Ortega, Chaparro, Nacimiento Opinion Publica 1785-1830
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Trauma, cultura e historia: reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio Lecturas CES Francisco Ortega, Ed. Acciones afirmativas y ciudadanía diferenciada étnico-racial negra, afrocolombiana, palenquera y raizal. Entre Bicentenarios de las Independencias y Constitución de 1991. Investigaciones CES Claudia Mosquera Rosero-Labbé & Ruby Esther León Díaz, Eds. Cambio empresarial y tecnologías de información en Colombia. Nuevas formas de organización y trabajo. Investigaciones CES Anita Weiss, Enrique Seco & Julia Ríos, Eds.
Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia de la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más que agotar el tema pretende poner en evidencia múltiples posibilidades de comprensión de la cultura política del periodo. Se trata de una publicación pensada de manera simultánea como un aporte concreto a la historia de la prensa y de la opinión pública en la antigua región grancolombiana y como un análisis crítico del papel desempeñado por las publicaciones periódicas en tanto herramientas privilegiadas de grupos socialmente constituidos y factores de constitución de nuevas identidades sociales —además de su incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo, soberanía, censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe sorprender, entonces, que la mayor parte de los estudios aquí recogidos se centren en la primera mitad del siglo XIX. Esto se justifica porque es el periodo menos conocido y porque es el momento en que se sientan las bases de la publicidad moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la irrupción de la esfera pública en nuestro país.
Disfraz y pluma de todos
Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva
editores
Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix
Pedagogía, saber y ciencias Colección CES Javier Sáenz Obregón, Ed.
Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva editores
La escultura sagrada chocó en el contexto de la memoria de la estética de África y su diáspora: ritual y arte. Colección ces (Premio Fundación Alejandro Ángel Escobar 2011, categoría Ciencias Sociales) Martha Luz Machado Caicedo
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ste libro nace al constatar una doble ausencia. En primer lugar, la ausencia de cierta conciencia en la comunidad académica de investigadores sobre las inmensas posibilidades que ofrece la prensa periódica del siglo XIX, más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente se ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la ausencia de estudios recientes sobre la prensa periódica de la primera mitad siglo XIX. En términos generales, tanto como país como comunidad académica, desconocemos la riqueza acumulada en este corpus de impresos.
Disfraz y pluma de todos
Vínculos virtuales Colección ces Fabián Sanabria, Ed.
CES
Grupo de Investigación Prácticas
Culturales, Imaginarios y Representaciones Se conforma en 2003, ante la necesidad de crear y fortalecer comunidades académicas en la universidad y el país que aborden la problemática histórica desde la perspectiva y los métodos de la historiografía cultural. En primer lugar, la que examina los procesos de subordinación y resistencia a la luz de micro-agencias que se apropian y transforman el entorno social. En segundo lugar, la que examina las prácticas, creencias y conductas a la luz de las representaciones, imaginarios y códigos que las sustentan. En tercer lugar, la que examina la producción, circulación y consumo de bienes simbólicos a la luz de las mediaciones culturales que producen en cada una de sus instancias. Igualmente, el grupo comparte una preocupación fundamental por el papel de la historia en la administración y configuración de la memoria social –tanto en su quehacer disciplinario como en sus manifestaciones institucionales– y de sus potencialidades para proyectarse creativa y críticamente en el presente nacional.
Centro de Estudios Sociales (CES)
S E D E B O G O TÁ
Lecturas
Francisco A. Ortega Martínez Universidad Nacional de Colombia Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia
University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES - CES Grupo de Investigación Prácticas Culturales, Imaginarios y Representaciones
Lecturas CES
Desde 1985 el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia se dedica a impulsar el desarrollo de perspectivas inter y transdisciplinarias de reflexión e investigación en ciencias sociales. Las actividades de docencia, extensión e investigación que se desarrollan en el CES responden al reto de enfrentar la diversidad social de la nación desde diferentes ópticas que permitan afianzar el vínculo entre la academia y las entidades tomadoras de decisiones. Como resultado del trabajo de sus integrantes, el CES cuenta con una extensa producción bibliográfica reconocida nacional e internacionalmente. Dos de sus publicaciones han sido reconocidas con el premio Fundación Alejandro Ángel Escobar.
Colección Lecturas CES
Disfraz y pluma de todos Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX
Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva editores
University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX / Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva, editores. – Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales (CES) ; University of Helsinki. The Research Project Europe 1815-1914, 2012 564 p. – (Lecturas CES) Incluye referencias bibliográficas ISBN : 978-958-761-195-3 1. Cultura política – Colombia - Siglos XVIII-XIX 2. Periodismo - Siglos XVIIIXIX 3. Opinión pública 4. Colombia – Historia - Guerra de independencia, 1810-1819 I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967- II. Chaparro Silva, Alexander, 1987III. Serie CDD-21 306.2 / 2012
Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX © Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales (CES). © University of Helsinki © Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva © Varios autores ISBN: 978-958-761-195-3 Primera edición: Bogotá, Colombia. Abril de 2012
Universidad Nacional de Colombia Moisés Wassermann Lerner Rector Alfonso Correa Vicerrector académico Julio Esteban Colmenares Montañez Vicerrector Sede Bogotá
Sergio Bolaños Cuellar Facultad de Ciencias Humanas Sede Bogotá Decano Jorge Rojas Otálora Vicedecano académico Aura Nidia Herrera Vicedecana de Investigación
University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914 Bo Stråth y Martti Koskenniemi Directores Centro de Estudios Sociales (CES) Yuri Jack Gómez Director Juliana González Villamizar Coordinadora editorial
Ilustración de cubierta Emblema del periódico El Redactor Americano, Manuel del Socorro Rodríguez, 1806. Recuperada de los respositorios de la Biblioteca Nacional de Colombia. Imágenes interiores De la Rochette, L. & Faden, W. (1811). Composite of Colombia Prima or South America.
Adriana Paola Forero Ospina Corrección de estilo e índice analítico
Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.
Julián Hernández Taller de Diseño Realización gráfica
Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799). Mapa geográfico de América Meridional
Xpress Estudio Gráfico y Digital Impresión
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier forma y por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Contenido
Introducción 11 Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva
I. El nacimiento de la opinión pública 35 El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 37 Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva
II. Opinión pública, Monarquía y República
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La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819 129 Alexander Chaparro Silva El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822 Tomás Straka
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Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 Leidy Jazmín Torres Cendales
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Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 18261827 231 Nicolás Alejandro González Quintero Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia,1821-1831 Mayxué Ospina Posse
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Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 293 Zulma Rocío Romero Leal
III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad
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La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 329 Mariselle Meléndez “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”: Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 353 María Elena Bedoya Hidalgo La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 377 Lina del Castillo Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 421 John Jairo Cárdenas Herrera
El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral Gilberto Loaiza Cano
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El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 473 Camilo Andrés Páez Jaramillo Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas 499 Juan Camilo Escobar Villegas
Epílogo
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Las varias caras de la opinión pública Víctor Manuel Uribe-Urán
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Autores 549 Índice 557
El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 Francisco A. Ortega Martínez Universidad Nacional de Colombia Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia Preámbulo Hoy en día la existencia de la opinión pública puede parecernos un hecho social incontrovertible, incluso natural y beneficioso. Sin embargo, ese no era el caso en 1811, el periodo de transformación política del conjunto de la monarquía hispánica. Durante la época, en España, un bilioso Diccionario razonado atacaba los nuevos lenguajes políticos por herejes y desnaturalizados. Entre sus dianas favoritas figuraban los periódicos y la opinión pública. A los primeros los definió como “Evacuación fétida y asquerosa procedida de comunicación pecaminosa con personas infectas de gálico; hai evacuaciones diarias, semanarias, menstruas y sin regla” (Diccionario razonado, 1811, p. 56). Y la opinión pública resultaba “un animal quadrúpedo que anda en los cafés, en las calles y en las plazas. Ved aquí el oráculo que quieren los filósofos que consulten las Cortes para hacer la felicidad de la nación: si es que quieren obrar conforme á la voluntad del pueblo que las ha elegido” (Pérez, 1994, p. 209).1 Desconfianza que se repetiría innumerables veces a lo largo del siglo XIX. Pero más que la filiación ideológica de estos pronunciamientos, en este caso lo que nos interesa destacar es la evidente opacidad que el sintagma tiene para un amplio espectro de la población.
Incluido en la edición contemporánea de Gallardo, (1812), seguido de Pérez, (1994).
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Y no era para menos. Antes de 1809 el sintagma opinión pública aparece sólo de manera extraordinaria en el mundo hispánico (Vanegas, 2009, p. 1.037).2 Es importante insistir en que no es ésta una cuestión meramente nominal. La ausencia del sintagma apunta a una configuración conceptual y socio-política radicalmente diferente a la nuestra y evidencia de ese modo la singularidad de la cultura política de Antiguo Régimen, no su carácter primitivo o deficitario con relación a nuestra época. Aún más, la proliferación del concepto opinión pública a partir de 1809 —tanto para invocarla o elogiarla como para atacarla y desestimarla— sirve sobre todo para dar cuenta de la percepción común a los diversos actores del periodo de que se vivía un tiempo nuevo, azaroso y excepcional, en nada parecido a lo ya vivido. ¿Cómo entonces dar cuenta de la aparición de ese concepto político en el escenario marginal de la Nueva Granada? Este capítulo responde esa pregunta trazando las transformaciones semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella, emerge el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros decenios de la vida política republicana. Hemos organizado la exposición en cuatro momentos. Primero examinaremos la publicidad americana a partir de las gacetas e impresos de los siglos XVII y XVIII. Un segundo momento está destinado a examinar la prensa ilustrada neogranadina. Posteriormente examinaremos el convulso panorama de las primeras repúblicas (1810-1816) y la Reconquista española (1816-1819). Finalmente, trazaremos de manera general las principales líneas que contribuyeron a la consolidación de la opinión pública como concepto socio-político fundamental en la región desde el Congreso de Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830). Ahora bien, es necesario señalar que este capítulo está escrito a cuatro manos. En un artículo reciente, Isidro Vanegas indica que halló cuatro referencias entre más de 4.500 páginas de documentación proveniente de la Nueva Granada. Por nuestra parte, no hemos encontrado una sola instancia en un documento publicado en la Nueva Granada en el periodo.
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I. El nacimiento de la opinión pública
Y aunque los autores se han dividido el trabajo, de acuerdo a su gusto y especialización, hemos intensificado lecturas y unificado criterios para adelantar una argumentación conjunta. Publicidad colonial y las primeras gacetas (siglos XVII-XVIII) Opinión y fama Los vocablos opinión y público existían de tiempo atrás pero se referían a realidades muy diferentes. La opinión se entendía como una apreciación o especulación sobre cualquier materia, siempre susceptible a la falibilidad. El Thesoro de Covarrubias (1611) la define como un enunciado que se opone a la verdad de la ciencia porque “la opinión es de cosa incierta; y esta es la causa de aver opiniones contrarias en una misma cosa”. El diccionario de Autoridades (1737) confirma esta definición temprana al señalar que es un “Dictamen ò juício que se forma sobre alguna cosa, habiendo razon para lo contrário”. Público, por su parte, significa “lo que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (Covarrubias, 1611), pero el diccionario de Autoridades aclara que “Usado como substantivo se toma por el común del Pueblo o Ciudad. Se toma también por vulgar, común y notado por todos. Y assi se dice, Ladrón público, muger pública” (1737). De ese modo, la opinión del público designaría, en caso de que el término hubiera sido usado, algo así como la modalidad discursiva propia del vulgo, carente de racionalidad y sometida al vaivén de las pasiones. Para Calderón de la Barca la opinión era un monstruo de muchas cabezas mientras que, resignado, Baltasar Gracián sentenciaba “cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión, y así, todos parecen diferentes: cada uno de su gesto y de su gusto” (Calderón de la Barca, 1830, p. 209).3 Menos paciente y más ilustrado, fray Benito Pérez Feijoo recusa la invocada “voz del pueblo, voz de Dios” al señalar que “Todo Calderón escribe en la tercera jornada de Los cabellos de Absalón (c. 1634) “Cómo se vé en tus diversas/ opiniones, vulgo, que eres/ Monstruo de muchas cabezas” (Calderón de la Barca, 1830). Ver también: Gracián, (1657).
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El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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[…] está lleno de opiniones, que van volteando, y sucediéndose unas á otras, según el capricho de inteligencias motrices inferiores”.4 Resulta imposible concebir la publicidad en los siglos XVII y XVIII americanos a partir de nuestras nociones de lo público y lo privado. La vida social se recortaba de un modo completamente diferente, articulada en torno a dos grandes instituciones, la Iglesia y la Corte. La primera tiene en el púlpito y las festividades religiosas (procesiones, Corpus Christi) sus principales espacios de difusión y en la piedad el valor fundamental; la segunda encuentra en las cortes virreinales, las reales audiencias e incluso los ceremoniales en torno a los cabildos, los espacios de publicidad y, en la lealtad, su valor supremo.5 Más que espacios de intercambio horizontal, estas publicidades localizadas, corporativas y jerárquicas son lugares de difusión de los ideales propios de la Corona y la Iglesia. A los vasallos piadosos les compete desplegar las señas de la fe y la debida lealtad y comportarse de acuerdo a esos ideales. Y aunque una cierta abstracción de voluntad colectiva esté recogida en esa publicidad (recordemos el famoso vox populi, vox Dei), estos no son espacios de consenso sino de sumisión y conformidad. Quizá se pudiera afirmar que un antecedente relativamente cercano a la noción de opinión pública es la expresión “común opinión”, es decir “la honra”, “todo aquello que de alguno se divulga, ora sea bueno ora malo” (cfr., Covarrubias, 1611). Sin embargo, establecer continuidades entre una y otra sería desvirtuar las vastas diferencias que la animan. Para evitar anacronismos valga la pena aclarar que la honra en el siglo XVII y XVIII es un valor constitutivo de la persona, no un mero agrandamiento “Voz del pueblo” (1726). Benito Jerónimo Feijoo, (1773). Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes. (Tomo I, Discurso primero, p. 4). Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha. 5 Aunque ambas son instancias del mismo fenómeno, en otros lugares de la monarquía, existen, sin embargo, variantes propias que le dan un dinamismo propio en la Nueva Granada. Así, la ausencia de una Corte hasta 1739 y de una imprenta secular hasta 1776, el alto grado de mestizaje y la dispersión por una arisca geografía de los pocos asentamientos castellanos determinaron un cierto modo laxo de publicidad y control social. 4
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I. El nacimiento de la opinión pública
de la reputación personal, incluso ni tan siquiera el simple reflejo de sus virtudes internas. La honra opera en un complejo juego de relaciones con la fama y el honor en un sistema de subjetivación caballeresca completamente ajeno a nuestra sensibilidad. De manera sucinta, la honra se gana con actos propios pero depende de actos ajenos de estimación y se pierde cuando alguien retira su consideración y respeto o cuando agravia y deshonra. En otras palabras, el valor personal depende de la opinión común, lo cual refleja el lugar social que cada uno ocupa. Los hidalgos y las personas de distinción están obligados igualmente a desplegar un lenguaje corporal en todos los lugares y no sólo cuando están desempeñando sus funciones oficiales. Esta puesta en escena está profundamente imbricada en los valores monárquicos y religiosos, en particular en la lealtad y la piedad que, a través de la caridad, sustenta la reputación de los notables.6 Así pues, la honra personal existía en público, “lo que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (cfr., Covarrubias, 1611), y por lo tanto buena parte de la energía social estaba dirigida a mantener la común opinión de las personas. Esta fama no es solo personal, sino que definía el lugar de las poblaciones, los claustros, las órdenes en el cuerpo político de la monarquía. Es por eso que las ciudades y los gremios emplean grandes sumas en los fastos organizados para conmemorar o celebrar fechas significativas, tales como el nacimiento del príncipe heredero, las nupcias reales, el ascenso al trono o la muerte del monarca. Por eso también, con frecuencia, encargaban a un letrado notable para que los describiera prolijamente. La función de la publicación es doble, pues en la medida en que un cabildo sea tenido en mayor estima, mayor y más fastuosas deberán ser sus celebraciones, lo que a su vez le permitirá solicitar y esperar nuevas gracias o distinciones reales. De ese modo, la honra o común opinión era simultáneamente un ideal público y un capital social, por lo que el uso de los impresos para La ostentación para mantener la estima puede llegar a niveles asombrosos. Para un excelente estudio sobre el papel del fasto en la fama en la España de los Austrias, ver García Bernal, (2006).
