Orcajo, Antonio - San Vicente de Paul, Espiritualidad y Escritos

January 21, 2017 | Author: chiriqui08 | Category: N/A
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SAN V I C E N T E DE P A Ú L II Espiritualidad y selección de escritos EDICIÓN PREPARADA POR

A N T Ó N I NO

ORCAJ O

Y

MIGUEL

PÉREZ

FLORES

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID • MCMLXXXI

BIBLIOTECA DE

AUTORES Declarada

CRISTIANOS

de interés

nacional

r -4_i4 r __42S'¿% ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y A L I A DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA I A COMISIÓN DE DICHA PONTIFICIA UNIVERSIDAD ENCARGADA DE I .A INMEDIATA RELACIÓN CON IA BAC ESTA INTEGRADA EN El. ANO 1981 POR I O S SEÑORES SICl'IENTES: P R 1 -SIDl \ I 1 :

Emmo. y Rvdmo. Sr. Dr. VICENTE ENRIQUE Y

TARANCÓN, Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá y Gran Canc~Her de la Universidad Pontificia VicEPRESiniM i

limo. Sr. Dr. JUAN LUIS ACEBAL

LUJAN. Rector

Magnífico.

VOCALES Dr. ALFOJSISO O R T E G A CARMONA, Vicerrector Aca-

démico: Dr. RICARDO BLAZQUEZ, Decano de la Facultad de Teología; Dr. JUAN SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ. Decano de la Facultad de Derecho Canónico;

Dr. MANUEL CAPELO MARTÍNEZ.

Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología; Dr. SATURNINO ALVAREZ TURIENZO, Decano de la Facultad de Filosofía; Dr. JOSÉ O R O Z RETA, Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilingüe; Dr. JUAN ANTONIO CABEZAS

SANDOVAL. Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación; Dr. GERARDO PASTOR RAMOS, Decano de la Facultad de Psicología;

Dr. ROMÁN SÁNCHEZ CHAMOSO, Secretario Ge-

neral de la Universidad

Pontificia.

SECRETARIO Director del Departamento LA EDITORIM

de Publicaciones.

CATÓLICA. s.A. - APARTADO Kili MADRID • MCMLXXXI

ÍNDICE

GENERAL

Págs. ABREVIATURAS INTRODUCCIÓN GENERAL FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

xv 3 9

PARTE PRIMERA

SAN VICENTE

DE PAUL: FE Y EXPERIENCIA DOCTRINA Por

ANTONINO

EN UNA

ORCAJO

CAPÍTULO I.—Vicente de Paúl en el marco espiritual del siglo XVII I.

II.

© Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S. A. Madrid 1981. Mateo Inurria, 15 Depósito legal: M. 30.198-1981 ISBN: 84-220-1012-7 Obra completa ISBN: 84-220-1022-4 Tomo II Impreso en España. Printed in Spain

Agonía del siglo XVI y primavera espiritual del siglo XVII (1580-1610) 1.

Etapa de gestación espiritual (1580-1600) a) Humanismo y vida cristiana b) El impacto de la "devotio moderna" c) Labor de los jesuítas en los colegios

2.

Confluencia de corrientes espirituales extranjeras (1601-1610) a) La influencia de los autores renano-flamencos b) El ejemplo de Italia c) La huella de los espirituales españoles

27 28 29 30 34 36 38 39 41 42

Cumbres y simas de la espiritualidad francesa (16111660)

45

1. Aceptación del concilio de Trento a) Miserias del clero b) Floración de comunidades de clérigos c) Desgracias del pueblo d) Caridad y apostolado

45 46 48 50 51

2.

52

La escuela francesa de espiritualidad

índice general

VIII

índice general

CAPÍTULO II.—Por la fe y experiencia de Vicente de Paúl al conocimiento de su originalidad doctrinal I. Marcha ascensional pobres 1.

II.

a Dios por Jesucristo

y los 54

Fase purificadora y encuentros providenciales a) Calumniado de robo y tentado contra la fe.... b) La orientación berulliana c) Visitas al Hospital de la Caridad de París d) El año de las experiencias indelebles (1617)... e) Encuentros con Francisco de Sales y Andrés Duval f) En busca de la paz: el retiro de Soisson.. g) Ruptura con los cariños familiares

Originalidad vicenciana y dependencias doctrinales..

III.

55 56 59 60 61 63 65 67

La independencia vicenciana en la historia de la espiritualidad

70

2.

Fuentes doctrinales de inspiración vicenciana a) Ante todo, el Evangelio b) Y también la vida :.

73 73 77

3.

Las Reglas o Constituciones Comunes de la Congregación de la Misión y las Reglas de las Hijas de la Caridad

79

Círculos receptores de la doctrina vicenciana

83

Las sutilezas de Pedro de Bérulle Los préstamos de Benito de Canfield Reglas de discernimiento de la voluntad de Dios.

107

1. 2.

108 110

Conducta moral y política El gobierno de las almas y de la Compañía..

I. El trabajo como penitencia

y glorificación

Valoración del trabajo a) Argumento teológico en favor del trabajo b) El ejemplo de Cristo y de San Pablo II.

I. Riqueza

II.

del término

"espíritu"

84

87

Espíritu

90

de Jesucristo, espíritu de la Misión

120 122 124 125 128 132 135

La oración vida del alma El dulce rocío de la mañana Disposiciones generales para la oración Naturaleza de la oración De la oración vocal a la contemplación El encanto de las repeticiones de oraciones....

El anonadamiento

92 2.

CAPÍTULO IV.—Misión glorificadora de Jesucristo I. Adorador del Padre en espíritu y verdad II.

El ejercicio de la voluntad 1.

93 94

de Dios

96

El respeto a Francisco de Sales

99

II.

114 116 117 118

1. 2. 3. 4. 5. 6.

1.

85

Espíritu y gracia

Las facultades del alma de la Compañía

I.

114

El "don sagrado" de la oración

CAPÍTULO VI.—Misión salvífica de Jesucristo CAPÍTULO III.—La misión de Jesucristo captada por Vicente de Paúl

101 102 104

Al paso de la divina Providencia

CAPÍTULO V.—Misión creadora de Jesucristo

69

1.

4.

2. 3.

53

IX

de Jesucristo

136

La humildad, fundamento y nudo de la perfección misionera a) Grados de humildad b) La humildad de comunidad c) Los misioneros sabios y humildes son el tesoro de la Compañía

144

La llama del celo apostólico

146

Jesucristo, evangelizador 1. 2.

135

de los pobres

En la sinagoga de Nazaret Dos lemas con el mismo significado a) "Evangelizare pauperibus misit m e " b) "Caritas Christi urget nos"

138 140 142

148 148 149 150 156

índice general

X

índice general Págs.

Págs.

PARTE SEGUNDA

SELECCIÓN Por

DE

16.

ESCRITOS

II.

A Claudio Le Pelletier (en 1655 o poco después)

221

M I G U E L PÉREZ FLORES

INTRODUCCIÓN A LOS ESCRITOS DE SAN VICENTE

I.

XI

166

Cartas a familiares

177

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

177 186 189 191 192 193

Al señor de Comet, 24 de julio de 1607 Al señor de Comet, 28 de febrero de 1608.. A su madre, 17 de febrero de 1610 A un pariente (sin fecha) A Juan de Fonteneil, 29 de agosto de 1635 Al marqués de Poyanne, 1 de enero de 1653 Al canónigo Juan de Saint-Martin, 18 de marzo de 1660

194

Cartas a seglares

194

1. A Isabel du Fay (1631) 2. A Claudio Me Marbeuf, 8 de septiembre de 1646 3. Al marqués de Mirepoix, 20 (octubre de 1646). 4. A las Damas de la Caridad, 11 de febrero de 1649 5. A Luisa María de Gonzaga, 6 de septiembre de 1651 6. A la reina Ana de Austria (agosto o julio de 1652) 7. A la reina Ana de Austria, 5 de septiembre de 1652 8. A la duquesa de Aiguillon, 13 de abril de 1653 9. Al señor de la Haye-Vanteley, 25 de febrero de 1654 10. Al señor de Contarmon, 11 de mayo de 1654. 11. Al duque de la Meilleraye, 12 de enero de 1658 12. A la señorita Champagne, 25 de junio de 1658 13. Al señor Desbordes, 21 de diciembre de 1658.. 14. Al señor Dupont-Fournier, 5 de marzo de 1659 15. Al señor Demurard, 17 de junio de 1659..

194

III.

IV.

195 198 199 202 204 205 206 207 210

Cartas a Luisa de Marillac

222

1. A Luisa de Marillac, 17 de enero de 1628.. 2. A Luisa de Marillac (entre 1626 y mayo de 1629) 3. A Luisa de Marillac (hacia 1629) 4. A Luisa de Marillac (hacia 1630) 5. A Luisa de Marillac (entre 1634 y 1638) 6. A Luisa de Marillac (octubre de 1638) 7. A Luisa de Marillac (julio de 1647) 8. A Luisa de Marillac, 2 de septiembre (1649)

222 223 226 226 227 229 230 231

Cartas a sacerdotes de la Misión

232

1. A Francisco du Coudray, 15 de septiembre de 1658 2. A Francisco du Coudray, 1631 3. A Santiago Perdu, febrero de 1634 4. A Francisco du Coudray, 25 de julio de 1634.. 5. A Antonio Partail, 1 de mayo de 1635 6. A Esteban Blatiron, 9 de octubre de 1640. 7. A Bernardo Codoing, 7 de diciembre de 1641. 8. A Guillermo Galláis, 13 de febrero de 1644.... 9. A Bernardo Codoing, 13 de mayo de 1644 10. A Bernardo Codoing, 6 de agosto de 1644 11. A Juan Dehorgny, 31 de agosto de 1646... 12. A Renato Almeras, 10 de mayo de 1647 ... 13. A Juan Dehorgny, 25 de junio de 1648 .... 14. A Marcos Coglée, 13 de agosto de 1650.... 15. A Fermín Get, 16 de octubre de 1654 16. A Benjamín Huguier, 5 de mayo de 1658 17. A Fermín Get, 7 de junio de 1658 18. A Juan Le Vacher, 18 de abril de 1659.... 19. A Juan Parre, 9 de agosto de 1659

232 235 236 238 242 246 247 248 252 254 255 256 257 267 270 272 274 276 280

Cartas a Hijas de la Caridad

281

211 V. 212 215 217 219

1. A las Hijas de la Caridad del Hospital de Nantes, 24 de abril de 1647 2. A sor Juana Lepeintre, 23 de febrero de 1650.. 3. A sor Ana Hardemont, 30 de julio de 1651

281 286 288

XII

índice general

I

Índice

general

_Pa£5.

4.

A sor Nicolasa Harán, 27 de septiembre de 1656 5. A sor Margarita Chétif, 21 de octubre de 1656. 6. A sor Margarita Chétif, 18 de febrero de 1657... 7. A la Superiora de las Hijas de la Caridad de Saint-Fargeau (enero de 1658) 8. A sor Avoya Vigneron, 24 de agosto de 1658.... 9. A sor Maturina Guérin, 3 de marzo de 1660 10. A sor Margarita Chétif, 24 de mayo de 1660

VI.

Cartas apretados 1. A Clemente de Bonzi (septiembre u octubre de 1635) 2. A Luis Abelly, 14 de enero de 1640 3. Al señor Perriquet, 31 de marzo de 1641 4. Al cardenal Mazarino, 4 de septiembre de 1646 5. A Juan Francisco de Gondi (entre agosto y noviembre de 1646) 6. A Francisco Perrochel, 31 de octubre de 1646... 7. A un capellán real (entre 1643 y 1652) 8. A algunos obispos de Francia, febrero de 1651. 9. A Pedro Nivelle, 23 de abril de 1651 10. A Nicolás Pavillon y Esteban Caulet (junio de 1651) 11. Al papa Inocencio X, 6 de agosto de 1652.. 12. Al cardenal Mazarino, 11 de septiembre de 1652 13. Al cardenal Antonio Barberini, 25 de octubre de 1652 14. Al cabildo de París, 19 de septiembre de 1657.. 15. Al cardenal Nicolás Bagni, 22 de septiembre de 1657 16. Al abad de Saint-Just, 5 de octubre de 1657 17. Al cardenal de Retz (9 de enero de 1659).... 18. Al cardenal de Retz, 15 de julio de 1659

VIL

Cartas a religiosos 1. A Juana Francisca Frémiot de Chanta!, 14 de julio de 1639 2. A Juana Francisca Frémiot de Chamal, 15 de agosto de 1639

290 291 293 294 296 298 299

301 301 303 305 307 308 310 311 312 313 318 322 324 328 332 332 334 337 338

339 339 343

XIII Pá s

Z-

3.

A la Madre de la Trinidad, 28 de agosto de 1639 4. A Juana Margarita Chanu (junio de 1649)... 5. A Ana María Bollain (sin fecha) 6. A Jorge Barny, 24 de enero de 1652 7. A un cartujo (sin fecha) 8. A los religiosos de la abadía de Mont-SantEloy, 4 de marzo de 1657 9. Al padre Felipe Manuel de Gondi (9 de enero de 1659)

356

Conferencias a las Hijas de la Caridad

357

345 348 350 352 354 355

1. Sobre la vocación de la Hija de la Caridad, 19 de julio de 1640 2. Sobre las virtudes de Margarita Naseau (julio de 1642) 3. Imitación de las jóvenes campesinas, 25 de enero de 1643 4. Sobre el amor a Dios, 19 de septiembre de 1649 5. Sobre el espíritu de la Compañía, 9 de febrero de 1653 6. Sobre la fidelidad a Dios, 3 de junio de 1653.... 7. Sobre el servicio de los enfermos, 19 de octubre de 1659 8. Servicio a los enfermos. Virtudes de Bárbara Angiboust, 11 de noviembre de 1659 9. Sobre las virtudes de Luisa de Marillac, 3 de julio de 1660 10. Sobre las virtudes de Luisa de Marillac, 24 de julio de 1660

431

Conferencias a sacerdotes de la Misión

440

1. Sobre la finalidad de la Congregación de la Misión, 6 de diciembre de 1658 2. Sobre las máximas del Evangelio, 14 de febrero de 1659 , 3. Sobre la búsqueda del Reino de Dios, 21 de febrero de 1659 4. Sobre la conformidad con la voluntad de Dios, 7 de marzo de 1659 5. Sobre las cinco virtudes fundamentales, 22 de agosto de 1659

357 363 365 376 389 395 410 411 419

440 456 467 482 493

índice general

XIV

Págs. 6. 7.

ABREVIA TURAS

Excesos que hay que evitar en el amor de Dios, 4 de agosto de 1655 (repetición de oración) 503 Consejos a Antonio Durand (1656) 508 Anales

X.

Documentos varios 1. 2. 3.

515

Reglamento de Caridad de mujeres de Chatillon-les-Dombes (noviembre y diciembre de 1617) 515 Reglamento de las Hijas de la Caridad (1645)... 528 Plática a las Damas, 11 de julio de 1657 532

ÍNDICE DE MATERIAS.

Annales Annali DS DTC ES GS

547 LG M. et Ch M.V PC RAM RHE RHEF RSChI Reg. com. CM Reg. com. H.d.l.C. S.V.P.

Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad (ed. española). Annales de la Congrégation de la Mission et des Filies de Charité (ed. francesa). Annali della Missione (ed. italiana). Dictionnaire de Spiritualité. Dictionnaire de Théologie Catholique. Edición Sigúeme (de S.V.P.). Gaudium et spes (constitución del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual). Lumen gentium (constitución ibid. dogmática sobre la Iglesia). Mission et Charité. P. COSTE, Monsieur Vincent. Le grand saint du grand siécle. Perfectae caritatis (decreto del concilio Vaticano II sobre la adecuada renovación de la vida religiosa). Revue d'Ascétique et de Mystique. Revue d'Histoire Ecclésiastique. Revue d'Histoire de l'Eglise en France. Rivista di Storia della Chiesa in Italia. Regulae communes Congregationis Missionis. Reglas comunes de las Hijas de la Caridad. Saint Vincent de Paul. Correspondance, entretiens, documents. Sigue la mención del volumen en números romanos y de las páginas. En todos los casos se cita, además de la francesa, la edición española, con las siglas ES (Edición Sigúeme), excepto para el tomo 13, todavía no publicado en español.

SAN VICENTE

DE

PAUL

II ESPIRITUALIDAD Y SELECCIÓN DE ESCRITOS

INTRODUCCIÓN

GENERAL

A espiritualidad de San Vicente de Paúl forma una L i unidad con el conjunto de sus obras. Biografía y doctrina son inseparables en el gran santo del gran siglo francés. Por ello, estimamos la presente obra como un complemento de la realizada por José María Román sobre la vida de Vicente de Paúl. Sin el conocimiento del marco en que vivió San Vicente resulta imposible penetrar en los resortes interiores que influyeron su doctrina espiritual; al dato de experiencia que movilizó su palabra hemos de acompañar siempre el curso biográfico, desde los orígenes campesinos, tan profundamente grabados en él, hasta su acendrada longevidad. La aparición simultánea de los dos tomos sobre la vida y doctrina de San Vicente de Paúl, publicados por la Biblioteca de Autores Cristianos, viene a confirmar intencionadamente el hecho de la indisolubilidad vicenciana. No cabe, en efecto, divorcio posible entre el trabajo que le supuso la creación y sustento de las obras y la oración, entre el compromiso temporal y las exigencias sacerdotales. Pero la explicación más amplia de los recursos espirituales exigía un estudio expreso de su doctrina, al no caber dentro de la biografía. Nuestra intención ha sido destacar de forma ordenada y científica los principios espirituales que regularon la actividad interior y exterior de Vicente de Paúl. También en este caso nos hemos visto obligados a recortar, con peligro de caer en una apretada síntesis, el pensamiento completo de San Vicente sobre determinados temas. Damos por supuestos los ambientes políticos, económicos, sociales y, en parte, religiosos que coincidieron con la vida terrestre de nuestro maestro. Si evocamos las corrientes de signo espiritualista más en boga que propiciaron la reforma católica, lo hacemos con la convicción de que ésta fue fruto de la suma de todos los esfuerzos de los espirituales, entre los que Vicente de Paúl destaca por su talento práctico y por su visión particular de Jesucristo, evangelizador de los pobres. La bibliografía abundante —no exhaustiva— y actualizada ayudará al lector a completar las posibles lagunas que descubra sobre la mar-

4

Introducción

general

j

cha de la lectura. Repetimos en esta obra la misma lista bibliográfica que en el tomo de la vida de San Vicente, por ser fuente común de investigación para sus autores. Con ser corta la exposición de la doctrina espiritual de San Vicente, impuso, sin embargo, sus dificultades metodológicas. ¿Qué camino escoger entre los muchos que se ofrecen al estudioso de la obra vicenciana para exponer el pensamiento del Santo? ¿En qué esquema encajar mejor sus ideas prioritarias sobre la vida espiritual, o algunos matices sobresalientes sobre la acción del Espíritu en la Iglesia y en las almas? Desde L. Abelly, primer biógrafo del señor Vicente, a quien conoció además personalmente, hasta nuestros días, las mismas o muy parecidas dificultades se han presentado a todos los autores que se empeñaron en descubrirnos el cuerpo doctrinal del Santo. De los tres libros de que consta La vie du venerable serviteur de Dieu Vincent de Paul (París 1664), el tercero está dedicado a estudiar las virtudes del biografiado. El método seguido por L. Abelly es fácil de recorrer: tras algunas observaciones generales sobre las virtudes de su admirado héroe, considera Abelly la conducta seguida por Vicente de Paúl respecto de las virtudes teologales y cardinales. A la luz de la doctrina tradicional, que procura reforzar con máximas de la Sagrada Escritura o de algún santo en latín, al margen de la página, el obispo de Rodez aplica la doctrina espiritual del Fundador de la Misión en cada uno de los puntos de vida espiritual que se ha propuesto resaltar. Las virtudes más señaladas por San Vicente en su trajinar diario quedan de esta manera significadas doctrinalmente, a la vez que el biografiado se ve envuelto en una aureola de santidad, cuyos pasos de adquisición permanecen ocultos para nosotros. En trescientas setenta y dos páginas pasa revista Abelly a la doctrina vicenciana, sentando las bases de posteriores reflexiones. En 1748 publica en dos volúmenes P. Collet La vie de saint Vincent de Paul (Nancy 1748). Aunque nuevas aportaciones históricas enriquecen la vida de Vicente de Paúl, el esquema y método de Abelly es seguido fielmente por el misionero de la Congregación, P. Collet. No encontramos en el segundo volumen, libro VII, dedicado a las virtudes y doctrina del recién canonizado, nada nuevo que difiera de la orientación dada por el primer biógrafo. La aceptación incondicional del método de Abelly privó a P. Collet de imaginación en el tratado importantísimo de la espiritualidad. El encuentro con un Vicente de Paúl, rico en espíritu, seguirá preocu-

\ \

Introducción

general

5

pando a sus devotos admiradores por la doctrina que comunicó. El canónigo U. Maynard, además de la obra en cuatro tomos: Saint Vincent de Paul. Sa vie, son temps, ses oeuvres, son influence (París 1860), publica cuatro años más tarde Vertus et doctrine spirituelle de saint Vincent de Paul (París 1864). Maynard, en el prólogo de la última obra, nos avisa sobre la necesidad de dedicar un estudio especial a las virtudes y doctrina espiritual de Vicente de Paúl, cediendo la palabra al Santo más que lo hicieran Abelly y Collet, para mejor penetrar en su espíritu a través de sus enseñanzas. A pesar de todo, el método de exposición permanecía invariable. Hasta que P. Coste entrega al público Le grand saint du grand siécle, Monsieur Vincent (París 1932), los historiadores no se habían atrevido a separarse de las líneas fundamentales trazadas por Abelly. El ilustre archivero de la Congregación Pedro Coste rompe con la tradición. En lo referente a la doctrina espiritual, los capítulos LX-LXIII, del volumen 3, encabezados por el título La gracia y la naturaleza, abren nuevas pistas de observación sobre la vida interior del Santo y sobre los dinamismos espirituales que le clasifican como hombre de acción. Enumera las reglas principales de acción que mantuvieron a Vicente de Paúl ligado a la voluntad de Dios y a la imitación de Jesucristo. Destaca, aunque no suficientemente, la influencia de otros maestros, como Francico de Sales, el P. Granada, la Imitación de Cristo, etc., en Vicente de Paúl. Mientras los historiadores se veían urgidos, por la imponente obra vicenciana, a tratar por separado vida y virtudes, los espiritualistas fijaban la atención preferentemente en el espíritu que impregnó del "buen olor" de Jesucristo las obras del gran misionero. En 1780 presentaba A. J. Ansart L'esprit de saint Vincent de Paul. La traducción de la obrita en otras lenguas adquirió gran difusión, suscitando simpatías en otros cultivadores de la espiritualidad. La espiritualidad vicenciana, centrada en la acción, fue tratada expresamente por J. B. Boudignon en Saint Vincent de Paul, modele des hommes d'action et d'oeuvres (París 1886). Detrás de él, un grupo numeroso de especialistas de distintas nacionalidades en temas vicencianos vuelven los ojos sin cesar hacia este sol iluminador de la doctrina de San Vicente. Tal es la tesis moderna defendida por G. Colluccia. Aspectos muy destacados de la acción reformadora de Vicente de Paúl en la Iglesia de Francia fueron tratados en tiempos distintos cronológicamente por A. D'Agnel, J. Delau-

6

Introducción

general

re, J. Herrera, V. Pardo, L. Mezzaddri. Vicente de Paúl es propuesto por estos autores como modelo de oración, de director de conciencias, de misioneros, de defensor de la fe. Las afirmaciones de la señora S. Juva sobre la evolución espiritual de Monsieur Vincent, marcado por el humanismo y la "devotio moderna", son dignas de tener en cuenta, aunque las buenas intenciones de la doctora necesitan ser matizadas, so pena de convertir al Santo en un plagiador despersonalizado de las corrientes modernas. En la historia general de la espiritualidad, Vicente de Paúl es tratado por lo regular como un discípulo de Bérulle. Aunque aparezcan claras ciertas dependencias con el fundador del Oratorio de París, no lo son tanto cuando Brémond, Pourrat, Cognet y otros declaran a Vicente de Paúl el más independiente de los discípulos del eminente cardenal. La atención prestada a las "dependencias" vicencianas ha contribuido recientemente a perfilar la originalidad de nuestro Santo. Este aspecto particular suscita en la actualidad el gusto y el interés por los estudios de San Vicente, inspirados en las investigaciones de J. Calvet y A. Dodin. Asimismo, el recurso a la "experiencia" ha impuesto un nuevo planteamiento de la conducta humana espiritual de San Vicente, íntimamente conexionada con la doctrina. Sigue en pie en grandes líneas el criterio seguido por el jesuíta P. Defrennes, cuando discurre sobre la vocación sobrenatural de San Vicente. Sobrepasadas las dos primeras décadas del presente siglo, los estudios de espiritualidad vicenciana dejan de ser casi exclusivos de autores franceses. Hasta entonces las traducciones alimentaban la piedad vicenciana de otras naciones distintas de Francia. Entre los españoles no han faltado historiadores y espiritualistas de San Vicente, desde el siglo XVIII hasta hoy. Recordemos algunos nombres: Fray Juan del Santísimo Sacramento, R. Sanz, P. Nieto, E. Escribano, B. Paradela, R. Castañares, E. Albiol, J. Herrera, V. Pardo, J. Remírez, A. Ircio, V. Franco, J. Corera, J. M.a Ibáñez, B. Martínez, A. López... A través de revistas y, en especial, de Anales de la C. M. y de las Hijas de la Caridad (1893-1981), han ido apareciendo estudios monográficos de interés. Las semanas de estudios vicencianos, celebradas en Salamanca desde 1972, han contribuido a despertar la afición y el gusto por la persona y obras del gran Apóstol de la Caridad. En el presente estudio sobre la espiritualidad de San Vicente, la misión de Jesucristo en la tierra preside la orienta-

Introducción

general

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ción de todos los capítulos, por ser el Hijo de Dios la regla máxima de acción que comprometió la vida del Santo. El entorno humano del capítulo I encuadra a Vicente de Paúl en la encrucijada de movimientos y corrientes principales de signo cultural y espiritual que se dieron cita en el siglo XVII. Puesto que Vicente de Paúl alude frecuentemente a su fe y experiencia, fue necesario detenernos en la génesis y evolución de su entrega a Dios, a partir de 1609 hasta 1623, etapa decisiva de su conversión y pórtico que le preparó para hablar con autoridad (capítulo II). La consideración sobre el contenido doctrinal del término espíritu (capítulo III) cimenta el desarrollo que hacemos a continuación de la triple misión de Jesucristo, captada por San Vicente: misión glorificadora (capítulo IV), misión creadora (capítulo V) y misión salvífica (capítulo VI). Sobre estos tres ejes descansa la doctrina espiritual de Vicente de Paúl; en torno a los mismos vierte su fe y experiencia cuando se refiere a un punto de vida espiritual, como el ejercicio de la voluntad de Dios, el trabajo, la oración, las virtudes fundamentales del imitador de Jesucristo, el servicio de los pobres... Este es el método que hemos seguido, y que se aparta en verdad de la trayectoria mantenida por los grandes tratadistas, pero tiene a favor que contempla unitariamente el pensamiento espiritual expuesto por San Vicente, habida cuenta de su experiencia progresiva y de su incesante entrega a Dios para mejor servir al hombre. La segunda parte de esta obra reúne una selección de Escritos. De los catorce volúmenes preparados por P. Coste, Correspondance, Entretiens, Documents (París 1920-1925), sólo una mínima parte se reproduce en esta edición manual de la BAC. Pero es suficientemente representativa y la más interesante para el gran público. En diez apartados se recogen: 1.a, cartas a familiares; 2.Q, cartas a seglares; 3.Q, cartas a Luisa de Marillac; 4. a , cartas a sacerdotes de la Misión; 5. a , cartas a Hijas de la Caridad; 6.Q, cartas a prelados; 7. a , cartas a religiosos; 8.a, conferencias a las Hijas de la Caridad; 9. a , conferencias a los sacerdotes de la Misión; 10, documentos varios. El lector podrá comprobar, a través de la lectura de esta Selección de Escritos, hasta qué grado hemos llegado a descubrir, no a atrapar, el espíritu de San Vicente, imitador de Jesucristo. A. ORCAJO Burgos, 25 de enero de 1981 Fiesta de la Conversión de San Pablo.

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PARTE PRIMERA

SAN VICENTE DE PAUL: FE Y EXPERIENCIA EN UNA DOCTRINA Por

ANTONINO

ORCAJO

CAPÍTULO I

VICENTE

DE PAUL EN EL MARCO DEL SIGLO XVII

ESPIRITUAL

Las muchas y grandiosas obras creadas por Vicente de Paúl pueden deslumhrar a cuantos desconocen el resorte interior del santo que puso en movimiento y sostuvo la caridad en Francia durante el siglo xvil. La actividad organizadora de Vicente de Paúl desplaza frecuentemente la atención de los recursos interiores de que se sirvió para manifestarse, ante todo, como un hombre entregado totalmente a Dios para la evangelización de los pobres. Lejos de considerar al gran Santo aislado en el océano de las necesidades de la Iglesia, creemos que participa él mismo en las empresas comunes de reforma del siglo XVII formando un solo ejército con sus contemporáneos; unos y otros acusan, bajo aspectos diferentes, dependencias y ayudas mutuas. Aunque abrigamos desde el principio la intención de aquilatar la originalidad espiritual del señor Vicente, no la creemos independiente de toda acción ejercida sobre él por personas de rica doctrina y experiencia. Los ambientes comunes de pobreza, tanto espirituales como materiales, excitaron el celo apostólico de los reformadores, reclamándose mutuamente para obras de interés eclesiástico y social. A las llamadas venidas del exterior, hemos de añadir siempre la obediencia a la voz del Espíritu, que cada uno secundó según los ideales apostólicos perseguidos, perfilando así su personalidad espiritual. Dada la interpretación personal y práctica que San Vicente dio a los acontecimientos, se sitúa al lado de los grandes directores de espíritu del siglo XVII, pero sin identificarse ni confundirse con ellos. Al igual que otros contemporáneos suyos, Vicente de Paúl, después de tres siglos largos de ausencia física en la i ierra, suscita el más vivo interés y se hace presente por las obras que legó a la humanidad y por la doctrina que repartió. Ksta no provocaría más que un liviano interés entre nosotros, si no descubriéramos una armonía entre el pensamiento vi-

\ 28

P.I.

cenciano y la doctrina de la Iglesia de nuestro tiempo. Las recomendaciones del concilio Vaticano II de acudir a las fuentes para reencontrar el espíritu de los Fundadores 1 , nos devuelve un Vicente de Paúl vivo, en consonancia real y verbal con los anhelos de la Iglesia de los pobres 2 . Este hecho justifica por sí solo el intento de iluminar con nuevas luces la doctrina del más enamorado de Cristo, evangelizador de los pobres. Pero antes de entrar en la entraña de su pensamiento, detengámonos en el escenario del mundo espiritual que le rodea.

I.

\.

Fe y experiencia en una doctrina

AGONÍA DEL SIGLO XVI Y PRIMAVERA ESPIRITUAL DEL SIGLO XVII (1580-1610)

Cuando Vicente de Paúl, hijo de una familia campesina del sur de Francia, salta a la vida terrestre (1581), el suelo francés se halla cuarteado religiosa y políticamente 3 . Las guerras de religión dividen en dos grandes bandos a sus habitantes: los partidarios de la Liga, promovida por católicos, y los seguidores de la Reforma protestante. Las continuas luchas entre católicos y reformados impiden por estas fechas la reagrupación de las fuerzas necesarias para renovar espiritualmente a Francia, según los cánones del concilio de Trento (1545-1563). Los esfuerzos realizados hasta 1580 dieron escasísimos frutos, pero abrieron el "hambre y sed de justicia" en laicos y hombres de Iglesia. Dos cortas etapas, 1580-1600 y 1601-1610, preparan y expresan sucesivamente el futuro rejuvenecimiento de la Iglesia en Francia. 1 En el Decreto "sobre la adecuada renovación de la vida religiosa" encontramos la siguiente recomendación: "In ipsum Ecclesiae bonum cedit ut instituta peculiarem suam indolem ac munus habeant. Ideo fideliter agnoscantur et serventur Fundatorum spiritus propriaque proposita..." (PC 2). 2 Las reiteradas declaraciones del concilio Vaticano II sobre los pobres, a los que la Iglesia ha de servir como a hijos predilectos, parecen con frecuencia estar inspiradas en las palabras de nuestro Santo. Esto convierte a Vicente de Paúl en uno de los santos modernos con más fuerza persuasiva. Recogemos, entre otras muchas, la siguiente declaración de la Constitución dogmática sobre la Iglesia: "Ecclesia omnes infirmitate humana afflictos amore circumdat, imo in pauperibus et patientibus imaginem Fundatoris sui pauperis et patientis agnoscit, eorum inopiam sublevare satagit, et Christo in eis inservire intendit" (LG 8). 3 No entramos en discusión en este estudio sobre el lugar y fecha de nacimiento de Vicente de Paúl. Puede consultarse la obra reciente de ROMAN, J. M., San Vicente de Paúl... (Madrid 1981) p.29-35.Sobre dichas cuestiones, el autor expone las opiniones sobre el caso y otrece la bibliografía pertinente.

C.l.

V. de Paúl y la espiritualidad

del s. XVII

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\ Etapa de gestación espiritual (1580-1600)

1.

Poco antes de la fecha de nacimiento del "pastor de las Landas", se habían adelantado los encargados de recoger las aspiraciones reformadoras del siglo que agonizaba, preñado de esperanzas en el resurgir de la Iglesia. Estos espirituales vienen de lugares distantes y pertenecen a familias de rangos desiguales. En París se dan cita. Desde la capital del reino, sobre todo, desplegarán toda clase de actividad. La lista de nombres es larga; forman una pléyade que invade los círculos de espiritualidad, preparando el ambiente propicio para la Reforma católica, urgida por Trento. Por su formación y por su psicología se reconocen también sus méritos: Luis Richeome (1544-1625), Santiago Gallemant (1558-1630), Ricardo Beaucousin (1561-1610), Lorenzo de París (h. 1563-1631), Andrés Duval (1564-1638), Francisco de Sales (1567-1622), Pedro de Bérulle (1575-1629), entre otros muchos. Paralelamente fluye la corriente que dimana del corazón femenino: Bárbara Avrillot (1566-1618), Juana Francisca Frémiot de Chantal (1572-1641), María de Beauvilliers (1574-1657), Margarita d'Arbouze (1580-1626), etc. Durante el período 1580-1600 vemos concentrados los esfuerzos que dieron tan buenos resultados literarios, espirituales y apostólicos en el siglo siguiente. No obstante las guerras de religión, permanecían encendidos los ánimos de cuantos veían con pesadumbre el estado actual de Francia, en franca desventaja con los países del Norte, de Italia y de España. J. Orcibal invita "a buscar desde el 1580 el origen de tendencias, cuya eclosión en los primeros años del gran siglo no parece posible sin una maduración anterior. De hecho, añade el mismo Orcibal, las investigaciones de J. Huijben y de J. Dagens han demostrado que, salvo una interrupción durante los peores años de la Liga, y en París solamente, no cesó la impresión de nuevos libros de espiritualidad durante este período. Había, en efecto, lectores, pero una conclusión demasiado optimista queda descartada por el hecho de que faltan autores franceses" 4 . En torno a la corte de Enrique III, rey de Francia (15741589), parecía fraguarse una pronta renovación. Simpatizante el rey de las nuevas Ordenes de capuchinos, mínimos y feuillantes, por la condición de via austera y sencilla que lleva4

ORCIBAL, L., Vers iépanouissement du X VIIe siécle (1580-1600), en Histoire spirituelle de la France (París 1964) p.217.

I 30

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Fe y experiencia en una doctrina

/

ban, hacía pensar en la inmediata restauración disciplinar, pero las repetidas y sangrientas luchas frenaban los pasos e impedían el desarrollo de la producción literaria espiritual y la esperada reforma religiosa. La vida misma del rey, aunque rodeado de clérigos, estaba cargada de supercherías más que de auténticos convencimientos religiosos. El asesinato de Enrique III (2 de agosto de 1589), perpetrado por S. Clément, fanático partidario de la Liga, retrasó el curso renovador, y los antiguos directores del rey hubieron de escapar al país de origen, acusados en Capítulo por sus hermanos de religión. Gracias a la habilidad y paciencia de Enrique IV (15891610), el país entró por las vías de la paz religiosa interior y exterior. Mediante la abjuración del protestantismo (25 de febrero de 1594), supo ganarse, al menos parcialmente, la voluntad de los católicos, aunque las relaciones con sus antiguos correligionarios mermaran en confianza. El edicto de Nantes (1598) garantizaba a los protestantes la libertad de conciencia y de culto donde existía antes de 1597. Dicha medida política no satisfacía a ninguno de los dos bandos; la paz efímera que se disfrutaba sólo era consecuencia del miedo que se cernía ante nuevas guerras civiles. El empeño de Enrique IV en declarar la guerra al Emperador y al rey de España sólo sirvió para crearle un ambiente de impopularidad entre la masa católica. Como su antecesor en el gobierno de Francia, fue asesinado (1610) por el alucinado Ravaillac. Más importante que la simple relación de hechos políticos en la sucesión del trono de Francia, es la constatación de movimientos de signo cultural y religioso en que quedan englobados los espirituales de las dos últimas décadas del siglo que desaparecía y de los primeros años del Gran Siglo francés.

a)

Humanismo

y vida cristiana

El mérito de H. Brémond consiste en haber resucitado del olvido a muchos autores espirituales, que se hubieran perdido en la noche del tiempo 5 de no haberlos iluminado con sus 5

En 1923 publica H. Brémond su famosa obra en nueve tomos: Histoire littéraire du sentiment religieux en France (París 1923). La segunda edición aparece en 1967, de la que nosotros nos servimos. R. Taveneaux, en el prólogo a la segunda edición, recuerda "el puesto destacado que Brémond ha ocupado en la renovación de los estudios religiosos durante los primeros decenios de siglo". El enfoque que Brémond da de la historia de la santidad

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C.l.

V. de Paúl y la espiritualidad

del s. XVII

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descubrimientos; pero ha contribuido también a crear una gran confusión en torno al "humanismo devoto", al no coincidir lo que él dice con lo que se entiende de ordinario por movimiento humanístico. La aplicación de humanistas a los espirituales del siglo XVI y XVII obliga a revisar las apreciaciones bremondianas. En efecto, los resultados obtenidos, después de las últimas investigaciones sobre el humanismo y la reforma, permiten aquilatar el verdadero sentido de "humanistas", aplicado indistintamente por Brémond a los espirituales, y el grado de influencia del humanismo en los maestros del espíritu. Nada sorprende que S. Juva, impresionada por la ola humanística, encuadre a Vicente de Paúl dentro del movimiento, simplificando el móvil de sus actuaciones con los pobres 6 . Nosotros entendemos por "humanismo", con R. GarcíaVilloslada, "el culto fervoroso de los clásicos grecolatinos (más latinos que griegos) con el fin de aprender de ellos, juntamente con la elegancia del estilo, la sabiduría antigua en lo que tiene de racional y humana, y, por tanto, asimilable para todos los cristianos" 7 . Es la superación del espíritu del Medievo, contrapuesto al espíritu de los "modernos", que cifran sus ideales religiosos en la vuelta a la sencillez de los primeros cristianos. Los hombres nuevos reaccionan no sólo contra el lenguaje bárbaro de la escolástica, sino que, sobre todo, esgrimen sus armas contra las argucias silogísticas y el pensamiento enrevesado de los teólogos medievales que, separando la fe de la ciencia, habían convertido la teología en un juego malabarista. Los enfrentamientos de las distintas escuelas respondían a un pasatiempo desgarrador de la caridad más que a una preocupación por los problemas de los hijos de la Iglesia. Contra esto se opusieron los humanistas, abogando por la "docta pietas" y el "amor sapientiae" o sentido sapiencial de los estudios y de la vida toda (nunca la ciencia por la ciencia, sino la ciencia por el hombre y por Dios)" 8 . en Francia le convierte en pionero de estas materias. Su consulta es, por lo tanto, necesaria por la riqueza de noticias que aporta y por el gusto estético y literario que derrama en sus páginas. 6 Respecto al humanismo vicenciano, la doctora Juva lo simplifica en estos términos: "Esprit catholique, M. Vincent agit, vis-á-vis des pauvres, en conformité avec les principes des humanistes et de la Reforme" (JUVA. S., Monsieur Vincent. Évolution d'un saint [Bourges 1939] p. 118. ' G. VILLOSLADA. R., Raíces históricas del luteranismo (Madrid 1969) p.244. 8 Ibid., p.245.

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Las diatribas de D. Erasmo (1467-1536) y de J. L. Vives (1492-1540) contra los teólogos son la réplica a la doctrina esclerotizada, carente de vida. En este sentido, "el humanismo se presenta como la revancha de la espiritualidad contra una teología que, desgraciadamente, se había separado de aquélla más y más" 9 . El calificativo de "impía", aplicado a la escolástica, aparece en las obras de todos los humanistas. J. P. Massaut explica el sentido del término "impía" 1 0 , acuñado en la antigüedad, pero remozado en los tiempos nuevos. La vuelta a la Biblia —se lee en los originales hebreo y griego— y a los Santos Padres ayuda a encontrar a Jesucristo, centro del pensamiento y de la vida cristiana. Jesucristo, en efecto, es la regla moral de cuantos creen en El; su estudio e imitación no es, como antaño, un ejercicio dialéctico, sino una escuela de perfección. Los humanistas contribuyeron a acercar la persona de Cristo al hombre de la calle, y derrocharon optimismo sobre el destino del hombre, "hecho a imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26). El cultivo de la literatura clásica, griega y latina, no sólo permitió ediciones primorosas de la Biblia y de los Santos Padres: San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, Dionisio Areopagita, San Juan Crisóstomo, sino que también, a través de las traducciones, corrían de mano en mano los autores más representativos del Medievo: San Bernardo, San Buenaventura. Sobre todo, se populariza el libro de la Imitación de Cristo. Una prensa espiritual se difunde por todas partes, gracias al invento de la imprenta y al fervor de los humanistas. Los Florilegium n recogen por temas las sentencias principales de los maestros y autores antiguos, convirtiéndose con frecuencia en fuentes de inspiración para los predicadores. La literatura nacional es consecuencia asimismo del entusiasmo 9 MASSAUT, L., L'humanisme au debut du siécle, en Histoire spirituelle de la France p. 186. 10 "Impía" (la escolástica), porque manipula el mensaje cristiano como un objeto al modo de cualquier otra ciencia profana; impía, porque ha perdido todo contacto con la persona de Cristo...; impía, en fin, porque amante de disputas, orgullosa y curiosa, la razón pretende resolver el misterio en lugar de someterse a él y venerarlo. Absit impia curiositas, escribe Erasmo" (MASSAUT, J., ibid.). 11 Comprobamos en Flores omnium pene doctorum, qui tum in Theologia, tum in Philosophia hactenus claruerunt... (Lugduni 1557), la lista de los 49 autores consultados: uno egipcio, uno árabe, seis teólogos cristianos griegos, treinta y tres teólogos cristianos latinos, ocho autores latinos de la antigüedad. Las palabras que componen la antología, en un total de 1.137 páginas, ascienden a 307; van desde "abstinentia" a "uxor".

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por la antigüedad clásica. R. Mousnier asegura que "en Francia hubo 109 poetas latinos en el siglo XVI. Esta literatura latina hizo el efecto de una buena retórica sobre los estudiantes. En ella aprendieron su oficio los escritores. Todos los poetas en lengua vernácula comenzaron por versificar en latín. Sin esta literatura neolatina no hubieran existido literaturas nacionales. El humanismo inyectó una dosis de clasicismo a toda las manifestaciones del pensamiento, del arte y de la vida" 12 . En literatura espiritual, la mejor muestra de esta aseveración será la obra de Francisco de Sales, y los principales promotores del humanismo cristiano, los jesuítas. El movimiento humanista corre parejo y se desarrolla en la época del Renacimiento (s. XIV-XVI), lo mismo que la "devotio moderna". Nos llevaría a un error la identificación de esta triple manifestación histórica, vivida en el mismo tiempo, pero con signo diferente. Los puntos comunes y las mutuas interferencias no impiden adjudicar a cada movimiento sus propios valores y aportaciones a la historia de la espiritualidad. Es necesario precisar que no todo renacentista, de contextos más amplios, es verdaderamente un humanista. Las notas de individualismo, subjetivismo, laicismo, racionalismo y naturalismo, propias del Renacimiento, no fueron participadas por los auténticos humanistas. La evolución de las políticas nacionales, de la economía, etc., no fue preocupación primordial del humanismo, como tampoco puede acusarse a éste de ser el causante del paganismo que envolvía las capas más cultivadas de la sociedad, aunque pudo influir en él. La vocación del humanista se realiza en el cultivo de las letras clásicas, en el encuentro con el Cristo de los Evangelios, explicados por los Santos Padres, y en el optimismo antropológico. Estas últimas observaciones apartan a Vicente de Paúl del círculo de los humanistas: ni participó del cultivo de las letras clásicas ni gozó del optimismo antropológico, como más tarde veremos. Su encuentro con Cristo, evangelizador de los pobres, difiere de la perspectiva de los humanistas; su amor al hombre encuentra otros cauces distintos de los puramente filantrópicos y estéticos. En cambio, su amor a la Palabra de Dios, hecha vida, presentada sin falsos ropajes literarios que adulteran el mensaje del Reino, le acerca a la mentalidad creada por los humanistas. 12

MOUSNIER, T., Los siglos XVI y XVII (Barcelona 1974) p.28-29.

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b)

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El impacto de la "devotio

moderna"

Aunque vivida por grupos minoritarios, la "devotio moderna" ejerció durante los siglos x i v x v i una gran influencia en los claustros y, a través del libro más representativo de los devotos, la Imitación de Cristo, en el pueblo sencillo. Nace la "devotio moderna" como acusación del relajamiento de las Ordenes antiguas, como reacción al Cisma de Occidente (1378-1417) y como protesta contra las doctrinas místicas del maestro Eckhart (1260-1327), Juan Taulero (1300-1361), Enrique Suso (1296-1366) y Juan Ruysbroeck (1293-1381). La "mística de las esencias" encontró sus opositores en Gerardo Groot (1340-1384), Florencio Radewijns (1350-1400), Gerardo Zerbolt (1367-1398), Tomás H. de Kempis (1380-1471), Juan Mombaer (1460-1501) y otros. Como humanistas cristianos, los devotos son partidarios más de la práctica que de la teoría, más del ejercicio ascético de las virtudes que resplandecen en Cristo que de las altas especulaciones trinitarias. El título mismo De imitacione Christi, cuyo autor más probable es Tomás H. de Kempis, nos introduce de lleno en un cristocentrismo práctico frente al idealismo abstruso de los místicos norteños. La humildad, el padecimiento, el trabajo oculto, la obediencia, el ejercicio de la voluntad de Dios, así como los misterios de la pasión y muerte del Hijo de Dios, son los temas más frecuentes que ocupan a los devotos. Igualmente el epígrafe De contemptu mundi, con que es conocida también la obrita de la Imitación, avisa de los peligros de las vanidades del mundo, pero las llamadas al silencio y al interiorismo para encontrar el Reino de Dios fueron interpretados por los devotos como un alejamiento del apostolado. Nazaret estimula más a los devotos por el trabajo del taller que por la predicación de Jesús en la sinagoga. Para ellos, el Cristo doliente es más sugestivo que el Cristo evangelizador de los pobres; prefieren el silencio de los claustros a la catequesis de los pueblos. Como consecuencia del desprecio de todo lo creado, caen en un pesimismo subjetivista del hombre, ganándose las iras de los humanistas, tan contrarios a aquéllos en la concepción del mundo y del hombre. Con los humanistas, empero, coinciden en el estudio de la Biblia, como en la crítica del ritualismo, pero se apartan los devotos de la cultura filológica por considerarla "vana curiositas". Resaltamos de la espiritualidad "devota", por lo que tiene de influyente en los espirituales posteriores, las notas de prag-

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matismo voluntarista y de reglamentación de la vida espiritual. El esfuerzo personal contaba para los devotos casi tanto como la gracia. Los términos de "ascesis", "ascético", a los que hay que sumar los de "viril", "virilidad" (cf. De Imit. Ch. I 21; III 47, etc.) salpican los capítulos de la Imitación. En la vida espiritual todo estaba previsto y ordenado: el lugar para la oración, el tiempo, la materia, el método..., cantidad de detalles que extirparon la inspiración proveniente del Espíritu. Pese a la exageración normativa, muchas de las costumbres y formas oracionales de orientación afectiva han permanecido hasta nuestros días, dejando huella profunda en el siglo xvil. Más que los ataques de Erasmo contra los devotos, a quienes conocía bien por haberse educado con los Hermanos de la Vida Común, contribuyó a darles muerte la nueva ola espiritual que les pisaba —escuela ignaciana—, terminando por absorberlos. Efectivamente, "por falta de adaptación a los tiempos nuevos, no pudieron sobrevivir al advenimiento de los jesuítas" 13 . Sin embargo, el tono exhortativo, constante de la moral devota, inspira a San Ignacio la concepción castrense de la vida espiritual, de tanta trascendencia para otros maestros que se fijaron poco más tarde en el Fundador de la Compañía de Jesús. A medida que las necesidades de la Iglesia se hacían más urgentes, los devotos se distanciaban de los programas pastorales de evangelización, abarcados por lps jesuítas. A través del colegio de Montaigu, centro propulsor de reformas, la "devotio moderna" hace sentir su influjo en París, pero pronto sus métodos resultan trasnochados y estériles por faltas de continuidad y sintonía con los problemas del momento H . Con todo, ha sido tan fuerte el impacto de los "devotos", ensamblando lo "antiguo" con lo "moderno", que éste se acusa en el mismo Vicente de Paúl. Sin caer en la exageración del S. Juva, que convierte a nuestro Santo poco menos que en alumno mimético de las doctrinas devotas, advertimos en él un ligero parentesco, participado igualmente por otros contemporáneos suyos, con la "devotio moderna", llamada a desaparecer en breve por su espíritu individualista y antiapostólico 15 . 15 G. VILLOSLADA, R., LLORCA,, B., Historia de la Iglesia católica, t.III (BAC. Madrid 1967) p.550. 14 Cf. CERTEAU, M. DE, La reforme dans le catholicisme, en Histoire spirituelle de la Trance p. 194. 15 Entre otros juicios de S. Juva sobre la influencia de la Imitación de Cristo en San Vicente recogemos el siguiente: "L'Imitation est le pontife

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Con toda seguridad, el carácter ajerárquico que en general define a los devotos, ignorando prácticamente la persona del Papa y las necesidades de la Iglesia, desgarrada en su nota esencial de la unidad, provocó, como reacción pastoral en los reformadores católicos que sobrevinieron, una postura de defensa de la Jerarquía; esto contribuyó con sus esfuerzos a mejorar desde la raíz la situación moral y religiosa de los hijos de la Iglesia. En este sentido, el comportamiento de Vicente de Paúl supera con ventaja los ideales de los devotos, de los que se aparta por su visión más universal de los angustiosos problemas eclesiales y por su simpatía con la Cabeza visible de Cristo en la tierra, ante quien rinde constantemente un homenaje de respeto y obediencia, hasta el punto de ir a cualquier parte del mundo que su Santidad disponga.

c)

Labor de los jesuítas en los colegios

La Compañía de Jesús nace en pleno auge humanístico 16 ; ella recoge las corrientes espirituales en boga: el aperturismo de los humanistas, y la "militia Christi" de los devotos. En la confluencia, a veces tensa, de ambas tendencias, el Fundador de la Compañía logró dar cauce a las aspiraciones legítimas de los tiempos, gracias al don del "discernimiento del espíritu", que hace recaer tanto en materias espirituales como en situaciones del orden temporal. Entre el libro de los Ejercicios espirituales y el Directorio de Cisneros existe un puente real que une armoniosamente las experiencias del Fundador de la Compañía con la tradición "devota". En el colegio de Montaigu y de Santa Bárbara, el "Caballero" español prepara, respectivamente, el bachillerato y el título de Maestro en Artes. París le satisface; es un buen centro para captar ondas universales. La caridad desarrollada en París y en Roma sensibilizan más y más su alma. Los compañeros que le rodean quedan a su vez tocados de su mismo espíritu; admiran en Ignacio de Loyola su lúcida comprensión de los problemas de Iglesia, pero, sobre todo, se aperciben del fuerte olor de santidad del General, que urge a trabajar bajo la bandera de Cristo "ad majorem Dei gloriam". qui méne M. Vincent dans le sanctuaire de l'Évangile" (JuvA. S., o.c, p.185). 16 La Compañía de Jesús fue aprobada por el papa Pablo III mediante la bula de fundación Regimini militantis Ecclesiae, del 27 de septiembre de 1540.

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A la muerte del Fundador de la Compañía de Jesús (1556), se establecen los jesuítas en París. Desde el colegio de Clermont (1564) y otros que se van abriendo posteriormente, irradian los jesuítas su fervor por el humanismo. Representa la Compañía de Jesús la fuerza joven más vigorosa para implantar el espíritu de Trento. La pedagogía jesuítica, basada sobre fundamentos sólidos de disciplina y estudio, atrajo pronto la oposición de la Sorbona. Hacia 1580, el colegio de Clermont albergaba 1.300 alumnos externos y 350 internos. Por sus aulas pasarán, entre otros muchos, Francisco de Sales (1578) y Pedro de Bérulle (1592), imbuyéndose ambos de las "humaniores litterae". El fin pretendido con las humanidades era convertir al alumno en un buen retórico, capaz de manejar los textos originales griegos y latinos. El aumento del alumnado en los colegios de los jesuítas n , y el atentado de J. Chátel, antiguo alumno de Clermont, fueron vanos pretextos para expulsar de París (1591) y de otros lugares del reino francés a los hijos de San Ignacio. La acusación que gravitaba sobre ellos, en gran parte españoles, contrarios a los avances del protestantismo y a las ideas absolutistas, recriminadas por el teólogo Mariana 18 , pudo inclinar al Parlamento para decretar su expulsión. En 1603 se hacen presentes de nuevo en París. Mientras dura el destierro de los jesuítas, Bérulle se encarga de recibir a los candidatos para la Compañía de Jesús. En reconocimiento a sus favores, el Prepósito general Aquaviva le hará partícipe de los derechos espirituales de la Compañía. A partir de 1618 se reanuda la enseñanza en el colegio de Clermont, en el que vemos más tarde (1636-1639) a J. B. P. Moliere estudiando humanidades. Poco antes había sido abierto el colegio de La Fleche que, según R. Descartes, era "una de las más famosas escuelas de Europa, en donde pensaba yo que debía 17 Como indica A. Guillermou, una razón "mediocre, pero muy humana, en conjunto la más fuerte y menos reconocida: la irritación de la antigua institución al ver a unos jóvenes rivales atraer a un buen número de su alumnado", puede explicar las pugnas entre la Sorbona y la naciente Compañía de Jesús. Cf. GUILLERMOU, A., Los jesuítas (Vilassar de Mar [Barcelona] 1970) p.30. 18 Aunque no se ha podido probar que los jesuítas tuvieran participación en el asesinato de Enrique III, ni en el atentado de Chátel, ni en la acción criminal de Ravaillac, la publicación de De rege et regis institutione (Toleti 1599), por J. de Mariana, S. I., pudo ser interpretada como una felicitación a los regicidas. De hecho, el general Aquaviva prohibe toda discusión sobre el tema; es más, el P. Cotón, confesor de Enrique IV, trata de aclarar la doctrina de sus hermanos de comunidad.

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de haber hombres sabios, si los hay en algún lugar de la tierra" 19. Gracias a la alta dirección de la Compañía de Jesús, seguida por los primeros Prepósitos generales que sucedieron al Fundador, Diego Laínez (1558-1565), Francisco de Borja (1565-1572), Everardo Mercurian (1573-1580) y Claudio Aquaviva (1581-1615), los jesuitas se extendieron por el mundo, ocupando los puestos más destacados de la enseñanza y de las misiones. A pesar de las tensiones internas, surgidas durante el Generalato de Aquaviva, la Compañía logró sobrevivir con pujanza. Se sientan las bases de organización y fidelidad al espíritu del Fundador, se dictan normas para los directores de ejercicios y se fijan los principios de la Ratio studiorum. A la muerte de Aquaviva, más de 13.000 jesuitas se hallan repartidos por todos los continentes. Su acción es notoria a todos los niveles de la Iglesia; las congregaciones nacidas en el siglo xvn copiarán de los jesuitas algunos puntos de las Constituciones ígnacianas, referentes a la vida disciplinar y apostólica. Estaría de sobra la precedente consideración sobre la obra de los jesuitas si Vicente de Paúl no se fijara en ellos para animar a sus misioneros a la conquista de las almas, así como para inspirarse en algunos de sus maestros espirituales. La Compañía de Jesús, más que cualquier otra congregación religiosa, gozó ante Vicente de Paúl de la aureola de "sabia y santa" 20 . 2.

Confluencia de corrientes espirituales extranjeras (1601-1610)

Las concesiones progresivas hechas a los protestantes y confirmadas por el Edicto de Nantes, pusieron en guardia a los católicos, espabilando su celo. El peligro de amenaza continua reagrupó a los espirituales más destacados y más fervientes de la Reforma católica. En torno al medio de la señora Acarie 21 se expresan programas, se recogen experiencias y se 19

DESCARTES, R., Discours de la méthode, l.e partie. Cf. ROMÁN, JOSÉ MARÍA, San Vicente de Paúl y la Compañía de Jesús, en Razón y Fe, t.162 (1960) 303-318; t.163 (1961) 399-416. 21 Mme. Acarie es conocida como tal a partir de su matrimonio con Pedro Acarie; su nombre de pila es Bárbara Avrillot (1566-1618); a partir de su entrada en las carmelitas descalzas recibirá el nombre de María de la Encarnación. A los tres años de su muerte, acaecida en Pontoise, Andrés Duval escribe 20

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valora la dirección espiritual. Entre los espirituales reunidos existen diferencias que obedecen primordialmente a su educación y a su psicología. Los compromisos vocacionales de cada uno de ellos contribuyen a diferenciar sus puntos de vista. De la suma y contraste de las corrientes espirituales recibidas de fuera brotará la primavera espiritual del siglo XVII.

a)

La influencia de los autores

renano-flamencos

Los primeros en llegar a la cita son los místicos del Norte, contra los que la "devotio moderna" se había pronunciado denodadamente. Vienen llamados por Dom Beaucousin 22 , vicario de la Cartuja de Vauvert desde 1593. Fuertemente impresionado por la doctrina de los místicos, el antiguo magistrado es el principal transmisor de la corriente norteña. Desde el retiro de la cartuja apoya la reforma interior y exterior de los hombres y de las instituciones. No en vano la Cartuja había sido la única que escapara de la relajación en el piélago turbio de la Iglesia renacentista; la fama bien ganada —"nunquam reformata, quia numquam reformanda"— atrae las miradas del grupo reformador. Además de Dom Beaucousin y de Bérulle, testigo de los fenómenos extraordinarios de su prima, la señora Acarie, durante la acogida que le ofrece a raíz del exilio de Pedro Acarie, lacayo de la Liga, pertenecen a la "célula original del medio devoto" 28 los doctores Duval y Gallemant, el mínimo Antonio Estienne, el feuillante Sans de SainteChaterine, los capuchinos Pacífico de Souzy y Benito de Canfield, además de Miguel de Marillac, Juan Quintanadoine de Brétigni y Renato Gaultier. Todos ellos importantes por la producción o traducción de obras literarias su biografía: Vie admirable de la soeur Marie de VEncarnation (París 1621). Sobre las notas de A. Duval aparecen otras biografías posteriores, entre las que destacamos la escrita por Bruno de Jesús-M.: La Belle Acarie (París 1942). Para completar las noticias sobre el papel decisivo que jugó el círculo Acarie en la reforma espiritual de la Iglesia, pueden consultarse: BRÉMOND, H., o.c, t.II p.193-262; COGNET, L., La spiritualité moderne, en ffij. toire de la spritualité chrétienne t.3. (Aubier) p.966, p.241-244; COCHOIS, P., Bérulle et l'École francaise (París 1963) p.8-11. 22 Cf. H UIJBEN, J., Aux sources de la spiritualité francais du XVII' siécle, en Vie spirituelle, Supplement, 26 (1931) p.21-43. 2

' COGNET, L., O.C, p.242.

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espirituales, pero sobre todo por la irradiación de sus vidas. Más significativa en el grupo es la presencia de San Francisco de Sales, cuya acción alcanza a los mismos reformadores. En poco menos de un año (1602) se pone en relación con la señora Acarie, a quien enseña a confesarse; con María de Beauvilliers, la reformadora de Montmartre; con P. de Bérulle, a quien habla del Oratorio de Felipe de Neri; con el profesor Duval, con el apóstol Gallemant y con la duquesa de Longuevílle 24 . A todos edifica Francisco de Sales por la unción de su palabra y por la suavidad de sus formas. El entorno de Acarie se caracteriza por una mística de las esencias, producto de los teólogos alemanes y holandeses, de lucubraciones abstractas. La "escuela abstracta", como ya se la conocía entonces, "tiende a una extinción voluntaria de toda actividad nocional para alcanzar directamente la esencia divina, pasando por encima de todo intermediario creado, incluso la humanidad de Cristo" 25 . Eckhart, Taulero, Suso, Herp y Ruysbroeck son los principales maestros revividos doctrinalmente por medio de traducciones. Dom Beaucousin traduce (1602) la Perla evangélica, de autor desconocido, y el Adorno de las bodas (1606), de Ruysbroeck 26 . E. Estienne vierte las Instituciones taulerianas. En 1597, Bérulle, aconsejado por Dom Beaucousin, publica el Breve discurso de la abnegación interior, adaptación del Breve compendio en torno a la perfección cristiana, del jesuíta italiano A. Gagliardi, aunque atribuido a su dirigida, la "dama milanesa" Isabel Bellinzaga. Bérulle no escapa en su obra de la influencia de los místicos norteños. El capuchino Canfield, de origen inglés, máximo representante de la "escuela abstracta", publica en 1609 la Regla de perfección. La Introducción a la vida devota (1609), de Francisco de Sales, se aparta de la tendencia general mística. La perfección se hace amable y atrayente en la obra salesiana, y deja de ser exclusiva de los claustros para convertirse en ideal de todos los estados de vida 27 . La pluma del Obispo de Ginebra 24 Cf. LAJEIÍNIE, E. M., St. Francois de Sales et l'esprit salésien (París 1962) p.64-65. 25

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Entre los místicos del Norte, Ruysbroeck, Herp y Dionisio el Cartujano ocupan un puesto destacado, porque contribuyeron a fijar la terminología mística mediante préstamos continuos, como lo ha demostrado Huijben. Cf. a.c, 26 (1931) p.36-38. 27 "Casi todos los autores que hasta la fecha han venido estudiando la devoción, han tenido por pauta enseñar a los que viven alejados de este mundo o, por lo menos, han trazado caminos que empujan a un absoluto

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posee el encanto del equilibrio doctrinal y el dominio de la lengua, aspectos muy mejorados respecto de sus predecesores que habían osado expresarse en francés. La Introducción a la vida devota es la primera obra magistral, escrita en francés, de carácter espiritual. El Tratado del amor de Dios (1616) evita tratar las cuestiones abstractas de la vida espiritual 28. Los renano-flamencos imponen además el vocabulario. De ellos deriva la fuente terminológica que se diversificará en tantas modalidades, según los autores y maestros que empleen los vocablos de moda 29 . Así, en Bérulle, los términos "adherencia", "estado", "religión"... sufren un cambio respecto del primer sentido dado por los místicos, en virtud de la asimilación operada en la mente del humanista y del reformador. El empleo de los mismos términos por Vicente de Paúl, Juan Eudes y otros ensancha aún más su significado. Pero no es el "vocabulario lo que caracteriza, sin duda, a los espirituales de este tiempo, sino una actitud de la sensibilidad, unos instrumentos mentales, un espíritu" 30 . b)

El ejemplo de Italia

En conjunto, la espiritualidad venida de Italia tiene el refrendo de la Reforma católica por la puesta en marcha de los decretos tridentinos. Si no faltan algunas producciones literarias, como el Combatimiento spirituale, aparecido en 1589, de Lorenzo Scupoli, y los escritos más lejanos de Savonarola (1452-1498), tan leídos por el "medio devoto", y el Diálogo de Catalina de Siena (1447-1510), impresionan aún retiro. Mi objeto ahora es adoctrinar a los que habitan las ciudades, viven entre sus familias o en la corte, obligándose en lo exterior a un modo de ser común" (SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota. Prólogo). 28 "Así como no he querido seguir a quienes desprecian libros que tratan de cierta supereminente perfección de vida, tampoco pretendo estudiar dicha supereminencia, pues ni puedo censurar a los autores ni elogiar a los censores de doctrina que no entiendo" (SAN FRANCISCO DE SALES, Trat. del amor de Dios. Prólogo). 29 Gran parte de las expresiones y temas tratados por los miembros del círculo Acarie pertenecen a un acervo común, cuyo origen constituye un legado del neoplatonismo a los místicos cristianos. La Perla Evangélica es una especie de Suma de la escuela renano-flamenca. Ello explica que Bérulle, influido por la Perla, se sirva de los mismos términos, aunque evolucionados, que se encuentran en San Agustín, San Buenaventura, Herp, Ruysbroeck... Cf. ORCIBAL, J., Le Cardinal de Bérulle, Évolution d'une spirituallité (París 1965) p.50. 30 DODIN, A., La espiritualidad francesa en el siglo XVII, en Historia de la Espiritualidad t.II (Barcelona 1969) p.437.

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más, si cabe, la entrega apostólica del arzobispo de Milán Carlos Borromeo (1538-1584), canonizado en 1610, y la presentación alegre de la virtud de Felipe Neri (1515-1595). El Oratorio (1564) encierra los ideales de oración compartida y de caridad, vividos por su Fundador y proyectados hacia Francia con luces de renovación sacerdotal. El ejemplo de caridad dado desde los hospitales italianos ilumina con nuevos destellos la virtud teologal por excelencia y excita el celo por los enfermos y afligidos. Entre las Ordenes hospitalarias, la Compañía de Ministros de los Enfermos, de Camilo de Lellis (1614), aprobada por Sixto V en 1588, y la congregación española de los Hermanos Hospitalarios de Juan de Dios (f 1550), llamada a Roma por Gregorio XIII en 1586, perfumarán las salas de los hospitales con su abnegación y servicio a los pobres enfermos, miembros delicados del Cuerpo de Cristo. c) La huella de los espirituales

españoles

En el siglo XVI, Siglo de Oro de España, confluyen la gloria de las armas, de las letras y de la santidad. A la unidad nacional sobrevino una ingente producción literaria espiritual, superior a la italiana y de mayor relieve. Junto a las letras, los españoles del siglo XVI destacan por el despliegue de la acción misionera. El celo apostólico desplegado dentro de la Península y allende los mares tiñe de equilibrio a los espirituales, a quienes amenazaba, por otra parte, el rigorismo de la Inquisición. La espiritualidad española llega a Francia directamente o a través de Italia. Ambos cleros, secular y regular, ofrecen muestras valiosas de obras que traspasan los Pirineos, hasta impresionar la sensibilidad de los franceses. Del clero secular destaca la figura de Juan de Avila (1499-1569), apóstol infatigable de Andalucía, consejero y animador de Juan de Dios y de Teresa de Jesús, y reformador del clero español. Su celo se reparte entre las misiones al pueblo sencillo y los ejercicios a los sacerdotes; a través de la correspondencia mantiene el fervor de sus muchos dirigidos. En medio de las ocupaciones encuentra aún tiempo para escribir el Audi, filia (1556); en él insiste en la vida interior, motor del auténtico apostolado. En 1586 se traduce su obra al francés. Más influyente en los medios franceses es la obra del dominico Luis Sarria (1504-1588), conocido por Luis de

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Granada. De pluma elocuente y enjundiosa, doctrinal y literariamente encanta y convence. Destina su producción espiritual al pueblo, al que se acomoda con elegancia y sencillez. El temor de caer en manos de la Inquisición le aconseja mucho cuidado en el desarrollo de los temas, lo mismo que sucedió a Juan de Avila. No pudo evitar, sin embargo, que dos de sus obras principales, Libro de la oración y consideración (1554) y Guía de pecadores (1556) fueran incluidas en el índice de Valdés. En 1575 se traducían al francés. Francisco de Sales recomienda su lectura en el prólogo del Tratado del amor de Dios. Vicente de Paúl secundará el mismo consejo ante los Misioneros y las Hijas de la Caridad. Al lado de Juan de Avila y Luis de Granada, una lista larga de espirituales españoles satisface la avidez de los reformadores franceses. Entre ellos figuran los nombres de Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, Alonso de Madrid, Pedro de Alcántara y Diego de Estella. El Tratado de oración y meditación (1557), de Pedro de Alcántara, es traducido en 1601; las Meditaciones devotísimas del amor de Dios (1576), de Diego de Estella, lo fueron en 1578. El voluntarismo afectivo y la tierna devoción al Verbo encarnado que rebosan estas meditaciones encantaron a Francisco de Sales. La línea espiritual señalada por los jesuítas no es homogénea. No lo fue en España, donde abundaron maestros de tendencias varias, ni lo fue en Italia. El libro de los Ejercicios del Fundador de la Compañía orientaba hacia un cristocentrismo de signo apostólico, como venía significado por las meditaciones del "Reino de Dios" y de las "Dos banderas". En 1576, Mercurian prohibía a los jesuítas la lectura de los místicos Taulero, Herp, Suso, etc. Los proclives hacia una oración mística se veían contrarrestados por los defensores de la oración apostólica. Al fin se impuso la inspiración original ignaciana. Entre los jesuítas españoles señalamos la obra de Alonso Rodríguez (1538-1616), Ejercicio de perfección y virtudes cristianas. El autor conoció tres ediciones en español, las de 1609, 1612 y 1613. Esta obra, dividida en tres partes con ocho tratados cada una, recoge las pláticas y conferencias espirituales del que fue por más de treinta años director de novicios de la Compañía de Jesús. En 1621 se traduce al francés. El P. Rodríguez no es contrario a las formas místicas de la oración, pero "censura el ansia de caminos extraordinarios. Su propio temperamento y su formación en la escuela ignaciana —acaso también las controversias sobre Baltasar

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Alvarez— le hacían considerar la oración con una finalidad práctica para la ascética personal y para el apostolado" 31 . Rodríguez sintetiza la línea ascética de la Compañía; insiste en la presencia de Dios, en el recogimiento, en el ejercicio de la voluntad de Dios, en la caridad fraterna, en el dominio de sí mismo, en la humildad... Advierte el autor en la dedicatoria que la obra va dirigida "a todos los que traten de virtud y perfección... y llámase Ejercicio, porque se tratan las cosas muy prácticamente para que se puedan poner en ejecución" 32 . Fácilmente se echa de ver que tal orientación había de agradar a Vicente de Paúl por el practicismo de la vida espiritual. De gran trascendencia es la huella dejada por la escuela carmelitana. Para los espirituales franceses, Teresa de Jesús es, ante todo, la reformadora y la maestra de oración. Tanto como sus escritos, traducidos en 1601 por Juan de Quintanadoine, señor de Brétigny, de origen español, interesa al grupo que rodea a la señora Acarie traer a París a las carmelitas descalzas. En 1602, la señora Acarie era favorecida con apariciones de la misma Teresa de Jesús. En 1603, Brétigny se presenta en España para negociar eí permiso de traslado de las monjas españolas; pero sus buenos deseos se eternizaban ante la oposición de los superiores carmelitas. En 1604, Bérulle acude en su ayuda. Por fin, el 15 de octubre del mismo año, siete carmelitas descalzas pisaban París. Dos de ellas forman parte importante de la vida de la madre Teresa; son Ana de San Bartolomé y Ana de Jesús, a quien San Juan de la Cruz dedica el Cántico espiritual. Los primeros superiores del carmelo francés, Bérulle, Duval y Gallemant tratan de instruir a las españolas en las corrientes de espiritualidad abstracta, pero ellas no pueden evitar su extrañeza ante los derroteros de la oración "sobreeminente". El olvido de Jesucristo, como mediador de toda oración, acentuaba los temores de las españolas, acostumbradas a ir a Dios por la humanidad del Salvador 33 . 31

"Gran Enciclopedia Rialp" (GER) t.XX (Madrid 1974), sub. v. R O -

DRÍGUEZ, A. 32

RODRÍGUEZ, A., Ejercicio de perfección... Dedicatoria a los religiosos de la Compañía de Jesús. 33 Escribe Santa Teresa: "... También os parecerá que quien goza de cosas tan altas no tendrá meditación en los misterios de la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo, porque se ejercitará ya toda en amor. Esto es una cosa que escribí largo en otra parte (cf. Vida c.22), y aunque me han contradecido en ella y dicho que no lo entiendo (porque son caminos por donde lleva nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los princi-

C.l.

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El doctor místico San Juan de la Cruz es menos conocido y menos popular que la santa, Teresa de Avila. Hasta 1621 no son traducidas sus obras por R. Gaultier, especialista en traducciones españolas 34 . Sin embargo, su influencia es notabilísima, como ha resumido J. le Brun 35 . La canonización conjunta de cuatro españoles y de un italiano, el 22 de marzo de 1622, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador y Felipe Neri, contribuyó indudablemente a canalizar las directrices espirituales españolas en el siglo XVII francés. Francia tomó entonces el relevo de los destinos de la Iglesia. Contemplación y acción, oración y caridad se viven a ejemplo de España y de Italia. II.

CUMBRES Y SIMAS DE LA ESPIRITUALIDAD

FRANCESA (1611-1660) En la encrucijada de las corrientes espirituales, expuestas arriba, se opera la transformación de la Iglesia en Francia. Al término del primer decenio del siglo XVII, Francia contaba con hombres preparados para urgir la reforma católica. El ambiente era más favorable que en décadas pasadas. La tarea por hacer es inmensa: afecta a todos los estratos de la sociedad civil y eclesiástica. Se impone, por lo tanto, la colaboración de todos. Vicente de Paúl llega a París a finales del año 1608 o a primeros de 160936; tiene veintiocho años; ignora el joven sacerdote por ahora su misión en la Iglesia. De una actitud de espectador, pasará a ser el realizador de las grandes empresas caritativas. Pero antes había de "convertirse". Entre tanto, observa la situación de la Iglesia, afeada por los pecados de sus hijos. 1.

Aceptación del concilio de Trento

Desde la clausura de Trento (1563) hasta su aceptación por la Asamblea del Clero de Francia (1615) transcurren cinpios es mejor tratar en cosas de la Divinidad y huir de las corpóreas), a mí no me harán confesar que es buen camino..." (Moradas sextas c.7.5). 34 Traduce a Capilla, Ribadeneira, Molina de la Orden cartujana, De la Puente, San Juan de la Cruz, como también las vidas de Baltasar Alvarez, Ana de Jesús, Ana de San Bartolomé. Cf. Huijben, J., a.c. 25 (1931) p.39. 35 C. L E BRUN, L., Le grand siécle de la spiritualité francaise et ses lendemains, en Histoire spirituelle... p.236. 36 ABEIXY, L., La vie du venerable serviteur de Dieu Vincent de Paul (París 1664) 1.1 C.V. p.21.

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Fe y experiencia

en una

doctrina

cuenta y dos años. Galicanistas y antirromanistas se oponen a la aplicación de los decretos conciliares para todo el Reino, en contra de los esfuerzos de unos pocos. La integridad de vida de los cartujos, el celo de la congregación de Montaigu y de otras Ordenes venidas del extranjero, capuchinos, jesuítas, mínimos..., así como la irradiación de los maestros espirituales relacionados con Acarie, eran insuficientes para tanto mal como padecía la Iglesia. Se requería con urgencia el apoyo de la Jerarquía para alcanzar la renovación interior y exterior propuesta por Trento. Las dificultades para aceptar el concilio de Trento venían de atrás. El Concordato entre la Santa Sede y el Estado francés, firmado en 1516, permitía al rey el nombramiento para cargos y beneficios eclesiásticos de personas vacías de todo ideal sacerdotal. El temor de que Roma interviniera en asuntos nacionales excitaba represalias galicanas. De ahí que M. de Certeau puntualice que "durante años los decretos tridentinos sólo penetran lentamente, encontrando con frecuencia la resistencia de un patriotismo que puede ser nacional, diocesano o parroquial; entre los obispos, en su conjunto favorables a la reforma, no se descarta el temor de toda injerencia romana en los asuntos de Francia" 37 . Después de largas deliberaciones, la Asamblea del Clero declara, en 1615, que recibe el Concilio y puede aplicarse en todo el país. Esta lentitud y las guerras de religión habían retardado la hora oficial de la reforma católica. a)

Miserias del clero

En pleno siglo xvil, aun después de los logros alcanzados, exclamaba Vicente de Paúl, el 6 de diciembre de 1658, de acuerdo con el sentir de sus contemporáneos: " P u e d e ser q u e todos los desórdenes q u e vemos en el m u n d o tengan q u e ser a t r i b u i d o s a los sacerdotes. Esto p o d r á escandalizar a a l g u n o s , p e r o el tema requiere q u e i n d i q u e , p o r la grandeza del mal, la i m p o r t a n c i a del remedio. Se h a n tenid o varias conferencias sobre la cuestión, q u e ya se ha tratado a fondo, p a r a descubrir las fuentes de tanta desgracia; p e r o el resultado ha sido q u e la Iglesia n o tiene peores enemigos q u e los sacerdotes. De ellos es de d o n d e h a n n a c i d o las herejías: testigos son esos dos heresiarcas L u t e r o y Calvino, q u e 57 CERTEAU, M. DE,XVI' siécle. La reforme dans le catholicisme, en Histoire spirituelle... p.209.

(.'./.

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47

eran sacerdotes; y la i g n o r a n c i a ha establecido su trono entre el p o b r e p u e b l o , y esto p o r c u l p a de sus p r o p i o s desórdenes y p o r n o haberse o p u e s t o con todas sus fuerzas, c o m o tenían obligación, a esos tres torrentes q u e h a n i n u n d a d o la tierra"38.

La reforma había de comenzar por la cabeza, hasta llegar al pueblo llano. Consta de diócesis que nunca o rara vez fueron visitadas por sus obispos, más interesados en beneficios y negocios lucrativos que en el cuidado del rebaño encomendado; sus obligaciones pastorales eran postergadas al pingüe provecho que sacaban de las frecuentes excursiones fuera de los límites diocesanos. La escasa actividad apostólica transparentaba su poco celo por la santidad de la Iglesia. El aparato político absorbía sus principales programas de gobierno, empeñados en el mantenimiento de las guerras contra los protestantes. "Los bienes eclesiásticos constituyen más de la mitad del patrimonio nacional, y si la economía nacional no se resiente demasiado, se debe a que el sistema de colación de beneficios eclesiásticos, la encomienda, remite la inmensa mayoría de estas riquezas al circuito general. La encomienda permite, en efecto, conceder un beneficio no solamente a un clérigo, sino también a un titular totalmente extraño a la condición eclesiástica" 39 . El cuadro que nos ha llegado sobre el clero bajo es abrumador: sacerdotes perezosos, mujeriegos, borrachos abundan en todas las diócesis. Por la puerta del sacerdocio entran candidatos sin ninguna aspiración pastoral, con el único deseo de medrar social y económicamente; era entonces el medio más ordinario para salir del anonimato del pueblo y de asegurarse una posición más cómoda. Los sacerdotes se hallaban indefensos contra los vicios de sus feligreses, siendo ellos mismos presa de las lacras que debían corregir. "Siento S8 S.V.P. XII, 85-86; E.S. XI, 392. Lo mismo dirá al canónigo SaintMartin: "Ha sido de la mala vida de los eclesiásticos de donde han venido lodos los desórdenes que han desolado a esta Santa Esposa del Salvador y que la han deformado hasta el punto de que apenas se la puede reconocer" (S.V.P. V, 568; E.S. V, 541). Nos servimos de las siglas S.V.P. para citar la obra de SAINT VINCENT DE P AVi-Correspondance, Entretiens, Documents, en 14 vols. (París 1920-1925), edición preparada por P. Coste. El número romano al lado de la sigla indica el tomo, y el número árabe se refiere a la página del mismo tomo. A continuación damos, mediante las siglas E.S., la correspondencia del texto iraníes, traducido al castellano por Ediciones Sigúeme (Salamanca 1972-1979). El sistema de cita por tomo y página es igual al anterior. De la obra preparada por P. Coste faltan por aparecer en castellano los tomos XIII y XIV. " DODIN, A., La espiritualidad francesa en el siglo XVII, en o.c, p.439.

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Fe y experiencia en una doctrina

horror cuando pienso que en mi diócesis hay cerca de siete mil sacerdotes borrachos e impúdicos que suben al altar todos los días sin pizca de vocación" 40 , comunica a Vicente de Paúl un obispo amigo. Testimonios como el precedente encontramos en las biografías de Bérulle, Francisco de Sales, Olier, Eudes, Condren, Bourdoise y otros. Antes de ser ordenado sacerdote Francisco de Sales, ante el Cabildo de Ginebra (1593), había denunciado los males que acarreaban sobre la ciudad los escándalos de los sacerdotes41. Elevar la institución sacerdotal era cuidar el corazón de la Iglesia, devolver a su antiguo esplendor la dignidad desprestigiada del sacerdocio, sinónimo de ignorancia y vicio. Cuando tenga que ordenar algún candidato, no lo hará el santo Obispo sin haberse enterado antes de sus intenciones y preparación. Las Visitandinas, fundadas por Francisco de Sales y la madre Chantal, inmolarán su vida, al igual que las carmelitas españolas, por la santidad de los sacerdotes. b)

Floración de comunidades

de clérigos

Bajo un mismo signo de santidad sacerdotal aparecen en el siglo xvii nuevas comunidades que, además de tender a la propia perfección, buscan directamente la renovación espiritual y cultural del clero. Cartujos y jesuitas atraían poderosamente la voluntad de algunos espirituales, que necesitaron ser disuadidos para no entrar en dichas órdenes religiosas. Bérulle fue uno de ellos. A él le estaba reservada, entre otros, la gran tarea de promover el sacerdocio católico. Pronto descubrió que la principal necesidad de la Iglesia de Francia se ocultaba en el clero, al que era preciso elevar con el estudio y la piedad. Inspirándose en la obra de Felipe Neri, funda en París el Oratorio (1611). Cristo sacerdote es el modelo de los oratorianos. Hacia Bérulle afluirán sacerdotes y laicos en busca de una orientación de su vida. El Oratorio constituye un foco de cultura y santidad sacerdotal. 40

41

ABEI.LV, L., O.C, l.II s.I p.214.

"Aquaeductus est qui universam propemodum haereticorum gentem reficit ac recreat, pessima scilicet sacerdotum exempla, facta, dicta, iniquitas denique omnium, praecipue tamen ecclesiastici ordinis, ut propter nos blasphemari quotidie ínter gentes nomen suum mcritissime simul ct amarissime conquaeratur Dominus per Prophetas. Haec est aqua contradictionis quae haereticos aestus refrigerare videtur, dignus sane bibentibus potus; iniquitas nostra iniquis hominibus pro potu est, sicut scriptum est: Bibunt sicut aquam iniquitatem" (SAN FRANCISCO DE SALES, Alocución al Cabildo catedral de Ginebra. Cf. Oeuvres t.7 [Annecy 1896] p.109).

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A. Bourdoise es el censor implacable de las debilidades del clero; le devora el celo por la casa del Señor; en el templo exige silencio, limpieza y orden en las ceremonias. La comunidad de sacerdotes de San Nicolás de Chardonnet o Nicolaítas, fundados por Bourdoise, imparten una formación práctica en los seminarios; se agrupan junto a las parroquias, donde administran los sacramentos y dirigen el culto con dignidad. En la misma tarea reformadora del clero se embarcan J. S. Olier y J. Eudes. El primero funda el seminario de San Sulpicio; el segundo, la Congregación de Seminarios de Jesús y María. Sulpicianos y Eudistas trabajan en los seminarios principalmente, y sólo se dedican a las misiones cuando su vocación educativa se lo permite. Vicente de Paúl conoce personalmente a todos. De Bérulle y de Francisco de Sales recibió las mejores lecciones de vida espiritual. A. Bourdoise frena sus ímpetus, lo que le merece del ardoroso reformador el apelativo de "poule muillée" 42 . A Olier y a Eudes anima, orienta y sostiene en sus obras. Como todos ellos, Vicente de Paúl asume la responsabilidad de la reforma del clero, además de comprometerse a través de sus Congregacions en la ayuda espiritual y material del pobre pueblo. En 1625 funda la Congregación de la Misión para evangelizar a los pobres e instruir a los eclesiásticos. En 1628 se compromete con Mons. Pottier, obispo de Beauvais, a predicar el retiro de los ordenandos. En 1631 comienzan los ejercicios a los ordenandos y al clero en París. A partir de 1633 dirige las Conferencias eclesiásticas de los martes. Durante diez años (1643-1653) pertenece al Consejo de Conciencia para la reforma de costumbres y nombramientos de obispos. Por medio de sus hijos lleva la dirección de algunos seminarios, sin interrumpir el curso de las misiones que, desde 1617, forman el programa ordinario de los sacerdotes de la Misión. A la intensa labor de las nuevas comunidades hay que añadir otros destacados reformadores de Ordenes antiguas: el profesor A. Duval, el cardenal de la Rochefoucauld y el obispo de Cahors, A. de Solminihac. La simple constatación de fechas y realizaciones durante el período 1611-1660 explica la tarea común y urgente que emprendieron los reformadores para salvar a la Iglesia, restaurando al clero y ayudando al pueblo. 42 Según cita DELARUE, J., L'idéal missionnaire du pretre d'aprés Saint Vincent de Paul (París 1646) p.33.

S. V. Paúl 2

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Desgracias del pueblo

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Todas las formas de pobreza imaginables se hallan registradas en el siglo XVII. Aunque Vicente de Paúl aparezca como el genio más sensibilizado y organizador de la caridad, otros hombres e instituciones opusieron tenaz resistencia a la ola invasora de la pobreza. Como hemos visto, Vicente de Paúl acusa a los sacerdotes de ser los causantes del "triple torrente que ha inundado la tierra": la herejía, el vicio y la ignorancia. Contra estos males dirigirá el remedio de la caridad. La pereza de los sacerdotes encuentra, en parte, su solución en el celo de un grupo de laicos. Si todos éstos no son capaces de atajar la raíz de los males, al menos ofrecen métodos y soluciones aconsejados por las necesidades de la época. Los estudios realizados por R. Mandrou 43 , R. Mousnier 44 y B. Porshnev 45 nos presentan un cuadro desolador sobre la situación socio-económica que padecía el pueblo. A estos autores nos remitimos para conocer con más detalle la miseria circundante. A las desgracias provocadas por las continuas guerras que desolaban iglesias, escuelas, cosechas, añadamos las catástrofes meteorológicas que impedían la recogida de la siembra. El pillaje, el robo, los homicidios, la mendicidad merodeaban por doquier. Unas veces obligados por la necesidad, otras embebidos por el vicio, vagabundos y salteadores sembraban el terror por los caminos y ciudades 46 . El miedo cundía entre las gentes. Este miedo, consecuencia a veces de la falta de formación religiosa, obedecía también a continuos sobresaltos. El campo sanitario es otro punto débil de la sociedad del siglo XVII. Las salas de los hospitales resultaban pequeñas para acoger a tantos enfermos y moribundos; el hacinamiento de personas de distinta edad y sexo era horripilante. Apestados y heridos dormían con frecuencia en la misma cama. Niños y ancianos, hombres y mujeres se entremezclaban promiscuamente. No era raro encontrar por los campos cadáve43 Cf. MANDROU, R., Francia en los siglos XVII y XVIII (Barcelona 1973) p.9-61. 44 Cf. MOUSNIER, R., Furores campesinos (Madrid 1976) p. 11-137. 45 Cf. PORSHNEV, B„ Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII (Madrid 1978). 46 La contemplación de los contextos demográficos, económicos y sociales resulta inevitable si se quiere entender la acción vicenciana. Tal es el resultado de las conclusiones a que llega en su obra IBÁÑEZ. J. M., Vicente de Paúl y los pobres de su tiempo (Salamanca 1977).

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5

'

res insepultos, y en las aceras o caminos, personas agonizantes, víctimas del hambre, del frío o de la enfermedad. Para mayor abundancia de calamidades, añadamos el estado de las cárceles, el dolor de los galeotes y de los niños abandonados, el grito de los campesinos cargados de impuestos y gravámenes. d)

Caridad y apostolado

La situación de los pobres era ciertamente desgarradora. A la par que evolucionaba el pensamiento espiritual y nuevas congregaciones se empeñaban en el ministerio de la formación sacerdotal y de las misiones, la caridad se repartía simultáneamente. Era la prueba sintomática de la renovación de la Iglesia. Fenómeno similar se había producido en los países que aceptaron con anterioridad a Francia las disposiciones de Trento. En Italia y España habían florecido congregaciones dedicadas al cuidado de los enfermos y de la enseñanza. En efecto, la caridad apostólica acompañaba cualquier brote de conversión personal o institucional. Los humanistas se habían interesado por el pobre, como J. L. Vives, que en el tratado De subventione pauperum (1525), dirigido a las autoridades de Brujas, propugnaba una socialización de la caridad. También las "Sociedades secretas" y las "Congregaciones marianas", sostenidas por los jesuítas, se ejercitaban en la práctica de la caridad con enfermos, hambrientos, analfabetos, etc. Las cofradías de laicos despertaban a sacerdotes y religiosos del sueño perezoso que les sumía en la ociosidad. Las congregaciones hospitalarias abrían un capítulo interesantísimo en la historia de la beneficencia y caridad durante el siglo XVII. Todo este movimiento constituía una lección capital para Vicente de Paúl, cuyas dependencias no serán difíciles de constatar más adelante. Nos detenemos en la "Compañía del Santísimo Sacramento" 47 , por su particular importancia y por la vinculación que tuvo con Vicente de Paúl. Compuesta de laicos principalmente y de clérigos, se organiza, a partir de 1630, por iniciativa de Enrique de Lévis, duque de Ventadour. Sus aspiraciones abarcan todas las formas de caridad: socorro a los pobres, enfermos, encarcelados, heridos en las guerras, apestados, seminarios... Vicente de Paúl pertenece a esta "Congregación secreta" desde su fundación y es su coor« D.S. t.II col.1.301-1311.

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dinador. Junto con el príncipe de Conti, el mariscal de Schomberg, el duque de la Meilleraye, el marqués de Fénelon y el barón de Renty, pertenecen indistintamente a la Compañía del Santísimo Sacramento sacerdotes y religiosos: el jesuíta Suffren, confesor de Luis XIII, el oratoriano Condren, los clérigos Olier, Bossuet, Abelly, Solminihac y otros muchos. Aunque son calificados por sus adversarios de "cabala de los devotos", sin embargo, no tienen nada de "cabala" y sus miembros no merecen el nombre de "devotos", tomado aquí en sentido peyorativo 48 . Un mismo ideal religioso les mantiene unidos: el deseo de imitar a Jesucristo pobre, humilde, maltratado, oculto en el Santísimo Sacramento y misteriosamente presente en la persona de los pobres. La caridad vivida por los miembros de la Compañía coincide con el período más representativo de la espiritualidad francesa. Aunque logra sobrevivir hasta finales de 1665 o principios de 1666, el decreto de 1660, que prohibía la celebración de asambleas sin el debido permiso del rey, preparó la disolución de la Compañía del Santísimo Sacramento. Por las mismas fechas, moría Vicente de Paúl (f 1660), alma de la caridad en Francia. 2.

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Fe y experiencia en una doctrina

Escuela francesa de espiritualidad

En la historia de la espiritualidad del siglo xvn, Bérulle ocupa el puesto más relevante ideológicamente. Su rica personalidad centra las miradas de los reformadores y espirituales. Aunque no cesa de evolucionar su pensamiento, contribuyó a difundir los temas cristológicos a través de sus discípulos. En torno al Verbo encarnado se perfilan las notas de su espiritualidad. Hombre de acción y contemplación, humanista y filósofo, teólogo y director de conciencias, es acreditado como padre de la escuela francesa de espiritualidad. El término "escuela francesa" es "demasiado vago —puntualiza Le Brun—, y es preferible hablar de «escuela berulliana» para indicar claramene que estos espirituales dependen de la doctrina del Fundador del Oratorio. Sin embargo, no transmiten el puro berullismo, sino que cada uno desarrolla los rasgos de la espiritualidad del Cardenal conforme a su formación, a su temperamento, a su teología o a su filosofía" 49 . 48

Ibid., col. 1.303.

49

L E BRUN, J., art. y o.c, p.254.

Originalidad

doctrinal de V. de Paúl

53

Las notas más características de la espiritualidad berulliana se reducen a cuatro, según P. Cochois: "el espíritu de religión de su teocentrismo, el cristocentrismo místico, el sentimiento de soberanía de la Madre de Dios y su exaltación del estado sacerdotal" 50 . La coherencia de su obra sólo es constabable teniendo en cuenta la cronología de su producción literaria, que va desde el olvido de Cristo en el Breve discurso (1597) hasta el enaltecimiento del Verbo encarnado en las Grandezas de Jesús (1623). El retiro de Verdum (1602) y la progresiva iluminación sobre su propia vocación (1607) condujeron los pasos del futuro cardenal hacia la persona de Cristo. Las perspectivas espirituales de la "escuela francesa" son más amplias que las simplemente berullianas. Las aportaciones de Sales, de Vicente de Paúl, de Olier, de Bossuet amplifican y adaptan el pensamiento espiritual de las corrientes que llegaron del extranjero, sobre las que Bérulle hace su propia síntesis. El cultivo del interiorismo, el seguimiento de la voluntad de Dios, la práctica de la caridad, la imitación de Cristo son puntos tratados por todos los espirituales de la época con matices propios. La autoridad de San Agustín y de Santo Tomás es invocada por todos para confirmar sus convicciones o simplemente para exponer una doctrina. Si Bérulle bebe en las mismas fuentes doctrinales que el resto de sus contemporáneos, no es para imponer sus criterios, sino para orientar a sus discípulos hacia una "devoción" de "adherencias" al "estado" de Jesucristo. Pero aun en este caso, el significado de los términos que emplea difiere del sentido que dan a los mismos sus discípulos o admiradores.

C A P Í T U L O II

POR LA FE Y EXPERIENCIA DE VICENTE DE PAUL AL CONOCIMIENTO DE SU ORIGINALIDAD DOCTRINAL Vicente de Paúl alude con frecuencia a su fe y a su experiencia 1 . La doctrina que reparte ocasionalmente es fruto de vivencias evangélicas y de experiencias conseguidas en el 50

1

COCHOIS, P., O.C, p.146.

Cf. S.V.P. I, 78, 116; E.S. I, 141, 177. S.V.P. II, 282, 459; E.S. II, 237, 386. S.V.P. VII, 20; E.S. VII, 24. S.V.P. IX, 104; E.S. IX, 112. S.V.P. XII, 45; E.S. XI, 357. S.V.P. XII, 170; E.S. XI, 462. S.V.P. XIII, 801.

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Fe y experiencia en una doctrina

correr del tiempo. A la inversa de otros maestros que parten de bellas doctrinas, sin llegar a demostrar que fueron vividas por ellos, nuestro Santo arranca de hechos que ha protagonizado, de pruebas que ha superado, de experiencias que progresivamente han enriquecido su fe. No resulta fácil seguir paso a paso en la vida del señor Vicente el control de estas adquisiciones, pero es seguro que cuando habla no engaña, que su palabra obedece a alguna convicción, que sus consejos están respaldados por el conocimiento que tiene de los hombres y por el amor vivencial a Jesucristo y a su Iglesia. A la experiencia adquirida, añadió el conocimiento, y al conocimiento la comunicación: los tres pasos comprendidos en el proceder vicenciano, y que requirieron su tiempo de reflexión y maduración. La comunicación de la fe y su experiencia son contagiosas, como podrá verse, por el celo con que arengó a sus huestes para la práctica del amor y fue respondido comprometidamente por toda clase de hombres de distinta condición y sexo.

I.

MARCHA ASCENSIONAL A D I O S P O R JESUCRISTO Y LOS POBRES

El mero intento de querer entrar en el alma de San Vicente de Paúl es gran osadía. Pretender atrapar su espíritu es mayor ilusión, no sólo porque han pasado cuatro siglos y la distancia dificulta su conocimiento, sino también porque el interior del hombre es un arcano secretísimo que, a veces, escapa al mismo interesado. L. Abelly, primer biógrafo del Santo, después de tratarle personalmente y con toda la documentación en sus manos, encontró dificultades. Cuantos han intentado, después de Abelly, asomarse al alma del gran Santo del gran siglo, sufrieron iguales o mayores decepciones. A todos ronda la tentación de fijarse más en sus obras que en el móvil interior. A nosotros nos es dado únicamente analizar sus palabras, combinar datos y contrastar experiencias para captar su personalidad y explorar sus intenciones. Siempre que nos sea posible le pondremos al habla para que él nos cuente su vida y, sobre todo, las profundas convicciones espirituales que le ganaron el título de maestro y le sostuvieron en la carrera de apóstol infatigable. Vicente de Paúl se escapa a una fácil radiografía espiritual. El es parco en revelar el dinamismo interior de su marcha ascensional hacia Dios; sólo en contadas ocasiones, el

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fervor de la palabra le destapa ante los oyentes, que, percatados del celo que devora al Fundador de la Misión, entrevén su ardiente caridad. A través de estas confesiones, medrosamente nos internamos nosotros por los caminos que él hubo de recorrer hasta revestirse del espíritu de Jesucristo y comunicarlo a los demás. El consejo paulino de dar muerte al hombre viejo para resucitar el nuevo, de vaciarse de sí mismo para llenarse de Dios, le ocupará toda la vida. El vigila sobre sí mismo, pero sin apartar la vista de las necesidades ajenas, porque "no basta con amar a Dios si mi prójimo no le ama" 2 . Al final de la vida decía de sí mismo: "¡Miserable de ti, que eres un viejo parecido a todos esos! (libertinos, comodones, perezosos y cobardes). Las cosas pequeñas te parecen grandes y las dificultades te encogen... Hasta el levantarme por la mañana me parece insoportable y las menores molestias me parecen insuperables"3. Quien conoce su humildad sabe medir el alcance de estas palabras; tomadas al pie de la letra, nos llevarían a un error, imaginándonos a un Vicente de Paúl, al borde del sepulcro, cargado de vicios. No fue santo desde el principio, como parece sugerir Abelly, pero tampoco rezongón hasta el final, como apunta Redier. Tropezamos con otro obstáculo que nos impide seguir de cerca la génesis y evolución del hombre y santo que fue Vicente de Paúl: la falta de los documentos necesarios para acompañarle durante los años más decisivos de su "conversión" o vuelta a los compromisos bautismales y sacerdotales. Las referencias de Abelly son las principales pistas de observación, con todas las reservas a que se prestan las buenas intenciones del primer biógrafo. Partiendo de las escasas y oscuras declaraciones del humilde Fundador, podemos remontarnos con cuidado a los años más faltos de noticias y reconstruir, en lo posible, lo que es de por sí insondable y escurridizo: los móviles del sentimiento religioso. 1. Fase purificadora y encuentros providenciales Ocho años completos, después de la ordenación sacerdotal, traen a Vicente de Paúl a París (1609). Viene de Roma. Instalado en la capital del Reino, sueña con beneficios, for2

S.V.P. XII, 262; E.S. XI, 553. ' S.V.P. XII, 93; E.S. XI, 398.

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56

Fe y experiencia en una doctrina

tunas que le permitan escalar puestos y asegurarse un "honesto retiro" 4 . No se puede probar que sea un cura escandaloso, un pecador que requiera conversión llamativa, o que deba abandonar la vida licenciosa de tantos sacerdotes que pululan por las diócesis. Es un clérigo de tantos que ambiciona riquezas para sestear tranquilo al lado de sus parientes. Por ahora no es el sacerdote ideal que necesita la Iglesia de las reformas. Fascinado por el brillo de lo humano, le arrastran más las ambiciones personales que las necesidades de los pobres. Sin embargo, Vicente de Paúl, por su temperamento y sensibilidad, puede ser el instrumento más eficaz de salvación de miles de hombres necesitados. La Providencia velaba sobre él. ¿Cómo? a)

Calumniado

de robo y tentado contra la fe

Cualquier empresa de envergadura exige su precio. Nadie escapa de la prueba. La purificación del hombre es una constante histórica. Si la prueba es sobrenatural, adquiere acentos dramáticos, sólo valorados debidamente por los pacientes; si es planteada por circunstancias o sujetos humanos, es lo mismo; al fin se convierte en crisol, llevada con paciencia y espíritu de fe. Después de un tiempo de tormenta, más o menos largo, según los condicionamientos del paciente y los planes de Dios, sobreviene la calma y la hora de las realizaciones. La tentación vencida, sea persecución, calumnia o dudas contra la fe, da a la postre seguridad y valentía "en el nombre del Señor". Como diría el Santo a los Misioneros en la conferencia del 6 de junio de 1659: "Dios no permitiría que sus servidores fuesen calumniados y perseguidos si las persecuciones y las calumnias los hiciesen inútiles para su servicio" 5 . ¿Pensaba esto mismo en 1609, cuando fue acusado de robo por su compatriota, el juez de Sore, con quien compartía la misma habitación? 6 Su fama de ladrón corrió entonces como la pólvora; difamado entre conocidos y amigos, la noticia llegó a oídos de Bérulle y, lo que era más grave, su antiguo amigo acude a la autoridad eclesiástica para que proceda a una monición "que debía ser leída por el cura, durante tres domingos consecutivos, en la predicación de la

C.2.

5 6

S.V.P. I, 18; E.S. I, 88. S.V.P. XII, 285; E.S. XI, 572. ABELLY, L., O.C, 1.1 c.V

p.21.

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misa parroquial" 7 . Vicente de Paúl, hambriento de riquezas, se ve inocentemente herido en la misma llaga que podría envenenarlo para siempre, de no haberse curado a tiempo. Recordando este episodio, comentará el 9 de junio de 1656: "Hay una persona en la Compañía que, habiendo sido acusado de robar a un compañero y habiendo sido tratado de ladrón en toda la casa, aunque no era verdad, no quiso, sin embargo, justificarse..." 8 ¡No querer justificarse! Ello demuestra que a los veintiocho años no era tan insensible a la gracia ni estaba tan alejado del ideal de santidad. Lo humano hubiera sido protestar, probar su inocencia, sospechar del joven boticario, pero... "no, se dijo elevándose hasta Dios, es preciso que lo sufra con paciencia". Al cabo de seis meses o seis años, según Abelly 9 , el culpable reconoció su falta. Es el primer lance espiritual conocido por el que se inicia la marcha hacia Dios de Vicente de Paúl. Como diría en la misma ocasión en que comentaba el incidente: "Dios quiere a veces probar a las personas, y para ello permite que sucedan estas cosas" 10 . En todo caso, la lección recibida quedó para siempre grabada en su conciencia: no hay que temer tanto los juicios de los hombres como los de Dios, que conoce toda la verdad. Jesucristo también fue calumniado, siendo el más inocente de los hombres; "él está a la espera y a la escucha de todo lo que digamos o hagamos durante la persecución" 11 . A la espera, en efecto, estaba otra prueba más desgarradora. Hacia 1610, el joven sacerdote servía de capellán limosnero en el palacio de la ex reina Margarita de Valois, repudiada de Enrique IV. Ociosos y libertinos coreaban la belleza y generosidad de Margarita, a cuyas expensas vivían. Aquí aconteció a un célebre doctor, "por no predicar ni catequizar, verse asaltado, en medio de la ociosidad en que vivía, por una fuerte tentación contra la fe" 12 . Movido a compasión el limosnero de la reina, comenta Abelly, carga con la pesada cruz de la prueba. Una noche oscura anegó el alma del caritativo sacerdote, que anduvo, aproximadamente hasta finales de 1612, acosado por duros asaltos contra su fe. La prueba no era insólita. Los místicos, como San Juan de la Cruz, habían avisado sobre la pesadumbre de la noche 7 MARIÓN, M., Dictionnaire des Institutions XVlHt siécles (París 1976), sub v. Monitoire. 8 S.V.P. XI, 337; E.S. XI, 230. 9

1

Originalidad

10

ABELLY, L., O.C, 1.1 c.V

de la France aux XVIIe et

p.23.

Ibid. S.V.P. XII, 285; E.S. XI, 572. '2 ABELLY, L„ O.C, l.III c.Xl p.116. Cf. S.V.P. XI, 33; E.S. XI, 726. 11

C.2. 58

P.l.

oscura 13 . Francisco de Sales había pasado por parecido trance entre los años 1586 y 1587, hasta quedar extenuado, lívido y atemorizado por su salvación. Pascal, años más tarde, en 1654, nos referirá la "noche de fuego" que le condujo, superada la prueba, a la alegría y al deseo de no verse jamás separado eternamente de Dios. Vicente de Paúl se aplica la misma terapéutica que aconsejara a su admirado doctor, obligándose a recursos sobrenaturales y humanos. Dicha tentación venía acompañada de otros sacrificios impuestos por las exigencias de la fe. Hasta que no rompa con todas las ataduras que le amarran a las realidades temporales, no disfrutará del gozo de la fe. Desde que damos por concluida la primera victoria contra la tentación, en 1512, pasarán once años más (1623) de luchas interiores y de desapegos de toda clase. La preocupación por el ascenso "que me han arrebatado mis desastres", por el "honesto retiro" y por los asuntos familiares 14 son la remora que le impiden caminar y ver con claridad, en 1610, su misión futura sacerdotal. Sigue empeñado en afanes lucrativos, que estima por ahora compatibles con su vocación. Está a punto de dejarse enredar por las "telas de araña"; sale, sin embargo, airoso de la prueba, cargado de nueva experiencia sobre la tentación, hasta el punto de exclamar en una repetición de oración de 1645: "La tentación es un estado feliz, y un día pasado en semejante situación nos proporcionará más mérito que un mes sin tentaciones. Venid, tentaciones, venid; sed bien venidas. Pero son contra la fe. ¡No importa! No hay que pedirle a Dios que nos libre de ellas, sino que nos haga utilizarlas bien y que impida que caigamos. Son un gran bien"15. La tentación contra la fe es la segunda gran llamada a la santidad, la que preparó los caminos de su conversión. Vicente de Paúl necesitaba entonces de algunos mediadores que intercedieran por su vida e iluminaran su carrera, pues, "según el camino ordinario de la Providencia, Dios quiere salvar a los hombres por medio de otros hombres, y nuestro Señor se hizo él mismo hombre para salvarnos a todos 16 . ¿No había curado su caridad compasiva al doctor en teología? Podía él esperar que otros instrumentos humanos disiparan las tinieblas de su conciencia. 13 14 15 16

Originalidad

doctrinal de V. de Paúl

59

Fe y experiencia en una doctrina

Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida del Monte Cf. S.V.P. I, 18-20; E.S. I, 88-90. S.V.P. XI, 148-149; E.S. XI, 67. S.V.P. VII, 341; E.S. VII, 292.

Carmelo.

b) La orientación

berulliana

Bérulle es la primera providencia temporal a la que se entrega incondicionalmente Vicente de Paúl al poco tiempo de llegar a París. Acepta como buen discípulo las orientaciones y órdenes de su maestro; incluso permanece en el Oratorio de Bérulle, aunque sin intención de pertenecer a él 17 . De Bérulle recibe el apoyo necesario en los momentos angustiosos de la calumnia y en las peores horas de la tentación contra la fe. Bajo sus órdenes se dirige a la parroquia de Clichy (1612), de la que guardará gratísimo recuerdo en el resto de sus días 18 . Estando en Clichy, conoció a Antonio Portail (15901660), la mejor adquisición de la feligresía para la futura Congregación de la Misión y para la Compañía de las Hijas de la Caridad. Tanto Vicente de Paúl como Luisa de Marillac acudirán a él para encomendarle importantes y delicados asuntos de dirección y formación de ambas familias. Por indicación del Fundador del Oratorio entra en la familia de los Gondi (dic. 1613), como preceptor de sus hijos, convirtiéndose además en director espiritual de la señora Margarita de Silly, preocupada del bienestar temporal y espiritual de sus vasallos. Vicente de Paúl acompaña a la familia en sus correrías por los pueblos, catequizando, exhortando y administrando sacramentos a los campesinos. A impulsos de la misma obediencia, se dirige a Chatillon-lesDombes, de donde volverá a finales del mismo año a ruegos de la familia Gondi, que ha intercedido ante Bérulle para acelerar su regreso. Al lado del futuro Cardenal ha aprendido Vicente de Paúl, durante los años 1609-1617, a encontrarse a sí mismo, a desconfiar de las trampas de la naturaleza humana; pero, sobre todo, ha descubierto el sentido de su propio sacerdocio y de la misión sacerdotal de Jesucristo. Sobre esta orienta17

18

Cf.

ABELLY, L., o.c,

1.1 c.Vl

p.24.

El 27 de julio de 1953, recordaba a las Hijas de la Caridad: "Yo he sido párroco de una aldea. Tenía un pueblo tan bueno y tan obediente para hacer todo lo que le mandaba, que, cuando les dije que vinieran a confesarse los primeros domingos de mes, no dejaron de hacerlo. Esto me daba tanto consuelo y me sentía tan contento que me decía a mí mismo: ¡Dios mío! |Qué feliz soy por poder tener este pueblo!" Y añadía: "Creo que el Papa no es tan feliz como un párroco en medio de un pueblo que tiene un corazón tan bueno". S.V.P. IX, 646; E.S. IX, 580. Ante los Misioneros, en la conferencia del 26 de septiembre de 1659, elogiará el canto de sus antiguos feligreses. Cf. S.V.P. XII, 339; E.S. XI, 616.

/ 60

PI-

ción cristiana y sacerdotal evolucionará la vida espiritual de Vicente de Paúl, que durante los primeros años de sacerdote anduvo corriendo infatigable a la "caza de la fortuna". c)

C.2.

Fe y experiencia en una doctrina

Visitas al Hospital de la Caridad de París

Los pobres son maestros privilegiados para Vicente de Paúl. De ellos recibe las mejores instrucciones, que polarizan su espíritu hacia un Cristo doliente y maltratado. Ellos iluminaron principalmente su vocación. También fueron los pobres quienes le ayudaron a superar la crisis contra la fe. No habiendo pruebas en contra, hemos de fiarnos de Abelly cuando dice de su héroe que, "resuelto a honrar e imitar a Jesucristo, se entregó de por vida por su amor al servicio de los pobres". A partir de entonces "su alma quedó inundada de luz, confesando en distintas ocasiones que le parecía ver las verdades de la fe con una luz muy particular" 19 . Su calidad de limosnero de la reina Margarita le abría paso al Hospital de la Caridad. La entrega de las 15.000 libras turnesas al prior y a los religiosos del Hospital bien puede interpretarse como generosidad del futuro Santo o como obediencia a la voluntad del donante, que eligió a Vicente de Paúl de mandatario 20 . Es lo cierto que una corriente de "simpatía" fluyó entre los pobres enfermos y el alma quebrantada del sacerdote compasivo, quedando éste mitigado en su dolor, si no fue curado del todo por los servicios prestados. Desde 1611, Vicente de Paúl frecuentaba el Hospital. Las Constituciones de la Orden de San Juan de Dios preveían ayudas de otros servidores ajenos a la comunidad religiosa. Codo a codo con los Hermanos Hospitalarios, Vicente de Paúl se inicia en el misterio de Jesucristo en los pobres. Los pobres constituyen el objeto de la entrega perpetua a Dios de estos religiosos hospitalarios. El cuarto voto de servicio a los pobres enfermos especifica la misión de los Hermanos de la Caridad. Las Constituciones de 1587 —las mismas que reglamentaban su vida durante los años que Vicente de Paúl los trató en Roma y en París— recogen los términos de la profesión, cuyo cuarto voto de guardar "particularmente hospitalidad perpetua, sirviendo a pobres enABELLY, L., O.C, l.III c.XI p.118-119. 20 Cf. S.V.P. XIII, 14; COSTE, P., Le grand saint du grand siécle t.I (París 1931) p.79.

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fermos" 21 , inspirará buena parte de la espiritualidad de las Hijas de la Caridad. Existen tantas coincidencias literales y se trasluce con tanta nitidez el mismo espíritu entre las primitivas Constituciones de los Hermanos de San Juan de Dios y el Reglamento de Chatillon, base de los futuros reglamentos de las Cofradías de la Caridad y de las Reglas de las Hijas de la Caridad, que todo nos induce a pensar que Vicente de Paúl conocía al detalle la vida que animaba a los Hermanos Hospitalarios. Los pobres de París del Hospital de San Juan Bautista de la Caridad, u Hospital de los Hermanos de la Caridad o simplemente Hospital de la Caridad 22 , contribuyeron en realidad a esclarecer la vocación del "Padre de los Pobres", que aún se obstinaba, en 1617, en ir tras las riquezas. Vicente de Paúl avanza lentamente hacia la luminosidad de la fe, sin cerrarse en un mundo de "pequeña periferia". Se esfuerza para no caer "apresado por los bienes perecederos, clavado por estas espinas y atado por sus ligaduras" 23 .

1) El año de las experiencias indelebles: 1617 Tres acontecimientos descubren la cara de la pobreza material y espiritual a Vicente de Paúl y le encaminan hacia la acción evangelizadora. El primero tiene lugar en Gannes, a finales de 161624. Un moribundo que "pasaba por hombre de bien" se abre a su confesor, manifestándole los pecados que por largo tiempo le tenían enmudecido. "Me hubiera condenado, declara el enfermo a la señora Margarita de Silly, de no haber hecho una confesión general" 25 . Impresionada la buena mujer, comenta con su director de conciencia: "¿Qué es lo que acabamos de oír? Esto mismo pasa sin duda a la mayor parte de estas gentes... ¡Cuántas almas se pierden! ¿Qué remedio habrá para esto?" 26 La respuesta no tardaría 21

HERMANOS DE SAN JUAN DE DIOS, Primitivas Constituciones

(Madrid

1977). Constituciones hechas en el primer Capítulo General en Roma, año 1587 cap.V. 22 Por los tres nombres era conocido el Hospital. Los Hermanos de San Juan de Dios vienen de Italia llamados por María de Médicis, en 1601. 25 S.V.P. XI, 79; E.S. XI, 773. 21

19

Originalidad

25 26

ABELLY, L., O.C, 1.1 c.VIII p.32.

Ibid. Ibid., p.33.

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Fe y experiencia en una doctrina

en llegar. Pero se necesita una vocación de apóstol para hacer frente a esta pobreza espiritual. El segundo evento confirma la escena de Gannes. El 25 de enero de 1617, a ruegos de la señora marquesa, Vicente de Paúl predica un sermón sobre la confesión general en Folléville. Los buenos campesinos quedan impresionados por la unción y fuerza de la palabra del predicador. La gente se agolpa ante el confesonario. Es tan abundante la afluencia de penitentes, que el misionero pide ayuda a los jesuitas de Amiens. A los cuarenta años exactos de este acontecimiento, en la repetición de oración del 25 de marzo de 1655, el Fundador de la Misión invitaba a la comunidad a considerar el hecho y a dar gracias a Dios por el nacimiento de la Congregación: "Aquel día fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la Conversión de San Pablo; Dios hizo esto no sin sus designios en tal día" 27 . Ni en Gannes ni en Folléville había ocurrido nada extraordinario aparentemente. Lo que ya se sabía, Vicente de Paúl lo había comprobado: la ignorancia religiosa del pueblo es increíble, y lo que es peor, los sacerdotes adolecen del mismo mal, pues ignoran hasta la fórmula de la absolución 28 . Ambas constataciones afligen el corazón de Vicente de Paúl. Unos meses más tarde, dentro del mismo año 1617, Vicente de Paúl sale furtivamente de la casa de los Gondi para dirigirse a Chatillon; la misión pastoral le atrae; siente que los pobres le llaman. Estando en Chatillon, otra nueva experiencia enriquece su vida sacerdotal. El hecho se lo cuenta a las Hijas de la Caridad en las conferencias del 22 de enero de 1645 y del 2 de febrero de 1646. Se preparaba para celebrar la misa en la parroquia del pueblo, cuando una señora entra en la sacristía y le expone el caso de una familia que yace toda ella enferma y a falta de recursos. "Esto, confiesa nuestro Santo, me tocó sensiblemente el corazón; no dejé de decirlo en el sermón con gran sentimiento, y Dios, tocando el corazón de los que me escuchaban, hizo que se sintieran todos movidos de compasión por aquellos pobres afligidos" 29 . Bajo un sol de justicia —era un domingo de agosto—, los asistentes a la misa se dirigen procesionalmente a la familia enferma. El señor Vicente no falta a la cita; comprueba la pobreza material de la familia. Y surge el primer Re27 28 29

ABELLY, L., O.C, 1.1 cXIII p.34. Cf. S.V.P. XI, 5; E.S. XI, 700. S.V.P. XI, 170; E.S. XI, 95. S.V.P. IX, 243; E.S. IX, 232.

\ (X.2. Originalidad

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63

glamento de la Cofradía de la Caridad 30 ; "a imitación del Hospital de la Caridad de Roma" 3 1 , las asociaciones honrarán y servirán a Jesucrito en la persona de los pobres. Vicente de Paúl se siente feliz entre sus feligreses, pero desde París reclaman de nuevo su presencia. Se resiste a las primeras voces de la señora Generala. Al fin, termina cediendo a las órdenes de Bérulle. En vísperas de Navidad torna de nuevo a París; llega cargado de más experiencia pastoral, más iluminado sobre su futuro sacerdotal. La insistencia de la gracia y las llamadas de los pobres que gimen material y espiritualmente estimulan su celo y su conversión incesante. Termina el año 1617 con balance espiritual muy positivo a favor de Vicente de Paúl. No goza, sin embargo, de total libertad. Con la gracia de Dios, con el esfuerzo personal y con el consejo y ejemplo de otros hombres, prosigue su carrera hacia Cristo pobre y evangelizador. Si retrocede en algún momento, recupera en seguida el camino abierto a la gracia. A partir de 1618, otros modelos cercanos y educadores de la fe le ayudarán a aclarar su misión sacerdotal. e) Encuentros con Francisco de Sales y Andrés Duval Entre 1618 y 1619 se celebra el primer encuentro de los dos santos del gran siglo francés: Francisco de Sales y Vi30 Todo el Reglamento de la Cofradía de la Caridad de Chatillon, así como la aprobación de la Cofradía, su erección, etc., puede consultarse en S.V.P. XIII, 423-439. 31 Los Hermanos de San Juan de Dios fueron reconocidos por Pío V, en 1571; obtuvieron la aprobación pontificia en 1586 por Sixto V. Llamados de España por Gregorio XIII, se establecieron en la isla Pía (Tiberina) en 1584, sirviendo en el Hospital de San Juan de Calabita; de Roma partieron hacia otras ciudades de Italia: Ñapóles, Palermo, Corneto, Florencia... El Hospital de la Caridad de Roma era conocido con el nombre de "Fate ben fratelli" por la costumbre que los religiosos tenían de pedir limosna a ejemplo de Juan de Dios, que por las calles de Granada mendigaba para sus pobres, según fórmula recogida en las primeras Constituciones de 1585: "Haced bien para vosotros mismos y de otra manera que honesta y devota sea" (Constituciones 1585, título 8,12). La primera Regla y Constituciones para el Hospital de San Juan de Dios de Granada se deben al arzobispo D. Juan Méndez de Salvatierra, año 1585. Las segundas Constituciones fueron elaboradas por el primer Capítulo General, celebrado en Roma, año 1587. A partir de 1608, la Orden se divide en dos ramas: la Española, que se extiende por España y América, y la Italiana, por Europa. Vicente de Paúl conoce a los Hermanos de San Juan de Dios en 1608, durante su estancia en Roma. Vuelve a encontrarlos en París, en 1611.

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cente de Paúl. Este conocía al santo Obispo por la publicación de sus obras, recomendadas en el Reglamento de Chatillon para hacer lectura espiritual 32 . Los modales suaves, el rostro sereno y las palabras amables del Obispo de Ginebra cautivan al sacerdote campesino, "seco como una zarza". Desde este momento, Francisco de Sales se presenta a Vicente de Paúl como modelo de mansedumbre. Su recuerdo ayudará a corregir el temperamento bilioso y melancólico de quien lucha por llenarse del espíritu de Jesucristo manso y humilde. Aunque de raíces familiares distintas, con formación distinta, de edad distinta, y con experiencias espirituales y pastorales distintas, se comprenden y se aman profundamente. Al morir Francisco de Sales en 1622, deja a Vicente de Paúl como superior de la Visitación, cargo que ostentará hasta el final de su vida. Sobre las enseñanzas del venerado Obispo, Vicente de Paúl desarrollará una dirección espiritual con Luisa de Marillac en los mismos términos afectuosos a que estaba habituada la Madre Chantal con el desaparecido director, Francisco de Sales. Todo el agradecimiento vicenciano a la persona y obra salesianas queda consignado en el Acta de deposición para el proceso de beatificación del "hombre más manso y afable que jamás había conocido" el Fundador de la Misión 33 . Igual estima le mereció la Madre Chantal. A ésta le revela lo que jamás se hubiera atrevido a declarar sobre el estilo de vida de los Misioneros. Cuando la Fundadora de la Visitación muera en Moulins, diciembre de 1641, Vicente de Paúl tendrá aviso de su partida terrestre por la visión de los tres globos. Temas tan fundamentales de la doctrina salesiana como la mansedumbre, la presencia de Dios y la oración servirán de fuente a la palabra vicenciana. Por Jas mismas [echas en que entra en conversación con Francisco de Sales, traba amistad Vicente de Paúl con el profesor de la Sorbona Andrés Duval. "Es tan sabio y al mismo tiempo tan humilde y sencillo, que no se puede pedir más", dice de él en octubre de 1643 34. La amistad con Duval le aleja prudentemente del antiguo director Bérulle, a quien demostrará perenne agradecimiento por la labor realizada en su vida. A medida que crecen los compromisos apostólicos del señor Vicente, participa menos de los propósitos de su primer maestro. El carácter 32 33 34

.2.

Fe y experiencia en una doctrina j

S.V.P. XIII, 345. S.V.P. XIII, 66-84. S.V.P. XI, 128; E.S. XI, 52.

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acaparador del futuro Cardenal impacienta tanto la bondad de Duval como intranquiliza la conciencia de Vicente de Paúl. Las relaciones entre Bérulle y Duval comenzaron a enfriarse a partir de 1614, fecha en que la señora Acarie entra en el Carmelo de Pontoise; se endurecen y rompen cuando las carmelitas descalzas son urgidas por Bérulle, en contra del parecer de Duval, a hacer voto de esclavitud. Duval pertenece a "la escuela abstracta"; sin embargo, no es un místico al estilo de Beaucousin, ni siquiera como Bérulle, más activo que el vicario de la Cartuja de Vauvert. Duval "es un teólogo y jurista, el consejero venerado por hombres de Iglesia y de laicos. Su actividad está siempre señalada por una referencia explícita, en el sentido de la dirección, al derecho o a la jurisprudencia. Esta orientación jurídica de la moral y esta austeridad exterior iban a la par con una voluntad de desprendimiento interior... (gracias a Duval, la escuela abstracta tendrá sus testigos tanto en la vida contemplativa, en el Carmelo, como en la actividad misionera de San Vicente de Paúl") 3 5 . Hasta que muera el ilustre profesor (1638), él será el consejero y director de Vicente de Paúl. Estará presente en las principales decisiones de la vida de la naciente Congregación de la Misión 36 y comprometerá a su dirigido en el ejercicio de la caridad para con los pobres, glosando el "servus sciens voluntatem Dei et non faciens vapulabit multis" 37 : "el siervo que conoce la voluntad de Dios y no la practica será azotado por muchos". El romanismo vicenciano y la actitud reservada frente a los aspectos devocionales de la piedad y de los fenómenos extraordinarios de la oración parecen estar marcados por la orientación duvaiiana.

f)

En busca de la paz: el retiro de Soisson

El ejemplo de Sales estimula a Vicente de Paúl en la carrera de la perfección. Los consejos de Duval le empujan hacia horizontes apostólicos más amplios; pero él se advierte insatisfecho interiormente, asaltado por los "brotes bruscos 35

D.S. t.III col. 1.862. Cf. S.V.P. I, 116; E.S. I, 177. 3 ' Cf. IBAÑEZ, J. M., Apéndice I, en o.c. p.339-340. 36

66

P.l.

Fe y experiencia en una doctrina /

(5.2.

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de la naturaleza". En la conferencia a los Misioneros del 28 de marzo de 1659 hará la siguiente confesión:

esplendor de la gloria y la fuente y hontanar de toda gracia y belleza"42.

"Algunos, con sus modales sonrientes y llenos de amabilidad, contentan a todo el mundo, ya que Dios les ha concedido esa gracia de darles una acogida cordial, dulce y amable, por la que dan la impresión de ofreceros su corazón y pediros el vuestro; mientras que otros, como yo, hosco, se presentan con un semblante cerrado, triste o áspero"38.

Vicente de Paúl conservará hasta el final esta concepción pesimista de la naturaleza humana, apartándose del optimismo antropológico de los humanistas y de San Francisco de Sales. Pudo más en él la carga teológica del agustinismo que la excepción honrosa de su "bienaventurado Padre", Francisco de Sales. Pero al retiro de Soisson, ¿no traía además otro problema que aclarar en el silencio de la oración? El sueño de fundar una congregación dedicada a la evangelización de los pobres acariciaba su mente. Temía, sin embargo, precipitarse; desconfiaba de los primeros impulsos. Fresca tenía aún la objeción del hereje de Montmirail: imposible que "la Iglesia de Roma esté dirigida por el Espíritu Santo...; mientras se ve a los católicos del campo abandonados en manos de pastores viciosos e ignorantes, que no conocen sus obligaciones..., vemos las ciudades llenas de sacerdotes y frailes sin hacer nada..., mientras que esas pobres gentes del campo se encuentran en una ignorancia espantosa" 43 . Para tranquilizar su ánimo acude a Soisson, según declararía veintiún años después (1 de abril de 1642) al P. Codoing:

Tomada con las debidas reservas, esta confesión humilde nos delata un luchador por la conquista de la mansedumbre, de la cordialidad, contrarias a su temperamento. En especial los pobres, a los que se sentía llamado, reclamaban esta postura afable que echaba en falta en sí mismo. "Es cierto —asegura Abelly— que durante el tiempo que permaneció en casa de la señora Generala de las Galeras (como él mismo lo declaró a personas de su confianza) se dejaba llevar un poco de vez en cuando de su temperamento bilioso y melancólico" 89 . En efecto, dirá a los misioneros: "Me dirigí a Dios y le pedí insistentemente que me cambiara este humor seco y repulsivo y que me diera un espíritu dulce y benigno, y, por la gracia de Dios, con un poco de cuidado que he puesto en reprimir los ardores de la naturaleza, he hecho desaparecer un poco mi humor negro"40. El espíritu de Sales actuaba en él. "Durante el retiro que hizo en Soisson —comenta Collet—, se examinó seriamente sobre este punto, conociendo mejor su importancia que hasta el presente..." 41 Fue una conquista tenaz que le duró toda la vida. A la lucha interior añadía otras mortificaciones exteriores, según los métodos ascéticos aconsejados entonces. Como San Pablo, "castigaba su cuerpo y lo reducía a servidumbre" (1 Cor 9,27). Frente a la grandeza y santidad de Dios, convertido en alimento de los hombres, oponía la vileza del ser humano: "Nosotros no somos más que gusanos, un soplo, un saco repleto de basura y una cueva de mil malos pensamientos; nuestro Señor, por el contrario, es un ser eterno e infinito, el 38

S.V.P. XII, 189; E.S. XI, 477. ABELLY, L., O.C, l.III c.XII p.177. 40 Ibid. 11 COLLET. P., La vie de saint Vincent de Paul (Nancy 1748) t.I l.II p.99. La obra aparece sin nombre de autor. 39

"Cuando me encontraba en cierta ocasión, al comienzo de proyectar la Misión, en esta continua preocupación de espíritu, hice expresamente un retiro en Soisson para que Dios se dignara quitarme del44espíritu el gusto y la emoción que sentía en este asunto..." Con nuevas experiencias pastorales y adquisiciones doctrinales, el bagaje espiritual de Vicente de Paúl se ha incrementado. Sigue avanzando sin detenerse. Poco le resta ya para hablar con autoridad.

g) Ruptura

con los cariños

familiares

La pesadilla de elevar económicamente a la familia ha abrumado durante los veintitrés primeros años de sacerdocio « S.V.P. XIII, 36. " S.V.P. XI, 34; E.S. XI, 727. 44 S.V.P. II, 246-247; E.S. II, 206.

