánea e independientemente, Jevons, Menger y Walras. La introducción del concepto de escasez se debió a la famosa paradoja del valor: los diamantes, de escasa utilidad, tienen un gran valor, mientras que el agua, imprescindible, no tiene apenas valor. La explicación, a juicio de esta corriente, residía en que los primeros son escasos y la segunda abundante. La introducción de los conceptos de utilidad y escasez en el núcleo central del análisis condujo a la definición más célebre de la Economía, de la que fue autor L. Robbins en 1935: La Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos.

Capítulo 5: La tradición neoclásica: el paréntesis En segundo término, aceptaron el teorema de la mano invisible de A. Smith. Si hay libre funcionamiento del mercado, es decir, si se deja que cada individuo busque libremente su felicidad, el efecto será el de una mano invisible que conduce a la sociedad a un óptimo. Tal óptimo se definía en el sentido de Pareto, esto es, una situación en la que ningún ser humano puede mejorar sin que empeore otro. La tradición neoclásica, con la perspectiva actual, puede ser criticada desde diversos ángulos: — Abandonó la preocupación clásica y marxista por el crecimiento. — Su análisis estrictamente microeconómico, basado en el individualismo metodológico y la soberanía del consumidor, pasa por alto los fenómenos colectivos y las preferencias no racionales. — La confianza extrema en la lógica perfecta del mercado conduce a no tener ni siquiera en cuenta la posibilidad de disfunciones o fallos del mercado. — La teoría de la distribución basada en las productividades marginales se encuentra aislada de las relaciones sociales y políticas y se ve reducida a la simple formación de precios. — La aceptación de la ley de Say implica desatender las políticas de demanda, que tan necesarias han demostrado ser para el mantenimiento del empleo.

Hay, sin embargo, dos aspectos importantes en los que los neoclásicos mantuvieron cierta continuidad con los clásicos. En primer lugar, adoptaron el método deductivo o abstracto de razonamiento, en virtud del cual se pueden obtener conclusiones coherentes a partir de premisas claras mediante inferencia deductiva, y que es heredero directo de Ricardo. Cuando se utiliza como único procedimiento, sin atender a la necesidad de contrastar con la realidad tanto hipótesis como postulados, cabe el riesgo de incurrir en falsas generalizaciones, inconveniente que Schumpeter denominó precisamente vicio ricardiano.

Si la Economía neoclásica tenía poco que decir sobre el crecimiento, menos aún se pronunció sobre el subdesarrollo. Sólo Marshall, en su intento frustrado de reconciliar las tradiciones clásica y neoclásica (lo que se denomina la "primera síntesis neoclásica", para distinguirla de la síntesis neoclásica-keyne-

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5.2. El atraso desatendido

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo siana posterior a la Segunda Guerra Mundial), se refirió de pasada a los países atrasados o países nuevos. Lo hizo además para señalar sencillamente que el análisis de la situación contemporánea de la India podría servir para entender el pasado de Europa, que la hegemonía británica estaba amenazada por los países exportadores de productos primarios (que harían caer la relación real de intercambio del Reino Unido), o que el aprendizaje industrial permitiría a los países atrasados desarrollarse más rápidamente. En sus Principies (1890), afirmaba que esa combinación de libertad con orden y de responsabilidad individual con disciplina organizada, en la que sobresalió Inglaterra, fue necesaria para los primeros trabajos en las manufacturas; con poco más que el simple orden y la disciplina organizada se tendrá éxito donde las mismas tareas sean ejecutadas por la maquinaria moderna que realiza la mayor parte de la inteligencia misma. Así, Inglaterra se encuentra en una posición de desventaja relativa cada vez mayor en el comercio, no sólo con respecto a naciones como el Japón, que puede asimilar todas las partes de una fábrica adelantada, sino también con respecto a otros países donde existe oferta abundante de mano de obra poco cualificada y organizada por un número relativamente pequeño de hombres capaces [...]. Esto se está registrando ya en América e indudablemente se producirá, a cada vez mayor escala, en otros continentes. El mismo Marshall destacó también por adelantar argumentos que luego serían moneda común en la Economía del desarrollo: la industria naciente, que puede necesitar de protección; los efectos de arrastre, que hacen legítima la política industrial o la necesidad de invertir en infraestructura de transporte y comunicaciones en las áreas atrasadas. Incluso Edgeworth, más conocido por su famosa caja, señaló la posible conveniencia de establecer restricciones a la importación en los países nuevos, con el objeto de elevar su relación de intercambio con el exterior. 72

Schumpeter: el optimismo

6.1. El desarrollo como destrucción creadora Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) fue un alumno aventajado de Bóhm-Bawerk, quien le ayudó a conseguir una cátedra en la Universidad de Graz (Austria) en 1911. Ocho años más tarde, fue durante unos meses Ministro de Economía del gobierno socialista austríaco presidido por Otto Bauer. Impartió clases en Tokio y Bonn. Desde 1932 fue catedrático de Economía en la universidad de Harvard. Schumpeter fue una rara avis en el pensamiento económico y político de sus tiempos. Pese a defender en su juventud una mezcla del enfoque de la escuela austríaca y de la teoría walrasiana del equilibrio general, intentó luego apartarse del análisis neoclásico, rechazando igualmente el planteamiento clásico. Sin ser marxista, se interesó más que otros grandes economistas de entonces por la obra de Marx, llegó a colaborar estrechamente con Rudolf Hilferding (uno de los

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 6: Schumpeter: el optimismo

Esas combinaciones novedosas de medios productivos podían consistir en la fabricación de un bien nuevo (innovación de producto) o en la introducción de un proceso productivo distinto (innovación de proceso) y, en menor medida, en la penetración de un mercado nuevo, en el acceso a fuentes adicionales de materias primas y bienes intermedios

o en la generación de un nuevo tipo de organización industrial, como la creación o desaparición de un monopolio. Movilizar los recursos existentes para nuevos usos exigía, según Schumpeter, la extensión del crédito, para convertir el ahorro en inversión, por lo que los bancos de negocios eran los supervisores del proceso, y, sobre todo, la existencia de empresarios innovadores, esto es, de individuos que tuviesen a la vez talentos organizativo y creador así como la motivación de ponerlos en práctica. El empresario innovador o schumpeteriano se convirtió en el héroe del desarrollo económico. Tal planteamiento no era realmente nuevo ya que, desde Marx por lo menos, los economistas habían asignado a los empresarios una función esencial en el devenir económico: Marshall llegó a compararlos a los caballeros medievales. Lo que sí era novedoso era el intento de Schumpeter por integrar la figura del empresario innovador en la teoría del desarrollo económico y en desarrollar una teoría de los ciclos de negocios, sobre los que publicó un importante libro en 1939, basada en un mezcla de los planteamientos de Marx y del análisis de los ciclos de Kondratieff (ciclos de 50 años), Juglar (de 6 a 11 años) y Kitchin (en torno a los 3 años). Según el enfoque schumpeteriano, las invenciones se producen de forma continua, aunque irregular, y su conversión en innovaciones empresariales se registra en oleadas, ya que el sistema se resiste a cambiar. Sólo cuando se acumula una considerable cantidad de nuevas ideas y únicamente cuando tiene éxito un grupo de empresarios novedosos, se registra una oleada de innovaciones. Algunos autores han creído ver en este planteamiento una aplicación de la dinámica social marxiana, pero aplicada a los ciclos de negocios en vez de sustentarse en los conflictos de clase. Schumpeter también rompió con la tradición neoclásica en al menos tres aspectos importantes. En primer lugar, el desarrollo ya no es concebido como un proceso gradual y armónico, sino como un fenómeno a saltos, con movimientos bruscos

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principales teóricos marxistas del imperialismo) y publicó en 1942 su obra magna, Capitalismo, socialismo y democracia. En lo que aquí interesa, Schumpeter pasó a la historia de las ideas en Economía por su obra Teoría del desarrollo económico, publicada originalmente en alemán en 1911. En ese trabajo, Schumpeter se apartó de la tradición clásica, así como de la posición neoclásica. Distinguió entre crecimiento y desarrollo económicos, entendiendo por el primero un proceso gradual de expansión de la producción con productos y técnicas constantes, y por desarrollo el resultado de nuevas combinaciones de factores productivos, generalmente a cargo de empresas innovadoras. Simultáneamente, criticó la concepción neoclásica del desarrollo como un proceso gradual y armónico, acabó con la hegemonía intelectual de la tesis de la soberanía del consumidor, y señaló que la motivación que guía el comportamiento de los empresarios no es únicamente la maximización del beneficio. A diferencia de los clásicos, Schumpeter definía el desarrollo económico como el producto de la movilización de los factores existentes para nuevos usos, y ya no como el resultado de la acumulación incremental de un nuevo capital o inversión. En su Teoría del desarrollo económico, escribió que el desarrollo consiste primariamente en el empleo en forma distinta de los recursos existentes, en hacer cosas nuevas con ellos, sin que importe si aumentan o no dichos recursos.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo (o "en enjambres"), y en el que hay discontinuidades entre períodos alternativos de prosperidad y recesión. La crisis aparece cuando el incremento de los precios conduce a una caída de la inversión, la nueva competencia provoca pérdidas y las empresas acumulan deudas. Ese análisis del desarrollo como un proceso de explosiones discontinuas en un mundo dinámico tiene seguramente su origen en la influencia de Marx, si bien Schumpeter intentó sin éxito combinar su peculiar versión de la teoría walrasiana del equilibrio general con la visión dinámica del capitalismo que tenía Marx. En segundo término, Schumpeter criticó la tesis de la soberanía del consumidor, al entender que los cambios en las preferencias de los demandantes son provocados en gran parte por acciones de los productores, como, por ejemplo, las campañas publicitarias. En tercer lugar, explicó que la guía del comportamiento de los empresarios no reside únicamente en la maximización de los beneficios o la acumulación de riqueza para aumentar su consumo sino también en: — El deseo de fundar una dinastía empresarial (que Schumpeter denominaba reino privado). — La voluntad de ganar la batalla a la competencia (la voluntad de conquista). — La satisfacción que proporciona el crear algo nuevo (el gozo creador). Por añadidura, entendía que había un grado importante de riesgo e incertidumbre, de manera que no podía sencillamente existir el cálculo racional del hombre de negocios. El empresario schumpeteriano, por consiguiente, es un agente que impone sus innovaciones, en el marco de un medio ambiente recalcitrante, mediante una destrucción creadora. En otro orden de cosas, la última obra de Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia (1942), es un intento de poner de manifiesto que no hay ninguna barrera económica en el 76

Capítulo 6: Schumpeter: el optimismo capitalismo que ponga en cuestión la posibilidad de desarrollo sostenido en el marco de ese sistema, pero que, al mismo tiempo, el desarrollo capitalista engendra contradicciones sociales y políticas que hacen imposible su continuación. Las realizaciones reales y futuras del sistema capitalista son de tal naturaleza que anulan la idea de su derrumbe por el peso del fracaso económico, pero [...] su mismo éxito socava las instituciones sociales que le protegen, e inevitablemente crea unas condiciones en las que no le será posible vivir y que indican claramente que el socialismo será su legítimo heredero. En otras palabras, Schumpeter, a diferencia de Marx, no observó en el capitalismo contradicciones económicas internas que conducirán necesariamente a su derrumbe, pero pensaba que el socialismo era inevitable, por razones sociales y políticas. Entre estas últimas, figuran, en opinión de ese autor, las siguientes: — La obsolescencia de la función empresarial, ya que el éxito de las innovaciones hace que éstas se conviertan en rutina. De la función revolucionaria de los antiguos capitanes de industria y de comercio se pasa a una actividad despersonalizada y burocrática, con el resultado de que los empresarios pierden su auténtica dimensión social. — La destrucción del aparato institucional de la sociedad capitalista, ya que la concentración del capital hace que pierdan sentido instituciones como la propiedad privada o la libertad de contratación. — La desaparición de los estratos políticos protectores, puesto que el poder real en la sociedad capitalista desaparece cuando la burguesía empieza a acaparar poder político. La labor política de los empresarios, incapacitados para gobernar, es nefasta. Ello se debe a que

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo no existe en el industrial o el comerciante ninguna capacidad mística, que es lo más importante para el gobierno de los seres humanos. — La creciente hostilidad activa contra el orden establecido, que procede de los intelectuales, puros o trabajadores de cuello blanco. En suma, entendió (si bien muchos autores consideran que no demostró) que las contradicciones sociales y políticas del capitalismo tendrían como consecuencia inevitable el socialismo: Una forma socialista surgirá inevitablemente de una descomposición igualmente inevitable de la sociedad capitalista. Cabe concluir este apartado señalando que, aparte de la contradicción que puede suponer su socialismo no marxista, Schumpeter parece haber sido desmentido por la evolución posterior del capitalismo en al menos dos importantes facetas. En primer término, la experiencia histórica del último medio siglo parece sugerir que las innovaciones principales no son el resultado de un encuentro casual de científicos innovadores y empresarios schumpeterianos, sino que son promovidas, de forma rutinaria, por los departamentos de investigación y desarrollo de las grandes empresas. En segundo lugar, Schumpeter exageró claramente la importancia del sector bancario como proveedor de financiación a largo plazo y como supervisor social del proceso de desarrollo. En la práctica, por el contrario, los bancos se han limitado, por lo general, a conceder préstamos a corto plazo. Las innovaciones se han producido fundamentalmente con fondos procedentes de la reinversión de beneficios y/o la emisión de títulos (acciones u obligaciones). Además, las quiebras y demás crisis bancarias, que han sido recurrentes en los últimos dece-

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Capítulo 6: Schumpeter: el optimismo nios, ponen en duda la supuesta actitud socialmente responsable que Schumpeter atribuía a las instituciones financieras.

6.2. El subdesarrollo desatendido Schumpeter estuvo toda su vida interesado por la dinámica del capitalismo desarrollado, de manera que apenas escribió sobre los países atrasados. Además, como muchos de sus contemporáneos, pensaba que la fuerza y la capacidad expansiva del capitalismo sacarían sin problemas a los países pobres de su situación de subdesarrollo. En las primeras páginas de la Teoría del desarrollo económico adoptó varios supuestos que le apartarían de la posibilidad misma de estudiar la dinámica económica que se diese en zonas de bajo grado de desarrollo: comercio organizado, propiedad privada, división del trabajo y libre competencia. En palabras de Rostow (1990: 235), aceptar esos presupuestos impidió totalmente a Schumpeter durante toda su carrera analizar el proceso de crecimiento a partir de un origen de subdesarrollo, y por tanto limitó su rango como economista del crecimiento. Schumpeter era un economista más bien pueblerino del mundo industrial avanzado y, especialmente, de Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos posteriores al despegue. Era lógico que ese planteamiento inicial le condujese, a la larga, a especular sobre el posible destino del capitalismo más que los cada vez mayores problemas del crecimiento y la modernización en el mundo en desarrollo o, en la tradición de Hume y Smith, que la relación entre las naciones más y menos avanzadas. Sobre este último punto Schumpeter, sin embargo, sí publicó una Sociología de los imperialismos en 1919. En ese trabajo, se apartó totalmente de sus colegas del austro-marxismo, y criticó al imperialismo como una supervivencia feudal,

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo un mero atavismo a cargo de una aristocracia militarista cuya única razón de ser era la sucesión continua de guerras exteriores. La propia expansión del capitalismo se encargaría, a su juicio, de acabar con el imperialismo, con respecto al cual, por cierto y en el colmo de lo que hoy llamaríamos "agudeza predictiva", consideró a los Estados Unidos el país que presentaba menos tendencias. Además, la defensa que hizo del liberalismo, en la tradición de la escuela austríaca, por entender que alejarse del laissezfaire provocaría la esclerosis de la innovación, fue particularmente criticada por los primeros economistas del desarrollo. El objetivo declarado de Schumpeter era una democracia de empresarios innovadores, supervisados por los bancos de negocios, que actuarían como la agencia social del orden económico. Como es natural, la percepción de los países subdesarrollados como naciones con importantes rigideces estructurales, que sólo se podrían superar con el empujón, al menos inicial, del Estado, era incompatible con tal enfoque. También resultaba inapropiado para los países del Tercer Mundo el enfoque schumpeteriano del desarrollo, en el que la fuerza generadora era el empresario, el proceso era la innovación, y el resultado es el poder y la riqueza del empresario. Los primeros economistas del desarrollo tendían a pensar que, en los países subdesarrollados, la fuerza impulsora tenía que ser el Estado, el proceso no era la innovación sino la imitación, y el resultado el aumento del nivel de vida dé la población. En suma, Schumpeter carecía de enfoque alguno, y ni siquiera mostró ningún tipo de interés, para los países atrasados. Su enfoque del desarrollo estaba pensado únicamente para los países avanzados.

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El pensamiento keynesiano: la puerta abierta

7.1. La "revolución" keynesiana John Maynard Keynes (1883-1946) fue sin duda el economista más importante del siglo XX. Con este autor acaba el período de hegemonía absoluta del pensamiento neoclásico en Economía, si bien la llamada "revolución keynesiana" fue, como veremos enseguida, parcial y pese a que el neoclasicismo resurgió con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial con la llamada "síntesis neoclásico-keynesiana". Keynes acabó con la idea de que una economía de mercado conduce automáticamente al pleno empleo. Esa pérdida de fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la política económica, esto es, de la intervención del Estado para alcanzar una situación del pleno empleo. Keynes se opuso a la tesis neoclásica de que el libre funcionamiento del mercado lleva a la economía al equilibrio, puesto que las crisis son siempre pasajeras. Este 81

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 7: El pensamiento keynesiano: la puerta abierta

rechazo de la parábola de la mano invisible de Smith y, sobre todo, de la formalización matemática que de ella hizo Walras es patente en la siguiente cita de The end of laissez-faire (1926):

nes era resueltamente optimista respecto de las perspectivas económicas de la Humanidad. En una conferencia dictada en Madrid en 1930 y titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos, Keynes señaló que, si había paz y control del crecimiento de la población,

No es en absoluto correcto deducir de los principios de la Economía política que el interés personal debidamente ilustrado actúa siempre en favor del interés general.

el problema económico no es -si miramos al futuro- el problema permanente de la Humanidad.

Frente a la perfecta flexibilidad de precios y salarios del modelo neoclásico, Keynes supuso que la inflexibilidad a la baja de los salarios monetarios impedía el ajuste automático de la economía. La única forma de aumentar el nivel de empleo era, por tanto, el uso de la política económica, con objeto de acrecer la demanda agregada (que Keynes llamaba "efectiva"), incremento que, a través del multiplicador, resultaría en un aumento más que proporcional de la renta. La importancia central de la política económica, o, con mayor precisión, de la gestión macroeconómica, residía en el hecho de que sólo con ella era posible acercar la situación de la economía a su nivel potencial. En otro orden de cosas, Keynes también acabó con el interludio estático de los neoclásicos. Al reintroducir una perspectiva dinámica en el análisis económico (aunque sólo fuese para tratar la inestabilidad cíclica a corto plazo de las economías desarrolladas), este autor sentó las bases de lo que luego serían las teorías modernas del crecimiento, que nacieron precisamente de la mano sus discípulos y seguidores (Harrod, Domar, Kaldor, etc.). Con todo, Keynes no se preocupó por los problemas del largo plazo. Su Teoría general de 1936 fue un análisis estático a corto plazo. Por un lado, el propio largo plazo, para este autor, no tenía ni siquiera interés, pues, como escribió en 1923, "a largo plazo, todos muertos". Por otra parte, Key82

Tampoco Keynes se interesó, salvo al final de su vida y de forma indirecta (por su participación en la conferencia de Bretton Woods de 1944), por los problemas del desarrollo en las economías atrasadas. Junto con su aceptación de que el modelo neoclásico podía ser válido en ciertas condiciones (de pleno empleo, que los neoclásicos consideraban el caso normal pero que para Keynes era el caso especial, siendo el normal el de un desempleo sustancial de recursos humanos y materiales), así como con la estática comparativa (el estudio de los determinantes del equilibrio, aunque era posible un equilibrio con desempleo), tal falta de interés por el crecimiento económico a largo plazo y por las áreas atrasadas hace pensar que la revolución keynesiana no fue tan revolucionaria. Sin embargo, algunos economistas keynesianos han insistido en que el maestro sí tenía una teoría de la acumulación de capital, si bien expuesta de manera implícita. Por ejemplo, para Thirlwall (1987: 14), es evidente en muchos de sus ensayos y memoranda que Keynes sí tenía una visión de los motivos principales del progreso económico a largo plazo, en un momento en el que pocos economistas, por no decir ninguno, escribieron sobre el crecimiento y el desarrollo, y mucho antes de que naciese incluso la subdisciplina de la Economía del desarrollo.

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 7: El pensamiento keynesiano: la puerta abierta

Es posible defender la tesis de que había en la obra de Keynes al menos dos planteamientos importantes a este respecto:

tar que las circunstancias alteran no sólo los casos sino también las teorías económicas, esa ruptura abrió la puerta a la Economía del desarrollo y, más en particular, a la propia existencia de ésta (si hay dos análisis económicos, el neoclásico y el keynesiano, puede haber un tercero, el referido a los países atrasados) y a la distinción entre centro y periferia, exportadores de productos primarios y exportadores de manufacturas, países con oferta ilimitada de mano de obra y países con excedente de capital, economías innovadoras y economías imitadoras, países prestamistas y países prestatarios a nivel internacional, etc. (Singer, 1987: 73). — Keynes insistió en la importancia de la gestión macroeconómica para acercar la economía a su potencial, de manera que, aunque, en su opinión, las políticas macroeconómicas eran compatibles con el liberalismo microeconómico, tal enfoque permitió desarrollar modelos de planificación del desarrollo en economías subdesarrolladas (como, por ejemplo, el modelo de Mahalanobis en la India). — Keynes situó el problema económico principal en la infrautilización de recursos (desempleo y subempleo de capital físico y humano), lo que sin duda influyó en el modelo de Lewis de oferta ilimitada de mano de obra o en la teoría de Nurkse o Rosenstein-Rodan del crecimiento proporcionado. — Keynes, especialmente en los años treinta, aceptó la protección comercial como un instrumento más para alcanzar el pleno empleo. Aunque, como señaló Kaldor, fue un proteccionista escéptico, pues hablaba de un libre comercio modificado, lo cierto es que algunos economistas del desarrollo se inspiraron en Keynes para defender la protección en el marco de estrategias de industrialización por sustitución de importaciones.

— El análisis de los factores determinantes de la tasa de acumulación, que se situaban, ya no en las decisiones de ahorro, sino en las decisiones de inversión, a su vez influidas por la existencia de empresarios dinámicos y dispuestos a incurrir en riesgos. — El estudio de la relación entre crecimiento demográfico y expansión económica, puesto que Keynes temía a la vez el aumento demasiado rápido de la población, que conduciría a la trampa malthusiana, como el estancamiento de ésta, que llevaría, a través de la quiebra de la demanda efectiva, al desempleo. La contribución indirecta de Keynes al estudio del crecimiento económico a largo plazo fue mucho más importante que la directa. Por ejemplo, los principales instrumentos analíticos (tasas natural y garantizada de crecimiento) de la Economía dinámica de Harrod, expuestas en el famoso artículo de éste en 1939, ya están en un artículo previo de Keynes sobre Algunas consecuencias económicas de una población en declive (1937). Además, la nueva Economía agregada estática de la Teoría general sentó las bases de la extensión al largo plazo de la teoría keynesiana, con el modelo de HarrodDomar, de Robinson o de Kaldor (véase el capítulo 8). En lo que respecta a la influencia de Keynes en el nacimiento posterior de la Economía del desarrollo (véase más detalles en el capítulo 9), varios aspectos son destacables: — Keynes rompió, en palabras de Hirschman (1980), el hielo de la monoeconomía, esto es, con la tesis neoclásica de que existe un único análisis económico apto para estudiar cualquier tipo de situación real. Al acep84

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Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo 7.2. Keynes y los países atrasados Keynes no se interesó nunca directamente por los problemas del subdesarrollo. Es más, nunca visitó un país del Tercer Mundo, y ni siquiera la India, pese a que trabajó durante algunos años (1906-1908) en la Oficina de la India del Foreign and Commonwealth Office y que su primer libro trató del sistema monetario indio. Su Indian currency and finance (1913) era, en realidad, sólo un estudio técnico sobre el intrincado sistema monetario de la colonia y no abordaba siquiera problemas de carácter más general. No obstante, ya en ese libro mostró su predilección por el patrón de cambiosoro (Gold Excbange Standard), vigente entonces en la India, frente al patrón-oro (Gold Standard), asunto que retomaría en los años cuarenta. La validez directa de la teoría keynesiana para los países subdesarrollados era muy limitada, ya que se trataba de un enfoque pensado desde y para las economías desarrolladas. Por ejemplo, Keynes propugnó ciertamente la gestión macroeconómica pero combinada con el liberalismo microeconómico, ya que dio por supuesta la existencia de mercados que funcionaban y de altas elasticidades de oferta. En su ya citado The end of laissez-faire de 1926, escribió que la tarea del Estado

Capítulo 7: El pensamiento keynesiano: la puerta abierta Además, Keynes entendía que la gestión macroeconómica debía limitarse a su dimensión por el lado de la demanda, sin contemplar siquiera la posibilidad de romper, con políticas por el lado de la oferta, los estrangulamientos en capital físico y humano o en las técnicas de producción, así como las restantes rigideces estructurales. En otro orden de cosas, Keynes mantenía una posición muy británica sobre la ineficiencia de los economistas de los países atrasados. Censuró el deseo de la India por industrializarse, sobre cuyas posibilidades en el campo de las manufacturas tenía un escepticismo casi fisiocrático (Chandavarkar, 1993: 141). En uno de sus escasos escritos al respecto, señalo que su prosperidad futura debería buscarse casi por entero en la aplicación de más capital a los métodos agrícolas [...] y no es fácil creer que la India encontrará en las fábricas y factorías los bienes no económicos, que constituyen, junto con la riqueza, la dignidad de una nación.

Tal restricción era, a todas luces, poco apropiada para países con rigideces institucionales y de oferta y con escasez de empresarios privados, en los que era necesaria una intervención estatal microeconómica para romper los cuellos de botella e incluso crear incentivos o empresas públicas.

Con todo, Keynes sí propuso en los años cuarenta la creación de una agencia internacional de estabilización de los precios de los productos primarios, cuyos precios oscilaban con tal fuerza que ponían en peligro la posibilidad misma de crecimiento en los países atrasados. Defendió en un artículo de 1938 y en un memorándum de 1942 la constitución de stocks gubernamentales de productos alimenticios, con objeto de regular la oferta de tales bienes. Además, como es sabido, en la conferencia de Bretton Woods de 1944, que dio lugar al nacimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, defendió infructuosamente la creación de un tercer pilar (la Organización Internacional de Comercio). Por añadidura, como presidente de la delegación británica en tal conferencia, propugnó un FMI que presionase no sólo

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no es hacer cosas que ya hacen los individuos o hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino en hacer las cosas que hoy no se hacen en absoluto.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo a los países con déficit de balanza de pagos sino también a los países con superávit, propuso un banco internacional con más funciones (la International Clearing Union), especialmente respecto del suministro de liquidez, y se opuso a asentar el sistema monetario internacional en el dólar como moneda de referencia (propuso en su lugar el bancor, una moneda mundial basada en las cotizaciones de una treintena de productos primarios y del oro). En términos más generales, Keynes hizo dos aportaciones adicionales de gran importancia. En primer lugar, era plenamente consciente de que la gestión de la demanda efectiva en los países desarrollados para alcanzar el pleno empleo no sólo estabilizaría los precios de los productos primarios a escala internacional sino que también garantizaría a las economías subdesarrolladas una demanda externa para sus productos, de manera que el crecimiento de éstas no se viera limitado por la escasez de divisas. En segundo término, su interés por la contabilidad nacional, esto es, por la recogida de estadísticas agregadas, inspiró el famoso libro de C. Clark Las condiciones del progreso económico (1940), en el que, por vez primera, se pusieron de manifiesto las enormes diferencias de renta per cápita a nivel mundial.

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La síntesis neoclásica y los post-keynesianos: la controversia 8.1. La síntesis neoclásica y la heterodoxia post-keynesiana Por síntesis neoclásica (o neoclásico-keynesiana) se entiende el intento de la economía convencional por hacer compatibles la tradición neoclásica con el pensamiento de Keynes. Al ser la ortodoxia dominante en la ciencia económica posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha sido objeto de duras críticas por el pensamiento heterodoxo (post-keynesiano, marxista o institucionalista). El intento de reconciliar el análisis macroeconómico keynesiano con la tradición microeconómica neoclásica, esto es, de limitar el alcance de la ruptura (o herejía) que supuso la obra de Keynes, fue obra inicialmente de J. R. Hicks, A. H. Hansen, D. Patinkin, F. Modigliani, P. A. Samuelson y R. Solow. Para Samuelson, la síntesis neoclásico-keynesiana (SNK) es la corriente que afirma que las políticas keynesianas de demanda pueden conducir a una situación de pleno 89

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 8: La síntesis neoclásica y los post-keynesianos...

En tal enfoque, la microeconomía neoclásica se ocupa de la determinación de los precios relativos mientras que una macroeconomía keynesiana, renovada mediante la formalización, es el instrumento teórico para determinar la renta nacional, el empleo, el nivel general de precios y el saldo de la balanza comercial. La SNK es una versión formalizada y simplificada de la teoría keynesiana. Por una parte, el modelo IS-LM, creado inicialmente por Hicks en 1937, y continuado por Modigliani en 1944 y Hansen en 1949, permite, como es bien sabido, obtener unas curvas que determinan la configuración del equilibrio macroeconómico. La curva descendente IS (investment-saving) refleja la situación de equilibrio en el mercado de bienes y servicios respecto del tipo de interés. La curva ascendente LM (liquidity-money) representa el equilibrio en el mercado monetario, igualmente respecto del tipo de interés. La intersección de las dos curvas es el punto en el que se registra un equilibrio simultáneo en ambos mercados. El modelo IS-LM permite, pues, una representación formal de la teoría macroeconómica, al tiempo que desemboca de forma automática en proposiciones de política económica e incluso en previsiones y simulaciones. Presentada de esa forma, la macroeconomía keynesiana se hizo inmediatamente célebre. La SNK también simplificó (algunos autores dicen que traicionó) el pensamiento keynesiano. En particular, ignoró varios

aspectos importantes de la teoría de Keynes, precisamente los que supusieron su ruptura con la corriente neoclásica: al analizar las condiciones de equilibrio, se separó del interés de Keynes por el desequilibrio; además, no tomó en consideración las expectativas, la incertidumbre, la importancia de la variable tiempo como elemento constitutivo del proceso económico, la teoría endógena del dinero o la tendencia a la baja de la eficacia marginal del capital. Esa visión mecánica del keynesianismo desnaturalizó el pensamiento de Keynes. Los economistas post-keynesianos denunciaron esa traición, que daba como resultado un "keynesianismo clásico", en palabras de S. Weintraub, "bastardo", como dijo J. Robinson, o incluso "hidráulico", en expresión de A. Coddington. La SNK considera que el caso típico keynesiano (equilibrio con desempleo sustancial de recursos humanos y materiales) no es sino un caso especial, tal y como afirmaban los neoclásicos. Además, considera que, aunque los salarios monetarios son constantes (en lo que, por cierto, se separaba de los neoclásicos, quienes decían que lo constante eran los salarios reales), no hay rigidez a la baja de los salarios reales, como afirmaba Keynes. Aunque la SNK se apartaba de la gran tradición neoclásica en la recomendación de medidas de política económica (si bien limitadas al ajuste fino, o fine tuning), lo cierto es que resultó claramente mucho más neoclásica que keynesiana. Este aspecto resulta aún más evidente en la teoría del crecimiento que desarrolló la SNK (véase Jones, 1974). Como reacción a los modelos keynesianos y post-keynesianos de crecimiento (Harrod-Domar o Kaldor), que concluían que no hay garantía alguna de crecimiento equilibrado, estable y de pleno empleo, autores como R. Solow, T. W. Swan, J. Tobin, K. Ara o J. Meade propusieron un modelo neoclásico de crecimiento basado, entre otros, en los siguientes supuestos no keynesianos:

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empleo, en la que tiene validez la teoría neoclásica. En su famoso libro Economics: An introductory analysis (1948), Samuelson entiende que unas medidas monetarias y fiscales adecuadas pueden conducir a un entorno económico en el que son válidos los presupuestos del análisis microeconómico.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 8: La síntesis neoclásica y los post-keynesianos...

El modelo neoclásico de crecimiento ha sido objeto de diversas críticas. En primer lugar, considera que hay susti-

tuibilidad perfecta entre los factores de producción, de manera que se pueden combinar, automáticamente y sin costes, distintas cantidades de capital con varias proporciones de trabajo. Esa concepción del capital como algo "maleable" fue criticada por los post-keynesianos (véase la llamada "controversia del capital" en el apartado siguiente). En segundo lugar, es un enfoque a muy largo plazo, sin que esté claro cuánto tiempo hay que esperar para que la tasa de crecimiento de la economía se iguale a su tasa natural o de pleno empleo. En tercer lugar, olvida por completo las expectativas de los empresarios, que son, a juicio de los seguidores de Keynes, una de las aportaciones fundamentales del maestro. Por último y más en general, el modelo de crecimiento de Solow refleja la visión neoclásica mecanicista de una expansión armoniosa y en continuo equilibrio. Como alternativa a la SNK, la corriente post-keynesiana, desarrollada inicialmente en la universidad de Cambridge por discípulos y seguidores de Keynes (N. Kaldor, J. Robinson, P. Sraffa, L. Pasinetti, P. Garegani, M. Kalecki), fue una reacción crítica respecto de la ortodoxia de la SNK. Para esos autores, la SNK deforma o desnaturaliza el verdadero pensamiento del autor de la Teoría general, además de vulgarizarlo. En su opinión, Keynes rompió claramente con la tradición neoclásica, y eso es precisamente lo que, a su juicio, la SNK enmascara. De igual modo, afirma esa corriente, la formalización de la macroeconomía keynesiana, tal y como fue desarrollada por la SNK, supone una reducción abusiva de la teoría keynesiana. La corriente post-keynesiana (CPK) insiste en el carácter inherentemente inestable de la economía de mercado, de manera que la función reguladora de las instituciones es esencial. Por tanto, la CPK revitalizó la faceta anti-neoclásica de Keynes, a la que añadió varios planteamientos importantes, por vincularse además, aunque parcialmente, con los clásicos (Ricardo, Malthus o Mill) e incluso con Marx.

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— Todo el ahorro se invierte (S = I), por lo que no hay función de inversión, es decir, las expectativas empresariales no desempeñan ningún papel; en otras palabras, y a diferencia de lo que afirmaba Keynes, un incremento en la propensión al ahorro no produce ningún aumento en la tasa de crecimiento de la economía. — La función de producción agregada Y = F (K, L) es lineal (hay sustituibilidad perfecta entre factores) y presenta rendimientos constantes a escala y productividades marginales decrecientes, de manera que la curva que la representa es continua y cóncava respecto del eje de las abscisas. Con tales supuestos, se abandona la proposición de que el coeficiente de capital (o relación capital-producto, K/Y) es constante, afirmación que, a juicio de la SNK, es básica en el modelo de Harrod-Domar y es la que hace que, en tal modelo, el crecimiento sea inestable y que resulte prácticamente imposible alcanzar una situación de pleno empleo. El modelo neoclásico de Solow concluye que, a largo plazo, el crecimiento será estable a una tasa de expansión de pleno empleo. Se eliminan así los dos problemas de Harrod, puesto que: — La economía tiende constantemente hacia una trayectoria de pleno empleo (Harrod consideraba que resultaba muy difícil que la economía alcanzase una situación de pleno empleo). — Las expectativas de los empresarios no desempeñan función alguna, de manera que la tasa de crecimiento puede perfectamente ser estable.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 8: La síntesis neoclásica y los post-keynesianos...

En suma, frente al optimismo de la SNK, que le conducía a defender el liberalismo o, todo lo más, intervenciones públicas meramente correctoras, la CPK es más pesimista (no hay garantías de crecimiento equilibrado, estable y de pleno

empleo), de manera que la intervención del Estado se convierte en una necesidad básica. En expresión de Robinson, la "edad de oro" (en la que una tasa de beneficio alta permite una acumulación que genera un crecimiento del empleo igual a la expansión de la fuerza de trabajo), que para la SNK era poco menos que algo seguro, no es más que una situación milagrosa, que se registra sólo cuando confluyen la confianza de los inversores y una política óptima de distribución. Es más realista pensar, afirma Robinson, que lo normal es una "edad de plomo", en la que el crecimiento es desequilibrado, presenta fluctuaciones y es compatible con el desempleo. Por su parte, N. Kaldor (1908-1986) insistió en la importancia de la distribución de la renta, incluso en un marco de pleno empleo, como una variable fundamental del proceso económico. El vínculo entre productividad del trabajo y crecimiento de la producción (que luego se llamó "ley de Kaldor-Verdoorn") es el que permite a la economía alcanzar un círculo virtuoso de crecimiento. El aumento de la productividad del trabajo permite aumentar los salarios reales, con lo que crece la demanda y la producción total y por empleado. La aportación de la CPK, así como de algunos de sus precursores, como R. Harrod (1900-1978) y E. Domar, a la teoría moderna del crecimiento es, por tanto fundamental. El artículo pionero de Harrod de 1939 ("An essay in dynamic theory", publicado en The Economic Journal, la revista dirigida por Keynes) cambió el interés de los economistas desde la estática del desempleo (la influencia directa de Keynes) por la dinámica del crecimiento, al combinar la macroeconomía keynesiana con la tradición clásica de la expansión económica a largo plazo. En ese sentido, su visión del desarrollo económico es mucho más completa que la concepción preanalítica de Schumpeter.

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J. Robinson (1903-1983), discípula y seguidora del Keynes más radical, publicó en 1956 su obra principal, The accumulation of capital, en la que planteó la necesidad de generalizar a largo plazo la teoría keynesiana del corto plazo. La inversión, decía, no sólo contribuye al crecimiento a través del multiplicador, como analizó Keynes, sino también mediante el aumento del stock de capital. En palabras de Robinson la cuestión se plantea [...] como una generalización de la Teoría general [...] es decir, una extensión del análisis a corto plazo de Keynes al desarrollo a largo plazo. En esa obra, Robinson presentó una crítica radical a la SNK en los siguientes aspectos: — El crecimiento de la economía no depende de las preferencias de los agentes y del estado de la técnica (de la productividad marginal de un agregado llamado capital), sino que es función de la tasa de beneficios, a su vez dependiente de la velocidad de la economía (su tasa de crecimiento) y de varias macromagnitudes sociales (la distribución de la renta y los comportamientos de ahorro y consumo). — No hay flexibilidad perfecta de precios y de la relación capital-producto, ni tampoco sustituibilidad perfecta entre factores: los precios y la relación K/Y están sujetos a importantes rigideces, mientras que el capital no es maleable.

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo

Capítulo 8: La síntesis neoclásica y los post-keynesianos...

