oratoria

March 31, 2018 | Author: mirakgen | Category: Rhetoric, Cicero, Julius Caesar, Pompey, Ancient Rome
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Unidad 1: Oratoria Oratoria: Es el arte de persuadir a través de la palabra oral. Elocuencia: Hablamos de fuerza de expresión. Deriva del latín (eloquentia). Es el talento de hablar o escribir para deleitar y persuadir. Retórica: Se aplica a la palabra escrita. Es aplicable a todos los géneros literarios ya que una obra bien compuesta contiene una idea, un orden, una selección de material, un adorno, bella expresión en las ideas. Cuando el discurso ha de hablarse, entramos en el terreno de la oratoria en donde además de las partes de la retórica (invención, disposición, elocución) se incorpora la acción. Aristóteles define a la retórica como el arte de hallar en cada caso los medios más aptos para persuadir. Diferencia entre convencer y persuadir: Persuadir: Deriva del latín (SUADERE, SUADVIS; SUADOS) que significa atraer el alma de quien escucha. Es la fuerza de atracción por medios psicológicos, pues se convence a la razón y se persuade moviendo la voluntad de las personas. Diferencia entre dialéctica y retórica: Dialéctica: Es el arte de razonar justa y metódicamente. Constituye el instrumento de lo verdadero. Retórica: Es una dialéctica basada en presunciones e indicios que apunta a crear o despertar una creencia. Oratoria como Ciencia: La oratoria tiene un objeto: búsqueda de los medios que tengo a mi alcance para persuadir por la palabra oral. La finalidad última es persuadir. Quintiliano  Define al orador como un hombre de bien que sabe hablar. Cicerón  Dice que la oratoria dispone de 3 medios: enseñar-deleitar-conmover) La oratoria debe ser usada para fines morales, pero ello depende de nuestra educación. Agradar a otros es dar un gran paso hacia la persuación. Oratoria como Arte: La oratoria como arte práctica está dirigida a persuadir. Sus 3 elementos esenciales son: 1. ORADOR 2. DISCURSO 3. AUDITORIO Sus 3 elementos complementarios son: 1. PERSUACION DEL ORADOR COMO FIN Sin éstos elementos, no habría oratoria.

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El orador utiliza argumentos, narraciones, voz flexible, mímica, estilo para persuadir. Retórica según: Platón: Ve en la misma, un arte de engaños para persuadir a los ignorantes. Isócrates: Dice que su arte educa al hombre Aristóteles: Dice que es un arte genuino. Todo ser humano mantiene su opinión con razonamientos y pruebas. Dirige las voluntades con sus propios medios. Habiendo varios medios para persuadir, como el dinero, la dignidad, la hermosura, el silencio; se persuade por la palabra. Servidora de lo bueno y lo justo debe perfeccionar al hombre, no pervertirlo. Unidad 2: Oratoria en la antigüedad: Nace en Atenas (Grecia) cuna de la civilización. En realidad nace con el homosapiens cuando comienza a comunicarse oralmente con sus pares. Oratoria clásica o natural: Se dice que es nervio y sencilléz. En esa época, los oradores eran sencillos pero alterados y agresivos en sus expresiones corporales. Primer Período: Se denomina elocuencia sin retórica. Los oradores preparan sus discursos según sus cualidades naturales. "Cuando Pericles hablaba, todos escuchaban en silencio y en el alma de cada uno quedaba su palabra como en el cuerpo el aguijón de la avispa." Pericles poseía mayor riqueza de pensamientos que palabras. Segundo período: Pericles gobernó Atenas, fue orador y filósofo. El arte de la palabra nace en Sicilia, viene con abogados sicilianos que lo enseñan y van a dar el manual retórico y procesal. El gran suceso de la época es la llegada de los sofistas o maestros del saber que prometen formar al ciudadano, hacerlo sabio y orador.  Gorgias: Dice que "Nada existe, y si algo existe no puede ser conocido; o si algo existe y es conocido, no puede ser expresado"  Heráclito: Dice que "Todo fluye, todo cambia, y el hombre es la medida de todas las cosas"  Gorgias: Considera a la retórica como una magia, preocupándose por las palabras que debían encantar los oídos y dominar los ánimos. Tercer período: Es el Macedónuco. Se desarrolla la oratoria jurídica junto a la política.  Esquines: Orador dotado, hábil para improvisar y controvertir. Dicción clara y voz rica en inflexiones. No habla nunca sin preparar el discurso. Una frases y metáforas para mantener la atención del auditorio, sin embargo muestra debilidad al final del discurso porque le falta brevedad. 2

Cuatro etapas de conocimiento: 1. Incompetencia inconsciente: Cuando el auditorio está distraído. El orador debe traerlos a la fas conciente, ese es el secreto de saber manejar la voluntad. Ejemplo: Un indio, lo traemos a la capital, le mostramos un colectivo, es incompetente porque no sabe manejarlo y es inconsciente porque no sabe de su existencia. 2. Incompetencia conciente: El indio pasa a esta etapa cuando le decimos "éste es un colectivo" 3. Competencia conciente: Cuando el indio comienza a manejar, es competente, y es conciente porque no se puede distraer. 4. Competencia inconsciente: Cuando maneja pensando en lo que va a hacer mañana, se distrae. Pero el orador debe sacar al auditorio de la comp. Incon. Y traernos a la comp. Conc. Para que no se desconcentre. Es el manejo de la persuación oral, que apunta al conciente. La seducción apunta al inconsciente. Es un estadío por el cuál el auditorio está conciente del discurso pero no entiende. El poder hipnótico es inconsciente. Cuanto más ignorante es el auditorio, más fácil de manejar es. Unidad 3: Aptitudes del orador: • Inteligencia clara y penetrante: Es la capacidad de distinguir (mayor distinción mayor inteligencia). La persona que desarrolla inteligencia va más allá. El orador debe distinguir a cada uno de los miembros del auditorio, captar ese mensaje (si el alumno mira la hora, bosteza, etc) Existen personas que poseen facilidad para asimilar lo escuchado y puede transmitirlo con claridad. Selecciona los vocablos más apropiados para componer un discurso haciendo prevalecer la idea principal sin cometer repeticiones. Hay que ser un orador, no un hablador. • Inteligencia emocional: Existen 7 tipos de inteligencia, ésta es la octava. El que logra captar las emociones del otro es el que atrapa. Es mayor que el coeficiente intelectual se dearrolla hasta los 12 años En cambio, ésta, sigue desarrollándose. Hay que nivelar ambos para manejar las situaciones en la vida. No hay que tener un coeficiente int. Elevado para comprender al otro. El que utiliza las emociones dominará al mundo. Se evalúa de acuerdo al comportamiento.

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Sensibilidad: Una persona no podría llegar a ser ni orador ni docente ni llegar a las personas que lo rodean si fuera totalmente ajeno a lo que ocurre a su alrededor careciendo de sentimientos y de sensibilidad. No debemos confundirla con sensiblería ya que ésta constituye un exceso de sensibilidad que hace que el orador pierda el rumbo del discurso sin concretar su objetivo. Se llega a los oyentes a través del corazón, moviendo los sentimientos de las personas que se emocionan ante algunos elementos incorporados por el orador (citas, narraciones, fábulas, cuentos, leyendas, dichos, etc) aptos para la persuación. Es importante la contención psicológica hacia el cliente. El orador debe ser psicólogo para comprender. Imaginación: Es importante para un orador poder graficar las palabras a través de imágenes que permitan a los oyentes revivivir hechos del pasado, recrear el presente, dirigirse al futuro, despertando el interés del auditorio. Cuando disminuye la atención, cuando la idea no ha sido comprendida, la imagen lo aclara todo ("Una imagen vale más que mil palabras") Es crear imágenes a medida que hablamos, mientras hablamos. Memoria: Sin ella, es un problema psicológico. El principal enemigo es el miedo y la vergüenza. Sin ella, las narraciones quedan desordenadas. Quien posee buena memoria puede concluir de manera segura un discurso preparado y ser un orador temible para el adversario con mala memoria. En algunos es adquirida y en otros es natural. Existen ejercicios de adiestramiento de la mente (leer en voz alta). El oído interpreta nuestros defectos y virtudes de dicción. Es importante al acostarnos, hacer un repaso mental de todo lo estudiado durnte el día, haciéndolo con interés y concentración. Así, nuestras ideas se aclararán y ordenarán porque mientras dormimos, el subconciente funciona y trabaja para ordenar nuestras ideas. Voz: Para su utilización se requieren técnicas. La persona que posee una voz débil, monótona, sus palabras pueden ser bellas pero carecen de poder persuasivo. Las personas con voz ni monótona ni débil, hablan sin esos gritos que impiden oir las palabras. La persona con voz aguda, al hablar rápidamente, suele tornarse chillona y gangosa. Las personas con voz grave, al hablar lento, suele tornarse monótona y aburrida. Lo ideal es tener una voz media. La voz mejora con el ejercicio: -Saber respirar consta de 3 momentos  baja  media 4

 alta -De relajación -Evitar forzar la garganta. -Articular • Anhelo de expresión: Es a través del cuerpo (ademanes, gestos) Es la predisposición natural que tiene una persona para querer expresar lo que siente ante la sociedad. La necesidad de poder transmitir las ideas ante los grupos humanos. Las experiencias se convierten en palabras. Otras cualidades: Templanza: Sin ella, la persona es considerada inmadura. Es un autodominio sobre sí mismo que consiste que ante una situación límite, no pierde los estribos para no agravar la situación. Se debe ser maduro, vencer el miedo, estar seguro de sí mismo. Sagacidad: Significa ir más allá ser atrevido) Genio: Ante una situación determinada, es tener la creatividad para resolver o solucionar cada caso. Sabiduría: Si uno no sabe no puede aplicar las demás cualidades. Es el conocimiento del tema. Belleza: La estética, el buen gusto, vestir, hablar, es lo que embellece a la persona. El abogado es un producto a vender. Humildad: Si el líder no escucha ni comprende, no puede pretender que sea escuchado y comprendido. Es el poder supremo de la oratoria. Quien la utilice tiene el mundo a sus pies. Ser humilde con poder es sumamente difícil, a mayor poder, es difícil conservar la humildad. Ser humildes es difícil y más en nuestra profesión de abogados (muchos saben los códigos de memoria pero carecen de esta cualidad). Es tratar al otro como me gustaría que me traten a mí. Ultimo material en oratoria (Desde Harvard): "Procure primero comprender y luego ser comprendido" Si un profesor quiere ser querido, primero tiene que querer. E ser auténtico como profesor y permitir que el alumno opine y hable. El orador que logra tener a todo el auditorio concentrado es un buen orador, esta es la magia de la comunicación. La mayoría de los problemas son por falta de comunicación. El ABC de la comunicación es que uno quiere ser querido. En la comunicación, lo que se debe transmitir no es lo que se quiere decir sino lo que el otro quiere escuchar. El estudio dio como resultado: 10% La influencia de la PALABRA sobre el ser humano (mensaje) 5

20% la Voz que utiliza el orador 70% la IMAGEN CORPORAL (cómo está vestido, si combina su ropa, etc) hay un efecto psicológico fundamental. El que no sabe hablar no va a tener un solo cliente ya que al mismo se lo conquista por medio de la palabra. El cliente busca contención emocional. Programación neuro-lingüística (PNL) Ciencia que analiza el conocimiento humano y se le enseña al auditorio a comportarse lo más adecuadamente posible en la relación inter-personal. Es importante desarrollar el liderazgo (no quedarse callado en un examen por ejemplo). La principal arma es la empatía, va más allá de la simpatía, en PNL es la posibilidad de sentir lo que siente el otro. Debe ser sincera. Un libro es best seller porque lo entiende la mayoría de la gente (utiliza palabras que entienden todos). El gran secreto es saber llegar al otro. Estudios del orador: • Filosofía: "En Atenas la abeja era el símbolo de la elocuencia, porque así como la abeja da la dulzura de la miel, el orador da la dulzura de las palabras". Se debe acrecentar el saber que disminuye por la falta de lectura, consulta y meditación. Su estudio da una visión amplia y profunda de las cosas, evitando discursos aburridos. Como los temas filosóficos se refieren al hombre (origen, conducta, destino) son temas oratorios por excelencia, dijo Cicerón que el orador necesita de la filosofía. • Lógica: Es el estudio de los métodos y principios usados para distinguir el razonamiento correcto del incorrecto. Precisa saber distinguir lo verdadero de lo falso, de lo verosímil, la certeza de la probablidad; saber cuándo un argumento se rige por leyes de la lógica y cuándo intervienen factores psicológicos y emocionales. Existen:  lenguaje informativo por el cuál se comunica la información, se describen cosas y seres y se razona sobre ellos.  lenguaje expresivo comunica sentimientos y emociones, estados de ánimo.  lenguaje directivo provoca una conducta Todos los discursos tienen estas 3 formas de lenguaje. Si el orador quiere informar usa un lenguaje no emotivo. La lógica es necesaria porque enseña a formar juicios con exactitud y precisión, y porque el método enseña a proceder con coherencia y adquirir un sabr más elevado que el que da la experiencia vulgar.

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• Psicología: El orador estudia las pasiones humanas. Todos los grandes oradores estudiaron al hombre desde el punto de vista psicológico. Los antiguos sabían cuando conviene callar o hablar, cómo dirigirse al auditorio y lograr un diálogo amable, impresionar por la figura, el ademán, la mirada firme, etc. Una orden al auditorio es una a cada uno de sus miembros. Elogiar a uno, es elogiar a todo el auditorio. • Estudios históricos: Cicerón llamó a la historia "maestra de la vida". El auditorio gusta de narraciones históricas y se emociona con ellas. Los estudios históricos penetran en el alma de individuos, épocas y sociedades, revelando qué pensaron y qué sintieron sus personajes. Con la Historia conocemos edades, pueblos, gobiernos, religiones, artes, costumbres, que pueden ser asuntos o porciones de material de nuestros discursos. • Estudios del idioma: La confusión de vocablos conduce a la confusión de las cosas. El conocimiento del propio idioma vigoriza el intelecto, da claridad y energía a los pensamientos, que adquieren cualidades de acuerdo con los vocablos empleados enriqueciéndose el lenguaje. + conocimiento + intelecto • Obras literarias: El orador debe leerlas de los genios de la expresión. Los antiguos llamaron a Homero "Padre de la retórica" porque domina el difícil arte de la narración y composición, y sabe retratar a sus héroes. • Oratoria: Los modernos apenas la cultivan. Existen principios sin cuyo conocimiento no se perfecciona la palabra. Esos principios mejoran el discurso, evitan la pérdida de tiempo al resumir las experiencias y avivan los estudios sobre la palabra. Si una idea confusa puede hacerse clara es que existen los procedimientos. El Jurista Orador: Como quiere Cicerón, el jurisconsulto debe ser el mejor de los oradores, y el orador, el mejor de los jurisconsultos. Deberá conocer a fondo la retórica, derecho civil (dice Quintiliano), las costumbres y religión de aquella república. La palabra hablada es su principal instrumento. Los oradores poseían una preparación jurídica para responder a las consultas de sus clientes y defender con procedimientos retóricos. En el juicio empleaban argumentos para resolver las causas y luego conmovían con la fuerza del patético, convencían y conmovían, usaban pruebas lógicas y retóricas, concluyendo el discurso forense con el adorno y los afectos. El proceso jurídico comienza con la entrevista en el estudio jurídico, con la visita 7

del cliente. Lo más difícil es ganarse a un cliente, ahí comienza la magia de la comunicación. El cliente quiere que el abogado esté atento a su consulta. Éxito: Es lograr lo que se quiere. No se aprende del éxito sinó del fracaso. Felicidad: Es querer lo que se tiene. Como alumno se comienza a ser orador. + comunicación  + posibilidad de crecimiento profesional + éxito lingüístico Es más importante saber comunicarse que saber, estar informado. Unidad 4: Tipos oratorios: Son procedimientos a los que acuden las personas según sus cualidades naturales. Sirven para asimilar un temario. Existe una gran variedad de tipologías oratorias, pero las que prevalecen en la generalidad de los casos son: • Gráfico: Cicerón lo aconseja porque dice que se formará al orador por la costumbre de escribir que sirve para perfeccionarnos en todas las partes de la elocución. También aconseja distribuir en la cabeza todas las partes del discurso premeditando las frases utilizables. Quintiliano recomienda los ejercicios de escritura. En realidad es necesario que lo que hablemos, lo digamos en primer lugar a nosotros mismos, para escuchar antes que los demás.  Se caracteriza porque el orador escribe previamente el discurso y luego lo memoriza sin modificar palabra alguna. No es recomendable, no lleva a nada positivo, se corre el riesgo de no recordar alguna palabra y lleva a perdernos en el discurso sin poder proseguir normalmente. No persuade. Si nos formulan preguntas, acotaciones, etc, no estaremos en condiciones de responder ni prestar atención, porque no es un procedimiento en el cuál utilizamos el razonamiento, la meditación, reflexión. No estamos preparados psicológicamente para enfrentar en condiciones óptimas a un auditorio. Debemos razonar y extraer nuestras propias conclusiones en base al conocimiento adquirido sobre el tema a desarrollar. Se debe transmitir con nuestras palabras aquello que se conoce. • Visual: Hace lo mismo que el anterior, solo que acude a la ayuda de aspectos que distinguen el contenido del texto (colores, tipo o tamaño de letra, algún dibujo o mancha de la hoja). Es negativo. • Auditivo: Aunque es mejor a los anteriores, no es el ideal.. Al pronunciar las palabras, le parece escuchar una voz que le dicta lo que debe pronunciar. • Verbomotor: Nos permite actuar con soltura. No escriben el discurso antes de pronunciarlo. Se habla al mismo tiempo que se piensa. En resumen: 8

El orador gráfico escribe su discurso / pensamiento El visual lo ve El auditivo lo oye El verbomotor lo habla No podemos descartar que algunas personas poseen o adquieren los 4 tipos, sin olvidar que siempre prevalece uno sobre los otros. Para liberarse del grafismo: Hay que desarrollar el verbomotor. Si se es gráfico, escribir y luego volverlo a escribir con nuestras palabras. Una vez al mes se hablará a un auditorio real (familiares) o imaginario para ejercitarse primero antes de enfrentar un público. Estilo: Es el modo peculiar de expresar ideas y sentimientos. No constituye una copia fiel de otro semejante sino que constituye el resultado de haber seleccionado a los mejores oradores y extraer de cada uno algunas particularidades que los destacan. Una persona tiene su personalidad definida, pero no significa que posea estilo. Quien posee estilo, posee personalidad. Unidad 5: La timidéz oratoria: Timidez: Es estado emocional que inhibe al individuo o le incapacita para tener una normal relación con sus semejantes. Impide pronunciar un discurso, y hace producir manifestaciones físicas como palpitaciones, angustia, temblor en la voz, afonía, sudores, etc. No se supera en un día, Emerson aconseja hacer aquello que se teme. Se domina la timidez mediante la práctica, haciendo experiencias ante el público. Causas: 1. Miedo: De halar, al fracaso. Uno teme lo que desconoce (reacción del auditorio) 2. Vergüenza: porque el auditorio nos convierte en el centro de las miradas. No hay que sentirse inseguro si se ha preparado el discurso previo. Poco a poco nos iremos soltando a medida que hablamos. Defensas mentales: Cualquier sabio puede aprender del más ignorante, porque el sabio no lo sabe todo. Si el orador está inseguro, debe recordar sus éxitos. Si hay gente que demuestra poco interés, conviene ignorarlos. Bibliografía: 1. El arte de la persuasión oral, Alberto Vicente Fernández. 2. Las llaves del éxito de Napoleón Hill, los 17 principios del triunfo personal ORATORIA ROMANA

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1.- CARACTERÍSTICAS DEL GÉNERO: ORATORIA Y RETÓRICA El arte de utilizar la palabra en público con corrección y belleza, sirviéndose de ella para simultáneamente agradar y persuadir, tuvo en Roma un uso temprano y prolongado. Favorecía su desarrollo el sistema político de la República basado en la consulta popular, y, de hecho, se mantuvo vivo y con fuerza mientras la constitución republicana subsistió; una vez que se imponen formas de gobierno basadas en el poder personal, la oratoria, falta del ambiente de libertad que necesita, languidece y se transforma en un puro ejercicio de retórica. En unas culturas como las clásicas eminentemente orales, la oratoria impregnaba gran parte de la vida pública y su valor era reconocido en los tribunales (discursos judiciales), en el foro (discursos políticos) y en algunas manifestaciones religiosas (elogios fúnebres). El pueblo romano, extraordinariamente aficionado a los discursos, sabía valorar y aplaudir a los oradores brillantes, e intervenía en las discusiones entre las distintas escuelas y tendencias. La oratoria comienza a practicarse en época muy temprana; el primer discurso del que tenemos constancia es el pronunciado por Apio Claudio el Ciego (dictador en el 312 a. de C.), con motivo de la guerra contra Pirro; sin embargo sólo comenzó a cultivarse como un arte en los años difíciles de las guerras púnicas. Durante estos primeros años la oratoria se desarrolla teniendo como elemento fundamental la improvisación delante de un auditorio, sólo bastante más tarde, cuando se obtiene conciencia de su valor literario, empiezan a fijarse por escrito. Dejando a un lado su decisiva importancia en la vida política de Roma, el "arte del bien hablar" se convierte también en un instrumento educativo de primera magnitud y en la principal causa del desarrollo de la prosa latina, ya que pronto, a la pura actividad oratoria en el foro y en las asambleas, sucede la reflexión teórica sobre la misma, desarrollándose entonces una disciplina nueva en Roma, la retórica, que había surgido en Grecia en el siglo V a. de C. como una sistematización de técnicas y procedimientos expositivos necesarios para el orador. Como en todas las manifestaciones culturales, en la evolución de la oratoria y, muy especialmente, de la retórica tiene una importancia decisiva la progresiva helenización de la vida romana a partir del siglo II a. de C. Es éste un momento apasionante en la historia política y cultural de Roma, en el que, frente a los continuos éxitos en política exterior, comienzan a manifestarse en el interior de la ciudad los enfrentamientos y contradicciones que van a desembocar en las guerras civiles del último siglo de la República. Es la época de los Escipiones, de Catón y de los Gracos; por primera vez en un ambiente de libertad se enfrentan y se contrastan distintas maneras de entender el papel de Roma en el mundo, lo que estimula el desarrollo tanto de la elocuencia como de la retórica. Las escuelas de retórica griegas encuentran en 10

Roma un campo más amplio que en las ciudades helenísticas, puesto que sus enseñanzas se podían poner a prueba ante el público en el Senado o el foro, tratando no meros ejercicios escolásticos sino cuestiones de actualidad que apasionaban a la ciudad; por este motivo a mediado del siglo II a.C. son muchos los maestros de retórica que acuden a Roma desde Asia menor. Sin embargo no se puede decir que este proceso de paulatina implantación de las escuelas de retórica se realizara sin oposición. Esta oposición al establecimiento de las escuelas de retórica por parte de los más conservadores, que cristaliza en el decreto de expulsión de retores y filósofos en el 161 a. de C., es un episodio más del enfrentamiento que durante este segundo siglo a. de C. se vivió en Roma entre la facción conservadora, cuyo máximo representante fue Catón el Censor, y el grupo filohelénico que se reunía en torno a los Escipiones. Finalmente los estudios de retórica terminan imponiéndose y constituyendo, junto con la gramática, la base indispensable de la educación de los jóvenes de las familias acomodadas que, como preparación imprescindible para la vida política o el ejercicio de la abogacía, aprendían la "técnica oratoria". La retórica convierte la práctica de la oratoria en un arte perfectamente reglado, cuyos principales principios son: • Para la elaboración de buenos discursos es imprescindible el conocimiento de los distintos recursos oratorios que se estudian en las diferentes partes de la retórica: • Inventio: trata sobre el contenido de las ideas y de las argumentaciones. • Ordo o dispositio: estudia la disposición u ordenación de las ideas del discurso. • Elocutio: esta tercera parte de la retórica se refiere a la expresión lingüística del discurso; la elección y colocación de las palabras, el ritmo condicionado por éstas; correcta utilización de las figuras retóricas. • Memoria: proponía pautas para memorizar. • Pronuntiatio o declamatio: desarrollaba técnicas para la declamación • Según la finalidad del discurso se distinguían tres géneros de elocuencia: • genus laudativum: era utilizado en los discursos pronunciados en ceremonias relacionadas con la religión (laudationes funebres y elogia). • genus deliberativum: era el propio de la oratoria política. • genus iudiciale: propio de los discursos de acusación y defensa ante los tribunales. 11

• También el estilo o tono de los discursos debía adecuarse a los distintos géneros de elocuencia, distinguiéndose también tres tipos de estilo o genera dicendi: • Genus grande (estilo elevado) • Genus medio (estilo medio) • Genus tenue (estilo elegante) En el ámbito de la retórica se distinguen tres escuelas que proponen distintos modelos de elocuencia, tomados todos del mundo griego: • Escuela neo-ática: tenía como modelo el estilo de los escritores de la época clásica de Atenas. Propugnaba un tipo de oratoria espontánea, carente de artificio y de excesivos adornos; consideraba que la mejor elocuencia era la que lograba una más completa exposición de los hechos. Esta tendencia tuvo dos maestros C. Licinio Calvo (82/c. 47 a.C.) y M. Junio Bruto (85/42 a. C.) • Escuela asiánica: sigue el estilo de la oratoria griega que se desarrollaba en las ciudades de Asia. Se caracteriza por su tono brillante, exuberante y florido. El máximo representante de esta tendencia fue Hortensio (114-50 a. de C.). • Escuela rodia: a partir del siglo II a. de C. la isla de Rodas se convierte en el mayor centro de cultura del Mediterráneo oriental, destacando entre sus enseñanzas la de retórica. Proponía un estilo próximo al asianismo aunque más moderado. En Rodas se formó Cicerón. Los dos últimos siglos de la República, y muy especialmente el primero de ellos en el que destaca la irrepetible figura de Cicerón, conocen un desarrollo extraordinario de la oratoria, que impregna todas las manifestaciones literarias y que conduce a la prosa latina a una perfección formal difícilmente superable. La notable preparación técnica de los oradores y las enseñanzas estilísticas de las escuelas de retórica no son ajenas a la musicalidad y claridad de la prosa clásica. Con el agotamiento del sistema republicano y la llegada de augusto al poder, la práctica de la oratoria, privada de las condiciones políticas que la justificaban, desaparece. Las escuelas de retórica siguen manteniéndose con una finalidad educativa y conservando su influencia en la lengua y literatura latinas, pero la oratoria se convierte en pura declamación. 2.- LA ORATORIA ANTES DE CICERÓN Como hemos señalado en el apartado anterior la práctica de la oratoria se desarrolla propiciada por determinadas circunstancias políticas y al calor de episodios concretos; sólo más tarde, cuando se tiene conciencia del valor literario de los discursos, comienzan éstos a fijarse por 12

escrito. Esta es la razón de que sólo conozcamos la oratoria preciceroniana por escasos fragmentos y por referencias indirectas. Además del propio Cicerón, que en su tratado de retórica Brutus traza una completa historia de la elocuencia romana, tenemos también los escritos de Gelio, un erudito del siglo II d. C., que recopiló gran cantidad de material sobre obras de la antigüedad y que es una inestimable fuente de información. Aunque Cicerón nos habla del discurso pronunciado por Apio Claudio el Ciego como el primero del que tenemos noticias, y Gelio recoge un fragmento de un discurso de P. Cornelio Escipión el Africano, sin embargo el primer orador del que tenemos noticias concretas y algunos fragmentos es Catón el Censor (234/149 a. de C.). En los fragmentos conservados se observa la fuerza y la vivacidad de este orador, defensor a ultranza de las costumbres latinas frente a las influencias helénicas. Escribió más de 150 discursos; de aproximadamente 80 nos han llegado fragmentos. En el extremo opuesto a la postura de Catón se sitúan los oradores pertenecientes al llamado Círculo de Escipión como el propio Escipión Emiliano (185/129 a. de C.) y Lelio (cónsul en el 140 a. de C.). Ambos eran oradores brillantes y sobresalían sobre todo por su elevada cultura. Se debe destacar sobre todo su influencia en la difusión de la cultura griega en Roma. En Tiberio Graco (163/133 a. de c.) y en su hermano Cayo (154/121 a. de C.) comienza a evidenciarse la influencia de Grecia y en particular de las tendencias asiánicas. Tiberio se distinguía por un elocuencia mesurada y una dialéctica cuidada; su hermano Cayo por el contrario usaba una oratoria encendida, capaz de enardecer a la multitud; Cicerón afirma que superaba a todos los oradores de su tiempo en vehemencia oratoria. La pareja de oradores formada por Marco Antonio (143/87 a. de C.) y Marco Licinio Craso (140/91 a.) dominó el foro romano en los últimos años del siglo II. Hortensio Hórtalo, sólo ocho años mayor que Cicerón, fue su principal rival en los tribunales. Hortensio representa el momento culminante del asianismo romano. Por último, Cicerón se refiere frecuentemente al historiador y político Julio César como el más ingenioso y dialéctico de los oradores romanos. Conservamos también de los primeros años del siglo I a. de C. un tratado de retórica anónimo, conocido por el nombre de la persona a quien está dirigida como Rhetorica ad Herennium (entre el 86 y el 82 a. de C.). Es una obra bastante compleja y consta de cuatro libros en los que se desarrollan, con mayor o menor amplitud, las partes de la enseñanza retórica (inventio, elocutio, dispositio, memoria y pronuntiatio). Esta obra sigue las enseñanzas de la Escuela Rodia y difunde sus principios. 3.- CICERÓN: La prosa latina elevada al clasicismo 3.1.- Datos biográficos y perfil humano En los primeros decenios del siglo I a. de C. Roma vive un 13