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Fe y experiencia en una doctrina I

al humilde campesino. La necesidad ajena aflige su corazón, hecho para el amor universal. ¿Cómo no dar cabida en él preferentemente a sus pobres parientes? Estos sentimientos se recrudecen cuando llega el momento de ir a predicar a los galeotes una misión cerca del país natal. A cuantos pide consejo le animan a que aproveche la ocasión de visitar a la familia: "su presencia será un consuelo para los suyos, podrá hablarles de Dios", le dicen. El motivo de la visita parecía justificado; él, sin embargo, duda y teme. Convencido por las razones insistentes de sus consejeros, decide ir a Burdeos y, de paso, acercarse a la familia para "hablarles del camino de su salvación y apartarles del deseo de poseer bienes, hasta decirles que no esperasen nada de mí..., ya que un eclesiástico que posee alguna cosa, se la debe a Dios y a los pobres" 45 . Así pensaba actuar, pero a la hora de partir de su familia, después de ocho o diez días de estancia, se le desgarró el alma de dolor. Abundantes lágrimas regaron su rostro durante el viaje de regreso a París; a las lágrimas añadía el deseo de mejorar su situación, repartiéndoles lo que tenía y no tenía. Un peso continuo abatía su espíritu; la oración logró sacarle del atolladero. Escuchémosle de nuevo: "Estuve tres meses con esta pasión importuna de mejorar la suerte de mis hermanos y hermanas; ...en medio de todo esto, cuando me veía un poco más libre, le pedía a Dios que me librase de esta tentación; tanto se lo pedí, que finalmente tuvo compasión de mí; me quitó estos cariños por mis parientes; y aunque andaban pidiendo limosna, y todavía andan lo mismo, me ha concedido la gracia de confiarlos a su Providencia y de tenerlos por más felices que si hubieran estado en buen acomodo"46. Victoria final: Vicente de Paúl se ha convertido de verdad, ha roto el hilo sutil que le impedía obrar con libertad. Ha evolucionado tanto espiritualmente desde 1609 a esta fecha de 1623, que no se reconoce; el deseo de beneficios y del "honesto retiro" se ha desplazado hacia los pobres, tesoreros de la gracia de Dios; de la "pequeña periferia" en que temía verse encerrado, se abre a un panorama de Iglesia universal; tiene el camino expedito para exponer su fe y su experiencia. A los cuarenta y dos años es un hombre maduro para las grandes empresas que le esperan. « S.V.P. XII, 219; E.S. XI, 517. « S.V.P. XII, 219-220; E.S. XI, 518.

C\.2. Originalidad doctrinal de V. de Paúl

II.

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ORIGINALIDAD VICENCIANA Y DEPENDENCIAS DOCTRINALES

En la historia de la espiritualidad cristiana no existen cortes radicales, como si el presente no dependiera del pasado o aquél no garantizara el futuro. La espiritualidad cristiana tiene como fuente común el Evangelio, cuya riqueza ha dado origen a expresiones religiosas diferentes, según las aspiraciones de los espirituales. Es más, la interacción de los movimientos intramundanos de carácter religioso es indiscutible y las influencias mutuas son constantes. Esto aparece claro cuando se fija la atención en la historia de la Iglesia, de la que forma parte la espiritualidad cristiana. "Entre la Iglesia —afirma L. Hertling— como pastora de almas y los Estados y otras asociaciones humanas ha existido siempre un intercambio de influencias. Después de todo, los nombres que las forman son los mismos a quienes la Iglesia debe atender, y la actividad de ésta se desarrolla en el mismo ámbito que las demás sociedades" 47 . Si es imposible una historia eclesiástica químicamente pura, tampoco cabe imaginarse una espiritualidad estrictamente original, al margen de otros entrelazamientos y vinculaciones con doctrinas e ideales vividos con anterioridad o en el mismo tiempo. La exacta comprensión de la doctrina vicenciana demanda estas dependencias inevitables en el terreno espiritual, además del cuadro socioeconómico y político de su tiempo; de otra manera quedaría desangelada su palabra. Vicente de Paúl se sirve con frecuencia de expresiones berullianas, canfieldianas, salesianas, duvalianas; remite a la Imitación de Cristo, al P. Granada o al P. Rodríguez, pero éstos a su vez se inspiran en otros autores que se remontan a los Santos Padres o al Evangelio. Vicente de Paúl no obra como un plagiador que se deleita en murmurar doctrinas aprendidas de memoria. Su "fe y experiencia" es transmitida a través de cauces verbales conocidos, lo que no resta originalidad a su interpretación del Evangelio y al modo de hacerlo efectivo. La "experiencia de Dios" ayuda a conocer la originalidad del Santo. Si bien en cuanto "experiencia" es siempre la misma sustancialmente en todos los santos, como uno y mismo es Dios que por Jesucristo se da a conocer y a amar, se diferencia, no obstante, por hallarse encarnada en una per« HERTLING, L., Historia de la Iglesia (Barcelona 1975) p.13.

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sonalidad concreta, perteneciente a un tiempo y lugar determinado, a una cultura y educación, y a un plan de Dios sobre las criaturas.

• La independencia vicenciana en la historia d e la espiritualidad . El hermano Ducourneau, paisano y secretario del Supe" o r General de la Misión durante quince años, nos da las reglas de interpretación del pensamiento vicenciano y nos advierte de las objeciones que en aquel entonces pudieron Ponerse al director de la comunidad, al no "hablar de ordin a n o m á s que de cosas comunes" y "no decir nada que no Pueda verse en los libros" 48 . Ello implica la conducta del ^anto, que no encontró tiempo ni tuvo vocación para especular oficiosamente, sino para transmitir doctrina segura. s un Tr minucioso examen de los textos literarios, J • Calvet afirma de Vicente de Paúl que "ha preferido, aunque " a y a escrito mucho, situarse al margen de la literatura. Pero s tan vivo su espíritu y tan ardoroso su corazón, que la gracia de estilo le fue dada sobreabundan temen te, y no enontramos en los catorce volúmenes que nos ha dejado una "agina que resulte insípida e indiferente" 49 . *-l juicio de Calvet responde a la apreciación del confirite de Vicente de Paúl, de quien afirma que "cuando haa a fondo de la manera de hacer oración, del conocimiento n sotr ° s mismos, de la renuncia a nuestra propia volunt d ° abandono con i Y confianza en Dios..., de la compasión sal . s , a f a S i d o s > d e la asistencia a los pobres, del celo por la vacion de las almas..., esas cosas las realiza en cuanto a la a tlca Y e n cuanto a la expresión. Y para demostrar que no ^ . y nada de común en todo eso, que me digan si hay aj a p i l e n que hable como él de esas cosas, con tanto juicio, eacia y amor, sin preparación y sin grandilocuencia" 50 . dUc temas prácticos que aborda Vicente de Paúl no conm e C n a d e s c u D rimientos llamativos; los domina soberanante y los expone con sencillez; tiene la virtud de COnven19 cJLP- XH. 447-448; E.S. XI, 835-836. Pénelni / n E 1 ' J'' HtMoire de la littérature francaise t.V: Francois de Sales a

Bré

'?39)

p102

-

m d hab Sracia °" ' a encontrado la doctrina del santo: "... rica, chispeante de 5 « « V i ? u n a l í n e a '"vial" (o.c, t.HI lére partie, p.218). *-V.P. XII, 447-448; E.S. XI, 835-836.

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cer y animar, "conservando para sí el profundo secreto de un amor que es quien inspira sus palabras y sus acciones" 51 . Este amor oculto es la expresión de su santidad, ganada con la gracia de Dios y el esfuerzo de su voluntad. "No es el amor a los hombres —observa H. Brémond— lo que le ha conducido a la santidad, es más bien la santidad la que le ha convertido verdadera y eficazmente en hombre caritativo; no son los pobres los que le han entregado a Dios, sino Dios, por el contrario, quien le ha devuelto a los pobres. Quien le ve más filántropo que místico, quien no le ve ante todo místico, se imagina un Vicente de Paúl que no existió jamás" 52 . Observación atinada la de Brémond, si entendemos por mística el desarrollo normal de la caridad o gracia bautismal, orientada a la santidad mediante una transformación continua por Cristo, con Cristo y en Cristo. Si, por el contrario, limitamos el concepto de mística a la experiencia de Dios obtenida en la oración extraordinaria, Vicente de Paúl queda excluido del grupo minoritario de los místicos. La acción apostólica vicenciana obedece a la riqueza interior de la caridad, a la fuerza del espíritu, que lleva a una imitación de las acciones del Hijo de Dios; la mística vicenciana no es forzada por sentimientos filantrópicos, participados por los humanistas del Renacimiento, ni mucho menos está aconsejada temerariamente por las formas extraordinarias de oración. Si otros místicos se encierran en un claustro, Vicente de Paúl deambula por los campos y plazas repartiendo la caridad de Jesucristo, expresión de la auténtica mística cristiana. Hablando con propiedad, Vicente de Paúl no es un "humanista", pero descuella por su configuración mística de la caridad de Cristo. Los autores de la historia de la espiritualidad han intentado encasillar a Vicente de Paúl. Todos encontraron dificultades: confiesan que es un independiente que no cabe en justicia en ningún banco de escuela. El primer biógrafo, Abelly, se abstiene de hacer referencias expresas a la dependencia doctrinal de sus maestros. La tentación de alistarlo en un movimiento espiritual concreto es reciente; parte del nacimiento de la crítica comparada de las fuentes de espiritualidad. El primer adelantado en clasificar a Vicente de Paúl corresponde a Henri Brémond, que en 1923 le sitúa, no sin repugnancias, en las huestes berullianas; aunque le declara el más independiente de los discípulos del Cardenal, al fin 51 52

CALVET, J., San Vicente de Paúl (Salamanca 1979) p.227. BRÉMOND, H., O.C, t.III, lére partie, p.219.

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le hace militar en las filas del jefe de la escuela francesa de espiritualidad. El error bremondiano arranca del equívoco: términos igual a espíritu. No es suficiente constatar concordancias verbales, que se dan en todos los autores y maestros de la época, sino dilucidar el espíritu que orea sus manifestaciones. El cristocentrismo berulliano centra las bases teológicas del pensamiento vicenciano, pero se distancia en la aplicación de la misma doctrina evangélica. La intemporalidad y especulación del intelectual Bérulle se contrapone al realismo de Vicente de Paúl, siempre al acecho de lo concreto, de donde extraía principios de régimen espiritual. Pourrat se muestra discreto, limitándose a decir que "Vicente no es verdaderamente un berulliano" y que "debe algo a San Francisco de Sales" 53 . Cochois admite "una débil influencia" 54 de Bérulle en Vicente de Paúl. Para Cognet, Vicente de Paúl aparece, entre los discípulos de Bérulle como el más señalado adaptador de sus ideas y el realizador de las obras concretas e inmediatas 55 . Con la excusa de no ver en él un escritor profesional, queda reducido a un trato inmerecido en la historia de la espiritualidad moderna. El exiguo espacio que le dedica, vinculado principalmente a las ideas de Bérulle, ocupa un puesto irrelevante. Sí en el terreno doctrinal no es revolucionario, lo es en el de la vida real de la Iglesia, objeto desatendido en este caso por Cognet. Queda, en efecto, por desmentir lo que el primer panegirista del Santo, H, de Maupas du Tour, afirmara en la oración fúnebre pronunciada el 23 de noviembre de 1660 en la iglesia de San Germán d'Auxerrois de París: "Ha cambiado casi totalmente la faz de la Iglesia" 56 . A partir de la obra de Calvet, las influencias de Sales fueron puestas más de relieve. Pero quien ha contribuido a resaltar la preponderancia salesiana en el pensamiento espiritual de Vicente de Paúl ha sido A. Dodin 57 . El mérito de Dodin consiste en haber partido de la experiencia religiosa del señor Vicente para explicar su obra doctrinal; no le matricula en ninguna escuela, pero le hace acreedor de la palabra de algunos maestros, y principalmente del autor de la 53 POURRAT, P., La spiritualité lére partie (París 1947), p.576. 54 55

56

chrétienne t.III Les temps modernes,

COCHOIS, P., O.C, p.147. COGNET, L., O.C, p.395-399.

MAUPAS DU TOUR, H. DE, Oraison fúnebre á la mémoire du feu messire Vincent de Paul (París 1661) p.9. 57 Cf. DODIN, A., Lectures de Ai. Vincent, en Aúnales C.M., 1.106-107/ p.239-248; t.110-111, p.447-464; t.112-113, p.474-497.

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Introducción a la vida devota y del Tratado del amor de Dios. El enfoque de Dodin prevalece hoy día en aquellos autores que ven en la acción lo específico de la espiritualidad vicenciana. 2.

Fuentes doctrinales de inspiración vicenciana

Cierto parentesco entre los santos y maestros espirituales es inevitable. Las concordancias verbales entre ellos podrían establecerse desde los primero siglos hasta la palabra de San Vicente, sin que por ello existan dependencias y afinidades reales comunes. Vicente de Paúl permaneció fiel a la tradición de la Iglesia; este hecho le mantuvo unido a los grandes apóstoles de la caridad. El propósito de encontrar resonancias en Vicente de Paúl nos llevaría a un trabajo de erudición, pero poco iluminador de las fuentes auténticas de su doctrina. Dos fuentes principales abrevaron la "sabiduría prudente y las exigencias apostólicas" del maestro espiritual Vicente de Paúl: el Evangelio y la vida 58 . Ambos conductos se influyeron y complementaron sin romper la unidad de vida del místico de la acción. a)

Ante todo, el Evangelio

El Evangelio pertenece a la entraña de su vida; lo lleva "grabado en su corazón y lo porta en la mano como luz esplendorosa para saber conducirse" 59 . El Evangelio constituye "toda su moral —dice Abelly— y toda su política, según la cual acomoda su conducta y todos los asuntos que pasan por sus manos" 6 0 . No se avergüenza del Evangelio, "que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom 1,16). En él fundamenta su fe, pues sabe y predica que "quien dice doctrina de Jesucristo, dice roca inquebrantable, dice verdades eternas que son seguidas infaliblemente de sus efectos"61; al contrario de las del mundo, que jamás dan lo que prometen. La lectura diaria del Evangelio, y en general de toda la Sagrada Escritura, en actitud reverente, atenta y recogida, le 58

DELARUE, J., Sainteté de M. Vincent (París 1959) p.75. M ABELLY, L., O.C, l.III c.XXIV p.332. 60

61

ABELLY, L., O.C, 1.1 c.XIX p.78.

S.V.P. XII, p.l 16; E.S. XI, p.417.

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» interroga y le convierte; en especial cuando tropieza, diciendo la misa, con la fórmula "amen, amen dico vobis", crece su atención 62 y espera una respuesta para su propia vida o una solución a los problemas que otros le plantean. La asimilación que ha hecho de la Palabra le ayuda a un fácil y espontáneo comentario de la misma. En el uso de la Sagrada Escritura no es un especialista ni un exegeta- Se sirve de ella para animar o para impulsar a la acción apostólica. No permite a los Misioneros que gasten bromas en la utilización de los textos sagrados; delata ante ellos algunas circunstancias viciosas, como usarla en plan de chanza o para dañar a algunos o para servirse de ella, llevados del orgullo. Lo primero, dice, está mal; lo segundo está prohibido; lo tercero es vanidad 63 ; la sencillez, en cambio, corrige estos yerros, además de hacernos sabios con sabiduría divina, cuando meditamos la Palabra de Dios. En un siglo de discusiones teológicas sobre la gracia, no comparte el espíritu controversista; sólo en contadas ocasiones estará permitido argüir a los "ministros", pero nunca desafiarlos desde el pulpito, como si no fuesen capaces de mostrar ningún pasaje de la Sagrada Escritura que apoye su fe. No es la erudición teológica o escriturística la que convence, sino el amor; y da la siguiente prueba de experiencia: "No creemos a un hombre porque sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos... Fue preciso que nuestro Señor previniese con su amor a los que quiso que creyeran en El"64. Sin embargo, la pastoral misionera obligaba a frecuentes conferencias en San Lázaro "sobre casos de conciencia, sobre la Sagrada Escritura y sobre materia de controversia" 65 . Ello ocasionaba continuas intervenciones del Fundador de la Misión en la comunidad misionera y en las conferencias eclesiásticas de los martes. De la abundancia del corazón corría fluido el comentario de la Palabra. De los setenta y tres libros de que consta la Biblia, 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento, son citados por nuestro Santo 21 libros del Antiguo Testamento y 22 del Nuevo Testamento. Quedan excluidos de una cita expresa 30 libros. La suma de los textos bíblicos 62 61 64 65

ABELXY, L., O.C, l.III c.VIII p.73. S.V.P. XII, 173; E.S. XI, 464. S.V.P. I, 295; E.S. I, 320. S.V.P. VIH, 226; E.S. VIH, 210.

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citados por San Vicente, según cálculos de F. Garnier 66 , asciende a mil ochenta y tres, de los cuales doscientos cincuenta y cuatro pertenecen al Antiguo Testamento, y ochocientos veintinueve al Nuevo Testamento. Los libros históricos y los Profetas Menores son en conjunto los menos recordados; los libros poéticos y sapienciales afloran con facilidad; las citas frecuentes de los salmos, que reza todos los días, demuestran la familiaridad que tiene con el texto sagrado. Los primeros capítulos del Génesis son sustanciales para entender el trabajo de Dios. Las alusiones implícitas a toda la Sagrada Escritura son abundantísimas; ambientan de ordinario una contestación epistolar o el desarrollo de una conferencia. El Nuevo Testamento es indiscutiblemente su principal fuente de inspiración doctrinal. Las 829 citas traídas por San Vicente se reparten de esta manera: Evangelios, 512 citas; Hechos de los Apóstoles, 24 citas; Epístolas de San Pablo, 251 citas; Epístolas católicas, 33 citas; Apocalipsis, 9 citas. Entre los sinópticos, San Mateo aventaja a los demás evangelios con un total de 262 citas. Los capítulos V, VII y XIII de su evangelio son focos de referencia constante. La preferencia vicenciana por San Mateo se deduce de las enseñanzas sobre la santificación personal. No es la infancia de Jesús, ni los signos portentosos del Maestro, lo que atrae su atención, sino la vida ordinaria, las enseñanzas comunes de un Cristo en la tierra que "practica y enseña". Convencido de la unidad que ha de prevalecer entre la perfección individual y el servicio, no establece barreras entre ambas actividades; es cierto que "el servicio de los pobres no permite participar de la misión de Cristo, ni este servicio presenta trazas de eficacia sino en la medida en que es vivido por gentes realmente cuidadosas de su propia santificación" 67 , puntualiza J. Gonthier. Del evangelio lucano (118 citas) recoge los mejores pasajes sobre la compasión y misericordia de Jesús. Sobre todo el paso de Jesucristo por la sinagoga de Nazaret aclara su vocación de evangelizador de los pobres. La devoción mariana se alimenta incesantemente de los cuadros de la Anunciación y Visitación: el primero presenta a María como modelo de en66 GARNIER, F., Enchiridion spirituale Sancti Vincentü a Paulo, en Vincentiana 3 (1979) p.214-219. 61 GONTHIER, J., Saint Vincent de Paul el l'Écriture sainte, en Bulletin des Lazaristes de France 70 (1979) p.12.

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trega total a Dios; el segundo, como ejemplo de servicio pronto y alegre. En San Juan (130 citas, entre el evangelio, las cartas y el Apocalipsis) descubre la actitud reverencial del Hijo para con el Padre. La doctrina sobre la caridad está inspirada tanto en San Juan como en San Pablo. La expresión "religión para con el Padre", de marcado sabor berulliano, Vicente de Paúl la tiñe de caridad efectiva y afectiva para con Dios y con los hombres, al modo de Sales. Según la línea joánicopaulina, Vicente glosará la vida del Salvador como un acto de obediencia y de amor continuo: "Sus humillaciones no eran más que amor, su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor y todos sus ejercicios interiores y exteriores no eran más que actos repetidos de amor. Su amor le dio un gran desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los 68 bienes, desprecio de los placeres y desprecio de los honores" . El apóstol San Pablo es el modelo de los misioneros por el celo que desplegó y por las humillaciones a que le condujo el ministerio. "No sin un designio particular", la Misión nace el día de la conversión de este "vaso de elección", "prisionero de Cristo". La temática de la mística bautismal paulina dará pábulo a la palabra del gran director de conciencias. "Acuérdese —escribía el 1 de mayo de 1635 a A. Portad, sacerdote de la Misión— de que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo, y que hemos de vivir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo"69. La muerte y resurrección en Cristo le lleva a parafrasear los consejos paulinos de dar muerte al hombre viejo para restaurar el nuevo, y de vaciarse de sí mismo para llenarse de Dios. A esta tarea ha de entregarse el Misionero todos los días. Finalmente, sobre el texto alusivo a la encarnación y redención de Cristo (Flp 2,6-11) traza las líneas del ser y obrar del Misionero y de la Hija de la Caridad, como continuadores de la misión salvadora de Jesucristo. La recitación diaria del Breviario y la lectura espiritual mantiene a Vicente de Paúl en contacto continuo con las fuentes y comentario de la Palabra de Dios. Aunque es difí68 69

S.V.P. XII, 109; E.S. XI, 412. S.V.P. I, 295; E.S. I, 320.

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cil de precisar el influjo del rezo del Oficio divino en el pensamiento vicenciano, es seguro que su lectura suscitaba frecuentes chispazos de inspiración en boca del Fundador de la Misión. El comentario a la Palabra de Dios de San Juan Crisóstomo, San Atanasio, San Hilario, Orígenes, San Ambrosio, San Agustín, San Bernardo, San Gregorio..., que podía constatar en la lectura del segundo o tercer nocturno, mantenían vivo el rescoldo de la piedad sacerdotal de Vicente de Paúl y acrecentaban su acervo doctrinal. Ante la imposibilidad de dedicar largas temporadas al estudio de los Santos Padres por las urgencias apostólicas que le absorbían, la comunicación asidua con ellos a través del Breviario restañó sus preferencias por la doctrina tradicional de la Iglesia.

b)

Y también la vida

Los orígenes campesinos quedaron para siempre grabados en la idiosincrasia vicenciana. Las palabras que pronuncie o las obras principales que proyecte más tarde serán la mejor apología del campesinado. Lo lleva dentro del alma y habla por experiencia. Valga un ejemplo tomado de la conferencia del 25 de enero de 1643 a las Hijas de la Caridad: "Os hablaré con mayor gusto todavía de las virtudes de las buenas aldeanas a causa del conocimiento que de ellas tengo por experiencia y por nacimiento, ya que soy hijo de un pobre labrador y he vivido en el campo hasta la edad de quince años. Además, nuestro trabajo durante largos años ha sido entre los aldeanos, hasta el punto de que nadie les conoce mejor que los sacerdotes de la Misión. No hay nada que valga tanto como las personas que verdaderamente tienen el espíritu de los aldeanos; en ningún sitio se encuentra tanta fe, tanto acudir a Dios en las necesidades, tanta gratitud para con Dios en medio de la prosperidad"70. Este hijo del campo no se precipita al tomar decisiones; ante un negocio remueve la tierra, la siembra, la escarda y espera a que el fruto sazone a su debido tiempo; mientras tanto cabalga al paso mismo de la Providencia, vigilando todos los caminos. Lenta había sido, en verdad, su conversión, pero segura; había construido sobre roca, no sobre are'» S.V.P. IX, 81; E.S. IX, 92.

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na. Sólo tuvo prisas, de joven, para escalar el sacerdocio a los veinte años, pero se lamentó más tarde: "... si hubiera sabido lo que era, cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes que comprometerme en un estado tan tremendo. Esto mismo es lo que les he dicho mil veces a las pobres gentes del campo, cuando para animarles a vivir contentas y como buenas personas les manifestaba que las consideraba felices en su condición. Efectivamente, a medida que me voy haciendo más viejo, más me confirmo en estos sentimientos"'1. Gracias a su fecunda longevidad, apenas alcanzada por sus contemporáneos 72 , vio mucho, organizó obras en favor de los pobres y repartió una doctrina que llena los catorce volúmenes preparados por P. Coste. Pero antes de despedirse de sus mejores colaboradores confesará que "no es la dignidad ni la edad lo que hace que el hombre merezca, sino las obras que lo hacen más semejante a nuestro Señor" 73 . Ante su mirada de aguda penetración ve desfilar reyes, ministros, personajes de la alta sociedad, a quienes tiene que dirigirse como abogado de los pobres; por su labor caritativa recibe en vida el nombre de "padre de la patria" 74 ; es testigo de guerras, de hambres, de desolación, de luchas religiosas en el campo de la Iglesia; asiste a movimientos de renovación espiritual. La vida le dio para todo, para sufrir y gozar, menos para holgar. El es metódico y ordenado en su vida. De las veinticuatro horas, cinco aproximadamente dedica al descanso, el resto de la jornada lo distribuye entre la oración, el trabajo perso71

S.V.P. V, 568; E.S. V, 540. Cf. S.V.P. VII, 463; E.S. VII, 396. "En su inmensa mayoría, las gentes estaban mal nutridas, eran de salud mediocre y su vida era corta. Por término medio, la vida duraba de veinte a veinticinco años. La mitad de los niños morían antes de cumplir un año. Los que sobrevivían, fallecían frecuentemente entre los treinta y cuarenta. Incluso los mejor alimentados —reyes, señores, grandes burgueses— morían de ordinario entre los cuarenta y ocho y cincuenta y ocho años. Pero esta población no era joven, puesto que se envejecía rápidamente. Después de los cuarenta años, un hombre era un vejancón. En los países pobres, las campesinas de treinta años tenían el aspecto de mujeres envejecidas y estaban llenas de arrugas" (MOUSNIER, R., O.C, p.173). 73 S.V.P. XII, 100; E.S. XI, 404. Cf. S.V.P. X, 90; E.S. IX, 721. 74 Entre 1650 y 1655, el señor de la Font, lugarteniente general de San Quintín, suplica al Fundador de la Misión que "siga siendo el padre de esta patria, para conservar la vida a tantos y tantos moribundos y enfermos, a los que sus sacerdotes atienden con tanta justicia y esmero" (S.V.P. V, 378; E.S. V, 355). 72

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nal y ocupaciones varias 75 . Es un gigante de la acción, que sostiene con el fuego del amor. El amor y sólo el amor a Jesucristo y a su Iglesia le hace exigente y tolerante, amable y respetable ante los hombres, a los que ama como a imágenes de Dios y representantes de su Hijo en la tierra.

3.

Las Reglas o Constituciones Comunes de la Congregación de la Misión y las Reglas de las Hijas de la Caridad

Vicente de Paúl no escribió ningún tratado sistematizado de vida espiritual; no fue ésa su vocación, ni disfrutó de tiempo para prefabricar esquemas o teorías sobre la misión del Espíritu en las almas. Ocasionalmente fue vertiendo en cartas y conferencias una doctrina espiritual, extraída, en principio, del Evangelio y de la vida. Nosotros somos quienes hemos ordenado su doctrina, con peligro de traicionar su pensamiento y su actitud frente a la vida espiritual. Los Misioneros tienen su "código de perfección" en las Reglas o Constituciones Comunes, que el mismo Fundador entregó el 17 de mayo de 1658. Este librito, cuidadosamente preparado, encierra de forma compendiosa los contenidos doctrinales que desarrolló el Santo durante su actividad rectora y misionera. Germinalmente se encuentran las Reglas en el Contrato de fundación de la Congregación16, del 17 de abril de 1625; en el Acta de Asociación de los primeros misioneros11, del 4 de septiembre de 1626; en las cinco máximas fundamentales19, dictadas por Duval a Vicente de Paúl, en 1631, y en la Bula de erección de la Congregación, Salvatoris nostri19, del 13 de enero de 1632. Las Reglas o Constituciones ordenan, corrigen o ratifican lo que se venía haciendo en la comunidad desde hacía "cerca de treinta y tres años". Nada se deja en ellas a la improvisación, todo es fruto de la experiencia y del amor. El título de Reglas o Constituciones indica el trato indiscriminado que se da a lo variable e invariable, a lo disciplinar pasajero y a lo permanente necesario en todo tiempo. De 75

Cf. DODIN, A., San Vicente de Paúl y la Caridad (Salamanca 1977)

p.61.

76 77 78 79

S.V.P. S.V.P. S.V.P. S.V.P.

XIII, 197-202. XIII, 203-205. I, 115-116; E.S. I, 176-177. XIII, 257-267.

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los trece capítulos de que constan las Reglas, los capítulos I, II y XII, que tratan del fin de la Congregación, de los consejos evangélicos y de los medios para el desempeño de los ministerios, respectivamente, son de cuño netamente vicenciano. Las normas disciplinares están tomadas del modelo jesuítico 80 . El silencio, el desprendimiento de los parientes, las relaciones con los superiores, la puntualidad, los permisos, la lectura durante las comidas, el tiempo de recreación, etc., sigue, con pequeñas diferencias, la normativa de la Compañía de Jesús. Es lo menos destacable del pensamiento vicenciano, pese a la insistencia con que el Superior de la Misión alude a su necesidad, y al convencimiento de vivir en disciplina por amor al Evangelio y a los pobres. El ejemplo y la doctrina de Cristo —regla de la Misión— encabezan todos los capítulos. De las referencias bíblicas, quince en total, están tomadas literalmente del Evangelio nueve, cinco de San Pablo y una del libro de los Números. A los textos bíblicos hay que añadir la cita de San Zenón sobre la curiosidad en el estudio. A partir del día de la distribución de las Reglas, emprende el Fundador la tarea de su explicación. Durante año y medio desentraña artículo por artículo delante de los Misioneros los cinco primeros capítulos. A finales de diciembre de 1659 suspende el comentario a causa de la enfermedad. En tono familiar y sencillo ha expuesto su fe y experiencia con autoridad y sin empaque. Se le reconoce fácilmente cuando habla o escribe, aunque las conferencias recojan sólo lo sustancial de su palabra. Ciertas expresiones más usadas por Vicente de Paúl le delatan fácilmente y evocan en el oyente o lector la imagen de un maestro experimentado y persuadido de la verdad que predica. Le descubre al instante el estilo directo que emplea y la fuerza con que invita a entrar en los sentimientos de Jesucristo. Por el tono de la exhortación se desvelan también sus intenciones. Con frecuencia usa estas fórmulas en latín, que traducen al exterior la gama más interna de sus propios sentimientos. — In nomine Domini: "En el nombre del Señor" se ha de aceptar una situación favorable o adversa; se ha de obrar con 80 Cf. Constituciones de la Compañía de Jesús. Examen primero y general. Las mismas normas disciplinarias encontramos en el "Reglamento de la Congregación del Oratorio". BÉRULLE, Oeuvres completes; MIGNE, col. 1.627-1.672.

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prontitud o se ha de esperar a que la voluntad de Dios se descubra más claramente. "In nomine Domini" nos hemos de mantener en paz siempre y en todo lugar. — Coepit Jesús faceré et docere: "Jesús comenzó a obrar antes que a enseñar", es decir, antes practicó todas las virtudes que las predicó de palabra; Jesús vivió en silencio y en trabajo durante los treinta primeros años de su vida, y se ocupó solamente los tres últimos en predicar y enseñar. Los Misioneros han de imitar la conducta de Jesucristo, obrando y practicando las Reglas, pues es más fuerte y persuasivo el ejemplo que los bellos discursos que puedan pronunciar. — Evangelizare pauperibus misit me: "El Señor envía a la Compañía para evangelizar a los pobres"; los pobres son su lote y heredad. Ellos dieron origen a la Congregación y ésta sobrevivirá mientras se dedique como Jesucristo a evangelizar con obras y con palabras. — Totum opus nostrum in operatione consistit: "Toda nuestra obra consiste en la acción"; no basta, por consiguiente, tener buenos sentimientos si éstos no se llevan a la práctica o no se convierten en acción. Es necesario amar a Dios y al hombre afectiva y efectivamente. El solo amor afectivo no basta; sería pura ilusión mantenerse en meros sentimientos, por altos que sean. San Vicente se sirve, además, de otras fórmulas latinas que condensan parte de su experiencia espiritual y humana, aunque las arriba expuestas sean las más destacables. En lengua vernácula nos encontramos con frases tan repetidas por el Santo que al igual que las anteriores nos revelan su preocupación por hacer partícipes a otros de su amor y agradecimiento. — "Entreguémonos a Dios", "démonos a Dios". La entrega o donación de sí mismo a Dios constituye el acto primero para realizar cualquier clase de operación. Para ser humilde, sencillo, mortificado... hay que darse a Dios antes, pues de El nos viene la fuerza. Para predicar una misión o dirigir un seminario o servir a un enfermo es preciso entregarse sin reservas a Dios; de lo contrario, la rutina del servicio engendrará hastío y abandono. No sucederá lo mismo cuando el hombre parta en su trabajo de la entrega incondicional al "Deus virtutum", Dios de las virtudes. — "Seamos interiores". Vicente de Paúl aprovechaba toda ocasión para recomendar la oración o diálogo con Dios, convencido de que, si falla este resorte interior, lo demás es humo de pajas, y tarde o temprano se derrumba el

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aparato externo de la obra apostólica. El hombre interior convierte en oro de ley aun las acciones más humildes, y da grandeza y unción a todas las comunicaciones verbales. — "Si Dios pone la mano" o "si Dios no pone la mano". Sin la ayuda de Dios, el trabajo del hombre es inútil; inútil será multiplicar esfuerzos humanos si Dios no imprime su sello en las obras que realizamos. Pocos harán más que muchos cuando Dios anda por medio, o, dicho en otros términos, no es la cantidad de brazos, sino la calidad de la fuerza, la que pone en movimiento la obra de Dios en la Iglesia. — "Seamos agradecidos". El agradecimiento vicenciano abarca los dones de Dios y de los hombres, aun en sus detalles más pequeños. Agradecimiento a Dios, porque El ha suscitado todas las obras que sostiene la Compañía; agradecimiento a los hombres, porque han sido ellos los instrumentos de que Dios se ha valido para dar forma a las instituciones; agradecimiento a los pobres, porque nos alimentan con su trabajo y son un monumento en la Compañía y un memorial para la posteridad. — "¡Oh Salvador!", "Salvador mío". Exclamación claramente vicenciana que indica la devoción al Verbo encarnado y redentor. Vicente de Paúl interrumpe fácilmente una exhortación o una catequesis para elevarse en oración, clima ordinario que envolverá sus ocupaciones. El recuerdo de Cristo salvador de los hombres le hará exclamar desde lo hondo por una liberación total de los redimidos. Las Reglas de las Hijas de la Caridad no corrieron la misma suerte que las Reglas de la Misión, pero se asemejan a éstas en el proceso de elaboración. Vicente de Paúl no llegó a verlas impresas 81 . Los años de 1630 a 1645 forman el "período de experimentación y elaboración de Reglamentos y costumbres, que cristalizan y se transmiten cuando la práctica ha manifestado su oportunidad" 82 . Existían Reglamen81 El 11 de agosto de 1659, Vicente de Paúl duda entre imprimir las Reglas o escribirlas. Cf. S.V.P. X, 656; E.S. IX, 1.174. De hecho, los Fundadores, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, mueren antes de que las Reglas fueran llevadas a la imprenta. Las copias hechas a mano presentaron muy pronto variantes. Durante el generalato del P. Almeras (1661-1672), inmediato sucesor de San Vicente, y de Sor Maturina Guérin (1667-1673; 16761682; 1685-1691; 1694-1697), se fijó el texto definitivo, firmado por R. Almeras y sellado con su sello. Nueve capítulos condensan la doctrina espiritual y las normas dadas por los fundadores a las Hijas de la Caridad. 82 MEYER, R.-HUERGA, L., Una institución secular: el Superior General de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad (Salamanca 1974) p.75.

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tos para las Hermanas encargadas de los niños expósitos, de los hospitales, de las parroquias, de los galeotes, etc. El Reglamento de 1645, presentado a la aprobación episcopal 88 , contiene las ideas fundamentales de las Reglas de las Hijas de la Caridad. Luisa de Marillac insiste ante Vicente de Paúl, el 5 de julio de 1651, sobre la "necesidad de redactar por escrito la forma de vivir" de las Hijas de la Caridad 84 . La aprobación de la Compañía y de sus Reglas 85 por el Cardenal de Retz, el 18 de febrero de 1655, ratificaba las Reglas presentadas en 1646; éstas no diferirán de las últimas de 1655 sino en pequeñas variantes 86 . Vicente de Paúl comienza la explicación de las Reglas el 29 de septiembre de 1655, terminando el 14 de diciembre de 1659. Oírle hablar a las Hijas de la Caridad es una fiesta espiritual. Es más familar, más coloquial que con los Misioneros. El mismo adelanta a las Hijas de la Caridad el tema y el esquema de la Conferencia, que luego corrige complaciente, cosa que no permitió a los Misioneros. El tema de la conferencia versaba de ordinario sobre el espíritu y las obligaciones de las Hijas de la Caridad, "siervas de los pobres". Insiste sobre todo en las relaciones mutuas de caridad y en las cualidades del servicio a ios pobres. La doctrina expuesta a las Hijas de la Caridad es complementaria de la predicada por San Vicente a los Misioneros. 4.

Círculos receptores de la doctrina vicenciana

Nuestro Santo habló más que escribió, pero sólo "una mínima parte" 8 7 nos ha llegado de su producción oral o escrita. Desgraciadamente no podemos evaluar su doctrina desde 1607 hasta 1660: existen muchas lagunas, imposibles, por el momento, de llenar. Desde la primera carta al señor de Comet (24 de julio de 1607) quedan por descifrar algunos pasos de su vida. Si de las cartas pasamos a las conferencias, el balance es muy desigual. La primera que se conserva a los Misioneros recoge sumariamente los consejos del 83

Cf. S.V.P. XIII, 551-556. S.V.P. IV, 221; E.S. IV, 215. 85 Cf. S.V.P. XIII, 569-572. 86 CF. S.V.P. XIII, 559-565. 87 Véase la Introducción de A. Dodin a los Entretiens spirituels de Saint Vincent de Paul (París 1960) p. 19-34; E.S. XI, p. 14-25. También es muy provechosa la Presentación de J. M. Ibáñez a las Obras completas de San Vicente de Paúl (Salamanca 1972): E.S. I, p.29-45. 81

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retiro anual de 1632. Hasta la última conferencia sobre la obediencia (diciembre de 1659), se ha dado tal evolución en su doctrina, que escapa a una fiel constatación. Ayuda a completar el conocimiento y desarrollo de su pensamiento la lectura de las conferencias a las Hijas de la Caridad, desde julio de 1634 a agosto de 1660, así como la correspondencia mantenida con Luisa de Marillac y otras personas de distinta condición, durante el mismo período de tiempo. Conocemos los círculos principales a los que dirigió Vicente de Paúl su palabra inspirada, aunque no siempre haya llegado hasta nosotros un resumen de todas sus intervenciones. Por los compromisos pastorales que adquirió podemos deducir los siguientes medios en que se expresó: 1613-1625. 1617-1660.

Círculo familia Gondi. Círculo de misionados y Cofradías de la caridad. 1622-1660. Círculo Francisca Frémiot de Chantal y Visitandinas. 1625-1660. Círculo Congregación de la Misión. 1625-1660. Círculo Luisa de Marillac e Hijas de la Caridad. 1631-1660. Círculo Ordenandos. 1633-1660. Círculo Conferencias eclesiásticas de los Martes. 1643-1653. Círculo Consejo de conciencia.

CAPÍTULO

III

LA MISIÓN DE JESUCRISTO CAPTADA POR VICENTE DE PAUL Jesucristo, "enviado del Padre", desempeña su misión en la tierra lleno de espíritu y movido por el Espíritu; sus palabras son espíritu y vida; las obras que realiza proceden del espíritu. Cuantos desean prolongar su misión tienen que revestirse de su mismo espíritu. Esta persuasión condujo a Vicente de Paúl a insistir de palabra y por escrito sobre la trascendencia del espíritu, punto clave para entender el resto de su doctrina espiritual, cifrada en un cristocentrismo de acción apostólica.

I.

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RIQUEZA DEL TÉRMINO "ESPÍRITU"

El vocablo "espíritu", tan repetido por los espirituales, estuvo de moda en el siglo XVII. Todos los autores o maestros se sirven de este término para traslucir una doctrina espiritual o simplemente para revelar una vivencia. Con él se tropieza al paso de la lectura: es un término familiar. Los autores españoles del siglo xvi hicieron el mismo uso de esta palabra para implantar el cambio de vida de la Iglesia, esperado por Trento. La transformación espiritual de los hombres fue considerada como una "hazaña" del espíritu que obraba en las conciencias de todos. El contenido que reviste es muy rico, irreducible a una sola realidad, incluso en un autor o en una misma obra. Para su recta interpretación hay que contar siempre con el trasfondo bíblico, teológico y filosófico. Si la traducción única e indistinta por "espíritu" de los términos griegos -rrveüya, y\jyi\, irvorj, y de los latinos "spiritus", "animus", "mens" amplifica su significado, por otra parte dificulta su exacta comprensión, diferenciada únicamente en los textos originales. Hoy se requiere una exégesis del término, cada vez que aparece, para llegar a entenderlo, tarea nada fácil por verse complicado con la experiencia personal, ya que la palabra no alcanza a explicar la hondura de Dios en el alma ni la acción específica del espíritu en el corazón concreto del hombre. Dos sentidos principales engloban la doctrina sobre el espíritu, según L. Cognet 1 , aplicables a toda la producción espiritual del siglo XVII francés: el sentido ontológico y el vital. Predominará el primero o el segundo, según sean las intenciones de los autores que lo empleen. Por "espíritu", en sentido ontológico, se entiende "una cierta continuidad de la naturaleza espiritual que une al alma humana con Dios" 2 . Es la tesis formulada por los renano-flamencos, transmisores principales de la orientación filosófíco-religiosa del neoplatonismo. Participa de esta corriente Dom Beaucousin y, en general, cuantos frecuentan el círculo Acarie e integran la "escuela abstracta". De modo especial, B. de Canfield, en la Tercera parte de la Regla de Perfección, expone esta doctrina, sobrepasando los límites 1 2

D.S. t.4 col. 1233-1246. Ibid., col. 1233.

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de lo racional para alcanzar las cimas de la mística de la pasividad. Francisco de Sales distingue dos partes en el alma: "la inferior y la superior...; a la parte superior se la llama comúnmente espíritu y porción mental del alma, y a la inferior, sentido o sentimiento y razón humana" 3 , pero las funciones teologales de la fe, esperanza y caridad... tienen "su especial morada y natural cobijo en la región suprema del alma" 4 . Vicente de Paúl no entra en la cuestión sobre el sentido ontológico del espíritu; se limita a constatar el juicio paulino sobre la presencia de la "caridad de Dios, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5), sin detenerse en apreciaciones filosóficas de ubicación y nomenclatura. Sólo transitoriamente recoge el pensamiento salesiano, expresado en el Tratado del amor de Dios, sin aferrarse a una teoría del conocimiento humano 5 . Las advertencias de no fatigar nuestro espíritu durante la oración, empeñados en sacar motivos y medios que muevan la voluntad al ejercicio del bien o al apartamiento del mal, invitan a un sosiego de la mente, que no tiene que ver nada con la pasividad de las doctrinas místicas ni con el montaje filosófico sobre el conocimiento. San Vicente de Paúl emplea de ordinario la palabra "mente" en sentido vulgar para darse mejor a entender ante sus oyentes. En el apóstol de la caridad prevalece el sentido vital, psicológico y dinámico de espíritu. Su misión coherente y unitaria de la misión de Cristo le ayuda a adaptar el mensaje evangélico, con capacidad siempre transformante para cuantos creen en él. La doctrina sobre el espíritu constituye un único principio de vida, de acción y de pensamiento que robustece la unidad entre el ser y el hacer vicenciano, entre el pensar y el hablar, entre la oración y el trabajo 6 . Vicente de Paúl no empleó nunca el término "espiritualidad", más

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vago e impreciso —de uso posterior en los maestros y autores—, carente del dinamismo que comunica su original "espíritu", del que se deriva, según el uso que hace de él la Sagrada Escritura, en particular San Juan y San Pablo. Dentro del ámbito vital y psicológico del espíritu, descubre manifestaciones precisas y diferenciadas, desde la acción del Espíritu Santo en las almas por la presencia de la gracia hasta el espíritu que ha de animar a las congregaciones y órdenes religiosas. Detecta en las personas espíritus diferentes: frente al espíritu de oración, de penitencia, de humildad, etcétera, opone espíritus de avaricia 7 , de división 8 , espíritu de contradicción y comodones 9 , espíritus mal nacidos 10 , dispuestos a criticar de todo, espíritus libertinos, "que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer no se preocupan de nada más" 1 1 , espíritus de damiselas, que no quieren sufrir nada 12 . Los tiempos de formación, como el dedicado al seminario interno 13 , requieren un espíritu de piedad y recogimiento 14 . Hasta el país italiano presenta ante sus ojos un espíritu "reservado", le gusta temporizar y considerar las cosas, aprecia y estima a las personas que van piano y desconfía mucho de las que van aprisa" 15 . Cuando quiera indicar el respeto o afecto que profesa a una persona, se "postrará en espíritu" 16 a sus pies. Espíritu y gracia En los escritos vicencianos, las expresiones espíritu de Dios, espíritu de Jesucristo, Jesucristo a secas, espíritu del Evangelio, se toman indistintamente, sin que se llegue a precisar su sentido técnico. El dualismo carne-espíritu, cuerpo-alma, hombre viejo-hombre nuevo, viejo Adán-nuevo Adán, hijos de la luz-hijos de las tinieblas, que indica situaciones o condicionamientos morales del cristiano, no es explicado de ordinario por el conferenciante de los Misione-

3

SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, 1.1 c. 11. Ibid. "Las operaciones del espíritu no se realizan, ni mucho menos, por medio del espíritu solamente; también ayudan a ello el estómago, el hígado, los pulmones, que sirven al entendimiento, a la recta razón y a las demás facultades intelectuales..." (S.V.P, XII, 97; E.S. XI, 401). 6 "Es un principio real y concreto (al menos que no se trate, como en nuestros días, de oponer el pensamiento a la vida y a la acción). El término es, sin embargo, muy indefinido. Queda implicada toda una psicología en su empleo tan amplio" (DEFRENNES, P., La vocation de Saint Vincent de Paul, en R.A.M.[1932], t.XIII p.62). 4 5

' S.V.P. XII, 111; E.S. XI, 413. S.V.P. II, 419; E.S. II, 351. S.V.P. XII, 89; E.S. XI, 395. 10 S.V.P. XII, 90; E.S. XI, 395. 11 S.V.P. XII, 92; E.S. XI, 397. 12 S.V.P. XII, 30; E.S. XI, 345. 15 En la Congregación de la Misión, el tiempo de prueba o noviciado se denomina Seminario Interno. 14 S.V.P. XII, 63; E.S. XI, 372. 15 S.V.P. II, 263; E.S. II, 219-220. 16 S.V.P. II, 573, 574; E.S. II, 488, 489. 8

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ros, según unas reglas de didáctica teológica rigurosa. En contadas ocasiones se detiene y lo explica: "Cuando se dice el espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales obras, ¿cómo se entiende? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo en cuanto su persona se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este mismo Espíritu"17. De modo que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, habita en cuanto tal en el alma de los justos, convirtiéndoles en templos vivos, dignos de respeto y veneración. Ante esta transformación operada por el Espíritu, no basta con fijarse en apariencias externas de las gentes, ni en las muchas o pocas cualidades que posean, ni siquiera en la virtud, sino en que son templos del Espíritu: "No hay que someterse a un hombre por su virtud —aconsejaba a un sacerdote de la Misión el 27 de marzo de 1650—, por mucha santidad que pueda tener, sino sólo por Dios, a quien hay que ver en él" 18 . En rigor, la santidad no pertenece al hombre; es propia y exclusiva de Dios, pero una especial benevolencia divina preparó al hombre racional para que participase de la santidad divina mediante la redención de Cristo y la efusión del Espíritu. El carácter de cristiano imprime en el hombre la cualidad de hijos de Dios; no se puede decir ni pedir más a una persona que sea buena cristiana. Así se lo explicó a las Hijas de la Caridad, cuyo nombre, con ser tan hermoso, no suple la condición de cristianas 19 . Todo el desarrollo de la vida espiritual parte de las exigencias del bautismo y tiende a su plenitud. Vicente de Paúl hace caso omiso de la división tradicional de la vida ascética-mística, pensada por San Buenaventu>' S.V.P. XII, 108; E.S. XI, 411. 18 S.V.P. III, 629; E.S. III, 584. 19 "Hijas mías —les decía el 14 de junio de 1643, explicando el Reglamento—, si sois fieles en la práctica de esta forma de vivir, seréis todas buenas cristianas. No os diría tanto si os dijese que seríais buenas religiosas. ¿Por qué se han hecho religiosos y religiosas sino para ser buenos cristianos y buenas cristianas? Sí, hijas mías, poned mucho empeño en haceros buenas cristianas por la práctica fiel de vuestras reglas" (S.V.P. IX, 127; E.S. IX, 132).

ra y aceptada comúnmente por los maestros espirituales que le siguieron. La clasificación de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva, escapa al lenguaje de Vicente de Paúl, que no alude ni una sola vez en todas sus intervenciones con los Misioneros y con las Hijas de la Caridad a la referida terminología y división de la vida espiritual. Prefiere, independientemente de lo que hayan escrito otros maestros de nota, incluidos Canfield, Bérulle y Francisco de Sales, seguir la línea paulina, que cifra la santidad cristiana en la mística del bautismo, por el que morimos con Cristo al pecado y resucitamos con El a la gracia (Rom 6,1-11). Por la misma razón de fidelidad a las enseñanzas del apóstol San Pablo, describe la vida del cristiano como una obediencia al Espíritu. El Espíritu Santo, "al habitar en las personas, da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo". He aquí el nervio del pensamiento vicenciano. El Espíritu lleva al justo a una imitación y revestimiento de Cristo, que "practicó primero y luego enseñó" 20 . Practicó todas las virtudes y enseñó la doctrina de salvación, acompañándola de obras de caridad. Esto es vivir el cristianismo: revestirse del espíritu de Jesucristo para obrar como El obró. "Entremos en su espíritu para entrar en sus acciones" 21 , gustaba decir de mil maneras para destacar la eficacia de la gracia santa y santificante, "que hace que nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestras obras sean agradables a Dios; incluso lo que dejamos de hacer le es también agradable" 22 . Pero la perfección psicológica y gradual no depende exclusivamente de la gracia; ésta debe ir acompañada del esfuerzo personal para que se realice el plan de Dios en nosotros y en los demás, pues El "se hizo hombre para que nosotros no sólo fuéramos salvados, sino también salvadores como El; a saber, cooperadores con él en la salvación de las almas" 23 . El seguimiento de Cristo comporta, a juicio de San Vicente, una actividad interior y exterior que ajusta al hombre progresivamente al divino modelo de santidad. Para evitar todo engaño en la práctica de la santidad psicológica, Vicente de Paúl distingue una triple conducta del hombre: racional, cristiano y misionero. El grado de compromiso en la vocación humana y cristiana marca precisamente el modo 20 21 22 23

Reg. Com. S.V.P. XII, S.V.P. XII, S.V.P. XII,

C.M. Carta prólogo. 179; E.S. XI, 468. 76; E.S. XI, 384. 113; E.S. XI, 415.

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de obrar en la santidad. Según esto, el comportamiento seguiría estos pasos: "Primero, como hombres racionales, tratando bien al prójimo y siendo justos con él; segundo, como cristianos, practicando las virtudes de que nos ha dado ejemplo nuestro Señor; finalmente, como misioneros, realizando bien las obras que él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad, que tan bien conoce Dios"2,1. El hecho de que el espíritu de Jesucristo esté extendido en todos los cristianos no significa que éstos vivan las reglas del cristianismo; "no todos realizan las obras debidas" 25 , comenta San Vicente, ni se esfuerzan por ser santos; por eso los misioneros y las Hijas de la Caridad tendrán como fin primordial adquirir la santidad del Hijo de Dios, imitándole en sus virtudes y en las obras de caridad. Sin embargo, hay que contar con que "nosotros no podemos nada por nosotros mismos" y que la perfección "es más asunto del Espíritu Santo que de los hombres, que pueden hablar, pero no mover" 26 . Sobre los dones del divino Espíritu que dan facilidades para obrar, Vicente de Paúl no desarrolla una teología espiritual; los considera generalmente como gracias particulares que Dios concede a cada uno, según las propias necesidades 27 . II.

E S P Í R I T U DE JESUCRISTO, ESPÍRITU DE LA MISIÓN

La adquisición progresiva del espíritu de Jesucristo es cuestión de vida o muerte para la conservación-de la caridad. Sería inútil multiplicar trabajos si faltase el espíritu que ha de animar a todos juntos y a cada uno en particular. No basta que unos pocos hablen y obren guiados por el buen espíritu; es necesario que la gran comunidad de la Misión esté impregnada de un mismo espíritu. El espíritu de Jesucristo, evangelizador de los pobres, es el espíritu de los misioneros. Cada congregación u orden religiosa tiene su propio espíritu que la diferencia en la Iglesia de otras congregacio24 25 26 27

S.V.P. XII, 77-78; E.S. XI, 385. S.V.P. XII, 113; E.S. XI, 414. S.V.P. III, 514; E.S. III, 472. Cf. S.V.P. XI, 112; E.S. XI, 37.

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nes 28 . También la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad tienen el suyo, aunque no sean religiosas ni estén jurídicamente en estado de perfección 29 . Suscitadas por Dios, estas "pequeñas" Congregaciones o Compañías honran e imitan la vida de su Hijo, encarnado y crucificado por la caridad. ¿Qué notas reviste este espíritu? "Siempre he creído y pensado —dice el 22 de agosto de 1659 a los Misioneros— que son la sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas"' 0 . Por su parte, las Hijas de la Caridad "practicarán todos sus ejercicios, tanto espirituales como corporales, con espíritu de humildad, sencillez y caridad" 31 . Las cinco virtudes evangélicas señaladas a los Misioneros son las más "apropiadas", "santas" y "útiles" para su vocación. Entre las muchas virtudes que resplandecen en Cristo, el misionero elige como "propias" estas cinco, ya que le configuran como enviado del Salvador; su conducta será un reflejo de las acciones salvíficas de Cristo. Son "santas" porque fueron practicadas por el Santo de ios Santos, y porque expresan y llevan a la santidad, adorno necesario para los que prediquen el Evangelio. Y son "útiles", porque capacitan al Misionero en la aplicación de los méritos de la pasión y muerte de Jesucristo. Sin este espíritu, los Misioneros serían fantasmas, cadáveres ambulantes, cuerpos sin alma; mejor es que no existieran. De la misma manera, "una Hija de la Caridad que no tiene su espíritu está muerta... Pero si tiene esas virtudes, vive, porque son la vida de su espíritu" 32 . 28 En la conferencia del 2 de enero de 1653 decía a las Hijas de la Caridad: "Para daros a entender, hermanas mías, cómo ha obrado Dios en relación con las Compañías, os diré que ha dado a los capuchinos el espíritu de pobreza..., a los cartujos les ha dado el espíritu de soledad..., a los jesuítas les ha dado un espíritu de ciencia para comunicársela a los demás. El espíritu de las carmelitas es la austeridad; el de Santa María, que ama mucho a Dios, es el de la mansedumbre y humildad" (S.V.P. XI, 581-582; E.S. XI, 524). 29 En la conferencia del 30 de mayo de 1659, a los misioneros: "De los religiosos se dice que están en un estado de perfección; nosotros no somos religiosos, pero podemos decir que estamos en un estado de caridad, ya que estamos continuamente ocupados en la práctica real del amor o en disposición de ello" (S.V.P. XII, 275; E.S. XI, 564). 50 S.V.P. XII, 302; E.S. XI, 586; cf. Reg. Com. C.M. c.II, 14. 31 S.V.P. IX, 595; E.S. IX, 537. Cf. Reg. de las Hijas de la Caridad, c.I, 14. S2 S.V.P. IX, 594; E.S. IX, 536. "El día en que la caridad, la humildad y la sencillez dejen de verse en la Compañía, la pobre Caridad estará muerta; sí, estará muerta" (ibid.).

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Las facultades del alma de la Compañía Las virtudes fundamentales o específicas de la familia vicenciana son principios de vida para todos y cada uno; son como "las facultades del alma de toda la Congregación". La Congregación piensa y quiere por medio de estas virtudes; ellas sostienen y revitalizan la obra misionera, así como su ausencia acarrea la muerte definitiva de la Congregación, después de haber arrastrado una vida lánguida, incapaz de obrar con coraje en la evangelización de los pobres. Dichas virtudes se constituyen en elementos dinámicos que llevan a la acción apostólica, impregnada del espíritu de Jesucristo: "podrá decirse que nuestras acciones no serán ya acciones humanas, ni angelicales, sino acciones de Dios, pues las hacemos en El y por El" 3 3 . Ahora bien, Dios se hace inteligible e imitable en la persona de su Hijo, y sus acciones, sencillas, humildes, caritativas, se prolongan en la misión salvadora, participada por los que viven su mismo espíritu. Lejos de un activismo asfixiante, que no encuentra tiempo para refrescar el espíritu, Vicente de Paúl exhorta a la acción moderada, aunque constante, que procede del amor a Jesucristo y a la Iglesia de los pobres. Ante la imposibilidad de remediar todas las necesidades urgentes, el misionero ha de obrar con celo prudente, acudiendo siempre a Dios, el único que tiene en su mano la solución de todos los problemas de los hombres; sin perder la paciencia, alimenta su espíritu de la oración diaria, a imitación de Jesús, que, conducido por el Espíritu, se entregaba a las obras de caridad y a la práctica de la oración. La concepción vicenciana de las virtudes fundamentales descarta toda apariencia de pasividad que pudiéramos imaginarnos. Lo mismo que el celo por la salvación de las almas, la sencillez, la humildad, la mansedumbre y la mortificación acercan al pobre, en nombre de los cuales los hijos de San Vicente se revisten del espíritu que más les aproxima a los desheredados de la tierra. Los pecadores quedarán tocados de la gracia de Dios cuando un hombre apostólico, adornado de las virtudes misioneras, se dirige a ellos armado de las "cinco limpísimas piedras con que el joven David derrota al aguerrido Goliat" 34 . Poseen una fuerza irresistible 33 34

S.V.P. XII, 183; E.S. XI, 472. Reg. Com. C.M. c.XII, 12.

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para ganar los corazones; no confían en la fuerza ni en la concupiscencia de la carne, de los ojos y jactancia de las riquezas (1 Jn 2,16), sino en el espíritu de las bienaventuranzas. Son, por fin, las virtudes fundamentales el santo y seña de la familia vicenciana. A la pregunta ¿quién va?, el misionero o la Hija de la Caridad siempre debiera responder: la sencillez o, también, la humildad. Este es el verdadero nombre de la comunidad, aunque fuera el pueblo el que bautizara a la Congregación con el nombre de Misioneros, y a la Compañía, con el de Hijas de la Caridad: "¿Qué creéis que quiere decir este hermoso nombre: Hijas de la Caridad? — preguntaba a las Hermanas el 6 de enero de 1642—. Nada más que hijas del buen Dios. Ya que el que está en la caridad está en Dios, y Dios en él" 35 . ¿Por qué estas virtudes y no otras? Porque son las virtudes que han de vivir todos los cristianos; porque son las más destacadas en la vida de los campesinos y las más útiles para la acción misionera. Pero, sobre todo, porque de ellas nos ha dado ejemplo Cristo evangelizador, que pasó por la tierra haciendo el bien y practicando todas las obras de misericordia. Atendida la importancia del espíritu, la doctrina espiritual vicenciana gira toda ella sobre tres ejes teológicos principales de la misión de Jesucristo en la tierra: misión glorificadora, misión creadora y misión salvadora o redentora. Corresponde esta triple perspectiva, que en la práctica no distinguió nuestro maestro espiritual, al único objetivo perseguido por Jesucristo: obedecer la voluntad del Padre y salvar a todos los hombres.

MISIÓN

GLotlFICm®y°DEFmt%%fSTo]l

La misión g l o r i f i c a d o r ^ h ^ ^ S E r i s ^ ^ ^ ^ í S 9 a " p o r Vicente de Paúl desde los primeros pasos de su "conversión", comprende tres actitudes fundamentales que él mismo procurará mantener y desarrolar a lo largo de su entrega incesante a Dios. El espíritu de adoración al Padre, el ejercicio 35

S.V.P. IX, 53; E.S. IX, 67.

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de la voluntad de Dios y el seguimiento de la Providencia son puntos de referencia continuos en las conferencias y catequesis vicencianas. En la ejecución de cualquier obra el hombre, criatura de Dios, ha de buscar la glorificación del Padre, pues, más que ver la obra concluida, ha de importarle cumplir con el beneplácito divino. Por encima de todo ritualismo conducente a una esclavitud inoperante, el culto en espíritu y verdad hace a los hombres libres y gratos a Dios.

I.

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ADORACIÓN DEL PADRE EN ESPÍRITU Y VERDAD

Toda la vida de Jesús es una glorificación del Padre; a eso tiende la práctica y la doctrina del Salvador. En repetidas ocasiones, Jesús manifiesta a sus discípulos y apóstoles la actitud reverencial que le liga al Padre: "Yo honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí; yo no busco mi gloria" (Jn 8,49-50); "mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16). Desde el momento de la encarnación hasta que entrega su espíritu en la cruz por amor y obediencia no cesa de glorificar al Padre. Adoctrinado por Bérulle, se pregunta Vicente de Paúl, el 13 de diciembre de 1658: "Pero ¿qué es el espíritu de nuestro Señor? Es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente" 1 . Síntesis preciosa de los sentimientos que embargan el alma del futuro gran.misionero, desde que orientó al lado del Fundador del Oratorio su carrera sacerdotal. Aunque las expresiones berullianas afloran en este texto vicenciano, él se encarga de asimilar el evangelio de\San Juan, para quien la gloria del Padre, buscada por Jesucristo, residen en la manifestación de las obras. El paralelismo joánico entre gloria y obras cautiva el proceder vicenciano, sin que por eso neguemos en esta ocasión una dependencia real respecto del cardenal, que "afirmó con una fuerza tal el sentido religioso de nuestra condición de criatura y la grandeza de Cristo, S.V.P. XII, 108; E.S. XI, 411. Un año antes aproximadamente, había aconsejado a un presbítero de la Misión, encargado de la formación sacerdotal, "las dos grandes virtudes de Jesucristo, a saber: la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres" (S.V.P. VI, 393; E.S. VI, 370).

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como adorador infinito del Padre, que ha marcado s^ siglo" 2 . Los términos "religión" y "adoración", tan populariza^ dos y adoptados por los espirituales del siglo XVII, señalax bien a las claras el sentido de vasallaje y dependencia de uxk criatura respecto al Creador, a ejemplo del Verbo encarnado adorador del Padre en espíritu y verdad. Sugieren igua^ mente un sentimiento de humildad ante las grandezas dej Padre, a quien las criaturas han de rendir un verdadero cult^ interior y exterior, acompañado de alabanza, según la definis ción agustiniana de gloria: clara cum laude notitia3. Lo^ adjetivos calificativos de "perfecta", "maravillosa", y lo^ adverbios "dignamente", "incesantemente" traducen en lenN guaje humano la actitud esencial e indescriptible de Jesux cristo, además de sugerir la conducta que han de llevar su^ imitadores. La persuasión vicenciana sobre este particular es tar^ fuerte, que la única razón de ser en el mundo de sus congre s gaciones se explica por la búsqueda y realización de la glo v ria de Dios. Para esto, Dios ha suscitado la Misión y 1^ Compañía de las Hijas de la Caridad, al igual que otra^ Ordenes religiosas: para procurar la gloria de Dios. "Todos los días le pido a Dios, tres o cuatro veces, qu^ nos aniquile si no somos útiles para su gloria. Pues, qué, hermano míos, ¿nos gustaría estar en el mundo sin agradar ^ Dios y sin procurar su mayor gloria?" 4 De igual modo, en el Consejo celebrado el 19 de junio d^ 1647 con las Hijas de la Caridad, recordaba a éstas que "los intereses de los particulares y de la Compañía están subordinados a la gloria de Dios" 5 . Pero es en la conferencia a los misioneros del 21 de febrero de 1659 donde explicita su pensamiento. Glosando el consejo evangélico "buscad el reino de Dios..." (Mt 6,33), estimula a una "acción", a una "preocupación" por instaurar primero el Reino en uno mismo, para restablecerlo luego en los demás 6 . Entre Gloria y Reino —puntualiza en dicha ocasión— no hay diferencia, "ya 2 COCHOIS, P., o.c, p.32. En particular, las Grandezas de Jesús y la Vida de Jesús, de P. de Bérulle, cargaron la atmósfera espiritual en tal medida, que difícilmente no se reconoce al maestro en sus alumnos o dirigidos cuando éstos hablan o escriben de la gloria debida al Padre. Cf. BÉRULLE, Grandeurs de Jésus; MlGNE, Disc.XI, col.361-368. 3

1

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SAN AGUSTÍN, PL 42,770.

« ABELLY, L., O.C, 1.1 c.XXI, p.93. Cf. S.V.P. XI, 2; E.S. XI, 698. 5 S.V.P. XIII, 629. 6 Cf. S.V.P. XII, 131; E.S. XI, 429.

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que se trata de lo mismo. Y la gloria de Dios está en el cielo, y su reino en las almas" 7 . No puede ignorar el santo de las reformas de la Iglesia el celo de algunas comunidades, como la Compañía de Jesús, que trabajaba siempre "ad majorem Dei gloriam" 8 , o el ejemplo de Santa Teresa de Jesús, llena de fuego interior: "Quién nos diera a nosotros el celo de Santa Teresa —exclamaba—, que hizo voto de escoger siempre la gloria de Dios, y no sólo su gloria, sino su mayor gloria" 9 . La búsqueda de la gloria de Dios en todas las acciones —consigna paulina de la mayor importancia para la vida cristiana 10 — se enlaza con la otra doctrina de hacer en todo la voluntad de Dios. II.

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E L EJERCICIO DE LA VOLUNTAD DE D I O S

Las referencias continuas del Evangelio a la conducta obediente de Jesucristo orientaron los pasos de nuestro santo hacia la santidad y suscitaron en él una gran simpatía hacia la práctica de la voluntad de Dios. Algunos pasajes de la vida de Cristo, referentes al cumplimiento de la voluntad del Padre, resultaban muy familiares a Vicente de Paúl. "¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?" (Le 2,49), contesta Jesús a la pregunta angustiosa de María. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió" (Jn 4,34), es la respuesta que da a sus discípulos cuando le invitan a comer. "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cíelo" (Mt 6,10), enseña a orar. "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Le 22,42), pide en el momento agónico entre la vida y la muerte. ' S.V.P. XII, 138; E.S. XI, 435. 8 Traemos a continuación un texto de las Constituciones S. /., concerniente a la gloria de Dios, a modo de ejemplo: "Se emplee —la Compañía— en la pacificación de los desavenidos, el socorro de los presos en las cárceles y de los enfermos en los hospitales y el ejercicio de las demás obras de misericordia, según pareciere conveniente para la gloria de Dios y el bien común" (SAN IGNACIO DE LOYOLA, Constituciones. Fórmula del Instituto aprobada por Julio III). 9 Alude San Vicente al "voto de lo más perfecto" que hizo Teresa de Jesús, después de una espantosa visión del infierno, descrita por ella misma en la autobiografía. Cf. SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, c.32.9. Al celo teresiano atribuía el reformador del clero la mejora de la Iglesia: "Quizá el cambio y la mejora que se advierte actualmente en el estado eclesiástico se deba en parte a la devoción de esa gran santa, ya que Dios siempre se ha servido de instrumentos débiles para sus grandes designios" (ABELLY, L., o.c, l.II c.II p.132. Cf. S.V.P. XII, 18; E.S." XI, 335). 10 "Omnia in gloriam Dei facite" (1 Cor 10,31).

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Respecto a los medios que ayudan a adquirir pronta y seguramente la perfección cristiana, el ejercicio de la voluntad de Dios sobresale por encima de los demás pensados o imaginados. "¿Quién será el más perfecto de entre los hombres?", se pregunta Vicente de Paúl al atardecer de su vida. Será aquel, responde, cuya voluntad sea más conforme con la de Dios, de forma que la perfección consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios hasta el punto de que la suya y la nuestra no sean, propiamente hablando, más que un mismo querer y no querer"11. Nos encontramos con la virtud más característica del santo, la más apreciada por él en la persona de Jesucristo. Así lo entendió su primer biógrafo, que afirma: "Esta conformidad con la voluntad de Dios era la propia y principal y como la virtud general de este hombre santo, ejerciendo su influencia sobre todas las demás: era como el resorte que hacía obrar todas las facultades de su alma y todos los órganos de su cuerpo; era el móvil principal de todos sus ejercicios de piedad, de todas las prácticas más santas y, en general, de todas sus acciones" 12. Desde 1625 hasta su muerte, este director de conciencias torna y retorna a dar las mismas consignas sobre tan santo ejercicio; ora simplifica, ora adapta, según las circunstancias, este medio de perfección personal y comunitaria, el más "universal", "rápido", "fácil", "seguro" y "menos expuesto a engaño" 1 3 , para alcanzar "pronto" la perfección. Responde así a la tradición que siempre acentuó, desde los primeros siglos, esta práctica espiritual. Lejos de un voluntarismo a ultranza o de un inactivismo quietista, extremos provocados por las disputas sobre la gracia y libertad humana, se confiesa partícipe de los "sentimientos antiguos de la Iglesia y contrario a los nuevos", convencido de que, "dejando las fuentes vivas de las verdades de la Iglesia, se fabrica cisternas de opiniones nuevas, de cuyo peligro no habrá nadie mejor informado" 14 que él. La gravedad del problema sobre la gracia —revela el 25 de junio de 1648 a J. Dehorgny— era objeto de estudio y el tema ordinario de sus oraciones. La ruptura con su antiguo amigo 11

S.V.P. XI, 318; E.S. XI, 212.

12

ABELLY, L., O.C, l.III c.V p.32.

13

Entre 1636 y 1650 escribía a Luisa de Marillac: "Qué poco se necesita para ser santa: hacer en todo la voluntad de Dios" (S.V.P. II, 36; E.S. II, 34). 14 S.V.P. III, 331; E.S. III, 304-305.

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Saint-Cyran, partidario de las teorías rigoristas sobre la contrición y demora de la absolución sacramental, es una muestra valiente de la posición que tomó ante el Concilio de Trento, intérprete de los grandes doctores, como San Agustín y Santo Tomás. Si esta postura le priva de espontaneidad y originalidad a la hora de exponer su fe y experiencia de cristiano y hombre de Iglesia, no arriesgándose con doctrinas sospechosas, sino acatando y defendiendo la tradición secular de los creyentes, le asegura, por otra parte, en la doctrina perenne del cristianismo. El riesgo que él quiso correr no está tanto en la aceptación o rechazo de doctrinas nuevas cuanto en la práctica real del amor, que hizo extensible a todos los partidarios de otras ideologías religiosas. Si en algún momento pudo crearse una impopularidad ante el grupo minoritario de Port-Royal y sus secuaces, los pobres —sus abogados— se encargaron de acreditarlo, más que con palabras, con pruebas de caridad, recogidas por la misma historia. En 1646 había manifestado sus preferencias por esta virtud de la voluntad de Dios al celebrar el consejo habitual con las Hijas de la Caridad 15 . Pero la doctrina vicenciana más sustanciosa y completa sobre esta virtud está recogida en la conferencia a los misioneros del 7 de enero de 1659. El amanuense sintetizó entonces la experiencia y pensamiento, largo tiempo vividos, del Superior de la Misión. Como buen estratega del espíritu, distingue campos, elige posiciones, reconoce autoridades y aporta su propia opinión. "Hay que advertir —dice Vicente de Paúl en la citada conferencia— que hay diversos ejercicios propuestos por los maestros de la vida espiritual y que ellos practicaron de diversas maneras. Algunos se han propuesto la indiferencia en todo y han creído que la perfección consistía en no desear nada ni rechazar nada de lo que Dios nos envía. Otros se han 15 La escena, llena de encanto, tiene lugar el 5 de julio de 1646, cuando sor Isabel, enviada a misión, recibe de las asistentes al Consejo algunas consignas para su futuro destino. La primera le recomienda el "amor a Dios"; una segunda le hace presente la "caridad", en particular con los pobres y con las hermanas de comunidad. La humildad es el regalo que le hace una tercera. La señorita Le Gras le hará entrega del don que más estima: el trato cordial con las hermanas. El P. Almeras aconsejará la paciencia alegre y sin disgusto. Llega el turno al señor Vicente: "He aquí muchos dones, hija mía, de los que yo te deseo la plenitud. Pero lo que te recomiendo muy en particular es el cumplimiento de la voluntad de Dios, que no consiste solamente en seguir lo que nuestros superiores nos ordenan, sino en responder a todos los movimientos interiores que Dios nos envía" (S.V.P. XIII, 615).

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p r o p u e s t o obrar c o n pureza de i n t e n c i ó n , ver a Dios en todo

lo que ocurre para hacerlo y sufrirlo todo ante su mirada. Esto es muy sutil. En resumen, el ejercicio de hacer siempre la voluntad de Dios es más excelente que todo eso, ya que comprende la indiferencia y la pureza de intención y todas las demás maneras practicadas y aconsejadas, y si hay algún otro ejercicio que16lleve a la perfección se encontrará eminentemente en éste" . El planteamiento de la perfección obliga a una selección cuidadosa de los medios, aunque algunos pequen de sutiles. Los nombres de los maestros que exponen su opinión sobre dichos medios conducentes a la santidad quedan omitidos por San Vicente; sin embargo, por la exposición de su doctrina sabemos de quién se trata. 1.

El respeto a Francisco de Sales

"Algunos se han propuesto la indiferencia en todo". Es Francisco de Sales quien habla en el Tratado del amor de Dios ", si bien supedita el santo Obispo, en el contexto de su obra, la indiferencia al beneplácito divino, "soberano fin del alma indiferente", que "preferiría el infierno con la voluntad de Dios al paraíso sin la voluntad de Dios" 18 . Al decir del P. Defrennes, Vicente de Paúl no discute la opinión de su "bienaventurado Padre", más bien "la cubre de flores" 19 . "¡Qué ejercicio tan santo querer lo que Dios quiere en general y nada en particular", hasta el punto de "no pedir ni rehusar nada!" Tal es la recomendación del Obispo de Ginebra a sus Hijas de la Visitación, fórmula que San Vicente recoge en las Reglas de los Misioneros 20 . El ámbito de la indiferencia salesiana abarca todas las manifestaciones de la vida humana: salud, enfermedad, honores, riquezas, posición social, amarguras, consuelos y toda clase de acontecimientos 21 . Por el mismo camino de la indiferencia avanzará Vicente de Paúl para asegurar la evangelización y las obras de caridad. Respecto a la indiferencia, 16

S.V.P. XII, 152; E.S. XI, 446-447. Cf. SAN FRANCISCO DE SALES. Tratado del amor de Dios, l.IX, c.4-16. Ibid., c.4. 19 DEFRENNES, P., La vocation...^ en R.A.M. t.XIII p.165. 20 "... pia illa consuetudo nihil petendi, nihilque recusandi, apud nos semper vigeat" (Reg. Com. CAÍ., c.V, 4). 21 Cf. SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, l.IX c.5. 17

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no acierta Vicente de Paúl a deshacerse de Francisco de Sales. Es su fuente de inspiración inmediata. La doctrina sobre los apegos, contrarios a la indiferencia evangélica, responde en Vicente de Paúl a una experiencia incontestable. El hubo de dar muerte a intereses egoístas para gozar de libertad. De buena gana quisiera él librar a los misioneros de la esclavitud en que se vio envuelto. Los apegos son remoras de la vida espiritual que incapacitan a las personas para toda obra buena: "¿Cómo buscar el reino de Dios y su justicia si estamos atados?... ¿Cómo hacer la voluntad divina, que es una de nuestras reglas, si seguimos la nuestra en las cosas que le disgustan?" 22 Ante las Hijas de la Caridad se expresa en parecidos términos: "El desapego de los parientes, de los lugares y, en general, de todas las cosas os es tan necesario, que sin él no podéis cumplir con el deber de vuestra vocación" 23 . De nuevo, Francisco de Sales le presta la doctrina y, en parte, el vocabulario. El apego es una repulsa al amor a Dios. El culto rendido a las criaturas nos convierte en "idólatras", privándonos de la misión glorificadora que debemos al Padre; más aún, es un "adulterio": "Una Hija de la Caridad que tiene la dicha de ser la esposa del Hijo de Dios, pero que se apega a alguna cosa, es una adúltera por preferir una criatura a Dios" 24 . La indiferencia vicenciana, que hoy traducimos por disponibilidad a las ódenes de los superiores y a la voluntad de Dios, se nutre de otros autores, además de Francisco de Sales. La lectura del Ejercicio de perfección, de A. Rodríguez, le suministra comparaciones y frases fáciles de constatar en el jesuíta español, cuando comenta las Constituciones de la Compañía de Jesús. San Ignacio esperaba de los jesuítas un comportamiento indiferente, como "bastón de viejo" o "cuerpo muerto" 25 . Sobre la indiferencia había montado el principio y fundamento del hombre criado por Dios para "alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor". Como la "lima en manos de orfebre", o como el jumento que espera a que su amo salga para comenzar a caminar, torcer a la derecha o a la izquierda, pararse cuando lo mande, así el misionero —dice San Vicente— ha de compor22

S.V.P. XII, 228-229; E.S. XI, 525-526. S.V.P. X, 155; E.S. IX, 774. 24 S.V.P. X, 170; E.S. IX, 785. 25 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Carta al padre U. Fernández, en Obras completas (BAC, Madrid 1977), p.810. 25

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tarse, a imitación del Hijo de Dios, que por boca del profeta quiso asemejarse a un jumento 2 6 . El Obispo de Ginebra aparece de nuevo en escena cuando propone la presencia de Dios como medio para adquirir la perfección. Sobre este particular, la Introducción a la vida devota2'' será la fuente de inspiración para San Vicente. Con ser tan excelente la práctica de la presencia de Dios para alcanzar la perfección, San Vicente sobrepone el ejercicio de la voluntad de Dios en cada una de las acciones. Las acciones han de llevar el sello del beneplácito divino. "La práctica de la presencia de Dios es muy buena, pero me parece que adquirir la práctica de cumplir la voluntad de Dios en todas nuestras acciones es todavía mejor, pues ésta abraza a la otra" 28 . Cabe, en efecto, mantenerse en la presencia de Dios sin cumplir su voluntad. Además, ¿quién se mantiene más en su presencia que el que cumple en cada momento lo que a El le agrada y por su amor? "¿No es acaso un ejercicio continuo de la presencia de Dios el cumplimiento fiel de su voluntad?" 29 En este sentido, todos los actos del día, hasta los más ordinarios, como son dormir, comer, pasear, tienen valor glorificador.

2.

Las sutilezas de Pedro de Bérulle

"Otros se han propuesto obrar con pureza de intención, ver a Dios en todo lo que ocurre para hacerlo y sufrirlo todo ante su mirada. Esto es muy sutil". Bérulle a la vista. Para quien conoce el lenguaje vicenciano —insinúa Defrennes—, la observación del Santo es grave. Por prudencia y por respeto a su primer maestro, no entra en discusión con él, pero tampoco da su asentimiento incondicional. Vicente de Paúl ve "muy sutil" el lenguaje berulliano; no entiende cómo se puede obrar con pureza de intención, ateniéndose a la simple mirada de Dios. En la mente de Vicente de Paúl, la pureza de intención va siempre unida intencionalmente al ejercicio de la voluntad de Dios y a la obediencia. Por psicología y por convencimiento, el hijo de 26 "Ut iumentum factus sum apud te, et ego sum semper tecum" (Sal 72,23). 27 SAN FRANCISCO DE SALES. Introducción a la vida devota, parte 2.a c.2. 28 S.V.P. XI, 319; E.S. XI, 213. 29 Ibid.

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campesinos desconfía de los simples deseos y "miradas" que no se traducen en actos. "¿Hay alguien que tenga una pureza más perfecta que el que quiere y hace todo lo que Dios quiere y de la manera como lo quiere?... Dios es más glorificado en la práctica de su voluntad que en todos los demás (ejercicios), y no hay nadie que lo honre más que el que se entrega de forma especial a esta santa práctica"30. Las observaciones hechas a Bérulle no impiden a Vicente de Paúl que desarrolle su propio pensamiento sobre la pureza de intención, tal como está recogido globalmente en las Reglas Comunes de los Misioneros 31 . El solo enunciado del artículo de las Reglas manifiesta el carácter dinámico y práctico de su doctrina, frente a la concepción metafísica y especulativa de Bérulle sobre el mismo punto espiritual de la pureza de intención. 3.

Los préstamos de Benito de Canfield

El capuchino converso, de origen inglés, Benito de Canfield suministra a Vicente de Paúl el principal aparato verbal, no exclusivo, para hablar de la voluntad de Dios, hasta el punto de copiar algunos párrafos de la Regla de perfección en las Reglas comunes de los misioneros. La Regla de perfección32 de Canfield pudo ser conocida por Vicente de Paúl al poco tiempo de su publicación. Se sirve de ella para 30

S.V.P. XII, 152-153; E.S. XI, 447. "Unusquisque in singulis operibus suis et praesertim in concionibus, aliisque Congregationis functionibus purissima soli Deo placendi intenlione, quamtum in se erit, animari, illamque identidem, máxime initio praecipuarum actionum renovare studebit. Sed in primis cavebit, ne iis ullum, vel hominibus placendi, vel sibi satisfaciendi, desiderium admittat: quod quidem sanctissimam quamque actionem posset inficere ac depravare iuxta doctrinam Christi: Si oculus tuus fuerit nequam, totum corpus tuum tenebrosum erit" (Reg. Com. C.M., c.XII, 2). 32 Para un estudio más completo de la obra de B. de Canfield, remitimos al lector a VEGHEI, O., Benott de Canfield (1562-1610). Sa vie, sa doctrine et son influence (Roma 1949). La Regla de perfección fue redactada en francés e inglés, año 1609. De las tres partes de que consta la obra, las ediciones francesa e inglesa incluyen sólo las dos primeras partes. En 1610 aparece la edición en francés y en latín, incluyendo la tercera parte. Nosotros nos servimos de la edición latina, redactada por el mismo autor. Su título es Regula perfectionis, continens breve et lucidum compendium totius vitae spiritualis, redactae ad unicum punctum voluntatis divinae, París 1610. 31

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imprimir una dirección a Luisa de Marillac. De las tres partes de que consta la obra canfieldiana 33 , presta atención a la primera parte, se insinúa levemente en la segunda y descuida del todo la tercera. El ejercicio de la voluntad de Dios está relacionado con la perfección; es el medio más adecuado para adquirirla: "No consiste la perfección —nos dice Vicente de Paúl— en éxtasis, sino en cumplir la voluntad de Dios", hasta el punto que la suya y la nuestra no sean, propiamente hablando, más que un mismo querer y no querer" 34 . En agosto de 1659 se pregunta: "¿Qué es la santidad?" Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra y, al mismo tiempo, una afición a Dios y una unión a la voluntad divina. En esto, me parece, consiste la santidad" 35 . Contiene "eminentemente" este ejercicio no sólo la indiferencia, la presencia de Dios, la pureza de intención, sino "todas las maneras practicadas y aconsejadas". Compendia toda la vida espiritual, como quiere B. de Canfield36. La excelencia de esta práctica sobrepasa a las demás virtudes: convierte las acciones humanas en algo vivo, animado por la gracia; por el contrario, resultan muertas, inanimadas, cuando carecen de la intención de honrar a Dios y de obedecerle en todas las cosas. Hasta es posible que actos tan santos como decir la misa, recitar el oficio, sean rechazados por Dios si proceden de la propia voluntad. Sólo la práctica de la voluntad de Dios, que es una gracia santa y santificadora, transforma el tronco viciado de la naturaleza humana en árbol fecundo de ubérrimos frutos. 33

El autor divide en tres partes la Regla de perfección: Parte primera.—Estudia la voluntad exterior de Dios (veinte capítulos); corresponde a la vida activa; es la parte ascética de la vida espiritual, en contraposición a la propiamente mística, caracterizada por la contemplación mística. El principiante se ejercita en la mortificación de las pasiones y, en general, en la práctica de las virtudes, de la oración discursiva, etc. Parte segunda.—Estudia la voluntad interior de Dios (siete capítulos); corresponde a la vida contemplativa, conocida de modo experimental por iluminaciones, inspiraciones interiores, etc. Es propia de los avanzados. Parte tercera.—Estudia la voluntad esencial de Dios (21 capítulos); corresponde a la vida sobreeminente, en la que el alma ve la voluntad de Dios, no en sí misma, sino en las manifestaciones de Dios respecto del hombre. Es propia de los perfectos. 34 S.V.P. XI, 318; E.S. XI, 212. 35 S.V.P. XII, 300; E.S. XI, 584. 36 "Desideravi... omnia in compendium redigere, et ad unicum punctum reducere... Ad quos praestandum nullunl punctum voluntatis divinae magis idoneum potui reperire..." (CANFIELD, B. DE, O.C, primera parte, c.1,1.

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I1.1.

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Los seis grados canfieldianos 37 de la voluntad de Dios quedan reducidos a cuatro en Vicente de Paúl, cuando dice que se ha de hacer: "prontamente, totalmente, constantemente y amorosamente" 38 . Pero, a diferencia del capuchino, que sigue un orden riguroso en su explicación, el santo de la caridad se limita poco menos que a enunciarlos a voleo, sin detenerse luego, en el curso de la exposición, a examinar las propiedades de tan santo ejercicio, que sólo aparecen claras en el contexto total de su doctrina. Donde más destaca el mimetismo verbal y más de cerca sigue a Canfield es en la explicación de la naturaleza de este ejercicio santo y en la concretización de las normas de discernimiento de la voluntad de Dios. El planteamiento del tema es del tenor siguiente: "Hay que saber que todas las obras que se hacen o que se dejan de hacer están mandadas o prohibidas o son indiferentes, y que las indiferentes son tales porque no están mandadas ni prohibidas"59. Reglas de discernimiento

de la voluntad de Dios

Ante lo expresamente mandado o prohibido no hay duda: se ejecutará debidamente lo primero y se huirá de lo segundo, "siempre que tal mandamiento o prohibición provenga de Dios, de la Iglesia, de nuestros superiores o de nuestras Reglas o Constituciones" 40 ; a estas autoridades que manifiestan la voluntad de Dios hay que añadir "la del rey, los gobernadores, magistrados, oficiales y jefes de policía, puestos por Dios para las cosas temporales; obedecerles es cumplir la voluntad de Dios, ya que Dios así lo quiere" 41 . La obediencia es, por tanto, el primer criterio de discernimiento de la voluntad de Dios. Nada sorprende en Vicente de Paúl tal requisito, habituado como estaba a ver a Jesu" "Actualiter, unice, lubenter, indubitanter, perspicue, prompteque" (CANFIELD, B. DE, O.C, primera parte, c.VIII. Cf. c.IX,X,XI,XII,XIII. 38 S.V.P. XII, 155; E.S. XI, 449. 39 S.V.P. XII, 157; E.S. XI, 451. Compárese con lo que dice la Regla de perfección: "Quaecumque agenda, seu perferenda, admittenda vel rejicienda ocurrunt, seu corporalia illa sint, sive spiritualia triplicis sunt generis: aut enim imperata sunt, aut prohibita, aut indifferentia; nec quidquam contingere potest, quod non uno ex his membris contineatur" (CAN FIELD, B. DE, o.c, primera parte, c.VI. 10 Reg. Com. C.M. c.II, 3. Cf. CANFIELD, B. DE, O.C, primera parte, c.VI. 41 S.V.P. XII, 159; E.S. XI, 452.

C.4.

Misión glorijicadora de Jesucristo

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cristo en todas las personas. Nos dice Abelly que "miraba al divino Salvador como Pontífice y jefe de la Iglesia en la persona de nuestro santo Padre, el Papa; como obispo y príncipe de los pastores en los obispos; doctor en los doctores; sacerdote en los sacerdotes; religioso en los religiosos; soberano y poderoso en los reyes; noble en los hidalgos; juez y muy sabio político en los magistrados, gobernantes y otros oficiales; comerciante en los nombres de negocios; obrero entre los artesanos; pobre en los pobres, enfermo y agonizante en los enfermos y moribundos; consideraba así a Jesucristo en estos estados y en cada uno veía una imagen de este soberano Señor" 42 . Ante las "cosas indiferentes", contrarias o agradables a la naturaleza, el criterio para obrar es la ley de la mortificación, haciendo lo primero y rechazando lo segundo, "a no ser que sean necesarias estas últimas —las agradables a la naturaleza—, pues entonces hay que preferirlas a las demás, aunque considerándolas no por lo que deleitan a los sentidos, sino en cuanto que son más agradables a Dios" 43 . Pero puede ocurrir que se presenten para "hacer al mismo tiempo varias cosas indiferentes por su naturaleza, que no son agradables ni desagradables; entonces conviene aceptar indiferentemente lo que se quiera, como venido de la divina Providencia", diciendo: "Dios mío, hago esto o dejo de hacer aquello porque esa es tu voluntad" 44 . A los modos propuestos para cumplir la voluntad de Dios añade Vicente de Paúl, en la conferencia del 7 de marzo de 1659 —no en las Reglas Comunes—, el seguimiento de las "inspiraciones, ya que Dios muchas veces ilumina el entendimiento y mueve el corazón para inspirar su voluntad. En tal caso es recomendable el "granito de sal" para discernir las que vienen de Dios o de nuestro sentimiento; es aconsejable recurrir a hombres prudentes y entendidos 45 . Este es el cuarto criterio para actuar con seguridad. 42 ABELLY, L., O.C, 1.1 c.XIX p.83. Pascal dirá de sí mismo: "Je considere Jésus-Christ en toutes les personnes et en nous memes: Jésus-Christ comme frére en ses Fréres, Jésus-Christ comme pauvre en les pauvres, Jésus-Christ comme riche en les riches, Jésus-Christ comme docteur et prétre en les prétres, Jésus-Christ comme souverain en les princes..." (Pensées 946). 13 Reg. Com. C.M. c.II, 3. 44 Ibid. En cuanto a las 'cosas indiferentes", la regla canfieldiana sufre una ligera simplificación y modificación: "Quod autem ad tertium genus seriem spectat, eae rursus in tres subdividuntur species, alus enim naturae, vel sensus delectatur... alias natura aversatur..., alias eadem aequali loco habet..." (CANFIELD, B. DE, o.c, primera parte, c.VI. 45 S.V.P. XII, 159; E.S. XI, 452.

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Fe y experiencia en una doctrina

Por fin, pone la quinta y última norma de discernimiento: "el recurso a la razón", pues sabe que lo que es conforme a la razón es voluntad de Dios; la misma Iglesia manda pedir a Dios la gracia de obrar razonablemente 46 . Para no engañarse aun en este caso es necesario el grano de sal de la prudencia cristiana y del consejo. Hasta aquí la explicación de la voluntad de Dios activa, según expresión vicenciana, que coincide, salvo en algunos detalles, con la voluntad de Dios exterior de Canfield, conocida, según éste, por la ley y la razón. Las expresiones "voluntad de Dios activa", propia de San Vicente, y "vida activa", propia de Canfield, difieren más en la orientación que en los contenidos espirituales. No resulta lo mismo respecto de la voluntad pasiva de Dios que, según San Vicente, se realiza "cuando dejamos que la cumpla él mismo en nosotros sin nosotros" 47 . El hombre se convierte en sujeto paciente. La voluntad pasiva presenta dos caras: una risueña, alegre, consoladora, como recibir buenas noticias, gozar de salud, tener éxito en las misiones, gozar de paz interior y exterior; otra se ofrece dura y aflictiva: una enfermedad, una pérdida de bienes 48 , una calumnia... Las pruebas tienen todas las trazas de una purificación pasiva de los sentidos interiores y exteriores. La enfermedad es "un estado del todo divino" 49 , recuerda a su dirigida Luisa de Marillac, y a L. Abelly declarará: "Nuestro Señor y los santos hicieron mucho más sufriendo que obrando, y así es como también el bienaventurado Obispo de Ginebra y, siguiendo su ejemplo, el difunto monseñor de 16 "Praesta, quaesumus, omnipotens Deus, ut semper rationabilia meditantes, quae tibi sunt placita et dictis exsequamur et factis" (hoy, colecta del séptimo domingo del tiempo ordinario). « S.V.P. XII, 161; E.S. XI, 454. 48 Mediaban seis meses escasos entre la pérdida de la finca de Orsigny (septiembre 1658) y la conferencia de la voluntad de Dios (marzo 1659). En aquella ocasión, el general de la Misión invitaba a la comunidad a dar gracias a Dios y alegrarse "de una pérdida considerable para la Compañía". Y añadía: "alegrémonos al ver que se cumple su voluntad en nosotros por medio de las humillaciones, las pérdidas y las penas que nos llegan". Cf. S.V.P. XII, 52-57; E.S. XI, 363-367. De igual manera, en la conferencia a los misioneros del 28 de junio de 1658, sobre el uso de las enfermedades, proclamaba el estado de felicidad de los enfermos. Partiendo de la fe y de la experiencia, decía que "la muerte, la vida, la salud, la enfermedad, todo esto viene por orden de la divina Providencia y, de alguna manera que a veces no sabemos, siempre es por el bien y la salvación de los hombres" Cf. S.V.P. XII, 29-33; E.S. XI, 344-348. 49 S.V.P. I, 144; E.S. I, 200.

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Misión glorificadora de Jesucristo

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Momminges, se santificaron y fueron causa de santificación para muchos millares de almas" 50 . Ante los consuelos o infortunios, Vicente de Paúl ofrece una receta sapiencial: mantenerse ecuánime y equilibrado. El paso de la Providencia por nuestras vidas nos guiará a puerto seguro, "de forma que, conociendo la voluntad de Dios por esos acontecimientos repentinos de una desgracia o de un consuelo, podemos practicar su voluntad pasiva, aceptándolos corao venidos de Dios, que es el único que puede dar la vida y la muerte" 51 . "La voluntad de Dios —terminará diciendo— es un ejercicio de amor y sólo de amor, anticipo del paraíso, donde todo consiste en amar". "Mostradme una hermana —decía a las Hijas de la Caridad el 27 de julio de 1653— que cumpla durante toda su vida la voluntad de Dios: empieza a hacer ya en la tierra lo que hacen los bienaventurados en el cielo, empieza su paraíso en este mundo" 5 2 .

III.

A L PASO DE LA DIVINA PROVIDENCIA

"En la práctica de la voluntad de Dios, Vicente de Paúl alcanza la clave de la síntesis espiritual. Une en ella sus dos preocupaciones: continuar la obra de Jesús revistiéndola de su espíritu y ajustar la prudencia que guía en la acción los procederes de la adorable Providencia" 53 . La devoción vicenciana a la Providencia es inseparable del ejercicio de la voluntad de Dios. La doctrina que vierte sobre el ejercicio de la voluntad de Dios y la Providencia se interfieren y tienen un mismo punto de partida y pretenden un mismo fin: acomodar al hombre al querer y no querer, al hacer y no hacer del Hijo de Dios. Hacia 1626 aparece su inclinación por seguir los pasos de la Providencia, como se lo aconseja a Luisa de Marillac: "Dios tiene grandes tesoros ocultos en su santa Providencia". *> S.V.P. II, 4; E.S. II, 9. 51 S.V.P. XII, 161; E.S. XII, 454. « S.V.P. IX, 645; E.S. IX, 579. Hacia 1629 había escrito a Luisa de Marillac: "Alabo a Dios, señorita, al verla tan resignada con la santa voluntad de Dios, y le ruego que usted y yo tengamos siempre un mismo querer y no querer con El y en El, lo cual es ya un paraíso anticipado" (S.V.P. I. 70; E.S. I, 133). Nueve años más tarde, 1 de octubre de 1638, comunicaba el mismo sentimiento a L. aux Couteaux. Cf. S.V.P. I. 511; E.S. I. 507. 53 DODIN, A.. San Vicente de Paúl, forjador de apóstoles de la caridad (Madrid 1968), p.44.

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"Y cómo h o n r a n maravillosamente a nuestro Señor los q u e la siguen y n o se a d e l a n t a n " 5 4 . Luisa de Marillac es la mejor despositaria de los consejos de Vicente de P a ú l desde 1626 a 1630. Bien fuera p o r su psicología, algo a t o r m e n t a d a , bien por la situación de su hijo Miguel, o p o r las prisas de hacer la caridad, Vicente de P a ú l corrige p o c o a p o c o su tristeza e impaciencia, e x h o r t á n d o l a a la espera alegre de la Providencia. El hacer y n o hacer, el querer y n o querer, aconsejados por el director a su dirigida, n o pretenden a n i q u i l a r los ideales apostólicos de Luisa de Marillac, ni reducirla a la inactividad interior y exterior, sino q u e buscan la serenidad y el e q u i l i b r i o en medio del desasosiego q u e experimenta para lanzarla a su debido t i e m p o al c a m p o de la caridad, más llena de experiencia de Dios. El estado de ansiedad de Luisa de Marillac se trueca lentamente en paz interior al paso q u e el Espíritu serena sus primeros y sinceros impulsos. 1.

C.4. Misión glorificadora de Jesucristo

P.l. Fe y experiencia en una doctrina

impaciente C o d o i n g , en 1644 56 , en 1652 a F. Le V a c h e r " , en 1658 al h e r m a n o J. Barreau, cónsul en Argel 5 8 . Su experiencia es irrebatible: la Providencia tiene su hora; c u a n d o llegue sonará. Es el secreto q u e nos h a revelado. "Las obras de Dios tienen su momento; es entonces cuando su Providencia las lleva a cabo, y no antes ni después... Aguardemos con paciencia y actuemos y, por así decir, apresurémonos lentamente... 59 La m i s m a c o n d u c t a y doctrina q u e vemos aflorar a p r i n cipios de 1626, la m a n t i e n e hasta el final, a l i m e n t á n d o l a cada día con nuevas experiencias de fe y de vida. El permanece inalterable en la práctica de este p r i n c i p i o moral y de gobierno. Q u i s o a d e m á s q u e sus congregaciones fueran fieles a esta m á x i m a evangélica, q u e aseguró la pervivencia de sus obras. En 1647 adelantaba al q u e había de ser su i n m e diato sucesor en el Generalato de la Misión, R e n a t o Almeras: "Si la compañía me cree, nunca obrará de otra manera... ¡Qué felicidad no querer más que lo que Dios quiere, no hacer más que lo que la Providencia nos va señalando en cada ocasión, y no tener nada más que lo que nos ha dado su Providencia" 60 .

Conducta moral y política

La espera de la santa y adorable v o l u n t a d de Dios inicia el curso de la doctrina vicenciana. En 1641 nos revela claramente su devoción a la Providencia; para eso ha tenido q u e abrirnos su conciencia con cierta vergüenza y declararnos su carácter reflexivo y calculador: "Soy demasiado lento —responde a las impaciencias de B. Codoing— para contestar y para hacer las cosas, pero, sin embargo, no he visto todavía que se haya estropeado ningún asunto por mi retraso, sino que todo se ha hecho a su debido tiempo y con todas las cosas bien pensadas y las precauciones necesarias... ¿Me atreveré a decirle una cosa sin avergonzarme?... Es menester que se lo diga: al repasar por encima todas las cosas principales que han pasado en esta compañía, me parece, y esto es muy elocuente, que si se hubiera hecho antes de lo que se hicieron, no habrían estado tan bien hechas... Por eso siento una devoción especial en ir siguiendo paso a paso la adorable providencia de Dios" 55 . Volverá a repetir los m i s m o s consejos de moderación, prudencia y espera a los designios de la Providencia al 54

S.V.P. I, 68; E.S. I, 131. El 30 de octubre de 1626 escribía a Luisa de Marillac: "Sea, pues, muy humilde, muy sumisa y muy llena de confianza, v espere siempre con paciencia la manifesiación de su santa y adorable voluntad" (S.V.P. I, 26; E.S. I, 97). 55 S.V.P. II, 208; E.S. II, 176. Cf. S.V.P. II, 419; E.S. II, 350-351.

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Pero Vicente de P a ú l n o es n i n g ú n perezoso q u e espera a q u e todo se lo den hecho. N a d a más contrario a su educación espiritual q u e la pereza y el o p o r t u n i s m o . Hasta q u e la luz aparezca, orará, consultará, movilizará todos los recursos de su m e n t e y de su corazón. U n a s veces será "la p u r a necesidad", otras serán los obispos quienes a l u m b r e n su perplejidad y le inciten a tomar decisiones firmes. H u m a n a m e n t e h a b l a n d o , el buen resultado de las negociaciones vicencianas está asegurado c u a n d o ha t o m a d o u n a decisión firme. Sin e m b a r g o , él n o se atribuirá n i n g u n a obra, sabrá descargar su responsabilidad en el beneplácito de Dios, q u e desde toda la eternidad pensó servirse de u n o s pobres h o m bres, sin ciencia ni virtud, para la realización de sus planes. 56

S.V.P. II, 453; E.S. II, 381. " S.V.P. IV, 122; E.S. IV, 499. S.V.P. VII, 288; E.S. VII, 249. S.V.P. V, 396; E.S. V, 374. Se trata de alcanzar la aprobación de los votos de la Congregación de la Misión; llegó de Roma dicha aprobación el 22 de septiembre de 1655, mediante el Breve Ex commissa nobis. Cf. S.V.P. XII, 380-382. 60 S.V.P. III, 188; E.S. III, 170. 58 19

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2.

Fe y experiencia en una doctrina

El gobierno de las almas y de la Compañía

A Vicente de Paúl le falta tiempo para pregonar que sólo Dios es el autor de todas las obras que él ha emprendido. Se apoya en la autoridad de San Agustín, que afirmó categóricamente que Dios es el autor de una obra buena cuyo origen no se conoce. Así se lo advierte en 1651 a F. Le Vacher: "El bien que Dios quiere se realiza por sí mismo, sin que se piense en ello; así es como nació nuestra Congregación, como empezamos los ejercicios de las misiones y de los ordenandos, así se fundó la Compañía de las Hijas de la Caridad, como se estableció la de las Damas para la asistencia de los pobres del hospital de París y de los enfermos de las parroquias, como se emprendió el cuidado de los niños expósitos y, en fin, como empezaron todas las obras que actualmente llevamos entre manos..."61 Y para que nadie dude en adelante del origen de sus obras y de quién es el autor de la Compañía y de sus Reglas, declara el 17 de mayo de 1658, uno de los hechos más emocionantes vividos en la corta historia de la Misión. Se trata de la distribución de las Reglas a los misioneros: "Por lo que a mí se refiere, cuando pienso en la forma con que Dios quiso dar origen a la Compañía en la Iglesia os confieso que no sé qué parte he tenido en ello; me parece un sueño todo lo que veo. ¡Todo eso no es humano, sino de Dios!... El pobre P. Portail nunca había pensado en esto, yo tampoco; todo se hizo en contra de mis esperanzas y sin que yo me preocupase de nada" 62 . A las Hijas de la Caridad, para moverlas a devoción, confianza y amor para con la Providencia, les recuerda en 1642 el origen de su nombre: "Si la Providencia no os hubiese dado este hermoso nombre de Hijas de la Caridad, que jamás hay que cambiar, deberíais llevar el de Hijas de la Providencia, ya que ha sido ella la que os ha hecho nacer" 63 . La Providencia no sólo dio nacimiento a la Misión y a las Hijas de la Caridad, sino que es quien cuida del gobierno de estas instituciones y de sus personas, con tal de ser fieles a la vocación y "mantenerse firmes" en la guarda 61

S.V.P. S.V.P. 63 S.V.P. IX, 243-246; 62

IV, 122-123; E.S. IV, 499. XII, 7; E.S. XI, 326. Cf. S.V.P. XI, 38; E.S. XI, 731. IX, 74; E.S. IX, 86. Cf. S.V.P. IX, 113-114; E.S. IX, 120; S.V.P. E.S. IX, 232-236.

C.4.

Misión glorificadora de Jesucristo

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de las Reglas, inspiradas por el mismo Dios. Tal convicción arranca de muy atrás. En 1626 declaraba a Luisa de Marillac, apenada por las frecuentes salidas, sin previo aviso de su director, que "nuestro Señor mismo hará las veces del oficio de director" M. Con más claridad aconseja a J. Guérin, superior de Annecy, el 12 de febrero de 1643, sobre el gobierno de su comunidad: "... y como solamente el espíritu de Jesucristo, nuestro Señor, es el verdadero director de las almas, ruego a su divina Majestad que nos conceda su espíritu para su gobierno espiritual y para el de toda la Compañía" 6 5 . Si la Providencia gobierna las comunidades, ¿qué resta hacer a los superiores? Su misión es delicada y comprometida, sobre todo si la tarea se centra en la formación de los futuros sacerdotes. Respecto del sacerdocio, no elabora Vicente de Paúl ninguna doctrina aprendida en los libros, sino que se mueve por la realidad de su experiencia misionera. Del cúmulo de datos recogidos en su larga memoria expone los deberes espirituales y apostólicos del sacerdote, continuador de la misión salvadora de Cristo. Más que en la contemplación del sacerdocio se detiene en las personas concretas de los sacerdotes. Participa, no obstante, de la concepción jerárquica dionisiana del sacerdocio, que hace transmitir, según 64 S.V.P. I, 26; E.S. I, 96. Volverá a recordar la misma cosigna a Luisa de Marillac al enterarse del desafecto de su hijo Miguel por la comunidad de San Nicolás de Chardonnet, en cuyo seminario se educaba: "Déjele, y entregúelo todo al querer o no querer de nuestro Señor. Sólo a El pertenece dirigir a esas pequeñas y tiernas almas. Más interés tiene El que usted, ya que a El le pertenece más" (S.V.P. I, 37; E.S. I, 107). Casi al final de la vida, 3 de marzo de 1660, escribía a sor Maturina Guérin, impresionada por la muerte reciente del P. Portail y por el inminente desenlace de la vida de la señorita Le Gras: "Son dos golpes muy duros para su pequeña Compañía, pero, como vienen de la mano paternal de Dios, hay que recibirlos con sumisión y esperar de su caridad que las Hijas de la Caridad se aprovecharán de esta visita. El es el que las ha llamado y El es el que las mantendrá. Jamás destruye su obra, sino que la perfecciona, y si ellas son fieles a su vocación y a sus ejercicios, siempre las bendicirá en sus personas y en sus trabajos" (S.V.P. VIII, 225; E.S. VIII, 243). 65 S.V.P. II, 356; E.S. II, 302. Luisa de Marillac participaba de los mismos sentimientos de su director, deseando permanecer ella y su Compañía en "dependencia del Espíritu Santo". Cf. STE. LOUISE DE MARILLAC, Ses écrits (París 1961) p.893. Un antecedente destacado lo encontramos en San Ignacio de Loyola, que escribe: Aunque la suma Sapiencia y Bondad de Dios, nuestro Criador y Señor, es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesús, como se designó comenzarla, y de nuestra parte, más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones ha de ayudar para ello..." (Proemio de las Constituciones S.I.).

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Fe y experiencia en una doctrina

la teoría reinante, el espíritu de las jerarquías superiores a las inferiores. Según esto, afirma: "Vemos cómo las causas superiores influyen en las inferiores; por ejemplo, los ángeles que pertenecen a una jerarquía superior esclarecen, iluminan y perfeccionan a las inteligencias de la jerarquía inferior; del mismo modo, el superior, el pastor y el director tiene que purificar, iluminar y unir con Dios a las almas que Dios mismo le ha encomendado"66. Sin apartarse de esta línea, invita a su interlocutor A. Durand, nombrado superior del seminario de Agde, en 1656, a vaciarse de sí mismo para llenarse de Dios, a participar del espíritu de Jesucristo, a tener mucho trato con nuestro Señor en la oración, a ponerse en el mismo estado de Jesucristo, diciendo: "Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión? ¿Cómo instruirías al pueblo? ¿Cómo consolarías a este enfermo de espíritu o de cuerpo?" 67 El fin pretendido siempre es el mismo: asegurar la transmisión del espíritu mediante una dirección de las almas, "arte de las artes" 68 : "Usted sabe —es el mismo A. Durand quien recibe esta comunicación— que las causas ordinarias producen los efectos propios de su naturaleza: los corderos engendran corderos... y el hombre engendra a otro hombre; del mismo modo, si el que guía a otros, el que los forma, el que les habla, está animado solamente del espíritu humano, quienes le vean, escuchen y quieran imitarle se convertirán en meros hombres... Por el contrario, si un superior está 66 S.V.P. XI, 349: E.S. XI, 241. Compárese este texto con el siguiente de Bérulle y se reconocerá una misma fuente de inspiración, a saber, la doctrina de San Dionisio sobre el sacerdocio: "En l'ordre établi de Dieu, il y a denx sones de personnes: les unes qtü recoivent et les autres qui communiquent l'esprit, la lumiére et la gráce de Jésus. Les premiers sont tous les fideles et les seconds sont les prétres et les supérieurs qui départent leurs influences aux inférieurs et doivent imiter les anges supérieurs et les ordres éminents entre les anges qui purgent, qui illuminent, qui enflamment ceux qui leur sont soumis et subordonnés" (BÉRULLE, o.c, O.P.. 191, col. 1268). 67 S.V.P. XI, 348; E.S. XI. 240. 68 "Ars artium, régimen animarum" (SAN GREGORIO MAGNO: PL 77.14. Hemos podido comprobar las muchas coincidencias verbales y doctrinales existentes entre los consejos recibidos y anotados por A. Durand y el Memorial de direction pour les Supérieurs, de Bérulle (1625). Todo ello nos induce a pensar que San Vicente tenía la lectura del Memorial muy fresca, aunque no descartamos la posibilidad de que se inspirase, lo mismo que Bérulle. en el Liber pastoralis curae, de San Gregorio Magno.

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lleno de Dios..., todas sus palabras serán eficaces, de él saldrá una virtud que edificará..." 69 A este principio de gobierno espiritual, Vicente de Paúl añade otras enseñanzas que la experiencia le ha dictado. En tres normas prácticas resume Vicente de Paúl la conducta del Superior: — "Ser siempre de los primeros en los actos de comunidad, en la medida que lo permitan los quehaceres. — Mantenerse invariable en el fin y moderado en los medios para llegar a él. — Acudir al consejo de hombres prudentes" 70 . La primera norma se basa en el buen ejemplo, que arrastra; la segunda es una llamada a la firmeza, llena de mansedumbre y humildad; la tercera supone el recurso humano necesario para asegurar el buen resultado de una obra. Todas estas medidas se han de expresar en las palabras y en las acciones con verdadera sencillez, virtud hermana de la prudencia. Todas tratan de prevenir y curar en los superiores la "malicia del oficio" 71 . ¡Con cuánta insistencia este docto conocedor de las conciencias, Vicente de Paúl, presenta a Jesucristo como modelo de servidores! A la regla suprema de Jesucristo ha de ajustarse la conducta del misionero, que entra en comunidad para obedecer y no para mandar, para servir y no para ser servido; de igual manera, todo superior debe destacar por su piedad y no por el deseo de aparecer y brillar; por su afán de servicio humilde a los demás, y no por el interés de alcanzar honras y felicitaciones: "No tenga usted —vuelve a recordar a A. Durand— la pasión de parecer superior ni el maestro. No opino lo mismo que una persona que hace unos días me decía que 69 S.V.P. XI, 343-344; E.S. XI, 236. Sobre la participación y comunicación del espíritu, los neoplatónicos habían enseñado: úppis Oppw TIKTÉI, Xápis 8É x^piv. San Pablo había contrapuesto las obras del espíritu a las de la carne (Rom 8,5-12). A los gálatas les recordaba: "Quae enim seminaverit homo, haec et metet. Quoniam qui seminat in carne sua, de carne et metet corruptionem; qui autem seminat in spiritu, de spiritu metet vitam aeternam" (Gal 6,7-8). Aunque los textos citados de San Pablo no guardan relación directa con la comunicación del espíritu • otros inferiores, no obstante sirvieron de ilustración. '» S.V.P. II, 355; E.S. II, 301-302. 71 "Este estado de superioridad y gobierno es tan malo, que deja de suyo y por su naturaleza una malicia y una mancha villana y maldita; sí, hermanos míos, una malicia que infecta el alma y todas las facultades del hombre..." (S.V.P. XI, 139; E.S. XI, 60).

S. V. Paúl 2

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Fe y experiencia en una doctrina

para dirigir bien y mantener la autoridad era preciso hacer ver que uno era el superior. Nuestro Señor Jesucristo no habló de esa manera; nos enseñó todo lo contrario, diciéndonos de sí mismo que había venido no a ser servido, sino a servir a los demás, y que el que quiera ser el amo tiene que ser el servidor de todos" (Mt 20,28)72. Para que nada falte a la previsión de un superior, atenderá éste no sólo a lo espiritual, sino también a lo temporal, a imitación de la Providencia de Dios, que trabaja incesantemente y con infinito amor por el hombre total. Pero esta clase de dirección, que implica un trabajo, pertenece a otra perspectiva doctrinal vicenciana.

CAPÍTULO V

MISIÓN

CREADORA

DE

JESUCRISTO

Inmerso en las realidades intramundanas, Vicente de Paúl es un hipersensible a la obra de Dios y al trabajo de los hombres. Ama el mundo creado por Dios y a sus habitantes; ama, sobre todo, el rostro sudoroso y trabajador de los que labran la tierra, de los que cooperan con su sufrimiento y enfermedad al sustento de la caridad en la tierra. No ama el mundo por el mundo, ni al hombre por el hombre, sino porque son obra querida de Dios y redimida por Jesucristo. Participa de la sensibilidad franciscana ante el ornato del mundo y desea no salir de la oración, fuente creadora de realizaciones evangélicas. Trabajo y oración forman en él un solo cuerpo sin posibilidad de disociar ambas actividades. I.

E L TRABAJO COMO PENITENCIA Y GLORIFICACIÓN

Ante la persuasión de que los "pobres nos alimentan", el trabajo adquiere para Vicente de Paúl categoría excepcional y una dimensión social que en la,práctica no fue superada por ninguno de su tiempo. Es un gigante trabajando: la tarea que le espera cada día es tan amplia, que todo tiempo es poco para emplearse en su misión de apóstol y organizador de obras. " S.V.P. XI, 346; E.S. XI, 238.

C.5.

Misión creadora de Jesucristo

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En la repetición de oración del 24 de julio de 1655, exclamaba aturdido por los gritos interiores de los que no tienen pan: "Con frecuencia pienso en esto, lleno de confusión: miserable, ¿te has ganado el pan que vas a comer, ese pan que te viene del trabajo de los pobres?" 1 Nunca habló con más energía y, si cabe, con más ironía que cuando lanzaba diatribas contra los perezosos, los comodones y los libertinos, "que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más" 2 . Ni la edad avanzada ni los achaques corporales le impidieron desarrollar hasta el último momento de la vida los trabajos que había emprendido "in nomine Domini". Otros se hubieran excusado de la tarea diaria pretextando bellas razones y al parecer convincentes; él se "mantiene firme" en la dirección de las obras, motivado por razones sobrenaturales y por el ejemplo de algunas criaturas. La conferencia a las Hijas de la Caridad del 28 de noviembre de 1649 resume su pensamiento sobre el trabajo. A ella nos referimos principalmente en este capítulo por ser la más reveladora de la doctrina sobre la misión creadora de Jesucristo. "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo" (Jn 5,7), dijo Jesús a los judíos que le perseguían por haber curado en sábado, respuesta recogida por el santo para estimular y exhortar a otros al trabajo continuo. Lo que distingue a Vicente de Paúl de los teóricos del trabajo son las medidas prácticas que tomó para no ser oneroso a la sociedad y servir de ayuda a los necesitados. Los cuatro objetivos contemplados por Santo Tomás 3 sobre el trabajo de los religiosos son recordados por Vicente de Paúl en la conferencia del 28 de noviembre de 1649, bien adaptados a las circunstancias y a las necesidades concretas de su tiempo. Tampoco en esta ocasión menciona expresamente la autoridad del Doctor Angélico, pero las argumentaciones teológicas y ascéticas en pro del trabajo "manual" las saca de la Suma de Santo Tomás y de la tradición espiritual. 1

S.V.P. XI, 201; E.S. XI, 121. S.V.P. XII, 92; E.S. XI, 397. Santo Tomás formula así la cuestión: "Utrum religiosi manibus operan teneantur". Y responde señalando los cuatro objetivos del trabajo: "Primum quidem, et principaliter, ad victum quaerendum. Secundo, ordinatur ad tollendum otium, ex quo multa mala oriuntur. Tertio, ordinatur ad concupiscentiae refrenationem, in quantum per hoc maceratur corpus. Quarto autem, ordinatur ad eleemosynas faciendas..." (Sx T a , 2-2 q.187 a.3). 2 3

116

P.l.

Valoración del trabajo La teología católica ha señalado el doble signo, positivo y negativo, del trabajo. En el siglo XVII se destacaron ambos aspectos, como deuda de la teología medieval. Vicente de Paúl acusa en su palabra tanto el elemento negativo del trabajo como el positivo, pero prevalece sin duda este último. El mandato del Señor "comerás el pan con el sudor de tu frente" (Gen 3,19) no exime a nadie del trabajo; todos, justos o impíos, están urgidos por la misma ley general del trabajo. A veces es tan "duro y pesado" y "de tal categoría, que, por la gracia de Dios, nos sirve de penitencia por el esfuerzo que exige al cuerpo" 4 . Es el aspecto negativo, que Vicente de Paúl valora debidamente. Como castigo del pecado, el hombre contrae la obligación de trabajar, pero se redime por la obediencia al Creador, cumpliendo una vocación divina, al prolongar con sus manos la creación inicial de Dios. La creación entera invita al trabajo; por eso no sólo el hombre ha de trabajar, también trabajan los animales, como la abeja y la hormiga, que hacen acopio para el invierno sin "apropiarse nada para su uso particular, sino que se lo lleva a las demás y lo meten en el pequeño almacén de la comunidad" 5 . La febril actividad de estos animalitos es una condena para los perezosos. El trabajo reporta muchos bienes y aparta al hombre de la ociosidad, fuente de murmuraciones, engendro de mil malos pensamientos, fuente de rencores, aburrimientos, celos sin fundamento, ruina del alma y quebranto de la caridad. Recordando el parecer del doctor Duval, dice a los misioneros el 24 de julio de 1655: "Un eclesiástico ha de tener más faena de la que puede realizar, pues cuando la vagancia y la ociosidad se apoderan de él, todos los vicios se le echan encima" 6 . ¿No estará observando el santo, cuando habla de esta manera, la colmena de clérigos zánganos que zumbaban perezosamente por las calles, o estará remitiéndonos a algún dato de experiencia que él comprobó durante su estancia en el palacio de la reina Margarita? En cualquier caso, es cierto que el justo, tras el servicio laudatorio a Dios por la oración, ha de trabajar para ganarse la vida, para no ser carga a na4 5 6

C.5.

Fe y experiencia en una doctrina

S.V.P. IX, 487; E.S. IX, 442. S.V.P. IX, 488; E.S. IX, 444. S.V.P. XI, 202; E.S. XI, 121.

Misión creadora de Jesucristo

117

die, para sostener a la familia, para subvenir a las necesidades ajenas. El injusto, en cambio, "por no tomarse la molestia de trabajar, será una carga para los demás, se pondrá a mendigar o a robar" 7 . Ya conocemos el panorama social que ofrecían Francia y París en el siglo xvil: el espectáculo era deprimente. La urgencia del trabajo era apremiante.

a)

Argumento

teológico en favor del trabajo

Vicente de Paúl no especula sobre el trabajo, pero refuerza su razonamiento, combinando los datos de la Sagrada Escritura con el saber teológico tradicional. El trabajo incesante de Dios "ad intra" y "ad extra" estimula su propio trabajo y orienta el quehacer de sus hijos. Para secundar la obra de Dios se sirve de las siguientes razones: — Trabajo de Dios "ad intra": procesiones divinas.— "Dios trabaja desde toda la eternidad dentro de sí mismo por la generación eterna del Hijo, que jamás dejará de engendrar. El Padre y el Hijo no han dejado nunca de dialogar, y ese amor mutuo ha producido eternamente al Espíritu Santo, por el que han sido, son y serán distribuidas todas las gracias a los hombres". — Trabajo de Dios "ad extra": creación y conservación del mundo.—"Dios trabaja además fuera de sí mismo, en la producción y conservación de este gran universo, en los movimientos del cielo, en las influencias de los astros, en las producciones de la tierra y del mar, en la temperatura del aire, en la regulación de las estaciones y en todo este orden tan hermoso que contemplamos de la naturaleza, que se vería destruida y volvería a la nada si Dios no pusiera en él sin cesar su mano". — Trabajo de Dios en cada criatura.—"Además de este trabajo general, trabaja en cada uno en particular, trabaja con el artesano en su taller, con la mujer en su tarea, con la hormiga, con la abeja, para que hagan su recolección, y esto incesantemente y sin parar jamás" 8 . ' S.V.P. IX, 488; E.S. IX, 443. S.V.P. IX, 489-490; E.S. IX, 444-445.

8

118

P.I.

Sin pretensiones ha sentado Vicente de Paúl las bases de una teología sobre el trabajo. Dios, autor del universo, "trabaja por el hombre, solamente por conservarle la vida y por remediar sus necesidades". El hombre, a su vez, rey de la creación, contribuye a la creación continua, colaborando en la obra de Dios. El trabajo inteligente y libre, realizado en el nombre del Señor, por obediencia a su divina voluntad, es un acto glorificador. Si Dios trabaja por amor al hombre, este trabajará primeramente por agradarle a El, "pues pone su alegría y sus delicias en vernos ocupados en su mismo fin" 9 . Por lo mismo, Dios glorifica al hombre trabajador y le santifica por su Espíritu, que está en todo y lo penetra todo. "Hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicásemos" (Ef 2,10). Esta orientación positiva del trabajo prevalece en la doctrina vicenciana, que se complace en destacar los elementos dinámicos' perfectivos de la vida humana, del esfuerzo del hombre, acto creador continuo. b)

El ejemplo de Cristo y de San Pablo

La palabra creacional —"todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,3)— culmina en la palabra encarnada y redentora. Por la obra de Jesús, el mundo quedó reconciliado con Dios, y un cielo nuevo y una tierra nueva aparecen como fruto del trabajo de Cristo (Act 3,12). Ante la obra de Jesús y lo que aún queda por hacer, se interroga el santo: "¿Vamos a estar inútiles?"; "¿permaneceremos con los brazos cruzados?" De las dos etapas de que consta la vida de Cristo, la primera hasta los treinta años, la segunda hasta su muerte, el Hijo de Dios trabajó con el sudor de su divino rostro para ganarse la vida, y estuvo sujeto a trabajos y obediencia. Por eso, después de dar gloria a Dios Padre, la segunda finalidad del trabajo del hombre es "honrar el trabajo fatigoso y duro de nuestro Señor en la tierra" I0 . El modelo y las enseñanzas de San Pablo, "que hubiera sentido escrúpulos de comer un trozo de pan sin haberlo ganado" 1 1 , no permiten que Vicente de Paúl ahorre sacrifi9 10 11

C.5.

Fe y experiencia en una doctrina

S.V.P. IX, 496; E.S. IX, 481. S.V.P. IX, 497; E.S. IX, 451. S.V.P. IX. 493; E.S. IX, 447.

Misión creadora de Jesucristo

119

cios en la evangelización de los pobres y que sus Congregaciones sean carga para la sociedad. El mandato del Apóstol a los fieles de Tesalónica, "si alguno no quiere trabajar que tampoco coma" (2 Tes 3,10), le mantiene alerta sobre la obligación divina y humana del trabajo. ¿Que hará una Compañía que ha nacido en la Iglesia para continuar la obra salvadora de Cristo? Imitar sus trabajos, luchar contra la ociosidad, con cuidado de no caer en el relajamiento de algunas Ordenes religiosas. El espectáculo que ofrecen las antiguas Ordenes mendicantes es poco halagüeño en el siglo XVII. Aunque lentamente la reforma se introduce en los monasterios, deja mucho que desear. La disposición de San Benito "ora et labora" sufre grave quebranto en tiempo de San Vicente. Por respeto y caridad hacia las Ordenes mendicantes, se abstiene nuestro santo de una dura acusación contra ellas; "es su regla" pedir, se limita a decir, pero "a costa del pueblo", añade con acento lastimero. A las penalidades de las guerras, del hambre, de los impuestos, la masa de mendicantes es otra carga más para el pobre pueblo. Se podrá objetar que también él pide, pero no es para sí, sino para hacer guerra al hambre, a la desnudez; si no rehusa cuantiosas limosnas, sabe encauzarlas hacia un fin caritativo. Verdaderamente es un luchador contra la miseria, aunque ama al miserable y levanta al pobre de la basura que aborrece. También las Hijas de la Caridad habrán de ganarse el pan de cada día, además de servir gratuitamente al pobre. Quien habla a las Hermanas es el mismo que rige los destinos de la Misión. Ante ellas se lamenta con nostalgia: "¡Ojalá nuestros padres pudieran hacerlo y nos viésemos obligados a dejar lo que tenemos! Dios sabe con cuánto gusto lo haría. Pero no podemos hacerlo y tenemos que humillarnos" 12 . ¿Qué quiere decirnos cuando asegura "no podemos hacerlo"? Significa que las estructuras y disciplinas de la Iglesia no lo permiten, que la evangelización de los campos y la dirección de los seminarios no lo soportan. ¿Qué táctica emplear entonces? Cualquiera menos gravar al pueblo. Las misiones serán gratuitas. El pueblo se beneficiará de estos trabajos; sobre el pueblo recaerá no sólo su fruto, sino también el agradecimiento: "Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres... Dios es nuestro proveedor y atiende a todas nuestras necesidades y algo más... No sé si no pre12

S.V.P. IX, 494; E.S. IX, 448-449.

P.I.

120

Fe y experiencia en una doctrina

ocupamos mucho de agradecérselo" 1S . Para sacar de la miseria a tantos pobres "tendríamos que vendernos a nosotros mismos" 14 . Tal es la contestación extrema que San Vicente da a las Hijas de la Caridad al término de la famosa conferencia. II.

E L "DON SAGRADO" DE LA ORACIÓN

Trabajo y oración se exigen imperiosamente en la vida de Vicente de Paúl. La dedicación expresa a la oración creó en él la "vida de oración": era verdaderamente su clima, como lo demuestra la facilidad y naturalidad con que pasaba de un asunto material a otro espiritual, o a la inversa, sin forzar el curso de una exhortación. El desarrollo de la vida espiritual corre en él parejo con la oración. Cuando damos por terminada su "conversión", es ya un "hombre de oración", aunque progresivas adquisiciones, a partir de 1623, completen sus conocimientos y experiencias sobre la acción del Espíritu en las almas. Al ritmo con que avanzaba en la oración se comprometía con nuevas obras, de suerte que la oración dinamizaba su vida. Sin embargo, "no se ha podido descubrir —dice Abelly— si la oración del Sr. Vicente era ordinaria o extraordinaria; su humildad le hacía ocultar, en lo posible, los dones que recibía de Dios" 15 . La visión de los tres globos, a raíz de la muerte de la madre Chantal 16 , no deja de ser un acto accidental, sin mayor relevancia en su vida. Conocía las distintas tendencias de los espirituales de su tiempo. No desdeñó ningún método de oración, pero aconsejó el propuesto por Francisco de Sales en la Introducción a la vida devota y en el Tratado del amor de Dios17. El método 13

S.V.P. XI, 201; E.S. XI, 120-121. S.V.P. IX, 497; E.S. IX, 451. '* ABELLY, L., O.C, l.III c.VII p.53-54. 16 Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal murió en Moulins el 13 de diciembre de 1641. En el mismo mes y año escribió San Vicente al P. Codoing: "He sentido un dolor muy sensible por la muerte de nuestra digna madre. Sin embargo, Dios ha querido consolarme con la visión de su reunión con nuestro bienaventurado padre y de los dos con Dios, cuando supe la noticia, después de un acto de contrición que hice inmediatamente después de recibir la carta en la que me comunicaba su extrema gravedad; y lo mismo se me ha mostrado, según creo, en la primera misa que celebré por ella después de conocer su muerte..." (S.V.P. II, 212; E.S. II, 180). 17 SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, parte 2.a, c.1-10; Tratado del amor de Dios l.VI c.1-15. 14

C.5.

