Oriza v, La Inteligencia Emocional Matrimonio

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El conocimiento de nosotros mismos se ve con frecuencia como elemento importante de nuestra madurez. Conocerse a sí mismo es, p supuesto, un paso obligado para quien aspira a conocer a los demás; p sostener relaciones humanas adecuadas y para quien piensa casarse o vive en matrimonio es por supuesto una condición indispensable. Sin embargo, el conocernos a nosotros mismos no siempre es fá pues además de que los seres humanos somos altamente complejos, el tudio formal de la persona, de su conducta y de las variables de su p sonalidad se da básicamente en el campo especializado de la psicología cual no todos tenemos fácil acceso. Desde este campo, observamos a más que con frecuencia no se dan enfoques integrales que a la vez se sencillos y fáciles de entender por cualquiera. No obstante la gran cantidad de aportaciones desde el siglo pasa entre las que podemos citar las corrientes tipificadas en el llamado estr turalismo de Wilhelm Wundt, desde 1879; las correspondientes al f cionalismo, encabezado por W i l l i a m James, a principios del siglo xx; o aportaciones del conductismo de John B. Watson, cuyos estudios datan 1920 y posteriormente complementados por B. F. Skinner, quien hasta muerte, en 1990, fue uno de los psicólogos más reconocidos en el mund la gran mayoría de ellas, incluyendo las de Sigmund Freud acerca de variables inconscientes del comportamiento y el llamado psicoanális sostienen teorías y corrientes de la psicología que en ocasiones se co traponen entre ellas o que, no obstante su gran validez científica, difí 1

'Robert S. Feldman, Psicología con aplicaciones a los países de habla hispa M c G r a w - H i l l , 1998.

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Cap.

Parte 1. Valores e inteligencia emocional

mente están al alcance de cualquier persona que quiera entender de una manera sencilla pero integral cuáles son las variables que determinan su comportamiento, su conducta, sus respuestas emocionales y su propia personalidad. Este campo, en constante evolución, viene aportando recientemente respuestas que por su validez pueden integrarse a una visión más sistémica y global de la conducta de la persona. Podríamos citar, por ejemplo, el estudio de todos los elementos que en nuestro cerebro y en nuestro funcionamiento biopsicológico* intervienen para generar todas las respuestas y formas de comportamiento y desempeño. Dentro de las muy diversas aportaciones y tratados de psicología (que en ocasiones consolidan diversas corrientes y en otras pretenden orientarse a una sola) se vienen reiterando algunos elementos de la conducta que han pasado a formar parte de la cultura comúnmente aceptada acerca de este tema y a los cuales nos iremos refiriendo, no sin dejar de citar las referencias bibliográficas que correspondan. Tal es el caso de conceptos como las actitudes, los hábitos, las habilidades, la inteligencia y sus capacidades asociadas, los sentimientos y las emociones, entre otros. Es precisamente de este último elemento del comportamiento de las personas, las emociones y los sentimientos, que surge en los últimos años el concepto de inteligencia emocional, el cual ha sido tomado por diversos autores, sobre todo a partir de la publicación en 1995 del trabajo de Daniel Goleman, quien por cierto menciona en su libro que el concepto de i n teligencia emocional se debe a Peter Salovey, de la Universidad de Yale. 3

Por otra parte, se ha escrito mucho, particularmente en los últimos años, acerca de los valores; se reitera con frecuencia que en nuestra sociedad existe una crisis de valores, que por cierto es claramente perceptible en los problemas de corrupción y violencia que vivimos cotidianamente. Pero poco se ha escrito y estudiado acerca de la relación que existe entre los valores y las distintas variables de la conducta, si bien en la mayoría de los tratados que hacen estas referencias se relaciona a los valores básicamente con las actitudes. En este primer capítulo no pretendemos realizar un estudio completo de psicología, pues eso le corresponde a los especialistas en la materia. Sólo recopilamos información disponible en la bibliografía al alcance de todos, que permita dar al lector, a los novios y a los esposos, elementos sencillos para conocerse a sí mismos. Tratamos con ello, por una parte, de tomar los conceptos más desarrollados, por su claridad, sencillez y soporte ampliamente documentado; y por otra parte, proponer algunos criterios que desde nuestra experiencia y conocimiento acerca del tema permiten observar y explicar objetivamente, con un enfoque sistémico y en un modelo integrador, las principales variables y elementos que intervienen en la conducta, considerando que en las relaciones interpersonales y por tanto en las relaciones de los esposos en el matrimonio, es fundaConcepto relacionado con la recientemente llamada neurociencia, tomado de la referencia anterior. Daniel Goleman, La inteligencia emocional, Javier Vergara Editor, 1995. 2

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1. El conocimiento de nosotros mismos

mental tener una conciencia plena de esos elementos que explican tanto nuestro comportamiento, como el de nuestra pareja, para que con esa conciencia y con la voluntad de sostener una relación exitosa, podamos asumir conductas que la favorezcan y que nos permitan un nivel de estabilidad adecuado en nuestra familia. El autoconocimiento, precisamente, es el primer sustento de la madurez de la persona, como lo es precisamente de la inteligencia emocional que nos describe el propio Goleman, por ello, el autoconocimiento es un elemento estructural de una buena relación matrimonial, en la cual, además, es necesario tener un amplio conocimiento de nuestra pareja, pues sólo así podremos aspirar a hacerla feliz.

E l modelo sistémico d e l a conducta En nuestro modelo (véase fig. 1.1) presentamos a la conducta con una visión sistémica e integradora; en él planteamos que los valores envuelven todo el sistema conductual, dado que condicionan nuestras percepciones, lo que pensamos, escuchamos y vemos, lo que sentimos, leemos o estudiamos; todo ello, visto como las entradas de nuestro sistema conductual, es asimilado en la mayor parte de los procesos mentales y de pensamiento, con nuestra conciencia de lo que es bueno o malo, es decir, con juicios valorativos.

Pensamiento, voluntad,

Estímulos (entradas)

_o

Sensaciones (sentidos) Percepciones Observación, atención Experiencias diversas Lectura, estudio Procesos educativos Recepción de mensajes en relaciones interpersonales

conciencia, memoria. Emociones y temperamento, sentimientos, necesidades, motivación, subconsciente capacidades, carácter, ideología, creencias

Respuestas salida) Conducta

Actitudes Reacciones emotivas y sentimentales • Actividades y desempeño, por aptitudes y habilidades • Hábitos, costumbres, modales • Satisfacción de necesidades • Mensajes, comunicación

Figura 1.1. Un enfoque sistémico de la conducta.

Parte J. Valores e inteligencia emocional

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Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

Por otra parte, en nuestras respuestas actitudinales o sentimentales, en nuestros hábitos y actividades cotidianas, que pueden ser vistas como las salidas del sistema, es la forma como se manifiesta la conducta o el comportamiento que los demás observan de nosotros; ahí, los valores son el elemento rector y condicionador de ese comportamiento. Somos amorosos, además de nuestros sentimientos, porque creemos en el valor del amor; somos respetuosos, porque tenemos el valor del respeto; somos leales, porque creemos en la lealtad; tenemos hábitos de higiene, limpieza y pulcritud, porque es nuestro el valor de la limpieza o el de la ecología y el respeto al ambiente. Así, para ayudar a conocernos a nosotros mismos de manera sencilla e integral, nuestro modelo presenta una visión de la función que desempeñan los valores en la conducta humana, viendo a la persona como un sistema que es afectado y a veces condicionado por el medio, del que toma diversos insumos para guardarlos, procesarlos y utilizarlos a veces como respuesta inmediata o en la mayoría de las veces procesados por su pensamiento y administrados por su propia voluntad. Presenta a la persona como un sistema complejo, que actúa y se comporta como resultado de la interrelación o interacción de diversos elementos internos, entre ellos el pensamiento, las emociones, sus capacidades, sus necesidades e intereses, pero siempre con el filtro estructural de sus propios valores. El concepto de personalidad surge precisamente de reconocer que diversas combinaciones de las variables psicológicas, incluyendo las inconscientes, definen ciertos rasgos que caracterizan de diversas formas a los individuos, conforme a sus tendencias predominantes. Abordemos a continuación una explicación más detallada de los principales elementos del modelo.

La conducta y la p e r s o n a l i d a d Antes de hablar de lo que son los valores y de su importancia en la conducta, mencionaremos que la conducta puede definirse como: aque4

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humanas. En un sentido más amplio, mediante la forma en que responden a todos los estímulos del ambiente, a sus propias necesidades y m o t i vaciones, en términos de su propia personalidad. Cuando hablamos de personalidad nos referimos al conjunto de características típicas de la conducta de las personas, que les dan una configuración única, particular, que las hace diferentes entre sí, y con base en la cual, las personas son percibidas por los demás con determinadas características. Decíamos anteriormente que la combinación específica de algunas de las variables que hemos citado definen rasgos y características personales y, por ello, configuran la personalidad de cada individuo. Dentro de las muy diversas corrientes psicológicas existe una de las aportaciones más completas acerca de la personalidad, desarrollada por Gordon Alport, quien planteó la denominada teoría de rasgos o de las características, para tipificar la personalidad del individuo. Al respecto, con una clasificación de aproximadamente 4500 rasgos que diferencian a las personas, realizó un estudio para clasificarlos en tres categorías básicas: 5

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• Rasgos cardinales. Características únicas que dirigen la mayor parte de las actividades del individuo, como por ejemplo, inclinaciones al poder, al dinero, o al altruismo. • Rasgos centrales. Algunos relacionados con los valores y costumbres fundamentales del individuo, como la honestidad, la sociabilidad, etcétera. • Rasgos secundarios. Que como su nombre lo indica, son menos representativos del comportamiento del individuo. Sin profundizar mucho en esta teoría, podríamos asegurar que en m u chos de estos rasgos se observan respuestas actitudinales, sentimentales o temperamentales, de carácter o de preferencias, que consideramos conveniente mejor mencionarlas con su enfoque específico, por su relación con los valores.

llos actos de un organismo que pueden ser observados objetivamente, registrados y estudiados. La conducta de las personas, observable en su actuación o comportamiento cotidiano, se manifiesta, entre otros aspectos, mediante sus actitudes, las cosas que hace (intelectuales, manuales o recreativas) y para las cuales es apta (aptitudes y habilidades); sus reacciones emotivas y sentimentales, relacionadas con su temperamento; también se observa por su carácter, por la forma y capacidad para resolver problemas y tomar decisiones y, según recientes aportaciones en el campo de la psicología, por la inteligencia emocional que desarrolle en sus relaciones interpersonales, como veremos más adelante. También la conducta de las personas se observa mediante sus hábitos, costumbres y modales; la forma en que se comunican con sus semejantes; y la forma en la que establecen y sostienen, como decíamos, sus relaciones

L o s valores Cuando hablamos de valores, nos referimos a creencias arraigadas, que por la importancia (o valor) relativa que se les da - y a sea un i n d i v i duo o un grupo de i n d i v i d u o s - son determinantes e influyen en su conducta y en el propio desempeño individual. Al ser creencias arraigadas, los valores permanecen en la estructura mental del individuo en lo que se llama memoria implícita. En general, nos referimos a los valores de una 7

R o b e r t S. Feldman, op. cit., p. 395. Gordon A l p o r t , La personalidad, Herder, 1968. La memoria implícita se refiere a los recuerdos de los que las personas no están conscientes pero que afectan el comportamiento. La explícita, en cambio, se refiere a los recuerdos intencionales y conscientes de información, R. Feldman, op. cit, p. 208. 5

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Rogelio Díaz-Guerrero y Rolando Díaz Loving, Introducción a la psicología, Trillas, 1991.

Parle 1. Valores e inteligencia emocional

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Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

persona, de una familia, de una organización o de la sociedad. Rokeach define al valor como: una creencia duradera, que una forma específica de

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la conducta o manera de la existencia, hace personal o socialmente pre-

ferible a su opuesto. Con base en este concepto, podrá incluirse en los valores de cualquier persona a cualquier creencia duradera - y a que es parte de su pensamiento- que no necesariamente tenga la misma percepción de importancia para otros, ya sea un anhelo, una norma de actuación o una forma sostenida y peculiar de alcanzar ciertas metas o resultados que no necesariamente sea compartida por los demás, o incluso éticamente aceptable. Por los elementos que se incorporan en la definición de un valor, es lógico encontrar diferentes valores entre los individuos y también, escalas de valores diferentes para cada persona, es decir, desde lo que es más i m portante hasta lo menos importante. En general, la acción de valorar nos lleva a evaluar la importancia de las cosas; implica una comparación de cuyo resultado se deriva el ubicar en una escala o una jerarquía lo que estamos valorando. Por eso, existen valores que, al margen de una connotación ética, no necesariamente podrían considerarse como marcos de referencia "buenos" o que conduzcan a una actuación considerada como "buena", pero que en la realidad, son el elemento rector de la actuación de mucha gente. Tal podría ser el caso del dinero, del poder, del esparcimiento, de la diversión o del lucro, que bajo ese enfoque, son considerados por muchas personas como valores, pues inciden o determinan de manera fundamental su comportamiento, sus anhelos o sus preferencias. Esto no quiere decir que estas personas no tengan en su "escala de valores" otros de carácter ético; sin embargo, éstos parecieran ser frecuentemente menos determinantes en su conducta y ocupan un lugar de menor importancia en su escala o jerarquía de valores. Como se observa, la gran diversidad de valores lleva a algunas clasificaciones o agrupaciones, como por ejemplo, valores económicos, jurídicos, estéticos, religiosos, etc. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, las personas difícilmente diferenciamos objetivamente nuestros valores por grupos o familias, y simplemente tenemos una mezcla de ellos en una jerarquía propia, que intuitivamente y situacionalmente es la que finalmente modula nuestra conducta. En este contexto abordaremos, en nuestro caso, la interpretación más común de los valores, relacionada, como decíamos, con lo que es bueno, lo que es deseable; es decir, con una connotación realmente ética. Con esa connotación, algunos se refieren a valores fundamentales o valores u n i versales, como son el respeto a la vida y a la dignidad de las personas, la libertad, la igualdad, el amor, la amistad o la soberanía de las naciones, entre muchos otros. En el concepto de valores que planteamos para el matrimonio, t a m bién está la connotación ética y el apego a valores fundamentales, aceptados en las normas de actuación de cualquier sociedad como la nuestra. En esta connotación están tradicionalmente situados los valores de la familia, 8

Díaz-Guerrero y Díaz Loving, op. cit., p. 238.

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los valores nacionales, los valores en una organización y los valores de una religión. Además, es en este sentido ético que frecuentemente se acostumbra referir como causa de las crisis que viven los países o las sociedades a la ausencia de valores o a una crisis de valores. Por eso, para nuestros efectos, estableceremos una definición de los valores que, como mencionamos, se inserta con mayor precisión en el terreno de la ética: Valores son aquellas creencias, costumbres o normas que, por la importancia o valor que se les otorga, se consideran como guías adecuadas para la actuación de los individuos, los grupos, las organizaciones o la sociedad; y según su arraigo en su cultura o ideología, son determinantes de su comportamiento. Si bien estamos incluyendo de una manera muy simple los conceptos de ideología y cultura, cada uno de ellos por sí mismos, podrían ser sujetos de un amplio análisis y de hecho tienen diferentes interpretaciones. El concepto de cultura se aplica, por ejemplo, a una persona, a una organización o a una nación o naciones, en términos de costumbres, valores, conocimientos e historia, entre otros muchos aspectos. La ideología, por otra parte, se aplica a personas o a grupos más específicos de personas, ya sean políticos o religiosos, en términos de ideas y formas de pensar. Sin embargo, para efectos prácticos, exclusivamente en lo que a la persona respecta, los tomaremos como sinónimos, incorporando en estos concep-

tos lo que la persona incluye en su estructura de ideas y creencias, de valores, de costumbres y preferencias, que le dan un sentido específico a su forma de pensar y de ver la vida.

Al hablar de ideología y cultura del individuo, como equivalentes y como parte de su pensamiento, estaremos incluyendo en nuestro caso, y respetando otras visiones acerca de estos términos: el concepto que el individuo tiene acerca de sí mismo, de la sociedad, del mundo y su historia; las conclusiones y recuerdos de vivencias duraderas derivadas de su formación en la familia, de su historia personal; las conclusiones acerca de sus éxitos y fracasos, sus conceptos y conocimientos acumulados; sus gustos y preferencias, sus valores, la forma de percibir la historia, la religión y la política, entre otras cosas. Como se puede observar, pretendemos u b i car una idea clara y sencilla de lo que es nuestra propia ideología y cultura, como un primer paso para conocernos bien. No es mala idea recomendarle, amigo lector, hacer un ejercicio de clarificación de su propia ideología y valores, ya que con ello evaluará su nivel de autoconocimiento. Este es un primer paso para luego, en el caso del matrimonio y la relación de pareja, poder aspirar a entender y comprender la ideología de la persona con quien compartimos nuestra vida. Es importante resaltar que por supuesto los estudios especializados de psicología, de los que damos referencias, incorporan planteamientos mej o r sustentados y más completos acerca de conceptos como los que aquí planteamos; las referencias servirán precisamente para quien desee abundar en ellos. La sola visión de Sigmund Freud, por ejemplo, del que aún en nuestro tiempo prevalecen muchas ideas totalmente válidas, nos plantea

Parte 1. Valores e inteligencia emocional

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Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

el concepto del subconsciente, como esa variable psicológica que mueve aspectos de nuestra conducta que no son fácilmente explicables en nuestro pensamiento racional.