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exaltar la lealtad al rey, la fe católica y la devoción a la patria americana constituye uno de los modos apropiados de cultivarla. Tenemos igualmente una tercera publicidad que podríamos llamar plebeya. Ella se da en las fiestas, plazas, el mercado, la calle, las chicherías.7 La publicidad plebeya se caracteriza por una simultánea participación en las dos esferas anteriores y una distancia ante ellas. Su marca es la oralidad, con la consecuente ausencia de fuentes que hace difícil nuestra aprehensión, aunque no por eso resulte menos cierta. Sus múltiples manifestaciones —libelos, pasquines, el rumor, etcétera— indican una vitalidad bulliciosa tras bambalinas.8 Estudios sobre lo que podemos llamar la economía moral plebeya neogranadina indican que existía, aun a finales del periodo colonial, un fuerte substrato pactista.9 Cuando la plebe se sentía ignorada por las autoridades, apelaba a su respuesta más contundente: el motín. Como puede verse el tema es vasto y de múltiples aristas. Por esa razón, en el aparte siguiente no podemos ocuparnos de la totalidad del fenómeno; pretendemos en cambio un objetivo mucho más modesto: la incidencia de las gacetas y papeles periódicos en las transformaciones conceptuales de esa publicidad. La imprenta y las primeras gacetas Como bien se sabe, la imprenta de tipos móviles surge en Mainz a mediados del siglo XV y rápidamente se extiende por toda Europa. Excelentes estudios recientes empiezan a desentrañar el abigarrado mundo popular de la fiesta colonial. Ver: Jiménez Meneses, (2007); González Pérez, (2005); y a Hartman & Velásquez, (2004). Para una visión centrada en la experiencia indígena, ver Llanos Vargas, (2007). 8 Puede parecer paradójico argumentar la existencia de una publicidad a la cual no tenemos acceso. Sin embargo, como ya notaron hace un buen tiempo Alex Kluge y Oskar Negt en su crítica a Habermas, tras la esfera pública hegemónica existen igualmente otras esferas de publicidad alterna. Ver Negt & Kluge, (1988). Una formulación en un sentido análogo, pero desde una perspectiva foucaultiana puede verse en Scott, (1990). 9 Cfr., Phelan, (1980); Garrido de Payán, (1987). La referencia a economía moral proviene del trabajo de Thompson, (2001). 7
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La posibilidad de reproducir masiva y mecánicamente un alto volumen de impresos y libros revoluciona la función de la información en la sociedad. Por una parte, propiciará sin duda una democratización en el acceso al conocimiento a todo aquel que supiera leer y, dadas las condiciones sociales e institucionales, privilegiará la interpretación sobre el dogma y, por lo tanto, cuestionará la autoridad establecida. Esto es lo que ocurre con los reformistas protestantes quienes, Biblia en mano, cuestionarán la infalibilidad de Roma en la interpretación de los textos sacros. Poco después que Lutero fijara su Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum (conocido también como las 95 tesis) en la puerta de la iglesia de Wittenberg (1517), en el que cuestionara la doctrina católica sobre la venta de indulgencias, más de trescientas mil copias impresas circulaban por toda Europa del Norte y llegaban a las manos de lectores ávidos. La reforma protestante se ponía en marcha (Febvre & Martin, 2002). Por otra parte, la imprenta se convertirá rápidamente en un arma poderosa para la misma Iglesia católica y las nacientes burocracias estatales y ambas la usarán como herramienta ideal para el proselitismo, para generar un tipo de publicidad que construya lealtades y cimente legitimidades. No es fortuito que los dos productos más populares de la imprenta sean la Biblia (con toda su parafernalia devocional tales como sermonarios, confesionarios y novenas) y la inmensa variedad de gacetas y papeles públicos. Tampoco es coincidencia que buena parte de las imprentas en América estuvieran en manos de las órdenes religiosas. No sorprende entonces que la imprenta llegara rápidamente a América, primero a México, a finales de la tercera década del siglo XVI, y posteriormente a Lima en 1584, los dos centros políticos y culturales de la monarquía indiana. En sus talleres se imprimieron tratados evangélicos, catecismos, gramáticas de lenguas indígenas, algunos libros médicos, crónicas religiosas y civiles y, sobre todo, hojas volantes con noticias extraordinarias. El primer impreso conocido en América es la “Relacion del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la Ciudad de Guatimala” en (1541) que da cuenta de la avalancha de agua y tierra que destruyó la antigua ciudad de Guatemala en el valle de Almolonga. La relación, que El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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describe con minucia la destrucción de la ciudad y las horas angustiantes de los notables (entre los que se encontraba Beatriz de la Cueva, viuda del conquistador Pedro de Alvarado), pretende dar “grande exemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos aperscividos para quando Dios fuere servido de nos llamar” (Rodríguez, 1541).10 Las imprentas locales se usan con frecuencia para imprimir hojas sueltas a la llegada de la Flota de Indias en las que se destacan los sucesos de la Corte (por ejemplo, la “Relacion de lo sucedido en el feliz nacimiento del serenísimo Principe […]” en el que se celebra el nacimiento de Felipe Próspero, príncipe de Asturias, en México 1657), de armas (por ejemplo, la “Relación de los grandes progressos que han tenido las Catholicas Armas de Su Magestad […]” publicado en la misma capital un par de años después), los eventos más destacados en las cortes extranjeras o algún suceso que haya ocurrido en otro lugar de la monarquía. Así, la “Relación verdadera de una criatura que nació en la Ciudad de Lima a 30 del mes de noviembre de 1694”, impreso en México al año siguiente, narra el nacimiento de un parto de siameses y discute si los bebés se pueden considerar monstruosos o si constituyen una señal divina de futuras desgracias. Estas relaciones son generalmente leídas y comentadas en tertulias de notables y, en algunas ocasiones, glosadas al margen, lo que indica el mucho aprecio con que eran recibidas.11 Recordemos que la primera imprenta llega a la Nueva Granada de mano de los jesuitas a principios del siglo XVIII. Sus impresiones fueron pocas y casi exclusivamente religiosas (novenas y septenarios), tales como el “Septenario al corazón doloroso de María Santíssima” (1738), primera publicación neogranadina conocida (Garzón Marthá, 2008). Y aunque no tenemos noticia de ninguna reimpresión de las hojas sueltas en la Nueva Granada ni se han encontrado ejemplares en la Biblioteca Nacional de Tomado de la reproducción facsimilar publicada por la Massachusetts Historical Society en Boston, 1940. Para una visión panorámica, ver Lafaye, (2002). 11 Los ejemplares citados provienen de la colección de manuscritos de la biblioteca Benson, de la Universidad de Texas en Austin. 10
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Colombia, la Biblioteca Luis Ángel Arango u otros archivos del país, no nos resulta improbable que estos papeles llegaran hasta la Audiencia de Santafé y fueran igualmente comentados con fervor. A mediados del siglo XVII empieza un proceso en Europa de suma importancia para nuestros fines: las hojas volantes van dando paso a las gacetas oficiales, publicaciones periódicas patrocinadas por las nacientes burocracias estatales para informar las leyes, decretos y reglamentos oficiales, comunicar noticias comerciales de alguna importancia y ofrecer una visión parcializada de los varios frentes bélicos y diplomáticos que las diferentes coronas tenían en diversos lugares de Europa y del mundo.12 Ya en 1631 Théophraste Renaudot, con el apoyo del cardenal Richelieu, creó la Gazette de France (1631), la cual se convirtió rápidamente en el canal más importante y efectivo de diseminación de información en Francia y en sus territorios de ultramar. Otras coronas pronto siguieron el ejemplo y la Gazeta de Madrid salió a la luz en febrero de 1661, con la intención de ser una relación informativa periódica que mantuviera a sus lectores enterados de las novedades del día. Su editor, Francisco Fabro Bremundan, explicaba en el primer número la razón de tal novedad: Supuesto que en las mas populosas ciudades de la Italia, Flandes, Francia y Alemania se imprimen cada semana (demás de las relaciones de sucesos particulares) otras con título de Gazetas, en que se da noticia de las cosas mas notables, assi Politicas, como Militares, que han sucedido en la mayor parte del Orbe: seràrazon que se introduzga este genero de impressiones, ya que no cada semana, por lo menos cada mes; para que los curiosos tengan aviso de dichos sucesos, y no carezcan los Españoles, de las noticias de que abundan las Estrangeras Naciones.13
Es interesante notar lo poco que se conoce este fenómeno. No hay muchos estudios, ni en España ni en América, sobre estos primeros ejercicios publicitarios. 13 Documento digitalizado por la agencia Boletín Oficial del Estado del Ministerio de la Presidencia de España y puesto a disposición del público en: http://www.boe.es/ aeboe/consultas/bases_datos/gazeta.php. (Las cursivas son nuestras). 12
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Valga la pena notar la aparición de una figura recurrente de la publicidad moderna: el curioso, el inquieto, “el que trata las cosas con diligéncia, ò el que se desvela en escudriñar las que son muy ocultas y reservadas” (Autoridades, 1729). De ese modo la Gaceta aparecería diseñada para satisfacer la curiosidad del lector, claramente en sintonía con las novedades que comenzaban a renovar la cultura europea. Pero notemos igualmente el lugar precario que ocupa esta figura, pues curioso es también el que “desordenadamente desea saber las cosas que no le pertenecen” (Autoridades, 1729). La Gaceta circuló semanalmente y constaba de cuatro hojas en cuartos, con noticias nacionales y extranjeras. Junto con la Gazeta de Madrid también se encuentran con alguna frecuencia traducciones e impresiones aprobadas de las gacetas de Ámsterdam, París y Londres. Todas las gacetas se imprimían con permiso del Consejo de Castilla y tenían que superar la censura eclesiástica. No es fácil detectar el volumen de circulación, la frecuencia y la variedad de gacetas que circularon en la Nueva Granada. Sabemos que la Gazeta de Madrid, reimpresa en México y Lima (en esta última ciudad se reimprime con el nombre de Gazeta de Lima a partir de 1715), circulaba libremente por toda la Monarquía, incluida la Nueva Granada. Desde entonces se publican diversas relaciones y noticias curiosas e incluso hacia 1671 se dará una tentativa de publicar una gaceta mexicana. En 1722 finalmente aparece la Gazeta de México y Noticias de Nueva España con el compromiso de imprimirse mensualmente. Poco después saldrá la Gazeta de Goathemala (1729-1731) y en 1744 la de Lima (Checa Godoy, 1993, pp. 15-18). Las primeras gacetas americanas, en general, publicaban noticiaros, informativos locales y de otras provincias de la monarquía. Estas gacetas reimprimen, incluso con mucho retraso, extractos de las gacetas de Madrid y Europa que versan sobre la Corte y los frentes diplomáticos de la monarquía y otras naciones (las referencias al Imperio otomano son frecuentes). Aunque comunican novedades, no son noticias en el sentido que nosotros las entendemos, es decir, no están destinadas a informar 46
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sobre la actualidad y a proveer criterios al lector para que participe de manera informada en la esfera pública y tome decisiones sobre asuntos que le afectan directamente. Los sucesos de armas de Su Majestad, el nacimiento de un nuevo heredero, comunican la gloria del monarca y promueven demostraciones de fervor y lealtad. Tanto o más que el elemento informativo, importa el efecto de simultaneidad e inclusión que generaba en los lectores americanos al sentirse parte de los destinos de la monarquía y de la cristiandad. Del mismo modo que la gaceta permitía a los lectores sentirse parte de la monarquía, reforzaba la comunidad de creyentes al publicar con relativa frecuencia historias milagrosas o de devoción extraordinaria. Así pues, las gacetas presentaban testimonio de la comunidad de creyentes y permitían reafirmar la fe en territorio americano al recontar milagros extraordinarios, exaltar la fe y devoción de destacadas figuras religiosas, o producir calculadamente la congoja y piedad a través de las noticias sobre los temblores, las epidemias u otros desastres. No sorprende, por lo tanto, que el primer intento periodístico en la Nueva Granada nazca del terrible temblor que devastó la capital el 12 de julio de 1785, ni que el primer número de su sucesor, la Gaceta de Santafé, informara el terrible caso de un parto milagroso el 25 de agosto de ese año en Ubaté. Para el editor de la Gaceta, “Aunque siempre es Dios admirable en sus Santos, parece que algunas veces hace mas visibles los efectos de su Divina misericordia, para excitar nuestra confianza en la intercesion de sus Escojidos, y que la Imploremos en nuestras necesidades”.14 Por otra parte, las gacetas buscaron afirmar cierto sentido local al tener una sección con noticias domésticas y americanas. En general estas noticias tenían qué ver con la salud de los altos magistrados y notables locales, el nombramiento, promoción o fallecimiento de autoridades eclesiásticas o civiles, y con los asuntos de la Corona o la administración de las Indias. Igualmente, se relataban extensamente las galas con que se celebraban los numerosos festivales y la erudición evidente en las competiciones Gaceta de Santafé, número 1, 31 de agosto de 1785, p. 4.
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universitarias; y se informaba sobre los modos en que diversas comunidades enfrentaban “heroicamente” las amenazas de ataques piratas o de incursiones indígenas. En sus páginas floreció un criollismo exaltado pues allí aparecían con frecuencia panegíricos para exaltar la fama local de México, “cabeza de la nueva España y corazón de la América”, o la “siempre ylustre y tres veces coronada Ciudad de Lima”.15 Más que informar, las gacetas se ocupaban de cultivar la “común opinión” de las virtudes que adornaban a cada corte, incluida la de Santafé. Las listas de suscriptores, ordenados de mayor a menor rango, nos permiten saber un poco más de sus lectores, generalmente oficiales del virreinato, los miembros de las diversas órdenes religiosas, el alto clero seglar, los comerciantes trasatlánticos y algunos pocos miembros de las élites locales. No sorprende entonces que además de cultivar la fama, las gacetas cumplieran el muy pragmático oficio de informar sobre los recientes decretos y la cambiante legislación comercial, dar cuenta de los productos que llegaban en la Flota de Indias y los que se aprestaban para ser embarcados en los principales puertos de las Américas. Incluso en muchos casos, la gaceta incluía, generalmente en la última página, una sección con anuncios sobre ventas —de productos, de libros, etcétera— recién llegados de la metrópoli. Hasta acá podemos decir que las gacetas participaban de una publicidad muy estable que vinculaba un naciente público al cuerpo político de la monarquía a través de muestras de lealtad, a la cristiandad a través de muestras de piedad, y a su patria o comunidad local a través de lazos corporativos. Las gacetas permitían el cultivo de la fama, intentaban hacer efectiva la cohesión social y, adicionalmente, perseguían la consecución de fines comerciales. El público representaba simultáneamente estos ideales con los cuales se procuraba modelar las conductas individuales. Es decir, con esta publicidad dirigida surge un público que encarna un Referencias tomadas respectivamente de la Gaceta de México (enero 1, 1722) y de la Gazeta de Lima (enero 18, 1744), ambos ejemplares consultados en la biblioteca Benson de la Universidad de Texas, Austin, durante el segundo semestre del 2006. 15
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ideal (la fama) y un objeto a ser administrado (la honra). En ese sentido emerge la figura del público como pueblo pero sin plebe y comienza un proceso de abstracción que será fundamental para la aparición de la publicidad ilustrada de finales del siglo XVIII. Prensa ilustrada (1785-1808) El nacimiento de una nueva prensa Una manera importante que nos permite comprender el peso que lograron las recientes transformaciones de la publicidad, y el intento por controlarla, es revisar la actitud de las autoridades hacia la imprenta. En 1776 el virrey Manuel Antonio Flórez llama al impresor andaluz Antonio Espinosa de los Monteros, residenciado en Cartagena, para que asuma el trabajo de impresión en la capital del virreinato. Para el virrey, la llegada del impresor es importante para […] contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino […], para el mejor gobierno de este reino, fijando reglas para cada una de sus provincias, tanto para la dirección de sus ayuntamientos, como para el manejo y recaudación de las rentas de tabaco, aguardiente, alcabalas y demás que hasta aquí han estado sujetas a la práctica, estilo y a los abusos introducidos. Para esto, como para que circulen con más perfección y prontitud las reales determinaciones que su naturaleza lo pida, como las gubernativas, es evidente la necesidad de que se provea a esta capital de imprenta (Toribío Mena, 1958, pp. 149-150).16
Al virrey le resulta evidente que un elemento esencial para el buen gobierno es que los vasallos conozcan debidamente las disposiciones reales. Al llegar a Santafé, Espinosa de los Monteros compra las partes de la antigua imprenta jesuita y comisiona la fabricación de repuestos y nuevas planchas en diversos talleres de la ciudad. En 1782 llegan las nuevas letras “El Virrey de Santa Fe hace presente la urgente necesidad que en aquella ciudad hay de una Imprenta”. Santa Fe, 15 de enero de 1777. En Toribio Medina, (1958). 16
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e instrumentos que reemplazarán los gastados y anticuados de los jesuitas (Garzón Marthá, 2008). Ese mismo año, con ocasión de la ejecución de los sindicados por el levantamiento comunero, el arzobispo y virrey Caballero y Góngora manda imprimir en su taller Premios de la obediencia: castigos de la inobediencia, la exhortación que fray Raymundo Azero pronunció en la plaza Mayor de Santafé, y el “Edicto para manifestar al publico el indulto general, Concedido por nuestro Catholico Monarca el señor Don Carlos III. A todos los comprehendidos en las revoluciones acaecidas en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno” (1782).17 Ambos impresos estaban destinados a influir sobre los vasallos neogranadinos en lo que era un reconocimiento tácito de una incipiente esfera pública. El acto fallido, tres años después, de echar a rodar la primera gaceta neogranadina —la fugaz Gaceta de Santafé— en la imprenta de Espinosa de los Monteros lo confirmará, y la llegada a Santafé en 1791 de la imprenta comisionada por Antonio Nariño, que llamó Patriótica, ratificará de manera definitiva la importancia de una nueva publicidad en el espacio neogranadino. A partir de 1785, cuando aparece la primera publicación periódica en Colombia, el breve Aviso del Terremoto y su continuadora, la Gaceta de Santafé, se hace sentir la necesidad de una gaceta que comunique la noticia local a un circuito de lectores dispersos sobre una vasta geografía y que sirva de instrumento para “promover el bien público” y permitir “mantener con decoro una conversación entre gente culta”.18 “Fray Raymundo Azero, Premios de la obediencia, castigos de la inobediencia: platica doctrinal exhortatoria dicha en la Plaza mayor de esta Ciudad de Santa Fé, concluído el Suplicio, que por Sentencia de la Real Audiencia de este Nuevo Reyno de Granada, se executó en varios Delinqüentes, el dia I. de Febrero, de este Año de 1782. Bogotá: Por D. Antonio Espinosa de los Monteros, 1782”. En Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Vergara 32. Recordemos que los últimos quince años habían irritado los ánimos de los súbditos neogranadinos. La memoria de esos agravios se remontaba a la expulsión de los jesuitas, las reformas educativas de Moreno y Escandón (1774-1779), la llegada del Visitador Gutiérrez Piñeres (1777) y culminaron con el estallido del levantamiento comunero (1781-1782) que sacudió el centro del país. 18 Gazeta de Santafé de Bogotá, 31 de agosto, 1785. 17
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El esfuerzo decisivo será, sin duda, la aparición de El Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791-1797), editado por el santiagueño residente en Santafé Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias publicaciones circulan en Santafé —Correo Curioso (1801), Redactor americano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada (1808-1810)— todos ellos vinculados con los ideales de procurar el bien público y promover la ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor a la patria —entendida ésta de manera difusa como el espacio local, provincial o neogranadino, y simultáneamente la monarquía hispánica—y se dirigen “á un Publico ilustrado, católico, y de buena educación”.19 Si bien circulan simultáneamente con las gacetas de Antiguo Régimen, este nuevo tipo de publicación hace énfasis en la diseminación de los saberes útiles para la transformación del entorno local. Las publicaciones locales nacen estimuladas por la proliferación de publicaciones españolas y americanas.20 Igualmente efectiva como estímulo fueron las iniciativas “Prospecto”, Redactor americano diciembre 6, 1806, p. 3. Son transformaciones que no ocurren en el vacío. Para las últimas décadas del siglo XVIII el cuerpo de reformas administrativas, fiscales y militares conocidas como borbónicas y los procesos de trasformación de la cultura política transatlántica se empezaban a dejar sentir con fuerza en la Nueva Granada. Santafé sobrepasa los 20 mil habitantes y cuenta con doce templos principales, tres universidades seculares (colegios mayores de San Bartolomé, Rosario y Santo Tomás), tres eclesiásticas (San Buenaventura, de la Recoleta, y San Nicolás de Bari), un colegio para niñas (Enseñanza), cinco escuelas populares, y cerca de 400 estudiantes provenientes de todos los rincones del reino. Su vida intelectual está animada por la recién creada Real Biblioteca (1777) y varias bibliotecas importantes de claustros y particulares, dos tertulias conocidas (la Eutropélica, presidida por Manuel Socorro de Rodríguez y El Arcano de la Filantropía, por Antonio Nariño) y, por dos imprentas comerciales (Espinosa y Nariño). Por otra parte, en torno a la Expedición Botánica (1783) y su director, José Celestino Mutis, se articuló y entrenó un selecto grupo de jóvenes americanos en las ciencias y las artes e incluyó la creación del primer observatorio astronómico en el continente americano (1803). 20 De las publicaciones peninsulares que circularon en la monarquía vale la pena destacar el Mercurio histórico y político 1753; El Memorial Literario, 1784; y El Correo de los Ciegos de Madrid (1786). Igualmente es importante destacar diversos periódicos americanos, tales como el Mercurio volante con noticias importantes i curiosas sobre varios asuntos de fisica i medicina, editado por el mexicano Ignacio Bartolache, 177219
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editoriales que buscaban presentarle a los lectores hispanos, con algún grado metódico, lo que se leía en el resto de Europa: El Correo literario de la Europa (con intermitencias entre 1780 y 1787) y el Espíritu de los mejores diarios literarios, que se publican en Europa (1787-1791) de Cristóbal Cladera.21 Estas publicaciones reflejan y contribuyen de manera notable a la re-elaboración de la cultura política local. Si el Aviso surge como simple relación del espantoso terremoto que sacudió la capital el 12 de julio de 1785, la Gazeta —impresa apenas tres semanas después— aspira a comunicar novedades “dignas de atención” y evidencia una clara consciencia de la función social de los papeles públicos y las gacetas. “Escribiendo se comunican los ausentes —señala el editor de la Gazeta— y los que nunca se han visto llegan a unirse con los más estrechos lazos de la amistad, vínculos que suelen preferirse a los de la sangre, sin otro principio que una carta”. Como las antiguas gacetas, los nuevos periódicos también buscaban producir cohesión social; una cohesión, sin embargo, que ya no es de cuerpos sino difusamente horizontal, en el que el mérito, más que el linaje, comienza a jugar un papel importante. Por otra parte, empieza a surgir un valor que será recurrente en todas las publicaciones posteriores: la utilidad común. Los impresos, continúa el editor, son responsables del “auge y esplendor que en el día se ven elevadas las Ciencias, las Artes, la Yndustria y el Comercio” y explica para el aún bisoño público neogranadino que Una Gazeta es una carta común por la qual á todos se les avisa de lo que subsede, ò se sabe en el lugar en que se escribe, y cada uno se aprovecha 1773; la Gazeta de literatura de México, editado por José Antonio Alzate, 1788-1795; el Mercurio peruano de historia, literatura, y noticias, publicado por la Sociedad Académica de Amantes de Lima, 1791-1794; y las Primicias de la Cultura de Quito, el importante periódico ilustrado editado por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo en 1792. 21 Al hacer más fácil y homogénea la circulación de noticias europeas en la monarquía, el Espíritu se convirtió rápidamente en una de las fuentes favoritas para los editores y redactores americanos.
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de las noticias que en ella se encuentra á proporcion de su entidad, ò de lo que se interesa en promover el bien públicos; ò à lo menos emplea honestamente el rato de tiempo que se detiene en leerla, y se halla insensiblemente instruido de lo que pasa á muchas leguas de su residencia, y en disposición de mantener con decoro una conversación con gente culta […].22
Como las gacetas anteriores, los nuevos periódicos celebrarán el influjo beneficioso de la imprenta, luz y felicidad de los pueblos. Sin embargo, en todos ellos se articulará un nuevo ideal de saber, el conocimiento que redunda en ciudadanos útiles por lo que se privilegiarán las nuevas ciencias experimentales y la economía política. Similarmente, las nuevas publicaciones se ocuparán, como las viejas gacetas, de noticias locales y europeas, pero en este caso harán gala de una exacerbada conciencia de lo americano, hasta el punto que proclamarán que “su único objeto es publicar cosas Americanas”.23 Reducido el espacio asignado a los sucesos de la Corte por la antigua publicidad, lo local será transformado en objeto de deseo sobre el cual se posarán los ávidos ojos de los novatores. Evaluaciones, juicios y proyectos sobre tal o cual empresa aparecen en varios periódicos, los cuales se convertirán de ese modo en el escenario donde se dan ciertos debates sobre las debidas reformas al cuerpo social. De ese modo, esas figuras privilegiadas de la publicidad nos acercan a la auto-comprensión de los grupos sociales en contienda y a los modos como se construyen legitimidades e identidades. De ese modo, también, se convierten en la superficie privilegiada para la elaboración y emergencia de nuevas configuraciones conceptuales y la redefinición de conceptos tales como ciudadano o patriota, economía y riqueza, o ciencia y verdad, que lentamente van penetrando diversos rincones de la vida social e institucional de la Colonia (Ortega, en prensa).
Gazeta de Santafé, núm. 1, 31 de agosto, 1785. Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806.