Misión creadora de Jesucristo

121

ignaciano, impregnado del espíritu de la "devotio moderna", es descubierto sobre todo en el Manual de meditaciones, de Buseo, que el P. Almeras, por indicación de San Vicente, adapta y completa para uso de los misioneros y ordenandos 18. Las Hijas de la Caridad y los misioneros manejan además las Meditaciones de otros jesuítas: P. Saint-Jure 19 y 18 Juan Buys S. I. (1547-1611) alcanzó gran celebridad por las obras que escribió, como lo atestigua Boileau en su 6.a epístola:

"Vous irez á la fin, honteusement exclus, Trouver au magasin Pirame et Regulus Ou couvrir chez Thierri d'une feuille encor neuve, Les Méditations de Busée et d'Heyneufve". El nombre latinizado de Buys —Busaeus— dio en francés Busée y en español Buseo, tal como es conocido. Entre las obras de Buseo, el libro de las Meditaciones se extendió rápidamente. Aparece por primera vez en 1606 con el título de Enchiridion piarum meditationum in omnes dominicas, Sanctorum festa, Christi passionem et caetera in sequenti pagina comprehensa, in gratiam Partheniorum Sodalium, vitaeque religiosae cultorum. Opera et studio Ioannis Busaei Societatis Iesu, Theologi concinnatum, Maguntiae, ex officina Typographica Baltasaris Lippig, 1606. La primera edición en francés "podría haberse publicado en Douai entre 1611 ó 1612, debida al P. Francisco Solier o al P. Balinghen". Cf. Bibliothéque de la Compagnie de Jésus (Bruxelles 1841) t.II col.432. A partir de 1644 aparece una nueva traducción retocada y completada por un sacerdote de la Misión. Las letras iniciales con que aparece el autor han suscitado el problema de la paternidad del libro traducido y completado. En COSTE, P., Le grand saint... t.III p. 13-14 puede verse cómo es atribuida al P. Renato Almeras y no al P. Antonio Portail, como algunos autores han pensado, guiados por las primeras notas-biográficas de Portail en Notices bibliographiques sur les écrivains de la Congrégation de la Mission (Angouleme 1878) lére serie p.202-205. Cf. Bibliothéque de la Compagnie de Jésus, t.II col.432; D.S. t.I col. 1.984. El P. Almeras, en efecto, encargado de realizar la obra, completó al jesuíta Buys con nuevas meditaciones, propias para los días de ejercicios, y con otro suplemento sobre el método de oración, según el espíritu salesiano. "Tuvo tanto éxito, que la edición de 1660 era ya la novena, y las traducciones posteriores conservaron las adiciones del P. Almeras. Cf. COSTE, P., Le grand saint... t.III p.14. 19 Cf. S.V.P. IX, 109; E.S. IX, 116. Juan Bautista Saint-Jure, S. I. (1588-1657) tuvo trato personal con Vicente de Paúl. Las Meditaciones de Saint-Jure, a las que alude San Vicente en la conferencia a las Hermanas del 22 de abril de 1643, se leían en la comunidad de Misioneros. El fecundo escritor jesuíta concentra en sus obras las corrientes místicas del Norte y la espiritualidad española. De su obra más representativa Connaissance et amour (1634) al L'homme spirituel (1646), apreciamos un enriquecimiento doctrinal y una evolución clara hacia el cristocentrismo profesado por la escuela jesuítica. Entre el escritor fino y elegante, Saint-Jure, y el conferenciante sencillo y familiar, Vicente de Paúl, se observan coincidencias verbales sobre la doctrina del espíritu de Jesucristo, que bien pueden derivarse de la fuente común berulliana.

P.I.

122

Fe y experiencia en una doctrina

P. Suffrand20. El Libro de oración y consideración del P. Granada es muy recomendado 21 . El dominico español, juntamente con Francisco de Sales, propugna una oración afectiva, que Vicente de Paúl sabe explotar. Teresa de Jesús se alza como modelo privilegiado de fidelidad a la oración. 1.

La oración, vida del alma

La conducta de Jesucristo, orientada a la oración, resalta por sí misma la importancia de este "don sagrado". El divino Maestro oró y enseñó a orar. Oró solo y acompañado, en el monte y en el llano; ora en los momentos más decisivos de su vida: al comenzar la vida apostólica se retira a orar en el desierto (Mt 4,1-11); cuando elige a los apóstoles, impetra la ayuda de lo alto (Le 6,12-16); si entra en agonía, ora incesantemente (Le 22,39-46); exhorta al recogimiento interior (Mt 6,6), a la perseverancia (Mt 7,7), a la humildad (Le 18,9-11). El Padrenuestro (Le 11,1-4) es la oración por excelencia. Concluye San Vicente diciendo de Jesucristo que "su continuo y principal ejercicio es la oración" 22 . Ciertamente, la oración no es un fin en sí misma, pero adquiere categoría de medio insustituible e imprescindible; aunque supeditada a las urgencias de la caridad, la oración necesita de un tiempo necesario y expreso para que los continuadores de la misión de Jesucristo no naufraguen en los trabajos apostólicos. Psicológicamente, el hombre no puede prescindir de la oración, dada su soledad radical que le invita a un diálogo con Dios. Para probarlo, Vicente de Paúl se sirve de compo20

Cf. S.V.P. VI, 632; E.S. VI, 574. Juan Suffrand (o Suffren), S. I. (1571-1641) perteneció a la Compañía del Santísimo Sacramento y fue confesor de Luis XIII y María de Médicis. Hombre piadoso y caritativo, se estimó mucho su dirección espiritual. Los lazos de amistad con Vicente de Paúl quedaron reforzados por las empresas comunes que ambos llevaron de caridad y dirección. La señora Villeneuve y la señora Lamoignon, pertenecientes a las cofradías de la Caridad, atrajeron la atención espiritual de ambos clérigos. L'année chrétienne (1640), del P. Suffren es la obra aconsejada por Vicente de Paúl a Luisa de Marillac. La orientación espiritual de Suffren confirmaba los anhelos vicencianos; así era de esperar por su "moralismo psicológico", que, al decir de Cognet, recuerda a San Francisco de Sales (cf. COGNET, L., Hist. de la spiritualité, t.3 p.443). Efectivamente, el tono moral que adopta le acerca más a Sales que a Bérulle, razón que nos aclara la simbiosis operada en Vicente de Paúl por el espíritu salesiano y la acción jesuítica. 21 Cf. S.V.P. I, 198, 382; E.S. I, 249-400. Cf. S.V.P. III, 282; E.S. III, 258. 22 S.V.P. IX, 415; E.S. IX, 380.

C.5.

Misión creadora de Jesucristo

\ siciones y expresiones que pertenecen al acervo común los espirituales. Dice, por ejemplo: \ "La oración es para el alma lo que el alimento par^ cuerpo" 23 ; aún más, es la vida misma del alma 24 . El CUCK^J sin alma es un ser inerte; también el alma, si le falta la c J ^ ción, queda despojada de "sentimientos y movimientos para el servicio de Dios y de los pobres. ^> La oración es una fuente de Juvencia 25 , donde el alm^ rejuvenece, se vigoriza, se entusiasma ante lo que siente d ¡ \ logando con Dios. ^v La oración es como un espejo 26 , donde el alma ve to^ sus manchas y se arregla para agradar a Dios y "hacerse A talmente conforme con El". X La oración es un "refrigerio" en medio de la dureza los trabajos diarios con los pobres. ¿Qué podrá sostener a % Hija de la Caridad en su vocación? El refrigerio de la o ^ ción, "porque es cierto que no puede vivir si no hace o^X ción" 27 . ^ La oración es una "predicación que nos hacemos a n^ otros mismos" 28 , dice a los misioneros. "Es un gran lilv^ para el predicador, por medio de ella podrá sacar las verq ^ des divinas del Verbo Eterno, que es su fuente, para r e p a r ^ las después entre el pueblo" 2 9 . Lo mismo que Santo DomjA go de Guzmán y San Ignacio de Loyola, quiere San Vicer^ que en la oración, en la lectura y en el retiro, el alma acurr» S le fuerzas para hacer partícipes de este alimento e s p i r i t u a l los hombres hambrientos de la Palabra de Dios. El misio^ ^ ro se ha de llenar ante todo de Dios para transmitir luego ^ que ha contemplado en la oración; inútilmente se esforz^ ^ en dar a gustar a Dios si antes él no lo ha saboreado. ^ La oración garantiza la obra de Dios y capacita al misi ñero para toda obra buena. Solía repetir: "Dadme un hoK bre de oración y será capaz de todo" 30 . Y "se le oyó decir c La gracia de nuestro 5^B¿~si^gÍ£rfftge J £^sgtfTsotros. Me pongo rojo de vergüenza al JJWlüal que hace ya dos años que ordenó usted que se recibiese a una pobre anciana 16. Reg. 1, f.Q 7, copia sacada del original autógrafo. Claudio le Pelletier, nacido en París en 1630, preboste de mercaderes en 1668, consejero de Estado, luego sucesor de Colbert en el ministerio de Hacienda, superintendente de correos en 1691, murió en París el 10 de agosto de 1711 (cf. J. BOVIN, Claudii Peleteri... vita. París 1716). Vio con frecuencia a San Vicente en el Louvre, admiró su prudencia, comprobó la estima de que gozaba en la Corte y rindió de todo ello un emocionado testimonio ante el tribunal encargado de realizar la investigación canónica del proceso de beatificación. 2 Cf. nota 3. 1

222

P.I1.

Selección de escritos

en el pequeño hospital del Nombre de Jesús 3 . Soy tan miserable que me he olvidado de ello. Le pido perdón muy humildemente y con todo el afecto que me es posible. El lugar que ahora está vacante es por la muerte de un hombre que había colocado allí el señor abad Brisacier con motivo de una fundación que había hecho uno de sus hermanos para mantener a seis personas pobres, y que el mencionado señor abad tuvo el pensamiento de que se llevara a cabo en ese pequeño hospital; pero el fundador del mismo no lo ha juzgado conveniente y me ha ordenado que nos deshiciéramos de esas personas; tengo el encargo de pasarle aviso y de decirle que retire a los otros tres pobres que quedan. Así, pues, no queda ninguna plaza; pero le ruego, con todo el afecto de mi corazón, que no deje de enviarnos a esa buena mujer. No importa decir que habrá de ser supernumeraria; pronto quedará vacante alguna plaza; se la daremos con mucho gusto. Le suplico, pues, señor, que la envíe cuanto antes y que crea que soy en el amor de nuestro Señor y de su santa Madre su muy humilde y muy obediente servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión

///.

Cartas a Luisa de Marillac

223

desafecto que tiene? Déjele, pues, y entregúelo todo al querer o no querer de nuestro Señor. Sólo a El le pertenece dirigir a esas pequeñas y tiernas almas. Más interés tiene El que usted, ya que a El le pertenece más. Cuando tenga la dicha de verla, le diré el pensamiento que tuve un día y que le dije a la señora de Chantal sobre este asunto, con lo que ella se vio consolada y libre, por la misericordia de Dios, de una pena semejante a la que usted puede tener 2 . Así, pues, hasta la vista; y si la otra pena la sigue afligiendo, escríbame, que ya le contestaré. Dispóngase entre tanto a hacer un favor a dos jóvenes necesitadas que hemos creído conveniente que salgan de aquí y que le enviaremos dentro de unos ocho días, rogándole que las dirija a una persona honrada que les recomiende y les busque acomodo; si es que no conoce usted a alguna dama honrada que tuviere de ellas necesidad. En este lugar tendremos todavía ocupación durante unas semanas; después de ello, seré todo para usted y para la señorita Du Fay, a la que saludo con toda la amplitud de mi corazón, y pido a Dios que pueda encontrarlas con buena salud. Soy en el amor de nuestro Señor y de su santa madre, señorita, su más humilde y obediente servidor. VICENTE DE PAUL 3

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CARTAS 1.

A LUISA DE

MAR1LLAC

A LUISA DE MARILLAC

Señorita: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. No sé cómo me había imaginado, estos días pasados, que estaba enferma, hasta el punto de que la creía siempre en esa situación. ¡Dios sea bendito porque su carta me ha demostrado lo contrario! ¿Qué le diré ahora de su hijo sino que, como antes no había que estar muy seguros del afecto que tenía a la comunidad ', tampoco ahora hay que preocuparse mucho por el 3

Fundado en el mes de marzo del año 1653. Cf. S.V.P. VIII, 289-290; E.S. VIII, 287-288. 1. (CA).—El original se encuentra en poder de las Hijas de la Caridad, de la calle de Bernardins, 15, en París, donado por M. Duby, antiguo sacerdote de la parroquia. Debió de pertenecer a los religiosos de la abadía de San Víctor. 1 El seminario de Saint-Nicolas-du-Chardonnet.

Desde Joigny , 17 enero 1628.

2.

A LUISA DE MARILLAC

[Entre 1626 y mayo de 1629]1 No tiene razón, mi querida hija, al pensar que yo he creído que no había aceptado con agrado la propuesta de la señorita, porque no he pensado nunca en ello. Y no he pen2 Celso-Benigno, hijo de Santa Juana Francisca, muerto el 22 de julio de 1627 en la isla de Ré, luchando contra los ingleses; fue toda su vida, a causa sobre todo de su pasión por los duelos, el tormento de su madre. 3 Felipe Manuel de Condi, general de las galeras, era conde de Joigny, donde San Vicente había fundado su tercera cofradía de la Caridad

(L. ABELLY, O.C, I, C.X, 1.a ed.,

47).

Cf. S.V.P. I, 37-38; E.S. I, 106-107. 2. (CA).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. 1 Por el contenido de la carta vemos que Luisa de Marillac no estaba todavía decidida en su vocación y que la Congregación de la Misión estaba casi en los comienzos.

224

P.U.

Selección de escritos

sado, porque estoy seguro de que usted quiere y no quiere lo mismo que Dios quiere o no quiere, y que no está jamás en disposición de querer y no querer más que lo que nosotros le digamos que nos parece que Dios quiere o no quiere. Reconozca, pues, su culpa en ese pensamiento y nunca le vuelva a dar entrada en adelante. Procure vivir contenta en medio de sus motivos de descontento y honre siempre el no-hacer y el estado desconocido del Hijo de Dios. Allí está su centro y lo que El espera de usted para el presente y para el porvenir, por siempre. Si su divina Majestad no le hace conocer, de una forma inequívoca, que El quiere otra cosa de usted, no piense ni ocupe su espíritu en esa otra cosa. Déjelo a mi cuenta; yo pensaré en ella por los dos. Pero pasemos al pequeño hermano Miguel. Cierto, querida hija, que esto me afecta; sus sufrimientos me son sensibles, y también los que usted tiene por amor a él. ¡Pues bien, todo será para un bien mayor! ¿Qué le diré ahora de aquel a quien su corazón quiere tanto en nuestro Señor? Va un poco mejor, al parecer, aunque siempre con alguna pequeña impresión de sus escalofríos. Por lo demás, le han propuesto y le apremian que marche a Forges 2 y que parta mañana, y el señor médico le aconseja que aproveche la ocasión que ahora se ha presentado de ir en carroza. Ciertamente, mi querida hija, todo esto me afecta mucho más de lo que podía expresar: ¡que se haga tanto por un pobre esqueleto! Pero, si no lo hago, se quejarán de mí nuestros padres 3 , que me apremian mucho porque les han dicho que esas aguas minerales me vinieron muy bien otros años en semejantes enfermedades. En fin, me he propuesto dejar hacer en la forma que me parece que haría nuestro bienaventurado padre 4 . Así, pues, si me marcho, le 2 Forges-les-Eaux, villa situada a seis leguas de Neufchátel (Sena Inferior). Esta localidad posee tres fuentes de aguas minerales ferruginosas, que se consideran muy tónicas y muy eficaces contra las obstrucciones intestinales y las hidropesías. Luis XIII, la reina Ana de Austria y el cardenal Richelieu fueron allá en 1632. Véase en la Revue hebdomadaire del 20 de agosto de 1910 el excelente artículo de E. MAGNE "Une station thermale au XVIP siécle: Forges-les-Eaux", 350-372. 3 Los sacerdotes de la Misión. 4 San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, muerto en Lyón el 28 de diciembre de 1622. Honró a San Vicente con su amistad. "Muchas veces tuve el honor de gozar de la intimidad de Francisco de Sales", decía el santo sacerdote en el proceso de beatificación de su ilustre amigo, el 17 de abril de 1628. San Vicente sólo hablaba del obispo de Ginebra con sentimientos de admiración: lo consideraba digno de los honores reservados a los santos.

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Cartas a Luisa de Marillac

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digo adiós, mi querida hija, y me encomiendo a sus oraciones y le ruego se mantenga como hasta ahora. No diga nada de esto a nadie, por favor, porque no sé si las cosas saldrán bien. Mi corazón no ha podido ocultárselo al suyo, ni tampoco a nuestra madre de Santa María 5 ni a la señorita Du Fay. Animo; ya le he dicho bastante a mi hija. He de acabar diciéndole que mi corazón guardará un tierno recuerdo del suyo en el de nuestro Señor y por el de nuestro Señor solamente, en cuyo amor y en el de su santa Madre quedo su humilde servidor. San Francisco de Sales, por su parte, según el testimonio de Coqueret, doctor por la Sorbona, decía que "no conocía a nadie que fuese tan digno y tan santo sacerdote como el señor Vicente" (Carta postulatoria del obispo de Tulle, del 21 de marzo de 1706). Por eso, cuando tuvo que designar un superior para el convento de la Visitación, establecido en París, su elección recayó en Vicente de Paúl. 5 Fueron los consejos del cardenal de Saboya, durante su común estancia en París, los que decidieron a San Francisco de Sales a fundar en dicha ciudad un convento de la Visitación. A su llamada, Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, ocupada entonces en la fundación de Bourges, acudió a París el 6 de abril de 1619, con tres de sus hijas. El obispo de Ginebra las instaló personalmente el 1 de mayo en una casa de alquiler del barrio de San Marcelo, y luego, en el mes de agosto, en un local más amplio del barrio de San Miguel. La comunidad se trasladó en 1621 del barrio de San Miguel a la calle de la Cerisaie, en el hotel de Petit-Bourbon, que había comprado Santa Juana Francisca, y en 1628, del hotel de Petit-Bourbon al hotel du Cossé, calle de San Antonio, donde el comendador Noel Brulart de Sillery hizo construir, a sus expensas, una magnífica capilla, cuya primera piedra puso él mismo el 31 de octubre de 1632. (Cf. Fondation du premier monastére de la Visitation Sainte-Marie de Paris, ms. conservado en la Visitación de Angers; Histoire chronologique des jondations de tout l'ordre de la Visitation de Sainte-Marie, Bibl. Maz., ms. 2.430; FEUBIEN, Histoire de la ville de París, III [París 1725], 5 vols. en 8.°, 1.312.) El primer monasterio tenía como superiora en 1629 a Elena-Angélica Lhuiller, nacida en 1592 de Francisco, señor de Interville, y de Ana Brachet, señora de Frouville, casada en 1608 con Tomás Gobelin, señor Du Val, maestro ordinario de la cámara de cuentas, recibida en la Visitación de París el 2 de julio de 1620, después de la anulación de su matrimonio, y por consejo de San Francisco de Sales profesa el 12 de febrero de 1622; reelegida superiora en varias ocasiones. San Vicente de Paúl decía de ella que "era una de las almas más santas que había conocido" (Sainte Jeanne-Francoise Frémyot de Chantal. Sa vie et ses oeuvres, V, París 1874-1880, 8 vols. en 8.a, 65, en nota). Fue él quien la puso en relación con el comendador de Sillery, con la esperanza de que ella acabaría de llevarlo a Dios. Esta santa religiosa murió el 25 de marzo de 1655 en el monasterio de Chaillot, del que había sido la primera superiora. Su nombre se recuerda con frecuencia en la vida de su hermana, Madame de Villeneuve, por el P. DE SALINIS, París 1918 (Vida manuscrita de la madre Elena-Angélica Lhuillier, Archivo de las Hijas de la Cruz de Tréguier). Cf. S.V.P. I, 62-64; E.S. I, 126-127.

P.I1.

226

3.

Selección de escritos

///.

A LUISA DE MARILLAC

[Hacia 1629]' Señorita: Le deseo buenas tardes y que no llore por la felicidad de Miguel, ni se apene por lo que le pueda suceder a nuestra hermana... Dios, hija mía, tiene grandes tesoros ocultos en su santa Providencia; ¡y cómo honran maravillosamente a nuestro Señor los que la siguen y no se adelantan a ella! —Sí, me dirá; pero es por Dios por quien yo me preocupo—. No es por Dios por quien se preocupa si se apena en su servicio.

humanidad 4 y los demás, no se apene cuanto falte a ellos. Dios es amor y quiere que vayamos a El por amor. No se juzgue, pues, obligada a todos esos buenos propósitos. Le pido me perdone que no la haya podido escribir hasta esta tarde, y que ruegue a Dios por nosotros. Soy, en su amor y en el de su santa Madre, señora 5 , su muy humilde servidor. V. D. P. Me agrada la práctica de devoción a María con tal de que proceda suavemente. Dirección: A la señorita Le Gras.

5. 4.

Bendito sea Dios de que ya se vea libre de su primera afección. De la otra hablaremos en nuestro primer encuentro; me refiero a la de su confesor 2 . Haga, sin embargo, lo que él le aconseja y además todo lo que su fervor le propone, excepto la disciplina, a no ser tres veces por semana. Lea el libro del amor de Dios 3 , especialmente donde trata de la voluntad de Dios y de la indiferencia. En cuanto a esos 33 actos a la santa Manuscrito San Pablo, 84. En las cartas ciertamente posteriores a esta fecha, ya no llama San Vicente a Luisa de Marillac "hija mía". Cf. S.V.P. I, 68; E.S. I, 131. 4. (CA).—Original en las Hijas de la Caridad de Somma Vesuviana (Italia). 1 La naturaleza de los consejos que da el Santo a Luisa de Marillac nos hace considerar esta carta como anterior a la fundación de las Hijas de la Caridad. 2 Luisa de Marillac se había puesto bajo la dirección de San Vicente en 1624 ó 1625. Estaba contenta y sufría mucho por las ausencias de su director. El Santo habría deseado mayor indiferencia. Le Camus, obispo de Belley, escribía ya a Luisa el 26 de julio de 1625: "Perdóneme, mi queridísima hermana, si le digo que se apega usted con cierto exceso a los que la conducen y se apoya usted demasiado en ellos. Se eclipsa el señor Vicente, y ya está la señorita Le Gras fuera de sitio y desorientada" (Archivo de las Hijas de la Caridad, original). 3 Le Traite de l'amour de Dieu (por San Francisco de Sales). Lyón 1620, en 8. a 1

A LUISA DE MARILLAC

A LUISA DE MARILLAC

[Hacia 1630] •

3.

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Cartas a Luisa de Marillac

[Entre 1634 y 1638]» Señorita: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Recibí ayer su carta y la memoria del reglamento de sus hijas, que todavía no he tenido tiempo de leer; lo haré tan pronto como me sea posible. En cuanto a lo que me dice de ellas, no dudo de que son tal como me las describe; pero es de esperar que se vayan haciendo y que la oración les hará ver sus defectos y las animará a corregirse de ellos. Será conveniente que les diga en qué consisten las virtudes sólidas, especialmente la de la mortificación interior y exterior de nuestro juicio, de nuestra voluntad, de los recuerdos, de la vista, del oído, del habla y de los demás sentidos; de los afectos que tenemos a las cosas malas, a las inútiles y también a las buenas, por el amor de nuestro Señor, que las ha utilizado de ese modo; y habrá que robustecerlas en esto, especialmente en la virtud de la obediencia y en la de la indiferencia; pero como el 1 En recuerdo de los treinta y tres años que pasó en la tierra nuestro Señor. 5 Esta palabra se le escapó a la pluma del santo. Luisa de Marillac no tenía derecho al título de señora (madame). Por otra parte, la carta va dirigida a mademoiselle Le Gras. Cf. S.V.P. I, 85-86; E.S. I, 148-149. 5. (CA).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. 1 Esta carta ha sido escrita después del establecimiento de las Hijas de la Caridad (29 noviembre 1633) y antes de la partida de Roberto de Sergis al Sur.

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P.ll.

///.

Selección de escritos

hablar mucho le perjudica, hágalo solamente de vez en cuando. Será conveniente que les diga que tienen que ayudarse en la adquisición de la virtud de la mortificación, y ser ejercitadas en ella; yo también se lo diré, para que estén dispuestas a ello. Dejémosle todavía las prácticas de la orden tercera a esa muchacha que pertenece a ella, y haga que tenga sus prácticas aparte el miércoles, si le parece bien. Me gustaría que esa viuda de Colombes 2 supiese leer; mándemela a que la vea, por favor; pero ¡qué!, acabo de ver, al leer de nuevo su carta, que tiene dos hijos; ¿cómo es que se la ha recibido, siendo así? Siempre me olvido de encargar que compren las estampas de sus hijas. Está por aquí el padre de Sergis; se las haré comprar a él. Van cuatro líneas para el hijo del señor Gallois 3 que está con el reverendo padre Faure 4 . Me gustaría poder confiar en él más de lo que confío. En fin, acabemos con la súplica que le hago de que cuide de su salud. Con esta esperanza, soy en el amor de nuestro Señor, su servidor muy humilde 5 , V. D. 2

Ayuntamiento de los alrededores de París. 5 Quizás el hijo de Felipe Gallois, notario de San Vicente. 4 Carlos Faure, nacido en Louveciennes (Seine-et-Oise) el 29 de noviembre de 1594, tomó el hábito de canónigo regular en la abadía de San Vicente de Senlis y profesó el 1 de marzo de 1615. Los ejemplos de relajación que tenía a la vista no detuvieron sus progresos en la virtud. Su fama de santidad llegó a oídos del rey, que le confió la delicada misión de establecer la reforma en el monasterio de Santa Genoveva de París. El éxito fue tan completo que el cardenal de La Rochefoucauld, para extender la reforma, agrupó en una congregación, denominada Congregación de Francia, diversas casas de canónigos regulares esparcidas por todo el reino, las puso bajo la dependencia de la abadía de Santa Genoveva y nombró al padre Faure vicario general del nuevo Instituto. El padre Faure visitó las casas, impuso allí el reglamento, fundó seminarios. La Congregación de Francia quedó canónicamente erigida por bula del 3 de febrero de 1634. El 17 de octubre, el capítulo general elegía al padre Faure superior general para una duración de tres años. Fue reelegido en 1637. Como las Constituciones no permitían una tercera elección, cedió su lugar en 1640 al padre Boulart, pero conservó unos poderes tan amplios, que su sucesor no podía hacer nada sin su consejo. Terminado el trienio del padre Boulart, el padre Faure fue puesto de nuevo al frente de la Congregación de Francia. Cayó enfermo aquel mismo año y murió el 4 de noviembre de 1644. Sus relaciones con San Vicente fueron más bien frías y reservadas. Ha dejado varias obras ascéticas (cf. LALLEMAND ETCHARTONNET, o.c). 5 San Vicente concluye su carta con las iniciales "v. s. V. D.", sin darse cuenta que se repite la fórmula su servidor. Cf. S.V.P. I, 277-279; E.S. I. 304-306.

6.

Cartas a Luisa de Marillac

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A LUISA DE MARILLAC

[Octubre 1638]' Señorita: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. De muy buen grado pido a nuestro Señor que les dé su santa bendición a nuestras queridas hermanas y que les dé parte del espíritu que les dio a las santas mujeres que lo acompañaban y cooperaban con El en la asistencia de los pobres enfermos y en la instrucción de los niños. Dios mío, señorita, ¡qué felicidad para esas buenas hermanas ir a proseguir la caridad que nuestro Señor ejercía en la tierra, en el lugar a donde van! ¿Quién diría, al verlas juntas, a esas dos tocas 2 , en ese coche, que van para una obra tan admirable a los ojos de Dios y de los ángeles, que el Hijo de Dios la encontró digna de El y de su santa Madre? ¡Oh, cómo se alegrará el cielo al verlo y cuan admirables serán las alabanzas que ellas obtendrán en el otro mundo! ¡Cómo caminarán con la cabeza levantada el día del juicio! Me parece ciertamente que las coronas y los imperios no son más que lodo en comparación de aquellas con que serán coronadas. Sólo queda procurar que se porten con el espíritu de la santa Virgen en su viaje y en sus obras; que la vean muchas veces como ante sus ojos, delante o al lado de ellas; que actúen como se imaginarán que actuaría la santa Virgen; que consideren su caridad y su humildad, y que sean muy humildes ante Dios y cordiales consigo mismas, bienhechoras para con todos y que no desedifiquen a nadie; que cumplan con sus pequeños ejercicios todas las mañanas, o antes de partir el coche, o en el camino; que lleven algún libro para leer de vez en cuando, y que otras 3 recen el rosario; que contribuyan a las conversaciones que se tengan de Dios, pero no a las del mundo, y menos aún a las libertinas, y que sean como rocas contra las familiaridades que algunos hombres querrían tener con ellas. Dormirán aparte en una habitación, que pedirán de antema6.

(CA).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. Mes y año de la partida de Bárbara y Luisa para Richelieu. Alusión al tocado de las Hijas de la Caridad. "Las primeras Hijas de la Caridad, casi todas originarias de los alrededores de París, conservaron los vestidos usuales entre las mujeres del pueblo, o sea, la ropa de sarga gris y una pequeña cofia o gorro de tela blanca, llamado toquois, que ocultaba los cabellos" (BAUNARD, o.c, p.297). 5 Otras veces. 1

2

P.II.

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///.

Selección de escritos

no en las hosterías, o en la de algunas honestas mujeres, si las hay en el coche; y si no hay en las hosterías de los coches, que se alojen al lado, si encuentran esa comodidad. Al llegar a Richelieu, irán ante todo a saludar al Santísimo Sacramento, verán al padre Lamberto, recibirán sus órdenes y procurarán cumplirlas con los enfermos y los niños que vayan a la escuela, observando los pequeños ejercicios de cada día que ahora practican; se confesarán solamente cada ocho días, a no ser que haya alguna fiesta principal durante la semana; procurarán ser útiles a las almas mientras cuidan los cuerpos de los pobres; honrarán y obedecerán a las oficialas de la Caridad y respetarán mucho a las demás, y las animarán a que se aficionen a su santo ejercicio; y continuando de esta manera, resultará delante de Dios que habrán llevado una vida muy santa y que de unas pobres muchachas se habrán convertido en reinas del cielo; es lo que le pido a Dios, en cuyo amor soy, con ellas y con su querida superiora, muy humilde servidor, V. D. Le ruego me diga si el mozo le ha entregado las 50 libras que le envié por medio de él, y que ruegue a Dios por la buena señora de Liancourt, que ha empeorado mucho 4 .

7.

A LUISA DE MARILLAC

[Julio 1647]' Bendigamos a Dios, señorita, de que purgue a la Compañía de personas de esa clase y honremos la disposición de nuestro Señor, cuando le abandonaban sus discípulos. A los que se quedaban les decía: ¿También vosotros queréis marcharos? 2 No sé qué podrá hacerse con esas hermanas cuando se las encuentre; no tenemos autoridad para detenerlas; son libres; 4 Palabras tachadas: Me ha indicado que fuese a buscarla y el Señor Martinot... le ha rogado que me excuse... a causa... Cf. S.V.P. I, 513-515; E.S. I, 508-510. 7. (CA).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. 1 San Vicente escribió estas palabras en la misma carta de las hermanas de la casa madre, de la que hablaba a Luisa de Marillac, entonces en Bicétre. 2 Jn 6,68.

Carlas a Luisa de Marillac

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deje que se vayan. Yo mandaré a alguien al coche de Sedán, que no sale hasta las nueve. El padre Galláis no está por aquí 3 ; hace días que está en Picardía. No se marcharán las dos por allí. Habrá que avisar al padre de Petra de lo que ha hecho tanto en Angers como en Nantes. No creo que tenga usted que decir nada nuevo a Juana Lepeintre 4 , sino sólo algunas palabras sobre su enfermedad 5 , y darle un poco de ánimo, y decirle que haga lo posible para devolver a CfatalinaJ Bagard. Y cuando pase [alguna cosa] 6 , ¡enhorabuena! En nombre de Dios, no [nos extrañemos] de nada. Dios hace siempre las cosas para lo mejor.

8.

A LUISA DE MARILLAC

París, 2 septiembre [1649]x Señorita: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Es usted demasiado impresionable por la salida de sus hijas. En nombre de Dios, señorita, esfuércese en adquirir la gracia de la aceptación de tales momentos. Es una misericordia de nuestro Señor con la Compañía el que la purgue de esta manera, y esto será una de las primeras cosas que nuestro Señor le hará ver en el cielo. Esté usted segura de que ninguna de las que nuestro Señor ha llamado a la Compañía abandonará su vocación; ¿y qué puede usted hacer con las otras? Es verdad que Renata y Maturina se han salido y que Ana María no tardará en hacerlo, por lo visto; dejemos que se vayan; no le faltarán hermanas. El padre Thibault me dice que tiene preparadas tres o cuatro, si queremos que nos las envíe. Le he contestado que decidiremos de esto cuando usted vuelva, si es que no pasa usted por Chantilly; hágalo, pues, si le parece bien. 3 Guillermo Galláis había sido superior de Sedán, de donde era natural la hermana Petra; puede ser que él mismo la enviara a las Hijas de la Caridad. 4 Entonces superiora de Nantes. 5 Un flemón (Lettres de Louise de Marillac 323). 6 El mal estado del original no nos permite dar como cierta la lectura de estas palabras y de las que siguen a nos extrañemos. Cf. S.V.P. III, 212-213; E.S. III, 191. 8. (CA).—Original en las Hijas de la Caridad de Toulouse, calle Mage, número 2. 1 San Vicente contesta a las cartas 1182 y 1183.

P.ll.

232

Selección de escritos

IV.

Tuvimos ayer la reunión general; nunca había visto a las damas tan animadas por esta obra buena. La señora de Romilly me ha hablado del asunto que usted conoce. Me ha dicho que le dará quince mil libras a esa buena señorita y que puede esperar otras tantas a la muerte de sus padres. Le expuse la situación financiera del señor baillí 2 en presencia de la señora de Aiguillon, que fue del parecer que sólo se tratase de esas cosas en general, lo mismo que usted. Esta buena señora estaba encargada, por parte de la muchacha, de informarse sobre la persona y sobre sus bienes. Vi luego al padre Delahaie y le confié este asunto; él tendrá que darme informes de su parte. Esto es, señorita, cuanto puedo decirle de momento, añadiendo que le ruego expresamente que dé gracias a Dios por el hecho de purgar de esta forma a su pequeña compañía; ruego al Señor que la bendiga y quedo en su amor su muy humilde servidor, VICENTE DEPAUL.

i. s. d. 1. M.

IV.

CARTAS

1.

A SACERDOTES

DE LA

MISIÓN

A FRANCISCO DU COTJDRAY, SACERDOTE DE LA MISIÓN

Señor: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Hace tres días que hemos llegado con buena salud, gracias a Dios, a esta ciudad, en donde comenzó ayer el examen de los ordenandos', que continuará hoy, viernes, y mañana, para 2

Miguel le Gras, baillí de San Lázaro. Cf. S.V.P. III, 479-480; E.S. II, 436-437. 1. Colección del proceso de beatificación. 1 En julio de 1628, dice L. Abelly (o.c, I c.XXV, 117), en el curso de m. viaje, después de una conversación con San Vicente, el obispo de Beauvais decidió recibir en su casa a los ordenandos, en el mes de septiembre, para proporcionarles los conocimientos necesarios a su nuevo estado e instruirles en las virtudes que tenían que practicar. El Santo preparó un reglamento escrito y vino a disponerlo todo quince días antes de la ordenación. Aquél fue el origen de los retiros para los ordenandos, que deberían atraer a San Lázaro a Bossuet, al comendador de Sillery y a tantos ilustres personajes.

Cartas a sacerdotes de la Misión

233

empezar el domingo próximo los ejercicios, cuyo primer pensamiento inspiró Dios a monseñor de Beauvais 2 . El plan era que dichos ordenandos vivieran y se alojaran juntos en el colegio 3 , adonde iría a vivir con ellos el señor Duchesne el joven 4 , para hacerles observar el reglamento que se les ha prescrito para el empleo de la jornada. Y monseñor de Beauvais hará la apertura del ejercicio el domingo por la mañana; y el señor Messier5, el señor Duchesne 6 y yo 7 hemos de hablar alternativamente por turno, según la materia que se ha juzgado conveniente; y el señor Duchesne el joven y otro bachiller, párroco de aquí, tienen que enseñar las ceremonias requeridas a cada orden. ¡Quiera nuestro Señor conceder su santa bendición a esta buena obra, que parece ser útil a su Iglesia! Le ruego que la encomiende a nuestro Señor. ¿Cómo sigue la Compañía? ¿Están todos bien de salud? ¿Están alegres? ¿Se continúan observando los pequeños reglamentos? ¿Estudian y se ejercitan en la controversia? Le ruego, señor, que se esfuercen en saber bien el manual de Bécan 8 . Es imposible ponderar bastante la utilidad que tiene ese librito. 2 Agustín Potier, señor de Blancmesnil, consagrado en Roma el 17 de septiembre de 1617, renovó su diócesis, con la ayuda de San Vicente y de Adriano Bourdoise. Llamó a las ursulinas a Beauvais y a Clermont, hizo que se dieran misiones, en las que personalmente tomó parte, estableció un seminario en su palacio episcopal y multiplicó las cofradías de la Caridad. Llegó a ser capellán mayor de la reina y formó parte del consejo de conciencia. Nombrado primer ministro a la muerte de Luis XIII, iba a recibir el capelo cardenalicio cuando la influencia de Mazarino prevaleció sobre la suya. Murió el 20 de junio de 1650. (cf. DELETTRE. Histoire du diocése de Beauvais, III [Beauvais 1842-1843] 3 vols. en 8.Q, 377-438; F. POTIER DE LA MORANDIÉRE, Augustin Potier [París 1902], en 8,Q). 3 Le Clerc, amigo íntimo de Bourdoise, era el principal de ellos. La época de vacaciones le dio todas las facilidades para disponer del colegio en favor de los ordenandos. 4 Bernardo Duchesne, doctor por la Sorbona, formaba parte de la comunidad de Bourdoise desde sus orígenes. Tomó parte activa en las obras de este santo varón. 5 Luis Messier, uno de los primeros compañeros de Bourdoise, del que era el brazo derecho, arcediano de Beauvais y doctor por la Sorbona. Su hermano fue párroco de Saint-Landry y decano de la facultad de teología de la Sorbona. 6 Jerónimo Duchesne, doctor por la Sorbona, miembro de la comunidad de San Nicolás desde 1612, llegó a ser arcediano de Beauvais. Había dado una misión en Montmirail en 1621 en compañía de San Vicente (L. ABELLY,o.c, I c.XIII, 55). 7 San Vicente explicó el decálogo. Jerónimo Duchesne asistía a sus charlas. Se sintió tan impresionado, que quiso hacer también él su confesión general con el Santo (L. ABELLY, o.c, I, c.XXV, 118). 8 Martín Bécan, jesuita belga, escribió contra los calvinistas gran número

234

P.ll.

IV.

Selección de escritos

Desde que salí de ahí ha querido Dios servirse de este miserable para la conversión de tres personas, y tengo que confesar que la mansedumbre, la humildad y la paciencia en el trato con estos pobres descarriados es el alma de este bien. Las dos primera personas no me han costado nada, porque ya tenían disposición; pero ha sido menester emplear dos días con la tercera. He querido decirle esto para mi confusión, para que la compañía vea que, si Dios ha querido servirse del más ignorante y miserable de ella, con mayor eficacia se servirá de cada uno de los de dicha compañía. Monseñor de Beauvais no ha determinado aún el día en que ha de comenzar la misión en esta diócesis en el mes de octubre. Quiere que sea en esta primera semana; pero yo intentaré aprovechar el tiempo en este intervalo para ir a verles, para ver las cuentas internas de la compañía desde la última vez que se hizo, a fin de que esto sirva de disposición para el próximo empleo. ¿Cómo sigue el señor Lucas con su trabajo? ¿Le va bien ese empleo? ¿Le resulta bien cenar y dormir en el colegio? 9 ¿Asiste todas las fiestas10 a nuestras conferencias? Le suplico a usted que salude a toda nuestra compañía, en común y en particular, y que le diga al señor Lucas que le ruego presente a monseñor de Bazas u mis humildes servicios; a usted le ruego que tenga cuidado con su salud y que me diga si el señor de Saint-Martin 12 ha venido al colegio y si va a ver al señor de Bazas con el señor Lucas. Me olvidaba de decirle que creo hará bien en preguntar al sastre que trabaja en casa si piensa entrar en la congregación 13. Otras veces lo ha pensado; pero su corta vista y la dificultad que sentía a veces de encargarse de la cocina le retuvo, y a mí también. Adiós, mi querido padre 14 . Quedo en el amor de nuestro de opúsculos. Compuso además una Suma teológica, una Analogía del Antiguo y del Nuevo Testamento, un manual de controversias y un compendio de este mismo manual. Bécan era muy apreciado en su época, sobre todo por su claridad y por su método. 9 Colegio de Bons-Enfants. 10 Palabra de lectura dudosa. 11 Juan Jauberto de Barrault de Blaignac, obispo de Bazas (1611-1630) y luego de Arles (1630-30 de julio de 1643). 12 Compatriota del Santo. 13 En 1628 no entró ningún hermano coadjutor en la Congregación de la Misión. 14 Este título tan familiar se lo da el Santo en varias cartas a Francisco du Coudray. Cf. S.V.P. I, 64-68; E.S. I, 128-131.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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Señor y de su santa Madre, señor, vuestro muy humilde y obediente servidor, VICENTE DEPAUL

Desde Beauvais, 15 septiembre 1628. Dirección: Al señor du Coudray, eclesiástico, en el colegio de Bons-Enfants, junto a la puerta de Saint-Victor, en París. 2.

A FRANCISCO DU COUDRAY, SACERDOTE DE LA MISIÓN, EN ROMA

1631 Es preciso que haga entender que el pobre pueblo se condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse. Si Su Santidad supiese esta necesidad, no tendría descanso hasta hacer todo lo posible para poner orden en ello; y que ha sido el conocimiento que de esto se ha tenido lo que ha hecho erigir la compañía para poner remedio de alguna manera a ello; que, para hacerlo, hay que vivir en congregación y observar cinco cosas fundamentales de este proyecto: 1.a, dejar a los obispos la facultad de enviar misioneros [a la] parte de sus diócesis que les plazca; 2.a, que estos sacerdotes estén sometidos a los párrocos de los sitios adonde vayan a hacer la misión, durante el tiempo de la misma; 3.a, que no tomen nada de esas pobres gentes, sino que vivan a sus expensas; 4.a que no prediquen, ni catequicen, ni confiesen en las ciudades donde haya arzobispado, obispado o presidial, excepto a los ordenandos y a los que hagan ejercicios en la casa; 5.a, que el superior de la Compañía tenga la dirección entera de la misma; y que estas cinco máximas tienen que ser como fundamentales de esta congregación. Observe cómo la opinión del señor Duval' es que no es 2.

Reg. 2, 1. Andrés Duval, célebre doctor de la Sorbona, autor de varias obras importantes, amigo y consejero de Vicente de Paúl, nació en Pontoise el 15 de enero de 1564 y murió en París el 9 de septiembre de 1638. El Santo no tomaba ninguna decisión importante sin recurrir a sus luces. Pidió su parecer antes de aceptar la casa de San Lázaro (L. ABELLY, O.C, I c.XXII, 97) y de establecer los votos en la congregación de la Misión (carta del 4 de octubre de 1647). El humilde doctor se emocionó un día al ver su retrato en una de las salas de San Lázaro; insistió tanto, que San Vicente tuvo que quitar el cuadro (R. DUVAL, Vie d'André Duval, docteur de Sorbonne, ms.; J. CALVET, Un confesseur de saint Vincent de Paul: Petites Annales de saint Vincent de Paul [mayo 1903], 135). Cf. S.V.P. I, 115-116; E.S. I, 176-177. 1

PAL

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Selección de escritos

preciso cambiar nada del proyecto cuya memoria le envío. Pase con las palabras; pero en cuanto a la sustancia, es menester que quede entera; de otra forma, no sería posible quitar ni añadir nada sin que se causase un gran perjuicio. Este pensamiento es solamente suyo, sin que yo le haya hablado de ello. Manténgase, pues, firme y dé a entender que hace largos años que se piensa en esto y que tenemos ya experiencia.

3.

A SANTIAGO P E R D U 1

Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. ¡Bendito sea Dios por las dificultades en que El ha querido que se encuentre usted! En estas ocasiones hay que honrar las que tuvo su Hijo sobre la tierra. Ellas fueron mucho mayores, padre, ya que, por la aversión en que le tenían a El y a su doctrina, le prohibieron la entrada en toda la provincia, y le costó la vida. Se cree que por eso previno a sus discípulos cuando les dijo que los enviaba como ovejas en medio de lobos, y les dijo que se burlarían de ellos, que les injuriarían en la cara, que los padres tomarían partido contra los hijos y que los hijos perseguirían a los padres, y finalmente, cuando justificó la ceremonia de sacudir sus vestidos cuando se encontrasen entre pueblos que no se aprovecharan de sus enseñanzas. Aprovechémonos, padre, de estos encuentros, y suframos como ellos las contradicciones que nos sobrevengan en el servicio de Dios. Alegrémonos como de un gran bien cuando nos sucedan, y empecemos en esa ocasión a utilizarlas como las utilizaron los apóstoles, a ejemplo de su maestro nuestro Señor. Si así lo hacemos, esté seguro de que los mismos medios por los que el diablo ha querido combatir a usted, le servirán para combatir contra él, y alegrará a todo el cielo y a las buenas almas de la tierra que lo vean o escuchen, y que aquellas mismas personas con quienes se debe usted ver, le bendecirán finalmente y le reconocerán como cooperador de su salvación; pero hoc genus daemoniorum non ejicitur nisi in oratione et patientia. 3.

Colección del proceso de beatificación. Sacerdote de la Misión, nacido en Granvilliers (Oise) el 19 de abril de 1607, recibido en la Congregación de la Misión el año 1630, ordenado sacerdote en 1632, enviado a Richelieu en enero de 1638, muerto en septiembre de 1644. 1

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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La santa modestia y el recogimiento interior de la compañía serán otros tantos medios, especialmente la circunspección en las preguntas que es difícil hacer bien en la confesión. Por el amor de Dios, padre, trate con los demás de las cosas que hay que preguntar y de qué manera. El padre Renar tiene mucha experiencia en estas cosas. Póngase de acuerdo con él y sepa dominar la aversión que tiene ese pueblo contra los misioneros, a fin de abstenerse de lo que le ha escandalizado, o hacer lo contrario, si llegara el caso. Le suplico, padre, que se informe de esto y que me dé aviso, como también del lugar de donde proviene el ruido de este escándalo. Una vez ponderadas todas las razones que me indica, creo que será conveniente no tener en adelante más que un catecismo, al que han de acudir todos los niños y niñas, a no ser que se decida lo contrario, si la muchedumbre lo exige. Y como la hartura de la palabra de Dios dat Mis nauseam, siga el consejo del padre Renar, por favor, en relación con el cese de las predicaciones los domingos y días de fiesta, e incluso los demás días, si él lo cree oportuno con el señor prior, por consejo del cual él le habrá dicho a usted lo que le ha dicho sobre las predicaciones, según creo, y sabiamente, ya que contraria contrariis curantur. ¡Oh, padre, hemos de acatar con buen gusto los consejos de los demás! San Vicente Ferrer pone esta práctica entre los medios de perfección y de santidad. Y si esto es bueno respecto a un particular, ¿por qué no en relación con la compañía? Y no vale decir que no los hemos acostumbrado a ello, ya que la voluntad de Dios es que nos acomodemos a las circunstancias de las personas, de los lugares y de los tiempos. Obremos, pues, de ese modo, y siempre verá cuánto valor tiene esto delante de Dios. Le envío el órgano y le enviaré quien lo toque, si es que el padre Régnier 2 no puede hacerlo o si sucede que este padre no es muy hábil y por eso desea usted que lo retire. Le suplico que le vigile bien, lo mismo que a Leleu 3 , y me dé cuenta exacta de su comportamiento. De la madera y de las demás cosas, tengo miedo de que el señor prior le niegue el pago. Haga el favor de informarse de dónde podrá recibirla y de si hay algún medio de obtenerla en otra parte, aunque las cosas cuestan muy caro. Alabo a Dios de que el buen señor prior de Aigue coma a 2 Santiago Régnier, sacerdote de la Misión, nacido en la diócesis de Boulogne, recibido en la Congregación de la Misión en el mes de agosto de 1627. 5 Este nombre no se encuentra en el catálogo de la Misión. Cf. S.V.P. I. 226-229: E.S. I, 272-274.

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P.11. Selección de escritos

IV.

veces con la compañía. Testimonie mi complacencia y agradézcale cariñosa y humildemente. Le suplico además que recomiende a la compañía la santa modestia, que es quizá uno de los medios más eficaces para aprovechar en ese pueblo. Esto es, padre, todo lo que puedo decirle por el momento, si no es que añado mis muy humildes saludos al señor prior, al padre Renar y al padre Flahan; y le ruego que encomiende a Dios un asunto de importancia y diga al padre Renar que quizá sea conveniente que asista el miércoles próximo, a las dos, a la reunión a la que acudirán los señores párrocos y en la que se tratará del catecismo; podrá volver ese mismo día y estar de regreso al día siguiente a mediodía. Buenas tardes, padre. Soy su servidor, VICENTE DEPAUL

Febrero 1634. Dirección: Al padre Perdu, sacerdote de la Misión, en Poissy. 4. A FRANCISCO DU COUDRAY, SACERDOTE DE LA MISIÓN, EN ROMA

25 julio 1634 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Recibí ayer la suya del 2 de este mes, en la que me hablaba de San Lázaro y de cómo han arreglado ese asunto. Me habla además de la versión de la Biblia siríaca al latín y del joven maronita, y me envía la copia de una parte de los privilegios que ha obtenido. Pues bien, le diré que vi ayer al señor abogado general Bignon, considerado de los más sabios y piadosos y de los más capaces en su cargo de toda la cristiandad', y le hablé de San Lázaro. Su parecer es que, aunque no cree nece4. Colección del proceso de beatificación. 1 Jerónimo Bignon, abogado general del Parlamento de París, consejero de Estado y bibliotecario del rey, era, según el testimonio de Moreri (Le grand Dictionnaire historique [París 1718], 5 vols. en 8.°), "uno de esos genios extraordinarios que los últimos siglos se pueden atrever a oponer a los grandes personajes de la antigüedad". A los catorce años, era ya autor de los Discours de la ville de Rome, principales antiquitez et singularitez d'icelle. Al año siguiente, apareció el Traite sommaire touchant l'élection du Pape. Su enorme ciencia jurídica lo convirtió en consejero de la Liga Hanseática (1654). Murió el 7 de abril de 1656, a los setenta años.

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sario que recurramos a Roma, conviene que lo hagamos, para arrancar, como él dice, todos los pretextos que luego pudieran inquietarnos, pero que procuremos sacarlo lo más barato que sea posible; que son mucho mil escudos; que haga un esfuerzo para que cobren lo menos posible; que les dé a entender que este beneficio no depende del papa, ni tampoco de los religiosos de San Agustín; que está en la ciudad de París y que su colación le ha pertenecido siempre al obispo de París; que los priores le han rendido cuentas todos los años de la administración de sus rentas; que dicha administración se les ha concedido hace sólo ochenta o cien años; que dichos bienes fueron administrados antes por sacerdotes seculares y algunas veces por laicos, porque era un hospital de leprosos; que está averiguado que hace unos trescientos años un obispo de París, llamado Fulco 2 , quitó esta administración a unos sacerdotes seculares que vivían en común en aquella casa, siendo uno de ellos el administrador, y se la dio a otros, sin más autoridad que la suya; que Poncher, obispo igualmente de París 8 , se la quitó a unos sacerdotes seculares, que vivían también en común y de los que uno era prior, nombrado por el obispo ad nutum —fíjese en esto—, y la puso en manos de los canónigos regulares de San Agustín, el año mil quinientos diecisiete, y dio la administración a uno de ellos, a quien nombró prior, que podía ser depuesto ad nutum, sin autoridad del papa, ni de ninguna otra más que de la suya, ni siquiera del rey o de la corte; que la provisión de esos priores ha sido siempre ad nutum; que todos han rendido cuentas al obispo de París y, finalmente, que jamás ningún prior ha tomado la provisión en la corte de Roma más que éste, con intento de perpetuarse, ocho o diez años después de haber sido hecho prior por el señor obispo de París, y puede ver eso mismo por sus provisiones, cuya fecha le he enviado; que le ruego mantenga y considere bien esta observación que aquí le hago sobre la naturaleza de San Lázaro, y para que la consideren los oficiales de esa corte; y, aunque el beneficio no depende del papa, sin embargo, por la devoción que tenemos 2 Fulco de Chanac, obispo de París desde 1342 al 25 de julio de 1349, fecha de su muerte. 5 Esteban de Poncher ocupó la sede de París desde 1503 hasta 1519. Por acta del 20 de febrero de 1518 "promete, tanto por sí como por sus sucesores, nombrar para dicho priorato y casa hospitalaria de San Lázaro a un religioso de la Congregación de San Víctor, mientras permanezca en la reforma, y en caso de que dicha reforma se relajase, dichos obispos de París volverán a entrar en sus derechos de establecer allí, como antes, los eclesiásticos que quieran" (Arch. Nat. MM 534).

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P.ll.

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Selección de escritos

de no poseer nada sin su autoridad, hemos deseado en esto su aprobación y su bendición. El señor abogado general, que conoce la corte de Roma, por haber estado allí, cree que, si usted representa bien todo esto a los oficiales, saldrá bien parado y a buen precio; que si, después de todo, no ha podido tener razón de ello un mes después de la recepción de la presente, él opina que esto no impide volver sobre el asunto; porque la confianza que debemos tener en la buena voluntad del señor Marchand, y las recomendaciones que desde aquí le haremos, nos permitirán llegar a un acuerdo razonable, tal como se hace a la larga en cosas semejantes. Por eso, padre, le suplico muy humildemente que actúe de este modo y que no se detenga en ello, como tampoco en la proposición que se le hace de trabajar en la versión de la Biblia siriaca al latín. Sé muy bien que la versión serviría para la curiosidad de algunos predicadores, pero no, según creo, para el bien de las almas del pobre pueblo, al que la Providencia de Dios ha predestinado a usted desde toda la eternidad. Debe bastarle, padre, el que, por la gracia de Dios, haya empleado tres o cuatro años en aprender el hebreo y que sepa lo bastante para sostener la causa del Hijo de Dios en su lengua original y confundir a sus enemigos en este reino. Piense, pues, padre, que hay millones de almas que le tienden la mano y le dicen así: ¡Ah, padre Du Coudray, que ha sido escogido desde toda la eternidad, por la providencia de Dios, para ser nuestro segundo redentor, tenga piedad de nosotras, que estamos sumidas en la ignorancia de las cosas necesarias a nuestra salvación y en los pecados que jamás nos hemos atrevido a confesar y que, sin su ayuda, seremos infaliblemente condenadas. Imagínese más aún, padre, que la compañía le dice que hace tres o cuatro años que está privada de su presencia, que empieza a disgustarse y que usted es de los primeros de la compañía, y que por eso necesita de sus consejos y ejemplos. Y escuche, por favor, padre, que mi corazón le dice al suyo que se siente sumamente agitado por el deseo de ir a trabajar y a morir en los Cévennes y que se marchará para allá, si no viene pronto a estas montañas, desde donde pide ayuda el obispo y dice que este país, que en otro tiempo era de los más devotos del reino, está ahora muriendo de hambre de la palabra de Dios; que no hay ninguna aldea donde todavía no queden algunos católicos entre los hugonotes, excepto cinco o seis; y que hay muchas en las que no hay sacerdotes, ni iglesias, que quizá esperan la salvación de usted y de mí. Venga, pues, padre, y no tarde, por favor, a no ser un mes

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o seis semanas para realizar algún esfuerzo en el asunto de San Lázaro; le aguardo, lo más tarde, para finales de noviembre; y traiga con usted, si le parece bien, al buen padre Gilioli 4 y a ese muchacho maronita, si cree que desea entregarse a Dios en esta pequeña compañía; y practique con él, mientras vienen, su griego vulgar, para enseñarlo aquí, si es preciso; ¿quién lo sabe? El señor embajador de Turquía 5 me ha hecho el honor de escribirme, pidiendo sacerdotes de San Nicolás y de la Misión, pues cree que podrán hacer allí más de lo que me atrevería a decirle. Bien, ya veremos lo que conviene hacer cuando venga, tanto en este asunto como en otros muchos que tocan a nuestra consolidación. Pero, en nombre de Dios, padre, haga todo lo posible para obtener las indulgencias que ha concedido Su Santidad a los reverendos padres jesuítas y a los del Oratorio cuando van a misionar al campo. La indulgencia es plenaria para los que asistan a sus instrucciones, se confiesen y comulguen con ellos en los pueblos. Y quiera Dios que pueda usted obtenerlas también para las cofradías de la Caridad, que hacen maravillas, por la gracia de Dios. La hemos establecido en varias parroquias de esta ciudad y hemos fundado una hace poco, compuesta de cien o de ochenta damas de alta calidad 6 , que hacen la visita todos los días y asisten, de cuatro en cuatro, a ochocientos o novecientos pobres o enfermos, con helados, caldos, consomés, confituras y otras clases de dulces, además de su alimento ordinario, que les proporciona la casa, para disponer a esas pobres gentes a hacer confesión general de su vida pasada y procurar que los que mueran partan de este mundo en buen estado, y los que sanen prometan seriamente no ofender más a Dios; de forma que esto se lleva a cabo con una bendición particular de Dios, y no solamente en París, sino también en las aldeas; y para esta cofradía de la Caridad es para la que le pide indulgencias la señorita Aubry de Vitry, esto es, para las mujeres que sean del cuerpo de la cofradía y para los que se ocupan de las limosnas. Basta, padre; ya resulta larga esta carta; pero ¿qué?, no hay manera de quitarme la pluma de la mano, tanto es el consuelo que tengo al hablarle. 4 Juan Gilioli, sacerdote de la Misión, inscrito por descuido en el catálogo de hermanos coadjutores, había nacido en Ferrara hacia 1606 y entró en la Congregación de la Misión en julio de 1629. 5 El conde de Marcheville. 6 Las damas del Hótel-Dieu.

S. V. Paúl 2

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P.ll.

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Selección de escritos

Y aún tengo que pedirle que nos traiga cinco o seis libros semejantes a los tres primeros que nos envió usted sobre las parroquias de la congregación de sacerdotes de la Asunción de Nuestra Señora en los jesuitas de Ñapóles, compuestos por el padre Savone, S. J., y si hay algún otro que nos pueda servir para las misiones y para nuestros ordenandos. Por lo demás, el señor de Creil 7 no me ha pedido dinero. Esperaré a que lo haga, porque ya le he enviado y no se le ha encontrado, y creo que, si hubiese recibido la orden, nos lo habría hecho pedir. Rogándole que tenga cuidado de su salud, soy entre tanto, en el amor de nuestro Señor, su muy humilde servidor, VICENTE DEPAUL

Me olvidaba de decirle que no he recibido las bulas y que alabo a Dios porque ha conseguido usted que las corrigieran y tengo por ello una alegría que no puedo expresar. Dirección: Al padre Du Coudray, sacerdote, en Roma.

5.

A A N T O N I O PORTAIL, SACERDOTE DE LA MISIÓN

Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. He recibido dos cartas suyas desde su partida, o mejor dicho, tres: una desde Brie-Comte-Robert x , otra desde Lypn, y la última, al día siguiente de Quasimodo 2 , desde Luzarehes 3 , su primera misión; y no he respondido a la primera porque no la he recibido hasta hace ocho días poco más o menos, y creí que mi contestación no le llegaría a Lyón; ni a la segunda, porque no lo creí conveniente. Le contestaré ahora a las tres. Le diré, pues, por lo que se refiere a la primera, que no creo que necesite otra licencia más que la que yo le mandé; 7 Cf. COSTE. P., O.C, I p.249; trad. esp. SIGÚEME, I p.284. Cf. S.V.P. I, 249-254; E.S. I, 284-288. 5. Colección del proceso de beatificación. 1 Hoy capital de cantón en Seine-e¡-Marne. Esta localidad había recibido ya la visita de los misioneros y del propio San Vicente; poseía su cofradía de la Caridad desde hacía cuatro años. Gracias a una fundación del comendador de Sillery, se daría allí una misión cada cinco años. 2 16 de abril. 5 Hoy capital de cantón de Seine-et-Oise.

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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sobre la segunda, que alabo a Dios por lo que me indica en su nota. Hablemos de la tercera. Ciertamente, padre, me ha consolado más de lo que podría decirle por la bendición que ha querido conceder Dios a sus pobres catecismos y a las predicaciones del padre Lucas, que me dice usted son muy buenas, y a todo lo que de allí se ha seguido. ¡Qué bueno es, padre, que se haya visto humillado, ante todo porque de ordinario es lo que sucede en todo progreso, y porque es ésa la suerte que nuestro Señor prepara a aquellos de los que desea servirse útilmente! Y él mismo, ¡cómo fue humillado también desde el comienzo de su misión! Como extrema gaudii luctus occupatA, también a los que trabajan en la angustia y el agobio se les ha dicho que tristitia eorum vertetur in gaudium. Amemos, pues, esto último y temamos lo primero. Y en nombre de Dios, padre, le ruego que entre por estos pensamientos, lo mismo que el padre Lucas, de no pretender de sus trabajos nada más que vergüenza, ignominia y, finalmente, la muerte, si Dios quiere. Un sacerdote debería morirse de vergüenza antes que pretender la fama en el servicio que hace a Dios y por morir en su lecho, viendo a Jesucristo recompensado por sus trabajos con el oprobio y el patíbulo. Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo. Pues bien, puestos estos fundamentos, démonos al menosprecio, a la vergüenza, a la ignominia y desaprobemos los honores que recibimos, la buena reputación y los aplausos que se nos dan y no hagamos nada que no sea para este fin. Trabajemos humilde y respetuosamente. Que no se desafíe en la cátedra a los ministros; que no se diga de ellos que no son capaces de mostrar ningún pasaje de sus artículos de fe en la Sagrada Escritura, a no ser rara vez y con espíritu de humildad y de compasión; si no, Dios no bendecirá nuestro trabajo. Alejaremos a las pobres gentes de nosotros. Creerán que ha habido vanidad en nuestra conducta, y no creerán en nosotros. No se le cree a un hombre porque sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos. El diablo es muy sabio, pero no creemos en nada de cuanto él nos dice, porque no lo estimamos. Fue preciso que nuestro Señor previniese con su amor a los que quiso que creyeran en El. 4

Prov 14,13.

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P.II.

Introducción

a los escritos

Hagamos lo que hagamos nunca creerán en nosotros si no mostramos amor y compasión hacia los que queremos que crean en nosotros. El padre Lamberto y el padre Soufliers, por haber obrado de ese modo, han sido tenidos por santos en todas partes, y nuestro Señor ha hecho grandes cosas por medio de ellos. Si obran ustedes así, Dios bendecirá sus trabajos; si no, no harán más que ruido y fanfarrias, pero poco fruto. No le digo esto, padre, porque yo haya sabido que haya hecho el mal que digo, sino para que se guarde de él y trabaje con constancia y humildemente y en espíritu de humildad 6 . Que el padre Lucas siga con las predicaciones, y usted con el catecismo. Dudo mucho que el señor Olier 6 y Perrochel 7 vayan a verles. El primero había partido ya, y el segundo debería seguirle unos días más tarde. Pero el señor Olier se ha visto detenido por la proposición que con insistencia le ha hecho el señor de Langres 8 para que tomara su obispado. Andan ahora en tratos. La cosa es todavía dudosa por causa de las 5 San Vicente sabía que Antonio Lucas, compañero de Antonio Portail, era de un temperamento ardiente y amigo de la controversia, para la que tenía por otra parte gran aptitud. 6 El señor Olier se arrepintió de no haber acudido en ayuda de los dos sacerdotes de la Misión. La pena que experimentó fue tan viva, que corrió peligro su salud. Tuvo durante dos años remordimientos y escrúpulos continuos, acompañados de "sequedades y grandes oscuridades", de lágrimas y suspiros" (FAILLON, O.C, I, 158.180.181). 7 Francisco Perrochel, nacido en París el 18 de octubre de 1602, era primo del señor Olier. Fue de aquel grupo de eclesiásticos piadosos y lleno de celo que se unieron a San Vicente para animarse con su espíritu y trabajar bajo su dirección. Dio misiones en varios lugares, especialmente en Auvergne, en Joigny y en el barrio de San Germán, formó parte de la conferencia de los martes y asistió a las reuniones en que se organizó la obra de retiros a los ordenandos. Obispo electo de Boulogne, fue invitado a dar las conferencias a los ordenandos reunidos en Bons-Enfants, y lo hizo tan bien, que a la reina le entraron ganas de oírlo. Impresionada por sus palabras, dejó al Santo abundante limosna para yudar a cubrir una parte de los gastos hechos por los ejercitantes. Francisco Perrochel fue consagrado en la iglesia de San Lázaro el 11 de junio de 1645. El episcopado de este santo prelado es uno de los más fecundos y gloriosos que ha conocido la diócesis de Boulogne. Cuando, debido a su edad y a sus achaques, el obispo de Boulogne se vio en la imposibilidad de gobernar convenientemente su diócesis, presentó su dimisión. Era en 1675. Coronó su carrera el 8 de abril de 1682 con una muerte digna de su vida (cf. VAN DRIVAL. Histoire des évéques de Boulogne [Boulogne-sur-Mer 1852], en 8.Q). 8 Sebastián Zamet, nacido en 1588, consagrado en 1615, muerto en su castillo de Mussy el 2 de febrero de 1655. El abad PRUNEL ha publicado su vida (Sebastián Zamet, évéque-duc de Langres, pair de France [París 1912], en 8.a) y sus cartas espirituales (Lettres spirituelles de Sébastien Zamet précedées des Avis spirituels [París 1911], en 8.°).

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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condiciones. Parece ser que más bien se hará la cosa 9 . Dicho señor Olier no dejará quizá por eso de hacer un viajecito hasta Pébrac para arrendar sus tierras. Si el señor Perrochel tiene algún compañero, quizá no deje de ir a verles. Ya se verá. Entre tanto, le suplico que me escriba con frecuencia y me indique a quién he de dirigir la carta en Mende. Esta tarde he enviado la carta del padre Lucas al padre Tinien, y al señor Olier la suya; pues ha sido esta mañana cuando he recibido la de usted. ¿Qué noticias podré darles de aquí? Todos están bien, gracias a Dios. Desde su partida hemos recibido a un gentilhombre lemosino que ha sido religioso, pariente del señor de Saint-Ángel, y a un estudiante de Auvernia 10 ; pero, en cambio, hemos convencido al señor Flahan que estaría mejor en otro sitio que aquí. Creo que recibiremos también a un primo del señor Meyster n ; antes era el hermano Esteban 12 . El padre 9 Esta carta es el único documento que hace mención de la oferta del obispo de Langres a Juan Santiago Olier. Su descubrimiento ha puesto fin a las conjeturas de los biógrafos del fundador de San Sulpicio (cf. F. MONIER, o.c, I, 128, nota 3). 10 Annet Savinier, nacido en Clermont-Ferrand, ordenado sacerdote en marzo de 1637. 11 Esteban Meyster fue uno de los mayores misioneros del siglo xvn. El señor Du Ferrier decía de él que era "el primer hombre del mundo para las misiones", y el padre De Condren, que era "hombre para oponer al anticristo". Había nacido en la ciudad de Ath (Bélgica), de la antigua diócesis de Cambrai. Lo atrajo la fama de San Vicente. Entró en la Congregación de la Misión a finales de 1634, después de haber recibido el subdiaconado, fue ordenado de sacerdote en 1635 y dejó a San Vicente en 1636 para asociarse a Juan Santiago Olier y ponerse bajo la dirección del padre De Condren. Predicó en varios lugares con gran éxito. Fue especialmente célebre la misión de Amiéns. Conquistó tanto ascendiente sobre el pueblo que, según se decía, podría haber entregado la ciudad a los españoles. El padre De Condren le escribía un día a Juan Santiago Olier: "Hemos de venerarlo y humillarnos por no ser dignos de la gracia que Dios le concede... Reconozco, según creo, y honro en él algo de la gracia apostólica de la que le suplico a nuestro Señor nos conceda alguna parte". Y añadía luego: "Nos puede servir de regla a los demás". En efecto, el señor Meyster no caminaba por las sendas ordinarias. Su juicio no estaba a la altura de su gran talento. "Era de poco sentido común y muy visionario", ha escrito el padre Rapin (Mémoires du P. Rene Rapin [ed. Aubineau. Lyon], 3 vols. en 8.°, t.I p.50). Atacado súbitamente de enajenación mental en medio de un sermón que predicaba al aire libre en Metz, bajo un sol ardiente, acabó miserablemente sus días poco después. Se encuentran bastantes datos sobre E. Meyster en la Vie de M. Olier, por F'AII.I.ON (cf. Récil véritable de la mort de M. Meyster, Bibl. Nac. fr. 22.445, f. 161). San Vicente dice en su carta que un primo del señor Meyster pedía su admisión en la Congregación de la Misión; era Carlos Aulent, nacido el 1 de febrero de 1614 en Ath, recibido entre los misioneros a finales de 1636, ordenado de sacerdote en 1640 y admitido a los votos el 11 de diciembre de 1644. 12 Se acostumbra en la Congregación de la Misión dar a los clérigos el

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P.Il-

IV.

Selección de escritos

de la Salle recibe mucha ayuda de Dios en su misión "; igualmente los que están en Normandía. Van a salir algunos para dos o tres sitios de la diócesis de Chartres y para dos de esta diócesis. He dicho al padre Du Coudray que vuelva con el padre Gilioli M. Y estas son todas nuestras noticias. Todavía no he leído su carta a la compañía; lo haré mañana, con la ayuda de Dios, en cuyo amor saludo y abrazo cariñosamente al buen padre Lucas y también a usted, padre, sin olvidar al buen hermano Felipe, con toda la sencillez con que le he hablado y con que soy, padre, su muy humilde y obediente servidor,

Cartas a sacerdotes de la Misión

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pues el hombre no puede nunca permanecer en el mismo estado, y los predestinados, según dice el Espíritu Santo, ibunt de virtute in virtutem2. Pues bien, el medio para ello es el reconocimiento continuo de las misericordias y bondades de Dios con nosotros, junto con el temor continuo o frecuente de hacerse indigno de ellas y dejar de ser fiel a los pequeños ejercicios, especialmente en los de la oración, la presencia de Dios, los exámenes, la lectura espiritual y hacer todos los días algunos actos de caridad, de mortificación, de humildad y de sencillez. Espero, padre, que la observancia fiel de estas prácticas acabará convirtiéndonos en buenos misioneros, según el corazón de Dios.

VICENTE DEPAUL

París, 1 de mayo de 1635. Dirección: Al padre Portail.

6.

7.

A BERNARDO CODOING, SUPERIOR DE ANNECY

7 de diciembre de 1641

A ESTEBAN BLATIRON, SACERDOTE DE LA MISIÓN, EN A L E T

9 de octubre de 1640 Todo lo que usted me escribe sobre sus ejercicios me llena de consuelo y me hace ver la dicha que supone tener delante de los ojos una buena dirección y un gran ejemplo 1 . Utilícelos bien, padre, in nomine Domini. Esfuércese continuamente y sin descanso en formarse sobre dicho modelo y llegará a ser un buen misionero, cada vez mejor. Acuérdese siempre de que en la vida espiritual no se tienen muy en cuenta los comienzos; lo que importa es el progreso y el final. Judas empezó bien, pero acabó mal; San Pablo acabó bien, aunque había comenzado mal. La perfección consiste en la perseverancia invariable por adquirir las virtudes y progresar en ellas, ya que, en el camino de Dios, el no avanzar es retroceder, nombre de hermanos y reservar a los sacerdotes el de padres. Cuando el padre Portail dejó San Lázaro para ir a la Misión, Esteban Meyster no era todavía sacerdote; se le llamaba ordinariamente hermano Esteban. Desde su ordenación, que tuvo lugar poco después, se le llamó padre Meyster. 1S Juan de la Salle y Juan Brunet daban misiones por Burdeos. 14 Ambos estaban en Roma o quizá de camino para París. Cf. S.V.P. I, 293-298; E.S. I, 319-323. 6. Reg. 2, 34. 1 Nicolás Pavillon, obispo de Alet.

Me dice usted que piensa poner el dinero a renta en manos del señor conde de N.; esto me da ocasión para decirle que me preocupa esto un poco y que me parece que hubiera sido mejor comprar o hacer construir alguna casa. Ya sé que también esto tiene sus dificultades; pero si usted me hubiera escrito diciéndome sus intenciones y sus razones, yo las hubiese pensado delante de Dios, lo mismo que procuré hacer con las del contrato; pero ya es demasiado tarde. Hubiese sido conveniente haberme indicado las dos propuestas, junto con las razones en favor y en contra de cada una, para que pudiera yo hacerme un juicio del asunto, ya que me cuesta aceptar algunas cláusulas demasiado duras del contrato. Por eso le ruego, padre, que no vuelva a hacer nada semejante sin escribirme. Incluso hubiera sido oportuno que usted me hubiese indicado la manera como deseaba emprender el seminario que ha comenzado. Me parece que ya se le había indicado que me enviase el proyecto antes de concluir nada; es lo que siempre han hecho los de la Compañía y lo que se practica en toda congregación bien ordenada. Me objetará usted que suelo tardar mucho, que a veces tiene que esperar por seis meses una respuesta que se podría haber dado en un mes y que entre tanto se pierden las oportunida2 Sal 83,8. Cf. S.V.P. II, 128-129; E.S. II, 107-108. 7. Reg. 2, 222. Cf. S.V.P. II, 206-208; E.S. II, 175-176.

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des y no se hace nada. A esto le respondería que es cierto que soy demasiado lento para responder y para hacer las cosas, pero que, sin embargo, no he visto todavía que se haya estropeado ningún asunto por mi retraso, sino que todo se ha hecho a su debido tiempo y con todas las cosas bien pensadas y las precauciones necesarias; sin embargo, me propongo en el futuro contestarle lo antes posible después de haber recibido sus cartas y haber considerado la cosa delante de Dios, que saca mucha gloria del tiempo que se emplea en considerar maduramente las cosas que se refieren a su servicio, como son todas las que nosotros llevamos entre manos. Así, pues, haga el favor de corregirse de esa rapidez en resolver y decidir las cosas, y yo procuraré corregirme de mi negligencia. Le suplico expresamente, en nombre de Dios, que me pase aviso de todas las cosas, con los pros y los contras de las que sean importantes, evitando añadir, quitar o cambiar nada de nuestra manera de vivir y realizar cualquier cosa de importancia sin escribirme antes y esperar mi respuesta. ¡Qué bien lo practicó esto el buen padre Lebreton y cómo bendijo Dios este proceder suyo! ¿Me atreveré a decirle una cosa sin avergonzarme? No hay remedio; es menester que se lo diga: al repasar por encima todas las cosas principales que han pasado en esta Compañía, me parece, y esto es muy elocuente, que si se hubieran hecho antes de lo que se hicieron, no habrían estado tan bien hechas. Por eso siento una devoción especial en ir siguiendo paso a paso la adorable providencia de Dios. Y el único consuelo que tengo es que me parece que ha sido sólo nuestro Señor el que ha hecho y hace continuamente las cosas de esta pequeña Compañía. En nombre de Dios, padre, atengámonos a ello, con la confianza de que nuestro Señor hará todo lo que él quiera que pase entre nosotros. Así lo espero de su bondad y de la atención que usted pondrá en seguir la súplica tan humilde y tan afectuosa que le hago por el amor de nuestro Señor...

8.

A G U I L L E R M O GALLÁIS, SUPERIOR DE SEDÁN

13 de febrero de 1644 Sus dos últimas cartas me hablan de la dificultad en que se encuentran ustedes; como respuesta, les diré que es raro hallarse en cualquier condición que sea, especialmente en la

IV.

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que ustedes están, sin caer en lenguas de murmuradores o en quejas de descontentos, y que es menester entregarse a nuestro Señor Jesucristo para hacer buen uso de todo en unión con el que él hizo de las contradicciones y calumnias que sufrió para enseñarnos a obrar como él en circunstancias parecidas. Y como no he podido comunicarle mis sentimientos de viva voz a propósito de la forma de comportarse en tales ocasiones, se lo voy a poner por escrito con toda sencillez. No es conveniente, padre, que nos mezclemos en negocios seculares, aunque tengan alguna relación con las cosas espirituales: l.Q Porque San Pablo les aconseja a los eclesiásticos que no se mezclen en cosas temporales y seculares'. 2.Q Porque nadie puede servir a dos señores, a Dios y al mundo, a lo espiritual y temporal, según dice nuestro Señor 2 . 3.Q Porque los asuntos en que nos mezclamos se referirán solamente a los católicos, o solamente a los de la religión 3, o a las relaciones entre un católico con un hugonote. Pues bien, mezclarse en un asunto de un católico contra otro católico, como, por ejemplo, intervenir ante el señor gobernador 4 o ante los administradores de justicia, parece que un corazón paternal no puede actuar de esta forma con sus hijos. Si es entre dos personas de la pretendida religión, quid tibí de filiis Belial? Y si es de un católico en contra de un hugonote, ¿qué sabe usted de si el católico tiene justos motivos en su demanda? Hay mucha diferencia entre ser católico y ser justo. 4.Q Aunque estuviera usted seguro de que es justa su demanda, ¿por qué no creer que el señor gobernador y los 8.

Reg. 2, 194. 2 Tim 2,4. Mt 6,24. 3 Los hugonotes. 4 Abraham de Fabert, uno de los generales más ilustres del siglo xvn, nacido en Metz en 1599. Nunca se dirá bastante de sus virtudes cívicas, de su talento militar y de sus cualidades administrativas. Fue consiguiendo todos los grados de la milicia por méritos propios, La famosa retirada de Mayence y el asedio de varias plazas fuertes le dieron ocasión de demostrar su valor. Le gustaba la disciplina y era el terror de los ladrones. Su fidelidad al rey y a su ministro se vio recompensada con las más eminentes dignidades: fue gobernador de Sedán en 1642, lugarteniente general en 1651 y mariscal de Francia en 1658. Murió en Sedán el 17 de mayo de 1662. Sé ha publicado la parte de su correspondencia que escribió de 1634 a 1652. Su vida ha sido escrita por el P. Barre (Vie de Fabert [París 1752], 2 vols. in-12), y por el general J. Bourelly (Le maréchal de Fabert [París 1879-1881], 2 vols. in-8.°). 1

2

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Selección de escritos

magistrados juzgarán de ese asunto según su conciencia, especialmente si no se refiere a una cuestión puramente religiosa? 5.Q Además, ¿de qué se trata? Ordinariamente, de dinero o de honor. Pues bien, a usted le toca exhortar, en particular y en general, a las almas que Dios le ha encomendado, a despreciar los honores y a soportar la pérdida de sus bienes, como hacía San Pablo, y no le corresponde a usted solicitar para que consigan o conserven su honor y sus bienes. ¡Ay, padre Galláis, mi querido hermano! ¡Qué buenos misioneros seríamos usted y yo si supiésemos animar a las almas con el espíritu del Evangelio, que debe conformarlas con Jesucristo! Le aseguro que es ése el medio más eficaz que podríamos utilizar para santificar a los católicos y para convertir a los herejes, y que nada podría hacerlos tan obstinados en el error y en el vicio como obrar de otra manera. Acuérdese, padre, de lo que dijo nuestro Señor a aquel que se quejaba de su hermano: Quis me constituit judicem ínter te et fratrem tuum?b Y a los que quieran servirse de usted para que recomiende sus asuntos, dígales: Quis me constituit advocatum vel negotiatorem vestrum? 6.Q Estas consideraciones y otras semejantes son las que me obligan a no mezclarme, en el cargo que la reina ha querido darme en su consejo de cosas eclesiásticas, más que en las cosas que son de esta naturaleza y que se refieren también al estado religioso y a los pobres, aunque los demás asuntos que me proponen tengan cierta apariencia de piedad y de caridad. Pero entonces, me dirá usted, ¿a qué me voy a dedicar? He aquí, padre, lo que se refiere a su vocación y en lo que únicamente tiene usted que trabajar: 1.a, en su propia perfección; 2.a, en la de su comunidad; 3.Q, en anunciar la palabra de Dios al pueblo católico de Sedán y, durante las misiones, a las pobres gentes del campo; 4.Q, en administrar los santos sacramentos; 5.°, en los oficios de la iglesia; 6.Q, en procurar el bien de los pobres, visitar a los enfermos, a los prisioneros civiles y también a los criminales, después de que se hayan enfrentado con ellos los testigos o, al menos, después de que se les haya formado proceso, y no antes, por miedo a que se quejen de usted, si les acusan de alguna cosa que le hayan confiado o confesado, o bien los jueces, si no confiesan la verdad. Un criminal, a quien yo había oído en 5

2 Re 15,4.

/['.

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confesión y que me había confiado su crimen, creyó en varias ocasiones que debería ahorcarse, por el miedo que le metió el demonio de que yo lo descubriera a los jueces. A todas estas ocupaciones puede usted añadir la de enseñar las cosas necesarias para la salvación a los pobres que pidan limosna por la ciudad o en casa, y la de reconciliar a las personas que tengan algunas diferencias entre sí y a las propias familias. También le corresponde el deber de dar consejo espiritual a las personas que se lo pidan y amonestar a los que vivan desordenadamente. [Pero qué!, me dirá usted, ¿podré ver a un católico oprimido por uno de la religión sin hacer nada por él? Le contestaré que esta opresión será por algún motivo y que se deberá a alguna cosa que el católico le deba al hugonote, o por alguna injuria o perjuicio que le haya hecho. Pues bien, en ese caso, ¿no es justo que el hugonote acuda a la justicia para que ponga remedio? ¿Será menos digno de censura el católico por ser católico? ¿O tendrá usted más razón para meterse en esos asuntos que la que tuvo nuestro Señor para no tocar los asuntos de aquel hombre que se quejaba de su hermano? Sí, pero los jueces son hugonotes. Es cierto, pero son también jurisconsultos y juzgan según las leyes, las costumbres y las ordenanzas; y aparte de su conciencia, hacen profesión de honor. Además, si usted se mete en los asuntos del católico, los ministros harán lo mismo con los de su partido, y usted debe juzgar que les atenderán a ellos más que a usted y que de esta forma perjudicará al católico, ya que al interceder por él, provocará usted en su contra a otro más fuerte. No es con los jueces, me dirá usted, con los que intercederé; me dirigiré al señor gobernador, para que interponga su autoridad ante los jueces. Le responderé a esto dos cosas: la primera, que el señor gobernador, que es tan bueno, escuchará al pobre hombre que se dirija directamente a él, y le apoyará, si ve que tiene razón; 2.Q, que al hacer de esto una intriga religiosa ante el gobernador, se enfrentará usted con los ministros, y de esta forma se verá comprometido, y en vez de beneficiar al católico, lo pondrá en peligro de ser tratado peor. Quizá me diga usted también que no pretende sostener a una persona que tenga que vérselas con un proceso, sino sólo a algún católico que se haya visto maltratado por el señor gobernador, por haber sido mal informado. Aquí es donde tengo que decirle, padre, que el señor gobernador es

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Selección de escritos

más clarividente en su cargo que usted y que yo, y que no soy del parecer de que se meta usted en todo esto 6 .

9.

A BERNARDO C O D O I N G

París, 13 de mayo de 1644 Padre: ¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea siempre con nosotros! He visto la que escribió usted a los padres Portail y Dehorgny, del 16 del mes pasado, y he pensado y repensado en la proposición que usted me hace del seminario de Velletri' y de [Ostia (?)] 2 , para hacer allí lo mismo que en los demás seminarios; le diré que me parece que no hay ningún peligro en atender los deseos del señor cardenal 3 para Velletri, a fin de hacer un ensayo de este estilo. El resultado de las cosas no responde de ordinario a las ideas que se concibieron al principio. Hay que respetar las órdenes del concilio 4 como venidas del Espíritu Santo. Sin embargo, la experiencia hace ver que la forma como se lleva a cabo respecto a la edad de los seminaristas no da buenos resultados ni en Italia ni en Francia, ya que unos se retiran antes de tiempo, otros no tienen inclinación al estado eclesiástico, otros se van a las comunidades 6 El registro 2 añade: "Esta carta fue escrita de su mano (la de San Vicente) y carece de conclusión". Cf. S.V.P. II, 446-450; E.S. II, 376-379. 9. GOSSIN, o. c , 446, según el original, comunicado por Alejandro Marín. La carta ha sido escrita por el propio Santo. 1 El obispado de Velletri, unido desde el siglo XII al de Ostia, tenía como titular al decano del Sacro Colegio. Hoy ya no es así. Desde el 5 de mayo de 1914, el obispo suburbicario más antiguo junta simplemente al título que tenía el del obispado de Ostia. 2 Gossin ha leído por equivocación Buten. 3 El cardenal Lante, obispo de Velletri. 4 El concilio de Trento. El decreto Cum adulescentium aetas, relativo a los seminarios (sess. 23 cap. 18), ordena que nadie sea recibido en el seminario antes de la edad de doce años y señala la necesidad que hay de educar a los futuros sacerdotes desde sus tiernos años en la piedad y en la religión. Sobre la historia de este decreto puede consultarse con fruto la obra ya citada de DEGERT, t.I libro I cap.l.

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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y otros huyen de los lugares con los que están ligados por obligación por haber sido educados allí y se ponen a buscar fortuna por otro lado. En este reino hay cuatro, en Burdeos, en Reims, en Rouen y anteriormente en Agen. Ninguna de esas diócesis han sacado mucho provecho 5 ; me temo que, fuera de Milán y de Roma, las cosas estén lo mismo en Italia. Es muy distinto tomarlos entre los veinte y los veinticinco o treinta años. Tenemos veintidós en nuestro seminario de alumnos de Bons-Enfants, entre los que sólo hay tres o cuatro que sean pasables, y con pocas esperanzas de que perseveren por mucho cuidado que se ponga, de donde saco motivos para dudar, por no decir la consecuencia verosímil, de que las cosas salgan como se piensan. El señor Authier y el señor Le Bégue 6 aseguran que les va bien. No dudo de que sea esto verdad en los comienzos; pero la verdad es, padre, que hay muchas razones para temer que, antes de que lleguen a madurar los frutos, los vayan estropeando los diversos accidentes que le he indicado. Además, aunque quiera Dios dar alguna bendición con esto a la compañía, no es conveniente que tomemos ninguna fundación de esta clase sin que se pueda mantener al menos a dos sacerdotes que trabajen en las misiones; pues de lo contrario se vendría abajo el proyecto de asistir al pobre pueblo: quód absit. Si la cosa parece tener alguna posibilidad de éxito, se pensará en esos grados que usted propone para la Compañía y en las demás circunstancias que expone. Le mando el convenio que hemos firmado con el señor obispo de Cahors 7 , o con cualquiera que sea por poderes suyos, para que se le dé el visto bueno a la bula que usted propone, en el caso de que el señor cardenal 8 quiera que se lleve a cabo este asunto cuanto antes. Hay otra cosa que puede tener enojosas consecuencias, o sea, la obligación de darle cuentas al señor obispo y a todos los capitulares, aunque la cosa parezca razonable. De San Lázaro no quisimos tratar más que con la condición de quedar dispensados de rendir cuentas al señor arzobispo 9 , tal como se había acostumbrado. Esto puede tener consecuencias desagradables, aunque no tenga remedio, ya que el con5

Cf. carta 528, nota 7. Sacerdote de la congregación fundada por Authier y superior del seminario de Senlis. 7 Alano de Solminihac. 8 El cardenal Lante. 9 Juan Francisco de Gondi, arzobispo de París. 6

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Selección de escritos

' IV.

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cilio lo ha ordenado así . La sujeción a los señores diputados del cabildo también merecería una consideración. Ya veremos y usted verá desde ahí junto con el padre Dehorgny lo que se puede con Cataluña. Todavía no hemos tocado los mil escudos, ni tenemos muchas esperanzas de conseguirlos. Dirección: Al padre Codoing, superior de la Misión de Roma, en Roma.

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A J U A N DEHORGNY

Veo por su carta del día 10 que sigue usted pensando en educar a los niños hasta la edad de dieciocho años en las humanidades, mientras que desecha la idea del seminario de eclesiásticos, así como también las propuestas relativas al trabajo con la juventud de Cataluña. Le diré, padre, lo que ya le he dicho en otras ocasiones, que me parece que resuelve usted con demasiada prisa las cosas. Ahora se pone a darle vueltas a la idea de los externos; y no le ocultaré que un señor de elevada condición me ha dicho lo mismo. Esto le pasa porque se preocupa usted continuamente de las ideas y de los medios para lograr algún progreso, y se apresura en su ejecución. Y cuando emprende usted alguna cosa que no le sale luego a su gusto, habla de cambiar, apenas se presentan algunas dificultades. En nombre de Dios, padre, piense en esto y en lo que le he dicho tantas veces, y no se deje llevar por los ímpetus de los movimientos del espíritu. Lo que nos engaña ordinariamente es la apariencia de bien según la razón humana, que nunca o muy raras veces se conforma con la divina. Ya le he dicho otras veces, padre, que las cosas de Dios se realizan por sí mismas y que la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso. Esté seguro de la verdad de esta máxima, que parece paradójica: en las cosas de Dios, el que anda con prisas, retrocede.

París, 31 de agosto de 1646 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. No he recibido su paquete esta semana. Pero le pongo estas líneas para mantener la correspondencia en todos los correos ordinarios, así como también para decirle que he visto al reverendo padre Charlet, que me ha dicho, sobre nuestros votos, que hay que mantener por ahora los que ya tenemos. Me gustaría mucho conocer la opinión de los de allí sobre si es necesario que el Papa autorice la perpetuidad del general', o si es suficiente con que lo haga el señor arzobispo de París. Me extraña que les hayan negado las facultades a los misioneros de Argel, que me han escrito diciéndome que han sido bien recibidos y que ya han comenzado a hacer el bien que pueden. El padre Le Soudier 2 ha salido para Salé, que es una ciudad en la costa de África, en el Océano, más allá del estrecho. ¿Qué podemos hacer? ¿Seguirán las cosas como están, a propósito del señor Ingoli? Los capuchinos andan pidiendo por aquí que ninguna otra comunidad pueda establecerse en las ciudades de Grecia, de África y de Asia, donde hay cónsules del rey y ellos tienen fundaciones, sin llevar carta del rey para el cónsul. Yo he intervenido ya en esto, pero las cosas no están aún preparadas; ya pensaré. Le confieso que siento un gran afecto y devoción, según creo, a la propagación de la Iglesia en los países infieles, por temor a que Dios le vaya destruyendo poco a poco por aquí y no quede nada dentro de cien años, por culpa de nuestras depravadas costumbres, de estas nuevas opiniones que van creciendo cada día más, y por la situación de las cosas. Desde hace cien años, por las dos nuevas herejías 3 , ha perdido la

10 En la sess. 23 cap. 18, donde dice: Rationes autem reddituum huius seminarii episcopus annis singulis accipiat, praesentibus duobus a capitulo et totidem a clero civitatis deputatis. Cf. S.V.P. II, 458-461; E.S. II, 385-387. 10. Reg. 2,227. Cf. S.V.P. II, 472-473; E.S. II, 398.

11. (CA).—Colección de Enrique de Rothschild, original. El superior general de la Congregación de la Misión era elegido para toda la vida hasta la Asamblea general de 1969. Ahora es por seis años y reelegible por otros seis. (N. del T.) 2 Santiago Le Soudier. 3 Las herejías de Lutero y de Calvino. Cf. S.V.P. III, 34-36; E.S. III, 36-37.

10.

A BERNARDO CODOING, SUPERIOR DE ROMA

6 de agosto de 1644

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Selección de escritos

mayor parte del Imperio y los reinos de Suecia, Dinamarca y Noruega, Escocia, Inglaterra, Irlanda, Bohemia y Hungría, de forma que sólo quedan Italia, Francia, España y Polonia, y con muchas herejías en Francia y Polonia. Pues bien, estas pérdidas de la Iglesia desde hace cien años nos dan pie para temer, en las presentes miserias, que dentro de otros cien años perderemos la Iglesia en Europa; ante este miedo, son bienaventurados aquellos que pueden cooperar en la extensión de la Iglesia por otros lugares. El padre Martín me indica que usted le ha dicho al padre Blatiron que le envía usted al padre Richard, con quien están muy contentos. Le ruego que lo haga lo antes posible y que pida a Dios por mí, que soy en el amor de nuestro Señor su muy humilde y obediente servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Al pie de la primera página: Padre Dehorgny.

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Cartas a sacerdotes de la Misión

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que obrar humanamente con los humanos y servirse con ellos de los medios humanos. No lo crea así, padre; todas esas máximas no sirven para una Compañía que nuestro Señor ha suscitado, a la que anima con sus máximas y que pretende obrar según su espíritu. Lo que le digo parece paradójico: pero esté seguro, padre, de que la experiencia se lo demostrará así. Le escribo al padre Dehorgny y le ruego que se quede este verano con usted, para ayudarle con su asistencia. Le ruego, padre, que tenga confianza en él, como también en los buenos consejos que le deje el padre Portail. ¿Pero qué digo? Hago mal en hacerle este ruego, pues sé que, gracias a Dios, es ése su espíritu. Me gustaría decirle más cosas; pero hace ya casi una hora que me está esperando abajo el señor obispo de Calcedonia'; por eso acabaré encomendándome, postrado en espíritu a sus pies y a los de la Compañía, a quien, como usted, su divina bondad me ha dado la dicha de ser humilde y obediente servidor, VICENTE DEPAUL,

12.

indigno sacerdote de la Misión

A R E N A T O ALMERAS

París, 10 de mayo de 1647 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Le doy las gracias a Dios de que haya llegado usted con perfecta salud y le ruego que le dé su espíritu de gobierno para el de la Compañía de ese lugar. ¡Ay, padre! ¡Cuánto deseo que esté lejos de las máximas del mundo y totalmente abandonado en manos de la providencia de Dios! Cuando a veces pienso en el gobierno de esta humilde Compañía, siento un consuelo muy sensible al ver que ha procurado seguir a esa misma providencia en toda su humilde conducta, de forma que no se apoya ya en esos medios humanos, que no son más que cañas; puedo decirle, padre, que ése creo precisamente que es nuestro peligro; y si la Compañía me cree, nunca obrará de otra manera. jAy, padre! ¡Qué felicidad no querer más que lo que Dios quiere, no hacer más que lo que la Providencia nos va señalando en cada ocasión, y no tener nada más que lo que nos dé su providencia! El espíritu humano le dirá que las cosas no son en Roma lo mismo que en otras partes, que hay que intrigar, que hay que darse importancia, que hay que distinguirse, que hay

Dirección: Al padre Almeras, superior de los sacerdotes de la Misión, en Roma.

13.

A J U A N DEHORGNY

París, 25 de junio de 1648 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Su última carta habla de dos cosas: primero, que les damos cargos de cierta importancia a nuestros hermanos coadjutores, y segundo, que hemos hecho mal en declararnos contrarios a las opiniones de los tiempos. Le diré en cuanto a lo primero que agradezco muy humildemente a nuestro Señor que le haga interesarse a usted por el gobierno de la Compañía, y que le ruego que así lo siga haciendo, aunque me parece que tenemos razón en 12. Colección del proceso de beatificación. 1 Ricardo Smith, obispo "in partibus" de Calcedonia, antiguo vicario apostólico en Inglaterra, adonde había sido enviado por Urbano VIII. Cf. S.V.P. III, 188-189; E.S. III, 169-170.

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IV.

Selección de escritos

obrar como lo hacemos a propósito de los dos puntos mencionados. En la Compañía no tenemos más que al hermano Alejandro 1 que tenga responsabilidad y haya manejado dinero, que le entregamos al enviar al padre Gentil a Le Mans 2 , al no disponer de un sacerdote para ello; y él cumplió con su encargo de una manera que podemos alabar a Dios por ello. El buen hermano Nicolás, de quien me habla 3 , de la casa de Crécy, no disponía del dinero, como le han dicho a usted. El dinero se guarda allí en un cofre con dos cerrajas; el padre Tournisson 4 tenía una llave y su asistente la otra. Lo mismo pasa en otras partes, concretamente en donde el padre Portail ha hecho la visita. Esto no quita que debamos poner este cargo en manos de un sacerdote cuando se pueda y que no pongamos atención en lo que nos dice usted. Creo que los problemas con los hermanos en las Ordenes vienen de los que los tienen demasiado bajos. San Francisco manda que los legos tengan voz en la elección de guardianes; pero los capuchinos y los recoletos han quitado esta norma, y esto ha exasperado a los pobres hermanos, que se han visto obligados a quejarse ante el papa. El Hijo de Dios trataba a sus apóstoles como amigos, aunque no eran todavía sacerdotes; jy queremos nosotros tratar a los nuestros como servidores, a pesar de que la mayor parte tienen más virtud que muchos de nosotros, al menos por lo que a mí se refiere!5 En cuanto al segundo punto, sobre la falta que hemos cometido al declararnos contrarios a las opiniones de los tiempos, son éstas las razones que me han obligado a ello. La primera es mi cargo en el Consejo de asuntos eclesiásticos, en el que todos se han declarado contrarios: la reina, el señor cardenal 6 , el señor canciller 7 y el señor penitenciario 8 . Juzgue usted mismo si podía permanecer neutral. El resultado ha hecho ver que era conveniente obrar de esa manera. 13. Arch. dep. de Vaucluse, D. 296; copia antigua sacada del original. En nota señalaremos las variantes que se encuentran en el texto publicado por las Mémoires de Trévoux en abril 1726 (p.742s). 1 Alejandro Veronne. 2 Mémoires: Maine. 3 Hay varios hermanos coadjutores con este nombre. 4 Este nombre no se encuentra en el catálogo del personal. 5 Toda esta línea falta en las Mémoires de Trévoux. 6 El cardenal Mazarino. 7 Pedro Séguier. 8 Santiago Charton.

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La segunda razón es el conocimiento que tengo de los planes del autor de esas opiniones nuevas 9 , esto es, destruir la situación presente de la Iglesia y someterla a su poder. Me dijo un día que Dios quería arruinar a la Iglesia actual y que los que se ocupaban en sostenerla obraban en contra de sus designios; y cuando le dije que era ése el pretexto que ponían de ordinario los herejes, como Calvino, me respondió que Calvino no había obrado mal en lo que hizo, pero que no había sabido defenderse convenientemente 10 . La tercera ha sido que he visto cómo tres o cuatro papas u habían condenado las opiniones de Bayo 12 , que sostiene Jansenio, así como también lo había condenado la Sorbona en el año 1650, y que la parte más santa de dicha facultad, que son todos los antiguos, se declaran contra esas nuevas opiniones 13 , y que nuestro Santo Padre ha condenado la de las dos cabezas, que se deseaba establecer con perversos designios 14 . Y la cuarta, que aquí pongo como última, además de otras varias, es lo que dice el papa Celestino (Epístola 2 ad episcopos Galliae), contra algunos sacerdotes que proponían algunos errores contra la gracia, que habían condenado dichos obispos. Aquel buen papa, después de alabarles, por haberse opuesto a la doctrina de esos sacerdotes, dice las siguientes palabras: Timeo ne connivere sit hoc tacere; timeo ne Mi magis loquantur qui permittunt Mis taliter loqui; in talibus causis non caret suspicione taciturnitas, quia occurreret veritas, si falsitas displiceret; mérito namque causa nos 9

Juan du Verger de Hauranne, abad de Saint-Cyran. ABELLY, O. C , II, c.XII, 410 nos ha conservado el relato de esta charla. 11 Pío V, Gregorio XIII y Urbano VIII. 12 Miguel Bayo nació en Melin (Bélgica) en 1513. Nombrado profesor de Sagrada Escritura en la universidad de Lovaina y luego canciller de la misma, supo hacerse apreciar de sus colegas, que lo nombraron representante suyo en el concilio de Trento. Incluso se pensó en él para el cargo de inquisidor general. Sus opiniones extrañas sobre el estado de naturaleza reparada, la justificación, la eficacia de los sacramentos y el mérito de las obras buenas, opiniones que difundía con sus enseñanzas y escritos, alarmaron a varios doctores de Lovaina y le suscitaron ataques. La facultad de París condenó (27 de junio de 1650) 18 proposiciones suyas, y San Pío V (1 de octubre de 1657), 76 proposiciones. Gregorio XIII tuvo que intervenir de nuevo el 29 de enero de 1579. Bayo murió el 19 de septiembre de 1589, habiéndose retractado de sus errores de viva voz y por escrito. Sus Obras, impresas en Colonia en 1696 por los jansenistas Quesnel y Gerberon, fueron puestas en el índice el 8 de mayo de 1697. 13 El jansenismo tenía algunos simpatizantes en la Sorbona, sobre todo entre los doctores jóvenes. (Cf. RAPIN. Mémoires I, 43-46). 14 La condenación de Inocencio X es del 24 de enero de 1647. 10

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respicit, si silentio faveamus errorin. Y si se me dice que esto es verdad para los obispos, pero no para un particular, respondo que probablemente esto ha de entederse no sólo de los obispos, sino también de los que ven el mal y no hacen lo posible por impedirlo. Veamos ahora de qué se trata. Me dice usted que es del libro de Jansenio De la fréquente communion16, que usted a la primera ha leído dos veces y que le parece que ha sido el mal uso que se hace de este sacramento lo que ha dado lugar a ello. Es verdad, padre, que muchas personas abusan de este divino sacramento, y yo, miserable de mí, mucho más que todos los demás del mundo, por lo que le ruego que me ayude a pedir perdón a Dios por ello; pero la lectura de ese libro, en vez de aficionar a los hombres a la comunión frecuente, lo que hace es apartarlos. Se nota menos frecuencia de sacramentos que antes, incluso en pascua. Muchos párrocos de París se quejan de tener menos comulgantes que los años pasados. San Sulpicio ha tenido 3.000 menos; el señor párroco de San Nicolás du Chardonnet 17 , después de haber visitado a las familias de la parroquia después de Pascua, personalmente y por medio de otros, nos ha dicho hace poco que ha encontrado a 1.500 feligreses sin haber comulgado; y lo mismo los demás. Ya no se ve a casi nadie acercarse a comulgar los primeros domingos de mes y los días de fiesta, incluso en las comunidades religiosas, a no ser entre los jesuítas. Por eso procuró el difunto abad de Saint-Cyran desacreditar a los jesuitas. El señor de Chavigny decía uno de estos días a un amigo suyo que dicho abad le había confesado que él y Jansenio habían trazado ese plan para desacreditar a dicha santa Orden a propósito de la doctrina y de la administración de los sacramentos. Y yo mismo le he oído • conversar muchas veces casi todos los días sobre esto. Cuando el señor Arnauld 1S , que dio nombre a ese libro, 15 Patrologiae cursus completus, ed. MIGNE (París 1857-1864), IV, col. 529. Migne ha preferido la variante faveamus errorem. 16 Pocos libros hicieron tanto ruido y tuvieron tanto éxito como el De la fréquente communion, compuesto por Antonio Arnauld según el espíritu de Jansenio, publicado en París, en 1643 y que en 1648 tenía ya seis ediciones. El padre Dehorgny lo recibió de su amigo el jansenista Bourgeois, doctor en teología, que había llegado a Roma para impedir su condenación. Lo leyó, se penetró de sus ideas y encontró excelentes sus principios (HERMANT, Mémoires... sur l'histoire ecclésiastique du xvn siécle, 6 vols París 1905-1908, I, 389). 17 Hipólito Féret. 18 Antonio Arnauld, nacido en París el 6 de febrero de 1612, ordenado

IV.

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vio la oposición con que tropezaba por diversas partes a propósito de la penitencia pública y de la que quería establecer antes de la comunión, salió con la explicación de la absolución meramente declaratoria; pero, sea lo que fuere, todavía hay otros errores, según nos ha dicho últimamente el gran maestre de Navarra 19, que es uno de los más sabios de nuestro tiempo, junto con el señor penitenciario 20 y los señores Cornet y Coqueret, que se reunieron aquí para estos asuntos, y que han visto que esa declaración es capciosa y contiene un montón de cosas por el estilo de lo que dijo en el primer libro. Lo que dice de que la Iglesia practicaba al principio la penitencia pública antes de su absolución, y que debe pensar en restablecer esta práctica, si quiere seguir siendo columna de ¡a verdad, siempre fiel a sí misma, y no una sinagoga de errores, ¿no le suena todo esto a falso? La Iglesia, que no cambia jamás en las cosas de la fe, ¿no puede acaso cambiar en las de disciplina? Y Dios, que es inmutable en sí mismo, ¿no ha cambiado su conducta con los hombres? Nuestro Señor, su Hijo, ¿no cambió a veces su manera de obrar, lo mismo que sus apóstoles? Entonces, ¿por qué dice ahora ese hombre que la Iglesia estaría en el error, si no quisiera cambiar y restablecer la clase de penitencia que practicó en el pasado? ¿Acaso es eso ortodoxo? En cuanto a Jansenio, hay que considerarlo o como seguidor de las opiniones de Bayo, tantas veces condenado por los papas y por la Sorbona, según dije, o como defensor de otras doctrinas que trata en su libro. En cuanto a lo primero, ¿no estamos obligados a mantener las censuras que los papas y esa docta corporación han lanzado contra sus opiniones y declararnos en contra suya? En cuanto al resto del libro, como el papa ha prohibido leerlo, ¿no deberá el Consejo de asuntos eclesiásticos aconsejar a la reina que haga sacerdote en 1641, admitido en la sociedad de la Sorbona en 1643, se convirtió al morir Saint-Cyran en jefe del partido jansenista, del que ya era el más valiente apóstol y teólogo. Su primera obra de controversia lo hizo célebre: era el libro De la fréquente communion. Después escribió la Grammaire genérale, la Logique ou l'Art de penser y otros muchos tratados, tan numerosos que, junto con sus cartas, forman una colección de 45 volúmenes. Murió desterrado en Bruselas el 8 de agosto de 1694. Todos sus hermanos y hermanas fueron ardientes jansenistas; algunos, como Anauld d'Andilly, Enrique Arnauld, obispo de Angers, Catalina Arnauld, madre de Le Maistre de Sacy, la madre Angélica y la madre Inés, desempeñaron un papel importante en el partido (cf. P. VARIN. La venté sur les Arnauld [París 1847]). 19 Santiago Péreyret. 20 Santiago Charton.

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ejecutar 21 [lo que] ha mandado el papa Urbano VIII, y hacer profesión clara de estar contra las opiniones censuradas de Bayo y contra las nuevas opiniones de ese doctor, que sostiene con osadía las que la Iglesia no ha determinado todavía a propósito de la gracia? Me dice usted en su carta que Jansenio ha leído diez veces todas las obras de San Agustín y treinta veces los tratados de la gracia, y que no pueden los misioneros meterse a juzgar las opiniones de ese gran hombre. Le respondo a esto que de ordinario los que desean establecer nuevas doctrinas son hombres muy sabios y que estudian con gran asiduidad y aplicación a los autores de quienes desean servirse; que hay que reconocer que ese prelado era muy sabio, y que con el propósito que he dicho de desacreditar a los jesuítas, ha podido leer a San Agustín todas las veces que usted dice, pero esto no impide que haya podido caer en el error y que nosotros tengamos una excusa para adherirnos a sus opiniones, que son contrarias a las censuras que se le han hecho a esa doctrina. Los sacerdotes tienen obligación de no aceptar y de contradecir la doctrina de Calvino y de los otros heresiarcas, aunque no hayan leído nunca a los autores en que ellos se basaron ni conozcan sus libros. Me dice usted también que las opiniones que llamamos antiguas son modernas, pues hace sólo setenta años que Molina 22 inventó esas opiniones que se creen antiguas. Le confieso, padre, que Molina es el autor de la ciencia que se llama media 23 , que no es, propiamente hablando, más que el medio por el que se hace ver cómo se hace una cosa y de dónde proviene que dos hombres que tienen el mismo espíritu, las mismas disposiciones y gracia semejante para realizar las obras de su salvación, uno las realice y el otro no, 21

Palabras olvidadas en la copia. Luis Molina, célebre jesuíta español, nacido en 1533, muerto en Madrid en 1600, conocido sobre todo por su libro De concordia gratiae et liberi arbitrii, donde desarrolla su teoría de la ciencia media. Esta obra, atacada desde su aparición, dio lugar a violentas polémicas entre jesuítas y dominicos. El asunto fue llevado ante el tribunal de Clemente VIII, que instituyó para juzgarlo la congregación de Auxiliis. Después de muchas discusiones sin resultado, Pablo V dejó libre la enseñanza de las doctrinas discutidas y prohibió a ambas escuelas censurarse mutuamente, bajo amenaza de graves penas. 23 La ciencia media, así llamada por ocupar en cierta manera el medio entre la ciencia divina de lo posible y la de los hechos que han de suceder absolutamente, es el conocimiento por el que Dios sabe infaliblemente, antes de todo decreto absoluto de su voluntad, lo que hará el hombre en cualquier condición y con cualquier ayuda de la gracia. 22

IV.

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uno se salve y otro se condene. Pero, padre, no se trata de eso, que no es artículo de fe. La doctrina que él combate, que Jesucristo murió por todo el mundo, ¿es acaso nueva? ¿Es nueva la doctrina de San Pablo y de San Juan? La opinión contraria, ¿no fue condenada en el concilio de Maguncia 24 y en otros varios 25 contra Godescalco? 26 ¿No dice San León en las lecciones de Navidad que nuestro Señor nació pro liberandis hominibus?21 ¿Y no dicen lo mismo la mayoría de los Santos Padres? El concilio de Trento, en la sesión sexta De justijicatione, capítulo 2, ¿no trae las palabras de San Juan sobre este tema: Hunc proposuit Deus propitiationem per fidem in sanguine ipsius pro peccatis nostris, non solum autem pro nostris, sed, etiam pro totius mundi?w Y en el tercer: Verum etsi Ule pro ómnibus mortuus est; y dice luego que, aunque así sea, non omnes tamen mortis ejus beneficium recipiunt, sed ii dumtaxat quibus meritum passionis eius communicatur. Después de todo esto, padre, ¿llamaremos nueva a esta doctrina? ¿Llamaremos también nueva a la que él combate, contra la posibilidad de observar los mandamientos de Dios, en contra del canon 18 del mismo 2 9 concilio y de la misma sesión, cuando dice que, si quis dixerit Dei praecepta homini etiam iustificato et sub gratia Dei constituto esse ad observandum impossibilia, anathema sit? ¿Y es nueva esa que usted dice, que nos importa poco saber si hay gracias suficientes o si son todas eficaces? ¿No está acaso contenida en el segundo concilio de Orange, capítulo 25? He aquí, padre, las palabras de este concilio, en las que verá usted, si no la frase exacta de gracia suficiente, al menos su sentido equivalente: Hoc etiam secundum fidem catholicam credimus quod, accepta per baptismum gratia, omnes baptizati, Christo auxiliante et cooperante, quae ad salutem pertinent, possint et debeant si fideliter laborare voluerint, adimplere. En cuanto a lo que usted dice, que nos importa poco 21

El año 848. Por ejemplo, en el concilio de Quiercy-sur-Oise, en el año 848. Godescalco, Gotescalco o Fulgencio, sabio benedictino, nacido en Alemania en el 806, enseño doctrinas heterodoxas sobre la predestinación. Condenado por varios concilios, fue degradado, azotado públicamente y cerrado en la abadía de Hautvilliers. Murió en la cárcel el año 868, sin haber renunciado a sus ideas. 27 Mémoires: ómnibus. 28 1 Jn 2,2. 29 Mémoires: Los cánones sagrados del mismo concilio. 25

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saber esto, le ruego, padre, que acepte lo que le digo: que me parece que es de gran importancia que todos los cristianos sepan y crean que Dios es tan bueno que todos los cristianos pueden, con la gracia de Jesucristo, realizar su salvación, que él les da los medios para ello por Jesucristo y que esto manifiesta y ensalza mucho la infinita bondad de Dios. Tampoco puede llamarse nueva la opinión de la Iglesia, cuando cree que no todas las gracias son eficaces, ya que el hombre las puede rechazar, capítulo 4 De justificatione. Dice usted que Clemente VIH y Pablo V prohibieron que se disputase de las cosas de la gracia 30 . Le responderé que esto se entiende de las cosas que no están determinadas, como son las que acabo de decir; y sobre las demás que no están determinadas por la Iglesia, ¿por qué las ataca Jansenio? Y en ese caso, ¿no es de derecho natural defender a la Iglesia y sostener las censuras fulminadas en contra suya? Dice usted que son cuestiones de escuela. Eso es verdad de algunas de ellas; y aunque así sea, ¿habrá por ello que callarse y dejar que se altere el fondo de las verdades con esas sutilezas? ¿No está el pobre pueblo obligado a creer y, por consiguiente, a ser instruido en las cosas de la Trinidad y del Santísimo Sacramento, que son tan sutiles? Esto es, padre, lo que se me ocurre para hacerle ver las razones que tenemos para declararnos en esta ocasión opuestos a las nuevas opiniones. En contra de ellas yo sólo veo dos argumentos: uno, el temor de que, creyendo que vamos a detener ese torrente de nuevas opiniones, inflamemos más los ánimos; a lo que respondo que, si así fuera, no habría que oponerse nunca a las herejías, a los que desean arrebatarnos la vida o los bienes, y que el pastor haría mal en gritar contra el lobo cuando lo ve dispuesto a entrar en el redil. El otro es el de la prudencia, que es puramente humana cuando se basa en el qué dirán. ¡Tendremos enemigos! ¡Oh, Jesús!, padre, ¡que jamás los misioneros dejen de defender los intereses de Dios y de la Iglesia por esos motivos tan ruines y miserables, que echan a perder la gloria de Dios y de su Iglesia y llenan de almas el infierno! Sí, me dirá usted, pero ¿es preciso que los misioneros prediquen contra las opiniones del tiempo y de la gente, que hablen de ello, que disputen, que ataquen y defiendan a 30

Para acabar con las discusiones, que enfrentaban a dos órdenes célebres de la Iglesia tras la aparición del libro de Molina, Clemente VIII prohibió a ambas partes la discusión de las cuestiones disputadas hasta que él diera a conocer su decisión.

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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diestro y siniestro las opiniones antiguas? ¡Oh, Jesús! ¡No se trata de eso! He aquí lo que hacemos: no disputamos nunca de estas materias, ni predicamos de ellas, ni hablamos nunca de estas cosas con los demás, a no ser que nos hablen de ello; y si se nos habla, procuramos hablar con el mayor recato posible, a no ser el padre Gilíes, que a veces se deja llevar un poco de su celo, a lo que procuraré poner remedio, con la gracia de Dios 31 . Entonces, me dirá usted, ¿está prohibido disputar de estas materias? Le respondo que sí y que aquí no se disputa de esto. Entonces, me replicará, ¿desea usted que no se hable de esto en la misión de Roma ni en otras partes? Sí, y les ruego a los superiores que sean rígidos y que impongan penitencia a quienes lo hagan, a no ser en el caso que indicaba anteriormente. Y ya que me dice usted, padre, que hay que dejar que cada uno de los de la Compañía crea en estas materias lo que le plazca, ¡oh, Jesús!, padre, no es conveniente que se sostengan diversas opiniones en la Compañía; es menester que seamos todos unius labii; si no, nos destrozaremos unos a otros en la misma Compañía. ¿Es que hay que sujetarse a la opinión de un superior? Le respondo que no es a un superior al que nos sometemos, sino a Dios y al parecer de los papas, de los concilios y de los santos. Y si alguno no quisiera someterse, haría mejor en retirarse y la Compañía debería apartarlo. Muchas congregaciones religiosas nos dan ejemplo de ello. Los carmelitas descalzos, en el capítulo que tuvieron el año pasado, ordenaron que sus profesores de teología enseñaran las opiniones antiguas de la Iglesia y actuaran contra las nuevas. Todos sabemos que los padres jesuítas obran así, mientras que, por el contrario, la congregación de Santa Genoveva manda a sus doctores sostener las opiniones de San Agustín, que es lo que también pretendemos hacer nosotros explicando a San Agustín por el concilio de Trento, y no el concilio de Trento por San Agustín, ya que el primero es infalible y el segundo no lo es. Y si se dice que algunos papas han ordenado que se crea a San Agustín en lo referente a las cosas de la gracia, esto se entiende en las materias disputadas y resueltas enton31 El padre Gilíes enseñaba teología en San Lázaro y daba pláticas a los ordenandos. Después de varias advertencias, al ver que no podía corregir su telo inmoderado contra las nuevas opiniones, San Vicente lo apartó de San Lázaro.

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ees52; pero como de vez en cuando surgen cuestiones nuevas, hay que atenerse para ellas a las decisiones de un concilio 35 , que ha determinado todas las cosas según el verdadero sentido de San Agustín, que las entiende mejor que Jansenio y sus secuaces 54 . Esta es, padre, la respuesta a su carta, que no he enseñado a ningún otro, ni enseñaré jamás; le aseguro además que no he hablado de esto con nadie y que no le he pedido ayuda a nadie para decirle lo que le digo, tal como usted mismo podrá juzgar por mi pobre estilo y por mi ignorancia, que tan bien salta a la vista. Y si hay algo en todo esto que valga la pena, le confieso, padre, que he hecho algunos pequeños estudios sobre estas cuestiones y que es éste el tema más ordinario de mis pobres oraciones 55 . Le ruego, padre, que comunique esta carta al padre Almeras 36 y a los que usted juzgue conveniente de la Compañía, para que vean las razones que he tenido para entrar en los sentimiento antiguos de la Iglesia y declararme contra los nuevos 37 , y que le pidamos a Dios y hagamos todo lo que esté en nuestra mano para ser cor unum et anima una58 en esto como en todo lo demás. Viviré con esta esperanza y sentiré una pena imposible de expresar si alguno, dejando las fuentes vivas de las verdades de la Iglesia, se fabrica cisternas de opiniones nuevas, de cuyo peligro no habrá nadie que esté mejor informado que yo, que soy, en el amor de nuestro Señor, su muy humilde y obediente servidor, VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión 32 En una carta a San Cesáreo, obispo de Arles, el papa Bonifacio II pone a San Agustín entre los Padres que expusieran la verdadera doctrina de la gracia: Cum de hac re multi Paires, el prae caeteris beatae recordalionis Augustinus episcopus, sed et majores nostri apostolicae sedis antistites, Ha ratione probentur disseruisse latissima, ut nulli ulterius deberet esse ambiguum, fidem quoque nobis ipsam venire de gratia, supersedendum duximus responsione multiplici (MIGNE, PL 65,31). 53 El concilio de Trento. 54 Entre las proposiciones condenadas por el Santo Oficio el 7 de diciembre de 1690 encontramos ésta: Ubi quis invenerit doctrinam in Augustino clare jundatam, illam absolute potest tenere et docere, non respiciendo ad ullam pontijicis bullam (prop. 30). 35 San Vicente escribió sobre la gracia un estudio muy sustancioso, que publicaremos en su lugar. 36 Como veremos más adelante (carta 1119), es muy probable que Juan Dehorgny prefiriera no enseñar esta carta a su superior. 37 Contra las nuevas opiniones. 38 Act 4,32.

IV.

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Me atrevo a decirle, padre, que el señor Féret 59 , tras haberse enredado en estas nuevas opiniones, le ha dicho al señor párroco de San José 40 que se ha apartado de ellas por la firmeza que ha visto en este pobre pecador contra ellas, en dos o tres conferencias que hemos tenido sobre este tema; fue con motivo de haber sabido que el señor párroco de San Nicolás du Chardonnet mantenía estas opiniones al volver de Alet, pero ahora está tan lejos de estas ideas que incluso le ha propuesto al señor párroco de San José que formemos una especie de congregación secreta para defender las verdades antiguas. Le ruego que mantenga todo esto en secreto. No he tenido oportunidad de repasar mi carta y no me he atrevido a hacerla copiar; le costará trabajo leerla; perdóneme. Dirección: Al padre Dehorgny, sacerdote de la Misión, en Roma. 14.

A MARCOS COGLÉE, SUPERIOR DE SEDÁN

13 de agosto de 1650 Cuando son consultores sean de distinta opinión, le toca a usted resolver las cosas según crea razonable; o bien, si vale la pena escribirme sobre ello, dejarlas en suspenso hasta que le responda. Sobre lo que me dice, de que el honor no le produce vanidad, pero que el deshonor le entristece, le diré, padre, que sabe usted mucho mejor que yo hacer la anatomía de la voluntad humana, porque es usted sabio, mientras que yo soy una bestia. Según Séneca, la voluntad se inclina a desear lo que le parece bueno y a rechazar lo que le parece malo; y Santo Tomás dice que los hombres espirituales superan realmente sus deseos y se convierten en señores de los mismos hasta llegar a privarse de buena gana de sus propias satisfacciones, pero que difícilmente llegan a aceptar con agrado el mal que les viene de otros. En efecto, somos mucho más susceptibles ante el dolor que ante el placer, y se siente mucho más la espina de la rosa que su olor. El medio para igualar esa disparidad consiste en abrazar de la misma gana 39 COLLET escribe erróneamente Froger (o. c , I, 539, nota). Froger había muerto en septiembre de 1646. 40 Luis Abelly, el biógrafo de San Vicente. Cf. S.V.P. III, 318-332; E.S. III, 295-305.

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aquello que mortifica a la naturaleza de lo que la despoja que aquello que le gusta, e inclinar el corazón al sufrimiento mediante la consideración del bien que nos proporciona, manteniéndose pronto a recibirlo para que, cuando llegue, no nos veamos sorprendidos ni entristecidos. El combate espiritual1 aconseja que pensemos en las ocasiones molestas que pueden surgir, que luchemos contra ellas y que nos ejercitemos en el combate hasta que se sienta uno vencedor, esto es, resuelto a sufrirlas de buena gana, si en efecto surgen alguna vez. Sin embargo, no es preciso imaginarse males extremos, cuyo solo recuerdo nos llenaría de pavor, como ciertos tormentos de los mártires, sino más bien algunos males como el desprecio, la calumnia, un poco de fiebre y cosas semejantes. En comunidad hay que corregir la falta de un particular solamente en dos o tres casos: 1.a Cuando el mal es tan inveterado en aquel que es culpable que se juzga que una advertencia particular le sería inútil. Por esa razón nuestro Señor tuvo que amonestar a Judas en presencia de los demás apóstoles; pero incluso entonces lo hizo con términos encubiertos, diciendo que lo traicionaría uno de los que metían la mano en el plato. Por el contrario, amonestó a San Pedro cuando éste quiso disuadirle de enfrentarse con la pasión que tenía que sufrir, dándole a conocer que aquélla era una falta grave y llamándole Satanás, porque sabía que se aprovecharía de esta reprensión. 2.Q Cuando son espíritus débiles, que no pueden soportar una corrección, por muy suave que sea, aun cuando por lo demás sean buenas personas; porque esta bondad que tienen hace que una recomendación en general sea suficiente para que se corrijan. 3.Q Y finalmente, cuando hay peligro de que los demás se dejen arrastrar por la misma falta si no se les reprende. Fuera de esos casos, padre, creo que la advertencia debe hacerse a la persona sola. En cuanto a las faltas que se cometen contra el superior, hay que amonestar realmente al inferior, pero observando lo siguiente: l.Q, que no se haga nunca inmediatamente; 2.Q, que sea con mansedumbre y de forma oportuna; 3.Q, que sea por razonamiento, diciéndole los inconvenientes de su 14. Reg. 2,145. 1 Obra del teatino Lorenzo Scupoli, traducida al francés por Santeul en 1608.

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falta de una manera amable y cordial, para que se dé cuenta de que el superior no le reprende por capricho, sino porque la falta lo merece. , Yo nunca he distinguido entre los que han hecho los votos y los que no; no hay que cargar a los unos para descargar a los otros. Hará usted bien en llamar de vez en cuando a predicadores de fuera para que prediquen en su iglesia, con tal que sean buenos y que no destruyan las enseñanzas y las buenas prácticas que usted haya procurado inculcar a su pueblo. La repugnancia que usted siente por ese relumbrón y boato de una parroquia no tiene que impedirle hacer lo que hacen los buenos párrocos para contentar a todo el mundo, siempre que sea posible. Los que dirigen las casas de la Compañía no tienen que mirar a nadie como a inferior, sino siempre como a hermano. Nuestro Señor les decía a sus discípulos: "Ya no os llamo mis servidores, sino que os llamo amigos" 2. Por consiguiente, hay que tratarlos con humildad, con mansedumbre, con paciencia, con amor y cordialidad. Es verdad, padre, que yo no siempre lo observo de ese modo, pero sé que falto cuando dejo de hacerlo. No es espíritu de la Misión ir a visitar por cortesía a las personas principales de los sitios en que uno está; porque, como en las ciudades pequeñas del estilo de Sedán son casi todos de la misma condición, habría que ir a visitarles a todos y no hacer otra cosa más que eso; y si sólo visita usted a una parte, los demás creerán que los desprecia; por tanto, más vale dispensarse totalmente de ello que caer en esos inconvenientes. Exceptúo al señor gobernador, al que deberá visitar usted con frecuencia, y en su ausencia al señor lugarteniente del rey. También exceptúo a los que tiene usted obligación de visitar por algún motivo particular, así como también a las personas externas de distinción que puedan haber ido a casa de ustedes; porque entonces, al estar obligados a ir a verlos, no será ya por motivos de cortesía. Añado a ello que nuestros padres que vayan o vengan de Sedán tienen que ir siempre a saludar al señor gobernador o a despedirse de él. Alabo a Dios, padre, por eso que se dice de que la Compañía sabe lo que es de Dios, pero no entiende mucho de lo de los hombres. ¡Cómo hemos de desear que esto sea verdad 2

Jn 15,15. Cf. S.V.P. IV, 48-52; E.S. IV, 51-54.

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y que se conserve siempre en ese apartamiento del espíritu del mundo y de lo que ocurre en él, para no tener más tratos que con el cielo! ¡Bienaventurados aquellos que no tratan con la tierra más que para arrancar de ella a las almas, a fin de elevarlas a Dios, en quien soy...

15.

IV.

