Origenes Humanos en Lo Andes Del Peru-Elmo Leon Canales (2007)
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Orígenes Humanos en los Andes del Perú
Elmo León Canales Primera edición
© 2007 Elmo León Canales © 2007 Universidad de San Martín de Porres Escuela Profesional de Turismo y Hotelería Avenida Tomás Marsano 242 - Surquillo - Lima Teléfono: (511) 513-6300 ISBN: Depósito Legal N°: Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos reprografía y el tratamiento informático. Diseño de carátula: Virginia Castro Pozo Galarreta. Diseño y Diagramación: Orlando Gonzales Samanez Oficina de Diseño y Multimedia de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres. Impresión:
Para las luces que iluminan mi vida: Nancy Chávez Cornejo y Adriano León Chávez Con todo mi corazón
Indice Agradecimientos Presentación Introducción Establecimiento de los límites de tiempo y espacio La prehistoria y el contexto americano Las ciencias físicas y los estudios prehistóricos La medición del tiempo: el radiocarbono Lo que los trozos de hielo nos dicen Costumbres remotas en el siglo XXI: la etnoarqueología El estudio de las herramientas de piedra del pasado
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El poblamiento de América a la luz de las nuevas evidencias El nor este de Asia antes del poblamiento de América El poblamiento por el Estrecho de Bering La ruta nor-atlántica: ¿una posible aventura marina de los solutrenses? La ruta del litoral pacífico El poblamiento andino
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Los primeros americanos Yacimientos pre-Clovis de fines del Pleistoceno La cultura Clovis Los primeros sudamericanos Los huesos humanos La evidencia arqueológica
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Reconstrucción del medioambiente El medioambiente entre el Pleistoceno Terminal y el Holoceno Medio en el Perú Los Andes El origen de los Andes Las líneas de nieve y las glaciaciones Las glaciaciones: un fenómeno andino y global Las glaciaciones en los Andes peruanos El último glacial máximo (LGM) y el Younger Dryas (YD) Los efectos de la glaciación en la Amazonía El paleoclima del Holoceno en los Andes Centrales La temperatura en tierra y en mar en el Perú durante el último glacial El Holoceno “peruano” a través del isótopo oxígeno 18 Episodio 1: 9,500-8,600 años a. C., deshielo en proceso Episodios 2-3-4: 8,600-6,900 años a. C., preludio al Optimum Climaticum El Optimum Climaticum: 6,900-4,000 años a. C. Episodio 6: 4,000-3,800 años a. C.: el descenso abrupto de la temperatura Episodio 7: 3,500-2,500 años a. C.: el regreso del clima temperado El Holoceno en zonas vecinas El modelado de las costas en el pasado y el aumento del nivel del mar La batimetría del NOAA: la forma del litoral alrededor de los 11,000-10,000 años a. C. La historia de los niveles del mar en la costa peruana
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La vegetación andina durante el Pleistoceno Terminal e Inicios del Holoceno La fauna de la última glaciación en los Andes La Corriente Peruana y el fenómeno de El Niño (ENSO) en el pasado El Niño: ¿Desde cuándo ocurre este fenómeno? Las lomas: “oasis de neblina” en la costa peruana durante el Holoceno
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Los Grupos Humanos La costa e inicios de las estribaciones andinas La cultura Las Vegas El medio ambiente durante el Holoceno Moradores de los manglares en la costa ecuatoriana Las herramientas de piedra y de otros materiales de Las Vegas Domesticadores de calabaza desde los 8,000 años a. C. Los primeros “cementerios” sudamericanos
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Los primeros pobladores de Piura Los campamentos de Amotape ¿De cuándo datan estas evidencias? El complejo Siches: recolectores de moluscos del Holoceno Medio
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Puntas “cola de pescado” en el Perú 80 Las puntas “cola de pescado” de Quebrada Santa María (La Libertad) 81 El abrigo rocoso de Laguna Negra en el valle alto del Chicama 82
El complejo Puente: Ayacucho Las puntas “cola de pescado” de Quishqui Puncu, Callejón de Huaylas La Quebrada Tasata: Arequipa Los hallazgos sin contexto
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Los primeros habitantes de los valles de Zaña y Cajamarca: Nanchoc 86 El medio ambiente: zona de tránsito entre la costa, la sierra y la amazonia 86 El Palto y el yacimiento CA-09-55-2: los más antiguos habitantes del valle de Zaña 87 El cementerio de Nanchoc de hace 8,000 años 87 Viviendas de quincha del sexto milenio antes de Cristo 88 La veneración a los difuntos durante el Holoceno Medio 88 Calabaza, quinua y maní desde 6,000 años antes de Cristo 88 Los canales de irrigación más antiguos 89 ¿Canibalismo en Nanchoc en el octavo milenio a.C.? 90 La tecnología y el uso de la piedra en Nanchoc 91 La cultura Paiján de Pampa de los Fósiles Quebrada de Cupisnique, La Libertad 92 El medio ambiente de la época del Paijanense de Pampa del Fósiles-Cupisnique 93 ¿En que tiempo vivieron los Paijanenses de Pampa del Fósiles-Cupisnique? 94 Las zonas habitadas por los Paijanenses de Pampa de los Fósiles 95 El posible origen del Paijanense de Pampa de los Fósiles 96
La tecnología de la piedra durante el Paijanense 98 Las canteras: seleccionando rocas para tallar 98 Los talleres de puntas Paiján: un trabajo de alta precisión 99 Las puntas de tipo Paiján: la primera tecnología de la costa peruana 102 Campamentos: lugares de habitación de corta permanencia 103 Recursos alimenticios de los Paijanenses 105 ¿Qué aspecto tenía el poblador Paijanense? La antropología física 107 Las tumbas Paijanenses de Pampa de los Fósiles-Cupisnique 108 El Paijanense en Zaña y Jequetepeque 110 El Paijanense del onceavo milenio antes de Cristo en Zaña 110 Los Paijanenses semi-sedentarios entre los 9,000 y 7,000 años a. C. 111 La margen derecha del valle de Jequetepeque: Paijanense con “cola de pescado” en el onceavo milenio a. C. 111 La margen izquierda del valle de Jequetepeque: La quebrada de Talambo 113 El Paijanense en otras regiones de La Libertad y suroeste de Cajamarca El Paijanense del valle de Chicama La Quebrada de Cuculicote y la quebrada La Calera La Quebrada de Santa María: de la punta “cola de pescado” a la punta Paijanense Los Paijanenses de la margen izquierda del río Chicama El Paijanense del valle medio del Chicama (Cajamarca) El Paijanense del valle de Moche El Paijanense del intervalle Moche-Virú
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El Paijanense de la costa de Ancash 124 El Paijanense en la Inter-cuenca Chao-Santa 124 El Paijanense en el valle de Casma 124 Probable tiempo en que los Paijanenses se asentaron en Casma 125 Los campamentos-talleres con puntas de tipo Paiján 125 Los talleres especializados de grandes lascas y las canteras de cuarzo 126 El Holoceno Medio en Casma 127 ¿Puntas de tipo Paiján en la puna? 128 El Paijanense en el Holoceno Medio de Huarmey El Volcán y Tres Piedras: canteras tipo Paijanenses en Huarmey Pescadores-recolectores del Holoceno Medio en Huarmey
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Los primeros pobladores del Departamento de Lima Las evidencias del Holoceno Medio en las Lomas de Lachay Grupos del Holoceno Medio en las inmediaciones de las Lomas de Lachay El Cerro Chivateros y las Lomas de Ancón El Cerro Chivateros: cantera para la talla de preformas Las Lomas de Ancón: campamentos del Holoceno Medio Primeros moradores de las Lomas de Ancón La Tablada de Lurín: grupos del Holoceno Medio en Lurín
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El Paijanense en Ica Paloma, valle de Chilca: El cementerio más antiguo de Lima
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La Quebrada Jaguay: pescadores de los 11,000 años a. C. en Camaná, Arequipa El Sitio Anillo (Ring) Los sitios de las lomas y el litoral al norte de Ilo, Moquegua Villa del Mar Yara Kilómetro 4 Quebrada Tacahuay, Tacna: cazadores de aves de la Costa Sur Quebrada de los Burros: pobladores del Holoceno Temprano en Tacna Chinchorro: las primeras momias en el mundo Los Chinchorro y el medio ambiente del Holoceno Temprano y Medio Antigüedad de la cultura Chinchorro Orígenes de la cultura Chinchorro Los pobladores sedentarios del desierto Tecnología marina El aspecto físico de los Chinchorro Las momias de hace 8,000 años Las alturas de los Andes Centrales La cueva del Guitarrero La antigüedad de la ocupación humana en la cueva del Guitarrero Precursores de la domesticación de plantas Las herramientas de piedra Quishqui Puncu
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La cueva de Huargo: ¿presencia de grupos humanos en el Perú alrededor de los 14.000 años a. c.? Las cuevas de Lauricocha La cueva de Pachamachay Panalauca: cazadores de la Puna de Junín El abrigo de Telarmachay: una mirada al modo de vida en la Puna hace 9,000 años La vida doméstica desde hace 10,000 años en el abrigo de Telarmachay La domesticación de camélidos Los artesanos del tallado de la piedra Los análisis de huellas de uso: la revolución en lítico Las puntas de proyectil: ¿sólo para cazar? El fuego: el centro de las actividades La “pachamanca”: una invención culinaria en la Puna de Junín de 6.000 años a. C. El arte y las costumbres funerarias El abrigo de Uchkumachay Las ocupaciones humanas más remotas del Peru, en Ayacucho La cueva de Pikimachay El “complejo Pacaicasa”: ¿la evidencia de los peruanos más antiguos? El complejo Ayacucho: posibles primeros indicios humanos en el Perú Los Abrigos rocosos de Sumbay en Arequipa Asana: cazadores de guanacos en la sierra de Moquegua Manantiales y bofedales como fuentes de recursos La cueva y el abrigo de Toquepala El abrigo de Caru, Tacna
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Conclusiones preliminares Medio ambiente en los Andes Centrales al arribo de los primeros habitantes Las evidencias humanas más remotas del Perú Los territorios ocupados y patrones de asentamiento Tipos de vivienda y talleres líticos La vida doméstica dentro del campamento Los alimentos y la cocina La domesticación de las plantas en los Andes Centrales La domesticación de los animales El Paijanense Las herramientas de piedra Intercambio de materiales y conocimiento Obras hidráulicas precoces del sétimo milenio a. C. Costumbres funerarias de los primeros habitantes de los Andes Centrales Las enfermedades de los primeros pobladores de los Andes Centrales Plantas estimulantes Las características físicas: ¿Qué rasgos tenían? El arte
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Epílogo Bibliografía Glosario Índice de Ilustraciones Crédito de las ilustraciones
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Agradecimiento Presentación
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Agradecimiento Presentación
proyecto no hubiera sido viable sin la mediación de dos personas. A la primera, la conocí luego de leer una entrevista sobre su vida en el centerfold de un diario de Lima, “Peru21”. Me impresionó su apoyo denodado a la ciencia y a la difusión de ésta en un país como el nuestro que necesita tanto de ello. Me refiero al Padre Johan Leuridan. Recuerdo que luego de buscarle y exponerle mi interés de trabajar y colaborar con la Universidad, respondió que vería qué hacer por mí. Ésa fue la partida de nacimiento del libro que ahora presento.
Agradecimientos Por la brevedad de tiempo en el cual he trabajado en este libro, confieso que al principio pensé que esta sección podría constar de pocas líneas. Pero me equivoqué, pues durante el trabajo, he recibido el apoyo y ayuda de muchas personas, mayormente colegas y amistades, a quienes quedo reconocido por haberme brindado tanta generosidad. Debo ofrecerles disculpas por las molestias causadas al solicitar bibliografía, ilustraciones u alguna otra cosa. Si hay omisión de alguno de ellos, les ruego me dispensen, pues es difícil retener a todos en mi memoria.
Unas semanas después recibí una llamada de la segunda persona a quien debo referirme. Se trata de Juan Carlos Paredes, a quien debo un especial reconocimiento, pues en este breve tiempo no sólo ha sido el editor, sino que también, con el devenir de los meses, un buen amigo mío, con quien desarrollé una especial empatía, de manera recíproca. Además, me hizo sentir como si la Universidad San Martín de Porres fuera mi segunda casa durante el tiempo que he elaborado este trabajo. Ambos han hecho realidad que esta humilde pero esforzada obra vea la luz. Quedo profundamente reconocido con ellos.
Antes de empezar a agradecer a mi tutor de siempre y a mis colegas que han contribuido con esta pequeña obra, debo mencionar que tengo una deuda con la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad San Martín de Porres. Es así que este
Agradecimiento Presentación
De esta misma institución es Sergio Zapata, el actual editor. Deseo expresarle, aquí también, mi gratitud por la paciencia que ha tenido con la entrega de mi trabajo final, debido a problemas de salud que vengo atravesando. Asimismo deseo agradecer a Guillermo Macchiavello y Orlando Gonzales del equipo de diagramación pues han hecho un trabajo excelente y presto. Por cierto, la impresionante carátula se la debo al arte gráfico de Virgina Castro Pozo G. Muchas gracias a todos.
Marta Camps, colega de la George Washington University, ha contribuido permanentemente con el envío de bibliografía especializada, sobre todo vinculada a paleoclimas sudamericanos y andinos. Marta ha estado siempre dispuesta a mantenerme al día en lo que a la prehistoria se refiere, pues en Perú es difícil tener acceso a este tipo de literatura de mi especialidad. Quedo reconocido con ella, por tanta gentileza y su amistad.
En lo concerniente a mi trabajo científico y asesoría, en primer lugar, quiero agradecer a Duccio Bonavia por su apoyo permanente y desinteresado, no sólo para con este libro, sino a lo largo de mi trayectoria de estudiante y profesional, y más aún ahora como colegas. De él he aprendido el rigor de la ciencia, la disciplina y la ética profesional que intento también plasmar en éste mi primer y, seguramente, imperfecto libro. Además de las extensas jornadas que pasamos discutiendo temas de ciencia, he tenido libre acceso a su biblioteca de la cual he obtenido innumerable bibliografía, imprescindible para cualquier obra vinculada con la historia de los primeros habitantes del Perú. Entre tanto intercambio de ideas surgió la amistad y camaradería de hace ya años, que conservo como un bien preciado.
Carmen Eyzaguirre de la Biblioteca del Departamento de Antropología del Smithsonian Institution, quien me enseñó a formar mi biblioteca virtual por medio del enlace digital con la Biblioteca del Congreso, en el mismo Washington D.C. Si no fuera por ella, no tendría tanto material bibliográfico, el cual me ha servido de mucho para el trabajo que ahora expongo. Jesús Briceño del Instituto Departamental de La Libertad, ha tenido la gentileza de enviarme una foto de sus importantes hallazgos en Quebrada de Santa María, La Libertad. Quedo entonces también reconocido con él.
A Dennis Stanford del Museo de Historia Natural del Smithsonian Institution, Washington D.C., le debo no sólo la experiencia internacional en Paleoindio norteamericano, sino también el apoyo permanente en mis investigaciones, además de las gestiones para el envío de gran cantidad de material bibliográfico desde los Estados Unidos. Dennis también me ha cedido la autorización de dos ilustraciones. Vaya a él mi profundo reconocimiento.
Tom Dillehay de Vanderbilt University, Tennessee, ha contribuido también con artículos de difícil acceso y otros materiales bibliográficos. De manera similar, Danièle Lavallée de la Université Paris I, La Sorbonne ha tenido la gentileza de haberme cedido material gráfico de sus propias investigaciones arqueológicas en el abrigo de Telarmachay y Quebrada de los Burros para este libro. Que ella me permita usar estas líneas para confesar que mi inspiración y pasión por la prehistoria se ha originado, en parte, debido a su investigación científica en Telarmachay, una lección bien aprendida y aplicada fuera de Francia y de la escuela del inmortal André LeroiGourhan. Mi profundo agradecimiento a ella.
De igual modo quedo agradecido con Betty Meggers y Enrique Angulo del Departamento de Antropología, siempre del mismo Smithsonian. Ambos se ocuparon del aspecto logístico y financiero del envío del material bibliográfico antes mencionado. En este sentido, Ramiro Matos del American Indian Museum, de la misma institución, ha apoyado mi stage en Washington D.C., durante el cual definí este proyecto y reuní una base de datos que ha contribuido a la realización de este trabajo.
Michel Fontugne del Laboratorio de Radiocarbono de Gif-sur-Yvette, CNRS, Francia, ha colaborado amablemente con literatura científica de difícil acceso. Mi gratitud va también para él.
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Agradecimiento Presentación
Greg Magaard y Kary Stackelbeck, dos colegas de la Universidad de Kentucky, me han proporcionado información reciente sobre los primeros grupos humanos de los valles de Jequetepeque y Zaña. A pesar de haberlos presionado por la premura del tiempo, ellos me han mandado sus contribuciones científicas de inmediato, incluso sin haberlas publicado aún, cediéndome el privilegio de adelantar los resultados de sus trabajos de campo en el Norte peruano. Quedo reconocido con ambos.
geográfico, topografía y medio ambiente de varios de los yacimientos que se tratan aquí. Quedo reconocido con esta empresa y con su labor educativa internacional a países en vías de desarrollo como el Perú. Krzysztof Makowski de la Especialidad de Arqueología de la Pontificia Universidad Católica del Perú ha tenido la gentileza de facilitarme literatura especializada de difícil acceso y me ha brindado comentarios importantes. Debo también agradecerle su apoyo desde mi época de estudiante en la que me conoció como apasionado por el lítico y de allí las inolvidables jornadas en Tablada de Lurín. Vaya a él también mi reconocimiento.
Anna Fahnster, del Instituto de Prehistoria de la Universidad de Bonn, Alemania, me ha enviado bibliografía para este libro, sin obligación alguna, además de agilizar trámites burocráticos universitarios de mi alma mater. Nikolai Grube, a la sazón, director del Instituto de Americanística Antigua, en la misma Universidad, ha financiado el envío de este material. En el mismo instituto, Lisetta de Thomas ha despachado los envíos prontamente. Muchas gracias a todos.
Michel Orliac, investigador del CNRS del yacimiento de Pincevent, Seine-et-Marne, Francia, durante las excavaciones en las que tomé parte en 1998, me ofreció interesantes comentarios sobre procesos de sedimentación de lodo de fines del Pleistoceno, comparando Pincevent con Tablada de Lurín, de acuerdo al material gráfico que le expuse. Le agradezco por estos datos.
Lutz Rheinhardt del Bundesanstalt fuer Geowissenschaften und Rohstoffe, Hannover, Alemania, ha contribuido también con mandarme bibliografía especializada en paleooceanografía de la costa peruana. Reciba él mi agradecimiento. Paula Reimer del Centre for Climate, the Environment & Chronology (14CHRONO), Queen’s University Belfast, Irlanda, ha sido siempre una colega muy amable y dispuesta a ayudarme y asesorarme en el tema de calibración radiocarbónica, tan importante hoy en día. Si bien, en este libro ella no ha aportado directamente, su trabajo con las curvas dendrocronológicas para efectos de la calibración y sus asesorías en diversas investigaciones que he realizado, han sido y son aún un leitmotiv para este proyecto. A pesar del poco tiempo disponible para elaborar secuencias, al menos la existencia de la curva del hemisferio sur y una evaluación crítica de los fechados radiocarbónicos garantizan el dato básico de fechas corregidas en años de nuestro calendario que se publican en este libro.
Carmen Arellano Hoffmann, directora actual del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, me ha concedido tiempo para las correcciones en el último tramo de la redacción y ulteriores investigaciones. Siendo mi actual jefe y además colega, le agradezco esta deferencia.
El personal de GoogleEarth en USA me ha concedido un permiso especial para publicar las 17 tomas digitales que eran necesarias en este libro para dar una idea al lector del entorno
Juan Yataco Capcha del Museo de Arqueología de la Universidad de San Marcos, me ha asistido en el análisis de la pequeña colección lítica del Complejo Ayacucho, el cual, posiblemente, es
Ulrich Stodiek, en su momento, del Neandertal Museum en Mettmann (Duesseldorf) y una autoridad en lanzamiento y estudio de armas prehistóricas, no sólo me incentivó en el campo de los experimentos prehistóricos, sino que me brindó comentarios acerca de las pinturas rupestres andinas, en especial las de Toquepala. Se trata además de un buen amigo; desde aquí mi agradecimiento para él.
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Agradecimiento Presentación
el más remoto del Perú y cuyos resultados se presentan en este libro. Quedo reconocido con él y Rafael Vega Centeno, director del mismo Museo, por haberme cedido permiso.
quien hace algunos meses acaba de dejar esta vida. De Fernando siempre recibí la mano abierta de colega, pero sobre todo de amigo, sin reparo alguno. Nunca le olvidaré. La mejor forma de homenajearlo es seguir sus sabias enseñanzas y hacer escuela de ellas. Y ésta es una tarea que me he propuesto en el resto de mi vida académica, pues la guía de Fernando me seguirá siempre.
Alina Wong, ex compañera universitaria, ahora en la biblioteca del Instituto Francés de Estudios Andinos ha tenido la gentileza de ayudarme con la búsqueda pronta de material bibliográfico. Quedo agradecido con ella. En el Departamento Académico de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Hotelería de la Universidad de San Martín de Porres, Nila Pretell Sánchez y Cecilia Rojas Calderón han hecho que me sienta como en mi casa, con tanta amabilidad. Muchas gracias a ambas personas. Este reconocimiento se extiende también a María Paz Ramos y Mariana Macedo por haber hecho grandes esfuerzos porque esta obra sea publicada pronto y con eficiencia. De igual modo a Gonzalo García-Rosell de la Gerencia Comercial de Publicaciones. Muchísimas gracias a todo el equipo.
Algunas informaciones y base de formación parciales se las debo a mi época de estudiante y joven profesional, aquí, en mi país. Por eso deseo aprovechar esta oportunidad para agradecer también a quienes apostaron por mi especialización y me dieron cabida en puestos de trabajo, todos vinculados a la investigación con material lítico. En este sentido, Jorge Silva de la Universidad Nacional de San Marcos me ofreció una ayudantía, temprano, durante mi época de estudiante. Además, me dio permanente apoyo, inclusive durante mi trabajo de bachiller. Julián Idilio Santillana de la misma casa de estudios y de la Universidad Católica del Perú, de igual manera supo darme cabida en lo que por esos años se llamaba “taller de arqueología”. Durante aquel tiempo de mi juventud tuve la feliz oportunidad de trabajar también en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, en primer lugar por intermedio de Pedro Pablo Alayza con el cual hice no sólo una buena relación académica, sino también una amistad. También debo expresar mi gratitud a Fernando Rosas Moscoso, a la sazón, director del Museo en un momento después, y junto a él al finado Mario Benavides, subdirector del mismo Museo. Todos ellos, junto con el personal del Museo, se volvieron mis amigos y el Museo mi segundo hogar. Ahora he retornado y debo confesar que me siento contento con esta oportunidad.
Ernesto Lázaro del Instituto Nacional de Cultura, me ayudó sin interés alguno en el campo, en la visita a los yacimientos precerámicos de Lomas de Lachay, durante el 2001. Francisco Merino del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú me ha ayudado con el préstamo de bibliografía. Estoy reconocido con su persona. En esta misma institución debo agradecer Benjamín Guerrero por su cordial y siempre amigable asistencia en la biblioteca y a Hilda Vidal por haberme posibilitado un contacto con Pedro Rojas Ponce, último discípulo vivo de Julio C. Tello, quien no sólo me permitió publicar dos de sus maravillosas acuarelas de las pinturas rupestres de la cueva de Toquepala, sino que también me ha obsequiado bibliografía. La vitalidad y apertura de don Pedro a sus 95 años me han dejado impresionado. Mi agradecimiento va a su persona.
Ya después de todo lo agradecido, debo conferir un agradecimiento algo tardío, puesto que ha encontrado su lugar tiempo después de escrito y entregado el libro. Me refiero a Daniel Vidal Toche, quien realizó la corrección de estilo final, por su acucioso control y las bien recibidas lecciones de gramática del español.
Si bien este libro peca de poca disquisición antropológica, en el sentido estricto de la palabra, las pocas que existen se las debo a mi querido y siempre recordado Fernando Silva Santisteban,
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Agradecimiento Presentación
Acabo con un reconocimiento a mi entorno familiar, aunque confieso que por él debí de haber comenzado, pero son las últimas líneas las que más tardan en olvidarse. Mi esposa Nancy Chávez Cornejo ha sido mi soporte desde mi doctorado en Europa, mis épocas duras posteriores y durante el trabajo de este libro. No sólo ahora, sino siempre le agradeceré por las miles de veces en que me ausente a lo largo de nuestra vida juntos, por estar saturado de trabajo. Nunca podré acabar de reconocerle su entereza, fuerza y amor. Durante el trabajo de este libro me ha entregado el regalo más preciado para cualquier ser humano: nuestro primer hijo, Adriano. Ambos son y serán la luz de mi vida, y han sido el empuje para éste, mi primer libro seguramente lleno de imperfecciones, que asumo con total responsabilidad. Lo perfecto sólo está en mi hogar, con mi familia.
Lima, 31 de Mayo del 2007
Proemio Agradecimiento Presentación
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Agradecimiento Presentación Proemio
especialistas. Pues ellos podrán encontrar en él la información de conjunto sobre temas que a menudo son difíciles de hallar en la amplia bibliografía que hoy cubre esta temática. Pero el gran público y sobre todo los estudiantes descubrirán en este manual una información novedosa, que no está en ningún otro texto de esta naturaleza, y en este sentido su importancia es muy grande.
Proemio No cabe la menor duda que una de las épocas más importantes para poder entender la historia del Perú, es justamente la que es tratada en este libro, es decir desde el momento que el hombre ha pisado nuestro suelo hasta que se comienza a gestar la civilización. Porque es en estos tiempos que se experimenta la adaptación del hombre a la compleja ecología del territorio y sin ello no se hubiera podido llegar a la domesticación de las plantas y la Civilización Andina no habría tenido la oportunidad de surgir para convertirse en una de las más importantes del mundo, como señalara Arnold Toynbee. Y si bien es cierto que en la mayoría de los manuales se ha tocado esta temática, ello ha sido dentro del contexto general de la historia de los tiempos prehispánicos, pero ningún autor ha intentado hacerlo dedicándose exclusivamente a esta época. En este sentido el libro de Elmo León es original.
Al mismo tiempo este libro, y no estoy seguro si el autor se ha dado cuenta de ello al escribirlo, se ha convertido en un desafío muy grande en su vida intelectual y una gran responsabilidad con respecto a la disciplina arqueológica. Pues ahora la tarea que tiene por delante, y que no debería esperar mucho tiempo, es la de convertir este texto en un volumen especializado dedicado a sus colegas, con la detallada información bibliográfica correspondiente. Entiendo perfectamente que para una persona que está al principio de su carrera este desafío puede parecer muy grande, y de hecho lo es. Pero conociendo al autor como yo lo conozco desde que se inició como estudiante, sé que él puede enfrentar este reto. Una de las labores más difíciles para los especialistas, es conocer al detalle la forma en la que se deben manejar los fechados radiocarbónicos que nos permiten elaborar secuencias temporales dentro de las cuales encuadrar nuestros hallazgos y convertirlos en historia. Por otro lado, para el profano la simple mención “Carbono 14” resulta prácticamente
Si bien es cierto que este texto ha sido escrito pensando en el gran público y en los estudiantes en general y por eso evidentemente se ha obviado la gran cantidad de citas bibliográficas en las que la información se ha basado y dejando exclusivamente las indispensables, eso no quiere decir que el libro no pueda ser utilizado por los
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Proemio Agradecimiento Presentación
en la que no se contaba con la información que se tiene en la actualidad, también se confirma y demuestra la gran visión que tuvo este arqueólogo norteamericano al que tanto le debe nuestra historia. Finalmente, me quiero referir a un hecho que puede pasar desapercibido, pero que sin embargo tiene una gran importancia. Es decir a los estudios que en la década de fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado llevó a cabo el Proyecto Arqueológico Botánico Ayacucho en la zona de Ayacucho. Se dijo que los hallazgos efectuados para lo que se denominó “Complejo Pacaicasa” eran los más antiguos de los encontrados en el Perú y que la presencia de artefactos líticos demostraba la convivencia del hombre con la fauna extinta. Si bien es cierto que el que escribe y algunos otros colegas pusimos en duda que los mencionados “artefactos” fueran tales, somos muy pocos los que pudimos analizarlos pero la verdad es que nadie hasta ahora ha publicado detalles para poder refutar los pretendidos instrumentos. En este libro esto se hace por primera vez y ello es de invalorable ayuda para los especialistas.
incomprensible. El autor no sólo es en nuestro medio el único que ha aprendido y sabe manejar esta metodología que es compleja, sino que tiene el gran mérito de haberlo explicado en este texto en forma simple y clara, de modo que ella es ahora accesible al lector común. Y esto que puede parecer algo de relativo valor, sin embargo es de fundamental importancia, pues nos demuestra que muchos hallazgos con la aplicación de esta nueva tecnología tienen una mayor antigüedad de lo que se creía y refuerzan la importancia de nuestra historia. Como decía, este libro puede ser de interés también para los especialistas, pues contiene algunos detalles que antes sólo se vislumbraron o sencillamente no han sido analizados por los arqueólogos. Me referiré sólo a tres asuntos concretos. Cuando Edward Lanning publicó su seminal manual Peru before the Incas en el ya lejano 1967, amplió el esquema cronológico de su maestro John Rowe para la historia del Área Andina Central, añadiéndole la clasificación de los tiempos precerámicos que él subdividió en seis períodos con determinaciones temporales concretas. A lo largo de cuarenta años muchos hemos venido utilizando la periodificación de Lanning con el convencimiento que ella era la mejor. Pero Elmo León es el primero que ha comprobado que si se compara lo que fue en gran parte una intuición de Lanning, pues en esos tiempos él no disponía ni de la información ni de la metodología con las que contamos ahora, su secuencia no sólo es correcta sino que es corroborada por las dataciones absolutas de las que disponemos hoy. Probablemente el autor, sin pensarlo, le ha rendido el mejor homenaje a este arqueólogo que ha sido sin ninguna duda uno de los más destacados peruanistas y uno de los que echaron las bases para el estudio de los tiempos precerámicos.
Una de las grandes lagunas de nuestra arqueología es que no existe entre nosotros una tradición de estudios del hombre temprano como la que se da en otros países. Tan es así que hay muy pocos estudios de arqueólogos peruanos de yacimientos precerámicos. Y uno de los instrumentos fundamentales para este tipo de investigaciones es el conocimiento de la tecnología lítica que necesita un entrenamiento muy particular. En este sentido el aporte de Claude Chauchat es de gran importancia, pues él ha podido entrenar a un grupo de arqueólogos trujillanos en esta especialidad. Elmo León ha tenido la posibilidad de terminar sus estudios en Alemania, donde este tipo de instrucción tiene una tradición muy antigua y muy sólida y se ha convertido, hoy por hoy, como uno de los mejores especialistas peruanos en la materia. Se trata de una temática difícil de explicar y sobre la que se generan siempre grandes dudas, pues es complicado hacerle entender al profano que una piedra vista por un ojo inexperto es sencillamente una más como muchas otras, sin embargo para el arqueólogo entrenado es como la página de un libro que puede ser leída e interpretada. Y justamente una de las contribuciones de este libro es que se le presenta al lector en forma sencilla,
El segundo aporte es la constatación que la definición que hiciera Bennett en el año 1948 del Área de Co-Tradición Andina, concepto indispensable para entender la Cultura Andina como unidad, y que fuera hecho en una época
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Agradecimiento Presentación Proemio
no sólo la gran diversidad de artefactos que se pueden elaborar con la piedra, sino también la explicación de la importancia de las funciones que estos han tenido para el hombre que pisó por primera vez nuestro territorio. Entre los problemas que presentan los textos escolares peruanos, uno de los mayores es justamente la falta de la explicación de cómo se produjo el poblamiento de América. En ellos aún se habla de “teorías”, mencionándose incluso algunas que se ha demostrado que no tienen sustento, como si se estuviera aún trabajando con hipótesis que no han podido ser comprobadas por la arqueología. El cuadro real es muy diferente, pues si bien es cierto que hay muchos detalles sobre los que falta información y otros sobre los que los especialistas están discutiendo por no estar de acuerdo, en términos generales sabemos perfectamente como se produjo el fenómeno. Elmo León explica con claridad como se efectuó este poblamiento y le entrega al lector una síntesis meticulosa, que incluye información que sólo los especialistas manejan y que será de gran ayuda sobre todo para los estudiantes en un medio como el nuestro que no cuenta con bibliotecas especializadas.
Quizá uno de los mayores aportes de este libro, es que en él se ha analizado el fenómeno del hombre temprano in toto. Es decir no se le ha descrito desde una sola perspectiva sino desde un punto de vista antropológico, como conjunto. Analizando no sólo detalles, como ya se ha dicho, de su medio ambiente y su ecología, sino también de su aspecto físico, de su vida cotidiana, de su alimentación, del tipo de viviendas que utilizó, de cuales fueron los grandes problemas con los que tuvo que enfrentarse para poder sobrevivir y asentarse en un medio difícil como el nuestro, con ecotonos tan distintos y variados.
La única forma en la que se puede entender como se produjo el poblamiento de este continente, es sabiendo como ha sido a la llegada del hombre. El paisaje que nosotros vemos hoy no sólo no es el que encontraron los primeros hombres cuando se asomaron a este territorio, sino que éste ha sido muy diferente. Tan diverso en muchos aspectos, que si lo pudiéramos ver hoy probablemente no lo reconoceríamos. El autor nos presenta un detallado análisis de la geomorfología, de la flora y la fauna de fines de la época glacial y como ellos se fueron modificando paulatinamente en los tiempos post-glaciales hasta llegar a lo que son en la actualidad. Sin este detalle sería difícil entender la ecología, es decir el estudio de la estructura y la función que ha tenido la naturaleza en relación a los seres vivientes. Este es un aspecto que será de inmensa ayuda para los estudiantes, pues no es un tema que se trate con detalle en nuestras universidades.
El libro de Elmo León viene a llenar un vacío que existía en nuestro medio a nivel de divulgación de una de las etapas fundamentales de nuestra historia, pero aclarando que se trata de una información seria y muy minuciosa, lo que no es común en este tipo de textos. Esta iniciativa de la Universidad de San Martín de Porres de patrocinar publicaciones de esta naturaleza es digna de encomio, pues le ofrece por primera vez al gran público y a los estudiantes una base para acercarse y entender la etapa más desconocida de nuestra historia. En este sentido este libro marca un hito en nuestros conocimientos.
Duccio Bonavia
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andinas, los llamados precerámicos. Aquel tiempo en que aún no se conocía la tecnología alfarera. Este libro trata, entonces, de los más remotos habitantes de lo que hoy se conoce como Perú, pero colateralmente añade información de pueblos hermanos que en aquella época eran uno solo, y hoy en día están absurdamente divididos por fronteras. Es la historia de los que “colonizaron” estas tierras y los primeros en decidir quedarse y echar raíces en esta parte del mundo tan complicada, topográficamente hablando, pero tan rica a la vez.
Introducción Si uno como peruano pregunta en Europa o los Estados Unidos de América a alguien: ¿qué es lo más representativo del Perú?, probablemente la mayoría de respuestas sean Machu Picchu. Y es que sólo de ver la topografía de este sitio famoso y lo colosal de sus muros de piedra, cualquiera quedaría boquiabierto. Pues bien, el llegar a manejar técnicas que pudiesen, literalmente, moldear piedras enormes, como por ejemplo de Sacsayhuaman, tiene una historia que se remonta a los albores de los primeros habitantes de los Andes Centrales; es decir, el Perú.
Es también la historia de nuestros orígenes más prístinos, probablemente donde habría que preguntarse por nuestra idiosincrasia, la cual iba definiéndose a medida que estos primeros “peruanos” se establecían en este medio. Como se verá en el transcurso de estas páginas, una historia de diferencias que, al parecer, ya desde un inicio se basaba en las áreas ocupadas y que, después, terminaría en las culturas y etnias posteriores, hasta nuestros días.
Es precisamente ésta la época a la cual consagro las páginas de este libro, pues si bien el Perú es reconocido por su riqueza arqueológica, ésta procede de pueblos que la heredaron, a su vez, de los primeros ocupantes de las tierras
Este libro examina gran cantidad de la evidencia dejada por estos primeros pobladores de los Andes, en función de presentarla no sólo a la comunidad científica a modo de compendio, sino también al público interesado, ya sea
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muy difícil, pero quién dijo que la vida es fácil, de hecho considero, aun con las fallas que tenga, que es un esfuerzo del que doy fe. Invito entonces al lector a adentrase en el mundo de los primeros habitantes andinos, conociendo sus modos de vida, sus esfuerzos por adaptarse a diversos medios y resistir a cambios climáticos durante los miles de años que se examinan, el mundo de sus creencias, etc. Una vez que los conozcamos y reconozcamos, podremos mirarnos a la cara, y tal vez tengamos más argumentos para tratar de responder a la pregunta ¿de dónde venimos?.
neófito o amateur, pues he previsto un glosario al final del texto, en caso de ser necesaria la consulta, aunque en honor a la verdad, no he podido evitar tecnicismos y jergas de la especialidad de prehistoria. Pero, por sobre todo, este trabajo está diseñado para los estudiantes universitarios no sólo de arqueología, sino de áreas similares, como la historia, antropología, etnología, e incluso la biología, geología, y otras ciencias naturales que incorporan a la historia de los seres humanos en sus intereses. En parte trata de cubrir una necesidad que yo mismo me impuse aún siendo estudiante universitario: una fuente de información a modo de compendio sobre los verdaderos y más remotos orígenes del Perú, en consonancia con un refrán que desde mi juventud ha bullido en mí: Pueblo que no conoce su historia, no sabe adonde va. Y luego de terminar este libro caigo en la cuenta de qué gran verdad es ésa.
Bien, antes de empezar la revisión de las evidencias, es imperativo hacer algunas aclaraciones al lector. Sintetizar 10,000 años en un libro de esta naturaleza, resulta una tarea casi imposible. Las investigaciones arqueológicas sobre los habitantes más remotos de esta parte de los Andes, en el Perú, han pasado por varios períodos, siendo el más prolífico, probablemente, el de la década de 1970-1980, que luego se vio empañada por el fenónemo del terrorismo de mediados y fines de los años 80 del siglo pasado. Más recientemente, hay una serie de trabajos de campo que han contribuido progresivamente con este fascinante episodio de los peruanos más remotos. No obstante, en función de no excederme en esta revisión, se impone una serie de restricciones que deben ser compartidas con el lector.
Es probable, además, que el lector pueda sentir que, por momentos, tenga un sesgo europeo, y es que es difícil evitar dejar de lado la carga no sólo académica que adquirí en Europa durante el postgrado, pero pienso que esto equilibra mi punto de vista, pues allí se contrapone mi origen peruano. De modo que se trata de una mixtura, más que una visión unilateral.
En adelante, debido a que la información vertida no pertenece a investigaciones, en su totalidad, realizadas por mí, he creído conveniente emplear la primera persona del plural, en correspondencia a la naturaleza de compendio de esta publicación, y al espíritu de comunidad que nos alberga a todos los que indagamos en los intersticios de un pasado empolvado.
Esperamos sinceramente que el lector encuentre el dato que necesita, siempre y cuando la época en que esté interesado se halle entre los 14,000 y 4,000 años antes de la era Cristiana. Dejo a los arqueólogos de sociedades llamadas “complejas” la tarea posterior a la época aquí tratada. Sé bien que no he cubierto con toda la información necesaria y, además, que he cometido errores (es lo que presiento en esta etapa de mi vida, de principiante. Sin embargo espero que, el público y los colegas, sepan comprender). Este libro ha sido escrito en una época de mi vida
Límites cronológicos Consideramos a 1991 como un año clave, ya que en éste apareció una brillante síntesis del pasado prehispánico peruano, elaborada por
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Duccio Bonavia. Por ello, recomendamos a los lectores la parte precerámica de ese libro, ya que contiene la visión cuajada y lúcida de Bonavia, tan versado en este tema.
Desde la gran obra de Bonavia a la actualidad, han pasado ya 16 años y hay varios trabajos de campo que se han llevado a cabo durante estos últimos años, sobre todo en la Costa Norte, con el tema del Paijanense en la zona limítrofe entre los actuales departamentos de La Libertad y Lambayeque, los trabajos del Proyecto Contisuyu en Moquegua, los posteriores en la Costa Sur, pero también en la Sierra Sur. Nosotros deseamos dar relevancia a dos trabajos donde se ha aplicado el método de la etno-arqueología, que han permitido aproximarse a la reconstrucción de las actividades de los peruanos más antiguos, tanto en la sierra como en la costa. Por ello, hemos dedicado una buena cantidad de páginas a dos investigaciones que sobresalen por sus resultados que “han dado vida” a esta historia y ellas son las de los colegas franceses: Chauchat y Pelegrin, tanto en Paiján en la Costa Norte y las excavaciones y reconstrucciones llevadas a cabo por Danièle Lavallée y su equipo en la Sierra Central del Perú.
Este texto está diseñado más bien a modo de compendio, donde se sintetizan y, parcialmente, examinan investigaciones, a veces de manera crítica, a veces no, sobre la vida de los primeros habitantes del Perú, a saber, alrededor del período entre los 14,000 y 4,000 años antes de Cristo (a.C.). Es decir, desde la glaciación del Dryas II, previa a la última grande, llamada Younger Dryas (alrededor de los 11,000-10,000 años a.C.) y el fin del Holoceno Medio (aproximadamente los 4,000 años a.C.), justamente cuando se da el apogeo de la domesticación de plantas y animales, en conjunción con el eficiente aprovechamiento de recursos marinos, como preámbulos al inicio de las primeras sociedades complejas que construyen edificios públicos. Es por la imposición de este límite cronológico que secuencias arqueológicas como las de Ayacucho, Asana, o hasta del mismo valle de Huarmey han tenido que ser detenidas, abruptamente, alrededor de los 4,000 años a.C., arriesgándonos a las potenciales críticas de los colegas por no haber incluido estas últimas partes de tales secuencias que pertenecen ya al Precerámico Tardío; y es que deseamos enfatizar que nuestro interés es examinar los restos materiales de las ocupaciones humanas más antiguas en el Perú, es decir, los Andes Centrales.
Ello no implica que colegas, por ejemplo norteamericanos, hayan aportado significativamente a este período (tal es el caso de Dillehay en Lambayeque o Aldenderfer en Moquegua). Toda esta nueva información necesita ser incorporada en la previa ya existente para la mejor comprensión de los modos de vida de los primeros habitantes de los Andes Centrales.
También pretendemos hacer una actualización y eventualmente dar algunos aportes interpretativos desde nuestra perspectiva de formación prehistórica, sobre todo usando como base al medioambiente, del cual los primeros seres humanos en el mundo eran casi completamente dependientes y tratando de recrear situaciones sucedidas hace varios miles de años atrás, por medio de la etnoarqueología.
Selección de los yacimientos a evaluar… Un tema complicado, concierne a la calidad de información de sitios que hemos seleccionado para este libro. En este sentido, hemos hecho énfasis en la introducción de los yacimientos que nos han parecido más significativos, basados sobre todo, en lo posible, en extensos y serios
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reportes de los trabajos de campo y laboratorio. Hay que indicar aquí, que lamentablemente sólo una media docena cumplen con este requisito, pues los informes, en su mayoría, son generales y parciales, lo que dificulta la tarea de incorporarlos a nuestra revisión. En este contexto, deseamos que no se nos malentienda, simplemente seleccionamos sitios documentados científicamente en función de contar con fuentes más seguras.
Desde aquella época no han cesado los esfuerzos de los físicos y otros especialistas para “corregir”, o mejor dicho “convertir”, las fechas radiocarbónicas en reales para saber cuándo sucedió un evento. Es así que después de una búsqueda intensiva acerca del método más preciso para convertir los resultados radiocarbónicos, se encontró la valiosa y precisa información de registro de producción radiocarbónica a través del tiempo, nada menos que en los anillos de los árboles. De tal modo que los esfuerzos de los pioneros Douglass en los Estados Unidos y Huber en Europa en estudiar los anillos de los árboles (disciplina conocida como dendrocronología) sirvieron de base para las futuras “correcciones radiocarbónicas”, puesto que se reveló la alta sensibilidad que ellos mostraban a los cambios atmosféricos y con ello, la medición real de radiocarbono a través de la historia (León Canales 2006).
Correcciones al radiocarbono Si bien este texto tiene carácter de compendio, consideramos que uno de nuestros modestos aportes es el de intentar brindar, a modo de ensayo preliminar, fechados de nuestro calendario a los eventos acontecidos en el pasado. Es decir, convertir los fechados radiocarbónicos en años reales. Ello se debe a que casi siempre que se han publicado libros sobre arqueología peruana, empero, no se ha enfatizado suficiente ni al arqueólogo ni al lector interesado, que cuando se habla de cronología del pasado (la cual casi exclusivamente se basa en fechados radiocarbónicos), ella debe estar sujeta a correcciones, que hoy en día se conocen como “calibraciones radiocarbónicas” (Taylor 1987).
Las últimas tres décadas han sido usadas, primero, durante los años 1970-1980, para diseñar “tablas de correcciones” y en segundo lugar, más recientemente, para la preparación de programas para microcomputadoras. En la actualidad, hay más de media docena de ellos disponibles para aplicación. Nosotros hemos visto ideal usar OxCal versión 3.10 del 2005 (Programa de Calibración radiocarbónica de la Universidad de Oxford), probablemente el más didáctico y diseñado internacionalmente de los existentes en el medio científico. Éste, como la mayoría de programas, se basa en la nueva “dendrocurva” (i.e. curva dendrocronológica) IntCal04, recomendada por el Grupo Internacional de Radiocarbono, que agrupa a los expertos a nivel mundial. Y es que por primera vez, en la historia del radiocarbono, estamos en condiciones de ser más precisos que nunca. De modo que, si bien sabemos que esta curva será perfeccionada en un futuro próximo (sino antes de la salida de este libro de la imprenta), estamos entregando fechas más reales y precisas que antes, dejando de lado la costumbre de los arqueólogos de citar simplemente fechados radiocarbónicos, pues si se corrigen y publican, pronto estarán desactualizados.
Y es que ya en 1958, el belga De Vries había llamado la atención a la comunidad científica acerca de las fluctuaciones (llamadas en inglés “wiggles”) de contenido de radiocarbono atmosférico en el pasado (e incluso hoy en día mas que nunca por el calentamiento global), y de sus efectos cuando se fechaba una muestra por medio del radiocarbono. Resulta, entonces, que este contenido C14 tiene una historia muy larga en la tierra y lo peor para los arqueólogos es que nunca fue constante. El resultado: los fechados radiocarbónicos no son calendarios y necesitan ser corregidos, i.e. “calibrados”. Los primeros indicios de que los resultados del radiocarbono necesitaban corregirse ya se desprendían del primer diagrama de calibración donde se incluía el primer y famoso fechado C14 de la tumba del faraón Zoser, publicado por Libby y sus colaboradores.
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“El Niño”, erupciones volcánicas, etc. De igual modo, explorar los efectos de la calibración con respecto a los discutidos y apasionantes tópicos como los fechados radiocarbónicos más antiguos del Perú en relación a los habitantes remotos de este país.
Además, la novedad es que este programa presenta por vez primera una curva específicamente diseñada para el hemisferio sur, que es donde se localizan los yacimientos arqueológicos peruanos, haciendo así más precisas las correcciones radiocarbónicas de esta parte del continente. Debido a que la dendrocurva del hemisferio sur (Shcal04) está limitada a 9,682 a.C., las fechas radiocarbónicas peruanas, que son más antiguas que este fechado, han tenido que ser calibradas por la curva del hemisferio norte (IntCal04), la cual no es exacta para el hemisferio sur, pero es la mejor alternativa frente a colocar un simple fechado sin corrección. De modo que para fechados más allá de este límite cronológico hay que contar un grado menos de precisión hasta que en el futuro se prepare una curva del hemisferio sur que cubra el Pleistoceno Final. Esta tarea es para las futuras generaciones.
Además, ya hace muchos años, los expertos en medición radiométrica han reconocido que el contenido de radiocarbono en los organismos muertos, no sólo dependía de la actividad radiocarbónica durante la época de vida y muerte del organismo, es decir, de la historia cronológica del radiocarbono, sino también de la zona donde éste residía. Por tanto, organismos que viven en las alturas contienen una cantidad diferenciada de radiocarbono que otros que, por ejemplo, reciben exposición solar como en el ecuador, u otros que se hallan impedidos de ello por encontrarse bajo cubiertas de nubes (como en la caso de gran parte de la costa peruana, al menos desde el Holoceno). De igual modo, organismos que están constituidos por carbonatos extra resultan en un problema llamado “efecto reservorio”. Pues bien, el programa actual permite reducir estos errores y valores extra de C14 en función de obtener un resultado más preciso.
Otra importante “primicia”, es que la curva de calibración ya no sólo se compone de la elaborada a base de anillos de árboles, sino que ha sido extendida por otro tipo de materiales orgánicos sensibles, primero usando anillos de árboles fósiles, lo que ha hecho a la propia dendrocurva remontar a los 14,000 años radiocarbónicos (unos 14,700 años a.C.), y luego usando corales y foraminíferas de Barbados, que aparentemente también han sido altamente sensibles al registro radiocarbónico. Esto ha posibilitado calibraciones (que Van Andel llama, ya para la época, “correcciones”) hasta cerca de 21,000 años radiocarbónicos (unos 23,500 años a.C.).
Ciertamente hay que enfatizar que el radiocarbono es un utensilio del arqueólogo o el prehistoriador, entre otros académicos, y no un fin, como bien lo ha apuntado el mismo Taylor, uno de los grandes expertos en C14. El tema de la calibración radiocarbónica es importante y tal es así, que las revistas de arqueología internacionales exigen, actualmente, el manejo de fechados radiocarbónicos en función de dilucidar eventos pasados sobre años calendario y no simplemente radiocarbónicos. Su uso se impone frecuentemente en el hemisferio norte, mas no siendo tan usual en el sur. Por ejemplo, en el Mediterráneo se vienen descubriendo fechados en años de nuestro calendario de varias de las secuencias de ocupación humana, desde el Paleolítico hasta la edad del Bronce, que, en general, vienen impactando por la mayor antigüedad calendario que no se había sospechado antes.
Este avance nos ha permitido presentar por vez primera, hasta donde sabemos, todos los fechados radiocarbónicos convertidos en años reales de nuestro calendario, por medio de lo cual estamos en condiciones de ubicar en el tiempo, de manera precisa, los eventos del pasado, y así, no sólo poder compararlos o contrastarlos en cuanto a la historia precerámica peruana, sino también relacionarlos con los eventos medioambientales pretéritos, tales como, por ejemplo, climas y catástrofes, llámense
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Unos colegas de la Universidad de Colonia han creado un software para calibración radiocarbónica simultánea con información paleoclimática, de modo que al ingresar el input C14, se obtiene simultáneamente el clima de la época en las inmediaciones del yacimiento en cuestión. Los ordenadores son, pues, ahora una necesidad para los prehistoriadores.
Hay también que dejar en claro que, si bien todas las fechas en este libro están calibradas -a no ser que se especifique fechados radiocarbónicosesto se ha dado empleando un sigma de probabilidad que, aunque sólo corresponde a un 68.2% de precisión, encierra los resultados en un lapso de tiempo estadísticamente más reducido (Ziolkowski et al. 1994), y nos ha parecido conveniente usar este rango de aproximación, en función de no especular con fechados demasiado antiguos, sobre todo si hay casos de desviaciones estándar demasiado amplias.
La calibración radiocarbónica afecta a todo fechado C14. Incluso hasta secuencias históricas y climáticas pueden ser corregidas, tal como es el caso de la erupción de un volcán como el Thera en la isla Santorini, durante la edad de Bronce o pasando por la historia Valsgaard, pre-vikinga, hasta secuencias del neolítico europeo. Y mas allá, aun: el profesor Melaars de Cambridge, habiendo aplicado calibración radiocarbónica, ha logrado probar que los primeros seres humanos en Europa, se difundieron mucho más rápido de lo pensado anteriormente, en un lapso de menos de una década, antes de los 42,000 años a.C. Estos primeros seres humanos se desplazaban más rápido de lo pensado, y ello lo sabemos gracias a la calibración radiocarbónica.
Además, cuando se ha hallado más de un fechado perteneciente a una fase de ocupación de un yacimiento, hemos tomado siempre los rangos de 68.2% para determinar el inicio y final de una secuencia en función de ser coherentes con todos los resultados cronológicos que serán la base de la tabla en la preparación a base de fechados corregidos, y fruto de ellos. También es importante señalar que no hemos usado los modeladores de secuencia relativas que se hallan dentro del programa, pues no pretendemos alta precisión de secuencias. Sin embargo, hay que dejar constancia de que puede haber errores en nuestro procedimiento, porque es más bien grueso y no fino. En todo caso, sería necesario proceder por modeladores de secuencias para todo el banco de fechados precerámicos del área andina, que deben de sobrepasar los trescientos y que sería tema interesante de un artículo científico.
Estas correcciones no sólo involucran a los Complejos precerámicos, sino también a épocas posteriores. Para nadie que conozca del tema es un secreto que gran parte de la secuencia del Horizonte Temprano de la arqueología peruana, resulta en el vacío, pues debido al famoso Plateau de Hallstatt, que es un lapso de tiempo aproximadamente entre los 800 y 400 años a.C., durante el cual, la curva de calibración radiocarbónica presenta una enorme anomalía y por consiguiente ningún fechado radiocarbónico resulta ser exacto, sino que puede ser ambiguo entre las dos fechas. Basta echar una mirada a la curva y podremos observar fácilmente que este tipo de alteraciones cronológicas alcanzan a más de una docena y se distribuyen entre la época denominada “Blanco sobre Rojo” (200 a.C.) hasta inclusive el Horizonte Tardío.
Para finalizar con el radiocarbono, deseamos dejar bien en claro que éste es sólo un medio y no un fin, como ya lo ha sugerido Bonavia y otros autores. Si en nuestro cuadro, resultado de las correcciones radiocarbónicas, hemos optado por fijar los límites de tiempo en base a la información isotópica, ello no implica que las fases o períodos puedan ser algo más extensos. Esto ya escapa a nuestra posibilidad, pues trabajamos con lo que los autores publican y fechan. En
Los fechados que son presentados en este libro, están calibrados con precisión de escala anual. Los códigos de los fechados radiocarbónicos no han sido incluidos en este libro, pero pueden ser consultados por ejemplo en el libro de Ziólkowski (et al. 1994).
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marina de Encarta2006 de Microsoft, que cuenta con el respaldo del NOAA (Nacional Oceanic and Atmospheric Administration-GEBCO). La importancia de conocer e identificar las líneas litorales de inicios de la glaciación del Younger Dryas, es obvia en cuanto ellas constituían el marco ambiental que encontraron y al que tuvieron que adaptarse nuestros tempranos pobladores.
esta línea deseamos solicitar al lector, se remita a la fuente original si desea una consulta, pues somos plenamente conscientes que sólo estamos haciendo precisiones, no “periodificaciones”.
La línea de la costa peruana a la llegada de los primeros habitantes
Localización de los yacimientos arqueológicos por GoogleEarth y fotos digitales
Dejemos a un lado el tema radiométrico. Ahora debemos tratar el del medioambiente del pasado. Es ampliamente conocido que durante la última glaciación, hace unos 12,000 a 11,000 años, el mar se hallaba unos 50 m. por debajo del nivel actual. Esto implicó que hubiera más extensión de tierra, es decir, de litoral. Éste es exactamente el caso de la costa de lo que actualmente se conoce como el territorio peruano. Por consiguiente, los pobladores que se asentaron en el litoral tuvieron más extensión de playa y, a su vez, las poblaciones costeras estaban más distantes del mar.
A fin de que el lector pueda tener una idea de la situación geográfica de los yacimientos arqueológicos a tratar, hemos hecho uso extensivo de fotos digitales tomadas en perspectiva por medio del programa recientemente creado (Junio 2005) Google Earth (4.0.2742) y actualizado en marzo del 2007, el cual dispone de altímetro y GPS, lo que nos ha permitido detectar la altitud exacta de los yacimientos abordados por medio del sistema de navegación del programa. La fuente de información geo-espacial se basa en fotografía digital que garantiza la localización de los yacimientos a examinar. Su alta resolución nos ha permitido penetrar en áreas que ni siquiera pudiéramos haber pisado debido a la dificultad del terreno, aunque hay que admitir que una visión in situ hubiera sido infinitamente más enriquecedora, sobre todo en cuanto al medioambiente se refiere. Esto ha sido imposible, pues no hemos contado ni con el tiempo ni los recursos para semejante proyecto de fotografiar cada yacimiento en cuestión. Las fotos, tomadas generalmente en perspectiva para el efecto deseado y el entorno que deseamos contrastar (generalmente el Océano Pacífico, ríos, o los Andes), han sido grabadas en archivos jpg (Joint Photographic Experts Group) y luego editadas a formatos de 256 colores grises, para finalmente ser modificadas y adaptadas con datos que eran necesarios de anotar, sobre todo para la localización de los yacimientos y las características principales de sus entornos. Todas tienen el copyright de Google Earth 2005, que
Por ello es que en este libro hemos trazado la línea aproximada del litoral peruano entre los 11,000 y 9,000 años a.C., que obviamente se relaciona con poblaciones que vivieron durante esa época del Holoceno Temprano. Hay que señalar, sin embargo, que no existen líneas batimétricas modernas y completas a escala menor, para poder reconstruir con más detalle cómo se delineaba el litoral durante el fenómeno eustático marino y aproximarnos a una idea de cómo eran las líneas de playa durante esta época. Hemos hallado una curva batimétrica de 50 m de profundidad a la que hemos considerado como estrictamente referencial, ya que no hemos tenido en cuenta otro tipo de fenómenos como la elevación de terrazas, las transgresiones marinas, etc. De tal forma que esta profundidad es sólo para darnos una idea aproximada de cómo pudo ser la de la época. Para ello, nos hemos basado en las líneas de los mapas digitales de cartografía
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incluye a su vez las propiedades de imágenes de entidades como © Image 2006 NASA, © 2006 Europa Technologies, © 2006 Discovery Network, © 2006 National Geographic Society, Image © DigitalGlobe y Image © 2006 TerraMetrics, las cuales han sido elaboradas y editadas con fines exclusivamente científicos y didácticos. Google Earth, gentilmente, nos ha permitido publicarlas en este libro.
Este libro está dedicado al estudiante universitario de ciencias humanas, pero dentro de un enfoque interdisciplinario -que es el que he aprendido durante mis estudios de prehistoria. Sin embargo, esperamos sea también de acceso al público neófito en esta materia. Sería reconfortante que sea empleado por maestros de escuela, con el objetivo de actualizar la visión e historia de los peruanos más antiguos. Sobre todo de darles una idea de la importancia de la interdisciplina cuando hablamos y tratamos de reconstruir la historia de nuestros ancestros más remotos, de los cuales sólo nos quedan huesos, carbón y piedras…
Para la parte tan importante de geomorfología, que concierne al tipo de rocas y cambios geológicos posibles que se han suscitado en los yacimientos y sus respectivos entornos, se han consultado los mapas geológicos del INGEMMET, que cubren casi la totalidad del territorio peruano (versión digital 1998).
Otros puntos relevantes En cuanto al tipo de citas bibliográficas, obviamente hemos anotado autores y años, pero nos hemos tomado la libertad de excluir números de páginas dentro del marco de una obra general como ésta, aunque pequemos de no ser tan precisos. La única excepción de citas de páginas puntuales ha sido hecha para el análisis que el autor de este libro llevó a cabo con la pequeña colección del Complejo Ayacucho de la cueva de Pikimachay, depositada en el Museo de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en función de que el lector pueda comparar las piezas estudiadas y las que han sido publicadas por MacNeish (1979). El lector verá, además, que sólo para la parte paleoclimática se ha citado las obras en cada párrafo, mientras que para la parte de la revisión de los yacimientos arqueológicos, se ha visto la necesidad de mencionar los textos usados al inicio del examen de cada sitio.
Bonavia, D. 1991. Peru, Hombre e Historia: De los Orígenes al Siglo XV. Ediciones Edubanco, Lima, Perú León Canales, E. 2006. Radiocarbono y Calibración: Potencialidades para la Arqueología Andina. Arqueología y Sociedad 17: 67-89. Taylor, R. E. 1987. Radiocarbon Dating. An Archaeological Perspective. Academic Press. New York Ziólkowski, M. S., M. F. Pazdur, A. Krzanowski, and A. Michczynski. 1994. Andes. Radiocarbon Database for Bolivia, Ecuador, and Peru. Andean Archaeological Mission of the Institute of Archaeology, Warsaw University & Gliwice Radiocarbon Laboratory of the Institute of Physics, Silesian Technical University. Warsawa – Gliwice.
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calibración del hemisferio sur, que incluye al territorio peruano, donde obviamente se hallan yacimientos peruanos.
Establecimiento de los límites temporales y espaciales
De allí que tenemos tres períodos, a saber: 1. Pleistoceno Final (ca. 15,0009,500 años a.C.). Caracterizado por la presencia de al menos tres episodios paleoclimáticos trascendentes; es decir, el avance Dryas II, el interglaciar Allerod y el Younger Dryas, literalmente, el último avance pleistocénico. Este período coincide con el Precerámico I de Lanning.
Límites temporales Este libro presenta una revisión general de los yacimientos entre el Pleistoceno Final y el Holoceno Medio de los Andes Centrales, i.e. del Perú. Sin embargo, cuando se ha creído pertinente, se ha presentado un resumen un poco más detallado debido a la relevancia de la información. Tal es el caso de los yacimientos que se hallan representados por vastos informes de excavación y sobre todo que contienen datos importantes sobre los modos de vida de los más antiguos habitantes del Perú.
2. Holoceno Temprano (ca. 9,5007,000 años a.C.). Período que comprende la desglaciación y el inicio de la elevación de las temperaturas en los Andes Centrales de acuerdo a la curva O18 de Thompson et al. (1995). Este período corresponde exactamente a los II-III de Lanning.
Debido a la incipiente tecnología de estos primeros grupos, un primer factor crucial a introducir es el medioambiente de la época. Precisamente por ello hemos tomado como referencia principal a las divisiones de la historia climática de la tierra, pues ellas marcan o influyen en los cambios medioambientales cualitativos de relevancia para con estos grupos. Es decir, creemos que la geochronology, como marco de referencia, define bien a los desarrollos culturales incipientes.
3. Holoceno Medio (ca. 7,000-4,000 años a.C.). Siempre de acuerdo a la curva isotópica del Huascarán, período en que se llega a un máximo de temperaturas en los Andes, justamente seguido por el pequeño avance subatlántico -ya caracterizado en varias partes del globo y que en los Andes antecede a la construcción de edificios públicos e inicios de la complejidad social. Es importante mencionar que durante este período -que coincide, aproximadamente, con el IV Lanningse van gestando logros tales como la domesticación de plantas y animales.
Un segundo factor en la demarcación de los límites temporales es la cronología en años de nuestro calendario. Para mayor precisión hemos optado por fijar las referencias a base de fechados radiocarbónicos calibrados. Ellos serán menos precisos antes del décimo milenio a.C., por falta de la “dendrocurva respectiva”, pero más exactos para fechados del Holoceno, precisamente en vista de la existencia de la nueva curva de
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Límites espaciales Los yacimientos que van a ser expuestos y examinados pertenecen al Área Andina Central, es decir, gran parte de lo que actualmente se conoce como Perú. No obstante, si tratamos de poblaciones prehispánicas, más aun con las prístinas precerámicas, es obvio que los límites actuales no lo fueron en el pasado.
en las alturas. Las dos últimas zonas de cotradición que plantea Bennett son la Sur entre Ica y Lomas, junto al Cuzco, y la del extremo sur, entre Lomas hasta Moquegua, incluyendo el área circumlacustre.
Wendell C. Bennett fue probablemente el único antropólogo que logró plantear con gran precisión áreas de co-tradición del Perú prehispánico (1948) y tal como dice Bonavia (1991): su trabajo tiene más de medio siglo, pero en sus lineamientos generales, es tan vigente cual si fuera moderno.
Una zona que Bennett excluye es Tacna, con lo cual estamos de acuerdo, pues al parecer se trata de un área también transicional entre el desierto de Antofagasta y la zona andina central. Los hallazgos recientes de Quebrada de los Burros, que parecen sugerir algunos orígenes del Complejo Chinchorro, brindan más soporte en cuanto a esta división tan tempranamente sugerida por Bennett.
Bennett se inspiró en las definiciones de Ralph Linton y a partir de ello precisó al menos cinco grupos de co-tradición usando los valles como hitos, los cuales, a grosso modo, seguimos en este libro, básicamente a nivel de valles con las consideraciones que ha hecho Rouse respecto del planteamiento del mismo Bennett (Rouse 1954), sobre todo en la necesidad de hacer más flexibles los grupos. No vamos a definirlos nuevamente, pues el lector encontrará la información en el trabajo original (Bennett 1948).
Hay que señalar, también, que nosotros no hemos hecho uso estricto de estas clasificaciones geográficas en vista de los pocos yacimientos precerámicos entre el Pleistoceno Final y el Holoceno Medio en los Andes Centrales. En el índice se encontrará simplemente la separación implícita de Costa Norte, Costa Central y Costa Sur, mientras que de igual manera, Sierra Norte, Central y Sur en los valles alto andinos, incluida la Puna de Junín, donde se han realizado una serie de investigaciones de este período.
En efecto, el primer grupo se puede considerar bien al área entre Lambayeque y Moche en la costa, y Cajamarca en la sierra. Bennett llamó a esta área Extremo Norte. Sin embargo, ello excluye a la zona de los departamentos actuales de Piura y Tumbes. De acuerdo al medioambiente y evidencia del inicio del Holoceno en esta zona, es posible postular que es intermediaria entre Lambayeque y la costa de Guayas. Es una suerte de zona de transición con la costa tropical ecuatoriana.
Antes de finalizar con los límites espaciales, presentamos en la figura 1 los yacimientos que vamos a examinar a continuación, incluida la curva batimétrica de 50 metros, que en algún momento después de Younger Dryas, pudo haber sido la costa peruana que vieron los primeros habitantes de esta parte de los Andes Centrales. A continuación ofrecemos un muy breve esbozo de algunas de las áreas de estudio de la prehistoria que hemos considerado necesarias de introducir en este libro, ya que van a ser luego usadas a lo largo de la exposición de los yacimientos a evaluar.
La zona norte comprende desde el río Moche hasta el Rímac, incluyendo el Callejón de Huaylas, mientras que la zona Central, entre el Rímac e Ica, con la contraparte del Mantaro
Presentación
La prehistoria y el contexto americano
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libro: la radiometría y la paleoclimatología. En el primer caso, a pesar que hay una serie de métodos de medición del tiempo en el pasado, vamos a incidir aquí en el radiocarbono en vista de su importancia en el Área Andina. En el segundo, se trata más bien del estudio interdisciplinario de los climas del pasado, donde intervienen ciencias como la química, física, geo-arqueología, paleooceanografía, que combinadas se conocen como multi proxi approach. De tales fuentes de información, cruciales para épocas tan remotas, podemos destacar a las siguientes: estudios isotópicos, geoquímicos (entre ellos, el oxígeno 18, que veremos más abajo), dendrocronología (o el llamado estudio de los anillos de los árboles), palinología (que es el estudio del polen, restos que quedan de plantas para determinar flores y tipos de vegetación en el pasado), varvas de lagos (que se usan de manera similar a la dendrocronología, pero más bien sobre sedimentos lacustres), anillos de formación de corales (que también proporcionan información paleoclimática), biocronología (es decir, tipos de animales asociados a los restos que se encuentran y los cuales nos hablan, también, de climas del pasado) y la geomorfología, la cual aporta con importantes observaciones sobre cómo se formaron las formas terrestres y cuál fue su dinámica.
Las ciencias físicas y los estudios prehistóricos Dos preguntas iniciales de fundamental importancia para el estudio de la época precerámica son: ¿cuándo sucedió un evento? Y luego ¿cuáles fueron las condiciones ambientales en que sucedió tal acontecimiento? Los prehistoriadores, acostumbrados a tratar con muy pocas evidencias de las épocas más remotas, tales como trozos de piedra, restos de hueso y fragmentos de carbón, tienen la obligación, literalmente, de “hacer hablar” a estos vestigios. Ello sería imposible sin la ayuda de las múltiples ciencias que actualmente suelen estar anexadas o por lo menos trabajan en coordinación con los departamentos o laboratorios de estudios arqueológicos o prehistóricos. Dentro de estas ciencias que auxilian a los estudios de la prehistoria se hallan dos de especial relevancia, las cuales van a ser empleadas en este
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Sin ánimo de profundizar en cada uno de estos campos, pues requerirían un libro aparte, vamos simplemente a dar algunos conceptos básicos sobre dos temas clave vinculados con esta obra: el radiocarbono y paleoclimas.
La medición del tiempo: el radiocarbono
La posibilidad de que la radioactividad pueda proporcionarnos un conocimiento con precisión de cuándo se dieron eventos en el pasado, ha sido considerada por muchos como una revolución (Renfrew 1973). Desde un inicio, a pesar de ciertas imprecisiones, el método del radiocarbono, bautizado así por el mismo Libby, probó su eficacia. Para ello se buscó el mismo núcleo de la arqueología internacional: Egipto. La primera prueba fue un fragmento de madera acacia de la tumba del Faraón Zoser, que sólo se diferenció en algunos pocos años de la edad real histórica de la muerte del Faraón. Dentro de este primer grupo de fechados, hay que mencionar a algunas muestras peruanas venidas de Huaca Prieta. Resulta paradójico que ya desde un inicio el Precerámico haya sido puesto a la luz por medio de este método, demostrando la antigüedad milenaria de los seres humanos en el Perú.
En 1947, después de la convergencia de una serie de eventos, Libby, Arnold y otros colaboradores descubren en la Universidad de Chicago el método del radiocarbono (Taylor 1987). El principio, después de tantos años, sigue siendo el mismo. Rayos cósmicos ingresan a la atmósfera y reaccionan en Nitrógeno 14. En este proceso se genera Carbono 14, que se diferencia de los demás carbonos simplemente porque es radioactivo. Pues bien, una vez en la biosfera, este C14 radioactivo se distribuye en toda la tierra, de modo que es consumido por medio del oxígeno y el dióxido de carbono. Luego es incorporado en las plantas por medio de fotosíntesis y ellas a su vez son comidas por animales y finalmente por seres humanos, de forma tal que siempre hay una proporción balanceada del consumo de C14 del ser vivo con la atmósfera. Al momento de morir, entonces, el organismo deja de consumir C14.
Otro grupo de fechados importantes para la antigüedad en el Perú son los de la cueva de Lauricocha, que a pesar de que también se hicieron por el método del carbón negro, descartado hoy en día, avalaban la presencia de seres humanos en las alturas andinas peruanas por los 7,000 años a.C.
Tomemos el caso de un ser humano. Cuando éste muere, deja de consumir radiocarbono y empieza lo que los físicos llaman “reducción” (decay), que es simplemente la conversión de C14 en N14 dentro del organismo muerto. Es la cantidad proporcional de C14, entonces, la que es medida por el contador radioactivo. Una serie de experimentos llevaron a la conclusión de que la mitad de la partícula de C14 “muere”, es decir, cambia a N14, en unos 5,600 años radiocarbónicos. Por tanto, mientras menos C14 se halle en la muestra, digamos en este ejemplo: un hueso, el momento de la muerte de esta persona es más antiguo. Por eso hay muestras que tienen una muy pequeña proporción de C14 que datan de unos 40,000 años, por ejemplo, en el caso de seres humanos de la época llamada Paleolítico, mientras que hay una alta proporción cuando la muestra viene de épocas más recientes, como por ejemplo de una clásica momia peruana de Paracas. Si seguimos esta lógica, una momia Inca tendría menos proporción C14.
Pero no todo fue perfecto. Pasaron pocos años del descubrimiento del radiocarbono para que DeVries detectara una serie de problemas con el método. Tanto arqueólogos como físicos habían asumido que la producción de C14 había sido constante a través del tiempo. Esto era y es falso. La producción de C14 había sido inconstante por efectos de cambios del eje magnético terrestre y de la actividad solar, entre otros factores. Justamente en ello radica la importancia del descubrimiento de DeVries, pues si había irregularidades de producción de C14 durante el tiempo, los resultados que proporcionaban los contadores radioactivos eran simplemente radiocarbónicos y no con fechas de nuestro calendario, es decir, no reales. Este problema fue más dramático cuando se exploró ciertos segmentos de tiempo
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donde la producción había sido tan irregular que un mismo evento podía ser a la vez fechado en 400 u 800 años a. C., es decir, un error de 400 años reales. De hecho, este período de tiempo sigue impreciso hasta la actualidad, de modo que hay problemas, por ejemplo, para fechar gran parte del desarrollo de Chavín de Huántar. Otros “baches” temporales se hallan en muchos segmentos de tiempo, tanto para los recientes como para los antiguos.
la ventilación marina, que al parecer generaron cambios en el C14. Es justamente por ello que este libro presenta fechados corregidos a años reales de nuestro calendario.
Frente a este problema se recurrió a la dendrocronología con resultados positivos. Resulta, entonces, que los fechados radiocarbónicos que son obtenidos de las muestras, deben ser comparados con los resultados radiocarbónicos obtenidos de una serie de grupos de árboles de diversas partes del mundo, que forman lo que se conoce como la “curva de calibración”. Ello implica la necesidad de convertir los años radiocarbónicos en años de nuestro calendario o sidéreos, que sencillamente expresan el tiempo real en el que sucedió el evento pasado. Valga la oportunidad de mencionar que la calibración no sólo es necesaria para el marco de tiempo del que se ocupa este libro, sino también para épocas posteriores, incluso inca y hasta nuestros tiempos modernos.
Lo que los trozos de hielo nos dicen El clima en el que nuestros antepasados más remotos vivieron, ha estado en permanente variación. El conocimiento sobre los climas y medioambiente a los que estos primeros grupos tuvieron que adaptarse es de fundamental importancia para entender una serie de evidencias que ellos nos han dejado. Uno de los puntos cruciales en el estudio del clima es el de determinar las temperaturas del pasado y sus posibles consecuencias. Más aún tratándose de épocas tan remotas, donde los seres humanos contaban, todavía, con un incipiente desarrollo tecnológico de adaptación, lo que llevaba a permanentes desplazamientos y formas de adecuación diversas.
La última curva de calibración al momento de la redacción de este libro ha sido publicada en el 2004 y puesta en uso desde el 2005 (Reimer et al. 2004, Blackwell et al. 2006). La ventaja de esta nueva curva es que permite calibrar, es decir, corregir los fechados, a nivel de precisión anual. Además, presenta por vez primera una curva preparada especialmente para el hemisferio sur (MacCormac et al. 2004), que es donde se encuentra el Área Central Andina y, en general, el Perú. En términos temporales, la curva se ha extendido haciendo uso de fechados en corales, sedimentos y foraminíferas de ciertas partes del mundo. Una de ella es la secuencia laminar que se ha encontrado en el valle de Cariaco, Venezuela, la cual permite, con bastante precisión, corregir fechas entre 14,000 y 40,000 años (Hughen et al. 2004). De otro lado, es evidente que cambios climáticos en la tierra, tales como avances glaciares, han incrementado la producción de C14 atmosférico, como consecuencia de trastornos geomagnéticos. Lo mismo parece haber ocurrido incluso en la época del Younger Dryas (también llamado “Evento Heinrich 0”) cuando hubo trastornos en
En Europa, los paleoantropólogos y prehistoriadores -quienes estudian las sociedades más antiguas, desde hace 4 millones de años hasta fines de la última glaciación, hace unos 11,000 años- por tradición incluyen en sus trabajos análisis geológicos y paleo-ambientales, cuyo objetivo es determinar (con diversos grados de precisión) el tipo de clima de un período específico. Este estudio, que gira en torno a los seres humanos y el medioambiente, se conoce como ciencias del Cuaternario. En los Estados Unidos, ya desde mediados del siglo pasado se iniciaban este tipo de estudios generados por la posibilidad de probar la coexistencia de cazadores y mamuts, debido a lo hallazgos de los supuestos cazadores Clovis en Nuevo México. Uno de los grandes precursores es Antevs, quien se había percatado de que las
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puntas acanaladas Clovis, estaban asociadas al llamado Colluvium, justamente época de transición entre el Dryas III y el Inicio del Holoceno, lo que le llevó a hablar de cazadores de la edad de hielo, de alguna forma similares con el Paleolítico de Europa, aunque con la diferencia temporal evidente. Es así que se hicieron una serie de esfuerzos por reconstruir los climas del pasado. La gran mayoría de estudios se hacían sobre características físicas y geomorfológicas de paisajes geológicos. Estudios de morrenas y de distribución de niveles de nieve, por ejemplo, fueron cánones y, de hecho, lo siguen siendo aun hoy en día. De éstos surgieron las llamadas épocas de glaciaciones y deglaciaciones. Incluso en el Área Andina las investigaciones sobre avances y retrocesos (interestadiales) en las inmediaciones de los glaciales de Lauricocha (cordillera de Raura y nevado Yerupajá) siguen siendo, aún, pívot para hablar de paleoclimas andinos.
No vamos a entrar en detalle del potencial de cada uno de estos elementos. Sólo nos referiremos a uno, debido a su importancia en la determinación de climas de la tierra en el pasado. Es el isótopo oxígeno 18. El oxígeno está compuesto por 8 protones y 8 neutrones, lo que resulta en un peso atómico de O16. No obstante, una pequeña cantidad de átomos de oxígeno presenta dos neutrones más, lo que genera el O18, también conocido como “oxígeno pesado”. Pues bien, la proporción entre O16 y O18 ha sido cambiante durante el tiempo. Los glaciales han retenido oxígeno pesado durante períodos de mayor temperatura. De ello se ha obtenido la tendencia que a menos proporción de O18 (acompañado por menor proporción de Deuterio), menor temperatura terrestre. En cambio, a más proporción de O18 en conchas marinas, menor temperatura de la superficie marina. Tal distribución proporcional ha quedado registrada en los bloques de hielo de cualquier parte del mundo con presencia nival. Los bloques cilíndricos de hielo son analizados por su estratigrafía, dando como resultado espectros cromatográficos donde se presentan las proporciones de Deuterio-Hidrógeno comparado con O16-O18, estableciendo así, literalmente, un calendario climático (http://www.ncdc.noaa. gov/paleo/paleo.html).
A partir de la década de 1950 hubo una eclosión de estudios en función de la búsqueda de isótopos en diferentes elementos químicos que proporcionaran información paleoclimática y ambiental de la tierra. Tan es así, que una serie de estudios interdisciplinarios asistidos ya electrónicamente (y hoy en día, digitalmente) surgieron al menos ya desde hace unos 40 años. Proyectos como CLIMAP de los años 70, incluso siguen hoy en día vigentes, siempre en actualización permanente. Es en este contexto que surgen los estudios de barras de hielo (ice cores), específicamente en Groenlandia (e.g. Grootes et al. 1993). Resulta que la acumulación de hielo a través del tiempo ha permitido almacenar burbujas de aire, las cuales contienen, cual refrigerador gigante, una gran cantidad de elementos químicos radioactivos y no radioactivos que existieron en la tierra durante miles de años. Elementos como hidrógeno, deuterio, entre otros, permiten estimar el tipo de clima y temperatura habida. Por ejemplo, se ha demostrado que niveles bajos de concentración de metano y dióxido de carbono, registrado en las capas de hielo, indican un clima más frío, mientras que la elevación de ambas concentraciones, climas más temperados (Bradley 1985).
Las perforaciones más profundas han logrado dar a conocer el registro paleoclimático, incluso a nivel de décadas de al menos los últimos 120,000 años, en el hemisferio norte, mientras que en la Antártica se ha llegado a reconstruir temperaturas desde hace aproximadamente 400,000 años. Como resultado, proyectos como el GISP (Greenland Ice Sheet Project), los cuales han determinado “estadios isotópicos” para avances e interestadiales basados en la estratigrafía de Groenlandia, han devenido en una suerte de termómetro del pasado y a su vez, en la consulta necesaria para cualquier estudioso del clima del pasado, incluso, de épocas más recientes para los
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de sulfuro que suelen generar nubes, a veces por años, influyendo directamente sobre la irradiación solar e incluso el contenido C14. Al respecto, no conocemos ningún trabajo para la época que trata este libro, a pesar de que el área andina presenta una considerable cantidad de territorios volcánicamente activos en Arequipa, Cajamarca, entre otras zonas. Una investigación sobre los posibles efectos de este tipo de combustión volcánica en el C14 de los Andes Centrales sería interesante, en vista de que se ha demostrado que erupciones de áreas de baja latitud, como la nuestra, pueden generar fumarolas de largo impacto, incluso modificar climas por varios años.
Andes, como para cualquier cultura preincaica, pues aunque ellas son posteriores al tema de este libro, también tuvieron que adaptarse a un entorno que lamentablemente se conoce muy poco. Pero, ¿por qué cambia el clima? Por muchos factores. Entre los más importantes están cuatro: variaciones en las manchas solares, erupciones volcánicas, cambios en las corrientes oceánicas y, en menor medida, alteraciones del albedo. Las manchas solares son, probablemente, algunas de las responsables directas de los cambios climáticos en la tierra. Se ha llegado a demostrar que a más manchas solares, más energía solar, mientras que, por el contrario, a menos, menor energía solar. Esta variación es para los arqueólogos de gran importancia, pues la irradiación solar está en directa relación con la producción de C14 en la atmósfera terrestre, lo que a su vez puede modificar su contenido en los organismos vivos que lo consumen y, consiguientemente, los fechados radiocarbónicos.
De igual forma un potencial enorme sobre cambios climáticos en la tierra lo tienen las corrientes marinas. Éstas transcurren por diversas partes del mundo alternando la posición de sus aguas superficiales, por las de profundidad. Cuando hay frío, el agua se hace más densa, lo que a su vez permite descienda más aún. Luego, al retornar a la superficie, afecta directamente a la atmósfera, enfriándola. Aguas ventiladas explican la temperatura tan baja durante la última glaciación. En otros casos, pueden liberar CO2 en la atmósfera, recalentándola y, a su vez, elevando las temperaturas.
El contenido de C14 suele quedar registrado a gran nivel de detalle en los anillos de los árboles de ciertas partes del mundo. El registro es tan fino que se ha llegado a detectar posibles vinculaciones entre la baja productividad de insolación con pequeños avances fríos, incluso para épocas más recientes como alrededor de los 1,400-1,300 años a.C., 700 años a.C., 400 años a.C. y 700 años AD, entre otros lapsos de tiempo. En este contexto, resulta curioso que estas bajas de temperatura, que en parte han sido comprobadas para nuestro hemisferio, se hallen vinculadas a períodos conocidos como “Horizontes” en los Andes, a excepción del calentamiento global durante 1,460-1,560 AD, justamente coincidente con todo el desarrollo de la cultura Inca. Otro lapso que merece más estudio, es desde el 600 al 1,150 AD, período en el cual Aber (2007) ha comprobado un abrupto calentamiento en el Perú Prehispánico. Como se puede ver, hay un gran campo de exploración entre clima y culturas, no sólo para las épocas tempranas, sino también, más recientes.
Finalmente, tenemos al albedo terrestre que es el grado de reflexión de la tierra con respecto a la irradiación solar. Las épocas de glaciación generan más nieve, la que a su vez produce una suerte de “efecto espejo,” reduciendo la insolación y bajando las temperaturas. Por el contrario, sucede también que el mar más frío produce menos evaporación y a su vez, menos cobertura de nubes, lo que lleva a una mayor irradiación solar y la subida de temperatura. Es evidente que se necesita una investigación sobre estos temas en el caso específico de los Andes Centrales.
Costumbres remotas en el siglo XXI: La etnoarqueología Si bien ya desde hace mucho se había llamado la atención sobre pueblos que aún tienen costumbres remotas, y que éstas pueden servir de vehículo al prehistoriador para introducirse en el pasado y buscar explicación a una serie de evidencias, es posible que sólo con André-
Otros eventos que pueden contribuir con alterar la insolación son las erupciones volcánicas y fumarolas, debido a las partículas
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fuentes de agua y que perseguían a presas como ciervos y caballos. Además, se comprobó la existencia de la organización del espacio, pues en torno al campamento se desarrollaban una serie de actividades tales como la confección de herramientas de piedra, de hueso, zonas de preparación culinaria, etc. También se ha podido notar que algunas actividades como la talla de piedra, si bien era una función de los adultos expertos, en ciertas ocasiones fue tarea de jóvenes aprendices, a juzgar por los restos que se han encontrado y por comparaciones con grupos que en la actualidad aún conservan técnicas remotas. Lo mismo se ha podido demostrar en otros yacimientos de esa época, como es el caso de Etiolles en Francia.
Leroi Gourhan en la década de 1960-1970 se haya iniciado el estudio sistemático de grupos humanos en función de explicar los restos que se excavan del paleolítico (Leroi Gourhan y Brézillon 1972). El modelo que aplicó este investigador en Pincevent, un yacimiento de la época llamada Magdaleniense (hace unos 14,000 años) en Francia, fue de fundamental importancia para explicar las evidencias halladas en el sitio. Él buscaba documentar eventos, actividades en este tipo de yacimientos, algo que no se había hecho, de tal forma que diseñó una técnica de excavación llamada “decapado” (decapage), la cual permite registrar las evidencias de manera bastante detallada (figura 2). Con ello se pudo exponer las superficies tal como habían sido abandonadas en el pasado, de modo que pudieran entenderse las relaciones entre ellas y reconstruir las actividades que fueron realizadas.
Otro tipo de evidencia, por ejemplo, pertenece al mundo del arte de las cavernas paleolíticas. Al observar una serie de grupos humanos que suelen pintar cuevas hoy en día, o hasta hace poco tiempo, uno puede percibir algunas ideas no sólo acerca de las técnicas usadas para hacerlo, sino también del porqué de ellas. Tal es el caso de las llamadas “manos negativas”, que aparecen al menos desde la época llamada Solutrense (20,000 años a.C.). Algunos aborígenes australianos aún las hacen por medio de la preparación de una sustancia de color rojo a base de óxido de hematita. Una vez que está listo el líquido espeso, lo absorben conteniéndolo en
Entre ellas se pudo evidenciar que esta gente se agrupaba en forma de bandas, muy posiblemente ligadas por lazos familiares, que instalaban tiendas de campaña en las inmediaciones de
Figura 2. Excavaciones con el método de decapage en el sitio paleolítico de Pincevent, Francia de unos 12,000 años a.C.
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pretendía en su trabajo era, simplemente, trazar la “biografía” de cada pieza, es decir, reconstruir toda su vida. Ello implica, en primer lugar, detectar o localizar la cantera de la roca que se usó para tallar el implemento. Y de hecho, es posible cuando se examina el material con geólogos y petrólogos, quienes conocen ampliamente los ambientes donde éstas ocurren. Una vez que se conoce el lugar de donde se extrajo la roca, se puede saber no sólo cuántos kilómetros tuvo que recorrer la gente para adquirir este material, sino también sobre la calidad de la roca que se había seleccionado. Justamente, esta última característica es fundamental, pues los talladores conocían las propiedades de las rocas y las seleccionaban de acuerdo a éstas, para hacer determinados tipos de instrumentos líticos.
la boca. Luego, colocan una mano sobre la pared de la cueva y rocían el líquido alrededor de ella. Posteriormente, al cabo de unos minutos, la retiran, quedando impresa la sustancia en forma de la silueta de la mano. Lo más interesante es que luego de que se le pregunta el porqué a la persona aborigen que hizo este tipo de pintura, ella responde que impregnar su mano en la pared de la cueva significa que su ser “queda” o “permanece” en la cueva; es decir, un sentido de pertenencia entre objeto y ser humano. Ello habla de una gran sensibilidad y profunda relación de estos grupos nativos para con la tierra y, a su vez, de un posible comportamiento similar de los seres humanos en el Solutrense.
Del estudio de los restos en estas canteras se puede saber qué se hizo durante la primera fase del trabajo. Para esto son fundamentales las lascas y desperdicios de talla. Además, si se recoge todo
El estudio de las herramientas de piedra del pasado Hoy en día, se dispone de una gran cantidad de técnicas para aproximarse a entender el mundo de las herramientas de piedra del pasado. Por medio del análisis que se hace de este tipo de utensilios uno puede reconstruir una serie de actividades llevadas a cabo hace miles de años y además, ensayar algunas explicaciones al respecto. Ya desde hace décadas, las excavaciones de rutina que se hacen en yacimientos del paleolítico europeo son extremadamente minuciosas, pues buscan recuperar todo tipo de restos, ya que ellos fueron producidos durante actividades de talla y luego importados en los yacimientos para ser usados, la mayoría de las veces. Cuando los bloques de roca eran traídos a los campamentos o talleres, los artesanos procedían a golpearlos, tallarlos e inclusive presionarlos con un equipo de herramientas para talla (como guijarros, cornamentas de animales, o trozos de madera dura) para formar o “modelar” sus útiles de piedra. Jacques Pelegrin, un experto en la reproducción de artefactos de piedra, en su tesis de doctorado aborda de manera impresionante el estudio del material lítico del período Chatelperroniense (35,000 años a.C.) de Roc de Combe, Francia (Pelegrin 1995). Lo que él
Figura 3. Talla inicial de un bloque de piedra en un experimento lítico llevado a cabo en, Pincevent, Francia.
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Figura 4. Taller de experimentos líticos para prehistoriadores en la Universidad Sofia Antipolis, 2000. Francia. in situ, hasta se pueden reconocer en el campo las áreas donde se llevó a cabo el trabajo. De allí que es tan importante que se excave y recoja el material con registro tridimensional y exacto de todo.
de artefactos tales como raspadores o raederas, hasta los omnipresentes guijarros tallados, que suelen ser usados para tareas duras. En Europa, durante varias fases del desarrollo humano, se han manufacturado útiles pequeños que implican muchas veces un esfuerzo mayor.
Posteriormente, las piezas, ya sea en estado bruto o algo talladas (esbozos), son transportadas a los talleres donde se va a continuar con la talla, dependiendo del tipo de herramienta (figura 3).
Para mejor comprensión de este tipo de variedades o técnicas de talla, ya desde hace mucho se suele hacer experimentos líticos, en los cuales, aprendiendo las técnicas del pasado por medio de la “lectura” cuidadosa de los artefactos prehistóricos, se intenta reproducir el proceso de talla tal como fue en el pasado.
La percusión con piedra produce formas generalmente toscas o abruptas, pero muchas veces es suficiente para confeccionar una serie
Los experimentos son registrados y comparados con el material prehistórico para darnos una idea aproximada, si son factibles las comparaciones. Es así que se puede determinar la dificultad de fabricación de una herramienta de piedra llamada buril, o de una hoja de tipo Solutrense, la cual es tan delgada como el espesor de un cartón. Se trata simplemente de la maestría de estos artesanos de hace 20,000 años. Los experimentos son llevados a cabo en proyectos o en talleres de formación, tal como se puede apreciar en la foto, en Sofia Antipolis, Francia (figura 4).
Figura 5. Niños usando un utensilio de piedra de tipo prehistórico para taladrar en un festival de prehistoria en el Museo Monrepos, Neuwied, Alemania.
Es interesante que este tipo de eventos sean también reproducidos en talleres y festivales llamados “prehistóricos” en Europa. En Alemania,
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(Francia) y otras láminas similares en un sitio de la cultura Clovis en Tennessee (USA), hace unos 13,000 años. Además, remover láminas de esta naturaleza no es fácil y se requiere experiencia para ello (figura 7). En el Perú, probablemente las mejores lecciones las obtenemos de los estudios llevados a cabo por el lamentablemente desaparecido Patrick Vaughan (Lavallée et al. 1985) en el abrigo de Telarmachay, en la Puna de Junín, donde hace 8,000 años los raspadores parecen haber servido, principalmente, para trabajo de pieles, trabajo en el que también habrían participado mujeres. Pero lo más interesante es que muchas de las puntas analizadas no sólo sirvieron para la cacería de ciervos o camélidos, sino también complementaron el trabajo de los raspadores con las pieles, e incluso fueron usados para cortar gras. Ello indica, claramente, que muchas de las inferencias que hacen los arqueólogos carecen
Figura 6. Niña aprendiendo a tallar la piedra a percusión con mano alzada, durante el festival de prehistoria de Monrepos, Neuwied, Alemania. por ejemplo, se observa gran participación de niños y adolescentes que se familiarizan con los materiales y el quehacer prehistórico de modo que se aproximan de manera directa y sensible al trabajo en prehistoria (figura 5 y figura 6) Al experimento, se une también un estudio clave para determinar la función de las herramientas de piedra. Nos referimos a los análisis de huellas de uso, en los cuales se examina, por medio de microscopios sofisticados y a gran aumento, las superficies supuestamente usadas de estos materiales líticos. Un ejemplo actual puede ser un cuchillo de mesa de cocina o una simple tijera. Si uno observa detenidamente sus bordes, es fácil descubrir que presentan una serie de líneas transversales que indican su función de corte. El principio es exactamente igual en los utensilios del pasado, pues tales funciones han sido “grabadas” en la piedra de manera perenne. De esta forma, el estudio de la “micro-topografía” de las huellas de uso de las herramientas prehistóricas, nos permite conocer con certeza la función de éstas hace tantos miles de años. Este tipo de análisis ha llegado a revolucionar el ambiente científico, pues lo que se creía alguna vez que fue un útil para una función, no sólo no la cumplía, sino que había servido para muchas más. Tal es el caso, por ejemplo, de las láminas que han sido usadas como cuchillos para cortar carne hace 14,000 años en Pincevent
Figura 7 . Jacques Pelegrin extrayendo láminas por medio de la técnica de percusión indirecta, en el taller lítico de Sofia Antipolis, Francia.
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de veracidad cuando se centran sólo en formas o siluetas de artefactos líticos. Es evidente, pues, que la traceología abre una gran brecha de investigación en el futuro de los países andinos.
piedra para asegurar el desprendimiento de una lámina. Algo similar se da durante la manufactura de un bifaz, pues allí también hay que controlar una serie de factores durante el trabajo, tales como ancho, largo y, sobre todo, no permitir que se rompa la pieza cuando es golpeada o que, eventualmente, pueda quedar con una falla que haga imposible que se pueda seguir trabajando con ella. El éxito en el término de la manufactura de un utensilio, por tanto, dependía no sólo de la calidad de la roca, a la que hemos aludido algunos párrafos arriba, sino también en la habilidad del tallador.
Pero volvamos a la “biografía de un artefacto de piedra”. Luego del uso, evidentemente, el utensilio es abandonado, o eventualmente reutilizado, cual “reciclaje” en términos modernos. Y es que la gente en el pasado sabía bien racionalizar sus recursos. Al final de su “vida”, el utensilio lítico es expulsado y abandonado. Es a partir de este momento cuando comienza otro proceso, que transcurre desde ese instante hasta que llega a las manos del arqueólogo. Ello también involucra estudios de tafonomía, que estudia a los agentes que intervienen una vez que los restos son abandonados (tales como animales o plantas de circundan posteriormente al lugar donde quedo depositado el útil). También hay que tomar en cuenta las posibles acciones humanas modernas, tales como agricultura o simplemente el crecimiento de ciudades, las cuales han podido alterar la naturaleza del lugar donde quedó la pieza.
Éste es, en resumen, el abanico de técnicas del que dispone el prehistoriador y que debe tomar en cuenta durante el trabajo de excavación y de laboratorio. En fin, lo que deseamos subrayar es el hecho de que este tipo de trabajo en prehistoria, es dependiente de ciencias anexas que nos aproximan más al fascinante mundo de lo más remoto, para así escudriñar cómo era la conducta de esta gente. Luego de más de diez milenios, ellos supieron ya no sólo hacer puntas de proyectil, sino los colosales muros incaicos. No cabe duda, pues, que la piedra es el testigo mudo más antiguo de nuestra historia y que debe ser estudiada con los métodos modernos de la prehistoria.
Finalmente, otro elemento clave en la compresión de las actividades en la prehistoria es el conocido “acoplamiento” (en francés: remontage), que consiste en recoger las piezas líticas de la excavación y tratar de reconstruir la pieza o bloque original que fue fraccionado o “reducido”. Cual “rompecabezas” de la prehistoria, esta modalidad de trabajo permite reconstituir los fragmentos que se han removido de las piezas originales, en función de observar cuál fue el proceso de “reducción” y el porqué se hizo. Una vez que se ha acoplado los fragmentos que fueron extraídos de las piezas, podemos saber cuál fue la estrategia técnica del artesano lítico; es decir, conocer sobre su destreza manual y cerebral. Una de las más interesantes piezas en este tipo de estudios son los núcleos, pues por medio de los acoplamientos de éstos, uno puede saber cómo se fue “reduciendo” el núcleo. Tal es el caso de la tecnología laminar, que requiere una gran cantidad de tiempo en preparar las zonas donde se va a asestar el golpe con el martillo de
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15,000-14,000 años a. C., lo que explicaría los fechados de fines del Pleistoceno “Pre-Clovis” en el Este Norteamericano. Vamos a revisar muy brevemente estas posiciones como prolegómeno al tema que nos interesa, es decir, las primeras poblaciones en los Andes Centrales.
El poblamiento de América a la luz de las nuevas evidencias
El nor este de Asia antes del poblamiento de América
Un tema que es sujeto permanente de debate, y sobre todo de nuevos avances, es el de las rutas del poblamiento americano. Últimas síntesis, como las de Bonnichsen (2006), arguyen que, definitivamente, el poblamiento se dio antes de los 11,500 años a. C., desde diversas zonas. Es decir, una suerte de “teoría multi-origen” que da como resultado una gran variedad de formas de adaptación de estos primeros habitantes de América.
Probablemente uno de los arqueólogos que más han investigado esta área clave para el poblamiento americano, es el ruso Slobodin (1999). Dentro de los sitios que nos interesan mencionar tenemos a Uptar, muy cerca de la península de Kamchatka. Se dice haber encontrado una punta acanalada, que podría ser ancestro de Clovis. Sin embargo, ni los fechados ni las piezas muestran una clara vinculación con Clovis. Si aun ello fuera errado, sólo se cuenta con dos supuestas piezas similares, las cuales deben ser consideradas como indicios más que como evidencia.
Los expertos suelen dividir este fascinante período en tres fases: 1. Temprana o “Pre-Clovis” (antes de los 11,700 años a. C.), 2. Media o “Clovis” (entre los 11,700 y 10,800 años a. C.) y Tardía o “Post-Clovis” (entre los 10,800 y 9,600 años a. C.).
En general, si hubiera algún ancestro americano en la parte noreste de Siberia, las fechas y el material lo demostrarían. El hecho es que desde Chukotka, es decir, el límite con el Estrecho de Bering, hasta Yakutia, bien entrada en Liberia, en las cabeceras del Río Lena, no hay evidencia contundente durante el Pleistoceno Final de algún posible ancestro Clovis.
En cuanto a las rutas tomadas por los primeros americanos, a grandes rasgos, existen tres posiciones. La primera, resulta en la tradicional, que sostiene el poblamiento americano vía Bering, empero, al parecer, limitada para explicar la posible presencia humana en Chile y el este de Norteamérica antes de los 11,500 años a. C. De modo que parece una ruta de migración alternativa y “tardía” en comparación con las dos restantes, las cuales trataremos brevemente a continuación.
Este panorama se ve además incompleto por la ausencia de fechados radiocarbónicos de muchos sitios que serían claves para entender mejor el fenómeno. Pero aun con ello, sitios que deberían contener material ancestral americano, tales como Ulkhum, Puturak, Chatham´e y Chelkum, justamente en el área de conexión con Alaska, contienen micro-láminas, núcleos microlaminares y lascas retocadas que pertenecen a la cultura Diuktai, la cual parece difundirse, más bien, hacia las montañas de Verkhoyansk, en las nacientes del río Lena.
La siguiente, liderada por Fladmark, ya desde fines de la década de 1970, arguye que la primera colonización americana se realizó por medio del desplazamiento de poblaciones, en efecto, desde Beringia, pero esta vez, siguiendo las costas marinas del Océano Pacífico, e incluso admitiendo la posibilidad de haber usado algún tipo de embarcaciones rudimentarias. Finalmente, desde hace ya algunos años, Stanford y Bradley vienen argumentando la posibilidad de que la primera “migración” de América haya sucedido desde Europa, por medio de un “puente de hielo” que habría conectado la costa norte española y oeste francesa con el continente Norteamericano durante el Último Glacial, alrededor de los
Otro material relevante para este período, al menos antes de los 10,500 años a. C., contemporáneo a la cultura Dyuktay, son las puntas pedunculadas que aparecen en las inmediaciones de la península de Kamchatka junto a artefactos trabajados en guijarros llamados “hendidores”.
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dos componentes ocupacionales, uno de los cuales sería antes de Clovis. Sin embargo, luego de las correcciones radiocarbónicas, este sitio no sólo no resultó contemporáneo con Clovis, sino que también contiene lascas retocadas, artefactos bifaciales y puntas pedunculadas y muescadas, lo que no guarda ninguna relación con Clovis.
En resumen, nada indica, al momento, que hubiera algún ancestro de la Cultura Clovis de América en Asia. Más aún cuando se tiene un núcleo micro-laminar Dyuktai en las manos es imposible encontrar similitud alguna con el material americano, salvo que se le compare con los artefactos líticos holocénicos de Alaska, los que sí muestran evidente relación con la cultura posterior en Liberia, llamada Sumnagin. Empero, estamos hablando ya del Holoceno, es decir, de épocas posteriores.
En este contexto es interesante el nuevo descubrimiento del sitio Yana RHS en la misma zona de Siberia, empero, a 100 kms de la desembocadura del río Yana y a poca distancia del sitio de Behrelek. La importancia de este hallazgo es que los humanos habitaron el círculo polar ártico hace 27 mil años radiocarbónicos y que hubo una adaptación previa al Último Glacial (ca. 18,000 años). Los autores han encontrado una serie de restos entre los que se incluyen piezas bifaciales y azagayas de hueso de rinoceronte. A juzgar por la evidencia, ni la tecnología bifacial (que recuerda más a las industrias de piedra del Paleolítico Medio) ni las azagayas pueden ser vinculadas a Clovis (Pitulko et al. 2004).
Dentro de esta fase “post-Clovis” es posible que haya alguna vinculación entre los tipos de herramientas de piedra en guijarro del noreste siberiano y las de Columbia Británica en la costa oeste del actual Canadá. Durante esta misma época, Slobodin acepta la posibilidad de alguna relación entre las puntas con pedúnculo de Kamchatka y las de Norte América, pero a la vez enfatiza que hay un vacío cronológico por llenar.
El poblamiento por el Estrecho de Bering
En Uptar (un sitio muy cerca de la península de Kamchatka) se han hallado piezas “acanaladas”, que según algunos investigadores serían antecedentes Clovis. Sin embargo, las ilustraciones no bien elaboradas, más bien parecen representar acanaladuras poco regulares, que incluso recuerdan desprendimientos “bipolares”. De otro lado, no hay un enfoque de cadena operativa que sirva de base comparativa, pues muchas piezas pueden ser semejantes por sus formas, lo que no implica, necesariamente, alguna conexión real entre ellas. La evidencia no es convincente.
De acuerdo a Arnold (2002), después de la revisión de una gran cantidad de fechados radiocarbónicos procedentes del supuesto “corredor libre de hielo” entre el Yukón hasta las montañas rocosas norteamericanas, se puede concluir que éste pudo ser atravesado sólo después de los 11,000 años a. C., es decir, después de que se habían iniciado ocupaciones como Clovis en los Estados Unidos o el mismo Monteverde en Chile. Los mapas que él muestra a partir de su estudio demuestran, claramente, que no hay ningún sitio arqueológico habitado por seres humanos entre el río Mackensie por el norte y el área de Satkachewan por el sur. De pronto, de manera repentina, 56 sitios arqueológicos aparecen entre los 11,000 y 7,000 años a. C., en la cuenca del río Peace (es decir en el área intermedia), de lo que se desprende que el paso estuvo cerrado para los seres humanos entre aproximadamente los 20,000 y 11,000 años a. C. De modo que en efecto, la “migración” por Bering parece más reciente que lo supuesto.
Otro sitio relevante en torno al supuesto poblamiento americano desde el noreste de Siberia es Ushki, localizado en la península de Kamchatka. Recientes investigaciones demuestran que los fechados eran más recientes de lo que se pensaba, descartando así, según Goebel y Walters -dos expertos en el tema del poblamiento americano- la posibilidad de una migración por Beringia hacia América, antes de la aparición de la Cultura Clovis (Goebel et al. 2003). En este sitio, que puede ser relevante en cuanto a una posible ruta marina o costera “Siberia-Hokaido-California”, se ha documentado
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La ruta nor-atlántica: ¿una posible aventura marina de los solutrenses? Desde hace ya algunos años, Dennis Stanford, junto a Bruce Bradley vienen proponiendo la polémica posibilidad del primer poblamiento americano cruzando el Atlántico, desde Cantabria (norte de España) hasta la parte noreste de Norteamérica (Bradley y Stanford 2004).
más bien Nenana es producto de la migración Clovis hacia el norte. Ello parece comprobable al revisar la evidencia.
Esta propuesta parte de la premisa de la inexistencia de industrias de piedra similares a la Cultura Clovis (considerada por la mayoría de expertos como la primera en Norteamérica entre los 11,400 y 10,900 años a. C.), en la zona del supuesto traslado de gente por Beringia, que sea anterior a los 11,900 años a. C., lo que parece deducirse después de lo expuesto más arriba.
Con las grandes dudas expuestas sobre la apertura del corredor de Bering durante el Pleistoceno Terminal y el intento por explicar a los posibles ancestros Clovis, Stanford y Bradley ven a la cultura Solutrense del norte de España como el mejor candidato para la explicación de la presencia Clovis en Norteamérica. Según ellos, rasgos comunes a ambas culturas tales como la sofisticada tecnología bifacial, la estandardización de producción laminar, la presencia de perforadores múltiples y raspadores pequeños, la relativa escasez de buriles, los huesos tallados en forma de punzones, entre otros, sugieren la posibilidad de un contacto más que una convergencia, como la mayoría de arqueólogos piensan. Por tanto, la mayor antigüedad y la gran similitud de herramientas de piedra entre ambas culturas son los puntos de partida de la hipótesis.
El panorama se complica desde el punto de vista medioambiental de la época, puesto que recientes investigaciones vienen generando múltiples interpretaciones. Por un lado, la presencia de megafauna indica una suerte de estepa ártica (Guthrie 1990). Por el otro, algunos palinólogos han interpretado la zona como un desierto polar (Colinvaux 1996). Incluso trabajos más actuales han reportado la existencia de insectos hallados en el fondo marino del Mar de Bering, lo que se interpreta como condiciones ligeramente más calientes hacia el Pleistoceno Terminal, la supuesta época de la migración (Elias 2002). Más aún, algunos análisis recientes del medioambiente pleistocénico hechos por Wilson y Burns (1999) sostienen la imposibilidad de desplazamiento a través del Estrecho de Bering al menos entre los 24,0000 y 11,000 años a. C., lo que, como bien arguyen Stanford y Bradley, no explica la presencia Clovis desde los 11,400 años a. C. Ellos aclaran, sin embargo, que no se trata de negar la presencia asiática posteriormente, pues biológicamente es evidente el ingreso de gente de Asia a América, sólo que más bien desde el Holoceno.
Figura 8. Posibles rutas del poblamiento americano hacia final del Pleistoceno, entre los 15,000 y 10,000 años a. C. (Cortesía de Dennis Stanford, Smithsonian Institution, Washington D.C.).
Desde una perspectiva arqueológica, algunos autores han sugerido que el Complejo Nenana de Alaska, podría haber sido el punto de origen Clovis. Sin embargo, Stanford y Bradley señalan, sobre la base de fechados radiocarbónicos, que
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Otro rasgo compartido parece ser la búsqueda de material lítico exótico de gran calidad y colores llamativos para la manufactura de los grandes bifaces. Es así, que tanto los solutrenses como también los Clovis escogen jaspe y calcedonia para este tipo de trabajo. Para terminar con las comparaciones de artefactos, el uso de cornamentas de animales, agujas de hueso con ojo perforado y hasta piedras decoradas con motivos geométricos parecen ser, también, denominadores comunes de ambas culturas.
animales adaptados a este medio tienen rutas de desplazamiento y que es un buen lugar para la caza. Sumado a ello, siempre según Stanford y su colaborador, pudieron haber predicho tormentas y haber estudiado el comportamiento del mar para poder zarpar en botes posiblemente hechos de piel de animal. En este caso, puede haberse tratado de lobos marinos, que además pudieron ser seguidos en su desplazamiento durante los veranos hacia el norte y durante los inviernos, hacia el sur, es decir, de acuerdo a un patrón migratorio. Ellos no sólo pudieron proveer la alimentación a los viajeros, sino también de combustible y calor para derretir bloques de hielo y consumir agua. La piel pudo servir, tanto para la manufactura de ropa, cobertura de las embarcaciones, como para hacer tiendas de campaña.
Ahora bien, asumiendo la posibilidad de alguna conexión entre estos grupos humanos, la pregunta que se impone es: ¿cómo es posible cruzar el Atlántico en una época tan remota? Como hemos visto líneas arriba, si bien no hay que descartar la existencia del uso de una serie de embarcaciones, estamos hablando de miles de kilómetros mar adentro, lo cual parece, a primera impresión, imposible. Sin embargo, ya hace más de una década Webb y colaboradores (1993) ha sugerido la existencia de una especie de puente glacial de conexión entre Iberia y Norteamérica. Hay que recordar, además, que estamos hablando de la época denominada el Último Máximo Glacial (Last Glacial Maximum, que en este libro abreviaremos frecuentemente como LGM), donde la nieve permanente había penetrado en extensas partes de Europa, lo que aparentemente obligó a la migración de los seres humanos a dirigirse hacia zonas de refugio. Una de ellas, era la parte norte de España.
Con estos conocimientos y siguiendo un puente de hielo de aproximadamente 2,500 km, los cazadores de lobo marino no se habían percatado que no estaban cazando ya lobos marinos europeos, sino americanos. Algunos cazadores que habrían acampado en las orillas del Atlántico Este, evidentemente, no retornaron a Europa. Pero ¿y la diferencia temporal de más de 5,000 años entre el Solutrense del Norte Español y la Cultura Clovis que arguye, críticamente, Straus (2000)? Recientes investigaciones en sitios arqueológicos del este de Estados Unidos vienen proporcionando fechados radiocarbónicos entre los 15,000 y 12,000 años a. C., justamente el tiempo de separación entre ambas culturas, por lo que la diferencia sería más bien de tan sólo un milenio, lo que hace más atractiva la hipótesis. En estos sitios que se consideran como “Pre-Clovis” (e.g. Meadowcroft, Cactus Hill, Page Ladson, entre otros) se ha hallado utensilios de piedra que Stanford y Bradley consideran, justamente, ancestros Clovis. La hipótesis, pues, en general, parece tener sustento, aunque hay que reconocer que se requiere de mayor investigación para ser categórico.
El movimiento hacia el sur de la zona subártica produjo, por efectos químicos, una riqueza carbonatada del mar, en constante renovación de capas profundas por superficiales, lo que resultó en una zona altamente rica en micro-flora y micro-fauna marina, de hecho, el inicio de la cadena alimenticia. Ello se habría visto favorecido por un clima no gélido (entre 0 y 11°C). Estos recursos no debieron de pasar desapercibidos por los solutrenses. Más aún cuando hay evidencias claras de explotación de recursos de mar del Norte de España, incluso sin tener en cuenta la parte hoy sumergida bajo el mar, por efecto de la deglaciación. Los solutrenses pudieron haber desarrollado, así, estrategias de adaptación al hielo. Además, ellos pudieron haber aprendido que los
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alrededor de los 4,200 metros, las cuales tuvieron que ser atravesadas en caso de querer llegar a estas latitudes, tal como parece estar demostrado por el registro arqueológico.
La ruta del litoral del Pacífico
Ambos autores consideran que el poblamiento andino peruano pudo haber sido más cómodo por medio de la penetración de valles y cuencas interandinas, entre los 1,500 y 3,400 m.s.n.m. (es decir, por debajo de la presión barométrica fuerte), que eran zonas más abrigadas y mejor temperadas. Además, estos valles presentaban un ciclo regular de humedad, cargas de río y lluvias directamente dependientes de la mecánica cíclica andina, lo que hacía de estas zonas, virtualmente, las favorecidas por cazadores y cultivadores.
Otro mito arraigado entre los arqueólogos que se especializan en este apasionante período es la fijación por la ruta terrestre seguida. Ya en 1979, Fladmark proponía la ruta marina siguiendo la orilla- a base de evidencia hallada en la costa oeste, entre Canadá y California. Y si bien los utensilios de piedra y demás evidencias halladas en esta zona son más recientes, ello no descarta que esta ruta se haya usado en épocas más remotas, pues hay que tener en cuenta que el mar ha subido de nivel desde ese tiempo, por efecto de la deglaciación, de manera tal que la evidencia que buscamos se encuentra, en la actualidad, por debajo del mar. De hecho, recientes investigaciones de formas de cráneos de la zona propuesta por Fladmark, parecen avalar su hipótesis (Jantz y Owsley 2006). A ello se podrían sumar las evidencias del Pleistoceno Terminal al sur del Perú y Norte de Chile, que son paulatinamente avaladas por Sandweiss y Lavallée, entre otros investigadores, aunque, en honor a la verdad, se requiere de más investigación en nuestras latitudes sudamericanas para comprobar tal hipótesis.
Posteriormente, Lavallée (2000) repite el argumento de la posibilidad de ocupación intervalle primero, para luego de que se retiraran los glaciares desplazarse a mayor altitud, ocupando así la Puna central, a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar. Más al oeste, la posible ruta costera parece también haber sido otra posibilidad, pues según los estudios de Campbell (1982) se ha demostrado, hasta el YD y poco antes del inicio de la deglaciación holocénica, la presencia de un “corredor de costa” mucho más ancho que la actual, por efecto de la glaciación, que habría estado cubierto por una sabana abierta, que sería un área de conexión entre la costa extremo norte peruana (alrededor de 4 º S –Piura-) y Centroamérica. Los mapas paleoclimáticos que presentamos en los siguientes capítulos parecen corroborar esta posibilidad.
La resistencia de la mayoría de arqueólogos a ver en el mar una barrera ha empezado a cambiar después del surgimiento de evidencias de desplazamiento marino pleistocénico. Hoy en día se deduce el uso de algún tipo de embarcación rudimentaria para haber colonizado Australia hace 50,000 años (Fifield et al. 2001). Es más, hace 125,000 años los primeros homo sapiens que salen del África parecen haber seguido la ruta de la orilla por todo el sur del Asia, probablemente, por medio de algún tipo de embarcación (Walter et al. 2000, Kingdon 1993, Stringer 2000).
En este sentido, Bonavia (1991) ya ha planteado un esquema de desplazamiento de los primeros grupos dentro del territorio andino, el cual contempla un ingreso por la costa, otro por la sierra, entre los valles interandinos y uno posible por el llano amazónico, del cual, obviamente, no han quedado huellas. No cabe duda, pues, que el panorama se presenta mucho más plural que hasta algunos años atrás, empero, es necesaria más investigación para aclarar las hipótesis expuestas.
El poblamiento Andino Dollfus y Lavallée (1973) creen que la ruta alto-andina pudo haberse usado para un posible poblamiento durante la época glacial y que no habría sido problema para desplazarse de norte a sur. El principal obstáculo, sin embargo, fue la existencia de abras entre los 5º y 10º sur,
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Los primeros Americanos Un tema apasionante, sobre el cual aparentemente nunca se dirá la última palabra es el de los primeros americanos. Veamos sucintamente algunas evidencias claves como Pre-Clovis, Clovis y algunos sitios sudamericanos del Pleistoceno Final, como preámbulo a los primeros habitantes en los Andes. Para una mayor información al lector, recomendamos el libro aparecido recientemente Paleoamerican Origins: Beyond Clovis (Bonnichsen et al. 2005) y al menos dos manuales imprescindibles para cualquier investigación sobre este período (Bonnichsen y Tummire 1991, 1999).
Manis (Washington State), Selby y Lamb Spring (Colorado), Topper (South Carolina), y Sloth Hole y Page Ladson (Florida), todos fechados, aproximadamente, entre los 16,000 y 12,000 años a. C.
La cultura Clovis Inicio en la década de 1930-1940, cuando se descubre, por medio de excavaciones científicas en el sitio llamado Blackwater Draw (Nuevo México), la presencia de puntas de flecha de piedra en asociación con dos esqueletos de mamut. Posteriormente, con el método del radiocarbono, se puso en evidencia en un sitio similar llamado Lehner, en Arizona, que los primeros norteamericanos habían vivido a fines de la última glaciación, entre los 11,400 y 10,900 años a. C. Desde esa época, la investigación en torno a esta fascinante cultura no ha cesado.
Yacimientos Pre-Clovis de fines del Pleistoceno En la actualidad, hay una gran cantidad de yacimientos norteamericanos que evidencian claramente que hubo asentamientos humanos en esa parte del continente anteriores a los Clovis. Aparte de los yacimientos de Blue Fish y de Old Crow en la parte septentrional de Norteamérica, son más conocidos los que se han descubierto en el actual territorio de los Estados Unidos. Entre ellos, destaca Meadowcroft (Pennsylvania), que tiene ya más de 30 años de estudio y que, evidentemente, muestra fechados que se remontan hasta los 17,000 años a. C. Más de 80 artículos científicos prueban la antigüedad de este sitio, pero tal vez el aspecto más llamativo es la inusual excelencia en la preservación de los restos orgánicos, lo que nos brinda una magnífica oportunidad de apreciar a este tipo de material y su uso en un pasado tan remoto.
La cultura Clovis ha sido reconocida en múltiples áreas en Norteamérica, incluso hasta en Centro América. Al parecer fueron grupos humanos altamente móviles que poblaron zonas muy diversas, desde pantanos en Florida, pasando por desiertos en Texas, riveras forestadas en Virginia y llegando, incluso, a ocupar áreas como las montañas rocosas del oeste norteamericano. Como resultado de esta variabilidad ecológica a la cual la gente Clovis estaba adaptada, hoy en día el mito de los cazadores Clovis de mamuts ha quedado atrás por la gran variedad de microfauna hallada en los diversos sitios Clovis, que incluye, por ejemplo, roedores, moluscos, peces, aves, cérvidos, tortugas, bisontes, caribúes, castores, una variedad de conejo, una de caballo, alce, reptiles y zorro ártico (Haynes 2002).
Resulta curioso observar que los productos manufacturados en piedra, durante ese tiempo, hayan sido fundamentalmente pequeñas láminas y núcleos. Este tipo de herramientas pequeñas son similares a lo hallado en otro yacimiento famoso, llamado Cactus Hill (Virginia) con una antigüedad semejante.
Resulta de interés que los artesanos líticos de la cultura Clovis hayan seleccionado rocas de la más alta calidad para la manufactura, en especial, de las herramientas bifaciales, es decir de las puntas. Estudios de Bradley, Stanford, C. Vance Haynes, Meltzer, Collins, entre otros expertos, revelan que un tipo de roca llamado Edwards Chert fue muy apreciada por los Clovis. Dado
La lista de yacimientos Pre-Clovis se viene incrementando mes a mes, a medida que las investigaciones se llevan a cabo. Entre los sitios que cabe mencionar, están Saltville (Virginia),
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que este lugar se encuentra entre la frontera de Texas y Nuevo México y que este tipo de materia prima se halla en lugares tan alejados como Ohio, se concluye que hubo un transporte de esta clase de rocas al menos de 700 km, lo que constituye una de las redes de intercambio más grandes en la prehistoria.
Las láminas son otra característica importante dentro de la producción lítica Clovis. Por lo general se las encuentra en sitios de habitación, pero, curiosamente, no en sitios de matanza de animales, como lo suele ser en sitios del paleolítico europeo. La forma tan alargada y la cierta estandarización de los núcleos de láminas parecen indicar la intención clara de los artesanos Clovis en obtener piezas alargadas. Sitios como Carson-Conn-Short, en Tennessee, han develado una gran cantidad de este tipo de material, de lo que puede inferirse que ellos instalaron talleres para la producción de láminas (figura 10). Es similar el caso del sitio Gault, en Texas, que viene siendo excavado desde hace ya algunos años atrás. Las funciones de las láminas es un tema de investigación reciente. Parece que fueron usadas en múltiples funciones, entre las que se cuentan, por ejemplo, cortar carne. Finalmente, una serie de herramientas líticas, como perforadores, cuchillos, entre otras, complementan el equipo lítico Clovis.
Dos de las principales características de la tecnología lítica Clovis son la manufactura bifacial de puntas acanaladas y la producción de láminas. Las puntas revelan todo un proceso complejo llevado a cabo por el artesano. Fueron elaboradas por medio de una serie de golpes dados con martillos de piedra o de cornamenta de ciervo, con las que se extraían lascas alargadas y muy delgadas, las cuales, literalmente, iban “reduciendo” la pieza hasta llegar a una forma bastante liviana y alargada. La parte final del trabajo era lograda por medio de un golpe en la base de la punta para extraer una lasca alargada (lámina), dejando como resultado una especie de acanaladura, seguramente para enmangar más apropiadamente a la lanza (figura 9). Los arqueólogos han estudiado las formas de fracturas de las puntas Clovis y parecen haber sido usadas para varios fines y no sólo para la matanza de mamuts y mastodontes.
Figura 9. Punta lítica Clovis del sitio Blackwater Draw de alrededor de los 11,000 años a. C. (Nuevo México, USA). (Cortesía de Dennis Stanford, Smithsonian Institution, Washington D.C.).
Figura 10. Láminas de piedra Clovis del yacimiento Carson-Conn-Short, Tennessee, USA.
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Una costumbre interesante Clovis es que enterraron en pequeños fosos puntas líticas de la mejor manufactura y fabricadas en piedras llamativas por sus texturas y colores, junto a otras herramientas de hueso, eventualmente bolas de ocre rojo. Se cree que puede ser una costumbre vinculada con cazadores-recolectores, quienes solían guardar utensilios en sus recorridos. Hay también los que han sugerido que se trata de actividades rituales.
Esta carencia de los clásicos mongoloides dentro de la oleada de los primeros americanos, parece también comprobarse en Norte América (Jantz y Owsley 2001), con la diferencia de que allá, parece haber más componentes de otras partes, incluyendo relaciones sudasiáticas y ainupolinésicas. De una comparación de ambos subcontinentes, se obtiene que ellos pudieran haber tenido cráneos largos y estrechos, rostros también alargados, prognatismo sub-nasal, y órbitas oculares y narices anchas y de posición inferior, lo que contrasta con las actuales poblaciones nativas americanas. Esta diversidad de formas parece también sustentada por la variedad de estructuras dentales, entre las que se encuentran los sunadontes y sinadontes (Turner 1983).
Por otro lado, también conocieron cómo trabajar huesos de animales. Ello se demuestra por una serie de herramientas de hueso como arpones, azagayas y agujas, tal como lo hicieron los solutrenses en Europa. El Marfil, obtenido de los colmillos de los mamuts -aunque raramentetambién fue usado por los Clovis. En cuanto a expresiones artísticas, hace algunos años se hallaron una serie de placas pequeñas de piedra que muestran líneas entrecruzadas y paralelas que parecen ser una suerte de ornamentos.
De la brevedad del cuadro se puede deducir, al menos desde el plano de estudio de la antropología física, que hubo varias oleadas que poblaron América durante el Pleistoceno Final y el Holoceno Temprano.
Pensamos que para el propósito introductorio de esta parte, el haber hecho un breve recuento de lo que se conoce como “Pre-Clovis” y Clovis en Norteamérica debería ser suficiente, aunque, evidentemente, hay muchos más temas que podrían presentarse y que corresponden al período Paleoindio norteamericano. Veamos ahora también, muy brevemente, a las evidencias más antiguas halladas en Sudamérica.
La evidencia arqueológica Gruhn ha realizado, recientemente, una síntesis interesante en torno a las primeras evidencias sudamericanas (2006). En ella se hace una revisión a los yacimientos (ya conocidos en varios manuales) que aquí no vamos a profundizar, sino más bien simplemente a sintetizar.
Los primeros sudamericanos Debido a que deseamos hacer sumamente concisa a esta introducción, vamos a remitirnos sólo a dos fuentes de información: los huesos humanos y las herramientas de piedra. Los lectores tienen a su disposición dos excelentes manuales al respecto (Dillehay 2000 y Lavallée 2000), que brindan un vasto panorama sobre los primeros americanos.
De hecho, una de las evidencias más claras de la presencia humana durante el Pleistoceno Terminal en Sudamérica procede del sitio de Taima-Taima en Venezuela. La diáfana asociación de puntas de tipo el Jobo con huesos de mastodonte, indica que estos animales fueron cazados entre los 14,000 y 12,000 años a. C. Posteriores estudios, llevados a cabo por Rodolfo Casamiquela, parecen haber reforzado la evidencia de que se trata de huesos con huellas de manipulación humana.
Los huesos humanos Un estudio de cráneos aislados sudamericanos que fechan entre los 11,000 y 7,000 años a. C. ha demostrado que ellos tienen más relación desde el punto de vista morfológico con africanos del Sahara y australianos, antes que con asiáticos (Powell y Neves 1999).
En la sabana de Bogotá, Colombia, destaca el yacimiento de Tibitó, donde se ha hallado huesos de mastodonte y venados de cola blanca junto a herramientas de piedra como guijarros tallados y lascas con fechados que promedian los 11,700 años a. C.
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cierto grado de complejidad social para esta época. A ello, se debe agregar que había una “calle”, a cuyos lados se descubrió a las chozas. Al final de esta “vía” se hallaba la casa con planta de forma de “ojo de cerradura” que contenía una tumba de un individuo con una serie de plantas medicinales, una suerte de curandero (Dillehay et al 1989, 1997). Esta evidencia es impresionante, pues nos habla del conocimiento y manejo de este tipo de plantas desde los 12,000 años a. C.
En Chile, uno de los yacimientos que ha traído repercusión a nivel continental, por la gran cantidad de material excavado bajo rigor científico y fechado a Fines del Pleistoceno, es Monteverde. Las excavaciones han sido lideradas por Tom Dillehay, al menos desde hace 30 años y debido a la representatividad de este yacimiento el autor es, hoy por hoy, el mejor exponente de la teoría de ocupaciones humanas “Pre -Clovis”; es decir, de la presencia humana en América antes de los 11,400 años a. C. (Taylor et al. 1996), a la que nos hemos referido en los párrafos anteriores.
No podemos finalizar sin dejar de mencionar a los importantes yacimientos que fueron descubiertos por la misión francesa en la región de Piaui, Brasil. Como dice bien Lavallée (2000), probablemente el yacimiento más famoso es el de Boqueirao da Pedra Furada, con depósitos profundos donde se ha hallado unos 86 fogones en una extensa excavación que cubría 400 metros cuadrados. Tales contextos corresponden a ocupaciones humanas que, sorprendentemente, fechan entre los 40,000 y 14,000 años a. C. Sin embargo, las herramientas de piedra halladas en este sitio son aún materia de discusión, pues se trata de guijarros aparentemente trabajados por seres humanos, instrumentos parecidos a denticulados y posiblemente raederas. Las evidencias, sin embargo, sólo pueden tomarse como indicios de poca credibilidad. En términos generales, se puede concluir, pues, que las evidencias humanas en América, de acuerdo a los restos humanos y demás vestigios, remontan a la época del Pleistoceno Terminal (al menos desde los 15,000 años a. C).
Según Dillehay (1989, 1997), de una serie de muestras fechadas por el radiocarbono, se puede concluir que los seres humanos ocuparon el yacimiento de Monteverde alrededor del treceavo y doceavo milenio antes de Cristo. Y, De acuerdo a los fechados calibrados, se podría decir que Monteverde fue ocupado aproximadamente entre los 14,500 y 11,710 años a. C. Este rango de tiempo ha sido luego confirmado por otros fechados radiocarbónicos como los que se ha obtenido recientemente a partir de huesos de mastodonte encontrados en el mismo yacimiento, los cuales han proporcionado un promedio de 12,723-12,361 años a. C. (George et al. 2005). Una discutible y dudosa capa inferior, supuestamente con restos dejados por grupos humanos, ha sido fechada el alrededor de 33,000 años atrás, empero, el mismo Dillehay guarda precaución al respecto.
A continuación nos podemos ya centrar en el Área Andina Central, aunque antes de revisar las evidencias humanas, se impone una evaluación del medioambiente que estos primeros pobladores encontraron al arribar a los Andes.
De la capa correspondiente al treceavo milenio antes de Cristo, hay una gran cantidad de restos orgánicos que nos han llegado perfectamente conservados hasta hoy, entre los cuales cabe mencionar la huella del pie de un niño perfectamente reconocible, una serie de palos supuestamente usados para cavar, colmillos y hasta carne de mastodonte. Las huellas de los postes de las chozas indican de manera asombrosa para esta época tan remota, que las plantas de estas viviendas eran de forma cuadrangular, contrariamente a las formas circulares tradicionales de aquel período tan temprano, lo que permite especular sobre un
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forman dos cadenas que terminan por conectarse en el Nudo de Loja, a su vez, muy cerca de la frontera con el Perú. A partir de este lugar ambas cadenas son conocidas como occidental y oriental. En Ecuador, los picos superan el nivel de la nieve alrededor de 4,900 metros En el Perú, los Andes Occidentales se extienden al oeste del valle del Marañón, conformando la llamada Cordillera Blanca, mientras que, al este, se halla la Cordillera Negra, ambas separadas por el Callejón de Huaylas. Por otro lado, en el flanco este del Marañón se encuentra la Cordillera Central, menos abrupta. En el centro, las cadenas montañosas se unen nuevamente en el Nudo de Cerro de Pasco, del cual se desprenden tres ramales, el occidental, el central y el oriental, hasta que se encuentran en el sur, en el llamado Nudo de Vilcanota. Las áreas que están entre estas cadenas se encuentran cortadas por valles profundos, con mucha frecuencia, y cuando no, compuestas por altiplanicies, es decir, punas. Desde aquí, la Cordillera Occidental se extiende en el Sur peruano hasta el Cabo de Hornos. Por el flanco este, la cordillera bordea la altiplanicie lacustre del Titicaca-Poopo y de Bolivia que se eleva a más de 3,600 metros sobre el nivel del mar. Esta cadena luego se ramifica entre el área de Cochabamba hasta Santa Cruz. El ramal del este finalmente se pierde en los confines de los llanos amazónicos y paraguayos. Desde Bolivia
El medioambiente entre el Pleistoceno Terminal y el Holoceno Medio en el Perú Los Andes Según Berry (1925-1926), los Andes actuales comprenden una serie de cadenas montañosas y altiplanicies desde el Mar Caribe hasta Cabo de Hornos. De acuerdo a este autor, ninguna cadena montañosa es tan continuamente elevada y a la vez abrupta. En Colombia, los Andes son relativamente bajos en comparación con los centrales. Hay tres ramales que fluctúan entre 1,500 y 4,000 metros sobre el nivel del mar, es decir, pocos pasan las líneas de nieve perpetua. Luego, hacia el sur, en la frontera con Ecuador, los tres ramales colombianos se juntan para formar el llamado Macizo de Imbabura. Desde aquí, hacia el sur, se
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hasta el Cabo de Hornos se extiende un solo ramal, que no es más que el occidental, al que nos hemos referido líneas arriba.
compuestos de arena, la que se impregna de sal debido a la acción marina. A un poco más de altitud se halla la zona interna de la costa, que es clasificada como “desierto tibio interno”, con una temperatura promedio entre 17º y 22º y una altura entre 300 y 1,000 metros. A este territorio corresponden rocas modeladas por el “batolito costanero”. Las formas de las pendientes también son afectadas por arena eólica. Asimismo, se caracterizan por la presencia de pequeñas dunas y áreas erosionadas, formadas durante el cuaternario.