Relación de los v a l o r e s con l a conducta Desde su definición, estamos estableciendo que los valores son importantes en la conducta; pero además, en la medida que el individuo los ha aprendido vivencialmente; es decir, de sus experiencias o las de las personas más cercanas a ella, le dejan una huella en su estructura mental y en su pensamiento, que condiciona de manera importante su ideología, sus creencias y, por supuesto, su comportamiento a lo largo de toda su vida. De esta manera, los valores podrán condicionar sus costumbres y hábitos, sus actitudes y hasta sus respuestas de carácter sentimental. Los valores intervienen en los procesos internos del pensamiento, en la reflexión, en la toma de decisiones y en la solución de problemas; en nuestra imagen del mundo que nos rodea y en la ideología que nos vamos formando como resultado de nuestra educación y relaciones sociales. En m u cho, los valores serán determinantes de la forma en la que el individuo actúa y se comporta ante los demás, se fija sus metas y llega a sus resultados; de la forma en la que el individuo toma sus decisiones cotidianas, se comunica con los demás y tiene relaciones humanas, prevaleciendo en todo momento una idea y percepción interior de lo que es bueno o malo. Por todo esto, los valores caracterizan de manera importante la personalidad de cada individuo; es decir, la personalidad podrá percibirse, en m u cho, con respecto a sus valores. Describamos a continuación algunas otras variables del modelo, sin dejar de sugerir que la bibliografía a la que nos vamos refiriendo es la mejor opción para tener una idea más completa de cada concepto.

L a s actitudes Primeramente, diremos que las actitudes son determinantes de la conducta social del individuo y se definen como: una mezcla de creencia y emoción que predispone a una persona a responder ante otras personas, objetos o instituciones en una forma positiva o negativa. Si bien algunos psicólogos no las refieren en su enfoque particular, algunos otros sí les dan amplia importancia y plantean, entre otras cosas, que a la vez que son parte del comportamiento humano, son predictoras de la conducta. En su origen, se identifican tres componentes fundamentales de las actitudes: 9

D e n n i s Coon, Fundamentos de psicología, 8a. ed., I n t e r n a t i o n a l T h o m s o n , 2 0 0 1 , página 376. 9

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• Componente cognoscitivo. Relacionado con la información y el conocimiento racional que dirige el comportamiento en una dirección específica. • Componente de carácter afectivo. Otorga la fuerza motivacional para que la persona se comporte de acuerdo con su creencia. • Componente conductual por sí mismo. Se define por el grado de i n tención de actuar; es decir, las actitudes tienen un elemento relacionado directamente con la voluntad del individuo. Al igual que en las demás variables del comportamiento, la voluntad viene a ser la frontera entre el pensamiento y la acción o en este caso, la actitud en sí misma; somos respetuosos, amistosos o responsables, porque lo queremos, es decir, es un acto de voluntad. Bajo el punto de vista de esta definición, las actitudes tienen propiedades motivadoras y afectivas; van desde lo fuertemente positivo hasta lo fuertemente negativo, por eso reflejan una tendencia o una predisposición. Por sus componentes cognoscitivo, afectivo y de voluntad, las actitudes pueden cambiar o se pueden formar, pues son sujetas de educación y, como decíamos, en ellas interviene la voluntad del individuo. Existen algunos rasgos de la conducta que bien pueden tipificarse como actitudes, y que no necesariamente reúnen de manera clara los tres aspectos mencionados. En estas actitudes de índole general podríamos citar las actitudes de apatía, de pesimismo, de optimismo, de i n terés, de atención, de persistencia, de perseverancia o de prudencia, que a diferencia de actitudes como el respeto, la confianza o la responsabilidad, muestran una conducta más general ante distintas situaciones menos específicas. Este tipo de actitudes responden, por lo general, a nuestro temperamento o carácter, a nuestras emociones y sentimientos, y no obstante que de estas variables de la conducta hablaremos en los siguientes párrafos, sí podemos agregar que existe una notoria relación entre las actitudes y los sentimientos, ya que éstos se demuestran de manera actitudinal. Las emociones y los sentimientos, además de observarse por las expresiones faciales, se demuestran con la conducta y concretamente con muestras actitudinales. Por ejemplo, una persona que tiene un sentimiento de afecto o amor, mostrará en su conducta actitudes afectivas, cariñosas, comprensivas y respetuosas hacia la persona o personas que ama; una persona que tiene algún sentimiento de coraje u odio hacia alguien, mostrará hacia esa persona actitudes de intolerancia, apatía, o como suele decirse, una conducta grosera y descortés. En la actualidad, es mucha la importancia que se les da a las actitudes, tanto en los procesos educativos y de aprendizaje como en el comportamiento de las personas ante los demás y en las organizaciones. Esto se debe seguramente a que se viene observando que las actitudes son un componente importante de la conducta y del desempeño, pero además, a que las actitudes pueden formarse mediante procesos educativos. En nuestra concepción, las actitudes tienen una estrecha relación con los va-

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Parte 1. Valores e inteligencia emocional

lores del individuo, pues un individuo educado desde pequeño con determinados valores, lo llevan a ser recurrente en ciertas actitudes relacionadas con esos valores y, por tanto, tendrá por lo general un patrón de conducta previsible en torno de ellas. Es importante subrayar que las actitudes recurrentes de los individuos permiten identificar sus valores, pues los valores no se demuestran con su declaración o discurso, sino con la propia conducta, y las actitudes son, como decíamos, uno de los elementos de la conducta en los cuales se pueden observar con claridad nuestros valores, ya sea en nuestras relaciones de trabajo, o como veremos con mayor detalle, en nuestras relaciones de pareja en el matrimonio y en la familia. El cuadro 1.1 muestra en nuestra perspectiva diversos ejemplos acerca de la relación que tienen las actitudes con los valores. Es fácilmente observable en el cuadro que las actitudes de las personas reflejan sus valores o como contraparte, su ausencia de valores fundamentales o lo que algunos llaman antivalores. Por nuestro comportamiento, más que por nuestras palabras, nuestra pareja y nuestros hijos observarán de manera irrefutable nuestros valores.

L a s capacidades del individuo Las capacidades de cada persona son las que le permiten realizar o desempeñar el conjunto de actividades que definen de manera importante su ocupación básica, su trabajo o su profesión, y en un sentido más amplio, su vocación; estas capacidades demandarán, por supuesto, asimilar conocimientos, desarrollar habilidades específicas y en general aptitudes, pero todas éstas descansan sobre las capacidades propias de cada i n d i v i duo. La forma y la efectividad para alcanzar metas y resultados, para resolver problemas, tomar decisiones y para proponer nuevas ideas tienen una relación fundamental con sus capacidades. Poco se ha escrito acerca de la relación de las capacidades con los valores; sin embargo, al ser mostradas mediante nuestro desempeño y actuación cotidiano, las capacidades son observadas por los demás, con una influencia importante de nuestros valores. Las capacidades representan el potencial interno y funcional de cada individuo, y son susceptibles de ser desarrolladas hasta el límite que el mismo potencial de cada persona lo permita - y a sea mediante el estudio o el entrenamiento-. Los valores afectan de alguna forma el proceso de desarrollo y la manifestación de las capacidades; en esta manifestación, seguramente habrá alguna interrelación con las actitudes, sin embargo, dando por entendido que ya explicamos la relación de los valores con las actitudes, trataremos de observar solamente la relación de los valores con el desarrollo y la manifestación de las capacidades. En principio, el proceso de desarrollo de las capacidades se ve i n f l u i do por los valores del individuo. La orientación, la motivación o el interés que se adquiere en el aprendizaje es influido en mucho por los valores;

C u a d r o 1.1. Relación de las actitudes con los valores.

Actitudes

Valor

fundamental

Respetuoso de los demás, de sus ideas, de su dignidad, de su tiempo, de sus valores y creencias, de su forma de vestir, de sus propiedades, etc. Les da su lugar, no los lastima, no los ofende.

Respeto

Modesto, humilde, sencillo; no presume sus cualidades o logros, no habla de sí mismo ni trata de sobresalir a toda costa, opacando a los demás.

Humildad

Cumplido y dedicado siempre en lo que se espera de él, en el hogar, en la escuela, en el trabajo. Hace lo que debe hacer, bien y con oportunidad.

Responsabilidad

Trata de entender siempre a los demás, los escucha con atención, se preocupa por ellos, se esmera en ser empático.

Comprensión

No toma nada que no sea suyo; no saca ventaja personal de las cosas en demérito de otros. Se apega a la verdad y a las leyes; es congruente con los valores que define como propios.

Honestidad

No engaña, no miente, siempre enfrenta la verdad y busca la verdad en todo, aunque esto a veces le cause inconvenientes. Trata de no ser dogmático ni de polarizarse o radicalizarse con ideas no razonadas; se abre a escuchar nuevas opiniones y conceptos.

Verdad

Da a cada quien lo que le corresponde, pone la verdad por encima de sus intereses. Promueve la legalidad, la equidad y el bien común.

Justicia

Se entrega sin condiciones; da afecto, comprensión; da de sí, incluso con sacrificio personal. Es cariñoso y amistoso.

A m o r , amistad

Es bondadoso, practica el bien o, como se dice ahora, es buena onda.

Bondad

Parte 1. Valores e inteligencia emocional

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el estudio, el aprendizaje y la superación personal son, por sí mismos, valores de muchas personas. Para entender con mayor claridad este enfoque analicemos con mayor detalle lo que son las capacidades. Por lo general se pueden clasificar en tres grupos: 10

a) Las relacionadas con las funciones sensitivas, como la vista, el oído, el tacto, el gusto y sus potencialidades internas. Éstas definen la capacidad y la sensibilidad de cada individuo en aspectos como la música, la p i n t u ra, las bellas artes; el gusto por la comida y las bebidas, por ejemplo. La emotividad propia de cada quien refleja que no todos tenemos la misma sensibilidad para las mismas cosas, y por supuesto, las mismas capacidades sensitivas. El desarrollo adecuado de estas capacidades permite tener a los individuos un desarrollo específico según su propio potencial, en actividades manuales, artísticas, de dibujo o pintura, por ejemplo. Es evidente que estas capacidades no son las únicas que permiten desarrollar determinadas habilidades; a continuación se aclaran los otros tipos de capacidades. b) Capacidades que se relacionan con las funciones motoras y corporales. En ellas encontramos la fuerza física y, en general, las habilidades manuales, artesanales, corporales y las que se relacionan con los deportes. En los procesos de trabajo, artesanales o industriales se requieren frecuentemente personas para trabajos físicos que demandan este tipo de capacidades. No todas las personas tienen las mismas capacidades en este sentido y por eso se encuentran personas más fuertes o hábiles que otras, y alcanzan mayor desarrollo en ciertas actividades específicas como en los deportes, que son un ejemplo fácil para interpretar este concepto. Basta reflexionar por qué no todos los que les gusta un deporte o disciplina atlética logran ser campeones o romper los récords mundiales; ello, sin desconocer que un conjunto de actitudes de dedicación, persistencia, disciplina, esmero y hasta sacrificio, son en mucho las que ayudan a los deportistas a desarrollar al máximo estas capacidades y llegar a ser grandes figuras. c) El tercer grupo de capacidades comprende a las funciones psicointelectuales, en las cuales se encuentra la inteligencia. Si bien la inteligencia por sí misma es un concepto que lleva capítulos completos en los libros de psicología, a nosotros se nos hace de mayor objetividad incluir este concepto con base en el enfoque de las capacidades de Heinz Dirks, por ser éste más integrador del potencial del individuo, Así, diversos son los elementos que están comprendidos en este grupo de capacidades; por ejemplo, la capacidad de atención, de retención - l a memoria, también destacada por sí misma y de manera específica en otros tratados de psicología-, la capacidad de análisis, de abstracción, de síntesis; la creatividad y una muy importante, la capacidad de juicio, que permite a los individuos hacer comparaciones y valoraciones para tomar decisiones y la capacidad para resolver problemas, que son atributos, que demuestran la inteligen10

H e i n z Dirks, La psicología, Círculo de Lectores, 1969.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

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cia y determinan el coeficiente intelectual (IQ) de las personas. Como lo demuestra dicho coeficiente, no todas las personas tienen el mismo potencial o la misma inteligencia. Es evidente que el trabajo intelectual, los procesos de aprendizaje, de entrenamiento o adiestramiento de habilidades, las actividades creativas, las de dirección, de planeación, de análisis para la solución de problemas complejos y la toma de decisiones con asertividad requieren un alto desarrollo de las capacidades psicointelectuales. Es evidente que cada quien tiene sus propias capacidades y que no todas las personas tenemos las mismas; pero aun teniendo potencialmente ciertas capacidades, si los individuos no las desarrollan, no necesariamente obtendrán resultados importantes o sobresalientes. El individuo con base en sus propias capacidades y mediante procesos de aprendizaje, de capacitación, estudio o adiestramiento desarrollará aptitudes y habilidades que le permitirán ubicarse, según las diversas oportunidades que le presenta la vida, en ocupaciones que respondan a esas aptitudes y habilidades. Un individuo con una gran capacidad en las funciones motoras y corporales podrá desarrollar una gran habilidad física o manual en algún deporte, en alguna de las bellas artes o en algún oficio específico, como la carpintería, la soldadura, la mecánica, etc. Un individuo con una gran inteligencia o con buena capacidad de retención, de análisis y síntesis, seguramente tiene todos los elementos para estudiar una carrera y un posgrado. En términos generales, en el desempeño personal, cada quien, según sus capacidades, se ve influido por su escala de valores. La forma de hacer las cosas, de trabajar, de lograr sus objetivos o metas personales, de practicar un deporte, siempre va influida por la escala personal de valores de los individuos. Es también en el desarrollo de las capacidades que los valores del individuo son decisivos para alcanzar mejores aptitudes y habilidades; el propio estudio, el interés por superarse y desarrollar nuevas habilidades, dependerá de valores personales. Incorporar en la escala personal de valores, el estudio o el aprendizaje autodidáctico, por ejemplo, implica darle una prioridad personal a estos elementos indispensables para la superación, para desarrollar al máximo el potencial implícito en las capacidades individuales. Ser campeón, ser excelente es el resultado de una disciplina personal con base en el trabajo de lucha constante, de persistencia y sentido de responsabilidad, y de diversas actitudes hacia la vida, que como señalábamos, se relacionan con los valores. Las capacidades de la inteligencia emocional, como lo veremos posteriormente, también podrán desarrollarse con la influencia de los valores. En el matrimonio se tienen que desarrollar diversas actitudes y aptitudes que, no obstante estar al alcance de todos, pues no demandan altos niveles de inteligencia (IQ) o de otras capacidades, no siempre se tiene conciencia de ello y como resultado, frecuentemente se llega con cierta ineptitud a este importante compromiso y por ello se fracasa. Observamos en la vida cotidiana muchos fracasos que, seguramente, se deben a diversas incapacidades de los cónyuges para manejar su relación matrimonial

Parte 1.

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Valores e inteligencia emocional

y, como lo plantearemos más adelante, a no haber desarrollado su inteligencia emocional. En el complejo mundo que vivimos en la actualidad, los retos que enfrentan los matrimonios son cada día más difíciles y esto demanda que se preparen, que se capaciten y que desarrollen las aptitudes y actitudes que les permitan tener éxito en su relación. El primer paso de todo esto es el autoconocimiento.

L a s emociones, los sentimientos, el t e m p e r a m e n t o y el carácter Una de las expresiones más importantes en la conducta humana se relaciona con sus respuestas o manifestaciones emocionales, frecuentemente referidas como sentimentales o con frecuencia, en términos populares, algunos rasgos de las respuestas emocionales se conocen como respuestas viscerales. Si bien todas estas respuestas de carácter emotivo y sentimental podrían incluirse, como ya mencionamos, en alguna catalogación de actitudes, por lo general son tratadas por separado, por su o r i gen en aspectos internos de la naturaleza biológica del individuo. Y precisamente con esta interpretación existen muchos estudios y antecedentes acerca de la tipificación de las personas, que se ha denominado desde la época de los griegos, el temperamento. Conocer los elementos conceptuales acerca del temperamento y cómo en él existe una relación estrecha con la naturaleza de nuestras emociones, en mucho nos ayuda a conocernos a nosotros mismos, pero además es un paso básico para explicar rasgos importantes de las diferencias que entre sí tienen los individuos y por supuesto, las diferencias entre las parejas que constituyen los matrimonios. Expliquemos a continuación con mayor detalle estos conceptos. El enfoque tradicional del temperamento, conocido como hipocrático, clasifica a los temperamentos en cuatro tipos: • Sanguíneo. Este comportamiento oscila según su estado de ánimo, tiene una condición sentimental mudable. • Melancólico. Éste se inclina a la depresión y a la tristeza. • Flemático. En cambio, éste tiene una fuerte tendencia a la apatía o a la indolencia. • Colérico. Éste tiende a la irritabilidad y al enojo frecuente. Gordon A l l p o r t " define al temperamento como: Los fenómenos de naturaleza emocional, característicos de un individuo, quedando incluidas su susceptibilidad a la estimulación emocional, la velocidad e Intensidad con que habitualmente reacciona, la cualidad del estado de ánimo dominante y las peculiaridades de fluctuación e intensidad del mismo.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

Daniel Goleman plantea en su reciente estudio acerca de la inteligencia emocional que el temperamento es parte fundamental de nuestra herencia genética; que nos es dado desde nuestro nacimiento y es parte de nuestra estructura biológica emocional. En su aportación, refiere la clasificación de temperamentos del psicólogo Jerome Kagan, de la Universidad de Harvard, quien los clasifica en al menos cuatro tipos: tímido, audaz, optimista y melancólico. Todos los enfoques, desde los más antiguos, coinciden en que el concepto de temperamento permite explicar la caracterización de las respuestas emocionales de cada persona, que son de origen biológico, innatas, y que son uno de los elementos más importantes para explicar por qué los individuos son diferentes entre sí, pero además para entender y desarrollar los elementos fundamentales de lo que en nuestros días se denomina inteligencia emocional. El carácter, por otra parte, se define' como " u n conjunto de características o peculiaridades de reacción" que además de depender de factores endógenos del individuo - c o m o el temperamento- se derivan de su "capacidad y habilidad de reacción, elaborados por su inteligencia". El carácter está condicionado por la voluntad y las tendencias del hombre, por ello se puede formar o modelar, no así el temperamento, que está condicionado por impulsos emocionales que responden a predisposiciones congénitas. Menciona Goleman que el carácter es la palabra anticuada de lo que él llama inteligencia emocional, ya que está sustentado en la auto12

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disciplina, en la vida virtuosa y en el autodominio. Ambos, carácter y temperamento, en la medida que el individuo desarrolla la capacidad de entenderlos, controlarlos o moderarlos, son i n fluidos por los valores. Por ejemplo, un individuo colérico que además se observa que tiene un recio carácter; si ha vivido desde pequeño los valores del respeto y comprensión, se esforzará por no permitir que sus reacciones temperamentales, o muestras de carácter, agredan o lastimen a los demás. Con su pareja o con su familia, se esforzará por controlarse con el fin de no lastimarlos, de no afectar su relación, y de resolver de manera inteligente y congruente con sus valores, los múltiples problemas de la vida familiar. Por lo que respecta al origen de las emociones, diversos son los tratados que las han pretendido explicar y un buen texto de psicología actual nos podría ampliar este conocimiento.' A nosotros, en particular, el planteamiento de Daniel Goleman nos parece ampliamente satisfactorio y por supuesto actual, por ello, considerando la plena validez del concepto de inteligencia emocional, ampliaremos más acerca del particular en el siguiente capítulo. 5

Daniel Goleman, op. cit., p. 251. J u a n Manuel G. y García de la Torre, Psicología dinámica y funcional, Científico Médica, 1968. Daniel Goleman, op. cit., p. 328. Por ejemplo, Robert S. Feldman, op. cit. 12

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Gordon A l p o r t , op. cír.