Selección de escritos

A FERMÍN G E T , SUPERIOR DE MARSELLA

París, 16 de octubre de 1654 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Me escribió el padre Du Chesne, hace ocho o diez días, desde la ciudad de Agde, que iba a tomar el primer barco que saliera para Marsella; me imagino que ya habrá llegado, por lo que le doy gracias a Dios, así como por la mejoría de su salud. No dice nada de que lleve consigo al padre Lebas; me imagino que no lo habrá hecho. No es necesario que encomiende a sus cuidados a este buen siervo de Dios; estoy seguro de que cuidará usted de él más que de su propia salud. Si Dios quiere devolverle plenamente la suya, me parece que su divina Providencia lo llama para otro sitio; pero antes es necesario que recupere sus fuerzas por completo. Entre tanto, espero que ya habrá salido el padre Mugnier o que lo hará cuando antes, después de la llegada del padre Huguier a Toulon, a fin de poder ocupar el puesto del padre Du Chesne en Agde. Si todavía no ha salido y tiene necesidad de alguna cosa, le ruego que le dé lo necesario para el viaje. Como sigue usted con su humildad insistiendo en que se le descargue de la dirección de la casa de Marsella, yo seguiré insistiendo en pedirle lo contrario, que es que siga en su cargo según le he indicado. Le ruego, padre, que me permita preguntarle por qué motivos me ocultó usted lo que me decía en su última carta, que había pedido prestadas mil doscientas libras a los señores administradores del hospital, y cómo ha resuelto usted las deudas de la casa, que subían a mil quinientas libras por un lado, y cuánto se necesita para pagarlas del todo. Le confieso, padre, que me he quedado sorprendido de ello, porque se trataba de algo que no ocurría desde hacía tiempo. Si fuera usted gascón o normando, no me parecería extraño; pero que un picardo y una persona de las más sinceras que conozco en la Compañía me haya ocultado esto, es algo que no puedo imaginarme, lo mismo que no se me ocurre la mane-

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ra de pagar todo eso. ¡Dios mío! ¿Por qué no me lo dijo? Hubiéramos acomodado la continuación de las obras a la medida de nuestras fuerzas o, por mejor decir, a nuestra impotencia. Sus letras estaban redactadas de tal modo que yo creía que las últimas mil libras que le enviamos bastarían para acabar las obras; y ahora resulta que no podemos pagar todo lo que usted dice que se debe ni mucho menos atender a los gastos que aún quedan por hacer. Por eso hemos de honrar la omnipotencia de Dios con nuestra impotencia y seguir así, hasta que Dios quiera darnos los medios para pagar todo lo que usted me dice. Permítame, por favor, que vuelva una vez más sobre el préstamo que me dice que ha pedido de 1.200 libras del hospital; es verdad que le escribí a usted o al padre Du Chesne que pidieran un préstamo a esos señores, y que usted o él me dijeron que esos señores ponían algunas dificultades para prestarnos esa cantidad. Es verdad que usted me dijo, antes de emprender la construcción, que costaría más de lo que decían los otros. Pero habría sido de desear que hubiera usted continuado explicándomelo todo; no nos hubiéramos embarcado en esa empresa o por lo menos no hubiéramos continuado con ella. Le ruego, padre, que envíe cuanto antes la letra de cambio de 1.530 libras para el rescate de la mujer y de la hija de Miguel Francois. Ese pobre hombre irá a esperarlas a Marsella. Pido a Dios que le conserve la salud que le ha dado y de la que usted hace con su gracia un uso tan bueno. Soy en su amor su muy humilde servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Me olvidaba de hablarle del consejo del señor abad de Sainte-Colombe; ¿qué le parece? Habrá que aguardar con paciencia el resultado de este asunto; dígame si ha sabido algo nuevo sobre él 1 . Al pie de la primera página: Padre Get, superior de la Misión de Marsella. 15. (CF).—Archivo de sor Hains, original. Una vez escrita esta carta, se le añadió esta posdata en el espacio en blanco que quedaba entre las palabras "soy en su amor" y la fórmula final, de modo que esta última fórmula sirve de conclusión a la carta y a la posdata. Cf. S.V.P. V, 198-200; E.S. V, 181-182. 1

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Selección de escritos

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A BENJAMÍN HUGUIER, SACERDOTE DE LA MISIÓN, EN MARSELLA 1

5 mayo 1658 Le he pedido que se quede en Marsella, sobre todo porque me dice usted que le gusta estar allí y porque espero que Dios se verá glorificado por los servicios que allí hará usted a las almas. Ha puesto usted una frase en su última carta que me confirma en este sentimiento, cuando dice que desea usted pasar útilmente el resto de sus días, lo cual me alegra mucho, ya que ese deseo le hará emplear por este buen fin todas las posibilidades que usted tenga y todas las ocasiones que Dios le depare de hacer algún bien. Así, pues, padre, no quiero tomar al pie de la letra otra frase que se le ha escapado a continuación, cuando dice que no puede usted vivir con ánimos si no tiene ninguna ocupación que le sirva de distracción. La forma con que usted ha vivido desde hace doce años o más que está en la compañía me convence de que no desea usted ninguna otra satisfacción más que la de cumplir la voluntad de Dios, que es totalmente espiritual, en vez de andar imitando a la gente del mundo que procura buscar su contento en el placer de los sentidos, ya que esto sería indigno de un sacerdote y de un misionero como usted. Si me dice que siente usted cierta inclinación al cargo de superior, no me atrevo a creerlo. ¡Ay! No es ésa la manera de estar contento; los que tienen ese cargo gimen bajo su peso, ya que se sienten débiles para llevarlo y se creen incapaces de guiar a los demás. Si así no fuera, si alguno presumiese lo contrario, haría gemir a sus inferiores, ya que le faltaría la humildad y las demás gracias necesarias para servir de consuelo y de buen ejemplo a todos ellos. Ya sabe usted, padre, que los dones de Dios son diferentes y que El los reparte como mejor le parece. Uno es sabio, pero no sirve para gobernar; uno camina hacia la santidad, pero no sabe guiar a 16. Reg. 2, 116. La carta va dirigida a "un sacerdote de la compañía que parecía buscar el cargo de director". Este sacerdote es sin duda Benjamín Huguier, ya que el contenido no puede aplicarse ni a Fermín Get, superior, ni a Santiago de la Fosse, que acababa de ser destinado a Troyes. ni a Antonio Parisy. los únicos misioneros que componían entonces con él la casa de Marsella. Habiéndole de un viaje a Argel, el Santo quería sin duda distraerle de su tentación. 1

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los demás. Por tanto, le corresponde a la divina Providencia llamarnos a las ocupaciones para las que nos ha dado algún talento, sin pretenderlas nosotros por nuestro gusto. Nuestro Señor, que había destinado a los apóstoles para que fueran la cabeza de todas las iglesias del mundo, les dijo que era El quien los había elegido; y en otra ocasión, al notar alguna envidia entre ellos por tener la primacía, les dio este hermoso precepto: que el que quisiera ser el primero fuera el servidor de los demás 2 , para enseñarnos que por nosotros mismos no hemos de tender más que a la sumisión. Eso mismo es lo que nos enseñó también con su ejemplo, ya que vino para servir y quiso tomar las formas de siervo. Pues bien, el hombre miserable que va contra esta regla y desea elevarse por encima de los demás renuncia a las máximas del Hijo de Dios, toma un partido distinto y, si llega adonde pretende, si por desgracia es nombrado superior por su ambición, no hace más que daño, porque se entregará al orgullo, que es una fuente de desórdenes; y, al ser responsable de las almas que están debajo de él, será también culpable de todas las faltas que se cometan por su mala dirección. Esto es lo que hace incluso temblar a los mejores superiores y lo que les hace pedir insistentemente que se les descargue de sus funciones. Hay muchos de ésos en la compañía. Pero son ésos precisamente a los que Dios bendice, ya que ese temor les humilla y les hace cumplir mejor con su deber. La experiencia que tenemos de esta verdad nos hace poner mucho cuidado en no entregar ningún cargo a quien ha demostrado alguna inclinación por él. Puede ser que todo lo que le estoy diciendo vaya fuera de propósito, ya que a mi juicio no son ésos los cargos que usted pide; pero, por otra parte, si usted no desea más que cargos inferiores, me parece que los tiene usted ya en Marsella; hay bastantes ocupaciones dentro y fuera de esa casa para la salvación del prójimo; y si a usted le gusta obedecer, encontrará en ello la paz de su espíritu, así como la santificación de su alma. Le ruego, pues, padre, que limite a esto por ahora sus deseos e inclinaciones. Siento un especial cariño por su corazón, que ofrezco con frecuencia a nuestro Señor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión 2

Mt 20,27. Cf. S.V.P. VII, 143-145; E.S. VII, 129-130. S. V. Paúl 2

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A FERMÍN G E T , SUPERIOR DE MARSELLA

París, 7 junio 1658 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. He quedado muy consolado con su carta, que me habla de su viaje a Toulon y de la conversación que ha tenido con el señor comendador Paul; creo que no ha podido usted obrar en este caso con mayor discreción ni mejores resultados. Le doy gracias a Dios por el afecto que ha sabido usted conquistar en el corazón de ese hombre tan valiente y por las disposiciones en que se encuentra de ir a Berbería a hacer todo lo que usted me indica. He estado pensando en si debía tomarme el honor de escribirle para darle las gracias, pero me he encontrado indigno de ello por no tener palabras que correspondan al honor de su afecto y a la grandeza de su ánimo. Lo único que me he propuesto ha sido celebrar la santa misa en acción de gracias a Dios por los testimonios que le ha dado dicho señor y para pedir a su divina bondad que lo conserve para el bien del Estado y bendiga sus armas cada vez más. Espero que me indique usted la decisión que tomen los señores de Marsella después de la exposición que les haya hecho usted de parte suya; si quiere que le diga lo que pienso en el caso de que se nieguen al mantenimiento del ejército durante los dos meses, la verdad es que no creo que lo haga tampoco el rey, debido al asedio tan importante de la ciudad de Dunquerque, por mar y por tierra 1 , y de otra plaza también de importancia que se va a asediar al mismo tiempo, según se dice; el rey no solamente pone en ese asunto todo su interés y su presencia, sino que incluso creo que dedica a ello todas sus finanzas; por eso mismo, la propuesta que se le hiciera actualmente de separar una parte de las mismas para otros proyectos que no cree tan importantes, sería mal recibida. Siendo esto así, padre, me parece que, esperando lo que Dios quiera disponer de esta empresa proyectada, es preciso 17. Archivo de la Misión, copia sacada del original en casa del señor Hains, Marsella. Según el testimonio del señor Simard, posesor del original después del señor Hains, San Vicente escribió esta carta de su propia mano (Saint Vincent de Paul et ses oeuvres a Marseille [Lyón 1894] 151). 1 Tras la batalla de las Dunas, ganada por Turenne a las tropas españolas, mandadas por don Juan de Austria y Conde (14 de junio), capituló Dunquerque (25 de junio). Según los tratados, la ciudad era devuelta a los ingleses, que la vendieron a Francia en 1662.

IV.

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enviar alguien a Argel para negociar con el bajá y con la aduana la liberación del cónsul, las deudas de Rappiot y de! barco del que se le quiere hacer responsable, y para reconocer sus deudas legítimas y sus verdaderos acreedores, a fin de no emplear inútilmente el dinero. Hemos estado pensando en si habría que enviar al padre Huguier, o al hermano Duchesne, o a un hermano que tenemos aquí, que es bastante inteligente y animoso 2 . En cuanto al hermano Duchesne, creemos que podrá hacerlo bien; pero tenemos miedo de que no le tengan mucho respeto y que lo desprecien, ya que estuvo algún tiempo de esclavo en aquel lugar. En cuanto al hermano de aquí, no entiende la lengua, y eso es un grave obstáculo. Por eso hemos pensado en el padre Huguier, que no tiene estas dificultades, sino muy buenas cualidades para tener éxito en estas negociaciones mejor que los demás. El padre Le Vacher 3 nos ha dicho, sin embargo, que, como es sacerdote, los turcos podrían cometer alguna villanía en contra suya; no creo que así suceda, porque se les declarará desde el principio lo que es y lo que va a hacer, que es rescatar algunos esclavos, ya que efectivamente le daremos algún dinero para ello. Así, pues, le hablo de este viaje en la carta que le escribo hoy mismo para conocer sus disposiciones al respecto. El padre Le Vacher partirá para Marsella dentro de diez o doce días, con la ayuda de Dios, ya que no es conveniente que se le vea por París después de la colecta que ha hecho y en la que ha trabajado mucho. Hemos enviado treinta mil libras a los señores Simonnet; estoy esperando su letra de cambio para que se las entregue en Marsella el señor Napollon. Hemos convenido en que el pago se le hará a usted en moneda francesa. Si acaso no pudieran ponerse ustedes de acuerdo en el cambio con piastras y ellos tuvieran que buscar otro dinero, la letra sólo será pagadera a quince días vista. Le acompaño su carta. Estoy preocupado por el sitio en donde podrá usted guardar ese dinero; tengo miedo de que no esté seguro en su casa, ya que viven fuera de la ciudad; se me ha ocurrido que podrían ustedes ponerlo en los carmelitas, en donde no habría nada que temer, si ustedes llevaran allá un cofre con dos cerraduras; me parece que tienen ustedes uno. Sin embargo, si cree usted que dicha cantidad está segura en su casa y en ese cofre, obre según su habi2 Probablemente el hermano Juan Armando Dubourdieu, a quien el Santo tuvo la intención, en 1658, de ofrecer el consulado de Argel, según indica el autor de su biografía (Notices t.IV, 22). 3 Felipe Le Vacher.

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Selección de escritos

tual prudencia. Pídale al señor Napollon que no diga a nadie que lo tiene usted, no sea que la noticia llegue hasta Argel No me parece bien que acepte usted por ahora ese ofrecimiento que le ha hecho una persona de entregar en Argel 300 piastras si usted se las entrega en Marsella. No hay que enviar nada al cónsul hasta que se le envíe todo junto y se sepa en qué emplea el dinero. Hemos recibido dos escudos para dos forzados, uno para Nicolás Bonner y otro para Antonio Auroy. Le ruego al padre Huguier que se los entregue, pues me parece que están los dos en Toulón. Soy en nuestro Señor su muy humilde servidor, VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Le ha dicho el señor de Brienne al señor de Lamoignon, que me lo ha contado, que entre las órdenes secretas que ha dado al señor comendador Paul ha puesto la de ir a Argel. Le acompaño una carta que le escribe el rey y otra del señor cardenal 4 ; haga el favor de llevárselas o de enviárselas por medio del padre Huguier. Lo primero me parece que será mejor, a no ser que opine usted lo contrario. Haga según crea más prudente.

18.

A JUAN L E VACHER, CÓNSUL DE T Ú N E Z

París, 18 abril 1659 Padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. He recibido hoy su querida carta del 20 de marzo; con mi respuesta a dicha carta contestaré también a las del 14 de enero, 3 y 9 de febrero, que recibí últimamente. Mañana mismo enviaré al señor de Lafargue el recibo del dinero que le envió para el rescate de Martissans de Celhay, para que vea que ya ha sido rescatado y que ha hecho usted las diligencias necesarias para que pueda volver a su país. 4

El cardenal Mazarino. Cf. S.V.P. VII, 171-174; E.S. VII, 152-155.

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

277

¡Dios mío, padre! ¿Cuándo podrá usted enviarnos un recibo semejante de la libertad de Domingo de Lajus? ¿Y cuándo se lo podremos entregar a su pobre mujer y a los cinco o seis hijos que tiene? ¿No hay ninguna posibilidad de hacer que su patrono rebaje el precio a menos de seiscientas piastras? Se trata de un precio excesivo para una persona que no tiene nada y a la que se le ha dado como pura limosna el dinero que ha recibido usted para él. Le ruego que lo rescate lo antes que pueda y lo devuelva a Francia en la primera ocasión; adelante todo lo que se necesite y, si es preciso, pida dinero prestado; mandaré que se lo paguen apenas me diga usted lo que ha entregado por su rescate. El señor Delaforcade nos ha dado su palabra, aunque fueran necesarias las 180 piastras que usted indica, junto con las 460 que me dice usted que ya ha recibido. Acuérdese de enviarnos recibo de todo. ¿No ha recibido usted las 1.200 libras que me dice el padre Get que le envió el pasado mes de septiembre para el rescate de Amable Coquery, que nos recomendó el padre Chaduc, superior del Oratorio de Dijon? No me dice usted nada de ello. Ya no hay nada que hablar sobre Alejandro de Guerre; sus malas palabras se han disipado como el humo; apenas conocieron su manera de ser, dejaron de hablar de él. No he dejado de enviarle a la señora duquesa de Aiguillon su carta y su certificado. Pondremos atención en ese consejo que usted nos da de no enviar a nadie a Berbería hasta que se haya puesto algún remedio a los pasados desórdenes. No obstante, a su señor hermano le gustaría volver a Argel, aunque tiene miedo lo mismo que usted de que le quiten todo lo que lleve y le traten mal. Doy gracias a Dios de que haya recibido los mil escudos que le enviamos y de que haya mandado la mitad al hermano Barreau. El padre Get tiene orden de enviarle las 16 piastras que tomó usted de su dinero para el señor caballero de Romilly, ya que éste ha recibido o recibirá pronto las 50 libras que se le envían. Me dice usted que el hermano Barreau le ha girado en contra una letra de cambio de 450 piastras, que le debe el gobernador de Tabarque', con la esperanza que le había dado 18. Archivo de la Misión, copia escrita en parte de mano del secretario, que añadió al dorso: "Copias de las cartas escritas por el padre Vicente al padre Le Vacher los días 17 y 18 de abril de 1659". 1 Juan María Canalle. Cf. S.V.P. VI, 503-507; E.S. VII, 429-432.

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P.I1.

Selección de escritos

dicho señor gobernador de pagarle esa cantidad pero no lo ha hecho, y temo mucho que no lo haga. No sé por qué ese pobre hombre se deja engañar de esa manera, hasta llegar a prestar no solamente su dinero, sino también el dinero de los demás. Si no ha pagado usted esa letra, creo que no debería pagarla hasta que no haya recibido con qué. Me dice usted que ha empezado a entramparse lo mismo que él y que debe ya 1.200 escudos. Esto me llena de preocupaciones. Atribuye usted la causa de este proceder a los pocos beneficios que le dejó el consulado el año pasado. Comprendo perfectamente que esto haya contribuido a esa situación; pero usted debería haber disminuido sus gastos en la misma proporción. Sin embargo, los ha aumentado usted a más de 2.000 escudos, siendo así que los ingresos fueron sólo de 720. Y solamente la mesa, para las dos personas que son ustedes, sube a casi 1.200 escudos. Esto me asusta. Sé muy bien que tiene usted algunos criados, pero ¿por qué varios? ¿Es que no le basta con uno? También sé que a veces se acercan por su casa otras personas a las que no puede usted negar la comida; pero lo que no debe hacer usted de ninguna manera es tener la mesa abierta a todo el mundo, mantener a las personas en su casa y darles alojamiento sin que paguen pensión, tanto si son franceses como extranjeros, pobres o ricos, recomendados o sin recomendación, sobre todo cuando no puede usted soportar esos gastos con sus propias fuerzas. Porque, en conciencia, no puede usted acudir a préstamos para dar impresión de esplendidez y de liberalidad, y ni siquiera para hacer obras de caridad, después de haberle pedido que no lo hiciera. Me dirá usted que es difícil impedirlo, teniendo el cargo que usted tiene; yo le respondo que todavía será más difícil que podamos enviarle el dinero para pagarlo y que, si usted conociera nuestra pobreza, no le daría mucha vergüenza dar a conocer la suya a todos los que le piden, tal como es necesario para poder acomodar y equilibrar los ingresos y los gastos. En nombre de Dios, padre, guarde la debida mesura en el futuro. Dios no le exige que vaya usted más allá de los medios que le proporciona. Le doy las gracias de que, con su bondad infinita, le haya preservado hasta ahora de esas infamias con que le habían amenazado. La señora condesa de Tonnerre nos ha devuelto los cien escudos que usted proporcionó a su hijo. Se los enviaré al padre Get para que se los mande. Envié la carta de usted a dicha señora; si ella me contesta antes de que anochezca,

IV.

Cartas a sacerdotes de la Misión

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encontrará usted la respuesta en este paquete. Hace unos días nos dijo que el señor Guerraut, banquero de Malta, tenía orden de entregar a dicho señor caballero las cuatro mil piastras que necesita para el rescate; pero lo más seguro sería enviarle este dinero desde aquí, tal como usted propone. No puedo menos de llenarme de aflicción al saber los enormes sufrimientos de los pobres esclavos y verme completamente impotente para poder aliviarles; ¡quiera Dios tener piedad de ellos! Dudo mucho de que sea posible obtener el pasaporte para Isaac y Jacob Alcalay por todo el tiempo que usted desea; el señor de Brienne no quiso dárselo a la señora duquesa de Aiguillon, que se lo solicitaba para ellos, a no ser para un año. Entregué las cartas que me envió el señor caballero de Ravelón. Creo que le ha contestado ya el señor Poussay y que todos los demás le contestarán en seguida. Uno de nuestra compañía vio en Reims al señor presidente Coquebert, que le dijo que vendría pronto a París y que hablaría conmigo sobre dicho señor caballero. Veremos a ver si lo hace. Nuestro Señor le trata a usted como trató siempre a los santos, guiándolos hacia la santidad y la gloria a través de diversas tribulaciones. No se contenta con los trabajos extraordinarios que soporta usted en su servicio, sino que incluso le prueba, según veo, con penas interiores, que son más molestas que las corporales. ¡Quiera su divina bondad que, en la medida en que le aumenta las cruces, multiplique también sus gracias para que pueda llevarlas con valentía! No dejaré, padre, de ofrecerle con frecuencia a Dios con esta intención. Le escribí ayer una nota que el señor Langlois me pidió para rogarle expresamente que ayude en todo lo que pueda al señor de Beaulieu, su corresponsal en Túnez, y que además responda por él en caso de necesidad hasta la cantidad de 6.000 libras. Me dijo que nos enviaría hoy su promesa para garantizarnos de todo lo que pudiera usted salir fiador de esa persona; pero no lo ha hecho. Quizá me lo envíe antes de que salga esta carta; en ese caso, se lo diré a usted; de lo contrario, no conviene que se comprometa usted en nada por dicho señor de Beaulieu, ya que, si él no ha mantenido su palabra, no tengo yo obligación de mantener la mía. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión

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280

19.

A J U A N PARRE, HERMANO DE I A MISIÓN EN SAN QUINTÍN

París, 9 agosto 1659 Mi querido hermano: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Recibí sus cartas del 29 de julio y del 5 de este mes. No dudo de que tiene mucho que sufrir, y de que se le contradice y acosa. Le pido a nuestro Señor que sea su fortaleza y que saque su gloria de todo eso. Nada tengo que decirle en lo que se refiere al servicio que le hace a Dios y a la gloriosa Virgen' en la comisión que le ha dado el señor obispo de Noyon, a no ser que puede seguir cuidando de ello, tanto como se lo permita su empleo principal, a propósito del cual le diré, como ya le ha escrito la señorita Viole, que se ha destinado alguna pequeña ayuda para que esos pobres hombres puedan sembrar un poquito de tierra; me refiero a los más pobres, que no podrían hacer nada si no se les socorriese. Todavía no hay nada preparado, pero se hará algún esfuerzo para reunir al menos cien pistolas 2 para ello, esperando a que llegue el tiempo de sembrar. Entre tanto le ruegan que vea en qué lugares de la Champaña y de la Picardía hay más pobres que tengan necesidad de esta ayuda; esto es, mayor necesidad. Podría recomendarles de pasada que preparasen algún trozo de tierra, que lo labrasen y ahumasen, y que le pidiesen a Dios que les envíe alguna semilla para sembrar allí, y, sin prometerles nada, darles esperanzas de que Dios proveerá. Se querría igualmente que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen la vida, tanto hombres como mujeres, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres ruecas y estopa y lana para hilar, y esto solamente a los más pobres. En estos momentos en que va a llegar la paz, cada uno encontrará donde ocuparse y, como los soldados no les quitarán lo que tengan, podrán ir reuniendo algo y recuperándose poco a poco; para ello la reunión ha pensado que hay que ayudarles al comienzo y decirles que ya no podrán esperar otro socorro de París. Vea, pues, mi querido hermano, dónde están estos pobres más necesitados de ayuda por última vez, y qué es lo que se 19. (C no F).—Archivo de la Misión, minuta. En Nuestra Señora de la Paz. Moneda antigua de oro, de valor variable. (N. del T.)

1 2

V.

Selección de escritos

Cartas a Hijas de la Caridad

281

necesita poco más o menos para ello, así como para cubrir también las iglesias desmanteladas y arruinadas, solamente en el lugar del altar, para poder celebrar allí la misa con alguna decencia; me refiero a las iglesias donde los habitantes no puedan restaurarlas, y que no dependan de ningún cabildo o abadía o señor diezmero, que estén obligados a mantenerlas, ya que es a ellos a quienes corresponden esas reparaciones; y si nos indica cuáles son esos patronos beneficiarios o comunidades, con los nombres de las parroquias donde están esas iglesias devastadas que están obligados a mantener, se les urgirá su obligación. Todo esto le obligará a idas y venidas para conocer dónde hay verdadera necesidad y para enviar las memorias, a fin de que se pueda formar algún pequeño fondo para poner remedio. Por ahora no hay casi nada seguro, como le he dicho; pero se hará algún esfuerzo cuando nos haya indicado usted qué es lo que necesita absolutamente, poco más o menos, para esas tres cosas: las semillas, las herramientas y las reparaciones. Sobre su retiro, ¿cuándo podrá venir a hacerlo? ¿Es incompatible con el cuidado de la capilla 3 y las demás cosas que tiene que hacer y que le acabo de decir? ¿Lo dejará todo para venir a recogerse o dejará el retiro hasta que haya hecho todo esto? Le ruego que me diga lo que piensa hacer. Soy en el amor de nuestro Señor, mi querido hermano, su muy humilde servidor. Al pie de la primera página: Hermano Juan.

V. 1.

CARTAS

A HIJAS DE LA

CARIDAD

A LAS HIJAS DE LA CARIDAD DEL HOSPITAL DE NANTES

Orsigui, a cuatro leguas de París, 24 abril 1647 Mis queridas hermanas: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Siempre pienso con gran consuelo en vosotras y en la dicha que tenéis de ser Hijas de la Caridad y de trabajar las primeras en ese lugar eri que estáis para asistir a los pobres. 3

De Nuestra Señora de la Paz. Cf. S.V.P. VIII, 72-74; E.S. VIII, 65-67.

282

P.II.

Selección de escritos

Pero cuando oigo decir que vivís como verdaderas hijas de Dios, esto es, como verdaderas hijas de la Caridad, aumenta mi consuelo hasta el punto de que sólo Dios os lo podría dar a conocer. Seguid, queridas hermanas, perfeccionándoos cada vez más en vuestro santo estado. Son éstas las razones que os deben mover a ello. En primer lugar, la santidad de vuestro estado, que consiste en ser verdaderas hijas de Dios, esposas de su Hijo y verdaderas madres de los pobres; y ese estado, mis queridas hermanas, es tan grande que el entendimiento humano no puede concebir nada mayor en una pura criatura sobre la tierra. La segunda razón es que, para elevaros a esta dicha, Dios os ha sacado de la masa corrompida del mundo. La tercera es la fidelidad que habéis manifestado al corresponder a la santa inspiración que nuestro Señor os ha dado al llamaros a ella, el ardor con que se lo pedisteis en el momento de ser recibidas, las resoluciones que entonces tomasteis de vivir y de morir santamente en esta vida. En cuarto lugar, mis queridas hijas, la bendición que Dios ha querido dar a vuestros ejercicios de devoción y a vuestra asistencia a los pobres; tantos buenos ejemplos como habéis dado dentro de casa; tantas buenas muchachas a las que habéis atraído, que viven allí santamente; tantos buenos enfermos a los que habéis conducido al buen camino; tantos otros a los que habéis reconciliado con Dios con vuestros buenos consejos durante su enfermedad y tantos y tantos otros que son ahora bienaventurados en el cielo y rezan incesantemente por la santificación de vuestras queridas almas. Estas son, mis queridas hermanas, otras tantas razones entre otras muchísimas que no podrían caber en varias hojas de papel, y que os tienen que animar cada vez más a perseverar y perfeccionaros en vuestra santa vocación. Me parece, mis queridas hermanas, que todas estáis de acuerdo en quererlo así, pero que os sentís agitadas por una infinidad de tentaciones que os oprimen. A esto respondo, mis queridas hermanas, que es Dios el que os envía o permite que os vengan esas tentaciones por las mismas razones que permitió y envió a su Hijo las que él sufrió, esto es, para que diera pruebas de su amor infinito a la gloria de su Padre y a la santificación de la Iglesia. Sí, me diréis quizá; pero creemos que tantas otras almas buenas que están en el mundo y en las congregaciones religiosas, e incluso en nuestra comunidad, no se ven tan afligidas interiormente hasta el punto en que nosotras nos vemos.

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

283

Pues bien, os responderé que no hay ningún alma en la tierra que haga profesión de entregarse por entero a Dios y a sus pobres miembros que no sufra tantas penas interiores y exteriores como vosotras, ya que se trata de un decreto dado por Dios, no contra, sino en favor de las almas buenas y santas, de que todas ellas tendrán que sufrir tentación y persecución. Pase, me diréis, que a veces venga la tentación, pero resulta insoportable que venga siempre, en todas partes y por medio de casi todas las personas entre las que nos toca vivir. Queridas hermanas, es voluntad de Dios que esas benditas almas de elección, a las que quiere, se vean tentadas y afligidas todos los días; y esto es lo que quiere decir y a lo que nos exhorta cuando dice en el Evangelio que los que quieran ir en pos de él, tienen que renunciarse a sí mismos y llevar la cruz', esto es, que sufran aflicciones todos los días. Medid bien estas palabras, queridas hermanas: todos los días. Me diréis: ya lo soporto todo esto de las personas extrañas; pero ¡que esto venga de mis propias hermanas, que deberían servirme de aliento y que me sirven de aflicción, y esto en todo lo que dicen, en todo lo que hacen y dejan de hacer! ¡Ay, mis queridas hermanas!, ¿quiénes nos pueden hacer sufrir más que aquellos con quienes estamos? ¿Serán acaso las personas lejanas, a las que no hemos visto ni veremos jamás? ¿Quién hace sufrir a un miembro del cuerpo, a no ser otro miembro del mismo? ¿Quién hizo sufrir a nuestro Señor, sino sus apóstoles, sus discípulos y los hombres entre los que vivía, que eran el pueblo de Dios? Un buen hombre, al confesarse un día, le decía a su confesor cuando éste le preguntaba cómo empleaba las aflicciones que recibía por parte del prójimo: "¡Ay, padre! No tengo ningún sufrimiento de parte suya. Desde que murieron mi mujer y mis hijos, estoy solo y no puedo enfadarme con nadie, aunque quisiera". Esto es para 1. Archivo de las Hijas de la Caridad, copia sacada por la hermana Hellot. Esta carta, escrita a petición de Luisa de Marillac y siguiendo las observaciones presentadas por el señor de Annemont, bienhechor de las hermanas (cf. Lettres de Louise de Marillac, cana 173), fue enviada por la fundadora, que quiso también añadir unas palabras suyas y dar unos consejos; les decía: "Hermanas mías, la dulzura del estilo de esta carta, el recuerdo de las gracias que Dios les ha hecho a ustedes y a nosotros y las instrucciones que su caridad (la del padre Vicente) nos da con tanto cariño, me han conmovido tanto que me siento incapaz de indicárselo, acordándome de que Dios nos ha recordado muchas veces por él nuestras obligaciones, olvidando nuestras faltas y defectos, sin dejar jamás de animarnos y exhortarnos y demostrándonos un afecto paternal". 1 Mt 16,24.

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¡'.II. Selección de escritos

que veáis, mis queridas hermanas, cómo nuestras cruces de cada día sólo nos pueden venir de personas con quienes vivimos. Bien, me diréis, yo soporto mejor las penas que me vienen de las demás hermanas que las que proceden de la hermana sirviente 2 , de su frialdad, de su mal genio, de su taciturnidad, de que nunca me dice una palabra amable, sino que, cuando me habla, lo hace siempre con palabras secas y quejumbrosas; es lo que no puedo soportar y lo que me obliga a buscar el consuelo entre las demás hermanas que sufren como yo, y me hace charlar todo el tiempo que puedo con el confesor y decirle mis preocupaciones a las personas de fuera. A esto respondo, mi querida hermana, que es ésta una señal de que somos muy débiles y enfermos, ya que necesitamos que nos halaguen los superiores en todo lo que nos dicen u ordenan; pues bien, una Hija de la Caridad debe estar tan lejos de considerar como provechosas estas caricias que, por el contrario, debería pensar más bien que, cuando la hermana sirviente la trata con mimos, es porque la trata como niña o como enferma. Nuestro Señor gobernaba a los suyos de una forma firme y seca y a veces con palabras duras y aparentemente injuriosas, hasta tratar a algunos de hipócritas y a otros de Satanás, y otra vez tomó cuerdas y golpeó a los que vendían a la puerta del templo y, lo que es más, sólo les predijo males y aflicciones para el futuro. Así, pues, ¡querramos nosotros que nos halaguen los superiores y nos apartemos de ellos, como aquel desventurado que traicionó a nuestro Señor, para formar bando aparte con los que están descontentos y con los confesores! ¡Oh, Jesús, mis queridísimas hermanas! ¡Que Dios les guarde! Me parece, mis queridas hermanas, que me decís que no habéis caído en ese desgraciado estado, gracias a Dios, o que me pedís algunos consejos para apartaros de él, si habéis caído, y para reuniros con la que manda y con cada una de las hermanas de su familia y, por consiguiente, con nuestro Señor, que no admite ninguna unión con él si no se tiene con los que le representan y con sus miembros. Si no habéis caído en ese lamentable estado, le doy gracias a Dios y celebraré la misa para agradecérselo; pero, si habéis caído, éstos son los medios para apartaros de ello, por la misericordia de Dios,

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

285

que le pediré en la santa misa que celebraré para conseguirlo de su misericordia. El primer medio es que hagáis la oración dos o tres veces sobre lo que os he escrito, primero sobre la primera parte de esta carta, luego sobre la segunda, finalmente sobre la tercera. El segundo medio es que os confeséis todas con el padre Des Jonchéres de todas las faltas que hayáis cometido en esto, no sólo desde vuestra última confesión, sino desde que estáis en Nantes, decididas a seguir los buenos consejos que os dé y a cumplirlos. El tercero es que os deis todas un abrazo después de la comunión y os pidáis mutuamente perdón y os entreguéis unas a otras el corazón. El cuarto, que todos los meses, durante un año, hagáis la oración sobre este tema. El quinto, que no sigáis los movimientos de vuestro afecto de simpatía para tratar con alguna hermana en especial, sino que huyáis más bien del trato con aquellas a las que os sintáis más inclinadas, para uniros más a las otras. El sexto, que no habléis con vuestro confesor más que en el confesonario, a no ser un par de palabras para lo que sea necesario, obrando entonces como obran las hermanas de vuestra casa de París con sus confesores de San Lázaro. El séptimo, que cada una me escriba los sentimientos que Dios le dé después de esas tres meditaciones y de la confesión y comunión que hagáis por este motivo, como os he dicho. El octavo, que la superiora le escriba todos los meses a la señorita Le Gras diciéndole cómo va progresando su familia en estas prácticas. Y el último medio es que todos los meses tengáis con el señor Des Jonchéres la comunicación interior, sobre todo en lo que se refiere a los defectos contra lo que hemos dicho. Estas son, mis queridas hermanas, mis pobres ideas sobre el motivo que tenéis para alabar a Dios por vuestra vocación, para perseverar y progresar en ella, acordándoos de los defectos en que puede caer una familia de la Caridad en una nueva fundación y de los medios para remediarlos. Les suplico muy humildemente, mis queridas hermanas, que acepten todo lo que les he dicho por amor a nuestro Señor, en el que soy de todas ustedes su muy humilde servidor 3 , VICENTE DEPAUL,

2

Isabel Martín. Su naturaleza enfermiza era, sin duda, la causa principal de los desórdenes que se habían introducido en la pequeña comunidad de Nantes.

indigno sacerdote de la Misión 3

Lamberto aux Couteaux y sor Juana Lepeintre fueron a hacer la visita

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PII.

Selección de escritos

Dirección: A nuestras queridas hermanas, las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos del hospital de Nantes.

2.

A SOR JUANA LEPEINTRE

París, 23 febrero 1650 Mi buena hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Me ha alegrado mucho recibir su carta, pero, por otro lado, me apena ver esas continuas molestias por el alojamiento que están padeciendo. Si Dios no lo remedia, no se podrá buscar otro sitio. Vea, sin embargo, al señor de Annemont', expóngale los inconvenientes de estar tan estrechas y con tantos enfermos, para que se lo advierta a los administradores y vea con ellos si es posible acomodar algún lugar cercano, o quizá por encima de las salas, para darles un poco más de libertad. También me alegra saber que ha solicitado usted que la descarguen de la preocupación principal, puesto que toda persona que dirige hace bien en pedir de vez en cuando que la depongan, aunque tiene que permanecer en la indiferencia, como usted hace, gracias a Dios. Siga usted en su puesto, confiando siempre en el cuidado de la Providencia, que la sacará de este empleo cuando convenga, y le dará las gracias necesarias para cumplirlo debidamente, mientras esté en ese cargo. Sí, hermana, esté usted segura de que, al permanecer en el lugar en que la ha puesto la obediencia, el mérito de esa obediencia se extenderá sobre todo lo que haga y le dará a cada acción un precio inestimable, aunque las cosas no vayan como a usted le gustaría. Tiene usted razón al decir que la dirección espiritual es muy útil; es un lugar de consejo en las dificultades, de ánimo en los sinsabores, de refugio en las tentaciones, de fuerza en los desánimos; en fin, es una fuente de bienes y consuelos, cuando el director es caritativo, prudente y experimentado. Pero ¿no sabe usted que donde los hombres fallan, allí empieza la ayuda de Dios? El es el que nos instruye, nos robustece, al hospital de Nantes; ésta se quedó allí de superiora, en lugar de sor Isabel Martín, que se marchó al hospital de Richelieu. Cf. S.V.P. III, 174-180; E.S. III, 159-163. 2. (CF).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. 1 Capellán del mariscal de la Meilleraye.

\ V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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nos es todo y nos lleva hacia él por sí mismo. Si no permite que tenga usted un padre espiritual a quien acudir en todas las ocasiones, ¿cree usted que es para privarle del beneficio de la dirección de tal padre? Ni mucho menos. Al contrario, es nuestro Señor el que ocupa su lugar y el que tiene la bondad de dirigirla. Así lo ha hecho hasta ahora y no dude usted de que lo seguirá haciendo hasta que no provea otra cosa. Siempre he notado este cuidado especial de la Providencia en muchas personas piadosas, privadas de semejante ayuda por parte de los hombres, y podría ponerle muchos ejemplos elocuentes y decirle cosas admirables sobre este punto; pero no lo necesita usted, que no duda de ello y que experimenta continuamente los efectos de la protección divina. Todavía no ha llegado la ocasión de retirar a sor Enriqueta; le pido que tenga paciencia con ella. Es muy de desear que tengan todas ustedes el mismo confesor; creo que el señor Cheneau es muy capaz de ello y muy buena persona; por tanto, siga de vez en cuando aconsejando a esa hermana que se confiese con él, para que, si acude a otro, el señor obispo de Nantes 2 sepa que no es por orden de usted, ni con su consentimiento. Creo que lo que les ha impedido a ustedes seguir el pequeño reglamento y los avisos que les dejé son esos pequeños jaleos que han sufrido ustedes hasta ahora; espero que la bondad de Dios les dé en adelante más paz y más gracia para ser muy fieles y exactas, y que usted dará ejemplo a las hermanas. Si la entrada de mozos en su cocina es un mal necesario, habrá que soportarlo por amor de Dios, que lo permite; si es posible evitarlo, que se encarguen de ello los administradores; para ello, hable usted de vez en cuando con el señor Truchart, aunque sometiéndose a lo que decida. Dice usted que les han puesto un espía, que les molesta. Confieso que esto no resulta muy agradable; pero después del esfuerzo que ustedes han puesto por librarse de esta sujeción, hay que tener paciencia. ¡Ay, hija mía! ¡Yo no sé de nadie que no tenga vigilantes! Los grandes los tienen incluso en sus habitaciones, y la miseria es hoy tan grande en el mundo que casi todas las personas que vemos son otros tantos espías; de ello hemos de sacar la conclusión de que hemos de obrar siempre con mucho recato y presencia de Dios. Creo que usted y las demás hermanas obrarán así; esto hará que los que 2 Gabriel de Beauvau de Rivarennes. Cf. S.V.P. III, 613-617; E.S. III, 572-574.

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P.II.

Selección de escritos

I

se fijen en sus acciones no tengan más remidió que publicar su virtud. ¿Ha mandado usted ya hacer en su habitación la clausura que debería servir para sus reuniones, tal como lo vimos conveniente cuando estuve en Nantes? Si ya está hecha, ¿no podrían tener todos los días un rato de recreo? Le ruego que me lo indique. Entre tanto, apruebo su discreción al dar un poco de libertad a las hermanas para reír y hablar cuando se presente la ocasión, si es que no pueden disponer ustedes de un rato para el recreo en común. Necesitan relajarse en medio de sus continuas ocupaciones. Doy gracias a Dios por la mejoría de la hermana enferma y por la buena salud de todas, especialmente de la suya. Les saludo a todas en general y en particular con todo el afecto que me es posible. Les ruego que pidan a Dios misericordia para mí; yo las ofrezco frecuentemente a él, para que les dé fuerza y generosidad de espíritu a fin de superar las dificultades con que tropiezan en el servicio a Dios y a los pobres, hasta que les dé la eterna recompensa en el cielo. Soy en su amor su muy querido servidor, VICENTE DEPAUL,

i. s. d. 1. M. Dirección: A sor Juana Lepeintre, sierva de los pobres y de las Hijas de la Caridad del hospital de Nantes.

3.

A SOR ANA H A R D E M O N T

París, 30 de julio de 1651 Mi buena hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Su carta del día 1 de este mes me ha dado muchos motivos de consuelo. Doy gracias a Dios por su mejoría y por la total recuperación de la hermana Bárbara. Estaba muy preocupado por su enfermedad y lo sigo estando por la de usted, aunque espero que ya estará usted totalmente restablecida' y las dos 3.

Archivo de las Hijas de la Caridad, original. Todavía duraba la enfermedad de sor Ana Hardemont; Ct. S.V.P. IV, 235-236; E.S. IV, 228-229. 1

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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sirviendo con entusiasmo a los pobres. Para agradecerle a Dios que les haya conservado para esto, ofrézcanse a él de nuevo; háganle un sacrificio continuo de sus pensamientos, de sus palabras y de sus acciones, deseando y anhelando que todo sea para su gloria y para bien del hospital. Por este medio es como su divina bondad las hará dignas de la incomparable bondad que el buen señor Eudo manifiesta con ustedes. El amor que tiene a los pobres le hace preocuparse por ustedes de esa manera, a fin de que ustedes se preocupen luego de ellos; sigan ustedes, mis buenas hermanas, respetándolo mucho y siguiendo sus consejos. A usted, sor Ana, le pido que cuide mucho de sus hermanas, como hermana sirviente que es; y a ellas que la cuiden mucho a usted, como hijas de nuestro Señor, al que deben mirar en usted y usted en él. En fin, vivan todas unidas, sin tener más que un solo corazón y una sola alma, a fin de que por esta unión de espíritu sean una verdadera imagen de la unidad de Dios, ya que su número representa a las tres personas de la Santísima Trinidad. Le pido para ello al Espíritu Santo, que es la unión del Padre y del Hijo, que sea igualmente la de ustedes, que les dé una profunda paz en medio de las contradicciones y de las dificultades, que necesariamente tendrán que existir alrededor de los pobres; pero acuérdese también de que allí es donde está su cruz, con la que nuestro Señor las llama a él y a su descanso. Todo el mundo aprecia mucho el trabajo que realizan y las personas de bien no ven en la tierra ninguno que sea tan digno de veneración y tan santo, cuando se hace con devoción. Me parece muy bien que hagan ustedes el retiro, puesto que Dios les ha dado deseos de hacerlo; pero ha de ser sin que los pobres sufran por ello y con tal de que su director esté también de acuerdo. Puede empezar usted a hacerlo y luego lo harán las otras dos hermanas por turno; pero acuérdense de mí en sus oraciones. La señorita Le Gras se encuentra bien, gracias a Dios, y su pequeña comunidad va creciendo en número y en virtud. Soy en el amor de nuestro Señor, mi buena hermana, su muy humilde servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Dirección: A sor Ana Hardemont, Hija de la Caridad, sirviente de los pobres enfermos, en Hennebont.

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4.

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Selección de escritos

A SOR NICOLASA HARÁN, SUPERIORA DE NANTES

\ V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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para mí, que soy en el amor de nuestro Señor su muy afectuoso servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión

París, 27 de septiembre de 1656 Hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Tenemos a uno o dos de nuestros padres que tienen que ir a Nantes junto con dos hermanos, procedentes de diversas casas; les he indicado que, para poder encontrarse, se dirijan a usted para que el primero que llegue le indique dónde se aloja y pueda usted indicárselo a los demás. Le envío un paquete de cartas para el padre Herbron, que es uno de ellos. Le ruego que se lo entregue en mano y él le pagará los portes. ¿Cómo sigue usted, hermana? ¿Y cómo siguen las demás? ¿Tienen ustedes muchos enfermos? ¿Les gusta servirles por el amor de Dios? ¿Están ustedes en paz con los de dentro y con los de fuera, y están sobre todo muy unidas? ¿Se quieren mucho entre ustedes? ¿Se soportan las unas a las otras? ¿Observan bien el pequeño reglamento? En una palabra, mi querida hija, ¿son todas ustedes buenas Hijas de la Caridad, agradables a los ojos de Dios y edificantes para todo el mundo? Si es así, como quiero creerlo, ¡qué alegría! ¡con qué entusiasmo daré gracias a su divina bondad! Pues es ésta una de las mayores alegrías que se pueden tener en la tierra. Pero, si no es así, sería un motivo de gran aflicción. Le ruego que me diga qué le parece de esto y que continúe por su parte cuidando bien de las demás, para llevarlas a Dios y a cumplir bien con sus obligaciones, tratándolas con respeto, mansedumbre y cariño, y dándoles finalmente el ejemplo de las virtudes que le gustaría a usted que practicasen. Le pido a nuestro Señor, que es la fuente de todas ellas y que las practicó primero para nuestra instrucción, que se las dé a usted y a ellas. La señorita Le Gras se encuentra enferma en cama, con un poco de fiebre, causada por un dolor del costado. Hace diez o doce días que, al querer levantarse, se cayó de la cama al suelo y se hizo daño; no se encuentra mejor desde entonces, aunque espero que no sea nada. Pida a Dios por ella y por su pequeña compañía, que va cada vez mejor; Dios la bendice por todas partes, por su misericordia; le ruego que se la pida a Dios 4. Archivo de la Misión, copia del siglo xvilo xvm sacada del original, que era de la mano del Santo. Cf. S.V.P. VI, 94-96; E.S. VI, 92-93.

5.

A SOR MARGARITA C H É T I F

París, 21 de octubre de 1656 Hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. La señorita Le Gras me ha puesto al corriente de la carta que usted le ha escrito y hemos tratado juntos de la propuesta que usted le hace de llevar sarga en la cabeza, según se acostumbra en esa región. He de decirle, hermana, que la razón que usted indica no tiene por qué inclinarle a ese deseo. Dice usted que es por la vergüenza de que, al estar en la iglesia con un tocado diferente de las demás, todo el mundo se pone a mirarlas; pero yo creo que es el orgullo el que le da esa vergüenza, si no activamente, al menos pasivamente, haciéndole creer que en esas miradas hay algún desprecio, de modo que aceptando eso aceptarían ustedes una imperfección. Además, crearía usted una división en su compañía, que debe guardar la uniformidad en todo; porque, si en Arras las mujeres se cubren de una manera, resultará que en Polonia e incluso en Francia se cubrirán de otra. Y si siguen ustedes esas modas, nacerá la diversidad. ¿No van los capuchinos y los recoletos vestidos del mismo modo por todas partes, sin que la diferencia con el vestido ordinario de los pueblos en donde viven les obligue a cambiar sus hábitos, ni tampoco la vergüenza de ir con un paño burdo y con los pies desnudos como van? La misma Iglesia es tan rígida en querer que los eclesiásticos vayan siempre debidamente vestidos que, si un sacerdote deja su sotana, lo declara apóstata de hábito. Nuestro Señor no cambió el suyo cuando fue a Egipto, aunque sabía muy bien que sería menospreciado por ello; y cuando fue llevado de Herodes a Pilato, dejó que le cubrieran con un hábito vergonzoso. Por tanto, hermana, no creo que después de este ejemplo del Salvador quieran evitar ustedes un poco de confusión, ya que no podemos ser sus hijos más que amando lo que él ama; y si el profeta dijo de él que, cuando le daban un bofetón en la mejilla, presentaba la otra, ¡cuan lejos estaríamos de seguirle si, en vez de buscar las ocasiones de extender nuestros sufrimientos, rechazásemos las más pequeñas que se

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V.

Selección de escritos

nos ofrecen! Por eso, hermana, le conjuro, por ese deseo que usted tiene de hacerse agradable a Dios, que soporte con paz esa humillación que sufre con esa manera de fijarse en ustedes. Quizá no sea tanto como usted se imagina; y aunque así fuera, sería sólo por la novedad, que poco a poco se irá convirtiendo en costumbre. Pero incluso me gustaría que siguieran fijándose en ustedes; ¿no es preferible edificar a esas personas con su modestia que ocultarse bajo un trozo de tela, por falta de humildad? El santo recogimiento, tan conveniente en las iglesias, les pondrá perfectamente a cubierto de ese inconveniente, sobre todo porque no verán ustedes si alguien se está fijando; y su recogimiento les advertirá al mismo tiempo de la forma como hay que comportarse en esos lugares sagrados. Y si, por ser diferentes del vulgo, tienen que soportar alguna broma, bendigan a Dios por ese medio que les ofrece para abatir la soberbia y pisotearla con su humildad. Además de todos esos bienes, hermana, harán ustedes otro muy importante: que conservarán la uniformidad en la compañía, sin hablar de la dicha inestimable que alcanzarán por hacerse semejantes a nuestro Señor; y esto lo deben ustedes apreciar mucho, ya que su vocación las hace hijas suyas de una manera particular, y, en calidad de tales, tienen que procurar parecerse a él en la práctica de las virtudes. No dudo de que habrá otras personas que le indicarán razones muy poderosas en contra de lo que le he dicho; pero serán razones humanas que proceden de los sentimientos de la naturaleza, y no razones cristianas y saludables, como son las que le he expuesto. Pido a nuestro Señor que les conceda la gracia de cumplir su santa voluntad en todas las cosas, como han hecho hasta el presente, que la una a usted cada vez más con sor Radegunda, a la que saludo. Me encomiendo a las oraciones de ambas, ya que soy de las dos, en el amor de nuestro Señor, su más afectuoso servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Estamos esperando que se presente alguna ocasión o mensajero para enviar a los padres Canisius y Delville el... 1 que nos pedían. (CF).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. Una palabra ilegible. Cf. S.V.P. VI, 113-116; E S . VI, 109-111.

Cartas a Hijas de la Caridad

Dirección: A sor Margarita Chétif, Hija de la Caridad, sirviente de los pobres enfermos, en casa de la señorita Le Flond, delante de los capuchinos de Arras. 6.

A SOR MARGARITA C H É T I F

París, 18 de febrero de 1657 Hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. He recibido su carta del 29 de enero y la he leído con alegría, aunque me preocupa su indisposición corporal, de la que me ha hablado el padre Delville, y más todavía la de su espíritu respecto a su vocación y a los actos del reglamento. A propósito de ello he de decirle, hermana, que no es más que una tentación del espíritu maligno que, al ver los bienes que usted hace, se esfuerza en apartarla de ellos. Lo que él quiere es, quitándola de sus tareas, quitarla de las manos de Dios para poder triunfar sobre usted con un rapto tan deplorable. Para juzgar si es Dios el que la ha llamado a la condición en que se encuentra, no tiene usted que fijarse en sus disposiciones actuales, sino en las que tenía cuando entró. Entonces sintió usted en varias ocasiones el movimiento divino, le rezó a Dios para conocer su voluntad, pidió consejo a sus directores, hizo no solamente un retiro, sino incluso un ensayo en casa de la señorita Le Gras; y entonces, decidiéndose usted voluntariamente a este género de vida pensando en Dios y deseando responder a su llamada, él demostró que su decisión le había agradado bendiciendo luego abundantemente su persona y sus trabajos y haciendo que edificara usted a todos los de dentro y los de fuera. ¿Qué motivos tiene ahora para dudar de si está en el estado que él desea? Es evidente por todo lo que le he dicho que su vocación es de Dios, ya que ha llegado a ella por esos caminos, que son los más seguros y por los que él acostumbra sacar a las almas lejos del mundo para servirse de ellas en el mismo mundo. Por consiguiente, esas dificultades con que usted tropieza ahora no tienen que hacerla dudar de esta verdad, que tan bien conoció usted desde el principio; ni tiene que extrañarse de que le venga esta tentación, ya que el evangelio de hoy nos asegura que hasta nuestro Señor fue tentado; ni ha de afligirse por ese aburrimiento que siente en sus ejercicios, ya que es lógico que la naturaleza se canse de

5. 1

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6. (CF).—Archivo de las Hijas de la Caridad, original. Cf. S.V.P. VI, 190-192; E.S. VI, 181-183.

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P.U.

Selección de escritos

ellos y se eche para atrás, al ver que son tan penosos y repugnantes. Por todo esto convendrá que modere usted sus esfuerzos, como se lo ruego, de forma que sean proporcionados a sus fuerzas. Y si esto no es posible por haber demasiados enfermos, convendría que me lo dijera, pues entonces pensaríamos en sacarla de Arras o en enviarle refuerzos. Le pido a nuestro Señor, a quien sirve usted tan útilmente, que sea él mismo su fuerza para sostener con vigor y mérito esa debilidad exterior e interior en que usted se encuentra, para que obtenga usted la recompensa prometida a los que perseveren, una recompensa tan grande que en comparación de ella todos los trabajos de esta vida les han parecido a los santos meros pasatiempos. Le contesto al padre Delville sobre las cartas escritas a nuestras damas. El padre Portail se encuentra bien, gracias a Dios; agradece saludos y le pide que ponga atención a la carta que le ha escrito. También está bastante bien la señorita Le Gras, lo mismo que su pequeña compañía, gracias a Dios. Saludos para la hermana Radegunda. Me encomiendo a las oraciones de ambas, ya que soy en el amor de nuestro Señor y en el de su Madre gloriosa su muy querido servidor.

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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Ese deseo que cunde entre ese gran número de jóvenes que desean entrar en su compañía no es una señal segura de que Dios las llame, sobre todo si las anima algún pensamiento humano más que la inspiración divina. Puede ser, sin embargo, que en algunas haya ese movimiento divino; por eso hará

usted bien en mantenerlas en esa buena voluntad, aunque no es conveniente enviarlas todas al mismo tiempo. Escoja dos o tres de las que estén mejor dispuestas y de las más idóneas; la señorita Le Gras las recibirá para ensayar con ellas, mientras que usted prueba a las otras. Pero hágales comprender bien lo siguiente: 1.a Que su compañía no es una congregación religiosa y que su casa no es un hospital de donde no haya que moverse, sino una asociación de mujeres que van y vienen continuamente para asistir a los pobres enfermos, en diversos lugares y en horas concretas, haga el tiempo que haga. 2.Q Que las Hijas de la Caridad, por ser sirvientes de los pobres, van también vestidas y alimentadas pobremente, sin que puedan cambiar la cofia blanca y los hábitos que llevan. 3.Q Que, al venir a la compañía, no hay que tener más intención que la de servir a Dios y a los pobres. 4.Q Que hay que vivir en una continua mortificación de cuerpo y de espíritu y con la voluntad firme de observar exactamente todas las reglas, especialmente la obediencia sin replicar. 5.Q Que aunque vayan a una parte y a otra de la ciudad de París, no les es posible ir a visitar a las personas conocidas sin permiso, ni recibir a los hombres en su casa. 6.Q Finalmente, que tengan medios para hacer el viaje y comprar su primer hábito 3 . En una de sus cartas me preguntaba usted si podía recibir con ustedes a una postulante que no sabe dónde estar, antes de recibir órdenes para enviarla aquí. No me parece conveniente, hermana, ya que la experiencia ha demostrado que las jóvenes que se unen a las hermanas que trabajan fuera de la casa de París antes de haber recibido el hábito y las instrucciones que se les da aquí no suelen resultar, ya que se convencen de que sólo tendrán que hacer lo que han visto practicar a esas hermanas de lejos. Le ruego, por tanto, que no reciba a ninguna en su casa. No me dice usted nada de sus ocupaciones, a no ser que tienen muchas alumnas y dos pequeñas pensionistas. Le ruego que me indique si tienen enfermos en su hospital, cuántos son, si atienden ustedes a los pobres enfermos de la ciudad y de los alrededores, si son muchos o pocos, en qué se ocupan

7. Recuetl des procés-verbaux des conseils tenus par Saint Vincent de Paul, 307. 1 Cerca de Joigny (Yonne). 2 Véase nota 3.

' En su carta 561, dirigida al hermano Ducournau, que señaló al dorso la fecha de enero de 1658, Luisa de Marillac da el sentido de la respuesta que hay que dar a las hermanas de Saint-Fargeau. La carta del Santo es, en esta primera parte, casi la reproducción textual de la de su piadosa colaboradora.

VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Dirección: A sor Margarita Chétif, Hija de la Caridad, sirviente de los pobres enfermos, Arras. 7.

A LA SUPERIORA DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD DE SAINT-FARGEAU'

[Enero de 1658]2

P.ll.

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Selección de escritos

ustedes principalmente y por qué me piden una tercera hermana. Es de temer que esas pequeñas pensionistas les ocupen demasiado. Ya sabe usted que no acostumbra la compañía recogerlas, ya que esto les aparta de otras faenas más necesarias; habría sido conveniente que no recibiera usted a esas niñas sin habernos consultado antes. Si me dice usted que su Alteza Real 4 les ha mandado recibirlas, quizá sea porque usted no le ha dicho que eso estaba fuera de sus reglas; si ella lo hubiera sabido, le habría dado tiempo para escribir a la señorita Le Gras y aguardar su respuesta. Le ruego, hermana, que en adelante no emprenda usted nada por propia iniciativa, sino que lo haga todo con el acuerdo y la bendición de la obediencia. Con ella honrará usted a Dios y su conducta producirá de esta manera frutos de mucha edificación.

8.

A SOR AVOYA VlGNERON, EN USSEL

París, 24 agosto 1658 Hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. He escrito dos cartas a la buena sor Ana ' y sentí también entonces ganas de escribirle a usted; pero no pude hacerlo por culpa de mis muchos quehaceres. Al presente responderé a las cartas de usted y a la que le escribió al padre Portail. Dice usted que Dios les da trabajo para probar su paciencia. Eso es bueno, mi querida hermana, porque es la señal de que la divina bondad quiere que progresen ustedes en esa virtud, para que por su práctica todos los trabajos y aflicciones de este mundo se conviertan para ustedes en provecho y en motivo de mayor gloria. Al cielo solamente se llega por el camino del sufrimiento; es una regla general. Sin embargo, no todos los que sufren se salvarán, sino solamente aquellos que sufran de buena gana por el amor de Jesucristo, que fue el primero en sufrir por nosotros. Fíjese entonces si, en vez de desanimarse, no deberá usted más bien alegrarse y confiar en Dios, que no permitirá jamás que se vea usted tentada por encima de sus fuerzas. Añade usted que ya ha derramado 4 Ana María Luisa de Orleáns. Cí. S.V.P. VII, 49-51; E.S. VII, 48-49. 8. (CF) Archivo de las Hijas de la Caridad, original. 1 Ana Hardemont.

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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muchas lágrimas y ha hecho muchas oraciones y novenas. Todo eso está bien; nuestro Señor dijo que son bienaventurados los que lloran 2 , y que los que piden, recibirán 3 . Sin embargo, no dijo que uno será escuchado inmediatamente después de su petición; y esto, para que no dejásemos de pedir. Por eso, hermana, no debe decir usted esa frase que se le ha escapado, de que cuanto más pide, menos consigue; porque eso indica que no está usted muy resignada con la voluntad de Dios y que no confía bastante en sus promesas. Muchas veces es Dios más bondadoso con nosotros cuando nos niega lo que le pedimos que cuando nos lo concede; y hemos de pensar que, puesto que conoce mejor que nosotros lo que es bueno, lo mejor es lo que él nos envía, aun cuando sea poco agradable a la naturaleza y contrario a nuestros deseos. [Dios mío! ¡Cuánto siento sus penas y cómo compadezco a la pobre sor Ana, tan oprimida por sus pesares! Pero, en fin, es un ejercicio que Dios permite para probarles a ustedes, como usted misma dice; recíbalo, pues, como un beneficio de su mano paternal y procure usar bien de él. Ayude a su hermana a llevar la cruz, ya que la de usted no es tan pesada como la suya; recuérdele que es Hija de la Caridad y que debe ser crucificada con nuestro Señor y someterse a su divina voluntad para no ser del todo indigna de tan digno padre. ¡Ay! Si no supera esas pequeñas repugnancias de su espíritu, ¿cómo podrá soportar otras aflicciones mayores? Tengo miedo de que seamos demasiado sensibles a los males pequeños y que no tengamos bastante decisión para vencer las dificultades que se encuentran en el servicio de Dios y de los pobres. Nos gustaría encontrar en ese servicio nuestro consuelo y que todo fuera según nuestro gusto; pero no queremos servir a Dios a costa de nuestro sacrificio, sino recibir ya en este mundo la felicidad del espíritu como recompensa del trabajo del cuerpo. Pero no será de este modo, hermana, como se hará usted agradable a Dios, sino sufriendo pacientemente tanto las penas interiores como las exteriores. No hace usted bien en echarle a la señorita 4 la culpa de sus fatigas, ni en negarse a escribirle por el hecho de que no le agraden las cartas que ella le escribe; tampoco debe atribuir, como atribuye, la elección que se ha hecho de ustedes a otros motivos distintos de la Providencia divina, que es la única que las ha llamado al lugar en que están. Ustedes mismas se 2

Mt 5,5. ' Le 11,10. 4 Luisa de Marillac.

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Selección de escritos

darán cuenta de ello cuando obedezcan a sus superiores por amor de Dios, y cuando no vean más que a él en las órdenes que reciban. Le contesté a sor Ana sobre los deseos que tenía de ir a Cahors. Si esos deseos viniesen de Dios, como usted cree, no andaría ella inquieta, como está, sino que se pondría en manos de quienes la guían. Si ella se esfuerza en cumplir la voluntad de Dios en Ussel, hay motivos para esperar que también la cumplirá en otras partes; y si finalmente no encuentra allí la paz y se llega a hacer la fundación de Cahors o la de Montpellier, podremos enviarla a alguno de esos dos sitios; pero son asuntos sin concluir y es menester que tenga paciencia en el sitio en que ahora está, ya que es la voluntad de Dios. No debe preocuparse ella tanto, ni usted tampoco, de si el hospital está debidamente fundado, de si marcha bien, de si le falta base para el futuro. Sirvan ustedes a los pobres lo mejor que puedan y dejen todo lo demás en manos de Dios. Todas sus obras tienen sus comienzos y sus progresos, y si la señora duquesa 5 no puede de momento poner todas las cosas en la situación que sería de desear, podrá hacerlo con el tiempo. Hagan por su parte todo lo que Dios pide de ustedes y quédense tranquilas; y sobre todo quiéranse mucho ustedes dos y sopórtense la una a la otra en nuestro Señor. Les saludo con todo mi afecto y pido a Dios que les dé su santa fortaleza y su abundante bendición. La señorita está bastante bien. Ahora van cuatro hermanas a fundar en Metz. Soy en nuestro Señor su hermano y servidor, VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión Al pie de la primera página: Sor Avoya Vigneron. 9.

A SOR MATURINA G U É R I N , SUPERIORA DE LA FÉRE

3 de marzo de 1660 Mi querida hermana: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Recibí su carta y con ella una buena parte de su pena. Es verdad que Dios nos ha quitado al buen padre Portail, que 5

La duquesa de Ventadour. Cf. S.V.P. VIL 240-245; E.S. VIL 208-211. 9. Registro titulado "Recueil de piéces relatives aux Filies de la Chanté", 18 (Arch. de las Hijas de la Caridad). Cf. S.V.P. VIII, 254-256: E.S. VIII, 243-244.

V.

Cartas a Hijas de la Caridad

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murió el 14 de febrero, y que la señorita Le Gras estaba entonces en gran peligro y lo ha estado desde entonces. Son dos golpes muy duros para su pequeña compañía; pero, como vienen de la mano paternal de Dios, hay que recibirlos con sumisión y esperar de su caridad que las Hijas de la Caridad se aprovecharán de esta visita. El es el que las ha llamado y él es el que las mantendrá. Jamás destruye su obra, sino que la perfecciona; y si ellas son fieles a su vocación y a sus ejercicios, siempre las bendecirá en sus personas y en sus trabajos. Le ruego, hermana, que siga por su parte cumpliendo bien con su oficio y que permanezca en paz; si así lo hace, será más agradable a Dios que si obra de otra manera. Gracias a Dios, la señorita se encuentra mejor. Su enfermedad ha consistido en una gran inflamación del brazo izquierdo, en el que ha habido que hacer tres incisiones. La última se hizo anteayer. Sufre mucho, como puede imaginarse; y aunque no tiene fiebre, no está fuera de peligro debido a su edad y a su debilidad. Se hace lo que se puede por conservarla; pero es obra de Dios que, habiéndola conservado desde hace veinte años en contra de todas las esperanzas humanas, la seguirá conservando mientras sea conveniente para su gloria. Ya le comunicaremos lo que vaya pasando con esa molesta enfermedad, lo mismo que a las demás hermanas que están lejos. Le ruego, sin embargo, que esté tranquila por lo que pueda pasar, ya que lo contrario perturba el ánimo y digusta a Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y amor y pide de nosotros una total y amorosa resignación a sus designios. Ciertamente, el gran secreto de la vida espiritual es poner en sus manos todo lo que amamos, abandonándonos a nosotros mismos para todo lo que él quiera, con una perfecta confianza en que todo irá mejor; por eso se dice que todo se transforma en bien para los que sirven a Dios. Sirvámosle, pues, hermana mía, pero sirvámosle según su gusto y dejémosle hacer. El les hará de padre y de madre; será su consuelo y su virtud y, finalmente, la recompensa de su amor. Pídale por mí, que soy en su amor... 10.

A LA HERMANA MARGARITA C H É T I F , SUPERIORA DE ARRAS

24 de mayo de 1660 Mi querida hermana: Mis incomodidades y mis ocupaciones ordinarias me sirven de excusa por no haberle contestado antes. La respuesta

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VI.

Selección de escritos

que le dará a esa buena joven 1 que para entrar en su compañía quiere estar segura para toda su vida, es que esto no puede ser, que a ninguna se le ha dado esta seguridad y que no se le dará a ninguna de las que entren, por temor a que, relajándose en los ejercicios, se hagan escandalosas y se vuelvan indignas de la gracia de su vocación; pues, cuando esta desgracia cae sobre algún espíritu mal hecho, ¿verdad que es razonable cortar ese miembro gangrenado, para que no perjudique a los demás? Sabe usted, sin embargo, hermana mía, que a nadie se le manda fuera a no ser en muy raras ocasiones y sólo por faltas graves y nunca por defectos comunes ni siquiera extraordinarios, a no ser que sean frecuentes y notables; aun entonces, esto se hace lo más tarde que se puede y después de haber soportado durante mucho tiempo las caídas de semejantes personas y empleado en vano los remedios indicados para su corrección. Se emplea sobre todo esta caridad con las que no son del todo nuevas, y más aún con las antiguas, de forma que, si salen algunas, es porque ellas mismas se van, o por ligereza de espíritu, o porque, habiendo sido cobardes y tibias en el servicio de Dios, Dios mismo las vomita y las arroja antes de que los superiores piensen en despedirlas. Lo que no sucede nunca, gracias a Dios, es que las que son fieles a Dios y sumisas a la santa obediencia salgan de la compañía, ni tampoco las que se portan bien, ni las que están enfermas; se hace todo lo que se puede por conservarlas bien a todas y se toman todos los cuidados posibles de las unas y de las otras hasta la muerte. Así, pues, si esa buena joven de Arras quiere decidirse a entrar con ustedes y morir allí, será tratada igualmente con gran bondad; pero dígale, por favor, que ella es la que tiene que asegurar su vocación por medio de buenas obras, según el consejo del apóstol San Pedro 2 ; y para ello tiene que apoyarse sólo en Dios y esperar de él la gracia de la perseverancia. Y si quiere estar segura de parte de los hombres, es que por lo visto busca una cosa distinta de Dios, y habrá que dejarla y no apenarse por ello. 10. Conférences spirituelles tenues pour les Filies de la Charité par saint Vmcent de Paul, t.I, 639, carta 10. 1 Juana de Buire, nacida en Arras en febrero de 1636, recibida en las Hijas de la Caridad el 16 de junio de 1660, fallecida el 8 de agosto de 1686, después de haber dado ejemplo de las más maravillosas virtudes (Cf. Circulaires des supérieurs généraux et des soeurs supérieures aux Filies de la Charité et Remarques ou Notices sur les soeurs défuntes, t.II p.388). 2 2 Pe 1,10. Cf. S.V.P. VIII, 295-298; E.S. VIII, 294-296.

Cartas a prelados

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No dudo, mi querida hermana, de que se habrá sentido usted vivamente impresionada por la privación de su querida madre. ¡Bendito sea Dios! Ya le habrá dicho usted que ha hecho bien en quitársela y que no quisiera que fuera de otro modo. Todavía no tienen otra superiora. Hemos nombrado al padre Dehorgny como director en lugar del difunto padre Portail; es el mayor de nuestros sacerdotes, de los más mansos, de los más prudentes y de los más aficionados a su pequeño instituto. La hermana Juana Gressier, que asistía a la querida difunta, sigue con el oficio de asistente en la casa y es la que responde a las de fuera. Me parece que todas están contentas y que todo va bien, gracias a Dios, en la ciudad y en los campos. Ustedes creían que todo se había perdido; pero, como fue la divina bondad la que dio comienzo y progreso a la Caridad, hemos de esperar que la seguirá manteniendo y perfeccionando; a ello contribuirán sus oraciones y sus ejemplos, con la ayuda de Dios. Sí, hermana mía, espero que al portarse como verdaderas hijas de la Caridad, como han hecho hasta el presente, imitarán ustedes a nuestro Señor a bendecir y multiplicar la obra de sus manos para el alivio y la salvación de sus pobres miembros, que son nuestros amos. Lo mismo le digo a la hermana Radegunda, a quien saludo, y lo mismo espero de todas las hermanas que tienen buena voluntad.

VI. 1.

CARTAS

A

PRELADOS

A CLEMENTE DE BONZI, OBISPO DE BÉZIERS

Septiembre u octubre de 1635 ' Señor: Habiendo sabido por el hermano de un eclesiástico de esa ciudad de Béziers llamado señor Cassan que deseaba saber tres cosas de nosotros, y no habiendo tenido el honor de darle respuesta por entonces, debido a que me fui aquellos días a los pueblos, me he propuesto hacerlo ahora; y le diré, monseñor: primero, nosotros estamos por entero bajo la obediencia de nuestros señores los prelados de ir a todos los 1. Reg. 1, f.° 13. El copista indica que tuvo ante la vista una minuta escrita por la mano de San Vicente. 1 Véase la carta 217, E.S. I, 342.

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lugares de sus diócesis adonde quieran enviarnos a predicar, catequizar y hacer que el pobre pueblo haga la confesión general; para enseñar toda la oración mental, la teología práctica y necesaria, las ceremonias de la Iglesia a los que tienen que recibir las órdenes, diez o doce días antes de la ordenación, y para recibirlos en nuestras casas cuando son ya sacerdotes, para renovar la devoción que nuestro Señor íes dio al recibir las órdenes; en una palabra, somos como los criados del amo del Evangelio 2 con nuestros señores los prelados, que cuando nos digan: id, estamos obligados a ir; venid, estamos obligados a venir; haced esto, y estamos obligados a hacerlo. Estamos, además, sometidos a su visita y corrección lo mismo que los párrocos y vicarios del campo, aunque para la conservación de la uniformidad del espíritu, hay un Superior general, a quien obedecen los misioneros en lo que se refiere a la disciplina doméstica. He aquí, monseñor, cómo nos relacionamos con nuestros señores los prelados. Lo que es difícil es saber por ahora si podemos enviarle dos de ellos, ya que somos pocos y tenemos poca virtud. Puede creer, sin embargo, señor, que si pudiésemos hacerlo por algún prelado del reino, sería por Vuestra Señoría Ilustrísima, tanto por la vida ejemplar que lleva en la Iglesia, como por la necesidad que me imagino tiene de ello el pobre pueblo de esas montañas. Y en tercer lugar le diré, monseñor, que como marchamos sin tomar nada del pobre pueblo, ni de los eclesiásticos, para nuestra vida ni para nuestros vestidos, creo que se necesitan ochocientas o mil libras para el mantenimiento de dos sacerdotes y de un hermano. Y esto es, monseñor, lo que puedo responder a Vuestra Señoría Ilustrísima sobre las cosas que desea saber de mí. Y si pudiese tener la felicidad de hacerle algún servicio, ciertamente, monseñor, lo recibiría como una bendición particular de Dios 3 . Vuestra Señoría Ilustrísima puede disponer enteramente de mí, como de quien es, en el amor de nuestro Señor, su muy humilde y muy obediente servidor. 2

Mt 8,5-9. Un sacerdote despedido de Bons-Enfants o de San Lázaro, habiéndose enterado de la gestión del obispo de Béziers, vino a esta ciudad, diciendo que lo enviaba San Vicente y logró engañar al prelado, que le dio empleo. La conducta poco edificante de este eclesiástico le dio a Clemente de Bonzi una idea poco favorable de los misioneros (véase la carta del 21 de diciembre de 1651 a Aquiles Le Vazeux). Cf. S.V.P. I, 309-310; E.S. I, 340-341. 3

VI.

Selección de exentos

2.

A Luis

Cartas a prelados

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ABELLY, VICARIO GENERAL DE BAYONA

14 de enero de 1640 ¡La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros! Doy muchas gracias a Dios por todas las que, por su carta del 10 de diciembre, veo que la providencia concede al señor obispo de Bayona, y le ruego que continúe bendiciéndole. ¡Oh señor!, ¡cuan admirado está ese pueblo, según creo, al ver que su prelado vive como verdadero obispo, después de tantos siglos como se ha visto privado de semejante dicha! La verdad es que tengo plena confianza en la bondad de Dios, que lo ha llamado al episcopado de una forma tan inesperada, de que le concederá todas las gracias requeridas para proseguir y perfeccionarse en el género de vida que ha emprendido, y que esos buenos ángeles corporales que ha sabido poner a su lado harán lo mismo. ¡Oh señor!, ¿qué no se puede esperar de un prelado que ha ordenado tan bien su vida, la de sus domésticos, que ha hecho tantas limosnas corporales y espirituales en su diócesis, que tiene tanto cuidado de los pobres presos, que tantos éxitos logra con la conversión de los herejes, que no admite mujeres en su casa, ni ad proximiora sacri altaris, que ha elegido por confesor a los mejores que ha encontrado y que quiere obrar según su parecer? ¿Qué no se puede esperar, repito, en cuestión de gracias y de bendiciones para semejante prelado y para todos aquellos quos vocavit in sortem operis eius? Ciertamente, no hay ningún bien y ninguna ayuda de parte de nuestro Señor que no la deban esperar él y usted. ¡Ay, señor! ¡Cómo confunde usted al hijo de un pobre labrador, que ha guardado ovejas y puercos, que todavía permanece en la ignorancia y en el vicio, cuando le pide sus consejos! Sin embargo, obedeceré con los sentimientos de aquel pobre burro ' que en cierta ocasión habló por obediencia a su amo, con la condición de que, lo mismo que no se les hace caso a los locos cuando hablan, tampoco el señor obispo ni usted tengan muy en cuenta lo que les diga, a no ser que el señor obispo lo encuentre conforme con su mejor parecer y con el de usted. 2. Archivo de Turín, copia del siglo xvm sacada del original. Ese original fue enviado al gran duque de Toscana el 20 de enero de 1704 por Francisco Watel, superior general de la Misión. 1 El burro, o más bien la burra de Balaam (Núm 22,28).

304

P.II.

Selección de escritos

Le diré, pues, en primer lugar, por lo que se refiere a los religiosos en general, que creo que se debería tratar con ellos como trató nuestro Señor con los de su tiempo, esto es, enseñándoles primero con su ejemplo la manera como tenían que vivir; porque un sacerdote tiene que ser más perfecto que un religioso como tal, y mucho más un obispo. Y después de haberles hablado con el ejemplo durante bastante tiempo (nuestro Señor les habló con este lenguaje por treinta años), luego les habló con mansedumbre y con caridad, y finalmente con firmeza, aunque sin utilizar contra ellos las suspensiones, los entredichos, las excomuniones y sin privarles de su ejercicio. Así es como procedió nuestro Señor. Pues bien, yo tengo una confianza absoluta en que un prelado que obre de esa forma hará mucho más provecho a esas personas que todas las censuras eclesiásticas juntamente. Nuestro Señor y los santos hicieron mucho más sufriendo que obrando, y así es como también el bienaventurado obispo de Ginebra 2 y, siguiendo su ejemplo, el difunto monseñor de Comminges 3 , se santificaron y fueron causa de santificación para muchos millares de almas. Quizás le parezca rudo lo que le digo, señor; pero ¿qué quiere usted? Tengo un sentimiento tan acendrado de las verdades que nuestro Señor nos enseñó de palabra y de ejemplo, que no puedo menos de ver que todo lo que se hace según esas enseñanzas sale siempre maravillosamente bien, mientras que sucede lo contrario con la conducta opuesta a las mismas. Sí, pero despreciarán a un prelado que actúe de esa manera. Es cierto, y así tiene que ser para que sea honrada la vida de Dios en todos sus estados por medio de nuestras personas, lo mismo que ocurre con nuestra condición, pero también es cierto que, después de haber sufrido algún tiempo todo lo que quiera nuestro Señor y en unión con él, él hace que realicemos más bien en tres años de vida que el que haríamos en treinta. Pero ¿qué es lo que digo? La verdad es, señor, que no creo que se pueda obrar de otro modo. Se harán muchos reglamentos, se usarán las censuras, se les prohibirá confesar, predicar y hacer colectas; pero con todo eso no se enmendarán nunca: jamás podrá extenderse ni conservarse el imperio de Jesucristo en las almas por esos 2

San Francisco de Sales. Bartolomé Donadieu de Griet, obispo de Saint-Bertrand-de-Comminges (Hauíe-Garonne), fallecido el 12 de noviembre de 1637 (E. MOLINIER, La vie de messire Barthélemy de Donadieu de Griet, éuéque de Comenge [París 1639], in 8.Q). 3

VI.

Cartas a prelados

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medios. En otro tiempo Dios mismo armó la tierra y el cielo en contra del hombre. ¡Ay!, ¿y qué es lo que se consiguió? ¿No fue menester que al final se rebajase y se humillase ante el hombre para hacerle aceptar el dulce yugo de su dirección y su reinado? Y lo que Dios no pudo conseguir con todo su poder, ¿cómo lo hará un prelado con el suyo? Así, pues, señor, creo que el señor obispo tiene razón al no fulminar la excomunión contra esos religiosos propietarios, y al no querer prohibir a todos los que él mismo ha examinado y aprobado, que vayan a predicar la cuaresma y el adviento en las parroquias de los pueblos que no tienen asignadas ninguna estación, ya que esto les parecería excesivamente rígido. Se molestarían además los párrocos y los pueblos, que también tienen su aficiones especiales. Y si alguno abusase de su ministerio, in nomine Dotnini, ya sabría la prudencia de usted poner remedio a todo ello. En cuanto a la religiosa que me dice usted que es necesaria en su monasterio, pero que anda formando camarillas y haciendo planes y puede de esa forma estropear a las demás, no sé qué contestación darle, ya que no es mucho lo que usted se explica. Si cree conveniente escribirme de nuevo, será oportuno que me diga para qué la necesita y si es de alguna Orden en la que se trasladan las religiosas. Esto es, señor, todo lo que puedo decirle por ahora, con prisas y a vuela pluma. Perdóneme los defectos que sin duda encontrará en todo lo que le he dicho y haga el favor de asegurarle mi obediencia al señor obispo de Bayona, y mis servicios a los señores Perriquet 4 , Le Bretón y Dumesnil. Soy, en el amor de nuestro Señor, su más humilde y obediente servidor, _ wr VICENTE DEPAUL 3.

A L SEÑOR P E R R I Q U E T

París, día de Pascua 1 de 1641 Señor: ¡La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros! Recibí la suya con gran consuelo y he sabido con mucha admiración la bendición que nuestro Señor le ha dado. Le 4 Era, el mismo que Luis Abelly, vicario general de Francisco Fouquet, obispo de Bayona. Cf. S.V.P. II, 2-6; E.S. II, 8-10. 3. (CA).—Archivo de la Misión, original. En la ed. de COSTE figura mmbién en el t.vin, 551s, segundo suplemento. 1 31 de marzo.

S. V. Paúl 2

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306

P.II.

doy muy humildemente gracias a su divina Majestad, rogándole que vaya santificando su querida alma cada vez más. Hace mucho tiempo que voy pensando en lo que me hace usted el honor de proponerme, o sea, si será mejor que siga usted sirviendo a Dios en esos lugares donde ahora está, o que se marche al lugar adonde parece destinarle la Providencia, o sea, a su beneficio. Pues bien, es menester que le diga en la simplicidad de mi corazón que será mejor que se quede usted en Bayona: l.Q, porque la misma Providencia, que nunca se contradice, le llamó primero a Bayona; 2.Q, porque allí le está bendiciendo supra modum; 3.Q, porque dudo que aquí pueda usted trabajar con tanta eficacia como en Bayona; 4.Q, porque nuestro Señor le ha dado las disposiciones necesarias para servirle sin aguardar más recompensa que la del cielo; 5.Q, porque no solamente creo que es usted útil al señor obispo de Bayona 2 , sino incluso necesario, especialmente en la situación en que él se encuentra. ¿Qué le respondería usted a Dios si, al quedarse sin su asistencia, ese buen prelado abandonase a su querida esposa, que le quiere a usted tanto? Los pobres pensamientos que le propongo a usted y que someto por completo a los suyos, solamente me atrevería a decírselos a pocos sacerdotes, ya que me parece que hay pocos a los que Dios les haya concedido la gracia de no fijarse en los intereses temporales; y creo que es usted uno de los que he podido ver más desinteresados. Y lo que me hace pensar que no me engaño es que hace tiempo que pienso en ello, y que el señor obispo de Bayona podrá testimoniar que, a pesar de lo que él me dijo cuando estuvo por aquí, entonces no me atrevía a decirle a usted lo que ahora le digo. Y puedo asegurarle delante de Dios que ninguna razón humana me obliga a decirle esto, sino sólo la consideración de Dios y del bien de su Iglesia. Pero como soy un pobre labrador y porquero y, lo que es peor, el más abominable y detestable de todos los pecadores del mundo, le ruego que no tenga para nada en cuenta lo que le he dicho si no le parece a usted conforme con la voluntad de Dios, en cuyo amor y en el de su santa Madre soy su muy humilde y muy obediente servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión 2

17.

Selección de escritos

Francisco Fouquet. Cf. S.V.P. II, 170-171, VIH, 551-552; E.S. II, 141-142.

Cartas a prelados

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Dirección: Al señor Perriquet, vicario general del señor obispo de Bayona, en Bayona. 4.

A L CARDENAL MAZARINO

París, 4 de septiembre de 1646 Monseñor: La presente es para comunicar a Su Eminencia que ha muerto hace poco un profesor de teología de la Sorbona. Se trata de proceder a una nueva elección en dicha facultad. El señor penitenciario 1 me ha dicho que los jansenistas se andan moviendo mucho para que se elija a uno de su partido. Los de la opinión común de la Iglesia se han puesto de acuerdo y se han fijado en uno llamado señor Le Maistre, que es muy sabio, predica bien y tiene una de las mejores plumas del reino, y es del partido bueno 2 . Le han preguntado si, en caso de ser elegido, aceptaría el nombramiento. Pone algunas dificultades, ya que un prelado le ofrece condiciones mucho más ventajosas. Por eso, monseñor, los seguidores del buen partido me han pedido que proponga a S[u] E[minencia] que le asegure mil doscientas libras de pensión sobre algún beneficio, o que le dé palabra de hacerlo en cuanto pueda. Las ventajas que con ello alcanzará la Iglesia, monseñor, son que Sfu] Efminencia] impedirá que esta opinión peligrosa se enseñe públicamente en la Sorbona, que podrá oponerse un poderoso genio contra esas gentes, que se usará de su providencia ordinaria en todos los casos de importancia, en uno que se refiere a la gloria de Dios y al bien de la Iglesia, y que en fin, se deberá un nuevo favor al rey y a S[u] E[minencia]. La elección tendrá lugar el próximo lunes. Es preciso que yo conozca la voluntad de S[u] E[minencia] antes del viernes por la tarde 3 . Entre tanto ruego a Dios, monseñor, que conserve a S[su] E[minencia] y santifique cada vez más a su querida alma. Soy en su amor, monseñor, su muy humilde y obediente servidor, „ VICENTE DEPAUL,

. indigno sacerdote de la Misión 4. (CF).—Archivo de la Misión, original. 1 Santiago Charton. 2 Nicolás Le Maistre aceptó el puesto que le ofrecían. Fue propuesto el 4 de julio de 1661 para el obispado de Lombez y murió el 14 de octubre siguiente. 3 7 de septiembre. Cf. S.V.P. III, 40-41; E.S. III, 41-42.

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P.ll. 5.

Selección de escritos

A JUAN FRANCISCO DE GONDI, ARZOBISPO DE PARÍS

Entre agosto y noviembre de 1646' Vicente Depaul, superior general de la congregación de sacerdotes de la Misión, expone que, habiendo querido vuestra caridad pastoral dar a dichos sacerdotes de la Misión la facultad de fundar la cofradía de la Caridad para la asistencia de los pobres enfermos en todas las parroquias de su diócesis en las que fuera conveniente fundarla, después de haberla establecido con fruto en muchas aldeas, algunas damas caritativas de París han quedado tan bien impresionadas de ello, que han intercedido ante sus señores párrocos para que se haga una fundación semejante en sus parroquias, como son las de San Germán de Auxerre, San Nicolás de Chardonnet, San Lucas, San Salvador, San Mederico 2 , San Esteban, San Sulpicio, San Gervasio, San Pablo y otras, en donde dicha Caridad se ha establecido y trabaja con la bendición de Dios. Pero como las damas de que se compone son ordinariamente de una condición que no les permite realizar las acciones más bajas y humildes que es preciso llevar a cabo, como llevar la olla por la calle, hacer las sangrías, las lavativas, curar las llagas, hacer las camas y velar a los enfermos que están solos y en peligro de muerte, han tomado algunas buenas muchachas campesinas a las que Dios había dado el deseo de asistir a los pobres enfermos, que se dedican a todos esos humildes servicios, después de haberse preparado para ello con una virtuosa viuda llamada señorita Le Gras, siendo mantenidas durante su estancia en casa de dicha señorita con la ayuda de algunas viudas caritativas y otras personas, que han contribuido a ello con sus limosnas. De forma que, desde hace trece o catorce años que comenzó esta obra, Dios le ha dado su bendición, hasta el punto de que hay actualmente en cada una de dichas parroquias dos o tres de esas muchachas, trabajando todos los días en la asistencia a los 5. Archivo de las Hijas de la Caridad, copia antigua. La propia Luisa de Marillac escribió al dorso del documento: "Copia de la solicitud presentada al señor arzobispo de París para la fundación de las Hijas de Candad". Esta súplica es una segunda redacción; la primera se publicó con el número 810. 1 La primera fecha es la de la entrada de las hermanas en el hospital de Nantes; la segunda, la de la aprobación de la súplica. 2 Saint-Merry.

VI.

Carlas a prelados

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pobres enfermos y a veces en la instrucción de las niñas pobres, cuando pueden, viviendo a expensas de dicha cofradía en la parroquia en que trabajan, pero tan frugalmente que sólo gastan cien libras anuales como máximo para su alimentación y vestido, y en algunas parroquias veinticinco escudos solamente. Además de la ocupación de estas mujeres, hay otras tres empleadas por las damas de la Caridad del Hótel-Dieu para atender a los pobres enfermos que hay allí y prepararles los pequeños regalos que les llevan todos los días al Hótel-Dieu. Además, hay de ordinario otras diez o doce ocupadas en educar a los niños expósitos de esta ciudad y dos o tres atendiendo a los pobres forzados. Están también las que tienen ocupaciones similares en otras ciudades, como las que están en el hospital de Angers, en el de Nantes, en Richelieu, en Saint-Germain-en-Laye, en el hospital de Saint-Denis y en otros lugares del campo, donde realizan más o menos las mismas obras en el trato con los enfermos, la curación de las llagas y la instrucción de las niñas. Y para poder proporcionar más hermanas a todos estos lugares y a los demás que las piden, dicha señorita está educando en su casa otras muchas, ya que tiene de ordinario más de treinta, a las que utiliza para instruir a las niñas pobres que van a la escuela en su casa, para visitar a los enfermos de la parroquia y llevarles el alimento y las medicinas, para cuidar de ellos, para curar los males de los pobres de fuera que acuden a su casa para ello, para aprender a leer y escribir y para atender al arreglo de la casa. Y ella las mantiene parte con el dinero que esas muchachas ganan con su trabajo manual, cuando les queda tiempo de sus ocupaciones ordinarias, parte con la ayuda de dichas señoras viudas que contribuyen a ello en la medida de sus facultades, parte con las limosnas ordinarias, y especialmente con las rentas que el difunto rey y la señora duquesa de Aiguillon les han concedido caritativamente a perpetuidad, y que suben a unas dos mil libras por año. Y lo que es más de considerar en el trabajo de estas pobres muchachas es que, además del servicio corporal que realizan con los pobres enfermos, procuran ayudar en lo espiritual de la forma que pueden, sobre todo diciéndoles de vez en cuando alguna buena palabra, dando algún consejo a los moribundos, para que salgan de este mundo en buen estado, y a los que sanan, para ayudarles a vivir bien. Y nuestro Señor bendice tanto el humilde servicio que ellas realizan

P.II.

310

Selección de escritos

con toda sencillez, que hay motivos para glorificarle por los éxitos que se logran s . Pero como las obras que se refieren al servicio de Dios acaban de ordinario con quienes las comienzan si no hay algún vínculo espiritual entre las personas que trabajan en ellas, el suplicante teme que suceda lo mismo con esta Compañía si no se erige en cofradía. Por eso ruega a su Señoría ilustrísima, con todo el respeto que le es posible, que tenga a bien erigir dicha reunión de muchachas y de viudas en cofradía, bajo el título de Cofradía de la Caridad de siervos de los pobres enfermos de las parroquias, entregándoles como reglamento los siguientes artículos, según los cuales han vivido hasta ahora y se proponen seguir viviendo el resto de sus días VICENTE DEPAUL,

muy indigno superior general de la congregación de la Misión Dirección: Al ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo de París.

6.

A FRANCISCO PERROCHEL, OBISPO DE BOULOGNE

París, último de octubre de 1646 Monseñor: Doy gracia a Dios por las que él le concede y, por medio de usted, a todas las almas que le ha confiado y a toda la Iglesia en general, y ruego a su divina bondad que le santifique cada vez más. El señor de Villequier' ha hablado maravillas de su señor obispo a la reina y al señor cardenal 2 , de forma que, cuando hablan de obispos buenos, tienen costumbre de men3

El Santo suprimió aquí un párrafo bastante largo de la primera súplica, probablemente porque contenía un elogio de su obra. 4 El reglamento será publicado en el volumen de documentos. Cf. S.V.P. III, 53-56; E.S. III, 54-57. 6. (CA).—Original en Panningen (Holanda), en casa de los padres de la Misión. 1 Antonio, marqués de Villequier, luego duque de Aumont, gobernador de la ciudad y del territorio de Boulogne, nacido en 1601, mariscal de campo en 1638, lugarteniente general en 1645, mariscal de Francia en 1651, creado duque y par en 1665, murió el 11 de enero de 1669. 2 El cardenal Mazarino.

VI.

Cartas a prelados

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cionar a los de Boulogne y Alet 3 . Esto hace, monseñor, que yo crea que usted empleará todos los medios imaginables para conservar ese buen entendimiento entre ustedes dos y, por medio de él, con los que sepan algo de su hospital. Le he indicado lo que pensaba de esto al buen señor abad de Colugri, que podrá decírselo a usted. Sü última me hablaba de la sobrecarga que usted tiene con el país conquistado 4 , y de las dificultades que hay para hacer lo que se debe, teniendo en cuenta las escasas rentas; hablaré de ello con la reina, para que le ayude por otra parte. Cuando digo por aquí que hace usted la visita con seis personas y un caballo para todos, todos quedan admirados. ¡Qué rico es el obispo que atrae la admiración, no sólo de quienes lo ven, sino de los que oyen hablar de los tesoros de sus virtudes! Es maravilloso que hasta el mundo publique que es más estimable la santa pobreza de un obispo que vive en conformidad con la de nuestro Señor, el obispo de los obispos, que las riquezas, el boato y la pompa de un obispo que posee grandes bienes. Lo que le digo, monseñor, no impedirá que deje pasar la ocasión de presentar sus necesidades. Me postro en espíritu a sus sagrados pies y le pido su santa bendición. Soy en el amor de nuestro Señor su muy humilde y obediente servidor, VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión 7.

A UN CAPELLÁN REAL

Entre 1643 y 1652' Señor: Recibí su carta con todo el respeto que le debo y con todo el aprecio y reconocimiento que merece la gracia que 3 Nicolás Pavillon. Los dos prelados eran conocidos en París. Habían acudido juntos a las conferencias de los martes y habían dado más de una misión. 4 A los españoles. Esta parte de la diócesis de Boulogne era muy pobre y se había visto muchas veces devastada por las tropas españolas de SaintOmer, Aire y Renty, que saqueaban las iglesias e incluso las incendiaban. Cf. S.V.P. III, 93-95; E.S. III, 92-93. 7. ABELLY. O. C , II, c.III sec.IV, 448. 1 Tiempo durante el cual San Vicente fue miembro del Consejo de conciencia. Cf. S.V.P. IV, 77-78; E.S. IV, 78-79.

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Dios ha puesto en su amable corazón. Como solamente Dios es el que, en la inclinación natural que los hombres sienten para elevarse hasta él, ha podido darle las ideas y los impulsos que usted ha sentido para hacer lo contrario, también le dará a usted la fuerza para ponerlos en ejecución y cumplir en todo esto lo que más le agrada a él. De esta forma, señor, seguirá usted las reglas de la Iglesia, que no permite que busque uno por sí mismo las dignidades eclesiásticas, y especialmente el episcopado; así imitará también al Hijo de Dios, que siendo sacerdote desde toda la eternidad, no vino sin embargo a ejercer este oficio por sí mismo, sino que esperó a que su Padre lo enviara, aunque fue esperado durante mucho tiempo como el deseado de las naciones; así podrá dar además mucha edificación al siglo presente, en donde por desgracia hay pocas personas que no pasen por encima de esta regla y de este ejemplo. Tendrá usted el consuelo, señor, si Dios quiere llamarle a ese divino oficio, de tener una vocación segura y cierta, porque no se habrá introducido en ella por medios humanos. Se verá usted socorrido entonces por especiales gracias de Dios, que van unidas a una vocación legítima, y que le harán producir frutos de una vida apostólica, digna de la bienaventurada eternidad, tal como lo ha hecho ver la experiencia en los prelados que no han dado ningún paso para hacerse obispos, a los cuales Dios ha bendecido manifiestamente en sus personas y en su gobierno. Finalmente, señor, no tendrá entonces por qué lamentarse, en la hora de la muerte, de haberse cargado usted mismo con el peso de una diócesis, que en esa ocasión parece insoportable. Ciertamente, no puedo escribirle todo esto sin dar muchas gracias a Dios por haberle apartado de la búsqueda peligrosa de esa carga, dándole las disposiciones necesarias para no proseguir por ese camino. Es una gracia que no se puede comprender ni apreciar bastante.

8.

Cartas a prelados

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Selección de escritos

A ALGUNOS OBISPOS DE FRANCIA 1

Febrero de 1651 Señor obispo: Los malos efectos que producen las opiniones del tiempo han movido a un gran número de los señores prelados del 8. ABEI.I.Y. o.c, II. c-.XII, 418.

1 Los obispos de Alet, de Cahors. de Pamiers, de La Rochelle, de Linón, de Boulogne. y algunos otros, dice el padre RAPIN. Mémoires I. 318. Sabe-

reino a escribir a nuestro santo padre el papa para suplicarle que condene esta doctrina. Las razones especiales que les han movido a hacerlo así son las siguientes: en primer lugar, que con este remedio esperan que muchos se atengan a las opiniones comunes, mientras que, de lo contrario, podrían extraviarse; es lo que ocurrió con todos los que vieron la censura de las dos cabezas2. En segundo lugar, que el mal va cundiendo cada vez más, porque parece que se tolera. En tercer lugar, se piensa en Roma que la mayoría de los obispos franceses siguen a las nuevas opiniones, y conviene hacerles ver que son muy pocos sus seguidores. Finalmente, esto está en conformidad con el santo concilio de Trento, que quiere que, si surgen opiniones contrarias a las cosas que él determinó, se recurra a los soberanos pontífices para que pongan remedio 8 . Esto es lo que se pretende hacer, señor obispo, como podrá ver usted en la carta adjunta 4 , que le envío con la confianza de que aceptará usted firmarla, junto con otros cuarenta prelados que ya la han firmado, según la lista siguiente... 5

9.

A PEDRO NIVELLE, OBISPO DE L U Q O N

París, 23 de abril de 1651 Señor obispo: Hace algún tiempo me tomé la confianza de enviarle la copia de una carta que la mayor parte de los señores prelados de este reino deseaban enviar a nuestro santo padre el mos por el propio San Vicente que también se envió esta carta al obispo de Dax (cf. carta 1400). 2 Véase la carta 907. 3 Sesión 25, cap.21: "Si surgiera alguna dificultad o alguna otra circunstancia que pidiesen una declaración... o definición, además de los remedios establecidos por este concilio, este santo sínodo encomienda al beatísimo romano pontífice para la gloria de Dios y la tranquilidad de la Iglesia, citando a las personas que creyere oportuno, sobre todo de las provincias donde haya surgido la dificultad, para tratar este asunto, o también con la celebración de un concilio general, si lo juzgare necesario, o de cualquier otro modo que creyere conveniente". 4 Esta carta tenía por autor a monseñor Habert, obispo de Vabres. Fue publicada una traducción francesa del texto latino en la Collection des procés-verbaux des Asemblées Genérales du clergé de France (París 17671780), 9vols., tomo IV, 39s. 5 Gracias al celo de San Vicente y del padre Dinet, habían firmado ya esta carta 85 obispos, antes de que fuera enviada a Roma. Cf. S.V.P. IV, 148-149; E.S. IV, 146-147.

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P.II.

Selección de escritos

papa, para suplicarle que se pronunciase sobre los puntos de la nueva doctrina', a fin de que, si usted quería ser de ese número, hiciera el favor de firmarla. Como no he tenido el honor de recibir ninguna respuesta, tengo motivos para creer que no la ha recibido o que cierto escrito pernicioso que los de esa doctrina han enviado por todas partes para apartar a nuestros señores obispos de este designio 2 le retiene a usted suspenso en esta iniciativa. Por eso mismo, señor obispo, le envío una segunda copia y le suplico en nombre de nuestro Señor que considere la necesidad de esta carta por la extraña división que se ha introducido en las familias, en las ciudades y en las universidades; es un fuego que se enciende cada vez más, que altera los espíritus y que amenaza a la Iglesia con una irreparable desolación si no se pone remedio prontamente. La situación de los tiempos presentes no permite que pueda aguardarse a un concilio universal; además, ya sabe usted el tiempo que se necesita para reunirlo y cuánto duró el último que se celebró. Ese sería un remedio demasiado lejano para un mal tan urgente. Así, pues, ¿quién podrá atajar este mal? Es indudable que tiene que ser la Santa Sede, no sólo porque no hay otros caminos, sino porque el concilio de Trento, en su última sesión 3 , pone en sus manos la decisión de las dificultades que habrían de surgir sobre lo que se había decretado. Pues bien, si la Iglesia se encuentra en un concilio universal canónicamente reunido, como aquel, y si el Espíritu Santo guía a la misma Iglesia, como no cabe dudar, ¿por qué no habrá de seguir la luz de ese Espíritu, que declara cómo hay que comportarse en estas ocasiones dudosas, esto es, recurriendo al sumo pontífice? Esta sola razón, señor obispo, hace que pueda citarle el número de sesenta prelados que ya han firmado esta carta, sin más acuerdo que una simple propuesta, además de otros muchos que la firmarán. Si alguno creyera que no debe hacerse ninguna declaración de antemano en un asunto del que tiene que ser uno juez, le podría responder que por las razones indicadas parece ser que no tendría que haber concilio y que, por tanto, no 9. ABEI.LY. o.c, II c.XII, 419. 1

I.a doctrina de Jansenio. Considérations sur la lettre composée par Ai. l'évéque de Vabres, pour étre envoyée au pape en son nom el de quelques autres prélats dont il sollicite la signature, par Antoine Arnauld. París, 1650. s Ses.25 cap.21.

VI.

Cartas a prelados

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podría ser juez en él. Pero supongamos lo contrario: el recurso al Papa no sería un impedimento, ya que los santos le han escrito en otras ocasiones contra las nuevas doctrinas y no han dejado de asistir como jueces en los concilios que las han condenado. Si acaso replicasen que los Papas imponen silencio en esta materia, no queriendo que se hable, ni se dispute, ni se escriba sobre ella, se les podría responder también que esto no debe entenderse en lo que se refiere al Papa, que es cabeza de la Iglesia, con el que tienen que estar unidos todos los miembros, sino que hay que recurrir a él para asegurarse en medio de las dudas y de las agitaciones. ¿A quién, si no, podríamos dirigirnos y cómo sabría Su Majestad las perturbaciones que surgen, si no se les indicaran para que las remediase? Si alguno temiere, señor obispo, que una respuesta tardía o menos decisiva de nuestro santo padre podría aumentar la osadía de los adversarios, podría asegurarle que el señor nuncio ha dicho que tiene noticias de Roma de que, apenas Su Santidad vea una carta del rey y otra de una gran parte de los señores obispos de Francia, se pronunciará sobre esta doctrina. Pues bien, Su Majestad ya ha tomado la decisión de escribirle; y el señor primer presidente 4 ha dicho también que, con tal de que la bula de la Santa Sede no indique que ha sido dada por aviso de la Inquisición de Roma, será bien recibida y ratificada por el parlamento. Pero ¿qué se ganará —dirá un tercero— con que el Papa se pronuncie, si los que sostienen esas novedades no se le van a someter? Esto puede ser verdad en algunos casos, como en los del grupo del difunto señor de Saint-Cyran 5 , que no solamente no estaba dispuesto a someterse a las decisiones del Papa, sino que ni siquiera creía en los concilios; lo sé muy bien, señor obispo, por haber tratado mucho con él; y esos podrán obstinarse como él, cegados por sus propias opiniones; pero los demás que no les siguen más que por el atractivo que sienten por las novedades, o por ciertos lazos de amistad o de parentesco, o porque creen que hacen bien, habrá pocos que no se aparten de ellos antes que rebelarse contra su Padre legítimo y verdadero. Hemos visto cómo ocurría así con el libro sobre las dos Cabezas 6 y con el Cate-

2

1 s 6

Mateo Mole. ABELLY ha preferido omitir este nombre. Véase la carta 907.

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P.II.

VI.

Selección de escritos

cismo de la gracia1; pues, apenas se supo que habían sido condenados, ya no se habló más de ellos. Por tanto, señor obispo, es muy de desear que se aparten muchas almas de ellos y que se impida oportunamente que otras entren en una facción tan peligrosa como ésta. El ejemplo de un tal Labadie es una prueba de la malicia de esta doctrina 8 . Es un sacerdote apóstata, que pasaba por ser un gran predicador y que después de haber hecho mucho daño en Picardía y más tarde en Gascona, se ha hecho hugonote en Montauban; y por un libro que ha escrito sobre su pretendida conversión 9 , declara que, después de haber sido jansenista, ha visto que la doctrina que allí se defiende coincide con la fe que ha abrazado. En efecto, señor obispo, los ministros se jactan en ' Pequeño opúsculo anónimo en 8.Q de 45 páginas, publicado en París en 1650 y compuesto por Mateo Feydeau, doctor de la Sorbona y vicario de Saint-Merry. El decreto de condenación del libro, nos cuenta su autor, en Les Mémoires inédits de Matthieu Feydeau (Vitry-le-Francois, 1905), 19, fue publicado en París "con gran clamor. Los buhoneros corrían como locos por las calles y gritaban con furor: ¡He aquí la excomunión de todos los jansenistas!; se detenían ante nuestras ventanas para excitar a los feligreses en contra nuestra; habían sido enviados expresamente para ello". 8 Juan Labadie había nacido en Bourg (Gironda) el 13 de febrero de 1610. Dejó la Compañía de Jesús en abril de 1639, después de haber permanecido quince años en ella. Era un buen orador. Su elocuencia, unida a cierta apariencia de misticismo, ejercía sobre la gente una influencia irresistible. Podía hablar durante tres y cuatro horas seguidas sin cansar a su auditorio. Después de su salida de la Compañía de Jesús, varios obispos le invitaron a predicar en sus diócesis y a dirigir convenios de religiosas. El obispo de Amiens le nombró en 1640 canónigo de su catedral. Acusado de haber arrastrado a algunas personas piadosas y hasta a algunas religiosas a un misticismo sensual degradante, Labadie se retiró a Port-Royal, y luego a un monasterio de carmelitas cerca de Bazas. De allí pasó a Montauban y abrazó el calvinismo en octubre de 1650. La Iglesia calvinista, que entonces le parecía llena de esplendor, no fue pronto a sus ojos más que una Iglesia podrida, llena de pastores ignorantes, perezosos, corrompidos, una iglesia necesitada urgentemente de reforma. Así lo decía abiertamente en sus conversaciones y en sus sermones, lo cual le atrajo la enemistad de muchos. Expulsado de Montauban, de Orange, de Ginebra y de Middelburg (Holanda), fundó una secta en Vecre, luego en Amsierdam, de donde tuvo que huir en 1670 con medio centenar de seguidores para refugiarse primero en Herford (Westfalia) y luego en Aliona, donde murió el 13 de febrero de 1674. Después de su muerte, sus partidarios se retiraron a un castillo de la Frisia occidental, en Waltha, donde vivieron juntos del fruto de sus trabajos, con el mismo vestido, con la misma comunidad de bienes, fabricando tela, jabón y objetos de hierro. Los labadistas desaparecieron en 1744. Su fundador formuló su doctrina en diversos escritos poco conocidos (cf. NICÉRON, Mémoires pour servir a l'hisloire des hommes {Ilustres dans la République des Lettres. París 1727-1745, tomo XVIII, 386-411, y las rectificaciones del abate GOUJET, ibid., tomo XX, 140-169). 9 Déclaration de Sentiments de Jean Labadie, ci-devant prétre, prédicateur et chanoine d'Amiens (Montauban 1651).

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sus sermones, al hablar de esas personas, de que la mayor parte de los católicos están de su lado y que pronto vendrán los demás. Si esto es así, ¿qué no habrá que hacer para apagar este fuego que da la ventaja a los enemigos jurados de nuestra religión? ¿Quién no se echará sobre ese pequeño monstruo que empieza a devorar a la Iglesia y que acabará destruyéndola si no lo ahogamos en su nacimiento? ¿Qué no querrían haber ya hecho tantos valientes y santos obispos que ahora viven, si hubieran vivido en tiempos de Calvino? Ahora es cuando se palpa la culpa de los de aquel tiempo, por no haberse opuesto con firmeza a una doctrina que iba a causar tantas guerras y divisiones. Es que entonces había mucha ignorancia sobre esto; pero ahora, que nuestros señores obispos son más sabios, se muestran también más celosos. Así es el señor obispo de Cahors 10 , que me ha escrito últimamente que le habían enviado un libelo difamatorio contra dicha carta n. "Es el espíritu de la herej ía —me dice—, que no puede tolerar las justas correcciones y reprimendas y se arroja inmediatamente en manos de la violencia y de la calumnia". Y como yo le pedía que se cuidase, debido a un percance que ha sufrido su salud, me decía: "Le aseguro que lo haré, con la ayuda de Dios, aunque sólo sea para encontrarme en el combate que preveo habrá de venir"... "Espero que con la ayuda de Dios los venceremos" 12. Estos son los sentimiento de este buen prelado. Los mismos se espera que sean también los suyos, señor obispo, que anuncia y manda anunciar en su diócesis las opiniones comunes de la Iglesia y que sin duda estará deseoso de que se pida que el Santo Padre mande hacer lo mismo por todas partes, para reprimir estas nuevas opiniones que tanta semejanza tienen con los errores de Calvino. Se trata ciertamente de la gloria de Dios, de la tranquilidad de la Iglesia y, me atrevo a decirlo, de la del Estado, tal como lo vemos más claramente en París que en cualquier otra parte. Si no fuera así, señor obispo, rae hubiera guardado mucho de molestarle con un razonamiento tan largo. Le ruego muy humildemente a su bondad que me perdone, ya que ha sido usted mismo el que me ha invitado a tomarme esta confianza. 10

Alano de Solminihac. Las Considérations de Arnauld. Véase la carta 1382. Cf. S.V.P. IV, 175-181; E.S. IV. 173-178. 11

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A NICOLÁS PAVILLON Y ESTEBAN C A U L E T

Junio de 1651 l Señores obispos: He recibido con el respeto que debo a su virtud y a su dignidad la carta que me han hecho el honor de escribirme, a finales de mayo, en respuesta a las mías, sobre el tema de las cuestiones de estos tiempos, en la que veo muchos pensamientos dignos del rango que ustedes ocupan en la Iglesia y que parecen inclinarles a ustedes a seguir el partido del silencio en las presentes circunstancias. No dejaré, sin embargo, de tomarme la libertad de exponerles algunas razones que quizás puedan moverles a otros sentimientos; les suplico, señores obispos, postrado en espíritu a sus pies, que excusen mi atrevimiento. En primer lugar, sobre lo que dicen que tienen miedo de que el juicio que se espera de la Santa Sede no sea recibido con la sumisión y la obediencia que todos los cristianos deben a la voz del soberano Pastor y que el Espíritu de Dios no encuentra suficiente docilidad en los corazones para realizar en ellos una verdadera unión, les manifestaré de buena gana que, cuando las herejías de Lutero y de Calvino, por ejemplo, empezaron a surgir, si se hubiera esperado a condenarlas hasta que sus seguidores hubieran demostrado estar dispuestos a someterse y a reunirse con los demás, esas herejías seguirían estando todavía en el número de las cosas indiferentes que se pueden seguir o dejar, y habrían contagiado a muchas más personas de las que contagiaron. Así, pues, si estas opiniones cuyos efectos tan perniciosos vemos en las conciencias, son de la misma naturaleza, en vano esperaremos a que sus sembradores se pongan de acuerdo con los defensores de la doctrina de la Iglesia. Es eso precisamente lo que no se puede esperar y lo que nunca se hará. Retrasarse en obtener la condenación de la Santa Sede es darles tiempo para que sigan esparciendo su veneno y es igualmente arrebatar a muchas personas de condición y de gran piedad el mérito de la obediencia que han prometido rendir a los decretos del Santo Padre, apenas aparezcan. Lo único que ellos 10. ABEI.I.Y. O.C, II c.XII, 422. El texto que nos ofrece COLLET. O.C, I, 540, contiene algunas pequeñas variantes. 1 COLLET indica: "La carta de los dos obispos, que obra en mi poder, es del 22 de abril". Y añade: "Parece ser que el Santo no la recibió hasta finales del mes de mayo".

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desean es conocer la verdad y, aguardando el efecto de estos deseos, permanecen todavía de buena fe en ese partido, dándole mayor número y fuerza por ese medio, habiéndose apegado a él por la apariencia de bien y por la reforma que predican, que es la piel de oveja con que siempre se han cubierto los verdaderos lobos para seducir y aprovecharse de las almas. En segundo lugar, señores obispos, lo que ustedes dicen de que el calor que ponen los dos partidos por sostener sus respectivas opiniones deja pocas esperanzas para una nueva unión, a la cual habría que llegar por encima de todo, me obliga a decirles que no es posible conseguir esa unión en la diversidad y contrariedad de los sentimientos, en materia de fe y de religión, más que apelando a un tercero, que no puede ser más que el Papa, a falta de concilios; y que el que no quiera unirse de este modo no es capaz de ninguna unión, que fuera del Papa ni siquiera es de desear; porque las leyes nunca podrán conciliarse con los crímenes, así como tampoco la mentira puede estar de acuerdo con la verdad. En tercer lugar, esa uniformidad que ustedes desean entre Jos prelados sería muy de apetecer, con tal que fuera sin perjuicio de la fe; porque no puede haber unión en el mal y en el error. Pero cuando tuviera que hacerse esa unión, le tocaría a la minoría ponerse de acuerdo con la mayoría, al miembro le correspondería unirse a su cabeza. Y es eso precisamente lo que se propone, ya que, por lo menos, de cada seis prelados hay cinco que se han ofrecido a atenerse a la que diga el Papa, a falta de concilio, que no puede reunirse por culpa de las guerras. Y aun cuando de esto se siguiera la división y, si ustedes quieren, el cisma, no habría que seguir a los que no quieren juez ni atenerse a la mayoría de obispos, con los que no quieren tener nada que ver, lo mismo que tampoco con el Papa. Y de aquí se sigue una cuarta razón, que sirve de respuesta a lo que ustedes me dicen, de que cada uno de los partidos cree que la razón y la verdad están de su lado. Confieso que así es; pero saben ustedes muy bien que todos los herejes han dicho otro tanto y que, sin embargo, eso no les ha librado de la condenación y de los anatemas que contra ellos han pronunciado los Papas y los concilios. Nunca se ha visto que la unión con ellos haya sido un medio para curar el mal; al contrario, se les ha aplicado el hierro y el fuego, aunque a veces demasiado tarde, como podría suceder aquí. Es verdad que un partido acusa al otro, pero con la diferencia de que

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uno pide jueces y el otro no los quiere, lo cual es una mala señal. No desea ningún remedio, repito, por parte del Papa, del que sabe que es posible, y simula desear el del concilio, porque lo cree imposible en las circunstancias actuales; y si creyera que es posible, lo rechazaría lo mismo que rechaza al otro. Y no será a mi juicio ningún motivo de burla para los libertinos ni para los herejes, lo mismo que de escándalo para los buenos, el ver a los obispos divididos; porque, además de que el número de quienes no quieren firmar las cartas escritas al Papa para ello será muy pequeño, no es nada extraordinario en los antiguos concilios el que no todos sean de la misma opinión; esto demuestra igualmente la necesidad de que intervenga el Papa, ya que, como vicario de Jesucristo, es cabeza de toda la Iglesia y, por consiguiente, el superior de los obispos. En quinto lugar, no veo por qué la guerra, extendida casi por toda la cristiandad, le impide al Papa juzgar con todas las condiciones y formalidades necesarias y prescritas por el concilio de Trento en las materias que él encomienda plenamente a Su Santidad, a quien de ordinario han consultado y apelado muchos santos y antiguos prelados en las dudas de la fe, incluso estando reunidos, como vemos en los Santos Padres y en los anales eclesiásticos. Pues bien, la afirmación de que no se aceptará su decisión está tan lejos de tener motivos para temerlo, que más bien puede ser éste el mejor medio para distinguir así a los verdaderos hijos de Dios y a los obstinados en el error. En cuanto al remedio que ustedes proponen de prohibir severamente a ambos partidos que sigan dogmatizando, les suplico humildemente que consideren que ya se ha probado inútilmente y que esto ha servido solamente para dar más facilidades al error; porque, al verse tratado al mismo nivel que la verdad, ha buscado su expansión y ha sido atacado demasiado tarde, dado que esta doctrina no afecta solamente a la teoría, sino que, al consistir también en la práctica, las conciencias no pueden ya soportar la vacilación y la inquietud que nace de esa duda y que se va formando en el corazón de cada uno, sobre si Jesucristo ha muerto por él o no, y cosas semejantes. Hemos visto a personas que, al oír que algunos les decían a los moribundos, para consolarles, que tuvieran confianza en la bondad de nuestro Señor, que había muerto por ellos, les decían a los enfermos que no se fiasen de esas palabras, ya que nuestro Señor no había muerto por todos.

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Permítanme además, señores obispos, añadir a estas consideraciones que los que profesan las nuevas ideas, al ver que se temen sus amenazas, las exageran y se preparan para una fuerte rebelión; se sirven del silencio de ustedes como un poderoso argumento en su favor e incluso se jactan, como resulta de un impreso que han publicado, de que ustedes son de su opinión 2 ; y por el contrario, los que se mantienen en la simplicidad y en la antigua creencia se asustan y se desaniman, al ver que no les sostienen ustedes. ¿Les gustaría acaso a ustedes, señores obispos, que su nombre sirviera, aunque fuera en contra de sus intenciones, que son totalmente santas, para confirmar a unos en su obstinación y para debilitar a los otros en sus creencias? Sobre el remedio de dejar la cosa para un concilio universal, ¿es que puede convocarse durante estas guerras? Pasaron cuarenta años desde que Lutero y Calvino empezaron a perturbar a la Iglesia hasta que se celebró el concilio de Trento. Así, pues, no hay remedio más a la mano que el de recurrir al Papa, a quien nos remite el mismo concilio de Trento en su última sesión, capítulo final, de que les envío un extracto. Por otra parte, señores obispos, no hay por qué temer que no se obedezca al Papa, como es justo, después de que él haya pronunciado sentencia; pues, aparte de que esta razón de temer la desobediencia tendría lugar en todas las herejías, a las que, en consecuencia, habría que dejar que reinasen impunemente, tenemos un ejemplo muy reciente en la falsa doctrina de las dos pretendidas cabezas de la Iglesia, que salió de la misma botica: cuando el Papa la condenó, se obedeció a su juicio y no volvió ya a hablarse de esa nueva opinión. Ciertamente, señores obispos, todas estas razones y muchas otras que ustedes conocen mejor que yo, me gustaría a mí oírselas a ustedes, a quienes reverencio como a padres y como a doctores de la Iglesia. Son, por otra parte, las que han hecho que hayan sido pocos los prelados de Francia que se hayan negado a firmar la carta que les envié 3 , o bien otra distinta que luego dictaron esos mismos prelados, que ha gustado mucho y de la que les envío una copia, por si acaso les gusta a ustedes más que la anterior 4 . 2 Arnauld escribe en sus Considérations, 7: "Se puede decir que todos los obispos que no han firmado esta carta la desaprueban y la atacan". ¿Hará alusión San Vicente a estas palabras? s Abelly se detiene aquí; lo que sigue está sacado de Collet. 4 El obispo de Alet no perdonó nunca a San Vicente su actitud hostil

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A L PAPA INOCENCIO X

Beatísimo Padre: Postrado muy humildemende a los pies de Su Santidad, vengo como el último de todos los hombres a ofrecerle de nuevo, consagrarle y dedicarle mi persona y nuestra pequeña congregación de sacerdotes de la Misión, de la que he sido nombrado por la Santa Sede apostólica superior general, a pesar de mi indignidad. ¿Me atreveré además, lleno de confianza en esa bondad paternal con que ha acogido y escuchado a los más pequeños de entre sus hijos, a exponerle la situación lamentable y realmente digna de lástima de nuestra Francia? La casa real, dividida por las disensiones; las ciudades y provincias, asoladas por las guerras civiles; los pueblos, divididos en facciones; las aldeas, las villas, los más pequeños rincones, destruidos, arruinados e incendiados; los trabajadores, sin poder recoger lo que sembraron y sin poder sembrar nada para los años siguientes. Los soldados se entregan impunemente a toda clase de desmanes. Los pueblos, por su parte, no sólo se ven expuestos a las rapiñas y a los actos de bandolerismo, sino incluso a los asesinatos y a toda clase de torturas. Los habitantes del campo que no han sido matados por la espada tienen que morir casi todos de hambre. Los sacerdotes, a quienes los soldados no tratan con mayor miramiento que a los demás, se ven tratados inhumana y cruelmente, torturados y asesinados. Las vírgenes son deshonradas; las mismas religiosas, expuestas a su libertinaje y a su furor; los templos, profanados, saqueados o destruidos. Los que quedan en pie se han visto de ordinario abandonados de sus pastores, de forma que los pueblos están casi totalmente privados de sacramentos, de misas y de todo socorro espiritual. Finalmente, lo que es más horroroso de pensar y sobre todo de decir, el Santísimo Sacramento del cuerpo del Señor al jansenismo. Alano de Solminihac advirtió, en una "reunión de varios prelados y otros eclesiásticos", que nadie se mostraba "menos aficionado" y "más contrario" al Santo que Nicolás Pavillon, y encargó incluso al superior de su seminario que avisara de ello al Santo. Era en 1651. Este se mostró visiblemente emocionado por esta noticia. "Entonces, nos cuenta Gilberto Guissot, empezó a decirme: ¡Ay, padre! ¡Qué pena que a los que más hemos servido...!; pero al ver que me iba ya a descubrir su corazón, se detuvo en seguida..., me hizo hablar de otra cosa, diciendo: Pero dejemos esto..." (Nota manuscrita de Gilberto Guissot, archivo de la Misión). Cf. S.V.P. IV, 204-210; E.S. IV, 200-204.

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ha sido tratado con la mayor indignidad, incluso por los católicos, ya que, para apoderarse de los vasos sagrados, han tirado por tierra y han pisoteado a la santa Eucaristía. ¿Y qué no habrán hecho los herejes, que no creen en estos santos misterios? No me atrevo a expresarlo ni sería capaz de decirlo. Es poca cosa oír y leer estas cosas; sería menester verlas y comprobarlas con los propios ojos. No ignoro que Su Santidad podrá acusarme con razón de una gran temeridad, por atreverme yo, que soy un individuo particular y sin nombre, a exponer estos males a la Cabeza y al Padre de todos los cristianos, que tan amplia y detalladamente está instruido en los asuntos de todas las naciones, especialmente de las naciones cristianas. Pero, por favor, Señor, no se indigne si le hablo. Le hablaré a mi Señor, aun cuando no sea más que polvo y ceniza. En efecto, Santísimo Padre, no cabe más remedio a nuestros males que el que nos puede venir de la solicitud paternal, del afecto y de la autoridad de Su Santidad. No ignoro que está ya sumamente afligido por nuestras pruebas y que con frecuencia ha intentado ya apagar estas guerras civiles, incluso desde su nacimiento, cuando envió con este designio sus cartas pontificias y ordenó al ilustrísimo y reverendísimo señor nuncio apostólico que intercediera eficazmente en su nombre; sé también que así lo hizo, con un verdadero celo de apóstol, y que, en cuanto de él dependió, trabajó admirablemente, aunque su esfuerzo ha sido inútil hasta hoy, en el servicio de Dios y de Su Santidad. Pero, Santísimo Padre, el día tiene doce horas, y lo que no se logró una vez quizá pueda obtenerse más felizmente con una nueva tentativa. ¿Para qué seguir? El brazo del Señor no se ha encogido, y yo creo firmemente que Dios tiene reservada a las preocupaciones y a la solicitud del Pastor de su Iglesia universal la gloria de alcanzarnos finalmente el descanso después de nuestras fatigas, la dicha después de tantos males, la paz después de la guerra, restablecer la unión en la familia real tan profundamente dividida, aliviar a los pueblos desolados por tan larga guerra, devolver la vida a los pobres abatidos y casi muertos de hambre, ayudar a los campos totalmente devastados, a las provincias arruinadas, levantar los templos derruidos, devolver la seguridad a las vírgenes, hacer entrar de nuevo a los sacerdotes y a los pastores de almas en sus iglesias y, finalmente, darnos otra vez la vida a todos. ¡Dígnese Su Santidad realizar estos votos! Se lo pido con insistencia, se lo ruego y se lo suplico humildemente por las

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entrañas de la misericordia de Jesucristo, cuyo lugar ocupa y a quien personifica en esta tierra. Igualmente le ruego que me conceda su bendición. De Su Santidad el más humilde, obediente y devoto servidor e hijo en Jesucristo. VICENTE DEPAUL,

indignísimo superior de la congregación de la Misión París, día 6 de agosto de 1652.

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A L CARDENAL MAZARINO

11 de septiembre de 1652 Monseñor: Me tomo la confianza de escribir a Su Eminencia; le suplico que lo acepte y que le diga que veo ahora a la ciudad de París recuperada de la situación en que estaba, pidiendo y aclamando a gritos al rey y a la reina; no voy a ningún sitio ni trato con ninguna persona con quien no se tenga este mismo discurso'. Hasta las mismas damas de la Caridad, que son de las personas principales de París, me dicen que, si Sus Majestades se acercan, irán un regimiento de damas a recibirlos en triunfo 2 . Según esto, monseñor, creo que Su Eminencia hará un acto digno de su bondad si aconseja al rey y a la reina que vuelvan a tomar posesión de su ciudad y del corazón de París. Pero como hay muchas cosas que decir en contra de esto, he aquí las dificultades que considero de mayor importancia y la respuesta que les doy, suplicando muy humildemente a Su Eminencia que las lea y considere. Cf. S.V.P. IV, 458-459; E.S. IV, 427-429. 12. Reg. 1, f.Q 45, copia sacada de la "minuta firmada y apostillada". 1 El clero de París, conducido por el cardenal de Retz, había ido a Compiégne el 9 de septiembre para invitar al rey a entrar en la capital; el rey se había contentado con pedir "que los parisienses hicieran algo por apresurar su vuelta, no pudiendo ya tolerar por más tiempo los abusos de quienes deseaban prolongar la agitación". La respuesta había sido evidentemente sugerida por Mazarino. Para vencer las resistencias del cardenal ministro es para lo que San Vicente le escribe esta carta. 2 Mazarino desconfiaba de algunas damas de la Caridad y especialmente de su presidenta, la duquesa de Aiguillon, a quien suponía en tratos con los de la Fronda (cf. Lettres du cardinal Mazarm, publicadas por Chéruel, tomo V, 4.213.346.358.438.439.475).

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La primera es que, aunque haya muchas buenas almas en París y gran número de buenos ciudadanos que sienten como le he dicho, también hay, sin embargo, otros muchos que tienen sentimientos contrarios y otros que están vacilantes.—A ello respondo, monseñor, que no creo que haya más que muy pocos de sentimientos contrarios; por lo menos yo no conozco a ninguno; y que los indiferentes, si los hay, se verán arrastrados por la multitud y por la fuerza de los entusiastas, que son la mayoría de París, a no ser quizá aquellos que temerían el castigo si no estuvieran seguros de la amnistía. En segundo lugar, que hay motivos para temer que la presencia de los jefes del partido contrario haga que se repita la jornada del palacio 3 y la del ayuntamiento 4 .—A ello respondo que uno de ellos 5 estará muy contento de que se le presente esta ocasión para ponerse a bien con el rey, mientras que el otro 6 , al ver que París ha vuelto a la obediencia del rey, se someterá; no me cabe ninguna duda de ello, pues me consta por buenos informes. En tercer lugar, quizá algunos puedan decirle a Su Eminencia que hay que castigar a París para hacerlo prudente. Yo creo, monseñor, que conviene que Su Eminencia se acuerde de cómo se han portado los reyes bajo los cuales se revolucionó París en otras ocasiones; verá que procedieron con mansedumbre y que Carlos VI, por haber castigado a un gran número de rebeldes, desarmando y encadenando a otros muchos ciudadanos, no hizo más que echar leña al fuego e inflamar todo lo demás, de forma que duró la sedición dieciséis años, oponiéndose al rey más que antes y aliándose para ello con todos los enemigos del Estado 7 , y que, finalmente, Enrique III 8 y el propio rey 9 se tuvieron que arrepentir de haber sido duros con ellos. Si se dice que Su Majestad hará la paz con España, para 3 Alusión a la jornada del 25 de junio, durante la cual el pueblo invadió el palacio y golpeó a los consejeros del parlamento, para obligarles a que terminaran su deliberación. 4 Alusión a las agitaciones del 4 de julio, que llevaron a los asesinatos en el ayuntamiento de París. 5 El duque de Orleáns. 6 El príncipe de Conde. 7 Revuelta de los Maillotins, a quienes el rey castigó severamente después de la victoria de Rosbecque; intento de reforma constitucional del carmelita Eustaquio de Pavilly; excesos de los Cabochiens; guerra civil de los Bourguignons y de los Armagnacs. 8 Después del asesinato de los Guisa, Enrique III puso a París en estado de sitio; fue asesinado en Saint-Cloud por Santiago Clément. 9 Luis XIV.

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venir triunfante a echarse sobre París y ponerlo en razón, responderé, monseñor, que tan lejos está de conquistarse las simpatías del reino con la paz de España que, por el contrario, se atraerá los odios más todavía, sobre todo si devuelve a los españoles todo lo que se posee de ellos, como se dice que desea hacer Su Eminencia; y en ese caso, Su Eminencia debe temer con motivo lo que le pasó a Carlos III, regente del reino y coronado como presunto rey, que habiendo abandonado a los ingleses la Normandía y algunas ciudades de Flandes, con la condición de que reconocieran la soberanía de la corona, excitó tanto los espíritus en contra suya que se reunieron los Estados en sesión extraordinaria contra él, y aquel pobre príncipe se vio obligado a huir como un desconocido y a morir miserablemente en una aldea, en la que se había ocultado 10 . Y si se cree que, antes de la entrada de Sus Majestades en la ciudad, conviene tratar con España y con los señores príncipes, permítame, monseñor, que le diga que en ese caso París se verá comprendido en los artículos de paz y gozará del bien de su amnistía como de un beneficio de España y de dichos señores, y no del rey, por lo que se quedará con la idea de declararse en favor de ellos en la primera ocasión. Algunos podrán decir a Su Eminencia que sus intereses particulares requieren que el rey no reciba en su gracia al .pueblo y que no vuelva a París sin ella, sino que hay que enredar los asuntos y seguir manteniendo la guerra, para hacer ver que no es Su Eminencia quien excita la tempestad, sino la malicia de ciertos espíritus que no desean someterse a la voluntad de su príncipe.—Respondo, monseñor, que no tiene gran importancia el que el regreso de Su Eminencia sea antes o después del regreso del rey, con tal que venga y que, una vez restablecido el rey en París, Su Majestad podrá hacer venir a Su Eminencia cuando mejor le parezca. Estoy seguro de ello. Por otra parte, si es verdad que Su Eminencia, que mira ante todo y sobre todo al bien del rey, de la reina y del Estado, contribuye a la unión de la casa real y de París bajo la obediencia del rey, seguramente, monseñor, volverá a ganarse el entusiasmo del pueblo y dentro de poco tiempo le volverán a llamar, y con gran aplauso, según creo; pero mientras los espíritus anden revueltos, es muy de temer que jamás se consiga la paz con esa condición, ya que en eso consiste precisa10 San Vicente confunde las cosas. Carlos III no cedió la Normandía a los ingleses, sino a los normandos; no murió oculto en una aldea, sino prisionero en el castillo de Péronne; no fue él, sino Carlos V, el que dejó a los ingleses algunas ciudades de Flandes.