Junto con Domar, Harrod señaló que la tasa de crecimiento de la economía era igual a s/v, donde s es la propensión al ahorro, y v, la relación capital-producto o, lo que es lo mismo, la inversa de la productividad del capital. El modelo de Harrod-Domar abrió la puerta a numerosas investigaciones sobre el crecimiento a largo plazo y la planificación del desarrollo. Aunque el modelo inicial suponía que tanto s como v eran constantes exógenas, por lo que el crecimiento real tendía al desequilibrio, a la inestabilidad y al desempleo, esto es, se movía, en el mejor de los casos, en un estrecho "filo de navaja" entre el desempleo y la inflación, las modificaciones posteriores permitieron concebir la programación del desarrollo como un intento por aumentar la propensión al ahorro y/o la productividad del capital. La llamada ecuación de Cambridge, básica en la CPK, afirma que la tasa de crecimiento es igual a la tasa de beneficios multiplicada por la propensión al ahorro de los empresarios. Esa tasa no está, por tanto, ligada de modo alguno a consideraciones tecnológicas o productividades marginales, esto es, a la función neoclásica de producción. En suma, la introducción de una perspectiva dinámica en la teoría keynesiana, articulada con el enfoque de M. Kalecki (1899-1970) sobre la distribución, sentó las bases de la alternativa post-keynesiana a la síntesis neoclásica: inestabilidad del crecimiento, importancia de la distribución, competencia imperfecta, expectativas, etc. La saludable recuperación, por parte de la CPK, del Keynes más radical (el de la ruptura con la tradición neoclásica) permitió a los economistas insistir en la teoría económica como fundamento de la Economía aplicada (es decir, en el realismo y las propuestas de política), en la variable tiempo abordada en su dimensión histórica, en las expectativas formadas y en las decisiones adoptadas en un marco de incertidumbre, en el dinero como elemento constitutivo del proceso económico

(como puente entre lo pasado y lo futuro) y en la función central de las instituciones en el capitalismo contemporáneo. Además, la CPK aportó novedades importantes al análisis keynesiano: la teoría del crecimiento a largo plazo (Harrod, Domar, Lundberg, etc.), la importancia de la distribución de la renta (Kalecki y Kaldor) o la teoría de la competencia imperfecta (Kalecki, Robinson, etc.). La CPK impregnó el pensamiento de un buen número de grandes economistas del siglo XX. No fue sólo una tendencia desarrollada en el Cambridge británico (frente al Cambridge, Massachusetts, de Solow y Samuelson) sino que fue propugnada también por otros economistas británicos (G. Shackle, A. Coddington, J. Eatwell, etc.) y estadounidenses (S. Weintraub, P. Davidson, H. P. Minsky, A. S. Eichner o J. A. Kregel), así como de otros países (A. Asimakopoulos, A. Barrére, F. Poulon, etc.). Cabe concluir este apartado señalando que la CPK es una alternativa sugerente a la ortodoxia de la síntesis neoclásica. Permitió recuperar al Keynes de la ruptura con la tradición neoclásica y, en cierta medida, a los clásicos (sobre todo Ricardo) y a Marx (a través de las escuelas de Sraffa, en el primer caso, y de Kalecki, en el segundo). No se limitó a generalizar al largo plazo la teoría keynesiana, sino que además hizo aportaciones fecundas sobre el crecimiento, la distribución, la competencia imperfecta, la teoría de los precios y del dinero, etc. Por otro lado, defendió la necesidad de aplicar a la economía de mercado intervenciones públicas importantes y no únicamente meras medidas correctoras.

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8.2. Las grandes controversias Aunque los debates entre los dos Cambridge (el británico de la CPK y el estadounidense de la SNK) se distinguió en

Parte II. Antecedentes de la teoría económica del desarrollo los años sesenta y setenta por la virulencia, el diálogo de sordos y un alto grado de abstracción, merecen ser recordadas tres controversias. El debate sobre el capital fue una discursión sobre la pertinencia de la función neoclásica de producción y, por tanto, sobre la teoría de la distribución basada en las productividades marginales. Para la CPK, el capital no es un agregado medible, maleable y perfectamente sustituible por trabajo, como afirma la SNK. Por el contrario, para la CPK es imposible medir el capital independientemente del conocimiento de los precios y de la tasa de beneficio; el capital no es un chicle, en expresión de Robinson, y no existe sustituibilidad perfecta de factores. La controversia sobre el retorno de las técnicas, que, al igual que la anterior, se saldó con la victoria (reconocida por la SNK) de la CPK, fue un debate sobre la afirmación postkeynesiana de que un aumento de la relación salarios/beneficios tiende normalmente a generar técnicas cada vez más intensivas en capital, pero que tales técnicas pueden ser abandonadas a partir de un determinado nivel de salarios. Tal posibilidad entraba en contradicción con el planteamiento neoclásico de que un aumento de salarios se reabsorbe en condiciones de competencia, ya que implica técnicas más intensivas en capital, excedente de mano de obra, caída de los salarios y técnicas más intensivas en trabajo. Por último, la controversia más importante fue el debate sobre el crecimiento. Como ya quedó indicado, el modelo de Harrod-Domar concluía que la tasa de crecimiento es igual al cociente entre s (propensión al ahorro) y v (relación capitalproducto). Si tanto s como v son constantes exógenas, no hay garantía alguna de crecimiento equilibrado, estable (ya que hay fuerzas centrífugas) y de pleno empleo. La alternativa que propuso la SNK, a través del modelo de Solow, consistió en hacer variable endógena a la relación capital-producto. Sin

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Capítulo 8: La síntesis neoclásica y los post-keynesianos... embargo, como señalaron Robinson y Kaldor, tal solución suponía aceptar la función de producción Y = F(K, L) con una sustituibilidad perfecta entre factores. La CPK rechazó ese tipo de función. En palabras de Robinson, la función de producción ha sido un instrumento muy eficaz de embrutecimiento [...] [al no plantear cómo se mide el capital] el estudiante [...] no se plantea esa cuestión. Antes de que se la plantee, ya será profesor. Es así como las costumbres de pereza intelectual se transmiten de generación en generación. La alternativa post-keynesiana al pesimismo del modelo de Harrod-Domar fue introducir el progreso técnico (caso de los modelos de R. M. Goodwin o J. S. Duesenberry) o, más generalmente, hacer variable endógena la propensión al ahorro, que podía cambiar en función de la distribución de la renta (Kaldor, Robinson). En efecto, siguiendo a Kalecki, estos últimos distinguen entre la propensión al ahorro de los perceptores de beneficios y la de los perceptores de salarios, de manera que la propensión total al ahorro depende del tipo de distribución de la renta entre salarios y beneficios. Como la tasa de ahorro de los perceptores de beneficios es mucho más alta que la correspondiente a los asalariados, para alcanzar el pleno empleo es necesaria un cierta cantidad de inversión, que sólo es posible si los beneficios son suficientemente altos.

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Parte III La Economía del desarrollo desde 1945: las teorías ortodoxas

9 El nacimiento de la Economía del desarrollo En los años treinta y cuarenta se produjo lo que Karl Polanyi denominó la "gran transformación", esto es, el paso, en la política, del liberalismo al activismo estatal y, en la Economía, aunque en mucha menor medida, del pensamiento neoclásico (el análisis económico teórico y formalizado y anclado en la búsqueda del beneficio individual) a la heterodoxia keynesiana y post-keynesiana (la diversidad de análisis económicos aplicados y las preocupaciones sociales). En efecto, en su obra La gran transformación (1944), Polanyi escribió, sobre la excepcionalidad del liberalismo político y del neoclasicismo económico, las líneas siguientes: Todos los tipos de sociedad están limitados por los factores económicos. La civilización del siglo XIX sólo era económica en un sentido diferente y distintivo, puesto que decidió basarse en un motivo escasamente aceptado como válido en la historia de las sociedades humanas, y con seguridad nunca

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... antes elevado a la categoría de justificación de la acción y el comportamiento de todos los días: el beneficio. El sistema de mercado autorregulado se creó únicamente sobre la base de ese principio. El mecanismo que la prosecución del beneficio puso en marcha tuvo una eficacia comparable sólo a los más violentos estallidos de fervor religioso en la historia. La pérdida de fe en la idea neoclásica de que el libre mercado conducía a la economía al equilibrio y la toma de conciencia de los desastres provocados por la gran depresión de los años treinta y por la Segunda Guerra Mundial cambiaron sustancialmente el pensamiento social. Una de las manifestaciones de ese cambio fue una cada vez mayor preocupación por lo que en esos años se empezaron a llamar "economías subdesarrolladas". La Economía del desarrollo se constituyó formalmente en los años cuarenta. Antes, como ya se ha señalado, los economistas se interesaron poco por las áreas atrasadas. Los clásicos (excepto Marx) apenas se preocuparon por los problemas del atraso en las sociedades pobres de su tiempo, si bien es verdad que principalmente por falta de información. El paréntesis neoclásico desplazó el interés hacia los problemas de equilibrio (asignación de recursos e intercambio) y sus representantes no tuvieron ni siquiera una teoría del crecimiento. Incluso el keynesianismo inicial, hasta la llegada de los modelos de crecimiento de Harrod-Domar, Kaldor, Goodwin, Duesenberry, etc., se interesó sólo por los problemas de inestabilidad y de desempleo a corto plazo en las economías desarrolladas. En realidad, la expresión moderna "desarrollo económico" (referida a países pobres o del Tercer Mundo) no alcanzó carta de naturaleza hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Como ha señalado Arndt (1981), los clásicos (de nuevo con la excepción, en este caso parcial, de Marx) hablaban de

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Capítulo 9: El nacimiento de la Economía del desarrollo "progreso material". Sólo Schumpeter, en los primeros decenios del siglo XX, escribió sobre la teoría del desarrollo económico, pero con una visión preanalítica y referida únicamente a los países ricos. En los años veinte y treinta, la literatura colonial entendía el desarrollo en sentido transitivo: el desarrollo de los recursos minerales y agrícolas de las colonias.

9.1. La evolución del mundo real La Economía del desarrollo destacó en esos primeros años por dedicarse especialmente a obtener medidas de política para aliviar la situación de subdesarrollo. Ello se debió a que sus practicantes iniciales (los llamados "pioneros del desarrollo") se distinguieron por un notable compromiso moral para cambiar las cosas y vivieron una época de fuerte agitación intelectual. Esa dimensión prescriptiva de la Economía primigenia del desarrollo hizo que su propio alumbramiento se viera determinado por los cambios registrados en el mundo real. Varios acontecimientos y fenómenos merecen ser destacados a este respecto. — La Gran depresión en el mundo desarrollado (19291939) provocó en los países pobres una merma de su capacidad para importar (el comercio mundial disminuyó, en volumen, una cuarta parte tan sólo entre 1929 y 1932), mientras que el conflicto bélico mundial conllevó una quiebra de suministros. Ambos fenómenos confluyeron en la necesaria adaptación a un entorno recesivo, mediante políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), esto es, de remplazo de las compras de manufacturas por producción nacional. La ISI hacía necesaria la intervención del Estado, bien

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... para provocar el impulso necesario a la industrialización, bien para proteger a los mercados interiores. La mayor parte de las economías subdesarrolladas, especialmente en América Latina, cambiaron pues su estrategia de desarrollo, abandonando las prácticas liberales. — La descolonización de Asia meridional y de Oriente Medio, que se produjo inmediatamente después de la guerra mundial, y que fue posible por el cambio en la correlación mundial de fuerzas que el propio conflicto había generado, se manifestó en una autoafirmación nacionalista en los nuevos territorios independientes (Filipinas y Jordania en 1946; India, Pakistán, Jordania y Líbano en 1947; Ceilán y Birmania en 1948; Indonesia e Israel en 1949, etc.). Sus gobiernos buscaron legitimarse política y socialmente mediante estrategias de desarrollo económico y empezaron a solicitar especialistas que les asesorasen en ese empeño. — Estados Unidos se convirtió en la nueva potencia hegemónica tras la guerra, y sus intereses políticos y económicos de estrategia externa (la contención del comunismo y la apertura de mercados donde colocar los excedentes de capital y mercancías acumulados durante el conflicto) hicieron que el desarrollo económico se convirtiese, por vez primera, en una faceta de la política exterior. Para hacer frente al ascenso de la Unión Soviética, cuya economía había resistido brillantemente la incidencia de la crisis de los años treinta, y contener la extensión de su influencia internacional, así como para promover la paz y la estabilidad económica mundiales, los Estados Unidos empezaron a contemplar el desarrollo de sus aliados en el Tercer Mundo como una necesidad estratégica. W. W. Rostow, en un libro publicado en 1955 sobre la política estadounidense en Asia, expresó perfectamente tal cambio:

Capítulo 9: El nacimiento de la Economía del desarrollo Hemos descartado claramente una posible solución a nuestros problemas internacionales: un ataque militar a la Unión Soviética y a la China comunista por los Estados Unidos [...] Esa decisión tiene una importante consecuencia puesto que significa que el pueblo americano debe encontrar otras vías para proteger sus intereses. La alternativa a la guerra total iniciada por los Estados Unidos no es la paz. Hasta que se impongan nuevos criterios y políticas en Moscú y Pekín, la alternativa para los Estados Unidos es una mezcla de medidas militares, políticas y económicas. — El éxito de la planificación indicativa durante los primeros años cuarenta en los países desarrollados determinó que se contemplase con buenos ojos su eventual aplicación a los países subdesarrollados. Como ha descrito Singer (1992: 59-60). La experiencia en tiempo de guerra de los países industriales había demostrado la capacidad de la planificación macroeconómica y de la acción gubernamental para maximizar la producción, movilizar recursos ociosos, alcanzar el pleno empleo, así como, igualmente, para controlar la inflación y conseguir una distribución más igualitaria de la renta. Esa experiencia fue particularmente llamativa en el Reino Unido, país que, en la persona de Keynes, cumplió una función esencial en la creación del sistema de Bretton Woods. Se creía firmemente que los mismos principios de planificación, gestión macroeconómica de la economía por los gobiernos y movilización de los recursos ociosos, basados en los principios keynesianos, eran también aplicables a las preocupaciones de los países en desarrollo, que se habían convertido en foco de interés mundial a raíz de la independencia del subcontinente indio y de los cambios de la política colonial en África para preparar la independencia. — La buena marcha de los planes estadounidenses de reconstrucción europea (el Plan Marshall) y japonesa (el Plan

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... MacArthur), que demostraron, además, la eficacia de las transferencias internacionales de recursos a gran escala. La preocupación de las Naciones Unidas por los problemas del desarrollo, a diferencia de su antecesora, la Liga de las Naciones. En la Asamblea General destacó enseguida el bloque formado por países asiáticos y africanos. La propia Carta de San Francisco establecía como uno de los objetivos principales de la ONU fomentar mayores niveles de vida, el pleno empleo y las condiciones para el progreso económico y social y el desarrollo. La creación de organismos económicos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (ambos en la conferencia de Bretton Woods de 1944), la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1945, y las Comisiones Económicas para las diversas regiones: Comisión Económica para Asia y Extremo Oriente (CEAEO) en 1947, Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en 1948, etc. En particular, el Banco Mundial, en realidad un aspecto secundario en las intenciones de los representantes de los países ricos en la conferencia de Bretton Woods, se denominaba oficialmente Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) y empezó a suministrar préstamos a algunos países de América Latina a finales de los años cuarenta.

Capítulo 9: El nacimiento de la Economía del desarrollo Los economistas y políticos de la posguerra se distinguían por un notable afán reformista. Sus ideas de habían visto marcadas profundamente por los traumas de la gran depresión de los años treinta y de la Segunda Guerra Mundial. Esa oleada de idealismo se manifestó, por ejemplo, en los siguientes eventos: — Las Cuatro Libertades que el presidente estadounidense Roosevelt planteó como derechos universales a principios de 1941, incluida la libertad de no pasar necesidad. — La Carta Atlántica, firmada por Churchill y Roosevelt en agosto de ese año, se proponía, en otros aspectos, promover el libre acceso de todos los países al comercio exterior y al aprovisionamiento de materias primas, así como garantizar que todos los seres humanos en todos los países pudieran vivir sin sentir miedo o sufrir necesidad. — El famoso Punto Cuatro de la declaración del presidente Truman en 1949 se convirtió en el primer programa estadounidense de ayuda al desarrollo, especialmente en el terreno técnico.

Las modificaciones hasta ahora descritas en la economía y las instituciones internacionales se reflejaron rápidamente en el pensamiento político y social.

En otro orden de cosas, el sentimiento igualitarista que despertó la solidaridad de las trincheras en la guerra mundial, así como la toma de conciencia de los inconvenientes del hecho colonial en los países pobres, provocaron en Occidente una fuerte reacción contra el colonialismo. La opinión pública y los gobiernos empezaron, justo después del final de la contienda, a prepararse para la independencia de sus colonias. Además, la creciente afluencia de datos y los progresos de la estadística permitieron a los especialistas y a sus lectores darse cuenta de la enorme disparidad de rentas a escala mundial. Ya antes de la guerra, la Liga de las Naciones elaboró

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9.2. Los cambios ideológicos y teóricos

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 9: El nacimiento de la Economía del desarrollo

un informe sobre la situación de la alimentación en el planeta, que se publicó en 1 9 3 5 . La Oficina Internacional del Trabajo (OIT) se sumó también a esa tendencia, con estudios que vieron la luz en 1939 y 1944. Además, en 1940 se publicó The conditions of economic progress, del economista británico C. Clark, que, al recoger datos de contabilidad nacional p a r a varios países, puso de manifiesto la enorme desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza a nivel mundial.

Por último, fue determinante la aportación metodológica de la revolución keynesiana, surgida, como ya vimos, de la crisis del pensamiento neoclásico, y debida, a su vez, a la incapacidad de éste p a r a explicar y dar respuesta a la gran depresión. En palabras de Hirschman (1980, trad. esp., pp. 17-18):

Por añadidura, los economistas empezaron a darse cuenta de la falta de adecuación de las teorías explicativas del atraso (culturales o sociológicas) que eran m o n e d a común antes de la guerra. En palabras de Singer (1975, trad. esp., p. 25), [...] no podía escapar a la atención de los economistas el hecho de que la marcha del progreso parecía ser un poco selectiva y, en particular, parecía vacilante en los países tropicales y en los países no habitados por hombres blancos. Esto se explicaba generalmente por razones no económicas: el efecto del clima tropical sobre la inclinación o la capacidad de los hombres para esforzarse, la influencia de religiones o filosofías fatalistas, etc. [Surgieron así] las famosas teorías acerca de que la iniciativa del progreso económico sólo podía corresponder a los protestantes (Weber), a los puritanos, calvinistas, judíos o minorías religiosas en general (Sombart), a los prusianos (Sombart de nuevo).

La Economía del desarrollo aprovechó el descrédito sin precedentes en que había caído la Economía ortodoxa como resultado de la depresión de los años treinta y del éxito, también sin precedente, de un ataque a la ortodoxia proveniente del interior del establishment de la ciencia económica. Por supuesto, me refiero a la Revolución keynesiana de los años treinta, que se convirtió en la nueva economía y casi en la nueva ortodoxia en los años cuarenta y cincuenta. Keynes había establecido firmemente la idea de la existencia de dos clases de ciencia económica: la tradición ortodoxa o clásica, que se aplica, como gustaba de subrayar Keynes, al caso especial en que la economía se encuentra plenamente empleada; y un otro sistema muy diferente de proposiciones analíticas y de prescripciones de política (reformadas por Keynes) que se aplica cuando hay un gran desempleo de recursos humanos y materiales. El paso keynesiano de una a dos ciencias económicas fue decisivo: se había roto el hielo de la monoeconomía y de pronto resultaba verosímil la idea de la posible existencia de otra ciencia económica, sobre todo entre el grupo de economistas keynesianos, muy influyente a la sazón.

Los nuevos especialistas en desarrollo consideraban poco convincentes tales explicaciones, desarrolladas en obras, anteriores a la Segunda Guerra Mundial, como La ética protestante y el espíritu del capitalismo (M. Weber, 1905), El capitalismo moderno (W. Sombart, 1916), El instinto del trabajo humano (T. Veblen, 1914), o La estructura de la acción social (T. Parsons, 1937).

Si bien es verdad que la crítica keynesiana a la Economía neoclásica y la defensa de la intervención del Estado por parte de los keynesianos contribuyó m u c h o al nacimiento de la Economía del desarrollo, no conviene, sin embargo, exagerar su importancia. En efecto, la contribución del keynesianismo fue sobre todo metodológica, y sólo en escasa medida teórica.

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... El desempleo de los países desarrollados no era equiparable al subempleo existente en los subdesarrollados. La estabilización a corto plazo era suficiente para generar un crecimiento sostenido en los primeros, mientras que el Tercer Mundo necesitaba planificación estatal y ayuda extranjera para provocar el impulso mismo de industrialización. El problema principal en los países ricos, decía Keynes, era el desempleo de los recursos existentes, por causa de la insuficiencia de la demanda efectiva. En los países pobres, por el contrario, el obstáculo más importante era la falta de capital. En suma, la contribución de la revolución keynesiana al nacimiento de la Economía del desarrollo puede resumirse de la siguiente manera: — Al romper con la monoeconomía, Keynes abrió la puerta a la existencia de varios análisis económicos para estudiar realidades diferentes. Los economistas del desarrollo se ampararon en tal ruptura para defender que las estructuras tecnológicas, geopolíticas e institucionales de los países subdesarrollados eran distintas de las existentes en los países ricos y que, además, eran lo suficientemente diferentes como para justificar la creación de un enfoque alejado del paradigma (neoclásico o keynesiano) utilizado para estudiar la realidad de los países desarrollados. — Keynes y, sobre todo, sus seguidores hicieron posible que los economistas volvieran a interesarse por el crecimiento a largo plazo: las recetas keynesianas habían solucionado (aunque luego se vio que sólo temporalmente) la inestabilidad y el desempleo a corto plazo en los países desarrollados; la dinamización de la macroeconomía agregada keynesiana, con los modelos de Harrod-Domar o Kaldor, permitió a los economistas combinar análisis keynesiano y teorías del

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Capítulo 9: El nacimiento de la Economía del desarrollo crecimiento y, sobre todo, elevar el grado de formalización y de atractivo académico de su análisis; la teoría keynesiana fomentó el desarrollo de la Economía aplicada, y la recogida de datos estadísticos a escala internacional hizo que los economistas tomasen conciencia de la disparidad de los niveles de desarrollo. Con todo, el análisis keynesiano era un enfoque desarrollado desde y para los países desarrollados, de manera que su extrapolación al mundo en desarrollo resultaba casi imposible. En general, el escepticismo de los economistas del desarrollo respecto del pensamiento neoclásico se extendió también, por esas razones, a la teoría keynesiana. Se produjo un retorno a la gran tradición clásica, cuya visión del crecimiento económico y del cambio social, aunada a su análisis de la distribución de la renta entre clases sociales y de la producción entre sectores, a sus funciones de ahorro e inversión y a su insistencia en la acumulación de capital, parecía más apropiada para el estudio de los países subdesarrollados. En ese sentido, la aportación de economistas procedentes de Europa central y oriental, así como la de especialistas originarios de países del propio Tercer Mundo, fue fundamental. Los primeros, que en buen número se instalaron en el Reino Unido antes de la guerra, estaban muy influidos por el debate sobre la industrialización soviética de los años 20 y 30, así como por el análisis marxista, al menos en la importancia otorgada a las relaciones intersectoriales. Los segundos se declararon partidarios de un retorno a Smith, Mill, o Ricardo. En el primer grupo, cabe destacar los nombres de P. N. Rosenstein-Rodan, K. Mandelbaum (luego K. Martin), N. Kaldor, M. Kalecki, T. Balogh, e incluso H. W. Singer, A. O. Hirschman y A. Gerschenkron. En el segundo, los principales fueron W. A. Lewis, R. Prebisch o P. Ch. Mahalanobis. De todos ellos hablaremos en el capítulo siguiente.

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10 Los pioneros del desarrollo (1945-1957)

10.1. Especificidad estructural y círculos viciosos El rechazo de la monoeconomía, esto es, de la existencia de una única teoría económica válida para el análisis de cualquier tipo de situación real, fue lo que distinguió sobre todo a los primeros especialistas en desarrollo tras la segunda guerra mundial (A. O. Hirschman, H. Leibenstein, W. A. Lewis, G. Myrdal, R. Nurkse, R. Prebisch, P. N. Rosenstein-Rodan, H. W. Singer, J. Tinbergen, etc., y, en menor medida, H. Myint, W. W. Rostow o J. Viner). La incapacidad analítica de la teoría económica convencional para enfrentarse a los problemas de los países que empezaron a llamarse subdesarrollados a raíz de un informe de las Naciones Unidas de 1951 (Measures for tbe economic development of under-developed countries), desembocó en la creación de un enfoque novedoso. El estudio de las economías subdesarrolladas exigía, en opinión de los pioneros, un instrumental distinto del creado 115

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... por y para el análisis de las economías desarrolladas. Esa apuesta por una reflexión teórica independiente del cuerpo convencional era el resultado lógico de la percepción de la especificidad estructural del subdesarrollo. En efecto, éste presentaba una estructura productiva más rígida y menos flexible que la de los países desarrollados. A las rigideces institucionales había que sumar la falta de flexibilidades económicas: la oferta de bienes y servicios era particularmente inelástica, de manera que no había respuesta rápida de la producción a los movimientos de los precios, y los propios mercados de esos bienes y servicios presentaban notables imperfecciones (ausencia de sustituibilidad perfecta entre factores, mercados que no se vaciaban, etc.). Como ha señalado Gabriel Palma (voz "Estructuralismo", en Eatwell et al, 1987), fue el estructuralismo latinoamericano de los años treinta y cuarenta, que luego se vería desarrollado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de Naciones Unidas, el que destacó, por vez primera que los países desarrollados se caracterizaban por: — La heterogeneidad, esto es, por la coexistencia de sectores con diferencias sustanciales de productividad laboral, los dos extremos de los cuales son el sector moderno compuesto por las actividades de exportación y manufacturera y el sector tradicional formado por la agricultura de subsistencia y la artesanía. — La especialización, en el doble sentido de que exportaban unos pocos productos primarios y de que la obtención de éstos se efectuaba en enclaves, esto es, en segmentos productivos con escasos efectos de arrastre respecto del resto de la economía nacional.

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957) Por ejemplo, para Rosenstein-Rodan (1943), existía una trampa de subdesarrollo a bajo nivel, causada por el hecho de que la demanda insuficiente provocaba que la inversión en el sector moderno brillase por su ausencia o fuese incompleta, lo que hacía que ese sector no creciese lo necesario, provocando insuficiencia de demanda. Para Nurkse (1952), el círculo vicioso de la pobreza se debía al encadenamiento de varios fenómenos de oferta (baja renta por habitante, baja propensión al ahorro, insuficiencia de capital, baja productividad y baja renta per cápita) y demanda (bajo poder adquisitivo, insuficiencia de producción en el sector moderno, baja productividad media, baja renta por habitante y baja capacidad de compra). Para romper tales círculos viciosos, Rosenstein-Rodan y Nurkse proponían las siguientes medidas: — Aumentar el tamaño del mercado, con objeto de incrementar la rentabilidad esperada, la inversión y el aprovechamiento de las economías de escala (o rendimientos crecientes a escala). — Movilizar los recursos existentes para canalizarlos hacia el sector moderno y/o generar más incentivos al ahorro, mediante, por ejemplo, controles sobre la demanda de consumo.

Tales rasgos peculiares eran, además, obstáculos formidables para el desarrollo, puesto que generaban diversos tipos de círculos viciosos de pobreza y subdesarrollo.

El modelo de Lewis (1954) se basaba igualmente en el dualismo. El objetivo del desarrollo era, en su opinión, el de utilizar en el sector moderno la mano de obra excedente en el sector tradicional, formado por un alto número de subempleados agrícolas, con productividad marginal del trabajo muy baja o incluso nula. Para Leibenstein (1957), el crecimiento demográfico elevado, junto al efecto demostración de las pautas de consumo de los países desarrollados (el llamado "efecto Duesen-

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... berry", por haber sido analizado por ese autor en 1949), hacía perpetuarse el bajo nivel de ingresos por habitante. Era, por tanto, necesario un esfuerzo crítico mínimo para sacar a la economía subdesarrollada de la trampa de equilibrio a bajo nivel. El resultado de todos esos círculos viciosos conducía, entre los pioneros, a la conclusión de que en los países pobres, en aún mayor medida que en los ricos, el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado no conducía a la pauta de desarrollo esperada (por la teoría convencional) y deseada por sus habitantes. Se imponía, pues, una verdadera transformación estructural (por ejemplo, una transferencia de mano de obra de la agricultura a la industria), cuya velocidad dependería de estos factores: — La tasa de ahorro interior y la entrada de capital extranjero, que había que incrementar para promover la acumulación de capital. — La intervención del Estado para corregir las imperfecciones del mercado y promover el necesario gran empujón, capaz de situar a la economía en una senda de desarrollo basada en la industrialización y en la protección de los sectores nacientes.

10.2. Crecimiento, acumulación, industrialización, protección e intervencionismo Durante la fase de los pioneros, desarrollo y crecimiento económicos eran términos idénticos. La primera gran obra sobre desarrollo fue el libro de Arthur Lewis The theory of economic growth (1955), traducido, por cierto, al castellano con el título de La teoría del desarrollo económico. El objetivo declarado era el de acrecer la renta y la producción 118

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957) per cápita. Puesto que la población crecía mucho, el incremento de la renta nacional y del PIB debía ser también muy considerable. En general, los pioneros prestaron poca atención a los efectos distributivos y sociales de ese crecimiento, que normalmente consideraban que serían de pequeña importancia. A pesar de que hay una opinión muy extendida al respecto, los pioneros desatendieron ciertamente esa cuestión, pero no por una supuesta confianza en que los beneficios del crecimiento acabarían por filtrarse (trickle-down) a los sectores sociales desfavorecidos, sino, como señala Arndt (1983), por el simple hecho de que aumentar el ritmo de crecimiento ya era, de por sí, una tarea suficientemente complicada. Es más, cuando algunos de esos especialistas se interesaron por esa cuestión, tendieron a pensar que la desigualdad aumentaría en las primeras fases del desarrollo, tesis que posteriormente desarrollaría Kuznets (1955). Por ejemplo, para Lewis (1954), el hecho central del desarrollo económico es que la distribución de la renta se altera en favor de la clase ahorradora. [...] Es la desigualdad que acompaña a los beneficios la que favorece la formación de capital. Sólo Myrdal dedicó un capítulo entero de su primera gran obra sobre desarrollo (An international economy: problems and prospects, de 1956) a la idea de que era necesario promover cambios políticos y sociales que mejorasen los indicadores sociales. Así, ni la integración nacional ni el progreso económico serán posibles sin amplias reformas distributivas (Myrdal, 1956: 180). Mientras que el objetivo del desarrollo era el aumento sostenido de la renta per cápita, los medios para alcanzar tal fin

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... eran, en términos generales, el fomento de la acumulación de capital y, más específicamente, la industrialización, la protección del mercado interior y la intervención del Estado. Sobre lo primero, baste recordar aquí una famosa cita de Lewis (1954): El problema central en la teoría del desarrollo económico es comprender el proceso por el cual una comunidad que anteriormente no ahorraba ni invertía más del 4% o del 5% de su renta nacional, y aun menos, se convierte en una economía en la que el ahorro voluntario se sitúa alrededor del 12% o el 15% de la renta nacional, o más. Éste es el problema central, porque el hecho central del desarrollo económico es la acumulación rápida de capital. Las formas para aumentar la tasa de inversión eran, por una parte, el fomento del ahorro (el vínculo ahorro-inversión es la herencia keynesiana de los primeros economistas del desarrollo), tanto interno (aumento del ingreso por habitante, reducción del efecto demostración del consumo) como externo (asistencia externa al desarrollo, inversión directa foránea); y, por otra parte, el aumento de la dimensión del mercado (herencia clásica) a través del incremento de la renta per cápita y del grado de división del trabajo, mediante el progreso técnico. La industrialización era la clave del desarrollo. Tal afirmación, "tan clara como la luz del día", en palabras de Lewis en un informe que redactó en 1946 sobre la situación de Jamaica, fue uno de los aspectos centrales de la teoría del desarrollo de la CEPAL. En su "Cinco etapas en mi pensamiento sobre el desarrollo" (en Meier y Seers, eds., 1984), Prebisch se refiere al primer lustro de los años cincuenta de la manera siguiente: El problema básico del desarrollo llevaba consigo elevar el nivel de productividad de toda la fuerza laboral. Ahora bien, las actividades de exportación padecían de graves limi-

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Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957) taciones desde ese punto de vista, ya que las posibilidades de incrementar las exportaciones de productos básicos se veían restringidas por el crecimiento relativamente lento de la demanda en los centros, debido a la elasticidad baja en general de la demanda de productos primarios y a sus políticas proteccionistas. Por consiguiente, la industrialización tenía que desempeñar una función muy importante en el empleo de estas grandes masas de mano de obra de baja productividad, así como de la fuerza de trabajo liberada por el nuevo progreso tecnológico, no sólo en las actividades de exportación sino también en la producción de bienes agrícolas para consumo interno. La absorción de mano de obra, especialmente en los sectores intensivos en trabajo, era sólo uno de los argumentos en favor de la industrialización, al que se sumaron muchos otros: — Ventajas inherentes adicionales de la industria respecto de la agricultura o la minería (mayor generación de efectos de arrastre y economías externas, mayor productividad total de los factores, mayor seguridad económica, por la flexibilidad y la capacidad de resistencia de la industria). — Crítica a la teoría neoclásica de la especialización internacional basada en la reformulación de Heckscher, Ohlin y Samuelson de la ley ricardiana de la ventaja comparativa, a la que se achacaba no tener en cuenta la baja elasticidad-renta de la demanda internacional de productos primarios, la inestabilidad y el carácter errático de los ingresos en divisas generados por la exportación de materias primas y productos alimenticios, y la tendencia al deterioro de la relación real de intercambio para los países productores y exportadores de materias primas.

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... — La experiencia histórica de la industrialización de los grandes países de América Latina desde los años treinta, que había demostrado que la industrialización era posible. — Los cambios en el entorno internacional, con la sustitución, como primera potencia económica mundial, de un Reino Unido abierto al comercio por unos Estados Unidos con mayor producción de bienes primarios y menor coeficiente importador, así como la creciente concentración en el sector industrial de la inversión directa en el extranjero. Aunque todos los pioneros eran partidarios de la industrialización de los países del Tercer Mundo como la única estrategia capaz de superar los inconvenientes del modelo primarioexportador, las estrategias industriales fueron objeto de una importante polémica entre los partidarios del crecimiento proporcionado (balanced growth, de Rosenstein-Rodan, Nurkse o Scitovsky) y los defensores del crecimiento desproporcionado (unbalanced growth, de Hirschman, Streeten o Perroux). El crecimiento proporcionado o diversificado es el que resulta de una distribución o reparto equitativo de la inversión entre los distintos sectores de la industria de bienes de consumo para sacar provecho de las interdependencias entre ellos y para acelerar el crecimiento. Los argumentos avanzados por los defensores de esa estrategia eran: — La necesidad de aumentar el tamaño del mercado (unas industrias son mercados para otras). — La posibilidad de obtener economías de dimensión o de escala, esto es, condiciones satisfactorias de eficacia, vía reducción de costes fijos unitarios. — El aprovechamiento de las economías externas pecuniarias y de las complementariedades de demanda: la 122

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957) reducción del precio del producto de un sector favorece a los sectores que utilizan ese producto como input; el aumento de demanda de un sector se traslada a los sectores que fabrican inputs para el primero. Se trataba por tanto de interiorizar las economías externas o, en palabras de Rosenstein-Rodan, de "considerar y planificar toda la industria a crear como una enorme empresa". Una crítica a esa teoría es que implica renunciar a todo tipo de especialización internacional, lo que es negativo ya que producir de todo es menos eficiente que importar determinados productos. Además, la teoría del crecimiento proporcionado implica disponer de recursos financieros abundantes y perfectamente divisibles. Tampoco resulta claro si la iniciativa privada puede hacerse cargo de todas las inversiones o si, en su defecto, las restricciones presupuestarias permiten al Estado emprender todas las actividades necesarias. Por el contrario, el crecimiento desproporcionado es el que se debe a la concentración de la inversión en unos sectores determinados, aquellos que son más aptos para fomentar el crecimiento de otros sectores de la economía, esto es, los que tienen mayores efectos de arrastre. En teoría, los sectores más eficaces a este respecto son los de bienes intermedios, ya que ejercen a la vez efectos de arrastre hacia adelante (en las industrias de bienes de consumo) y hacia atrás (en las industrias de bienes de capital). La insistencia de Perroux en los polos de crecimiento, las inversiones arrastradoras o las industrias propelentes, reflejaba la afirmación de Hirschman según la cual "el desarrollo es una secuencia de desequilibrios". Los argumentos de los defensores de esa segunda opción eran los siguientes: la imposibilidad de un crecimiento proporcionado en una economía subdesarrollada (por la insuficiencia de capacidad inversora, la escasez de capacidad

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... empresarial y de gestión o las restricciones del presupuesto estatal), la posibilidad de aprovechar las ventajas de la especialización internacional, unas todavía mayores economías de escala y el superior aprovechamiento de los efectos de arrastre. Algunas de las críticas que recibió esa teoría fueron las siguientes:

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957)

Con independencia de la discusión sobre el tipo de crecimiento industrial, como veremos enseguida, la industrialización espontánea de los países del Tercer Mundo tendía a verse inhibida por la división internacional del trabajo que el centro quería imponer y por un buen número de obstáculos estructurales internos. Por tanto, era necesaria una industrialización deliberada o forzada, esto es, sustentada en una considerable intervención del Estado. En lo que atañe a la protección, era una medida de política económica que resultaba del pesimismo exportador y, en algunos casos, del rechazo al comercio internacional, al que

se achacaba el haber dificultado el crecimiento de los países subdesarrollados, esto es, el ser empobrecedor para la periferia. Si no se podían generar ingresos por exportación y si, generándolos, los efectos eran desventajosos, se imponía el ahorro de divisas mediante la protección selectiva (por ejemplo, dedicando las escasas divisas sólo a la importación de bienes esenciales). A la experiencia de la gran depresión de los años treinta, que había hecho caer la demanda internacional de productos primarios, se sumaba el convencimiento de que la situación de los países exportadores de materias primas y bienes alimenticios empeoraría si mantenían su modelo primario-exportador. La baja elasticidad de la demanda de esos bienes respecto de la renta de los países ricos (ley de Engel, sustitución de materias primas naturales por productos sintéticos, etc.), las fluctuaciones en la cotización internacional de productos básicos, los inconvenientes del progreso técnico en las actividades primarias de exportación, especialmente en lo referido al aumento del excedente laboral, el carácter de enclave de las plantaciones y minas, así como, naturalmente, la tesis Prebisch-Singer sobre la caída de la relación real de intercambio para los exportadores primarios (que implicaba no sólo una tendencia a la baja del poder adquisitivo en importaciones de las exportaciones, sino también una transferencia de los beneficios del progreso técnico de la periferia al centro), eran todos argumentos en contra del mantenimiento del modelo primario exportador. En cuanto a las ventas al exterior de bienes manufacturados, los pioneros consideraban en general que estaban fuera de las posibilidades de producción de los países pobres y que, si conseguían efectuarlas, se verían en desventaja respecto a la competitividad de los productos del centro, en parte por lo que luego se llamó la "enfermedad holandesa" (los efectos al alza de los salarios en el sector manufacturero por la exportación de bienes primarios): bauxita en Jamaica (estudiada

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— La concentración de la capacidad inversora en sólo unos pocos sectores industriales puede suponer sobreespecialización, lo que impide la diversificación del tejido industrial y puede hacer que los efectos de arrastre se vean exportados hacia otros países. — Hay dificultades para identificar los sectores con mayores efectos de arrastre. Por ejemplo, en los años sesenta se pensaba que las llamadas industrias industrializantes eran la siderurgia o la petroquímica, cuando en realidad han sido los sectores más insospechados (textil-confección o electrónica de consumo). Basta comparar los resultados industriales de Argelia o Irak con los de Corea del Sur o Taiwán. — La agricultura queda marginada, por sus, en teoría, muy escasos efectos de arrastre.