Un factor que influencia de manera decisiva el clima y el medioambiente andino es el índice de pluviosidad. En la zona colindante con el este de los Andes, es decir, en la Amazonia, se encuentra el máximo índice de lluvias; por lo general, más de 2,000 mm. anuales (Berry 19251926). Hacia el oeste de esta zona, en las estribaciones de la llamada ceja de montaña, este índice baja a un promedio de 1,000-2,000 mm. Luego, en plena zona alto-andina se reduce a 250 a 500 mm. anuales, llegando a su máxima sequedad en la altiplanicie centro andina, desde Junín hasta el área circumlacustre. Más al oeste, en la Cordillera Occidental, el índice vuelve a subir entre 250 a 500 mm., para, finalmente, reducirse a un máximo de 0 a 125 mm., con las diferencias respectivas en el área de la Costa Extremo Norte (Berry 1925-1926).
Entre 1,000 a 2,000 metros se tiene al área de las pendientes rocosas del flanco seco de los Andes peruanos. Los declives son generalmente de entre 25º y 35º y están tapizados de derrubios. La erosión no es tan intensiva, salvo por la excepcional caída de aguaceros. Los cultivos, cuando son posibles, aparecen al fondo de los valles a manera de franjas. El sector siguiente se encuentra entre 2,000 y 3,500 metros sobre el nivel del mar. Es la zona de las grandes vertientes del flanco occidental andino. Las pendientes son más abruptas, de entre 25º y 45º, cortadas eventualmente por paredes. La temperatura promedio es de 12 º y 18º y hay buena insolación con vientos. El índice de pluviosidad es de unos 200-400 mm. y se genera frecuentemente durante los meses de invierno. Los cultivos se encuentran acondicionados en las partes planas y en terrazas, figurando, entre los típicos de la zona, el maíz, trigo, entre otros.
En cuanto a las temperaturas, Dollfus y Lavallée (1973), a base del escalonamiento andino, han clasificado a los Andes Centrales en cuatro pisos: 1. el piso “cálido”, a menos de 1,000 metros y cuya temperatura anual es en promedio 22º; 2. el piso “templado”, con una temperatura promedio de 18º y alturas entre 800 -1,000 y 1,800-2,000; 3. el piso frío, de 2,000 al 3,000 metros de altura, con heladas nocturnas en las partes altas; y finalmente el piso 4, que supera los 3,000 metros, con clima tipo páramo. Es justamente sobre esta altura, en el umbral de los 3,500 metros, cuando los seres humanos se ven obligados a someterse a los efectos de la hipoxia, lo que resulta en trastornos de la circulación y respiración (Dollfus y Lavallée 1973; Bonavia 1991).
Entre 3,800 y 4,800 m.s.n.m. se levanta el área de puna, región que se tipifica como una estepa herbácea con festucas, “ichu”, plantas de tipo cojinete y algunos bosques relictos. Debido al frío, bajo una temperatura promedio de 0º a 8º, la actividad ecológica y pedológica es escasa. Se trata de un medio bastante seco con precipitaciones de sólo entre 500 y 1,000 mm. que caen generalmente entre octubre a abril. Heladas y granizo corresponden también a este piso altitudinal. La topografía se caracteriza por ser de altos llanos y mesetas cubiertas de morrenas y depósitos glaciales, con lagunas
En un corte transversal desde Lima a La Merced, Dollfus nos señala algunas características importantes a tener en cuenta. En la costa tenemos un desierto litoral con una temperatura promedio entre 16º y 18º, con débiles variaciones térmicas estacionales. Esta zona se halla caracterizada por numerosas neblinas y capa de nubes estrato durante muchos meses. Los relieves están
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lluvias entre 2 y 4 m. anuales. Se trata de una selva con pendientes fuertes. Ya sobre el llano amazónico se halla el “dominio cálido y húmedo”, con dos últimas zonas correspondientes a los Andes Centrales. La primera es la de una cobertura de selva densa, con una temperatura promedio de 23º y precipitaciones superiores a los 2 m. y casi todos los meses de lluvia. Las alturas, por lo general, no alcanzan los 800 metros sobre el nivel del mar. La segunda es de llanos de la selva, con una temperatura media anual de 24º y diferencias térmicas diurnas y nocturnas, fuertemente marcadas. Las alturas son inferiores a 500 metros y muestra terrenos amplios con grandes cauces de ríos.
periglaciales. Esta altitud es usada para la crianza de camélidos El piso altitudinal más alto se halla a más de 4,700 metros sobre el nivel del mar. Es la zona que Dollfus llama “Alta Montaña”, con una temperatura promedio bajo los 0º. Su relieve está determinado por paredes rocosas y glaciales, por lo general, sometidas a procesos de gelifluxión. Es aquí donde se hallan las placas, casquetes de nieve, cimas de volcanes y cirques glaciales. Este piso altitudinal se extiende hasta la ladera oriental y alberga a las cumbres más altas centro andinas como las del Huascarán (6,746 m.s.n.m.), de la cordillera de Huayhuash (6,632 m.s.n.m.), o las de la Cordillera central (6,425 m.s.n.m.).
El origen de los Andes La formación de los Andes ha pasado por un proceso relativamente largo que aún no cesa. Los estudiosos de la geodinámica y tectónica afirman, por ejemplo, que el continente americano se mueve cada año unos 2 cm hacia el oeste. Y, a los peruanos mayores de cuarenta años, bástenos recordar el aluvión del 31 de Mayo de 1970, cuando una fisura del Huascarán se fracturó, sepultando a todo el pueblo de Yungay. Es más, Schwartz (1988) menciona que desde hace 12,000 años se han producido, cuando menos, entre 5 y 7 terremotos de escala mayor en la cuenca del Santa debido a las fallas mencionadas, habiendo sido posiblemente el más dramático el que se dio entre los 900 y 700 años a. C. Los Andes se mueven.
Sobre la misma ladera este, empero esta vez en descenso, se encuentra el área de cuencas y valles internos, es decir, de cara al oriente. Se ubica a una altura promedio de 1,800 y 3,400 m.s.n.m., con una temperatura promedio de entre 10º y 16º y con heladas en la estación seca. Las lluvias llegan a acumular entre 400 y 800 mm. y, en general, hay buena insolación. Los relieves se hallan recortados por barrancos y cuencas, estas últimas cubiertas por terrazas. La vegetación es de tipo páramo con pocas cactáceas y retamas. Algunos cultivos típicos de esta área son el maíz, la papa, entre otros. En el mismo sentido de descenso, encontramos el siguiente piso ecológico, que Dollfus llama “Quechua”, entre los 2,000 y 3,000 metros sobre el nivel de mar y con una temperatura anual entre 8º y 12º. El índice de pluviosidad anual es de aproximadamente 1,500 y 3,000 mm. En esta zona, las neblinas son frecuentes y la vegetación es ya caracterizada por la llamada “selva de altura”, compuesta por epifitas y helechos. En la zona de Bolivia alcanza 3,800 metros de altura. El paisaje típico se compone de barrancos y ondulaciones, y cuando, sobre estas últimas, hay poca densidad suele ser aprovechada para cultivos de papa y maíz.
Según Dalmayrac (1973), los inicios de la formación de la cadena andina se remontan al menos a antes de 500 millones de años. James (1973) ha presentado un esquema de formación de los Andes Centrales, que a pesar de su antigüedad sigue siendo válido y didáctico. Él propone cuatro fases básicas de desarrollo. Entre 450 y 250 millones de años ya se había cimentado la base de los Andes que la constituían rocas sedimentarias. Luego, entre 200 y 250 millones de años, el comienzo de la fractura de la Pangea da inicio al ciclo de tectónica de placas intercontinentales. Una serie de erupciones volcánicas generan, por esta época, grupos de batolitos y formaciones volcánicas que interactúan con las rocas sedimentarias Paleozoicas. De acuerdo a Rivera y su equipo
El siguiente piso, ya casi sobre nivel del escudo amazónico, que Dollfus llama “piso templado”, se localiza entre 1,000 y 1,800 metros sobre el nivel del mar. La temperatura frecuenta un rango entre 12º y 18º con un promedio de
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de la cordillera andina que se inició en el Mioceno y se modeló, en general, durante el Plioceno, alrededor de 5 a 3 millones de años atrás (Clapperton 1993, Dollfus 1974), aunque hay otros investigadores que estiman que dicho levantamiento se inició hace un promedio de 34 y 36 millones de años (Lamb y Davis 2003).
(1975), por esta época, durante el Cretáceo inferior, por ejemplo, se forma el piso más antiguo de Lima, en la Formación llamada por los geólogos “Puente Piedra”, que une el suelo de los distritos actuales del Rímac con Comas y hasta Ancón por el norte. Una antigüedad similar tendrían las áreas de Pucusana y Pachacámac, al sur de Lima.
Finalmente, durante los últimos 5 millones de años se da origen a las más recientes formaciones geológicas. En esta época se forman los tablazos de Piura, de lo cual ha quedado una serie de fauna marina fósil, a modo de relicto. Más tarde, los tablazos se erigen a modo de un levantamiento tectónico, entre 900,000 y 790,000 años. Por su parte, la Cordillera Blanca se forma sobre el batolito durante el Mioceno-Pleistoceno.
Poco después, durante el Jurásico, se forman dos tipos de rocas volcánicas. Nos referimos a la andesita y el basalto, las que se encuentran tanto en la sierra como en la costa. Durante esta época surge el llamado “Arco Jurásico Andino”, que habría sido una suerte de isla a unos 300 km de la costa sur peruana, en pleno Océano Pacífico. Mucho territorio de la costa estaba por aquel entonces apenas algunos metros sobre el nivel del mar. Como consecuencia de ello habría habido una serie de lagunas y penínsulas en las orillas costeras (Dalmayrac 1973).
Las últimas fases de formación han ocurrido hace 2 millones de años, cuando, por ejemplo, en Huacho, al norte de Lima, se habrían formado lagunas y en la playa de Ventanilla, una bahía. De hecho, la mayoría de autores coinciden en que los Andes en su actual forma aproximada, surgen recientemente, es decir, a fines del Terciario y durante el Cuaternario. Además, se sabe bien que toda la cadena andina, entre Cajamarca y Huancavelica, surgió durante el período de volcanismo del Cuaternario.
Posteriormente, poco antes de 100 millones de años, cuando Sudamérica se separa definitivamente de África, la serie de ramales montañosos de los Andes empieza a formarse. Es por esta época, es decir, durante el Cretáceo Inferior, que se forma el monumental batolito de la costa, el cual se extiende por cerca de 1,800 km. De igual modo, los sedimentos base de la costa de Casma y Huacho, por ejemplo, se forman entre los 100 y 70 millones de años (Dalmayrac 1973).
Ya a fines del Pleistoceno, como se ha dicho, el clima y el típico desierto húmedo de la costa peruana se habrían definido. Sin embargo, nunca hubiese existido una cobertura vegetal sin la presencia de lluvias ocasionales, que probablemente ocasionaron una humedad suficiente para generar lomas estacionales (Sebrier y Macharé 1980). Es por esta época que también se definieron los famosos vientos fuertes desde el sur y sur-oeste, conocidos como “paracas”, que eran capaces de acarrear sedimentos de un lugar a otro.
Luego, entre 60 a 50 millones de años, la actividad volcánica genera moles de batolitos sobre el flanco oeste andino, que incluso alcanzan a la Costa, lo que empieza a determinar su forma. No obstante, el paisaje andino actual recién empieza a constituirse desde hace 15 millones de años, dentro del marco de una serie de erupciones volcánicas, lava y ceniza, que van configurando las bases sedimentarias Paleozoicas y moldeando, literalmente, el terreno de las cadenas andinas.
Ahora bien, muchos miles de años después de la formación andina, cuando los primeros seres humanos ingresan a los Andes al final de la última glaciación, llamada Younger Dryas, evidentemente encontraron un paisaje muy diferente al actual, pues el frío era intenso como consecuencia del avance de los glaciares y las grandes masas intercontinentales de hielo y de los polos. Los Andes, pues, no cesaban en su dinamismo.
En este contexto entre el Mio-Plioceno (25 y 15 millones de años) ocurre una gran actividad volcánica, cuya potencia alcanza hasta 3,000 metros de espesor. Se trata del levantamiento
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de la nieve, obviamente mucho más extendida durante el último glacial (aproximadamente entre los 19,000 y 16,000 años a. C.), nos permite saber, entre otras cosas, las condiciones climáticas del pasado, las áreas que fueron impenetrables por los primeros habitantes, etc. Los métodos de registro de las líneas de la nieve han avanzado significativamente en los últimos años. Ellos comprenden no sólo estudios geomorfológicos de morrenas, que son el reflejo de antiguas glaciaciones, sino también técnicas como el radiocarbono, radio nucleótidos cosmogénicos (Be10), mediciones de Cl36 o 21Ne, calcimetría, liquenometría, potasio-argón, luminiscencia, dendrocronología y cronología de cenizas volcánicas (tephrochronology), entre otras, que sirven de soporte para un mejor acercamiento al entendimiento de tales glaciaciones (Benn et al. 2003).
Como consecuencia de este tipo de clima, el medioambiente andino había cambiado por completo, las líneas de nieve permanente en las montañas habían descendido, el nivel del mar era más bajo, lo que trajo como resultado la existencia de un litoral más ancho. Lagos y lagunas eran menos extensos y las cargas de agua de los ríos disminuyeron en grandes proporciones. Evidentemente, las temperaturas también disminuyeron, lo que condujo a que la vegetación y animales se adaptaran o extinguieran, de acuerdo a las condiciones medioambientales y la capacidad de aclimatación de los seres vivos de aquella época.
Hay que enfatizar, sin embargo, que en la actualidad aún no hay ningún mapa ni base de datos completa que nos brinden una perspectiva general sobre la distribución de las líneas de nieve al momento de la llegada de los primeros grupos a los Andes Centrales. Otro problema es la escasez de fechados radiocarbónicos que permita saber, a ciencia cierta, cuándo terminaron dichas glaciaciones. Vamos a revisar, ahora, algunos de los avances logrados en este tipo de estudios.
Con la finalidad de dar una idea general de tales condiciones del pasado andino, se presenta a continuación un breve panorama necesario para entender el paisaje que encontraron y al cual se fueron tratando de adaptar nuestros ancestros andinos más antiguos.
Las líneas de nieve y las glaciaciones
Las glaciaciones: un fenómeno andino y global
Glaciaciones y deglaciaciones son un fenómeno muy activo aún en la actualidad, en la cual vivimos un fenómeno de calentamiento global. Evidencia de ello es que, por ejemplo, en un lapso de tan sólo de 37 años (1962 y 1999), se ha descubierto que varios glaciales peruanos están perdiendo hielo por efecto de la subida de temperatura de un grado (Mark y Seltzer 2005). Este tipo de cambios son clave para el entendimiento del clima y geografía del pasado. Es por ello que debemos abordar el problema de cómo se distribuían las líneas de nieve hace miles de años, cuando los primeros seres humanos poblaron los Andes Centrales.
Estudios generales sobre la extensión de la nieve durante el último glacial en los Andes son muy escasos. El panorama es aún incompleto e, incluso, contradictorio, pero vale la pena resumir el cuadro de la que consideramos la mejor síntesis al respecto (Clapperton 1993). A base de estudios de morrenas glaciales y de palinología, Clapperton cree, en general, que el último avance glacial en los Andes, correspondiente aproximadamente al Younger Dryas, se dio, aproximadamente, en el lapso de los 11,800-9,600 años a. C. Luego, si bien en no todos los registros, lo que se observa es un mejoramiento climático durante el Holoceno (Optimum Climaticum), para que luego las temperaturas vuelvan a descender alrededor de los 4,000 años a. C. (reavance “Atlántico”
Los estudios de las líneas de nieve durante la última glaciación, nos proveen información crucial del paleoambiente que enfrentaron los primeros andinos que llegaron y poblaron nuestro actual territorio. El conocimiento de la extensión
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del hemisferio norte). Hasta aquí, el panorama es general y parece similar al estudiado en el hemisferio norte. Ahora bien, volviendo a las glaciaciones que se han dado previas al Younger Dryas o, si se quiere, simultáneamente al ingreso de los primeros seres humanos en los Andes, como veremos más adelante, hay al menos evidencia de que, en el valle de Manachaque (Cordillera Blanca) y de Upismayo-Jalacocha (Cordillera del Vilcanota), alrededor de los 14,500-12,100 años a. C. hubo un avance glacial. Un cuadro similar se ha obtenido del nevado Choqueyapu (Bolivia) y del Chimborazo (Ecuador).
trabajo de campo para tener una idea general del desarrollo de ellas. Se impone ahora una revisión de lo publicado. En primer lugar, vamos a tratar de la antigüedad de las glaciaciones y, posteriormente, del estudio de las líneas de nieve. En la sierra central, las morrenas del valle de Manachaque (Cordillera Blanca) indican un Younger Dryas prolongado, que duró entre los 12,000 y 9,200 años a. C. Un lapso similar, pero más corto, ha sido obtenido de la laguna Cinturona (Cordillera Este), con 12,000-10,300 años a. C. Información incompleta, pero importante, ha sido obtenida de Yural Corral, en la Quebrada de Llanganuco (Cordillera Blanca), que indica que el último glacial estaba presente alrededor de los 12,000 años a. C.
En cuanto a la última glaciación, Clapperton (1993), con justa razón, prefiere no denominarla Younger Dryas, debido a las características singulares de este evento original de Escandinavia y Norte de Europa y, además, por no ser generalmente sincrónico con Sudamérica ni con los Andes. Nosotros, por motivos de necesidad de comparación y ausencia de un nombre propio, vamos a permitirnos usar este término de modo estrictamente referencial.
En el centro del Perú, las investigaciones en la Puna de Junín (Cerro Chuchpanga, Lago Huatacocha y Laguna de Junín) han revelado, en términos generales, dos avances acontecidos alrededor de los 12,000 y 9,600 años a. C., lo que coincide a grosso modo con las fechas obtenidas para la Cordillera Blanca, como acabamos de ver.
Con esta salvedad, el Younger Dryas sudamericano presenta un panorama más complicado, justamente debido al estado incipiente de conocimiento. En términos generales, el lapso de tiempo de este fenómeno, en Sudamérica, parece variable entre los 13,500 y 9,500 años a. C., es decir, que pudo haber durado aproximadamente 4,000 años, dependiendo de la zona. De hecho, en la Sierra nevada (Colombia), la última glaciación se prolongó hasta aproximadamente los 7,100 años a. C., es decir, justamente cuando en el Perú ya se iniciaban las condiciones temperadas del Optimum Climaticum. Por el contrario, en los páramos altos de ese país, el mismo fenómeno habría terminado alrededor de los 13,000 años a. C. y, por consiguiente, durado mucho menos. El panorama resulta, pues, muy variable en zonas incluso cercanas.
No lejos de esta zona, Cardich ha sido, posiblemente, el primero en proponer una secuencia de avances y retrocesos glaciales a base de sus investigaciones sobre las morrenas glaciales de la zona de Lauricocha, en Huánuco. El llama “avance Antarragá” a la última glaciación. Si bien no ha obtenido fechados radiométricos para este último avance, se puede deducir que estaba ya en retroceso a la llegada de los primeros habitantes a la cueva de Lauricocha, es decir, alrededor de los 9,000 años a. C., aunque hay que dudar de este fechado debido a la antigüedad del método usado (carbón sólido). Además, siempre a base de estudio de morrenas, Cardich ha logrado localizar dos avances previos correspondientes a fines del Pleistoceno, que él denomina “Magapata” y “Agrapa” respectivamente (Cardich 1964). Sin embargo, ellos han sido puestos en tela de juicio por Rick (1983).
Las glaciaciones en los Andes peruanos Al momento, el estado de las investigaciones sobre las glaciaciones, desde el LGM hasta el Younger Dryas en el Perú, es relativamente considerable, empero, se requiere de más
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inició el proceso de deglaciación, el deshielo de toda esta mole de nieve habría generado un gran impacto en la dinámica de los ríos, transporte de sedimentos y albedo continental. Esta conclusión rige también para los Andes Centrales.
Al sur, en el nevado Quelccaya (Arequipa), uno de los más ricos en información paleoclimática obtenida por la gran acumulación de hielo, se ha descubierto que hubo un avance glacial alrededor de los 12,200-10,900 años a. C. (Mercer y Palacios 1977). A partir de este dato da la impresión que, al menos en esta parte de la sierra sur, el final de la glaciación fue algo más prematuro que en la sierra central y norte. Hay que decir, sin embargo, que, en términos globales, es evidente que este avance final glacial centro andino antecede al Younger Dryas escandinavo.
Dollfus ya mencionaba, hace más de 30 años, la existencia de cuatro grandes glaciaciones cuaternarias en los Andes. La tercera de ellas coincide, aproximadamente, con la del LGM, alrededor de unos 30,000-20,000 años atrás. La cuarta y última, que él estima entre hace 14,000 y 12,000 años, sería el símil del llamado “Tardiglacial” europeo, que corresponde evidentemente al Younger Dryas. Veamos ahora el tema de las líneas de nieve en los Andes. Por medio de ella podremos hacernos una mejor idea de la geografía de la época en que llegaron los primeros andinos y las áreas cubiertas de nieve, virtualmente impenetrables. Una síntesis actualizada sobre un estudio de las líneas de nieve en los Andes ha sido elaborada no hace mucho (Smith et al. 2005). Vale la pena exponerla brevemente. En primer lugar, veamos la parte Norte Andina.
Algo más al sur, en el paleo-lago Tauca (Bolivia), se han dado fechas entre los 13,000 y 9,600 años a.C. para la última glaciación, lo que encaja, más o menos, con el modelo de la zona andina nor-central. Justamente es por los 9,400 años a. C., que Baied (1991), a base de un estudio de varios glaciares, ha podido reconocer que la deglaciación era ya simultánea en varios sectores del Área Centro Andina.
Rodbell y Seltzer (2000), mediante el estudio de líneas de morrenas en algunos glaciares de la Cordillera Blanca del Departamento de San Martín, han logrado determinar que, hacia los 12,000 años a. C., las líneas de nieve habían bajado a tal nivel, que fluctuaban entre 3,827 y 3,170 metros sobre el nivel del mar. Puesto que el promedio actual es de 4,600 metros, se concluye que ésta había bajado entre 750 y 1,150 metros por debajo del nivel actual.
De todo este esquema se desprende que hay una sincronía general del lapso de la última glaciación equivalente al Younger Dryas, empero, con finales glaciales que difieren de acuerdo al área, aproximadamente en un milenio. Hay que enfatizar, sin embargo, que el panorama está lejos de ser completo, como se ha afirmado al inicio de este subcapítulo. Un trabajo importante, relativamente reciente, es el de Metivier (1998). Para tener una idea de la enorme extensión de las áreas glaciares durante el período glacial, este autor sostiene que, mientras que el actual territorio cubierto por nieve perpetua correspondiente a los Andes del Norte de Sudamérica y los Andes Centrales es de 3,220 km2, el mismo llegaba a 371,306 km2 durante la última glaciación. En otras palabras, que la actual zona cubierta de nieve no representa ni el 1% de la existente alrededor de 18,000 años atrás.
El mismo Rodbell (1991) en la zona de la Cordillera Blanca, entre el límite de los Departamentos de Huánuco y Ancash y a base del estudio de las morrenas de 17 glaciares, ha estimado que hacia los 13,700 años a. C., las líneas de nieve perpetua habían llegado a descender a un promedio de 4,200 metros sobre el nivel del mar, es decir, entre unos 400 y 900 metros con respecto del actual. Hacia el sur, en el Callejón de Huaylas, en la zona del glacial Cuchpanga, se ha descubierto que alrededor de los 14,100 años a. C., la línea de nieve estaba alrededor de los 4,500 metros sobre el nivel del mar, es decir entre 300-400 metros más baja (Wright 1984). Resultados parecidos han sido obtenidos en la Puna de Junín, por el
Metivier promedia en unos 3,500 metros sobre el nivel del mar a la línea de nieve perpetua en los Andes Centrales, hace unos 20,000 años, lo que habría significado un descenso general de 500 metros del nivel de nieve actual. Cuando se
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Antes de dejar la Cordillera del Vilcanota, es necesario mencionar que se han hecho estudios de morrenas en el nevado Quelccaya, en el cual se ha documentado un último avance glacial alrededor de los 12,100 años a. C., que llegó a bajar el nivel de nieve hasta 4,750 metros sobre el nivel del mar, de hecho, un resultado parecido a los expuestos líneas más arriba.
mismo Wright (1983), quien ha determinado, a través del estudio de los sedimentos arcillosos de morrenas de las inmediaciones del Lago de Junín, que el último avance glacial duró hasta aproximadamente los 11,900 años a. C. Esta glaciación, detectada en las inmediaciones del Lago de Junín, se habría prolongado, incluso, hasta aproximadamente los 9,500 años a. C. durante el último avance, llamado localmente Punrun. Por otro lado, las investigaciones de Markgraf (1983) en áreas cercanas, han documentado polen que revela una posible floresta andina extremadamente pobre en comparación con el incremento de áreas arbustivas de puna, lo que es interpretado como más frío y árido.
En el sur andino, hay varios estudios sobre la Cordillera Occidental. Las recientes investigaciones hechas por Dornbusch (2002) en los nevados Coropuna, Solimana, Ampato, Huanipaco, Sara-Sara, y Jollpa, en Arequipa, han demostrado que el nivel de nieve habría descendido durante la última edad de hielo, llegando a un promedio de entre 5,100 y 4,500 metros sobre el nivel del mar, es decir, entre unos 600 y 900 metros comparado con el actual. Lamentablemente, no se cuenta aún con fechados radiocarbónicos para determinar estas variaciones glaciales de la zona del actual Departamento de Arequipa.
Si seguimos nuestro examen sobre las condiciones glaciales y las líneas de nieve hacia el sur, entre el límite de los actuales Departamentos de Junín y Huancavelica, encontramos el nevado Huaytapallana, que se localiza al norte de valle del Mantaro. Aquí, Seltzer (1987, 1990) ha logrado detectar que la línea de nieve estaba debajo que la actual, alrededor de los 10,950 años a. C.; es decir, dentro del marco de la llegada de los primeros grupos humanos a la zona. A pesar de que no se presenta un estudio del cambio de la línea de la nieve durante el tiempo, hay un lapso durante el último glacial donde esta línea había bajado hasta casi 1,400 metros con respecto al nivel actual. Dentro de la misma área, en la Laguna de Pomacocha, Seltzer ha estimado el fin del último avance glacial alrededor de los 9,400 años a. C.
En el nevado de Chachani, también en Arequipa, se han ubicado los niveles más bajos de la nieve a unos 3,440 m.s.n.m, lo que indica que en esta área la nieve estuvo baja en comparación con las demás montañas en el área centro-andina (Payne 1998), con la única excepción de algunos niveles de la Cordillera Blanca, a los que nos hemos referido líneas arriba. Dentro del contexto andino del sur, pero fuera del actual territorio peruano, recientes estudios de morrenas en los glaciares volcánicos de San Pedro-San Pablo (Sierra Norte de Chile) revelan que, entre los 9,730 y 9,450 años a. C., el proceso de deglaciación ya estaba en marcha (Payne 1998).
En la cordillera del Vilcanota, entre los actuales Departamentos de Cuzco y Puno, se hallan los valles de Upismayo y de Jalacocha, donde se ha descubierto que el nivel de nieves estaba aproximadamente a 4,930 metros sobre el nivel del mar, hacia los 14,800 años a. C. La morrena glacial más reciente en Upismayo ha sido fechada en 10,100 años a. C. (Dornbusch 1998, Mark et al. 2002). Resultados similares han sido obtenidos de las lagunas Casercocha y Comercocha, en el área aludida, por el mismo Mark.
Ahora bien, el en el área del Altiplano este, Clapperton y su equipo (1993) han fechado el último avance glacial en la Hoya del Titicaca entre los 13,900 y 11,300 años a. C. Por esta época, Thompson y colaboradores (1998) han descubierto en el nevado Sajama, que el nivel de nieves estaba unos 900 metros más abajo que el actual. Fechados similares se han obtenido de la Cordillera Oriental. Éstos promedian entre los
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14,900 y 11,900 años a. C. De igual forma, se ha logrado documentar, para esta misma zona, un breve avance glacial poco antes de los 9,500 años a. C. En general, se puede concluir que cerca a la llegada de los primeros habitantes al Área Andina, los niveles de nieve habían bajado hasta un promedio de 4,500 m.s.n.m. en la Sierra Central y Sur, tanto en la Cordillera Occidental como la Oriental.
de información. Probablemente el índice más importante sea que tanto el LGM, como el YD muestran un incremento del isótopo O18 en las columnas de hielo extraídas de los glaciares estudiados. Es debido a ello que se ha podido reconstruir la historia paleoclimática de la tierra y a alta precisión.
Los niveles más bajos se hallaban en la Cordillera Oriental Norte, donde fluctuaban los 3,500 metros sobre el nivel del mar. Las líneas de límite de nieve, estaban pues, entre 300 y 1,350 metros por debajo de las actuales.
Por consenso, los investigadores creen que el YD se dio en los Andes por efecto de un enfriamiento en el Atlántico, ocurrido en el onceavo milenio a. C., de, al menos, uno o dos grados de descenso en la temperatura, el cual fue transportado por medio de circulación de vientos a esta parte de América (Clapperton et al. 1999).
A una conclusión parecida llegan Klein y Seltzer (1996). Ello indica que el Área Andina Central es a nivel mundial, una de las más altas en cuanto a variabilidad de los niveles de nieve (fluctuando entre 260 y 1,403 metros) durante la última glaciación. Márgenes similares han sido documentados en algunas áreas como el Himalaya (Mark et al. 2005). Este resultado es compartido también por Markgraf y Bradbury (1982), sobre todo enfatizando que mientras en la parte sur del Perú la línea de nieve había bajado en unos 1,300 metros, en la parte central peruana lo habría hecho en unos 700 m.
Dentro de este contexto, la secuencia paleoclimática planteada por Haynes (2002) es, en primer lugar, el período llamado Allerod, es decir, un interestadial con temperatura menos fría hacia los 12,000 años a. C. Luego, habría acontecido un corto episodio frío Intra-Allerod, entre los 11,400 y 11,200 años a. C. (que justamente coincide con el punto de inicio de la Cultura Clovis), seguido, nuevamente, por un breve período de calentamiento, entre los 11,200 y 10,900 años a. C., fecha en la que, supuestamente, se inicia el fenómeno del Younger Dryas, que concluye, siempre de acuerdo a Haynes, alrededor de los 10,200 años a. C. Es interesante que este evento termine de manera abrupta, para dar paso a las condiciones climáticas temperadas y húmedas del inicio del Holoceno.
El último glacial máximo (LGM) y el (YD) El LGM, como su nombre lo indica, es el avance final o incremento de volumen de nieve en el mundo, con el consiguiente recrudecimiento del frío, alrededor de los 19,000 años a. C., prolongándose hasta, aproximadamente, los 16,500 años a. C.
No obstante, avances e interestadiales en Norte América parecen no ser sincrónicos, como se desprende de las reconstrucciones paleoclimáticas del área de Florida, en Norteamérica, donde se ha determinado un repunte del YD hacia los 11,800 años a.C. Algunos expertos en paleoclima denominan también a este fenómeno del YD como el evento Heinrich 0.
Dentro de esta secuencia de avances y retrocesos glaciares, el último en ocurrir es el conocido como Younger Dryas (también conocido como Dryas III), que sucedió, aproximadamente, entre los 10,900 y 10,200 años a.C., aunque al parecer uno o dos milenios antes en los Andes, como hemos visto más arriba. Ambos eventos han sido y vienen siendo estudiados por equipos interdisciplinarios a base de muestras de una serie de glaciares en el mundo y el especial del hemisferio norte, de donde procede la mayoría
Ahora bien, en los Andes Centrales, hay que señalar que los análisis de polen llevados a cabo en la cueva del Guitarrero (en la Cordillera
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Negra) han dejado en claro la ocurrencia de un período de condiciones temperadas que probablemente correspondería al Allerod (Kautz 1980), mencionado líneas arriba, al menos durante el treceavo milenio a. C. Dentro de esta misma secuencia en la cueva, es evidente que se presentó un significativo incremento de gramíneas y de vegetación arbustiva, lo que se puede traducir en la presencia del Younger Dryas, el cual debió de darse en algún lapso de tiempo entre los 11,000 y 9,000 años a. C.
estudios específicos, pero todo parece indicar que el Younger Dryas empieza a finalizar en diferentes momentos dentro de un lapso alrededor de los 13,000 años a. C. en adelante (Denton et al. 1999).
Una secuencia similar ha sido el resultado de las investigaciones en la cueva de Pikimachay, en Ayacucho (MacNeish 1979). Si bien los artefactos de piedra pueden ser cuestionables, tanto el polen como el nivel de acidez de los suelos de las capas pleistocénicas evidencian que, alrededor de los 24,000 años a. C., hubo un incremento de frío, lo cual podría vincularse con el LGM y luego un interestadial entre los 23,000 y 20,000 años a. C. Posteriormente, se habría dado otro avance frío en el contexto de un medio de tipo sabana, alrededor de los 18,000-14,000 años a.C. que puede haberse tratado del Dryas II, para luego aparecer un período más húmedo y menos frío, que podría ser una especie de equivalente del Allerod nórdico, aunque hay que decir que ya estamos en el terreno de la especulación, en vista de que se requiere de más evidencia comparativa. Finalmente, otro evento seco y frío alrededor de los 11,000-10,000 años a. C. podría tratase del YD. Lo importante de estos sucesos, es que el parecer el YD es un fenómeno ampliamente difundido en los Andes, el cual tuvo efectos, no sólo en la Cordillera Negra, la Cordillera Blanca, la Puna, e incluso el pie de las estribaciones de los Andes Orientales, sino también en la costa, por las razones expuestas más arriba.
Similares fechados han sido obtenidos de otras partes del hemisferio sur, tales como en Chile y Nueva Zelanda. Sin embargo, dentro del proceso de deglaciación, Thompson y sus colaboradores (1995) han detectado un recrudecimiento de hielo en el Área Andina entre los 11,400 y 11,000 años a.C., el cual terminaría definitivamente entre los 9,600 y 9,500 años a. C. Rodbell y Seltzer (2000), por medio de estudios de estratigrafía glacial, han estimado que este último reavance del YD se habría dado alrededor de los 10,900 años a. C., es decir, más de un milenio antes que lo propuesto por Thompson. Según los mismos autores, este último reavance habría sido bastante frío y árido, a diferencia del YD del hemisferio norte, donde parece haber sido un poco más matizado. De este cuadro se desprende que los Andes peruanos fueron aún muy fríos y áridos hasta, probablemente, un período aproximado entre los 10,000 y 9,500 años a. C. Clapperton (1993), a base de informaciones de investigaciones procedentes de todos los países centroandinos, también coincide con la fuerte aridez durante este período del último reavance glacial. Baied (1991) sugiere, incluso, que el Younger Dryas ocurrió en un lapso más largo, entre los 13,000 y 10,000 años a. C. y que fue más húmedo. Fuera de esta discusión, lo que parece ser claro es que, de acuerdo a Graf, quien realizó estudios de polen (1994), las cadenas montañosas glaciales de la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra ya estaban presentes, inclusive durante el LGM.
Precisamente, en cuanto al caso de la costa, recientes investigaciones interdisciplinarias en la zona de Palpa, Ica, han demostrado la existencia de loess (depósitos de polvo seco acarreado por el viento, usualmente durante un período frío) en un período aproximado entre los 11,300 y 11,000 años a. C., lo que, en opinión de los autores, correspondería al avance del YD en esta parte de los Andes Centrales (Unkel 2006).
Por otro lado, las investigaciones de MacNeish en los Andes Centrales de Ayacucho, a las que nos hemos referido líneas arriba, parecen indicar que el último repunte glacial, que podría tratarse
Tanner (1999) ha hecho una breve pero interesante síntesis, de la cual podemos resaltar algunos puntos. En el Área Andina aún no hay
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del Younger Dryas, debió darse entre los 10,000 y 9,000 años a. C. En este caso, Nelken Terner (1975) sostiene que este período, en Ayacucho, fue más bien húmedo, aunque ello está en oposición a los registros isotópicos del Huascarán obtenidos por el equipo de Thompson. En este sentido, hay que recordar que las investigaciones en esta área no distan mucho de la ceja de Selva y, por tanto, las condiciones ambientales pueden haber sido distintas. Es pertinente señalar que, sin embargo, las investigaciones paleoclimáticas sobre Ayacucho aún no se han publicado en un volumen expresamente dedicado a ello, de modo que este tipo de información puede sólo ser tomada como referencial y no categórica.
Océano Atlántico, colindante con el Brasil de aquel entonces, era 6 °C más frío que hoy (Clark 2002). Por consenso, los expertos parecen estar de acuerdo con un mayor enfriamiento y aridez en la Amazonia durante el LGM. Al respecto, Haffer ha llegado a proponer la conocida teoría de “refugios”, la cual sostiene que las áreas de vegetación forestal amazónicas se redujeron considerablemente (Haffer 1969), lo que habría tenido un impacto directo en la fauna de aquella época. Sin embargo, Colinvaux ha puesto en duda tal teoría, afirmando haber hallado evidencia, más bien, de adaptaciones desde floresta tropical hasta montañosa, lo que demostraría una versatilidad de las especies durante este incremento del frío en la Amazonia.
De otro lado, no todas las zonas en América parecen haber estado afectadas en la misma forma por el Younger Dryas. Tal es el caso de la parte septentrional de Sudamérica, que aparentemente no sufrió tal efecto (Rodbell 2000). Algo más al norte, en la misma área de Florida, se ha detectado un breve avance gélido entre los 9,400 y 9,150 años a. C., es decir, poco tiempo después del YD y en pleno inicio del Holoceno.
Al margen de esta discusión, es menester señalar que las condiciones de sequedad redujeron las áreas de floresta tropical en la Amazonia. En este sentido, se ha hallado evidencia de megafauna de sabana en los valles de Napo y Ucayali. Asimismo, en las cuencas de estos ríos, se ha obtenido gravas diez veces más grandes que las actuales, lo cual es interpretado como períodos irregulares de precipitaciones y de aridez. Justamente en este tipo de registros de sedimentos se ha documentado la existencia de un período de aridez aproximadamente desde los 3,300 años a. C. Es curioso, pero este fechado sólo dista en unos siglos del inicio del período frío registrado por los isótopos O18 del Huascarán. Ello lleva a la posibilidad de sugerir la hipótesis de un período generalizado de baja de temperaturas durante este cuarto milenio a. C.
Estas mediciones coinciden, aproximadamente, con el YD documentado en nevados tropicales al este del Ecuador, que los expertos han llamado avance “Potrerillo” y que han fechado entre los 11,000 y 9,500 años a. C., a lo que sigue una brusca subida de temperatura holocénica (Clapperton et al. 1999). Desde una perspectiva más amplia, la misma tendencia poco sincrónica ha sido evidenciada para el LGM. Si bien hay un consenso que sucedió alrededor de los 19,000 años a. C., en ciertas zonas del África y del Cercano Oriente, cercanas al Ecuador Meridional, el LGM puede haber empezado mucho después, mientras que en las tierras bajas amazónicas, inclusive mucho antes (Colinvaux 1987). El esquema, pues, sigue siendo complejo.
Los efectos de la glaciación en la Amazonía
Clapperton también ha sugerido que los períodos de lluvia habrían sido más estacionales al inicio del Holoceno. Además, que durante el LGM, la Amazonia presentaba grandes áreas llamadas “corredores de sabana”, que se distribuían desde el oeste hacia el este, con presencia de mayores ciclos pluviales en el oeste amazónico del lado de los Andes.
Alrededor de los 16,500 años a. C., la intensidad de lluvias y la humedad de las áreas amazónicas bajas del oriente andino era mucho menor que hoy en día. La temperatura también debió de haber bajado sensiblemente, pues el
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Ellos han sido parte crucial del medioambiente en el que vivieron los primeros pobladores de los Andes. Veamos a continuación, un panorama resumido al respecto. Clapperton, dentro de sus múltiples estudios, también ha interpretado la presencia de feldespatos, hallados en los sedimentos de los Andes Orientales, como un buen indicador de una mayor aridez de esta región durante el último avance glacial. Tal aridez ocasionó que las actuales áreas forestales de la Amazonia se trasformaran en sabana y áreas de pasto secas, sólo con ciertos relictos centrales de floresta tropical. La máxima aridez amazónica debió de darse entre los 16,000 y 15,000 años a. C. y prolongarse aproximarse hasta los 12,000 años a. C., cuando surge el Younger Dryas en esta área tropical.
La zona más cercana a los Andes Centrales donde se ha elaborado una secuencia de cambios climáticos a base de datos glaciales es al área meridional de Sudamérica. Rothlisberger (1987) ha detectado una serie de cambios climáticos, entre los cuales cabe mencionar que, alrededor de los 6,300 años a. C., hay un incremento significativo de la temperatura, lo que sustentaría la presencia del mejoramiento climático durante el Holoceno Medio, es decir, el Optimum Climaticum. Como veremos líneas abajo, este mejoramiento climático es similar al experimentado en los Andes centrales, esto ha sido demostrado por medio de los isótopos de oxígeno 18 del Nevado Huascarán. Otro fenómeno importante, que también coincide con la secuencia andina y con la norteamericana, es el repunte de frío después de los 4,000 años a. C.
Maslin y Burns (2000) descubrieron, incluso, por medio de análisis de isótopos O18 realizados a plankton de la desembocadura del Amazonas, que este inmenso río sólo descargaba un 40% menos de la actual descarga durante el Younger Dryas. Según ambos autores, este último episodio frío terminaría alrededor de los 9,600 años a. C., aunque, como ya hemos visto, no hay un acuerdo con respecto a la fecha de finalización y más bien parece ser variable de lugar a lugar.
Hay que mencionar que, lamentablemente, no hay estudios específicos basados en glaciares en el área andina central; la mayoría están concentrados en el cono sur de Sudamérica, como hemos afirmado.
Frente a toda esta imagen de creciente aridez durante el LGM en la Amazonia, Colinvaux y su equipo sostienen una posición contraria, la cual sustenta que habría existido una humedad significativa, acompañada por una baja severa de temperatura. Esta evidencia ha sido hallada para el área de la Cordillera del Cóndor, en el límite actual de Perú con Ecuador. De modo similar a los resultados de los estudios de las glaciaciones en los Andes, la Amazonia, durante el LGM, sigue siendo materia de debate.
Una serie de datos importantes que pueden aportar en cuanto a los climas del Holoceno en el Perú son los que provienen del polen que se ha rescatado por medio de las excavaciones. En este contexto, hay dos informaciones relevantes que atañen a los Andes Centrales. La primera concierne a un área investigada: la laguna de Junín (Hansen et al. 1984), donde se concluye que hasta, aproximadamente, los 12,000 años a. C. fue receptora de derivados de glaciales y viento helado del LGM, cuando imperaban condiciones secas y frías. Sólo alrededor de los 10,800 años a. C. se inicia la deglaciación y las temperaturas fueron aumentando progresivamente. La segunda zona a incluir, en esta revisión, es la del Callejón de Huaylas, donde Kautz (1980) ha elaborado una secuencia, también a base de estudios de polen. Antes de los 12,800 años a. C. habría imperado un clima algo cálido, para luego,
El paleoclima del Holoceno en los Andes Centrales Una vez examinado el estado actual de las investigaciones sobre las glaciaciones en los Andes y áreas relevantes, tenemos que tratar sobre los climas que se dieron durante el Holoceno.
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menos el establecimiento del Holoceno (Gay 2005). En este contexto, hay que mencionar que ello tampoco es determinante, pues al parecer los investigadores del yacimiento de Paloma, en la Costa Central del Perú, han hallado polen arbóreo de las lomas de las inmediaciones de este sitio, supuestamente, durante el Holoceno Medio (White 1992).
alrededor de los 10,500 años a. C., retornar al frío. Posteriormente, y ya durante el Holoceno, entre los 7,500 y 6,300 años a. C., es decir, justamente durante el mejoramiento climático y el inicio de llamado Holoceno Medio, el clima habría sido seco pero a la vez caliente, lo que corrobora la secuencia isotópica que veremos más abajo.
No obstante, la aridez correspondería a áreas de la costa por debajo de los 5 º S, aproximadamente, pues el área al norte de Talara habría estado influenciada por la llamada “Zona de Convergencia Intertropical” (ICZ), cuya historia de desplazamiento aún es sujeto de estudio. Se trata de la posibilidad de que las condiciones húmedas y cálidas ecuatoriales pudieron haber prevalecido, al menos, entre las zonas actuales de Piura y Tumbes, aunque hay posiciones discrepantes al respecto.
En lo que se refiere a si durante en Holoceno hubo mayor humedad o sequedad en la costa, los investigadores discrepan. Hay dos posiciones principales. Por un lado, hay autores como Cardich (1964), Craig y Psuty (1968) y Osborn (1977), entre otros, quienes piensan que la costa sólo ha sufrido leves cambios durante el Holoceno y que además, la típica aridez se ha mantenido al menos desde el Pleistoceno Medio. Por el otro, académicos como Lanning (1963), Dollfus (1964) y Richardson (1973) creen que el clima fue mucho más húmedo hasta la primera mitad del Holoceno. Sin embargo, las evidencias más contundentes parecen sustentar, mayormente, la hipótesis sobre la ocurrencia permanente de la aridez de la costa, sin cambios significativos (Bonavia 1982a, Fontugne et al. 2004, Ortlieb y Macharé 1989, 1990), aunque hay que admitir que se requiere de más investigación en este sentido para tener una idea más completa. De hecho, la variabilidad glacial expuesta anteriormente permite especular sobre un panorama más matizado en la Costa durante el Holoceno. No cabe duda que se necesitan estudios locales de valles de la Costa con respecto al Holoceno.
Por otro lado, hay que tener en cuenta los potenciales efectos de corrientes como la de Cromwell en la Costa Peruana, que habrían conducido a condiciones climáticas más secas durante del LGM. Este modelo se contrapone a los que sostienen que hubo una mayor humedad en esta época, a base de evidencias como desplazamientos diferenciados de vientos alisios y lluvias regulares de invierno, que habrían provocado la ocurrencia de áreas de sabana y hasta pequeños bosques con lagunas en la costa (Ortlieb y Macharé 1989). Resulta de interés que dentro de este panorama de mayor humedad de la costa norte, se proponga una mayor aridez (incluso más que la actual) para la zona de la Costa Sur durante el mismo período. Como se puede apreciar, este tema no está resuelto, al igual que los que se vienen exponiendo en este texto introductorio. El panorama, pues, resulta más complejo de lo supuesto, más aún después de la alta variabilidad de climas según las regiones, tal como lo han demostrado Betancourt inter alia (2000) en el desierto de Atacama y parte del desierto sur peruano, los cuales, al parecer, nunca sufrieron el embate del avance gélido del Younger Dryas y más bien habrían estado cubiertos de vegetación, e incluso con un dominio de humedad constante debido a las lluvias de monzón.
Un trabajo de este tipo, con una excelente documentación que procede de un valle de la costa central, es el de Lisa Wells. Según ella (1988), el clima hiperárido de la costa se estableció, al menos, desde hace 40,000 años y cuando más, desde inicios del Cuaternario, vale decir, alrededor de 2 millones de años atrás. Las investigaciones sobre las elevadas y bien desarrolladas dunas del sur del Perú, también son indicios de un clima hiperárido desde al
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Temperatura en tierra y mar en el Perú durante el último glacial Un trabajo fundamental que arroja nuevas luces sobre el paleoclima peruano es el de Thompson y su equipo (1993, 1995). Por medio de la extracción de dos columnas de hielo del nevado Huascarán y el análisis de ellas, sobre todo del isótopo de oxígeno 18 y polvo carbonáceo, se ha podido reconstruir la secuencia paleoclimática de los Andes Centrales. La gran ventaja que ofrece el hielo es que se acumula a modo de capas sedimentadas finas y claras y, durante la última glaciación, a una velocidad promedio de 25 mm por año, tal como se ha demostrado en el estudio realizado por la misma Thompson, en el nevado de Sajara, Bolivia. A continuación, en primer lugar, vamos a ensayar una síntesis sobre el clima en tierra y mar de los Andes Centrales entre el LGM y el Younger Dryas, como antesala a la presentación de la secuencia holocénica basada en los isótopos O18.
descendido más en los Andes colombianos por la definición más marcada de sus estaciones. En los Andes Centrales, las temperaturas nunca llegaron a descender tanto como en los Andes Septentrionales. En términos generales, este período también se caracterizó por gran sequedad, muy pocas precipitaciones, reducción de la cobertura vegetal y transporte eólico. Por efecto de este último, se habrían generado áreas de dunas, además de valles reducidos en extensión. Fechados radiocarbónicos obtenidos de los bloques de hielo del Huascarán indican que al menos un punto del Younger Dryas se ubica entre los 12,300 y 12,500 años a. C., es decir, mucho antes que lo documentado para el hemisferio norte. De acuerdo, entonces, a los cálculos de Thompson y sus colegas, se trata de un evento prematuro en los Andes Centrales. Y si añadimos la información expuesta en los anteriores subcapítulos, se trató de un lapso más largo de lo pensado.
Un primer punto clave corroborado por la secuencia O18 empieza por la comprobación de la existencia de la fase de enfriamiento llamada Younger Dryas o Dryas III. Durante esta época la temperatura habría descendido entre 8°C y 12°C menos que la temperatura actual, lo que constituye uno de los descensos de temperatura más drásticos de Sudamérica (Clapperton 1993). A una escala más grande de tiempo, podemos citar, por ejemplo, que durante el LGM las temperaturas descendieron sólo unos 4°C en Barbados (Caribe), e inclusive 8 °C en Colombia.
Es también durante esta época que hay una sensible baja en los valores del CO2, los cuales comienzan a subir iniciada la deglaciación. Y si bien, al momento no hay estudios específicos de cambios de valores del CO2 para el Younger Dryas y el subsiguiente Holoceno en los Andes Centrales, los índices registrados en la Antártica son lo suficientemente didácticos como para imaginar cambios similares o al menos comparativos para con los Andes Centrales.
Por su parte, Heine ha estimado que durante el mismo período, las temperaturas de los Andes bolivianos y ecuatorianos habrían descendido hasta casi 8°C (Klein et al. 1996). Sin embargo, la determinación de las temperaturas en el Área Andina Central, durante el Younger Dryas, puede resultar más compleja de lo pensado, por las condiciones medioambientales y topográficas particulares de los Andes Centrales.
Alley y su equipo (2005) han estimado valores CO2 que aumentan desde 185 ppmV (partes por millón en volumen) durante el LGM, 270 ppmV en el YD, para luego, durante el Holoceno, crecer progresivamente hasta llegar a unos 280 ppmV alrededor de los 1,800 años a. C. Según el estudio de este grupo de investigadores, el
De hecho, Dollfus (1974) ya ha llamado la atención al respecto. Él establece que, durante la misma época, las temperaturas habrían
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aumento de estos valores va de la mano con la elevación del nivel del mar y el incremento de la temperatura de la superficie marina.
Nosotros presentamos, aquí, la sección correspondiente al área de los Andes Centrales, a pesar que la porción de la Costa Extremo Norte no esté cubierta. Evidentemente, por la parte de la Sierra Norte, desde el actual Departamento de Amazonas hasta San Martín, incluyendo a Cajamarca y la sierra del Departamento de La Libertad parecen haber experimentado un clima frío, pero moderado. Es interesante que la parte que se proyecta hacia la Costa Norte parezca también haber pasado por condiciones similares, siguiendo los matices del mapa (figura 11).
Pero, ¿se distribuía uniformemente este clima tan frío en los Andes Centrales durante el Younger Dryas? Graf (1994) nos muestra, a base sus estudios de polen en combinación con el estudio de las áreas de nieve, que la zona más fría era una banda distribuida entre la zona de la altiplanicie del Lago Titicaca, Ayacucho, Huancavelica, Cuzco, Arequipa y Moquegua, con un promedio de 4 grados menos que en la actualidad, alcanzando en Tacna y sur de Puno a 5 grados. Siempre de acuerdo a este investigador, una temperatura menos glacial dominaba entre la zona del actual Departamento de Ica, incluyendo Junín, Huánuco y prácticamente todo el departamento de Loreto, sin excluir la cuenca del Marañón. Luego, la temperatura habría sido de -3ºC con respecto a la actual en la Costa Central y Norte, desde el Departamento de Lima hasta Tumbes, incluyendo la sierra Norte y los departamentos de Amazonas y San Martín. De este cuadro se concluye que las zonas menos frías se hallaban en la altiplanicie de la Sierra Central, el Departamento de Ica, parte del de Lima y a partir de allí, hacia el este, como un abanico hacia la Amazonia. Supuestamente éste fue el medio que encontraron los primeros grupos humanos en los Andes de acuerdo a estas investigaciones. Un mapa de distribución climática similar ha sido expuesto para el LGM, unos milenios antes. Si bien, no se cuenta con información que cubra todo el territorio andino, informaciones obtenidas de líneas de nieve, isótopos O18, análisis de polvo glacial y rastreos de distribuciones, como cadmio-estroncio, han servido para elaborar modelos de reconstrucción paleoclimática por medio de un ordenador (Metivier 1998).
Figura 11. Distribución de las temperaturas durante el último glacial máximo (LGM) en la zona correspondiente al Perú hace unos 20,000 años (adaptado de Metivier 1998).
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Ahora bien, hacia la parte central del Perú, se observa más bien un contraste con lo que acabamos de ver, donde el clima parece ser el menos frío desde el área del actual departamento de Huánuco hasta la parte norte del Departamento de Ayacucho. Por su parte, la Costa NorCentral y Central parecen haber tenido climas moderadamente fríos. En cambio en la Sierra Sur, con dirección sur-este, hacia la Altiplanicie que bordea al Titicaca, el frío se acentúa. El inicio de tales condiciones parece localizarse en la zona meridional de los actuales departamentos de Arequipa y Apurímac. La Costa como extensión parece recibir el mismo impacto, pues, desde el litoral de Arequipa hacia el sur, las condiciones ambientales recrudecen en frío.
dentro de una serie de emisión de gases, una suerte de efecto invernadero durante el último glacial (CLIMAP 1976). Al respecto, CLIMAP muestra dos mapas globales para el LGM. Vale la pena sintetizar las temperaturas del mar colindante con el Área Andina Central, pues se entiende que éstas han perdurado, al menos, hasta el fin del Younger Dryas, i.e. (aproximadamente los 10,000 años a. C.) en un intento por conocer la temperatura marina al arribo de los primeros habitantes de los Andes Centrales.
Por su parte, la actual Amazonia peruana muestra un panorama similar, seguramente influenciado por la cadena andina. Sobre el actual territorio de Ucayali, el clima ha sido algo más moderado, mientras que hacia el norte, en Loreto, desde la margen izquierda del Río Amazonas hacia el norte, las condiciones climáticas son más frías, similares al área septentrional andina que hemos mencionado.
De una observación detenida de los mapas referidos, se concluye que la temperatura del mar de la costa peruana era variable no sólo durante las estaciones, sino también por áreas. El mar era entre 2º a 3ºC más frío que el actual. Durante el mes de agosto, es decir, invierno del hemisferio sur, la temperatura del mar del litoral de entre aproximadamente 11° y 14° Latitud Sur (es decir, aproximadamente cercana a los actuales Departamentos de Lima e Ica) era de 15 a 16°C, mientras que todo el resto del litoral norte y sur se encontraba entre 9 y 14°C. Esta temperatura fría del mar se extendía por el sur hasta el mar del desierto de Atacama. Por el contrario, durante el mismo mes de agosto, el mar del litoral ecuatorial tenía temperaturas que fluctuaban entre 22 y 25°C.
Hasta aquí la distribución de temperaturas en tierra. Observemos ahora este tema en el mar durante la época glacial, un recurso tan importante para los primeros grupos andinos. Además, ya hemos visto la importancia de las corrientes oceánicas y de su influencia en el clima y paleoambiente. Dentro de este esquema, nuevamente nos enfrentamos al problema de la inexistencia, en la literatura especializada, de un mapa de distribución paleoclimática marina del LGM en los Andes Centrales, pero vamos a recurrir a la información disponible para el LGM y sugerir que se tome sólo como referencia en tiempos como los del YD.
De otro lado, y siempre según CLIMAP, el promedio de la temperatura marina durante los meses de febrero del LGM es mucho más uniforme en toda la costa peruana, oscilando entre 22 y 24°C. De ello se puede deducir que en la Costa Norte y Sur, la temperatura descendía al menos un promedio de 8 a 10°C en invierno, lo que implica un cambio de estación, relativamente marcado, en dichas áreas, en comparación con las temperaturas actuales. Tales cambios pueden haber jugado un rol importante en la distribución de recursos y, por tanto, de seres humanos durante el inicio del poblamiento peruano, i.e. de los Andes Centrales en épocas posteriores.
Si bien la Corriente Peruana actualmente es alterada continuamente por ENSOs, es importante saber que los especialistas no se ponen de acuerdo, aún, acerca del clima marino en esta parte del sub-continente. Hay dos posiciones principales: los que defienden la teoría acerca del enfriamiento global que a su vez afectó al clima del mar, disminuyendo su temperatura al menos entre 3 y 8°C durante esta época; y los que, por el contrario, piensan que por los efectos de la evaporación, el mar tropical americano pudo haber estado bajo condiciones más cálidas
Hay que indicar, también, que el clima cálido de febrero durante el LGM, de acuerdo a CLIMAP, se extendía hasta las costas del desierto de Atacama y fue similar al que se observa para
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Es interesante que según las características químicas analizadas, Thompson y colaboradores hayan descubierto que el cambio del frío del Pleistoceno al templado del Holoceno, en los Andes Centrales, habría sido relativamente rápido en comparación con otras partes del mundo. Este análisis coincide, en términos generales, con los obtenidos por medio del polen de Colombia y Chile, que indican que el inicio del Holoceno, tanto en el Perú central como en los países referidos, podría promediar entre los 9,6009.400 años a. C. Este lapso es muy similar al que se ha obtenido por medio de los análisis de las morrenas y líneas de nieve que hemos expuesto más arriba.
la misma temporada en las costas ecuatorianas. El único núcleo de máximas temperaturas (sobre los 30°C) se ubica mar adentro, en el Pacífico, a unos 300 km al oeste del litoral peruanoecuatorial, entre 4 y 6° latitud sur, al sur de las Islas Galápagos. Lamentablemente no hay semejantes mapas para el Holoceno, aunque estos datos, al menos nos brindan una imagen de la temperatura del mar algunos milenios antes del arribo de los primeros grupos humanos en los Andes.
Durante esta época de transición hubo un aumento de gramíneas, plantas de páramo, las cuales, a su vez, migran hacia zonas más altas, ocupando áreas liberadas por la deglaciación y convirtiendo a tales en entornos más húmedos y ligeramente cálidos.
Un resultado similar de clima temperado, no frío, fechado alrededor de los 15,700 años a. C., es decir, ligeramente después que el LGM, ha sido documentado por las investigaciones de científicos como DeVries, Schrader, Reimers, y otros, quienes han estudiado el mar de la costa peruana, aproximadamente a la altura del mar de Huacho y Cañete, en el Departamento de Lima (Ortlieb y Macharé 1989). Si asumimos la posibilidad de la veracidad de las pocas evidencias de las primeras ocupaciones en Ayacucho, alrededor los quince milenios antes de Cristo, como veremos más adelante en este libro, esta temperatura podría haber sido la que encontraron los que se aventuraron en los Andes Centrales.
El Holoceno “peruano” medido a través del isótopo oxígeno 18 El registro paleoclimático de al menos dos núcleos de hielo del Huascarán tiene una resolución a nivel centenario y está disponible en las páginas del NOAA. Además puede ser observado de modo general en Thompson et al. 1995 (figura 12). Puesto que este libro trata de los orígenes humanos en los Andes Centrales hasta aproximadamente los 4,000 años a. C., es de vital importancia exponer esta información paleoclimática del Holoceno, considerando que fue parte del medioambiente de nuestros ancestros más antiguos. En general, tales cambios climáticos del Holoceno se deben a causas generadas por la desaparición del albedo de las áreas de nieve, la mayor irradiación solar, el aumento de CO2 atmosférico con efectos tipo invernadero, los cambios orbitales terrestres y los aerosoles volcánicos (Schmidt et al. 1994).
El siguiente es un período fascinante, el llamado transicional entre el Pleistoceno Terminal e Inicios del Holoceno. Durante el Holoceno el clima se modera y surge el llamado Optimum Climaticum o Hipsitermal. En los Andes, Dollfus nos dice que este período, que en realidad es el de una interglaciación, habría estado matizado por las estaciones de tiempo. La primera de ellas, estival, seca e insolada por fuertes contrastes térmicos diurnos. La segunda era más bien de invierno, húmeda y con una temperatura ligeramente mayor a la actual, aunque como hemos visto ya, hay que tomar las reservas del caso y considerar que se trata de generalidades y no de casos de valles o zonas específicas.
A continuación, vamos a resumir este breve recuento holocénico (figura 12). Permítasenos recordar que los fechados ya han sido calibrados
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Es importante añadir que ya desde esta época las condiciones de aridez de la costa peruana se habían establecido, principalmente debido a la confluencia de, al menos, 4 fenómenos: la ausencia de lluvias ocasionada por la inversión de temperaturas frías del litoral, el anticiclón del Pacífico Sur, la fuerza de la coriolis y la orientación de esta parte de la costa de Sudamérica (Gay 2005). La coriolis es, supuestamente, la fuerza que ha definido no sólo tal aridez, sino también el modelado de las dunas de la costa (Hanier y Grolier 1991).
en años de nuestro calendario, los que luego serán evaluados y relacionados con los de la información arqueológica. Los resultados pueden presentar algunas variaciones en décadas, pues se usará la curva de calibración del hemisferio norte, al menos hasta los 9,000 años a. C. Por tanto, hay un error de por medio que hay que tomar en cuenta. No obstante, entre los 9,000 y 4,000 años a. C. la curva de calibración del hemisferio sur hace que los datos paleoclimáticos sean más precisos, aun cuando el territorio peruano se localice en una zona de transición con el Ecuador actual.
Sin embargo, hay evidencias de que al menos durante el inicio del Holoceno (aproximadamente entre los 10,000 y 7,000 años a. C.), tal aridez era menos intensa que la actual (Chauchat 1987). De hecho, fechados entre los 12,000 y 7,750 años a. C. obtenidos de huesos de animales grandes de fines del Pleistoceno, indican claramente que esta parte de la costa norte peruana debió ser más húmeda que en la actualidad, pues según el mismo arqueólogo, el límite de las áreas verdes era más extenso.
Para efectos didácticos y de clasificación, nos hemos tomado la libertad de denominar como “episodios” climáticos, a períodos de cambios de temperatura. Cada “episodio climático” tiene como denominador común a un clima más o menos uniforme.
Por otra parte, recientes investigaciones en Quebrada Tacahuay (Tacna), en la Costa Sur del Perú, han documentado gran cantidad de caracoles (Scutalus) en el estrato 5 de este yacimiento, que fecha entre los 9,812 y 9,451 años a. C. Ellos podrían indicar un mayor índice de humedad, justamente al inicio del Holoceno, aunque los autores admiten que se trata tan sólo de una evidencia (DeFrance y Umire 2004), sugiriendo que hace falta más investigación en torno a este tema.
Si bien el cuadro no presenta el trecho de tiempo entre los 12,000 y 9,500 años a. C., es decir, la época del Younger Dryas andino, es importante señalar que registros paleoclimáticos de la Amazonia y América Central indican un progresivo cambio hacia condiciones más temperadas. Hooghiemstra (1997) ha sugerido que el cambio del Younger Dryas hacia el Holoceno fue mucho más gradual en Sudamérica, en comparación con el final del Younger Dryas en el área atlántica del hemisferio norte, aunque como hemos referido líneas arriba, Thompson presenta una posición contraria.
A ellos se añade la evidencia aludida más arriba, respecto de la ocurrencia de peces de clima algo más temperado durante la ocupación Paijanense en la Costa Norte peruana (Chauchat et al. 2003), aunque ello puede deberse a estuarios con climas templados que habrían mantenido este tipo de fauna (Credou 2006).
Episodio 1: 9,500-8,600 años a. C., deshielo en proceso
Luego, la temperatura empieza a subir muy gradualmente entre los 9,400 y 8,600 años a. C. Durante esta primera fase de mejoramiento climático hay una serie de registros sudamericanos que indican un aumento gradual de la temperatura. Este tipo de datos contrastan
Definitivamente, el punto más frío se ubica alrededor de los 9,500 años a. C., representado en nuestro esquema por el episodio 1. Resulta curioso que sólo aproximadamente hacia el 1,600 AD la temperatura vuelva a ser tan fría, empero, éste no es tema el libro que se presenta ahora.
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Dentro de este proceso hay que tener en cuenta a la deglaciación y la liberación de agua sólida gélida de los polos, además de los glaciares y su transformación en líquido. Éste es uno los eventos que han modelado de manera determinante las costas de América y, evidentemente, también las del actual territorio peruano. Si bien al momento no se cuenta con datos exactos de cuánto pudo afectar este fenómeno a los Andes y su geografía, se especula que fue semejante a la gran descarga de agua producto de un calentamiento global durante el interestadial Bølling-Allerød. Este evento significó el deshielo antártico de casi medio millón de metros cúbicos por segundo en el mar durante varios siglos y sucedió alrededor de los 16,000 años a. C. (Kerr 2003). El impacto de semejante descarga debe haber sido impresionante, pues Seltzer, Rodbell, y otros expertos en el tema, han indicado que esta deglaciación, inmediatamente después del LGM, fue más rápida que en el hemisferio norte y que tal rapidez pudo haberse reproducido en el Área Andina, si uno se basa en los análisis de sedimentos que se han llevado a cabo en los Lagos de Junín y Titicaca. Otra fuente de información del proceso gradual de calentamiento, pero en asociación con un clima más bien seco, procede del estudio del polen realizado por Kautz en la cueva de Guitarrero (1980), donde ha descubierto abundancia de gras durante, aproximadamente, los 9,000-6,500 años a. C.
Figura 12. Paleoclima del Holoceno en los Andes Centrales, de acuerdo a los bloques de hielo O18 extraídos del nevado Huascarán, Perú (adaptado de Thompson et al. 1995)
Episodios 2-3-4: 8,600-6,900 años a. C., preludio al
y divergen de otros que evidencian aumento del frío durante el Holoceno, sobre todo en algunas partes de la Amazonia central y más aún en áreas como el Chaco de la actual Argentina. Hay que anotar además, que este episodio también coincide con el propuesto por Cardich (1964), que habría estado caracterizado por temperaturas más calientes y húmedas.
En la línea del esquema paleoclimático obtenido de los bloques de hielo del Huascarán, y ya entrado el Holoceno, la temperatura se eleva más rápidamente entre los 8,600 y 8,100 años a. C.
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5,000 años a. C. En esta misma área, Sandweiss y su equipo (1996) han registrado una serie de moluscos y fauna marina de carácter tropical, lo que nos lleva a pensar que la temperatura del océano fue significativamente mayor durante el Optimum Climaticum. Al parecer, en ese entonces el clima fue más tropical y las lluvias fueron más frecuentes, en términos generales mas no particulares.
En un marco general, el episodio 2 sería equivalente al mejoramiento climático del Holoceno, que se conoce como el intervalo PreBoreal-Boreal.
Dentro de este lapso se han descubierto algunos indicadores que revelan una mayor humedad en la Costa de Talara, según las investigaciones de Richardson (1973), aunque, como se dijo arriba, no hay un conocimiento vasto sobre el desplazamiento de la Zona de Convergencia Intertropical para poder determinar y explicar el clima de esta parte del Perú.
Posteriormente, el episodio 3, correspondiente a una subida menos aguda de la temperatura, se encuentra entre el lapso de los 8,100 y 7,500 años a. C.; el cual es seguido por un nuevo avance cálido, durante nuestro episodio 4, entre los 7,500 y 6,900 años a. C. Ambos espacios de tiempo se diferencian, pues, por un incremento súbito de la temperatura.
No obstante, en el extremo sur peruano, en el yacimiento de Quebrada de los Burros, a pocos kilómetros de la actual frontera con Chile, investigaciones llevadas a cabo por Fontugne y su equipo (2004), sobre mediciones de efecto reservorio y contenido CO2 de conchas marinas durante el Holoceno Temprano y Medio, han demostrado que justamente, entre los 8,100 y 5,800 años a. C., cuando se supone se desarrolla el Optimum Climaticum, la Corriente Peruana habría sido más fría que en la actualidad, por el fenómeno de la emergencia marina (upwelling), lo que habría llevado a una mayor concentración de condensación en alturas medias de los Andes y la consecuente generación de lomas de gran actividad y biomasa asociada.
Justamente es durante el episodio 4, que se ha descubierto en el hemisferio norte el llamado “evento 8 k” (Alley y Agustsdottir 2005). Se trata de un breve pero intenso episodio de avance glacial y de condiciones paleoclimáticas secas, precisamente lo opuesto que nos muestra el O18 del Huascarán que, como hemos visto, nos revela el inicio del Optimum Climaticum. Es interesante que al calibrar este fechado radiocarbónico para nuestro hemisferio, obtenemos un promedio de 7,100 años a. C. Este breve evento frío fue, al parecer, un fenómeno global, el cual ya ha sido detectado en la costas de Venezuela (valle de Cariaco), México, Costa Rica y Colombia. Hay que añadir sin embargo, que otros autores piensan que este reavance no fue significativo en los Andes Centrales, a juzgar por la secuencia O18 del Huascarán (Wiersma y Rensen 2006). De hecho, los datos paleoclimáticos de los sitios de Ayacucho (MacNeish 1979), por ejemplo, indican que durante aproximadamente los 8,846-7,750 años a. C., el clima es más húmedo y temperado, lo que parece corresponder bien con los inicios del Holoceno y el mejoramiento climático. Hay que mencionar que, durante este período, los datos de Ayacucho coinciden con el esquema de O18 del Huascarán.
Los estudios del litoral demuestran pues, claramente, que sólo investigaciones a nivel local arrojarán nuevas luces sobre este panorama paleoclimático, aún incompleto.
El 6,900-4,000 años a. C. Dos últimas elevaciones de la temperatura culminan en nuestro episodio 5 concordante con el período llamado Optimum Climaticum, aproximadamente entre los 6,900 y 4,000 años a. C. Hay que señalar que este lapso de tiempo, es casi simultáneo con otras partes de Sudamérica como en el Chaco, donde se extiende entre los 7,000 hasta los 3,800 años a. C.
Es también importante añadir que según Sebrier y Macharé (1980), el máximo período de lluvias en la costa peruana se inició alrededor de los 9,000 años a. C., y se prolongó hasta los
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Debido a la mayor temperatura cálida durante la última fase de este período, se ha visto necesario dividirlo en dos sub-episodios. Al primero le hemos denominado 5a, entre los 6,900 y 5,580 años a. C., con temperaturas altas y correspondiente al “Atlántico 1” de América del Norte. Esta fase es simultánea a un clima caliente y seco que se dio en la Sierra de Huánuco (Cardich 1964). Condiciones de sequedad parecidas han sido registradas por Wells y Noller (1997) en la costa de Lima hasta aproximadamente los 5,600 años a. C., es decir, hacia el final de nuestro episodio 5ª. De modo que la elevación de la temperatura parece homogénea tanto en la Costa como en la Sierra central del Perú.
Por su parte, Lamy y su equipo (2002) han documentado una fase de máximo calentamiento en el Holoceno, alrededor de los 5,500 años a. C., además de comprobar la existencia del Optimum Climaticum desde los 6,900 años a. C., en la zona límite entre el Sur peruano y Norte de Chile. Tales cambios de temperatura deberían ser, según ellos, explicados por los cambios de la corriente circumpolar antártica.
Las investigaciones en el abrigo de Telarmachay, en la Puna central peruana, han demostrado, por medio de análisis de polen, que al menos entre los 8,900 y 6,000 años a. C. el clima era relativamente húmedo, pero temperado (Van der Hammen y Noldus 1985). A resultados similares ha llegado Kautz (1980), a base de sus estudios de polen en la Cueva del Guitarrero en la Cordillera Negra. Es decir, un inicio del Holoceno Medio temperado pero húmedo, seguido de un período seco.
A falta de datos concretos, se puede sugerir, hipotéticamente, un rango de elevación de temperatura para los Andes Centrales de entre 1 a 2ºC, durante el lapso de 7,000-5,500 años a. C. Por el contrario, lo que sí parece ser claro es que la temperatura estaba 3°C por encima de la actual, aproximadamente en los 5,300 años a. C. (durante el “pico máximo” del Holoceno), es decir, en pleno episodio 5b, según lo demostrado por Andrus y sus colaboradores (2002), a base de isótopos O18 en otolitos de peces en la Costa Central del Perú. Ésta parece haber llegado incluso hasta 4°, (siempre por encima de la actual) en la zona Siches, Piura, durante el mismo lapso de tiempo en el Holoceno Medio.
Hacia el sur, de acuerdo a las investigaciones en la Laguna Seca, en las alturas de Tarapacá, en el extremo nor-oriental de Chile, la temperatura se ve incrementada al máximo alrededor de los 5,800 años a. C., con índices altos de desecación (Baied 1991). Los datos pues, en general, coinciden.
Las investigaciones en las cuevas de Lauricocha (Cardich 1964), a pesar de los problemas de interpretación sobre la presencia de calcita en la cueva -que bien ha criticado Rick (1983)- sugieren, también, un aumento de temperatura alrededor del Holoceno Medio (durante su período Yunga), aunque sin una precisión cronológica.
El segundo sub-episodio, que hemos llamado 5b, entre los 5,580 y 4,000 años a. C., paralelo con el “Atlántico 2”, se caracteriza por haber presentado la máxima calidez en los Andes peruanos. Durante esta última fase del Optimum Climaticum se ha evidenciado aridez, por lo que puede especularse que la extensión de las dunas costeras fueron más importantes que en la actualidad.
Otro aumento similar de temperatura, que más bien derivó en un incremento de la aridez, ha sido documentado en al zona de Nanchoc, en el valle medio del río Zaña, Cajamarca (Dillehay et al. 2005). Por el contrario, de acuerdo a Vehik (1976), el período aproximado entre los 6,500 y 4,500 años a. C. (es decir, durante el episodio 5), la Costa Central habría estado caracterizada por un incremento de humedad y frío. Estos datos discrepan de los vertidos antes sobre la Costa Central, lo que nos lleva a concluir que el panorama es aún complejo.
En cuanto a la temperatura alcanzada durante esta fase, no hay ningún dato específico. En Colombia, Van der Hammen, ha descubierto un máximo de floresta tropical y elevación de la temperatura en 1 o 2ºC por encima de la actual, desde aproximadamente los 7,000 años a. C., lo que equivale a decir, próximo a nuestro episodio 5a.
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Por su parte, Sandweiss y Reitz (2001) afirman haber hallado moluscos de aguas cálidas, como Argopecten circularis (también llamada almeja catarina) y Chione subrugosa (almeja arrugada), en el sitio arqueológico llamado Ostra, en el litoral, sólo a unos 5 km al norte de la desembocadura del río Santa, fechados, aproximadamente, entre los 6,000 y 3,000 años a. C. Ello, en opinión de ambos investigadores, era respuesta al calentamiento de las aguas que bañaban al litoral peruano durante el Holoceno Medio, de modo tal que sólo después de los 3,000 años a. C. los fenómenos de El Niño habrían estado activos.
Sin embargo, dentro de un contexto subcontinental, hay que anotar que análisis de polen de las islas Galápagos han demostrado un incremento de aridez en Sudamérica, según Markgraf (1993). Por demás está decir, entonces, que hay discusión al respecto.
En este contexto del Holoceno Medio, Sandweiss ha propuesto que la línea de mar tropical no habría estado alrededor de los 6ºS como actualmente, sino que habría bajado hasta la zona de alrededor de 10ºS, es decir, en las proximidades de la desembocadura del valle de Huarmey, aunque ya Wells y DeVries han rebatido ello, afirmando que el hallazgo de fauna marina en sitios del litoral se debió a condiciones particulares de estuarios con aguas cálidas.
Episodio 6: 4,000-3,800 años a. C., el descenso abrupto de la temperatura De acuerdo a los isótopos O18 del Huascarán, entre los 4,000 y 3,800 años a. C. hay una disminución brusca de la temperatura que perdura hasta los 3,500 años a. C. La hemos denominado episodio 6. Resulta de interés que el mismo Andrus y su equipo (2002) también hayan detectado un enfriamiento debido a la afloración de la Corriente Peruana después de los 3,700 años a. C., lo que coincide, nuevamente, con el registro de los bloques de hielo del Huascarán.
Al otro lado de los Andes, en las inmediaciones del Lago Titicaca, investigadores han encontrado restos orgánicos y diatomeas del Lago Aricota, que indican que en esta zona la temperatura llegó a su máximo entre los 5,200 y 4,800 años a. C., lo que coincide con la curva O18 del Huascarán (Placzec et al. 2001). Lo curioso en este caso, es que mientras durante el Holoceno Medio el clima circumlacustre, e incluso del desierto atacameño, parece haber sido más húmedo debido a las precipitaciones estivales, durante la misma época hay una mayor aridez en la Puna central peruana. No cabe duda que es necesaria una mayor investigación para elucidar este fenómeno.
Estas tendencias también han sido obtenidas para la Costa Extremo Norte del Perú, donde la temperatura parece haberse reducido alrededor de los 3,700 años a. C. (Richardson 1973) y para la Costa Central, por el descenso del nivel del mar en la desembocadura del Santa (Wells 1988). Cardich mismo (1964), sostiene que este momento de enfriamiento también habría sido detectado en la zona de Lauricocha, en Huánuco, por medio de la reducción del porcentaje de calcita en la cueva, aunque ya hemos argüido las críticas de Rick (1983).
A nivel global, la fecha clave de 5,500 años a. C. y su relación con el pico más elevado de temperatura durante el Holoceno, parece también corroborase en ciertas partes del mundo. Es así como Fagan (2000), por ejemplo, ha reportado que el Mar Negro se formó a consecuencia de la inundación causada en el mar de Mármara por el desborde del Mediterráneo, atravesando el Estrecho de Bósforo, al norte de Turquía, exactamente durante esta época.
De la misma opinión en cuanto al descenso de temperaturas, son Markgraf y Bradbury (1982), aunque para ellos, el frío ya habría comenzado alrededor de los 5,300 años a.C., es decir en pleno episodio 5b, durante el Optimum Climaticum. Incluso en la sierra sur peruana, las recientes investigaciones en Asana (Moquegua) parecen evidenciar aridez durante este episodio (Aldenderfer 1999).
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Este lapso, probablemente puede vincularse al inicio de un pequeño avance glaciar (llamado Sub-Boreal), que en los Andes podría haberse iniciado un poco antes que en el hemisferio norte. Encajaría dentro de lo que se ha llamado el “neo-glacial” (Seltzer et al. 1995).
Sajama (aproximadamente a 18°S, Bolivia, al sur de La Paz). Un resultado importante es que la secuencia de O18 del nevado referido coincide, en general, con la documentada en Groenlandia entre los 13,500 y 8,500 años a. C., lo que implica, al menos, que la existencia del Younger Dryas y el evento de deglaciación inmediatamente posterior han sido contemporáneos con los del hemisferio norte. Sin embargo, la exposición de esta zona al llano amazónico ha conferido un carácter particular a este Younger Dryas local, que al parecer fue más bien húmedo.
De manera similar, un decrecimiento de temperaturas se ha registrado en el abrigo de Telarmachay, aunque, curiosamente, éste habría comenzado durante el mismo sexto milenio a. C., lo que no es coherente con la secuencia planteada. No obstante, como los mismos autores sostienen, ello puede deberse a la precoz migración de la vegetación de nieve a bajas altitudes (Van der Hammen y Noldus 1985). No puede dejar de llamar la atención que curiosamente este avance frío sea el marco climático del inicio de la domesticación de animales, la intensificación de la domesticación de plantas y el inicio de la construcción de edificios públicos, elementos todos ellos, vinculados a la “complejidad social” en los Andes Centrales. ¿Es posible una relación entre ambos eventos? ¿Qué rol jugó el “frío” dentro de estos fenómenos?...La importancia de los estudios paleo-ambientales es evidente en este contexto arqueológico, por las implicancias que llevaría, luego de milenios, con el origen de la civilización andina.
De acuerdo a los fechados radiocarbónicos y a la curva O18, el inicio de deglaciación pudo haberse generado en esta zona del Altiplano boliviano, alrededor de los 10,100 años a. C., de manera brusca, pues unos pocos siglos después ya se experimentaba las condiciones cálidas del Holoceno. Dentro ya de este período, es interesante que un pequeño pico de incremento de temperatura se localice alrededor de los 4,300 años a. C., lo que coincide en parte con el Holoceno Medio, documentado para la secuencia O18 del Huascarán. Por otro lado, las evidencias demuestran que el Lago Titicaca tenía niveles bajos entre los 6,000 y 1,900 años a. C., las que posteriormente aumentaron. De este esquema se puede concluir que es evidente la irregularidad durante este período, la que puede deberse a factores locales, aún por investigar. Entre ellos cabe recordar los cambios en el factor de humedad en el patrón de circulación atmosférica de la zona este (Seltzer et al. 1995).
Episodio 7: 3,500-2,500 años a. C., el regreso del clima temperado Para finalizar con el período que nos compete, luego de esta baja de temperatura rápida hay un ligero mejoramiento temperado durante el 3,500 y el 2,500 a.C., que hemos denominado episodio 7. De hecho, más vinculado desde el punto de vista temporal con la emergencia de la complejidad social, a la que nos hemos referido un párrafo más arriba.
Una serie de factores pueden causar distorsiones o incrementar condiciones climáticas durante determinados períodos. Tal es el caso, por ejemplo, de la erupción del volcán Huaynaputina (Arequipa) en el año de 1600 AD. Aber, ya ha llamado la atención a la comunidad científica con respecto a eventos tephra de este volcán, que incluso habrían incrementado los efectos de la Pequeña Edad de Hielo (Little Ice
El Holoceno en zonas vecinas Una secuencia importante que se debe incluir en este contexto, es la que se obtuvo, por la misma Thompson y su equipo (1998), del nevado
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Age) en el hemisferio norte. Es sabido que los eventos paleoclimáticos sucedidos en las áreas tropicales tienen un mayor impacto global que los de otras latitudes. De allí que el Área Andina Central, no sólo sea clave para el estudio local, sino también global. El impacto de la subida de temperatura durante el Holoceno ha sido tan importante que ha modificado, no sólo el clima, sino también la geografía de manera radical en ciertas regiones del Perú actual. Tal es el caso de las áreas desérticas que se encuentran desde Moquegua hasta el desierto de Atacama. De acuerdo a Grossjean y Messerli (1995), durante el inicio del Holoceno, los períodos de lluvia en esta zona se habrían incrementado del actual promedio de 200 hasta 500 mm, lo que habría llevado a la parcial desaparición del desierto costero, reduciéndolo sólo a un área entre el actual TalTal y Coquimbo.
movimientos de precesión. Como consecuencia de ellos, la masa y distribución de hielo en la tierra ha variado permanentemente, lo que se conoce como avances y retrocesos glaciares. Ahora bien, el avance glacial se incrementa por el albedo, el cual a su vez, también aumenta, literalmente, cual espejo que absorbe la energía del hielo. El clima frío, entonces, se distribuye no sólo en las masas continentales, sino también en la circulación atmosférica y en la oceánica. Cuando la temperatura baja a tal extremo, las masas acuáticas se solidifican en forma de hielo y glaciares, reduciendo el volumen líquido, y a su vez, el nivel del mar. Por el contrario, cuando la temperatura se eleva, las moles de hielo se derriten, elevando el nivel marino. Por tanto, tales niveles han estado sucesivamente en levantamiento y descenso (eustasia), lo que ha llevado a que las costas hayan variado de forma, en directa relación con la cantidad de agua en los océanos.
El panorama, sin embargo, parece más complejo en otras áreas sudamericanas. Colinvaux (1987) ha enfatizado que a pesar de la aparente y sostenida elevación de la temperatura en la Amazonia entre aproximadamente los 6,000 y 2,500 años a. C., varios y frecuentes episodios breves de aridez habrían alterado este Optimum Climaticum. Más recientemente, en el 2004, un grupo de paleoclimatólogos, liderados por Mayewski, han hecho un esfuerzo sumario en función de una reconstrucción global de los climas del Holoceno (desde hace aproximadamente 11,500 años atrás). Ellos demuestran que tanto las variaciones orbitales de la tierra, como la variabilidad de insolación han sido los principales agentes responsables de cambios climáticos del pasado.
Sin embargo, los efectos de este fenómeno no han quedado allí. Áreas en inmediaciones de reservorios naturales de agua como orillas de ríos, lagos, lagunas, penínsulas e istmos, entre otros, han variado sus formas por los eventos de glaciación y deglaciación, configurando literalmente “otros mapas” de la tierra, inundando territorios, o exponiendo otros, otrora bajo el mar e, incluso, afectando la ecología de estas zonas. Los Andes no han escapado a dichos fenómenos.
El modelado de las costas en el pasado y el aumento del nivel del mar
Actualmente, el mundo y los Andes experimentan un episodio de calentamiento global que hace que los glaciares se reduzcan, lo que a su vez produce que el nivel del mar esté subiendo a razón de un promedio de 10 a 20 centímetros por década desde hace un siglo. Si los glaciares se derritieran, los expertos pronostican que el nivel marino subiría en 80 metros, lo que llevaría a la desaparición de varias ciudades de la costa peruana, gran parte del Callao se sumergiría
Para poder entender los cambios de que ha sido objeto el litoral del actual territorio peruano desde hace miles de años, es necesario conocer los mecanismos que los han originado. Veámoslos brevemente. Los cambios climáticos son generados por la excentricidad del eje terrestre, los cambios en la distribución latitudinal de la irradiación solar y los
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en varios sitios demuestra que hay una tendencia general batimétrica para el hemisferio sur. Nosotros hemos asumido, a base de la evidencia de la descarga de deshielo medida en Barbados (Fairbanks 1989), que entre los 11,000 y 9,500 años a. C. el nivel del mar ha debido de estar aproximadamente entre 50 y 60 metros debajo del nivel actual. Consecuentemente, cuando abordemos las ocupaciones humana de la costa de los Andes Centrales en los posteriores capítulos, tomaremos esta medición como referencia, pues pensamos que nos aproximamos más al nivel real de esta época en comparación de otros autores que usan la curva de 100 metros, que se asume para el LGM, lo que equivale a decir al nivel del mar de la costa peruana alrededor de los 19,000 años a. C.
bajo el mar, La Punta sería una ciudad submarina y hasta una buena porción de la costanera de playas en Lima se cubriría por el mar. Si bien tal escenario no ha sido espectado por seres humanos en este territorio, el nivel actual del mar en el Perú puede haber sido rebasado durante épocas de máximo calentamiento, como se presume que ocurrió durante el Holoceno Medio (en especial durante el episodio 5b, es decir entre los 5,580 y 4,000 años a. C.), que acabamos de examinar, sumergiendo algunas áreas del litoral peruano, tal como pasó durante la llamada “transgresión flandriana” en Europa. Desde una perspectiva global, algunos paleoclimatólogos estiman que el nivel marino ha subido entre 3 hasta incluso 20 metros sobre el nivel actual, sobre todo durante el Holoceno.
Posteriormente, durante el Holoceno, hay un incremento del nivel marino constante a razón de un promedio general aproximado de unos 10 metros por cada milenio, de modo tal, que alrededor de los 5,000 años a. C. se habría llegado al nivel actual. Es interesante que este fechado esté en directa vinculación con nuestro episodio 5b, el cual corresponde al Optimum Climaticum, cuando las temperaturas en el área andina llegan a su tope. Desde este punto de vista, el ascenso del nivel marino de los Andes puede haber mostrado un comportamiento similar al expuesto.
Durante el LGM, gran cantidad de agua en la superficie de la tierra estuvo en estado sólido, congelada en casquetes polares, glaciares y en nevados. Debido a la significativa reducción de agua, el relieve continental fue diferente, exponiendo grandes porciones de tierra, que ahora se hallan, justamente, sumergidas por la deglaciación del Holoceno. En muchas partes del mundo ha habido trabajos en esta dirección, pues se entiende que sólo mediante la exposición de este tipo de información, se podrá tener una idea más clara del medio ambiente del pasado y de las verdaderas formas de las costas desde la época del poblamiento humano.
Trabajos pioneros como el de Fairbridge (1960) habían mostrado esfuerzos para determinar la medición métrica del aumento del nivel del mar desde la última glaciación. De hecho, por mucho tiempo la llamada “curva de Fairbridge” ha sido una de las más aceptadas. Uno de sus grandes aportes es que ella hizo reconocer la drástica emergencia del nivel del mar en la costa pacífica de Sudamérica, en comparación con la norteamericana, debido a la gran descarga antártica a la que ya nos hemos referido antes (Richards 1971).
El banco de datos global de cambios del nivel marino de los archivos del NOAA (Nacional Oceanic and Atmospheric Administration) muestra la inexistencia de tendencias o valores promedio para determinadas regiones. Además, que la mayoría de investigaciones están concentradas en el hemisferio norte, desde la reconstrucción de curvas batimétricas, como las de Emery (1969), hasta las curvas más modernas. Se nota, entonces, que es necesario un trabajo de esta índole en las cosas del actual territorio del Perú.
La batimetría del NOAA: la forma del litoral alrededor de los 11,000-10,000 años a. C. Hay que mencionar que los principales trabajos sobre batimetría se han elaborado a partir de proyectos norteamericanos con motivos
No hay cálculos generales acerca de algún valor promedio, pero una serie de mediciones
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científicos, pero más aún por motivos económicos relacionados a la industria pesquera. Es así que hemos tomado como fuente a la NOAANGDC (Nacional Oceanic and Atmospheric Administration-National Geophysical Data Center), probablemente la red de información medioambiental más grande del mundo.
El intento por reconstruir la forma de los litorales del pasado no es nuevo. Uno de los primeros grandes avances lo constituyó el mapa batimétrico de Prince (1980) que se concentró en las áreas costaneras de Perú y Chile, empero con una precisión de sólo 100 metros, lo equivalente, aproximadamente, al LGM, es decir, al menos 18,000 años atrás. Hay que subrayar, sin embargo, que varios trabajos posteriores se basan en el mapa de Prince, incluso el del mismo Clapperton (1993).
La administración oceanográfica norteamericana mantiene boyas de medición en nuestro mar, por motivos de estudio y planificación, sobre todo por el control de ENSOs. Para propósitos de este libro, nosotros hemos usado el mapa batimétrico de 50 metros, elaborado a base de líneas isobatas bajo el mar. Este mapa se halla en el software de Encarta2006, que está acreditado por NOAA. Como hemos dicho líneas arriba, es necesario enfatizar que no hemos tomado la línea de 100 metros por su correspondencia con LGM, que es un período donde aún los grupos humanos no ingresaban en esta parte de Sudamérica. De hecho, la referencia de 50 metros de profundidad se asocia con fechados entre los 11,000 y 9,500 años a. C., es decir, durante el Younger Dryas (Kutzbach y Ruddiman 1993). Ello ha sido demostrado en el ámbito sudamericano por Fairbanks (1989).
Poco antes, Fairbridge, había concluido que alrededor de los 6,000 años a. C. el nivel del mar se hallaba unos 20 metros por debajo del actual. Años después, es Fairbanks (1989) quien señala que este fenómeno debe ser medido a base de sus particularidades locales y que así debe ser estudiado. Él sostenía que no hay datos globales que sirvan a determinada región. Fairbanks divide en dos períodos a la elevación del nivel del mar en épocas recientes. El primero, durante los 12,000 y 10,000 años a. C., y el segundo entre los 8,000 y 5,000 años a. C., dentro del lapso que él denomina “pulso de derretimiento acuático”.
Reconocemos que este promedio es arbitrario, pero creemos que se ajusta más a la realidad de la costa peruana que presentar un simple mapa con el litoral actual, el cual es completamente diferente al del período que vamos a tratar. Las particularidades del mapa peruano batimétrico de 50 metros no van a ser discutidas aquí, más bien se tendrá en consideración cada vez que se trate de un yacimiento arqueológico o geológico que sea de importancia incluir y examinar.
No obstante, a una escala de más tiempo, Lambeck y Chappell (2001) demuestran la gran variabilidad del nivel marino desde hace millones de años, debido a los cambios dados en la superficie terrestre y efectos gravitacionales (lo que también se conoce como alteraciones “glacio-hidro-estáticas” del nivel marino).
Las distancias de los yacimientos de la costa obtenidas por medio de este mapa batimétrico son referenciales. Es más, pueden llevar a un error, en vista de que no toman en cuenta los cambios geomorfológicos del suelo marino de los últimos miles de años. No obstante, pueden servir de guía en función de estimar un promedio de la distancia que se encontraba el mar de cada yacimiento arqueológico y, por medio de ello, acercarnos, al menos groseramente, al medioambiente que pobló esta gente, es decir, la línea litoral que ellos observaron en su momento.
Antes del período Cuaternario, los cambios del nivel del mar fueron causados no sólo por glaciaciones-deglaciaciones, sino en gran parte por los cambios tectónicos de placas intercontinentales y la geometría abisal. Los estudios a gran escala han revelado que alrededor de 460 millones de años atrás, el nivel del mar se hallaba unos 600 metros sobre el actual. Sin embargo, llama la atención que hace 35 millones de años este nivel se hallaba casi en la misma posición que el actual.
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Veamos ahora algunos datos que nos pueden ilustrar sobre la gran variabilidad expuesta. Ésta puede darse, incluso, en lugares próximos. Como en el caso de los sitios escandinavos Angerman y Andota, relativamente cercanos uno del otro. Hace unos 9,000 años, mientras que en el primer sitio el nivel del mar estaba en 200 metros por debajo del actual, en el segundo se hallaba casi al nivel del actual. En cambio, tanto en Barbados como en el sur de Inglaterra, el nivel del mar parece haber subido muy lentamente durante el Holoceno.
La historia de los niveles del mar en la costa peruana Una de las secuencias más precisas en América es la que se ha establecido para Barbados, en el Mar Caribe, a la cual ya se ha hecho alusión (Fairbanks 1989). Más de sesenta fechados U/ T (Urano-Thorium) en corales, caracterizados según sus profundidades, han revelado toda la historia del levantamiento marino desde la época glacial.
El canal de Bristol (Inglaterra) es un buen ejemplo de un levantamiento progresivo del nivel del mar durante el Holoceno. La deglaciación es rápida, en un primer momento entre los 8,300 y 6,000 años a. C., lo que hace que el nivel del mar suba de 34 a sólo 14 metros. Luego en el lapso de 6,000-1,200 años a. C., a sólo 4 metros del nivel del mar actual, es decir, que a partir del sexto milenio a. C. hay un aumento del nivel mucho más lento.
Se conoce, entonces, que hacia los 12,100 años a. C., el mar estuvo 88 m. bajo el nivel actual; en los 11,300 años a. C., unos 65 m.; en los 10,000 años a. C., aproximadamente 54 m.; luego, en los 8,700 años a. C., unos 37 m.; durante los 7,000 años a. C., unos 27 m.; alrededor de los 5,200 años a. C., unos 10 metros; y, finalmente, recién hacia el 1,450 AD se alcanza el nivel actual (Fairbanks 1992). Recientemente, se ha precisado el cálculo de la subida del nivel del mar durante el Holoceno en un promedio de entre 7 a 8 mm por año.
Estudios de niveles marinos del pasado en la Bahía de Hudson, Canadá, muestran un levantamiento muy similar. Un incremento del nivel del mar, mucho más acelerado, es el que se ha descubierto durante el período de 14,50014,300 años a. C., en la bahía de Sunda, en el sureste asiático, cuando el mar subió más de 20 metros sobre la superficie de tierra.
En un trabajo de Milne y colegas (2005), dedicado exclusivamente a reconstruir los niveles del mar de las costas sudamericanas durante el Holoceno, se ha explicado que se ha podido fechar conchas procedentes de manglares y playas emergidas, gasterópodos marinos y terrazas lacustres, lo que ha permitido reconstruir algunos puntos clave de la costa atlántica sudamericana. De los ocho puntos seleccionados para tal reconstrucción, probablemente lo más saltante, es la gran diferencia de nivel del mar durante el Holoceno, desde Jamaica hasta el Canal del Beagle.
Ahora bien, si se examinan las diferencias del nivel marino durante el Younger Dryas, uno puede concluir que ellas son extremas. Es así que el nivel del mar estaba bajo 5 m. en el Golfo de Anadyr (Rusia), 28 m. en Osaka (Japón), 40 m. en Kuwait, 45 m. en Panamá y el Golfo de México, 92 m. en las islas Fraser (British Columbia, Canadá), 118 m. en Noruega y hasta 166 m. en Montreal (Canadá). En cuanto al Perú, en la Bahía de Paracas, por ejemplo, el nivel del mar estaba 5 metros por debajo del actual, alrededor de los 1,400 a.C. Valores similares han sido reportados de Valparaíso (Chile), durante la misma época, aunque se trata ya de períodos recientes que no competen a este libro.
Por otro lado, en las localidades septentrionales como Jamaica y Curazao, los niveles del mar parecen haber subido de manera progresiva, alcanzando el nivel actual recién en tiempos AD. Los datos de Jamaica coinciden, en general, con los del Cariaco (Venezuela), en el sentido de que alrededor de los 1,500 años AD recién se alcanzó dicho nivel (Milne et al. 2005). Sin embargo, sitios costeros más al sur, como Surinam, Recife, Río de Janeiro, Santa Catarina,
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debieron, fundamentalmente, a cambios por el levantamiento tectónico de las terrazas, llamadas tablazos.
el Estrecho de Magallanes y el Canal del Beagle muestran claramente que el nivel marino actual se logró mucho antes, entre el octavo y sétimo milenio a. C. Un dato de interés, es que alrededor de los 2,300 años a. C., las costas de Río de Janeiro estaban ya cubiertas por el mar 3 metros por encima del actual.
Un fenómeno similar ha constatado Hsu y colaboradores (1989) en los tablazos de Marcona, al sur de Pisco, durante el Cuaternario. Pero lo que sí hay que tener en cuenta es que, ya sea debido a los levantamientos del nivel del mar, o de elevaciones tectónicas, la banda de la costa peruana ha sido más ancha, desde algunos pocos kilómetros (posiblemente en el área de Lima, así como también en la costa más meridional peruana) hasta muchos más, como se observa en la Costa Norte.
CLIMAP ha publicado una serie de mapas a escala milenaria desde la última edad glacial hasta al menos los 3,800 años a. C. Dos observaciones generales que se obtienen de ellos son, en primer lugar, que el litoral peruano no ha cambiado mucho en comparación con otras zonas, como la zona austral de Sudamérica, donde la costa atlántica del actual territorio de la Argentina se extendía en un promedio de 200 hasta 300 km. mar adentro, frente a los actuales territorios de la Pampa y Río Negro, alrededor de los 11,000 años a.C., es decir, durante la glaciación del YD. En este mar, incluso, había dos inmensas islas que hoy han desaparecido por el levantamiento del nivel marino. Y en segundo lugar, que el fenómeno más evidente en la costa peruana, es que entre los 6,900 y el 5,800 años a. C. (es decir, durante nuestro episodio 5a del inicio del Holoceno), la gran proyección de tierra que ganaba espacio al mar entre el área de los actuales Departamentos de Piura y Lambayeque, que se extendía hasta este lapso de tiempo, desapareció debido al fenómeno eustático del mar. Según CLIMAP, por tanto, el levantamiento del nivel marino no ha afectado significativamente la silueta del litoral peruano durante la glaciación, a excepción de la Costa Norte.
Las bahías de Paita y Negritos emergieron completamente, cubriendo unos 20 km de costa al empezar la deglaciación. En esta zona, Campbell (1982) ha propuesto la existencia de un “corredor de costa” que habría estado cubierto por una sabana abierta y se habría extendido desde los 4ºS hacia el norte, hasta Centroamérica. Es un dato importante a considerar, como un posible “pasaje” de los primeros grupos humanos. En la Costa Norte, a la que nos hemos referido líneas arriba; Richardson (1981) ha tratado de aproximarse a un esquema de levantamiento del nivel de mar, pero de manera general, tal como nosotros lo hemos hecho en este libro, por medio de estimados batimétricos, sin estudios submarinos específicos. Él asume que alrededor de los 11,000 años antes del presente, el nivel marino se hallaba a unos 100 metros debajo del actual, pero ni los fechados radiocarbónicos de conchas garantizan seguridad sobre una ocupación humana tan antigua en Amotape, ni la profundidad puede ser la correcta para esta época, más bien sí para el LGM, como hemos expuesto más arriba. Por el contrario, este investigador es más certero cuando estima que durante los 5,000 años a. C., (durante el Optimum Climaticum) había 5 km más de playa.
A un esquema similar ha llegado Clapperton, de acuerdo a sus observaciones, sobre todo en vista de que la costa continental oeste del Perú, así como, en general, el resto de esta parte de Sudamérica, es estrecha y de pendiente abrupta, en comparación con la costa atlántica. Esta poca variación es mucho más notoria en la costa central del Perú, pues a diferencia de las además partes de la costa, ésta se viene hundiendo (Macharé y Ortlieb 1990). Por el contrario, los estudios pioneros de Lemon y Churcher (1961) han evidenciado que los cambios del nivel del mar en el área de la Bahía de Paita se
No obstante, tal como lo concluye Bloom (1980), después de una evaluación de los diversos agentes que intervienen en la elevación del nivel del mar, tales como el levantamiento tectónico de terrazas y tablazos (citando incluso el ejemplo de la costa extremo norte peruana), hay que ser muy cautos con cualquier reconstrucción.
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Dentro de este marco de trabajo, Mario Pino, del equipo de investigaciones de campo que Dillehay viene desarrollando en el valle de Jequetepeque, ha sostenido, a base de estudios morfológicos e isotópicos, que el clima y el medioambiente de fines del Pleistoceno e, incluso, durante el Holoceno Temprano, no presentaba un aspecto desértico como lo ha planteado Chauchat, sino más bien húmedo y más frío (Stackelbeck 2005). Si bien es posible que halla diferencias por localidad, y Chauchat tenga razón por su experiencia de campo, los análisis de Pino al respecto, en el área de Jequetepeque son claros y ciertamente abren un debate al respecto.
Uno de los pocos arqueólogos que han tratado de reconstruir las antiguas líneas de playa y el promedio eustático marino entre el período del YD e inicios del Holoceno, cuando la población Paijanense ocupaba la Costa Norte, es Claude Chauchat (1987). De acuerdo a sus cálculos, el nivel del mar en el área de Cupisnique, alrededor de los 19,500 años a. C., estaba 100 metros por debajo del actual y, por tanto, la costa se mostraba más ancha en 35 Km. hacia el oeste. Luego, alrededor de los 9,500 años a. C., la línea del nivel marino se hallaba unos 50 metros por debajo del actual, lo que equivaldría a unos 15 km. más de costa, ganando terreno el mar.
A final de la secuencia, Chauchat concluye que hacia los 3,700 años a. C., el nivel del mar habría estado ligeramente por encima del actual, para inmediatamente después alcanzar el nivel moderno. Una trasgresión similar por esta misma época, ha sido observada por Bonavia en el área litoral del valle de Huarmey (Bonavia 1982a). Es interesante que ambas trasgresiones marinas coincidan, en términos generales, con el final del Holoceno Medio y el episodio isotópico O18 que hemos denominado 6, que corresponde, aproximadamente, al corto reavance contemporáneo al “Atlántico” norteamericano.
Algunas distancias algo más precisas, se obtienen del mapa batimétrico publicado en la tesis del mismo autor (Chauchat 1982). De acuerdo a él, la costa habría sido más ancha, de 23 a 33 km. alrededor de los 10,700 años a. C.; de 15 a 19 km. durante los 8,900 años a. C. y de entre 5 y 12 km. alrededor de los 4,900 años a. C.; es decir, justamente cuando se inicia el Holoceno Medio, como ya hemos visto en la curva de isótopos O18 del Huascarán.
No hay estudios amplios de esta naturaleza en la parte de la Costa Central, pero Chauchat mismo ha deducido, en función a este ritmo aproximado de elevación del nivel del mar desde el Holoceno, que hacia los 9,500 años a. C., la costa de Lima, sólo habría sido más amplia en 5 Km. Ello fue, posiblemente debido a la topografía más vertical de la plataforma submarina en esta zona, aunque admite que la situación podría haber sido más compleja.
A partir de estos datos, si se traza en una línea en un plano y sin tener en cuenta las irregularidades del subsuelo marino, se observará que la curva del nivel marino sube de manera muy homogénea de entre 7 a 9 metros por milenio, lo que en términos generales, coincide con el fenómeno eustático de fines del Pleistoceno e inicios del Holoceno a nivel mundial. Por otro lado, ello indica que la gente del Complejo Paiján había presenciado este fenómeno del levantamiento del nivel del mar progresivo. Más adelante, veremos que las curvas batimétricas de NOAA muestran, aún, una Costa Norte mucho más ancha durante el Younger Dryas. Variaciones de la curva en este trecho de tiempo, entre los 6,900 y 3,700 años a. C., no son conocidas y es posible que haya habido alguna, en vista de la actual evidencia, la cual muestra que no hay ocupaciones humanas durante ese lapso de tiempo en dicha zona.
Por otro lado, un trabajo pionero de esta índole, es el de Wells (1988), que ya hemos mencionado anteriormente. Ella ha logrado determinar el ascenso del nivel del mar durante el Holoceno en la región del valle del Santa (9ºS). De acuerdo a su estudio, el nivel del mar estuvo un metro por encima del actual, alrededor de los 5,800 años a. C., justamente durante el pico de elevación de temperatura del Optimum Climaticum, lo que corroboraría el esquema que acabamos de ver de Thompson y su estudio
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isotópico en el nevado del Huascarán. Además, que el nivel actual habría sido alcanzado hacia los 5,300 años a. C., momento a partir del cual, nuevamente, el nivel marino habría descendido hasta los 1,800 años a. C., lo que, de igual manera, confirma los datos de la fase de enfriamiento (episodios 6-7) obtenidos del Huascarán.
hipotético. No obstante, es evidente que durante el Holoceno, el nivel del mar en la Costa Central emergió, ligeramente por encima del actual. Sebrier y Macharé (1980) han descubierto terrazas marinas en la isla San Lorenzo, que llegan a medir hasta 40 metros de altura. Además, hallaron evidencia de que el mar subió entre 2 y 5 metros sobre el nivel actual -dos veces durante el Holoceno- lo que se puede observar no sólo en las terrazas sino también en superficies planas salinas, bahías fósiles y terrazas de playas antiguas. A una conclusión similar llegan Bonavia y Sebrier en la costa de Huarmey (Bonavia 1982a).
Por su parte, Moseley con sus colaboradores (1992) han mostrado otro enfoque donde, no sólo los cambios del nivel del mar y tectónicos han jugado un rol importante en la delimitación de las antiguas líneas de playa, sino también en lo concerniente a fenómenos como El Niño. Ellos creen haber puesto en evidencia una serie de nueve terrazas en la desembocadura del río Santa, que se habrían producido como consecuencia de los cambios del nivel del mar, desde aproximadamente el 4,300 a.C.
El panorama es tan complejo, que incluso las variaciones locales pueden ser extremas. Se puede tomar como ejemplo a la batimetría del mar frente a Paita y algo más al sur, en la zona de la Bahía de Sechura; ambas alrededor de los 5ºS. Si seguimos la curva batimétrica sola, tendríamos, hipotéticamente, que mientras el litoral de Paita, a fines del Younger Dryas, habría sido sólo unos 5 km. más ancho que el actual, la Bahía se Sechura, unos 20 km. más ancha, en forma de playa de poco declive, pero completamente emergida. Tal diferencia pudo haberse dado en dos zonas distantes entre sí, por tan sólo 70 km.
La variación de estas trasgresiones es complementada por levantamientos tectónicos y posibles ENSOs, que han sido documentados para el Holoceno Tardío al norte de la desembocadura del Santa, en el sitio Ostra (Sandweiss et al. 1983); aunque Wells difiere de esta opinión, como veremos más adelante. Wilson, quien ha hecho un estudio integral de la parte baja del mismo valle del Santa, ha localizado cinco líneas antiguas de playa, a unos 5 kilómetros al norte de la desembocadura del mismo río (Wilson 1988). Cada una de ellas estaba separada entre 300 y 900 metros y, además, demarcadas por acumulaciones de conchas marinas. Sobre la línea de playa más reciente, ha encontrado una serie de sitios precerámicos tardíos. La línea de playa más antigua no tiene fechado, empero, podríamos especular que se remonta al Holoceno Medio. Ello demuestra lo complicado que puede resultar el tema, y lo necesario de estudios locales específicos.
La misma observación rige para el actual Golfo de Guayaquil, el que, probablemente, era una gran bahía emergida, mientras que por el contrario, las costas del desierto de Atacama habrían sido casi las mismas de las de hoy, debido a la plataforma abisal que cae en pendiente en esta zona. En el caso de Guayaquil, ello ha sido comprobado por las recientes investigaciones de Stothert y sus colegas (2003), quienes han concluido que, alrededor de los 8,000 años a. C., el nivel del mar se hallaba unos 30 metros bajo el actual, haciendo que la costa sea entre 5 a 25 m. más ancha, mientras que, aproximadamente, en los 6,000 años a. C., el nivel del mar se hallaba unos 20 m. bajo el actual.
En la Costa Central, debido a la pendiente más pronunciada de la plataforma continental, es posible que este fenómeno de extensión tan prolongada, como es el caso de la Costa Norte, no haya sido tan drástico. Sin embargo, Clapperton (1993) sostiene que mientras no haya estudios localizados, todo quedará en plano
A esta variabilidad se suman otros factores que alteran los niveles marinos, en grado menor
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que la propia eustasia-isostasia, por ejemplo, en el mismo Ecuador. Tutivén Ubilla (1998) ha descubierto que los niveles del mar en la desembocadura del río Chone, en Manabí, Ecuador, han variado algunos metros de profundidad debido al fenómeno de El Niño en épocas recientes. Ello, sobre todo, debido a la pendiente batimétrica relativamente suave de esta zona. En este contexto, se impone la pregunta acerca de cuánto pudieron afectar los ENSOs a los niveles del mar durante el Holoceno en la costa peruana. Más aún, en áreas donde la pendiente submarina es suave, de modo que haya sido aprovechada por pobladores habituados a estas zonas del litoral y que, posiblemente, tuvieron que retroceder o mudarse debido a este problema.
Holoceno. Para Sudamérica hay toda una serie de mapas que recomendamos consultar al lector. Nosotros vamos a hacer un examen breve del tipo de vegetación del Área Andina, pues ello es clave cuando tratamos de localizar las superficies verdes existentes poco antes de la llegada de los primeros habitantes a esta zona, para que nos sirvan de base dentro de la evaluación de la distribución de recursos de la época.
De otro lado, un grupo de paleo-oceanógrafos alemanes han obtenido una serie de datos batimétricos por ecosonda marina, entre las zonas de Chimbote por el norte, y Pisco por el sur (Rheinhardt et al. 2003). Ellos han concluido que el modelado de esta zona de la costa peruana ha estado definido no sólo por la subida del nivel del mar, sino también por la corriente submarina que ha mantenido un dinamismo permanente, generando olas de lodo, fallas y desplazamiento de placas. Una serie de “flexiones” (una suerte de fractura topográfica de fondo marino) han estado alternando y cambiando la topografía bajo el mar. En este contexto, hay que enfatizar que las curvas presentadas por los autores y las de este libro son meras aproximaciones que no tienen en cuenta este tipo de alteraciones, empero, buscan aproximarse a la idea de cuán alejado estuvo en mar durante el Holoceno, con respecto de los primeros seres humanos en los Andes Centrales.
Uno de los trabajos pioneros en la reconstrucción del tipo de vegetación de los diversos pisos altitudinales durante el LGM, es el de Dollfus (1974). Este esquema se basa en las observaciones de la geodinámica andina hechas por este autor. A pesar que no es la época en que se enmarca el ingreso de los primeros andinos, se puede resaltar algunos datos importantes que nos aproximen a una idea de cómo lucían los pisos altitudinales durante una glaciación. Veamos la descripción que nos ofrece esyte importante autor. La costa habría sido un desierto marcado por derrames eventuales de las vertientes andinas, acarreando acumulación de napas aluviales y torrenciales. Las playas desnudadas por la regresión marina producto de la glaciación, formaban dunas. El pie montano habría estado caracterizado por densas lluvias y una estepa arbustiva. Entre los 1.500 y 3,000 m.s.n.m. ha habido, de igual manera, precipitaciones y torrentes importantes y una estepa arbustiva similar.
La necesidad de proyectos integrales es evidente, en función de determinar la complejidad del incremento del nivel marino y su impacto en la vida de los primeros pobladores de esta parte de los Andes.
A algo más de altitud, entre los 2,800 y 4,000 m.s.n.m., habría habido un dominio periglacial, culminando en la parte más alta, con áreas de permafrost, precipitaciones bien distribuidas y nieve perpetua.
La vegetación andina durante del Pleistoceno Terminal e inicios del Holoceno
Sobre la vertiente oriental, en la ceja de selva, se extendían matorrales de altura, con temperatura media de entre 10ºC a 20ºC, para finalmente terminar con el piso amazónico, caracterizado
El “Grupo QEN” (Quaternary Environments Network) ha hecho una reconstrucción mundial de los diversos tipos de vegetación desde la última edad de hielo, incluso hasta entrado el
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Si bien, probablemente más desértico, pero también húmedo en parte, debió ser el desierto de Cupisnique (unos 390 km. al sur de la Brea), para haber podido albergar una paleofauna de casi el mismo período que la hallada en Piura. por una selva densa con temperaturas promedio de 20-22º y con precipitaciones menores que en la actualidad. En general, de este cuadro se concluye que las áreas verdes eran escasas en los Andes Centrales durante la última glaciación.
Un trabajo importante que nos brinda un mapa mundial de la vegetación de los 16,500 años a. C. (justamente poco tiempo antes del ingreso de los primeros grupos humanos en los Andes) es el de Ray y Adams (2001). Todos sus mapas están elaborados a partir de una base de datos de la red de Cuaternario QEN, considerando los principales trabajos sobre paleoclimatología y medioambientales del pasado y usando una serie de evidencias como plantas fósiles, restos de animales asociados a determinados biomas, sedimentología de suelos, observaciones biogeográficas en relación a plantas y animales actuales y sus ubicaciones geográficas, como indicadores de antiguas especies.
Una de las áreas que ha sido investigada intensivamente en la Costa Norte es, en especial, Piura, donde en las inmediaciones de Talara, Richardson (1973), a base de evidencia paleontológica, ha sugerido una mayor cantidad de manglares que, según él, podrían indicar mayor pluviosidad y humedad a fines del Pleistoceno. De acuerdo a las investigaciones de Lemon y Churcher (1961), alrededor de los 14,700 años a. C., el área de los derredores de Talara era más bien de tipo pradera, con pocos árboles dispersos y algunos pantanales e, inclusive, bosques y amplias pampas de desierto.
Para nuestro estudio hay al menos cuatro mapas de interés (figura 13). El primero, es el más antiguo mapa de vegetación que corresponde al lapso de tiempo entre los 13,400 y 9,700 años a. C., es decir, incluye el último avance, i.e. el Younger Dryas. Durante este período es ya evidente la franja alto-andina que corresponde, aproximadamente, a la actual. Es interesante, sin embargo, que el desierto costero cubra completamente el norte peruano, diferenciándose del carácter semi-tropical, el cual sólo aparece desde el Holoceno Medio. Además, que la sabana amazónica de la era glacial se extendía hasta territorios aproximados de los actuales departamentos de Ucayali y Madre de Dios. Al otro lado, la costa era más ancha y amplia, ganando, así, terreno al mar. Este panorama ha debido de ser el que encontraron los primeros grupos humanos que penetraron el actual territorio peruano.
Conchas marinas de mares tropicales, como Anadara tuberculosa y Ostrea columbiensis, halladas por Richardson en sus investigaciones en Piura, permitirían sugerir este tipo de medioambiente en el sur del Golfo de Guayaquil durante el Holoceno Temprano, aunque él mismo sostenga que ambientes como los manglares también puedan ser causados por efecto de la deglaciación y aumento del caudal de agua dulce en algunos ríos de Piura, en consonancia con el planteamiento de mayor pluviosidad y humedad. A una reconstrucción parecida llega Martínez (2005), cuando hace un recuento de la megafauna del Pleistoceno Superior, es decir, en un lapso más largo de tiempo de la Costa Extremo Norte. Los cuatro mamíferos más extendidos, al menos desde Tumbes hasta Piura, han sido el estegomastodonte, el Eremotherium, Glossotherium y Scelidotherium, lo que implicaría un medioambiente más abierto y verde, con ríos y pantanos.
Un segundo cuadro nos muestra el período entre los 9,700 y 8,200 años a. C., que se relaciona a nuestros episodios 1-2 del inicio del Holoceno y la progresiva subida de la curva de temperatura. El mapa nos muestra que el nivel marino había comenzado a subir, por lo que la banda de la
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costa adelgazó ligeramente. Otra consecuencia es el inicio de reducción de la sabana del oriente peruano, en favor de una vegetación de sabana boscosa y la gran vegetación del bosque tropical húmedo, presente desde el Younger Dryas. A este panorama, le sigue el período correspondiente al 8,200-7000 años a. C., que a su vez, sería simultáneo con los episodios 34, es decir, al inicio del Optimum Climaticum. Durante este lapso, las diferencias más notables son: la gran reducción de la sabana y gras oriental -por cierto, ya iniciada en la fase previa, mientras que hubo un avance de territorio altoandino de esta zona-; otro notorio contraste es la aparición de una zona extensa de gras temperado en la zona del altiplano sur peruano-boliviano, posiblemente en respuesta a la elevación de temperaturas durante este período. Finalmente, el mapa de Ray y Adams, asignado para el período 7,000-3,700 años a. C. (durante el Holoceno Medio (nuestros episodios 5a-5b), período, como ya hemos visto, con mayores temperaturas), muestra una serie de claros cambios. Es a inicios de este lapso cuando recién se define el desierto semi-tropical en el extremo Norte peruano, aproximadamente desde la zona septentrional del actual departamento de La Libertad, hasta la costa ecuatoriana. Hacia el sur, se extendía ya el desierto árido costero hasta el área de Atacama en Chile. Es de observar, también, que la angostura de la costa ya empezaba a ser muy similar a la actual, en parte, como resultado de la máxima elevación del nivel del mar. Mientras tanto, la vegetación alto-andina se transforma en una de tipo tundra alpina y el área de gras temperado deviene ahora en una estepagras, que más bien se desplaza ligeramente hacia el nor-oeste, penetrando en ciertas áreas de los actuales departamentos de Puno, Cuzco, y Arequipa, probablemente con ciertos efectos que podría acarrear este tipo de vegetación en áreas colindantes, como Ayacucho y Moquegua. Ello debería ser objeto de estudio, pues es parte del escenario natural de los primeros grupos humanos en esta área.
Figura 13. Mapas de reconstrucción de la vegetación de los Andes Centrales desde el Younger Dryas hasta el Holoceno Medio (adaptado de Ray y Adams 2001).
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Otro hito importante que surge y se define completamente durante este período, es la distribución del área de la montaña tropical al este de la cadena andina, la cual incluso se extiende por el norte hasta el sur colombiano y por el sur, delimitando al este de los Andes del altiplano.
vasta relación de animales de la era glacial que vale la pena resumir muy brevemente en lo que respecta a la fauna sudamericana de fines del Pleistoceno, siempre dentro de nuestro afán de conocer el medio que rodeaba a los primeros habitantes andinos. Un primer vistazo a las evidencias más remotas en los Andes parece indicar que con excepción de dos sitios, todos los demás desde el Pleistoceno Terminal hasta el Holoceno Medio, fueron ocupados por grupos humanos que no se alimentaron de este tipo de animales que ahora se han extinguido. Los dos sitios mencionados donde hay algunos indicios de lo contrario son la caverna de Huargo (en Huánuco) y cueva de Pikimachay (Ayacucho). Otra posibilidad de este tipo de asociaciones se dio en el abrigo de Uchkumachay en la Puna de Junín, aunque esta evidencia específica no está publicada. Hagamos ahora un breve repaso de los principales animales de esta época que, si bien los primeros habitantes de los Andes no los usaron como recursos, al menos, parcialmente, pudieron haber compartido los espacios donde vivían.
Durante este lapso la Amazonia sigue presentando su carácter permanente de bosque tropical húmedo y las grandes cuencas amazónicas se cargan de agua como resultado de la máxima elevación de temperaturas y de “activación” de ríos. Un mapa hidrográfico de la costa durante esta época podría ser revelador, sobre todo en vista de que es considerada como inmediatamente previa a la emergencia de la complejidad en los Andes Centrales.
La fauna de la última glaciación en los Andes Un tema clave, concerniente al medioambiente que ocuparon los primeros andinos, es la fauna de aquella época, entre otros, por los potenciales recursos que ella ofrecía. Al momento, no se tiene una relación de la fauna existente de manera completa durante la última glaciación en los Andes. No obstante, de las informaciones esparcidas en diversas publicaciones, se puede presentar un esquema general.
El Megatherium es la especie edentada que aparece tanto en la Costa como en la Sierra durante fines del Pleistoceno. Se trata de un perezoso gigante, al cual se le reconocía por poseer cuatro dedos con grandes garras en las patas delanteras. Probablemente, caminaban semi-erectos, sobre sus corpulentas colas, jalando ramas hacia sus hocicos para alimentarse de ellas.
Un primer punto a mencionar es que la fauna de la última glaciación, así como también de las anteriores, ha sido muy dinámica y se ha desplazado permanentemente. Estos movimientos fueron posibles gracias a que la ecología y líneas de costa del LGM generaron una serie de rutas y sistemas de sabanas que permitieron un múltiple tránsito de diversas especies del Pleistoceno Final entre Norteamérica y Sudamérica (Bonavia 1991).
El Scelidotherium, por su parte, es también una especie del orden de los edentados, también de gran difusión sobre todo en el sur de Sudamérica, habiendo habitado los actuales territorios de Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. Es posible que en la cueva de Pikimachay, alrededor de los 15,200-14,600 años a. C., los seres humanos, literalmente los “peruanos” más antiguos, se hayan alimentado de su carne, entre otros recursos.
Pero entonces, ¿de qué tipo de fauna estamos hablando? A modo de referencia, y sin ir al detalle, podemos citar como una buena fuente descriptiva al manual sobre paleofauna pleistocénica de Martin y Klein (1989). Aquí encontramos una
Es importante señalar que se le ha hallado en los únicos dos posibles contextos junto a los seres humanos más antiguos del Perú. En el primer caso, MacNeish dice haber hallado restos de este
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alcanzar unos 100º. Su silueta era como la del actual león africano, pero con patas delanteras más fuertes y traseras más livianas, sin embargo, un poco más lento en su desplazamiento. A pesar de que también se trata de un animal adaptado a climas gélidos, parece haber vivido hasta los 8,400 años a.C. (ya bien entrado el Holoceno) al este de los Estados Unidos. tipo de animal en la cueva de Pikimachay, en Ayacucho; mientras que, en el segundo, Cardich va más allá y afirma que de sus huesos no sólo evidencian consumo, sino también que de ellos se hicieron artefactos. No obstante, hay que llamar la atención al lector, respecto de la crítica que Bonavia (1996) hace en torno a la falta de documentación paleontológica de la cueva de Pikimachay en Ayacucho, además de la vaguedad de los reportes sobre este yacimiento.
Caballos del Pleistoceno Terminal son también relativamente frecuentes en Sudamérica. Equus amerhippus (también denominado andium), fue una especie de équido, del orden perissodactyla, de tamaño pequeño, robusto, con un cuello relativamente corto y pelaje sobre él. Según Hoffstetter, en el área andina, se le encuentra en frecuente asociación con Scelidoterium, de modo que sus extinciones podrían haber sido simultáneas, aunque esto aún debe ser comprobado, en vista de que algunas especies de Equus cerca de Alberta (Canadá), vivieron hasta alrededor de los 7,150 años a. C. Por su parte, Hippidium fue un habitante preferentemente de zonas montañosas.
Scelidotherium se diferencia del Megatherium por haber poseído un cráneo más alargado y una mandíbula más débil. Además se le ha encontrado en Talara, Piura, con un fechado de aproximadamente 14,600 años a. C. Por su parte, MacNeish (1979) sostiene haber hallado Scelidotherium junto a caballo, antes y durante el Younger Dryas, en la cueva de Pikimachay, aunque no se cuente con más información al respecto.
Otra especie importante de la Edad de Hielo en los Andes, es Paleolama. A diferencia de las llamas actuales, poseían patas más cortas y muy robustas. Paleolama ha sido encontrada en la fauna pleistocénica de Talara, con fechas que oscilan entre los 15,300 y 14,200 años a. C., mientras que otras especies han sido halladas en otras áreas de Sudamérica y en especial de Norteamérica, sobre todo en Florida. Se adaptó a terrenos difíciles y se alimentaba de ramas y hojas de arbustos y árboles, así como también de gras.
Milodontes que han sido también documentados en la Costa Norte peruana, tienen una larga historia de haber convivido con los primeros seres humanos en la parte meridional de Sudamérica, los que los aprovecharon como recurso. Se los ha localizado, mayormente, en Argentina, Chile, Ecuador, Paraguay y Uruguay. Eran animales constituidos masivamente que podían alcanzar erguidos hasta 130 cm. Se alimentaban de gras y arbustos. Fue la megafauna predilecta de los humanos que poblaron la cueva de Fell, al sur de Chile y parecen haber sobrevivido al clima temperado del Holoceno en algunas partes de Sudamérica.
Paleolama ha sido hallada también en Tarija (Bolivia), Pampa de los Fósiles (Perú), en Chile central (por ejemplo en el yacimiento de Monte Verde), en la Patagonia Austral e incluso hasta la parte septentrional de Sudamérica, en sitios como Muaco en Venezuela (Bonavia 1996). Probablemente los fechados procedentes de la cueva de Pikimachay en Ayacucho, que tanto han sido discutidos por sus cuestionables referencias con respecto a ocupaciones humanas, sean de los pocos existentes. Ellos promedian entre los 21,500 y 14,900 años a. C., aunque estamos de acuerdo con Bonavia en que se debe ser cauteloso con esta fuente de información.
Dentro del orden de los carnívoros, no debemos dejar de mencionar el Esmilodonte (también conocido como “tigre diente de sable”). Se conoce una extensa colección de este tipo de animales procedente de Talara. Se caracterizaba por sus grandes caninos con formas aserradas irregulares y por un hocico que abierto podía
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departamento de Piura. Junto a este proboscidio, se ha descubierto restos de un Eremotherium (Milodonte), Pseudalopex sechurae (cánido), Equus Amerhippus y posiblemente una paleolama, todos ellos, probablemente correspondientes al Pleistoceno Superior, incluso de época más reciente que los hallazgos de La Brea (Martínez 2005).
Lama, más bien ha sido documentada más restringidamente, distribuyéndose entre el Perú Central hasta la zona meridional de Argentina. Su antigüedad promedia entre aproximadamente los 15,000 años a. C. (Caverna de Huargo, Perú) y los 11,000 años a. C. (en Brasil).
En la Pampa de los Fósiles, en la Costa Norte peruana, Chauchat (1987), con la colaboración de Hoffstetter, ha identificado y fechado por radiocarbono, una serie de animales entre los cuales hay que mencionar a caballos (Equus Amerhippus), camélidos (Paleolama), edentados (Eremotherium) y proboscideos (Haplomastodon).
Del orden Proboscidea, se tiene en los Andes a Haplomastodon, variedad que también se ha localizado en Brasil y Ecuador. Era notoria su cabeza de medianas dimensiones, más pequeña que la de la especie Cuvieronius, con colmillos similares e incluso de menor longitud, pero frecuentemente levantados. Haplomastodon, junto con estegomastodontes juveniles, han sido hallados en el famoso sitio de Taima Taima en Venezuela en asociación con puntas de piedra de tipo El Jobo, aproximadamente entre en el lapso de 14,100-12,450 años a. C., lo que demuestra que eran cazados por aquella época. Un estrato superior, fechado alrededor de los 11,800 años a. C., marca la extinción de mastodontes en esta zona de Sudamérica (Gruhn y Bryan 1988).
Lo que también parece ser claro, según recientes investigaciones del equipo italiano en la costa de Ecuador, es la amplia distribución de mastodontes y su flexibilidad de adaptación a variados ambientes (Ficcarelli et al. 2003).
Posteriormente, se han muestreado huesos de estos animales, con el fin de obtener fechados por el método del potasio argón (Falguères et al. 1994). Los resultados indican que mastodontes y probablemente Equus, habrían vivido entre 25,000 y 12,100 años a. C., mientras que los edentados (un tipo de edentados herbívoros similares a armadillos muy grandes), hasta aproximadamente los 14,000 años a. C. Como bien lo sugiere Chauchat, la presencia de este tipo de fauna en estos lugares, permite suponer la existencia de áreas menos áridas en esta parte de la Costa Norte peruana. La pregunta acerca de si estos animales de fines del Pleistoceno han vivido por largo tiempo en la Costa Norte, es una incógnita. De hecho, unos 600 km en línea recta al nor-oeste, en los alrededores de la península de Santa Elena, Ecuador; Ficcarelli y sus colaboradores (2003) han descubierto que este tipo de megafauna tuvo que migrar a bajas altitudes, debido a presiones ambientales, tales como una extrema aridez de este período, para sobrevivir más tiempo hasta entrado bien el Holoceno. Y si bien no hay evidencia de que los paijanenses de la Costa Norte cazaron este tipo de animales, ello no responde a la pregunta acerca de si lograron sobrevivir al cambio climático entre los 9,500 y 9,200 años a. C., como hemos visto más arriba.