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mente la locura de los pueblos y la experiencia demuestra que los que están heridos por esta enfermedad no curan jamás, dado que sus ideas siguen por falsos derroteros. Y si es verdad, como se dice, que Su Eminencia ha dado órdenes para que el rey no escuche a los señores príncipes, que no les dé pasaportes para que acudan a Sus Majestades, que no se escuche a ningún delegado o representante de ellos, y que con esa finalidad ha puesto Su Eminencia al lado del rey y de la reina a personas extrañas, criados suyos, que cierren el acceso por todas partes, para impedir que se hable con Sus Majestades, si esto continúa, es muy de temer, monseñor, que se pierda la ocasión y que el odio de los pueblos se convierta en rabia. Por el contrario, si Su Eminencia aconseja al rey que venga a recibir las aclamaciones de este pueblo, se ganará a todos los corazones del reino que tan bien saben lo que puede al lado del rey y de la reina, y todos considerarán que esta gracia les ha venido de parte de Su Eminencia". Esto es, monseñor, lo que me tomo el atrevimiento de exponerle, con la confianza de que no lo verá mal, sobre todo cuando sepa que no le he dicho absolutamente a nadie, excepto a un servidor de Su Eminencia, que me he tomado el honor de escribirle, y que no tengo ninguna comunicación con aquellos antiguos amigos que están ahora con sentimientos contrarios a la voluntad del rey 12, que no le he enseñado la presente absolutamente a nadie, y que viviré y moriré en la obediencia que debo a Su Eminencia, bajo la que nuestro Señor me ha puesto de una manera especial 13 . Así se lo aseguro, ya que soy y seré siempre, monseñor, su muy humilde, obediente y fiel servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno sacerdote de la Misión 11 El rey, solicitado por el propio Gastón de Orleáns, y luego por una delegación de la milicia burguesa, acabó dejándose convencer; hizo su entrada en la capital el 21 de octubre en medio de las aclamaciones del público y concedió a los rebeldes una amplia amnistía. 12 El Santo piensa especialmente en el cardenal de Retz. 13 Hay motivos para creer que esta carta no le gustó a Mazarino. ya que algunos días más tarde retiró a San Vicente del Consejo de conciencia. Cf. S.V.P. IV, 473-478; E.S. IV, 440-444.

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13.

A L CARDENAL A N T O N I O BARBERINI

25 de octubre de 1652 Eminentísimo señor cardenal: Recibí el 27 de septiembre pasado la carta que quiso Su Eminencia escribirme pridie idus martiil de este mismo año, con todo el respeto y la reverencia que debo a Su Eminencia y a los eminentísimos señores cardenales de la Sagrada Congregación de Regulares, por la que Su Eminencia me hace el honor de mandarme que me informe secretamente de lo que contiene la súplica presentada a nuestro Santísimo Padre el 13. Se ha puesto en duda la autenticidad de esta carta. En sus adiciones al libro del abate LEBEUF, escribe Fernando BOURNON (o.c, 458): "La abadía de Longchamp no se vio libre del relajamiento que se introdujo durante el siglo xvi en las costumbres de las fundaciones monásticas; pasa incluso por haber sufrido este relajamiento más que otras muchas, como es fácil de verse al leer las Crónicas de Pedro l'Esloile. Las reglas no se observarían tampoco mejor el siglo siguiente, si pensamos en e) texto de una cana de San Vicente de Paúl al cardenal de La Rochefoucauld, en la que se describen copiosamente los desórdenes de las religiosas. Pero esta carta es ciertamente apócrifa. Al ponerle la fecha del 25 de octubre de 1652, el falsificador no se ha dado cuenta de que por aquella fecha ya llevaba siete años muerto el cardenal de La Rochefoucauld. Cocheris (IV, 283) no ha advertido este error y ha atribuido el libelo, sin señalar ninguna razón, al abad Juan de Labouderie". Para Gastón DUCHESNE, autor de una Histoire de l'abbaye royale de Longchamp (París 1905), 87, esta carta sería igualmente apócrifa, debida al abate Juan Labouderie, que publicó por primera vez el texto (Lettre de S. Vincent de Paul au cardinal de La Rochefoucauld sur l'état de dépravation de l'abbaye de Longchamp, en latin avec la traduction francaise et des notes par J. L. París 1827); y da como prueba el hecho de que el 25 de octubre de 1652 "hacía ya siete años que había muerto San Vicente de Paúl". Esta razón no vale más que la que alegaba Bournon. San Vicente vivió hasta el 1660, y la carta va dirigida, no al cardenal de La Rochefoucauld, sino a Antonio Barberini, prefecto de la Congregación de Regulares. Hoy es imposible negar su autenticidad. El texto francés consta en el registro 1, f.° 61, y lleva de cabecera estas palabras: Minuta manuscrita. El original latino, escrito por un secretario y firmado por el Santo, se encuentra actualmente en Roma, en los archivos de la Congregación de Religiosos, Sezione monache, leg. del 6 diciembre 1652. Existe una copia del mismo en la Biblioteca Nacional, fr. 10. 565, f.Q 480. Fue en la sesión del 14 de marzo cuando la Sagrada Congregación había decidido confiar a San Vicente la tarea de tomar informes sobre el monasterio de Longchamp y, en caso necesario, hacer la visita canónica. 1 15 de marzo. Estas palabras latinas, que el Santo copia al pie de la letra de la carta del cardenal Barberini sin tomarse la preocupación de buscar a qué día del mes corresponden, señalan que su intención, al escribir esta carta, era la de traducirla o mandarla traducir al latín.

Cartas a prelados

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Papa por la abadesa del monasterio de Longchamp , de la orden de San Francisco, en la diócesis de París, en la que expone a Su Santidad que dicho monasterio lleva ya varios años 4 en continuo desorden, no sin escándalo público, por culpa de los superiores del mismo, que son los padres de la misma orden de la provincia de Francia, que en vez de intentar remediarlos los han fomentado con su conducta y su mal ejemplo, viviendo ellos mismos en tal división que hasta el presente han estado litigando unos con otros ante la mayor parte de los tribunales de jueces laicos, de donde proviene que desde hace tiempo no haya habido ningún provincial reconocido para pacificar y arreglar esas diferencias en dicha provincia, habiendo sido incluso el último depuesto de su cargo provincial por autoridad apostólica hace alrededor de dos años; de ello se deduce que dicho monasterio, que es de fundación real, muy antiguo y de grandes rentas, se encuentre en la actualidad cargado de muchas y cuantiosas deudas; todo esto obliga a su abadesa, en el deseo de remediar estos desórdenes y escándalos públicos, a recurrir a Su Santidad para suplicarle humildemende que exima a dicho monasterio y a todas las religiosas del mismo de la jurisdicción y gobierno de los hermanos menores de San Francisco, sometiéndolas en adelante al ordinario, como lo había estado antiguamente, cuando la fundación de dicho monasterio. Este era el tenor de aquella súplica que me envió Su Eminencia. Pues bien, señor cardenal, después de haber recibido esta orden con que me honraba Su Eminencia, me dirigí a varias personas de gran rectitud, piedad y vida ejemplar, entre las que hay varios doctores de la Soborna y otros eclesiásticos, religiosos y personas seglares que conocen dicho monasterio y todo lo que allí ocurre, así como también a algunas religiosas de la casa, que me han informado en secreto de lo que se contiene en la mencionada súplica. Todos ellos me han respondido unánimemente que dicha súplica contiene la verdad en todas sus cláusulas, a no ser respecto a lo que en ella se dice que dicho monasterio estuvo antiguamente bajo la jurisdicción del ordinario, lo cual ignoran, aunque dos de esas personas opinan que tiene ciertos visos de verdad, recurriendo para ello a la autoridad de un autor de su orden, que dice lo 2 Estas líneas demuestran claramente que la carta va dirigida al cardenal prefecto de la Congregación de Regulares. 3 Magdalena Plancain. Le sucedió Catalina de Belliéve en 1653. 1 Recordará sin duda el lector que el propio Santo había propuesto a la reina recurrir al papa para introducir allí la reforma (el. carta 1484).

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Selección de escritos

siguiente..., lo cual nos hace ver que, habiendo sido fundado este monasterio por la bienaventurada Margarita, hermana de San Luis, casi en tiempos en que nació la orden de San Francisco, cuando parece ser que todos los monasterios de monjas de dicha orden no estaban aún sometidos a los superiores de esta orden... 5 Esto es, señor cardenal, lo que he sabido en particular de esa casa, además de lo que se contiene en dicha súplica: Que hace doscientos años que anda en desórdenes y que por decreto del parlamento de París del año 1560, informado de los desórdenes de entonces, se ordenó, a instancia del procurador general del parlamento, que el obispo de París trabajase en la reforma del monasterio; que los locutorios del mismo están siempre abiertos a toda clase de personas, incluso a varios jóvenes que no son parientes suyos; que la mayor parte de las religiosas acuden solas al locutorio, sin permiso y con frecuencia en contra de los deseos de la abadesa; y se ha advertido que en esos locutorios hay portillos totalmente contrarios a la clausura religiosa, de donde se derivan graves inconvenientes. Los religiosos que gobiernan dicho monasterio, en vez de solucionar el desorden, lo fomentan, yendo ellos mismos al locutorio, especialmente los confesores, para charlar con dichas religiosas, a veces de noche y a horas indebidas. Una vez se encontró de noche a un religioso de dicha orden en la clausura de las religiosas, adonde había sido introducido por una joven religiosa. Ha habido también religiosas que han hecho entrar de noche a hombres jóvenes dentro de la clausura. Habiendo en cierta ocasión prohibido la abadesa a una religiosa que no hablase ni tratase con un joven de familia distinguida que venía a verla con mucha frecuencia, a pesar de no ser pariente, aunque aquel trato era peligroso y causaba mucho escándalo, el padre provincial le permitió seguir tratando con él, como lo declaró la misma religiosa en presencia de todas las demás y del mismo provincial; esto hizo correr el rumor de que aquel joven le había dado por este motivo una gran suma de dinero. Los confesores de dicho monasterio, que son religiosos de la misma orden, tienen familiaridad y aficiones particulares a algunas religiosas conversas, lo cual las hace orgullosas e 5 Este pasaje, desde las palabras a no ser respecto no figura en el texto latino. Cf. S.V.P. IV, 500-506; E.S. IV, 464-468.

VI.

Cartas a prelados

331

insoportables. Son ellos los que han fomentado las divisiones de la abadía y, en vez de remediar los desórdenes mencionados, han contribuido a aumentarlos, habiendo abierto en algunas ocasiones sus confesionarios a hombres laicos, para que hablaran en secreto con algunas religiosas, en contra de la voluntad y a pesar de las expresas prohibiciones de la abadesa. Dichos confesores no quieren permitir y prohiben expresamente que las religiosas pidan a veces confesarse con otros. Las novicias y jóvenes profesas reciben muy mala formación; antes de ser recibidas al hábito y a la profesión, no se les examina como ordena el santo concilio de Trento. Hay algunas que son muy inmodestas en sus vestidos, llevando al locutorio guantes, peinetas con cintas de color de fuego, relojes de oro; y cuando la abadesa las reprende por ello, dicen que se lo permite el padre provincial. También es sabido que, como la comunidad de dichas religiosas está actualmente refugiada en esta ciudad de París, varias de ellas viven muy escandalosamente, pasando el día entero en casas de amigos, a los que van a visitar, encerrándose solas con hombres en la habitación; cuando un eclesiástico muy piadoso advirtió a la abadesa de los escándalos que producen estas religiosas, ella le respondió que no podía remediarlo y le rogó que hablara él mismo con ellas; así lo hizo, y me ha dicho que le respondieron con tanta desfachatez como lo habrían hecho unas mujeres abandonadas, de lo que quedó muy escandalizado. Siendo esto así, según creo, tanto por la elevada rectitud, piedad y virtud de las personas con las que me informé de la situación de dicho monasterio y que lo conocen muy bien, como por lo que yo mismo conozco, creo que Su Santidad hará una obra digna de su providencia pastoral, así como Su Eminencia, señor cardenal y los demás eminentísimos Padres de dicha Sagrada Congregación de Regulares, harán bien en aconsejarle que hará una obra muy agradable a Dios y muy eficaz para remediar los desórdenes de dicho monasterio e introducir en él la disciplina, si retira el monasterio de la jurisdicción de los religiosos de la orden de San Francisco, entregándosela al ordinario, con la condición de que nombre, por tres años solamente, con posibilidad de continuar, un visitador regular o secular, aunque no de dicha orden, de ciencia, probidad, piedad, de gran reputación y experimentado en el gobierno de las religiosas, al que entregará poder para dirigir, visitar y corregir dicho monasterio, de establecer y distinguir

I1.II.

332

Selección de escritos

confesores y, en una palabra, de hacer todo lo que haría el ordinario, si estuviera presente, salvo recurso al mismo ordinario, en caso de queja; y que al cabo de tres años o de seis, cuando haya puesto orden en dicha casa, podrán dichas religiosas elegir de tres en tres años a tres personas que tengan las cualidades mencionadas y presentarlas al ordinario para que él escoja a una de ellas como visitador de dicho monasterio y le dé las mismas facultades. Este es, señor cardenal, el parecer de un pobre sacerdote, muy indigno de semejante comisión, que le suplica muy humildemente, postrado en espíritu a los pies de Su Eminencia, que le dé su bendición, ya que es en el amor de nuestro Señor... 14.

A l . CABILDO DF. PARÍS

19 de septiembre de 1657 Señores: El honor que nos hacen al enviar aquí a sus oficiales para los ejercicios que preceden a la ordenación nos obliga en conciencia a darles cuenta de lo que hemos advertido en ellos. Pues bien, he de decirles que no observamos ninguna disposición para el estado eclesiástico en el último que tuvieron a bien enviarnos, a saber, el señor Badou, y que me he enterado de que no ha dado ningún motivo para esperar de él algún bien en el ejercicio de las órdenes sagradas mientras que estuvo en el seminario de Bons-Enfants. He creído oportuno indicárselo para que actúen ustedes según su prudencia antes de que entre en las sagradas órdenes. Añado a ello, señores, el renovado ofrecimiento de mi obediencia perpetua con toda la humildad y el afecto que me es posible. Les suplico muy humildemente, señores, que acepten considerarme en mi cualidad de su muy... 15.

A L CARDENAL NICOLÁS BAGNI

22 de septiembre de 1657 Señor cardenal: He recibido la carta con que quiso honrarme Su Eminencia, del día 13 de agosto, y el mandato que me hizo de enviar dos sacerdotes franceses a Irlanda y a Escocia para 14. Ri'g. 1, f.Q 16, copia sacada de la minina autógrafa, Cf. S.V.P. VI, 476-477; E.S. VI, 441.

VI.

Cartas a prelados

333

informarse de la situación, el número, el comportamiento y los frutos de los obreros que trabajan en aquella viña desolada de nuestro Señor. Pues bien, le diré que le doy mil gracias por el honor que me concede de utilizar mis servicios en este asunto, y me ofrezco de todo corazón a Su Eminencia para trabajar en él apenas reciba su contestación a una dificultad que se presenta. Se trata, monseñor, de que nos será muy difícil encontrar sacerdotes franceses que conozcan las diferentes lenguas de esos dos reinos, y hasta imposible. Yo no conozco más que a uno que entienda y hable el inglés, a quien Su Eminencia pensó enviar en otra ocasión a Inglaterra, en donde fue capellán del difunto señor primer presidente, embajador entonces de Francia en Londres'; pero ahora está de párroco en un lugar junto a Chartres y es director de un colegio que ha hecho construir en su parroquia, y por eso es muy difícil sacarle de allí. La idea de enviar sacerdotes del país parece ser que no es del agrado de Su Eminencia, ya que indica que sean franceses. Además está la dificultad de poder viajar por allí; nosotros enviamos a uno de nuestros sacerdotes irlandeses para que fuera a visitar a nuestros misioneros de Escocia y de las islas Hébridas, con la orden parecida a la de Su Eminencia de informarse de las cosas que señalaba; pero no pudo conseguir pasaporte en Londres, a pesar de que iba disfrazado, y se vio obligado a regresar. Pues bien, si esto es así, monseñor, dado que nos costará trabajo encontrar franceses que entiendan aquellas lenguas y que los de aquellos países tendrán dificultad de viajar por allí, había pensado proponer a Su Eminencia que escogiéramos a un sacerdote francés de nuestra compañía y que le diésemos de compañero a uno de nuestros hermanos coadjutores irlandeses para Irlanda, un inglés para Inglaterra y un escocés para Escocia. Si le parece oportuno, les haríamos partir cuanto antes, una vez recibidas sus órdenes. Un padre jesuíta, que acaba de venir de Londres, me ha dicho que el Protector 2 ha dado recientemente un edicto de los más rigurosos que se habían visto en contra de los católicos, ordenando que se les quitaran los hijos y las dos terceras partes de sus bienes. Jamás los tiranos perseguidores de la Iglesia que derramaron la sangre de los cristianos, pensaron 15. Reg. 1, f.Q 32 v.Q El copista adviene que saca su texio de la minina autógrafa. 1 Maleo Mole. 2 Olivier Cromwell. Cf. S.V.P. VI, 481-483; E.S. VI, 445-446.

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Selección de escritos

en una persecución tan extraña; él está pensando en quitarles los hijos y hacerlos educar en la herejía, para acabar con la religión católica en la persona de sus padres. Nuestro Señor no lo permitirá, como tenemos motivos para esperar, y me concederá la gracia de hacerme digno de que siga honrándome con la benevolencia de Su Eminencia, ya que soy en el amor de nuestro Señor su muy...

16.

A L ABAD DE SAINT-JUST, VICARIO GENERAL DE L.YÓN

París, 5 de octubre de 1657 Señor abad: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. El afecto que nuestro Señor me ha dado con usted me permite tomarme la confianza de pasarle aviso' de una dificultad que ha surgido en las gestiones que está realizando aquí el señor... para obtener letras patentes para la erección de la congregación que el señor arzobispo de Lyón ha erigido en su diócesis, designándola con el nombre de sacerdotes de la Misión. Y como nuestra pobre compañía lleva también ese mismo nombre de la Misión2 y este parecido de nombres se presta a muchos inconvenientes y molestias, hice exponer al señor canciller las dificultades que tenemos para ello, esperando tener el honor de escribirle, dando por seguro que el señor arzobispo no piensa de ninguna manera realizar una buena obra para hacer daño a otra. He aquí dos o tres inconvenientes que ya han sucedido con otra compañía que lleva el mismo nombres, y que podrán surgir también aquí 3 . El señor obispo de Bethléem 4 estableció una compañía semejante doce o quince años más tarde que la nuestra, dándole al principio el nombre de sacerdotes del clero, y habiendo conseguido su aprobación en Roma con el nombre de Societas Presbyterorum Sanctisimi Sacramenti ad Missiones, hizo que la llamaran de la Misión. Luego, habiendo obtenido como regalo del papa dos colegios en Aviñón, procedentes de la fundación de algunos 16. (C no F).—Archivo de Turín, minuta. 1 Primera redacción: avisarle.—La corrección es de mano del Santo. Primera redacción: Es, señor, que nuestra ruin compañía se llama también "de la Misión".—La corrección es de mano del Santo. s Lo anterior, desde hice exponer es de mano del .Santo. * Cristóbal d'Authier de Sisgau. 2

VI.

Cartas a prelados

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saboyanos y que estaban destinados para alumnos de aquel país, sucedió que, al ver los saboyanos que esos colegios se los habían llevado unos misioneros que ellos se imaginaban ser de nuestra congregación, los habitantes de Annecy se sintieron tan arrebatados de cólera, que se amotinaron varias veces para hacer echar al lago a nuestros padres que residen en aquella ciudad y que, por esta razón, tuvieron que permanecer ocultos durante mucho tiempo, sin atreverse a aparecer; y el senado de Chambéry no ha querido ratificar nunca nuestra fundación en Saboya por este motivo, a pesar de las diversas órdenes que ha dado Su Alteza Real 5 . Otro inconveniente que ha sucedido, señor abad, es que un ciudadano de Marsella, en donde dicha compañía tiene una casa y nosotros otra, entregó en testamento a los sacerdotes de la Misión algunos bienes y murió luego sin declarar de qué sacerdotes de la Misión se trataba; por eso estamos a punto de iniciar un proceso para decidir a cuál de las dos casas pertenece ese legado. Aparte de estos dos 6 inconvenientes que han surgido por esa compañía, he aquí uno más, debido a una persona particular que había trabajado durante algún tiempo en Toulouse en unas misiones que mandó hacer allí el difunto señor arzobispo, y que por eso tomó el nombre de misionero 7. Este sacerdote, habiendo pasado por Lyón, visitó el hospital para enfermos y, al no encontrarlo en debido orden según su gusto, le escribió una larga carta al difunto señor cardenal de Lyón 8 , en la que le exponía los desórdenes que se imaginaba haber encontrado en dicho hospital y le exhortaba a poner un poco de orden, amenazándole si no lo hacía con apelar al juicio de Dios y firmando aquella carta con su nombre: "Barry, sacerdote de la Misión". Este buen señor, que se encontraba por entonces en París, indignado por aquel atrevimiento, se quejó duramente a nuestra Compañía, pensando que ese sacerdote pertenecía a ella, a pesar de que no lo era, y lanzó llamas contra nosotros; de forma que, aunque hice que nuestros amigos le aseguraran y yo mismo le aseguré que aquel individuo nos era desconocido, siempre ha manifestado su descontento en todas las ocasiones que le hablaron de nosotros. 5

Este último miembro de la frase es de mano del Santo. Primera redacción: tres. La corrección es de mano del Santo. ' Primera redacción: que se hacía llamar. La corrección es de mano del Santo. 8 Alfonso Luis Duplessis de Richelieu (1628-1653). 6

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Selección de escritos

He aquí, señor abad, algunas razones entre otras varias por las que hemos creído conveniente exponer al señor canciller los inconvenientes que podrían surgir si esa compañía del señor obispo de Lyón 9 llevase el nombre de la Misión. No tenemos nada que decir contra las reglas que ese digno prelado les ha dictado, que son todas buenas y santas, ni de que haya prelados que erijan semejantes compañías y buenos eclesiásticos que asuman las mismas funciones que nosotros practicamos. Al contrario, señor, le pedimos a Dios todos los días en la santa misa que envíe semejantes obreros a su Iglesia. La verdad es que me parece que dejaríamos de ser cristianos si albergásemos semejantes sentimientos. La dificultad consiste, por consiguiente, en la confusión de nombres, que hace que se atribuyan con frecuencia los hechos de una compañía a otra del mismo nombre, que tiene que sufrir las consecuencias de ello, y otros muchos inconvenientes 10. Por eso mismo es por lo que Dios ha puesto ciertas diferencias en los géneros, las especies y los individuos. Un insecto es diferente de todas las demás criaturas, de forma que ninguna puede llamarse insecto más que la que sea realmente insecto, dado que la sabiduría del soberano Creador se ha preocupado de poner semejante distinción entre las cosas, de forma que una no sea la otra. Siendo esto así, me parece que, si el señor arzobispo quisiera darle otro nombre a esos señores distinto de sacerdotes de la Misión, como, por ejemplo, sacerdotes del señor arzobispo, del clero o de la diócesis de Lyón, ese nombre le vendría muy bien a la cosa 11 , ya que se consagran a realizar todas las tareas eclesiásticas que dicho señor les encomienda. Si se dice que se les podría dar el nombre de sacerdotes de dicho señor arzobispo, añadiendo 12: para trabajar en las misiones de su diócesis, eso no impediría que los inconvenientes que ha habido con los sacerdotes del Santísimo Sacramento, por causa de la cláusula ad Missiones 13, de los que he hablado, pudieran surgir también entre estas dos compañías, por encontrarse en ambas el nombre de Misión. Por 9

Camilo de Neufville de Villeroy (1654-1693). Primera redacción: a otra que se le parece en sus tareas, cuando no tienen un nombre que las distinga, sino que además surgen otros muchos inconvenientes.—La corrección es de mano del Sanio. 11 Primera redacción: A sus designios."—La corrección es de mano del Santo. 12 Esta palabra es de mano del Santo. " Las palabras por causa de la cláusula ad Missiones son de mano del Santo. 10

17.

C.artns a prelados

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consiguiente, creo que sería una cosa digna de la prudencia de dicho señor poner remedio ahora al principio a todos estos inconvenientes y otros semejantes; lo cual resultará fácil haciendo que dicha compañía tome otro nombre, aunque dejando todos los ejercicios que se realizan en las misiones 14. Y si dicho señor arzobispo no acepta esta propuesta, de muy buena gana cambiaremos nuestro nombre de Misioneros por otro, si así nos lo ordena dicho señor y puede hacerse esto después de cuarenta años y más que lleva trabajando esta pobre compañía 15, erigida por el difunto señor arzobispo de París, confirmada por bulas de Urbano VIII y del papa actual, y por cartas patentes del rey, registradas en el parlamento. Le tocará, pues, a dicho señor arzobispo ordenar lo que le plazca, y a usted, señor abad, hacernos el favor de asegurar a dicho señor arzobispo que preferiría morir antes de hacer cualquier cosa que le desagrade; por lo demás, haremos todo cuanto nos haga el honor de ordenarnos. Lo mismo digo respecto a usted, ya que soy en el amor de nuestro Señor su muy humilde y obediente servidor.

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A L CARDENAL DE R E T Z

9 de enero de 1659' Señor cardenal: Tengo motivos para creer que va a ser ésta la última vez que tengo el honor de escribir a Su Eminencia, por causa de mi edad y de una enfermedad que sufro y que quizá me va a conducir al juicio de Dios. Con esta duda, señor cardenal, suplico muy humildemente a Su Eminencia que me perdone si he podido disgustarle en alguna cosa. He sido lo suficientemente miserable para hacerlo sin querer, pero jamás lo he hecho a sabiendas. Me tomo también la confianza de reco14 Primera redacción: ...entre estas dos compañías de aquí. Y por tanto es de desear que monseñor acepte poner remedio a ello desde el principio, lo cual resultará fácil si se le hace tomar otro nombre a dicha compañía. La corrección es de mano del Santo. 15 Las palabras lleva trabajando son de mano del Santo. San Vicente hacía remontar la idea de su congregación a la misión de Folleville, que se había dado en 1617.—El secretario había escrito antes 30. Cf. S.V.P. VI, 498-502; E.S. VI, 460-464. 17. Reg. 2, 92. 1 Fecha dada por COI.I.F.T. o.c, t.II, 61. Cf. S.V.P. VII, 436: E.S. VII, 373-374.

S. V. Paúl 2

1?

P.II.

338

mendar a Su Eminencia su pequeña compañía de la Misión, que usted mismo ha fundado, mantenido y llenado de favores y que, por ser obra de sus manos, se siente tan sumisa y agradecida a Su Eminencia como a su padre y prelado. Y mientras ella reza a Dios en la tierra por Su Eminencia y por la casa de Retz, yo desde el cielo le pediré por ustedes, si la divina bondad me concede la gracia de recibirme allí, según espero de su misericordia y de la bendición que pido a Su Eminencia, postrado en espíritu a sus pies, ya que soy, en la vida y en la muerte, en el amor de nuestro Señor, su...

18.

Vil.

Selección de escritos

A L CARDENAL DE R E T Z

París, 15 de julio de 1659

Cartas a religiosos

339

de la tierra; recurro únicamente a su bondad. Si supiese el lugar donde se encuentra Su Eminencia 4 , me tomaría el honor de enviarle alguno de sus misioneros para que le hicieran en persona esta humilde súplica; pero, al ignorarlo, me sirvo de lo presente y me pongo en manos de la Providencia de Dios, a la que suplico que la ponga en las de Su Eminencia 5 , a la que pido su bendición, postrado a sus pies.

VIL 1.

CARTAS

A

RELIGIOSOS

A SANTA JUANA FRANCISCA F R É M I O T DE C H A N T A L

Troyes, 14 de julio de 1639 Señor cardenal: Me tomo el honor de escribirle la presente para renovarle una vez más los ofrecimientos de perpetua obediencia que debo a Su Eminencia, y esto con toda la humildad y afecto que me es posible, así como también, señor cardenal, con la humilde súplica que le hago de que acepte aprobar las reglas de s u ' compañía de la Misión, que Su Eminencia se dignó aprobar ya en otra ocasión, junto al difunto señor arzobispo 2 . Nos hemos visto obligados a retocar algunas, [bien] por algunas faltas que se han deslizado en la escritura, bien porque habíamos ordenado cosas que la experiencia nos ha hecho ver que son difíciles en la práctica. Sea lo que fuere, señor cardenal, no hemos tocado nada de lo esencial en las reglas, ni tampoco algún detalle de importancia, de lo cual doy fe a Su Eminencia delante de Dios, ante el cual he de dar algún día cuenta de las acciones de mi pobre miserable vida, que ya cuenta setenta y nueve años de edad. Lo que le pido a Su Eminencia no es cosa de esta pequeña Compañía, sino más bien cosa de usted mismo, que es el fundador y el único protector de ella. No me dirijo a su señor padre 3 para obtener su recomendación ni a ninguna otra potencia 18. (C no F).—Archivo de la Misión, minuta de mano del secretario. Las numerosas variantes de pura forma que existen entre la minuta y la copia inserta en el registro 2 p.30 provienen de que el copista no ha sabido leer el texto; se encuentran efectivamente en los pasajes de lectura más difícil. 1 Primera redacción: nuestra. "Su" es más delicado. Más tarde el Santo dirá en este mismo sentido "sus misioneros" en vez de "mis misioneros". 2 Juan Francisco de Gondi. 5 Felipe Manuel de Gondi.

Mi queridísima y dignísima madre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Habiendo venido a esta ciudad de Troyes, con el señor comendador de Sillery, para visitar a la pequeña familia que tenemos en esta diócesis, he visto, por medio de la persona que la ha recibido de usted, mi dignísima madre, la respuesta que le da sobre la proposición de una fundación de dos de nuestra pequeña compañía para trabajar entre las pobres gentes de los campos de su diócesis'. 4 El cardenal de Retz estaba desterrado, y las indagaciones de los agentes de Mazarino le obligaban a mantener en secreto el lugar de su retiro. 5 El secretario había escrito a continuación estas palabras, que fueron lachadas: "Lo que me urge a suplicarle muy humildemente que nos envíe su aprobación, es el motivo que hay para temer que el buen Dios no me soporte ya mucho tiempo en la tierra y que, si muero sin una aprobación, esto podía causar después no pocas molestias a la Compañía. Hago un acta de declaración, que envío a Su Eminencia, en la que expongo lo que acabo de decirle poco más o menos, que viéndome obligado a recurrir a Su Eminencia para la aprobación de dichas reglas y no sabiendo dónde está para tener esta última aprobación, aseguro a la Compañía que estas reglas son las mismas que han sido aprobadas por usted, y por el difunto señor arzobispo, y la exhorto a que las observe exactamente. Y sea lo que pareciere (?), esto dependerá de la bendición que le plazca a Dios darle. Y si le parece bien concedernos la gracia que le pido, la cosa no tendrá ninguna dificultad; soy, en su amor..." Cf. S.V.P. VIII, 26-27; E.S. VIII, 27-28. 1. (CA).—Original en el monasterio de la Visitación de Annecy. 1 También gracias a la generosidad del comendador de Sillery se realizó la fundación de Annecy. Por contrato del 3 de junio de 1639, le dio a San Vicente 40.000 libras, sobre las ayudas de Melun, para el mantenimiento de

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P.II.

Selección de escritos

Pues bien, le diré, mi dignísima madre, que he recibido con un consuelo que no le puedo expresar la propuesta que me ha hecho el comendador de esa fundación, tanto porque nos da los medios para trabajar en la diócesis de los santos como porque está bajo el abrigo y la dirección de nuestra digna madre y que, por consiguiente, tenemos motivos para esperar que nuestro Señor bendecirá las santas intenciones del buen señor comendador y los pequeños trabajos de sus misioneros. Y como desea saber en qué consiste nuestra pequeña manera de vivir, le diré, mi dignísima madre: Que nuestra pequeña Compañía se ha instituido para ir de aldea en aldea a sus expensas, predicar, catequizar y hacer que el pobre pueblo haga confesión general de toda su vida pasada; trabajar en el arreglo de las diferencias que allí encontremos, y hacer todo lo posible para que los pobres enfermos sean asistidos corporal y espiritualmente por la cofradía de la Caridad, compuesta de mujeres, que establecemos en los lugares en que hacemos la misión, y que lo desean. Que esta ocupación es para nosotros la principal, y para mejor realizarla, la providencia de Dios ha añadido la de recibir en nuestras casas a los que tienen que recibir las órdenes, diez días antes de la ordenación, para alimentarlos y mantenerlos y enseñarles durante ese tiempo la teología práctica, las ceremonias de la Iglesia y hacer y practicar la oración mental según el método de nuestro bienaventurado padre monseñor de Ginebra 2 , y esto con los que son de la diócesis en donde estamos establecidos. Que vivimos en el espíritu de los servidores del Evangelio en relación con nuestros señores los obispos, que cuando nos dicen: "Id allá", allá vamos; "Venid acá", venimos; "Haced esto", y lo hacemos; y esto por lo que se refiere a las funciones indicadas; y en cuanto a la disciplina doméstica de la Congregación, depende de un superior general. Que la mayor parte de nosotros hemos hecho los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y el cuarto de dedicarnos, durante toda nuestra vida, a la asistencia del pobre puedos sacerdotes y de un hermano capaces de dar misiones, más 5.000 libras para la compra de rosarios y hojitas o folletos piadosos. Los misioneros deberían encontrarse en su puesto antes del 15 de septiembre y trabajar gratuitamente durante ocho meses del año en las parroquias que les designase el obispo, y cada cinco años, a partir de 1641, en Brie-Comte-Robert (Seine-et-Marne) (cf. Arch. Nal. S 6.716). 2 San Francisco de Sales.

Vil.

Cartas a religiosos

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blo, y que intentamos hacer que los apruebe Su Santidad 3 , y le pedimos permiso para hacer un quinto voto, que es la obediencia a nuestros señores los obispos en las diócesis en que estemos establecidos, en relación con dichas funciones 4 . Que permanecemos en la práctica de la pobreza y de la obediencia y nos esforzamos, por la misericordia de Dios, en vivir religiosamente, aunque no seamos religiosos. Nos levantamos, por la mañana, a las cuatro, empleamos media hora en vestirnos y hacer la cama, tenemos una hora de oración mental juntos en la iglesia, recitamos juntos prima, tercia, sexta y nona; luego celebramos nuestras misas, cada uno en su turno; hecho esto, cada uno se retira a su habitación a estudiar. A la diez y media, se tiene un examen particular sobre la virtud que se intenta conseguir; luego, se va al refectorio para comer, con porción y lectura en la mesa; hecho esto, vamos juntos a adorar al Santísimo Sacramento y a decir el Ángelus Domini nuntiavit Mariae, etc., y se tiene luego una hora de recreo todos juntos; después cada uno se retira a su habitación hasta las dos, para rezar juntos vísperas y completas. Volvemos a estudiar a la habitación hasta las cinco, en que rezamos juntos maitines y laudes. Después se tiene otro examen particular, se cena a continuación y tenemos otra hora de recreo, acabada la cual vamos a la iglesia a hacer el examen general, las oraciones de la noche y la lectura de los puntos de la oración del día siguiente por la mañana. Hecho esto, cada uno se retira a su habitación y se acuesta a las nueve. Cuando estamos misionando por los campos, hacemos lo mismo poco más o menos, pero vamos a la iglesia a las seis de la mañana para celebrar la santa misa y confesar, después de la predicación que acaba de hacer uno de la Compañía tras la misa que ha dicho anteriormente; se confiesa hasta las once; luego se va a comer y se vuelve a la iglesia a las dos para confesar hasta las cinco; después de lo cual, uno tiene el catecismo y los demás se van a decir maitines y laudes, para cenar a las seis. Se tiene como máxima no predicar, catequizar ni confesar en las ciudades donde hay obispado y no salir de una aldea hasta que todo el pueblo haya sido instruido en las cosas necesarias para la salvación y que cada uno haya hecho su confesión general; hay pocos lugares en donde quede alguno sin hacerlo. Lo que se ha hecho en una aldea, vamos 3 4

Urbano VIII. Este proyecto no se realizó.

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Selección de escritos

luego a hacerlo a otra, en donde hacemos lo mismo. Trabajamos desde alrededor de Todos los Santos hasta la fiesta de San Juan, y dejamos los meses de julio, agosto y septiembre y una parte de octubre para que el pueblo haga la cosecha y la vendimia; y cuando se ha trabajado unos veinte días, descansamos ocho o diez; luego volvemos al trabajo, ya que no es posible pasar mucho tiempo en ese trabajo sin ese descanso y el de un día por semana. Hacemos ejercicios espirituales todos los años; tenemos •capítulo todos los viernes por la mañana, donde cada uno se acusa de sus faltas, recibe la penitencia que el superior le impone y está obligado a cumplirla; y dos sacerdotes y dos hermanos piden a la comunidad la caridad de ser amonestados de sus faltas y, después de esos, otros por turno, y aquel mismo día por la tarde se tiene una conferencia sobre el tema de nuestras reglas y de la práctica de las virtudes, en la que cada uno dice los pensamientos que nuestro Señor le ha dado sobre el tema de que se trata, haciendo oración sobre el mismo. Nunca salimos sin permiso, y sólo de dos en dos y, a la vuelta, cada uno va a buscar al superior para darle cuenta de lo que ha hecho. No se escriben ni se* reciben cartas sin que el superior las haya visto y aceptado. Todos están obligados a ver con agrado que sus faltas sean referidas caritativamente al superior y a esforzarse en recibir y en dar las amonestaciones que sean necesarias a los demás. Se observa el silencio desde la noche hasta el final de la comida del día siguiente y después de la recreación de la mañana hasta la de la tarde. Se tienen dos años de seminario, o sea de noviciado, en los que cada uno se ejercita con exactitud, por la misericordia de Dios, de forma que, por varias razones, los seminaristas no tratan sin permiso con los sacerdotes. Dicha Congregación está aprobada por Su Santidad y establecida en la ciudad y en el barrio de Saint-Denis en París, en las diócesis de Poitiers, de Lu^on, de Toul, de Agen y de Troyes. Esta es, mi queridísima y dignísima madre, nuestra pequeña manera de vivir. Tenga la caridad, por amor de nuestro Señor, de darnos su opinión sobre ella, por favor, y puede creer, mi querida madre, que la recibiré como si viniese de parte de Dios, por cuyo amor le pido este favor...5 Nada le digo de sus queridas hijas de París, sino que me ' Lamentamos vivamente no haber podido descifrar tres líneas, voluntariamente tachadas con tinta negra en el original.

Vil.

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parece que cada vez van progresando más en el amor de su divino Salvador. Tengo que pedirle un perdón muy grande por no haberlas visitado hace mucho tiempo. Las de aquí 6 viven también en olor y suavidad, y ciertamente con motivo. No podría imaginarse, mi querida madre, cómo aparece el espíritu de nuestro Señor en la madre 7 y en la depuesta 8 , y qué bien marcha el resto de la casa, vistas las dificultades que hubo en el pasado. Bien, mi querida madre, permítame que le pregunte si su bondad sin igual me concede todavía la felicidad de gozar del lugar que me ha hecho en su querido y muy amable corazón. Así lo quiero ciertamente esperar, aunque mis miserias me hagan indigno de ello. En nombre de Dios, mi querida [madre] 9 , siga concediéndome esta gracia, por favor. Con esta confianza, soy su más humilde y muy obediente servidor. VICENTE DEPAUL,

sacerdote de la Misión Dirección: A mi dignísima madre de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación de Santa María, en Annecy. 2.

A SANTA JUANA FRANCISCA F R É M I O T DE CHANTAL

París, 15 de agosto de 1639 Mi queridísima y digna madre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Recibí la suya sin fecha, que me ha hecho el honor de enviarme el señor comendador, sin fecha, y puede imaginarse, mi dignísima madre, con cuánta reverencia y afecto la 6

De Troyes. ' Francisca Magdalena Ariste, elegida el 20 de mayo de 1638. San Vicente la había conocido en el primer monasterio de París, donde ella comenzó su vida religiosa, y en el segundo monasterio, en donde siguió en 1626 a la madre de Beaumont. Esta piadosa visitandina murió en Troyes el 10 de junio de 1667, después de haber gobernado la casa durante doce años. 8 Nombre dado a la superiora que cesa en su cargo. Aquí se trata de la madre Clara María Amaury, que había dirigido el monasterio por algo más de dos trienios, del 6 de julio de 1631 al 20 de mayo de 1638, fue reelegida en 1641 y murió el 10 de octubre de 1651. El primer año de su entrada en el primer monasterio de París estuvo durante siete meses bajo una horrible tentación, que el propio San Vicente refirió en el proceso de beatificación de San Francisco de Sales (L. ABEI.LV, O.C, II, c.VIl, 331s); Anuales Salésiennes, 20 dic. 1907, 213; Année Sainte X, 225). 9 Palabra olvidada en el original. Cf. S.V.P. I, 561-567; E.S. I, 549-553.

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P.II.

VII.

Selección de escritos

hemos leído, ya que es una carta de mi única madre y está llena del olor y de la suavidad de su espíritu. ¡Jesús! ¡Mi querida madre, cómo ha perfumado mi pobre corazón! Pues bien, ¡bendito sea aquél por cuyo amor se ofrece su bondad a recibirnos, darnos alojamiento y mueblaje! 1 No le doy las gracias por ello, mi querida madre, porque no soy digno; pero ruego a Dios que sea El mismo su paga y su recompensa... 2 De lo que me dice su caridad sobre la misión, que se establezca de forma que no falle nunca por falta de hombres, mi querida madre, que la confirmación de la Compañía, que le he dicho tramitamos en Roma, en la carta que le escribí desde Troyes, supone la confirmación de los lugares particulares en donde se establezca, con la ayuda de Dios, que yo le ruego pida para este efecto; y, en relación con los bienes, le diré que el señor comendador me ha hecho el honor de decirme que, cuando venda sus bienes, nos entregará el fondo de la renta que nos ha dado, y que utilizaremos como fondos de la herencia en ese barrio tanto como sea preciso para el mantenimiento de esos dos misioneros y de un hermano; y que, siendo así, si quiere nuestro Señor dar su bendición sobre esta obra buena, no habrá ya falta de hombres ni falta de dinero. El señor comendador parece incluso que no quiere que la cosa quede en ese número 3 . ¡Bendito sea por ello el santo nombre de Dios! Le he dicho muchas cosas en alabanza de esta pequeña Compañía 4 . Ciertamente, mi querida madre, esto me da miedo; por eso le suplico que lo disminuya mucho y que no diga nada a nadie. La excesiva reputación daña mucho y ordinariamente hace, por un justo juicio de Dios, que los 2. (CA).—Original en la Visitación de Annecy. 1 Por el contrato de 3 de junio de 1639, el comendador de Sillery les había prometido a los misioneros de Annecy procurarles alojamiento y mueblaje. Todavía no había cumplido con su palabra. El 26 de enero siguiente, los misioneros le libraban de esa promesa, mediante 2.000 libras, que deberían servir, con otras 1.000 libras, para la compra de una casa. Para empezar, se instalaron en un local ofrecido, preparado y arreglado por Santa Juana Francisca. 2 Omitimos aquí cuarenta líneas del original llenas de tachaduras. Es muy lamentable, repitámoslo, que alguien se haya tomado tanta molestia para ocultarnos lo que un santo le escribía a una santa. s El 26 de febrero de 1640 hacía una nueva donación para elevar a cuatro el número de sacerdotes y a dos el de hermanos (cf. Arch. Nat. S 6.716). 1 San Vicente cree que habló demasiado bien de su Compañía en su carta del 14 de julio. Aquí se esfuerza en rebajarla para castigarse por haber hablado antes con demasiada complacencia.

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efectos no respondan a lo que se espera, bien sea porque se cae en hinchazón de espíritu o porque el público refiere a los hombres lo que sólo a Dios le es debido. Por eso suplico muy humildemente a su caridad que no mantenga en su espíritu los pensamientos que le podría inspirar lo que dice de nosotros el señor comendador, y menos aún que hable a nadie de esto. ¡Ay!, mi digna madre, ¡si conociese nuestra ignorancia y la poca virtud que tenemos, tendría gran piedad de nosotros! Ya lo verá, en efecto, cuando conozca a esos dos que enviamos 5 ; y esto es lo que me consuela, ya que rogará a Dios por nosotros con más compasión de nuestra miseria; y como le he dicho todo esto con lágrimas en los ojos, viendo la verdad de cuanto le digo y las abominaciones de mi pobre alma, le suplico, mi querida madre, que ofrezca a Dios mi confusión por ello y la confesión que le hago en presencia de su divina Majestad, y que me perdone si abuso de su paciencia comunicando así mis pobres sentimientos, ya que soy para mi dignísima y muy única madre, en el amor de nuestro Señor y de su santa Madre, mi dignísima madre, su muy humilde y muy obediente servidor, VICENTE DEPAUL,

sacerdote de la Misión Mi digna madre, el señor comendador desea que le envíe una memoria del pequeño mueblaje que necesitamos y que su caridad tiene que proporcionarnos. Dirección: A mi reverenda madre de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación y superiora del monasterio de Annecy, en Annecy. 3.

A LA MADRE DE LA TRINIDAD

San Lázaro, en París, 28 de agosto de 1639 Mi queridísima madre: ¡El espíritu de unión por el que el Hijo de Dios unió a los hombres con su Padre sea siempre con usted! Le doy un millón de gracias, mi querida madre, por la ardiente caridad con la que ,ha hecho el favor de escribirme; y, puesto que ha sido Dios el que para ello ha movido su 5

Bernardo Codoing y Pedro Escart. Cf. S.V.P. I, 574-576; E.S. I, 559-561.

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P.ü.

Selección de escritos

l'U.

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querido corazón, y el que le inspira todo cuanto me dice, lo abrazo con toda la reverencia y el afecto que me es posible y le prometo, mi muy única madre, cumplir con toda exactitud lo que le place prescribirme. Es verdad, mi querida madre, que temo mucho que mi miseria haya dado muchos motivos de pena a nuestro bondadosísimo y amabilísimo comendador 1 . Pero ¿qué otra cosa puede salir de un miserable pecador más que defectos y faltas en todas las cosas?; y esto, sin embargo, ha sido sin ninguna mala voluntad, que jamás he tenido, desde que tuve el honor de ser conocido por él, y mucho tiempo antes de honrarle y respetarle como un gran siervo de Dios, a quien soy indigno de acercarme. Y puesto que no tengo ningún otro medio para satisfacerle más que el de recurrir a su bondad, lo hago, mi querida madre, por medio de la de usted y le pido humildemente perdón, quedando postrado en espíritu a los píes de él y a los suyos, y ciertamente con movimiento de lágrimas que mi corazón muy conmovido y enternecido envía a mis ojos. Y puesto que es tan bueno que acoge mi petición en relación con monseñor de T[royes] 2 y le parece bien que tenga una habitación en la casa, se lo agradezco muy humildemente y le suplico, en nombre de nuestro Señor, que compadezca igualmente mi ruindad en relación con el otro punto que se refiere al consentimiento de la ciudad, y que haga el favor de hablarles él mismo, ya que no cree conveniente hacer que les escriban; porque sin dificultad, mi querida madre, no nos sufrirán allí 3 . Me han dicho que la mujer de un magistrado ha dicho a una persona 4 estas palabras: "¡Que no se le ocurra establecer en el arrabal a los sacerdotes de la Misión! ¡No los toleraremos!" ¡Qué disgusto tendría, mi querida madre, el señor comendador si viese que le ofenden de este modo en la obra de sus manos! Si, haciendo con sencillez todo lo que esté en nosotros, nos rechazan, que sea en buena hora, y así conoceremos la voluntad de Dios; nos acomodaremos como podamos fuera del ámbito de la ciudad y de los barrios. Y si ellos lo aceptan, como espero, cuando les hable el señor comendador, será para nosotros un gran consuelo haber entrado en este establecimiento por la puerta de la deferencia, de

la sumisión, de la humildad, de la sencillez, del candor y de la caridad. Si esto va en contra de sus sentimientos, mi querida madre, o de los del señor comendador, le pido muy humildemente perdón y también a él, y le suplico una vez más, en nombre de nuestro Señor, que me soporte en esta miseria. Quiero creer que su presencia impedirá que se cometa alguna violencia, pero no tengo la menor duda de que, apenas haya vuelto la espalda, obrarán de otra manera. Sé muy bien, mi querida madre, que Santa Teresa actuó de manera muy distinta en algunas de sus fundaciones; pero ¿qué?, ella era una santa que tenía para ello la inspiración de Dios. Y además, mi querida madre, no sé si habría actuado de ese modo con un pueblo que tuviera aversión de los nuevos establecimientos y lo hubiera demostrado en varias ocasiones. Por eso suplico a su caridad con mucha insistencia que acepte con agrado lo que le propongo con toda la humildad y el respeto que me es posible, y que se lo proponga así a dicho señor comendador, y que le diga también que con mucho gusto veo bien que tome las cuatro mil quinientas libras que están en manos de nuestras queridas hermanas de Santa María 5 , donde el buen monseñor de Troyes quiso ponerlas al principio. Le escribo a este efecto al padre Dufestel que haga entregar dicha suma al citado señor comendador cuando él lo indique. Por lo que respecta al aumento de la fundación de Ginebra 6 , no puedo ciertamente, mi querida madre, expresarle todo el agradecimiento que nuestro Señor me da; y puesto que tengo tan poca gracia que no lo sé testimoniar bien, le suplico muy humildemente, mi querida madre, que me ayude a dar las gracias por ello y le asegure mi obediencia. Y para usted, mi querida madre, como tampoco soy digno de agradecerle oportunamente todas las gracias que recibimos incesantemente de su caridad, ruego a nuestro Señor, mi querida madre, que lo haga él mismo y que sea él nuestro agradecimiento, y soy, en su amor y en el de su santa Madre, mi queridísima madre, su muy humilde y obediente servidor,

3. Original en las Hijas de la Caridad de Nancy, calle de la Chanté, 18. 1 El comendador de Sillery. 2 Renato de Breslay (1604-1641). 3 Los misioneros tenían su residencia en Sancey, junto a Troyes. El comendador de Sillery les buscaba otra en el arrabal. 1 Primera redacción: a una persona que me lo ha escrito.

Dirección: A mi reverenda madre de la Trinidad, superiora de las carmelitas del arrabal de Troyes, en Troyes.

VICENTE DEPAUI.

5

Del convento de la Visitación de Troyes. De Annecy, en la diócesis de Ginebra. La sede episcopal de Annecy fue establecida en 1822. Cf. S.V.P. I, 577-580; E.S. I, 562-564. 6

P.II.

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4.

Vil.

Selección de exentos

A LA MADRE JUANA-MARGARITA

CHANLP

[Por junio de 1649]2 Creía, mi querida hermana, que podría tener el consuelo de gozar de su presencia tan estimada, en vez de tener que contentarme con las cartas que me ha enviado, y que le confieso que me han llenado de tristeza al ver cómo esa persona a la que siempre he visto tan sumisa a la providencia de Dios, pone dificultades a la elección que nuestro Señor ha hecho de ella para la dirección de sus queridas esposas y hermanas suyas de Meaux. Pues creo, mi querida hermana, que esta elección es una verdadera vocación de Dios: l.Q, porque se ha hecho canónicamente, ya que se dan en ella todas las condiciones necesarias. Ha sido hecha en presencia del superior con el consentimiento de toda la comunidad, del de su superior, del de la superiora de la casa de aquí, a la que tuvieron que hacer muchas súplicas hasta que le permitió marcharse a usted; que es usted libre, y no necesaria, en el sitio en que está; y que todo esto está en conformidad con sus costumbres, con el santo concilio de Trento, con el parecer de nuestra bienaventurada madre de Chantal y con la práctica ordinaria, sin que se haya oído jamás decir que ninguna de las religiosas de su santa Orden se haya negado a obedecer a Dios en semejantes ocasiones, aunque algunas pusieron dificultades al principio; y eso fue lo que le dio ocasión a nuestra bienaventurada Madre para decir, en Reg. 1, f.Q 6, copia sacada de la minuta autógrafa. El nombre del destinatario se deja adivinar por el contenido. La carta fue escrita, después de la muerte de Santa Juana Francisca, a una religiosa de la Visitación profesa de uno de los monasterios de París. Pues bien, de las cuatro hermanas que fueron superioras de la Visitación de Meaux de 1641 a 1660 (entre las que hemos de elegir), elegidas todas ellas en las fechas regulares, la madre Chanu fue la única prestada por París a Meaux. Recibida en el primer monasterio de la Visitación en 1621, lo dejó en 1627 para ir a fundar a Dol, en Bretaña, una casa, que luego se trasladó a Caen, en 1631. Los votos de las hermanas de Riom la separaron del monasterio de Caen un año después del final de su segundo trienio. Fue superiora de Riom de 1636 a 1642, de Dijon de 1642 a 1648, de Meaux de 1649 a 1652, de Caen de 1653 a 1659, y murió el 27 de enero de 1660, a los sesenta y tres años de edad. Después de salir de Dijon, pasó seis meses en el convento de la Concepción, calle Saint-Honoré, de París, para reformar aquella casa (Année sainte 785-802). 2 La madre Chanu fue elegida superiora del monasterio de Meaux el 20 de mayo de 1649. Cf. S.V.P. III, 458-461; E.S. III, 418-421. 4. 1

Carlas a religiosos

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su respuesta a las que se excusaban, lo que dijo sobre la constitución 47, sobre las elecciones de las superioras, folio 647, al pie de página. Y ciertamente, mi querida hermana, no es tanto nuestra bienaventurada Madre la que dice esto como el Espíritu Santo, que dice, en la sesión novena, canon 7, que si no hay en un monasterio religiosos que tengan las cualidades requeridas para una elección canónica, es posible elegir a otra de la misma Orden. En nombre de Dios, madre, deje que le pregunte lo que va a responder usted a Dios cuando tenga que darle cuentas, en la hora de la muerte, cuando le pregunte por qué no ha obedecido usted a sus reglas, a los consejos de la bienaventurada Madre, a la costumbre invariable de la Orden y, lo que es más, al mismo Espíritu Santo, que le habla por boca del santo concilio. Si usted responde que no le pidieron su parecer antes de aceptar que la pusieran en el catálogo, puede echarme a mí las culpas, que no puse atención en ello, por no haber visto nunca que hubiera que pedir ese parecer a las hermanas de que se trata. Pero mi falta de urbanidad, si hay alguna, mi querida hermana, no le excusará a usted ante Dios. Si me dice usted que la necesita su querido monasterio, le responderé que es verdad que nuestra bienaventurada Madre desea, en sus respuestas, que las superioras de las religiosas tengan esto en cuenta, pero que he visto, por las cartas que usted me escribió el año pasado, que sus queridas hermanas pueden prescindir de usted; y algunas de las que luego me han escrito me indican también lo mismo. Todas estas razones, querida madre, me obligan a rogarle que haga usted ejercicios espirituales para ello, para pedirle a su divina Majestad fuerzas para obedecerle en esta ocasión, o al menos una hora de oración mental, que le ruego haga sobre este tema, pudiendo también hacer una hora sobre cada uno de los siguientes puntos: l.Q, razones que usted tiene para hacer en esta ocasión lo que le gustaría haber hecho en la hora de la muerte; 2.a, saber si hay razones para dudar de que no sea voluntad de Dios lo que le ordena su directorio, lo que aconseja nuestra bienaventurada Madre, lo que confirma la práctica de su santa Orden y el concilio de Trento; 3. e , mirar en el fondo de su alma y delante de Dios si no tiene usted algún otro designio más que el de obedecer a sus sentimientos antes que a Dios, en cuyo caso le conjuro, mi querida hermana, que pase por encima de sus sentimientos y que le dé a Dios la gloria que le debe dar una verdadera hija de Santa María en esta ocasión. Espero que así lo hará

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usted y seguiré con la firme decisión de ser durante toda mi vida, en el amor de nuestro Señor... Y si dice usted, en la última carta, mi querida hermana, que está dispuesta a partir, pero que se lo impiden los habitantes de allí, en nombre de Dios le ruego que ponga todo su esfuerzo y no acepte este pretexto para desobedecer a su santa Orden. El señor obispo es demasiado bueno para impedírselo, y el señor Duvergier demasiado razonable para no consentir en ello; en fin, aun cuando le cerrasen las puertas de la ciudad, el señor gobernador y su esposa tendrán la discreción suficiente para mandar que se las abran. Nuestra bienaventurada Madre condenaba esos pretextos y se ponía por ejemplo de que, aunque los superiores de las casas la mandasen encerrar en una torre, ella encontraría con la ayuda de Dios los medios para salir de allí y poder obedecer a su superior.

5. A LA MADRE ANA MARÍA BOLLAIN', SUPERIORA DEL CONVENTO DE LA MAGDALENA

Mi querida madre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Lo que me indica usted sobre ese buen eclesiástico para la dirección de su casa 2 tiene dos inconvenientes: el primero, por parte de la autoridad, que él querrá tener más todavía de Reg. 1, f.Q 62 v.°; copia sacada del original autógrafo. Ana María Bollain había nacido en 30 de septiembre de 1599. Cuando se presentó en París a San Francisco de Sales, para que la recibiera en el primer monasterio de la Visitación, el Santo le preguntó su nombre. "Bollain", le contestó ella. "Hija mía, le dijo el Santo, el lino es un granito pequeño que se multiplica mucho (N. del T.: Bon Un —buen lino— suena en francés lo mismo que Bollain); eso mismo tiene usted que hacer en la tierra de la santa religión, donde le prometo un lugar". Su espíritu demostró tal madurez en el noviciado, que Santa Juana Francisca redactó según sus consejos algunos artículos del directorio. En 1629 fue de superiora al convento de Santa Magdalena, que tuvo que abandonar en 1633, al elegirla como superiora las hermanas del primer monasterio. Tres años más tarde volvió a dirigir el convento de Santa Magdalena, del que se marchó de nuevo en 1664 para gobernar la comunidad de Chaillot durante seis años. El primer monasterio volvió a elegirla superiora en 1673. Murió el 15 de enero de 1683, después de haber servido a Dios en el claustro durante sesenta y tres años. Santa Juana Francisca decía de ella que era "un alma muy fervorosa, que caminaba recta hacia Dios" (Année sainte, I, 360-375). 2 El convento de la Magdalena. 5. 1

Vil.

Selección de escritos

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la que conviene, al considerarse superior nato, y quizá sus sucesores pretendan lo mismo de derecho; el segundo, y que considero el último, es que, como está un poco delicado y enfermo, pondrá dificultades en encargarse sin más de esa casa. Más valdrá ir observando cómo marchan las cosas al principio. Le dije a nuestro hermano encargado de estos asuntos que le remita a usted hoy los papeles que me envió, que son solamente copias. Me ha obligado usted a proponer arbitros, diciéndome que ha nombrado al señor Deffita3 en nombre de ustedes. Le indiqué que con mucho gusto nos atendríamos a su decisión. Yo solamente he encontrado al señor Pepin, que cree que nosotros hayamos podido hacer la entrega de Verneuil; el señor Blavet dijo en presencia suya que no lo podíamos hacer; y todos aquellos con quienes he hablado luego, entendidos en la cuestión de los coches, creen que no es justo que sus coches de Dreux impidan la circulación de los de Verneuil, ni de los de Lisieux, Bayeux, Coutances y Valognes, que son de allí, en donde los propietarios de los coches de Rouen que les pertenecen a ustedes tienen derecho, lo mismo que por toda Normandía. Juzgue usted misma, mi querida madre, qué razones tiene Dreux para excluir a todas esas ciudades, que no tienen coches, de tenerlos en cuanto puedan para comodidad suya. Además, hay un montón de ejemplos para ello: los coches de Abbeville y de Calais siguen pasando por la ruta de Beauvais, en donde están establecidos. Sí, se nos replica, pero los propietarios tendrán menos ingresos. Aun cuando así fuera, ¿acaso su interés particular tiene que perjudicar a las demás ciudades, dado que el establecimiento de coches mira a la utilidad pública? Hay una cosa que no es justa, que los otros coches tomen pasajeros en Dreux; por eso, hay que permitir al coche de Dreux que denuncie a los otros coches si lo hacen. Esto es, mi querida madre, lo que pienso sobre el asunto, diciéndoselo con toda sencillez. Me quitan la pluma de la mano y me veo obligado a terminar. Si el señor Deffita opina de otro modo, me someteré a su decisión. Soy en el amor de nuestro Señor su muy humilde servidor, VICENTE DEPAUL,

i. s. d. 1. M. 3

Abogado de París y amigo del Santo. Cf. S.V.P. III, 533-535; E.S. III, 490-491.

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6.

Selección de escritos

A L PADRE J O R G E BARNY, SUPERIOR GENERAL DE LA O R D E N DE G R A N D M O N T 1

24 de enero de 1652 Mi reverendísimo padre: Hará unos seis meses que el señor conde de Brienne me envió una carta del rey para que se la entregara a su reverencia; no lo hice por entonces, ya que caí gravemente enfermo, mientras que después el descuido del encargado de mis papeles 2 hizo que no me hablara de dicha carta hasta hace dos días. Le pido muy humildemente perdón a su reverencia por este retraso. La razón por la que le escribió Su Majestad es que se decidió así en el Consejo de asuntos eclesiásticos, cuando, después de quedar vacante un priorato de su orden en la diócesis de Lodéve, se pensó en uno de sus buenos religiosos llamado el padre Frémont 3 para que recibiera una pensión, 6. Reg. 1, f.Q 35, copia sacada de la minina. Esta tarta fue publicada por el padre Juan Bautista Rocháis en la vida manuscrita del padre Carlos Frémont. El original se encontraba antes en el archivo de la congregación de Santa Genoveva en una carpeta titulada Leltres de prélats depuis Van 1653 jusqu'en 1660. 1 La orden de Grandmont, llamada así por el sitio en cine se encontraba el monasterio principal, fue fundada en el siglo XI por San Esteban de Muret. 2 El hermano Ducournau. 3 Carlos Frémont nació en Tours en 1610 y entró a los dieciocho años en la orden de Grandmont. Muy poco después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado prior de la abadía de ese nombre. Obsesionado con la idea de establecer la reforma, pidió y obtuvo ser enviado a París en calidad de prior del colegio de Grandmont. Tras haberse perfeccionado en el estudio de la teología, juzgando que había sonado la hora de la divina Providencia, puso al superior general al corriente de sus proyectos. El padre Barny no estaba dispuesto a favorecerlos, pero con la intervención de Richelieu el padre Frémont tuvo libertad plena para establecer la regla primitiva en Epoisses, cerca de Dijon, adonde se retiró en 1642 con uno de sus hermanos de hábito, José Boboul. En 1650 se construyó el convento de Thiers, que se convirtió en centro de la reforma y residencia del padre Frémont. Los progresos fueron lentos por la oposición del padre Barny. Un tercer monasterio, el de Chavanon, en la diócesis de Clermont, aceptó la reforma en 1668; vinieron luego los de Saint-Michel, en Lodéve (1669), de Louyes, en la diócesis de Chartres (1681), de Vieux-Pont, en la diócesis de Sens (1683), de Macherets, en la diócesis de Troyes (1687). Los reformados tenían más de ocho horas de oficio y de oración al día, abstinencia todo el año, ayuno durante cerca de ocho meses, soledad, salidas muy raras, y nunca para ver a los parientes. El padre Frémont murió en olor de santidad en Thiers en 1689. Cf. S.V.P. IV, 309-311; E.S. IV, 296-297.

VIL

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con la condición de que restableciese allí la antigua observancia de las reglas, tal como ha hecho en algunas otras de sus casas; esa pensión pasaría de él a sus sucesores en la observancia de dicha regla; cuando se lo expuse a la reina, demostró una gran alegría y me ordenó que procurase su ejecución, de lo que me siento culpable por no haberlo hecho hasta ahora. Hay motivos para esperar que Dios quiere servirse de usted, mi reverendísimo padre, para levantar una orden tan santa como la suya, que ha sido tan célebre en la Iglesia y tan útil a este reino, ya que es bajo su mandato cuando empieza a difundir de nuevo el mismo olor que difundió en sus primitivos comienzos, por lo que las personas de bien están deseando su restauración. El rey desea contribuir a ello; y parece que es también éste el designio de Dios, que le ha dado a ese buen religioso como instrumento muy apropiado para que se sirva de él su reverencia; así lo hará, si acepta confiarle el cargo de vicario general para gobernar las casas de Epoisses, de Thiers y de Lodéve, con facultades para recibir novicios y profesos en la antigua observancia, todo ello bajo la autoridad y santa dirección de su reverencia. Este es, según creo, mi reverendídismo padre, el motivo por el que le escribe el rey. No dudo de que su reverencia responderá a sus intenciones en una cosa tan razonable, que tiende a la gloria de Dios, en el sostenimiento de un cuerpo que le tiene a usted por cabeza. Y nuestro Señor infundirá allí por medio de usted y de sus ministros su espíritu religioso, para reinar por los siglos de los siglos. De este modo su persona y su celo serán un ejemplo para toda la posteridad, aparte del mérito que su reverencia tendrá por ello delante de Dios, a quien le pido su conservación y la gracia de poder rendirle mi obediencia en alguna ocasión, como a un prelado a quien estimo y respeto grandemente y del que soy, en el amor de nuestro Señor, el más humilde y obediente servidor. VICENTE DEPAUL,

indigno superior de la congregación de la Misión

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P.U.

7.

Selección de escritos

A UN CARTUJO

Mi reverendo padre: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. Leí su carta con respeto y ciertamente con gran confusión al ver cómo se dirige usted al más sensual y al menos espiritual de los hombres, a quien todos conocen como tal. No dejaré, sin embargo, de exponerle mis humildes ideas sobre lo que usted me propone, no para aconsejarle, sino sólo por esa condescendencia que nuestro Señor quiere que tengamos con el prójimo o, por mejor decir, por pura obediencia. Empezaré diciéndole, mi reverendo padre, que me ha consolado mucho ver los deseos que usted tiene de unirse perfectamente a nuestro Señor, la fidelidad con que le corresponde y los favores con que su divina bondad le distingue con frecuencia, las grandes dificultades y contradicciones que usted ha encontrado en los diversos estados por los que usted ha pasado y, finalmente, el gran amor que usted siente por esa gran maestra de la vida espiritual, Santa Teresa. Pues bien, aunque así sea, mi reverendo padre, creo que hay mayor seguridad en la vida común de su santa orden y en que se someta usted por entero a la dirección de su superior: l.Q, porque es una máxima que el religioso debe aspirar a animarse del espíritu de su orden; de lo contrario, sería ser religioso de una orden solamente de hábito y no de espíritu. Y como su santa orden es conocida como la más perfecta de la Iglesia y por eso todos los demás pueden pasar a ser cartujos, tiene usted gran obligación de trabajar por la adquisición de este espíritu. Y como el espíritu de su santa orden consiste en el silencio, la soledad y la oración vocal, animada de la mental, por eso creo que hará usted bien en entregarse a nuestro Señor para entrar en ese espíritu; 2.a, es una máxima que el espíritu de nuestro Señor actúa mansa y suavemente, mientras que el del espíritu maligno obra con aspereza y acritud. Pues bien, por todo lo que usted me dice de que sus impulsos son ásperos y duros y que le inclinan a aferrarse tenazmente a sus sentimientos en contra de los de sus superiores, aparte de que su complexión natural le inclina a ellos, por eso deberá usted resistirles. 7. Reg. 1, f.° 21, copia sacada de la "minuta manuscrita". Cf. S.V.P. IV, 576-577; E.S. IV, 538-539.

VII.

8.

Cartas a religiosos

355

A LOS RELIGIOSOS DE LA ABADÍA DE M O N T - S A I N T - E L O Y '

4 de marzo de 1654 Padres: La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros. El aprecio que desde hace mucho tiempo siento por su santa casa, por la santidad de su prelado, a quien conocí en París 2 , y por el buen olor de su reputación, me ha dado siempre un gran deseo de servirles. Puedo decirles que he procurado hacerlo siempre que se me ha presentado la ocasión, mientras he estado en disposición de hacerlo. Ahora que la Providencia no me lo permite, me ofrece, sin embargo, la posibilidad de ofrecerles mi buena voluntad. Habrán podido saber ustedes que sobre la elección que hicieron 3 de tres religiosos suyos 4 , cuyos nombres fueron enviados al rey a fin de que escogiera a uno de ellos para que fuera su abad, según la costumbre de Artois, una persona distinguida 5 ha mediado en el asunto y ha obtenido esa abadía. Esto ha dado mucha pena a los dos religiosos que habían enviado ustedes para urgir este negocio. Pero, en medio de esta aflicción, Dios les ha ofrecido un buen medio para que pueda repararse este enojoso asunto. Se trata, padres, de que ustedes piensen en pedir a Su Majestad al reverendo padre Le Roy, religioso de San Víctor 6 , como abad, por vía de postulación y no de elección, teniendo en cuenta que no pertenece a la casa de ustedes, aunque con la condición de que no cambie nada en dicha abadía, ni respecto a la disciplina ni respecto a lo temporal. Cuando me indicaron esta solución, pensé en decirles a ustedes lo que pienso, indicándoles algunas ventajas que deben moverles a hacerlo así. Les ruego que acepten mis consejos. Lo primero es que evitarían un gran mal, impidiendo 8.

Reg. 1, f.° 54 v.°, copia sacada de la "minuta sin firmar". En esta localidad, situada cerca de Arras, había una abadía de la orden de San Agustín. 2 Pedro Busquet, elegido en 1651, muerto el 23 de noviembre de 1653. 5 El 30 de diciembre de 1653. 4 El padre Boulart, asistente del superior general de Santa Genoveva, era uno de estos tres; no tenía intención de aceptar. 5 El gobernador de Arras. Había solicitado la abadía para su tío, religioso premonstratense. 6 Pedro Le Roy, canónigo regular de la abadía de San Víctor de París y superior del colegio de Boncourt. Cf. S.V.P. V, 88-90; E.S. V, 84-86. 1

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Selección de escritos

que se nombre como superior a una persona que no tiene el espíritu de su santa orden. Lo segundo es que por este medio seguirán ustedes manteniendo el derecho de elección. Lo tercero es que el mencionado padre Le Roy, al ser religioso de San Agustín como ustedes y con fama de ser buen religioso, será capaz de gobernar esa abadía según sus costumbres y sus intenciones. Y en cuarto lugar, que es hermano del señor Le Roy, primer secretario del señor Le Tellier, que goza de mucha fama y que es una de las mejores personas que yo conozco en el mundo. Siendo esto así, padres, pueden estar ustedes seguros de tener un poderoso protector en la corte y de que se les conservarán los privilegios y posesiones que tienen, sin que nadie se atreva a atentar contra su monasterio ni contra sus propiedades. No dudo, padres, de que ante estas razones tomarán ustedes la resolución de pedir a ese buen religioso, ya que encontrarán en él todo lo que puedan esperar de provecho en cualquier otro de los suyos. Así lo deseo para el bien de su comunidad, asegurándoles que no tengo en ello más interés que el de la gloria de Dios, en el que soy...

9.

A L PADRE FELIPE MANUEL DE G O N D I

[9 enero 1659] > Monseñor: El estado tan achacoso en que me encuentro y una fiebrecilla que sufro me obligan, ante la duda de lo que pueda ocurrir, a usar la precaución de postrarme en espíritu a sus pies para pedirle perdón por los disgustos que le he dado con mi rusticidad y para agradecerle con toda humildad, como lo hago, esa paciencia tan caritativa que ha tenido conmigo y los innumerables beneficios que nuestra pequeña congregación, y yo en particular, hemos recibido de su bondad. Esté seguro, señor, que si Dios quiere seguir dándome fuerzas para rezar, las emplearé en este mundo y en el otro para pedir por usted y por todos los suyos, ya que deseo ser en el tiempo y en la eternidad su... 9.

Reg. 2, 92. Fecha dada por Collet, o.c, t.II, 61. Cf. S.V.P. VII, 435-436; E.S. VII, 373-374. 1

VIII.

1.

CONFERENCIAS A HIJAS DE LA CARIDAD

CONFERENCIA DEL 19 DE JULIO DE HHO

Sobre la vocación de Hija de la Caridad El jueves, 19 de julio de 1640, nos dio el padre Vicente la segunda conferencia sobre la vocación de las Hijas de la Caridad, y empezó de esta manera. ¡Animo, hijas mías!; de nuevo estamos reunidos para hablar de la excelencia de vuestra vocación y para conocerla mejor, a fin de reparar las faltas en las que me han hecho caer mis continuas ocupaciones, retrasando tanto tiempo mis deseos de enseñaros lo que tenéis que saber sobre este tema. Quizás, mis queridas hijas, la justicia de Dios me tendrá que castigar de ello en el purgatorio. Sin embargo, he tenido un consuelo en todo esto: desde hace diez o doce años que ha empezado vuestra Compañía, vosotras habéis honrado la conducta del Hijo de Dios en la fundación de su Iglesia, el cual estuvo treinta años sin aparecer, para trabajar solamente tres, y no dejó nada por escrito a sus apóstoles. En todo lo que habéis hecho, hijas mías, estos años pasados, os habéis guiado por la costumbre; pero, con la ayuda de Dios, en el porvenir tendréis vuestras pequeñas reglas. Así, pues, la finalidad de esta conferencia será la de daros a conocer el plan de Dios en la fundación de las Hijas de la Caridad, ya que todos los obreros del mundo tienen algún plan en sus obras. El mismo Dios no hizo nunca nada sin este plan. Su plan, en la Institución de los Capuchinos, fue formar hombres que enseñasen la penitencia con su ejemplo; suscitó a los Cartujos para honrar su soledad y cantar sus alabanzas; a los Jesuítas, para llevar una vida apostólica; y así a los demás. Por tanto, tenemos que ver el plan de Dios en vuestra fundación. Vosotras, pobres campesinas, ¿no os sentís consoladas y admiradas al mismo tiempo de una gracia tan grande de Dios, que todavía no conocéis, pero que conoceréis algún día? Honrad, pues, el plan que Dios ha tenido desde toda la eternidad en este propósito; y aunque os parezca hasta el momento muy pequeño y casi nada, sabed que es muv

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P.1I.

Selección de escritos

grande, ya que se trata de amar, servir y honrar la vida de su Hijo en la tierra. Pero quizás, hijas mías, no sepáis cómo se puede amar a Dios soberanamente. Os lo voy a decir. Se trata de amarlo más que a cualquier cosa, más que al padre, a la madre, a los parientes, a los amigos, o a una criatura cualquiera; amarlo más que a sí mismo, porque, si se presentare alguna cosa contra su gloria y su voluntad, o si fuere posible morir por él, valdría más morir que hacer algo contra su gloria y su puro amor. Ved, hijas mías, cuan grande es el plan de Dios sobre vosotras, y la gracia que os concede al permitiros servir ya a una tan grande cantidad de pobres y en tan diversos lugares. Esto exige diversas clases de reglamentos. Las hermanas de Angers tienen el suyo; se necesitará uno para las que sirvan a los pobrecitos niños, otro para los que sirvan a los pobres del hospital, otro para las que sirvan a los pobres de las parroquias, otro para las de los pobres galeotes y también otro para las que se queden en la Casa', a la que tenéis que mirar y amar como la de vuestra familia. Y todas estas reglas tienen que trazarse sobre la Regla general, de la que os voy a hablar. La Providencia ha permitido que la primera palabra de vuestras reglas sea de esta manera: "La Compañía de las Hijas de la Caridad se ha fundado para amar a Dios, servirle y honrar a nuestro Señor, su dueño, y a la Santísima Virgen". ¿Y cómo le honraréis vosotras? Vuestra Regla lo indica haciéndoos conocer el plan de Dios en vuestra fundación: "Para servir a los pobres enfermos corporalmente, administrándoles todo lo que les es necesario; y espiritualmente, procurando que vivan y mueran en buen estado". Fijaos, hijas mías: haced todo el bien que queráis; si no lo hacéis bien, no os aprovechará de nada. San Pablo nos lo ha enseñado. Dad vuestros bienes a los pobres; si no tenéis caridad, no hacéis nada 2 ; no, aunque deis vuestras vidas. ¡Oh, mis queridas hermanas! Hay que imitar al Hijo de Dios, que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios su Padre. De esta forma, vuestro propósito, al venir a la Caridad 3 , tiene que ser puramente por el amor y el gusto de Dios; mientras 1. Conferencia. Arch. de las Hijas de la Caridad; el original es manuscrito de Luisa de Marillac. 1 La Casa madre de las Hijas de la Caridad. 2 1 Cor 13,3. 3 Compañía de las Hijas de la Caridad.

VIH.

Conferencias a Hijas de la Caridad

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estéis en ella, todas vuestras acciones tienen que tender a este mismo amor. El medio principal y más seguro para adquirir este amor es pedírselo a Dios con gran deseo de obtenerlo. ¿De qué os serviría llevar una sopa, un remedio, a los pobres, si el motivo de esta acción no fuera el amor? Ese era el motivo de todas las acciones de la Santísima Virgen y de las buenas mujeres que servían a los pobres, bajo la dirección de nuestra Señora y de los apóstoles, Santa Magdalena, Santa Marta, Santa María Salomé, Susana y Santa Juana de Cusa, mujer del procurador de Herodes, a las que os sentís tan felices de suceder. Honráis también al Hijo de Dios procurando que todos los enfermos estén siempre en buen estado, esto es, en gracia de Dios. ¡Qué honor y consuelo podéis tener, hijas mías, al ver cómo Dios os ha concedido un medio tan fácil de servir a los cuerpos, a vosotras que, por vosotras mismas, jamás podríais esperar realizar grandes hechos caritativos, ni poder ayudar en la salvación de las almas! El que lo hagáis por amor de Dios no sería bastante, ya que entre aquellos a quienes podáis servir, habrá muchos que serán enemigos de Dios por los pecados cometidos desde hace mucho tiempo, y por los que quizá tengan ganas de cometer después de su enfermedad, si de enemigos de Dios no procuráis cambiarlos en amigos de Dios por una verdadera penitencia. Por eso, hijas mías, es preciso que sepáis que el designio de Dios en vuestra fundación ha sido, desde toda la eternidad, que lo honréis contribuyendo con todas vuestras fuerzas al servicio de las almas, para hacerlas amigas de Dios, esto es, disponiéndolas con gran cuidado a recibir los sacramentos, y esto incluso antes de que os ocupéis del cuerpo. Hay que hablarles con tanta caridad y afabilidad que vean que sólo el interés de la gloria de Dios y de su salvación os lleva a hacerles esta proposición. Hacedles pensar en la importancia de recibir los sacramentos en esas disposiciones, de forma que se aprovechen sus almas; y cuando estén reconciliados con Dios, decidles que no habrá ningún momento en su vida, ningún sufrimiento, que Dios no recompense, aunque no se mueran hasta dentro de cincuenta años. Durante sus enfermedades, tened mucho cuidado de prepararlos para la muere y de que tomen buenas resoluciones para bien vivir, si Dios permite que se curen. De esta forma, hijas mías, de enemigos que eran de Dios, se convertirán en amigos de Dios. ¡Qué consuelo en el cielo, si tenéis la felici-

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P.II.

Selección de escritos

dad de ver allí a aquellas almas que, por su presencia, aumentarán la gloria que Dios os dé! No es eso todo. Dios tiene además otro plan, mis queridas hermanas: el de vuestra propia perfección; porque, hijas mías, ¿de qué os servirá ganar todas las almas para Dios si perdéis la vuestra? Por otra parte, ¿cómo trabajaríais en vuestra propia perfección, teniendo tantos quehaceres? Vuestra Regla os lo enseñará, ya que el segundo artículo os dice que os améis las unas a las otras como hermanas que ha unido Jesucristo con el vínculo de su amor. ¿No os parece esto muy apremiante? Hijas mías, sería mucho decir: "Amaos como hermanas"; pero todavía puede apremiar mucho más vuestro corazón el deciros: "Como hermanas que Jesucristo ha unido con el vínculo de su amor". Mis queridas hermanas, ved cuan obligadas estáis a un gran amor unas con otras, si no queréis correr el peligro de despreciar la gran gracia que Dios os ha hecho al daros la vocación de sus más queridos amigos. Este santo amor no puede tolerar, mis queridas hermanas, que tengáis en el corazón ningún rencor mutuo. Por eso, si lo tuvieseis alguna vez, o estuvieseis desedificadas de las otras, pedios en seguida perdón mutuamente, con un corazón afectuoso y deseoso de agradar a Dios, de amarlo, de amaros mutuamente por amor a él y de soportaros en vuestras pequeñas dificultades e imperfecciones naturales. Otro medio para pefeccionaros es la mortificación de los sentidos. ¡Oh! qué gran secreto nos enseña San Pablo en algunas de sus epístolas, cuando hablándole al pueblo que había instruido, le dice: "Queridísimos hermanos, os tengo que hablar de cosas muy bajas y muy vulgares, pero es necesario que mortifiquéis vuestros miembros, a fin de que, como sirvieron para iniquidad, sirvan ahora para la justicia" 4 . Lo mismo os digo a vosotras, mis queridas hermanas: mortificad vuestros sentidos y en seguida encontraréis en vosotras un cambio y gran facilidad para el bien. Tenemos cinco sentidos exteriores y tres que son interiores. Los exteriores son la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. Son otras tantas ventanas por donde el diablo, el mundo y la carne, pueden entrar en nuestros corazones. Por eso, empezad por la vista; acostumbraos a tener vuestra vista moderadamente baja, ya que, como estáis al servicio 4

Rom 6,19. Cf. S.V.P. IX, 18-26; E.S. IX 32-36.

VIII.

Conferencias a Hijas de la Caridad

361

de personas seculares, es menester que no las asuste el exceso de vuestra modestia. Esto podría impedir hacer el bien que puede hacerse con una jovialidad moderada. Absteneos solamente de esas miradas fijas, mirando a un hombre o a una mujer fijamente entre los dos ojos, y de ciertas miradas remilgadas que son demasiado peligrosas y cuya herida no se siente de momento. Podéis también mortificar este sentido en la iglesia, por las calles y en otras muchas ocasiones de curiosidad, desviándola de todos esos objetos por amor de Dios. Nuestro olfato tiene también necesidad de ser mortificado, bien sea aceptando de buen grado los malos olores, cuando se presentan, sin hacer remilgos, especialmente con vuestros pobres enfermos, y también absteniéndoos de los buenos olores, cuando podáis sentirlos; pero esto sin que se den cuenta los demás. Cuando le preguntaron sobre si había algún mérito en abstenerse de poner perfumes en la ropa o en los vestidos, el padre Vicente, no pudiendo concebir que jamás hubiese pensado nadie tener tan gran vanidad, demostró una gran extrañeza, y su extrañeza fue toda una respuesta. Sin embargo, añadió que sería una grandísima falta para una Hija de la Caridad el tener solamente este pensamiento. Podemos también mortificar muchas veces nuestro gusto, aunque sólo sea tomando el trozo de pan que menos nos gusta, yendo a la mesa sin demostrar el gran apetito que a veces podemos tener, absteniéndonos de comer fuera de las horas, dejando lo que más agrada a nuestro gusto, o una parte de lo que nos está permitido comer. El sentido del oído es también una ventana peligrosa por donde lo que se nos dice entra algunas veces tan fuertemente en nuestros corazones, que produce allí mil y mil desórdenes. Tened mucho cuidado con él, hijas mías; con frecuencia la caridad se ve en gran peligro por culpa de los sentidos. Por eso, hay que mortificarlos tanto como se pueda. No escuchéis de buen grado, sino separaos inmediatamente de las maledicencias, de las malas palabras, y de todo lo que podría herir vuestro corazón e incluso vuestros sentimientos sin necesidad. El tacto es el quinto de nuestros sentidos. Lo mortificamos absteniéndonos de tocar al prójimo y no permitiendo a los demás que toquen, por deleite sensual, no solamente nuestras manos, sino cualquier parte de nuestro cuerpo. La práctica de esta mortificación, hijas mías, os ayudará

362

I1.II.

VIII.

Selección de escritos

mucho a perfeccionaros y a cumplir el plan de Dios en vuestra fundación. Animaos mucho mutamente, y de ahí se seguirá otro bien, por el buen ejemplo que les daréis a las demás; porque, mis queridísimas hermanas, instruir con las palabras es mucho, pero el ejemplo tiene un poder muy distinto sobre los corazones. San Francisco lo sabía muy bien, cuando decía a veces a uno de sus hermanos: "Vayamos a predicar", y luego se contentaba con ir a pasear por la ciudad con él; y como, a la vuelta, el hermano le dijese: "No habéis predicado". "Sí, hermano mío, le respondió el santo; porque nuestro porte y nuestra modestia eran una predicación para este pueblo". Sed, pues, modestas, hijas mías, por favor, y trabajad intensamente en vuestra perfección. No os contentéis con hacer el bien, sino hacedlo de la forma que Dios quiere, esto es, lo más perfectamente que podáis, haciéndoos dignas siervas de los pobres. ¡Qué consolado me sentí, mis queridas hermanas, uno de estos días! Es preciso que os lo diga. Oía yo leer la fórmula de los votos de los religiosos hospitalarios de Italia, que era en estos términos: "Yo hago voto y prometo a Dios guardar toda mi vida la pobreza, la castidad y la obediencia y servir a nuestros señores los pobres". Ved, hijas mías, es muy agradable a nuestro buen Dios honrar de esta forma a sus miembros, los queridos pobres. El fervor con que el padre Vicente leyó las palabras de estos votos indujo a algunas hermanas a testimoniar el sentimiento que experimentaban. Al representar la felicidad de estos buenos religiosos que se entregaban así por entero a Dios, le preguntaron si, en nuestra Compañía, no podría haber hermanas admitidas a hacer semejante acto. Su caridad nos respondió de esta manera: Sí, desde luego, hermanas mías, pero con esta diferencia: que los votos de esos buenos religiosos son solemnes, y no pueden ser dispensados de ellos ni siquiera por el Papa; pero, de los que vosotras podéis hacer, el obispo podría dispensar. Sin embargo, valdría más no hacerlos que tener la intención de dispensarse de ellos cuando una quisiera. A esta pregunta: "¿Sería conveniente que las hermanas los hiciesen en particular según su decisión?", su caridad respondió que había que guardarse mucho de ello, porque si alguna tenía este deseo, debería hablar con sus superiores, y después de eso quedarse tranquila, tanto si se lo permitían como si se lo negaban. El padre Vicente, invadido de un gran fervor, empezó a

Conferencias a Hijas de la Caridad

363

elevar su corazón y sus ojos al cielo y pronunció estas palabras: ¡Oh, Dios mío! Nos entregamos totalmente a ti; concédenos la gracia de vivir y morir en la perfecta observancia de una verdadera pobreza. Yo te la pido para todas nuestras hermanas presentes y lejanas. ¿No lo queréis también, hijas mías? Concédenos también de la misma forma la gracia de vivir y morir castamente. Te pido esta misericordia para todas las hermanas de la Caridad y para mí, y la de vivir en una perfecta observancia de la obediencia. Nos entregamos también a ti, Dios mío, para honrar y servir toda nuestra vida a nuestros señores los pobres, y te pedimos esta gracia por tu santo amor. ¿No lo queréis así también vosotras, mis queridas hermanas? Todas nuestras hermanas dieron de muy buena gana su consentimiento con testimonios de devoción y se pusieron de rodillas. El padre Vicente nos dio su bendición de la forma ordinaria, pidiendo a Dios la gracia de cumplir enteramente su voluntad. ¡Bendito sea Dios!

2.

CONFERENCIA DE [JULIO DE 1642]1

Sobre las virtudes de Margarita Naseau Memoria de lo que se dijo en la conferencia que tuvo el padre Vicente con las Hijas de la Caridad sobre el tema de las ocho primeras hermanas fallecidas, cuyo primer punto se encuentra escrito en el original. Segundo punto, que consiste en considerar las virtudes que cada una ha observado en nuestras hermanas que ya se han reunido con Dios. Sor Margarita Naseau fue la primera en servir a los pobres enfermos de la parroquia de San Salvador, en la que se estableció la Cofradía de la Caridad el año 1630. Margarita Naseau, de Suresnes, es la primera hermana que tuvo la dicha de mostrar el camino a las demás, tanto para enseñar a las jóvenes, como para asistir a los pobres enfermos, aunque no tuvo casi ningún maestro o maestra más que a Dios. No era más que una pobre vaquera sin 2. Conferencia. Ms. Déf. 2. p.lOls. 1 Esta conferencia "sobre el tema de las ocho pi imeras hermanas fallecidas" se anunció en la conferencia anterior para celebrarse quince días más larde.

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P II.

VIII.

Selección de escritos

instrucción. Movida por una fuerte inspiración del cielo, tuvo el pensamiento de instruir a la juventud, compró un alfabeto y, como no podía ir a la escuela para aprender, fue a pedir al señor párroco o al vicario que le dijese qué letras eran las cuatro primeras; otra vez les preguntó sobre las cuatro siguientes, y así con las demás. Luego, mientras seguía guardando sus vacas, estudiaba la lección. Veía pasar a alguno que daba la impresión de saber leer, y le preguntaba: "Señor, ¿cómo hay que pronunciar esta palabra?" Y así, poco a poco, aprendió a leer; luego instruyó a otras muchachas de su aldea. Y entonces se resolvió a ir de aldea en aldea, para enseñar a la juventud con otras dos o tres jóvenes que había formado. Una se dirigía a una aldea, y otra a otra. Cosa admirable, emprendió todo esto sin dinero y sin más provisión que la divina Providencia. Ayunó muchas veces días enteros, habitó en sitios en donde no había más que paredes. Sin embargo, se dedicaba, a veces de día y de noche, a la instrucción no sólo de las niñas, sino también de las personas mayores, y esto sin ningún motivo de vanidad o de interés, sin otro plan que el de la gloria de Dios, el cual atendía a sus grandes necesidades sin que ella se diese cuenta. Ella misma contó a la señorita Le Gras que una vez, después de haber estado privada de pan durante varios días, y sin haber puesto a nadie al corriente de su pobreza, al volver de misa, se encontró con qué poder alimentarse durante bastante tiempo. Cuanto más trabajaba en la instrucción de la juventud, más se reían de ella y la calumniaban los aldeanos. Su celo iba siendo cada vez más ardiente. Tenía un despego tan grande, que daba todo cuanto tenía, aun a costa de carecer ella de lo necesario. Hizo estudiar a algunos jóvenes que carecían de medios, los alimentó por algún tiempo y los animó al servicio de Dios; y esos jóvenes son ahora buenos sacerdotes. Finalmente, cuando se enteró de que había en París una cofradía de la Caridad para los pobres enfermos, fue allá, impulsada por el deseo de trabajar en ella; y aunque seguía con gran deseo de continuar la instrucción de la juventud, abandonó, sin embargo, este ejercicio de caridad, para abrazar el otro, que ella juzgaba más perfecto y necesario; y Dios lo quería de esta manera, para que fuese ella la primera hija de la Caridad, sierva de los pobres enfermos de la ciudad de París. Atrajo a otras jóvenes, a las que había ayudado a desprenderse de todas las vanidades y a abrazar la vida devota. Tenía gran humildad y sumisión. Eran tan poco apega-

Conferencias a Hijas de la Caridad

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da a las cosas, que cambió de buen grado en poco tiempo de tres parroquias, a pesar de que salía de cada una de ellas con gran pena. En las parroquias se mostró siempre tan caritativa como en el campo, dando siempre todo lo que podía tener cuando se presentaba la ocasión; no podía rehusar nada y le hubiera gustado tener a todo el mundo en su casa. Hay que advertir que entonces todavía no existían las comunidades formadas ni regla alguna que le impidiese obrar de esta manera. Tenía mucha paciencia; no murmuraba jamás. Todo el mundo la quería, porque no había nada que no fuese digno de amor en ella. Su caridad eran tan grande, que murió por haber hecho dormir en su casa a una pobre muchacha enferma de la peste. Contagiada de aquel mal, dijo adiós a la hermana que estaba con ella, como si hubiese previsto su muerte, y se marchó a San Luis 2 , con el corazón lleno de alegría y de conformidad con la voluntad de Dios. 3.

Imitación

CONFERENCIA DEI. 25 DE ENERO DE 1643

de las jóvenes

campesinas

Todas las hermanas se pusieron de rodillas, suplicaron al padre Vicente que pidiese perdón a Dios por ellas, por el mal uso que habían hecho de la gracia de su vocación y de todas las instrucciones que habían tenido la dicha de recibir de su caridad, y prometieron portarse mejor en el futuro. Aquel caritativo padre, en su bondad, pidió en seguida permiso a nuestro buen Dios y la gracia que necesitaban todas sus hijas. Hermanas mías, me había propuesto hablaros el día de Santa Genoveva, y como aquella gran santa era una pobre muchacha de aldea, me parecía que hubiese sido conveniente hablar de sus virtudes y de las verdaderas aldeanas, ya que ha querido la bondad de Dios llamar principal y primeramente a jóvenes campesinas para componer vuestra Compañía. Y aunque no haya podido hablaros aquel día, por cierto impedimento que surgió, me parece muy a propósito no cambiar de tema, ya que es muy razonable que esta gran 2 Servía a los pobres de San Nicolás y fue a morir al hospital de San Luis. Cf. S.V.P. IX, 77-79; E.S. IX, 89-90.

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P.ll.

Selección de escritos

santa, ahora en el cielo, honrada en la tierra por los reyes y todo el mundo, nos haga ver que ella se hizo agradable a Dios con las virtudes de las verdaderas campesinas, que practicó con gran perfección. En primer lugar, hijas mías, sabed que, cuando os hablo de las campesinas, no pretendo hablaros de todas, sino sólo de aquellas que tienen las virtudes de las buenas campesinas; así como también, al hablar de las campesinas, no pretendo excluir a todas las jóvenes de las ciudades, ya que sé muy bien que en las ciudades hay muchas que tienen las mismas virtudes de las del campo, y tenemos motivos para creer que incluso en vuestra Compañía hay algunas de ellas, y no puedo verlo sin gran consuelo. ¡Bendito sea Dios, hijas mías!, ¡bendito sea Dios! Y también es verdad que en las aldeas hay algunas, demasiadas, que tienen el espíritu de las mujeres de la ciudad, y principalmente las que están cerca. Parece que este ambiente es contagioso y que el trato de unas con otras sirve para comunicar las malas inclinaciones. Os hablaré con mayor gusto todavía de las virtudes de las buenas aldeanas a causa del conocimiento que de ellas tengo por experiencia y por nacimiento, ya que soy hijo de un pobre labrador, y he vivido en el campo hasta la edad de quince años. Además, nuestro trabajo durante largos años ha sido entre los aldeanos, hasta el punto de que nadie los conoce mejor que los sacerdotes de la Misión. No hay nada que valga tanto como las personas que verdaderamente tienen el espíritu de los aldeanos; en ningún sitio se encuentra tanta fe, tanto acudir a Dios en las necesidades, tanta gratitud para con Dios en medio de la prosperidad. Os diré, pues, mis queridas hijas, que el espíritu de las verdaderas aldeanas es sumamente sencillo: nada de finuras, nada de palabras de doble sentido; no son obstinadas ni apegadas a su manera de pensar; porque la sencillez las hace creer simplemente lo que se les dice. De esta forma, hijas mías, tienen que ser también las Hijas de la Caridad; en esto conoceréis que lo sois de verdad, si todas sois sencillas, si nos sois obstinadas en vuestras opiniones, sino sumisas a las de las demás, candidas en vuestras palabras, y si vuestros corazones no piensan en una cosa mientras que vuestras bocas dicen otra. Mis queridas hermanas, quiero creer esto de vosotras. ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios, hijas mías! En las verdaderas campesinas se observa una gran humildad, no se glorían de lo que son, ni hablan de su parentela, ni piensan que tienen inteligencia, y van con toda sencillez;

VIII. Conferencias a Hijas de la Caridad

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y aunque unas tengan más que las otras, no por ello se sienten superiores, sino que viven igualmente con todas. No sucede lo mismo con las jóvenes de las ciudades, que muchas veces presumen de lo que no tienen, están hablando siempre de su casa, de su parentesco y de sus comodidades. Hijas mías, las verdaderas Hijas de la Caridad están y deben estar cada vez más alejadas de este espíritu; creo que, por la gracia de Dios, así será, ya que, aunque entre vosotras haya personas de toda clase y condición, todas son iguales, y así es como tiene que ser; las hermanas de la Casa tienen que tomar el verdadero espíritu de las buenas campesinas y vivir lo mismo que ellas. Es preciso que os diga, mis queridas hermanas, que recibo un gran consuelo siempre que veo entre vosotras a las que tienen verdaderamente este espíritu; ¡bendito sea Dios! ¡Sí, os lo digo, hijas mías, cuando me las encuentro por la calle, con el cesto a la espalda, no sabéis la alegría que experimento. ¡Bendito sea Dios! La humildad de las buenas campesinas impide también que tengan ambición; os hablo de las "buenas", hijas mías, porque sé muy bien que no todas son tan virtuosas y que también hay en el campo personas que tienen el espíritu tan ambicioso como en las ciudades, pero hablo siempre de las buenas, de las que no se han contagiado del espíritu de las ciudades. Esas, pues, mis queridas hermanas, no quieren más que lo que Dios les ha dado, ni ambicionan mayor grandeza, ni más riqueza, que la que tienen, y se contentan con vivir y vestir. Mucho menos se preocupan de decir palabras hermosas, sino que hablan con humildad. Si se las alaba, no saben por qué; por eso no escuchan las alabanzas. Su hablar es sencillo y sincero. Hijas mías, ¡cómo hay que estimar esta santa virtud de la humildad, que hace que uno no se sienta apenado cuando lo desprecian, y que incluso llega a amar el desprecio! Los santos apóstoles se gloriaban de los desprecios. San Pablo dice: "Hemos sido considerados como mondas de manzanas y como estiércol del mundo" 1 . Mis queridas hijas, así es cómo las Hijas de la Caridad se tienen que juzgar; y en esto conoceréis que sois verdaderas Hijas de la Caridad, si sois muy humildes, si no tenéis ambición, ni presunción, si no os creéis más de lo que sois, ni más que las otras, bien sea en el cuerpo, bien en las condiciones del espíritu, bien por vuestra familia o por vuestros bienes, o por 3. Conferencia. Arch. de las Hijas de la Caridad; (i original es manuscrito de Luisa de Marillar. 1

1 Cor 4,13.

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Selección de escritos

vuestra virtud, lo cual sería la ambición más peligrosa. Utilizad buenamente los dones de Dios; atribuidle la gloria, si os ocurre que habéis hecho algo bueno, o imitad a las verdaderas jóvenes del campo, que dicen y hacen sencillamente todo lo que saben sin mirar lo que dicen o hacen. Una señal muy segura de que sois verdaderas Hijas de la Caridad es que amáis el desprecio, porque no os faltará ocasión de recibirlo. ¿Y por qué no lo ibais a tener? El Hijo de Dios lo recibió en abundancia; por eso decía que su Reino no era de este mundo. ¿Cuál tiene que ser el de las Hijas de la Caridad? No otra cosa, ¡hijas mías!, ¡y bendito sea Dios porque están muy lejos de pensar lo contrario! Las campesinas, mis queridísimas hijas, tienen gran sobriedad en su comida. La mayor parte se contenta muchas veces con pan y sopa, aunque trabajen incesantemente y en trabajos fatigosos. También vosotras, hijas mías, tenéis que obrar así si queréis ser verdaderas Hijas de la Caridad: no miréis lo que se da, ni mucho menos si está bien preparado, sino solamente comer para vivir. Y es menester que las de las ciudades que quieran ser Hijas de la Caridad, acepten vivir de esta manera. No son ellas solas las que viven de este modo; en gran número de lugares raramente se come pan. En el Limousin 2 y en otros sitios se vive la mayor parte del tiempo de pan hecho de castañas. En el país de donde yo procedo, mis queridas hermanas, se alimentan con un pequeño grano, llamado mijo, que se pone a cocer en un puchero; a la hora de la comida se echa en un plato, y los de la casa se ponen alrededor a tomar su ración, y después se van a trabajar. Hijas mías, ¡qué necesaria es la sobriedad a las Hijas de la Caridad! En eso conoceréis que lo sois de verdad, si conserváis con cuidado esta sobriedad de las aldeanas y especialmente de las que han sido llamadas desde el principio a servir a los pobres, porque vivían con una gran sobriedad. No os digo que comáis poco pan. No, mis queridas hermanas; San Bernardo dice que hay que comer suficiente pan; pero os digo que, en lo demás, las Hijas de la Caridad tienen que contentarse con poco. ¡Bendito sea Dios porque parece que esta práctica existe ya entre vosotras! ¡Bendito sea Dios por ello! Conservadla bien, hijas mías, si queréis tener el espíritu de las verdaderas campesinas, en el que Dios os ha llamado al servicio de los pobres enfermos. 2 Antigua provincia de Francia, unida definitivamente a la corona en tiempos de Enrique IV.

VIII.

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No penséis que estáis peor alimentadas, hermanas mías, que las personas de fuera. En cualquier tiempo que sea, hay muchas peor alimentadas que vosotras, a pesar de que tienen que trabajar. Hace ya algunos días, nuestro hermano Mateo 3 nos escribía desde Lorena, y su carta, toda empapada en lágrimas, me indicaba las miserias de aquel país y especialmente las de más de seiscientas religiosas: "Padre, el dolor de mi corazón es tan grande, que no se lo puedo decir sin llorar, por la grandísima pobreza de estas buenas religiosas que socorre su caridad, y que yo no podría ni mucho menos expresar. Sus hábitos casi no pueden ser reconocidos. Están remendados de verde, de gris, de rojo; finalmente, de todo lo que pueden tener. Han tenido que usar zuecos". No se preocupan de tener suficiente pan. Todas ellas son personas de buenas casas, que han tenido muchos bienes. ¿No sería una vergüenza para las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres, si deseasen buenos platos, mientras que sus amos sufren de esta manera? Así, pues, tened por seguro que, si queréis ser de verdad buenas Hijas de la Caridad, es menester que seáis sobrias, que no gustéis de buenos guisados, tanto las viudas de gran condición como las que son verdaderamente de aldea. Ninguna distinción, ninguna diferencia, cuando se es verdadera Hija de la Caridad. ¿Y sabéis, mis queridas hermanas, de qué vivía la Santísima Virgen cuando estaba en la tierra, y de qué vivía nuestro Señor? De pan. Entró en casa del fariseo4, nos dice la Sagrada Escritura, para comer pan; y en otros varios lugares, lo mismo. Solamente se dice una vez que comió carne: fue cuando comió el cordero pascual con sus apóstoles; y otra vez que comió pescado asado. ¡Bendito sea Dios! Las aldeanas, mis buenas hermanas, tal como era la gran Santa Genoveva, tienen también una gran pureza; nunca se encuentran a solas con los hombres, ni les miran jamás al rostro, ni escuchan sus galanterías; no saben lo que es un piropo. Si se dijese a una buena aldeana que es hermosa y gentil, su pudor no lo podría sufrir; ni siquiera comprendería lo que se le dice. De la misma forma, hijas mías, es me3 Mateo Regnard nació en Brienne-Napoleón el 25 de julio de 1592. Entró en la Congregación de la misión en octubre de 1631. Pronunció los votos en octubre de 1644 y murió el 5 de octubre de 1669. Fue el gran distribuidor de las limosnas de San Vicente en Lorena y le sirvió de mucho con su audacia, sangre fría y destreza. 1 Le 7,36; 11,37; 14,1.

S. V. Paúl 2

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nester que las Hermanas de la Caridad no escuchen jamás tales palabras; porque aceptarlas con gusto sería un crimen; que ni siquiera contesten a ellas con palabras contrarias, porque todas esas maneras de entretenerse no valen para nada. Tened mucho cuidado. Y si las palabras son tan peligrosas, ¿qué sería de las acciones? Hijas mías, jamás tenéis que estar solas con los hombres, aunque se trate de un sacerdote. Tocar las manos de los pobres, ¡oh, no!, no hay que hacerlo, si no es por necesidad. Preocuparse de si se les da gusto o no, no hay que pensar en ello, pero sin dárselo a entender y sin ofenderles. Finalmente, hermanas mías, conoceréis que sois verdaderas Hijas de la Caridad si vuestro espíritu no se detiene en la compañía de los hombres más que para servir a vuestros pobres, sin más preocupación que vuestra obligación por el amor de Dios. Y guardaos mucho de tener atractivos para los hombres, bien sea por vuestros ojos, o bien por vuestras palabras. Sed también muy cuidadosas de no oír nada que pueda perjudicar en lo más mínimo a la pureza que tenéis que tener, para participar de la de las verdaderas campesinas, tal como fue Santa Genoveva, que os tiene que servir mucho de ejemplo. Mis queridísimas hermanas, ¡bendito sea Dios, que hasta ahora os ha preservado de todos estos peligros! Os diré también, hermanas mías, que las verdaderas campesinas son muy modestas en su trato, mantienen su vista recogida, son modestas en sus hábitos, que son corrientes y vulgares. Así tienen que ser las Hijas de la Caridad. No tienen que entrar en las casas de los grandes a no ser cuando tengan algo que hacer allí por el servicio de los pobres, e incluso con miedo, sin observar lo que hay allí y hablando a todos con gran circunspección y modestia. Últimamente me quedé muy edificado. Había llevado a un buen hermano a un lugar en donde estuvimos algún tiempo; y como le preguntase algún detalle, me dijo: "¡Lo siento, padre! No sé nada. No he observado nada. No le podría decir lo que hay allí". Esta modestia me impresionó mucho. ¡Bendito sea Dios, hijas mías! Os digo esto para animaros a la práctica de esta virtud y para daros a conocer que, si queréis ser verdaderas Hijas de la Caridad, os tiene que servir el ejemplo de la Santísima Virgen. Ella tenía tan gran modestia y pudor, que, aunque la saludaba un ángel para ser madre de Dios, sin embargo, su modestia fue tan grande que se turbó, sin mirarlo. Esta modestia, mis queridísimas hermanas, os tiene que enseñar a no ofrecerles ningún atractivo

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a los hombres. Hijas mías, ¡qué peligroso es esto! Desconfiad siempre de vosotras mismas, y seguramente adquiriréis esta modestia tan necesaria. Nuestra buena Santa Genoveva amó también mucho la pobreza, como buena aldeana; y todas las buenas Hijas de la Caridad tienen que tomar afecto a la práctica de esta virtud. Os hablo de la práctica, hijas mías; no bastaría con amar la virtud desde fuera; hay que amar las necesidades que pueden acontecer, y no quejarse de las que se sufren. Querer tener lo que no se tiene, hijas mías, no es la pobreza de las verdaderas campesinas, que se contentan con lo que son, bien sea en el vestir, bien en el alimento. Y por lo que se refiere a sus bienes, nunca piensan en ellos, e incluso no presumen de los que tienen, sino que son aficionadas a la pobreza. Trabajan como si nada tuviera; y en esto, hijas mías, se conocerá que sois verdaderas Hijas de la Caridad, si no ambicionáis nada, si os contentáis con lo que se os da, por la gracia de Dios. Las que Dios llamó primero a vuestra manera de vivir han obrado de esta forma. Hijas mías, ¿qué pensáis de la vida del Hijo de Dios y de la de su santa Madre? Una vida de perfecta pobreza. ¿No os acordáis de que todos aquellos a los que el Hijo de Dios llamó para que le sirviesen, aprendieron de él a practicar la pobreza? "Si queréis ser perfectos, dejadlo todo y seguidme" 5 . ¿Habéis oído decir alguna vez, mis queridas hermanas, que se ha engañado quizás alguno de los que tuvieron confianza en Dios? ¡Ni mucho menos, hijas mías! Dios es demasiado bueno, y sus promesas son verdaderas. ¿No sabéis que les ha prometido a todos los que dejen cuanto tienen por amor suyo que tendrán el céntuplo en este mundo y la gloria en el otro? 6 ¿No es verdad, mis queridas hermanas, que la mayor parte de vosotras habéis experimentado la verdad de estas promesas? ¿Cuántas madres y hermanas habéis encontrado por cada una de las que habéis dejado? ¿No es verdad? Y todas las hermanas respondieron que sí. Y sobre los bienes, yo estoy seguro, hijas mías, que vosotras habéis encontrado mucho más de lo que dejasteis, cualquiera que sea la pobreza que habéis guardado. Estos últimos días, hijas mías, se ha dado cuenta de todos los gastos hechos desde que las primeras Hijas de la Caridad pusieron sus cosas en común. ¿A cuánto creéis que han subido los gastos? A veinte mil libras, hijas mías. ¿Y de dónde ha veni5 6

Mi 19,21. Mt 20,29.

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do todo esto, sino de la Providencia de Dios, como consecuencia de sus promesas? Hijas mías, ¡bendito sea Dios! ¡Qué bueno es fiarse de él! Amad, pues, mucho la santa pobreza, que os hará poner toda vuestra confianza en Dios, y no os preocupéis más de vuestro alimento ni de vuestro vestido. Aquel que mira por los niños y por las flores de los campos no os faltará. Se ha comprometido de palabra, y sus palabras son muy verdaderas. ¿Habéis visto jamás a personas más llenas de confianza en Dios que los buenos aldeanos? Siembran sus granos, luego esperan de Dios el beneficio de su cosecha; y si Dios permite que no sea buena, no por eso dejan de tener confianza en El para su alimento de todo el año. Tienen a veces pérdidas, pero el amor que tienen a su pobreza, por sumisión a Dios, les hace decir: "¡Dios nos lo había dado, Dios nos lo quita, sea bendito su santo nombre!" 7 Y con tal que puedan vivir, como esto no les falta nunca, no se preocupan por el porvenir. Hijas mías, puesto que las primeras de vuestras hermanas fueron llamadas principal y primeramente de entre las buenas campesinas y de las que tenían más este espíritu de pobreza, ¿no tenéis motivos para conocer, por la práctica de esta virtud, si sois verdaderas Hijas de la Caridad? Tenéis que practicarla en este punto: no preocuparse del porvenir; hacer vuestros gastos todo el año según vuestra costumbre y, si os sobra, traedlo a la casa, y esto para ayudar a educar a las hermanas para servir a los pobres. No tenéis derecho más que para vivir y vestiros; el resto pertenece al servicio de los pobres. Hijas mías, ¿no habéis oído decir alguna vez que Dios escogió a los pobres para hacerlos ricos en la fe?8 ¿Y qué creéis que es esta elección que ha hecho Dios de las campesinas? Hasta el presente, las religiosas llamadas al servicio de Dios eran todas ellas hijas de casas ricas. ¿Qué sabéis, digo yo, hijas mías, si, al llamaros Dios para su gloria y para el servicio de los pobres, su bondad no quiere quizás probar vuestra fidelidad para mostrar esta verdad, que Dios escogió a los pobres para hacerlos ricos en la fe? La fe es una gran posesión para los pobres, ya que una fe viva obtiene de Dios todo cuanto razonablemente queremos. Hijas mías, si sois verdaderamente pobres, sois también verdaderamente ricas, ya que Dios es vuestro todo. Fiaos de él, mis queridas hermanas. ¿Quién ha oído decir jamás que los 7 8

Job 1,21.

Sant 2,5. Cf. S.V.P. IX, 79-94; E.S. IX 91-103.

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que se han fiado de las promesas de Dios se han visto engañados? Esto no se ha visto nunca, ni se verá jamás. Hijas mías, Dios es fiel en sus promesas, y es muy bueno confiar en él, y esa confianza es toda la riqueza de las Hijas de la Caridad, y su seguridad. ¡Qué felices seréis, hijas mías, si no os falta nunca esta confianza! Porque seréis entonces verdaderas Hijas de la Caridad, y participaréis del espíritu y de las buenas prácticas de las verdaderas aldeanas, que tienen que ser vuestro modelo, ya que Dios se ha servido primero y principalmente de ellas para empezar vuestra Compañía. ¡Bendito sea Dios, hijas mías, que nos hace conocer en Santa Genoveva la bondad de las verdaderas campesinas! ¡Qué consuelo siento, mis queridísimas hermanas, cuando me encuentro con alguna de vosotras, que sé que tiene este espíritu y virtudes verdaderamente generosas! Sí, hijas mías, hay entre vosotras algunas dignas de admiración. ¡Bendito sea Dios, hijas mías! Cuando veo y me encuentro por los caminos a personas de condición que tienen verdaderamente el espíritu de las buenas aldeanas, que llevan un cesto a la espalda, que van cargadas por las calles y caminan con modestia que da devoción, hermanas mías, ¡cuánto consuelo me da esto! ¡Bendito sea Dios por las gracias que les concede! Una de las principales virtudes de las Hijas de la Caridad que tienen las cualidades de las campesinas, es la santa obediencia. Hijas mías, esta virtud es tan necesaria o más que cualquier otra, ya que tenéis que practicarla igualmente en las cosas difíciles que en las fáciles. Tenéis que ir tanto a los lugares a los que tengáis repugnancia como a los que deseáis, y esto sin ninguna queja, pensando siempre que es preciso obrar así, ya que vuestros superiores lo ordenan, y que, por consiguiente, tal es la voluntad de Dios. Sed dóciles y manejables bajo la guía de la divina Providencia, lo mismo que un caballo con su jinete; id unas veces por la derecha, otras por la izquierda, tal como se os ordena. Pero los sentidos dirán: "Empezaba a acostumbrarme a esta parroquia, a este barrio, a estas damas". "¡No importa! La obediencia es la que me saca; hay que salir con prontitud y alegría". ¿No sabéis, hijas mías, que no hay que tener en el mundo ninguna amistad que pueda perjudicar al amor que habéis de testimoniar a Dios por vuestra sumisión y obediencia? No hay mayor obediencia que la de las verdaderas aldeanas. Vuelven de su trabajo a casa, para tomar un ligero descanso, cansadas y fatigadas, mojadas y llenas de barro; pero apenas llegan, tienen que ponerse de nuevo a trabajar,

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si hay que hacer algo; y si su padre y su madre les mandan que vuelvan, en seguida vuelven, sin pensar en su cansancio, ni en el barro, y sin mirar cómo están arregladas. Así es cómo tienen que hacer las verdaderas Hijas de la Caridad. Vuelven a mediodía del servicio a los enfermos para tomar su comida, pero si el médico o alguna hermana dice: "Hay que llevar este remedio a un enfermo", no tienen que fijarse en qué situación están, sino olvidarse de todo por obedecer y preferir la comodidad de los enfermos a la suya. En esto, mis queridísimas hermanas, es donde conoceréis que sois verdaderas Hijas de la Caridad! ¡Bendito sea Dios, hermanas mías! Creo que estáis casi todas en esta disposición. ¿Pero sabéis, hijas mías, cómo se deben hacer estos actos de obediencia? Con alegría, mansedumbre y caridad, y no por mera obligación, ni de una forma negligente, sino con tal fervor que demostréis que no queréis ahorrar vuestro esfuerzo en el servicio de Dios al servir a vuestros pobres, y sin fijarse en los lugares adonde se os envía, ni en las personas que os mandan, sino estar dispuestas a cambiar de lugar, bien sea París, o bien los pueblos, un lugar cercano o apartado. De esta forma, mis queridas hermanas, seréis verdaderas Hijas de la Caridad, imitaréis a nuestro Señor y a la Santísima Virgen en su obediencia, cuando se os mande quedar o cambiar de lugar, por orden y designio de la divina Providencia, a la que tenéis que ver siempre en los motivos para practicar la santa obediencia. En nombre de Dios, hijas mías, tened mucho cuidado en la obligación que tenéis de haceros virtuosas, si queréis que Dios os conceda la gracia de ser verdaderas Hijas de la Caridad. Si supieseis la obligación que tenéis de perfeccionaros y qué desgracia es hacerse indigna de una tan santa vocación, hermanas mías, lloraríais lágrimas de sangre. Sí, hijas mías, os lo digo una vez más: ser llamadas por Dios para una obra tan santa, y no reconocer en la práctica sus obligaciones, merecería ser llorado con lágrimas de sangre. Es un pensamiento que he tenido hoy, hermanas mías, miserable de mí, al verme tal como soy, en un estado que debería hacerme tan perfecto; hermanas mías, tengamos juntamente mucho miedo. Tenéis que tener muchas veces este pensamiento y decir: "Dios mío, me has escogido a mí, pobre e indigna criatura, para ponerme en un estado que sólo tú conoces (sí, hijas mías, sólo Dios sabe la perfección de vuestro estado), y yo soy un cobarde, al no trabajar por tener las condiciones requeridas". ¡Qué desgraciadas seríais si, por vuestra culpa, perdie-

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rais vuestra vocación, o si, por vuestra cobardía, no os esforzaseis en adquirir la perfección que Dios quiere en aquellas que le sirven en este estado! Pensad en ello, hijas mías, pensad en ello muchas veces, pero en serio y como en una cosa de la mayor importancia. "¡Oh! ¡Yo he sido elegida y escogida para una vocación tan santa, y pongo tan poco cuidado en ello!" Si supieseis lo que es esta infidelidad, sentiríais horror de ella. Por eso, hijas mías, tomad de nuevo buenas y valientes resoluciones de estimar más que nunca vuestra vocación y de intentar trabajar con mayor fidelidad en la perfección que Dios os pide. Todas las hermanas dijeron que tenían estas disposiciones. ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios, hermanas mías! Sabed, hijas mías, que si alguna vez os he dicho algo importante y verdadero, es lo que acabáis de oír: que os tenéis que ejercitar en manteneros en el espíritu de verdaderas y buenas campesinas. Vosotras, a las que Dios, por su gracia, lo ha dado naturalmente, dadle gracias por ello, y las que no lo tenéis, trabajad en adquirir la perfección que os acabo de indicar en las verdaderas campesinas. Si alguna de las familias más elevadas se presenta en vuestra casa, con el deseo de entrar en vuestra Compañía, hermanas mías, es preciso que sea para vivir en el cuerpo y en el espíritu como las jóvenes que tienen verdaderamente las virtudes de las campesinas, tal como las tuvo nuestra gran Santa Genoveva, tan honrada ahora por su sencillez, su humildad, su sobriedad, su modestia y obediencia, y todas las demás virtudes que hemos advertido en las buenas aldeanas. ¡Bendito sea Dios!, ¿pero qué digo? Hay más todavía: ésa era la práctica del Hijo de Dios en la tierra, cuya vida tenéis que honrar vosotras especialmente en vuestras acciones. Que el Espíritu Santo derrame en vuestros corazones las luces que necesitáis, para caldearlo con un gran fervor y haceros fieles y aficionadas a las prácticas de todas estas virtudes, para que, por la gloria de Dios, estiméis vuestra vocación en cuanto vale y la apreciéis de tal manera que podáis perseverar en ella el resto de vuestra vida, sirviendo a los pobres con espíritu de humildad, de obediencia, de sufrimiento y de caridad, y seáis bendecidas. En el nombre el Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

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CONFERENCIA DEL 19 DE SEPTIEMBRE DE 1649

Sobre el amor de Dios Hermanas mías, el tema de la presente conferencia será sobre el amor de Dios, que se encuentra en el evangelio de hoy, donde nuestro Señor, al preguntarle un doctor de la ley cuál era el mayor de todos los mandamientos, respondió: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento, etc." 1 Lo que permitió nuestro Señor que le preguntasen, para tener ocasión de darnos la instrucción que trae el evangelio de hoy, está en conformidad con lo que la señorita Le Gras ha creído conveniente que tratásemos en esta ocasión; y que se divide en tres puntos. En el primer punto veremos las razones por las que las Hijas de la Caridad, como todos los cristianos, pero mucho más especialmente, están obligadas a amar a Dios con todo su corazón, con todo su entendimiento, con todo su pensamiento, etc. En el segundo punto veremos las señales por donde puede conocerse si se ama a Dios. El tecer punto será sobre los medios para adquirir este amor y aumentarlo en nosotros; porque no basta con tenerlo, sino que es preciso que vaya creciendo cada vez más. Bien, ¡bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios eternamente! Dígame, hermana, las razones por las que una Hija de la Caridad está obligada a amar a Dios con todo su corazón. —Porque es infinitamente bueno. —Bien, hija mía, muy bien. Fijaos, hermanas mías, nuestra hermana dice que hay que amar a Dios porque es infinitamente bueno; este es un motivo muy poderoso; pues, al ser infinitamente bueno, tiene que ser infinitamente amado. Pero ¿por qué una Hija de la Caridad tiene que amarlo más que todo el resto del mundo? —Creo, padre, que en esta condición es donde me siento infinitamente obligada a amarlo, al considerar que su bondad me ha sacado de lo más corrompido del mundo para ponerme en un lugar tan santo, en donde todas las obras que se hacen son santas. Me he sentido confundida por haberme aprovechado tan mal hasta ahora. He pedido a nues4. Conferencia. Cuaderno escrito por sor Hellot (Arch. de las Hijas de la Caridad). 1 Mt 22,37.

17//.

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tro Señor la gracia de ser más atenta y he tomado la resolución de esforzarme más en ello. —Fijaos, hijas mías, en el segundo motivo de amar a Dios que presenta nuestra hermana. El primero es que Dios es infinitamente bueno; ése es general y común a todos los hombres, que experimentan cada uno particularmente los efectos de su bondad. Pero una de las señales en que ella se ha fijado es que Dios la ha sacado de la masa corrompida del siglo y la ha escogido entre muchas otras que ha dejado, para traerla a un lugar tan santo. De forma que el motivo de su amor, como Hija de la Caridad, es la consideración de la obligación que tiene con Dios por el bien que le ha hecho de haberla llamado a la Compañía, esto es, por su vocación. Hija mía, ¿y en qué podrá conocer una Hija de la Caridad que ama debidamente a Dios? —Me parece, padre, que podrá reconocerlo si siente muchos deseos de agradarle. —Esa es realmente una gran señal, hija mía; porque, si tiene muchas ganas de agradarle, se cuidará mucho de ofenderle; y a su vez, se mostrará muy atenta en hacer lo que sabe que es según su voluntad y sus deseos. Una persona que desea agradar a otra, intenta conocer sus sentimientos, conformarse con ellos, anticiparse a ellos, y no deja pasar ninguna ocasión sin testimoniarle su sumisión y su condescendencia con alegría y suavidad. En eso siente y conoce que ama. De igual manera, el alma que siente dentro de sí esa intención de agradar a Dios y esa fidelidad en no descuidar ninguna cosa de las que pueden darle gloria, podrá probablemente creer de esa forma que ama a Dios. Pero las demás, ¿en qué podrán verlo? Porque con frecuencia esa intención interior de agradar a Dios no la conoce más que el alma que la siente, pues es algo que pasa entre Dios y ella. Hija mía, ¿en qué podrá reconocerse que una Hija de la Caridad ama debidamente a Dios? —Me parece, padre, que podrá reconocerlo en que guarda sus mandamientos. —Tiene usted razón, hija mía; es la misma señal que nos dio nuestro Señor cuando dijo: "Si alguien me ama, guardará mis mandamientos" 2 . Una de las señales más verdaderas de que se ama a una persona, es la sumisión a sus mandamientos. Si tenéis una persona cumplidora y deseosa de no hacer nada en contra de los mandamientos de Dios, podréis 2

Jn 14,15.

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decir: "He aquí una hermana que ama debidamente a Dios". Y usted, hermana, ¿por qué razón cree que una hermana de la Caridad está obligada a amar a Dios? Después de haber escuchado pacientemente todas las razones que la hermana le dijo, el padre Vicente las repitió de esta forma: Nuestra hermana dice que ha visto muchas razones, pero que le han impresionado especialmente los beneficios de Dios por su vocación, al considerar que en este género de vida no solamente se observan los mandamientos de Dios, sino también los consejos, pues es una vocación en donde se hace profesión de amar a Dios y al prójimo. Evidentemente, mis queridas hijas, nuestra hermana tiene razón al ver aquí un motivo poderoso para incitarnos a amar a Dios. —¿Y en qué se puede reconocer, hija mía, que una Hija de la Caridad ama a Dios? Cuando la hermana terminó, el padre Vicente añadió: —Nuestra hermana nos acaba de dar una gran señal para conocer si una hermana ama a Dios: Si tiene cuidado, nos ha dicho, de guardar las reglas. ¡De verdad, qué gran señal es ésta! Es lo que le hizo decir a un papa, y a ese papa lo vi yo mismo, pues era Clemente VIII: "Si me traen a un religioso que haya guardado sus reglas, no necesito milagros para canonizarlo. Si me demuestran que las ha guardado, esto basta para que lo ponga en el catálogo de los santos". ¡Cómo estimaba este santo papa una cosa tan estimada y excelente como es observar las reglas! De forma, hijas mías, que nuestra hermana tiene toda la razón al decir que la que se muestre cuidadosa en observar las reglas, no sólo las reglas de la Casa, sino también las de fuera, esto es el cuidado de los enfermos, en esto se conocerá que ama a Dios. ¿Y quién podrá dudar de que esa hermana ama a Dios, si se la ve fiel al levantarse por la mañana, al hacer bien su oración, atenta a que los enfermos tomen sus remedios, a que la comida esté bien preparada, y que si después de haber violado la regla en algún punto por fragilidad, o quizás por alguna necesidad aparente, se acusa en seguida y pide penitencia? Hermanas mías, estad seguras de que la que obra de esta manera ama a Dios. Dígame, hija mía; la que tiene ya amor a Dios, ¿qué medios habrá de utilizar para perfeccionarse y progresar en ese amor?

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Después de contestar la hermana, el padre Vicente añadió: —Nuestra hermana quiere decir que el medio para crecer y perfeccionarse en el amor a Dios consiste en estar sometida a Dios y a los superiores; y tiene razón. Sometida a Dios, ¡qué medio tan excelente para crecer en su amor! Si me cambian, si me mandan a otra parte, es Dios quien lo permite. Yo lo recibo de su mano y lo quiero así por su amor. Aunque el superior haga de mí todo lo que quiera, yo sé que es el espíritu de Dios el que lo conduce, y como amo a Dios, me someto a todo lo que él quiera de mí. Hijas mías, ¡qué bella y excelente es esta práctica del amor a Dios! Nuestra hermana lo ha dicho bien: es el mejor medio para perfeccionarse y crecer en él. El alma que está en esta situación hace continuamente actos de amor, y entonces hace algo que es suyo. Porque lo propio de nuestro corazón es amar alguna cosa. Es preciso que ame necesariamente a Dios si no ama al mundo; porque no puede existir sin amar. Amar al mundo, Dios mío, ¡qué desdicha! Hemos renunciado a él por la gracia de Dios, desde el bautismo, y luego cuando Dios, con su infinita misericordia, nos llamó a su servicio, de forma que es propio de nosotros amar a Dios. Y para amarle no tenemos que hacer más que lo que nuestra hermana acaba de decir. A ello añadiría, hermanas mías, que no hay en el mundo ningún lugar en donde se pueda conseguir la salvación mejor que en vuestra Compañía; no, no lo hay, con tal que hagáis lo que os pertenece y de la manera que Dios os lo pide. Decidme, por favor, si puede alcanzarse un grado más alto de virtud como el que consiguieron nuestras hermanas que se han ido con Dios, que nos edificaron tanto y nos dejaron un olor tan bueno y un ejemplo tan grande con su santa vida. No, no conozco ningún lugar donde uno se pueda entregar más a Dios, donde pueda hacer tantas cosas por su amor, tener mejores medios para crecer y perfeccionarse en él, que entre vosotras, con tal que hagáis lo que se debe. La hermana que habló a continuación dio cuatro razones, de las que algunas ya se habían comentado. —Cuando repitáis lo que han dicho ya las otras anteriormente —observó el padre Vicente—, os bastará con decir: "A mí se me ha ocurrido lo mismo que a la hermana tal". Así, pues, hermana mía, dice usted que está obligada a amar a Dios, porque es infinitamente bueno, y de esto ya hemos hablado; porque es amable; pues bien, ser bueno y ser amable, hija mía, es lo mismo y no hacen más que una misma

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cosa, de forma que el que dice bueno dice amable, y el que dice Dios es amable presupone que es bueno. Añade usted: "Porque nos ha creado y nos ha redimido". Se trata de dos poderosos motivos que podemos reducir a uno solo, es decir, que nos ha creado, que su bondad infinita nos ha sacado de la nada para hacernos criaturas racionales, capaces de conocerle, de amarle y de poseer eternamente su gloria. ¡Qué motivo tan poderoso! Yo amaré a Dios, sí, le amaré y estoy obligada a hacerlo, puesto que soy su criatura y él es mi creador y mi redentor. El padre Vicente preguntó a la hermana sobre las señales, y después de hablar, añadió él: —Nuestra hermana dice que se podrá reconocer que una hermana ama a Dios si hace todas sus acciones por complacerle, esto es, si no se preocupa de lo que dirá el mundo, porque siempre habrá algunas, hijas mías, que criticarán lo que hacen los siervos de Dios, pero importa poco lo que diga el mundo de las almas santas, con tal que sus acciones sean agradables a su divina Majestad. ¿Qué creéis, hijas mías, que hacéis cuando Jíeváis ía comida por Jas caííes? Alegráis a muchas personas con ese puchero; alegráis a las personas buenas, que se dan cuenta de que vais a trabajar por Dios; alegráis a los pobres, que están esperando su alimento; pero sobre todo alegráis a Dios, que os ve y conoce el deseo que tenéis de agradarle al llevar a cabo su obra. Un padre que tiene un hijo mayor y de buen aspecto, se complace en contemplar la apostura de su hijo desde la ventana que da a la calle, y experimenta una alegría inimaginable. De la misma forma, hijas mías, Dios os ve, no ya por una ventana, sino por todas partes por donde vais, y observa de qué manera vais a hacer un servicio a sus pobres miembros, y siente un gozo indecible cuando ve que vais de buena manera y deseando solamente hacerle ese servicio. ¡Ese es su gran gozo, su alegría, sus delicias! ¡Qué felicidad, mis queridas hijas, el poder llenar de alegría a nuestro Creador! Después de haber preguntado sobre los medios para amar debidamente a Dios, el padre Vicente prosiguió de esta manera: —Nuestra hermana nos habla de un medio para amar a Dios, que es casi infalible; nos dice que es caminar siempre en su presencia, y es verdad; cuanto más se contempla un bien perfecto, más se le ama. Pues bien, si nos imaginamos que tenemos con frecuencia ante nuestros ojos a Dios, que es

VIH.