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957)

por Lewis), petróleo en Trinidad (analizado por D. Seers) o gas natural en los Países Bajos. Algunos autores, los más radicales de los pioneros (Prebisch, Singer y Myrdal), adelantaron la idea -luego desarrollada por el enfoque de la dependencia- de que el comercio internacional podía perfectamente ser un mecanismo de propagación y perpetuación de la desigualdad internacional. En particular, M y r d a l hablaba de los efectos de repercusión o de retroceso (backwash effects) del comercio Norte-Sur para los países del Sur. En palabras de Singer (1975: 34-5):

ron la influencia de los entonces buenos resultados del modelo autárquico aplicado en la Unión Soviética, que fue especialmente marcada en el caso de la India, con la teoría de Rao y el modelo de Mahalanobis; y la tesis del crecimiento proporcionado, que en la práctica suponía renunciar a cualquier tipo de especialización, tanto nacional como internacional. Las ventajas de una política de protección m o d e r a d a y selectiva eran, a juicio de los pioneros, evidentes: permitía aumentar la demanda efectiva, mediante el incremento de la dimensión del mercado cautivo y de la propensión al ahorro; además, la protección de las industrias nacientes, que un autor como Hirschman defendió sobre la base de los escritos de F. List, un economista alemán del siglo XIX, era, se pensaba, la única manera de crear y mantener en sus etapas iniciales esas industrias. Aunque había algunas diferencias entre los pioneros sobre el alcance e intensidad de las medidas de protección, todos compartían, al menos a grandes rasgos, la afirmación de Myrdal (1956: 276) según la cual los países en desarrollo

Algunos ejemplos de tales efectos de retroceso son el desarrollo de un deseo prematuro del consumo de alto nivel en los países subdesarrollados, causado por el efecto demostración de las condiciones existentes en los países más desarrollados; la difusión, en los países subdesarrollados, de ideas prematuras acerca del Estado benefactor, la seguridad social, los salarios mínimos, etc.; [...] la tecnología moderna se vuelve cada vez más intensiva en capital y ahorradora de mano de obra y por ende cada vez menos adecuada para los países desarrollados; [...] el financiamiento del crecimiento autosostenido en los países desarrollados y la utilización de las múltiples oportunidades de inversión nuevas, abiertas por el progreso técnico, dejarían muy poco capital disponible para los países subdesarrollados, por lo menos en lo tocante al mecanismo ortodoxo de la inversión privada extranjera; [...] la posibilidad de que el progreso técnico de los países desarrollados, que ha asumido formas como el ahorro de materias primas, el desarrollo de nuevos materiales sintéticos, y los cambios en su estructura industrial, se traduzca en una desventaja para los países subdesarrollados en forma de una tendencia crónica hacia la debilidad de los términos de intercambio. Otros factores que influyeron en la defensa, por parte de los pioneros, del proteccionismo selectivo y controlado fue-

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tienen un buen número de [...] sólidas razones, debidas a su situación peculiar, para usar esas restricciones [a las compras al exterior] por motivos de protección. Con todo, algunos economistas neoclásicos, como J. Viner, A. Cairncross, G. Haberler, H. M y i n t o W. M. Corden, se rebelaron, ya en los años cincuenta, contra esa corriente proteccionista e insistieron en la necesidad de que los países del Tercer M u n d o respetasen escrupulosamente la teoría de las ventajas comparativas, manteniendo su especialización primaria. Se trataba entonces de voces claramente minoritarias y alejadas del consenso prevaleciente en la profesión. Por último, la intervención del Estado se hacía necesaria para eliminar los obstáculos y crear los elementos ausentes

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... que impedían el crecimiento económico en los países subdesarrollados. Esos desfases e inconvenientes no dejaban otra opción que la de un esfuerzo consciente, masivo y dirigido en favor del desarrollo, al menos para ejercer la presión inicial o efectuar el lanzamiento y para distribuir (o, al contrario, concentrar) la inversión en el seno del sector industrial. Varias metáforas sirvieron para poner de manifiesto el impulso estatal inicial: el gran empujón (bigpush), de Rosenstein-Rodan; el esfuerzo mínimo crítico (critical minumum effort), de Leibenstein; el despegue (take-off), de Rostow; el ataque (spurt), de Gerschenkron, etc. Además, tanto para los partidarios del crecimiento proporcionado como para los del desproporcionado, aplicar de manera concertada el capital dentro del sector industrial exigía la intervención estatal. Para distribuir convenientemente la inversión entre todos los sectores de bienes de consumo (Rosenstein-Rodan o Nurkse) o para concentrarla en un número reducido de sectores industriales, los que tuviesen más efectos de arrastre (Hirschman o Perroux), o simplemente para superar el callejón sin salida del círculo vicioso de la pobreza (Nurkse) o para controlar las actividades del sector exportador (que había que subordinar a los intereses de la industrialización), no se podía confiar en el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado. Estas se contemplaban con desconfianza, habida cuenta de la especificidad estructural del subdesarrollo y de la influencia en la Economía del desarrollo de las provechosas experiencias keynesianas de gestión pública de los años treinta y cuarenta en los países anglosajones, de los que eran originarios o en los que trabajaban casi todos los especialistas en desarrollo. Además, los pioneros habían visto que el laissez-faire colonial no había promovido el desarrollo en la periferia y que la independencia política no era sinónima de independencia económica. En palabras de Myrdal (1957, trad. esp., p. 94),

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Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957) el hecho de que en los países subdesarrollados haya surgido este anhelo por el desarrollo económico como principal aspiración política, que ha de traducirse en una elevación de los niveles de vida de la gran masa de la población, reafirma la idea de que se trata de una tarea que debe ser emprendida por los gobiernos, los cuales deben preparar y poner en práctica un plan económico general que comprenda un sistema de controles e incentivos adecuado para que el proceso de desarrollo se inicie y prosiga sin interrupciones.

10.3. Valoración crítica Con la perspectiva que dan los decenios transcurridos desde esa fase de la Economía primigenia del desarrollo, puede hacerse una sucinta valoración crítica de sus aportaciones, enumerando algunos inconvenientes: — Un énfasis desmesurado en la acumulación de capital físico, sin tener suficientemente en cuenta la importancia del capital humano. — El reconocimiento implícito de que un aumento del ahorro interior (para fomentar la inversión) podría hacer necesarias redistribuciones regresivas e inaceptables de la renta. — Una clara desatención a la agricultura y a otros sectores tradicionales (por ejemplo, lo que hoy llamaríamos el "sector informal"), por la insistencia en la industrialización y la visión de los sectores tradicionales como arcaicos y atrasados. — Un pesimismo exportador excesivo, sobre todo en lo que se refiere a las posibilidades de vender en el mercado internacional productos manufacturados. — Una confianza excesiva en las virtudes de la intervención del Estado, que pasó por alto la posibilidad de

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 10: Los pioneros del desarrollo (1945-1957)

que algunas intervenciones públicas pudiesen producir resultados peores que los del mercado.

llo y consideraban de manera simplista que la modernización era siempre positiva y el tradicionalismo siempre negativo, y que los sectores moderno y tradicional estaban desconectados entre sí.

Más en general, los primeros economistas del desarrollo, como señala Streeten (en Meier y Seers, eds., 1984), estaban cargados de certidumbres simplistas basadas en generalizaciones a veces abusivas y en un alto grado de abstracción. Además, los pioneros eran partidarios de lo que se conoce con el nombre de "teoría de la modernización", que, como veremos con más detalle al abordar las críticas del enfoque de la dependencia a ese planteamiento, se basaba en afirmaciones discutibles, como las siguientes: — El objetivo implícito (en Nurkse, Rosenstein-Rodan y demás) o explícito (como en la teoría de las etapas de Rostow) del desarrollo es la reproducción paulatina de la experiencia de los países desarrollados, esto es, la réplica de su proceso de industrialización. Aceptar que existe una senda universal del desarrollo en la que algunos países deben adentrarse, implica una teoría particularmente ahistórica (incapaz, por ejemplo, de distinguir entre el predesarrollo de los países ricos antes de la revolución industrial y el subdesarrollo contemporáneo) que no lleva hasta sus últimas consecuencias las implicaciones de la especificidad estructural del subdesarrollo, que es etnocéntrica y que no explica algunos casos de sendas desviadas respecto de esa reproducción. Además, en general (con la única excepción de Myrdal), los pioneros contemplaban el desarrollo como un proceso consensual y sin actores sociales, afirmaban que no había conflicto de intereses entre países desarrollados y subdesarrollados (aceptaban la idea del beneficio mutuo), no planteaban claramente la conexión estructural entre desarrollo y subdesarro-

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Finalmente, algunos economistas actuales (como Krugman, 1993, 1994 y 1995) han achacado a esa época de alta teoría del desarrollo un apego excesivo a los razonamientos discursivos y a un estilo no matemático (exento de modelos). Por ejemplo, desde la perspectiva de un economista moderno, el rasgo más sorprendente de los trabajos de la alta teoría del desarrollo es su apego a un estilo discursivo y no matemático. La Economía, desde luego, se ha vuelto mucho más matemática con el paso del tiempo. No obstante, la Economía del desarrollo era arcaica en su estilo incluso en su propia época. De los cuatro trabajos más famosos de la alta teoría del desarrollo, el de Rosenstein-Rodan fue más o menos contemporáneo a la formulación de Paul Samuelson del modelo de Heckscher-Ohlin, y los de Lewis, Myrdal y Hirschman se publicaron todos casi al mismo tiempo que el planteamiento inicial de la teoría del crecimiento de Robert Solow (Krugman, 1994: 45).

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La involución conservadora (1957-1969)

A finales de los años cincuenta se produjo una importante transformación en el pensamiento económico sobre desarrollo: por un lado, surgió, en la Economía heterodoxa, el enfoque de la dependencia (véase el capítulo 16); por otra parte, en la Economía convencional se registró una recuperación del pensamiento neoclásico, con autores como P. T. Bauer, H. G. Johnson, G. Haberler, H. Myint, J. Viner, B. Yamey y otros. Además, apareció también, en el pensamiento político y social sobre los países del Tercer Mundo, una teoría de la modernización que insistía en la necesidad de mantener el orden en las sociedades en proceso de cambio y que abogaba incluso, en ocasiones, por regímenes autoritarios (G. Almond, D. Apter, S. P. Huntington, L. Pye, etc.). Cabe enumerar de la manera siguiente las razones de esa vuelta al neoclasicismo y de tal insistencia en el orden político: 133

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... — Hubo cierta decepción respecto de la Economía del desarrollo teorizada por los pioneros, por la lentitud del desarrollo, la ausencia de los "despegues" anunciados por aquélla, la aparición en el Tercer Mundo de fenómenos no previstos (como la corrupción y el autoritarismo, los movimientos de liberación nacional, y la revolución cubana y el asentamiento de la vía china). — El subdesarrollo, en vez de reducirse con rapidez, tal y como habían previsto los pioneros más optimistas, se mantenía e incluso se amplificaba a causa, sobre todo, de la explosión demográfica. — El fracaso económico y social de la ISI empezó a ser cada vez más evidente: su continuación se vio crecientemente obstaculizada por la estrechez y saturación del mercado interior y por los desequilibrios de balanza de pagos, debidos, en gran medida, al sesgo antiexportador que presentaba; además, la ISI había generado, por lo general, fenómenos sociales no previstos, como el empeoramiento de la distribución de la renta y una pobreza y exclusión social mayores. — La TED keynesiana perdió su impulso inicial, ya que a las innovaciones teóricas de los pioneros sucedieron estudios, de menor alcance, sobre las pautas de crecimiento (H. B. Chenery o S. Kuznets). En tal contexto, resurgió con fuerza el pensamiento neoclásico, que, pese a tener una vigencia limitada, fue de hecho el precedente de la contrarrevolución liberal de los años ochenta.

11.1. Las críticas neoclásicas a los pioneros del desarrollo El exponente principal de la reacción neoclásica contra los pioneros fue Peter T. Bauer, un economista británico, de origen

Capítulo 11: La involución conservadora (1957-1969) húngaro, que trabajó para el British Colonial Office y fue profesor en la Universidad de Cambridge (1956-60) y en la London School of Economics (1960-83). Bauer hizo estudios de campo primero sobre las pequeñas plantaciones de caucho en Malasia en 1946, y luego sobre los cultivos de cacao en el África occidental británica (Nigeria meridional y Costa de Oro, hoy Ghana) a principios de los años cincuenta. Tales estudios dieron lugar a los libros The rubber industry y West African trade. Esos estudios de campo permitieron a Bauer concluir que era notable la racionalidad económica en el comportamiento de los agentes privados, especialmente en la agricultura campesina y en la industria a pequeña escala. Observó capacidades empresariales, propensiones positivas al ahorro y respuestas atinadas y rápidas de esos agentes a los incentivos y desincentivos generados por las señales del mercado. En consecuencia, propugnó una vuelta a la monoeconomía neoclásica, puesto que observaba que el libre mercado funcionaba de igual modo en los países del Tercer Mundo y en las economías desarrolladas. Esa insistencia en el mercado como factor de desarrollo obedecía, en su opinión, a que el libre juego de la oferta y la demanda: — Permite aumentar la gama de elección de las personas, esto es, sus posibilidades y alternativas. — Constituye una salvaguarda política, ya que, en general, la intervención del Estado en la economía puede desembocar en un reforzamiento de las tradiciones autoritarias. — Es garantía de eficacia en la asignación de los recursos, puesto que difunde conocimientos y proporciona incentivos. — Aumenta el ritmo de crecimiento, ya que la intervención estatal supone a menudo la desviación de recursos hacia usos ineficaces.

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... En su obra en colaboración con B. Yamey (1957), Bauer escribió: Nuestra preferencia por un sistema económico en el que la formulación de decisiones esté ampliamente difundida y se vea coordinada por el mecanismo del mercado no se debe únicamente a nuestra concepción del desarrollo y a las salvaguardas políticas que supone. Opinamos que, en general, ese sistema garantiza una asignación eficiente de los recursos disponibles y también promueve el crecimiento de esos recursos, Además, Bauer criticó las insuficiencias del Estado en el fomento del desarrollo: no es una institución omnisciente, carece de capacidad técnica de gestión, genera un enorme aparato burocrático, hace perder tiempo a los empresarios privados en intentar convencer a los funcionarios de que les permitan tomar iniciativas o, sencillamente, en evitar las propias normas, genera corrupción, o es ineficaz. Por tales razones, lo sensato, decía Bauer, era imponer restricciones a la intervención del Estado en la economía, de m a n e r a que el libre mercado pudiese actuar sin trabas. En una revisión de los años ochenta de sus opiniones de entonces, Bauer escribía lo siguiente: Señalé entonces que la planificación central integral desde luego no era necesaria para el avance económico, y que era mucho más probable que lo retardara. No aumentaba los recursos sino que los desviaba de otros usos públicos y privados. Reforzaba la tradición autoritaria prevaleciente en muchos países menos desarrollados y también divorciaba la producción de la demanda del consumidor y restringía la gama de elección de la gente (Meier y Seers, eds., 1984, trad. esp., p. 52).

Capítulo 11: La involución conservadora (1957-1969) la conducta exitosa de los asuntos con el exterior, notablemente la defensa del país, y también la preservación y el fomento de los contactos comerciales externos; el mantenimiento de la seguridad pública; la administración efectiva del sistema monetario y fiscal; la promoción de un marco institucional adecuado para las actividades de los individuos; y la provisión básica de salud y servicios de educación, así como de comunicaciones fundamentales (Bauer, 1984, trad. esp., pp. 43-44). Además de la crítica al intervencionismo estatal que propugnaron los pioneros, Bauer, en consonancia con otros defensores del libre comercio, como Haberler, Hicks, o Viner, se opuso también al proteccionismo como herramienta para promover el desarrollo. Criticó la tesis Prebisch-Singer y abogó por el respeto escrupuloso de la ley de la ventaja comparativa. Restringir los contactos comerciales con los países desarrollados era, en su opinión, contraproducente, ya que han sido los instrumentos principales del progreso en el Tercer Mundo. En Asia, África y América Latina el nivel de los logros materiales declina al dejar de considerar el impacto de los contactos con Occidente. Decir que los contactos comerciales inhiben el avance económico es opuesto a la verdad. También refleja un desprecio por las personas ordinarias al sugerir que no saben lo que están haciendo cuando compran importaciones de (o producen para exportar a) Occidente (Bauer, 1984, trad. cast., p. 36).

En su opinión, las únicas tareas de las que el Estado debía hacerse cargo eran

El exponente principal de las críticas a la protección comercial fue sin duda el economista canadiense Harry G. Johnson (1923-1977), quien, al desarrollar la teoría neoclásica del comercio internacional, se opuso a la estrategia de ISI e insistió en los efectos benéficos del comercio exterior. En su opinión, el proteccionismo suponía pérdidas estáticas y acu-

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... mulativas en el grado de eficacia, por lo que se mostró partidario de la estricta observancia del principio de la ventaja comparativa en las relaciones comerciales exteriores de los países subdesarrollados. La industrialización también fue objeto de crítica, ya que la insistencia de los pioneros en promover el sector industrial suponía en opinión de Bauer desatender a la agricultura. En otra obra conjunta con Yamey (1958), Bauer señaló que paradójicamente, la mejor forma que tiene el Gobierno para fomentar la industrialización es que la agricultura use más y no menos sus recursos, con el fin de favorecer la ampliación de la producción agraria y mejorar sus técnicas agrícolas. En suma, Bauer y los economistas neoclásicos de los años cincuenta y sesenta se mostraron abiertamente contrarios a los tres medios principales (intervención del Estado, protección del mercado interior e industrialización) que propugnaron los pioneros con objeto de fomentar el desarrollo económico en los países de baja renta per cápita. Tal crítica se envolvió en lo que pretendía ser un concepto novedoso del propio desarrollo. Por ejemplo, Jacob Viner, en su International trade and economic development (1953), insistió en el progreso agrícola como condición previa para el desarrollo, y como ha señalado Streeten (Meier y Seers. eds., 1984) fue una voz solitaria y temprana en insistir en la necesidad de prestar atención al logro de reducciones en la pobreza absoluta y de mejoras en la alfabetización, la salud y la alimentación como pruebas del desarrollo. Streeten considera de hecho a Viner un pionero del enfoque de las necesidades básicas (véase el capítulo 12). Tal concepto del desarrollo en sentido amplio fue uno de los pocos aspectos en los que los economistas neoclásicos 138

Capítulo 11: La involución conservadora (1957-1969) de los años cincuenta no sirvieron de inspiración a la contrarrevolución de los años ochenta, que insistió (véase el capítulo 13) en la estabilización, el ajuste y el crecimiento, y abandonó las preocupaciones sociales, al menos en el corto plazo. Otra excepción fue la crítica de Bauer a la ayuda extranjera, basada en cuestionar la oportunidad de una redistribución internacional de renta y en la consideración de que la ayuda no era indispensable para el progreso de los países pobres y [...] a menudo servía para suscribir y prolongar políticas sumamente dañosas que por lo común se llevaban adelante en nombre de la planificación integral (Meier y Seers, eds., 1984, trad. cast., p. 52).

11.2. La teoría conservadora de la modernización En un campo entonces alejado de la Economía, el de la Sociología y la Ciencia Política, los años sesenta fueron también testigos de la aparición de una corriente conservadora de pensamiento sobre el cambio político y social en los países subdesarrollados. La teoría de la modernización fue creada por un numeroso grupo de sociólogos y politólogos estadounidenses (Gendzier, 1985), fuertemente apoyados por el Gobierno norteamericano, al que en muchas ocasiones asesoraban, aunque estaban excluidos, por lo general, de los centros de decisión de las agencias gubernamentales (como la AID de EEUU) y de los organismos internacionales (como el Banco Mundial) encargados de tratar temas de desarrollo económico. Esos autores aplicaron el análisis estructural-funcional de T. Parsons al estudio del cambio social en los países subdesarrollados. El progreso, decían, consistía en la sustitu-

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... ción de la organización social tradicional por la modernidad, cambio influido por las relaciones de carácter político entre la transformación social y el desarrollo económico. El objetivo era, por consiguiente, difundir los valores modernos a las élites del Tercer Mundo mediante la enseñanza de alto nivel y la transferencia de técnicas avanzadas. Autores como Lucien Pye o Samuel P. Huntington, inmersos en la batalla intelectual de la guerra fría, promovieron una reconsideración de los ideales de progreso y democracia propugnados por los pioneros. En particular, el desarrollo dejó de concebirse como un medio para alcanzar determinados fines sociales y políticos (prosperidad, libertad política) y empezó a entenderse como un mero proceso (crecimiento e instituciones eficaces en la garantía de la estabilidad social y del orden político). La revolución cubana y el fracaso de EEUU en Vietnam impulsaron a esos especialistas a abandonar la modernización como instrumento para promover el desarrollo económico y el pluralismo político y a propugnarla como garantía de control social, siendo éste un objetivo que podría hacer necesarios el estancamiento económico y el orden político autoritario (Leys, 1982). El análisis procedía de la manera siguiente: el caos político y el desarrollismo fracasado generaban inestabilidad social, situación negativa que era necesario combatir, aun a expensas del desarrollo económico y de la reforma social (el estancamiento económico y social como mal menor), mediante la instauración de instituciones políticas eficaces, sin que tuviese mucha importancia que fuesen o no democráticas. Aunque la lista de obras de esa corriente es muy numerosa, destacan al menos cuatro: las relativamente moderadas The politics of developing countries y The politics of modernization, de D. E. Apter, así como las abiertamente conservadoras Aspects of political development, de L. Pye y Political order in changing societies, de S. P. Huntington.

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Capítulo 11: La involución conservadora (1957-1969) Si bien hay numerosos aspectos de esa corriente que merecen ser tratados (véanse para más detalles O'Brien, 1971 y Leys, 1982), lo más sustancial es que autores como Pye o Huntington, obsesionados por proteger a los países pobres de la "amenaza comunista", llegaron a proponer, junto con unas pocas medidas sociales (reforma agraria, urbanización, etc.), regímenes de partidos políticos poderosos, únicos y hasta militares. En lo que aquí interesa, cabe concluir que la revitalización del análisis neoclásico abordado en el apartado anterior coincidió con una tendencia de pensamiento político y social que insistía en medir el desarrollo económico con el único rasero de las tasas de crecimiento y en valorar el progreso político en términos de creación y conservación de instituciones eficaces, en el sentido de garantes del orden. Se defendió incluso la idea de que un Gobierno fuerte (autoritario e incluso dictatorial) era un requisito previo del crecimiento y el desarrollo económicos.

11.3. Valoración crítica En lo que atañe al análisis neoclásico sobre el desarrollo económico, hubo sin duda aportaciones que pusieron de manifiesto algunas insuficiencias del enfoque de los pioneros: por ejemplo, el énfasis excesivo en la industrialización como remedio de todos los males, con la consiguiente desatención al progreso de la agricultura; o la importancia de medir el desarrollo no sólo con indicadores estrictamente económicos sino también respecto del avance en la situación social de la población. Sin embargo, el análisis neoclásico adolece de varios problemas teóricos y empíricos que serán tratados con más detalle en el capítulo 13. Baste señalar por el momento que el

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... rechazo frontal a la intervención del Estado y a la protección del mercado interior es simplemente una opinión que ha sido objeto de importantes controversias. El liberalismo a ultranza, tanto en el plano interior como en el de las relaciones comerciales internacionales, no parece haber desembocado en los resultados que anticipan sus defensores.

El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) A mediados de los años sesenta se inició una nueva fase en la historia del pensamiento económico sobre desarrollo. A la importancia otorgada al crecimiento sucedió una preocupación por los objetivos propiamente dichos del desarrollo, esto es, por los fines (la mejora en la calidad de vida de la población) y no tanto por los medios (la expansión de la renta per cápita). Tal cambio implicaba, claro está, una distinta percepción de la naturaleza del proceso de desarrollo económico. El año 1969 fue el inicio formal de una etapa de preocupación por los aspectos sociales del desarrollo. La 11. a Conferencia Mundial de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID) se celebró en Nueva Delhi ese año, y el entonces director del Instituto de Estudios del Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex, Dudley Seers, presentó allí las líneas maestras de un enfoque con un alto contenido social (empleo, distribución y pobreza), que luego daría lugar a la estrategia 142

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... de las necesidades básicas. También 1969 fue el año en el que la OIT, en colaboración con el IDS, inició su Programa sobre el Empleo Mundial, de la mano de destacados especialistas, como H. W. Singer, R. Jolly y el propio D. Seers. Las razones que explican esa reorientación de los estudios del desarrollo hacia temas sociales, esto es, hacia un enfoque que hoy llamaríamos "socialdemócrata", pueden enumerarse de la siguiente manera: — El creciente rechazo en Occidente a la "sociedad opulenta", como puso de manifiesto el movimiento de mayo de 1968 en Francia. — Las críticas al crecimiento económico, que, por sí solo, había demostrado generar importantes costes sociales en los países desarrollados; ser incapaz de reducir el desempleo, la desigualdad y la pobreza en el Tercer Mundo, y tener notables límites demográficos y medioambientales a escala mundial (Arndt, 1984). En 1967, E. J. Mishan publicó un libro titulado Costs of economíc growth, en el que insistió en la contaminación, la subordinación de los valores sociales a la consecución de objetivos materiales, la violencia urbana y la degradación moral. Durante una conferencia internacional sobre el empleo en la Universidad de Cambridge en 1970, David A. Morse, antiguo director general de la OIT, propuso incluso el "derrocamiento del PNB", expresión que luego haría fortuna. En 1968, P. Ehrlich había publicado un trabajo titulado The population bomb, para ilustrar los problemas demográficos que, en su opinión, se avecinaban. Los informes del Club de Roma (The limits to growth, de 1972, y Mankind at a turning point, de 1974) fueron, como es sabido, enormemente populares, pese a un claro catastrofismo a la hora de plantear la amenaza medioambiental

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Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978)











y de escasez de recursos naturales y alimenticios que, de continuar el crecimiento, se cernía de forma inminente sobre el planeta. Algunos autores, como, por ejemplo, A. Sauvy, plantearon la posibilidad de un "crecimiento cero". La radicalización de los estudios sobre el desarrollo, a causa de los sucesivos golpes militares en los grandes países del Tercer Mundo (Brasil en 1964, Indonesia en 1965, etc.), del inicio de la guerra de Vietnam y de los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos. El cada vez más aparente fracaso económico y social de la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), enfrentada a la estrechez del mercado interior y a los desequilibrios de balanza de pagos, y generadora de costes en lo que atañe, sobre todo, a la distribución de la renta y a la pobreza. La creciente información estadística sobre la pobreza y la desigualdad en el Tercer Mundo. Por ejemplo, a principios de los años setenta se estimaba en 750 millones de personas (40% de la población total del Tercer Mundo) la incidencia de la pobreza absoluta (menos de 30 dólares de renta anual) y en un escaso 10% la parte de la renta nacional disponible para el 40% más pobre de los hogares de los países subdesarrollados. El Primer Decenio sobre Desarrollo de la ONU (19601970), junto con las publicaciones del Instituto de Naciones Unidas sobre Investigaciones del Desarrollo Social (UNRISD), creado en 1963 y cuyos primeros directores fueron H. W. Singer e I. E de Jong, pusieron sobre la mesa las carencias sociales en los países pobres. Las hambrunas de 1973-1974 en el Sahel (especialmente Etiopía) y en Bangladesh, con su enorme coste en vidas humanas y sufrimiento, alertaron al mundo de la suerte de los desposeídos.

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... 12.1. El empleo, la distribución y la pobreza En su discurso de inauguración a la conferencia de Nueva Delhi (1969) de la SID, Seers se distanció del pensamiento económico anterior sobre desarrollo: las preguntas que hay que hacerse sobre el desarrollo de un país son, por tanto, las siguientes: ¿qué ha ocurrido con la pobreza?, ¿qué ha ocurrido con el desempleo? ¿qué ha ocurrido con la desigualdad? Si todos esos tres problemas se han hecho menos graves, entonces se ha registrado sin duda un período de desarrollo en el país en cuestión. Si una o dos de esas cuestiones centrales han empeorado, y especialmente si lo han hecho las tres, sería muy extraño llamar "desarrollo" al resultado, incluso si la renta per cápita ha crecido mucho. Esto se aplica también, claro está, al futuro. Un plan que no contenga objetivos para reducir la pobreza, el desempleo y la desigualdad difícilmente puede considerase como un plan de desarrollo (Seers, 1969). La primera preocupación social fue la del empleo. A principios de los años setenta, la OIT organizó tres misiones sobre el empleo en Colombia (1970), Ceilán (actual Sri Lanka, 1971) y Kenya (1972), al tiempo que la OCDE, en un trabajo publicado en 1971, predecía un fuerte incremento de la tasa de desempleo (hasta una franja comprendida entre el 12% y el 17% hacia 1980) en los países del Tercer Mundo. Las dos primeras misiones de la OIT, dirigidas por Seers, dieron lugar a sendos informes (Towards full employment: A programme for Colombia y Matching employment opportunities and expectations: A programme ofaction for Ceylon). Tales informes pusieron de manifiesto que el desempleo (en su definición en sentido amplio, incluyendo no sólo a las personas sin trabajo, sino también a quienes tenían un trabajo insuficiente o una remuneración inadecuada o inestable) era

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Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) el problema principal de Colombia, mientras que en Ceilán la cuestión no era tanto el desempleo como el subempleo (en actividades marginales de bajas productividad y retribución). Enseguida quedó patente que las definiciones occidentales de desempleo y subempleo eran inadecuadas para los países subdesarrollados, algo que G. Myrdal ya había señalado en su Asian drama (1968). La misión en Kenya, dirigida por Singer y Jolly, concluyó que el problema era en realidad el de los trabajadores pobres, que laboraban largas horas con una muy baja retribución (OIT, 1972). La ausencia de puestos de trabajo productivos y bien remunerados y la presencia de un desempleo constituido por personas sin formación adecuada o subsidios eran circunstancias específicas de los países pobres. Lo importante no era crear sencillamente empleo, sino generar más oportunidades de empleo productivo para reducir la incidencia de la pobreza. De la preocupación por el desempleo y el subempleo (en sus acepciones tradicionales) se pasó por tanto al análisis de los medios para mejorar la suerte de los trabajadores pobres, especialmente en el sector informal y entre las mujeres, áreas de estudio que recibieron, por vez primera, atención destacada. Con el paso del tiempo, empezó a quedar claro que crear empleos productivos exigía medidas adicionales, como, por ejemplo (ésta era una de las conclusiones del informe sobre Kenya), la redistribución de la renta hacia los sectores menos favorecidos, con objeto de reducir las importaciones de bienes de consumo de lujo y aumentar la demanda interior de bienes locales intensivos en trabajo. La distribución empezó a ser por tanto el centro de atención. En su mensaje a la junta de gobernadores del Banco Mundial reunida en Nairobi en 1973, su presidente R. S. McNamara llamó la atención sobre dos cuestiones importantes: en primer lugar, la distribución de la renta era muy desigual en el Tercer Mundo, ya que el 20% más acomodado de

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... los hogares recibía el 5 5 % de la renta nacional, mientras que al 20% más pobre le correspondía un escaso 5%; en segundo término, las políticas para acelerar el crecimiento y mejorar la asignación de los servicios públicos y de la inversión habían beneficiado, hasta la fecha, principalmente al 4 0 % más rico de la población de los países subdesarrollados. Varios estudios de los años sesenta y primeros setenta (Kravis, Oshima, Kuznets, Williamson, Adelman y Morris, Paukert, Ahluwalia, etc.) habían señalado que, en efecto: — La distribución de la renta era mucho más desigual en los países del Tercer Mundo que en las naciones ricas. — La desigualdad tendía a crecer, al menos en las etapas iniciales del desarrollo, en la línea del modelo de la U invertida de Kuznets. —- La pauta no era uniforme, ya que dependía de la situación de partida y de las políticas gubernamentales. La importancia y el agravamiento de la falta de equidad pasaron a primer plano. El crecimiento económico no suponía necesariamente la disminución de la desigualdad. Antes al contrario, en general la acentuaba. En las estadísticas sobre Brasil publicadas por A. Fishlow en 1972, se observaba claramente que el país, a pesar de haber registrado un incremento anual medio del PNB per cápita del 2,5% entre 1960 y 1970, había visto que la parte de la renta nacional del 20% más acomodado de la población había aumentado de un 29% a un 38%, mientras que la del 40% más pobre se había reducido del 10% al 8%. En otro orden de cosas, unos pocos países (como Corea del Sur y Taiwán), gracias sobre todo a una reforma agraria y a un crecimiento exportador intensivo en mano de obra, constituían excepciones a la pauta descrita por Kuznets. En suma, el crecimiento no generaba mayor equidad, aunque revertir esa tendencia era posible.

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Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) El Centro de Investigación sobre Desarrollo, del Banco Mundial, en colaboración de nuevo con el IDS, de Sussex, publicó en 1974 la obra fundamental de ese período: H. B. Chenery et al., Redistribution with growth. Ese estudio señaló que el crecimiento era una condición necesaria para erradicar la pobreza absoluta, pero que, en general, reforzaba las tendencias hacia una distribución de la renta más desigual, especialmente si se partía de una situación inicial de carencia extrema de equidad. Propugnó la redistribución de la renta y la riqueza hacia los trabajadores pobres, por razones tanto morales como económicas, ya que tal medida podría mejorar la eficiencia y potenciar el crecimiento. Con todo, el pragmatismo hacía, en opinión de los autores del estudio, imperiosa una redistribución realista y que no perjudicase al crecimiento. El objetivo era, habida cuenta de la imposibilidad política de emprender una redistribución inmediata o estática, el de redistribuir el incremento de la renta: la redistribución incremental, en palabras de Singer, consistente en captar, mediante impuestos, parte del crecimiento para redistribuirlo, con servicios públicos dirigidos a incrementar la productividad de los trabajadores pobres. Se trataba, en otros términos, de repartir, no la tarta, sino el crecimiento de ésta. Tal estrategia redistributiva recibió numerosas críticas. En primer lugar, algunos autores destacaron su limitada incidencia: un ejercicio de simulación que se hizo entonces estimó que una transferencia hacia las personas pobres del 2% del PNB durante 25 años apenas haría aumentar el consumo del 40% más pobre de la población a una tasa anual de 0,5% a lo largo de 40 años, una cifra a todas luces insuficiente. En segundo término, muchos especialistas señalaron que las medidas convencionales de distribución, como el índice de Gini o los cocientes 20%/20% o 20%/40%, eran discutibles, principalmente por la arbitrariedad en la iden-

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... tificación de los grupos sociales. En tercer lugar, se comprobó que la mejora en la distribución de la renta dependía en realidad de muchos factores: distribución inicial de activos, técnicas disponibles, crecimiento demográfico, políticas gubernamentales y aumento de las exportaciones de bienes de consumo intensivos en trabajo, y no sólo de la acción estatal. Los defensores más radicales de la distribución propugnaron una acción inmediata. Por ejemplo, L. Lefeber insistió en la necesidad de una reforma agraria inmediata y de la inversión en obras públicas intensivas en trabajo en el sector rural y en un desarrollo simbiótico, inspirado en la experiencia china, de la agricultura y la industria, según la consigna maoísta de "caminar sobre dos piernas". Por su parte, I. Adelman propuso una estrategia de lucha contra la pobreza en tres etapas: redistribución radical de activos, acumulación masiva de capital humano y crecimiento intensivo en factor trabajo. Llegó incluso a defender una redistribución antes del crecimiento, en la idea de que tal medida fomentaría una expansión más rápida y sostenida, mediante la creación de un mercado interno homogéneo. Los inconvenientes teóricos y prácticos de la estrategia de redistribución a través del crecimiento y el carácter políticamente conflictivo de las propuestas más radicales llevaron enseguida a contener las ambiciones. A la preocupación por el empleo y la distribución sucedió el énfasis en la pobreza. Se comprobó que incluso los países que habían adoptado políticas redistributivas no habían visto necesariamente disminuir el porcentaje de personas pobres, ya que un aumento del peso en la renta del 40% menos acomodado no implica que crezca la parte del 10% más miserable. Las hambrunas de 1973 y 1974 en el Sahel y Bangladesh pusieron de actualidad los problemas de privación severa. Además, atacar la

Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) pobreza era, claro está, mucho menos conflictivo desde el punto de vista político que proponer la redistribución, por muy incremental que fuese ésta. En su discurso ante la junta de gobernadores de septiembre de 1974 en Washington, McNamara señaló que los programas del Banco Mundial darán prioridad no a la redistribución de la renta -por lo demás tan justificada en muchos de nuestros países miembros- sino al aumento de la productividad de las personas pobres, lo que permitirá a su vez un reparto más equitativo de los frutos del crecimiento. Como puso de manifiesto, entre otros, Myrdal (1970), había a principios de los años setenta casi 800 millones de personas afectadas por la pobreza absoluta (esto es, con un ingreso anual inferior a unos 50 dólares corrientes o 100 dólares en paridad de poder adquisitivo), equivalentes a dos cuartas partes de la población total del Tercer Mundo y repartidos de la siguiente manera: 68% en Asia, 19% en África y 1 3 % en América Latina. Tal tipo de pobreza se concentraba sobre todo en los pequeños agricultores, en los campesinos sin tierra y en los desempleados y subempleados urbanos y se sumaba a los más de 1.500 millones de personas afectadas por la pobreza relativa (con ingresos inferiores a una tercera parte de la renta por habitante). El Banco Mundial lanzó un programa de lucha contra la pobreza, a la que había que combatir mediante estrategias de desarrollo rural integral (financiadas parcialmente con préstamos del propio Banco) y con medidas tendentes a erradicar la pobreza urbana. Aumentar el ingreso medio en el sector informal, incrementar los puestos de trabajo en el sector moderno intensivo en mano de obra, suministrar más servicios públicos básicos y promover la construcción de viviendas eran los

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... medios propuestos para atajar la pobreza (Banco Mundial, 1974, y M. Ul Haq, 1976). Con el paso del tiempo, la combinación de la lucha contra el desempleo, la mejora de la distribución y la erradicación de la pobreza dio lugar a un enfoque integrado sobre las necesidades básicas o esenciales.

12.2. El enfoque de las necesidades básicas Plantear objetivos menos abstractos, generales y agregados, promover soluciones de forma positiva (alcanzar la satisfacción universal de las necesidades básicas, en vez de, por ejemplo, la doblemente negativa reducción del desempleo) y potenciar los medios para alcanzar determinados objetivos de bienestar (y no tanto los fines) demostraron enseguida ser progresos intelectuales imprescindibles. Las necesidades básicas fueron definidas entonces por la OIT como las que aseguraban un nivel de vida mínimo que toda sociedad debería establecer para los grupos más pobres de sus habitantes. En 1975, la Conferencia Mundial sobre el Empleo de la OIT, sobre la base de trabajos anteriores de las Fundaciones Dag Hammarskjold (Suecia) o Bariloche (Argentina), definió cuatro categorías de necesidades básicas: — El consumo alimentario, la vivienda y el vestido para tener un nivel de vida mínimamente digno. — El acceso a servicios públicos de educación, sanidad, transporte, agua potable y alcantarillado. — La posibilidad de tener un empleo adecuadamente remunerado.

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Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) — El derecho a participar en las decisiones que afectan a la forma de vida de la gente y a vivir en un medio ambiente sano, humano y satisfactorio. La Conferencia de la OIT de 1975 aprobó un programa de acción que se centraba en los dos primeros tipos de necesidades básicas. Inspirado, entre otros por L. Emmerij, quien luego sería presidente del Centro de Desarrollo de la OCDE, el documento de la Conferencia (OIT, 1976) proponía satisfacer las necesidades básicas antes de finales de siglo con medidas como: la redistribución de la inversión y de la propiedad o del uso de la tierra, y la organización de los trabajadores rurales en sindicatos u otras formas de defensa colectiva. La OIT señalaba que contrariamente a muchas esperanzas, la experiencia de los dos últimos decenios ha demostrado que el crecimiento rápido de la producción agregada no reduce, por sí solo, la pobreza y la desigualdad [...], [que] no es aceptable desde un punto de vista humano ni responsable desde el punto de vista político esperar varias generaciones para que los beneficios del crecimiento se filtren hasta alcanzar a los grupos más pobres [...], y [que] es necesario que cada país adopte un enfoque de necesidades básicas dirigido a alcanzar un nivel mínimo de vida antes de finales del siglo [...]. Tales medidas no implican un menor crecimiento de la producción. Ponen más énfasis en pautas de crecimiento que conduzcan a una distribución más equitativa de las ganancias del crecimiento y que podrían perfectamente dar como resultado también tasas más altas de crecimiento. En muchos casos, la estrategia de las necesidades básicas, sobre la que escribieron, a finales de los años setenta, autores como P. Streeten, A. Sen, H. Singer o R. Jolly (quienes luego formarían el núcleo intelectual de los informes sobre

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... desarrollo humano del PNUD), se planteó como un progreso intelectual respecto de las aportaciones de los pioneros del desarrollo. Éstos eran criticados (injustamente, como se señaló en el capítulo 10) por defender que el crecimiento acababa por filtrarse (trickle down) necesariamente a los sectores sociales más desfavorecidos. En lo que sí tenían razón los partidarios del nuevo enfoque era en que resultaba necesario promover más el desarrollo rural y confiar menos en la planificación del desarrollo, en aras de una administración descentralizada. La estrategia de las necesidades básicas tuvo además la gran virtud de atraer la atención de los economistas hacia los variados aspectos del desarrollo: su dimensión social, en términos generales, y fenómenos como la participación, la discriminación y el agotamiento de los recursos naturales.