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Debido al alcance e importancia de esas transformaciones, en lo que sigue nos detendremos brevemente en las manifestaciones locales de tres grandes nodos semánticos, aquel que se articula en torno a las nuevas nociones del ciudadano y patriotismo; en torno a la economía y la riqueza social; y, finalmente, en torno a la ciencia y la utilidad. Estas transformaciones conceptuales eventualmente se convirtieron en posibilidades sociales y políticas no solo por la visibilidad y legitimidad que adquirieron al aparecer en las diversas publicaciones del momento sino, sobre todo, por las nuevas formas de agencia concebidas por la emergente publicidad que hemos venido historiando. Del mismo modo, es necesario señalar que esa publicidad adquiere concreción en la medida que estas transformaciones conceptuales más amplias se afianzan en el orden social. Para organizar mejor esta discusión centraremos la discusión de cada uno de los nodos semánticos en una publicación del periodo. El ciudadano patriota y el Papel periódico de Santafé El examen de los periódicos ilustrados americanos hasta 1808 indica que estos no solo reflejan lo que ocurre en la sociedad sino, tal vez aun más importante, se convierten en verdaderos laboratorios para la elaboración de nuevas posibilidades conceptuales y políticas. Esa elaboración de una cultura política que llamaremos por conveniencia pero no por convicción, de la modernidad, tiene su primer punto de referencia privilegiado en la Nueva Granda en las páginas del Papel Periódico de Santafé. La aparición de El papel periódico de Santafé de Bogotá el 9 de febrero de 1791 marcará un hito ante el cual es necesario detenerse momentáneamente. Por cerca de seis años (con una breve interrupción en el segundo semestre de 1792) circuló en buena parte del territorio de la audiencias de Santafé, Quito, la capitanía de Caracas, Lima y otros lugares, con un tiraje no mayor a los 500 periódicos semanales, en un formato de ocho hojas en cuartos, alcanzando la nada despreciable suma de 265 números. Su director y redactor fue el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, quien había llegado al virreinato de la Nueva Granada de la mano del virrey Ezpeleta entre 1789 y 1790. 54
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El Papel Periódico abre su “Preliminar” con la apología habitual a la prensa como fuente de utilidad y motor de progreso. Pero lo que nos interesa en este caso es la argumentación republicana que le dará al lugar común. Según Rodríguez, el hombre que vive por el principio de la razón pronto verá que la utilidad común es el principio de la felicidad del universo y esto “hará en su animo una sensación, que no podrá mirar con indiferencia. Y mucho más quando considerandose un Republicano […] ve que la definición de este nombre le constituye en el honroso empeño de contribuir al bien de la causa pública” (9 de febrero, 1791). Siete números después Rodríguez reproducirá una comunicación vehemente de Francisco Antonio Zea, colegial del San Bartolomé, que causará bastante escozor. En los “Avisos de Hebephilo”, Zea anunció que sacrificaba su reputación de literato por el título de ciudadano.24 Sin duda, esta afirmación, algo estridente, resulta sintomática de la zona conflictiva de sentidos y experiencias que se habían acumulado a finales del siglo XVIII y habían dado paso a un conjunto de nuevas representaciones del saber, de los sujetos en sociedad y de la riqueza social. El juego de interpelación y auto-denominación —que le permite a Zea descartar el tradicional título de letrado y optar por el de ciudadano— hace parte de esas pugnas de sentido, fundamentales para entender la cambiante cultura política del periodo. Ciertamente, el concepto de ciudadano no es nuevo. Ya para 1729, cuando el primer diccionario de la Real Academia lo define como “El vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios, y está obligado à sus cargas no relevándole de ellas alguna particular exención”, contaba con una larga tradición filosófica que se remonta hasta Aristóteles. Pero en 1729 más que ciudadanos republicanos, los sujetos de la monarquía se reconocían como vasallos y sujetos leales de la Corona. La recurrencia del término ciudadano en los periódicos de finales del siglo XVIII se debe en buena medida al neo-republicanismo entonces en boga, pero no se debe “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de abril de 1791). 24
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entender, ni mucho menos, como un rechazo de los otros términos. En efecto, más que negación, es una resignificación a partir de la vinculación del término ciudadano con los de utilidad y patria. A partir de ese momento, el sujeto modélico de la monarquía no es ya simplemente el vecino, sino el ciudadano que por medio de los saberes ilustrados procura el bien común de la patria. Los periódicos del periodo constituyen espacios privilegiados para la elaboración de “esa llama divina, que se dice patriotismo, y es la base de la felicidad común, la virtud de los Héroes, Madre de las virtudes civiles, y por desgracia la menos conocida”.25 El patriotismo además es una virtud cristiana, la del “espíritu público”, que así entendido es lo que hace al ciudadano. El patriotismo también se hace evidente en el cultivo y rescate de la historia local. De ese modo, en marzo de 1792 Rodríguez publica la primera historia de la literatura neogranadina, en la cual José María Vergara y Vergara se apoyará casi 70 años después para su magistral Historia de la literatura en Nueva Granada; Francisco Antonio Zea, en abierta polémica con Cornelio de Paw, publica apartes de un manuscrito en el que venía trabajando, “Memorias para servir a la Historia del Nuevo Reyno de Granada”, en el que predice la pronta llegada de una era feliz, marcada por la industria e ilustración en la Nueva Granada (13 de enero 1792, núm. 48); o el “Rasgo apologético de Sogamoso”, de quien se dice de haber nacido entre los griegos o los romanos “hubiera logrado el mismo honor de Demétrio Falereo”, filósofo y político griego y uno de los primeros peripatéticos (24 de mayo, 1793, núm. 91). A pesar de que no existe incompatibilidad alguna entre este espíritu patriótico que inunda las primeras páginas del Papel Periódico y la lealtad al rey y a la monarquía española, el fuerte ascenso de la concepción patriótica del ciudadano se verá truncado a mediados de 1792, cuando varias disposiciones reales clausuraron los periódicos existentes —a excepción de los oficiales— y establecieron la censura más estricta sobre “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de abril, 1791). 25
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las noticias procedentes de la Francia revolucionaria. Las alarmas van a llegar a su punto más álgido cuando en 1794 se inician los juicios contra Nariño por la impresión del volante con los derechos del ciudadano, y los colegiales implicados en el escándalo de los pasquines. La Gazeta de México, La Gaceta de Lima y el Papel Periódico de Santafé publicaron con regularidad resúmenes autorizados —generalmente tomados de la Gazeta de Madrid— sobre los sucesos en Francia. Su actitud fue predeciblemente dura contra los que llamaron monstruos regicidas, en particular a partir de la ejecución de Luis XVI, día en que “se firmó el Decreto de la general desolación de aquel Reyno desgraciado. El dió principio à la funesta época del desorden y calamidad del Pueblo Galicáno que hasta alli aún respiraba con alguna esperanza de no quedar sepultado en su misma Revolución”.26 A partir de ese momento, estas gacetas se deleitaran en la descripción minuciosa de lo que perciben como anarquía pura y disgregación terrible del cuerpo político francés en un intento claro de infundir miedo entre sus lectores y prevenir lo que ya anticipan como la eventual seducción de la opinión pública por las engañosas ideas revolucionarias. En ese contexto, el término ciudadano prácticamente desaparece y el de patriota se asimila al de devoción al rey.27 El Papel Periódico entrega su último número el 6 de enero de 1797, después de repetidos anuncios de insolvencia económica. Apenas unos pocos días antes el virrey Ezpeleta, quien había traído a Socorro Rodríguez Noticias sobre la Revolución francesa en Papel Periódico (1792-1795). Cita tomada de Papel Periódico del 21 de febrero de 1794, p. 615. 27 En un excelente trabajo reciente Carlos Villamizar explora las transformaciones semánticas del concepto “patria” durante la última década del siglo XVIII a través de una lectura cuidadosa del Papel Periódico. Ver “La felicidad del Nuevo Reyno de Granada: el lenguaje patriótico en Santafé (1791-1797)”, tesis presentada para optar el título de magíster en el Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, octubre de 2010. Apartes aparecerán con el título “Patria y Monarquía en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797)” en el libro en prensa Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012. 26
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a Santafé, embarcaba para España después de cumplir con su periodo de gobierno. Así pues, a pesar de haber visto la luz durante un lustro y contar en algún momento hasta con 400 suscriptores, la pronta clausura del Papel Periódico tras la partida del virrey revela un elemento común a las publicaciones periódicas de la época: la necesidad de contar con el apoyo activo de las autoridades peninsulares. En efecto, todas las publicaciones de la época se quejaban de las dificultades económicas para cubrir los gastos de impresión y El Correo Curioso, única publicación que no cuenta con un apoyo oficial, sobrevivirá apenas un año y a costa de buena parte de la fortuna personal de Tadeo Lozano. Ese apoyo había servido para enfrentar la resistencia de los sectores más tradicionales que veían, en las innovaciones ilustradas, una amenaza a sus privilegios y prerrogativas. El soneto con que Rodríguez cierra el último número del Papel Periódico da buena cuenta del tumultuoso proceso: Por cumplir con la ley de la obediencia/ Te pusiste á escribir ¡o pluma mia!/ Llevando á la verdad siempre por guia,/ y al bien común por alma y por esencia,/ ¡Mas quehas logrado al fin?- ¡Triste experiencia!/ Mil ataques sangrientos que á porfia/ Te han hecho con infánda tiranía/ Los hijos de la cruel malevolencia./ ¡O infausta estrèlla, y premio miserable/ Del que con fino amor servir procura/ A este Mundo despótico y variable!/ Ea pues, descansa en plácida clausùra,/ Que si duermes en òcioperduràble/ Lograràs de la Envidia estàr segura.28
Último folio del Papel Periódico, 6 de enero 1797.
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La economía política y la función social de la riqueza: El Correo Curioso La economía será uno de los ejes de reflexión continua del siglo XVIII y el impulso reformista encuentra en las publicaciones especializadas una punta de lanza importante para lograr sus objetivos. Publicaciones como el Semanario económico de Madrid (1765) o el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a párrocos (1797-1808) no sólo constituían esferas de intercambio científico sino que eran órganos de popularización de las ciencias útiles entre amplios sectores de la población. En la Nueva Granada se configura la Sociedad Económica de los Amigos del País, en 1784 en Mompox, la cual publica al año siguiente un Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País con el fin de generar interés en el mejoramiento del país y “promover y conseguir el fomento de la industria popular”, “teniendo a la vista las proporciones que estos terrenos ofrecen por su fertilidad para hacerse tan florecientes, como felices sus moradores por medio de la Agricultura y Comercio, que es lo que nutre los Reynos”.29 Aunque el tópico económico ocupa un lugar importante en todas las publicaciones periódicas de la monarquía, en la Nueva Granada el Correo Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá desarrolla una reflexión más sostenida. Este semanario, publicado por José Luis de Azuola y Lozano y Jorge Tadeo Lozano en febrero 1801, fue el primer periódico privado —es decir, financiado enteramente por suscripciones y con caudal privado— de Colombia. La falta de suscriptores y la ausencia de apoyo del gobierno determinaron que el 29 de noviembre del mismo año saliera a la calle el último número del Correo, para un total de 46 números. A pesar de su corta vida y relativa insolvencia económica el Correo Curioso desarrolló una reflexión amplia sobre los problemas y retos económicos de la sociedad neogranadina. El punto de partida para los editores —como para muchos de los economistas coloniales— era el Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País, Santafé de Bogotá, Don Antonio Espinosa de los Monteros, Ympresor Real, 1785, pp. 3-4. 29
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estado de “la mayor decadencia” en que se encontraba el Reino (Correo Curioso, núm. 39, 10 de nov. 1801). Sin embargo, los editores son abiertamente optimistas pues, como dicen, “Nada impide que nosotros los de este continente gozemos del mismo beneficio, y se trabaje con amor, y perpetuidad al fin laudable de nuestra total ilustración”.30 Para contribuir a la obtención de ese futuro posible, el periódico define el objeto de sus esfuerzos de la siguiente manera: En lo Económico se tendrá presente sobre todo la utilidad popular, y así procurando hacernos comprehender con los más rudos, discurriremos sobre mejorar el cultivo de los frutos de la tierra; y trataremos de Agricultura en todas sus partes; procuraremos el fomento y perfección de la Industria, dando arbitrios, y recetas, para simplificar las operaciones mecánicas; y de otros varios puntos que conciernen a este fin. Últimamente en lo Mercantil daremos la idea más sencilla del Comercio, sus cálculos, sus problemas, sus reciprocas obligaciones, sus utilidades fixas, y las eventuales, la necesidad del dinero corriente, y la inutilidad del dinero guardado; y de tiempo en tiempo, publicaremos noticias exactas de los precios en varias Provincias, tanto de los generos de exportación como de importación.
Agenda de trabajo entusiasta que formula cuatro frentes de acción novedosa. En primer lugar, el Correo Curioso busca familiarizar al lector con los principios de la economía política proclamados por los fisiócratas y por Adam Smith. De ese modo, Jorge Tadeo Lozano insiste en “la necesidad del dinero corriente y de la inutilidad del dinero guardado” y les reprocha a los que la guardan de ser “amantes de la inacción, enemigos de su fortuna, y lo tercero inútiles individuos à la Sociedad” (Correo Curioso, núm. 17, 9 de junio 1801). Para Lozano “El dinero como la sangre en el cuerpo, vivifica, y reparte a todos y a cada uno proporcionalmente el movimiento y robustez que necesita, para cumplir libremente la acción, Prospecto, Correo Curioso (17 de febrero de 1801); “Exhortación de la patria”, núm. 2. 30
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que le toca como miembro de la Sociedad” y por lo tanto serán el comerciante y el agricultor —más que el Estado— los llamados a producir la prosperidad y felicidad del reino. En segundo lugar, las discusiones en el Correo Curioso buscan generar conciencia de las riquezas locales, particularmente las derivadas de las actividades agrícolas y comerciales. Si la discusión de principios económicos está destinada a propiciar una re-conceptualización del lector como agente económico, la exaltación de la exuberancia y fertilidad del entorno está destinada a motivar esos agentes para que transformen efectivamente ese entorno en riqueza. Esto significa actuar en contra de las convenciones sociales y vencer los obstáculos —la usura y el comercio pasivo, la escasez de población y su supuesto carácter indolente— factores retardatarios del progreso. De otro modo, las condiciones sociales imperantes llevan a un círculo vicioso que “obliga […] a los miserables vestigios del género humano que aquí se encuentran a llevar una vida […] vagabunda y holgazana, no pensando en multiplicarse, por no dejar a sus hijos la triste herencia de la pobreza y al abandono” (Correo Curioso núm. 41, 24 de noviembre, 1801). Es por eso que esa movilización en procura de un bien individual, sin embargo, tiene como resultado el desarrollo y la prosperidad de la sociedad y es por eso que la observancia de esos simples principios industriosos constituye una acción patriótica. De ese modo, el tercer punto es la exhortación a la acción privada a través de la noción del patriotismo. En efecto, el Correo Curioso abre los dos primeros números con una apasionada “Exhortación de la Patria” (núm. 3, mayo 3, 1801) en la que ánima a trabajar por el progreso del Reino. Las asociaciones de patricios e ilustrados deben mirarse como “uno de los primeros anuncios de felicidad del reino”. Estas sociedades, dotadas de privilegios exclusivos, deben fomentar por medio de sus operaciones y factores la producción y comercio de los artículos agrícolas, particularmente los exportables. En cuarto lugar, la serie de artículos publicados en el Correo Curioso buscan estimular el estudio práctico para lograr una mayor tecnificación El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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en los procesos de explotación de las riquezas locales. Siguiendo muy de cerca la argumentación expuesta unos años antes por el ilustrado español Pedro Rodríguez de Campomanes, los editores del periódico argumentan la necesidad de transformar las prácticas tradicionales de los agricultores y artesanos a través de la educación, la ciencia y la tecnología para mejorar la rentabilidad del trabajo. Por último y de manera cautelosa el Correo Curioso ofrece su opinión sobre las políticas económicas de la metrópolis. En el “Discurso sobre el medio más asequible de fomentar el Comercio activo de este Reyno, sin prejuicio del de España”, la publicación adopta una línea argumental consonante con los fisiócratas españoles al reservar para las provincias americanas la agricultura y el comercio. Si la primera es “la madre de la felicidad de los mortales”, el […] comercio activo es la fuente y origen de la comodidad y riquezas: aumenta la población, á proporción que facilita los medios de subsistir las familias; fomenta la agricultura é industria dando salida a sus géneros y efectos; sostiene al estado con las contribuciones, cuyo pago facilita y multiplica […], es el espíritu que aviva la nación y la cadena que une las familias.31
Por el contrario, para la industrias faltaba “una población tan inmensa que abaratase los jornales en términos que las manufacturas, por su corto precio, se hagan preferibles a las de otras naciones”. Así, el Correo Curioso propone que se limite la industria local “a aquellas artes y tejidos de primera necesidad [...] reservando nuestra actividad y esmero al aumento y perfección de la agricultura [...]”. Esta defensa del modelo colonial de desarrollo sirve de antesala para lanzar su propuesta más controversial, de abrir los puertos locales al comercio directo con los otros puertos del imperio español y de ese modo cuestionar las políticas monopolísticas de la Corona. 31 Correo Curioso, núm. 41, 24 de noviembre de 1801, pp. 185; 187.