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Parte

1.

Valores e inteligencia emocional

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

Si en el modelo de la figura 1.1 no mencionamos la inteligencia emocional, es porque es parte de las capacidades que son susceptibles de ser desarrolladas, y porque de ella hablaremos, como decía, con más detalle, en el próximo capítulo. Sin embargo, el concepto de inteligencia emocional que plantea Goleman está, al igual que los demás componentes de la conducta, altamente relacionado con los valores en la jerarquía personal. Tal es el caso del autodominio personal, de la persistencia o de la empatia y comprensión, atributos de un individuo maduro, que apoya su conducta en sólidos valores, como la comprensión, el respeto, el amor, la comunicación, el diálogo y la perseverancia, entre otros.

Hábitos y costumbres Los hábitos son acciones o pensamientos que se presentan como respuestas aparentemente automáticas, a una experiencia dada. En la concepción popular del término, nos referimos a los hábitos como costumbres adquiridas mediante la práctica recurrente. Así, podremos encontrar que existen buenos y malos hábitos, según las costumbres y el patrón de valores de cada quien. Con base en esta visión de lo que son los hábitos, es fácil entender que los buenos hábitos, que surgen de una educación en valores, inciden en una conducta exitosa y en una relación mat r i m o n i a l adecuada. Nadie dudaría que la puntualidad, el orden, la l i m pieza y la pulcritud en la presentación, el trato amable y los buenos modales, la lectura, el estudio y otros hábitos, como el hacer ejercicio cotidianamente o practicar algún deporte periódicamente, para conservar nuestra salud, son elementos importantes para el éxito, tanto en la vida matrimonial y familiar, como en el comportamiento en cualquier empresa moderna. En términos populares, tener buenos hábitos se relaciona en ocasiones con los buenos modales y la buena conducta. 16

Existen diversos tipos de hábitos, como por ejemplo los de higiene y cuidado personal, como el cepillarse los dientes, el baño diario, lavarse las manos antes de tomar alimentos y muchos detalles particulares de arreglo personal. Otros hábitos podríamos tipificarlos como de desempeño personal; tal es el caso de los hábitos de orden, puntualidad, disciplina, estudio y lectura; otros hábitos inciden en las relaciones interpersonales, como los relacionados con los modales, por ejemplo la cortesía, saludar con la mano, dar el paso a otros, ceder el lugar a una dama, llegar puntual a las citas, etc. También encontraremos otros hábitos en las diversas actividades de las personas, o hábitos por actividad específica, como los que cada quien tiene para el manejo de un automóvil, por ejemplo, el manejar con el brazo izquierdo por fuera, el ceder el paso a otros vehículos, manej a r a baja velocidad y otros que se relacionan con el estilo de manejo propio de cada quien. "•Relacionado con la psicología de la consciencia, de W i l l i a m James, Fradiman y Fraguer, Teorías de la personalidad, Haría, 1989, p. 207.

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Si bien por muchos años no se le ha dado gran importancia al concepto de hábitos en la conducta, no obstante que fue uno de los elementos incluidos en el modelo funcionalista de W i l l i a m James, observamos recientes aportaciones acerca de este tema como la de Stephen Covey, que en su muy difundido libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva,' define a los hábitos como pautas consistentes, a menudo incons7

cientes, que de modo constante y cotidiano expresan nuestro carácter y generan nuestra efectividad o ineficiencia. Covey los ubica como una i n tersección de conocimiento, capacidad y deseo. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, en este concepto está un tanto mezclado el concepto de actitud pues en él se incorporan componentes que tienen más s i m i l i t u d con manifestaciones complejas de la conducta, como las que explicamos que integran las actitudes. Nosotros preferimos hablar de los hábitos, siguiendo el concepto que en nuestra cultura se entiende con mayor facilidad, es decir, como costumbres buenas o malas que adoptamos desde pequeños o por un buen tiempo, y que seguramente son también un acto cognoscitivo y de voluntad, pero que por su arraigo y costumbre suelen ser ya respuestas automáticas y no ser reflexionadas al mismo nivel que las actitudes. No obstante, dejo claro que reconocemos que es muy común en nuestra época, sobre todo en el ámbito empresarial, denominar como hábitos a ciertas habilidades o actitudes que finalmente son buenas para el desarrollo personal. En una reflexión personal acerca de nosotros mismos es importante analizar y encontrar cuáles son nuestros buenos y malos hábitos, y cuál es la influencia que en ellos tienen nuestros valores aprendidos desde la temprana edad, en la familia; seguramente existirán algunos buenos hábitos que por sí mismos fueron valores que nos inculcaron desde pequeños, por ejemplo, la puntualidad y la limpieza; el orden, el estudio o el deporte. Pero seguramente encontraremos malos hábitos, los cuales, además de poder causarnos algún daño, demeritan nuestra imagen personal o incluso nos afectan en las relaciones con los demás, como podría ser el caso de la impuntualidad, fumar, morderse las uñas, etcétera. Pudiera ser que algunos de los hábitos, como ser ordenado o leer con frecuencia, o ser estudioso, salgan también de la interpretación sencilla de lo que se entiende comúnmente por hábito; sin embargo, podríamos t a m bién referirnos a este tipo de elementos característicos de nuestra conducta y personalidad, como a costumbres, o en el aspecto negativo, algunos malos hábitos se conocen como adicciones, tal es el caso del tabaquismo y el alcoholismo. Tanto en el proceso de autoconocimiento, como en el de conocimiento de nuestra pareja, en el ámbito del noviazgo y posteriormente del mat r i m o n i o , es de suma importancia identificar, además de los buenos y malos hábitos, aquellas costumbres que pareciendo ser más intrascendentes, consumen mucho de nuestro tiempo y pueden afectar nuestra relación matrimonial. Por ejemplo, si acostumbramos escuchar algún tipo 17

Stephen Covey, Los siete hàbitos de la gente altamente efectiva, Paidós, 1997.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

Parte 1. Valores e inteligencia emocional

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específico de música, ir al teatro o andar sin pantuflas en nuestra habitación; si acostumbramos tomar una copa antes de la comida o ver TV a ciertas horas, esas costumbres, gustos o preferencias, en ocasiones generan conflictos en la relación interpersonal de las parejas, cuando no existe la suficiente prudencia por una parte o empatia por la otra. Como podemos ver, las costumbres también pueden clasificarse como los hábitos; pueden ser costumbres de alimentación, de esparcimiento, de arreglo personal, de relación humana (con quienes acostumbramos hacer amistad - d i m e con quién andas y te diré quién eres-), de lectura (qué tipo de lecturas acostumbramos), costumbres de trabajo y desempeño, costumbres diversas, por tipo de actividad, por ejemplo para realizar un deporte o para viajar, entre otros ejemplos.

L a s n e c e s i d a d e s y l a s teorías de la motivación Otro de los conceptos que han sido ampliamente tratados por diversos autores y que influyen en la actuación y la conducta de las personas son las motivaciones. En estos estudios se ha pretendido dar una explicación a los motivos que mueven el comportamiento de las personas y que pueden ser de muchos tipos; algunas teorías los clasifican como intrínsecos y extrínsecos (por aspectos internos, de satisfacción y desarrollo personal o por otra parte, externos a base de premios, recompensas o castigos). Otros los relacionan con objetivos y metas retadoras o con expectativas. Dentro de las teorías más difundidas están las que relacionan a la motivación con las muy diversas necesidades del ser humano. Si bien este tema difícilmente puede tratarse de manera resumida, y es quizá más complejo de lo que hasta la fecha se ha escrito, nosotros sostenemos en nuestro modelo de la figura 1.1, en adición a los enfoques clásicos, que en la forma de satisfacer sus necesidades y en la motivación que para ello se genera son determinantes los valores del individuo. Para ello, repasemos brevemente el enfoque clásico de Abraham Maslow, quien es considerado como uno de los fundadores de la psicología humanística, que entre sus muchas aportaciones generó el concepto de la jerarquía de las necesidades. Para Maslow, las diferentes necesidades del ser humano obedecen a una jerarquía, que va desde las necesidades más elementales o fundamentales, como pueden ser las de carácter fisiológico y las de seguridad, o en un nivel superior las de amor o afecto, las de pertenencia, como las de estima y reconocimiento; y en el nivel superior de la jerarquía, aquellas en las que el individuo busca su desarrollo y autorrealización. Maslow refiere como metamotivación a la conducta generada por las necesidades y los valores del desarrollo, es decir, la motivación trascendente del i n d i v i duo. La satisfacción de las necesidades según este enfoque obedece a esta jerarquía ascendente, en la cual es necesario satisfacer las necesidades 18

l 8

W i l l i a m James, Fradiman y Fraguer, op. cit., p. 355.

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básicas, para poder satisfacer las necesidades superiores de autorrealización y desarrollo del potencial del individuo. Es entendible que así como se definen estas categorías de necesidades, pueden existir otras visiones que aporten ideas complementarias acerca de su relación con las motivaciones; por ejemplo, la necesidad de poder que en muchos ejemplos generan las motivaciones de mucha gente, o ciertas necesidades inducidas por la sociedad actual, como la necesidad de información, de estar informado o de estar comunicado; las necesidades de distracción o esparcimiento, las de consumo por ciertos productos, que no obstante ser inducidas, finalmente mueven a muchos individuos hacia conductas específicas. Seguramente algunas de estas necesidades, por razones obvias, se apartan del concepto inicial de Maslow; sin embargo, para muchos individuos llegan a ser verdaderas necesidades, pues los mueven o los motivan en su comportamiento, aunque a simple vista, podrían sólo identificarse como intereses personales. Ante este panorama, lo que sí es cierto es que en su esencia, el hecho de jerarquizar nuestras necesidades, y por ende nuestras motivaciones, nos lleva directamente al concepto de valorar. Así, la conducta del i n d i viduo en relación con la satisfacción de sus necesidades está estrechamente relacionada con sus propios valores, los cuales, incluso, pueden alterar el orden de la jerarquía de satisfacción de necesidades. Por ejemplo, por amor - c o m o valor esencial- habrá quien se prive del alimento para darlo a otra persona. El amor demanda, en ocasiones, renuncia y sacrificio personal, y en su máxima expresión, este valor puede influir o modular la satisfacción de cualesquiera de las necesidades. Por ello es indudable, que existe una relación muy importante entre la escala de valores de las personas y su jerarquía de necesidades, y esto está implícito en nuestro modelo de la relación de la conducta con los valores. Así, las bases para sostener una buena relación interpersonal en el matrimonio, y por supuesto en cualquier grupo o ente organizado, se f u n damentan en que la persona, antes que todo, se conozca bien a sí misma, identifique sus propios valores, su correspondiente jerarquía y sea conciente de la relación que ellos tienen con las principales variables de su conducta. A partir del autoconocimiento, se puede aspirar a adquirir un desarrollo emocional maduro, a sustentar las bases de una buena relación humana, de una buena relación interpersonal y, por supuesto, de una buena relación matrimonial. Se encontrarán bases para generar buenas actitudes, sustentadas en valores como el respeto, la comunicación y la comprensión de los demás, para poder entenderlos y relacionarnos adecuadamente con ellos. De ahí se deriva la exitosa relación con la pareja y el éxito en la vida en familia, por lo que a ello nos referiremos en los siguientes capítulos. Lograr un buen nivel de autoconocimiento, abrir la mente para no juzgarnos seres simples, demeritando la importancia de tantos aspectos de nuestra persona que desconocemos, es en sí mismo un reto personal; es el primer reto con el que se puede aspirar a sostener una relación de pareja de largo plazo, con lo que ello involucra. Si nos conocemos bien

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Parte 1. Valores e inteligencia emocional

como personas, podemos dar un segundo paso para conocer y entender a la persona con la que queremos sostener una relación matrimonial; conocerse a sí mismo es, además, el primer atributo de la inteligencia emocional - c o m o lo veremos más adelante- y un rasgo incuestionable de la madurez del ser humano.



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acepten este nuevo concepto; a ellos les diríamos entonces que traten de reflexionar en los conceptos de carácter, de madurez emocional e integridad, que son equivalentes y como vimos, conforme a las aportaciones de grandes psicólogos como Gordon Alport, ya se habían planteado con suficiente amplitud y sustento aunque no fueron muy difundidas, salvo para los especialistas en psicología. No obstante, es parte de la cultura popular aceptar que una persona madura es una persona que se conoce y acepta a sí misma y que tiene una percepción correcta de la realidad, entre otros rasgos que aclaramos en su oportunidad. De hecho, en la inteligencia emocional, como elemento estructural que implica la madurez de los esposos, descansan los demás pilares de la relación matrimonial. Si los esposos no aprenden a conocerse a sí mismos, no aprenden a controlarse ni a dominar su genio ni su agresividad; si no saben comprender a su pareja y por ende no se esfuerzan por tener una relación amorosa o armoniosa, y si no ponen adelante de sus emociones sus propios valores, entonces la relación matrimonial difícilmente tendrá un futuro satisfactorio para cualquier pareja. En la inteligencia emocional y en el amor de la pareja, como sentimiento dominante, se sustenta la posibilidad de compartir objetivos de largo plazo, de compartir valores y de compartir un proyecto común de vida; de hacer crecer y madurar precisamente ese amor, para con ello, lograr que la relación matrimonial sea de largo plazo y cumpla con la misión de la familia ante la sociedad. La figura 4.1 muestra un esquema en el que pretendemos hacer objetiva la importancia estructural de los conceptos que desde nuestro punto de vista son los pilares de un matrimonio exitoso.

Mis

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Inteligencia emocional

F i g u r a 4 . 1 . Los pilares del matrimonio. m a t r i m o n i o ; es decir, su misión. Cuál es el sentido de trascendencia en el que descansa su deseo de vivir juntos y formar una familia; a qué están llamados dentro del contexto social al que pertenecen, como pareja y como familia; qué espera de ellos la sociedad, y sobre todo, a dónde quieren llegar juntos. Si viven juntos sólo por costumbre, porque fueron obligados o presionados a casarse, o porque la tradición familiar o social así lo establece y ellos son muy tradicionalistas, llegará el momento en el que no le encuentren sentido a su m a t r i m o n i o y se sientan acorralados, prisioneros de una situación que en su esencia nunca quisieron. Si bien planteamos la función del matrimonio en la sociedad actual -y esto debió ser parte del análisis consciente, antes de tomar la decisión de vivir j u n t o s - también es importante que los esposos compartan un mismo fin para su m a t r i m o n i o ; si no lo han hecho, nunca es tarde. Las definiciones acerca de esa misión serán las que los esposos establezcan; a dónde quieren llegar, qué nivel de desarrollo personal y como pareja esperan alcanzar, de qué forma esperan trascender como personas y como pareja, qué esperan para sus hijos; éstas serán repuestas que deberán encontrar de común acuerdo para establecer su misión. Sólo en los esposos -o antes del matrimonio en los novios- está la posibilidad de hacer un proyecto común de su futuro; por eso es que de ellos debe surgir la visión de largo plazo y la precisión de la propia misión de su m a t r i m o nio. Si por varios años vivieron casados sin reflexionar acerca de este aspecto, los invito a hacer la reflexión que les lleve a precisar cuál es la misión de su matrimonio; si ya tienen hijos, invítenlos a platicar y opinar acerca de esto, pues juntos, será mucho más importante que toda la f a m i lia comparta con claridad su sentido de trascendencia en el largo plazo, la misión de su familia. Sólo así se podrá tener el primer pilar importante del matrimonio exitoso que le da sentido y dirección a la vida matrimonial. Pilar en el que se soportan los intereses comunes de los integrantes de la familia, la coincidencia de todos acerca de su futuro de largo plazo en el seno familiar.