Otros recientes trabajos de campo han documentado la presencia de estegomastodonte en la localidad de San Sebastián, en las inmediaciones de la ciudad de Piura, a tan sólo unos 70 km de la concentración de fósiles hallados en La Brea, cerca de Talara, en el mismo
Algo más al norte, en la zona de Talara, Piura, se ha descubierto la presencia de toda una gama de animales del cuaternario, como cocodrilos, mastodontes, cánidos, moluscos, perezosos gigantes, pumas, caballos prehistóricos y paleolamas, todos fechados durante el Pleistoceno
Por algunas posibles confusiones que puedan surgir entre la anatomía de mamuts y mastodontes, hay que ser enfático en el hecho de que, según Anderson (1988), en Sudamérica no ha habido mamuts, de modo que la caza de proboscidios en esta parte de América se circunscribió a las especies de mastodontes. En general, estos últimos tenían menos peso y sus colmillos eran más cortos y con leves flexiones, en comparación con los de los mamuts, con la tendencia a hacer una torsión hacia arriba, aunque no siempre fue así.
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tipo de fauna con la escaza evidencia de los primeros pobladores, en especial en Ayacucho, Huánuco y Uchkumachay. Lo único que se puede decir, a base de la poca información disponible, es que parecen haber sido parte del consumo de esta gente. Un trabajo en este sentido sería importante en función de responder a la pregunta de por qué tan escasa ocurrencia entre los grupos humanos y megafauna del Pleistoceno Terminal en los Andes, en comparación con otras zonas de Sudamérica.
Terminal, poco antes de la ocupación humana. Churcher (1966) y Campbell (1982) piensan que la presencia de este tipo de animales permite suponer un clima más húmedo en un medio de llanos de gras. En el departamento de Huánuco, sierra central peruana, se ha excavado la caverna de Huargo, habiéndose encontrado una serie de restos óseos de megafauna pleistocénica, tales como Scelidotherium, y en menor cantidad Equus Amerhippus y Lama. Si calibramos el único fechado radiocarbónico de estos restos óseos reportados por Cardich (1973), tendríamos un resultado de 15,063-13,020 años a. C. Huesos de las mismas especies han sido hallados en los estratos superiores, de modo que es posible que hayan vivido al menos hasta el Younger Dryas.
La Corriente Peruana y el fenómeno de El Niño (ENSO) en el pasado Dos elementos marinos de fundamental importancia para entender a las tempranas adaptaciones humanas en el contexto del litoral peruano, son la Corriente Peruana y evidentemente, el fenómeno de El Niño (ENSO). Se impone presentarlas, brevemente, a la altura de esta introducción al paleoambiente peruano.
Engel (1970) afirma haber descubierto también, la presencia de Megatherium y Scelidotherium, en la cueva de Tres Ventanas, en la sierra de Lima, pero con un fechado de aproximadamente 40,000 años de antigüedad.
La costa peruana, al encontrarse en el área tropical, debería mostrar un clima húmedo y cálido. Sin embargo, debido a su ubicación entre, la Corriente Peruana (mal llamada de Humboldt) hacia el oeste y la pared montañosa de los Andes al este, tiene un clima con ausencia de precipitaciones y con muy poca variabilidad de temperatura promedio. En general, se trata de un fenómeno por el cual las masas de aire se enfrían al entrar en contacto con la corriente fría, lo que a su vez suscita la condensación, impidiendo las lluvias y dando la característica aridez en la costa, que ha preservado gran cantidad de restos orgánicos de hace miles de años.
En el abrigo de Uchkumachay, en Puna de Junín, Kaulicke ha encontrado en la capa más profunda restos de Algalmaceros (una especie de venado robusto) y Parahipparion (variedad de caballo, también frecuente en el cono sur de Sudamérica). Finalmente, podemos citar el caso típico de la cueva de Pikimachay, donde se ha descubierto restos óseos similares a los ya mencionados, como Scelidotherium, Megatherium y Equus, con fechados desde aproximadamente los 18,900 años a.C., es decir, desde el LGM de los Andes, que al igual que en Huargo, habrían perdurado hasta el Dryas II, o la época del Complejo Ayacucho.
De acuerdo a Dollfus (1974), la Corriente Peruana se habría generado desde inicios del Cuaternario, alrededor de 2 millones de años atrás. Mientras que algunos investigadores piensan que esta corriente fría pudo haberse modificado de manera importante durante su evolución, otros como Ortlieb y Macharé (1990) concluyen que puede haberse mantenido más
Por lo expuesto, es evidente la presencia de megafauna durante el Pleistoceno e inclusive hasta el Younger Dryas en los Andes Centrales. Lo que aún no queda claro es la relación de este
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o menos constante durante el tiempo. Por el contrario, otros autores sugieren que su dinámica de desplazamiento habría variado en cierta forma, sobre todo durante períodos de glaciaciones, en los que habría alcanzado territorios más al norte de lo habitual. Otros creen que ya iniciado el Holoceno, la Corriente Peruana se debilitó y terminó siendo más occidental y meridional, aunque tales variaciones u oscilaciones son puestas en duda por Ortlieb y Macharé, quienes, como vemos, tienen una posición antagónica.
Cuando este aire caliente llega a la costa peruana, trastorna la biomasa y se suscitan una serie de lluvias tropicales y una corriente marina caliente, que a su vez, habría generado humedad en la costa peruana y aridez en la sierra sur peruana y el altiplano. En la Costa Norte suele manifestarse por medio de una serie de lluvias catastróficas, que alteran la biosfera, y con ella a los seres humanos (Sandweiss 1991). Sin embargo, al sur de la costa peruana hay ciertos “efectos positivos” de El Niño, en vista de que la humedad y fauna marina fría se desplazan en esta dirección (“en retirada”), incrementado, así, la riqueza del mar y medioambiente en esta zona.
Como se dijo, la Corriente Peruana se caracteriza por ser fría y porque fluye de sur a norte, aunque una observación más fina permita distinguir que hay incluso una serie de “contracorrientes” internas (Moseley 1975). Esta particularidad se explica por el fenómeno de la “emergencia marina” (upwelling waters) en la costa peruana, que hace tan rico al mar peruano, entre otros. En efecto, la combinación de una serie de factores como la alta salinidad, la riqueza de fitoplancton y su permanente renovación por la emergencia de sus aguas son y han sido, al menos desde el Holoceno, una gran fuente de recursos para los pobladores del litoral. Tal riqueza, incluso, fue un motivo para sugerir la ya conocida teoría de maritime foundation, la cual sostiene que el origen de la civilización andina tuvo su base en los recursos marinos (Moseley 1975)
El Niño: ¿desde cuándo ocurre este fenómeno? La existencia de los efectos de El Niño, según la mayoría de investigadores, se remonta, al menos, a unos 130,000 años, con dos períodos en los que desaparece, uno de los cuales es el avance glacial del Younger Dryas. En el Perú, Richardson piensa que ENSOs son más bien fenómenos que aparecen sólo después del Pleistoceno (Richardson 1981). Algo más al norte, la evidencia de un lago fósil de Ecuador ha sido interpretada como ausencia de El Niño durante el Holoceno Temprano y Medio (Rodbell et al. 1999).
No obstante, sus efectos se interrumpen cuando aparece el fenómeno de El Niño, literalmente, masas de aguas tropicales entre 5º y 8ºC por encima de lo normal, que disminuyen nutrientes tales como fosfatos y nitratos, lo que obliga a la fauna marina fría a migrar o morir. El Niño se presenta con una regularidad entre 2 a 12 meses al año y a intervalos de 6 o 34 años.
Sólo desde hace aproximadamente una década, una serie de estudios globales viene intentando reconstruir la historia y dinámica de este tipo de fenómeno, que según los expertos, es el evento que más afecta a escala planetaria. En este sentido, y en lo que concierne a este libro, es evidente que El Niño ha estado presente durante el Younger Dryas y el Holoceno en esta parte del hemisferio sur, aunque al parecer, durante el Holoceno, no tuvo la intensidad de ahora (Clement y Cane 1999). Actualmente se hacen ensayos de modelos de alta precisión, a base de datos obtenidos de hielo, atmósfera y
El ENSO se genera por lapsos de tiempo, cuando hay un calentamiento del Pacífico tropical del este, el cual es llevado por un sistema de vientos hacia el este y con ello, a la costa peruana. Este fenómeno, sin embargo, constituye una anomalía, ya que el “pull caliente” -IndonesiaFilipinas-Nueva Guinea-, por lo general, desplaza aguas calientes hacia el este, mientras que la corriente fría va hacia el oeste (Cane 2005).
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mar (Otto-Bliesner et al. 2003), pero lo que aún no existe es un estudio profundo sobre la historia de El Niño, con referencia a inicios del Holoceno. Más aún, los diversos análisis dan la impresión de que El Niño ha generado una serie de efectos muy variables, dependiendo de las condiciones medioambientales de cada zona.
sequía y reducción de precipitaciones en el Área Circumlacustre, generados por el debilitamiento de la advección amazónica y de los vientos alisios procedentes del Atlántico, ya habían sido antes evidenciados, no obstante, para épocas más recientes (Francou y Pizarro 1985).
Esta aparente variabilidad en el registro paleoclimático, de acuerdo a Gay (2005), se debería a variaciones orbitales terrestres acaecidas sobre todo, durante dos lapsos: los 8,500 y 4,900 años a. C., las que a su vez, parecen estar en vinculación con actividad volcánica y cambios de las manchas solares. De modo que El Niño habría dependido de eventos de esta naturaleza, tal como sucedió con el paleoclima de manera general, como acabamos de ver. Por otro lado, Schmidt (et al. 2004) sostiene que la frecuencia de El Niño puede estar también vinculada a emisiones como aerosoles volcánicos. No cabe duda, pues, que los factores medioambientales y astronómicos son relevantes en este tipo de fenómenos.
Lisa Wells (1987, 1988) ha logrado hacer un recuento pormenorizado a base de estudios interdisciplinarios en torno al fenómeno de El Niño en la Costa Central. Ella ha detectado al menos 21 eventos de esta naturaleza que se dieron durante el Pleistoceno Final y 15 otros durante el Holoceno Temprano y Medio en el área de la desembocadura del río Casma. Es interesante mencionar que al menos 5 fenómenos de El Niño han ocurrido entre el lapso de 6,200-3,700 años a. C., lo que equivale a decir, entre los episodios que hemos denominado 5a y 6, cuando se elevó la temperatura al máximo (Optimum Climaticum) y luego se inició el descenso abrupto de ésta, alrededor de los 3,900 años a. C.
Al menos desde el Holoceno Medio, varios investigadores han reportado evidencias del fenómeno de El Niño en sitios arqueológicos ubicados en la costa peruana (e.g. Rollins et al. 1986, Sandweiss et al. 1996, Keefer et al. 1998), aunque también en las inmediaciones del Lago Titicaca, donde se le ha vinculado con la reducción de agua y la baja del nivel del mismo lago como resultado del calentamiento producido, precisamente, por este fenómeno (Seltzer 1998).
En Talara, Costa Norte del Perú, Sandweiss ha llamado la atención sobre la existencia de fauna que podría indicar presencia de ENSO, al menos desde los 14,000 años a. C. De acuerdo a Ortlieb y Macharé (1989), unos 60 km al sur, la zona alrededor de 5º S puede ser considerada como el límite septentrional de la influencia de El Niño, donde sus efectos son considerables.
A una conclusión muy similar llega Thompson y colaboradores (1993), cuando analiza los bloques de hielo extraídos del nevado Quelccaya, cerca al área circumlacustre de Puno. Ellos sostienen que los niveles de isótopo O18 indican claramente, que al menos desde hace 1,500 años, los fenómenos de El Niño se asocian con épocas de sequía en la zona mencionada. De hecho, el equipo de Thompson va más allá, proponiendo la tendencia de un fenómeno de “inversión climática”: mientras que en el Área Circumlacustre se sufría de sequía, en la Costa Norte habría fuertes precipitaciones y alta humedad, y viceversa. Los fenómenos de la
Por otro lado, un estudio en la Costa Sur peruana, realizado por Keefer y su equipo (1998) en un sitio llamado Quebrada Tacahuay (Moquegua), ha documentado geo-arqueológicamente un fenónemo de El Niño de aproximadamente 7,000 años a. C. Posteriormente, en un reporte más reciente del mismo yacimiento, DeFrance y Umire (2004) han anotado que se ha descubierto un estrato que contiene evidencias de un ENSO fechado en un lapso de tiempo mucho más antiguo aun, entre los 10,620 y 9,450 años a. C., lo que sería, virtualmente, El Niño más antiguo de un yacimiento arqueológico peruano.
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En la Costa Norte, si bien los sitios del Complejo Paiján no tienen estratigrafía, ya que son superficiales, Briceño y Gálvez Mora han dejado abierta la posibilidad de ocurrencia de ENSOs durante el Holoceno Temprano, puesto que en dichos yacimientos se han hallado evidencias como la abundancia de caracoles terrestres, cursos de agua más densos en las inmediaciones del valle de Chicama e, inclusive, la “activación” eventual de manantiales en la Quebrada de Santa María (Briceño 1999, Gálvez Mora 1999).
alrededor de 5º S a fines del Holoceno. Los argumentos presentados por los autores son sustentados por estudios de fauna marina, diatomeas, geo-arqueológicos, de glaciaciones e incluso isotópicos. Para épocas más recientes, evidencias de inundaciones (posteriores a la época que trata este libro) proceden de una serie de sitios arqueológicos, sobre todo de la Costa Norte del Perú, tal como la famosa inundación Chimú, causada por un llamado “Mega-Niño” (Sandweiss 1991).
Posteriormente, de acuerdo a Sandweiss, parece haber existido un período con ausencia de ENSOs hasta aproximadamente los 3,800 años a. C., lo que corresponde a lo que hemos denominado episodio 6 (enfriamiento del Holoceno Medio) y a la activación de la Corriente Peruana. Ello implicaría entonces, que al menos en algunas partes de la costa peruana no hubo ENSOs durante el Holoceno Medio. Este tema debería, entonces, ser sujeto de una investigación más profunda.
Algo más al sur, en la Pampa de las Salinas, al norte del Río Santa, Sandweiss ha encontrado moluscos de agua cálida, fechados aproximadamente entre los 4,200 y 3,800 años a.C., que indicarían presencia de El Niño ya durante esa época, aunque otros investigadores piensan que la presencia de este tipo de especies se ha debido más bien a cambios de la forma de la costa, ocasionados por el fenómeno de la subida del nivel del mar y, sobre todo, por que se trató de un fenómeno aislado, donde se formó una suerte de bahía que pudo haber recibido mayor insolación y así albergar moluscos de zona tropical (DeVries et al. 1997). La discusión en torno a este tema es evidente.
Por otro lado, en los registros glaciales andinos se han descubierto alteraciones de la precipitación de nieve y aumento de aridez alrededor de los 3,000 años a. C., en respuesta a fenómenos de El Niño (Martin et al. 1995). De acuerdo a esta investigación entonces, es evidente que los fenómenos de El Niño ya eran frecuentes después de los 3,000 años a. C. Rollins y colaboradores (1986) son de la misma opinión y han sugerido que los ENSOs estaban ya presentes en el mar peruano desde los 3,000 años a. C. El panorama que ellos plantean es que la zona de convergencia intertropical (ICZ), que hoy en día se localiza aproximadamente a la altura del departamento de Piura, habría estado unos 500 km más al sur, durante el Holoceno Inicial y Medio, de modo que los ENSOs habrían estado activos sólo desde aproximadamente el cuarto milenio a. C.
Ortlieb y Macharé (1989) piensan, más bien, que la presencia de moluscos de agua cálida, puede deberse a condiciones particulares de cada zona, aunque no descartan la presencia de ENSOs, que no habrían alterado significativamente la aridez de la costa. Mucho más al sur, casi al borde de la frontera con Chile, en el sitio Quebrada de los Burros, Usselmann y un equipo de investigadores franceses (1999) han detectado un evento de lluvia torrencial en algún punto temporal entre los 7,120 y 6,830 años a. C.
Desde la perspectiva de estos investigadores, entonces, el mar de la Costa Norte y Central del Perú habría sido tropical hasta el desplazamiento de la corriente fría hacia el norte y la reubicación de la zona de convergencia intertropical
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Estas observaciones han sido corroboradas por las investigaciones de Keefer et al. (1998), las cuales han dejado en evidencia, también, un ENSO alrededor de los 7,000 años a. C., lo que coincide perfectamente con los fechados anteriores de Quebrada de los Burros que, por cierto, sólo dista unos 50 km. al sur del sitio Quebrada Tacahuay. El fenómeno de la creciente aridez junto a neblinas, en asociación con la emergencia de aguas frías en la costa de Tacna, habría sido, entonces, interrumpido en ocasiones esporádicas por eventos como lluvias torrenciales provocadas por una serie de fenómenos de El Niño, menos constantes durante el Holoceno Medio (Fontugne et al. 1999). Recientemente (Rein et al. 2005), se ha propuesto una historia del fenónemo de El Niño a partir de estudios de muestras sedimentológicas submarinas y una serie de análisis bioquímicos, unos 80 km mar adentro, desde el Departamento de Lima. Ellos han concluido que el inicio de los fenómenos de El Niño, de magnitud fuerte, fue alrededor de los 15,000 años a. C. También sostienen que durante el Younger Dryas é inicios del Holoceno, la variabilidad de El Niño fue grande en términos de tiempo, con climas más húmedos (vinculados a El Niño), y más áridos (no relacionados con ENSOs). Rein y sus colegas finalmente afirman que los fenómenos de El Niño se debilitan durante el Holoceno Medio (6,0004,600 años a. C.), es decir, aproximadamente durante el episodio del Optimum Climaticum. Es evidente, entonces, que el Niño, al parecer, ha sido casi permanente en la historia climática peruana y que no se detuvo necesariamente durante el Holoceno Medio, como sostienen algunos autores, aunque hay que señalar que el cuadro puede cambiar por el avance de la investigación paleoclimática, sobre todo a nivel local.
Figura 14. Dirección de los vientos en la zona de los Andes Centrales durante la última época glacial (adaptado de Bush y Philander 1999).
Ahora bien, un factor clave en las corrientes marinas es el viento de la época glacial y postglacial. Bush y Philander (1999) han estudiado
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con los venidos del altiplano, enrumban más bien hacia el sur, dando la impresión de que estos últimos son acarreados por los marinos. De este cuadro se desprende que es importante una investigación interdisciplinaria en cuanto a los vientos y sus desarrollos en el Área Andina Central, entre el Pleistoceno Terminal e inicios del Holoceno.
la dinámica de los vientos a nivel global durante el LGM. Si bien se trata de mapas elaborados para esta lejana época, pueden ser una buena referencia a la antesala del Younger Dryas, como sabemos, época más relacionada con el ingreso de los primeros pobladores andinos. Del área correspondiente a la andina, se puede concluir la existencia de al menos tres áreas de vientos, los cuales, junto al fenómeno glacial, temperaturas glaciales y topografía pleistocénica, han podido influenciar significativamente en el clima y el medioambiente previos a la presencia de los grupos humanos en los Andes. Tales áreas de vientos se localizan de tal manera que nos hemos tomado la licencia de llamarlas: viento ecuatorial, viento oceánico y viento altiplánico, simplemente en referencia a las zonas expuestas (figura 14).
Las lomas: “oasis de neblina” en la costa peruana durante el Holoceno Las lomas de la costa peruana han jugado un rol trascendental en la historia de los primeros peruanos. Si bien, la mayoría de autores está de acuerdo en que el clima ha sido más o menos el mismo, las lomas pudieron haber sido extremadamente importantes debido al medioambiente que presentan. Por definición, las lomas son formaciones biológicas que se generan en temporadas del invierno del hemisferio sur, sobre las laderas de las colinas que forman el inicio o pie de las estribaciones andinas en el Perú, y que se muestran frente al Océano Pacífico.
Otras investigaciones sobre las formas de las dunas fósiles de la costa peruana, indican la presencia de vientos constantes en dirección horaria que proceden del sur-oeste desde el océano, que luego giran hacia el sur-este con una torsión de 180 grados (conocido como “espiral Ekman”), única en el mundo, producto de la fuerza de la Coriolis (Gay 2005). Resultados similares han sido obtenidos por medio del estudio de las dunas y corrientes oceánicas en las inmediaciones de Paracas, Ica (Craig y Psuty 1968).
Son alimentadas por garúas y neblinas en la costa; es decir, dependen de humedad, que justamente es lo que genera este tipo de “oasis estacionales”. La niebla es producida por vientos desde el sur este del Pacífico, que llegados a la pared occidental de los Andes, por inversión, descienden por efecto del calor, en lugar de que el vapor de agua suba. Precisamente, es por esta inversión que el aire de baja altitud se satura de humedad (Prohaska 1973).
La diferencia promedio de las temperaturas del núcleo marino es de 3 grados menos que la de los vientos del núcleo ecuatorial, recuerdan en cierta forma a la Corriente Peruana, frente a la Ecuatorial, con la única diferencia que la dirección de los vientos oceánicos es contraria a la Corriente Peruana. Es interesante la extensión de estos vientos, sobre todo el del área ecuatorial, pues llegan a cubrir una gran proporción continental de los andes bajos del Ecuador e, incluso, de la sierra norte del actual territorio peruano, mientras que los vientos más fríos del Pacífico se distribuyen paralelos a la Costa, desde la altura del actual departamento de Ancash hacia el sur. Cuando ellos se encuentran
A medida que este aire húmedo (es decir, niebla) se desplaza al interior, se va distribuyendo entre 100 y 800 metros sobre el nivel del mar, cubriendo así gran parte de la franja costera que es baja y llana. La densidad de las lomas depende de una serie de factores, tales como altitud, localización de la loma, etc. De manera similar, la intensidad de precipitaciones es variable. Ellenberg (1959) ha estimado que las garúas de lomas otorgan tres
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La riqueza de vegetación perenne, alrededor de los 400 y 500 metros sobre el nivel del mar, aquí también es evidente.
veces más humedad a los árboles que cualquier otro agente medioambiental. Es importante indicar, también, que la humedad de la loma suele penetrar hasta 1.5 m. bajo la superficie, lo cual en opinión de Walter (1971), es medio metro más de lo necesario para producir humedad todo el año. Si bien ello, puede ser discutible, uno puede permitirse lanzar la hipótesis acerca de la capacidad de recursos permanentes que puede brindar la loma y, consiguientemente, a los primeros habitantes de la costa peruana.
En el sur, las lomas de Atiquipa y Chala conforman un corredor inmenso de recursos verdes. Y ya en el área meridional, si bien la franja costera se estrecha, la riqueza no, pues hay una concentración de comunidades vegetales hasta Sama, que evidentemente continúa hasta el norte de Chile, en la localidad de La Serena. El impresionante conglomerado vegetal de las lomas llega a abarcar a más de 550 especies, dentro de 72 familias, sólo para el territorio peruano. En este grupo las Asteraceae son, de lejos, las más importantes, seguidas de las cactáceas. Las plantas para el consumo e incluso medicinales, son frecuentes dentro de estas familias. Además sus distribuciones pueden ser restringidas o amplias. Dentro de este último grupo, hay familias como las Solanáceas que aparecen desde el norte peruano hasta el chileno.
En el Perú, la extensión de estos “oasis de neblina” como los llama Ellenberg, cubre, aproximadamente, 1,500 km. desde el Cerro Reque en Lambayeque, hasta las lomas de Ite y Sama Grande, abarcando, al menos, unas 40 localidades (Dillon 1989). A lo largo de toda esta cubierta de lomas y en medio de los arbustos típicos del desierto hiperárido peruano, las plantas más frecuentes son tillandsias, variedades de cactáceas y hasta pequeños árboles.
Puesto que las lomas disponen de agua y plantas, como hemos visto, de manera estacional, ellas dan alberge a un rico bioma. De tal forma que en este medio viven animales como cérvidos, guanacos, lagartijas, roedores, zorros, lechuzas, caracoles, aves, insectos y serpientes. Ello lleva a que una vida intensa se concentre el en litoral, donde peces, moluscos, aves y mamíferos terrestres y marinos tienen sus respectivos entornos de vida. Incluso el agua de manantiales puede brotar en las lomas, lo que pudo haber llevado a que poblaciones, ya desde el Holoceno Temprano, no necesiten desplazarse en busca de este recurso, haciéndolas “semi-sedentarias” (cf. Lavallée et al. 1999a). En realidad, se trata de recursos estacionales y ocasionales (Dollfus y Lavallée 1973), pero que pueden llegar a ser muy importantes.
Es interesante que en la Costa Norte peruana se haya desarrollado una formación más permanente de lomas con una amplia variedad de tillandsias, desde alturas como 400 metros sobre el nivel del mar, por efecto de una acumulación de mayor humedad. Dentro de este grupo de lomas, hay que mencionar por ejemplo, a Cerro Campana y Cerro Ochiputur, donde las investigaciones arqueológicas del equipo de la Universidad de Trujillo, han descubierto vestigios de la cultura Paiján, cuyos grupos humanos subsistieron, fundamentalmente, a base del consumo del caracol de tierra. No debe sorprendernos, entonces, la densidad de yacimientos de aquella época, presumiblemente, durante el Holoceno Temprano. En la Costa Central, probablemente la loma más conocida es la de Lachay, que bien sabemos, es ahora una reserva nacional y que ha sustentado toda una variedad de plantas, que van desde las criptógamas, helechos, líquenes, hasta arbustos y plantas con sistemas vasculares semi-madereros.
Es importante señalar además, que las comunidades vegetales de las lomas se vieron obligadas a desplazarse, a causa de los cambios por la elevación del nivel del mar durante el
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Holoceno, lo que según Chauchat (1987) habría llevado a una progresiva desecación de la costa. De hecho, la existencia de megafauna en el área de Pampa de los Fósiles en la época, no sólo del último avance glacial, sino también de entrado ya el Holoceno, indica que al menos la vegetación natural de la zona habría sido más abundante como para alimentarla, lo que ya hemos visto en algún sub-capítulo anterior.
importancia de la particularidad medioambiental durante las épocas que estamos tratando de abordar. Por otro lado, la localización geográfica durante el Holoceno de dos fuerzas de importancia clave para entender los fenómenos de las lomas, como con la Zona de Convergencia Intertropical y el Anticiclón del Pacífico Sur, aún no es suficientemente clara con respecto a la costa peruana. Lo que sí parece evidente, es que al alejarse ambos fenómenos durante determinados meses del año, la costa peruana habría tenido caracteres tropicales que se traducían como un mayor calentamiento y ocurrencia de lluvias semi tropicales. De modo que este tipo de eventos no pueden ser sólo atribuibles a ENSOs. Además, las evidencias arqueológicas de una mayor densidad de lomas durante el Holoceno Temprano y Medio parecen avalar el hecho de la mayor presencia de ellas y, por tanto, que habrían sido recursos de importancia para los tempranos pobladores de esta zona del hemisferio sur. Como se observa claramente, de manera similar que en las anteriores exposiciones sobre el medioambiente del Perú, entre los 14,000 y 4,000 años a. C., no hay una opinión unánime en cuanto a la importancia y papel jugado por las lomas durante esta época, aunque todo pareciera indicar que nuevamente estamos frente a un problema de ausencia de información y necesidad de estudios locales.
En Quebrada de los Burros (Tacna), por ejemplo, investigaciones sobre el “efecto reservorio” de las conchas obtenidas de las excavaciones que datan de tiempos del Holoceno Temprano y Medio, han demostrado una mayor intensidad del fenómeno de las lomas y humedad, a causa de una mayor actividad de movimientos emergentes de agua fría de la Corriente Peruana y sus efectos de condensación, entre los 8,100 y 5,800 años a. C. Sobre este particular, los autores sugieren que los biomas eran muy activos y con agua permanente para esta parte de la costa peruana (Fontugne et al. 2004). El tema de la reconstrucción de la extensión de las lomas durante el Holoceno ha sido y viene siendo materia de debate. Lo cierto es que aún no se tienen elementos de juicio suficientes para saber en detalle la historia de este importante fenómeno. Al parecer, los efectos del llamado Optimum Climaticum en la sierra, habrían sido contrarios en la costa; de allí que algunos autores piensen que, durante este evento, la temperatura de la Costa Central era fría y húmeda, por lo que las lomas habrían tenido un apogeo, y a la vez la hipótesis de Lynch sobre la trashumancia, tendría respaldo (1971), aunque ya hemos visto la
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Los grupos humanos
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vamos a tratarla a continuación, a base de una serie de artículos que se citan en la bibliografía, pero mayormente del manual, sobre esta cultura, que ha publicado Stothert (1988).
El medio ambiente durante el Holoceno
La costa e inicios de las estribaciones andinas
La formación geológica tiene una historia muy similar a la zona de la Costa Extremo Norte del Perú, es decir, un levantamiento durante el Cuaternario y, conjuntamente, la formación de una serie de tablazos y tabladas, características de todo el actual Golfo de Guayaquil, incluida gran parte de la costa de Tumbes, hasta la zona de Talara.
Una vez que hemos presentado el marco medio ambiental de la época que trataremos, vamos ahora a examinar las evidencias más remotas de ocupaciones humanas en los Andes Centrales, empezando por la Costa, en dirección de norte a sur. La primera cultura que trataremos es de la actual costa ecuatoriana, empero, trascendental por una serie de evidencias halladas, además, por su relativa cercanía y posibles contactos con las culturas más tempranas de esta época de la Costa Extremo Norte del Perú.
De hecho, si se observa el mapa de la línea litoral bajo 50 metros, que pudo haberse alcanzado en algún momento del Younger Dryas, la distancia entre la Península de Santa Elena y Cardalito (Tumbes) fue de 160 km, aproximados, siguiendo la ruta de la “paleo-orilla”. En este sentido, hay que recordar que se ha encontrado un hacha de piedra, que Stothert piensa que es una importación de Tumbes. De modo que la gente que pobló Talara y Amotape pudo haber compartido una tradición y, por qué no, hasta un origen, además del “libre tránsito” entre medios similares como áreas de manglares, gras, vegetación ribereña y de sabana forestal entre aproximadamente los 7,000 y 4,000 años a. C., con la población de la cultura Las Vegas.
La cultura Las Vegas El territorio correspondiente a la Península de Santa Elena, Ecuador, en plena costa del Pacífico y aproximadamente entre 2ºS y 2º30´S, fue ocupado por la cultura denominada Las Vegas durante el Holoceno Medio. Como hemos dicho líneas arriba, dado que esta zona está vinculada, no sólo medioambientalmente con la Costa Extremo Norte del Perú, sino que también parece haber una historia común entre ambas,
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Moradores de manglares en la costa ecuatoriana
Es interesante señalar que el fenómeno de El Niño también afecta a esta zona. Stothert señala que durante la época de ENSOs, las lluvias se incrementan y la corriente caliente desplaza a la fría peruana, trayendo nuevas especies tanto marinas, como incluso terrestres. Esta investigadora llama a estos períodos “de abundancia”, pues mientras que en la Costa Norte del Perú causan estragos, en la Península de Santa Elena, incrementa todo tipo de vida, incluso haciendo a la vegetación más densa. Ésta también pudo haber sido enriquecida por las intensas pero esporádicas lluvias, causadas por el desplazamiento holocénico de la llamada Zona de Convergencia Intertropical, que ya hemos visto en el capítulo de medio ambiente del pasado.
Hoy en día se conocen 34 sitios adscritos para esta cultura, todos ubicados en la Península de Santa Elena. Estos yacimientos se hallan dispersos en zonas del litoral, pero también en áreas más internas, lo que implica un aprovechamiento de variados recursos. De ellos, el sitio llamado OGSE-80 es el que ha suministrado más información sobre esta gente del Holoceno Temprano en esta parte de Ecuador. De modo que vale la pena detenernos un poco en lo que se ha encontrado en él. Está ubicado en una colina, actualmente a unos 33 metros sobre el nivel del mar, y tan sólo 3 km distante de la línea de playa, de modo tal que puede haber sido estratégico, en función de cubrir un panorama de posibles recursos marinos. En esta parte, la pendiente submarina es más abrupta, de manera que alrededor de los 7,000 años a. C. (durante plena ocupación humana) la línea de playa estaba alejada entre 12 y 15 km dentro del actual Golfo de Guayaquil. Como muchos otros sitios de la costa peruana, el mar parece haber alcanzado su nivel actual alrededor de los 3,000 años a. C. (Stothert et al. 2003).
Stothert, apoyada en estudios especializados (1988), piensa que el área era más húmeda que en la actualidad, lo que habría generado la presencia de manglares y aguas más calientes. Este tipo de medio ambiente es avalado por recientes investigaciones paleo-biológicas en aguas profundas del Golfo de Guayaquil, llevadas a cabo por Heusser y Shackelton (1994), quienes han revelado la existencia de pantanos en las zonas litorales entre los 10,000 y 5,000 años a. C.
Aquí se han encontrado una serie de vestigios culturales, entre los que merece la pena mencionar están, por ejemplo, una serie de pozos que fueron usados, probablemente, como depósitos de basura y de alimentos. También, un área circular de habitación, de aproximadamente 1.50 m de diámetro. Un área de combustión interna a esta choza, evidencia que allí se hizo fuego, posiblemente, para cocinar alimentos. Tres pozos han sido hallados en las inmediaciones de esta vivienda, uno de los cuales contenía una piedra de moler. Además, se encontraron una serie de piedras quemadas y resquebrajadas por calentamiento, lo que permite especular sobre el uso de éstas en la preparación de alimentos o, por qué no, tal como se ha hallado en los Andes peruanos, en el intento de calentar agua.
Sin embargo, los restos de animales encontrados en las excavaciones durante el tiempo de ocupación Las Vegas, indican que la costa sólo fue algo más húmeda, es decir, semihúmeda, pero siempre dentro de un ecotono desértico, como la costa peruana. Similares resultados se han obtenido de estudios de fitolitos que indicarían condiciones semi-áridas y, ocasionalmente, semi-tropicales. Como se puede observar, los investigadores no se ponen de acuerdo al respecto. En este sentido, es necesario un estudio local de O18 en glaciales ecuatorianos.
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En cuanto al material mueble, se ha encontrado una serie objetos elaborados a base de un tipo de gasterópodo llamado churo (Malea ringens), que se colecta en los arrecifes durante la marea baja.
Del sitio 80, hay cuatro tipos de materiales fechados: conchas, carbón, huesos humanos y fitolitos. Frecuentemente, los especialistas en radiocarbono no recomiendan el uso de la concha para el fechado de eventos, debido a su contenido aumentado de C14 que lleva a distorsiones de la antigüedad de los objetos. Sin embargo, hay que admitir que los resultados son muy similares entre sí, al menos en este contexto.
Las herramientas de piedra y de otros materiales de Las Vegas Por medio de las excavaciones se ha obtenido una gran cantidad de artefactos y desechos de piedra, resultantes de la talla llevada a cabo en el sitio. La materia prima más usada fue el horsteno, que en general, es un tipo de piedra vidriosa con filo cortante. El horsteno era recolectado, generalmente, en forma de guijarros pequeños. Precisamente debido a ello es que una serie de herramientas de piedra son de tamaño reducido.
Pues bien, aun excluyendo fechados sobre conchas, tendríamos para el sitio 80, un rango de antigüedad máxima de alrededor de los 9,280-9,177 años a. C. hasta los 7,447-7,049 años a. C., si se toman los fechados de mayor y menor antigüedad dentro de lo que Stothert llama “Las Vegas Temprano”. Es evidente, pues, que los primeros pobladores son del Holoceno Temprano y ocuparon el sitio sólo algunos siglos después que había acabado el Younger Dryas.
Todas las materias primas para la confección de los utensilios de piedra han sido localizadas en las cercanías, de tal forma que no debe de haber sido difícil localizarlas y transportarlas al sitio. Hay que mencionar, también, que en las inmediaciones se encuentran ocres, u óxido de hierro en colores rojo y amarillo y tierra diatomea blanca que, bien sabido es, son frecuentemente buscados por grupos prehistóricos, no sólo para pintar, sino para conservar material orgánico.
Justamente hacia el final de esta primera fase, es decir, entre los 7,447 y 7,049 a. C., se empezó con las costumbres funerarias, lo que significa que estamos tratando con un pueblo precoz en cuanto al cuidado de sus difuntos y por ende, la veneración a sus ancestros. Otro importante efecto de estos resultados radiocarbónicos es que parecen estar asociados a plantas, pues ellos han sido obtenidos a base de fitolitos de calabaza, lo que podría constituir una de las evidencias más tempranas de este tipo de cultivo, es decir, de al menos 7,000 años a. C.
Stothert indica además, que la técnica de trabajo era principalmente por medio de percusión dura, lo que significa, un guijarro de piedra como martillo. Su principal objetivo habría sido el de extraer simples lascas cortantes para funciones rápidas como cortar, raspar, etc. Tales usos, no habrían cambiado por milenios; ella piensa que estos tipos de instrumentos de piedra han sido casi siempre los mismos, lo que constituyó una tradición en la zona, la cual perduró por mucho tiempo.
Posteriormente, durante la fase “Las Vegas Tardío” es donde se concentra la mayoría de entierros hallados, tal como lo señala Stothert. Esta fase promediaría los 6,806 y 6,233 años a. C., si tomamos en cuenta exclusivamente fechados hechos de huesos humanos. Con ello, estaríamos hablando, literalmente, de los “cementerios” más antiguos de Sudamérica.
Una rápida inspección a los artefactos de piedra parece comprobar este tipo de tecnología lítica, aparentemente simple. Priman las lascas sin retoque, algunas piezas parecen muescas,
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denticulados irregulares, núcleos (algunos posiblemente usados). Lo interesante es que no se observa retoque a presión, común en las culturas andinas de más altura. Por cierto, tampoco artefactos bifaciales, ni puntas de proyectil. En términos generales, se trata de un conjunto de utensilios de piedra, similar a los de Amotape y por cierto, aproximadamente contemporáneos, distantes por unos 160 km al sur, en las costas de Piura.
locales, entre ellos, los terrestres, del mar, de los manglares y de los estuarios (Stothert 1985, Stothert et al. 2003). De hecho, este grupo de gente es considerada como cazadora, recolectora y pescadora especializada en el litoral y las áreas de manglares, lo que trajo como consecuencia un probable cultivo temprano que terminó en que se estableciesen en un solo sitio, sin necesidad de trasladarse en búsqueda de otros recursos.
Dentro del conjunto de artefactos también se deben mencionar a los anzuelos, una suerte de platos hechos de conchas y algunos moluscos, que por su forma, han sido interpretados como utensilios para cavar. Otros artefactos incluyen punzones de hueso, caracoles perforados y cuentas de concha.
Uno de los aspectos de más interés de esta cultura es que, investigaciones recientes a base de fitolitos, parecen probar la domesticación local de calabaza, pues se han hallado plantas silvestres de este tipo fechadas alrededor de los 10,900 años a. C. y calabazas cultivadas desde aproximadamente los 10,000 años a. C., lo que equivale a un lapso de domesticación de al menos un milenio. Para Dolores Piperno y Karen Stothert, este proceso de domesticación rivaliza y antecede ligeramente con los hallazgos más antiguos de la Sierra de Centroamérica (Piperno y Stothert 2003), indicando, a la vez, que hubieron varios centros de domesticación de plantas en América.
A veces sorprenden ciertas conductas tan parecidas entre lugares, aparentemente, hoy tan alejados. Tal es el caso de pequeños pozos en este cementerio. Ellos fueron destinados a depositar piedras, casi todas idénticas, que Stothert piensa puedan haber tenido una función “ritual”. Valga la oportunidad para mencionar que nosotros hemos excavado pozos pequeños con exactamente el mismo contenido, en Tablada de Lurín (Lima), muy cerca a una choza donde se hallaron, además, restos de combustión, todo probablemente del sexto milenio antes de Cristo. Nos preguntamos si fueron algún tipo de ofrenda a áreas donde se iba a establecer alguna actividad, como la construcción de una choza, o si es como en el caso Las Vegas, donde eran ofrendas a entierros humanos. Ambos grupos también comparten el interés por establecerse en zonas cercanas a minerales como ocre rojo y arcilla quemada. Ciertamente, hay tradiciones del Área Andina que eran compartidas a través de la distancia.
Las investigaciones de Piperno a base de fitolitos de maíz, también parecen ser revolucionarias, pues han demostrado que esta planta se cultivaba ya en Las Vegas aproximadamente entre los 7,300 y 6,400 años a. C. Sin embargo, como hemos visto líneas arriba, estos fechados están basados en conchas que no son del todo seguras en cuanto a contenido real radiocarbónico. Además, la identificación de una planta como el maíz, a base exclusivamente de fitolitos, resulta problemática, pues como sostiene Bonavia, se requieren más partes de la planta para ser categóricos e incluso reconocer su especie.
Domesticadores de calabaza desde los 8,000 años a. C.
Según la misma arqueobotánica, fitolitos de yuca, achira y maní serían evidencia del cultivo de estas plantas, al menos desde el sexto milenio a. C., en Las Vegas.
Dos aspectos importantes que se han descubierto en torno a esta cultura son, en primer lugar, la alta concentración de restos orgánicos, que ha sido interpretada por los arqueólogos como evidencia de una “residencia prolongada” (es decir, “semi-sedentarismo“); y en segundo lugar, el aprovechamiento de varios recursos
Los pobladores de las Vegas, ya desde el milenio sexto en adelante, parecen también
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Ella además piensa que es significativa la orientación de la cabeza de los hombres subadultos hacia alta mar o hacia el oeste, pues podría tratarse de algún tipo de culto. A modo de anécdota, dentro de este grupo de entierros, se descubrió uno compuesto por una pareja de entre 20 y 25 años de edad, que habían sido colocados juntos. Al parecer, él sostenía la cintura de ella y su pierna izquierda había sido puesta a modo de “apoyo” para la cadera de ella. El curioso hallazgo fue bautizado como “los amantes de Sumpa” y fue usado para proteger y conseguir más fondos para la investigación del sitio.
haber practicado el cultivo de otras plantas como algún tipo de leguminosa, e inclusive algodón. Como ya se ha indicado más arriba, las grandes acumulaciones de basura producida por los restos de alimentos que dejaron, dan testimonio de la poca movilidad y una eficiente combinación de recursos obtenidos por medio de la pesca y la recolección. De hecho, estudios del nivel de estroncio en los huesos humanos de Las Vegas indican que ellos consumieron, en mayor proporción, una dieta terrestre. De hecho, parece que se alimentaron de todo lo que les ofrecía el medio ambiente: venados, osos hormigueros, conejos (Sylvilagus), roedores, zarigüeyas, loros, bagre de mar, corvina, jurel, liza, atún, bonito, raya, róbalo, tiburón, cangrejo, “pata de burro”, caracol de monte, tollo, pez espada, mojarras, mejillones, concha de abanico, roncadores, ranas, lagartos, anfibios, tortugas y serpientes (Stothert et al. 2003). La significativa cantidad de restos de zorros (Dusicyon) y más aún de neonatos, ha llamado la atención a Wing, quien hizo el estudio de la fauna. Ella sugiere una posible domesticación de este tipo de animal en el sitio 80, sobre todo, para propósitos rituales.
Los entierros contenían algunas ofrendas, como ocre rojo, caracolas, conchas perforadas, cucharas de concha, percutores y guijarros, hasta huesos de zorro (Dusicycon sp.) y un hacha. En un caso se observó un tratamiento especial a un niño de 18 meses, pues se le había colocado un lecho de conchas (Anadara tuberculosa), cuidadosamente arreglado. De otro lado, se ha constatado que hubo “entierros secundarios”. Es decir, que fueron hechos por medio del desenterramiento de huesos de “entierros primarios” (hechos en un primer momento), lo que Stothert interpreta como una suerte de “limpieza” de los entierros iniciales. Es probable que se trate también de un caso de veneración a los ancestros, como ya hemos apuntado, lo que luego, en épocas más recientes, es tan practicado en los Andes Centrales. Por otro lado, ella ha documentado la presencia de huesos humanos descarnados y uno se pregunta si está fuera de lugar sugerir posibles prácticas de canibalismo ritual, más aún en vista de que en Nanchoc, precisamente durante la misma época -a unos 550 km al sur este, en Perú- ocurrió algo similar.
Los primeros “cementerios” sudamericanos Pero no cabe duda de que una de las fuentes de información más valiosas obtenidas del sitio, es la gran cantidad de huesos extraídos de los entierros, los cuales han sido analizados por Douglas Ubelaker, un experto en antropología física del Smithsonian Institution (USA). Del sitio 80 se han exhumado, al menos, 192 individuos enterrados, aproximadamente, entre los 7,400 y 5,600 años a. C. Gracias a ellos se sabe que los “Vegas” enterraron a sus muertos en diversas formas, depositándolos en osarios, hasta en tumbas individuales. Por lo general, se les colocó en posición flexionada (fetal). Las flexiones “forzadas” (a juzgar por la posición anormal de los pies), en opinión de Stothert, indica, que fueron atados, envueltos, o acomodados en pozos pequeños.
Otro aspecto que ha llamado la atención de Stothert es la acumulación de cráneos, y ella misma se pregunta si esta costumbre no habría podido ser también practicada en las viviendas de los “Vegas”, ya que hasta ahora, etnográficamente hablando, la gente conserva la costumbre de guardar un cráneo en casa a modo de protección “contra los ladrones”. (Yo aún recuerdo de niño, al ir de visita los veranos a las casas de caseríos de la costa norte peruana, que esta costumbre era vigente alrededor de
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1975). De modo que las referencias etnográficas pueden ser valiosas al respecto. A grandes rasgos, la autora concluye que hay grandes similitudes entre las prácticas de enterramiento de difuntos del área de las Vegas, con las de Centro América, es decir, de la América tropical.
En cuando a enfermedades se sabe que los Vegas sufrieron de artritis, osteofitosis de vértebras y fracturas resultantes de traumas, sobre todo en los antebrazos, producto de caídas. También de lesiones periósticas en huesos largos y enfermedades dentales como caries, abscesos alveolares y pérdida de dientes previa a la muerte.
Se enterró tanto a hombres como mujeres y desde edades muy tempranas, como casos de neonatos de 9 meses, pasando por adolescentes, hasta una mujer de 46 años de unos 1.44 m de estatura. Otra fémina de entre 40 y 50 años, medía 1.65 m. Las estaturas masculinas fluctuaban entre 1.53 y 1.70 m (promedio en 1.61 m.), mientras que en las mujeres entre 1.38 y 1.65 m. (promedio en 1.49 m.).
En suma, la evidencia sugiere que al menos entre el octavo y sexto milenio a. C., la cultura Las Vegas, al parecer compuesta por pequeños grupos, probablemente pequeñas familias, se había adaptado en un medio, que era, sólo, un poco diferente del actual. Ellos dependían de recursos marinos y terrestres, se anticiparon a cultivar, llegando, aparentemente, muy temprano a ser semi-sedentarios. Otro hecho que destaca es que nos legaron abundantes costumbres y tradiciones funerarias, que como ya se ha expuesto, pueden ser los orígenes de la veneración a nuestros ancestros.
Es interesante que la mayoría fallecía antes de cumplir 30 años, pocos entre 30 y 40 años y menos aún entre 40 y 50 años. Uberlaker piensa que pudo haber gente de más edad. Este mismo autor llega a la conclusión de que no hubo deformaciones craneanas, ni tampoco modificación artificial de los dientes.
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Los primeros pobladores de Piura Si bien se han hallado una serie de evidencias que pueden prometer mucho sobre la prehistoria de esta parte del Perú, es poco lo que se puede decir, debido a las escasas investigaciones y sobre todo por la ausencia del informe final de los trabajos de campo llevados a cabo en esta zona, liderados por Richardson, que han sido desarrollados desde hace aproximadamente 40 años. No obstante, toca hacer una síntesis de lo publicado al respecto.
Las lascas y artefactos de apariencia “tosca” son la principal característica de estos talleres, en lo que a tecnología lítica se refiere. La materia prima más usada fueron los guijarros, a partir de los cuales se ha elaborado muescas y piezas denticuladas. Además, artefactos que asemejan perforadores, cuchillos de dorso natural típicos y atípicos y, posiblemente, “piezas bipolares” (que en este caso pueden ser el producto precisamente de los intentos de fractura de los mismos guijarros, asumiendo que se trate de rocas duras). En cuanto a las diferencias entre el material lítico de Amotape con respecto a las de los siguientes Complejos, no es posible identificarlas, pues no se cuenta con un informe ni las ilustraciones necesarias.
Los sitios más antiguos de Piura que fueron ocupados por grupos humanos se hayan en la parte septentrional del departamento del mismo nombre, alrededor de Talara, aproximadamente entre Máncora y la margen derecha de la desembocadura del río Piura, incluyendo las montañas de Amotape, entre el 4ºS y 5ºS.
Es posible que los artesanos de la piedra hayan seleccionado diferentes tipos de rocas para la confección de determinados instrumentos. Es así, que la cuarcita puede haber servido para la elaboración de los denticulados más grandes y toscos, mientras que la calcedonia, que se obtenía de guijarros de las quebradas cercanas, para utensilios más pequeños y de retoque más diminuto, como otros denticulados y lascas. En todo caso, las rocas que les han servido de materia prima, las han obtenido de fuentes locales. En términos generales, según el mismo autor, este conjunto de utensilios de piedra habría servido, básicamente, para procesar maderas y productos de zonas de manglares y pantanos.
Esta zona está conformada por la reciente emergencia de una serie de tablazos que se intercalan a manera de peldaños de escalera. Se ha estimado, por ejemplo, que el tablazo de Máncora, en el norte del área estudiada, puede tener unos 250,000 años de antigüedad, mientras que al sur, los tablazos como el de Talara y Lobitos son de época ligeramente más reciente, en términos del Cuaternario (Richardson 1973).
Los campamentos de Amotape En este territorio, Richardson (1978) ha identificado al menos tres Complejos que, al parecer, datan del Holoceno Temprano. De acuerdo a sus investigaciones, el Complejo Amotape sería el más antiguo.
Además, se cuenta con una serie de guijarros para molienda, con ranuras (a modo de pesas) e, incluso, en algunos casos, con una especie de cuencos de piedra, como del sitio famoso de El Estero, cerca de Máncora, que pertenecería al Holoceno Tardío, posiblemente alrededor de los 3,000 años a. C., aunque esta fecha no está corregida y probablemente sea algo más antigua.
Se trata de unos diez campamentos y talleres distribuidos sobre los tablazos y en las faldas de las propias montañas aludidas, al norte de Sechura. Los arqueólogos han hallado restos de talla de piedra que, en el campo, se concentran en formas circulares, cada una de unos 5 m de diámetro, lo que evidentemente indica la basura lítica que ha sido el resultado de su acumulación fuera de las viviendas. De acuerdo al autor, los habitantes de estos campamentos habrían dejado incluso algunas piedras angulares de cuarcita, las cuales pudieron servir de base para la construcción de las tiendas temporales.
Debido a la zona geográfica en que se encontró este tipo de yacimientos arqueológicos, supuestamente en un medio ambiente de inicios del Holoceno, húmedo, con praderas, árboles y pantanos, Richardson ha sugerido que los artefactos de piedra, sobre todo de denticulados (utensilios con bordes que asemejan una “sierra”),
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a la más reciente glaciación o poco después, se distancia muy poco de la actual costa al norte de Punta Pariñas, pero es mucho más amplia entre 4ºS 40` y 4ºS 50`. De esta forma, se puede sugerir que aproximadamente durante el Younger Dryas e inicios de la deglaciación, mientras que el litoral frente al Tablazo de Máncora habría sido sólo entre 2 a 3 km más ancho que el actual, en el área hacia el sur (es decir, en la margen derecha de la desembocadura del río Chira) la orilla estaba mucho más alejada, al menos entre 4 y 12 km.
reflejan tareas como procesamiento de madera de árboles, u otro tipo de material orgánico de la zona, aunque ello no está demostrado ni vía experimental ni traceológica. El hecho de que todos los yacimientos de Amotape se encuentren en puntos desde donde se pueden observar los charcos de brea, indica para Richardson, que desde estas zonas, de manera estratégica, los grupos de cazadores recolectores que probablemente procedían de campamentos base en los valles de Pariñas o Chira, con una visión panorámica, podían controlar la fauna existente en esa época, la cual iba a abrevar en las inmediaciones de los charcos de brea. Esta forma de localización de sitios en función de control de los recursos, es conocida para épocas más remotas, como por ejemplo, durante el Paleolítico de Europa, específicamente en el valle medio del Rhin en épocas del Magdaleniense, hace unos 14,000 años, donde cazadores de Goennesdorf examinaban el comportamiento de los renos desde terrazas estratégicas, para luego cazarlos.
A un margen mayor llega Richardson (1981), pero usando la profundidad de 100 metros, que nosotros pensamos que debería equivaler más bien al LGM (el tuvo acceso sólo a mapas de líneas isóbatas de 100 metros), es decir, hace 20,000 años, lo que ya hemos visto en el sub-capítulo de la línea del litoral durante la última glaciación. Posteriormente, un cálculo de este mismo autor para una época, ya entrado el Holoceno, es decir, durante el Optimum Climaticum, es que el litoral era 5 km más ancho que el actual, lo que parece más acorde con los datos disponibles, aunque no se ha referido a qué parte concretamente, ya que el litoral submarino tiene características isóbatas variadas, aun sin considerar la geodinámica submarina, lo cual también ya ha sido discutido.
¿De cuándo datan estas evidencias?
Exceptuando toda discrepancia, lo que se puede desprender de lo expuesto es que la subida del nivel del mar durante el Holoceno debió, inundar de manera más dramática el área al norte de la desembocadura del Chira, incluso, sumergiéndola por completo, con las posibles consecuencias de desplazamiento de poblaciones en esta zona. Posteriormente, alrededor de 3 milenios atrás, se formaron las salinas que hasta hoy están presentes y que suelen ser cubiertas cuando hay inundaciones, debido a sus formas planas.
Los fechados radiocarbónicos son escazos y algunos de ellos han sido hechos de conchas, lo cual no es ideal, como ya hemos visto, debido al carbonato y contenido C14 externo. Del Complejo Amotape se ha obtenido dos fechados radiocarbónicos, lo que resulta muy exiguo para definir la cronología de las ocupaciones. Además, ambos son muy diferentes. Aun con estas caveat, las dos fechas dan un lapso entre los 10,835-10,429 años a. C. y 6,512-6,624 años a. C. Ya que este intervalo es demasiado extenso, es prudente recomendar el uso de la fecha más tardía, es decir alrededor de los 7,000 años a. C., empero, tampoco se puede descartar la más antigua, hasta nuevas dataciones. En suma pues, parece que estamos tratando de gente que pobló esta parte de Piura durante el Holoceno Temprano.
Lo que no hay que olvidar, es que hacia el norte, durante la glaciación más reciente, aproximadamente hace 13,000 años, toda esta zona entre los 4º-5 º latitud sur, estaba unida por medio de un “corredor” de unos 160 km de tipo sabana, con posibles manglares que llegaban hasta la actual península de Guayas y medio en el cual se desarrolló la Cultura Las Vegas en Santa Elena, como hemos ya explicado más arriba.
Resulta difícil precisar la distancia de estos sitios del Holoceno Temprano y Medio, con respecto a la orilla del mar en aquella época. La línea de 50 metros que podría corresponder
De acuerdo a Richardson, por esta época del Holoceno Temprano, e incluso del Pleistoceno
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De acuerdo a Mercedes Cárdenas (1978), algunos sitios aproximadamente contemporáneos con el Complejo Siches, han sido ubicados en la península de Illescas. Se trata de campamentos con una serie de utensilios de piedra, como por ejemplo morteros para molienda, lascas, así como “bolas”. Sus caracteres domésticos están avalados por la presencia de restos quemados de peces y conchas.
Final, la profusa cantidad de conchas Anadara tuberculosa y Anadara grandis que suelen habitar en zonas de manglares y moluscos de agua fresca, indicaría la antigua existencia de este tipo de medio ambiente húmedo en las inmediaciones de estos sitios. Por lo tanto, los manglares y pantanos se habrían distribuido más al sur de su actual área. Los mismos desaparecieron aproximadamente hacia los 3,000 años a. C., aunque esta fecha no está corregida.
Es importante mencionar que Richardson ha sugerido que, durante la fase Siches, ya habrían indicios de domesticación de calabaza, aunque no se ha presentado aún suficientes argumentos convincentes para ello, aun teniendo en consideración que tanto en el Complejo Las Vegas por el norte, como en Nanchoc (en el actual departamento de Lambayeque) a unos 300 km al sur de Siches, ya hay evidencia de domesticación de esta planta, desde aproximadamente los 7,000-6,000 años a. C.
El Complejo Siches: recolectores de moluscos durante el Holoceno Medio El Complejo siguiente ha sido denominado Siches. Se basa en una cronología mucho mejor sustentada, debido a la existencia de once fechados radiocarbónicos, procedentes de contextos mejor controlados. Sólo seleccionando fechados hechos en carbón (que son más seguros para hacer cronología) este Complejo dataría entre los 7,045 y 4,270 años a. C., es decir, durante el Holoceno Medio.
Resulta difícil establecer comparaciones de estos sitios al norte de Sechura con los del sur. Como lo anota Guffroy y sus colaboradores (1989), algunos utensilios de piedra del Paijanense tienen cierta similitud con los de Amotape-Siches, empero, sólo en el rango de los unifaciales y algunos de apariencia más elemental, pues en los Complejos de Talara no hay puntas bifaciales.
Richardson cree que este Complejo muestra ya indicios de sedentarismo. Siempre según él, el proceso de aridez iniciado alrededor de esta fase y en la siguiente, influyó de manera importante en la adaptación de este grupo de habitantes de la Costa Extremo Norte. En este sentido, es interesante que durante este período, del supuesto Optimum Climaticum, pueda haber indicios de aridez.
Por el norte, en la península de Santa Elena, Ecuador, se encuentran más similitudes con el Complejo Las Vegas. La cultura que acabamos de revisar, también se habría desarrollado en un medio de manglares a inicios del Holoceno e incluso, probablemente, fines del Pleistoceno. Siempre de acuerdo a Richardson, si bien la gente de la fase Siches dependía de la recolección de moluscos, echó mano de otros recursos como la caza en los bosques de Amotape, así como también la pesca de peces pequeños, lo cual está demostrado por los huesos y artefactos para pesca. La dieta habría estado también provista de consumo de aves y lobo marino. Poco se puede decir, más en vista de lo escasamente publicado en torno a estos importantes yacimientos piuranos, que constituyen las evidencias “peruanas” más antiguas de la parte septentrional del país.
Precisamente, producto de la supuesta sequedad de este período, es que los yacimientos del Complejo Siches se ubican ahora, más bien, en la desembocadura del río Chira, en las inmediaciones de Talara y las Quebradas de Siches y Pariñas, con la finalidad de recolectar conchas y otros recursos de las zonas de pantano, poco tiempo antes de que este tipo de medio ambiente se vaya reduciendo y retroceda hasta el área de Tumbes, repetimos, debido a la progresiva desecación de esta parte de la costa durante el Holoceno.
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Puntas “cola de pescado” en el Perú Como se ha dicho líneas arriba, sus fechados definitivamente las colocan en el período de transición entre el Pleistoceno Final e inicios del Holoceno. De allí que la sola presencia de una punta “cola de pescado” pueda indicar el período cuando fue habitado el yacimiento arqueológico donde fue encontrada.
Si bien no son frecuentes en el Perú y más bien están relacionadas con hallazgos individuales, el tema de las puntas “cola de pescado” es importante debido a que en territorios aledaños, su ocurrencia es un fenómeno vinculado a algunas de las poblaciones que se caracterizaban por haberlas manufacturado, las cuales, usualmente, datan del período Pleistoceno Terminal y Holoceno Temprano, lo que equivale a decir, el tiempo que este libro aborda.
Su origen es un tema de controversia, ya que el eje de la discusión gira en torno al negativo en forma de “acanaladura”, que es atribuido por la mayoría de investigadores a una “invención” norteamericana; aunque algunos expertos como Dillehay no descartan que sea producto de una invención local sudamericana, basada en la norteamericana.
Como bien sintetiza Lavallée (2000), se trata de puntas que asemejan esa estructura, sobre todo por las formas de sus pedúnculos, los cuales miden en promedio algo más de 6 cm. de longitud y que, tradicionalmente, primero han sido talladas por percusión, para luego haber sido retocadas a presión. Se las encuentra, usualmente, como hallazgos superficiales y ocasionalmente en abrigos rocosos y cuevas en Sudamérica. También se las halla en Mesoamérica e incluso, México.
De hecho, la densidad de puntas Clovis y Folsom acanaladas en Norteamérica, además de los contextos fechados por radiocarbono, parecen sustentar la hipótesis de una invención septentrional, que luego fue adoptada por el sur. Pearson (2002), más recientemente, se ha ocupado del asunto del origen de las puntas “acanaladas” para determinar si se trata de dispersión humana, o más bien tecnológica. Y si bien él está abierto a ambas posibilidades, lo que sí logra demostrar es la coexistencia de puntas Clovis y “cola de pescado” en Panamá, literalmente, la puerta de entrada a Sudamérica. Además, da pruebas sobre la dispersión Clovis hacia el sur de Centro América, con el tipo de punta llamado Ross County, empero, que una vez definida y particularizada la técnica en Sudamérica, ésta incursiona hacia el norte en Centroamérica, e inclusive llega a Panamá y Belice.
Un elemento característico en ellas es la presencia de la remoción de una lasca alargada de la basa de la punta, de tal modo que asemeja una “acanaladura” vertical, seguramente con propósitos de hacerlas enmangar. Según la misma autora, el efecto doble de este tipo de “acanaladura” reside, justamente, en que no sólo se adelgazaba la base para poder enmangarla, sino que también reducía el espesor de la punta, pudiendo así, introducirse en el cuerpo de la presa cazada. Ello, además, conlleva un gran conocimiento del tipo de roca a tallar por el artesano; de allí que la mayoría se hayan manufacturado en rocas de alto contenido de silicio y de naturaleza volcánica, por lo general, de buena calidad.
Ahora bien, desde el punto de vista radiocarbónico, es posible la hipótesis del “préstamo” de la técnica a Sudamérica. Un indicio de ello también podría verse en el hecho de que las puntas “cola de pescado” encontradas
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por Briceño en la Quebrada de Santa María, al pie de las estribaciones andinas en el norte del Perú, así como otras procedentes de otros yacimientos de Sudamérica, como por ejemplo El Inga, han sido elaboradas, preferentemente, de obsidiana, cristal de roca y cuarzo, lo cual ha sido enfatizado por el mismo arqueólogo y que, a nuestro parecer, son también preferencias de algunas de las puntas acanaladas norteamericanas, de sitios como Fenn Cache, Anzick o el mismo Richey Robert cache en el oeste Norteamericano. Y cuando uno tiene en sus manos ambos tipos de puntas, evidentemente las grandes similitudes saltan a la vista. En todo caso, se requiere de más investigación para poder dar pie a esta hipótesis.
al Complejo Paiján. Ellos han sido denominados PV23-130 y PV-23-204. Se trata de yacimientos de tipo talleres y campamentos. Los talladores usaron preferentemente cuarzo y toba volcánica para elaborar sus utensilios. Se trata, entonces, de materiales locales que son accesibles a pocos kilómetros del lugar. Por el contrario, el sílex (pedernal), escaso por cierto, parece haber sido importado desde zonas como, por ejemplo, San Benito (Contumazá, Cajamarca), unos 23 km valle arriba. PV-23-130 se asienta sobre una terraza y consta de grandes concentraciones de basurales dejados por acción humana, donde predominan restos de caracol terrestre. De igual modo, se ha hallado también huesos de cérvidos, pescados y conchas marinas. En este yacimiento se descubrieron dos entierros, empero, lamentablemente en mal estado de conservación, aunque parece que se trató de adultos.
Retornemos ahora al Perú. Sin intentar ahondar en esta problemática, puesto que los hallazgos de punta “cola de pescado”, aquí, son aún escazos, a comparación de otros países sudamericanos, nuestra simple intención es poner al día los hallazgos hechos. Valga la oportunidad para aclarar que no vamos a incidir en los hallazgos fuera de contexto, hechos ya antes, y que han sido ya objeto de estudio de expertos (Bonavia 1991, Chauchat 1988, Lavallée 2000), sino más bien incluir los más recientes a modo de actualización.
Briceño llama la atención acerca de que la mayor parte de implementos líticos fueron hechos de cristal de roca, que se haya en una cantera cercana, pero a la vez en asociación con riolita, que es el tipo de material más frecuentemente usado para la fabricación de puntas tipo Paiján en Pampa de los Fósiles.
Las puntas “cola de pescado” de Quebrada Santa María (La Libertad)
Lo interesante es que tanto las puntas de tipo Paiján, como también las de tipo “cola de pescado”, han sido elaboradas en cristal de cuarzo, lo que evidencia claramente que fueron los mismos artesanos, compartiendo la tradición Paijanense y la de “cola de pescado” (figura 15). Como resultado de ello, han quedado desechos de talla del mismo material, sobre todo lascas producidas por percutor blando, técnica que, como se sabe, sirve especialmente para “adelgazar” y tallar más controladamente las preformas bifaciales, lo cual fue bien conocido y explotado luego por los paijanenses. Además, el cristal de roca también se usó para elaborar unifaces, los cuales, eventualmente, fueron manufacturados de toba volcánica.
Hasta hace unos 15 años, sólo disponíamos de hallazgos aislados y reportes pocos detallados acerca de las puntas “cola de pescado” en el Perú. Es Jesús Briceño, quien en un interesante trabajo de campo en la zona de la Quebrada de Santa María, a unos 17 km al norte del pueblo de Ascope y entre 200 y 1,800 m.s.n.m. (casi en la frontera con el departamento de Cajamarca), ha excavado probablemente la mayor cantidad de puntas “cola de pescado” procedentes de contextos arqueológicos peruanos. Briceño ha descubierto en esta zona, al menos dos yacimientos con puntas de tipo “cola de pescado”, siendo la mayoría, sitios vinculados
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haber estado activo durante períodos ENSOs, lo que deja entrever que este investigador acepta la posibilidad de la ocurrencia de fenómenos de El Niño, al menos durante esta época, posiblemente de la transición Pleistoceno Final-Holoceno Temprano.
La alta cantidad de huesos de cérvido, en este caso el venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), en asociación con las herramientas de piedra, sugiere que esta gente se alimentó, principalmente, de este animal. A partir de ello, se infiere que la punta “cola de pescado” sirvió para cazarlo.
El abrigo rocoso de Laguna Negra en el valle alto del Chicama
Para Briceño, es igualmente sorprendente la importante ocurrencia de restos de pescados en esta zona de pie montano, en vista de la gran distancia desde este punto hasta el mar. Este tipo de evidencia es frecuente en los yacimientos del Paijanense a estas alturas, lo que es un primer indicio de la capacidad de desplazamiento de estos tempranos habitantes de la Costa Norte. Otros recursos en la dieta fueron los caracoles y algunos reptiles. La existencia de pozos y fogones en este yacimiento demuestra, además, que se produjo fuego, seguramente también para la cocción de estos animales.
Con siluetas muy similares a algunas puntas colas de pescado, aunque sin “acanaladuras” definidas, Leon et al. (2003) ha reportado dos piezas que pueden ser discutidas dentro del rubro de este tipo de puntas (figura 16). Se las ha hallado en las excavaciones de salvataje que fueron efectuadas en el abrigo de Laguna Negra, en la zona de Alto Chicama (puna del departamento de la Libertad), en la parte alta de Quiruvilca, sobre la margen de un afluente que se une directamente con el río Marañón, aproximadamente a unos 60 kms al este.
Otro yacimiento, denominado PV23-204, contiene también puntas “cola de pescado”. Es posible que haya sido ocupado por la misma gente, puesto que se localiza a tan sólo 1 km del anterior. Siempre de acuerdo a Briceño, se trató de un área con agrupaciones tipo talleres-campamentos. En los talleres se talló principalmente el cristal de roca y cuarzo. En este yacimiento se halló al menos un fragmento de punta “cola de pescado” hecha de cuarzo. Restos de talla de silex evidencian la explotación de roca llevada a cabo a una mayor altura en los Andes. Los campamentos constan de grandes basurales con carbón y concentraciones importantes de Scutalus o caracoles terrestres, ampliamente consumidos por estas poblaciones. Hay que subrayar, como lo hace Briceño, la ocurrencia de un manantial entre ambos yacimientos PV23-130 y PV-23-204, que pudo
Figura 15. Puntas “cola de pescado” descubiertas en Quebrada Santa María, La Libertad (Cortesía de Jesús Briceño).
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Se trata de una punta, o lo que también podría ser una punta casi terminada, retocada algo irregularmente, elaborada en jaspe (figura 16, parte superior). Se le manufacturó usando una lasca gruesa y, aparentemente, no ha sido usada. En la base se observa una reducción de un negativo, en lugar de una “acanaladura”. La ausencia de “acanaladura”, no debe llamar la atención en vista de que otros ejemplares peruanos tampoco la tienen (cf. punta “cola de pescado” de Piura Alta, ver Chauchat y Zevallos Quiñones 1979). La irregularidad puede indicar que se trate de una pieza atípica acabada, o un preforma de punta casi terminada. La comparación con otros especimenes sudamericanos permite sugerir la segunda hipótesis. La otra pieza es más bien una preforma inicial de este tipo de punta.Es decir, una lasca espesa con una muesca retocada, que ya había empezado a ser formada. Esta pieza también es de jaspe (figura 16, parte inferior).
metros sobre el nivel del mar, sobre todo en afluentes que desembocan en el río Marañón, lo que no había sido reportado antes. Esta zona, además, no está aislada propiamente de la localidad de Alto Piura, donde se ha hallado una punta “cola de pescado” más definida, pues desde la localidad de Frías por ejemplo, el Marañón es accesible en la parte oriental por medio del río Chamaya, de modo que pudo haber habido algún tipo de conexión.
A pesar de lo atípico de ellas, dan cuenta que los portadores de puntas “cola de pescado” exploraban ya regiones de alrededor de 3,775
Por otro lado, es interesante señalar que siendo ellas exclusivamente de jaspe de alta calidad para talla, se diferencian de los demás utensilios unifaciales que han sido elaborados, mayormente, en toba volcánica gris. Ello habla del gran conocimiento de la materia prima de los antiguos habitantes de esta zona, lo que como se verá en el transcurso de este libro, parece ser una constante de los primeros andinos.
El Complejo Puente: Ayacucho MacNeish y sus colaboradores (1980) reportan el hallazgo de tres puntas asignadas para el Complejo Puente, en Ayacucho, entre otras, que son conocidas como las típicas foliáceas. Ellos la llaman tipo “Fell”, en referencia a las que se hallaron en la cueva Fell, sur de Chile, donde se encontró una gran cantidad de puntas “cola de pescado”. La definición de ellas como puntas de este tipo ha sido puesta en duda por Rick (1988), entre otros, debido a la falta clara de documentación gráfica y textual del proyecto Botánico-Arqueológico de Ayacucho dirigido por MacNeish. Nosotros suscribimos esta crítica constructiva. Si bien ello es cierto, una revisión detallada de las fotos publicadas y su contrastación con las tipologías publicadas (e.g. Bell 2000), sugiere más bien, la posibilidad que sí se pueda hablar de puntas “cola de pescado”. Se trata de tres
Figura 16. Probable punta “cola de pescado” y “esbozo de punta” de Laguna Negra, Alto Chicama, La Libertad.
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piezas elaboradas a partir de obsidiana, una del tipo triangular y dos del tipo clásico, aunque es cierto que la foto no permite examinar detalles, ni menos aún, la existencia de “acanaladuras”, aunque como hemos visto, ello no tiene por qué ser típico. No obstante, las formas y, por lo que se puede apreciar, también el retoque, encajan bastante bien con los tipos clásicos.
Se trata de un abrigo, que a juzgar por el mismo Díaz Rodríguez, podría ser de un campamento, en el cual este arqueólogo ha hecho un reconocimiento en 1998.
Estas puntas proceden del Complejo Puente, cuyos fechados radiocarbónicos promedian entre los 8,198-7,057 años a. C., de modo que también se insertan dentro de este contexto del Holoceno Temprano.
Es posible que la roca de que está hecha la punta sea de un material metavolcánico de calidad intermedia. Lo interesante en este caso, es que se trata de la localidad más meridional del Perú, donde se ha hecho un hallazgo de esta naturaleza, además de indicar, nuevamente, que este tipo de poblaciones parece moverse en territorios de altura y, en este caso, en terrenos altamente volcánicos, pues por ejemplo el famoso Volcán Huaynaputina se halla a tan sólo unos 40 km al este, por lo que también se debe prevenir a los autores de los posibles elementos distorsionantes de fechados radiocarbónicos a obtener.
Las puntas “cola de pescado” de Quishqui Puncu, Callejón de Huaylas Sin fechados absolutos ni estratigrafía excavada por capas naturales, Lynch (1969) halló algunos fragmentos de las bases de puntas “cola de pescado” en el yacimiento, al aire libre, de Quishqui Puncu en el valle de Marcará, un afluente del Callejón de Huaylas, a unos 3,040 m.s.n.m., frente a los nevados de la Cordillera Blanca. Las puntas parecen ser típicas, pues todas presentan acanaladuras y, en algunos casos, hasta retoque basal. Al menos una pieza parece de la modalidad pedunculada, cual típica Fell o El Inga. Lamentablemente, no se ha informado qué roca se usó para manufacturarlas, aunque la gran mayoría de puntas de este sitio se hizo de rocas volcánicas.
La Quebrada Tasata: Arequipa Recientes investigaciones en el sitio de Tillane (sitio T. 7) de la Quebrada de Tasata, a unos 3,100 m.s.n.m, casi en el valle alto del Río Tambo, Arequipa, Díaz Rodríguez ha descubierto una punta “cola de pescado” típica (figura 17), en asociación con lascas de variadas formas (Szykulski 2005).
Figura 17. Punta “cola de pescado” de la localidad de Tasata, Arequipa (Cortesía de Jósef Szykulski).
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Los hallazgos sin contexto Paul Ossa, en el yacimiento Paijanense de La Cumbre, en el valle de Moche, encontró un fragmento de una punta cola de pescado aislada y fuera de contexto (Ossa 1975). Esta pieza presentaba “acanaladuras” en ambas caras. Algo que llamó la atención es que esta pieza estaba confeccionada de una roca de alta calidad, probablemente en calcedonia, un material que no es frecuente en la costa, de modo tal que puede haber sido hecha en zonas más altas, aunque aquí sólo se puede especular. Unos 400 km al nor-oeste, en la zona de Alto Piura, se localizó un segundo ejemplar, pero lamentablemente procedente de una bolsa de huaquero. En este caso se trataba de una punta completa y morfológicamente bien definida, aunque sin la típica “acanaladura” basal. Estaba hecha de roca volcánica que podría tratarse de horsteno o dacita (Chauchat y Zevallos Quiñones 1979). En general, se observa que los hallazgos procedentes de excavaciones, recientemente, vienen incrementando el banco de datos de los arqueólogos que trabajan con esta fascinante época y en los últimos años vemos que tal tradición no era ajena a los Andes Centrales.
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Los primeros habitantes del valle de Zaña: Nanchoc Una investigación de campo de largas campañas, entre 1976 y 1998, llevada a cabo por Jack Rossen, Tom Dillehay y Patricia Netherly en el valle medio del río Zaña, nos ha proporcionado información valiosa sobre los primeros habitantes de esta zona. En esta oportunidad, el área de investigación es el río Nanchoc, que es un tributario al sur del Zaña, en la frontera actual de los departamentos de Lambayeque y Cajamarca.
El río sigue su curso bordeando al Cerro El Coche, que es desde donde se domina toda la zona, cuyo pico se halla a unos 891 m.s.n.m (figura 18).
El medio ambiente: zona de tránsito entre costa, sierra y amazonia
En esta área, se han reconocido más de 50 yacimientos precerámicos, dentro de los cuales destacan los que se han registrado en la Quebrada de Las Pircas, Quebrada Canutillo, sobre la margen izquierda del mismo valle, y el de la margen derecha, el sitio llamado el cementerio de Nanchoc, en las propias inmediaciones del moderno pueblo del mismo nombre y al pié del Cerro de la Cruz. De modo tal, que el conjunto de sitios se hallan muy ligados geográficamente.
El tipo de vegetación de la zona es muy similar a la de la vertiente oriental de los Andes. De hecho en esta área y hacia el este, las máximas alturas sobre el nivel del mar sólo alcanzan los 3,500 metros, de modo que la transición entre varios nichos ecológicos es evidente. De otro lado, es importante mencionar que el río Nanchoc, a pesar de ser pequeño, suele tener una descarga de agua constante, debido, principalmente, a las lluvias correspondientes al tipo de vegetación semi-tropical del valle alto de Zaña. Algunas de las especies presentes son el algarrobo, palo santo y cactáceas. En cuanto al paleoclima de la zona, las características de los canales hallados sobre el plano aluvial del río Zaña, permiten sugerir que, aproximadamente, entre los 7,000 y 4,000 años a. C. hubo una transición de un período de aumento de calidez a intensificación de sequía, la cual debió de haber sido importante durante el lapso del llamado Optimum Climaticum. Posteriormente, durante la fase siguiente, a partir de los 4,000 años a. C., se ha determinado que hubo más humedad.
Figura 18. Localización de los yacimientos del Holoceno Temprano y Medio en la cuenca del río Nanchoc. A la derecha se puede apreciar el cementerio de Nanchoc y el sitio de El Palto, uno de los más antiguos de esta zona. A la izquierda se hallan los canales de irrigación artificial del quinto milenio antes de Cristo (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
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A continuación vamos a presentar un breve resumen de estas investigaciones, que se pueden contar entre las más prolíficas del Precerámico peruano, desde el punto de vista interdisciplinario a base de bibliografía general (Dillehay 2000, Dillehay et al. 1989, 2005, Rossen 1991, 1998, Rossen y Dillehay 1991, 1999). Nos concentraremos, mayormente, en la fase Las Pircas que es la más antigua, hasta aproximadamente los 4,000 años a. C., para no desviar el tema central de este libro; aunque debemos enfatizar que las ocupaciones humanas son siempre un continuum.
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contemporáneos; CA-09-52 con 7,172-6,465 años a. C. y CA-09-27 con 7,044-6,249 años a. C. Posteriormente han sido añadidos algunos fechados radiocarbónicos, pero ellos son similares, o algo más recientes y, además, algunos de ellos han sido fechados erróneamente por la técnica del AMS (ver Rossen et al. 1996).
El Palto y el yacimiento CA-09-55-2: los más antiguos habitantes del valle de Zaña Dillehay, en sus trabajos de campo en la parte media del valle de Zaña, ha mencionado el hallazgo de un sitio llamado El Palto, que podría tratarse de un lugar de habitación y taller a la vez, el cual mide aproximadamente unos 60 metros y se halla a unos 2.5 metros por debajo de la actual superficie. Es interesante que las herramientas de piedra de estos habitantes, prácticamente de la época del Younger Dryas, hayan sido en su mayoría unifaciales y hechas de cuarcita y basalto. Hay que llamar la atención de la similitud de estas herramientas líticas, con las que se han hallado en la zona de Talara, que ya hemos visto, de acuerdo a las investigaciones de Richardson.
El cementerio de Nanchoc de hace 8,000 años El cementerio de Nanchoc (CA-09-04) se localiza en la rivera derecha del río del mismo nombre, aproximadamente a unos 450 m.s.n.m., en el actual departamento de Cajamarca. Allí ha concentrado su investigación Jack Rossen, cuyo resultado es uno de los estudios más detallados sobre un yacimiento precerámico. De acuerdo a los fechados radiocarbónicos, la primera instalación humana en este cementerio, podría haber empezado dentro del lapso de 6,647-6,398 años a. C. Otro fechado de esta primera época de ocupación humana ha resultado en 6,206-5,850 años a. C., de modo que su uso fue, mayormente, durante el sexto y quinto milenio antes de Cristo.
Lo impresionante es el fechado radiocarbónico procedente de El Palto, pues éste resultó ser de 11,735-11,381 años a. C., lo que lo sitúa como la evidencia más antigua de la Costa Norte peruana, aunque es necesario conocer en más detalle este yacimiento, lo que no nos ha sido posible al momento de la redacción de este libro.
Es importante mencionar que durante esta primera época, los seres humanos que ocuparon esta zona, erigieron una especie de montículo a base de piedras, lo que ciertamente correspondería a una de las edificaciones públicas más antiguas en los Andes Centrales. Al parecer, este yacimiento ha sido ocupado al menos hasta alrededor de los 3,374 años a. C., de forma tal que se puede percibir un relativo largo uso en el tiempo, auque de manera esporádica.
Sobre la margen izquierda del río Nanchoc, en las inmediaciones del cementerio del mismo nombre, Dillehay y su grupo han localizado lo que podría ser una de las más antiguas evidencias de la cultura Paiján, en el yacimiento CA-09-552 (en el departamento de Cajamarca, limitando con el de Lambayeque), que ha proporcionado un fechado de 10,607-10,085 años a. C. Esta documentación sobre el Paijanense, está tratada en el capítulo del Complejo Paiján, de modo que el lector puede remitirse a ella en la sección correspondiente.
Uno de los motivos por los cuales esta zona ha sido ocupada, fue la ocurrencia de canteras de limo y calcita, que según los investigadores se usaron, principalmente, para la preparación de cal, que como es bien conocido, se suele usar en combinación con la coca en los Andes. A base de estas evidencias, es posible deducir que el consumo de coca ya era conocido por la época en el lugar, es decir desde al menos el sexto milenio antes de Cristo.
Por otro lado, la mayoría de los yacimientos posteriores se ubican en el Holoceno Temprano y Holoceno Medio. Tal es el caso del sitio de Quebrada Canutillo (CA-09-28), con 7,449-6,835 años a. C. Por su parte, los dos sitios principales de Quebrada de las Pircas son más o menos
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La veneración a los difuntos durante el Holoceno Medio
Viviendas de quincha del sexto milenio antes de Cristo
En esta zona también se han excavado tumbas con huesos humanos, pero la mayoría de ellas eran producto de haber colocado huesos de tumbas anteriores, algo similar a lo que ya hemos visto con los entierros de Las Vegas. Un hecho interesante es que se encontró los huesos de un hombre adulto, que estaban cortados en fragmentos y enterrados en un pozo de unos 30 cm. de diámetro. El único entierro intacto en esta área era el de un individuo que había sido colocado flexionado, tal como el tipo de posición corporal de esta época, pero con la diferencia que se le había colocado losas de piedra encima.
En el valle de Nanchoc han sido registrados un total de 45 sitios precerámicos, lo que indica la rica naturaleza del valle y sus inmediaciones para el Holoceno Medio, que es donde se concentran la mayoría de fechados radiocarbónicos. Frente al cementerio de Nanchoc, se ha localizado al menos 35 sitios en la Quebrada de Las Pircas, Quebrada de Canutillo y Tierra Blanca. Los sitios se hallan, generalmente, sobre las suaves pendientes de los cerros, pero siempre con vista y acceso al río, entre unos 50 y 200 metros sobre éste.
Calabaza, quinua y maní de 6,000 años antes de Cristo
En estos yacimientos se ha descubierto huellas de combustión, a manera de fogones, marcas de postes, restos líticos, una serie de desechos, restos vegetales y huesos animales que indican claramente que fueron usados a modo de pequeñas viviendas. De acuerdo a los arqueólogos, al parecer, este tipo de moradas han sido usadas sólo una vez y no vueltas a reocupar.
Expertos en botánica también han descubierto que entre los restos había calabaza (Cucurbita sp.), maní (Arachis hypogaea), quinua (Chenopodium quinoa), ciruela (Bunchiosia armeniaca), entre otros frutos y tubérculos como yuca, lo que sugiere una vinculación con la Amazonia. Estos especimenes se hallaban cubriendo el piso de las viviendas, por lo que se deduce que eran consumidos. Además, ellos implican que los habitantes de esta parte del valle de Zaña, ya empezaban a experimentar la horticultura, que a juzgar por los autores, era aún doméstica y de pequeña escala, aunque en el caso de la calabaza, hay dudas sobre su situación domesticada. Lo mismo se ha sugerido en torno al resto de Chenopodium, sin embargo, sería interesante ampliar las investigaciones a este respecto.
Por las excavaciones de Rossen, sabemos que ellas fueron de planta elíptica, y que se construyeron con bases de piedra o de adobe. Lo último atestigua la presencia de este tipo de material para esta época del Holoceno Medio, lo que constituye unos de los avances en técnicas constructivas más remotas de América. De igual importancia, debido la antigüedad de estos yacimientos, es que las paredes se confeccionaron con barro y cañas, es decir, con “quincha”. Resulta sorprendente que ya hacia este período de tiempo haya habido tal tipo de innovaciones constructivas.
Ya hemos mencionado algunas líneas más arriba la presencia de coca. En este sentido, es importante mencionar que se ha estudiado la mecánica dental de los esqueletos y se ha podido comprobar que ellos masticaban fibras vegetales, aparte de la existencia de manos de moler, que por cierto se han encontrado en varios de los sitios arqueológicos y que sugieren la preparación de plantas. En cuanto a los animales más consumidos, parecen haber sido roedores, pájaros y pequeños mamíferos.
Una habitación excavada completamente midió 2 por 2.3 metros de diámetro, lo que suele ser frecuente en las poblaciones andinas. Este tipo de viviendas, según los arqueólogos, contrastan con las de piedra, a las que aparentemente se les ha depositado ofrendas como caracoles terrestres y cuarzo.
De hecho, los estudios de los dientes de algunos esqueletos, analizados por Sonia Guillén,
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los propios cultivadores, en función de la creencia de asegurar el éxito de la siembra y proteger sus campos de cultivo, lo que de acuerdo a los autores, es una práctica frecuente en los jíbaros de la Amazonia, tal como lo sostiene Dillehay. En este caso, nuevamente, estaríamos en contacto con estas costumbres procedentes de pueblos del oriente.
demuestran que han sido usados en extremo, afectando principalmente el área lingual, e incluso hasta los molares, como resultado de un stress de la mandíbula por masticar vegetales de consistencia dura (¿masticación de coca?, lo que no significa sub-alimentación; sino que más bien no habían cavidades y muchos dientes estaban en su lugar en el momento de la muerte. La dieta fue entonces la adecuada.
Un artículo relativamente reciente de los investigadores viene ahora a complementar toda esta parafernalia hortícola y trata el hallazgo de al menos dos canales de irrigación artificiales cavados directamente sobre el sedimento (Dillehay et al. 2005). Ellos se encuentran a una máxima distancia de 2.5 km de cualquiera de los sitios domésticos localizados y, puesto que se hallan vinculados a los yacimientos mencionados previamente, pueden fechar, increíblemente entre los 7,400 y 3,000 años a. C.; mientras que los campos con surcos agrícolas pueden fecharse alrededor de los 3,500 años a. C.
La arquitectura mencionada y los hallazgos botánicos han sido fechados al menos en dos de los yacimientos investigados, dando como resultado lapsos entre los 7,044-6,599 años a. C. y 7,024-6,595 años a. C. No obstante, la presencia de grupos humanos en esta zona se remonta incluso a épocas más antiguas, pues fechados radiocarbónicos obtenidos de un corto trabajo de excavación del yacimiento catalogado como CA-09-85, en la parte alta de la quebrada, han arrojado un lapso de tiempo de 7,547-7,189 años a. C.
El fechado más antiguo del canal de irrigación número tres ha arrojado 4,251-4,047 años a. C. (con lo que puede ser paralelo a los de la civilización de Valle del Indo en Pakistán, dentro de una perspectiva internacional). Sin embargo, un canal denominado número 4, debajo de éste, ha proporcionado una fecha sorprendente de 5,633-5,516 años a. C. (lo que termina resultando contemporáneo con los de Egipto y Mesopotamia), aunque hay que aclarar que se trata de un solo fechado y se necesita más para ser categóricos. Aun con ello, es impresionante la dimensión de los logros alcanzados por los tempranos habitantes de esta zona.
Un total de once tipos de conchas marinas, entre ellas, choros y conchas de abanico, reflejan desplazamiento o posiblemente intercambio con poblaciones costeras. Un caso de interés, es el hallazgo de almejas (Protothaca thaca), que suelen indicar climas más tropicales, es decir, posibles ENSOs. Finalmente, de manera secundaria, se consumieron también crustáceos.
Los canales de irrigación más antiguos Ya desde inicios de la investigación se habían puesto al descubierto, en las inmediaciones de los yacimientos, una serie de sitios con superficie ondulada, lo que se interpretó como parcelas de surcos, reforzando el hecho de que la horticultura planteada para estos sitios era la principal actividad económica.
Los canales se encuentran paralelos a la rivera izquierda del Río Nanchoc y se extienden por, aproximadamente, 4 km, entre 390 y 400 metros sobre el nivel del mar, uniendo la desembocadura de las tres Quebradas que han sido objeto de estudio, es decir, de las Pircas, Canutillo y Tierra Blanca. Pasan directamente por los sitios CA-0927 y CA-09-28 en la Quebrada de las Pircas.
Más curioso aún, resultaba el hallazgo de una serie de ofrendas tales como cristales de cuarzo, fósiles de amonite y espinas acanaladas de raya. Todos estos artefactos, raros, en el registro de los arqueólogos, pueden haber sido depositados por
El canal tres, que es al más antiguo de los descubiertos, mide unos 70 cm. de ancho y 30 de profundidad y fue cavado sobre una superficie de arena y limo. El cuarto, que ha sido fechado de manera impresionante en el sexto milenio
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antes de Cristo, es de tan sólo unos 50 cm. de ancho y 20 de profundidad. Por lo general, tienen una forma de “U” en su corte transversal y evidentemente han sido diseñados para el transporte de agua. Sobre sus bases se colocaron una serie de guijarros, cuidadosamente seleccionados, preponderantemente planos. Ellos no sólo sirvieron de refuerzo a los canales, sino que también, probablemente, fueron colocados con el propósito de evitar la erosión.
interesante anotar también que en el sitio CA-0928 se ha encontrado una tumba de un esqueleto masculino adulto casi intacto, pues sólo los huesos de los pies han sido esparcidos. Se le colocó en una posición flexionada, similar a la ya conocida, por ejemplo, para el Paijanense de la Costa Norte peruana, aunque en este caso fue, literalmente, sepultado por pavimento rocoso. Un fechado de la tumba ha arrojado el resultado de 7,490-7,051 años a. C.
De acuerdo a Dillehay y sus colaboradores, los canales han sido diseñados aprovechando la pendiente del plano aluvial del río; y el hecho de que se encuentren directamente en el espacio de los lugares de habitación, no hace más que evidenciar un conocimiento de ingeniería, aprovechamiento de la pendiente natural, cálculo de proporción de agua acarreada por los flujos y control de ésta.
Además, se ha analizado tres agrupaciones de huesos humanos que fueron depositados por estos pobladores en la parte media del yacimiento. Ellas contenían huesos humanos largos fragmentados de jóvenes masculinos, mostrando una serie de cortes en las partes medias y en los extremos, los cuales revelan la posible intención de remover o extraer las epífisis de tales huesos.
Además de ello, las diferencias de los canales construidos sugieren que durante este período del Holoceno Medio, los habitantes de Nanchoc poseían ya la habilidad de medir colinas y además de ello, planear la construcción de cada uno de estos canales para determinar sus funciones específicas y áreas a irrigar.
Otra agrupación de huesos, incluyendo un cráneo, pertenecía a un hombre de avanzada edad, con dientes que mostraban uso prolongado (sólo con esmalte secundario), característica frecuente en las dentaduras halladas en los otros yacimientos. Algunas piedras grandes que se han encontrado asociadas a estos restos, pueden haber sido usadas para fragmentarlos. A los arqueólogos les ha llamado la atención el hecho de que este entierro humano haya sido tratado de manera diferenciada, en comparación con los demás, fragmentados y dispuestos en las concentraciones arriba descritas.
Es importante añadir que si el fechado del posible canal 4 es válido, éste sería contemporáneo con la ocurrencia de quinua y calabaza, por lo cual se puede especular que se trataría de los primeros ensayos hortícolas a través de agricultura por irrigación artificial del Precerámico peruano. Posteriormente, los de la siguiente fase habrían sido usados, también, para irrigar terrenos de cultivo de coca y algodón.
Un yacimiento denominado CA-09-52 también contenía los huesos fragmentados de un entierro humano. Los cuales medían en promedio 5 cm., mientras que el cráneo sólo fue fragmentado en dos partes. Todo ello fue depositado en un hoyo de unos 30 cm. de diámetro. En otra zona cercana, se localizó a tres vértebras de un infante, aunque los autores sugieren que este individuo probablemente no fue sujeto de tales prácticas.
¿Canibalismo en Nanchoc en el octavo milenio a. C.? Al menos en tres yacimientos, conocidos como CA-09-27, y CA-09-52 en la Quebrada de las Pircas, pero sobre todo en CA-09-28 en la Quebrada de Canutillo, los arqueólogos han hallado una serie de evidencias que podrían ser interpretadas como indicios de canibalismo.
Hay también que mencionar que en la fase posterior, llamada Tierra Blanca, se la logrado documentar más indicios de huesos calcinados altamente fragmentados, que en opinión de John Verano, experto en antropología física, podrían interpretarse como práctica de canibalismo.
Sobre estos yacimientos se hallan fragmentos de huesos humanos, aparentemente causados por prácticas de fractura y cortes intencionales. Es
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no hay que olvidar que este tipo de artefactos bifaciales, pueden servir también a otros usos, tales como raspar y cortar gras, así lo ha demostrado Patrick Vaughan en Telarmachay, en la Puna de Junín, Perú.
Es interesante también que varios de los huesos del primer yacimiento mencionado hayan estado calcinados e, incluso, algunos carbonizados. En suma, huesos fragmentados, cortados y sometidos al fuego, sugieren la práctica de algún tipo e forma de canibalismo, probablemente ritual.
Al parecer, ellos también conocieron las propiedades de talla que surgen en las rocas cuando se las calienta con fuego, Tal fue el caso del basalto y el tufo, materiales que fueron sometidos a tal tratamiento.
La tecnología y el uso de la piedra en Nanchoc
Un aporte significativo de los análisis hechos con el material lítico es el de la traceología, lo que no es frecuente en las investigaciones precerámicas. Dillehay y Rossen han examinado por medio del microscopio una serie de artefactos de piedra y han llegado a la conclusión que ellos sirvieron, mayormente, para cortes de plantas (Dillehay y Rossen 2000). Como resultado de esta labor, han quedado en los filos de los artefactos de piedra, huellas en forma de pulido brillante, por lo general, del procesamiento de fibras que no sólo incluyen plantas, sino también madera. Para Rossen y Dillehay ello demuestra un profundo conocimiento de las plantas, e incluso una economía que le permitió a estas poblaciones quedarse en la zona, sin necesidad de desplazarse, desde este punto de vista, similar a lo que ocurrió con las poblaciones de Las Vegas que ya hemos visto.
Los análisis llevados a cabo con el material lítico del cementerio de Nanchoc, nos señalan que los talladores han sido prácticos y crearon utensilios estrictamente en función del medio, es decir, fundamentalmente, la horticultura. Se basaron principalmente en la extracción de lascas, para luego retocarlas de manera simple, seguramente por medio de percutores de piedra, y de inmediato usarlas. Las rocas usadas preferentemente fueron locales, de tal modo que pudieron ser extraídas de las inmediaciones de Nanchoc y, además, suelen ser encontradas en los bancos fluviales. Aquí se halló el basalto, que casi llega a 50% de todo el material trabajado. Otras rocas locales seleccionadas para la confección de las herramientas de piedra, fueron tufo volcánico, riolita, y diorita.
Lo pragmático de los que usaron estos utensilios, se demuestra también en el hecho de que el basalto, por ejemplo, ha sido usado para manufacturar utensilios se emplearon para cortar, raspar, chancar, etc. Algo similar sucedió con la riolita, que también ha tenido como destino varios usos. Este tipo de “multifuncionalidad” de rocas para diferentes labores, ha sido documentada en el sitio 28, es decir, desde aproximadamente los 7,500 años a. C.
Resulta interesante la presencia de rocas que han sido importadas, probablemente, desde la sierra, tal como es el caso del silex, jaspe, cuarzo y mica, aunque hay que enfatizar que ellas son raras frente a las locales. Por las formas observables, se puede decir que se confeccionó frecuentemente lascas retocadas, desechos retocados de núcleos, artefactos unifaciales, es decir, tallados sólo sobre una superficie, muescas, denticulados, piezas similares a raspadores y posiblemente picos o perforadores.
En general, una serie de hallazgos hace que Nanchoc y el valle de Zaña en su parte media, sea un punto clave para la comprensión de precoces desarrollos desde el Holoceno Medio, sobre todo por la evidencia de la temprana horticultura y técnicas innovadoras para la época, tales como la construcción de paredes de quincha e incluso irrigación artificial, todo al menos desde el sétimo milenio antes de Cristo.
En este sentido, es de sumo interés que no se haya elaborado artefactos como puntas de proyectil, lo que podría interpretarse como ausencia de actividades como la cacería, aunque
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existencia de talleres. Posteriormente, en 1957, el francés Frédéric Engel publica una descripción detallada de los hallazgos de Paiján, donde se percibe un mayor interés en la descripción e intento de comprensión de esta cultura.
La cultura Paiján de Pampa de los Fósiles y Quebrada de Cupisnique, La Libertad
Dentro de este mismo contexto de investigación, en la década de 1960-1970, Edward Lanning y Thomas Patterson, arqueólogos norteamericanos, se dedican a la exploración e investigación de campo de algunos yacimientos arqueológicos en la Costa Central peruana, empero, la carencia de más información sobre estas tempranas ocupaciones y el estado de investigación del momento no permitía evaluar e interrelacionar diversos hallazgos entre la zona de la Costa Norte y Central.
Probablemente, uno de los más fascinantes temas de investigación precerámica es el del Complejo Paiján o cultura Paijanense, que en el ambiente arqueológico simplemente se suele denominar Paijanense. A parecer, un arqueólogo alemán, Heinrich Ubbelohde Doering, es probablemente el primero en reportar el hallazgo de piedras talladas por el ser humano, que deberían pertenecer a épocas “antediluvianas” en esta parte de la Costa Norte peruana, como él mismo expresaba en la década del 30. Él pensaba que se trataba de vestigios de cazadores de megafauna, debido a que las puntas de piedra se encontraban “asociadas” a huesos de fauna extinta. Investigaciones modernas, no obstante, si bien han corroborado la gran antigüedad de los restos líticos, no han demostrado que las que las hicieron cazaran a este tipo de animales del Pleistoceno Final.
Sólo recién desde mediados de la década del 70 del siglo pasado, es cuando el problema de la cultura Paiján, y sus posibles relaciones con sitios como el de Chivateros, es abordado y se le comienza a dilucidar, gracias a las investigaciones de Claude Chauchat, un prehistoriador francés. El aplica métodos prehistóricos para la descripción de los restos hallados, que luego le permiten una evaluación desde una perspectiva más interdisciplinaria.
Sin embargo, Ubbelohde Doering fue, posiblemente, el primero en percibir la edad de los restos de piedra de fines del Pleistoceno, los cuales, según él, estaban cubiertos por una especie de “laca de desierto”, que no es otra cosa que la pátina, que hoy día los arqueólogos suelen asociar con gran antigüedad.
Es así como Chauchat, junto a su equipo de la Universidad de Trujillo, logra poner en evidencia una serie de yacimientos ocupados por seres humanos adaptados al desierto, aproximadamente hace 10,000 años y cuya manufactura lítica más característica es una punta de forma aproximadamente triangular, llamada punta tipo Paiján, debido a las cercanías con el pueblo del mismo nombre, unos 52 km al norte de la ciudad de Trujillo.
Ya en la década siguiente, es Junius Bird, quien nuevamente llama la atención sobre este tipo de restos. Un geólogo de la época, Otto Welter, condujo a Bird a la localidad de Pampa de los Fósiles donde se encontraban tales vestigios. Bird, a base de las relaciones aparentes de huesos de fauna grande con los restos de piedra tallada por seres humanos, llega también a la conclusión de que se trata de cazadores de fauna antigua, según él, restos que deberían ser los más antiguos de esta parte de la costa peruana.
Posteriores investigaciones desde esa época a la fecha han documentado una gran cantidad de información sobre este fenómeno a lo largo de gran parte de la costa del Perú. A continuación intentaremos resumir ésta, definiendo primero a los “Paijanenses” a partir de los estudios de Chauchat en la Costa Norte. Posteriormente examinaremos la evidencia que se ha ido recopilando durante estos 30 años, desde estas investigaciones pioneras, a la fecha. Para la primera parte, nos hemos basado en la tesis y algunas publicaciones posteriores de Chauchat y sus colaboradores (verbi gracia Chauchat et al.
Exactamente en el año de las publicaciones científicas de Bird, el peruano Rafael Larco Hoyle, en 1948, también da a conocer herramientas de piedra de Paiján, además de mencionar la
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1992, 2003), así como, complementariamente, de acuerdo a las últimas investigaciones de Tom Dillehay y su equipo, en la margen derecha del valle de Jequetepeque (Dillehay et al. 2003, Maggard 2004, 2005, Stackelbeck 2005). Lo que se ha hallado relacionado al Paijanense en otras partes de la Costa, procede de diferentes fuentes de arqueólogos de manera individual.
publica Encarta2006 de Microsoft, elaborada a partir de la fuente de mapeo digital GeoSat de topografía marina, GEBCO-NOAA. Este programa muestra que la faja litoral expuesta habría sido, más bien, aproximadamente 45 km más ancha que en la actualidad, es decir, aproximadamente unos 20 km más ancha de lo que planteaba Chauchat. La diferencia es tan grande, que ambas curvas deberían ser sujeto de debate, en función de determinar la verdadera orilla del mar durante la época de ocupación paijanense. Más aún, en vista de la implicancia que podría tener un litoral mucho más ancho que lo supuesto en los patrones de asentamiento de los Paijanenses, así como también de movilidad y depósitos conteniendo restos de ocupación humana bajo el mar. Por consiguiente, ya sean 20 o 45 km de amplitud de la faja litoral, los grupos humanos paijanenses tuvieron un paisaje diferente al actual, con mucho más territorio de playa. Lo que sí parece bastante probable es que dentro de la superficie ahora sumergida, debe de haber restos de campamentos y acumulaciones de conchas, sin los cuales, la imagen que tenemos es incompleta.
El medio ambiente de la época del Paijanense de Pampa de los Fósiles-Cupisnique El área de investigación de Chauchat comprende el territorio de costa entre el sur del valle de Jequetepeque y el norte del Chicama, es decir, alrededor de unos 22 km de largo por 45 km de ancho, cubriendo una serie de pisos ecológicos desde el litoral hasta el pie montano, llegando a unos 1,800 metros sobre el nivel del mar. Sobre toda esta zona, Chauchat ha hallado vestigios de piedra, carbón y huesos de poblaciones dispersas, altamente móviles, que habrían dependido sustancialmente de recursos del mar y terrestres, con un equipo adaptado al desierto. Por otro lado, es un hecho que los grupos humanos del Complejo Paiján, dispusieron de mayor terreno de playa y litoral. Chauchat ha demostrado una secuencia eustática del levantamiento del nivel del mar, a través del estudio de las líneas batimétricas de la pendiente submarina del mar frente al área de Pampa de los Fósiles. A base de una curva previa publicada por Dillon y Oldale (1978) y de acuerdo a algunos hitos medidos por la navegación de la marina de guerra del Perú, él estima que alrededor de los 12,500 años antes del presente, la línea litoral era unos 30 km más ancha que la actual y aproximadamente hace 10,700 años, la playa era más ancha en 15 a 20 km, lo que equivaldría a unos 50-60 m bajo la superficie (Chauchat et al. 1992, Chauchat y Bonavia 1995). No obstante, no se sabe si estas fechas son calibradas ni, menos aún, si la fuente de datos usada por el autor, resulta ahora actualizada.
Los Paijanenses, al parecer, habitaron un ambiente algo más húmedo que el actual, aunque en opinión de Chauchat, factores determinantes como la posición de la costa oriental sudamericana y la presencia del anticiclón del Pacífico Sur han definido un clima similar al de hoy desde antes del Cuaternario. En efecto, los Paijanenses pueblan la zona de Pampa de los Fósiles-Cupisnique, justamente cuando recién se había iniciado la deglaciación y comenzaba una época de transición entre tal evento y las condiciones temperadas del Holoceno Medio, ligeramente más cálido que las épocas estivales de la actualidad. Un análisis del tipo de fauna marina encontrada en un pozo que sirvió para depositar basura en un taller lítico de Pampa de los Fósiles 14, ha revelado la ocurrencia de la especie corvina dorada, que es más bien característica de climas temperados. Chauchat y sus colaboradores (2003) piensan que éste
Nosotros tampoco disponemos de las líneas batimétricas necesarias. Sin embargo, hay información más reciente que muestra una discrepancia entre la curva publicada por Chauchat y la curva batimétrica de 50 m., que
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sería un indicio de un clima algo más cálido, o al menos temperado, para la época. Si ello fuera cierto, por las asociaciones expuestas, es posible entonces que el inicio del clima temperado haya promediado los 10,000 años a. C., aunque esta fecha parece algo precoz cuando se la compara con los 9,500-9,200 años a. C. de la curva O18 del Huascarán, que hemos visto en un capítulo precedente. Otra posibilidad es que este pez de aguas cálidas haya vivido más bien en relictos de aguas cálidas, localizadas en zonas específicas y que no se trate de un calentamiento del mar de esta zona, tal como lo ha sugerido Credou (2006) quien ha analizado la fauna acuática de los restos del Paijanense de Pampa de los Fósiles. Este dato, parece avalarse también en los reportes preliminares de parte del equipo de investigación de Tom Dillehay, en el valle bajo de Jequetepeque, sólo a unos km al norte del área de investigación de Chauchat. Mario Pino, quien ha hecho un estudio geomorfológico de la zona, sostiene que el clima no fue desértico, sino más bien húmedo y frío no sólo a fines del Pleistoceno, sino también a inicios del Holoceno (Stackelbeck 2005).
se encuentra en relativo equilibrio con el medio ambiente. No obstante, éste no es el caso de los moluscos terrestres, los que durante sus vidas consumieron calcita fósil que altera el valor radiocarbónico original, aunque al parecer, de manera poco significativa. Otra advertencia que bien remarca Chauchat, es la posibilidad de contaminación de las muestras radiocarbónicas, pues todas proceden de muy poca profundidad bajo el suelo, de tal forma que desde el momento de su deposición han podido ser alteradas por diversos agentes medioambientales y humanos. Ahora bien, con las complicaciones mencionadas y considerando todo el material radiocarbónico del área de Pampa de los FósilesCupisnique, existen al menos 14 fechados que oscilan entre los 10,679 y 6,728 años a. C., es decir, casi 4 milenios de ocupación humana. Si a ello sumamos los fechados exclusivamente hechos sobre carbón (es decir más confiables), tendríamos más bien, un lapso de 10,679-7,055 años a. C.
Una posición contraria la plantean Sandweiss y Reitz (2001) quienes piensan más bien que el mar pudo estar más temperado, cuando sostienen que los dos tipos de peces más consumidos por los paijanenses de Pampa de los Fósiles, lisas y corvinas, son de mares cálidos. Por lo expuesto, el tema es aún materia de discusión.
Más recientemente, un fechado, aún sin un reporte en detalle (Chauchat et al. 2003, Hall 1995) ha resultado en 10,917-10,221 años a. C., que sería, al momento, el fechado más antiguo del Complejo Paiján de Pampa de los FósilesCupisnique. Justamente este fechado procede de un campamento hallado en Pampa de los Fósiles 14, el cual se hallaba anexo a un taller donde se ha realizado un estudio exhaustivo y a nuestro modo de ver, probablemente uno de los más grandes aportes recientes al Precerámico peruano (Chauchat et al. 2003), algunas de cuyas conclusiones se verterán aquí, cuando examinemos a los talleres líticos paijanenses.
¿En qué tiempo vivieron los paijanenses de Pampa de los Fósiles-Cupisnique? Veamos ahora el asunto de la cronología. El principal problema de estos yacimientos del Complejo Paiján, es el hecho de que todos son superficiales y ninguno tiene estratigrafía que pueda contener restos que permitan una división interna, es decir, temporal. Los campamentos de los cuales queda, por ejemplo, carbón y material orgánico posibles de ser fechados por el radiocarbono, son ocupaciones humanas efímeras tal vez de tan sólo semanas de duración (Chauchat 2006). En este contexto, el carbón es el material fechado más confiable, ya que éste
En cuanto a los fechados obtenidos de los talleres-campamentos de Ascope, existe el problema de que dos de ellos están hechos de muestras de caracoles de tierra, que, como bien se sabe, no son óptimos para fechados por el ligero nivel exógeno de carbonatos. Si aceptamos todos los fechados de Ascope, tendríamos un lapso de 9,274-5,906 años a. C. Por el contrario, si nos quedamos con el único fechado hecho en
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nuestro calendario. En este contexto, hay que recordar que tanto el mismo Chauchat piensa que el final del Paijanense de la Costa Norte debió de haberse precipitado por una creciente aridez en los albores del Holoceno Medio, lo que obligó a esta gente a orientar su economía hacia el mar. Bonavia está de acuerdo con ello. Y si bien nos parece coherente, se requiere aún de información paleoclimática de esta zona para examinar mejor este período de transición Holoceno TempranoHoloceno Medio.
carbón tendríamos, más bien, 9,274-8,816 años a. C. Tanto el tipo de material, como la alteración evidente de las fechas más recientes, sugieren que los fechados hechos en caracol no son tan confiables, aunque no se les puede descartar. En suma, se puede decir que el rango desde el onceavo hasta el octavo milenio antes de Cristo es simultáneo con los fechados obtenidos en las múltiples áreas de investigación sobre la margen derecha del valle bajo de Jequetepeque, hasta incluso la margen derecha del río Zaña. Por ejemplo, en Quebrada Talambo (a tan sólo unos 6 km al sureste de Chepén, es decir, no lejos de Pampa de los Fósiles), sobre la margen sur del río Jequetepeque, se han descubierto yacimientos paijanenses contemporáneos con estos fechados de Pampa de los Fósiles-Cupisnique. Las cronologías son, pues, coherentes en la zona.
Las zonas habitadas por los Paijanenses de Pampa de los Fósiles La gente del Complejo Paiján del área de Pampa de los Fósiles-Cupisnique pobló grandes extensiones y pisos altitudinales, como se ha mencionado algunos párrafos más arriba, llegando a alturas de 1,800 m.s.n.m. Sin embargo, la mayoría de yacimientos paijanenses se concentra entre los 400 y 1,000 m.s.n.m y en las inmediaciones de los afluentes fluviales, en un medio ahora desértico, pero seguramente más verde y húmedo por aquel entonces, durante el inicio del Holoceno.
La pregunta de si existe una posibilidad de dividir en fases al Paijanense de Pampa de los Fósiles-Cupisnique es un tema de discusión. Chauchat ha sugerido que el Complejo de yacimientos, llamados Pampa de los Fósiles 27, podría representar una ocupación “tardía” del Paijanense, es decir, correspondientes para la parte final del Holoceno Temprano. El único fechado obtenido de estos sitios es 7,461-7,055 años a. C., que, evidentemente, es más reciente en comparación con los demás fechados que hemos expuesta arriba. Al respecto, es interesante que los grupos que poblaron estos sitios, al parecer, manufacturaron utensilios líticos más pequeños y, además, crearon nuevas herramientas, entre las que cabe mencionar a perforadores, piezas bipolares y puntas Paiján, pero de dimensiones bastante reducidas, lo que Chauchat considera una evolución lítica.
De hecho, el último catastro publicado sobre los sitios Paijanenses de Quebrada de Cupisnique y del valle de Chicama señala claramente que, no sólo se ha ubicado yacimientos del Complejo Paiján en zonas altas, sino que ellos presentan evidencia clara de alta densidad de ocupación humana. Por ejemplo, se ha descubierto utensilios de tipo Paiján, e incluso restos de talla típicos, resultantes de la manufactura de ellas en las inmediaciones de la zona de La Pampa, al oeste del pueblo de Trinidad, en el departamento de Cajamarca, por encima de los 2,000 m.s.n.m., lo que como bien se remarca, indica que en aquella época no hubo obstáculo natural entre las cuencas de Cajamarca, de Chicama y en el mismo Jequetepeque (Chauchat et al. 1998).
En una escala regional, al parecer, ello podría ser factible, en vista de que en las investigaciones de Bonavia en la zona de Huarmey (unos 315 km al sur este de Pampa de los Fósiles) se ha descubierto un grupo de herramientas de piedra muy similar al de Pampa de los Fósiles 27, aunque hay que admitir que se trata de dos grupos de yacimientos alejados, los cuales ya no muestran el material “típico paijanense”. No obstante, la diferencia de ocupación en ambos sitios es de aproximadamente 1,500 años de
Los Paijanenses se instalaron en diversas zonas, aunque los yacimientos en las inmediaciones del propio valle y de la actual playa han desaparecido irremediablemente a causa de la expansión urbana actual y, parcialmente, por la subida del nivel del mar durante el Holoceno (Chauchat et al. 1998). Por lo general, se les halla en las pampas desérticas al pie de los cerros,
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Tal movilidad, seguramente fue la que los llevó a desplazarse a zonas tan alejadas, hacia el sur, embarcándose en la aventura de la supervivencia en el desierto costero intervalle, y por ello, eventualmente siguiendo vías fluviales con áreas de recursos.
seguramente en busca de rocas de calidad para la talla de sus herramientas y en las inmediaciones de la Quebrada de Cupisnique, que era más húmeda que en la actualidad, probablemente con la napa freática más cercana a la superficie y con ojos de agua que pudieron ser usados por esta gente.
El mismo dinamismo de desplazamiento los llevó a habitar zonas de más altura, a los pies de las estribaciones andinas, como se ha demostrado en la Quebrada de Cupisnique y sobre todo del Chicama, donde hay evidencias de ocupación Paijanense con basurales de hasta 50 cm. de profundidad, es decir, mucho más intensiva, i.e. de más tiempo que en la misma zona de Pampa de los Fósiles. En este sentido cabe preguntarse si tales ocupaciones densas responden a algún indicio de sedentarismo o, en su defecto, a menos movilidad, una vez arribado el grupo a una zona de recursos disponibles la mayor parte del año. Sólo más investigaciones podrán arrojar más luces al respecto.
La movilidad de los Paijanenses ha sido propuesta por Chauchat de manera convincente. Se habría tratado de grupos posiblemente organizados por núcleos familiares, que se desplazaban dinámicamente en una suerte de circuito, siempre en búsqueda de recursos alimenticios de la costa y el mar, agua bebible y, seguramente, buscando renovar el stock de rocas para fabricar sus utensilios de piedra. Chauchat, Pelegrin y un grupo de investigadores de La Libertad han hecho una interesante reconstrucción a base de las evidencias de un taller lítico. De esta información podemos citar el ejemplo de un grupo de aproximadamente 7 personas, el cual se instaló y usó un taller (Pampa de los Fósiles 14, unidad 1) para la manufactura de puntas Paiján. Ellos venían de la quebrada, luego se dirigieron al litoral, y posteriormente estuvieron explorando el territorio aledaño en la búsqueda de rocas para la talla. Es evidente, pues, que hacían recorridos logísticos.
El posible origen del Paijanense de Pampa de los Fósiles Pero, ¿de donde procedían? Chauchat y Pelegrin han asumido un argumento interesante que podría darnos la pista. En las estribaciones andinas se ha hallado puntas de tipo Paiján junto a puntas “cola de pescado” y según la mayoría de expertos, las puntas cola de pescado anteceden en el tiempo a las Paiján. De tal modo que se deduce que algunos grupos humanos, en plena migración y descenso a la costa desde los Andes, adaptados a cazar fauna terrestre por medio de la punta cola de pescado, se vieron forzados a crear un nuevo tipo de punta, puesto que cambiaban de medio ambiente y el arma de caza debía estar ahora preparada para la fauna marina.
Además, es posible que tuvieran conductas de previsión en cuanto a los materiales. Chauchat ha llamado la atención sobre la posibilidad de que los talladores dispusieran de rocas seleccionadas y, posiblemente, ya parcialmente talladas (como por ejemplo preformas de tipo Chivateros), listas para reducción por percusión, almacenadas en pozos o silos. Ello podría ser comprobable, por ejemplo, con ciertos grupos como los Clovis norteamericanos con sus famosos caches o pozos, donde guardaron puntas Clovis de excepcional belleza y manufactura, ocre, artefactos de hueso, etc. De modo que las palabras de “previsión” y “rápida movilidad” debieron de haber sido consignas para los Paijanenses en un medio desértico, como en el de entonces. Por otro lado, parece una conducta coherente, justamente por el medio ambiente en el que tuvieron que sobrevivir.
El argumento es convincente, aunque hay que señalar que las asociaciones de ambos tipos de puntas son aún escasas. Además, ya hemos hecho la referencia a Credou (2006), quien piensa que la punta de tipo Paiján difícilmente podría penetrar las escamas de una corvina dorada. El mismo Chauchat indica la existencia de puntas de este tipo a unos 2,000 m.s.n.m. lo cual permite concluir que la punta no necesariamente sirvió para la caza marina. Incluso Gálvez Mora piensa
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en el oeste, y con otro tipo de funciones. De modo que hay una fuerte cuota de particularidad en la confección de sus herramientas y en el diseño de ellas. Este aspecto debe ser tomado en cuenta cuando se hacen comparaciones intercontinentales.
que pudieron haber sido usadas hasta para la caza de cérvidos en el valle de Chicama. Es evidente, pues, que se necesita un estudio experimental para comprobar la eficacia del supuesto arpón, función que le ha sido atribuida a la puna Paiján. Un poco más adelante retornaremos a esta discusión.
Dentro de este contexto lítico, uno de los campos estudiados más en detalle por Chauchat es precisamente el de las herramientas de piedra. Es posible que dentro de la historia de la investigación precerámica peruana, el aporte de Chauchat en el conocimiento de la tecno-tipología lítica del Paijanense, sea el más grande, al momento. Justamente, es gracias a su esfuerzo que conocemos con lujo de detalles cómo se organizaban los talladores paijanenses en la Costa Norte para elaborar las puntas de tipo Paiján. Para manufacturarlas se generó, en primer lugar, un esquema operativo y luego se procedía a emplear las técnicas de ejecución, obviamente, con los frecuentes problemas que suceden cuando se elaboran implementos de piedra. Ésta es una buena oportunidad para presentar brevemente algunos de los fascinantes resultados a los que llegó Chauchat luego del estudio de las herramientas de piedra del Paijanense, ciertamente, la primera tecnología de los habitantes de la Costa Norte.
Lo que sí queda claro, es que este tipo de evidencia podría corresponder, más bien, a una serie de expediciones de los propios grupos Paijanenses a la sierra, fuera del área litoral, aprovechando la buena calidad de las rocas de alturas y anticipando futuras exploraciones, tal como lo propone Chauchat. De hecho, algunos pocos restos de talla de roca de alta calidad y de tipo serrana son encontradas no pocas veces al pie de las estribaciones andinas, las cuales podrían haber sido, simplemente, pérdidas de bolsas de algún tipo de material, las cuales eran llevadas por los grupos Paiján costeros que habían alcanzado 100 km al este y penetrado el pie de las estribaciones andinas (Chauchat et al. 2003). Otro tema que también parece estar fuera de discusión es que la silueta de la punta Paiján no fue un proyecto azaroso ni menos aún resultó de la noche a la mañana. La cadena operativa que ahora se conoce (que se generó en torno a la elaboración de una punta así) fue complicada y demandó esfuerzo. Es precisamente, a nuestro juicio, lo más importante en la manufactura de este tipo de puntas, siendo la silueta, más bien, el resultado de una serie de gestes que las han configurado. Por ello, resulta poco razonable comparar siluetas o contornos de piezas como ésta, a nivel continental. Tal es el caso, por ejemplo, de las puntas colombianas llamadas “Restrepo”, pues si bien las siluetas coinciden en el hecho de ser pedunculadas, no se conoce aún detalles sobre la confección y cadenas operativas en torno a este tipo de punta. Es como comparar, absurdamente, las puntas foliáceas andinas, con las del Szeletiense centro europeo de hace 50,000 años, son casi idénticas, pero que responden a diferentes cadenas operativas, contextos, medioambiente y, probablemente, funciones; de allí, la importancia de los estudios prehistóricos comprehensivos. En Norteamérica, por su parte, las puntas pedunculadas más antiguas, corresponden a territorios de las altas montañas
Figura 19. Localización del área donde se encuentran los yacimientos del Complejo Paiján, en Pampa de los Fósiles y Cupisnique, La Libertad (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
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luego proseguir y terminar de manufacturar las puntas en los talleres.
La tecnología de la piedra durante el Paijanense
Pelegrin y Chauchat (1993) han realizado una serie de experimentos líticos para evaluar y determinar el tiempo y grado de dificultad de las talla de las puntas Paiján. En primer lugar, se tallaba inicialmente por medio de violentos golpes con un percutor de piedra (muy posiblemente un guijarro), un soporte, o bloque de piedra que el artesano ya había “prefigurado” en su mente, en función de lo que iba a hacer, es decir, un primer esbozo bifacial. Ellos estiman que esta fase de trabajo se realizaba tan sólo pocos minutos, sin embargo, era decisiva, pues algún error echaba a perder la pieza en formación.
Chauchat ha podido reconocer la existencia de una serie de áreas ocupadas por los grupos paijanenses de aquella época, las que ha clasificado como campamentos (o áreas de vivienda temporal), talleres de manufactura de puntas tipo Paiján, y canteras de donde obtenía la materia prima, vale decir, rocas para elaborar los utensilios de piedra. De acuerdo a las investigaciones de Chauchat se puede decir, que este tipo de utensilios ha tenido como principal finalidad la adaptación al desierto y explotación de los recursos marinos del mar de la Costa Norte.
Uno puede entonces imaginar, a un pequeño grupo de talladores que iban a buscar y seleccionar buena calidad de materia prima, en el caso de la costa norte, riolita, muy probablemente extrayéndola en forma de lajas de medidas adecuadas para ir reduciéndolas mediante los golpes que se daban con los guijarros sobre los bordes de las piezas.
Los Paijanenses habrían seleccionado determinado tipo de rocas para la confección de ciertos tipos de herramientas. Es decir, que discriminaron a las rocas de acuerdo a sus calidades para destinarlas a hacer diferentes utensilios. De allí, que rocas como las riolitas rojas y amarillas han sido usadas, preferentemente, para la talla bifacial, lo que implicaba golpear en los bordes de las piedras seleccionadas, pero siempre sobre las dos superficies, para así “reducirlas” o hacerlas “más delgadas”, con la finalidad última de obtener piezas de forma ovalada que serían las futuras puntas Paiján. Por otro lado, rocas como andesitas, basalto, arenisca, entre otras, fueron seleccionadas para la elaboración de utensilios como cuchillos, raederas, muescas, perforadores, entre otras.
De acuerdo a las observaciones de Chauchat y Pelegrin, los talladores seleccionaban piezas sobre todo anchas y de gran espesor, mientras que la longitud se modificaba muy poco. De modo que se requería de experiencia para ello, seguramente garantizada por talladores que dominaban los procesos de reducción.
Las canteras: seleccionando rocas para tallar
Este control y la poca modificación de la longitud de las puntas, también gobernaba los procesos de fases posteriores como la de presión y retoque de las puntas, de manera tal, que las piezas foliáceas del taller eran casi del mismo largo que las puntas terminadas. Se trata, entonces, de una evidencia más de pericia de los artesanos.
La primera parte de esta secuencia de trabajo se halla en el momento en el cual los talladores se dirigen hacia la cantera para la extracción de la materia prima. Un buen ejemplo es la cantera denominada PV22-104, en el sitio de Pampa de los Fósiles 12 (figura 19). En sus inmediaciones se descubrió una serie de campamentos y talleres. En estos últimos, se encontró el mismo tipo de roca tallada, lo que indica que un primer trabajo de tipo esbozo se realizaba en la cantera, para
Una vez iniciada la talla, uno de los principales problemas era, por ejemplo, la formación de una nervadura central vertical zigzagueante, existente en la parte media de gran cantidad de estas piezas bifaciales, resultado de la falta de control de la extensión de las lascas que se van extrayendo. Las toscas aristas que conforman esta nervadura, hacen inservible a estas piezas, de modo tal, que fueron descartadas inmediatamente, pues el esfuerzo en corregirlas era absurdo en términos
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ReconstrucciónLos delgrupos medioambiente humanos
Se ha descubierto, también, por medio de experimentos llevados a cabo por prehistoriadores, que el trabajo invertido en dar los golpes en los cantos de estas lajas, siempre estuvo acompañado por un examen cuidadoso del artesano de la zona donde va a percutir. Un golpe demasiado violento echaría a perder el trabajo. Uno sin fuerza y mal dirigido, podría crear una arista que hacía inservible a la pieza en términos de forma y, de esta manera, tener la necesidad de desecharla. Se cree por ello, que los talladores frotaban los cantos o bordes de las piezas, pues la frotación calienta y prepara la zona a golpear y hace que la extracción de las lascas sea más homogénea y permita una reducción más controlada con las características deseadas por los artesanos. Guijarrillos de cal o arenisca sirven bien para este propósito y a pesar que no se les haya encontrado en los trabajos de campo, es muy posible imaginar sus usos en el pasado. De hecho, el trabajo de un bifaz, puede implicar la mitad del tiempo dando suaves golpes y frotando las pequeñas superficies a golpear, para luego percutir y lograr buenas lascas. De esta forma se controla mejor el proceso de reducción y se evitan errores y accidentes de talla. Se trata de una herencia, un savoir-faire que los Paijanenses heredaron de sus antepasados del Paleolítico.
de inversión de energía, considerando la abundancia de rocas disponibles. Otro accidente frecuente es la fractura de la pieza bifacial, debido, también, a la falta de control en el golpe dado, frecuentemente, exceso de violencia que terminó en romper a la pieza que estaba siendo reducida. Por medio de análisis de tecnología lítica y de experimentos, los arqueólogos han podido reconocer este tipo de problemas en las piezas de estas épocas tan remotas. Es por ese motivo que se puede evaluar la destreza del artesano de aquella época. Dentro de este contexto, no hay que descartar la posibilidad de la ejecución de una serie de tests que tenían como finalidad evaluar la calidad de la roca a tallar. Muchas rocas contienen inclusiones de minerales como domos de cristales, cúmulos de minerales, diaclasas (que son virtualmente zonas de debilidad de las rocas). Estas características pueden echar a perder el trabajo de talla invertido. De allí la importancia del examen de las superficies de las rocas que han sido seleccionadas antes de reducirlas, para no invertir en un trabajo en vano. Es posible que este grupo de exploradores efectuara estas pruebas en las canteras para discriminar el material idóneo para el trabajo.
Chauchat también ha encontrado piezas de sección triangular y alargadas, que habrían sido una especie de “picos” usados para extraer los bloques de piedra a tallar y con otras funciones como descombrar. Otro aspecto de interés, es el aprovechamiento de lascas como soportes, en lugar de los bloques o lajas naturales. Ello habla de una economía de materia prima y de sentido de pragmatismo.
El tipo de percusión al que fueron sometidas estas piezas bifaciales era por medio de guijarros, seguramente de diferentes tamaños, formas y pesos, como es frecuente ver en el equipo de los talladores modernos. Los expertos piensan que esta primera fase de trabajo era llevada a cabo, tomando a la pieza para tallar sobre un muslo, el cual posiblemente era protegido con algún material orgánico amortiguador de los golpes, mientras que con la otra mano se tomaba el percutor y descargaba los golpes sobre los bordes de las lajas, alternando las superficies donde se impactaban los golpes, siempre cuidando la forma, el espesor, el ancho de la pieza, para que la silueta no perdiesen el volumen ideal a ser reducida, hasta llegar a la punta de proyectil.
Talleres de puntas Paiján: un trabajo de alta precisión Las piezas ya formadas, con una característica silueta aproximadamente ovalada, eran luego transportadas a talleres de confección de puntas de proyectil del tipo Paiján. También se sabe que las rocas talladas previamente en las canteras, eran traídas desde estas fuentes de materia prima, que en general, se encontraban en las inmediaciones del taller. Por ejemplo, las
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20 minutos o algo más, se obtenía una pieza en forma aproximadamente de una “gota de lágrima” con muy poco espesor, que Chauchat ha denominado bien “pieza foliácea” en razón a su similitud con las epónimas del paleolítico europeo. Una vez finalizada, en el mismo taller, se empezaba con el trabajo de presión. Éste, según los experimentos realizados, puede haber implicado gran inversión de tiempo y un alto grado de pericia de los artesanos líticos, ya que a estas alturas del trabajo, cualquier error echaba a perder la pieza en formación.
preformas que se tallaban en el taller de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1, se traían de la cantera denominada 125, tan sólo a unos 1,200 m al suroeste del taller, de modo que fuera más fácil el transporte desde el promontorio rocoso, hasta un área plana y luego acondicionada con fogones y, posiblemente, “asientos” (puestos de talla) para lograr confort en un trabajo tan delicado como el de la elaboración de las puntas Paiján.
El trabajo de presión era de tal cuidado y delicadeza que podría haber implicado al menos unas 7 horas en su elaboración, hasta la finalización de la punta. En el taller de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1, se ha encontrado un posible compresor de hueso, aunque este tipo de hallazgo es raro. Pero veamos más de las conclusiones a las que han llegado estos autores.
De acuerdo a las observaciones de los expertos se puede decir, incluso, que la extracción de rocas desde la cantera, al parecer, no ha sido un asunto de presión ni de tiempo ni de productividad, sino más bien, “relajado”. Si bien se pudo haber traído mas material para tallar, esto no se hizo así y simplemente se seleccionó algunos bloques de calidad y se exploraron otras zonas para la adquisición de más variedades, lo que se comprueba en la gama de rocas talladas, al menos en el taller de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1. Los talladores paijanenses parecen, entonces, haber conocido ampliamente su oficio.
En cuanto al tiempo, los experimentos llevados a cabo por Jacques Pelegrin y Claude Chauchat indican que la extracción de la riolita en la cantera cercana al taller, pudo haber durado unas 10 o 15 horas, mientras que el tiempo consagrado a la talla de las puntas fue de unas 35 a 60 horas fue, de modo tal que se trata de ocupaciones humanas efímeras. Chauchat calcula que para la adquisición de las rocas a tallar y la formación de los bifaces tipo Chivateros, al menos se requirió un día, mientras que para el trabajo de talla de las puntas y demás utensilios de piedra pudo haberse empleado unos dos o tres días.