renacimiento cultural, especialmente visible en el campo de la literatura, que tiene como una de las figuras señeras la de Marco Tulio Cicerón, al que muchos estudiosos de la literatura consideran digno de dar nombre a la época. En la personalidad de Cicerón confluyen la cantidad de aspectos y matices que lo convierten en una figura controvertida y desigualmente valorada, pero ciertamente irrepetible. Hombre de acción, pero simultáneamente hombre de reflexión, tiene que ser estudiado como estadista, orador, estudioso de retórica, filósofo, en suma, sabio. Fue ante todo un hombre de cultura; inició una nueva etapa, intentando superar los antagonismos entre lo griego y lo romano que habían dividido a los hombres de las letras de la centuria anterior (recuérdese los enfrentamientos entre el Circulo de los Escipiones y Catón el Censor). Buen conocedor y admirador de la cultura griega, pero profundamente romano en sus sentimientos, recoge las ideas del helenismo y las adapta y adecua a la tradición romana. Nació en Arpino, una pequeña ciudad del Lacio meridional, en el año 106 a. de C. Perteneció a una familia de agricultores, de buena situación económica y conocida aunque no patricia. Este origen provinciano, campesino y no patricio de Cicerón explican algunos rasgos de su personalidad. El primero de ellos es su conservadurismo en cuestiones de tradiciones y del respeto a las costumbres ancestrales (mos maiorum), que era mucho más vivo en las ciudades campesinas italianas que en Roma. En segundo lugar, en su carrera política, no teniendo ningún antepasado que hubiera desempeñado magistraturas superiores, Cicerón debió vencer la resistencia que la nobleza romana ponía al desempeño de las máximas magistraturas por alguien ajeno a ella; siendo un "homo novus" ("a me ortus et per me nixus ascendi.."), recorrió todas las magistraturas del "cursus honorum", llegando a desempeñar el consulado y ganándose así el derecho a pertenecer al Senado de Roma. En un gran número de sus discursos se refiere a este hecho, manifestando su legítimo orgullo y mostrando una autocomplacencia que, aunque comprensible, se le ha censurado frecuentemente. Excepcionalmente dotado para la práctica de la elocuencia, su familia lo envía a Roma donde frecuenta a los mejores oradores (Marco Antonio y Licinio Craso) y juristas (Q. Mucio Escévola) de la época. A partir del año 81 comienza a intervenir con éxito como abogado en procesos civiles y penales. En el año 79 interrumpe esta actividad y pasa dos años, del 79 al 77, en Atenas y en Rodas, donde frecuentó las enseñanzas de Milón. De vuelta a Roma inicia su "cursus honorum" desempeñando el cargo de cuestor en Sicilia, al parecer con eficacia y dejando un buen recuerdo entre los sicilianos. Siguió desempeñando regularmente las magistraturas hasta alcanzar en el año 63 el consulado. Cicerón, un "homo novus", sin antepasados ilustres, se convirtió en el máximo valedor de la oligarquía senatorial que lo apoyó. Durante su consulado 14

reprimió duramente el intento de Catilina de hacerse con el poder, lo que le valió el titulo de "pater patriae". El momento más difícil en la vida política de Cicerón comienza con la formación del triunvirato entre César, Pompeyo y Craso. Los triunviros lo condenaron al exilio por algunas decisiones tomadas durante su consulado. Cicerón soportó mal su alejamiento de Roma que duró poco más de un año (de marzo del 58 a Agosto del 57). Cuando las inevitables tensiones entre las dos personalidades fuertes del triunvirato, César y Pompeyo, desembocaron en la guerra civil, Cicerón, no sin vacilaciones, tomó partido, como la mayor parte del Senado, por Pompeyo. El triunfo de César, que siempre se portó de forma generosa con él, y su posterior dictadura lo obligaron a dejar la vida pública: desde el triunfo de César en Farsalia (año 49) hasta su asesinado en el 44, Cicerón vive un productivo retiro, dedicado a sus tratados de retórica y filosofía. La muerte de César lo devuelve a la vida política en un intento inútil de restaurar la República; entendiendo que el mayor obstáculo para sus pretensiones era Marco Antonio, dirigió contra éste durísimos ataques que quedaron recogidos en sus últimos discursos, conocidos como Filípicas. Cuando se forma el segundo triunvirato, Marco Antonio sitúa en su lista de proscripciones el nombre de Cicerón; fue asesinado por los soldados de Antonio en diciembre del 43, a la edad de 64 años. La compleja personalidad de Cicerón ha sido valorada de forma desigual, siendo grande el número de sus detractores. Si bien es unánime el reconocimiento de sus innegables y excepcionales dotes de orador y hombre de letras, su valoración como hombre y como político dista mucho de ser tan positiva. Efectivamente, Cicerón se nos muestra como un hombre de extensa cultura y de gran elocuencia, pero al mismo tiempo vanidoso, fanfarrón, indeciso y, en algunas ocasiones, falto de la dignidad que se debe exigir a un hombre de su talla política.

La oratoria. La Oratoria gira entre la Estética y la Lógica, teniendo más de ésta que de aquélla cuando el género oratoria se acerca al llamado profesional o académico. Pero en el género oratorio más extenso, en el político y en el sagrado, los valores estéticos de la oratoria son tan marcados que se acerca y se confunde a veces con la Poesía Lo primero fue la Palabra, como dice San Juan, y no la acción, como escribe Goethe. La palabra de Dios, sobre la nada, fue creando la luz y los astros y los seres todos y el hombre; y esa misma palabra, hecha carne en Jesucristo, al redimir a la humanidad, en cierto modo cierra la creación para hacer surgir de un mundo sumergido en las tinieblas del paganismo un mundo nuevo iluminado por la gracia. 15

De tal modo la palabra importa, que el signo diferencial entre la bestia que siente y se mueve, y el hombre que también goza de movimiento y de sensibilidad, radica en la palabra. La creación inanimada suena; el animal, jugando con el instinto, grita; sólo el hombre, articulando la voz, pronuncia y emite la palabra. Si el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y si Dios se manifiesta al hombre en su palabra, de tal forma que por ella conocemos a Dios y Dios en ella se nos ha revelado, es evidente, de igual modo, que por la palabra el hombre da a conocer su semejanza con la divinidad, y en ella y por ella sorprendemos la luz interior y divina que produceicha semejanza. Pero la palabra es siempre veladura, instrumento y mediación y, como tal, sirve en el coloquio y en el lenguaje ordinario. En la medida en que la palabra se torna instrumento dócil del pensamiento y de la pasión que la mueven, transmitiendo y transparentando su cargo espiritual, en esa medida la palabra se transforma en vehículo de la elocuencia y el lenguaje se aúpa al orden supremo de la oratoria. Estimándolo así, Plutarco escribe que la palabra es un don de los dioses y que por media de ella se esparce el espíritu sobre el mundo; y entre nosotros, Juan Fernández Amador asegura que el discurso en que la oratoria se refleja se dirige de un modo absoluto al alma y su fin no es otro que adueñarse de sus potencias. Los que abominan de la oratoria debieran saber, antes de excomulgarla, que la oratoria no es un pasatiempo de acústica recreativa, ni mucho menos, como algunos creen un ejercicio fonético, falto de jugo mental y desprovisto de ideas, fruto del achaque o manía de un simple e infeliz perturbado. La oratoria supone y se endereza al comercio espiritual de muchas almas y supone una encarnación del hombre que las pronuncia en las palabras que le sirven de instrumento Sólo en la palabra que se pronuncia puede caber con toda su expresión y su brote germinal, el estado y el anhelo de un alma. Y cuando las palabras son insuficientes -conocéis el dicho «no tengo palabras para expresarlo»-, aún queda el gemido, el talante, el ademán y el gesto que acompañan al discurso y ayudan al orador en el difícil cometido de su empresa. Vamos, pues para entendernos, a colocar las cosas en su sitio. No hay oratoria en la verborrea sin sustancia, ni en la charla insípida, ni siquiera en los párrafos tersos y brillantes. Hay oratoria cuando el alma del que dice se proyecta al exterior y se 16

anuda a las almas de aquellos que le atienden. El presupuesto indispensable radica en una pasión pathos o etos, vehemente o tranquila, como dice Quintiliano, que la razón ordena y el arte en el manejo de la palabra convierte en fluida y asequible. San Pablo intuyó como nadie, para su gran oratoria sagrada, la evidencia palpable de esta realidad cuando en el capítulo XIII de la primera de sus Epístolas a los fieles de Corinto, les dice: «Aunque yo hablara el lenguaje de los ángeles, si no tuviere caridad, vendría a ser como la campana loca que suena en vuestros oídos, pero que no acierta a conmover vuestros corazones». Si tuvieran razón los que abominan de la oratoria, el ideal sería que, tornándonos mudos y sordos, nos entendiéramos por escrito; pero, decidme: ¿es que los soldados del Gran Capitán se habrían embravecido y animado en las duras jornadas de su pelea en los campos de Italia con una orden escrita en la cual con desgana leyeran: «No os preocupéis, esos incendios son la luminaria de la victoria»? O es que acaso hubiera tenido mayor efecto, más expresión, más fuerza y más energía dialéctica un artículo publicado al día siguiente en un periódico de Madrid como réplica al diputado Suñer y Capdevila, de las Constituyentes de 1869, que pedía a la Cámara una triple declaración de guerra contra Dios, el Rey y la tuberculosis, que el gesto del Cardenal Monescillo, majestuoso y señorial, irguiéndose en su escaño, entre el clamor y el bullicio de los congresistas, y las advertencias de la campanilla presidencial, diciendo: «Señor Presidente, cuando oigo negar a mi Dios, me levanto y confieso» No,; la elocuencia desata la mudez de los pensamientos. Como Vázquez de Mella escribía, ningún pueblo muere o desaparece sin conceder la palabra a sus propias ruinas. De aquí que todos los pueblos que han tenido que contar algo a la historia o de los cuales la historia ha tenido que decir algo, hayan tenido oradores. El patriarca, el caudillo primitivo, el jefe tribal peroraban ante los suyos con la palabra, tan ruda como las piedras del período chelence, pero peroraban y pronunciaban discursos paleolíticos. Moisés, a pesar de ser tartamudo, era tan orador que magnetizaba a su auditorio y le hacía peregrinar pendiente de su voz. Los profetas hebreos, como Ezequiel y Jeremías, fueron admirables oradores. Jesús se dirigía al pueblo en forma de discursos, y de tales discursos que, como un retazo para abrir la mejor de las antologías, aún permanece con todo el saber de la hora tibia en que fue pronunciado, el más emotivo de todos, el llamado Sermón de la Montaña. 17

¿Y quién concibe a Grecia sin Sócrates y sin los grandes oradores del Pórtico, del Liceo o de la Academia? ¿Acaso no son los diálogos platónicos otra cosa que certámenes de oradores? Roma, sin Cicerón y sus Catilinarias es lo mismo que la Edad Media sin Pedro el Ermitaño convocando a los pueblos a la reconquista de la tierra sagrada. Y la Revolución francesa no acaba de entenderse sin traer a la memoria el recuerdo de Mirabeau y de Robespierre. Si la oratoria, como dice Pemán, es la conciencia viva de un pueblo, se comprende que el orador, convertido en vocero de esa misma conciencia, se alce sobre la multitud y la interprete, la electrice y la azuce. El orador se yergue y se levanta sobre todos pronunciando su arenga. Plinio el Joven, admirando al orador ideal que conduce y arrebata al pueblo, lo describe asomándose al abismo de las masas, elevándose a las cumbres del ideal, navegando con el esquife de su palabra entre el horror de las tempestades, con las cuerdas crujientes, el mástil doblado y el timón retorcido, triunfando del viento y de las alas como un dios hercúleo y valeroso de la tormenta. La oratoria no puede ser, por lo tanto, menospreciada y ello ni siquiera a pretexto de que para el ejercicio de la misma sea de uso indispensable la memoria. La memoria no es, como han dicho algunos con ligereza, el talento de los tontos, porque, como afirma con gracejo el doctor Pulido, de cierto lleva bastante adelantado para dejar de serlo el que puede retener con facilidad las adquisiciones sabias que el espíritu se procure, y porque, como Quintiliano escribe, la ciencia tiene en la memoria su fundamento y en vano sería la enseñanza si olvidásemos todo lo que oímos. Siendo tal la oratoria, cabe preguntarnos acerca de su enclave en el mundo artístico y del lugar que en el orden literario le corresponde. Atendiendo a su finalidad artística, en ese orden literario podemos distinguir, siguiendo la pauta de Emilio Reus, entre la Poesía, que persigue tan sólo aquella finalidad estética; la Didáctica, que procura la enseñanza, siendo la belleza un puro accidente de la forma de expresión, y la Oratoria, que persigue con el mismo rango un fin estético y la defensa o exposición de una verdad. Así catalogada, la Oratoria gira entre la Estética y la Lógica, teniendo más de ésta 18

que de aquélla cuando el género oratoria se acerca al llamado profesional o académico. Pero en el género oratorio más extenso, en el político y en el sagrado, los valores estéticos de la oratoria son tan marcados que se acerca y se confunde a veces con la Poesía. De aquí que sea falso aquello de que «el poeta nace y el orador se hace». Por más que autores de prestigio traten de probarnos que con práctica el orador surge, lo cierto es que de igual modo que no hay poeta sin inspiración, no existen oradores sin elocuencia, y que la inspiración lo mismo que la elocuencia son facultades del alma que no se aprenden con reglas ni artificios, sino que están infusas o concebidas como un don gracioso que la Providencia regala. La inspiración y la elocuencia constituyen manifestaciones distintas del genio, pero tan próximas que ya Cicerón asegurada que finitim es oratori poeta, siendo comparable la inspiración que animaba la poesía de Homero y las estrofas de Virgilio, a la elocuencia que fulguraba en la oratoria de Demóstenes o en los discursos de Cicerón. Los grandes oradores han sido siempre grandes poetas, almas capaces de intuir la verdad y la belleza; espíritus elegidos en los cuales se han dada cita la inteligencia, el corazón y el verbo. Más aún, así como el poeta, como asegura Platón en sus Diálogos, tiene que esperar en vigilia impaciente los momentos aislados de la inspiración, los grandes oradores, líricos y épicos a la vez, se excitan y alientan con su propio arte, y de un modo paulatino vienen a raudales las ideas, el contacto entre las almas se inicia, el conjuro de la voz los libera de sus afanes y del cautiverio de las más íntimas preocupaciones. Es entonces cuando el orador, que quizá ha ido vacilante y tembloroso a la tribuna, y al principio parece que se coloca a la disposición de la Asamblea, llegándose a la misma y siguiendo sus pasos, al fin, conforme avanza el discurso, la encadena y la domino. E1 orador, conmovido como el poeta, conmueve a los que le oyen y pasa del fondo a la cabeza de la multitud. Vate y profeta, inspirado y elocuente, iluminado por el genio y argumentando con la lógica, rugiendo o suplicando, con la llama en los ojos y el estremecimiento en la palabra, el orador consigue transformar al público en auditorio, suspender el ritmo de los corazones y 19

acompasarlo y sujetarlo al movimiento de su ademán y a las inflexiones de su frase; convertirlo, en suma, por encima de las cabezas, de las pupilas y de las manos, en la gran figura inmensa y grande que recibe la palabra y anima para decir la siguiente. El espectador, como la hebra que cruza por el telar, se convierte en urdimbre, y esa urdimbre la forma, no sólo porque oye, sino porque oyendo, comulga con la obra espiritual que el orador fabrica, y se funde con ella, entregándole su albedrío. Cada espectador, hecho auditorio, asiste al discurso en espíritu y en verdad, se suma a él, lo vive como propio, se moviliza y desprende de su asiento, se incorpora a la marcha, al hilo de la idea, la siente agitarse y palpitar en su mundo interior, se fatiga, jalea, se crispa y se ríe y, cautivado y fuera de sí, calla o aplaude, que no sólo el aplauso, sino el silencio de un alma que recibe el toque de lo alto, es un signo elocuente y sincero de admiración. Si el poeta, por obra y gracia de la inspiración concibe su poema, integrado por varias estrofas cuyo metro difiere según las circunstancias, el orador, por gracia y por obra de la elocuencia, concibe su discurso, que consta de distintos períodos, cuya dimensión y profundidad varía según el tema, la ocasión y el tiempo. Sin inspiración no hay poeta, aunque el arte nos haya dado versificadores perfectos. Sin elocuencia no hay orador, aunque ese mismo arte nos haya proporcionado retóricos. E1 orador nace. Cicerón lo dijo ya crudamente al afirmar que los retóricos producen «non oratores, sed operarios linguae celeri et exercitata». Mas si el orador nace, y es inútil encender la lampara en que el fuego o el combustible que lo alimenta se hallan ausentes, lo cierto es que la elocuencia se afina con el arte, que el genio se hace más agudo y eficaz con el canon, que el estudio unido a la facultad perfecciona a los oradores, porque, como el mismo Cicerón asegura, «non elocuentiam ex artificio, sed artificium ex elocuentia natum». De todas formas, ese artificio o sujeción a la regla y al canon nace como una exigencia misma del genio, que observa de un modo natural la norma sin darse cuenta que la obedece. Y es que, en el fondo, el canon y la regla no aparecen como un llamamiento exterior, como un corsé que aprisiona y lastima, compete y aprieta, sino como un modo espontáneo de ser y de estar, que modula y perfila, para ser perfecta o para asomarse a la perfección toda obra que pretenda llamarse artística.

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La oratoria deviene así elocuencia y arte, estética y lógica, inteligencia, corazón y verbo; ars bene dicendi excintia en frase de Quintiliano; el arte de persuadir con la verdad, según la definición de Sócrates; el arte de descubrir esa verdad de manera intuitiva, acercarnos a ella, desnudarla y hacerla visible a los oyentes por media de una tangencia inmediata y mística, como quiere José María Pemán. Si así podemos definir la oratoria, al orador podemos definirle como vir bonus, dicendi peritus y ello porque la personalidad es inseparable de una obra que viene caracterizada por la comparecencia ante el público, por estar situado en la tribuna, expuesto a la contemplación y a la mirada de muchos, y esta compenetración sin tapujos exige, para que el comercio espiritual se establezca entre las almas cuanto antes y sin cortapisas, que la bondad y la virtud, la honradez y la entrega generosa del que habla se presuponga y se trasluzca. Sin ella no será posible la unión de los corazones, el nexo sutil entre el que habla y aquellos que le escuchan, en que, en definitiva, la elocuencia consiste. Salustiano de Olózaga, con frase bella y contundente, glosa la definición clásica cuando dice: «Si el orador no es un hombre honrado, carece de autoridad su palabra y se desconfía de los motivos que le impulsan a hablar. Esta virtud ha de nacer de la más exquisita sensibilidad del alma, ha de apoyarse en el amor perenne e inmenso a la humanidad, en la simpatía por todos los que sufren, en el deseo vehemente de emplearse en su bien, en la indignación que produce la injusticia, en el valor que inspire el amor a la patria y en la disposición a sacrificarse por la defensa de la verdad, de la justicia y el bienestar del género humano.» El orador, hombre honrado, ha de ser perito en el hablar y, para ello, genio y arte, facultad y regla necesitan, como decimos, unas cualidades de índole natural o adquirida por la práctica y el estudio. Fenelón señalaba que el dominio del tema objeto del discurso era indispensable, y con cierta ironía fustigaba a los oradores de su tiempo indicando que algunos no hablaban porque estuvieran rellenos de verdades, sino que buscaban las verdades a medida que hablaban. Sentado el dominio del tema y la nitidez de los conceptos, el orador requiere memoria feliz, observando Pulido que casi todos los afamados oradores presentan igual rasgo de semejanza en su biografía: que se distinguieron en su niñez por una memoria extraordinaria. 21

Imaginación y sensibilidad vivas, a fin de contagiar las ideas, las pasiones y los afectos; expresión vigorosa de unas y de otros y una dicción clara, rítmica, musical a veces, dotada de aquella melodía compuesta de inflexiones de voz y de timbres variados, necesaria para reflejar y traducir los estados diversos del espíritu. Pronunciación y ademán, hasta el punto de que la declamación y el gesto del actor trágico -con la notable diferencia que existe entre aquel que recita lo ajeno y el que pronuncia lo propio -se apunta como ejemplo que el orador ni debe ni puede despreciar. Cualidades de orden natural las unas; logradas con el ejercicio, la autocorrección y el estudio las otras; ni éstas, como ya dijimos, sirven si aquéllas no existen, ni éstas pueden abandonarse para que crezcan y vivan en salvaje y ruda espontaneidad. Si Demóstenes era orador por naturaleza, tuvo que corregir y pulimentar defectos graves que se oponían a la externa proyección de su elocuencia. Con chinas en la boca y recitando trozos de autores notables a orillas del Pireo, combatió su tartamudez, y afeitándose la mitad de la cabeza y de la barba, para verse forzado por la vergüenza a no salir de la cueva de su casa, donde se ejercitó con voluntad muy firme en la práctica de ejercicios oratorios, logró tal dominio del arte que, durante quince años, pronunció los más grandes y bellos discursos de la humanidad, y entre los mismos las famosas «Filípicas» y la obra maestra que llamamos «La oración de Clesifonte». Ahora bien, suponiendo reunidas las cualidades indicadas, ¿dónde encontraremos al orador ideal? ¿En aquel que poniendo sus discursos por escrito procure aprenderlos y fijarlos con detalle? ¿O en aquel otro que, subido a la tribuna, improvisa sobre la marcha? Don Antonio Maura, en el discurso leído con ocasión de su ingreso en la Real Academia de la Lengua, aconseja que el discurso no debe en ningún caso de fijarse en la memoria; que, aun habiéndolo escrito, deben romperse las cuartillas; que nada hay semejante, a pesar de las incorrecciones del estilo, de la eufonía y de la sintaxis, a la frescura virginal de la elocuencia, al espectáculo de asistir al brote original de las palabras, y que la fijación del discurso en la memoria, aparte de exponer al orador a las quiebras y desventuras de sus faltas, lagunas y vacíos, le hace siervo en lugar de señor de su obra. 22

De otro lado, Emilio Castelar sugería a sus discípulos, y los alentaba con su ejemplo, que el discurso mejor es el discurso que se escribe, se aprende, se ensaya y luego se pronuncia. En esta línea, sabido es que los grandes oradores griegos y romanos sostenían que la improvisación era un atrevimiento mercenario ajeno al noble arte de la oratoria, de tal manera que Demóstenes se negó a hablar, no obstante la excitación del pueblo, cuando no conocía de memoria su discurso. Una y otra tesis son conciliables. En efecto, cuando el orador tenga tiempo, fuerza retentiva, serenidad de ánimo y habilidad bastante para cubrir, improvisando, las lagunas inevitables de la memoria y enlazar con la hebra rota o perdida del discurso, es indiscutible que éste alcanzará el máximo de la perfección oratoria. Cuando esto no sea posible, construido el plan del discurso, que es preciso retener como un esqueleto o armazón de doctrina, puede dejarse libre a la improvisación seguro de que el pensamiento desembarazado y sin ligaduras puede confiar en la propia elocuencia y en los reflejos automáticos de la palabra. En todo caso, el plan o el discurso postulan antes que nada un sondeo del auditorio, de las circunstancias que lo convocan y de la oportunidad de aquello que en esa ocasión concreta piensa exponerse. Sin variar el asunto ni variar los espectadores, la oportunidad requiere planes y métodos distintos. El plan exige de su parte un encadenamiento lógico y sucesivo de las ideas, un descanso en las transiciones para afirmar el nervio del discurso y para aliviar la atención, pasando de la gravedad a la sonrisa, e iniciar suavemente el declive hacia el epílogo o la conclusión, cerrando con un broche que lo mismo puede ser síntesis que apóstrofe, pero que en todo caso requiere la frase y el gesto propicios para que el auditorio, al disolverse, continúe meditando y resuelto. Sabemos ya lo que es la oratoria; la hemos catalogado en la esfera del arte y de la literatura. Hemos definido al orador, hemos señalado sus cualidades e incluso acabamos de discutir la conveniencia o inconveniencia de que, trazado un plan o esquema de doctrina, se aprenda el discurso fijándolo por escrito o se entregue al soplo de la improvisación al pronunciarlo. Nos hace falta ahora saber si, no siéndonos posible escuchar sus bellos discursos de un orador, es útil estudiarlos cuando están reducidos a letra, ¿Es peor que 23

aquellas traducciones de las cuales abominaba don Miguel de Cervantes? Don Antonio Maura, a quien más arriba citamos, escribe que la genuina, verdadera y única oratoria se ciñe a los oyentes y se atiene de un modo exclusivo a laborar sobre ellos de viva voz. Perdida esta voz y estando ajeno al grupo escogido y privilegiado de los oyentes, debiéramos renunciar a la memoria de aquellos que los pronunciaron. A lo más, deberán recordarse su figura, pero nunca sus obras, pasajeras como el sonido, que se amortiguaron y languidecieron, desmayándose y evaporándose para siempre. Algún orador, influido sin duda por este modo de pensar, al entregarnos, escritos, sus discursos, afirma que son como hojas de otoño que recuerdan al original por la forma y el tamaño, pero que se hallan muertas y amarillas, sin aquel verdor, ternura y lozanía que disfrutaron en el bosque. Sin embargo, cuando el discurso lo es en serio y de verdad, cuando la elocuencia lo fue creando, y la palabra, dócil al pensamiento y a la emoción, le fue dando forma, el discurso, aun escrito y leído, sigue siendo discurso. Tiene una impronta, un sello, un aire especial que lo distingue y arranca de toda posible identificación con el capítulo de una novela o el artículo del periódico. Ramiro de Maeztu lo ha dicho: las páginas del discurso no están hechas con párrafos de escritor, sino con letanías amorosas, serenatas de enamorados y entusiasmos de cortejador. Hay, en efecto, un estilo propio del discurso, como hay un estilo propio de la tragedia. De aquí que, a pesar de que sin representación no hay obra dramática, la mayor parte de las obras dramáticas son juzgadas por la simple lectura. De aquí, igualmente, que la lectura por Esquines de un discurso de Demóstenes, despertara asom-bro y aplausos sin medida. Y es que, como Emilio Reus afirma, no existe elocuencia de folletón, sino elocuencia de discurso, cuya fuerza y vigor son tan enormes que nos sitúan en aquel auditoria ideal que un día existió y que se deshizo, haciéndonos recrear y reproducir interiormente las palabras, la entonación, las pasiones y hasta el gesto del tribuno. Tal es lo que ocurre con los discursos de Vázquez de Mella. Martínez Kleiser, testigo presencial de los mismos, describe que, a pesar de los años transcurridos desde que Mella los pronunciara, poniendo en pie a las muchedumbres o 24

arrancándoles ovaciones en el Parlamento, los mismos no pierden actualidad, y hay como ayer, a pesar de haber enmudecido la voz del tribuna, conservan la fragancia y la lozanía de las flores silvestres. Y el Conde de Romanones, luego de observar que es muy corriente, al verlos escritos, preguntarse cómo pudieron producir efecto y conmover al auditorio discursos que leídos carecen de seducción y de encanto, concluye que los discursos de Mella le producían al leerlos una emoción más intensa que cuando pudo recogerlos de sus labios. Oratoria 1. Prefacio. En la presente ocación, abordaremos unos de los temas más fascinantes de la historia humana. Consistente en aquel don de la oratoria, que ha estado sujeto a transformaciones, desde la Antiguedad, hasta nuestros días. La Oratoria ocupa un lugar especial, en la vida misma. El poder de la convicción, de representantes de cada país, es menester en un mundo de transformación. Estas transformaciones si fuesen en su totalidad, colmadas de ética y moralidad, cuán grande y evolucionado sería la existencia de cada ser. La Oratoria, es pues, unos de los elementos fundamentales en la unificación de criterios, y la comprensión y el estímulo de masas. Su íntrinseca facultad de la oratoria, está inmerso en cada ser humano, aflorarlo y desarrollarlo es una de las metas de las personas que buscan un bienestar. Al decir bienestar, no deseamos que se entienda como un bienestar propio y egoísta, más por el contrario ha de entenderse, como la busqueda de un real bienestar colectivo y mancomunado, velando los intereses de los valores trascendetes de una sociedad y no simplemente aquellos que constituyen valores suntuosos y superfluos, de bienes materiales. La oratoria, muy bien encaminada, por parte del poseedor, se beneficiará de grandes satisfacciones para su realización. La vida tendrá un nuevo sentido si lo conjuga con lo excelso de la existencia. Es así, que en la edad contemporánea, se ha dado mayor soltura al aprendizage de la oratoria, ya se nos es común apreciar, hoy en días, las infinitas invitaciones a cursos de enseñanza mediante folletos, impulsados por grupos culturales. Este factor de soltura, y de nuevas obciones, otorgan mayor desarrollo al mismo. Han quedado olvidadas y en buena horas, aquellas costumbres de las épocas 25

pasadas, que era requisito fundamental dominar los gestos pintoréscos, la modulación estirilizada, la posiciones acomodadas, las miradas precisas, etc.... Los cuales, el daño que realizaban eran muchas veces tremendas para el orador, quien se preocupaba más en los factores externos de visualización, olvidando los internos que nacen del corazón del verdadero orador. Estos factores internos deben ser primero cultivados, los retantes vendrán de añadidura. Si un orador, debe demostrar sinceridad, antes bien debe ser sincero consigo mismo y con los demás. Estas cualidades sólo son obtenidas, en el tiempo; ganadas por las experiencias objetivas de la vida. Todos estos aspectos, son tomados en cuenta en la actualidad. Hoy, no se busca ser engañado sino comprendido, escuchado, valorado, orientado y legitimado. Hablaremos de la trilogía de la oratoria y sus cualidades de cada una de ellas. Cuando ingresemos en la segunda parte, de este estudio, correspondientes a los grandes oradores contemporáneos; hemos querido nombar aquellos más célebres, porque ciertamente sería imposible hablar de todos, más aún sabiendo que cada población por muy pequeña que fuese, siempre posee uno o varios oradores, por supuesto siendo diferentes unos de otros en calidad pero similares en el rol que tratan de desempeñar Entonces, recordaremos a individuos que marcaron época, y nos interrogaremos ¿Cual fue la clave de su éxito?, y la respuesta vendrá anexa en sus origenes de cada uno de ellos, teniendo todos por punto de armonía una cualidad común: "LA CREENCIA A SU PROPIA CAUSA". Hablaremos desde los comienzo de la Edad Contemporánea, fines del siglo XVIII, retomando los hilos de la historia en Robespierre, posteriormente realizaremos un viaje imaginario a la India, donde encontramos la figura de la no-violencia, aquel "Mahatma o alma grande", que lleva por nombre característico Gandhi. Después iremos a América, encasillandonos en los Estados Unidos, para recoger de allí a un gran orador y presidente, que supo cumplir con su misión de dar libertad a los negros, y romper las cadenas de la esclavitud y del abuso, para entonces. Luego de ello, ingresaremos a nuestro país, y trataremos de encajar los tiempos a la historia universal, para extraer de lo recóndito de la historia nacional, a un gran presidente orador que tuvo nuestra República, que es reconocido por los especialistas como "el gran mago de la oratoria", hablamos de don Mariano Baptista Caserta. Todo esto ocurrirá en la primera parte, ya en la segunda parte, nos abocaremos al estudio de las clases de oratoria, en tres formas: oratoria política, didactica y 26

forense, dejando esta última para posterior estudio, por parte de otro componente del tema a tratarse. Ya que como sabemos, el siguiente punto corresponde a la oratoria forense y su importancia en el foro. Con todo ello, hemos deseado haber cumplido con las espectativas de estudio, pudiendo tomar enfasis en los aspectos más sobresalientes de la Oratoria. Recordando siempre que la oratoria, es una virtud trascendente cuando se lo encamina en conseguir logros de notable reelevancia en la sociedad, tanto fuese este para la enseñanza educacional, como para resolver conflictos espinudos de la vida civil, y en tanto fuese ella para la vida política donde se dirige a una Nación hacia un fin. 2. Evolución Histórica De La Oratoria La oratoria en la edad contemporanea: grandes oradores contemporaneos. Si la edad moderna comprende desde la toma de constantinopla hasta la Revolución Francesa (Fines del siglo XVIII), entonces diremos que la edad contemporanea corresponde a lo subsiguiente de la anterior hasta nuestros días. Dijimos en anteriores oportunidades que la oratoria es el arte de hablar con elocuencia; de deleitar y persuadir por medio de la palabra. Para aclarar lo dicho en pocas palabras, diremos que por elocuencia debemos entender aquella facultad de hablar bien y de modo convincente, gracias a la fuerza expresiva poseída por el orador, en todos sus aspectos tanto internos como externos; ahora bien debemos saber que, deleitar es causar placer o agrado en el ánimo o los sentidos de los oyentes y que persuadir significa convencer con razones a otra persona, es decir es el hecho de inducir a uno a creer o hacer algo. En cuanto a estos aspectos diremos que la oratoria, como arte y la elocuencia como fuerza expresiva, van juntas, ya que no se posee el arte si no se tiene la fuerza vital de esta. Referente al deleite y a la persuación ambos son concecuencias de las primeras, y es en estas donde estriba el éxito de los oradores. La causa es la facultad del orador y el efecto es la atención, entendimiento, comprensión, convencimiento y los ánimos conseguidos en los oyentes por parte del orador. La oratoria se encuentra reflejada en el discurso, y el discurso en su conjunto ofrece una trilogía, la cual en el presente periodo, han sidos tomados con más enfasis, ya que con ellos se pueden alcanzar los objetivos trazados y los efectos deseados. El discurso es el razonamiento extenso dirigido por una persona a otra u otras, es la exposición oral de alguna extensión hecha generalmente con el fin de persuadir, y que ella como dijimos se encuentra conformada por tres aspectos que son: Tema o contenido del discurso, Orador y Auditorio. 27