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Cap. 4. Los pilares del matrimonio exitoso

Pensamiento-ideología Valores personales

de ella Reglas del

BfedÉfe

¡

juego-políticas de actuación

Pensamlento-ldeologia Valores personales d e él

F i g u r a 4 . 2 . Los valores compartidos en el matrimonio.

Valores compartidos De igual manera que el gran propósito o misión del matrimonio debe ser compartido por los esposos desde el inicio de su relación y durante toda su vida matrimonial, también desde el inicio deberá existir un marco de valores fundamentales que compartan. Un marco de valores que integre en una jerarquía única y propia de la pareja sus reglas de actuación y entendimiento. Ya mencionamos en el capítulo i el concepto de valores y su importancia en la conducta y desempeño de las personas. Pues bien, el desempeño de la relación matrimonial depende en mucho de los valores que como propios establezcan los esposos con base en los cuales adquieran un compromiso de actuación, de actitudes y de formación de buenos sentimientos, que propicien y hagan prevalecer por mucho la relación matrimonial. No son únicamente los valores propios, de la jerarquía que cada uno tenga. Son los valores que ambos consideran importantes para su relación y convivencia cotidiana y a largo plazo; son los que constituyen los cimientos y la estructura de soporte de toda su vida matrimonial y de su familia; con ellos, se les facilitará alcanzar su misión y sus propósitos de largo plazo. Son los valores que los comprometen a una conducta congruente, en la que sus actitudes, hábitos, respuestas sentimentales y formas de actuación diversas estén siempre condicionadas y reguladas por esos valores. En la figura 4.2 se muestra cómo entendemos este criterio: cada uno, conforme a su propia estructura psicológica y a su propia formación o educación (en el seno de su familia, en las escuelas en las que recibió su educación básica), tiene su propia jerarquía de valores. Tienen en algún lugar de esa jerarquía a la honestidad, a la verdad, al amor, al respeto, a la lealtad y a la familia como valor, por ejemplo. Es importante que esos valores sean clarificados - q u é entienden por cada uno de ellos-, discutidos y analizados ampliamente por la pareja; que los racionalicen en términos de las

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conductas adecuadas que les han llevado a tener buenos resultados en la vida, o en sentido contrario, las consecuencias de haber sido en ocasiones incongruentes con respecto a esos valores; que incorporen incluso aquellos valores que fortalezcan a partir de ahora su relación. En este sentido, no les proponemos concretamente que adopten algunos valores adelante de otros, ya que la jerarquía que adopten será solamente suya a partir del consenso. Sin embargo sí nos atrevemos a sugerirles dos cosas: • Que en su jerarquía de valores compartidos ocupe un lugar importante el valor de la familia. Ya analizamos brevemente la problemática que actualmente enfrenta la familia en la sociedad, que se asoma al tercer milenio en una profunda crisis. Pensamos que sólo fortaleciendo la función de la familia como célula básica, formadora de los individuos del nuevo milenio, es como podrá superarse la c r i sis actual. Por ello, ambos deben analizar y dialogar ampliamente la importancia que para ustedes tiene su propia familia, que se ha formado a partir de su matrimonio. La visión de familia que quieren tener y el lugar que ocupa en su jerarquía compartida de valores será fundamental para un sinnúmero de decisiones que la vida moderna les obligará a tomar. A veces, tendrán que sacrificar algo, para no poner en riesgo a su familia; el tiempo para el cuidado y la formación de sus hijos, para su propia convivencia, todo esto y muchas otras cosas que ustedes mismos podrán analizar dependerán de la importancia que le den a su familia, sobre otras muchas cosas y situaciones, para que su familia alcance los objetivos que han quedado implícitos en la misión de su matrimonio. • Que en su jerarquía de valores ocupen también un lugar bien analizado y priorizado los valores fundamentales del amor conyugal que les propongo más adelante. Nuestra propuesta no pretende ser absoluta, es por supuesto válido que difieran de ella, que agreguen otros valores. Sin embargo, no deja de ser trascendente que valoren en un lugar fundamental de sus vidas al amor que en su esencia es el sentimiento que los llevó a compartir sus vidas. Lo importante, reitero, es que sus valores sean compartidos, porque con ello podrán asumir el compromiso que demanda la posibilidad de const r u i r un matrimonio y una familia exitosa. Será conveniente que el amor, el respeto, la fidelidad, la confianza y la responsabilidad puedan tener un significado compartido y un compromiso firme y voluntario. Otros elementos estructurales del matrimonio y la familia, como pueden ser el sacramento del matrimonio para los que son católicos, la paternidad y la sexualidad responsables, pueden ser por supuesto sujetos de jerarquización en su escala de valores, sobre todo, por la necesidad de compartir en torno de ellos una misma visión acerca de su importancia en sus vidas y de sus alcances. De hecho, estos elementos estructurales los esta-

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Parte 2. La relación matrimonial

mos implicando en este rubro de valores, y por su importancia, en capítulos posteriores abundaremos en algunos de ellos. A partir de todos esos valores que compartan, pueden entonces establecerse las reglas del juego y las políticas de actuación de ambos, que de manera más específica les ayudarán a ser congruentes con esos valores que comparten. Pongamos por ejemplo al valor del respeto. ¿Cuáles serían las reglas del juego o políticas que apoyarían a este valor en un matrimonio que pretende actuar con inteligencia emocional, para sostener una relación perdurable? Se deben, por ejemplo, respetar las creencias de la otra persona y su ideología, y como parte de ellas, su religión; sus costumbres, sus gustos y preferencias; sus amistades, sus aficiones, su dignidad, su tiempo, su trabajo, sus pertenencias, su forma de vestir; y por supuesto, se deben respetar sus defectos o limitaciones, sus malos ratos, etc. De ese análisis, al parecer muy detallado del alcance del respeto, pueden salir reglas concretas que les ayuden a ser congruentes con el valor del respeto. Como por ejemplo, respetar los horarios dedicados a prácticas deportivas de cada uno, los que correspondan a las prácticas religiosas o los que se requieran para reuniones con amistades personales o familiares. Podrán establecer reglas claras que les ayuden a controlarse en los ratos de estrés, de presión o angustia; cuando enfrenten problemas o disgustos; reglas que les ayuden a no violentarse; que los detengan cuando se alcen la voz o digan malas palabras; que impidan a toda costa perder el control o que se agredan incluso físicamente; y que les permitan darse el tiempo y las condiciones para resolver estos problemas con el menor desgaste posible. Como se observa, con base en sus propios valores compartidos, cada matrimonio puede establecer sus propias reglas del juego o políticas de actuación o convivencia. Lo importante es que los valores no queden en simples declaraciones o buenas intenciones; los valores, como mencionamos, se observan mediante una conducta congruente y algunas reglas establecidas de común acuerdo. Un verdadero compromiso en torno de ellas en mucho ayudará a facilitar esa congruencia entre el decir y el actuar cotidiano.

Amor conyugal El amor pasa de ser de un elemento fundamental en la relación de noviazgo a ser un elemento estructural con base en el cual se inicia la relación matrimonial; la gran mayoría de los matrimonios - p o r no decir que casi todos- se realizan porque los novios manifiestan que se aman y con base en ese amor desean compartir sus vidas. El amor en el noviazgo, cuando madura y se hace más intenso, lleva a los novios hasta el punto en el que desean voluntariamente tomar la decisión de compartir sus vidas en el matrimonio. Cómo se da el proceso de maduración del amor, desde el noviazgo hasta el matrimonio, lo discutiremos en el siguiente capítulo; sólo queremos agregar en esta parte que el amor, sujeto a un proceso de maduración, llega a ser un pilar fundamental para que el matrimonio per-

Cap. 4. Los pilares del matrimonio exitoso

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dure; si no fuese por amor, el contrato matrimonial perdería el sentido de fondo que lo hace diferente a cualquier otro contrato. El amor es el sustento de la relación entre los esposos; es un valor compartido que ambos deben preocuparse por revitalizar día con día, pues de otra forma, al irse desgastando, la relación corre el riesgo de terminarse. El amor como sustento del matrimonio, como pilar de la misma familia, es una plantita que parte de una semilla que en su momento fue sembrada; la sembraron cuando eran novios, pero para que crezca y dé frutos, los esposos deben regarla todos los días, con detalles cotidianos de entrega, de servicio, de confianza, de perdón; el amor se nutre con las obras de todos los días, pues sólo así, será el sustento para toda la vida de la relación matrimonial y de la familia. Los frutos que del amor se derivan deben incluso alimentarse todos los días de amor, para crecer, madurar y continuar el ciclo natural de la vida humana. Y el amor que perdura, que da frutos (tal y como vimos en el esquema de la figura 4.1), se soporta en los cimientos de la madurez de los esposos; se soporta en la inteligencia emocional de ambos. Un amor que no es comprensivo, que no escucha con empatia los sentimientos de la persona amada, que por autocontrol de sí mismo no asume actitudes de prudencia, tolerancia y de paciencia; en fin, que no soporta todas sus respuestas emotivas y sentimentales en valores fundamentales, difícilmente puede prevalecer en el largo plazo. Y es que la vida cotidiana, con las presiones del mundo moderno, necesariamente lleva con el transcurso de los años, al desgaste, al surgimiento de problemas y conflictos que demandan precisamente el autodominio y, como decía, comprensión, mucha comprensión; prudencia y paciencia, para no desesperarse, para evitar las agresiones, para canalizar con respeto la solución de cualquier problema o conflicto.

Diálogo y comunicación El diálogo, por otra parte, desde nuestro punto de vista es uno más de los pilares que fortalecen en la práctica la relación matrimonial y que, además, es herramienta fundamental para la solución de los problemas cotidianos y la toma de decisiones compartidas. El diálogo, y todas las habilidades que conlleva, se apoya de manera importante en la inteligencia emocional de los esposos, tal y como se observa en la figura 4.1. Los esposos que actúan con inteligencia emocional saben escuchar con empatia; saben escuchar los sentimientos de su pareja y se esfuerzan por comprenderlos. El diálogo es así elemento para el fortalecimiento en la práctica del amor de la pareja; el diálogo los llevará a un ejercicio cotidiano de su inteligencia emocional. Por la importancia del amor conyugal y de la comunicación y del diálogo, como pilares del matrimonio exitoso, los trataremos en los dos siguientes capítulos.

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Resumen En este capítulo destacamos la importancia real de la inteligencia emocional, de la madurez y la integridad de los esposos en el éxito de la familia. En la base de la estructura de un matrimonio exitoso ubicamos precisamente a la inteligencia emocional, sobre la cual hacemos descansar a los pilares que constituyen el resto de la estructura que le da solidez a la relación de largo plazo de los esposos. No menos importantes, los pilares que constituyen esta gran estructura son la misión y los valores compartidos, el amor conyugal y el diálogo, los cuales se soportan y se apoyan en la inteligencia emocional de los esposos. Es importante generar en las parejas de novios y esposos la conciencia de que al desarrollar su inteligencia emocional, además de tener la posibilidad de ser personas íntegras y maduras, tendrán el paso inicial para construir su matrimonio sobre bases más sólidas. La inteligencia emocional, como hemos visto, implica antes que otra cosa el autoconocimiento y el autodominio o autocontrol, que son los primeros pasos de la madurez; implica también la empatia, comprensión de la otra persona y de sus sentimientos (situación que en el matrimonio es una necesidad fundamental para la convivencia de largo plazo). Otras capacidades de la inteligencia emocional, como el automotivarse ante las depresiones, el optimismo, la cordialidad y simpatía en el trato entre los esposos; la capacidad para resolver sus problemas con actitudes de paciencia y prudencia; y sobre todo, el conocimiento y la comprensión del principal sentimiento de la relación matrimonial que es el amor, y una conducta congruente en los valores que éste implica; todas son capacidades sobre las cuales se cimienta toda la estructura matrimonial de largo plazo. Esta estructura, planteada en este capítulo como pilares del matrimonio exitoso, parte de compart i r propósitos y objetivos de trascendencia, como es el caso de la misión; de compartir ciertos valores fundamentales, de fortalecer y madurar su amor, para convertirlo en el amor conyugal que está al centro de su relación de pareja, y de establecer un proceso permanente de comunicación y diálogo, aspectos que abordaremos con detalle en los capítulos subsecuentes.

'ÉWl amar canyiigal ^ y, lúa valares que la áiiótentan v

Con los conceptos ya explicados en torno de las emociones, los sentimientos y la inteligencia emocional, podemos abordar al amor, procurando entenderlo con claridad, con algunas ideas que nos lleven más allá de las interpretaciones, en ocasiones simplistas, que frecuentemente encontramos acerca del amor. El amor entre un hombre y una mujer definitivamente parte de manifestaciones netamente emocionales, de la atracción, del gusto, de la admiración a la otra persona del sexo opuesto; del placer y las sensaciones que con él se relacionan; todas ellas, respuestas de carácter emocional, que al hacerse frecuentes y reiteradas, conducen a un sentimiento profundo y arraigado entre las dos personas; este es el sentimiento que denominamos amor. Observamos que cuando dos personas se aman profundamente, van de las sensaciones emocionales a las sensaciones que podríamos llamar espirituales; surge el romanticismo, las actitudes de entrega, comprensión y servicio; surge el cariño y los grandes detalles que lo nutren y alimentan, hasta el punto que cada día compartimos más de nuestro tiempo con la persona amada. Podemos observar con esta visión que el amor pasa de entrada de una etapa netamente emotiva, a una etapa afectiva, en la que el pensamiento traduce las emociones de la primera etapa, en una conducta más racional, en la que interviene la voluntad y que se caracteriza por actitudes hacia la persona amada, que son diferentes con respecto a las que asumimos con otras personas que no amamos. Es en esta segunda etapa o fase del amor que éste empieza a madurar, a hacerse más completo; pasa de las emociones a los sentimientos y se alimenta racionalmente de la admiración por otra persona, de las experiencias entre ambos; de un conocimiento más completo de su forma de ser, 69

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Cap. 5. El amor conyugal

Parte 2. La relación matrimonial

de sus gustos, aficiones, de sus intereses, de sus opiniones e ideología. En la segunda etapa, se complementa la fase emotiva con la fase afectiva; surgen los rasgos de cariño y amistad, llegándose por supuesto a un amor más maduro y completo desde la perspectiva humana. En esta segunda fase es cuando se puede dar la decisión libre y consciente de vivir juntos, de contraer matrimonio para formar una familia. Hasta esta fase ya se tiene un nivel de conocimiento y experiencia con respecto a la otra persona, suficiente como para predecir que con ella podremos llegar a la plenitud de una relación de largo plazo. En el final de esta fase, el amor nos lleva a aceptar al otro tal y como es; ya compartimos valores y un proyecto común de vida. Esta fase termina, entonces, desde nuestro planteamiento, con el inicio del matrimonio. Una vez con la experiencia de las dos fases anteriores, llegamos a una tercera etapa o fase del amor, que es la que nos lleva al concepto que denominamos amor conyugal. Éste es el amor entre los esposos; evoluciona a partir de las dos fases anteriores que, conviene aclarar, en sus rasgos principales no se pierden, dado que persisten las sensaciones emocionales de gusto y afecto; los rasgos sentimentales de cariño y amistad. Sin embargo, el conocer a la otra persona ahora es un proceso mucho más completo e integral, a tal grado que el amor es mucho más maduro, pues se nutre de la vida cotidiana y en ella es el centro de la interrelación entre los dos esposos. El conocernos plenamente nos lleva en la práctica a aceptarlo(a) tal como es; nos lleva a vivir el compromiso de entrega mutua de largo plazo; compartimos en la práctica valores y tenemos metas y objetivos comunes. Si realizáramos un ejercicio de conocimiento acerca de la persona amada, resultaría que la conocemos muy bien: su carácter y temperamento, sus valores e ideología, sus costumbres y hábitos, sus motivaciones e ideales. El hecho de conocernos bien es lo que nos ha llevado a pensar que podemos compartir toda nuestra vida con esa persona. Este es el principio en el que se alimenta el amor conyugal, que si bien ha pasado por las dos fases iniciales del amor, y estas dos fases siguen tan intensas como al principio, la relación ahora se compromete y evoluciona hacia un nivel de madurez, en el que intervienen la razón y la inteligencia emocional, para vivir en la congruencia de nuestras actitudes y sentimientos, una conducta direccionada en gran parte hacia nuestra pareja. La figura 5.1 muestra de manera sencilla cómo entendemos que el amor realmente evoluciona para llegar al amor conyugal.