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La ciencia y la escuela: el Semanario del Nuevo Reyno de Granada A la par de una incipiente esfera pública en torno a la economía política y como complemento de ésta surge un número importante de publicaciones especializadas en la ciencia experimental en toda la monarquía hispánica. Esta publicidad especializada encuentra en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, dirigido por Francisco José de Caldas, su mejor exponente en la región. Fundado a comienzos de 1808, se publicó con regularidad hasta 1809, aunque varias memorias independientes aparecen como apéndices en 1810. Además de la obra científica de Caldas, el Semanario contó con las colaboraciones de otros criollos ilustrados, tales como José Manuel Restrepo, Joaquín Camacho, Sinforoso Mutis, Jorge Tadeo Lozano y José María Cabal. En particular, sobresalen los trabajos sobre geografía neogranadina, la polémica sobre el influjo del clima entre Caldas, Francisco Antonio Ulloa y Diego Martín Tanco, y la prolongada meditación sobre el lamentable estado de la educación en el virreinato. En todos los casos, el argumento central será que existe una íntima relación entre la práctica y difusión de la ciencia, la ilustración general del reino y la búsqueda de la prosperidad y el bien común. Caldas abre el primer número del Semanario explicando las razones por las cuales los conocimientos geográficos —y, por extensión, el saber científico— son importantes para los neogranadinos: Los conocimientos geográficos van a ser el termómetro con que se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de un pueblo. Su estupidez y su barbarie siempre es proporcionada a su ignorancia en este punto. La Geografía es la base fundamental de toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que la atraviesan, los valles que forman, las distancias recíprocas de las poblaciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima, la temperatura, la elevación sobre el mar de todos los puntos, el genio,
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las costumbres de sus habitantes, sus producciones espontaneas, y las que puede domiciliar con arte.32
Las memorias que se publican en el Semanario continúan esa peculiar vocación política, es decir, esa conciencia aguda con la que el ejercicio científico adquiere sentido y prestigio social en la medida en que se perciba útil para la consecución de la prosperidad y el bien común. Según Caldas, el cultivo de la ciencia debe llevar al público a reconocer “[…] los pasos que hemos dado, lo que sabemos, lo que ignoramos, y [a medir] la distancia a que nos hallamos de la prosperidad” (Ibídem). Es importante enfatizar que, tal y como se desprende de la cita, la publicación del Semanario, además de ser un evento científico de gran envergadura, resulta fundamental para la historia de la opinión pública en el país. Para Caldas resulta evidente que la ciencia requiere siempre de la existencia de un público que la sepa reconocer como tal y que reconozca a sus practicantes, los científicos, como autoridades del campo. Sin duda, es un tipo de publicidad inédita en la Nueva Granada y sus procedimientos no resultan familiares para una sociedad preocupada por el orden, la tradición y los lazos orgánicos con los diversos cuerpos políticos de la monarquía. En las polémicas del Semanario las aserciones de sus participantes no adquieren valor por la autoridad social o el linaje de quien las enuncia sino porque son verificables a través de la observación y reproducibles a través de la experimentación. Es una publicidad en la que sólo el especialista puede cuestionar la veracidad de los enunciados.33 El Semanario será simultáneamente la plataforma desde la cual se busca construir un espacio público con los valores de la ciencia y un público Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero de 1808, pp. 1-2. Mauricio Nieto Olarte ha explorado a fondo la construcción de una autoridad científica y un público dócil a través del examen de los recursos argumentativos desplegados por los ilustrados en el Semanario. Ver, en especial, el artículo que escribió junto con Paola Castaño y Diana Ojeda en el 2005, “El influjo del clima sobre los seres organizados” y la retórica ilustrada en el Seminario del Nuevo Reyno de Granada, Historia crítica, núm. 30, pp. 91-114. 32 33
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instruido en las reglas de la ciencia. Nótese que la licencia con que se autoriza el Semanario —y que aparecerá una semana antes del primer número— hará énfasis en que los papeles periódicos “se transfunden á la comprehension y aprovechamiento comun de los inventos y discursos particulares, cuya utilidad, de lo contrario, tal vez permanecería ceñida lastimosamente á limites muy estrechos”. Pero el proceso de generalización requiere, además de un órgano de difusión, de un público instruido, con la formación necesaria para comprender e incluso apropiarse del saber especializado. Sin embargo, en vez de público ilustrado, Caldas descubre que entre los neogranadinos la gran “multitud de pueblos […] va entregado a la holgazanería, y [vive] envuelta en los horrores de la ignorancia”.34 En reacción contra los horrores de la ignorancia Caldas retorna una y otra vez al tema de la educación y convierte al Semanario en la plataforma para promover las Escuelas patrióticas como el medio más seguro “para que los niños aprendan los elementos de las virtudes christianas y civiles que los conduzcan después à ser unos hombres útiles à la Patria, benéficos à sus semejantes, provechosos para si mismos, y al fin que honren con sus acciones la santa religión que profesan”.35 Tal sistema educativo preparará un público receptivo a las ventajas de la ciencia y a las posibilidades que ofrece para el desarrollo social. A su debido tiempo, la proliferación de escuelas llevará a la Nueva Granada a ver “la bella aurora de aquel día feliz que ya se dejaba sentir”. Se entiende entonces cómo la creación de escuelas constituye el acto patriótico por excelencia: “Sí, conciudadanos de Santafé, quando el patriotismo está acompañado de la sabiduría, invencible, y uno y otro será siempre el fruto de una educación gratuita, igual y bien dirigida a todos los jóvenes”.36 Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Discurso sobre la educación”, núm. 9, febrero 28 de 1808, p. 72. 35 Caldas extiende “El discurso sobre la educación” hasta el número 15 (10 de abril de 1808). En el número 20 (15 de mayo de 1808) publica la disposición del virrey de acoger la iniciativa privada para abrir escuelas públicas de la patria. 36 Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Reflexiones sobre la educación pública”, núm. 10, 6 de marzo de 1808, p. 78. 34
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Como la ciencia, la educación ilustrada presupone un público pasivo, sobre el cual se actúa. Aunque son esferas públicas modernas, no son, sin embargo, espacios de inclusión o igualdad. Al contrario, la esfera pública ilustrada presupone, recordémoslo, la diferenciación entre quienes son especialistas, los poseedores del saber técnico, y el resto de la población. Los primeros tienen el saber para proponer profundas transformaciones sociales; los segundos conforman la opinión pública en tanto su ilustración les permita comprender y acatar las decisiones de los primeros. Las críticas de los ilustrados, por punzantes que resulten, no pueden entenderse como maledicencia, sino como el método riguroso de la ciencia combinado con “el amor que profesamos al país en que hemos visto luz”.37 De cultivar la fama a fijar la opinión Finalmente, un examen de la publicidad tardo-colonial debe tomar en cuenta el proceso por medio del cual, paulatinamente, la opinión dejará de ser entendida en el sentido de fama y empezará a registrarse con alguna frecuencia el sentido de “dictamen [que] sirve por autoridad en qualquiera materia” (RAE, 1791). Aunque esta es una acepción antigua, su uso adquiere pre-eminencia en los periódicos, tertulias y academias del momento, todos espacios de sociabilidad relativamente inéditos, para ejercer crítica social y adquirir los conocimientos necesarios para el progreso de la patria. Un uso similar aparecerá, por ejemplo, en las cartas que José Celestino Mutis le envía a Linneo solicitándole su opinión sobre sus investigaciones, las cuales “Ansiosamente esper[a]” para proceder con su trabajo (Hernández de Alba, 1947).38
Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero 1808, p. 2. “Carta a Linneo”. En Hernández de Alba, (1947). Ambas referencias en el primer volumen. La de octubre 6 de 1763, desde Santafé, a Linneo dice “[...] Me aventuro, pues, a molestarlo con otra breve carta para expresarle mis ansiosas esperanzas de que mis anteriores hayan llegado a sus manos, y mis temores de que usted no conozca aún en cuanto aprecio su buena opinión”. (Carta 2, p. 16). La carta del 3 de octubre de 1767, desde Cácota de Suratá, a Linneo dice: “[...] Deseo que estos pocos asuntos 37 38
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No debemos olvidar que estas transformaciones de la publicidad del Antiguo Régimen ocurren a escala trasatlántica. Keith Baker la resumió para Francia contrastando la definición que la Encyclopédie ofrece de opinión en 1765, que la distingue de manera completamente convencional del conocimiento racional como incierta y vacilante, con la que ofrece, poco más de quince años después, la Encyclopédie méthodique (Michael Baker, 1990, pp. 167-168). En esta última aparece el sintagma opinión pública pero no, como cabría pensar, en el volumen designado Philosophie (Vol. 15) o incluso el de Logique, métaphysique et morale (Vol. 16), volúmenes en los que se presentan las consideraciones epistemológicas, sino en el de Finances (Vol. 13), y después es retomado en el de Jurisprudence (Vol. 35). Aun más extraordinario, la opinión pública aparece investida con atributos completamente contrarios a los que la caracterizaban, como los de universalidad, objetividad y racionalidad. La opinión pública, según la Encyclopédie méthodique es un “tribunal de tipo único que se ha consagrado en Francia debido al espíritu de la sociedad, al amor a la consideración y el elogio”.39 Ante ese tribunal todos los funcionarios y hombres públicos están obligados a comparecer, el cual soberanamente sabrá discernir los premios y castigos correspondientes. Por la misma época, aunque con menos estridencia, aparecen las primeras reflexiones en el mundo hispánico sobre la opinión pública (Fernández Sebastián & Chassin, 2004, pp. 9-32). Jovellanos, por ejemplo, usa con frecuencia el sintagma de opinión pública y escribe el primer ensayo conocido en español al respecto, “Reflexiones sobre la opinión pública” (c. 1790-1797). En las “Reflexiones” Jovellanos señala que “opinión pública se dice opinión de la mayor masa de individuos del cuerpo social”, lo que indica que “esta fuerza es superior a todas que he estado estudiando concisamente sean de su agrado, como supremos àrbitro de las ciencias naturales. Ansiosamente espero su opinión sobre ellos”. (Carta 5, p. 21). 39 Nuestra traducción de “tribunal d´un genre unique qui a été élevé en France par l´esprit de société, par l´amour des égards et de la louange”. Encyclopédie méthodique, Finances, Tome Troisieme (París: Plomteux, 1787). El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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las sumas de fuerzas de que puede disponer la Sociedad y aun todos los medios que pueda emplear”. En el mismo escrito indica que la opinión pública “obra a un mismo tiempo en todos los puntos del territorio social, y de aquí la extensión de su influjo. Juzga todos los actos del gobierno, y de aquí la generalidad de su influjo” (Jovellanos, 1956, p. 413).40 Hasta acá la formulación de Jovellanos es audaz pues inscribe en lo social una autoridad peligrosamente autónoma. Sin embargo, Jovellanos entiende muy bien los peligrosos ecos rouseanianos de su fórmula y se repliega con cautela para insistir que “Donde falta la instrucción, no hay opinión pública, porque la ignorancia no tiene opinión decidida41, y los pocos que saben, bien o mal, dan la suya a los que no la tienen. Desde entonces, la opinión pública está por decirlo así, al arbitrio de estos pocos” (Jovellanos, 1956, p. 413). Aquí la cuestión ha cambiado de manera decisiva. La opinión ya no nos remite a la volatilidad propia del vulgo irredimible sino a un problema de ilustración, de educación. Esta se encarga de asegurarle una constancia, de guiarla con sus luces para que no esté al vaivén de sus pasiones. La ilustración general del pueblo requiere “cuerpo[s] que reuna[n] à las luces necesarias la opinión y la confianza pública” (Jovellanos, 1839, p. 289).42 Se hace simultáneamente una propiedad general y un bien a ser administrado por la autoridad. De aquí sale uno de los tópicos fundamentales de finales del siglo XVIII y buena parte del XIX: fijar la opinión, es decir, “establecer y quitar la variedad [de pareceres] arreglándose á la opinion que parece mas segura, y desechando las demas que descomforman con ella”.43
Para la importancia de Jovellanos en el surgimiento conceptual, ver Fernández Sebastián, (2000). Otros autores influyentes, con amplia circulación en la Nueva Granada, son León de Arroyal, Valentín de Foronda y Cabarrús. Ver Fernández Sarasola, (2006); Álvarez de Miranda, (1992); Maravall, (1991). 41 Las cursivas son nuestras. 42 La referencia específica de Jovellanos es a la Real Academia de la Lengua, la cual toma de modelo en esta ocasión. 43 Voz Fixar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (1780). 40
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Sin duda el sentido tradicional de opinión como fama sobrevive y continúa siendo un factor importante. El mismo Jovellanos presenta a Torcuato, héroe trágico de su obra de teatro El delincuente honrado, (1773), defendiendo la idea de opinión pública como fama: Torcuato: “El honor, Señor, es un bien que todos debemos conservar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le impuso la opinión pública ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una monarquía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es principio de mil virtudes políticas; y en fin, que la legislación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.44
Sin embargo, la asociación entre fama y opinión ya no ocupa el lugar seguro de hace apenas unos lustros. Recordemos que en este pasaje, clímax del primer acto, Torcuato se da cuenta de que la justicia está sobre sus pasos por la muerte de su rival amoroso en un duelo de honor. Es importante recordar que Torcuato es de origen modesto y su fortuna la ha labrado con trabajo, sin herencia ni linaje. Al salvar su honor, Torcuato ha puesto en riesgo todo lo que había logrado durante su vida, incluido el amor de su vida, doña Laura. De ese modo, la pregunta resulta obvia, si la fama no es más que una quimera ¿por qué no puede subsistir una sociedad sin la fama? A través de los padecimientos de Torcuato, Jovellanos forma opinión pública sobre la obsolescencia de la fama. Aunque el sintagma opinión pública no aparece aún, un nuevo ideal de autoridad, producto de la deliberación racional, asoma tímidamente. El Correo Curioso (1801) declara en el prólogo que “la opulencia de Athenas [tuvo su origen en] las frecuentes discusiones públicas, en que cada uno Acto 1, escena V. Cito de Jovellanos, (1956, vol. 1, p. 85). (Las cursivas son nuestras).
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se hacía oír por sus conciudadanos”.45 Sus lectores —funcionarios, catedráticos, colegiales, clérigos y comerciantes, sin duda una minoría de los habitantes de la Nueva Granada— generan nuevas dinámicas de debate e interacción y construyen nuevos espacios de sociabilidad que, valga la pena aclarar, no son ni privados ni excluyen la oralidad.46 Posiblemente, a comienzos de 1792 Manuel del Socorro Rodríguez, editor del Papel Periódico, organizó una tertulia llamada Eutropelia o del Buen gusto, muy seguramente inspirada en la legendaria tertulia madrileña “La Academia del Buen Gusto”, que había agrupado a algunos de los más prestigiosos ilustrados españoles como Torres Villaroel, Luzán y Agustín Gabriel de Montiano y Luyando. La tertulia santafereña ameritó ser publicitada en el Papel Periódico con la aclaración que esta es una junta de “varios sujetos instruidos, de ambos sexos, bajo el amistoso pacto de concurrir todas las noches a pasar tres horas de honesto entretenimiento discurriendo sobre todo género de materias útiles y agradables”.47 Consecuente con ese ideal, los editores insisten que “El idioma de la verdad es sencillo, y éste debe ser siempre el de un escrito popular”.48 A diferencia de la antigua fama que mantenía la honra, la nueva participación del público deliberante, esencia de la nueva publicidad, redunda en riqueza material y bienestar social. Pero la realidad es mucho menos nítida. En el número 8 del Correo Curioso (1801) se retrata la coexistencia conflictiva de diversas publicidades en Santafé. El “Duende filósofo”, alter ego de los editores, reporta lo que ve al entrar en una tertulia y contemplar invisible la recepción que hacen los tertuliantes del primer número del Correo Curioso. Lo que atestigua el Duende filósofo es algo que causa simultáneamente hilaridad y disgusto, Biblioteca Nacional de Colombia, Hemeroteca, Correo Curioso erudito, económico y mercantil, núm. 1, Santafé, 17 de febrero de 1801, p. 2. 46 Renán Silva ha descrito los lazos y valores que cohesionaron este grupo de ilustrados en Silva, (2002). Ver también Peralta Agudelo, (2005). 47 Papel Periódico, núm. 24, publicado el 21 de septiembre de 1792. Igualmente legendaria es la tertulia El Arcano Sublime de la Filantropía que Antonio Nariño organizaba en su estudio entre aproximadamente 1789 y 1793. Ver Blossom, (1967). 48 “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806. 45
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una publicidad difícil de precisar, pues en ella se hallan elementos de la tradicional y la degradación de la nueva. Cinco son los concurrentes: “un Viejo que pasa de setenta años, y parece espera vivir mucho mas, según el cuidado, con que procura atesorar; una muger, que aunque cincuentona, quiere pasar plaza de niña de quince, disfrazando sus canas, y arrugas con el afeite, moños, y compostura; un letrado de profesión, que por medio de los títulos de la Universidad, encubre su profunda ignorancia, […] una dama, que si nó fuera tan preciada de hermosa, parecería bonita” y el Petimetre, joven frívolo, “fantasma apariencia de hombre, semejanza de muger, y vilipendio de uno, y otro sexô”. Ellos discurren de manera caótica y petulante sobre los párrafos programáticos del “Prospecto”.49 El Petimetre reclama que “será muy bien dado si insertan en su Correo la noticia de todas las modas que se inventan, por ser este el punto substancial, que se debe tratar, como que de él depende la civilidad, y brillantéz de un Estado”. Al oír este reclamo, la “cincuentona” coincide en que “las modas son el alma de la Sociedad, y la ocupación más digna de nuestro sexo; no obstante, no las nombran en toda esta zarandajas, que aquí ofrecen”. Pronto la discusión recayó sobre la crítica contra el dinero guardado y al final, dice el Duende, todos “tuvieron un largo, y gracioso altercado” a la vez que la lectura del Correo Curioso fue rápidamente olvidada.50 El desdén evidenciado por esta “ridícula escena” busca activar un renovado sentido patriótico a través de la denuncia de la inutilidad, aunque quizá con poco éxito dado que el Correo Curioso cerró a finales de ese mismo año. Por otra parte, hay consciencia del potencial conflictivo que ese nuevo ideal, de una esfera de autoridad independiente del soberano y del dogma eclesiástico, conlleva. Aun se escucha la prédica fiera del capuchino Joaquín de Finestrad, predicador comisionado por el arzobispo virrey a la zona comunera durante la penúltima década del siglo XVIII: “Al “Continuó la lectora, hasta que la detubo la bonita, preguntando ¿acia donde caya el imperio del idiotismo? A que respondió muy serio el Petimetre: acia el Sur, y parece que confina con Popayan, y el Gran Turco”. 50 Correo Curioso, 7 de abril de 1801, pp. 30-31. 49
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vasallo no le toca examinar la justicia y derechos del Rey, sino venerar o obedecer ciegamente sus reales disposiciones. Su regia potestad no está en opiniones sino en tradiciones, como igualmente la de sus ministros regios” (Fienstrad, 2000, p. 185).51 Muy conscientes de esa limitación, los editores aclararán constantemente que “[…] solo se imprimirá lo que fuere digno de presentarse a un Público ilustrado, católico y de buena educación. Jamás se darà á luz Disertación alguna (por muy bien escrita que esté) si es difusa […] o si contiene alguna expresión ofensiva a las sagradas leyes de la urbanidad, y buena harmonía civil”.52 Como ya lo había anunciado Feijoo, la tarea será entonces también educar y guiar la opinión de los lectores: “Es el pueblo un instrumento de varias voces, que si no por un rarísimo acaso, jamás se pondrán por si mismos en el debido tono, hasta que alguna mano sabia le temple”.53 Un buen gobierno no es el que resulta de las preferencias de la opinión pública sino el que es capaz de educar a la opinión, someterla a los designios del buen gobierno. Manuel del Socorro Rodríguez captura esta compleja formulación con su evocador “Disfraz y pluma de todos” con el que encabeza el Redactor Americano (1806-1808). Pero esa fórmula de Rodríguez también evidencia hasta qué punto el público —el “todos” de la frase— ha adquirido un grado de abstracción previamente desconocido. Es una abstracción que marca decisivamente el acto de la escritura. En ese sentido, Caldas, en carta a Santiago Pérez de Valencia y Arroyo, expresa sus reticencias a publicar sus estudios y escribe: “El público es inexorable, y le tiemblo.[…] En fin, si algo bueno ocurriese y llegase a producir algún rasgo, lo remitiré a usted para que, Y, más adelante, “En el conjunto de los hombres se descubre un extraño y raro modo de pensar. No es una misma su opinión. Es preciso que haya un superior que decida la cuestión para la conservación de la paz y quietud en aquellos miembros que componen el Cuerpo de la República. La Naturaleza destierra toda confusión y pide la seguridad del buen orden”, (Finestrad, 2000, p. 308). 52 “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806, p. 3. 53 “Voz del pueblo”, Feijoo, Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes, p. 2. 51
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más inexorable que el público, lo juzgue y lo sentencie a las llamas o a la luz pública, pues este público no puede sufrir sino cosas dignas de él” (Caldas citado en Arias de Greiff & Bateman, 1958, p. 57). De la promoción a la prohibición de la imprenta: Cartagena 1800-1806 Hasta ahora hemos centrado nuestra discusión en Santafé. Sin embargo, otras ciudades y regiones del reino, en especial Cartagena, Popayán y la región de Antioquia, igualmente asistieron a la emergencia de una nueva publicidad y evidenciaron anhelo por hacerse a los beneficios de la imprenta. En particular las autoridades de Cartagena, cuya vida comercial se había visto fuertemente estimulada por la construcción del canal del Dique, la fortificación de las murallas, las mejora en el camino al interior y, sobre todo, por la apertura del comercio libre trasatlántico a finales del siglo XVIII, le solicitan al recién creado Real Consulado de la Ciudad para que por medio de su tesorero, Manuel de Pombo, traiga una imprenta completa a la ciudad (Toribio Medina, 1958, p. 483).54 Al llegar la imprenta en julio de 1800, la Junta del Consulado solicita al gobernador la aprobación de la licencia para imprimir y éste —contrariando todas José Toribio Medina (1958) señala que “en julio de 1800 llegaba una de cerca de cuarenta y nueve arrobas —de letras de cinco cuerpos, una prensa grande de imprimir, otra para hacer libros y cortar papel, dos mesas de mármol, y los respectivos componedores, galeras, tinta, y demás instrumentos y utensilios del arte. Lo singular fue que precisamente a ese tiempo se hallaba en la ciudad un impresor ‘instruido’ a quien no le fue difícil, como se comprenderá, entenderse desde un principio con la Junta del Consulado. Ofreció imprimir por un precio equitativo los papeles de la Corporación, enseñar a dos oficiales hasta dejarlos perfectamente al corriente en las cosas del oficio, y pagar en cuatro años, por anualidades iguales, los 1.168 pesos 4 reales a que, con el valor de los seguros, había ascendido el costo total de la imprenta. Pudo, pues, por un momento lisonjearse el Consulado con que vería logrados sus anhelos de dotar a la ciudad de un taller tipográfico; y al intento de que éste comenzase a funcionar sin pérdida de tiempo, en la misma sesión en que se había llegado a un arreglo con el impresor, acordó avisar el fausto acontecimiento al prelado y al gobernador de la plaza, a fin de que, dentro de sus esferas respectivas, prestasen su licencia para dar a luz los trabajos que se encomendasen a la imprenta”. 54
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las expectativas— la deniega, remitiendo el caso a Santafé para que el virrey tomara una decisión final. El caso permanece en Santafé, donde las autoridades se niegan a tomar una decisión final, hasta que en julio de 1806 el virrey Amar y Borbón remite el expediente al Consejo en España con la aclaración que “Los comerciantes en aquel puerto son de ordinario cajeros de los de Cádiz, que hacen en ese lugar su residencia para expender sus comisiones. Ellos, por lo común, carecen, no solo de los conocimientos precisos de lo interior del reino y sus producciones, sino también de los de aquella provincia, que en la mayor parte es estéril”.55 De ese modo, si el virrey Flores había argumentado en 1777 la necesidad de la imprenta para “contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino”, en 1806 Amar y Borbón se opone a la consecución de la licencia e indica que […] siendo las imprentas expuestas a abusos de muy perjudiciales consecuencias, mayormente en parajes como Cartagena, que sin haber copia de literatos, está rodeada de colonias y posesiones extranjeras de todas clases, de donde es fácil la introducción de papeles y escritos peligrosos, no parece tan extraño, como el Consulado se lo figuró, la cautela de impetrar el permiso del jefe principal del reino para un establecimiento de esta naturaleza, que allí nunca podrá ser útil para los fines que propone el Consulado.