12.3. Valoración crítica Si bien resultaba evidente que la insistencia en el desempleo, la desigualdad y la pobreza, así como el enfoque general de las necesidades básicas, permitieron a los especialistas del desarrollo abordar cuestiones tradicionalmente desatendidas, lo cierto es que el período del giro social adolecía de diversos inconvenientes. En primer lugar, los más que loables objetivos propuestos resultaban en ocasiones poco realistas y escasamente operativos. La abundante literatura al respecto que se publicó entonces apenas abordó los límites políticos (las resistencias de los grupos de poder, incluidos los dominantes en el aparato estatal) y económicos (los costes para el presupuesto gubernamental) de tan ambiciosas medidas. En segundo término, no resultaba claro cómo afectaría la adopción de una estrategia de las necesidades básicas al crecimiento y al cambio estructural. De hecho, algunos de sus

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Capítulo 12: El giro social hacia las necesidades básicas (1969-1978) defensores insistían en que había que dar prioridad a los aspectos sociales del desarrollo respecto del objetivo de incrementar la renta per cápita, mientras que otros no veían ninguna contradicción entre desarrollo social y crecimiento económico. Los más optimistas planteaban incluso que la redistribución de la renta y la riqueza permitiría en la práctica un crecimiento más rápido, con el sensato argumento de que haría posible formar un mercado interior integrado. Algunos críticos señalaron atinadamente que insistir en el fomento de los sectores intensivos en mano de obra (para crear empleo o combatir la pobreza) podría perpetuar sencillamente la sobreespecialización de los países subdesarrollados en tales sectores, inhibiendo la tan necesaria transformación estructural en dirección de actividades más intensivas en capital y conocimiento. Por último, algunos gobiernos y especialistas del Tercer Mundo vieron en la estrategia de las necesidades básicas un intento de los países ricos por desviar la atención del objetivo principal: la creación de un nuevo orden económico internacional (NOEI), esto es, la necesaria modificación de las relaciones internacionales de manera que sus efectos nocivos sobre el Tercer Mundo disminuyeran o desaparecieran. La aparente dicotomía necesidades básicas versus NOEI (consigna ésta que aprobó la Asamblea General de la ONU en 1974) era difícil de solventar. En efecto, como ha señalado un intelectual procedente del Sur, si bien el enfoque de las necesidades básicas podía ser empleado, en algunos casos, como una pantalla de humo, el [del] nuevo orden económico internacional no considera siquiera las condiciones internas de los países y, como tal, no puede plantearse de ningún modo como una estrategia de desarrollo. De ahí su atractivo para los grupos gobernantes en el Tercer Mundo (Samater, 1984: 5).

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La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) En los años ochenta, resurgió con vigor el pensamiento neoclásico entre los economistas del desarrollo. La contrarevolución neoclásica, encabezada por autores como B. Balassa, J. N. Bhagwati, A. O. Krueger, D. Lal o I. M. D. Little, criticó con virulencia la intervención gubernamental y las estrategias de industrialización por sustitución de importaciones y defendió apasionadamente la liberalización interna (reducción del peso del Estado) y externa (apertura comercial y financiera) de los países del Tercer Mundo. Ese resurgimiento del neoclasicismo en los estudios del desarrollo fue, en palabras de Myint (1987: 107), "la novedad más destacada en la disciplina desde los años sesenta". Si bien tal afirmación refleja un desprecio claramente injusto por las aportaciones no sólo de la Economía heterodoxa (enfoque de la dependencia y sus prolongaciones, análisis marxista, etc.) sino de la misma Economía convencional (el enfoque de las necesidades básicas), lo cierto es que la con-

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) que habían sido depuestos por el enfoque de las necesidades básicas, más interesado en cuestiones sociales y de distribución.

trarrevolución neoclásica (CRN) fue una verdadera marea, sobre todo a principios de los años ochenta. Durante todo ese decenio, la hegemonía intelectual en los estudios del desarrollo correspondió, de manera casi abrumadora, a los autores neoclásicos. El descrédito del análisis keynesiano, la crisis del estructuralismo latinoamericano y la decadencia de la Economía radical del desarrollo explican la escasa y tardía capacidad de respuesta de esas escuelas ante la ofensiva neoclásica. Además, la CRN influyó claramente en las ideas y los programas de los principales organismos internacionales, con el llamado Consenso de Washington (véase apéndice). Tal planteamiento puede observarse en los informes anuales del Banco Mundial y su incidencia se reflejó enseguida en los programas de ajuste estructural de esa institución. Por añadidura, los movimientos hacia el mercado de muchos países de América Latina, Asia y África (e incluso de Europa central y oriental) durante los años ochenta y primeros noventa se inspiraron en esa ortodoxia dominante. Tal enfoque, abiertamente liberal, supuso una ruptura sin paliativos con la evolución anterior de la Economía del desarrollo, por lo que cabe definirlo como una auténtica contrarrevolución. Desde un punto de vista metodológico, defendió que el estudio de los países del Tercer Mundo exige únicamente la aplicación del análisis convencional (neoclásico) a los países en desarrollo, en vez de un tipo particular de análisis económico, como decían los estructuralistas. Sobre la base de trabajos publicados en los años sesenta (particularmente del muy influyente libro de T. W. Schultz Transforming traditional agriculture), la CRN revitalizó la monoeconomía, con los argumentos de que los agentes de los países del Tercer Mundo muestran un comportamiento económico racional similar al observado en los países ricos y de que la teoría neoclásica puede y debe aplicarse al análisis de las políticas de desarrollo. Además, repuso al crecimiento y al ajuste en el pedestal del

Tal y como han reconocido algunos de los principales exponentes de la CRN (Little, 1982; Bhagwati, 1984; Srinivasan,

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El contenido teórico de la contrarrevolución neoclásica consistió fundamentalmente en los dos aspectos siguientes: — La insistencia en la eficacia del mercado como mecanismo de asignación de los recursos, junto con la crítica consiguiente a las distorsiones (los costes netos de bienestar) provocadas por la intervención del Estado en la actividad económica. Por lo general, se reconocía que podían existir algunas disfunciones del mercado (market failures) pero cuyos efectos eran en cualquier caso considerablemente menores que los inconvenientes de la intervención estatal (govemment failures): en suma, según esa tesis los mercados imperfectos son mejores que los Estados imperfectos. — El hincapié en las ventajas que ofrece una participación plena en el comercio mundial, mediante un régimen comercial liberal y un sistema de incentivos neutral (esto es, no discriminante entre la actividad de exportación y la dirigida al mercado interno). Tal afirmación era el resultado natural de las fuertes críticas vertidas a las políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), por cuanto suponían restricción a las importaciones y un sesgo contrario a las exportaciones.

13.1. Antecedentes y causas de la contrarrevolución neoclásica

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... 1985, o Myint, 1987), los antecedentes del resurgimiento neoclásico han de buscarse en dos importantes grupos de estudios publicados en los años sesenta y setenta: el análisis crítico de las políticas de comercio exterior de los países del Tercer Mundo y la denuncia de las contraproducentes prácticas de intervención estatal en sus economías. Además de las aportaciones de los críticos neoclásicos al enfoque de los pioneros en los años cincuenta (Bauer, Haberler, Myint o Viner), numerosos trabajos neoclásicos sobre los regímenes de comercio exterior de los países del Tercer Mundo vieron la luz en los años sesenta y setenta. Los estudios de Balassa o Little desarrollaron el concepto de protección efectiva, esto es, de la protección dispensada únicamente al valor añadido. Concluyeron que los países con mayor protección efectiva tendían a crecer menos que los que registraban menos protección. La explicación teórica era, claro está, que la protección del mercado interior en el marco de las estrategias de la ISI suponía un fuerte sesgo en contra de las exportaciones. Además, plantearon una crítica abierta a la protección de las industrias nacientes, que sólo era admisible, a su juicio, si había distorsiones en el mercado internacional, como una situación de monopolio o monopsonio (argumento del arancel óptimo). Algunos autores, como Krueger, calcularon el coste en recursos internos (domestic resource cost, DRC) de algunos proyectos de ISI, con objeto de poner de manifiesto que su tasa de rendimiento podía ser, en ocasiones, muy baja e incluso negativa. Otros, como Corden, combinaron el tradicional teorema Heckscher-Ohlin-Samuelson (que desarrolló, como es sabido, la tesis ricardiana de la ventaja comparativa) con las teorías neoclásicas del crecimiento, para concluir que la liberalización comercial y la consiguiente especialización aumentarían las tasas de crecimiento económico. 160

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) Los análisis sobre las actividades directamente improductivas (directly unproductive profit-seeking activities, DUP), basados en la teoría de la captación de rentas (rent-seeking), sugirieron que los controles comerciales generaban beneficios particularizados, por lo que provocaban corrupción y comportamientos encaminados a sacar provecho de tales rendimientos, en detrimento de las actividades productivas. Finalmente, autores como Bhagwati o Johnson señalaron que la justificación de las restricciones comerciales por la existencia de distorsiones pasaba por alto la distinción entre distorsiones internas (que había que combatir con medidas de política interior) y externas (que, en algunos casos, como el señalado anteriormente con respecto a la teoría del arancel óptimo, podían hacer admisible la protección, aunque limitada y temporal). Todos esos estudios perseguían demostrar teórica y empíricamente la necesidad de que los países del Tercer Mundo iniciasen una liberalización comercial con miras a promover una especialización acorde con la ventaja comparativa (que podía muy bien ser dinámica, como sugirió, entre otros, Balassa). Las estructuras de protección generaban, según ese enfoque, distorsiones que impedían una asignación óptima de los recursos. La liberalización parcial, si la total era políticamente imposible, era un second best al que convenía dar entrada. En efecto, las ventajas de la apertura eran numerosas: Esa estrategia permite a una economía alcanzar una senda de crecimiento equilibrado, en la que las pautas de producción, inversión y creación de capacidad se ajustan a la ventaja comparativa estática y dinámica, minimizando así el coste en recursos (en términos de valor actual) de satisfacer las demandas finales (demanda interna más demanda neta de exportaciones). No puede subestimarse la contribución de las importaciones (actuales y potenciales) en aumentar la

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... competencia en los mercados internos, actuando por tanto de estímulo para mejorar la calidad de los productos, la eficiencia de la producción de bienes sustitutivos de importaciones, etc. De igual modo, la necesidad de mantener la competitividad en los mercados de exportación genera incentivos similares para los fabricantes de bienes de exportación. Además, el intercambio de bienes (especialmente de capital e intermedios) puede transmitir entre países el cambio y las mejoras técnicas. En el mundo real, en el que hay perturbaciones aleatorias sobre la oferta (por ejemplo debidas al clima) y la demanda, la participación en el sistema mundial de comercio permite a una economía ajustarse mejor a tales perturbaciones (Srinivasan, 1985: 53). El segundo conjunto de estudios fue el del análisis crítico de algunas políticas macroeconómicas en los países del Tercer Mundo (por ejemplo, la denuncia, que hicieron McKinnon y Shaw de la represión financiera, esto es, de la presencia de tipos de interés reales negativos para sectores prioritarios, lo que en la práctica reprimía a las demás actividades). En términos más generales, la discusión sobre las distorsiones o imperfecciones de una economía distinguió dos posiciones: la de los partidarios del laissez-faire (Bauer, Little, Lal, etc.), para quienes no sólo había que eliminar las distorsiones exógenas (las provocadas por la intervención pública) sino que era también necesario no interferir en las distorsiones endógenas (las propias del mercado), ya que la corrección era contraproducente; y la de los economistas del bienestar (Corden, Balassa, Krueger, etc.), que admitían la necesidad de contrarrestar algunas distorsiones endógenas mediante la intervención gubernamental. A tal discusión se añadió el importante desarrollo de la llamada economía política neoclásica. La teoría de la elección colectiva de M. Olson, la escuela del public choice de J. M. Buchanan o el análisis de los derechos de propiedad de D. C. North compartían la idea de que 162

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) el Estado parece estar presionado por lobbies y grupos de interés que están más interesados en la redistribución que en el crecimiento. Las intervenciones del Estado dirigidas, en el mejor de los casos, a mejorar la eficiencia en la asignación de los recursos y a canalizar ésta hacia direcciones socialmente deseables y que crean, en el peor de los casos, pequeñas pérdidas inevitables a causa de las distorsiones, acaban, en la práctica, desviando recursos de forma importante desde la producción a la "captación de rentas" (Srinivasan, 1985: 45). En suma, la extensa literatura de los años sesenta y setenta sobre las ventajas de la apertura comercial y los inconvenientes de la intervención estatal fue un claro precedente de la CRN, como han reconocido explícitamente sus defensores. En otros, orden de cosas, las razones que explican que la CRN se iniciase masivamente a finales de los años setenta son, sin duda, numerosas y complejas. No obstante, es posible enumerar las principales: — El fuerte cambio de la correlación de fuerzas a nivel mundial: la influencia del Tercer Mundo en la economía internacional, que alcanzó su cenit durante las crisis del petróleo de los años setenta, se desvaneció en el decenio siguiente al cambiar las circunstancias externas. Cayeron las cotizaciones de las materias primas, incluidas las energéticas, lo que, junto a los ajustes efectuados en las economías desarrolladas, hizo que los países del Norte empezasen a mostrarse menos dispuestos a transigir con las reivindicaciones del Sur. — El creciente descrédito del análisis keynesiano en los países desarrollados, por su manifiesta incapacidad para hacer frente a una crisis de oferta, como fue la de los años setenta, junto con las crecientes dificultades, que finalmente acabarían en clamoroso derrumbe, de las economías de planificación central. 163

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... — La llegada de partidos conservadores al poder en el Reino Unido (Thatcher), Estados Unidos (Reagan) y Alemania (Kohl), lo que imprimió un giro a los planteamientos de los principales organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. — La crisis de la deuda externa, cuya máxima expresión fue la moratoria temporal en los pagos externos de México en 1982, obligó a los países del Tercer Mundo a recurrir al FMI y al Banco Mundial más que en el pasado, por lo que esos organismos ganaron influencia. — El fracaso manifiesto de las estrategias estatalistas de desarrollo en el Tercer Mundo, especialmente patente en países como la India, Argelia o Irak e incluso durante algunos períodos populistas y socializantes en América Latina (Chile en 1970-1973 o Perú en 19681975), por no hablar del rechazo que inspiró la Camboya de Pol Pot (1975-1978). Simultáneamente, los movimientos hacia el mercado de China, por las reformas introducidas desde finales de los años setenta por Deng Xiaoping, así como, en menor medida, en el otro gigante del Tercer Mundo, la India, empezaban a arrojar buenos resultados económicos. — La reacción teórica que se produjo contra el optimismo de la Economía del desarrollo convencional, por la persistencia de países muy pobres (los países menos adelantados), y contra el catastrofismo del enfoque de la dependencia, por el éxito de los nuevos países industriales (especialmente los asiáticos), que habían conseguido aunar crecimiento sostenido, transformación estructural y mejoras en el bienestar sin ruptura (desconexión) con el mercado mundial y sin cambio de sistema económico. Esa creciente heterogeneidad del Tercer Mundo desmintió la visión del Sur como una 164

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) entidad uniforme, planteamiento defendido por los economistas del desarrollo tanto keynesianos como críticos (marxistas y/o dependentistas). — La interpretación sesgada y arbitraria del éxito de los "dragones" asiáticos (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur), que los economistas neoclásicos atribuyeron inicialmente a una notable liberalización comercial y a la presencia de un Estado mínimo.

13.2. Las propuestas de liberalización interna y externa Las prescripciones de la CRN fueron fundamentalmente las dos siguientes: — Liberalización interna, esto es, reducción del intervencionismo estatal, considerado ineficaz, costoso y contraproducente, con objeto de disminuir (o incluso eliminar) las distorsiones exógenas de los precios de bienes y factores. — Liberalización externa, esto es, reducción del grado de protección del mercado interior, para que la apertura a la economía mundial suponga un incentivo de eficiencia y competitividad y para cancelar el sesgo contrario a las exportaciones inherente a la protección. La intervención del Estado, especialmente cuando se produce mediante controles administrativos o, más en general, planificación del desarrollo, tiene, a juicio de los partidarios de la CRN, múltiples inconvenientes (Srinivasan, 1985; Krueger, 1990): — Desviación de los precios respecto de sus niveles de mercado o de equilibrio, que es el que refleja las esca165

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... seces relativas de bienes y factores. Tal distorsión genera una asignación ineficaz de los recursos, ya que los agentes -productores y consumidores- reciben señales artificialmente falseadas. — Derroche de recursos en el costoso sector público empresarial (oficinas de comercialización y distribución, empresas mineras y manufactureras, monopolios de comercio exterior, sector bancario y de seguros, etc.) y en los ambiciosos programas de inversión pública. — Exceso de control del sector privado, y, por tanto, alto coste social de tal situación. — Déficit presupuestarios elevados, que, en palabras de Krueger, 1990: 10), "alimentados por los déficit del sector público empresarial, los programas excesivos de inversión y otros gastos gubernamentales, conducen a altas tasas de inflación, que tienen efectos inmediatos sobre la asignación de los recursos, el comportamiento del ahorro y la asignación de la inversión privada". — Políticas macroeconómicas contraproducentes, como, por ejemplo, el mantenimiento de tipos de cambio nominales fijos en un contexto de elevada inflación o de tipos reales de interés negativos para supervisar la asignación del crédito en la economía. — Incapacidad para mantener la calidad de las infraestructuras de transporte y de comunicaciones. — Corrupción generalizada entre los funcionarios estatales. — Fracaso de las políticas de lucha contra la pobreza, que únicamente han beneficiado a los grupos sociales más favorecidos. Ante tales inconvenientes, la recomendación obvia de la CRN es la de hacer más y mejor uso del mecanismo de los

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Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) precios (to get prices right), esto es, dejar que éste opere en el marco de mercados competitivos. La reducción o eliminación de las imperfecciones del Estado (government failures), junto con la mejora inmediata en la eficacia en la asignación estática de los recursos, permitirían, según ese enfoque, situar a la economía en una senda de crecimiento óptimo. Introducir más competencia en el funcionamiento interno de una economía equivale a eliminar las distorsiones exógenas (inducidas por la política económica) de los precios. La mayor parte de los economistas neoclásicos acepta, sin embargo, que existen distorsiones endógenas u originarias, esto es, imperfecciones del propio mercado que hacen que los precios no reflejen su valor de equilibrio y que son independientes de la acción estatal. En tal caso, podría estar justificada la intervención del Estado, pero sólo si se limita a corregir tales imperfecciones. El problema estriba en que tal intervención suele, por lo general, crear distorsiones imprevistas e indeseadas en otra parte de la economía, que suelen compensar con creces los efectos positivos de la anulación de las distorsiones endógenas. Por tal razón, la CRN plantea que el dilema estriba en elegir entre soluciones imperfectas (Estado o mercado) y que la menos imperfecta de las dos es la del mercado. En caso de que sea necesario algún tipo de intervención, los economistas neoclásicos acostumbran proponer que el Estado intervenga usando técnicas del análisis social coste-beneficio, es decir, estimando preciossombra (precios teóricos de mercado) para aquellos bienes o factores que registren en sus precios distorsiones endógenas. En suma, la intervención del Estado es, además de costosa, contraproducente. Es cierto, afirma la CRN, que el mercado tiene imperfecciones (market failures), pero éstas son, por lo general, menores que las introducidas por el Estado (government failures). 167

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... En lo que atañe a la liberalización externa, el objetivo es reducir el grado de protección del mercado interior con objeto de hacer que la economía sea más competitiva y pueda crecer con una estrategia de orientación exportadora. La importancia de fomentar las exportaciones fue ilustrada, por parte de la CRN, con varios estudios empíricos dirigidos a poner de manifiesto la correlación directa y positiva tanto entre crecimiento de las exportaciones y el aumento rápido del PIB como entre la sustitución de importaciones y el crecimiento lento. Tal propuesta liberalizadora se fundamenta principalmente en las dos consideraciones siguientes. En primer lugar, la protección del mercado interior genera un sesgo antiexportador, ya que supone precios internos superiores a los internacionales tanto en los bienes finales como en los productos intermedios y bienes de capital. Las empresas prefieren producir para el mercado interior, más rentable, que exportar. Los productores de bienes para la exportación deben importar sus inputs intermedios y de capital a precios más altos que los del mercado internacional, con lo que pierden competitividad. En otros términos, protección y competitividad son términos antitéticos. En segundo lugar, reducir la protección debe encaminarse a generar un régimen neutral de incentivos, esto es, un sistema que no discrimine (que ofrezca los mismos incentivos) a los exportadores y a los productores de bienes para el mercado interior. La estrategia de ISI presenta, según este enfoque, un claro sesgo antiexportador, mientras que la ausencia de sesgos permite fomentar las exportaciones. Reducir la protección del mercado interior con objeto de crear un régimen neutral de comercio exterior es, por tanto, la propuesta de liberalización externa de la CRN. Eliminar las barreras no arancelarias (cuotas, contingentes, etc.) y reducir al mínimo los aranceles debe llevar a una situación en la 168

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) que el tipo de cambio efectivo para las importaciones (TCEI) iguale al tipo de cambio efectivo para las exportaciones (TCEE), en lugar de ser superior, como ocurre en las estrategias de ISI.

13.3. Valoración crítica La CRN hizo sin duda aportaciones de enorme alcance en la Economía del desarrollo. Por ejemplo, un economista keynesiano como Singer ha reconocido que los críticos neoliberales de las políticas de desarrollo anteriores subrayaron, entre otros aspectos, que un régimen de tipos de cambio sobrevalorados contiene peligros de asignación ineficiente, captación de rentas, fuga de capitales, etc.; que los precios y los mercados deben desempeñar una función en la asignación eficiente de los recursos y son a menudo instrumentos mejores que la regulación o los controles administrativos; que la expansión excesiva del sector público puede perfectamente suprimir fuentes latentes de capacidad empresarial en el sector privado que podrían liberarse con menos regulación; que el aparato planificador puede con facilidad centralizarse en exceso a expensas de la iniciativa local y de la participación popular; que la liberalización comercial puede beneficiar a los propios países en desarrollo; que unos incentivos apropiados de precios a los agricultores pueden ser útiles para estimular la producción interna de alimentos cuando se combinan con medidas de carácter más estructural que son también necesarias; que una industrialización a expensas de la agricultura puede conducir a un callejón sin salida y que debería reemplazarse por un tipo de desarrollo en el que desarrollo agrícola e industrialización se sostengan entre sí; que las políticas económicas no deberían presentar un sesgo excesivo en favor de la población urbana; que los subsidios y otras medidas para favorecer a los grupos 169

Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... de renta más baja a menudo no llegan hasta la población más pobre y a veces benefician en su lugar a los más acomodados; que los servicios públicos, en igual medida que el sector privado, deberían gestionarse con principios de eficiencia y de bajo coste, etc. (Singer, 1992: 95). Tales aportaciones de la C R N han de ser contempladas con seriedad, si bien, como señala el mismo Singer, ese progreso intelectual ya había surgido, a finales de los años setenta, de la experiencia misma de los países del Tercer M u n d o y no era en absoluto necesaria una contrarrevolución neoliberal para descubrir tales inconvenientes. El defecto principal de la C R N fue que combinó aspectos positivos, como el insistir en las deficiencias de muchas estrategias anteriores de desarrollo, con una lista no menos larga de inconvenientes: — El énfasis en los p r o b l e m a s de la asignación de los recursos a corto plazo suponía pasar por alto los aspectos dinámicos inherentes al propio desarrollo. — El análisis de equilibrio parcial o general, en la tradición de Marshall o Walras, hacía imposible percibir el desarrollo como lo que es, una secuencia de desequilibrios. — La insistencia en las ventajas del comercio internacional no permitía poner de manifiesto los costes y los riesgos potenciales de la especialización acorde con la ventaja comparativa. — Plantear que el fomento de las exportaciones excluye necesariamente la protección y cualquier sesgo en el régimen de incentivos de comercio exterior es una generalización abusiva. — La confianza extrema en el sistema de precios en condiciones de libre m e r c a d o , c o m o m e c a n i s m o p a r a

Capítulo 13: La contrarrevolución neoclásica (1978-1990) transmitir información y guía para una asignación eficiente de los recursos, suponía pasar por alto, como señaló Kaldor, fenómenos como los siguientes: muchas empresas no son "precio-aceptantes" sino "precio-creadoras"; ciertos cambios del nivel de producción no se deben a modificaciones en los precios relativos en dirección de igualar costes e ingresos marginales (para maximizar los beneficios) sino a simples variaciones en las cantidades; las empresas no buscan siempre la maximización de beneficios; muchas compañías no conocen sus curvas de demanda, etc. (N. Kaldor, 1985). — Las implicaciones sociales de las recetas de la C R N son enormemente costosas. En opinión de Singer, los críticos neoliberales han hecho un flaco servicio al combinar tales perspicacias con un abandono de los objetivos del desarrollo en aras del ajuste; al ser indiferentes, de hecho e incluso en la retórica, a la incidencia social o a la cara humana de las políticas que propugnan; al fracasar en presionar de igual modo a los países con excedentes de balanza de pagos y a los países con déficit o a los países deficitarios de ingreso alto y a los países deficitarios más pobres; al aplicar doctrinas sobre la valía del libre mercado, desarrolladas en circunstancias peculiares, a otras circunstancias en las que las condiciones supuestas sencillamente no existen; al elevar a la categoría de objetivo principal la devolución de la deuda y permitir que tal fin desplace de hecho los viejos objetivos de consenso sobre crecimiento, empleo, redistribución y necesidades básicas (Singer, 1992: 96). No es éste lugar p a r a poner de manifiesto los inconvenientes de los programas de ajuste estructural que el Banco M u n d i a l inició en 1979 p o r influencia directa de la C R N (Arrizabalo, comp., 1997). Baste señalar que tales préstamos

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Parte III. La Economía del desarrollo desde 1945... se han condicionado a la existencia de un crédito stand-by del Fondo Monetario Internacional, a su vez suministrado únicamente a condición de que el país en cuestión adopte estrictas medidas de estabilización, así como a la introducción de políticas de oferta, especialmente para fomentar las exportaciones. En suma, deflación (políticas fiscal y monetarias restrictivas), desregulación (disminución del peso del Estado, en gran parte mediante la privatización de activos públicos) y, en ocasiones, también devaluación (para incentivar las exportaciones y la sustitución de importaciones) han sido los ingredientes del anteriormente mencionado Consenso de Washington para los países del Tercer Mundo. Tales medidas han tenido un dudoso efecto económico: los años ochenta fueron, como es sabido, el decenio perdido para América Latina y África, donde la renta per cápita se redujo en términos reales. Además, su impacto social ha sido considerable en aspectos tan importantes como la pobreza, la desigualdad y el empleo.

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14 El enfoque favorable al mercado (desde 1990)

A principios de los años noventa se produjo un nuevo giro -aunque mucho menos radical que el anterior- en los estudios ortodoxos sobre el desarrollo. Ese cambio fue el resultado de un cada vez mayor escepticismo sobre la bondad de las recetas propugnadas por la contrarrevolución neoclásica. Dos causas de esa reevaluación crítica y de la aparición de una nueva ortodoxia merecen ser destacadas. En primer lugar, las políticas ortodoxas aplicadas en muchos países del Tercer Mundo en los años ochenta arrojaron resultados mediocres, cuando no claramente negativos. El crecimiento de la renta per cápita real no sólo se redujo en 1980-1990, respecto de 1970-1980, para el conjunto del Tercer Mundo, sino que incluso cambió de signo, haciéndose negativo, en Oriente Medio y Norte de África, África subsahariana y América Latina y el Caribe. Esas fueron precisamente las regiones en las que se aplicaron más nítidamente las recetas ortodoxas de deflación y desregulación. Por el

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Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... contrario, Asia oriental y Asia meridional, que recurrieron m u c h o m e n o s a ese tipo de m e d i d a s , vieron a u m e n t a r el incremento de sus ingresos por habitante. En segundo término, las fuertes críticas dirigidas al enfoque neoclásico radical, que el Banco Mundial había avalado fervientemente en algunos de sus informes anuales, como los de 1 9 8 1 , 1983 y 1987, hicieron que éste empezase a reconsiderar las razones del éxito de los "dragones" asiáticos (Corea del Sur y Taiwán, principalmente) y a aceptar, aunque a regañadientes, la idea de que la intervención del Estado podía ser un factor de desarrollo.

14.1. El informe sobre el desarrollo mundial de 1991 La r e e v a l u a c i ó n de la a c t i t u d r a d i c a l m e n t e liberal de mediados de los años ochenta desembocó en la defensa de un enfoque favorable al mercado o que armonizase con éste (market-friendly approach). En esa nueva c o n c e p c i ó n se admite explícitamente la intervención del Estado, pero siempre que se encamine a sustentar o apoyar, y no a sustituir o suplantar, al mercado. Tal enfoque descansa sobre las ideas siguientes: — El Estado debe permitir al mercado funcionar cuando este último esté en condiciones de hacerlo: por lo general, debe abstenerse, en la medida de lo posible, de llevar a cabo actividades de producción y de distribución directas, así como de proteger, salvo cuando esa protección arroje altos beneficios secundarios, el mercado interno. — Sólo cuando el mercado esté insuficientemente desarrollado, o si su libre funcionamiento resulta inadecuado o fracasa, es legítima la intervención estatal, en

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Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990) el primer caso, para potenciarlo y, en el segundo, para desempeñar una función central en, por ejemplo, la inversión en educación, salud o infraestructuras. — La intervención del Estado debe hacerse con acierto y cautela, esto es, debe armonizar con el mercado (Estado y m e r c a d o deben actuar de consuno), p a r a evitar al m á x i m o las distorsiones de precios, y estar sujeta a una eliminación rápida si tiene efectos no deseados. En su Informe sobre el desarrollo mundial 1991, el Banco Mundial señaló que la teoría económica y la experiencia práctica indican que la intervención [estatal] probablemente sea positiva si armoniza con el mercado. Esto significa: — Estar poco dispuesto a intervenir. Dejar que los mercados funcionen por sí solos a menos que se demuestre la conveniencia de tomar parte en el asunto. En principio, ciertas medidas relativas a los bienes públicos pasan esta prueba con facilidad porque el sector privado no suele adoptarlas y llevarlas a cabo: los gastos destinados a educación básica, estructura, beneficencia, control de la natalidad y protección del medio ambiente. Otras medidas no suelen superar la prueba. Por ejemplo, generalmente es un error que el Estado lleve a cabo actividades de producción, o que proteja la producción nacional de un artículo que pueda importarse más barato y cuya producción en el país ofrezca pocos beneficios secundarios. — Aplicar contrapesos y salvaguardas. Someter continuamente la intervención a la disciplina del mercado internacional y del mercado interno [...]. — Intervenir sin disimulos. Hacer que la intervención sea sencilla y transparente y esté sometida a normas y no a la facultad discrecional de las autoridades. Por ejemplo,

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Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... preferir los aranceles a los controles cuantitativos (Banco Mundial, 1991:5-6).

Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990)

En primer término, el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica debe consistir en conseguir un déficit público

sostenible. Su aumento desmesurado puede presionar al alza la inflación, reducir las oportunidades de inversión del sector privado (crowding out) y afectar negativamente al ahorro y a la inversión. Además, el gobierno debe fijarse la meta de alcanzar un tipo de cambio realista, puesto que una moneda sobrevalorada perjudica a las exportaciones y suele verse acompañada de rígidos controles de cambios y de un racionamiento discrecional de las divisas. En segundo lugar, asegurar un entorno competitivo para las empresas estriba, en opinión del Banco Mundial, en establecer de entrada un marco jurídico y normativo apropiado, es decir, en definir y proteger los derechos de propiedad y en crear sistemas jurídicos, judiciales y normativos eficaces. Además, puesto que los rigores de la competencia interna y externa son un estímulo a la innovación, la difusión de tecnología y el aprovechamiento eficiente de los recursos, el Estado debe también mejorar la calidad del entorno económico, reduciendo al máximo la distorsión de precios y fomentando la apertura a las importaciones y a las inversiones foráneas, mediante la eliminación de las barreras no arancelarias, la reducción de los aranceles y la supresión de los controles a las empresas extranjeras. En tercer lugar, el Estado debe efectuar inversiones en capital humano (educación, salud, alimentación, planificación familiar, apoyo a los pobres, etc.), infraestructuras (carreteras, suministro de agua y electricidad, telecomunicaciones, etc.) y protección del medio ambiente. El Gobierno debe asegurarse de que aumenta la calidad o eficacia de esas inversiones, teniendo muy presentes las prioridades (enseñanza y atención sanitaria de tipo primario en vez de educación universitaria o gastos militares). En cuarto lugar, el Estado debe fomentar el desarrollo institucional, mejorando la eficacia de la administración pública y promoviendo las libertades políticas y civiles.

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Se trató de una reinterpretación cautelosa del papel del Estado, como puede verse, pero de una reconsideración al fin y al cabo. Como se indicó en el capítulo anterior, la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta sólo aceptaba una intervención del Estado para crear un marco macroeconómico estable y un sistema legal moderno, así como para eliminar las distorsiones en el sistema de precios. En particular, el nuevo enfoque de "estrategia favorable al mercado" admite la necesidad de políticas deliberadas para a) mantener la estabilidad macroeconómica, b) crear un entorno competitivo para las empresas, c) efectuar inversiones en capital físico (infraestructuras) y humano (educación y sanidad) y d) potenciar el desarrollo institucional. En palabras del informe de 1991 del Banco Mundial, los gobiernos tienen que hacer menos en los aspectos en los que los mercados funcionan, o se pueda hacer que funcionen relativamente bien. En muchos países, sería útil privatizar muchas de las empresas de propiedad estatal. Los gobiernos tienen que dejar que se desarrolle sin trabas la competencia interna e internacional. Al mismo tiempo, los gobiernos tienen que hacer más en las esferas en las que no se puede depender de que actúen los mercados por sí solos. Sobre todo, ello significa invertir en educación, salud pública, nutrición, planificación de la familia y beneficencia; organizar una infraestructura social, material administrativa, normativa y jurídica de mayor calidad; movilizar los recursos para financiar los gastos públicos; y crear el fundamento macroeconómico estable sin el cual no se puede hacer mucho (Banco Mundial, 1991: 10).

Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... En suma, tal y como concluye la introducción del Informe de 1991, aunque nuestro conocimiento del desarrollo es todavía incompleto, en los 40 últimos años se ha aprendido lo suficiente para saber el camino que se debe seguir. Una estrategia en virtud de la cual el Estado preste apoyo a un mercado en régimen de libre competencia en vez de suplantarlo es la que ofrece mejores esperanzas para hacer frente al reto del desarrollo (Banco Mundial, 1991: 13).

14.2. El informe sobre el milagro de Asia oriental (1993) En 1993 vio la luz un importante trabajo del Banco Mundial sobre El milagro de Asia oriental, en el que se pasa revista a los resultados de las economías asiáticas de alto rendimiento, es decir, Japón, los cuatro "dragones", Malasia, Tailandia e Indonesia, con la ayuda del marco interpretativo desarrollado en el Informe de 1991. Fue Japón, el segundo mayor accionista del Banco, quien propició e incluso financió esa investigación, por entender que las prescripciones tradicionales del Banco eran demasiado simplistas (al poner un énfasis excesivo en aspectos como la desregulación y la privatización), que la experiencia japonesa merecía ser tratada con detalle (ya que muchos economistas nipones consideran que ha servido como modelo para el resto de Asia oriental) y que podían estar justificadas en los países del Tercer Mundo tanto la protección selectiva como la política industrial estratégica. En ese estudio el Banco Mundial reconoce por primera vez que en la mayor parte de esas economías, de una u otra forma, el gobierno intervino -de forma sistemática y a través de

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Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990) varias vías- para fomentar el desarrollo y, en algunos casos, para potenciar el crecimiento de industrias específicas [...]; esas intervenciones no inhibieron de manera significativa el crecimiento [...] y las intervenciones del gobierno desembocaron en un crecimiento más elevado y más igualitario que el que se habría registrado de otro modo (Banco Mundial, 1993: 5-6). Además, se propone una interpretación del éxito de esos países basada en el enfoque favorable al mercado propuesto por el Informe de 1991. Se afirma que esa explicación constituye una adecuada tercera vía entre la visión neoclásica convencional (ausencia de intervención estatal) y la que se denomina "visión revisionista" (para la que el Estado habría intervenido para distorsionar de manera sistemática los incentivos con objeto de acelerar el crecimiento industrial y el catching up tecnológico). Se habría producido, por tanto, una especie de convergencia entre posiciones previamente enfrentadas. Por una parte, el Banco Mundial se ha distanciado de sus posiciones ultraliberales de antaño y empieza a reconocer la importancia de la intervención del Estado, especialmente en el éxito de los países de Asia oriental. Por otro lado, desde mediados de los años ochenta se desarrolló una crítica moderada al planteamiento neoclásico sobre los "dragones": en esos países habría habido intervención del Estado, pero se habría tratado de una planificación sustentadora del mercado (market-sustaining planning), de una actividad encaminada a gobernarlo, resultante en una sinergia pragmática entre Estado y mercado (governing the market) o de un intervencionismo promotor del mercado (market-promoting intervention). En suma, el nuevo consenso habría surgido de la idea, que el Banco considera ampliamente compartida, en virtud de la cual el Estado intervino para que el mercado pudiese funcionar.

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Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... En otros términos, la intervención del Estado en los países de Asia oriental habría surgido de una firme voluntad de no negar, suprimir, sustituir o remplazar el mercado sino de complementarlo (en lo que no podía hacer) y gobernarlo (en lo que hacía mal). Además, esa intervención pública habría tenido muy en cuenta las señales del mercado, habría adoptado métodos favorables al mismo y habría desembocado en un marco que no reprimió las fuerzas del mercado sino que sencillamente las sustentó. El estudio del Banco Mundial sobre Asia oriental intenta aplicar el enfoque teórico de su Informe de 1991. Según ese trabajo, los países asiáticos habrían: — Mantenido la estabilidad macroeconómica, al limitar el tamaño de los déficit públicos a la capacidad de financiación, lo que habría permitido a la vez una inflación moderada y predecible, así como unas deudas internas y externas manejables. Los principales resultados habrían sido el fomento del ahorro, unos tipos reales de interés bajos y estables (y, por tanto, mayores inversión y capacidad de planificar a largo plazo) y la posibilidad de recurrir a la infravaloración de la moneda, lo que habría beneficiado a las exportaciones. — Creado un marco competitivo favorable a las empresas privadas, con una estructura legal y reglamentaria alentadora de la inversión privada y con una estrecha colaboración entre el Gobierno y las empresas. — Efectuado inversiones en capital humano y físico. Especialmente notable habría sido la preferencia por la enseñanza primaria y secundaria frente a la superior y, dentro de esta última, por las carreras universitarias técnicas. — Condicionado el apoyo a empresas y sectores al cumplimiento por su parte de unos objetivos claramente

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Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990) definidos y comprobables. Las razones de la eficacia de la política económica habrían residido en la presencia de una burocracia estatal aislada de las presiones políticas a corto plazo así como competente y honrada.