I. Amor emotivo

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II. Amor

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afectivo

Sin embargo, tanto se ha escrito y se escucha todos los días acerca del amor, en canciones, poemas, en obras teatrales o cinematográficas, que a veces se distorsiona su significado real o se deja únicamente en la relación física, en la simple poesía o en el romanticismo (características de las dos primeras fases o etapas del proceso de maduración del amor). Veamos a continuación algunos ejemplos de la conceptualización del amor que de alguna manera fortalecen nuestra visión de lo que puede ser un amor maduro. Para Erich F r o m m : ' Amar es un arte. Dice que amar no es un efecto pasivo; es un estar continuado; puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. Según Luis Jorge González:

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El amor desborda la capacidad humana de conceptualización y de expresión verbal. El amor es impulso y sentimiento y libertad y don eterno que permite la entrega del yo al tú. En este sentido, el amor se orienta al tú y su contenido es el tú. Se revela como movimiento, como dinamismo y tendencia hacia el tú. Porque el amor contempla al tú como un valor insustituible en el contexto de la sociedad y del mundo; por lo mismo, capaz de dar sentido a la existencia del yo. Vemos que si bien el amor parte de las sensaciones emocionales para convertirse en un sentimiento que le da vida, que lo hace pasar de un carácter pasivo a su naturaleza activa, es precisamente un conjunto de conductas orientadas a la entrega y al servicio hacia la persona amada y que en mucho se pueden dar con facilidad, cuando se ha desarrollado la inteligencia emocional. La persona con inteligencia emocional, además de que conoce y domina sus emociones, logra el autodominio y con ello, racionaliza sus respuestas emocionales; también es altamente empática y comprensiva; maneja con inteligencia conductas orientadas a sostener relaciones interpersonales maduras y perdurables, por eso, una relación amorosa madura podrá ser fácilmente sostenida a partir de la inteligencia emocional. Y si la inteligencia emocional le da fortaleza al amor en sus fases i n i ciales hasta hacerlo madurar, el amor conyugal, ya entendido como el amor entre los esposos, también se fortalece y consolida a partir de la i n teligencia emocional. Su vigencia con la misma intensidad a través de los años se fundamenta además en un conjunto de valores, que en nuestra propuesta lo hacen totalmente tangible y perdurable. Hay que recordar ' E r i c h F r o m m , El arte de amar, Paidós, 1997. Luis Jorge González, Terapia para una sexualidad creativa, Castillo, México, 1992, pp. 141-156. 2

F i g u r a 5.1. Etapas hacia el amor conyugal.

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Parte 2. La relación matrimonial El amor c o n y u g a l , se fortalece c o n la inteligencia e m o c i o n a l a través de sus valores fundamentales

que nosotros propusimos en la definición de la inteligencia emocional a la capacidad de poner a los valores adelante de las respuestas emocionales; en el amor, esto es vital. El amor conyugal, más allá de las palabras y las definiciones, requiere continuas actitudes congruentes con sus valores fundamentales, que lo traduzcan en algo activo, en algo perceptible; que le den la congruencia en la relación cotidiana con su contenido conceptual, y que lo haga llegar al muy largo plazo, tan fuerte y puro como en la segunda fase, y sobre todo, con el mínimo desgaste. No se puede decir que exista amor entre dos esposos que no saben respetarse, que no se perdonan, que no son leales ni se comprenden. Por eso, el esquema que proponemos a continuación plantea precisamente cómo entendemos la estructura conceptual del amor conyugal, ligado y perceptible mediante valores fundamentales, que seguramente deberán ser parte de los valores compartidos de la pareja, pero que además, en su relación con las actitudes que los hacen perceptibles en términos de la conducta, se sustentan también en la inteligencia emocional de los esposos. Con esto se puede implicar, que si no se ha desarrollado un nivel importante de inteligencia emocional, en términos comunes de carácter y madurez, se corre el riesgo de que los valores no se traduzcan con efectividad en las actitudes esperadas. Y es que tal y como vimos en el capítulo anterior, el ser congruentes con respecto a los valores que hacemos nuestros, demanda atributos de madurez que están comprendidos en lo que venimos conociendo como inteligencia emocional. Así, el amor conyugal, por una parte, requiere apoyarse en valores fundamentales para prevalecer en el largo plazo de la relación matrimonial; los valores son como el oxígeno para una vela que encendida, ilumina la vida de los esposos y les impide caer en la oscuridad. Esta vela, que da la luz en el matrimonio, siempre debe estar encendida, no deberá apagarse, para ello, hay que cuidar que no le falte oxígeno. Ese oxígeno, ese aire puro, son los valores. Por otra parte, las actitudes derivadas de esos valores son las que hacen perceptible al amor conyugal; no serán las declaraciones y promesas, que quizá durante el noviazgo funcionaron, sino la congruencia de la conducta en torno de esos valores que hacen perceptible al amor conyugal. Actitudes de servicio, confianza, lealtad, perdón, respeto y comprensión demuestran al amor en la práctica, más que las palabras. El ser congruente con los valores del amor conyugal demanda, como hemos sostenido, autoconocimiento y autodominio, para conducirnos con actitudes como el respeto, la humildad y la apertura para perdonar. El suficiente autodominio nos permitirá además reencauzar nuestras energías emocionales para automotivarnos a resolver los problemas conyugales en los momentos en los cuales el matrimonio pudiese enfrentar alguna crisis. Demanda, por supuesto, la suficiente empatia para entender los sentimientos de nuestra pareja con el fin de manejar nuestras relaciones de manera positiva. Vemos con claridad que estos atributos de la inteligencia emocional, definitivamente, ayudan en mucho a sostener una conducta con-

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F i g u r a 5.2. Los valores del amor conyugal. gruente con respecto a los valores del amor conyugal, por eso, los mismos valores del amor, para traducirse en una conducta congruente, se fortalecen a partir de la inteligencia emocional. Veamos ahora con detenimiento cómo interpretamos la conducta congruente con los valores del amor conyugal, tomando como criterio fundamental los conceptos que sobre este particular ya hemos planteado. Cabe reiterar que el amor conyugal, sustentado en los valores que se plantean en la figura 5.2, se manifiesta en buenos sentimientos y actitudes, que como veremos a continuación, lo hacen perceptible sin necesidad de declararlo o declamarlo en m i l poesías. 3

Empatia y comprensión Iniciamos con este valor, por ser precisamente un atributo estructural de la inteligencia emocional. Ser comprensivo en la vida matrimonial parte de haber desarrollado una gran aptitud empática, que nos permita ver, escuchar y entender las emociones y los sentimientos de nuestra pareja, para comprender su origen y sus motivos y hacer el esfuerzo de compartirlos y justificarlos (como si fueran nuestros), con el fin de encontrar una solución compartida a cualquier discusión, problema o conflicto; también para darle retroalimentación y manifestarle nuestro amor y reconocimien3

Jorge A. Oriza V., Matrimonio con éxito, Trillas, México, 2003.

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Parte 2. La relación matrimonial

to en momentos de felicidad o éxitos, pues la empatia y la comprensión se demuestran en todo tipo de situaciones. Si bien, desarrollar una aptitud empática es parte de la inteligencia emocional en cualquier relación humana, en el matrimonio es indispensable por la relación de intimidad que existe entre los esposos y se tiene la gran ventaja para lograrlo, como ya lo hemos sostenido, porque existe el profundo sentimiento del amor. El amor auténtico, entre sus múltiples atributos de entrega y servicio, es comprensivo, pues tiene una actitud profunda de apertura hacia la persona amada. Por eso el amor lleva por sí mismo una predisposición a la comprensión y con el paso de los años, habiéndose desarrollado la aptitud empática y la inteligencia emocional, no obstante el desgaste natural de la relación, la comprensión retroalimenta al amor y lo hace perdurar. Por supuesto que la comprensión, más allá de la empatia, está relacionada con otros valores del amor conyugal y de la madurez del individuo, por ejemplo con la humildad y con el perdón, tal y como veremos más adelante. Realmente ser comprensivo demanda haber desarrollado una gran aptitud empática y tener un buen nivel de madurez. El ser humano por naturaleza es egoísta o egocentrista, difícilmente ve los motivos y las razones de los demás; tiende a minimizarlos y destaca las razones y los puntos de vista propios, por encima de los demás. Por eso la comprensión en el mat r i m o n i o conlleva un esfuerzo amoroso de renuncia a uno mismo, para poner adelante los motivos de la pareja, situación de congruencia con lo que es realmente el amor. El ser comprensivo en la vida cotidiana de los esposos implicará un esfuerzo permanente para entender y comprender: • Las necesidades de la pareja, sus deseos, las cosas que le agradan o le desagradan tanto en lo afectivo, en lo espiritual, en lo intelectual o en lo físico y material. • Sus intereses, sus objetivos y proyectos personales; sus motivaciones, preferencias y gustos específicos, personales. • Sus momentos difíciles, sus preocupaciones, sus angustias, sus malos ratos, sus penas o momentos de tristeza y sufrimiento, • Su forma de ser, su temperamento, sus defectos y limitaciones, esto sobre todo con el fin de aceptarla tal y como es. • Sus responsabilidades en su trabajo, en el hogar o en su actividad fuera de éste. Las preocupaciones, las tensiones y las angustias que se derivan de ellas Las actitudes de quien es comprensivo están orientadas a escuchar, a esforzarse por entender los puntos de vista del otro, por entender sus sentimientos, sus circunstancias y expectativas. Muchas otras cosas, en la circunstancia de cada pareja, se podrían agregar a estos conceptos, sobre todo si hablamos de que los valores se demuestran con actitudes congruentes de manera permanente. Sin embargo, la vida matrimonial difícilmente se podría resumir en unos pocos renglones. Lo importante es hacer un esfuerzo congruente, consistente, que permita tener las actitudes

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de apertura para ser comprensivos ante cualquier situación de la vida en pareja, ya que la comprensión además de ser un elemento de la inteligencia emocional, es un elemento estructural que hace palpable al amor y que por supuesto garantiza un largo camino de satisfacciones en el m a t r i monio.

Perdón y humildad El perdón y la humildad van tomados de la mano a lo largo de nuestra vida y son valores que están íntimamente ligados con la inteligencia emocional. No podemos desarrollar la capacidad de saber perdonar, si no hemos desarrollado un buen nivel de autoconocimiento, autodominio y empatia; además, no podemos perdonar si no somos lo suficientemente humildes. Ser humildes no significa ser apocado, acomplejado o considerarse menos que los demás; significa entender y aceptar de manera realista nuestra naturaleza humana, tal y como somos: un insignificante punto en el universo infinito. Somos, en ocasiones, débiles, cometemos errores, tomamos malas decisiones, somos víctimas de nuestras necesidades h u manas y, a la larga, acabaremos como parte del polvo que integra el ciclo de vida de nuestro planeta; así de pequeños. En fin, todos los seres h u manos tenemos realmente las mismas limitaciones y es difícil decir que somos más que otros. Sin embargo, no siempre vemos con objetividad esta realidad, pues frecuentemente tratamos de justificarnos cuando nosotros cometemos errores o evidenciamos nuestras limitaciones, y cuando éstas se presentan en los demás, somos duros e inflexibles. La vida cotidiana nos muestra ejemplos frecuentes de cómo tendemos, en principio, a culpar a otros, incluso a magnificar sus errores sin ocuparnos, por supuesto, de los nuestros. Pues bien, humildad es, como decíamos, reconocer nuestra naturaleza humana tal y cual es; no somos más que otros, y en el caso de nuestra pareja, no soy más que ella y tanto ella como yo tenemos muchas limitaciones. La humildad l i m i t a y se contrapone con la soberbia, el orgullo y la vanidad. La humildad se logra con el autodominio y el autocontrol que se desarrollan con la inteligencia emocional, pues estamos autolimitando nuestros sentimientos de orgullo o superioridad. Además, el tener a la h u m i l d a d como valor, nos lleva a esforzarnos a actuar con nuestra pareja como actuaríamos con nosotros mismos en cualquier problema o equivocación; es decir, justificarla, comprenderla, ser tan flexible con ella como lo somos con nosotros mismos, pues trataremos de ver primero sus necesidades antes que las nuestras. Así también, es importante entender que las equivocaciones o errores, además de ser parte de la naturaleza humana, son oportunidades de aprendizaje, pues esa es nuestra experiencia desde niños. A partir de nuestros tropiezos aprendimos a caminar o a andar en una bicicleta. Por eso, el esposo o esposa que actúa con humildad ve los errores, equivocaciones e incluso ofensas de su pareja con la humildad que lo lleva a tomar esas experien-

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cias como oportunidad de aprendizaje y crecimiento de su amor, antes de juzgarlos con dureza y rigor. Y es que la humildad es precisamente la puerta de entrada al perdón. El perdón, por otra parte, no implica necesariamente para quien lo solicita aceptar una culpa, humillarse u otorgar la razón al otro; para quien lo otorga, tampoco implica ser superior o no haber tenido parte de responsabilidad o culpa. Tendemos de entrada, y es lógico en los problemas h u manos, a establecer culpabilidad en la otra persona. Sin embargo, es conveniente ser conscientes que en la mayoría de los problemas humanos (particularmente en los que surgen entre los esposos), más que culpas, hay responsabilidades de ambos, de una u otra forma, y seguramente por nuestra naturaleza humana, también hay errores o equivocaciones derivados a veces de momentos de desesperación y enojo. Por eso, al reconocer nuestra naturaleza humana limitada, al ser humildes, estaremos en posibilidad de solicitar perdón o perdonar, en su caso. Perdonar es ante todo un proceso de reconciliación personal, de inteligencia emocional. Es tratar de asimilar las emociones negativas del disgusto, lograr el autodominio y procurar que afloren nuestros sentimientos y actitudes positivas, como la empatia y la comprensión, la apertura, la comunicación y la reconciliación. Quien perdona demuestra inteligencia emocional, pues no guarda sentimientos de rencor, por eso se siente bien internamente; él es en este sentido el principal beneficiado. Quien solicita perdón, demuestra humildad y madurez emocional al reconocer su responsabilidad en el problema, se disculpa si lastimó, molestó o afectó a la otra persona, y también se reconcilia consigo mismo. Claro que además de inteligencia emocional, para solicitar perdón se requiere desarrollar una actitud autocrítica, para ver nuestras limitaciones y aceptar que nos equivocamos. Ya mencionamos que en la relación de los esposos existe además una fuerza poderosa que facilita estas actitudes, y es el amor. Por amor se manifiestan, como se ve en el esquema, las actitudes de humildad, comprensión y respeto, con ellas, el perdón. Por amor aceptarnos a nuestra pareja tal y como es, con sus cualidades y defectos, y el perdón presupone precisamente que la aceptamos tal como es. Cuánto daño nos hacen internamente la soberbia, el orgullo o el rencor. Cuando en la pareja se deja pasar el tiempo, con este tipo de sentimientos y actitudes, se deteriora la relación amorosa. Por eso, con base en el mismo amor, haciendo un verdadero esfuerzo de autodominio, viendo hacia el futuro, más que hacia el pasado, con todo el interés de recobrar la confianza en la pareja, el perdón es una demostración de inteligencia emocional y madurez, y es uno de los valores que lo fortalecen y lo llevan al largo alcance.

Respeto El respeto es uno de los valores y conceptos más mencionados en nuestra sociedad, pero desafortunadamente de los que menos se practican

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en la realidad. Desde la Carta de Declaración de los Derechos Humanos de la O N U , hasta la Cumbre M u n d i a l sobre Desarrollo Social, celebrada en Copenhague en 1995, en donde se ratificó el compromiso de las naciones de: "Promover el pleno respeto de la dignidad humana y de la igualdad entre hombres y mujeres...", la humanidad ha venido ratificando en diversos foros la importancia de este valor para la convivencia entre los seres humanos. Sin embargo, cualquiera puede darse cuenta cuan pisoteado es, día con día, en todos los rincones del mundo, y desafortunadamente, cuan pisoteado en tantos y tantos matrimonios, en donde todavía se observan situaciones de machismo o de violencia, entre otras formas de falta de respeto a la dignidad de la persona. El respeto en el matrimonio parte precisamente de aceptar la igualdad de ambos, su dignidad como personas. Respetar es aceptar al otro en su circunstancia, en su dignidad y por tanto, su valor y sus derechos como persona; su derecho a ser feliz, como complemento en el matrimonio. Respetar la dignidad de la pareja en el matrimonio es no ofenderla o lastimarla; darle su lugar y reconocer su importancia fundamental en nuestra propia felicidad. El respeto puede entenderse como el no invadir el espacio vital de la otra persona; es decir, mis derechos, mis intereses y mis puntos de vista tienen su frontera o terminan en donde empieza la frontera de intereses, derechos y puntos de vista de la otra persona. Así entendido, el respeto se manifiesta en actitudes y detalles cotidianos; no tiene una aplicación simple, ni por supuesto, se queda en las simples declaraciones. Al respetar a nuestra pareja, estaremos hablando de: • Respetar sus creencias, convicciones e ideología; sus valores, p u n tos de vista y opiniones. Respetar su derecho a diferir de nuestros puntos de vista. • Respetar sus derechos humanos, civiles y su libertad; respetar sus legítimos intereses. • Respetar sus capacidades y limitaciones; su vocación, su carrera, ocupaciones y trabajo. • Respetar su forma de ser, su temperamento, sentimientos, hábitos y, en general, su personalidad, su i n t i m i d a d y privacidad. • Respetar nuestra relación matrimonial y todas las normas que giran en torno a ella. • Respetar a su familia y amistades. • Respetar sus gustos, aficiones y pasatiempos. • Respetar su cuerpo, forma de vestir y de arreglarse. • Respetar sus propiedades, bienes y pertenencias. • Respetar su tiempo. Puede verse que tan amplio es el alcance del respeto, que las actitudes del que respeta son todas congruentes en todos los ámbitos de la personalidad de los demás, y en este caso de su pareja. Los ejemplos que hemos planteado dan una idea de cuántos matices y circunstancias tiene el alean-

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ce de este valor, y cómo en contraparte, en cuántos aspectos solemos faltar al respeto de nuestra pareja. La vida cotidiana en el matrimonio, al paso de muchos años, tiene un sinnúmero de problemas y situaciones de conflicto, en las cuales es fácil perder el control y tener la tendencia de transgredir algunos de los elementos como los que mencionamos, por supuesto siempre justificados en la defensa de nuestros propios intereses. Por eso mencionamos que los valores del amor conyugal se manifiestan a través de la inteligencia emocional de la persona; es decir, en las situaciones de conflicto es cuando la inteligencia emocional nos ayuda a tener el autodominio que nos lleva a no perder los estribos y ser empáticos, comprensivos para entender la perspectiva del otro, dándose así, de manera automática, el respeto como una actitud que siempre le da su lugar, reconoce su individualidad, su dignidad e intereses particulares y coadyuva con ello a la solución de cualquier conflicto. Como está planteado en el esquema del amor conyugal, el soporte del respeto a la pareja en el matrimonio es el mismo amor; pero además, en contraparte, el amor se manifiesta con respeto, entre otros valores y actitudes. Es decir, el respeto se da en dos sentidos; nunca se debe perder el respeto en la pareja, para que el amor prevalezca, y por otra parte, el amor a ella se manifiesta, entre otras, con actitudes respetuosas y consistentes, como las que mencionamos.