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la belleza y la perfección misma, indudablemente cuanto más lo miremos más lo amaremos. Otra hermana, preguntada sobre las razones para amar a Dios, respondió que había pensado en algunas de las razones ya dichas, pero que especialmente se sentía obligada ante Dios por haberla llamado tan joven. Nuestro veneradísimo padre lo señaló y repitió esto varias veces. Ella añadió que podía reconocerse que un alma tiene amor a Dios cuando observa sus mandamientos, y que un medio para adquirir este amor era guardarse mucho de ofenderlo. Otra hermana dijo sobre el primer punto: La primera razón que nos obliga especialísimamente a amar a Dios es que este amor es la más excelente de todas las virtudes, la que da peso y valor a todas las demás, y que la bondad de Dios nos eligió para amarle al llamarnos a ser Hijas de la Caridad. La segunda razón es que, si no nos esforzamos en este santo amor, pasaremos inútilmente nuestra vida, y nuestras obras no valdrán para nada. La tercera es que muy difícilmente podremos sin el amor a Dios perseverar en nuestra vocación y cumplir como debemos con la obligación de nuestras reglas y del servicio a los enfermos. Sobre el segundo punto, me parece que reconoceremos que amamos a Dios si, por su amor, superamos las dificultades con que nos encontramos y todas las cosas contrarias a nuestros sentidos, a nuestra razón y a nuestra voluntad, y si tenemos mucho cuidado de agradar a Dios y mucho miedo de ofenderle. Sobre el tercer punto, he visto que un medio para adquirir el amor de Dios era desearlo con todo nuestro corazón y pedírselo insistentemente y con perseverancia; y un medio para aumentarlo era hacer con frecuencia estos actos de amor, porque se hacen con mayor perfección las cosas en que una se ejercita más. Después de haber dicho varias razones ya señaladas por otras, una hermana añadió que podemos ver si amamos a Dios si tenemos pena de haberle ofendido, si nos complacemos en hablar de él y, finalmente, si no tenemos en todas nuestras acciones más intención que la de agradarle, principalmente en lo que se refiere al servicio que hemos de hacer al prójimo, que es su imagen. Sobre el tercer punto indicó que un medio para adquirir

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y acrecentar también el amor a Dios es la recepción de los santos sacramentos, especialmente de la santa eucaristía. Es imposible que nos acerquemos al fuego sin quemarnos, con tal que lo hagamos con las disposiciones requeridas, esto es, con el deseo de entregarnos enteramente a Dios y de pedirle ardientemente su amor. Mis queridas hermanas, doy gracias a Dios con todo mi corazón por las luces que os ha dado sobre este tema. Son tan grandes que los mismos doctores ditícdmeme podrían decir más. Quizá dirían cosas más bonitas, pero no mejores. Entre las razones que habéis enumerado, y que son todas de mucho peso, muy grandes, muy poderosas, muy insistentes, me voy a detener solamente en una, que me parece la más impresionante: que Dios nos lo ha mandado. ¿No sería ya bastante que lo hubiese permitido? No, no era bastante para su amor permitírnoslo; era menester que nos obligase a ello por un mandamiento absoluto, que supone la pena de pecado mortal a los que se atrevan a traspasarlo. Si un aldeano fuese llamado por un rey para que fuera su favorito y el rey le ordenase que le diese su amor, ¡cuan obligado se sentiría! Diría sin duda: "¡Ay, señor! Yo no soy digno de ser mirado por vos; no soy más que un pobre aldeano". "No importa, quiero que tú me ames". ¿Cuánto le obligaría la bondad de ese rey a aquel pobre hombre para que lo amase, y amase, y amase con todo su corazón? No tendría presente en su espíritu más que la gracia que el rey le había concedido. Pues bien, Dios, que es infinitamente más grande que todos los reyes de la tierra y ante el cual nosotros somos menos que los átomos, hace, sin embargo, tanto caso de nuestro amor, que quiere tenerlo por entero solamente él. Dice )a Sagrada Escritura: "Amarás a} Señor tu Dios con tt)da tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu entendimiento, con toda tu voluntad". Fijaos, hijas mías, se lo reserva todo. Hay que observar que este mandamiento no es un apremio ni una violencia, sino dulzura y amor. Lo comprenderéis por esta consideración. Si la reina mandase llamar a alguna de vosotras y le dijese: "Venga, hermana. He oído hablar de usted, Me han dicho que es usted una buena hermana, por eso la he mandado llamar para decirle que quiero que me ame usted, pero que me ame muy bien. No deje de hacerlo". Decidme, hijas mías, ¿qué es lo qué no haríais para demostrar a la reina la gratitud que tendríais por este favor?

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Pues bien, estad seguras de que Dios quiere que le améis: nos lo ha dicho expresamente por su mandamiento y también, como hemos indicado, por la elección que ha hecho de vosotras para que seáis Hijas de la Caridad, que quiere decir hijas del amor de Dios, o hijas llamadas y escogidas para amar a Dios. Otro motivo es lo que habéis dicho, que Dios lanza su maldición contra los que no lo aman. '¡Qué sean anatematizados, dice San Pablo 3 , todos los que no aman a Dios!" ¡Maldición sobre el que no ama a Dios! Sí, hijas mías, Dios ha hecho tanto caso y aprecia tanto el amor de los hombres, que ha querido absolutamente que lo amen y que, si no lo hacen, sean malditos. ¡Ved qué grandes amenazas! He aquí, pues, hermanas mías, dos motivos que os presento, por no repetir todos los que habéis dicho: uno, el mandamiento que Dios nos ha dado de amarle; el otro, la maldición con que amenaza a los que no lo hagan. Pero, me dirá alguna, todo eso está muy bien; estamos ya convencidas de que hay que amar a Dios, pero ¿qué es amar? ¿Cómo se puede amar? A esto respondo, mis queridas hijas, que amar es querer bien a alguien, desear que todos conozcan sus méritos, que lo estimen, proporcionarle todo el amor y la satisfacción que de nosotros dependa, desear que todos hagan otro tanto y que la persona amada no se vea amenazada por ninguna desgracia. Cuanto más perfecto es el amor, más sublime y elevado es el bien que se quiere para la persona amada. Pues bien, como no hay nada tan perfecto como Dios, de ahí se sigue que el amor que se le tiene es un amor sano y que tiende a querer su mayor gloria y todo lo que pueda ceder en su honor. Para entender bien todo esto, hermanas mías, hay que saber que hay dos clases de amor: uno se llama afectivo y el otro efectivo. El amor procede del corazón. La persona que ama está llena de gusto y de ternura, ve continuamente presente a Dios, encuentra su satisfacción en pensar en él y pasa insensiblemente su vida en esta contemplación. Gracias a este mismo amor cumple sin esfuerzo, e incluso con gusto, las cosas más difíciles y se muestra cuidadosa y vigilante en todo lo que puede hacerla agradable a Dios; finalmente, se sumerge en este divino amor y no encuentra ninguna satisfacción en otros pensamientos. 3

1 Cor 16,22.

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Hay amor efectivo cuando se obra por Dios sin sentir sus dulzuras. Este amor no es perceptible al alma; no lo siente; pero no deja de producir su efecto y de cumplir su misión. Esta diferencia se conoce, dice el bienaventurado obispo de Ginebra, en el ejemplo de un padre que tiene dos hijos. Uno es todavía pequeño. El padre lo acaricia, se divierte jugando con él, le gusta oírle balbucear, piensa en él cuando no le ve, siente vivamente sus pequeños dolores. Si sale de casa, sigue pensando en aquel niño; si vuelve, va en seguida a verlo y lo acaricia lo mismo que Jacob hacía con su pequeño Benjamín. El otro hijo es ya un hombre de veinticinco o treinta años, dueño de su voluntad, que va a donde quiere, que vuelve cuando le parece bien, que está al frente de todos los asuntos de la casa, y parece que su padre no le acaricia nunca ni que lo ame mucho. Si hay alguna preocupación, el hijo es el que tiene que cargar conella; si el padre es labrador, el hijo se cuidará de todo el ajetreo de los campos y pondrá manos a la obra; si el padre es comerciante, el hijo trabajará en su negocio; si el padre es abogado, el hijo le ayudará en las prácticas judiciales. Y en nada se conocerá que lo ama su padre. Pero se trata de hacer testamento, y entonces el padre demostrará que lo ama más que al pequeño, a quien acariciaba tanto, porque le concederá la mejor parte de sus bienes y le dará lo mejor. Y se observa en las costumbres de algunos países que los mayores se quedan con todos los bienes de la casa, mientras que los pequeños sólo tienen una pequeña legítima. Y de esta forma se ve que, aunque aquel padre tenga un amor más sensible y más tierno al pequeño, tiene un amor más efectivo al mayor. Pues bien, mis queridas hermanas, así es como el bienaventurado Obispo de Ginebra explica estos dos amores. Hay algunas de vosotras que quieren mucho a Dios, que sienten gran dulzura en la oración, gran suavidad en todos los ejercicios, gran consuelo en la frecuencia de los sacramentos, que no tienen ninguna contradicción en su interior, debido al amor que sienten por Dios, que les hace recibir con alegría y sumisión todo lo que viene de su mano. Hay también otras que no sienten a Dios. No lo han sentido jamás, ni saben lo que es tener gusto en la oración, ni sienten devoción, según creen; pero no por ello dejan de hacer oración, de practicar las reglas y las virtudes, de trabajar mucho, aunque con repugnancia. ¿Dejan acaso de amar a Dios? Ni mucho menos, porque hacen lo mismo que las de-

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más, y con un amor mucho más fuerte, aunque lo sientan menos. Es el amor efectivo, que no deja de obrar, aunque no aparezca. Hay algunas pobres hermanas que se desaniman. Oyen decir que unas sienten gran efecto, que otra hace muy bien su oración, que la de más allá tiene mucho amor a Dios. Ellas no sienten nada de esto, creen que todo está perdido, que no tienen nada que hacer en la Compañía, ya que no son como las demás, y que sería mejor para ellas salirse, ya que están sin amor a Dios. Pues bien, mis queridas hermanas, es una equivocación. Si cumplís con todas las cosas de vuestra vocación, estad seguras de que amáis a Dios, y de que lo amáis con mayor perfección que aquellas que lo sienten mucho y que no hacen lo que vosotras hacéis. Observad bien lo que os digo: si hacéis las cosas de vuestra vocación. Estoy viendo que algunas me dirán: "Padre, yo no hago nada, no experimento ningún progreso; no me impresiona nada de lo que se hace o de lo que se dice. Veo a mis hermanas tan recogidas en la oración, y yo estoy siempre distraída; si leen alguna cosa, las demás sienten mucho gusto en ello, pero yo me aburro. Me parece que esto es una señal de que Dios no me quiere aquí, ya que no me da su espíritu como lo hace con las demás. No sirvo nada más que para dar mal ejemplo". Mis queridas hermanas, esto es una seducción del espíritu maligno, que se esfuerza en ocultaros el bien que realizáis cuando nacéis lo que podéis, aunque no sintáis ningún consuelo. Hay otras que se preocupan al ver que las demás dejan su vocación. "Esa se ha salido; ¿para qué quiero yo seguir aquí? Tampoco yo hago nada. Si ella consigue su salvación en otra parte, también la podré conseguir yo". Sin embargo, aunque se ven agitadas por estas preocupaciones, no dejan de hacer todo lo que de ellas depende. Hermanas mías, no os preocupéis. Dios os quiere aquí. No dejáis de estar en su amor, ya que obráis de esta manera; y ésta es una de las señales más grandes que podéis darle. El mandamiento que Dios nos ha dado de amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro pensamiento, etc., no significa que él quiera que nuestro corazón y nuestra alma sientan siempre ese amor. Se trata de una gracia que su bondad concede a quien le parece. Lo que él mismo quiere es que, por un acto de la voluntad, todas nuestras acciones se hagan por su amor. Al entrar en la Com-

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pañía, habéis visto cuáles eran esas obligaciones; os habéis entregado a Dios para cumplirlas en su amor, y todos los días habéis renovado este acto. Estad seguras, hermanas mías, de que, aunque no gocéis del consuelo de sentir la dulzura de ese amor, no dejáis de tenerlo cuando hacéis lo que hacéis por ese amor. Pero, padre, ¿cuál es el medio para estar en perpetuo acto de amor? Es preciso que sepáis, hermanas mías, que lo conseguiréis muy fácilmente por cuatro medios que os voy a decir. El primer medio para estar en un acto continuo de amor a Dios consiste en no tolerar los malos pensamientos, en tener el espíritu limpio; porque esto disgusta mucho a Dios, que es totalmente puro y santo. Si os viene alguno de esos pensamientos, echadlo fuera lo antes que podáis, pensando en que vuestro corazón es de Dios, que no quiere nada sucio ni manchado. Para esto disponéis de un medio muy fácil. Cuando suene el reloj, pensad en vuestro espíritu que Dios os llama y os dice: "Hija mía, ámame; hija mía, el tiempo pasa y se acerca la eternidad; dame tu corazón". Esto, hermanas mías, con una visión interior y sencilla, os pondrá en la presencia de Dios, limpiará vuestro corazón y os hará producir un acto de amor. El segundo acto, ya que se trata de que las Hijas de la Caridad amen todas a Dios y siempre a Dios, el segundo medio, digo, consiste en no decir nada que esté mal, en no quejarse jamás, en no murmurar jamás, en no divertirse a costa de las demás, ni de las de fuera ni de las de dentro, en hablar bien de Dios y del prójimo, y de esta manera vuestro corazón se mantendrá en el amor de Dios. Pero, padre, ¿es necesario que yo hable siempre de Dios? No. Pero cuando habléis de él, que sea con respeto y devoción. Cuando estéis juntas en un lugar en donde podáis conversar, hablad del bien que habéis visto en unos y en otros, decid lo bueno que es Dios, que conviene amarlo, o bien explicad cómo le servís, para edificación de aquellos que os escuchan e incluso para la vuestra; si os oyen hablar así, no se permitirán conversaciones impropias. El otro medio para amar a Dios consiste en seguir fielmente las reglas, que son actos continuos del amor a Dios: apenas levantarse, entregar el corazón a Dios para cumplir su regla y su santísima voluntad; vestirse con este pensamiento; ir a la oración con este deseo y este sentimiento; cuando se sale, servir a los pobres de la forma que nos orde-

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na la regla. Estad seguras, hijas mías, de que, si no faltáis a esto, amáis a Dios en un continuo acto de amor. El último medio para amar a Dios continuamente y siempre consiste en sufrir: sufrir las enfermedades, si Dios nos las envía; sufrir la calumnia, si cae alguna sobre nosotros; sufrir en nosotros mismos las penas que nos envía para probar nuestra fidelidad. El buen hermano Antonio 4 , un santo varón, un gran siervo de Dios, a quien hemos conocido, tenía esta práctica. Cuando se ponía enfermo, decía inmediatamente: "Sé bien venida, hermana enfermedad, ya que vienes de parte de Dios". Si le decían: "Hermano Antonio, dicen que es usted un hipócrita, que está engañando a los demás, que no hace lo que dice". "Sé bien venida, hermana difamación". Le decían: "Hermano Antonio, hay mucha gente descontenta de usted; se dice que es usted un tramposo, que está engañando al mundo, etc." "Sé bien venida, hermana difamación". Es el hombre más santo que hemos visto en nuestros tiempos. Todos los motivos de aflicción que tenía, los daba como enviados de Dios. De la misma forma, hijas mías, cuando os digan que hay alguien descontento de vosotras, cuando se os atribuyan falsamente ciertas palabras o acciones, decid: "Sé bien venida de parte de mi Dios". Si os ponéis enfermas, y os veis impedidas para hacer vuestros ejercicios como desearíais, alabad a Dios, que así lo permite. Que ocurra lo mismo con todo lo que os acontezca de contrario o de difícil, acordándoos, hermanas mías, de que no podríais hacer a Dios un sacrificio más agradable de vosotras mismas que entregándoos a él para sufrir lo que él quiera enviaros. Así que aquí tenéis cuatro medios por los que las Hijas de la Caridad estarán, si los practican, en un acto continuo de amor a Dios. 1 Amonio Flandin-Maillet, nacido en Saint-Geoire (Isére) en 1590. murió en olor de santidad en Montluel (Ain) el 16 de febrero de 1629. "Las conversaciones que se deben a las oraciones del hermano Antonio, las curaciones obtenidas por la imposición de sus manos, sus combates con el demonio, sus relaciones con los ángeles, sus consejos iluminados por luz sobrenatural, habían formado a su alrededor una especie de aureola, cuyo prestigio no solamente se imponía a los pequeños y pobres, sino también a los príncipes y poderosos" (A. M. de FRANCI.IF.I'. Frére Antoine, Grenoblc 1864). La reina le había hecho venir a París en 1628 para conversar con él, un ignorante que no sabía ni leer ni escribir, pero cuya santidad todos celebraban. Fue entonces cuando San Vicente, Luisa de Marillac y el padre Portail tuvieron la dicha de conocerle. El retrato del hermano Antonio adornaba una de las salas de San Lázaro. Cf. S.V.P. IX, 465-483; E.S. IX 423-439.

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El primero es, como hemos dicho y lo repito una vez más, habituar nuestro corazón a formar buenos pensamieii tos, no tolerar que nos veamos distraídos por mil fantasía vanas e inútiles o por pensamientos sucios. Gracias a Dios no creo que vosotras os veáis atacadas de ellos, pero sí d-.: pensamientos de envidia, de murmuraciones, de descontentos secretos. ¡Cuánto os alejaría esto del amor a Dios y cómo os metería dentro pensamientos de dejar la vocación y de romper con Dios! Mis queridas hijas, tened mucho cuidado con esto, porque es muy peligroso. Si lo sentís, procurad recharzarlos y guardaros mucho de consentir en ellos. Otra manera de demostrar a Dios que le amamos consiste en sufrir las injurias, las calumnias, las penas, a veces muy molestas, que se encuentran en nuestra vocación, y que el santo amor de Dios podrá endulzar. A propósito de esto, hijas mías, cuando oigáis decir (en este momento el padre Vicente cambió de tono de voz y se llenaron de lágrimas sus ojos), cuando oigáis decir que se ha salido una hermana, despreciando las gracias que Dios le ha concedido, no os extrañéis, llorad su pérdida, lamentad el deplorable estado en que ha caído y tomad vosotras nuevas fuerzas con esta ocasión. ¡Pero, Dios mío! ¡Si era una hermana que hacía tanto bien! ¡Nos prometíamos tanto de ella! ¡Seguramente habrá sido por culpa de la compañera y de los superiores! ¡Ay! Guardaos mucho de pensar así, hermanas mías. Pero voy aún más lejos, pues creo que yo también podría salirme como ella; yo no soy mejor que ella, e incluso soy más imperfecta; tampoco podré durar mucho. Guardaos mucho, hijas mías, de hablar de esta manera, pase lo que pase. Es jugar con Dios, es jugar con vosotras mismas. Aunque así fuera y aunque fuera peor, no tendríais que preocuparos ni hablar entre vosotras, ni poneros a considerar las razones que hayan podido tener las que se hayan salido, porque nunca les faltará ninguna razón, sino renovad en vosotras el amor a Dios y decid en vuestro corazón: "Dios mío, es verdad que esta hermana, a la que habías llamado tan misericordiosamente, ha abandonado tu servicio. ¡Ay! ¡Adonde vamos a parar cuando tú nos dejas! Si no me sostienes, Dios mío, yo haré otro tanto; pero espero que no me abandonarás; y por mi parte pondré todo mi esfuerzo en ser fiel a tu voluntad. Desde ahora evitaré esos tratos y esos afectos particulares que me han causado tanto daño, y me acercaré a las

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que tú has dado más fuerzas, para que sus buenos ejemplos y sus instrucciones me puedan aprovechar". Así es como tenéis que hacer, hijas mías. ¿Sabéis lo que se hace cuando un príncipe se levanta contra un rey, cuando reúne un ejército y se subleva y toma las armas contra él? Cuando hace esto, todos los demás príncipes que no son de su partido van a buscar al rey y le dicen: "Majestad, sabemos que ese príncipe ha roto el juramento de fidelidad que debía a vuestra Majestad; nosotros hemos venido para declararos que no queremos saber nada con él y que, por el contrario, estamos dispuestos a exponer nuestras vidas en vuestro servicio". De esta forma renuevan las promesas de su fidelidad. Los que están lejos y no pueden venir envían algún mensajero. De la misma forma, mis queridas hijas, si veis lo que acabo de deciros, aunque una haya fallado a su vocación, tenéis que animaros más a la fidelidad y decir: "No, Dios mío, aunque todas fallen, yo, con la ayuda de tu gracia, me mantendré firme". Y basta por ahora. Tengo prisa y no puedo detenerme más tiempo en explicaros los demás medios, con la esperanza de que la bondad de Dios, que os lo ha sugerido, os concederá la gracia de serviros de ellos siempre que lo necesitéis. Entre tanto, le suplico con todo mi corazón que os llene de su santo y verdadero amor, que nos conceda las señales infalibles del mismo y nos dé la gracia de ir creciendo en él cada vez más, para que, ayudados de esta gracia, podamos empezar en este mundo lo que hemos de hacer eternamente en el otro, adonde espero que nos conduzca el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

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CONFERENCIA DEL 9 DE FEBRERO DE I653

Sobre el espíritu de la Compañía Hermanas mías, el tema de esta conferencia es la continuación de la que tuvimos el domingo pasado, que fue sobre el espíritu de la Compañía de Hijas de la Caridad. Se divide en tres puntos. El primero será sobre las razones que os obligan a saber cuál es vuestro espíritu; el segundo, sobre lo que es; el tercero, sobre los medios para permanecer en dicho espíritu.

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El domingo tratamos del primer punto, y os preguntaba en qué puede demostrar una hermana que es verdaderamente Hija de la Caridad. Os pregunté a algunas de vosotras y nos hicieron ver cuánta importancia tiene conocer bien ese espíritu. Hoy conviene que tratemos del segundo punto. No voy a preguntar a nadie, ya que difícilmente podría haber alguna que me pudiera responder, a no ser la señorita; porque, si os pregunto cuál es ese espíritu, me diréis: "Padre, ¿nos lo ha dicho usted alguna vez? Enséñenoslo y le responderemos". Pues bien, mis queridas hermanas, para hacer que lo entendáis bien, es preciso que sepáis la diferencia que hay entre vuestra Compañía y otras muchas que hacen profesión de servir a los pobres como vosotras, pero no de la manera que vosotras lo hacéis. El espíritu de la Compañía consiste en entregarse a Dios para amar a nuestro Señor y servirle en la persona de los pobres corporal y espiritualmente, en sus casas o en otras partes, para instruir a las jóvenes pobres, a los niños y en general a todos los que la Providencia os envía. Fijaos, mis queridas hermanas, esta Compañía de Hijas de la Caridad se compone en su mayoría de pobres jóvenes. ¡Qué excelente es esa cualidad de pobres jóvenes, pobres en sus vestidos, pobres en su alimento! Precisamente os llaman pobres Hijas de la Caridad; y habéis de tener ese título en gran honor, ya que el mismo Papa se siente muy honrado al ser llamado siervo de los siervos de Dios. Esa cualidad de pobres os distingue de las que son ricas. Habéis dejado vuestro pueblo, vuestros parientes y vuestros bienes; ¿y para qué? Para seguir a nuestro Señor y sus máximas. Sois hijas suyas y él es vuestro Padre; os ha engendrado y os ha dado su espíritu; el que viese la vida de Jesucristo vería sin comparación algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad. ¿Qué es lo que él vino a hacer? Vino a enseñar, a iluminar. Es lo que vosotras hacéis. Continuáis lo que él comenzó; sois hijas suyas y podéis decir: "Soy hija de nuestro Señor"; y tenéis que pareceros a él. ¿Cuál es, por tanto, ese espíritu de las Hijas de la Caridad? Es, hermanas mías, el amor de nuestro Señor. ¿No es natural que las hijas amen a su padre? Y para que podáis entender lo que es este amor, es menester que sepáis que se ejerce de dos maneras; afectiva y efectivamente. El amor afectivo es la ternura en el amor. Tenéis que amar a nuestro Señor con ternura y afecto, lo mismo que un niño que no puede separarse de su madre y que grita:

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"Mamá" apenas siente que se aleja. Del mismo modo, un corazón que ama a nuestro Señor no puede sufrir su ausencia y tiene que unirse con él por ese amor afectivo, que produce a su vez el amor efectivo. Porque no basta con el primero, hermanas mías; hay que tener los dos. Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consiste en el ejercicio de obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido con alegría, con entusiasmo, con constancia y amor. Estas dos clases de amor son como la vida de una hermana de la Caridad, porque ser Hija de la Caridad es amar a nuestro Señor con ternura y constancia: con ternura, sintiéndose a gusto cuando se habla de él, cuando se piensa en él, y se llena toda de consuelo cuando se le ocurre pensar: "¡Mi Señor me ha llamado para servirle en la persona de los pobres; qué felicidad!" El amor de las Hijas de la Caridad no es solamente tierno; es efectivo, porque sirven efectivamente a los pobres, corporal y espiritualmente. Estáis obligadas a enseñarles a vivir bien; lo repito, hermanas mías, a vivir bien, es lo que os distingue de otras muchas religiosas que están solamente para el cuerpo y no les dicen a los enfermos ninguna palabra buena; hay muchas así. Pero ¡Dios mío!, no hablemos de ésas; bien, ¡Salvador mío!, la Hija de la Caridad no tiene que tener solamente cuidado de la asistencia corporal de los pobres enfermos; a diferencia de muchas otras tiene que instruir a los pobres. Esto es lo que tenía sobre las religiosas del Hospital Mayor y las de la Plaza Real; y también que vais a buscarlos a sus casas, lo cual no se ha hecho nunca hasta ahora, puesto que las otras se contentan con recibir a los que Dios les envía. Por consiguiente, tenéis que llevar a los pobres enfermos dos clases de comida: la corporal y la espiritual, esto es, decirles para su instrucción alguna buena palabra de vuestra oración, como serían cinco o seis palabras, para inducirles a que cumplan con sus deberes de cristianos y a practicar la paciencia. Dios os ha reservado para esto. Las historias eclesiásticas y profanas no dicen que se haya hecho nunca nada de lo que vosotras hacéis; hay que exceptuar a nuestro Señor; por eso tenéis muchos motivos para humillaros. Llevaban enfermos a nuestro Señor para que los curase, como aquel pobre paralítico que bajaron por el techo de la casa 1 . ¿No es lo que vosotras hacéis en los hospitales? Hermanas 5. Conferencia. Ms. SV. 9, p.231ss. 1 Me 2,1-12; Le 5,17-26.

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mías, desde toda la eternidad estabais destinadas a servir a los pobres de la misma manera que nuestro Señor lo hizo. Sí, Salvador mío, tú has esperado hasta esta hora para formar una Compañía que continúe lo que tú comenzaste. Vuestra Compañía, mis queridas hermanas, tiene también la finalidad de instruir a los niños en las escuelas en el temor y amor de Dios, y esto lo tenéis en común con las Ursulinas. Pero como ellas tienen casas grandes y ricas, los pobres no pueden ir allá y han acudido a vosotras. Además, si ocurre alguna calamidad en París, por ejemplo, en tiempos de guerra, se recurre a las pobres Hijas de la Caridad. No veo a nadie tan dispuesto a socorrer a los pobres de todas formas como vosotras. No seríais Hijas de la Caridad si no estuvieseis siempre dispuestas a servir a todos los que os pueden necesitar. He aquí, hijas mías, en qué consisten en general el amor afectivo y el amor efectivo: servir a nuestro Señor en sus miembros espiritual y corporalmente, y esto en sus propias casas, o bien donde la Providencia os envíe. Hay que saber, por tanto, mis queridas hermanas, que el espíritu de vuestra Compañía consiste en tres cosas: amar a nuestro Señor y servirle con espíritu de humildad y de sencillez. Mientras reinen en vosotras la caridad, la humildad y la sencillez, se podrá decir: "Todavía vive la Compañía de la Caridad"; pero cuando dejen de verse estas virtudes, se podrá decir: "La pobre Caridad se ha muerto". Una Hija de la Caridad que no tiene humildad ni caridad está muerta, porque carece de espíritu; es como aquel a quien le dice el ángel en la Sagrada Escritura: "Estás muerto, porque no tienes caridad, que es la vida del alma" 2 . Lo mismo que el alma es la vida del cuerpo, el día en que la caridad, la humildad y la sencillez dejen de verse en la Compañía, la pobre Caridad estará muerta; sí, estará muerta. Acabo de ver a un pobre que ha venido de Étampes, muy malparado. Le he preguntado: "Amigo, ¿quién le ha puesto de ese modo?". Y me ha contestado: "Han sido los muertos" 3 . Eso es, hijas mías, lo que hacen los muertos: hacen morir a los vivos. Y lo mismo que un cuerpo, cuando se queda sin espíritu, está muerto, también una Hija de la Caridad que no tiene su espíritu está muerta. ¿Dónde está la caridad de esa hermana que no tiene nada de humildad, ni 2

Ap 3,1. Probablemente al enterrar a los muertos. Cf. S.V.P. IX, 591-598; E.S. IX, 533-548.

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sencillez, y que no sirve a los pobres con agrado y amor? Está muerta. Pero, si tiene esas virtudes, vive, porque son la vida de su espíritu. ¿Comprendéis bien todo esto? ¿Me entendéis bien, hijas mías? Varias hermanas respondieron: —Sí, padre. Nuestro muy venerado padre prosiguió: —Repito una vez más que el espíritu de vuestra Compañía, hermanas mías, consiste en el amor de nuestro Señor, el amor a los pobres, vuestro amor mutuo, la humildad y la sencillez. Si no existen esas virtudes, más valdría que no hubiera Hijas de la Caridad. Hijas mías, ese es vuestro espíritu en tres puntos. Bien, se está haciendo tarde. Si entro en la explicación de la humildad, quizás abusaría de vuestra paciencia; lo haremos otra vez, si Dios quiere. Me diréis: "Pero, padre, ¿no deben tener todos los cristianos esas tres virtudes?" Sí, hermanas mías; pero las Hijas de la Caridad tienen que ser más atentas en su práctica. El que os vea, tiene que conoceros por esas virtudes. Cuando habláis con Jos demás, o vais por la calle, id con naturalidad, tened el corazón bien abierto, acordándoos de que los ángeles ven vuestra modestia. Si vais al refectorio, que sea siempre con esas tres bellas joyas de la humildad, la caridad y la sencillez. Todos los cristianos, hermanas mías, están obligados a la práctica de estas virtudes; pero las Hijas de la Caridad tienen esta obligación de una forma especial. Podréis decirme: "Pero, padre, ¿acaso no estamos también obligadas a la práctica de todas las demás virtudes?" Sí, estáis obligadas a ellas, pero a esas tres lo estáis de una manera muy especial; el cielo y la tierra lo están pidiendo de vosotras. Los cartujos están obligados a la práctica de todas las virtudes, pero se dedican muy especialmente a cantar las alabanzas de Dios. Los capuchinos también tienen obligación de practicar todas las virtudes, pero ninguna estiman tanto como la virtud de la pobreza. De la misma manera, Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen especialmente a la práctica de tres virtudes, la humildad, la caridad y la sencillez. Se me ocurre ahora una objeción que podríais ponerme: "Padre, todo eso está muy bien; pero ¿cuál es el medio para adquirir ese espíritu y para conservarlo?" Hermanas mías, os voy a recomendar sobre todo dos cosas: la primera, que

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todos los días se lo pidáis a Dios en la oración de la mañana, en la santa misa, a mediodía, a lo largo de la jornada, concretamente al empezar las acciones principales, diciéndoos dentro de vosotras mismas: "¿Hago yo esta acción por caridad, por amor a Dios? ¿No lo haré acaso por humor, por vana complacencia? Por ejemplo, cuando vengo a esta casa a decir mis faltas a la señorita, ¿tengo suficiente humildad para hacerlo? ¿Soy sencilla? Si me gustan los equívocos, si digo las cosas de manera distinta de como son, es que no tengo sencillez". El segundo medio consiste en vivir según el espíritu de una verdadera Hija de la Caridad y que, por la noche, en vuestro examen de conciencia, os examinéis para ver si habéis obrado en conformidad con vuestro espíritu: "¿He hecho yo mis acciones en el día de hoy con espíritu de caridad? ¿No las habré hecho quizás por orgullo? ¿No he tenido doblez en alguna ocasión?" Si reconocéis que ha habido en vosotras alguna de esas faltas, es menester que hagáis penitencia, y que si la falta es notable, toméis la disciplina con el debido permiso, beséis el suelo, digáis un padrenuestro y un avemaria; si hay costumbre de visitar al Santísimo Sacramento, hacedlo también con esta intención. Si observáis esta práctica, mis queridas hermanas, iréis engendrando en vuestra alma el amor a la humillación y aumentará en vosotras el espíritu de caridad y de humildad. ¡Oh Salvador de nuestras almas, luz del mundo! Te pedimos que ilumines nuestro entendimiento para que podamos conocer la verdad de las cosas que acabamos de escuchar. Te lo pedimos a ti, que has querido formar para tu servicio una Compañía de pobres hijas, que han de servirte de la misma manera que tú les has enseñado. Haz de ellas, Dios mío, tus instrumentos. Concédeles y concédeme a mí, a pesar de que soy un miserable pecador, la gracia de poder realizar todas mis acciones por caridad, humildad y sencillez en la asistencia al prójimo. Concédenos esta gracia, Señor nuestro. Si somos fieles en la práctica de estas virtudes, esperamos que nos concederás la recompensa que les has prometido a todos aquellos que te sirven en la persona de los pobres. Cuando nuestro muy venerado padre estaba a punto de terminar, la señorita Le Gras le dijo: —Padre, le suplico que nos ofrezca a Dios para que nos penetremos debidamente de ese espíritu, y que le pida perdón por nosotras, por las faltas que hemos cometido contra ese mismo espíritu.

Conferencias a Hijas de la Caridad

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Nuestro muy venerado padre respondió: —Así lo haré mañana en la santa misa, que pienso ofrecer en honor de Santa Apolonia, quien amó tanto a nuestro Señor hasta entregar su cuerpo a los tormentos y dar su vida por él. Benedictio Dei Patris...

6.

CONFERENCIA DEL 3 DE JUNIO DE 1653

Sobre la fidelidad a Dios Mis queridas hermanas, el tema de esta conferencia es sobre la fidelidad que debemos a Dios durante toda nuestra vida. Este tema lo vamos a dividir en tres puntos: las razones que tenemos para ser fieles a Dios; lo que significa ser fiel a Dios durante toda la vida; los medios para adquirir y conservar siempre esta fidelidad a Dios. Sin esa fidelidad, no somos más que unos pobres miserables, malvados e ingratos para con Dios. Así, pues, el primer punto es sobre las razones que tenemos para ser fieles a Dios. ¿Está aquí sor Genoveva?' Hermana mía, ¿qué razones tenemos para ser fieles a Dios? —He encontrado varias, padre; la primera es que Dios, que nos ha concedido la gracia de ser cristianas, de llamarnos a su servicio y de conservarnos en él, nos reservaría un gran castigo si le fuésemos infieles. Otra razón es que, por esta fidelidad a Dios, le damos gloria. — ¡Dios la bendiga, hija mía! ¡Dios la bendiga! —Sor Juana, ¿qué razones tenemos para ser fieles a Dios? —Me parece, padre, que, como Dios es tan bueno, hemos de serle fieles, para agradecerle las gracias que nos ha concedido, al llamarnos a su servicio. Podemos demostrarle esta fidelidad guardando con toda exactitud nuestras reglas. —¿Oís lo que dice esta hermana, hermanas mías? Creo que será bueno empezar desde hoy a hablar alto. Os advierto de una cosa en la que con frecuencia falto yo mismo. ¿No es verdad, hijas mías, que a veces no me oís bien lo que os digo? 6. Conferencia. Cuaderno de sor Maturina Guérin (Arch. de las Hijas de la Caridad). 1 Probablemence sor Genoveva Poisson.

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P.Il.

Selección de escritos

Una hermana respondió: —Perdone, padre, pero le oímos bien. —Si tenemos deseos de que nuestras hermanas oigan lo que decimos, tenemos que hablar alto; si tenemos caridad con nuestras hermanas, nos gustará que oigan nuestros pensamientos; hablando bajo, les privaríamos de los bienes que Dios nos ha concedido. Usted, hermana, díganos qué razones nos obligan a ser fieles a Dios. —Padre; la razón es que Dios es bueno y es nuestro padre y sigue siempre haciéndonos el bien, lo mismo que hace un buen padre con el hijo al que quiere con tanto cariño. Por su parte, ese hijo está obligado a amar a un padre que es tan bueno, y sería un desgraciado si no lo hiciese. —¡Dios la bendiga, hija mía! Nuestra hermana dice que hay que ser fieles a Dios, un Dios que es tan bueno y que sigue siempre haciéndonos bien. Hermanas mías, seríamos muy desgraciados, verdaderamente, si no le fuéramos fieles. Otra razón es que Dios es nuestro padre, pero de una manera especialísima; sí, Dios es el padre de las Hijas de la Caridad de una manera especial, de forma que ellas no tienen que aspirar ni respirar más que para darle gusto. Una Hija de la Caridad es un árbol que él ha plantado y que no tiene que producir frutos más que para Dios. ¡Qué hermoso es todo esto, hermanas mías! Una esposa se preocupa mucho de dar gusto a su marido. Todo lo que hace, busca este fin. Si trabaja por ganar alguna cosa, es para su marido. De esta forma, hijas mías, todo lo que habéis de pretender en cuanto hagáis es agradar a vuestro Esposo. Fijaos en una pobre muchacha que está sirviendo en una aldea y en todo el trabajo y el esfuerzo que realiza por servir a su amo. No pretende más recompensa que su sueldo; y para ello procura ganarse la confianza de su amo o de su ama. Una Hija de la Caridad no es lo mismo: no tiene que desear más recompensa por todos sus trabajos, tanto exteriores como interiores, que agradar solamente a Dios, que es como el fin por el que sufre todas sus penas. Bien, hija mía; siéntese usted; ¡que Dios la bendiga! Usted, hija mía, levántese. ¿Qué es la fidelidad? —Es la perseverancia. —Bien dicho, hija mía. Esta hermana ha dicho una cosa muy cierta: ser fiel es perseverar en el servicio de Dios hasta el fin; porque, sin la perseverancia, todo está perdido. Podéis

VIII. Conferencias a Hijas de la Caridad

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verlo, hermanas mías, en una persona que ha servido a Dios durante uno o dos años; si no persevera, ¿de qué le sirve? Para nada; lo mismo que tampoco le serviría a una Hija de la Caridad haber pasado diez años, o quince, o veinte, si queréis, si luego se cansa y no persevera. ¿De qué le aprovecha todo lo que ha hecho sino para una mayor condenación? No soy yo quien lo digo, sino San Jerónimo: "Nosotros, los cristianos, hacemos poco caso de una persona que se entrega a Dios al principio, si luego no continúa". La razón es que se encuentra uno con muchos que empezaron bien y acabaron mal, como pasó con Judas, que tuvo tan buenos comienzos al principio de su apostolado y luego un final tan desastroso. Mereció ser escogido entre los demás apóstoles para dirigir los gastos de la familia de su Maestro; perseveró algún tiempo, e incluso se cree que realizó milagros; y después de todo esto, unos días antes de morir nuestro Señor, fue tan desgraciado que vendió a su buen Maestro por unas cuantas monedas. Por ese motivo, en castigo de su infidelidad, Dios permitió que se ahorcase y que reventase 2 . Sin embargo, había comenzado bien. San Pablo, sin embargo, empezó mal, porque no era solamente malo en su interior, sino que iba como un león rugiente, persiguiendo a los siervos de Dios, y les tenía tanto odio que quería exterminarlos a todos, si hubiera podido, como se nos refiere en los Hechos de los Apóstoles 3 . Creía que hacía un servicio a Dios al cometer tales acciones. Pero, a pesar de todo, fue un gran siervo de Dios. Aunque empezó mal, terminó bien. Por consiguiente, nuestra hermana ha tenido razón al decir que hay que perserverar y que, sin eso, nada nos aprovechará el haber comenzado. Pues bien, hermanas mías, me parece que no conviene preguntar más, por miedo a molestar a la señorita Le Gras, que se encuentra algo indispuesta. Os diré unos cuantos pensamientos que se me han ocurrido sobre este tema, y luego, si queda tiempo, preguntaré a otra. Señorita, ¿quiere decirnos sus pensamientos? —Padre, entre las diversas razones que tenemos para ser fieles a Dios durante toda nuestra vida, la primera es el ejemplo que su bondad nos ha dado en muchas ocasiones. Lo más importante fue la ejecución de la promesa que hizo al hombre, después del pecado, de darle a su Hijo para redimirlo. No faltó a su palabra, aunque luego la multiplica2 3

Hech 1,18. Hech 8,3.

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P.ll.

Selección de escritos

ción de los pecados de los hombres hubiera debido provocar su cólera para retirarles su misericordia. Así, pues, para agradecer esta gracia, tenemos que ser fieles a Dios durante toda nuestra vida. La segunda razón es el aviso que nos dio por su boca el mismo Dios en la tierra, cuando nos prometió recompensa abundante a los que sean fieles en lo poco 4 . La tercera razón es que, si no somos fieles a Dios durante toda nuestra vida, llevaremos eternamente el sello de la ingratitud, que hemos de temer mucho, ya que esta ingratitud es el colmo de todas las infidelidades a Dios, y los hombres son muy merecedores del oprobio cuando alguno de ellos lleva esta señal. La cuarta razón que tenemos para ser fieles a Dios durante toda nuestra vida es el amor que su bondad nos demuestra continuamente en la dirección de su divina Providencia. Podemos ser fieles a Dios en muchas ocasiones. En primer lugar, estando atentas para reconocer las gracias que su bondad nos concede casi a cada momento, y para estimarlas, recibiéndolas con gratitud por su grandeza y con el pensamiento o sentimiento de nuestra bajeza e indignidad. En segundo lugar, pensar en el motivo de por qué nos concede Dios esas gracias. No puede ser más que para manifestar su gloria y que nos unamos a él, que es nuestro último fin; esto tiene que elevarnos el corazón hasta su amor por encima de cualquier otra cosa. Y la perfecta fidelidad a Dios consiste en utilizar bien las gracias que nos concede, y amar su santísima voluntad, aunque a veces la nuestra sienta alguna repugnancia en lo que se trata de ejecutar. Como medios para adquirir la fidelidad que debemos a Dios, he pensado que tenía que acordarme muchas veces de la necesidad que tengo de ella, y en la importancia para adquirirla por mí misma, y pedírselo muchas veces a Dios, rogando a mi ángel de la guarda que me ayude a reconocer todas las ocasiones que Dios me dé para serle fiel, grandes y pequeñas, estimándolas de la misma forma, ya que todas se refieren al deseo que Dios tiene de salvarme para que le pueda glorificar. Otro medio consiste en utilizar bien todo lo que venga, sea agradable o desagradable, pensando que los buenos negociantes del siglo se aprovechan de todo lo que puede < Mt 25,21.

VIII.

Conferencias a Hijas de la Caridad

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aumentar sus riquezas temporales, y que el cristiano debe tener ese mismo cuidado de aprovechar todas las ocasiones que pueda para aumentar las gracias del amor de Dios por toda la eternidad. Estos pensamientos me llenan de confusión, ya que durante toda mi vida ha resistido a la práctica de estos verdaderos deberes y he hecho, por mi mal ejemplo, que las demás actúen quizás del mismo modo. —Muy bien, ¡que Dios la bendiga, señorita! Voy a leeros lo que dice una nota de una hermana que ha puesto por escrito sus ideas: Padre, la primera razón que se me ocurre es que la infidelidad es un pecado muy grande delante de Dios. La segunda es que por nuestra infidelidad nos hacemos indignas de las demás gracias que Dios querría concedernos después de haber abusado de las primeras. La tercera razón es que la fidelidad corona la obra de nuestras acciones, lo mismo que la perseverancia 5 . La fidelidad consiste en ser exactas en cumplir lo que le hemos prometido a Dios y aceptar todo lo que él desea de nosotras en nuestra vocación, especialmente en nuestro cargo. Los medios para adquirir esta fidelidad son: apreciar mucho las gracias de Dios, darle gracias muchas veces, pedirle insistentemente todos los días la gracia de ser fieles hasta la muerte, creer que es importante serlo incluso en las cosas más pequeñas, a fin de disponerse de este modo a serlo en las mayores. Es lo que he pedido a Dios, reconociendo que tengo mucha necesidad de ello. —Padre, dijo otra hermana, la primera razón que nos obliga a ser fieles a Dios es su gran bondad con nosotras. La segunda es nuestro propio interés, ya que, si pretendemos participar de los méritos de Jesucristo, es necesario, con necesidad absoluta, ser fieles a Dios hasta morir. He pensado que ser fiel a Dios es mantener las promesas que le hemos dado. Su bondad nos excita mansamente a esa fidelidad tanto en la práctica de nuestras reglas como en las ocasiones que se presentan, a pesar de todos los sinsabores y sequedades que con frecuencia acaecen en su servicio. Me parece que el medio de adquirir y de conservar siempre la fidelidad a Dios es esperarla solamente de él y pedírsela muchas veces. Otro medio es no buscar nunca las propias 5

Mt 10,22; 24,13.

P.U.

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satisfacciones en las cosas que nos manda hacer la divina Providencia, ya que, si llegasen a faltar esos consuelos, cambiaríamos también de ánimos y de fidelidad. — ¡Dios os bendiga, queridas hermanas! A todos vuestros pensamientos voy a añadir los que Dios me ha dado, a pesar de mi ruindad y de mi miseria. La primera razón que tenemos para entregarnos a Dios, de verdad, para serle fieles, es que os habéis entregado vosotras mismas a él en la Compañía con la intención de vivir y morir en ella; y cuando entrasteis, así lo habéis prometido; algunas de vosotras incluso lo han prometido solemnemente. La segunda razón es que las personas que son fieles en lo poco reciben de Dios la recompensa debida a su fidelidad. No hablo ya de las acciones grandes y heroicas; no, no quiero hablar de ésas, hermanas mías; no hablo de la fidelidad en esas cosas grandes, sino que me refiero a las que son fieles en las cosas pequeñas y en las acciones más vulgares que pertenecen a la observancia de su regla. A esas personas nuestro Señor les ha hecho grandes promesas: "A los que sean fieles en lo poco los pondré sobre lo mucho" 6 ; "tú me has sido fiel en las cosas pequeñas, yo te pondré sobre las grandes" 7 . ¡Qué felicidad, mis queridas hermanas, para la Hija de la Caridad que escuche estas palabras! ¡Oh Señor! ¡Qué haréis con una hermana que no deja pasar la regla más pequeña y que no quiere omitir nada de lo que se le ordena? Oíd lo que se les ha dicho a esas personas: "Habéis sido exactas en lo poco; os voy a dar la recompensa de lo mucho". Entonces, mis queridas hermanas, ser fiel en lo poco es decirlo todo. A las hermanas que obran así, ¿qué es lo que les promete el Señor ya en este mundo? Les dice: no os quedaréis allí. No, hermanas mías, no las dejará en ese estado, sino que las hará subir más arriba, yendo de virtud en virtud. Si estáis a seis grados de mérito, os dará mucho más, ¡Dios mío! ¡Aumentaréis así vuestras gracias tan abundantemente por un poco de fidelidad en vuestro servicio! Es el Espíritu Santo el que dice, en la Sagrada Escritura, que no dejará a esas hermanas en ese estado, sino que las hará subir más arriba, esto es, las haré adquirir una gran perfección. ¡Jesús! Hermanas mías, esto nos tiene que entusiasmar y animar a una gran fidelidad en todos nuestros ejercicios. Una hermana es fiel en levantarse al sonido de la campana 6 7

Le 16,10. Mt 25,23.

VIH.

Selección de escritos

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para acudir a la capilla; llega allí solamente un poco antes que las demás, pero a Dios le agrada esto. ¿Por qué? Porque ha sido fiel en una cosa pequeña. No es nada, me diréis. No importa: ha sido fiel en lo poco. ¡Qué gran consuelo esto para vosotras, mis queridas hermanas! Nuestras bienaventuradas hermanas que ya han muerto reciben ahora la recompensa de su fidelidad. Hermanas mías, cuando oigo leer en nuestra casa la vida de los santos, me digo a mí mismo: ¡eso es lo que nuestras hermanas han hecho! Creo que, si hicieron tanto bien, fue por la fidelidad que guardaron con Dios en las cosas más pequeñas. Después de todas estas razones, lo último que voy a deciros, aunque podríamos seguir mucho tiempo, es, queridas hermanas, que se les ha prometido la corona de gloria en los cielos a todos los que sean fieles a Dios. Sí, hermanas mías, se os ha prometido a todas vosotras; hermanas mías, se le ha prometido al padre Portail, a la señorita Le Gras, a mí, y finalmente a todos los que sean fieles. ¡Qué consuelo para todas, hermanas mías! Pero si hubiese alguna de vosotras que volviese la espalda a Dios y no tuviese esta fidelidad, esa corona no sería para ella. Tened miedo, por consiguiente, hijas mías, de perder este tesoro y esforzaos en haceros fieles a Dios en todas las cosas sin excepción, desde las más pequeñas hasta las más grandes. Pero, padre, me diréis, yo he perseverado ya diez años en el servicio de Dios; hace ya mucho tiempo que trabajo por él; ¿es preciso que sea fiel hasta el final para obtener la recompensa? Sí, hermanas mías, hay que perseverar, y si no, lo perderéis todo por vuestra culpa. Si os encontráis con un solo pecado mortal en la hora de vuestra muerte, todo se ha perdido, todas las buenas obras que habéis hecho sirviendo a los enfermos, las virtudes que habéis practicado durante toda vuestra vida, todo se ha perdido para vosotras, mis queridas hermanas. Decidme; suponeos una mujer que hubiera sido fiel a su esposo durante muchos años y que al final se abandonase y diese al traste con su honor; ¿se dirá de ella que es fiel? Ni mucho menos. ¿Y cómo la tratará su marido? La repudiará, como infiel. Pues bien, mis queridas hermanas, tenéis la dicha de ser esposas de nuestro Señor; si os aconteciese la desdicha de fallarle, no ya en vuestro cuerpo —no es eso lo que quiero decir—, sino en vuestras voluntades, ¿qué diría a sus siervas, él que es tan bueno y que desea que lo quieran como espoS. V. Paúl 2

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l'.ll.

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so? "Yo soy un Dios celoso", dice por boca del profeta. Sí, hijas mías, Dios tiene celos del amor de sus criaturas, a las que ha creado para que lo amen. "Yo soy un Dios celoso, dice 8 , y castigo hasta la cuarta generación a los que me ofenden, negándome el amor que me deben; por el contrario, bendigo a los que me son fieles hasta la centésima generación". Una hermana que no piensa en la fidelidad que debe a Dios, empieza por descuidar unas veces una cosa, otras otra, luego se deja llevar un poco más abajo; piensa que otra vez lo hará, que no tiene importancia, y, finalmente, poco a poco cae en la negligencia. Pero, padre, me diréis, si resulta que al cabo de cinco o seis años cometo una falta, entonces soy infiel, y no tengo amor a mi vocación ni fervor en mis ejercicios, no me impresiona nada, no me enmiendo de mis faltas y vuelvo a caer siempre en las mismas; entonces estoy perdida, porque no tengo fidelidad. No, mis queridas hermanas: mientras una hermana tiene ganas de corregirse y trabaja con todo su esfuerzo por conseguirlo, aunque a veces caiga herida, no por eso es infiel. Pero hablo de las que sólo caen por debilidad; porque las que caen por malicia o por mala voluntad, ya es otra cosa. Pero —dirá esa hermana— yo había observado la regla durante mucho tiempo, me esmeraba en los ejercicios más pequeños, y actualmente todo se ha enfriado. ¿Es fiel esa hermana? Sí, hermanas mías; cuando se levanta después de haber caído, es fiel, a pesar de estas caídas. Pero, padre, me dirá otra, le confieso que durante un año entero, o durante seis meses por lo menos, yo iba de buen grado a servir a los pobres, y les decía cosas muy bonitas, y sentía mucha satisfacción al escuchar las lecturas espirituales, hablando y oyendo hablar de Dios, y todo me parecía fácil. Pero las cosas han cambiado mucho, pues todo esto me falta ahora; ya no tengo fervor; las cosas las hago solamente por costumbre; no me impresionan las lecturas ni las conferencias; si voy a servir a los pobres, es solamente porque hay que ir; si me mandan alguna cosa, lo hago solamente por obedecer; si hay que comulgar, comulgo porque lo manda la Regla, pero sin sentir gusto alguno. Hace tiempo daba buen ejemplo; pero desde hace un año lo hago todo con desgana y me cuesta tanto la obediencia y los demás ejercicios, que da pena verme. Cuando me mandan hacer alguna cosa, me 8

Ex 20,5-6.

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gustaría más irme de paseo. Por consiguiente, soy infiel. Ya no sirvo a Dios de buena gana en mi vocación. Más vale que me vaya antes de engañar de este modo a Dios y al mundo. Todo eso es lo que sugiere la tentación. Pero no; no, mis queridas hermanas; no por eso sois infieles. Es preciso que sepáis que a nuestro Señor le gusta llevarnos por esos caminos, después de habernos robustecido en su servicio. Al comienzo Dios les da ordinariamente a las almas que él llama, grandes gustos y consolaciones, y luego permite que quedemos privados de ellos e incluso que caigamos a veces en un desánimo tan grande que nos disgusta todo lo que nos dicen o nos hacen; y no sentimos satisfacción en nada, ni en la oración, ni en la comunión, ni en nada del mundo, ni siquiera en la conversación. Así, pues, al comienzo Dios nos da grandes consuelos, pero luego, todo lo contrario. Advertidlo bien, hermanas mías. Se trata de una hermana que siente gran sequedad; no tiene gusto en nada; todo le hastía. ¿Acaso en ella es menos buena la obra porque la hace sin consuelo y con repugnancia? No, hermanas mías, todo lo contrario; es mucho mejor, porque la hace puramente por Dios. Dios os ha dado leche al principio, como se da a los niños, porque se dice en San Pablo: "Os di antes leche, pero ahora os daré comida más sólida" 9 . Dios os la ha dado otras veces, mis queridas hermanas, mientras que erais niñas, esto es, débiles en su amor; porque a los niños se les da leche y otros alimentos según la debilidad de su edad; pero, cuando se hacen mayores, se les da pan duro. San Pablo, al comienzo de su conversión, tenía grandes consuelos, y luego tentaciones. ¿Y acaso por eso lo abandonaba todo y dejaba sus afanes? No. ¿Acaso tenía menos fidelidad por causa de esas tentaciones? No. Mis queridas hermanas, aunque estéis continuamente en sequedad y tentación, con tal que no dejéis de hacer aquello a lo que estáis obligadas, sabed que sois fieles; sí, aunque lo hagáis sin sentimiento alguno, como un animal, si así lo queréis, aunque todo le repugne a vuestra naturaleza y caiga en faltas continuamente, si a pesar de todo lo hacéis y os levantáis, es que sois fieles. Y nuestro Señor, cuando estaba en la cruz, ¿no se encontraba en medio de una gran desolación? ¿No sufría su naturaleza muchas penas por la repugnancia que sentía ante la muerte? Aunque supiese perfectamente que era por la salva9

1 Cor 3,2.

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P.II.

Selección de escritos

ción de los hombres y por la gloria de Dios, su Padre, sin embargo, estaba lleno de dolores y trabajando por penas interiores, hasta exclamar: "¡Padre mío, Padre mío!, ¿por qué me has abandonado? 10 Pues bien, hermanas mías, ¿no veis por este ejemplo que esta disposición tan penosa no impide que uno sea agradable a Dios, ya que nuestro Señor no dejó de ser fiel a Dios su Padre? ¿No realizó en esos momentos tan dolorosos la obra admirable de la redención de los hombres? Consolaos, pues, mis queridas hermanas, cuando sintáis esas penas, ya que así, por ser Hijas de la Caridad, tenéis la manera de imitar a nuestro Señor, vuestro Esposo, que ha sufrido tanto, y no creáis que sois infieles por tener tentaciones. Consolaos incluso aunque caigáis con frecuencia. Si os humilláis en vuestras caídas, no sois infieles. Con tal que os esforcéis en corregiros y perserveréis y no abandonéis vuestra vocación, no tenéis nada que temer. Pero una hermana que abandona su vocación, que desprecia sus reglas y quiere seguir sus caprichos y darse gusto, ¡esa sí que es infiel! Pero la que, a pesar de todos sus sinsabores, hace lo que puede, ésa es fiel. Y aunque os parezca, hijas mías, que sois malas Hijas de la Caridad, y que no hacéis nada que valga la pena, no os vayáis, aunque a veces se os ocurra pensar que deberíais marchar a otra parte, porque durante esos disgustos y tentaciones podría veniros el deseo de ir a alguna otra casa; pero eso sería un engaño del diablo y una tentación muy clara. Un día fui a ver a un gran señor que se había entregado a Dios en el sacerdocio. Lo encontré rezando su oficio y le pregunté: "Señor, ¿empezáis a saborear un poco la felicidad que hay en el servicio de Dios?" El me respondió: "Le aseguro, padre, que no siento ningún consuelo. Rezo el oficio todos los días, hago oración y cumplo con todos mis ejercicios sin satisfacción alguna. Pero no querría otra cosa, si Dios lo quiere. No importa que tenga que ir hacia Dios con sequedad o con entusiasmo, con tal que vaya siempre con fidelidad". Fijaos, hermanas mías, acordaos siempre de este ejemplo, que es tan hermoso y de un gran señor, que todavía vive. Ved en él, mis queridas hijas, cómo trata Dios a sus servidores de diversas maneras. Al comienzo les da muchos consuelos, por lo menos a algunos; pero luego permite, para su mayor bien, que se vean combatidos por graves tentaciones. 10

Mt 27,46.

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Otras veces los hace caminar sobre espinas. Así, pues, hermanas mías seréis fieles mientras tengáis voluntad y decisión para levantaros de vuestras caídas. Estas son las razones que tenéis para ser fieles a Dios, y estas son las respuestas a las objeciones que podría presentar la naturaleza. Pues bien, entregémonos a Dios de forma que sigamos siendo fieles a él durante toda nuestra vida. Pasemos ahora al segundo punto de nuestra conferencia, que es en qué consiste esta fidelidad. Lo veréis en la comparación con un amo que tiene un criado. Un día le dice: "Vete a hacer tal cosa; pero, fíjate, hazlo de este modo". Y aquel criado no sólo hace lo que se le ha mandado, sino que lo hace de la manera como le dijo el amo, aunque él no lo vea y aunque no sepa si se lo va a pagar. De ese criado podemos decir que es fiel. Si hace lo que le ha mandado su amo, pero no de la forma que le indicó, obra según su gusto y fantasía; ese criado no es fiel. Recibe una reprimenda de su amo; pero, si no le parece bien, si la mosca le pica en la oreja y deja a su amo, entonces es un criado malo e infiel, y nadie debe extrañarse de que el amo no le dé ninguna recompensa, porque lo ha abandonado. Por esta comparación podéis ver que el que no persevera hasta el final no recibe la recompensa. Hermanas mías, tenéis la dicha de ser siervas de Dios, habéis dejado a vuestros padres, vuestros bienes, y todo esto por Dios, para ser buenas servidoras de Dios; porque si hay alguna servidora suya en la Iglesia sois vosotras. Os ha llamado a una forma de vivir en la que os ha ordenado estas cosas y éstas, y quiere que las hagáis de la forma que os ha mandado. Las hacéis con la dulzura del consuelo; pero llega la tentación, y lo dejáis todo. ¡Qué infidelidad! Pues bien, aquellas de vosotras que hacen lo que está en las reglas y no se contentan con hacer lo que el amo ordena, sino que lo hacen como Dios se lo manda y con el espíritu debido, esas hermanas son fieles, no lo dudéis. Pero hay otras que lo dejan todo con la tentación y creen que lo harán mejor en otro sitio. Si a alguna se le ocurren pensamientos de religión o de matrimonio y se detienen allí, pase por una vez; si, al volver .estos mismos pensamientos, se entretiene en ellos como antes, entonces, mis queridas hermanas, tened miedo por ella. Luego se marchará a contar a otras sus penas; ¿a quién?, no a su superiora, ni mucho menos al director, sino a la que sepa que está descontenta y que tiene su mismo espíritu; a ésa se dirigirá para indicarle sus sentimientos, para quejarse, si ha recibido al-

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Selección de escritos

gún disgusto, de su superiora o de sus hermanas, y la otra, que ya tiene el espíritu mal dispuesto, le dirá: "¿Pero es posible, hermana mía, que la traten de ese modo? ¡No es posible que lo pueda usted soportar! Es preferible que se salga antes de que la maltraten de esa forma. En otra parte podríamos salvarnos, pero aquí nos condenamos". Esa es la que le dirá sus penas a la superiora o a las demás hermanas que sabe que son virtuosas; no, ¡se guardará muy bien de ello! No veréis nunca a una hermana cansada de su vocación acudir a una compañera constante y firme; no podrían entenderse las dos. Una hermana que sufre todas sus penas sin quejarse y sin hablar de ellas, a no ser con la superiora, y que no deja de hacer todo lo que debe, aunque no sienta ningún gusto en ello y la tiente el diablo, ésa es fiel. He aquí en qué consiste la fidelidad: en hacer lo que Dios manda y en hacerlo de la manera que lo manda, sin comunicar las penas ni a las hermanas, ni a las personas de fuera; porque no debéis hacerlo. De forma, hijas mías, que, mientras observéis las reglas de la casa, podéis estar bien seguras de que sois fieles. Las que actúan de manera muy distinta de como se ordena en las reglas y de como les manda la superiora, ésas no son fieles; están en la Compañía sólo corporalmente, pero no en espíritu. Por tanto, no se trata únicamente de obrar bien; además, hay que hacer las cosas como se ha ordenado. Las que perseveren hasta el fin con esta fidelidad, ¡qué felices serán! Esas pobres hermanas que están en Polonia tienen mucha necesidad de esta fidelidad y de pensar que ha sido Dios el que les ha llamado. Allí están, en un país extranjero, llevadas por la Providencia. ¿Qué es lo que Dios espera de ellas sino que sean apóstoles de Polonia? ¿Y qué gracias les habrá concedido Dios a esas hermanas, a las que ha destinado al servicio de los pobres de todo un reino? Lo vais a ver. A una de ellas 11 le ha dado la fuerza de resistir a una tentación que le vino, y eso por haber sido fiel. Le propusieron que se fuera con la reina, que quería emplearla en cargo que no la apartaría del servicio a los pobres, pero que le permitiría tratar con Su Majestad más de lo que ellas hacen de ordinario. Y Dios quiso en esa ocasión dar a una Hija de la Caridad la fuerza de negarse a los gustos de una reina 12 . ¿"Sa11 12

Sor Margarita Moreau. Luisa de Gonzaga.

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béis cómo? Por sus lágrimas, hermanas mías, por sus lágrimas. Cuando la reina vio que lloraba, le dijo: "Pero, hermana, ¿es que no me quiere servir?" "Perdonadme, Majestad, pero nos hemos entregado a los pobres", demostrando con esas pocas palabras que no había nada que amasen tanto como la pobreza de una Hija de la Caridad; y de ese modo esta hermana dio a conocer la grandeza del servicio a los pobres. Hijas mías, ¡qué gracia les ha concedido Dios a todas al haber visto este ejemplo, que no se ve todos los días! Y conozco otras muchas gracias, más de las que os podríais imaginar. ¡Bendito sea Dios por todas ellas! Pasemos al tercer punto, que es sobre los medios para adquirir y conservar siempre la fidelidad que debemos a Dios. En primer lugar es menester, como ha indicado la señorita, pedir a Dios muchas veces esa gracia y agradecerle sus beneficios. Job, al hablar de esta fidelidad, dice que hemos de agradecer a Dios el habernos hecho criaturas racionales. Y no solamente esto, sino que nos conserva cada momento en nuestro ser, después que nos lo ha dado. Y podéis decir, hermanas mías: "Dios es el que me ha hecho y el que, en cada momento, me conserva. Hubiera podido hacer de mí una bestia, una loca o con alguna deformidad; sin embargo, por su bondad, me ha hecho lo que soy, capaz de merecer poseerle algún día en el paraíso, como espero hacerlo por su gracia. Precisamente por eso, cuando menos lo pensaba, vino a buscarme y a llevarme a él para ser su esposa y para servirle en la Compañía de Hijas de la Caridad". Además, Dios ha muerto por nosotros, y por su muerte nos ha dado su sangre, que ha derramado por amor, y su gloria, que nos ha prometido por la eternidad. ¡Ay, hermanas mías! Aunque no hubiera más razón que la de pensar: "Dios ha muerto por nosotros", esto bastaría para obligarnos a ser fieles. Pero hay más, ya que Dios nos va tejiendo más coronas cada día; sí, mis queridas hermanas, podemos esperar más coronas. El segundo medio consiste en hacer todo lo contrario de las que se malean mutuamente con sus charlas y son tan cobardes que hacen caso de sus tentaciones. Pues, ¿qué es lo que hace una hermana que no debe perseverar? Ya os lo dije. Apenas se presenta la tentación, se pone a escucharla y a pensar: "Quizá estaría mejor en tal religión o en tal situación; tendría el espíritu más tranquilo". Da vueltas en su espíritu a estos pensamientos; y luego, si sabe que hay alguna hermana mal dispuesta y con su humor, se acerca a ella

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para contarle la causa de su descontento. La otra le contestará: "Hermana, tiene razón. ¡Que tenga usted que hacer eso! Es imposible seguir siempre así; será mejor que nos vayamos a otro sitio, a alguna religión o al matrimonio; probablemente nos salvaremos allí mejor que estando siempre aquí con el espíritu intranquilo. El matrimonio es una cosa santa: la Virgen también se casó; ¿qué mal hay en ello?" Si le horroriza el pensamiento de casarse y vuelve el de la religión, irá a buscar a un religioso conocido y le dirá: "Padre, soy Hija de la Caridad; hace tiempo que tengo esta pena y esta; me maltratan continuamente; ya no me puedo retirar para entrar en alguna religión". Aquel padre, que no os conoce, ni sabe lo que es nuestra vocación ni el bien que hacéis sirviendo a los miembros de Jesucristo en la Compañía, os preguntará: "¿Has hecho votos perpetuos?" Y como le diréis que no, añadirá: "Vete, hija mía; puedes hacerlo, ya que no has hecho ningún voto que te retenga. Como ya has sufrido mucho tiempo y no se te pasa esa pena, sal de allí". Ese es el consejo que os dará; ¿y cómo queréis que os dé otro? No conoce a la Compañía más que por lo que le habéis dicho de vosotras mismas, que es falso, y no podría hablaros más que según su espíritu, que es propio de un religioso; pero ese espíritu no es apropiado para vosotras, aunque sea muy bueno para los que han sido llamados por Dios a él. Acordaos, pues, hermanas mías, de lo que os he dicho tantas veces: no tenéis que tomar ningún consejo de vuestros confesores para vuestra dirección; tenéis que decirles vuestros pecados, pero no tienen que tomar vuestra dirección. Un laico que va a confesarse se contenta con decir sus pecados al sacerdote, y nada más. ¿Creéis que va a pedirle consejo en lo que se refiere a sus ventas y mercancías? No, ni mucho menos. Si tiene necesidad de algún consejo de esta índole, busca a las personas que entienden de negocios, pero no a su confesor. Entonces, hermanas mías, ¿qué hay que hacer cuando tenéis alguna tentación? Hay que acudir cuanto antes a vuestros superiores. A ellos es a los que Dios les ha dado el don del consejo para vosotras. Decid vuestros pecados al confesor; pero manifestad vuestras tentaciones a la señorita 13 , al padre Portail o a mí; dad a conocer las cosas tal como son, 13 La doctrina y la práctica ha evolucionado desde los tiempos de San Vicente. Su pensamiento era el común entre sus contemporáneos. Cf. S.V.P. IX, 623-643; E.S. IX, 561-577.

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sin excusaros. Veis muchas veces lo que se hace por la curación de las enfermedades corporales: no se oculta nada; el enfermo se lo dice todo al médico para recibir algún alivio; no se contenta con decir que se encuentra mal, sino que detalla; "Señor, me duele esto y esto, y me encuentro mal de esto otro". Haced lo mismo con vuestras enfermedades espirituales, y ya veréis cómo recibiréis algún alivio. Lo que os aconsejen, escuchadlo como si viniera de Dios mismo; y si vuelve una vez más vuestra tentación, volved de nuevo a descubriros al director o a la directora de la casa. Dios permitirá quizá que os den alguna advertencia para vuestro consuelo; o bien, si os deja en la tentación, es sin duda porque quiere hacerlo así para vuestro mayor bien. Consolaos, mis queridas hermanas; espero que, mientras actuéis de esa manera, seréis fieles a Dios y os haréis agradables a nuestro Señor. Lo mismo que, para recibir las influencias de la cabeza, es preciso que los miembros estén unidos al cuerpo, también, hermanas mías, mientras permanezcáis unidas a vuestra cabeza, participaréis de las influencias que Dios les comunica a todo el cuerpo; pero, si os vais a otra parte, os haréis indignas de este bien. Si yo tuviese cortado un brazo, no podría participar ya de las influencias de mi cuerpo; de la misma forma, una hermana separada del cuerpo, ya no participa de lo que éste hace. Mis queridas hermanas, mientras sigáis unidas a la cabeza, seréis fieles a vuestra vocación; pero, si os vais a otra parte y acudís a algún religioso, ya no tendréis la vida de vuestro espíritu. Consolaos, pues, mis queridas hermanas, y sed fieles en el seguimiento de vuestras cabezas, que son vuestros superiores, y estad seguras de que entonces alcanzaréis la corona. Es lo que os deseo a todas vosotras. Y mientras me dispongo a daros la bendición y a rezar a Dios para que os dé a vosotras y a mí, miserable pecador, la gracia de serle fieles, recordad todos los actos que habéis hecho mientras hablábamos. Le doy las gracias por haberos llamado al estado de Hijas de la Caridad; se lo agradezco por la señorita, por el padre Portail y por mí, por habernos llamado a vuestro servicio. Y mientas pronuncio las palabras de la bendición, humillaos delante de Dios y pedidle la gracia de hacer buen uso de todo lo que acabamos de decir. Benedictio Dei Patris...

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CONFERENCIA DEL I9 DE OCTUBRE DE 1659

Sobre el servicio a los enfermos (Reglas para las hermanas de las parroquias, art. 3-5) Esta es, hijas mías, la tercera regla que se refiere a las hermanas de las parroquias, que vamos a leer sencillamente, pues no necesita explicación. Habla por sí misma. "Pensarán a menudo en el fin principal para que Dios las ha enviado a la parroquia donde están, que es para servir a los pobres enfermos, no sólo corporalmente, administrándoles el alimento y las medicinas, sino espiritualmente, procurando que reciban dignamente y a tiempo todos los sacramentos, de suerte que los que están en peligro de muerte salgan en buen estado de este mundo, y los que hayan de sanar tomen la firme resolución de vivir bien en adelante". He aquí, hijas mías, esta regla. Se entiende por sí misma. Habéis sido enviadas a ese lugar para ayudar a los pobres enfermos a bien vivir o a bien morir. Ese es el motivo de que os hayan enviado a una parroquia. Dice así la regla cuarta: "Y para mejor procurarles este socorro espiritual, contribuirán a ello en la medida de sus posibilidades y del poco tiempo de que disponen y según lo requieran la calidad y la disposición de los enfermos. Pues bien, el socorro que procurarán darles será principalmente consolarlos, animarlos e instruirlos en las cosas necesarias para la salvación, haciéndoles hacer actos de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacia el prójimo, de contrición de sus pecados, de reconciliación con sus enemigos, pidiendo perdón a los que hayan ofendido, de conformidad con la voluntad de Dios, sea para sufrir, sea para morir, sea para sanar, sea para vivir, y otros actos semejantes; pero no todos de una vez, sino algunos cada día y muy brevemente, por temor de cansarles". Así, pues, hijas mías, tenéis que preocuparos de consolar a los enfermos, de hacer esos actos brevemente y enseñárselos. Esto está bien claro. Hay que enseñarles la manera de vivir bien y de morir bien, como buenos cristianos. Se está haciendo tarde. Nos quedaremos aquí. Luego, algunas hermanas pidieron perdón por las faltas 7. Conferencia. Ms. SV 4, p.379ss. Cf. S.V.P. X. 667-661: E.S. IX, 1183-1185.

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que habían cometido contra las instrucciones que se les habían dado; el padre Vicente les dijo: ¡Dios os bendiga, hijas mías! ¡Dios os bendiga y os conceda la gracia de crecer cada vez más en esta virtud de la caridad de unas con otras! Esto impedirá que os vayáis quejando unas de otras. Os ruego, hijas mías, que pidáis mucho a Dios por el rey y la reina y por los asuntos del rey. También os ruego que pidáis a Dios por el rey y la reina de Polonia y por nuestras queridas hermanas, a las que aquella buena reina siente tanto afecto que quiere tener a su lado a una de nuestras hermanas, a sor Margarita. Le ha dado, en lo que se refiere a los pobres, el cargo que tenía la señorita de Villers, y desea que la acompañe en sus viajes. Ved qué honor ha concedido esa buena reina a vuestra Compañía y cuánto os estima. ¡Qué consuelo tener a una de vosotras junto a ella! Ved si no merece esto, hijas mías, que os améis unas a otras. Si una reina quiere tanto a la Compañía, ¿qué deberéis hacer vosotras para aumentar la caridad en todas, de forma que no os améis más que en Dios y por Dios? Y si veis en ellas algunos defectos, no os extrañéis; ¿quién no los tiene? Excusadlas de la misma manera que queréis os excuse a vosotras. ¡Que Dios os bendiga, hijas mías!

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Servicio a los enfermos. — Virtudes de sor Bárbara Angiboust (Reglas para las hermanas de las parroquias, art. 6-11) Mis queridas hermanas, la conferencia de hoy será sobre las reglas que se refieren a las hermanas de las parroquias. Vimos anteriormente las reglas comunes, que se refieren a toda la comunidad. Pero como hay entre vosotras unas que trabajan en las parroquias de París, otras en las aldeas, otras en los hospitales, cada una de vosotras tiene que tener su ocupación particular. Estamos en el artículo sexto, que dice así: "Si los enfermos empiezan a restablecerse y tienen luego una o varias recaídas, se preocuparán de exhortarles a recibir de nuevo los sacramentos, aun el de la extremaunción, cuidarán de procurarles este gran bien si se encuentra en el último trance. Les ayudarán a bien morir y a hacer algunos de los actos

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mencionados". Se habló anteriormente, hijas mías, de los actos que tienen que hacer, rezando por ellos, echándoles agua bendita, advirtiéndoles que ganen la indulgencia plenaria con alguna medalla o pronunciando en el momento de morir el nombre de Jesús con la boca o con el corazón, si no pudieren de otra forma, y después de su muerte ayudando a veces a amortajarlos, si lo pueden hacer cómodamente y si se lo permite la hermana sirviente. Esto me parece que es muy difícil en las parroquias de París, por la mucha ocupación que hay, pero en las aldeas puede hacerse más fácilmente. La señorita intervino entonces para decir: Padre, las hermanas se preocupan a menudo de pedirle a Dios y a las damas con qué amortajarlos, y muchas veces los amortajan ellas mismas, si es necesario. El séptimo artículo dice: "Si los enfermos recobran la salud, redoblarán sus cuidados para excitarles a sacar provecho de su enfermedad y de su curación, haciéndoles presente que Dios les ha enviado la enfermedad del cuerpo para sanar sus almas, y que les ha devuelto la salud corporal para que se empleen en adelante en hacer penitencia y vivir bien, que a esto deben resolverse firmemente, renovando las resoluciones que tomaron durante la enfermedad. Les aconsejarán alguna práctica fácil, según sus alcances, como el rezar de rodillas por la mañana y por la noche, confesarse y comulgar varias veces al año, huir de las ocasiones de pecar, pero estas cosas deben decírselas brevemente y con humildad". Mirad, hijas mías, vuestros cuidados no miran únicamente a los cuerpos, sino sobre todo a las almas. Nuestro Señor no solamente cuidó del cuerpo de las personas enfermas, sino también de sus almas. Vosotras sois sus sucesoras y tenéis que procurar imitarle, lo mismo que los apóstoles, que cuidaron de los cuerpos y de las almas. Es preciso que os digáis a vuestro interior, cuando vayáis a ver a un enfermo: "Dios me ha encargado de este enfermo, no sólo de su cuerpo, sino también de su alma" 1 . Por tanto, es preciso que os preocupéis de enseñarles cómo tienen que vivir como buenos cristianos, si Dios les devuelve la salud; y si mueren, darles los medios de bien morir, excitándoles a que tengan un gran deseo de ver a Dios, pero brevemente, con una palabra ardiente que salga del espíritu, como dice San Pablo; una oración jaculatoria, esto es, ardiente, de forma que pro8. Conferencia. 1 Heb 4,12.

1. Ms SV 4 p.381ss.

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curéis que los que salgan de este mundo se marchen en buen estado y que los que sanen tomen firmes resoluciones de vivir bien. Si una hija de la Caridad lo hace así, ¡qué feliz será! Esto es, mis queridas hermanas, lo que Dios pide de vosotras. Dice así el artículo octavo: "Por temor de que estos servicios espirituales perjudiquen a los corporales, que deben prestar a los enfermos, como sucedería si por detenerse a hablar mucho con uno de ellos hiciesen sufrir a los demás, por no llevarles a tiempo el alimento o las medicinas, procurarán tomar para esto sus medidas, ordenando los ejercicios y tiempos, según que el número y la necesidad de los enfermos sea mayor o menor. Y como sus ocupaciones de la tarde no son tan grandes ni tan urgentes como las de la mañana, ocuparán de ordinario ese tiempo para instruirles o exhortarles en la forma señalada, particularmente cuando les lleven sus remedios". Así, pues, hijas mías, tened cuidado de no hacer sufrir a los enfermos por no llevarles el alimento a su debido tiempo. Esto es muy importante. Hay algunas que se han excedido en esto con un celo indiscreto por la salvación de las almas. Se necesita tener mucha prudencia. Una hermana que se empeñase en quedarse mucho tiempo instruyendo a un enfermo, con perjuicio de otro, no obraría como es debido. Es preciso que sepa ordenar su tiempo de modo que no le deis a Pedro el tiempo que se debe dar a Juan. La hermana que no ordena su tiempo como es debido se pone en peligro de cometer faltas graves. Por eso, hijas mías, se necesita mucha prudencia. He conocido a algunas que, llevadas por el deseo de cooperar a la salvación de las almas, ocupaban en ello mucho tiempo, se quedaban con unos mucho rato y hacían sufrir a los otros. Por tanto, mucha prudencia, hijas mías. Si hay personas en el mundo que tienen necesidad de ser prudentes son las hijas de la Caridad, pues no se trata de hacer unos cacharros de barro o de hacer unos trajes, sino de dar la salvación eterna a esas pobres almas. Así, pues, hijas mías, atended a las necesidades de esos pobres enfermos de forma que no faltéis nunca a lo que necesitan unos y otros. Artículo noveno: "Si la ayuda espiritual que dan a un enfermo puede extenderse a las otras personas que están en la misma habitación, tratarán de hacerlo con la debida discreción; esto es fácil, principalmente cuando hay niños, porque preguntándoles sobre los principales misterios de nuestra santa fe o recomendándoles sus deberes, los padres y madres

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y otras personas que estén presentes, podrán aprovecharse de esta instrucción, sin que puedan advertir que lo que se dice es, en parte, para ellos". Esto es, hijas mías, lo que tenéis que hacer. Si hay niños preguntarles, decirles: ¿Cuántos dioses hay? ¿Quién se hizo hombre? Y todo lo demás. Decirles cómo hay que rezar a Dios de rodillas por la noche y por la mañana. Diciéndoles pocas cosas a la vez, al mismo tiempo que se las decís a sus padres y a sus madres. Conozco a algunas damas que así lo hacían, y muy bien, entre esas pobres gentes. Y me parece que lo siguen haciendo. "10. Se harán cargo de conciencia de faltar aun al mínimo servicio que deben prestar a los enfermos, particularmente respecto a las medicinas, que les deben dar a la hora y del modo que el médico haya ordenado, a menos que se vean obligadas a aplicarlas de otro modo, como sería si la enfermedad se hubiese agravado mucho o si los enfermos estuviesen con el frío de la calentura o en el sudor, o si hubiese algún otro impedimento semejante". Veis, hijas mías, cómo tenéis que ser exactas en cumplir todo lo que ordenan los señores médicos, pues si le pasara algo malo a un enfermo, seríais vosotras las responsables, a no ser, como hemos dicho, que sobreviniera algún impedimento notable, como estos tres que aquí se indican: que el enfermo empeore, o tenga escalofríos o sudores, o alguna cosa semejante. Y además de la obediencia que les debéis a los médicos, se necesita que les tengáis mucho respeto; os lo recomiendo con todo interés: mucho respeto a los médicos y a las demás, especialmente a las oficialas, mucho respeto y obediencia, hijas mías, obediencia. Y si sucediese, como me han dicho, que a algunas se les ocurra seguir su opinión y hacer algo en contra de los deseos de las damas, pasando por encima de las órdenes que han recibido de ellas, sería una gran falta. Tenéis que obedecerlas, hijas mías, en todo lo referente a los enfermos. Pensad que hacéis la voluntad de Dios cuando seguís la suya; eso es lo que ellas piden de vosotras, y por ese medio mantendréis la Compañía. Porque mirad, hijas mías, es tan fácil que quede deshecha vuestra Compañía, que yo no veo ninguna otra tan en el aire como la vuestra. Por ejemplo, si desobedecéis a los médicos, no queriendo seguir sus órdenes, ellos os criticarán por todas partes. Lo mismo harán las damas, si las desobedecéis o les faltáis al respeto. Dirán: "Esas hermanas no sirven para nada; sólo quieren

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hacer lo que se les antoja; más valdría tomar algunas chicas de la parroquia que hicieran lo que les dijésemos". Hijas mías, y no es eso todo, no se trata solamente de esta razón, sino que vuestras santas reglas os obligan a ello. Os lo recomiendo mucho, hijas mías. Dice así el artículo 11: "Al servir a los enfermos, no deben mirar más que a Dios; no deben hacer caso de las alabanzas que les den ni de las injurias que les digan, si no es para hacer uso de ellas, despreciando interiormente las alabanzas a la vista de su nada y recibiendo de buena gana las injurias, para honrar los desprecios que el Hijo de Dios recibió en la cruz de aquellos mismos a quienes él había colmado de beneficios". Esto es, hijas mías, lo que dice este artículo: al servir a los enfermos no tenéis que ver más que a Dios. ¡Qué importante es eso de no ver más que a Dios en todo lo que hacemos! Unos os alabarán, otros os despreciarán. En todo esto no tenéis que mirar las alabanzas ni los desprecios; no miréis más que a Dios. Si os alaban, decid: "Dios mío, no soy yo la que hago esto, sino tú", humillaos interiormente y aceptad los desprecios cuando se presenten, acordándoos de los oprobios del Hijo de Dios y viendo cómo se portó él 2 . Luego, el padre Vicente, sabiendo que había allí algunas hermanas venidas de las aldeas, que habían visto morir a la hermana Angiboust, dijo: Mis queridas hermanas, me gustaría saber cómo se portó en lo referente a esta regla una de nuestras hermanas que descansan en Dios, sor Bárbara Angiboust. ¿Dónde están las hermanas que estuvieron con ella? Me gustaría que dijerais cómo se portó nuestra querida hermana Bárbara en la observancia de las reglas. Le ruego a usted que nos diga lo que sepa. Bien, hermana, ¿era sor Bárbara Angiboust fiel a la observancia de las reglas? —Sí, padre; nunca la vi faltar a las reglas. —¡Dios mío! ¡Salvador mío! Tenía razón aquel papa que decía que no necesitaba otras pruebas para canonizar a un religioso más que la seguridad de que había sido fiel cumplidor de sus reglas. —Padre, a pesar de estar enferma, no dejaba de levantarse a las Cuatro. Y a veces, no pudiendo oír el reloj, se levantaba antes y luego nos pedía perdón por ello. Tenía tanta caridad con las hermanas, que siempre esta2

Todo lo que si^ue está sacado del ms. Def. p.283ss Cf. S.V.P. X, 669-679; E.S. IX, 1185-1193.

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ba atenta a que no faltásemos a la observancia de las reglas. Ella misma nos buscaba para tener la lectura de las dos de la tarde y para tener juntas el acto de adoración de las tres. Trabajó mucho para que se cumplieran las normas, separando a los hombres de las mujeres enfermas e impidiendo que los sacerdotes entraran en nuestras habitaciones, sin tener respeto humano ninguno. Un día que un sacerdote quiso entrar en su habitación, le tomó del brazo y le dijo: "Pero, padre, ¿va a entrar usted en donde no hay más que hermanas?" — ¡Qué hermoso ejemplo, hijas mías! ¡Qué bonito es esto! —Otra vez quiso también entrar un señor del lugar y se lo impidió con decisión. Al principio aquello pareció extrañar y hubo algunas críticas, pero después se alabó el hecho y aprobaron su virtud. —Hijas mías, ¿qué os parece? Fue una hermana vuestra la que demostró tal coraje, ¿por qué no lo vais a tener vosotras? —Padre, toda la ciudad conocía tan bien sus virtudes que, después de su muerte, decían que si sólo fuera cuestión de dinero, la habrían rescatado. En sus últimas horas decía con frecuencia: "Hermanas mías, mis queridas superioras, ¡si supierais el estado en que me encuentro!" Estaba muy resignada ante la voluntad de Dios y nos recomendaba con mucha insistencia que viviéramos muy unidas, y decía que le pediría a Dios esta gracia para toda la Compañía. Nos animaba a que no ahorráramos esfuerzo alguno en el trabajo por el servicio de los pobres y nos aconsejaba que no tuviéramos miedo de las enfermedades, diciendo: "Hace ya veinte años que estoy en la Compañía. Gracias a Dios, nunca he sentido molestia alguna. Trabajad, hermanas mías, tened ánimos y no temáis". Antes de morir mandó venir a los niños pobres del hospital para recordarles sus deberes y excitarles a vivir bien. —Hermana, díganos cómo se portaba con los enfermos. —Padre, tenía mucho interés en asistirles ella misma en la hora de la muerte, haciéndoles ganar las indulgencias con alguna medalla o con el crucifijo. Con un hombre trabajó tanto que fue ella la causa de su conversión. Sentía un gran amor al Santísimo Sacramento del altar; cuando ya no pudo recibirlo, pidió que se lo trajeran para adorarlo. Lo hizo con tan gran devoción y tantas demostraciones de gozo, que se le notaba fácilmente en el rostro. —Hijas mías, ¡qué alegría debéis sentir por haber tenido

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entre vosotras a una hermana que os ha dejado tan gran ejemplo de exactitud en la observancia de vuestras reglas! ¡Cuántos motivos para alabar a Dios, hijas mías! Ella está ahora en el cielo; Dios le hace ver lo que se acaba de decir y aumenta su gloria. Luego, dirigiéndose a otra hermana, le dijo: ¿Y usted, hermana? ¿Qué observó en ella? —Padre, apenas llegó, hizo una gran reforma, tal como ha dicho mi hermana, para impedir la entrada a eclesiásticos, así como el trato excesivo de las personas del mundo con nosotras. El pueblo al principio no lo vio bien, y no faltaron las murmuraciones, pero poco a poco empezó a comprenderlos mejor. Era tan fiel al cumplimiento de las reglas, que no quería faltar a ninguna de ellas. Un día vino un mozo de parte de los sacerdotes que quería entrar para encender su candil, cuando ya nos habíamos retirado. Ella no se lo quiso permitir, a pesar de sus instancias, de tal forma que él la golpeó. Ella lo sufrió con tanta paz, que poco después el mozo vino a pedirle perdón. —Hijas mías, fijaos bien. ¡Qué ejemplo para nosotros! Afiancémonos en la observancia de las reglas. Y si alguien nos maltrata por ello, acordémonos de que ella se vio golpeada por la fidelidad a sus reglas. ¡Salvador mío! ¿Es que acaso vemos algo más en las vidas de los santos? La hermana, reanudando su discurso, dijo: —Padre, cuando llegaba la hora de empezar algún acto y había personas de fuera, les decía: "Señora, permítanos que la dejemos", y se marchaba. Tenía mucho cuidado de conservar la unión entre las hermanas. Un día le di un disgusto muy grande, pero ella demostró conmigo mucha paciencia y mucha caridad. —Bien, hijas mías, tened ánimo. No hay ninguna entre vosotras que no tenga motivos para esperar esta misma gracia. Ella era de carne y hueso como nosotros. Animémonos de una perfecta esperanza y digamos: "Bien, si hasta ahora no he sido fiel a mis reglas y me he dejado llevar por el respeto humano, sin seguir el ejemplo que me dio mi hermana, ¡Dios mío!, espero que me darás la gracia de imitarla y de velar con más cuidado por hacer bien mi trabajo. Y si, por desgracia, me dejara arrastrar por alguna negligencia, me impondré una penitencia". Hijas mías, que esto nos sirva para animarnos a una santa confianza en que Dios no nos negará las mismas gracias que le dio a nuestra hermana. Y como nosotros no podemos hacer nada por nosotros mis-

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mos, pidámosle a menudo a Dios esta gracia. Hijas mías, ¡qué hermoso sería que toda la Compañía estuviera compuesta de hermanas por ese estilo! Salvador mío, bendito seas por las gracias que le concediste a nuestra querida hermana, dándole una firmeza tan grande para hacer que se observaran las reglas y una caridad tan inmensa con sus hermanas. Hijas mías, ella os ha enseñado la lección de no permitir que entren los hombres en vuestras habitaciones. Por eso os ruego que toméis la resolución, desde ahora mismo, de no permitir nunca que entren los hombres en vuestras habitaciones. Y si hasta ahora no habéis cumplido con fidelidad esta santa regla, haced el firme propósito de ser más fieles en el futuro con la ayuda de Dios. La hermana, reanudando su discurso, dijo: —Padre, después que le llevaron el Santísimo Sacramento para que lo adorara, estuvo mucho tiempo como arrebatada y como si le pasara algo extraordinario, y se hubiera dicho de ella que estaba en algún exceso de amor, diciendo muchas veces: "¡Amor mío!". —Y su muerte, hija mía —le preguntó el padre Vicente—, ¿cómo ocurrió? —Padre, después de su muerte acudió en tropel todo el mundo, durante todo el día, para echarle agua bendita. Estaba tan hermosa que algunas personas me preguntaron si la habíamos maquillado. Al entierro asistieron todos los señores y las autoridades con gran afluencia de pueblo. Algunos llegaron hasta a tocar en ella sus rosarios. —¡Cómo, hija mía! ¡Hasta tocar los rosarios! —Sí, padre. —Bien, hijas mías, demos gracias a Dios por el consuelo que ha dado a toda la Compañía de poder escuchar el relato de todas estas cosas. Ruguémosle que nos conceda la gracia de imitarla en su fervor, en el sufrimiento de las injurias y en la fidelidad a las reglas. Pidámosle a nuestro Señor que nos eche una mano y nos dé fuerzas para superar todas las dificultades que pudieran impedirnos su imitación, y que nos dé la gracia de despegarnos de todo respeto humano. Así se lo pido de todo corazón, y de su parte pronunciaré sobre vosotras las palabras de bendición, para que quiera concedernos esta gracia y que nadie nos tenga que echar en cara haber visto un ejemplo tan elocuente sin aprovecharnos de él. Ruego a nuestro Señor que no nos lo reproche él tampoco. Así se lo pido por las palabras de la bendición. Benedictio Domini nostri...

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CONFERENCIA DEL 3 DE JULIO DE 1660

Sobre las virtudes de Luisa de Marillac Nuestro venerado padre, después de llegar al lugar de la conferencia, invocó la asistencia del Espíritu Santo en la forma acostumbrada, y dijo: Mis queridas hermanas, doy gracias a Dios por haberme conservado la vida hasta estos momentos y por haber hecho que pudiera volver a veros reunidas a todas juntas. Me hubiera gustado mucho haberos reunido durante la enfermedad de la buena señorita, como podéis imaginaros, pero también yo caí enfermo y quedé muy débil de aquella enfermedad. Ha sido la voluntad de Dios la que me ha permitido todo esto y, a mi juicio, para la mayor perfección de la persona de la que vamos a hablar, que es la señorita Le Gras. Y del buen padre Portail, que siempre fue tan celoso de la santificación de la Compañía, aunque no sea éste el tema de la conferencia, sin embargo, si algunas dicen algo por una u otra parte, estará bien dicho. El tema es sobre la señorita Le Gras, sobre las virtudes que habéis observado en ella y sobre la elección de las que deseáis imitar. Dios mío, ¡seas por siempre bendito! Luego, empezando a preguntar a las hermanas, les dijo: El primer punto de esta charla es sobre las razones que las Hijas de la Caridad tienen para hablar de las virtudes de sus hermanas que descansan en Dios, y especialmente de las de su queridísima madre la señorita Le Gras; el segundo punto, cuáles son las virtudes que cada una ha observado en ella; el tercer punto, cuáles son las virtudes que más le han impresionado a cada una y que se propone imitar, con la ayuda de Dios. Bien, hermana; ¿qué razones tienen ustedes para hablar de sus hermanas difuntas, y especialmente de las de su querida madre? —Padre, la primera razón que se me ocurre es para dar gracias a Dios por ello; la segunda, para animarnos a imitar sus virtudes; si no lo hacemos así, esto nos servirá de gran confusión delante de Dios, porque él nos la había dado para eso. Las virtudes que he observado en ella es que siempre tenía su espíritu elevado a Dios en medio de sus penas y enfermedades, y veía en ello la voluntad de Dios. Nunca se le oyó

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quejarse de sus enfermedades; al contrario, demostraba siempre un espíritu alegre y contento. Sentía un gran cariño a los pobres y le gustaba mucho servirles. Yo la vi recoger a los pobres que salían de la cárcel, les lavaba los pies, les curaba y les vestía con las ropas de su hijo. Tenía también mucha paciencia con las hermanas enfermas, yéndolas a visitar con frecuencia a la enfermería; se sentía muy dichosa de poder hacerles algún pequeño servicio, cuidaba de asistirles en la hora de la muerte y, si era de noche, se levantaba, a no ser que estuviera muy mal; y si no podía hacerlo, por estar enferma, enviaba todos los días a la hermana asistenta a verlas de su parte, dándoles los buenos días y enviándoles algunas palabras de consuelo. También procuraba ir a ver a las que morían en las parroquias de París y les tenía tanto cariño, que había que tomar precauciones para comunicarle la muerte de alguna hermana. Todo esto la impresionaba hasta llegar a derramar lágrimas en algunas ocasiones. Tenía también un gran cariño natural a su hijo y a toda su familia. Era la primera en decir sus culpas y pedía perdón a todas las hermanas. La he visto echarse en el suelo para que la pisasen las demás. Lavaba los platos y le hubiera gustado hacer todos los trabajos más humildes de la casa si hubiera tenido fuerzas para ello. Algunas veces se ponía a servir en el refectorio y pedía perdón, haciendo actos de penitencia, como estar con los brazos en cruz o echada en el suelo. —¡Salvador mío! ¿Y usted, hermana, qué ha notado? —Padre, la señorita tenía mucha prudencia en todas las cosas y me parece que conocía los defectos de todas, pues nos los decía antes de que habláramos con ella. Pero demostraba mucha prudencia en sus advertencias. Siempre nos recomendaba que no buscáramos nuestro interés en lo que hacíamos. También tenía mucha vida interior. —Hijas mías, esta hermana ha indicado una virtud principal, que es la prudencia. La verdad es que nunca he visto a una persona con tanta prudencia como ella. La tenía en muy alto grado, y desearía con todo mi corazón que la Compañía tuviera esta virtud. La prudencia consiste en ver los medios, los tiempos, los lugares en que hemos de hacer las advertencias y cómo hemos de comportarnos en todas las cosas. ¡Salvador mío! No había una prudencia como la suya, pues la tenía en muy alto grado. Por eso, hijas mías, le pido

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a Dios que os conceda esta virtud en la medida que él sabe que la necesitáis; porque, hijas mías, vosotras tenéis que tratar con personas distinguidas y con los pobres. Hay que saber portarse bien en todas las ocasiones. ¿Y qué virtud hay para eso? La prudencia. Hay una prudencia falsa, que hace que uno no tenga en cuenta el lugar o el tiempo debido y que obliga a hacer inconsideradamente las cosas. Por eso, hijas mías, acordaos del tiempo en que habéis estado juntas y lo que les ha ocurrido a las que carecían de prudencia. Se han dejado llevar a ciertas cosas que, finalmente, les hicieron perder la vocación. Resulta muy difícil no caer en esta falta. ¡Ay, Dios mío!; en todas las congregaciones religiosas ha habido personas que han carecido de esta virtud. Pues ¿qué no hará entonces entre vosotras, hijas mías, esta falta de prudencia? Hará que mientras, por una parte, se hable bien de vosotras, por otra se os acuse. En Narbona, por ejemplo, ¡qué bien hablan de nuestras hermanas! Son personas que dejan admirados a todos por su modestia y su edificación. Y en otras partes se dirá: "Son unas hermanas que carecen de prudencia y que ni siquiera se dan cuenta de lo que hacen". Por tanto, mis queridas hermanas, la prudencia es una virtud que hace que uno procure hacer todas las cosas en la forma debida. Prudencia, hijas mías, prudencia en todo. ¿Y qué vamos a hacer, mis queridas hermanas? Tenéis que tomar la resolución de practicar bien esta virtud durante toda vuestra vida y pedir para ello la ayuda de Dios. ¿Y quién os ayudará en ello? Vuestra buena madre que está en el cielo, hijas mías. Ella os sigue queriendo con el mismo afecto con que os quería, e incluso es más perfecta su caridad, ya que los elegidos aman de la manera que Dios quiere. Por consiguiente, prudencia, hijas mías. Dios os la concederá si se la pedís por amor a ella, pues aunque no se debe rezar en público a las personas muertas que no están canonizadas, se les puede rezar en particular. Por consiguiente, podéis pedirle a Dios la prudencia por medio de ella. Poned la prudencia en todas vuestras acciones y tendréis siempre paz y tranquilidad; por el contrario, sin ella todo será un desorden. Bien, ¡bendito sea Dios! Ya os daréis cuenta de lo mucho que vale. ¡Bendito sea Dios! Sí, esta virtud se mostraba en la señorita Le Gras en un grado superior a tocias las demás personas que he conocido.

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I1.11. Selección de escritos

Luego nuestro venerado Padre siguió preguntando a otra hermana: —¿Y usted, hija mía? —Padre, he observado que ella ponía mucho interés y deseaba mucho que la Compañía se conservase en el espíritu de humildad y de pobreza, y que decía con frecuencia: "Somos criadas de los pobres; por tanto, tenemos que ser más pobres que ellos". —Me parece, hija mía, que ha dicho usted una cosa muy cierta sobre ella, que apreciaba mucho la pobreza. Ya veis cómo iba vestida, con toda pobreza. Y esta virtud se daba en ella hasta el punto de que hace tiempo que me pidió vivir como los pobres. En relación con la Compañía, siempre recomendó que se conservara en dicho espíritu, ya que ése es el mejor medio para subsistir. Es una virtud que nuestro Señor practicó en la tierra y que quiso que sus apóstoles practicasen. Por eso dijo: "¡Ay de vosotros, los ricos!" Y lo contrario hace ver la belleza de esta virtud. Además, vosotras sois siervas de los pobres; es el único título que se os da en todas las cartas, tanto del Santo Padre como del Parlamento. Ese era también el espíritu de nuestro Señor, que era pobre en todo, en sus vestidos, en su forma de vivir, en su espíritu. El dijo de sí mismo: "Las zorras tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde descansar su cabeza" 1 . Mirad, pues, hijas mías, cómo el Hijo de Dios tuvo este espíritu y cómo os ha dejado esta virtud que la señorita Le Gras ha observado siempre desde hace veinticinco años: pobreza en vuestros hábitos, en vuestro sustento, en todo lo necesario para subsistir; ella creyó siempre que la felicidad de vuestra Compañía sería la pobreza de vuestro refectorio. Si no os bastase con lo que se os da, es que no tenéis espíritu. ¿De dónde procede que os soliciten desde tantos sitios? De que dicen: Son unas hermanas que se contentan con cien libras cada una para su alimento y sostén. Se admiran de esto y dicen: "He ahí unas hermanas que vienen de París y que se contentan con un poco de pan y de queso", o algo por el estilo. Por el contrario, si algunas se relajasen en ese espíritu de pobreza, dentro de poco no os bastaría con lo que se os da, como ya se ha visto en algunas a quienes les agradaba ir a 9. Conferencia. Notas tomadas por sor Margarita Chélif, p.618ss (Arrh. de las Hijas de la Caridad). 1 Mt 8,20.

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comer en casa de las damas. Hijas mías, yo siempre he creído que la felicidad de vuestra Compañía sería la frugalidad. Mientras seáis frugales, os concederán la administración, como hasta ahora. Es propio de la virtud que todas las personas que se entregan a Dios para obedecer a otra se hacen en cierto modo los amos. Si es una criada que obedece a su señor o a su señora, como a Dios, a la Santísima Virgen, esa persona se convierte pronto en el ama, pues los señores, al verla en ese espíritu, condescenderán con lo que ella quiera, puesto que la ven tan buena y obediente. Y de esta forma se convierte en el ama. Estoy seguro de que lo veréis así en vuestras parroquias. Por consiguiente, es esta hermosa virtud la que os hará apreciar por las personas distinguidas. Si ocurriera que alguna dijese: "No nos dan bien de comer; ¡no podemos vivir de este modo!", hijas mías, si llegara a pensarse en algo semejante, habría que considerar ese espíritu como espíritu del diablo, que hay que cortar desde el principio. Si ocurriera eso, habría que ser duros y decir: "¡Al lobo! Nos quieren vestir de harapos, ¡enhorabuena!" Conservad ese amor a la santa pobreza, y él os conservará. Señor, imprímelo en nuestros corazones, de modo que cuando vean a una hija de la Caridad vean en ella este espíritu de pobreza. ¡Bendito sea Dios, que dio este espíritu a la señorita Le Gras! Fijaos en cómo ella supo mantenerlo firme. Queridas hermanas, sigamos su ejemplo, su virtud de la pobreza. La hermana continuó diciendo: —Padre, demostraba el mismo cariño a todas las hermanas, tanto a una como a otra, de forma que procuraba satisfacer a todo el mundo. —Os diré esto, hijas mías: esta efusión de corazón no todas la percibían, pero yo sé muy bien que les tenía mucho cariño a todas. —Padre, se preocupaba mucho de la salvación de las almas. Tenía mucha vida interior y pensaba mucho en Dios. —Hija mía, ¿qué significa tener vida interior y cómo se consigue? Significa que se elevaba mucho hasta Dios, y esto se debía a que llevaba mucho tiempo ahondando en su interior. La vida interior consiste, por consiguiente, en apartarse del afecto del mundo, de los parientes, del pueblo natal y de todas las cosas de la tierra. Pedídselo mucho a Dios y decid a menudo: "Destruye, Señor, en mí todo lo que te disgusta y

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haz que no esté nunca llena de mí misma". La señorita Le Gras tenía el don de bendecir a Dios en todas las cosas. Si, por debilidad humana, caía alguna vez en algún movimiento del mal genio, no hay por qué extrañarse de ello; los santos nos dicen que no hay ninguna persona que no tenga sus imperfecciones. Lo vemos en lo que ocurrió en San Pablo, en San Pedro. Dios lo permite así para sacar gloria de ello. Además, muchas veces lo que nos parece defecto a nosotros no lo es en realidad, como lo vemos en nuestro Señor. Se dice de él que se enfadó cuando echó a los mercaderes del templo 2 . Pero aquello, en vez de ser un defecto, era un acto de piedad y de celo por la gloria de Dios. Del mismo modo, también hay cosas que parecen faltas y que son virtudes. Por eso a veces en la señorita Le Gras aparecían algunos rasgos de mal genio. Pero aquello no era nada y me costaría mucho reconocer que había pecado. Lo que pasa es que tenía gran firmeza. Por eso, hijas mías, apenas sintáis alguna irritación, tenéis que humillaros en seguida, como ella hacía. ¡Ya sabéis lo que es una persona temerosa de Dios! Hijas mías, pedidle mucho a Dios que os conceda la gracia de hacer un buen acopio de virtud, mediante las oraciones de la señorita Le Gras. A veces, me ponía a pensar delante de Dios y me decía: "Señor, tú quieres que hablemos de tu sierva", ya que era obra de tus manos, y me preguntaba: "¿Qué has visto en ella?" Se me ocurrieron algunas pequeñas notas de imperfección, pero pecados mortales... ¡eso jamás! Le resultaba insoportable el más pequeño átomo de movimiento de la carne. Era un alma pura en todas las cosas, pura en su juventud, pura en su matrimonio, pura en su viudez. Se examinaba con mucho cuidado para poder decir sus pecados, con todas sus imaginaciones. Se confesaba con toda claridad. Nunca he visto a nadie acusarse con tanta pureza. Y lloraba de una forma que costaba mucho consolarla. Bien, tenéis que pensar que vuestra madre tenía una vida interior muy intensa para regular su memoria, de forma que sólo se servía de ella para acordarse de Dios y de su voluntad para amarlo. Hijas mías, una hermana de vida interior es una hermana que sólo piensa en Dios. Pues ¿qué quiere decir vida interior, sino vida ocupada en Dios? Esto es fácil de comprender. Por el contrario, hurgad en vuestra memoria y ved lo que es 2

Mt 21,12-13.

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una hermana que no lleva vida interior. Lo habéis visto en las que han salido. ¡Ay! ¿Cómo eran? No tenían esa paz interior y daban lástima a todo el mundo. Bien, mis queridas hermanas, procuremos esforzarnos en llevar esa vida interior. Las que sepan leer podrán leer, para ayudarse, un libro que se os entregará y que trata de la vida interior. ¿Y cómo adquirirla? Si una persona de vuestra Compañía tuviera la tentación de dejarse llevar por esos movimientos desordenados, tendría que decirse a sí misma: "¡Cómo! Yo soy hija de la Caridad y, por consiguiente, hija de la señorita Le Gras, que era una mujer de mucha vida interior, a pesar de que su naturaleza tenía algunas inclinaciones contrarias. Quiero superarme para seguir su ejemplo". Mis queridas hermanas, ésa es la clave de la perfección; decir muy a menudo: Yo no quiero vivir según mis inclinaciones; renuncio a ellas por completo por amor a Dios". Hijas mías, ¡si supierais la felicidad que supone vivir de ese modo! Mientras os esforcéis en llevar vida interior, estaréis en el camino de la perfección. Gracias a Dios, hay entre vosotras algunas que caminan en esta práctica propia de todas las buenas hermanas. No las voy a nombrar. Casi nunca veo a una persona distinguida que no me hable bien de las siervas de los pobres. Hay muchas personas así. No tengáis miedo, hijas mías; no hay motivo para temer; Dios no os faltará. Así, pues, las que hayan recibido de Dios la gracia de trabajar por esta virtud, que hagan el firme propósito de progresar en ella cada vez más. Y aquellas que, por desgracia, se han dejado llevar por sus propios sentimientos y faltas de mortificación, esas hermanas, hijas mías... ¡Animo! Tenéis en el cielo una madre que goza de mucha influencia y que alcanzará de Dios para vosotras la gracia de libraros de estos defectos. Manteneos firmes; no os relajéis, pues cuando una empieza a relajarse un poco, va cayendo cada vez más y se echa todo a perder. ¡Salvador mío! ¡Hijas mías, pedidle a Dios esta virtud, tened muchas ganas de poseerla. ¡Ay, Dios mío! Si una hermana de la Caridad tiene este mal, es preciso que se diga: "¿Lo que dicen por mí", hijas mías, es lo que dijo también Judas: "Numquid ego sum, Domine?* ¿No soy yo acaso ese desventurado?" También vosotras podéis decir como Judas: "¿No seré yo la que impida que progrese la Compañía?" Hijas mías, basta sólo una » Mt 26,22.

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persona para impedir que toda una Compañía avance en la virtud. ¿Sabéis qué es lo que impide avanzar a un barco? Basta con un vientecillo para pararlo todo. Hijas mías, ¿verdad que es muy triste que tantas almas santas hayan estado trabajando durante tanto tiempo por su progreso y que al final baste una pequeña cosa para detenerlas y que una sola persona eche a perder a muchas? ¡Animo, pues, hijas mías! ¡Animo! Dios mantendrá vuestra Compañía, ya que ha sido él el que la ha bendecido en tantos lugares. Nuestros padres de Polonia me indican que la reina ha ido a hacer un largo viaje, durante el cual nuestras pobres hermanas se han preocupado tanto de la buena marcha de sus obras, que han atraído a una gran cantidad de buenas muchachas y se han comportado con tanta prudencia, que la reina se ha quedado muy satisfecha, y a su regreso ha querido pasar un día con ellas en su casa, al lado de esas muchachas, demostrando una gran alegría y dándoles muestras de afecto admirables. Ved de cuánta reputación goza vuestra Compañía. Quitad esa fama y se lo quitaréis todo. ¡Qué gran daño hace una hermana que le quita esta fama a la Compañía! Dará que hablar a toda una ciudad, ¿qué digo?, a toda una provincia y más allá. Lo sabrán los sacerdotes y los mismos príncipes. Sí, hijas mías, el daño que hace una sola persona es capaz de echar a perder a toda una Compañía. Esto, hijas mías , tiene que daros un gran celo de que se santifique toda la Compañía y cada una de vosotras en particular, y entonces ya veréis cómo va multiplicándose la Compañía. Y usted, hermana, ¿qué observó en ella? —Padre, yo no sabría decir otra cosa sino que la vida de la señorita Le Gras es un espejo en el que no hemos de hacer sino mirarnos a menudo. Yo siempre he visto que tenía una gran caridad y paciencia con nosotras, de modo que se consumió por nosotras. Otra hermana: —Padre, tenía tanta caridad conmigo que a veces, cuando me veía algo preocupada, se adelantaba a hablarme de ello con gran dulzura. Una hermana a la que había preguntado al principio y no había podido responder porque se lo impedían las lágrimas, se levantó y dijo lo siguiente: —Padre, si le parece bien que hable ahora, procuraré hacerlo.

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Nuestro venerado padre le respondió: —Con mucho gusto, hija mía. Y no pudo retener las lágrimas al oír lo que decía aquella hermana, por lo impresionado que estaba. La hermana empezó a decir: —Padre, la primera razón que tenemos para hablar de nuestra querida madre es para que Dios sea glorificado; la segunda, para que nos acordemos durante toda nuestra vida de seguir los ejemplos que nos dio, ya que estamos obligadas a ello, pues Dios la utilizó como instrumento para enseñar a la Compañía la manera como quiere que le sirva para serle agradable. De las virtudes que practicó sería necesario un libro entero para poderlas escribir y espíritus mucho más elevados que los nuestros para referirlas. Sin embargo, puesto que la obediencia me lo manda, he de hacerlo. Pero aunque dijese todo lo que me dicta la memoria, quedaría todavía mucho por decir. En primer lugar, tenía una humildad admirable y la demostraba en tantas ocasiones, que es imposible enumerarlas; esto le hacía mostrar un gran respeto a todas las hermanas, hablandoles siempre por medio de súplicas, agradeciendo con mucha solicitud todos los servicios que le prestaban y el esfuerzo extraordinario que realizaban algunas en sus cargos, de modo que a veces me quedé totalmente confundida. La he visto humillarse hasta el punto de pedirme que le avisara de sus faltas con mucha humildad; me he visto impedida de hacerlo, pues no podía advertir ninguna falta en ella, a pesar de que me fijaba mucho para obedecerla. —Tiene usted razón, hermana; ya os lo he dicho. Costaba mucho trabajo poder advertir alguna falta en la señorita Le Gras; no es que no las tuviera, no, pero eran tan ligeras que no era posible advertirlas. Siga, hija mía. —Padre, algunas veces ciertas hermanas no recibían a gusto las advertencias que les hacía y demostraban su disgusto en mi presencia; ella me preguntó luego si no habría tenido la culpa, por haberles hablado con demasiada dureza o por algún otro motivo. Yo le dije que me parecía que no era posible obrar de otro modo. Siempre sabía excusar a las que se molestaban, y por eso, cuando le hablaban de las faltas que algunas cometían, siempre buscaba alguna excusa y decía: "Tenemos que sufrir; Dios nos ha escogido para eso; hemos de dar ejemplo a las demás; hemos de tener ánimos para soportar a nuestras hermanas". Algunas veces mandó a buscarme expresamente para pe-

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dirme perdón cuando creía que me había dado algún disgusto, aunque hubiera sido yo la culpable, y se me adelantó muchas veces a pedirme perdón cuando debería haber sido yo la primera en hacerlo. Se acusaba siempre con mucha humildad en las conferencias de los viernes, haciéndose responsable y culpable de todas las faltas de la Compañía. Hacía también muy a menudo actos de humildad en pleno refectorio, pidiendo perdón a las demás, poniéndose con los brazos en cruz o echándose al suelo y sirviendo a la mesa. Ayudaba también a fregar los platos y le hubiera gustado mucho hacer también todas las demás faenas de la casa. Tenía mucha caridad para con los pobres, sintiéndose muy contenta cuando les podía servir. Tenía mucho amor y caridad con todas las hermanas, soportándolas y excusándolas siempre, aunque también las amonestaba con severidad cuando era necesario. Pero era por principio de caridad, sintiendo compasión con las que tenían alguna preocupación de cuerpo o de espíritu, soportando durante muchos años a ciertas hermanas que debieran haber sido despedidas por sus imperfecciones. Siempre tenía esperanzas de que se corrigiesen. Sentía un gran amor a la santa pobreza; esto le hacía no tolerar que le dieran nada nuevo para su uso, a pesar de que a los demás les daba muy a gusto todo lo que necesitaban. Guardó durante cinco o seis años la tela que le habían dado para hacerse un manto, sin permitir nunca que se lo hicieran. No pudo emplearse aquella tela, a pesar de que su manto estaba lleno de remiendos, muy gastado y de diferentes colores, de forma que muchas veces intentamos que se lo quitara. Había que decirle que comprábamos sus cofias en el rastro. De este modo lográbamos a veces que se pusiera algo nuevo sin que se diera cuenta. Pero apenas se enteraba, se lo quitaba en seguida y demostraba estar muy molesta por lo que le habíamos dado, y había que rogarle luego que se lo volviera a poner. Tenía muchos deseos de que toda la Compañía se conservase en este espíritu de pobreza y de frugalidad en todas las cosas y recomendó muchas veces que se observara esta forma de vivir después de su muerte, como un medio para conservar la Compañía. Le costaba mucho tener que tomar una comida distinta de la comunidad, debido a sus enfermedades. Esto le llenaba

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de confusión, al ver que no podía observar todas las reglas, y pedía muchas veces perdón. Tenía una confianza admirable en la Providencia de Dios para todas las cosas, y especialmente en lo que se refería a la Compañía, recomendándonos que nos pusiéramos en manos de Dios en todas las conferencias que nos daba. Era muy grande su sumisión a la voluntad de Dios, como se demostró en su última enfermedad. Siempre sufrió con toda la sumisión posible sus penas y sufrimientos, que eran muy intensos. Además, soportó la privación de las personas a las que más quería en el mundo sin demostrar ninguna pena, a pesar de sentirlo mucho. Tenía una gran dulzura y mansedumbre y era fácil de trato con los demás. Mantuvo siempre una conducta admirable en el gobierno de la Compañía, como se demuestran al ver el buen estado en que la ha dejado, tanto en lo espiritual como en lo temporal, gracias a su prudencia. Pero todo lo refería a Dios, sin cuya gracia, nos decía, no se habría hecho absolutamente nada. He hecho el propósito, con la gracia de Dios, desde el mismo momento en que murió, de esforzarme en imitarla en todo lo que me sea posible, pero especialmente en su humildad, en su caridad y en su amor a la pobreza. Padre, he escrito además algunas cosas sobre su última enfermedad, pero creo que me he alargado demasiado. Nuestro venerado padre volvió a tomar la palabra y dijo: —Mis queridas hermanas, todo lo que se ha dicho os hace ver cómo era. Lo que ahora hace falta es que tengáis una madre, pero ¿dónde la encontraremos? Pues sería de desear que fuera semejante a esta. Se ha planteado la cuestión de si teníamos que buscar a alguien de fuera o si buscaríamos a una de las que pertenecen a vuestra Compañía. Después de haberlo encomendado mucho a Dios, él ha querido que la decisión fuera escoger a una de vosotras. Fijaos a ver cuál es entre vosotras la más parecida a la que teníais. Pero para que quiera Dios una buena madre, que él mismo haya formado desde el cielo lo mismo que había formado a la anterior, y para que os dé a la que se necesite, para eso, hijas mías, tenéis que hacer dos cosas: En primer lugar, hijas mías, tenéis que rezar mucho a Dios. Que todas las oraciones que hagáis sean para pedírselo así a Dios. Los apóstoles, cuando quisieron poner a otro en lugar de Judas, rezaban y decían: "Señor, muéstranos al

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que has elegido" 4 . Bien, mis queridas hermanas, rezad entonces a Dios para que os dé buena superiora. En segundo lugar, la Compañía tiene que esforzarse en general y en particular para que quiera Dios formarla por su mano desde el cielo; así, formar por su mano a la Compañía. Según esto, cada una tiene que cortar de sí misma, pues es algo parecido a un navajazo, y procurar conocer las gracias que ha recibido de Dios y ver bien sus defectos. Sí, hijas mías, es preciso que sajéis de vosotras todo lo que desagrada a Dios. De ahí resultará que obtendréis de Dios las gracias necesarias para la superiora que él os quiera dar. Otra cosa, hijas mías, que os recomiendo mucho es que no vayáis hablando de vuestros asuntos con los de fuera. Secreto, hijas mías . Nuestro Señor recomendaba siempre a sus apóstoles que no dieran a conocer a los de fuera lo que él hacía. "Guardaos, les decía, del fermento de los fariseos". Ya sabéis cómo se os ha recomendado siempre el secreto en todas las cosas. Me diréis: "Pero ¿qué mal hay en hablar de estas cosas? No hablamos de nada malo, sino de cosas buenas". Sí, hijas mías, de suyo no son malas esas cosas de las que habláis. Pero, como se trata de un misterio y están en juego los asuntos de Dios, hay que guardar secreto. Mientras las cosas sigan estando en secreto en la Compañía, el diablo no se mezclará en ellas, pero apenas las conozca el mundo el príncipe de este mundo intentará derribarlas. Así, pues, queridas hermanas, mantened vuestros asuntos en secreto y decid como la esposa del Cantar de los Cantares: "Mi secreto es para mí". Hijas mías, ¡qué importante es saber guardar el secreto! Puede ser que os digan: "Bien, hermana, ha estado usted en San Lázaro; ¿qué hay por allí?" Podéis responder sencillamente: "Hemos estado hablando de las virtudes de la señorita Le Gras, como se acostumbra hacer cuando muere una hermana". Pero darán otro paso: "¿No se ha hablado de poner una superiora?" Decid entonces: "Nosotras no nos preocupamos de eso". Hijas mías, si sabéis mantener el secreto, todo irá bien. Pensaréis mañana en ello durante la oración. Y como para otras hermanas también se han tenido varias conferencias, por no haber suficiente con una, también tendremos otra sobre este mismo tema, hijas mías, y se os comunicará la fecha. 4

Act 1,24. Cf. S.V.P. X, 709-725; E.S. IX, 1218-1231.

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Entre tanto os ruego que pidáis mucho a Dios y hagáis rezar a otras personas, sin decir para qué, sino sólo que se trata de un asunto de importancia. Esto es, hijas mías, lo que tenía que deciros de vuestra querida madre; entre tanto pedid a Dios que os mande otra buena superiora, que sea parecida a ella. Una hermana dijo entonces: —Padre, no habíamos pensado en que había que hablar también del difunto padre Portad, pero, como nos ha dicho usted que se podía decir algo de él, he de decir que he observado en él una gran caridad con todas las hermanas. No temía ir hasta La Chapelle para confesar a una hermana en pleno invierno y con barro, pues decía que nuestro Señor también se había cansado en ir solamente en busca de la samaritana. También tenía mucha humildad y un gran celo por la salvación de las almas, hasta derramar lágrimas cuando veía que alguna perdía su vocación. — ¡Dios la bendiga, hermana! ¡Bendito sea Dios! Bien, es hora de retirarnos. Pido a nuestro Señor, aunque indigno y miserable pecador, que os dé su santa bendición por los méritos de la bendición que dio a sus apóstoles, cuando se separó de ellos, a fin de que os despeguéis de todas las cosas de la tierra y os apeguéis cada vez más a las del cielo. Benedictio Domini nostri... Sub tuum praesidium...

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CONFERENCIA DEL 24 DE JULIO DE 1660

Sobre las virtudes de Luisa de Marillac Nuestro venerado padre, después de haber rezado el Veni, Sánete Spiritus, dijo: Mis queridas hermanas, el tema de la conferencia de hoy es sobre la difunta señorita Le Gras, vuestra querida madre, tal como la habéis visto y tenido en medio de vosotras. Estáis obligadas a seguir sus ejemplos; si deseáis ser buenas hijas de la Caridad, estáis obligadas a poner los ojos en sus virtudes. ¡Dios mío! .'Qué obligación la nuestra! Hemos visto ese hermoso cuadro delante de nosotros; ahora está allí arriba. Nos queda todavía hacer de ella un modelo, y para

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eso es preciso que la conozcamos. Y puesto que Dios ha inspirado a la Compañía la idea de hablar sobre las virtudes de las hermanas difuntas, tal como se ha hecho hasta ahora con una bendición tan grande, que después de las charlas todas quedabais muy edificadas al ver las gracias que Dios había derramado sobre ellas, dándoles en tal alto grado la humildad, la caridad, el don de oración y tantas otras virtudes, y como teníais muchos motivos para alabar los ejemplos que os habían dejado y que teníais que imitar, por todos estos motivos, ¡con cuánta mayor razón tenéis que poner vuestros ojos en la que es vuestra madre, porque os ha engendrado! No os habéis hecho a vosotras mismas, hijas mías; ha sido ella la que os ha hecho y os ha engendrado en nuestro Señor. El primer punto de esta charla, hijas mías, es sobre las razones que tenemos para hablar de las virtudes de nuestras hermanas que descansan en Dios, y especialmente de las de la señorita Le Gras, vuestra querida madre; el segundo punto es sobre las virtudes que habéis observado en ella; el tercer punto es sobre la virtud que os habéis propuesto imitar. No hablaremos hoy del primer punto, pues sería demasiado largo. ¡Que Dios nos conceda la gracia de sacar mucho fruto de esta charla! Luego, nuestro venerado padre, empezando a preguntar a una hermana, dijo: Hermana, haga el favor de decirnos cuáles son las virtudes que observó en ella. —Padre, la señorita Le Gras tenía mucha presencia de Dios en todas sus acciones y elevaba siempre su espíritu a Dios antes de hacer alguna advertencia a una hermana. Deseaba conocer las cosas a fondo antes de amonestar a nadie. Y en vez de exagerar las cosas, siempre excusaba a la persona de quien se hablaba. —Es verdad lo que dice, hermana; así es como lo hacía. Excusaba siempre a los demás; es una gran lección para vosotras y para mí: no exagerar nunca, sino excusar siempre al prójimo. —Padre, siempre nos demostraba que era por caridad por lo que nos reprendía de nuestras faltas, juzgándose ella misma culpable del mal que hacía la Compañía. Decía muchas veces que sus pecados eran la culpa de todo. — ¡Dios la bendiga, hija mía! ¿Y usted? —Padre, yo advertí en la señorita Le Gras una gran humildad; un día del viernes santo la vi besar los pies de todas

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las hermanas con muchos sentimientos de humildad y lavar los platos. Si alguna vez reprendía a una hermana con cierta dureza, le hacía ver que lo hacía precisamente por su bien. También nos enseñaba cómo teníamos que tener paciencia unas con otras y nos daba ejemplo ella misma soportándonos a todas con mucha caridad. —¿Y usted, hermana? —Padre, observé en sus cartas un estilo muy humilde. A pesar de que muchas veces había merecido una buena reprimenda, ella cargaba mis faltas sobre sí y hablaba con gran dulzura. Tenía también mucha compasión con las enfermas. Siempre tenía el espíritu ocupado en Dios, como ya se ha dicho. Tenía mucha caridad con las hermanas y tenía miedo de molestarlas. Hacía todo lo posible por no dejar a nadie descontento y excusaba siempre a los ausentes. Esto no le impedía reprender sus faltas, pero siempre lo hacía con mucho acierto y amor. Siempre nos recomendó que tuviéramos mucho cuidado de los pobres y consideraba como hecho a ella misma el servicio que se les hacía. Aconsejaba con frecuencia en sus cartas que observáramos las reglas y que viviéramos muy unidas entre nosotras. —¿Y usted, hija mía? —Yo observé, padre, que es muy cierto todo lo que nuestras hermanas han dicho. Además, tenía una paciencia de santa, mucha caridad y una humildad admirable. Un día iba con ella y, sin darme cuenta, me puse a caminar por delante de ella; apenas lo advertí le dije que lo sentía mucho, pero ella me dijo: "¡Ay, hermana! Yo soy mucho peor que usted". —¿Y usted? —Yo he observado una gran humildad en todas sus palabras. Decía a menudo que era ella la causa de todas las faltas de la Compañía. Un día se creyó obligada a hablar con un eclesiástico un tanto duramente. Sin embargo, lo sintió tanto que le pidió perdón de rodillas, con lágrimas en los ojos, antes de salir. Decía que sus enfermedades se debían a sus pecados. Apenas se encontraba sola, se ponía siempre en oración. Cuando se acercaba una a ella ponía un rostro tan alegre que nunca daba la sensación de que se la molestase, aunque tuviera que dejar sus oraciones. A veces, un gran número de hermanas le hablaban al mismo tiempo de diferentes asunS. V. Paúl 2

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tos. Les respondía a todas con tranquilidad de espíritu, sin pedirles que la dejaran en paz. Aunque a veces se sentía muy enferma, no lo tenía en cuenta para nada. Con frecuencia se cansaba de hablar tanto, pero no quería que las hermanas se marchasen con alguna preocupación, por no haberlas atendido, aunque estuviera muy enferma. Si no les podía hablar, les mostraba un rostro lleno de afecto y de cariño. Siempre mostraba en sus enfermedades un rostro alegre y contento. Tenía una gran ternura y devoción a la sagrada comunión; derramaba entonces tantas lágrimas que a veces se quedaba el mantel totalmente empapado. Le oí decir que amaba mucho a todas las hermanas y que deseaba que todas fuéramos perfectas como nuestro modelo Jesucristo. A veces hacía penitencia por las faltas de las hermanas. Tenía mucha caridad con los pobres. Un día vino a vernos a Bicétre a dos o tres hermanas que estábamos enfermas. Cuando la vimos nos pareció que ya estábamos curadas. Le dijimos que nos había curado ella, pero ella dijo que había sido Dios. Un día, durante su última enfermedad, le pregunté qué es lo que le pediría a Dios para mí y para todas las hermanas. Me dijo que le pediría que nos concediera la gracia de vivir como verdaderas hijas de la Caridad, con mucha unión y caridad, tal como él quiere de nosotras, y que las que hicieran esto conseguirían una gran recompensa, mientras que las que no lo hicieran... Pero no acabó la frase. Me dijo otras muchas cosas, pero como yo no las practico no las puedo decir. Padre, le pido perdón humildemente a Dios por ello. —¡Dios la bendiga, hija mía, por el acto de humildad que acaba de hacer! Hijas mías, ¡qué hermoso cuadro ha puesto Dios ante vuestros ojos y que vosotras mismas habéis pintado! Sí, es un cuadro que poseemos y al que tenéis que mirar como un prototipo que os tiene que animar a hacer lo mismo, a adquirir esa humildad, esa caridad, esa paciencia, esa firmeza en su forma de gobernar, acordándoos de cómo tendía en todas las cosas a conformar sus acciones con las de nuestro Señor. Hacía lo que dice San Pablo: "No soy yo el que vivo, sino Jesús el que vive en mí" 1 . De esa manera intentaba hacerse semejante a su Maestro por la imitación de 10. Conferencia. Notas tomadas por sor Margarita Chétif. p.365ss. (Arch. de las Hijas de la Caridad). 1 Gal 2.20.