En primer lugar, tenemos el contenido del discurso, el cual debe ser tejido en el telar de las experiencias, debe estar copado de detalles, ilustraciones, personificaciones, dramatismo y ejemplos en algunos casos; y todos estos expresados con terminos familiares y concisos los cuales den la comprensión y el entendimiento adecuado; en donde lo que se quiere decir sea entendidos por todos. Luego está el orador, el cual debe reunir los atributos adecuados (mentales, fisicos y vocales), que contribuyen a vigorizar el discurso. Para tal cometido debe elejir temas por los cuales se siente convencido. Su atributo mental se refleja en copar toda la extensión de su disertación y saber limitarlo en los aspectos más importantes y sobresalientes. En cuanto al factor físico, corresponde el hecho de dar mayor reelevancia en la acentuación mediante los gestos correctos, todos ellos diremos nacidos del corazon, los cuales deben ser realmentes sinceros y no fingidos como algunos lo tienen por costumbre, para alcanzar sus apetitos propios, egoistas y vanidosos. La vocalización es otro atributo, debiendo ser este claro, seguro, viváz, determinante y conciso. Aquí se puede agregar un atributo más, el cual sería que todo orador debe estar preparado tanto psiquica, moral y espiritualmente. No debe poseer en su interior el deseo del engaño, ni beneficio enteramente propio, sino que debe ser un interés colectivo, debe sentir el agrado de dar a sus oyentes, en forma espontánea y verdadera las investigaciones realizadas. Por último nos encontraremos con el auditorio, el objetivo al que se dirige el discurso y el árbitro desicivo del éxito o el fracaso del orador. El fin del orador es que sea entendido en sus anchas todo lo que desea otorgar al auditorio, para tal cometido los terminos usados deben ser de interés de todos los reunidos en dicha oportunidad, debe imperar un ambiente participativo y leal. Al margen de esto, es necesario que el orador conozca a quienes tiene en frente, por tal motivo, a razón de ejemplo, debe interrogarse ¿cómo es mi auditorio?, ¿el tema que deseo serles partícipes, llegará a ellos y comó lograr esto?, dichas interrogantes deben ser respondidas por él mismo realizando una investigación cuidadosa al respecto, pero no debiendo caer en una preocupación desmedida al respecto. 3. Grandes oradores contemporaneos. La oratoria es un don especial para el que lo posee, y un preciado tesoro para quien lo obtuvo, con su gran trabajo. En esto sabemos que en cada pais del mundo, encontraremos muchos virtuosos oradores, los cuales nombrarlos y contarlos uno por uno, sería realmente imposible, 28

ya que muchos seres llevan en su interior este especial dote, algunos de ellos inhatos en su ser, más en otros obtenidos por propio esfuerzo, pero impulsados por la voluntad y tenacidad. Para hablar de los grandes oradores, nos limitaremos tan solo a los más conocidos por la historia universal, a razón de su variedad de los mismos. Con el objetivo de copar todas las espectatitivas, nombraremos a oradores políticos, los cuales marcaron épocas tanto en la historia del mundo, como en su pais perteneciente. Para lo cual, serán expuestos un personaje de tres continentes; nos centraremos en América, en sus tres aspectos: Sud América, Centro América y North America. Demos Inicio con: A.- El Continente Europeo. Empezamos en Europa, nos encontramos en la época de la Revolución Francesa. Allí está Maximilien de Robespierre, más conocido como "el Incorruptible", abogado de profesión, nacido en Arras, 1758. Sufriría la guillotina, conforme a sus daños causados, dando fin a su existencia el 28 de julio de 1794. Robespierre emergió de la oscuridad parlamentaria, estableció su preponderancia y habría de gobernar a Francia por medio de la oratoria. Hablando de sí mismo, decía que él había sido hecho para la revolución, y luchó por la revolución casi exclusivamente con palabras. "El amor a la justicia, a la humanidad, a la libertad", dice, definiendo su natural inclinación revolucionaria, "es una pasión como cualquier otra. Cuando nos domina, la sacrificamos todo". Sus habilidades oratorias ya eran evidentes antes de la Revolución, lo mismo que su uso de la oratoria como un instrumento de agitación popular. Durante los meses de excitación prerrevolucionaria y actividades en Arrás había habido quejas de que Robespierre insultaba directamente a la oligarquía local, dirigiendose a quienes estaban fuera de su esfera. Y sus métodos de elección habían de suscitar el mismo cargo. Ya diputado, iba a ser acusado de Demagogia. La revolución fue una grán época oratoria y Robespierre compartía con sus contemporáneos una excepcional fe en las palabras. Gozaba leyendo en voz alta a los clásicos franceses, una afición que revela el amor a la música de las palabras y una mentalidad de carácter oratorio. De cuando en cuando se quejaba de que la oratoria formal a la cual eran aficionados los diputados, y que imitaba conscientemente a los modelos romanos, especialmente Cicerón, erán menos valiosas que las efusiones espontáneas que nacían de un corazón simple y sincero, pero él, por su parte, era autor de esos discursos elaborados. Casi siempre leía un texto que ya estaba preparado. Los pocos manuscritos de propia mano que 29

nos han llegado muestran docenas de correcciones que prueban esta actitud. Sus ideas eran compuestas, peinadas y empolvadas tan meticulosamente como su persona, antes de ser presentada al mundo. En ambos casos se dejaba ver el gusto del antiguo régimen, que persistía. La oratoria revolucionaria en Francia era el producto de modelos clásicos, que en un tiempo habían sido modificados para adecuarlos a las necesidades del púlpito, el tribunal o el salón de conferencias, y que ahora fueron modificados por la revolución. Demóstenes y Cicerón, los máximos oradores de la antigüedad, eran estudiados minuciosamente, así como a los críticos y gramáticos que habían analizado y racionalizado lo que era más escencial en la oratoria. Aparte de estas preocupaciones puramente técnicas, tantto Demóstenes como Cicerón habían sido opositores a los tiranos, el primero a Felipe de Macedonia yu el segundo a Julio César. Y sus sentimientos y su pasión republicanos eran más apreciados por lo oradores revolucionarios. Ahora, por primera vez en la historia francesa, los temas de la ciudadanía, el patriotismo y el deber de resistir al rey eran predicados abiertamente. Cuando los revolucionariosvolvían a las fuentes de la oratoria antigua, para encontrar en ella inspiración e instrucción, lo hacían en un nuevo espíritu: la sustancia era por lo menos tan importante como el estilo. Los revoluvionarios eran aficionados a la oratoria como se puede ser aficionado a la ópera o el teatro. La carrera de Robespierre era igualmente deudora de la oratotia y, aunque él distaba de ser uno de los grandes oradores de su tiempo - sus contemporaneos Danton y Vergniaud, con temperamentos y carreras muy distintas, compatía ese honor- era muy admirado por sus colegas y podía sostenerse que era el orador másd efecaz. La forma y el fondo son inseparables. Aquí subrayo la forma, ya que el fondo de Robespierrees la base de todo lo que sigue. Cuando el joven Robespierre dio los primeros pasos en la carrera legal, loscríticos de lsa oratoria tribunalicia distinguían dos clases de discursos: los de los abogados, que sacrificaban el estilo al deseo de ganar una causa, y los de los literatos, que utilizaban el estilo para revelar principios básicos racionales. Robespierre estaba dentro de estos últimos. Robespierre estaba entre estos último. Sus casos legales, por la forma en que los defendió, eran ejemplos específicos de posiciones generales. El caso Pagès, que versaba sobre un dinero prestado, se convirtió en una consideración sobre la usura; el caso de Mary Somerville, en torno a la herencia disputada, se transformó en una exposición de los derechos de la mujer; el caso Déteuf, que tenía que ver con una 30

falsa acusación de robo, hecha por un monje que quería vengarse de una mujer que había resistido sus intento de seducción, se convirtió en un análisis del lugar que debe ocupar el clero en la sociedad. Ya hemos visto que el caso pararrayos y el caso Dupond llegaron a ser respectivamente una confrontación entre ciencia y superstición y una diatribaen contra de la justicia arbitraria y el encarcelamiento. Esta costumbre de generalizar liberó a la oratoria de Robespierre, incluso antes de la revolución, de buena parte de la jerga legal y la estrechez profesional que perjudicaba a muchos de sus contemporaneos, que también habían llegado a la revolución desde una carrera en la jurisprudencia. Robespierre rara vez opinaba sobre la oratoria y, cuando lo hacía, no tomaba en cuenta los aspectos técnicos del arte. El consideraba la inspiración, para sí mismo y para cualquiera que hablara con propósito y sentido, como fundamental. Como orador, Robespierre inició la revolución con ciertas desventajas técnicas. hablaba comn un fuerte acento regional artesiano; su voz, demasiado aguda para ser naturalmente agradable, era debil de volumen y carecía de variedad en los tonos. Su presencia física no era imponente: era un hombre bajo y delgado, con una cabeza voluminosa. Su mala vista le exigía usar gafas, que habeces se levantaba sobre la frente, cuando estaba hablando, para frotrase los ojos. Los gestos que hacía en la tribuna eran breves, un poco brusco y crispados. En otras palabras no tenía la presencia de un orador importante y dominador, y estas insuficiencias estaban agravadas por la costumbre de leer sus discursos, hundiendo las narices en el texto escrito. Robespierre era perfectamente conscientes de sus falencias, y procuraba vencerlas o lograr que sus oyentes no las notaran. De todos modos, su importancia no radicaba en la perfección técnica de su oratoria, sino en lo que tenía que decir. Lo que no podía aprenderse era lo que más importaba, "una elocuencia que brota del corazón y sin la cual nada es conveniente". Y esta elocuencia él la poseía y se explayba en la revolución. Incluso era capáz de improvisar brillantemente, aunque lo hacía pocas veces, prefiriendo no entregarse a las pasiones del momento, atento a obtener esa presición que sólo la da la pluma. En sus manuscritos encontamos dos clases de correcciones. A veces con la pasión de la destrucción, tachaba pasajes enteros "con una red de barras irregulares". En otras ocaciones sustituía una que otra palabra, buscando cuidadosamente el vocablo justo. Asimismo, los manuscritos de Robespierre revelan mucha atención a los efectos. Insertaba con todo cuidado pausas destinadas a impresionar a los oyentes con el horror o hacer que estallan en aplausos entusiastas. Y como siempre hablaba para los que estaban más allá de las paredes de la Asamblea y que tendrían que leer o 31

escuchar sus discursos dec segunda mano, se tomaba el trabajo de lograr que sus palabras fueran repetidas exactamente. Elaboró un estilo que consistía en hacer pausas frecuentes, como si estuviera dictando su discurso. "Como el elocuente Robespieerre siempre se interrumpe, para mojarse los labios", escribe un periodista, "uno tiene tiempo para escribir". Estos discursos cuidadosamente preparados, pronunciados con nitidez, con adecuadas citas de Bacon, Leibniz, Condillac y Rosseau, entre los escritores modernos, con las alusiones clásicas favorecidas en esos tiempos, con pausas para lograr efectos dramáticos y énfasis para obtener aplausos, era el medio por el cual Robespierre se revelaba, dictaba una autobiografía revolucionaria al mismo tiempo que revelaba a la Revolución. Había adquirido ahora el hábito de pensar en voz alta ante sus oyentes, a menos esta era la impresión que daba. Y lo lograba haciendo preguntas retóricas que muchas veces dejaba sin respuesta, con el propósito de sembrar una idea y también obtener un efecto retórico. Esta afectación molestaba e intrigaba a la vez. ¿Que debemos hacer ahora?, ¿Cuál es la mejor manera de asegurar la supervivencia de la Revolución?, ¿Fortalecerá mi muerte los fundamentos de la virtud?. Estas y otras preguntas semejantes era su manera de entablar con sus oyentes un diálogo moral y público, compartiendo con ellos sus dudas y temores. Robespierre, poseía temores partículares, los cuales no lo incorporaba a su oratoria, y esto por razones obvias; ya que unos de sus temores era previo ingreso a la tribuna, esto por su timidez, y así lo hace saber él mismo a su amigo Etienne Dumont, pero "cuando empezaba a hablar" se veía libre de la angustia y "ya no era consciente de sí mismo". "La mente de Robespierre tendía a un modo dialéctico de pensamiento y expresión. El no buscaba el reposo y la serenidad, aunque la forma de su discursos expresa orden y equilibrio en un grado extremo. Buscaba el vigor, el trueno de los anatemas, como cuando denunció al general Dumouriez o condenó al despotismo como un mar sin orillas, que inunda al mundo y lo convierte en "el patrimonio del crimen". Este estilo tiene sus peligros. Robespierre, como Rousseau antes de él, solía ser arrastrado por sus excesos retóricos, se entregaba al tema rapsódico que él mismo componía, quedaba hechizado por los sonidos de las palabras, que rodaban como olas sobre el temsa, enterrando el sentido bajo el sonido. Robespierre, cuando pierde el control de su verborrea, cuando se aleja de lo concreto y los detalles, flota patéticamente, acumulando imágenes y abstracciones. La voz única de Robespierre, tanto tiempo aislada y temida en la Constituyente, se convirtió en la voz de los Jacobinos y después en la de Francia revolucionaria". 32

B.- Continente Asiatico. Hablaremos en esta ocación, de un célebre ser, el cual es recordado muy afectivamente en la India, con el seudónimo "el Mahatma", es decir, el "Alma Grande". Debido a su escaza documentación, en cuanto a su oratoria, es preciso dar una breve reseña bibliográfica de su persona, para llegar a comprender los alcances de su oratoria y los frutos conseguidos. Mohandas Karamchand Gandhi, nació el 2 de octubre de 1869 en Pobandar, capital del principado independiente del mismo nombre y pequeño puerto de la casi isla de Kathiyavar, en la costa noreste de la India. Era el cuarto hijo de Karamchand y Putlibai Gandhi, de la casta de los vaishya y sub csata de los Modh Baniya. Según la tradición de los vaishya o vaiçya debían dedicarse a la agricultura, la artesanía o al comercio y durante mucho tiempo los Gandhi, como lo atestigua su patronímico, que significa "comerciante de especias", habían mantenido la tradición. Después, por favor del príncipe o méritos personalse, el abuelo y el padre de Mohandas fueron diwan (Primer ministro) de Porbandar. Aunque el título era pomposo, el cargo era relativamente modesto en tan pequeño estado. Pero proporcionaba al menos, teniendo en cuenta los hábitos locales, vida desahogada y consideración. Gandhi, tuvo una infancia tranquila; la gran piedad de Putlibai influía vivamente en el entorno. Esta mujer sencilla e inteligente, a la que se le pedía consejo incluso para los asuntos del Estado, era ante todo una ferviente vishnuita. Muy debota a sus principios, llevaba con ella a los niños, al templo, con el nombre de Rama en los labios, cumplía con los ritos y los severos ayunos a los que ni siquiera por enfermedad faltaba. Por su parte su padre, Karamchand, era a pesar de sus errores, un hombre leal, generoso y de trato facil a pesar de su temperamento irascible. Poco instruido como la mayor parte de los indios de aquella generación, poseía una mericida reputación por su estricta imparcialidad y su experiencia, que le permitía resolver con facilidad los problemas más complejos. Al igual que su esposa era también vishnuita y un vegetariano consumado. Es así, que en Mohandas, "empezaba a arraigar, la convicción de que la moral es el fundamento de todo y de que la verdad es la sustancia de toda moral" Contrajo matrimonio, conforme a la costumbre, a la edad de 14 años. La cual fue para él una pesadilla, a tal motivo, años después, combatiría en contra a dicha costumbre. En la escuela su situación era también tensa. La enseñanza, en ingles desde la 33

promulgación de la ley Macaulay (1835), sembraba el desarrollo en el espíritu de los jóvenes. Se les inculcaba el dogma de la superioridad absoluta de todo lo que procedía de Inglaterra, es lo impregnaba de admiración por la gloria de Inglaterra, por su alta civilización, sus conquistas científicas, su organización política, su invencible poderío. En contrapartida, se trazaba el cuadro de todas las deficiencias pasadas y presentes de la India. De forma que ignorando la grandeza de su país, aquellos adolescentes estaban persuadidos que no se convertirían en hombres más que a condición de romper con sus tradiciones, creencias, costumbre, y copiando civilmente a sus maestros. Mohandas al igual que sus compatriotas soñaba con sacudir el yugo: Deseaba ser fuerte y audaz, y quería lo mismo para sus compatriotas, a fin de poder vencer a Inglaterra y liberar a la India. El pensaba muchas cosas, algunas de ellas absurdas propias de su adolescencia. Cuando al acabar la High School de Rajkot, se inscribió en la Universidad de Bhavnagar descubrió que era extraordinariamente inculto, y al sentirse incapaz de seguir los cursos, acudió descorazonado junto a su madre. Parecía que no tenía solución, ya que su padre ya había muerto; pero tuvo por fortuna un brahmán erudito y amigo de la familia, quien sugirió que le enviasen a Londresa cursar los estudios de Derecho. Gandhi, pensaba las maravillosas perspectivas, afirmando: "ver a Inglaterra, la tierra de los filósofos y los poetas, el corazón mismo de la civilización" pensaba en ella todo, el tiempo. Habría partido ese mismo instante si hubiera estado en sus manos la desición. A pesar de todas las prohiviciones, Gandhi convenció a su madre, y con desbordante sentimiento embarcó el 4 de septiembre de 1888, dejando a su hermano el cuidado de su mujer y a su hijo recién nacido. Otras dificultades esperaban a Gandhi, en Londres. Aunque perdidamente admirado de la civilización occidental, ignoraba todo sobre ella, hasta el uso de la cuchara y el tenedor. La pronunciación del inglés era un suplicio. Para el colmo, estaba él inmerso en vanidades, nada más al llegar, emprendió una tarea sobrehumana, desaba convertirse en un ‘Gentleman’. Al cabo de tres meses, sin embargo, había ya sentado cabeza. Y se hizo una promesa consigo mismo: no tacaría el vino, las mujeres, ni la carne. Terminado su curso, en sus tres años de estadía en Londres; después de pasar la prueba final en la Universidad, la cual fue muy dificil, teniendo por logro el dominio de la lengua inglesa. Partió de regreso a su tierra natal. Pero allí se dió cuenta de su situación, una timidez enfermiza, unida a una ambición sin empleo, le paralizaba le 34

paralizaba e incapacitaba para hablar en público e incluso para leer lo que había redactado. Además ¿qué es lo que había adquirido en Londres? Unas vagas nociones de derecho inglés, mientras que carecía de cualquier noción de Derecho indio o de la práctica procesal. Abrió, su buffete con la ayuda de su hermano Laxmidas, pensaba en un exitoso vakîls (abogado) de renombre. Pero no tuvo éxito en su cometido, cerrando su oficina. Pero la necesidad le era apremiante debía buscar alimento para su esposa e hijo. Un día el destino le concedería una oportunidad, la firma Dada Abdulla y Cía, le ofreció la propuesta de viajar a Africa del sur, ya que necesitaban un empleado que supiera inglés perfectamente. Aceptó la propuesta, a sus 24 años sin porvenir aparente. En Africa del sur, se había establecido una colonia India de cerca de 10.000 hombres, en virtud del llamado de los residentes ingleses de Natal, como mano de obra barata, para el cultivo de caña de azucar, té y legumbres. Una contrato de inmigración, cuyas cláusulas habían sido fijados por la India y la colonia Natal, los ligaba por cinco años y en condiciones miserables, prestar servicios con el mismo patrón. Aquel lugar estaba colmado de racismo, haciendo estragos por doquier; eran considerados como "La plaga negra", y otros como "la basura asiática". Los códigos los designaban como personas pertenecientes a las pueblos salvajes, y las constituciones afirmaban que no serían admitida ningula igualdad civil, frente a hombres de color. Por todas partes se aplicaba una segregación brutal: los indios, cualesquiera fuesen sus méritos o la situación adquirida, no eran más que "collies"(criados, mozos de cuerda), un collie no es un hombre. No podían andar por la noche, si no era con un salvoconducto. A Gandhi, se le previno lo dicho, pero no lo creía, pensaba que tenia una profesión, y que era un ciudadano británico; pero nada más al llegar aprendió que solo era un "abogado collie". Se encontró rechazado por todos, "descubrió que por ser indio, no tenía ninguno de los derechos humanos". Con semejante golpe, Gandhi, se puso firme, y estaba dispuesto a luchar contra el miedo. En Pretoria realizó su trabajo, y al mismo tiempo se cultivo del derecho procesal de su pais. Cambiando sus perspectiva, no soñaba más que en volver a la India. No veía ningún futuro en Africa del Sur, en donde vivir le resultaba intolerable. "Pero el hombre propone y Dios dispone", porque al leer un periódico local dias antes de su regreso, leyó la noticia, de la creación de un proyecto para suprimir el derecho que tenían ciertos indios de 35

elegir representantes en la Asamblea legislativa de Natal. A tal motivo envió información de guardia a los de su terrunio, pero ellos les pidieron que él se haga cargo, ya que ellos eran iletrados para esos asuntos, y tan solo miraban, el periódico para saber las cotizaciones de la Bolsa.. Gandhi haciendo gala de una perspicacia, se situó inmediatamente sobre el sólido terreno de los derechos y deberes que conferían a los partidos la ciudadanía británica de los indios. Mediante una petición dirigida a Lord Ripon, secretario de Estado para las colonias, para la cual, como demostración de su ascendiente, recogió en pocos días, diez mil firmas, obtuvo la suspensión del proyecto. Pero el gobierno de Natal por otros medios, buscaba sus fines. Los cuales también fueron truncados por la intervención de Gandhi, ya que él aseguró y concretizó: Asambleas, conferencias, debates, cursos nocturnos, creación de Asociación de Indios del Cabo y de Transvaal, Congreso Indio de Natal, Asociación cultural de indios originarios de la colonia, etc... Por otra parte, como preludio a sun intensa producción como periodista, Gandhi alertaba a la opinión pública, desde el Africa del Sur hasta Inglaterra y la India, mediante la "Llamada a todos los ingleses" y el "derecho al voto de los indios", dos folletos repletos de hechos, cifras y argumentos escrupulasamente expuestos. En unos pocos meses bajo el peso de la responsabilidad, el futuro jefe de la India es revelaba como maestro de sus excepcionales dones: jurista tan sutil en el manejo de las leyes como consciente de la importancia de los hechos, orador de palabra clara, convincente(se acabó la timidez balbuciente de otros tiempos!), habil en el manejo de los hombres, trabajador infatigable, eficaz en el presente al tiempo que preparaba el porvenir con un coraje que ninguna vejación dismuía. Desde un principio se atrajo el respeto. Sus mismos adversarios, los diarios locales, le rindieron homenaje alabando su moderación, imparcialidad y entrega desinteresada. ¡Qué lejos estaban sus primeros días en Africa del Sur!. El pequeño empleado de Abdulla se convirtió en un político influyente y en un abogado extraordinariamente capaz, a que las firmas importantes musulmanas le retribuyen ampliamente sus servicios. En Durban ya ganaba la considerble suma de 2.000 libras al año; en Johannesburg sus ganacias alcanzaron al más del triple. Siendo para el un resultado no esperado, pero por supuesto bien recibido. Es aquí cuando nace en su interior la idea de abocarse íntegramente a la vida espiritual, ya que él seguía percibiendo el racismo, la violencia, etc., por todas partes. Es así que, se cultiva de numerosos escritores como Blavatsky, Upanishad, Brahmana, Bhagavad Gîtâ, Tolstoi, Carlyle, las vida de Mahoma, Sócrates, el Coran, los Proverbios de Zaratustra. Consumandose más trade en un teósofo eminente. 36