El servicio El servicio es un valor fundamental del amor conyugal; se deriva de la esencia del amor que está en el dar. No podemos afirmar que amamos a nuestra pareja, si no traducimos ese amor en darle algo de nosotros, en entregarnos sin reservas, sin limitaciones. De esa profundidad y madurez del amor se hace presente el servicio, como la forma práctica de dar a nuestra pareja nuestro tiempo, nuestras atenciones; de darle todo lo que nos dé la satisfacción de sentir en los hechos la plenitud de nuestro amor, que está en el dar. Servir es precisamente dar algo conforme a las expectativas de a quién servimos. Esto implica que el servicio es una acción de dar sin l i m i taciones o condiciones, más que las que ponga la otra persona, conforme a sus expectativas. No obstante lo intangible que puede ser el servicio, como concepto, el matrimonio nos presenta un sinnúmero de oportunidades reales y concretas para servir a nuestra pareja, por ejemplo, en las labores del hogar; si los dos trabajan, seguramente existirán responsabilidades compartidas en las muy diversas tareas que se presentan en la operación normal de un hogar y, en cada labor que nos corresponda, estaremos sirviendo amorosamente a nuestra pareja. En las actividades propias de cada quien, en donde siempre existirán oportunidades de ayudar y apoyar a la pareja, y en muchas otras situaciones de la vida diaria, como por ejemplo, servirle el desayuno en la cama, acompañarle cuando va de

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compras, apoyarle en los compromisos familiares, en fin, siempre encontraremos oportunidades para manifestar el amor mediante el servicio. Una expresión popular dice muy atinadamente que el que no vive para servir, no sirve para vivir. Y es que el ser servicial es una actitud de disponibilidad y atención a los demás, que llena de satisfacciones las relaciones humanas; en el matrimonio, nos lleva a estar atentos, de manera natural y permanente, para ayudar a nuestra pareja, a ser cortés con ella, a buscar cotidianamente aquellos pequeños detalles en los que le podamos dar algo de nosotros; nos permite mostrar nuestro nivel de madurez y congruencia con nuestros valores y viene siendo también una actitud que demuestra inteligencia emocional, al mostrar también una aplicación práctica de la empatia y la comprensión, pues estaremos pendientes de percibir los sentimientos de la pareja y sus necesidades como si fueran propias, estando en consecuencia atentos para ayudarle a resolverlas. Al igual que los demás valores del amor conyugal, el servicio es un valor que tiene sentido para percibir tangiblemente al amor, siempre y cuando sea un valor compartido, en el cual ambos le encuentren el mismo significado, tanto en su concepto como en sus alcances, pues no se trata de llegar a los extremos de fomentar actitudes serviles o de sumisión total. Se trata de que cada uno, voluntaria y conscientemente, entienda y practique el valor del servicio como una muestra congruente del amor que se profesan, pues sólo en este caso, cuando ambos coinciden en el significado y alcance del servicio, que es esencia del amor que se profesan, el servicio viene a ser una muestra práctica y objetiva del amor conyugal, como decíamos, más allá de las palabras, de las poesías y de las promesas de amor eterno.

Lealtad y fidelidad La lealtad y la fidelidad tienen connotaciones similares, implican una actitud de respuesta congruente hacia personas o instituciones con las cuales existe un compromiso predeterminado. En el caso del matrimonio, donde existe una relación formal que se sustenta en el sentimiento del amor, que por supuesto nos llevó de manera libre y consciente a tomar la decisión de vivir con esa persona, para coadyuvar a su felicidad, también la lealtad y la fidelidad tienen esa misma connotación de congruencia y respeto a la institución matrimonial y a nuestra pareja. El ser leal o fiel implica ser consistente con nuestra pareja, no fallarle en lo que ella espera de nosotros, ni traicionar el amor que le profesamos con actitudes que demuestren precisamente que actuamos como si no la amáramos. Y es que la lealtad y la fidelidad no se dan únicamente en el aspecto físico; se dan con respecto a los valores del amor conyugal, cuando actuamos de manera congruente con respecto a ellos. Por lealtad, respetamos a nuestra pareja y a nuestro matrimonio, respetamos las normas de convivencia que implica la relación matrimonial y, como decíamos, somos congruentes con los valores de nuestro amor.

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Ser leal, en ocasiones, se asocia con ser agradecido, y es que si somos leales, somos conscientes de todo lo que nuestra pareja ha hecho por nuestra felicidad, no nada más en lo físico, sino también en lo que podríamos llamar espiritual, en aquello que nos ha llevado a la plenitud y equilibrio como seres humanos, y eso nos lleva (nos demanda) a ser agradecidos. Por lo general, no sabemos ser agradecidos, pensamos que los demás tienen la obligación de hacer cosas por nosotros y difícilmente les mostramos agradecimiento; sin embargo, deberíamos ser agradecidos con nuestros padres, con nuestra escuela y maestros, con la misma sociedad, que, no obstante tantos problemas que observamos, nos ha dado los elementos para crecer y ser quienes ahora somos. Ser agradecidos es reconocer lo que otros hacen por nosotros y hacérselos notar con actitudes sinceras y honestas. Con nuestra pareja, con mucha mayor razón, pues como decíamos, aceptó vivir con nosotros para coadyuvar a nuestra felicidad, y se ha dado a nosotros en cuerpo y alma, no obstante sus l i m i t a ciones y posibles defectos. Es por ello que la lealtad y la fidelidad pueden encontrar un buen soporte en una actitud honesta de agradecimiento, aunque su sustento importante está en la congruencia y el respeto al compromiso que hemos contraído y al amor conyugal que profesamos a la pareja. Conviene aclarar que al igual que los demás valores del amor conyugal, la lealtad y la fidelidad se soportan o se dan a partir de la inteligencia emocional. Es decir, se requiere hacer uso de nuestra inteligencia emocional para adoptar actitudes de lealtad y fidelidad. Esto se explica, pues la mayor parte de las actitudes de infidelidad y deslealtad surgen de reacciones emocionales, en las cuales no mostramos el autodominio o el cont r o l de nuestras emociones que nos demanda la inteligencia emocional. Pongamos un ejemplo: fidelidad, en el caso del matrimonio, frecuentemente se asocia con la relación física. Y no obstante que, como decíamos, el aspecto físico o sexual sólo es uno de los aspectos en los que se muestran la lealtad y la fidelidad, realmente tiene una amplia relación con los aspectos emocionales y, por supuesto, con la inteligencia emocional. Cuando la atracción hacia otra persona que no sea nuestra pareja desata en nosotros emociones de afecto, de gusto o incluso de pasión, ésta es una respuesta natural de nuestro organismo, al igual que con cualquier otra emoción, ya sea de ira o temor, por ejemplo. Lo importante es conocernos bien a nosotros mismos, para identificar y aceptar estas emociones, y lograr el autodominio; para canalizarlas de manera que no afecten a nuestro matrimonio ni nos hagan caer en una situación de infidelidad o más adelante en una crisis matrimonial de complejas consecuencias. La inteligencia emocional, tal y como se describió en el capítulo 2, es realmente importante como sustento de la fidelidad, vista en el sentido físico y cada día es más necesaria en los matrimonios de hoy día, si tomamos en cuenta que las circunstancias en las cuales se da la relación matrimonial ya son diferentes de las de las generaciones anteriores. En la actualidad, es común que los dos esposos trabajen y por lo mismo, sostengan diversas relaciones de trato con otras personas del sexo opuesto. Si además le agregamos la influencia de los medios de comunicación para

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distorsionar los valores que giran en torno de la sexualidad, las presiones que ambos cónyuges tienen para ser infieles son mucho mayores que en décadas anteriores. Por eso es fundamental sustentar el amor conyugal en valores compartidos, y éstos a su vez en la inteligencia emocional, pues sólo así, siendo personas maduras y amorosas y compartiendo los mismos valores, los esposos podrán lograr que su relación dure por muchos años, superando los diversos problemas emocionales que de manera natural enfrenten.

Verdad y honestidad Al igual que en los otros valores del amor conyugal, en la honestidad y en la verdad hay similitudes importantes e interrelaciones entre ellos, sobre todo cuando los aterrizamos en la práctica. Antes de mostrar su i m portancia en el matrimonio, haremos una breve reflexión acerca del significado de estos valores y los conceptos que los sustentan. De hecho, la verdad es un concepto filosófico, del cual la historia de la humanidad demuestra importantes intentos o corrientes para abordarlo; sin embargo, nosotros abordaremos este valor en un sentido práctico y con la sencillez de nuestras limitaciones, pero sobre todo, porque entre más sencillo y comprensible sea, más fácil es de aplicarse. Por eso no nos referiremos a la verdad absoluta o a la verdad existencial, ya que en ella la fe cobra una función importante, y nosotros respetamos las creencias de cada quien. Nos referiremos de inicio a la verdad aplicada a la vida cotidiana, como rodo aquello objetivamente válido y demostrable por medios sencillos, que es aceptado por razones bien sustentadas y por los hechos en los que se manifiesta. También nos referiremos a la apertura hacia la verdad, como esa actitud tan necesaria en las personas modernas (en las personas del tercer milenio) de siempre tener abierta la mente para encontrar las ideas y soluciones, que objetiva y racionalmente sean válidas y verdaderas, bajo el concepto de verdad anteriormente citado. Es decir, una persona con apertura hacia la verdad no es una persona necia, irracional o incluso dogmática; le gusta razonar las cosas, encontrar sus significados y se abre permanentemente a encontrar la verdad o lo verdadero, en donde quiera que se encuentre, no obstante que se aparte de su idea inicial. La verdad se opone a la necedad y se apoya en el principio que llamamos de la provisionalidad, que dice que la idea que tengo es provisionalmente válida, mientras no me demuestren objetivamente con otra idea lo contrario. La actitud abierta hacia la verdad es el primer paso de la honestidad, pues una persona que siempre se apoya en la verdad y no se aparta de ella es realmente honesta. Si bien la honestidad frecuentemente se refiere a no tomar cosas ajenas o a no infringir las leyes, nosotros la llevaremos, además, a actuar con apego a la verdad y a la congruencia con los valores fundamentales. Así, una persona honesta, siempre se apoya en lo verdadero, de hecho lo bus-

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ca, es realista y además, es congruente con aquellos valores que dice son suyos; por supuesto, no infringe las normas o leyes, no toma nada que no sea suyo, no afecta o lastima a los demás, no miente, cumple lo que se espera de él y, por supuesto, siempre da su lugar a los demás, reconoce sus equivocaciones y da la razón a quien la tiene. Este preámbulo acerca de los conceptos de la verdad y la honestidad es necesario, pues la relación matrimonial en el largo plazo enfrenta un sinnúmero de situaciones y problemas que exigen que el amor conyugal se muestre con base en la honestidad y la verdad. Si los esposos toman en serio estos valores y generan de manera consciente actitudes siempre abiertas a la verdad y a la honestidad, cualquier problema que enfrenten podrá tener solución, por difícil o complejo que sea. Y es que al apoyar el amor conyugal en la inteligencia emocional, se facilita o se tiene claridad con respecto a la necesidad de controlar las emociones y sentimientos para no permitir que las reacciones emocionales nos impidan razonar y dialogar, para encontrar lo verdadero o tomar las decisiones correctas para resolver los conflictos. Evidentemente, no se mentirán ni ocultarán información, pues la mentira es un desapego abierto de la verdad y les impedirá comprender con la integridad necesaria la naturaleza del problema, para encontrar las mejores soluciones; además, la mentira acaba con la confianza y, por tanto, acaba también con el amor conyugal, que se sustenta en todos estos valores. Como decíamos, los valores del amor se interrelacionan; la verdad va asociada con la confianza, y el perdón, como valor, nos ayudará a reconocer nuestra naturaleza humana, para reconocer cuando nos equivocamos o se equivoca nuestra pareja, y ambos, confianza y perdón, junto con respeto, verdad y honestidad, seguramente serán elementos fundamentales para resolver cualquier problema. Y también, por eso, es importante ser congruente y apoyar en esa congruencia (que se sostiene en la inteligencia emocional), la solución de los problemas y conflictos matrimoniales. Finalmente, la honestidad como valor del amor conyugal supone claridad, apertura a la verdad, transparencia y rectitud en el manejo de los problemas conyugales y en la administración de los bienes materiales del hogar, los cuales más que fines por sí mismos, deben ser vistos como los medios que ambos comparten para construir su felicidad.

Confianza La confianza es un valor del amor conyugal porque está en la base de la relación de los esposos; la confianza es creer con seguridad y sin l i m i t a ciones en nuestra pareja. Nace de los años de conocimiento y aceptación, por eso, madura con el mismo amor conyugal y, al igual que el amor conyugal, es como una planta que hay que regar todos los días, para que crezca y no se marchite. Varios son los elementos que construyen la confianza, por ejemplo, el ser auténticos y honestos, ser leales y fieles, ser transparentes, sinceros y

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abiertos a la verdad. Con esto, reiteramos que la confianza se va construyendo paulatinamente desde que la pareja inicia su relación, pues sin conocimiento, no se podría otorgar por definición. La confianza se da en principio en dos sentidos: • Primero, de mí hacia mi pareja. Supone que debo confiar en ella, pues si la conozco desde hace mucho tiempo, y me casé con ella por un amor que se sustentó en una decisión libre y consciente, y si además no me ha dado motivos de deslealtad en ningún sentido, es más que claro que debo confiar en ella con los ojos cerrados. Y por esa confianza, me debo abrir a ella sin ninguna restricción, debo mostrarme siempre ante ella con autenticidad, debo decirle siempre lo que pienso en cualquier circunstancia y, por supuesto, con respeto; puedo confiarle mis más íntimos anhelos y sentimientos y le debo abrir mi corazón con plenitud; en fin, al merecerse toda mi confianza, no habrá nada, ningún asunto, tema o información que no pueda compartir con ella. • Segundo, de mi pareja hacia mí. Para tener y sostener la confianza de mi pareja hacia mí, supone un esfuerzo permanente de congruencia y honestidad, de sinceridad y responsabilidad, para ganármela (su confianza) día con día; debo ser permanentemente congruente con mis valores, para merecer todos los días su confianza. Esa confianza la construí desde que la empecé a conocer y ella a mí; me ha costado mucho construirla y por eso, debo esforzarme todos los días en sostenerla, en no traicionarla, con mi conducta congruente. Así, la confianza pasa a una tercera dimensión que es la confianza del nosotros; es la confianza que se alimenta del amor de la pareja y además lo retroalimenta permanentemente; es la confianza que le da profundidad y fortaleza al amor conyugal, en los momentos más importantes de la vida matrimonial. Al igual que los demás valores del amor conyugal, la confianza permite observar en la congruencia a este amor el cual se apoya de manera importante en la inteligencia emocional. La confianza facilita el manejo de las emociones y de los sentimientos entre la pareja; facilita el entendimiento mutuo y la posibilidad de automotivarse ante las depresiones derivadas de los conflictos sentimentales, para lograr el manejo adecuado de los problemas conyugales. En este sentido, como decíamos, hay que luchar permanentemente por ganarnos la confianza de nuestra pareja, pues al igual que el respeto, cuando la confianza se pierde, se resquebraja estructuralmente el amor de la pareja.

Responsabilidad En el sentido más sencillo de su significado, responsabilidad implica responder a lo que se espera de nosotros. Una persona responsable, siem-

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Parle 2. La relación matrimonial

pre hace lo que debe hacer e incluso se esmera en hacerlo lo mejor posible, en cualquier ámbito. Una persona responsable es cumplida, respetuosa de los demás y de las normas, y siempre se esmera en hacer las cosas de la mejor forma. La responsabilidad en el matrimonio es un valor del amor conyugal porque supone el cumplimiento de nuestras obligaciones con nuestra pareja y en el hogar. Es decir, si nos comprometimos a hacerla feliz en cualquier circunstancia de prosperidad o adversidad, deberemos siempre esmerarnos en cumplirlo. Si somos responsables, nos esmeraremos en cumplir la misión de nuestro matrimonio; cumplir con los valores que compartimos con nuestra pareja; c u m p l i r en nuestro trabajo, para facilitar la estabilidad de nuestro hogar; cumplir con todos nuestros compromisos y obligaciones; asumir con efectividad y atingencia las funciones que en nuestra organización familiar hayamos acordado. Es decir, hacer todo lo que mi pareja y las personas con las que ambos nos hemos relacionado esperan de mí. Son tantas las muestras de irresponsabilidad en la vida común, por pequeñas que sean, que realmente no deberíamos subestimar la importancia de este valor en el matrimonio, porque lo que sí es seguro es que por situaciones de irresponsabilidad muchos matrimonios han fracasado. La responsabilidad es precisamente uno de los valores que además de su relación con la estabilidad del amor de la pareja, tiene relación con otros factores más allá de su relación personal: la responsabilidad de la familia ante la sociedad; la responsabilidad como padres, ante los hijos (es el mismo concepto de paternidad responsable, de tener únicamente los hijos a los que se les pueda dar una educación integral, en todas sus necesidades ya sea materiales, afectivas, espirituales, de desarrollo humano y de autorrealización). Sin embargo, por su importancia en los objetivos de trascendencia de la pareja, en el capítulo 7 abordaremos con mayor amplitud este tema. Baste únicamente reiterar que la responsabilidad, al igual que los demás valores del amor conyugal, hacen perceptible al amor de la pareja en hechos y detalles concretos, más allá de las declaraciones o palabras bonitas.