14.3. Valoración crítica El nuevo enfoque del Banco Mundial debe ser contemplado con precaución. Aunque es evidente que el Banco ya ha empezado a reconocer que la intervención del Estado tuvo algo que ver con el crecimiento de los "dragones" y que tal intervención puede ser recomendable para otros países del Tercer Mundo, es más que dudoso que el enfoque favorable al mercado se sitúe en un justo punto medio (equidistante) entre el planteamiento neoclásico y el revisionista. Hay razones para pensar que tal enfoque está más próximo al primero que al segundo y que, lejos de suponer un cambio de paradigma, no es más que un refinamiento, más o menos artificioso, de la ortodoxia neoclásica. Además, como se intentará poner de manifiesto a continuación, caben dudas razonables respecto de si ese nuevo planteamiento dispone de una adecuada corroboración empírica en el caso de los "dragones": algunos autores señalan que la versión "revisionista" puede estar mucho más cerca de la realidad que el nuevo enfoque favorable al mercado y, claro está, que la ortodoxia neoclásica tradicional. La tesis de que en los "dragones" el Estado intervino para que el mercado pudiese funcionar no suscita acuerdo entre todos los especialistas (véase una crítica en Fishlow et al., 1994, y en Gore, 1996). La experiencia histórica de Corea del Sur y Taiwán no se ajusta fácilmente a ese modelo teórico, como han sugerido convincentemente los trabajos de varios destacados especialistas (A. Amsden, A. Singh, etc.).

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Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... Como ha descrito brillantemente Amsden (1992), el inicio de la industrialización tardía del siglo XX (la de los nuevos países industriales), a diferencia de lo acontecido en la Inglaterra de la Revolución Industrial y en los late joiners del siglo XIX (Alemania, Rusia, Japón, etc.), se caracterizó por la ausencia de tecnologías pioneras. Es decir, los países que accedieron al rango de economías industriales en el siglo XX basaron su crecimiento, no en la invención y la innovación, sino en la importación de tecnología, esto es, en el aprendizaje. Por tal razón, a pesar de los bajos salarios y del manejo deliberado del tipo de cambio para abaratar las exportaciones, durante los años sesenta los nuevos países industriales no eran competitivos, incluso en los sectores intensivos en trabajo, con respecto a los desarrollados. Por ejemplo, la industria textil coreana no fue capaz de competir, en el decenio de los sesenta, con la japonesa, sencillamente porque la brecha salarial, aunque notable, era inferior a la de las productividades del trabajo. Como señala Amsden, tal situación recuerda la presión japonesa de los años veinte y treinta del siglo XX sobre las manufacturas textiles del Lancashire, que se debió, no a los bajos salarios, puesto que las jóvenes obreras inglesas de esa región ganaban prácticamente lo mismo que los asalariados nipones, sino a una mayor productividad, por causa de unas instalaciones productivas más modernas e integradas, a unos mejores circuitos de distribución y a una gestión empresarial mucho más eficaz. Tal situación explica que la intervención del Estado en la actividad económica haya sido incluso más importante en los nuevos países industriales que en los países de la industrialización tardía del siglo XIX. Lo que existía en Corea del Sur y Taiwan a principios de los años sesenta era una verdadera incapacidad del mecanismo del mercado para desencadenar una industrialización sostenida. El problema no era simplemente de disfunción o mal funcionamiento del mercado (market failure), puesto que 182

Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990) la imposibilidad misma de competir pese a los bajos salarios demostraba que el mercado, funcionando correctamente, no era capaz de fomentar la industrialización. La intervención del Estado en Corea del Sur y Taiwan consistió, desde los años sesenta, no en actuar de manera pasiva para remediar sencillamente las disfunciones del mercado, sino en hacerlo activamente para fijar los precios incorrectamente (to get prices wrong), esto es, para distorsionarlos deliberadamente con objeto de estimular la inversión y el comercio exterior. No se trató por tanto de una estrategia que armonizó con el mercado sino de una intervención deliberada para alterar los precios relativos y modificar el funcionamiento del mercado. En otros términos, el Estado no gobernó el mercado, sino que lo reprimió. Además, esa represión condujo a un proceso de crecimiento rápido y sostenido, a una profunda transformación estructural y a notables mejoras en el nivel y la calidad de vida de la población. En suma, a diferencia de la interpretación del Banco Mundial, esa tesis no sólo niega que hubiese un bajo grado de distorsión de precios sino que afirma que esa alteración deliberada de los precios, relativos, con objeto de conseguir que se desviasen apreciablemente de sus niveles de mercado o de equilibrio, fue positiva para el crecimiento. Buenos ejemplos de precios de factores y productos que, por causa de la intervención del Estado, se separaron notablemente de los que hubiesen prevalecido en condiciones de libre mercado o de equilibrio son los siguientes: — Los salarios se mantuvieron bajos, a causa de la represión sindical y política, esto es, de la hostilidad a la presencia de sindicatos independientes y de la ausencia de partidos legales de tipo laborista que llevasen al parlamento las reivindicaciones de los trabajadores. — Los tipos de interés se manejaron de manera que determinados sectores industriales disfrutaron de créditos 183

Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 14: El enfoque favorable al mercado (desde 1990)

Los subsidios estatales a las empresas privadas funcionaron bien, ya que se condicionaron al cumplimiento de deter-

minados objetivos fijados por el Estado. Esa asignación de recursos determinada por el cumplimiento de objetivos claros consistía en una estrategia de "zanahoria y palo": por ejemplo, las empresas que habían cumplido los objetivos de exportación obtenían bonificaciones, mientras que aquellas que no lo hacían veían desaparecer el apoyo estatal. Además, esa función disciplinaria del Estado exigía la presencia de un aparato estatal poderoso y relativamente autónomo de las presiones a corto plazo de grupos sociales particulares. La fuerza y el alto grado de autonomía relativa del Estado en los "dragones" son precisamente características que les distinguen de otros países del Tercer Mundo, como los de América Latina. En suma, la estrategia favorable al mercado carece de corroboración empírica en el caso de los "dragones", en lo que se refiere al menos a la existencia de un ambiente empresarial basado en la libre competencia. Es indudable, claro está, que otros aspectos de la interpretación del Banco Mundial sí se cumplieron: las amplias y selectivas inversiones en capital humano y físico; la estabilidad macroeconómica (con el importante matiz de que existe controversia sobre las políticas de estabilización aplicadas para alcanzar tal situación) y el notable desarrollo institucional. El nuevo consenso del Banco Mundial sobre desarrollo, basado en el enfoque favorable al mercado, no ha supuesto un cambio de paradigma respecto de la ortodoxia neoclásica de los años ochenta, por mucho que se afirme que se sitúa en un punto intermedio entre el enfoque neoclásico y el revisionista. La nueva ortodoxia del Banco Mundial en los años noventa no es realmente nueva, ya que es heredera directa de los planteamientos neoliberales del decenio anterior. Además, ese enfoque, a juicio de numerosos especialistas, carece de una adecuada contrastación empírica en el caso de los nuevos países industriales asiáticos, por mucho que el Banco

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preferentes, a tipos reales de interés bajos e incluso negativos. Así, por ejemplo, en Corea del Sur hubo durante los años setenta un sistema triple de tipos reales de interés: el prevaleciente en el mercado paralelo o curb market (en torno a 10%), el tipo comercial del sistema bancario (prácticamente nulo) y el de los préstamos exteriores (negativo). En suma, hubo subsidio al crédito de los bancos comerciales y a la toma de préstamos en el extranjero, algo que se mantuvo, en el primer caso, incluso después de la cautelosa liberalización financiera de los años ochenta. — Los precios de venta en el mercado interno fueron sustancialmente elevados, ya que se mantuvo la protección incluso después del cambio de estrategia hacia la industrialización orientada a la exportación. Esa protección se utilizó para fomentar la competitividad de las exportaciones, ya que las empresas podían compensar la baja rentabilidad o incluso las pérdidas ocasionadas por los bajos precios en el mercado exterior con los beneficios extraordinarios en el mercado interno, con arreglo a la teoría de la protección como instrumento de fomento de las exportaciones (import protection as export promotion) desarrollada, por ejemplo, por Krugman. — Los precios de venta en el mercado exterior se fijaron a niveles bajos, por causa de la ya comentada discriminación de precios y de la existencia de masivos incentivos financieros, comerciales, cambiarios y administrativos a las empresas exportadoras, que incluían objetivos determinados de exportación, cuyo incumplimiento suponía la pérdida automática de los subsidios.

Parte III: La Economía del desarrollo desde 1945... Mundial crea haber encontrado por fin el marco analítico definitivo del éxito de esos países. En suma, el apoyo a una estrategia del desarrollo que armonice con el mercado no es ni una alternativa al enfoque neoclásico, sino una simple prolongación del mismo, ni tampoco un análisis que se vea corroborado por la experiencia histórica de países como Corea del Sur y Taiwan, las dos economías del Tercer Mundo con mayor éxito. La ortodoxia del Banco Mundial, en sus versiones radical o moderada, está, en palabras de Sunkel y Zuleta (1990), más cercana a los viejos resabios ideológicos sobre la superioridad moral del mercado que a la racionalidad económica y la corroboración empírica de sus éxitos prácticos en el mundo real. Por otro lado, muchos neoestructuralistas se hacen la pertinente pregunta de si es posible tener un enfoque general y único de la estrategia de desarrollo. Es decir, el nuevo enfoque del Banco Mundial es no sólo escasamente novedoso y explicativo, sino que además resulta excesivamente ambicioso. Parece más conveniente pensar que los economistas del desarrollo deberían hacer gala de modestia y encaminar sus esfuerzos a intentar presentar una explicación del crecimiento económico en grupos homogéneos de países y no una teoría general, válida para el conjunto del Tercer Mundo. Las pretensiones del Banco Mundial de constituirse como el único poseedor de la verdad en economía del desarrollo deben, por tanto, contemplarse con suma precaución, pues representan sencillamente un intento de disfrazar lo que no son más que opciones ideológicas determinadas con razonamientos científicos presuntamente incontrovertibles.

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Parte IV La Economía del desarrollo desde 1945: las teorías heterodoxas

15 El estructuralismo latinoamericano (1949-1957)

La corriente de estudios sobre desarrollo conocida como "pensamiento de la CEPAL" (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina) se constituyó en los años cuarenta y cincuenta como el primer cuerpo importante de doctrina sobre desarrollo originario del Tercer Mundo. El estructuralismo latinoamericano de la CEPAL fue enormemente influyente en la teoría económica y las políticas de desarrollo en América Latina entre finales de los años cuarenta y mediados de los años sesenta. La reflexión de la CEPAL sirvió de inspiración al desarrollismo latinoamericano, un conjunto de políticas keynesianas socialmente avanzadas que, combinado con el peculiar populismo de la Argentina peronista y del Brasil anterior al golpe militar de 1964, se convirtió en una teoría y una práctica políticas de gran trascendencia. Además, el pensamiento de la CEPAL sirvió de base para la creación del enfoque de la dependencia (véase el capítulo 16) y fue la fuente que inspiró al neoestructu189

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) Sus planteamientos más importantes fueron la elaboración del modelo centro-periferia (1949-1950), la interpretación del proceso industrializador latinoamericano (1949-1955), la elaboración de recomendaciones de políticas de desarrollo (1955-1960), el análisis de los obstáculos a los que se enfrentó la industrialización (1960-1963), la teoría estructuralista de la inflación (1953-1964) y la tesis del deterioro tendencial de la relación real de intercambio para los países exportadores de productos primarios (1949-1959). Excelentes estudios sobre el estructuralismo de la CEPAL son los de Guzmán (1976) y Rodríguez (1980).

ralismo y a la macroeconomía estructuralista de los años ochenta (véase el capítulo 19). La figura esencial de esa corriente fue Raúl Prebisch (19011986). Nacido en Tucumán (Argentina), Prebisch fue subsecretario de Economía de su país entre 1930 y 1932. Posteriormente (1935-1943) ocupó el cargo de director del Banco Central de la República Argentina y consultor del Banco de México (1944-1946). Desde la creación de la CEPAL en 1948, colaboró estrechamente con esa institución, de la que fue secretario ejecutivo entre 1950 y 1963. Fue también director general del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES) entre 1962 y 1964 y secretario general de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) entre 1964 y 1969. Desde los años setenta, Prebisch desempeñó diversas tareas para Naciones Unidas y, entre 1976 y su muerte en 1986, fue director de la influyente Revista de la CEPAL. Desde principios de los años cincuenta, Prebisch reunió en la CEPAL a un numeroso grupo de economistas y sociólogos latinoamericanos, entre los que destacaron el brasileño Celso Furtado, el mexicano Juan Noyola y los chilenos Aníbal Pinto y Osvaldo Sunkel, así como Juan Medina Echevarría, un sociólogo español exiliado en México. La reflexión de esos especialistas tomó como punto de partida una profunda insatisfacción respecto de la teoría ortodoxa neoclásica, que consideraban inadecuada para analizar la dinámica del desarrollo, especialmente en el Tercer Mundo, y que veían como simplemente legitimadora de una pauta contraproducente de cambio económico en América Latina, en el marco del denominado "modelo primario-exportador" (o de crecimiento "hacia afuera"). El pensamiento de la CEPAL fue, por tanto, un enfoque alternativo autóctono surgido de una reinterpretación novedosa en las ciencias sociales latinoamericanas (Sunkel, 1980).

El pensamiento de la CEPAL, tal y como fue definido por un estudio con ese título publicado en 1969 en Santiago de Chile, fue esencialmente estructuralista. Al adoptar un método de análisis histórico-estructural, la CEPAL participaba de la corriente que abordaba los problemas económicos y sociales desde una perspectiva histórica (la formación, desde los tiempos coloniales, de la economía latinoamericana y el análisis de la dinámica del proceso de cambio en el subcontinente) y holista (desarrollo y subdesarrollo eran contemplados como un único proceso, al tiempo que el análisis desbordaba los aspectos meramente económicos para adentrarse en el estudio de los fenómenos sociales e institucionales). Desde la publicación en 1949 del informe El desarrollo económico de América Latina y sus principales problemas, redactado por Prebisch y considerado por Hirschman como el "manifiesto de la CEPAL", se sentaron las bases del análisis centro-periferia. Tal enfoque descansaba en las tres ideas siguientes:

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15.1. El sistema centro-periferia

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... — Las estructuras productivas de los países centrales y de las economías periféricas son fundamentalmente distintas, por cuanto el centro se distingue por la homogeneidad y la diversificación, mientras que la periferia tiene una estructura heterogénea y especializada. La heterogeneidad (diferente del concepto ortodoxo de "dualismo") se expresaba en la coexistencia de una agricultura de exportación de alta productividad y de una agricultura atrasada de subsistencia. La especialización (o desarticulación) se manifestaba en aspectos como la concentración de la exportación en unos pocos productos primarios; la ausencia, en la industria, de diversificación horizontal, complementariedad sectorial e integración vertical; la presencia de sectores modernos en forma de "enclaves", sin apenas efectos internos de arrastre; y la existencia de una demanda interna de productos manufacturados básicamente abastecida con importaciones. — Tales estructuras están relacionadas entre sí a través de la división internacional del trabajo. Lo importante de tal planteamiento residía no sólo en afirmar que desarrollo y subdesarrollo son procesos conectados entre sí en un único sistema económico mundial sino también en la importante idea de que centro y periferia desempeñan funciones distintas y complementarias dentro de la división de trabajo a escala internacional. El primero se especializa en la producción y exportación de manufacturas, mientras que la segunda lo hace en la producción y exportación de productos primarios (alimentos y minerales). — Esas relaciones entre centro y periferia son asimétricas, puesto que reproducen la disparidad entre sus estructuras productivas, reforzando el subdesarrollo de la periferia y aumentando su distancia respecto del

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Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) centro. El libre comercio, en opinión de la CEPAL, no sólo no reduce o corrige las desigualdades internacionales sino que las acentúa. Tal planteamiento suponía una crítica abierta del teorema Hecksher-OhlinSamuelson, que, basado en la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo, afirmaba que el comercio internacional suponía un beneficio mutuo y generaba una tendencia hacia la igualación a escala mundial de las retribuciones de los factores de producción. Ese rechazo a la pretensión del beneficio mutuo en las relaciones económicas internacionales es el aspecto central del estructuralismo latinoamericano y constituye claramente una separación respecto del cuerpo convencional de la doctrina. Según Prebisch y sus seguidores, los frutos del progreso técnico se transferían de la periferia al centro por dos conjuntos de razones. En primer lugar, la fuerza político-organizativa de trabajadores y empresarios del centro impedía que el aumento de productividad se trasladase a unos menores precios de las manufacturas exportadas, lo que ejercía un freno a la difusión del progreso técnico a escala internacional. En segundo término, el aumento del precio de las manufacturas importadas y la caída de los precios agrícolas en la periferia, junto con la peculiar estructura social de ésta, hacían que no se registrase en los países periféricos un aumento equivalente de la productividad laboral, lo que frenaba el ahorro y suponía una menor capacidad de acumulación. El desempleo estructural generaba una oferta abundante de trabajo, al tiempo que los beneficios y salarios crecían menos que la productividad, los empresarios locales no podían competir con las manufacturas del centro, las elites locales mostraban una alta propensión al consumo, y la alta elasticidad demanda-renta de las importaciones, junto con la baja elasticidad oferta-renta de las exportaciones, provocaban un deterioro de la relación real de intercambio

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... para la periferia especializada en la elaboración de productos primarios. Según escribe Prebisch, en su Cinco etapas de mi pensamiento sobre desarrollo (1984), en los años cincuenta mi interés lo atrajo en particular la cuestión de la difusión internacional de la tecnología y la distribución de sus frutos, toda vez que las pruebas empíricas revelaban la existencia de una desigualdad considerable entre los productores y exportadores de bienes manufacturados por una parte y los productores y exportadores de productos primarios por la otra. Traté de comprender la índole, causas y dinámica de esa desigualdad y la tendencia al deterioro de la relación de intercambio de las exportaciones de productos primarios [...]. Al intentar encontrar una explicación a esos fenómenos en aquellos años, puse interés especial en el hecho de que los países de América Latina formaban parte de un sistema de relaciones económicas internacionales al que denominé el sistema centro-periferia [...]. Se trataba de una constelación económica, en cuyo centro se encontraban los países industrializados. Favorecidos por esta posición y por su temprano progreso técnico, esos países organizaron el sistema como un todo para que sirviera a sus propios intereses [...]. Con respecto a cada país periférico, el tipo y el grado de su vinculación con el centro dependía en gran medida de sus recursos y de la capacidad política y económica para movilizarlos. A mi juicio ese hecho revestía la mayor importancia, ya que condicionaba la estructura y el dinamismo económicos de cada país, es decir, el ritmo al que el progreso técnico podía penetrar [...]. De manera similar, ese sistema de relaciones económicas internacionales exageraba el grado al que el ingreso en la periferia era captado por los centros. Además, la penetración y propagación del progreso técnico en los países de la periferia eran demasiado lentos para absorber a toda la fuerza laboral de manera productiva. Así, la concentración del progreso técnico y sus

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Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) frutos en las actividades económicas orientadas hacia las exportaciones llegaron a ser características de una estructura social heterogénea en la que una gran parte de la población se quedaba sin intervenir en el desarrollo (Meier y Seers, eds., 1984, trad. cast., pp. 179-180).

15.2. La interpretación, el fomento y los obstáculos de la industrialización latinoamericana La CEPAL hizo una notable contribución a la historiografía económica de la industrialización latinoamericana de los años treinta y cuarenta. Desde la Gran Depresión de 1929, el crecimiento industrial de algunos países de América Latina, que anteriormente se había limitado a ser un mero apéndice de la actividad de exportación de productos primarios, se aceleró de manera considerable. La reducción de la demanda de i m p o r t a c i o n e s de materias p r i m a s y p r o d u c t o s alimenticios por parte del centro, junto con la caída de la relación real de intercambio para las economías que exportaban esos bienes, supuso una fuerte contracción de la capacidad para importar de los países latinoamericanos. Tal escasez de divisas generó una industrialización sustitutiva de importaciones (el remplazo de las compras al exterior p o r producción nacional), que inicialmente fue sencillamente espontán e a , esto es, u n a respuesta a u t o m á t i c a a u n a c o y u n t u r a internacional adversa. La industrialización fue especialmente p r o n u n c i a d a en Argentina, Chile y el sur de Brasil. Sin embargo, otros países más pequeños tuvieron que ajustarse a esa coyuntura mediante la deflación de la actividad económica interna. La Segunda Guerra Mundial supuso un segundo estímulo a la industrialización latinoamericana. La quiebra de suministros obligó a muchos países de la zona a acentuar la fabri-

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... cación interior de numerosos bienes industriales. En suma, si la Gran Depresión redujo la capacidad de compra en importaciones, el conflicto bélico provocó sencillamente una caída de la oferta mundial de esos bienes. Ya en 1942, Prebisch, entonces director del Banco Central argentino, propuso la industrialización como remedio a la adversa situación exterior. El objetivo era entonces promover la fabricación interna de bienes industriales de consumo de manera que la composición de las importaciones se alterase en favor de los bienes de capital. Durante el decenio de los años cuarenta, Prebisch, tanto en su actividad académica como profesional, promovió la industrialización como una estrategia deliberada de desarrollo. Había muchas razones que justificaban tal recomendación: los inconvenientes del modelo primario-exportador (caída de la relación real de intercambio, concentración del progreso técnico en los centros, etc.), menor vulnerabilidad externa de la pauta industrializadora, mayor generación de puestos de trabajo y de productividad laboral de la industria, y, por tanto, mayores salarios y aumento de la demanda interior, etc. La heterogeneidad y la especialización eran inconvenientes de la periferia que generaban tendencias adversas, especialmente en el marco del modelo primario de orientación hacia afuera: desempleo crónico, desequilibro externo recurrente y deterioro de la relación real de intercambio. Era necesaria una transformación estructural mediante la industrialización. Puesto que no se podía confiar en que el crecimiento industrial espontáneo fuese sostenible a medio plazo (ya que se veía inhibido por la división internacional clásica del trabajo y obstaculizado por una larga serie de restricciones internas), debía ser el Estado quien dirigiese el proceso industrializador. Inversión pública, empresas estatales, estímulo y orientación de la inversión privada, protección comercial y controles de cambio debían ser ingredientes esenciales de esa 196

Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) "industrialización forzada". Un keynesianismo radical se combinó con la defensa de la protección del mercado interior, ya que la diferencia de costes unitarios, debida a la baja productividad laboral en la industria (que compensaba sobradamente la brecha de salarios), hacía imposible consolidar el sector industrial en condiciones de libre comercio. Además, los déficit comerciales crónicos hacían también recomendable, en este caso en aras del control macroeconómico, restringir las compras al exterior. Puesto que la protección conllevaba un sesgo en contra de las exportaciones de manufacturas (siempre que no fuese compensada con incentivos a las ventas al exterior, necesidad que las primeras propuestas de la CEPAL apenas contemplaron), el crecimiento industrial resultante debía estar necesariamente orientado "hacia adentro", esto es, hacia el mercado interior. Un importante motivo adicional que hacía recomendable la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) era el reemplazo, como centro principal de la economía mundial, del Reino Unido por Estados Unidos, cuya economía estaba mucho más introvertida. No obstante, la confianza en las bondades de la ISI en América Latina empezó a ser cuestionada ya a finales de los años cincuenta. La propia CEPAL observó, con cierto estupor, que no se estaban registrando los resultados que había esperado de tal estrategia. El progresivo agotamiento de la ISI se debió a dos factores principales: — La estrechez y saturación del mercado interior, sobre el que descansaba la estrategia sustitutiva, principalmente por su incapacidad para diversificar las exportaciones en dirección de las manufacturas. Tal situación hizo que la CEPAL empezase a promover la integración latinoamericana como forma para ampliar el mercado.

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... — Los estrangulamientos de la balanza de pagos, debidos fundamentalmente a que la ISI fue, más que el remplazo de las importaciones por bienes de fabricación local, la sustitución de unas importaciones (de bienes de consumo) por otras (de bienes de capital). Esos déficit crónicos obligaron a los principales países de América Latina a e n d e u d a r s e en los m e r c a d o s internacionales de capitales, fenómeno que fue el origen de la crisis de la deuda de los años ochenta. Además, la estrategia de ISI había promovido, por lo general, un modelo de desarrollo concentrador, excluyente y sujeto a una creciente vulnerabilidad externa, esto es, un "estilo perverso de desarrollo". A diferencia de lo esperado por la CEPAL, la ISI de los años cincuenta había p r o v o c a d o un aumento de la desigualdad y del desempleo (y de la población marginada), efectos negativos a los que se añadió la creciente deuda externa y la desnacionalización, cada vez más patente, del sector industrial a manos de grandes empresas multinacionales. Con todo, la CEPAL ya había anticipado en los años cuarenta algunas de esas dificultades, pero en ningún caso pensó entonces que la ISI fracasaría simultáneamente en los planos económico, social y político. C o m o ha señalado uno de los más destacados especialistas en las teorías latinoamericanas del desarrollo, en los años cincuenta, la industrialización era contemplada como una panacea que no sólo superaría los límites del proceso de desarrollo orientado al exterior sino que también arrojaría beneficios sociales y políticos, como el fortalecimiento de las clases medias y populares y de la democracia. Sin embargo, una de las primeras críticas a la política de industrialización por sustitución de importaciones provino de la propia CEPAL. El manifiesto de la CEPAL 198

Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) de 1949 ya había aireado algunas llamadas de atención sobre la industrialización latinoamericana, y a principios de los años sesenta la CEPAL publicó varios estudios críticos sobre el proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Tales críticas han sido por lo general pasadas por alto por las críticas tanto neoclásicas como dependentistas que se hicieron a finales de los años sesenta y principios de los setenta [...]. El manifiesto de 1949 ya consideraba que la técnica utilizada tendería a ser demasiado intensiva en capital y que los mercados interiores serían demasiado estrechos para que la industria aprovechase por completo las economías de escala. También señalaba la ineficiencia técnica que se produciría de resultas de la limitada capacidad tanto de gerentes como de trabajadores, incluso si se utilizaban las técnicas más modernas. Además, consideraba que las pautas de consumo estarían diversificadas en exceso y que las tasas de ahorro serían demasiado bajas (Kay, 1989: 39). A ese análisis de las causas, los mecanismos y los efectos de la industrialización latinoamericana, la CEPAL añadió al menos dos aportaciones teóricas de enorme alcance: la teoría estructuralista de la inflación y la tesis de la caída tendencial de la relación real de i n t e r c a m b i o p a r a los países exportadores de materias primas. Esos planteamientos pueden consultarse en Faletto (1996), Guzmán (1976: caps. 11 y 12), Rodríguez (1980), Calcagno (1989: 35-6), Kay (1989: 31-5) y Ornan y Wignaraja (1991: 141-2), entre otros estudios.

15.3. Valoración crítica La teoría del subdesarrollo de la CEPAL recibió innumerables críticas desde sus mismos inicios. Los economistas neoclásicos, como Haberler o Viner, consideraron que la tesis de

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... la caída de la relación de intercambio carecía de una adecuada contrastación empírica. En general, la Economía liberal acusó a la CEPAL de ser el caballo de Troya del marxismo en América Latina. Los economistas radicales, entre ellos algunos de la propia CEPAL que pasarían a engrosar las filas del enfoque de la dependencia, acusaron al estructuralismo latinoamericano de ambigüedad teórica, catastrofismo inherente, incapacidad para superar realmente la teoría convencional del comercio internacional, apoyo a políticas reformistas y tecnocráticas de desarrollo, y productivismo, entre otros aspectos. Una crítica particularmente rigurosa del pensamiento de la CEPAL la hizo, desde la izquierda política, el sociólogo brasileño Fernando Henrique Cardoso. En un famoso artículo publicado en 1977 en la Revista de la CEPAL ("La originalidad de la copia: la CEPAL y la idea de desarrollo"), Cardoso denunció que — "Los planteamientos cepalinos tienen obvias raíces en el pensamiento económico clásico y en el marxismo y están empapados en un lenguaje keynesiano. Esta ambigüedad hace difícil determinar el cuadro teórico en que se mueve el análisis" (p. 38). — "La perspectiva catastrofista, que más tarde llevó a la formulación de las teorías del desarrollo del subdesarrollo, estaba inserta en la misma explicación de la CEPAL" (p. 18). — Faltaba "un mayor desarrollo del análisis de la explotación de la periferia por parte del centro. [...] A pesar de los intentos de la CEPAL para elaborar un cuerpo adecuado de hipótesis que explique la situación económica internacional en los años cincuenta, carece de un análisis de las relaciones internacionales de explotación -del colonialismo y del imperialismo- que haga

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Capítulo 15: El estructuralismo latinoamericano (1949-1957) más consistente y transparente su posición crítica inicial" (pp. 13 y 15). La economía convencional (neoclásica y keynesiana) observó en la CEPAL una confianza excesiva en las virtudes de la industrialización, que luego demostró estar muy lejos de ser el remedio a todos los males. Al generar concentración de la renta, exclusión social, exacerbación de la heterogeneidad estructural y del desempleo crónico y aumento de la dependencia externa, la pauta industrializadora latinoamericana perdió su atractivo inicial. Una crítica más teórica provino de la Economía marxista. Esa corriente acusó a la CEPAL de proponer modificaciones sólo en la estructura productiva, sin referencia alguna a las relaciones de producción y a los vínculos de éstas con las fuerzas productivas. Esa crítica al productivismo de la CEPAL se sustentaba en la afirmación de que su enfoque pasaba por alto el proceso de generación, apropiación y uso del excedente económico (que conlleva un análisis de las relaciones de explotación), tanto en los propios países periféricos como a escala internacional.

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16 El enfoque de la dependencia (1957-1969) A finales de los años cincuenta se produjo una reacción radical en el pensamiento sobre desarrollo. A raíz de la publicación en 1957 de The political economy of growth, del economista estadounidense Paul A. Baran, se inició una corriente teórica que, distanciándose claramente de la evolución anterior de la disciplina, defendió básicamente tres ideas principales: — El subdesarrollo no es una fase previa o una etapa anterior al desarrollo, sino un producto histórico del colonialismo y del imperialismo; tal planteamiento rechazaba deliberadamente, por tanto, la teoría de las etapas de Rostow. — La dependencia es el rasgo distintivo de los países capitalistas subdesarrollados, y tal situación, originada por el carácter nocivo que ejercen las relaciones económicas internacionales en esos países, es un freno pode203

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... roso a su desarrollo. En otras palabras, el enfoque de la dependencia rechazaba lo que Hirschman (1980) llamó la pretensión del beneficio mutuo, que era defendida, como vimos en el capítulo 10, por la mayor parte de los pioneros. — El capitalismo, lejos de ser un sistema históricamente progresivo, se había convertido en un obstáculo para el progreso del Tercer Mundo. Tal planteamiento entraba en contradicción, por tanto, con la opinión de Marx y de los teóricos marxistas del imperialismo (Lenin, Luxemburg, Hilferding, etc.). Las razones que explican la aparición del enfoque de la dependencia, que se haría popular en los años sesenta y setenta, especialmente en América Latina, con los trabajos, sobre todo, de A. G. Frank, S. Amin, O. Sunkel o E H. Cardoso, pueden enumerarse de la siguiente manera. En primer término, los límites del proceso de ISI defendido por los pioneros, y en particular por la CEPAL, impusieron un cambio de paradigma. En efecto, tal proceso, al menos en América Latina, se enfrentó, ya a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con serios límites económicos (saturación y estrechez del mercado interior y fuertes desequilibrios de balanza de pagos), sociales (crecientes desigualdad y marginación) y políticos (la ISI nació como un proyecto nacionalista, pero acabó siendo apropiado por las empresas multinacionales). En segundo lugar, los años sesenta fueron un ambiente propicio para el asentamiento de teorías radicales: en Estados Unidos, la reacción contra el período de la caza de brujas del senador McCarthy, los movimientos por los derechos civiles, el inicio de la guerra de Vietnam; en el resto del mundo, la aparición de movimientos de liberación nacional (Cuba, Argelia, etc.); la ruptura de China con la URSS y el asenta-

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Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969) miento de una tercera vía entre la capitalista y la burocrática; el creciente autoritarismo de muchos regímenes en el Tercer Mundo, etc. En tercer lugar, algunos economistas latinoamericanos se rebelaron contra los límites teóricos del estructuralismo de la CEPAL y del desarrollismo al que dio lugar, en particular la defensa de la industrialización como remedio a todos los males, la parcialidad de unos análisis estrictamente económicos, o la resistencia a proponer cambios radicales. En cuarto término, la crítica que suscitaron la teoría de la modernización y, en particular, la teoría de las etapas de Rostow, que negaba cualquier especificidad estructural al capitalismo subdesarrollado, provocó un movimiento pendular en dirección a planteamientos extremos. Finalmente, la reacción contra las viejas teorías marxistas del imperialismo y los planteamientos de la mayor parte de los partidos comunistas del Tercer Mundo hizo reflexionar a buena parte de la izquierda intelectual: el capitalismo parecía haber perdido su carácter progresivo, la descolonización no había producido los resultados esperados, y propugnar una lucha contra la llamada "alianza feudal-imperialista", en aras de una "revolución burguesa antiimperialista", no era suficiente.

16.1. La aportación de Paul A. Baran El economista estadounidense Paul A. Baran (1910-1964) es considerado el padre del enfoque de la dependencia. Nacido en Rusia, acabó siendo profesor de la Universidad de Stanford, después de un largo periplo que le llevó de Berlín a Harvard y a la Reserva Federal de Nueva York, pasando por el Reino Unido. Baran fue uno de los creadores de la escuela de la Monthly Review y es conocido sobre todo por su obra

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... antes mencionada (publicada originalmente en 1957) y por su libro Monopoly capital (1966), escrito con otro marxista estadounidense, Paul M. Sweezy. En La economía política del crecimiento, Baran planteó tres ideas novedosas: — Desarrollo y subdesarrollo son dos manifestaciones de un único proceso: la acumulación de capital a escala mundial. El subdesarrollo es el producto histórico del desarrollo de los países imperialistas. La extracción de excedente de las colonias (y, más en general, de las economías subordinadas) no sólo favoreció la acumulación originaria de capital en las metrópolis sino que interfirió con el crecimiento natural de las áreas atrasadas, alterando para siempre su desarrollo potencial. — Esa agresión económica externa había configurado unas economías periféricas en las que el excedente resultaba en su mayor parte apropiado por el capital extranjero y desperdiciado en consumo improductivo, de resultas de la inserción dependiente del Tercer Mundo en la economía mundial. — El capitalismo, que había sido históricamente un factor de progreso respecto de los modos de producción precapitalistas, se había convertido en realidad en un "obstáculo formidable para el adelanto humano", en palabras del propio Baran (1957: 280). La única forma que tenían los países capitalistas periféricos de salir del subdesarrollo era mediante la revolución anticapitalista (la construcción del socialismo) y la ruptura con el mercado capitalista mundial (lo que luego se llamaría la desconexión). Esas ideas supusieron un cambio de paradigma en los estudios del desarrollo (Foster-Carter, 1976). La primera, que A. G. Frank popularizaría con la famosa expresión "desarrollo y

Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969) subdesarrollo son dos caras de una misma moneda", señalaba atinadamente que capitalismo central y capitalismo periférico no son fenómenos aislados sino partes integrantes de un único proceso histórico. Tal enfoque histórico-estructural era una saludable superación de los planteamientos ahistóricos y parciales de la teoría de la modernización (Ramos, 1980). La segunda idea era una certera aplicación del concepto marxista de excedente a una realidad subdesarrollada: para Baran, el excedente potencial (diferencia en producción potencial y consumo esencial) era alto en el Tercer Mundo, esto es, no había allí un problema de escasez de capital (tal situación no era más que un síntoma), sino que en buena parte no se realizaba por las ineficiencias en la producción y los gastos derrochadores de las élites tradicionales y del Estado. Además, el grueso del excedente real era transferido al exterior mediante la repatriación de beneficios de las empresas extranjeras, el pago de la deuda externa o la fuga de capitales. La tercera idea equivalía a poner en cuestión los planteamientos marxistas tradicionales. Disconforme con la ley del desarrollo desigual del análisis marxista del imperialismo (en virtud de la cual el ritmo de acumulación en los países desarrollados tendería a disminuir a medida que avanzaba el imperialismo), Baran propugnó un replanteamiento completo de esa ley: en realidad, decía ese autor, el imperialismo bloquea el desarrollo de los países dependientes, provocando incluso estancamiento, mientras que los países centrales sacan provecho de la explotación de la periferia. Los países capitalistas periféricos, a juicio de Baran, están condenados al subdesarrollo y al estancamiento económico si mantienen sus relaciones externas tradicionales con los países desarrollados. La única solución reside en la revolución socialista y la ruptura con el mercado mundial: el establecimiento de una economía socialista planificada es una condición esencial, y de hecho indispensable, para

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2.07

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... lograr el progreso económico y social de los países subdesarrollados (Baran, 1957: 293).

16.2. Las corrientes del enfoque de la dependencia Con arreglo a la clasificación del excelente trabajo de Palma (1978), pueden distinguirse tres grupos principales de teorías en el enfoque de la dependencia: — El planteamiento del desarrollo del subdesarrollo, que negaba la posibilidad misma de crecimiento económico sostenido (y por ende de desarrollo) en la periferia capitalista, en la que únicamente se podría producir la perpetuación del subdesarrollo. Esta corriente neomarxista tuvo como exponentes principales a A. G. Frank, S. Amin, T. dos Santos y R. M. Marini, entre muchos otros. — La reformulación en clave dependentista de los planteamientos de la CEPAL, para ilustrar los obstáculos externos e internos que, debidos a la inserción dependiente, impedían un desarrollo nacional en América Latina. Esta segunda escuela se distinguía de la primera en que criticaba la tesis del estancamiento inevitable. Admitiendo la posibilidad de crecimiento económico, postulaba una contradicción inevitable entre dependencia y desarrollo nacional. Los principales autores de ese grupo fueron C. Furtado, O. Sunkel, M. da C. Tavares y A. Pinto, entre otros. — La tesis del desarrollo dependiente, la más sofisticada del enfoque, que afirmaba que la dependencia no hacía imposible el desarrollo de la periferia sino que lo condicionaba hasta el punto de generar contradicciones y desigualdades específicas al capitalismo periférico.

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Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969) La obra pionera de F. H. Cardoso y E. Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, publicada en 1969, es el exponente más significativo de ese planteamiento. Esa tercera "lectura" del enfoque de la dependencia fue la adoptada, por lo común, en los países anglosajones, cuyos especialistas recelaban del simplismo del planteamiento radical y del localismo de los dependentistas de la CEPAL. Autores como P. Evans, T. B. Gold o G. Gereffi han defendido esa teoría en Estados Unidos.

16.2.1. El desarrollo del subdesarrollo Los trabajos de A. G. Frank fueron enormemente influyentes, especialmente en América Latina. Frank postulaba que no había posibilidad alguna de desarrollo dentro del sistema (el dilema era, como rezaba el título de un libro que publicó en 1972, Subdesarrollo o revolución). Pese a no declararse abiertamente neomarxista, Frank simbolizó la aproximación más radical de los años sesenta y setenta a los estudios del desarrollo, aunque enseguida recibió enconadas críticas por la corriente marxista (E. Laclau, R. Brenner, C. Leys, etc.). Su aportación fue especialmente fecunda en la crítica a la teoría de las etapas de Rostow y a los modelos de desarrollo dualistas (Lewis, Fei-Ranis, etc.). De manera indirecta, la obra de Frank contribuyó en gran medida al avance de las investigaciones en Economía y Sociología del desarrollo. El economista egipcio S. Amin, por su parte, se declaraba abiertamente marxista. A diferencia de Frank, exploró la articulación, en la periferia, del capitalismo con modos de producción precapitalistas. En su L'accumulation a Véchelle mondiale (1970), destacó que la acumulación en el capita-

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... lismo periférico difería de la registrada en el capitalismo central por su carácter extravertido y desarticulado y por la hipertrofia del sector terciario. Afirmaba que el crecimiento a corto plazo desembocaba en bloqueos que provocaban "desarrollo desigual" en la economía mundial y "desarrollo del subdesarrollo" en la periferia. Fue el más claro defensor de la estrategia de la desconexión, tema al que dedicó un libro completo en los años ochenta. El brasileño T. Dos Santos, también neo-marxista, criticó la teoría marxista convencional del imperialismo, aunque intentó aplicar, en su Subdesarrollo y revolución (1969), el esquema de Rosa Luxemburgo a la realidad económica contemporánea. Destacó que había diversos tipos de dependencia, que generaban diferentes tipos de estructuras internas, en un intento de superar el problema central de todo el enfoque de la dependencia: la idea de la prioridad absoluta de los factores externos respecto de los internos. En su Imperialismo y dependencia (1978), reconoció, por ejemplo, que algunas influencias de la economía mundial podían ser incluso positivas para la periferia.