Los talladores entonces, con el material ya reducido, empezaban con un trabajo más delicado de talla, usando alternativamente percutores de piedra, como los conocidos guijarros, para luego trabajar casi exclusivamente por medio de percutores llamados “blandos”, que, según Chauchat, debieron de haber sido trozos de formas adecuadas (alargadas) del cerne del algarrobo, asibles a la mano, con los cuales se tallaron las piezas. Los Paijanenses, al parecer, conocían las propiedades y ventajas que ofrecían este tipo de percutores, ya que el golpe de esta especie de palo duro de madera que se da sobre la roca produce lascas más anchas, pero a la vez, delgadas y menos toscas que las que son producidas por piedra. La extracción de este tipo de lascas, hace que el llamado proceso de adelgazamiento o reducción de las piezas bifaciales sea mejor controlado y se pueda, literalmente, “moldear” a las piezas ovaladas traídas desde las canteras.
Siempre, en este mismo taller, al parecer se confeccionaron exitosamente de 12 a 22 puntas tipo Paiján, mientras que entre 13 a 17 fueron resultados fallidos durante el proceso de fabricación. También se ha hallado fragmentos de roca tallados por medio de unos cuantos golpes con el percutor, tarea que, siempre de acuerdo a Chauchat, es posible que haya sido hecha por niños. Por otro lado, por los rasgos de los propios artefactos líticos, se puede suponer que eran varias personas las que tallaban y no exclusivamente una sola. Este grupo pudo haber estado compuesto por 4 a 6 talladores expertos, una mujer adulta, probablemente un adolescente y un niño. Indicios de que este último estaba presente se
Una vez que se ha tallado por medio de este procedimiento, que puede haber llevado unos
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puestos de talla, donde los artesanos tallaban las piezas foliáceas y que de acuerdo a su ubicación, parecen haber estado sentados alrededor de un fogón que estaba ubicado, justamente, en una zona ventilada, es decir, un trabajo hasta cierto punto social, de aprendizaje y a la vez con la comodidad de tallar piedra abrigados por el fuego.
hallan en las pequeñas rocas fragmentadas que fueron recogidas en las inmediaciones del taller y débilmente golpeadas por percutor, sin mostrar el orden de reducción que conocían los talladores expertos. No es difícil imaginar, que el o ella, emulaba el gesto de los mayores, conducta que hoy es frecuente en la sociedad actual, cual niño imitando al adulto.
Las viandas eran también necesarias durante el trabajo. En este sentido, es interesante, que en el mismo taller se haya encontrado una especie de pozo de desecho con restos de alimentos, entre los que se cuentan pescados como corvina, liza, suco (Paralonchurus), lagartijas (Teiidae), aves y caracoles terrestres, que seguramente servían de merienda a los artesanos líticos. En vista de la falta de conservación de los pescados, seguramente ellos fueron los primeros en ser consumidos y luego los alimentos de origen terrestre. Los caracoles pudieron haber sido tomados de las paredes rocosas de las inmediaciones.
A base del análisis de los restos líticos, usando analogías llamadas etno-arqueológicas y algunos experimentos líticos, Chauchat ha llegado a la conclusión de que la actividad de talla era un proceso didáctico, en el cual formaban parte maestros artesanos y aprendices, posiblemente jóvenes o adolescentes. Como resultado de ello, Chauchat y sus colaboradores han hallado una serie de restos como, por ejemplo, bloques de piedra pequeños y bastante desbastados, que suelen ser producto de gente inexperta en talla lítica. De igual manera, la presencia de puntas diminutas talladas sobre lascas, podría responder a ejercicios de niños o adolescentes que imitaban a los maestros talladores. También es posible distinguir, entre los restos dejados, un nivel intermedio. Es probable que éstos hayan sido producidos por jóvenes que ya en pleno ejercicio, habrían aprendido a hacer bifaces tipo Chivateros, empero, aún no manejaban la técnica del adelgazamiento de la pieza, que es probablemente uno de los factores clave en el éxito de lograr una buena punta tipo Paiján. Al parecer, ellos tampoco tenían éxito en la formación de una simetría homogénea, que es un factor clave en el proceso de reducción lítica bifacial.
De igual modo, a base de tal evidencia alimenticia expuesta, es posible admitir la hipótesis de que la gente que llegó al taller de
Además, la presencia de bloques de piedra sobre la superficie del taller de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1, puede interpretarse, alternativamente, como “asientos”, donde los talladores efectuaban su oficio, posiblemente enseñando a jóvenes aprendices la técnica de la talla de la piedra, cual maestros pioneros, hace al menos 10,000 años.
Figura 20. Puntas de tipo Paiján de la zona de Pampa de los Fósiles-Cupisnique (colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Precisamente es en este taller, donde Chauchat y sus colaboradores han concluido a base de sus estudios, que hubieron al menos 13
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Pampa de los Fósiles 14, unidad 1, era, más bien, procedente de una expedición pescadora, la cual, sin haber procesado el pescado obtenido, llegó desde el litoral a la zona, con la finalidad de instalar un taller de puntas Paiján. Es evidente, entonces, que las ocupaciones de tipo taller procedan de este tipo de actividades de muy corta duración, lo que Chauchat ya había sugerido anteriormente (Chauchat et al. 1992).
Ya nos hemos referido a los cuestionamientos sobre la función de las puntas Paiján. Habría que añadir, finalmente, que el propio Chauchat y sus colaboradores han hallado este tipo de puntas no sólo en sitios vinculados a la explotación marina, sino más bien, tierra adentro, significativamente alejados del mar, como en Quebrada La Calera y Quebrada Santa María, lo que explicaría la diversidad de puntas tipo Paiján y sus posibles usos diversos, repetimos, en caso de haber sido usadas como arma. Coincidimos con los autores, que sólo estudios en detalle de cada colección podrán arrojar luces al respecto, pues, inclusive dentro del mismo contexto de los sitios de Quebrada de Cupisnique, no está explicado por completo el modo de uso de tales supuestos “arpones”, sobre todo en un mar que puede no siempre ser tranquilo y cristalino. No obstante, se ha planteado la posibilidad de que lornas y lisas, especialmente grandes, puedan ser atrapadas por medio de este tipo de puntas en la playa, pues ellas prefieren la zonas anteriores a las olas cuando van a la búsqueda de peces pequeños y “muy-muy” (Emerita analoga) (Bearez et al. 2003). La discusión pues, continúa.
Las puntas de tipo Paiján: La primera tecnología de la costa peruana El reto de crear un pedúnculo bastante delgado, un espesor magro y una punta perforante larga, sin duda, era difícil. Para poder tener éxito, el tallador tenía que controlar las superficies donde iba a presionar con el compresor (posiblemente hecho de un fragmento punzante de cornamentas de cérvidos). Expertos como Pelegrin y Chauchat llaman la atención sobre la gran pericia que se requiere, sobre todo, para presionar la parte perforante de la punta, que en algunos casos llega a pasar los 3 cm. de largo con un ancho de apenas 2 a 3 mm., sin llegar a romperla y echar a perder todo el trabajo previo (figura 20). Este trabajo de precisión requería de la máxima concentración de los artesanos de la piedra. Precisamente, por ello es que los talleres suelen hallarse a cierta distancia de los campamentos, además que la propia actividad de talla produce desperdicios y esquirlas de piedra que pueden causar daño a quienes moran en las viviendas.
De vuelta al tema de la técnica, la alta dificultad en la terminación de la pieza se evidencia, además de lo arriba expuesto, a través de la casi imposible tarea de remover lasquitas por presión desde los bordes de la parte perforante, sin romperla, a pesar de que se requiere un grado de fuerza considerable para seguir extrayendo este tipo de lasquitas de los bordes sin perder de vista la simetría de la pieza e, inclusive, cuidando de que las lasquitas no se reflejen (que es un accidente que sucede cuando las remociones no se extraen completamente, malogrando todo el trabajo).
Con el pedúnculo logrado, era sencillo fijar la punta a un vástago como una caña, que a la vez podía servir de flotador luego de que el pez fuese arponeado, para así recogerlo con mayor facilidad, esto es válido si seguimos asumiendo esta función de la punta que ya ha sido cuestionada por otros investigadores, como hemos visto. Para Chauchat se trata, pues, de una supuesta suerte de puntas de “cabeza de arpón”, las cuales fueron manufacturadas por los artesanos con estándares de unos 10 cm., sin superar los 15 cm. de longitud, aunque hay excepciones.
Bajo la concepción de que fueron talladas para usarlas como arpones, Pelegrin cree que el espesor tan fino de las puntas se podría deber a dos factores, intencionalmente buscados por los Paijanenses. En primer lugar, al penetrar, la punta no habría maltratado la carne del pez, pues éste moría a causa de la herida. En segundo, se
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que es posible que la presencia de ambos tipos de puntas en el mismo taller, podría explicarse por el abandono de un tipo de tecnología de la manufactura de puntas “cola de pescado”, en vista de que originalmente pertenecen a otro medioambiente y a la adopción de una nueva forma en respuesta al ingreso y adaptación al desierto y el mar de la Costa Norte, es decir, según él, estaríamos frente a un rápido proceso de transformación con la finalidad de la adaptación a un nuevo medio ambiente.
notaría en este tipo de “arma” que los Paijanenses cuidaban de no estropear las escamas del pez. Este investigador piensa que se podría haber usado piel de pescado como materia prima para manufacturar algún tipo de ropa, lo cual se ha documentado en algunos otros grupos humanos en Siberia o Japón. Ya hemos visto algunos datos fascinantes de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1. La presencia de la gente que ocupó este sitio se ha explicado bajo dos hipótesis: la primera sostiene que una vez que el grupo de talladores terminó las nuevas puntas, se dirigieron a la orilla, lo que podría haber significado un día de viaje a pie. Luego de la pesca, habrían retornado a la zona de Pampa de los Fósiles en búsqueda de nuevo stock de materia prima, alternando con las incursiones en la costa para conseguir recursos alimenticios terrestres. La otra hipótesis que se desprende de este yacimiento es que hubo dos grupos de Paijanenses, unos propiamente de la costa, mientras que otros de más altura y que posiblemente intercambiaron productos, tales como pescado y rocas aptas para la talla.
De regreso en el Paijanense “tradicional”, en los talleres también se han descubierto unas herramientas llamadas “unifaces”, que no son sino una especie de raspadores de forma ovalada, posiblemente para raer superficies orgánicas, como maderas, huesos, etc. Ellos fueron elaborados en rocas distintas a la riolita, lo que indica el nivel de conocimiento de los Paijanenses de la materia prima disponible. Chauchat ha supuesto que tales “unifaces” fueron artefactos con múltiples usos, uno de los cuales debió ser el de regularizar las superficies de los pequeños bastones de madera de algarrobo, los cuales servían de percutores para la confección de las piezas foliáceas en pleno proceso de talla de las puntas Paiján.
Un dato de relevancia es que todo este procedimiento, realizado en talleres, ha podido ser fechado por radiocarbono de manera indirecta. Se trata de un campamento que dista tan sólo unos 150 m de la cantera denominada Pampa de los Fósiles 14-1, a pesar de que, como bien lo afirma Chauchat, no hay ninguna prueba directa de que ambos sitios hayan sido ocupados por la misma gente. Este yacimiento ha proporcionado cinco fechas (Chauchat et al. 2003) que oscilan entre 10,917 y 8,324 años a. C. A modo de hipótesis, la manufactura lítica de puntas Paiján remontaría nada menos que hasta el Pleistoceno Terminal, lo que no sería sorpresa, por los hallazgos que viene haciendo Dillehay y su equipo más al norte. Además, en consideración de todos los demás fechados del Complejo Paiján de la Costa Norte, se puede asumir que este tipo de talla se prolongó al menos hasta el octavo milenio a. C.
En este sentido, hay que mencionar que en el taller de Pampa de los Fósiles 14, unidad 1 (que ya hemos tomado como ejemplo varias veces por la gran cantidad de datos importantes), se ha logrado reconocer que algunos unifaces fueron afilados o “reavivados” (que es una técnica por la cual, los bordes de las herramientas de piedra son retocados cuando ya no cumplen la función deseada, para así ponerlos de nuevo en funcionamiento), mientras que otros fueron usados y luego exportados, o llevados a otros sitios.
Campamentos: lugares de habitación de corta permanencia También se han hallado lugares de habitación llamados campamentos. De los restos en superficie se puede deducir que prepararon e instalaron una especie de biombos o cobertores dispuestos a manera de arco, el cual podía llegar a ser entre 1/3 a 2/3 de la circunferencia y medir entre 4 y 5 metros de diámetro, en algunos casos,
Ahora bien, las puntas tipo Paiján han sido también halladas en contexto con las de tipo “cola de pescado”, en la zona de Quebrada Santa María, que ya hemos expuesto en el capítulo correspondiente (Briceño 1994). Chauchat piensa
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llegando a 7 metros. Las aberturas de los arcos, es decir, las “entradas” de este tipo de viviendas precarias se hallaban, en la mayoría de los casos, hacia el norte, lo que denota claramente la búsqueda de protección de los vientos del sur. Es posible que las paredes hayan sido de mimbre o de algún material perecedero, para protegerse del viento y, probablemente, para dormir junto al fuego, además de servir como lugar para realizar actividades, seguramente, alrededor de áreas de combustión, tales como cocina, preparación de alimentos y manufactura de artefactos.
la basura, según las evidencias. No encontramos una explicación coherente al respecto. Los límites de los campamentos están conformados por utensilios terminados y no por desperdicios de talla (débitage), lo que sugiere que ellos fueron dejados allí intencionalmente. Esta evidencia sumada a la de los fogones, que casi nunca están en el área central del campamento, lleva a Chauchat a plantearse la posibilidad de la existencia de una suerte de tiendas o abrigos hechos de algún material que no permita en paso del viento y de la arena del desierto, sobre lo cual nos hemos referido algunas líneas atrás.
Estas áreas, además, presentan fogones o zonas de combustión. Las hay de tres tipos: fogones sobre la superficie, fogones en cubetas (es decir en hoyos) y amontonamientos de desechos quemados. Algunos fogones en hoyos sirvieron como depósitos y otros, literalmente, como basureros. También pudieron servir como calefacción para los artesanos durante el trabajo de talla, según los autores, probablemente durante los meses de más frío de la costa peruana. Finalmente, algunos otros que se han encontrado en el fondo y la parte más abrigada de los paravientos pudieron servir para calentar esta zona, posiblemente usada para dormir por las noches, como hemos mencionado líneas más arriba (Chauchat y Demars 1989).
Es de notar, también, la ocurrencia de piedras fragmentadas por combustión. Esta evidencia, según Chauchat, puede ser interpretada mediante el procedimiento de colocar piedras muy calientes en algún tipo de recipiente para hervir el agua y cocer los alimentos o, eventualmente, para asar alimentos directamente sobre las piedras, lo que en este caso puede haber sucedido con los cañanes (un tipo de lagartijas), antes de su consumo. En los campamentos se suele encontrar herramientas de piedras más simples que las bifaciales, como denticuladas, algunos guijarros tallados y lascas usadas para diversos fines. Este tipo de utensilios pertenecen al grupo de los llamadas unifaciales, que a diferencia de las bifaciales, son artefactos de piedra tallados y retocados sólo sobre una de sus superficies.
Dentro de los campamentos, se ha hallado también concentraciones de piedras que pueden estar en el fondo o eventualmente en el centro del arco. Es posible que se trate del afianzamiento de postes de algún tipo de material (¿madera de algarrobo?), los que sostenían una suerte de techumbre, aunque esto es especulación. En las “entradas”, donde el arco se abre y también en las partes externas de las viviendas, se ha descubierto batanes, donde seguramente se molía algún tipo de materia orgánica, supuestamente las vainas y/o semillas de algarrobo, tal como lo plantean Chauchat y colaboradores (1992).
La distribución de estos productos líticos es interesante para entender qué se hacía con ellos. Por ejemplo, un rasgo de interés es la amplia distribución de los utensilios usados, cuyo retoque es el resultado de un simple uso. Ellos se encuentran en varios lugares al interior de los campamentos. En cambio, los denticulados toscos y microdenticulados parecen tener agrupaciones distintas que indican una función diferenciada. Lo mismo ocurre con la presencia de guijarros, que puede interpretarse como “manos para molienda” en los batanes, los cuales han sido mencionados líneas arriba. Algunos artefactos de piedra con filo usado que se hallan en las inmediaciones de los batanes, habrían servido para raspar la
Resulta también interesante que los restos evacuados, aparentemente desperdicios de las actividades llevadas a cabo dentro de los campamentos, se encuentren fuera de la abertura, pero gran cantidad de este tipo de material también se halla dentro del área de habitación. Vemos, entonces, que también vivían en medio de
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superficie de ellos y limpiar y recuperar los restos orgánicos procesados. Otros guijarros podrían haber intervenido en tareas como las de cortar la leña que se usaba para los fogones.
porque podría penetrar en el pez, atraparlo, y presumiblemente ser recogido por el pescador, por algún tipo de mecanismo, cual arpones que son recuperados con la presa inserta. No obstante, ya hemos visto que actualmente ello ha sido sujeto de debate (Credou 2006).
Finalmente, si bien no estamos en condiciones de saber qué sexo era el responsable de las diversas faenas, según Chauchat, es posible especular sobre la posibilidad de que los campamentos con este tipo de evidencia y que implican recolección, puedan haber sido ocupado mayormente por mujeres. Por el contrario, la elaboración de las puntas y la “caza” de peces, ya sea por arpón, anzuelo, o red, puede haber sido la responsabilidad de los hombres del grupo. Aunque hay que insistir, como bien dice Chauchat, que estamos en el terreno de la pura especulación a partir de observaciones etnográficas.
De acuerdo a Chauchat, el grupo de animales con mayor representatividad en todos los yacimientos paijanenses es el de las pequeñas lagartijas, conocidas hoy como cañanes (Dicodon sp.). Actualmente se les conoce y aun consume en la Costa Norte y se dice que su carne asada es agradable. De hecho, Gálvez Mora (1999) apunta que su carne tiene un valor aproximado de 78% de proteínas. Holmberg (1957) nos cuenta cómo son atrapados y consumidos, de acuerdo a sus observaciones en Chao y Virú -tal como lo pudieron hacer hace 10,000 años los paijanenses. Según el autor los cañanes eran capturados por medio de pequeñas palizadas de cañas y luego se les golpeaba para fracturarle la columna vertebral. Posteriormente, ya inmovilizados se les sometía a las brazas para poder extraerles las escamas, simplemente con las uñas. Una vez hecho ello, sobre las cenizas calientes, el cañán ya preparado se cocina en 10 minutos.
Recursos alimenticios de los Paijanenses En un primer momento, cuando se descubrían los tallares de Pampa de los Fósiles se pensaba que los paijanenses eran cazadores de fauna extinta, debido a que los restos líticos eran hallados en las inmediaciones de este tipo de huesos. Pues bien, a excepción del abrigo de Quirihuac, ello ha quedado descartado debido a las investigaciones de Chauchat, Fontugne, Falguères, y Guadelli, científicos franceses que han determinado que este tipo de animales del Pleistoceno Terminal vivió antes y, aparentemente, hasta cuando los primeros seres humanos llegaron a estas zonas (Falguères et al. 1994).
Otros recursos importantes han sido el bagre (Ariidae), la lisa (Mugil sp.) y los Sciaenidae, sobre todo Micropogonias sp., es decir, corvinas. Todos ellos son accesibles en la orilla y en estuarios del mar que bañaban al desierto de Pampa de los Fósiles. Entre ellos, por lo general, la lisa era el pescado más consumido, seguida de la corvina. Sumado a esto, llama la atención la abundante presencia de anchovetas en Ascope 5 y es válida la pregunta acerca de la posible utilización de redes para capturar este tipo de peces durante el Holoceno Temprano. Si ello habría sido así, resultaría innovador y precoz para la época, aunque hay que recordar que Bonavia afirma que peces pequeños como la anchoveta pueden ser atrapados por medio de encañizadas, o cestería de mimbre (Chauchat y Bonavia 1995, Bonavia 1996), lo que bien puede ser factible.
Pero entonces, ¿de qué se alimentaban los Paijanenses? Un estudio de la especialista Elizabeth Wing, sobre los restos de animales en los campamentos paijanenses, demuestra que estos tempranos pobladores de la Costa Norte centraban su fuente alimenticia en mamíferos pequeños terrestres y, secundariamente, en peces (Chauchat 2006). Mientras que los primeros pudieron ser capturados simplemente por medio de trampas, la pesca de los peces posiblemente dependía de un arma certera, capaz de atrapar, literalmente, arponear al pez. Por ello, Pelegrin y Chauchat piensan que la punta Paiján se adecuaba perfectamente a este fin, principalmente
Credou (2006), quien ha hecho un estudio minucioso de la fauna marina, ha demostrado la probabilidad de la pesca por medio de redes tejidas de juncos o materiales similares, que
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Huarmey, como lo plantea Sandweiss- o que algún tipo de laguna o estuario con peces de aguas calientes hubiera existido en alguna parte de la Costa Norte. Esta última hipótesis ha sigo sugerida por Credou (2006), ya que de acuerdo a ella, las corvinas y lisas, por ejemplo, pueden desarrollarse en un ambiente de estuario. La misma autora deja abierta la posibilidad de que la afluencia de estas especies de mar tropical en la Costa Norte peruana puede haberse debido al posible desplazamiento hacia al sur de la zona de convergencia intertropical, aunque ello es aún materia de estudio.
era más frecuente en un medio más húmedo, como ella piensa pudo ser durante el Holoceno Temprano y con lo que hemos visto, en opinión de Mario Pino, tal puede haber sido el caso. Ello avala la precoz inferencia de Bonavia. Otros peces con similar o algo menor presencia son Albula vulpes, Gerreidae y Cathorops sp. Las variedades de peces y sus diferentes ocurrencias a lo largo de los yacimientos paijanenses, según Wing, serían explicables por tres factores: la estación de pesca, la explotación de los diversos hábitats y la técnica empleada en sus capturas, ya sea anzuelo o red. De hecho, la diferencia en el tamaño de los peces constituye para Wing la posibilidad de uso de redes, sobre todo tratándose de anchovetas con un promedio de 36 g y de entre 10 a 20 cm. de longitud, o de sardinas (Clupeidae) de 41 g, que también fueron atrapadas por la gente del Complejo Paiján. Ambos peces suelen agruparse en bancos de grandes cantidades y a unos 15 metros bajo la superficie hasta aguas más profundas en el día, mientras que por la noche suelen encontrarse a menos profundidad, de modo tal que se les puede capturar más fácilmente. La imaginación nos puede entonces llevar a pensar en grupos de pescadores nocturnos con redes, eventualmente, aunque hay que insistir en que ello ha sido puesto en tela de juicio, tal como se puede ver en los párrafos anteriores.
Menos abundantes son animales terrestres, tales como pequeños roedores (Cricetidae), cérvidos, vizcacha (Lagidium peruanum) y el zorro (Dusicyon sechurae), alguno investigadores dan a estos últimos, un sentido más bien ritual y no de consumo, tal como se ha sugerido en la cultura Las Vegas. Wing también llama la atención sobre la variedad de origen de la fauna encontrada en los yacimientos paijanenses. Mientras que los yacimientos de Pampa de los Fósiles contienen mayormente fauna marina, los sitios más alejados del mar parecen mostrar que allí se consumió fauna terrestre en mayor proporción. No obstante, la poca ocurrencia de fauna terrestre en sitios de Pampa de Los Fósiles, la cual estaba relativamente más cerca del mar que los otros yacimientos, aunque siempre distante de la orilla, al menos a 30 km. aproximadamente (posiblemente unos 50 km., de acuerdo a la línea batimétrica presentada aquí), sugiere la escasez de este tipo de recursos, lo que obligó a los paijanenses a ir al mar a buscarlos, caminando largas distancias. Y ello puede ser factible después de ver los amplios recorridos que se especula hicieron, de acuerdo a lo observado en Pampa de los Fósiles 14, unidad 1.
Siempre de acuerdo a Wing, los dos extremos de tamaños de peces los constituyen una anchoveta de 7 g frente a un pez no identificado en Pampa de los Fósiles de 2,350 g. En los yacimientos que componen Pampa de los Fósiles 13, las corvinas pesan en promedio 533 g (algunos otros Sciaenidae indeterminados pesan 1,788 g), mientras que otros peces alcanzan 1,178 g.
Ella además sugiere que, de acuerdo al tipo de alimentos disponibles, los pobladores se habrían desplazado hacia el mar o tierra adentro. Tal es el caso de los campamentos de Ascope, los cuales evidencian claramente un alto consumo de lagartijas (cañanes) y por tanto, se habrían instalado durante los meses del verano austral, es decir, entre diciembre y marzo, ya que es la época en que los cañanes salen a alimentarse de las vainas de algarrobo y pueden ser capturados por medio de trampas. De acuerdo a Gálvez
Como ya antes hemos visto brevemente, un dato interesante es que, según Reitz y Sandweiss (2001), los peces más consumidos en Pampa de los Fósiles, es decir, corvinas y lisas, son de aguas cálidas, lo que implicaría que la temperatura del mar durante la ocupación de estos sitios en el Holoceno Temprano sería mayor que la actual. Ello podría ser respuesta a un cambio de la propia temperatura del mar, ya sea porque la línea de mar tropical por aquella época bajaba hasta los 10º S -es decir, a la altura del valle de
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Mora, la recolección del cangrejo violáceo de mar y del cangrejo de agua dulce, también se habría realizado exclusivamente durante el verano, debido a que sólo en esta época son recursos disponibles (Gálvez Mora 1999).
tres recursos comestibles en todos los sitios Paijanenses, a saber: caracoles terrestres, peces y cañanes. Tal tendencia es comprobable en todos los yacimientos paijanenses, al menos desde Quebrada de Cupisnique hasta el valle de Virú, lo que equivale a decir, alrededor de 120 km de la Costa Norte.
Por el contrario, el caracol terrestre es un recurso que suele estar más vinculado a épocas de mayor humedad, es decir, en el intervalo de mayo a diciembre y, sobre todo, a eventos ENSO, de tal modo que también puede tratarse de un recurso relativamente estacional.
Algunos autores han enfatizado la caza del venado de cola blanca, aunque este sólo aparece esporádicamente en la zona de Cupisnique y margen derecha del Chicama. De hecho, ellos pudieron haber sido presa, mayormente, de los portadores de las puntas cola de pescado, luego ya en la plena costa, este recurso fue menos usado frente a la gama de recursos del litoral. Un detalle interesante que nos brinda este mismo autor es el descubrimiento de cangrejo de río (Hypollobocera sp) al menos en dos yacimientos de la zona de Quebrada Cuculicote, como el autor señala, a poca distancia del valle de Chicama, lo que da testimonio de que los Paijanenses explotaban también recursos del valle.
No hay que olvidar tampoco que en las inmediaciones de sitios tierra adentro, las lomas debieron de ser, al menos, algo más densas que en la actualidad, si asumimos la humedad de esa época, lo que produjo, ente otros recursos: caracoles de loma (Scutalus sp), vizcacha (Lagidium peruanum), zorro (Pseudalopex sechurae), venado (Odocoileus virginianus), palomas (Colombidae), pequeñas iguanas (Tropidurus) y saltojos - un tipo de Salamandra - (Gekkonidae), que de hecho, han sido hallados en los yacimientos paijanenses y, por lo tanto, consumidos por ellos. Por el contrario, en yacimientos tales como los que se encuentran en Pampa de los Fósiles 12, es decir, más cerca al mar, hubo mayor preferencia por el consumo de pescados.
¿Qué aspecto tenía el poblador Paijanense?: La antropología física Un área clave y de suma importancia para hacernos una idea de qué aspecto tenían los paijanenses es la de la antropología física. Las tumbas encontradas nos proporcionan información valiosa al respecto. Los datos referentes a este tema son resultado del estudio de los esposos Dricot y de Jean-Paul Lacombe del equipo de colaboradores de Claude Chauchat (Lacombe 1994, Chauchat 2006).
Un grupo de alimentos, seguramente importante dentro de la dieta del poblador paijanense, fueron los vegetales. El problema con este tipo de evidencia es que no ha resistido el paso del tiempo. No obstante, Chauchat piensa, por ejemplo, que la significativa cantidad de batanes en los yacimientos arqueológicos, sólo puede ser explicada por un uso como molienda para frutos y semillas de algarrobo, que, por la época, debió de ser más abundante en la zona. La vaina del algarrobo está considerada como una de las más nutritivas en la dieta de esta gente y se ha sugerido que puede haber sido cotidiana. Otras plantas consumidas pudieron haber sido el guayabito del gentil (Capparis sp.) y, seguramente, otras plantas comestibles, como lo sugiere Gálvez Mora (1999).
Todos los análisis llevados a cabo, indican que se trata de individuos que difieren del prototipo de las poblaciones mongoloides de épocas más recientes. Los paijanenses eran de estatura relativamente elevada, con una musculatura fuerte, aunque de huesos gráciles. Además, poseían cráneos muy alargados, caras ligeramente proyectadas hacia delante, órbitas oculares casi circulares y narices estrechas; sus mandíbulas eran macizas y se notan inserciones musculares marcadas.
Este mismo arqueólogo ha profundizado el estudio sobre la dieta Paijanense, sobre todo ampliando la visión en consideración del Paijanense de la Costa Norte. Él ha llamado la atención acerca de la predominancia de
Un rasgo notable es la presencia de la llamada hiperdolicocefalia. Se trata de un
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alargamiento marcado del cráneo. Chauchat ha barajado varias hipótesis para explicarla; entre ellas, un tipo de patología llamada escafocefalia o, simplemente, aplastamiento post-mortem, es decir, alteración moderna de los huesos. No obstante, sin descartar estas causas, Chauchat se inclina por un posible origen en la conocida deformación craneana intencional, que es un fenómeno aparentemente difundido durante esa época. Un caso contemporáneo y similar es el que se halló en Lauricocha, en Huánuco, cerca a la cordillera de Raura.
Las tumbas Paijanenses de Pampa de los Fósiles-Cupisnique Los esqueletos fueron encontrados en contextos funerarios, vale decir, en tumbas sobre una terraza sobre una terraza aluvial en Pampa de los Fósiles. Se trata de dos individuos enterrados intencionalmente, tan sólo a unos 50 cm. de distancia uno del otro. Se les inhumó cerca de un campamento en el Complejo de yacimientos de Pampa de los Fósiles 13. La tumba número 1 (figura 21, parte superior), contenía los restos de un adolescente de unos 13 años y 1.36 m de altura, colocado en posición flexionada sobre su lado izquierdo, con la cara mirando al sur. Sus piernas están fuertemente flexionadas sobre los muslos, las rodillas casi sobre el pecho, mientras que los brazos, flexionados también, llevando ambas manos debajo de la cabeza, cual posición de durmiente. Chauchat piensa que a pesar de que los miembros de este adolescente están fuertemente flexionados, no parece haber estado atado.
Los paijanenses deben, entonces, pertenecer a un grupo de tipo dolicocéfalo, el cual pobló varias partes de América. Como bien dice Chauchat, comparten, más bien, caracteres humanos comunes con los australianos, melanesios y ainús. Dentro del área sudamericana, Chauchat encuentra mayores relaciones con poblaciones patagónicas, las que Verneau llamaba dolicocefálicos de talla alta, y que los actuales Tehuelches, podrían ser sus más modernos representantes. A través de los estudios de los huesos se sabe que los Paijanenses sufrieron de algunas patologías como, por ejemplo, dientes supernumerarios, caries, escoliosis (que pudo haber sido causada genéticamente, o por trauma, lo que podría haber generado cojera en el individuo) y fluorosis, que actualmente suele ser producida por contaminación, entre otros: por combustión de carbón. Además, estudios hechos en el cráneo de un adolescente demuestran muy posiblemente anemia, ya sea debida a paludismo o hemoglobinopatía. Por su parte, el adulto presentaba una faceta supernumeraria en una tibia, pero sin inflamación. Una alteración más incipiente, pero presente, se halla en el esqueleto del adolescente. Ello, en opinión de Lacombe, es frecuente en muchas poblaciones del globo que suelen estar en cuclillas. Es posible sugerir la hipótesis de algún tipo de posición lo suficiente frecuente como para causar este tipo de estrés, probablemente, en la mayoría de la población paijanense.
No se hallaron elementos de tipo ofrenda, empero, a la altura del área sacra se descubrió una vértebra perforada de corvina que, según el mismo arqueólogo, podría tratarse de un broche de un cinturón. Todo este contexto había sido depositado en una especie de hoyo, de sólo algunos centímetros de profundidad, además se encontraron sólo algunos restos de carbón. La tumba número 2 más bien contiene los restos de un adulto de aproximadamente 25 años de rasgos masculinos, que se halla en posición opuesta al anterior, es decir, con la cara mirando hacia el norte y reposando sobre su lado diestro. Se ha estimado que medía 1.68 cm. de altura, lo que es notable dentro del contexto de andinos de esta época, en donde la mayoría de referentes muestran que son notoriamente más pequeños. Sus piernas estaban flexionadas, aunque no tanto como en el caso anterior. El cuerpo había sido depositado sobre una capa de cenizas y brazas tan calientes que enrojecieron el piso sobre el cual se hallaba el cadáver. Las cenizas procedían de restos de un fogón doméstico, pues tenían remanentes de fauna pequeña. Como ofrenda se encontró una cuenta cilíndrica de hueso y un pequeño fragmento de ocre, ú óxido de hierro (figura 21, parte media)
Por último, dentro de los nuevos hallazgos de la zona de Quebrada de Santa María, Lacombe ha descubierto un corte profundo en un fémur, lo que según él, debió causar la muerte del individuo.
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Al parecer sobre el cuerpo se echaron cenizas entremezcladas con basura y lasquillas de riolita. Para finalizar, los huesos largos de la parte superior del cuerpo tenían unas huellas marrones a modo de franjas, lo que permiten suponer a Chauchat que esta parte del cuerpo fue envuelta en una suerte de estera o tejido tosco y, tal como se aprecia en su forma, puede haberse tratado de una especie de sudario. La importancia de este esqueleto radica, además, en el hecho de que el carbón que se hallaba debajo de esta tumba fue fechado por radiocarbono, obteniéndose un lapso de 10,3879458 años a. C., lo que implica que se trata del individuo, fechado por asociación, más antiguo en la historia del Perú. A partir de 1988 se han excavado algunos entierros más, empero, procedentes de la Quebrada de Cupisnique (Briceño y Millones 1999), donde se han documentado un total de 9 tumbas (figura 21, parte inferior). Ellas corresponden, principalmente, a adultos masculinos y, de forma secundaria, a femeninos. Todos fueron colocados en la posición típicamente flexionada, con las manos sobre la cara, aunque en algunas ocasiones a la altura de la cintura. A diferencia de los entierros de Pampa de los Fósiles, a algunos de los encontrados en Quebrada de Cupisnique se les practicó otro rito funerario, en el cual se cubría al cadáver con arcilla mezclada con agua, que al secarse se endurecía a modo de cubierta. A otros se les echaba carbón, luego arcilla y nuevamente carbón. No estamos en condiciones de reconstruir el ritual, pero seguramente era rico, motivo de participación emotiva de la población. En un yacimiento (PV22-62, unidad 1) se descubrió el entierro de un niño de unos 3 o 4 años, colocado también en la posición fetal y al cual rodearon de piedras y bloques de arcilla. Resulta de interés, que en un fémur se notase un corte profundo (Briceño y Millones 1999). Los autores no ensayan posibles interpretaciones, pero aluden a los hallazgos de Zaña, a unos 70 km a noroeste y del Holoceno Medio, donde también se han hallado huesos humanos con marcas y cortes, y que han sido interpretadas como evidencia de posible canibalismo ritual, aunque ello constituye sólo un indicio y se requiere de más evidencia para ser concluyente.
Figura 21. Posición típica de los cuerpos de las tumbas del Paijanense (adaptado de Chauchat et al. 1992 y Briceño y Millones 1999).
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Otro aspecto importante es que Dillehay y sus colaboradores, a base de sus fechados radiocarbónicos, han dividido la cultura Paiján en dos fases, una temprana del onceavo milenio a.C., y una “tardía”, posterior a esta fase, lo que como hemos visto no ha quedado claro aún en la zona de Pampa de los Fósiles. Veamos ahora la clasificación de este “paijanense septentrional”.
El Paijanense de Zaña y Jequetepeque Ya desde inicios de la década de 1980, Tom Dillehay y su equipo vienen realizando prolíficos trabajos arqueológicos en las partes bajas y medias de los valles de Zaña, en los departamentos de Lambayeque, Cajamarca y Jequetepeque -en el límite septentrional del departamento de La Libertad.
El Paijanense del onceavo milenio antes de Cristo en Zaña La más remota evidencia Paiján en esta zona, ha sido hallada en la parte media del río Zaña, en su margen derecha, en el yacimiento identificado como PV-19-96-1, que ha arrojado un fechado de 10,770-10,450 años a. C. Se trata, pues, de gente que estaba poblando el área durante o inmediatamente después del Younger Dryas y que aparentemente manufacturaba, desde ese entonces, puntas de tipo Paiján.
Hay que mencionar que estas investigaciones complementan y presentan un nuevo esquema, si se comparan con las tradicionales que acabamos de presentar del área de Cupisnique y Pampa de los Fósiles, de modo que vale la pena examinar la evidencia presentada por Dillehay y, sobre todo, dos de sus estudiantes, Kary Stackelbeck y Greg Maggard.
Otro testimonio Paijanense (aunque principalmente unifacial) de esta área procede de la ribera opuesta donde, se halla el cementerio de Nanchoc, es decir, sobre la margen izquierda del río del mismo nombre. No nos ha sido posible revisar esta evidencia, pero Dillehay da un fechado de 10,607-10,085 años a. C. para un yacimiento que él ha denominado CA-09-552. De modo que en ambas zonas de alrededor de 600-800 m.s.n.m y a unos 60-70 km., casi directamente, al norte de la zona tradicional de Pampa de los Fósiles-Cupisnique, hay evidencia Paiján contemporánea y algo más antigua que al sur.
De manera similar que en los valles al sur de esta zona, es claro que los Paijanenses se han instalado, sobre todo, en la parte del valle bajo y medio, tanto del Zaña como del Jequetepeque. Para Dillehay y su equipo, esta tradición de puntas Paiján, traslapa, en las partes más altas, a las poblaciones que hacían utensilios unifaciales de piedra, lo que también ya se ha visto de alguna manera, aunque menos marcada, cuando uno compara los yacimientos Paiján de la costa de Cupisnique con los de Ascope, donde predominan los utensilios unifaciales. Aparentemente, los paijanenses de estas zonas estuvieron adaptados a una serie de recursos, donde los vegetales jugaron un rol importante, de lo que ha quedado evidencias como huellas de uso, en las herramientas unifaciales.
En otro yacimiento denominado PV-19-572, al sur del valle bajo de Zaña, también se ha hallado evidencia del Complejo Paiján con una antigüedad de 10,282-9,822 años a. C. Ello no hace más que definir la gran antigüedad de los Paijanenses en esta zona. Por ello, los yacimientos así definidos, aparecen como ocupaciones humanas efímeras, pero a las cuales, los pobladores retornan eventualmente. Estas áreas de habitación se observan como concentraciones de 20 a 80 metros de diámetro, que pueden ser consideradas como campamentos temporales. Por lo general, los sitios ocupados en las zonas bajas de Zaña y Jequetepeque se hallan
Otro aspecto interesante, es que las poblaciones de esta zona han elaborado las puntas de tipo Paiján de diversas rocas, entre las que se puede mencionar cuarcita, basalto, andesita, y cuarzo, esta última es de difícil talla. Todas las rocas son de origen local. En cuanto a este punto, no hay mayor diferencia con los Paijanenses del sur, puesto que la riolita, virtualmente la roca más usada por los Paijanenses, es local.
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En el último lapso, estas viviendas se construyen más pequeñas e incluso parece que se aglutinan en un promedio de 8 a 10, lo que los autores interpretan como mayor densidad poblacional. Además, el uso más intensivo de plantas y de animales locales y de rocas de las cercanías de los mismos sitios, constituyen más argumentos para determinar la poca movilidad de esta gente durante este período, aún bastante temprano, considerándolo en comparación con otros grupos de los Andes Centrales.
sobre colinas muy cerca de canteras óptimas para la extracción de rocas, pero también en las inmediaciones de afluentes fluviales. De acuerdo a Dillehay y su equipo, debió de haber un sistema de ocupaciones humanas, que era una suerte de interacción de grupos que iban y venían entre el llano costero y el pie de las estribaciones andinas.
En suma, los hallazgos de esta zona, aunque aun prematuros y por documentar, darán que hablar, sobre todo, porque Dillehay y su equipo parecen haber hallado un tipo de organización humana algo diferente a la de su contemporánea del sur, tan sólo a unos 40-50 kms.
Los Paijanenses semi-sedentarios entre los 9,000 y 7,000 años a. C. Dillehay sostiene que durante esta fase “tardía del Paijanense”, los grupos humanos muestran una tendencia a establecerse en campamentos de manera más permanente en las cercanías de arroyos al pie de colinas.
Desde este punto de vista, cabe formularse la pregunta, si la punta Paiján debería verse como un utensilio correspondiente a poblaciones cazadoras-recolectoras. Incluso sin tomar en cuenta a este hipotético Paiján Tardío, estaríamos hablando de grupos desde los inicios del Holoceno Temprano, que vivían de una serie de recursos, incluso plantas, donde la punta Paiján cobra poca relevancia en términos funcionales. Por tanto, todo lo argumentado en contra del uso de la punta como arpón, al menos en esta zona, parece ser válido, aunque es evidente que se requiere de un informe más vasto al respecto.
Por esta época, hay dos rasgos que son fundamentales. Por un lado, los Paijanenses parecen haber construido estructuras permanentes para vivir, y por el otro, la confección de utensilios de molienda. La cronología de esta fase está constituida por fechados radiocarbónicos obtenidos de al menos cuatro yacimientos que contenían estas estructuras de vivienda. Si se examinan las mediciones extremas, se tiene un margen de 9,656-7,186 años a. C. Resulta de interés anotar que el final de este Paijanense es quasi contemporáneo con el de la zona de Pampa de los Fósiles, de forma tal que allí hay una coherencia de fechados, e incluso cobra más sentido el que se indicó para Pampa de los Fósiles 27, el cual ya hemos revisado en el capítulo correspondiente.
La margen derecha del valle de Jequetepeque: Paijanense con “cola de pescado” en el onceavo milenio a. C. Greg Maggard, del equipo de investigación de Tom Dillehay ha concentrado sus trabajos de campo entre los valles de Jequetepeque y Zaña, en la zona de Quebrada del Batán, a unos 25 km del litoral. Como resultado de ello, ha descubierto 61 yacimientos del Holoceno Temprano, tres de los cuales contienen puntas de tipo Paiján con las llamadas “cola de pescado”.
Al menos 7 de los 9 sitios excavados develaron estructuras de vivienda construidas de piedra que medían, en promedio, entre 2.2 y 4 m de diámetro. Al interior de estas estructuras había pisos que contenían puntas de tipo Paiján, de lo que Dillehay y sus colaboradores deducen que estas viviendas fueron elaboradas por los Paijanenses.
Es interesante que la mayoría de yacimientos del Holoceno temprano hayan sido encontrados en concentraciones densas del área de confluencia
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Este período es casi simultáneo con el de los yacimientos paijanenses del valle medio de Zaña, es decir, entre los 10,700 y 10,400 años a. C., lo que acabamos de ver líneas más arriba y es bien anotado por Maggard.
de la misma Quebrada del Batán con la del Higuerón. Todos estos yacimientos deben de estar alrededor de unos 230 a 280 m.s.n.m. Hay que subrayar, sin embargo, que los yacimientos precerámicos se distribuyen densamente sobre las faldas de ambos cerros que forman la Quebrada del batán, es decir, Cerro Colorado y Cerro los Órganos (figura 22).
Los otros dos yacimientos donde aparecen puntas “cola de pescado” (Je-439 y Je-1002), de acuerdo a Maggard, son efímeros, pequeños y de muy poca duración. Estos sitios de ubican tan sólo entre uno y dos kilómetros del Je-996, sobre la misma margen de la Quebrada del Batán, casi al pie del inicio de la Quebrada, sobre el noroeste del Cerro Órganos. Es interesante que en el sitio denominado Je439 también se hayan encontrado piedras para moler, especie de batanes que podrían implicar, en efecto, actividades de molienda de vegetales, aunque sería necesario que se presentase evidencia al respecto. Este patrón de ocupación contrastaría con la de los yacimientos Paijanenses en esta zona, que muestran ocupaciones más extensas y yacimientos de largo plazo. Esta tendencia ya se ha visto, en una perspectiva más amplia, entre los valles de Nanchoc y Jequetepeque. Aparentemente, Quebrada de El Batán no escapa a estas características.
Figura 22. Zona arqueológica de Quebrada del Batán (La Libertad), donde se ha hallado la asociación entre puntas Paiján y puntas tipo “cola de pescado” (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics). Es interesante que en esta latitud, la línea batimétrica de 50 metros -que asumimos como del onceavo milenio- sea una de las más alejadas del litoral, pues si hoy el ingreso a la Quebrada del Batán dista entre 25-30 km de la orilla, durante aquella época, debió serlo en unos 70 km. Por ello, sería de interés conocer que tipo de alimentos consumieron y cuánto significó para esos tempranos Paijanenses la dieta marina en su sobrevivencia, al menos en este lugar.
Otra diferencia notable sería que mientras que en los yacimientos “cola de pescado” se efectuaban actividades simples, los Paijanenses parecen haber hecho campamentos más grandes en los cuales se realizaron diversas actividades. Éstos tienen diámetros de 2 a 4 metros, evidencian repetición de ocupaciones y Maggard los considera como semi-permanentes. Las viviendas contaban con una base fundada en piedra, pero la cubierta, seguramente, era o de piel de algún animal o de plantas. Hay que señalar que las rocas usadas para la manufactura de puntas “cola de pescado”, generalmente, eran foráneas, lo que implica alta movilidad, mientras que las rocas usadas por los Paijanenses eran de naturaleza local, tal como se ha podido comprobar en el valle de Zaña. De ello también se desprendería que esta gente se desplazaba menos.
Un yacimiento llamado Je-996, localizado casi en la parte baja de Quebrada del Batán y donde se ha encontrado asociación de puntas “cola de pescado” con Paiján, ha sido fechado entre los 10,700 y 10,150 años a. C.
Gracias a la amabilidad de Kary Stackelbeck, hemos podido ver fotos de este material, por
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lo cual, si bien no pueden darse apreciaciones en detalle al menos, es evidente que las puntas “cola de pescado” parecen ser hechas en cuarzo lechoso y cristal de roca, material difícil de tallar, pero, según las fotografías, los artesanos han logrado piezas típicas.
La margen izquierda del valle de Jequetepeque: Quebrada de Talambo
Es además interesante observar, que al parecer hay de los dos tipos, las anchas, tipo “Fell”, pero también las angostas que aparecen con profusión en el sitio El Inga, en Ecuador. En una pieza ancha observada, al parecer hubo retoque por percutor blando, lo cual da la impresión de haber dejado negativos amplios y de poca profundidad. Por lo que este tipo de material tanto desde el punto de vista de la roca, tipología, y tecnología empleada, es altamente similar al de Quebrada Santa María. Se impone entonces la pregunta: ¿se trata del mismo grupo de gente?
Cuesta abajo por el valle de Jequetepeque, antes de penetrar en los campos de cultivo, hacia la izquierda, se localizan los Cerros de Talambo, con la Quebrada que lleva el mismo nombre. Ésta se halla a tan sólo unos 5 km al este del pueblo de Chepén, casi al borde de los límites de las áreas agrícolas, sobre unos 200 a 300 metros sobre el nivel del mar. Allí, Kary Stackelbeck, miembro del team de investigación de Tom Dillehay, ha concentrado su trabajo de campo. Si bien se trata de un área de seguro mermada por el avance urbano al oeste, es interesante, pues justamente complementa con la información obtenida por los trabajos de Maggard, en la Quebrada del Batán, unos 19 km al norte.
Por otro lado, como ya se ha argumentado, el incremento de la manufactura de utensilios líticos simples, siempre de acuerdo a Maggard, sería un argumento a favor del mayor procesamiento de plantas. Es también evidente que una de las características del Paijanense, que era la manufactura estandarizada de puntas tipo Paiján, se dio en la Quebrada del Batán, tal como se observa, por ejemplo, en el sitio denominado Je-459, donde se las ha hallado en grandes cantidades. Sería interesante contar con una documentación más amplia al respecto. Lo único observable al momento, es que tanto las puntas tipo Paiján como los unifaces son de factura clásica, idénticos a los de Pampa de los Fósiles, e incluso clasificables en los dos tipos característicos tanto las puntas Paiján de lados rectos como las de lados convexos de formas acorazonadas. Es más, la textura afanítica y el color se asemejan a la riolita, también característica en la zona de Pampa de los Fósiles, como hemos visto párrafos más arriba. Por su parte, los unifaces que vemos podrían confundirse, literalmente, con los de Pampa de los Fósiles.
En general, Stackelbeck encuentra, en Talambo, un sistema de ocupación similar al de Quebrada del Batán, con yacimientos estratégicos, aprovechando una serie de recursos tales como caracoles de tierra, peces, crustáceos, zorros de desierto, reptiles, roedores, etc., dando una impresión muy similar a las de los sitios paijanenses tradicionales de los valles costeros. Para la instalación de estos asentamientos fue importante el acceso a agua, pero también a controlar el medio desde las quebradas, que a juzgar por las localizaciones, parece evidente. Otros elementos tales como estructuras de piedra de carácter doméstico, así como también batanes, que se cree eran para procesar plantas y que a su vez, son inferidos como evidencia de una tendencia al semi-sedentarismo, han sido también encontrados aquí y este hecho llama la atención poderosamente, pues esta zona, como repetimos se halla muy próxima al área tradicional del Paijanense. A base de esta evidencia, es posible deducir que los paijanenses pudieron tener patrones de asentamiento diferentes. Mientras que unos a la margen izquierda, habrían sido cazadores-recolectores móviles, otros a la margen
Maggard piensa, a partir de las evidencias que él ha recuperado, que los paijanenses no derivan de los portadores de las puntas “cola de pescado”, sino que más bien son grupos que aparecen contemporáneamente en el Norte del Perú.
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Reconstrucción Los grupos humanos del medioambiente
Es importante también subrayar que las rocas usadas en Talambo para la confección de utensilios de piedra eran cuarzos, riolitas y cuarcitas, todas de procedencia local.
derecha del Jequetepeque habrían tenido un modo de vida semi-sedentario y construcciones de vivienda de piedras, distanciados por un mínimo de 10 km. En este sentido no hay que olvidar que el clima y medioambiente al norte del valle de Jequetepeque es, ciertamente, algo más cálido que al sur, de modo que este tipo de factores pudieron haber influido en la variedad de los modos de vida, aunque nuevamente estamos especulando, en vista de la ausencia de estudios paleoambientales de la zona.
Un ejemplo significativo es el hallado en una serie de estructuras en “L” en Talambo, en el yacimiento Je-790. Había una aglutinación de 7 de ellas en un área reducida que mostraba restos de una serie de actividades como la cocción de alimentos, caracoles, talla lítica, los cuales recuerdan a un trabajo comunal. Los fechados radiocarbónicos obtenidos de estos sitios han dado un lapso entre 9,050-8,355 años a. C., lo que resulta de suma importancia, porque estaríamos en presencia de estructuras habitacionales que rompen con los patrones de campamentos efímeros de planta de formas circulares, nada menos que de inicios del Holoceno. ¿Es posible acaso, entonces, especular que allí se llevaban a cabo actividades especializadas?, ¿o simplemente se trata de estructuras diferenciadas? Se impone, pues, el informe científico del equipo de investigación que ha trabajado en la zona.
Hay que agregar también que Stackelbeck menciona una serie de patrones correspondientes a las viviendas, los cuales no sólo son de tipo circular u oval, sino también en forma de “L”, semi-lunar y semi-rectangular, entre otras. El hecho de construir viviendas, o paravientos que escapen a formas redondeadas, resulta de interés, pues se puede especular sobre cierto tipo de cohesión con un nivel incipiente de complejidad social. En este contexto, la autora afirma haber hallado puntas de tipo Paiján dentro de la misma vivienda o en el área de la entrada, lo que implicaría que ellos fueron los constructores.
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confección de unifaces y la selección de cuarzo como materia prima. Además, Chauchat, Gálvez Mora y Rosario Becerra afirman que la zona es rica por la variedad de rocas de calidad para tallar.
El Paijanense en otras regiones de La Libertad y suroeste de Cajamarca
La ocupación Paijanense se acentúa, sobre todo, al fondo de las Quebradas, es decir, como lo apunta bien Gálvez Mora (1999), la densidad de población humana se incrementa en razón de la altura, principalmente, en ambas márgenes de los cauces del Chicama, en especial cuando son largos y presentan explanadas aledañas habitables.
Posteriormente a los trabajos de investigación pioneros de Chauchat y su grupo de la Universidad de Trujillo, una serie de estudios de campo han ampliado significativamente el marco geográfico de ocupación Paijanense. Vamos a tratarlo ahora, área por área y con cierto grado de detalle debido a la relevancia de los resultados encontrados.
El mismo autor ha hecho una serie de cálculos sumamente interesantes, en función de determinar las vías naturales de desplazamiento de la gente por aquella época, y ha demostrado la existencia de zonas que habrían permitido el traslado de las poblaciones usando el cauce del río Chicama, el desierto costero y las Quebradas del este, lo que resulta bastante convincente y muestra la alta versatilidad para localizar y aprovechar recursos por parte de los Paijanenses. Gálvez Mora ha calculado que los recorridos pueden haber tardado, en promedio, de 2 a 7 horas a pie desde los campamentos, lo que a su vez, impuso necesidades básicas como la elaboración de tiendas temporales en medio del camino, el aprovisionamiento de agua, etc.
El Paijanense del valle de Chicama Probablemente el área más estudiada, después de la misma Pampa de los Fósiles-Cupisnique, es la región inmediatamente al sur, en la cuenca del valle de Chicama. Hace algunos años se ha publicado un catastro completo de yacimientos del Complejo Paiján de la margen derecha del Valle de Chicama, gracias al esfuerzo de Claude Chauchat y su equipo (Chauchat et al. 1998). Lo que se observa, a grandes rasgos, es una gran concentración de sitios atribuibles al Paijanense en los derredores y el norte del pueblo de Ascope. Dentro de un conteo general, se ha llegado a establecer la presencia de 196 sitios Paijanenses no sólo para el valle de Chicama, sino también para la Quebrada de Cupisnique.
Otra contribución a resaltar en el valle de Chicama, es la hecha ya algunos años atrás por Becerra Urteaga (1999). Ella se ha concentrado en el estudio de la circulación y talla de materias primas de los grupos Paijanenses que han ocupado el valle de Chicama. Ha logrado localizar las fuentes de materia prima y las zonas desde donde se las adquirió. El caso de la toba volcánica, que es uno de los materiales más usados en la porción estudiada del valle de Chicama, es ejemplar. . Este tipo de roca está disponible en dos canteras, en la Quebrada La Calera y Quebrada La Camotera y ha sido adquirida por poblaciones desde unos 20 km. de distancia, como por ejemplo Quebrada Santa María.
Una interesante particularidad de los paijanenses de la zona del valle de Chicama, incluyendo la localidad de Ascope, es el uso de recursos traídos de las inmediaciones del valle, tales como el llamado cangrejo violáceo (Platyxanthus orbignyi), por lo que Chauchat plantea la posibilidad de poblaciones paijanenses de diversas zonas (Chauchat et al. 1998).
Otro material importante fue el cuarzo, el cual fue extraído de seis canteras. Ellas se ubicaban en ambos flancos del valle.
En general se trata de una serie de yacimientos como canteras, talleres y basurales, correspondientes al Paijanense y, sobre todo, en vista de la existencia de una cantera de este tipo de roca, vinculados a la particularidad de la
Además, es interesante la observación de la autora acerca de la poca preparación de las preformas talladas en las canteras que se hallan
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manufactura de unifaces, los cuales eran terminados en talleres. Gálvez Mora ha logrado encontrar evidencia de talla de bifaces, de modo tal que, aparentemente, este material sirvió para la manufactura de unifaces y bifaces. Además, se ha podido demostrar el transporte de rocas desde esta cantera en forma de lascas grandes, al menos entre 700 y 1,500 m., desde su lugar de origen para, así, tallarlas en otras áreas. Aparentemente, pues, hubo todo un sistema de circulación de materias primas, que esta gente ya conocía ampliamente.
próximas a los talleres. Por el contrario, cuando ellas eran transportadas a talleres más distantes, se dedicaba más tiempo a su preparación, seguramente con la intención de asegurar que no se rompan o tallarlas más para reducir el peso mismo del propio transporte y facilitar el trabajo en los talleres, lo que corresponde a una conducta de previsión de los Paijanenses.
En cuanto a la antigüedad de estos yacimientos, Chauchat ha podido fechar por radiocarbono el Complejo de yacimientos de Ascope 5, justamente a la “entrada” de la Quebrada La Calera. El fechado de carbón ha resultado en 9.051-8,780 años a. C., lo que evidencia claramente que estas ocupaciones son contemporáneas con Pampa de los Fósiles y Quebrada de Cupisnique.
La Quebrada de Cuculicote y la Quebrada La Calera Una zona de estudio del Paijanense en la margen derecha del valle se halla directamente en las inmediaciones, a tan sólo 5 km., en promedio, al noreste del pueblo de Ascope y a la misma distancia al norte del Río Chicama (Gálvez Mora 1992).
En la Quebrada Cuculicote, Gálvez Mora ha descubierto que en los mismos talleres se ha tallado puntas bifaciales y unifaces de toba volcánica, al igual que en la Quebrada La Calera. Observamos pues, una conducta algo más flexible de los artesanos de esta zona en comparación de con los de Pampa de los Fósiles-Cupisnique, en el sentido que un mismo material es destinado a la manufactura de piezas unifaciales y bifaciales.
Es importante señalar que estas quebradas se hallan separadas de la Quebrada de Santa María por una cadena de cerros ubicados al norte, aunque es posible plantear posibilidades de desplazamiento por medio de la Quebrada de la Camotera (Gálvez Mora 1999). Actualmente esta área se localiza a unos 35 km del mar, pero durante inicios del Holoceno, tendríamos un promedio aproximado de algo más de 60 km., según la curva de Chauchat, y unos 70-80 km., de acuerdo a la curva del NOAA.
Hay que remarcar el hecho de que se ha encontrado puntas rotas fuera de los lugares de habitación y manufactura. Para Gálvez Mora, ello sugiere el uso de las puntas tipo Paiján para caza terrestre, posiblemente de cérvidos. Un caso similar del hallazgo de puntas Paiján se presenta en Quebrada Santa María. Ambas evidencias obligan a pensar en otras funciones de este tipo de punta, pero sobre este asunto ya se ha discutido en los párrafos anteriores.
Los sitios paijanenses se encuentran entre 250 y 500 m.s.n.m. y, de acuerdo al autor, se hallan en las inmediaciones de un curso activo fluvial que es especialmente importante en los veranos y sobre todo cuando hay eventos ENSOs. Éste es un argumento más, en favor de la posibilidad de la presencia de estos fenómenos durante el Holoceno temprano en la Costa Norte.
Otra particularidad de esta zona reside en el hecho de que en varias ocasiones se ha hallado la combinación de actividades de campamento y de taller a la vez, lo cual no sucede en Pampa de los Fósiles-Cupisnique, con el posible argumento de que los talladores de las puntas deberían de estar aislados de los lugares de habitación para concentrarse en la producción lítica. Al parecer, en esta parte del valle de Chicama ello no fue la regla. En este sentido, tal como bien lo sugiere
Los trabajos de campo han documentado al menos 20 yacimientos Paijanenses en la zona, que pueden adscribirse como canteras, talleres y campamentos, según la clasificación de Pampa de los Fósiles-Cupisnique. En la Quebrada La Calera hay una cantera en la cual los paijanenses se abastecieron, principalmente, de toba volcánica para la
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exitosamente por Jesús Briceño (1999), quien halló una serie de yacimientos con un conjunto de restos vinculados directamente al Paijanense y, secundariamente, a las conocidas puntas “cola de pescado”. Los sitios ocupados por los Paijanenses se hallan aproximadamente entre los 400 y 1000 m.s.n.m., prácticamente sobre las pendientes del pie de monte que flanquean la margen derecha del Chicama, antes de entrar a la planicie costera con dominio del litoral. Ello es interesante, pues nos demuestra que, en efecto, tal como lo planteaba Chauchat, esta gente exploraba estratégicamente la zona de relativa altura, seguramente en función de la búsqueda de recursos, tanto comestibles como de materia prima. Ya hemos visto además la presencia de pedernal foráneo en la misma zona de Pampa de los Fósiles, que se ha interpretado como resultado de las excursiones de los Paijanenses valle arriba.
Gálvez Mora, la presencia sola de la combinación de la disponibilidad de agua y de toba volcánica, ya constituía un buen argumento para que los pobladores de esta zona acampen por un tiempo relativamente largo en los campamentos-talleres, razón por la cual en este tipo de yacimientos se vivió y talló rocas a la vez. Un detalle interesante es que los campamentos de Quebrada Cuculicote se muestran más extensos al fondo de la propia quebrada, dando la impresión de mayor estabilidad en las ocupaciones. Los campamentos tenían fogones (desde simples fogatas hasta los que han sido acondicionados por medio de piedras), los cuales funcionaban como áreas de cocción de alimentos y quema de desperdicios. Los artefactos líticos encontrados son, generalmente, unifaciales, como se observa en Pampa de los Fósiles.
A base del material lítico, el tipo de asentamiento y el contexto de cercanía con el Paijanense, estos yacimientos pueden haber sido ocupados simultáneamente con los de Pampa de los Fósiles-Cupisnique (o algunos tal vez un poco antes, debido a la presencia de las puntas “cola de pescado”), de modo que la gente de la Quebrada de Santa María debe haber ocupado el sitio, alrededor de los 10,500-8,000 años a. C., aunque sin fechados radiométricos, estamos en el terreno de la especulación.
En estos lugares de vivienda se ha encontrado vestigios de consumo de caracoles terrestres, crustáceos de agua dulce y marinos (como hemos visto anteriormente), pequeños reptiles como el cañán, iguanas, pero no pescados grandes como en Pampa de los Fósiles, sino más bien pequeños, predominando los de 15 cm. de longitud. Finalmente, parte del equipo lítico son batanes o piedras, supuestamente, para moler, las que serían un buen tema de estudio, sobre todo en función de compararlas con las que ya hemos mencionado de los yacimientos del “Paijanense septentrional”.
Otro punto relevante es que de todos los territorios ocupados en la época del Paijanense, estos últimos son los que se encuentran a mayor distancia del litoral. Si seguimos la batimetría de Chauchat, ellos se habrían encontrado a unos 60-65 km de distancia, mientras que si seguimos la curva de NOAA, tendríamos más bien una distancia de alrededor de 80-85 km., en pleno período de inicio de la deglaciación. Lo importante es que, ya sea con uno u oro valor, la presencia de productos marinos como peces y conchas de mar indica una alta movilidad entre el litoral y el pie de las estribaciones andinas.
La Quebrada de Santa María: de la punta “cola de pescado” a la punta Paijanense En el departamento de La libertad, a unos 20 km. al este de la zona de la Pampa de los Fósiles y aproximadamente 16 km. a la margen derecha del río Chicama, se localiza la Quebrada de Santa María (casi en la frontera con el Departamento de Cajamarca), la cual ha sido explorada
De acuerdo a Briceño, los sitios Paijanenses están localizados en las inmediaciones de fuentes de agua, incluso hoy en día existentes, cuatro de los cuales tienen agua todo el año. Los Paijanenses acamparon y desarrollaron sus actividades en las inmediaciones de estos manantiales. Se ha
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observado, por ejemplo, que los yacimientos más cercanos a estas fuentes de agua han sido los más densamente ocupados. Éstos llegan a acumular 50 m. de desechos que los pobladores dejaron como producto de sus actividades. Por el contrario, los sitios que se hallan más lejos de los manantiales son más pequeños. Es evidente pues, que las ocupaciones humanas dependían de estos manantiales, en torno a los cuales había toda una gama de vegetación y animales, recursos explotables por ellos.
Es así que en esta zona de la Quebrada de Santa María se han reportado algunas tumbas paijanenses con rasgos similares a las expuestas líneas arriba en la Quebrada de CupisniquePampa de los Fósiles, tales como el uso de una capa de arcilla sobre el cadáver y, sobre todo, la remoción de los huesos que se han hallado frecuentemente desarticulados por causas desconocidas. Además, ciertos tipos de tendencias como la de colocar al cuerpo del occiso con orientación norte-sur, es aún un enigma. En todo caso, las informaciones son aún escasas, pero definitivamente prometedoras por la cantidad valiosa de esqueletos e investigación por desarrollar.
Esta zona también es rica en materia prima, es decir, rocas propicias para manufacturar herramientas de piedra. En especial se ha explotado una cantera de cuarzo en las inmediaciones, que al parecer ha sido uno de los materiales preferidos por los habitantes de la Quebrada de Santa María. De igual modo, el cristal de roca también ha sido usado en la confección de algunos implementos líticos.
Los Paijanenses de la margen izquierda del río Chicama
Otras rocas como toba volcánica, cuarcita y dacita fueron, también, usadas por ellos. Además, se ha hallado pedernal, es decir, material foráneo que posiblemente procede de de la localidad de San Benito, Contumazá, Cajamarca, a unos 23 km. de distancia cuesta arriba.
Rosario Becerra y Rocío Esquerre exploraron, también con éxito, la margen izquierda del valle bajo del Río Chicama (1992). Ellas han documentado la presencia de algunos yacimientos ocupados por los Paijanenses en la Quebrada Tres Picos, Quebrada Tres Cruces y Huáscar, además del área adyacente a la zona de cultivo. Estos yacimientos se hallan, exactamente, atravesando el río Chicaza desde Quebrada La Calera y la Quebrada Cuculicote, área que ya hemos tocado párrafos más arriba, e inmediatamente luego se atraviesa un corredor transversal de uno 8 o 10 Km. de extensión desde las mencionadas Quebradas, todo esto de acuerdo a Gálvez Mora (1999).
Las áreas de habitación son, por lo general, grandes extensiones cubiertas por restos de caracol terrestre (Scutalus sp) y en menor proporción por conchas marinas, restos de peces y huesos de cérvidos. Asociados a estos remanentes orgánicos se ha hallado desechos de talla de piedra, entre los que se cuenta con unifaces, raederas, lascas usadas, denticulados, etc. También hubieron algunos batanes. Briceño nos indica que los campamentos de Quebrada Santa María, por sus extensiones y cantidad de material, son diferentes a los hallados en la zona de Cupisnique-Pampa de los Fósiles.
En esta zona se han descubierto yacimientos paijanenses ubicados sobre terrazas aluviales. Hay dos canteras de cuarzo donde se ha reconocido lascas producidas por percutor duro, preformas tipo Chivateros y percutores con huellas de uso. Todo este material evidencia la actividad de extracción de materia prima, en este caso, cuarzo; y la confección del primer paso para lograr puntas de tipo Paiján, de manera similar a lo ocurrido en Cupisnique.
Otro elemento importante a resaltar es que se ha descubierto en las inmediaciones de los campamentos y en ocasiones, fuera de ellos, una significativa cantidad de entierros humanos, correspondientes a la época del Paijanense (Briceño y Millones 1999). Al respecto, resulta curioso que los Paijanenses no hayan buscado en lugares de la explanada costera para enterrar a sus muertos, sino que más bien lo hayan hecho en lugares de más altitud, tal como lo mencionan Chauchat y colaboradores (Chauchat et al. 1998).
Debido a que el cuarzo de grano grueso no era la materia prima ideal para el trabajo bifacial, los artesanos se vieron obligados a adelgazar o reducir el espesor de las preformas más de lo
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margen derecha, la zona llamada El Algarrobal, mientras que en la izquierda, el área conocida como Quirripe (Briceño 1994). Vamos a tratar brevemente a estos hallazgos por ser relevantes para el Paijanense y, posiblemente, para la comprensión de su origen en esta zona.
usual, en función de reducir el riesgo de fractura. Si bien es conocido que este tipo de material no es idóneo ni presenta fractura concoidea para talla, se le ha empleado en Cupisnique y Ascope. Hay que agregar que fue seleccionado, ocasionalmente, en épocas prehistóricas del Paleolítico y que solía ser tallado por medio de esquemas operativos relativamente complejos (Texier 1996).
Unos 20 km al este de la Quebrada de Santa María, ya en territorio de Cajamarca, a unos 10 km del distrito de San Benito, provincia de Contumazá, se localiza El Algarrobal. En esta zona, Jesús Briceño ha descubierto las ocupaciones paijanenses de mayor altura, es decir, de alrededor de 660-670 m.s.n.m.
La evidencia de otro tipo de rocas explotadas, tales como la cuarcita gris y toba volcánica para la talla de preformas con la intención de elaborar puntas, procede de los mismos talleres, aunque aún no se han localizado canteras de este material en la margen izquierda del valle. Más bien, las autoras sugieren que la toba volcánica puede haber sido importada desde la Quebrada la Calera, al otro margen del mismo valle.
La zona es accesible desde la misma Quebrada Santa María, si se atraviesa el abra del Cerro Tres Puntas y del Cerro Corona de La Virgen a unos 1,200 m.s.n.m., y luego, cuesta abajo, hacia la Quebrada de Carricillo a unos 700 metros de altura, ruta que se especula fue tomada por los paijanenses, eventualmente. La otra está siguiendo directamente el curso del Chicaza, unos 35 km desde la misma localidad de Ascope, subiendo hasta unos 500 m.s.n.m.
En los campamentos se hicieron varios utensilios líticos de diversos tipos de roca, como cuarzo de filón, toba volcánica y cuarzo lechoso. Entre ellos, es interesante notar que el pedernal debe proceder de zonas de mayor altura, tal como Chauchat concluyó en el área de Cupisnique. La movilidad de los Paijanenses entre la quebradas y el litoral de esta zona se evidencia por el hallazgo de al menos una vértebra de pescado, la que podría ser liza.
Los seis yacimientos descubiertos se localizan sobre una terraza, al pie de un contrafuerte compuesto por una serie de cerros en la Quebrada de Carricillo. Los sitios se hallan muy cercanos al río Santanero, que desemboca en el Chicama. En estos sitios se ha elaborado puntas de tipo Paiján, preferentemente en cuarzo y cristal de roca, una conducta similar a la que hemos visto líneas arriba para la zona de la Quebrada de Santa María. Otro material usado fue también la toba volcánica, que ya hemos mencionado para el valle de Chicama. En las inmediaciones suele haber campamentos y desechos orgánicos que indican que se consumió caracoles terrestres, cangrejos y probablemente otros animales de poco tamaño. Es interesante que todos estos sitios se hallan próximos a manantiales (del mismo modo que en la Quebrada de Santa María) que, según este investigador, podrían haber estado activos en tiempos de las ocupaciones humanas.
En términos generales, los modos de asentamiento humano, la selección de ciertos tipos de roca para la elaboración de determinados utensilios (cuarzo para puntas, toba volcánica para unifaces), la alta movilidad y el consumo de caracoles terrestres, dan cuenta de un comportamiento similar del Paijanense de la margen derecha del Chicama.
El Paijanense del valle medio de Chicama (Cajamarca) El afán de Briceño por rastrear los orígenes del Paijanense, lo ha llevado a explorar el valle medio del río Chicaza, obteniendo resultados positivos. Él y su equipo han logrado detectar la ocurrencia de talleres-campamentos en ambas márgenes del valle medio de Chicama. En la
Sobre la margen opuesta, es decir, a la izquierda del valle de Chicama, hay un afluente llamado río Quirripano, en cuyas inmediaciones hay una terraza pequeña que es donde se localizan los sitios de Quirripe y al sur, los de Chala. Estos
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se ubican entre los 700 y 1,000 m.s.n.m. y a tan sólo 3.5 km. del mencionado río. En el área hay un manantial que pudo haber sido, igual que en el caso anterior, fuente de recursos, tal como el autor lo menciona. Es notorio el hecho de que estos sitios se encuentren casi frente al valle, mirando hacia la Quebrada de Carricillo, la misma que hemos visto en el otro margen, a no más de 23 km. cruzando el río.
Un lapso más reciente, está constituido por los fechados de los huesos humanos. Ellos fechan entre los 10,714 y 7,489 años a. C. Ambos rangos, pues, traslapan las fechas anteriores y parecen coherentes, salvo el excesivo resultado de la primera fecha que cae en el catorceavo milenio a. C. Ya que el fechado se realizó a inicios de la década de 1970, es evidente que aún no se conocían los problemas que pueden ser ocasionados por la eventual recristalización de la apatita o producción de carbonatos residuales, lo que pudo haber generado esta fecha extremadamente temprana. Por tanto, si deseamos ser cautos, podemos suponer que el inicio del onceavo milenio a. C. podría ser un prudente punto de inicio de estos fechados.
Ambos yacimientos son muy similares a los de la Quebrada Carricillo, pues se trata de tallares y campamentos donde se han manufacturado puntas Paiján de los mismos materiales y también se ha documentado el consumo de caracoles. Otro descubrimiento de trascendencia, es una cantera de pedernal, en las cercanías del pueblo de San Benito, seguramente sobre los 1,200 m.s.n.m. A ella debieron acceder los Paijanenses, ya que se ha encontrado este tipo de roca tallada hasta en algunos de los sitios de Pampa de los Fósiles.
Un segundo conjunto de sitios es La Cumbre, como ya hemos dicho. Los cinco yacimientos que lo conforman se localizan, en promedio, a unos 120 m.s.n.m., 15 km. sobre la margen derecha del río. Actualmente se hallan a unos 10 km del litoral, aunque la orilla pudo haber estado alejada del mar unos 77 km., alrededor de los 10,000 años a. C.
El Paijanense del valle de Moche Ahora, siguiendo nuestro recorrido hacia el sur, vamos a considerar tres sitios claves en el valle de Moche: La Cumbre, el abrigo de Quirihuac y Cerro Ochiputur; aunque este último es examinado de forma más escrupulosa en el sub-capítulo siguiente del intervalle Moche-Viru.
Es importante mencionar que se hallan ubicados sobre la Pampa de Río Seco, la que discurre desde una Quebrada que va a desembocar en el mar, a la altura de la playa de Huanchaco, de modo que, cuando La Cumbre fue ocupada, el Río Seco debió de haber estado activo.
El abrigo de Quirihuac es, virtualmente, el único yacimiento con estratigrafía donde se ha encontrado fragmentos de puntas del Complejo Paiján, además de piezas bifaciales y lascas de talla bifacial bien conservadas en una capa sellada. Hay que mencionar que en esta misma capa se han hallado dos entierros, uno de un niño y el otro de un adulto (Chauchat 1988).
El yacimiento “número 1” ha sido objeto de estudio por Paul Ossa, durante el proyecto Chan-Chan - Moche de la Universidad de Harvard, entre 1969 y 1974 (Ossa y Moseley 1971), y dentro de la historia de la investigación del Complejo Paiján ha sido el primero en ser estudiado en detalle y de manera seria.
De Quirihuac se ha obtenido cuatro fechados radiocarbónicos que han sido procesados completamente en el laboratorio, dos de ellos de carbón de madera y el otro par a base de huesos humanos de las tumbas referidas. Hay otros tres fechados que, por no haber sido completados, preferimos no incluir aquí.
Se trata de un taller con gran cantidad de desechos de talla de puntas Paiján y piezas que ya hemos visto como características de los talleres de Pampa de los Fósiles, la cual se halla a unos 60 km al noroeste de este sitio. Otros utensilios como unifaces y herramientas simples unifaciales, tales como lascas usadas, denticulados y piezas con muescas son típicos de La Cumbre “número 1”.
Los resultados de las muestras de carbón han dado un rango de 13,614-9,155 años a. C.
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Por otro lado, la materia prima usada para la confección de las herramientas ha sido la granodiorita de grano fino y, eventualmente, cuarcitas que se hallan en las inmediaciones del yacimiento, en el río Seco, a sólo 1 km. de distancia.
la, entonces, descarga activa de la Quebrada de Santo Domingo. En referencia al paleoclima de la zona, ella sostiene que debió ser menos árido que el actual, debido a la presencia de gran cantidad de caracoles de tierra hallados en estas partes del valle de Chicama y del mismo Moche. De igual modo, la presencia de venados, peces y tallos calcáreos en actuales zonas desérticas, apoyarían esta hipótesis que parece coherente.
En este yacimiento se ha descubierto osamentas de megafauna, entre las que se cuentan las de caballo (Equus) y posiblemente mastodonte, aunque el mismo Ossa pone en duda su vinculación o asociación con los restos humanos. De hecho, es evidente que hasta el momento se sabe que la gente del Complejo Paiján, no cazó fauna grande del Pleistoceno Final en Pampa de los Fósiles y, al parecer, tampoco en La Cumbre.
El campamento es extenso, pues mide unos 450 metros cuadrados. Llama la atención que la principal materia prima usada para la manufactura de utensilios líticos haya sido la granodiorita, que, usualmente, tiene mala calidad de fractura y muy poca durabilidad. Otros materiales usados han sido toba volcánica, cuarzo, sílex y una roca negra no identificada. Lascas de percutor duro, núcleos informes, denticulados, microdenticulados, una muesca, dos raederas y la escasa presencia de material bifacial recuerdan los artefactos típicos de los campamentos estudiados más al norte.
Recientemente las investigaciones de Carlos Deza y su equipo en el sitio número 3 de La Cumbre han relevado más bien un campamentotaller con una serie de restos orgánicos como corvinas, cojinovas, lornas, bagres, caballa, jurel, misho, suco, pejerrey, además de caracoles terrestres (Scutalus), tan consumidos por los Paijanenses. Deza y sus colaboradores llaman la atención sobre la cantidad de restos y la estratigrafía, lo que revelaría una serie de ocupaciones estacionales (Deza et al. 1998).
Entre los hallazgos importantes de Medina, cabe mencionar la presencia de diferentes formas de fogones. Los hay superficiales, de tan sólo 5 cm. de profundidad, que habrían, supuestamente, servido para conservar el calor de la fogata. También hay los llamados “en cubeta simple”, con profundidades que llegan a 30 cm., y que sirvieron para cocinar alimentos como caracoles, vegetales, peces y probablemente cañanes. Al parecer este tipo de fogones también han sido usados para cocinar caracoles.
Nuevamente, de manera similar que en Quirihuac, la apatita de los huesos de mastodonte ha sido fechada por radiocarbono en un lapso de tiempo entre 13,399 y 10,117 años a. C., por lo que no hay precisión de este rango. Además, la fecha más antigua tiene una “desviación standard” demasiado grande, lo que la hace más difusa. Por el contrario, la fecha reciente parece más precisa, de modo que el onceavo milenio a. C. puede ser un promedio ideal para fechar a este sitio, aunque se necesitarían de más muestras para ser precisos.
Es interesante que también exista otro tipo de depósitos, que Medina, atinadamente, llama “contenedores”, una suerte de fosas pequeñas con el propósito de guardar alimentos como caracoles y animales pequeños.
Sobre la margen izquierda del río Moche, entre el Cerro Ochiputur y Cerro Santo Domingo, en una terraza aluvial de la Quebrada de Santo Domingo, casi frente a al abrigo de Quirihuac, Lucía Medina ha reportado el hallazgo de un campamento de filiación Paiján, a unos 320 m.s.n.m., con una serie de sitios anexos alrededor del mismo Cerro Ochiputur.
Hay que remarcar el hallazgo de un tronco carbonizado de entre 5 y 8 cm. de espesor, que fue usado como fuente para combustión. Este material necesita análisis claves, entre ellos, fechados radiocarbónicos. Estos últimos parecen estar en curso, como lo menciona la autora. Si hablamos de la dieta de los paijanenses de este sitio hay que resaltar la preponderancia de caracoles terrestres, peces como “sucos”, cuyo
El campamento se encuentra en un área clave, a unos 5.5. km. al sur del río Moche y abrigado por los cerros antes mencionados y a la ribera de
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alta concentración de yacimientos desde la Quebrada de Santo Domingo hasta la Quebrada Fajado, entre unos 180 a 450 m.s.n.m. Este sector es complementado por otro que se halla en el flanco oeste del mismo Cerro Ochiputur y Cerro La Mina, con la presencia de menor cantidad de sitios paijanenses, entre unos 300 y 500 m.s.n.m.
hábitat pudo haber sido algún lugar arenoso en la desembocadura del río Moche (muy posiblemente atrapados durante la estación estival). Además se consumieron los peces llamados “cachemas” (Cynoscion analis), que más bien eran accesibles durante todo el año. Sólo con la ingestión de ambos peces ya se tenía un promedio de 18% de proteína, ácidos grasos, alto porcentaje de hierro y potasio.
Todos estos yacimientos evidencian claramente la posición estratégica respecto a los recursos. Se localizan en quebradas abrigadas y explanadas a tan sólo 4 o 5 kilómetros del río Moche. En un área en la que, por aquel entonces, las lomas, supuestamente del Holoceno Temprano, eran al menos algo más densas, como ya apuntan varias evidencias expuestas en este libro.
Siempre de acuerdo a esta arqueóloga, es posible distinguir tres actividades diferenciadas en el campamento. A saber: la preparación de alimentos, la cocción de ellos y la manufactura de implementos líticos. En resumen, la variedad de fauna y vegetales hallados en el sitio, así como la presencia de otros tipos de campamentos, que posiblemente fueron sólo el paso del sitio central que ella ha analizado, demostraría una alta movilidad de los Paijanenses de esta zona.
La zona litoral correspondiente a esta área es una de las que presenta una suave pendiente sub-oceánica, de modo que si la distancia al mar actual es de aproximadamente unos 5 kilómetros, ésta habría sido al menos de 80 km. en final de la última glaciación en el onceavo milenio a. C., aunque seguramente el nivel marino emergió de forma rápida y los pobladores tuvieron a menos distancia el mar, caso similar al que pudo experimentar el área de Pampa de los Fósiles. En este sentido, es importante obtener información radiométrica para la ocupación Paijanense de esta zona.
El Paijanense del intervalle Moche-Virú La investigación sobre el Paijanense no ha cesado desde los primeros descubrimientos. Es así que la ocupación Paijanense, en la zona entre los valles de Moche y Virú, ha sido documentada por la arqueóloga peruana Rosario Becerra (2000). Ella ha desarrollado una extensa prospección de un área de aproximadamente 35 km. de norte a sur, comprendiendo las zonas de Quebrada de Santo Domingo y Cerro Ochiputur en la margen izquierda del río Moche, por el Norte, y las de el Cerro Las Lomas en la margen derecha del río Virú, por el sur.
Al parecer, determinados lugares han sido destinados por los Paijanenses para ciertas actividades diferenciadas. Tal es el caso del Cerro Ochiputur y Cerro la Mina, donde hay gran cantidad de campamentos que se localizaron en estas zonas por los recursos de loma de ambos cerros, entre ellos, caracoles terrestres. En el flanco opuesto, es decir, hacia el este, en la Quebrada de Santo Domingo, se dedicaron más bien a la confección de utensilios de piedra en talleres, aprovechando las canteras de riolita, cuarzo y toba volcánica que existen en la zona.
Becerra ha descubierto nada menos que 93 yacimientos paijanenses en seis áreas en esta zona, que vale la pena resumir en vista de la importancia de estos sitios, sobre todo por la distancia del Paijanense “tradicional” de Pampa de los Fósiles y Quebrada Cupisnique, unos 80 km al noroeste. Con el permiso de la autora, vamos a tomarnos la libertad de dividirlas en dos grandes sectores: el norte y el centro-sur.
En cuanto al sector centro-sur, área que comprende desde la Quebrada de Rinconada hasta Cerro las Lomas, se halla la mayor concentración de yacimientos del Paijanense. Desde una perspectiva general, destaca la densa concentración de sitios a ambas márgenes de la Quebrada llamada Río Seco, lo que por cierto permite deducir su importante carga activa de
En el sector norte, tenemos toda la zona al norte del Cerro Ochiputur y, sobre todo, una
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Las puntas tipo Paiján de estas zonas, muestran las características propias de las halladas previamente. Las hay de bordes rectos y alargadas y de forma acorazonada, con la parte perforante pronunciada. Llaman la atención las puntas de cuarzo y la notoria cantidad de piezas foliáceas que también parecen estar patinadas.
agua durante el Holoceno Temprano, mientras que más al sur, en el Cerro las Lomas, los sitios son ya escasos. Es de interés notar que rocas de cuarzo y riolita talladas en esta zona han sido transportadas desde la parte norte, específicamente desde las canteras de la Quebrada de Santo Domingo y Quebrada Rinconada. Nuevamente presenciamos la alta movilidad de esta gente.
Siempre de acuerdo al modelo etnoarqueológico que Chauchat ha aplicado a la Costa Norte peruana, una notoria cantidad de piezas “desviadas” y manufacturas mal “terminadas”, lleva a Becerra a concluir que éstas han sido elaboradas por aprendices. Debido a la diversidad de materia prima, tales “practicantes” habrían ensayado con varias calidades de rocas.
Ya que muchos de estos sitios contienen restos marinos, Becerra releva, acertadamente, la importancia del desplazamiento de los Paijanenses de esta zona al mar, y el hecho evidente de que, debido a la isostasia, se han echado a perder varios sitios y evidencias de ocupaciones Paijanenses bajo el océano. Si, como hemos observado, la línea de playa alrededor de los 11,000 años a. C. se hallaba unos 80 km. más al oeste que la actual, el movimiento de ellos para conseguir recursos de la orilla resulta impresionante, aun cuando esta distancia haya sido menor por efecto del levantamiento marino durante el Holoceno Temprano, o haya otros cálculos batimétricos.
En cuanto a la subsistencia, Becerra señala que esta zona fue similar a la de Chicama. Destaca el caracol de loma (Scutalus proteus), pero se ha hallado también corvinas (Micropogon altipinnis) y sucos (Paralonchurus peruanus). Tallos de helechos (Huperzia sp), algarrobo (Prosopis sp) y achupalla (Tillandsia) también parecen haber sido consumidos y usados. La autora menciona, de la misma forma, fragmentos de pericarpio de mates (Lagenaria siceraria), hallados en una de las excavaciones hechas, aunque no haya podido ser definido si se trata de la ocupación Paijanense o si es más reciente.
Una particularidad interesante es el empleo de cuarzo para la elaboración de puntas de tipo Paiján y, secundariamente, unifaces, aunque ya se ha reportado esta opción para otras áreas del Paijanense, más al norte. Según Becerra, las lascas de este tipo de material son pequeñas y han sido frecuentemente removidas por percutor blando. Por otro lado, la ocurrencia de sílex, en escasa cantidad, podría ser explicada, ya sea por haberlo hallado en las márgenes de las quebradas, o por qué no, que fue importado de zonas de mayor altura, como bien lo señala ella. Del análisis de las lascas de toba volcánica, se desprende que este tipo de roca también ha sido usada para la manufactura de puntas bifaciales y unifaces.
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El Paijanense de la Costa de Ancash Si continuamos nuestro recorrido hacia el sur, la cultura Paijanense empieza a cobrar otras características, sobre todo por su menor antigüedad y material que acompaña a las puntas de tipo Paiján, entre los que se encuentran las puntas pequeñas foliáceas que proceden de los Andes. Tal como lo sugiere Bonavia y colaboradores, es evidente que son poblaciones que descienden de los Paijanenses, empero con otras características. La falta de investigación y, sobre todo, la ausencia de restos humanos para poder ser más categóricos en la definición de este tipo de grupos humanos, hace difícil tratarlos. Vamos ahora a examinar estos restos, virtualmente, los más remotos de esta parte de la costa peruana.
Se trata del sitio denominado ISCH-206: 10, a unos 220 m.s.n.m., en las inmediaciones de Cerro El Chino, sobre la margen izquierda del valle de Chao. Es un taller de puntas bifaciales y paijanenses de cuarcita y riolita, donde además se ha hallado lascas de percutor blando, fragmentos de puntas de proyectil y piezas foliáceas. Este sitio promete la presencia de herramientas de piedra aun similares al Paijanense “tradicional”, en vista que ahora ya disponemos de una cadena de yacimientos tempranos desplegados en la Costa peruana, y sobre los cuales se puede especular. Además sería interesante realizar prospecciones y excavaciones en esta zona, en función de examinar las modalidades de adaptación y cronologías de estos grupos durante el Holoceno Temprano y Medio.
El Paijanense en la inter-cuenca Chao-Santa
El Paijanense en el valle de Casma
Unos 35 km al sur de Cerro las Lomas, que acabamos de ver en el valle de Virú, Santiago Uceda ha reportado la presencia de al menos un yacimiento vinculado al Complejo Paiján, en el valle de Chao (Uceda 1988).
Desde el Cerro El Chino hacia el sur, recorriendo unos 90 km. a través del valle del Santa, se arriba a la parte baja del valle de Casma, donde se ha desarrollado una investigación extensa por parte de dos arqueólogos, Michael Malpass (Malpass 1983, 1986) y Santiago Uceda (1986, 1992) ya hace más de 20 años y que toca resumir y evaluar brevemente aquí, aunque en ambas tesis hay un énfasis en análisis de líticos. El lector notará que hemos sumado al Paijanense la parte del Holoceno Medio, y esto se debe a que ambos autores así lo han considerado. En la parte baja del valle de Casma hay dos factores geográficos de importancia que hay que subrayar. Por un lado, la misma cuenca del río que, de hecho, constituyó un factor clave en el patrón de asentamiento de los tempranos pobladores de esta zona. Por el otro, al sur del río y siempre en la parte baja, dominan al menos dos elevaciones: el Cerro Santa Cristina o Campanario, que se extiende casi paralelo al litoral y alcanza una altura máxima de unos 500 m.s.n.m. y más al sur, el Cerro Mongón, que se extiende hacia el sureste por más de 10 km., y que entre julio y noviembre reverdece por las lomas.
Figura 23. Yacimientos del Paijanense y Holoceno Medio en el valle de Casma (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
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La línea batimétrica de 50 metros, en esta zona, se halla con un mínimo de 70 km., por lo que diferimos completamente la posición de la línea de Prince que es tomada por Malpass y que se asumía como de 8 a 15 kilómetros. Por tanto, hay dos posibilidades: la curva de Prince de entre 8 a 15 km, o la línea batimétrica del NOAA de 70 km.
del río Casma. Su resultado es 5,887-5,737 años a. C., aunque Uceda piensa que puede ser algo más antiguo que este lapso. Si sumamos a ello los fechados más recientes de la Costa Norte y las ideas de Malpass, tenemos que el Paijanense de esta zona debería promediar entre los 7,000 y 6,000-5,500 años a. C., aproximadamente, conclusión a la que ya ha arribado Bonavia et al (2001), aunque nuevamente, a falta de más fechados, estamos especulando.
La ocupación Paijanense ha sido identificada, primero por Malpass y luego por Uceda. Malpass, en un inicio, logró detectar tres yacimientos con puntas pedunculadas de tipo Paiján. Una primera observación es que dos de ellos, Campanario y Las Lomas, a pesar de estar distanciados en unos 16 km., se encuentran casi en la actual orilla del mar que, obviamente, en el momento de las ocupaciones humanas debió ubicarse algunos kilómetros más lejos que la actual. Por tanto, parece tratarse de las ocupaciones Paijanenses más cercanas al litoral que se conozcan (figura 22).
Una tercera fecha relacionada con el Precerámico Tardío, aunque no es el foco de este libro, es necesario incluirla, debido a la relevancia del fechado con las asociaciones encontradas, pues se trata del hallazgo de una serie de restos orgánicos, como moluscos, restos de peces, semillas de algarrobo, calabaza y maíz, correspondientes a un yacimiento en las faldas del Cerro El Calvario, a unos 13 m.s.n.m. y a algo más de 1,500 metros de la playa. Puesto que este contexto fecha 4,998-4,801 años a. C. y el material sobre el que se han calculado estas cifras es carbón, podríamos hablar de una de las evidencias más remotas de maíz, no sólo en los Andes, sino también en América.
A pesar de que Malpass no pudo hacer excavaciones, suministró una serie de materiales muy interesantes, expuestos en forma de una secuencia caracterizada por una serie de herramientas de piedra y que abarca el Paijanense, el Precerámico Medio (que el llama Mongoncillo) y el Precerámico Tardío. No obstante, al no haber excavaciones ni estratigrafía, es difícil determinar las ocupaciones humanas por épocas. El panorama es aún más complejo, en cuanto Malpass no presenta ninguna cronología absoluta.
Resta la ocupación del Precerámico Medio o Mongoncillo, a la que sólo le queda situarse durante el sexto milenio a. C., aunque no hay fechados radiocarbónicos, y el tiempo parece apretado, pero plausible, pues no todos los períodos tienen que ser milenarios, sin conocimiento de causa.
Por su parte, Uceda ha logrado ampliar el panorama en lo que respecta al Paijanense de esta zona. Esto gracias a una prospección de casi 40 km. de norte a sur, desde la península de Tortugas hasta casi Pampa de los Médanos en Río Seco y no lejos del río Culebras, para el cual nos falta documentación del Holoceno Temprano.
Los campamentos-talleres con puntas de tipo Paiján Malpass ha descubierto tres yacimientos que deberían pertenecer al Complejo Paiján, si se le puede denominar así en esta parte de la costa. Dos de ellos, casi sobre el mismo litoral, tienen las características de campamentos y talleres. Del primer yacimiento, se conocen puntas Paiján con un característico “pedúnculo ancho”, a diferencia de las conocidas puntas para la zona típica de Pampa de los Fósiles-Cupisnique. Este sitio es llamado E3b o Campanario, en referencia al cerro del mismo nombre, o también Santa Cristina,
Probable tiempo en que los Paijanenses se asentaron en Casma Los únicos fechados disponibles han sido los que proceden de la investigación de Uceda. La primera fecha viene de la capa 2 del campamento Paijanense localizado en Cerro Julia, a pocos metros de los campos de cultivo del flanco derecho
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que se halla flanqueándolo y luego se distribuye paralelo a la orilla, hacia el sur. Se encuentra, aproximadamente, en los 80 m.s.n.m., a unos 400 metros distante de la orilla y a 4 km al sur de la desembocadura del río Casma. Estos elementos, tanto la proximidad a la orilla, la inmediatez al río y probablemente las lomas -más reverdecidas de aquel entonces- hacían que los recursos allí existentes estén al alcance de la mano.
en pequeños soportes para funciones diferentes. Malpass piensa que este yacimiento fue un taller durante la ocupación Paiján. Es de interés que ambos campamentos-talleres del Paijanense se hallen aproximadamente a unos 70 m.s.n.m., lo que define un patrón de asentamiento bastante homogéneo y al borde de la playa.
Junto a este material, Malpass afirma la existencia de utensilios unifaciales tallados en andesita, como denticulados y lascas usadas. Además, este arqueólogo menciona el hallazgo de áreas de actividad lítica y lascas de percutor blando, que indicarían, en efecto, que la talla de las puntas se llevo a cabo in situ. Estas piezas fueron hechas de rocas locales como arenisca blanca o cuarcita. No obstante, Uceda sostiene que hay pocas lascas que evidencian talla bifacial, por lo que sugiere que más bien se trata de un campamento donde se reparaban puntas y se confeccionaban útiles ordinarios, i.e. unifaciales.
Un tercer yacimiento, posteriormente publicado (Malpass 1986), es el llamado 8V-1, éste, más bien, rompe con el patrón de ubicación litoral, pues se localiza aproximadamente a algo más de 6 km. de la línea de playa actual y al parecer contiene lascas grandes de basalto y material tallado en cuarzo, el cual bien podría pertenecer a este Complejo Paiján. Malpass piensa que se trata de una especie de taller de preformas de tipo Chivateros, aunque la evidencia publicada no parece ser suficiente aún. Un campamento-taller final que tenemos que incluir es el famoso sitio de Cerro Julia, inmediatamente al norte del valle bajo de Casma, y aproximadamente a 10 m.s.n.m. La prospección digital que nos posibilita Google Earth ha demostrado que el yacimiento se halla, al menos desde el 2003, parcialmente alterado por terrenos de cultivo que se han extendido desde el mismo valle, al parecer, de manera vertiginosa. Es importante mencionar que Uceda, a través de sondeos, ha logrado recuperar parte de lo que esta gente al parecer consumía: mariscos y gran cantidad de recursos marinos, incluyendo algunos recursos de loma.
Inmediatamente al norte de la playa Las Aldas y a unos 400 metros del actual litoral, nos encontramos con el otro yacimiento vinculado con Paiján, el A68b (Las Lomas, o Mongoncillo, este último es también usado, por el mismo autor, para denominar al Precerámico Medio de esta zona), aunque con gran cantidad de material, aparentemente del Holoceno Medio, o reocupado por pobladores después de los Paijanenses. La mayoría de utensilios líticos son simples lascas usadas, herramientas compuestas y puntas de tipo Paiján. Estas últimas, a diferencia de las del sitio Campanario, han sido hechas de pedernal (chert), cuarzo y cuarcita. Otra herramienta importante es el perforador, una especie de lasca con un apéndice agudo, bastante alargado, que se supone sirvió para perforar. Si bien es posible plantear que se trata de dos ocupaciones, también puede ser válido pensar que se trata de una sola ocupación, más bien del Holoceno Medio, que podría representar un tipo de adaptación al nuevo régimen climático del Holoceno Medio, con uso de puntas tipo Paiján y a la vez una serie de tecnología lítica nueva, con perforadores y piezas bipolares elaboradas
Los talleres especializados de grandes lascas y las canteras de cuarzo Aparte de los campamentos-talleres de puntas Paiján, Uceda ha puesto al descubierto una serie de yacimientos especializados en la explotación del cuarzo, por medio de una especie de utensilios que él denomina “cuñas”, las cuales son lascas bastante grandes, producidas por una técnica
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llamada bipolar, la que consiste en obtener lascas a partir de soportes grandes o duros, colocando a este último sobre una superficie plana de piedra, mientras que con la otra mano se golpea la pieza sobre el otro extremo, de modo tal que se generan dos polos de fuerza desde arriba y abajo, desprendiendo, en este caso, una gran lasca. Estas piezas son de andesita, y Uceda ha observado que tienen huellas de uso en las partes filosas, las que él ha interpretado como consecuencia de haber sido usadas a modo de “cuña”, con el objetivo de desprender trozos de cuarzo que luego han sido tallados para hacer preformas bifaciales de tipo Chivateros.
parecen haber sido las más recónditas, lo cual parece un tipo de adaptación que ya hemos visto para el caso del Paijanense “tradicional” de la Costa Norte. Por otro lado, la existencia de estos sitios en los diferentes ecosistemas dentro del valle, permite deducir, como bien lo hace Uceda, que los paijanenses aprovechaban recursos del litoral, del valle, de las lomas y del propio desierto. Se demuestra, así, un despliegue amplio de asentamientos, que recuerda al ocurrido en la Costa Norte.
Las canteras de cuarzo se encuentran esparcidas de manera rala, pero por toda la zona, desde la Bahía de Tortugas, al norte de Casma, hasta las inmediaciones de Cerro Mongón, por lo menos en un espacio de 30 km. Sin embargo, los talleres para la confección de las lascas grandes, “cuñas”, se concentran sobre el flanco este del Cerro Santa Cristina, en la parte media de las localidades estudiadas, al sur del valle (sitios 13, 15 y 17 en la figura respectiva que mostramos), a excepción de un taller de este tipo al norte del valle, a unos 160 metros sobre el nivel del mar (sitio 16 en el gráfico que presentamos). Hay que señalar que en el sitio 17 se ha ubicado una herramienta que es única de Casma y que Uceda llama “raedera bifacial”, una modalidad particular de este valle, aunque no se conoce aún su función.
El Holoceno Medio en Casma Leo conocemos, en gran medida, por las investigaciones de Malpass, aunque no vamos a entrar en detalle en este tema, sobre todo por la exclusividad en lo que a material lítico se refiere. Lo que sí hay que señalar es que Malpass ha documentado 38 yacimientos del Holoceno Medio alrededor del Cerro Mongón y Las Lomas, sobre los cuales se ha descubierto utensilios que son característicos por antonomasia para este período, tales como perforadores, pequeños núcleos bipolares, denticulados, y la ocurrencia de puntas de tipo foliáceas andinas. Este tipo de herramientas recuerdan a las halladas en Pampa de los Fósiles 27, donde a pesar de las dudas de Chauchat en cuanto a su posición “tardía” dentro del propio Paijanense de la Costa Norte, la reducción del tamaño de las piezas, la ocurrencia de perforadores y piezas bipolares compatibilizan con las series líticas de Mongoncillo en Casma, aunque al menos un milenio después de lo acontecido en el Norte. Éste es un enigma que aún queda por resolver, pero que se inclina a la posibilidad de haber sido una “tecnología nueva” impuesta por el evento, ya vigente por aquella época: el aumento de las temperaturas y con ello, los cambios climáticos generados por el Holoceno Medio y su inicio hacia los 7,000 años a. C., de acuerdo al episodio 5a que hemos visto en la curva isotópica del Huascarán. No cabe
Por su parte, las canteras de cuarzo se hallan bastante diseminadas entre la península de Tortugas (al norte del río Casma, que por espacio, no hemos incluido en la ilustración), en las faldas de Cerro Prieto y Pampa Afuera (como los sitios 20 y 18). Sobre la margen sur del río tenemos, por ejemplo, a los sitios 21 y 37. Hay que mencionar, también, la existencia de canteras de riolita (como la 31) que, a pesar de su reducida área, muestran preformas tipo Chivateros muy similares a las de CupisniquePampa de los Fósiles. Por lo general, no se trata de áreas del litoral, sino de zonas de mayor altura, aproximadamente 120 m.s.n.m., de modo que es factible pensar que los campamentostalleres se concentraban mayormente sobre el litoral, al igual que los talleres de cuarzo, aunque también se les encuentra en zonas más alejadas de la costa, finalmente, las canteras de riolita
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duda de que se requiere de una investigación sesuda para ser más categóricos y salir del campo de las elucubraciones. Tenemos que llamar la atención del lector en cuanto a estas variedades de utensilios de piedra y lo que sigue al sur, pues a falta de radiocarbono, algunas ideas se pueden sugerir sobre las relaciones trascendente de los artefactos de piedra, aunque hay que enfatizar, de nuevo, que hay una carencia de datos que nos obligan a especular y simplemente sugerir hipótesis de trabajo.
inmediaciones de la mina San Miguelito, Ancash) que da origen al Río Sechín. Los dos sitios se ubican a 4,650 y 4,500 m.s.n.m., respectivamente, y a tan sólo unos 25 km. de la cueva del Guitarrero, si es que se sigue por la Quebrada de Rudiopampa hasta el mismo Callejón de Huaylas. Se trata de un total de 22 fragmentos de puntas con una suerte de apéndice basal y lados rectos que recuerdan a las puntas de tipo “Paiján”, junto a otros tipos de puntas pedunculadas anchas. Sin embargo, estas asociaciones, sumadas a sus reducidas dimensiones (que recuerdan más bien al tipo de talla de puntas foliáceas a partir de pequeñas lascas) y al hecho de que no toda punta “pedunculada” tiene que ser vista como “Paiján” -por lo menos hasta que se les estudie in extenso y por medio de cadenas operativasno son argumentos suficientes para afirmar, por la sola comparación de puntas, que hubieron ocupaciones paijanenses en la Puna de la Cordillera Negra. De modo que parece difícil asignar este material al Complejo Paiján, cuando menos hasta presentar mayor detalle.
¿Puntas de tipo Paiján en la Puna? De acuerdo a Malpass, habría dos yacimientos llamados Tecliomachay y Huanchanmachay en la Cordillera Negra, los cuales contenían puntas de tipo Paiján en sus niveles más profundos. Ambos sitios se hallan en las inmediaciones de la laguna de Teclio (al pie del Cerro Rajucuta, en las
Figura 24. Yacimientos paijanenses y del Holoceno Medio y Tardío del valle de Huarmey (cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
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piedras de un grupo que hacía preformas tipo Chivateros. Este sitio es llamado El Volcán y se localiza en el desierto costero, tan sólo a unos 800 metros del litoral actual (Bonavia 1982b) y a unos 17 m.s.n.m. (figura 24). No obstante, si seguimos la línea batimétrica de 50 km, la línea litoral debió estar alrededor de unos 40 km más alejada durante el Younger Dryas, para luego experimentar un ascenso del nivel marino. De modo tal que la información batimétrica confirma la observación de Bonavia hecha a partir de las terrazas marinas, en la que se ofrece información sobre la mayor anchura del litoral en esta parte de la costa peruana y, con ello, la posibilidad de que haya evidencia bajo el océano de estos primeros pobladores de Huarmey (Bonavia 1996).
El Paijanense y Holoceno Medio de Huarmey Siguiendo nuestro viaje de norte a sur por la Costa, tenemos que trasladarnos unos 40 km, entre Pampa de los Médanos al norte del río Seco y atravesando por el sur el valle de Culebras, para arribar a la zona del valle de Huarmey y hallar más evidencias en la búsqueda de estas primeras huellas humanas en la costa peruana. En este valle, Duccio Bonavia ha investigado el problema de la ocupación precerámica y el Paijanense en un trabajo de alrededor de 30 años, de hecho, uno de los más largos, extensos y prolíficos en la historia de la investigación precerámica, si se suma los trabajos de campo y publicaciones de los hallazgos.
Las rocas usadas para la talla de preformas tipo Chivateros son pórfidos de color rojizo, de origen volcánico. Los restos líticos disgregados por toda la cantera evidencian claramente que un grupo humano, posiblemente pequeño, se acercó a estas colinas con la finalidad de extraer este tipo de roca, probablemente para hacer tests de fractura y luego proceder a tallarla -que es la primera fase de trabajo en el intento de hacer puntas de tipo Paiján- para luego transportarlas a sus viviendas y terminar con la finalización de la punta por presión, tal como sucedió en Pampa de los Fósiles, unos 300 km. al norte, aunque ya hemos visto que en la Costa Central esta modalidad puede variar.
El Volcán y Tres Piedras: canteras de tipo Paijanense en Huarmey Si bien no se tienen fechados radiocarbónicos para la ocupación más antigua en el valle de Huarmey, Bonavia ha identificado una cantera, es decir, un área de recolección y extracción de
La presencia de preformas bifaciales, lascas y desechos de talla revelan que los artesanos tallaron la roca in situ. Evidentemente, las encontradas han sido las falladas, aquéllas que se rompieron en el sitio donde se las manufacturó. Es posible que en el apuro o por razones de peso, otras hayan sido también abandonadas. Es interesante que Bonavia haya encontrado una serie de restos que nos informan sobre problemas que fueron surgiendo durante el trabajo de talla, tales como la poca pericia por parte de los artesanos y, eventualmente, fallas en la roca que llevaron al fracaso de la manufactura de la punta.
Figura 25. Preformas tipo Chivateros de la cantera Tres Piedras, Paijanense de Huarmey, probablemente entre los 7,500 y 6,000 años a. C. (cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
Debido a la escasa cantidad de desechos de talla, se puede especular que la estadía en este sitio haya sido muy corta, asimismo, que el grupo a cargo de esta actividad estuvo constituido por un número reducido de personas. No olvidemos
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Las piezas bifaciales (figura 25) que han sido analizadas demuestran claramente las dos intenciones de los talladores: formar una silueta ovalada y reducir el espesor de las piezas por medio de una serie de golpes con martillo de piedra y muy ocasionalmente con un percutor, probablemente de madera o de hueso.
que la etno-arqueología ha demostrado la gran factibilidad de que este tipo de actividades hayan sido desempeñadas como una forma de trabajo familiar, tal como sucedió con los Yrian Jaya, hace unas decenas de años en Indonesia, y que incluso Pelegrin llega a sugerir a modo de hipótesis en la Costa Norte.
Si seguimos las referencias de los experimentos líticos de Pelegrin y Chauchat (1993), las pocas preformas encontradas en Huarmey pueden haber sido manufacturadas en tan sólo unos pocos minutos. Si tomamos en cuenta la totalidad de las piezas encontradas en la cantera de Tres Piedras, todo el trabajo pudo haberse efectuado en cuestión de hora y media. Ello da mayor relevancia a la hipótesis de que este tipo de yacimientos habrían sido estaciones de paso de estos primeros pobladores, quienes iban en busca de materia prima para la confección de sus utensilios de piedra.
Una cantera muy próxima de similares características, es la llamada Tres Piedras, al lado este de la Panamericana Norte, también descubierta por Bonavia (Bonavia 1982b, León Canales 2000), y a unos 60 m.s.n.m. Entre ésta y El Volcán, hay una pampa de tan sólo unos 2.7 km., de tal forma que no se puede descartar que se haya tratado de la misma gente que exploraba nuevas zonas en busca de materia prima para fabricar sus utensilios. En esta oportunidad, el tallador lítico buscó, más bien, un tipo de roca llamada andesita metavolcánica, que, sin embargo, presenta características similares a las de El Volcán, de modo que esta diferencia no parece significativa, pues todas estas rocas afloran de manera natural en las inmediaciones.
Debido al excesivo viento responsable de la presencia de dunas de arena en esta parte del Perú y, eventualmente, al problema expuesto líneas arriba sobre el levantamiento del nivel del mar, no ha sido posible localizar más yacimientos correspondientes al Paijanense de Huarmey, pero de seguro existió toda una gama de sitios como campamentos, talleres y demás evidencia de la presencia de estos primeros grupos humanos en esta zona.
De esta cantera se recolectó menos cantidad de rocas para la elaboración de las preformas tipo Chivateros, lo que puede interpretarse como una “parada” en el camino de estos recolectores de roca, tal vez para explorar la colina y hacer ensayos fracturando y golpeando el material rocoso. De hecho, las piezas que no guardan relación con talla de preformas bifaciales, tales como núcleos sin forma, podrían evidenciar que esta gente está probando las cualidades de la piedra. Ensayos de esta naturaleza abundan en la prehistoria universal, por lo que se considera lógico lo expuesto.
Pescadores-Recolectores del Holoceno Medio en Huarmey En el marco de su trabajo de campo, Bonavia (2001) ha localizado un sitio posterior en la secuencia temporal de ocupación, el cual ha sido denominado PV35-106, ubicado a unos 18 m.s.n.m., muy cerca de la orilla (figura 24, parte derecha). Éste se halla a una distancia aproximada de unos 5 km. al sur de El Volcán. El fechado radiocarbónico obtenido indica que la ocupación humana debió darse entre los 5,513 y 5,079 años a .C. Esta imprecisión de 500 años (es debido al valor de las desviaciones standard y las variaciones de la curva de calibración) nos da un margen grande de error, pero al menos sabemos que los pobladores de este sitio habitaron en algún lapso durante la época referida líneas arriba.
Con relación al tema de cronología, al igual que en El Volcán, no se ha podido obtener ningún fechado radiocarbónico, pero si seguimos el esquema general del Complejo Chivateros de la Costa Central, es posible que Tres Piedras también haya sido ocupado en algún lapso de tiempo entre los 7,500 y 6,000 años a. C., aunque ello es completamente especulativo, hasta que hayan nuevas investigaciones con fechados radiométricos.
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a no mucha profundidad. Probablemente también hubo más charcos y pantanos en las inmediaciones, complementando el panorama de recursos.
Es importante anotar que Bonavia atribuye simultaneidad de ocupación humana de este sitio con respecto a la primera ocupación (que se halla en el estrato más profundo) del sitio Los Gavilanes. De modo que ambos son contemporáneos y traslapan en el tiempo.
A pesar de la excavación restringida, Bonavia ha logrado rescatar restos suficientes como para poder hacernos una idea del tipo de adaptación y economía de estos tempranos pobladores. En cuanto a la serie de instrumentos de piedra que ellos manufacturaron, encontramos a piezas astilladas y bipolares, las que debido a su fuerte presencia significan una actividad importante para los ocupantes de este yacimiento.
Pero, ¿cuán lejos estaba la playa durante ese momento? y, además, ¿qué tipo de clima había? Tratándose de que este sitio fue ocupado durante el “pico” del Holoceno Medio, es difícil precisar la distancia al mar, pero podemos suponer que no debe haber sido muy distinta a la actual, considerando que el nivel del mar estaba en franco levantamiento e incluso rebasó el actual a causa del elevamiento de las temperaturas. De hecho, Bonavia (1982b), en colaboración con especialistas en geología del Cuaternario, ha determinado que alrededor de los 4,000 años a. C., el nivel del mar se hallaba 4 metros por encima del actual, lo que no alcanza a ser precisamente durante la época de ocupación del sitio, pero nos da una idea aproximada de lo que pudo haber pasado. Además, no hay que olvidar que el sitio de todas formas debió estar separado de la orilla del mar por una pequeña cadena de colinas intermedias.
Para elaborarlas se eligieron guijarros de varias formas y tamaños, muy posiblemente locales. En términos generales, este tipo de utensilios eran tallados bajo una forma poco frecuente, pero singular y efectiva: Se coloca a la pieza a tallar sobre otra con una superficie plana (que es llamada “yunque” y algunos ejemplares han sido hallados en las excavaciones), mientras que con la otra se sostiene un guijarro más duro con el cual se golpea a la pieza. Como resultado de ello se pueden remover una serie de lascas de la pieza (o núcleo), que son fragmentadas, probablemente para hacerlas cortantes o, simplemente, con el propósito de obtener lascas para cumplir con determinadas tareas. Además esto implica el conocimiento de técnicas líticas, debido a la dureza y tenacidad de este tipo de roca, ya que para cualquier tallador una de las tareas más duras es extraer la primera lasca a un guijarro.
En cuanto a la segunda pregunta, no hay indicadores locales precisos, empero, si seguimos la curva general de O18 de los Andes Centrales deberíamos estar en el punto más alto del Holoceno Medio (5b). No obstante, no hay que olvidar el fenómeno de acumulación de nubes estrato sobre el desierto costero, lo que debió amenguar la insolación directa y, con ello, la subida de temperatura en la costa.
Según los análisis de Bonavia, las piezas astilladas eran usadas, mayormente, para mariscar, pues incluso algunas de ellas aún conservan restos rojizos que son la carne residual del barquillo.
Bonavia ha llamado bien la atención sobre dos recursos que debieron estar aún activos en las inmediaciones de este sitio. Por un lado, unos 5 km. al norte, una laguna pequeña y, por el otro, la vegetación natural del valle de de Huarmey. Ambos biotopos ofrecieron más recursos a los habitantes de esta área, además de la existencia de aguas freáticas disponibles en aquella época,
De igual modo, una buena parte del material de piedra lo constituyen lascas, algunas de las cuales han sido usadas para diversas tareas como cortar, raspar, etc. Las lascas de guijarro fueron removidas para ser usadas, puesto que muestran huellas de ello. Las lascas que son de otro tipo de roca han sido sólo parcialmente usadas.
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huellas claras de haber sido empleados para esta función, probablemente, en cuero de animales como lobo marino, por ejemplo- (Bonavia et al. 2001).
Es importante recordar el hallazgo hecho por Bonavia acerca de la utilidad de los “discos tipo culebras”, que aparecen con tanta frecuencia en este yacimiento. Es así que se ha podido demostrar que ellos fueron destinados al marisqueo, en especial para extraer quitones de la roca (Bonavia et al. 2001).
De acuerdo a Bonavia, la evaluación de todo el material lítico refleja claramente que se trataba de un grupo de recolectores especializados, los cuales aprovechaban recursos marinos y terrestres.
Las lascas también han servido de base para la elaboración de otros artefactos tales como denticulados, con los que bien se pudo haber cortado superficies duras. Hay también otros utensilios que son denominados escotaduras y que han sido hechos por medio de un golpe bien certero en algún borde de la pieza, los cuales pueden cepillar o raspar superficies.
Entre los pocos restos de plantas encontrados en la excavación cabe mencionar calabazas, mates y posiblemente algún tipo de tubérculo. Por el contrario, los restos de moluscos se han conservado mejor y han sido identificados en mayor detalle. Los más importantes son los barquillos (Enoplochiton niger), probablemente una de las principales fuentes de alimento que consumió esta población. Otros moluscos que
Dentro del conjunto de artefactos de piedra, hay también raederas, hendidores unifaciales y bifaciales usados en golpear y fraccionar materiales orgánicos, además de perforadores con
Figura 26. Localización de los yacimientos, posiblemente, del Holoceno Medio en Río Seco, en las inmediaciones de Lomas de Lachay y Cerro Manquillo, de acuerdo a las investigaciones de de Rosa Fung (cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
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planteado por Richardson para el área de Talara, cuando debido a ello los pobladores se vieron forzados a migrar hacia la orilla del mar y hacia las quebradas, dejando los tablazos. Es por ello, insistimos, que en el capítulo de paleoclimas hemos enfatizado la necesidad de estudios de esta índole para el Holoceno Temprano y Medio, pues de lo contrario permaneceremos en el plano especulativo.
fueron recolectados han sido, por ejemplo, choros, mejillones, machas y conchas de abanico, pata de burro (Concholepas concholepas). También un tipo de erizo rojo fue recolectado de modo preferencial y no se descarta la caza de lobo marino. En referencia al modo de vivienda, no se ha hallado algún resto que pueda dar luces sobre ella. Lo que sí se ha descubierto es una gran cantidad de carbón que puede ser interpretada como un intensivo uso del fuego, muy probablemente, para efectos de cocción de los alimentos. En este contexto, algunas piedras han sido fracturadas por efectos del calor, de modo que tampoco se puede descartar el calentamiento de agua por medio de esta técnica, tal como también lo ha anotado Bonavia.
Retornando a Huarmey, los habitantes de PV35-106 habrían sido descendientes de los paijanenses, que a juzgar por las herramientas líticas, posiblemente se habrían vinculado con otros grupos en otras partes de la Costa Central como en Casma, las Lomas de Lachay e, inclusive, en la Costa Sur en la localidad llamada Puyenca. En todas ellas parece haber presencia humana alrededor del sexto milenio antes de Cristo, sobre todo, por la presencia de artefactos líticos como piezas astilladas, bipolares, y/o perforadores, tal como lo muestra PV35-106. Tal podría haber sido el caso de la fase final del Paijanense de la Costa Norte, con la posibilidad de que los sitios de Pampa de los Fósiles 27 sean aproximadamente contemporáneos o ligeramente anteriores que el sexto milenio a. C., lo que ya se ha discutido más arriba. Da la impresión que se trata de una serie de pequeños grupos de pescadores y recolectores adaptándose a la tríada océano-lomas-valle.
Desde una perspectiva histórica de Huarmey, el modo de vida de gente que depende del mar es causado por presión del medio climático, que poco a poco habría sido más árido y que habría obligado a los cazadores-recolectores costeros a dirigirse hacia el mar, de alguna forma similar a lo que ya hemos visto en la historia del Paijanense. Este proceso, en opinión de Bonavia, habría estado siempre acompañado por la recolección especializada de vegetales, a través de lo cual se dieron los primeros pasos en dirección a la domesticación de éstos. En un marco geográfico más amplio, no hay que olvidar que el desplazamiento de gente debido al fenómeno de la aridez in crescendo durante el Holoceno, ya ha sido previamente
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Figura 27. Desechos de talla de un sitio precerámico en las inmediaciones del Cerro Manquillo, al borde del río Seco, Lomas de Lachay.
Figura 28. Sitio número 3, en las inmediaciones de Cerro Manquillo, al borde del Río Seco. Al fondo se aprecia Lomas Gordas, en las cercanías de las Lomas de Lachay.
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suave, de modo que la curva de 50 metros indica que la orilla estuvo alejada, posiblemente, en unos 27 km. más que la actual. En cuanto a la cronología de estas ocupaciones es difícil determinarla. A base del tipo de herramientas que se han encontrado y de su similitud con el Complejo Mongoncillo y Pampa de los Fósiles 27, es posible que sean del Holoceno Medio, es decir, de al menos unos 7,000 años a. C. En este sentido, sería importante hacer investigaciones más intensivas en el área, pues incluso la misma Fung, quien reporta este yacimiento, menciona la presencia de carbón, el que pudo ser usado para obtener fechados radiocarbónicos.
Los primeros pobladores del Departamento de Lima Las evidencias del Holoceno Medio en las Lomas de Lachay Desde los hallazgos de Huarmey a los que nos acabamos de referir, tenemos que transportarnos unos 170 km. al sur, por la costa, hasta llegar a un área donde Rosa Fung, ya hace casi 40 años, ha reportado la existencia de unos yacimientos que, a pesar de no haber sido fechados por el radiocarbono, por los materiales encontrados y el patrón de asentamiento, es posible que sean un caso similar a lo que hemos visto en Casma. Es decir, que se trate de grupos derivados del Paijanense y que vivieron durante el Holoceno Medio en la zona septentrional del actual Departamento de Lima.
En la zona baja del Río Seco, entre los cerros Manquillo a la margen izquierda y las Lomas de Lachay a la derecha y entre los 100 y 130 m.s.n.m., Rosa Fung ha localizado al menos 8 campamentos y 3 talleres, como hemos supuesto, del Holoceno Medio. Todos los yacimientos se localizan sobre los bordes del río Seco, de lo cual se deduce que, en el momento de ocupación, el cauce estuvo activo (figura 26). Nosotros hemos podido comprobar la presencia al menos parcial de estos sitios, cuando visitamos dicha zona de la confluencia de Río Seco y la Carretera Panamericana Norte. Pudimos observar, también, que, en efecto, el terreno de superficie del mismo Río Seco tenía una apariencia de lodo compacto, con las características grietas de desecación, que suceden luego de alguna corriente de agua pasada y posterior desecación.
En esta zona, es decir, entre Huarmey y Río Seco, es evidente que hace falta investigación en cuanto a las evidencias más antiguas. Por tanto, la parte baja de los valles Fortaleza, Pativilca, Supe, Huaura y Chancay quedan aún por explorar, aunque, como bien dice Chauchat, la evidencia indica y augura el descubrimiento de más yacimientos de estos primeros pobladores del litoral en esta zonas. Es sólo cuestión de tiempo, si es que el avance urbano y rural no termina destruyendo este patrimonio de los peruanos más antiguos.
El taller más representativo de todos es el 3, que se localiza inmediatamente a la margen izquierda del Río Seco (figuras 27 y 28). Se trata de una pequeña loma al lado de la carretera, a unos 80 m.s.n.m., sobre cuya superficie hay una serie de desechos líticos y núcleos generalmente de material basal y algunos de tipo andesítico. Fung menciona que ha logrado recolectar, en
Grupos del Holoceno Medio en las inmediaciones de las Lomas de Lachay El área explorada por Fung se localiza al norte del valle de Chancay, en la Quebrada de Río Seco, flanqueada por el Cerro Manquillo en la margen izquierda y las mismas Lomas de Lachay en la derecha (figura 26). En esta parte, la plataforma continental es de pendiente más
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yacimientos 1, 2, 4, y 7B, todos ellos en ambas márgenes del río y en las proximidades del taller 3. Esto puede ser un indicador de que los mismos portadores de estas puntas, también lo eran de los perforadores.
esta área, más de 400 utensilios que ella llama “artefactos puntiagudos”, pero que de acuerdo a las ilustraciones, parece tratase de perforadores líticos perfectamente definidos e incluso con variantes como perforadores dobles y hasta perforadores múltiples. Son muy similares a los hallados por Chauchat para Ascope y Pampa de los Fósiles en la Libertad; por Malpass para el Complejo Mongoncillo en el valle de Casma del sexto milenio a. C.; y también a los de las Lomas de Ancón, encontrados por Lanning. La alta estandarización de este tipo de herramientas y su ocurrencia, aparentemente, hasta ahora exclusiva para el Holoceno Medio, nos permiten postular a este tipo de utensilios como Leitfossil de esta época.
Finalmente, son de sumo interés las asociaciones de este tipo de puntas foliáceas en los sitios 7A y 7B sobre la margen derecha del Río Seco. Hay, además, otras algo más pequeñas de cuarzo, pero siempre de formas foliáceas y, aparentemente, un fragmento de la parte distal o perforante de una punta típica Paiján, lo cual habla del potencial del conjunto de sitios.
El Cerro Chivateros y las Lomas de Ancón Nuevamente hay que recorrer unos 50 km al sur, para luego de atravesar el valle del río Chancay, llegar a la zona de las lomas de Ancón y después al valle del Chillón, al norte de la ciudad de Lima, para, así, continuar examinando los restos más antiguos de los pobladores de la costa.
Estos perforadores están hechos, en su mayoría, de un tipo de roca volcánica entre beige y verde, que es local y se puede encontrar en los cerros vecinos. Eventualmente, también se usaron lascas de guijarro. Es sumamente interesante que Fung, por esta época de fines de los años 60 del siglo pasado, ya haya hecho una aproximación a la forma de talla que se empleó para la manufactura de este tipo de artefactos, concluyendo que se utilizaron, preferentemente, a las lascas como soportes. Los perforadores simples, es decir, con una sola punta, son los más frecuentes.
En esta sección no vamos a entrar en detalle, pues ya en textos anteriores se ha dicho mucho sobre Chivateros y las Lomas de Ancón. Lo único que vamos a pretender es una breve síntesis de lo expuesto y, sobre todo, aclarar algunos puntos. Además, vamos a dar algunos detalles de un estudio que el autor hizo de una pequeña colección de preformas Chivateros, pues mucho se ha hablado de las preformas de tipo Chiveteros, pero irónicamente hay aún poca documentación de las mismas piezas, la que, sin embargo, es necesaria en vista del gran avance de investigación sobre el Paijanense de la Costa Norte.
Sobre el mismo taller (sitio 3) Fung observa la existencia de piedras que han podido servir de yunque, guijarros que pudieron ser empleados como percutores o martillos, muchas lascas y desechos de talla. Este detalle es clave, pues en efecto, la existencia de desechos nos habla de la manufactura in situ de este tipo de utensilios tan peculiares (figura 27).
Antes de la breve mención a este yacimiento tan importante, es necesario aclarar las definiciones de “Complejo Paiján”, “Paijanense” y “Complejo Chivateros”, que son términos que han causado algo de confusión por culpa de los mismos arqueólogos y el uso de lenguajes distintos. El problema ya ha sido bien deslindado por Bonavia, pero es bueno que se enfatice aquí,
De igual modo, Fung también ha encontrado una serie de guijarros, algunos de los cuales parecen haber sido batanes y otros con huellas de pulido. Es importante añadir que Fung ha hallado una serie de asociaciones de estos perforadores con puntas foliáceas de tipo andinas en los
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Figura 29. Lascas y preformas tipo Chivateros (casi en la desembocadura del río Chillón), del Cerro Chivateros, Departamento de Lima (cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
Figura 30. Laja pequeña procedente de Cerro Chivateros que muestra ensayos de golpes para la formación de una preforma (colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
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debido al carácter de compendio de este texto. El “Complejo Chivateros” alude a las preformas bifaciales de piedra que fueron encontradas por Lanning en los años 60 del siglo pasado y, por extensión, a todas las preformas “tipo” Chivateros que se hallan en la totalidad de las canteras de la “Cultura“ Paiján, incluyendo a todas las evidencias materiales de esta. Esta última ha sido definida por Chauchat a partir de sus amplios e importantes hallazgos durante la década del 70 del mismo siglo XX, sobre todo a partir de la punta pedunculada de “tipo” Paiján. A ellos deben añadirse otros rasgos culturales como las áreas de actividades (llamadas también facies), entre las cuales están los talleres, campamentos y canteras, modos de vida, tipos de tumbas, rasgos físicos de los individuos, etc., es decir, el conjunto de datos sobre la cultura. Ahora bien, precisamente “Paijanense” o “Complejo Paiján” son términos que emulan a los usuales de la prehistoria francesa (como Magdaleniense, Auriñaciense, etc.) que implica que una cultura se ha definido en un yacimiento original y que luego se encuentra en otro lugar, de modo tal que podemos referirnos a esta cultura en varios lugares aun distantes entre sí. En esto último hay que admitir que existe una gran cuota de subjetividad, pues es el arqueólogo o prehistoriador quien define cuántos rasgos y con qué calidad se puede hablar de la extensión de una cultura. En efecto, éste parece ser el caso del llamado “Paijanense”, el cual debería ser objeto de una mesa de debate entre los especialistas.
Holoceno Temprano. Este laberinto de datos, insistimos, impone una mesa redonda al respecto, en función de definir qué está ocurriendo y si es suficiente que todo este Complejo cultural sea denominado Paijanense, pues el término parece ya demasiado “elástico”.
El Cerro Chivateros: cantera para la talla de preformas El Cerro Chivateros es uno de los yacimientos precerámicos peruanos de fama internacional; de hecho, está incluido como voz, redactada por Duccio Bonavia, en el famoso diccionario de prehistoria de Leroi-Gourhan. Cobró mucho más auge cuando a inicios de la década de 1960 se le adjudicó la noción de ser una zona donde se preparaban utensilios de piedra (“hachas de mano”) para matar animales de la megafauna. Pues bien, valga esta oportunidad para aclarar que todo ello era errado, tal como lo han demostrado Bonavia y Chauchat, pues ni hay evidencia de tales animales de fines del Pleistoceno ni menos aún de que las piedras talladas por seres humanos en Cerro Chivateros hayan sido “hachas de mano”. Se trató, pues, simplemente de preformas bifaciales, que son una especie de “esbozo” de trabajo con la intención de hacer puntas de tipo Paiján, que por muchas razones fueron abandonados.