Deseando convertirse en un político esforzado en hacerse santo. De aquí en adelante será el artífice de la independencia de la India que se propuso conseguir pacificamente de Gran Bretaña, gracias a su formula "la no-violencia"; sería arrestado y perseguido; será artífice del boicot a los productos importados de Gran Bretaña, huelga de hambre, etc. Enemigo de la división de castas; tuvo muchos atentados contra su integridad física, hasta que fue asesinado por un fanático, en Nueva Delhi, el 30 de enero de 1948. C.- America, nuestro Continente. Para hablar de los oradores de América, empezaremos por North América, pasando por centro américa y dando por broche de oro Sud América, otorgando por exponente a un representante nuestro. Al hablar de E.E.U.U., no existe duda de nombrar a su gran exponente de todos los tiempos, de la historia norteamericana. Para mejor comprensión nos situaremos en los años 1809, en el estado de Kentucky ( en una población cerca a Hodgenville), correspondiente al año y lugar de nacimiento de este célebre personaje. Los primeros años de su niñez, estuvo inmerso en la vida del campo, ya que provenía de una familia que poseía como fuente de ingreso: la labranza. Este factor, fue fundamental en su preparación tanto física, psiquica como moral. Se cultivó de muchos dones, los cuales dió florecimiento, gracias a su gran apego a la lectura de libros. Alrededor de los doce años de edad, expuso su primer discurso, en una pequeña parcela, la cual atrajo a los tranceuntes, a quienes cautivó con sus palabras colmadas de veracidad y énfasis. Causando gran impacto en los escuchas, ya que en forma involuntaria dieron a relucir su aprecio y, comprensión al discurso, proporcionando aplausos, que en esos momentos era todavía exteriorización de sentimientos sinceros de un auditorio que encontró el entendimientos de sus cotianas actividades, pero más que esto, fué el recibimiento a un nuevo estandarte de Norteamérica, que encontrará su realización años más tardes. Valga en esta oportunidad, hacer la aclaración, de que el contenido del discurso expuesto por el personaje en estudio, era una repetición de un texto que había leido en sus momentos de osceo, en donde se comentaba la ubicación fundamental del campesino en la sociedad; llegando a agradar en demasía a dicho lector, quién no dudo en hacerlo público, representandolo con palabras entendibles para su corta edad, con la cual no existió oyente alguno que no entendiera. Con el transcurrir del tiempo, fue creciendo en estatura y conocimiento. Acabados sus años de estudios básicos en su terrunio, se decidió ingresar en la profesión de 37

la abogacía. Aquella profesión que le otorgaría grandes satisfacciones, llegando a comprender la situación de los Estados, tanto negociales como políticas. Dolido por el maltrato, que recibían los esclavos negros, quienes eran considerados en una escala de valores reducidísima, inclusive llegando a la absurdéz de confundirlos con animales. Tremendo fue el impacto recibido, más aún cuando se dió cuenta que también los campesinos, fueron reducidos a simples productores de la canasta familiar, sin ninguna intervención en los asuntos del Estado, ya que pocos eran los privilegiados en poder culminar sus estudios profesionales debido al desinteres de culturacuión al campesino, y más aún que los textos de estudios en las escuelas rurales no eran los apropiados en su totalidad. Por esto es que se propuso fiacentemente destruir con esas vanas convicciones, que lo único que causaban eran la desunión interna de cada Estrado. Hasta aquí hemos comentado sobre las raices del célebre personaje de los Estados Unidos. Es momento de dar su completa identidad, con motivo, que desde el momento de su egreso como Abogado en 1837, empieza su nombre a quedar gravado en el recuerdo, como aquél quien marcó una época en la historia universal, llegando a ser conocidos incluisve fuera de sus latitiues hasta hoy en día, como en esta oportunidad, lo hacemos nosotros. Es así, que Abraham Lincoln, posterior a su egreso profesional, comienza a dar cumplimiento a su promesa realizada en su fuero interno. Comienza a defender las causas antiesclavistas. Ganando, el reconocimiento por parte de los Estados Unidos, por su preparación tanto jurídica como formativa de su ser. En el año 1856, es adhiere al Partido Republicano. Constituyendo su elección la detonante de la guerra de Secesión, culminado durante el año 1863, con la abolición total de la esclavitud. Abraham Lincoln, fue conocido por todos los de su época, como un individuo sincero, sencillo, correcto y dotado de claridad en su expresión. Todos se preguntaban cual era la formula magica, con la cual Lincoln convertía o producía un pequeño discurso en acción. Ciertamente, el poseía el don de la persuasión, es decir obtener acción por parte de su auditorio, así como lo consiguió, en los años de su juventud en aquel primer auditorio ameno constituídos por labradores. Aquella anecdota, era recordado por siempre por Lincoln. En algunos discursos él comentaba a su auditorio sus propias experiencias, junto con otras ajenas, 38

nombrando primero al sujeto que recordaba en ese momento, para luego dar inicio al comentario del mismo. De esta manera él informaba, convencía e impresionaba, todo ello como consecuencia a las reales verdades y sinceras palabras que emergían de su interior, ya que él vivía el momento de su discurso como si fuese un pobre, esclavo, negro, campesino, o industrial, dependiendo las circunstancias en que se encontraba. Así nos lo demuestra, en su declaración: "Mi modo de comenzar un alegato y conseguir el triunfo, consiste, decía Lincoln, primeramente, en hallar un punto de coincidencia". Esto lo realizaba siempre, inclusive cuando hiva a abordar el candente problema de la esclavitud. "El Espejo", nombre del periódico neutral, realizó una crónica a una de las charlas de Lincoln: "sus oponentes no podían estar en desacuerdo con ninguna de sus palabras. Desde allí comenzó a conducirlos, poco a poco, apartándose hasta dar la impresión de que habría logrado convertirlos a todos en sus partidarios". De esta manera Lincoln, al comenzar su discurso, no mencionaba o trazaba los desacuerdos de las partes, sino que buscaba la unidad entre ellas al fin que se deseaba alcanzar. Si sus discursos fueran a atacar y destruir, no tendría sentido el consenso al que deseaba llegar. Lincoln, ante los jurados, trataba de obtener desiciones favorables. En sus discursos políticos, trataba de obtener votos. Su propósito por consiguiente se dirigía a obtener acción. Antes de proseguir, se debe tener encuenta que la existencia de Lincoln, como de cualquier otro, no fue un compendio de éxito por doquier. Lincoln, tuvo que saborear el fracaso, para conocerse más a sí mismo, porque gracias a ella, comenzó a comprender sus cualidades y el enfoque a la que debería dirigirlas. Como ejemplo, de caidas, recordemos uno de sus errores: "Dos años antes de ser elegido presidente, Lincoln preparó una conferencia sobre invenciones. Su propósito era entretener . A menos, ese había sido su objetivo, pero no tuvo mucho éxito en este sentido. En realidad su carrera como conferenciante entretenedor popular fue un fracaso". Pero en contrapartida, tuvo un éxito extraordinario en sus otras disertaciones; algunos de ellos han llegado a ser ejemplo clásico de exclusividad. ¿Por qué? En gran parte, porque en dichos ejemplos conocía perfectamente su objetivo, y sabía cómo llevarlo a cabo. Muchos oradores no logran coordinar sus propósitos con el de las personas que concurren a escucharlos. Se equivocan y se afligen profundamente. 39

Al comprender esto Lincoln, se abocó más a los asuntos de dominio propio, a los cuales tenía pasión y sentía convencimiento por ellos ya que constituían el futuro de su Nación. Otras de las cualidades que poseía, era su uso frecuente de terminos familiares y concisos que creaban imágenes. Como ejemplo recordemos a Hebert Spencer, en su famoso ensayo Filosofía del estilo, en donde nos exhorta al uso de imágenes de la siguiente manera: "Deberíamos siempre evita (dice Spencer) una frase como esta: En la misma medida en que los usos y las costumbres y diversiones de un pueblo sean crueles y brabaros serán severas las reglamentaciones de su código penal" Y en su lugar, deberíamos escribir: "En la misma medida en que los hombres gozan con la batalla, en las corridas de toros y los combates de gladiadores, castigarán los crimines con la horca, la hoguera y el tormento. Todas estas frases de mayor brillo, actualidad y comprensión son necesarias para que el auditorio no se torne aburrido y se retire a razón del uso excesivo de tecnicismos, que no hacen sino otra cosa que confundir y divagar en asuntos fuera de lugar muchas veces. Lincoln, utilizaba continuamente terminología visual. Cuando se aburria de ver llegar extensos y complicados expedientes a su despacho de la casa blanca, los rechazaba, no con una descolorída fraseología, sino con una pintoresca expresión que es imposible olvidar para un norteamericano lector: CUANDO envió a alguien a comprar caballo, no quiero que me diga cuántas crines tiene su cola; solo me interesan sus caracteríticas escenciales". Definía y especificaba sus observaciones. Lincoln dibujaba cuadros mentales que se distinguían con tanta claridad y presición, que sus discursos, eran comprensibles tanto para un letrado famoso como para un campesino que lo alcanzaba a escuchar. Concluiremos diciendo, que Lincoln, tuvo el reconocimiento de sus tiempos y de hoy en día, gracias a que supo dominar los detalles, con los cuales fue amoldando sus ideas a su gran finalidad colectiva, que nació en él, en virtud de las experiencias vividas, que fueron cimiento para su inquebrantable ayuda humanitaria. D.- Sudamérica. Hablaremos ahora de Sud América, en especial de nuestro pais, Bolivia. Bolivia, tuvo exponentes de gran trascendencia, dentro de la oratoria militar, como el caso del Gral José Ballivián, quién es más conocido, por sus monumentales frases, Tomas Frías y su honestidad reflejadas en sus discertaciones y vida misma, y 40

otros.. En esta ocación debemos hablar de un célebre oradore boliviano, a tal motivo, sabiendo conforme al historiador Mariano Baptista Gumucio, que la historia contemporanea de Bolivia, arranca de 1930 hasta nuestros días, sería preciso hablar de esa época. Pero nosotros abocandonos a la historia universal en donde la edad contemporanea abarca desde fines de siglo XVIII hasta nuestro días, es que nombraremos a un personajes que data de fines de 1800 e inicios de 1900, más aún debido a su renombrada capacidad de oratoria, que dicho personaje poseía, siendo ella reconocida por todos los historiadores bolivianos. Por tanto, estudiaremos a un Presidente nuestro, que talvés es poco recordado en nuestra memoria, pero a constituido unos de los valuartes de la oratoria política boliviana. Hablamos pues, de don Mariano Baptista Caserta, nacido en Cochabamba, en la hacienda Calchani, provincia Ayopaya, el 16 de Julio de 1832. Realizó sus estudios universitarios en la ciudad de Sucre, hasta graduarse como abogado; su talento y sus dones como orador lo distinguieron entre los jovenes de su época. Desde su juventud en las filas del partido rojo, hiva luchando contra el despostísmo y combatiendo por el imperio de la legalidad, sin tregua ni descanso. Al margen de su tendencia política a la que pertenecía, nuestro interés es su gran fluidéz oral que poseía, desde las actividades de su profesión fue renombrada su personalidad. Pero, será reconocido en la urbe pública mediante la política, en donde nos enseña sus dones en los hechos realizados. Recordemos aquel congreso de 1883, en donde constituyó aquel evento en un campo en que se libraron los más rudos combates acerca de la definición de la política exterior de Bolivia. Mariano Baptista aún no siendo Presidente en esa oportunidad, realizó un informe en donde demostraba su conservadorismo, a tal motivo llegó a reputarse de traición a la patria el arreglo alcanzado con Chile. Dicho informe dió lugar a un debate que se ha hecho célebre. Ante un público excitado y enardecido, en el que abundaban elementos peruanos, Baptista defendió, con los recursos de su brillante dialéctica, la necesidad de hablar claro y de llamar la atención del país sobre sus verdaderas conveniencias. El examen de la cuestión, enn la forma empleada por el gran orador, ante un pueblo hostil a su persona y a sus ideas, analizó los orígenes de la guerra del Pacífico y buscó en los razonamientos realistas la causa de los descalabros sufridos por la 41

alianza. Demostró cómo Perú y Bolivia, naciones nacidas sobre las ruinas de la civilización incaica, de índole dulce y pacífica, habían tenido que luchar con los descendientes de los rudos y aguerridos araucanos; probó que la formación social de los dos países que, desde el periodo colonial, sólo se habrían preocupado de la explotación de la riqueza minera, sin esforzarse por crear fuentes permanentes de bienestar, nos les permitía enfrenatrse con un pueblo que poseía un espíritu retemplado en la lucha diaria contra factores generalmente adversos a su economía; censuró la imprevisión de los hombres de estado que no supieron darse cuenta de que la tendencia expansiva de Chile obedecía a una ley natural y que era necesario buscar la manera de encauzar sus efectos, sin desmedro para la vida y seguridad de los vecinos; condenó la mala administración de los territorios ambicionados por Chile, que no permitió asimilarlos a la vida nacional; criticó la falta de orden y de dirección inteligente en la marcha del país, que no dió lugar a que el tratado de 1874, elaborado con la intención de orillar las dificultades y de sortear con prudencia los peligros, diera los frutos que se buscaron con él. Este era, según el abanderado del partido pacifista, el "criterio sintético de la situación histórica", que exigía a Bolivia limitarse a la política defensiva. La exposición del tribuno fue más que pieza parlamentaria, demostración de orden didáctico. Tuvo la suerte de conmover y de convencer, a pesar de la prevención que se le escuchaba y de las pasionas exaltadas de combatía. Y si bién Baptista estaba señalado como presunto candidato a la presidencia de la República, su triunfo fue tan completo que los propios adversarios no pudieron menos que admitir sus conclusiones. La magia de su palabra había calmado la excitación popular. Mariano Baptista Caserta, fue ganando prestigio, tanto por sus altas funciones a las que representaba, como ser diplomático que realizó misiones en la República de Argentina, Paraguay, como Ministro de Relaciones Exteriores en el Gobierno de Arce, realizó consideradas representación. Su fama de gran orador contribuía grandemente a consolidar su prestigio, en un pais donde las galas verbales lo pueden todo en la política. No tardo mucho tiempo en colocarle por parte de sus conversos y opositores el sobrenombre de "el mago", tanto por el poder seductor de sus palabras cuanto por su habilidad en el manejo de las artes políticas. A tal motivo no era facil medirse en las elecciones con Baptista. La violencia desatada por Arce contra los parlamentarios del Partido Liberal, en las postrimerías se su gobierno, permitió que el Congreso reunido en oruro, el 5 de agosto de 1892, eligiera a don Mariano Baptista como presidente constitucional de la República. 42

El 10 de agosto de 1892 se produjo la transmisión de mando, una vez que el Congreso verificó los votos presidenciales. Aniceto Arce entregó las insignias de la alta investidura a don Mariano Baptista, mostrando así que por convenir sus intereses y a los del Partido Conservador imponía al país este gobernante. Vendría ha ser correspondientemente, uno de los cuatro gobiernos conservadores de lña época, denominados esos años "la edad de la plata", por ser los presidentes potentados mineros, a excepción de Mariano Baptista, quien no guardaba relación con ellos. Por tener campos de acción totalmente distintos a los otros. Baptista era abogado, y tanto Gregorio Pacheco como Aniceto Arce, eran mineros y don Severo Fernández Alonso pese a no ser minero (abogado) sería impulsado por ellos. Es momento de dejar el relato de Mariano Baptista, ya que desde el momento de su investidura presidencial, mantiene su dotes de orador, pero ellos aparentemente no encajan en la práctica del manejo de un Estado. Hay quienes afirman: Todos los historiadores coinciden en señalar que el periódo de gobierno de Baptista no hizo ningún aporte positivo en beneficio del país. Al orador de la palabra convincente le faltó sentido práctico para encarar los diversos problemas. Pero, antes de dar una crítica debemos remotarnos a los tiempos de conmoción en que Bolivia vivía en la post-guerra del Pacífico, ya que en esos momentos el país buscaba las riendas de la historia para poder equilibrar tanto su economía como sus problemas limítrofes que se agravaban más con el tiempo. Mariano Baptista, tuvo que luchar contra las adversidades, si bien no realizó actos de cauntiósa reelevancia externa, exceptuando los acuerdos conseguidos que en algo benefició a Bolivia. No es de desmerecer los pequeños cimientos a los que se centró en edificar, como ser el impulso en el campo de la educación, las artes y el conomiento, factores vitales de una República y más aún si sabemos que para alcanzar la armonía deseada de un país es absurdo pensar en conseguirlo en cuatro años de presidencia. Y la historia así lo demuestra, porque la enfermedad de Bolivia aún no estaba curada y las combulsiones no tradarían en llegar, llegando a exteriorizarse lo que se temía, la funesta Guerra con Paraguay, hecho que contribuyó en la limpieza de los ojos oscurecidos de Bolivia. A pensar más en su gente y buscar medidas de formación a todo nivel, que hoy en día no se ha concretizado enteramente, sin desmerecer algunos pasos realizados que ayudan a la mejor visualización de hoy.

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Los Romanos eran un pueblo especialmente dotado para la palabra, pero hasta la introducción del helenismo en Italia, en el siglo III a. C. no se dieron cuenta de lo poderosos que podrían ser si la empleaban bien, tomando ejemplo de los griegos y teniéndolos como maestros. Todos conocemos los nombres y las obras de los grandes oradores griegos Demóstenes, Esquines y Lisias. Los Romanos quisieron estudiar el estilo, la composición y las formas literarias de estos oradores para dar brillantez a sus discursos.

Desde los comienzos del siglo II a. C. se habían establecido en Roma muchos oradores griegos (rhetores graeci) que enseñaban elocuencia en griego. A pesar de que el senado expulsó a los filósofos y oradores griegos en el año 161 a. C., no se consiguió que dejaran de enseñar filosofía y elocuencia. A imitación de los griegos muchos oradores propiamente romanos (rhetores latini) se dedicaron a enseñar elocuencia, oponiéndose de esta forma a los griegos, pero no se oponían del todo, ya que el arte que ofrecían a sus alumnos era totalmente griego, si bien se lo enseñaban en latín. Ésta fue la manera de que la oratoria griega se extendiera por toda Italia. De este modo se cumplió el tópico horaciano de que Graecia capta ferum victorem cepit.

Brutus, o El Orador

De todos los oradores de estos siglos tenemos conocimiento por el Brutus de Cicerón, ya que los pocos fragmentos que nos quedan de ellos no nos permiten una crítica suficientemente responsable. Sin embargo Cicerón tenía cercanía en el tiempo y elementos de juicio suficientes para hacerlo. En esta obra aparece una enumeración, además de una crítica, de los principales oradores latinos de los siglos III y II a. C. Los principales oradores también eran los que se distinguieron en la política y en las armas: Appius Claudius Caecus, Q. Caecilius Metellus, Q. Fabius Maximus "Cunctator", M. Portius Cato, Ser. Sulpicius Galba, P. Cornelius Scipio Aemilianus, L. Licinius Crassus, Ti. y C. Sempronius Graccus, etc.

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A principios del siglo I a. C. aparecieron en Roma diferentes corrientes oratorias: 1.- La corriente asiática (rhetores asiatici), que se distinguió por su forma florida, por su ritmo oratorio, por su sutileza e ingenio y un estilo a veces rebuscado y sentencioso. 2.- La corriente neo-ática, sin artificios, con frases breves, directas y secas, tomando como modelo al orador griego Lisias. Tuvieron poco éxito y no formaron escuela. De estas escuelas tenemos noticias por el Brutus de Cicerón. Parece ser que los de la escuela ática pensaban que Cicerón era demasiado asiático. El principal oponente de Cicerón en la oratoria romana del siglo I a. C. fue Q. Hortensius Hortalus, digno representante de la corriente asiática. Tenía una gran facilidad natural para la elocuencia. Hortensio fue el principal y más famoso orador de la Roma Republicana hasta que Cicerón le venció en el Pro Quinctio (81 a. C.). En ese momento su estrella empezó a declinar al tiempo que refulgía más la de Cicerón. Se enfrentaron en muchas ocasiones (Verrinas, 70 a. C.) pero más tarde se hicieron amigos y participaron juntos en diferentes causas en el foro. En sus discursos se advertía el uso de divisiones metódicas y recapitulaciones que nadie había utilizado antes que él. Cuando comenzó a fiarse de su habilidad natural y de su elocuencia innata su reputación bajó y quedó en el olvido. No se conserva ninguno de sus discursos. Las obras de todos estos autores se han perdido. Sin embargo nos queda una obra de retórica: Rhetorica ad Herennium. Se trata de un manual de oratoria que da una idea bastante completa de lo que enseñaban los "rhetores latini". El fondo de sus ideas está sacado de los griegos, aunque los ejemplos, frases, y textos son latinos. Demuestran una lengua todavía un tanto imperfecta. No sólo no menciona un solo autor griego, sino que incluso los ataca. A pesar de todo, no logra disimular su procedencia griega. Su valor no está en el estilo, sino en la claridad en la exposición de los conceptos. En la antigüedad se atribuyó a Cicerón: obra de juventud junto con De inventione, ya que es muy clara en la preceptiva oratoria. Sin embargo la teoría más extendida y más verosímil, es que la escribió un tal Cornificius, inspirada, parece ser, en el griego Hermágoras.

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2.- TIPOS Y PARTES DEL DISCURSO 1.- Tipos de discurso

Los principales tipos de discurso romano que podemos indicar son los siguientes:

a.- Laudationes fúnebres o panegíricos Discursos que se hacían cuando una persona había fallecido. Por lo general no eran muy veraces, sino que alababan al difunto con exageración, "falseando la historia y acumulando sobre el difunto honores inexistentes e inmerecidos" (Holgado Redondo). Generalmente no se conservan ninguno de estos discursos, y tenemos conocimiento de ellos por el Brutus de Cicerón. b.- Discursos políticos Eran los que se pronunciaban durante el desempeño de algún cargo público, sobre todo, durante el consulado. Ejemplos de este tipo son las Catilinarias o In Catilinam orationes IV de Cicerón. Se solían pronunciar en el Senado, pero algunos también eran pronunciados en la curia, delante del pueblo y en el foro c.- Causas criminales o discursos judiciales Eran los discursos que se desarollaban generalmente en el foro delante de la gente, pero también delante del tribunal de justicia que iba a emitir el veredicto. Se referían tanto a acusaciones (In Verrem) como a defensas (Pro Milone, Pro Archia poeta) d.- Acciones de gracias Tanto a los dioses, como al senado y al pueblo. Por múltiples motivos. Por ejemplo, Cicerón dio las gracias por su vuelta del destierro en dos discursos: Post reditum in senatu (oratio cum senatui gratias egit) y Post reditum ad Quirites (oratio cum populo gratias egit).

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A partir del siglo I p. C., la retórica dejó de ser un ejercicio real para convertirse en ejercicios de escuela. Séneca el Retor escribió en su obra Sententiae, divisiones, colores, un conjunto de ejercicios de retórica, que se pueden dividir en dos partes claramente diferenciadas: Suasoriae (conjunto de ejercicios oratorios con asuntos ficticios referentes a temas sacados de la mitología o de la literatura), y Controversiae (discursos judiciales cuyos asuntos son convencionales y poco reales: el discurso tiene generalmente dos partes, una a favor del tema y otra en contra) Encontramos también discursos en las obras de historiografía. Es un procedimiento para explicar una situación en primera persona por boca de sus protagonistas. Por lo general, Salustio y Tito Livio se distinguieron por sus discursos intercalados en las narraciones de los episodios históricos. Salustio, en su obra De coniuratione Catilinae, pone en boca de Silano, de Catón y de César tres discursos, que son la parte fundamental de la obra. Tito Livio, por su parte, introduce en su Ab Vrbe condita más de 400 discursos de todo tipo, en los que sigue las normas de la oratoria clásica.

2.- Partes del discurso Las partes de un discurso se han establecido desde la antigüedad griega, ya que se piensa que incluso Aristóteles ya las conocía. Son la aplicación de la sicología a la oratoria, porque no da lo mismo empezar de una manera que de otra o poner una argumentación o una descripción en desorden para que el discurso tenga el éxito que se pretende. Por eso, casi quedaron fijas todas las partes del discurso, sin que sufriera más que pequeños retoques a lo largo del tiempo.

Las partes fundamentales son:

1.- Exordium (exordio) Generalmente se trataba de preparar al auditorio para que estuviera atento y favorable a lo que se iba a decir después. A veces faltaba, pero 47

la razón es que en ese momento no era necesario, ya que la gente estaba dispuesta a escuchar. 2.- Narratio (narración). Era la parte en la que se hacía la relación de los hechos. Ésta había de ser, según los maestros antiguos, breve, clara y verosímil. Generalmente iba a continuación del exordio, ya que era el momento de indicar de qué se trataba.

3.- Partitio (División) Se trataba de una especie de esquema de lo que iba a ser el discurso. Hortensio lo hacía siempre; Cicerón solía hacerlo al principio, y, en el De inventione, que habla de cómo ha de ser el discurso, lo cita como importante y necesario; pero más tarde dejó de hacerlo 4.- Argumentatio (argumentación) Era una de las partes más importantes del discurso. Algunos autores hablan de una división en dos: confirmatio (pruebas positivas) y refutatio (respuesta a los argumentos del adversario), que no siempre se distinguen 5.- Digressio (digresión) Ésta parte era un momento importante del discurso. El orador, después de la argumentatio dejaba ir su imaginación, y trataba cuestiones ajenas al tema; pero de ninguna manera había perdido el hilo de la cuestión. Se trataba de agradar al auditorio, de dejarle un momento de respiro para que aceptara mejor las conclusiones a las que se iba a llegar. 6.- Peroratio (peroración o epílogo) Era la parte más necesaria del discurso, y donde el orador se permitía el mayor patetismo para conseguir lo que pretendía. En algunas ocasiones los oradores hacían una recapitulatio, un resumen o recuerdo somero de la argumentación

Hay que decir que éste es el esquema de un discurso clásico. Sin embargo no está de más advertir que no todos los oradores lo seguían al pie de la letra ni en todos los discursos. Las circunstancias en las que se desarrollaba, la situación del auditorio, el tema que se iba a tratar, el conocimiento o desconocimiento de la causa 48

criminal que se defendía, etc. hacían que el orador adaptase este esquema a sus intenciones. Sin embargo en todas las obras de retórica antiguas se encuentra esta disposición del discurso.

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3.- EL PRINCIPAL REPRESENTANTE DE LA ORATORIA ROMANA: CICERÓN En la Roma del siglo I a. C. los muchachos, primero estudiaban gramática, entre los 12 y 16 años. Consistía en el estudio de los poetas y escritores griegos (Homero, Hesíodo, Platón, Aristóteles, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Herodoto, Tucídides, etc.) y romanos (Livio Andrónico, Ennio, Catón, etc.). Entre los 16 y 18 años estudiaban la retórica, y aprendían, sobre todo, elocuencia griega (Demóstenes, Esquines, Lisias). La enseñanza superior se hacía en Grecia, de manera que todos los hombres importantes de Roma tenían que conocer y hablar de una manera fluida la lengua griega.

Marcus Tullius Cicero (3 - I - 106 / 7 - XII - 43 a. C.) nació en Arpino, una pequeña población del sur de Roma, que había sido también la cuna de Mario, el vencedor de Yugurta, tío de César y fundador del partido democrático o popular, antagonista del partido aristocrático o del Senado. La familia de Cicerón pertenecía al “ordo equestris”, que era la clase acomodada de Roma. Pero era un “homo novus” es decir, que no pertenecía a la nobleza patricia de la Urbe. Sin embargo, con su genio oratorio llegó a escalar las más altas cimas de la clase política romana. Su instrucción fue más amplia de lo que solía ser habitual para los romanos de su tiempo. Estudió filosofía, que entonces abarcaba todas las ciencias; se interesó por los trabajos de los jurisconsultos y por los problemas técnicos de la elocuencia. Sus idas al foro donde Antonio y Craso defendían sus pleitos completaron su formación. Debutó con una audacia extrema, tomando la palabra contra Hortensio en el año 81, y atacando en el 80 a. C. a Crisógono, un poderoso secuaz del todopoderoso Sila, que había acusado a Publio Roscio, ciudadano de Ameria, del asesinato de su padre, y al 49

que Cicerón defendió ("Pro Roscio Amerino"). No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar si obtenía la victoria, cosa que sucedió. Es cierto que las familias patricias de Roma, los Metelo y los Pompeyo le apoyaban. Sin embargo consideró más prudente pasar un tiempo en Grecia lejos de las posibles represalias de Sila. Allí encontró a Molón de Rodas, un maestro que le ayudó a fijar el tono de su elocuencia. Los procedimientos de la elocuencia asiática estaban ya pasando de moda y eran sustituidos por la oratoria de la escuela de Rodas, que, sin renunciar a la brillantez ni a la abundancia de términos y conceptos, daba a la palabra una apariencia más clásica.

En el año 77 a. C. regresó a Roma, y enseguida Cicerón adquirió reputación y clientela como abogado. De esta forma pudo entrar en el "cursus honorum", es decir, en la carrera política. Quería darse a conocer, y la mejor manera era la de defender causas penales o acusar a personas corruptas. Una de ellas fue el pretor de Sicilia, Verres, acusado de concusión, al que atacó en los célebres discursos conocidos con el nombre de "Verrinas". Muy pronto intentó, en medio de las crecientes agitaciones, lograr el acuerdo entre los dos órdenes más poderosos de Roma: “ordo senatorius” y “ordo equestris”. De esa manera se aseguraba el orden en el estado. En el año 63 fue elegido cónsul, y en el ejercicio de su consulado sofocó la "Conjuración de Catilina", un golpe de estado protagonizado por un noble, Catilina, que quería terminar con la república y hacerse con el poder. Durante este episodio se gestó la animadversión que se tenían los dos más grandes hombres de la parte central del siglo I a. C.: César y Cicerón. El partido demócrata de César le volvió la espalda.

Por sus vanidades imprudentes provocó los celos de Pompeyo, las iras de Clodio, y consiguió que los triunviros César, Pompeyo y Craso, lo abandonaran. Cuando César fue elegido cónsul logró que fuera desterrado (19 - III - 58 a. C.) por haber mandado ejecutar sin juicio a los cómplices de Catilina. Al año siguiente (4 - IX - 57 a. C.) volvió con todos los honores, pero ya no tenía ninguna fuerza en la política. Sólo se le encomendó el gobierno de la provincia de Cilicia (51 - 50 a. C.). Durante la guerra civil entre César y Pompeyo se declaró abiertamente partidario de Pompeyo, a pesar de que César quería tenerle más de amigo que de enemigo. 50

Después de la victoria de César en Farsalia, éste perdonó a Cicerón, pero ya no tenía nada que hacer: Su estrella había perdido todo su brillo. El asesinato de César en los Idus de marzo del año 44 le llenó de alegría. Se creyó de nuevo a la cabeza del estado y atacó a Marco Antonio, que aspiraba a suceder al dictador, con 14 discursos que, por imitación de los de Demóstenes contra el rey Filipo de Macedonia, se conocen con el nombre de "Filípicas". No todos fueron pronunciados. Con ello favoreció sin querer los planes del joven Octavio: cuando éste y Marco Antonio se unieron con Lépido y formaron el segundo triunvirato, Cicerón fue proscrito. Fue alcanzado en su huida y asesinado. Afrontó la muerte con valor el día 7 de diciembre del año 43 a. C. Se dice que antes de morir dijo la siguiente frase: "Causa causarum miserere mei" “Causa de las causas ten compasión de mí” “No era ni héroe ni santo, pero sí uno de los romanos más estimables de su tiempo” (Laurand)

En toda la antigüedad no hay otro hombre que sea tan conocido como Cicerón. Su correspondencia nos hace penetrar en su intimidad. Se ven con facilidad sus defectos, y a veces se queda uno con eso solamente: su vanidad insaciable, su impresionabilidad. Tenía grandes cualidades, y algunas muy raras en los hombres de su tiempo: era un hombre honesto en una época de corrupción en que los gobernadores robaban descaradamente en sus provincias. Fue bueno, paciente, amable, charlador alegre, simpático. Literato sin igual y hombre de estudio, amigo de los libros, que hubiera preferido para vivir un momento histórico más tranquilo, se encontró inmerso en varias guerras civiles y golpes de estado. En estas circunstancias no podía triunfar. Pero merece más estima desde el punto de vista moral que su vencedor, César, el gran organizador. LAS OBRAS DE ORATORIA.-

Cicerón fue ante todo, un gran abogado. Primero de pleitos; más tarde fue criminalista. Los procesos criminales eran muy populares en Roma y afectaban a la vida política, sobre todo si se trataba de un personaje conocido y una acusación importante. Cuando los encausados tomaban varios defensores, Cicerón se 51

encargaba de las generalidades llenas de patetismo que debían arrancar la absolución por parte de los jueces.