16.2.2. Los dependentistas de la CEPAL De entre los diversos autores que "radicalizaron a Prebisch" cabe destacar al brasileño C. Furtado. Frente al optimismo de la CEPAL, Furtado ofrecía una visión sombría del desarrollo latinoamericano. A su juicio, el proceso de crecimiento económico en América Latina adoptaba un curso distinto al esperado por Prebisch y sus seguidores: desnacionalización en vez de creciente control nacional, agravamiento de los problemas de balanza de pagos a causa de la ISI, empeoramiento de la distribución de la renta, aumento de desempleo, sesgo industrial en vez de diversificación.

Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969) Furtado, al igual que Sunkel, Tavares, Pinto, Paz o Serra, contribuyó a poner de manifiesto la insuficiente carga crítica de los planteamientos de la CEPAL y su incapacidad para superar el paradigma neoclásico sobre el comercio internacional (Rodríguez, 1980). En particular, la CEPAL, a juicio de esos autores, afirmaba sencillamente que tal comercio generaba un beneficio mayor en el centro que en la periferia, pero un beneficio al fin y al cabo, aunque parecía más razonable pensar, decían, en un efecto neto negativo. Esos economistas latinoamericanos insistieron en que era necesario un giro en las ciencias sociales latinoamericanas en dirección del antineoclasicismo y del anticapitalismo, así como del pesimismo en cuanto a las posibilidades de desarrollo nacional.

16.2.3.

El desarrollo dependiente

F. H. Cardoso y E. Faletto criticaron la tesis del estancamiento inevitable que caracterizaba a la corriente neomarxista. Además, destacaron la necesidad de considerar los cambios en la economía mundial (y, en particular, en los países centrales) y sus efectos en la periferia, con objeto de evitar que el enfoque de la dependencia se convirtiese en una mera "versión Sur" de las antiguas teorías del imperialismo. Intentaron superar el problema de la determinación mecánica de las estructuras internas por las externas así como poner de manifiesto que había influencias internas negativas al igual que efectos externos positivos. Concluyeron que la industrialización sostenida de la periferia era posible, pero que se mantendrían las situaciones de dependencia, generando un desarrollo con distorsiones o deformaciones económicas y sociales: subordinación productiva, tecnológica y comercial; polarización industrial, marginación social creciente, estructura social dominada por clases clientelares, autoritarismo

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969)

Los inconvenientes teóricos del enfoque de la dependencia se pusieron de manifiesto ya desde los primeros años setenta. A esos inconvenientes vendría después a sumarse su manifiesta falta de adecuación al surgimiento y consolidación de los nuevos países industriales, cuya experiencia, por muy excepcional que fuese, demostró que era perfectamente posible un crecimiento industrial sostenido en el Tercer Mundo capitalista. Ambos aspectos confluyeron en una profunda reconsideración del enfoque y en su creciente sustitución, en el seno de la corriente heterodoxa, por otros planteamientos. Desde un punto de vista teórico, el enfoque de la dependencia adolecía de varios inconvenientes. En primer lugar, su desvinculación con el marxismo pese a proclamarse, en muchas ocasiones, abiertamente heredero de Marx y sus seguidores. Sin embargo, para Marx el desarrollo capitalista en el Tercer Mundo era necesario, posible e incluso inevitable. Como se indicó en el capítulo 4, el capitalismo cumplía, a juicio de Marx, una función históricamente progresiva (brutal pero necesaria) en los países atrasados, en los que las estructuras precapitalistas eran arcaicas e inhibidoras del desarrollo de las fuerzas productivas. Por el contrario, para el enfoque de la dependencia, el desarrollo capitalista era imposible en el Tercer Mundo, puesto que periferia y desarrollo capitalista

eran términos, por definición, antitéticos. Algunos analistas señalaron, ya entonces, que entre los neomarxistas del enfoque de la dependencia y el marxismo tradicional había la misma falta de continuidad que entre el pensamiento neoclásico y la escuela clásica. Un segundo punto débil de estos planteamientos es su similitud epistemológica respecto de la teoría de la modernización. El enfoque de la dependencia adoptaba en realidad el mismo paradigma metodológico que el enfoque ortodoxo, es decir, empleaba el mismo marco determinista que el del modelo teórico que pretendía superar. Lo único que hizo, en realidad, fue invertir los efectos de una misma relación: donde para unos la conexión entre países desarrollados y países subdesarrollados suponía difusión, crecimiento y desarrollo (teoría de la modernización), para otros implicaba dependencia, estancamiento y subdesarrollo (enfoque de la dependencia). En tercer lugar, hay que mencionar su análisis determinista y, por tanto, su visión ahistórica y catastrofista de los cambios en el Tercer Mundo. La determinación mecánica de las estructuras internas por las externas obligaba a los defensores de esa escuela a concebir las transformaciones en las economías subdesarrolladas en términos de meros productos del colonialismo y del imperialismo. El sistema mundial se convertía así, a todos los efectos, en un ente dotado casi de propiedades orgánicas, en el que la totalidad determinaba el comportamiento de las partes o, dicho de otra manera, en una "prisión" en la que no había posibilidad alguna de reforma y de la que había que escapar. El carácter ahistórico de tal planteamiento resultaba no de que el enfoque de la dependencia no tuviese en cuenta suficientemente el devenir histórico de los países subdesarrollados. Antes al contrario, una de las principales virtudes de esa escuela fue su concepción del subdesarrollo como un proceso histórico. No obs-

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político, etc. En suma, lo único posible en la periferia era un "desarrollo dependiente asociado", muy distinto del auténtico desarrollo de los países centrales. La teoría del "desarrollo dependiente" recuperó en cierta medida el carácter progresivo del capitalismo en sociedades atrasadas (atributo que negaban de plano las otras corrientes), si bien lo hizo de manera parcial.

16.3. Valoración crítica

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... tante, su lectura histórica era criticable, pues el predominio absoluto de los factores externos suponía abandonar el análisis del proceso histórico global, con la asignación de una posición secundaria a las clases sociales, al Estado y a las relaciones políticas internas de los países subdesarrollados. Su catastrofismo obedecía a su insistencia permanente en los factores inhibidores del desarrollo en la periferia de la economía capitalista mundial, introducidos por los mecanismos de explotación internacional, y a su incapacidad para valorar siquiera los impulsos, tanto internos como externos, en favor de transformaciones progresivas del subdesarrollo. Un cuarto aspecto es su "circulacionismo", o en otros términos, su concepción circular o meramente mercantil del capitalismo. En general, para el enfoque de la dependencia (especialmente para A. G. Frank) la existencia de una producción para el mercado era una condición suficiente para establecer el carácter capitalista de una sociedad. Por lo tanto, para ese enfoque el sistema capitalista mundial encontraba sus orígenes en la constitución de un mercado internacional. Como puso de manifiesto, entre otros, E. Laclau en su Politics and ideology in marxist theory (1977), los fundamentos básicos, a este respecto, de la obra de Frank, eran incorrectos desde un punto de vista teórico (incompatibles con un concepto marxista riguroso del modo de producción capitalista, que exige la presencia de una fuerza de trabajo libre). Insistir sólo en la relación mercantil del capitalismo suponía en efecto pasar por alto la otra gran relación social de ese sistema, la relación salarial. En términos similares, R. Brenner criticó a Frank (y, de paso, a Sweezy y Wallerstein) su "marxismo neosmithiano", es decir, su incapacidad para superar el modelo de La riqueza de las naciones. En quinto lugar, los planteamientos de la dependencia carecían de una teoría sólida de la acumulación a escala mundial. Al surgir como la "versión Sur" de la teoría del impe-

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Capítulo 16: El enfoque de la dependencia (1957-1969) rialismo, el enfoque de la dependencia desatendió el análisis de las transformaciones estructurales en los países desarrollados y de los efectos de éstas en las relaciones entre centro y periferia. Su falta de perspectiva global se hizo particularmente patente a raíz de la crisis de los años setenta, por cuanto sus defensores fueron, por lo general, incapaces de valorar en su justa medida las consecuencias de la depresión central sobre el crecimiento de la periferia. El redespliegue industrial hacia el Tercer Mundo que la crisis de los años setenta provocó en algunos sectores (confección, calzado, textiles, etc.) fue un fenómeno destacado, especialmente en los últimos años setenta, pero pasó casi inadvertido para los partidarios de esa escuela. Por último, el alto grado de indefinición de sus conceptos de subdesarrollo y de desarrollo era un inconveniente de primer orden. Como señaló, por ejemplo, S. Lall, el enfoque de la dependencia tendía a confundir los supuestos efectos negativos del desarrollo dependiente (o del "desarrollo del subdesarrollo") con los inconvenientes de cualquier desarrollo capitalista (en el centro o en la periferia). Para otro crítico, G. Palma, el subdesarrollo se debía fundamentalmente al capitalismo y no a la dependencia. En otros términos, muchos de los inconvenientes de los países del Tercer Mundo se debían, decían esos críticos del enfoque de la dependencia, no a que fuesen dependientes, sino simplemente a que eran capitalistas. Por otra parte, cabía preguntarse si, para ese enfoque, el desarrollo era la simple reproducción de los procesos de expansión del centro, o si, por el contrario, era una, por otra parte lejana, alternativa socialista, y, en ese caso, de qué tipo. La versión extrema del enfoque de la dependencia sugería que resultaba imposible que pudiese darse un desarrollo capitalista en ningún sitio y momento histórico del Tercer Mundo, lo que constituía sin duda una predicción exageradamente estricta. Además, su incapacidad para ofrecer explicación algu-

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... na de los llamados "milagros económicos" del Tercer Mundo, especialmente los de los nuevos países industriales de Asia oriental, era un buen ejemplo de su estrecha concepción del desarrollo. En efecto, el indudable progreso de los "dragones" asiáticos puso en entredicho la tesis que señalaba, con carácter general, que la integración en la economía mundial capitalista hacía prácticamente imposible una industrialización viable en el Tercer Mundo. Por añadidura, si el capitalismo periférico y el subdesarrollo eran consustanciales, como afirmaba el enfoque dependentista, no resultaba posible una salida del subdesarrollo por la vía capitalista, afirmación con la que la experiencia de Corea del Sur o Taiwan ha resultado, a todas luces, incompatible. Como puede verse, las críticas que se dirigieron al enfoque de la dependencia y, en particular, a su versión extrema, reflejaban, entre los economistas heterodoxos del desarrollo, una extendida insatisfacción respecto de sus planteamientos globales. Sin embargo, a falta de una alternativa nítida, la mayor parte de los economistas críticos se limitó en un primer momento a mostrar sus reservas sobre algunos aspectos parciales del enfoque. La reconsideración de la teoría de la dependencia y el intento de sustituirla por otro paradigma vendrían, a mediados de los años setenta, de la mano de los análisis de la industrialización en el Tercer Mundo. Los primeros embates que sobre este aspecto recibiría el enfoque dependentista procederían de la economía política marxista, por un lado, y de las teorías neorricardianas de la crisis, por el otro. Algo más tarde se desarrollarían los análisis de la economía-mundo de Wallerstein y la escuela de los modos de producción, aspectos que serán abordados en el capítulo siguiente.

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17 La revolución crítica (1969-1976)

A finales de los años sesenta el enfoque de la dependencia había perdido ya buena parte de su influencia intelectual, al menos entre los especialistas de los países anglosajones (Evans y Stephens, 1988). Las razones eran diversas: — Las críticas a los inconvenientes teóricos de la escuela de la dependencia, enumerados en el capítulo anterior. — La consolidación de los nuevos países industriales, cuyo alto crecimiento económico y cuyas ofensivas exportadoras pusieron en cuestión al menos dos planteamientos básicos del enfoque de la dependencia: la tesis de que la integración en la economía mundial capitalista hace prácticamente imposible una industrialización viable en el Tercer Mundo y el teorema de que capitalismo periférico y subdesarrollo son consustanciales, esto es, que es totalmente imposible salir del subdesarrollo por la vía capitalista.

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... Habida cuenta de la insatisfacción de la mayor parte de los economistas heterodoxos respecto de una escuela de la dependencia incapaz de renovarse y de percibir y explicar la industrialización acelerada de algunos países del Tercer Mundo, se hacía imperioso cambiar de enfoque. Las soluciones que se dieron entonces pueden agruparse en dos grupos de teorías sobre la nueva división internacional del trabajo (NDIT): las interpretaciones circulacionistas (que hacen referencia a aspectos de mercado y de distribución) y los enfoques productivistas (que parten del análisis del proceso de producción).

17.1. Las interpretaciones circulacionistas: el enfoque del sistema mundial y las explicaciones neorricardianas de la crisis El enfoque del sistema mundial desarrollado por Immanuel Wallerstein y sus seguidores a principios de los años setenta intentó, con poco éxito (como se verá enseguida), superar los inconvenientes del enfoque de la dependencia. Pese a que se trató de un planteamiento a todas luces mucho más sofisticado que el de los partidarios del "desarrollo del subdesarrollo", el enfoque de Wallerstein adolecía de defectos similares a los de la escuela de la dependencia, de la que era en buena medida una prolongación. Además de ese linaje, el enfoque del sistema mundial tomó inspiración de la escuela histórica francesa de los Anuales (especialmente de F. Braudel) y del realismo en la teoría de las relaciones internacionales. Para Wallerstein (1979), el sistema mundial capitalista era la unidad adecuada de análisis. La economía-mundo capitalista, la manifestación del sistema mundial desde el siglo XVI, se creó, consolidó y desarrolló sobre la base del impulso por 218

Capítulo 17: La revolución crítica (1969-1976) la acumulación incesante de capital. Tal estímulo genera una expansión desigual de la economía mundial, que es un sistema jerarquizado, en el que el lugar ocupado en la división internacional del trabajo determina las posibilidades de movilidad dentro del sistema. La lógica y la dinámica de éste determinan el comportamiento de sus distintos elementos: centro, semiperiferia y periferia. Como han señalado, entre otros, Shannon (1989) y Tortosa (1992), las ventajas del enfoque de Wallerstein respecto de la escuela de la dependencia fueron varias: — Superaba el problema teórico central de esa escuela, esto es, la dicotomía entre factores externos (determinantes) y factores internos (secundarios) en el desarrollo del Tercer Mundo. Al "internalizar" los factores externos, considerados ahora como simples elementos de la dinámica interna de la economía-mundo, Wallerstein dio un paso importante, si bien con algún que otro artificio metodológico. — Permitía un análisis más certero de la división internacional del trabajo, al estudiar el conjunto (y no únicamente su parte subdesarrollada o su componente central). Ese intento de elaborar una teoría de la acumulación a escala mundial fue ciertamente necesario, dadas las carencias de enfoques anteriores para comprender las nuevas realidades de las relaciones centroperiferia. — Planteaba una solución drástica al debate sobre la naturaleza del socialismo real, que, al estar integrado en una economía-mundo capitalista, no podía de ningún modo ser realmente socialista. — Hacía posible, con la introducción de la categoría de "semiperiferia", dar cuenta de la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo y, en particular, explicar la

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... experiencia de los nuevos países industriales. Con todo, los límites borrosos, tanto teóricos como prácticos, de esa semiperiferia (conjunto de economías que evitan ser relegadas a la periferia en sentido estricto pero que, por razones estructurales no explicadas con claridad, no podían convertirse en centrales) hicieron que esa parte del enfoque de Wallerstein fuese objeto de gran controversia. — Permitía una saludable superación del "occidentalocentrismo" de las teorías marxistas clásicas del imperialismo y del "tercermundismo" del enfoque de la dependencia. Con todo, y pese a que los análisis históricos en longue période de Wallerstein fueron esclarecedores (los varios tomos de su The modern world system fueron sin duda una contribución historiográfica sobresaliente), desde el punto de vista del pensamiento sobre desarrollo económico tal enfoque tenía claramente varios defectos: — Su énfasis en el tamaño del mercado y en la división del trabajo, por muy internacionales que fuesen ambos, daba como resultado un planteamiento "neosmithiano", incapaz de superar el marco de La riqueza de las naciones. De igual modo, su definición exclusivamente mercantil del capitalismo pasaba por alto la relación salarial y aproximaba su enfoque a los neosmithianos marxistas (Sweezy) o dependentistas (Frank), como se encargó de dejar claro R. Brenner a mediados de los años setenta. — La concepción de la economía-mundo como un ente casi orgánico, en el que las partes no tienen margen de maniobra, llevaba al determinismo, al pesimismo y al catastrofismo y, sobre todo, a plantear los

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Capítulo 17: La revolución crítica (1969-1976) esfuerzos locales de desarrollo como virtualmente inútiles, al estar enmarcados en una especie de "juego de suma cero" (el ascenso de una parte era el descenso de otra). — Pretender que la inserción de una zona en una economía-mundo capitalista conlleva automáticamente su naturaleza capitalista desató una enorme polémica con historiadores (que ponían en duda, por ejemplo, que América Latina hubiese sido capitalista desde el siglo XVI) y politólogos (sobre el carácter de las sociedades post-revolucionarias en Europa central y oriental, China, Corea del Norte, Cuba, etc.). — El concepto de "semiperiferia", categoría en la que se incluían economías como las de Corea del Sur, Taiwan, Brasil, México, India o África del Sur, estaba, cuanto menos, escasamente delimitado, como certifican las diversas listas de los seguidores de Wallerstein (G. Arrighi, J. Drangel, E. L. Kick, D. Snyder, etc.). Además, no quedaban en absoluto claras las razones por las cuales la semiperiferia podía evitar ser enviada de nuevo a la periferia y, sin embargo, no podía engrosar la lista de países centrales. En suma, todo parece indicar que el enfoque del sistema mundial, pese a sus loables intenciones de superar el enfoque de la dependencia, no consiguió salir del paradigma de éste. Baste señalar que algunos teóricos de la dependencia se hicieron partidarios de ese enfoque, como A. G. Frank (1978) y S. Amin(1979). En lo que atañe a la industrialización en el Tercer Mundo, el enfoque de Wallerstein sirvió para que algunos investigadores (como los alemanes F. Fróbel, J. Heinrichs y O. Kreye, en La nueva división internacional del trabajo, 1977) adelantaron algunas ideas muy polémicas:

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... — El crecimiento industrial en la periferia era fundamentalmente un proceso inducido por el redespliegue industrial norte-sur de los años sesenta y setenta. No obstante, la existencia de fenómenos de desplazamiento de algunos sectores de la industria manufacturera del centro a la periferia no equivale a que toda la industrialización de ésta sea un fenómeno derivado de factores externos. — El nuevo comportamiento de las empresas multinacionales, en lo que atañe a sus decisiones de localización internacional, se explicaba, decían Fróbel et al., por la mundialización de los mercados de mano de obra, centros de producción y bienes manufacturados, esto es, por factores de la esfera de la circulación a escala mundial. Tal afirmación pasaba por alto que la relocalización industrial hacia el Tercer Mundo, además de ser, por cierto, un fenómeno limitado, era el resultado de la crisis de la estructura productiva en los países industrializados. El segundo tipo de explicaciones circulacionistas de la NDIT fue la influyente interpretación neorricardiana de la crisis. Autores como Arrighi, Glyn/Sutcliffe o Boody/Croty, entre muchos otros, plantearon en los años setenta algunas ideas controvertidas. En primer lugar, según esa interpretación, la crisis de rentabilidad en las economías centrales tenía su origen en un conflicto distributivo, esto es, en el aumento del poder de negociación de la clase trabajadora. Utilizando términos marxistas, la caída de la tasa de ganancia se debería, no al aumento de la composición orgánica del capital, sino a la caída de la tasa de plusvalía por aumento de los costes laborales. En segundo término, la crisis de rentabilidad habría sido el factor principal del proceso de relocalización industrial hacia el Tercer Mundo. Las empresas multinacionales, de acuerdo

Capítulo 17: La revolución crítica (1969-1976) con tal interpretación, habrían buscado sencillamente zonas de bajos salarios en la periferia para compensar la compresión de sus ganancias (profit squeeze) en el centro. En tercer lugar, tal redespliegue habría sido la causa principal de la industrialización acelerada de algunas zonas del Tercer Mundo, especialmente en Asia oriental. Los inconvenientes de tal enfoque estribaban precisamente en que esas tres afirmaciones podían ser debatidas e incluso rebatidas una por una. Las causas de la caída de la tasa de beneficios en la teoría neorricardiana de la crisis, además de ser inconsistentes con los planteamientos de Marx (que, decía tal teoría, era su principal fuente de inspiración), estaban simplificadas al extremo. En particular, algunos economistas marxistas pusieron de manifiesto que, aunque podía aceptarse como causa el incremento de salarios, habían sido determinantes factores de mayor relieve como el menor crecimiento de la productividad laboral y la intensificación en capital (véase el debate en Arestis y Sawyer, eds., 1994). Por otra parte, las causas del redespliegue industrial norte-sur eran en realidad complejas, y abarcaban tanto factores de expulsión como de atracción (incentivos, zonas francas de exportación, legislaciones permisivas sobre medio ambiente, etc.). Por último, señalar que la causa fundamental de la aparición de una NDIT, la dinámica del capital en el centro, parecía claramente incompatible con los procesos endógenos de industrialización que se estaban registrando en muchos de los nuevos países industriales y especialmente en economías como las de Corea del Sur o Taiwan.

17.2. Las interpretaciones productivistas: el marxismo rostowiano Desde una perspectiva radicalmente opuesta a la de las interpretaciones circulacionistas de la NDIT, apareció en los 223

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 17: La revolución crítica (1969-1976)

años setenta un enfoque "productivista" protagonizado por B. Warren, un economista británico que hizo una curiosa mezcla de planteamientos marxistas y rostowianos para criticar al enfoque de la dependencia y, de paso, la teoría leninista del imperialismo. Warren, en un artículo tan pionero como iconoclasta (1973), señaló que el progreso de la industrialización en el Tercer Mundo desde finales de la Segunda Guerra Mundial había supuesto un auténtico desarrollo y que la dependencia no sólo no era un obstáculo para éste, sino un fenómeno que podía incluso favorecerlo. Warren recuperó el carácter históricamente progresivo del capitalismo de la obra de Marx y que el neomarxismo dependentista había rechazado. En su opinión, el capitalismo y el imperialismo habían creado condiciones, no para el desarrollo del subdesarrollo en la periferia, sino para un desarrollo capitalista con éxito en el Tercer Mundo, en el que se estaba reproduciendo, según un planteamiento que se asemejaba al de Rostow, la experiencia del capitalismo central. Con perspectiva, la aportación de Warren fue saludable en al menos dos sentidos: romper la pretendida línea de continuidad entre marxismo y enfoque de la dependencia, y rechazar la tesis de la imposibilidad del desarrollo capitalista en el Tercer Mundo. No obstante, como se encargó de sugerir A. Lipietz (1982), la aportación de Warren se inspiraba mucho más en la teoría de las etapas que en el marxismo. En primer lugar, Warren llevó demasiado lejos su reacción ante el enfoque de la dependencia. Una cosa era rechazar que el capitalismo fuese siempre un obstáculo para el desarrollo y, otra, muy distinta, era concluir que el capitalismo y el imperialismo eran promotores del desarrollo en el Tercer Mundo. De hecho, un libro (póstumo) de Warren se tituló de manera significativa Imperialism: Pioneer of capitalism (1980). Además, señalar que todas o casi todas las manifestaciones

en el Tercer Mundo del imperialismo eran favorables, parecía contradecir tanto los hechos como la certera afirmación de Marx sobre el "parto doloroso" del capitalismo en el Tercer Mundo. Adicionalmente, rechazar que los factores externos fuesen lo único importante no implicaba necesariamente otorgar a las causas internas el rango de factor explicativo único. En segundo lugar, Warren hizo sin lugar a dudas una generalización abusiva. Pasó por alto la extrema diversidad de situaciones en la periferia, por pensar que la experiencia de los nuevos países industriales acabaría por extenderse geográficamente a todo el Tercer Mundo. Tal predicción ha sido (por desgracia) desmentida abiertamente por la evolución de muchas economías periféricas (de hecho, por la mayoría de ellas) en los últimos veinte años. En tercer lugar, Warren veía, al igual que Marx y los teóricos del imperialismo, que la independencia política de los países pobres era a todos los efectos una condición suficiente para desencadenar un proceso de desarrollo en la periferia. Como Lipietz se encargó de recordar, una de las afirmaciones esenciales de Marx era que el capitalismo era históricamente progresivo pero, a la vez, "creador de miseria". Finalmente, la obra de Warren establecía una continuidad total entre los teóricos marxistas del imperialismo (Lenin, Luxemburg, Hilferding, etc.) y el neomarxismo dependentista. Esa visión tercermundista del marxismo denotaba falta de apreciación de la brecha entre marxismo y neomarxismo, tan importante quizá, tal y como se comentó anteriormente, como la quiebra entre el pensamiento clásico y neoclásico. En suma, como señaló Lipietz, el inconveniente principal de la obra de Warren no era tanto que se reclamase de Rostow sino que lo hiciera pensando que era posible hacerlo reclamándose simultáneamente de Marx.

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... En otro orden de cosas, una segunda reacción productivista a los límites teóricos y prácticos del enfoque de la dependencia fue la surgida en la escuela de los modos de producción. Hacer referencia a ella y a las controversias que suscitó desborda ampliamente las pretensiones de este capítulo. Los lectores interesados en las aportaciones de E. Laclau, P. P. Rey, H. Alavi, A. K. Bagchi, etc., encontrarán un excelente resumen en Ornan y Wignaraja (1991: 213-218) y un tratamiento exhaustivo en Taylor (1979) o en Chilcote (1984) y en Chilcote y Johnson, eds. (1983).

18 El marxismo: el enfoque de la regulación (1976 en adelante) Los estudios genuinamente marxistas sobre desarrollo apenas tuvieron trascendencia durante el período de auge del enfoque de la dependencia. Los partidarios neomarxistas de este último (Amin, dos Santos, Marini, etc.) rompieron de facto con la tradición marxista clásica, en lo que atañe cuanto menos a la consideración del capitalismo en la periferia (históricamente progresivo para Marx, freno y obstáculo al progreso para los dependentistas) y a la posibilidad misma del desarrollo capitalista en el Tercer Mundo (aceptada por Marx y los teóricos del imperialismo, pero rechazada de plano por la escuela de la dependencia). El desconcierto que tal ausencia de filiación produjo entre los economistas radicales del desarrollo sólo pudo desvanecerse cuando se hicieron claramente patentes, a principios de los años setenta, los inconvenientes teóricos y prácticos del enfoque de la dependencia.

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación...

Además de las insuficiencias metodológicas de ese enfoque (esencialismo y teleología, fundamentalmente), sus principales aspectos negativos eran el determinismo y el circulacionismo. Como se señaló en el capítulo 16, el neomarxismo de la escuela de la dependencia adoptó como bandera un catastrofismo tanto económico (la imposibilidad de un desarrollo capitalista en la periferia) como político. En palabras de A. Lipietz (1985: 8):

H. Chilcote, E. Laclau, J. G. Taylor, etc.), y el mantenimiento, a contracorriente, de los rasgos esenciales del pensamiento de Marx sobre desarrollo (H. Bernstein, J. Browett, G. Kay, G. Kitching, C. Leys, A. Foster-Carter, R. Jenkins, G. Palma, T. E. Weisskopf, etc.). — La combinación del pensamiento de Marx con la macroeconomía agregada postkeynesiana (especialmente kaleckiana), que dio como resultado el enfoque de la regulación, corriente desarrollada fundamentalmente en Francia por autores como M. Aglietta, R. Boyer o A. Lipietz. — El abandono de buena parte del análisis marxista en aras de combinar algunos aspectos de éste con la microeconomía neoclásica, resultando el llamado "marxismo analítico" (J. Elster, J. Roemer, P. Bardhan, etc.). — La creación de una corriente (minoritaria, al menos fuera del mundo anglosajón) de opinión sobre el postimperialismo (D. Becker, J. Frieden, S. Schatz, R. Sklar, etc.).

El desarrollo de las necesidades inmanentes de un ectoplasma tan molesto como maquiavélico (el capitalismo mundial, las empresas multinacionales...) [...] no podría sino desembocar [...] en un abierto pesimismo de la razón ("no podemos hacer nada, el sistema está contra nosotros") o en un nuevo opio del pueblo ("terminará por derrumbarse por causa de sus contradicciones internas"). Se negaba así el alma viva del marxismo: el análisis concreto de la situación concreta, fundamento del optimismo de la voluntad. Además, la mayor parte de los partidarios del enfoque de la dependencia hacía suya una definición meramente mercantil del capitalismo (la producción para un mercado capitalista), desatendiendo la relación salarial y engarzando así con el eclecticismo neosmithiano de la escuela de la Monthly Review (P. Sweezy, H. Magdoff, L. Huberman, etc.). Ante tales inconvenientes, y en ausencia de alternativas claras, se produjo un impasse en los estudios marxistas del desarrollo (Booth, 1985; Corbridge, 1986 y 1990), que sólo lentamente empezó a despejarse. En lo que aquí interesa, las reacciones de la economía marxista del desarrollo ante las insuficiencias del enfoque de la dependencia fueron diversas:

Las personas interesadas podrán encontrar una amplia bibliografía de esos autores en los artículos citados de Booth (1985) y Corbridge (1990). Este capítulo se limita a abordar la propuesta más renovadora de esas cuatro: el enfoque de la regulación. Véanse, sin embargo, Taylor (1979) y Richards (1986) para la polémica sobre los modos de producción; Kitching (1989), Leys (1996) y Weisskopf (1983) para la corriente ortodoxa, y Bardhan (1986) para una sugerente reinterpretación en la línea del "marxismo analítico".

18.1. El enfoque de la regulación: una apretada síntesis — La vuelta al marxismo tradicional, con el controvertido planteamiento de B. Warren, la polémica sobre la articulación de los modos de producción (J. Banaji, R.

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No es éste lugar para presentar los diversos aspectos del enfoque de la regulación (véanse, en francés, Boyer y Saillard,

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... dirs., 1995; en inglés, Robles, 1994; y en castellano, un apretado resumen en Bustelo, 1994). El enfoque de la regulación tiene una filiación fundamentalmente marxista, en el sentido de que comparte la concepción holista, dialéctica y materialista del marxismo, aunque expurgada de los dogmas fosilizados de sus versiones ortodoxa/estalinista y neoortodoxa/althusseriana. Además, combina esos postulados con otros extraídos de los análisis de la regulación en disciplinas distintas de la Economía de autores como G. Canguilhem, R. Thom, H. Atlan o I. Prigogine y de una revisión crítica de la tradición macroeconómica keynesiana y kaleckiana, del institucionalismo, así como de la escuela histórica de los Anuales. El análisis de la escuela de la regulación se basa en los conceptos de régimen de acumulación, modelo de organización del trabajo y modo de regulación, cuya combinación define un modelo de desarrollo (Lipietz, 1985: cap. 2). Por "régimen de acumulación" se entiende el modo de transformación conjunta y compatible de las normas de producción, de distribución y de uso. Es decir, un régimen de acumulación permite, durante un período largo, una adecuación entre las transformaciones de las condiciones de producción y los cambios en las condiciones de consumo. Un régimen de acumulación descansa, a su vez, sobre un "modelo de organización del trabajo" (o paradigma tecnológico) que es el conjunto de los principios generales de organización del trabajo y de uso de las técnicas. Por "modo de regulación" se entiende el conjunto de normas, implícitas o explícitas, de mecanismos de compensación, de dispositivos de información..., que ajustan permanentemente las expectativas y los comportamientos individuales a la lógica de conjunto del régimen de acumulación. Esas normas se refieren fundamentalmente a la forma de determinación de los salarios, al tipo de competencia entre empresas y al modo de gestión monetaria, aunque también a la manera

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Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación... en que se insertan las empresas nacionales en la economía mundial y a las modalidades de intervención del Estado en la economía. La estabilidad o reproducción duradera de un régimen de acumulación depende de su articulación con un determinado modo de regulación. Pueden distinguirse, a lo largo de la historia de los países desarrollados en los últimos 150 años, dos regímenes de acumulación sucesivos: — El régimen de acumulación extensiva (hasta la Primera Guerra Mundial), caracterizado por la búsqueda de una extensión de la escala de producción, con normas productivas constantes y centrada en una reproducción ampliada de bienes de producción. El carácter extensivo de la acumulación se ponía de manifiesto en un débil aumento de la productividad del trabajo, un crecimiento del consumo debido casi exclusivamente al aumento de la población y un incremento de la tasa de actividad o del número total de horas trabajadas. — El régimen de acumulación intensiva (desde los años veinte), caracterizado por la profundización de la reorganización y de la mecanización del trabajo, en el sentido de una mayor productividad laboral y de un mayor coeficiente de capital fijo, centrada en el consumo de masas, es decir, en la producción de bienes de consumo para la gran mayoría de la población. El carácter intensivo de la acumulación se manifiesta en la fuerte aceleración del aumento de la productividad del trabajo, el crecimiento del consumo per cápita y la disminución de la tasa de actividad (fundamentalmente por reducción de la jornada). Los modelos de organización del trabajo sobre los que descansan esos regímenes de acumulación son el taylorista y su prolongación fordista. El "taylorismo" consiste en la intro231

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... ducción de la división social del trabajo en los talleres (racionalización de la producción) y en la separación entre trabajo y saber del trabajador. La aplicación práctica del taylorismo en la segunda mitad del siglo XIX permitió un fuerte aumento del rendimiento (productividad más intensidad) del trabajo e hizo posible la entrada masiva en la producción de trabajadores no cualificados, es decir, de una mano de obra con salarios más bajos y poco organizada. Pese a esas ventajas, el desarrollo del taylorismo se vio limitado por dos hechos: en primer lugar, los trabajadores conservaban el control de su trabajo y podían hacer fracasar los intentos patronales de hacerlo más intenso y, en segundo lugar, las diferentes operaciones eran ejecutadas independientemente las unas de las otras, de tal manera que la dirección de la empresa estaba obligada a una vigilancia permanente de cada obrero para asegurarse de que respetaba el ritmo establecido. El "fordismo", como proceso de trabajo, es una prolongación del taylorismo y consiste en la profundización tanto de la división del trabajo como de la separación entre el trabajador y su capacidad intelectual (saber obrero), mediante la introducción de la cadena de producción semiautomática o línea de montaje. Esa introducción lleva hasta el límite la parcelación del trabajo, introduce lo que se ha llamado una "vigilancia panóptica" y supone un aumento del rendimiento y un mayor aprovechamiento de las economías de escala. El fordismo tiene en realidad dos vertientes. La primera, su aspecto productivo, es la que se refiere a su peculiaridad como modelo de organización del trabajo, es decir, el taylorismo más la mecanización semiautomática. La segunda es la vertiente regularizadora, relativa a la adaptación continua del consumo de masas a los incrementos de productividad. Esa adaptación supone ventajas para trabajadores y empresarios. Los primeros sólo aceptaron someterse al proceso fordista de trabajo a cambio de un aumento continuo en sus salarios reales. Los segundos vieron en el incremento constante del

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Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación... poder de compra de sus asalariados una garantía contra las crisis de sobreproducción. De ahí que, en los años veinte y treinta del siglo XX, se llegase a lo que Lipietz llama el "compromiso fordista", es decir, el compromiso global y organizado entre patronal y sindicatos para permitir la redistribución de una parte de las ganancias de productividad a los asalariados. No obstante, ese compromiso no fue suficiente o llegó demasiado tarde para evitar la gran depresión de los años treinta, que se debió a la inadaptación del modo de regulación imperante entonces, el competitivo, al nuevo régimen de acumulación intensiva. Cabe distinguir históricamente dos modos de regulación: — El modo de regulación competitiva (hasta los años treinta) caracterizado por un ajuste a posteriori de la producción y de los salarios en función del movimiento de los precios; una fuerte sensibilidad de los precios a las condiciones de demanda; y una gestión monetaria y crediticia basada en la circulación de moneda metálica y en el estricto respeto de la disciplina monetaria. — El modo de regulación monopolista (desde la Gran Depresión) definido por una determinación a priori de la producción y de los salarios en función, ya no de los precios, sino de las ganancias de productividad; un mecanismo de formación de los precios basado en la posibilidad de que las grandes empresas "administren" sus precios mediante la aplicación de un mark-up, con independencia relativa de las fluctuaciones de demanda; y un tipo de gestión de la moneda y del crédito basado en la sustitución de la moneda-mercancía metálica por la moneda de crédito y en la posibilidad de relajar sistemáticamente la disciplina monetaria. Hasta la Primera Guerra Mundial, la acumulación se basó en la simple extensión de las capacidades de producción sin

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... cambios notables en la productividad y en la composición del capital y la regulación consistió en el clásico "ciclo de negocios", de forma que se aseguraron tanto un crecimiento de la tasa de plusvalía al menos igual al de la composición orgánica del capital (y, por tanto, un mantenimiento de la rentabilidad), como el seguimiento de una senda de crecimiento exenta de grandes sobresaltos. La fase siguiente (años veinte) correspondió a la sustitución progresiva de la acumulación extensiva por un régimen intensivo, gracias a la fuerte ola de innovaciones tecnológicas de principios de siglo y a su aplicación masiva a los procesos de producción (taylorismo y embriones de fordismo). Los años veinte fueron testigos de un boom originado por el prodigioso crecimiento de la plusvalía relativa. Sin embargo, esa transformación en el régimen de acumulación no se vio acompañada por una mutación equivalente del modo de regulación, que conservó su carácter competitivo, de forma que los incrementos de productividad superaron ampliamente el modesto crecimiento del poder de compra de los asalariados, generándose las tendencias hacia una crisis de realización o de sobreproducción. La Gran Depresión de los años treinta puede interpretarse como la primera crisis de la acumulación intensiva y la última de la regulación competitiva. La edad de oro del crecimiento (1945-1965) se caracterizó por la generalización del fordismo como régimen de acumulación, es decir, por una afortunada combinación de los principios de la organización científica del trabajo con el consumo de masas. Los incrementos consiguientes de la productividad del trabajo fueron superiores a los del capital fijo per cápita y el aumento de los salarios reales se combinó, para generar un aumento constante del poder de compra, con la consolidación de una red de instituciones estabilizadoras del crecimiento de las rentas nominales de los asalariados (convenios colectivos, Estado del bienestar, etc.), propia del modo de regulación monopolista.

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Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación... La confluencia de la acumulación intensiva y de la regulación monopolista sentó las bases de un ciclo virtuoso de la productividad y de los salarios reales (directos e indirectos). El aumento de la productividad permitió superar los obstáculos derivados del deterioro de la rentabilidad (crisis de valorización), mientras que el crecimiento del poder de compra impidió que se registrasen problemas de insuficiencia de demanda (crisis de realización). El crecimiento de posguerra se caracterizó, por tanto, por una gran estabilidad. La crisis que se produjo a finales de los años sesenta y principios de los setenta en los países desarrollados obedeció principalmente a una crisis interna del fordismo, aunque ésta se vio amplificada por la creciente internacionalización de las relaciones económicas. La crisis del fordismo fue el resultado de un crecimiento del coste laboral superior al de la productividad del trabajo y de un incremento del capital fijo respecto del número de asalariados (composición orgánica del capital). El rechazo, por parte de los trabajadores, de las implicaciones de la organización científica del trabajo (separación entre competencia profesional y ejecución descualificada, subordinación del trabajador a la jerarquía empresarial y a la máquina...) provocó una oleada de conflictos laborales desde finales de los años sesenta, que resultaron en un crecimiento de los costes laborales directos. Además, aumentaron las cotizaciones sociales a cargo de las empresas y las pensiones de jubilación mientras que se reducía la jornada laboral. Al mismo tiempo, y sobre todo, disminuyó el crecimiento de la productividad del trabajo, como resultado inevitable de un proceso de trabajo que, al deshumanizar al trabajador, le volvió a la larga ineficiente. La reducción de la rentabilidad provocó una disminución de la inversión y un crecimiento del desempleo. Además, la repercusión del incremento de los costes en los precios provocó un proceso de inflación de costes, autoentretenido por

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... las alzas salariales. El desempleo y la presión para reducir los salarios reales provocaron una contracción de la demanda, si bien la crisis de los años setenta no puede considerarse una crisis de insuficiencia de demanda sino una crisis de estructura productiva (de oferta). La dimensión internacional de la crisis intensificó su impacto. La creciente competencia internacional de países como Japón, Alemania o los nuevos países industriales (hacia los que se reorientó la demanda mundial), los efectos de los dos shocks del petróleo sobre el grado de apertura comercial de las economías desarrolladas y las estrategias de redespliegue internacional de las empresas multinacionales supusieron la pérdida de coherencia de los espacios nacionales como base privilegiada de la acumulación fordista. Los distintos países perdieron soberanía nacional en lo referente a la regulación de sus economías. El empeoramiento de las balanzas comerciales impuso estrategias de enfriamiento económico que agudizaron los problemas de demanda.