Resumen En este capítulo pretendí llevarlos a una reflexión más completa de lo que es el amor en el matrimonio. Al amor en el matrimonio lo hemos llamado amor conyugal y lo fundamentamos en un conjunto de valores que lo hacen tangible, que lo llevan de la teoría o de las menciones románticas, a los hechos cotidianos, a la congruencia de la conducta que sustenta sus actitudes y sentimientos, en sólidos valores fundamentales. Hemos planteado que el que ama muestra y madura su sentimiento de amor, en actitudes congruentes de servicio, de respeto y humildad, comprensión y perdón, de lealtad y confianza, de honestidad y responsabilidad. Toda esta conducta de actitudes y sentimientos congruentes con los valores del amor conyugal debe apoyarse en la inteligencia emocional, por

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ser ésta una competencia que deben desarrollar los esposos que construyen los matrimonios de hoy día y las familias del tercer milenio, pues les facilita el autodominio y el control de sus sentimientos, así como la comprensión de los sentimientos de su pareja, que es la base para darle congruencia en la práctica al amor entre los esposos. Los esposos con i n t e l i gencia emocional tienen la suficiente madurez e integridad para sostener una relación sólida y estable, en la que puedan resolver todas las situaciones que la vida cotidiana presenta, ya sea de problemas intrascendentes o conflictos mayores; situaciones en torno a sus grandes proyectos, en las relaciones con los amigos y las familias de ambos, la relacionada con el desarrollo profesional de ambos, con el desarrollo integral de sus hijos o también con la función que su familia desempeñará en la sociedad, viéndola, incluso, como factor de cambio para ese mundo mejor al que todos aspiramos. Conviene recordar los retos que revisamos en el capítulo 3, que enfrentan los matrimonios de hoy día. Esos importantes retos, que difícilmente podrían tener las familias de décadas anteriores, requieren nuevas capacidades. Hoy día, es importante tener conciencia de que para const r u i r una familia sólida y estable se requieren más capacidades que las que tuvieron nuestros ancestros, como es el caso de la inteligencia emocional. También se requiere, al igual que siempre, el apego a valores sólidos. El amor en el matrimonio (o amor conyugal) es el centro de la relación entre los esposos y debe hacerse visible, en una conducta congruente en los valores que proponemos para el amor conyugal. Esa conducta de congruencia requiere el esfuerzo cotidiano, el interés manifiesto de los cónyuges; para ello, es importante que desarrollen su inteligencia emocional, pues ésta les ayudará a lograr los propósitos compartidos de su matrimonio; les ayudará a tener una familia sólida, cimentada a la vez en valores sólidos, que podrán insertarse en su época como factor de cambio, además de aportar a la sociedad del tercer milenio los individuos que demanda conforme a las circunstancias actuales y por venir. En el capítulo 4 también reflexionamos en la necesidad de que los matrimonios construyan su propio marco de valores compartidos. En este capítulo propongo un conjunto específico de valores fundamentales, que le dan vida práctica al amor conyugal y que lo hacen perceptible en la realidad. En ambos casos son los valores que hagan suyos los que se traducirán en las conductas apropiadas para el éxito de su amor y su m a t r i monio. En ambos casos, lo que sí es importante es que desarrollen su inteligencia emocional, para ser unas personas que tengan el autodominio suficiente que les permita a la vez ser congruentes con los valores que compartan.

En los capítulos anteriores explicamos la importancia que tiene en matrimonio la inteligencia emocional; vimos qué tan importante es qu los esposos desarrollen las capacidades de la inteligencia emocional, par ser altamente congruentes con sus valores compartidos y para hacer rea lidad los valores del amor conyugal, y así, lograr un matrimonio exitos Seguramente, cada vez que mencionamos la necesidad de desarrollar la capacidades de la inteligencia emocional, los esposos se preguntarán co razón ¿y cómo desarrollamos esas capacidades? Pues bien, al igual que proceso de madurez del individuo (concepto que explicamos en el capítu lo 2), la inteligencia emocional no se desarrolla rápidamente, sobre tod si el individuo tiene un temperamento fuerte que le ha limitado alcanza su madurez como persona.

El dominar nuestras emociones suele ser un proceso que en alguno casos dura toda la vida. Hay individuos que nunca logran ser empáticos n comprensivos, pues además de requerir el desarrollo de diversas aptitu des, requiere la convicción que llevan implícitos los valores, como los qu explicamos de la comprensión y el respeto; al ser un proceso relacionad con la voluntad y con la persistencia, pues seguramente hay individuo que al no compartir este valor, nunca tienen la voluntad para ser empát cos y comprensivos. Sin embargo, es importante para hablar de comunicación y diálog entender que existen diversas áreas de oportunidad para que los esposo hagan conciencia de la importancia de los elementos que sustentan la i n teligencia emocional, y tener la voluntad que demandan los esfuerzos d superación, para desarrollar estas capacidades y aptitudes. Como en todo los retos que nos presenta la vida, se requiere antes que nada much

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fuerza de voluntad y una disciplina personal orientada a lograr los objetivos que nos establecemos; ser persistentes será también una v i r t u d necesaria para lograrlo, ya que, como decíamos, es un proceso que puede llevarnos toda la vida, y lo importante es mantener siempre nuestra disposición para lograrlo. En este capítulo hablaremos de una aptitud que, una vez desarrollada, favorece el desarrollo de la inteligencia emocional; y lograrla es ya de por sí un atributo que bien podríamos ubicar dentro de los muchos atributos de la inteligencia emocional. Iniciaremos con algunas reflexiones acerca de lo que es la comunicación interpersonal y a continuación explicaremos cómo se entiende el diálogo, subrayando que la capacidad para saber dialogar es, en mucho, una aptitud de inteligencia emocional, pues uno de los atributos fundamentales de la inteligencia emocional es la empatia, y para lograr desarrollar esta capacidad es importante saber escuchar. Pues bien, el saber escuchar es parte de las habilidades necesarias en la comunicación interpersonal y en el diálogo, por eso, al aprenderlas estaremos dando un paso importante hacia la inteligencia emocional. El diálogo es uno de los pilares del m a t r i m o n i o exitoso, pues es la herramienta y el medio para establecer los procesos de comunicación profunda que demandan las relaciones interpersonales y concretamente, la intensa relación humana que se da en el matrimonio. Abundemos a continuación sobre este tema. F i g u r a 6.1. Proceso de comunicación interpersonal.

Comunicación humana La comunicación humana podríamos ubicarla concretamente en el concepto de la comunicación interpersonal, ya que se realiza esencialmente entre dos o más personas, siendo esta la principal forma de comunicación de entre las diversas formas que existen. La palabra comunicación tiene su origen en el latín communis que significa común. Desde su o r i gen, la palabra comunicación nos da la idea de hacer común algo, ya sean ideas, información o sentimientos entre dos o más personas. Por eso, en el matrimonio la comunicación en sí cobra importancia ya que los esposos hacen común su amor, sus sentimientos, sus alegrías y satisfacciones, sus preocupaciones, sus valores, sus objetivos, sus planes y presupuestos, etc. Toda su vida de casados, en general, es una vida en común y, por tanto, toda la vida matrimonial está configurada y soportada por diversos procesos de comunicación. La figura 6.1 muestra objetivamente los elementos principales que i n tervienen en un proceso de comunicación entre dos personas: el trasmisor es quien genera la idea y la información; quien la recibe se denomina receptor. El mensaje es el que contiene la información que se comunica, y es obvio decir que los símbolos que lo constituyen en una codificación es1

' Fernández Collado-Gordon Dankhe, La comunicación humana, ciencia social,

McGraw-Hill,

1984.

pecífica (como es el lenguaje hablado o escrito) deben ser entendidos por ambos, para que se dé el proceso de comunicación. Es decir, si hablaran lenguas diferentes no se entenderían los mensajes y entonces sería necesario utilizar otros símbolos, quizá por señales o gráficos. La retroalimentación es la información que el receptor envía al trasmisor para indicarle si recibió o entendió el mensaje. Como decíamos, el proceso de comunicación entre los esposos es más complejo que el simple lenguaje hablado; los sentimientos se comunican de diversas formas, a veces con expresiones o actitudes. Las actitudes, sobre todo, comunican mucho y si bien deberían explicarse por lenguaje hablado, en ocasiones son el principal elemento que comunica los sentimientos y nuestros pensamientos; por eso, las actitudes como elementos puramente conductuales son sujetas de ser interpretadas como punto de partida para abrir otro proceso de comunicación más claro. El lenguaje de las actitudes, de las muestras emocionales y el lenguaje corporal suelen ubicarse en la denominada comunicación no verbal, mediante la cual los especialistas nos dicen que se trasmite una gran mayoría de la información en la comunicación interpersonal. El amor conyugal se comunica, como planteamos en el capítulo anterior, más que con palabras o declaraciones poéticas, con las actitudes que se derivan de los valores del amor conyugal. Como proceso de comunicación, el amor lleva implícitos diversos significados y mensajes, y re-

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quiere, por supuesto, un proceso de retroalimentación, el cual le da fortaleza y lo lleva a su continuidad ilimitada en el tiempo. Todos los valores fundamentales, sus valores compartidos y los valores del amor conyugal se comunican con actitudes, con el ejemplo, con la actuación cotidiana. La conducta congruente que expresemos con respecto a nuestros valores se convierte en la esencia del mensaje de este tipo de comunicación. La comunicación es, entonces, la forma en la cual se da la gran mayoría de las interrelaciones de las personas y, por supuesto, en el caso del matrimonio, entre los esposos. Por eso es muy importante que exista un proceso de comunicación profundo en los elementos sustantivos de la relación matrimonial; un proceso claro, objetivo y de calidad entre los esposos. Esta necesidad, la profundidad que debe haber en la comunicación entre los esposos, es la que nos lleva al concepto del diálogo. El diálogo es un proceso de comunicación verbal, superior y profundo. Según Peter M. Sengue, la palabra diálogo viene del griego diálogos, en donde dia significa "a través de" y logos significa "palabra" o más ampliamente, "sentido". Nos dice que es un concepto muy antiguo, que se refiere al libre flujo del significado a través de las personas; que el propósito del diálogo consiste en trascender a la comprensión de un solo individuo. En un diálogo no intentamos ganar, todos ganamos si lo hacemos correctamente. Así, el diálogo en el matrimonio es el proceso de comunicación profunda entre los esposos, que los lleva a abrir sus corazones para fortalecer su amor conyugal; para compartir y comprender sus sentimientos; para asegurarse que su amor se comunica con profundidad, intensidad y congruencia. Para buscar la toma de decisiones compartida y la solución a cualquier problema; para alcanzar las grandes metas que ambos se fijen; para llevar su relación de un tú o un yo, a un nosotros, que los lleve a estar siempre pendientes de su pareja; para coadyuvar a su felicidad. El diálogo les permitirá mantener un continuo acercamiento a su pareja; les permitirá seguir conociéndola más y más, todos los días, y fortaleciendo su relación con base en ello. Por sus características, el diálogo demanda haber desarrollado algunas capacidades de inteligencia emocional o de madurez, pues al ser un elemento que entre otras cosas ayuda a la construcción de proyectos y metas, al alcance de consensos y acuerdos para la solución de problemas y conflictos, requiere previamente el autodominio, para que ya existiendo el suficiente control personal de nuestras emociones y sentimientos, se pueda iniciar el proceso de diálogo. Por otra parte, el diálogo también les permitirá seguir desarrollando su inteligencia emocional, pues los ejercitará en ser empáticos, ya que como veremos más adelante, el saber escuchar empáticamente, el escuchar los sentimientos del otro, es un atributo fundamental del proceso de diálogo. El saber practicar el diálogo ayuda en mucho a evitar discusiones acaloradas o estériles, las cuales suelen darse con cierta frecuencia en la relación cotidiana entre los esposos, por las 2

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Peter M . Senge, La quinta disciplina, Garnica-Vergara, 1990.

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situaciones normales de estrés y de presión en las que se desenvuelve cualquier matrimonio en la actualidad. Dialogar en estos casos no es fácil. Seguramente existirán situaciones con una alta influencia de las emociones de ira, enojo o de coraje, en las que la tendencia a la discusión e incluso a las actitudes violentas inhibe de entrada la posibilidad de diálogo. Como decíamos, en estos casos el desarrollo de la inteligencia emocional cobra vital importancia para canalizar adecuadamente las emociones propias, para controlarlas, buscando, por ejemplo, diferir el diálogo para cuando estemos ya controlados, más t r a n quilos y entonces asumir mejores actitudes para dialogar. Por ello, para que realmente el diálogo funcione y sea una herramienta importante, entre otras cosas para la solución de problemas, proponemos a continuación un conjunto de atributos y actitudes que se deben adoptar, que pueden tomar los esposos como reglas, para dialogar adecuadamente. En el caso de las actitudes que proponemos, ya hemos aclarado que son elementos de la conducta que sugieren la influencia de la voluntad y, por ello, pueden irse incorporando en nuestra conducta gradualmente. La primera actitud que debe darse para que exista el diálogo es el interés, la voluntad de ambos para querer dialogar, pues como es lógico, si alguno de los dos o incluso los dos, no tienen interés o deseo de dialogar, por supuesto que no habrá diálogo. Un paso de control personal de emociones antecederá en ocasiones al diálogo, pues ya controlado y superado el momento de tensión, podrá surgir la voluntad para dialogar. Por más obvio que parezca, existen personas que simplemente no creen en el diálogo o en algunos casos, no siempre tienen deseos de dialogar, por lo que recalcamos que si no existe interés para dialogar, no se podrá dar el diálogo con sus beneficios y alcances. Una vez hecha esta aclaración, revisemos las reglas y las actitudes para que exista el diálogo: 1. El l u g a r y el m o m e n t o a d e c u a d o . Si existe el interés de ambos para dialogar, es importante que el diálogo se dé en el ambiente adecuado para que exista ese libre flujo de ideas, que en muchas ocasiones surgen de lo más profundo de nuestros pensamientos y sentimientos. Deberá ser un lugar que garantice la privacidad, que no esté sujeto a interrupciones o a ruidos que l i m i t e n la posibilidad de escuchar con claridad; que sea propicio para la reflexión y el intercambio profundo de ideas. Por esa misma razón, el momento deberá también escogerse con oportunidad, pues el diálogo requiere el tiempo suficiente para el intercambio y el libre flujo de ideas. Cuando se da un diálogo con todos sus atributos y alcances, no debe existir la limitación del tiempo, ya que como veremos más adelante, se deberá llegar a conclusiones, que son la parte que cierra todo el proceso del diálogo, más allá de una comunicación interpersonal normal. Seguramente habrá ocasiones en las que el momento no sea adecuado ni oportuno para dialogar, estas ocasiones habrá que identificarlas en el momento, y en su caso diferir el diálogo para cuando los dos puedan tener la disposición y tiempo suficiente. Cuando, por ejemplo, existen condiciones de disgusto o cuando alguno de los dos o los dos están claramente alterados, son

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momentos en los que la persona está dominada por sus emociones, las cuales le inhiben la capacidad de pensar con claridad. Goleman identifica estos momentos como asaltos emocionales, en los cuales, entre otros aspectos, el individuo está sumamente alterado y se incrementan notoriamente el r i t m o cardiaco y las pulsaciones. En estas ocasiones es indispensable serenarse y, por supuesto, darse el tiempo para ello; un cambio de actividad, una distracción o un espacio de cuando menos 20 minutos permiten disminuir la intensidad de las emociones. Se recomiendan técnicas de relajación o ejercicios deportivos para disminuir la tensión emocional, pero lo importante de todo esto es que se comprenda que en ese momento más que diálogo, se llegará a una discusión o a un pleito mayor. Como decíamos, el diálogo requiere toda la disposición, ambientación y tiempo, para que entonces exista ese intercambio profundo, ese libre flujo de ideas que nos lleven a la solución de problemas o a la toma de decisiones asertiva, por más complejo que en ocasiones esto parezca; t a m bién para que nos permita el intercambio de experiencias, de sentimientos, conceptos e ideas, satisfacciones e ideales. 2. A s u m i r actitudes favorables. Como mencioné líneas arriba, el diálogo es un proceso que se da por voluntad. Las actitudes son elementos trascendentes para la comunicación humana y es importante adoptar una conducta adecuada para dialogar, para lo cual sugerimos que se asuman las siguientes actitudes que realmente favorecen el diálogo, y hacen que éste no se quede en un proceso de comunicación interpersonal simple o limitado, sólo movido por buenos deseos, pero con actitudes incongruentes. a) Confianza y apertura. El diálogo conyugal o diálogo de los esposos está inmerso en la relación amorosa de la pareja, situación que lo hace diferente de cualquier otro proceso de diálogo. Por eso, en el marco del amor conyugal es condición indispensable que exista una total apertura que se apoye en la confianza que existe entre ambos, la cual, como vimos, es un valor del amor conyugal. La apertura nace de manera natural del amor; es una disposición voluntaria para mostrarnos como somos, para abrir nuestra mente y nuestro corazón a nuestra pareja, para confesarle lo que sentimos, lo que nos motiva, lo que nos preocupa o molesta. La confianza, por otra parte, se ha venido construyendo mediante su relación matrimonial y es un soporte importante del amor conyugal; con base en la confianza, no deberán existir limitaciones o restricciones para confesar nuestras experiencias y puntos de vista, nuestros sentimientos o nuestros más profundos pensamientos a la persona que amamos y con la que compartimos nuestra vida; la persona con la que nos comprometimos a hacerla feliz. Ligadas a la confianza y a esa apertura, están la sinceridad y la autenticidad. Debemos decir con toda honestidad lo que pensamos, sin ocultar ideas o información, pensamientos o sentimientos, ya que todo es importante en el libre flujo de ideas que implica el dialogar para resolver el problema o enriquecer el tema del que estamos hablando. No debemos adoptar posiciones o, como suele decirse, poses que no sean sinceras y honestas; tampoco debemos ponernos limitaciones o