1.- Discursos de defensa o acusación *Concusión (aprovecharse de un cargo público para el enriquecimiento personal) "In Verrem" (70) “Pro Fonteio” (69) “Pro Flacco” (59) “Pro Rabirio Postumo” (54) *Lesa república o alta traición “Pro Rabirio perduellionis reo” (63) “Pro Sulla” (62) *Maniobras electorales “Pro Murena” (63) “Pro Planctio” (54) *En otras ocasiones la defensa propiciaba un enfrentamiento entre los dos partidos principales “Pro Roscio Amerino” (80) “Pro Sextio” (56) “Pro Coelio” (56) “Pro Milone” (52) *Después de la muerte de Pompeyo abogó delante de César por los pompeyanos desterrados o caídos en desgracia 52

"Pro Marco Marcello" (45) "Pro Ligario" (45) "Pro rege Deiotaro" (4 - XI - 45)

2.- Los discursos propiamente políticos forman cuatro grupos: 1.- En favor de Pompeyo “De imperio Cn. Pompei” 2.- Discursos consulares (63 a. C.) In Rullum de lege agraria” (1 - I 63) "In Catilinam" “Catilinarias” (8 y 9 - XI; 3 y 5 - XII - 63 a. C.)

El primer discurso de los cuatro contra Catilina comienza con esa frase que se ha hecho célebre: “Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? Quamdiu furor iste tuus nos eludet?” (“¿Hasta cuándo, Catilina, vas a seguir abusando de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo seguirá burlándose de nosotros esta furia que te caracteriza?”). Éste es el momento a que se refiere la imagen. Cicerón en medio, de pie, y Catilina abrumado por las acusaciones del orador. Probablemente Cicerón tenía preparado otro comienzo para este discurso, pero al ver que Catilina, el golpista, se presentaba en el Senado como senador que era y que tenía derecho a ello, cambió el principio con esas frases que se han hecho célebres y que atacan directamente al traidor. Cuando Catilina vio descubiertos sus planes huyó de Roma para ponerse al frente del ejército de los sublevados. Fue vencido por Petreyo en la batalla de Pistoya y murió el 8 de enero de 62 a. C.

3.- Discursos del “retorno del destierro”, (57 a. C.) Post reditum in senatu (oratio cum senatui gratias egit) (5 - IX - 57 a. C.)

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Post reditum ad Quirites (oratio cum populo gratias egit).(7 - IX - 57 a. C.) De domo sua ad Pontifices (29 - IX - 57 a. C.) Para dar gracias al senado y al pueblo por la vuelta y para poder entrar a tomar posesión de sus bienes

4.- Las "14 Filípicas" In M. Antonium orationum Philipicarum libri XIV, (del 2 - IX 44 al 21 - IV - 43) Estos discursos resultan ser la última lucha política de Cicerón. Son discursos, unos reales y otros ficticios, redactados a modo de panfletos para ser difundidos por toda Italia y levantar los ánimos contra la indignidad moral y los proyectos sin escrúpulos de Marco Antonio.

A excepción de las “Catilinarias” y las “Filípicas” en que el calor patriótico y la inspiración llena de odio son admirables, las arengas políticas no añaden gloria a la elocuencia de Cicerón. Los discursos judiciales, por el contrario, son el triunfo de Cicerón, por la variedad de los efectos, propios de una viva imaginación. Podemos decir que Cicerón es el más grande de los oradores de Roma, y eso que tanto antes como durante y después de él, los hubo muy buenos. No podemos apreciar el mérito de Cicerón sólo con sus discursos escritos, ya que lo importante y principal era el tono con que se pronunciaban. Sin embargo algo sí que nos queda. Tenía una habilidad especial y un tacto exquisito para evitar choques en el auditorio y ganar su simpatía; para disponer las pruebas. Fue el más espiritual de los romanos de su tiempo. Describe y retrata a sus personajes de una manera perfecta. Producía en el auditorio un efecto demoledor, de manera que sus amigos le dejaban hablar en último lugar. Además de un gran orador fue un estupendo teórico de la oratoria, ya desde sus primeros años. Sus obras teóricas sobre la elocuencia son:

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“De inventione” (86) Es una obra de juventud. Consiste en una enumeración seca de los procesos para encontrar ideas y componer correctamente un discurso. Está imbuido de las ideas de su tiempo. “De oratore libri III” (55) Está escrito en forma de diálogo entre cuatro de los mejores oradores: Antonio, Craso, Escévola y César Estrabón. El primer libro trata sobre la ciencia necesaria al orador; el segundo, acerca de la búsqueda y la disposición del discurso; y el tercero, sobre el estilo del orador. “Brutus” (46) Es otro diálogo en que los principales personajes son el mismo Cicerón, su amigo Ático y Bruto. Aquí narra la historia de la elocuencia romana. Da gran número de ideas y se defiende del ataque de los neoáticos. “Orator” (46) Retrato del orador perfecto, que, por supuesto, es él mismo. En este tratado expone con gran claridad y lujo de detalles su teoría sobre el estilo del discurso y su extensión. “De optimo genere oratorum” (46) Opone a los dos más grandes oradores griegos: Lisias y Demóstenes. “Tópica” (44) Trata sobre los lugares comunes en los discursos. Es un resumen de memoria y con su peculiar estilo de una obra de Aristóteles.

Es uno de los pocos escritores que compaginan teoría y práctica. No es excesivamente original, ya que su fuerza no estaba en la novedad de las ideas, sino en la manera como las ponía en práctica. Su mérito consiste en haber escogido bien y en haber dado a sus teorías una forma literaria. Por eso no basta tener ideas y seguir las normas, sino que el orador debe tener talento, ejercicio y conocimientos. Su ideal de elocuencia es él mismo, y el criterio para conocer si la elocuencia es auténtica es la acogida del público y el efecto sobre él. Sin lugar a dudas, Cicerón tiene el estilo clásico por excelencia. Es natural, no lo fuerza nunca, y al mismo tiempo lo hace con gran corrección y purismo, con armonía y musicalidad, como ningún otro en la prosa latina. La perfección formal llama menos la atención que la variedad, y sus escritos están llenos de matices. En los discursos

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el poder y la riqueza de ritmo atestiguan el apogeo de su estilo. Cuando se le cree uniformemente solemne es que no se le ha comprendido o que no se le ha leído. El valor de sus obras estriba sobre todo en la belleza formal. Sin embargo la importancia de Cicerón va más allá de ser un buen escritor: es el notario más fiel de su época. Nos presenta el cuadro más completo de la sociedad en la que le tocó vivir. Es la persona sin la cual no tendríamos actualmente un conocimiento correcto de la historia y las instituciones de su tiempo. En todos los estudios sobre ello se citan sus obras. No sólo es el mejor orador de Roma, sino que es el mayor hombre de letras de la antigüedad, y del que se conservan el mayor número de obras

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De las expresiones Texto de: Retórica y Poética. Expresión es el signo total de una idea, compuesto, de una o muchas palabras. Toda expresión ha de ser pura, correcta, propia, precisa, exacta, concisa, clara, natural, enérgica, decente, melodiosa, y acomodada a la naturaleza de la idea que representa. Pureza es la conformidad con el uso (1). Este cualidad ha de hallarse en cada palabra y en el modo de ,combinar las palabras. Opónese, entre otras cosas, a la ,pureza el dar a ciertos vocablos la significación que tienen sus semejantes en una lengua extranjero, como si -se dijese unido por terso; el usar de dicciones o modos ,de decir notoriamente anticuados o enteramente nuevos; y el usar de construcciones opuestas a la índole del idioma, como Calipso se paseaba sobre los floridos céspedes>, «Pueda el cielo concederme tal cosa>. Las palabras usadas actualmente se llaman usuales o castizas; las que se usaron en otro tiempo y han deja,do de emplearse se llaman anticuadas, y el usar de voces o construcciones anticuadas se llama arcaísmo; los vocablos, y las construcciones que no han sido emplea,dos todavía se llaman nuevos, y su uso se llama neologismo. Entre las voces y frases anticuadas, hay unas, como Jurenco, (novillo), chancellar (cancelar), destructo (destruído), que en ningún caso es permitido emplear; y ,Otras, como asaz (bastante), cabe (junto a), me acusa (acúsame) darte hé (te daré), que pueden usarse, sin que por eso dejen de llamarse anticuadas. Quien toma palabras o construcciones del griego, del latín, del francés y del inglés, comete helenismo, latinismo, galicismo y anglicismo, respectivamente. En poesía y en escritos jocosos es muchas veces oportuno el arcaísmo; pero ha de servir para hacer la expresión más hermosa o más enérgica, y no ha de parecer afectado. Hay neologismos necesarios, cuyo empleo es permitido. Tales son los nombres que damos a las cosas recien descubiertas. Debe condenarse todo neologismo que se introduce cuando ya existe en la lengua una palabra que expresa lo que con él se pretende designar, como sucede con panfleto y tiquete, que se han introducido no obstante que ya teníamos opúsculo, cédula, boleta, etc. Hay neologismos felices, aunque no necesarios, con ,que los grandes escritores enriquecen a veces el Idioma; pero a nadie sedebe perdonar que introduzca voz o construcción nueva sino cuando sus ventajas sean notorias. Cuando Rafael Pombo dio a la palma el epíteto úbera, introdujo un neologismo feliz. Lo son también editar y burgués, voces que hacían falta. 57

El arcaísmo, el neologismo, el galicismo, etc., pueden ,consistir en que a un vocablo castizo se le dé cierta aceptación que no tiene en el idioma a que pertenece. Obligado es término castizo y antiguo. Pero deja de ser castizo cuando se le hace significar inevitable o preciso. Al introducir un neologismo se han de respetar la índole del idioma y las reglas de su gramática. Altiplanicie es nombre mal formado: sólo cuando un ,compuesto lo es de sustantivo y adjetivo, se hace terminar en i el primer componente; nunca cuando el adjetivo va primero. Burocracia es voz defectuosa, porbue su primer elemento es tomado del francés, y el segundo del griego. Alfonsíes, que dijo Lope de Vega por alfonsinas, no tiene la terminación que debería tener. La Corrección consiste en que en lo material de las palabras, en su concordancia y en su régimen, se observen las reglas gramaticales. Propiedad. -Una expresión es propia cuando representa la idea que queremos enunciar, y no otra. La propiedad supone el acertado empleo de los sinónimos. No pueden usarse indistintamente, v. gr, lloro y llanto, alentado y sano, pleno y lleno, amar y estimar, educar e instruir, etc., etc. Es fácil pecar contra la propiedad pretendiendo dar a un vocablo un significado que parece tener, pero que no es el que el buen uso le atribuye. Insano, v. gr. no significa no sano, sino loco. Precisión, -Expresión precisa es aquella que no declara la idea en términos genéricos que convengan también a otras ideas. Exactitud. -Consiste en que la expresión no añada ni quite circunstancia ninguna a la idea que queremos representar. Peca contra la propiedad, por ejemplo, quien dice que una persona tiene imaginación, cuando lo que quiere expresar es que tiene talento o ingenio; contra la precisión, quien en lugar de decir que un artista retrata a las personas, afirma que las pinta o representa; y contra la exactitud, el que de un particular que sale temporalmente de su patria, dice que la desampara. Concisión. -Es concisa la expresión que enuncia la idea con sólo las palabras necesarias para su cabal inteligencia. La que contiene otras no necesarias se llama redundante. No hay que confundir la concisión con la precisión. El triunfador llevaba una cosa en la e cabeza. Esta expresión es concisa, pues no se puede suprimir en ella palabra alguna; pero está lejos de ser precisa, porque cosa comprende infinidad de objetos. El triunfador llevaba en la cabeza una especie de aro formado de ramas de laurel y

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entretejidas unas con otras. Esta expresión es precisa, porque hace distinguir el objeto que se quiere designar de todos los demás objetos; pera no es concisa. Claridad. -Se llama clara una expresión cuando no ofrece sino un solo sentido y éste no puede dejar de ser entendido por aquellos a quienes se habla. Las ex~ presiones que a un mismo tiempo ofrecen dos o más sentidos se califican de equívocas o ambiguas. Nada se opone tánto a la claridad como el uso de términos técnicos. Naturalidad. -Son naturales las expresiones cuando el lector u oyente juzga que él mismo las habría hallado sin trabajo, y que al autor no le ha costado ninguno el encontrarlas. Regularmente emplea expresiones rebuscadas o estudiadas quien escribe sobre asunto que no conoce bien y quien se esfuerza por singularizarse, Energía.-Una expresión es enérgica cuando presenta las cualidades más importantes del objeto, y las presenta de una manera capaz de hacer impresión. Las expresiones que carecen de energía se llaman débiles. Se consigue hacer enérgicas las expresiones mediante el acertado empleo de los epítetos, o introduciendo palabras que formen o que se llama imagen. Pero los epítetos y el empleo de las imágenes no son los únicos medios de dar energía a la expresión. Epiteto es un adjetivo, un sustantivo adjetivado o un complemento circunstancial, que no se emplea para determinar o completar la idea principal, sino para caracterizarla o para presentarla con más gracia o con más energía. Suprimido un epiteto, queda íntegra la idea principal. Ejemplo: de adjetivo y de complemento: «El rico avaro, en el angosto lecho, haz que, temblando, con sudor despierte». (L. de Argensola) De sustantivo adjetivado: «Con caravanas de ayuno, haciendo esta penitencia un sabafión ermitaño en una mano cuaresma». (Gil Polo) Los adjetivos tampoco son epítetos cuando sirven de atributo en una proposición. Lo son los sustantivos cuando están en oposición, esto es, agregados a otros. y también cuando van como términos de preposición o complementos indirectos; Y. gr., Escipión, el rayo de la guerra; llorar con amargura. Los epítetos han de ser oportunos y para serlo han de expresar cualidades que tengan relación directa con, el punto de vista en que se está considerando el objeto. Inoportuno seria el epíteto fría si se dijese: Le cayóuna fría roca y lo aplasto 59

Los epitetos han de ser propios, esto es, han de expresar cualidades que convengan realmente al objeto a que se aplican. Tan oportuno como propio es el empleado por Ferrari en este pasaje: «Aquel gozoso despertar, apenas llamaba a las domésticas faenas el desvelado gallo en los corrales». No han de ser uagos, esto es, no han de expresar cualidades que sean comunes a muchos objetes; ni repugnantes al objeto, o contrarias a la idea que excita su nombre, No han de ser inútiles; o, lo que es lo mismo, no, han de expresar una cualidad cuya idea excite el nombre del objeto por sí solo. Sin embargo, cuando ésta es precisamente la idea que se quiere hacer resaltar, puede el epíteto no ser útil. Caso que se acumulen varios epítetos, es necesario que expresen cualidades análogas. Por ejemplo, cuando, un poeta dice al Océano Atlántico. «Tú eres el mar sin término ni calma», Sin término y sin calma son dos circunstancias incoherentes que presentadas juntas y como de un golpe, producen mil efecto en la mente del lector. Deben evitarse los epítetos demasiado comunes. Los epítetos no deben multiplicarse con exceso, ni distribuírse con estudiada simetría, como los distribuyen aquellos que a cada sustantivo le agregan su adjetivo, anteponiéndolo o posponiéndolo constantemente. Imágenes. -Todas las ideas que se refieren a objetos corpóreos pueden llamarse imágenes. Pero imágenes son asimismo las formas que damos a las ideas abstractas para hacerlas sensibles. Veamos algunos ejemplos. Debiendo Cicerón expresar -esta idea: Si Mílón después d., la muerte de Clodío no lo expresó así sino que dijo: Si Milón> con la espada ensangrentada.... de esta suerte hizo entrar la ¡des por los ojos. Caro (J. E.» queriendo decir que en el destierro pediría limosna, se expresó del modo siguiente: «De una en otra puerta el golpe sonará de mi bastón Y así presentó su idea de modo que nuestra Imaginación la recibe como percibida por el oído. Isnard, en vez de decir- «Decid a la Europa que el pueblo francés, una vez que se rompan las hostilidades .con las potencias, no desistirá>, dijo: «Decid a la Europa que el pueblo francés, si saca la espada arrojará la vaina». Tener un pie en la sepultura, poner la cabeza en el tajo, por la libertad de la patria, levantar el 60

estandarte de la rebelión, son también formas por medio de las cuales ciertas ideas abstractas se someten a la acción de los sentidos. Las palabras que forman imagen pueden estar tornadas, ya en sentido propio, ya en sentido figurado. Decencia. -Las expresiones han de ser decentes, de modo que no exciten ideas asquerosas, ni sean contrarias al respeto debido a los oyentes, o capaces de ofender el pudor. Melodía. -Expresión melodiosa o suave es la que hace en el oído una impresión agradable. La melodía consiste, ya en la elección de palabras suaves, ya en el modo de coordinar las palabras. Las expresiones cuyas partes están distribuídas con cierta proporción musical, que se llama ritmo o número. se llaman sonoras o numerosas. Las expresiones, cuando por la naturaleza de los sonidos, o por la distribución de los acentos, o por ambas causas, tienen cierta analogía con los objetos que representan, se califican de armoniosas. Opónese a la melodía o suavidad: 1ª La colocación inmediata de dos o más palabras que rimen entre si; 2ª La concurrencia de muchas vocales, defecto que se llama hiato; 3ª La reunión de consonantes ásperas y aun de cualesquiera consonantes, cuando, terminando una dicción ,en una, principia la siguiente por esa misma. Han de ser conformes las expresiones con el tono de la obra, y as¡ en los escritos serios y elevados, no han de emplearse las familiares, y menos las bajas, vulgares y triviales. Cuando una palabra se emplea para designar el objeto a cuya significación fue destinada en su origen, está tornada en sentido propio. Cuando se usa para designar un objeto distinto del primero que ha estado, destinada a significar, se halla tomada en sentido figurado. Este uso de palabras en significación secundaria, se llama tropo. Nociones preliminares Texto de: Retórica y Poética. En nuestra alma hay tres facultades: la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad. La inteligencia juzga de lo verdadero y de lo falso; lo verdadero es objeto de la ciencia. La voluntad elige entre el bien y el mal; es la fuente de las buenas y de las malas acciones, el bien es objeto de la moral. 61

La sensibilidad aprecia lo que es agradable o desagradable; se complace en lo que es bello, o sea en la be. lleza, y desecha lo que es feo; lo bello, o sea la belleza, es objeto del arte. Hay dos especies de belleza: la belleza física, que se dirige al alma más particularmente por medio de los sentidos; y la belleza moral, que se dirige al alma sin que los sentidos intervengan. Una estatua, un cuadro, una pieza de musica nos complacen halagándonos los ojos o los oídos, y decimos: He aqui una estatua bella, bello cuadro, bella música, Pero también solemos decir: bella demostración, bella acción, cuando leemos, por ejemplo, un razonamiento, que nos convence, cuando vemos que se ejecuta un no, ble acto de abnegación o generosidad. La belleza física, que es objeto especial del arte o de las bellas artes, no se percibe sino por medio de la vista y del oído: las bellas artes no se dirigen sino a estos dos sentidos; la arquitectura, la escultura, la pintura, el ,grabado, el dibujo y el baile se dirigen a la vista; la música, al oído Se ha indagado qué es lo que produce en nosotros la impresión propia de la belleza, en estas diferentes artes, y se ha hallado que todas obran por dos medios principales: la variedad y la unidad, de donde resulta la armonia, La belleza física no es, pues, solamente una sensación agradable: para percibirla la sensibilidad obra -en unión y de concierto con la inteligencia, que juzga ,de las relaciones entre los medios y el fin, entre la variedad y la unidad. Cuando la palabra, escrita o hablada, tiene por principal objeto servir de expresión a bello, hacer resplandecer la verdad, hacer amar el bien, y aun hacer patente la belleza física describiendo lo que el arte nos pone a la vista o hace llegar a los oídos, da nacimiento a ciertas producciones cuyo conjunto constituye lo que se llama la literatura o las bellas letras. Así, podemos definir las bellas letras diciendo que son la expresión de lo bello por medio de la palabra. La literatura es el conocimiento de las bellas letras. Se da también el nombre de literatura a cualquier conjunto de obras escritas. Cuando decimos, v. gr., literatura griega, designamos todas las obras de autores ,que han escrito en griego. Suele llamarse literato al que posee los conocimientos que se adquieren mediante el estudio de los autores clásicos antiguos y de los notables de los tiempos modernos. En un sentido general, la palabra literatura comprende todos los escritos, cualquiera que sea el género a que pertenezcan. Así, en la literatura inglesa, v. gr., se comprende todo lo escrito en inglés. En un sentido menos amplio, la palabra

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literatura designa las producciones que van dirigidas a la imaginación y a la sensibilídad, como las poesías de todo género, las novelas y los cuentos. Aun aquellas producciones que no se dirigen síno al entendimiento, y hasta aquellas que son y que deben ser las más áridas, como los códigos de leyes, pueden quedar incluidas entre las producciones literarias, pues si es cierto que por su sustancia nada tienen que ver con las bellas letras, pueden agradar o desagradar por la forma, esto es, por el lenguaje y por el estilo empleados en ellas. El conocimiento de las bellas letras supone dos especies de conocimientos: el de las producciones literarias de todos los tiempos y de todos los países, y el de las reglas que han dirigido a los autores de estas producciones. Lo limitado del entendimiento humano nos hace contemplar la perfección, que es aquello a que siempre y en todo aspira nuestra naturaleza, por tres aspectos o en tres formas diferentes. De ahí viene que se nos presenten como separadas las nociones de lo verdadero, lo, bueno y lo bello; pero éstas, que parecen tres cosas, son una sola y una misma cosa. Las letras y las bellas artes deben proponerse el mismo fin que la ciencia y la moral. La ciencia busca la verdad y la demuestra, con lo que satisface la razón, la moral busca el bien y lo enseña, y así guía la voluntad; las bellas artes y las bellas letras buscan la expresión de lo bello, y así hacen amar el bien y la verdad, halagando la sensibilidad. Lo bello no se presenta de ordinario en todo su brillo, y cuando se trata de reproducirlo, el artista y el escrítor se sienten incapaces de presentárselo a los demás. tal coi-no lo conciben o como se les ha presentado. Esta belleza que concebimos y que no alcanzamos a representar, que es la belleza sin mezcla y sin defectos, es, el ideal. Retórica es Una serie de principios fundados en la naturaleza del hombre, los cuales nos enseñan lo que debemos hacer y lo que hemos de evitar para hablar y escribir de la manera más acomodada al fin que nos proponernos. Poética es el arte de escribir bien en verso. Mas hay que advertir que la poética propiamente dicha, es el arte que mira a la parte sustancial de las composiciones en verso. El arte que concierne a la forma o parte material de ésta se llama métrica. El estudio de la retórica y de la poética no da la facultad de hacer buenas composiciones. Su utilidad consiete en que enseña a juzgar los escritos y comunica ti no y discernimiento para imitar a los buenos autores. Enseña también a evitar los defectos en que, como lo demuestra la experiencia, incurren hasta los mayores ingenios, cuando desprecian los recursos y los auxilios del arte.

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Se ha declamado mucho contra los principios y las reglas; pero todo lo que contra ellos se ha dicho, se debe decir solamente contra los principios falsos y las malas reglas. Los principios y las reglas que recomendamos son resultado de la observación de lo que constantemente y con feliz suceso han practicado los buenos autores. Al establecerse, v. gr., que en el drama ha de haber unidad de acción, lo que se hace es afirmar que todos los buenos dramaturgos han tratado de dársela a sus producciones, y que a nadie agrada un drama que carezca de ella. De los pensamientos Texto de: Retórica y Poética. Pensamiento es todo lo que el hombre quiere comunicar cuando habla o escribe. Todos los pensamientos que han de entrar en una composición deben ser verdaderos, claros, nuevos, naturales, sólidos y acomodados al tono dominante de la obra. La verdad consiste en que los pensamientos sean conformes con la naturaleza de las cosas. No siempre ha de exigirse la verdad absoluta. Puede bastar la verdad relativa, que es la conformidad de los pensamientos con las cosas cuales deben ser, admitida cierta suposicion. En las obras históricas y en las científicas se exige verdad absoluta. En novelas y dramas basta la relati va. Si un novelista introduce un personaje que no ha existido, y lo hace hablar y obrar como es naturalmente posible que obre y hable, respetará la verdad relativa. En las composiciones jocosas no siempre se puede condenar la falsedad de los pensamientos. Puede servir de ejemplo de pensamientos falsos este de Cervantes (Quijote, parte 1, Capitulo 27): «Y en entrando por estas asperezas, del cansancio y del hambre se cayó mi mula muerta; o, lo que yo más creo, por desechar tan inútil carga como en mi llevaba», Los pensamientos son claros cuando el oyente o el lector puede entenderlos sin esfuerzo. Pensamientos profundos son los que inducen a meditar. No por ser profundo un pensamiento debe dejar de ser claro. Los pensamientos profundos introducidos oportunamente, hermosean una composición. Los oscuros, los, confusos, los embrollados y los enigmáticos, deben desecharse. 64

Cítase como pensamiento profundo aquel de Virgilio, (ocasionalmente traducido por Bello): «Aleccionado por mi propia pena Aprendí a condolerme de la ajena». Pensamientos nuevos son los que no han sido empleados por nadie; y también los que, habiéndolo sido por alguno, se presentan con forma nueva. Los que carecen de novedad se llaman vulgares y -triviales. Horacio, teniendo que expresar que todos hemos de morir, dio ejemplo de cómo puede darse novedad al pensamiento más trivial, diciendo: «La pálida muerte toca igualmente a la puerta de la cabaña del pobre y a la de los alcázares de los reyes». Pensamientos naturales son los que nacen del asunto sobre que versa la composición. -Pensamientos violentos. forzados o estudiados (de los que debe huírse siempre) son los que parecen haber sido hallados con esfuerzo. Hay también pensamientos agudos, finos y delicados, los cuales pueden agradar si se emplean con moderación y con oportunidad. Difícil es distinguir bien unas de otras estas diferentes clases de pensamientos. De los finos se puede decir con cierto autor, que son aquellos que no muestran el objeto sino por un punto de vista, a fin de que al lector le quede el placer de adivinar algo. Pensamientos ingeniosos (que se diferencian poco o láda de los agudos) son los que suponen en quien los emplea la facultad llamada penetración. El exceso de ingeniosidad en los pensamientos los ha llegar a ser sutiles o alambicados, y por consiguiente oscuros. Ejemplo de pensamiento natural, tomado de Garcilaso (Egloga III). «Flérida, para mí dulce y sabrosa, Más que la fruta del cercado ajeno; Más blanca que la leche y más hermosa Que el prado por abril de flores lleno>. Aquí todo es natural y aun fácil; pero aquello de más .sabrosa que la fruta del cercado ajeno, es, además ingenioso. El mismo poeta (Egloga 1) hace decir o un pastor, hablando de su rival: «Y, cierto, no trocara mi figura Con ese que de mi está riendo; ¡Trocará mi ventura!» Esto es natural y fino. Delicado y natural e: aquello de Virgilio en su Egloga llI: «Tírame una manzana Galatea jugando, y en los sauces va a esconderse, y déja, antes de entrar, que yo la vea». De lo profundo, fino y delicado ofrece un ejemplo el mismo Virgilio (Eneida, libro IV), cuando dice que Dido, atravesado ya el pecho, levanta los moribundos ojos, «Busca en el cielo luz, y al verla gime>.