El clima político había cambiado notablemente después de la Revolución francesa y la imprenta, antaño herramienta de progreso, se convertía en arma peligrosa. Al año siguiente Carlos IV aceptó la opinión del Consejo y ratifica la prohibición de imprenta en Cartagena, aunque muy pronto y debido a los acontecimientos que precipitan la caída del rey en 1808, esa resolución queda sin efecto. “El Virrey de Santa Fe remite el expediente del Consulado de Cartagena, sobre el establecimiento de una imprenta en aquella plaza”. Santa Fe, 19 de julio de 1806. En AGI. Papeles por agregar. Santa Fe, 120-123, legajo titulado “Consultas y reales resoluciones”, núm. 455. Reproducido en Toribio Medina, (1958, vol. 2, p. 500). 55
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Las primeras repúblicas y el nacimiento de la prensa política (1808-1821) La gran toma de la palabra En agosto de 1808 llegan a Cartagena las primeras noticias oficiales de la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII. En medio del desconcierto prolifera la publicación y circulación de impresos en todas las provincias de la monarquía, constituyendo lo que François-Xavier Guerra llamó una gigantesca toma de la palabra por parte de los pueblos (Guerra, 2002, p. 125). El proceso de emergencia de la opinión pública va de la mano de la profundización de la crisis y la búsqueda, por parte de las autoridades provisionales, de nuevos criterios de legitimidad. A partir de ese momento la opinión pública no sólo influirá sobre decisiones públicas sino que se convertirá en el modo fundamental de construir el orden político. La “Consulta a la nación” llevada a cabo en la península por la Junta Central Suprema en mayo de 1809, realizada para concertar entre las diversas juntas provinciales la manera en que se deben convocar y organizar las cortes del reino, será el primer y decisivo paso en esa dirección. En América ese mismo proceso llega, aunque con menor intensidad, con las elecciones de los representantes americanos para la Junta Suprema durante el mismo año y la elaboración de las representaciones a finales de ese año. La urgencia de primera hora corresponde, sin duda, a la necesidad de informarse sobre los desconcertantes eventos que estaban ocurriendo en España. Sin embargo, conscientes del potencial desestabilizador de la información, las autoridades trataron de “obstruir y tapiar […] todo conducto por donde puedan llegar a los pueblos cualesquiera papeles seductivos, engañosos, y que hagan dudar o balancear la opinión pública contra el tirano corzo” y publicaron en “papeles públicos” las versiones apropiadas para fijar “la opinión pública de nuestra nación y de estas colonias”.56 En el mismo sentido, en 1809 el virrey de Santafé imprime “Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en 1808”. Impreso en El Correo Nacional, núm. 430, 3 de marzo de 1892, pp. 2-3. 56
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una hoja volante instando a “[…] que se excitara a los sabios del Reino para que emplearan sus luces y talentos en fijar la opinión pública a favor” del gobierno central (Ibáñez, 1915, p. 301). En Cartagena las autoridades locales autorizan el uso de la imprenta del Real Consulado para la publicación de boletines extraordinarios con las noticias más recientes de la península. En septiembre del mismo 1808 nacía la primera publicación periódica neogranadina en respuesta a la crisis política de la monarquía denominada Noticias Públicas de Cartagena de Indias (Álvarez Romero, 1995, p. 51). Aunque la temida adhesión a Napoleón jamás se da en las Américas, la agitada circulación de información, las convocatorias a elecciones para delegados a la Junta Suprema (1809), el represado anhelo reformista, y pronta liberación de los controles sobre la prensa dieron pie a la publicación de todo tipo de papeles públicos, oportunidad singular para que los criollos americanos apelaran a la figura de la opinión pública para expresar sus anhelos, articular sus preocupaciones o dar a conocer sus frustraciones. El sintagma opinión pública aparece entonces brusca y avasalladoramente, queriendo establecer distancia entre las posibilidades políticas que se abrían y el supuesto pasado de despotismo con el que se rompía. Así por lo menos lo sintió el Cabildo del Socorro, el cual conmina al representante neogranadino ante la Junta Suprema para que una su voz a “los demás sabios patriotas que componen aquella Augusta asamblea” para de esa manera “echar los fundamentos de la opinión pública, de la confianza y del patriotismo […] cuyas virtudes producirán infaliblemente [una nueva] constitución […]” (Almarza Villalobos & Martínez Garnica, 2008, p. 132).57 La representación propone igualmente reformar el “Instrucción que en cumplimiento de la Real orden de 22 de enero de 1809 da el Cabildo de la Villa del Socorro, capital de la Provincia de este nombre en la America meridional: al Exmo. Sor. Don Antonio Narvaez i la Torre, diputado por el Nuevo Reino de Granada para su representante en la junta Suprema i Central gubernativa de España i Indias”. Biblioteca Nacional de Colombia, F. Pineda 843, 114-116 folios. Reproducida en Almarza Villalobos & Martínez Garnica, (2008). 57
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plan de estudios, con preferencia de las “ciencias exactas que disponen al hombre al ejercicio útil de todas las artes”, pues de ese modo […] se vulgarizarían los principios y grandes resultados de una ciencia tan importante, y la opinión de los pueblos, así rectificada, acercaría la época en que por un pacto tácito y general quedase irrevocablemente fijada la suerte del género humano, que por tantos siglos ha sido la víctima de todos los errores y de todas las injusticias (Almarza Villalobos & Martínez Garnica, 2008, pp. 134-136).
A la vez modelo normativo e ideal democrático, la opinión pública asume la tutela de los pueblos en la senda a la libertad y el progreso. En España aparecen periódicos de todos los espectros ideológicos: afrancesados que apoyan las nuevas autoridades napoleónicas, tales como La Gaceta de Sevilla y El Diario de Barcelona; liberales, tales como el Semanario Patriótico o El Robespierre Español; y los denominados serviles o contrarios a la Constitución de Cádiz, tales como El Censor General o El Procurador General de la Nación y del Rey. Aparecen igualmente periódicos en el exterior, particularmente en Londres, con amplia circulación intercontinental. Sin duda, el más influyente de estos es El Español, editado por el liberal José María Blanco White, en el que polemizaron americanos como el caraqueño Juan Roscio y el mexicano Servando Teresa de Mier y del cual se reprodujeron extractos en varios periódicos americanos, incluida La Bagatela de Antonio Nariño. Aunque si bien es cierto que estos debates tienen una dimensión propiamente transatlántica, con varios polos de agitación —Madrid, Cádiz, Caracas, Buenos Aires, Quito, Bogotá, Lima y México— también es cierto que estas adquieren una dinámica local muy intensa y particular. Por su parte, en América los primeros periódicos generalmente se dividen entre autonomistas —con fuerte presencia en Buenos Aires, Caracas, Bogotá y Cartagena— y partidarios de las autoridades peninsulares —con fuerte presencia en México, Lima y La Habana—. Los primeros no reconocen la autoridad de la Junta Suprema, siguen con distancia El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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y escepticismo los debates conducentes a la Constitución de Cádiz de 1812, y promueven o apoyan la convocatoria a procesos constituyentes locales. Los segundos, por su parte, fungen de órganos oficiales de las autoridades peninsulares y, generalmente, promueven los beneficios de la Constitución gaditana. Dentro de esta dinámica la constitución de las diversas juntas neogranadinas a mediados de 1810 dio pie, casi inmediatamente, a tres periódicos en Bogotá —La Constitución feliz, Aviso al Público, Diario político de Santafé— y uno en Cartagena, El Argos Americano. Aunque estos periódicos surgen como apoyo a las nuevas autoridades americanas, en principio no son armas de agitación sino medios para apaciguar y procurar la unión. Los papeles periódicos buscaban, como señala el Prospecto del Diario político de Santafé de Bogotá, Difundir las luces, instruir a los pueblos, señalar los peligros que nos amenazan y el camino para evitarlos, fijar la opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia […].
Para el editor, era claro que en las inciertas circunstancias del momento la […] circulación rápida de los papeles públicos, la brevedad de los discursos, el laconismo y la elección de las materias que los caracterizan los hacen los más a propósito para conseguir estos fines importantes. Son útiles a todo pueblo civilizado, y precisos en las convulsiones políticas. Se multiplican a voluntad, llevan a todas partes los principios, las luces y disipan los nublados que en todo momento forman la sedición y la calumnia. Sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar las tempestades. Cualquier otro medio es insuficiente, lento y sospechoso (Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1).
Cada periódico se presenta de este modo como la manifestación más clara de la voluntad general del reino y sus colaboradores son los representantes naturales del pueblo. Ellos, señala Camilo Torres, formarán “la 78
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opinión pública [y le harán] conocer la forma de gobierno que mejor conviene a cada provincia”.58 Una lectura de los periódicos del periodo produce una contundente sensación de ruptura con el pasado, aun cuando la época está marcada por la incertidumbre y la coexistencia de múltiples posibilidades políticas. En efecto, los periódicos contrastan lo que definen como las tinieblas del Antiguo Régimen con las luces del presente, y la libertad de prensa es el signo que evidencia la distancia entre el ayer y el hoy. El llamado a una libertad de prensa como garante de la libertad política parece en primera instancia un acto de confianza en ese público que Caldas recién había descrito como holgazán y sumido en los horrores de la ignorancia. En 1809 el liberal español Alberto Lista publica el “Ensayo sobre la opinión pública” en el Espectador Sevillano, el cual es reimpreso rápidamente en México y posteriormente en otras partes de América. Para Lista, quien distingue la opinión popular de la pública, esta última es un fenómeno reciente que “se funda sobre el conocimiento íntimo de los ciudadanos, sobre el interés nacional, sobre las ideas de la sana política” (Lista, 2007, p. 5). El liberal exaltado Manuel José Quintana, editor del Semanario Patriótico, periódico oficial de la Junta Suprema y leído ampliamente en América, abre su Prospecto señalando que “La opinión pública es mucho mas fuerte que la autoridad malquista y los exercitos armados”.59 La Nueva Granada participa de esa defensa eufórica de la opinión pública: “Sólo el fanatismo y la ignorancia pueden proscribir la libertad de prensa” (Diario político, núm. 15: 15-X-1810: 58). La conexión con las anheladas garantías políticas queda consignada en todas las constituciones de la época. La Constitución de Antioquia de 1812 señala: La libertad de la Imprenta es el más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de “Carta de Camilo Torres a Ignacio Tenorio, Oidor de Quito”. Cito de Copete Lizarralde, (1960). 59 “Prospecto”, Semanario Patriótico, Madrid, fin de agosto de 1808, p. 3. 58
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cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado público, y escribir, hablar e imprimir libremente cuanto quiera […] (Uribe Vargas, 1985, p. 464).60
Aun más, el accionar de los nuevos hombres de gobierno trata de acomodarse a la aparición de este nuevo fenómeno. Antonio Nariño, quien más claramente concibió la política como un combate público, se defiende de las acusaciones de ejercer un poder tiránico en Bogotá indicando que “con la imprenta libre no puede haber tiranía”. Para el presidente de Cundinamarca No hay una defensa más vigorosa y convincente de la libertad del Gobierno que los mismos papeles que actualmente se escriben y se imprimen a su vista; no hay género de dicterios que con disfraz o sin él, no se le haya dicho por la prensa, y hasta ahora no sabemos que se haya hecho la menor indagación, ni tomado la menor providencia contra sus autores.61
Los mismos ataques a que se ve expuesto, razona Nariño, son prueba clara de la liberalidad del gobierno. Sin embargo, el optimismo pronto es temperado. La ya citada Constitución de Antioquia señalaba que la libertad se otorgaba con la condición que se debía “responder del abuso que haga de esta” y agregaba en el mismo artículo que “no se permitirán escritos que sean directamente contra el dogma, o las buenas costumbres”. La mayor parte de los periódicos de la Nueva Granada son cautelosos: antes de invocar el pueblo como poder legitimador, señala el Prospecto del Diario político, es necesario “fijar la opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia” La disposición corresponde al Artículo 3 de la Sección II “De los derechos del hombre en sociedad”. Un estudio reciente de Gilberto Loaiza Cano examina las transformaciones culturales, sociales y legales que hicieron pensable la libertad de imprenta. Loaiza Cano, (2010). Como ya lo reseñaremos más adelante, Loaiza Cano insiste en que ésta era “una libertad concedida con ambigüedades y temores” (p. 64). 61 La Bagatela, Bogotá, núm. 38, 12 de abril de 1812, p. 146. 60
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(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1). La prensa, por lo tanto, no intenta reflejar una supuesta opinión pública; al contrario, la constituye a través de la instrucción del pueblo. Diego Francisco Padilla, editor del Aviso al Público, pone los términos de manera más contundente. Por una parte, señala, el periódico está obligado a satisfacer al público y adoptar “el estilo popular y sencillo […], pues no escribimos para personas ilustradas, sino para el común de las gentes” (Núm. 11: 8-XII-1810: 110); por otra, complementa, su principal objetivo es “instruir al Pueblo idiota” (Continuación al núm. 15: 5-I-1811: 140). Así, no es casualidad que el epígrafe de la Gazeta Ministerial de Cundinamarca aluda precisamente a ello bajo la fórmula: “Donde la opinión no se fija, no tiene vigor las leyes”. Pronto, sin embargo, las amenazas de una invasión europea y el colapso de las esperanzas de una unión entre las provincias neogranadinas, torna más beligerante el tono de los periódicos. Los periódicos se convierten en el escenario privilegiado donde se debaten los diversos modelos de gobierno y los intereses regionales. Los debates desbordan los periódicos y pronto surgen otros géneros como los catecismos políticos y los volantes burlescos, señales inequívocas de la intensidad de los enfrentamientos y del gradual rebasamiento de las “contiendas ruidosas que todos los días se ofrecen, no solo en los estrados, sino hasta en las calles o plazas” (La Bagatela núm. 1: 14-VII-1811: 3). La opinión pública se vuelve medio de descalificación y arma de agitación popular, un nuevo factor en la construcción de la vida política local. Posiblemente fue Antonio Nariño quien mejor entendió la naturaleza cambiante de la opinión pública y su nuevo papel en la construcción de la vida política. Al nombrar juguetonamente su periódico La Bagatela se distancia de la solemnidad de otros periódicos de la época a la vez que ironiza el tono imperioso que domina la prensa política; a cambio de los “tesoros” prometidos por los otros, Nariño ofrece bagatelas, con lo que se asegura no decepcionar jamás. Pero la ironía es, sobre todo, un reconocimiento al hecho de que el público se hacía cada día más grande y ya rebasaba los estrechos círculos de los cabildantes y las redes clientelares, los nacientes cafés y las tertulias, para abarcar las calles, plazas y El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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chicherías. La misma Bagatela registra en diversas instancias el papel de los chisperos, esto es, fogosos animadores de la contienda política que tienen el encargo de promover opiniones entre amplios sectores sociales con el ánimo de procurar su movilización. En el “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio Otaola y el doctor Munar”, Cotorra registra la novedad de la voz y trata de definirla para su superior, don Ignacio: Mire sumerced: en el dia se dice Chispa y Chispazo a tantas cosas, que yo en Castellano tampoco lo entiendo. Todo está dividido en partidos, y yo los oigo llamarse chisperos: Unos se alegran quando los llaman así, y otros se ponen bravos. Lo cierto es que quando forman algun enredo, con su mas y su menos ó hay alguna novedad de aquellas que se cuentan en secreto a todo el mundo, dice que anda la chispa. Hay chisperos altos y baxos, como le he oido à su merced que tienen los Ingleses su Parlimento (Núm. 13: 29-IX-1811: 47).
En otro impreso del mismo año, La verdad sin sobretodo (1811), atribuido a Nariño, el diálogo entre un chispero y un joven ingenuo, revela dos visiones diferentes sobre el papel de la opinión pública en la vida política. Ante la conmoción de las transformaciones políticas, el chispero le increpa al ingenuo letrado timorato Chispero: Como Ud. no sale de su casa, no conoce la opinión pública, ni oye las juiciosas críticas de la Calle Real. Yo quedé convencido que nosotros habíamos traído la instrucción a la Capital, y usted lo estaría sin duda […]. Ingenuo: Lo estoy, de que antes se vendían géneros en la Calle Real, y de que en el día se rifa también la opinión pública. Chispero: No digo que se rifa, sino que se forma.
El diálogo comunica la confusión y novedad de la transformación política, pero igualmente da cuenta de los límites que se imponen. Claramente la opinión pública es ahora constitutiva de la vida política 82
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y con ella la participación de un importante sector social. Sin embargo, la opinión se revela menos verdadera de lo deseado, más intangible de lo temido, susceptible de ser usurpada por advenedizos. Y el chispero ¿forma o rifa la opinión pública? Según muchos, el chispero degrada la opinión pública pues su eficacia comunicativa no se debe a la buena razón sino a su capacidad para agitar las pasiones de la multitud. Más que un instrumento para la construcción del orden político, es su perturbador. No sorprende que Nariño sea con frecuencia asimilado a la figura del chispero y atacado porque sus papeles han “inmoralizado, y escandalizado, [y es responsable] de los males que ha ocasionado, y de los pecados que por su causa se han cometido”, según denuncia fray Diego Francisco Padilla en El Montalván.62 En ese escrito Padilla retoma uno de los temas más candentes del momento, y por el cual Nariño será impugnado con mayor vehemencia: el de los límites de la opinión eclesiástica en los asuntos políticos del momento. Nariño —quien a pesar de usar los chisperos tampoco exhibe gran entusiasmo por ellos— responde señalando que los eclesiásticos son igualmente chisperos. Al final del “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio Otaola y el doctor Munar” el doctor Munar, eclesiástico, entra y le increpa a Cotorra: Doctor Munar: ¡Chispatus! Malvado, nada se te escapa; ya te entiendo. Tú eres el mayor chispero en medio de esos tus andrajos y mala figura. Cotorra: Pues a fe que a su merced no se le va en zaga, y pasa por uno de los más calientes chisperos. Doctor Munar: ¿Chispero yo? Cotorra: Sí señor, y bien chispero; con sólo la diferencia de que es su merced chispero eclesiástico. Porque ha de saber, mi amo don Ignacio, que como le he dicho que hay chispas criollas y chapetonas, las hay también eclesiásticas; y éstas quizás son las más temibles. Doctor Munar: Bribón, ¿Qué entiendes tú por chispas eclesiásticas? El Montalván. (1812). Bogotá: En la Imprenta de don Bruno Espinosa, pp. XIX-XX.
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Cotorra: ¡Bonito está! Hágase su merced el desentendido: las de mi amo L... Las de mi amo T... y las de tantos eclesiásticos y padres de los conventos, que predican, que escriben, y que nos aconsejan a los simples. ¿Qué son, sino chisperos, para quién sabe qué? (Núm. 13: 29-IX-1811: 48).
Chisperos y eclesiásticos levantan las pasiones y abusan de la opinión popular. Como señala Manuel Bernardo Álvarez Todo buen ciudadano creyó que con la libertad de imprenta brillarían las luces y patriotismo de los hombres ilustrados para nuestro común beneficio; pero hasta ahora tenemos la desgracia de ver aquellas oficinas ocupadas en la mayor parte en la impresión de sátiras, de sarcasmos, de injurias y falsedades, que no tienen otro fruto que el de la división, la discordia y el de los resentimientos.63
El mismo Nariño se queja en varios momentos en La Bagatela de la ausencia de una verdadera opinión pública e indica que a partir de la transformación política “Cada ciudadano quiere que prevalezca y domine su opinión, y se cree con igual derecho” (Núm. 12: 22-IX-1811: 46). En una “fraternal advertencia al Público”, después de asegurar que la imprenta es “paracensurar lo malo sea del gobierno ó del público, y para aplaudir lo bueno, y formar opinión”, sostiene: Mi amado público está pecando en dos extremos opuestos: unos apreciadores del Antiguo Régimen, tan favorable para el egoísmo con una baja sumisión, una adulación continua y un alma de bronce para no sentir las miserias de su prójimos ya estaban a cubierto de toda persecución, quisieran ver renacer el sistema Colonial […]. Otros, exaltados con las bellezas de la Manuel Bernardo Álvarez, “Justo desengaño al público a que obliga el papel titulado La Contrabagatela”. Bogotá: En la Imprenta Real, 1811. (Citado en Posada, 1917, p. 255). Otros textos señalan como “llenas de entusiasmo, las pasiones se han metido a escritoras públicas para deprimir científicamente a las virtudes”. Sin título, Santafé de Bogotá, Imprenta de Nicolás Calvo y Quixano, 1812. (Posada, 1917, p. 290). 63
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libertad, se ciegan y las confunden con el libertinaje, o se olvidan de que es menester gozarlas con reglas y leyes a que nos hemos sometido (Núm. 6: 18-VIII-1811: 24).