VIII. Conferencias a Hijas de la Caridad

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sus virtudes. Es lo que se vio en aquella alma tan buena que tan bien supo formarse en las virtudes de nuestro Señor. Por tanto, hijas mías, tenéis que mirar a ese cuadro, un cuadro de humildad, de caridad, de mansedumbre, de paciencia en las enfermedades. ¡Ved qué cuadro! ¿Y cómo vais a utilizarlo, hijas mías? Procurando conformar vuestra vida con la suya. ¡Qué hermoso cuadro, Dios mío! ¡Qué humildad, qué fe, qué prudencia, qué buen juicio, y siempre con la preocupación de conformar sus acciones con las de nuestro Señor! Hijas mías, os toca a vosotras conformar vuestras acciones con las suyas e imitarlas en todas las cosas, especialmente en la modestia. Esta virtud brilla, gracias a Dios, en gran parte de vosotras, lo mismo que la abstinencia. Hijas mías, tenéis que poner mucho cuidado en que no desaparezca sobre todo la modestia. Me atrevería a decir, hijas mías, que parece que os vais relajando un poco. Ya no se nota tanta modestia, tanto silencio, tanto recogimiento. Gracias a Dios, es poco lo que se advierte. Por el contrario, en las verdaderas Hijas de la Caridad, que edifican a todo el mundo, no se nota este defecto. ¡Cuántas personas distinguidas me han dicho que no hay nada que las edifique tanto como las Hijas de la Caridad! Así, pues, hijas mías, mucha modestia. Entrad en la vida interior mediante la búsqueda de esta virtud. Hijas mías, seguramente os acordáis por las conferencias que hemos tenido sobre vuestras hermanas difuntas de cómo brilló en muchas esta virtud y cuánto edificaron con ella a todo el mundo, cómo decíamos de ellas que caminaban en la presencia de Dios y practicaban la humildad, la caridad, la mansedumbre, el celo por el servicio de los pobres y tantas otras virtudes. Todo esto lo practicaban esas hermanas de tal forma que habría sido difícil encontrar más en la vida de muchos santos. Hijas mías, es preciso que os habituéis a ello. La que no lo haga, sino que haga todo lo contrario, una hermana que lleve el nombre de amor de Dios y se contente con eso sin preocuparse de su vida interior, se dejará arrastrar por sus pasiones. Hijas mías, ¡cuánta pena tendréis de ver a unas hermanas que llevan el nombre de Hijas de la Caridad y no lo son en realidad! Sobre todo, hijas mías, esforzaos en practicar la santa modestia. La modestia es de dos clases. La primera se refiere a la compostura del cuerpo. La modestia exterior consiste en que hay que hacer las cosas pausadamente, tranquilamente,

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sin que los ojos vayan vagabundeando ni los oídos estén atentos a escuchar los defectos del prójimo. Hijas mías, ¿y qué diremos de la maledicencia? ¡Eso sí que es peligroso! La segunda clase se refiere a la modestia interior, que consiste en tener nuestro interior, nuestra voluntad, nuestra memoria y nuestra inteligencia ocupada en Dios. ¿Y qué tenéis que hacer para adquirir esta virtud? Os esforzaréis en quitar de vosotras todo lo que desagrade a Dios, y para ayudaros a ello leeréis algún libro bueno y os mantendréis en la presencia de Dios. Esto os apartará de las ocasiones, y Dios os concederá la gracia de que os podáis deshacer de vuestros malos hábitos. Esto hará que vuestra pequeña Compañía, a la que Dios mismo ha fundado, sacándola de la masa corrompida del mundo para servirse de ella, le seguirá agradando. De cada una de las Hijas de la Caridad se dirá que es imposible acercarse a ella sin sentir devoción. La hermana modesta atraerá a otras, pues no hay nada que conquiste tanto el corazón como la modestia. Y de esta manera la Compañía realizará un progreso maravilloso y todas viviréis de la vida de Dios. Por lo tanto, hijas mías, modestia ante todo y celo por trabajar durante toda la vida en haceros virtuosas. Evitad hablar mal unas de otras. Si caéis en este defecto en casa de vuestra madre, la señorita Le Gras, decid inmediatamente: "¿Cómo es posible que me haya dejado llevar a hablar de este modo?" Hijas mías, siguiendo el ejemplo de vuestra buena madre, tomad la resolución de trabajar por vuestra perfección y por despegaros de todo lo que le disgusta a Dios en vosotras. Un motivo que os obliga más a ello son las noticias que me han llegado por una parte y por otra de hermanas que se portan muy bien y de hermanas que obran mal y que lo estropean todo. Hace algunos días me escribieron desde Narbona hablándome maravillas de nuestras hermanas. La hermana Francisca ha estado en una ciudad, muy lejos de allí, donde la ha enviado el señor obispo de Narbona para aprender un método excelente que allí se sigue para instruir a la juventud 2 . Lo ha aprendido y lo aplica con mucha edificación de todo el mundo. Pero hay también otras que no son tan edificantes. Desgarran a la Compañía lo mismo que cuando pelan y despe2 Francisca Carcireux había ido a prepararse para la instrucción de la juventud en una institución de la diócesis de Alet. Cf. S.V.P. X, 725-736; E.S. IX, 1232-1240.

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dazan a un pollo. ¡Unas hijas despedazando a su madre! Hijas mías, hace poco que hemos visto algo semejante. Tenemos necesidad de rezar a Dios y de hacer el firme propósito de romper con nosotros mismos. Manteneos fieles al cumplimiento de vuestras reglas, y sobre todo a la que dice que tenéis que hacer de vuestras habitaciones un claustro, sin dejar entrar allí nunca a los hombres, especialmente a los sacerdotes (¿de qué tenéis que tratar con los confesores a no ser en confesión?), ni tampoco a las mujeres sin necesidad. Por eso os recomiendo esto sobre todo. Me acuerdo de un accidente que ocurrió en cierto lugar. No mencionaré a nadie. Hubo que acudir a los guardias para hacer que saliera un muchacho de aquel sitio. Os digo esto para que veáis la obligación que tenéis de andar con mucho cuidado. De nuestras hermanas de Polonia me escriben que tienen en una casa un gran número de muchachas para formarlas y que lo hacen con tanta edificación, que el rey y la reina, al regresar de un largo viaje, han querido pasar un día en aquella casa, llenos de admiración por ella. ¡Ay, hijas mías!, es motivo para dar muchas gracias a Dios. Hijas mías, venid todo los meses a vuestra casa para tener vuestra revisión. Si se viera en una parroquia a dos hermanas ir a dos confesores distintos, sería un gran desorden y un escándalo. ¿Y qué hay que tratar con los sacerdotes sino para confesarse o para hablarles de nuestros enfermos? Pero que sea en la iglesia y mirándoles en Dios. No permitáis nunca que entren en vuestras habitaciones, a no ser para las que estén enfermas. Hijas mías, haced firme propósito de no dejar nunca que entren los hombres en vuestras habitaciones, ni tampoco las mujeres, sin necesidad. Vuestras habitaciones son un lugar de delicias; Dios se complace en ver a una hermana que guarda su habitación. Dios se complace en estar en la soledad con su esposa; es la Sagrada Escritura quien lo dice: Deliciae meae, y todo lo demás. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué hermoso es todo esto! Una hermana que, al salir de aquí, vuelve a casa con el corazón lleno de esta divina unción, diciendo en su interior: "No quiero ser de mí misma, sino que en todo lo que haga deseo buscar a Dios, que mira todo lo que hace como hecho a él mismo, que se complace en ver esa marmita, ese cesto de pan que lleva. La señorita Le Gras y todas las otras hermanas que descansan en Dios comprendían muy bien todo esto. Bien, hijas mías, vamos a terminar. Tenéis que procurar, a cualquier precio que sea, haceros muy virtuosas. Dios mío,

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haz que empiecen a amarte perfectamente, a hacerlo todo por ti, a poner todo su interés en complacerte en todas las cosas. ¡Ay, hijas mías! ¡Qué hermoso es ver a una hermana con ese espíritu! Por el contrario, una hermana que no obra así, ¡qué desagradable resulta! ¿Y yo, miserable de mí, que peco continuamente, que todavía no he empezado a hacerlo todo por Dios y que estoy lleno de defectos, como es que sigo viviendo? Hijas mías, aunque en algunas vea cierta falta de modestia, no son muchas, gracias a Dios. Por el contrario, en muchas veo una imagen de Dios. Animaos con el ejemplo de la señorita Le Gras, de nuestras buenas hermanas que están en el cielo, y preparaos a hacer una buena confesión general. En cuanto a las demás a las que no veo en esta situación, que pidan a Dios les conceda la gracia de obrar siempre cada vez mejor. ¡Animo! La buena señorita Le Gras os ayudará. Ella ha estado presente en todo lo que hemos dicho. Esto es, mis queridas hermanas, lo que tenéis que hacer, y yo, miserable de mí, el primero de todos. Entretanto habrá que proceder a la elección de una superiora en lugar de la señorita Le Gras. ¿Y de dónde la sacaremos entre vosotras, hijas mías? Habéis de orar mucho a Dios y desprenderos de todas vuestras satisfacciones. ¡Ay, Dios mío! ¿De dónde sacaremos a una hermana para ponerla en lugar de una santa? Hijas mías, si alguna sintiera ganas de ser superiora, que diga: "Renuncio a ello, Dios mío". Tampoco tenéis que hablar entre vosotras y decir: "Me gustaría tal y tal oficiala". Haced como las hijas de Santa María, que tienen órdenes de no hablar nunca de la elección. Pues, apenas se pone uno a hablar de ella, pronto dirá: "¿Le parece que fulanita tiene condiciones para ser oficiala?" Y lo mismo de otra. Y entonces todo está perdido. Cada una juzga según su inclinación. Se fomenta el aprecio por aquella por la que se sienten ciertas simpatías. Por tanto, hijas mías, no habléis nunca de esto, pues, como os he dicho, las cosas de Dios que salen a relucir por fuera dejan de ser negocios de Dios. —Pero ¿y si me pregunta el confesor? ¿Y si me dice algo una dama? —Hijas mías, en ese caso tenéis que decir: "Soy hija de obediencia; no tengo que hablar de eso; tengo que someterme a lo mandado; me lo han prohibido". Y en efecto, os renuevo a todas la recomendación que os hice de que guardarais silencio. ¿Qué pasará, hijas mías, si lo guardáis? Aquella dama, en vez de molestarse, entrará en sí y se dirá:

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"Esta es una buena hermana; tiene en cuenta sus reglas". Si, por el contrario, fueseis en decirlo todo, no se os tendría muy en cuenta. Por tanto, hijas mías, no digáis nada a nadie, más que al buen Dios. "¡Oh, Dios mío! Tú has querido escoger de nuestra pequeña Compañía, que no es más que barro y cenizas, a una persona para que ocupe el lugar de una santa; haré todo lo que pueda de mi parte para contribuir a pedir que des a conocer tu santa voluntad, lo mismo que a los apóstoles. No queremos ninguna superiora ni oficiala de manos de los hombres, sino de tu mano, Dios mío". Por tanto, hijas mías, un candado en la boca. Todavía tendremos una conferencia. Os avisaré con tiempo y os diré las oraciones que hay que rezar para eso. Será menester que acudáis en el mayor número posible. Renovad el propósito que habéis hecho de trabajar seriamente en vuestra perfección, y sobre todo en la santa modestia. Agradeced a Dios las giacias que os ha concedido las que así lo practicáis, y las que no, procurad corregiros. No puedo pasar sin advertíroslo, para que la Compañía se perfeccione. A veces pasan cosas desagradables en las Compañías, y Dios lo permite así; no hay que extrañarse de ello, hijas mías. También hubo defectos en la Compañía de los apóstoles: Judas vendió a su Maestro y Pedro lo negó. Dios lo permite para que os humilléis y para su gloria. El supo sacar su gloria de las faltas de los apóstoles; pedid que la saque también de las faltas de las que están en esta Compañía. Esta es, Salvador mío, la súplica que te hago por esta Compañía y por mí, miserable pecador: que te plazca sacar tu gloria de nuestras faltas y perdonarnos. Es la oración que dirijo a Dios con todo mi corazón. Benedictio Domini nostri... Sancta Marta, succurre miseris...

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CONFERENCIAS

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A SACERDOTES

DE LA MISIÓN

CONFERENCIA DEL 6 DE DICIEMBRE DE 1658

SOBRE LA FINALIDAD DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN (Reglas comunes, cap. 1 art. 1) La santificación personal, la instrucción de los pobres, la formación del clero. Enumeración de otras obras que entran secundariamente en la finalidad de la Misión: dirección de las Hijas de la Caridad, apostolado en los hospitales, etc. Refutación de las objeciones. Hermanos míos, vamos a hablar esta tarde de la forma acostumbrada, que es en plan de conferencia, en la que cada uno dirá lo que piensa sobre el tema que se propone. Hemos creído que era conveniente hablar de la explicación de las reglas de la compañía, y como yo soy un miserable que no las observo como es debido, tengo miedo de no comprender bien toda la importancia de esta observancia y, por consiguiente, de no poder decir nada que sea para la gloria de Dios y que explique el espíritu de la regla para darla a conocer. Sin embargo, vamos a hacer un intento para ver si habrá que continuar, yo mismo o algún otro, y de la forma con que lo vamos a empezar. Vamos a leer primero las reglas para hablar luego de ellas. Mandó acercar la lámpara y abrió el libro. Esta es la primera regla, dijo, por la que la razón quiere que empecemos; la voy a leer en francés, por nuestros hermanos que no saben latín. La Sagrada Escritura nos enseña que nuestro Señor Jesucristo, habiendo sido enviado al mundo para salvar al género humano, empezó primero a obrar y luego a enseñar. Llevó a cabo lo primero practicando perfectamente toda clase de virtudes, y lo segundo evangelizando a los pobres y dando a sUs apóstoles y discípulos la ciencia necesaria para dirigir a los pueblos. Y puesto que la humilde congregación de la Misión desea imitar, mediante la divina gracia, al mismo Je-

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a sacerdotes

de la Misión

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sucristo, nuestro Señor, según sus posibilidades, tanto en lo que se refiere a sus virtudes como a sus ocupaciones por la salvación de las almas, es conveniente que se sirva de medios semejantes para cumplir dignamente este piadoso intento. Por eso, su finalidad consiste: l.Q, en trabajar en su propia perfección, haciendo todo lo posible por practicar las virtudes que este soberano Maestro se ha dignado enseñarnos de palabra y de obra; 2.a, en predicar el Evangelio a los pobres, especialmente a los del campo; 3.a, en ayudar a los eclesiásticos a adquirir la ciencia y las virtudes necesarias a su estado. Estas son, hermanos míos, las primeras palabras de nuestras reglas, que nos hacen ver el plan de Dios sobre la Compañía y cómo, desde toda la eternidad, tuvo la idea del espíritu y de los servicios de la Compañía. Pues bien, la regla que se contiene en estas palabras que acabamos de escuchar, si es que se la puede llamar regla, dice al final de este artículo que nuestra pequeña congregación tiene que utilizar los mismos medios que nuestro Señor practicó para responder a su vocación, que son: l.Q, trabajar en su propia perfección; 2.Q, evangelizar a los pobres, especialmente a los del campo; y, en tercer lugar, servir a los eclesiásticos. Esta es la regla; y en esto se ha hecho como en los concilios, en los que, antes de determinar el canon, los cardenales y los prelados enseñan la doctrina y ponen de relieve no sólo la materia con la que van a componer dicho canon, sino también la razón que tienen para hacerlo. La parte primera de nuestra regla dice que nuestro Señor, al venir a este mundo para salvar a los hombres, empezó por obrar y luego se puso a enseñar. Lo primero lo hizo practicando todas las virtudes; todas las acciones que llevó a cabo eran otras tantas virtudes dignas de un Dios que se había hecho hombre para ser el ejemplo de los demás hombres; y practicó lo segundo instruyendo al pobre pueblo en las verdades divinas y dándoles a los apóstoles la ciencia necesaria para la salvación del mundo, para dirigir a los pueblos y hacerlos felices. El propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor, en la medida en que pueden hacerlo unas personas pobres y ruines. ¿Qué quiere decir esto? Que se ha propuesto conformarse con él en su comportamiento, en sus acciones, en sus tareas y en sus fines. ¿Cómo puede una persona representar a otra, si no tiene los mismos rasgos, las mismas líneas, proporciones, modales y forma de mirar? Es imposible. Por tanto, si nos hemos propuesto hacernos semejantes a este divino

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modelo y sentimos en nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar conformar nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones a las suyas. El no es solamente el Deus virtutum1, sino que ha venido al practicar todas las virtudes; y como sus acciones y no acciones eran otras tantas virtudes, nosotros hemos de conformarnos con ellas procurando ser hombres de virtud, no sólo en nuestro interior, sino obrando externamente por virtud, de modo que todo lo que hagamos y no hagamos se acomode a este principio. Así es como hay que entender las palabras primeras de nuestra regla. Ha sido conveniente, hermanos míos, empezar estas reglas diciendo la finalidad a la que tiende la Compañía, en qué y cómo podrá servir a Dios; así es que, como lo han hecho también San Agustín, San Benito y todos los que han fundado alguna compañía, dicen de antemano qué es lo que tienen que hacer y empiezan por la definición del instituto. Por eso ha sido oportuno que nosotros pusiéramos al comienzo de nuestras reglas la meta o el blanco al que apuntamos. Si nos preguntasen: "¿Por qué está usted en la Misión?", habría que reconocer que es Dios el que la ha hecho, para que trabajáramos en ella: primero, en nuestra perfección; segundo, en la salvación de los pobres; y tercero, en el servicio a los sacerdotes; y decir: "Estoy aquí para eso". Padres y hermanos míos, ¿qué os parece esta finalidad? ¿Podía nuestro Señor darnos una vocación más santa y santificante, más conforme con su bondad infinita y más adecuada a su providencia en la preocupación que él tiene por llevar a los hombres a su salvación? Nuestra finalidad, por consiguiente, es la de trabajar en nuestra perfección, evangelizar a los pobres y enseñar la ciencia y las virtudes propias de los eclesiásticos. En cuanto a lo primero, estamos todos invitados a ello por el Evangelio, donde los sacerdotes y todos los cristianos tienen una regla de perfección, no ya de una perfección cualquiera, sino de una semejante a la del Padre Eterno. ¡Qué mandato tan maravilloso el del Hijo de Dios! "Sed perfectos, nos dice 2 , como vuestro Padre celestial es perfecto". Esto apunta muy alto. ¿Quién podrá llegar hasta allá? ¡Ser perfectos como el Padre Eterno! Sin embargo, ésa es la medida. 1. Conferencia. Manustrit des Conférences. L. ABEI.LY, O.C, 1,11, c.5 p.295s, reproduce, con notables variantes, una parte de esta conferencia. 1 Sal 79,5. 2 Mt 5,48.

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Pero, como no todos los cristianos se esfuerzan en ello, Dios, por cierta providencia que los hombres deben admirar, al ver esta negligencia de la mayoría, suscita a algunos para que se entreguen a su divina Majestad y procuren, con su gracia, perfeccionarse ellos mismos y perfeccionar a los demás. ¿Para qué es esta perfección? Para hacernos agradables a los ojos de Dios, para tener la justicia justificante y para tenerla constantemente. Esa gracia es la que hace que nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestras obras sean agradables a Dios; incluso lo que dejemos de hacer le es también agradable. ¡Qué felicidad! ¡Oh! ¡Qué felicidad la de un misionero que pone todo su empeño en hacerse agradable a Dios, en procurar quitar de sí todos los obstáculos para adquirir lo que le falta! Ese esfuerzo nos hace agradables a Dios. Pues bien, padres, esto supone que trabajar por la adquisición de las virtudes es trabajar por hacerse agradable a Dios. Por eso hay que esforzarse en ello continuamente, recibir gracia para ello; hay que caminar siempre hacia adelante, plus ultra! Y si por la mañana estamos a seis grados, que a mediodía estemos a siete, haciendo que nuestras acciones sean tan perfectas como es posible. ¿Qué es lo que hace un sacerdote o un hermano que, por la mañana, se eleva a Dios para ofrecerle todo lo que hará durante la jornada, unido a las acciones e intenciones de nuestro Señor, renunciando a la vanidad, a la complacencia y a todo propio interés? Hace un acto de perfección que lo hace más agradable a Dios que la tarde anterior. ¿Qué es lo que hace aquel que, durante la oración, observa sus malas inclinaciones, busca los medios para combatirlas, se mueve al arrepentimiento de sus pecados, se aficiona a las humillaciones, al sufrimiento y al celo? Hace un acto de perfección que lo hace más agradable a Dios que lo que fue ayer. Si esto es así, hermanos míos, nos hacemos tanto más agradables a Dios cuanto más perfectamente practicamos las virtudes. A eso es a lo que nos lleva nuestra regla. Démosle gracias a Dios por esta suerte tan dichosa. ¡Oh, Salvador! ¡Oh, hermanos míos! ¡Cuan felices somos al encontrarnos en el camino de la perfección! Salvador, danos la gracia de caminar directamente y sin descanso hacia ella. En una palabra, ¿dónde está nuestra perfección? Está en hacer bien todas nuestras acciones: 1.a, como hombres racionales, tratando bien con el prójimo y siendo justos con él; 2.Q, como cristianos, practicando las virtudes de que nos ha dado ejemplo nuestro Señor; y finalmente, como misioneros,

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realizando bien las obras que él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad, que tan bien conoce Dios. A eso es a lo que hay que tender. Según esto, hermanos míos, un misionero que sólo pensase en la ciencia, en predicar bien, en decir maravillas en una provincia, en mover a todo un pueblo a la compunción y a todos los demás bienes que se llevan a cabo en las misiones, o mejor dicho, por la gracia de Dios: ese hombre, que descuida su oración y los demás ejercicios de su regla, ¿es misionero? No, falta a lo principar, que es su propia perfección. Es muy justo que las personas llamadas a un estado de la importancia que es el de servir a Dios de la manera con que nosotros lo hacemos, y que han recibido de su bondad la gracia de responder a esta llamada, se hagan agradables a sus ojos y hagan una especial profesión de complacerle. ¿No tiene que agradar la mujer a su esposo, de forma que no haya en ella nada que le pueda desagradar? Además, nosotros somos los mediadores para reconciliar a los hombres con Dios. Pues bien, para conseguirlo, lo primero que hemos de hacer es procurar dar gusto a Dios, lo mismo que, cuando se quiere tratar un negocio con un grande, con un príncipe o con el rey, se escoge a una persona que le sea agradable, que pueda ser escuchada y que no tenga en ella nada que pueda ser un obstáculo para la gracia que se solicita. Así, pues, hermanos míos, conviene que trabajemos incesantemente por la perfección y por hacer bien nuestras acciones, para que sean agradables a Dios y de esta forma podamos ser dignos de ayudar a los demás. Según esto, el superior en una misión que descuida las prácticas espirituales y el buen orden, que deja que todo vaya según la fantasía de cada uno y no se ocupa ante todo de su perfección, falta al primer punto de su regla, que quiere que se perfeccione él mismo. Esta es una de las resoluciones que hemos de tomar: entregarnos a Dios para cumplir nuestra principal obligación, que es hacer bien nuestras acciones ordinarias en las circunstancias que puedan hacerlas agradables a Dios; ahí es donde está nuestra perfección. De lo contrario, quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur?s ¿De qué nos servirá haber hecho maravillas por los demás, si hemos dejado abandonada nuestra alma? Nuestro Señor se retiraba a hacer oración, separándo3

Mt 16,26.

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se del pueblo, y quería que los apóstoles se retirasen aparte, lo mismo que él 4 , después de haber hecho las cosas de fuera, para no omitir sus ejercicios espirituales; y su perfección estuvo en hacer bien los unos y los otros. Lo segundo que la regla indica que hemos de hacer es instruir a los pueblos del campo; hemos sido llamados a eso. Sí, nuestro Señor pide de nosotros que evangelicemos a los pobres: es lo que él hizo y lo que quiere seguir haciendo por medio de nosotros. Tenemos muchos motivos para humillarnos en este punto, al ver que el Padre Eterno nos destina a lo mismo que destinó a su Hijo, que vino a evangelizar a los pobres 5 y que indicó esto como señal de que era el Hijo de Dios y de que había venido el mesías que el pueblo esperaba 6 . Tenemos, pues, contraída una grave obligación con su bondad infinita, por habernos asociado a él en esta tarea divina y por habernos escogido entre tantos y tantos otros, más dignos de este honor y más capaces de responder a él que nosotros. Pero, padre, no somos nosotros los únicos que instruimos a los pobres; ¿no es eso lo que hacen los párrocos? ¿Qué otra cosa hacen los predicadores, tanto en las ciudades como en el campo? ¿Qué es lo que hacen en Adviento y Cuaresma? Predican a los pobres y predican mejor que nosotros. Es verdad, pero no hay en la Iglesia de Dios una compañía que tenga como lote propio a los pobres y que se entregue por completo a los pobres para no predicar nunca en las grandes ciudades; y de esto es de lo que hacen profesión los misioneros; lo especial suyo es dedicarse, como Jesucristo, a los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya o, al menos, puede relacionarse con ella en sus circunstancias. ¡Qué felicidad, hermanos míos! ¡Y también cuánta obligación de aficionarnos a ella! Por tanto, un gran motivo que tenemos es la grandeza de la cosa: dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres 7 . ¡Qué grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros y para participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento. ¡Qué! ¡Hacernos..., no me atrevo a decirlo..., sí: evangelizar a los pobres en un oficio tan alto que es, * Me 6,31. 5 Le 4,18. 6 Mt 16,26. ' Me 3,2.

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por excelencia, el oficio del Hijo de Dios! Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios, hermanos míos, y agradecerle incesantemente esta gracia! Otro motivo que tenemos para dedicarnos a ello por completo es la necesidad. Ya sabéis muy bien cuánta es, conocéis la ignorancia del pobre pueblo, una ignorancia casi increíble, y ya sabéis que no hay salvación para las personas que ignoran las verdades cristianas necesarias, pues según el parecer de San Agustín, de Santo Tomás y de otros autores, una persona que no sabe lo que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ni la Encarnación ni los demás misterios, no puede salvarse. Efectivamente, ¿cómo puede creer, esperar y amar un alma que no conoce a Dios ni sabe lo que Dios ha hecho por su amor? ¿Y cómo podrá salvarse sin fe, sin esperanza y sin amor? Pues bien, Dios, viendo esta necesidad y las calamidades que, por culpa de los tiempos, ocurren por negligencia de los pastores y por el nacimiento de las herejías, que han causado un grave daño a la Iglesia, ha querido, por su gran misericordia, poner remedio a esto por medio de los misioneros, enviándolos para poner a esas pobres gentes en disposición de salvarse. Hay otros autores que encuentran esta opinión demasiado dura, aunque esté basada en aquellas palabras de nuestro Señor: Haec est vita aeterna, ut cognoscant te solum Deum verum et quem misisti Jesum Christum*: la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo; de aquí se puede deducir que los que no conozcan la unidad de Dios, ni la Trinidad, ni a Jesucristo, no tendrán la vida eterna. Pues bien, dicen algunos que es imposible salvarse sin este conocimiento, mientras que otros dicen lo contrario. En esta duda, ¿no vale más seguir la opinión más segura? ln dubiis tutior pars est tenenda. Además, ¿hay algo más digno en el mundo que instruir a los ignorantes en estas verdades, como necesarias para la salvación? ¿No os parece que ha sido una bondad de Dios poner remedio a esta necesidad? ¡Oh Salvador! ¡Señor mío y Dios mío! Tú has suscitado una compañía para esto; la has enviado a los pobres y quieres que ella te dé a conocer a ellos como único Dios verdadero, y a Jesucristo como enviado tuyo al mundo, para que, por este 8

Jn 17,3.

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med\o, alcancen la vida eterna. Esto tiene que hacernos preferir esta tarea a todas las ocupaciones y cargos de la tierra y que nos consideremos los más felices del mundo. ¡Dios mío! ¡Quién pudiera comprenderlo! Además hay otro motivo para asistir a los pueblos: es en relación con los que no hacen buenas confesiones y que se callan adrede algunos pecados mortales; porque esas gentes no reciben la absolución y, al morir en ese estado, se condenan para siempre. ¡Y cuántos encontramos que se callan por vergüenza! No dejan de ir a confesarse y a comulgar; pero de esas buenas acciones ellos hacen otros tantos sacrilegios. Conozco a uno que tenía un pecado horrible, del que nunca había tenido la fuerza de confesarse. Sucedió que, durante una enfermedad en la que estaba a punto de morir, se confesó con su párroco sin decirle ese pecado tan grave, a pesar de que sabía que, al no decirlo, cometía un sacrilegio y se condenaría si moría de esa manera; sin embargo, no quiso decirlo. Habiendo recuperado la salud, se celebró una misión cerca del sitio donde estaba y vino a confesarse y nos dijo todo lo que acabo de deciros. Si esto es así, fijaos cuántos motivos tenemos para alabar a Dios por habernos enviado como un remedio para esta desdicha y cómo tienen que inflamarse nuestros corazones en el amor al trabajo en la asistencia al pobre pueblo, entregándonos conscientemente a esta tarea, ya que su necesidad es extrema y Dios lo está esperando de nosotros. Así, pues, actúan en contra de la regla los que no quieren ir a una misión o los que, por haber tenido que sufrir algo en ella, no quieren volver, o que, por gustarles más el trabajo en los seminarios eclesiásticos, no quieren salir de allí, o que, sintiendo gusto en otra ocupación, no quieren dejarla para ir a misionar, a pesar de ser un trabajo tan necesario. Ciertamente, es cosa digna de un misionero tener y conservar este deseo de ir de misiones, de fomentar este empeño de asistir al pobre pueblo de la forma con que le asistiría nuestro Señor si estuviese todavía en la tierra, y, finalmente, de dirigir su intención para vivir y morir en este santo ejercicio. Esto es lo que hay que hacer; no tienen por qué asustarnos las dificultades; es una obra de Dios que merece que superemos todas las repugnancias y resistamos a las tentaciones. Es lo que les pasa a todos los que quieren seguir a nuestro Señor; ¿no estuvo también nuestro Señor sujeto a ellas? 9 El 9

Heb 4,15.

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las superó y seguramente nos concederá a nosotros esa gracia si queremos combatir lo mismo que él. Una cosa que nos ayudará mucho en esto es que seamos indiferentes afite las tareas. El tercer fin de nuestro humilde instituto es instruir a los eclesiásticos no solamente en las ciencias, para que las sepan, sino en las virtudes, para que las practiquen. ¿De qué sirve enseñarles las unas sin las otras? Nada o casi nada. Necesitan capacidad y una buena vida; sin ésta, aquella es inútil y peligrosa. Tenemos que llevarlos igualmente a las dos; eso es lo que Dios pide de nosotros. Al principio, no pensábamos ni mucho menos en servir a los eclesiásticos; sólo pensábamos en nosotros y en los pobres. ¿Cómo empezó el Hijo de Dios? Se ocultaba, parecía que pensaba sólo en sí mismo, oraba a Dios y sólo hacía acciones particulares; no aparentaba nada más, hasta que empezó a anunciar el evangelio de los pobres; luego, con el tiempo, eligió a los apóstoles, se esforzó en instruirlos, amonestarlos y formarlos 10 , y, finalmente, los animó de su espíritu, no sólo para ellos, sino para todos los pueblos de la tierra; les enseñó además todas las máximas para hacer sacerdotes, para administrar los sacramentos y cumplir con su ministerio. Sería demasiado largo entrar en detalles. Del mismo modo, al comienzo, la compañía sólo se ocupaba de sí misma y de los pobres; durante ciertas estaciones, se retiraba a sus casas particulares; durante otras, iba a enseñar a los pobres del campo. Dios permitió que en nosotros sólo se viera esto"; pero cuando llegó la plenitud de los tiempos 12 , nos llamó para que contribuyéramos a formar buenos sacerdotes, a dar buenos pastores a las parroquias y a enseñarles lo que tienen que saber y practicar. ¡Qué tarea tan importante! ¡qué sublime! ¡cuan por encima de nosotros! ¿Quién había pensado jamás en los ejercicios de los ordenandos y en los seminarios? Nunca se nos hubiera ocurrido esta empresa si Dios no nos hubiera demostrado que era su voluntad emplearnos en ella. Dios es, por tanto, el que ha llevado a la compañía a estos oficios, sin elección por nuestra parte, pidiendo de nosotros esta dedicación, que ha de ser una dedicación seria, humilde, devota, constante y en correspondencia con la excelencia de la obra. Esto es, poco más o menos, lo que yo tenía que decirles en la explicación de esta regla. Veamos ahora las dificulta-

des con que nos podemos tropezar. En primer lugar, se le hubiera podido preguntar al Hijo de Dios: "¿Para qué has venido? Para evangelizar a los pobres. Eso es lo que el Padre te ordenó; entonces, ¿para qué haces sacerdotes? ¿Por qué les das el poder de consagrar, el de atar y desatar, etc.?" 13 Puede decirse que venir a evangelizar a los pobres no se entiende solamente enseñar los misterios necesarios para la salvación, sino hacer todas las cosas predichas y figuradas por los profesores, hacer efectivo el Evangelio. Ya sabéis que antiguamente Dios rechazó a los sacerdotes manchados 14 , que habían profanado las cosas santas; sintió horror de sus sacrificios15 y dijo que suscitaría otros que, desde el levante hasta el poniente y desde el mediodía hasta el septentrión, harían resonar sus voces y sus palabras: In omnem terram exivit sonus eorum16. ¿Por medio de quién cumplió estas promesas? Por su Hijo, nuestro señor, que ordenó sacerdotes, los instruyó y los formó y les dio poder para ordenar a otros: Sicut misit me Pater, et ego mitto vos11. Y esto para hacer, por medio de ellos, lo que él mismo había hecho durante su vida, para salvar a todas las naciones por medio de las instrucciones y de la administración de los sacramentos. Podría decirse en la Compañía: "Padre, yo estoy en el mundo para evangelizar a los pobres, y quiere usted que trabaje en los seminarios; quiero dedicarme a lo que he venido a hacer, que son las misiones en el campo, y no encerrarme en una ciudad para servir a los eclesiásticos". Sería un engaño, y un gran engaño, no querer dedicarse a hacer buenos sacerdotes, tanto más cuanto que no hay nada mayor que un sacerdote, a quien él le da todo poder sobre su cuerpo natural y su cuerpo místico, el poder de perdonar los pecados, etcétera. ¡Dios mío! ¡Qué poder! ¡Qué dignidad! Esta consideración nos obliga, por consiguiente, a servir a ese estado tan santo y tan elevado. He aquí otra consideración: la necesidad que tiene la Iglesia de buenos sacerdotes que reparen tanta ignorancia y tantos vicios de los que está cubierta la tierra, y que libren a la pobre Iglesia de este lamentable estado, por el que las almas buenas deberían llorar lágrimas de sangre. Puede ser que todos los males que vemos en el mundo 13 14

10 11 12

Me 3,13-15. Del 17 de abril de 1625 al mes de septiembre de 1628. Gal 4,4.

15 16 17

Mi 18,28. Mt 22,26. Is 1,13. Sal 18,5; Mal 1,11. Jn 20,21.

•150

P.Il.

Selección de escritos

I

tengan que atribuírseles a los sacerdotes. Esto podrá escandalizar a algunos, pero el tema requiere que indique, por la grandeza del mal, la importancia del remedio. Se han tenido varias conferencias sobre esta cuestión, que ya se ha tratado a fondo, para descubrir las fuentes de tanta desgracia; pero el resultado ha sido que la Iglesia no tiene peores enemigos que los sacerdotes. De ellos es de donde han nacido las herejías: testigos son esos dos heresiarcas Lutero y Calvino, que eran sacerdotes; por los sacerdotes es como se han impuesto los herejes, reinan los vicios y la ignorancia ha establecido su trono entre el pobre pueblo; y esto por culpa de sus propios desórdenes y por no haberse opuesto con todas sus fuerzas, como tenían obligación, a esos tres torrentes que han inundado la tierra. ¡Qué sacrificio hacéis a Dios, hermanos míos, trabajando en su reforma, de manera que vivan según la alteza y la dignidad de su condición y pueda la Iglesia levantarse, por este medio, del oprobio y de la desolación en que se encuentra! Padre, pase que hagamos esto; mas, ¿por qué hemos de atender a las Hijas de la Caridad? ¿No ha venido el Hijo de Dios a evangelizar a los pobres, a hacer sacerdotes, etc.? Sí. ¿No quiso que fueran en su compañía algunas mujeres? 18 Sí. ¿No las ha dirigido a la perfección y al servicio de los pobres? Sí. Pues si nuestro Señor, que hizo todas las cosas para nuestra instrucción, así lo quiso, ¿creéis que no haremos bien en seguirle? ¿Es acaso contrario a su proceder cuidarse de esas mujeres para la asistencia de los pobres enfermos? ¿No tuvieron también los apóstoles mujeres a su cuidado? Ya sabéis que desde entonces hubo diaconisas que hicieron maravillas en la Iglesia de Dios, que tenían por oficio colocar en su sitio a las mujeres y enseñarles las ceremonias en las asambleas, y de esta manera Dios se veía igualmente servido por el uno y por el otro sexo; ¿y creeremos nosotros que no es asunto de la Misión hacer que nuestro Señor sea servido y honrado por los dos? ¿No somos imitadores de ese divino Maestro, que parece que no venía a este mundo más que por los pobres y que, sin embargo, dirigió a un grupo de mujeres? Ved, hermanos míos, qué gran bendición de Dios es que nos encontramos en el mismo estado en que se encontró el Hijo del Padre Eterno, dirigiendo como él a unas mujeres que sirven a Dios y al público de la mejor manera que esas pobres mujeres son capaces de hacer.

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Le 8,13.

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451

Pero ¿para qué, me dirá alguno, encargarse de un hospital? Ahí están esos pobres del Nombre de Jesús que nos trastornan; hay que ir a decirles misa, a instruirles, a administrarles los sacramentos y a ocuparnos de todas sus cosas; ¿y por qué hemos de ir hasta la frontera a distribuirles limosnas, exponiéndonos a muchos peligros y apartándonos de nuestras funciones? — Padres, ¿es posible criticar estas buenas obras sin ser un impío? Si los sacerdotes se dedican al cuidado de los pobres, ¿no fue también éste el oficio de nuestro Señor y de muchos grandes santos, que no sólo recomendaron el cuidado de los pobres, sino que los consolaron, animaron y cuidaron ellos mismos? ¿No son los pobres los miembros afligidos de nuestro Señor? ¿No son hermanos nuestros? Y si los sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que les asista? De modo que, si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del soberano Juez de vivos y de muertos: "Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestísteis; enfermo y me cuidasteis" 19 . Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo y por su carácter, como son los sacerdotes. Y he oído decir que lo que ayudaba a los obispos a hacerse santos era la limosna. Pero, padre, me dirá alguno, ¿está en nuestra regla que recibamos a los locos en San Lázaro y a esas almas tan rebeldes que parecen pequeños demonios? Le diría a ése que nuestro Señor quiso verse rodeado de lunáticos, endemoniados, locos, tentados y posesos20; se los llevaban de todas partes para que los librase y los curase, y él procuraba poner remedio. ¿Por qué vamos a condenar esto entre nosotros, cuando intentamos imitar a nuestro Señor en una cosa que él indicó que le agradaba tanto? Si recibió a los locos y a los endemoniados, ¿por qué no los vamos a recibir nosotros? No vamos a buscarlos, sino que nos los traen; ¿qué sabemos nosotros si su providencia, que así lo ordena, no quiere servirse de nosotros para remediar la enfermedad de esas pobres 19

18

IX.

20

Mt 25,34-36. Me 1,32-34.

452

f-H-

Selección de escritos



I

gentes, si él los amó tanto que quiso pasar también él por loco y parecer como si estuviera furioso y delirante, para santificar en su sagrada persona ese estado? Et tenuerunt eum, dicentes quoniam in jurorem versus est21. ¡Oh Salvador mío y Dios mío! ¡Concédenos la gracia de mirar estas cosas con los mismos ojos con que tú las miras! ¿Y por qué encargarnos de los niños expósitos? ¿Es que no tenemos ya bastantes quehaceres? Hermanos míos, acordémonos de lo que dijo nuestro Señor a sus discípulos: "Dejad que los niños venga a mí" 22 ; guardémonos mucho de impedir que vengan a nosotros; si no, seríamos contrarios a él. ¿Qué amistad no demostró él por los niños, hasta tomarlos en brazos y bendecirlos con su mano? ¿No fueron ellos la ocasión para que nos diera una regla para nuestra salvación, mandándonos que nos hiciéramos semejantes a ellos si queríamos entrar en el reino de los cielos?23 Cuidar de los niños es, en cierto modo, hacerse niño; y cuidar de los niños expósitos es ocupar el lugar de sus padres, o mejor aún, el de Dios, que dijo que, si la madre llegara a olvidarse de su hijo, él no lo olvidaría 24 . Si nuestro Señor viviese aún entre los hombres y viese a los niños abandonados por su padre y por su madre, como éstos, ¿creéis acaso, padres y hermanos míos, que los abandonaría? Detenerse a pensar en esto sería cometer una injuria contra su bondad infinita, y seríamos infieles a su gracia, que nos ha escogido para la dirección de ese asilo, si quisiéramos librarnos de las molestias que nos causa 25 . Os hablo de todas estas objeciones, hermanos míos, antes de que se presenten, porque pudiera ser que algún día se presentasen. Yo no puedo ya durar mucho; pronto tendré que irme; mi edad, mis achaques y las abominaciones de mi vida no permiten que Dios me siga tolerando por mucho tiempo en la tierra. Podría suceder que, después de mi muerte, algunos espíritus de contradicción y comodones dijesen: "¿Para qué molestarse en cuidar de esos hospitales? ¿Cómo poder atender a esas personas arruinadas por la guerra y para qué ir a buscarlas en sus casas? ¿Por qué cargarse de tantos asuntos y de tantos pobres? ¿Por qué dirigir a las mu21

Me 3,21; cita inexacta. Me 10,14. Mt 18,3. 24 Is 49,15. 25 La cita que trae ABFLLY en la p.127 del libro III (cap. 11 sec.2) parece ser una redacción distinta de este mismo pasaje. 22

23

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IX.

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jeres\que atienden a los enfermos y por qué perder el tiempo con los locos?" Habrá algunos que criticarán esas obras, no lo dudéis; otros dirán que es demasiado ambicioso enviar misioneros a países lejanos, a las Indias, a Berbería. Pero, Dios y Señor mío, ¿no enviaste tú a Santo Tomás a las Indias, y a los demás apóstoles, por toda la tierra? ¿No quisiste que se encargaran del cuidado y dirección de todos los pueblos en general y de muchas personas y familias en particular? No importa; nuestra vocación es: Evangelizare pauperibus26. Deseamos dar misiones aquí; ya hay bastante que hacer, sin ir más lejos deseo ocuparme en esto; ¡que no me hablen de los niños expósitos, ni de los ancianos del Nombre de Jesús, ni de esos presos! Algún día vendrán esos espíritus mal nacidos que se pondrán a criticar todos los bienes que Dios nos ha hecho abrazar y sostener con tan gran bendición; no lo dudéis. Advierto de ello a la Compañía, para que mire siempre las cosas tal como son, como obras de Dios, que Dios nos ha confiado, sin que nosotros nos hayamos metido en ninguna de ellas ni hayamos contribuido por nuestra parte en lo más mínimo a encargarnos de ellas. El nos las ha dado, o aquellos en quienes reside el poder, o la pura necesidad, que son los caminos por los que Dios nos ha comprometido en estos designios. Por eso todo el mundo piensa que esta Compañía es de Dios, porque se ve que acude a las necesidades más apremiantes y más abandonadas. A pesar de todo esto, no faltará quien vea mal estas cosas; os advierto de ello, hermanos míos, antes de abandonaros, con el mismo espíritu con que Moiséis advertía a los hijos de Israel, según se dice en el Deuteronomio 27 . Yo me voy, no me veréis28; sé que algunos de vosotros se levantarán para seducir a los demás; harán lo que os prohibo 29 y dejarán de hacer lo que os recomiendo de parte de Dios. No os dejéis sorprender 30 , porque, si obráis como ellos, caerán sobre vosotros males que os destruirán; por el contrario, si observáis las obras del Señor sin recortarlas en nada, seréis bendecidos con toda clase de bendiciones. Post discessionem meam, decía San Pablo, venient lupi rapaces*1. Después que yo me vaya, vendrán lobos rapaces, y de entre vosotros surgirán falsos hermanos que os anunciarán cosas perversas y os enseña29 se is 4 18. Mt 24,11. 27 28

D t 3 j ; 29. Jn

16>16.

so

Le 21,8. " Act. 20,29.

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P.II.

Selección de escritos

rán lo contrario de lo que os he dicho; pero no los escuchéis, son falsos profetas. Llegará incluso a haber, hermanos míos, esqueletos de misioneros que intentarán insinuar falsas máximas para arruinar, si pudieran, estos fundamentos de la Compañía; a ésos es a los que hay que resistir. No sé si sería demasiado decir lo que dijo San Benito antes de morir. Había entonces, en las casas que había fundado, algunos religiosos descontentos que decían: "¿Para qué esto y aquello?", murmurando de las normas y condenando algunas prácticas santamente establecidas; llegó esto al conocimiento del santo abad, que empezó a temer que se derrumbase todo después de su muerte. ¿Qué es lo que hizo? Se trata de una orden en la que no hay superior general; cada casa es autónoma de las demás y no recibe visita ni corrección de ninguna otra; pues bien, San Benito conjuró a los obispos vecinos para que, cuando viesen algún desorden en ellas, pusieran remedio para corregirlas y mediante suspensión, para reprimir a los monjes rebeldes y díscolos; y pide incluso a los nobles de los alrededores que acudan contra ellos por la fuerza y las armas para mantenerlos en su deber. No quiero yo decir todo esto, sino únicamente que si alguno llegara a proponer más larde en la Compañía que se quitase esta práctica, se abandonase este hospital, se retirase a los que trabajan en Berbería, se quedasen aquí, no fuesen allá, se dejase esta tarea y no se acudiese a las necesidades de lejos, que dijeseis con energía a esos falsos hermanos: "Señores, dejadnos con las leyes de nuestros padres, en la situación en que estamos; Dios nos ha puesto aquí y quiere que permanezcamos aquí". Manteneos firmes. Pero la Compañía, dirán algunos, se encuentra trabada en esa ocupación. ¡Ay! Si en su infancia ha sostenido este peso y ha llevado tantos otros, ¿por qué no va a poder llevarlos cuando sea más fuerte? "Dejadnos, habrá que decirles, dejadnos en la situación en que estaba nuestro Señor en la tierra; estamos haciendo lo que él hizo; no nos impidáis que le imitemos". Amonestadlos, hermanos míos, amonestadlos y no les escuchéis. ¿Y quiénes serán los que intenten disuadirnos de estos bienes que hemos comenzado? Serán espíritus libertinos, libertinos, libertinos, que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más. ¿Quiénes más? Serán... Más vale que no lo diga. Serán gentes comodonas (y decía esto cruzando los brazos, imitando a los perezosos), personas que no viven más que en un pequeño círculo,

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¡X.

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que ^imitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí; y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, en seguida se vuelven a su centro, lo mismo que los caracoles a su concha. Nota que, al decir esto, hacía ciertos gestos con las manos y con la cabeza, con cierta inflexión de la voz un poco despreciativa, de manera que con esos movimientos expresaba mejor que con sus palabras lo que quería decir. Y recogiéndose luego, se dijo a sí mismo: ¡Miserable de ti, que eres un viejo parecido a todos esos! Las cosas pequeñas te parecen grandes y las dificultades te encogen. Sí, padres; hasta el levantarme por la mañana me parece insoportable y las menores molestias me parecen insuperables. Serán espíritus raquíticos, gentes como yo, las que quieran separar a la Compañía de sus prácticas y ocupaciones. Entreguémonos a Dios, hermanos míos, para que nos conceda la gracia de mantenernos firmes. Tengamos firmeza, hermanos míos, tengamos firmeza, por amor de Dios; él será fiel a sus promesas y no nos abandonará jamás, mientras le estemos sometidos para el cumplimiento de sus designios. Mantengámonos firmes en el círculo de nuestra vocación; esforcémonos en tener vida interior, en concebir grandes y santos ideales por el servicio de Dios; hagamos el bien que se nos presente de la manera que hemos dicho. No digo que haya que llegar hasta lo infinito y abrazarlo todo indiferentemente, pero sí todo lo que Dios nos dé a conocer que pide de nosotros. Nosotros somos para él y no para nosotros 32 ; si aumenta nuestro trabajo, él también aumentará nuestras fuerzas. ¡Oh Salvador! ¡Qué felicidad! ¡Oh Salvador! Si hubiera varios paraísos, ¿a quién se los darías sino a un misionero que se haya mantenido con reverencia en todas las obras que le has encomendado y que no ha rebajado las obligaciones de su estado? Esto es lo que esperamos, hermanos míos, y lo que le pediremos a su divina Majestad; y todos, en este momento, le daremos gracias infinitas por habernos llamado y escogido para unas funciones tan santas y santificadas por el mismo nuestro Señor, que fue el primero en practicarlas. ¡Oh! ¡Cuántas gracias tenemos motivos para esperar, si las practicamos con su mismo espíritu, por la gloria de su Padre y por la salvación de las almas! Amén. « l Cor 3,23; 6,19. Cf. S.V.P. XII, 73-94; E.S. XI, 381-398.

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I 2.

CONFERENCIA DEL 14 DE FEBRERO DE 1659

SOBRE LAS MÁXIMAS DEL EVANGELIO (Reglas comunes, cap.2 art. 1) Necesidad de seguir la doctrina de Jesucristo y de huir del mundo. Razones y medios propios para adherirse a la doctrina de nuestro Señor. Hermanos míos, el tema propuesto para la conferencia es sobre el empleo del tiempo. Ayer por la tarde, hablando con el padre Gicquel 1 , dudaba de si podría abusar de vuestra paciencia esta tarde, pero hoy me encuentro con menos molestias y he pensado, in nomine Domini, hablaros del segundo capítulo de nuestras reglas y retrasar el tema del empleo del tiempo para otro día. Hasta ahora, hermanos míos, se os ha hablado del fin de la Compañía, que es el de trabajar ante todo y sobre todo por la propia perfección, por la propia perfección (y repitió estas palabras con un tono grave y pausado, para inculcar este sentimiento en la Compañía); y esto, imitando las virtudes que nuestro Señor nos*ha enseñado con su ejemplo y sus palabras. Por consiguiente, hemos de tener siempre este divino cuadro ante los ojos. En segundo lugar, asistir a las pobres gentes del campo, instruirlas en las virtudes cristianas, exhortarlas a una buena vida, ayudarles a hacer una buena confesión general y todo lo demás. En tercer lugar, servir al estado eclesiástico según nuestra pobreza, según la poca ciencia y virtud que tenemos; y aunque estos señores tengan más que nosotros, sin embargo, hemos de atenderles en ello. A continuación dice la regla que la Compañía está compuesta de eclesiásticos y de laicos; que la tarea de los primeros es ir de aldea en aldea evangelizando a los pobres, dirigir los seminarios y las conferencias y dedicarse a las demás obras que la Compañía tiene costumbre de realizar en favor del prójimo. En cuanto a los hermanos, su tarea es la de Marta, que consiste en trabajar corporalmente al lado de los eclesiásticos, contribuyendo a sus funciones espirituales con sus oraciones, lágrimas, mortificaciones y buenos ejemplos. Se ha dicho que el espíritu de Jesucristo es necesario a los unos y a 2. Conferencia. Manuscrit des Conférences. 1 Subasistente de la casa.

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los otros para realizar útilmente sus obligaciones; pues ¿qué es el espíritu del hombre, sino miseria y vanidad? Por tanto, hay que estar animados de su espíritu para realizar las obras señaladas en nuestras reglas. Pues bien, para conocer y para tener este espíritu, se ha dicho que los siguientes artículos indicarían en que consiste y los medios para adquirirlo. Leamos el capítulo segundo de este librito de nuestras reglas; esto es lo que dice: Ante todo, procure cada uno mantenerse bien en esta verdad, que la doctrina de Jesucristo nunca puede engañar, mientras que la del mundo siempre lleva a la mentira, ya que el mismo Jesucristo nos asegura que ésta es semejante a una casa construida sobre arena, y que la suya se parece a un edificio construido sobre tierra firme; por consiguiente, la congregación hará profesión de obrar siempre según la doctrina de Jesucristo, y nunca según las máximas del mundo; y para ello, cumplirá especialmente lo que sigue. Así, pues, hay que poner como fundamento de todo que la doctrina de Jesucristo hace lo que dice, mientras que la del mundo no da nunca lo que promete; que los que hacen lo que Jesucristo enseña construyen sobre la roca, y que ni la inundación de las aguas ni el ímpetu de los vientos podrán derribarlo 2 ; y quienes no hacen lo que él ordena se parecen a quien construye su casa sobre la arena movediza, que se cae ante el primer huracán. Por tanto, quien dice doctrina de Jesucristo, dice roca inquebrantable, dice verdades eternas que son seguidas infaliblemente de sus efectos, de modo que el cielo se derrumbaría antes de que fallase la doctrina de Jesucristo. Por eso la Regla concluye que es menester que la Compañía haga profesión de abrazar siempre y practicar la doctrina de Jesucristo, y nunca la del mundo, y que al obrar de esta forma se llenará y se revestirá de Jesucristo. Para explicar bien esta regla y, en consecuencia, para sacar fruto de ella, mantendremos el orden que ya hemos observado en la explicación de algunos de los artículos anteriores, y que seguiremos quizás en los siguientes, si el tema nos obliga a ello, como el de hoy. Diremos, pues, 1.a, en qué consiste la doctrina de Jesucristo y lo que se entiende por la del mundo; 2.Q, señalaremos algunos motivos para aficio2

Mt 7,25.

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Selección de escritos

narnos a ella; 3. , indicaremos algunos medios para practicarla. En cuanto al primer punto, la doctrina de Jesucristo se define de este modo: una ley divina positiva, dada a todos los hombres por Jesucristo, legislador, maestro de costumbres, institutor del santo sacrificio y de los sacramentos nuevos. Esta es la definición. Pues bien, propiamente hablando, una ley obliga a que se la observe. Pero hay que saber que esta doctrina de Jesucristo consiste en mandamientos y en consejos, que se llaman evangélicos. Los mandamientos obligan al entendimiento y a la voluntad, como éste: Hoc est praeceptum meum, ut diligatis invicem3: mi mandamiento es que os améis los unos a los otros. Esta es una ley coactiva que manda; pero hay otras que no son coactivas, sino leyes directivas, que nos proponen los consejos evangélicos para la perfección, como por ejemplo: "Vended todo lo que poseáis y dadlo en limosna" 4 . Se trata de una ley divina y positiva que se señala y propone a todos los hombres para que cada uno la abrace según su condición y según las disposiciones y atracción que tenga para ello; pero no obliga so pena de pecado a que se la practique, aunque todos estén obligados a respetarla, de forma que pecarían si la despreciasen. Pues bien, esta doctrina o ley de Jesucristo está contenida en el Nuevo Testamento, bien en lo que nos enseñan los apóstoles, por vía de inspiración, o bien por sí mismo, en los evangelios, donde él nos habla de viva voz. Para entenderlo mejor, hay que saber que el Nuevo Testamento se divide primero en la explicación de la Sagrada Escritura y la ampliación de la misma para instrucción y buena vida del pueblo; en segundo lugar se divide en la institución del santo sacrificio, de los sacramentos y de las órdenes que Jesucristo ha establecido; y en tercer lugar, en doctrina preceptiva, que manda, y directiva o de dirección, que aconseja, y que es lo que llamamos consejos evangélicos. De esta tercera clase de doctrina evangélica, tanto preceptiva como directiva, es de la que queremos hablar en esta charla y de la que hace mención la regla. También las llamamos máximas evangélicas. Sé muy bien que, propiamente hablando, las máximas, llamadas con otro nombre axiomas, son ciertos principios que carecen de pruebas, de los que se sacan consecuencias concluyentes; pero, comúnmente hablando, se las toma, no ' Jn 15,12. 4 Mt 19,21.

IX.

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sólo como primeros principios, sino también por las conclusiones que de ellos se infieren, tanto mediata como inmediatamente, e incluso por las asistencias y dichos notables que tienden, directa o indirectamente, a la práctica de alguna virtud o a la huida de algún vicio. En todos estos sentidos tomamos la palabra máxima, y así se la entiende en este capítulo de nuestras reglas, titulado: Sobre las máximas evangélicas. ¿Y cuáles son estas máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo Testamento, pero las principales y fundamentales son las que se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor en la montaña, que comienza: "Bienaventurados los pobres de espíritu" 5 ; este sermón comprende los capítulos 5, 6 y 7 de San Mateo. Pongamos por ejemplo ésta, que es de las fundamentales: "Id y tened con vuestro prójimo el mismo trato con que os gustaría ser tratados" 6 . Esta máxima es la base de la moral, y sobre este principio se pueden regular todas las acciones de la justicia secular; sobre ellas estableció Justiniano sus leyes y los jurisconsultos han regulado el derecho civil y canónico. Y como toda conclusión que se saca de uno o de varios principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para la práctica de la virtud, o lo que prohiben para la huida del vicio, así también de estas máximas evangélicas se sacan consecuencias ciertas que llevan, según los designios de nuestro Señor, no sólo a huir del mal y a seguir el bien, sino también a procurar la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección cristiana. Para tener una mayor inteligencia de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de las que no obligan, es conveniente añadir aquí que hay algunas que obligan a su observancia, como éstas: "Guardaos de toda avaricia" 7 , "Haced penitencia" 8 , porque son mandamientos absolutos. Otras no obligan, según Santo Tomás, más que quoad praeparationem animi, esto es, que le propongan a uno y éste tenga poder para cumplirlas, como ésta: "Haced bien a los que os odian" 9. Hay otras que son puramente consejos, como, por ejemplo: "Vended todo lo que poseéis y dadlo en limosna" 10, porque nuestro Señor no obliga a nadie a vender todos 5

Mt Mt ' Le 8 Mt » Mt 10 Mt 6

5,3. 7,12. 12,15. 4,17. 5,44. 19,21.

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sus bienes para dárselos a los pobres; esto es sólo para una mayor perfección. Finalmente, hay otras que son también puros consejos evangélicos, pero que, sin embargo, obligan a veces a observarlos por haberse convertido en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de guardarlos, haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos evangélicos se refieren y se reducen a estas tres virtudes, pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza, con la castidad o con la obediencia. Según esto, hermanos míos, nosotros, que hemos hecho voto de guardar estos tres consejos evangélicos, estamos obligados a observarlos; y al observarlos, podemos estar seguros de edificar sobre la roca y de levantar un edificio permanente. Esos son los consejos y las máximas de las que habla nuestra regla y las que dice que ha de abrazar nuestra compañía. Esta obligación nos compromete al mismo tiempo a huir de las máximas del mundo, ya que son opuestas a las del Evangelio; y para poder huir de ellas, hay que saber cuáles son. Os he prometido explicaros qué es lo que se entiende por estas máximas del mundo. Pues bien, no sabría describirlas mejor que haciéndoos ver cómo se oponen a las de Jesucristo y en qué las contradicen. Expliquemos cómo. En primer lugar, las máximas de nuestro Señor dicen: "Bienaventurados los pobres" n ; y las del mundo: "Bienaventurados los ricos". Aquéllas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas, que hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice que la aflicción es buena: "Bienaventurados los que lloran"; los mundanos, por el contrario: "Bienaventurados los que se divierten y se entregan a los placeres". "Bienaventurados los que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia"; el mundo se burla de esto y dice: "Bienaventurados los que trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes". "Bendecid a los que os maldicen" 12, dice el Señor; y el mundo dice que no hay que tolerar las injurias: "al que se hace oveja, lo comen los lobos"; que hay que mantener la reputación a cualquier precio, y que más vale perder la vida que el honor. Y esto basta para conocer cuál es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por consiguiente, nuestra regla, al comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo, que es infalible, nos obliga al mismo tiempo, como hemos dicho, a ir contra la doctrina del mundo, que es un abuso. No es que 11 12

Mt 5,3-6. Le 6,28.

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en el mundo no haya proverbios que sean buenos y que no se opongan a las máximas cristianas, como éste: "Haz bien y encontrarás bien". Esto es verdad; los paganos y los turcos lo confiesan, y todos están de acuerdo en eso. Un día estaba viajando con un consejero del consejo mayor; me decía que las buenas máximas del mundo son como los consejos evangélicos. Por ejemplo: "El que mucho abarca, poco aprieta". Es una verdad constante y comprobada; todos lo han experimentado. En el mundo hay máximas buenas y máximas malas; las buenas son aquellas en las que todos están de acuerdo y no contradicen al Evangelio; las malas son las que se oponen a las de Jesucristo y sólo las aprueban los malvados y los mundanos. Sin embargo, existe cierta diferencia entre las buenas máximas de este mundo y las del Evangelio; porque en aquellas estamos de acuerdo por la experiencia, por haber comprobado sus efectos; mientras que de las de nuestro Señor conocemos su infalibilidad por su espíritu, que nos da su conocimiento y que nos hacer ver cuáles son sus divinas consecuencias, ya que, como nos las enseña la verdad eterna, son muy verdaderas y siempre alcanzan su efecto. Los buenos hombres del campo saben que la luna cambia, que hay eclipses de sol y de los demás astros; hablan con frecuencia de ello y son capaces de ver esos sucesos cuando tienen lugar. Pero un astrónomo no sólo los ve como ellos, sino que los prevé de antemano, conoce los principios del arte o de la ciencia; dirá: "Tal día, a tal hora y en tal minuto habrá un eclipse". Pues bien, si los astrónomos, por su ciencia, tienen esta penetración infalible, no sólo en Europa, sino entre los chinos, y en medio de esta oscuridad del futuro penetran tan hondo con su vista que conocen con certeza los extraños efectos que tienen que ocurrir por el movimiento de los cielos de aquí a cien años, a mil años, a cuatro mil años, y hasta el fin del mundo, gracias a las reglas que tienen, si los hombres tienen este conocimiento —repito—, ¡cuánto más esta luz eterna, que penetra hasta en las más pequeñas circunstancias de las cosas más ocultas, ha visto la verdad de estas máximas! ¡Ay, padres! Estemos convencidos de que estas máximas, que nos ha propuesto la infinita caridad de Jesucristo, no pueden engañarnos. Lo malo es que no nos fiamos de ellas y atendemos más a la prudencia humana. ¿No veis que obramos mal al fiarnos más de los razonamientos humanos que de las promesas de la eterna sabiduría, de las apariencias

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engañosas de la tierra más que del amor paternal de nuestro Salvador, que ha bajado del cielo para librarnos del error? ¡Oh Salvador, bien sabes tú el valor de esta máxima cuando nos la has dado, a pesar de que pocos pueden comprenderla: "Si te abofetean en una mejilla, pon la otra" 1 3 ! Tu providencia permite que a veces veamos su importancia, pero nos dejamos llevar por lo contrario. Por favor, hermanos míos, ¿qué máxima será la mejor? ¿La de que presentemos la mejilla izquierda cuando nos han abofeteado en la derecha, o la del mundo, que quiere que nos sintamos ofendidos? ¿Quién conoce mejor la naturaleza de estas máximas: el mundo que pide venganza o el Hijo de Dios que nos aparta de ella? Por ejemplo, un hidalgo recibe un bofetón; el resentimiento le hace echar mano a la espada; todo el mundo se pone a su lado para ayudarle a vengar esta afrenta; la venganza le lleva a la lucha, pero entonces resulta que se ve en peligro de perder sus bienes por confiscación, su vida en aquel duelo, su alma por aquel crimen, su mujer y sus hijos por esta desgracia. ¿No hubiera sido mejor que aquel desgraciado se hubiese atenido a la máxima de nuestro Señor, que habría mantenido su persona y su casa en la prosperidad y le habría atraído las gracias de Dios, en vez de seguir las máximas del mundo, que le han puesto en un trance tan apurado, con peligro inminente de eterna condenación? ¿No veis cómo las máximas del mundo son falsas, mientras que las de nuestro Señor resultan siempre ventajosas en la práctica, aunque parezcan difíciles? Por tanto, hay que atenerse a esas verdades, hermanos míos; hay que portarse siguiendo las luces del cielo. Hay una máxima que prohibe pleitear: "Si te quitan el manto, dales también el vestido" M. ¿Qué consejo creéis que se debe seguir: sostener un proceso cuando quieren quitaros una cosa bien adquirida, o dejarla sin llegar a disputar? ¡Ay, padres, ya hemos experimentado demasiado bien en nosotros mismos las malas consecuencias de los primero con la pérdida de Orsigny, que servirá de escarmiento a la compañía para que evite los procesos! ¿No hubiera sido mejor dejar aquella finca, aunque nos la dieron sin haberla buscado? Ya sabes tú, Dios mío, que nosotros nada hicimos por tenerla; tú lo sabes, Dios mío, tú lo sabes. ¿No hubiera sido mejor dejarla de antemano, a pesar de los grandes gastos que habíamos hecho en ella, en vez de pleitear, como hemos hecho, 15 14

Mt 5,39. Mt 5,40.

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deseando conservar aquel bien tan justamente adquirido, ya que de esta forma lo hemos perdido todo? Dios lo ha permitido así para que aprendiéramos a costa nuestra cuan engañosa es la prudencia humana, y cómo su divina palabra merece todo crédito y amor. "¡Pues qué!, dirá alguno, ¿hemos de dejarnos despojar vivos sin decir ni una sola palabra contra la injusticia? ¿No es mejor defenderse para conservar lo que tenemos?"—Le diré que a veces uno está obligado a ir ante el juez. Así lo hizo nuestro Señor, y San Pablo sostuvo un proceso, defendiendo él mismo su causa 15. Cuando la justicia nos llama, estamos obligados a responder; pero previamente conviene que la compañía, para honrar el consejo de nuestro Señor y tener devoción a esta máxima, se disponga a preferir antes perder que litigar, y procure apagar toda clase de desavenencias, cueste lo que cueste, antes de obstinarse en sostener sus derechos, de forma que no acuda nunca a los tribunales sin haber buscado antes un arreglo. Démosle a Dios esta gloria, hermanos míos, y al público este ejemplo. Nuestra regla nos obliga, pues, a mantener con firmeza las máximas de nuestro Señor; por tanto, hermanos míos, hemos de entregarnos a Dios para estimarlas y amarlas y observarlas cada una a su debido tiempo. Pidámosle esta gracia con oraciones y sacrificios; empleemos todos los medios que Dios ha inspirado a su Iglesia, para entrar en estas verdades divinas y dirijamos toda nuestra vida, nuestro proceder y nuestro afecto en esta dirección. He aquí algunas razones para excitarnos a ello. La primera, que Jesucristo, la eterna sabiduría, ha dicho que los que escuchan su palabra y la ponen en práctica son semejantes a los sabios que construyen sobre tierra firme y tienen una casa que durará para siempre; por el contrario, los que lo escuchen pero no lo siguen, se parecen a los necios que edifican sobre la arena y se exponen a la ruina 16 . Si nos atenemos a las santas máximas de nuestro Señor, construiremos sobre una roca inconmovible y nos iremos elevando continuamente de virtud en virtud. Si los superiores de la compañía ponen empeño en impedir que retroceda y en hacer que siga siempre avanzando en esta santa observancia, si Dios quiere que nos mantengamos todos firmes y sólidos en esta resolución, la compañía hará grandes progresos en su perfección y en el servicio de la Iglesia y del pueblo; pero hay que poner interés en ello y convencerse de esta necesi15 14

Mt 27; Act 25,12. Mt 7,26.

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dad si queremos evitar nuestra caída particular y general y gozar de los grandes bienes prometidos a los que se mantienen firmes. La segunda razón se saca del capítulo 5 de San Mateo, donde nuestro Señor les dice a los apóstoles y demás discípulos: "Ved que os lo anuncio: si alguien quita un solo punto y enseña a los demás a que hagan como él, ése será un hombre malvado y muy pequeño delante de Dios; pero el que haga y enseñe lo que yo os ordeno, ése será llamado grande en el reino de los cielos" 17. Nuestro Señor veía a algunos de esos entre ellos: "Tenemos, dirán, los mandamientos de la ley; ¿no es bastante?" Quiere obligarnos a ciertos preceptos difíciles y dice que sólo serán bienaventurados quienes los guarden. Por eso, en el capítulo 7 del mismo San Mateo, Jesucristo les responde: "Sabed que la puerta del cielo es estrecha, que el camino ancho lleva a la perdición y que es grande el número de los que entran por la puerta ancha que lleva al infierno" 18. Padres, no nos engañemos; lo ha dicho el Hijo de Dios, que conocía esa desgraciada inclinación de los hombres a vivir según su capricho y, al ver que serían pocos los que se violentarían por seguir el Evangelio, nos lo ha advertido. Tengamos cuidado, veamos lo que han dicho los santos y cómo ellos opinan que se salvarán pocos. Pensemos que en el arca de Noé sólo entraron siete u ocho, y que todos los demás perecieron I9, y que de diez vírgenes sólo cinco fueron admitidas 20 , y que de diez leprosos curados sólo uno volvió a Jesucristo 21 . Estos ejemplos son un indicio del escaso número de los elegidos. "Por sus frutos los conoceréis", dijo nuestro Señor 22 ; los que, habiendo sido bautizados, renuncian al mundo, al demonio y a la carne y, por medio de una fe viva, animados del espíritu de Jesucristo, realizan las obras del Evangelio, ésos son los que llegan al trono de Jesucristo. ¡Oh, qué pocos son ésos! Usted nos habla de ese pequeño número, pero vemos que los que han observado la ley de Moisés han hecho milagros, tal como dirán ellos mismos al Salvador del mundo el último día; pero él les responde de " Mt 5,18-19. >« Mt 7,14. 19 1 Pe 3.20. 20 Mt 25,1-12. 2 > Le 17,17. 22 Mt 7,16.

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antemano: "No todos los que me dicen: ¡Señor, Señor! entrarán en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre" 23 ; "Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no hemos echado a los demonios, profetizado y hecho muchos prodigios en tu nombre? Y entonces yo les diré: No os conozco; marchaos, malvados, apartaos de mí; yo os abandono" ¡Qué grande será el número de esos desventurados! ¿Nos expondremos quizá nosotros a esta desgracia y a caminar con ellos por el camino ancho, después de haber sido llamados al camino estrecho, para ser del pequeño número de los que se salvan? 24 ¿Seremos como esos obreros de la iniquidad que construyen sobre arena y que perecen miserablemente? ¡Oh, Jesús, Salvador mío, somos tuyos y queremos, con tu gracia, abrazar tus máximas! Y esta es la tercera razón que nos obliga a ello: que nuestro Señor, que nos dio estos divinos consejos, fue el primero en observarlos. Que me señalen una máxima que no haya practicado este divino legislador. Es verdad que no se arrancó los ojos ni se cortó la mano; pero tampoco les ordenó estas cosas más que a los que tienen ojos ambiciosos y manos que escandalizan 25 . Y además, no hay que tomar estas cosas al pie de la letra; lo que se dice es que no hay más que cerrar los ojos para no ver la ocasión maldita que provoca al pecado, y que hay que cortar toda amistad y conversación peligrosa. Fuera de esto, se trata de perderlo todo, de no tener nada, de sufrir las injurias, de amar a los enemigos, de rezar por los perseguidores 26 , de renunciar a sí mismo y de llevar la cruz 27 ; y todas esas cosas las hizo él para cumplir con la voluntad de su Padre. Pues bien, si somos sus hijos, hemos de seguirle, abrazando como él la pobreza, las humillaciones, los sufrimientos, despegándonos de todo lo que no es Dios, y uniéndonos con el prójimo por la caridad para unirnos con Dios mismo por Jesucristo. A todo esto es a lo que nos llevan estas máximas; y entonces construiremos sobre roca, de forma que no podrán derribarnos las tentaciones de nuestras pasiones, como derriban de ordinario a los que basan su conducta en las máximas del mundo. Los medios para mantenernos bien en las máximas del Evangelio son que todos lean con atención y devoción el 28

Mt Mt Mt 26 Mt " Mt 24

25

7,21. 7,14. 5,29-30. 5,44-45. 16,24.

S. V. Paúl 2

16

Ki6

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Nuevo Testamento, o sea, el quinto, el sexto, el séptimo y el décimo, y que, desde mañana, empiecen a leerlos con elevación del espíritu a Dios para pedirle su estima y su inteligencia, y excitarse al deseo de cumplirlas sin faltar nunca a ellas, y procurar —desde el primer día— ponerlas en práctica. Pero no basta con esto; conviene hacer la oración sobre este tema. No sé todavía si pondremos como lectura de la meditación una máxima, o si cada uno en particular meditará la que crea que más necesita. Ya veremos. Entre tanto, que cada uno siga la inclinación que Dios le dé después de haber leído estos cuatro capítulos, tomando como materia de la primera oración que haga luego las máximas que más le convengan. Otro medio muy bueno para llevarnos a la práctica de estas máximas es considerar con frecuencia que la compañía, desde el principio, ha tenido el deseo de unirse a nuestro Señor para hacer lo que él hizo al practicar estas máximas y hacerse, como él, agradable al Padre Eterno y útil a su Iglesia, y que efectivamente ha procurado progresar y perfeccionarse en ello, si no en el grado que deberíamos haber alcanzado, sí de la forma menos mala que hemos podido. Esta consideración tiene que animar a los nuevos y a los antiguos, pensando que es ése el espíritu del que han de estar animados los misioneros de una manera especial. Señor, perdónanos las faltas que en ello hemos cometido, renueva en nosotros el corazón con que las abrazamos un día, aumentándonos la gracia de cumplirlas tal y como están en nuestras humildes reglas; al obrar de esta forma, hermanos míos, encontraremos el espíritu de nuestro Señor, el espíritu de sus máximas y todo lo que él nos señala en ellas, para hacernos dignos obreros de su Evangelio. Esta ha sido la devoción que siempre ha existido entre nosotros, pero, por culpa mía, la compañía no ha producido los frutos que debería haber producido. Hay que esperar de la bondad de Dios, hermanos míos, de vuestras disposiciones actuales y de la gracia de la compañía, que ha hecho estas reglas como un resumen del Evangelio, acomodado al uso que más necesitamos para unirnos a Jesucristo y responder a sus designios, que nos concederá la gracia de llevar cada máxima y cada regla al último grado de perfección. Se trata de formar una compañía animada del espíritu de Dios y que se conserve en la práctica de este espíritu. ¡Bendito sea Dios, que ha puesto los fundamentos y que os ha escogido para ello! ¡Bendito sea

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su santo nombre por haber puesto en vosotros estas disposiciones! Esto se demuestra en que habéis abandonado el mundo y habéis hecho los votos para aplicaros más a la santa imitación de nuestro Señor. Así, pues, por su misericordia, estamos muy dispuestos y obligados a practicar sus máximas, si no son contrarias al nuevo instituto 28 . Llenemos de ellas nuestro espíritu, llenemos nuestro corazón de su amor y vivamos en consecuencia. Recemos a los apóstoles, que tanto las amaron y tan bien las observaron; recemos a la Santísima Virgen, que, mejor que ningún otro, penetró en su sentido y las practicó; recemos, finalmente, a nuestro Señor, que las ha establecido, para que nos dé la gracia de ser fieles a su práctica, excitándonos a ello con la consideración de sus virtudes y con su ejemplo. Hay motivos para esperar que, al vernos aquí en camino de vivir según estas máximas, nos serán favorables en el tiempo y en la eternidad. Amén. 3.

CONFERENCIA DEL 21 DE FEBRERO DE 1659

SOBRE LA BÚSQUEDA DEL REINO DE DIOS (Reglas comunes, cap.2 art.2) Explicación de la máxima del Evangelio: "Buscad ante todo el reino de Dios". Motivos y medios adecuados para ponerla en práctica. Padres y hermanos míos, ya que mis achaques me permiten hablaros esta tarde, seguiremos explicando el segundo capítulo de nuestras reglas. La charla anterior y la primera sobre dicho capítulo fueron sobre las máximas evangélicas en general, de las que esta compañía tiene que hacer una especial profesión, como de una divina doctrina dada principalmente para las almas que aspiran a la perfección, para las almas justas y escogidas por Dios para ser, como dice nuestro Señor, luz del mundo y tener luego la posesión del cielo. Ya os dijimos algo de esto el viernes pasado; os aburriría si os hablase más de ello, pero quiero recordaros, de pasada, que es sobre todo a nosotros a los que van dirigidas estas máximas, tanto porque se trata de los medios para llegar al fin primero que nos hemos propuesto, que es nuestra 28 No hay por qué extrañarse de esta restricción; no iodos los consejos evangélicos son para todos. Cf. S.V.P. XII, 114-129; E.S. XI, 415-426.

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propia perfección, como en virtud de la especial obligación que hemos contraído de practicarlas, después de que las hemos convertido en reglas nuestras. Pasemos ahora al segundo artículo, donde la regla dice con Jesucristo: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas que necesitéis se os darán por añadidura" '. Si nuestro Señor nos ha recomendado esto, hemos de aceptarlo así; él lo quiere; él es la regla de la Misión; él es el que habla, y a nosotros nos toca estar atentos a sus palabras y entregarnos a su majestad para ponerlas en práctica. Es conveniente ir explicando palabra por palabra las que acabamos de referiros, al menos las primeras y principales. Así, pues, se dice que hay que buscar el reino de Dios. Eso de buscarlo no es más que una palabra, pero me parece que dice muchas cosas; quiere decir que hemos de obrar de tal forma que aspiremos siempre a lo que se nos recomienda, que trabajemos incesantemente por el reino de Dios, sin quedarnos en una situación cómoda y parados, prestar atención a su interior para arreglarlo bien, pero no a su exterior para dedicarnos a él. Buscad, buscad, esto dice, preocupación, esto dice acción. Buscad a Dios en vosotros, ya que San Agustín confiesa que, mientras lo andaba buscando fuera de él, no pudo encontrarlo; buscadlo en vuestra alma, como en su morada predilecta; es en el fondo donde sus servidores, que procuran practicar todas las virtudes, las establecen. Se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo; y los que ya se han quedado sin ella, tienen que llenarse de confusión, pedirle a Dios misericordia y enmendarse. Si hay un hombre en el mundo que lo necesita, es este miserable que os está hablando; caigo y vuelvo a caer, salgo muchas veces fuera de mí y pocas veces entro en mi propio interior; voy acumulando faltas sobre faltas; es ésa la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que os doy. Y recogiéndose un momento, el padre Vicente añadió: ¡Pobre hombre! Tienes mucha obligación de ser un hombre interior y no haces más que caer y volver a caer. ¡Que Dios me perdone! Procuremos, hermanos míos, hacernos interiores, hacer que Jesucristo reine en nosotros; busquemos, salgamos de ese estado de tibieza y de disipación, de esa situación secular y profana, que hace que nos ocupemos de los objetos que 3. 1

Conferencia. Manuscrit des Conférences. Mt 6,33.

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nos muestran los sentidos, sin pensar en el creador que los ha hecho, sin hacer oración para desprendernos de los bienes de la tierra y sin buscar el soberano bien. Busquemos, pues, hermanos míos. ¿El qué? Busquemos la gloria de Dios, busquemos el reino de Jesucristo. Después de la palabra buscad viene la palabra primero; esto es, buscad el reino de Dios antes que todo lo demás. Pero, padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tarcas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios? No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas. Nuestro Señor quiere que ante todo busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para eso que insistamos sobre todo en la vida interior, en la fe, la confianza, el amor, los ejercicios de religión, la oración, la confusión, las humillaciones, los trabajos y las penas, con vistas a Dios, nuestro señor soberano; que le presentemos continuas oblaciones de servicio y de anhelos por ganar reinos para su bondad, gracias para su Iglesia y virtudes para la compañía. Si por fin nos asentamos firmemente ert la búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que lo demás vendrá después. Nuestro Señor nos ha prometido que atenderá a todas nuestras necesidades, sin que tengamos que preocuparnos de ellas; no obstante, hay que atender a los asuntos temporales y velar por ellos en la medida en que Dios lo desea, pero sin hacer de eso nuestra preocupación principal. Dios espera que así lo hagamos, y la compañía hará bien en preocuparse de las cosas exteriores; pero si se ocupa en buscar esas «osas perecederas descuidando las interiores y divinas, dejará de ser Misión; será un cuerpo sin alma; y este lugar será, corno ha sido otras veces, un motivo de pena para las buenas personas y de abandono de Dios. Así es como hemos de buscar ante todo y sobre todo el reino de Dios. Pero ¿qué es ese reino de Dios? Se dan diversas explicaciones de esta palabra: 1.° Se entiende del dominio de Dios sobre todas las criaturas, angélicas y humanas, animadas e inanimadas, sobre los condenados y los demonios; Dios es el dueño, señor y soberano de todo y de todas las cosas. 2.Q El gobierno de su Iglesia, compuesta de elegidos y de reprobos; Dios es su rey; ha dado leyes a esta Iglesia, inspira a sus gobernantes la buena dirección que siguen, reina

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sobre los concilios canóninos y las santas asambleas que se celebran para el buen orden del estado cristiano, y para ello las preside el Espíritu Santo. El es el que ha dado las luces esparcidas por toda la tierra, que han iluminado a los santos, ofuscado a los malvados, disipado las dudas, manifestado las verdades, descubierto los errores y mostrado los caminos por donde la Iglesia en general y cada uno de los fieles en particular pueden caminar con toda seguridad. 3.Q Reina de una manera especial sobre los justos, que lo honran y le sirven; sobre las almas buenas, que se entregan a Dios y no respiran más que a Dios; sobre los elegidos, que deberán glorificarle eternamente. Sobre esas personas es sobre las que reina de una manera especial, por medio de las virtudes que practican y que han recibido de él. El es el Dios de las virtudes, y no hay ninguna que no venga de él. Todas ellas proceden de esta fuente infinita, que las envía a las almas escogidas que, siempre dispuestas a recibirlas, son siempre fieles en practicarlas. Y de este modo ellas procuran el reino de Dios, y es así como Dios reina siempre en ellas. ¡Ay, hermanos míos! ¿Estamos nosotros en esta situación? ¿Tenemos la dicha de que Dios sea el dueño en nosotros, de forma que sus virtudes realicen sus operaciones en nosotros sin resistencia alguna? Hermanos míos, preguntémonos a nosotros mismos: "¿Hago yo lo que hacen esas almas? ¿Estoy pronto ante los atractivos de Dios, fiel a sus deseos, exacto en mis prácticas y dispuesto siempre a obrar según su voluntad?" Si es así, decid con entusiasmo lo mismo que decía nuestro Señor: "Como mi Padre que vive me ha enviado, por eso yo vivo por mi Padre" 2 . Estad seguros de que, si el Dios de las virtudes os ha escogido para practicarlas, vosotros vivís por él y su reino está en vosotros 8 . Pero, si no es así, ¿qué habrá que hacer? Entregarnos a él sin regateos y sin reservas desde este momento, para que acepte disponernos a esta vida de elegidos y aparte de nosotros tanta voluntad propia y nuestros afanes de propia satisfacción, que es lo que impide que Dios resida apacible y absolutamente en nosotros. ¿Por qué no vamos a hacer ahora todos juntos este acto de abandono en su divina bondad? Digámosle, pues: "¡Oh, rey de nuestros corazones y de nuestras almas! Aquí estamos humildemente postrados a tus pies, entregados por entero a tu obediencia y a tu amor; nos consagramos de nuevo por completo y para siempre a la glo2 3

Jn 6,58. Le 17,21.

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ria de tu majestad; te suplicamos con todas nuestras fuerzas que establezcas tu reino en la compañía y le concedas la gracia de que ella te entregue el gobierno de sí misma y que nadie se aparte de él, sino que todos seamos conducidos según las normas de tu Hijo y de los que tú has puesto para gobernarla". Así es, hermanos míos, como deben entenderse estas palabras: "Buscad el reino de Dios"; pero además se dice: "y su justicia". Fijaos que añade justicia. Sé muy bien que algunos no ponen casi ninguna diferencia entre buscar el reino de Dios y buscar su justicia y que, por tanto, no sería necesario que me detuviese más en la explicación de estas palabras; sin embargo, como hay otros que las distinguen y como en la Sagrada Escritura no hay ninguna palabra de la que no se pueda sacar algún fruto, si se explica y se medita con cuidado, no será inconveniente que os diga aquí lo que se puede entender por estas palabras: "Buscad la justicia de Dios". Para ello hay que saber antes cuál es esa justicia de Dios. Padres, vosotros habéis estudiado teología y yo soy un ignorante, un alumno de primaria; sabéis que hay dos clases de justicia, la conmutativa y la distributiva; ambas se encuentran en Dios: iustus Dominus et iustitias dilexit4. También se encuentran en los hombres, pero con el defecto de que son dependientes, mientras que la justicia de Dios es soberana. No obstante, nuestras justicias no dejan de tener sus propiedades, por las que guardan cierta relación y semejanza con la divina, de la que dependen. Así, pues, la de Dios es conmutativa y distributiva a la vez. 1.° Conmutativa, ya que Dios transforma los trabajos de los hombres en virtudes y sus méritos en recompensas; y como los cuerpos se corrompen, el alma toma posesión de la gloria que ellos han merecido. Esta conmutación de los méritos en recompensa se hace por medida y por número o, como dicen los teólogos, en proporción aritmética. Sí, Dios proporciona las virtudes según el esfuerzo que se pone por adquirirlas y da la gloria según el número y el valor de las buenas acciones. Esto tiene que impresionarnos, padres; Dios nos recompensará por la justicia y por la cuenta de nuestras obras. Esforcémonos, hermanos míos, esforcémonos en la virtud, multipliquemos el empeño, busquemos el honor y el beneplácito de nuestro soberano Salvador; llevemos vida interior, aumentemos el reino de Dios en nosotros. Hay * Sal 10,7.

P.il.

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un pasaje en la carta de San Pablo a los Corintios: Opera illorum sequuntur illos*: las obras buenas del justo lo acompañarán y Dios se las recompensará, lo mismo que castigará también a los malos, en proporción con sus iniquidades, con la pena del infierno; pero lo hará estrictamente y con esa proporción aritmética de la que acabamos de hablar. Disminuyamos las miserias de nuestra alma y progresemos en la virtud; Dios será exacto en recompensar nuestras buenas obras y en castigar las malas. Esto es cierto; hace poco que lo he leído. Así, pues, si Dios obra de esta forma, padres, ¿no hemos de mirar su justicia buscando su gloria, y mirar su gloria buscando su justicia? ¿No hemos de hacer todo el bien que podamos para este fin, para que nuestras obras sean dignas de esta conmutación de la gloria y que la gloria responda a las obras? No podemos espera que Dios nos conceda una buena medida, y sobreabundante 6 , si nosotros nos portamos roñosamente con él; hay que sembrar mucho con nuestras buenas acciones, para recoger mucho en recompensa, y así es como buscaremos la justicia de Dios, en cuanto conmutativa y propia solamente de él. 2.Q También es distributiva, en cuanto que conserva cierta proporción llamada geométrica, cuando Dios distribuye el cielo a los buenos y el infierno a los malos, tales como yo, que no puedo esperar más que un riguroso castigo. El cielo es un conjunto de bienes infinitos que Dios distribuye a las almas justas. ¿Y qué es el infierno? Un lugar donde abundan toda clase de males que no acabarán nunca, distribuidos entre los que se han prostituido al pecado; y esta justicia se llama distributiva. ¿Por qué? Porque el cielo es la paga o el salario con que recompensa a sus servidores, y el infierno es la pena con que castiga a los malos. Es propio de Dios darle a cada uno según sus obras. Padres, no nos engañemos: tenemos que ser castigados; tengamos miedo. Hace algunos días leí, o mejor dicho, me refirieron que un religioso decía que en su orden parecía como si se temiese a Dios; el temor reinaba allí, pero no en todos, pues exceptuaba a algunos que no pensaban en los castigos de Dios y en los que no cabía el temor; eran los espíritus abandonados, que no pensaban ni se preocupaban de los fines últimos. "Yo hago oración —decía—, rezo el oficio y hago todos mis ejercicios, pero con miedo de hacerlos mal, o por lo menos de no hacerlos bastante bien". 5 6

Más exactamente Ap 14,13. Cf. Le 6,38.

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Padres, recordemos la forma con que nosotros cumplimos con los nuestros; sólo encontraremos en ellos mucho motivo para temer que, en vez de merecer alguna recompensa, Dios nos encuentre dignos de castigo. Pero ¿adonde vamos con todo este discurso sobre la justicia conmutativa y la distributiva? A que comprendamos, en breves palabras, que para buscar debidamente y para encontrar felizmente esta divina justicia, hay que considerarla a la vez como conmutativa y como distributiva, esto es, mirarla como dispuesta a recompensarnos abundantemente si procuramos merecerla por la práctica de las virtudes convenientes a nuestro estado; lo cual es, en cierto modo, imitar a la justicia divina. He aquí, padres, una larga explicación de esta máxima; pero no es eso todo; hay que saber que, por estas palabras: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia", nuestro Señor no pide solamente de nosotros que busquemos primero el reino de Dios y su justicia de la manera que acabamos de señalar; quiero decir que no basta con obrar de modo que Dios reine en nosotros, buscando así su reino y su justicia, sino que además es preciso que deseemos y procuremos que el reino de Dios se extienda por doquier, que Dios reine en todas las almas, que no haya más que una verdadera religión en la tierra y que el mundo viva de una manera distinta de como vive, por la fuerza de la virtud de Dios y por los medios establecidos en su Iglesia; finalmente, que su justicia sea buscada e imitada por todos con una vida santa, y así sea él perfectamente glorificado en el tiempo y en la eternidad. Esto es, por consiguiente, lo que hemos de hacer: desear que se propague la gloria de Dios y trabajar por ello. Hablo de su gloria y hablo de su reino, tomando así lo uno por lo otro, ya que se trata de lo mismo. La gloria de Dios está en el cielo; y su reino, en las almas. Tengamos, pues, ese continuo deseo de que se extienda el reino de Dios y ese anhelo de trabajar con todas nuestras fuerzas para que, después de haber procurado el reino de Dios en la tierra, vayamos a gozar de él en el cielo. Tengamos siempre esta lámpara encendida en nuestros corazones 7 . ¡Ay, padres! ¡Qué felices somos de estar en una compañía que tiene como finalidad no sólo hacernos dignos de que él reine en nosotros, sino también que sea amado y servido por todo el mundo y que todo el mundo se salve! Cuando lea' Cf. Le 12,35.

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mos la regla, veremos que nos recomienda en primer lugar que nos perfeccionemos, esto es, que hagamos reinar a Dios en vosotros y en mí, y en segundo lugar que cooperemos con él para la extensión de su reino. ¿No os parece esto maravilloso? Es hacer lo que hacen los ángeles de Dios, escogidos por él para llevar e indicar su voluntad a los hombres, para que éstos obren según ella. ¿Habrá en la tierra una situación más digna de ser deseada que la nuestra? Esta es, padres, la explicación global de estas palabras: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia". Pasemos a los motivos que tenemos para entregarnos a Dios con este fin. El primero es que no sólo nos obliga a ello la regla, sino que nos lo ordena Jesucristo; ésa es la primera de sus máximas, la principal de sus prácticas: aspirar a que Dios sea conocido, servido, amado, que su reino y su justicia sean buscados antes que todo lo demás. Pues bien, si nuestro Señor nos exhorta a ello y nos lo manda, también da la gracia para hacerlo a todos cuantos se la pidan, y la aumenta a los que le son fieles. ¿A qué se deberá, hermanos míos, que no respondamos a una cosa tan santa, tan provechosa y tan adecuada a nuestra profesión? Ahí está mi regla, que me dice que he de obrar de forma que Dios reine. Nada podrá impedirme que, con la ayuda de Dios, me dedique por entero a un deber tan justo. El segundo motivo para ello es la promesa de nuestro Señor. ¿Cuál? Si nosotros atendemos a sus negocios, él hará los nuestros. Busquemos su gloria, ocupémonos de ella, no nos preocupemos de nada más: et haec omnia adicientur vobis: y todas las demás cosas que necesitéis se os darán por añadidura. Preocupémonos de buscar que Dios reine en nosotros y en los demás por medio de todas las virtudes; y dejémosle a él el cuidado de todas las cosas temporales; así lo quiere él. Sí, él nos proveerá de alimento, de vestido, y hasta de ciencia. ¡Pobres de nosotros si no la tenemos! ¡Ay de los misioneros que no estudian para tenerla! Pero antes hay que esforzarse en las virtudes, trabajar por la vida interior, preferir las cosas espirituales a las temporales, y entonces ya vendrá todo lo demás. A este propósito, acordaos de Abraham, a quien Dios le había prometido poblar toda la tierra por medio de un hijo que tenía. Pero Dios le pide que se lo sacrifique. Si Abraham hace morir a su hijo, ¿cómo cumplirá Dios su promesa? Sin embargo, Abraham, que tenía su espíritu acostumbrado a cumplir la voluntad de Dios, acepta la obligación de ejecu-

IX.

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47!)

tar esta orden, sin preocuparse de nada más 8 . A Dios le toca pensar en ello, podía decir; si yo cumplo su mandato, él cumplirá su promesa; pero ¿cómo? No lo sé. Sólo sé que es todopoderoso. Le voy a ofrecer lo más querido que tengo en el mundo, ya que así lo quiere. ¡Pero es mi hijo único! ¡No importa! ¡Pero, si le quito la vida a este niño, ya no habrá medio de que Dios cumpla su palabra! ¡Es lo mismo! Si él así lo quiere, habrá que hacerlo. Pero, si lo conservo, mi descendencia será bendita: Dios lo ha dicho. Sí, pero también ha dicho que le dé muerte; me lo ha indicado; obedeceré, pase lo que pase, y esperaré en sus palabras. Admirad esta confianza: no se preocupa para nada de lo que puede pasar; sin embargo, la cosa le tocaba muy de cerca; pero espera que todo saldrá bien, ya que Dios se mete en ello. ¿Por qué no tendremos nosotros esa misma esperanza, si le dejamos a Dios el cuidado de todo lo que nos preocupa y preferimos lo que él nos mande? También a propósito de esto, ¿os acordáis de la fidelidad de los hijos de Recab? 9 Recab era un buen hombre que recibió de Dios la inspiración de vivir de manera distinta de los demás hombres; sólo podía morar en tiendas de campaña, y no en casas; por eso abandonó la que tenía. Y se fue al campo, donde se le ocurrió no plantar ninguna viña, para no beber vino; en efecto, no las plantó y no bebió jamás. Prohibió a sus hijos sembrar trigo y otros granos, plantar árboles y tener huertos, de modo que estaban todos sin trigo, sin pan y sin frutos. ¿Qué harás entonces, pobre Recab? ¿Crees que tu familia podrá prescindir de alimento, y tampoco tú? Comeremos lo que Dios nos mande. Fijaos si es duro esto, padres. No hacen esto ni los religiosos más pobres, que no llevan su renuncia hasta ese extremo. Pero la confianza de aquel hombre fue tan grande que se privó de todas las comodidades de la vida, para depender solamente del cuidado de la providencia, viviendo en esta situación trescientos cincuenta años; esto fue tan agradable a Dios que, al reprocharle a Jeremías la dureza de su pueblo, abandonado a sus placeres, le dijo: "Vete a esos hombres duros y diles que hay un hombre que hace esto, esto y esto". Jeremías hizo venir a un hijo de Recab para probar la gran abstinencia del padre y de los hijos; para ello, mandó poner sobre la mesa pan, vino, vasos, etc. Cuando llegó el muchacho, Jeremías le dijo: "Tengo de Dios el encargo de decirte que bebas vino". "Y yo 8 9

Cf. Gen 22. Jer 35.

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—dijo el muchacho— tengo el encargo de no beber; hace mucho que no lo hemos bebido, porque nos lo ha prohibido nuestro padre". Pues bien, si aquel padre tenía la confianza de que Dios atendería a lá subsistencia de su familia sin que él se preocupase de ella, y si los hijos eran tan fieles en cumplir la intención de su padre, [qué confianza hemos de tener nosotros de que, en cualquier situación donde nos ponga Dios, mirará también por lo que necesitamos! ¿Cuál es nuestra fidelidad a las reglas, en comparación con la de esos hijos que, a pesar de no estar obligados a abstenerse de esas cosas usuales en la vida, vivían, no obstante, en tanta pobreza? ¡Dios mío! Pidámosle a su divina bondad una gran confianza en todas las ocasiones que se nos presenten; si somos fieles a él, nada nos faltará; vivirá él mismo en nosotros, nos guiará, nos defenderá y nos amará; todo lo que hagamos y digamos le será agradable. El tercer motivo que tenemos para ello es que nuestro Señor, en San Mateo 10 , al hablar de esa confianza que hemos de tener en Dios, dice: "Ved los pájaros, que ni siembran ni cosechan; sin embargo, Dios les pone la mesa en todas partes, los viste y los alimenta; hasta las hierbas del campo, y los lirios, tienen unos adornos tan maravillosos que ni Salomón, en toda su gloria, ha tenido otros semejantes". Pues bien, si Dios mira por las aves y las plantas, ¿por qué no os vais a fiar vosotros, incrédulos, de un Dios tan bueno y providente? ¡Fiaros más de vosotros mismos que de él! El lo puede todo, y vosotros nada; ¡y os atrevéis a apoyaros más en vuestra industria que en su bondad, en vuestra pobreza que en su abundancia! ¡Oh miseria del hombre! He de decir aquí que los superiores están obligados a velar por las necesidades de cada uno y de proveer a todo lo necesario. Lo mismo que Dios se ha obligado a proporcionar la vida a todas sus criaturas, hasta a un insecto, también quiere que los superiores y encargados, como instrumentos de su providencia, velen para que no les falte nada necesario ni a los sacerdotes, ni a los clérigos, ni a los hermanos, ni a cien, o doscientas, o trescientas personas o más, que estuviesen aquí, ni al menor, ni al más grande. Pero también, hermanos míos, tenéis que descansar en los cuidados amorosos de la misma providencia para vuestro sustento, y contentaros con lo que se os dé, sin indagar si la comunidad tiene con qué, o no tiene, ni preMt 6,26.28.29.

177

ocuparos más que de buscar el reino de Dios, ya que su sabiduría infinita proveerá a todo lo demás. Hace poco le preguntaba a un cartujo, que está de superior en una casa, si llamaba a los religiosos a consejo para el gobierno de lo temporal. Me respondió: "Llamamos a los encargados, como el subprior, el procurador y yo; todos los demás se quedan tranquilos; sólo se cuidan de cantar las alabanzas de Dios y de hacer lo que la regla y la obediencia les ordenan". Aquí observamos esta misma práctica, gracias a Dios; sigamos así. Estamos obligados a tener algunos bienes y hacerlos rendir para atender a todo. Hubo un tiempo en que el Hijo de Dios envió a sus discípulos sin dinero ni provisiones 11 ; luego creyó conveniente poseer algo, recibir limosnas y reunir algunas cosas para el sustento de su compañía y la ayuda a los pobres 12 . Los apóstoles siguieron esta norma, y San Pablo dice de sí mismo que trabajaba con sus manos y reunía con qué aliviar a los cristianos necesitados13. Les toca, pues, a los superiores velar por la economía; pero que procuren también que esta vigilancia de lo temporal no haga disminuir la de las virtudes; que obren de modo que se mantenga en vigor esta práctica en la compañía y que Dios reine en ella sobre todo; es ésa la primera finalidad que han de tener. Y para que lo hagamos todos, la regla nos proporciona un cuarto motivo: Por tanto, dice, el misionero no ha de preocuparse de los bienes de este mundo, sino que pondrá todos sus cuidados en la providencia del Señor, teniendo por cierto que, mientras se mantenga en su caridad y en esta confianza, estará siempre bajo la protección de Dios y no le sucederá ningún mal ni le faltará ningún bien, etc. No es ésta una idea nuestra, sino de la Sagrada Escritura, que dice: Qui habitat in adiutorio Altissimi, in protectione Dei caeli commorabitur14. A esos no les sucederá nada malo, porque todo se les tornará en bien y no les faltará ninguna cosa, ya que Dios no dejará de darles lo que necesiten, tanto para el cuerpo como para el alma; en fin, todo les saldrá bien, aun cuando parezca que los males les amenazan. Por eso, hermanos míos, tenemos motivos para esperar que, mientras estéis firmes en esta confianza, no sólo estaréis preservados de todo daño, sino que gozaréis de toda clase de bienes; sí, tenéis 11 12 13

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14

Mt 10,9-10. Jn 13,29. Act 20,34-35. Sal 90,1.

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motivo para esperarlo, incluso cuando parezca que todo está perdido. Los santos, padres, los santos quisieron atestiguar al cielo y a la tierra su perfecta confianza en el Señor mediante este apartamiento de las criaturas y de sus propias comodidades; para ello, abandonaron sus bienes, placeres, honores, su vida y sus almas. ¿Para qué? Para que él fuera su dueño, para que reinase absolutamente sobre ellos y dependiesen sólo de él en todas las cosas, en el tiempo y en la eternidad. ¡Qué gran abandono! [Qué gran confianza! Pero el santo de los santos, que les desbrozó el camino, ¿hasta dónde no llevó la práctica de estas cosas que acabo de deciros? (He de abreviar, que los minutos corren). Bien, el Hijo de Dios declara de sí mismo que no busca su gloria, sino la del Padre 15 . Todo lo que hace y lo que dice es para glorificarle, sin reservar para sí más que la desnudez, el sufrimiento y la ignominia. Hermoso ejemplo, hermanos míos, por el que Jesucristo nos obliga mansamente a entrar en sus inclinaciones, afectos, prácticas y consejos. El no buscó nunca su gloria. ¿Y nosotros? ¿Queremos imitarle? ¿Queremos renunciar a toda pretensión de honor? ¿Queremos buscar sólo el suyo, no obrar más que para establecer su gloria en las almas, para hacer que llegue su reino y que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo? Si así lo hacemos, lo tendremos todo 16 . Me parece que son éstos unos motivos muy poderosos para llevarnos a la práctica de esta santa máxima; pero ¿cuáles son los medios para ello? Los medios son: l.Q, pedírselo incesantemente a Dios. Somos unos mendigos; portémonos ante Dios como tales; somos pobres y ruines, necesitamos de Dios para todo, sobre todo para observar esta máxima que nos obliga a buscar a Dios lo primero: esto sólo podemos hacerlo con su espíritu. Pero no basta con pedírselo; hay que empezar a practicar esta regla cuanto antes. ¿Qué hacer para ello? Practicar las virtudes que esto supone: celo de su gloria, despego de las criaturas y confianza en el Creador; hacer actos interiores y exteriores, pensar con frecuencia en ello y, si caemos, volver a levantarnos. 2.° En la misma regla se dice que todos preferirán las cosas espirituales a las temporales, el alma al cuerpo, Dios al mundo, y que finalmente escogerán la pobreza, la infamia, los tormentos y la misma muerte antes que verse separados 15 16

IX.

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de Jesucristo. Cuando se encuentre uno en una ocasión en que se trate de escoger una cosa espiritual o una cosa temporal, tiene que abrazar la primera y dejar la segunda; es lo que Dios nos pide; esto es hacer que reine en nosotros: atender a sus asuntos más que a los nuestros, preferir la vida del alma a la del cuerpo, hermanos míos, la vida del alma a la del cuerpo. Mirad, se presenta la ocasión de que los enfermos le den a Dios parte de sus enfermedades; tienen que hacerlo. Hermanos míos, es propio del reino de Dios preferir el alma al cuerpo, el honor de Dios al del mundo. Bebamos el cáliz, abracemos la confusión, con la confianza de que todo vendrá en provecho nuestro. En fin, hay que decidirse, como el Apóstol, a escoger los tormentos, y la misma muerte antes que separarse de la caridad de Dios 17 . Quizá se presente la ocasión de seguir a Jesucristo y sufrir la prisión, la tortura, el fuego, el martirio; ¡benditas ocasiones, que nos ofrecen el medio de hacer que reine soberanamente el Hijo de Dios! Entreguémonos a él, hermanos míos, os lo pido por su santo nombre, para que nos conceda la gracia de preferir las penas y la muerte al peligro tremendo de perder su amor; tal debe ser nuestra decisión desde ahora. Sí, Dios mío, sí padres, si se presenta la ocasión de perder el honor, los placeres y la vida, para que Jesucristo sea conocido y servido, viviendo y reinando por doquier, hemos de estar dispuestos, por su misericordia. Hagámosle, pues, de antemano este ofrecimiento, aunque la naturaleza sienta alguna repugnancia; tengamos la confianza de que Dios nos dará fortaleza cuando la necesitemos. "Os envío como corderos en medio de lobos", decía nuestro Señor a los apóstoles 18 . El no quería que pensasen en la respuesta que habrían de dar a los príncipes y a los tiranos; "porque entonces —les decía— se os dirá lo que tenéis que decir". No dudéis, hermanos míos, de que así ocurrirá con vosotros en ocasiones semejantes, cuando tengáis que hablar y sufrir como perfectos cristianos. Dejémosle obrar a él y no pensemos más que en su amorosa y santa voluntad. ¡Quién nos diera el celo de Santa Teresa, que hizo voto de escoger siempre la gloria de su Señor, y no sólo su gloria, sino su mayor gloria! Se presenta la ocasión de hacer una obra buena en su honor; pero se presenta luego otra de mayor importancia: ella acudía a ésta y dejaba para luego la otra. Y se comprometió de palabra y en conciencia a obrar siempre de este modo. Esa era también la norma de 17

Jn 8,50; 7,18. Mt 6,10.

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18

Cf. Rom 8,35. Mt 10,16.

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San Ignacio: Ad maiorem Dei gloriam. Un gran prelado de estos tiempos sigue esa misma práctica de animar sus acciones y sus obras con esta intención de buscar siempre el mayor bien: es el señor obispo de Cahors 19 , que tiende siempre a lo más perfecto; y lo consigue. Si hay alguno entre nosotros que sienta este mismo deseo, enhorabuena, hermanos míos; abrid vuestros corazones a esta divina inspiración y seguid este noble movimiento, que siempre os llevará hacia arriba. Los demás que se arrastran por debajo, como yo, miserable de mí, que se levanten. Entreguémonos a Dios para desear y para hacer que se extienda a nosotros el reino de Dios, que se extienda sobre el estado eclesiástico y sobre todos los pueblos; al obrar de esta forma, practicaremos lo que nuestro Señor y nuestro celo piden de nosotros por este artículo. ¡Salvador mío Jesucristo, que te santificaste para que fueran santificados ios hombres, que huíste de los reinos de la tierra, de sus riquezas y de su gloria y sólo pensaste en el reino de tu Padre en las almas: non quaero gloriam meam, etcétera, sed honorífico Palrem meum!20 Si tú viviste así para con un otro tú, ya que eres Dios en relación con tu Padre, ¿qué deberemos hacer nosotros para imitarte a ti, que nos sacaste del polvo y nos llamaste a observar tus consejos y aspirar a la perfección? ¡Ay, Señor! Atráenos a ti, danos la gracia de entrar en la práctica de tu ejemplo y de nuestra regla, que nos lleva a buscar el reino de Dios y su justicia y a abandonarnos a él en todo lo demás; haz que tu Padre reine en nosotros y reina tú mismo haciendo que nosotros reinemos en ti por la fe, por la esperanza y por el amor, por la humildad, por la obediencia y por la unión con tu divina majestad. Al hacer así, tenemos motivos de esperar que algún día reinaremos en tu gloría, que nos has merecido con tu preciosa sangre 21 . Esto es, hermanos míos, lo que hemos de pedirle en la oración; y durante todo el día, desde que nos despertemos, decirse cada uno en su interior: "¿Qué hacer para que Dios reine como soberano en mi corazón? ¿Qué hacer para extender por todo el mundo el conocimiento y el amor de Jesucristo? ¡Mi buen Jesús, enséñame a hacerlo y haz que así lo haga!" Cuando suene el reloj, renovemos esta oración y la resolución de trabajar en ello, y sobre todo en la santa misa, establecida para reconocer de forma soberana la 19 20 21

Alano de Solminihac. Jn 8,54. 1 Pe 1,19.

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suprema majestad de Dios y alcanzarnos las gracias necesarias para vivir y morir bajo el reino glorioso de su Hijo eterno. Amén. Después de la oración, el padre Vicente dijo con muchos sentimientos de humildad y de gratitud: Esperen un poco, por favor. Hemos hablado de la providencia, hermanos míos, y del deseo que Dios tiene de que confiemos en él. Ha querido su bondad hacer que experimentemos hace poco cómo es siempre fiel a sus promesas. Le inspiró a una señora, que ha muerto recientemente (ayer falleció), la idea de hacer un favor a esta pobre y ruin compañía y a otra casa distinta de la nuestra; ha dejado en testamento 18.000 libras, una cantidad importante, ¡18.000 libras! ¡Oh bondad de Dios, qué admirable eres! ¡Oh conducta admirable, qué digna de amor eres! ¡Oh providencia infinita, que velas por las necesidades de cada uno! El día que teníamos que hablar de ti, tú te nos muestras de forma tan clara; el mismo día que teníamos que excitarnos a descansar en tus cuidados paternales en lo referente a las cosas temporales, para no pensar más que en las espirituales, ése mismo día tú nos envías un muchacho para que nos dé el primer aviso de esta limosna tan considerable. Cuando llegó ese muchacho a la puerta, pidió hablar conmigo; le dijeron que no estaba yo en disposición para ello; él insistió y logró entrar en mi habitación, donde me presentó el extracto del testamento de la difunta; es la señora marquesa de Vins, que ha puesto los ojos en la casa más pobre y más útil de la compañía: la de Marsella, a la que ha dejado esta suma, para ponerla en renta, con la condición de dar misiones en la diócesis de Marsella y, de vez en cuando, en unas tierras que ella posee por allí. El párroco de San Nicolás de Chardonnet 22 me ha pasado también aviso. ¿Cómo no admirar, padres, esta gracia de Dios que, al ver a esa pobre familia en peligro de sucumbir, la ha levantado y robustecido con esta ayuda tan considerable? Se encuentra esa casa a medio camino entre París y Roma, es un puerto de mar donde se toma el barco para Italia y para el Levante: por consiguiente, es muy útil para la compañía. Cuidan allí de la salvación y del alivio de los pobres galeotes, sanos y enfermos, y llevan los asuntos de los esclavos de Berbería, además de llevar a cabo las demás cosas que se realizan en las otras casas. Padres y hermanos míos, he aquí un gran motivo para 22

Hipólito Féret. Cf. S.V.P. XII, 130-150; E.S. XI, 428-444.

Pll.

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Selección de escritos IX.

humillarnos delante de Dios por el cuidado que pone en mantenernos en esta fundación tan importante, y de una forma tan eficaz, en la que no pensábamos. Es este un gran motivo para reconocer con todas nuestras fuerzas el bien que le hace a esa pobre casa, donde nuestros hermanos trabajan con tanto fruto y bendición. Le digo todo esto a la compañía para que, por una parte, dé gracias a Dios por las que su divina bondad ha hecho a esa buena señora, que era muy piadosa, así como también por el favor que su infinita misericordia nos ha hecho por su medio; y por otra parte, que pida a nuestro Señor que sea él mismo la recompensa eterna de su alma y le aplique el mérito de los bienes que habrán de hacerse en virtud de esa limosna. Les ruego a todos los sacerdotes que celebren mañana por esta intención, si no tienen otra obligación. Me había olvidado de deciros esto, aunque me lo había propuesto. Nada más.

4.

CONFERENCIA DEL 7 DE MARZO DE I 659

SOBRE LA CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS (Reglas comunes, cap.2 art.3) Inspirándose en la "Regla de perfección" del capuchino Benito de Canfield (París, Chastellain, 1609), el padre Vicente demuestra cómo la conformidad con la voluntad de Dios contiene todas las demás virtudes. La conformidad activa consiste: 1.a, en hacer lo que está mandado; 2.a, en huir de lo que está prohibido; 3.a, en realizar, entre varios proyectos indiferentes, el que nos mortifica; 4.a, en seguir las inspiraciones con gran prudencia; 5.a, en ejecutar lo que es razonable. Medios: rezar y mortificarse. Hermanos míos, estamos en la explicación del segundo capítulo de nuestras reglas, que se refiere a las máximas evangélicas. Hace poco hablamos de ésta: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia", contenida en el segundo artículo de dicho capítulo. Pasamos ahora al tercer artículo, que dice: Y como la santa práctica de hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios es un medio seguro para poder adquirir pronto la perfección cristiana, cada uno procurará,

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dentro de sus posibilidades, hacer que le resulte familiar, cumpliendo estas cuatro cosas: 1.a Ejecutar debidamente las cosas que están mandadas, huyendo cuidadosamente de las que están prohibidas, siempre que tal mandamiento o tal prohibición venga de parte de Dios, o de la Iglesia, o de nuestros superiores, o de nuestras reglas y constituciones. 2.a Entre las cosas indiferentes que haya que hacer, escoger las que repugnan a nuestra naturaleza antes que las que la satisfacen, a no ser que sean necesarias estas últimas; pues entonces hay que preferirlas a las demás, aunque considerándolas, no por lo que deleitan a los sentidos, sino en cuanto que son más agradables a Dios. Y si se presentan para hacer al mismo tiempo varias cosas indiferentes por su naturaleza, igualmente agradables o desagradables, entonces convendrá aceptar indiferentemente lo que se quiera, como viniendo de la divina providencia. 3.a Y por lo que se refiere a las cosas que nos vienen sin esperarlas, como son las aflicciones o los consuelos, tanto corporales como espirituales, recibirlas todas con igualdad de ánimo, como salidas de la mano paternal de nuestro Señor. 4.a Hacer todas estas cosas por el motivo de ser ésta la voluntad de Dios, y para imitar en ello, en cuanto nos sea posible, a nuestro señor Jesucristo, que siempre hizo estas mismas cosas, y por el mismo fin, tal como nos lo asegura él mismo, cuando dice: "Yo hago siempre las cosas que son según la voluntad de mi Padre". Pues bien, al leer esto, he advertido que se ha deslizado una falta del impresor, en la que no nos habíamos fijado; es donde se dice: Si se presentan para hacer al mismo tiempo varias cosas indiferentes por su naturaleza, igualmente agradables o desagradables; tiene que decir: Si se presentan para hacer al mismo tiempo varias cosas indiferentes por su naturaleza, que no son ni agradables ni desagradables, entonces conviene aceptar indiferentemente lo que se quiera. Así, pues, la regla dice que lo que nos ayuda a conseguir la perfección de cristianos y de misioneros es este ejercicio de la voluntad de Dios. Hay que advertir que hay diversos ejercicios propuestos por los maestros de la vida espiritual, y que ellos practicaron de diversas maneras. Algunos se han propuesto la indiferencia en todo, y han creído que la perfección consistía en no desear nada ni rechazar nada de lo que Dios nos envía. En todas las ocasiones se elevaban a

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Dios y se hacían indiferentes ante unas cosas o ante otras. Esta indiferencia es un santo ejercicio. ¡Qué ejercicio tan santo querer lo que Dios quiere en general y nada en particular! 2.Q Otros se han propuesto obrar con pureza de intención, ver a Dios en todo lo que ocurre, para hacerlo y sufrirlo todo por él. Esto es muy sutil. En resumen, el ejercicio de hacer siempre la voluntad de Dios es más excelente que todo esto, ya que comprende la indiferencia y la pureza de intención y todas las demás maneras practicadas y aconsejadas; y si hay algún otro ejercicio que lleve a la perfección, se encontrará eminentemente en éste. ¿Hay alguien más indiferente que el que cumple la voluntad de Dios en cada cosa, que no se busca a sí mismo en ninguna de ellas, y que no quiere, incluso las que podría querer, más que porque Dios también las quiere? ¿Hay alguien más libre y más dispuesto a cumplir la voluntad divina? ¿Y la pureza de intención? ¿Cómo practicarla mejor que con la práctica de la voluntad de Dios? ¿Hay alguien que tenga una pureza más perfecta que el que quiere y hace todo lo que Dios quiere y de la manera como lo quiere? Que se comparen todos estos ejercicios y se verá que Dios es más glorificado en la práctica de su voluntad que en todo lo demás, y que no hay nadie que le honre más que el que se entrega de forma especial a esta santa práctica. Es éste un motivo para que nos entreguemos firmemente a Dios para observar esta regla. Y he aquí un segundo motivo: es cierto que las obras hechas de forma humana y mezquina, sin darles un fin noble, como es el de cumplir la voluntad de Dios, son obras muertas. Asistir al oficio divino, meditar, predicar y trabajar sin dirección, todas estas obras, ¿no son, acaso, sólo acciones inanimadas? Es una moneda que no vale, porque no está acuñada con sello del príncipe, ya que Dios mira las obras sólo si se ve en ellas y se las dedicamos. Nuestro padre Adán era un árbol fecundo en el paraíso terrenal l , que daba naturalmente frutos agradables a los ojos de su Señor; pero cuando el diablo le hizo cometer aquel pecado, se desvió su voluntad y, al separarse de la de Dios, fue incapaz por sí mismo de producir nada que pudiera agradar a Dios; y nosotros, todos los que hemos salido de aquel tronco viciado, nos encontramos humanamente hablando en esta misma imposibilidad, de forma que todo lo 4. Conferencia. Manuscrit des Conferencies, i Cf. Rom 11,17.

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que procede de allí, las acciones que provienen del viejo Adán, no son agradables a Dios, ya que son obras de la naturaleza que no tienen ninguna relación con Dios, porque no están dirigidas a él. Si hay algunos doctores que creen que lo que no se hace por Dios es pecado, ¿por qué no vamos a creer nosotros que, aunque no sea pecado, al menos carece de valor ante él? Pues bien, para hacer que nuestras acciones y omisiones sean buenas, que cuanto hagamos y cuanto dejemos de hacer tenga las condiciones requeridas para agradar a Dios, la regla nos enseña el medio para ello cuando nos ordena hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios, y nos dice que procuremos, dentro de nuestras posibilidades, hacer que esta práctica nos sea familiar. Si tenemos suficiente gracia de Dios y bastante confianza en su bondad, ya que él siempre nos la da en abundancia, ¿no vamos a entregarnos a él desde ahora para darle gusto y para obrar desde ahora en él y por él? Deus virtutum: él es el Dios de las virtudes. ¡Que se practiquen, pues, estas virtudes! ¡Qué se haga todo por Dios! Si hubiera algunos en la compañía que fuesen fieles en esto, si fuera grande su número, si todos fuéramos de este feliz número, ¡oh Salvador!, ¡qué bendición! ¡Oh Dios mío!, ¡qué agradable te sería la Misión! T ú lo sabes, bondad divina, y nosotros sabemos, hermanos míos, que nuestras obras no tienen ningún valor si no son vivas y no están animadas por la intención de Dios. Es éste el consejo del Evangelio, que nos lleva a hacerlo todo por darle gusto. Hemos de alabar mucho a su majestad infinita por la gracia que ha concedido a la compañía de emprender esta práctica tan santa y tan santificadora. Sí, desde el principio hemos deseado todos entrar por el camino de la perfección, que consiste en honrar a nuestro Señor en todas nuestras obras; y si no lo hemos hecho con toda la perfección conveniente, no hay por qué preguntar la causa de ello, ya que la culpa la tiene este miserable, que no he dado el debido ejemplo. Nuestro Señor es nuestro tercer motivo. Su norma era cumplir la voluntad de su Padre en todo, y dice que para ello bajó a la tierra, no para hacer su voluntad, sino la del Padre 2 . ¡Oh Salvador! ¡Qué bondad! ¡Cuánto brillo y esplendor das al ejercicio de tus virtudes! Tú eres el rey de la gloria, pero vienes a este mundo con la única finalidad de cumplir la voluntad del que te ha enviado. Ya sabéis, hermanos míos, cómo anidaba este afecto sagrado en el corazón 2

Cf. Jn 6,38.

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de nuestro Señor. Cibus meus est, decía, ut faciam voluntatem eius qui misit me3: lo que me alimenta, me deleita y me robustece es hacer la voluntad de mi Padre. Si esto es así, hermanos míos, ¿no hemos de considerarnos dichosos de haber entrado en una compañía que profesa de manera especial practicar lo que practicó el Hijo de Dios? ¿No hemos de elevarnos muchas veces a él para conocer la altura, la profundidad, la anchura de este ejercicio, que llega hasta Dios, que nos llena de Dios, que comprende todas las cosas buenas y nos aparta de las malas? Cibus meus est ut faciam voluntatem eius qui misit me. ¡Salvador mío, ésta es tu práctica! San Juan seguía la de la penitencia; estaba lleno del deseo de hacerla y de aconsejarla a los demás; por eso vino al mundo. Y tú, cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo 4 , tú viniste lleno del anhelo de cumplir y de inculcarnos la voluntad de tu Padre. Elias sentía un ardor y un celo admirable por la gloria de su Dios 5 ; le quemaba y le inflamaba todo para imprimir su respeto y su temor en el corazón de los hombres; y tú, Salvador mío, estabas animado de ese deseo inmenso e incomparable de que todas las criaturas hiciesen la voluntad de Dios; por eso pusiste en la oración dominical: Fiat voluntas tua. Esa fue la oración que enseñaste a tus discípulos; es lo que quisiste que todos los hombres pidieran e hiciesen. ¿Qué? La voluntad del padre Eterno. ¿Dónde? En la tierra como en el cielo. ¿-Cómo? Como la hacen los ángeles y los santos: con prontitud, en todo, de forma constante, amorosamente. Estoy seguro de que no hay aquí ningún sacerdote que haya dicho la misa, y ninguna persona que haya hecho otras acciones que sean en sí mismas santas, más que para honrar la majestad de Dios; sin embargo, puede ser que Dios haya rechazado nuestras oblaciones por haber hecho en estos días nuestra propia voluntad. ¿No es eso lo que declaró el profeta cuando dijo de parte de Dios: "No quiero vuestros ayunos; creéis que me honráis, pero hacéis todo lo contrario, ya que, cuando ayunáis, hacéis vuestra propia voluntad, y así estropeáis el ayuno". Lo mismo puede decirse de todas las obras: hacer vuestra voluntad es estropear vuestras devociones, vuestros trabajos, vuestras penitencias, etc. Hace veinte años que no leo nunca esta epístola, sacada del capítulo 58 de Isaías, sin sentir una gran emoción, aunque no por ello me vuelvo mejor. s

Jn 6,34. Cf. Jn 1,29. •" Cf. 1 Re 19,10-14. 1

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¿•Qué hacer, pues, para no perder nuestro tiempo y nuestras fatigas? No obrar nunca siguiendo el movimiento de nuestro propio interés o fantasía, sino acostumbrarnos a hacer la voluntad de Dios en todo, fijaos bien, en todo, y no en parte. Es la gracia santificante la que hace que una acción y una persona sean agradables a Dios. ¡Qué consuelo pensar que, cuando guardo mis reglas, cuando cumplo con mis obligaciones, cuando obedezco a mis superiores y me elevo a Dios para sufrir todas estas cosas, es cuando me hago incesantemente agradable a Dios! Por tanto, es la gracia santificante la que hemos de pedir, poseer y poner en práctica; si no, todo está perdido. "Muchos me dirán —decía Jesucristo, como recordábamos el otro día—: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado, echado los demonios y hecho muchos milagros en tu nombre?" —"Nunca os he conocido —les responderá—, apartaos, los que obráis inicuamente". —"Pero, Señor, ¿llamas obras inicuas a las profecías y milagros que hemos hecho en tu nombre?" —"Apartaos de mí, malditos, no os conozco". —"¿Quiénes serán entonces los que entren en el reino de los cielos?" —"Los que hagan la voluntad de mi Padre, que está en los cielos" 6 . Por consiguiente, nunca le dirá nuestro Señor a una persona que se haya esforzado en seguir siempre su voluntad: "No te conozco". Al contrario, a ése es al que hará entrar en su gloria. ¡Oh Salvador! Concédenos la gracia de llenarnos de este deseo, para que no produzcamos ningún fruto silvestre, sino que todas nuestras obras se hagan por ti y para ti, para ser agradables a los ojos de tu Padre; haznos entrar, por favor, en esta fidelidad y actuar siempre según tu voluntad. Entreguémonos a Dios, hermanos míos, para estar atentos y permanecer firmes en esto; pues, en ese caso, ¡cuántos motivos tendremos para alabar a Dios! ¡Con qué ojos mirará él a la compañía en general y a cada uno en particular! Irt nomine Domini. Y éstos son los motivos que nos obligan a hacernos familiar la práctica de cumplir la voluntad de Dios en todas las cosas y a decidirnos a seguir esta máxima de nuestro Señor: Cibus meus est ut faciam voluntatem eius qui misit me1. Veamos ahora en qué consiste. Estoy convencido de que hay que practicarla, pero ¿cómo? —Hay que saber que todas las obras que se hacen o que se dejan de hacer, están mandadas, o prohibidas, o son 6 7

Mt 7,21-23. Jn 4,34.

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indiferentes; y que las indiferentes son tales porque no están ni mandadas ni prohibidas. Así es como podemos conocer la voluntad de Dios. Todo lo que el hombre hace, repito, son obras mandadas, o prohibidas, o que no son ni lo uno ni lo otro. En cuanto a las obras mandadas o prohibidas, Dios quiere que hagamos aquéllas y que no hagamos éstas. Esto está mandado: tengo que hacerlo; aquello está prohibido: tengo que dejarlo. Tenemos que hacer siempre las cosas que están mandadas por Dios, directa o indirectamente, por sí mismo o por la Iglesia. Todo lo que nos manda, tenemos que ejecutarlo; todo lo que la Iglesia ordena, hay que hacerlo; ella es su esposa y él es el padre de familia, que quiere que los hijos obedezcan a su madre como a él mismo. Cumpliremos la voluntad de Dios si, dirigiéndole la acción que se nos manda, le decimos o proponemos: "Quiero hacer esto para ser agradable a Dios", o: "No quiero hacer eso que está prohibido, por complacerle". Si obramos de ese modo, cumpliremos infaliblemente la voluntad de Dios. ¿Cómo cumple un niño la voluntad de su padre, y un subdito la voluntad del rey? Haciendo lo que le ordenan y evitando lo que le prohiben; el niño lo hace para honrar a su padre, y el subdito, para obedecer a su rey; los dos cumplen su voluntad res-, pectiva acatando sus palabras y sus órdenes. También vosotros, hermanos míos, haréis la voluntad de Dios cuando, haciendo lo que manda o no haciendo lo que prohibe, tengáis intención de honrar a este padre admirable y de obedecer amorosamente a este rey de amor. Pero, para insistir más en esta práctica conviene decir: "Dios mío, hago esto o dejo de hacer aquello porque ésa es tu voluntad". He aquí el alma de la cosa. He dicho que la Iglesia también manda y que hemos de obedecerla como a esposa de Jesucristo, ya que, en calidad de tal, tiene derecho a dar leyes y a obligar a los fieles; sí, la Iglesia obliga a la observancia de lo que está ordenado por los concilios y los papas y obispos. Al obrar de esta forma, parece como si no tuviéramos ningún mérito, pero, sin embargo, podemos hacer que estas obras sean buenas ofreciéndoselas a Dios, incluso las acciones naturales, como el comer, el dormir y todo lo demás, haciéndolas en nombre de nuestro Señor, como dice el Apóstol 8 . Así, pues, de todas estas formas cumplimos la voluntad de Dios: 1.°, haciendo lo que está mandado y no haciendo lo

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1 Cor 10,31.

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que está prohibido, no sólo por Dios, por su Iglesia, por nuestras reglas y superiores espirituales y eclesiásticos, sino también por el rey, los gobernadores, magistrados, oficiales y jefes de policía, puestos por Dios para las cosas temporales 9 ; obedecerles es cumplir la voluntad de Dios, ya que Dios así lo quiere. 2.Q Haciendo, en las cosas indiferentes, las que más contribuyan a mortificar al hombre viejo. Y en tercer lugar, haciendo por Dios las que ni nos gustan ni disgustan, ni al cuerpo ni al espíritu, y hasta las cosas naturales, aunque las apetezca la parte inferior, siempre que la necesidad nos obligue a ellas. Existe una cuarta manera de conocer la voluntad de Dios, que son las inspiraciones; pues muchas veces Dios ilumina el entendimiento y mueve el corazón para inspirar su voluntad; pero se necesita el granito de sal, para que no nos engañemos. Entre esa muchedumbre de pensamientos y de sentimientos que se nos echan encima, hay algunos aparentemente buenos, pero que no provienen de Dios ni son según su voluntad; por tanto, hay que examinarlos bien, recurrir al mismo Dios, preguntarle cómo puede hacerse eso, considerar los motivos, el fin y los medios, para ver si todo está sazonado según su gusto, consultar a los hombres prudentes y aconsejarse de los que tienen cuidado de nosotros, que son los depositarios de los tesoros de la sabiduría de Dios; si hacemos como ellos nos indican, cumpliremos la voluntad de Dios. La quinta manera de conocerla y cumplirla es considerar y hacer las cosas que sean razonables. Se presenta una que no está ni ordenada ni prohibida; pero es conforme a la razón y, por consiguiente, es según la voluntad de Dios, que nunca es contrario a la razón; debemos hacerla incluso según la intención de la Iglesia, que nos manda pedirle a Dios esta gracia en aquella oración: Praesta, quaesumus, omnipotens Deus, ut, semper rationabilia meditantes, quae tibi sunt placita et dictis exsequamur et factis10: te suplicamos, Dios todopoderoso que, meditando siempre las cosas razonables, hagamos en nuestras acciones y conversaciones las cosas que te agradan. De modo que, según esta oración, hacer una cosa que parezca razonable es cumplir la voluntad de Dios. Esto se debe entender siempre con ese grano de sal de la prudencia cristiana y con el consejo de los que nos dirigen, ya que 9

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Cf. 1 Pe 2,13-14. Colecta del séptimo domingo del tiempo ordinario.