Desde el punto de vista espacial, hoy en día, se observa una gran variedad de formas de “Paijanense”, pues mientras que en la Costa Central se “desvanece” con hallazgos esporádicos de puntas pedunculadas y preformas (a excepción de Cerro Chivateros) -aunque hay que admitir que no ha habido suficiente investigación seria en este campo- todavía se conserva uno bien definido en la zona tradicional de Cupisnique-Pampa de los Fósiles. A este marco hay que agregar otro con puntas pedunculadas, en ocasiones “cola de pescado” y ocupaciones semi-sedentarias. Además, sería pertinente considerar el punto de vista temporal, pues aparentemente el Paijanense de la Costa Central parece, en efecto, más reciente y perdura hasta el Holoceno Medio, mientras que el de la Costa Norte y del sur de Lambayeque, parece más bien del Pleistoceno Terminal y el
La gran cantidad de preformas encontradas en Cerro Chivateros e inmediaciones corresponde, entonces, a una serie de canteras, tal como las que hemos visto para las otras áreas al norte, revisadas más arriba, las cuales eran buscadas por estos grupos, quienes, probablemente, provenían del norte en busca de nuevos territorios y recursos durante la crisis climática que sufrió la costa en el Holoceno Medio. El Cerro Chivateros queda sobre la margen derecha de la desembocadura del río Chillón, a sólo unos 3 km de la actual orilla marina. Es interesante que, justamente a partir de la latitud de la Bahía de Ancón, la plataforma sub-oceánica se restrinja desde unos 70 km hasta tan sólo 7
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Chivateros, la Pampa de los Perros y Oquendo, que son las principales áreas donde se han encontrado estos restos. Y si, tal como parece, esta gente se desplazaba de norte a sur, y no existen fechados paijanenses en la Costa Central, por el momento, uno puede especular nuevamente que, al igual que los demás yacimientos de la Costa Central, el Cerro Chivateros haya sido ocupado no antes de los 7,000 años a. C. Además, si bien la secuencia de Ancón es criticable por lo expuesto por Rick (1983), los fechados del Complejo Luz y Arenal sí tendrían sentido cuando se piensa que en esos campamentos y talleres se halló puntas pedunculadas de tipo Paiján. De esta forma, hay un cierto soporte para plantear que Chivateros podría vincularse con el Complejo Luz, no sólo materialmente, tal como lo plantea, sino también cronológicamente.
km. a la altura del actual distrito de San Martín de Porres, lo que resulta en que la bahía del Callao es la cima de una pendiente bastante abrupta, la cual se levanta desde los 50 metros debajo del nivel del mar actual. De esta forma, se puede especular que durante la glaciación del Younger Dryas el mar sólo se había retirado en una decena de kilómetros y la orilla no habría estado tan lejos, al contrario de lo que probablemente sucedió entre esta zona y las Salinas en Huacho, al norte, donde la pendiente submarina es más suave y el mar escaló más rápidamente. Edward Lanning, figura legendaria por sus investigaciones sobre el Precerámico en esta zona, creyó haber descubierto una sucesión de períodos de ocupaciones humanas desde fines del Pleistoceno hasta inicios del Holoceno (Lanning 1965, 1967, Lanning y Patterson 1964), lo cual ha sido descartado. Además, que había toda una serie de herramientas de piedra para diversas funciones, entre ellas, la matanza de fauna grande del Pleistoceno, lo que también resultó erróneo, pues la gran mayoría de este material corresponde, simplemente, a desechos de talla, como ya dijimos, producto del proceso para la obtención de lascas. Posteriormente, Thomas Patterson hizo un estudio algo más detallado del sitio (Patterson 1966).
La gran cantidad de preformas de este yacimiento (figura 29) está hecha, no de cuarcita como había sido especulado por Lanning y Patterson, sino de unas rocas llamadas metalodolitas (Fung et al. 1972) y limolitas (Ramírez 1998). Esta última determinación se hizo sobre la base de tres muestras que recogimos por encargo del Museo de Arqueología y Antropología en 1993, sin que se nos comunicara la preparación de la publicación, es por ello que vale la oportunidad para decir aquí, que la muestra constaba de dos lascas y una preforma, todas típicas.
Luego, Rosa Fung y colaboradores demostraron la inviabilidad de la secuencia desde el punto de vista de la estratigrafía del sitio, y puso en tela de juicio la validez del fechado radiocarbónico, pues ella argüía, con toda razón, que se trataba de una muestra extraída de una planta (Tillandsia) que no estaba involucrada con ninguna actividad humana. Ella estaba en lo cierto. De tal forma que el fechado de 10,687-10,139 años a. C., no registra la evidencia humana.
A diferencia de la cuarcita, la metalodolita y limolita presentan una fractura isotópica aceptable, hasta tienen un aspecto tobáceo, empero, es evidente que contienen gran cantidad de diaclasas, que son fracturas internas de formación, las cuales hacen que los trabajos de talla, generalmente, se echen a perder por un golpe sobre estas áreas de riego. Ésa es la razón por la cual el sitio contenía gran cantidad de preformas rotas y, en algunos casos, mal talladas.
Pues bien, sí es claro que el tema del fechado de Chivateros no involucra seres humanos, el problema de cuándo fueron producidas estas preformas sigue vigente. Si hacemos una lectura de todo lo expuesto dentro del contexto “Paijanense”, hasta donde se conoce hoy en día, resulta difícil aceptar una fecha tan remota para el episodio en que los artesanos poblaron el Cerro
En cuanto a las preformas en sí, no hay un estudio serio al respecto y como Bonavia lo dice, ya no lo habrá nunca más, pues este yacimiento está tan alterado y saqueado que cualquier muestra que se haga nunca podrá ser ya representativa. Sin embargo, ya algunos
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poca representatividad de las colecciones- pero nos daría una idea de al menos cuanto tiempo se empleó para hacerlas.
especialistas como Chauchat, por ejemplo, han llamado la atención sobre el tamaño de estas piezas en general, pues al parecer, son las más grandes dentro de la gama de preformas de tipo Chivateros de la costa. Las pocas piezas que hemos podido observar y analizar, de una pequeña colección del Museo Nacional de Arqueología y Antropología e Historia del Perú, corroboran estas observaciones, pues dan la impresión de que, en efecto, el material está siendo probado, puesto que hay bloques muy irregulares que se seleccionaron para la talla bifacial. Por consiguiente, se puede especular que las piezas no eran elegidas por maestros artesanos, sino más bien por aprendices.
Es también interesante observar que algunas piezas corroboran lo planteado por los prehistoriadores franceses: se eligen soportes anchos, pues los golpes para la formación de bifaces se dan en una primera instancia sobre los bordes, y luego sobre los extremos. Esto ya ha sido comprobado en las canteras paijanenses en cuanto a cadenas operativas. También se ha documentado en los bifaciales paijanenses, golpes en las base de algunas piezas, con la finalidad de remover aristas, esto recuerda a los famosos “flutting” de las piezas acanaladas que se dan en sentido vertical, también se han documentado en los bifaces paijanenses. Se trata de un recurso de corrección, aplicable cuando no se logra remover el remanente de la parte media de las preformas, por este motivo en muchísimas ocasiones las piezas fueron descartadas, botadas, ya que contaban con una gran cantidad de rocas para empezar con el trabajo de talla nuevamente. Gracias a esto es que los arqueólogos han encontrado todos estos restos o, si se quiere, “basura”.
En términos generales, en la colección de Cerro Chivateros se observa esbozos de preformas, que es el primer estadio en la confección de puntas de tipo Paiján, aunque es evidente que lo más abundante son las preformas. Todas ellas están talladas bifacialmente, aunque algunas sólo de manera parcial, inclusive hay lajillas que han sido golpeadas exclusivamente sobre un borde (figura 30). Para la talla se pudo haber empleado diversas formas y pesos de percutores, los cuales pudieron ser escogidos del mismo cauce del Chillón. A juzgar por las lascas extraídas, seguramente se usaron percutores de peso considerable.
No estamos en condiciones de saber si los bifaces fueron abandonados, preponderantemente, por fallas en la roca o por falta de experiencia de los talladores, pero a juzgar por las pocas observaciones, la última opción parece ser más frecuente.
Por otro lado, todos los expertos en prehistoria con conocimientos de lítico, saben que el éxito de tallar un bifaz radica en la preparación de la zona a impactar por medio de la abrasión. Ello, no debió de haber sido la excepción en Chivateros y a pesar de que las piezas observadas están sumamente deterioradas por acciones modernas, es posible observar aún en algunas estrías el frotamiento y preparación de los bordes en función de calentar y mejorar el punto de impacto.
Hay muy pocas piezas que podrían clasificarse como preformas “regularizadas”, que son las preformas que han sido mejor logradas y listas para ser talladas como piezas foliáceas, es decir, las más próximas a las formas de punta tipo Paiján. La amplitud y poca profundidad de los negativos no indican necesariamente el uso de percutor blando, pero sí tal vez percutores de piedra mucho más livianos que los empleados en un inicio del trabajo.
Como ya han explicado brillantemente, Pelegrin y Chauchat, la inversión de tiempo en la manufactura de una pieza de este tipo, puede implicar tan sólo unos minutos. Es este sentido, sería de interés hacer un estudio cuantitativo de todo el material conocido, a fin de saber el tiempo empleado en su elaboración. Ello no reflejará el total del tiempo invertido -por lo maltratada y
En suma, se trata de un yacimiento que se adscribe al Complejo Paiján por la evidencia expuesta, aunque dentro de un contexto más bien local, y de seguro correspondiente a la fase “final” del Paijanense -en el sentido cronológico que menciona Dillehay para la Costa Norte.
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Las lomas de Ancón: campamentos del Holoceno Medio
Canario-Corbina-Encanto, más orientados al mar. Hagamos un muy breve recuento de ellos y veamos qué resulta luego de calibradas las fechas radiocarbónicas.
Primeros moradores de las lomas de Ancón
Se trata de una supuesta secuencia que Lanning pensó haber encontrado también, esta vez en las lomas de Ancón, al norte de Lima, a base de unos 50 sitios que había descubierto. Sus fechados, supuestas secuencias de cambios de herramientas y cambios en el tipo de recursos, sirvieron de sustento para esta periodificación e hicieron suponer a Lanning que era la continuación de la anterior, es decir, la que correspondía al Cerro Chivateros.
El primer grupo concierne a unos 19 sitios localizados en la zona de Piedras Gordas, que ahora, lamentable y paradójicamente es conocida por ser una cárcel para reos peligrosos. Se compone por los Complejos que Lanning llamó Piedras Gordas, Luz y Arenal. Las excavaciones en el sitio 84 (de Luz), 29 (de Piedras Gordas) y sobre todo el 72 (de Arenal), parecen haber puesto en clara evidencia que la gente que manufacturaba las puntas de tipo Paiján, también hacían los ya conocidos perforadores, posiblemente raspadores y probablemente preformas, de manera similar a los sitios de Casma y Lomas de Lachay que hemos visto más arriba. De acuerdo a Lanning, las rocas usadas para hacer los instrumentos fueron cuarcita, horsteno y, en algunas ocasiones, cuarzo, lo que recuerda a los materiales del Holoceno Medio, que también hemos revisado para la Costa Central. Es interesante que también se hayan usado lascas de guijarro, las que de manera similar se han usado en el sitio de Tablada de Lurín, como veremos inmediatamente después. Vale decir que es lamentable que hasta el momento no haya un estudio de toda esta serie, pues sería una buena oportunidad para compararla con los otros yacimientos del Holoceno Medio.
No obstante, como bien lo han demostrado Rick (1983) y Chauchat (1988), tal secuencia parece no existir, debido a una seriación débil y fechados radiocarbónicos que no forman fases sino que simplemente fechan yacimientos. A ello hay que sumar los errores en la determinación de los utensilios de piedra, las incoherencias de las publicaciones científicas, donde se alteran las posiciones de los Complejos de la supuesta secuencia, las ideas que se tenía de qué cambios en la sierra debían correlacionarse con la costa de manera directa, la escasa representatividad de los “Complejos” y, finalmente, la escasez de evidencia para sostener un cambio de economía de caza recolecta a una suerte de semisedentarismo. Rick termina proponiendo un esquema mucho más coherente con campamentos, talleres y canteras que estarían más bien ocupando diversas zonas, no en orden cronológico, sino más bien funcional. Por un lado, los sitios Luz, Arenal y los que fueron eliminados de la secuencia como por ejemplo Piedras Gordas, se localizan en la zona de recursos de lomas, al sur, no lejos de la vertiente del río Chillón y algo más tierra adentro. Por el otro, los sitios que él pensaba que estaban al final de su secuencia, es decir, los pertenecientes a los Complejos Canario, Corbina y Encanto, habrían estado orientados a una economía más marina.
A riesgo de no conocer ni contextos ni materiales y enfatizando que los resultados deben ser corroborados por trabajos de campo, hemos insertado los cuatro fechados de este Complejo en el programa de calibración y hemos obtenido un lapso de tiempo entre los 6,352 y 5,316 años a. C. Este lapso de tiempo está constituido por fechas que mantienen congruencia entre sí y parecen conformar una fase de aproximadamente un milenio de años de nuestro calendario exactamente dentro del Holoceno Medio, lo que de alguna manera da más sustento a nuestras especulaciones de los párrafos de arriba. Además, converge con los fechados que Uceda ha obtenido para el Paijanense y Mongoncillo en Casma (y por extensión, Lomas de Lachay).
Hay que admitir que la perspectiva funcional de Rick es mucho más coherente y nosotros poco tenemos que agregar aquí, de modo que se puede asumir que el grupo de los sitios de loma estaban compuestos por los de los Complejos Luz y Arenal, mientras que los Complejos
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domesticación de esta planta durante este tiempo del Holoceno Medio, más aún en vista de que en una serie de sitios de la costa, al parecer, esto sucedía? El siguiente y último grupo (o facie, si se quiere) contiene la información obtenida de tres Complejos llamados Canario, Corbina y Encanto. De ellos, Canario es el mejor representado con 21 sitios. Todos los yacimientos se localizan al norte del primer grupo, a ambos flancos de la Pampa de Canario, en los Cerros de Corbina y loma Ancón.
La Tablada de Lurín: grupos del Holoceno Medio en Lurín Otra ocupación de loma interesante, muy probablemente del Holoceno Medio, es la Tablada de Lurín, unos 38 km al sureste del Cerro Chivateros, sobre la margen derecha del río Lurín, de cual dista unos 5.5 km. (atravesando la Quebradita de Cerro Lúcumo) y a unos 7.5 km. de la actual orilla del mar.
En estos sitios se ha encontrado más tipos de puntas foliáceas y puntas con dos ápices (“bi-puntas”). También lascas de cantos rodados y sobre todo batanes y manos de moler, los cuales, Lanning (1963) advierte, no se hallan con tanta frecuencia en los sitios del sur. Algunos de los yacimientos se pueden determinar como canteras, talleres y campamentos. A pesar de todo lo expuesto es difícil entrar en detalle sobre la descripción de estos importantes yacimientos y hay que decir que es lamentable que no haya un informe completo sobre las investigaciones en las lomas de Ancón.
La Tablada se extiende entre los cerros Castilla y Tres Marías y se proyecta en dirección de la elevación llamada Lomo de Corvina, casi al borde del litoral. La única medición de la que disponemos es la de la línea batimétrica de 50 metros, la cual indica que alrededor de los 10,000 años a. C. la orilla debió de estar sólo unos 5 km. mar adentro, pues al parecer desde esta zona hacia el sur se extiende una ladera bastante inclinada, inmediatamente debajo del Océano Pacífico, de forma tal que es posible que la subida del mar no haya ganado terreno.
Hay un único fechado, que de ninguna manera es suficiente para calcular la duración de estas ocupaciones (aunque puede también ser visto como exclusivo del Complejo Canario). Hemos obtenido un lapso de 5,637-5,316 años a. C. Si se le compara con el fechado anterior, es posible especular, entonces, que la mayoría de sitios de Ancón pudieron ser parcialmente contemporáneos.
Las investigaciones de campo en esta zona fueron iniciadas por Josefina Ramos de Cox (1972), a fines de la década del 50 del siglo pasado. Las excavaciones han sido luego continuadas por Mercedes Cárdenas (1981) y finalmente por Krzysztof Makowski como investigador de la Universidad Católica del Perú, entre 1991 y 1997. Son estos últimos trabajos los que han puesto en evidencia detallada a las ocupaciones precerámicas de la serie de sitios que corresponden a esta zona arqueológica (Makowski 2004).
De otro lado, los cuatro únicos fragmentos de puntas de tipo Paiján halladas en Ancón, resultan mínimos si se les compara con la gran cantidad de preformas tipo Chivateros del cerro homónimo. De ello se puede deducir que las excavaciones han sido parciales y que evidentemente deben de existir más sitios que muestren la cadena operativa de reducción bifacial en función de la elaboración de las puntas tipo Paiján.
Nosotros hemos participado en el análisis de material lítico y las excavaciones de las temporadas recientes (León Canales 1995, 1999). Un área también dentro de la zona, es la de las inmediaciones de Cerro Tres Marías, que ha sido estudiada por Luís Salcedo (1997), a unos 310 m.s.n.m. En este sentido, hay que mencionar que nuestras observaciones están basadas en datos preliminares (Makowski 1994, 2004), empero, el reporte final de las investigaciones se halla en curso.
Un dato final de interés es la mención de que en los sitios Arenal y Piedras Gordas, donde se ha hallado los fragmentos de puntas de tipo Paiján, se descubrieron restos de calabaza. Si bien no hay detalles al respecto, ¿podríamos hablar de
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como Toledo, Matalerz, Grodzicki y Pastor han documentado ampliamente la secuencia de formación geológica de la zona que era una duna fósil en el Cuaternario y además, que durante el Holoceno ya se había instalado la condición de aridez actual de la costa, con intercalación de fenómenos de lluvias torrenciales y desecación. Producto de ello quedaron “grietas de desecación”, las cuales permitieron el desplazamiento vertical de materiales, sobre todo pesados.
Un problema central en este sitio es que la ocupación precerámica ha sido alterada por una posterior, perteneciente a la época del Horizonte Temprano, cuando se cavaron tumbas en las que se encuentran restos humanos con una serie de ofrendas. Es evidente que los pobladores de la época Cerámica usaron a los conchales y desechos líticos que suelen encontrarse en las excavaciones, como relleno de las tumbas. De modo que todo tipo de registro espacial de los restos resulta muy difícil. Este problema es incrementado por que el nivel de acidez del suelo de Tablada de Lurín, durante el Holoceno, se ha vuelto cada vez más alcalino, lo que indica que la humedad de la loma iba en aumento y, con ello, la descomposición de los restos orgánicos.
Es por ello que en Tablada de Lurín es posible que hubiera habido períodos de mayor intensidad de lluvias y de desecación, probablemente ya desde el Pleistoceno Final y a través del Holoceno. La pregunta de si tales eventos pluviales tienen alguna vinculación con ENSOs se impone, pero no nos es posible responder por el momento, a falta de investigaciones medioambientales. Lo que sí parece ser claro es que la alta presencia de carbonatos, arcillas y óxido de hierro, puede indicar una mayor condición de humedad durante el Holoceno Medio, tendencia que, como veremos, ha sido demostrada en las investigaciones de La Paloma.
A estas complicaciones se añaden la erosión, la capilaridad de los suelos y la formación arenosa de éstos, todo lo mencionado hace que los materiales puedan desplazarse por una serie de eventos, desde los tafonómicos hasta los ocasionados por la acción humana (Makowski 2004).
Revisemos ahora el asunto de la cronología. Varios fechados obtenidos en las capas precerámicas de Tablada de Lurín han resultado un tanto problemáticos, pues de manera similar a los de mayor antigüedad que se obtuvieron del Complejo Amotape en la Costa Norte, han sido hechos de muestras como conchas que contenían carbonatos adicionales y actividad diferente de C14 que la atmósfera.
Lo que sí parece claro, no sólo en las publicaciones (Cárdenas 1981), sino también en la observación que pudimos hacer en el Museo Riva Agüero, es la presencia de algunas puntas de tipo Paiján en posible asociación con puntas foliáceas, que es el caso frecuente que venimos observando en los yacimientos del Holoceno Medio de la Costa Central.
Más aún, el mayor problema reside en que las muestras fueron recogidas sin una comprensión cabal de la estratigrafía del sitio. Dado que constituyen las únicas referencias radiométricas, vale la pena resumirlas aquí, hasta que se obtengan nuevas.
Hallazgos previos como los de Deza Rivasplata, que supuestamente evidencian campamentos con huellas de postes y material lítico, podrían considerarse como un indicio. Más aún por los recientes descubrimientos de forados de poste en asociación con fogones que parecen mostrar áreas de actividad.
El fechado más antiguo de Tablada de Lurín que procede de Cerro Tres Marías ha sido obtenido de conchas, pero aplicando al valor reservorio hemos obtenido un fechado coherente con los demás de la Costa Central; éste es de 7,672-7,453 años a. C. No obstante, hay que remarcar que la documentación presentada no está publicada en detalle. Lo mismo rige para las fechas que expondremos a continuación.
De igual modo, un importante punto a considerar es el problema de la estratigrafía en el sitio. Las excavaciones previas a Makowski consideraron una serie de ocupaciones durante la época precerámica. No obstante, los trabajos de campo y las observaciones de geólogos
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consumidas in situ, seguramente acercándolas al calor para que se abran y puedan exponer la carne interna, tal como habría sucedido en Quebrada de los Burros (Tacna), de acuerdo a los datos obtenidos por Lavallée y su equipo, como veremos más abajo. Su valor proteínico es alto, y puede haber sido recolectada en la misma playa frente a la zona a pie y sin dificultad, como dice el estudio de Manuel Gorriti. La importancia de las machas es evidente, pues frecuentemente supera el 90% de los hallazgos, de modo que parece haber sido altamente consumida. Y tal vez ello es explicable, por que si bien la carne de este bivalvo es altamente nutritiva, cada espécimen sólo proporciona 15 gramos de carne, de modo que era necesario acumular varios. Recursos complementarios han sido los “choros” (Choromytilus), “concha de abanico” (Argopecten purpuratus), almeja (Protothaca) y gasterópodos como “chanque” o “pata de burro” (Concholepas concholepas), y algunos restos de pescados. Gorriti ha identificado un total de 31 especies marinas, entre moluscos marinos, gasterópodos y crustáceos. De ellos, la mayoría es accesible en playas arenosas.
En las otras zonas de excavación se dice haber encontrado una sucesión de tres capas. La más antigua y la más reciente han sido fechadas. La primera contenía los restos de un niño de unos 10 años, cuyos huesos han sido fechados en 8,5987,970 años a. C., aunque, como ya hemos visto en el caso de La Cumbre, los fechados por apatita no eran del todo precisos debido al contenido de carbonatos residuales. La capa más reciente fue fechada por medio de una concha y resulta en 4,368-4,056 años a. C., con el valor reservorio correspondiente. Otro fechado, esta vez de carbón (más confiable), procede del entierro de un hombre que estaba rodeado de piedras y que, según los excavadores, había sido cremado. Éste ha resultado en 7,0016,441 años a. C. De todo este panorama se desprende que a pesar de la inseguridad del procedimiento de fechado de las excavaciones, incluso del tipo de muestras, hay una posibilidad de que los pobladores de Tablada de Lurín hayan ocupado esta zona durante algún (o algunos) corto tiempo del Holoceno Medio, lo cual es compatible con el cuadro presentado párrafos arriba, al menos hasta que se realicen nuevas investigaciones.
Por su parte en Cerro tres Marías, Salcedo parece haber hallado restos de mamíferos, roedores y aves, que fueron consumidos complementariamente. Por otro lado, la importante presencia de machas puede indicar la existencia de un clima definido por la corriente fría peruana, aunque sin descartar la presencia de paleo-ENSOs. En este sentido, como hemos visto en el capítulo de paleoambiente, los ENSOs en la costa sur peruana han sido detectados al menos alrededor de los 7,000 años a. C.
Las excavaciones del equipo de Makowski han documentado lo que parece haberse tratado de una serie de ocupaciones de muy corta estancia, a juzgar por lo ralo de la distribución de artefactos y, sobre todo, por la carencia de verdaderos fogones y estructuras de combustión de larga data, un hecho similar a lo que sucedía ya durante el Paijanense tradicional de la Costa Norte y lo poco conocido de los yacimientos de la Costa Central.
Tanto en el área de las inmediaciones del Cerro Tres Marías, como en la de Cerro Castilla, lo que parece haber habido es una serie de pequeños y muy efímeros “campamentos-talleres”, que seguramente tenían aspectos de toldos o tiendas, las cuales eran sujetadas a postes y que, a juzgar por las pocas concentraciones de desechos líticos y fogatas, deben haber sido ocupaciones de muy corto tiempo.
Alrededor de este tipo de campamentos efímeros, lo que más se halla son acumulaciones de machas (Mesodesma donacium), que evidentemente eran traídas al sitio desde el mar en grandes cantidades y preparadas y
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En cuanto a la tecnología lítica, al parecer los habitantes se dedicaron principalmente a extraer lascas pequeñas de núcleos, posiblemente para usarlas directamente. Casi no se observa retoque y no hay trabajo a presión, a excepción de las poquísimas puntas de tipo Paiján. calcedonia rosada semi-cristalina de alta calidad. Otro material más pesado, seguramente para labores más duras, fue el de guijarros, que según Carlos Toledo, pudieron ser recogidos de la playa. Silexita y cuarzo, también han sido identificados por Salcedo. Este tipo de conocimiento de las propiedades de las rocas en función de lograr determinados utensilios, ya es conocido durante el precerámico de los sitios que estamos examinando. Hay que anotar, también, que todo el material es local y puede ser recolectado en un radio de 5 km. aproximadamente, a excepción del jaspe que podría ser foráneo.
Un aspecto interesante es que en el área cercana a Cerro Castilla se ha demostrado que hubo una preferencia por determinados tipos de roca para la confección de herramientas líticas. Mientras que la simple producción de lascas de núcleos y algunas pocas preformas (figura 31) se hizo usando andesita, arenisca metamórfica y cuarcita; el material bifacial y las puntas de proyectil fueron elaborados preferentemente de
Otro material muy frecuente en el sitio es la hematita u óxido de hierro, cuya fuente se halla en las faldas norte del Cerro Tres Marías y que debió de ser otro motivo de asentamiento de estos supuestos pequeños grupos en la zona. Ya sabemos el variado uso de este tipo de mineral, no sólo para conservar materias orgánicas, sino también como uso ritual. A propósito, es interesante mencionar los eventuales hallazgos de una suerte de pequeños pozos contendiendo guijarros de dimensiones casi idénticas, lo que en opinión de los miembros del proyecto, puede ser interpretado como ofrendas en las inmediaciones de los “campamentos” o como bien los llama Makowski: paravientos. “Ofrendas” del mismo tipo fueron documentadas en contextos y tumbas similares, también del Holoceno Medio en la Cultura Las Vegas, Ecuador, como ya hemos expuesto más arriba.
Figura 31. Pequeño esbozo de preforma bifacial hallada en las capas del Holoceno Medio de Tablada de Lurín, Lima.
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El Paijanense en Ica El punto geográfico más meridional del Paijanense ha sido localizado en Ica, nada menos que a unos 870 km del valle de Zaña, lo que hace de esta cultura una de las más extensas en el marco internacional entre el Pleistoceno Terminal y el Holoceno Medio. En la costa centro-sur peruana, unos 15 kilómetros al sureste de Paracas, se encuentra la localidad de Pozo Santo, en cuyas inmediaciones hacia el sur (probablemente Pampa de Santa Luisa) Bonavia y Chauchat (1990) han descubierto artefactos de talla lítica bifacial, que son adscritos al Complejo Paiján, específicamente al norte y sur de Cerro Lechuza (figura 32).
Figura 32. Localización de las evidencias paijanenses más meridionales de la Costa peruana, en Cerro Lechuza, Pampa Santa Lucía y Pozo Santo, Ica (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
El primer yacimiento se halla al norte de Cerro Lechuza, en las inmediaciones de Pampa Santa Lucía a unos 260 m.s.n.m. actual y a unos dos kilómetros de la actual Panamericana Sur. Aquí Bonavia y Chauchat han descubierto fragmentos de preformas tipo Chivateros y lascas que supuestamente proceden de este trabajo. De manera similar, al sur del mismo cerro, ellos han localizado un pequeño taller de preformas y muchas lascas de percutor blando, que indican la talla de piezas foliáceas que son las que anteceden a las puntas Paiján, como bien Chauchat y Bonavia lo han demostrado ampliamente. Además, es interesante, como afirman los autores, que las preformas encontradas hayan sido talladas a partir de lajas delgadas, que es un error típico de artesanos aprendices (¿jóvenes?), tal como lo afirma Jacques Pelegrin, quien es un experto en el tema y, de igual forma, ha hecho trabajos arqueológicos con el Paijanense de la Costa Norte, que acabamos de examinar en los capítulos anteriores.
Estas preformas proceden claramente de un trabajo de cantera y de manufactura de puntas Paiján y complementan la información que Engel mismo ya había documentado (Engel 1983), con la asistencia de Claude Chauchat durante los primeros años de sus investigaciones en el Perú. Además, ha publicado más de una docena de piezas de Pozo Santo, que eran evidentemente puntas con pedúnculo de tipo Paiján, sumado a preformas de puntas del mismo tipo, piezas foliáceas y preformas, es decir, toda la secuencia de manufactura de este tipo de puntas, lo que se puede atribuir netamente al Complejo Paiján de la costa peruana, como los autores bien sostienen. Además, la ocurrencia de unifaces sugiere que el Complejo de asentamientos afiliados al Paijanense puede ser más grande.
Es de interés mencionar que ambos yacimientos se localizan actualmente a unos 22 km. de la actual playa. Sin embargo, en esta zona, alrededor de los 11,000 años a. C. la orilla se hallaba unos 2 a 3 km mar adentro y la Bahía de Paracas aún no existía, aunque hay que recordar que este tipo de yacimientos pueden ser de una época más reciente, debido al panorama que actualmente se tiene del “Paijanense” de la Costa Central, que obviamente puede ser modificado por investigaciones nuevas.
En este contexto, llama la atención que este tipo de materiales aparezcan con puntas pequeñas de tipo foliáceas, que recuerdan a las típicas andinas y que no es raro durante el Holoceno Medio en los demás yacimientos que venimos revisando, aunque los autores piensan que pueden estar relacionadas con ocupaciones de épocas en las que ya se emplea la cerámica.
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Antes de dejar al Paijanense, aun cuando no quede claro su presencia fuera de la Costa Norte, donde hubo tanta investigación, es necesario enfatizar que sus más de 800 km. de distribución en la costa peruana son remarcables para épocas tan remotas como las que tratamos y que lo hace comparable a la dimensión del “coloso” Clovis en Norteamérica, si lo consideramos de norte de México al sur canadiense y del estado de Washington al de Tennessee, con casi 3,000 km. de extensión.
Dos factores que deben tenerse en cuenta para una reconstrucción del entorno de Paloma, como dice Benfer, son la actividad tectónica y la transgresión flandriana, que es la elevación del nivel del mar en pocos metros durante el Holoceno Medio, lo cual ya hemos documentado a lo largo del libro. El primer factor implica la posibilidad de que esta zona haya sufrido un levantamiento tectónico relativamente rápido, aunque el asunto no ha sido explicado completamente. En cuanto al segundo factor, este fenómeno ya ha sido documentado para algunas áreas peruanas habitadas durante el Holoceno Medio-Tardío, con elevaciones del nivel marino hasta unos 3 metros sobre el actual, aunque habría que efectuar un estudio paleo-topográfico, en función de determinar qué zonas habrían sido las afectadas. Observaciones geomorfológicas hechas por Carlos Toledo en la zona de la Tablada de Turín, por ejemplo (una locación similar desde el punto de vista medioambiental, a unos 29 km al noroeste y que acabamos de exponer), confirman este tipo de fenómeno, muy posiblemente para la época del Holoceno Medio.
Paloma, valle de Chilca: El cementerio más antiguo de Lima Entre San Bartolo y Pucusana, Frédéric Engel, ya hace casi 4 décadas, había reportado el descubrimiento de un yacimiento que fue denominado Paloma (Engel 1980), localizado entre la playa y el inicio de las estribaciones andinas (figura 33). Probablemente lo más importante, fue la enorme cantidad de entierros descubiertos y, con ellos, huesos humanos que nos han proporcionado información valiosa sobre los primeros habitantes de Lima. Posteriormente, este yacimiento ha sido objeto de estudio por parte del programa de investigaciones de. CIZA (Centro de Investigación de Zonas Áridas de la Molina) y ya desde 1975 también forma parte del programa de investigaciones arqueológicas de la Universidad de Missouri-Columbia, bajo la conducción de Robert Benfer, Jr. (Benfer 1982, 1990). El yacimiento de Paloma se localiza inmediatamente al borde de la Panamericana sur, a unos 48 km. al sureste de Lima, justo al pie del cerro del mismo nombre, ligeramente por encima de los 200 m.s.n.m., a unos 3.5 km. de la orilla de éste y a 8 km del río Chilca, al sur (Figura 33). Actualmente el medio es completamente árido, sin embargo, debido a la densa ocupación de este yacimiento, fechada aproximadamente en el Holoceno Medio, de seguro hubieron más lomas y, posiblemente, algo más de humedad. Además, a unos 8 km. en dirección al valle de Chilca, hay un bioma de pantano, de modo que pudo haber una mayor gama de recursos en la época de su ocupación.
Figura 33. Localización del yacimiento Cerro Paloma del Holoceno Medio, en las inmediaciones de San Bartolo, Lima (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
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Ahora bien, si se consulta la línea batimétrica de esta zona, se tiene que la orilla pudo haberse visto sólo unos 1,300 metros al final del Younger Dryas, mientras que a la altura de la playa de Santa María unos 4 Km. Se puede especular, entonces, que los habitantes de esta zona tuvieron un litoral similar al actual, aun considerando que ellos hubieran ocupado esta zona ya desde el Holoceno Temprano.
un cambio trascendental surgió alrededor de los 5,400 años a. C., cuando se amplía considerablemente el tamaño de éstas, dándoles, además, la función de depósitos de alimentos, aparte de haber designado un área para entierros humanos. De ello se desprende que preveían sus recursos y mostraban una preocupación por el más allá. Este tipo de evidencia, sumada a una especie de permanencia a base de un ciclo de aprovechamiento de tres recursos cercanos, como loma, mar y valle, sugieren, según Benfer, una suerte de sedentarismo a mediados del sexto milenio.
Las excavaciones llevadas a cabo por largo tiempo y diversos autores han mostrado algunos problemas en cuanto a la cronología de este yacimiento, de cuyos tres estratos más inferiores procede la mayoría de información (200, 300 y 400), a pesar de la gran cantidad de fechados radiocarbónicos obtenidos. Sin embargo, si se excluyen ciertas contradicciones, se puede decir que el sitio ha sido ocupado entre aproximadamente los 6,628 y 3,792 años a. C., si consideramos lo más antiguo, es decir, las tres capas más profundas, aunque hay fechados incluso más recientes. Es decir, se trata de poblaciones que habitaron la zona principalmente durante el Holoceno Medio.
Las investigaciones han develado que las paredes de las chozas fueron hechas posiblemente de manojos de cañas atadas, mientras que, al parecer, las techumbres, de esteras y grama. Además, siempre según Benfer, se puede percibir ciertas costumbres como la de enterrar a sus difuntos en un área que había sido destinada para la construcción de una choza y luego quemar esteras. De acuerdo a los autores, cada capa de ocupación contenía la misma cantidad de chozas, aproximadamente 20 por época. Cada una tenía en promedio unos 10 metros cuadrados, desde el punto de vista de organización humana prehistórica, similares a las del Paleolítico Superior europeo. Luego, para ocupaciones posteriores, esta área aumentó sólo a 12 metros cuadrados.
Las excavaciones han cubierto un área de 2,800 metros cuadrados y como resultado de ello se ha descubierto unas 55 chozas, en cuyas inmediaciones se pudo documentar 201 entierros humanos, literalmente un cementerio precerámico, similar en cantidad al hallado en Las Vegas, Ecuador, el cual ha sido revisado anteriormente. Gran cantidad de investigaciones con los materiales orgánicos han sido elaboradas a base de lo encontrado en este yacimiento. Nosotros sólo mencionaremos algunas de ellas.
Durante estas posteriores épocas de ocupación se ha observado la separación de áreas habitacionales de las de cocina e, inclusive, patios exteriores que fueron cercados de postes, es decir, otro tipo de diseño y uso del espacio, más complejo que durante la época inicial.
En cuanto a las habitaciones, se trata de una serie de chozas de planta elíptica cavadas en la superficie, es decir, semi-subterráneas. Es interesante anotar que, en ocasiones, el piso fue nivelado con arena y luego cubierto de esteras. Dentro de este mismo Complejo se ha encontrado tres cementerios y montículos de concha marina, incluso se ha evidenciado procesamiento y preparación de ellas. Sin duda, el mar y sus recursos fueron extremadamente importantes para estas poblaciones.
Los habitantes de Paloma confeccionaron gran cantidad de herramientas en diferentes tipos de materia prima, entre las que se cuentan, por ejemplo, artefactos de hueso, anzuelos, punzones, espátulas (algunas de ellas con perforación, sobre todo las que fueron halladas con los entierros humanos), tres estólicas (habría que ver sus fechados por la importancia que pueden representar), y hasta objetos suntuarios como un collar de cuentas de huesos de ave.
Es importante mencionar que durante la primera fase de ocupación de Paloma, las habitaciones eran bastante pequeñas. Luego,
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Dentro de este rubro de artefactos hay que mencionar que los anzuelos también fueron manufacturados de materiales como concha, huesos de mamíferos y espinas de cactácea. En este contexto, también se ha documentado presencia de pequeños guijarros y calabazas, seguramente formaban parte del equipo de pesca con red.
En los entierros también se ha descubierto una serie de collares, pendientes y cuentas de concha. Algunas de ellas presentaban huellas de abrasión por uso. Un rasgo de sumo interés, sobre la conservación de los restos óseos humanos, es que los rellenos de las propias tumbas estaban conformados, en un 50%, por cloruro de sodio, cuyas propiedades de conservación deben de haber sido conocidas por los pescadores que habitaron Paloma. Los depósitos y la conservación son buenos indicadores de la previsión de este grupo de gente.
Como se dijo al inicio, los entierros de Paloma son valiosos por la gran cantidad de información que nos proporcionan sobre estos tempranos habitantes de la costa. Benfer sostiene que hubo, frecuentemente, un ritual de fuego dedicado al occiso, pues antes de depositarlo en la tumba cavada, se encendieron llamas, las cuales se mantuvieron vivas luego de que se dejase el cadáver, costumbre que ya se ha documentado, por ejemplo, en el Paijanense de Pampa de los Fósiles. Además, eventualmente se prendieron pequeños fogones alrededor de los entierros.
Ahora bien, ¿de qué se alimentaban los pobladores de Paloma? La dieta de los habitantes de Paloma dependió en su mayoría de recursos del mar. Entre ellos, los moluscos como choritos (Perumytilus purpuratus) y chorito negro (Semimytilus algosus) fueron los más importantes. Según Elizabeth Reitz (1988) los alimentos de ellos se pueden comparar a los de un típico pescador. Pescados como la anchoveta, la corvina y la lorna, y lobos marinos fueron muy frecuentes en el consumo, complementados por conchas marinas. De la localización de este tipo de fauna marina se entiende que exploraron orillas rocosas y playas arenosas. Ningún animal marino fue capturado a más de 5 metros de profundidad.
Es también curioso que en varias oportunidades se haya colocado al cadáver masculino en la parte central de las viviendas. Por otro lado, los cuerpos fueron posicionados de formas diversas, tanto extendidos como flexionados. Llama la atención un cadáver al cual le falta una pierna y que presenta en sus huesos una serie de surcos, que, siempre según Benfer, podrían haber sido causados por el ataque de un tiburón (sic). Otro rasgo de interés es la relativa alta proporción de niños enterrados, lo que siempre, para el mismo investigador, podría responder a un tratamiento especial a infantes, lo cual como veremos más adelante, es una constante en los Andes Centrales.
Otro tipo de recurso fue el de las plantas. El análisis de los fogones donde prepararon sus alimentos, indica que se consumió junto a pescados, conchas marinas y animales pequeños, más de una significativa cantidad de gramíneas y plantas de loma. Además hay algunos restos de guanaco, cérvido y escasos huesos de aves similares a las gaviotas y pelícanos, que pudieron haber sido también alimentos.
Parte de las ofrendas que se colocaron en las tumbas fueron calabazas de diversas formas. Algunas contenían semillas o guijarrillos, a modo de “sonajeros”. Por las referencias etnográficas, es posible imaginar que hayan sido instrumentos de curanderos de la época, aunque estamos en pleno terreno de la especulación.
Otro dato interesante, es que no se ha encontrado madera procedente de las lomas ni en materiales constructivos ni de combustión, por lo que Benfer sugiere la tendencia de preservar el medio ambiente natural de lomas, en función de permitir el ciclo natural de este medio ambiente y mantener la humedad.
Hay que anotar, también, que algunas de estas calabazas fueron refaccionadas cociéndolas, lo que habla de una conducta propia hacia las pertenencias de los pobladores de aquel entonces, tal como Benfer lo sugiere.
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jóvenes consumidos durante el verano, así, varios ejemplos que refuerzan la hipótesis. Los hallazgos como el fémur de un mono (Ateles sp.) y lascas de obsidiana permiten postular conexiones con tierras altas y amazónicas.
Según Deborah Pearsall, en el rubro de las plantas, la begonia fue consumida en mayor proporción, aunque sólo desde las fases medias de ocupación del yacimiento y en segundo lugar, el amancay (Hymenocallis amancaes). Adicionalmente, la begonia suele encontrarse sin huellas de combustión, mientras que otros vegetales como la calabaza sí.
Otro de los grandes potenciales de los entierros son, obviamente, los mismos huesos humanos. Benfer y Gehlert (1980) han estimado que durante la ocupación más remota de Paloma, la gente tenía una esperanza de vida de unos 25-30 años. Posteriormente, parece haber un cambio de habitantes hacia épocas más tardías, lo que según los estudios de genética, habría sido un hecho.
Por otro lado, Weir y Dering (1986) han examinado coprolitos y hallado que posiblemente la quinua (Chenopodiaceae) y Solanaceae, aunque no se especifica si se trata de papa, eran también consumidas. De acuerdo a Pearsall, hay evidencia de que se consumieron algas marinas. Además, alrededor de los 4,500 años a. C. se inició el consumo de fréjol (Phaseolus vulgaris) y posteriormente pallar. Se ve entonces que hay una progresiva acentuación en la dieta de plantas a medida que pasa el tiempo.
Al parecer, la significativa cantidad de entierros de niños, puede haberse debido a una alta tasa de mortalidad infantil. Por otro lado, las causas de deceso en adultos eran variadas. Por ejemplo, se encontró que una mujer falleció con más de 50 años, producto de lesiones del periostio de las extremidades inferiores. También es interesante anotar que no se ha hallado huesos en estado fragmentado, de lo que se puede entender que no se practicó el canibalismo, que al parecer, durante el Holoceno Medio, puede haber sido el caso de otros yacimientos, como en la zona de Nanchoc, que ya hemos expuesto anteriormente.
Un hallazgo algo curioso es que, de acuerdo a los estudios de las heces de estos habitantes, no se ha hallado evidencia de enfermedades parasitarias que son comunes en pescadores y gente que consume productor ricos en hierro de mar. Lo que sí se ha encontrado es una letrina donde al parecer solían defecar.
Los estudios de los huesos, llevados a cabo por Kate Pechekina, han demostrado que mientras que los hombres adultos medían en promedio 1.65 m., las mujeres 1.51 m.. No obstante, ella sugiere que los habitantes de Paloma eran cada vez más altos, a medida que transcurría el tiempo.
Como ya hemos indicado anteriormente, una de las características más saltantes de este sitio es el hallazgo de unos 400 pozos que, de acuerdo a los autores, sirvieron como almacenaje de plantas y animales para consumir. Un detalle interesante es que un pozo contenía, exclusivamente, restos de anchovetas a las cuales ya se les había removido la cabeza, es decir, se encontraban procesadas, cual preparación previa de los alimentos. Para Benfer y sus colaboradores, ello supone un indicio de sedentarismo.
En cuanto a las enfermedades, se ha descubierto que ellos sufrían de anemia, aunque la tasa de esta patología también decreció con el tiempo. Otras patologías son por ejemplo, infecciones causadas por traumas y lesiones de periostio.
Lo mismo es sugerido por Reitz, quien llama la atención acerca de la disponibilidad de recursos en diferentes épocas del año, tales como el venado, que suele habitar en la loma durante los meses de invierno del hemisferio sur, al igual que en el mar el jurel y los lobos marinos
Hay que subrayar, también, la escasa presencia de caries, que suele estar más relacionada con poblaciones que consumen más
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núcleos pequeños de donde se obtuvieron lascas, aparentemente, aprovechando al máximo las superficies, aun siendo estas pequeñas después de obtener muchas lascas. Ello es interesante, pues es una conducta similar a la de muchos otros sitios precerámicos, donde se aprovechó al máximo la materia prima. carbohidratos de productos vegetales. Estudios de química de huesos de los habitantes de Paloma han demostrado que ellos dependían de recursos marinos. En este caso, es evidente que el flúor es abundante, como consecuencia del consumo de este tipo de alimentos. A partir de ello, se ha sugerido que los hombres consumían más alimentos marinos que las mujeres, en un inicio de la ocupación en Paloma; las razones de ello aún no son claras.
También se ha dado noticia de un “cache”, es decir, un pozo donde se depositaron rocas de buena calidad, seguramente para la talla. Coincidimos con White en que puede tratarse de un pozo de un artesano de lítico, pues es una conducta no sólo registrada en Complejos paleoindios como Clovis, sino también en grupos que aún tallan piedra en la actualidad. Un examen cuidadoso de las superficies de los batanes ha revelado la presencia de restos de peces, semillas y pigmentos, por lo que suponen entonces funciones múltiples, dentro de las cuales, la molienda de la carne de la anchoveta fue relevante, según el autor.
Otro estudio, esta vez en las pelvis femeninas indica que la tasa de embarazo en mujeres de menos de 24 años era mínima. Ello se suma a los niveles bajos de cadmio en los huesos masculinos, lo que implicaría altos niveles de infertilidad.
En términos generales, pues, se trata de una población costera adaptada a la vida marina, basada en el consumo de anchovetas primordialmente, que luego durante el Holoceno Tardío es intercalada con cultivos incipientes, y que aparentemente lograron un proceso de sedentarismo combinando tres recursos, los cuales son mar, loma y valle. Por otro lado, la conducta de venerar a sus difuntos es destacable, aunque, al parecer, no hay ningún indicador de diferencias sociales marcadas.
Por otro lado, análisis de huesos masculinos han resultado en que, a medida que avanzaba el tiempo, los hombres se hacían menos robustos, es decir, las actividades físicas iban cambiando. En cuanto a ello, patologías como exostosis, tal como se ha descubierto en los pescadores de Huaca Prieta, del cuarto milenio antes de Cristo, han sido también detectadas en los pescadores masculinos de Paloma. Para finalizar de sintetizar este importante yacimiento, tenemos aún que proporcionar algunas características de la tecnología lítica que esta gente utilizó. Eric White (1992) ha hecho un estudio de las herramientas de piedra de Paloma, llegando a la conclusión de que se confeccionaron puntas de flecha, aparentemente sin ningún cambio significativo a través del tiempo. Sin embargo, es evidente la conducta de seleccionar rocas de mejor calidad de fractura en las primeras épocas de ocupación, tendencia que parece ser habitual en otros yacimientos del Precerámico, como estamos viendo. White ha identificado algunas piezas que son
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La Quebrada Jaguay: pescadores de los 11,000 años a. C. en Camaná, Arequipa
tampoco estudios de geoarqueología, lo que sí existe es una serie de pequeños contextos domésticos, cuyas fechas, en principio, son verdaderamente sorprendentes, únicamente rivalizadas con las fechas del onceavo milenio a. C. del Paijanense que ha obtenido ya Chauchat y el mismo Dillehay con su equipo en la Costa Norte.
Uno de los yacimientos que ha sido estudiado en la última década es Quebrada Jaguay-280 (Sandweiss et al. 1998, 1999). A pesar de lo reducido de las excavaciones en el área se ha logrado recuperar una serie de importantes evidencias de este yacimiento, no sólo por su antigüedad, sino también por la aparente red de intercambio de obsidiana en una época tan remota como el Pleistoceno Terminal.
Sin contar con detalles de reportes sobre los contextos, hay que admitir que es un buen indicio que todas las fechas hayan sido obtenidas de muestras de carbón, aunque hubiera sido ideal contar con al menos dos laboratorios radiocarbónicos para contrastar los resultados. A continuación sólo tomaremos los fechados del llamado sector I, por ser suficientemente representativos y tratar de no extendernos mucho en este balance.
Hay que mencionar que existe un gran vacío de sitios excavados y analizados, el cual abarca, cuando menos, 450 km. desde Cerro Lechuza en Pozo Santo -no lejos de la Península de Paracas- hasta la Quebraba Jaguay, aunque hay algunas vagas informaciones de yacimientos, posiblemente precerámicos, reportados por Ravines (1972). De modo que la tarea de exploración y estudio de este trecho queda abierta a las futuras generaciones.
Lo más llamativo son, en efecto, los dos fechados obtenidos para un nivel que se ha llamado 4c, pues éste es el más antiguo de esta parte del Perú. La única curva disponible para este trecho de tiempo, la del hemisferio norte, arroja un lapso entre los 11,293 y 10,896 años a. C., es decir, que los primeros habitantes de esta zona datan desde el doceavo al onceavo milenio a. C., lo cual es un sustento de la hipótesis de Fladmark (1979), en opinión de Sandweiss.
En la costa de Arequipa, en un lugar que se halla entre Playa La Chira y la localidad de Camaná, se encuentra la Quebrada Jaguay. Sobre el flanco norte, al pie del cerro Estaquillas, frente a la Pampa de Jaguay y aproximadamente a dos kilómetros desde la actual orilla, Daniel Sandweiss y su equipo, en compañía de Bernardino Ojeda, ex- asistente de campo de Frédéric Engel, localizaron el sitio de Quebrada Jaguay-280. Este yacimiento ya había sido explorado y excavado por el mismo Engel, años atrás; no obstante, debido a su potencial importancia fue objeto de estudio de Sandweiss.
Posteriormente, el nivel 4, que ya había sido fechado por Engel, proporcionando un lapso entre los 10,274 y 9,464 años a. C., mientras que el 3, entre los 10,416 y 7,828 años a. C. Finalmente, el nivel 1 se ubicaría entre los 7,060 y 6,119 años a. C., este último lapso calibrado ya en la curva del hemisferio sur. De este modo, es evidente que nos encontramos frente a una serie de datos consistentes, los cuales indican dos espacios de tiempo que Sandweiss ya bien ha señalado: se trata del Pleistoceno Terminal y el Holoceno Temprano, exceptuando el Holoceno Medio.
Este sitio se localiza a unos 40 m.s.n.m., evidentemente, en plena vinculación con el litoral y los recursos marinos de la zona. Alrededor de la época en que se hallan los primeros vestigios humanos, este sitio debió de estar alejado de la orilla en unos 7 a 8 km, de acuerdo a las inferencias de Sandweiss, aunque Encarta muestra que pudieron ser hasta 10 km. En todo caso, toda esta parte del suelo, inmediatamente debajo del litoral en esta zona, es estrecha, debido a que hay una fuerte pendiente submarina.
Actualmente, la zona se caracteriza por un medio árido, que sólo es alterado por las ocasionales presencias de fenómenos de El Niño y por la activación de la Quebrada Jaguay, adyacente al sitio durante los meses de verano del hemisferio sur.
No obstante, no existe un reporte en detalle sobre las excavaciones y los hallazgos, así como
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En lo concerniente a los artefactos líticos, en Quebrada Jaguay se ha descubierto una proporción preponderante de obsidiana. Análisis de activación de neutrones indican que ésta procede de una fuente de este tipo de vidrio volcánico llamada Alca, que se halla a unos 2,850 m.s.n.m. Esta zona sólo puede ser alcanzada por medio de una serie de pasos del río Cotahuasi y ascendiendo unos 130 km. Este dato es impresionante, ya que nos da una idea del transporte de materiales, como en este caso, al menos desde los 7,000 años a. C. Se trata, pues, de una buena lección, de modo que no debe sorprendernos la activa red de intercambio de épocas prehispánicas posteriores.
Es importante también mencionar que las especies marinas halladas en las excavaciones indican que las condiciones del mar eran ya las de la Corriente Peruana, fría, con ocasionales eventos ENSOs a los que ya nos hemos referido en repetidas oportunidades. Dentro de este contexto, los fenómenos de lomas estacionales son también evidentes en las inmediaciones de esta zona.
Tal como se sugiere para otros sitios de la costa peruana, el hallazgo de cuerdas con nudos del Holoceno Temprano da indicios del conocimiento y uso de redes para pescar. En este contexto no hay que olvidar que el uso de redes también ha sido postulado para el Paijanense de la Costa Norte, aunque, como hemos visto, es aún materia de debate.
Un hallazgo importante que hay que añadir, es una serie de huecos de poste en el suelo, los cuales indican que tal vez hubo una estructura habitacional o una suerte de campamento, al menos del Holoceno Temprano. Posteriormente, alrededor de los 7,000 años a. C., se construyó una especie de campamento semi-subterráneo de unos 5 m. de diámetro. Sandweiss piensa que es posible que este tipo de estructuras hayan sido estacionales, es decir, que pertenecieron a grupos de pobladores que pasaron el verano con agua potable en la quebrada, mientras que en invierno se instalaban en las lomas, en función de aprovechar recursos, es decir, un modo de vida de desplazamiento en busca de fuentes de agua y alimento.
Esta hipótesis se ve reforzada, puesto que la gente, desde el Pleistoceno Final, se alimentaba principalmente de corvinas relativamente pequeñas, de un promedio de 17 cm., lo que en opinión de Sandweiss requeriría de redes de pesca. Por otro lado, la presencia mínima de anchovetas y algunas aves que habrían sido consumidas por los pobladores de esta época indican, de todas formas, consumo complementario de otros animales.
Como ya hemos mencionado párrafos más arriba, el hallazgo de este tipo de poblaciones adaptadas al litoral, sería un nuevo aporte a la hipótesis planteada por Fladmark sobre la colonización de América vía litoral, tal como ahora lo sugiere Lavallée y su equipo refiriéndose a Quebrada de los Burros, al sur, en el actual departamento de Tacna, aunque se impone más evidencia para poder discutir cabalmente sobre el tema.
De acuerdo a Sandweiss y su team, la gran cantidad de restos de peces, moluscos marinos y crustáceos encontrados en los basurales de este yacimiento, indican que esta gente dependía, ya desde el onceavo milenio a. C., casi exclusivamente del mar.
La presencia exclusiva de machas (Mesodesma donacium) indica que se trataba de recolectores exclusivos de este tipo de conchas. Los tipos de peces y conchas son para Sandweiss rasgos de especialización. Debido a la pobre preservación, los restos de plantas usadas o consumidas por los pobladores tempranos de Camaná, son muy escasas, sin embargo se han encontrado cáscaras de calabaza fechadas en el Holoceno Temprano.
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El sitio Anillo Este yacimiento arqueológico se localiza a unos 7.5 km de la ciudad de Ilo, en la costa del departamento de Moquegua. Cuando se le descubrió, se mostraba como una especie de anillo de conchas, formado al cabo del tiempo, debido a la actividad humana. El cual ha sido excavado e investigado por Daniel Sandweiss y un equipo interdisciplinario (Sandweiss et al. 1989).
han logrado mostrar una secuencia relativamente coherente, que parece sustentar bien la antigüedad de los remotos habitantes de esta zona. Para la época que tratamos en este libro hay un total de 6 fechados radiocarbónicos obtenidos de este yacimiento. Los más antiguos han sido obtenidos de conchas, que si bien, no es el material más adecuado, las correcciones marinas nos aproximan a un grado de certeza.
Actualmente se ubica a unos 750 metros de la orilla y a 50 metros sobre el nivel del mar, sobre una terraza de origen marino. Frente a ella se halla la Pampa de Palo e inmediatamente después, la orilla del mar. Sandweiss y sus colaboradores piensan que esta serie de terrazas se elevaron durante el Holoceno, de tal forma que la Pampa de Palo estuvo sumergida bajo el mar y, consecuentemente, la orilla marina estuvo mucho más cerca del sitio anillo. Sin embargo, Jeffrey Hsu, uno de los científicos del proyecto, piensa que la Pampa de Palo ya existía durante la ocupación del sitio anillo y que la elevación en esta zona es mínima.
Pues bien, los resultados muestran dos márgenes de tiempo, uno confiable, el otro probable. El primero indica que esta gente estuvo en la zona entre los 6,761-5,454 años a. C. (considerando las fechas obtenidas de conchas y carbón). El segundo se trata de un único fechado de concha, que ha dado la fecha más antigua: 9,072-8,733 años a. C., aunque hay que señalar que el contexto de donde procede la muestra no se ha documentado in extenso. De cualquier forma, todo parece indicar que, en efecto, se trataba de poblaciones que ocuparon esta parte del litoral, ya desde el Holoceno Temprano e incluso en el Medio.
Por otro lado, lo que sí parece evidente es que, justamente, esta área sea la de mayor pendiente submarina, pues la curva de 50 metros de profundidad dista tan sólo entre 300 y 400 metros mar adentro de la actual playa, de tal forma, que el levantamiento eustático del nivel del mar, no debió repercutir significativamente en cuanto al territorio ocupado por los grupos del sitio Ring durante el Holoceno Temprano y Medio, aunque es necesario enfatizar que estamos especulando, debido a que no se cuenta con estudios de geomorfología submarina en esta zona.
Los estudios de Elizabeth Reitz demuestran que los habitantes del sitio Anillo basaron su alimentación en pescados. Al menos 20 especies han sido identificadas, siendo las predominantes las lornas (Sciaena deliciosa) y corvinas (Sciaena gilberti). De acuerdo a la distribución de estos peces, se deduce que fueron capturados en las inmediaciones de la orilla. También se pescaron sardinas, jureles, cabinzas, peces gato, bonitos y posiblemente cabrillas, que de seguro fueron capturados en aguas más profundas.
Aparentemente, en la actualidad, la única fuente de agua más cercana es la del propio río Ilo, a unos 10 km al norte. Sandweiss además acota la fuerte aridez de esta zona y la inexistencia de lomas, que sólo cuando hay fuertes fenómenos de El Niño se activan, constituyendo un nuevo biotopo.
A partir del hecho que la mayoría de peces encontrados son carnívoros, Reitz piensa que la principal técnica de pesca fue por medio de línea o anzuelo. La inexistencia de anchovetas podría sugerir que no se haya usado la red, pero su ausencia puede deberse también por el tipo de conservación de material arqueológico.
A pesar de algunas dificultades de la estratigrafía de este sitio, Sandweiss y sus colegas
Algunos de los huesos de animales muestran no sólo cortes, sino también huellas de
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una idea preconcebida sobre el fin que tendrían. Por ejemplo, se puede especular que muchas rocas fueron buscadas con el único objeto de extraer lascas y usarlas sin preparación previa ni mayor modificación. Este tipo de conducta de los artesanos líticos, es también apreciada en otros sitios como Tablada de Turín, Paloma, entre otros. Un punto importante a añadir es que, según Richardson, quien realizó el análisis del sitio, se empleaban varios tipos de rocas silicificadas, además de simples guijarros, ambos para la talla.
combustión, de lo que se entiende que se les preparó asados al fuego. Otros parecen ser de fragmentos de anzuelos. Por otro lado, las aves también han sido un recurso importante para estos remotos pobladores. Dentro de ellas, los cormoranes fueron los más consumidos. En menor proporción se hallan piqueros, pelícanos y un tipo de pingüino llamado de Humboldt. Dentro de la dieta también se contaba a lobos marinos y nutrias.
A pesar de todo lo expuesto es posible que haya varios utensilios con huellas de uso y posiblemente con retoque, tales como lascas. Otras parecen muy delgadas y pueden haber sido fragmentadas por simples pisadas humanas, aunque las ilustraciones no permiten ir más allá.
Entre los moluscos más consumidos figuran los choros (Choromytilus chorus) y machas (Mesodesma donacium). Quitones, lapas (fissurella) y señoritas (Crepipatella) también parecen haber sido una parte relativamente importante en la alimentación.
Un detalle interesante es la ausencia de puntas de proyectil. Es posible que simplemente no hayan sido hechas en el sitio, excavadas o, si se conocía cómo hacerlas, no fue necesario su uso, ya que la economía de esta gente parece haber estado orientada casi 100% al mar, como lo sostiene Sandweiss.
Los moluscos consumidos en el sitio Anillo nos hablan de un mar y clima fríos, típico de las aguas gélidas del sur peruano y el norte de Chile. Sin embargo, la presencia de caracoles de loma como Scutalus, al menos durante ciertos períodos de tiempo, sugiere a Reitz, que hubo un incremento de humedad por lapsos de tiempo durante el Holoceno.
En suma, la evidencia presentada sustenta, pues, una vida casi dependiente por completo del mar. Y aunque hay patrones similares de subsistencia en la Costa Norte peruana, son aún más parecidos en el norte de Chile. De otro lado, Sandweiss recuerda la posibilidad de que varios de los yacimientos hoy en día se hallen sumergidos debido al levantamiento del nivel del mar.
Una vez perforados, los moluscos también se utilizaron para la elaboración de cuentas y pendientes. Hay otros que parecen haber sido usados como pesas para redes de pesca. Incluso hay algunas valvas de choros que tenían huellas de un pigmento rojo, que bien puede tratarse de óxido de hierro o hematina, la cual es bien conocida por sus usos rituales, no sólo en los Andes, sino universalmente. Con referencia a la tecnología ósea, sólo se ha hallado siete herramientas de hueso. Dentro de ellas, destacan un fragmento de anzuelo y un simple arpón de hueso. De todo esto hay que resaltar que varios fragmentos de conchas parecen haber sido modificados En cuanto a lo que respecta a tecnología lítica, vale decir que es simple. Dicho de otro modo, los materiales eran seleccionados con
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La tumba 3 contenía un entierro de tres individuos, que incluían una mujer de unos 45 años, un niño de 5 años y un infante de entre 5 y 9 meses. Al igual que los cuerpos anteriores, los tres fueron colocados en posición extendida y luego envueltos por una estera grande. En opinión de la autora, los tres cuerpos fueron enterrados juntos, de hecho, la mujer adulta parece cargar con el brazo izquierdo al infante.
Los sitios de loma y litoral al norte de Ilo, Moquegua En la zona inmediata al norte de la actual ciudad de Ilo, Moquegua, una serie de arqueólogos e investigadores han excavado algunos yacimientos en los cuales se encontraron evidencias del período Holoceno, que vale la pena introducir y examinar aquí.
Otra tumba notable es la de un hombre adulto, el cual posiblemente fue envuelto (al menos de manera parcial) en plumas. También es importante, porque uno de sus huesos fue datado y resultó en 5,356-5,216 años a. C.
Villa del Mar
En términos generales parece, pues, que Villa del Mar era un campamento relativamente importante que al parecer contaba con un cementerio pequeño. La localización, literalmente en el litoral, indica que esta gente aprovechó recursos marinos y algunos terrestres disponibles en las inmediaciones, como por ejemplo, en las lomas.
Se localiza a sólo unos 860 metros al sur de la desembocadura del río Osmore y a 17 metros de la actual playa, a unos 19 m.s.n.m. El sitio se halló dentro de una escuela en pleno complejo urbano de la ciudad de Ilo. Las excavaciones muestran que fue una zona doméstica de forma circular, con huellas de postes en el exterior. En este lugar también se realizaban actividades funerarias, las cuales están relacionadas con el Complejo Chinchorro (Wise 1995, 1999).
Yara Este yacimiento arqueológico se haya a unos 15 km al norte de la actual ciudad de Ilo, sobre una terraza frente al litoral, y es posible que se hayan aprovechado recursos como los de las lomas que son accesibles tierra adentro.
Por medio de las excavaciones se recuperaron dos restos de carbón del área doméstica en donde se hallaba un fogón. Estos restos fueron fechados por el método del radiocarbono, dando como resultado un margen de tiempo entre 6,687 y 5,072 años a. C.
De manera similar a Villa del Mar, se trata de áreas de habitación en cuyas cercanías existió un cementerio que, a juzgar por la posición de los cuerpos y las envolturas de esteras, comparte la tradición mortuoria Chinchorro. Dentro de este contexto, se ha hallado también artefactos líticos y de pesca. Los fechados más antiguos, obtenidos para las áreas domésticas, promedian los 6,6704,221 años a. C.
En este yacimiento se exhumó a diez individuos en siete tumbas. Mientras que los dos cuerpos de la tumba 1 parecen corresponder a adultos, la segunda tumba contenía los restos parciales de un infante de unos 6 meses, que posiblemente había sido envuelto en una estera. Es de sumo interés mencionar que su cabeza había sido cubierta por una pasta de arcilla, lo que recuerda a las prácticas funerarias de Chinchorro del norte de Chile. Sobre la cara se le colocó una concha, también cubierta por una gruesa capa de arcilla. Además, se halló restos de pigmento rojo, lo que indica que la arcilla fue pintada y posiblemente atada (por los restos de cuerdas), además, se le colocó una suerte de cuentas de caracol terrestre a la altura de la pelvis.
Kilómetro 4 A unos 10 km. al nor-oeste de Villa del Mar y a tan sólo 220 metros de la actual línea de playa, se halla el sitio llamado Kilómetro 4, siempre en el actual Departamento de Moquegua. Se extiende sobre una explanada inmediatamente detrás de la playa, al pie de algunos cerros de
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poca elevación, y entre 30 y 60 m.s.n.m. De acuerdo a la curva batimétrica de 50 metros, a inicios del Holoceno, la orilla del mar sólo debió estar unos 4.5 km más alejada que la actual, de modo que desde este punto de vista el panorama no debió haber sido muy distinto.
de cortes, lo que Wise interpreta como proceso de descarnado. Es también de interés, que la autora señale que algunos huesos mostraban huellas de intemperismo, lo que indica que las tumbas no estaban cerradas del todo. Como ya se ha dicho líneas arriba, estas características parecen compatibles con la cultura Chinchorro.
En esta zona se han descubierto una serie de restos de viviendas en asociación con cementerios, que en opinión de Wise, guardan relación con el complejo Chinchorro de Arica y el norte de Chile. Por la ubicación clave de este sitio, es evidente que los principales recursos, tales como anchoveta y pejerrey, fueron extraídos del mar y seguramente se les complementó con los de loma. Por otro lado, es interesante que en las inmediaciones directas se haya descubierto, también, que durante la ocupación de esta gente, hubo un manantial que les facilitó agua potable. Ello sería, siempre en opinión de Wise, un elemento clave en el asentamiento de este lugar.
Otros entierros fueron hallados con el patrón extendido, algunos envueltos con esteras, otros con cuerdas de pelo humano, algodón, lana de camélido y fibra vegetal. Entre las ofrendas cabe mencionar: utensilios de hueso, cuentas de piedra, puntas de proyectil, valvas de moluscos, manojos de plantas, pesas de red, tubos de hueso de aves, decorados con líneas incisas, hasta diversas fibras de algodón, lo que resulta en un típico inventario Chinchorro. En suma, se trata de poblaciones que al parecer ocupaban estas zonas de manera estacional, muy probablemente aprovechando el recurso de agua fresca y estableciendo sus campamentos y sus cementerios, que evidentemente compartían las costumbres Chinchorro. Ilo y su entorno era, pues, área cultural Chinchorro, compartiendo rasgos comunes y posiblemente poblaciones con Arica y Antofagasta, al menos durante unos tres milenios del Holoceno Medio.
La antigüedad de la ocupación humana se remonta, cuando menos al Holoceno Medio. Los dos resultados que nos ocupan, dentro del margen de este libro, promedian los 7,045-4,915 años a. C., es decir, justamente dentro de la época de la elevación de las temperaturas. A l g u n o s otros fechados se extienden dentro del tercer y segundo milenio a. C. Las muestras sometidas a pruebas radiocarbónicas fueron extraídas de áreas de habitaciones de planta irregularmente circular, con una serie de huecos, que bien pudieron haber servido de depósitos. Lo interesante, dentro de lo hallado en este sitio, es que las tumbas de cada cementerio parecen enmarcarse dentro de tradiciones culturales distintas. Mientras que la primera muestra esqueletos en posición flexionada con envolturas de fibra vegetal y pieles de camélidos y aves, lo que recuerda a la tradición Quiani (Chile); la segunda muestra, claramente, rasgos compartidos con el Complejo Chinchorro. Aquí se ha hallado un impresionante entierro múltiple, con 22 individuos, todos en posición extendida, frecuentemente boca abajo. También es evidente que la fosa fue abierta varias veces. Varios huesos fueron desarticulados y algunos mostraban huellas
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Quebrada Tacahuay, Tacna: cazadores de aves de la Costa Sur
Quebrada Tacahuay se localiza a 30 km. al sur de Ilo, en el actual departamento de Tacna y, en nuestros días, a unos 28 metros sobre el nivel del mar (figura 34).
Un sitio de importancia, que ha sido investigado relativamente en época reciente, es Quebrada Tacahuay, en la Costa Sur peruana (DeFrance et al. 2001, 2005, DeFrance y Umire Álvarez 2004, Keefer et al. 1998, Richardson 1998, Sandweiss et al. 1999). Si bien en este yacimiento no hay grandes excavaciones en área -pues fue investigado a partir de inspecciones en un corte hecho por la construcción de la carretera- su gran antigüedad, los resultados paleoclimatológicos y la aparente especialización de estos primeros grupos humanos en recursos del mar, en una época tan remota, hacen que debamos incluir y examinar la información procedente de este yacimiento.
Además, dista solamente 20 km. hacia el sureste del sitio Anillo de Concha o Ring y en pleno medio ambiente de faja litoral, entre Punta Icuy y Punta Picata. Fue descubierto a causa de la construcción de la carretera Ilo-Ite, de modo tal que las áreas excavadas en 1998 y el 2001 se hallan a pocos metros y a ambos márgenes de dicha carretera. La Quebrada Tacahuay forma parte de la serie de estos yacimientos, investigados recientemente en la Costa Sur del Perú. De hecho, se trata de uno de los pocos casos en la arqueología precerámica peruana, donde se han investigado asentamientos del Pleistoceno Final y Holoceno Temprano a tan poca distancia de la franja litoral sur, lo que nos brinda la posibilidad de un examen con cierto detalle de los modos de vida de épocas tan pretéritas, en esta parte de la Costa peruana. En primer lugar, veamos el medio ambiente de la época. Toda esta parte de las líneas de playa del litoral sur del Perú habría variado muy poco desde el Younger Dryas, teniendo en cuenta el abrupto declive submarino de esta zona. La línea de profundidad submarina de 50 metros, sólo se distancia en unos 3 a 4 km frente a Quebrada Tacahuay, lo que puede implicar que durante el Younger Dryas, la playa fue sólo unos 3 km más ancha que en la actualidad. De hecho, en la época de ocupación la distancia entre este yacimiento y la orilla del mar era de entre unos 700 y 900 metros, mientras que hoy es sólo de entre 300 y 400 metros (DeFrance y Umire 2004), lo que significa que el mar ganó sólo unos 500 metros en dirección tierra adentro. De tal modo que se trata de gente que pobló un litoral bastante estrecho en una suerte de “bahía protegida”. Por tanto, es probable que el aumento del nivel del mar no afectara drásticamente los modos de vida de estas primeras poblaciones, lo que, desde este punto de vista, implica una cierta estabilidad.
Figura 34. Ubicación del yacimiento Quebrada Tacahuay, sobre el litoral del actual departamento de Tacna. Al fondo, se observa el Morro de Sama, en cuyas inmediaciones se encuentra el sitio Quebrada de los Burros (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, © 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics).
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En este sentido, la mínima variación de la línea de costa, tal como lo ha sugerido Richardson (1998), probablemente no fue presión para estos grupos de fines del Pleistoceno e inicios del Holoceno, como sí lo fue en el Norte del litoral peruano.
pesar de lo esporádico de estas lluvias tropicales e inundaciones en esta parte de la costa, parece haber sido preponderantemente hiperárida.
Si la línea de playa sólo retrocedió menos de un kilómetro y si existía disponibilidad de recursos permanentes, sobre todo de abundantes cormoranes y anchovetas, cuyo medio de vida es la corriente fría peruana, no hay razón lógica ni stress medioambiental que urgiera a esta gente a desplazarse a otras zonas, a no ser por las eventuales alteraciones causadas por ENSOs, o a algún otro fenómeno medioambiental que desconozcamos.
En este yacimiento se ha encontrado evidencia de poblaciones del litoral, quienes se habrían especializado en la caza de aves marinas como cormoranes y piqueros, los cuales fueron descarnados, cocinados y consumidos. En Quebrada Tacahuay se registran al menos dos ocupaciones humanas, correspondientes a los estratos “8” y “7” (en orden de antigüedad), que nos interesan por sus fechados radiocarbónicos de inicio del Holoceno, y sus directas vinculaciones con el tema de estudio de este libro. Ambas se hallan separadas por el estrato “7”, que fue ocasionado por el fenómeno de El Niño.
En cuanto a la disponibilidad de recursos, a pesar de la intermitencia de la actividad de un arroyo y un cauce principal, DeFrance y Umire (2004) hacen notar la presencia antigua de un manantial en la inmediata cercanía, que bien pudo haber abastecido a la pequeña población, lo que se infiere a partir de los escasos restos manufacturados.
La ocupación humana más antigua procede del estrato “8”. Sin considerar un examen detallado de los contextos y variantes de niveles internos a este estrato, los resultados varían entre los 10,963 y 9,761 años a. C. Hay que admitir que, a pesar de la falta de datos contextuales, existe una consistencia de un total de ocho fechados en carbón. Sus resultados similares, las correcciones isotópicas y la supuesta precisión del AMS hacen a este lapso bastante probable. Además, debajo se pueden presenciar tres capas más con contenido cultural, las cuales no han sido fechadas, y es posible que sean más antiguas por terminus ante quem. Por consiguiente, de acuerdo a estos fechados radiocarbónicos, tenemos en Quebrada Tacahuay a un contemporáneo de la Cultura Clovis norteamericana y a una población que probablemente fue testigo del proceso de deshielo y levantamiento del nivel marino.
De igual modo, la ocurrencia de limos e inundaciones esporádicas indicarían la presencia de fenómenos ENSOs, en algunos casos, desde hace 38,000 años atrás, inclusive con eventos tipo Mega-Niño. Ello pone nuevamente en tela de juicio las otras hipótesis vertidas en cuanto a la estabilidad de ENSOs a partir de los 3,000 años a. C., al menos en esta parte de la Costa Sur, y a su vez, avala la larga presencia de este tipo de fenómenos durante el Pleistoceno Final en esta parte de la costa sudamericana. Además, es importante anotar que los investigadores han documentado la presencia de, al menos, dos grandes eventos El Niño durante el Pleistoceno Final y el Holoceno Inicial. Se ha logrado determinar que un ENSO ocurrió en algún lapso de tiempo entre los 10,627 y 9,451 años a. C. Estos datos complementan a los registrados para la misma época, más al norte, en la costa central peruana, descubiertos por Wells (1988). No podemos imaginar los efectos y la impresión de tales eventos en estas poblaciones originales, pero debieron de ser fuertes e impactantes, a
La siguiente ocupación humana en Quebrada Tacahuay es algo más reciente y corresponde al estrato “5”. Se sustenta en sólo tres fechados radiocarbónicos que resultan 9,812 y 9,451 años a.C., lo que por cierto, hace un perfecto traslape temporal con la ocupación previa. Resulta de interés que en este estrato se encuentra una significativa cantidad de Scutalus sp, o caracol terrestre, el cual es característico de ambientes
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húmedos, lo que podría sugerir un cambio ambiental, empero, no hay más evidencias al respecto.
estrato “5”, es decir, a partir del décimo milenio antes de Cristo, donde se recolectó “pata de burro” y lapas. Durante esta misma ocupación se consumieron choros (Choromytilus chorus) y quitones.
Tratemos ahora los alimentos consumidos por esta gente. De acuerdo a la evidencia, las aves marinas representaban la mayor fuente alimenticia. En la ocupación más antigua (estrato 8), destaca una gran cantidad de huesos de cormorán (Phalacocorax sp.) y guanay (Phalacocorax bougainvillii), algunos de los cuales se encontraban quemados, lo que demuestra su cocción.
Todas las evidencias encontradas en la capa “8” fueron “selladas”, literalmente, por la capa número “7”, la cual se formó por conglomerados de arena limosa y rocas angulares, ambos elementos han sido relacionados por los investigadores con un evento Mega Niño (De France y Umire 2004). De modo que los restos de la ocupación humana más antigua han sido preservados por este tipo de sedimento.
Es importante mencionar que estas aves no fueron cazadas durante contextos medioambientales ENSOs, sino más bien que los habitantes de Quebrada Tacahuay las buscaron intencionalmente. En este caso, se trata, pues, de caza deliberada más que de caza oportunista. Y a juzgar por la evidencias, parece que la parte más consumida de este tipo de aves fue el buche y el vientre. Se han encontrado, además, huellas de que se les cocinó in situ.
En cuanto a los utensilios elaborados por los ocupantes del estrato “8”, se cuenta con herramientas hechas de calcedonia, que es un tipo de piedra de fractura fina y cortante, preferida por los buenos talladores en los Andes, ante la carencia de sílex. Para conseguirla fue preciso que acudiesen a fuentes de materia prima locales.
Otras aves menos representativas de este mismo estrato son, por ejemplo, el tinamou (una especie de “pato” andino que caminaba a saltos y que también se ha hallado a inicios del Holoceno en la cueva del Guitarrero, en la sierra Central) y pájaros cantores (Passeriformes).
Las herramientas de piedra del estrato más antiguo, en general, parecen ser más bien atípicas. Se trata de lascas retocadas. En algunos casos, a pesar del poco detalle de las ilustraciones líticas, podría tratarse de retoques intencionales, en otros, de uso. La regularidad de retoque en algunos casos y sus características sugieren que se empleó la talla por presión, mientras que en otros, por medio de un pequeño percutor, aunque ésta es una especulación que surge de la revisión simple de las publicaciones.
Complementariamente, se habría pescado y recolectado moluscos. Siempre de acuerdo a los restos, se consumió más anchovetas (Engraulidae) y, muy esporádicamente, lisa (Mugil sp.). También es interesante anotar que en el estrato superior, es decir, desde los 9,451 años a. C., aparecen la lorna y corvina dentro de la dieta de estos grupos humanos.
Dado que las piezas son bastante delgadas, habría que ser cuidadoso con la revisión del retoque, pues la literatura prehistórica está llena de ejemplos de piezas “retocadas” por pisadas, y al parecer en este yacimiento hubo desplazamiento de gente, debido a las múltiples y, aparentemente, efímeras actividades.
La ocasional caza de lobos marinos en el estrato “8” (Pinnipedia, Otariidae/Phocidae) está evidenciada por algunos huesos de mamífero encontrados en las excavaciones. A otros mamíferos marinos encontrados se les identifica como lobos finos (Arctocephalus sp.) y lobos “chuscos” (Otaria cf. Flavescens).
El conjunto da la impresión de una tecnología lítica “simple”, en la cual,el objetivo puede haber
Los cambios en la dieta parecen constatarse durante la siguiente ocupación humana, en el
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ReconstrucciónLos delgrupos medioambiente humanos
sido la formación de núcleos para la remoción de lascas. También existen núcleos masivos de basalto.
Existe un instrumento de hueso hecho de mamífero marino, aunque sin huella de uso, que DeFrance y Umire han interpretado como un posible útil para la confección de redes, con las cuales las aves habrían podido ser atrapadas. La presencia de huesos de aves como cormoranes, pelícanos y piqueros en inmediaciones de las orillas y áreas rocosas sugiere que, posiblemente, se usaron boleadoras o algún otro tipo de tecnología.
Hay que llamar la atención sobre la pericia del tallador de piedra, que se manifiesta, nuevamente, en la selección de las diferentes calidades de roca para la confección de utensilios. Se le dio prioridad a rocas de fractura más concoidea y de grano fino para la confección de piezas bifaciales y a presión, mientras que, por el contrario, rocas de grano más tosco (basalto) fueron destinadas a la producción de lascas y núcleos. Esta selección de materia prima parece ser una de las constantes universales desde el Paleolítico superior. Y por lo visto, las tecnologías líticas andinas no son la excepción a la regla, como venimos comprobando durante la revisión que estamos haciendo.
El uso de redes también podría explicar la no menos importante cantidad de huesos de pescados pequeños. Lo relevante en este caso es que los autores sugieren la posibilidad del uso de redes, al menos desde inicios de ocupación del sitio, es decir, desde los 10,900 años a. C., lo que es novedoso y algo atrevido para la época, aunque no deja de ser sugestivo. Similar tecnología de redes para pesca ya ha sido postulada para el sitio Quebrada Jaguay, como ya hemos visto.
Uno de los principales usos de las herramientas de piedra ha sido el procesamiento y preparación para el consumo de las aves. Ello está demostrado por una serie de cortes hechos con tales utensilios, cuyas huellas han quedado sobre los huesos excavados, sobre todo de cormoranes. También hay que señalar que estas huellas se localizan sobre las diáfisis de los huesos, lo que implica que se insistió en la misma zona, seguramente tratando de extraer la carne de los huesos.
En suma, se trató de un pequeño grupo costero, especializado en la vida litoral, pero al parecer, de poca permanencia. La inexistencia de postes de habitaciones, sugeriría ausencia de residencia, al menos por algunos períodos de tiempo.
Herramientas similares, tales como lascas retocadas y lascas usadas de calcedonia y basalto, han sido halladas en el estrato “5”.
Al parecer, tampoco habría indicios de contacto con zonas de altura, menos aún cuando se habla de materia prima, pues las rocas usadas para la manufactura de las herramientas eran locales. No obstante, dos sitios al norte de Quebrada Tacahuay, tales como Quebrada Jaguay y el sitio Anillo, demuestran especialización en recursos marinos, pero a la vez, contactos con tierras altas.
En el estrato “8” se localizaron cinco fogones y una serie de restos alimenticios; entre ellos, predominaban los huesos quemados y no quemados de aves, pero también huesos de peces y moluscos. Distintos fragmentos de talla de piedra se hallaron entremezclados, lo que indica que se hicieron varias actividades alrededor del fuego. Debido a la repetida ocurrencia de este tipo de fogón, con restos asociados a diferentes niveles, los arqueólogos piensan que el yacimiento fue ocupado en varias oportunidades.
La exposición de tales datos permite inferir un modo de adaptación similar en estos sitios del Pleistoceno Final e Inicios del Holoceno, a los recursos casi exclusivos del litoral, empero, con desplazamientos y exploraciones en diversas áreas y alturas, probablemente con la finalidad de obtener otros recursos, transporte, e intercambio, aunque queda mucho por develar aún.
A falta de herramientas específicas como evidencia, los investigadores no pueden probar cómo se capturó a tal cantidad de aves, las cuales fueron la base de la alimentación de estos tempranos ocupantes de la Costa Sur.
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Reconstrucción Los grupos humanos del medioambiente
El sitio se haya en la franja litoral de Tacna, alrededor de los 150 y 200 m.s.n.m., cubriendo un trecho entre las evidencias encontradas en Quebrada Tacahuay (que acabamos de ver), inmediatamente al sur de la ciudad de Ilo, en el Perú, y el sitio conocido como Acha II, el más septentrional de Chile. Ambos yacimientos han sido fechados por el radiocarbono entre los 11,000 y 10,100 años a. C., de modo que la Quebrada de los Burros encaja bien dentro de esta secuencia y espacio, además de suministrar más información sobre la adaptación más remota de los grupos humanos en esta zona, hoy en día frontera con Chile, antes, parte de una misma comunidad cultural.
Quebrada de los Burros: Pobladores del Holoceno Temprano en Tacna Aproximadamente unos 20 km. al norte del río Sama, en el departamento actual de Tacna y solo a 20 km. de la frontera con Chile, se halla el sitio de Quebrada de los Burros, la ocupación humana de inicios del Holoceno más meridional del Perú, hasta el momento de escribir este texto. Este yacimiento ha sido investigado intensivamente en varias temporadas por Danièlle Lavallée y su equipo (Lavallée et al. 1999a y 1999b, Lavallée y Julien 2001).
Hay dos características importantes en las inmediaciones de la Quebrada de los Burros. En primer lugar, la presencia permanente de agua, debido a la naturaleza de descarga del río y los posibles efectos de las napas freáticas. En segundo lugar, las formaciones densas de lomas, a las que hemos hecho alusión brevemente en el capítulo de medioambiente en el pasado. De tal modo que la disponibilidad de agua y la consiguiente biomasa que ella genera (plantas y animales como caracoles, rizomas, tubérculos, incluso arbustos y algunos árboles), pudieron ser aprovechadas por estos antiguos habitantes de Tacna.
Es interesante que este lugar se localice a tan sólo unos 30 km al sur del Morro de Sama, que es, literalmente, el punto de referencia de Quebrada de los Burros. De modo que es ideal en el marco de los resultados de las investigaciones de los yacimientos muy próximos al mar, los cuales vienen siendo expuestos hasta el momento (Figura 35).
El equipo de investigación de Quebrada de los Burros también ha publicado el resultado de sus investigaciones sobre las características del mar durante esa época de ocupación humana, es decir, entre el Holoceno Temprano y Medio. Es así como Fontugne y sus colaboradores (2004) por medio del estudio isotópico radiocarbónico de las conchas marinas han logrado determinar que el mar, en esta parte de la costa sur peruana, ya presentaba los fenómenos de emergencia de aguas frías de la Corriente Peruana, al menos entre los 8,100 y 5,800 años a. C., incluso con índices mayores a los actuales. De esta manera se comprueba, pues, que en esta zona la Corriente Peruana ya estaba activa desde los 8,000 años a. C.
Figura 35. Ubicación de la zona arqueológica de Quebrada de los Burros, la ocupación humana más antigua en el extremo sur de la costa peruana que comparte rasgos con la tradición Chinchorro del norte chileno (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, Image © 2007 Terra Metrics y © 2007 Europa Technologies).
Esta emergencia de aguas frías de mayor actividad, habría producido condensación a alturas entre 600 y 1,000 m.s.n.m. y con ello, densas neblinas, lo cual a su vez, probablemente generó lomas de fuerte presencia, biomasas asociadas y agua permanente. Dentro de este
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marco medioambiental, el mismo grupo de científicos ha documentado diez fenómenos de El Niño de importante envergadura durante el Holoceno, dentro de un contexto marino de emergencia de agua fría cada vez más constante (Fontugne et al. 1999, Lavallée y Julien 2001).
inicios del Holoceno. Este panorama parece avalado por las investigaciones interdisciplinarias llevadas a cabo en este mismo sitio arqueológico y, además, nos recuerda a complejos similares que acabamos de ver, como Las Vegas o el mismo sitio de Paloma. No cabe duda de que un debate en torno a los procesos de adaptación y posibles desarrollos de sedentarismo debería ser llevado a cabo en la actualidad.
En cuanto a la antigüedad de la ocupación humana en este sitio, Lavallée ha proporcionado una serie de fechados radiocarbónicos obtenidos por muestras de las excavaciones y sondeos. Un problema es que al menos la mitad de ellos han sido medidos a partir de conchas y ya sabemos las distorsiones cronológicas que ellas pueden reflejar. En este sentido, si usamos las correcciones-reservorio marinas que ha publicado Paula Reimer para la zona de Antofagasta (más próxima al yacimiento), nos aproximamos a un valor más certero.
Lo que es un hecho es que las condiciones áridas se iniciaron alrededor de los 6,900 años a. C., es decir, justamente al inicio del Optimum Climaticum en los Andes Centrales, de acuerdo a lo que hemos visto en la curva isotópica del Huascarán, y con el establecimiento de las condiciones hiperáridas del desierto anexo, tanto el de Atacama como el de la Cultura Chinchorro.
Ahora bien, si uno toma a las conchas como material fechado, tenemos un rango de entre 8,633 y 7,249 años a. C. para el nivel de ocupación humana más antiguo en el sondeo llamado 2b, mientras que, en la misma excavación, el nivel 3, que es el más profundo, fecha entre 6,430 y 5,521 años a. C.
De acuerdo a la estratigrafía de áreas aledañas se ha podido comprobar además, la existencia de eventos pasados que correspondieron a lluvias torrenciales y períodos más secos. Los primeros pueden haber sido fenómenos de El Niño, acaecidos al menos desde los 6,600 años a. C., en ésta, la parte más meridional del Perú. Sin embargo, no hay que olvidar que las aludidas investigaciones sobre los efectos reservorio del contenido de las conchas halladas en las excavaciones sugieren que tales eventos ENSOs fueron de poca envergadura. Por el contrario, a unos 80 km. al nor-oeste, en Quebrada Tacahuay eventos semejantes tuvieron, aparentemente, mayor significado.
Por otro lado, como bien dice Lavallée, si hablamos de material como carbón de sedimento, tendríamos un rango entre 7,782 y 5,326 años a. C. De modo que es evidente que estamos frente a una primera ocupación del Holoceno Temprano y otra del Holoceno Medio. Un segundo nivel es ocupado entre el sétimo y sexto milenio a. C. Y si consideramos los fechados de la zona de excavación, exceptuando el valor más antiguo del nivel 2, por ser discordante, tendríamos un rango entre los 5,289 y 4,322 años a. C., tomando fechas hechas de carbón y conchas. Hay que añadir que no se han incluido otras áreas muestreadas, de modo que estos rangos son sólo parciales y referenciales.
Durante este período del Holoceno Medio, la aparición de neblinas densas debió ocasionar un avance de lomas y más estabilidad de recursos e, inclusive, agua de lagunas al fondo de la quebrada. Lavallée piensa que esta bonanza de recursos pudo haber generado mayor estabilidad en los ocupantes de la Quebrada de los Burros. Ella misma nos recuerda la posibilidad de que se haya usado la napa freática, debido a la transgresión flandriana durante el Holoceno Medio, entre los 5,500 y 4,900 años a. C.,
Un detalle interesante es que Lavallée y sus colaboradores han señalado que la acumulación de conchas y restos de ocupación humana (como artefactos líticos y huesos de peces, crustáceos y aves) es densa y sin interrupciones, lo que lleva a pensar en la poca movilidad (tendencia al sedentarismo) de esta gente en el litoral, ya desde
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es decir, cuando en otras áreas del litoral el nivel del mar subió entre unos 3 a 6 metros en comparación al actual, como hemos visto, por ejemplo, con los estudios interdisciplinarios de Bonavia en Huarmey.
área de ingreso sea muy similar a la documentada para los Chinchorro, posiblemente con propósitos de mantener el fuego de los hogares vivo.
Uno de los aspectos más relevantes que conciernen al estudio de este sitio es que Lavallée ha aplicado técnicas finas en las excavaciones, lo cual le ha permitido la reconstrucción de actividades de épocas tan remotas (lo mismo que logró en el abrigo de Telarmachay, como veremos más adelante). El décapage es un procedimiento de excavación de capas delgadas, en función de registrar al detalle y en tres dimensiones todo tipo de vestigio dejado en estos campamentos tempranos, esto se hace con la finalidad de encontrar sus relaciones y así, reconstruir la vida de estos tempranos pobladores.
En el nivel superior hay evidencia clara de paravientos, fogones y de talla lítica realizada en el mismo sitio. Se manufacturaron artefactos bifaciales y unifaciales e, incluso, algunas de las lascas procedentes de su trabajo fueron usadas. Sobre este nivel se halló la ocupación más densa del sitio y, entre los restos, una cabeza de arpón de hueso, muy similar a las encontradas en los sitios del norte de Chile. Con referencia a los utensilios de piedra, Lavallée y su equipo han logrado excavar alrededor de 10,000 artefactos líticos del nivel del Holoceno Medio, algunos terminados y otros como desecho de talla. En este sentido, aparentemente la principal actividad fue la manufactura de puntas de proyectil y bifaces foliáceos alargados, de los cuales se ha hallado unos 300 en varios estadios de reducción o fabricación (figura 36). Los investigadores piensan que este tipo de herramientas estuvo destinado a dos fines. En primer lugar, cazar animales terrestres, mientras que en segundo, cazar mamíferos marinos usando a las puntas líticas como cabeza de arpones.
Es así que se ha podido documentar la existencia de tres niveles de ocupación. El más antiguo posee una cantidad relativa de material, el cual se halla organizado en un área de actividades. Una gran cantidad de choros, pocas machas y caracoles (tales como los llamados “pata de burro”), huesos de pescado, restos de piedra tallada, entre otros desperdicios, han sido hallados en el nivel más profundo, el cual, como hemos visto, debería ser del octavo milenio antes de Cristo. Además, hay una serie de fogones, algunos usados repetidas veces, otros, cavados en la tierra y protegidos por lozas de piedra.
El resto de herramientas parece haber sido más bien de tipo práctico, sin necesidad de elaboración exhaustiva. Estamos hablando de lascas que fueron usadas para varios fines, tales como cortar, raer, perforar, etc. El equipo también halló guijarros que sirvieron para frotar las superficies a ser talladas, lo cual se conoce en casi todos los grupos paleolíticos y que, en efecto, optimiza la calidad del trabajo lítico. Además, los desechos de talla evidencian que este tipo de trabajo lítico se realizó in situ.
Llama la atención la existencia de áreas que han sido evidentemente limpiadas por los Chinchorro. Se encontraron gran cantidad de restos fragmentados, atribuidos, según la autora, al hecho de que el sitio fue muy transitado, lo cual refuerza la idea de que se trató de campamentos tipo vivienda. De hecho, a pesar de no haber evidencia directa de algún tipo de campamento precario, se presencia una alineación de conchas que consta de tres bandas, las cuales podrían indicar un tipo de choza de forma aproximadamente circular, de unos 2.5 a 3 m. de diámetro, con fogones internos y con apertura hacia el oeste, es decir, en dirección a los vientos alisios. Resulta interesante que la orientación del
Hay que anotar que los artefactos líticos fueron confeccionados en material local, como arenisca silicificada, cuarcita, pedernal y sílex. Valerie Schidlowsky, quien ha estudiado la
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desde múltiples planos de percusión, rotando al núcleo en búsqueda de mejores ángulos para golpear. Entre los recursos que esta gente obtuvo de su medio tenemos a moluscos como “pata de burro” (Concholepas concholepas), machas (Mesodesma donacium), lapas (Fissurella sp.), y choros (Choromytilus chorus), diversos caracoles, almejas y barquillos (Chiton sp). Es interesante que, según Béarez, un especialista francés en fauna marina del pasado, estas especies indiquen la explotación de una serie de zonas circundantes al sitio, desde áreas rocosas, hasta zonas 4 metros bajo el mar. La mayoría eran recolectados con la mano y en algunos casos se usaban lascas de piedra para extraerlos de las rocas. Luego eran transportados hasta el campamento para que, por medio del calentamiento en los fogones se abrieran y pudieran ser consumidos, de acuerdo a Béarez, después de algunos pocos minutos de cocción.
Figura 36. Puntas de proyectil del nivel 2 de Quebrada de los Burros (Tacna) de alrededor de los 6,000 años a. C. (cortesía de Danièle Lavallée).
cadena operativa lítica, ha determinado que para conseguir esta materia prima, no tuvieron necesidad de desplazarse a distancia, sino simplemente a unos 10 km. al este, hacia la llamada Pampa de Platanillo.
No obstante, si bien los moluscos proporcionaban una serie de nutrientes minerales, no contenían los carbohidratos suficientes para cualquier requerimiento. Por esta razón, Béarez piensa que los alimentos de mayor consumo eran los mamíferos marinos, los cérvidos y los peces. En cuanto a estos últimos, se han encontrado, por ejemplo, lornas y corvinas en mayor cantidad. Además, hay evidencia de corvinas de aproximadamente 1.40 m de longitud, lo que excede a la longitud actual de estos peces. Al respecto cabe recordar las observaciones de Chauchat en la Costa Norte, las cuales corroborarían la gran longitud de este tipo de peces durante la ocupación Paiján. De igual modo, se consumió jurel, una serie de tiburones, tollo, chita (Anisotremus spapularis), raya, entre otros.
De acuerdo a sus análisis, los artesanos concurrieron a estas canteras, tallaron primariamente a las piezas, y luego de esbozadas las transportaron a la Quebrada de los Burros para terminarlas. Esto revela, más bien, un comportamiento práctico y de buen conocimiento del medio. Dentro del esquema de esta investigadora, las rocas habrían sido llevadas al yacimiento no sólo en forma de bloques, sino también de lascas y una vez en el taller, se les talló en función de obtener puntas y preformas bifaciales, pero también se les usó para el desbastado de núcleos y el desprendimiento de lascas.
En lo concerniente a la ocupación más antigua, priman la caballa y el bonito. Posteriormente, al parecer, se consumió más jurel. En este sentido, se requiere de mayor investigación para saber si fueron simples preferencias o, más bien, abundancia y ausencia de recursos de otro tipo.
Es de interés subrayar que ella ha identificado la técnica de desbastado de núcleos llamada “ortogonal”, la cual consiste en la extracción de una serie de lascas de un núcleo, removiéndolas
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Complejo Chinchorro, es decir, que Chinchorro era una tradición común en lo que ahora son territorios separados por la frontera. Se trata, pues, de una buena lección de que las fronteras modernas no significan nada desde el punto de vista social y antropológico, y de que la historia común entre Chile y Perú data de al menos el octavo milenio antes de Cristo.
Béarez, a partir de los tipos de pescado identificados y especies marinas, concluye que se pudo haber practicado la pesca desde la orilla, con línea y anzuelo y desde pequeñas embarcaciones, las que, por ejemplo, facilitan la pesca de corvinas. También sugiere el uso de arpones con puntas de hueso o de piedra (a las que nos referimos previamente), anzuelos y pesas.
La cultura Chinchorro: las primeras momias del mundo El área litoral entre Ilo y el sur del río Loa, es decir, gran parte del desierto de Atacama, lo que equivale a la sorprendente cobertura de unos 900 km., fue ocupada por un grupo de pescadores que, según Arriaza (1995), se conoce como la cultura Chinchorro, famosa hoy en día por habernos legado las primeras evidencias de momificación mundial. Ya que las recientes evidencias que se vienen hallando, en la Costa Sur del actual territorio del Perú, guardan una estrecha relación con esta cultura. Es necesario tratarla sin pretender hacer una síntesis ideal, sino, simplemente, una informativa para así cubrir el propósito de este libro.
Como ya hemos indicado algunos párrafos más arriba, la pregunta acerca de si los antiguos habitantes de Quebrada de Los Burros eran sedentarios o no, es aún materia de debate. Ya hemos expuesto la posición de Lavallée al respecto y la verdad, resulta convincente. Parece verosímil, entonces, la condición sui-géneris del área de Quebrada de los Burros, un área húmeda (de allí, la no conservación de restos orgánicos) dentro de un desierto hiperárido, que ofrecía recursos de ambos biotopos, de hecho, un área atractiva para cualquier grupo humano. En este sentido, debido a la cantidad de evidencia marina, Lavallée considera como muy probable a la hipótesis de Fladmark (1979) sobre el poblamiento americano por la vía de migración marina. No obstante, como decíamos antes, se trata de primeros indicios que requieren de mayores investigaciones.
Grandes personalidades del mundo de la arqueología han intervenido en la investigación científica sobre esta cultura. Entre ellas se cuentan a Max Uhle, quien la descubrió en 1917, luego Skottberg, Ricardo Latchman, y Junius Bird, entre otros. Posteriormente, una serie de colegas chilenos, liderados por Lautaro Núñez, desde mediados de 1960 hasta la actualidad, han realizado grandes y serias contribuciones al conocimiento de esta fascinante cultura. No obstante, sólo desde mediados de los años 80 del siglo pasado, es que las momias Chinchorro llamaron poderosamente la atención, en vista del hallazgo de 96 de ellas en el sitio Morro I de Arica. Incluso el público en general empezó a interesarse en tal manifestación cultural.
Un último aporte del equipo de Lavallée trata sobre la importante información que se ha obtenido de los entierros humanos de Quebrada de los Burros. Este tipo de tumbas comparte similitudes con el complejo Chinchorro de Arica y el desierto del Norte de Chile. Los esqueletos eran colocados tanto en posición extendida como flexionada, y a veces en tumbas que contenían varios cuerpos. Además se enterró tanto a adultos como a niños. Algunos cráneos fueron cubiertos por una capa de masa hecha por óxido de manganeso y arcilla, de manera muy similar a los Chinchorro. Fechados radiocarbónicos indican que estos restos son de entre los 8,500 y 8,000 años a. C., es decir, posiblemente de la primera época de ocupación en Quebrada de los Burros.
Los Chinchorro y el medio ambiente del Holoceno Temprano y Medio Dos aspectos importantes a conocer sobre el medioambiente que hubo en la zona, al menos durante el Holoceno Medio (es decir, aproximadamente entre los 8,000 y 4,000 años
Lavallée y Julien llaman la atención acerca de la ausencia de momificación. Ellas piensan que probablemente los entierros de Quebrada de los Burros representan algunos de los orígenes del
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a. C.), es cuán alejada estuvo la línea de playa durante esta época, y el clima correspondiente.
En cuanto a las momias, hay dos rangos específicamente. Uno primero, que corresponde a las que se produjeron de manera natural y un segundo, que concierne a las momias artificiales. El fechado más antiguo que se tiene para momificación natural, siempre siguiendo el manual de Arriaza, estaría en la localidad de Acha-2, en Arica. Aquí, a base del fechado radiocarbónico obtenido directamente del músculo de un cadáver, se ha conseguido, por lo menos, un lapso de tiempo aproximado entre los 8,300 y 7,660 años a. C.
Una revisión de la batimetría general para la zona de la costa oeste sudamericana, correspondiente al área de población Chinchorro, nos hace llegar a la conclusión que la diferencia de la línea de playa en la época del Younger Drya, comparada con la actual, es mínima, de entre unos 200 metros hasta 1.7 km., debido sobre todo a lo abrupto de la pendiente entre los 18.30º`S y 19º15`S, aproximadamente entre Arica e Iquique, es decir, la costa del desierto de Atacama. Si consideramos un promedio de 20 a 30 metros de subida de nivel marino en pleno Holoceno, el ancho de la playa debió de haber sido sólo unos cientos, sino decenas de metros más, durante plena época de ocupación humana, de modo que en principio la franja de playa no debe haber variado mucho a tal como se aprecia ahora.
Ahora bien, en cuanto a la momificación artificial, en el sitio de Camarones 14, se han descubierto momias que revelaron una antigüedad de 5,878-5,763 años a. C. De modo que no puede dejar de sorprender que este grupo de pescadores ya haya momificado a sus difuntos, al menos desde comienzos del sexto milenio antes de Cristo. Durante ese mismo período de tiempo en otras partes del Área Andina Central se iniciaba con el cultivo del maíz y se practicaba la caza selectiva en la puna central del Perú, la cual, durante el mismo sexto milenio, resultó en la domesticación de camélidos, como veremos más adelante.
En cuanto al clima, las investigaciones isotópicas han demostrado que había una marcada aridez durante plena época Chinchorro, justamente por el fenómeno de inversión, ya detectado desde el área altiplánica (cf. Grosjean et al. 1995).
Antigüedad de la cultura Chinchorro
La momificación natural produce un cadáver desecado por medio de condiciones ambientales. En el desierto de Atacama, la alta concentración de sal y nitrato han funcionado como absorbentes de fluidos corporales, impidiendo actividad microbacterial. Por el contrario, la momificación artificial es elaborada por seres humanos, quienes remueven los órganos de los cuerpos, sustituyéndolos con otros materiales orgánicos.
Puesto que este libro revisa las cronologías, al menos de modo general, pero siempre bajo la dendrocurva de calibración actual, vale la pena que tratemos de determinar su verdadera antigüedad, más aún tratándose del contexto de las primeras momificaciones en la prehistoria. De un total de 83 fechados radiocarbónicos de diversos sitios ocupados por esta cultura, se obtiene que en general han vivido entre el décimo milenio hasta los 490 años a. C., de modo que estamos en presencia de una tradición cultural que se prolongó, cuando menos durante más de 8,000 años, un récord apenas concebible para cualquier otra manifestación cultural, salvo para ciertas tradiciones a nivel global.
Los orígenes de la cultura Chinchorro Los orígenes de la cultura Chinchorro son aún materia de debate. Entre las áreas posibles de migración, cuentan el sitio de Quebrada de las Conchas, en el desierto de Atacama y las zonas altas del norte chileno, que, por cambios climáticos, obligaron a cazadores a explorar
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Reconstrucción Los grupos humanos del medioambiente
de carrizo con formas cónicas, recuerdan a las halladas en el área de Chilca, al sur de Lima, aproximadamente en el sexto milenio antes de Cristo.
zonas más bajas, llegando inclusive hasta los Andes peruanos, según la evidencia genética.
Por otro lado, el mismo sedentarismo se comprueba por la presencia de grandes acumulaciones de conchas y restos alimenticios de procedencia marina, así como también, por medio de la elaboración de verdaderos cementerios para sus muertos. Tales enterramientos se concentran, sobre todo, alrededor de Arica y, si bien son relativamente pequeños, estaban densamente ocupados por momias con una gran diversidad de tratamientos post-mortem.
En todo caso, algo que sí es evidente es que, tanto la gente que vive en los altos Andes, así como los propios Chinchorro, comparten tradiciones comunes, como por ejemplo, las mismas puntas líticas, conocidas como “Tambillo”. Además, no hay que olvidar, siempre siguiendo a Arriaza (1995), que en cuevas muy alejadas del mar, como Patapatane, se encuentra gran cantidad de conchas, lo que demuestra que al menos existió intercambio o contacto entre ambas poblaciones. Este tipo de conducta no nos es extraña tal como se viene describiendo en este texto, incluso, tal como Lavallée propone para la Quebrada de los Burros en Tacna, la cual se encuentra en marcada filiación con la cultura Chinchorro.
Fechados radiocarbónicos indican, además, que muchos cementerios de la costa de Atacama fueron simultáneos y muy cercanos a áreas de habitación, talleres y restos de alimentos o desperdicios, lo que implica que los cementerios y los rituales que ellos debieron realizar, fueron contemporáneos con la vida diaria.
Los pobladores sedentarios del desierto
Aparte de la pesca, los Chinchorro se dedicaban a la caza de lobos marinos, recolección de moluscos y aves costeras. En casos eventuales, aprovechaban los restos de ballenas varadas en la orilla. Además, se ha demostrado que algunos cráneos registran una enfermedad que afecta el conducto auditivo externo, llamada exostosis, la cual, según Standen y colaboradores, es causada por buceo en agua fría. Esta actividad ha sido documentada al menos desde el séptimo milenio antes de Cristo. De este modo, se tiene que ellos también bucearon para pescar y recolectar, de manera similar a lo sucedido en Huaca Prieta -en la Costa Norte del Perú- unos tres milenios más tarde.
Los Chinchorro tuvieron al mar como la principal fuente de recursos y desarrollaron tecnologías sobre todo de pesca, las cuales fueron simples pero eficaces, tanto, que perduraron por varios milenios, como hemos visto más arriba, e incluso les otorgó el contexto necesario para el sedentarismo, ya desde el Holoceno Medio. Tal sedentarismo, desde el sétimo milenio antes de Cristo, fue basado, por sobre todo, en un clima de muy poca variación dentro de un medio árido y un mar frío, rico en recursos. Pero quizá lo más sorprendente, tal como nos dice Arriaza, es que, a pesar de no haber producido cerámica ni metales ni grandes textiles, desarrollaron -desde el cuarto milenio antes de Cristo- uno de los cultos a los muertos más complejos del mundo, que rivaliza con aquellos de las llamadas grandes civilizaciones.
Un estudio de isótopos de carbono ha revelado que los Chinchorro dependían, casi exclusivamente, de productos marinos, incluso minerales como el estroncio procedían de esa fuente. Por otro lado, el arsénico, que puede llegar a ser mortal, era abundante en Camarones 14.
Una evidencia que avala el sedentarismo expuesto, es la presencia de chozas o habitaciones circulares desde casi el inicio de la presencia de este grupo cultural. En Acha 2, Arica, se ha hallado restos de las once chozas con planta circular, que justamente son contemporáneas con las primeras momificaciones naturales, es decir, entre los 8,300 y 7,660 años a. C. La planta circular pequeña y su elaboración hipotética
Tecnología marina Como se dijo líneas arriba, los Chinchorro desarrollaron una tecnología simple pero eficaz. Ello involucra líneas para pesca, anzuelos multiuso, cordeles, pesas, hasta incluso mates -
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ReconstrucciónLos delgrupos medioambiente humanos
m.; sin embargo, ambos eran robustos como los aborígenes andinos. que pudieron fungir de contenedores- y redes de fibra de carrizo. Además usaron huesos de lobo marino y de pelícano para la elaboración de sus artefactos.
Los hombres llevaban el cabello más corto que las mujeres, aunque la práctica de hacer trenzas es mucho más reciente. Los niños solían llevar una especie de vincha de fibra de camélido alrededor de la cabeza, la cual producía una especie de deformación anular craneana, que era conservada hasta la adultez.
Por otro lado, se ha encontrado evidencia de que ellos conocían el fuego por medio de la frotación de varillas de madera. De hecho, parte del procesamiento para la momificación requiere ahumar. No obstante, no hay evidencia clara acerca de si ellos cocían sus alimentos, aunque todo parece indicar que sí.
Es interesante anotar que hubo una alta mortalidad, no sólo infantil, sino también de madres gestantes. Por otro lado, la esperanza de vida era de menos de 30 años; empero, se han encontrado algunos individuos que pasaban los 40 años.
Un aspecto interesante a resaltar es que, a pesar de su relativa dependencia de recursos marinos, existen indicios claros de intercambio con lugares tan alejados como la floresta tropical e incluso con áreas de puna, a más de 5,000 metros sobre el nivel del mar. Tal es el caso, que en algunos sitios Chinchorro se ha hallado piel de Rhea (una especie de avestruz americana), fibras de camélido y plantas, y plumas de aves tropicales, mientras que en sitios de gran altura, como las cuevas de Patapatane, recibían pescado y moluscos marinos probablemente durante el sétimo milenio antes de Cristo, se especula que a partir del intercambio con poblaciones Chinchorro.
En cuanto a las enfermedades, se ha descubierto que sufrieron de anemia, debida, no a la dieta marina, sino más bien a posibles parásitos en los peces y lobos marinos que consumieron. También padecieron de artritis, osteoporosis, caries dentales y tuberculosis. En algunos restos óseos se ha detectado espondilosis, que es una especie de micro fractura de las vértebras lumbares por el acarreo de peso, posiblemente durante actividades de pesca y recolección. Evidentemente, la manipulación de muertos para momificarlos incrementó las posibilidades de infecciones.
La excepcional condición de conservación del medio desértico ha permitido, también, que una serie de artefactos estén en las mismas condiciones en que fueron dejados hace miles de años. Es así que, por ejemplo, hay puntas de piedra aun con la sustancia de pegamento en su base, los cordeles de sujeción y la madera de la propia lanza, de hecho, una oportunidad única para un estudio de la técnica de elaboración.
Las momias de hace 8,000 años Los antecedentes de la momificación tipo Chinchorro no fueron hallados en la costa oeste sudamericana. De otro lado, los patrones de enterramiento del precerámico de la costa peruana no muestran ningún indicio de momificación durante el Holoceno Temprano. Tampoco, ninguna de las tumbas de la Cultura Las Vegas, en la costa ecuatoriana, con fechados similares a Chinchorro. Arriaza concluye, entonces, que la tradición de momificación fue difundida a partir del sitio Camarones 14, al sur de Arica, en el desierto de Atacama, al menos desde el sexto milenio antes de Cristo.
El aspecto físico de los Chinchorro Tal conservación ha permitido, también, que especialistas llamados antropólogos físicos examinen los restos óseos, en función de determinar qué apariencia tenían los Chinchorro y las enfermedades que padecieron. Así podemos saber que mientras que los hombres medían en promedio 1.62 m., las mujeres, 1.60
Los Chinchorro momificaban a discreción: niños, adultos masculinos, femeninos, ancianos, y aparentemente no tenían prejuicio frente al
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Reconstrucción Los grupos humanos del medioambiente
rango social. Al menos existen tres grandes tipos de momificación: las momias negras, las rojas y las embadurnadas de lodo. Las primera modalidad es la más antigua. Se caracteriza por presentar cuerpos pintados con manganeso, es decir, de negro, con cabello corto, el descarnado total de huesos y su reemplazo por medio de maderos y estacas, finalmente, la remodelación del cuerpo se hacía por medio de pasta de ceniza blanca. El vaciado corporal era casi completo e incluía la decapitación y desmembramiento, así como la remoción de la mayor parte de la piel del individuo. Se ha comprobado también que durante el proceso se usó carbón y sal para conservar los restos. Es posible que además se empleara el calentamiento por medio del fuego, con el propósito de acelerar el proceso de secado. Algunas de las momias negras han sido repintadas, lo que hace inferir a Arriaza que probablemente eran expuestas por largo tiempo a algún tipo de ritual.
Los motivos de la momificación de Chinchorro han sido explicados a partir de al menos tres hipótesis. Mientras que la primera es la preservación de los occisos por motivos de conservación después de la muerte, la segunda se halla relacionada con el tratamiento especial de personas de rango social elevado, aunque esta última carece de asidero, en vista de la evidencia. Es también posible que los Chinchorro se hayan inspirado al ver los sorprendentes efectos de la momificación natural sobre sus muertos. Pero tampoco hay que olvidar los efectos de la naturaleza, tales como terremotos, marejadas y eventos como ENSOs, que en opinión de Arriaza han podido ser factores impulsores de tales prácticas funerarias.
Las momias rojas muestran un trabajo menos complejo. En general, sus superficies están pintadas de rojo, tienen el cabello más largo, tienen incisiones y suturas, exhiben una especie de cofia o “casco” de lodo sobre la cabeza, fijado por manganeso y los maderos que sustituyen los miembros se hallan bajo la piel.
Una última hipótesis ha sigo sugerida recientemente por el mismo Arriaza (2005), quien sostiene el hecho de que los altos niveles de arsénico, en especial en la zona de Antofagasta, generaron una serie de problemas de salud en la población Chinchorro, que podían ir desde afecciones en la piel hasta carcinomas. Además, la tasa de mortalidad de neonatos se vio incrementada por el problema del alto consumo de arsénico. De este modo, se propone que la momificación, que curiosamente es muy frecuentemente realizada en neonatos de las primeras épocas de la cultura Chinchorro, había sido, simplemente, la respuesta a este problema medioambiental, es decir, la posibilidad de que las madres contaran con sus hijos después de la muerte.
En este caso las momias nunca fueron desarticuladas, como en el procedimiento anterior. Finalmente, en el caso del “enlodamiento”, los cuerpos eran primero ahumados, para luego ser cubiertos de pies a cabeza por una capa de mezcla de lodo, arena y un fluido proteico, cuyo origen es aún un misterio. Los Chinchorro solían momificar y enterrar de manera individual, pero se ha descubierto también verdaderos cementerios, sobre todo alrededor de Arica. Además, otro rasgo interesante es que colocaban a las momias orientadas en dirección al mar, lo que puede interpretarse como una indicación de la importancia de este recurso en la vida de esta gente (Rivera 1995).
Standen (2003) presenta un estudio sobre los bienes funerarios de 134 momias Chinchorro del sitio Morro I, en el Morro de Arica, fechadas aproximadamente entre los 4,200 y 2,000 años a. C. Ella demuestra que los individuos momificados de manera natural han recibido un mayor ajuar funerario, mientras que los momificados artificialmente, por el contrario, han sido ofrendados más pobremente. Asimismo,
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ReconstrucciónLos delgrupos medioambiente humanos
Standen demuestra que los artefactos vinculados a la pesca se hallaban sobre todo en contextos femeninos y, por el contrario, los instrumentos de caza asociados a cadáveres masculinos. De ello se puede deducir una temprana diferencia de actividades ya hacia esta época del precerámico. Dentro de esta última fase de entierros hay al menos dos tipos. Los más antiguos son cubiertos de un barniz natural negro, mientras que los más recientes son rojos. Los cuerpos eran vestidos con faldellines de fibra vegetal y de camélido, cobertores de genitales, cintillos y gorros. Entre los bienes funerarios se cuenta a instrumentos de explotación de recursos marinos, como arpones, anzuelos, pesas líticas, redes de fibra vegetal. La recolección está evidenciada por “desconchadores” de hueso, bolsas y redes, mientras que la caza por la presencia de estólicas, lanzas y dardos. Debido a la excelente conservación orgánica se ha logrado recuperar restos de bolsitas de cuero, cubiletes y punzones de hueso, brochas y esteras vegetales, cestería, agujas, alfileres, limas y hasta pieles de camélido y lobo marino. Es interesante añadir, también, la presencia de estólicas, puntas líticas y punzones de hueso, dentro del conjunto hallado en asociación con cadáveres. Además se encontró una punta lítica inserta en la parte escapular de un hueso de lobo marino, lo que constituye evidencia clara de la caza de este tipo de animal durante aquella época. Standen también ha sugerido la evidencia de arco, a juzgar por los maderos tubulares que tienen esa forma, y que miden alrededor de 140 cm. Según algunos investigadores de esta cultura, estaríamos en presencia del arco más antiguo de América.
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Las alturas de los Andes Centrales
Reconstrucción Los Las grupos humanos alturas de los delAndes medioambiente Centrales
cueva, atravesando el río Santa ubicado en la localidad de Mancos, hacia el este, tomando la quebrada del mismo nombre.
Las alturas de los Andes Centrales
Pero si bien las cercanías con el este son evidentes, con el oeste tampoco parecen imposibles. El mismo Lynch ha remarcado la posibilidad de desplazamiento desde la misma zona de la cueva hasta la costa. De hecho, es posible llegar a las nacientes del valle de Casma, en un recorrido de más de 92 km. El cual comienza ascendiendo unos 10 o 12 km. por la quebrada que parte desde Shupluy (al oeste de la cueva del Guitarrero). Luego se atraviesa el Cerro de Chacchapunta, a unos 4,500 m.s.n.m Además, se especula que fue transitado por pastores en busca de tierras húmedas para sus rebaños. De modo que no debe sorprender cualquier posibilidad de contacto entre diversos pisos de ocupación humana.
Luego de exponer las manifestaciones culturales más antiguas de la Costa y primeras estribaciones andinas, pasamos ahora a examinar la evidencia recopilada para los Andes Centrales, evidentemente, complementaria e igual de importante que la anterior zona tratada.
La cueva del Guitarrero Un yacimiento clave, sobre todo por los hallazgos que hizo Thomas Lynch en relación a los ensayos pioneros en la domesticación de plantas y por la excelente preservación de los restos orgánicos (raros de hallar a través de los milenios) es la famosa cueva del Guitarrero. Vamos a tratar de sintetizar los resultados más trascendentales de esta investigación, a base del principal informe de las excavaciones que contiene análisis especializados de varios investigadores, como Kautz para polen, Smith para restos de plantas, Wing para restos de animales y Adovasio para restos de cestería y otros materiales orgánicos (Lynch 1980). La cueva del Guitarrero se halla a unos 150 metros sobre el piso aluvial oeste del Río Santa, en pleno Callejón de Huaylas, en la vertiente oriental de la Cordillera Negra, a unos 2,850 m.s.n.m. (figura 37). Hay que remarcar dos puntos en torno a su ubicación. Por un lado, en esta parte del Valle del Santa, el ancho del río es relativamente extenso, pero a la vez abrigado. En segundo lugar, que los sedimentos que contienen al río, se depositan desde las quebradas que bajan del mismo Huascarán y que son de naturaleza cuaternaria, es decir, reciente en la escala geológica.
Figura 37: Localización de la cueva del Guitarrero en pleno Callejón de Huaylas y literalmente, frente al nevado Huascarán. Aquí se han encontrado restos de plantas cultivadas alrededor de los 9,000 años a. C., lo que muestra de la gran antigüedad de la agricultura en los Andes Centrales a escala mundial (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
De igual modo, un aspecto interesante es la inmediata cercanía de la cueva del Guitarrero a la zona de permafrost y exposición de cumbres nevadas, como la del mismo Huascarán, cuya falda se encuentra a tan sólo 7 kilómetros de la
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Las Reconstrucción alturas de Los los delAndes grupos medioambiente Centrales humanos
Antigüedad de la ocupación humana en la cueva del Guitarrero
referencial. Hay que admitir sin embargo que se observan inconsistencias, sobre todo por el excesivo lapso del Complejo I y la similitud de fechados del Complejo IIe y el III, como veremos abajo. Hagamos ahora un recuento al respecto.
La cronología del la cueva del Guitarrero ha sido discutida arduamente por los arqueólogos especialistas en el tema del precerámico, sobre todo, debido a las alteraciones del terreno ocasionadas por los saqueadores de tumbas, pero también a la discordancia de los fechados.
La capa más profunda con evidencia humana fue llamada “complejo I”. Estaba conformada por un tipo de cieno color naranja y de grano fino. Por las características que se describen, es posible sugerir que pueda tratarse de loess, característico del clima glacial, que se ve en yacimientos de todo el mundo durante esta época, lo que correspondería con el Younger Dryas, esto confirmaría su antigüedad, mayor a los 9,500 años a. C.
Si bien no presentamos ninguna solución, creemos necesario examinar la secuencia y calibrarla, sobre todo debido a los hallazgos botánicos y sus implicancias posibles.
El Complejo I se basa en varias fechas que, a excepción de una, oscilan entre los 9,657 y 8,226 años a. C. (La primera de las fechas está calibrada con la curva del hemisferio norte, de modo que no es exacta). Entonces, nos encontramos en pleno inicio del Holoceno. Sin embargo, algunas fechas no concuerdan con las de la otra secuencia, generando un problema sobre cómo incorporar fechas extremadamente antiguas, como las de 13,212 – 12,168 años a. C., también procedente de este mismo estrato, que algunos investigadores consideran como una evidencia de la presencia humana durante el Pleistoceno Terminal en el Perú (e.g. Rick 1988).
La impresionante conservación de los restos orgánicos en la cueva del Guitarrero, se ha visto empañada, en parte, por la obra de los saqueadores de tumbas, comúnmente llamados “huaqueros”. Y es que, en algún momento antes de las excavaciones de los arqueólogos, ellos hicieron “pozos de huaqueo” que llegaron a disturbar áreas importantes de excavación. Sin embargo, puesto que buscaban tumbas, alteraron, en su mayoría, la parte más externa de la cueva, dejando casi intacta la parte más profunda, donde se han hallado una serie de restos extremadamente importantes. De tal modo que para propósitos de evaluar los hallazgos, hemos visto preferible tratar con los restos de carbón que proceden de la parte más profunda de la cueva.
Dentro de esta capa se localizó una punta de proyectil con ápices en ambos lados, que en prehistoria se conocen como “hombros”. También se halló un bifaz en las cercanías. Ambos artefactos de piedra fueron encontrados en el fondo de la cueva, se supone que asociados al carbón del cual se obtuvieron los fechados y que seguramente procedía de un fogón.
Un primer vistazo a los resultados revela problemas evidentes. No obstante, éstos proceden, mayormente, de la parte media hacia la externa de la cueva (a excepción de una muestra). De esto se concluye que los fechados de la parte interna se pueden considerar como “relativamente fiables”.
Dentro de este contexto de fechados radiocarbónicos del Callejón de Huaylas del Pleistoceno Terminal, hay que incluir a un sitio llamado Pampa de lampas, poco descrito, y documentado alrededor de la laguna de Conococha (Pan-12-58), del cual se ha obtenido abundantes puntas de proyectil y el fechado de 11,909-11,199 años a. C. (Lynch 1971). La muestra fue una mandíbula humana (lamentablemente disturbada).
Otro punto que aboga a favor de las fechas de Lynch, es que él tuvo el buen tino de mandar las muestras carbono 14 a diferentes laboratorios y, además, todas ellas eran de carbón, el mejor material para fechados. Por el momento, no vemos motivo para descartar la secuencia radiocarbónica, siempre y cuando se sea prudente y se tome como
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Reconstrucción Los Las grupos humanos alturas de los delAndes medioambiente Centrales
única fecha radiocarbónica, que corregida da un lapso de 6,693-6,371 años a. C., es decir, se encuentra dentro de la parte final del IIe.
El siguiente complejo, llamado II, pertenece, aparentemente, a una sola ocupación, aunque por su tamaño y diferencias internas, se consideró ideal dividirlo en varios niveles. En realidad, la división hecha no ha sido suficientemente fundamentada a base de descripción de suelos y un estudio geoarqueológico.
Hemos visto, por consiguiente, que a pesar de haber aislado los fechados excesivamente antiguos, procedentes de la parte media de la cueva, existen vacíos, y dos grandes incongruencias dentro de la secuencia. Por tanto, sólo se puede especular y proponer una secuencia tentativa. Ésta debería ser asumida como referente para enmarcar al material hallado, sin embargo no se ajusta a precisiones radiométricas. De este modo, y con todas estas imprecisiones, se tendría para el Complejo I: 9,600-9,000 años a. C., para el IIa: 9,000-8,500 años a. C., para el IIb: 8,500-8,200 años a. C., el IIc: 8,200-7,800 años a. C., el IId: 7,8007,300 años a. C., el IIe: 7,300-6,700 años a. C. y, finalmente, para el Complejo III: 6,700-6,000 años a. C., aunque esta última fecha resulta muy imprecisa.
Este complejo ha sido dividido en IIa, IIb, IIc, IId y IIe. El complejo IIa, vale decir, es el más profundo de la capa. Está basado en 4 fechados, aunque 2 de las muestras proceden de la parte media-externa de la cueva, donde estaba el “pozo de huaqueo” y que mencionamos líneas arriba, el cual no consideramos por precaución. Los otros dos fechados son discordantes, de modo que nos queda un solo fechado (SI-1499) para el IIb, coherente con el anterior Complejo I, dando como resultado un lapso de 9,051-8,718 años a. C. Se trata, entonces, de unos 300 años que se encuentran literalmente dentro del mismo Complejo I. A ello tampoco le encontramos explicación, a menos que forzáramos la secuencia, promediando los 9,600-9,000 años a. C. para el complejo I y 9,000-8,500 años a. C. para el IIa, aunque ello tampoco es satisfactorio, aunque tal vez aproximado.
Aún cuando se presentan estos problemas con la cronología, ésta es una buena oportunidad para comparar los resultados de los análisis de polen extraídos de la cueva, con los estudios de isótopos realizados no lejos de ella, en el nevado del Huascarán (Thompson et al. 1995) -que hemos visto en el capítulo de paleoclima. Los análisis de polen que se llevaron a cabo por Kautz, serán contrastados por los estudios de C. Earle Smith sobre los restos vegetales de la cueva y de sus inmediaciones.
El siguiente Complejo, el IIb, no tiene fechado radiocarbónico de sustento, pero por terminus ante quem, debería promediarse dentro de un lapso aproximado de 8,500-8,200 años a. C. Por el contrario, el siguiente Complejo IIc también cuenta con sólo un fechado calibrado en 8,206-7,831 años a. C., que sí parece ser coherente con la secuencia, pero que resulta al menos medio milenio anterior a lo expuesto por Lynch.
De hecho, una primera e interesante correlación es el hallazgo de escaso gras y gran cantidad de compositae, para el período previo a la ocupación humana (antes del complejo I). La aparición de este tipo de polen, junto a otros indicadores, sugiere un período temperado, que correspondería al Allerod europeo, es decir, antes del Younger Dryas. Para fechar este fenómeno existen dos alternativas: tomar el fechado alrededor del treceavo milenio a. C. o el de inicios del décimo milenio a. C. Es lógico que nos inclinemos por el primero, debido a la incongruencia del segundo. Ello corrobora la existencia de un período similar al Allerod en esta parte de la Cordillera Negra.
Por su parte, el Complejo IId tampoco se halla sustentado por el radiocarbono, de modo que sólo se puede especular y podría promediar entre los 7,800 y 7,300 años a. C. Finalmente, los fechados de IIe fluctúan entre los 7,326 y 6,102 años a. C., que de manera similar, a pesar de que no traslapa al IIc, se encuentra en posición coherente con los más antiguos.
Por su parte, Smith piensa que el polen encontrado en esta fase previa a la ocupación humana, puede deberse a que la zona forestal de la Cordillera Blanca se encuentra exactamente frente a la cueva del Guitarrero, y que, en todo caso, sería material vegetal local.
Vamos a terminar con la secuencia del Complejo III, que, en opinión del mismo Lynch, e incluso Smith, (el especialista en botánica que analizó los restos de la cueva), podría considerarse una extensión del II (es decir “IIf”). De él hay una
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Las Reconstrucción alturas de Los los delAndes grupos medioambiente Centrales humanos
Luego, para el período siguiente, entre los 13,000 y 9,000 años a. C., los análisis de polen indican un período frío y seco (aunque Smith, de acuerdo a sus interpretaciones del polen, piensa que también pudo haber más agua en el valle), esto puede interpretarse como el Younger Dryas, aunque es evidente que correspondió al último segmento de este lapso. Otro punto saltante es que este avance también fue corroborado por los isótopos O18 del Huascarán.
menor presencia son lagartijas, un tipo de zorrino (Conepatus rex) y otras aves. La ocurrencia de estos animales en la dieta era continua, de modo que se notan hábitos alimenticios conservadores. Para el Complejo I, los restos botánicos no han logrado conservarse debido al ph básico del suelo, pero no deben de haber sido insignificantes, si se considera la importancia de los cultivos en épocas del Holoceno Temprano. Se ha encontrado evidencia de Andropogon, que es un tipo de gras, aparentemente llevado a la cueva durante el Complejo IIa, con fines de manufactura, También se encontraron espinas y hojas de Puya. En general, la gran cantidad de Puya y los hallazgos de las partes superiores y marginales de este tipo de cactus, indican a Lynch que este material se procesaba, en primer lugar, removiendo la parte espinosa. Además, se ha encontrado gran cantidad de bases de la planta, las cuales evidencian que estas partes eran las primeras en ser extraídas, para luego obtener la fibra. De hecho, la preparación de fibra de Puya se prolonga durante todo el Holoceno Temprano, ya que se le ha encontrado en todos los Complejos, incluso en el III.
Otra correspondencia de informaciones paleoclimáticas se obtiene cuando se compara la curva O18 del Huascarán, de ascenso paulatino de temperatura, desde el Holoceno Medio hasta el inicio del episodio que hemos denominado 5a, es decir, el punto de partida del Optimum Climaticum, alrededor de los 7,000 años a. C., con el polen de la cueva del Guitarrero (con un incremento nítido de gras, entre otros), el cual evidencia claramente un clima de mayor sequedad y calidez. Lamentablemente no es posible correlacionar el pleno desarrollo del Holoceno Medio, debido a la alteración del Complejo III. No obstante, en términos generales, tanto los datos de los bloques de hielo del Huascarán como los del polen de la cueva del Guitarrero comprueban dos eventos: la existencia del Younger Dryas y la del ascenso de temperaturas durante el Holoceno Medio, aunque en un medio seco. En tanto, habría un aumento de humedad en el sétimo milenio a. C., de manera similar a lo ocurrido en esta época en la cueva de Telarmachay (Puna de Junín).
Varias especies de Tillandsia igualmente revelan la importancia del procesamiento de fibra de este género, sobre todo durante todo el Holoceno Temprano, es decir, simultáneamente con la Puya. Smith piensa que ambos tipos de plantas fueron procesadas en simultáneo, e, incluso, que sus fibras se han usado entremezcladas. De igual modo, se ha hallado en todos los Complejos II, fragmentos de hoja de cabuya (Furcracea). Smith sostiene que este tipo de planta también fue procesada para la elaboración de fibras.