Nariño, como todos los demás, es heredero de Feijoo: la opinión popular debe ser guiada por los hombres ilustrados, únicos capaces de elevar y fijar la opinión pública. Y si bien es cierto que la opinión popular no es aún, ni lo va a ser por un tiempo, la arena natural de la contienda política, también es cierto que rápidamente se ha convertido en un factor político en la vida diaria de la Nueva Granada. Y ya nunca dejará de serlo. La Primera República, 1810-1815: centralismo-federalismo Una vez puesta en marcha la actividad política de las diferentes juntas de gobierno provinciales, las declaraciones revolucionarias iniciales darían paso a álgidos debates sobre la forma de gobierno más conveniente para la Nueva Granada. De esta manera, el problema teórico de la retroversión de la soberanía se volvería un problema práctico de construcción estatal. ¿Cómo pasar de la soberanía de los pueblos —detentada de manera desigual por las juntas— a la soberanía de la nación, imaginada difusamente como correspondiente a las provincias que hacían parte del otrora Nuevo Reino de Granada? Este sería uno de los problemas políticos centrales del periodo, en el que la prensa y la opinión pública desempeñarían un papel decisivo.64 Sin duda, la imprenta permitiría que las juntas locales incidieran de manera más activa en la configuración del nuevo sistema. De allí el afán de ciertas élites regionales por hacerse a una, pues hasta cierto punto tener imprenta significaba tener voz en el escenario político Para un examen de la noción de soberanía en la Nueva Granada véase Restrepo, (2005); Thibaud & Calderón, (2006). Por último, ver la reciente compilación de ensayos de la Universidad Nacional de Colombia titulada Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia, en particular los capítulos de Zulma Rocío Romero Leal, “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en la Nueva Granada, 1781-1814” y de Alexander Chaparro Silva, “La voz del Soberano. Representación en el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”. 64
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neogranadino. Así lo entenderían prontamente los gobiernos provinciales de Tunja, Popayán y Antioquia, los cuales hacia 1814 contarían cada uno en su haber con una imprenta.65 De manera significativa, todavía en ese año, la Gazeta Ministerial de Antioquia, primera publicación periódica antioqueña de la que tengamos noticia, dedica sus primeras páginas a celebrar los prodigios de la imprenta, la cual no duda en calificar como “una de las invenciones más felices del genio del hombre”, pues permite “hacer progresos en sus opiniones, y en el modo de prepararse su existencia política”. Para el periódico, resultaba evidente la vinculación de la imprenta con la causa republicana, su necesidad imperiosa en aquellos momentos de incertidumbre. La imprenta, afirma el redactor, “produce revoluciones importantes”, se constituye en el símbolo por excelencia de la “libertad de escribir”, estandarte de la civilización y las luces (Núm. 1, 25-IX-1814: 1). Así, en este renovado concierto de voces impresas, las disputas por la legitimidad de los gobiernos juntistas no se harían esperar. En términos generales, las nuevas concepciones del poder pivotarían entre, por un lado, el esquema centralista, que abogaría por la regulación de la vida política, económica y social del reino desde Santafé y, por otro, la propuesta federalista, basada en cierta autonomía en el manejo de asuntos internos (por lo general económicos y burocráticos) por parte de las provincias firmantes, nacida de la cesión parcial de su soberanía. Esta confrontación ideológica era inédita en la Nueva Granada, y sus implicaciones de grandes proporciones, pues no sólo se tradujo en múltiples enfrentamientos armados y ocupaciones militares, sino que la mayoría de sus deliberaciones, tensiones y resultados quedarían plasmados en las primeras Constituciones proclamadas en lo que se ha venido a llamar la Primera República (1810-1815) (Uribe Vargas, 1985). Un periodo, con frecuencia, visto como caótico, anárquico y dominado por los intereses de cientos de caudillos y patricios regionales. No en vano para muchos Sobre la imprenta en Antioquia, Popayán y Tunja véanse: Posada, (1928); Higuera, (1982). 65
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el apelativo Patria Boba sigue siendo legítimo para describir —que no explicar— los conflictos políticos de la época. Sin duda, impera una visión reduccionista, que parte del presupuesto de la total transparencia y articulación de los lenguajes políticos del momento, olvidando con frecuencia que el significado y el sentido de términos fundamentales de nuestra modernidad política, como soberanía, representación y libertad, eran los que estaban en juego en este debate, y que se intentaban fijar a través de la prensa.66 Las primeras puntadas en esta confrontación ideológica serían dadas por las élites de Santafé y Cartagena, principales centros económicos, culturales y políticos de la Nueva Granada, y únicas ciudades donde existiría la imprenta hasta 1813. Así, toda clase de impresos, papeles públicos y manifiestos intentarían dirimir esta disputa de legitimidad invocando el alegado respaldo de la opinión pública, su voto unánime, su mandato imperioso. Uno de los principales interlocutores en esta contienda sería el papel periódico cartagenero El Argos Americano, puesto en marcha el 10 de septiembre de 1810 bajo el estandarte federalista, y dirigido por José Fernández Madrid y Manuel Rodríguez Torices. Esta publicación había surgido como respuesta a la crisis política experimentada por todo el reino, ante la cual, según sus redactores, “nada conviene tanto como uniformar las ideas” a través del “conductor mas seguro para comunicarlas, y fixar la opinión publica”: los papeles periódicos. Las banderas enarboladas por la publicación en este sentido resultan bastante elocuentes: Comunicar con criterio y discernimiento las noticias ministeriales de esta Suprema Junta de Gobierno, las comerciales de bahía, las de las naciones ultramarinas, de toda la América, y con particularidad las de este Reyno: manifestar la mutua deferencia y sacrificios reciprocos, que deben hacer las provincias en obsequio de la union y bienestar de éste: Sobre la Primera República puede consultarse: Ocampo López, (1999); Llano Isaza, (1999). Sosa Abella, (2006); Sourdís de La Vega, (1988); Martínez Garnica, (1998); McFarlane, (2002); Gutiérrez Ardila, (2010). 66
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zelar con vigilancia como el Argos de la fabula, y presentar al público los artificios de algunos egoístas y ambiciosos que cubiertos con la capa de un falso zelo por la utilidad y beneficio del pueblo, abusan de su bondad y tolerancia, sacrificandolo á su interes privado: proyectos de agricultura, comercio, artes, industrias y ciencias: dexar el arido campo de estas para deleitarse por entre las flores de la bella literatura; tales serán los objetos de este Argos Americano. (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.).
Sin duda, se trata de un proyecto ambicioso, que pone en evidencia su talante ilustrado. No obstante, es importante observar aquí que la opinión pública a la que apela el Argos ya no tiene como objeto principal la “utilidad del reino”, en abstracto, sino el desarrollo de un gobierno legítimo, como queda manifiesto cuando los editores se refieren a la publicación local Noticias públicas, la cual “no teniendo plan ni forma alguna regular, es imposible que inspire todo el interés de que es susceptible, ni que produzca los efectos que el gobierno desea” (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.). De esta manera, el Argos se constituye en todo un programa político alrededor de “fijar la opinión” y difundir las luces generales como antídoto efectivo contra el despotismo, la anarquía y el error. La publicación se convertiría en artífice de una dimensión del espacio público que, al tiempo que aparece ligado a los asuntos del gobierno, se imagina como un escenario privilegiado para elaborar cierto consenso con respecto a las categorías fundantes del cuerpo político. En esta medida, no resulta sorprendente que los editores se arroguen la responsabilidad de “uniformar las ideas”, al tiempo que ponen al descubierto los artificios de algunos “egoístas y ambiciosos”. Justamente, aquello que legitimaría su intervención en la esfera pública sería hablar en nombre de la razón, en franco contraste con las políticas del “bárbaro sistema del gobierno antiguo”, que habían propendido por la “más ciega ignorancia de nuestros intereses y derechos” (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.). Así, la publicación se encargaría de demostrar que los “intereses” del reino se verían satisfechos de manera más adecuada gracias a la adopción de la propuesta federal. Un sistema que no implicaba la dispersión del 88
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poder y de la fuerza sino su distribución regulada. De esta manera, ninguna provincia podría imponerle sus leyes a las demás, pues cada una se reservaría una parte de su soberanía, siguiendo el modelo estadounidense, reconocida fuente de inspiración de los federalistas locales: Parece que el gobierno federal ha sido meditado expresamente con el designio de evitar estos males, porque el Congreso representante de todas las provincias dispone de los recursos de una en favor de otras, á fin de estrechar sus mutuas relaciones. Tratados, alianzas, caminos, puentes, ríos navegables, derechos de importaciones y exportaciones, arreglos de comercio y finalmente quanto puede contribuir al beneficio, y seguridad de la unión, todo corresponde al Congreso. Las Provincias de un Reyno así constituido podrían compararse á los diversos miembros del cuerpo humano, que teniendo sus particulares juegos y movimientos, organizan un todo á cuya fuerza y armonía recíprocamente concurren. Tan sabio sistema reúne á las ventajas de los gobiernos populares el vigor y solidez de los monarquicos (Núm. 38, 17-VI-1811: 175).
La propuesta del Argos sería ampliamente combatida meses después en La Bagatela de Nariño. En sus páginas, la crítica al sistema federalista alcanzaría su mayor definición de la mano de un esfuerzo consciente por reconstruir la autoridad centralizada en la Nueva Granada. Desde la perspectiva de Nariño, la federación era una opción poco adecuada a la realidad política neogranadina debido al profundo arraigamiento de ciertas tradiciones políticas neo-tomistas; la escasez de luces en el reino; la falta de experiencia política y administrativa de las élites locales; los mutuos recelos entre las provincias y su incapacidad manifiesta para sostener económicamente un amplio funcionariado a disposición del gobierno federal. De allí que afirmara que no era lo mismo “decretarse la Soberanía que exercerla” (Núm. 5, 11-VIII-1811: 17): El sistema de convertir nuestras Provincias en Estados Soberanos para hacer la federación, es una locura hija de la precipitacion de nuestros juicios El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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y de una ambicion mal entendida […] No es la extensión del terreno, no es la poblacion, no son las riquezas, ni las luces que forman la fuerza de un Imperio por si solas: la suma total de todas estas cosas forman su fuerza; y si nosotros en lugar de acumular nuestras luces, nuestras riquezas, y nuestras fuerzas, las dividimos en otras tantas partes como tenemos de Provincias, ¿qual será el resultado? Que si con la suma total de nuestros medios apenas nos podremos salvar; dividiendonos, nuestra perdida será tanto mas probable quanto mayor sea el número de partes en que nos dividimos (Núm. 5, 11-VIII-1811: 19).
Nariño llamaba a las demás provincias a trabajar por la unión neogranadina bajo un sistema de gobierno centralista—aunque confederado—. Los periódicos estaban allí para hacerla posible, pues de acuerdo con el criollo santafereño la prensa, en general, circulaba con dos objetivos: “propagar la instrucción y fixar la opinión publica” (La Bagatela, Suplemento núm. 4, 4-VIII-1811: s.n.). Un lugar común efectivo sobre la prensa que haría carrera durante la Primera República. Así, tan solo dos meses después, la Gazeta Ministerial de Cundinamarca, en plena presidencia de Nariño, definiría la opinión pública en términos similares, como una fuerza moral fundamental para consolidar el Estado republicano en la Nueva Granada. Para sus editores, los gobiernos ilustrados debían mantener sus propios papeles públicos con miras a “fixar la opinión pública, principalmente en favor del sistema gubernativo que se adapta” e “inspirar virtudes políticas en los Ciudadanos por medio de discursos energicos y vigorosos” (Núm. 1, 6-X-1811: 1). Lugares retóricos que no obstante su plasticidad manifiesta revelan un asunto de gran trascendencia con respecto a lo que atañe a la opinión pública —además de su portentosa fuerza—. La discusión sobre la forma de gobierno es también una discusión sobre la constitución del cuerpo de la nación, una figura abstracta y de difícil aprehensión (por demás, de unas cualidades muy distintas al cuerpo del rey). La opinión pública haría posible, justamente, la concreción de esa nación, en tanto sujeto ideal que debería relevar la soberanía de las provincias. De allí la necesidad de fijarla como si fuera producto de la voluntad general que se expresa 90
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unánimemente, incluso, cuando la “opinión popular” pareciera contradecir sus principales dictámenes. No de otra manera podemos explicar que una de las primeras medidas adoptadas por Nariño durante la entrada de sus tropas en Popayán, el 15 de enero de 1814, en el marco de la Expedición del Sur en contra de los realistas de la región, sea la de recomponer una vieja imprenta para que “se comiensen á imprimir algunos papeles y ver si de algún modo se puede fixar la opinión pública corrompida al exceso” (Boletín de Noticias del Día núm. 71: 28-I-1814: s.n.). Frente a una opinión presuntamente corrompida debido al apoyo entusiasta que brindaba a la causa del rey, Nariño opondría una opinión pública autorizada por la razón para modelar la legitimidad del gobierno republicano, capaz de imponerse sobre los peligrosos efectos de la opinión popular que ponían en riesgo la existencia misma del cuerpo político. Así pues, la opinión pública se identifica en estos debates, sobre todo, con los “intereses del reino”, dilucidados de manera privilegiada por los hombres ilustrados participantes del poder político. En este sentido, la preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendía a identificarse con el empeño por la unidad de la Nueva Granada. Para Nariño, las publicaciones impresas permitirían afirmar “nuestra opinión y nuestras voluntades sobre la forma de gobierno que más nos convenga en los momentos presentes” (Boletín de Noticas del Día núm. 72a: 29-I-1814: s.n.). En última instancia, y aquí radica su importancia para nosotros, la prensa no sólo polemizaría en torno a la forma de gobierno; también se constituiría en la posibilidad del mismo, pondría los cimientos sobre los cuales las discusiones acerca de la nación se harían posibles, al tiempo que permitiría configurar una imagen de organización política anclada en los principios de la soberanía popular y las instituciones representativas. No obstante, las polémicas entre la opción federalista y el esquema centralista se alargarían hasta finales de 1814, y sólo se resolverían con la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas de la Nueva Granada por la mano militar de Simón Bolívar. Él mismo a su ingreso en Bogotá, durante la instalación del gobierno de las Provincias Unidas, insistiría en la necesidad de crear opinión pública como “el objeto más El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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sagrado” y digno de “la protección de un Gobierno ilustrado, que conoce que la opinión es la fuente de los más importantes acontecimientos” (Gazeta Ministerial de Cundinamarca núm. 207, 6-I-1815: 1014-1015). Si bien el sistema adoptado por las provincias finalmente sería el federal, en realidad, el gobierno tenía fuertes impulsos centralizadores en ramas sensibles como la militar y la hacienda pública. Para las élites, centralistas o federalistas, la unión permitiría hacerle frente a la amenaza de cualquier potencia extranjera y, particularmente, a una eventual reconquista española, que ahora, con la vuelta al trono del rey español, comenzaba a tomar forma, pues la Nueva Granada contaba aún con cientos de seguidores leales al estandarte monárquico que, dado el caso, estarían dispuestos a facilitar una invasión del ejército realista y a hacer parte de sus filas. Y estaban en lo cierto. Las fuerzas de Fernando VII atravesarían el océano Atlántico en febrero de 1815 con el objetivo explícito de someter a las provincias rebeldes. La Reconquista española: El Realismo Durante el periodo conocido como la Reconquista española los defensores de la soberanía de Fernando VII en la Nueva Granada encontrarían en las páginas del Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816), la Gaceta Real de Cartagena de Indias (1816-1817) y la Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada(1816-1819) los principales espacios discursivos para legitimar la campaña de reconquista, combatir la propaganda republicana y contribuir en la reconstrucción de la monarquía hispánica en tanto comunidad política natural y en tanto forma de gobierno más conveniente para las provincias americanas. Esta prensa de circulación periódica se constituiría en la principal armadura editorial del régimen reconquistador, al lado de múltiples proclamas militares, bandos reales y sermones religiosos, que en algunos casos serían reproducidos en sus mismas páginas.67 Un acercamiento panorámico sobre la Reconquista puede verse en: Díaz Díaz, (1965). 67
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En términos generales, podríamos afirmar que el objetivo principal de estas publicaciones era restablecer la situación previa a la revolución. Volver al antiguo régimen: restaurar el sentimiento comunitario que uniformaba a la monarquía hispánica y volver al trazado institucional confeccionado a lo largo de trescientos años de dominación ibérica. La fidelidad al rey, el respeto por la religión católica y el amor a la patria —entendida como una comunidad política producto de la historia, conformada por los reinos americanos y peninsulares—, eran los valores fundamentales que estas publicaciones querían forjar en los vasallos americanos a partir de un lenguaje asentado sobre dos principios considerados naturales e inmutables: el cristianismo y la monarquía. Un lenguaje que pretendía señalar de manera inequívoca los límites entre la justeza realista y la iniquidad republicana. Así, la prensa de la Primera República, ocupada en buena medida en los debates sobre la soberanía y la forma representativa de gobierno, daría paso, de manera general, a una prensa de carácter más propagandístico —que no podemos reducir a meras manipulaciones ideológicas o a puras estrategias retóricas de dominación sino que debemos entender en términos de construcción de significado, creación de relaciones políticas y de imaginarios sociales—. Una dinámica editorial condicionada por el restablecimiento formal de la monarquía absolutista proclamado por Fernando VII en el decreto del 4 de mayo de 1814, que declaraba nulas las medidas constitucionales adelantadas en los dominios hispánicos, entre ellas la proclamación de la libertad de imprenta. Ahora se requeriría de la aprobación explícita del gobierno para publicar.68 Ciertamente, la imprenta se constituiría en una de las estrategias políticas más importantes del régimen reconquistador. Una estrategia indispensable en los tiempos que corrían —“conociendo que la imprenta es uno de los vehículos más eficaces y á propósito para levar al cabo unas ideas tan benéficas y tan extensas […]”—.69 Los realistas creían en el poder de la Sobre el retorno del absolutismo fernandino, ver: Artola, (1999). Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de 68 69
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palabra impresa. No es casualidad que Morillo embarcara una imprenta portátil, junto con las municiones de guerra, para difundir sus papeles durante la campaña de reconquista: se trataba de la ambiciosa tarea de reeducar a los americanos en la fidelidad regia. El turno sería inicialmente para el Boletín del Exército Expedicionario, el cual se constituiría en el medio de comunicación oficial de las tropas del rey durante la campaña. De hecho, los diferentes lugares de su publicación dan cuenta de la avanzada misma de Morillo sobre la Nueva Granada, desde Santa Marta hasta Santafé. Su primer número saldría a la luz el 22 de agosto de 1815, en la hacienda Palenquillo, cerca de Cartagena, seis días después de que se avistaran en sus costas las velas de los buques reales y una vez comenzado el bloqueo marítimo de la ciudad. La información allí consignada era únicamente de carácter oficial, producto de disposiciones del gobierno monárquico, partes de guerra y prensa extranjera. Así, no se daría a la imprenta información no confirmada debido a “los incidentes que ocurren quando se pelea”, pues “todos los días llegaban noticias favorables á la causa de los fieles vasallos de S.M. pero el General en Xefe [Pablo Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro, no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio” (Núm. 36:14-IX-1816: s.n.). Como casi todas las publicaciones inmersas en el conflicto bélico, el Boletín era una relación sucesiva de batallas entre realistas y republicanos. Para los primeros, la guerra emprendida por la monarquía hispánica en América, dejaba una enseñanza y señalaba la evidencia: la justeza de las pretensiones de Fernando VII, apuntaladas, en buena medida, por el correcto accionar de sus tropas en la Nueva Granada. De esta manera, el único juicio válido era el de la victoria y todas las personas debían someterse a la fuerza de los hechos. Los realistas vencían porque su causa era justa y se encontraba de acuerdo con los principios divinos. Ello explicaba el éxito y la rapidez de la campaña pacificadora. En este Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816, s.n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6.
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sentido, debemos entender el esfuerzo del Boletín por proyectar una imagen favorable de los ejércitos realistas como una estrategia para ganar adeptos para su empresa. Por ello, es notorio el afán por narrar, por fijar la versión verdadera: “no puedo pasar en silencio”, afirmaría un oficial realista al relatar los hechos de la guerra (Núm. 25:16-III-1816: s.n.), cuya narración era tan importante como vencer en el campo de batalla. Se trataba de convencer a los neogranadinos (y de despistar al “enemigo”) de la aplastante victoria realista, de dotar de coherencia y significado los éxitos militares de los ejércitos del rey. Estos primeros papeles realistas circulaban bajo diferentes modalidades: eran enviados a la alta oficialidad del gobierno y el ejército realista en diversos puntos de la Nueva Granada; fijados en la plaza pública o en lugares de tráfico constante, y repartidos para que pasaran de mano en mano entre la población (uno de sus objetivos más acuciantes era lograr introducirse en las filas republicanas para desmoralizar su accionar). En este punto, quizá más que de prensa de circulación periódica en estricto sentido debemos hablar de una producción fragmentada en forma de bandos reales, avisos al público, edictos gubernamentales y, por último, partes de guerra seriados (aunque de circulación irregular) agrupados bajo el título de Boletín del Exército Expedicionario. Una vez finalizada, en términos generales, la campaña de reconquista, se encargarían de ampliar el radio de acción editorial realista las publicaciones periódicas Gazeta Real de Cartagena de Indias y Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La dinámica de la esfera pública cambiaría significativamente con su irrupción.70 En cuanto a la primera, comenzaría a circular el 10 de agosto de 1816 en las calles de Cartagena por orden directa del virrey Francisco de Montalvo. Se trataba de un agregado de disertaciones sobre el estado económico y político de la provincia, edictos reales, partes de guerra y reseñas de eventos importantes llevados a cabo en la ciudad o en otros lugares de la Nueva Granada. Tan sólo dos números después abandonaría su nombre Sobre la campaña militar de Reconquista en la Nueva Granada véase especialmente: Morillo, (1821); Sevilla, (1916).