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Veamos un ejemplo de pensamiento sutil, tomado de la Egloga Tirsis, de Francisco de la Torre: «Las aguas aumentaba con las que derramaba Tirsis cuitado, de quien es temida, más que la muerte, su cansada vida, cuya probada y rigurosa suerte lo acrecienta la vida por la muerte> Que Tirsis terne más su cansada vida que la muerte, es pensamiento sutil. Que su suerte le acrecienta la vida por la muerte, es alambicado. Pensamientos sólidos son los que prueban lo que el autor intenta. Los que no lo prueban se llaman fútíles. Ejemplos de pensamiento fútil. Un escritor, queriendo persuadirnos de cuánto debemos contener nuestra lengua, alega por razón que ella está en parte muy húmeda, y fácilmente se desliza; y para demostrar que conviene oir mucho y usar con circunspección de la lengua y de los ojos, da la razón siguiente: «La naturaleza puso puertas a los ojos y a la lengua, y dejó abiertas las orejas para que a todas horas oyesen. Los pensamientos son acomodados al tono dominante de la composición en que se introducen, si en las destinadas a agradar, esto es, a producir impresiones apacibles, son bellos; en las de tono elevado, sublimes, y en las jocosas, graciosos, chistosos, etc. Pensamientos bellos son los que producen una sensación apacible, semejante a la que nos causa la vista de un objeto físicamente hermoso. Todo pensamiento ha de ser bello, en su género, cualquiera que sea la clase a que pertenezca. Sublimes son los que sobrecogen y arrebatan el ánimo con una admiración semejante a la que excita la contemplación de las escenas grandiosas o terribles de la naturaleza. Cítanse como pasajes sublimes, entre otros muchos, el Sea la luz del Génesis; el Y enmudeció la tierra en su presencia, del libro de los Macabeos, con relación a Alejandro Magno; el de Homero (Ilíada, libro XVII) cuando hace decir a Ayax: «Líbra. ya, padre Jove, a los Aquivos de niebla tan oscura, haz que veamos sereno el cielo, y a la luz del día destrúyenos a todos, si te place». Llámase pasaje sublime aquel en que se acumulan varios pensamientos sublimes. Forma de los pensamientos Texto de: Retórica y Poética. Las formas de los pensamientos se reducen a cuatro clases: 1. Las que empleamos para dar a conocer los objetos en sí mismos., 66

2. Las que usamos para comunicar simples raciocinios; 3. Las que sirven para expresar los movimientos de las pasiones; 4. Las que pueden convenir para presentar los pensamientos con cierto disfraz o disimulo. De esta clasificación resulta que formas son las varias modificaciones que reciben ! os pensamientos de la imaginación, de la razón, de la situación moral y de la intención del que habla Las de la primera clase son la descripción y la enumeración La descripción científica de un objeto, nada tiene que ver con la de que vamos a tratar. Esta ha de contener en sí alguna belleza y ha de ser capaz de herir la imaginación. Descripción. -La de objetos materiales, la de hechos o sucesos pasados o futuros, ya verdaderos, ya fingidos, la de una época de tiempo y la de edificios, sitios y paisajes, han de ser verdaderas y animadas. La de una persona ha de ser también exacta; pero quien trata de hacerla ha de saber elegir los rasgos propios para caracterizarla, y omitir todo lo que no sirva para distinguirla de las demás personas, La de una persona ficticia, tal como una virtud personificada, ha de componerse de rasgos que verdaderamente convengan al objeto descrito. Hácense también descripciones de las cualidades morales de un individuo y de las de una clase entera. Estas descripciones, que han de tener las cualidades que en todas se exigen, no pueden hacerse sin conocimiento práctico y profundo de los hombres y de todo los móviles que pueden obrar en su ánimo. La descripción de seres abstractos, que ha de ser verdadera y concisa, consiste en una exposición de los efectos que se atribuyan al objeto descrito y de las causas que se asignen: éstas y aquéllos han de serle peculiares. descripción de seres materiales. La cama que dieron a Don Quijote en la venta sólo contenía (dice Cervantes) cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento en la dureza semejaban de guijarro; y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada cuyos hilos si se quisieran contar, no se perderia uno de la cuenta». El caballo impaciente del freno y del reposo, se indigna, escarba el suelo polvoroso, impávido, insolente, demanda la señal, bufa, amenaza, tiemblan sus miembros, su ojo reverbera, enarca la cerviz, la alza arrogante, de prominente oreja coronada: y al viento derramada la crin luciente de su cuello enhiesto, ufano da, en fantástica carrera, mil y mil pasos, sin salir del puesto. 67

(Olmedo, Oda al General Flórez) Y luégo sobrevenga el juguetón gatillo bullicioso, y primero medroso, al verte, se retire y se contenga, y bufe y se espeluce horrorizado; y alce el rabo esponjado, y el espinazo en arco suba al cielo, y con los pies apenas toque el suelo. (Fr. Diego González, El Murciélago alevoso). Inclinando la espada, tu brazo triunfador perece Inerme; terciado el grave manto, la mirada en el suelo clavada: mustia en tus labios la elocuencia duerme. (Miguel Antonio Caro, A la estatua de Bolívar) Descripción de sucesos pasados. Melo describe asíla marcha del ejército castellano sobre Monjuich: «A la señal del clarín empezó a moverse el ejército, que, tendido por toda la campaña, presentaba a los: ojos la más hermosa visión. Tremolaban los plumajes -Y tafetanes vistosamente, relucían con reflejos los petos en los escuadrones, oíanse mover las tropas de los 'caballos con destemplado rumor de !as corazas; los carros y bagajes de la artillería, ordenados en hileras a semejanza de calles, figuraban una caminante ciudad populosa; las cajas, los pífanos, trompetas y clarines despedían todo el temor de los bisoños, dando a cada uno nuevos brios y alientos; el orden y reposo del movimiento del ejército aseguraba el buen suceso de la empresa; y el coraje de los soldados prometía una gran victoria> De sucesos futuros o imaginados. Cicerón, en la cuarta Catilinaria, pinta el incendio de Roma por los conjurados, que no llegó a verificarse, en los términos siguientes: «Me parece que veo a esta ciudad, la lumbrera del orbe, alcázar de todas las naciones, ardiendo de repente por todos lados, y arruinándose; mi imaginación me .,presenta montones de míseros ciudadanos insepulto emblante las ruinas de la patria; y estoy mirando el semblante furioso de Cetego, loco ya de alegría al veros a degollados,. Descripción de una época de tiempo, que no es sino. de lo que en ella pasa: «Al volver ascendiendo por los tortuosos senderos de la ribera, la noche estaba engalanada con todos los es plendores del estío. Las espumas del rio tenían una ,blancura brillante y las ondas mecían los cañaverales -como diciendo secretos a las auras, que venían a peinarles los plumajes. Los remansos no sombreados del río reflejaban en su fondo temblorosas las estrellas; y ,donde los ramajes de la selva de una y otra orilla se enlazaban, formando pabellones misteriosos, el fondo ,sombrío reflejaba la luz fosfórica de las luciérnagas errantes. Sólo el zumbido de los insectos nocturnos turbaba aquel silencio de los bosques soñolientos. (Jorge lsaacs, María) 68

De un fenómeno de la naturaleza. La siguiente de una erupción del Vesubio, es, a juicio de Hartzenbusch, «de lo mejor que tenemos en castellano>: «Suena un rumor confuso en la caverna de la gran --montaña,sale humo espeso por su boca, le agita el aire, y esparce oscuridad y fetor por los campos vecinos; se aumenta el estruendo, revienta el monte, y entre una espesa lluvia de ceniza ardiente que cubre la atmósfera y sepulta en tinieblas a la populosa Nápoles, con estampidos y relámpagos, sale una columna altísima de fuego arrojando al aire enormes piedras candentes, que se precipitan a los valles; brama impetuoso el viento, se altera el mar, tiembla la tierra, inflámase por todas partes el monte y derrama torrentes de agua entre las lavas que desde su altura bajan ardiendo al mar, abrasando y reduciendo a cenizas los árboles, las mieses, los edificios, las ciudades, que al pasar aniquila o sepulta: irritados los elementos, anuncian el estrago final del mundo, y en un solo momento desaparecen naciones enteras». (Moratin, Viaje a Italia) Descripción del exterior de una persona verdadera o fingida He aquí la que hace Cervantes de si mismo, imaginando que la escribe al pie de su retrato: «Este que veis aquí de rostro aguileño, de cabello > castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no há veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, el cuerpo ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas.. éste digo, es el rostro del autor de la Galatea y de Don Quijote de la Mancha. (Pró!ogo de las Novelas ejemplares). El mismo Cervantes describe as] el exterior y además de un escritor pensativo: «Muchas veces tomé la pluma para escribilla (la prefación), y muchas la dejé por no saber lo que escribirla; y estando una suspenso con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, etc., Ejemplo de descripción de persona ficticia. Veamos ésta de la Envidia, hecha por Ovidio (Libro II de las Metamorfosis) « Pálido rostro, cuerpo descarnado atravesada vista, negro diente hiel en el corazón, lengua bañada en veneno mortal, risa ninguna; sino cuando se goza y, se sonríe. en ver ajenos males y dolores>. Ejemplo de la descripción de las cualidades morales de un individuo. Cervantes (Quijote, cap. 13 parte 1) describió así la de Crisóstomo: «Fue único en el genio, solo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, 69

grave sin presunción, alegre sin bajeza, y finalmente primero en todo -lo que es ser bueno, y sin segundo, en todo lo que fue ser desdichado>. Ejemplo de descripción de las cualidades morales de una clase entera: «Los vanagloriosos, dice don Francisco Quintana (Hipólito y Aminta), son aquellos a quienes el viento de la jactancia levanta sobre sí mismos, los que procuran que injustamente los veneren; los que favorecen a los aduladores; los que quieren enseñar, cuando para sí no saben; los que intentan ser tenidos por doctos en lo que no entienden; los que se huelgan de que se crean de ellos cosas grandes; los que en las palabras son tan graves, que se escuchan; los que son en prometer veloces, y en dar limitados, etc>. Ejemplo de una descripción de sér abstracto: «La gloria, dice Cicerón (Oración Pro Marcelo), es una brillante y muy extendida fama que el hombre adquiere por haber hecho muchos y grandes servicios, o a los particulares, o a su patria, o a todo el género humano». Enumeración. -La enumeración es una serie de objetos o de ideas concernientes a un mismo asunto, que el escritor enuncia. Ejemplo de simple enumeración. He aquí la de las circunstancias que favorecen a un escritor, hecha por Cervantes cuando se hallaba en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido tiene su habitación: «El sosiego, el lugar apacible, la amenildad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espiritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas». Paralelos Texto de: Retórica y Poética. Un paralelo es una especie de descripción que se hace comparando a una persona con alguna otra, esto es, oponiendo a cada cualidad o circunstancia de la una, alguna cualidad o circunstancia de la otra, para hacer notar las semejanzas y las diferencias que haya entre las dos. Mucho puede ayudar esta comparación a hacer Interesante y exacta la descripción de las personas; pero quien la hace ha de cuidar de no incurrir en el hierro en que han caldo muchos autores de paralelos, que, no contentándose con señalar las semejanzas y los contrastes reales que pueden observarse en los dos personajes, se empeñan en no dejar en ninguno de ellos cualidad o circunstancia alguna sin oponerle otra. Este empeño da ocasión a que en los paralelos se ocurra a ingeniosidades, a rebuscamientos y sutilezas opuestos al buen gusto y casi siempre a la verdad. En segundo lugar, hay formas de pensamiento propias del que raciocina o discurre. 70

No se trata aquí de las formas lógicas del raciocinio. Trátase de las formas oratorias que emplea para presentar sus pensamientos un hombre que se propone instruír a los demás o exponer sus opiniones, más bien que conmover. Antítesis.- Significa contraposición. Consiste en contraponer ideas opuestas. Ejemplo tomado de Arguijo: «¡ Oh variedad común, mudanza cierta! ¿Quién habrá que en sus males no te espere? ¿Quién habrá que en sus bienes no te tema?». Concesión. -Consiste en conceder o admitir como cierto algo que parece nos convendria negar. Veamos un ejemplo tomado de una composición festiva de Lupercio de Argensola: «Yo quiero confesar, don Juan, primero, que aquel blanco y carmin de doña Elvira no tiene de ella más, si bien se mira, que el haberla costado su dinero; Pero también que me confieses quiero que es tánta la verdad de su mentira, que en vano a competir con ella aspira belleza igual de rostro verdadero». Epifonema. -Significa exclamación final, y se llama así la reflexión que colocamos al fin de un pasaje, Virgilio, recapitulando los motivos que tenía Juno para oponerse al establecimiento de Eneas en Italia, concluye con esta sentenciosa reflexión; «¡Tan alta empresa y tal dificil era fundar de Roma el poderoso imperio,! Amplificación. -La hay cuando extendemos un pensamiento, presentándolo por diferentes aspectos, para Imprimirlo con más fuerza en el ánimo o para exonerarlo. Gradación o clímax.- Consiste en presentar una serie de ideas en progresión ascendente o descendente. Ejemplo de Cicerón: Nada tratas, dice a Catilina, nada máquinas, nada piensas que yo no sepa, no vea, no adivine». Aquí hay, como se ve, dos gradaciones. Paradoja. -Consiste en ofrecer unidas y amalgamadas cosas inconciliables o contradictorias. Boileau habla de la estéril abundancia de ciertos escritores. Valdivieso llama al tiempo: «Aquel avaro franco y joven viejo» Otro ejemplo de Bartolomé de ArgensoIa: «Este que llama el vulgo estilo llano encubre tántas fuerzas, que quien osa tal vez acometerle, suda en vano. Y su facilidad dificultosa también convida y desanima luégo, en los dos corifeos de la prosa> Caro (J. E.), al hablar del zumbido del sil*ncio, ofrece otro bello ejemplo de paradoja. 71

Semejanza, símil o comparación. -Consiste en expresar .que dos objetos son semejantes entre sí. Hay símiles que se emplean para probar algún hecho -por su analogía con otro, los cuales no deben emplearse en pasajes patéticos. Otros sirven para ilustrar, hermosear o hacer sensible un objeto. Ejemplo de los de la primera clase. Una esfera colocada sobre un plano no lo toca sino ,en un punto, pero el plano resiste el peso de toda la esafera; el réprobo, en cada instante de su existencia, ,siente las penas de toda la eternidad. Don Andrés Bello, describiendo un incendio, ofrece ejemplo de los de la segunda clase: «Cual león que descuartiza descuidada presa hambriento, tal encrespado se eriza, tal ruge el fiero elemento que te reduce a ceniza». Víptor Hugo (Cantos del Crepúsculo) compara a una ,-pobre joven, confiada en su virtud y en la inmortalidad, -con el ave, que aun viendo que la rama en que está posada va a desgajarse, canta porque sabe que tiene alas para elevarse al cielo. Los similes no deben tomarse de objetos que tengan una semejanza demasiado cercana con el que se quiere ilustrar, ni tampoco de los que la tengan demasiado. remota. El objeto de donde se torne el símil no ha de ser desconocido, ni tampoco de aquellos que sólo los muy instruídos puedan conocer, ni tal que pocos puedan percibir la semejanza. En composición seria no se han de tornar de objetos bajos o innobles, pues con el empleo de los símiles debe procurarse engrandecer la cosa de que se trata y darle realce o brillo. Contra esta regla pecó Théophile Gautier cuando comparó la luna que brillaba sobre una torre, con un punto sobre una i. Nunca han de acumularse muchos símiles. Sentencia es una reflexión profunda y luminosa que el escritor presenta como sugerida por algo que acaba de decir. Si es puramente especulativa, se llama principio; si se se dirige a la práctica, máxima; si el dicho es tomado de otro autor, apotegma; si es vulgar adagio. En tercer lugar, hay formas propias para expresar las pasiones. Apóstrofe. -Consiste en dirigir la palabra, no a los lectores u oyentes, sino a otros objetos o personas. Don Salustiano Olózaga, enseñando la influencia de los buenos y generosos sentimientos en los triunfos oratorios, exclama de pronto: «¡Oh elocuencial yo te bendecía porque eras compañera de la libertad; ahora te bendigo doblemente, 72

porque eres hija de la virtud. Conminación. -Dáse este nombre a toda amenaza. Ejemplo tornado de Virgilio: «Véte, pues, y camina en seguimiento de esa Italia entre fieros aquilones; y surcando las ondas ambicioso, Búsca dónde reinar. Mas. si, lo espero. Si algo pueden los númenes piadosos, en medio los escollos el castigo hallarás de tu bárbara perfidia, y a Dido muchas veces por su nombre en vano llamarás. Abandonada, yo te perseguiré, de humosa tea la mano armada; y cuando ya la fría muerte arrancado de los miembros haya el ánima infelice, en todas partes tendrás mi sombra pavorosa al lado, y así, perjuro, pagarás tu crimen. Yo lo sabré en el Orco, y esta nueva consolará mis manes afligidos>. Corrección, -Consiste en corregir lo que uno mismo acaba de afirmar. Deprecación -La emplea quien sustituye las súplicas al simple razonamiento. Exclamación. -Es la expresión de un afecto tal como la sorpresa, el temor, la esperanza, la alegría, etc. Hipérbole. -Llamase vulgarmente ponderación o exageración, y consiste en atribuír a alguna cosa cierta cualidad que le corresponde, pero no en tan alto grado como supone el que habla. Ejemplo de hipérbole suministra Cicerón cuando dice (Orat. pro Archi) que no sólo las fieras, sino hasta las soledades y peñas, son sensibles a la armonía M canto. Histerología .-Consiste en decir primero lo que, según el orden lógico de las ideas, debería decirse después, «Muramos y arrojémonos en medio de las armas enemigas», hace decir Virgilio a Eneas. Optación. -Es la manifestación de un deseo. Cuando éste es de que a otro le suceda algún mal, la optación toma el nombre de imprecación; y el de execración, cuando nos le deseamos a nosotros mismos. Permisión. -La hay cuando damos licencia a alguno para que nos haga males mayores de los que ya nos ha hecho. En las Geórgicas, e! pastor Aristeo dirige a su madre Cirene un discurso en que se queja de que le haya esta diosa abandonado en sus tristes cuitas, y agrega: «Si no estás sastifecha, por tu mano arránca mis lozanas arboledas, cual enemigo, incendia mis establos, la mies destrúye, los sembrados quéma, etc.> Prosopopeya o personificación .-Consiste en atribuir cualidades propias de los seres animados y corpóreos, a los inanimados, a los incorpóreos y a los abstractos. Los grados de la prosopopeya son cuatro:

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1. Cuando se dan a objetos inanimados o incorporeos epítetos que sólo convienen a los animados y corpóreos, como cuando decimos que la ignorancia es a revida o que la avaricia es insaciable. 2. Cuando se introducen los inanimados obrando como si tuviesen vida, como se ve en los siguientes versos de la Epístola moral a Fabio: «La codicia, en las manos de !a suerte, se arroja al mar, la ira a las espaldas y la ambición se ríe de la muerte», 3. Cuando se les dirige la palabra, Cicerón, hablan, do del paraje en que mataron a Clodio, apostrofa así, a los collados y bosques de Alba: «A vosotros invoco, collados y bosques de Alba, a vosotros os pongo poi testigos, etc.» En Racine se halla aquella apóstrofe de Fedra: «A verte vengo, oh sol, la vez postrera> 4. Cuando los introducimos hablando ellos mismos, como lo hizo Cicerón poniendo en boca de la patria un discurso dirigido a Catilina y otro al mismo Cicerón. Reticencia. -Consiste en dejar incompleta una frase sin acabar de enunciar el pensamiento. Ejemplo: ¡Oh, quién tuviera la robusta vena de aquel insigne historiador romano que en libros inmortales encadena los fieros monstruos del linaje humano! Mi ¡ira entonces... Pero no, la pena que envilece al león honra al gusano... Imposible o adínaton,-Es una especie de juramento que se hace asegurando que primero se trastornará alguna ley de la naturaleza que verificarse o dejarse de verificar algún suceso. Dice el padre Granada, hablando de los réprobos: «En cuanto Dios viviere, ellos morirán; y cuando Dios dejare de ser lo que es. dejarán ellos de ser lo que son>. Interrogación. -Consiste en hablar preguntando, no para que nos respondan, sino para dar más fuerza a lo que decimos. En cuarto lugar, hay formas propias para presentar los pensamientos con cierto disfraz. Alegoría. -Es una metáfora continuada. La hay cuando todas las expresiones del pasaje son metafóricas. Metáfora. -Es una figura que consiste en sustituír el signo de una idea al de otra semejante. Puede decirse también que la alegoría es un símil en que no se menciona el objeto que con él se quiere ilustrar. La oda XIV del libro 1 de Horacio ofrece un buen ejemplobajo la imagen de un bajel hace ver el poeta a los romanos los males que amenazaban a la nación. 74

Alusión. -Consiste en llamar la atención hacia alguna cosa por medio de cierta expresión que haga pensar en ella indirectamente. Para que una alusión pueda ser entendida, se necesita que el lector tenga noticia de cierta cosa. Ejemplo: «Yo había formado proyectos y concebido esperanzas; pero, cuando menos lo pensaba, se me rompió el cántaro». El que no conozca la fábula de La Lechera no penetra el sentido de estas frases. Dialogismo. -Consiste en referir textualmente un dis. curso fingido de persona verdadera y viva que habla con otra también viva y verdadera. Si habla con sigo misma se llama toliloquio. Después del paso del Mar Rojo, entonó Moisés su cántico, en el cual se halla este ejemplo de dialogismo: «Dijo el enemigo: seguiré el alcance y alcanzaré, repartiré despojos, se hartará mi alma,. Dubitacíon. -Consiste en que quien habla se manifieste dudoso sobre lo que ha de decir o hacer, cuando en realidad lo tiene resuelto. Ejemplo tomado del padre Granada: «Para hablar de este misterio de nuestra redención.... ni sé por donde comience, ni donde acabe, ni qué deje, ni que tome para decir» Atenuación .-Consiste en rebajar artificiosamente las buenas o malas cualidades de algún objeto, no para que el lector tome por verdadero lo que decimos, sino para que aprecie el objeto en su justo valor; como cuando, para llamar hermoso a un objeto, se dice que no es feo. Parresia. -Consiste en aparentar que úno se excede diciendo algo de que parece debería ofenderse aquel a quien que se había. Halláse un buen ejemplo en la Oración pro Lígario, ,que puede verse en el original. Perífrasis o circunlocución .-Consiste en sustituír a una idea particular otra genérica y vaga, pero que pueda dar a conocer suficientemente nuestro pensamiento. Ejemplo: Temístocles para no decir claro a los atenienses que huyesen de Atenas, les dijo: «Confiemos la ciudad a los dioses». Preterición. -Consiste en fingir que pasarnos en silencio lo mismo que estamos diciendo. Cicerón, hablando de una batalla en que se había perdido todo el ejército, dijo: «Permitid, romanos, que pase en silencio nuestra derrota, la cual fue tan grande, que no llegó a oídos de Lúculo por aviso que recibiese del ejército, sino por el rumor público». Ironía. -Consiste en atribuir a un objeto cualidades contrarias a las que tiene, pero de modo que se conozca que no le convienen sino las opuestas. 75

Puede cometerse la ironía cuando damos a una cosa un nombre que indique cualidades contrarías a las que la distinguen y entonces se llama antífrasis, como cuando, hablando de un cobarde, decimos: ¡Qué valiente!»; asteísmo, cuando fingimos vituperar lo que queremos alabar, como cuando se dijo de Condé, a propósito de una victoria que, siendo joven, habla alcanzado sobre un ejército mandado por viejos: «La gente está incomodada al ver que un novel capitán haya tenido poco respeto a unos generales antiguos>; carientisimo cuando, para, burlarnos de una cosa, emplearnos expresiones que no parezcan burlescas, como el del Duque de Alba, cuando preguntándole el rey si era cierto que en la batalla de Elba se habla renovada el prodigio de pararse el sol, le respondió: «Yo estaba ese día tan embebido en las cosas de la tierra, que no pude observar las que pasaban en el cielo>; cleuasmo, cuando, para burlarnos de alguno, le atribuimos buenas cualidades que nos convienen a nosotros, o nos atribuimos las malas que son propias de él, corno el que Homero pone en boca de un jefe ilustre, dirigiéndose a Drances, que carecía de todo mérito «Truena, por tanto, en elocuentes voces, corno sueles hacerlo, y de cobarde me acusa, ¡oh Drances! puesto que tu diestra de cadáveres teucros este campo dejó sembrado y tu valor publican erigidos en é1 tántos trofeos». D¡arsísmo, cuando de un modo maligno, pero disimulado, despertamos en otro una idea que puede mortificarle. Ejemplo. Como Luis XIV hubiese dicho con muestras de enojo a un embajador español: «Yo iré a Madrid>, el embajador (aludiendo a que Francisco 1 estuvo prisionero en aquella ciudad) le contestó: «No, hay inconveniente: también estuvo allí S. M. Francisco I>; y mímesis, finalmente, cuando remedamos a otro refiriendo un discurso suyo. Puede verse un ejemplo el Quijote, capitulo en que se refiere la- aventura de los batanes. Para emplear todas las figuras dichas con discernimiento y oportunidad, conviene observar las reglas generales siguientes: 1ª En el uso de las figuras, es necesario atender siempre a lo que permiten o no el -genio de la lengua, y la práctica de los buenos escritores. 2ª Han de ser oprtunas, atendidas las circunstancias de persona, lugar, tiempo, situación, etc. 3ª Han de ser acomodadas al género en que se es. cribe, y al tono general y dominante de la obra. 4ª Deben serlo igualmente al fin que se propone el que habla, es decir, que han de ser propias para producir el efecto que se desea.

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5ª Deben convenir sobre todo al pensamiento particular -que se enuncia bajo aquella forma; esto es, deben presentarse con toda la claridad, fuerza, energía y gracia que sea posible. 6ª Además es menester no repetir una misma muchas veces, porque la monotonía en las formas es una de las cosas más fastidiosas y molestas para los Iectores u oyentes. Sobre todo, es necesario no poner en boca de una persona a quien hemos de suponer agitada por una pasión, ninguna figura de las que exigen y revelan artificio y labor esmerada. De los tropos Texto de: Retórica y Poética. El uso de los tropos se debe a la facultad del alma llamada asociación de las ideas, mediante la cual, al acordarnos de una cosa, nos acordamos también: 1º de sus cualidades y circunstancias, del lugar que ocupaba, de otras cosas que la rodeaban, etc.; 2º , de lo que sucedió antes y después de verla; y 3º de otras semejantes que hemos visto. La necesidad que ha obligado a dar varias significaciones a una palabra, es de tres clases: 1ª la necesidad gramatical, por la cual se ha extendido la significación primitiva de una palabra, desde un solo individuo a la especie entera; 2ª la necesidad ideológica, que ha obligado a trasladar los nombres de los objetos materiales a los inmateriales; 3ª la necesidad moral, la cual hace que los signos de las ideas coasociadas se sustituyan unos por otros. Ejemplo de la primera clase. Suponiendo que Adán hubiera dado el nombre de león al animal que hoy conocemos con este nombre, podemos suponer también que del individuo que él vio pasó el nombre a toda la especie. De la segunda clase. Las palabras espíritu y corazón, que significaron soplo la primera, y cierta entraña la segunda, han venido a tener además la significación de los objetos inmateriales que todos sabemos. Ejemplo de la tercera Este se presenta siempre que llamamos a un ministro o a otro hombre importante columna del estado. La significación secundaria que algunas palabras han tomado constantemente, ha llegado a ser la suya propia, como ha sucedido con la de la voz espíritu. Hay diferentes especies de tropos, la primera de las cuales se llama sinécdoque, y comprende todas las traslaciones de significación fundadas en la relación de coexistencia. Hay sinécdoque: 77

1º Cuando el nombre de un todo se pone por el de una de sus partes, y cuando el de una de éstas se pone por el del todo, como cuando decimos: el hombre ha sido formado de barro, donde se ve que 1.9 palabra hombre, que significa el compuesto de cuerpo y alma, designa solo el cuerpo: y corno cuando decimos tantas velas han salido del puerto, en lugar de tantos navíos, en donde la parte, que son las velas, está tomada por navíos, que son el todo. 2º Cuando se toma el género por la especie, o al contrario. Vemos ejemplo de lo primero cuando con la palabra mortal, que conviene a todos los vivientes, designarnos únicamente al hombre; y ejemplo de lo segundo, cuando se dice Fulano no sabe ganar su pan, aquí pan designa todo alimento, 3º Cuando se toma la especie por el individuo, como cuando decimos, v. gr. el orador por Cicerón; o e! indíviduo por la especie, como cuando, con el nombre propio Mecenas, designamos a todo el que es protector de las letras. 4ª Cuando se toma- el plural por el singular, y al revés. Sirva de ejemplo de lo primero, el nosotros que emplea cualquier autor; y de lo segundo el español, el inglés, cuando se quiere designar a todos los españoles o a todos los ingleses. 5º La materia de que está hecha una cosa por la cosa misma, v. gr., el acero por la espada. 6º El continente por el contenido; o, lo que es lo mismo, el nombre del lugar donde se halla una cosa, por el de ésta. Así, los nombres Francia, Italia, etc., se emplean para designar los habitantes de estos países. 7º El signo por la cosa significada, como cuando se designa la dignidad real por el cetro, o la España por el león 8º El abstracto por el concreto, v. gr., la ignoran. cia es atrevida. La segunda especie de tropos es la metonimia, que consiste en emplear el signo de una idea por el de otra con la cual está enlazada, por precederle o seguirle. Hay metonimia: 1º Cuando se toma el antecedente por el consiguiente, o al contrario. Ejemplo: Fue Ilión en donde el fue significa dejó de existir. 2º Cuando se pone la causa por el efecto o el efecto por la causa, de lo que ofrecen ejemplo las expresiones vivir uno de su trabajo, y ganar el pan con el sudor de su frente. 3º El inventor por la cosa inventada, como cuando a Ceres se le hacía significar el pan. 4º El autor por sus obras; v. gr., leo a Virgilio, por leo las obras de Virgilio 5º El instrumento con que se hace alguna cosa por la manera de hacerla, o por la persona que la hace. 78

Así, porque los antiguos escribían con un punzón llamado estilo, esta palabra se torna por la manera de escribir; y porque nosotros escribimos con plumas, decimos Fulano tiene buena pluma. La metáfora consiste en sustituir al signo de una idea el de otra semejante. Una sola palabra puede formar metáfora simple; dos, tres y aun algunas más metáfora continuada, si van interpoladas con voces que se tomen en sentido propio. Una frase en que todos los términos sean metafóricos viene a ser una alegoría. La metáfora no es otra cosa que un símil en que no se menciona uno de los objetos que se comparan. Si se dice: La primavera de la vida, se comete una metáfora, Si se dice: La juventud es como la primavera, habrá una comparación. Por consiguiente son aplicables a las metáforas muchas de las reglas relativas as a los símiles. Ejemplos de metáforas : en un buen ministro es la columa del estado, hay una metáfora simple. En un ministro es la columna que sostiene el edificio del estado, hay metáfora continuada, Si para expresar que el ministro murió se dijese: cayó la columna que sostiene el edificio, tendríamos una verdadera alegoría. Una metáfora ha de ser sostenida, y no ha de encerrar ideas que no puedan amalgamarse. Toma el rayo oh Luis, dijo un autor dirigiéndose a Luis XIV, y vé como un !eón a dar el último golpe, etc. En este pasaje se zurcieron cosas eterogéneas, pues ni los leones manejan rayos, ni con los rayos se dan golpes. Los tropos bien empleados contribuyen a hacer las expresiones más claras y más concisas, y a dar energía al estilo; enriquecen el lenguaje, comunican nobleza, hermosura y gracia a las composiciones, y son el principal recurso que tenemos para dar novedad a las ideas comunes. De las claúsulas Texto de: Retórica y Poética. Las expresiones se deben colocar del modo más ventajoso para que el pensamiento total pueda producir completo el efecto que se desea. Colocarlas así es lo que se llama componer o coordinar la cláusula. Cláusula es una reunión de palabras que presentan un pensamiento completo. Algunos llaman sentencia, otros Período y otros frase lo que nosotros llamamos cláusula. Hay cláusulas cortas y cláusulas largas, las que deben mezclarse en debida proporción. Hay estilos que se caracterizan por el uso más frecuente de las cláusulas de una de las dos especies.