Precursores de la domesticación de plantas Uno de los más grandes aportes de la cueva del Guitarrero al legado prehispánico andino, es la gran cantidad de plantas cultivadas desde épocas muy remotas. Además, de acuerdo a Lynch y Smith, las plantas han servido para varios propósitos a parte de la alimentación, algunas de ellas fueron procesadas para hacer utensilios, otras usadas, muy probablemente, como plantas medicinales.
Puya, Tillandsia y gras de diversas especies son las plantas que aparecen en todos los estratos de ocupación humana en la cueva del Guitarrero. El hecho de haber transportado y producido fibras y productos de plantas de este tipo, desde épocas tan remotas, hacen concluir a Lynch, que la cueva del Guitarrero fue usada preferentemente como un área de trabajo y producción de fibras vegetales.
Los moradores más remotos de la cueva del Guitarrero consumieron una gran proporción de venados de cola blanca y un tipo de ave similar a las gallinas, llamadas tinamúes. Otros animales de
En un estudio especialmente dedicado a la manufactura de fibra en la cueva del Guitarrero, Adovasio y Lynch han enfatizado la gran antigüedad del entrelazado en espiral y el
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Reconstrucción Los Las grupos humanos alturas de los delAndes medioambiente Centrales
tejido por anudado, los cuales implican que los artesanos manejaron bien la manufactura con las fibras. Más aún, el llamado “twinning” -o anillado- pudo haber constituido el inicio de la posterior textilería (Adovasio y Lynch 1973).
de altas propiedades diuréticas y alto contenido de caroteno. Más aún, el consumo de este tipo de productos vegetales es una tradición que se siguió en la cueva del Guitarrero por milenios, hasta poco antes del inicio de la Era Cristiana.
No obstante, pensamos, sin temor a equivocarnos, que el descubrimiento más importante en la cueva del Guitarrero es el de los cultivos de nuestros ancestros que remontan al Holoceno Temprano, casi inmediatamente después del retiro glacial.
Algo sobre lo cual se ha llamado la atención es la presencia del fréjol, completamente domesticado en esta época tan remota. De allí, que Smith y Kaplan sugieran que los ensayos e inicios de la domesticación de fréjol (y posiblemente otros cultivos) puedan ser aun más antiguos de lo sospechado, lo que resulta impresionante, por lo milenario de este tipo de conocimiento en los Andes.
Si uno revisa la fecha más remota que Lynch propone para semejante complejo de cultivos, veremos que es de 8,600 años a. C. Sin embargo, el libro de Lynch está publicado en 1980, época en la que no se conocía el impacto de la calibración radiocarbónica, la cual es crucial, pues puede hacer que las fechas reales sean más antiguas de lo pensado, a veces en más de 1,000 años.
En este sentido, hay que enfatizar que Kaplan (el experto que analizó los fréjoles) ha sostenido que mayor credibilidad incluso viene de la capa IIe, es decir, que el fréjol domesticado en la cueva del Guitarrero tiene una antigüedad de al menos 7,300 a. C., aun con las dudas de Kaplan. Debido a ello, Kaplan no rechaza la hipótesis de una domesticación de fréjol en los Andes Centrales simultánea con Mesoamérica.
Éste parece el caso de los cultivos de la cueva del Guitarrero, puesto que las capas o “complejos” que hemos calibrado ya no resultan fechados en 8,600 años a. C., como se creía, sino en 9,600 años a. C. Esto resulta un boom para la historia de la agricultura andina e incluso mundial, tal como bien lo ha señalado Lavallée (2000), ya que fechados similares proceden solamente de yacimientos famosos por la antigüedad de sus cultivos.
Similar es el caso del ají, pues los mismos expertos indican muy claramente que se trata de una especie ya domesticada. De modo que tanto fréjol como ají, sugieren que los experimentos en cultivos se llevaban a cabo por los primeros habitantes de los Andes Centrales, por lo menos casi al finalizar o ya durante el mismo Younger Dryas. Desde un punto de vista global, casi simultáneo a los primeros ensayos de domesticación de plantas de los Natufienses en el Cercano Oriente y Norte de África.
Smith ha analizado los restos botánicos del Complejo IIa, e identificado la presencia de al menos 4 plantas que ya eran cultivadas durante este período, es decir, desde aproximadamente los 9,600 años a. C. Éstas son: fréjol (Phaseolus vulgaris), oca (Oxalis sp.), ají (Capsicum chinense) y “huachulla” (Solanum hispidum, planta similar a la cocona), que posee propiedades medicinales.
También hay que mencionar que posiblemente se ha identificado olluco (Basellacea) en esta época. De haberse cultivado y consumido, por su alto contenido de fósforo, hubiera sido un complemento ideal para la oca.
De acuerdo a Smith, lo impresionante es que estas plantas cultivadas, básicamente tubérculos y rizomas, proveyeron a los habitantes de esta época, en la cueva del Guitarrero, de los principales nutrientes e inclusive paliativos medicinales. El fréjol contenía proteínas, y además sus vainas conllevan efectos diuréticos y antirreumáticos. Por su parte, la oca proporcionaba los carbohidratos necesarios, sumado a un alto contenido de fósforo (tal vez suplantando en algo, al valor del calcio en el desarrollo óseo humano). El ají
Aparte de los cultivos y plantas naturales mencionados para la fase anterior, desde aproximadamente los 8,500 años a. C. se incorporan dos nuevas plantas: Cypella peruviana, una especie de rizoma que hoy en día no es usada, pero que en vista de sus particularidades resinosas, Según Smith, pudo haber servido para el procesamiento de fibras, que como ya se ha visto, se inicia desde las primeras evidencias en la cueva. La otra planta es Pouteria, es decir, lúcuma, seguramente destinada al consumo. La
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vale mencionar que más de 20 mazorcas de esta planta han sido encontradas en el estrato correspondiente al Complejo III, y si asumimos como válida la observación de Lynch acerca de que éste puede considerarse como una extensión (“IIf”), tendríamos esta planta ya domesticada desde el sétimo milenio a. C., aunque ello pueda ser motivo de polémica, ya que el mismo Smith duda de la cronología de esta capa.
importancia de la ingesta de esta fruta radica, principalmente, en su contenido de calcio, proteínas, ácido ascórbico, hierro, pero por sobre todo la gran fuente de fósforo (incluso en mayor proporción de la oca antemencionada). Poco después de la introducción de la lúcuma, tenemos a dos nuevas plantas cultivadas, desde los inicios del noveno milenio a. C, como el pallar y la calabaza. En cuanto al pallar, una vez introducido en la dieta, permanece durante toda la presencia humana en la cueva. Es evidente que esta planta ya estaba domesticada y Smith piensa que su escasa presencia no refleja la real cantidad de su consumo. Hay que recordar que el pallar es conocido por la gran cantidad de aminoácidos que contiende (como lisina), sobre todo por la leucina, que hoy en día es estudiada para reponer desgastes musculares importantes.
Es importante mencionar que el maíz que procede del Complejo III, aunque disturbado, muestra mazorcas grandes, lo que para Smith implica una evolución, resultado del probable cultivo en el piso del valle aledaño. No obstante, por la similitud del tipo de maíces de Guitarrero, Smith deja entrever la posibililidad de migración de este tipo de maíz desde Colombia, y con ello, desde Mesoamérica.
Similar importancia es adscrita a la calabaza (Cucurbita sp.), cuyos frutos y semillas tienen varios aminoácidos, vitaminas A y B, grasas, fibras, minerales y azúcares. Tampoco hay que olvidar que la calabaza es un antipirético natural (reduce la fiebre), antidiarreico y cicatrizante de heridas. De modo que es posible que los moradores de la cueva hayan conocido estas propiedades de las plantas referidas.
Como es habitual en muchos de los yacimientos del Área Andina de esta época, los habitantes de la cueva del Guitarrero han manufacturado las características puntas de proyectil con forma de hojas (llamadas también foliáceas). Los estudios de Lynch se limitan a describirlas, de tal modo que no podemos adentrarnos en conocer detalles específicos como sus usos y refacciones, a diferencia de Telarmachay.
Desde los 7,800 años a. C. se introdujo Inga sp (pacay), que además de sus propiedades alimenticias, ricas en azúcar y carbohidratos, posee propiedades curativas, pues su raíz es un antidiarreico y su corteza, un cicatrizante de heridas.
Es necesario mencionar que en la capa correspondiente al Complejo I, el más antiguo, se ha hallado una punta de excelente calidad, tallada en una roca altamente silicificada. Además muestra un pedúnculo que, como ya se ha dicho, es una suerte de prolongación de la base para colocarle el mango. Ello evidencia claramente la alta calidad de manufactura durante el inicio del Holoceno, incluso a fines del Pleistoceno.
Las herramientas de piedra
Smith también ha identificado restos de Trichocereus peruvianus (“antorcha peruana” similar al “San Pedro” Trichocereus pachanoii), una especie de cactus alucinógeno que contiene mezcalina, del cual, también, se ha hallado polen. Ello sugiere que los pobladores de este yacimiento lo consumieron para tales efectos. En este sentido, no hay que olvidar que existen contextos de consumo de coca en la zona de Zaña, en la Costa Norte peruana, durante el Holoceno Medio.
A juzgar por los gráficos mostrados en la publicación principal, se trata de piezas que han sido hechas por las técnicas ya conocidas, es decir, percusión y eventualmente presión. Dada la cantidad de restos de cérvido cazados y hallados en la cueva, es posible que los artesanos hayan usado las cornamentas de estos animales como percutores blandos y “compresores”.
Una planta importante es el maíz. Por más que no es el tema específico de este libro,
Los tres principales tipos de puntas son las foliáceas antemencionadas, las pedunculadas y
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Durante el período del Holoceno Temprano, también se manufacturaron otros utensilios como perforadores, raederas, denticulados, muescas, pero llama más la atención la importante ocurrencia de artefactos líticos que al parecer se emplearon de manera múltiple desde un inicio o que eventualmente hayan sido modificados y re-usados. No nos sorprendería lo segundo, debido a la economía lítica, típica de los Andes, de aprovechamiento máximo de materia prima. Junto a este tipo de herramientas, elaboradas a partir de lascas simples, hay una gama de piezas más pesadas, trabajadas en guijarros (que se llaman en prehistoria “hendidores”), las cuales seguramente sirvieron para tareas de mayor fuerza.
las que Lynch llama de tipo “Lampas”, que son más bien triangulares, anchas y algo más cortas, con una base de mayor espesor y casi bifurcada, en algunos casos con una suerte de acanaladura, seguramente para ensartar el mango. Esta técnica hace recordar a las acanaladuras de las puntas “cola de pescado”, a las cuales nos hemos referido anteriormente, sin embargo, éstos son sólo una reminiscencia de ello. No obstante, no se les puede dejar de lado, pues se trata de puntas que son más antiguas que las propias foliáceas de la cueva, lo que hace más interesante este tema. En cuanto a las pedunculadas, parecen aparecer con otras formas geométricas hacia fines del Complejo II, de modo que son las más recientes. Este esquema de desarrollo va de puntas foliáceas a geométricas, resultando similar al de otros yacimientos estudiados. Todo este procedimiento debe responder al algún propósito que no podemos resolver aquí.
Un tipo de piezas que al parecer han sido producidas en “serie”, son las laminillas y láminas descubiertas en la cueva, cuyas fechas figuran durante todo el Complejo II, es decir, al menos entre los 9,000 y 6,000 años a. C., inclusive hasta el Complejo III, durante el Holoceno Medio.
Al parecer, los talladores de las puntas de la cueva del Guitarrero tuvieron preferencias para seleccionar las rocas y lograr determinados objetivos. Por ejemplo, las puntas típicas foliáceas fueron hechas de horsteno y cuarcita, las de tipo triangular y las de pedúnculo fueron elaboradas con rocas similares, pero incluyendo un tipo de afanita oscura. En todo caso, es evidente que la selección de rocas de grano fino y afaníticas es el común denominador en este tipo de trabajo, durante esta época del Holoceno Temprano y en la mayoría de sitios andinos, como estamos mostrando.
Este tipo de tecnología es rara en los Andes Centrales; por ello es que hemos pensado en llamar la atención sobre este aspecto. Se trata no sólo de evidenciar estas formas de productos de talla, sino también, y sobre todo, de sus implicancias, en vista de que se pueden producir únicamente bajo la técnica laminar, diseñada para este propósito específico. Si uno observa las piezas, al menos por las ilustraciones, se trataría, mayormente, de láminas y laminillas primarias, lo que en francés se conoce como “lames à crête”, es decir, las primeras que se obtienen de un núcleo laminar. De acuerdo a las superficies de las piezas, es posible afirmar que los talladores siguieron algunos de los pasos para obtener núcleos alargados, y por ende, láminas y laminillas. Resulta claro que algunas de éstas fueron removidas y al parecer casi desde un solo plano de percusión. Ello implica que probablemente se cogieron prismas (o guijarros) de piedra que luego fueron decalotados, en función de “preparar un plano de percusión” por medio de golpes de guijarro. Una vez con la superficie plana, es posible que se haya preparado las nervaduras guías desde ambos lados del núcleo, para dar la forma vertical en “zigzag” a la parte central del núcleo y luego -previo trabajo de abrasión en la parte a golpear con el percutordesprender la laminilla o lámina.
En cuanto a los utensilios unifaciales, Lynch ha hecho una clasificación particular, que podemos sintetizar como una fuerte presencia de raspadores de diversas formas, los cuales han sido usados desde el Complejo I hasta el Holoceno Medio. Debido a la casi omnipresente presencia de este tipo de herramientas en la Puna y sus asociaciones con trabajos de pieles y cueros, es posible asumir la hipótesis de que estos artefactos sirvieron a fines similares. Es también notoria la presencia de raspadores que presentan una suerte de pedúnculo, los cuales, según Lavallée y Julián, definitivamente fueron usados con una especie de mango, como se verá más adelante.
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posiblemente utensilios para preparar pieles, lo que se puede apreciar con más detalle cuando se los compara con lo encontrado en Telarmachay.
Las laminillas de Guitarrero se caracterizan, justamente, por tales nervaduras y sus negativos indican que la dirección de los golpes fue lateral (es decir, de preparación), posteriormentey luego desde la plataforma de percusión (es decir, de extracción). Una información importante sería la de los talones en las laminillas y láminas, pero ello no ha sido presentado.
Es impresionante el hallazgo de un raspador lítico de forma circular que se halla envuelto en cuero de piel, posiblemente de venado, y atado por una cuerda en seis vueltas, terminando en un tosco nudo. Esta pieza puede ser de aproximadamente el sétimo milenio antes de Cristo. Es evidente pues, que se buscaba protección y mayor confort para asir raspadores durante el precerámico peruano.
Objetos de desbastado como láminas y laminillas son producto de diseños y de técnicas adecuadas. De no respetarse las reglas de la tecnología lítica, éstos no serían fáciles de obtener. Este tipo de procedimiento es un logro de la evolución humana y si bien Neandertals del Levante ya manejaban conceptos básicos de esta técnica, los homo sapiens, la llevaron a su máximo apogeo, desde hace aproximadamente 40,000 años. La tecnología laminar es rara en Perú, al menos hasta donde se ha reportado (aunque parece ser más frecuente para épocas tardías, de acuerdo a lo observado en algunas colecciones). Este tema debería ser sujeto de estudio de generaciones futuras, quienes deben ensayar descripciones más especializadas de la tecnología lítica del Precerámico Peruano, en función de comprender la versatilidad de los artesanos de esta época, y sobre todo buscar el porqué fue producida tal tecnología. Un punto de conexión cercano es también Quishqui Puncu, donde el mismo Lynch ha reportado hallazgos similares, los que veremos más adelante.
Es posible que de la misma época proceda una vara de madera de unos 20 cm. que tiene hasta 7 perforaciones, las cuales fueron hechas para rotar una varilla de madera buscando combustión. Hay que remarcar, sin embargo, que el mismo Lynch habla de la posibilidad de la mezcla de estos contextos, de modo que la pieza también puede no ser precerámica. Otros utensilios que llaman la atención son los elaborados de fibras de plantas, que ha estudiado Adovasio, un experto en materias orgánicas del pasado. Por ejemplo, él ha demostrado que, durante todo el Holoceno Temprano, se hicieron usualmente nudos simples y, en menor medida, nudos derechos, ambos usados para atar dos extremos. De igual modo hay que remarcar, que ya desde décimo milenio a. C., es decir, desde el Complejo IIa, Adovasio ha logrado identificar que se hicieron cestos de los materiales antemencionados, sobre todo de Puya. De esta forma, uno puede imaginarse que ya desde los inicios de la ocupación en la cueva se llevaban cestos para portar lo deseado.
Junto a las evidencias de lo que podrían ser los cultígenos más antiguos de Sudamérica, la cueva del Guitarrero, debido a la excelente conservación de sus restos, nos ha hecho posible también dar una mirada al mundo del material orgánico de los primeros peruanos. Ello es raro, pues frecuentemente sólo quedan restos como piedra y carbón. De modo que vale la pena dar algunos ejemplos que nos pueden aproximar más a lo existente en aquella época. Todos los artefactos a mencionar corresponden al Complejo II, es decir, al Holoceno Temprano, salvo algunos del III, o sea al Holoceno Medio, por lo que se hará la referencia respectiva, si es el caso.
En términos generales, pues, la cueva del Guitarrero demuestra una temprana adaptación a los Andes Centrales, que podría remontar al Pleistoceno Terminal y que, a pesar del precoz cultivo de plantas, según Lynch, el modo de vida de alta movilidad no habría cambiado, vale decir que el modelo de trashumancia sería para este autor el ideal para explicar la presencia humana en este parte del callejón de Huaylas.
En hueso, por ejemplo, hay algunos utensilios como punzones y agujas, con una serie de huellas de uso que podrían indicar manufactura de fibras, perforado de pieles, elaboración de cestería, etc. Hay también raspadores de hueso, muy
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Quishqui Puncu Dentro del marco de los trabajos de campo de Thomas Lynch, es importante incluir al yacimiento de Quishqui Puncu (Lynch 1970).
se cuentan al pedernal, cuarcitas, rocas criptocristalinas, riolitas, jaspes, es decir, rocas de buena calidad y grano fino. Llama la atención que la mayoría de puntas bifaciales hayan sido elaboradas en rocas volcánicas, lo que parece ser una nueva evidencia de selección de este tipo de rocas para la elaboración de herramientas específicas.
Este sitio se localiza a unos 3,040 m.s.n.m., sobre el flanco derecho del río Marcará -un afluente del Santa- a unos 500 metros al sur del pueblo de Vicos. Además, dista unos 25 km. del sur de la cueva del Guitarrero, lo que hace evidente su interacción geográfica.
En términos generales, durante el Holoceno se manufacturaron las puntas típicas foliáceas en Quishqui Puncu, tal vez insertando algunas variantes como las de forma de tendencia romboidal y algunas alargadas. Las formas y descripciones que Lynch hace, recuerdan casi al detalle las puntas de Guitarrero y las de la Puna de Junín del Holoceno Temprano. De las ilustraciones se puede especular que la mayoría eran talladas a partir de lascas y que generalmente luego eran retocadas. Una observación interesante de Lynch es, por ejemplo, que algunas de las puntas, vistas desde las secciones longitudinales, muestren una “flexión” (con dirección de las manecillas de reloj), tal como se puede apreciar cuando se extrae una lámina o laminilla. Es posible entonces, que algunas de estas puntas puedan haber sido manufacturadas usando laminillas y no necesariamente lascas.
Hacia el oeste se yergue la Cordillera Negra, mientras que en la dirección opuesta se levanta la imponente Cordillera Blanca, representada por el nevado Copa (6,188 m.s.n.m.), a cuya falda se puede arribar recorriendo tan sólo unos 2 km. al este. Al norte de éste, se encuentra a los nevados Hualcán y el imponente Huascarán, el que, como ya hemos visto, se localiza a poca distancia de la cueva del Guitarrero. Este yacimiento fue excavado en 1964, pero sin exponer grandes áreas. No obstante, los hallazgos son de relevancia para nuestro interés. Hay que señalar además, que el reporte se basa casi exclusivamente en los restos líticos, mientras que los demás son o exiguamente documentados, o sencillamente no hay absolutamente ninguna información de contextos u organizaciones espaciales de artefactos.
Pero no cabe duda de que lo que más destaca por su connotación temprana en el contexto panamericano son los fragmentos basales de las puntas “cola de pescado”. Existen al menos cinco piezas ilustradas que muestran muy claramente la típica acanaladura basal. Incluso ellas parecen evidenciar retoque posterior, y claros intentos de desprendimientos verticales desde la base, que pueden ser el resultado de intentos de regularizar la parte en la cual se colocaría el mango.
Pero el factor posiblemente más difícil, es el hecho de que las excavaciones se realizaron por niveles y no por capas culturales. Si a ello se añade que no hay fechados radiocarbónicos, la comparación con los otros yacimientos examinados se hace muy difícil. No obstante, la gran gama de utensilios y sobre todo la ocurrencia de laminillas y fragmentos de puntas “cola de pescado”, hacen posible pensar que, en efecto, la ocupación de Quishqui Puncu puede haberse dado al inicio del Holoceno.
Al menos una punta parece haber sido pedunculada de manera semejante a algunas de las puntas de Fell y El Inga. Es una verdadera lástima no poder contar con la información sobre las materias primas, pero puesto que ellas son
Veamos en primer lugar a los utensilios de piedra. Los habitantes de Quishqui Puncu usaron, preferentemente, rocas halladas en las inmediaciones del propio yacimiento. Entre ellas
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usualmente manufacturadas en rocas de grano fino, éste también podría ser el caso aquí, aunque estamos especulando.
Además se observa que fue un proceso, pues hay láminas que revelan golpes sobre plataformas con córtex, mientras que otras evidencian talla en serie, es decir, la explotación de los pequeños núcleos alargados. El resultado de todo este trabajo es justamente una serie de laminillas, no muy regulares en sus siluetas, pero sí con los típicos rasgos de un intento de extraer gran cantidad de ellas en serie, cual reminiscencia del paleolítico, pero en los Andes Centrales.
Bien conocida es la complejidad de la tecnología laminar. El propósito de ella es la producción de una serie de láminas, es decir, lascas literalmente alargadas, en función de aprovechar un mayor filo para propósitos distintos, entre los cuales, cortar cuenta como el más importante, de acuerdo a lo que se conoce en el Paleolítico Superior, incluso ya desde épocas Neandertal.
Bien, este tipo de tecnología parece ser rara en el Perú, aunque es conocida de otros yacimientos en los Andes, como es el caso de la tecnología laminar de la cueva El Inga en Ecuador, cuyas láminas fueron confeccionadas, en su mayoría, a partir de obsidiana. Llama más aún la atención que también compartan las asociaciones con puntas “cola de pescado”. ¿Es que pudo haber algún tipo de filiación entre estos dos yacimientos tan alejados? ¿Es posible la existencia de otros yacimientos intermedios entre estas zonas? Sólo investigaciones más extensas podrán ayudarnos a encontrar una respuesta.
Pues bien, al igual que en la cueva del Guitarrero, en Quishqui Puncu, Lynch ha descubierto una serie de láminas pequeñas, que son conocidas como laminillas. Y no sólo ellas, sino también los núcleos de donde se las ha obtenido. De la observación de las ilustraciones, aún cuando éstas no sean de la mejor calidad, al parecer, ello fue cierto. Estas laminillas muestran claramente una serie de detalles interesantes que pueden ser observados a partir de los dibujos de Lynch. Parecen proceder de bloques pequeños que posiblemente fueron traídos al sitio y, probablemente, desbastados in situ. Si bien la regla parece haber sido buscar formas idóneas, en algunos casos es posible que se hayan preparado plataformas en los núcleos pequeños antes del impacto. De hecho, cualquier lámina intencional no se explica sino es por medio de la preparación previa, no sólo para suavizar la superficie a golpear, sino también para crear “nervaduras guías”, que los artesanos de Quishqui Puncu lograron definir bien.
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los bordes del “utensilio” de la costilla de Scelidoterium de unos 38 cm. de longitud con posibles huellas de uso (“rayas, hendiduras finas y semi-pulidos”) Cardich (1973), y la silueta de la punta hecha del extremo de un hueso -incluido su aparente retoque- parecen ser al menos discutibles. Uno se puede preguntar, por qué no se documentó in extenso este material, en vista de su potencial importancia sobre la más antigua ocurrencia humana en el Perú.
La cueva de Huargo: ¿presencia de grupos humanos en el Perú alrededor de los 14.000 años a. C.?
En la misma capa se hallaron restos de paleofauna como caballo (Equus amerhippus), Scelidoterium y lama, justamente huesos de los cuales se hicieron los “utensilios” referidos. Lo impresionante es la antigüedad de los huesos de estos animales, supuestamente en asociación con los “artefactos”, pues ha resultado en 15,067-13,019 años a. C., (calibrado por la curva del hemisferio norte) lo que podría constituir, junto con las evidencias expuestas del complejo Ayacucho, las pruebas más remotas de la presencia humana en Perú, i.e. Andes Centrales. En suma, es difícil poder discernir si se trata de evidencia humana, pues no se tienen los elementos de juicio suficientes. Además, un estudio tafonómico seria ideal en este caso.
Un yacimiento que suele pasar desapercibido por muchos grandes manuales de arqueología es justamente el de Huargo, en Huánuco. Si bien no entendemos el porqué, creemos que es menester examinar muy brevemente las evidencias que presenta Cardich al respecto (1973). La cueva de Huargo se localiza a unos 4,050 m.s.n.m. a unos 52 km. al nor-oeste de la cueva L-2 de Lauricocha. El cerro de Huargo es parte circundante de la altiplanicie de Huanuco Pampa. El yacimiento de Huargo, que mientras es conocido por Cardich como número 1, los lugareños lo llaman Huacuamachay. Es allí donde este autor y su equipo hicieron las excavaciones. A pesar de que se hicieron pozos de cateo se logró identificar la ocurrencia de diez capas. La capa número 8, es a la que Cardich asigna como la presencia humana más remota en esta parte de los Andes. Aquí, Cardich dice haber encontrado una costilla de Scelidoterium, la cual ha sido retocada en modo de un utensilio, y muy cerca de este hallazgo, un fragmento de punta de hueso. Cardich muestra tres fotos de estas evidencias, empero, no resultan completamente convincentes, aunque hay que admitir que
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Las cuevas de Lauricocha Ya Danièle Lavallée lo ha afirmado: con el descubrimiento de la antigüedad de los restos hallados en las cuevas de Lauricocha, se rompió la barrera precerámica en el Perú, hundiéndola hasta el inicio del Holoceno. Nosotros coincidimos plenamente con ella.
El área es idónea para la investigación de los primeros habitantes en relación a las glaciaciones, pues se halla en pleno territorio periglacial, en la zona inmediatamente este de las Cordilleras del Raura y Huayhuash de la Cordillera Occidental de los Andes, donde el imponente nevado Yerupajá se erige a sus 6,634 m.s.n.m.
Las investigaciones de Augusto Cardich, que probablemente son de las más conocidas y divulgadas por los textos de escuela -e incluso, en algunos casos, superiores- han sido fuertemente criticadas por expertos como Rick, sobre todo por las fallas en los datos paleoclimáticos, las técnicas de excavación, hasta la ausencia de documentación que, en efecto, hubieran sido relevantes para comprender la adaptación de estos grupos humanos que llegaron inmediatamente después del Younger Dryas a esta parte de los Andes Centrales.
Justamente es a partir de la deglaciación que este nevado sufrió durante el Younger Dryas que Cardich ha logrado establecer los períodos de glaciación y deglaciación, por medio de sus observaciones de morrenas y cirques remanentes de aquellas épocas en las postrimerías del Pleistoceno. Desde la línea de nevados hasta el área de las cuevas de Lauricocha hay tan sólo unos 25 km., por tanto, es evidente la importancia de éstos en el estudio del asentamiento humano de inicios del Holoceno.
Nosotros no vamos a entrar en detalles ni menos aún sumar críticas, más bien, simplemente rescatar algunos datos que nos suministren información sobre la historia de estos primeros emigrantes durante esta época. Pero sobre todo, examinar la cronología de la cueva, los datos de paleoclima y la gran cantidad de tumbas, hasta hoy, el mayor número de ellas halladas en un solo yacimiento de esta época, todo ello gracias a los trabajos de Cardich. A continuación nos vamos a centrar en sus dos trabajos principales (Cardich 1958 y 1964), pues, a nuestro modo de ver, posteriormente no hay aportes significativos. Los trabajos de campo de Cardich, pioneros, se remontan a inicios de 1958 (ese mismo año reporta parte del resultado de sus primeros trabajos en Huanuco). Mediante una exploración de altura logra documentar al menos tres zonas con evidencia humana muy temprana. En términos generales, todas ellas se concentran a la margen este de la laguna de Lauricocha, la que se halla a una altura promedio de 3,650 m.s.n.m., y que es, literalmente, la fuente del río Marañón que corre hacia el norte y deviene luego en el Amazonas. Además, está flanqueada por una serie de cerros que muestran claras huellas de glaciaciones del pasado.
Figura 38. Ubicación de las cuevas de Lauricocha, frente a la Cordillera del Raura, en Huánuco (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
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Es justamente después de este evento, cuando Cardich afirma haber encontrado la evidencia de la ocupación directa de seres humanos en las cuevas L-2 y U-1. De hecho, de acuerdo a él, la evidencia más directa de ello es que la capa de ocupación humana (R) se asienta directamente sobre el terreno glacifluvial, producto de la glaciación Antarragá. Ello parece ser cierto si uno observa los dibujos de los cortes publicados, empero, fotografías con las respectivas rotulaciones serían ideales.
Cardich hizo excavaciones en siete yacimientos. Las cuevas L-1, L-2 y L-3 están localizadas a aproximadamente 1.5 km. de la orilla este de la laguna, en las faldas del Cerro Huagratacanán, a la margen derecha del río Lauricocha. Luego, tan sólo a 1 km. al sur, sobre la altiplanicie que bordea al mismo río Lauricocha, Cardich realizó dos sondeos que llamó PL-1 y PL-2. Finalmente, desde allí, unos 2.5 km al sur, siempre siguiendo el curso del río Lauricocha, esta vez en su margen izquierda en dos cuevas, la U-1 y U-2, justamente denominadas así, en vista de que se hallan sobre la falda este del cerro Uschumachay, a unos 4,020 m.s.n.m. (figura 38).
Si asumimos ello como cierto, Cardich se basaría en un único fechado radiocarbónico, que al parecer se ha obtenido de la primera capa de ocupación humana de la cueva L-2, la cual debe corresponder, entonces, a la “R” y además es usada para deducir la capa que se halla por debajo, es decir, la “S”.
Vamos a examinar ahora algunas de las más importantes conclusiones a las que Cardich arribó durante sus estudios de los glaciares, en relación a la ocupación de estos primeros habitantes de esta área.
Bien, el fechado de la capa “R” resultó en 9,525 años radiocarbónicos. Empero, hay tres problemas que se desprenden de este fechado. El primero consiste en el propio contexto, pues en ninguno de los reportes existe una descripción específica de éste (aunque se sabe que procede del entierro número 6). Y ello es fundamental, como bien es sabido por la comunidad arqueológica.
Cardich ha hecho un estudio muy interesante de los procesos de glaciación y deglaciación en la zona, por medio de la observación de morrenas, que no son más que las marcas que el hielo deja cuando se halla en movimiento por los eventos señalados.
Segundo, no se conoce el método usado. Se sabe sólo que la muestra fue procesada por uno de los laboratorios pioneros de la década de 1950, Isotopes Inc. De ello se puede asumir o que la muestra fue fechada por medio de carbón sólido, lo cual sería negativo, pues este método era muy impreciso y justamente por ello fue abandonado (como es el caso de los fechados primeros de Huaca Prieta, obtenidos por el Laboratorio de Chicago) o, por cintilación líquida, que imaginamos era lo último del momento. De modo que aquí impera la incertidumbre. Y finalmente, que aun cuando uno intenta calibrar la muestra, asumiendo su validez, la corrección cae justamente en el límite de la posibilidad de calibración en la curva del hemisferio sur.
En avance cronológico desde el evento de glaciación más antiguo hasta el más reciente del Pleistoceno Terminal, nos encontramos con que este autor los ha denominado con los nombres de Antacallanca, Agrapa, Magapata y Antarragá. Siempre de acuerdo a Cardich, estos avances glaciares corresponderían a avances internacionales. Es por ello que Cardich piensa que el Antacallanca sería el equivalente al Wurm I, que, a su vez, estaría dentro del período que hoy en día se conoce más como el LGM. Si bien, la secuencia resulta interesante, los argumentos de base para ésta son más bien débiles, pues, como Rick (1983) dice, aún no hay estudios que testifiquen la intensidad de cada glaciación. En este sentido, al menos es posible que dos de éstos: el LGM y el Younger Dryas, que más bien si han sido documentados ya en otros sitios andinos, puedan tener correlato con lo que Cardich postula.
Ahora bien, con todos estos elementos en contra, pero que en el fondo pensamos que no deben modificar significativamente el fechado obtenido, procedimos a calibrar la muestra. Ella consistía de carbón y huesos quemados, como el autor afirma. El lapso resultado consta de un punto más antiguo y uno más reciente.
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ejemplo, en las excavaciones del sitio paleolítico de Pincevent, en Francia, se emplea espátula de dentista y pincel para extraer la evidencia de la manera más fina y precisa. Empero, fuera de todo ello, la importancia de estos hallazgos pioneros es relevante.
El resultado neto es 9,051-8,566 años a. C. Sin embargo, existe, incluso, la probabilidad de que la fecha más antigua sea alrededor de 9,240 años a. C., si es que se usa la curva del hemisferio norte, pero, como sabemos, resulta imprecisa para esta parte del globo. Si se habla entonces de 9,100-8,600 años a. C., parece que no estamos lejos del rango verdadero para este fechado tan importante. Hay que enfatizar, sin embargo, que un yacimiento debe estar fechado por un set de muestras y no sólo por una.
Bajo esta modalidad de trabajo, Cardich encontró una sucesión de capas en la cueva U1, sin cronología absoluta. En este sentido, uno sólo puede aventurarse a especular que al menos los dos “horizontes” más antiguos pueden ser evidencia de gente en el Holoceno Temprano. Los mismos “horizontes”, de acuerdo a la crítica bien fundamentada de Rick (1983), no tienen validez científica, aunque por motivos de descripción los seguiremos a continuación.
Con referencia al intento que Cardich realizó en función de la reconstrucción del clima durante todo el Holoceno a base del nivel de carbonatos, ya se ha hecho la crítica en cuanto a que éstos no son indicadores directos sensibles de niveles de humedad y sequedad y que el solo uso de la calcimetría no es suficiente para reconstruir climas del pasado (Rick 1983). En este caso, lo único que se puede afirmar con cierta certeza es que existe una coincidencia entre el fechado obtenido por terminus post-quem de la capa “S” y el inicio de la deglaciación y el “episodio” 1 de la secuencia O18 de Thompson para el Huascarán.
La mayoría de los hallazgos de los niveles más profundos (denominados “horizonte I”) consisten, al menos hasta donde se ha reportado, de puntas foliáceas, algunos bifaces, raspadores típicos que asemejan a los hallados y analizados en detalle en Telarmachay, lascas y huesos de camélidos. En términos generales, da la impresión que los restos correspondientes a esta primera etapa corresponden a cazadores de camélidos, quienes procesaban las pieles de estos animales. Es una verdadera lástima, no contar con mayores detalles. El siguiente “horizonte” (llamado “II”) consta de una serie de restos muy similares a los anteriores, con la única diferencia que parecen ser más numerosos y que se produjeron instrumentos de hueso y un utensilio lítico, el cual, aparentemente, es exclusivo de esta época: la llamada “raedera bifacial”, que a juzgar por las ilustraciones - por cierto no ideales- parece ser, en efecto, un instrumento singular.
De modo que ambos registros indican que el deshielo se inició en algún momento, poco antes de los 9,000 años a. C. Y mas aún, ya dentro del plano especulativo, llama la atención el extremadamente bajo porcentaje de calcita de la muestra 7, correspondiente a la cueva L-2, la cual coincide con la abrupta baja de temperatura que sucedió alrededor de los 4,000 años a.C. Más investigaciones podrían revelar detalles de interés.
Además, llama la atención la ocurrencia de huesos de tarucas, llamas, guanacos y vicuñas, todos congregados, aunque nos preguntamos qué tipo de criterio discriminante usó para diferenciarlos.
Ciertamente es difícil la tarea de rescatar la información de los trabajos de Cardich, esto debido a las técnicas de campo que empleó. De hecho, dos de los grandes problemas son las excavaciones por medio de trincheras y niveles arbitrarios usados, que simplemente hacen imposible examinar el material por contextos y estratigrafía natural, y el hecho que se haya excavado por medio de pala, lo que resulta, a ojos de cualquier prehistoriador actual, un atropello contra la evidencia. A modo de comparación, por
Es posible, de igual manera, que la confección de utensilios de piedra se llevara a cabo en la misma cueva, pues al parecer se ha hallado desechos de talla, producto de ello. Durante el último “Horizonte” (supuestamente Precerámico, siendo factible su pertenencia
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al Holoceno Tardío, aunque esto es pura especulación), Cardich dice que el trabajo de retoque de utensilios de piedra fue más simple y éstos se hicieron con menos frecuencia que en épocas anteriores. Empero, nuevamente estamos frente al problema de si todas estas consideraciones son representativas de lo que pasó, pues la información obtenida procede de trincheras de excavación y no de áreas más extensas.
Algunas capas, como la “Q”, parecen ser más bien lentes de concentración de material orgánico producto de actividades humanas. Resulta difícil asignar fechados concretos a las capas superiores, pero es posible que algunas pertenezcan al Holoceno Medio. Lo único que se puede decir a juzgar por las listas de hallazgos presentadas, es que se registra una continuidad en cuanto a los utensilios de piedra y los animales presentes. Lo que también se puede observar es que, aun cuando las ilustraciones no ayudan mucho a reconocer detalles, algunas piezas dan la impresión de haber sido mal terminadas y otras fracturadas por mal golpe de talla (como en algunas piezas bifaciales que parecen presentar fracturas en “lengüeta”), y otras, en las que ha quedado la “cresta” remanente, esto ocurre cuando no se logra remover a las lascas como se desea. Es posible, también, que muchas piezas hayan sido retocadas a presión.
Hay que mencionar que las excavaciones llevadas a cabo en al área de la planicie, casi al frente del cerro Huagratacanán, extrajeron utensilios de piedra como puntas de proyectil. Ello podría indicar que esta planicie, sobre la cual transcurre el río Lauricocha, fue usada como territorio de caza, lo que a simple vista podría ser factible, más aún si la cueva L-2 se halla a menos de un kilómetro al norte, al pie del cerro mencionado. Es curioso, pero este tipo de patrón nos recuerda a la planicie al sur de la misma cueva de Pachamachay, donde la morada se ubica en las inmediaciones de un lago, un río colindante, y una explanada, seguramente donde los animales abrevaban y eran observados por los cazadores, aunque nuestras observaciones son desde medios digitales y carecen de la experiencia de haber estado en estos lugares.
En cuanto al tipo de rocas empleadas para la talla, es posible que las selecciones de rocas sean similares a través del tiempo, pues se observa que hay preferencias continuas por rocas volcánicas, cuarcitas, y pedernales, entre otros. Pero hay que volver a subrayar que estas apreciaciones pueden ser parciales, ya que no se conoce la distribución de los artefactos líticos ni tampoco si la muestra analizada es representativa.
Las excavaciones en la cueva L-2 son las que más información han proporcionado. Probablemente la capa más importante, en relación a lo que significa la primera ocupación humana en los Andes, es la “R”. Ya hemos mencionado que justamente de esta capa se ha obtenido la muestra de carbón. Obviamente, por el tipo de excavación, no tenemos ningún detalle de las actividades llevadas a cabo en la cueva, pero sí se puede observar cómo lascas, bifaces, puntas foliáceas evidencian trabajo lítico in situ.
En la cueva de Lauricocha 2 se ha descubierto 11 entierros del Holoceno Temprano, de acuerdo al fechado radiocarbónico obtenido de la tumba de un niño, posiblemente de inicios del milenio noveno antes de Cristo. De hecho, las tumbas de Lauricocha aún constituyen la mayor fuente de información sobre las características físicas de los primeros peruanos en la Sierra Central, además de proveernos de una serie de datos acerca de las costumbres funerarias de la vida de esta gente, nuestros ancestros directos más antiguos.
Según las ilustraciones expuestas, también parece haber denticulados, pero sobre todo, raspadores, que son idénticos a los hallados durante esta época en varios yacimientos andinos. Huesos de taruca y venado calcinados sugieren que estos animales fueron base de su alimentación. Hay que señalar, también, que se han descubierto una serie de restos humanos que serán tratados en los párrafos posteriores.
Es interesante que mientras ocho individuos fueron sepultados dentro de la cueva, tres se hallan fuera de ella, en el talud externo. De hecho, el estado de conservación de estos tres restos es
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a partir de piedras grandes, que el autor supone fungieron de abrigo o de reparo. Todas estas tumbas se hallaron a una mayor profundidad que las demás. Un niño fue cubierto completamente por cristales de óxido de hierro, mientras que al costado se le colocó una cuenta de hueso y una punta lítica bifacial. Ya se ha especulado mucho sobre la especial consideración que se les daba a los niños al enterrarlos.
malo, por lo que nos referiremos mayormente a los que se encuentran dentro del abrigo. En general, Cardich piensa que lo adultos pueden haber sido enterrados en el Holoceno Temprano, aunque no hay fechados absolutos. Pues sus inferencias se hacen a base de estratigrafía. Sobre la capa glacifluvial al menos se cavaron las tumbas de cinco individuos que, de acuerdo a Cardich, son las más antiguas, es decir, de al menos el noveno milenio a. C. Hay que añadir que los demás, debido a su ubicación, podrían corresponder a algún lapso durante el Holoceno Medio, o tal vez algo después.
Un hallazgo reciente que no se puede dejar de mencionar, pues realza el tratamiento especial que se les daba a los niños, es el descubrimiento de los primeros mellizos enterrados hace unos 30,000 años, de acuerdo a los hallazgos hechos en Krems-Wachtberg en Austria (Einwoegerer et al. 2006). Los restos óseos descubiertos, ligeramente encima de este nivel, pero que por sus ubicaciones pueden ser algo más recientes que los que hemos mencionado arriba, pero revelando información muy parecida. Probablemente lo más interesante de ellos es el cráneo conservado del entierro denominado número 6. Según Cardich, presenta una deformación que él llamaba “tabular erecta”, de acuerdo a los estudios realizados por Bórmida.
Estos entierros han sido colocados casi en la zona media de la cueva, aunque algunos se hallan replegados en una de las paredes de ésta. Casi todos ellos yacían sobre una especie de fosa cavada directamente en la arena, lo que Cardich piensa que es la capa glacifluvial, producto de la glaciación final. Por lo general, se encuentran de costado y con la típica posición flexionada, común entre tantos grupos del paleolítico. Una serie de artefactos de piedra y desechos de talla parecen haberse colocado dentro de las fosas, empero, aún quedan dudas sobre si fueron colocados intencionalmente o si, simplemente, fueron acarreados con la basura que se removió del suelo para hacer las mismas fosas, sobre todo por el hecho de la ausencia de huesos, posiblemente explicable por problemas tafonómicos. Junto a estos restos se encontraron huesos de tarucas y camélidos, aparentemente calcinados.
Este mismo antropólogo físico estimó la altura promedio de estos individuos en 1,60 m.. Siempre de acuerdo a él, eran dolicocefálicos, de cara medianamente ancha, y de huesos relativamente robustos. Si bien Cardich no ha documentado ningún tipo de planta, debido al tipo de excavación que realizó en Lauricocha, presume que se recolectó una serie de plantas en las inmediaciones, las cuales, posiblemente, habrían influido en la poca movilidad de los pobladores de las cuevas (Cardich 1987)
Dentro de este grupo se encontraron tres niños, los cuales llaman poderosamente la atención por el tipo de ofrendas, aparentemente colocadas de manera intencional. A un adolescente de unos 12 años se le colocó entre otras ofrendas, utensilios de hueso de cérvido, una cuenta de turquesa y un fragmento de ocre amarillo. Su tumba fue marcada por tres lozas de piedra.
Entre las raíces comestibles hay que mencionar, por ejemplo, Altia, Anco Aytsa, Antañaue, Cara-cara, y Chircahua, que generalmente no poseen buen sabor, pero que hasta hoy en día son consumidas. Un hallazgo interesante es el de la papa silvestre, pues es raro en los Andes Centrales. Cardich la menciona como Solanum sec. tuberarium, la cual suele ser secada al frío y luego
Se descubrió también dos tumbas de niños de alrededor de dos años, éstas fueron elaboradas
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consumida en forma de chuño, que como se conoce, es papa deshidratada. Este dato debería ser más profundizado, pues puede representar uno de los puntos geográficos andinos del origen de la papa de los Andes Centrales. También se cuenta algunos frutos comestibles como Uluyma (una suerte de tuna) y además plantas medicinales como yantén, la que, como veremos, también se usó en la Puna de Junín.
Este estilo ha sido calificado por Guffroy como semi-naturalista. Si bien el tema de caza de camélidos es el mismo que el de Toquepala, este autor incide en observar que los animales son del mismo tamaño que los hombres que los acosan y, además, que todos se dirigen en una sola dirección, mientras que en Toquepala lo hacen en oposición. Es también de interés que algunos de los animales hayan sido alcanzados por dardos. Por su parte, los hombres se encuentran a ambos extremos de la manada, por lo que, en efecto, parecen ubicados en posición estratégica. Muchas otras pinturas de este estilo fueron halladas en las inmediaciones de Lauricocha y tratarlas excedería el propósito de este libro.
A unos 30 km. al nor-este de la cueva L-2 de Lauricocha, Cardich localizó la cueva Nº3 de Chaclarraga, entre unos 4,000 y 4,500 m.s.n.m., que contenía valiosas pinturas rupestres. Éstas presentan un estilo semi-naturalista, en color rojo y, de acuerdo a Cardich, se pueden relacionar con las ocupaciones holocénicas de Lauricocha. La escena muestra una fila de animales, en opinión de Cardich, posiblemente vicuñas, las cuales parecen huir de cazadores que portan armas, que, siempre de acuerdo a Cardich, asemejan estólicas; aunque Guffroy (1999) piensa que también podrían ser bastones o arcos. Nosotros pensamos, en efecto, que pueden tratarse de unos u otros.
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La cueva de Pachamachay Otro de los yacimientos importantes donde se llevó a cabo una investigación arqueológica en detalle e interdisciplinaria, en cuanto a su naturaleza precerámica, es, sin duda, la cueva de Pachamachay. La cueva de Pachamachay fue descubierta por Ramiro Matos Mendieta a fines de los años 60 del siglo pasado, dentro de un proyecto arqueológico que abarcaba la Sierra Central y dentro de ella, parte de la cuenca del Mantaro. Gracias a las gestiones de Matos, se propició financiamiento del Smithsonian Institution y, además, una serie de motivaciones científicas generadas por arqueólogos de la talla de Kent Flannery, quienes incentivaban a estudiantes y egresados a hacer de esta zona objeto de estudio. Las primeras excavaciones y prospecciones fueron realizadas por Matos, pero las posteriores, que han involucrado estudio interdisciplinario de los materiales registrados fueron hechas por John Rick, cuyas publicaciones al respecto (Rick 1980, 1983, 1988) servirán de base para nuestro recuento.
Figura 39. Ubicación de la cueva de Pachamachay en la Puna de Junín, en las inmediaciones del río Mantaro y el Lago de Junín (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Terra Metrics). A unos metros al pie de la cueva llega un riachuelo en dirección sur, flanqueando las faldas orientales de los cerros mencionados y desembocando en el mismo río Mantaro, a la altura del Puente Condorvado, a tan sólo unos 8 km. de distancia. Durante este recorrido, el lecho del riachuelo se presenta regularmente llano, en especial hacia el este, sólo flanqueado, durante un tramo posterior, por una cadena de cerros ubicada frente a la antes mencionada, entre ellos el principal es el llamado Yanac Puquio, a unos 4,520 m.s.n.m. De esta forma es interesante notar que inmediatamente al sur de la cueva había una extensión plana, la cual debió ser ideal para la caza. Además, justamente en la zona de la confluencia de este riachuelo y el Mantaro se halla la mayor cantidad de rocas de tipo pedernal (de la Formación Condorvado) que fueron usadas por los habitantes de la cueva. De modo que este trecho podría haber sido constantemente frecuentado.
La cueva de Pachamachay se encuentra muy cerca a la cuenca del río Mantaro, al oeste del Lago de Junín, a unos 5.5 km al sur oeste del pueblo de Ondores y a unos 4,280 m.s.n.m. Además, está sobre el flanco noroeste, a modo de una extensión del Cerro Pumacchancha, a unos 70 metros al este del caserío de Lanioc. De acuerdo a Rick, la boca de la cueva mira hacia el norte y desde ella se tiene un panorama excelente. La boca de la cueva mide 3.9 m. de ancho por 1.3 de altura, aunque su piso debió estar al menos 2 metros más abajo que el actual (debido a la acumulación de restos dejados por humanos) y a más de 7 metros de profundidad, de modo que se trata, más bien, de una cueva pequeña. El sitio se halla literalmente flanqueado por elevaciones importantes, pues al norte se yergue el Cerro Pulca Punta con 4,400 m.s.n.m. y sobre todo una cadena de cerros altos se erigen al oeste, entre ellos (de sur a norte) el Pumpango, el Chulpan y el Condorvado, con un pico aproximado de 4,440 m.s.n.m. (figura 39).
De otro lado, en plano casi directo hacia el este, atravesando la actual localidad de Ondores, hay acceso directo a las orillas del Lago de Junín y a los recursos que él presentaba. Un trabajo que no puede dejar de ser incluido dentro de la reconstrucción ambiental de la Puna de Junín y el paleoclima andino es el
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con la secuencia. No obstante, hay que enfatizar que las excavaciones han sido rigurosas en este sentido y se ha cuidado de recoger muestras de carbón que, como bien se sabe, es el mejor material para esta finalidad.
de Wright, publicado en el mismo volumen de las excavaciones de Rick (1980).
De manera similar a Telarmachay y puesto que uno de los planteamientos importantes de Rick es el origen del sedentarismo a base de la domesticación de camélidos, nos vemos en la necesidad de no dar un promedio de años calibrados, sino más bien, calibrar cada fechado en función de examinar este planteamiento en escala de tiempo real.
La mayoría de correlaciones que hace Wright son con referencia a la laguna de Punrun, que se halla unos 23 km. al noroeste del lago de Junín, en el departamento de Huánuco y sobre unos 4,300-4,400 m.s.n.m. Nieve y sistemas de vientos han afectado directamente la sedimentación de la zona de estudio, de tal forma que Wright calcula que la línea de nieve perpetua durante el último glacial debió estar al menos unos 300 metros más baja que la actual y que por ello la temperatura habría descendido unos 2ºC.
Un primer fechado procede del nivel 32, el cual fue obtenido a partir de carbón, pero que resulta con una impresición muy alta, debido a la desviación standard, de modo que se ha obtenido 13,198-10,867 años a. C., lo que implica más de 2,000 años de nuestro calendario de error. Frente a este problema hay dos alternativas: o tomarlo con cautela y dar una consideración a que los primeros habitantes de la cueva la ocuparon dentro del onceavo milenio antes de Cristo, o, simplemente, descartar este fechado. Las dos pueden ser válidas, pues por un lado tenemos a Telarmachay, con fechados más recientes que caen dentro del Holoceno, mientras que por el otro, sitios como Uchkumachay, con paleofauna extinta, o más lejos aún, Guitarrero, o Huargo, o en Complejo Ayacucho, todos ellos sugieren la posibilidad de tomar a este fechado como referencia.
A base de estudios de morrenas del Altiplano de Junín, fechadas por radiocarbono, Wright ha postulado dos avances glaciales. El primero, el más reciente de los dos, ha proporcionado dos fechados: 12,139-11,876 años a. C. y 12,03211,876 años a. C.; ambos son casi idénticos, resultando ligeramente más temprano que el mismo Younger Dryas. Sin embargo, hay que considerar un error inserto, debido a que, como bien se sabe, se trata de fechados calibrados con la curva del hemisferio norte, ya que la del hemisferio sur, como se ha dicho antes, no tiene tanta antigüedad. Morrenas de esta glaciación, por ejemplo, también se observan en una zona mucho más cercana a Pachamachay, en el pequeño valle que se encuentra en las inmediaciones de San Blas. Lo que indica, siempre si aceptamos el primer fechado problemático, que los más remotos moradores de la cueva tuvieron que enfrentar este tipo de medio, casi cuando las condiciones de hielo se hallaban en retiro.
Luego, el nivel 31 se ha calibrado en 8,4317,682 años a. C., el nivel 28, en 7,342-6,656 años a. C. y el 25, en 5,712-5,218 años a.C. Como se puede apreciar, todos estos niveles revelan bien y de manera coherente una secuencia desde fines del Pleistoceno hasta el Holoceno Medio. Ahora bien, Rick ha formado fases agrupando las capas, lo que vamos a respetar, con la diferencia que añadiremos las calibraciones radiocarbónicas que hemos efectuado. Consiguientemente, tenemos que la fase 1 se dio entre Fines del Pleistoceno y 7,682 años a. C. La fase 2, entre ésta fecha y aproximadamente 6,000 años a. C. Por último, la fase 3, entre 6,000 y, tentativamente, 3,500 años a. C., aunque esta última fecha no es precisa por los reversos que presentan las fechas de los niveles 23 y 19.
Las excavaciones de Rick han puesto en evidencia una sucesión de 33 capas ricas en material dejado por los seres humanos que moraron en la cueva. Para la época que nos interesa, es decir, del Pleistoceno Terminal-Holoceno Temprano y el Holoceno Medio, existen al menos 4 fechados coherentes (lo más antiguos), entre las capas 32 y 25, mientras que los de las capas 23 y 19, que se sitúan, aproximadamente, dentro del cuarto milenio antes de Cristo, son algo incoherentes
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Justamente, estos fechados “reversos” lindan con el cuarto milenio a. C., que es el límite cronológico de este ensayo. El primero, procede del estrato 23 y resulta en 3,940-3,713 años a. C., mientras que el segundo, del estrato posterior, es decir, el 19, con 5,294-4,690 años a. C. Como se dijo líneas arriba, existe, evidentemente, una “reversión” de fechas en estos dos niveles, pues el nivel posterior, que debería ser más reciente, resulta más antiguo. Por tanto, para evitar errores, creemos pertinente referirnos a ambos niveles como del cuarto y quinto milenio a. C., pero sin mayor precisión.
llamar la atención sobre la alta proporción de rocas foráneas al sitio. Durante esta época, al parecer se construyó una especie de muro de piedras, el cual podría haber formado una suerte de paraviento en la boca de la cueva, aunque el mismo Rick duda de ello en vista de que se trata de bloques que parecen proceder de la misma cueva. Posteriormente se tiene la segunda fase de ocupación a inicios del Holoceno Temprano. Este lapso debería coincidir con la progresiva elevación de las temperaturas. De hecho, esta observación va de la mano con un gran incremento de los restos encontrados.
Es claro también que varios niveles intermedios no tienen fechados radiocarbónicos, pero así como Rick procede, los trataremos de ubicar en el tiempo, tomando a los fechados radiocarbónicos como terminus post quem y terminus ante quem. En todo caso, Rick, a base de los fechados obtenidos, plantea fases de ocupación donde agrupa los niveles fechados, aunque obviamente sin calibrar, debido a la época en que se publicó el informe. Nosotros vamos a intentar aquí la calibración de sus fases y dar un recuento breve de lo acontecido en cada una de ellas.
Lo primero que Rick observa es la gran diversidad de puntas de proyectil de piedra, que, de acuerdo a él, puede ser interpretado como la concurrencia de una serie de grupos sociales. Éstas, por lo general, se confeccionaban algo más alargadas y característicamente con ligeros apéndices a ambos lados, lo que Rick considera una especie de “marca”, de estilo perteneciente a un grupo social determinado y que podrían haber servido principalmente para la caza de camélidos. Algunas otras eran más pequeñas y tendiendo a formas pentagonales.
La fase más temprana corresponde a los primeros habitantes de la cueva de Pachamachay, comprendiendo los tres niveles más profundos de este sitio. Debe de fechar al menos del onceavo milenio a. C. (si se acepta la antigüedad del fechado problemático que hemos visto más arriba), aunque su inicio puede restringirse a comienzos del décimo milenio a. C., hasta los 7,682 años a. C. si se desea ser prudente.
En nuestra opinión, si bien las formas diversas pueden responder a diversos grupos sociales que concurrían en la cueva, también pueden corresponder a una serie de actividades. En el abrigo de Telarmachay, tan sólo a 35 km al sureste, los análisis de huellas de uso de Vaughan han demostrado de manera determinante que este tipo de utensilios fueron usados de múltiples formas. Sólo un análisis de huellas de uso y tal vez ensayos experimentales podrían dar luces más certeras al respecto.
Durante esta fase se confeccionaron algunas pocas puntas del tipo triangular y otras biconvexas con ligeros apéndices a ambos bordes. Dado que este tipo de puntas, durante esta fase, fueron hechas con rocas que no son locales, Rick asume que se trata de poblaciones emigrantes que ocuparon el lugar esporádicamente.
Rick sostiene que la variedad de puntas no difiere durante toda esta fase y que, además, es mucho menor la presencia de rocas foráneas en comparación con las locales, lo que, según él, podría interpretarse como una menor movilidad del grupo. Al parecer, durante esta época, la cantera de rocas de la Formación Condorvado ha sido una de las más frecuentadas, puesto que
En este sentido, es importante anotar que estos remotos artesanos ya conocían las propiedades que surgen del calentamiento de la piedra antes de ser tallada, que, por lo general, facilitan la talla en las rocas más vidriosas. Aunque hay que
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Reconstrucción Los Las grupos humanos alturas de los delAndes medioambiente Centrales
varios tipos de puntas fueron manufacturadas con material extraído de allí. Sin embargo, ciertos tipos de roca, como las de la Formación Palomazo, fueron seleccionadas para la confección de puntas con bordes aserrados.
sugerir que una de las principales actividades en esta cueva fue la de trabajar pieles. Utensilios como puntas y sobre todo la gran cantidad de lascas usadas hablan del máximo provecho que buscaron obtener en la manufactura de implementos de piedra simples y de uso inmediato.
Es pertinente señalar que la mayoría de los tipos de rocas en las inmediaciones de la cueva son del tipo pedernal (chert) y cuarcitas, aparentemente, bastante aptas para tallar. El pedernal es un material intrusito, accesible en las mismas calizas que conforman las cuevas y formaciones aledañas, mientras que las cuarcitas pueden ser de origen fluvial o glacial.
A esta época también se ha adscrito el hallazgo de una serie de percutores de guijarro, y guijarros de un tipo de arenisca, los cuales servían para frotar las superficies a golpear, en función de mejorar el producto que se buscaba obtener, práctica ampliamente usada por talladores con conocimientos y documentada durante casi todo el Paleolítico Superior de Europa.
Es evidente que la fuente a la que más se accedió es la de Formación Condorvado, generalmente constituida por pedernales, y que se encuentra a unos 7.5 km. al sur de la cueva, desplazándose por el afluente que hemos mencionado arriba, el cual desemboca en el Mantaro. Este tipo de rocas afloran en formas de guijarros, en los mismos afluentes del Mantaro. Si bien no son de la mejor calidad, sus fracturas habrían permitido elaborar los más variados utensilios. Además, de acuerdo a John Rick, son las idóneas para mejorar su calidad luego de ser calentadas.
De esta fase proceden fragmentos de cuarzo y óxido de hierro, cuyos usos se conocen ya ampliamente durante el Holoceno Temprano y Medio en los Andes, no sólo como ofrendas en entierros humanos, sino, también, en pinturas rupestres y hasta en el procesamiento de pieles, actividad que debió haberse llevado a cabo en vista de la cantidad de camélidos cazados y el hallazgo de raspadores.
Otro material local es el proveniente de Palomayo, el cual es de mucha mejor calidad, además de ser local, ya que se le encuentra en un afluente del lago de Junín a sólo unos 9 km. al norte de la cueva. Otros dos materiales secundarios son las rocas de los grupos Rumichaca y Cerro, que también se hallan en las inmediaciones.
La tercera y última fase a tratar aquí, como hemos visto líneas más arriba, alrededor de los 6,000 y 3,000 años a. C., es significativa en vista de que durante ella se inicia la domesticación de camélidos. A lo largo de esta fase hay una clara reducción en cuanto a la confección de puntas de proyectil, pues sólo se manufacturaron dos tipos de formas foliáceas alargadas, aunque, como también ya se ha visto, resulta difícil acertar una función definida a este material, por la carencia de análisis de huellas de uso.
Existe una pequeña cantidad de artefactos líticos confeccionados en un tipo de roca traída desde la Formación Ondores, en las inmediaciones del Lago de Junín, por lo que se deduce que también extrajeron recursos de su orilla.
La presencia en aumento de desechos de talla es un rasgo que puede interpretarse como indicio de menor movilidad, aunque ello, a nuestro parecer, sólo puede atestiguar que el trabajo lítico fue llevado a cabo dentro de la cueva, pues es bien sabido que se pueden producir miles de fragmentos en pocas horas de trabajo.
Por otro lado, las evidencias indicarían que el trabajo de talla se llevó a cabo in situ. Parte de éste fue llevado a cabo empleando la técnica ya mencionada de la preparación térmica, que en esta fase es más usada que en la anterior.
Otra característica a relevar es el hecho de que durante esta fase se usó intensivamente (hasta en un 70%) el tratamiento térmico o de calentamiento de la roca antes de tallarla, lo que
La significativa proporción de puntas de proyectil y de raspadores, de manera muy similar a otras cuevas y abrigos de la Puna, permite
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Las Reconstrucción alturas de Los los delAndes grupos medioambiente Centrales humanos
Por el patrón de desplazamiento y los recursos permanentes del Lago de Junín, Rick llega a convencerse de que las vicuñas son un recurso disponible todo el año. Ellas habrían sido las principales fuetes de carne y grasas para los moradores de la cueva, desde los inicios de la deglaciación.
ya en la fase 1 se había iniciado en menor escala. Se está, pues, ante la presencia de un dominio en este tipo de tratamiento a la roca. Desde el punto de vista de ocupación humana llama la atención que durante esta fase se haya construido una suerte de choza con postes, que por lo que se puede observar, y Rick acota bien, sella la entrada de la cueva. Al igual que en el abrigo de Telarmachay, ella debió estar cubierta por algún tipo de piel de animal.
El lago de Junín habría proporcionado una serie de recursos tales como las plantas comestibles y para manufactura (que mencionamos en las próximas líneas), material para combustión, e incluso cornamentas de cérvidos para la talla de piedra.
Por otro lado, resulta de sumo interés que la producción de artefactos líticos se eleve al máximo durante el último segmento de esta fase, lo que curiosamente también se observa en otros abrigos y cuevas de la Puna de Junín, como Telarmachay y Uchkumachay, y que en parte sigue siendo un enigma.
Deborah Pearsall ha examinado los restos botánicos hallados en las excavaciones y nos ha proporcionado una reconstrucción de cómo estos pobladores accedían permanentemente a la orilla del lago de Junín, con la finalidad de extraer sus recursos. Veamos primero el caso de las semillas identificadas.
También es notorio que los artefactos de piedra que habían sido usados, posiblemente más en el trabajo de caza y pieles, sufran una baja, como es el caso de las lascas y raspadores usados.
Ya desde la primera fase de la ocupación de la cueva de Pachamachay, durante la primera época del Holoceno Temprano, hay un uso mayor de plantas como gras, Opuntia (tunas) y plantago, y, en una menor proporción, Chenopodium y festuca.
Probablemente el principal resultado de las investigaciones de John Rick en Pachamachay, es el de haber propuesto que los habitantes de esta cueva no necesitaron desplazarse a otras áreas en búsqueda de otros recursos. Esto debido, fundamentalmente, a la gran cantidad de vicuñas de las que disponían y a la caza medida, sin riesgo de depredación, que practicaron, producto de un estudio del comportamiento de estos animales.
La Opuntia, refiere Pearsall, tiene frutos comestibles, que incluso hoy en día pobladores en las inmediaciones del lago suelen recolectar como comestibles, por su contenido vitamínico y las propiedades antisépticas de sus hojas, empleadas para combatir las infecciones. Siempre de acuerdo a ella, sus semillas o frutos pudieron haberse consumido frescos o cocidos, sobre todo, durante jornadas o caminatas.
Ya desde un principio se observa la alta especialización de la caza de camélidos, que durante el Holoceno Temprano, de acuerdo a los análisis de Elizabeth Wing, llega a más de 97%, dejando en un lugar mínimo a otro tipo de animales como cérvidos, vizcachas, aves, cuyes, entre otros.
Por otro lado, las semillas de Chenopodium, de acuerdo a Pearsall, se aproximan a las variedades cultivadas de quinua, en el nivel 22 y 20, lo que implicaría quinua domesticada en una fecha alrededor del quinto milenio a. C. El uso de Chenopodium durante las fases anteriores puede haber sido destinado a la ingesta. Además, es conocido el uso de tallos de Chenopodium como cañihua para la elaboración de llicta, la cual es acompañada por la coca.
Según Rick, las ventajas de la caza de vicuña residen fundamentalmente en que se trata de un animal predecible y restituible, que incluso al matar un macho, luego de un tiempo, éste es reemplazado, de modo que se trata de un recurso siempre disponible.
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Reconstrucción Los Las grupos humanos alturas de los delAndes medioambiente Centrales
El primer caso es remarcable, pues estamos en presencia de semillas de kiwicha, aunque no cultivada. De acuerdo a las mediciones que ha hecho esta investigadora, la planta se halló desde el nivel 30, algunas más en el 29 y luego en el 26 y 27, y es muy posible que su antigüedad remonte al menos a los 7,000 años a. C.
Llama la atención, también, el intensivo uso de plantas como Plantago o llantén desde el Holoceno Temprano. Bien conocido es el uso analgésico del llantén, por ejemplo, para aliviar el dolor de muelas se emplean sus hojas y sus semillas, con estas últimas se deben realizar gárgaras. Además, como documenta Pearsall, son conocidas sus aplicaciones como diurético, contra la sífilis, diarrea, irritaciones, úlceras, entre otras.
Stipa, al igual que festuca, son un tipo de gras usado en la manufactura de algún tipo de cestería y, siempre siguiendo a Pearsall, para efectos diuréticos.
La presencia de festuca, por el contrario, puede deberse, más bien, a la manufactura de fibras, cestería, o hasta para alimentar el fuego, ya que se trata de gras. La continuidad de uso de los mismos tipos de plantas es evidente, salvo algunas que aparecen con un cierto énfasis desde el sétimo milenio a. C., como es el caso de Amaranthus, Luzula (tipo de pasto), Lupinus, (una especie de leguminosa), pero sobre todo, Stipa.
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Las Reconstrucción alturas de Los los delAndes grupos medioambiente Centrales humanos
Panalauca: cazadores de la Puna de Junín
Carbón extraído de un fogón, es decir, de un área de combustión de estos primeros pobladores de Panalauca, ha dado como resultado un fechado radiocarbónico de 9,051 años a. C. A esta fase de ocupación los arqueólogos la han denominado “1” y a juzgar por las evidencias escasas, el paso de los seres humanos en aquella época fue corto. Esta fecha indica que ellos fueron testigos del proceso de la deglaciación y que en poco tiempo, después de este episodio, la zona fue ocupada por otros grupos humanos.
A nuestro juicio, un yacimiento importante, en función de la historia de la ocupación humana en la Puna Central peruana, es el abrigo rocoso de Panalauca. Allí han trabajado Ramiro Matos, John Rick y sus colegas Bocek y Moore desde la década del 70 del siglo pasado. La cueva de Panalauca forma parte del conjunto de yacimientos que evidencian las adaptaciones humanas a zonas de puna, a más de 4,000 m.s.n.m., inmediatamente después del retiro glacial del Younger Dryas. Vamos a tratar de resumir algunos de los resultados más importantes obtenidos de la investigación de este sitio, a base de los informes disponibles (Bocek y Rick 1984, Rick y Moore 1999)
Es interesante que algunas evidencias encontradas en esta fase permitan postular a Rick y a sus colegas que la ocupación humana más remota en esta cueva se haya dado de manera estacional, sobre todo durante las épocas de lluvias, que en la Puna se dan entre noviembre y abril. Una mayor concentración de restos, que sugieren mayor densidad de ocupación, dura aproximadamente hasta los 6,300 años a. C., mientras que la ocupación del Holoceno Medio fecha aproximadamente hasta los 4,712 años a. C. Incluso hay una ocupación del Precerámico Tardío, pero no deseamos ahondar más, pues es tópico de otro texto. Al parecer la cueva fue ocupada durante todas las épocas del Holoceno.
La cueva de Panalauca se ubica en un macizo de piedra caliza, en un afluente del río Marañón, en el departamento de Junín, en las coordenadas 11º19`20`` latitud sur, y 76º03`53, aproximadamente a 4,200 m.s.n.m., entre cerros, riachuelos y lagunas, en la Quebrada de Panalauca, al pie del cerro Nornanllalloc. Si se sigue el afluente del río Mantaro hacia el sur y bordeando la base del cerro Yanajirca, se encuentra el cauce central del Mantaro.
Es importante añadir que durante el Holoceno Medio, el camélido desplazó en orden de preferencia en la dieta al cérvido, hecho que ya ha sido demostrado en las demás cuevas y abrigos de la zona, que son aproximadamente contemporáneos.
La cueva está orientada al sur y se localiza unos 7 metros sobre un riachuelo. Tiene 18 metros de profundidad, 7.5 metros de ancho de entrada y unos 4 metros de altura desde el piso actual. Allí, los arqueólogos dicen haber encontrado grandes cantidades de restos precerámicos, además de densos, lo que atestiguaría una ocupación continua de esta cueva.
Las excavaciones han develado una gran densidad de huesos de camélidos, entre ellos, vicuñas y llamas, que fueron las más seleccionadas. Además, la proporción de cérvidos durante el Precerámico Temprano es mayor que la de camélidos, para luego, a lo largo del tiempo, revertirse, primando los huesos de estos últimos. Esta evidencia lleva a los investigadores a sugerir que aquí se dio también un proceso de domesticación de camélidos.
Las excavaciones han revelado que se hicieron diversas actividades en lugares diferenciados de la cueva. Por ejemplo, algunas puntas de proyectil y lascas fueron encontradas en la boca de la cueva, mientras que otro tipo de herramientas como raspadores y una especie de chancadores fueron usados en el talud, lo que puede interpretarse, posiblemente, como trabajo de pieles. En esta misma zona, se habrían efectuado una serie de actividades distintas, tales como la talla lítica y el descuartizamiento de animales.
Los huesos de los camélidos, durante las primeras épocas de ocupación, se presentaban generalmente quemados, lo que es evidencia clara de su preparación.
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En congruencia con todo lo mencionado, los pobladores de Panalauca cazaron en mayor proporción a los camélidos. Es probable que, como ya se ha visto en otras zonas, estudiasen su conducta y, eventualmente, iniciaran el proceso de domesticación. Dientes de camélidos muy jóvenes, encontrados en las excavaciones, evidencian un proceso de selección de animales, lo que puede considerarse como el inicio del manejo controlado de esta especie.
Técnicas de rescate como la flotación han logrado recuperar restos vegetales que fueron consumidos por estos tempranos pobladores de la puna. Rick y sus colegas sostienen que las plantas comestibles de más importancia en Panalauca fueron los frutos de un cactus (Opuntia floccosa), también conocidos como “huarajo”. Hay que mencionar también, que esta cactácea tiene propiedades como antibiótico natural, astringente y calmante para cólicos, además de contener grandes cantidades de potasio.
Rick menciona que ya desde la fase “1” hay una tendencia a seleccionar animales tiernos cuando se caza. Si ello es cierto, sería un hecho extremadamente importante, pues si asumimos la gran antigüedad de esta fase, al menos desde el décimo milenio, encontramos que los inicios del control de camélidos podrían remontarse hacia esa tan remota época. No obstante, hay que enfatizar que sólo se cuenta con un fechado radiocarbónico. Por ello, hasta que no se obtengan más fechados controlados, estamos en presencia de un muy importante indicio del inicio de la selección de camélidos, a ulteriori.
Secundariamente se consumió semillas y tubérculos de maca (Lepidium sp), primero silvestre, aunque los autores afirman que se inició su domesticación allá por el Precerámico Tardío. Incluso, posteriormente Rick informa que durante el primer milenio a. C. su cultivo era más intensivo. Tal podría haber sido el caso de otros tubérculos para épocas más tempranas, aunque de ello no ha quedado evidencia.
Si bien los camélidos constituyeron la principal fuente de carne, otros animales han servido también para el consumo. Es así, que entre el décimo y quinto milenio antes de Cristo, en cuanto a aves, se consumieron gansos andinos, llamados “Huashua” (Cloephagea melanoptera), un tipo de gallareta (Fulica gigantea), la avoceta –especie de flamenco de puna- (Recurvirostra andina), pero el ave más consumida fue el tinamú (Nothoprocta cf. taczanorskii) que era una especie de perdiz caminante, llamada también gallina de monte, de poca movilidad y vuelo similar al faisán.
Otras semillas, que asemejan una “botica” precerámica, consumidas fueron, por ejemplo, Calandrinia (verdolaga peruana, de uso medicinal), y Sisyrinchium (“canchalagua”, homeopático de conocidas propiedades hepáticas en seres humanos), además de algunas gramíneas y leguminosas. Rick y su equipo sugieren, además, que probablemente durante las épocas de lluvias se recolectaban más raíces, tubérculos y frutas de cactus procedentes de las áreas rocosas, mientras que las raíces y semillas eran recolectadas de las orillas de los lagos.
Hay también indicios de algunos huesos de perro, que podrían fechar alrededor de los 4,000 años a. C., aunque en honor a la verdad, no hemos logrado ubicar un informe detallado al respecto, considerando la importancia de tal hallazgo en yacimientos contemporáneos cercanos como Telarmachay y Uchkumachay. El perro, puede haber jugado un rol en la cacería y posteriormente como vigilante de rebaños de camélidos.
Es de interés también señalar que las hojas y plantas en general, si bien no constituían la principal fuente de alimentación, proporcionaban complementos como carbohidratos y azúcares, necesarios para todo individuo. Hay que consignar que, de igual modo (a pesar que escapa a los límites de este libro), ya para épocas Alfareras se iniciaba la domesticación de Chenopodium, es decir, quinua, como se ha mencionado líneas arriba, junto a la maca que, como dice Rick, evidencian la forma de asegurar un stock alimenticio en épocas más tardías.
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complementos tales como los procedentes de la fauna pequeña y plantas posibles de recolectar, y más de un tipo de caza selectiva, hasta muy avanzado el tiempo.
Uno de los principales rubros de estudio parte del hallazgo de una gran concentración de herramientas de piedra terminadas y en vías de manufactura. La mayoría de ellas fueron elaboradas con sílex, que parece haber sido el material preferido por antonomasia durante la primera época del Precerámico, aunque también se echó mano de cuarcita y andesita, entre otras. En este sentido, resulta de interés que las fuentes de sílex sean pocas, lo que indica, claramente, que fueron elegidas por su excelente calidad.
En este sentido, resulta no menos que sorprendente que a tan sólo pocos kilómetros de distancia, se halle el abrigo de Telarmachay, donde se ha descubierto evidencia contraria, es decir, de ocupaciones humanas esporádicas y un proceso de domesticación que derivó, finalmente, en pastoreo. De hecho, Rick tiene gran razón en plantear el problema de que poblaciones tan cercanas y contemporáneas en un medio idéntico, puedan haber tenido diferentes modelos de vida. En este contexto, se requiere de más trabajo de campo para poder dilucidar este enigma, como hemos venido concluyendo del examen de tantos otros yacimientos.
La gran mayoría de utensilios de piedra manufacturada a partir de lascas, una costumbre común que es compartida por los habitantes de las cuevas de la Puna de Junín, y por los demás sitios de altura andinos. El conjunto de utensilios está caracterizado, principalmente, por puntas de proyectil pequeñas, que se supone sirvieron para fines de cacería, fundamentalmente, aunque como ya se ha señalado pueden haber tenido funciones múltiples, lo que a su vez, es típico de la época. Una gran cantidad de artefactos de piedra, según Rick y sus colegas, se emplearon en la caza de animales, el procesamiento de éstos para su consumo, el despedazamiento de sus cuerpos y la preparación de sus pieles. Muchas piezas son simplemente lascas usadas directamente en una tarea. Otras han sido talladas de manera muy trabajosa, mediante la técnica llamada presión, como en el caso de las puntas de proyectil. Hay también otro grupo de útiles de piedra que al parecer sirvieron para molienda. Otros artefactos muestran huellas de fractura similares a las que quedan cuando se despedazan huesos de animales. La alta fragmentación de huesos, sobre todo de camélidos, parece indicar que esta gente trataba de complementar su dieta por medio del consumo del tuétano óseo de los animales. A grandes rasgos se puede decir, de acuerdo a los autores, que Panalauca representa, durante el Precerámico, una suerte de población que no vio necesidad de desplazarse demasiado de su medio, pues aparentemente controlaron, progresivamente, recursos como camélidos y
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El abrigo de Telarmachay: una mirada al modo de vida en la Puna hace 9,000 años
Palcamayo que derivan al sur, en el pueblo de San Pedro de Cajas. Desde el mismo abrigo de Telarmachay, bordeando el Cerro Huaytapayana sobre su flanco oriental, a unos 8 km. se tiene acceso por el norte a la laguna de Caricocha, de mayor dimensión que la anterior, es decir, de unos 1.9 por 0.8 km., con los recursos que ella presentaba (figura 40).
En opinión nuestra, el trabajo de excavaciones y publicación del abrigo de Telarmachay en el Perú, a excepción de detalles, es el mejor en la historia de las investigaciones científicas sobre los primeros seres humanos en los Andes Centrales. Una serie de trabajos y los dos volúmenes principales publicados (1985) dan fe de ello. Nos referimos, en especial, a la aplicación de la escuela prehistórica francesa y al ensayo interdisciplinario para elaborar una reconstrucción de los modos de vida de estos tempranos andinos, sobre todo a partir de las referencias etno-arqueológicas que por primera vez permiten que nos introduzcamos en la mente y la vida cotidiana de nuestros ancestros más antiguos.
El abrigo es una cavidad sobre la roca, que se encuentra mirando hacia el sur, de unos 2.5 a 3 metros de altura, con una profundidad máxima de unos 8 metros. Si bien se puede pensar que el abrigo de Telarmachay se encuentra en la Puna de Junín, y por tanto, en un área completamente andina y aislada, ello es un error. Sólo basta ver
A continuación se intentará resumir dicha investigación, sobre todo a base de algunos artículos importantes (Lavallée et al. 1985) y otros (Julien et al. 1981, Julien et al. 1987, Lavallée et al. 1982), pero sobre todo a partir del informe principal (Lavallée et al. 1985), el cual, además, contiene los informes especializados en prehistoria de grandes expertos como Vaughan, con micro-huellas de uso en artefactos líticos, Newcomer, con experimentos líticos, Van der Hammen y Noldus, con el análisis del polen, Guillén con los restos óseos humanos y Trichart con el análisis de los suelos del abrigo, los que, en conjunto, representan uno de los más grande aportes al conocimiento de la vida de estos pobladores, nuestros ancestros peruanos más remotos.
Figura 40. La Puna de Junín sobre los 4,000 m.s.n.m. y los yacimientos precerámicos que se tratan en este texto. Obsérvese Telarmachay en la parte inferior derecha, el lago de Junín y el Océano Pacífico en el plano posterior hacia el oeste. Se trata de una zona donde varios arqueólogos han desarrollado sus investigaciones sobre los primeros grupos humanos (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Terra Metrics y Image © 2007 NASA).
El abrigo de Telarmachay se localiza unos 24 km. al sur este de la laguna de Junín, muy cerca del actual pueblo de San Pedro de Cajas en el Departamento de Junín. Se halla sobre plena puna, a unos 4,420 m.s.n.m., en el flanco sur del cerro Huaytapayana. A tan sólo 1.5. km. al sur este se encuentra la laguna de Parpacocha de unos 430 por 520 metros de extensión y a muy poca distancia, los afluentes del río Shaka-
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el recorrido del río Palcamayo, el cual conecta el mismo abrigo, yendo hacia el sur hasta San Pedro de Cajas y de allí hacia el este, siguiendo la misma Quebrada que bordea el imponente Cerro Llamacondor. Sobre este recorrido, una vez que, siguiendo la misma quebrada, se pasa por los Cerros Chaclán y el Sepaplata, se llega la zona de los Andes Tropicales (2,000 m.s.n.m.). El recorrido es de unos 45 km, el cual no debió representar problema alguno para los grupos precerámicos. Hay que tener en cuenta esta consideración cuando se revise la evidencia precerámica y algunas vinculaciones con el área tropical.
decir, durante el Holoceno Temprano, pero incluyendo la transición al Holoceno Medio y el Optimum Climaticum del episodio 5 de la secuencia isotópica del Huascarán que tenemos de referencia. Resulta importante anotar que al parecer los grupos humanos poblaron el abrigo con mayor incidencia durante los meses de diciembre a abril, a juzgar por los restos de camélidos neonatos encontrados en esta fase, los cuales, justamente, nacen por aquellos meses que son húmedos pero temperados e ideales para la habitación humana, como vemos, a inicios del octavo milenio antes de Cristo. Posteriormente, tenemos a la fase VI que, de igual modo, está sustentada en varios fechados radiocarbónicos, aunque sólo uno parece ser coherente con la secuencia, éste fecha entre 6,060 y 5,882 años a. C.
Por otro lado, si desde el abrigo de Telarmachay se camina hacia el oeste por la pequeña quebrada de la falda sur del Cerro Chipián y se sigue el abra de baja altitud natural, para luego bordear al cerro Huauchenacco, se llega a la Pampa de Junín, la cual que se encuentra a la orilla del inmenso lago del mismo nombre, después de sólo 14 km. de recorrido. De modo que su conexión con sitios de altura también era factible. Tal es así, que de igual modo hacia el suroeste, desde la misma localidad de San Pedro de Cajas, es posible alcanzar la pampa, a la altura de la laguna de Yaccuapuquio y de allí, al sur por la quebrada al oeste del cerro Atacayan, se llega casi al frente del abrigo de Uchkumachay, cubriendo sólo unos 15 km. Vemos pues, que se trata de un yacimiento con una localización clave.
Finalmente, la fase V ha sido dividida en dos, en vista de evidencias internas que no vamos a detallar aquí; en todo caso, es importante señalar que los resultados radiocarbónicos calibrados resultan en 5,735-4,371 años a. C. para la fase V inferior, mientras que la fase V superior habría terminado aproximadamente en los 3,523 años a. C. A pesar de las pocas inconsistencias radiocarbónicas, en su mayoría, debido a contaminación, vale decir que ello no invalida toda la secuencia elaborada a base carbón, lo que implica mayor confiabilidad.
La vida doméstica desde hace 10,000 años en el abrigo de Telarmachay
Excavaciones bien controladas por Lavallée y su equipo han puesto en evidencia una serie de estratos y vestigios de la ocupación humana de este yacimiento. Lavallée ha logrado determinar una secuencia de cuatro ocupaciones precerámicas, desde fines del Holoceno Temprano hasta el Precerámico Tardío. Debido al tema de interés de este libro y sin intención de cortar la secuencia, más aún por la importancia que tiene el proceso de domesticación que sucede justamente en la transición del Precerámico Medio al Tardío, vamos a tratar exclusivamente sobre los períodos más antiguos de ocupación, es decir, los modos de vida más tempranos.
Mediante una técnica llamada “decapage”, clásica de la prehistoria francesa y que consiste en excavaciones muy finas y detalladas, Lavallée y su equipo han logrado reconstruir cómo se utilizaron los diferentes ambientes del abrigo de Telarmachay, desde sus inicios (Lavallée 1990b). A continuación, sin ánimo de ahondar en detalles, sólo vamos a presentar algunos de los datos relevantes. Es interesante que, en realidad, el abrigo simplemente sea una suerte de oquedad sobre la roca, de modo tal que los investigadores piensan
La fase VII, la más antigua presencia humana en el abrigo de Telarmachay, se ha calibrado entre 7,943 y 5,899 años a. C., es
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que pudo haber estado protegido por algún tipo de paraviento o tienda, que probablemente cercaba la cavidad, pero que, como Lavallée indica, dejaba filtrar el agua de las lluvias. Para la fase VII, es decir, la más antigua, hay indicios de al menos tres cortas ocupaciones a juzgar por la densidad de los restos. El abrigo mira al sur con una boca de unos 8 metros y hay claras evidencias de un intento de organizar las actividades internamente. Si consideramos la cerca de la tienda, referida arriba, es posible que para esta fase hubiera unos 15 metros cuadrados. En este nivel de ocupación más antiguo se muestra un fogón central dentro del espacio probablemente cercado, en el perímetro de la supuesta tienda. Al parecer, el área interna al toldo (es decir entre la pared del abrigo rocoso y la de la tienda) se usó fundamentalmente para realizar tareas culinarias y, en parte, procesamiento de pieles, seguramente al calor de la fogata.
Figura 41. Ensayo de reconstrucción de las actividades llevadas a cabo en el abrigo de Telarmachay (Junín) en su fase VII, alrededor de los 7,000 años a. C.
de raspado de piel seca. Posteriormente (pero dentro de la misma fase), un fogón de mayor importancia se instaló más bien en la parte oriental de la boca del abrigo rocoso.
Las actividades se concentraban alrededor del fuego. Éstas eran, por ejemplo: la talla lítica en una de las esquinas, la preparación culinaria en la parte central (aparentemente a través de las técnicas de rostizado o grill) y, posiblemente, el preparado de pieles mediante el uso de raspadores en la esquina opuesta. Es interesante que en medio, muy cerca de la pared del fondo, se hayan encontrado bolas de ocre y una de forma tubular como de 2 kilos (esta última, como si la hubiera contenido una especie de bolsa) y que de seguro eran parte del equipo para procesar el cuero.
Durante la fase VI (ca. 6,000-5,600 años a. C.), supuestamente en pleno ascenso de la temperatura, se observa una ocupación más intensiva del abrigo. La supuesta pared externa se hace más grande y se llega a ocupar alrededor de 23 metros cuadrados. Esta vez los fogones parecen estar aproximadamente en las mismas áreas que durante la fase anterior. No obstante, la novedad es que ahora algunos eran elaborados con piedras en sus contornos y además, surge el fogón en pozo, es decir, excavado en la tierra. Esta innovación, junto a otras evidencias hacen presumir que este tipo de fogones pudieron haber servido bien para cocinar carne de camélido y tal vez algunos tubérculos, por medio de piedras calientes. En otras palabras, se trataría de la primera evidencia de la técnica culinaria conocida hoy en día como la “pachamanca”.
Parte de este equipo también lo constituían alisadores y chairas de hueso. Al parecer, esta parte del abrigo también habría sido usada para fines tales como carnicería de animales. Una significativa cantidad de artefactos líticos, como lascas cortantes y cuchillos, han sido encontrados en esta zona. Las actividades de talla principales se llevaban a cabo, probablemente, en las inmediaciones del abrigo (figura 41).
El uso de otro fogón aislado, en el cual no se ha hallado basura, puede haber sido destinado a la técnica del tratamiento térmico para talla de las puntas de proyectil, cuyas cualidades mejoran significativamente una vez expuestas a altas temperaturas.
Fuera de esta área, es decir, al exterior de la supuesta tienda, al parecer, se llevaron a cabo dos actividades principales. Por un lado, la matanza, el tasajeo y la eliminación de desperdicios óseos de los animales cazados, además de talla lítica, mientras que en el extremo opuesto, el proceso
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que se trata de ocupaciones de corta duración. Durante esta etapa, el área ocupada suma 28 metros cuadrados. Además, existen claras huellas de que dejaron libre un área intermedia, lo que se asume como la entrada de la tienda.
Algo que también destaca, en comparación con la fase anterior, es la concentración de huesos de camélidos en la parte oeste del abrigo, presentándose éstos, literalmente, como un tapiz, lo que constituye un indicio del comienzo de la manipulación y manejo de camélidos (figura 42).
Al parecer, el área este dentro del abrigo rocoso siguió siendo destinada a la instalación del fogón principal. Además se continuó con la costumbre de la instalación de piedras alrededor del fogón. Otro fogón excavado y piedras calcinadas recuerdan la práctica de la pachamanca, a la que ya hemos hecho referencia en la fase previa. Es interesante anotar que hubo menos trabajo de pieles.
Lavallée y su equipo llaman también la atención respecto de que cierto tipo de materiales como la roca tipo silex, es decir, de la más alta calidad, haya sido importada al abrigo presentando huellas de trabajo previo. Por otro lado, varias herramientas de piedra y lascas convencionales han sido usadas para procesar, tasajear y desmembrar los restos animales.
Finalmente, bordeando ya el Holoceno Tardío, durante la fase V superior hasta aproximadamente los 3,500 años a. C., se notan algunos cambios importantes, sin embargo, sólo uno es fundamental, se trata del decaimiento del trabajo de peiles, esto vinculado a la nueva actividad relacionada al pastoreo, pues estamos ya en pleno auge del proceso de domesticación de camélidos.
Hay que subrayar el trabajo de las pieles y cueros, pues durante esta época este tipo de actividad estuvo en auge. Por ello es que el número de los raspadores aumenta abruptamente, junto a otros utensilios óseos usados en este trabajo. Para la fase siguiente, V inferior (aproximadamente entre los 5,500 y 4,300 años a. C.) al parecer se colocaron 8 postes que probablemente sostenían el marco de una tienda, posiblemente hecha de piel de camélido, que sería fácil de transportar, teniendo en cuenta de
Los lugares donde se desarrollaban las actividades previas casi son los mismos, pero se usaron con menos intensidad. Las técnicas de preparación culinaria como estofado y hervido por medio de piedras calientes siguen en boga. En términos generales, la autora y su team concluyen que se trata de ocupaciones esporádicas llevadas a cabo durante los meses de invierno, es decir, entre noviembre y marzo, con tiendas móviles, y que paulatinamente desarrollan una caza especializada, la cual deviene en una verdadera domesticación de camélidos alrededor de los 4,500 años a. C.
La domesticación de camélidos Ya desde el noveno milenio antes de la era cristiana -es decir, desde la ocupación humana en Telarmachay- se nota claramente una preferencia y selección de camélidos (vicuña y guanaco), lo que constituye un inicio de la manipulación de este tipo de animales. Complementariamente se consumió cérvido, vizcacha (Lagidium peruanum) y zorro andino (Conepatus rex).
Figura 42. Concentración de huesos de camélidos en la fase VI (ca. 6,000-5,600 años a. C.) en el abrigo de Telarmachay (Cortesía de Danièle Lavallée).
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es decir, lo que en prehistoria se denomina “la vida” del utensilio prehistórico (noción de “cadena operativa”). Debido a la importancia de los logros de dicha investigación, consideramos que vale la pena detenernos en explicar, aunque a grandes rasgos, las conclusiones generales a las que ella arriba siguiendo el método de las cadenas operativas en prehistoria, el cual permite una reconstrucción vasta de las actividades de esta gente de hace tantos miles de años.
Posteriormente, durante el sexto milenio a. C., los animales más cazados fueron, en primer lugar, los mismos tipos de camélido de la fase anterior, pero también cérvidos, ambos llegando a un 98%, es decir, casi toda la dieta consumida. De igual modo, se continúa con la costumbre de habitar el abrigo durante los meses de diciembre y enero, época fresca y aclimatada. Vizcachas y zorros andinos siguen siendo parte complementaria de la dieta.
Los artesanos de Telarmachay adquirieron de su medio ambiente rocas diversas para tallar. La mayoría de ellas se encontraban en un radio de aproximadamente 5 a 10 km. del abrigo, de modo que era materia prima fundamentalmente local.
Durante los 5,700 y 4,800 años a. C. se muestra aun una selección mucho más acentuada de vicuñas y guanacos; mientras que para el lapso de 4,800-4,350 años a. C., no sólo la tasa de camélidos neonatos alcanza grandes proporciones, sino también cambios en las formas de los dientes de los camélidos indican claramente que estamos ya en presencia de la domesticación de camélidos. Se puede decir, entonces, que el quinto milenio a. C. representa uno de los tiempos de cambio más importantes en esta zona de los Andes. Resulta curioso, no obstante, que la caza se mantenga sostenida, tal como desde las épocas más remotas.
Las rocas que ellos seleccionaron tenían diversos aspectos. Podían ser parte de afloramientos rocosos, tener formas poliédricas, o también de guijarros, los cuales pudieron ser recogidos de las morrenas en las inmediaciones. Puede parecer absurdo hablar sobre estas formas, pero hay que tener en cuenta que los artesanos, antes de ir a la búsqueda de los materiales, pensaban qué forma y volumen era el más adecuado para la manufactura de la herramienta de piedra. De forma tal, que cada característica de la roca a seleccionar contaba. Una fisura de la propia roca, o una forma inadecuada podían llevar al fracaso del proyecto de hacer de ella un utensilio de piedra. De éstos dependía su supervivencia, así que no podía haber falla y si la había, era necesario corregirla.
Un dato de interés es que, ya desde aproximadamente los 5,700 a.C., el perro doméstico parece haber sido usado por los habitantes de este abrigo, muy posiblemente para cuidar las manadas de camélidos, y entre otros fines.
Los artesanos del tallado de la piedra En el marco de los trabajos de investigación sobre las herramientas de piedra del Precerámico peruano, el realizado por Lavallée y su team en Telarmachay es probablemente no sólo el más completo, sino el más representativo de los Andes Centrales, junto al de los equipos de investigadores del Paijanense de la costa peruana.
Ya en las mismas inmediaciones del propio abrigo, una serie de rocas de tipo calcáreo con cierto grado de silicificación (que las hacía más duras y aptas para tallar) fueron recolectadas para tallar. Material algo más duro, que incluye riolitas y dacitas, fue traído desde canteras de rocas volcánicas entre 8 a 10 km. desde el sureste, probablemente en las inmediaciones del cerro Llamacondor al sur de San Pedro de Cajas. Las cuarcitas parecen proceder también de la misma zona.
Ella y su grupo llegan a reproducir, cual “film prehistórico”, cómo se agenciaban de las rocas para tallar, cómo las transportaban, cómo las tallaban, las usaban y refaccionaban, cuando era necesario, hasta inclusive cómo las desechaban,
Los guijarros estaban ya presentes alrededor del abrigo, aunque pocos eran de buena calidad de sílex, ideal para talla. Las fuentes de silex de grano fino, que también fue usado por estos artesanos, no han sido localizadas,
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pero seguramente se encuentran más alejadas, posiblemente al oeste, en las cercanías del valle del Mantaro, según John Rick. Es posible que los pobladores de Telermachay alcazaron esta zona. Para ello debían llegar hasta el lago de Junín, bordearlo y luego, entrar por la quebrada desde el mismo Ondores, a tan sólo 6 km. de la orilla oeste del lago.
De acuerdo a las características de las huellas de los impactos, los artesanos tallaron usando no sólo una parte del percutor, sino a veces hasta cuatro; es decir, aprovecharon al máximo el instrumento. Por los análisis llevados a cabo, al parecer tallaban ya sea sosteniendo con una mano el percutor, o golpeando un material, como por ejemplo un hueso o roca dura, sobre un plano, a modo de “yunque”.
Por otro lado, se encontraron fragmentos de obsidiana procedentes de las fases VI y VII, es decir, desde el noveno milenio a. C. Puesto que no existe una fuente cercana de este tipo de roca en la zona, se especula que procedía de la localidad de Quispisisa, la cual, según Burger y Glascock (1999), no se halla en Huancavelica, sino en la localidad de Huanca Santos, cerca de la Aldea de Sacsamarca, en la parte central de Ayacucho, a unos 350 km al sureste de la localidad de Quispisisa, aunque recientes descubrimientos han dado a conocer una serie de canteras de obsidiana a mayor distancia, de modo que también podría proceder de Chivay, en el valle del Colca en Arequipa, a unos 660 km. al sureste, lo que resultaría impresionante, o eventualmente de alguna de las otras canteras de este tipo de vidrio volcánico.
Además, los talladores se aprovisionaron de guijarros más suaves y generalmente más porosos, con el fin de frotar las piedras antes de golpearlas. Esta técnica es bien conocida, en vista de que por medio de ella se prepara y calienta la superficie a impactar, lo que mejora tremendamente la remoción de lascas. Por ejemplo, durante el Paleolítico Superior, esta técnica era ampliamente conocida y usada para la obtención de láminas y talla bifacial, a partir del desbastado de un núcleo de láminas. Para obtener lascas más anchas y delgadas, en cambio, se dejó la piedra y se empleó cornamenta de cérvido, cuyas propiedades de “elasticidad” son ideales para talla más avanzada.
Un hecho a subrayar es la selección de rocas de óptima calidad durante la fase VII y sobre todo durante la VI, es decir, desde el inicio de la ocupación del abrigo hasta el sétimo milenio antes de Cristo. No obstante, las piezas talladas de sílex de la más alta calidad nunca fueron la mayoría, lo que puede interpretarse como la escasez de este tipo de roca. De hecho, los utensilios de silex son generalmente de tamaños reducidos, lo que evidencia el máximo aprovechamiento de este tipo de roca, pero a la vez, que se presentaban en forma de guijarros también pequeños y con una serie de fallas, de modo que ellos eran probados en los lugares mismos de extracción. Los estudios revelan, también, que todos los demás tipos de rocas fueron importados y tallados en el abrigo.
Una vez que los artesanos se encontraron con las rocas en las manos las destinaron a dos actividades: la producción de bloques o lascas para hacer herramientas bifaciales, es decir, talladas por ambas caras y la producción de lascas como soportes para la manufactura de utensilios unifaciales, tales como raspadores, raederas, entre otros. Las lascas, por lo general, fueron removidas de soportes como núcleos, ya sea por percutor duro o blando. El percutor blando se ha usado más en función de tallar piezas bifaciales, debido a que los talladores conocían las propiedades que resultan del empleo de este tipo de material, es decir, la remoción de lascas más delgadas y anchas, lo que es ideal cuando se reduce una pieza lítica por ambas caras, para así controlar su formación sin llegar a romperla.
Para terminar con la materia prima, y con el equipo lítico de los talladores, hay que mencionar a los guijarros, pues de ellos se hicieron percutores, o martillos de piedra, precisamente para trabajar la roca recolectada. Los guijarros pudieron haber sido recogidos en la Pampa de Junín, unos 10 km. al noroeste del abrigo.
Además, los análisis han puesto en evidencia que los talladores seleccionaron las lascas más anchas y espesas para usarlas directamente en varias actividades, mientras que las más alargadas
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fueron elegidas para hacer de ellas utensilios líticos por medio del retoque. En cuanto a los objetos bifaciales, es posible que algunos hayan sido elaborados para hacer propiamente bifaces o preformas, pero otros eran destinados a hacer puntas.
lo que ha sido interpretado como intentos de refacciones para una duración más prolongada. De acuerdo a este contexto es evidente que se aprovechó al máximo la materia prima.
Cuando ya se habían extraído las lascas, éstas eran clasificadas según sus formas y tamaños más apropiados, para hacer de ellas herramientas por medio del retoque, el que podía hacerse mediante percusión o presión. Para darnos una idea de la experiencia y el conocimiento de los talladores, veremos cómo se confeccionaron algunas de las herramientas más usadas.
Otro utensilio de piedra típico en Telarmachay es la raedera (también llamada cuchillo). Para hacerlas, se seleccionaban lascas largas mayormente extraídas de las rocas volcánicas más o menos silicificadas y de grano mediano, es decir, del material que traían de la cantera del sur. Al parecer, los talladores elegían los bordes más largos de las lascas para hacer el retoque, seguramente para disponer de una mayor superficie utilizable. El retoque fue hecho utilizando asta de cérvido. En algunos casos se retocaron dos o más bordes para sacar más provecho de la herramienta, quedando luego lista para usar.
Los artefactos de piedra más representativos del área andina son los raspadores. En términos generales, se trata de pequeñas lascas con una parte más gruesa que las demás, la cual es retocada en todo el borde, presumiblemente para raspar o regularizar la superficie de la piel del animal. En Telarmachay, los raspadores también han sido aproximadamente de este tipo y son los más característicos del abrigo.
Es necesario también mencionar que muchos de los utensilios de piedra fueron simples lascas, que una vez extraídas de los bloques fueron usadas sin modificación o retoque previo. Los prehistoriadores los llamamos “útiles a posteriori”, Ellos fueron directamente usados en diversas actividades y sólo como resultado de ello, se desportillaron presentando fracturas de uso. Estas piezas muestran uno o más bordes con huellas similares a un lustre o pulido.
Para la elaboración de los raspadores, los artesanos de la piedra prefirieron usar rocas de la más alta calidad, tales como sílex y volcánicas, de cuyos nódulos se extrajeron lascas por medio de percutor de piedra y luego, seleccionando las formas más idóneas para la manufactura de los raspadores. Por lo general, fueron confeccionados a partir de lascas de las más diversas formas; sin embargo, los artesanos parecen haber preferido las lacas alargadas. Inclusive se han hallado núcleos alargados de los cuales se extrajeron este tipo de lascas. Lavallée apunta que ello hacía más estable la forma del raspador. En este contexto hay que mencionar que en el Paleolítico europeo occidental, los maestros en la técnica laminar preferían hacer raspadores en láminas, lo cual se observa incluso en sitios paleoindios clásicos Clovis, como Blackwater Draw (Nuevo México).
Un último rubro de artefactos merece algunas líneas aquí, son las famosas puntas de proyectil foliáceas de los Andes Centrales, que han sido examinadas y explicadas en detalle por Lavallée y su team. Vale la pena que veamos cómo se manufacturaron, pues se trata de la única reconstrucción seria de la técnica que se empleó para hacerlas. Se trata de piezas que en principio fueron manufacturadas bajo las mismas normas, es decir, alargadas, con una base que en principio fue enmangada y en cuyo otro extremo se formó, por lo general, una parte perforante y aguda. Dentro de esta gran categoría en Telarmachay se han clasificado varios tipos, algunos más alargados, más anchos, de siluetas distintas, aserradas, con pedúnculo, etc., empero, siempre siguiendo el patrón antemencionado.
Para elaborar el retoque de los raspadores se usó frecuentemente percutor blando, es decir, de hueso de taruca. Otro detalle de interés es que, al parecer, varios de los raspadores fueron enmangados para proteger la base de las piezas y con ello, la mano que los usaba. Por otro lado, hay una gran proporción de raspadores rotos,
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La técnica no parece muy complicada. En primer lugar, el tallador escogía lascas relativamente pequeñas, en general, de rocas de grano fino. Vistas estas piezas en sección transversal muestran una torsión de tipo semihelicoidal, la cual recuerda a las lascas laminares o lascas alargadas. Las lascas soporte han sido removidas por percutor de piedra, lo que queda evidenciado en ciertos rasgos como el bulbo de la pieza original, que en algunos casos no fue eliminado.
de las bases de las puntas y luego, por el uso de posibles lianas y resinas negras que servían para fijarlas a la lanza de unos 50 a 60 cm. de longitud.
Los análisis de huellas de uso: la revolución en lítico Uno de los capítulos más fascinantes de la investigación precerámica en el Perú, es el análisis llevado a cabo en Lima en 1982 por Patrick Vaughan, experto en micro huellas de uso. Se trata de someter a las piezas líticas a un examen bajo un microscopio electrónico, para examinar los bordes que supuestamente fueron usados. El gran aumento de las lentes binoculares (que oscila entre 80 a 1000 veces el tamaño real) permite ver en detalle las superficies usadas de los artefactos de piedra, exponiendo una serie de formas, líneas y detalles (que los expertos conocen como micro-topografía de las huellas de uso, y pueden interpretar, cual huellas paralelas que aparecen en las actuales “navajas suizas”). Los análisis de micro-huellas de uso hacen posible la identificación de la función y uso de los artefactos de piedra (entre otros como hueso, metal, etc.). Los utensilios del abrigo de Telarmachay fueron analizados por medio de esta técnica. Vamos a resumir algunos resultados obtenidos, siguiendo con la secuencia planteada.
Con la lasca pequeña en la mano, los talladores iniciaban el primer trabajo (que en francés se llama mis en forme) golpeando a la pieza de manera alterna en sus bordes con un percutor blando, es decir, posiblemente con asta de cérvido. Ya hemos mencionado las propiedades de este tipo de percutor sobre la roca, que cuando se la sabe golpear se producen lascas anchas y delgadas, lo que permite reducir la pieza de manera controlada, evitando el riesgo de romperla. En el transcurso de este proceso, algunas piezas fracasaban y debían ser descartadas. Si el tallador logró hacer un buen “esbozo de punta”, a continuación, por regla general, aplicó presión, si no sólo a los bordes y la parte punzante, a la totalidad de la periferia de la futura punta de proyectil. Tal presión fue ejercida por medio de un utensilio llamado compresor, elaborado a partir de asta de cérvido y a juzgar por los resultados, logró éxito en la gran mayoría de los casos. Para lograr tal precisión de retoque, algunas piezas fueron calentadas previamente, lo que como hemos visto ya, elevaba la calidad de la roca. La misma técnica térmica ha sido puesta en evidencia por John Rick en Pachamachay, a unos 40 km. al noroeste de Telarmachay. Lavallée invita a imaginar que los talladores de Telarmachay dejaban las puntas a calentar hasta días después, para recogerlas después y tallar las bellas puntas que suele resultar de ello.
Los raspadores fueron usados, principalmente, para raspar las pieles secas de camélidos. En algunos casos se afiló la parte usada (que es la parte distal, que llamamos “activa” en prehistoria) por medio de pequeños lascados. También se usaron raspadores para trabajar asta o hueso de cérvido, madera, carne e incluso algunas plantas. Es un buen ejemplo de que a pesar de ser un utensilio estandarizado y destinado a trabajar pieles, también puede ser usado para múltiples fines. Se trata de la economía de materias primas, a las que ya se ha referido Lavallée.
Una vez confeccionada la pieza, estaba lista para enmangarla. Lavallée y su equipo, a base de evidencia y de comparaciones etnográficas, ha descubierto que las puntas eran especialmente insertadas en cañas, por medio de la preparación
De igual modo, a pesar de que se tienen pocas evidencias, es muy posible que algunos de ellos hayan sido enmangados, como se ha explicado algunos párrafos antes. Las huellas de pulido en las márgenes de estas piezas permiten sugerir
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ello. De hecho, ya hemos visto un caso parecido que procede de la cueva del Guitarrero.
Algunos prehistoriadores separan los desechos de talla como productos resultantes de la manufactura de verdaderos utensilios de piedra, dejando entender que los desechos han sido basura. Éste es, sin duda, un error. En Telarmachay, simples lascas o incluso desechos de talla y fragmentos de lascas informes, en un porcentaje respetable, han sido destinadas no sólo a tareas vinculadas a la preparación de pieles, sino también, por ejemplo, a las actividades culinarias. Las lascas, al parecer, han sido usadas en función del ángulo de sus bordes, pues los más obtusos fueron empleados para raspar, mientras que los más agudos (vale decir, cortantes), precisamente para cortar o extraer materia blanda como carne por ejemplo. Es una buena lección para todo arqueólogo que excava los materiales, pues obliga a considerar preliminarmente a “todo” como utensilio. Una vez en el laboratorio, se definirá si se trata de un simple desecho de talla o realmente de un implemento lítico.
Es interesante que varios raspadores hayan sido usados casi exclusivamente en un solo borde, pero más aún, que fueran afilados, ya que por su intensivo uso se embotaban rápidamente, cual cuchillo de cocina moderno. Ellos simplemente retocaban la parte usada y gastada para hacerla nuevamente raspante. Es una forma de economizar, que en los Andes parece ser un patrón ya desde estas épocas. Por lo general, los raspadores eran friccionados sobre las pieles, sosteniéndolos con la mano para agrandar el ángulo de tracción, y para lograr así mayor presión. Veremos más adelante el entierro de una mujer joven de Telarmachay (a principios del sexto milenio antes de Cristo), a la cual se le había colocado en la tumba una serie de herramientas de piedra, probablemente de uso personal. Entre ellas había 6 raspadores, todos de la más alta calidad, con huellas de uso y hasta con restos de ocre, los cuales se especula fueron usados en el trabajo de piele. Uno de los raspadores, en primera instancia, fue usado como segador de plantas, luego se trasformó en raspador.
Otro detalle interesante es que también se han hallado núcleos de la primera fase de ocupación humana, los cuales sirvieron para raspar piel de animal y cornamenta de cérvido.
Otros utensilios llamados unifaces tuvieron varios usos, como por ejemplo, trabajar la piel seca de camélidos, raspar huesos y astas de cérvidos. Por su parte, al menos la mitad de los cuchillos examinados fueron destinados a la preparación de pieles, es decir, a alternar tareas con los raspadores.
Vaughan, luego de examinar gran cantidad de herramientas de piedra de Telarmachay, concluye que existe continuidad en el uso de estos tipos de utensilios y tal vez lo más importante: que hay muchas formas, pero que cada una de ellas no representa necesariamente un uso concreto, sino más bien multi-funcional.
Existe otro rubro de piezas llamadas prismáticas, que son alargadas y bastante grandes. Vaughan ha descubierto huellas de uso en sus bordes, de lo que se puede inferir su utilización como raspadores de superficies duras de batanes, aunque no se han hallado estos últimos en el abrigo. Por el contrario, Lavallée piensa que pudieron haber sido utilizados para fragmentar cordeles o incluso pieles enteras, apoyados sobre alguna superficie dura. Hay también evidencias que pueden implicar el uso de abrasivos como arena u ocre en sus bordes. Ambos de seguro fueron ampliamente usados por estos artesanos. Es posible, entonces, que hayan servido para raspar la superficie de batanes, buscando recuperar restos alimenticios o de otro tipo.
Las puntas de proyectil: ¿sólo para cazar? Las puntas de proyectil del abrigo de Telarmachay presentan una serie de características que hacen de ellas armas de ataque, es decir, de cacería. Muestran simetría, formas lanceoladas, alta calidad de materia prima, etc. No obstante, hay que subrayar que tales propiedades son más frecuentes en las primeras fases, es decir, las más antiguas. Y ello es explicable, pues obviamente la cacería era fundamental. Un dato extremadamente importante es que los análisis de traceología han demostrado que
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era complementada por la cacería especializada. Además, como Lavallée ha sugerido bien, puntas más pequeñas pueden indicar el abandono de propulsor y el uso del arco y flecha, que posiblemente fue implementado alrededor del cuarto-tercer milenio antes de Cristo. La otra posibilidad abierta es que sean simplemente el reflejo del conflicto entre sociedades incipientes pastoriles, defendiendo sus territorios y recursos internos. En realidad, es una interrogante que merece más estudios para ser resuelta.
sólo las puntas típicas de forma foliácea (de hoja) y las “bipuntas” (en forma de hoja, pero con dos extremos agudos) habían sido usadas para lanzar e impactar en animales. Las demás formas, es decir, las de lados más rectos, al parecer no. Hay que señalar que la mayoría de estas puntas, efectivamente usadas en la cacería, proceden de las fases más antiguas. Las puntas de épocas más recientes (sobre todo desde el cuarto milenio a. C.), al parecer, han sido empleadas para funciones como trabajar piel seca, pulir y cortar hueso, cortar plantas, etc.
Dejemos de lado, por el momento, los artefactos líticos y mencionemos otro tipo de materiales de igual importancia. Los habitantes del abrigo de Telarmachay aprovecharon de manera eficiente los recursos disponibles. Es así, que después de consumir la carne y demás restos orgánicos de los animales cazados, se seleccionaron sus huesos para hacer de ellos instrumentos.
Algunas de las huella de uso más importantes se hallan en las bases de las puntas y, en algunos casos, en los bordes, pues muchas de ellas han sido frotadas, seguramente con el propósito de colocarles un mango de inserción. Las abrasiones de los bordes se hicieron posiblemente para evitar que los ligamentos que sujetaban la punta al mango se rompiesen. El caso más evidente es el de las puntas con “alerón” (que son una suerte de apéndices laterales de la punta), los cuales, supuestamente, eran puntos de sujeción por medio de un amarre al vástago de la lanza.
Se obtuvieron huesos de todos los animales consumidos, pero de preferencia, camélidos y cérvidos. Muchos de estos huesos fueron escogidos por sus formas. Por ejemplo, los huesos largos fueron los preferidos para elaborar una serie de utensilios. Otros huesos usados para este fin fueron: cornamentas de cérvido, omóplatos de camélidos, costillas, entre otros.
Las observaciones de Lavallée y los experimentos llevados a cabo por Mark Newcomer permiten proponer la hipótesis acerca del lanzamiento de algunas de estas puntas contra animales, que bien pueden haber sido cérvidos de Telarmachay. Este tipo de uso parece corresponder a los inicios de la ocupación de Telarmachay, mientras que en épocas posteriores, las formas de las puntas cambian y sus usos también.
Algunos artefactos óseos como los omóplatos con filos o denticulaciones, fueron usados para depilar y suavizar las pieles de los animales. De igual modo hubo una especie de “frotadores” (hechos mayormente de costillas), alisadores de pieles (algunos de los cuales aún tienen manchas de óxido de hierro, material empleado en tales trabajos), espátulas, cuchillas, tubos y punzones de varios tipos para perforar pieles, cuero y otras materias orgánicas. Hay que subrayar de igual modo, que los instrumentos que sirvieron para procesar material blando han sido la mayoría.
Un hecho interesante es que los talladores, a lo largo del tiempo de ocupación del abrigo, reducían progresivamente los tamaños de las piezas. Esta tendencia iba acompañada de la calidad de talla, que en los inicios es mejor. Aún más curioso es que, mientras pasaba el tiempo, se elaboraban más puntas, lo que aparentemente resultaría contradictorio, en vista de que uno pensaría que las puntas sirvieron para la caza de animales. Parte de la respuesta que proponen los expertos es que en épocas ulteriores se hacen puntas más pequeñas y en mayor cantidad, porque supuestamente la economía de pastoreo
Entre los utensilios de hueso que se emplearon para trabajar materiales duros como la piedra, tenemos sobre todo a las cornamentas, o astas de cérvidos, las cuales fueron usadas para la llamada percusión blanda (es decir, la extracción de lascas más delgadas); y a los retocadores para trabajar a presión, por ejemplo, las puntas de proyectil. Éstos frecuentemente han sido elaborados a partir de fragmentos de huesos largos y muestran
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pequeñas extracciones en sus partes usadas como resultado de ejercer presión sobre la piedra, mientras que en la parte opuesta, es decir, por donde se lo asía, revelan una apariencia lustrosa, seguramente producto del uso.
e incluso, tal vez, vizcachas, tenía como objetivo manufacturar objetos importantes tales como lonas de tiendas, especies de tapetes, contenedores, fibras y vestimentas.
Debido a una serie de evidencias tales como los raspadores, óxido de hierro, entre otras, es posible afirmar que los pobladores del abrigo de Telarmachay dieron importancia al trabajo de las pieles y cueros. Además ello es evidenciado por las huellas de uso (micro-pulido) que Vaughan ha interpretado como raspado de piel seca.
El fuego: el centro de las actividades Desde que los seres humanos fueron capaces de producir y controlar el fuego, esta “invención” cambió radicalmente nuestro modo de vida. Ello está demostrado desde el Paleolítico. Las chozas y viviendas, por más rudimentarias que hayan sido, albergaban, ya sea en su parte interna, o inmediatamente externa, un hogar con combustión, lo cual proporcionaba no sólo abrigo frente al frío, sino también la cocción de los alimentos. Además, era un arma contra animales predadores, luz para actividades nocturnas y tal vez lo más importante: la vida en sociedad, pues en torno a él uno puede imaginar a los cazadores narrando la historia del día y compartiéndola con su grupo, su familia.
Al parecer, el equipo del artesano, o artesana, estaba conformado por otros utensilios de hueso tales como una especie de “chaira” hecha de omóplatos de camélido, alisadores de diversos tipos, punzones y agujas, todo elaborado a partir de hueso. Finalmente, las llamadas piezas prismáticas de piedra y las placas de piedra porosa. Todo este instrumental, de acuerdo a Lavallée, debe haber servido para la carnicería, que está demostrada por demás, con la enorme cantidad de huesos que suman más del millón. Los animales debieron haber sido llevados al abrigo, procesados y una vez que se les extraía las pieles, se les dejaba secar probablemente estirándolas con ayuda de estacas y luego ablandadas, depiladas y procesadas, suavizándolas con raspadores y ocre, siempre estirándolas para regularizar sus texturas. No se descarta algún tipo de grasa animal que pudiera intervenir en esta fase. Las asociaciones de ocre con raspadores durante toda la excavación, eran frecuentes, aparte de haberse encontrado restos de este material en la parte usada de los propios raspadores. Todo ello señala la importancia de este tipo de tarea en el sitio.
El abrigo de Telarmachay no debe haber escapado a estas prácticas. Desde el punto de vista fáctico no hay evidencia de qué técnicas se usaron para la ignición de materiales, aunque, como Lavallée arguye bien, pudieron haber sido por medio de la frotación de varillas (tal como se ha encontrado en la cueva del Guitarrero), o por percusión con pirita. Ahora bien, dentro de los materiales combustibles, es posible que la grama de la puna, llamada “ichu”, pueda haber servido para tal efecto. Por su parte, los fogones presentan una clara evolución en el tiempo. Mientras que en las primeras fases de ocupación el fuego era encendido simplemente sobre el suelo como pequeña fogata, luego se convierte en fogón y posteriormente se cavó un orificio para darle más eficacia y duración, hasta que, ya en el quinto milenio antes de Cristo, se llega a instalar una serie de placas de piedra para rodear el fogón, todo un verdadero acondicionamiento.
Finalmente se usaban alisadores de hueso, que tenían la función de bruñir la superficie. Una vez preparado el cuero, se habría confeccionado los objetos antemencionados, usando las “chairas” para cortar, los punzones para perforar y las agujas para cocer, todo el equipo necesario para esta actividad técnica. Los investigadores sostienen que este tipo de trabajo de pieles de camélidos, cérvidos
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El arte y las costumbres funerarias
La “pachamanca”: una invención culinaria en la Puna de Junín de 6,000 años a. C.
Un tema de aproximación al sentido de la estética, aunque no sabemos si de moda o ritual, es el que se desprende del hallazgo de perlas, pendientes y cuentas, en este yacimiento. Hay que señalar que toda esta parafernalia data de al menos 6,000 años a. C.
El equipo de investigación ha documentado, también, evidencia de cocción de alimentos por medio de calentamiento de piedras bajo la tierra. Tal es el caso de lo descubierto en el fogón central, al menos desde la fase VI, es decir, desde el 6,000 años a. C., y épocas posteriores. Se ha hallado además, piedras recalentadas, tal como la costumbre de hoy en día en la preparación de la Pachamanca. Se puede decir, que este tipo de preparación es una especie de estofado.
Existen cuentas cilíndricas elaboradas a partir de fragmentos de huesos largos de aves y de falanges de un animal herbívoro. Tales objetos fueron sostenidos por algún tipo de cordón, ya que se han hallado rasgos de pulido en los extremos. De modo que hubo collares de fragmentos tubulares óseos.
No obstante, otras técnicas fueron posibles gracias al fuego. Algunas evidencias de fuego abierto en partes internas de la cueva, también permiten sugerir que se asaron alimentos. Es curioso, pero en estas partes del abrigo se ha encontrado desechos óseos y guijarros con huellas de percusión y aplastamiento, los cuales, muy probablemente, eran instrumentos de cocina.
Se encontró también 99 cuentas a modo de discos de piedra calcárea, las cuales rodeaban el entierro de un infante, los que siempre parecen haber sido tratados en los entierros de manera especial durante esta época del Holoceno Temprano-Medio. Cada disco tuvo medidas muy similares, cual producto estandarizado, y fueron perforados en su parte central para pasar el hilo y hacer de ellos un collar (figura 43).
De acuerdo a las inferencias deLavallée, es posible pensar que debido a la escasez de combustible para hacer fuego, éste se habría economizado al máximo, de modo tal que, por ejemplo, se habrían fragmentado los trozos de carne a cocinar. Otros enseres debieron ser contenedores de cuero o de vísceras de animales. Por ello es que varios autores, como ella o Bonavia, piensan que el agua fue hervida por la técnica de inmersión, es decir, calentar piedras y luego sumergirlas hasta hervir el agua. De ahí que no se puede excluir la posibilidad de cocción de sopas de carne y seguramente productos vegetales recolectados. Otros usos dados al fuego se centraban, por ejemplo en ahumar la carne, preparar las pieles, también mediante el secado, el calentamiento de la roca antes de tallarla e, incluso, fijar los mangos y atados que sujetaban los utensilios de piedra, lo que ya hemos visto.
Figura 43. Pendientes de hueso y cuentas de piedra del entierro de un niño de 6,000 años a. C. en Telarmachay (Cortesía de Danièle Lavallée).
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En la misma sepultura del niño se descubrió un grupo de 18 pendientes hechos de huesos de herbívoros grandes. Fueron trabajados de modo tal, que se les dio forma rectangular. Es curioso que las piezas de este entierro muestren un pulido intenso, lo que refleja uso prolongado. Las partes horadadas se consiguieron mediante el uso de un perforador, es decir, una herramienta de piedra punzante. Lavallée por la cantidad y uso, sugiere que no se trató de ningún tipo de collar, sino más bien de una suerte de cinturón que se le colocó al niño.
suponer a los investigadores que el cuerpo fue atado por una especie de liana o cuerda. Además, la fractura de los huesos de los pies indica la posibilidad de que el cuerpo haya estado metido en una especie de bolsa de carrizo o de cuero, cerrada por la parte donde comprimieron los pies del cadáver. El esqueleto aparece sin cabeza, lo que de acuerdo a los investigadores, pudo haberse originado debido a los ocupantes posteriores. Alrededor del cuerpo se encontraron algunas lascas de piedra y fragmentos de huesos quemados y otros no quemados, en general, similar a lo que sucedió con los entierros de Lauricocha. Lavallée piensa que en lugar de ofrendas, más bien se trata de materiales que constituían el relleno de la tierra con que se le cubrió, lo que ella hace extensivo para los entierros de Lauricocha.
También se identificaron dos dientes caninos de carnívoros, los cuales tenían un aditamento para suspenderlos, es decir, colgarlos. Es posible que se haya tratado de una especie de orejeras o aretes, aunque no hay más precisión al respecto. Veamos ahora a las sepulturas humanas. Del abrigo de Telarmachay se conocen tres tumbas humanas que, al igual que aquellas de la cueva de Lauricocha, nos dan algunos detalles importantes sobre la antropología física, así como también sobre las costumbres funerarias de los peruanos más antiguos.
Sonia Guillén, experta en antropología física y quien ha hecho los estudios de los cadáveres, ha detectado huellas de abrasión en los dientes por el tipo de consumo. También ha llamado la atención sobre la existencia de artrosis en el codo derecho, lo que es posible que sucediera a causa de un stress de trabajo y que Lavallée ha interpretado, con credibilidad, que se pueda tratar de artrosis causada por trabajo en el procesamiento de las pieles.
Los tres entierros proceden de la capa VI, la cual puede ser fechada entre los 6,060 y 5,882 años a. C. (i.e. 6,000-5,500 años a.C.). Tratándose de restos científicamente excavados y examinados, vamos a presentarlos al detalle. En el estrato VI se halló el entierro de una mujer, literalmente, bajo un fogón, muy cerca de la pared del fondo del abrigo. Se trató de una fosa de forma elíptica, de unos 110 por 90 cm., excavada casi directamente sobre la capa glacial estéril.
Un dato que también se puede aportar a la antropología física de estos primeros habitantes es que la mujer (imaginamos anciana para la época, considerando la esperanza de vida del Precerámico Temprano) medía un promedio de 1.59 m. de estatura.
Un detalle interesante es el hecho de que los excavadores, bajo la dirección de Lavallée, descubrieron marcas de unos 6 a 7 cm. de largo, que pudieron haber sido dejadas por una suerte de pala con la que se excavó la fosa, desde la pared del abrigo hacia afuera. El cuerpo de una mujer de más de 50 años fue puesto en la fosa, ligeramente sobre su lado izquierdo y flexionado sobre el vientre. La flexión fue tal que las piernas fueron halladas paralelas a las costillas. Esta flexión extrema y algunos rasgos más, permiten
No muy lejos de esta sepultura, la más cercana a la misma pared del abrigo, el equipo de investigación encontró una fosa que contenía dos cadáveres, aparentemente de la misma antigüedad. Se trató de una mujer joven y de un infante de unos 5 meses. Ambos cuerpos fueron cubiertos por lajas de piedra. Resulta de interés el hecho de que este tratamiento de colocar piedras sobre las tumbas, exclusivamente de infantes, también se haya dado en Lauricocha. Se trata, pues, de un rasgo común en esta época.
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En cuanto al esqueleto de la fémina joven, de entre 20 y 25 años, hay signos como el forzamiento de huesos largos, que permiten suponer que su cuerpo también fue atado. A pesar de la alteración de los huesos por un evento posterior, se ha podido observar que los talones estaban junto a las nalgas, de modo que las piernas estaban flexionadas. Además, el cuerpo se hallaba recostado sobre su lado izquierdo.
En cuanto a las enfermedades es pertinente añadir que Guillén ha detectado caries (inflamación en la superficie de oclusión), e incluso pérdida de dientes pre-mortem. No puede descartarse malnutrición dentro de este cuadro. Finalmente, un tema fascinante es la veneración a los niños. Muy cerca de este esqueleto se localizó el de un lactante de unos 5 a 6 meses, es decir, muerto prematuramente. Como si se le hubiera querido proteger de la intemperie, fue enterrado casi al pie de la pared del abrigo rocoso.
Probablemente, lo más llamativo es el ajuar funerario. A la altura de una de sus piernas se había colocado una bola de ocre rojo, ú óxido de hierro, conteniendo 11 artefactos líticos, entre ellos, 6 raspadores (casi todos usados por mucho tiempo, que podrían ser de su propiedad en vida), 2 bifaces, una punta bifacial y lascas retocadas. Además, un pequeño guijarro de cuarzo y algunos instrumentos de hueso, todos con huellas de uso y manchas de ocre rojo, probablemente el equipo de utensilios que ella usaba.
El cuerpo, puesto en una fosa oval de unos 30 cm. de largo, fue cubierto completamente por ocre rojo, el cual llegó a manchar todos los huesos y hasta el suelo donde estaba colocado, lo que nos da una idea del ritual llevado a cabo. Se le había colocado, literalmente, dentro de una forma de cuneta de tierra oval, marcada por algunas piedras dispuestas en forma de semi-arco. A la altura del mentón, se le colocó una especie de cordón con 99 discos de piedras calcáreas perforadas, lo que podría haberse tratado de un collar (figura 44).
El hecho de que todos los raspadores sean de piedra exógena, que muestren huellas de uso y la bola de ocre, que es un buen conservador de cuero, indica a Lavallée que esta antigua pobladora pudo haber estado dedicada a actividades como tratamiento de cuero y pieles. Esta mujer, la más antigua de la historia peruana que trabajó pieles y cueros, presentaba, además, una alteración patológica a la altura del codo derecho, que Lavallée y su equipo piensan que puede haberse debido al exceso de movimiento al usar los raspadores, precisamente para procesar el cuero. Es interesante que el otro esqueleto femenino (ver arriba) haya presentado el mismo problema, por stress en el trabajo de pieles. No cabe duda que se trataba, al menos hasta donde la evidencia lo señala, de un trabajo femenino de alta precisión. En suma, es interesante esta evidencia, pues indica que ya durante el inicio de sexto milenio antes de Cristo, las mujeres se habrían especializado en artesanías específicas y más aún, esto es tan importante como el trabajo de pieles durante esta época para los fines que hemos ya mencionado.
Figura 44. Entierro de un niño de unos 6 meses en el abrigo de Telarmachay (ca. 6,000 años a. C.) (Cortesía de Danièle Lavallée).
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Muy cerca de los miembros inferiores hubo una serie de 18 pendientes de hueso rectangulares, cuidadosamente elaborados, los cuales muestran perforaciones circulares que pudieron haber constituido un cinturón. Un hecho remarcable es que las conchas eran de procedencia marina, lo que releva lo particular de las ofrendas colocadas en la tumba de este infante, considerando que el mar se encontraba a unos 150 km. de distancia. No cabe duda de que el tratamiento especial funerario de niños fue una constante durante los primeros milenios, desde la llegada de los emigrantes andinos. Los entierros de Lauricocha también dan fe de ello. Las malas condiciones de salubridad se manifiestan por el hecho de que este infante pueda haber fallecido por una infección generalizada o por malnutrición.
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El abrigo de Uchkumachay El Abrigo de Uchkumachay, a pesar de no haber sido fechado radiométricamente para la época que nos interesa, es uno de los yacimientos importantes que nos puede brindar información sobre los primeros habitantes de la Puna de Junín,.
Pedro de Cajas-Pampa La Cima- Quebrada Tilarnioc, se tiene un total de aproximadamente 30 km. Es decir, un trecho perfectamente transitable entre uno y otro sitio por los antiguos pobladores de esta zona, aunque hay que insistir en que nuestras observaciones no se basan en el terreno, sino en medios digitales 3-D, de modo que son limitadas.
La investigación de este sitio está enmarcada dentro de la campaña de trabajos de campo que se llevaron a cabo durante la década de 19701980. Las excavaciones han sido llevadas a cabo por Peter Kaulicke como miembro del proyecto, lo que generó una serie de reportes científicos que serán aprovechados en esta breve síntesis (Kaulicke 1979, 1980a, 1980b, 1999), a pesar de que las excavaciones han sido restringidas, sin presentar fechados absolutos (a excepción de uno correspondiente al Holoceno Medio) y con escasos informes. Más aún, la cronología de este yacimiento está elaborada a base de comparaciones con Telarmachay, lo que no garantiza ninguna cronología específica.
Un hallazgo importante es el concerniente al nivel más antiguo (que en realidad se trató de un lente pequeño), donde Kaulicke halló 8 fragmentos de hueso de fauna extinta, como una especie de ciervo de la edad glacial (llamado Agalmaceros), un tipo de caballo pleistocénico (Parahipparion) y un tipo de roedor (Cricetidae). Aparentemente se encontró, también, un supuesto raspador, una lasca retocada y 5 lascas junto a los fragmentos, lo que puede considerarse como un indicio de que los primeros habitantes del abrigo cazaron este tipo de animales, aunque hay que poner énfasis en que se requiere mostrar y publicar estas evidencias de manera más detallada con un estudio de suelos, tafonomía y geoarqueología. Sin embargo, vale la pena, tratándose de la única posible evidencia de cohabitación por megafauna y seres humanos en la Puna de Junín.