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primero por el de Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, dejando en claro las pretensiones de las restablecidas autoridades monárquicas. Desde ese momento en adelante no habría espacio para las disensiones, ni para los partidos: no habría realistas ni republicanos en la ciudad, tan sólo súbditos de Fernando VII. Gracias al restablecimiento del control sobre la imprenta todos serían sostenedores de una causa común encarnada en el gobierno. De esta manera, la oficialidad retomaría su protagonismo en la esfera pública copando todos los espacios.71 Si bien es cierto que el público podría participar de este esfuerzo editorial —“para el efecto [se] invita á los sabios y literatos á que contribuyan con sus luces y erudición á los importantes fines indicados”—, sería tan sólo en calidad de agente del buen orden.72 Así pues, la noción de debate, tal y como la conocemos nosotros, se encuentra fuera de esta prensa. No existe un espacio para la crítica directa a los fundamentos del cuerpo político ni para la réplica. Los periódicos estaban para modelar la opinión pública a través de la exposición ejemplarizante: Triste y doloroso empeño es por cierto el presentar á la vista el quadro horroroso de nuestros padecimientos pero indispensable, si hemos de ocurrir con oportunidad á su extinción. Nuestros males necesitan ser analizados, sondeados y hechos manifiestos para el mejor acierto en la aplicacion de los remedios. Un generoso silencio cubriría nuestros labios sobre la existencia de los referidos males y su origen, si solo se tratase del inutil consuelo de declamar contra ellos; pero su exposicion á mas de los resultados antedichos que deben necesariamente seguirse, servirá sin duda de un saludable escarmiento para lo venidero (Núm. 1:10-VIII-1816:1).
No obstante, sería la Gazeta de Santafé la llamada a dirigir desde la capital virreinal la restauración política de la Nueva Granada. Ciertamente, esta Un análisis reciente y pormenorizado sobre el Gobierno Real de Cartagena durante la Reconquista puede verse en Cuño, (2008). 72 Gobierno Real de Cartagena de Indias. (Óp. cit., s.n.). 71
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publicación, editada por el clérigo local Juan Manuel García Tejada del Castillo y puesta en circulación en junio de 1816 por orden expresa de Morillo, representa el principal esfuerzo editorial emprendido por los defensores del estandarte real durante la Reconquista, por ello merece que nos detengamos un momento en sus páginas.73 La Gazeta había sido concebida por el jefe del Ejército pacificador como un espacio “conducente a rectificar las ideas del público”, que debía ir “sembrando la buena opinión y confianza que han de tener las legítimas autoridades y aquella unión de sentimientos que debe estrechar a todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de S.M.” (Núm. 1: 13-VI-1816: 5). La publicación se encontraba inmersa en una lucha por la resignificación de los acontecimientos recientes. La idea misma de “rectificar las ideas del público” da cuenta del carácter del discurso manejado por el periódico (y en general por todas las publicaciones realistas): se trata de un discurso de réplica, ocupado en refutar de manera sistemática los argumentos y hechos revolucionarios. Se trataba de poner en evidencia la ilegitimidad del gobierno criollo al tiempo que la labor del régimen era puesta de relieve como conducente a restaurar la prosperidad y la felicidad del virreinato. De esta manera, la palabra impresa se constituía en una prueba de la magnificencia de Fernando VII, pues allí se transparentaban sus más generosas intenciones. En este sentido, la conclusión de las publicaciones realistas era lapidaria: el régimen monárquico en América se asentaba en una tradición de trescientos años que apuntalaba la felicidad de los pueblos. No era un proyecto agenciado por la ambición de unos pocos. La Gazeta sería suspendida el 29 de julio de 1817 y retomaría labores cerca de un año después gracias al impulso del virrey Juan de Sámano, en un contexto signado por la disminución de las arcas reales, producto, entre otros, del estado de guerra permanente, que requería una fuerte y Una pequeña nota biográfica sobre García puede verse en Otero Muñoz, (1945). Sobre la obra de García, ver: Jaramillo de Zuleta, (2004, pp. 65-66); y Posada, (1917, pp. 319-320, 340-341, 353, 365-371, 389-393). 73
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continua inversión militar. Quizá ello explique, hasta cierto punto, la reducción del número de ediciones mensuales y la aparición de avisos comerciales particulares en la publicación. En todo caso, afirmaba el editor, el virrey conocía muy bien “las utilidades y ventajas” de las publicaciones periódicas, por ello consideraba prioritaria su puesta en circulación. Una labor ciertamente ardua en las condiciones de ese momento, pues el estado de la opinión pública era todo menos monolítico en la Nueva Granada. Como reconocía el editor, “bien conozco lo difícil que es agradar á todos”: “Sé también que un Editor se pone en expectáculo á la crítica universal, pero nada de esto me arredra, pues aunque soy persuadido de la escazes de mis luces, también lo estoy de que todos debemos obedecer, y contribuir con lo que alcanzemos al común probecho” (25-VI-1818: 13). Justamente, bajo la fórmula del “común provecho”, gracias a la cual haría coincidir en términos discursivos los intereses de los realistas con los del reino, la publicación intentaría de manera apremiante fijar la opinión, salir victoriosa en esta guerra de interpretaciones, “más en un Pueblo central, donde las noticias llegan tarde, y son sabidas antes de darse a la imprenta” (25-VI-1818: 13). En todo caso, como hemos visto, el solo hecho de salir a la luz pública le confería autoridad a la información proporcionada por la Gazeta, que ahora, ante un panorama difícil, acudía al absolutismo y al culto a la persona real para legitimar el gobierno de Fernando VII. Se trataba de recuperar el halo trascendente de su mandato como una estrategia para mantener el sistema monárquico en la Nueva Granada. De esta manera, la defensa del rey español y la obediencia de los vasallos americanos redundarían en una nueva edad de oro para la monarquía hispánica: Un nuevo siglo de oro empieza, y muy especialmente para toda la Española Monarquía. La nación católica por excelencia, debe descollar entre las otras, como el Cedro elevado entre los arbustos. Ella ha obtenido del Cielo el gaje y prenda que asegura estas esperanzas. Tenemos […] un Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. Fernando como
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Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos (25-VI1818: 10-11).
Un rey ungido por Dios en la lucha contra la Revolución y sus corifeos. En este sentido, “formar la opinión” era una estrategia de indisputados títulos. Sin duda, la reconstrucción de la legitimidad monárquica debía pasar ahora por la prensa y por el modelamiento de la opinión pública. No de otra manera podemos entender la importancia dada por las autoridades virreinales a la empresa editorial y al control efectivo de las diferentes imprentas en la Nueva Granada. La guerra: La prensa bolivariana La victoria de los ejércitos republicanos en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, despejaría el camino para la rápida toma de Santafé y las zonas circunvecinas, y garantizaría una plataforma segura para continuar en la lucha contra los monárquicos en el resto de la Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. Una victoria que aseguraría, además del acceso irrestricto a las cajas reales, el control de las imprentas de la ciudad. Tan sólo dos días después del arribo a la capital de las huestes de Bolívar sería publicado el Boletín del Exército Libertador de la Nueva Granada, estampado por el mismo impresor del gobierno virreinal, José Manuel Galagarza, quien ahora, despojado de su dignidad de vasallo del rey, anteponía a su nombre el título de ciudadano, señal inequívoca del advenimiento de un nuevo orden político. El solio virreinal había sido desterrado de la ciudad: Puede decirse que la Libertad de la Nueva Granada ha asegurado de un modo infalible la de toda la América del Sur, y que el año DIEZ Y NUEVE será el término de la guerra, que con tanto horror de la humanidad nos hace la España desde el año diez (Núm. 5:11-VIII-1819: s.n.).
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De esta manera, la prensa capitalina había sido, en palabras del editor del Correo del Orinoco, “libertada del yugo tiránico” y ahora se concentraba en “otras muchas atenciones” (Núm. Extraordinario: 19-IX-1819: 157). Ciertamente, bajo el gobierno de Bolívar, ésta debía encargarse de sembrar la semilla de la República en la región, pues no obstante el triunfo en Boyacá, los monárquicos aún controlaban vastas zonas de la Nueva Granada, para no hablar de Ecuador y Venezuela. Imprenta y libertad se encontraban aunadas de manera indisoluble para los republicanos. Por ello, vencer en esta guerra de papel era tan importante como anotarse sendas victorias en el campo de batalla. Reconocimiento hecho por el mismo Bolívar, quien consideraba la imprenta tan útil como los pertrechos de guerra (Cacua Prada, 1968, pp. 88-89). Para el caraqueño esta prensa revolucionaria debía agenciar definitivamente el final del Antiguo Régimen en la América hispana.74 Por ello, apenas comenzó a instalarse el gobierno republicano en la ciudad se puso en marcha la Gazeta de Santafé de Bogotá, el 19 de agosto de 1819, bajo la dirección de Santander, prometiendo ofrecer un plan editorial para días más serenos. Por lo pronto podría leerse junto con el Correo del Orinoco.75 Días después, en un breve párrafo, se esbozarían los propósitos de la publicación: Por medio de un papel publico se difunden las luces, y se hace conocer á los pueblos el estado de la lucha gloriosa de la América por su Durante la instalación, en Angostura, del denominado Consejo de Estado, el 10 de noviembre de 1817, Bolívar sostendría que la opinión pública era la “primera de todas las fuerzas”, el “más firme escudo del gobierno”, por encima de los ejércitos armados. “Discurso pronunciado por el libertador en Angostura el 10 de noviembre de 1817, al declarar solemnemente instalado al Consejo de Estado” (Bolívar, 2009, p. 112). 75 Para un análisis más detallado véanse las fichas técnicas y analíticas de estas publicaciones elaboradas en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011), en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombianadel-siglo-XIX 74
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Independencia. Los decretos del Gobierno, sus providencias, y las noticias particulares llegan á conocimiento de las Provincias con mas facilidad, y precisión por medio de la Imprenta. No dudamos que los Pueblos de la Nueva Granada que desean saber el estado del Nuevo Mundo Independiente concurran a sostener la edición de este papel, en el qual la verdad será su principal divisa (Núm. 3:29-VIII-1819: 12).
De nuevo, encontramos aquí la idea ilustrada de la precisión ligada con la autoridad de la imprenta. La Independencia de América debía ser narrada bajo el manto de la verdad, como correspondía a una causa justa. Una causa que podría ampliar su voz —y sus adeptos— gracias a aquellos que respaldaran la publicación de sus presupuestos. De esta manera, el periódico abonaba la victoria. Sin embargo, la Gazeta no se encontraba sola en su empeño. Antecedía su esfuerzo el ya mencionado Correo del Orinoco, puesto en circulación en junio de 1818 y redactado, entre otros, por Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio. De hecho, la vida de ambas publicaciones se encontraba estrechamente ligada. Se referenciaban mutuamente y recomendaban su lectura conjunta con el ánimo de establecer un panorama más amplio de la Revolución en el continente. El Correo del Orinoco sería publicado en Angostura, sede del Congreso que daría vía libre a la unión de la Nueva Granada y Venezuela en diciembre de 1819, y estaba llamado a liderar desde sus páginas el proceso de legitimación del naciente Estado. Y no sólo en el interior del país, también en el extranjero, pues no en vano se publicarían ediciones suyas en inglés y francés. Del periódico se editarían 133 números hasta el 23 de marzo de 1822 (128 numerados y 5 extraordinarios) con decretos, boletines del ejército, cartas, proclamas, extractos de periódicos extranjeros, y artículos sobre economía, historia y política. Un formato editorial que, hasta cierto punto, compartía con las publicaciones anteriores a la guerra.76 En medio de esta guerra de manifiestos, alocuciones y folletos, para estas publicaciones bolivarianas la esfera pública se constituía en un espacio Sobre el Correo del Orinoco puede verse especialmente Pino Iturrieta, (1973).
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privilegiado para identificar a los verdaderos amigos de la libertad, como bien anunciaba el Correo del Orinoco en su plan editorial: Somos libres, escribimos en un País libre, y no nos proponemos engañar al Público. No por eso nos hacemos responsables de las Noticias Oficiales; pero anunciandolas como tales, queda a juicio del Lector discernir la mayor ó menor fe que merescan. El Publico ilustrado aprende muy pronto a leer qualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la [Gaceta realista] de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie (Núm. 1:27-VI-1818: 4).
La noción de opinión pública a la que apelan, entonces, estos periódicos, se encuentra anclada en la extendida imagen de la opinión pública como un supremo tribunal de la realidad, donde a partir de la evaluación y el contraste de las pruebas disponibles (la prensa realista y la prensa bolivariana) es posible acceder a una instancia definitiva: la verdad, una voz dotada de cierto halo trascendente y cualitativamente superior, resultado último de toda discusión pública. De allí la interpelación continua a los lectores en términos de verdad-falsedad y la invitación a su posible discernimiento. A partir de la lectura de las publicaciones periódicas disponibles, el público podía aprehender, si no se encontraba preso de las pasiones, las verdades colectivas que cimentaban la vida social. Así, sólo aquellos que contaran con las luces suficientes podían ser partícipes del debate público, identificado, en buena medida, con la defensa del sistema republicano liberal. Las luces se encontraban indisolublemente ligadas a la Independencia. Eran el filtro que permitía acceder a la verdad.77 Ciertamente, una de las principales luchas de estas publicaciones sería la de instituir las premisas del movimiento republicano en el lugar de la verdad. De allí el evidente cariz moral tanto de la Gazeta de Santafé como del Correo del Orinoco. Se trataba de movilizar, de convencer a los lectores. Entre la “admiración” y el “horror”, la “gloria” y el “oprobrio”, Al respecto véanse las reflexiones de Palti, (2007) y Goldman, (2009).
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como afirmaba el mismo prospecto del Correo (Núm. 1:27-VI-1818: 4), estas publicaciones con frecuencia recreaban el accionar de los dos partidos contendientes como una lucha de opuestos, asimilada a la eterna batalla entre el bien y el mal morales. No debe sorprender, entonces, que estos periódicos revolucionarios, inmersos de lleno en el conflicto, se constituyan en importantes factores de construcción identitaria. Se trataba de procurar de manera definitiva el deslinde político entre España y América a partir de la demarcación de fronteras simbólicas entre los españoles y los americanos: identidades no superpuestas y experimentadas de manera antagónica, que, justamente, adquirían sentido y coherencia en su relación de oposición: su opinión en favor o en contra de la Independencia americana. En este sentido, la referencia a España en estas publicaciones permitiría construir —y reforzar— la legitimidad del nuevo orden. Con frecuencia, ello se haría privilegiando ciertos registros: el oprobio de la Conquista; la tiranía y la explotación colonial; los recientes zarpazos del despotismo fernandino en España y en América; y el supuesto accionar irregular y desenfrenado del ejército realista. Sin embargo, una veta de legitimidad explotada ampliamente, y poco advertida por demás, era proporcionada por la crítica de las publicaciones fidelistas. Sus directas adversarias. Allí, la crítica al sistema monárquico alcanzaría una de sus mayores cotas. Para el redactor del Correo del Orinoco, las gacetas realistas “como todas las de los Españoles de Fernando no llevan otro objeto que mantener los pueblos en la ilusión y en el error, haciendo muy poco caso de la opinión del Mundo con tal que la verdad no alcanze á penetrar en los países, por cuya dominación no repararon en ningún sacrificio del pudor y de la moral”. Y a continuación citaba como ejemplo a la realista Gazeta de Santafé: “Insensatos! En vano os esforzais á persuadir lo que vosotros mismos desesperais de alcanzar […] Vuestra dominación no existirá bien pronto sino en las Gazetas en que existen vuestros pretendidos triunfos y vuestros afectados sentimientos de compasión y de filantropía” (Núm. 28:24-IV-1819: 109).
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De esta manera, las gacetas realistas iban contra la corriente, contra la “opinión del Mundo”, asunto que permitía negarles su capacidad para enarbolarla, para ser partícipes de la esfera pública; a lo sumo sus discursos devaluados no llegaban más allá de ser “chismes y sandeces”: Un gobierno que pretende parecerlo, no debe permitir por su propio decoro que su Gazeta Oficial sea una compilación indigesta de imposturas groseras, de citas falsas, de discursos necios; y el libelo en fin mas despreciado de quantos libelos despreciables han deshonrrado las letras. El Redactor de la Gazeta de Caracas ha fastidiado tanto á sus mas interesados lectores, que ha logrado por último no ser leído, y menos aun persuadir las mas notorias verdades-. Esta desgraciada Gazeta produce lo contrario de lo que se pretende, y las noticias de Caracas merecerían algún crédito, si no las publicase Diaz. Mas daño nos haría su silencio (Núm. 6:1-VIII-1818: 24).
Para los republicanos, los editores de las gacetas realistas habían tomado partido por una causa inmoral; por ello ya no lograban persuadir a sus lectores, objetivo fundamental de esta prensa de guerra. La legitimidad del Antiguo Régimen, y con él la de sus gacetas, se había ido erosionando paulatinamente, entre otras, por obra del discurso político de las publicaciones republicanas, que lo habían convertido en símbolo inequívoco de tiranía, explotación y oscurantismo. No obstante, estas últimas jamás bajarían la guardia; hasta el final manejarían un discurso encendido, que daría cuenta de las dimensiones de su difícil empresa: convencer a los lectores sobre la inevitabilidad y la conveniencia de la ruptura con España para embarcarse en un nuevo sistema político independiente. La Prensa Republicana (1821-1830) La nueva cultura política y la formación del ciudadano Una vez conseguido el desmantelamiento formal del Antiguo Régimen en la Nueva Granada, las élites gobernantes concentrarían sus esfuerzos en la construcción de un nuevo espacio de poder político cimentado en premisas radicalmente diferentes a las que habían regido durante la dominación 104
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española. Los nuevos gobiernos liberales se fundarían en los principios de la soberanía popular, la república representativa y la igualdad formal entre los integrantes del cuerpo político. El surgimiento de una historiografía patria encaminada a recrear la ficción unitaria; la consagración del poder en forma celebraciones patrias y en la erección de símbolos nacionales; la fundación de escuelas primarias con el fin de ampliar las luces de la nación e implementar el nuevo credo republicano; y la ampliación de espacios públicos para el debate político se constituyeron en algunas de las estrategias principales conducentes a cimentar la legitimidad del nuevo poder.78 En el marco de esta nueva cultura política, la construcción de la ciudadanía política ocupa un lugar central en tanto fundamento de la república representativa.79 Si el ciudadano liberal emerge en las constituciones como figura jurídica, en la vida práctica se constituye en agente social en varios sentidos. En primer lugar, como constructor de un nuevo orden económico, en tanto la ciudadanía garantiza y defiende la propiedad privada y establece las condiciones de seguridad e igualdad, fundamentales para el desarrollo del comercio y la industria. En segundo lugar, y quizá más importante para el carácter político del ciudadano, éste se convierte en agente privilegiado del orden republicano. Según la Constitución de Cúcuta, sancionada en 1821, esto ocurre en dos sentidos complementarios: en tanto poseedor de derechos, en su carácter de sufragante, “constitucionalmente nombrados para electores” (Artículo 28), y en tanto sujeto constitutivo de la comunidad política, obligado por sus deberes a: “vivir sometido a la Constitución y á las leyes; respetar y obedecer á las autoridades, que son sus órganos; contribuir á los gastos públicos; y estar pronto en todo tiempo a servir y defender á la Patria, haciéndole Sobre el caso colombiano pueden verse: Mejía, (2007); König, (1994); Bushnell, (1985); Hensel Riveros, (2006). 79 Para un análisis panorámico sobre la construcción de la ciudadanía durante el siglo XIX en Iberoamérica véanse Sábato, (1999); Rodríguez, (2008); Annino & Guerra, (2003); Annino, (1995); Chust Calero, (2008); Pérez Ledesma, (2008). 78
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el sacrificio de sus bienes y de su vida, si fuere necesario” (Artículo 5) (Uribe Vargas, 1985, p. 808). Ciertamente, la prensa desempeñaría un papel de primer orden en las propuestas fundantes de las nuevas comunidades políticas, pues sería desde la esfera pública que se plantearía la construcción de la ciudadanía liberal como problema concreto.80 Y ello se haría explotando una veta particular, más allá del énfasis en la titularidad y el ejercicio efectivo de los derechos individuales: la dimensión de utilidad, fuertemente enlazada a la noción de “bien común” que, como hemos visto, se constituye en un claro eco del ciudadano modelado por la Ilustración. De allí que la mayoría de los prospectos de los periódicos de la época señalen de manera inequívoca la noción de utilidad a la patria (o a los compatriotas) como uno de sus principales derroteros editoriales. Según leemos en las primeras páginas de El Fósforo de Popayán: “el público nos hará una justicia en reconocer el deseo sincero de ser útiles que nos á movido a escribir”: “nuestro objeto es hacer llegar á manos de todos nuestros compatriotas las pocas noticias o indicaciones útiles que seamos capaces de hacerles” (Introducción: 19-I-1823: s.n.). Un presupuesto editorial reafirmado sin cesar a lo largo de la década. Todavía en 1826 El huerfanito bogotano justificaba su irrupción en la esfera pública sosteniendo que su principal ambición era el “mayor bien de la patria” y su principal objetivo anunciar al “heroico pueblo de Colombia” “el precio de sus sacrificios, que no es ni puede ser otro que el de la virtud” (Núm. 1: 10-III-1826: 1). De esta manera, la prensa se encontraba al servicio de la formación de ciudadanos virtuosos, de verdaderos ciudadanos republicanos. Años antes, ya Bolívar había advertido la importancia de una ciudadanía virtuosa en el marco del proyecto republicano, durante la instalación del Congreso de Angostura, en febrero de 1819, donde propondría la erección de un cuarto poder de carácter moral: el Areópago. Una propuesta que tendría amplio eco en la prensa de la época, según leemos en el discurso publicado en el Correo del Orinoco: Para una mirada panorámica sobre la prensa grancolombiana véase Bushnell, (1950).