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Divídense también las cláusulas en simples y compuestas. Cláusula simple es la que consta de una sola proposición principal, incluya ésta o no expresiones secundarias que ilustren o modifiquen algunas de sus partes. Las modificaciones del sujeto deben colocarse inmediatas a éste, como se ven las siguientes en esta cláusula simple con modificaciones, que hallamos en el Quijote: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor». Las que recaen sobre el verbo, si son adverbios 0 frases adverbiales, le siguen o le preceden inmediatamente, como en el ejemplo anterior la frase adverbial no há mucho tiempo que. Si hay varios complementos que expresen el objeto, e! término, el motivo, el lugar, etc., conviene anteponer, como lo hizo Cervantes en el mismo pasaje, alguno de estos últimos, porque, colocados todos después del verbo, harían arrastrada la cláusula. Cuando los complementos que siguen al verbo son poco más o menos de una misma extensión, su orden es el siguiente: 1º el objeto o acusativo; 2º el término o dativo; y 3º los complementos circunstanciales, v. gr. voy a enviar este libro a un amigo por el correo. Mas si alguno de ellos es más largo que los otros, se dejará para el último lugar. En esta cláusula El rey no confía los negocios a gente sin devoción, está bien observado el orden; pero si se hubiera dicho: el rey no confía el mando de sus ejércitos a impíos, lan cláusula no estaría tan bien construída como esta: El rey no confía a impíos el mando de sus ejércitos, Cláusula compuesta es la que contiene dos o más. proposiciones principales, como ésta: Romanos, en tal día como este, vencí yo a Aníbal Y sujeté a Cartago: vamos a dar gracias a los dioses inmortales. Las diferentes proposiciones principales de que consta una cláusula se llaman miembros; las incidentes y los complementos, incisos. Si las proposiciones principales no están ligadas entre sí por medio de conjunciones, relativos, gerundios, etc., la cláusula se llama suelta; tal es la que acabamos de ver. Si están enlazadas, la cláusula se denomina periódica o período. El estilo en que dominan las primeras se llama estilo cortado, y aquel en que abundan las segundas, periodíco. A cinco pueden reducirse las cualidades de una cláusula bien construída, y son: claridad, unidad, energía, elegancia y armonía.

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La claridad consiste en que se evite toda oscuridad y toda ambigŸedad en el sentido. Las reglas para la claridad son: 1º Los adverbios y las frases adverbiales que limitan el significado de alguna expresión deben colocarse inmediatamente después de ella. Si se dice: Por grandeza no entiendo solamente el tamaño de un objeta, sino la extensión de toda una perspectiva, el adverbio sola mente modifica al verbo entiendo, contra la intención M autor de la cláusula. Lo que él quiso decir no se expresa sino colocando dicho adverbio después de la palabra objeto. 2º Los complementos, las prosiciones incidentes y, en general, todas las circunstancias de lo enunciado por el verbo, deben ponerse en el paraje que mejor indique cuál es la idea a que se refieren. En el siguiente pasaje hay una coordinación un poco anfibológica. «Me propongo sólo decir lo que a la historia no compete, por ser demasiado humilde». Aunque por el contexto se descubre bien el sentido, no deja de ser viciosa la colocación M adverbio sólo y del último complemento por ser demasiado humilde Por el sentido, humilde se refiere a lo; gramaticalmente podría también referirse a la historia, y aun al escritor. La perspicuidad pedía que se dijese: «Me propongo decir únicamente lo que por ser demasiado humilde no compete a la historia». 3º Los relativos quien, que, cual, cuyo, etc., deben colocarse después de su antecedente. A esta regla falta la siguiente cláusula: Locura es armarnos contra los accidentes de la vida amontonando tesoros, contra los cuales nada puede protegernos sino la mano de Dios. Lo corriente sería: «Locura es armamos amontonando tesoros, contra los accidentes de la vida, contra los cuales nada puede protegernos», etc. 4º Lo mismo debe decirse del pronombre él, ella, ellos, ellas, y del posesivo su, sus, suyo, suya, suyos, suyas: es menester que se coloquen de manera que por el lugar que ocupan se vea a quién se refieren. En esta cláusula: César quiso sobrepujar a Pompeyo, y las inmensas riquezas de Craso le hicieron creer que él podría igualar la gloria de estos grandes hombres. El contexto muestra que le y él se refieren a Craso, pero por la colocación los referiríamos a César. Dice Quevedo a un escollo: «De amenazas del Ponto rodeado y de enojos M viento Sacudido, tu pompa es la borrasca, y su gemido más aplauso te da que no cuidado». ¿El su de gemido (pregunta un crítico) se refiere a la borrasca. al viento o al Ponto? ¿0 se refiere a todos juntos? No basta, observa Quintiliano, que otros entiendan 81

bien lo que decirnos nosotros: es necesario que lo expresemos bien para que en ningún caso pueda entenderse mal. La penetración del lector no disculpa la negligencia del escritor. La unidad consiste en que todas las partes de una ,cláusula estén tan ligadas entre sí, que hagan en el ánimo la impresión de un solo objeto y no de muchos. Para conseguirlo se observarán las reglas siguientes: 1ª Dentro de cada cláusula no se mudará la escena, y se pasará de una cosa o de una persona a otra lo menos que se pueda. Si yo dijese: Después que nosotros anclámos, ellos me desembarcaron, y yo fui saludado por mis amigos, quienes me recibieron con muestras de cariño.... nosotros, ellos, yo y quienes aparecerían desunidos y casi sin conexión. Refiriéndolo todo a la primera persona, se diría: Habiendo anclado, desembarqué y fui saludado por mis amigos y recibido, etc, De este modo tendra la cláusula la debida unidad. 2º Jamás deben acumularse en una misma cláusula pensamientos tan inconexos entre sí que cómodamente pudieran distribuírse en dos o más cláusulas. En el siguiente pasaje: En este estado incómodo de su vida pública y privada, Cicerón se vio angustiado de nuevo por la muerte de su amada hija Tulia, acaecida poco después de haberse divorciado de Dolabela, cuyas costumbres y mal genio le desagradaban en extremo, siendo el objeto principal la angustia de Cicerón ocasionada por la muerte de su hija, la circunstancia de haber ésta fallecido poco después de su divorció, puede entrar en la cláusula; pero la añadidura relativa al carácter de Dolabela destruye la unidad 3º Es menester no introducir en las cláusulas paréntesis que cómodamente y sin menoscabo de la claridad puedan evitarse. 4ª Toda cláusula ha de cerrarse plena y perfectamente, lo cual quiere decir que deben acabar todas en aquella palabra en la cual el ánimo parece que desee reposar, y que no se añada ninguna circunstancia, que o debió omitirse, o pudo colocarse en otra parte. La energía consiste en que las diversas partes de las cláusulas se coordinen de modo que presenten el pensamiento total la más ventajosamente que se pueda para que produzcan la impresión que se desea. Las reglas sobre energía son las siguientes: Iª Limpiar las cláusulas de toda palabra inútil, es decir, que no añada algo al sentido. En obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía, es inútil el le dijese. 2ª Deben limpiarse de todo miembro que diga lo mismo que alguno de los precedentes, Garcilaso dice: 82

«¡Ay cuán diferente era, y cuán de otra manera,, repitiendo en el segundo verso lo dicho en el primero, con perjuicio de la energía. 3ª No se multipliquen sin necesidad las palabras demostrativas y relativas. Así, en lugar de decir: En esta parte no hay una cosa que nos disguste más que la vana pompa, será mejor: Nada nos disgusta más, etc. 4º a Las palabras capitales, que son las que representan la idea más interesante, colóquense en el pasaje en que puedan hacer más impresión. Ejemplos «En un castaño aragonés, brioso, de carnosa cerviz, crin guedejuda, anca redonda y relevado pecho, que receloso y comprimido bufa; esparciendo la arena por el aura al estampar el casco y herradura en la tierra a compás, entra Velásquez y la tención universal subyuga». (D. ANGEL SAAVEDRA) Aquí se dejó con grande acierto lo principal para el fin, y con igual habilidad se colocó hacia el medio en el siguiente trozo: Quedó entretanto, a su pesar, el fuego de su alma noble conteniendo el Conde; como el lebrel gallardo, en la traílla, cuando ve al jabalí cruzar el monte>. (D. ANGEL SAAVEDRA), 5ª Estén las palabras capitales desembarazadas de las otras que pudieran hacerles sombra. Así, si hay circunstancias de tiempo, lugar, etc., u otras modificaciones. se han de colocar de modo que no oscurezcan el objeto principal, regla bien observada en esta cláusula de un autor que, hablando de ciertos poetas, dice: Si al paso que sólo prometen agradar, aconsejan secretamente e instruyen, pueden acaso ahora también como antes, ser tenidos con justicia por los más ilustres autores. Contiene las modificaciones sólo, secretamente, acaso, ahora, también, como antes, con justicia; y están colocadas -le modo que no debilitan la cláusula, y que el ob. jeto capital ser tenidos, etc., viene a ocupar el ¡Ligar más distinguido 6º Cuando hay varios complementos circunstancia les o modificativos, procúrese no poner muchos de seguida; interpónganse, si es posible, palabras de otra clase. Ejemplo: Lo que hace algún tiempo tuve la honra de indicar a usted en la conversación, no era un pensamiento nuevo. Las dos circunstancias hace algún tiempo y en la conversación están aquí hábilmente separadas por las palabras tuve la honra de indicar a usted. 7ª Las palabras homólogas colóquense en una gradación racional. Así, si se habla de cosas que admiten cierto orden, como varias naciones que han existido en distintas épocas, deben colocarse primero las más antiguas 8ª cuando haya una cláusula de miembros desiguales, déjese el más largo para el último lugar. En vez de decir, v. 83

gr., «nos lisonjeamos creyendo que hemos abandonado nuestras pasiones cuando ellas nos abandonan», sería más enérgico invertir el orden de los miembros y decir: Cuando nos abandonan las pasiones, nos lisonjeamos creyendo que las hemos abandonado. Para dar variedad al estilo pueden emplearse de cuando en cuando finales muy breves. Ejemplo: después de hablar de !a comedia El Señorito Mimado, añade Moratín: «Si ha de citarse la primera comedia original que se ha visto en los teatros de España, escrita según las reglas más esenciales que han dictado la filosofía y la buena crítica, ésta es». 9ª Si es posible, no se concluyan las cláusulas, ni aun cada uno de sus miembros, con un pronombre, un adverbio u otra de las partes menores del discurso, a no ser que éstas sean las palabras capitales. Véase un pasaje en que el período termina deplorablemente: «Y si a esto se agrega que la nobleza whig lo consideraba por su jefe. y que los cargos públicos rebosaban de protegidos suyos, la importancia se transformaba en omnipotencia casi>. 10ª Cuando en los diferentes miembros de una cláusula se comparan o contraponen entre sí varias ideas, se debe observar igual contraste en las palabras y en en su colocación, como en el pasaje siguiente, Homero era el mayor genio, Virgilio e! mayor artista, en el uno admiramos el hombre, en el otro la obra. 11ª Cuando en los miembros de una cláusula hay ideas que se corresponden entre sí, colóquense en orden paralelo las palabras que las expresan. Por ejemplo: «El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata. no me sirva, el que desconocida no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, no los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera>. La elegancia de las cláusulas consiste en que se las construya con cierta belleza y gracia. Hay elegancias que consisten en omitir o no omitir ciertas palabras, como cuando se repite, por convenir así, la conjunción, o cuando ésta misma se omite pudiendo usarse. Otras consisten en repetir una palabra, ya al principío, ya al fin de diferentes miembros o incisos, v. gr., llevemos en nosotros la mortificación de Jesús, para queaparezca en nosotros la vida de Jesús. Otras en empezar dos o más incisos con palabras tomadas del antecedente, lo que se llama concatenación. Así como a veces la elegancia consiste en que se repita el vocablo al fin, en otros casos consiste en que en el último miembro se invierta el orden de las palabras, para 84

que el vocablo que se repite no quede al final, v. gr.: «Para que viviendo con 61 y viviendo por él, con 61 muramos». Es elegante anteponer un, adjetivo y posponer otro, en la forma en que lo vemos en estos ejemplos: «Sus palacios eran magníficos, espléndida su mesa> «Como la persia estaba en una sujección excesiva, Atenas experimentó las consecuencias excesibas de una libertad> Lo es igualmente alterar el orden de los sustantivos que se repiten, como lo hizo Donoso Cortés en el pasaje siguiente: «En su primera página se cuenta el principio de los tiempos y el de las cosas, y en su última página el fin de las cosas y el de los tiempos>. En una cláusula compuesta de dos partes, es elegante suprimir el verbo en la primera para expresarlo solamente en la segunda: «Las que alegres esperanzas en la juventud, son tristes memorias en la vejez». De semejante manera se omite el verbo en una frase incidente que se coloca al principio: «Esperemos que nuestra madre, ya que no la felicidad, hallará al menos en sus últimos días el reposo que tiene tan me. recido». El reproducir los sustantivos por medio de pronombres para no repetirlos, es en los más de los casos de necesidad, pero hay algunos en que tal reproducción es ,elegante, como cuando, estando el sustantivo en plural, se hace la reproducción por medio de un pronombre en singular, y como cuando, empleado un sustantivo en cierta acepción, se reproduce con otra algo diferente. Ejemplo: «No les guardaré a ustedes consideraciones, por la de que, si se las guardase, seguirían abusan. do>. El sustantivo consideraciones está en plural, y la reproducción se hace por medio del pronombre la en singular; además, cuando está expreso significa miramientos, y en la reproducción quiere decir motivo. Sirva de ejemplo para la reproducción de una palabra en acepción diferente de la que se le da al expresarla, el siguiente pasaje del Quijote (Parte II, capitulo 24): «Pidiéronle de lo caro. Respondió que su amo no lo tenía; pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana. Si yo la tuviera de agua, respondió Sancho, pozos hay en el camino donde la hubiera satisfecho». Aquí, gana significa voluntad cuando está expresa, y apetito en la reproducción. El mismo Cervantes, como hubiese terminado el capítulo III de la primera parte del Quijote con la palabra hora, dio principio al IV de la manera siguiente: «La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta>; y en el título del capítulo XXXVIII de la segunda parte del Quijote, habiendo empleado la voz cuenta como inflexión del verbo contar, la reproduce con inevitable donaire con calidad de sustantivo: «Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la Dueña Dolorida».

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La supresión de palabras que fácilmente suple el lector, supresión que suele constituír elegancia, es lo que se ¡lama elipsis. Es no sólo inelegante, sino contrario a los más elementales principios del arte de escribir, el empezar por una misma conjunción dos o más miembros de una cláusula como en los ejemplos que siguen: «Pero no pudimos detenernos porque el viento nos impelía con violencia, pero aun andando, pudimos auxiliar a los náufragos,. «Porque el clima de todo el territorio es mortífero pira los naturales del interior, porque la temperatura cambia muy a menudo», Todos saben que por regla general dentro de una frase no debe repetirse una palabra- pero muchos ignoran que es gran yerro emplear en la frase dos vocablosde un mismo origen; y esto aunque el un vocablo sea un lo material muy diferente del otro. Ejemplos: «Difícil sería la interpretación del manuscrito, cuando un hombre como éste, a quien nada se dificulta, no pudo entenderlo». «Entre las cosas que dijo a los circunstantes, que le oían con sorpresa, se le escaparon dicterios que. debían sonar muy mal en aquellas circunstancias>. «Hizo refencia a muchas cosas, pero no a lo relativo a nuestro pleito». Sólo el que sabe latín no ignora, o ignora raras veces, qué palabras son las que tienen un mismo origen y expresan la misma idea abstracta que otras, y huye de mezclar en una frase a referir o referencia con relación o relativo; a obra con cooperar; a contexto con tejer, a dar con datos etc. En la armonía de las cláusulas hay que considerar: LO, el sonido o modulación agradable en general; y 2º la disposición artificiosa de los sonidos para que expresen o imiten alguna cosa. Lo primero se llama melodía o suavidad o armonía; y lo segundo armonía ímitativa. En cuanto a la primera, lo que puede enseñarse se reduce a que los miembros de todas las cláusulas, y en cada uno de ellos sus respectivos incisos, estén distribuidos de modo que la respiración no se fatigue para recitarlos, Conviene también que las pausas de sentido mayores y menores caigan a tales distancias, que traigan entre sí cierta proporción musical que se llama ritmo. En cuanto a la cadencia final, que es la parte que pide mayor cuidalo, la regla que puede darse es la de que en las composiciones oratorias el sonido debe ir creciendo hasta el fin; que cada miembro se termine con las palabras más llenas y sonoras, y que (salvo raros casos de intencional energía) se evite colocar monosílabos en el final de las cláusulas. Véase cúan desagradable cadencia tiene esta cláusula: Repentina mudanza, confusión y peligro, uno de los mayores en que jamás Castilla se vio.

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Está bastante acreditada la regla de que las cláusulas y los párrafos han de terminar en voz grave, y no en aguda ni esdrújula. Esta es la más segura para los pricipiantes, pero hay casos como puede observarse en buenos escritores, en que es conveniente acabar en voz esdrújula o aguda. La armonía imitativa tiene dos grados: el primero es cierta conveniencia vaga del sonido dominante en una cláusula con la naturaleza del pensamiento que contiene; el segundo consiste en la analogía que tienen con algún objeto los sonidos empleados para describirlo. En cuanto a la armonía imitativa debe saberse que las cosas que pueden ser imitadas por medio de los sonidos son 1º otros sonidos; 2 0, el movimiento sensible de los cuerpos; y 3º las conmociones del ánimo, o sea las pasiones. Por la reunión de ciertas palabras y su combinación podernos imitar bien algunos sonidos. Esta clase de ¡mitación se llama onomatopeya. Los poetas pueden darnos idea del movimiento por medio de sonidos que en nuestra imaginación tengan con él alguna analogia. Así, las sílabas largas y la abundancia de acentos dan idea de un movimiento pausado, como en los siguientes versos, relativos al andar de los bueyes: «Que con paso tardio y perezoso con gran trabajo va trazando un zurco..> Hay sílabas breves y otros accidentes con que puede representarse felizmente un movimiento rápido, como el del siguiente pasaje: «.. La bandera que al aire desplegada va ligera>. Estilo, tono y lenguaje Texto de: Retórica y Poética. Estilo es lo que nos hace distinguir !os escritos de un autor de los escritos de otro. Puede difinírsele diciendo que es el caiácter dominante que dan a una composición y a cada una de sus ,)artes los pensamientos de que consta, las formas bajo las cuales están presentados, las expresiones que los enuncian. Y el modo corno están construídas las Hay, por ejemplo, estilo original, hinchado, afrancesado. correcto, conciso, duro. pesado, flojo, grandicso, florido cortadó, etc. Como nunca se reúnen todas las perfecciones en un solo autor, sucede que en algunos se hallan unas, otras en otros; que en ciertos autores muchas de las que hemos enumerado, peroalgunos: en grado eminente- y que en otros se mezclan las perfecciones con los defectos end iferentes proporciones. De todo esto resulta que los estilos son innumerables, Y que cada escritor puede tener Lino propio. Cuando el estilo de un escritor viene a se demasiado conocido, y lo es hasta tal punto, que al empezar a leer una obra suya nos parezca que ya la conocernos, se

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dice que ese escritor es amanerado. El 1 amaneramiento consiste en el uso constante y frecuente de unos mismos recursos literaríos. A caer en este vicio se exponen los que, después de haber empezado a escribir, no tratan de aumentar por medio del trabajo, el estudio N, la meditación. el caudal de sus ideas y el repuesto de vocablos y de expresiones de que pudieron disponer en los principios. Para que los principiantes aprendan a lo que es estilo y lo que lo distingue del tono, del lenguaje, conviene hacerles conocer algunos estilos. El de los Evangelios se distingue por una sencillez tal, que cualquiera al leerlos, cree poderlo imitar sin esfuerzo alguno. No hay en ellos epítetos ni artificios de ningún género para dar alta idea de los objetos que se pintan o de los sucesos que se narran, ni para deslumbrar a los lectores, ni para hacerles amable ni aborrecible cosa alguna Los sucesos más maravillosos y sorprendentes, como la resurrceción de Lázaro, están referidos del propio modo que los más simples y comunes, esto es, como los contaría un niño que pudiera manejar su idioma. Sin embargo, nunca pluma humana ha podido imitar el estilo de los Evangelistas, ni hay escrito alguno que excite la admiración mas que los Evangelios, que pe netre más en el alma, que mueva más los afectos, que más persuada y que eleve más el espíritu. El estilo de los orientales, señaladamente el de los árabes, se distingue por la excesiva abundancia de metáforas y de todo linaje de adornos, y por el uso constante de la hiperbole. El estilo de Donoso Cortés en sus discursos de tono muy levantado, es conocido por las amplificaciones En su discurso sobre la Biblia, puede observarse que pocas veces se contenta con expresar la idea de una sola manera. El de Selgas y Carrasco es cortado y sentencioso. Sus escritos en lo general se componen de párrafos breves, cada uno de los cuales es una sentencia, y aunque. el pensamiento que encierra no lo sea, lleva aires de tal por la énfasis con que está presentado. En Trueba descubrirnos siempre el prósito de decirle el público, sin miedo de críticas ni de burlas, lo que otros no se atreven a decir sino en conversaciones intimas con personas buenas y sencillas, y esto, sirviéndose de expresiones que otros mirarían corno demasiado caseras para ser puestas en letra de molde. Entre los estilos malos, el peor es el ampuloso o hinchado, que es el del escritor u orador que se violenta para parecer original, que recarga su composición de metáforas, de imágenes, de comparaciones, de antítesis, de apóstrofes, y de todas las figuras que, según lo imagina, pueden dar pompa y esplendor a sus obras, 88

Los grandes talentos producen obras en que se ve derramado profundamente todo lo que puede adornar el el estilo y darle brillantez y majestad; pero un talento mediano cae tanto más lastimosamente cuanto más quiere encumbrarse. Una de las prendas del buen estilo es la pureza, que consiste en lo puro y castizo de los términos y lo correcto de las frases. En punto a pureza pecan por exceso de puristas, que son los que tratan de ceñirse, y pretenden que los demás se ciñan con nimia escrupulosidad, a lo prescrito y enseñado por los lexicógrafos y los gramáticos. Bueno y aun necesario es respetar la gramática, el diccionario y el uso de los escritores universalmente estimados; pero si nunca hubiera libertad para introducir novedades en un idioma, éste permanecería estacionario, como permanecen actualmente las lenguas muertas; y no es esto lo natural, pues ninguna ha habido que mientras ha sido usada como viva, no se haya ido perfeccionando y enriqueciendo. Si la lengua castellana es hoy tan hermosa, lo debe a que de siglo en siglo ha ido admitiendo modificaciones. Para no merecer el mote de purista, cada escritor debe seguir la corriente de¡ uso, sin meterse a innovador y sin condenar todo lo nuevo sólo por ser nuevo. Tono es la conveniencia que los pensamientos, las formas, las expresiones y la construcción de las cláusulas pueden tener con la naturaleza del asunto y con la intención y situación del que habla. Hay, por ejemplo, tono majestuoso, familiar, burlesco, dogmático, amenazador, amoroso, etc. Puede haber composición en que el estilo sea intachable, y en que al mismo tiempo el tono sea inadecuado al asunto; así como puede un autor escoger el tono más adecuado a su asunto, siendo pésimo su estilo. Lenguaje en una obra, es la colección de las expresiones con que el autor enuncia sus pensamientos. Será bueno si las expresiones son puras, correctas y propias. Composiciones literarias Texto de: Retórica y Poética. Las composiciones literarias en prosa se dividen en oratorias, históricas, didácticas y epistolares. Las oratorias son los discursos, arengas u oraciones que se pronuncian delante de un auditorio. Todas deben principiar por un exordio que prepare el ánimo de los oyentes y haga que escuchen con atención y benevolencia En el exordio el orador debe hablar con modestia de sí mismo. El exordio debe ser sencillo; pero en él ha de dejar ver el orador la valentia que le inspira el creerse con la justicia de su parte. 89

Debe ser trabajado con esmero y corrección; ha de nacer del asunto mismo sobre que se va a hablar, y ha de corresponder en género y duración al resto del discurso. Después del exordio viene ordinariamente la proposición. Esta sirve para instruir a los oyentes del objeto del discurso. Suele llamarse narración, y este nombre le convendrá en los casos en que efectivamente haya que narrar hechos para declarar cuál es el objeto del discurso. La confirmación es la tercera parte de un discurso. En ésta propone el orador los pensamientos capaces de inclinar el ánimo de los oyentes a abrazar una opinión o a adoptar una resolución Los pensamientos que se emplean para probar una verdad, se llaman argumentos. La peroración o el epílogo es la cuarta y última parte del discurso, En ella se coloca generalmente la moción de afectos; mas esto no quiere decir que no puedan también moverse en las otras partes El objeto de la peroración o, epílogo es dejar fuerte impresión en los ánimo-. Para conseguirlo, se recapitulan los principales argumentos, añadiendo reflexiones que realcen lo que ya se ha probado Hay oratoria forense, política y sagrada. La primera comprende todos los discursos pronunciados delante de tribunales o de jueces para hacer que se condene o se absuelva a alguno, ya en causa criminal, ya en causa civil. La oratoria política comprende íos discursos pronunciados en las reuniones en que se deciden cuestiones relativas al gobierno de los pueblos, Pudiera formarse clase aparte de la popular, la cual comprende las arengas dirigid,¡ una concurrencia que se supone estar compuesta de gente de todas las clases sociales, y pronunciadas siempre para excitar o calmar sentimiento. También podría formarse otra clase de las arengas, militares, composiciones concisas, enérgicas y brillantes, -encaminadas a despertar el entusiasmo bélico. A la oratoría sagrada pertenen los discursos sobre asuntos de religión pronunciados delante de cierto número de oyentes De las muchas reglas que se han dado para la composición de todo genero de discursos, sólo expondremos ,dos, por ser las más interesantes. 1ª El asunto de un discurso ha de ser siempre uno. Un punto capital y genérico puede dividirse en otros ,que estén comprendido- en él; pero lo que de ellos se -diga ha de encaminarse a probar o a ilustrar el principal 2ª El asunto no ha de ser demasiado general y vago, sino que se ha de circunscribir e individualizar.

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Composiciones epistolares o cartas Texto de: Retórica y Poética. No se trata aquí de la forma epistolar que un autor puede dar, como muchos han dado, a una novela, a una relación de viajes o a una composición de cualquier otro género. Estas composiciones no forman clase aparte. Vamos a tratar de las cartas que cualquier individuo escribe a cualquiera otro, sobre asuntos particulares 0 públicos, sin intención de darlas a la estampa. Las reglas útiles; que pueden darse para su composición son !as siguientes: 1º El estilo ha de ser natural y sencillo. Vienen tan mal en una carta como en la conversación familiar la afectación, las cláusulas demasiado numerosas o musicales, los símiles que no sean breves y sencillos, la erudición, los términos poco usados, el tono remontado, las personificaciones, los apóstrofes Y todos los demás adornos semejantes a éstos. 2º Esta naturalidad y sencillez no excluye los pensamientos ingeniosos y profundos 3º El lenguaje y el tono han de ser familiares en aquel grado que corresponda a la mayor o menor intimidad que haya entre los dos corresponsales; a la mayor o menor importancia del asunto, y a la mayor o menor dignidad de la persona a quien se dirige la carta. 4º La sencillez y el tono familiar que recomendamos en las cartas, no autorizan un total descuido y desaliño. En lo escrito se exige siempre más corrección y esmero que en la conversación. Composiciones en verso Texto de: Retórica y Poética. Nunca podrá darse una definición cumplida de la poesía Nosotros nos contentamos con decir que poesías son aquellas composiciones, que estando en verso, tienen por objeto dar ejercicio a la imaginación y al sentimiento más bien que a la razón. Hay escritos en prosa en que son poéticos el asunto, el lenguaje y las formas empleadas; pero a éstas nadie da el nombre de poesías, aunque a las veces a sus autores sí se les coloque en la categoría de poetas, como sucede con Chateaubriand. Las composiciones poéticas son directas cuando en ellas el autor habla directamente con sus lectores. Indirectas, aquellas en que él no habla nunca, sino ciertas personas en cuya boca pone toda la composición, y se llaman dramáticas, es decir, composiciones en las cuales las personas de que se trata obran o están en acción. Mixtas son aquellas composiciones poéticas en que ya habla el autor, ya los personajes que él introduce. 91

El lenguaje y el estilo de las composiciones serias en verso deben ser diferentes del lenguaje y del estilo que pueden emplearse en la prosa. Sólo el buen gusto natural, auxiliado por la lectura de los buenos poetas, puede hacer conocer perfectamente esa diferencia. Pueden, sin embargo, ser provechosas las observaciones siguientes: Muchísimas palabras y locuciones que pueden ser empleadas por las personas más instruídas, en obras en prosa de tono elevado, no tienen cabida en composiciones poéticas. Ejemplos: garantías individuales, cálcuculo matemático, industria pecuaria, probabilidades adversas. Tales palabras y locuciones, rechazadas por la poesia, son muchas veces técnicas, o a lo menos, se aseméjan a las técnicas, En composiciones serias de cierta clase, como en las sátiras, pueden entrar muchos términos que repugnarían en composiciones de otra clase. En poesía se puede usar de ciertas licencias, tales como la de decir do y doquier por donde y dondequiera; derredor y redor por rededor; espíritu. crueza, por espíritu, crudeza; pece y felice por pez y feliz; apena, mientra y entonce, por apenas, mientras y entonces; Tibre por Tliber. Se puede poner el articulo el por el artículo la en casos como el siguiente: «De los montes el altura>; así como suprimir el artículo. v. gr. «Despeñó airado en Etna cavernoso. Usase también en poesía de arcaísmos, corno el que consiste en emplear las formas antiguas de ciertos verbos, v. gr. vide, vido, viéredes, decirte he: y como el de dar a ciertas voces tina aceptación anticuada; v. gr. pesadumbre por peso. Está autorizado por poetas de primera nota el empleo de ciertos latinismos en las composiciones poéticas como remitir por deponer o mitigar; reclamar por volver a clamar; poner por deponer. No podrían estas voces ser toleradas en prosa en dichis acepciones, como tampoco natura, dea y diva, antro, ignoto, albo, ostro y otras dicciones llamadas poéticas. En poesía es lícito dislocar el acento de océano y el de impío, diciendo oceáno e ímpio Hay aún otras cosas en que se distingue el lenguaje de la poesía M de la prosa, a saber: ciertas inversiones que en ésta serían demasiado atrevidas, y el más. frecuente uso de epítetos, imágenes, composiciones, perífrasis, prosopopeyas y tropos. Inversión un poeta puede separar los demostrativos. del sustantivo; el adjetivo. el sustantivo que califica, un complemento de la palabra a que se refiere, etc., v. gr.: « Esta que miras grande Roma ahora.. > 92

(Quevedo) «Las filas Agricán postreras tala» (Bello) Los complementos que empiezan por la preposición de o por la preposición a, pueden en verso anteponerse a la palabra que les rige. «No de purpúrea fruta, o roja, o gualda, a tus florestas bellas falta matiz alguno... (Bello) Veamos otras inversiones: «¡Oh! no extrañéis, si de su planta leve salpica el lodo, y en el lodo altera la no, hasta entonces, desflorada nieve». (Ferrari) «Yo vi del polvo levantarse audaces, a dominar y perecer, tiranos ... » (D. L. de Moratín) «Cantemos al Señor que en la llanura venció del ancho mar al trace fiero ... > (Herrera) «No cura si la Fama Canta con voz su nombre pregonera> (Fr. Luis de León) Fuera de las licencias dichas, los poetas se toman la de emplear el artículo femenino por el masculino, diciendo, v. gr , la aroma; la de alterar el régimen: Viéronte y te temblaron»; «Ese tu salvador que suspiramos» «Hasta dentro en palacio, en los reales»; «Y el alma henchida en celestial consuelo», «Y sus mármoles abre a recibirme». No todas las licencias se pueden usar en todo género de composiciones. Las licencias poéticas no son, por otra parte, enteramente arbitrarias y caprichosas; apóyanse todas en algún uso anterior, y el empleo que de ellas se haga ha de estar justificado por razones de concisión o de energía.