18.2. Las aportaciones del enfoque de la regulación a los estudios sobre desarrollo

Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación... y, por otra parte -lo que no es más que otro aspecto del mismo sesgo- analizar cada evolución concreta en función de las exigencias del susodicho concepto, en particular, analizar las evoluciones internas de cada formación económico-social nacional como la ejecución de una partitura dirigida por un director de orquesta mundial, admitiendo en el mejor de los casos que ese director propiamente dicho no es un (mal) sujeto. En segundo lugar, la crítica al catastrofismo económico y político sobre las posibilidades del Tercer Mundo, ya que tal planteamiento impidió al enfoque de la dependencia reconocer la industrialización acelerada de algunas economías periféricas, y porque suponía en la práctica renunciar, por inútil o reformista, a la necesaria lucha política por el progreso. En tercer lugar, la crítica al tercermundismo de los dependentistas, incapaces de valorar los efectos de los cambios en la lógica de acumulación de los países centrales sobre la naturaleza de las relaciones centro-periferia. Citando de nuevo a Lipietz (1985: 6), la tesis dependentista

En temas de desarrollo, el enfoque de la regulación parte de una triple crítica a la escuela de la dependencia. En primer lugar, a su determinismo y funcionalismo, es decir, a la afirmación de que existen leyes inmanentes del capitalismo mundial, deducidas de un concepto universal -como el imperialismo o la dependencia-, que hacen que la situación concreta de cada país y su función en la división internacional del trabajo dependa de las exigencias de tales leyes. Para Lipietz (1985:11), es necesario recelar de dos peligrosas tentaciones, a saber, las que conducen a

tenía una enorme ventaja respecto del planteamiento liberal, en la medida en que pretendía estudiar algunos de los lazos que unían los espacios económicos en las relaciones internacionales, considerando a la economía mundial como un sistema. Sin embargo, adolecía del defecto de no preocuparse apenas por las condiciones concretas de la acumulación capitalista, tanto en los países del centro como en los países de la periferia. Por tanto, era incapaz de percibir las transformaciones en la lógica de acumulación del centro (que iban a modificar la naturaleza de las relaciones centro-periferia), ni las transformaciones de esa lógica en el plano interno de los países de la periferia (que acabarían provocando nada menos que el estallido de esta última).

deducir la realidad concreta de leyes inmanentes, a su vez debidas a un concepto universal (el imperialismo, la dependencia),

Sobre la base de ese distanciamiento, el enfoque de la regulación considera que los factores estructurales internos tienen

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primacía y que las relaciones sociales tienen gran importancia en el proceso de subdesarrollo. Además, un enfoque que insiste, como hemos visto, en la importancia de las variaciones temporales, de la diversidad y de los cambios en el espacio y el tiempo resulta adecuado para dar respuesta a la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo, un fenómeno que la escuela de la dependencia no alcanzaba a explicarse (Talha, 1995). En el estudio, todavía claramente incompleto, de los autores de la escuela de la regulación en temas de desarrollo, cabe distinguir dos fases. La primera, de simple exploración, consistió en intentar aplicar el concepto básico del fordismo a las economías periféricas, para concluir que, en el mejor de los casos, sólo podía hablarse de "subfordismo" (por ejemplo, durante la etapa de la ISI en América Latina), de "fordismo truncado" o "incompleto" o, como en la propuesta de Lipietz (1985), de "fordismo periférico" (véanse más detalles a continuación). La segunda fase se basa en admitir que resulta imposible la transposición al Tercer Mundo del concepto de régimen de acumulación, por lo que se hace necesaria o bien una ampliación o bien una reducción de tal concepto. En el primer caso, algunos estudios, como el de M. Lanzarotti sobre Corea del Sur, publicado en 1992, sugieren que es necesario definir un régimen de acumulación periférico, entendiéndolo como el modo de articulación entre tres secciones productivas (bienes de capital, bienes de consumo y sector externo o transnacional). La sección de bienes de capital estaría atrofiada, al tiempo que la importancia del sector externo sería sustancialmente mayor que en el capitalismo central. En el segundo caso, algunas incursiones del enfoque de la regulación en el caso de América Latina proponen que el Tercer Mundo se caracteriza por la fragilidad, no tanto del régimen de acumulación, sino del modo de regulación, esto es, por la atrofia de la relación salarial (J. Aboites, R. Haussman, G. Hillcoat, J. Saboia, etc.).

Es de justicia reconocer que tales planteamientos no están todavía sólidamente asentados y que es necesario un acercamiento mayor de los partidarios del enfoque de la regulación a los temas de desarrollo. Así y todo, la propuesta de Lipietz (1985) sobre el fordismo periférico merece ser analizada con algo más de detalle, especialmente por su carácter sugerente y fecundo en lo relativo a la industrialización en el Tercer Mundo, especialmente en los nuevos países industriales (NPI). Según Lipietz, la estrategia de industrialización orientada a la exportación de los NPI (asiáticos y luego latinoamericanos) puede articularse con el resto de la economía local e insertarse en la economía mundial según distintas lógicas. Ese autor propone que se distingan dos lógicas de acumulación (o componentes o elementos de regímenes de acumulación nacionales) principales en el proceso de industrialización de los NPI (Lipietz, 1985: cap. 6): la taylorización primitiva y el fordismo periférico. La "taylorización primitiva" consiste en la puesta en marcha de segmentos intensivos en mano de obra no cualificada, con una alta tasa de explotación y con el objeto de producir fundamentalmente para el mercado mundial. Se trata de una especialización en industrias de mano de obra, de proceso de trabajo más tayloriano que fordista (textil, electrónica...), por la menor complejidad de su base técnica (que requiere, por tanto, menores inversiones) y por ser precisamente los sectores tempranamente redesplegados por las empresas multinacionales. Como la acumulación primitiva en Europa, esta lógica se basa en una alta tasa de explotación de la mano de obra, en una taylorización "sanguinaria", del mismo modo que Marx hablaba de "legislación sanguinaria" para la Inglaterra de los albores de la Revolución Industrial. Puesto que se trata de producir para los mercados del centro, la competitividad de las exportaciones debe asegurarse mediante el bloqueo de los salarios cuando no su reducción, la extrema debilidad de la legis-

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lación social y el incremento de productividad por intensificación y aumento de la duración del trabajo. En efecto, la puesta en marcha de políticas de industrialización orientada a la exportación coincidió, en todos los NPI, con un endurecimiento de la relación salarial y, en algunos casos, con la aparición de dictaduras militares (Corea del Sur en 1961, Brasil en 1964). A principios de los años sesenta se produjeron un bloqueo de los salarios a un bajo nivel (caso de Corea del Sur) o una reducción del poder de compra de los asalariados a través de medidas centralizadas (contención salarial más inflación; caso de Brasil) al mismo tiempo que se establecieron legislaciones sociales extraordinariamente permisivas en cuanto a las condiciones de trabajo (intensidades y duraciones del trabajo en extremo nocivas para la mano de obra) y a la movilidad de los trabajadores (la precarización del empleo, acorde con la utilización de tecnologías sencillas, que por diferentes motivos resultaban rentables para las empresas, pero que agotaban prematuramente a la fuerza de trabajo). La coyuntura internacional con que se encontró la progresiva maduración de la taylorización primitiva le fue extraordinariamente favorable a finales de los años sesenta y primeros setenta. Por una parte, se registró un fuerte aumento de competitividad de las exportaciones de los NPI, sin compresión de la demanda de los mercados del Norte, ya que:

las economías de escala y de la utilización de bienes de equipo modernos. Por otro lado, la represión política y sindical mantuvo bajos los salarios en los NPI de forma que, en conjunto, se produjo una reducción del coste por unidad de producto exportada. — La gestión socialdemócrata de la crisis en el norte en 1974-1980 (aumento de los empleos terciarios, crecimiento del salario indirecto...) permitió que se mantuviese la tendencia al alza del poder de compra de los asalariados de los países desarrollados, sin reducción de su demanda exterior.

— La brecha de productividad entre los países desarrollados y los NPI se colmó rápidamente, en un ritmo de recuperación sin precedente histórico. Mientras que el crecimiento de la productividad empezó a hacerse más lento en los países desarrollados, la productividad de los NPI aumentó rápidamente por la generalización de los métodos de organización científica del trabajo, el particular tipo de gestión de la mano de obra y las ventajas derivadas del aprovechamiento de

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Por otra parte, la disponibilidad de una financiación internacional abundante permitió mantener en funcionamiento los sectores exportadores de los NPI. Tal financiación provino fundamentalmente de la inversión de las empresas multinacionales que redesplegaron sus actividades hacia el Tercer Mundo y del reciclaje en los NPI de los "petrodólares" de la OPEP. Sin embargo, la taylorización primitiva se vio enseguida sujeta a ciertos límites (Lipietz, 1985: 72 y 73): — Un límite macroeconómico a escala internacional por cuanto no suponía un incremento de la demanda mundial, ya que, en definitiva, consistió en sustituir salarios centrales altos por remuneraciones muy bajas en la periferia. En el caso de los sectores en los que la demanda estaba estancada (textil, calzado, etc.), supuso una pérdida de empleos en el norte, cuya reacción proteccionista frenó brutalmente las exportaciones de los NPI. — Un límite social en los propios NPI en donde se generaron tensiones derivadas de la explotación y de la escasez de mano de obra.

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 18: El marxismo: el enfoque de la regulación... 18.3. Valoración crítica

Como consecuencia de ello, los NPI más avanzados (Brasil, Corea del Sur, Taiwan, etc.) comenzaron a adoptar una segunda lógica de acumulación: el "fordismo periférico". Este se caracterizaba por una mecanización creciente de las actividades, con un cierto relajamiento de la relación salarial y con una producción dirigida a la vez a satisfacer la demanda exterior y, por la sustitución de importaciones y el crecimiento de las rentas internas, a abastecer el mercado nacional. Se trataba de "fordismo" por cuanto se registra una importante aplicación de los principios maduros de la organización científica del trabajo (sistemas automáticos de máquinas), combinada con un crecimiento (relativo) del consumo de masas. Pero era "periférico" porque, por un lado, los puestos de trabajo y las producciones que corresponden a la fabricación cualificada y, sobre todo, a la ingeniería estaban situados, en gran parte, en el centro y, por otro lado, porque el crecimiento de la demanda social no estaba "institucionalmente regulado" sobre una base nacional en función de las ganancias de productividad de las ramas fordistas locales, sino que resultaba de una combinación específica del consumo de las clases medias nacionales, con un acceso parcial de los trabajadores del sector fordista a los bienes duraderos, y de las exportaciones hacia el centro de productos manufacturados a bajo precio (Lipietz, 1985: 74). A diferencia de la taylorización primitiva, el fordismo periférico suponía un crecimiento de la demanda mundial, por la generalización del trabajo asalariado y el aumento del poder de compra en los NPI. Además, permitió una apertura de amplios mercados para las tecnologías de punta y los bienes de equipo profesionales de los países desarrollados. La destrucción de empleos originada por las importaciones de bienes de consumo y componentes y por la deslocalización de actividades se vio compensada, a veces sobradamente, en los países centrales, por la creación de puestos de trabajo en los nuevos sectores exportadores.

A modo de conclusión, pueden resaltarse algunas ventajas e inconvenientes de las propuestas del enfoque de la regulación. En lo que se refiere a las ventajas, parece claro que es muy positivo su intento de teorizar el desequilibrio, de combinar tradición clásica y grandes heterodoxos (Marx, Schumpeter y Keynes), de relacionar historia y teoría económicas y de tomar en consideración los aspectos sociales en el análisis del funcionamiento de la estructura económica. Además de esos aspectos generales, algunos economistas anglosajones, de ordinario extremadamente escépticos ante las aportaciones intelectuales francesas, han señalado que dos parecen ser los méritos principales del enfoque de la regulación: en primer lugar, la idea de que la acumulación capitalista no se autorregula, es decir, no responde exclusivamente a una lógica interna de reproducción. En otros términos, la acumulación exige la presencia de un marco institucional (de un modo de regulación). Se trata de una concepción social y no reduccionista del proceso de acumulación de capital que hace posible una saludable superación del "finalismo" ortodoxo. En segundo término, su intento de completar la dimensión internacional del proyecto marxista de investigación (los famosos e inexistentes libros 5 y 6 de El Capital acerca del comercio y el mercado mundiales), sobre la que los regulacionistas han hecho notables incursiones: por ejemplo, el concepto de "fordismo periférico" de Alain Lipietz y el análisis de las crisis en el Tercer Mundo de Carlos Ominami. Sin embargo, el enfoque de la regulación ha suscitado también enconadas críticas dirigidas a su peculiar jerga (y a cierta obsesión por los términos), que hace que sea difícilmente inteligible para quienes se sienten desorientados por los recovecos del idioma galo, a su incapacidad para hacer plenamente operativos sus conceptos y a su discurso parcialmente cerrado que

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... no se ha abierto suficientemente a las aportaciones de otras corrientes críticas. Por otro lado, algunos historiadores han criticado su simplismo: la carga institucional debería ser aligerada, entre otras razones para dar cuenta de la divergencia de las pautas de desarrollo (entre Estados Unidos y Francia, por ejemplo) en situaciones similares de regulación. En otro orden de cosas, se ha sugerido también que los regulacionistas, por su insistencia en aspectos de demanda, subestiman o consideran obsoleto el valor explicativo del dispositivo teórico de los clásicos sobre la posibilidad de un ajuste vía oferta. Por último, y éste quizá sea el principal inconveniente del enfoque de la regulación, sus partidarios todavía no han desarrollado de manera suficiente la dimensión internacional del análisis. El problema estriba en que, al haber nacido de un intento de teorizar la evolución histórica de los países desarrollados, la escuela de la regulación adolece de un sesgo metodológico que dificulta la elaboración de conceptos para el análisis del capitalismo en el Tercer Mundo. Se trata de la misma crítica, aunque invertida, dirigida años atrás al enfoque de la dependencia, al que se acusó de ser simplemente la versión sur de las teorías del imperialismo. Además, aunque los conceptos de "taylorización primitiva" y "fordismo periférico" son extremadamente sugerentes, apenas se ha progresado en ese campo desde que Lipietz los propusiera en 1985. Por añadidura, la extrapolación a escala mundial de unos postulados extraídos de realidades nacionales es una tarea compleja, que podría seguramente verse facilitada por un marco teórico general sobre el sistema económico mundial.

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19 Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo latinoamericano (desde 1983) A finales de los años ochenta y principios de los noventa se produjo una revitalización del estructuralismo de la CEPAL. Curiosamente, tal recuperación se produjo primero en algunos círculos intelectuales anglosajones (Taylor, 1983) y sólo después en la propia América Latina (Rosales, 1988; Sunkel y Zuleta, 1990). La idea central del estructuralismo en los estudios del desarrollo es, recordemos, que en los países del Tercer Mundo hay rigideces y otras insuficiencias institucionales y notables imperfecciones del mercado, de manera que las pautas liberales de crecimiento no tienen en la práctica los resultados previstos por la escuela neoclásica. La aportación novedosa de la macroeconomía estructuralista fue añadir a tal enfoque dos aspectos adicionales de gran importancia: la necesidad de hacer más riguroso, mediante la formalización, incluso matemática, el estudio de las políticas de desarrollo, y el reconocimiento de la diversidad dentro del Tercer Mundo, cuyos

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... países presentan "deficiencias estructurales" distintas no sólo respecto de los rasgos de las economías desarrollados, sino también entre sí. Esta última afirmación tenía como implicación inmediata el rechazo a la existencia misma de una receta general de políticas y estrategias de cambio, así como de la legitimidad misma de una teoría global del desarrollo. En cuanto al neoestructuralismo latinoamericano, se trata de una corriente que recupera, con algunas modificaciones y añadidos, el pensamiento de la CEPAL. Su origen se encuentra en el rechazo a las políticas ortodoxas de estabilización y ajuste aplicadas en los años ochenta en América Latina y en la necesidad de superar el "decenio perdido" del desarrollo al que esas políticas contribuyeron en gran medida a crear.

19.1. La macroeconomía estructuralista y la crítica al Consenso de Washington Esta corriente, cuyo máximo exponente es el economista estadounidense Lance Taylor, intenta formalizar el pensamiento estructuralista convencional (de la CEPAL y de autores como H. B. Chenery, 1975 y 1983) e integrar algunos de los supuestos e hipótesis de esa tradición, corregidos para hacerlos más rigurosos, en el análisis macroeconómico convencional. El objetivo explícito de tal iniciativa es el de contribuir a "desmontar desde dentro" la pretendida bondad de las políticas ortodoxas de desarrollo. El rechazo del Consenso de Washington (véase el capítulo 13) es lo que inspira a la macroeconomía estructuralista, cuyas obras pioneras fueron los trabajos de L. Taylor (1979) y, sobre todo, Taylor (1983). En primer lugar, se achaca a ese pensamiento único una absurda pretensión de generalidad ante una realidad tan diversa que hace imposible una receta universal. Como ha señalado Taylor (1993: 88), 246

Capítulo 19: Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo... la cuestión estriba en diseñar y aplicar gradualmente cambios en la política económica de forma eficaz en el contexto histórico e institucional de cada economía. Tenemos algunos conocimientos sobre los condicionantes de la estructura del stock existente de capital, del tamaño de la población y de las dotaciones de recursos naturales que restringen, aunque con cierta flexibilidad, las políticas que buscan incrementar la eficiencia productiva, pero no disponemos ni mucho menos de una solución general. En segundo término, se achaca a las políticas de estabilización y ajuste inspiradas por el Consenso de Washington y aplicadas por las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial) el haber tenido resultados económicos mediocres y, sobre todo, un alto coste social. En tercer lugar, se discute que el orden a seguir sea el recomendado por esas instituciones (estabilización, ajuste y cambio estructural), en la medida en que, incluso suponiendo que las medidas de estabilización y ajuste tengan éxito en la asignación estática de los recursos, tal proceso desatiende la eficacia productiva o dinámica, que es la que garantiza el crecimiento a medio y largo plazo. En otros términos, la macroeconomía estructuralista aboga por que la transformación estructural preceda, acompañe y suceda a las medidas de estabilización y ajuste. Esa corriente, que ha recibido el apoyo de organismos como la conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y otras instituciones progresistas de Naciones Unidas (ha inspirado, por ejemplo, las últimas ediciones del Estudio económico mundial), sugiere: — Cautela extrema sobre las medidas que se adoptan para alcanzar objetivos deseables, como la estabilidad macroeconómica y la reforma estructural. — Toma de conciencia sobre los inconvenientes de las medidas que se aplican de forma generalizada en el 247

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... Tercer Mundo, sin que esté clara su oportunidad: liberalización externa, privatización de las empresas estatales, desregulación financiera, flexibilización del mercado de trabajo, etc. — La necesidad de recuperar al Estado como protagonista esencial en el proceso de desarrollo, en el convencimiento de que son necesarias intervenciones estatales no sólo funcionales (como la inversión pública en capital humano y físico) sino también selectivas (como el fomento deliberado de sectores industriales prioritarios). Tal planteamiento se separa claramente del enfoque favorable al mercado (véase el capítulo 14). Sobre el primer aspecto, la austeridad fiscal y monetaria, puede tener inconvenientes serios, especialmente si se aplica de manera muy intensa: recorte en los gastos sociales, quiebra en la inversión pública en infraestructuras, alza excesiva de los tipos de interés, etc. La austeridad corre el riesgo de provocar estancamiento crónico. Además, la política de tipo de cambio recibe una atención especial, al haber demostrado ser esencial en el proceso de ajuste (Taylor, 1997: 148). Por ejemplo, la devaluación, que el Consenso de Washington recomienda para hacer frente al déficit comercial y para tranquilizar a los inversores extranjeros que repatrían capitales, puede con facilidad enfrentarse a una respuesta lenta de las exportaciones y, sobre todo, a un aumento de los precios internos de los bienes comercializables. La inflación resultante afecta negativamente al poder adquisitivo de la población y a la demanda agregada, provocando recesión. A la inversa, el uso del tipo de cambio como mecanismo principal para combatir la inflación (esto es, la apreciación de la moneda) tiende a deteriorar el saldo de la balanza comercial, lo que obliga a mantener altos tipos de interés para atraer capital foráneo, con los consiguientes efectos recesivos sobre 248

Capítulo 19: Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo... la inversión interior. En particular, cuando esa política de empleo del tipo de cambio como ancla nominal para luchar contra la inflación se combina con la liberalización de los movimientos de capital, la presencia de déficit comerciales y una política monetaria muy restrictiva, el resultado es una crisis financiera. Los ejemplos del Cono Sur de América Latina a finales de los años setenta, de México en 1994, de Argentina en 1996 o de Brasil y el sudeste asiático en 1997 son ilustrativos a este respecto. Sobre los objetivos, aún más más discutibles, los posibles efectos negativos son aún más evidentes: los programas de liberalización externa no han tenido mejores resultados que los basados en el empleo inteligente de las cuotas y los controles. Entre las ventajas de este último destaca la posibilidad de usar la amenaza de retirar la protección con miras a obtener del sector privado una producción más eficiente sin tener que estimar e imponer todo un conjunto de precios correctos de asignación. La inversión directa extranjera mejora la balanza de pagos y puede contribuir a la adquisición de tecnología, pero las empresas locales pueden ser capaces de conseguir lo segundo aún mejor. La privatización no trae consigo mejoras obvias de productividad, y si se lleva a cabo de manera indiscriminada puede perturbar al ahorro, la inversión y los flujos financieros. La misma observación se aplica a los intentos de reestructurar un sistema financiero reprimido, mediante al aumento de los tipos de interés y la renuncia a la supervisión bancaria. La desregulación del mercado de trabajo puede reducir los costes salariales a corto plazo, con algunas ventajas para las exportaciones. Pero puede resultar contraproducente para el desarrollo socioeconómico a largo plazo, así como reducir la acumulación de activos humanos productivos (Taylor, 1993: 87). En cuanto a la intervención del Estado, la macroeconomía estructuralista reclama lo acertado de los postulados de los

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... "pioneros" a este respecto. Considera que la economía política neoclásica (Olson, Buchanan, Lal, North, etc.) pasa por alto aspectos tan importantes como el provecho que obtendrían las empresas multinacionales de mercados no regulados de comercio exterior y de flujos externos de capital, la propia inexistencia histórica de economías de libre mercado (ni en la Inglaterra del siglo XVIII ni en el Hong Kong contemporáneo, dice Taylor), la inestabilidad inherente a esa hipotética situación, etc. (véase la crítica keynesiana de Toye, 1991). En suma, la nueva teoría neoclásica del Estado es a la vez ahistórica y estática, lo que le impide considerar siquiera la dinámica del desarrollo económico. Algunas contribuciones en la línea de la macroeconomía estructuralista, como Amsden (1992), han sugerido convincentemente que en los países de la industrialización tardía del siglo XX (es decir, en las economías del Tercer Mundo), la intervención del Estado ha de ser necesariamente activa, incluso distorsionando deliberadamente los precios para acelerar el crecimiento, por la sencilla razón de que sólo así esos países podrán colmar la brecha que les separa de los países ricos. El proceso de recuperación (catching-up) del Tercer Mundo exige un Estado que haga no sólo intervenciones favorables al mercado, sino que tome igualmente medidas para seleccionar y promover sectores prioritarios, especialmente en la industria, como demuestra la experiencia de algunas economías de Asia oriental, como las de Japón, Corea del Sur o Taiwán (Singh, 1995).

Capítulo 19: Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo... Las políticas de estabilización y ajuste inspiradas por el credo neoliberal desataron un profundo rechazo, no sólo por sus efectos recesivos sino también por su carácter socialmente regresivo. Entre 1980 y l992 la renta per cápita de América Latina y el Caribe se redujo de forma apreciable. Entre 1980 y 1990 el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza aumentó del 3 5 % al 37%, mientras que el número absoluto de personas pobres pasó de 170 millones (43% de la población total) a 196 millones (46% de la población total). El agravante es que la mayoría de la población pobre se encuentra ahora en las ciudades. La distribución de la renta y de la riqueza se hizo más desigual, especialmente en Brasil y Colombia. Además, la realidad latinoamericana de los años ochenta se caracterizaba por diversos rasgos estructurales de gran importancia, que Rosales (1988) agrupa en los tres siguientes: — Un modelo de inserción externa que conlleva una especialización internacional "empobrecedora". — Una estructura productiva cada vez más desarticulada, vulnerable, heterogénea, concentradora del progreso técnico y generadora de desempleo. — Una pauta social excluyente, con unas crecientes concentración de la renta y de la riqueza, pobreza y marginación.

El origen del neoestructuralismo del subcontinente americano reside en la propia evolución de las ciencias sociales latinoamericanas en los años ochenta.

Ante tal situación, los economistas latinoamericanos críticos con el análisis económico neoclásico (radicalizado en neoliberal en el caso de América Latina) empezaron a recuperar el pensamiento de la CEPAL. La teoría económica ortodoxa era, a todas luces, inapropiada para dar respuesta a los retos del desarrollo. Como ha expuesto brillantemente Sunkel (1994), varias características de esa teoría debían y podían ser puestas en entredicho: indi-

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19.2. El neoestructuralismo latinoamericano y la crítica al neoliberalismo

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 19: Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo... En la medida en que muchos de los planes de ajuste de uno y otro signo fracasaban y la crisis persistía, el neoestructuralismo comenzó a recurrir al legado positivo de un ideario propiamente latinoamericano y a nutrirse de él: el estructuralismo de las décadas de posguerra. No obstante ese grado cercano a la identificación con las tesis estructuralistas originales y como consecuencia del cambio en las circunstancias históricas en que fueron formuladas, también se produjo una revisión crítica de algunos de sus postulados con el fin de superar sus insuficiencias. Entre éstas destacan una confianza excesiva en las bondades del intervencionismo estatal, un pesimismo exagerado y demasiado prolongado en el tiempo respecto de los mercados externos y un manejo desaprensivo de la política económica de corto plazo que impedía dar respuestas oportunas y operacionales a los problemas de la coyuntura, especialmente por la subestimación de los aspectos monetarios y financieros (Sunkel y Zuleta, 1990: 42).

vidualismo metodológico, concepción del mercado como una categoría abstracta e universal, afirmación de que las imperfecciones del Estado son siempre mayores que las del mercado, análisis circunscrito a los problemas económicos en sentido estricto, formalismo matemático, etc. Frente a ese enfoque, el neoestructuralismo recuperó el pensamiento de la CEPAL, especialmente a partir de los primeros años noventa, en una coyuntura internacional e intelectual más propicia: cambios en las políticas de Estados Unidos, después de las presidencias de Reagan y Bush, y en cierta medida también en la Unión Europea, con los intentos del expresidente de la Comisión J. Delors por impulsar políticas de empleo; desarrollo de la corriente de la socio-economía en el mundo anglosajón; cambio de enfoque en el Banco Mundial hacia posiciones menos liberales; reacción de muchos economistas convencionales, incluidos algunos premios Nobel, ante el monopolio intelectual cada vez más asfixiante de la ortodoxia más radical, etc. Los neoestructuralistas insisten en la acción social en grupos colectivos, en las características estructurales e institucionales propias y distintas de cada país, en el contexto histórico en el que se desarrolla su economía, en la persistencia y amplificación de las imperfecciones del mercado, y en la necesidad de tratar aspectos sociales, políticos y medioambientales. Frente a las pretensiones de hegemonía intelectual de la economía neoclásica y de la nueva macroeconomía clásica, el neoestructuralismo hace gala de lo que considera un saludable eclecticismo, en el que tienen cabida la economía política clásica, el pensamiento keynesiano, algunas aportaciones de la Economía del bienestar, otras ciencias sociales o el ecologismo. Tal recuperación actualizada del pensamiento de la CEPAL es el rasgo distintivo más sobresaliente de la corriente neoestructuralista:

En suma, los neoestructuralistas empezaron a tomar conciencia (algunos dirían que con demasiado retraso) de la cada vez mayor pérdida del margen de maniobra de las políticas nacionales en la economía mundializada. Como señala Sunkel (1994: 50), la creciente integración transnacional, especialmente en el campo financiero, la mayor influencia de los organismos internacionales en las políticas internas, la incidencia global sin precedentes de los desequilibrios monetarios y del nuevo proteccionismo de los grandes países desarrollados han limitado en gran medida la libertad de maniobra de los países subdesarrollados. La propuesta de políticas económicas del neoestructuralismo se inspira en la estrategia de "transformación productiva con equidad" y de "desarrollo desde dentro" propuesta por la CEPAL a principios de los años noventa. Los objetivos son alcanzar un crecimiento económico sostenido mediante una inserción eficaz en la economía mun-

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... dial, una generación suficiente de empleo productivo y una reducción de la heterogeneidad estructural. Tales medios deberían tener c o m o resultado el alivio de la situación de pobreza extrema, la mejora en la distribución de la renta y el fomento de las libertades públicas. El requisito indispensable p a r a lograr unas tasas a p r o piadas de crecimiento del p r o d u c t o total y per cápita es el respeto de los equilibrios macroeconómicos básicos. Esa necesidad no es objeto de debate, aunque sí resultan controvertidas las medidas de estabilización convencionales. La novedad a este respecto del neoestructuralismo es que propone: — Reducir la transferencia de capital hacia el exterior en concepto de servicio de la deuda, con medidas globales para reducir la carga que ésta supone. — C o n t r o l a r el déficit presupuestario no sólo con restricciones en el gasto público sino también con aumento de los ingresos del Estado, mediante una reforma fiscal. — Aplicar las medidas de estabilización de manera gradual, excepto en el caso de enfrentarse a la hiperinflación, para que resulten socialmente aceptables y no pongan en peligro el crecimiento potencial.

Capítulo 19: Macroeconomía estructuralista y neoestructuralismo... mente llevaría a un callejón sin salida. Por el contrario, en esta propuesta se dejan abiertas las opciones para orientar la industrialización desde dentro hacia los mercados internos y externos que se consideren prioritarios y prometedores en la estrategia de desarrollo a largo plazo (Sunkel y Zuleta, 1990: 43). El énfasis en que el crecimiento exportador es esencial es otra novedad de ese enfoque. Los neoestructuralistas proponen, a este respecto, un fuerte empujón inicial de las exportaciones, tanto primarias como manufacturadas, para posteriormente concentrarse en aumentar la proporción de bienes que tengan a la vez una demanda internacional dinámica y un mayor valor añadido. Se afirma también que se trata de promover una competitividad "auténtica", esto es, no dependiente sólo ni principalmente de los bajos salarios.

1 9 . 3 . Valoración crítica Es aún prematuro valorar el alcance y la repercusión de la corriente neoestructuralista. Sin embargo, algunos autores han destacado algunas de sus insuficiencias:

Además, el desarrollo "desde dentro" debe basarse en un nuevo impulso de la industrialización:

— Un marcado eclecticismo teórico, como puede observarse en la siguiente cita de Sunkel,

la línea estratégica del desarrollo desde dentro busca retomar y superar el desafío industrializador original de Prebisch en torno a generar un proceso endógeno de acumulación y de absorción y generación de progreso técnico -incluso por medio de la inversión privada extranjera- que origine una capacidad de decisión propia de crecer con dinamismo. Tal concepción estratégica no está orientada, a priori, a favorecer la sustitución de importaciones, lo cual final-

en contraste con el neoliberalismo, el neoestructuralismo parte de una visión sociocultural e histórica y se nutre con eclecticismo posmodernista de todas las disciplinas científicas y corrientes de pensamiento capaces de aportar elementos relevantes. Esto incluye por cierto la propia teoría económica neoclásica, en cuanto elemento insustituible para contribuir a la compresión del funcionamiento del capitalismo (Sunkel, 1994: 31).

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... — Una notable tendencia a la convergencia con el enfoque favorable al mercado, en razón de la falta de análisis riguroso del alcance de la intervención del Estado. No está claro si los neoestructuralistas proponen intervenciones públicas meramente sustentadoras del mercado o, por el contrario, medidas deliberadas para reprimirlo y distorsionarlo en caso necesario. — Una falta de propuestas concretas en cuanto a la política industrial, el fomento de las exportaciones, la política de adquisición y generación técnica, etc., por el alto grado de abstracción y generalidad de las soluciones propuestas. Algunos autores echan en falta en los planteamientos de Sunkel una referencia al importante debate generado por los recientes informes de la UNCTAD y, sobre todo, por la muy ilustrativa experiencia de Asia oriental. De igual modo, parece sorprendente la falta de comunicación entre la macroeconomía estructuralista anglosajona y el neoestructuralismo latinoamericano, ya que ambas corrientes podrían dar perfectamente como resultado una visión más completa y rigurosa del proceso de desarrollo.

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La economía heterodoxa del desarrollo en los años noventa Tras un largo período de inactividad, la economía radical del desarrollo parece haberse revitalizado en el último decenio. La ofensiva intelectual de la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta, junto con el desmoronamiento, a todos los efectos, del enfoque de la dependencia y la ausencia de alternativas claras para sustituirlo, provocaron desconcierto entre los economistas heterodoxos, que, por lo general, se limitaron a intentar capear el temporal y a esperar tiempos mejores. Gracias al asentamiento de algunas perspectivas críticas, como el enfoque de la regulación, la macroeconomía estructuralista y el neoestructuralismo latinoamericano, y a la reconversión de la ortodoxia neoclásica del Banco Mundial en dirección de posiciones menos dogmáticas pero más confusas, la correlación de fuerzas parece haberse modificado un tanto. Este capítulo aborda, en primer lugar, las críticas actuales a la ortodoxia de los planteamientos recientes del Banco Mun-

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 20: La Economía heterodoxa del desarrollo...

dial (esto es, un "suavizado" Consenso de Washington) que han hecho algunos autores no especialmente radicales en su enfoque, pero sí decididamente opuestos al "pensamiento único" en Economía del desarrollo. En segundo término, explora las perspectivas de las nuevas aportaciones que, desde el campo del marxismo, han empezado a asentarse.

— El Instituto de Naciones Unidas para la Investigación sobre el Desarrollo Social (UNRISD), con sede en Ginebra, y autor, entre otros trabajos, de diversos estudios sobre la incidencia social de la globalización. — El Departamento de Información Económica y Social y de Análisis de Políticas de las Naciones Unidas, cuya publicación anual Informe sobre la situación económica y social del mundo recoge igualmente propuestas y enfoques más progresistas que los que figuran en los estudios del Banco Mundial o del FMI.

20.1. Las críticas a la ortodoxia dominante Existen dos grandes corrientes en el mundo anglosajón que se distinguen por oponerse resueltamente a los planteamientos de las instituciones de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial). La primera es la que pone de manifiesto los inconvenientes económicos y sociales de las políticas ortodoxas de estabilización, ajuste y reforma estructural en el Tercer Mundo. Encabezada por autores como L. Taylor (de la New School fot Social Research, de Nueva York y del MIT, Cambridge, Massachusetts) y G. K. Helleiner (Universidad de Toronto), entre otros, recibe el apoyo de algunos organismos e instituciones internacionales: — La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), cuyos Informes sobre comercio y desarrollo son una alternativa rigurosa, aunque desgraciadamente mucho menos conocida e influyente, a los Informes sobre el desarrollo mundial, del Banco Mundial. — El Instituto Mundial de Investigación sobre Economía del Desarrollo (WIDER), de la Universidad de Naciones Unidas, que tiene su sede en Helsinki y cuyo programa de estudios es digno de elogio, como también lo es su incansable actividad editorial. 258

Este enfoque se distingue por poner de manifiesto las dificultades que acompañan a los programas de ajuste estructural preconizados por las instituciones de Bretton Woods (Arrizabalo, comp., 1997). En buena parte recoge los planteamientos de la macroeconomía estructuralista que vimos en el capítulo anterior: — Los serios inconvenientes de las políticas prolongadas de austeridad fiscal y monetaria. — Los problemas asociados a las políticas de tipo de cambio, ya sean de devaluación monetaria como de uso de una moneda fuerte en aras de la lucha contra la inflación. — Los riesgos en que incurren los países del Tercer Mundo que se embarcan en una liberalización externa indiscriminada, en una privatización generalizada de las empresas públicas, en una desregulación financiera imprudente y en una flexibilización contraproducente del mercado del trabajo. Tal planteamiento no se limita, sin embargo, a la crítica, sino que propone alternativas. En primer lugar, como se señaló en el capítulo 19, una intervención importante del Estado

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... en el proceso de desarrollo, en contra de los vientos liberales que corren. En segundo lugar, un orden y un ritmo cuidadosos en las políticas de liberalización. A este respecto destaca la aportación de McKinnon (1993), un economista de la Universidad de Stanford, especialista en temas financieros y monetarios, cuyos planteamientos actuales alcanzan especial relieve por provenir de quien fue, en los años setenta, cabeza de fila de la crítica neoclásica a las políticas de "represión financiera" en el Tercer Mundo. La tesis básica de McKinnon abarca dos recomendaciones distintas: — Existe un orden aconsejable en el proceso de liberalización: la estabilización macroeconómica debe preceder a la apertura comercial, y la desregulación interna y externa del sector financiero debe acometerse en último lugar. Las estrategias de big bang, que consisten en llevar a cabo la estabilización y las reformas estructurales simultáneamente, tienen, dice McKinnon, contraindicaciones notables, a la luz de la experiencia de muchos países latinoamericanos en los últimos veinte años y de algunas economías en transición a principios de los noventa (Polonia o Rusia). — Es conveniente que la estabilización macroeconómica sea rápida, especialmente si se emprende para combatir la hiperinflación, pero no debe ser tan estricta como para provocar una recesión prolongada. De igual modo, las reformas estructurales deberían acometerse lentamente, de forma gradual y con precaución. Deberían verse acompañadas de contrapartidas sociales, como una política equitativa de rentas. En particular, durante el período de liberalización, puede resultar necesario, en opinión de McKinnon, mantener algún tipo de control sobre los flujos de capital extran260

Capítulo 20: La Economía heterodoxa del desarrollo... jero. En suma, se trata de reducir lo más rápidamente posible, esto es, teniendo en cuenta las condiciones económicas y sociales de cada país, el crecimiento del nivel general de precios, el déficit presupuestario o el desequilibrio externo. Sólo una vez alcanzada la estabilidad macroeconómica, puede iniciarse el cambio progresivo de los precios relativos, pero tal proceso debe hacerse gradualmente, con el fin de reducir los costes derivados de la reasignación de recursos. Tales propuestas, tan sensatas como poco escuchadas por quienes diseñan y aplican las políticas de ajuste estructural en los países del Tercer Mundo, tienen especial relieve por la categoría y los antecedentes de quien las hace: La liberalización comercial y financiera, con empréstitos internacionales y créditos internos a tipos reales de interés positivos, gracias a la estabilidad de los precios, no es un proceso fácil y está lleno de inconvenientes potenciales. Con todo, sigue siendo la única estrategia capaz de alcanzar con éxito el desarrollo económico. Tal era, claro está, el mensaje principal de mi libro de 1973, Money and Capital in Economic Development. Sin embargo, quizá porque me estoy haciendo viejo, hoy estoy más dispuesto a destacar los inconvenientes (McKinnon, 1993: 82-83). La segunda corriente está compuesta por los autores que critican algunos aspectos del enfoque favorable al mercado, la nueva ortodoxia dominante en los años noventa. Aunque ya se señalaron en el capítulo 14 algunas de las insuficiencias teóricas y prácticas de ese enfoque, baste recordar aquí que autores como A. H. Amsden, S. Lall, A. Singh y otros han criticado tres de sus planteamientos principales, tal y como se expresaron en el Informe sobre el desarrollo mundial 1991 y en el estudio de 1993 sobre el milagro de Asia

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Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945... oriental: en primer lugar, la tesis del Banco Mundial en virtud de la cual basta con eliminar las distorsiones en los precios para garantizar una asignación eficaz de los recursos a corto plazo y que tal asignación es suficiente para promover el crecimiento a medio y largo plazo; en segundo término, el planteamiento según el cual las intervenciones estatales deben ser respetuosas con el funcionamiento del mercado, de manera que no son admisibles ni las empresas públicas en la actividad productiva ni la aplicación de una política industrial selectiva, y en tercer lugar, la propuesta de que una integración estrecha en la economía mundial, mediante una apertura comercial y una liberalización de los flujos externos de capital, es la única estrategia que permite el desarrollo económico sostenido. Amsden (1992), Dutt y Singh, eds. (1994), o Singh (1994 y 1995), entre muchos otros trabajos y autores, han sugerido convincentemente lo siguiente: — La asignación verdaderamente eficaz de los recursos es la que promueve el crecimiento económico, sin que tenga por qué deberse a la mera existencia de precios "correctos"; puede incluso haber casos en que una asignación ineficaz a corto plazo sea positiva para el crecimiento y el cambio estructural posterior. — El Estado puede y debe, a la luz especialmente de la experiencia de los nuevos países industriales de Asia oriental, combinar intervenciones conformes con el mercado con otras que distorsionen deliberadamente su funcionamiento, siempre que tales distorsiones beneficien las perspectivas de crecimiento. — La integración en la economía mundial debería ser estratégica, esto es, selectiva y controlada, en lugar de estrecha; en particular, pueden resultar positivas medidas que mantengan un grado apreciable de protección 262

Capítulo 20: La Economía heterodoxa del desarrollo... del mercado interior y que controlen la entrada de capital extranjero, incluida la inversión directa. 20.2. La renovación del pensamiento marxista sobre desarrollo Además de las prometedoras incursiones del enfoque de la regulación en los estudios del desarrollo, resumidas en la segunda parte del capítulo 18, los últimos años han sido testigos también de cierta recuperación del análisis marxista en ese campo. Dos razones parecen ser las principales. En primer lugar, han proliferado las investigaciones empíricas sobre diversos países y regiones del Tercer Mundo, cuyo interés reside no sólo en su cantidad, sino en que son más variadas, detalladas y consistentes que las producidas durante los años setenta y ochenta. Por citar sólo algunas, destacan las de A. Abdelkarim, B. J. Berman, C. Leys, E B. Mahmoud, J. Rapley o J. Weeks sobre África, las de G. Aseniero y A. Y. So sobre el noreste de Asia, o las de K. S. Jomo y R. Robison sobre el sudeste asiático. Lo importante es que el grueso de esos estudios está exento de los vicios anteriores, a saber: — Generalismo, es decir, pretensión de aplicación general al conjunto del Tercer Mundo. — Teleología, esto es, la tendencia a presuponer que todas las evoluciones observadas en el Tercer Mundo no eran sino manifestaciones de una tendencia, establecida a priori, hacia la perpetuación del subdesarrollo. — Reduccionismo de clase, esto es, la idea de que todas las relaciones sociales pueden ser abordadas como relaciones de clase. — Dogmatismo o, en otras palabras, incapacidad para superar la literalidad de todos los planteamientos de Marx, con más de un siglo de antigüedad. 263

Parte IV. La Economía del desarrollo desde 1945...