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pudiera ser que una cosa fuera razonable por su naturaleza, pero no en las presentes circunstancias de lugar, de tiempo o de forma; en ese caso, no habría que hacerla. Hay que advertir que cumplir la voluntad de Dios activamente es cumplirla de todas las maneras que hemos dicho. También puede cumplirse pasivamente, aceptando que Dios haga su voluntad en nosotros, como en las cosas imprevistas que nos ocurren sin que pensemos en ellas. He aquí que nos llega un motivo de consuelo: nos llegan noticias —a cualquiera, a mí, por ejemplo— de la conversión importante de una persona distinguida, o de todo un país, o de que Dios es bien servido por las personas que amamos, o de que se han hecho las paces entre dos familias o entre dos provincias divididas, cuya división era un escándalo para la Iglesia; hay que recibir todo esto como de la mano de Dios y alegrarse espiritual mente por ello, como hizo nuestro Señor cuando le dio gracias al Padre por haber revelado sus secretos a los sencillos 11 . Por el contrario, a veces surge un motivo de pena, una enfermedad, una pérdida, una calumnia, etc.: hay que recibirla también como venida de Dios, que desea probarnos de esta manera, sabiendo que es él el que nos manda estas aflicciones: non est malum in civitate quod non fecerit Dominus12. Nuestro Señor, al meditar en el huerto de los olivos en los tormentos que tendría que sufrir, los miraba como queridos por su Padre; nosotros hemos de decir como él: "Que no se haga, Señor, mi voluntad, sino la tuya" 13 . De forma que, conociendo la voluntad de Dios por esos acontecimientos repentinos de una desgracia o de un consuelo, podemos practicar su voluntad pasiva, aceptándolos como venidos de Dios, que es el único que puede dar la vida y la muerte Así, pues, la voluntad de Dios es activa y pasiva: es activa cuando la cumplimos por la observancia de sus preceptos y por la práctica de las cosas que le son agradables, y es pasiva cuando dejamos que la cumpla él mismo en nosotros sin nosotros. No quedan las cosas claras, pero el tiempo es demasiado corto para poder explicarme mejor. Se darán algunas conferencias sobre este tema y entonces se verá con mayor claridad lo que es la voluntad de Dios y cómo hay que practicarla de todas las maneras. Desearía, entretanto, que os acostumbraseis a ofrecer a Dios todo lo que hagáis o sufráis, diciéndole: "Dios mío, es voluntad 11 Cf. Mt 11,25. 12 A m 3,6.

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tuya que me prepare a predicar, a decir la santa misa, a hacer esta obra; que esté cansado, tentado, afligido; que esté perturbado o en paz, triste o alegre; así lo quiero yo también, Señor, y lo quiero porque es tu voluntad". Indiquemos ahora algunos medios para que nos resulte más fácil esta santa práctica. El primer medio para ello es el que nos enseña la oración dominical: Fiat voluntas tua sicut in cáelo et in terraH; si nuestro Señor ha puesto estas palabras en la oración de cada día, es porque quiere que todos los días le pidamos la gracia de cumplir su voluntad en la tierra lo mismo que se cumple en el cielo, incesante y perfectamente, con una conformidad sencilla e invariable con la voluntad de nuestro Señor. Así, pues, pidámosle con frecuencia que nos haga conformes con todo lo que él quiera y ordene de nosotros; y éste será un buen medio para obtener la gracia de practicar este santo ejercicio. El segundo medio es acostumbrarnos, no sólo a esta oración, sino a la práctica de lo que dice, empezando desde mañana mismo, desde ahora; por ejemplo, ofreciéndole a Dios vuestra paciencia de tener que escuchar a este pobre hombre que os habla, y decirle: "Señor, yo quiero escuchar y hacer todo lo que se me indique de parte tuya, para glorificarte". Fijaos, hermanos míos, resulta importante excitar así la voluntad y habituarse a renovar con frecuencia nuestra intención, sobre todo cuando nos levantamos por la mañana: "Dios mío, me levanto para servirte; voy a la oración para darte gusto; oiré o diré la misa para honrarte; trabajaré porque tú así lo quieres". En fin, hay que procurar elevarnos hasta él en las acciones principales, para consagrárselas por entero y para hacerlas según su voluntad. Pero, padre, es que no me acuerdo; paso horas, ratos largos y jornadas enteras sin pensar en Dios, o sin acordarme de ofrecerle lo que hago. Si entre nosotros hay alguno de esos, tiene que humillarse mucho, afligirse por la pérdida del mérito de esas acciones, o al menos por no haberle dado a Dios todo el gusto que habría recibido si se las hubiera ofrecido; y que, para suplir este defecto, al comenzar la jornada, cada uno le haga un ofrecimiento general de todas las obras del día; además conviene repetir esta ofrenda una o dos veces por la mañana, y otras tantas después de comer, diciéndole: "Dios mío, acepta los movimientos de mi corá-

Le 22,42. is Mt 6,10.

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zón y de mi cuerpo; atráelos hacia ti, ya que te los ofrezco juntamente con mis reglas, mis trabajos y sufrimientos". Y cuanto más hagamos esto, hermanos míos, más facilidad y provecho lograremos. Hacerlo cuatro veces al día, por lo menos. Por este medio adquiriremos nuevos títulos de amor, y el amor nos hará perseverar y crecer en esta santa práctica. Se necesita, pues, la práctica, hermanos míos: practicar lo que acabo de deciros para practicar la voluntad de Dios. También es necesaria la mortificación, ya que, para quitarle a nuestro gusto lo que le ofrecemos a Dios, hay mucho que luchar, y esta virtud es la que nos permitirá vencer; por ella renunciamos a las comodidades y satisfacciones de la vida; ella nos lleva a hacer lo que le repugna a la naturaleza y lo que Dios pide. Por eso hemos de esforzarnos en esta virtud, acostumbrarnos a la mortificación interna y externa en todas las cosas que agradan a la naturaleza. Este es el tercer medio que tenemos para hacer que nos sea familiar esta práctica de cumplir incesantemente la voluntad de Dios. Poco a poco se irá habituando a ella nuestro espíritu; pasará a ser una costumbre en nosotros o, mejor dicho, una gracia de Dios, de modo que, como muchos, con actos reiterados, se habitúan a ella, al final nos sentiremos todos nosotros animados y dispuestos a hacerlo. |Ay, cuántos son los que nunca pierden a Dios de vista! Vemos a algunos de nosotros que caminan y obra siempre en su presencia. ¡Cuántos hay también en el mundo que así lo hacen! Hace poco estaba con una persona que se hacía cargo de conciencia de haberse distraído tres veces en un día del pensamiento de Dios. Esos serán nuestros jueces y nos condenarán algún día, delante de la divina majestad, por el olvido en que tenemos a Dios, a pesar de que no tenemos otra cosa que hacer más que amarle y demostrarle nuestro amor en nuestras intenciones y nuestros servicios. Hermanos míos, pidámosle a nuestro Señor que nos dé la gracia de decir como él: Cibus meus est ut jaciam voluntatem eius qui misit mexh. Padres y hermanos míos, entreguémonos totalmente a Dios desde ahora, y mañana en la oración, para que siempre y en todas partes sintamos hambre y sed de esta justicia 16 . Pensemos en ello; aclaremos sobre todo lo que os he dicho de una forma tan confusa y desordenada; incendiemos nuestra voluntad diciendo y cumpliendo estas divinas palabras de Jesucristo: "Mi comida es hacer su vo15 16

Jn 4,34. Cf. Mt 5,6.

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luntad y llevar a cabo su obra". Tu gusto, Salvador del mundo, tu ambrosía y tu néctar es cumplir la voluntad de tu Padre. Nosotros somos tus hijos, que nos ponernos en tus brazos para seguir tu ejemplo; concédenos esta gracia. Como no podemos hacerlo por nosotros mismos, te lo pedimos a ti, lo esperamos alcanzar de ti, pero con toda confianza y con un gran deseo de seguirte. Señor, si quieres darle este espíritu a la compañía, ella trabajará por hacerse cada vez más agradable a tus ojos, y tú la llenarás de ardor para que sea semejante a ti; y este anhelo la hace ya vivir de tu vida, de modo que cada uno puede decir como San Pablo: Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus11. ¡Bendita compañía! ¡Bienaventurados todos nosotros! Si tendemos a ellos, lo alcanzaremos infaliblemente. ¡Qué dicha poder comprobar en nosotros estas palabras: Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus! Pues ya no vivimos una vida humana, sino una vida divina, y viviremos esa vida, hermanos míos, si nuestros corazones están llenos y nuestras acciones van acompañadas de esa intención de cumplir la voluntad de Dios. Pues bien, si algunos pueden decir que así lo han hecho, como es verdad, otros pueden decir, como yo: "¡Qué desgraciado soy al ver cómo mis hermanos viven la vida de Jesucristo y son agradables a los ojos de su Padre Eterno, mientras que yo vivo una vida sensual y animal y merezco ser arrojado lejos de su trato, como objeto de disgusto para Dios!" Quiera su bondad que este sentimiento penetre tan hondo en nuestra alma que, avergonzados de nuestra cobardía, redoblemos el paso para alcanzar a los más adelantados en el camino de la perfección. ¡Que Dios nos conceda esta gracia! 5.

CONFERENCIA DEL 22 DE AGOSTO DE 1659

SOBRE LAS CINCO VIRTUDES FUNDAMENTALES (Reglas comunes, cap.2 art.14) Motivos para observar las máximas evangélicas. Máximas propias de la vocación del misionero: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo. Medios de practicarlas. Aunque hemos de hacer todo lo posible por guardar todas estas máximas evangélicas, por ser tan santas y útiles, " Gal 2,20. Cf. S.V.P. XII, 150-165; E.S. XI, 445-457.

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hay algunas de ellas que son para nosotros más apropiadas que las demás, o sea las que recomiendan especialmente la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo de las almas; por eso, la congregación se aplicará a ellas de un modo más especial, de forma que esas cinco virtudes sean como las facultades del alma de toda la congregación y las acciones de cada uno de nosotros se vean siempre animadas por ellas. He aquí, mis queridísimos hermanos, el tema de nuestra conferencia. Cubrios, por favor; yo me quedaré descubierto por comodidad. Dividiremos el tema, según nuestro método, en tres puntos, que son los que de ordinario se encuentran en nuestras predicaciones. En el primero veremos los motivos y las razones que tenemos de entregarnos a Dios para renovar en nosotros el afecto a la práctica de las máximas evangélicas, según lo que se os dijo cuando se os habló de ellas, hace algún tiempo. En el segundo punto haremos ver cuáles son las reglas y las máximas más importantes y más propias de nuestra salvación; y en el tercero hablaremos de los medios. Todo para la mayor gloria de Dios y santificación de nuestras almas. El primer motivo o la primera razón que tenemos, mis queridísimos hermanos, de entregarnos a Dios para observar las máximas evangélicas es por causa de su autor, nuestro Señor Jesucristo, que vino del cielo a la tierra para anunciar la voluntad de Dios, su Padre, y enseñar a los hombres lo que había que hacer para agradarle más, esto es, aconsejarles las máximas evangélicas. Ha sido, pues, el Hijo de Dios, bajado del cielo para llevarnos a su Padre e informarnos de lo que pide de nosotros para agradarle más, el que nos ha anunciado estas máximas. Veis, por tanto, que él es su autor. Y ésta es la primera razón. La segunda es que él las ha observado; se presentó como tal a los ojos del cielo y de la tierra y todos los que tuvieron la dicha de tratar con él durante su vida mortal vieron que observó siempre las máximas evangélicas. Esa fue su finalidad, su gloria y su honor; de ahí hemos de deducir que, como nuestra intención no debe ser otra más que la de seguir a nuestro Señor y conformarnos enteramente a él, sólo esto es capaz de llevarnos a la práctica de los consejos evangélicos. La tercera razón es que la criatura... Me he equivocado en lo que acabo de deciros; debía decir que los motivos se

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sacan de la santidad y de la utilidad de las reglas y máximas evangélicas. Que son santas, lo deduzco: primero, de que las practicó el mismo santo de los santos; en segundo lugar, esto se sigue de la naturaleza de la santidad. El que son muy útiles es evidente. Por tanto, los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo. ¿Qué es la santidad? Es el desplazamiento y la separación de las cosas de la tierra y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad. ¿Y qué es lo que nos aparta de la tierra y nos une al cielo tanto como las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ése es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de decir, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo. El segundo motivo, que es la utilidad, se saca de la práctica de las máximas evangélicas. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad 1 . Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo, que hoy reina con tanto imperio que puede decirse que totus mundus in hoc positus2: que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo. Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas? El que sirve al pecado, dice la Escritura 3 , es esclavo del pecado: a quo quis superatus est, huius et servus est; y quien es esclavo del pecado es esclavo del demonio. Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contra5. Conferencia. Manuscrit des conférences. 1 1 Jn 2,16. 2 1 Jn 5,19. 3 2 Pe 2,19.

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rio, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios! ¿Hay alguna cosa tan útil como la libertad? Dice el refrán que hay que comprar la libertad a precio de oro y plata, que hay que perderlo todo por poseerla. Pues bien, hermanos míos, la libertad se encuentra ampliamente en la práctica de los consejos evangélicos. Estas máximas se reducen a tres puntos: amor a la pobreza, mortificación de los placeres y sumisión a la voluntad de Dios. Y ellas son las que le dan la libertad cristiana a una persona. Hace algún tiempo erais esclavos de las pasiones 4 : el apego a las riquezas, a los placeres y a vuestra propia voluntad os tenía esclavizados; ahora estáis ya libres gracias a estas máximas; ni el mundo con sus encantos, ni la carne con sus placeres, ni el demonio con sus engaños, os pueden tener cautivos, ya que el amor a la pobreza, la mortificación de vuestros placeres y la sumisión a la voluntad de Dios os hacen triunfar. Esa es la fuerza y el poder de las máximas evangélicas, entre las cuales —ya que son muchas en número— he escogido especialmente las que son más propias del misionero; ¿cuáles son? Siempre he creído y he pensado que eran la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo. Primero es la sencillez, que consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios, sin tener otra finalidad en todas las acciones más que su gloria. En eso es en lo que consiste propiamente la sencillez. Todos los actos de esta virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio; ir derecho a nuestro propósito, sin rodeos ni andar con recovecos. La sencillez consiste, por tanto, en hacerlo todo por amor de Dios, rechazando toda mezcla, ya que la simplicidad es la negación de toda compasión. Por eso, como en Dios no se da composición alguna, decimos que es un acto purísimo y un ser simplicísimo. Por consiguiente, hay que desterrar cualquier mezcla, para buscar solamente a Dios. Pues bien, hermanos míos, si hay personas en el mundo que deben tener esta virtud, son los misioneros, ya que toda

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nuestra vida se emplea en ejercer actos de caridad para con Dios o para con el prójimo. Y en ambos casos hemos de proceder sencillamente, de forma que, si se trata de cosas que hemos de hacer, que se refieran a Dios y dependen de nosotros, hay que huir de los artificios, ya que Dios se complace y comunica sus gracias solamente a las almas sencillas 5 . Y si miramos a nuestro prójimo, cómo hemos de asistirle corporal y espiritualmente, hemos de evitar parecer cautelosos, taimados, astutos, y sobre todo no decir nunca una palabra de dos sentidos. ¡Qué lejos ha de estar todo eso de un misionero! Dios ha querido, por lo visto, que en estos tiempos hubiese una compañía que tuviese esta virtud, ya que el mundo está empapado de doblez. Es difícil ver hoy a un hombre que hable como piensa; el mundo está tan corrompido que no se ve más que artificio y disimulo por todas partes; esto ocurre incluso —¿me atreveré a decirlo?— entre las rejas de los conventos. Pues bien, si hay una comunidad que ha de hacer profesión de sencillez, es la nuestra; porque, fijaos bien, hermanos míos, la doblez es la peste del misionero; la doblez le quita su espíritu; el veneno y la ponzoña de la Misión es no ser sincera y sencilla a los ojos de Dios y de los hombres. Hermanos míos, la virtud de la sencillez, de la simplicidad, ¡qué hermosa virtud! En la conferencia de los martes, compuesta de eclesiásticos externos, se han tenido algunas charlas sobre el espíritu de esa compañía; casi todos decían que se notaba en ella esa sencillez. Es verdad. Los que vean su comportamiento, dirán que reina allí la sencillez, pues todos refieren sencillamente y delante de Dios lo que piensan sobre el asunto que se les propone. Pues si propter quod unum tale, et Mus magis tale6, con mucha más razón nosotros, que somos la causa de esa compañía, estamos obligados a tener esa virtud de la sencillez. ¡Adiós la Misión, adiós su espíritu, si no tiene sencillez! ¿Os diré lo que me ha dicho un señor? Me decía: "Mire, padre, cuando hablo, digo las cosas como son; si hay que callar alguna circunstancia, me la callo". ¿Qué es esto sino la práctica de esta virtud de la sencillez? Ese señor es uno de los espíritus más hermosos que conozco en su estado; pertenece a la embajada de Venecia. "Si tengo que decir algo —me decía—, hablo, si lo sé; si no, me callo". Y así es como 5

Cf. Prov 3,32. Lo que le da a una cosa su manera de ser posee esa manera de ser en un grado más elevado. 6

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Rom 6,18-20.

S. V. Paúl 2

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habla un embajador de Venecia, que se ve obligado a negociar con los grandes. ¡La sencillez! ¡Qué virtud tan admirable! ¡Dios mío, concédenosla! La segunda máxima es la humildad, pues, para ser agradable a Dios, no basta con ser sencillo, sino que además hay que ser humilde. La humildad consiste en anonadarse ante Dios y en destruirse a sí mismo para agradar a Dios en el corazón, sin buscar la estima y la buena opinión de los hombres, y en combatir continuamente todos los impulsos de la vanidad. La ambición hace que una persona busque el renombre y que digan de ella: "¡Por allí va!" La humildad hace que se anonade, para que sólo se vea a Dios en ella y se le dé gloria a él. La humildad dice deseo de ser despreciado, de que no hagan caso de uno, de que todos lo tengan a uno por miserable. Su lema es: "¡Honor y gloria solamente a Dios, que es el ser de los seres!" La humildad imprime en el espíritu estos sentimientos: "Renuncio al honor, renuncio a la gloria, renuncio a todo cuanto pueda darme alguna vanidad. No soy más que polvo y corrupción. Sólo tú, Dios mío, eres el que tiene que reinar. Si en mí hubiese algo que no te pertenece, Dios mío, me despojo con gusto de ello para dártelo y anonadarme totalmente ante ti". Esos son los diversos afectos que produce la humildad y que los misioneros deberían tener; la gracia de Dios hace que lo veamos así, para que no queramos ser estimados ni conocidos. Esta es la segunda máxima, absolutamente necesaria a los misioneros; porque, decidme, ¿podría un orgulloso avenirse con la pobreza? Pero nuestra finalidad son los pobres, la gente vulgar del pueblo; si no nos acomodamos a ellos, no podremos servirles en nada; el medio para que podamos aprovecharles es la humildad, porque la humildad hace que nos anonademos y nos pongamos en las manos de Dios, soberano ser. Factus sum sicut iumentum apud te7. El humilde se considera ante Dios como un asno. Pero durus est hic sermos; es cierto; pero yo diría que es ése el estado que conviene a la Misión; y entonces hemos de temer que, si no somos así, no tenemos el espíritu de verdaderos misioneros. La tercera máxima es la mansedumbre, que se refiere a lo interior y a lo exterior, a lo de dentro y fuera de la casa; mansedumbre entre nosotros, mansedumbre y paciencia con el prójimo. Porque fijaos, hermanos míos, me parece que ya lo ha dicho alguien en la predicación, el misionero nece' Sal 72,23. Jn 6,60.

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sita mucha paciencia con los de fuera: son pobres gentes que vienen a confesarse, toscos, ignorantes, tan cerrados y, por así decirlo, tan animales, que no saben cuántos dioses hay ni cuántas personas en Dios; aunque se lo digáis cincuenta veces, al final seguirán siendo tan ignorantes como al principio. Si uno no tiene mansedumbre para aguantar su rusticidad, ¿qué podrá hacer? Nada; al contrario, asustará a esas pobres gentes que, al ver nuestra impaciencia, se disgustarán y no querrán volver a aprender las cosas necesarias para la salvación. Por tanto, mansedumbre. Me acuerdo a este propósito de que, confesando a una persona (puede hablarse, hermanos míos, de lo que uno ha escuchado incluso en la confesión, sobre todo cuando ya ha muerto esa persona y no se conoce ni puede conocerse a aquel de quien se habla), esa criatura me decía: "Bien, padre, siga adelante". Ella creía que no lo entendía, me tiraba de la sobrepelliz y me seguía diciendo: "Siga adelante, padre; adelante; tiene usted razón". Os aseguro que no pensaba en lo que le decía, sino en salir del paso. ¡Cuánta paciencia hay que tener.en todo esto! Y si un misionero no la tiene, ¿qué hará en estas ocasiones? Me dicen que nuestros misioneros están trabajando con mucho fruto en las montañas del reino de Ñapóles, a pesar de que aquellas gentes son rústicas e insociables; es país de bandidos. ¿Sería posible hacer algo entre ellos sin esa virtud? Por tanto, la mansedumbre y la paciencia nos son muy necesarias entre nosotros y para servir al prójimo. ¡Oh Salvador!, ¿no es para nosotros el mejor ejemplo la paciencia que tenías con tus apóstoles, que murmuraban entre sí y disputaban sobre cuál era el mayor? 9 Hermanos míos, ¡qué paciencia la de nuestro Señor, que sabía que lo abandonarían, que el primero de ellos lo negaría y que el maldito Judas le traicionaría! 10 Según este ejemplo, ¿no querrá trabajar el misionero por la adquisición de esta virtud? Estas son, hermanos míos, las tres máximas evangélicas más indicadas para nosotros: la primera es la sencillez, que se refiere a Dios; la segunda, la humildad, que atañe a nuestra sumisión; por ella nos convertimos en un holocausto para Dios, a quien debemos todo honor y en cuya presencia hemos de anonadarnos y hacer que él tome posesión de nosotros; la tercera es la mansedumbre, para soportar los defec9 0

Cf. Me 9,54. Cf. Mt 26,20-25; 30-35.

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tos de nuestro prójimo. La primera se refiere a Dios, la segunda a nosotros mismos y la tercera a nuestro prójimo. Pero el medio para conseguir estas virtudes es la mortificación, que corta todo lo que puede impedirnos que las adquiramos. En efecto, si no nos anima el espíritu de mortificación, ¿cómo podremos vivir juntos? ¿No habrá siempre algo de qué quejarse? ¿No hay siempre algo que nos choca en cualquier situación en que nos encontremos? Si no somos mortificados, estaremos siempre con rencillas. Es tan necesaria esta virtud que no podríamos vivir sin ella; lo repito, no podríamos vivir unos con otros si nuestros sentidos interiores y exteriores no son mortificados; y no sólo es necesaria entre nosotros, sino también con el pueblo, con el que hay tanto que sufrir. Cuando vamos a una misión, no sabemos donde nos alojaremos, ni qué es lo que haremos; nos encontramos con cosas muy distintas de las que esperábamos y la Providencia muchas veces echa por tierra todos nuestros planes. Por tanto, ¿quién no ve que la mortificación tiene que ser inseparable de un misionero, no sólo para trabajar con el pobre pueblo, sino también con los ejercitantes, los ordenandos, los galeotes y los esclavos? Porque, si no somos mortificados, ¿cómo vamos a sufrir lo que hay que sufrir en todas estas tareas? El pobre padre Le Vacher, del que no tenemos noticias, que está entre los pobres esclavos con peligro de peste, y probablemente su hermano, ¿pueden esos misioneros ver cómo sufren las personas que les ha encomendado la Providencia, sin sentir ellos mismos sus penas? No nos engañemos, hermanos míos, los misioneros deben ser mortificados. El celo es la quinta máxima, que consiste en un puro deseo de hacerse agradable a Dios y útil al prójimo. Celo de extender el reino de Dios, celo de procurar la salvación del prójimo. ¿Hay en el mundo algo más perfecto? Si el amor de Dios es fuego, el celo es la llama; si el amor es un sol, el celo es su rayo. El celo es lo más puro que hay en el amor de Dios. Pues bien, hermanos míos, ¿cómo podremos tener ese espíritu de sencillez, de humildad y de mansedumbre, si no tenemos la mortificación, que nos hace tenerlo todo como bueno? ¿Y cómo tendremos la mortificación sin el celo, que nos lleva a pasar por encima de toda clase de dificultades, no solamente por la fuerza de la razón, sino por la de la gracia, que nos permite encontrar gusto en el sufrir, sí, en el sufrir? ¡Miserable de mí que conozco tan bien todo esto, y no lo practico! Hermanos míos, ¿tiene la compañía este espíritu?

IX.

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¿Hay espíritu de sencillez con los de fuera? ¿Se puede decir que lo hay? Los que observan a los misioneros, ¿ven en ellos este espíritu de sencillez? La verdad es que en algunos sí que se nota; pero que Francisco, que Juan, que Claudio, que todos son sencillos, humildes, mansos, mortificados y celosos, no sé si se nota esto. Pongamos la mano en nuestra conciencia: ¿tenemos esas virtudes? ¿Ha echado raíces en nuestro corazón este deseo de parecer lo que somos? ¿Pedimos muchas veces a Dios la gracia de anonadarnos, de tolerar al prójimo, de mortificarnos, etc.? Cuando se presenta la ocasión de mortificar nuestros sentidos interiores y exteriores, ¿la aprovechamos? ¿Sentimos en nosotros este deseo? Si lo sentimos, ¡qué dicha! Si no lo sentimos, llenémonos de vergüenza y reconozcamos que no somos misioneros, pues los verdaderos misioneros son sencillos, humildes, mortificados y llenos de ardor por el trabajo. Creo que muchos tienen este espíritu, si no en todo, al menos en parte. Si cada uno se examina, quizás vea que está a dos grados. Bien, ¡bendito sea Dios! ¡Dejemos ya el pasado! Tomemos nuevas resoluciones de adquirir este espíritu de sencillez, de humildad, de mansedumbre, de mortificación y de celo. ¿Lo tenemos o no lo tenemos? Pero, padre, ¿qué hacer para ello? Es menester que esas cinco virtudes sean como las facultades del alma de toda la congregación; es menester que así como el alma conoce por el entendimiento, quiere por la voluntad y se acuerda por la memoria, también un misionero obre por estas virtudes. Se trata, por ejemplo, de hacer esto o aquello; hay que predicar; tengo que hacerlo, pero sencillamente y por Dios; nada de finuras ni de fanfarrias; que cada uno hable como quiera, con tal que la predicación sea según el espíritu de sencillez. Pero entonces nos llenaremos de confusión en nuestras predicaciones. Pues bien, un verdadero misionero dirá en seguida: "Yo acepto esta confusión; con ella podré vencer mi orgullo"; porque, fijaos bien, querer obrar de otra manera es querer aparentar y hacer el fanfarrón. Hablar sencillamente, ésa es la naturaleza de nuestro espíritu; de la bondad de la Misión se juzgará por la sencillez, por la humildad, y así en lo demás. Esa es la manera con que hemos de juzgarnos; por eso es por lo que tengo que obrar si tengo que hacer alguna cosa; en una palabra, todo lo que Dios pide de nosotros en las máximas evangélicas se encuentra en estas cinco virtudes. ¡Señor! ¡Qué hermoso es esto y qué agradable te será la Misión si su espíritu es espíritu de sencillez, de humildad, de

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mansedumbre, de mortificación y de celo! Señor, ¿cómo juzgas tú a los bienaventurados sino por esto? ¡Oh la sencillez, que no tiene más mira que la de Dios, que rechaza todo motivo que no sea Dios! Según esto, la regla dice que hay que empapar nuestras acciones de estas virtudes; sobre todo la sencillez, ahora que estamos haciendo ejercicios de predicación. Las cosas van bien, gracias a Dios; me siento contento de ello y se lo agradezco mucho al Señor; pero creo que es conveniente que se note más la mansedumbre, sí, la mansedumbre consigo mismo y con los oyentes. Se ha faltado en esto. Por tanto, mansedumbre en nuestras predicaciones. La mortificación tiene que notarse en dejar todas las cosas que sólo sirven para nuestra vanidad; quitémosla y prediquemos a Jesucristo; que todas nuestras acciones vayan a Dios, que es un espíritu de sencillez. Procuremos cada uno encerrarnos en estas cinco virtudes, lo mismo que los caracoles en sus conchas, y hagamos que nuestras acciones sean expresión de estas virtudes. Será buen misionero el que así lo haga; el que no, no lo será, como yo, miserable de mí, que sólo soy polvo y suciedad. ¡Oh Salvador, Señor, Dios mío! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes, entre los consejos que les diste, les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena 11 ; llénanos de este espíritu. Señor Dios mío, que has sellado con este espíritu a esta pequeña compañía, espíritu tan necesario para que responda a su vocación, tú eres su autor; me atrevo, Señor, a decir que sólo tú serás el culpable de que no lo tengamos, ya que todos nosotros ardemos en el deseo de poseerlo. Dispon nuestros corazones a recibir este espíritu. Tú eres, Señor, el que has suscitado esta compañía; tú eres su origen. Se nota, hermanos míos, algún progreso en la compañía; parece que reinan en ella estas cinco virtudes, si no en el grado en que las tuvieron nuestro Señor, los apóstoles y los primeros cristianos, al menos en estado incipiente, que seguirá adelante si procuramos conformar todas nuestras acciones a estas máximas evangélicas. Este es, padres, el fin por el que nos hemos hecho misioneros: ser sencillos, humildes, mansos, mortificados y celosos por la gloria de Dios. Es lo que hemos de pedirle y lo que 11 Cf. Mt 7,26. Cf. S.V.P. XII, 298-311; E.S. XI, 583-593.

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hemos de esperar de su divina bondad; si lo creéis conveniente, hacemos mañana todos juntos la oración sobre este tema, y espero que todos recibiremos en ello mucho consuelo. ¡Que Dios nos conceda esta gracia!

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REPETICIÓN DE LA ORACIÓN DEL 4 DE AGOSTO DE 1655

EXCESOS QUE HAY QUE EVITAR EN EL AMOR DE DIOS Amor que le hemos de tener a Dios. Forma de mantener este amor en nuestro corazón. Sentimientos de San Francisco de Sales. Pedirle a Dios que nos enseñe a orar. Tengo que hacerles una advertencia a nuestros hermanos del seminario; he de darles un aviso para que sepan cómo hay que portarse en estas materias (de las que acababa de hablarse). Es verdad que la caridad, cuando habita en un alma, ocupa por entero todas sus potencias: no hay descanso; es un fuego que actúa sin cesar; mantiene siempre en vilo, siempre en acción, a la persona que se ha dejado abrasar una vez por él. ¡Oh Salvador! La memoria ya no quiere acordarse más que de Dios, detesta todos los demás pensamientos y los considera como importunos, los rechaza y admite sólo a los que le representan a su amado y que pueden agradarle; necesita a toda costa hacerse familiar su presencia, necesita que su presencia sea continua en su alma. De aquí las ansias del entendimiento, su interés forzoso en buscar y rebuscar nuevos medios para conseguir esa presencia. Estos no son buenos, necesito otros; si pudiese practicar eso, lo obtendría; hay que hacerlo; pero yo tengo aún esta devoción, ¿cómo compaginarla con esta otra? No importa, hay que hacer las dos cosas. Y cuando uno se ha cargado con una nueva devoción, busca otra y otra; ese pobre espíritu se abraza con todo y no se contenta con nada, va más allá de sus fuerzas, acaba agotado y cree que no tiene nunca bastante. ¡Oh dulce Salvador! ¿Por qué todo esto? La voluntad permanece ansiosa, obligada a producir actos tan frecuentes como está en su poder producir; actos y más actos, duplicados y triplicados en todo tiempo y lugar, en el recreo, en el comedor; los veis siempre enardecidos; no piensan en otra cosa; ni siquiera descansan en el trato y conversación

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con los demás. En una palabra: por aquí y por allí, por todas partes todo son ardores, fuegos y llamas; actos continuos; siempre están fuera de sí mismos. ¡Oh! ¡Que en estos excesos, en estas ansias y arrobos también hay peligros e inconvenientes! ¿Pues qué? ¿Hay inconveniente en amar a Dios? ¿Se le puede amar demasiado? ¿Puede haber excesos en una cosa tan santa y tan divina? ¿Podremos alguna vez amar bastante a Dios, que es infinitamente amable? Es cierto que nunca amaremos bastante a Dios y que nunca nos excederemos en su amor, si atendemos a lo que Dios merece de nosotros. ¡Oh Dios Salvador!, ¿quién pudiera subir hasta ese amor extraño que nos tienes, hasta derramar por nosotros, miserables, toda tu sangre, de la que una sola gota tiene un precio infinito? ¡Oh Salvador! No, padres, es imposible; aunque hagamos todo lo que podamos, nunca amaremos a Dios como es debido; es imposible, Dios es infinitamente amable. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que, aunque Dios nos manda amarle con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas1, su bondad no quiere que esto llegue a perjudicar y arruinar nuestra salud a fuerza de actos; no, Dios no nos pide que nos matemos por esto. Algunos, tres o cuatro del seminario, llevados de este deseo y abrasados de este fuego, se han puesto a producir estos actos continuamente, de día y de noche, siempre en tensión, y la pobre naturaleza no ha podido resistir una acción tan violenta; en ese estado, la sangre se inflama y, bullendo con estos ardores, envía vapores calientes al cerebro, que se llena en seguida de fuego; de ahí se siguen mareos y dolores de cabeza, como si a uno se la apretaran con una venda; los órganos se debilitan y se presentan nuevas molestias; se queda uno inútil para el resto de su vida y no hace más que languidecer hasta la muerte, que no tardará en presentarse. Esto puede parecer deseable, ya que es bueno verse reducido a ese estado por la caridad que se le tiene a Dios; morir de esta forma es morir de la manera más hermosa, es morir de amor, es ser mártir, mártir de amor. Parece que estas almas bienaventuradas pueden aplicarse las palabras de la esposa y decir con ella: Vulnerasti cor meum2; ¡tú eres, Dios mío, el que me has herido con tu amor; tú eres el que has afligido y traspasado el corazón con tus flechas ardorosas; tú 6. Conferencia. Recueil de diverses exhortations, p.89. 1 Deut 6,5. 2 Cant 4,9.

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eres el que me has puesto este fuego sagrado en las entrañas que me hace morir de amor! ¡Seas bendito para siempre! ¡Oh Salvador, Vulnerasti cor meum! Entre los sacrificios que se le ofrecían a Dios en la antigua ley, el holocausto era el más perfecto, ya que se quemaba la hostia en reconocimiento de la soberanía de Dios, y se la consumía enteramente sobre el altar, sin reservar nada de ella; todo quedaba reducido a cenizas, a polvo, por la gloria de Dios. Creo que se podría llamar a esas almas víctimas de amor, holocaustos, ya que, sin reservarse nada, se consumen y van inmolándose por completo. ¡Dios mío! ¡Qué glorioso es morir de este modo y qué dichoso perecer por estas llagas tan hermosas! Sin embargo, hay que tener cuidado con todo esto: hay mucho peligro y muchas equivocaciones; vale más, mucho más, no calentarse tanto, moderarse, sin romperse la cabeza por hacerse esta virtud sensible y casi natural; porque al fin, después de todos estos esfuerzos no hay más remedio que relajarse, abandonar la presa; y ¡cuidado! no lleguemos a hartarnos por completo y a caer en un estado peor que el de antes, en la condición peor de todas y de la que uno casi nunca se levanta. San Pablo dice que es imposible que uno que haya amado y saboreado las dulzuras de la devoción, y luego ha perdido estos gustos y se ha aburrido, vuelva a reponerse 3 . Cuando dice que esto es imposible, quiere decir que es muy difícil, que casi se necesita un milagro. Eso es lo que muchas veces se gana por romperse la cabeza y por querer hacerse la virtud sensible, eso es lo que se gana: queda uno disgustado de toda clase de devoción, disgustado de la virtud, disgustado de las cosas más santas, y cuesta muchos trabajos y fatigas volver a recuperarse. ¡Oh Salvador! Eso es lo que les pasa de ordinario a esas personas, que perjudican y estropean notablemente su salud, pues siempre se ponen enfermas, ya que esta gran violencia que se hacen suele acabar en esto. Es preciso, a pesar de todo, relajarse, ya que no es posible seguir todo ese gran número de actos que hacen cada día; entonces bastará con tres o cuatro; y si hacían cincuenta, que se contenten con hacer uno o dos, y hasta ninguno; es necesario abstenerse de ello hasta haberse recuperado por completo, si es que acaso todavía es posible recuperarse; pues, de ordinario, queda uno estropeado para el resto de sus días y lo que sigue. 5

Heb 6,4.

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Por eso hay que tener mucho cuidado. Les pido a los padres directores que pongan en ello una atención especial. Eso sucede en los comienzos: cuando uno empieza a saborear las dulzuras de la devoción, ya no puede saciarse y se sumerge uno cada vez más, sin tener nunca bastante. ¡Necesito tener esa presencia de Dios, pero continuamente! ¡He de esforzarme en ello! Y uno se empeña en ello, sin dar su brazo a torcer; se apega a ello con una obstinación invencible, hasta ponerse enfermo, como decíamos hace un momento. ¡Es demasiado! ¡Es demasiado! Muchas veces el demonio nos tienta por ahí; cuando no puede llevarnos directamente a obrar mal, nos incita a abrazar más bien del que podemos, y nos sobrecarga hasta que nos hundamos bajo un peso demasiado grande, bajo una carga demasiado pesada. Hermanos míos, las virtudes consisten siempre en el justo medio; todas ellas tienen dos extremos viciosos; cuando uno se separa de un extremo, corre el peligro de caer en el vicio contrario; hay que caminar debidamente por el centro, para que nuestras acciones sean dignas de alabanza. Por ejemplo, la caridad de la que hablamos tiene dos extremos que son malos: amar muy poco o nada en absoluto, y amar con demasiado celo y con ansia. No preocuparse nunca de amar, no hacer ningún acto de amor o muy raras veces, es negligencia y pereza en contra de la caridad, que nunca está ociosa; pero también hacer actos hasta quemarse la sangre y romperse la cabeza es excederse en esta materia y caer en el otro extremo vicioso; la virtud está en el medio; los extremos no sirven para nada. Le ruego, pues, al padre [Delaspiney], encargado del seminario, que tenga en cuenta esto en las comunicaciones; sí, padre, le suplico que se fije bien y ponga la mano en ello, para que no se estropee nadie la cabeza; hay que moderar a los que tienen demasiado fervor, no sea que se excedan, así como también excitar y despertar un poco a los que carecen de él y no hacen ningún acto, con el pretexto de no incomodarse; hay que evitar la negligencia y no ser flojos. Pues bien, estos rompimientos de cabeza provienen de ordinario de un deseo desmesurado de progresar, del amor propio y de la ignorancia, y porque uno quiere hacerse sensibles las virtudes y las cosas espirituales; se quiere de un solo paso llegar a un eminente grado de virtud, desconociendo la debilidad de nuestra naturaleza y la flojedad de nuestros cuerpos, y actúa uno por encima de sus fuerzas; de ahí que la pobre

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naturaleza se sienta oprimida, agobiada, y se ponga a gritar y a quejarse, hasta obligarnos a aflojar. Hemos de atender a las necesidades naturales, ya que Dios nos ha sujetado a ellas, y acomodarnos a su debilidad. Dios lo quiere así; es tan bueno y tan justo que no nos pide más; conoce muy bien nuestras miserias, tiene compasión de ellas y, por su misericordia, suple a nuestros defectos. Hay que tratar buenamente con él, sin preocuparnos demasiado; su bondad y su misericordia llenarán lo que nos falta. Me acuerdo, a propósito de esto, de una idea del Obispo de Ginebra 4 , que decía con palabras muy divinas y dignas de tan gran hombre: "No me gustaría llegar a Dios si Dios no viniese hacia mí!" ¡Palabras admirables! No le gustaría ir a Dios si Dios no fuese primero hacia él. Estas palabras brotan de un corazón perfectamente iluminado en esta ciencia del amor. Si esto es así, un corazón verdaderamente lleno de caridad, que sabe lo que es amar a Dios, no querría ir hacia Dios si Dios no se adelantase y lo atrajese por su gracia. Esto es estar muy lejos de querer obligar a Dios y atraérselo a fuerza de brazos y de máquinas. No, no, en estos casos no se consigue nada por la fuerza. Dios, cuando quiere comunicarse a alguien, lo hace sin esfuerzos, de una manera sensible, muy suave, dulce y amorosa; así, pues, pidámosle muchas veces este don de la oración, y con mucha confianza. Dios, por su parte, no busca nada mejor; pidámoselo, pero con toda confianza, y estemos seguros de que acabará concediéndonoslo, por su propia misericordia. Él no se niega nunca, cuando rezamos con humildad y confianza. Si no lo concede al principio, lo concederá luego. Hay que perseverar sin desanimarse; y si no tenemos ahora ese espíritu de Dios, nos lo dará por su misericordia, si insistimos, quizá dentro de tres o cuatro meses, o de uno o dos años. Pase lo que pase, confiemos en la providencia, esperémoslo todo de su liberalidad, dejémosle hacer y tengamos siempre ánimos. Cuando Dios, por su bondad, le concede a alguien una gracia, lo que éste creía difícil se le hace tan fácil, que allí donde tenía tanta pena encuentra ahora placer y no tiene más remedio que extrañarse en su interior de este cambio tan inesperado. Hic est digitus Dei, haec mutatio dexterae Excelsi5. Entonces uno se siente sin esfuerzo alguno en la presencia de Dios; ésta se hace como natural, sin cesar nunca; y esto se hace además con mucha 4 5

San Francisco de Sales. Cita compuesta: Ex 8,15; Sal 76,11.

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satisfacción. No es menester esforzarse ni forjar en el ánimo palabras altisonantes: eso es lo que estropea el estómago; Dios escucha muy bien sin que le hablemos, ve todos los rincones de nuestro corazón y conoce hasta el más pequeño de nuestros sentimientos. ¡Oh Salvador!, no tenemos más que abrir la boca para que tú descubras nuestras necesidades; tú oyes el suspiro más tierno, el movimiento más pequeño de nuestra alma, y con un dulce y amoroso impulso obtenemos de ti incomparablemente más gracias y bendiciones que con esas extremas violencias. ¡Oh Salvador!, tú sabes lo que quiere decir mi corazón; me dirijo a ti, fuente de misericordia; tú ves mis deseos y cómo no tienden más que a ti, no aspiran más que a ti y no quieren otra cosa más que a ti. Digámosle muchas veces: Doce nos orare6; concédenos, Señor, ese don de la oración; enséñanos tú mismo cómo hemos de rezar. Es lo que le pediremos hoy y todos los días con confianza, con mucha confianza en su bondad.

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CONSEJOS A A N T O N I O DURAND, NOMBRADO SUPERIOR 2 DEL SEMINARIO DE A G D E 1 [1656]

El interlocutor, Antonio Durand, es una persona distinguida. Nació en 1629; desde su entrada en la congregación fue enviado a Polonia, donde recibió el sacerdocio en 1654. A los veintisiete años fue nombrado superior de Agde y luego, en 1622, encargado de la parroquia real de Fontainebleau (1622-1679). Murió en 1707, tras haber sido secretario general de la congregación. La edad y la valía del sujeto explican la precisión de esta relación y la variedad de los consejos que en ella se dan. La charla es una especie de directorio espiritual. Tras haber mostrado la excelencia de la dirección de las almas, San Vicente recuerda que para continuar la obra de Jesucristo hay que revestirse de su espíritu vaciándo6

he 11,1. Cf. S.V.P. XI, 215-223; E.S. XI, 132-137. 7. Conferencia. L. ABHLI.Y, O.C, l.III, cap.24 ser.3 p.360s. 1 Por COLI.ET. o.c, t.II p.316, conocemos el nombre del destinatario de estos consejos. 2 Año del nombramiento de Antonio Durand como superior.

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se de sí mismo. Para ello hay que recurrir a la oración, obrar con espíritu de humildad, a imitación de Jesucristo. Además, siguiendo el ejemplo de la Providencia universal, el superior ha de saber ocuparse tanto de las cosas materiales como de las espirituales. ¡Ay, padre! ¿De qué importancia y responsabilidad cree usted que es la ocupación de gobernar a las almas, a la que Dios le llama? ¿Qué oficio cree usted que es el de los sacerdotes de la Misión, que están obligados a guiar y a conducir unos espíritus, cuyos movimientos sólo Dios conoce? Ars artium, régimen animarums. Esa fue la ocupación del Hijo de Dios en la tierra; para eso bajó del cielo, nació de una virgen, entregó todos los momentos de su vida y sufrió una muerte dolorosísima. Este es el motivo de que tenga usted que apreciar grandemente lo que va a hacer. Pero ¿qué medio hay para desempeñar debidamente este cargo de llevar las almas a Dios, de oponerse al torrente de vicios de un pueblo o a los defectos de un seminario, de inspirar los sentimientos de virtud cristiana y eclesiástica a los que la Providencia ponga en sus manos para que contribuya a su salvación o perfección? Ciertamente, padre, en todo esto no hay nada humano: no es obra de un hombre, sino obra de Dios. Grande opus. Es la continuación de la obra de Jesucristo, y, por tanto, el esfuerzo humano lo único que puede hacer aquí es estropearlo todo, si Dios no pone su mano. No, padre, ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él; que obremos en él, y él en nosotros; que hablemos como él y con su espíritu, lo mismo que él estaba en su Padre y predicaba la doctrina que le había enseñado 4 : tal es el lenguaje de la Escritura. Por consiguiente, padre, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo. Ya sabe usted que las causas ordinarias producen los efectos propios de su naturaleza: los corderos engendran corderos, etc., y el hombre engendra otro hombre; del mismo modo, si el que guía a otros, el que los forma, el que les habla, está animado solamente del espíritu humano, quienes le vean, escuchen y quieran imitarle se convertirán en meros hombres; cualquier cosa que diga o que haga, sólo les inspirará una mera apariencia de virtud, y 3 San Gregorio Magno: "Ars est artium régimen animarum" (Liber pastoralis curae, parte 1.a: PL 77,14). 4 Cf. Jn 7,16.

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no el fondo de la misma; les comunicará el mismo espíritu del que está animado, lo mismo que ocurre con los maestros, que inspiran sus máximas y sus maneras de obrar en el espíritu de sus discípulos. Por el contrario, si un superior está lleno de Dios, impregnado de las máximas de nuestro Señor, todas sus palabras serán eficaces, de él saldrá una virtud que edificará, y todas sus acciones serán otras tantas instrucciones saludables que obrarán el bien en todos los que tengan conocimiento de ellas. Para conseguir todo esto, padre, es menester que nuestro Señor mismo imprima en usted su sello y su carácter. Pues lo mismo que vemos cómo un arbolillo silvestre, en el que se ha injertado una rama buena, produce frutos de la misma naturaleza que esa rama, también nosotros, miserables criaturas, a pesar de que no somos más que carne, ramas secas y espinas, cuando nuestro Señor imprime en nosotros su carácter y nos da, por así decirlo, la savia de su espíritu y de su gracia, estando unidos a él como los sarmientos de la viña a la cepa 5 , hacemos lo mismo que él hizo en la tierra, esto es, realizamos obras divinas y engendramos lo mismo que San Pablo, tan lleno de espíritu, nuevos hijos de nuestro Señor. Una cosa importante, a la que usted debe atender de manera especial, es tener mucho trato con nuestro Señor en la oración; allí está la despensa de donde podrá sacar las instrucciones que necesite para cumplir debidamente con las obligaciones que va a tener. Cuando tenga alguna duda, recurra a Dios y dígale: "Señor, tú que eres el Padre de las luces, enséñame lo que tengo que hacer en esta ocasión". Le doy este consejo, no sólo para las dificultades con que se encuentre, sino también para que aprenda inmediatamente de Dios lo que tenga que enseñar, a imitación de Moisés, que no anunciaba al pueblo de Israel más que lo que Dios le había inspirado: Haec dicit Dominus... Además, debe usted recurrir a Dios por medio de la oración para conservar su alma en su temor y en su amor; pues tengo la obligación de decirle, y lo debe usted saber, que muchas veces nos perdemos mientras contribuimos a la salvación de los demás. A veces uno obra bien en particular, pero se olvida de sí mismo preocupándose por los otros. Saúl fue encontrado digno de ser rey, porque vivía bien en la casa de su padre; pero, después de haber sido elevado al tro5

Cf. Jn 15,1.

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no, decayó miserablemente de la gracia de Dios 6 . San Pablo castigaba su cuerpo por miedo de que, después de haber predicado a los demás y haberles enseñado el camino de la salvación, se viera a sí mismo reprobado 7 . A fin de no caer en la desgracia de Saúl o de Judas, debe unirse inseparablemente a nuestro Señor y decirle muchas veces, elevando el espíritu y el corazón hacia él: "¡Oh, Señor!, no permitas que, queriendo salvar a los otros, tenga la desgracia de perderme; sé tú mismo mi pastor, y no me niegues las gracias que concedes a los demás por medio de mí y de las funciones de mi ministerio". También debe recurrir a la oración para pedir a nuestro Señor por las necesidades de las personas que están bajo su dirección. Esté seguro de que obtendrá usted más fruto con este medio que con todos los demás. Jesucristo, que debe ser el ejemplo de su forma de gobernar, no se contentó con utilizar sus predicaciones, sus trabajos, sus ayunos, su sangre y su misma muerte, sino que a todo esto añadió la oración 8 . El no necesitaba orar por sí mismo; por nosotros fue por quienes tantas veces rezó, y para enseñarnos a hacer lo mismo, tanto por lo que a nosotros se refiere como por lo que toca a aquellos cuyos salvadores debemos ser nosotros con El. Otra cosa que le recomiendo es la humildad de nuestro Señor. Diga muchas veces: "Señor, ¿qué he hecho yo para tener este cargo? ¿Qué obras tengo para corresponder a la carga que han puesto sobre mis espaldas? ¡Dios mío! Lo voy a estropear todo si tú no guías todas mis palabras y mis acciones". Consideremos siempre en nosotros todo lo que tenemos de humano y de imperfecto, y encontraremos demasiado de qué humillarnos, no sólo delante de Dios, sino también ante los hombres y en presencia de nuestros inferiores. Sobre todo, no tenga usted la pasión de parecer superior ni de ser el maestro. No opino lo mismo que una persona que, hace unos días, me decía que para dirigir bien y mantener la autoridad, era preciso hacer ver que uno era el superior. ¡Dios mío! Nuestro Señor Jesucristo no habló de esa manera; nos enseñó todo lo contrario de palabra y de ejemplo, diciéndonos de sí mismo que había venido no a ser servido, sino a servir a los demás, y que el que quiera ser el amo tiene que ser el servidor de todos 9 . 6

Cf. ' Cf. Cf. 9 Cf. 8

1 Sam 15,26. 1 Cor 9,27. Me 1,35; 6,12,46; 14,35. Mt 20,28.

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Acepte, pues, este santo principio, y pórtese con aquellos con quienes va a convivir quasi unus ex Mis, diciéndoles de antemano que no va usted a enseñarles nada, sino a servirles; hágalo así por dentro y por fuera, y ya verá cómo le va todo bien. Hemos de referir a Dios todo el bien que se hace por medio de nosotros; por el contrario, atribuirnos todo el mal que ocurre en la comunidad. Sí, acuérdese que todos los desórdenes vienen principalmente del superior que, por su negligencia o su mal ejemplo, introduce el desorden, de la misma forma que todos los miembros del cuerpo se debilitan cuando la cabeza está enferma. La humildad tiene que llevarle a evitar toda complacencia, que suele brotar principalmente en las ocupaciones que tienen cierto esplendor. ¡Ay, padre, qué veneno tan peligroso de las buenas obras es la vana complacencia! Es una peste que corrompe las acciones más santas y que hace que nos olvidemos pronto de Dios. Guárdese de este defecto, en nombre de Dios, como del más peligroso que yo conozco para el progreso en la vida espiritual y en la perfección. Para ello entregúese a Dios, a fin de hablar con el espíritu humilde de Jesucristo, confesando que su doctrina no es de usted, sino del Evangelio. Imite sobre todo la sencillez de las palabras y de las comparaciones que nuestro Señor siguió en la Sagrada Escritura, cuando hablaba al pueblo. ¡Qué maravillas podría él haberle enseñado al pueblo! ¡Qué secretos no habría podido descubrir de la divinidad y de sus admirables perfecciones, él que era la sabiduría eterna de su Padre! Pero ya ve usted cómo hablaba de forma inteligible y se servía de comparaciones familiares: el labrador, el viñador 10 , el campo, la viña", el grano de mostaza 12 . Así es como tiene usted que hablar si quiere que le entienda el pueblo, al que anuncia la palabra de Dios. Otra cosa en la que debe poner una atención especial es sentirse siempre dependiente de la conducta del Hijo de Dios; o sea, que cuando tenga que actuar, haga esta reflexión: "¿Es esto conforme con las máximas del Hijo de Dios?" Si así lo cree, diga: "Entonces, bien, digámoslo"; por el contrario, si no lo es, diga: "No lo haré". Además, cuando se trate de hacer alguna buena obra, dígale al Hijo de Dios: "Señor, si tú estuvieras en mi lugar, 10

Cf. Mt 13,21.40. " Cf. Mt 13,31.38.44; Le 12,16.28; Jn 15,1.5. Cf. Mt 13,31.

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¿qué harías en esta ocasión? ¿Cómo instruirías a este pueblo? ¿"Gomo consolarías a este enfermo de espíritu o de cuerpo?" Esta dependencia tiene que extenderse también a respetar mucho a los que representan para usted a nuestro Señor y que ocupan el lugar de superiores suyos; créame, su experiencia y la gracia que le comunica Jesucristo por su bondad, en virtud de su cargo, les ha enseñado muchas cosas para el buen gobierno de los demás. Le digo esto para que no haga nada de importancia ni emprenda nada extraordinario sin pedirme consejo; y si la cosa es urgente y no tiene tiempo para conocer mi decisión, diríjase al superior más cercano, preguntándole: "Padre, ¿qué haría usted en esta ocasión?" Tenemos experiencia de que Dios ha bendecido el gobierno de los que han actuado así, mientras que ha sucedido lo contrario con los que no lo han hecho, metiéndose en asuntos que no sólo les han dado muchas preocupaciones, sino que incluso nos han puesto en apuros. Le ruego también que ponga mucha atención en no querer distinguirse en su gobierno. Deseo que no obre por afectación, sino que siga siempre viam regiam, el camino ancho, para poder caminar con toda seguridad y sin ninguna queja. Quiero decirle con esto que se conforme en todas las cosas con las reglas y las santas costumbres de la congregación. No introduzca nada nuevo, sino siga los avisos que han sido trazados para aquellos que dirigen las casas de la compañía y no prescinda de nada de lo que se hace en ella. Sea no sólo fiel en la observancia de las reglas, sino exacto en hacerlas observar a los demás; si no, todo irá mal. Y como ocupará usted el lugar de Jesucristo, tiene que ser también como él una luz que ilumine y caliente: "Jesucristo, dice San Pablo, es el esplendor del Padre" 13 ; y San Juan dice que es "la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" 1 4 . Vemos cómo las causas superiores influyen en las inferiores: por ejemplo, los ángeles que pertenecen a una jerarquía superior esclarecen, iluminan y perfeccionan a las inteligencias de la jerarquía inferior; del mismo modo, el superior, el pastor y el director tiene que purificar, iluminar y unir con Dios a las almas que Dios mismo le ha encomendado. Lo mismo que los cielos envían sus benéficos influjos sobre la tierra, también los que están por encima de los de15 14

Heb 1,3. Jn 1,9.

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más deben derramar sobre ellos el espíritu principal, que debe animarles; para ello, tiene que estar usted lleno de gracia, de luz y de obras buenas, lo mismo que vemos cómo el sol comunica a los otros astros de la plenitud de su claridad. En fin, es preciso que sea usted como la sal: Vos estis sal terraelb, impidiendo que la corrupción llegue hasta el rebaño que le tiene a usted por pastor. Después que el padre Vicente me dijo todo esto, con un celo y una caridad inexplicable, llegó un hermano de la compañía que le habló de un asunto temporal referente a la casa de San Lázaro; y cuando salió aquel hermano, aprovechó la ocasión para darme los consejos siguientes: Ya ve, padre, cómo de las cosas de Dios de que estábamos hablando he de pasar a los negocios temporales; de ahí puede deducir que toca al superior mirar no solamente por las cosas espirituales, sino que ha de preocuparse también de las cosas temporales; pues, como sus dirigidos están compuestos de cuerpo y alma, debe también mirar por las necesidades del uno y de la otra, y esto según el ejemplo de Dios, que, ocupado desde toda la eternidad en engendrar a su Hijo, y el Padre y el Hijo en producir al Espíritu Santo, además de estas divinas operaciones ad intra, creó el mundo ad extra, ocupándose continuamente en conservarlo con todas sus dependencias y produciendo todos los años nuevos granos en la tierra y nuevos frutos en los árboles, etc. Y al mismo cuidado de su adorable Providencia llega hasta hacer que no caiga ni una sola hoja de un árbol sin su aprobación; tiene contados todos los cabellos de nuestra cabeza16 y alimenta hasta al más pequeño gusanillo y al más humilde insecto. Esta consideración me parece muy oportuna para hacerle comprender que no debe dedicarse únicamente a lo que es más elevado, como son las funciones que se refieren a las cosas espirituales, sino que además es preciso que el superior, que en cierto modo representa toda la amplitud del poder de Dios, atienda a las más menudas cosas temporales, sin creer que esta atención es indigna de él. Así, pues, entregúese a Dios para buscar el bien temporal de la casa adonde va. El Hijo de Dios, al enviar al principio a sus apóstoles, les recomendó que no llevasen dinero; pero luego, al crecer el número de sus discípulos, quiso que hubiera uno del grupo qui lóculos haberet11, y que se cuidase, no sólo de ali15 16 17

Mt 5,13. Cf. Mt 10,30. Jn 12.6; 13,29.

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mentar a los pobres, sino también de atender a las necesidades de sus compañeros. Más aún, dejó que algunas mujeres fuesen tras él por este mismo fin, quae ministrabant eilt; y si manda en el Evangelio que nadie se preocupe por el día de mañana 19 , esto debe entenderse de no estar demasiado apurado ni solícito por los bienes de la tierra, pero no de que tengamos que descuidar por completo los medios para poder vivir y vestirnos; de lo contrario, no sería necesario sembrar. Y acabo; ya basta por hoy. Repito una vez más que lo que va a hacer usted es una obra muy grande, grande opus. Pido a nuestro Señor que bendiga su gobierno; pídale usted, por su parte, juntamente conmigo, que me perdone todas las faltas que he cometido en el cargo en que estoy.

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CARIDAD DE MUJERES DE CHATILLON-LES-DOMBES '

[Noviembre y diciembre de 1617] Puesto que la caridad para con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos hijos de Dios, y como uno de los principales actos de la misma es visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas piadosas señoritas y unas cuantas virtuosas señoras de la caridad de Chatillon-les-Dombes, de la diócesis de Lyón, deseando obtener de la misericordia de Dios la gracia de ser verdaderas hijas suyas, han decidido reunirse para asistir espiritual y corporalmente a las personas de su ciudad, que a veces han tenido que sufrir mucho más por falta de orden y de organización que porque no hubiera personas caritativas. Pero, como podría temerse que después de comenzar esta buena obra se viniera abajo en poco tiempo si, para mantenerla, no tuviera alguna unión y vinculación espiritual, han decidido juntarse en una corporación que con el tiempo pueda erigirse en cofradía, con el siguiente reglamento, todo i* Lr 8,3. '« Mi 6,34. Cf. S.V.P. XI, 342-351; E.S. XI, 235-242. 1 Archivo municipal de Chatillon, original autógrafo. Cf. S.V.P. XII, 423-439.

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ello con el beneplácito del señor arzobispo, su venerable prelado, al que queda totalmente sometida esta obra. Dicha cofradía tomará el nombre de cofradía de la Caridad, a imitación del hospital de la Caridad de Roma. Y las personas de las que está compuesta principalmente llevarán el nombre de sirvientas de los pobres o de la Caridad. Patrono y finalidad de la obra Puesto que todas las santas cofradías de la Iglesia tienen la santa costumbre de proponerse un patrono a quien imitar y todas las obras toman su valor y su dignidad de la finalidad por la que se hacen, estas sirvientas de los pobres toman por patrono a nuestro Señor Jesucristo, y como finalidad, el cumplimiento de aquel ardentísimo deseo que tiene de que los cristianos practiquen entre sí las obras de caridad y de misericordia, deseo que nos da a conocer en aquellas palabras suyas: "Sed misericordiosos como es misericordioso mi Padre celestial", y aquellas otras: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que se os tiene preparado desde el comienzo del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; estuve enfermo y me visitasteis; pues todo lo que hicisteis con uno de esos pequeños, a mí me lo hicisteis".

De las personas de la Cofradía La cofradía estará compuesta de mujeres, tanto viudas, como casadas y solteras, de conocida piedad y virtud, en cuya perseverancia se pueda esperar con seguridad, con tal, sin embargo, que las casadas y las muchachas tengan permiso de sus maridos, o de sus padres y madres; y para que con la muchedumbre no venga la confusión, el número podrá ser solamente de veinte personas, hasta que se adopte otra determinación. Y puesto que hay motivos para esperar que se harán fundaciones en favor de dicha cofradía y no es propio de mujeres llevar ellas solas la administración de las mismas, las sirvientas de los pobres elegirán como procurador a un piadoso y devoto eclesiástico o a un ciudadano virtuoso, solícito del bien de los pobres y no embarazado en negocios temporales, que será considerado como miembro de dicha cofradía, participará de las indulgencias que se le concedan, asistirá a

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las reuniones y tendrá voto en la decisión de las cosas que se propongan, lo mismo que las demás sirvientas, mientras ejerza el cargo de procurador, pero no luego. Además de esto, la cofradía elegirá a dos mujeres pobres de vida honesta y devota, que se llamarán asistentas de los pobres enfermos, ya que será su obligación asistir a los que estén solos y no puedan moverse, atendiéndoles y sirviéndoles según las órdenes que les dé la priora; se les pagará convenientemente, según su trabajo, y además serán consideradas como miembros de dicha cofradía, participando de sus indulgencias y asistiendo a las reuniones, aunque sin tener en ellas voto deliberativo. De los oficios Una de las sirvientas de los pobres será nombrada priora de la cofradía. Para que todo vaya con orden, las demás la amarán, la respetarán como a su madre y la obedecerán en todo lo referente a los bienes y al servicio de los pobres, todo ello por amor a nuestro Señor Jesucristo, que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Será su obligación mirar todo lo posible para lograr que todos los pobres sean alimentados y atendidos según estos estatutos, admitir para que los cuide la cofradía, durante el intervalo de las asambleas, a los enfermos que sean verdaderamente pobres y despedir a los que hayan curado; esto, sin embargo, lo hará con el consejo de sus dos asistentas o de una de ellas, pudiendo no obstante, sin su consejo, ordenar que entregue la tesorera lo que crea necesario para hacer las cosas que no puedan dejarse para la próxima asamblea; y cuando haya recibido a algún enfermo, pasará en seguida aviso a la sirvienta que esté aquel día de servicio. Para el consejo y asistencia ordinaria a dicha priora se nombrará a dos de las más humildes y discretas de la Compañía, pero que atiendan con ella al bien público de los pobres y al mantenimiento de la cofradía. Una de sus asistentes será nombrada subpriora y tesorera de la cofradía; su obligación será desempeñar las funciones de la priora en su ausencia, recibir el dinero y dar recibo del mismo, guardar la ropa y los demás muebles, comprar y guardar las provisiones necesarias para la asistencia de los pobres, entregar cada día a las sirvientas los que se necesite para alimentarlos, mandar que laven la ropa, ejecutar las

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órdenes de la priora y tener el libro en el que escriba todo lo que reciba y lo que gaste. Será obligación del procurador llevar a cabo y negociar los asuntos concernientes a los fondos temporales de la cofradía, con el consejo y la dirección del señor párroco, de la priora, de la tesorera y de la otra asistenta; proponer en cada una de las asambleas que se celebren para ello el estado de los asuntos que lleve entre manos; tener un libro en el que escriba las resoluciones que se tomen; rogar, de parte de la cofradía, al señor de la ciudad de Chatillon, a uno de los señores síndicos y al señor rector del hospital, que asistan a la rendición de cuentas de la cofradía. También será obligación suya tener arreglada su capilla, mandar decir las misas, guardar los ornamentos y comprar los que sean necesarios, con el consejo de las personas antes citadas. De la recepción de los enfermos y de la manera de asistirles y darles de comer La priora admitirá para que los atienda la cofradía a los enfermos verdaderamente pobres, pero no a aquellos que tienen medios para cuidarse, siempre con el parecer de la tesorera y de la asistenta o de una de ellas. Cuando haya recibido a alguno, se lo comunicará a la que esté de servicio aquel día para que vaya a verlo en seguida; lo primero que hará será ver si necesita un camisón blanco para, en ese caso, llevarle uno de la cofradía, junto con sábanas blancas, si las necesita y no está en el hospital, donde hay, siempre que care7.ca de medios para proporcionarse ropa limpia. Una vez hecho esto, lo hará confesar para que comulgue al día siguiente, ya que es intención de dicha cofradía que confiesen y comulguen todos los que quieran ser asistidos por ella. Ante todo le llevará una imagen de un crucifijo, que colocará en un sitio en el que pueda verlo, a fin de que, poniendo a veces los ojos en él, considere lo que el Hijo de Dios ha sufrido por él. Le llevará también los muebles que necesite, como una mesita, un mantel, un vaso, una escudilla, un plato y una cuchara, y luego avisará a la que esté de guardia al día siguiente para que cuide de limpiar y arreglar la casa del enfermo para que lleven la comunión y haga todo lo demás. Cada una de dichas sirvientas les preparará de comer y les servirá un día entero. Empezará la priora, seguirá la teso-

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rera, luego la asistenta, y así una después de otra, según el orden de su recepción, hasta la última en llegar. Luego volverá a empezar dicha priora y la seguirán las demás, observando el orden ya comenzado, a fin de que mediante este turno los enfermos se vean siempre asistidos según estas normas; sin embargo, si una de ellas cayera enferma, quedará dispensada de su servicio advirtiéndoselo a la priora, a fin de que ella mande continuar el orden por medio de las otras. Y si alguna se viera impedida por algún otro motivo, hará de manera que sirva otra en su lugar, supliéndose una a otra. La que esté de día, después de haber tomado todo lo necesario de la tesorera para poder darles a los pobres la comida de aquel día, preparará los alimentos, se los llevará a los enfermos, les saludará cuando llegue con alegría y caridad, acomodará la mesita sobre la cama, pondrá encima un mantel, un vaso, la cuchara y pan, hará lavar las manos al enfermo y rezará el Benedicite, echará el potaje en una escudilla y pondrá la carne en un plato, acomodándolo todo en dicha mesita; luego invitará caritativamente al enfermo a comer, por amor de Dios y de su Santa Madre, todo ello con mucho cariño, como si se tratase de su propio hijo, o mejor dicho de Dios, que considera como hecho a sí mismo el bien que se le hace a los pobres. Le dirá algunas palabritas sobre nuestro Señor; con este propósito, procurará alegrarle si lo encuentra muy desolado, le cortará en trozos la carne, le echará de beber, y después de haberlo ya preparado todo para que coma, si todavía hay alguno después de él, lo dejará para ir a buscar al otro y tratarlo del mismo modo, acordándose de empezar siempre por aquel que tenga consigo a alguna persona y de acabar con los que están solos, a fin de poder estar con ellos más tiempo; luego volverá por la tarde a llevarles la cena con el mismo orden que ya hemos dicho. Todos los enfermos tendrán el pan que necesiten, con un cuarto de cordero o de ternera cocida para comer, y otro tanto asado para cenar, excepto los domingos y fiestas, que se les podrá dar pollo o gallina para comer, o darles carne picada a la cena dos o tres veces por semana. Los que no tengan fiebre tendrán un cuartillo de vino cada día, mitad para la comida y mitad para la cena. Los viernes, sábados y demás días de abstinencia tomarán dos huevos, con potaje y un trozo de mantequilla para comer, y otro tanto para cenar, preparando los huevos según su apetito. Y si se encuentra pescado a precio razonable, se les dará solamente a la comida.

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Se les conseguirá permiso para que puedan comer carne en cuaresma y en los demás días prohibidos a los que se encuentren muy enfermos; y a los que por su enfermedad no puedan tomar carne, se les preparará caldos, empanadillas, refrescos de cebada y huevos frescos tres o cuatro veces por día.

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medad, si pueden hacerlo cómodamente, ocupando en todo esto el lugar de madres que acompañan a sus hijos hasta el sepulcro; de esta manera practicarán por entero y con mucha edificación las obras de misericordia espiritual y corporal.

Las asambleas. Su finalidad y el orden que hay que guardar De la asistencia espiritual y

enterramiento

Y como la finalidad de este instituto no consiste solamente en asistir a los pobres en lo corporal, sino también en lo espiritual, las sirvientas de los pobres procurarán y pondrán todo su interés en disponer para vivir mejor a los que sanen, y a bien morir a los que mueran, dirigiendo a esta finalidad su visita, rezando con frecuencia a Dios por ello y teniendo algunas pequeñas elevaciones del corazón a Dios para este efecto. Además, convendrá que lean de vez en cuando algún libro devoto en presencia de los que sean capaces de sacar algún provecho de ello; les exhortarán a soportar la enfermedad con paciencia, por amor de Dios, y a creer que él se la envía para su mayor bien; les harán hacer algunos actos de contrición, que consiste en tener pesar por haber ofendido a Dios por amor a él mismo, a pedirle perdón y a hacer el firme propósito de no volver a ofenderle nunca; y en el caso de que se agravase su enfermedad, procurarán que se confiesen lo antes posible. En cuanto a los que estén en peligro de muerte inminente, se encargarán de avisar al señor párroco para que les administre la extremaunción, les moverán a que tengan confianza en Dios y que piensen en la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo, encomendándose a la Santísima Virgen, a los ángeles, a los santos, y especialmente a los patronos de la ciudad y a aquellos cuyo nombre llevan; harán todo esto con un gran celo de cooperar en la salvación de las almas y de llevarlas como de la mano hasta Dios. Las sirvientas de la Caridad se preocuparán de hacer que entierren a los muertos a costa de la cofradía, darles una mortaja, mandar que hagan la fosa, a no ser que el muerto tenga medios para ello o provea a ello el rector de la iglesia, rogándole en este caso que así lo haga, y asistirán a los funerales de aquellos a quienes hayan atendido durante su enfer-

Y como es sumamente útil para todas las comunidades consagradas a Dios que se reúnan de vez en cuando en algún local destinado para ello a fin de tratar no solamente de su progreso espiritual, sino también de todo lo que se refiere en general al bien de la comunidad, convendrá que dichas sirvientas de los pobres se reúnan todos los terceros domingos de cada mes en una capilla de la iglesia de dicha ciudad, destinada a este efecto, o en la del hospital; aquel mismo día o al día siguiente, a la hora que se determine, se celebrará una misa rezada por dicha cofradía; y después de comer, a la hora que parezca más oportuna, se reunirán en esa misma capilla, tanto para escuchar una pequeña exhortación espiritual como para tratar allí de los asuntos referentes al bien de los pobres y al mantenimiento de dicha cofradía. El orden que se observará en estas asambleas consistirá en cantar ante todo las letanías de nuestro Señor Jesucristo o las de la Virgen y decir luego las oraciones que siguen. A continuación, el señor párroco o su vicario hará una breve exhortación con vistas al progreso espiritual de toda la Compañía y a la conservación y prosperidad de la cofradía; luego propondrá lo que haya que hacer para el bien de los pobres enfermos, tomando las resoluciones por mayoría de votos, que irá recogiendo para este efecto empezando por la que haya sido recibida la última en la cofradía de sirvientas de la Caridad, y continuando según el orden de su recepción hasta el procurador, la tesorera y la priora; finalmente, dará él mismo su voto, que tendrá fuerza deliberativa, lo mismo que si fuera uno de dichas sirvientas de los pobres. También será conveniente leer cinco o seis artículos de esta institución. Después se amonestarán caritativamente unas a otras por las faltas cometidas en el servicio a los pobres, pero todo esto sin confusión ni barullo y con las menos palabras que pueda hacerse. Concederán cada vez media hora de tiempo después de la exhortación a esta asamblea.

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De la administración de lo temporal y de la rendición de cuentas El señor párroco, la priora, las dos asistentas y el procurador llevarán la administración de todos los bienes temporales de la cofradía, tanto muebles como inmuebles, y, por consiguiente, tendrán facultades para ordenar en su nombre a dicho señor procurador que haga todo lo que sea necesario para la conservación y el cobro de esos bienes. La tesorera guardará el dinero, los papeles y los muebles, como se ha dicho, y presentará cuentas todos los años, al día siguiente de Pentecostés, en presencia del señor párroco, de la priora, del procurador, de la otra asistenta y también del señor de la ciudad, de uno de los señores síndicos y del señor rector del hospital de Chatillon, con tal que sea de la religión católica, apostólica y romana, a todos los cuales se les rogará de parte de la cofradía que asistan a esa asamblea, y se creerá a dicha tesorera solamente por la declaración que haga de que sus cuentas son verdaderas, sin que pueda borrarse ninguno de los artículos de ellas ni se pueda demandar a su marido ni a sus hijos, tanto porque se puede tener plena confianza en ella, ya que será de plena probidad, pues habrá de ser elegida de entre esas personas, como porque, si alguna pudiera ser demandada por ello, no habría nadie que quisiera tomar ese cargo. Después de haber oído las cuentas, el procurador expondrá a los asistentes la situación de los asuntos temporales de dicha cofradía y todo lo que haya hecho y administrado durante el año, a fin de que por el relato que haga de ello el señor de la ciudad, el síndico, el rector y los miembros del consejo de la ciudad puedan quedar suficientemente instruidos de la administración de los bienes temporales de dicha cofradía y, si reconocen que hay en ello algo malo, puedan recurrir a nuestro venerable prelado, el señor arzobispo, para que ponga el debido remedio, ya que dicha cofradía está por entero sometida a él, por lo que en caso necesario se les suplica a dichos señores con toda humildad que así lo hagan por amor de Dios. La priora tendrá un libro de notas, en el que mandará a la tesorera que anote los papeles, el dinero y los muebles de dicha cofradía; y en el caso de que ella no quisiera encargarse, ni ninguna de las demás, más que solamente de los muebles y de parte del dinero, como, por ejemplo, lo que se ne-

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.r>2.'¡

cesitara para la comida de los pobres durante el mes, la cofradía ordenará a dicho procurador que se encargue de lo demás y dé cuentas de ello; así tendrá que hacerlo, sin que pueda negarle a la tesorera todo lo que la cofradía o la priora le ordene, que habrá de entregar para el mantenimiento y la comida de los pobres. El cepillo que se ponga en la iglesia para el mantenimiento de la cofradía y ayuda a los pobres se abrirá cada dos meses, en presencia del señor párroco, de la priora, tesorera, procurador y asistenta; la tesorera se encargará de contarlo y anotarlo, entregando recibo de lo que aquí se encuentre; y si se niega a hacerlo, lo hará el procurador, tal como se ha dicho. De la elección y deposición La priora, la tesorera y la segunda asistenta dimitirán de su cargo el miércoles después de la santa fiesta de Pentecostés, y aquel mismo día se procederá a la nueva elección mediante los sufragios de toda la cofradía por mayoría de votos, sin que dicha priora, tesorera y asistenta puedan continuar en sus cargos, a fin de que se observe perfectamente en este santo instituto la virtud de la humildad, que es el verdadero fundamento de todas las demás virtudes. Y en caso de que estuviera ausente el señor párroco y su vicario no atendiera a la obra con el cuidado que se requiere, dicha cofradía podrá tomar otro padre espiritual y director de la obra, admitido y aprobado para ello por el señor arzobispo. Dichas priora, tesorera y asistenta podrán ser depuestas de sus cargos antes del tiempo señalado por dicha cofradía si no cumplen bien con su obligación, a juicio de la misma. El procurador permanecerá en el cargo durante todo el tiempo que lo juzgue conveniente la cofradía, y no más. Los miembros de dicha cofradía que cometan algún pecado público o se descuiden notablemente en el servicio y cuidado de los pobres serán apartados totalmente de dicha cofradía, después de habérseles hecho anteriomienie las admoniciones que requiere el Evangelio para todo lo cjue se desee deponer o apartar de la cofradía. Reglas comunes Toda la compañía se confesará y comulgará cuatro veces al año, si pueden hacerlo cómodamente, a saber: el día de

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Pentecostés, Nuestra Señora de agosto, San Andrés y San Martín, para honrar el ardiente deseo que tiene nuestro Señor Jesucristo de que amemos a los pobres enfermos y les socorramos en sus necesidades; para realizar este santo deseo, se le pedirá su bendición sobre esta cofradía, a fin de que florezca cada vez más para su mayor honra y gloria, para consuelo de sus miembros y la salvación de las almas que le sirvan en ella o le han dado parte de sus bienes. Y a fin de que la Compañía se conserve en una sincera amistad según Dios, cuando alguna de ella caiga enferma, la priora y las demás cuidarán de visitarla y de hacer que reciba los santos sacramentos de la Iglesia, rezando por ella en común y en particular. Y cuando quiera Dios sacar de este mundo a algún miembro de esta corporación, las demás asistirán a su entierro con el mismo sentimiento con que se llora la muerte de la propia hermana, esperando poder volver a verla en el cielo; cada una rezará tres veces el rosario por su intención, y harán celebrar una misa rezada para el socorro de su alma en la capilla de dicha cofradía. De los ejercicios particulares de cada una Al despertar se empezará el día con la invocación a nuestro Señor Jesucristo, naciendo la señal de la cruz y rezando alguna oración a su santa Madre; luego, una vez levantadas y vestidas, tomarán agua bendita, se pondrán de rodillas al pie de la cama o delante de alguna imagen y darán gracias a Dios por los beneficios, tanto generales como particulares, que hayan recibido de su divina Majestad, rezarán tres veces el Padrenuestro y otras tres el Avemaria en honor de la Santísima Trinidad, y una vez el Credo y la Salve; luego escucharán la santa misa si tienen oportunidad de ello, se acordarán de la modestia con que el Hijo de Dios realizaba sus acciones en la tierra y, para honrarle e imitarle en esta virtud, harán también todo lo que tengan que hacer con modestia y tranquilidad. Las que sepan leer leerán todos los días pausada y atentamente un capítulo del libro del señor Obispo de Ginebra titulado Introducción a la vida devota y elevarán de vez en cuando su espíritu a Dios; antes de esta lectura implorarán su gran misericordia para sacar fruto de su amor en este devoto ejercicio. Cuando tengan que ir a algún sitio en compañía de otra

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persona, le ofrecerán a nuestro Señor Jesucristo esta conversación en honor del trato que él se dignó tener en la tierra con los hombres, y le suplicarán que las preserve de toda ofensa; se esforzarán especialmente en tener en su interior un gran honor y reverencia a nuestro Señor Jesucristo y a su santa Madre, ya que es éste uno de los puntos principales que requiere esta cofradía en aquellas que desean pertenecer a la misma. Se ejercitarán con esmero en la humildad, sencillez y caridad, respetando cada una a su compañera y a las demás y dejándoles la precedencia. Realizarán todas sus acciones con la intención de demostrar su caridad para con los pobres, y no por respeto humano. Después de haber ocupado la jornada en la observancia de lo que se ha dicho, una vez llegada la hora de acostarse, harán el examen de conciencia y rezarán tres veces el Padrenuestro y tres veces el Avemaria, y dirán una vez el De profundis por los difuntos, aunque todo esto sin obligación bajo pecado mortal ni venial. APROBACIÓN DE LA COFRADÍA

El infrascrito, Tomás de Méchatin Lafaye, canónigo y conde de la iglesia de Lyón, oficial juez de la Primada, vicario general espiritual y temporal del ilustrísimo y reverendísimo padre señor Dionisio Simón de Marquemont, por la gracia y permiso de nuestro Santo Padre el Papa arzobispo y conde de Lyón, primado de Francia, consejero del rey en su consejo de Estado y su embajador extraordinario en Roma ante el mencionado Santo Padre. A todos cuantos vean las presentes letras hacemos saber que, habiendo leído los artículos anteriormente escritos de los reglamentos de la cofradía de la Caridad que se pretende establecer y erigir en la ciudad de Chatillon-les-Dombes, de la diócesis de Lyón, para asistir espiritual y corporalmente a los pobres enfermos de dicha ciudad, que a veces tienen mucho que sufrir por falta del orden debido en su asistencia, artículos que nos ha presentado el venerable señor Vicente de Paúl, bachiller en teología y párroco de dicha ciudad de Chatillon, después de haberlos considerado y de haber oído la súplica que se nos ha hecho humildemente para que tengamos a bien permitir la erección de dicha cofradía y aprobar, legalizar y ratificar los artículos contenidos en dicho

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reglamento con la autoridad del ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo y con su beneplácito, para que les añadamos o les quitemos lo que le plazca, hemos permitido y permitimos la erección de esta cofradía en la forma indicada por los artículos de dicho reglamento, aprobando, legalizando y ratificando por las presentes, por autoridad de dicho señor arzobispo, todo lo que en ellos se contiene, con la reserva, sin embargo, de que él podrá añadir y quitar como se ha dicho todo lo que le parezca conveniente y que dicha cofradía con todo lo que de ella dependa quedará sometida a la autoridad inmediata del señor arzobispo, como superior suyo, o, en su ausencia, de su vicario general. En testimonio de lo cual firmamos el presente documento y lo ordenamos firmar por el señor Juan Linet, secretario del arzobispado y ciudadano de Lyón, mandándoles poner el sello de la cámara del señor arzobispo de Lyón, con fecha del 24 de noviembre de 1617. MÉCHATIN LAFAYE

Por orden del señor vicario general, LlNET ERECCIÓN DE LA COFRADÍA

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, el día ocho de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios, del año 1617, en la capilla del hospital de la ciudad de Chatillon-les-Dombes, en presencia del pueblo reunido, el infrascrito Vicente Depaul, indigno sacerdote y párroco de dicha ciudad, expuse cómo el señor de Lafaye, vicario general del señor arzobispo de Lyón, nuestro dignísimo prelado, ha aprobado - los artículos y reglamentos contenidos anteriormente, redactados para la erección y fundación de la cofradía de la Caridad en esta ciudad y en el interior de dicha capilla. Basándonos en ello, el infrascrito párroco, en virtud de dicha aprobación, erigimos y establecemos en esta fecha dicha cofradía en esta capilla, después de haber expuesto convenientemente al pueblo en qué consiste esta cofradía y cuál es su finalidad, a saber: asistir a los pobres enfermos. Una vez amonestadas todas las personas e invitadas a que dieran sus nombres las que quisieran pertenecer a ella, se presentaron las siguientes:

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Francisca Baschet; Carlota de Brie; Gaspara Puget; Florencia Gomard, esposa del señor de la ciudad; Dionisia Beynier, esposa del señor Claudio Bouchour; Filiberta Mulger, esposa de Filiberto des Hogoniéres; Catalina Patissier, viuda de Filiberto Guillon; Leonor Burdilliat; Juana Perra, hija de Gui Perra; Florencia Gomard, hija del difundo Dionisio Gomard; Benita Brost, hija de Ennemundo Prost; Antonieta Guay, viuda de Pontus; Guichenon, que se presentó para velar a los pobres. Se procedió luego a la elección de los cargos en la forma que se menciona anteriormente, y fue elegida como priora la señorita Baschet; como tesorera, la señorita Carlota de Brie, y como segunda asistente, la señora Gaspara Puget; como procurador fue elegido, por mayoría de votos entre las anteriormente nombradas, el señor Juan Beynier, hijo del distinguido señor Juan Beynier. Así se hizo en dicha capilla del hospital, estando presentes los honorables señores Juan Besson, Juan Benonier, Hugo Rey, sacerdotes encargados de la iglesia de San Andrés en Chatillon, y el señor Antonio Blanchard, notario real y señor de dicha ciudad, junto con otros muchos asistentes y testigos.

BEYNIER,

BESSON, BENONIER, H. REY. BLANCHARD, DEPAUL, párroco de Chatillon

procurador, V.

MODIFICACIÓN DEL REGLAMENTO SOBRE EL CARGO DE TESORERÍA

Y como dichas sirvientas de los pobres, reunidas todas juntas, fueron del parecer que el cargo de tesorera era un poco excesivo para una sola persona, ha acordado por mayoría de votos, estando yo presente como párroco, que el cargo de tesorera sea compartido por dos, a saber: que la tesorera guardará el dinero, lo distribuirá, dará cuentas y se encargará de hacer las provisiones, y que la segunda asistenta guardará los muebles y la ropa, y dará cuentas de ello cuando salga de su cargo. Todo ello con el beneplácito del reverendísimo señor arzobispo. En Chatillon, el 12 de diciembre de 1617. V. DEPAUL, FRANCISCA BASCHET, CARLOTA DE BRIE,

tesorera, GASPARA PUGET, asistenta, BEYNIER, procurador

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Ese mismo día fue recibida María Rey para velar a los pobres. V. DEPAUL, párroco de Cháüllon NUEVAS ADMISIONES

El día 7 de junio de 1626, habiéndose celebrado la asamblea en la capilla del hospital, para la cuestión de la Caridad, con el voto de todas las sirvientas de los pobres, quedaron admitidas e inscritas en el número de sirvientas las siguientes señoras: señora Sara Girard, viuda de Juan Gonod; señora Jacquemet Bricaud, viuda de Juan Levy; señora Helena Tillon, viuda de Santiago Porchod. GIRAD, párroco de Cháüllon,

2.

BEYNIER,

procurador

REGLAMENTO DE LAS H I J A S DE LA CARIDAD 1

[1645] La cofradía de jóvenes y viudas sirvientas de los pobres de la Caridad será instituida para honrar la caridad de nuestro Señor, patrono de la misma, con los pobres enfermos de los lugares en donde estén establecidas o adonde se las envíe, sirviéndoles según las normas que les den las damas oficialas de la Caridad de las parroquias en que estén, corporal y espiritualmente: corporalmente, preparándoles y llevándoles la comida y las medicinas; y espiritualmente, procurando que los moribundos salgan de este mundo en buen estado y que los que sanen hagan el propósito de vivir mejor en adelante. Dicha cofradía estará compuesta de viudas y de jóvenes, que elegirán a cuatro de entre ellas, por mayoría de votos, cada tres años, para que sean sus oficialas, la primera de las cuales será la superiora o directora y podrá continuar en el cargo. Esta elección, que se hará cada tres años, será presidida por un eclesiástico, delegado por el señor obispo de París para la dirección de dichas jóvenes y viudas. La superiora llevará la total dirección de esta cofradía 1 Recueil de piéces concernant la communauté des Filies de la Chanté, 4s. Este reglamento iba acompañando a la carta 810 t.II, 467. Cf. S.V.P. XIII, 551-556.

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junto con el mencionado eclesiástico; será como el alma que anima al cuerpo, hará observar el presente reglamento, recibirá en la cofradía a las que juzgue idóneas y las dirigirá en todo lo que se refiere a sus empleos; pero especialmente en la práctica de las virtudes cristianas y propias para su salvación, instruyéndolas más con su ejemplo que con sus palabras; las enviará, las retirará, las retendrá y empleará en todo lo que se refiere al fin de dicha cofradía, no solamente en la parroquia en donde esté establecida dicha cofradía, sino también en todos los lugares adonde crea conveniente enviarlas, todo ello con el consejo de dicho eclesiástico y con la bendición de los señores párrocos. La segunda oficiala será asistenta de la superiora y la representará en su ausencia; las demás la obedecerán como a la misma superiora cuando ésta esté ausente. La tercera hará de tesorera, llevará las cuentas y guardará el dinero en un cofre con dos cerraduras distintas, de las que la superiora tendrá la llave de una y ella la otra, aunque podrá tener a mano la suma de cien libras para atender a los gastos ordinarios. La cuarta se encargará de los gastos y de las necesidades comunes de la Compañía. Estas oficialas darán cuenta de los ingresos y de los gastos todos los años en manos de la superiora y del mencionado eclesiástico. Estas tres harán de consejeras de la superiora. Tanto las viudas como las jóvenes de dicha cofradía estarán sometidas y obedecerán a dicha superiora y a todas las que hayan sido delegadas por ella, pensando que obedecen a Dios en sus personas y ejecutando voluntaria y puntualmente las órdenes que les dé la superiora, tanto en las parroquias en las que hayan sido puestas como en cualquier lugar adonde hayan sido enviadas. También rendirán obediencia, en lo que se refiere a su dirección, al eclesiástico que haya sido designado para el gobierno de dicha cofradía. Las que deseen ser recibidas en dicha cofradía se presentarán a la superiora; ésta, después de haber probado su vocación y haber tratado con el director, las recibirá y dirigirá en sus funciones durante algún tiempo; luego, cuando las juzgue capaces, las empleará en los santos ejercicios que hemos dicho. He aquí el empleo de la jornada para las que permanezcan en la casa: Se levantarán a las cuatro y, después de vestirse y ha-

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cer la cama, tendrán media hora de oración todas juntas, después de la cual unas irán a oír la misa en sus parroquias y las otras se ocuparán en los ejercicios a que están destinadas, tal como se ha dicho anteriormente; luego irán a misa, después de que hayan vuelto las primeras. A las once y media harán el examen particular sobre la virtud que se hayan propuesto adquirir; a continuación comerán todas juntas, con lectura en la mesa. Tendrán luego una hora de recreo de una forma modestamente alegre, trabajando juntas, unas en coser e hilar, otras en otras faenas, hasta las dos. Desde las dos hasta las tres guardarán silencio las que estén trabajando juntas; entre tanto, una de ellas leerá en voz alta algún libro espiritual. A las seis harán un segundo examen de la misma virtud; luego tomarán la cena y tendrán la recreación trabajando juntas, como antes; a las ocho tendrán el examen general y la lectura de la oración que habrán de hacer el día siguiente, después de lo cual se pedirán perdón unas a otras, cuando crean que han dado algún motivo de mortificación a las demás; y luego irán a acostarse. Las que están en las parroquias, tanto de las aldeas como de la ciudad, observarán las mismas horas, si sus ocupaciones se lo permiten; tanto unas como otras se confesarán y comulgarán todos los domingos y días de fiesta en la parroquia, y harán todos los años un pequeño retiro y una confesión anual en la casa en donde reside la superiora. Vestirán todas de la misma manera, como aldeanas. Cuando sean enviadas a alguna parroquia, irán a recibir la bendición de los señores párrocos, recibiéndola de rodillas; y mientras estén en sus parroquias, les rendirán toda clase de honor y sumisión. También rendirán obediencia a las damas oficialas de la Caridad y a los señores médicos en todo lo referente a las necesidades de los pobres enfermos. Pondrán especial cuidado en servir a los pobres enfermos y harán todo lo posible por ajustarse al horario indicado, especialmente a las horas de levantarse y acostarse, las oraciones, los exámenes, tanto generales como particulares, las lecturas espirituales, las confesiones y comuniones y el silencio, sobre todo antes de la oración de la mañana y después de las preces de la noche. También tendrán mucho cuidado de guardar la uniformidad, en todo lo que puedan, en la forma de vivir, de ves-

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tir, de caminar, de hablar, de servir a los pobres, y especialmente en lo que se refiere al tocado y vestido, como se ha dicho. Si ahorran algún dinero, lo pondrán en la bolsa común, que les servirá para poder adquirir hábitos y para otras necesidades, cuando llegue la hora. Y para mejor honrar a nuestro Señor, su patrono, tendrán en todas sus acciones la recta intención de agradarle siempre y procurarán conformar su vida a la suya, particularmente en su pobreza, su humildad, su mansedumbre, su sencillez y sobriedad. Y para remediar muchos de los inconvenientes que podrían surgir, no recibirán nada de nadie, ni darán nada a nadie, sin dar aviso a dicha superiora. No harán ninguna visita, a no ser la de los enfermos, ni permitirán que nadie las visite en sus casas, especialmente los hombres, sin el permiso de la superiora. Cuando vayan por la calle, caminarán modestamente y con la vista baja, sin detenerse a hablar con nadie, especialmente con las personas de otro sexo, a no ser en caso de gran necesidad; incluso entonces tendrán que ser breves y terminar cuanto antes. No saldrán de casa sin permiso de la superiora o de otra hermana a la que se haya designado para ello; al regresar, se presentarán a ella y le darán cuenta de su viaje. No enviarán ninguna carta, ni abrirán las que se les escriba, sin permiso de la misma superiora. No se entretendrán hablando a la puerta con las personas externas, ni tampoco dentro de casa, sin dicho permiso. Procurarán ir al menos una vez al mes a casa de dicha superiora para tratar con ella de todas sus ocupaciones; se dirigirán allá siempre que se les mande, después de haber dejado atendidas las necesidades de los enfermos. Recordarán que se llaman hijas de la Caridad, esto es, hijas que tienen la profesión de amar a Dios y al prójimo; y, por consiguiente, que además del amor soberano que han cíe tener a Dios, tienen que distinguirse en el amor al prójimo, y especialmente a sus compañeros. Según esto, evitarán (oda frialdad y antipatía entre ellas, así como también las amistades particulares y el apego a alguna de ellas, ya que estos dos extremos viciosos son la fuente de división y de ruina de una Compañía, sobre todo cuando se nota por fuera. Además, se acordarán de que llevan el nombre de sirvientes de los pobres, que, según el mundo, es uno de los oficios

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más bajos, a fin de mantenerse siempre en la baja estima de sí mismas, rechazando con prontitud el más pequeño sentimiento de vanagloria que pase por su espíritu por haber oído hablar bien de lo que hacen, convencidas que es a Dios a quien se le debe todo honor, ya que sólo él es el autor de todo bien. Y como sus ocupaciones son de ordinario muy penosas, y los pobres a los que sirven son algo difíciles de tratar, hasta el punto de que a veces tienen que recibir reproches de ellos a pesar de que hacen todo lo que pueden por atenderlos mejor, procurarán con todas sus fuerzas tener una buena provisión de paciencia y pedirle todos los días a nuestro Señor que les dé abundancia de virtud y les haga participar de la paciencia que él practicó con quienes le calumniaban, abofeteaban, flagelaban y crucificaban. Serán muy fieles y cumplidoras en la observancia del presente reglamento, y también de las loables costumbres y la forma de vivir que han guardado hasta el presente, sobre todo de las que se refieren a su propia perfección. Se acordarán, sin embargo, que siempre hay que preferir a sus prácticas de devoción el servicio a los pobres y las demás ocupaciones, siempre que la necesidad o la obediencia las llame a ellas; pensarán que, al obrar de este modo, dejan a Dios por Dios. 3.

PLATICA A LAS DAMAS

Informe sobre la situación de las obras [11 julio 1657]1 Señoras: La convocatoria de esta reunión obedece a tres objetivos. El primero es para proceder a una nueva elección de oficialas, si se cree conveniente; el segundo, para poner en conocimiento de la compañía la situación de las obras que Dios le ha concedido la gracia de emprender; y el tercero, para considerar las razones que tienen ustedes para entregarse a su divina bondad, a fin de que Dios quiera concederles la gracia de sostener y de continuar estas obras comenzadas. En cuánto a la elección, ya se habló de ella el viernes pasado en la reunión ordinaria, que está compuesta de las Fecha indicada al margen por Abelly.

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oficialas y de algunas otras damas; las oficialas insistieron en que era preciso nombrar otras nuevas, mientras que las demás eran del parecer de que se les rogase que continuaran en el cargo hasta Pascua. Y puesto que ustedes tienen voto deliberativo en este asunto, recogeremos sus opiniones al final de esta plática, para saber si las oficialas tienen que continuar o si desean ustedes proceder a una nueva elección. En cuanto a la situación de los asuntos, empezaremos, si les parece bien, por el hospital, que fue el que dio origen al nacimiento de la compañía; es el fundamento sobre el que quiso Dios establecer las demás obras que se han emprendido y es la fuente de los demás bienes que se han hecho. El padre Vicente leyó entonces delante de la asamblea la situación de los ingresos y de los gastos. Desde la última reunión general, esto es, desde hacía cerca de un año, se habían gastado 5.000 libras para la colación de los pobres enfermos del hospital y se habían recibido para este fin 3.500 libras. Así, pues, el déficit subía a 1.500 libras. Hecha esta exposición, continuó: Esto ha podido provenir de que han muerto varias damas que pertenecían a la compañía y que no se han repuesto por otras nuevas. Por eso, señoras, están ustedes reunidas aquí, en parte para ver los medios de que siga adelante esta buena obra, que comenzó y continuó durante tantos años por unos caminos imperceptibles para todos, menos para Dios, que derramó sobre ella tantos beneficios que nunca lograremos agradecer bastante. Señoras, ¡cuántas gracias tienen ustedes que dar a Dios por la atención que él les ha hecho poner en las necesidades corporales de esos pobres enfermos! Porque la asistencia a sus cuerpos ha producido este efecto de su gracia: que les ha hecho pensar en su salvación en un tiempo tan oportuno en que la mayor parte de ellos jamás habría tenido otro para prepararse a bien morir, mientras que los que se recuperen de la enfermedad no pensarían ciertamente en cambiar de vida sin esas buenas disposiciones en que se les procura poner. El padre Vicente leyó a continuación la nota de gastos hechos por la compañía para los pobres de Champaña y de Picardía. Y añadió: Desde el 15 de julio de 1650 hasta el día de la última asamblea general se han enviado o distribuido a los pobres 348.000 libras; y desde la última asamblea general hasta el

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día de hoy, 19.500 libras, que es poco más o menos lo que se gastó durante los años precedentes. Estas sumas se han empleado para alimentar a los pobres enfermos; para retirar y mantener a unos 800 niños huérfanos de las aldeas destruidas, tanto niños como niñas, poniéndolos en algún oficio o a servir, después de haberlos instruido y vestido; para mantener a muchos sacerdotes en sus parroquias arruinadas, que se habrían visto obligados a abandonar a sus feligreses al no poder vivir con ellos sin esa ayuda; y, finalmente, para arreglar un poco algunas iglesias, que se encontraban en un estado tan lamentable, que es imposible decirlo sin estremecerse de lástima. Los lugares en donde se ha distribuido el dinero son las ciudades y los alrededores de Reims, Rethel, Laón, San Quintín, Ham, Marle, Sedán y Arras. Sin comprender los trajes, sábanas, mantas, camisas, albas, casullas, misales, copones, etc., que sumarían una cantidad considerable si se contabilizasen. Ciertamente, señoras, no puede pensarse sin admiración en el gran número de vestidos para hombres, para mujeres y para niños, así como para sacerdotes; como tampoco en los ornamentos diversos para las iglesias despojadas y reducidas a tal pobreza, que puede decirse que sin esa caridad habría sido necesario suprimir la celebración de los sagrados misterios, y los lugares sagrados habrían tenido que dedicarse solamente a usos profanos. Si hubierais estado entre las señoras que se encargaban de aquellos paquetes de ropa, habríais visto sus casas convertidas en grandes almacenes y depósitos, como los de los grandes mercaderes. ¡Bendito sea Dios, señoras, por haberles concedido la gracia de servir a nuestro Señor en sus pobres miembros, cuya mayor parte no llevaban más que andrajos, estando muchos niños tan vestidos como la palma de la mano! La desnudez de las jóvenes y de las mujeres era tan grande que no se atrevería a mirarlas un hombre que tuviera un poco de pudor. Además, todos estaban a punto de morir de frío en medio de los rigores del invierno. ¡Cuántas gracias tenéis que darle a Dios por haber recibido de él la inspiración y los medios para atender a estas gentes necesitadas! Y a cuántos enfermos les habéis salvado la vida. Porque estaban como abandonados de todo el mundo, tumbados en tierra, expuestos a las inclemencias del tiempo y reducidos a la más extrema necesidad por los soldados y por la escasez de trigo. La verdad es que hace algunos años su miseria era mayor de lo

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que es ahora, y entonces había que enviar hasta 16.000 libras por mes. Todos se animaban a dar, al ver el peligro de morir en que estaban los pobres si no se les socorría pronto, y se animaban los unos a los otros para asistirlos con su caridad. Pero hace uno o dos años, desde que los tiempos van siendo mejores, las limosnas han disminuido mucho. No obstante, todavía quedan unas 80 iglesias en ruinas, y la pobre gente se ve obligada a ir a misa hasta muy lejos. Mirad la situación en que estamos. Ya se ha empezado a trabajar en este asunto, gracias a la providencia que Dios tiene sobre la compañía. Pues bien, señoras, ¿no les conmueve el corazón el relato de todas estas cosas? ¿No os sentís impresionadas y llenas de gratitud para con la bondad de Dios sobre vosotras y sobre esos pobres afligidos? Su providencia se ha dirigido a unas cuantas señoras de París para asistir a dos provincias desoladas; ¿no les parece esto algo singular y nuevo? La historia no nos dice que haya sucedido nunca esto ni con las señoras de España, ni con las de Italia, ni con las de ningún otro país. Estaba reservado esto para vosotras, las que estáis aquí, y para algunas otras que están ya en la presencia de Dios, en donde han encontrado una amplia recompensa por su caridad. Desde el año pasado han fallecido ocho de vuestra compañía. Y, a propósito de esas damas difuntas, ¡Dios mío!, ¿quién les habría dicho, la última vez que se reunieron, que Dios iba a llamarlas antes de la próxima asamblea? ¡Qué reflexiones no habrían hecho sobre la brevedad de esta vida y sobre la importancia de pasarla bien! ¡Y qué resoluciones no habrían tomado de entregarse más que nunca al amor de Dios y al servicio del prójimo, con mayor fervor y con efectos más abundantes! Entreguémonos a Dios para entrar también nosotros en estos sentimientos. Ellas están ahora gozando en el cielo, como hay motivos para esperar; ellas saben por experiencia lo bueno que es servir a Dios y asistir a los pobres; y en el día del juicio escucharán estas agradables palabras del Hijo de Dios: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado; porque, cuando tuve hambre, me disteis de comer; cuando estuve desnudo, me vestisteis; cuando estuve enfermo, fuisteis a socorrerme, etc." 2 ¡Qué hermosa práctica, señoras, ofreceros a Dios, y yo con vosotras, para hacernos dignos, mientras todavía te8

Mt 25,34-36.

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nemos esta ocasión, de estar algún día en aquel bienaventurado grupo, y proponernos hacer todo el bien que nos gustaría hacer si estuviéramos convencidos de que quizá sea ésta la última reunión en la que nos encontremos! ¡Ocho en un solo año! Si a ellas añadís todas las que fueron muriendo los años anteriores, veréis que ha disminuido en mucho el número de las de la compañía. Al principio había doscientas o trescientas; actualmente se ha quedado reducida a ciento cincuenta. Encomiendo a vuestras oraciones a estas queridas difuntas. Pasemos a los niños expósitos, de los que se ha encargado vuestra compañía. Por las cuentas de la señora de Bragelonne, que es su tesorera, vemos que los ingresos del año pasado ascienden a 16.248 libras, mientras que los gastos suman 17.221 libras. Después de haber recorrido la lista de los niños, tanto de los destetados como de los que estaban con nodriza, y de los mayores, colocados como aprendices o como criados, y de los que estaban en el hospital, el padre Vicente comprobó que eran en total 395. Y añadió: Hemos observado que el número de los que abandonan cada año es casi siempre igual, es decir, casi tantos como días tiene el año. Podéis ver qué orden hay en medio de tanto desorden, y cuánto bien es el que hacéis, al cuidaros de estas pobres criaturas abandonadas de sus propias madres y al encargaros de alimentarlas, educarlas y ponerlas en condiciones de ganarse la vida para poder salvarse. Antes de que os encargaseis de ellos, os estuvieron urgiendo durante dos años los señores canónigos de Notre-Dame. Como se trataba de una empresa importante, quisisteis pensar en ella, y finalmente pusisteis manos a la obra, creyendo que Dios la vería con agrado, tal como lo ha hecho ver desde entonces. Hasta entonces nunca había oído nadie decir, desde hace más de cincuenta años, que ningún niño expósito hubiera logrado sobrevivir; todos morían de una manera o de otra. Les tocaba a ustedes, señoras, a quienes Dios había reservado esta gracia, conseguir que vivieran muchos de ellos y que pudieran vivir bien. Cuando aprenden a hablar, aprenden al mismo tiempo a alabar a Dios, y poco a poco se les va dando ocupación según las habilidades y la capacidad de cada uno; se vela sobre ellos para educar bien sus modales y corregir oportunamente sus malas inclinaciones. Se sienten felices de haber caído en vuestras manos, mientras que serían desgraciados

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en las de sus padres, que, de ordinario, son gente pobre o viciosa. No hay más que ver su distribución del día para conocer bien los frutos de esta obra, que es de tal importancia, que tienen ustedes todos los motivos del mundo para dar gracias a Dios por habérsela confiado. Nos quedan por decir algunos motivos que obligan a la compañía a renovar su devoción por estas diversas obras de caridad que la misericordia de Dios ha conducido hasta el punto que acabamos de ver y cuyos frutos no se verán perfectamente hasta el cielo; obras que os obligan, repito, a todas las que os encontráis aquí, alistadas en esta santa milicia, a que continuéis y aumentéis vuestro primer fervor, y a las que todavía no pertenecen a la compañía, a contribuir todo lo que puedan para sostener e incrementar estas obras, que guardan tanta relación con las que nuestro Señor hizo y recomendó en favor de los pobres. El primer motivo es que vuestra compañía es una obra de Dios, y no una obra de los hombres. Como ya os he dicho otras veces, de los hombres no cabría esperar nada parecido; por consiguiente, es Dios el que se ha mezclado en esto: toda buena acción viene de Dios, él es autor de (odas las obras santas. Hay que referirlas todas al Dios de las virtudes" y al Padre de las misericordias; pues ¿a quién hay que referir la luz de los planetas, más que al sol, que es su origen? ¿Y a quién hay que referir el designio de la compañía, más que al Padre de las misericordias y al Dios de todo consuelo, que os ha escogido como vehículos de su consuelo y de su misericordia? Nunca ha llamado Dios a una persona para una (a-, rea sin que haya visto en ella las cualidades propias para cumplirla o sin que tenga proyecto de dársela. Por tanto, es él el que por su gracia os ha llamado y os ha unido a todas; ha sido necesario que su movimiento se haya traído a estas tres clases de bienes; no ha sido vuestra propia voluntad la que os los ha hecho abrazar, sino la bondad que él ha puesto en vosotras. Esto bien vale la pena de que suscitemos el espíritu de caridad entre nosotros de todas esas maneras. ¡Cómo! ¡Es Dios el que me ha otorgado el honor de llamarme! Es menester, por tanto, que escuche su voz. ¡Es Dios el que me ha destinado a estos ejercicios caritativos! Es preciso, por tanto, que me dedique a ellos. El no ha querido, señoras, que vuestros ojos hayan visto al Salvador como lo vio el santo Simeón; pero quiere que escuchéis su voz para ir a donde él os llame, si no ciegamente, como San Pablo, sí con alegría y con cariño; porque si no la escucháis y no respondéis a ella, os

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haríais indignas de la gracia de vuestra vocación. Yo he visto nacer la obra, he visto cómo la bendecía Dios, la he visto comenzar con una simple colación que se llevaba a los enfermos; y ahora la proseguís vosotras, y con unas consecuencias tan ventajosas para su gloria y para el bien de los pobres. Entonces es menester que le tenga cariño. ¡Qué dureza de corazón si hubiera alguna que no tuviera interés en contribuir al sostenimiento de unos bienes tan grandes como éstos! El segundo motivo es que todas tenéis que tener mucho miedo de que estas obras lleguen a disolverse y a perderse en vuestras manos. Señoras, sería sin duda una gran desgracia; una desgracia tan grande como la gracia que Dios os ha concedido de utilizaros en una obra tan admirable. Hace ya alrededor de ochocientos años que las mujeres no tienen ninguna ocupación pública en la Iglesia; antes existían las que tenían el nombre de diaconisas, que se preocupaban de ordenar a las mujeres en las iglesias y de instruirlas en las ceremonias que entonces se usaban. Pero en tiempos de Carlomagno, por una disposición secreta de la Providencia, cesó este uso, y vuestro sexo quedó privado de toda ocupación, sin que en adelante se le haya confiado alguna; y he aquí que esta misma Providencia se dirige actualmente a algunas de vosotras para suplir lo que se necesitaba para los pobres enfermos del hospital. Algunas respondieron a sus designios y, poco después, otras se asociaron a las primeras; Dios las hizo como madres de los niños abandonados, las directoras de su hospital y las dispensadoras de las limosnas de París por las provincias, especialmente para las que acaban de ser desoladas. Estas buenas almas han respondido a todo esto con ardor y con firmeza, por la gracia de Dios. ¡Ay, señoras! Si todos estos bienes llegaran a disolverse entre vuestras manos, sería un motivo de gran desconsuelo. ¡Qué desilusión! ¡Qué vergüenza! ¿Y quién podría pensar en semejante catástrofe? ¿De dónde podría provenir? ¿Quién podría ser la causa? Que cada una de vosotras se pregunte en su interior: "Soy yo la que contribuyo a hacer que decaiga esta santa obra? ¿Qué hay en mí que me haga indigna de sostenerla? ¿Soy yo la causa de que Dios cierre su mano a sus gracias?" Seguramente, señoras, si nos examinamos bien, tendríamos mucho miedo de no haber hecho todo lo que hemos podido por el progreso de esta obra; y si consideraseis su importancia, la querríais tanto como a la niña de vuestros ojos y como el instrumento de vuestra salvación. Y si os interesaseis, según Dios, por su progreso y su perfección,

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traeríais acá a las señoras con que tenéis relación. De lo contrario, se os podrá aplicar el reproche del Evangelio a aquel que empezó a construir un edificio y lo dejó sin acabar: "Habéis puesto los fundamentos de una obra, y habéis dejado así las cosas". Y esto es un asunto de importancia, sobre todo si tenéis en cuenta que vuestro edificio es un adorno para la Iglesia y un asilo para los miserables. Por consiguiente, si por vuestra culpa llegase a fallar, le quitaréis al público un motivo de gran edificación y a los pobres un gran consuelo. El hermano que está encargado de distribuir vuestras limosnas me decía: "Padre, es el trigo que se ha enviado a la frontera lo que ha dado la vida a un gran número de familias; no tenían ni un solo grano para sembrar; nadie se lo quería prestar; las tierras permanecían yermas y aquellas aldeas se quedaban desiertas por la muerte y por el abandono de sus habitantes". Se han utilizado hasta 22.000 libras en un año en simientes, para sembrarlas en verano y alimentarlos en invierno. Fíjense, señoras, en los bienes que han hecho y la desgracia que sería si llegasen a faltar. El tercer motivo que tenéis para proseguir estas obras (an santas es el honor que nuestro Señor saca de ellas. ¿Cómo así? Porque es para él un honor entrar en sus sentimientos, seguirlos, hacer lo que él hizo y realizar lo que él ha ordenado. Pues bien, sus sentimientos más íntimos han sido preocuparse de los pobres para curarlos, consolarlos, socorrerlos y recomendarlos; en ellos es en quienes ponía lodo su afecto. Y él mismo quiso nacer pobre, recibir en su compañía a los pobres, servir a los pobres, ponerse en lugar de los pobres, hasta decir que el bien y el mal que les hacemos a los pobres los considerará como hechos a su divina persona. ¿Podía acaso demostrarles un amor más tierno a los pobres? ¿Y qué amor podemos nosotros tenerle a él si no amamos lo que él amó? No hay ninguna diferencia, señoras, entre amarle a él y amar a los pobres de ese modo; servirles bien a los pobres es servirle a él; es honrarle como es debido e imitarle en nuestra conducta. Si esto es así, ¡cuántos motivos tenemos para animarnos a proseguir estas buenas obras, diciendo ya desde ahora desde lo más profundo de nuestros corazones: "Sí, me entrego a Dios para cuidar de los pobres y para practicar con ellos las obras de caridad; les atenderé, les querré, les cuidaré; y, a ejemplo de nuestro Señor, amaré a quienes les consuelan y respetaré a todos los que les visiten y atiendan"! Pues bien, si nuestro bondadosísimo Salvador se

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considera honrado con esta imitación, ¡cómo hemos de sentirnos también nosotros honrados en poder hacernos semejantes a él! ¿No os parece, señoras, que es éste un motivo muy poderoso para renovar en ustedes el primer fervor? En cuanto a mí, creo que debemos ofrecernos hoy a su divina Majestad, para que nos anime con su misma caridad, de forma que en adelante se pueda decir de todas ustedes que es la caridad de Cristo la que les impulsa. He aquí bastantes motivos para las almas que aman a Dios. Me parece que también vosotras me decís: "Padre, estamos todas convencidas de que es importante continuar los bienes comenzados, que solamente el fin es lo que corona a las obras y que no solamente hay que servir a Dios y atender a los pobres, sino además hay que procurar hacerlo bien; no queda más que buscar los medios para ello, puesto que gracias a Dios estamos decididas y dispuestas a hacer todo lo posible para que sigan adelante las obras y prosigan nuestras reuniones". Así, pues, el primer medio que les presento, señoras, es tener un interés continuo y acendrado por trabajar en vuestro progreso espiritual y vivir con toda la perfección que os sea posible, teniendo siempre la lámpara encendida dentro de vosotras, esto es, un deseo cordial, ardiente y perseverante de agradar y de obedecer a Dios; en una palabra: de vivir como verdaderas siervas de Dios. Las que están en estas disposiciones atraen seguramente las gracias de Dios y de nuestro Señor sobre ellas mismas, en sus corazones y en sus acciones. Y puesto que las máximas del mundo no están de acuerdo con esto y no hay nada que nos prive tanto del espíritu de Dios como el vivir mundanamente en el siglo, y como cuanto mayor es el lujo y el fasto más indigno se hace uno de poseer a Jesucristo, las damas de la Caridad tienen que apartarse de este espíritu del mundo como de un aire infectado; es preciso que se declaren partidarias de Dios y de la caridad. Y tiene que ser por entero, pues el que quisiera adherirse en una pequeña parte al partido contrario, lo estropearía todo, puesto que Dios no puede tolerar un corazón compartido; lo quiere todo; sí, lo quiere todo. Tengo el consuelo de hablarles a unas almas que son totalmente suyas, apartadas de todo lo que podría hacerlas desagradables a sus ojos. Antiguamente, entre aquellas que se presentaban para entrar en la compañía, se elegía a las que no frecuentaban el juego, ni las comedias, ni otros pasatiempos peligrosos, y que no buscaban la vanagloria en las prácticas devotas. Por

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consiguiente, hemos de creer que Dios no derrama sus gracias más que en aquellas que se separan del gran mundo, que se acercan a Dios y que se recogen para unirse con él con suspiros, con oraciones y con santos ejercicios y ocupaciones, de forma que todo el mundo sepa que han hecho profesión de servir a Dios. ¡Oh Señor! ¿Habrá mucha gente que se salve? Hay dos puertas para ir a la otra vida, una estrecha y otra ancha; hay pocos que pasan por la primera y muchos por la segunda. Los santos entienden por la puerta ancha la libertad de los mundanos, que, tomando carrera, siguen sus apetitos desordenados; para esos no queda más remedio que la cólera y la maldición de Dios, según lo que dice San Pablo: "Si vivís según la carne, moriréis" 3 . ¡Salvador mío! ¡Qué amenaza! Tenemos motivos para creer que no estamos en ese gran número de los que caminan a la perdición; sí, así es si realmente marchamos por el camino estrecho. Las damas que se entreguen a Dios para vivir como verdaderas cristianas, en la observancia de los mandamientos de Dios y cumpliendo con las reglas de la justicia; las casadas, obedeciendo a sus maridos; las viudas, viviendo como viudas; las madres, cuidando de sus hijos; las amas, de sus criados y criadas; y que finalmente añadan a estos deberes lo que el bienaventurado Obispo de Ginebra les aconseja, a saber: que entren en las compañías y cofradías que hacen profesión especial de virtud y que, además de recomendar algún ejercicio exterior de piedad o de misericordia, lleven también a la mortificación de las pasiones y al amor de Dios, esas damas caminarán por el buen camino que conduce a la vida. Entrad, pues, en esta compañía o cofradía las que no os hayáis alistado en ella, puesto que lo más importante es no tener corazón más que para Dios, ni más voluntad que la de amarle, ni más tiempo que para servirle. Si una se complace en su marido, es por Dios; si se preocupa de sus hijos, es por Dios; si se dedica a sus negocios, es por Dios. Así es como se pasa por la puerta estrecha de la salvación y se llega al cielo. Nuestro Señor tenía que tratar con tres clases de gentes: con los apóstoles, con los discípulos y con el pueblo. Este le seguía por algún tiempo; pero, después de haber saboreado sus palabras de vida, se retiraba. Esto le obligó a nuestro Señor a decir a sus discípulos: "¿Y vosotros? ¿No queréis también dejarme?" Hay algunas personas que, al ver cómo 3

Rom 8,13. Cf. ABELLY, o.c, l.II cap.X, 358s. Cf. S.V.P. XIII, 802-820.

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muchas de ustedes siguen constantemente a nuestro Señor por este camino estrecho del ejercicio del amor de Dios y del prójimo, querrían también hacer lo mismo; es algo que parece hermoso; pero, como lo encuentran difícil, no se quedan. Entre los que se mantuvieron firmes en seguir a nuestro Señor, había tanto mujeres como hombres, que le siguieron hasta la cruz; ellas no eran apóstoles, pero componían un estado medio, cuyo oficio consistió luego en administrar a los apóstoles los medios de vida y en contribuir a su santo ministerio. Es de desear que las damas de la Caridad miren a esas devotas mujeres como a sus modelos. No hay ninguna condición en el mundo que se acerque tanto a ese estado como la vuestra. Ellas iban de un lado para otro para atender a las necesidades, no solamente de los obreros del Evangelio, sino de los fieles necesitados. Ese es vuestro oficio, señoras; ésa es vuestra herencia. Bendecid a Dios porque os ha llamado a este bienaventurado estado y vivid como aquellas santas mujeres. Sentid cariño y devoción por la bienaventurada Juana de Cusa y por las demás de las que nos habla San Lucas; al hacer así, pasaréis por la puerta estrecha que lleva a la vida; y, como dice Santo Tomás, os salvaréis todas, porque —según dice— nadie puede perderse en el ejercicio de la caridad. Encerrémonos, pues, dentro del recinto de esta virtud; pongámonos a los pies de nuestro Señor y pidámosle que derrame luz, movimiento y calor en vuestro espíritu cada vez más, para continuar hasta el fin con la obra comenzada; pues no hacer mañana un poco más que hoy es lo mismo que retroceder. En la vida espiritual es necesario avanzar siempre, y se avanza cuando no se abandonan las buenas prácticas. ¡Quiera Dios conservaros en las vuestras y haceros vivir como a las verdaderas madres, que nunca abandonan a sus hijos! Pues bien, vosotras sois las madres de los pobres, obligadas a portaros como nuestro Señor, que es su padre y que se hizo semejante a ellos viniendo a la tierra a instruirlos, a consolarlos y a recomendárnoslos. Haced vosotras lo mismo, frecuentad los santos lugares, como son los hospitales, y tratad con las personas virtuosas, como son las de vuestra compañía. Esa será una señal de vuestra predestinación. Ese será un medio para avanzar en la virtud, un buen medio para atraer a otros a ella y el medio de los medios para conservar y hacer florecer a la compañía para gloria de Dios y edificación del pueblo. Otro medio para la conservación de vuestra compañía

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consiste en que moderéis sus ejercicios, porque —según di i r el proverbio— el que mucho abarca, poco aprieta. A otras compañías o cofradías, a varias comunidades e incluso a congregaciones religiosas enteras les ha sucedido que, por haberse cargado por encima de sus fuerzas, han sucumbido bajo la carga. La virtud se encuentra entre dos vicios opuestos, que son el defecto y el exceso. Por ejemplo, el que con el pretexto de caridad quisiera encargarse de todas las necesidades del prójimo, sin dejar pasar ninguno de los bienes que podría nacerle, esa persona caería en un vicio; lo mismo que también aquella que no quisiera ejercer ninguna virtud, ni realizar nunca un acto de caridad, que caería en el vicio contrario. Los teólogos opinan que es un mal tan peligroso excederse en la práctica de las virtudes como faltar en ella; y el diablo, de ordinario, tienta a las personas muy caritativas por que se excedan en sus buenas obras, sabiendo que más tarde o más temprano acabarán por sucumbir. ¿No habéis visto nunca a esos hombres que por llevar demasiado peso o por tener mucha prisa en llegar, caen bajo su carga? Podría suceder que también la compañía sucumbiera bajo la suya si se cargara con demasiadas cosas. Se reconoce ya esto en la tarea de las catorce damas de la compañía, que van por parejas dos veces cada día al hospital para visitar y consolar a los pobres enfermos; es mucho el bien que hacen. Mientras que las otras se encargan de llevar todos los días algún refrigerio a los pobres enfermos, ellas se dividen para ir a consolar e instruir a las pobres mujeres y jóvenes enfermas en las camas donde están echadas; les cuesta ya mucho trabajo sostener esta tarea y soportar todas las dificultades con que se encuentran; y este esfuerzo tan penoso hace que se encuentren pocas personas que quieran dedicarse a él. La ayuda que se manda a las fronteras y a las provincias desoladas es muy grande. Se trata de una cosa casi sin ejemplo con que compararla, al ver cómo se reúnen unas señoras para ayudar a unas provincias reducidas a la extrema necesidad, enviando para allá grandes sumas de dinero, alimentos y ropa para atender a una infinidad de pobres de toda condición, de toda edad y sexo. Nunca se ha oído decir que se hayan asociado unas personas como esas que de oficio, como ustedes, hayan hecho algo semejante. Por consiguiente, sería de temer que, al sobrecargarse con nuevas obras, se dejasen caer otras más útiles y cjue finalmente todas acabasen por desaparecer. Es lo que me decía

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una persona hace poco tiempo. Dios es todopoderoso, pero nosotros somos débiles. Ponemos la virtud en donde no puede ponerse; la virtud no puede estar en lo demasiado. El Hijo de Dios hizo solamente un poco; los apóstoles hicieron algo más. San Pedro convirtió a cinco mil personas en una predicación, y nuestro Señor predicó en muchas ocasiones sin convertir quizá a ninguna; él mismo dijo que los que creyeran en él harían más de lo que él hizo. Quiso ser humilde emprendiendo pocas cosas. Un estómago cargado no digiere bien. Un porteador acostumbra sopesar la carga antes de echársela a los hombros y, si excede sus fuerzas, no se la carga. Hemos de pedirle a Dios que sea él mismo el que nos cargue con el peso; de ese modo, si las fuerzas nos fallan, él nos ayudará a llevarla; que le conceda a la compañía la gracia de ser prudente, a fin de que no abrace nada que no venga de él. ¡Cuánto tiempo ha pasado sin que nadie se encargase de los niños abandonados! ¡Cuántas instancias se han hecho para que alguien los tomara bajo su protección! ¡Cuántas oraciones, peregrinaciones y comuniones se han hecho antes de decidirse a ello! Lo saben muy bien ustedes, y saben también que conviene hacerlo siempre así antes de hacer lo mismo con las nuevas propuestas que se nos hacen, para no comprometerse con ninguna de ellas por un celo indiscreto. Cuando veáis que lleváis bien los asuntos que Dios os ha encomendado, ¡ánimo!, bendecid a su bondad infinita y entregaos a ella para llevarlos adelante; no presumáis de vuestras fuerzas para poder hacer más. Tenéis la colación de los pobres del hospital y su instrucción, la manutención y educación de los niños expósitos, la preocupación por las necesidades espirituales y corporales de los criminales condenados a galeras, la asistencia a las fronteras y a las provincias desoladas, la contribución a las misiones de Oriente, del Norte y del Sur. Estas son, señoras, las obras que atiende vuestra compañía. ¡Cómo! ¡Ocuparse de todo esto unas mujeres! Sí, esto es lo que desde hace veinte años os ha dado Dios la gracia de emprender y sostener. Entonces, no hagamos nada más sin pensarlo antes bien; hagamos bien lo que hacemos, cada vez mejor, pues eso es lo que Dios pide de nosotros. El tercer medio para mantener la compañía es contribuir a llenarla con otras personas piadosas y virtuosas. Pues, si no se anima a otras personas a entrar en ella, se irá reduciendo cada vez más y, al faltar gente, será demasiado débil para poder llevar adelante unas cargas tan pesadas. Por eso mis-

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mo se propuso ya en otra ocasión que las damas procurasen, antes de morir, preparar antes a una hija, a una hermana o a una amiga, para que entrase en la compañía; quizá es que no os acordáis. ¡Y qué buen medio sería que cada una de vosotras se convenciese bien de los grandes bienes que se siguen, en este mundo y en el otro, para las almas que ejercen las obras de misericordia espiritual y corporal de tantas maneras como vosotras lo hacéis! Esto os moverá sin duda alguna a que vayáis preparando a otras para que se unan a vosotras en este santo ejercicio de la caridad, por la consideración de esos bienes. Este convencimiento os animará primero entre vosotras, lo mismo que los carbones encendidos que se ponen juntos, y luego calentaréis a las demás con vuestras palabras y ejemplos. Permítanme, señoras, que les pregunte cuáles son sus sentimientos sobre estas ideas. Dirigiéndose a la señora de Nemourse, el padre Vicente le preguntó: —Señora, ¿se le ha ocurrido a usted algún medio? Y esta misma pregunta se la hizo luego a otras damas de la reunión. Algunas observaron: 1.a Que sería conveniente hablar con las personas a punto de presentarse delante de Dios para que hiciesen mandas piadosas en favor de los pobres que atiende la compañía. —Es un medio interesante —observó el padre Vicente— sugerir esta idea a las personas acomodadas cuando se les visite en sus enfermedades. 2.Q Que sería de mucho provecho a la compañía ser más asiduas en los ejercicios. —Es un buen consejo —replicó—, ser cumplidoras y exactas para atraer a las demás, así como también es un gran medio hacer que sientan el atractivo por una vida santa. 3.Q Que cada una de las damas debería concurrir, en la medida de sus posibilidades, a los gastos y el trabajo de la compañía. El padre Vicente añadió: —Bien, señoras, ¡bendito sea Dios! Nos queda por consultar si les parece bien que las oficialas continúen en el cargo; si no les parece bien, pasaremos a la votación. Se aceptó por unanimidad que continuasen las oficialas. Y el padre Vicente concluyó: —Está bien, señoras; demos gracias a Dios por esta reunión. Pidámosle que acepte con agrado este nuevo ofreci-

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miento que vamos a hacerle de rodillas, entregándonos a su divina Majestad con todo nuestro corazón, para recibir de su bondad infinita el espíritu de caridad, y que nos conceda la gracia de responder con ese espíritu a los designios que tiene sobre cada uno de nosotros en particular y sobre la compañía en general, y de suscitar por todas partes ese espíritu de ardor por la caridad de Jesucristo, a fin de merecer que él lo derrame abundantemente en nosotros y que, haciendo producir ya sus efectos en este mundo, nos haga agradables a su divino Padre eternamente en el otro. Así sea.

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Adoración: actitud fundamental de Jesucristo 93. Alegrías: San Vicente exhorta a Luisa de Marillac a vivir alegre 224. Amor: necesario para la salvación 446; el solo amor afectivo no basta 81; necesidad del amor afectivo y efectivo 76 79 244 359 383 384 390-392 452; amor fraterno 360. Caridad: señal de renovación 51; San Juan y San Pablo, inspiradores de la — vicenciana 76; el que la practica está en Dios 93; prevalece por encima de todo 124; virtud esencial del espíritu de las HH. de la C. 392 393; cuando habita en el alma ocupa todas sus potencias 503-504; evitar las exageraciones en el amor a Dios 505 506; señal infalible de los verdaderos hijos de Dios 515; la — de la Compañía del Santísimo Sacramento 51-52. Cartujos: espíritu de la orden y su perfección 354. Cautividad: cartas de San Vicente sobre su — 177-189; urgencia y medios de trabajar por los cautivos 275-277 279. Celo apostólico: modelo paulino 76; buscar en todo la "gloria de Dios" 194 198; sus cualidades 146 147; naturaleza 500-501. Ciencia: necesidad 440 444; esforzarse en adquirirla 474. Clero: situación del — en el siglo XVII 46-48; reforma del — y sus promotores 48-49. Cofradías de la caridad: motivaciones y comienzo 61-63; imitan a Nuestro Señor 539; es obra de Dios 537; vivirán como siervas de Dios 540-541; desarrollo adquirido 308; atenciones con los enfermos 520-521; reparto de oficios entre las damas de la caridad 517-529. Comunidad: su práctica hace fuertes 214; necesidad de la corrección comunitaria 268; medio para dicha corrección 285. Confesión: su práctica 230; obediencia al confesor 226; conveniencia de que la comunidad tenga el mismo confesor 289.

MATERIAS Confianza: necesidad de — en l>íi» 21.1; es la máxima riqueza de la* H i t
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