El abrigo de Uchkumachay se localiza en la Quebrada de Tilarnioc, exactamente en las coordenadas 11º20`03``S y 75º52`35`W, departamento de Junín, sobre la falda suroeste del cerro Jirjancancha (aproximadamente a 4,400 m.s.n.m.). Según Kaulicke, se ubica a 4,050 m.s.n.m. pero por coordenadas GPS se tiene que el sitio está a 4,235 m.s.n.m., de acuerdo a los mapas que este autor publica.
En vista de las semejanzas que contiene la capa 6 de Uchkumachay con la VII de Telarmachay, Kaulicke atribuye una edad similar a esta capa en Uchkumachay, de modo que de acuerdo a él, fecharía en un lapso entre los 8,900 y 6,000 años a. C. En nuestra opinión, el asignar fechados por similitudes tipológicas no sólo es riesgoso, sino que es un procedimiento que se reduce a analogías anacrónicas a base de formas que no resisten la mínima crítica. Es evidente la existencia de varios paralelos entre ambos yacimientos, empero, ello no implica necesariamente paralelos cronológicos.
Desde el abrigo, si uno desciende hasta la misma Quebrada de Tilarnioc, a algo más de 1 km de distancia al oeste y sigue unos 5 km. por la misma Quebrada hacia el noroeste, pasando el cerro Jacrun y el cerro Atacayán se llega a la Pampa La Cima, que es un corredor casi directo hasta San Pedro de Cajas, es decir, el valle de Palcamayo, el cual se conecta con el Abrigo de Telarmachay mediante un recorrido aproximado de 15 km. (ver abrigo de Telarmachay). Si uno suma la distancia total entre los dos abrigos, siguiendo el curso del Shaka Palcamayo-San
Ahora bien, poco se puede decir sobre el material debido a lo escaso de la información reportada, salvo el énfasis en lítico y en otros reportes sobre material óseo. De lo publicado,
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es evidente que los raspadores abundan. Por ello es posible deducir, que de manera similar a Telarmachay, la actividad de preparado de pieles fue importante durante el Holoceno Temprano en este abrigo.
estamos en condiciones de responder, es si ellas fueron elaboradas debido al estilo o una función específica, aunque las diferencias en la base de estas puntas pueden ser atribuibles a la forma del mango donde iban a ser insertadas.
Los raspadores, de acuerdo a las ilustraciones, parecen ser simples, frecuentemente elaborados en lascas secundarias, pequeñas y suponemos que de algún tipo de roca de buena calidad, aunque aquí estamos en el puro terreno de la especulación.
Siempre de acuerdo a Kaulicke, ya que las fases VI y V de Telarmachay guardan similitudes con la fase 5 de Uchkumachay, ésta podría, entonces, fechar entre 5,500 y 3,500 a.C. De hecho, ello es aproximado, pues un fechado obtenido de esta capa ha resultado en 5,6975,385 años a. C. (como acabamos de ver en el sub-capítulo anterior), de modo tal que resulta algo anterior a la fase V inferior y superior de Telarmachay. Por tanto parece tratarse de una fase del Holoceno Medio.
Similarmente, casi un cuarto del material encontrado durante esta época está compuesto por piezas bifaciales, entre ellas puntas de proyectil y bifaces (figura 45), de modo tal que la manufactura de puntas tuvo un segundo lugar en importancia, y de allí que se pueda sugerir la dependencia de la caza.
En la descripción estratigráfica se mencionan capas de arcilla roja-marrón, que contrasta con la arena amarillenta seca de la fase anterior (¿probablemente vinculada al período de inicio del Holoceno, donde aún habría relicto de loess?), aunque no hay una descripción geológica más precisa. ¿Puede tratarse de algún tipo de indicador de humedad?.
Una de las diferencias más interesantes con respecto de Telarmachay, es la presencia de puntas anchas bastante delgadas tales como las de los niveles más bajos de Pachamachay, y otras con pedúnculo como las de la capa más antigua de la cueva del Guitarrero. Estas variaciones pueden explicarse dentro del contexto de contacto geográfico mencionado líneas arriba. En cuanto Uchkumachay es un punto de convergencia de varios sitios de altura. Lo que no
Figura 45. Puntas foliáceas andinas de Uchkumachay, excavadas por George Kirchner (Cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
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la impresión de ser altamente similares a los de Telarmachay, del cual sí se tiene una gran cantidad de datos y reconstrucciones de técnicas y modos de vida, como ya hemos expuesto
Un paralelo general con Telarmachay resulta en que, durante el mismo tiempo, el número de puntas aumentan considerablemente en ambos sitios (pues en esta fase representan más del 30% de todo el material hallado). Incluso, la fase siguiente que no vamos a tratar aquí, muestra más puntas bifaciales, es decir, el mismo fenómeno que ocurre en Telarmachay. Este incremento del número de puntas a lo largo del tiempo ha sido interpretado como el resultado de “conflictos”.
En suma, desde un inicio es posible sugerir, a modo de hipótesis, que hubo caza de fauna extinta, aunque queda por probarla mediante un estudio detallado. La escasa cantidad de fragmentos óseos de este tipo de animales facultan, incluso, que nos preguntemos si es que no vivieron ya entrado el Holoceno, como se ha venido documentando en otras partes del área andina. Luego, durante el Holoceno Temprano, hasta aproximadamente los 6,000 años a. C. las herramientas líticas de Uchkumachay son casi idénticas a las de Telarmachay. Puntas y raspadores se muestran altamente similares, lo que permite sugerir que la cacería y preparación de pieles fueron las principales actividades.
Otro paralelo es que en ambos yacimientos se produce gran cantidad de raspadores, para luego reducirse en cantidad de manera similar en Telarmachay hasta la fase V superior. Este hecho ha sido interpretado como una baja en la actividad de preparación de pieles, frente al progreso de la caza especializada y progresiva domesticación de camélidos.
Durante el Holoceno Medio, es decir, al menos en el sexto milenio a.C., existe, también, gran cantidad de paralelos con lo sucedido en Telarmachay. La ocupación del espacio debe haber sido mayor y la caza seleccionada, siguiendo la regla general. Hay que señalar que se ha detectado la presencia de un tipo de cánido durante el Holoceno Medio. Finalmente, debido a la carencia de datos de Uchkumachay, sólo queda pensar en que ambos sitios cercanos tuvieron funciones similares en tiempos paralelos.
La estandarización del trabajo de pieles puede verse reflejada en la gran similitud de los raspadores, los cuales, por lo general, se presentan en formas redondas. Hay que señalar que algunas piezas parecen haber sido elaboradas de pequeñas láminas, a juzgar por los negativos presentes, de modo que la técnica laminar pudo haberse empleado para fabricar mayormente bladelets, o pequeñas láminas, algo similar a varias de las piezas de la cueva del Guitarrero. Lo mismo sucede con las raederas, las cuales no se producen con tanta frecuencia como antes, pues se asume que eran, en gran medida, destinadas a complementar las labores sobre las pieles, aunque no se puede descartar otras funciones. También llama la atención el ligero aumento de piezas con muescas y, sobre todo, de los supuestos buriles. Se sabe bien que este tipo de herramienta es muy poco frecuente en los Andes y responde a una tecnología lítica sofisticada, aunque por la evidencia presentada y las pocas piezas similares de Telarmachay es posible afirmar su escasa presencia. A pesar de la poca variedad de información recuperada de Uchkumachay, los datos obtenidos a partir de huesos, líticos y estratigrafía, dan
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bibliográfica vamos a basarnos en los informes de avance de las excavaciones de MacNeish y su equipo (1969, 1970), el análisis de la cueva de Pikimachay (MacNeish 1979) y los informes finales del Proyecto Botánico Arqueológico de Ayacucho (MacNeish et al. 1980, 1981, 1983).
Las ocupaciones humanas más remotas de Perú en Ayacucho
La cueva de Pikimachay
En una serie de libros que aquí no vamos a mencionar, se sigue insistiendo en que los restos humanos y herramientas de piedra más antiguas se encuentran en la cueva de Pikimachay, Ayacucho. Además, que dichos restos, es decir, herramientas de piedra, superan los 20,000 años de antigüedad. Todo ello, ya hace más de dos décadas, ha sido puesto en tela de juicio por expertos en el tema como Duccio Bonavia, John Rick, Thomas Lynch, entre otros.
La cueva de Pikimachay se ubica en la parte norte del actual departamento de Ayacucho, a unos 12 km. al sur del pueblo de Huanta, en la confluencia del río Huarpa y Pongos, derivados del Mantaro. Se localiza a unos 2,850 m.s.n.m. y tan sólo a unos 16 km. al oeste de la cadena oriental de los Andes Centrales (figura 46). MacNeish ha tratado de reconstruir el clima a base de polen y la acidez del suelo de la cueva. No obstante, el problema central radica en el hecho de que aún no se ha presentado un informe especializado al respecto, de modo que
Éste es, pues, un buen momento para examinar y evaluar tal controversia, sobre todo porque aquí deseamos aportar con datos nuevos que pueden ser obtenidos por los avances en las correcciones radiocarbónicas, pero también por la oportunidad que hemos tenido de revisar y presentar una pequeña colección lítica de lo que podría ser la evidencia más antigua de seres humanos en el Perú. El lector verá que hay un énfasis en los dos complejos más antiguos, llamados Pacaicasa y Ayacucho. Ello se debe a la controversia que suscitan, pues se juegan el derecho de ser la evidencia más remota de grupos humanos en el Perú. Los demás “complejos”, correspondientes al Holoceno Temprano, serán tratados al margen (aunque siempre con fechados calibrados), no sólo por motivos de espacio, sino también por la falta de documentación y evidencia en detalle de lo que se ha presentado a la comunidad científica. De hecho, se mencionan una serie de hallazgos, pero siempre brevemente y con ausencia de estudios especializados en los tres informes finales presentados por el famoso Proyecto Botánico Arqueológico de Ayacucho. Si el lector lo desea puede consultar cualquier manual de arqueología con esta información o, eventualmente, los mismos tomos finales de la investigación arqueológica llevada a cabo (MacNeish et al. 1980, 1981, 1983). Para la parte
Figura 46. Localización de los yacimientos de Pikimachay y otros de Ayacucho, los cuales evidenciarían la presencia humana más antigua en el Peru, alrededor de los 14,000 años a. C. (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics).
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Luego, nuevamente tendríamos en la capa “i” un avance glacial con vegetación de tipo sabana, en un lapso de tiempo de 17,291-13,881 años a. C. Es posible que sea, pues, la continuación del avance de la capa anterior.
sólo se puede especular a base de las anotaciones del autor y su equipo. Lo que sí hay que indicar, es que si bien la presencia humana durante las épocas pleistocénicas puede ser cuestionable, los datos concernientes a paleofauna y paleoclimas deberían ser considerados en la discusión, hasta nuevos reportes de este ecotono del pie de la Cordillera Oriental. Por consiguiente, vale la pena presentar, de manera muy apretada, los resultados de tales investigaciones. A pesar de que ya se hizo el énfasis respectivo, es necesario insistir en el hecho de que todas las calibraciones para estos períodos de fines del Pleistoceno debieron ser efectuadas por medio de la curva de calibración del hemisferio norte, de modo que sólo son aproximados, hasta que futuras investigaciones proporcionen una curva pleistocénica del hemisferio sur.
El “Complejo Pacaicasa”: ¿la evidencia de los peruanos más antiguos? Una serie de textos de la especialidad, y sobre todo obras de divulgación, asumen al Complejo Paccaicassa como la evidencia más antigua de seres humanos en el Perú. Sin embargo, expertos en el tema como Duccio Bonavia, John Rick, entre otros, han examinado las supuestas evidencias de este Complejo y concluyen que debería ser puesto en tela de juicio, no sólo por la escasa y parcial evidencia publicada, sino porque los mismos supuestos utensilios de piedra parecen simples rocas caídas del techo de la cueva, en las cuales no es posible reconocer talla hecha por manos humanas, principalmente por la erosión de la misma roca.
La capa más profunda ha sido denominada “k”, supuesta y virtualmente, para MacNeish y sus colegas, la más antigua que contenía restos dejados por humanos, tema que trataremos párrafos más abajo. La capa “k” se presentaba como de tipo sabana fría. Aunque no se tienen fechados directos, pero si usamos el fechado de la capa siguiente como terminus post-quem es posible que feche al menos antes de los 23,000 años a. C.,. Por tanto, también es plausible que este período, el más antiguo y frío registrado en la cueva de Pikimachay, esté vinculado con el LGM. Por encima de la capa “k” se hallaba la “j”, la cual resultó en 23,472-18,984 años a. C. Si consideramos el sigma tan amplio del segundo fechado, es probable que esta capa tenga un límite menor, de unos 20,000 años a. C. De modo que al menos durante el 23,000 y el 20,000, de acuerdo al tipo de suelo y a la megafauna, el clima debió ser húmedo, con una vegetación forestal propicia para animales como ciervos y, probablemente, perteneciente a una suerte de interestadial.
Por nuestra parte, sin considerarnos expertos, pero con alguna experiencia en prehistoria americana y europea, coincidimos con las apreciaciones vertidas por los colegas antemencionados. Y es que, en 1990, cuando el Museo de Arqueología de la Universidad de San Marcos aún no había sido reestructurado, tuvimos la oportunidad de tener algunas de estas piezas en nuestras manos y, en efecto, el grado de meteorización es de tal magnitud, que es simplemente imposible determinar si se trata de artefactos hechos por humanos. Es virtualmente imposible detectar algún punto de impacto de percutor, pero tampoco saber si las aparentes huellas de extracciones en algunos bordes de las piezas son producto intencional, o simplemente resultado de “trampling” de algún animal o algún tipo de “ecofacto”. Un informe tafonómico podría ser de ayuda, pero tampoco ha sido realizado.
Posteriormente, la capa “i1” proporcionó indicadores de un reavance frío en un medio de tipo sabana, con fauna como caballo. El único fechado obtenido de esta capa resultó en 18,64715,756 años a. C., que bien podría correlacionarse con el avance europeo Dryas II.
Por otro lado, el informe final (MacNeish et al. 1980), como ha sido ya argüido previamente, no está bien organizado, de tal modo que no es posible ver todo el material para así tener una apreciación general. Las fotografías hechas de las “herramientas de piedra” tampoco ayudan,
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pues lo ideal hubiera sido presentar dibujos técnicos de las piezas. Finalmente, tampoco es posible evaluar la organización de los negativos de las extracciones de los supuestos artefactos en función de intentar reconocer algún tipo de trabajo humano intencional, pues simplemente no hay un reporte específico sobre ello.
La siguiente capa, denominada “j”, tendría un área hasta de unos 65 m2 y nuevamente se exponen tres “áreas de actividad” que tampoco llegan a convencernos que se trata de restos dejados por seres humanos. El autor, por ejemplo, habla de la presencia de huesos de perezosos raspados y cortados e, incluso, de trabajos de madera y huesos, pero no presenta la evidencia necesaria ni estudios de tafonomía, que deberían ser tomados en cuenta.
Bien, antes de examinar la evidencia hay que decir un par de palabras sobre la cronología. Todas las muestras fueron tomadas de huesos de perezoso (Scelidoterium) que murieron dentro de la cueva, la cual era su morada durante esta época, perteneciente, en parte, al LGM (si este no se dio antes, puesto que el LGM andino tiene una cronología diferente a la global). MacNeish afirma haber encontrado huesos de estos animales con huellas de corte y pulido, pero no hay ninguna fotografía de ellos, muy necesaria en vista de la relevancia de los contextos, en términos de la antigüedad tan extrema para esta parte de los Andes. Las muestras han resultado en un período de 23,472-13,881 años a. C., aunque MacNeish piensa que esta última fecha es demasiado reciente. No obstante, no hay ninguna fecha de alguna muestra de carbón que pudiera dar más veracidad a este set radiocarbónico.
Por encima, se hallaba la capa “i1”, al parecer con menos “evidencias” de supuestos huesos de caballo y perezosos, algunos de ellos con huellas de raspado, en asociaciones con utensilios de piedra, dentro de dos áreas de actividad, donde en honor a la verdad, tampoco se observa coherencia en la distribución de los restos, como para ser interpretada como procedente de actividad humana. Similares hallazgos proceden de la capa superior culminante del “Complejo Pacaicasa”, con tres áreas de actividad supuestas, pero ninguna concentración de restos que sean coherentes y respondan a alguna actividad humana. En síntesis se puede concluir que es virtualmente imposible emitir una opinión respecto de la validez de esta evidencia, sin la ocurrencia de carbón que indique combustión de naturaleza antropogénica, análisis geo-arqueológicos que demuestren la formación de la capa, un estudio de los utensilios de piedra, y análisis tafonómicos de los restos animales.
Ahora bien, veamos la demás evidencia excavada. Las cuatro capas más profundas de la cueva de Pikimachay, es decir, “k”, “j”, “i1”, e “i”, son las adscritas a este “Complejo”. MacNeish nos muestra un plano de cada capa excavada con un promedio de tres supuestas concentraciones, a las cuales las llama “áreas de actividad”. La capa “k” tendría un área aproximada de ocupación de unos 45 m2, pero MacNeish mismo reconoce que no hay ningún elemento como fogón o algún área organizada. Aun con ello, él presenta, supuestamente, tres áreas de actividad que no permiten corroborar la existencia de asociaciones. Es más, resulta paradójico que el autor sostenga que durante esta época la principal actividad fue el procesamiento de perezosos, cuando sólo hay una vértebra de este animal (MacNeish 1979: 22-23). Cabe añadir que tampoco existe algún piso de ocupación definido. En conjunto, no se observa argumento de peso para aceptar la supuesta evidencia de esta capa.
El complejo Ayacucho: posibles primeros indicios humanos en el Perú El siguiente complejo a examinar es el llamado Ayacucho. Los expertos piensan que la evidencia mostrada por MacNeish parece más convincente para esta fase. De hecho, una revisión de estas evidencias llevan a la conclusión
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que hemos podido ubicar, viene del “área de actividad 3”, donde también habían huesos de camélidos, ciervos, caballos y roedores, pero no presentaban ninguna evidencia de haber sido quemados o procesados. Además, los utensilios de piedra son escazos, más aún, no son expuestos en grupo en alguna publicación como para poder emitir una opinión.
de que este Complejo sí puede ser aceptable, a pesar de no estar suficientemente documentado y de presentar tan sólo un fechado radiocarbónico, que virtualmente resultaría en el más remoto de la presencia humana en el Perú.
Por otro lado, es importante la ocurrencia de puntas de hueso que, de acuerdo a las publicaciones, parecen convincentes. Este tipo de herramientas son también similares a las halladas por Cardich en la cueva de Huango y más o menos contemporáneas, aunque más escuetas en lo que respecta a la información de los hallazgos hechos.
MacNeish sostiene que esta evidencia procede de dos capas, las llamadas “h1” y “h”. La primera no sólo cubre uniformemente la integridad de las capas bajas, sino que también tiene un espesor considerable, de unos 35 hasta 50 cm. Las “áreas de actividad” ahora son seis, y si bien no muestran concentraciones, las correspondientes a los números 4 y 5 presentan una “cierta agrupación” de restos líticos en supuesta asociación con huesos de perezoso gigante y caballo. Por primera vez se sospecha de algún resultado de actividad humana. Finalmente, en este Complejo no hay ninguna determinación radiocarbónica.
En cuanto a las herramientas de piedra hay que mencionar también que es necesario un estudio específico al respecto. Pero resulta de interés que algunas de las piezas hayan sido elaboradas en otro tipo de rocas, como guijarros y silicificadas, de modo que ya no podemos argumentar el hecho de que estén tan meteorizadas como en el complejo anterior.
La capa “h” es la mejor evidencia de lo que sí podría llamarse “concentraciones de restos”. De hecho, el mismo autor sostiene que es la capa más rica en cuanto a materiales encontrados. En esta oportunidad existen seis concentraciones que, si bien tienen el aspecto de “ralas”, su carácter antropogénico es discutible. Por otro lado, existe una serie de restos de animales como de caballo, zorro (Conepatus rex), perezoso, ciervos y vizcachas que al parecer fueron procesados por medio delos implementos de piedra, que ya no sólo son de tufo volcánico, sino también de rocas como guijarros y hasta aparentemente rocas silicificadas, como describiremos después de nuestro análisis a la colección del Museo de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
La única oportunidad de poder apreciar los artefactos es un par de fotografías de la publicación de MacNeish de 1979, pero es bien sabido en prehistoria que las fotos revelan poco de los artefactos de piedra. Los instrumentos de hueso de la figura 23 parecen, en efecto, utensilios óseos, una suerte de artefactos punzantes y entre ellos destaca una punta, aparentemente de proyectil, en el extremo superior derecho de la misma figura. Las demás piezas líticas, si bien algunas parecen mostrar una especie de retoque en sus bordes, resultan dudosas como para dar una opinión cabal sin antes tener las piezas en las manos. Es por ello que en el mes de julio del 2006, en ocasión del inventario del Museo de Arqueologia de la Universidad de San Marcos, nos pusimos en contacto con el curador de la colección lítica de ese Museo, Juan Yataco, quien identificó algunas de las piezas del complejo Ayacucho. Debido a la escasa información sobre este material hemos considerado pertinente incluir las descripciones que realizamos.
Otro hecho importante, de acuerdo a MacNeish, es la presencia de dos fogones, empero, no se cuenta con ninguna descripción de ellos. Si este fuera el caso, es evidente su naturaleza antrópica. De la capa “h” hay sólo un fechado radiocarbónico que ha resultado en 15,27114,610 años a.C. El fechado ha sido obtenido de un hueso de Scelidoterium, i.e. perezoso gigante,
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La primera pieza que examinamos, en efecto, era un utensilio lítico que, si bien MacNeish piensa que es una punta (MacNeish 1979: 45, fig. 23.3), a nosotros nos parece un tipo llamado cuchillo a dorso rebajado. Sus medidas se pueden observar en nuestro gráfico (figura 47a). La pieza pesa 20 gramos y aparentemente está hecha de un tipo de una roca de alta silicificación. Para hacerla, simplemente se retocó ligeramente a una lasca laminar obtenida de un núcleo, que especulamos estaba destinado a la producción de este tipo de lascas. De ello se desprende que ya desde un inicio existió una selección de materiales de grano relativamente fino, y la producción de soportes de tendencia alargada para la elaboración de este tipo de utensilios. El retoque parece simplemente un ligero trabajo hecho por un percutor en el borde a rebajar, aunque desde este punto de vista la pieza no parece haber sido terminada. Es importante remarcar que en una parte de la base de este utensilio de piedra parecen haber manchas de combustión, lo que sería un indicio de prueba de lo afirmado por MacNeish.
Figura 47. Herramientas de piedra y hueso del complejo Ayacucho, virtualmente las más antiguas del Perú, de aproximadamente 14,600 años a. C. (Museo de Arqueología. Universidad Nacional Mayor de San Marcos).
La pieza siguiente es un perforador bastante bien definido para nosotros, aunque MacNeish le llama denticulado grande (MacNeish 1979: 44, fig. 22.7). No se pudo localizar la pieza original, empero, sí un cast que al menos nos permitió examinar la superficie de la pieza original (figura 47b). El principal atributo es un apéndice en la parte superior, que es producto de al menos dos muescas en ambos bordes. La materia prima, parece ser un tipo de roca de alta calidad como horsteno, lo que nos habla nuevamente del cuidado en la selección de este tipo de rocas durante esta época tan remota.
Esta pieza, de manera similar a la anterior, muestra retoque marginal, el cual da la impresión de que el artesano quiso simplemente regularizar el contorno y despejar el apéndice perforante. Sobre su uso es difícil dar alguna idea, pues por lo general los arqueólogos especulan que se trata de un utensilio que, como su nombre lo indica, sirve para perforar. No obstante, sabemos por estudios internacionales en prehistoria, que muchos instrumentos de piedra fueron empleados en varias actividades.
Además, es interesante que esta pieza haya sido tallada en un espécimen bifacial que seguramente no sirvió más que para tal fin, y luego se le aprovechó para hacer este perforador. Este rasgo es importante, pues nos indica que ya desde un inicio las poblaciones prístinas peruanas manufacturaban las rocas aprovechando las rocas, lo que se puede traducir como economía de materia prima.
Un tercer espécimen es una pequeña pieza bifacial (figura 47c), aunque bastante meteorizada, con una pátina evidente, lo que no hace posible un examen completo de ella. MacNeish le ha llamado pieza en forma de cuña con acanaladura (MacNeish 1979: 45, fig. 23.12). La superficie alterada de esta pieza presenta “microastillamientos” que, en cierta forma,
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recuerdan al fenómeno llamado “gelifracción”, justamente producida por deposición interna de hielo.
siendo algo dudoso. Estas piezas han sido talladas exclusivamente por medio de percutor duro, es decir, seguramente otro guijarro.
Esta pieza, a juzgar sólo por la parte no alterada, puede ser, más bien, una preforma bifacial pequeña, que, desde el punto de vista técnico, no sería precisamente utilizable, ya que las puntas pueden haber sido manufacturadas directamente sobre lascas. Una preforma de este tipo puede, entonces, responder a algún tipo de práctica de aprendiz. La acanaladura no es visible, pues se halla justamente patinada, aunque sí parece percibirse un negativo bastante alargado. Hay dos posibilidades: o que en efecto se trata de una tecnología de acanaladura basal, que bien puede ser el caso, pues nos encontramos en época donde ello era habitual, o si no, simplemente de reducciones basales.
Para terminar con esta pequeña pero reveladora colección de lo que podría ser la presencia humana más antigua en el Perú, hemos podido identificar un desecho de talla que desde nuestra perspectiva, MacNeish lo clasifica erróneamente como buril (MacNeish 1979: 45, fig. 23.9). Pero no por que se trate de un desecho de talla deja de ser importante. Todo lo contrario. Este desecho de talla es de forma triangular, y por su aspecto recuerda a los producidos por trabajo bifacial, lo que permite sugerir la hipótesis de que pueda ser resultado de talla bifacial. Ello tendría más sentido aún, puesto que al parecer la roca es de grano fino semejante a algún tipo de chert. La combinación de evidencias como la ocurrencia de este desecho de talla, probablemente de trabajo bifacial, junto a la relativa alta calidad de roca, puede indicar que los artesanos prefirieron usar rocas de buena calidad y suficientemente elásticas para este tipo de trabajo tan delicado. Y tal vez, lo más importante, es que el desecho de talla ya es un indicio de que esta pieza, supuestamente bifacial, fue tallada en la misma cueva, pues la prehistoria nos enseña que este tipo de residuo casi nunca es desplazado de su sitio original.
Al lado derecho de esta pieza figura una punta de hueso, clasificación dada por Macneish, con la cual estamos de acuerdo (MacNeish 1979: 45, fig. 25.4 y MacNeish et al. 1980: 309, fig. 8.1). Esta punta fue elaborada a partir de un hueso fosilizado de caballo (figura 47d). La pieza, tal como la describe MacNeish, está raspada y pulida, lo que puede considerarse como huellas de uso. Esto puede considerarse como una buena evidencia de la validez de esta capa. Por ultimo, hay también dos utensilios de guijarros. El primero, que se muestra en la parte inferior de nuestro gráfico (también en MacNeish 1979: 44, fig. 22.2), es un utensilio que en prehistoria se conoce como chopper, que es una herramienta lítica por lo general pesada y para usos tales como fracturar huesos, maderas, desmembrar, etc. (figura 47e). Es interesante mencionar que la roca usada es una básica, probablemente basalto y, de acuerdo a la forma, posiblemente transportada desde las inmediaciones de un río que se halla cuesta abajo de la cueva. Por otro lado, el basalto es conocido por ser un tipo de roca tenaz y pesada, de modo que aquí también se puede deducir que estos primeros peruanos ya conocían las propiedades de las rocas y le sacaban partido a ello.
Por tanto, huellas de combustión, manejo de rocas para la confección de unifaces o bifaces, huesos tallados en formas de puntas y usados, empleo de rocas pesadas y tenaces en la manufactura de utensilios para faenas más toscas, desechos de talla y retoque a percusión y presión, todos estos indicios muestran la probabilidad de que, en efecto, estemos frente a las evidencias más remotas de seres humanos en el Perú, alrededor de los 14,600 años a. C. La fase Huanta, representada por la capa “h”, está compuesta por 7 utensilios de piedra y, aparentemente, lentes de ocupación, lo que no llega a constituir una fase en el real sentido de la expresión.
Hay además otro utensilio que se asemeja al descrito, empero, por sus características termina
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La siguiente fase, que corresponde a inicios del Holoceno, ha sido denominada por MacNeish como Puente. Las evidencias correspondientes a esta época fueron documentadas en trece yacimientos arqueológicos, lo que indica, claramente, que hubo una densidad poblacional más grande. Los fechados radiocarbónicos son más numerosos y esta vez oscilan entre los 8,198 y 7,057 años a. C., considerando los fechados más coherentes. Sin embargo, en la cueva de Uchkumachay, MacNeish afirma haber encontrado restos óseos de perro (sic) que han fechado un mínimo de 8,639 años a. C., aunque no se ha presentado todavía un análisis específico al respecto.
en este caso es que, a pesar de mostrar formas aparentemente especializadas, estos utensilios tuvieron una serie de finalidades. Incluso algunas puntas de proyectil habrían sido usadas para cortar gras, lo que nos recuerda a un caso encontrado en el abrigo de Telarmachay, en la Puna de Junín, que ya hemos visto más arriba. Es interesante que algunas suposiciones previas sobre el uso de utensilios más pesados y usados para tareas de mayor energía, relacionados al trabajo con materiales más grandes, hayan sido comprobadas por este tipo de análisis. De igual modo, por esta época también se elaboraron una serie de herramientas de hueso: agujas o punzones, cuentas, algunos artefactos que se piensa pudieron servir para raspar pieles (probablemente semejantes a los de Telarmachay), y una especie de cuchillos de una característica forma semi-lunar.
Otro rasgo interesante es la mención de entierros humanos flexionados, como ya hemos visto en otras partes de los Andes durante esta época, aunque es una lástima que no se les presente de manera adecuada en los reportes científicos.
El siguiente Complejo se denomina Jaywa, y a pesar de que está menos representado en comparación a Puente, se distingue por innovaciones culturales como enterramientos en una suerte de envoltorios, y un alto consumo de cuyes (Cavia porcellus). Este Complejo tiene una distribución temporal entre los 6,464 y 5,381 años a. C.
Justamente, este tipo de individuos pudieron ser los portadores de las puntas de tipo “cola de pescado” que aparecen durante la época y que, a juzgar por las ilustraciones, es muy posible que sean de este tipo. También se confeccionaron las típicas puntas foliáceas, además de algunas otras que tienen pedúnculos, u otras que son más bien de aspecto geométrico. MacNeish piensa que este tipo de herramientas pertenecen a grupos de cazadores andinos, pero, por lo que hemos visto en Telarmachay, parecen adscribirse a una serie de funciones.
Durante este lapso de tiempo los talladores confeccionaron una serie de puntas que frecuentemente son bastante uniformes y asemejan hojas y raspadores de diversas formas y usos especializados. La estandarización de este tipo de utensilios recuerda la alta producción de esta clase de herramientas en Telarmachay, e incluso su contemporaneidad. Por otro lado, seria de interés enmarcar al Complejo Jaywa dentro de esta época, justamente en medio del hipotético Optimum Climaticum de esta zona de los Andes Centrales.
En este sentido, Lurie (1983) ha hecho una serie de estudios microscópicos de las huellas de uso de un grupo de herramientas de piedra. Entre sus descubrimientos cabe resaltar que el basalto fue el material más usado durante esta época, y que se extraía de fuentes locales, en las inmediaciones del río Cachi. Por otro lado, al parecer muchos de los utensilios sirvieron para varias funciones. Tal es el caso que por ejemplo las raederas muestran huellas de uso, producto del procesamiento de materias duras, aunque también se encuentra evidencia de materias blandas. Lo interesante
En la fase o Complejo siguiente, llamado Piki, el cual resulta fechado en 5,630-3,811 años a. C., se ha demostrado una alta versatilidad de
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práctico de las piedras, que se ha observado en muchas manifestaciones precerámicas peruanas. distribución humana en prácticamente todos los pisos ecológicos investigados por el Proyecto de MacNeish,
Otros rasgos importantes durante esta época del Holoceno Medio son, por ejemplo, la cremación de cadáveres, la domesticación de quinua y calabaza, y la confección de batanes de molienda (posiblemente usados para las plantas supuestamente domesticadas, entre ellas figura Amaranthus o kiwicha, aunque faltan los estudios pertinentes).
La amplia distribución de este grupo de humanos durante esta época ha llegado a encontrase en unos 40 yacimientos, de modo que ello debe haber implicado, por primera vez, una significativa cantidad de habitantes.
Deseamos cerrar este muy apretado recuento de las investigaciones de Ayacucho con la inclusión de una única información del complejo Cachi, el que sigue a Piki, en vista de la relevancia del hallazgo de maíz tan remoto en la cueva de Rosamachay, (sobre todo dentro del marco del hallazgo de maíz aún más antiguo en Casma, que ya hemos aludido en las investigaciones llevadas a cabo por Uceda).
Llama la atención que durante el Complejo Piki se hayan hecho herramientas de piedra mucho más pequeñas que las anteriores, a juzgar por las ilustraciones de la publicación especializada en lítico (MacNeish et al. 1981). En este contexto se nota claramente no sólo la reducción de tamaños, sino también formas geométricas de puntas de proyectil, lo que curiosamente también parece suceder en varios de los yacimientos de la Puna central del Perú.
A pesar de que no hay reportes in extenso de estas plantas, los fechados corregidos directamente obtenidos, tanto de una mazorca, así como de un fragmento de hoja de estas plantas, ha proporcionado un resultado de 4,354-3,811 años a. C., lo que resulta sumamente importante en el contexto de la domesticación de esta planta en los Andes Centrales.
Hay que añadir que MacNeish ha identificado como herramientas frecuentes a simples lascas usadas y raederas. Este tipo de utensilios nos recuerda que, junto a la manufactura compleja de utensilios pequeños, se aprovechaban los desechos de talla en función de usar las rocas al máximo, lo que recuerda al oportunismo y uso
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Los abrigos rocosos de Sumbay en Arequipa
Parte de este grupo de artefactos de piedra procede, aparentemente, de los estratos 3 y 4, que una vez calibrados fechan 5,211-3,398 años a. C., aunque no hay referencias de dónde se han extraído las muestras ni tampoco documentación de los contextos. De todas formas podríamos tratarlas tentativamente como evidencias del quinto milenio a. C., es decir, de fines del Holoceno Medio, hasta que se realicen investigaciones más extensivas e interdisciplinarias.
En el distrito de Cayma, en el departamento de Arequipa se localiza un grupo de abrigos denominados Sumbay debido a la proximidad al río del mismo nombre. En tres quebradas, afluentes del Río Sumbay, se han localizado 9 sitios precerámicos, algunos de los cuales son abrigos con arte parietal, en especial la número “3”. Es justamente ésta la que vamos a exponer, debido a que ha sido estudiada más detenidamente (Neira Avendaño 1990).
Pero lo que sin lugar a dudas es característico de la cueva es la presencia de una gran cantidad de pinturas rupestres, las cuales, en opinión de Neira Avendaño, llegan a las 500. Debido a la falta de descripción de los contextos y de las posibles relaciones cronológicas de estas pinturas con las ocupaciones humanas, no podemos entrar en detalle acerca de su antigüedad. No obstante, las formas, los diseños y las únicas referencias radiocarbónicas nos permiten especular que puedan ser de fines del Holoceno Medio o del Holoceno Tardío.
El abrigo rocoso número 3 de Sumbay se localiza a unos 4,600 m.s.n.m., sobre el Cerro Jayo Grande y al borde de una quebrada de unos 50 metros de profundidad. Lamentablemente no hay un reporte detallado que muestre a la comunidad el resultado de las investigaciones científicas; es más, se cuenta tan sólo con la información procedente de pozos de cateo, donde aparentemente se ha favorecido la descripción de los hallazgos líticos.
En general, el tema es repetido, pues se trata de camélidos que son perseguidos por seres humanos, habitualmente representados en color blanco, aunque no se tienen imágenes claras para poder evaluar estos restos. Tal vez lo más saltante sea el dinamismo que se observa en los seres que parecen humanos, pues se los ve saltando, corriendo y cargando con una especie de arco o palo. Aparentemente, también hay escenas de “chaco”. En suma, se requeriría de una investigación más profunda para poder apreciar y evaluar en profundidad este tipo de evidencias que, en efecto, parecen ser un tanto diferentes comparadas con las del Área Central Andina peruana.
Sin embargo hay una serie de evidencias muy interesantes que es necesario incluir en este libro. Tal es el caso del tipo de puntas líticas singulares o poco frecuentes en la parte andina central que hemos tocado en los anteriores subcapítulos. Estas puntas tienen forma pentagonal y muestran eventualmente pequeños “alerones” a ambos lados, pero por sobre todo bases cóncavas y, en no pocos casos, “acanaladuras”, lo que demuestra una tecnología lítica algo diferente a la de la sierra central peruana y que puede deberse al tipo de material usado como mango o vástago en este tipo de puntas, aunque también puede tenerse en cuenta el factor de tradición de las formas de puntas líticas del área meridional andina. Otro tipo de materiales son los raspadores, pero lo que más llama la atención son los perforadores, que parecen haber sido hechos de forma estandarizada y en módulos pequeños. Cabe preguntarse a qué tipo de actividad fueron destinados, si acaso no sirvieron, también, para la preparación de pieles de camélido.
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Este sitio contenía toda una importante secuencia de 36 estratos, aunque separados en tres bloques, lo que hace un poco compleja a la estratigrafía. Aldenderfer ha logrado establecer fases de ocupaciones humanas a base de unos 30 fechados radiocarbónicos, probablemente uno de los yacimientos con mejor base cronológica del Precerámico Peruano (Lavallée 2000). Veamos ahora la secuencia radiocarbónica calibrada.
Asana: cazadores de guanacos en la sierra de Moquegua Otro trabajo de campo interesante, llevado a cabo en la serranía de Moquegua, no lejos de la actual mina de Cuajone, es el de Asana, liderado por Mark Aldenderfer (Aldenderfer 1990a, 1990b, 1998, 1999).
La fase VI, la más antigua, tendría un promedio de 9,654-9,795 años a. C., lo que implica que los primeros pobladores de Asana vivieron el final del Younger Dryas. Posteriormente tenemos a la fase V con 8169-6505 años a. C. Probablemente lo más importante en lo concerniente a este lapso es que, como plantea Aldenderfer, aparecen los inicios del sedentarismo (ya que el sitio fue ocupado permanentemente), así como también transporte y posiblemente intercambio de obsidiana.
Asana es un yacimiento al aire libre que se localiza en las alturas de Moquegua, en la margen derecha del mismo río, un tributario del Osmore, a unos 3,435 m.s.n.m. Las excavaciones en área han puesto al descubierto una serie de viviendas construidas por los pobladores durante el Holoceno, con una serie de datos importantes sobre el modo de vida de estos primeros grupos humanos de esta parte del Perú, los cuales vamos a reseñar muy brevemente a continuación.
A continuación, la fase IV muestra fechados entre 6,979 y 4,731 años a. C. y para finalizar (estableciendo la barrera de los 4,000 años a. C.), la fase III termina alrededor de los 3,104 años a. C.
Manantiales y bofedales como fuentes de recursos
Ahora bien, veamos algunas de las evidencias más importantes. Durante el Holoceno Temprano el sitio habría servido para el establecimiento de una serie de campamentos localizados estratégicamente en las inmediaciones del bofedal pequeño, pero, a la vez, los grupos se desplazaban en función de ampliar la gama de caza, incluso hacia la puna baja, a unos 30 km. de distancia.
La zona de Asana presenta una serie de fuentes de agua naturales. Ésta es una de las características que Aldenderfer ha aprovechado para estudiar la historia medioambiental de Asana y sus alrededores. Él ha concluido que el yacimiento de Asana se encontraba emplazado estratégicamente en la orilla norte del bofedal, el cual era alimentado por dos manantiales durante prácticamente todo el Holoceno, a los que animales como guanacos y tarucas acudían para abrevar o alimentarse. De esta forma los recursos estaban al alcance de los antiguos pobladores de Asana.
Es interesante que durante esta época los pobladores del sitio se hayan desplazado hacia la costa en búsqueda de calcedonia, y al mismo tiempo hacia la Puna para agenciarse de sílex azul de óptima calidad.
De acuerdo a este autor, durante fines del Holoceno Temprano la temperatura iba en aumento, ya en plena época de ocupación humana del sitio. Este tipo de condición ambiental propició un medio favorable a las vicuñas, las cuales se tornaron en otro recurso para los grupos que habitaban Asana. De otro lado, las evidencias indican que tuvieron acceso a recursos tanto de la sierra alta como de la puna baja.
La gente construía campamentos de forma algo irregular, pero de tendencia ovalada a circular, lo que da la impresión de paravientos, como ya hemos visto, típicos de esta época del Holoceno Temprano. Durante este lapso los camélidos fueron la principal presa y los análisis de huellas de uso de los raspadores revelan que éstos fueron principalmente usados para preparar sus pieles.
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Un hallazgo remarcable es la ocurrencia de obsidiana, que fue traída o intercambiada con la localidad de Cotacalli, a unos 80 km al este de Asana. De esta forma Aldenderfer nos recuerda que aquí sucede algo similar que el caso de Quebrada Jaguay, donde la obsidiana era traída desde Alca, y nos lleva a pensar en la gran capacidad para procurar rocas (sobre todo una tan especial como ésta) a larga distancia, ya desde el Holoceno Temprano.
importadas de zonas relativamente alejadas como el litoral o la misma Puna. No vamos a entrar en detalles sobre la evolución de las formas de las puntas, pues justamente de ello está repleta la bibliografía del precerámico y nosotros deseamos dar una visión algo diferente. Lo que sí vale la pena mencionar es que las típicas formas romboidales y con pequeños alerones se hallan presentes desde el inicio, mientras que durante el Holoceno Medio se imponen las formas típicas lanceoladas, dominantes en los Andes Centrales.
En una época posterior, otra característica a señalar es que, ya durante la fase terminal del Holoceno Medio, los pisos de las tiendas que se construían eran preparados con arcilla, seguramente con el objetivo de brindar un confort mínimo a los habitantes que las moraban. También es remarcable que por este período se trabajaban menos las pieles de los camélidos y que, por consiguiente, se elaboraron menos raspadores.
Al parecer los raspadores, aquí, como en varias otras partes del Perú, cumplieron la función primordial de trabajar cuero. Restos de óxido de hierro acompañan estas evidencias, recordando en este sentido, a todo el cuadro hallado en Telarmachay.
Luego, durante la siguiente fase en el Holoceno Medio e incluso, más notoriamente, durante el inicio del Tardío, las ocupaciones en los sitios aumentan en densidad, lo que va de la mano con una mayor intensidad de uso de plantas. De esta forma la piedras que eran usadas para fracturar y machacar posiblemente huesos de animales, eran suplantadas poco a poco por batanes de molienda de granos, estos últimos, en opinión del mismo Aldenderfer, eran de la familia de la Chenopodiaceae (familia de la quinua).
Por último, es interesante que en Asana se haya demostrado que tanto las puntas como también los raspadores fueron producidos en menos cantidad en épocas más recientes. Éste es un fenómeno inverso al que sucede en la Puna de Junín al inicio del Holoceno Tardío. Por el momento no se vislumbra alguna explicación al respecto, aunque si el modelo de sedentarismo tan temprano que propone Aldenderfer es factible, tal vez sería una posibilidad de respuesta al problema.
Otro elemento a distinguir es que las viviendas ya no sólo son domésticas sino posiblemente también públicas. Con ello surge un patrón de construcción cuadrangular, que, como es conocido, no corresponde frecuentemente a modos de vida de sencillos cazadores recolectores. Incluso llama la atención que los postes ya no sean colocados alrededor en formas circulares, sino más bien en las partes internas de las habitaciones, a modo de sostenes para una suerte de techumbres, dando una idea de mayor “complejidad” social.
En general, Asana muestra la evidencia de cazadores de un campamento estratégico de la sierra alta de Moquegua, quienes transitaban hacia la puna, pero que al parecer muy prontamente fueron tomando características sedentarias. Por otro lado es evidente que no fue área de domesticación de animales, sino hasta épocas bastante más tardías.
En cuanto a la manufactura de las herramientas de piedra, la gran mayoría durante todo el Holoceno, fue elaborada a partir de materias primas locales, con la excepción de las rocas de alta calidad antemencionadas, las cuales fueron
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Las vertientes altas de los ríos que luego formarán el Osmore y el Locumba en la costa se hallan en sus inmediaciones. De hecho, los cursos de agua inmediatos a la cueva pertenecen al Río Locumba. El recorrido hasta la costa es de aproximadamente entre 90 y 100 km., aunque parece inaccesible, no por la altura sino por encajonamientos y cañones a la vista, dirigiéndose al oeste. Por el otro lado, hacia el este, la cadena sur de volcanes, entre los cuales se hallan el Yucamane y el Tutupaca, ubicados en un rano de 5,100 y 5,500 m.s.n.m., constituyen el paso al altiplano.
La cueva y el abrigo de Toquepala Dentro del marco de las investigaciones arqueológicas de Rogger Ravines en la prolífica década de 1960, se excavó la cueva de Toquepala, la que se hizo especialmente famosa por sus pinturas, por demás interesantes. La cueva era usada como refugio de mineros que trabajaban para la Southern Peru Copper Corporation. Existen dos versiones sobre su descubrimiento. La primera es de Ravines, quien afirma que el peruano Emilio Gonzales García (profesor de la escuela y a la sazón, estudiante de arqueologia) fue el primero en llamar la atención a los arqueólogos. La segunda es de Jorge Muelle, quien dice que la cueva fue descubierta a fines de la década del 50 por los obreros de la Utah que colocaban las torres de suspensión de cables de alta tensión, como parte de los trabajos relacionados con la mina. Sin embargo, ambas pueden complementarse, pues los obreros dieron aviso a Gonzales.
La zona es eminentemente volcánica y, como se dijo arriba, de enclave. Se imponen, pues, estudios más profundos, tanto paleoclimáticos como geológicos para obtener la información de esta área clave. Lo mismo vale para el abrigo de Caru, unos 70 km al suroeste, en el mismo departamento de Tacna, y dentro de un área aproximada a la misma geografía, a modo de transición entre la zona interandina y el Altiplano.
Luego de evaluar su potencial arqueológico, un equipo del Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Lima, liderado por Muelle, efectuó las excavaciones. Como resultado de ello se produjo una tesis (Ravines 1971), un artículo (1972), una serie de pequeños artículos, sobre todo de Jorge Muelle (e.g. 1970) y algo más recientemente un libro de Guffroy (1999), en torno a las pinturas rupestres. Vamos a dedicarle algunos párrafos, pues a pesar de que ya se ha dicho mucho sobre este importante yacimiento, tal vez podamos aportar en algo a nivel de la cronología y en la perspectiva sobre las fascinantes pinturas rupestres. Las dos localidades estudiadas por Ravines se sitúan al noroeste del Cerro Toquepala, sobre una parte de la falda del Cerro Huancanane Grande (o simplemente Cerro Grande), entre las Quebradas Simarrona y Huancanane Grande, dentro del actual Departamento de Tacna, a sólo un kilómetro del límite con Moquegua y a unos 2,700 m.s.n.m. Esta zona es importante, pues se constituye, literalmente, tal como lo afirma Ravines, como una especie de intermediaria entre la costa y el altiplano (figura 47).
Figura 48. Localización de la cueva y el abrigo de Toquepala con sus famosas pinturas rupestres probablemente del Holoceno Medio (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 DigitalGlobe, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
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La zona donde se encuentra tanto la cueva como el abrigo de Toquepala se haya a una altura aproximada de 2,300 m.s.n.m. y tan sólo a 12 km. de la zona de explotación de cobre de la mina. Paula Reimer nos ha comunicado que las explosiones llevadas a cabo por la mina no deben haber modificado el contenido radiocarbónico de las muestras fechadas. Por lo tanto no existe la posibilidad de que las muestras de radiocarbono hayan estado alteradas por un contenido mayor de CO2. Un evento que puede haber afectado el contenido de radiocarbono natural, aunque también de manera mínima, es la erupción del volcán Huaynaputina, a tan sólo unos 70 km. al norte, sin embargo, ello se dio en el año 1,600 AD, aunque habría que hacer una investigación al respecto.
clima, si aún aceptamos los fechados que hemos expuesto como problemáticos. Siempre de acuerdo a Ravines, las preferencias de los artesanos de la piedra para la manufactura de sus herramientas, en el abrigo de Toquepala, han sido dadas a las de tipo volcánico. Entre ellas tenemos a los cuarzos de los tipos más variados, calcedonias, rocas vitrificadas similares a la obsidiana, pero también riolitas, dacitas, etc. Es difícil seguir a las descripciones de tipología lítica de este arqueólogo, esto debido a las peculiaridades de sus reportes, pero parece que hubo una gran cantidad de desechos, lo que podría indicar que se llevaron a cabo eventos de talla in situ, lo que a su vez puede indicarnos que el sitio funcionó, al menos en parte, como un taller.
El principal problema, sin embargo, es la ausencia de un reporte detallado de los contextos de donde se extrajeron las muestras para radiocarbono. La primera muestra tomada por Gonzales no tiene validez, pues como bien dice Muelle era de excremento de pájaro (Muelle 1970). La segunda, que sí venía de excavaciones controladas, ha dado un resultado de 9,1308,632 años a. C. para el abrigo.
Por otro lado, una serie de utensilios dan la impresión de ser comunes con otros yacimientos de esta época. Así tenemos, por ejemplo, los tradicionales raspadores (que ya hemos visto con frecuencia en las cuevas y abrigos de la Puna Central del Perú), las raederas, las escotaduras, los perforadores, entre otros. Tal como venimos dilucidando en los yacimientos de la sierra sur peruana, las puntas elaboradas en este yacimiento son distintas comparadas con las de la sierra central. Mientras que durante la primera fase de ocupación en Toquepala (posiblemente durante el sexto o sétimo milenio a. C.), las puntas son de tipo foliáceas, y durante el Holoceno Medio, más bien, son frecuentes las puntas con pedúnculos y sobre todo las de base con escotadura y apéndices laterales. Este tipo de herramientas guardan similitudes con las encontradas en otros yacimientos del Altiplano del sur y de las zonas más australes, tal como se constata en los sitios de Asana o Caru. Los pedúnculos de estas formas pueden responder simplemente a variaciones en la forma de sujeción de las puntas a los vástagos, posiblemente en función al tipo de caza del guanaco (74% de la alimentación estaba basada en este animal, de acuerdo a los huesos hallados).
Ahora bien, los fechados posteriores obtenidos del abrigo son contradictorios, pues mientras que el de la capa más profunda resulta en 4,487-4,274 años a. C., el estrato 3 (superior) se ha fechado durante un lapso de 4,895-4,595 años a. C. En este caso, la capa que supuestamente es más antigua termina siendo más reciente, según el radiocarbono. Debido a la falta de información, no podemos saber si el problema se trata de contaminación o de mal recojo de las muestras. Ravines piensa que la del estrato 5 es incorrecta y que debe ser más antigua, posiblemente del Holoceno Medio. Lo que parece ser probable es que, aun con alteraciones, se trate de una ocupación cuya antigüedad máxima fluctúa en el quinto o (siendo más aventurados) sexto milenio a. C. Es interesante que cuando se compara esta información de tiempo con la de los isótopos O18 del Nevado Sajama se observa una franca elevación de la temperatura en esta época y la deglaciación era un proceso casi superado, si no, ya del todo. De modo que los primeros pobladores de la cueva pudieron haber experimentado este
En cuanto a si esta gente que moraba este ambiente estaba de paso o no, como bien lo
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sugiere Muelle, la presencia de hiatos y las diversas concentraciones de artefactos pueden responder a un patrón de vida en la cueva de Toquepala, el cual no fue permanente, sino más bien ocasional, aprovechando las mejores estaciones anuales. Por tanto, estaríamos con un patrón trashumante contrario a lo que propone Aldenderfer en Asana.
que éstas fueron hechas aproximadamente entre los 6,000 y 4,500 años a. C., aunque tenemos que enfatizar aquí nuevamente que estamos especulando ante la ausencia de datos más concretos. Pues si uno las juzga desde el punto de vista de estilo, la pregunta que sale al tapete es cuáles son los argumentos para afirmar que no fueron hechas durante el Holoceno Temprano. De hecho, la ocurrencia de lascas pintadas descubiertas en estratos más antiguos, permite suponer que han sido elaboradas antes, aunque como dice Guffroy, Ravines las considera ofrendas.
En la cueva también se han hallado elementos posiblemente importados no para ser manufacturados, sino destinados a otros fines, tal vez rituales o de otra índole no necesariamente pragmática. Éste es el caso, por ejemplo, de pirita de cobre o cristales de cuarzo. En este sentido resulta de interés que se haya encontrado un bloque pequeño de piedra que contenía una mancha cuadrangular roja, que Ravines piensa que es hematita, u óxido de hierro y que tal vez se trate de una suerte de paleta para depositar la materia colorante. Todas estas piezas y fragmentos son de las capas 3 y 4, es decir, posiblemente del Holoceno Medio, y podrían haber servido, en efecto, para hacer las pinturas rupestres.
Las pinturas están elaboradas en una serie de paneles, tanto en la cueva como en el mismo abrigo. De acuerdo a Guffroy, y por lógica de estilos en el paleolítico, es muy posible que las
Es también notorio el hallazgo de al menos 20 especimenes de “choros” (Aulacomya ater) en la capa más profunda del abrigo. Ello implica, si no posibles incursiones desde estas alturas en el litoral, eventualmente, intercambio desde el Holoceno Temprano, con esta área alejada a unos 80 km. al suroeste. Hay que recordar que ya hemos mencionado este tipo de traslado de material entre sierra y costa para sitios como Asana y en la costa Quebrada Jaguay, de modo que esta información no es ajena a esta zona. Si se pide una expresión típica del arte rupestre andino precerámico, probablemente la primera sugerencia pueda ser el de las paredes de la cueva de Toquepala. Justamente, es este panel el que hizo famosa a la cueva, ya desde inicios de la década del 60 del siglo XX. Y si bien ha sido reportado por Ravines, a base de los calcos y óleos de Pedro Rojas Ponce, los únicos que han buscado interpretarlas son, en primer lugar, Jorge Muelle y luego, Jean Guffroy. Las pinturas fueron realizadas tanto en el abrigo como en la cueva. Es difícil precisar sus edades, empero, la presencia de paletas o panes con óxido de hierro en el estrato 4 en el abrigo y la de dos pinceles con el mismo material colorante en los estratos 4 y 5 de la cueva, podrían indicar
Figura 49. Panel “B” con una escena típica de las pinturas rupestres de Toquepala, probablemente entre los 6,500 y 4,000 años a. C. Cortesía de Pedro Rojas Ponce.
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pinturas en rojo marciano hayan sido las primeras en elaborarse.
parte de esta escena. Se trata de una especie de panel alargado verticalmente que se halla dividido en tres espacios (nosotros añadiríamos las puntuaciones alineadas de manera paralela a este tipo de “valla” como bien la denomina Muelle). En cierta forma recuerda a los símbolos que se encuentra, también, en algunas cuevas del paleolítico europeo y que suelen ser interpretados como figuraciones míticas. Para Guffroy su simetría también puede guardar relación con el número de animales de la misma composición. Al respecto, Muelle nos hace recordar en el brillante artículo donde describe las figuras (1970), que estos símbolos recuerdan a los “blasones” y puntuaciones del paleolítico, específicamente el levantino español.
Es lamentable que no se cuente con un registro en detalle de tales representaciones, pues así se podría observar la naturaleza original de sus emplazamientos. Muchas de las pinturas paleolíticas de Francia no sólo han sido elaboradas aprovechando las características de las propias paredes rocosas, sino también en lugares dentro de las mismas cuevas, casi inaccesibles, considerados “sacros”, empero, por las descripciones generales con que se cuenta, éste no parece ser el caso en Toquepala. Visto el problema de espacio en este libro, nos vamos a concentrar exclusivamente en las figuras rojo marciano y algunas otras posiblemente posteriores, pero a nuestro entender relevantes.
Ahora bien, en la parte inferior de este panel “B” se aprecian animales más pequeños que los representados arriba, y la figura esquematizada de un animal que, de acuerdo a este autor, podría tratarse de un perro. Guffroy piensa que no se puede estar seguro de la contemporaneidad de esta parte del panel con la arriba descrita. Sin embargo, los colores y el estilo son muy similares.
El panel “B” es el que reúne las características más importantes (figura 49). Tal como Guffroy lo describe, está compuesto por dos camélidos (posiblemente guanacos, en opinión de Muelle) en aparente estado de agotamiento y en posición opuesta. Aunque no exactamente en estas posiciones, la idea de oposición de este tipo de representaciones de animales mirando en direcciones contrarias ha sido ampliamente documentada en muchas de las cavernas francesas (Lascaux, Chauvet), y probablemente escondan algún mensaje semiótico.
Existe, luego, otro grupo de figuras elaboradas en un rojo más tenue. Ellas se encuentran alrededor de las pinturas en rojo marciano, pero da la impresión que tratan de añadir elementos a éstas. Según Muelle (1970), son elaboradas más burdamente y sin pincel, a diferencia de las rojo marciano. El lector puede revisar el mismo libro de Guffroy, pero nosotros sólo deseamos llamar la atención sobre dos figuras interesantes, sobre todo por las implicancias que pueden acarrear dentro de la época que estamos tratando. La originalidad de estos elementos ha sido puesta en duda, pues Guffroy menciona la existencia de una fotografía de la pared original, donde no se los observa. No obstante, en una conversación que sostuvimos con el autor de las acuarelas basadas en las pinturas, Pedro Rojas Ponce, hemos podido observar el grado de detalle del trabajo de este artista. En todo caso, esto es materia de debate y no podemos tomar partido de algo que no nos consta.
En la parte central más bien aparece un animal de mucha rigidez que, en opinión de Guffroy, parece haber sido alcanzado y muerto posiblemente por un dardo o proyectil. Éste pudo haber sido lanzado por el personaje humano que se halla pintado en una escala mucho menor a la altura del lomo del animal, y cuyas piernas se encuentran simulando movimiento. El mismo, a pesar de que está representado con un solo brazo, porta posiblemente un arco en la mano, pero también puede tratarse de una especie de bastón. La primera idea parece, en efecto, más verosímil. No obstante, ello sería significativo (considerando que estas pinturas datarían de al menos el Holoceno Medio), pues de este modo el uso del arco y flecha, entonces, podrían remontarse al menos al quinto o sexto milenio antes de Cristo, a modo de hipótesis.
En primer lugar, se trata de las líneas de puntos que han sido pintadas casi paralelamente a la
Al menos una última figura conformaría
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forma del panel de valla al que aludimos arriba. La ocurrencia de estos puntos también en el panel “A”, esta vez en rojo marciano, aboga por la mayor antigüedad de estas representaciones. Estos símbolos son frecuentes en las representaciones del paleolítico mundial. Algunos piensan que pueden ser ideogramas, otros que pueden asociarse a formas de representatividad de grupos sociales. Tal es el caso de formas diversas compuestas por rayas, puntos, hasta los famosos elementos “claviformes” que, según Gerhard Bosinski, podrían ser “blasones” de determinados grupos humanos durante el Paleolítico Superior que, como hemos ya señalado, lo ha mencionado Muelle, lo que además nos sorprende por su visión tan precoz en sus descripciones de hace más de 35 años.
En cierta forma recuerdan al supuesto chamán famoso, identificado en la representación del humano-cérvido de Les Trois-Frères (Ariege, Francia). Es interesante que uno de los animales porte una línea, que bien puede representar el vástago del proyectil aún sujeto a la pierna del animal en huida. Sin embargo, hay uno que está aparentemente muerto. Una línea irregular superior, que contiene tres semicírculos resulta una incógnita, aunque bien puede representar la cantidad de animales en la escena. Finalmente, el panel A, es especialmente rico en lo que respecta a figuras pseudo-humanas. Éste sigue el mismo principio de los dos paneles anteriores (figura 50).
En segundo lugar, llama la atención la presencia de lo que podría ser un humano, que más bien se halla sobrepuesto a uno de los camélidos en la parte superior central. Si bien, estilística y dimensionalmente dista de los humanos representados en rojo marciano, lo romo y poco detallado de sus formas no lo aleja completamente de esta composición. Lo curioso es que en su mano lleva un instrumento, en rojo marciano y, según el estilo, podría asociarse bien al panel original. Nosotros consultamos con Ulrich Stodiek en el Museo Neandertal, experto en estólicas, sobre la posibilidad de que este instrumento pueda tratarse justamente de una estólica del tipo “australiano”, con una especie de paleta en un extremo o, en todo caso, de un bastón, a lo que se nos respondió que ambas posibilidades son factibles. Si se excluyera la posibilidad de que estas figuras sean falsas, o agregadas, podríamos especular con la posibilidad de que esta sea una confirmación de que las puntas foliáceas andinas durante, al menos, el Holoceno Medio, hayan sido lanzadas por medio de propulsores, lo que ya ha sido adelantado por los experimentos realizados en Telarmachay. En todo caso este campo requiere de mayor investigación para responder a la forma cómo se lanzó la tan estandarizada punta foliácea andina. Otro panel, llamado C (no graficado en este libro), muestra a tres camélidos en movimiento, seguidos por dos seres que asemejan humanos que, a juzgar por las representaciones del hocico y eventualmente cuernos, parecen portar máscaras, en opinión de Muelle, con lo que coincidimos.
Figura 50. Pintura rupestre de Toquepala exhibiendo una probable escena de “chaco”. Cortesía de Pedro Rojas Ponce.
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En la parte superior figuran una serie de animales, al parecer en desplazamiento, mientras que en la parte inferior, representaciones humanas rodeando a los animales. Tal como lo apunta Guffroy, estas siluetas muestran una gran dinámica, que asemejan los movimientos efectuados al correr, saltar, reptar, etc. Todas llevan en la mano la forma de arco, que el mismo autor ha interpretado, justamente como uso de arco y flecha, como primera alternativa. Por su parte, ya Muelle las ha referido como representaciones de gran dinamismo en las cuales cazadores, al parecer, saben perfectamente el tipo de caza que están realizando y, sobre todo, cómo operar para que los guanacos sean capturados. Incluso Muelle habla de una suerte de mensaje de “conjuro”, pues él suma la evidencia de algunos animales que presentan una suerte de tajos en el cuerpo, lo que recuerda el carácter mágico de los brujos, etnográficamente hablando.
Acerca del significado de estas pinturas, Guffroy señala que se trata de un sistema de creencias que parten de este tipo de economía de caza. El también llama la atención sobre la posibilidad de que, mientras el abrigo fue la morada principal de los habitantes, la cueva sirvió, más bien, para fines de plasmar este tipo de representaciones. En términos más amplios, siempre de acuerdo a este autor, al parecer se trataría de un tipo de arte similar al del famoso río Pinturas (Argentina), elaborado por cazadores de guanacos. En este sentido, las máscaras de algunos de los seres que asemejan humanos y los símbolos recuerdan las propuestas que actualmente se hacen en torno a este tipo de representaciones, por ejemplo en Chauvet (Francia), Tito Bustillo (España), etc. Como ya hemos visto, Muelle pensaba que las pinturas representaban un ansia del grupo: la caza. Además, el plasmarlas gráficamente habría garantizado la captura de las presas, cual hechicería y “alfileres en muñecos”.
La mixtura de animal y humano que ya se ha visto en el panel anterior, aquí también es evidente. La forma cómo estos seres rodean a los animales recuerda a la ya esgrimida técnica de cazar por medio de acorralamiento, conocida en los Andes como “chaco”. Si ello es así, tendríamos un buen indicio de que esta técnica ya era usada al menos durante el sexto milenio a.C.
Dentro de esta línea de arte rupestre, que Guffroy ha calificado bien como naturalista, hay que mencionar una serie de representaciones que se extienden en muchos sitios entre Arequipa y Puno, pero que no tocaremos aquí, por falta de espacio y, además, por la falta de documentación interdisciplinaria sobre ellas.
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El abrigo de Caru, Tacna ya es frecuente en este tipo de yacimientos del sur peruano- y fragmentos de rocas como cuarzo y basalto habrían sido tallados en las inmediaciones. En las ilustraciones se observan puntas característicamente de forma pentagonal, raspadores típicos y circulares, cuchillos y, en efecto, una suerte de leznas de hueso. Otras rocas talladas fueron el cuarzo cripto-cristalino, la riolita, la andesita, el pedernal, como ya se ha expuesto en general, material idóneo para la talla.
Para finalizar con toda esta revisión de las evidencias más remotas de los antiguos peruanos tenemos que incluir al abrigo de Caru (Tacna), el yacimiento más meridional de la sierra peruana. Pues bien, en el marco de las investigaciones arqueológicas desarrolladas por Rogger Ravines en el sur del Perú, nos toca finalmente examinar las que hizo a mediados de los años 60 del siglo pasado en el abrigo de Caru. Si bien sólo se realizó en dos pozos de prueba, se llevó a cabo un análisis de radiocarbono y se encontró evidencias interesantes que pueden contribuir a nuestro trabajo (Ravines 1971).
No llama la atención el hallazgo de una cuenta de concha marina “choro” (Choromytilus chorus), y de “loco” o “pata de burro” (Concholepas concholepas), pues como hemos demostrado en la gran mayoría de yacimientos de esta parte del Perú siempre figuran productos de intercambio o desplazados de sus lugares de origen, al menos desde el Holoceno Medio. Si fuera así, este un nuevo caso sería el de un transporte o intercambio a larga distancia, pues sólo desde la altura de la Cordillera del Barroso hasta el litoral hay unos 120 km.
Este yacimiento se localiza en el distrito de Tarata, en el actual Departamento de Tacna, en las inmediaciones de la ciudad de Tarata. Se halla a unos 3,150 m.s.n.m., a media cuesta del cerro llamado Caru que está en la Quebrada de Caparaja, la cual nace en la alta Cordillera del Barroso, que es uno de los flancos andinos más impresionantes y que separa el Altiplano de los Andes.
Un hallazgo final nos recuerda a lo que acabamos de revisar en Toquepala. Dentro de la bóveda del abrigo, Ravines descubrió una serie de pinturas rupestres con matices de rojo, que, como es bien sabido, sobre todo por estudios en la Argentina, es un color usado con frecuencia durante las primeras épocas de ocupación humana. Se trata de pinturas monocromáticas y de silueta plana, representando a seres humanos y posiblemente guanacos, líneas verticales y horizontales que recuerdan al arte paleolítico europeo.
La boca del abrigo mira hacia el sur, y la superficie total de éste es de aproximadamente 50 metros cuadrados. Las excavaciones limitadas han relevado la existencia de al menos dos fogones y, siempre de acuerdo a Ravines, dos áreas de concentración de restos de talla lítica. El único fechado obtenido ha dado 7,3486,836 años a. C., aunque el contexto de dónde se consiguió el carbón para la muestra, no está claro. Ya que este sitio se halla más relacionado con el altiplano que con el propio Huascarán. Es interesante observar que la curva isotópica del Sajama, Bolivia, muestra una fase climática durante esta época, correspondiente a un franco ascenso de la temperatura del Holoceno en el Altiplano, la cual se empieza a estabilizar al menos en los 10,500 a. C. (Thompson et al. 1998).
Bien, una vez expuesta toda la información que hemos considerado relevante para con la historia peruana entre los 14,000 y 4,000 años antes de Cristo, debemos de anotar algunas tendencias y conclusiones preliminares, las cuales, evidentemente, serán transitorias, ya que la investigación modifica el estado de la cuestión día a día. Es necesario poner énfasis en que nuestra evaluación no pretende discutir grandes modelos de población ni menos aún sistemas de adaptación y de vida. Simplemente trataremos de dar una visión general que comprenda los resultados que puedan ser considerados importantes como parte de nuestra historia, la más remota, la de las primeras “huellas humanas en los Andes”.
La vaguedad y extraña determinación de los artefactos de piedra hace difícil la tarea de evaluar la tipología y, más aún, de reconocer las actividades llevadas a cabo por los moradores. Al parecer los fogones habrían sido acondicionados por una serie de piedras y medían unos 50 cm. de diámetro. Huesos quemados, en su mayoría ,de guanaco (Lama guanicoe) –como
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Conclusiones
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regionales deben ser tomadas como referencia cuando se examina la presencia de los primeros habitantes en cada una de estas zonas.
Conclusiones preliminares
Esta diversidad temporal no sólo es andina, sino también Sudamericana, pues hemos visto, por ejemplo, que en lo que hoy es la actual Colombia el Younger Dryas pudo terminar durante el onceavo milenio a. C., pero también alrededor de los 7,500 años a. C., es decir, justamente cuando en los Andes Centrales se inicia el Optimum Climaticum. No obstante, como ya se ha visto, el proceso de deshielo estaba ya en plena marcha alrededor de los 9,500 años a. C. en la Sierra Central de Chile, de manera contemporánea a los Andes Centrales. La conclusión preliminar es que existe la necesidad de analizar los segmentos de tiempo en que acaba este fenómeno glacial en cada zona de estudio, pues el panorama parece ser más complejo de lo pensado.
Como se ha dicho un párrafo atrás, a esta altura del libro es posible obtener algunas conclusiones a partir de la información volcada en el texto. Vamos a presentar algunas tendencias generales y a agruparlas por rubros, desde paleoclimas hasta los modos de vida de los pobladores iniciales de los Andes Centrales, con la intención de exponer los datos de manera didáctica.
Medio ambiente en los Andes Centrales al arribo de los primeros habitantes En primer lugar, hay que remarcar el hecho de la aún exigua cantidad de investigación sobre este punto. No existe, pues, ninguna posibilidad de ser categóricos, de tal forma que sólo podemos hacer algunas observaciones preliminares a este respecto.
Un cuadro similar se aprecia cuando se examina la información sobre la posición de la línea de nieve durante el Younger Dryas en los Andes. Mientras que los nevados de la Sierra Norte tenían un límite de nieve que bajaba hasta apenas por encima de los 3,000 m.s.n.m., en la Central, lo tenían a más altura, es decir, entre unos 4,200 y 4,500 m.s.n.m. De ello se desprende que la masa de nieve correspondiente a estos casquetes era altamente variable. Con respecto a la línea de nieve moderna, podía haber bajado entre 230 hasta 1,400 metros, dependiendo de la zona. No estamos en condiciones de explicar semejante variación, pero sí tenemos que llamar la atención sobre estas diferencias, sobre todo cuando se las expone en relación al modo de vida de los habitantes que recién poblaban esta zona de América.
De acuerdo a la lectura resultante del estudio de las líneas de nieve, es evidente que existe una cierta coincidencia en cuanto al lapso final de la glaciación: entre los 9,500 y 9,000 años a.C. De hecho, este trecho de tiempo coincide con una mayor cantidad de evidencia de los primeros pobladores de los Andes Centrales. En términos generales, se puede asumir que la fase previa corresponde al Younger Dryas y que, por consiguiente, los grupos que vivieron durante esta época experimentaron los efectos del clima frío y demás condiciones medio ambientales. Ahora bien, cuando se evalúan regiones específicas hay que tomar en consideración los diferentes tiempos en que finaliza la glaciación, pues al parecer, mientras que en la Sierra Sur ella se da alrededor de los 10,900 años a. C., en la Central, aproximadamente en los 9,600 años a. C. y en la Norte, hacia los 9,200 años a. C. De este modo, tan sólo en el territorio de los Andes Centrales, el lapso final del Younger Dryas puede diferir en al menos unos 1,500 años de nuestro calendario. De la poca información existente se puede concluir, entonces, que no se trató de un fenómeno sincrónico. Estas particularidades
En lo concerniente a la secuencia paleoclimática del Pleistoceno Terminal obtenida de los pocos estudios en los Andes Centrales, es posible plantear, a modo de hipótesis, algunos resultados. En primer lugar, la presencia de la Interglaciación Allerod aproximadamente entre los 14,000 y 12,000 años a. C., seguido del avance Younger Dryas que, como hemos visto ya, pudo haberse prolongado hasta los 9,200 años a. C., dependiendo de la región a tratar.
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La información isotópica recuperada de los núcleos de hielo del Huascarán parecen respaldar estos dos eventos paleoclimáticos. No obstante, aún hay un desconocimiento acerca de cómo era el medio ambiente durante el Younger Dryas en los Andes. Lo que se puede decir es que la temperatura pudo haber descendido dos grados centígrados y el clima debió ser extremadamente seco.
norte y sur del Perú pudieron ser más frías que las centrales. Esta tendencia al enfriamiento hacia las áreas septentrionales y meridionales al parecer, es similar en el mar, lo que puede resultar referencial. El impacto posible que puedo tener ello, en relación con las ocupaciones humanas más antiguas en los Andes Centrales, es aún desconocido. Está demás decir que urge investigación en torno a este tema.
Otro resultado parece indicar que el LGM es un fenómeno que ocurrió casi simultáneamente en los Andes Centrales y en la Amazonia. Más curioso es que el evento de frío del cuarto milenio a. C., que se observa en el estadio isotópico 6 de la curva del Huascarán, parece también haberse dado en el Oriente Amazónico de lo que actualmente sería el territorio Peruano. Aparentemente se trata de cambios climáticos más o menos sincrónicos.
Si deseamos conocer la variación del clima durante el Holoceno de los Andes Centrales, la secuencia paleoclimática obtenida a partir de O18 del Huascarán se convierte en una fuente de información de primera mano y de alta precisión para todo investigador del precerámico peruano y de los Andes. Los episodios que nos hemos permitido formular y esquematizar por la periodificación necesaria para hacer más gráfica a la secuencia, a base de las variaciones de clima planteadas en el trabajo de Thompson y colaboradores (1995), indican claramente que el inicio del Holoceno se dio alrededor de los 9,500-9,000 años a. C. Un hecho sobre el que hay que llamar la atención es la elevación abrupta de la temperatura alrededor de los 8,600 años a. C. Seis siglos después, la temperatura deja de subir tan precipitadamente (lo que no implica que cesase el aumento), para luego llegar al tope alrededor de los 7,000 años a. C., que se prolonga hasta los 4,000 años a. C. (Optimum Climaticum), cuando finalmente cae en forma brusca, en un breve lapso de uno o dos siglos, haciendo más frío al medioambiente en general. A todo este esquema le harían falta estudios de otra índole como morrenas holocénicas o estudios de cirques glaciares que permitan contrastar la información y corroborar la secuencia planteada. Evidentemente se requiere más investigación al respecto, sobre todo no sólo para explorar si tales cambios son simultáneos, sino también para evaluar cuánto pueden haber afectado a las poblaciones existentes, debido a la brevedad de éstos.
Mientras que tenemos un Younger Dryas aparentemente uniforme en el Área Central Andina, la secuencia de cambios climáticos del Holoceno es aún sujeto de discusión. Aunque parece prevalecer la opinión generalizada de aridez en la Costa desde inicios del Holoceno. Sin embargo, no hay que dejar de considerar la eventual importancia de las lomas costaneras y los recursos que ellas proveían a los primeros habitantes, lo que ha quedado demostrado, por ejemplo, en Paloma, donde se registró polen de árboles durante el Holoceno Medio. No cabe duda de que la importancia de estos “oasis de neblina” debe ser investigada con mayor rigurosidad, desde una perspectiva interdisciplinaria. En este sentido, cabe recordar que algunas investigaciones recientes indican más bien un clima ligeramente más húmedo a inicios del Holoceno, tal como lo ha demostrado Pino para la Costa Norte peruana, en el marco de los estudios que viene realizando Tom Dillehay y su equipo. Vale la pena tratar, aquí, la duración del fenómeno glacial del Younger Dryas en los Andes Centrales, pues por lo visto inicia algo antes que en el hemisferio norte, alrededor de los 12,500 años a. C. y se extiende, como ya hemos revisado, hasta fines del décimo milenio a. C. Aun cuando no se cuente con una referencia específica sobre su distribución, si uno se basa exclusivamente en los datos publicados sobre el LGM, es posible especular que las áreas
De todo este panorama paleoclimático se puede concluir preliminarmente que hay al menos tres eventos significativos que muestran períodos climáticos extremos. El primero de todos es un aumento drástico de la temperatura en unos 500 años, aproximadamente a partir de los 8,600 años a. C. Lo único que se conoce por
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Al observar el cuadro, la primera impresión que se tiene es que los climas jugaron un rol extremadamente importante en los Andes Centrales. Una primera constatación es que, si de hecho aceptamos la aún incipiente evidencia de las ocupaciones durante el Pleistoceno Terminal, es posible asumir la presencia humana, tanto en la Costa como en la Sierra, de grupos que venían aclimatados al frío glacial. Tan es así, que evidentemente las poblaciones más tempranas del Paijanense, las llamadas “cola de pescado”, y probablemente las del sur de la costa, como las que recientemente se han documentado en Quebrada Jaguay 280, en Camaná y Quebrada Tacahuay, en Moquegua son contemporáneas con los grupos de Ayacucho y, probablemente, con los del Callejón de Huaylas. La distribución de los yacimientos ocupados es amplia, aunque rala, muy posiblemente debido a la ausencia de investigaciones que nos brinden más información. Lo importante aquí, es resaltar el hecho de que hay indicios de que algunos grupos pioneros estaban ocupando zonas entre el litoral de la actual costa peruana y aproximadamente los 3,000 metros sobre el nivel del mar ya desde la época del Younger Dryas, unos 11,000 años a. C.
esta época, es que muchos de los yacimientos con ocupaciones humanas ya estaban distribuidos por muchas zonas del Área Central Andina, sobre varios pisos altitudinales. Luego, llama la atención la extensión temporal del Optimum Climaticum que, de acuerdo a los resultados calibrados, ha resultado al menos en un milenio más antiguo de lo pensado, iniciándose alrededor de los 7,000 años a. C. y terminando hacia los 4,000 años a. C. Acerca de cuál fue el efecto de la elevación de la temperatura en las diversas áreas de los Andes Centrales hay aún mucho que investigar, pues en la Costa Norte pudo haber resultado en climas más cálidos y húmedos como en el caso de Talara y posiblemente la parte meridional del Departamento de Lambayeque, empero, en el Altiplano, probablemente, en mayor sequedad. Lo que sabemos por estudios isotópicos es que el mar de Tacna durante este Optimum Climaticum ya era frío y similar al actual, según las investigaciones recientes realizadas en Quebrada de los Burros, como ya hemos visto. Un hecho final que resulta curioso es el descenso rápido de la temperatura, aproximadamente entre los 4,000 y los 3,500 años a. C. Justamente este lapso es la antesala del período en el que surgen los “edificios públicos” en la Costa Central del Perú y poco antes de que, de acuerdo a Sandweiss y su equipo, la Corriente Peruana fría se estabilizara (Sandweiss et al. 1996). Precisamente es esta estabilidad del mar la que habría generado las bases de la complejidad en los Andes Centrales, de acuerdo a este autor, aunque Bonavia y otros especialistas han expuesto argumentos de sobra para saber que se trata más bien de la combinación de recursos marinos y de cultivos incipientes, los que son el fundamento de la llamada civilización andina (Bonavia 1996).
Otra observación que se desprende del cuadro cronológico-paleoclimático es la ausencia casi uniforme de evidencia humana en la Costa Central antes de aproximadamente los 7,500 años a. C. Al respecto, no hay ni la suficiente investigación arqueológica ni paleoclimática para poder encontrar alguna explicación coherente. El panorama es aún más complejo, pues mientras que éste es el caso de la Costa Central, como hemos mencionado líneas arriba, las evidencias indican que hay ocupaciones del Pleistoceno Terminal en la Costa Sur. ¿Cómo se explica, entonces, este gap ocupacional en la Costa Central? ¿Es que no ofrecía recursos suficientemente atractivos para los tempranos pobladores? ¿Es que, entonces, sólo fue ocupada cuando el Optimum Climaticum tuvo consecuencias catastróficas en la Costa Norte, motivo por el cual los paijanenses tuvieron que migrar hacia el sur y adaptarse a nuevas condiciones, tal como lo sostienen Bonavia y Chauchat? Lo que se puede decir, tomando como referencia la línea batimétrica aquí expuesta, es que el nivel marino pudo haber subido más de lo supuesto, lo que equivale a decir que la playa o litoral se vio reducida tremendamente,
Ahora bien, para tener una idea general de las secuencias radiocarbónicas calibradas en combinación con los cambios de temperatura O18 durante el Pleistoceno Terminal y Holoceno Temprano y Medio en los Andes Centrales, es decir, clima y cronología corregida, hemos preparado un cuadro resumen (figura 51).
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Figura 51. Cuadro cronológico sometido a corrección radiocarbónica y paleoclimática, de acuerdo a los isótopos O18 del Huascarán de los Andes Centrales (Perú), entre los 14,000 y 4,000 años antes de Cristo.
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afectando a la forma de vida de los Paijanenses, muy ligados sin duda al recurso mar, como se ha demostrado. de la sierra estén ya experimentando con cultígenos, al menos desde los 6,000 años a.C., proceso que llega a su apogeo precerámico en el tercer milenio a.C., cuando en yacimientos como Los Gavilanes había toda una gama de plantas no sólo cultivadas, sino también almacenadas. No cabe duda, pues, de que no sólo el mar fue primera fuente de recursos (que, admitimos, lo puede haber sido para algunos sitios específicos), sino que lo que falta es información que nos proporcione evidencia etno-botánica de yacimientos costeros desde el Holoceno Medio. Vale la pena recordar que hace relativamente poco se ha publicado evidencia de sitios como los que se hallan en las inmediaciones de Nanchoc (no precisamente litorales, pero sólo a unos 400 m.s.n.m.), que experimentaban con sistemas de irrigación artificial, ya desde el sexto milenio a. C. Sólo investigaciones interdisciplinarias que consideren el registro de toda la evidencia del campo podrán iluminarnos al respecto.
Si bien no hay valores específicos y locales, las tendencias permiten sugerir, además, que las temperaturas se elevaron de 1ºC a 2º C durante el primer lapso del Optimum Climaticum, entre los 7,000 y 6,000 años a. C. Además, la temperatura se habría incrementado aún más, entre 3 y eventualmente 4º C, alrededor de los 5,300 años a. C. ¿Qué efecto pudo haber tenido semejante calidez en los Andes Centrales a escalas locales?, es aún un enigma y requiere ser estudiado. Luego de este episodio de calentamiento hay un descenso brusco de la temperatura, alrededor de los 3,800 años a. C., lo que también ha sido constatado en el mar, de modo que, como sostiene Sandweiss, hay una mayor estabilidad de la Corriente Peruana ya desde el cuarto milenio a. C., aunque existe evidencia, en varias partes del litoral, de que la presencia de esta corriente estaba ya vigente al menos desde inicios del Holoceno, sobre todo en la Costa Sur. Dentro de este contexto los recurrentes fenómenos de El Niño, de acuerdo a las recientes investigaciones, se presentan al menos desde los 9,000 años a. C. Pero no cabe duda de que sólo investigaciones locales nos darán más luces sobre la historia de los ENSOs en la costa peruana.
Otro avance en el intento por reconstruir el medio ambiente de la época, es la determinación de la línea del litoral cuando los primeros pobladores de los Andes Centrales arribaban a esta zona, para algunos hace unos 13,000 años, para otros, unos 16,000 años. Como ya se ha demostrado, los datos indican que la playa fue considerablemente más ancha en la zona de la Costa Norte, entre Huarmey y la Leche, mientras que, por el contrario, fue mucho más estrecha en la Costa Sur. De ello se deduce que los Paijanenses tuvieron una costa considerablemente más extensa, lo que puede cambiar radicalmente la idea de extensión territorial que ellos tenían que recorrer (ya que, al parecer, si seguimos los datos de NOAA, era mucho más amplia de lo pensado).
Durante esta época los recursos del mar son extremadamente importantes para las poblaciones del litoral. Sin embargo, ya hemos expuesto “nueva” evidencia acerca de cultígenos en yacimientos como Paloma (Costa Central) durante el Holoceno Medio. De acuerdo a la información actualizada, ya desde el Holoceno Temprano (si no inclusive antes) se experimenta exitosamente cultivando tubérculos, seguramente en valles interandinos abrigados, tal como lo piensa Bonavia. Desde esta perspectiva el esquema de Lynch (1967) nos parece plausible, pues es probable que estas poblaciones alto-andinas trajeran consigo tales nociones de cultivo de plantas y, junto con ellas, economías complementarias de caza, supuestamente representadas por las conocidas puntas de proyectil foliáceas. Si ellas, como se observa en Casma, aparecen al menos durante la fase Mongoncillo e incluso hay indicios previos de maíz, uno puede especular sobre la posibilidad de que grupos de la costa arribados
Por el contrario, las poblaciones del litoral del Sur, tales como las descubiertas últimamente en el territorio costanero de los actuales departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna, habrían contemplado que el mar emergía y avanzaba sólo pocos kilómetros, de modo que el litoral de aquella época no habría sido muy diferente al actual. En este sentido, en lo concerniente al patrón de asentamiento, sería importante investigar las características topográficas del suelo submarino hasta 50 metros bajo la actual
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superficie para tener una idea de cómo era el relieve de esta zona y sobre todo saber si habrían playas, o si simplemente había una cuesta que penetraba en el mar de manera directa. En este sentido es necesaria más investigación local en sitios de costa.
unos 35 años hizo excavaciones. Las muestras obtenidas dieron una antigüedad de entre los 15,067 y 13,019 años a. C., aunque hay que enfatizar que la única evidencia se reduce a un supuesto utensilio de hueso apuntado, de una especie de megaterio y una punta de hueso. Ambas piezas no han sido documentadas in extenso, lo que no permite emitir una opinión categórica.
Las evidencias humanas más remotas en el Perú Luego del examen de los sitios se puede concluir que dos de los yacimientos ya investigados hace años, siguen con la categoría de la evidencia más remota de seres humanos en el Perú. Lo que sí resulta nuevo son los resultados luego de la calibración radiocarbónica de los fechados procedentes de ambos sitios, que los hace algo más antiguos. No obstante, hay que recordar que la precisión de tal calibración no es la ideal en vista de que no hay una curva de calibración para el hemisferio sur que alcance la época del Pleistoceno Final, al momento de la redacción de este texto, lo que hubiera sido ideal para contar con correcciones más exactas.
Lo interesante en ambos casos es que hay dos coincidencias: el rango de fechas sumamente similar, y la supuesta importancia de las herramientas elaboradas de huesos, a los que nos hemos referido líneas más arriba. Evidentemente el complejo Ayacucho parece mejor documentado, aunque fotos de las “concentraciones“ y dibujos técnicos de lítico hubieran sido ideales, sobre todo tratándose de los potencialmente restos más remotos del Perú. Si aceptamos las fechas de ambos yacimientos, entonces tendríamos que admitir la presencia de los primeros grupos humanos desplazándose y poblando zonas de altura, entre los 2,600 y 3,600 metros sobre el nivel del mar, entre valles de la zona central andina. En este sentido resulta curioso que tanto la zona ayacuchana como la de Huargo se hallen, literalmente, frente a la Ceja de Selva, lo que deja más interrogantes abiertas que conclusiones.
Con este impedimento y siguiendo estrictamente en orden la antigüedad de los hallazgos, tenemos que las evidencias más tempranas proceden del complejo Ayacucho que han resultado entre los 15,271 y los 14,610 años a. C., aunque hay que admitir que se trata de sólo un fechado, que, como hemos visto, debe ser considerado más bien como un indicio, antes que como una evidencia concluyente. Otras pruebas como herramientas de piedra, de hueso y posibles concentraciones de materiales de este complejo han sido revisadas en este libro y parecen no sólo confirmar estos hallazgos, sino también indicar que para esta época ya se habría tallado diversos utensilios de diferentes materias primas, inclusive con cierto conocimiento de tecnología lítica, principalmente unifacial y secundariamente bifacial. Dentro del conjunto de la evidencia, los instrumentos de hueso de estas épocas parecen una constante y nos recuerdan que se debe mirar todo el espectro posible de materiales dejados por estos primeros pobladores del Área Andina.
Le sigue en antigüedad el yacimiento escasamente documentado llamado PAN-12-58 en las inmediaciones del Callejón de Huaylas, investigado por T. Lynch, donde se ha hallado una serie de huesos humanos, lamentablemente alterados y sobre los cuales no hay un reporte científico en detalle. La antigüedad de este yacimiento promedia los 11,900 y 11,200 años a. C. En este contexto, lo que sí queda claro es que valles como el Callejón de Huaylas prometen considerables e importantes descubrimientos a las futuras generaciones, tal como lo menciona Bonavia. De vuelta a los fechados del Pleistoceno Terminal, si ellos son comparados con los de los obtenidos por las recientes investigaciones
Un fechado similar se obtuvo de la capa 8 de Huargo (Huánuco), donde Cardich ya hace
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llevadas a cabo en la Costa, no cabe duda que los que proceden de esta última zona son más recientes. La pregunta que cabe plantearse es si ello implica que los primeros habitantes del Área Centro-Andina han sido los primeros en llegar y establecerse en este medio o si el hecho de que en la Costa no se ha hallado a grupos humanos más remotos se debe a que la investigación está aun en marcha o es escasa. Ambos modelos implican, de un lado, la migración desde tierras altas a bajas y del otro, al menos, que tanto las poblaciones costeñas como las serranas pudieron ser contemporáneas. Sin más evidencias, es difícil tomar partido, pero lo que parece ser claro es que, si bien las poblaciones serranas son las más remotas al momento, las investigaciones de campo constantemente actualizan y retroceden las fechas de las ocupaciones más antiguas de costa.
10,200 años a. C. Con ello se tiene ahora que la duración del Paijanense de esta zona parece más temprana de lo supuesto y se aproxima a los fechados algo imprecisos del área de Moche. De todo este panorama ahora procedente de la investigación de varios de los sitios, es menester enfatizar que los grupos Paijanenses son más antiguos de lo que se había planteado. Y si, como se ha mencionado, debieron ser familiares al Younger Dryas, también tuvieron que enfrentar la crisis climática de la deglaciación e inicios del Holoceno, alrededor de los 9,500-9,000 años a. C. No sabemos cuánto pudo haber afectado este fenómeno a los Paijanenses, aunque debe haberlo hecho en alguna forma. Un grupo de fechados del Pleistoceno Terminal y de inicios del Holoceno procede de yacimientos arqueológicos hallados en la parte meridional de la Costa peruana. Tal es el caso de Quebrada Jaguay 280, como ya hemos visto. Los fechados más antiguos de este sitio promedian los 11,200 años a. C., llegan incluso hasta los 6,000 años a. C.
Tal es el caso de la Costa Norte. Uno de los yacimientos más antiguos es El Palto, recientemente excavado por el equipo de Tom Dillehay en la zona de Zaña. A pesar de la poca información sobre este sitio, la fecha de 11,73511,381 años a. C. promete toda una sucesión de hallazgos de esta índole. Otros sitios Paijanenses hallados recientemente en el valle de Zaña y Jequetepeque han sido fechados entre los 10,700 y 9,800 años a.C. Fechados similares han sido registrados para los yacimientos Paijanenses y en asociación con puntas “cola de pescado“ entre 10,700-10,150 a. C. Es evidente, entonces, que los Paijanenses son más antiguos de lo pensado y, además, que debieron de proceder de condiciones frías como las del Younger Dryas. Y si bien más hallazgos de la cultura material de estos primeros costeños sería de vital importancia, sin datos de la antropología física poco podemos hacer para indagar sobre su origen y destino. Un libro que está también en vías de publicación es el de Dillehay (comunicación personal, diciembre de. 2006) y el cual nos hubiera gustado revisar en función de hacer nuestro trabajo más completo. Estimamos que se tratará de uno de los más grandes aportes al precerámico peruano.
Unos 270 km. al sur, en el actual departamento de Moquegua se halla el sitio de Quebrada Tacahuay, del cual se han obtenido fechas similares que al menos remontan a aproximadamente los 11,900 años a. C. Y si bien no se han hecho excavaciones extensas de este último sitio se cuenta con mayor información. Este lapso de tiempo que alcanza al doceavo milenio a. C. no hace más que promover el debate en torno a la posibilidad de desplazamiento y poblamiento de primeros habitantes siguiendo el litoral, vía marina, tal como se ha argüido ya (e.g. Sandweiss et al 1998, Lavallée y Julien 2001). Investigaciones de yacimientos con fechados del Pleistoceno Terminal entre la Costa Norte y la Sur serían ideales en función de corroborar esta hipótesis. Una línea de evidencia que puede ser definitiva es la antropología física, empero, mientras que se tiene información sobre individuos que alcanzan 1.68 metros de estatura y de huesos gráciles para el Paijanense, no se cuenta con este tipo de evidencia para el sur, correspondiente a esta época del Pleistoceno Terminal y el Holoceno Temprano. Sin embargo, desde el punto de vista medioambiental y de
Algo más al sur, los fechados de los yacimientos Paijanenses de Cupisnique y Pampa de los Fósiles han sido calibrados entre los 10,600 y el 6,700 años a. C., aunque un fechado reciente ha resultado alrededor de los 10,900-
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que la mayoría de sitios de costa se ubican estratégicamente dentro de las inmediaciones de tres elementos: playa, río y lomas, aunque se puede prescindir de lo último. Sitios hoy aparentemente sobre el desierto debieron de situarse otrora en las cercanías de fuentes de agua. Donde mejor se puede examinar este sistema de asentamiento es en el caso del Paijanense, pues muchos de los sitios se hallan en medio del desierto actual. No obstante, los especialistas piensan que trabajos como la manufactura de puntas de tipo Paijan debió de haberse llevado a cabo en lugares aislados, pues era un trabajo de alta precisión y concentración. Es posible, como dice Chauchat, Pelegrin y sus colaboradores, que ellos se hayan aprovisionado de viandas para tales efectos, tal como se ha deducido en el excelente reporte que presentan ambos arqueólogos sobre Pampa de los Fósiles 14, unidad 1, que hemos expuesto ampliamente en este libro debido a la importancia de lo hallado.
producción lítica, da la impresión de que estamos frente a dos grupos humanos distintos, aunque hay que decir que estamos especulando. En suma, los avances que generan la investigación científica indican que los pobladores andinos ya se les podía encontrar, probablemente, durante el Pleistoceno Terminal no sólo en la Sierra Central, sino también, aparentemente en la Costa Norte y Sur.
Los territorios ocupados y patrones de asentamiento A la luz de los datos expuestos es incuestionable la diversidad de lugares habitados por los primeros habitantes de los Andes Centrales. En la costa tenemos huellas de ellos desde los 40 hasta aproximadamente los 400 metros sobre el nivel del mar actual. En la sierra, los sitios habitados durante el período que concierne a este libro, llegan hasta aproximadamente 4,600 metros sobre el nivel del mar, como es el caso de los abrigos de Sumbay en Arequipa.
Aparte del agua y alimentos naturales, otro factor de importancia es el de la materia prima para la manufactura de implementos líticos. En el Paijanense hay todo un sistema de instalaciones en canteras, sobre todo de riolita, material predilecto por los Paijanenses de Cupisnique para la confección de puntas de tipo Paiján. Este sistema se repite, a menor escala y con particularidades, en Casma, con los yacimientos para extracción de cuarzo y tallares de grandes lascas de andesita. Además, Uceda ha reportado el uso posible de “cuñas” como parte del sistema de extracción de materia prima. Como Chauchat bien dice, deben de haber existido grupos especializados en explorar zonas para la detección de fuentes de materia prima. De modo que cada complejo cultural presenta sus variantes. De los demás se puede decir poco, pues hoy por hoy el conjunto de yacimientos Paijanenses es el mejor examinado y publicado, más aún después de los importantes hallazgos de los sitios Paijanenses de la zona de Jequetepeque y Zaña.
Por lo general, la movilidad de los grupos es grande. Tal es el caso, por ejemplo, de los Paijanenses, quienes no sólo han poblado el litoral, sino que se adentraron en las estribaciones andinas llegando incluso a más de 1,000 metros sobre el nivel del mar, en búsqueda de recursos y materias primas. Ello ha quedado demostrado por los hallazgos del Paijanense en Quirripe el Algarrobal, en la parte media del río Chicama, y también por los hallazgos del Paijanense septentrional de la zona de Jequetepeque y Zaña. Este desplazamiento también parece haberse dado en sentido contrario, tal como lo demuestran los hallazgos de materias primas foráneas y conchas marinas en sitios de altura como Asana y Telarmachay a 3,435 y 4,420 m.s.n.m., respectivamente. Un panorama similar se presenta desde el Holoceno Temprano en la sierra sur peruana, sobre todo con el sitio de Asana, aunque de la poca evidencia de Toquepala y Caru se puede inferir lo mismo: alta movilidad. De modo que al parecer se trata de grupos de desplazamientos frecuentes.
En Quebrada Santa María, por ejemplo, Briceño nos ha brindado un panorama interesante con grupos Paiján, conjuntamente con “cola de pescado”, que frecuentan manantiales. Más al norte, en Amotape, Piura, Richardson nos dice que la localización de los yacimientos se explica, en parte, por el acceso a brea natural, posiblemente usada como pegamento para la confección de sus armas u otros fines. La posición
Una síntesis de las localizaciones de los yacimientos permite observar, evidentemente,
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evidencias presentadas demuestran que la gente portadora de esta tecnología ocupaba, sobre todo, zonas altas, tales como el Callejón de Huaylas, Ayacucho, el sur de Arequipa y posiblemente el valle alto de Chicama. Definitivamente hace falta investigación al respecto para adentrarnos en esta problemática, más aún después de que Chauchat y Bonavia han propuesto que la punta tipo Paiján puede haber sido originada a partir de las puntas “cola de pescado”.
de los tablazos puede sugerir, también, que ellos servían de puntos visión de desplazamiento de fauna. En Tablada de Lurín, la proximidad a una cantera de óxido de hierro es un factor adicional que ha sido importante para la instalación de los yacimientos en esta zona. En la sierra, por lo general, los yacimientos se hallan en torno a lagos o ríos, con eventuales accesos a áreas verdes. Ello posibilitaba no sólo la disponibilidad de agua fresca, sino también la de estudiar a los recorridos y conducta de los camélidos y cérvidos cuando van a abrevar o en busca de alimentos.
Los mismos paijanenses, además, parecen haberse instalado en diversos entornos, tales como desiertos, áreas cercanas a las lomas, inmediaciones de arroyos, alrededor de lagunas como en el caso de Quebrada Santa Maria- y hasta en zonas donde predominan ecotonos, como es el caso del Paijanense de Zaña, justamente un sector que parecer haber sido “tránsito” entre la costa, sierra y ceja de selva. Lo que se desprende de esta imagen es, entonces, una población que se asentaba en los más variados medioambientes.
Las localizaciones de algunos yacimientos de la sierra central, tal como los de la Puna de Junín, indican claramente que los asentamientos se establecen en relación a lagos y ríos, sobre todo en torno del gran lago de Junín. Un caso similar se observa en las inmediaciones del lago Lauricocha, pues todos estos sitios se hallan entre 5 a 20 km. de distancia de grandes lagos, sobre pequeñas planicies o cuestas y en asociación a ríos o riachuelos. Suelen encontrarse en zonas “abrigadas”, cercadas por montañas y, curiosamente, con un “corredor” o pasaje colateral, justamente al lado de fuentes de agua, lo que implica áreas verdes y posibilidad de existencia de fauna.
Lo que parece ser evidente, también, es que, en muchos de los casos, las instalaciones se hallan en directa relación a canteras de rocas para la elaboración de instrumentos líticos. Yacimientos como los de la cultura Las Vegas demuestran la estratégica ocupación de estos tempranos habitantes de Ecuador para usar los recursos marinos, pero también los manglares, lo que no implica una dependencia de estos recursos, ya que otros sitios correspondientes a esta cultura señalan que muchos de los recursos también procedían de tierra adentro.
En otros casos de valles “abrigados” de altura media, como es el de la cueva del Guitarrero en el Callejón de Huaylas, el fondo de valle fue lugar de experimentación con cultígenos, al parecer con resultados óptimos, de manera impresionante, inmediatamente desde el inicio del Holoceno alrededor de los 9,000 años a. C. Condiciones similares pudieron darse en el valle de Ayacucho, empero, los reportes científicos no son suficientemente claros para evaluar la importancia de la historia de la domesticación de plantas en esta zona.
No obstante, materiales que no son aparentemente para uso práctico, como es el caso de minerales como el óxido de hierro rojo y amarillo y diatomeas blancas, han constituido también motivo de interés de esta gente de Las Vegas, encontrándolos en las inmediaciones de este tipo de afloramientos o canteras. Este tipo de material fue usado posiblemente con propósitos “rituales”, como en el caso de pinturas corporales o de objetos, o bien para ciertos usos como preservantes, o, como en el caso de los habitantes del abrigo de Telarmachay, en la Puna de Junín, para preparar y curtir pieles, siguiendo el atinado apunte de Lavallée.
La búsqueda de este tipo de valles “abrigados” se manifiesta también en zonas recientemente exploradas por el equipo de investigadores de la Costa norte como por ejemplo, en lo que toca a los yacimientos paijanenses entre las cuencas de Virú y Moche. Nuevos hallazgos de puntas “cola de pescado” aportan al panorama del estado de la investigación en los Andes Centrales. Las
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Tipos de vivienda y talleres líticos habitaciones más perdurables, incluso con bases de piedra, aunque se trata de estructuras de menor tamaño, entre 2.2 y 4 m. de diámetro.
Es interesante que las investigaciones muestren una serie de formas de vivienda, comenzando con las más rústicas y elementales hasta formas complejas con esquinas y hasta basamento de piedra, desde, al menos, inicios del Holoceno.
Lo más curioso, en cuanto a patrones de plantas de vivienda por esta época, son las formas en “L” que ha reportado Stackelbeck para Quebrada de Talambo, incluyendo plantas de forma semilunar y semi-rectangulares, en los que la autora dice haber encontrado puntas tipo Paiján. Sin un informe en detalle, aún no podemos siquiera especular sobre estas formas y sus funciones.
Probablemente las plantas que son más frecuentes son las de formas circulares o elípticas. En el actual territorio de Ecuador, dentro del Complejo cultural de Las Vegas, por ejemplo, se han documentado chozas bastante pequeñas, de unos 1.50 m de diámetro fechadas alrededor de los 7,500 años a. C. En el interior de éstas se halló un fogón, en el cual, de acuerdo a Stothert, se preparaban los alimentos. Además, piedras de moler, descubiertas en el sitio, pueden haber formado parte de esta actividad.
Para el caso de Paijanense de Pampa de los Fósiles y Cupisnique las viviendas o campamentos han sido efímeros, y probablemente hechos de mimbres, esteras o pieles con una planta frecuentemente en forma de arco abierto de entre 4 y 5 y hasta 7 metros de diámetro. Dentro de ellos, desechos de talla lítica y desperdicios de pescados y cañanes, entre otros, junto a restos de carbón y fogones, evidencian el tipo de vida de la época. Hay que anotar que también se instalaron postes, posiblemente hechos de madera de algarrobo, que seguramente abundaba en las inmediaciones. Hay que recordar que la mayoría de los campamentos de esta zona tienen la entrada hacia el norte, seguramente para protegerse de los vientos del sur.
Viviendas precarias similares, aunque de 5 m de diámetro, es decir, algo más grandes, han sido halladas más al sur, alrededor de Talara, del Complejo Amotape, con una antigüedad, también, casi idéntica. Llama la atención el descubrimiento de chozas de planta elíptica en los yacimientos de Nanchoc, con paredes de quincha construidas precozmente alrededor del sexto milenio a.C. Este tipo de confección de paredes de barro, que luego es tan frecuente en épocas más tardías, tiene ahora un antecedente en una época bastante remota. Incluso la construcción de bases de muros de piedra es una innovación para la época.
Probablemente donde mejor han sido estudiados los talleres líticos es justamente en esta zona. Allí se confeccionó grandes cantidades de puntas de tipo Paiján. Chauchat y su grupo han demostrado que los talleres de este tipo se encuentran alejados de las viviendas, pues era una actividad de alta especialización que requería concentración. Queda, sin embargo, aún por contrastar la nueva información en este tópico que pueda proceder de las investigaciones de Tom Dillehay y su equipo, quienes se encuentran trabajando acerca del Paijanense septentrional, es decir, de las zonas de Zaña y Jequetepeque.
Más curioso resulta, aún, que durante la misma época del Holoceno Medio, se haya construido chozas de piedra, aparentemente con fines de culto, pues no se les ha hallado evidencia de moradas, sino más bien, de ofrendas, entre las que se cuentan cuarzo y caracoles terrestres. Una secuencia interesante de “evolución” del tipo de las viviendas de estos primeros grupos se ha documentado en las zonas de Zaña y Jequetepeque. En el Paijanense más antiguo de Zaña (onceavo milenio a. C.) se ha observado que hay un grupo de viviendas que parecen más bien campamentos efímeros y que se hallan en concentraciones de 20 a 80 m., mientras que alrededor de los 9,000 años a. C. se construyen
Sendos talleres, como es el caso de algunos de la zona de Santa Maria, alrededor de 600 metros sobre el nivel actual del mar, concentran gran cantidad de desechos líticos y comestibles (sobre todo de caracol de loma) hasta de unos 50 metros de diámetro, lo que indica poca movilidad y el uso continuo de estos sitios.
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En primer lugar, no cabe duda de que el elemento central alrededor del cual giran todas las actividades era el fuego. En los campamentos paijanenses, por lo general, existe un fogón dentro de la zona habitada. Es interesante que una serie de investigadores descubrieran que las zonas de combustión fueran acondicionadas de diversas maneras. Es así que, por ejemplo, los paijanenses han elaborado desde fogatas hasta hoyos para hacer fuego. Es posible que el fuego en un hoyo haya logrado durar más y servido, así, como calefacción de más duración, sobre todo pensando en las noches húmedas y frías de invierno, durante los Inicios del Holoceno en la Costa Norte. Otros hoyos parecen haber servido para depositar basura y para cocinar. Aún no se han hecho estudios más detallados, pero sería interesante saber cómo funcionaban ellos. Por último, se han documentado hoyos para almacenar alimentos, lo que evidentemente habla de una conducta de cuidado y conservación de los alimentos, además de previsión. Es posible que estructuras de combustión similares puedan ser reconocidas en los sitios Paijanenses recientemente descubiertos en Jequetepeque y Zaña, aunque en el momento de la redacción de este texto no se dispone de esa información.
Más al sur, en Tablada de Lurín se ha puesto al descubierto huellas de postes y posibles chozas de pocos metros de diámetro que corresponderían a viviendas precarias de inicios del Holoceno Medio. De esta misma época proceden las viviendas de Paloma, las cuales presentan plantas circulares y elípticas de entre 2 a 4 o 5 metros de diámetro, supuestamente techadas con algún tipo de carrizo. Dado el caso, se puede especular que algunas techumbres fueron hechas de piel y huesos de lobo marino. En zonas altas, de acuerdo a la poca información disponible, se sabe que al menos las cuevas y abrigos rocosos eran cercados en determinados momentos, por una suerte de tiendas que hacían las veces de pared externa de la boca del abrigo. Este hecho se ha observado en la Puna de Junín, ya desde el Holoceno Temprano. Resultado de ellos, inmediatamente fuera de la cueva, han quedado una serie de huellas de postes en forma de arco. Lavallée, por ejemplo, piensa que Telarmachay fue diseñado a modo de tienda de campaña, con postes livianos y pieles secas que luego podían ser enrolladas y transportadas a otros lares, e incluso haber servido nuevamente al retorno. Finalmente, concluye que Telarmachay fue habitado de manera interrumpida, estacional. Un caso parecido puede haber pasado en Pachamachay.
En los campamentos de Pampa de los Fósiles-Cupisnique los restos nos hablan que allí se hicieron una serie de actividades como las de la preparación de alimentos, talla de algunos utensilios de piedra sencillos, hasta probablemente dormir. Lo curioso es que, si bien los desechos de talla lítica fueron evacuados fuera del campamento en sí, muchos de ellos han quedado dentro, lo que implica que han vivido en medio de los mismos desperdicios.
En todo caso, lo que sorprende es la altamente reducida área de vivienda, pues llega tan sólo a pocos metros cuadrados. Allí se desarrollaron muchas actividades como veremos a continuación.
La vida doméstica dentro del campamento
Es muy poco lo que se sabe respecto de las zonas de combustión y producción de fuego en sitios de la Costa de la época que estamos tratando, esto debido al restringido tipo de registro arqueológico de campo. En Tablada de Lurín, Costa Central, se han descubierto hoyos de poste de lo que habría sido una especie de campamento. Es interesante que también se pusieran en evidencia pequeños hoyos con piedras, todas de igual forma, lo que podría representar una especie de “pago”. Algo más al sur, en el sitio de Paloma, con la gran cantidad de
Poco se puede decir aún sobre las actividades llevadas a cabo dentro de los lugares habitados, pues sólo las investigaciones que han cuidado un buen registro de excavación pueden proporcionar datos al respecto. Podemos tomar de ejemplo tres casos: Paijan y Quebrada de Los Burros en la costa y Telarmachay en la sierra. Veamos algunos aspectos relevantes de ellos.
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información de que se dispone para el Holoceno Medio, se puede decir que el uso del fuego fue similar que en los demás sitios examinados.
cachemas, bagres, cabinzas, sardinas e incluso peces más pequeños como anchovetas. Tal como lo ha demostrado Béarez, la pesca con línea y anzuelo parece haber sido ya conocida, al menos desde el Holoceno Temprano, aunque ello es materia de debate. Peces pequeños pueden haber sido atrapados por medio de redes. Aunque hay buena evidencia y relatos acerca de la posibilidad de que los obtuviesen directamente, con cualquier tipo de contenedor o bolsa, cuando las aguas estaban quietas y se conglomeraban bancos de peces. A ello hay que agregar la preocupación por el almacenamiento de recursos comestibles, al menos ya desde el Holoceno Medio. En Paloma (Costa Central) se ha descubierto hoyos en la tierra donde se habían depositado anchovetas con las cabezas removidas, probablemente listas para ser preparadas.
Casi en el extremo sur peruano, en el sitio Quebrada de los Burros, entre el Holoceno Temprano y Medio, se ha descubierto que sus habitantes usaban y volvían a usar los mismos fogones y que, además, algunos fueron cubiertos con lozas de piedra. Si bien no ha quedado evidencia de algún tipo de pared, una serie de agrupaciones de restos de conchas y otros desperdicios alimenticios indican que se habría construido algún tipo de paraviento muy pequeño, de entre 2.5 a 3 metros de diámetro. En la sierra, el mejor reporte respecto de la organización del campamento procede, sin lugar a dudas, de Telarmachay. Allí se puede observar cómo, posiblemente, sus pocos habitantes organizaron sus vidas al calor del fuego y seguramente protegidos por una suerte de tienda hecha de pieles de camélidos, tan sólo en algunos metros cuadrados. Mientras que las esquinas de esta vivienda se emplearon para la manufactura de implementos líticos, la parte central se usó para las actividades culinarias. En otras áreas se preparaba las pieles de los animales por medio del uso de raspadores de piedra y otros instrumentos, mientras que, de manera apartada, otro grupo se dedicaba a la carnicería de las presas cazadas. Parte de este trabajo era la matanza y el tasajeo de los camélidos atrapados, lo que al parecer era realizado fuera del área cubierta.
Junto a los peces, moluscos como machas, choros, chanques, caracoles, almejas, barquillos, quitones, erizos cuentan entre los más consumidos. Hay que agregar en la dieta a crustáceos como los cangrejos violáceos que fueron hallados en varios de los yacimientos del Paijanense, recientemente descubiertos. Mamíferos como lobos marinos en la Quebrada Tacahuay y aves como el cormorán, el guanay y hasta pelícanos han sido parte de la culinaria. También se cazaron animales de tierra firme como venados y camélidos, los cuales seguramente abrevaban y se alimentaban en las proximidades de lomas y valles. En el caso del Paijanense, los especialistas han dado muestras del consumo de una lagartija, llamada cañán, que hasta ahora es consumida en ciertas partes de la Costa Norte, fue el principal alimento. Una importancia menor, pero no menos relevante la tienen los caracoles de tierra como los Scutalus en muchos de los sitios del Paijanense, sobre todo de zonas sobre los 300 metros sobre el nivel del mar.
Los alimentos y la cocina Un listado completo de los alimentos consumidos por los más antiguos peruanos entre los 14,000 y 4,000 años a. C. sería interminable. Si asumimos los yacimientos como Pikimachay y Huargo como las evidencias más antiguas, podemos deducir que al menos durante el Pleistoceno Terminal animales de la megafauna como, por ejemplo, carne de perezosos gigantes y caballos prehistóricos fueron ingeridos por estos primeros habitantes de los Andes Centrales.
Si bien hay menos evidencia, es claro que ellos también han incorporado en sus dietas a vegetales. Buena cantidad de sitios de costa del Holoceno Temprano contienen calabazas y, al menos, desde el Holoceno Medio, fréjoles. Una serie de vainas vegetales como las del algarrobo, probablemente formaron también parte de lo consumido por esta gente, sobre todo en el
Evidentemente los pobladores que vivieron en las proximidades del litoral consumieron preferentemente peces y moluscos. Entre ellos, los más buscados eran lisas, corvinas, bonitos, cojinovas, lornas, jureles, pejerreyes, sucos,
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las escamas, tal vez simplemente con las uñas, y luego, en cuestión de minutos, era rostizado a la brasa, posiblemente atravesado por un palo. A un similar procedimiento debieron de haber sometido a los pescados, de modo que corvinas, bonitos o jureles asados pudieron ser formas frecuentes de consumo. De igual modo con los caracoles terrestres, tan consumidos durante el Paijanense.
contexto del Paijanense. Justamente varios de los campamentos de este complejo cultural tienen un batán o piedra para moler, localizado usualmente en la zona de las entradas. Éstos pueden haber servido para la molienda de este tipo de vainas. No hay que olvidar que algo más tarde, durante el Holoceno Medio, se usaban ya batanes e implementos de molienda para pulverizar restos de peces, mayormente de anchovetas, entre otros fines.
Mientras que todo este tipo de cocción debió de haberse hecho al aire libre, la existencia de huesos de peces y cañanes quemados en hoyos puede indicar un tipo de preparación en este tipo de estructura simple bajo tierra que puede haber generado más calor, resultando útil en algún tipo de asado.
Hay que llamar la atención del relativamente reciente descubrimiento de yuca y maní cultivado, aparentemente ya durante el Holoceno Medio en la parte media del valle de Zaña, lo cual habla de un contacto con zonas amazónicas. En este sentido, cabe la pregunta de si estos cultígenos pueden ser más antiguos que los 7,000 años a. C., lo cual parece viable.
El territorio restante de la costa ha sido ocupado por una serie de poblaciones en diversos lugares, pero hay pocos reportes al respecto de lo tratado. Lo que sí se puede decir, a modo de ejemplo representativo, es que en Quebrada de los Burros (Tacna) gran cantidad de choros fueron consumidos posiblemente asados.
Debido a la temprana domesticación de las plantas en las partes altas de los Andes, ellas constituyeron desde un inicio uno de los alimentos principales, conjuntamente con carnes y recursos obtenidos de los camélidos y cérvidos, de modo que, mientras los pobladores de la sierra consumían carne de este tipo de animales junto a plantas como la oca, quinua, fréjol, pallar, etc, los de la costa lo hacían con productos marinos. Un animal interesante es un tipo de ave, la cual ya ha sido referida antes por Lynch (1980): el tinamú, una especie de perdiz que camina. Otros animales consumidos son algunas variedades de patos y también vizcachas.
En los altos Andes la mejor referencia sobre cocina a partir de los 8,000 años a. C. procede de abrigo de Telarmachay. En un estudio espacial de restos Lavallée ha documentado que la vida dentro del mismo giraba en torno al fuego. Para hacerlo se pudo recurrir a artilugios tales como el uso de varas de madera, las que frotadas sobre otras agujereadas producían chispas. Este tipo de instrumentos han sido excavados en la cueva del Guitarrero, empero, proceden de épocas más recientes, aunque no es difícil imaginar su uso ya desde el Holoceno Temprano. De vuelta al abrigo de Telarmachay, ya desde el inicio de la ocupación (7,900 años a. C.) se observa que los pobladores hicieron al menos dos fogatas que mantenían siempre en la misma zona, alrededor de las cuales giraban todas las actividades. Se ha descubierto que al menos desde aquella época se cocinaba sobre el fuego, una suerte de rostizado o grill prehistórico. Posteriormente desde aproximadamente los 6,000 años a. C. se elaboran hoyos en la tierra y se introducen en ellos piedras calientes y carne de camélido (posiblemente acompañada de algunos tubérculos), lo que para Lavallée y su equipo podría interpretarse como las primeras evidencias de la cocción tipo “pachamanca”, hoy
Nuevamente tenemos que recurrir a los trabajos más extensos en cuanto al estudio de los materiales para tener una idea de cómo cocinaban los alimentos los primeros habitantes del Perú. Veamos en primer lugar el caso del Complejo Paiján. Ya hemos mencionado que los cañanes han sido el principal recurso alimenticio. Un trabajo etnográfico citado en varios documentos sobre esta fascinante cultura (Holmberg 1957), nos puede iluminar acerca del procedimiento. El animal era expuesto a un fogón, el cual había ardido antes para, producto del calor, extraerle
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en día toda una tradición culinaria del mundo andino. Es desde esta época que se asume también la posibilidad del descubrimiento de los tipos de cocción como el hervido por medio del uso de piedras calientes que eran introducidas en recipientes con agua, de lo cual también pudo haberse producido alguna clase de estofado.
evidenciar la posible relación de Nanchoc con la zona amazónica y relevar el papel de ésta en las zonas alto-andinas. Pocos son los datos disponibles, científicamente hablando, sobre las plantas domesticadas de la costa, a excepción de trabajos como los de Bonavia o el mismo Junius Bird, entre otros pocos. Precisamente, es gracias a Bonavia que sabemos que durante el Holoceno Medio, en el sitio de PV35-106 de Huarmey, se ha hallado calabazas y mates con un fechado de alrededor de 5,000 años a. C. mientras que algo más al sur, en Paloma se ha encontrado, casi durante la misma época, evidencia de calabazas y, medio milenio después, posiblemente fréjol.
La domesticación de las plantas en los Andes Centrales Uno de los grandes aportes de los Andes Centrales al mundo son sus plantas domesticadas. Pero hasta donde conocemos aún no se ha puesto al día la verdadera antigüedad de este proceso, el cual parece perderse en tiempos finales del mismo Younger Dryas, lo que ya ha sido sugerido por Bonavia (1993-1995:83). Un primer dato interesante es el hecho de que a base de fitolitos se haya podido identificar el cultivo de calabaza correspondiente a la cultura Las Vegas, alrededor de los 8,000 años a. C. Hay también otras plantas, más bien de procedencia tropical como yuca, maní y achira en el sexto milenio a. C. Llama mucho la atención que el cultivo del algodón también sea de al menos los 5,000 años a. C.; ello sugiere la posibilidad de que se haya dado en épocas más tempranas en los Andes Centrales e implica la necesidad de este tipo de estudios en el Perú.
Pero no cabe duda de que donde se ha registrado la información más importante es en la cueva del Guitarrero, en el Callejón de Huaylas, si admitimos que los fechados, en general, tienen validez, a pesar de los problemas de la estratigrafía ya expuestos. Si bien Smith ya había identificado antes restos de plantas domesticadas en los estratos más antiguos, tal vez lo más impresionante es que luego de la calibración radiocarbónica, éstos resultan más antiguos de lo pensado. De esta forma, tendríamos que el fréjol (Phaseolus vulgaris), oca (Oxalis sp.), ají (Capsicum chinense) y “huachulla” –planta parecida a la “cocona” (Solanum ipsidium) tendrían una antigüedad máxima de aproximadamente 9,600 años a.C., lo que equivale a decir que ya durante el proceso de deglaciación se empezaba con los experimentos de cultivos en los Andes Centrales. Este evento hace recordar de alguna forma a lo acontecido en el Levante, alrededor de los 11,500 años a.C., pues precisamente éste es el tiempo de máxima aridez, frío y ausencia de precipitaciones que obligó a los Natufienses a buscar recursos permanentes en las proximidades de la margen oriental del Mediterráneo (e.g. Bar Yosef 1998). La pregunta que se desprende es si las condiciones climáticas similares del Younger Dryas tuvieron un efecto similar en los Andes Centrales, de modo que los tempranos pobladores de la cueva del Guitarrero se embarcaron en un proceso de experimentación durante este tiempo. En necesario, pues, que las generaciones jóvenes aborden el problema desde un punto de
La calabaza también habría sido domesticada, de acuerdo a Richardson, desde el complejo Siches (Piura), es decir, al menos alrededor de los años 7,000-6,000 a. C. Empero, no hay un reporte científico al respecto. En Nanchoc, Dillehay, Rossen y sus colaboradores han noticiado el hallazgo de coca y posiblemente minerales como limo y calcita para la preparación de cal, todo ello alrededor de los 6,500 años a. C. De tal forma que el consumo de coca podría remontarse a esta época. Además, estudios dentales de esqueletos demostrarían que desde aquella época ya se masticaba (“chacchaba”) coca. En esta misma zona se menciona la posible domesticación de calabaza, maní, una variedad similar a la quinua, una especie parecida a la ciruela e incluso yuca, entre los 7,000 y 6,500 años a. C. Esta serie de plantas no hace más que
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vista eminentemente interdisciplinario, o como llaman los sajones, multi-proxy approach.
La domesticación de los animales
Posteriormente, durante alrededor de los 8,000 años a. C. los moradores de la cueva incorporaron olluco, lúcuma, pallares y calabazas en su dieta. Ya hemos llamado la atención sobre la gran antigüedad de estos cultígenos, pero la amplia diversidad de plantas que se introducen en esta época dan cuenta de la rica fuente alimenticia que ellas proporcionaban, y que hemos expuesto en detalle en el capítulo referente a la cueva del Guitarrero.
En cuanto a los animales, evidentemente tenemos que tratar a los camélidos, y a lagunos otros animales menores sin los cuales este libro no tendría sentido debido al papel que ellos han jugado en la historia peruana. Debido a que este libro presenta un énfasis en el examen detallado de la historia más antigua del Perú y sin el ánimo de reducir la importancia de procesos tales como el de la domesticación de animales, nos hemos dado la licencia de tratar este tema tan crucial en la historia andina, de manera más bien anexa y sucinta. En todo caso el lector interesado puede revisar la información sobre la evidencia en los yacimientos correspondientes.
Finalmente, el maíz ingresa en la dieta de estos habitantes de la cueva del Guitarrero posiblemente entre los 6,700 y 6,000 años a. C. Hay que añadir que fechados similares han sido obtenidos en Cerro Julia, Casma (Costa Central) y la cueva de Rosamachay (Ayacucho). Más interesante, aun, es que Smith, quien examinó a las mazorcas de la cueva del Guitarrero, haya concluido que se trataba de maíz evolucionado, lo que para él implica que el proceso de domesticación había empezado mucho antes. Lo que resulta claro es que la mayoría de fechados de las primeras evidencias de maíz en los Andes Centrales promedian el sétimo milenio antes de Cristo, precisamente cuando ya se había iniciado el Optimum Climaticum. Dentro de este contexto uno se puede preguntar si hay vinculación entre el mejoramiento climático y las óptimas condiciones térmicas de los valles interandinos. Sin duda, una investigación a este respecto sería interesante.
Puesto que los camélidos han jugado probablemente el rol más importante, por sus múltiples usos, desde tiempos ancestrales, recomendamos al lector el excelente manual sobre camélidos sudamericanos de Bonavia (1996), donde se aborda el tema con detalle. Aquí sólo se relevarán ciertos puntos clave de esta publicación a modo de síntesis, líneas más abajo. Un trabajo interesante, a modo de resumen, es el que Lavallée nos brinda, acerca de la fauna domesticada en la época precerámica (1990). En el caso del perro (Canis familiaris), prácticamente nadie duda ya de que se le trajo desde Asia a América ya domesticado. En el abrigo de Telarmachay, en la Puna de Junín se han encontrado algunos huesos de perro, alrededor de los 5,200 años a. C., y se especula que ha podido asistir en la caza de camélidos o cérvidos.
Los trabajos arqueológicos en Ayacucho también han aportado algunos datos importantes en cuanto a cultígenos tempranos, a pesar de las contradicciones y poca información consignada en los reportes finales. Es así que desde épocas como los 9,000 años a.C. puede haberse cultivado quinua. En fin, conociendo ahora la gran tradición y antigüedad de los orígenes de la agricultura peruana, no nos queda más que incidir en el hecho de su enorme importancia dentro del desarrollo de las civilizaciones andinas posteriores a la época que estamos tratando, e invitar a los investigadores de diversas áreas a trabajar en indagar sobre los orígenes de la domesticación de las plantas en los Andes Centrales. Pues éste es un tema vigente en la agenda política de turno y uno de los baluartes peruanos.
En cuanto al cuy (Cavia porcellus), las más tempranas evidencias de domesticación pertenecen a la sabana de Colombia, pero en los Andes Centrales los restos más remotos de estos animales pertenecen a Ayacucho. En la cueva de Jaywamachay, aproximadamente a 3,400 m.s.n.m., MacNeish descubrió restos óseos de cuy que supuestamente datan de unos 10,200 años a.C., aunque aún en estado salvaje. Sólo recién en la fase “Chihua”, alrededor de los 5,400 años a. C., se podría hablar de inicios
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precerámico, no logró precisar si se trataba de especies domesticadas o salvajes. Al respecto hay una crítica justificada por parte de Bonavia en referencia a la ausencia de la documentación pertinente y las vagas afirmaciones. De toda la información procedente de las excavaciones sólo se puede concluir que la proporción de los restos óseos de camélidos van en aumento desde el primer Horizonte Lauricocha hasta el segundo y que en los niveles 20-21 habría ya indicios de tal proceso, de modo que es posible especular sobre caza selectiva en Lauricocha, alrededor del octavo milenio antes de la Era Cristiana.
de la domesticación del cuy, con una mayor incidencia en la fase siguiente llamada “Cachi”, entre los 3,700 y 2,500 años a. C. Finalmente, Lynch afirma haber encontrado huesos de cuyes por medio de sus excavaciones en la cueva del Guitarrero, en le nivel IIb que si no tenemos en cuenta los problemas de estratigrafía, podrían promediar al menos los 8,600 años a. C., aunque no se puede saber si se trataba de un animal ya domesticado. El tema de la domesticación de camélidos, como se dijo líneas arriba, ha sido extensamente tratado por el manual de Bonavia (1996). Es importante mencionar que aspectos como el genético y taxonómico pueden ser consultados en este texto.
Posteriormente, Elizabeth Wing estudió los restos óseos de camélidos de la cueva de Pikimachay de Ayacucho, concluyendo que ellos fueron domesticados durante la fase “Chihua”, como se dijo líneas arriba, alrededor de los 5,4004,400 años a.C. La presencia de camélidos de diferente tamaño y la acumulación de camélidos jóvenes de unos 18 meses es atribuida al inicio del proceso de domesticación, aunque, siempre según Lavallée, ello es más bien especulativo. Este proceso de domesticación habría sido incluso precedido de la caza selectiva de camélidos, en aumento durante la fase Piki, es decir, entre los 6,360 y mediados del sexto milenio a. C.
Llamas y alpacas domesticadas jugaron un rol extremadamente importante en los Andes, pues no sólo constituyeron fuentes de materia prima y de alimentación (desde su carne, hasta sus excrementos como combustible para fuego), sino también por su uso ritual y como elementos de intercambio y jerarquía social. Ahora bien, a pesar de que hay algunas discrepancias en cuanto a sus orígenes, la mayoría de especialistas está de acuerdo con la clasificación de género como Lama. Dentro del género hay cuatro especies, es decir, dos domesticadas: llama (Lama glama) y alpaca (Lama pacos), y dos salvajes: vicuña (Lama vicugna) y guanaco (Lama guanicoe). Sobre sus orígenes todavía existen discrepancias, empero, la hipótesis de que el guanaco silvestre sería el ancestro de la llama moderna y la alpaca moderna, o de una forma similar a la llama moderna que habría existido en el Pleistoceno, sería plausible. Por otro lado, como nos dice Bonavia, los camélidos son animales de altura y, además, que se han dado abundantes ejemplos de cruces entre especies (1996).
Seguidamente, Wheeler, Pires Ferreira y Kaulicke, de acuerdo a sus estudios en varias cuevas de la Puna de Junín, llegan a la conclusión de que los inicios de la domesticación de camélidos podría remontarse a antes de los 4,500 años a. C., es decir, fechas similares a las de la fase “Chihua” en Ayacucho. Ellos sostienen que se trató de una suerte de evolución desde la caza indiferenciada de todas las especies disponibles, lo que llevó a una caza especializada de camélidos y luego a un control de animales semi-domesticados, finalizando en una plena domesticación de camélidos. En términos generales, tal como lo aceptan la mayoría de autores expertos, el proceso progresivo de domesticación de camélidos parece plausible. Un primer elemento que sí es evidente, es el aumento rápido y desproporcionado de huesos de camélidos después de los 6,200 años a. C. Además, está demostrado que los huesos de camélido reemplazan progresivamente a los de cérvido entre los 9,500 y 2,200 años a.
Para hacer un resumen en torno a este importante tema, tomaremos de base el trabajo de Lavallée, al cual ya nos hemos referido (1990). El primer investigador que se detiene en el rastreo de procesos de domesticación en los Andes fue Augusto Cardich, en la cueva de Lauricocha, en Huánuco. Si bien demostró la mayor presencia de camélidos a medida que transcurría el
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Sin embargo, como bien ha llamado la atención Bonavia, los análisis de Kent (1988, citado en Bonavia 1996), sobre todo en referencia al conjunto de material óseo, parecen contradecir a Rick en cuanto la escasa presencia de vicuñas, no sólo en la primera fase de ocupación del abrigo, sino también durante todo el período Precerámico del mismo. De hecho, los huesos de camélido en las primeras fases de ocupación del abrigo son muy escasos. Más bien Kent ha documentado, ya desde la primera ocupación, indicios de domesticación tales como la presencia de una proporción mayor de huesos de camélidos domesticados.
C. Más aún, se observa un incremento de fetos y neonatos, lo que corrobora el proceso de selección y pruebas de crianza. Veamos ahora muy brevemente la evidencia expuesta. Donde mejor se ha documentado el proceso de domesticación de camélidos es en la puna de Junín. En el abrigo de Telarmachay se ha constatado muy claramente el incremento del uso de los camélidos en los inicios de la ocupación humana, desde los 7,900 años a. C. Durante este lapso, mientras que los restos de camélidos aumentan, los de cérvido disminuyen, lo que demuestra la preferencia cada vez más marcada y la selección de camélidos por los habitantes del abrigo. En una primera fase hay una preponderancia a la selección de vicuñas y guanacos, lo que indica un pasaje de la caza indiferenciada a la especializada. El proceso de domesticación, entonces, fue aquí un proceso gradual como lo afirma bien Bonavia (1996). Probablemente un momento clave es cuando se dio un aumento neto de camélidos neonatos y juveniles entre los 5,790 y 4,000 años a. C.