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restricciones interiores, para abrir nuestro corazón a nuestra pareja en el proceso de diálogo, pues entonces sería lógico que en alguna ocasión ella nos hiciese el comentario: ¿cómo te puedo comprender, si no me dices lo que piensas, lo que sientes? Es decir, la apertura es la llave para que se dé en la otra parte la comprensión, ambos elementos enriquecedores del diálogo. b) Saber expresarse y ser objetivo. Este aspecto del diálogo es de entrada un atributo para una buena comunicación; lo incluimos como actit u d , fundamentalmente porque requiere el interés y la voluntad de cada uno para expresarse adecuadamente con claridad y objetividad; aunque con la práctica, también se convierte a la larga en una habilidad. Habrá ocasiones en las que pensamos que ya dijimos lo que era suficiente o necesario, pero suele suceder que nuestro interlocutor no entendió con claridad. Por eso es indispensable que en un proceso de diálogo hablemos con claridad y objetividad, sin caer en abstracciones o subjetividades y siendo cuidadosos de emitir razones, hechos concretos, y en ningún momento juicios ni opiniones sin sustento. Se dan casos de personas que hablan mucho y no dicen nada o le dan muchas vueltas a una idea; en México se acostumbra decir cantinflear a esa forma de hablar mucho sin decir nada. El diálogo supone un esfuerzo para ser claro, para buscar las palabras más adecuadas, para expresar de la manera más objetiva lo que pensamos. Si bien parece tan obvio este atributo del diálogo (y por supuesto deseable en cualquier proceso de comunicación interpersonal), es común ver cómo se dan muchos casos de comunicaciones deficientes precisamente por no expresar con claridad y objetividad nuestras ideas; al dar por entendidos conceptos o asuntos que requieren una mejor explicación. Insisto, este es un atributo necesario del diálogo, que sugiere una actitud de disposición a ser claro y objetivo, que demanda la h u m i l d a d necesaria para reconocer cuándo no hemos sido claros u objetivos; que demanda la madurez e inteligencia emocional y no desesperarnos o enojarnos, cuando nos dicen que no hemos sido claros, entonces pacientemente tratemos de repetir con mayor claridad planteando razones, hechos concretos o con otras palabras más objetivas, la idea que tratamos de comunicar. Para ser objetivo y claro es importante entender que la comunicación efectiva requiere en ocasiones un atributo que se llama redundancia. La redundancia implica eso que planteábamos en el párrafo anterior; repetir el mensaje, quizá con otras palabras o de otra forma, para cerciorarnos que el mensaje ha sido entendido por la otra parte. Entonces, al ser redundantes, estaremos asegurando que nuestra pareja ha comprendido la idea que le estamos planteando. Obviamente la redundancia vista de manera simple no es tan deseable en el diálogo si implica que estemos repitiendo ideas o mensajes que ya fueron claramente entendidos; en esos casos, puede generar incluso una lógica molestia en la otra parte. c) Interés para escuchar empáticamente. Este es uno de los atributos fundamentales del diálogo que, como mencionamos al principio de este capítulo, es además una muestra de las capacidades de la inteligencia emocional. En las situaciones importantes o en los problemas conyugales

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es determinante haber desarrollado la suficiente inteligencia emocional para escuchar atentamente y sin interrupciones a nuestra pareja. Es fundamental dar la importancia y la atención necesarias para escuchar sus sentimientos, ya que este es uno de los aspectos que es más difícil de hacer, porque por lo general los sentimientos son muy difíciles de confesarse o expresarse, y muchas veces se ocultan, no obstante ser los elementos disparadores de los problemas y conflictos. Cuando existe un conflicto o un disgusto, estamos dominados básicamente por nuestras emociones, y nuestros comentarios o expresiones verbales tienen un alto contenido emocional. En estas situaciones (no obstante que es legítimo expresar lo que sentimos, pues ya hemos visto que las emociones son procesos naturales, i n herentes a la naturaleza humana) debemos desarrollar actitudes que reflejen el autocontrol y el autodominio, atributos de nuestra inteligencia emocional, para actuar con respeto a los sentimientos de nuestra pareja o para que en su caso, nosotros expresemos también los nuestros correctamente. No debemos avergonzarnos, y menos ante nuestro cónyuge, de expresar lo que sentimos, por supuesto respetuosamente, y por la otra parte, debemos tener toda la actitud de apertura para poder escuchar los sentimientos de nuestra pareja. En estas situaciones, pues, se demuestra cómo es fundamental actuar con inteligencia emocional: primero para favorecer el proceso de comunicación que se requiere para iniciar la solución del conflicto; y segundo, para propiciar el diálogo que nos lleve de fondo a la solución del conflicto. En este contexto, escuchar empáticamente, además de ser un atributo de la inteligencia emocional, es una habilidad que se adquiere cuando se tiene la actitud de congruencia con el valor de la comprensión, el cual es un valor con el que se hace palpable el amor conyugal. Al poner en práctica el valor de la comprensión, haremos un esfuerzo por ponernos en el lugar de la otra persona, y nos abriremos totalmente para entender sus sentimientos. Para escuchar empáticamente, quiero subrayar que además es necesario desarrollar las habilidades de un buen receptor, que sabe escuchar; en estas habilidades están de inicio el poner atención, el no distraerse, mirar a la persona a los ojos, poner incluso una posición corporal cómoda y abierta a la comunicación, para que el otro realmente se abra a nosotros. Es importante reiterar que en la vida real es muy frecuente que los problemas nos lleven a discusiones más que a diálogos; es decir, en las ocasiones en las que realmente existe un conflicto conyugal es común que los dos alcen la voz y se dejen llevar por sus emociones de ira, enojo o molestia. Como es lógico, en estos casos, lejos de asumir una actitud de comprensión, abierta a escuchar, nuestras emociones nos bloquean y no nos permiten actuar con sensatez. Por eso, como ya lo mencionamos, lo primero es intentar serenarse, para tratar de razonar la conveniencia de asumir actitudes comprensivas y abrir nuestra mente para escuchar; o diferir el diálogo para un momento de mayor serenidad, dado que el autodominio, como aptitud de la inteligencia emocional, es un requisito para sostener un diálogo exitoso.

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Escuchar implica asumir actitudes de paciencia y de prudencia y, sobre todo, aplicar nuestra inteligencia emocional; pero escuchar empáticamente demanda abrir nuestro corazón para comprender los sentimientos de nuestra pareja y, además, desarrollar la habilidad de saber escuchar activamente, como veremos a continuación. La figura 6.2 nos muestra la relación estrecha entre la inteligencia emocional y el diálogo, también nos ilustra cómo el saber escuchar ocupa la parte central del proceso de comunicación interpersonal que se convierte en diálogo. Escuchar activamente. Dentro de la actitud de apertura para escuchar debemos desarrollar la habilidad de escuchar activamente, llamando así a la forma de escuchar que supone la participación activa del que escucha, para llevar el proceso de recepción del mensaje a la mayor integridad, de tal manera de recibir toda la información e ideas que le lleven a comprender perfectamente el punto de vista, conceptos, sentimientos, molestias, preocupaciones o satisfacciones de la otra persona. Para escuchar activamente debemos, por supuesto, haber superado las primeras fases del proceso de comunicación que se orienta al diálogo; así, teniendo ya el control de nuestras emociones, asumiendo actitudes respetuosas que favorezcan el diálogo, podremos hacer cuestionamientos que ayuden a la otra persona a decirnos lo que piensa. Por ejemplo, ¿por qué piensas esto?, ¿crees que esto es lo adecuado?, ¿tienes alguna otra idea que aclare esto?, ¿qué sentimiento me quieres expresar? Como se observa, en ninguna de estas preguntas estamos emitiendo un juicio o cuestionando el punto de vista del otro. Es válido incluso que no estemos de acuerdo con sus puntos de vista, pero en esta etapa sólo nos debe interesar el tener una idea completa del punto de vista del otro. Simplemente estamos dando pautas para que nos exprese con mayor integridad sus puntos de vista e ideas acerca del tema que dialogamos. Es nece-

El d i á l o g o c o m o proceso d e :

Inteligencia emocional • •

Autocontrol y

• Iniciar un proceso de comunicación respetuoso

autodominio

• Escuchar activamente

C o n d u c i r las emociones

• Entender y respetar los

c o n a p e g o a valores •

• Lograr el a u t o d o m i n i o

C o m p r e n d e r las emociones del otro

sentimientos del otro • Comprensión a m p l i a del otro y del p r o b l e m a • Propuesta de soluciones Conclusiones y compromisos

F i g u r a 6.2. Inteligencia emocional y diálogo.

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sario en esta etapa ser redundante, para asegurarnos que entendimos bien la idea que se nos expresó; la redundancia se manifiesta con comentarios como estos: "Entendí que dijiste esto...", "lo que quisiste decir fue que "; "es decir, que nos comprometemos o te comprometes a..."; en fin, todas las formas de repetir objetivamente y sintéticamente lo más importante que hayamos percibido del mensaje del otro, para asegurarnos que lo entendimos bien; repetir o parafrasear ayudan de manera activa al otro a expresar y trasmitir con mayor claridad su mensaje. Escuchar es la base de la empatia, y la empatia es un atributo de inteligencia emocional. De ahí que sea fundamental ejercitarse para aprender a escuchar y a escuchar activamente. Es importante que nuestro autodominio -como capacidad de la inteligencia emocional- y la creencia arraigada que supone tener como nuestro el valor de la comprensión, sustentado en el amor a nuestra pareja, nos lleven a darnos todo el tiempo necesario, y a asumir actitudes de prudencia y paciencia cuando sea necesario, para escuchar los puntos de vista y los sentimientos de nuestra pareja. Debemos ejercitarnos en ser pacientes y prudentes, porque por lo general tenemos la costumbre de i n t e r r u m p i r a nuestro interlocutor con nuestras ideas y en la mayoría de los casos, sobre todo en las discusiones fuertes, sólo escuchamos para contestar, no para entender. Es realmente importante hacer conciencia de esto; cuántas veces ni siquiera ponemos atención en lo que nos están diciendo porque ya estamos preparando nuestra respuesta e incluso nuestro discurso. Si realmente queremos dialogar, entonces es importante escuchar para entender, para comprender, para permitir que se dé el libre flujo de información que supone el diálogo. d) Respeto a las ideas del otro. Esta actitud es, en principio, una actit u d de congruencia con el valor del respeto, que como hemos planteado, es parte de los valores en los que se hace tangible el amor conyugal. Para dialogar, es importante respetar los puntos de vista, las ideas y los conceptos, y sobre todo los sentimientos de nuestro interlocutor, pues sólo así se podrá dar la apertura de él hacia nosotros, en el libre flujo de ideas que supone el diálogo. En cualquier situación de la vida matrimonial, respetar al otro, a sus ideas, a su ideología, es fundamental para sostener la continuidad de la relación y para ser congruentes con el amor conyugal. Las faltas de respeto pueden generar una diversidad de reacciones en la otra persona, pero en el caso del diálogo, simplemente lo interrumpen, ya que la otra persona cerrará su trasmisión o su interés para decirnos lo que piensa y se opondrá a continuar expresando sus puntos de vista. Cuando pensamos con toda seguridad que nos asiste la razón, tendemos a descartar los puntos de vista del otro, incluso, a emitir opiniones irrespetuosas, sarcásticas y burlonas de los comentarios del otro. Es evidente que por equivocado que estuviera, primero tiene el derecho a equivocarse, pues equivocarse es además una oportunidad para aprender; en segundo lugar, tenemos el reto de convencerlo de manera objetiva, dialéctica y, sobre todo, respetuosa. Eso es realmente una actitud de inteligencia emocional, pues la burla o el sarcasmo son respuestas netamente emo-

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tivas, y al inhibirlas, estaremos mostrando control y autodominio, de tal manera que estemos en posibilidad de generar actitudes respetuosas, que favorecen el diálogo y, sobre todo, de la confianza, la cual es indispensable para que vuelva a darse la oportunidad de dialogar. e) Ser autocrítico. El ser autocrítico es, de entrada, un atributo de la persona madura; desde mi punto de vista, es incluso el primer paso para la sabiduría. Será por eso que es una de las virtudes menos frecuente en nuestra sociedad. El no reconocer nuestras equivocaciones ni nuestros errores es síntoma de inseguridad y, por supuesto, de inmadurez. No en todos los procesos de diálogo para la solución de un problema o conflicto tendremos la razón; seguramente existirán ocasiones en las que el problema se suscitó por nuestra culpa, por alguna mala acción o decisión, por algún error u omisión; en estos casos, es importante reconocer que por nuestra naturaleza humana podemos equivocarnos, y que estando conscientes de que esa equivocación suscitó un problema o conflicto, pues reconocerlo y en su caso, pedir una disculpa sincera. No hacerlo genera desconfianza y, por supuesto, inhibirá la posibilidad de que vuelva a existir otro diálogo. Ya mencionábamos que en los valores del amor conyugal el perdón ocupa un lugar primordial, y por supuesto solicitarlo (cuando se justifica, porque hemos ocasionado un daño o lastimado a nuestra pareja a quien tanto amamos) supone una actitud autocrítica, sumada con una actitud de humildad. El ser autocrítico, además de ser una actitud que abre el camino para una mejora personal continua, mantiene abierta la posibilidad permanentemente de dialogar, para cualquier problema que se presente. 3. C o n c l u s i o n e s y c o m p r o m i s o . Este es uno de los atributos del diálogo que lo hacen diferente de cualquier proceso de comunicación. El diálogo por lo general lleva a la acción o al compromiso, ya sea para solucionar conflictos o problemas, o para la toma de decisiones importantes; con respecto a los hijos, a los bienes del hogar o a los proyectos de la familia; no sin dejar de citar que el diálogo pudo haberse suscitado acerca de algún tema de interés común, experiencia, satisfacción, preocupación, etc. Sin embargo, no obstante que dialogar acerca de temas de interés o aspectos como los citados es, por supuesto, conveniente para el acercamiento entre los esposos y el fortalecimiento de su relación, en estos casos también es deseable obtener conclusiones La utilidad más palpable del diálogo es en la toma de decisiones importantes o en la solución de problemas. En cualquier proceso de análisis estructurado siempre es importante obtener buenas conclusiones que resuman los aspectos trascendentes del análisis, los objetivos cumplidos o resultados alcanzados, las etapas subsecuentes y los aspectos de mayor relevancia que fueron tratados o acordados. En los casos del diálogo para analizar situaciones, con objeto de tomar una decisión compartida o consensada, es evidente que en las conclusiones quedará establecida la solución que comparten y en su caso, los compromisos que cada uno adquiere. Esta etapa es fundamental en el proceso de diálogo, si tomamos en cuenta que desde su definición, el diálogo supone un libre flujo de ideas con el propósito de trascender la compren-

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Parte 2. La relación matrimonial

Cap. 6. Comunicación y diálogo

sión de un solo individuo al consenso de las partes. Como decíamos al i n i cio del tema, en el diálogo no se intenta ganar individualmente, sino que se trata de que ambos ganen, lo que se llama ganar-ganar. Así, los resultados de este ganar-ganar serán los elementos que constituyen las conclusiones del diálogo, en su caso, en asuntos más conflictivos cuando se obtienen acuerdos y compromisos que demuestran también un esfuerzo de consenso; estos compromisos serán la parte final del proceso del diálogo. No obstante que la etapa de conclusiones y compromisos la proponemos como la parte final del proceso del diálogo, el cumplimiento de estos compromisos es realmente el final de todo ese proceso específico de diálogo; es donde se ven los frutos y los resultados del diálogo. Cumplir los acuerdos o compromisos contraídos en un diálogo le da congruencia a nuestra convicción acerca de la utilidad del diálogo y genera la confianza en nuestra pareja y en la posibilidad de seguir dialogando con ella. Si seguimos estas actitudes necesarias para el diálogo y respetamos las reglas planteadas, el diálogo podrá ser realmente una herramienta que además de su utilidad para solucionar problemas y tomar decisiones en el m a t r i monio, para el intercambio de experiencias, expectativas, ideales, preocupaciones y sentimientos, coadyuve al acercamiento de la pareja, fortalezca su relación y haga madurar su amor conyugal. Es importante subrayar que al hablar de las actitudes sugeridas estamos de hecho planteando un conjunto de actitudes derivadas de valores en los que se soporta el diálogo, ya que, como hemos sostenido, las actitudes reflejan valores. La figura 6.3 resume entonces los valores en los que, como hemos visto, se apoya el diálogo. Si bien se pudiera pensar que es un tanto subjetivo hablar de los valores del diálogo, quiero subrayar que saber dialogar es una a p t i t u d que se logra mediante una conducta orientada a lograrlo; ya decíamos que dentro de los componentes de la conducta más importantes se encuentran las actitudes, y vimos que las actitudes responden en esencia a valores; de ahí la gran importancia de subrayar que el diálogo también se sustenta en va-

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