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Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes de las costumbres y de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales domésticos, y haciendo una santa alianza de estas instituciones morales, renovemos en el Mundo la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso […] demos a nuestra República una quarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana (Núm. 22: 13-III-1819: 96).
Para Bolívar, moral y luces eran las primeras necesidades de la República. De allí que su Areópago se encontrara dividido en dos cámaras: de moral y de educación. Según su propuesta, la primera se encargaría de dirigir la “opinión moral” de toda la República, castigar los vicios con el oprobio y la infamia, y premiar las virtudes públicas con los honores y la gloria. Para ello contaría con la imprenta como el “órgano de sus decisiones” —nótese aquí una clara resonancia del sentido antiguo de la opinión pública entendida como fama y prestigio social—. Un proyecto que si bien sería rechazado por los constituyentes de Angostura en 1819 posicionaría de manera definitiva en la esfera pública la discusión sobre la ciudadanía política y el papel de la opinión pública en su formación.81 Así, una breve disquisición sobre el Areópago publicada en El Fósforo de Popayán sostenía que la propuesta bolivariana era poco adecuada para la realidad colombiana debido a que atentaba contra las libertades individuales recién proclamadas y además no se correspondía con las costumbres y tradiciones arraigadas durante largo tiempo en la mayoría de la población. El estado de la opinión pública era prueba fehaciente de ello: “¿no se atreven nuestros periódicos á censurar hechos públicos, y tendremos areopagitas de frente ruda y arrugada y carácter catoniano?” (Núm. 15: 8-V-1823: 107). Afirmación combatida por los mismos editores de la publicación en los siguientes términos: El famoso Discurso de Angostura, junto con el proyecto original del Areópago presentado por Bolívar al Congreso, se encuentra reproducido en su totalidad en: Bolívar, (2009). 81
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Nosotros afirmamos que el respetable y singular establecimiento del areópago en nada ataca la garantía personal ni la seguridad individual. El ciudadano puede tener las opiniones que quiera, el puede obrar libremente en todo. Allí no se trata de religión ni de creencias. Lejos de ser una inquisición, el público entero viene á ser juez; el escándalo es el único acusador que se admite; y el día en que cualquiera ciudadano llegue á despreciar la opinión pública, se pone de hecho fuera de la autoridad del areópago (Núm. 16: 15-V-1823: 119-120).
Se trata, entonces, de una opinión pública que coincide con las normas de moralidad socialmente compartidas. Su carácter público garantizaba su corrección. Ante las desviaciones producto de las pasiones individuales, el Areópago oponía la publicidad, la sanción social producto del escándalo, del consenso moral. El poder del Areópago era el poder de la opinión en tanto verdad encarnada en los valores republicanos y la Constitución. De esta manera, en el marco de estas discusiones sobre la formación del nuevo ciudadano republicano descuella por su importancia el papel capital asignado a la opinión pública y a la imprenta. Ya en la discusión anterior sobre la pertinencia del Areópago se evidenciaba su centralidad cuando una de las partes proponía conformar un tribunal similar de carácter educativo con una imprenta y la responsabilidad de redactar un “papel público en que aparezca con honor y aprecio toda la clase de los más virtuosos, y lleno de confusión y vituperio, el hombre corrompido, que desprecia y ultraja la moral pública” (Núm. 15: 8-V-1823: 109-110). La imprenta aparecía así indisolublemente ligada a los principios republicanos de libertad, felicidad y virtud. De hecho, para ciertos sectores de las élites la falta de imprentas en Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador) impedía la formación y consolidación efectiva de los valores republicanos y la unión de los pueblos. Así lo manifestaba en 1822 Vicente Azuero en el prospecto de su publicación La Indicación. Según el editor, en el país:
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Las imprentas son tan raras y tan pequeñas que hay por esta causa una imposibilidad de que se multipliquen los periódicos cuanto seria de desearse y aquellas escasez y la de operarios hace tan costosa la impresión, que desalienta de imprimir ni aun un folleto á cualquiera que no tenga sobradas comodidades para hacer un gasto que no reembolzará (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.).
Justamente, su periódico esperaba alentar la pluma de los amantes de la libertad con el objetivo de empezar a allanar el camino a las instituciones liberales: Puede ser que este periódico logre escitar un vivo y eficaz deseo de solicitar y traer imprentas á cualquier costa, y puede ser que consiga estimular a personas mas instruidas, para que con sus escritos enseñen a sus conciudadanos las grandes verdades que tanto les importa conocer, y les tracen la senda firme y segura que deben emprender para no estraviarse, ni malograr los óptimos productos de 12 años de sacrificios (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.).
No debe sorprender, entonces, el carácter fuertemente pedagógico de estas publicaciones. Se trataba de la transformación de los antiguos súbditos de la Corona española en verdaderos ciudadanos republicanos. De esta manera, la prensa asumiría una función pragmática de formación de “hombres de bien”. Una función política de intervención sobre la realidad. Su labor principal era, como afirmaba Azuero, “consolidar instituciones y costumbres liberales”, “desarraigar viejas y destructoras preocupaciones” (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.). Para ello, nada mejor que breves lecciones de puro republicanismo y recursos retóricos de fácil recordación, los cuales, ciertamente, semejan los primeros catecismos políticos americanos. Publicaciones como La Miscelánea, editada en 1826 en Bogotá por Rufino Cuervo, con frecuencia hacían alarde de esta didáctica liberal que pretendía fabricar ciudadanos modernos al tiempo
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que subrayaba las virtudes del gobierno republicano y señalaba el futuro promisorio de la nación en oposición al “sombrío” pasado colonial: ANTES Se creía que la política fuera un arte independiente y aun contrario a la moral, y los Grocios, los Hobbes, los Maquiavelos enseñaron a los gobiernos los medios de engañar, esclavizar y deprimir a los gobernados. AHORA Que se profesan principios más sanos, se dice, que la política es el arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de los pueblos. Los medios pues que ella emplee para llegar a sus fines no podrán ser indiferentes, sino precisamente ajustados a los dictámenes de la recta razón; y si una máxima contraria pudo ser la regla de conducta de un príncipe ambicioso, ella sería muy escandalosa para servir de texto a un escritor que se propone rectificar y dirigir la opinión. ANTES Se pensaba que la autoridad de los reyes y demás potestades supremas, era inmediatamente comunicada y trasmitida por Dios solo, sin alguna intervención humana. AHORA Hasta los niños saben muy bien que toda autoridad es delegada por el pueblo en quien reside esencialmente, digan lo que quieran los que pretenden renovar la doctrina del derecho divino. ANTES Los gérmenes de los conocimientos humanos se hallaban estancados en unas pocas personas privilegiadas, que se contemplaban felices en ocultar su saber, viviendo en la obscuridad. AHORA Una razón superior se disemina por todas las clases de la sociedad, y el sistema de información generalizado, populariza la instrucción (Núm. 37: 28-V-1826: 148-149).
De esta manera, la esfera pública se constituye en un espacio fundamental para que los nuevos ciudadanos articulen sus propuestas políticas, expresen sus anhelos, expectativas e incertidumbres y plasmen sus concepciones sobre el bien público, la ley y los cambios experimentados recientemente por la comunidad política —todo ello sin atentar contra el “buen nombre” de los individuos, la moral y la religión católica y los principios fundantes de la República representativa—. Sin duda, la 110
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misma condición pedagógica de esta prensa pone en evidencia su carácter normativo, desplegado, en buena medida, en torno al deber ser de la política, en tanto “arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de los pueblos”, como señalaba la cita anterior. Por ello, la definición normativa de los alcances y límites de la ciudadanía política se haría en buena medida apelando a la opinión pública. Así, frente a una ciudadanía imaginada como abstracta y universal, producto de la Ilustración, la prensa de la época nos remite a los procesos concretos mediante los cuales los actores políticos la dotaron de significación y sentido. A manera de ejemplo baste por el momento mencionar el caso expuesto por El huerfanito bogotano sobre un “escandaloso atentado” ocurrido en la ciudad, según el cual un joven había sido llevado con engaños a una casa de familia y allí había sido suspendido en una argolla y azotado por espacio de cuatro horas. Ante tal acto de “crueldad y barbarie”, calificado por la publicación como un “atentado contra las leyes” y una “alta ofensa a la sociedad”, los editores aseguraban: En esta Ciudad no ha habido un solo individuo que al oir este infame hecho, no se haya conmovido y se haya llenado de horror, de indignación y de piedad. Tales actos son raros aun en los países bárbaros, y no hay tal vez un ejemplo de tan fea barbaridad en un pueblo civilizado. Se espera que los magistrados hagan respetar las leyes, y la sociedad; que ellas castiguen tan atroz é infame delito. Que la igualdad ante la ley no sea una expresión insignificante. Se espera saber si vivimos en un estado de anarquía, y si es preciso que la naturaleza reclame sus derechos, entonces tendrá lugar la represalia, el derecho del más astuto, y del más fuerte (Núm. 8: 28-IV-1826: 32).
La opinión pública se constituía, entonces, en un importante espacio para dotar de sentido el accionar colectivo —incluso para fundarlo—, un escenario que permitía la reelaboración continua de las reglas que habilitaban la participación efectiva en la comunidad política. Se trataba del tribunal supremo de la opinión pública, que encarnaba la voluntad El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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general, y por lo tanto se constituía en fundamento indiscutible de legitimidad —por ejemplo, la censura unánime del crimen anterior hace inapelable el castigo de los responsables—. Asunto que nos remite a cierta voluntad de unanimidad que atraviesa esta prensa grancolombiana y que se hace más fuerte conforme se quiebra cierto consenso de base sobre las categorías políticas fundantes del cuerpo político debido, entre otras, a la confrontación regional, cada vez más álgida, entre Caracas y Bogotá.82 Como sostenía el editor de la publicación El Eco de Antioquia: El público es descontentadizo: á unos parece bien lo que a otros mal; á estos lisonjea lo que á aquellos hiere: unos creen perjudicial á la República lo que a otros parece ser la verdadera libertad y el uso práctico de sus derechos (Núm. 27: 24-XI-1822: 111).
Justamente, la quiebra de la transparencia de las categorías políticas convertiría el espacio público en un espacio abierto de confrontación. De allí que las publicaciones de la época legitimen su puesta en circulación apelando a la noción de opinión pública en tanto presunto reflejo de la voluntad general y de la verdad. Según podemos leer en el prospecto de El Anglo-Colombiano, una publicación caraqueña fundada en 1822 por el coronel inglés Francis Hall: La verdad es el Norte de los Editores. Ellos prometen observarla en la exposición de los hechos, y en la expresión recta y sincera de sus opiniones. En ambas cosas están expuestos a equivocaciones, y á errores: pero ellos no engañaran al Público voluntariamente y de propósito […] Los Editores fijaran su atención en lo que pueda contribuir a la mejora y perfección del sistema social […] deseando que este papel sea en lo posible el órgano de la opinión pública en todas las materias (Núm. 1: 6-IV-1822: 1-2).
Al respecto véase Bushnell, (1985).
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Los editores de El Anglo-Colombiano tienen en mente, entonces, una opinión pública imaginada como portavoz directa de la razón. De esta manera, cierta confianza en la naturaleza racional de la humanidad le permitía a esta publicación tomar las banderas de la opinión pública para exponer ciertas “verdades políticas” como producto de la voluntad general —siempre certera y recta—. Aquellos que no podían aprehenderlas simplemente eran presa de las pasiones políticas, del error: Como todas las opiniones tienen sus partidarios puede haber personas republicanas, y patriotas y considerar como un mal la discusión política, tanto en sí misma, cuanto por ser inoportuna en el presente estado de la República […No obstante] las verdades políticas, deben ser expuestas como el Evangelio con mansedumbre, y caridad, y los errores perdonados recíprocamente por hombres expuestos a errar (Núm. 1: 6-IV-1822: 3).
Ya en 1826 El huerfanito bogotano denunciaba el delirio de la mayoría de los periódicos colombianos “de presentarse como el verdadero órgano de la opinión pública” (Núm. 1: 10-III-1826: 2) como una estrategia recurrente para deslegitimar a los adversarios políticos. Una afirmación que revela la centralidad de la opinión pública en la configuración de la política republicana y en la creciente disputa de legitimidad entre las élites regionales grancolombianas. Por un lado, la prensa debía convertirse en una especie de oráculo político para los gobernantes, constituirse en un espacio donde los ciudadanos pudieran materializar su derecho a la crítica del poder público. Por otro, las autoridades legitimaban su mandato en la voluntad general encarnada en la opinión pública. Y como afirmaba El Fósforo de Popayán “esta opinión se manifiesta por los periódicos”, pues “la pública opinión es el último tribunal en una nación libre”: Los papeles públicos han venido á ser la primera arma de una nación y de un partido: ellos solos pueden difundir con rapidez las opiniones; y dirigidas por manos diestras obran más efectos útiles que muchos millares
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de hombres armados para sostener la justicia (Adición al núm. 26: 24VII-1823: s.n.).
Así, la esfera pública pronto se transformaría en un campo de batalla, pues los periódicos se convertirían en el espacio privilegiado para debatir sobre los diversos modelos de gobierno y defender los intereses regionales. De allí que buena parte de la discusión se centrara en el punto de las reformas constitucionales. Amplios sectores de las élites caraqueñas y ecuatorianas (estas últimas no habían participado en la constituyente de manera directa) abogaban por un sistema menos centralizado, que les permitiera un mayor control de los asuntos y recursos locales en contraposición a lo decretado en Cúcuta. Los neogranadinos, particularmente desde la capital, defenderían la centralización del país como una estrategia efectiva de consolidación institucional. De esta manera, la prensa del momento se constituye —y se piensa a sí misma—, al tiempo que sanciona o reprueba el statu quo, como un arma efectiva de agitación y movilización. Publicaciones bogotanas como La Bandera Tricolor salen a la luz pública con el objetivo explícito de polemizar con periódicos caraqueños como La Aurora, o los ya extinguidos El Anglo-Colombiano y El Venezolano, los cuales habían sembrado las “primeras semillas de la división” al querer revocar la Constitución, corresponde, entonces, a la verdadera opinión pública guiara los gobernantes en estos debates y ejercer un sostenido control político para que no se aparten de la senda constitucional: Nuestro intento, pues, al escribir este nuevo periódico, es ayudar también con nuestra débil voz al sostenimiento de esta Constitución, que es la garantía de las libertades nacionales y el vínculo de unión y de orden, sin el cual nuestra patria sería sepultada en un abismo de desgracias (Núm. 1: 16-VII-1826: 1).
Para las publicaciones venezolanas como El Anglo-Colombiano, los hombres ilustrados eran los encargados de fijar y sostener la opinión 114
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pública, mientras que la prensa, en tanto juez supremo de las acciones del poder, debía constituirse en un ojo vigilante, constante en la crítica hacia los posibles excesos del sistema político: No hay duda que la unanimidad debe ser deseada en todas las materias, cuando ella nace del convencimiento racional; pero también es cierto que nada puede ser más pernicioso á la felicidad de un Estado que la aparente conformidad que resulta de la indiferencia de los ciudadanos respecto de la forma de gobierno ó de la falta de libertad, é inteligencia para examinarla […] ¿Será falta de patriotismo en las circunstancias presentes hablar de nuestra Constitución, y gobierno? No parece difícil el responder a estas cuestiones: un gobierno libre gana fuerza por la discusión como la encina se endurece por el huracán que la conmueve (Núm. 1: 6-IV-1822: 4-5)
Discusiones que en últimas dan cuenta de las posibilidades y de la naturaleza de la noción de opinión pública a la que apelan estas publicaciones. Una opinión pública instrumentalizada en favor de una dinámica política intolerante, que pronto se vería rebasada por cientos de escritos, libelos y panfletos cargados de epítetos insultantes y descalificadores. Como advertía La Miscelánea en su prospecto, después de prometer hacer uso de un lenguaje moderado, “esperamos de la justicia de nuestros conciudadanos que no se nos ataque con insultos y sarcasmos, por que sobre ser demasiado prohibidas estas armas, sólo sirven para desnaturalizar las cuestiones” (Núm. 1: 18-IX-1825: 1). Así, estos debates de corte constitucional nos revelan que la prensa grancolombiana, en su esfuerzo por construir una comunidad política de carácter nacional, ciertamente define pero también presupone la existencia de ese ciudadano ideal. Y aunque la implementación del proyecto liberal, que no seguiría una evolución lineal, sería el resultado de las acciones de una élite criolla, es importante subrayar que este lenguaje tuvo un eco importante en grupos sociales subalternos. Expedientes enteros de la época muestran que mulatos y negros en Caracas, Santa Marta y Cartagena hicieron peticiones constantes para que sus servicios fueran El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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reconocidos a través de cartas de ciudadanía. Muchas de esas luchas por la ciudadanía son retomadas a mitad del siglo XIX por los artesanos y los liberales radicales y posteriormente, en el siglo XX, por los movimientos sociales y de mujeres que han cuestionado los límites tradicionales de la ciudadanía y enriquecido nuestra democracia. Conclusión El presente capítulo ha examinado la emergencia del concepto y ejercicio de la opinión pública en el antiguo territorio de la Nueva Granada, desde su transformación en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen hasta su constitución como fundamento del régimen republicano durante la tercera década del siglo XIX. Para ese entonces, el concepto, que había generado tanta resistencia en el momento de la crisis política, ya no causaba gran sobresalto aun cuando los dilemas que había enfrentado seguían estando presentes. En 1839 un impreso anónimo, Los sastres, intenta definir lo que significaba la palabra periódico. Chepe, el personaje interpelado, responde con sarcasmo: Un periódico es un papel impreso que representa a un partido político, literario o filosófico. Siempre va solapado con el título de imparcialidad, patriotismo, bien público, verdad y otras palabras y frases, que figuran como una moneda corriente en este género de industria, sin embargo de que esté algo gastada con el uso. Después se le bautiza con un nombre sonoro y significativo porque esta creación es tan importante como lo fue para don Quijote la de Dulcinea y Rocinante. Unos le llaman Argos, aunque sea más ciego que un topo; otros Censor, aún cuando el periodista no tenga juicio y severidad, y el papel sea más bufón que Sganarelle; esotros Observador, aunque observe menos que los astrónomos de esta Capital (Reyes Posada, 2000, p. 120).83
Los sastres, 1839, núm. 2, 15 de noviembre, 1839. Bogotá: Imp. por N. Gómez. Reproducido en Reyes Posada, (2000). 83
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La opinión pública, remataba el impreso, no era más que un vendaval injurioso en manos de quien detenta los medios y el poder. Y, sin embargo, concluía el impreso, “nosotros por la imprenta debemos aportar nuestros cortos conocimientos para se le exija la responsabilidad” (Reyes Posada, 2000, p. 124). Una ambivalencia constitutiva que acompañará el concepto durante todo el siglo XIX y garantizaría, además de su invocación sostenida por parte de diferentes sectores sociales, su impronta perdurable en la arena política neogranadina. Referencias Almarza Villalobos, Á. R. & Martínez Garnica, R. (Eds.) (2008). Instrucciones para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta Central Gubernativa de España y las Indias. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander. Álvarez de Miranda, P. (1992). Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España (1680-1760). (Anejo del Boletín de la Real Academia Española 51). Madrid: Real Academia Española. Álvarez Romero, Á. (1995). La imprenta en Cartagena durante la crisis de la Independencia. Temas Americanistas 12, pp. 32-58. Annino, A. & Guerra, F.-X. (Eds.). (2003). Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica. Annino, A. (Coord.) (1995). Historia de las elecciones en Iberoamérica. Siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Artola, J. (1999). La España de Fernando VII. Madrid: Espasa. Blossom, T. (1967). Nariño: Hero of Colombian Independence. Temple: Arizona State University. Boletín de Noticias del Día. Boletín del Exército Expedicionario. Bolívar, S. (2009) [1976]. Doctrina del Libertador. Compilación, notas y cronología Manuel Pérez Vila. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho. Bushnell, D. (1985). El régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá: El Áncora Editores. El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830
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