Capítulo 20: La Economía heterodoxa del desarrollo...

En segundo lugar, se ha registrado también un indudable progreso en las aportaciones que, con una perspectiva marxista, han abordado, desde fuera de los estudios del desarrollo, la evolución social, la historia económica o las relaciones de género en países del Tercer Mundo. La filtración interdisciplinaria a la Economía marxista del desarrollo de esas investigaciones la ha reforzado considerablemente. El impresionante incremento, tanto en cantidad como en calidad, de ambos tipos de investigaciones ha tenido consecuencias positivas. Para empezar, ha demostrado ya palpablemente la carencia de consistencia empírica de muchas teorías anteriores. Además, todo parece indicar que ha contribuido también a superar el impasse mencionado en el capítulo 18. Aunque los trabajos incluidos en la compilación de Schuurman (1993) pueden, en ocasiones, pecar de optimistas, lo cierto es que ha desaparecido el pesimismo que había en los años ochenta sobre la vitalidad de los estudios marxistas sobre desarrollo. Tal situación se explica porque las nuevas aportaciones rechazan explícitamente los inconvenientes de elaboraciones anteriores y aceptan:

— La imposibilidad de reducir relaciones sociales complejas, específicas y muchas veces locales (como por ejemplo las de género) a meras relaciones de clase. — La necesidad de analizar las situaciones concretas y de modificar los presupuestos teóricos en función de tales situaciones.

— La enorme diversidad de situaciones en el Tercer Mundo, que exige un análisis centrado, bien en conjuntos homogéneos de países, bien en unos pocos problemas comunes a todos los países subdesarrollados (su posición en el comercio internacional, los problemas de deuda, la ayuda extranjera, la pobreza y la desigualdad, etc.); tal situación hace igualmente necesario el rechazo a la pretensión de elaborar una gran metateoría del subdesarrollo. — La existencia de fenómenos sociales y económicos que no se ajustan a las predicciones de la teoría heredada, especialmente del enfoque de la dependencia. 264

Con todo, algunos autores consideran insuficiente el camino recorrido y abogan por avanzar en dirección de un mayor asentamiento: [es discutible] la idea de que la nueva teoría del desarrollo surgirá autogenéticamente del creciente volumen y de la cada vez mayor densidad de todo ese trabajo, a través de algún tipo de fusión con las preocupaciones de la economía política anterior [...]. Por una parte, esas mini-narraciones (como se podrían denominar, en contraste con las viejas grandes meta-narraciones que hoy está de moda criticar) contienen supuestos teóricos implícitos de altura, que necesitan hacerse explícitos (los micropresupuestos exigen macroestructuras y a la inversa) y sería sorprendente que los resultados confluyeran, por así decirlo, espontáneamente, en una nueva y mejor teoría del desarrollo. Además, y lo que es más importante, la construcción de una nueva teoría del desarrollo es necesariamente una tarea política, que implica intenciones políticas sobre quiénes (qué fuerzas sociales) son los destinatarios de la teoría, sobre sus fines y sobre el contexto en que se aplica. Los compromisos políticos fueron, después de todo, los que inspiraron en última instancia los sugerentes debates teóricos en los estudios del desarrollo en los años setenta, de manera que cualquier renovación que merezca la pena de la teoría del desarrollo depende de una renovada aclaración de sus supuestos y, también, de sus propósitos políticos (Leys, 1996: 28).

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Conclusiones

Al final de este recorrido necesariamente breve y seguramente parcial por la historia del pensamiento económico sobre el desarrollo, han quedado naturalmente sin tratar muchos aspectos importantes. Los especialistas habrán echado probablemente en falta referencias a autores y temas no mencionados en el texto, mientras que los lectores neófitos quizá se hayan encontrado con demasiadas alusiones a la abundante literatura sobre el tema. Con todo, es la esperanza del autor de estas líneas que por lo menos algunas ideas hayan quedado claras. Los párrafos siguientes no pretenden desde luego recapitular o resumir las páginas anteriores sino simplemente enumerar algunas conclusiones generales. En primer lugar, la evolución del pensamiento económico sobre desarrollo, al que este libro ha pretendido asomarse en un plano largo, muestra que ha sido y es aún hoy todo un mundo de controversias, por lo demás enriquecedoras, y en el que la última palabra no ha sido, ni mucho menos, dicha. 267

Teorías contemporáneas del desarrollo económico

Conclusiones

En segundo término, el libro ha pretendido demostrar que los enfoques heterodoxos o críticos merecen, cuanto menos, la misma consideración que los planteamientos ortodoxos, pese a que los primeros tengan, algunos dirán que lamentablemente, menos eco, difusión y reconocimiento sociales y académicos que los segundos, que son los únicos que se presentan en los pocos manuales al uso de introducción a la Economía que se refieren a temas de desarrollo. En tercer lugar, la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo, en donde conviven nuevos países industriales y países menos adelantados, junto a una diversa gama intermedia de economías, invalida las pretensiones de generalidad de las teorías globales. Una de las razones por las que es discutible la ortodoxia actual, basada en el enfoque favorable al mercado, reside precisamente en que se invoca como estrategia adecuada para todos los países del Tercer Mundo. Si la creciente diversidad de los países desarrollados apuntilló en los años setenta al enfoque de la dependencia, no hay razón para pensar que no pueda poner también en aprietos a la nueva ortodoxia. En otros términos, es la opinión de quien esto escribe que ya no resulta posible tener una teoría general del desarrollo, sino, todo lo más (lo que no es poco), teorías parciales que aborden el análisis de conjuntos de países homogéneos (por ejemplo, los de Asia oriental o los del África subsahariana) o de algunos aspectos comunes a todo el Tercer Mundo (subordinación en el comercio internacional, estrangulamiento de deuda externa, pobreza, desigualdad, marginación, etc.). Pasaron pues a la historia los tiempos en que los economistas del desarrollo pretendían construir una "gran y gloriosa meta-teoría". Sin embargo, tal afirmación no es en absoluto incompatible con una segunda: que sigue siendo necesario disponer de un enfoque sobre la economía mundial que sirva para observar, analizar y explicar, desde una perspectiva crítica, los graves problemas del subdesarrollo

en el mundo actual y ofrecer, en la medida de lo posible, soluciones transformadoras a tales carencias (véanse, en castellano, Sampedro y Berzosa, 1996, y un intento más modesto en Berzosa, Bustelo y de la Iglesia, 1996). En cuarto lugar, no es cierto, pese a una opinión muy extendida, que la economía heterodoxa del desarrollo (radical o sencillamente no neoclásica) esté en claro retroceso, por los embates que ha recibido desde la presuntamente incontrovertible ortodoxia desplegada por el Banco Mundial y sus epígonos. Como se ha intentado sugerir en los últimos capítulos de este libro, el enfoque de la regulación ofrece una prometedora puerta abierta, mientras que los trabajos de instituciones como UNCTAD o WIDER, así como los estudios de autores tan destacados como A. H. Amsden, G. K. Helleiner, A. Singh o L. Taylor, entre muchos otros, son muy dignos de ser tenidos en cuenta. También son de extremo interés las propuestas de desarrollo desde dentro y de transformación productiva con equidad que el neoestructuralismo latinoamericano ha hecho en los últimos años. Ni que decir tiene que el "pacto global por el desarrollo", que propone el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), es una tarea tan urgente como bien construida. Habrá quien afirme que todo ello no es más que una amalgama de posiciones diversas entre sí y que convendría aclarar la posición de cada una de ellas. Es cierto que se da una extraña circunstancia: algunos economistas heterodoxos del desarrollo, que se distinguen por la moderación en el análisis, la mesura en las recomendaciones y hasta por el eclecticismo teórico, hacen las veces de radicales. Esto no es más que producto de lo que podría llamarse la "voluntad de conquista del pensamiento único" en Economía, que arrincona y une a los discrepantes. En un ambiente intelectual más equitativo (por ejemplo, si el Banco Mundial se abriese a posiciones heterodoxas y no las marginase sistemáticamente en aras de una imagen, por lo demás contraproducente, de institución con unos planteamientos mono-

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líticos), las diferencias entre las distintas sensibilidades del pensamiento heterodoxo, hoy larvadas, se harían manifiestas. Con todo, la Economía heterodoxa del desarrollo, presentada en este libro como una alternativa viable al pensamiento convencional, no está exenta de debilidades, pese a su renovada vitalidad de los últimos años. Por una parte, carecemos todavía de un paradigma teórico capaz de otorgar una mayor homogeneidad a las críticas al enfoque ortodoxo, aunque se estén dando pasos de gigante, al menos en los intentos del enfoque de la regulación, de la macroeconomía estructuralista o del neoestructuralismo latinoamericano por consolidarse. Por otro lado, si bien los economistas del desarrollo que no aceptan el pensamiento dominante han hecho extraordinarios progresos para abandonar las generalizaciones abusivas, el simplismo excesivo y la falta de realismo de muchas propuestas anteriores, siguen siendo vulnerables a las críticas que les acusan de falta de rigor y, quizá con mayor razón aún, de un marcado sesgo anglosajón (Mehmet, 1995). En su descargo, habría que decir que tal es el caso también de muchas otras subdisciplinas de la Economía. Aunque el pesimismo de la razón nos empuje a poner de manifiesto esos inconvenientes, eso no excluye que sea necesario insistir en el optimismo de la voluntad. En palabras de uno de los más destacados economistas actuales del desarrollo, es necesario revivir la teoría del desarrollo, pero no como una rama de una ciencia social orientada únicamente a obtener recomendaciones de política económica en el marco de un orden capitalista mundial no cuestionado, sino como un campo de investigación crítica sobre la dinámica contemporánea de ese propio orden y con implicaciones políticas imperativas para la supervivencia de un devenir humano civilizado y decente, y no sólo en los países que han sido, a lo largo de su historia, colonias (Leys, 1996: 43).

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Apéndice I

Selección de textos sobre Economía del desarrollo

Los cambios de enfoque en la teoría económica del desarrollo Los días de las grandes generalizaciones sobre los procesos de desarrollo, obtenidas a partir de unos hechos limitados, han pasado a la historia. En su mayor parte, los economistas del desarrollo han dejado la atmósfera enrarecida de las altas sierras y se dedican a abordar los problemas de la parte baja de las llanuras. No obstante, en comparación con otras tribus, más prestigiosas, que ocupan territorios alejados de la pobreza y la deprivación, el mundo de la Economía del desarrollo consigue, por lo general, mantener a la vista las grandes cuestiones así como, en su elección de problemas más prosaicos, mostrar una actitud de realismo económico y de importancia prescriptiva. Stern ha sugerido que la Economía del desarrollo obtiene su interés y riqueza distintivas de la mezcla que hace de grandes cuestiones, pequeñas cuestiones y técnicas para la resolución de problemas -por ejemplo, el desarrollo de ideas básicas sobre cómo funcionan o dejan de funcionar las economías pobres por medio de la constrastación de hipótesis en estudios microeconómicos de caso. Un prometedor avance metodológico de años recientes ha sido el empleo riguroso del análisis comparativo para examinar cuestiones particulares.

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Existe un trade-off entre amplitud y profundidad. Para algunos propósitos, resulta apropiado examinar muestras amplias de países, con objeto de desvelar pautas internacionales. La alternativa es comparar únicamente unos pocos y selectos países, con la ventaja de que hay entonces más posibilidades de elegir países que son similares en los aspectos importantes, excepto en el que interesa al investigador, y obtener así datos precisos y apropiados. Un ejemplo puede aclarar esa vía. Kenia y Tanzania, dos países del África oriental, son muy parecidos en muchos aspectos de importancia, pero son muy distintos en el desarrollo de la educación secundaria: eso ha generado cantidades muy distintas de mano de obra formada en sus sectores urbanos. Mediante encuestas, especialmente diseñadas, sobre muestras rigurosamente comparables, se pueden analizar los efectos de esa diferencia así como las alternativas de política económica.

del liderazgo industrial", aunque también, lo que es más interesante, prevé un futuro en el que los países ricos reconocerán la obligación de compartir su riqueza con los pobres. "Éste y todos los demás países occidentales pueden hoy permitirse hacer más sacrificios de bienestar material con objeto de aumentar la calidad de vida del conjunto de su población. Llegará un tiempo en el que tales asuntos serán tratados más en un marco cosmopolita que como obligaciones nacionales, pero tal época no está todavía a la vista".

Knight, J. B. (1991): The evolution of development economics. En Balasubramanyan, V. N. y Lall, S. (eds.): Current issues in development economics. MacMillan. Basingstoke, 10-22.

La cualidad que hace que se admire tanto la teoría de Schumpeter es su unidad interior. A partir de unas cuantas premisas básicas avanza hasta unas conclusiones que abarcan una gran parte de la escena económica. Numerosos problemas difíciles consiguen enfocarse repentinamente y se puede encontrar una explicación a los mismos cuando se les ilumina desde el punto de vista ventajoso de la teoría de Schumpeter. El gran interés actual por las cuestiones del crecimiento económico ha despertado una atención renovada y amplia hacia la doctrina schumpeteriana. Pero al aplicar esa doctrina a los países menos desarrollados de nuestros días descubrimos que no se ajusta totalmente. En el modelo de Schumpeter la fuerza generadora la suministra el empresario, el proceso es la innovación y el objetivo es el establecimiento de una posición de riqueza y poder para el empresario. Si tuviéramos que aplicar una etiqueta general a esos conceptos, podríamos decir que todos ellos pertenecen a la esfera de la producción y de la oferta. El objetivo no es el nivel de vida popular, aunque es probable que ése sea el resultado. De este modo, los factores del consumo y de la demanda representan un papel secundario. Es bastante obvio que la teoría de Schumpeter no hace al caso de los países menos desarrollados. El empresario no es la principal fuerza impulsora, la innovación no es el proceso más característico y el enriquecimiento privado no es el objetivo predominante.

El interludio neoclásico Fue J. S. Mill, según Hicks, "quien mató la vieja teoría del crecimiento y abrió las puertas a la Época Estática que habría de seguir". Desde 1850 en adelante, la mayor parte de los economistas occidentales consideraron que el crecimiento estaba garantizado y se preocuparon por otros aspectos del bienestar económico (asignación de recursos, distribución y estabilidad). Marshall escribió dos capítulos que Hicks considera "realmente muy superficiales" sobre el progreso económico, y Wicksell apenas uno sobre la acumulación de capital, "justo añadido al final". "Pero el centro de atención no está en esos aspectos. Y en Walras, Pareto y los austríacos hay incluso menos". Si había poco interés en el crecimiento, menos lo había en el subdesarrollo [...]. Durante los años de entreguerras, los problemas de crecimiento y desarrollo económicos a largo plazo desaparecieron casi por completo de la corriente principal de la Economía y, en grado que es asombroso visto desde hoy, esos economistas ignoraron al mundo subdesarrollado. En los trabajos de los principales economistas de ese período, apenas hay referencia alguna a los problemas de las regiones subdesarrolladas. Marshall, en su último trabajo, Industry and trade (1919), se refiere a tales regiones sólo como resultado de "algunas especulaciones generales como futuros hogares

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Arndt, H. W. (1987). Economic development. The history of an idea. The University of Chicago Press. Chicago, 111.

Schumpeter y los países subdesarrollados

Wallich, H. C. "Some notes towards a theory of derived development". En Agarwala, A. N. y Singh, S. P. (eds.), 1958 (hay traducción castellana de Juan Gerona Peña: La economía del desarrollo. Tecnos. Madrid. 1993, pp. 163-164).

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La importancia de las ideas de Keynes para los países en desarrollo El propio Keynes no se interesó especialmente por la aplicación de su Teoría general a los países en desarrollo, sobre los que no tenía especial preocupación. Por lo que yo sé nunca visitó un país en desarrollo: de hecho, pese a que su ocupación primera antes de la guerra fue en la Oficina de la India, nunca visitó la India. Era más bien despectivo con la participación del Tercer Mundo en Bretton Woods, y no parece que, aparte de los problemas de las finanzas coloniales, tuviera interés alguno en lo que hoy llamamos problemas del desarrollo o países en desarrollo. Keynes por tanto es inocente de cualquier intento de aplicar su enfoque, directamente o con ajustes, a los países en desarrollo. Esto correspondió a sus seguidores, especialmente a Harrod y Domar en su intento de extender el keynesianismo más allá de la estática a corto plazo, y en convertirlo en una visión dinámica y a largo plazo, para poner de manifiesto lo que ocurre en una economía, una vez alcanzado el pleno empleo, en el proceso subsiguiente de crecimiento. Por tanto, fueron los seguidores de Keynes, especialmente en los años cincuenta, los que intentaron aplicar el keynesianismo como tal a las condiciones de los países en desarrollo [...]. Cuando dije que Keynes no estaba directamente interesado en los problemas de los países en desarrollo, pasé por alto que hubo una importante excepción. Completó la Teoría general con un artículo de 1938 en el Economic Journal, en el que abogaba por una política de almacenamiento gubernamental de materias primas. En plena guerra, cuando en 1942 la situación bélica era más adversa, encontró tiempo para redactar un memorándum para el Gabinete de Guerra en el que dijo que la medida más importante para después del conflicto era la creación de una agencia internacional de estabilización de los productos primarios. Más tarde, en Bretton Woods, propuso la Organización Internacional de Comercio (OIC) como el tercer pilar del sistema de Bretton Woods, además del Banco Mundial y del FMI. Puso todo su empeño en esa propuesta. Desgraciadamente, la OIC no fue nunca ratificada. Keynes fue bastante más allá: quería un FMI que presionara no sólo a los países con déficit de Balanza de Pagos sino también a los países con superávit de Balanza de Pagos. Esto se ajustaba perfectamente a sus planteamientos para la economía nacional en la Teoría general. Deseaba una moneda mundial que se basara en 30 productos primarios en vez de únicamente en el oro (el oro habría sido uno más de esos treinta productos) -no en la libra esterlina, no en el dólar, no en los derechos especiales de giro, sino en 30 productos, de manera que la estabilización de los pro-

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Apéndice I ductos primarios se hubiese incorporado al sistema monetario internacional. En su visión del mundo, la restricción de la Balanza de Pagos en el desarrollo económico, en la expansión de los países en desarrollo, o bien habría sido eliminada o bien se habría visto muy reducida, abriendo la puerta a su opción por una expansión interna orientada hacia dentro. El resultado es que si se define el keynesianismo añadiendo a la Teoría general de 1936 el artículo de 1938 sobre la estabilización de productos primarios y en particular Bretton Woods, su importancia y aplicación al desarrollo económico se hacen inmediatamente mucho más plausibles. Añadiré que desde un punto de vista incluso más importante de método, a pesar de las aparentes y superficiales razones por las que Keynes no es especialmente importante o directamente aplicable a los países en desarrollo, la forma de pensar que Keynes introdujo en el análisis económico fue también un antecedente de la Economía del desarrollo. Albert Hirschman, en su artículo "Auge y ocaso de la Economía del desarrollo", asigna justamente a Keynes el haber dado el paso metodológico decisivo hacia la Economía del desarrollo al reemplazar la monoeconomía por la duoeconomía. Keynes fue el creador de la duoeconomía. Su modelo de doble teoría económica estaba basado en la proposición de que cuando hay desempleo en un sistema económico industrial, las interacciones y las relaciones económicas son sustancialmente diferentes a las existentes en una economía con pleno empleo. De ahí que las políticas económicas aplicables para reducir el desempleo y restaurar la situación de pleno empleo son también básicamente distintas de las necesarias para una economía con un nivel de pleno empleo. Todas las escuelas posteriores de la Economía del desarrollo, pese a que pudieron no aceptar el modelo concreto keynesiano y a que encontraron razones (por lo general válidas) por las que tal modelo no debía aplicarse directamente a los países en desarrollo, son el resultado de la decisiva afirmación de Keynes de que la teoría económica no es una doctrina de validez universal, como los economistas clásicos más o menos consideran, sino que hay diferentes leyes y principios económicos que hacen necesarias políticas económicas distintas para países en situaciones diferentes. La actual contrarrevolución neoclásica es esencialmente una contrarrrevolución no sólo contra la planificación, el proteccionismo, etc., sino contra el principio de la duoeconomía y contra la pertinencia de la existencia misma de la Economía del desarrollo como una subdisciplina específica. Singer, H. W. (1989). "Keynes, Seers and economic development". IDS Bulletin. Vol. 20, n.° 3, julio, pp. 3-8.

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El Consenso de Washington 1. Disciplina fiscal. Los déficit presupuestarios, medidos adecuadamente con la inclusión de los gobiernos locales, las empresas estatales y el banco central, deben ser lo suficientemente pequeños para no tener que financiarse con el impuesto de la inflación [...]. 2. Prioridades en el gasto público. El gasto debería reorientarse desde las áreas, políticamente sensibles, que reciben más recursos de los que justificaría su rendimiento económico, como la administración, la defensa, los subsidios indiscriminados y los elefantes blancos, hacia sectores desatendidos con alto rendimiento económico y capaces de mejorar la distribución de la renta, como la atención sanitaria y la enseñanza primaria y las infraestructuras. 3. La reforma fiscal debe encaminarse a ampliar la base imponible y a recortar los tipos marginales [...]. 4. Liberalización financiera, [...] con el objetivo último de alcanzar tipos de interés determinados por el mercado [...] pero con un objetivo intermedio de abolir los tipos de interés preferentes a los clientes privilegiados y de alcanzar un tipo de interés real moderadamente positivo. 5. Tipos de cambio. Los países necesitan un tipo de cambio unificado (al menos para las transacciones corrientes) fijado a un nivel lo suficientemente competitivo para promover un crecimiento rápido de las exportaciones de bienes no tradicionales, y gestionado de manera que los exportadores tengan garantías de que su competitividad se mantendrá en adelante. 6. Liberalización comercial. Las restricciones cuantitativas deberían sustituirse rápidamente por aranceles, y éstos deberían reducirse progresivamente hasta un nivel medio de aproximadamente 10% (o, como mucho, 20%) [...]. 7. Inversión directa extranjera. Deberían abolirse las barreras a la entrada de empresas extranjeras; las empresas extranjeras y locales deberían competir en un plano de igualdad. 8. Privatización. Las empresas estatales deberían privatizarse. 9. Desregulación. Los gobiernos deberían eliminar las reglas que impiden la libre entrada o restringen la competencia, y asegurar que todas las disposiciones están justificadas con arreglo a criterios de seguridad, protección medioambiental y supervisión bancaria de las instituciones financieras.

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Apéndice I 10. Derechos de propiedad. El sistema legal debería asegurar derechos seguros de propiedad sin costes excesivos, así como extenderlos al sector informal. Williamson, I. G. (1996). "Lowest common denominator or neoliberal manifesto the polemics of trie Washington consensus". En Auty, R. M. y Toye, J. (eds.): Challenging the orthodoxies. MacMillan, Londres. Acuerdos y desacuerdos con el enfoque favorable al mercado Ha habido cierto progreso en el debate entre el Banco Mundial y sus críticos respecto de la experiencia de desarrollo, que ha tenido un éxito destacado, de economías de Asia oriental como Japón o la República de Corea. Hay ahora acuerdo general en que esos países intervinieron ampliamente en todas las esferas de la economía con objeto de alcanzar un rápido crecimiento económico y una industrialización acelerada. También hay consenso en que durante su proceso de desarrollo esos países no tuvieron mercados de productos y de capitales, internos y externos, libres y flexibles. Aunque esos países se orientaron a la exportación, evitaron una intervención estrecha en la economía mundial en lo que respecta a las importaciones, la inversión directa extranjera y otros flujos de capital. Por tanto, la experiencia de esos países ejemplares de Asia oriental contradice abiertamente la tesis central [del Informe de 1991 del Banco Mundial] en virtud de la cual son necesarios mercados internos y externos libres y competitivos para lograr un crecimiento económico rápido a largo plazo. [El Informe de 1993 sobre el milagro de Asia oriental] acepta que los gobiernos controlaron y dirigieron el proceso competitivo de esas economías mediante una combinación muy efectiva de cooperación entre empresas y competencia de oligopolio. Además [...], esos países lograron una integración estratégica en la economía mundial integrándose únicamente hasta el punto y en los sectores en los que resultaba deseable hacerlo para potenciar el crecimiento económico a largo plazo. A pesar de que las diferencias entre el Banco Mundial y los economistas heterodoxos se han reducido perceptiblemente, subsisten aún varios importantes aspectos analíticos y de política económica que no han sido resueltos [política industrial, función del ahorro y la inversión, la contribución de la demanda y la restricción de divisas, la inversión directa extranjera, la organización empresarial, la política de competencia, la capacidad institucional, la diferencia entre la evolución de América Latina y la de

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Asia en los años ochenta, la distribución de la renta y la riqueza, y la formación profesional y el mercado de trabajo] [...]. El objetivo de las futuras investigaciones a este respecto no consiste únicamente en entender mejor el desarrollo de Asia oriental en toda su complejidad, sino también en determinar cómo las enseñanzas que se obtengan de esa experiencia pueden aplicarse a otros países con distintas circunstancias individuales y en un marco internacional diferente. Tal investigación, basada en la experiencia histórica de Asia oriental y en las tendencias de otras regiones en desarrollo, tiene por tanto que ser imaginativa y global.

otorgar mayor importancia a las experiencias y las teorías procedentes del Tercer Mundo. La experiencia de desarrollo de los países centrales es contemplada, demasiado a menudo, como el modelo que los países de la periferia deberían adoptar: sin embargo, las experiencias históricas no se repiten nunca, ya que las circunstancias de cada país son distintas y el contexto internacional cambia continuamente. Esto es aún más evidente hoy en día, a causa de los crecientes niveles de interdependencia, que limitan algunas opciones pero extienden otras. Tal interdependencia es, claro está, asimétrica: por ejemplo, apenas seis países desarrollados, que suponen una décima parte de la población mundial, controlan dos terceras partes del comercio internacional (Iglesias, 1987) [...].

Singh, A. (1995). "How did east asia grow so fast slow progress towards an analitical consensus. UNCTAD Discussión papers. n.° 97, febrero, pp. 45-46.

Además de examinar varios estilos de desarrollo, los neoestructuralistas y los neodependentistas deberían añadir modelos macroeconómicos más específicos para alcanzar compatibilidad y equilibrio dinámico en la economía, y también diseños más precisos de políticas a corto plazo (Taylor, 1983; Rosales, 1988). Los neodependentistas deberían también analizar los problemas del socialismo actualmente existente. Tienen mucho que aprender de las dificultades a las que se han enfrentado países como China y Cuba en sus procesos de transición [socialista].

Por una renovación del pensamiento heterodoxo sobre desarrollo Los partidarios del estructuralismo y del enfoque de la dependencia deberían considerar la posibilidad y si es factible o no una variedad de estilos y pautas de desarrollo. Sólo en un grado muy alto de abstracción y simplificación tienen validez dicotomías como capitalismo o socialismo. Así, por ejemplo, para Dos Santos (1969) el dilema real para América Latina era fascismo o socialismo, y dependencia o revolución. De igual modo, para Frank (1969), la alternativa estribaba en elegir entre subdesarrollo capitalista o revolución socialista (y desarrollo). Los estructuralistas, de forma menos radical, hablaban de pautas de desarrollo orientado hacia afuera y hacia adentro. El primero era contemplado como perpetuador del subdesarrollo y de formas no democráticas de gobierno, en aquellos países donde se daban, y el segundo como generador de desarrollo y democratización [...]. En los últimos decenios ha habido varios modelos de desarrollo en América Latina. Sin embargo, con la excepción de Cuba y Brasil, la mayor parte de esos modelos no ha perdurado. Lo que muestran esos casos es que entre capitalismo y socialismo hay varios estilos de desarrollo. Esto significa que no hay por qué adoptar una senda o un dogma rígidos y que resulta posible dar una respuesta imaginativa a unas circunstancias cambiantes y a los nuevos problemas. Todas las teorías del desarrollo deberían aceptar esa variedad de vías de desarrollo. La teoría del desarrollo debe superar su eurocentrismo o, con mayor precisión, su centrocentrismo, y

La actuación del Estado se sitúa en el centro de la nueva estrategia propuesta por los neoestructuralistas. Debe reforzar sus funciones clásicas (suministro de bienes públicos, mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos, equidad, etc.), fundamentales (infraestructura imprescindible de transportes y comunicaciones, sanidad, alojamiento, educación, etc.) y auxiliares (desarrollo de una infraestructura científica y tecnológica así como eliminación o compensación de las imperfecciones del mercado provocadas por los rendimientos a escala, las externalidades y el aprendizaje industrial o del sector privado). Sin embargo, la función empresarial en la esfera productiva, que fue muy importante en el pasado, deberá convertirse en marginal. Uno de los puntos fundamentales de la estrategia neoestructuralista reside en la disciplina de las finanzas públicas; se aconseja aumentar las fuentes de ingresos del Estado mediante una reforma del sistema de impuestos; en lo que atañe a los gastos, deben establecerse prio-

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Kay, C. (1989). Latin american theories of development and underdevelopment. Routledge, Londres

El neo estructuralismo y la intervención del Estado

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ridades en los programas de inversión pública y reducirse las subvenciones, excepto las que tengan efectos redistributivos. Es igualmente importante hacer que las empresas públicas sean más competitivas gracias a una mayor autonomía en materia financiera y de gestión; deben practicar una política de precios similar a la de una empresa privada y limitar al máximo los precios sociales. En cualquier caso, los neoestructuralistas recomiendan la privatización de las empresas productivas no estratégicas. También es esencial la competitividad exterior: debe contemplarse la reducción de las barreras aduaneras como un primer paso indispensable, aunque insuficiente. A medio plazo, la mejora de la inserción internacional de los países de América Latina estriba en la incorporación de innovaciones tecnológicas y en aumentos de productividad. En tales condiciones, la función de las políticas tecnológica, industrial y educativa es fundamental para mejorar las prestaciones externas. Por tanto, aunque reconocen ciertos excesos cometidos en el pasado, los neoestructuralistas aconsejan aplicar políticas económicas heterodoxas que restablezcan los equilibrios macroeconómicos fundamentales pero al menor coste recesivo posible. Tales políticas, acompañadas de una reducción sustancial de la carga de la deuda, permitirían superar la crisis económica. Evidentemente, en tal estrategia neoestructuralista, es esencial que el Estado se comprometa a lograr el consenso. Romo, H. (1994) "De la pensée de la CEPAL au néo-libéralisme, du néo-libéralisme au néo-structuralisme, une revue de la littérature sud-américaine". Revue Tiers Monde, tomo XXXV, n.° 140, octubre-diciembre, pp. 921-912.

Apéndice II

Guía de lecturas Las obras señaladas con un asterisco han sido publicadas en castellano y las que aparecen en negrita son las recomendadas por el autor.

1. Generales Manuales de utilidad sobre la Economía del desarrollo son Colman y Nixson, 1994; *Eatwell etal, eds., 1989; Elkan, 1995; Gillis et al, 1992; Guillaumont, 1985, *Higgins, 1959; Meier, 1995; Stern, 1989; *Todaro, 1985 y 1995, y Verniéres, 1991. Estudios sobre la evolución del pensamiento económico sobre desarrollo son, en inglés, Arndt, 1987; Escobar, 1995; Higgins, 1992; Higgot y Robison, 1985; Hout, 1993; Hudson, 1992; Hunt, 1989; Kilber y Jameson, eds., 1992; Kitching, 1989; Krugman, 1993, 1994 y 1995; Larraín, 1989; Leeson, 1988; Ornan y Wignaraja, 1991; Preston, 1982 y 1986; Ramírez-Faria, 1991; Ranis, 1977; *Singer, 1977; Webster, 1990, y Wilber, ed., 1983.; en francés, Assidon, 1992; Brasseul, 1989 y 1993, y Hugon, 1991; en castellano, Berzosa, 1985, y Bustelo, 1992.

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Sobre el estado actual de la Economía del desarrollo, Bardhan, 1988 y 1993; Bhagwati, 1984 y 1995; Bruton, 1985; Lewis, 1984; Ranis y Fei, 1988; Seers, 1979, y Sen, 1983.

3. Pensamiento económico sobre desarrollo desde 1945 Sobre el nacimiento de la Economía del desarrollo, Cooper y Fiitzgerald, 1989; »Hirschman, 1980; Hunt, 1989, cap. 3; Leeson, 1988; el artículo de Meier en * Meier y Seers, eds., 1984; Meier, 1984; Meier, ed., 1994.

2. Pensamiento económico sobre desarrollo antes de 1945 Sobre los antecedentes de la teoría moderna del desarrollo, véanse Arndt, 1972 y 1987, cap. 2; *Berzosa etal, 1996, cap. 2; Escobar, 1995; Grenaway et al, tas., 1991; Higgins, 1959, cap. 8; Hout, 1993; Hudson, 1992; Hunt, 1989, cap. 2; Larraín, 1989; *Meier y Baldwin, 1957, cap. 6; Preston, 1982 y 1986; Ramírez-Faria, 1991, y Rostow, 1990. Sobre los economistas clásicos, *Adelman, 1961, caps. 3, 4 y 8; Brewer, 1995; Lewis, 1988; Meier, 1994a y b; * Meier y Baldwin, 1957, cap. 2, y Rostow, 1990, caps. 2 y 3. Sobre los economistas clásicos y la cuestión colonial, Barber, 1994; Larraín, 1991, y * Rodríguez Braun, 1989. También son útiles, *O'Brien, 1975, cap. l0.iv; *la voz "Colonias" en Eatwell et al, eds., 1989, e Ingham y Simmons, eds., 1987.

3.1. Las corrientes ortodoxas Sobre los pioneros del desarrollo, Meier, ed., 1987, y * Meier y Seers, eds., 1984. Sobre el enfoque neoclásico de los años cincuenta, Bauer, 1984, y Meier, ed., 1987; sobre la teoría de la modernización, Gendzier, 1985, y Leys, 1982. Sobre el enfoque de las necesidades básicas, *Streeten, 1979, 1981 y 1991. Sobre la contrarrevolución neoclásica, Krueger, 1990; Lal, 1983; Liitle, 1982; Myint, 1987; Ranis y Mahmood, 1992, y Toye, 1985 y 1993a. Sobre el enfoque favorable al mercado, *Banco Mundial, 1991 y 1993, y Singh, 1994.

Sobre Marx, Arestis y Sawyer, eds., 1994; Brewer, 1990; Escobar, 1995; Kay, 1975; * Meier y Baldwin, 1957; cap. 2, y Richards, 1986. 3.2. Las corrientes heterodoxas Sobre Marx y las áreas atrasadas, Banerjee, ed., 1985; Larraín, 1991, y *Shanin, ed., 1984.

En general, *Griffin y Gurley, 1985, y Limqueco y McFarlane, eds., 1983.

Sobre los economistas neoclásicos, *Robbins, 1968, y Rostow, 1990, caps. 5-10.

Sobre el pensamiento de la CEPAL, *Calcagno, 1989; *Guzmán, 1976, y Rodríguez, 1980.

Sobre Schumpeter, Higgins, 1959, cap. 5; *Meier y Baldwin, 1957, cap. 4, y el * artículo de Wallich en Agarwala y Singh, eds., 1958.

Sobre el enfoque de la dependencia, *Blomstrom y Hettne, 1984; Hettne, 1990; *Gereffi, 1983; *Lall, 1975; Lehman, 1990; Palma, 1978, y *Seers, ed., 1981.

Sobre Keynes, Crabtree y Thirlwall, eds., 1993; Chandavarkar, 1993; Singer, 1987 y 1989; Thirlwall, 1987; Thirlwall, ed., 1987, y Toye, 1993b.

Sobre el enfoque del sistema mundial, Shannon, 1989; So, 1990; *'Tortosa, 1992, y Wallerstein, 1979.

Sobre la síntesis neoclásica y los post-keynesianos, Beaud y Dostaler, 1993, caps. 5 y 6; *Galindo y Malgesini, 1994; Higgins, 1959, caps. 6 y 7; Johnson y Johnson, 1978; *Jones, 1974, y Rostow, 1990, cap. 15.

Sobre el enfoque de la regulación, Boyer y Saillard, dirs., 1995; *Bustelo, 1994; Lipietz, 1985, y Robles, 1994.

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Sobre la macroeconomía estructuralista, *Colglough y Manor, eds., 1991, y *Taylor, 1983 y 1993. Sobre el neo-estructuralismo latinoamericano, *Rosales, 1988; *Sunkel, 1994, y *Sunkel y Zuleta, 1990. Sobre la economía heterodoxa del desarrollo de los años noventa, Kiely, 1995; Leys, 1996, y Schuurman, ed., 1993.

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