Siempre siguiendo el análisis de la literatura hecho por Bonavia, resulta de interés que el primer camélido domesticado haya sido la alpaca, lo cual también sucede en el abrigo de Telarmachay. Todo parece indicar, entonces, que hay mayor certeza de que el proceso de domesticación sensu stricto, comprobable en Pachamachay, pudo haberse dado entre los 5,290 y los 4,290 años a. C., aunque hay que considerar que se gesta desde inicios del sexto milenio antes de la Era Cristiana.
Unos 15 km. al sur de Telarmachay se halla el abrigo de Uchkumachay (Kaulicke 1980). La presencia acumulativa que inicia el proceso de domesticación, también ha sido constatada en este sitio, aunque lamentablemente no se dispone de fechas radiocarbónicas.
Un yacimiento importante muy cercano a Pachamachay es Panalauca, donde poco después de 6,300 años a. C., Rick y Moore (1999) enfatizan el progresivo proceso de selección de camélidos jóvenes, es decir, caza especializada. Sin embargo, si bien la selección está demostrada, siempre según los autores, la evidencia de camélidos domesticados sólo es concluyente apenas en épocas mucho más recientes, que sobrepasan al límite de este texto.
Dos sitios más en las inmediaciones, como Cuchimachay y Acomachay, a pesar de no disponer de cronologías absolutas, confirman, de manera similar, el esquema de la mayor proporción de camélidos a medida que el tiempo pasa (Bonavia 1996).
En la zona del Callejón de Huaylas, en la cueva del Guitarrero, Lynch (1980), en colaboración con E. Wing, ha logrado documentar la presencia de camélidos en aumento, al menos entre los 9,000 años a. C. y el Holoceno Medio. Es interesante que en el informe de Wing se destaque nuevamente la tendencia ya observada en los anteriores yacimientos, es decir, la del aumento gradual de huesos de camélidos durante el Precerámico.
Un proceso contrario a este modelo ha sido propuesto por John Rick a base de sus hallazgos en el abrigo de Pachamachay. Rick ha sugerido más bien un orden según el cual la caza especializada de la vicuña habría posibilitado poca movilidad alrededor de los 5,000 años a .C., y así, los inicios del sedentarismo. Sólo muy posteriormente, aproximadamente en el tercer milenio a. C., se habría iniciado un franco proceso de domesticación de camélidos (Rick 1980).
En el caso de la costa sólo tomaremos la mejor referencia, aunque proceda más bien del
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Holoceno Tardío, es decir, fuera de los límites de este libro. Los Gavilanes es un sitio de carácter doméstico y de depósito de maíz, situado en el desierto al norte de la desembocadura del río Huarmey. Bonavia y sus colaboradores han consagrado toda una vida al estudio a este yacimiento, produciendo un informe ejemplar (1982). A partir de sus investigaciones sabemos que desde aproximadamente los inicios del cuarto milenio a. C. hubo llamas en el sitio, mientras que la lana de alpaca ha sido fechada alrededor de los 2,290 años a. C.
En Zaña (Cajamarca) y el valle de Jequetepeque, por ejemplo, Dillehay ha reportado fechas que oscilan entre los 10,700 y 7,000 años a. C. Éstas complementan el marco de conocimiento previo que se tenía del Paijanense de la zona clásica (Pampa de los Fósiles y Cupisnique), el cual también ha sido modificado de acuerdo a recientes investigaciones que han resultado entre los 10,900 y 6,200 años a. C. Ambos márgenes son, entonces, similares y nos hablan de una cultura bastante homogénea en términos cronológicos.
Como se observa, en suma, hay dificultad en el examen de las evidencias, pues muchas de ellas han sido sólo parcialmente registradas, en el mejor de los casos, aunque resulta claro que se trata de un proceso gradual llevado a cabo a grandes alturas. Sólo más trabajos interdisciplinarios podrán aclarar el panorama.
Si bien no se cuenta con fechados radiocarbónicos suficientes en la zona hacia el sur de esta área, todo este cuadro parece avalar las opiniones de Bonavia y Chauchat en cuanto al desplazamiento de esta gente hacia el sur, en algún momento entre el 6,500-6,000 a.C. En este sentido, si examinamos la curva de O18 del Huascarán, justamente veremos que esta época corresponde a la elevación máxima de la temperatura durante el Optimum Climaticum. Por consiguiente, es probable que algún tipo de efecto climático o marino incidiese en alguno de los motivos de desplazamiento de estas poblaciones. No podría descartarse, además, una elevación abrupta del nivel marino en vista del declive suave de esta parte de la plataforma submarina inmediatamente bajo la playa de la Costa Norte, pues basta fijarse en la curva batimétrica de 50 m que publicamos con nuestro mapa. En todo caso, se necesita una investigación específica al respecto para dejar de elucubrar, como lo estamos haciendo ahora.
El Paijanense Si bien ya hemos proporcionado algunos de los aspectos más importantes del Paijanense en las páginas anteriores, deseamos justificar unos cortos párrafos para resumir a ésta, una las culturas más importantes del Precerámico peruano. Al momento, la información más vasta disponible en la literatura de la especialidad aún procede de la zona de estudio tradicional de Paiján-Pampa de los Fósiles-Cupisnique. La calibración radiocarbónica ha resultado en que las ocupaciones humanas en este territorio tengan una antigüedad de entre aproximadamente 10,900 y 6,700 años a. C., con la posibilidad de que haya tenido una duración algo mayor, hasta alrededor de los 6,000 años a. C.
Otro rubro a discutir es el asunto de las diferencias en cuanto al modo de vida que ya se puede percibir dentro de esta misma cultura. Esto resulta de la confrontación de la evidencia publicada del Paijanense de Zaña y Jequetepeque, frente a la de Pampa de los FósilesCupisnique. De acuerdo a lo expuesto se observa preliminarmente que ni las estructuras el “L” ni las viviendas con base de piedra ni artefactos supuestamente usados en el procesamiento de vegetales de Quebrada Talambo y El Batán, se hallan más al sur de esta zona. ¿Es que entonces los Paijanenses del Zaña y Jequetepeque devienen
La pregunta de si existe algún tipo de división interna dentro del propio Paijanense de Pampa de los Fósiles es ciertamente difícil de responder. De acuerdo a Bonavia, Chauchat mismo ha dudado sobre la posición tardía de Pampa de los Fósiles 27, empero, los hallazgos recientes de Dillehay y su equipo, abren la posibilidad de que, en efecto, el Paijanense de la Costa Norte tuviese un proceso al menos de dos fases, una temprana y otra tardía.
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confección pasó por todo un proceso, el cual ha sido examinado en detalle por Chauchat, Pelegrin, Bonavia y el equipo de arqueólogos de la Costa Norte. Nos ocuparemos de ello cuando tratemos las herramientas líticas; aquí más bien deseamos llamar la atención acerca de cuánto puede distorsionar la visión del arqueólogo cuando este trata de proponer analogías para poder hablar de complejos o culturas. Y es que ello es comprensible hasta cierto punto, debido a que sólo contamos con piedras, huesos y trozos de carbón para reconstruir la vida humana de aquella época. A la luz de las nuevas evidencias, si bien la punta pedunculada de tipo Paiján (aun con todas sus formas) es una tradición de confección lítica, se trata de una importante línea de evidencia, empero, no el conjunto de rasgos que puedan caracterizar a un complejo cultural. Más aún cuando ahora vemos la amplia distribución geográfica de este tipo de punta entre zonas literalmente de playa hasta unos 1,200 m.s.n.m. La misma variabilidad se observa en la cronología. Mientras que en la parte septentrional este tipo de punta se elaboró entre los 11,000 y 6,500 años a. C. en la parte de la Costa Central, más bien entre los 7,000 y 5,500 años a. C. En esta zona aparece ya con menos frecuencia. Es decir, se elabora mucho menos y se ve acompañada por las puntas foliáceas que indudablemente son transportadas por grupos de gente que descienden de tierras altas-andinas. Y ya sea que la punta sirvió para arponear peces o no, es difícil explicar la existencia de canteras con gran cantidad de ensayos de inicio de manufactura de puntas de tipo Paiján, como es el caso de Cerro Chivateros. Todavía más cuando la metalodolita de este sitio sirve poco para terminar con éxito una punta de tipo Paiján, sobre todo por las diaclasas existentes. Los rasgos que pueden unir a un Complejo cultural en este caso resultan más que escazos. Sabemos qué zonas ocuparon, durante qué tiempo, pero, por ejemplo, muy poco sobre la antropología física y menos aún sobre la información genética, con datos que resultan hasta cierto punto enigmáticos, pues Chauchat describe individuos que asemejan poblaciones aborígenes australianas, las cuales contrastan radicalmente con los rasgos expuestos para sus contemporáneos alto-andinos. Lo demás es especulación, pues se requiere trabajos de campo, sobre todo realizados por grupos interdisciplinarios, como venimos insistiendo en
en sedentarios alrededor de los 9,000 años a. C., mientras que los de Pampa de los Fósiles no? El panorama, entonces, aún no es del todo claro, pues se necesita de más información para poder dar una opinión más objetiva. En todo caso se impone una mesa redonda con los principales investigadores sobre este tema. Lo que sí parece ser cada vez más claro, es que alrededor del lapso de los 11,000-10,000 años a. C. los portadores de la tecnología de puntas de tipo Paiján coexisten con los de las “puntas cola de pescado”, al menos en la zona que Quebrada Santa Maria en Chicama y en Quebrada del Batán entre el Jequetepeque y Zaña. Este grupo portador de ambas tecnologías parece haber habitado los territorios de pie de monte entre 400 y 1,800 m.s.n.m., justamente antes de que ingresaran al desierto costero. Al respecto, parece posible entonces que la tesis de Chauchat y Bonavia la cual sustenta que son los mismos individuos los que se ven obligados a transformar las puntas “cola de pescado” en tipo “Paiján”, sea correcta, aunque se requiere de más información, como por ejemplo un estudio de desechos de talla que evidencie tal proceso de transformación. La capacidad de desplazamiento de los paijanenses se demuestra inclusive en qel hecho de que se han encontrado vestigios de ellos en las alturas de Cajamarca (La Pampa, Trinidad), a unos 2,000 m.s.n.m.; pero más sorprendente, aún, es que se trató de grupos numerosos, según Briceño. Similar situación se presenta en la cuenca de Chicama, donde se ha documentado grupos que penetraron hasta la zona del Algarrobal, a unos 1,000 m.s.n.m. Malpass también ha sugerido la presencia de puntas de tipo Paiján en Tecliomachay y Huanchamachay, en las alturas de la Cordillera Negra, en las inmediaciones del origen del río Sechín, a unos 4,500 m.s.n.m., aunque las formas de puntas pedunculadas no necesariamente indican que se trata de grupos humanos portadores de la cultura Paiján. Por otro lado, es indudable que la punta pedunculada de tipo Paiján es un común denominador de todos estos grupos. Su
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muchos otros puntos. Estamos aún en pañales. hecho principalmente por medio de martillos de piedra y probablemente en cuestión de segundos, a juzgar por el trabajo que ha quedado reflejado en los utensilios líticos.
Las herramientas de piedra Como ya Rick lo ha afirmado (1983), durante mucho tiempo las investigaciones sobre las herramientas de piedra han sido destinadas a confeccionar cuadros de cronología relativa por medio de la abstracción de “tipos” que representarían determinados tiempos. Ello ha hecho que gran cantidad de esfuerzo vaya en este sentido, que si bien se entiende para las primeras épocas de la investigación sobre el precerámico, hoy en día resultan ya insuficientes. Y es que una punta de proyectil no sólo puede ser usada para adjudicarle el tiempo en que ella fue confeccionada, sino también para entender cómo se organizó el trabajo para hacerla: desde el momento en que los artesanos deciden su manufactura, pasando por el uso (o los usos) a la que fue sometida, hasta el final, el momento en que no se usó más y se convirtió en basura. La reconstrucción de este proceso se llama “cadena operativa” (u “operatoria”), que, dejando un poco de lado las clasificaciones tipológicas (válidas exclusivamente para los arqueólogos), nos permiten un panorama más grande, rico e “informante” sobre el entorno en que fueron hechas y los grupos que las manufacturaron. Este esfuerzo por la reconstrucción de “cadenas operativas” es, empero mermado, por la calidad y tipo de información proporcionada, pues cada proyecto de investigación tiene una forma de proceder y objetivos de acuerdo a cada escuela. En todo caso, nuestra intención es aproximarnos más, al menos a las técnicas y usos de los implementos de piedra a la luz de los nuevos datos. Veamos entonces algunos ejemplos que nos pueden ilustrar.
Este conjunto de herramientas de piedra, por cierto, es muy similar al que se ha encontrado para las culturas de Amotape y Siches en Piura, en las cercanías de Talara, que, en apariencia, también compartieron un medio ambiente similar al de Las Vegas: manglares y clima semitropical. Ambas manifestaciones son inclusive casi contemporáneas del Holoceno Temprano. En este caso se usó la cuarcita de preferencia, aunque no hay un estudio en detalle del tema, el cual sería clave, pues, por ejemplo, algunas de las piezas parecen guijarros partidos, lo que puede permitir que se especule si usaron técnicas como la bipolar por la dureza y forma de las rocas. Un análisis que también debería hacerse es el de circulación de materias primas tanto para Las Vegas como para Amotape, pues al parecer se trata de dos casos de rocas de acceso local que han sido transportadas a los sitios y reducidas in situ. Además, las fotografías de las piezas de Amotape muestran que, mientras las piezas pequeñas parecen de mejor calidad y usadas en la manufactura de artefactos algo más retocados, las de guijarro, no. ¿Puede tratarse, entonces, de una selección de la calidad de las materias primas en función del “tipo” de utensilio a confeccionar? Sobre la similitud de estas series líticas ya han llamado la atención varios autores, entre los cuales cabe mencionar a los mismos Richardson y Malpass. Aunque en honor a la verdad, aún no existe un trabajo que explique cuál es la relación entre este tipo de herramientas, su concepción y uso en un medio semi-tropical. Algunos arqueólogos han sugerido que los denticulados podrían haber servido para aserrar la madera de los árboles de estas zonas, pero ello no ha sido demostrado científicamente. Un denticulado (que puede también ser una pieza difícil de reconocer por ojos no expertos) puede haber tenido múltiples funciones. En este contexto no hay que olvidar los análisis de huellas de uso del mismo sitio de Nanchoc, los cuales fueron llevados a cabo por Tom Dillehay.
En la cultura Las Vegas (Ecuador), por ejemplo, encontramos utensilios de piedra elaborados mayormente de horsteno que se presenta en formas de rocas tipo guijarro, muy duras, pero seguramente de fácil adquisición, pues todas fueron recolectadas en la zona cercana a las viviendas. Debido a lo innecesario de puntas de proyectil en un medio tal como en el que vivieron, no se confeccionaron, sino más bien utensilios “simples” tales como denticulados, guijarros para machacar, muescas, y, aparentemente, perforadores toscos, todo
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Al igual que en Piura y Las Vegas, al parecer en Nanchoc (a unos 450 m.s.n.m.) se usó preferentemente basalto de origen local para la manufactura de implementos sencillos, de rápida fabricación, nada sofisticados, que justamente Rossen llama “NLT” (Nanchoc Lithic Tradition), en estricta relación a la explotación de recursos como plantas y actividades como la horticultura, aunque del análisis de huellas de uso se desprende que los artefactos líticos sirvieron para muchos usos.
variedad que se halla en cada localidad. En la sierra sur, por ejemplo, la tendencia a seleccionar más variedades es mayor. Tan es así, que en Toquepala las tres rocas que predominan son la riolita, el cristal de cuarzo y la dacita vitro-porfirítica y da la impresión que hay una preferencia por rocas altamente silicificadas para la confección de artefactos líticos. Las rocas fueron importadas desde las canteras ubicadas en un rango de 1 y 8 kilómetros del sitio de habitación. Un grupo de materias primas similar, aunque menos variable es el de Asana. En este yacimiento al aire libre se ha comprobado que si bien la mayoría de rocas son locales, la calcedonia procede al menos de 90 kilómetros de distancia, pues se la trajo desde la costa. Este tipo de conducta no es excepcional dentro del contexto del área de los Andes Centrales, pues el intercambio o traslado de material es un común denominador de no pocas culturas ya desde el Holoceno Temprano.
Sin embargo, a pesar de que elaboraron instrumentos sencillos, conocieron las técnicas térmicas que evidentemente mejoran la calidad de talla de las rocas. En términos generales, en yacimientos como Lauricocha, Guitarrero, Quishqui Puncu, e inclusive en los sitios de Ayacucho, las rocas más usadas son cuarcitas y pedernales, las cuales han sido extraídas de canteras locales, promediando entre 5 a 20 kilómetros de distancia desde los lugares de habitación. De ellos, Quishqui Puncu es donde se usó gran variedad de materias primas, entre las que se cuentan, aparte de las mencionadas, riolitas, tufos volcánicos, cristal de cuarzo, jaspe, etc.
Ahora bien, en la costa o áreas de pie de estribaciones andinas se observa de igual modo una preferencia por rocas locales. El mejor caso es el del Paijanense de la zona de CupisniquePampa de los Fósiles, donde la riolita se encuentra en canteras no lejos de las zonas de habitación. En este caso, Chauchat ha demostrado, también, que los talladores Paijanenses prefirieron la riolita tanto roja como amarilla para la confección de las puntas pedunculadas de tipo Paiján, mientras que dacitas, basaltos, cuarcitas, andesitas han sido empleadas para la manufactura de herramientas unifaciales. Lo que es curioso es que varios de los ejemplos observados como puntas de tipo Paiján pequeñas fueron hechas de cristal de cuarzo, material difícil para tallar.
La tendencia a adquirir rocas locales se percibe de forma más clara aún en la Puna, donde en los abrigos de Telarmachay y Pachamachay se ha usado pedernal con mucha frecuencia, aunque en el primer yacimiento se ha documentado más variedades, entre las que se cuenta, por ejemplo, rocas volcánicas, horsteno, cuarzo, cuarcita y tufo volcánico, mientras que la obsidiana parece proceder del intercambio. El único yacimiento donde se ha estudiado la relación entre la calidad de materia prima y los utensilios que se han elaborado es Telarmachay. Es así que Lavallée y su equipo han descubierto que para la elaboración de puntas de proyectil y raspadores se extrajeron y seleccionaron rocas silicificadas de alta calidad, mientras que para la manufactura de otro tipo de herramientas como raederas y cuchillos se empleaban otras de menor calidad. Este tipo de selección de materias primas, en función de elaborar determinados tipos de herramientas, es una constante universal durante casi todo el Paleolítico y depende de la
Los demás yacimientos Paijanenses también parecen evidenciar un uso local de materia prima. En el valle bajo y medio de Chicama los yacimientos muestran dos rocas que son denominadores comunes: se trata del cuarzo y la toba volcánica, siempre locales. Cuarzo local también ha sido usado por los “Paijanenses” de Casma, pero junto a otras materias primas como dacitas, riolitas y cuarcitas. En Huarmey pórfidos y meta-andesitas fueron identificadas en la misma zona, aunque aquí sólo se ha hallado canteras. También se elaboraron puntas de cuarzo en
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los sitios de las inmediaciones de las Lomas de Lachay, i.e. Cerro Manquillo.
un pequeño percutor de guijarro. Algunas de las piezas, sobre todo de épocas del Holoceno Temprano, muestran un mayor cuidado en el retoque, el cual parece haber sido hecho por presión, probablemente con alguna parte estrecha de cornamenta de cérvido.
En la Costa Central, durante el Holoceno Medio, se usaron una serie de materiales metamórficos como cuarcitas, meta-andesitas, mientras que las preformas del Cerro Chivateros fueron confeccionadas con metalodolita, material poco idóneo para talla bifacial por las fisuras y diaclasas que pueden echar a perder el trabajo.
Muchas de estas piezas muestran huellas de raspado y pulido en la base, y eventualmente en los bordes, seguramente resultado de que estuvieron enmangadas a un vástago de madera o hueso -como lo ha demostrado Lavallée, nuevamente, a base de sus estudios en Telarmachay. Las formas talladas son variables. Las hay desde puntas con siluetas en forma de hoja, hasta lanceoladas. Algunas poseen una suerte de apéndices laterales, mientras que otras son muy delgadas y tienen una base cóncava. Lo cierto es que mientras no se realicen análisis traceológicos, no podremos saber si tuvieron una sola función, pues si bien la forma puede dar una idea de la función, los usos puedieron ser de los más diversos. Ya Vaughan lo ha demostrado luego de los estudios traceológicos de las puntas de Telarmachay.
Pero lo cierto es que también hay excepciones. Y éste es el caso de Nanchoc, pues si bien la gran cantidad de rocas talladas en el sitio son de basalto, como se ha dicho arriba, se ha demostrado que un porcentaje mínimo de útiles de piedra fue elaborado con cuarzo y jaspe, estas rocas debieron ser importados unos 100 kilómetros desde sus localidades de origen en Cajamarca, de acuerdo a Rossen. Examinemos ahora las tecnologías líticas y usos de herramientas en los Andes Centrales. Si a uno se le viene a la mente un tipo procedente de esta zona, es casi automática la presencia de la conocida “punta de proyectil foliácea”, bien definida por Lynch como una tradición en esta parte de Sudamérica. A pesar de que hasta el momento no hay un estudio experimental acerca de cómo se confeccionó, siendo ella tan popular, probablemente la mejor reconstrucción es la que nos brinda Danièle Lavallée de las piezas producidas en el abrigo de Telarmachay. Las reducidas dimensiones permiten deducir que para manufacturarla se usó una lasca algo alargada, ya sea primaria o secundaria como blank, para luego percutirla en los bordes más que en los extremos de manera alternante para producir un trabajo bifacial. Por lo observado, el extremo proximal de la lasca soporte es el que deviene en la base de la pieza, de modo que el extremo opuesto, es decir, el distal sea convertido en el ápice de la punta. Cuando el material no era el mejor, los andinos conocían las propiedades necesarias para optimizar sus condiciones al momento de someterlas al tratamiento térmico, por lo cual, cuando lo veían necesario, lo aplicaban dejando al material enterrado bajo cenizas calientes para que, una vez subida la temperatura, se lograran mejores piezas.
Lo que parece haber es una especie de segregación espacial de los tipos de puntas, pues mientras que las formas foliáceas típicas se concentran en la parte central, al sur de los 13 a 14ºS, este tipo de punta aparece simultáneamente con otras que poseen un pedúnculo robusto y algunas con formas “pentagonales”, diferentes que en el resto del área andina central. Debido a que sus asociaciones se vinculan con caza de guanacos, es posible especular que estas puntas sirvieran para ese fin. Es lamentable que, al momento, sólo haya un estudio traceológico en detalle de las puntas de proyectil, como ya hemos mencionado, el de Vaughan con los materiales excavados por Lavallée del abrigo de Telarmachay. De estos análisis se puede concluir que los arqueólogos siempre hemos pensado que las puntas servían sólo para la caza de animales, pero lo que las huellas de uso nos demuestran es que las puntas fueron usadas en muchas tareas, desde raspar, pasando por cortar plantas, hasta, en efecto, cazar animales. Sobre si se usó arco o estólica para lanzarlas aún no podemos precisarlo. Al parecer la estólica fue utilizada como propulsor, aunque no se ha hallado restos de ellas para las épocas de las que estamos hablando, aun cuando en
Por las cantidades observadas, fueron frecuentemente talladas por medio de percusión dura, probablemente usando como martillo a
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percusión. Además, para cualquiera que tiene un mínimo conocimiento de este tipo de tecnología, es evidente la necesidad de la preparación del núcleo antes de la extracción de láminas. Si bien no es una tradición en esta parte de los Andes, este tipo de tecnología, por sus implicancias, merece un examen más profundo que podría revelar novedades a corto plazo.
Paloma haya indicios de su uso, probablemente al final del Holoceno Medio. Los raspadores han debido de hacerse también en lascas pequeñas, cuando no se trataba de raspadores más gruesos, que pudieron elaborarse sobre pequeños bloques e incluso núcleos. Lo importante en este sentido es que la parte del frente del raspador debía retocarse de forma tal que su ángulo resultara tan obtuso como para resistir trabajos de raspado. Por los estudios mencionados sabemos que para manufacturarlos se busco casi exclusivamente un solo tipo de roca, de allí que se puede observar su alta estandarización.
En zonas más bajas, es decir de pie de monte a unos 400 m.s.n.m., un trabajo importante que muestra los alcances de la traceología es el de Nanchoc (Cajamarca). Si bien la manufactura de implementos parece simple, es decir, piezas como lascas retocadas, muescas probablemente producidas por un solo golpe y algunas piezas que asemejan denticulados pueden haber sido talladas por percusión directa. Como ya se dijo, todo este material fue elaborado, principalmente, con basalto. Rossen y Dillehay han examinado las piezas por microscopio y han llegado a la conclusión de que la mayoría de ellas sirvieron para cortar plantas, por lo que se deduce que el medio ambiente era más forestado. Otras funciones de menor rango han sido la preparación de pieles, el trabajo en hueso, el aserrado de madera, etc.
A nuestro entender, uno de los más importantes descubrimientos en Telarmachay es que los raspadores tuvieron una función casi exclusiva, incluso en comparación con las mismas puntas, pues fueron destinados al trabajo de preparación de pieles de camélidos. En esta tarea los raspadores debieron de estar acompañados por una serie de otros instrumentos, sobre todo de hueso y minerales como el óxido de hierro. Una última herramienta de zona alto-andina que no suele ser considerada por muchos es la simple lasca. Lavallée ha llamado la atención sobre ello y ha descubierto que la lasca cumplió con una gran cantidad de funciones, desde raer hasta cortar. En muchos casos, puede ser el utensilio más importante de un yacimiento.
En la Costa Sur, en yacimientos como Anillo de Concha, Quebrada Jaguay y Quebrada Tacahuay se observa un conjunto de herramientas simples, básicamente compuesto por lascas usadas. La única excepción es Quebrada de los Burros, donde se ha descubierto tecnología bifacial en función de elaborar puntas que Lavallée ha interpretado como arpones.
En lo concerniente a los productos de desbastado, núcleos aparentemente sin predeterminación (en algunos casos, ortogonales) y sus lascas resultantes son los más típicos, pero ya hemos relevado productos como láminas pequeñas y núcleos laminares también pequeños, sobre todo de los yacimientos del Callejón de Huaylas, probablemente desde el Holoceno Temprano. De hecho, es difícil reconocer detalles de la tecnología laminar de estos sitios, pero algunos rasgos como núcleos con poca preparación y láminas “de cresta” (primarias) pueden ser observados en las ilustraciones de Lynch. De otro lado, las nervaduras de las láminas pequeñas indican que hay una puesta en forma de las superficies de los núcleos laminares. Lo mismo parece haber pasado con las superficies de
Pero donde es más conocida la tecnología lítica de la Costa es en lo que concierne al Complejo Paiján. Chauchat y Pelegrin ha dedicado un estudio experimental a la manufactura de una punta pedunculada de tipo Paiján (1993). El proceso reproducido indica que para confeccionar una preforma bifacial pueden bastar sólo unos minutos de trabajo por medio de percutor duro, pero esta etapa es decisiva para el éxito de la pieza. Los soportes han sido frecuentemente bloques grandes y anchos, con la finalidad de tallarlos más intensivamente a través del grosor de las piezas, de manera similar al principio de trabajo bifacial (como por ejemplo el Solutrense).
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La selección de blanks pequeños y golpes desviados con el percutor, puede interpretarse como trabajo de aprendices, púberes o jóvenes que imitan los gestos de los maestros artesanos. En este sentido hay que avalar esta información, pues en un informe reciente se ha demostrado que esto pasaba en un taller de Pampa de los Fósiles 14. Lo mismo habría ocurrido en las inmediaciones de Pozo Santo, en Ica, donde Bonavia y Chauchat han hallado el sitio más meridional del complejo Paiján de la Costa. Se trata, pues, literalmente de escuelas de jóvenes aprendices de lítico de hace unos 11,000 años aproximadamente.
sugerido que se trataba de una especie de arpón para alancear peces grandes. Luego Gálvez Mora la halló en zonas de mayor altura en el valle de Chicama, por lo que propuso que más bien pudieron haber servido para cazar cérvidos. Últimamente Credou (2006) ha puesto en tela de juicio la función de arpón, pues ella ha logrado reconstruir la dura piel y escamas de los peces de aquella época, que fracturarían la mencionada parte “perforante” de la punta. A ellos hay que añadir que, en efecto, las puntas no sólo aparecen en diversos medioambientes, sino también en variadas formas, alargadas, pequeñas, anchas, etc. cada vez da más la impresión de que, como lo ha sugerido también Chauchat, pueden haberse tratado de puntas que, por el grado de exigencia en conocimiento de talla lítica que ellas implicaban, podían ocultar un significado no estrictamente práctico, sino más bien de “tradición y destreza técnica”, una suerte de “prestigio” de quienes las sabían hacer. Pero ello sigue siendo una especulación hasta que no haya estudios más profundos e interdisciplinarios en este sentido. Una posibilidad es que el material del Complejo Paiján excavado por Dillehay y su equipo en Zaña y Jequetepeque -trabajo que próximamente será publicado- nos dé alguna pista.
El segundo paso, una vez que la preforma ya estaba lista, era regularizarla por medio de golpes más controlados y posiblemente hechos por percusión blanda, para luego reducir aún más la pieza, haciéndola más delgada por medio de golpes producidos posiblemente por un palo del cerne de algarrobo, madera muy fuerte y resistente que podía encontrase en la zona de la Costa Norte durante el Holoceno Temprano. Este proceso demandaba más tiempo, pero dejaba la pieza lista para el retoque a presión. La forma de hoja que era lograda al final de esta segunda fase ha hecho que se le llame pieza foliácea. La tercera y última parte del trabajo es el retoque a presión, que podía haber durado horas, en vista de que es la parte más compleja y de mayor esfuerzo. Pelegrin ha logrado hacerlas de la misma roca que usaron los Paijanenses, es decir, la riolita e inclusive cn toba volcánica de Huarmey. Para ello usó una especie de “muletilla” que se colocaba en la axila para lograr una presión más fuerte que con la simple mano, pero también empleó otras técnicas de presión. Él sostiene que la parte más riesgosa (pues existe el peligro de romper la punta) es la que atañe en dar la forma tan aguda a la parte distal de la pieza que llama “perforante”, pues asemeja a una aguja por lo delgada que es. Este tipo de trabajo era posible sólo con un conocimiento grande de talla lítica que los Paijanenses han demostrado poseer.
Intercambio de materiales y conocimiento En la parte más septentrional tratada en este libro acerca de la cultura Las Vegas, un rasgo de interés es, por ejemplo, que los patrones de entierros de esta zona del Ecuador sean muy similares a los de Centroamérica, tal como lo sostiene Stothert. Ello invita a pensar en la posibilidad de la capacidad de movimiento de gente e ideas entre la zona centroamericana y las de la zona ecuatorial, más aún si los ecosistemas han tenido denominadores comunes, llámense climas tropicales y semi-tropicales y un mar abierto “transitable”. Aquí se evidencia claramente la alta posibilidad de desplazamiento por la orilla pacífica, tal como lo planteó Fladmark en 1979.
Ya hemos hablado sobre la gran distribución de este tipo de punta y sobre sus posibles funciones. Un problema es que los tipos de roca de las que están hechas, hacen prácticamente imposible, para la traceología, determinar la función real que tuvieron. Chauchat había
Hallazgos de conchas u otros productos marinos en la zona de Nanchoc, por ejemplo, indican también que este material tuvo que ser
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transportado al menos unos 52 km. desde el litoral. Conchas marinas también fueron halladas en un entierro del abrigo de Telarmachay a unos 4,420 m.s.n.m., al menos alrededor de los 6,000 años a.C. Incluso en Toquepala, a unos 2,300 m.s.n.m., se han descubierto unas 20 conchas marinas dentro del contexto de ocupación holocénica.
Este grupo de arqueólogos también ha descubierto campos con surcos de cultivo que fecharían unos 3,500 años a. C. Ambos datos corroboran la trascendencia e importancia de la agricultura en el Perú desde al menos el Holoceno Medio.
Costumbres funerarias de los primeros habitantes de los Andes Centrales
Ya hemos visto transportes de rocas tanto de costa a sierra y viceversa. Tal es el caso de la obsidiana de Quebrada Jaguay en las inmediaciones del actual pueblo de Camaná, Arequipa. Este tipo de piedra fue trasladada desde unos 130 kilómetros valle arriba, a unos 2,850 m.s.n.m. hacia la costa, alrededor de los 7,000 años a. C. De igual modo, pedernal ha sido desplazado desde la costa hasta el sitio de Asana, cubriendo una trayectoria de unos 80 kilómetros. Y del mismo yacimiento se sabe que la obsidiana procede de la localidad de Cotacalli, a unos 80 km al este. De todo este cuadro se desprende la alta movilidad y capacidad de desplazamiento de estos tempranos pobladores de los Andes Centrales, que aparentemente no conocía barreras topográficas y que luego es un rasgo característico de las culturas más tardías. Ello no nos debe llamar la atención, pues ya se ha expuesto evidencia de un muy activo intercambio al menos desde el Holoceno Medio (e.g. Quilter y Stocker 1983).
No debería llamar la atención que la ancestral costumbre de enterrar a los muertos se remonte al menos al décimo milenio a. C. y no sólo en las cuevas sino también en litoral. Tal es el caso, por ejemplo, de la cultura Las Vegas, la cual muestra que las prácticas funerarias se inician alrededor de los 7,000 años a. C. y luego devienen en masivas ya para el sexto y quinto milenio a. C. época en la que se encuentran, literalmente, cementerios excavados durante varias campañas llevadas a cabo Karen Stothert. La alta diversidad de tumbas, desde individuales hasta osarios, evidencia la importancia del culto a los muertos. Por otro lado, aquí también se observa la práctica de atar a los individuos y probablemente envolverlos en una suerte de sacos, lo que llevó a forzar partes del cuerpo a acomodarse en posiciones anormales, como lo sucedido con los pies que terminan alterados y tomando la forma de lo que los envolvió. En Telarmachay, la Puna de Junín, hay también evidencia de ello.
Obras hidráulicas precoces del sétimo milenio a.C. Probablemente dos de los hallazgos más relevantes de las recientes investigaciones de Dillehay, en colaboración con Herb Elling, es que en las inmediaciones de Nanchoc se empezaban a usar canales elementales de irrigación, posiblemente alrededor de los 7,000 años a. C., para luego ser más definidos en el quinto milenio a.C. Ello evidenciaría también el estudio y aprovechamiento de la pendiente natural de esta zona, a más del cálculo de diseño de los canales.
Las ofrendas colocadas en los entierros de Las Vegas tales como ocre rojo, caracoles, conchas, entre otros, no hacen más que comprobar la afinidad de esta gente con los recursos marinos. Otro asunto que no puede dejar de ser mencionado es el caso de que algunos de los huesos largos de la zona de Nanchoc presentan evidencia de cortes e inclusive calcinación. De acuerdo a Rossen, cabría la posibilidad de interpretarlos como indicios de canibalismo ritual. Éste es un tema muy discutible, pero interesante dentro del tópico de costumbres precerámicas. No debemos olvidar en este sentido, que muchas de las tribus amazónicas practican este tipo de consumo del cuerpo de los miembros de su
Si asumimos que el fechado del canal 3 es válido, tendríamos, entonces, que se estaría cultivando una especie de quinua y calabaza por medio de irrigación artificial, alrededor de los 4,000 años a. C., todo un logro colosal para esta época.
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ejemplo, el cadáver era cubierto por una capa de mezcla de arcilla con agua, algunos de ellos habían pasado por un ritual más complejo, pues primero se les cubría con carbón, luego con arcilla, para nuevamente terminar con una capa de carbón.
grupo, esto con la finalidad de adquirir la fuerza o el “alma” del occiso. A propósito, otra documentación similar procede de los entierros de Las Vegas, en Ecuador, donde se ha descubierto algunas prácticas como la remoción de huesos de entierros, entre los que se ha observado posibles huellas de descarnamiento. Stothert no descarta la posibilidad de que ello responda a un tipo de canibalismo ritual. De hecho, hay también evidencia de cortes en huesos de ciertos entierros Paijanenses descubiertos en Quebrada de Cupisnique, de modo que no se trata de casos aislados.
De la sierra hay dos tipos de informaciones. La que concierne a la mayor cantidad de entierros procedente de las cuevas de Lauricocha, pero la que nos da cuenta de gran cantidad de detalles importantes y nos posibilita la reconstrucción de estos eventos, es el abrigo de Telarmachay. Para tener una idea completa, necesitamos traer a colación los entierros de ambos yacimientos. En la cueva de Lauricocha se enterró a once individuos, de los cuales, al menos 5 pertenecen a los inicios del noveno milenio a.C. Un primer rasgo a mencionar es que uno de los cráneos de este tiempo presentaba deformación. De modo que a pesar de la distancia y diferente entorno tendríamos un primer paralelo con el Paijanense, pues como acabamos de ver, aparentemente esta gente también tenía prácticas similares. Otro punto de referencia es la posición flexionada de los cuerpos al momento del entierro, para lo cual se habían cavado fosas casi al ras del suelo.
Fuera de estas peculiaridades, existen rasgos constantes de entierros desde los inicios del Holoceno en los Andes Centrales que son ya conocidos, tales como el patrón de enterramiento en posición flexionada y eventualmente hiperflexionada y el cubrimiento del cadáver con óxido de hierro de color rojo. Dos de los casos más significativos del Holoceno Temprano corresponden a los dos individuos hallados en la zona de Paiján-Pampa de los Fósiles. Se trataba de dos fosas ligeramente cavadas donde se depositó a un púber de unos 13 años y a un adulto masculino de unos 25 años. Al parecer, si bien se hallaban flexionados, no habían sido colocados dentro de bolsas. Es interesante que mientras que el púber tenía como ofrenda a una vértebra perforada de pescado (corvina), el adulto había pasado por un proceso algo más complejo. El cuerpo se había puesto sobre brazas aún calientes y tenían colocada encima una especie de sudario, posiblemente de mimbres o estera de franjas marrones, lo que quedó marcado en los huesos. Se le había puesto también una cuenta de hueso (posiblemente más de una) y cubierto por ocre rojo. Es importante remarcar que el fechado radiocarbónico asociado a estos entierros ha resultado en 10,387-9,458 años antes de Cristo, es decir, que vivieron en la transición del Younger Dryas y los inicios del Holoceno Temprano.
Pero probablemente los mejores informes sobre entierros humanos alto-andinos tempranos han sido hechos por Danièle Lavallée y su equipo en el abrigo de Telarmachay. Se trata de tres entierros, todos fechados aproximadamente entre los 6,000 y 5,800 años a. C.
Últimamente se han descubierto muchos más entierros, pero de la zona de Quebrada de Cupisnique, donde se han reportado 9 tumbas, con rasgos de enterramiento similares a los expuestos líneas arriba. No obstante, algunas características particulares muestran que, por
Un dato importante es que se han descubierto marcas del instrumento (una especie de pequeña pala) que se usó para cavar la tumba de una mujer de unos 50 años. La fosa pequeña fue horadada muy cerca de la pared rocosa del abrigo y de acuerdo a la posición del cadáver es posible
Cardich y luego otros investigadores han llamado la atención sobre el especial cuidado que se puso en las tumbas de los niños y púberes. Sobre todo el caso de un adolescente al cual se le colocó artefactos de hueso de cérvido, una cuenta de turquesa y ocre amarillo. Dos tumbas, cada una con un niño de 2 años fueron cubiertas de manera especial con losas de piedra, como una suerte de protección. Un cuerpo fue cubierto totalmente por cristales rojos de hierro y se le había colocado algunas ofrendas.
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que haya sido puesto dentro de una bolsa y que además fuera atado por medio de lianas. No lejos de la zona en que estaba enterrada esta mujer, se halló los restos de una mujer joven y un infante de 5 meses. Aparentemente el cadáver de la mujer fue también atado, siempre en la ya conocida posición “fetal”. Esta persona había sido enterrada con una serie de utensilios de hueso, raspadores de piedra con huellas de uso y ocre, otros instrumentos líticos y una bola de ocre, por lo cual Lavallée supone que se trataba de una mujer que se dedicaba al trabajo de pieles y luego de fallecida, se le enterró con sus pertenencias de vida. Tanto la mujer de 50 años, que ya hemos mencionado, como esta joven tenían artrosis en el codo derecho, lo que habría resultado de un estrés por el uso intensivo de un brazo durante el trabajo de la preparación de pieles.
Las enfermedades de los primeros pobladores de los Andes Centrales Poco se conoce aún sobre la patología durante las primeras épocas de ocupaciones humanas en los Andes Centrales. Ubelaker, después del estudio de una gran colección de huesos de Las Vegas, en Ecuador, concluye que ellos sufrían de artritis, osteofitosis de vértebras, pero también fracturas de huesos largos debidas a traumas. Para el Peru, podemos citar dos casos típicos donde se ha documentado entierros entre los 10,000 y 6,000 años a.C.: El Paijanense de Pampa de los Fósiles-Paiján en la costa, y el abrigo de Telarmachay en la Puna de Junín, a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar.
Lo más llamativo es el ajuar funerario del bebé asociado a esta mujer. En primer lugar, se nota la intención de los que lo enterraron, de protegerlo, pues fue colocado casi debajo de la pared del abrigo rocoso. Se le había preparado una pequeña fosa cavada en forma de cuneta, lo que evidentemente muestra la delicadeza y consideración de los que lo exhumaron. Se le había colocado un collar de 99 piedras calcáreas, aunque resulta algo difícil pensar que fuera su pertenencia por el posible peso que acarrearía y la naturaleza de los infantes de esa edad. También se le había puesto unas pendientes de hueso que constituyeron posiblemente una especie de cinturón, de acuerdo a Lavallée. Incluso se añadió algunas conchas marinas, obviamente procedentes de al menos 150 km. desde el mar. Luego el cuerpo del lactante fue cubierto casi completamente por ocre de color rojo, para así sepultarlo y marcar la tumba por medio de un arco de losas de piedra. En las condiciones de la todavía incipiente información que se tiene al respecto, es difícil explicar el porqué de esta consideración especial por los entierros de niños y adolescentes en los Andes Centrales. Lo único que es posible decir, es que ellos eran considerados singulares y que las familias durante este tiempo del Holoceno Temprano y Medio tenían una especial sensibilidad por los niños.
En el caso de los individuos encontrados en las tumbas de Paiján-Pampa de los Fósiles se sabe que ellos sufrieron de problemas como dientes supernumerarios, caries, escoliosis y fluorosis. Hay que anotar, también, que el adolescente encontrado sufrió de anemia (generada por paludismo o por hemoglobinopatía). Por último, ambos esqueletos han evidenciado facetas supernumerarias en miembros inferiores, lo que es interpretado por Lacombe como producto del estrés resultado por permanecer durante mucho tiempo en cuclillas. Una de sus características era la hiperdolicocefalia, la cual pudo haber sido generada por una patología llamada escafocefalia o por deformación craneana intencional. Chauchat piensa que la última fue la responsable. En el abrigo de Telarmachay, los esqueletos de las tumbas fechadas alrededor de los 6,000 años a. C. evidencian que hubo abrasión dental y artrosis, especialmente en codos, la cual ha sido interpretada como producto de estrés o determinado trabajo (posiblemente trabajo de pieles). Sonia Guillén ha detectado caries y posiblemente desnutrición. De hecho, las malas condiciones de salubridad habrían llevado a que
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el infante hallado en el abrigo de Telarmachay, falleciera.
además de estrecha, así como también las fosas nasales similares, en términos comparativos, a los grupos australianos, melanesios y ainús.
Plantas estimulantes
De Telarmachay al menos se sabe que la mujer de 50 años había medido 1.59 m. de estatura. De Lauricocha se conocen similares estaturas e incluso algo más bajas. De modo que desde el punto de vista de estructura corporal, las poblaciones Paijanenses se diferenciaban de las alto-andinas, lo que implicaría dos poblaciones distintas. Sólo más trabajos de campo que documenten esqueletos de estas épocas nos podrían brindar más datos al respecto.
Si bien el uso de plantas psicoactivas es una tradición común en los Andes Centrales, sobre todo desde el Horizonte Temprano, es decir, desde el primer milenio antes de nuestra Era, las investigaciones sobre plantas de este tipo indican que sus cultivos y consiguiente consumos remontan al Holoceno Temprano. Tal es el caso de Nanchoc en el valle medio de Zaña, donde se ha descubierto que se cultivaba coca y posiblemente se le consumía alrededor de los 6,500 años a.C. Aproximadamente un milenio antes, alrededor de los 7,800 años a.C. Smith halló evidencia, en la cueva del Guitarrero, de un cultivo similar al “San Pedro”, tan conocida por sus propiedades alucinógenas. Si asumimos que el consumo de tales plantas se hacía en un contexto chamanístico, entonces es factible especular que los “sonajeros” hechos de mates hallados en las excavaciones de Paloma, en la Costa Central, se hayan destinado a eso fines.
El arte Poco es lo que se puede decir acerca del arte del Holoceno Temprano y Medio de los Andes Centrales, esto se debe a la escasa información disponible. En cuanto al mobiliar, se cuenta principalmente con una serie de pendientes de los más diversos tipos de materiales, entre los que podemos contar conchas, huesos y piedras calcáreas. A excepción de Telarmachay sabemos poco acerca de su confección. Perforadores líticos debieron de haber sido usados para hacer los horadados. De seguro emplearon perforadores líticos para agujerearlos. Además, es probable que usasen otros instrumentos, en alguna parte de la confección, para dar la forma y pulir las piezas. Una pieza de hueso que asemeja la cabeza de un ave ha sido hallada en contexto Paijanense. No se conocen “esculturas” de esta naturaleza en las partes altas, aunque pensamos que ello se debe más bien a la falta de cuidado en el registro, que a la ausencia de este tipo de expresión cultural, inherente a muchísimas culturas del Paleolítico. Otro problema surge cuando se encuentra este tipo de material y se trata de establecer una edad absoluta, ya que dependemos del radiocarbono como el método clásico de fechado en los Andes Centrales.
Las características físicas: ¿Qué rasgos tenían? Una serie de datos sobre las características físicas de los primeros habitantes de los Andes Centrales han venido acumulándose, aunque debemos admitir que no hay novedades al respecto por la falta de estudios de este tipo relacionados con el Holoceno Medio. En Las Vegas, Ubelaker sostiene que el promedio de individuos masculinos era de 1.61 m y en mujeres 1.49 m. de estatura, aunque llama la atención que existieron hombres que alcanzaron 1.68 m, es decir, por encima del promedio actual del habitante andino, del propio Paijanense de la Costa Norte peruana. Los “Vegas” tenían una esperanza de vida de unos 30 años, habitualmente, pero hubo gente de mucha más edad.
El arte rupestre se halla representado, en su mejor manera, en la cueva de Toquepala, que si asumimos la cronología de Muelle y la propuesta por Guffroy, como hemos visto, debería de pertenecer al menos al Holoceno Medio. Allí se ha representado toda una dinámica de la vida diaria de los tempranos pobladores de Toquepala, pero también expresiones que tienen que ver con el mundo de las creencias. Un primer punto a destacar es la presencia de camélidos,
Estaturas, aparentemente altas, también han sido registradas para los individuos del Complejo Paiján, como ya hemos señalado. Tenían musculatura fuerte, pero a la vez eran gráciles. Tenían el cráneo alargado, y la cara también,
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entre ellos, probablemente guanacos. No cabe duda que no sólo la vida de estos pobladores dependía en gran parte de estos animales, sino que también jugaron un rol importante en sus creencias Un segundo punto es el dinamismo de los individuos, que a la vista se movilizan para cazar o atrapar a estos animales, de allí todo un panel con representaciones de humanos con armas y en actitud de saltar, correr, lanzarse, etc. A ello habría que agregar el sistema ya planeado de “chaco” para caza, si sumamos la evidencia algo más compleja que procede de las pinturas rupestres de Chaclarraga, Huánuco (asumiendo que sean del Holoceno Medio). Otra observación que se desprende de las pinturas rupestres de Toquepala es la posibilidad del uso de estólicas, como hemos visto ya durante esta fase, lo que coincide perfectamente con los estudios llevados a cabo sobre las puntas de proyectil del abrigo de Telarmachay. El chamanismo no escapa a estas representaciones, tan sólo basta observar los paneles pintados, los cuales remiten a símbolos plasmados en algunas de las cuevas europeas del Paleolítico Superior, como bien ya lo había apuntado Muelle. Los seres humanos con aparentes cornamentas en la cabeza, también pueden entrar dentro de este esquema, los cuales frecuentemente se interpretan como chamanes con máscaras en plena actividad ritual, se trata de la magia en pleno apogeo. Finalmente, otra hipótesis que tiene que ver con la “dualidad” podría haber sido expresada cuando se plasman los camélidos, mirando en direcciones opuestas entre sí. ¿Puede acaso tratarse de las primeras expresiones de “oposiciones” del mundo andino, que luego serán un patrón? Es poco lo que se puede concluir aún como para ir más allá del campo de las posibles interpretaciones. Al fin y al cabo, sólo contamos con huellas, huellas humanas en los andes.
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incluso por falta de formación de una escuela peruana de investigación precerámica (sensu lato prehistórica), el resultado es el mismo: las ausencia de estudio de las primeras épocas.
Este año se cumplen 50 años del descubrimiento de la cueva de Lauricocha, la cual ha sido y sigue siendo memorable por haber roto la barrera del Precerámico y hablarnos, por primera vez, de los primeros “peruanos” que arribaron a los Andes Centrales aún durante el proceso de deglaciación. Sin embargo, si bien hay una serie de trabajos de campo que han proporcionado información importante sobre los modos de vida de los “peruanos” entre los 14,000 y 4,000 años a. C., ellos resultan aún escasos como para tener una visión, siquiera básica, sobre la saga de estos primeros habitantes en la complicada topografía de los Andes Centrales. Dentro de un marco internacional, hay que decir que estamos aún “en pañales”. Ya sea por que los proyectos de investigación son dedicados más a épocas más recientes donde el oro, los textiles, o la imponente arquitectura suelen generar el interés masivo y recursos para la investigación científica, o ya sea por dificultad del terreno, o
Si el lector ya se ha dado cuenta, es evidente que no hemos tocado el tema de la terminología del Precerámico. Y es que, en efecto, ello es adrede. No nos hemos interesado en presentar las disquisiciones de los arqueólogos que tratan de encontrar nomenclaturas que sean comunes para entendernos en un solo lenguaje, pues ello debería tratarse en un fuero de la especialidad y no provocar algunas confusiones al público, e incluso a los mismos estudiantes universitarios. De allí que en este libro se ha tratado de evitar el uso de términos de periodificaciones, tales como “período lítico”, “período precerámico” ni (ahora que “está en boga”) “arcaico”. Nosotros simplemente nos hemos amparado en dos elementos: la geología y la radiometría. Es justamente por ello que simplemente hemos usado los períodos de ambas ciencias que conciernen al Pleistoceno y Holoceno (en lo que se refiere a la geología del Cuaternario), ajustando las fechas radiocarbónicas en función de presentarlas en
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términos de fechas reales de nuestro calendario (en lo que atañe a la radiometría). Nos parece que ello es más importante que perderse en precisiones de nomenclatura. Eso se lo dejamos a los expertos.
terminado en una falta de control de las propias excavaciones, lo que ha dado como resultado, en algunas ocasiones, una visión deformada de lo que sucedió en estas épocas.
Lo que sí deseamos relevar es que, después de todas las correcciones radiométricas y las informaciones medioambientales del Holoceno que hemos aplicado, el esquema de Lanning (1967) tenga casi una perfecta armonía con el que se presenta aquí, a base de ambas ciencias. De tal forma que la división desde el “Precerámico I” hasta el “Precerámico VI” se ajusta bien a los cambios paleo-medioambientales corregidos por radiometría y que usamos como la base de la periodificación en este libro. Ello nos parece impresionante y una lección a aprender de los viejos y sabios maestros. Cuanta razón tenía entonces Schobinger en respetar los esquemas de Menghin, aun cuando no fueran reales del todo, pues ellos tenían una marcada connotación de procedencia europea. Y como Bonavia siempre me lo ha sugerido, los esquemas europeos, donde han sido creados, tienen una vigencia y precisión en el Viejo Mundo; más bien están hechos para aplicarlos a nuestra realidad tendiendo en consideración nuestras singularidades. Y ello lo he podido constatar a lo largo de mi poquísima experiencia nacional e internacional en paleoindio en América y Paleolítico europeo, debo confesarlo.
A la luz de los datos más recientes, la verdad es que surgen más preguntas que respuestas. Ellas no pueden ser aún explicadas, pues, hay que decirlo, se impone excavar en áreas y no sólo pozos de pocos metros cuadrados para extraer muestras C14 y enviarlas al laboratorio, pues aún cuando pueda haber información extremadamente importante en una zona, ésta no se entenderá a cabalidad, si no se expone el área completa y las demás que puedan tener relación con el área central de la excavación. Ésta es la lección que he aprendido en Europa y sobre todo de las excavaciones en Pincevent, Francia, aún bajo la tutela espiritual de André LeroiGourhan, le patron. Ello implica tener un control “horizontal” de los restos que se encuentran, pues como hemos visto, para hablar de modos de vida y examinar conductas dentro de la perspectiva de cadenas operativas, es menester exponer áreas lo más extensas posibles para evaluar el material en su totalidad de manera interdisciplinaria. Sólo así estaremos en condiciones de poder explicarnos técnicas y modos de vida. El fechado ya sea radiocarbónico o no, sólo es un medio no un fin. Lavallée, Chauchat, Bonavia, Dillehay entre otros pocos lo han demostrado.
No ha sido fácil recopilar el tipo de información sobre estas evidencias humanas y medioambientales de las épocas más tempranas de los Andes Centrales. Más aún cuando uno trata de explicar fenómenos de este tipo disponiendo de tan sólo piedras, huesos y carbón, en la mayoría de los casos, siempre y cuando existan publicaciones para examinarlas.
El cuadro, pues, resulta aún incompleto. Hay indicios de que las poblaciones más antiguas promedian los 14,000 años a. C. Además de que pueden estar ocupando zonas como las de Ayacucho y de la Cordillera del Raura. Un poco después, hay también rastros de grupos que más bien ya ocupan el litoral al menos desde el doceavo milenio a. C., de acuerdo a lo que se ha venido descubriendo en la Costa Sur, en Arequipa y Moquegua. No obstante, también hacia la misma época, aproximadamente, ya habrían estado desplazándose por valles interandinos, de allí que tenemos a los primeros habitantes de la Costa Norte, e incluso es posible que hayan ocupado el litoral por esta época, hablando del mismo Complejo Paiján.
Los estudios del período que hemos abordado han estado concentrados, por sobre todas las cosas, como ya lo han dicho otros autores antes (entre ellos Rick, Lynch y Bonavia), en plantear cronologías a base de muestras radiocarbónicas y en obtener herramientas de piedra para hacer tipologías que ya no son suficientes para explicar los fenómenos socio-culturales de estos tempranos habitantes andinos. En no pocos casos el intento de obtener las herramientas de piedra ha
La única región con una ocupación humana
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tener una “simple lasca”. Es una lección para todo prehistoriador. Es probable que un aspecto algo importante a rescatar en este texto, sea la búsqueda de técnicas ancestrales que ahora, gracias a la corrección radiocarbónica, podemos escribir en años reales de nuestro calendario. Entre ellas hay que mencionar, por ejemplo, a actividades como la pesca desde el Pleistoceno Terminal, técnicas culinarias como la “pachamanca” desde alrededor de los 6,000 años a. C., obras hidráulicas a baja escala de los 5,000 años a. C, o (probablemente lo más crucial frente al proceso de “civilización” posterior) cultivos que promedian los 9,000 años a. C. Son logros ancestrales de nuestra gente y nuestros legados que deberíamos difundir y proteger.
aparentemente más reciente, de alrededor de los 7,000 años a. C., es, al momento, la de la Costa Central. Si antes de esta fecha hubo grupos asentados en esta zona o no, es una interrogante abierta. Lo que es claro a la fecha, es que aún no hay evidencia seria de ocupaciones que precedan a la fecha expuesta en esta parte del Perú. No cabe duda que una investigación más intensiva es necesaria para aportar información a esta suerte de puzzle De donde vienen es aún un tema incógnito. Un medio con información de primer nivel en este esquema es el de la antropología física y ello es sumamente limitante, ya que hay solamente de dos a tres trabajos que presentan información en tal sentido. Lo que se sabe es que al alrededor de los 9,000 años a. C. la población del Paijanense de la Costa Norte era diferente a la de la Sierra Central. Por tanto, existen al menos dos grupos que ingresan al medio andino central. Los primeros deben de haberlo hecho, de acuerdo a la evidencia expuesta, alrededor del doceavo milenio a. C., mientras que los segundos, posiblemente desde los 14,000 años a. C., aunque resulta más prudente dar un margen menor, unos 11,000 años a. C. Lo que sería de suma importancia es desarrollar más investigación que contribuya con una mayor cantidad de restos óseos que sean examinados por expertos y la posibilidad de aplicar métodos como ADN mitocrondrial para determinar poblaciones y explorar posibles rutas del poblamiento de los Andes Centrales.
Entre estos últimos que deseamos enfatizar encontramos una gran lección que nos dejan, y es que las fronteras modernas no existían y que los “Chinchorro” peruanos de Moquegua participaban de las mismas tradiciones y probablemente de la misma etnia que los del desierto de Atacama. Se trataba, pues, de gente de un mismo pueblo y a ellos hay que mirar para considerarnos como parte de un solo tronco común, con una misma historia que se sumerge en los milenios de la antigüedad. Deseo cerrar este libro con el mismo slogan que seleccioné para mi tesis doctoral: dijo Kepler de Copérnico: Podemos ver más lejos, porque estamos parados sobre los hombros de la gente que nos antecedió, ergo: los Incas, huaris, mochicas, chavines y tantos otros tan conocidos, se “pararon“ sobre los hombros de éstos, los más remotos habitantes de nuestro actual país: El Peru. Debemos mirar también a ellos para comprendernos y mirar a un futuro mejor.
Desde el punto de vista de las herramientas de piedra, se comprueba la existencia (ahora con más extensión, sobre todo por los descubrimientos de los yacimientos de Moquegua y Tacna) de los grupos de altura de los Andes Centrales. La “tradición de las puntas foliáceas”, que Lynch ya había planteado, es una recurrencia panandina, aunque claro, con variantes. E inclusive se introduce en la Costa de cuando en vez. Pero fuera de este tipo de artefacto, lo que resulta más interesante es la multifuncionalidad no sólo de puntas “de proyectil”, sino también de utensilios unifaciales y sobre todo la relevancia que puede
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Epílogo Glosario Bibliografía
298
Bibliografía Glosario Epílogo
Glosario
299
Epílogo Glosario Bibliografía
300
Bibliografía Glosario Epílogo
Glosario
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Este glosario tiene como finalidad servir de referencia al lector que no es afín con la prehistoria y las ciencias del Cuaternario. No es extensivo, sino muy breve, de modo que sólo podrá servir de base a los interesados en el tema. Si bien los principales significados se han extraído de obras importantes, nos hemos tomado la libertad de añadir algunos ejemplos y notas nuestras. Nota: Para la elaboración de este glosario interdisciplinario que sólo es referencial, se ha empleado parcialmente fuentes del internet como: Beltz, Hellín, 2006, Glossary of Glacier Terms; Wikipedia, The Free Enciclopedia 2006; Higham, T. 2002, Radiocarbon Web; Rafter Laboratory 2005, Radiocarbon Glossary; Aber, James, 2006. Glossary of Ice Age Terms (Emporia Sata University, Kansas); University of California Museum of Paleontology (UCMP) 2006 -Ecology and Biochemical Glossary, Glosario Botánico Huiña Puquios 2002.
301
Epílogo Glosario Bibliografía
A
llegaron a un máximo de calentamiento. También llamado “Hipsitermal”.
Ablación: En zonas de glaciares, se refiere a derretimiento, erosión y evaporación que reducen el área de hielo.
Aluvial: Dícese a los sedimentos temporales como producto de agua que ha fluido, generalmente por el paso de un río.
a. C.: Años antes de Cristo. En esta obra todos los fechados que se brindan son en años de nuestro calendario, reales, usando la última curva de calibración IntCal04 para el hemisferio norte y SHCal04 para el hemisferio sur. Los años radiocarbónicos necesitan ser “convertidos” o “corregidos” para poder hablar de fechas reales en el pasado peruano y, por extensión, global.
AMS: Acelerador de Espectrometría de Masas. Técnica del radiocarbono que permite detectar la fecha del deceso de un organismo por medio del conteo directo de la concentración de la masa isotópica del carbono que resta en los iones resultantes de la polarización. Permite fechar muestras de carbón muy reducidas y obtener una mayor precisión que los métodos convencionales radiocarbónicos.
AD: Anno Dominae. Años después de Cristo.
Antrópico: Relativo al ser humano.
Albedo: (“Blancura”). Es la medición de la capacidad de reflexión de la superficie. Si esta mide un 30%, ello significa que un 30% de la luz que incide en la superficie, es reflejada. En los Andes, por ejemplo, la amazonía tiene el más bajo albedo, mientras que el océano algo más, el desierto costero más aún y los nevados de la sierra muestran el máximo albedo por el reflejo nival. La nieve puede reflejar hasta en un 90% de la radiación solar. Es importante, pues contribuye de manera importante a la definición de los climas del pasado.
Antropogénico: humanos.
Causado
por
seres
B
Batolito costanero: Es un macizo localizado en el flanco occidental de la Cordillera Occidental de los Andes, cuya composición varía entre granito a grabo y que ocurrió por intrusión durante el Período Terciario. Bifacial (talla): Trabajo de talla lítica que consiste en golpear con un martillo (percutor) de piedra, de madera, o de hueso a un bloque de piedra por sus bordes con la finalidad de formar un utensilio comúnmente llamado bifaz (ambas caras talladas). Tales golpes en los bordes son alternos, de modo tal que se remueven lascas y se va formando la pieza bifacial. Los bifaces, durante la prehistoria, en varias partes del mundo
Allerod: Nombre de una localidad en Dinamarca que es usado para referirse a un período de tiempo donde ha habido un calentamiento de las temperaturas durante el LGM (último glaciar). Altitermal: Se refiere al lapso de tiempo del Holoceno Medio, cuando las temperaturas
302
Bibliografía Glosario Epílogo
Biogeográfico: Relativo a la ciencia que trata de la localización de las especies a nivel regional o continental.
fueron utensilios para cortar, machacar, etc. En el Perú, en el caso del Paijanense hacen frecuentemente alusión a una preforma, lo que equivale a decir una pieza en formación y no terminada aún. Para tallarla hay que pasar un primer estadio que es el de las preformas bifaciales. La talla bifacial es uno de los logros humanos más característicos del paleolítico. Texier la considera como un primer signo de evolución humana, que corresponde a un plan y ejecución de éste para elaborar un implemento lítico. Se le asocia con la aparición del homo erectus, pero es desde hace aproximadamente 800,000 años cuando la técnica bifacial se establece y se va difundiendo. Se perfecciona durante el Solutrense, en Francia, alrededor de los 20,000 años a. C. Posteriormente pasa a América con los primeros habitantes de este continente.
Biomasa: Masa total de las especies de una comunidad ecológica. Bioma: Una gran comunidad biótica regional caracterizada por las formas dominantes de la vida vegetal y del clima. Bioquímica: El estudio que surge a partir de la geoquímica y la biología sobre el ciclo del carbón, el cual es componente de todo organismo vivo. Se ocupa mayormente de los procesos de transformación de un organismo en otro, degradación de materia y agregación de otra. En el campo de las investigaciones paleoclimáticas se vincula, sobre todo, con contenidos de carbón en la superficie terrestre y oceánica (distribución de nitratos, sulfatos, oxígeno y gases).
Bifaz: Artefacto de piedra o eventualmente otro tipo de material orgánico como hueso o madera, tallado bifacialmente. En muchas culturas del Paleolítico se trata de una herramienta terminada que posee múltiples funciones como las de cortar, seccionar, aserrar, etc.
Biota ó biótico: Organismos vivientes. En adjetivo, relativo a las cosas vivientes. Bipolar (técnica): Técnica lítica en la cual se coloca un bloque de piedra sobre un yunque para ser golpeado sobre el otro extremo y facilitar la remoción de lascas. Por lo general, se suele usar cuando la piedra es muy dura, como en el caso de los guijarros.
Bio-estratigrafía: Organización de los estratos de un yacimiento dado en unidades de acuerdo a su contenido fósil. Es un concepto geológico y biológico que también suele ser usado en prehistoria. Por ejemplo, en Alemania dos tipos diferentes de ratones (Arvicola terrestris y Arvicola cantiana), los cuales se encuentran en los estratos arqueológicos del Paleolítico, son usados como referencias para detectar cambios climáticos. Biogénico: vivientes.
Producido
por
Bofedal: Prados turbosos de origen infraacuático, compuestos principalmente por plantas, a menudo de crecimiento compacto o en cojín que se encuentran en áreas pantanosas del altiplano y la puna.
organismos
303
Epílogo Glosario Bibliografía
C
Clovis (11,500 y 10,900 años a. C.), tuvo preferencia por una cantera del Edwards Plateau (Texas). Rocas de esta cantera se han hallado hasta unos 1,000 km. de distancia de su lugar original, lo que demuestra el interés de los talladores por este tipo de materia prima. En el Perú, la obsidiana de la cantera de Chivay, Arequipa, ha sido también objeto de recolección y aprovisionamiento desde el Holoceno Temprano.
Cadena Operativa (chaine opératoire): Método por el cual se estudian los artefactos líticos siguiendo su “vida” (“biografía”). Es decir, desde la búsqueda de las rocas como materia prima para tallar, pasando por la manufactura, uso, eventual reciclado y hasta su abandono. Permite conocer y adentrase en las actividades llevadas a cabo por los grupos prehistóricos, así como examinar su destreza en la elaboración de implementos de piedra y de este modo adentrarnos en el savoir-faire de los prehistóricos.
Chivateros (Cerro): Nombre que los arqueólogos han asignado a una cantera de donde se extrajeron y tallaron rocas y de las talló para hacer preformas, es decir, esbozos de instrumentos líticos que luego eran destinados a ser puntas de tipo Paiján. El Cerro Chivateros se localiza en la desembocadura del río Chillón, al norte de Lima (Ventanilla). Se trata de un yacimiento muy conocido dentro del Precerámico Peruano, e incluso aparece en el manual internacional de prehistoria de Leroi-Gourhan. Después de los trabajos de Lanning y Patterson no ha sido estudiado y ahora poco existe de él, pues está destruido por el avance urbano de Lima. Su cronología no resulta muy clara aún, en vista de que no se ha podido fechar por radiocarbono ninguna cantera. Sin embargo, es posible que pueda ser del octavo o sétimo milenio a. C., esto debido al contexto del Holoceno Medio en la Costa Central y Nor-Central. Por extensión, se llama “preforma tipo Chivateros” a un artefacto no terminado, tallado bifacialmente que no es más que la primera fase de elaboración de las puntas tipo Paiján.
Calcáreo: Que contiene carbonato cálcico, calcio o calcita. Cantera: Lugar tal como un cerro o colina, con afloramientos rocosos que sirvieron como fuente de materia prima a los artesanos, para tallar piedra. Los estudios de etno-arqueología han servido para poder reconstruir esta fase del trabajo de la talla de piedra, mediante la observación de grupos que hasta época reciente tallaron piedra con la finalidad de manufacturar herramientas líticas. Además, conociendo el lugar de las canteras podemos saber la distancia que recorrieron los talladores prehistóricos en función de obtenerlas, así como también conocer la calidad de la roca a ser tallada. En lítico, es la primera parte de la cadena operativa. En Francia, por la tradición de estudios prehistóricos, se conoce, por ejemplo, más de un centenar de variedades de roca que han sido extraídas y recolectadas durante el Paleolítico Superior, i.e. entre los 42,000 y 10,000 años a. C. En los Estados Unidos, la cultura más antigua, llamada
Circulación general de la atmósfera: Toda la serie de patrones de circulación atmosférica que han sido descubiertos en la tierra y que
304
Bibliografía Glosario Epílogo
Complejo: Dícese de una serie de rasgos o características materiales que forman parte de una cultura o “facie”. Tiene un espacio y tiempo definido, aunque puede extenderse a otro espacio (lo que es comprobado si es que dicho espacio contiene rasgos similares al Complejo). En realidad procede del anglicismo “complex” que implica una serie de rasgos culturales que se refieren a la cultura material. Un buen ejemplo es “Paijan complex”, léase Paijanien en francés, mientras que en español, Complejo Paiján o Paijanense, como le suelen llamar los colegas norteños, en referencia al pueblo de La Libertad.
inciden directamente sobre los climas. Por ejemplo, el aire en las zonas ecuatoriales es más volátil y tiende a subir. A esta zona se le conoce como ITCZ (Intertropical Convergent Zone), donde el aire alcanza la troposfera. Por el contrario, el aire cerca de los polos es más denso y, por ende, baja por efecto de la presión. Cirque: Depresión semicircular de paredes verticales en una montaña, causada por la erosión glacial. Después de la glaciación, esta depresión puede contener un lago. En los Andes son fenómenos comunes y ellos están directamente relacionados con la historia paleoclimática.
Compresor: Utensilio del tallador, usualmente un trozo de forma troncocónica del asta o cornamenta de algún tipo de animal como cérvido, la cual se usaba para presionar a los artefactos de piedra y así, retocarlos, logrando las formas y filos deseados. En el Perú, las puntas andinas del Holoceno Temprano fueron retocadas bajo esta forma, aunque algunas parecen sólo haber sido talladas por percusión.
CLIMAP: Siglas de “Climate, Long Range Investigation, Mapping and Prediction” que es un proyecto científico grupal para reconstruir los cambios climáticos del pasado a base de muestreos marinos y lacustres. Su objetivo principal es el de generar una serie de mapas paleoclimáticos mundiales. El Área andina está también comprendida en este estudio. Clovis: Cultura más antigua en Norteamérica, aceptada por todos los arqueólogos, entre el aproximadamente los 11,500 y 10,900 años a. C. Se distingue por una tecnología lítica que tiene como característica principal una punta bifacial, la cual ha sido elaborada por técnicas singulares, como sobrepasados intencionales y la conocida acanaladura basal (flutting). Tuvo una amplia distribución, pues abarcó desde los acuales territorios de Canadá hasta Centro América.
Coriolis (fuerza de): Es una fuerza que describe la aceleración de las partículas de una esfera que rota. El principio que la rige, es que cualquier partícula terrestre se encuentra en plena rotación en torno al eje de la tierra durante las 24 horas del día. Sin embargo, en las inmediaciones de la línea ecuatorial estas partículas se aceleran para cubrir una distancia mayor, llegando a un promedio de más de 1,600 km. por hora. Por eso, por efectos de los vientos, si una partícula se mueve desde la zona ecuatorial hacia latitudes más altas, debido a la velocidad tenderá a desplazarse hacia el este, mientras que por el contrario,
Coluvial: Relacionado a depósitos desagregados de debris rocosos en la base de una cuesta o en la misma.
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si una partícula se mueve de latitudes más altas hacia el área ecuatorial, tenderá a desplazarse hacia el oeste, debido a la mayor velocidad en esta zona. La fuerza de Coriolis surge cuando tanto las partículas que van hacia el este como las del oeste, por efecto de inercia, se encuentran atrapadas en un gran círculo que dan inicio a ciclones y anticiclones (como el del Pacífico Sur). Es importante para el paleoclima de la costa peruana, pues produce una serie de vientos y condiciones climáticas que contribuyen a definirlo.
de todas formas, de un evento posterior al acuñamiento de la moneda, que no puede ser antes de 161 AD. De manera similar, puede haber imprecisiones originadas por los llamados cronistas en los Andes, cuando ellos refieren a fechas de eventos pasados, a excepción de fechas obtenidas por contraste entre las fuentes históricas y de ciencias físicas (como las del volcán irlandés Hekla en el 1,004 AD, o el Huaynaputina, en el Perú en el 1,600 AD). Por el contrario, la cronología absoluta se produce por medio de la obtención de muestras orgánicas o inorgánicas que proceden de organismos fósiles o cristalizados que aún contienen partículas bioquímicas, las cuales han ido extinguiéndose o transformándose en otras. Por lo general, ellas se denominan isótopos radioactivos. Es decir, decrecen una vez muerto el organismo a fechar. El radiocarbono es un ejemplo, pues se transforma en C14 poco a poco, una vez que el organismo deja de existir, lo que permite saber la cantidad residual aún existente y de allí conocer el momento exacto en que el organismo murió. En la actualidad, el año 2007, hay más de 50 tipos de organismos que pueden ser medidos por el C14 que van desde carbón, pasando por agua, hasta hielo. Hay una paleta de métodos radiométricos que pueden fechar a los restos del pasado, entre los que se cuentan al potasio-argón, luminiscencia ópticamente estimulada, etc.
Crono-estratigrafía: Organización de los estratos de acuerdo a las unidades basadas en su tiempo o antigüedad. Si bien es un término geológico, se le usa con frecuencia en prehistoria. Cronología: Término que se emplea en las ciencias de medición del tiempo para saber la antigüedad de uno o varios eventos en el pasado. En arqueología y prehistoria es de fundamental importancia debido a que no se cuenta con un registro escrito, sin embargo, cuando los hay, pueden corregirlos. Existe una cronología relativa y una absoluta. La relativa no determina con exactitud la antigüedad de los sucesos, sino más bien su posición por orden en el tiempo, es decir, si pasó antes o después de algo. Por ejemplo, el hallazgo de una moneda romana con el rostro de Marco Aurelio en un estrato arqueológico nos indica la alta probabilidad de que ese estrato corresponda a su gobierno entre 161 y 180 AD, no obstante, puede tratarse también de que la moneda fue usada en épocas posteriores, lo que no asegura que feche el evento. Esto es lo que en prehistoria se conoce como terminus ante quem, pues la moneda nos dice que se trata,
Corriente efímera: Aquélla que lleva agua por un breve lapso de tiempo. Esto ocurre por ocasionales eventos de precipitación o descarga de agua por deglaciación, como el caso de los llamados “ríos secos”. Cuaternario: Último período del tiempo geológico perteneciente a la era Cenozoica,
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generalmente subdividido en el Pleistoceno y el Holoceno. El primero habría empezado hace unos 2.8 millones de años, mientras que el segundo hace unos 10,000 años. Probablemente el evento más importante que se ha dado durante está época ha sido la evolución de la especie humana. El término cuaternario está en vías de extinción, de acuerdo a los especialistas, y en un futuro probablemente sea referido como una sección final del Neógeno.
antigüedad por medio del análisis de los anillos de los árboles que se encuentra en la madera usada en el pasado. Ellos también sirven de soporte para las correcciones radiocarbónicas. Uno de los pioneros en este estudio fue Andrew E. Douglass, un astrónomo estadounidense considerado como el fundador de esta ciencia y que logró demostrar que los ciclos de las manchas solares causan cambios climáticos en la tierra, además de presentar de manera precoz una cronología arqueológica a base de anillos de árboles para la parte sudoeste de los Estados Unidos de Norteamérica.
D
Denticulado: Herramienta de piedra que se caracteriza por la presencia de un borde de aspecto “aserrado”, presumiblemente para cortar superficies de materiales orgánicos. Es uno de los tipos de utensilios de piedra más remotos hechos por los seres humanos, incluso también por el Homo Erectus, no sólo en África sino también en Asia y partes de Europa, al menos desde hace unos 800,000 años. Este utensilio resulta un poco problemático, pues puede ser confundido (para ojos no expertos en prehistoria), con ecofactos o supuestas “herramientas” que hasta pueden ser “talladas” por medio de simples pisadas (que en inglés se conoce como trampling)
Datación radiométrica: Junto al radiocarbono hay una serie de otros isótopos radioactivos que son usados para estimar fechados de organismos. Tal es el caso por ejemplo de los isótopos de uranio (U-238 y U-235, con vidas medias de 4.5 y 0.7 billones de años respectivamente), berilio (Be10 con una vida media de 2.5 millones de años) y potasio (K40 que cambia a Ar40 a una velocidad de vida media de 1.4 millones de años). Aunque es un medio cuyo interés primordial recae en las ciencias geoquímicas, estos elementos pueden servir de cronología y fuente de información para trazar la historia paleoclimatológica de la tierra, no sólo en relación a fechados relacionados con la evolución humana, sino también para complementar al radiocarbono, o sustituirlo cuando hay antigüedades mayores a los 80 mil años.
Derrubio: Tierra de las riberas de los ríos desplazada o acarreada por aguas corrientes. Desechos de Talla: Dícese de los fragmentos y esquirlas de piedra que, por lo general, son amorfos y que resultan de la talla de algún tipo de actividad como la manufactura de un artefacto lítico o del proceso de desbastado, es decir, la extracción de lascas de núcleos.
Dendrocronología: fechados por medio de anillos de árboles. En muchas zonas arbóreas del mundo, se ha empleado madera para la construcción de edificios. Los arqueólogos han rescatado estos restos para estimar su
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A pesar de no contener mucha información para el prehistoriador, son extremadamente importantes, pues suelen indicar, que donde son encontrados hubo un evento de talla in situ. En un libro muy conocido, especializado en Paleolítico Europeo titulado “Big Puzzle” (editado por Cziesla 1990), los desechos de talla son los protagonistas principales, en función de determinar que el trabajo de talla se llevó a cabo in situ. De allí la importancia de recoger todos los restos hallados en un yacimiento y de no mover ningún desecho de talla hasta que se excave científicamente un yacimiento arqueológico.
humanos. El viento, las temperaturas elevadas, las zonas glaciales o la insolación pueden generar este tipo de supuestos “artefactos”, los cuales se pueden confundir con productos humanos, cuando no hay un examen en detalle. La historia de la investigación está llena de ecofactos. En el Perú, por ejemplo, dentro de los materiales que Lanning recogió de Cerro Chivateros se encontraron algunos ecofactos. En Brasil, por ejemplo, los supuestos artefactos de Pedra Furada, de alrededor de 40,000 años atrás, son, para algunos expertos, simplemente ecofactos, en este caso piedras que han sido golpeadas por la dinámica de terrazas cuaternarias, de manera natural, aunque hay que decir que aún se mantiene una fuerte discusión al respecto.
Detritus: Material desagregado producto de la desintegración o erosión de las rocas o material orgánico. Dimorfismo: La existencia de la misma especie en dos variedades que pueden diferir en tamaño, color y forma.
Ecoregión: Gran área de tierra y agua que contiene conjuntos de comunidades vegetales que comparten especies, dinámicas ecológicas y condiciones medioambientales que son importantes en su persistencia por una vida larga.
Disco tipo Culebras: Herramienta de piedra descubierta por Edward Lanning y luego analizada por Duccio Bonavia, correspondiente al Precerámico Medio y Tardío de la Costa Central que suele elaborase a partir de una lasca de guijarro por medio de percusión dura y que probablemente se usó para mariscar.
Ecotono: Transición entre dos comunidades ecológicas adyacentes en una área grande. Emergencia marina en la costa: en inglés “coastal upwelling”. Es uno de los fenómenos (sino el más importante) por los cuales el mar peruano es rico en vida marina. Se define como un movimiento marino profundo, rico en nutrientes como nitratos y fosfatos que fluyen hacia la parte superior del océano, lo que influye, en especial, a las costas occidentales de los continentes. El fitoplancton (algas verdes) que es generado en las profundidades sale a superficie por este medio, de modo tal que alimenta al zooplancton y este a su vez, a
Dryas III: Ver Younger Dryas.
E Ecofacto: Piedra de la cual han sido removidas una serie de lascas por agentes naturales, dando, sin embargo, la impresión de que pudieron ser talladas por seres
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Estuario: Se refiere a un cuerpo de agua en la costa que tiene una conexión directa con el mar abierto, donde el agua fresca de tierra se mezcla con el agua marina.
peces, mamíferos marinos y seres humanos que forman parte de esta cadena. Los investigadores han descubierto que la costa peruana (así como también la de California, en los Estados Unidos, noroeste de África, y en el Mar Arábigo) muestra este fenómeno de manera regular y estacional y que al parecer ha servido de base para la formación de sociedades complejas en la costa, de acuerdo a arqueólogos como Moseley.
Etno-arqueología: Método usado en la arqueología y prehistoria que consiste en la observación científica de costumbres, técnicas y creencias de grupos aislados del mundo occidental, quienes las conservan con muy pocas alteraciones hasta hoy en la actualidad, sirviendo como fuente de información valiosa para reconstruir las actividades y eventos del pasado por medio de analogías. Uno de los campos más fascinantes de aplicación de la etnoarqueología es el mundo de las creencias. Un ejemplo puede ser de un grupo de cazadores de Australia que hace pinturas de “manos negativas”, idénticas a las encontradas por los prehistoriadores en varias cuevas alrededor del mundo entre los 20,000 y 7,000 años a. C. Los grupos que aún las hacen, explican que ellos pintan “manos negativas” poniendo las palmas de sus manos sobre la pared de las cuevas, escupiendo luego una mezcla de agua con óxido de hierro sobre las manos. Luego de algunos minutos se retiran las manos, cuyas siluetas quedan impresas en las cuevas. Ellos han respondido que lo hacen pues así ellos estarán siempre presentes con sus espíritus en la cueva. Aunque pueda resultar especulativo en cierta forma, es una manera científica de buscar explicaciones a las enigmáticas pinturas de las cuevas desde hace miles de años.
Eólico: Relativo a lo producido por efecto del viento. Epi-kárstico: La superficie superior de un karst que consiste de una serie de fisuras que se interceptan, y cavidades que transportan agua superficial y nutrientes subterráneos. Estratigrafía: Clasificación geológica de estratos o capas sedimentadas o rocosas de acuerdo a las características de cada estrato. Entre ellas se tiene a la lito-estratigrafía, bio-estratigrafía, crono-estratigrafía y morfoestratigrafía. Estrías: (1) Geolog.: Marcas (surcos, pulimentos, fracturas) generalmente pequeñas sobre las rocas producto del retiro, o derretimiento del hielo durante los períodos de interglaciación. Cuando estas huellas son halladas, no sólo nos indican antigua presencia de hielo, sino también su dirección de movimiento. (2) Arqueol.: Ciertos tipos de huellas a modo de marcas alargadas que se producen sobre los artefactos de piedra, hueso y de otros materiales cuando son usados para cortar, frotar y raspar. Tales marcas pueden ser observadas por medio de microscopios, lo que permite saber la función de la herramienta arqueológica que posee este tipo de huellas. Véase también traceología.
Etno-arqueológico: que aplica etnoarqueología para la interpretación de los restos en la arqueología o prehistoria.
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Eustasia: Posición global y cambios del nivel del mar. Generalmente se genera por eventos como glaciaciones y deglaciaciones.
algunas puntas de piedra del abrigo de Telarmachay durante el sexto milenio a. C., han sido probablemente lanzadas, por medio de estólicas o propulsores, contra animales (como ciervos) para matarlos. En la Costa Norte peruana, por ejemplo, sabemos, de acuerdo a las últimas investigaciones de Pelegrin y Chauchat, que entre los 9,000 y 7,000 años a. C. hubo grupos de talladores expertos que enseñaban a aprendices de talla de piedra. En otros lares, como Europa, se ha logrado descubrir una gran cantidad de técnicas de talla de piedra al menos desde la época Neandertal.
Experimento (prehistórico): Método que se usa en prehistoria por medio del cual se trata de reproducir las técnicas de manufactura de los artesanos pasados. Se le suele asociar con talla lítica. En este caso, el prehistoriador examina el conjunto de restos de piedra tallados por los artesanos hace miles de años, en función de entender los procedimientos seguidos por estos grupos prehistóricos. Una vez que analizó a estos artefactos líticos, trata de seguir los pasos tal como fue en la prehistoria, reproduciéndolo con la mayor fidelidad posible. Este experimento permite adentrarse en la experiencia pasada, con el propósito de explicarla y entenderla, y, de esta forma, aprender las técnicas del pasado. Es así como se han reconstruido decenas de técnicas desde las más sencillas hasta las más sofisticadas ejecutadas por los artesanos del pasado. De igual modo, cuando uno elabora un utensilio de piedra comete errores y aciertos, quedando ellos evidenciados en los desechos de piedra que se producen como resultado de ello. Esto también permite hacer comparaciones con mucha más propiedad con los restos que uno encuentra en la excavación en búsqueda de explicar el porqué se han producido. Los experimentos prehistóricos son usualmente combinados por el prehistoriador con traceología y etno-arqueología, para acercarse más objetivamente a la reconstrucción de las actividades del pasado. Los experimentos prehistóricos vienen contribuyendo desde hace ya muchos años al mundo de la prehistoria en general. No obstante, en el Perú recién comienzan a aplicarse. Por ejemplo, por medio de ellos sabemos que
F Facie: 1. Modalidad en que se presenta una “cultura” o “complejo” fuera del área original. Por lo general, posee al menos un rasgo peculiar y propio. Pongamos el ejemplo del “Paijanense” de facie “Casma”, lo que implica no sólo que es más reciente, sino que la modalidad de Casma contiene una punta de pedúnculo ancho, exclusivo (o casi) de esta zona. Se usa debido a la necesidad de diferenciar dos fenómenos similares, pero con diferencias internas. En Europa, hay infinidad de facies, por ejemplo, dentro del Paleolítico Superior, en función de individualizar particularidades. Un buen ejemplo es el Solutrense Ibérico de “facie cantábrica” y “facie mediterránea”. Mientras que el primero presenta la modalidad de puntas sin pedúnculo, el mediterráneo, por el contrario, abunda en ellas. 2. También se dice “facie” a la modalidad del sitio en el cual se ha llevado a cabo una o más actividades. Para el Paijanense hay, por ejemplo, facie cantera, facie taller,
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facie campamento, todas las que han sido definidas en los sitios tradicionales de Pampa de los Fósiles y Cupisnique.
se expresa per mil respecto del PDB. Las diferencias pueden ir desde la madera con un 25 per mil, o maíz, con 10 per mil, o carbonatos marinos con 10 per mil.
Fenología: Es el estudio de los impactos del clima en la aparición estacional de flora y fauna y además, las formas cambiantes de un organismo y la manera cómo éstas afectan la relación con su medioambiente.
G Gelifracción: Fractura de rocas por efecto de eclosión de agua retenida en ellas, la cual se congeló a temperaturas muy bajas, producto de eventos como avances glaciales.
Fisio-químico: Se refiere al análisis científico de las propiedades y conducta de los sistemas químicos que incluye a la atmósfera y agua terrestre.
Gelifluxión: Es un tipo de solifluxión que suele ocurrir en medios peri glaciales o bajo permafrost.
Fitolitos: Son cuerpos microscópicos de sílice formados en las células de las plantas, que una vez muertas y descompuestas, permanecen en los suelos. Al ser de sílice resisten a procesos de desintegración orgánica, lo que hace posible analizarlos y determinar qué tipo de planta hubo en el medio prehistórico y eventualmente proporcionar datos valiosos sobre el paleoclima de donde proceden.
Geoarqueología: Anglicismo derivado de “Geoarchaeology”. Según Waters (1992) es la aplicación de las geociencias en la arqueología, lo que resulta en estudios de geomorfología, pedología, sedimentología, estratigrafía y geocronología de los sitios arqueológicos. Si bien es aplicable a todos los yacimientos arqueológicos, se le suele vincular a estudios de sitios más antiguos, desde el Pleistoceno hasta ell Holoceno Medio. Es imprescindible en la evaluación de la problemática del medio ambiente y sus relaciones con los primeros grupos humanos en poblar los Andes (se recomienda el manual de Waters, M. R. 1992. Principles of Geoarchaeology. A North American Perspective. The University of Arizona Press).
Fraccionamiento Isotópico: Corrección que los laboratorios de C14 modernos toman en cuenta sobre la base de que las plantas y animales contienen diferentes valores de contenido C-14 en comparación al radiocarbono atmosférico, debido a que ciertos procesos biológicos tienen tendencia a preferir isótopos de carbono más ligeros que otros. Se trata, entonces, de la medición real de la actividad radiocarbónica de la muestra a fechar. Si la actividad radiocarbónica en plantas y animales (huesos, usualmente en el medio arqueológico) es mayor, así también se verán incrementadas sus antigüedades. Para solucionar este problema, el AMS determina la relación entre C12 y C13 y
Geocronología (geochronology): Ciencia que determina la edad absoluta de rocas, fósiles y sedimentos. Se usa una variedad de métodos para determinar tales edades a base de la llamada crono-estratigrafía.
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Geomorfología: Es el estudio de las formas de la tierra y los procesos que la las han causado. Para la prehistoria es de fundamental importancia debido a la valiosa información que puede proporcionar en relación al medio que poblaron los primeros habitantes de los Andes.
Halofítico: Relacionado a las plantas que nacen y se desarrollan en suelos que contienen alta proporción de sales. Holoceno: Período posterior al Pleistoceno pero continuación del Cuaternario. Empezó hace aproximadamente 9,500 años a. C. y continua hasta la actualidad. Se caracteriza principalmente por la reducción de las capas de nieve y la elevación de temperatura a intervalos.
Glaciación-Deglaciación: Aber nos dice que es el proceso de desarrollo y dispersión de cubiertas glaciares y nevados que llegan a cubrir gran parte de la tierra (hasta un 30% en su máximo). Deglaciación es lo opuesto, es decir, la reducción de las cubiertas glaciares que más bien descubren áreas de tierra. Actualmente el mundo se halla en un período de deglaciación, por lo cual la tierra está cubierta por sólo 10% de áreas glaciares.
I
Insolación: La cantidad de radiación solar recibida por un área específica. Áreas ecuatoriales o sus inmediaciones (como la andina) reciben 2.4 veces más radiación solar que las de los polos. En la costa peruana, una vez establecidas las condiciones de neblina, el albedo generado por ella hace que se reciba menos radiación solar y, a su vez, que el ciclo del carbón sea particular, es decir, reducido, por lo que es necesario la revisión de los fechados radiocarbónicos vinculados a esta zona.
Glacio-Hidro-Estáticas (Contribuciones): Variaciones de la subida del nivel marino por una serie de factores como volúmenes de hielo particulares de una región, movimientos de placas tectónicas y cambios en el potencial gravitacional del sistema tierra-hielo-océano.
H
Isótopos: Forma de un elemento con un cierto número de neutrones que pueden ser estables o inestables. Son estos últimos los que interesan a los estudiosos del pasado, pues por lo general van desapareciendo o transformándose después de que mueren. Tal es el caso del C14, por medio del cual se puede saber cuánto C14 residual aún vive en el organismo muerto y, por ende, conocer cuanto tiempo tiene el evento que pasó.
Hábitat: Se refiere a un grupo de condiciones que reúnen todos los factores abióticos y bióticos (como por ejemplo temperatura, humedad, precipitación, radiación, condiciones nutrientes, comunidades de insectos de plantas y animales) que componen el medio donde determinadas especies pueden vivir y reproducirse por lago tiempo.
Isótopo de carbón: Hay dos isótopos de carbón usados para la investigación del
Hipsitermal: Véase también Altitermal.
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pasado. El C14 que provee la información necesaria para conocer el tiempo que transcurrió desde que un organismo muere y el C13 en combinación con el anterior, sobre los contenidos CO2 en la atmósfera y océanos y sus efectos en el clima del pasado.
acuerdo en que 0.2 % de cambio, equivale a aproximadamente 1°C.
K KA (ka): Kiloannum, que es sinónimo de un milenio (en arqueología suele usarse sin las correcciones o calibraciones radiocarbónicas).
Isótopo oxígeno 18: Permite mediciones de temperatura y condiciones ambientales en el pasado. En este tipo de análisis se mide las proporciones del estado común del oxígeno (O16) versus su estado radioactivo (O18). El agua contenida por el O18 (deuterio) pasa al estado de vapor más lentamente. También el agua O18 se condensa más rápidamente que la lluvia o nieve, desde su forma de vapor durante las precipitaciones. Por ello, la distribución del O18 en aguas naturales indica períodos de evaporación y precipitación. De esta forma la proporción entre O16 y O18 en un bloque de hielo perforado en un glaciar, nos provee información sobre temperaturas de las precipitaciones de nieve. En el marco de esta investigación, los caparazones de las foraminíferas (organismos unicelulares) han jugado un rol sumamente importante, pues por medio de ellos se ha logrado reconstruir las temperaturas del pasado en varias partes del mundo. El proyecto GISP (Proyecto de Investigación de capas de hielo en Groenlandia) ha reconstruido los climas del mundo desde los últimos 120,000 mil años a base de las mediciones de este tipo de isótopo. El pionero en este estudio es Willi Dansgaard, climatólogo danés, quien desde los años 60 del siglo pasado dio los primeros pasos en el registro del O18 en Groenlandia para la medición del clima de los últimos milenios. Actualmente los expertos están de
Karst: Cualquier topografía basada en rocas con drenaje interno. La resultante solubilidad de las rocas produce una serie de corrientes subterráneas, cavidades y pozos naturales. Suele estar asociada a áreas con cavernas, las cuales fueron usadas, con frecuencia, por los primeros seres humanos.
L Lasca: Fragmento que se desprende al golpear un bloque de piedra con un percutor. Tiene características típicas que la hacen reconocible como producto humano, tales como el talón, superficie dorsal, bulbo, etc. De su estudio se puede conocer las técnicas empleadas por los talladores en la prehistoria. Leitfossil: Término de origen germano que adjudica una antigüedad a un utensilio (en este libro, de piedra), sin que se le haya fechado, a base de su gran similitud con otro dentro de una misma región, período o contexto, que por el contrario sí posee una antigüedad determinada de manera absoluta. Hoy en día, el empleo de este término es en cierta forma riesgoso, en vista
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de que se conocen una serie de fenómenos que pueden haber reproducido artefactos similares a los que tienen fechados seguros, entre otros, problemas de tafonomía. Es decir, si han intervenido otros agentes aparte de la descomposición de los mismos organismos, remoción de terreno por animales, hasta alteración causada por seres humanos en épocas modernas. Algunos ejemplos para este libro: puntas “cola de pescado” en Sudamérica = Pleistoceno Final-Holoceno Temprano; puntas tipo Paiján en la costa peruana = Holoceno Temprano; perforadores en la costa central = Holoceno Medio; o puntas triangulares en la Puna de Junín = Pleistoceno FinalHoloceno Temprano, etc.
en la distribución latitudinal de la radiación solar debido a las variaciones de la geometría orbital de la tierra alrededor del sol. Microclima: Clima dentro de un área pequeña y particular, tal como un área lacustre o forestal, o inclusive dentro de cuevas o pequeñas quebradas. En el Perú conviven una gran variedad de éstos. Mínimo de Maunder: Fase histórica entre 1645 y 1717 AD de veranos fríos e inviernos excepcionalmente helados dentro de la llamada “Pequeña Edad de Hielo” en Europa (Little Ice Age). El nombre se debe al físico británico (1851-1928) quien logró asociar la actividad de manchas solares con las bajas de temperatura en la tierra. Estos efectos aún no han sido estudiados en detalle en el área andina.
Lito-estratigrafía: organización de los estratos geológicos basada en sus características litológicas o rocosas. Los prehistoriadores usan también con frecuencia este término geológico para investigaciones en relación con los seres humanos.
Mínimo Spoerer: Fase histórica similar a la del Mínimo de Maunder, pero que se dio aproximadamente entre el 1460 y el 1500 AD, con una baja de temperatura muy similar. Este fenómeno ha sido también detectado en los Andes por el registro O18 del nevado Huascarán. Resulta curioso que sea coincidente de manera aproximada con el inicio del Horizonte Tardío y con la expansión del Imperio Inca. Es un tema a investigar.
LGM: Siglas en inglés de “Last Glacial Maximum”, o Último (período) Glacial Máximo. Loess: Término que frecuentemente se usa en prehistoria y que significa sedimentos de grano fino no consolidados, el cual se extiende homogéneamente sobre zonas periglaciares y desérticas. Se acumula por transporte eólico que forman depósitos de polvo. Es típico del Younger Dryas.
Monzón: Los vientos monzónicos son brisas marinas y terrestres gigantes, producidas por las estaciones. Los monzones de verano generan humedad y lluvia por medio de grandes brisas marinas, mientras que los monzones de invierno aportan aridez. También deben ser considerados dentro del estudio del paleoclima debido a posibles repercusiones en el pasado.
M Mecanismo de Milánkovich: Mecanismo de los ciclos climáticos que resultan de cambios
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Morfo-estratigrafía: Organización de los estratos basada en las características morfológicas (formas terrestres, landforms).
y por el contrario en latitudes más altas, por efecto inverso, aumentarlas. Núcleo: Bloque de materia prima (rocas) de donde se han desprendido lascas, láminas o, inclusive, hecho utensilios.
Morrena: Formas de tierra o depósitos de origen glacial. Procede del francés que significa las pilas de guijarros que acarrean los movimientos glaciares en los límites de ellos.
P Paijanense: Se dice de la cultura descubierta por Claude Chauchat (aunque Junius Bird y Ubbelohde Doering ya la habían visitado antes) a inicios de la década de 1970 que cubre las áreas de Pampa de los Fósiles, Quebrada de Cupisnique y Mocan y Ascope entre los valle de Jequetepeque y Chicama. Esta zona fue habitada al menos entre el onceavo y el octavo milenio a. C. por grupos de pescadores-recolectores que los arqueólogos llaman Paijanenses y cuya principal característica es la producción de puntas de piedra, generalmente de riolita y que tienen una forma sui generis, con una punta perforante muy aguda y una base con una especie de pedúnculo que, de acuerdo a las investigaciones del mismo Chauchat y Jacques Pelegrin, llevaba mucho trabajo en horas y esfuerzo para conseguirse. Los restos óseos de este grupo evidencian que se trataba de gente de cuerpos gráciles, algo espigados, pero de musculatura definida, con cráneos ligeramente largos y grandes y de aspecto similar a los actuales aborígenes australianos. Al parecer, eran grupos que estaban adaptados a diversos medios, pues mientras que los de Pampa de los Fósiles estaban adaptados al desierto costero, los del norte del valle de Jequetepeque habrían estado adaptados a otro tipo de ambiente y se habrían internado en algunas quebradas andinas. Por extensión,
N Neo-Glaciaciones: Series de avances cortos sucedidos durante los últimos miles de años del Holoceno. Neblinas: Son importantes por su quasi permanente presencia en la costa peruana, desde milenios atrás y sobre todo por los efectos que ellas generan. Se trata de pequeñas partículas de agua que son lo suficientemente densas como para evitar la transmisión directa de la luz solar. El agua se condensa cuando la humedad en el aire excede su capacidad de retener vapor de agua y cuando aparecen los aerosoles en los cuales el vapor se termina transformándose. Los paleoclimatólogos están de acuerdo en que por lo general temperaturas altas van a producir más humedad que a su vez posibilitan la formación de neblinas. Las neblinas producen también el efecto “albedo de neblina” que consiste en que ellas reflejan la luz solar al espacio, pero reteniendo radiación infrarroja. Las neblinas pueden producir un fenómeno inverso climático a nivel global. Durante el Holoceno Medio, ellas pueden haber reducido las temperaturas en áreas cercanas a las tropicales ecuatoriales, como la andina
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cuando se encuentran tecnologías de piedra similares a las de Paiján, es decir, la manufactura de puntas pedunculadas bajo el sistema o cadena operativa similar, se aplica este nombre a sitios que han sido poblados aproximadamente por aquella época en otras partes de la costa peruana (permítasenos llamar la atención acerca de que algunos colegas vienen aplicando este término de manera indiscriminada, pues no toda punta pedunculada es sinónimo de Paijanense. Para ello es necesario hacer un estudio de las cadenas operativas del material a comparar, además de estudios paleobiocenóticos en función de relacionar fenómenos para evaluar posibilidades de contactos -un caso tipo es, por ejemplo, la punta tipo Restrepo de Colombia, que no por ser pedunculada, es similar a Paiján, o más absurdo aún, puntas Szeletienses del Paleolítico Medio de Europa Oriental, que por ser foliáceas sean comparables a las del área andina.).
sugerido cambiar este término por el de paleoamericano, en función de abarcar toda la América y de relegar lo “despectivo” de este término. Paleomagnetismo: La historia del campo magnético de la tierra del pasado ha quedado grabada en el magnetismo natural remanente en las rocas. El uso de los cambios de polaridad es una característica común, de modo que tales cambios puedan ser usados como marcadores estratigráficos. Paleosuelo: Suelo antiguo y cubierto, que suele ser usado como marcador de interglaciación. Se le conoce también como paleosol. Paleovegetación: Vegetación existente en el pasado que suele ser evidenciada por medio de técnicas de análisis como por ejemplo de fitolitos, palinología, etc. Se enmarcan dentro de los estudios paleoambientales y son de gran importancia en la reconstrucción del medio ambiente del pasado (véase también paleoecología).
Paleoecología: Reconstrucción de los medioambientes del pasado, en especial con referencia a las plantas y animales antiguos. Para los prehistoriadores este tipo de estudios son cruciales para entender el medio ambiente en el que vivieron nuestros antepasados (véase también: paleovegetación).
Palinología: Estudio científico del polen de las flores del pasado que permite a los prehistoriadores acceder a áreas de análisis como estratigrafía palinológica, paleobotánica y paleoclimatología de las plantas. Posibilita al estudioso del pasado la reconstrucción del mundo vegetal.
Paleoindio: Período más antiguo documentado para los primeros habitantes de Norteamérica, aproximadamente entre los 12,000 y 6,000 años a. C., y generalmente con implicancias de modos de vida de cazadores-recolectores y pescadores. Tradicionalmente se asocia con fauna extinta (como mamuts) y con las bellas puntas Clovis. Recientemente, algunos autores han
Pelágico: Relacionado a la vida mar adentro y no cercana a litoral o cualquier formación de agua continental. Pequeña edad de hielo: en inglés “Little Ice Age”. Período más reciente de expansión de la cubierta glacial y nevados, que
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parece tener registro mundial, incluso en los Andes. Con algunas variaciones, duró aproximadamente entre el 1550 hasta 1820 AD. En la literatura corresponde al mínimo solar Maunder (véase también Mínimo de Maunder).
cuando se les excava, se puede encontrar percutores. En el Perú se los ha encontrado de diversos tamaños y pesos en el abrigo de Telarmachay, en capas de alrededor del sexto milenio antes de Cristo. Periglacial: Se refiere la zona o medio ambiente rodeado por una cubierta de hielo, o glacial, generalmente caracterizada por un clima muy frío.
Percusión blanda: Técnica de talla para la cual se usa un percutor ya sea de madera, de cornamenta de animal, o de hueso. Se la emplea frecuentemente para extraer lascas más delgadas para formar con mucho más control una pieza, por lo general, bifacial. Por ejemplo, durante el Solutrense se la usó frecuentemente para lograr piezas bifaciales de muy poco espesor, muy difíciles de tallar. En el Perú, Chauchat la ha identificado para la talla de piezas bifaciales del Complejo Paiján entre los 10,000 y 7,000 años a. C. En este caso, él sugiere que se usó el cerne del algarrobo. En Telarmachay, en la puna de Junín, se ha hallado percutores de asta de cérvido del sexto milenio a. C.
Permafrost: Suelo congelado permanentemente que presenta generalmente formas poligonales de hielo y montículos de hielo generados por presión hidrostática de permafrost. Suelen tener cientos de metros de espesor y presentarse en la tundra polar. Si bien es característico de los glaciares del hemisferio norte, también puede existir en nevados y áreas glaciales como la andina, de allí su importancia en el área de estudio. Pleistoceno: Lapso de tiempo dentro del Período Cuaternario que se inició alrededor de 2 millones de años atrás. Se caracterizó por la presencia de fósiles modernos, grandes glaciaciones y cambios climáticos y medioambientales. Terminó alrededor de los 10,000 años a.C. con el Dryas III o Younger Dryas.
Percusión dura: Técnica de talla donde se emplea un percutores de piedra. Por lo general se emplea para la formación de útiles pesados y toscos, aunque con percutores pequeños se puede retocar. Es la técnica más frecuente al tallar instrumentos de piedra.
Pluvial/interpluvial: Pluvial se refiere a un período en regiones áridas, cuando la humedad ha llegado a alcanzar mayores promedios que en la actualidad, produciendo, incluso, grandes lagos de agua fresca. Interpluvial corresponde a períodos más secos que aparecen entre los períodos pluviales.
Percutor (“martillo”): Instrumento de talla que puede ser de piedra (caso típico, un guijarro), de madera, hueso, o la cornamenta de un animal y que sirve para formar o manufacturar un utensilio de piedra. La percusión con piedra, es también conocida como percusión dura, mientras que la percusión con madera o cornamenta de animal, como percusión blanda. En muchos yacimientos del paleolítico,
PpmV: Partes por millón (106) por volumen. Es la fracción del volumen de un gas
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ocupado por un componente multiplicado por 1, 000,000.
y frecuencia de fósiles, la composición química de ellos, corales y hasta crecimiento de anillos de árboles. Por sus objetivos de medición se clasifican generalmente en tres: proxies para paleo-temperaturas, para niveles marinos y para precipitaciones.
Preforma: Artefacto de piedra que se halla en proceso de manufactura. Por lo general, se trata de piezas que han sido talladas de manera bifacial, es decir, por ambas superficies, mediante una serie de golpes con un martillo de piedra (véase percutor) de tal manera que se va haciendo menos grueso y adquiriendo una forma homogénea, frecuentemente ovalada, una especie de esbozo o primer trabajo en función de formar la pieza. En el Perú, las preformas de tipo Chivateros son un buen ejemplo. Se trata de piezas que fueron abandonadas en pleno proceso de elaboración, por la fractura de la pieza en el momento en el que se golpea con el martillo de piedra, por falla de la misma piedra, o por excesiva violencia del golpe. Las preformas de tipo Chivateros han sido bien definidas por Duccio Bonavia y Claude Chauchat para la llamada Cultura Paiján y son fósiles-guía (véase Leitfossil) en referencia a esta cultura cuando se las encuentra en el campo.
Punta (de proyectil): En términos muy generales, se trata de herramientas de piedra, que suelen ser talladas bifacialmente, es decir en ambas caras, ya sea mediante percusión o presión y generalmente mediante retoque, de formas muy variables, pero con tendencia a triangulares. Además constan de una parte perforante y el cuerpo de la pieza, cuya base, se asume, era insertada en un vástago de madera, hueso, u otro tipo de material. Se trata de una invención que remonta a los Neandertales y cuyo máximo apogeo llega durante el Szeletiense en Centro Europa, o el Solutrense en Francia, pero perdura hasta épocas incluso de la edad de los metales en Europa. En los Andes se conocen las típicas puntas foliáceas (definidas por Thomas Lynch como la “tradición de puntas foliáceas andinas”), pues sus formas recuerdan a las de una hoja de árbol. Suelen ser talladas a partir de una lasca. Durante el Holoceno Temprano y Medio se observan diferencias en las manufacturas; mientras que en la Puna de Junín, por ejemplo, hay una continuidad de la típica forma foliácea con mínimas variaciones, en la Sierra Sur suelen presentar formas con base cóncava (llamada escotada), o con apéndices (llamados pedúnculos), seguramente en función de las actividades, para las que eran destinadas o probablemente por un asunto de estilo. Al respecto cabe remarcar que hasta hace algún tiempo eran sinónimo exclusivo de cacería de animales. Las investigaciones de micro
Protozoarios: Organismos unicelulares que incluyen amebas con caparazón, foraminíferas, zooflagelados, etc. Sus caparazones con contenidos de calcita son fuente de información importante sobre climas del pasado. Una secuencia paleoclimática y batimétrica ha sido elaborada en el Caribe a base de foraminíferas. Proxy: En reconstrucciones paleoclimáticas, un proxy es una medición de las condiciones climáticas de pasado. Brinda información sobre temperatura, precipitación, humedad y otras condiciones medioambientales. Proxies pueden, ser, por ejemplo, presencia
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Bibliografía Glosario Epílogo
huellas de uso en algunos de estos utensilios del abrigo de Telarmachay, durante el Holoceno Temprano y Medio, han puesto al descubierto que más bien sirvieron para múltiples fines, no sólo para lanzarlas para cazar animales como camélidos o cérvidos, sino también para raspar, raer, hasta para cortar plantas. Ello demuestra la naturaleza pragmática de los habitantes andinos durante esta época. Por otro lado, gracias a las investigaciones de Chauchat, Bonavia y Pelegrin, en la costa se tiene bien definida la llamada “punta de tipo Paiján” o simplemente “punta Paiján”, con un pedúnculo neto en la base y sobre todo con una extremidad o ápice largo, “perforante”, que supuestamente ha servido para ensartar peces a modo de arpón, aunque la ocurrencia de estas piezas en otros lares, no precisamente cercanos al litoral, ha suscitado un debate entre los expertos, que incluye la posibilidad de haberlas hecho como símbolo social o de prestigio del tallador, pues sus manufactura exige gran destreza y tiempo. Gran parte de la costa peruana está marcada por este tipo de tecnología, al menos entre los 11,000 y 6,500 años a. C.
fue llevado a cabo en 1948 por Libby y Arnold en la Universidad de Chicago, a partir de medidores simples como contadores geiger. Pocos años después se detectó irregularidades en la producción de C14 atmosférico a lo largo de los milenios, por lo que los fechados radiocarbónicos deben ser corregidos o “calibrados” para convertirlos a años calendarios reales. El radiocarbono es la técnica por antonomasia del arqueólogo, empero para el prehistoriador se imponen otras técnicas radiométricas que tengan mayores alcances para épocas más antiguas que los 80,000 años. La producción de radiocarbono está relacionada directamente con la actividad solar y ésta, a su vez, con el clima de la tierra. Las glaciaciones coinciden de manera bastante aproximada con las bajas de producción radiocarbónica atmosférica y viceversa. Este fenómeno está aún por explorar a profundidad en el área andina. Reducción: Sinónimo de talla lítica. No obstante, se le asocia mayormente con talla bifacial, de allí que se habla de reducción bifacial. Refugio: Lugar eventual donde las especies animales y vegetales tienden a desplazarse y vivir, huyendo de disturbios ó cambios climáticos. Existe la famosa teoría de los Refugios en la Amazonía a fines del Pleistoceno, propuesta por Haffer, donde las comunidades de animales y vegetales tuvieron que migrar por las condiciones del Último (período) Glacial.
R Radiocarbono: Técnica por la cual se puede medir temporalmente el momento en que un organismo dejó de existir. Se basa en la lectura de la cantidad del isótopo de carbón (número 14) remanente en el organismo, la cual se va reduciendo progresivamente desde el momento en que este fenece. Se puede fechar la antigüedad de organismo hasta unos 80,000 años atrás. El descubrimiento
Reservoir, Efecto: (Reservorio, Depósito). En geoquímica reservoir se refiere a la masa de un elemento (como el carbón) o un compuesto (como el agua) que está contenida por un
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Epílogo Glosario Bibliografía
Soporte: También puede emplearse blank o el galicismo support. Forma original de roca a partir de la cual se tallan los implementos prehistóricos. Puede tratarse de una roca en estado natural tal como un guijarro o una roca de forma de poliedro o laja, pero también de una lasca o lámina que ha sido producida previamente por acción humana. Los soportes son claves, pues de sus formas y volúmenes depende el éxito de la pieza a tallar. En prehistoria francesa se habla de un esquema conceptual y uno operativo. El primero se refiere a la forma que el artesano que va a tallar la piedra tiene en mente antes de hacerlo, el segundo trata más bien de las técnicas a seguir para ir reduciendo y tallando la piedra, como proceso de éxitos y errores en la manufactura del artefacto lítico. En otras palabras, de la elección del soporte depende el éxito de la manufactura lítica. Pondremos dos ejemplos que competen a este libro. Una punta Paiján suele ser tallada a partir de un bloque, pero muy raramente de una lasca, aunque hay algunas pocas excepciones. Por el contrario, las puntas foliáceas andinas son frecuentemente talladas a partir de lascas.
depósito (por ejemplo el océano, una laguna, la atmósfera, o la biosfera). Debido a sus condiciones particulares medioambientales, los reservoirs interactúan con los elementos o compuestos que se hallan dentro de ellos, de modo que hay que tenerlos en cuenta cuando se los estudia en función de obtener datos sobre paleoclimas. En radiocarbono, reservoir es de fundamental importancia, pues puede modificar el contenido natural de carbono isotópico de los organismos a fechar. Por ello es importante conocer estos valores antes de introducir un fechado radiocarbónico al software de calibración. Pero también es importante, pues midiendo los efectos reservoirs de diversas partes de la tierra y depósitos de agua, tales como mares y lagunas, uno puede estimar contenidos de sal y CO2 que permiten reconstruir climas del pasado.
S Sedimentación: Proceso por el cual los sedimentos se depositan. Por ejemplo, los fragmentos sólidos de material orgánico e inorgánico que proceden de la descomposición de una roca son desplazados y depositados por viento, agua o hielo. La prehistoria y arqueología usan también este término, pues está directamente ligado a eventos humanos por asociaciones y eventos paralelos. Por medio de la sedimentación se puede observar la historia geológica de una zona dada y hacer interpretaciones climáticas, geodinámicas, etc.
Sub-litoral: Relacionado al ambiente submarino hasta los 200 metros desde la orilla. La información contenida en esta área es de fundamental importancia para el estudio del pasado, pues alguna vez, durante la glaciación, estuvo expuesta como litoral, lo que puede contribuir a nuestro entendimiento de la vida en el pasado. Sustentabilidad: Relativo a la habilidad de un ecosistema para mantener por largo tiempo procesos y funciones ecológicas, diversidad biológica y productividad. También se refiere a la manera de uso de los recursos
Solifluxión: Sedimento saturado y viscoso que desciende lentamente en áreas bajo condiciones heladas.
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Bibliografía Glosario Epílogo
de un medio ambiente sin depredarlo, de manera tal que se auto-regeneren y siempre estén disponibles.
género pertenece a una familia (Canidae), cada familia pertenece a su vez, a un orden (Carnivora), cada orden pertenece a una clase (Mammalia), cada clase pertenece a un Philum (Cordata) y finalmente cada Philum pertenece a un reino (Animalia).
T
Tephra: Relativo a la ceniza implicancias geo-arqueológicas.
Tafonomía: Es el estudio de la descomposición de los restos que uno encuentra en las excavaciones, en especial después de varios miles de años como es el área que compete a la prehistoria. El término viene del griego; taphos: proceso de entierro y nomos: ley. Es usado desde 1940, cuando Efremov lo empleó en describir los procesos por los cuales los organismos pasan de la biosfera a la litosfera, es decir tal como se generan los fósiles. Este tipo de estudio se ha tornado en relevante para ciencias como la paleo-biología, paleo-oceanografía y bioestratigrafía, las cuales van de la mano con las ciencias prehistóricas, que mayormente realizan este tipo de investigaciones para saber cómo las plantas y animales se acumulan y ocurren en contexto con los restos dejados por los seres humanos en el pasado, y asi determinar si están o no relacionados con actividades humanas. En la arqueología peruana, investigaciones de este tipo no son muy frecuentes, lamentablemente. Estamos convencidos de que si se hicieran estudios de tafonomía en, al menos, algunos de los yacimientos precerámicos entrarían en revisión y sus asociaciones se pondrían en tela de juicio.
y
sus
Tephra (Evento): Término técnico, frecuentemente usado para referirse a erupciones volcánicas que expiden nubes de ceniza volcánica. La dispersión de estas capas no sólo afecta a la atmósfera, y por consiguiente a la producción isotópica de C14, sino que también al depositarse constituyen un marcador de este evento sobre el suelo en su estratigrafía, lo que a su vez posibilita fechar eventos antes y después del evento tephra. En Europa y parte de Asia, la erupción del volcán Thera en el Mediterráneo constituyó un Evento tephra muy importante en el tercer milenio a. C., pues las cenizas han llegado inclusive hasta la actual área del Tigris. De igual modo el famoso “Kennewick Man”, en Norteamérica, fue, en parte importante, pues aun en ausencia de C14 en el momento de su descubrimiento, se supo que fue encontrado en una capa inferior al Evento tephra del volcán Mazama (Oregon), fechado hacia los 5,700 años a. C., por lo que deducía que era más antiguo que dicha erupción volcánica. Tephra (Cronología): Fechado y estratigrafía de capas de ceniza volcánica (tephra). Ver también Tephra (Evento).
Taxonómico (grupo): Una clasificación de un organismo en un sistema de orden jerárquico que indica sus relaciones naturales. Cada especie (por ejemplo un perro), pertenece a un género (Canis), cada
Traceología: (galic. Tracéologie). Técnica por medio de la cual se examina las superficies de los artefactos líticos y de otro
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Epílogode ilustraciones Índice Glosario Bibliografía
V
tipo de materiales en busca de huellas de uso, las que permiten determinar aplicaciones específicas de estos. Para ello se requiere, frecuentemente, del uso de microscopios de alta resolución que hacen posible analizar en detalle las micro-huellas de uso que han quedado en los bordes y otras partes de los utensilios de la prehistoria. La distribución de este tipo de huellas tan diminutas se conoce como “microtopografía” de huellas de uso. Hay algunos casos donde incluso, se ha encontrado residuos de material orgánico, como sangre, fibras de animal o plantas todos ellos fueron trabajados por los artefactos líticos. La traceología se ha convertido en toda una especialidad y es una parte fundamental en los estudios de hoy en día, pues ha roto con mitos en el Perú, por los cuales se creía que las puntas de proyectil eran exclusivamente para cazar animales, cuando ahora se sabe que también se usaron en otras actividades como raspado y corte de plantas.
Varvas: (1) Geolog. Laminaciones glaciolacustrinas depositadas a modo de pares durante dos estaciones (verano é invierno). Cada par representa un año, de modo tal que hay una secuencia de varvas que puede ser usada con propósitos de fechados. (2) Biolog. Cada anillo que conforma en sucesión, uno sobre otro un tronco de árbol. Las varvas de árboles contienen información sobre paleoclimas y, además, son la principal fuente para la corrección o calibración radiocarbónica debido a su alta sensibilidad a la atmósfera y medio ambiente. Ventifacto: Una piedra facetada de manera triangular formada por vientos que acarrean arena. Es común en áreas desérticas como las de la costa peruana.
Y
Transgresión/regresión: Avance de mar o hielo sobre la tierra, ocupando partes de ella. Por el contrario, regresión es justamente lo opuesto, es decir, el retiro o retroceso del mar o hielo de la superficie de tierra.
Younger Dryas: Último avance glacial aproximadamente entre los 11,000 y 10,000 a.C. También es conocido como Dryas III. No debe confundirse con LGM que es el Last Glacial Maximum que sucedió en esta parte de los Andes, al menos alrededor de los 19,000 a.C.
Tundra: Llanos sin árboles, característicos en áreas árticas y sub-árticas. Bajo presión de glaciación, muestra sólo pequeñas cimas, gras y permafrost.
U Última Glaciación (Máxima): Sinónimo de Last Glacial Maximum.
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Índice de ilustraciones Bibliografía Glosario Epílogo
Índice de las ilustraciones
de Dennis Stanford, Smithsonian Institution, Washington D.C.).
Figura 1. Localización de los yacimientos entre el Pleistoceno Terminal y el Holoceno Medio (ca. 15,000-4,000 años a. C.) en el Perú.
Figura 10. Láminas de piedra Clovis del yacimiento Carson-Conn-Short, Tennessee, USA.
Figura 2. Excavaciones con el método de decapage en el sitio paleolítico de Pincevent, Francia de unos 12,000 años a.C.
Figura 11. Distribución de las temperaturas durante el último glacial máximo (LGM) en la zona correspondiente al Perú hace unos 20,000 años (adaptado de Metivier 1998).
Figura 3. Talla inicial de un bloque de piedra en un experimento llevado a cabo por Cedric Dumas, Pincevent, Francia.
Figura 12. Paleoclima del Holoceno en los Andes Centrales, de acuerdo a los bloques de hielo O18 extraídos del nevado Huascarán, Perú (adaptado de Thompson et al. 1995)
Figura 4. Taller de experimentos líticos para prehistoriadores en la Universidad Sofia Antipolis, 2000. Francia.
Figura 13. Mapas de reconstrucción de la vegetación de los Andes Centrales desde el Younger Dryas hasta el Holoceno Medio (adaptado de Ray y Adams 2001).
Figura 5. Niños usando un utensilio de piedra de tipo prehistórico para taladrar en un festival de prehistoria en el Museo Monrepos, Neuwied, Alemania.
Figura 14. Dirección de los vientos en la zona de los Andes Centrales durante la última época glacial (adaptado de Bush y Philander 1999).
Figura 6. Niña aprendiendo a tallar la piedra a percusión a mano alzada durante el festival de prehistoria de Monrepos, Neuwied, Alemania.
Figura 15. Puntas “cola de pescado” descubiertas en Quebrada Santa María, La Libertad (cortesía de Jesús Briceño).
Figura 7. Jacques Pelegrin extrayendo láminas por medio de la técnica de percusión indirecta en el taller lítico de Sofia Antipolis, Francia.
Figura 16. Probable punta “cola de pescado” y “esbozo de punta” de Laguna Negra, Alto Chicama, La Libertad.
Figura 8. Posibles rutas del poblamiento americano hacia final del Pleistoceno, entre los 15,000 y 10,000 años a. C.
Figura 17. Punta “cola de pescado” de la localidad de Tasata, Arequipa (cortesía de Jósef Szykulski).
Figura 9. Punta lítica Clovis del sitio Blackwater Draw de alrededor de los 11,000 años a. C. (Nuevo México, USA). (Cortesía
Figura 18. Localización de los yacimientos del Holoceno Temprano y Medio en la cuenca del río Nanchoc. A la derecha se
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Epílogode ilustraciones Índice Glosario Bibliografía
puede apreciar el cementerio de Nanchoc y el sitio de El Palto, uno de los más antiguos de esta zona. A la izquierda se hallan los canales de irrigación artificial del quinto milenio antes de Cristo (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics). Figura 25. Preformas tipo Chivateros de la cantera Tres Piedras, Paijanense de Huarmey, probablemente entre los 7,500 y 6,000 años a. C. (cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
Figura 19. Localización del área donde se encuentran los yacimientos del complejo Paiján en Pampa de los Fósiles y Cupisnique, La Libertad (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 26. Localización de los yacimientos posiblemente del Holoceno Medio en Río Seco, en las inmediaciones de Lomas de Lachay y Cerro Manquillo, de acuerdo a las investigaciones de Rosa Fung (cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 20. Puntas de tipo Paiján de la zona de Pampa de los Fósiles-Cupisnique (colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Figura 27. Desechos de talla de un sitio precerámico en las inmediaciones del Cerro Manquillo, al borde del Río Seco, Lomas de Lachay.
Figura 21. Posición típica de los cuerpos de las tumbas del Paijanense (adaptado de Chauchat et al. 1992 y Briceño y Millones 1999).
Figura 28. Sitio número 3, en las inmediaciones de Cerro Manquillo, al borde del Río Seco. Al fondo se aprecia Lomas Gordas en las cercanías de las Lomas de Lachay.
Figura 22. Zona arqueológica de Quebrada del Batán (La Libertad), donde se ha hallado la asociación entre puntas Paiján y puntas tipo “cola de pescado” (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 29. Lascas y preformas tipo Chivateros (casi en la desembocadura del río Chillón), del Cerro Chivateros, Departamento de Lima (cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
Figura 23. Yacimientos del Paijanense y Holoceno Medio en el valle de Casma (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 30. Laja pequeña procedente de Cerro Chivateros que muestra ensayos de golpes para la formación de una preforma (colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Figura 24. Yacimientos Paijanenses y del Holoceno Medio y Tardío del valle de Huarmey (Cortesía de Google Earth TM
Figura 31. Pequeño esbozo de preforma bifacial hallada en las capas del Holoceno Medio de Tablada de Lurín, Lima.
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Índice de ilustraciones Bibliografía Glosario Epílogo
Figura 32. Localización de las evidencias Paijanenses más meridionales de la Costa peruana, en Cerro Lechuza, Pampa Santa Luisa y Pozo Santo, Ica (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
literalmente, frente al nevado Huascarán. Aquí se han encontrado restos de plantas cultivadas de alrededor de los 9,000 años a. C., lo que muestra la gran antigüedad de la agricultura en los Andes Centrales a escala mundial (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 33. Localización del yacimiento Cerro Paloma del Holoceno Medio, en las inmediaciones de San Bartolo, Lima (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 38. Ubicación de las cuevas de Lauricocha, frente a la Cordillera del Raura, en Huánuco (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 34. Ubicación del yacimiento Quebrada Tacahuay, sobre el litoral del actual departamento de Tacna. Al fondo, se observa el Morro de Sama, en cuyas inmediaciones se encuentra el sitio Quebrada de los Burros (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, © 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 39. Ubicación de la cueva de Pachamachay en la Puna de Junín, en las inmediaciones del río Mantaro y el Lago de Junín (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 35. Ubicación de la zona arqueológica de Quebrada de los Burros, la ocupación humana más antigua en el extremo sur de la costa peruana, que comparte rasgos con la tradición Chinchorro del norte chileno (Cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, Image © 2007 Terra Metrics y © 2007 Europa Technologies).
Figura 40. La Puna de Junín sobre los 4,000 m.s.n.m. y los yacimientos precerámicos que se tratan en este texto. Obsérvese Telarmachay en la parte inferior derecha, el lago de Junín y el Océano Pacífico en el plano posterior hacia el oeste. Se trata de una zona donde varios arqueólogos han desarrollado sus investigaciones sobre los primeros grupos humanos (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Terra Metrics y Image © 2007 NASA).
Figura 36. Puntas de proyectil del nivel 2 de Quebrada de los Burros (Tacna) de alrededor de los 6,000 años a. C. (Cortesía de Danièle Lavallée).
Figura 41. Ensayo de reconstrucción de las actividades llevadas a cabo en el abrigo de Telarmachay (Junín) en su fase VII, alrededor de los 7,000 años a. C.
Figura 37: Localización de la cueva del Guitarrero en pleno Callejón de Huaylas y
Figura 42. Concentración de huesos de camélidos en la fase VI (ca. 6,000-5,600
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Epílogode ilustraciones Índice Glosario Bibliografía
años a. C.) en el abrigo de Telarmachay (Cortesía de Danièle Lavallée).
Figura 47. Herramientas de piedra y hueso del complejo Ayacucho, virtualmente las más antiguas del Perú, de aproximadamente 14,600 años a. C.
Figura 43. Pendientes de hueso y cuentas de piedra del entierro de un niño de 6,000 años a. C. en Telarmachay (Cortesía de Danièle Lavallée).
Figura 48. Localización de la cueva y el abrigo de Toquepala, con sus famosas pinturas rupestres, probablemente, del Holoceno Medio (cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 DigitalGlobe, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 44. Entierro de un niño de unos 6 meses en el abrigo de Telarmachay (ca. 6,000 años a. C.) (Cortesía de Danièle Lavallée).
Figura 49. Panel “B” con una escena típica de las pinturas rupestres de Toquepala, probablemente entre los 6,500 y 4,000 años a. C. Figura 50. Pintura rupestre de Toquepala exhibiendo una probable escena de “chaco”.
Figura 45. Puntas foliáceas andinas de Uchkumachay excavadas por George Kirchner (Cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo). Figura 46. Localización de los yacimientos de Pikimachay y otros de Ayacucho que evidenciarían la presencia humana más antigua en el Perú, alrededor de los 14,000 años a. C. (Cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics).
Figura 51. Cuadro de cronología radiocarbónica corregida y paleoclimático de acuerdo a los isótopos O18 del Huascarán de los Andes Centrales (Perú), entre los 14,000 y 4,000 años antes de Cristo.
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Créditos Índice de ilustraciones Bibliografía Glosario Epílogo
Créditos de las ilustraciones
localidad de Tasata, Arequipa (cortesía de Jósef Szykulski).
Figura 1. Mapa del autor.
Figura 18. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 2. Fotografía del autor. Figura 3. Fotografía del autor.
Figura 19. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 4. Fotografía del autor. Figura 5. Fotografía del autor. Figura 6. Fotografía del autor.
Figura 20. Fotografía del autor. Colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.
Figura 7. Fotografía del autor. Figura 8. Mapa cortesía de Dennis Stanford (Smithsonian Institution, Washington D.C.).
Figura 21. Dibujo del autor, adaptado de Chauchat et al. 1992 y Briceño y Millones 1999.
Figura 9. Fotografía cortesía de Dennis Stanford (Smithsonian Institution, Washington D.C.).
Figura 22. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 10. Dibujo del autor. Figura 11. Mapa elaborado por el autor, adaptado de Metivier 1998.
Figura 23. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 12. Cuadro elaborado por el autor, adaptado de Thompson et al. 1995.
Figura 24. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 13. Mapas elaborados por el autor, adaptados de Ray y Adams 2001. Figura 14. Mapa elaborado por el autor, adaptado de Bush y Philander 1999.
Figura 25. Fotografía del autor. cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo.
Figura 15. Fotografía cortesía de Jesús Briceño Rosario.
Figura 26. Fotografía digital cortesia de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics. Figura 27. Fotografía del autor.
Figura 16. Dibujo del autor. Figura 17. Punta “cola de pescado” de la
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Epílogodede Índice Glosario Bibliografía Créditos ilustraciones ilustraciones
Figura 28. Fotografía del autor.
Figura 39. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 29. Fotografía del autor (Cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo).
Figura 40. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Terra Metrics y Image © 2007 NASA.
Figura 30. Fotografía del autor (colección del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Figura 41. Dibujo del autor.
Figura 31. Fotografía del autor.
Figura 42. Cortesía de Danièle Lavallée.
Figura 32. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 43. Cortesía de Danièle Lavallée. Figura 44. Cortesía de Danièle Lavallée.
Figura 33. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 45. Cortesía de Duccio Bonavia. Colección de la Universidad Nacional de Trujillo. Figura 46. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 34. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, © 2007 Europa Technologies y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 47. Dibujo del autor.
Figura 35. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 Digital Globe, Image © 2007 Terra Metrics y © 2007 Europa Technologies).
Figura 48. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/Image © 2007 DigitalGlobe, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 36. Cortesía de Danièle Lavallée.
Figura 49. Cortesía de Pedro Rojas Ponce.
Figura 37: Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 Digital Globe y Image © 2007 Terra Metrics.
Figura 50. Cortesía de Pedro Rojas Ponce. Figura 51. Cuadro hecho por el autor.
Figura 38. Fotografía digital cortesía de Google Earth TM mapping service/© 2007 Europa Technologies, Image © 2007 NASA y Image © 2007 Terra Metrics.
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