Poemas épicos Texto de: Retórica y Poética. 93

Un poema épico, o tina epopeya, es la relación en verso de una acción ilustre, difícil y memorable. La acción debe ser una, grandiosa, interesante y de extensión proporcionada. La unidad no excluye los episodios, que son ciertos incidentes casuales enlazados con la acción principal, pero no tanto que sin ellos no hubiera podido verificarse. La grandeza consiste en que la empresa tenga el esplendor suficiente para que pueda ser celebrada en tono elevado y majestuoso. A esto contribuye que no sea de fecha reciente. El asunto ha de ser interesante para la nación en cuya lengua se ha de escribir el poema, o de tal celebridad, que pueda interesar a todas las naciones. En los más de los poemas épicos que se han escrito se han introducido personajes naturales y sobrenaturales. Entre los personajes se ha escogido uno principal para ser como el alma de la empresa. El plan del poema épico es semejante al de la tragedia. La narración en el poema épico debe estar enriquecida con todas las bellezas de la poesía, pues no hay composición que requiera más fuerza, elevación, dignidad y fuego. A este género pertenecen también ciertas composiciones, como La victoria de Junín, de Olmedo, destinadas a celebrar y engrandecer algún hecho o algún personaje, que son épicas por la grandiosidad de la acción, lo importante de los personajes, y la pompa y majestad del estilo y el lenguaje; pero que se diferencian de la epopeya por ser de menos extensión y por tener un plan menos vasto y completo. Observaciones sobre tono y lenguaje Texto de: Retórica y Poética. Para que cualquiera pueda comprender lo que es to,no, ofrecemos aquí dos trozos, en cada uno de los cuales se dice exactamente lo mismo que en el otro: en el primero> en tono remontado y propio para una alocución, y en el segundo en tono propio para una carta. I El último sol se ha puesto sobre los fríos restos de N. Los acerbos dolores que precedieron a su postrer suspiro sirvieron de prueba a su varonil entereza. Para la herida que su muerte ha abierto en los corazones de los que le amábamos, no hay más bálsamo que la esperanza de que en un mundo mejor haya recibido el galardón de sus virtudes.

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Sus despojos perecederos estarán por tres días expuestos a la pública veneración, y al cabo se le tributarán los últimos honores con la debida pompa Luégo se le llevará a dormir el sueño eterno en el sepulcro de .sus mayores II N. murió ayer. En los últimos días sufrió dolores agudísimos, pero los soportó con su paciencia de siempre. Para la pesadumbre que nos causa su muerte a los que lo queríamos, no hay más consuelo que esperar que en el cielo haya recibido el premio de sus grandes virtudes. El cadáver estará expuesto tres días, luégo se le harán exequias solemnes, como deben hacérsele, y se le enterrará en la tumba de la familia. Hay estilos buenos y estilos malos,- pero el tono nunca es malo; puede, eso sí, ser inoportuno, como lo sería, v. gr., si en carta dirigida a un hermano o a un amigo, se emplease el que pudiera adoptarse para hacer en público el elogio de un héroe. El lenguaje es la suma de los medios que ofrece un idioma para expresar los pensamientos. No incurrirá en defectos de lenguaje quien al hablar o escribir tenga presentes las enseñanzas de la gramática y del diccionario; pero lo que estos libros pueden enseñarnos no basta para que nuestro lenguaje sea elegante, gracioso y enérgico, y mucho menos para que el lenguaje que empleemos baste por sí solo a dar atractivo a nuestras composiciones. No puede sobresalir por su lenguaje ni hallar siempre términos y expresiones felices sino el que maneje mucho los clásicos españoles antiguos y modernos. Repetimos que no debe manejarlos para imitarlos servilmente, sino para tomar de ellos lo que tomarse pueda sin hacer monstruosa amalgama del habla antigua con la moderna. El lenguaje puede ser intachable, siendo el tono intempestivo y pésimo el estilo, Y puede haber composiciones de mérito en que el lenguaje sea incorrecto. Pruébalo lo que sucede con la poesía popular, de la que pudiéramos presentar muestras en que los pensamientos y las formas son dignos de elogio, siéndolo el lenguaje de toda censura. He aquí una de tales muestras: Yerbecita de mi puerta, ¡qué verdecita que estás! Ya se fue quien te pisaba. ¿Qué hacés que no te secás? Nada puede haber más delicado y tierno que esta copia, y ni el hacés ni el secás la despojan de su mérito. La pureza y corrección del lenguaje consiste en que usemos de vocablos y de construcciones admitidos por el uso; pero no basta saber esto, sino que es preciso entender con qué condición tiene autoridad el uso. La generalidad de los habitantes de la región o las regiones en que se habla un idioma, introduce palabras y 95

locuciones nuevas, y modifica o destierra algunas de las que ya existen. No hay individuo ninguno, ya se le suponga docto, ya ignorantísimo, que no pueda tener parte en esta obra; y son harto comunes los casos en que el pueblo inculto y rudo es quien altera los modos de hablar y quien pone en circulación palabras nuevas. De las innovaciones que aparecen en la lengua, unas son conformes con su índole y con el buen gusto, y al mismo tiempo útiles por algún concepto. Otras son meros barbarismos o solecismos, hijos de la ignorancia, o, torpes imitaciones de idiomas; extraños. Las personas educadas adoptan por lo común las innovaciones de la primera clase, y desechan las de la segunda, y si ocurre el caso de que aun ellas den acogida a algunas de éstas, toca a los filólogos declararlas, inadmisibles. Esto en cuanto a los idiomas en general En cuanto, al castellano, debemos advertir que la Real Academia Española de la Lengua tiene como una de sus principales atribuciones, el calificar los términos y frases o construcciones, declarar, cuando es el caso de hacerlo, que tienen ya la sanción del uso, y que, por tenerla, pueden ser empleados. Tal declaración la hace incluyendo en su diccionario y en su gramática todo lo nuevo que merezca aprobación y que haya aparecido desde que se haya hecho la última edición de aquellos libros hasta el tiempo en que se hace la siguiente. La Academia puede equivocarse y descuidarse, y en muchos casos se descuida y se equivoca: en éstos suplen su negligencia e enmiendan sus yerros los escritores distinguidos, empleando las voces nuevas y las construcciones antes inusitadas que alguno ha introducido y que merecen venir a formar parte del caudal de la lengua. Por tanto, no será digno de censura quien haga uso de tales voces y construcciones si lo hace siguiendo a algunos escritores generalmente aplaudidos y reputados como hábiles en el manejo del idioma. De todo esto se infiere que, cuando se dice que el uso es juez y norma en materia de lenguaje, no se quiere afirmar que hasta con que la gente use una cosa para que la debamos dar por aprobada. Obras y autroes clásicos Texto de: Retórica y Poética. El adjetivo clásico tiene dos acepciones. Ya se habrá comprendido cuál es la que hemos dado en los párrafos anteriores. En otra acepción sirve para calificar a los autores y a las obras que, por haber sido reputadis por mucho tiempo como muy sobresalientes en su género son justamente propuestos como modelos.

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En ciertas obras hallamos que se ha reservado la calificaci6n de clásicos para los autores griegos y latinos cuyas obras han pasado hasta nosotros con aplauso y autoridad. Al presente se califica de clásico a todo autor de extraordinario y no disputado mérito, cualesquiera que sean la nación, la época y la escuela literaria a que pertenezca. El estudio y el constante manejo de los autores clásicos, especialmente el de los antiguos, así como el conocimiento de las lenguas sabias, a lo menos de la latina, deben ser la principal atención de todo el que aspire a distinguirse cultivando las Bellas Letras. Nuestra juventud imagina que con sólo leer obras amenas puede cualquiera hacerse capaz de componer otras iguales, y no advierte que Víctor Hugo, Lamartine, Alejandro Dumas y los demás ídolos modernos de los aficionados a las obras de imaginación, no se han hecho capaces de escribir lo que han escrito sino adquiriendo, a fuerza de vigilias y de laboriosos estudios, ese conocimiento de las literaturas antiguas y de las extranjeras que, sin que ellos se lo hayan propuesto, han hecho lucir en todas sus obras. Siempre y en todas partes tendrá aplicación aquello que dice Horacio sobre las penalidades a que tiene que sujetarse el que desea alcanzar el premio en la carrera.

Sermones, Panegíricos, Oraciones Fúnebres Texto de: Retórica y Poética. En la tribuna sagrada se exponen materias que los, predicadores han estudiado en obras didácticas, y suelen por ello incurrir en el desacierto de emplear un lenguaje científico cuando se dirigen a reuniones de fieles, entre los cuales nunca faltan muchos rústicos e ignorantes o, sencillos, incapaces de entender aquel lenguaje. El predicador que de veras se proponga instruír y convertir a los que oigan sus discursos, debe tomar de los libros la luz que 61 mismo necesita para exponer, doctrina pura; pero al hablar en el púlpito ha de tener presente que su auditorio no se compone de filósofos, ni de teólogos, ni de personas dadas al misticismo. Esto no quiere decir que haya de emplear lenguaje familiar, sino que ha de traducir (por decirlo así) al lenguaje común lo que en las obras teológicas se halla en lenguaje técnico. El predicador nunca debe perder de vista que la censura de los vicios, hecha en abstracto, no puede aprovechar sino muy poco. Los sermones morales de mejor resultado son aquellos en que se pintan fielmente las malas costumbres de los que 97

los están oyendo, y en que se hacen patentes los malos resultados de esas costumbres. Es preciso que cada uno de los oyentes pueda aplicarse a sí mismo la doctrina que se le expone. Llámanse panegiricos aquellos sermones en que se trata de engrandecer a algún santo, o de hacer admirar alguno de los misterios de la religión. Tanto para poder ser original como para conseguir que el auditorio saque provecho espiritual de lo que oye predicar, el que hace un panegírico debe mezclar con las alabanzas del santo o del misterio, las reflecciones y exhortaciones propias para hacer amar las virtudes que hayan resplandecido en el santo, y las adecuadas para honrar el misterio. Las oraciones fúnebres son discursos que se pronuncian en la cátedra sagrada para enaltecer y honrar a algún difunto esclarecido. No hay género literario en que los modelos sean tan ,escasos como en el de oraciones fúnebres. Esto consiste en la gran dificultad que hay para elogiar en la ,cátedra del Espíritu Santo a un personaje que no solamente no ha sido canonizado, sino que (como sucede ,en la mayor parte de los casos) no se ha distinguido por el ejercicio de las virtudes cristianas. Se necesita mucho talento para elogiar en lenguaje cristiano, v. gr., a un rey o a un guerrero que ha hecho servicios insignes a la patria, pero que tal vez ha estado muy lejos de llevar una vida ejemplar, sin que parezca que se le alaba indistintamente por todos sus hechos. Es claro que si el orador hace mención de los defectos o vicios que manchan su memoria, hace degenerar el panegírico ,en invectiva. A la dificultad ya apuntada se añade la de quien hace una oración fúnebre se v, forzado a presentar los hechos del que es objeto de su discurso, no sólo como conformes con el espíritu cristiano, sino como útiles y ventajosos en alguna manera para la religión y para la iglesia. De otro modo parecerá irregular y extraño que, por boca de un ministro de jesucristo, en la tribuna sagrada y en medio de una solemnidad religiosa, se tributen alabanzas a un hombre. Observaciones sobre puntos de la Poética Texto de: Retórica y Poética. Asunto y forma Hay excelentes poesías cuyo argumento es sumamente común, sencillo y manoseado; y hay otras muchas que, con un argumento rico, original, ingenioso e interesante, nada valen.

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Esto nos da a entender que, en poesía, la forma es de más monta que el asunto. El verdadero talento poético consiste en dar a las composiciones forma tal, que cualquiera que sea el argumento, y aunque sea el menos fecundo, el menos nuevo y el menos bello, puedan leerse con placer y ser estimadas y alabadas por las personas de buen gusto. Que la forma sea lo más importante, se afirma no sólo de las poesías líricas, sino de las de varios géneros, entre los cuales podemos contar el dramático. Varias de las incomparables comedias de Bretón de los Herreros tienen un mismo asunto, y éste es por todo extremo común, simple y falto de novedad. Pero esta doctrina sobre las preeminencias que, en poesía, tiene la forma sobre la materia, no abona a los que se arrojan a escribir una composición seria en verso, sin tener pensado lo que en ella han de decir. No es fácil que, sin que ya se tengan acumuladas y aun ordenadas algunas ideas sobre lo que se va a tratar, salga bien una composición, sea en prosa, sea en verso. Muchos versificadores noveles creen tener asunto para una poesía cuando lo que tienen no es más que el nombre que piensan ponerle, o cuando no han hecho más que resolverse a hacerle una composición a tal o cual persona u objeto. Estos son los que, después de haber compuesto una ,estrofa, se tienen que poner a discurrir para hallar algo con qué llenar otra, y así siguen hasta que logran dar al escrito la extensión que se habían propuesto. Puede afirmarse que hasta ahora no se ha escrito así ninguna poesía seria que merezca llamarse poesía Importa advertir a los jóvenes que, por su asunto, son ya intolerables las composiciones en que el poeta (o lo que sea) no se propone otra cosa que encarecer lo ardiente del amor que lo consume y los hechizos de la que lo ha inspirado. Son tan excesivamente numerosas las que hemos visto en libros, en periódicos y en manuscritos, que ni aun las que tienen algún mérito pueden agradar. Lo que empalaga o repugna no es tál o cuál composición de ese género: es el género mismo. No menos aversión que a éste profesan los que tienen buen gusto al ya gastadísimo de las composiciones en verso en que el autor se lamenta de precoces desengaños, o sea de la pérdida de las ilusiones. Los versificadores jóvenes e inexpertos, aunque crean haberlas perdido, siempre conservan la de que la vaga y poética melancolía que en su edad ninguno deja de sentir, puede expresarse de un modo interesante y agradable por medio de los versos. Privan actualmente otras composiciones amatorias o semejantes a éstas, no escasas muchas veces de originalidad, de gracia, de ternura o de delicadeza, bautizados por Menéndez Pelayo con el nombre de suspirillos, que pronto empezarán a fastidiar, y

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que dan a entender que la poesía, si bien es hoy más atildada que antes en cuanto a las formas, va decayendo lastimosamente. Dícese, y no sin razón, que las poesías compuestas en una lengua poco sonora y armoniosa, como la francesa, contienen más sustancia y pueden conservar parte de su mérito aunque se las traslade a la prosa. Por consiguiente, los que escriben versos en castellano, pueden embelesar fácilmente a sus lectores con sólo el atractivo que dan a una composición la gracia, la sonoridad, la armonía, la variedad de acentos, la pureza de los sonidos vocales y todas las demás dotes que distinguen a nuestro idioma.

Arte de hablar y arte de decir: Una excursión botánica en la pradera de la retórica [Hablar y decir no es lo mismo, aun cuando son interdependientes. Hablar es actuar, un acto intransitivo; decir es hacer, que supone transitividad. De la diferencia entre hablar y decir se derivan dos concepciones complementarias de la retórica. El autor de este artículo afirma que el “arte de hablar” exige una perspectiva fundamentalmente antropológica. La retórica se convierte así, en competencia con la filosofía, en una ciencia fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras actuaciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas.] Después de más de un siglo de incomprensión y desprecio, asistimos desde hace dos decenios a lo que podría llamarse el renacimiento de la Retórica. El interés por la vieja disciplina aumenta día a día a ritmos diferentes según los países. Nuevas instituciones, actividades y publicaciones que propugnan la restauración de los estudios retóricos van surgiendo en estos momentos de transición tanto secular como histórica entre la sociedad postindustrial y lo que llaman sociedad de la información. Vivimos, sin embargo, en unos tiempos en que la chrêmatistikê, el espíritu financiero, y la retórica del Mercado dominan nuestra vida y nuestro pensar de una manera inevitable. Como en el siglo de la Sofística, estamos expuestos a un uso de la retórica de variopintas intenciones. El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o una definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una denominación concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos diferentes. La denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más. La retórica es un lugar, un topos ─por usar un término retórico─, una especie 100

de hogar que reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque de recreo en el que cada uno juega su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen publicó en 1995 uno de los mejores libros sobre la evolución y los diferentes aspectos de la retórica que hayan visto la luz durante los últimos años. Ha dado el autor nórdico a su libro el sugestivo título de “En la pradera de la retórica” (I retorikkens hage, Andersen, 1995). La comparación entre la retórica y una pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y en donde muchos tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente acertada y ha inspirado el subtítulo de mi artículo. Hablar y decir Para ir distinguiendo especies en la pradera de la retórica, voy a empezar por distinguir entre el hablar y el decir y, con ello, entre dos concepciones ─ciertamente coordinadas, mas no por ello menos diferentes─ de la retórica como arte de hablar y como arte de decir. Elegir la primera concepción implica acercarse a la filosofía y a la psicolingüística, mientras que la segunda nos conecta con la ciencia de la literatura o estilística y con la semiótica. Hablar y decir parecerán quizá expresiones respectivamente sinónimas y ciertamente el uso cotidiano las intercambia e iguala. Pero si alguien dice, por ejemplo: “El Jefe del Gobierno habló en la televisión ayer” y un interlocutor responde preguntando: “Y ¿qué dijo?”, esta pregunta carecería de sentido si el hablar y el decir significaran exactamente lo mismo. Hablar es en efecto hacer uso de una facultad, decir es usar esa facultad en un acto de expresión concreta, empíricamente apreciable. Esto hace relación a la distinción aristotélica entre prãxis y poíesis a la que volveré más adelante. Naturalmente que nadie puede hablar sin decir o formular expresiones concretas en una lengua concreta y ningún ser viviente puede decir nada concreto sin poseer la facultad de hablar. No obstante, hablar y decir son aspectos diferentes del acto concreto de hablar, dando esto lugar a sectores de estudio y análisis diferentes. La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos desde su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar. Haciendo otra distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que propiamente es objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el estudio del propio decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica se concentró casi exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras partes de la retórica (inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo primero en el conocimiento es lo último en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante como fundamentador del aspecto dicente y el acto de decir como 101

creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden inverso: distingo entre el arte y su producto, la acción de pintar del cuadro pintado, haciendo así que el interés por lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero, además, doy prioridad al acto de hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la comprensión de la retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad. El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues residiendo dicho origen en la facultad humana de hablar, no se convierte propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible, analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexión sobre el hablar que lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de la lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es una tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación en instrumento de manipulación. “La invención de la imprenta, con ser importante, no es fundamental, si se compara con la invención de las letras”, escribe Hobbes en su Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong, 1982) a la escritura como tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica, según Neil Postman (Postman, 1992) es que la técnica, el mero uso de un instrumento, resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la tecnología va más allá de nuestras intenciones, transformando las estructuras que determinan nuestra forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la tecnología en cambio hace algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito no tenga que ver con la retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica supone el restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual también se comprende la lengua escrita. La alfabetización, que tantas ventajas aporta a la humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad. Cuando Ferdinand de Saussure creó su teoría lingüística partió también de la lengua hablada como fundamento último. Pero sin el descubrimiento del concepto de fonema y sin la creación de un alfabeto fonético la lingüística habría sido imposible. La lingüística saussuriana vino así a ser una teoría semiológica, una teoría de la langue, no una teoría de la parole. La teoría lingüística de Saussure adolece de una contradicción interna entre la pareja Significante/significado y la pareja 102

lengua/habla a la que he dedicado mi atención en un texto en lengua sueca titulado “El parto del sentido” (Meningens nedkomst, Ramírez, 1995b). El doble sentido de la palabra arte A la ambigüedad de la retórica entre el hablar y el decir hay que añadir otra ambigüedad en el propio concepto de retórica considerada como arte. Por arte entendemos unas veces la habilidad o competencia que se adquiere mediante el ejercicio y que se manifiesta en la actividad, aun cuando el que la realiza no siempre sea capaz de dar cuenta de ella. Otras veces, sin embargo, al hablar de arte nos referimos a un conocimiento objetivado, a una descripción de cómo se crea un producto de cierta índole o cómo se produce un efecto de carácter previsto. Este último concepto del arte se convierte fácilmente en una técnica, es decir, en un sistema explícito de reglas de acción para lograr algo. Nuestra palabra “técnica” procede precisamente, no sin motivo, de la palabra griega correspondiente al arte (téchne). El arte puede así referirse bien al conocimiento o bien a lo conocido, ora al conocimiento que alguien posee, ora a un conocimiento acerca de algo. El conocimiento como actividad se da en individuos humanos concretos, mientras que lo conocido adquiere una existencia propia extrapersonal, transmisible y acumulable al ser formulado sobre todo gracias a la escritura. Si la retórica ha de ser considerada como un arte, cabe entonces preguntarse si nos estamos refiriendo a la habilidad personal y espontánea en el hablar o bien al conocimiento reflexionante acerca de en qué consiste esa habilidad (el conocimiento del conocimiento). El texto de la Retórica de Aristóteles se inicia justamente señalando el hecho de que se puede ser buen retórico sin siquiera ser consciente de ello, de la misma manera ─esto ya no lo dice Aristóteles sino Molière─ que aquel personaje que había escrito en prosa toda su vida sin saber lo que era la prosa. Todos los seres humanos ─dice el Estagirita─ se esfuerzan por argumentar y sostener afirmaciones, por defenderse o acusar. La mayor parte lo hace irreflexivamente o por un hábito que reside en su carácter. Pero si podemos hacer una cosa espontánea o inconscientemente ─continúa el filósofo griego─, podremos también, por supuesto, reflexionar sobre cómo lo hacemos y crear un método de acción, teorizando así sobre el modo en que logramos nuestro fin, tanto si actuamos espontáneamente como si lo hacemos por hábito. Y todos admitirán ─añade─ que un conocimiento de esa índole puede denominarse arte (Aristoteles Rhêt. 1354 a 6-12). El arte espontáneo debería, no obstante, considerarse como el arte propiamente dicho, mientras que la teorización de un arte correspondería más bien a lo que se denomina una ciencia práctica[1]. Así sucede cuando Quintiliano prescinde de la palabra ars y utiliza la expresión scientia bene dicendi, para referirse a la retórica 103

(Andersen, 1995: 16). También los romanos hablaban de rhetorica docens y rhetorica utens, para distinguir la teoría, que se aprende en el aula, del conocimiento que se adquiere mediante el ejercicio (Andersen, 1995: 12). El profesor danés de retórica Jørgen Fafner habla de “retórica” y de “ciencia retórica” para distinguir entre la facultad de hablar bien y el saber objetivo acerca de ello. Mi punto de partida, por lo tanto, es que la Retórica considerada como disciplina se ocupa de investigar teórica o, si se quiere, científicamente el arte de hablar. Damos, sin embargo, con frecuencia el nombre de retórica al arte de hablar bien, como si hubiese, además, un arte de hablar mal. Un “arte de hacer algo bien” es una redundancia, pues ─como Aristóteles dice al comienzo de su Ética a Nicómaco, 1094ª: 1-2]─ “Todo arte y toda investigación y, de la misma manera, toda acción y toda elección, parecen orientarse hacia algo bueno”. El crimen perfecto es, por lo tanto, una acción censurable, bien realizada, sin embargo, dentro de su género. Esto es así porque lo bueno, en discrepancia con la opinión platónica, puede decirse de muchas maneras (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1096ª: 23 ss.). Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos actitudes científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y ciencia normativa. No es lo mismo describir que prescribir. La Retórica comparte esa ambigüedad científica con la Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto, podemos preguntar si estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica. Nos hallamos ante la diferencia entre el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica una técnica, estipulando un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en determinadas situaciones de habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a muchos cursos y a muchos manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo, que aquello que mejor hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la técnica domina sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción, somos víctimas de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la finalidad de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a alcanzar una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata de asimilar, no de acumular conocimiento. Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de actuar en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es proporcionarnos reflexiones y experiencias que son aprovechables para las situaciones concretas, a menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y experiencias pueden quizá asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que 104

meros consejos o advertencias. Se trata de recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o aquello en lo que se debe pensar para actuar en situaciones futuras[2]. Es empero la propia situación la que determina lo conveniente. Esto actualiza la consideración del concepto griego de kairós. Como dice el catedrático de retórica danés Christian Kock: “La materia concreta y la situación concreta determinan la totalidad del discurso en cuestión, la cual a su vez determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el kairós puede el retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una acción coordinada y relevante para una situación”. “No es buena retórica seguir un procedimiento fijo, con un inventario fijo de figuras y recursos retóricos”. También yo he estudiado la función del concepto de kairós en un contexto semejante (Ramírez, 1995ª: 166 ss.). Tras el concepto de kairós ─que Christian Kock relaciona con un uso empírico prudente y yo con la prudencia en la elección y en la actuación─, se oculta el concepto aristotélico de frónêsis, que es la virtud intelectual de la prudencia en el obrar, el buen juicio. Sería interesante considerar por qué Aristóteles llamaba a la Retórica téchnê y no frónêsis, pero ello nos apartaría demasiado de nuestro razonamiento. Todo estudioso de retórica debe saber que todo discurso muestra mucho más de lo que dice. Mi lectura de Aristóteles me hizo comprender ─aunque el Filósofo no lo diga explícitamente─ que la retórica es frónêsis, prudencia en el uso de la palabra, y no mera téchnê o habilidad oratoria. Ello reside en la propia naturaleza del arte, tal y como yo la he descrito antes. Lo que hace artista a un pintor de cuadros no es su conocimiento de la técnica del color y del uso de los pinceles y otros instrumentos, que desde luego son conocimientos útiles para él. El arte propiamente dicho reside en la prudencia de utilizar esas técnicas y esos instrumentos para dar expresión a aquello que el artista, aquí y ahora, desea expresar. La retórica que Aristóteles calificó de téchnê no es algo que haya que seguir al pie de la letra, sino algo que hay que utilizar con prudencia para lograr un buen resultado. El arte elige la técnica y el uso adecuados. Y ese uso prudencial supone que la propia técnica se va ampliando y perfeccionando, mediante nuevas intuiciones y nuevos ejemplos. Se trata pues más bien de heurística que de metodología. Pero para distinguir entre lo que se quiere expresar y el modo concreto o material de expresarlo es necesario tener clara la distinción conceptual entre el hacer y el obrar o actuar, que en terminología aristotélica es distinguir entre poíêsis y prãxis. Pero esa distinción ha desaparecido con la instrumentalización nuestra mentalidad y de nuestra cultura (Ramírez, 1995)[3]. El hombre, animal retórico

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Cinco principios fundamentales, que yo llamaría aspectos o caminos de investigación, propone Jørgen Fafner para lograr una comprensión amplia y adecuada de la retórica: la concepción de lo humano, la concepción de lo que es el lenguaje, la credibilidad (pístis), la habilidad (que yo llamo arte) y la oralidad (Fafner [1997]). Es un esquema muy útil al que me adhiero sin reservas. El primer principio o aspecto, el principio antropológico de la retórica, encaja bien con la concepción que yo sostengo de la retórica como disciplina fundamental. La tesis de partida para esta concepción antropológicamente fundamentada de la retórica puede encontrarse en un lugar tan leído como mal meditado y analizado de la Política de Aristóteles: “Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace ─como es usual decir─ nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión de lógos. El sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso también los animales lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer y dar a conocer ese sentimiento entre ellos; pero el lógos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo, así como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de otros animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc. Y la participación en estas cosas es lo que da su origen a la sociedad doméstica y a la sociedad civil.” (1253a 7-18) Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y de una teoría de la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas aventajándola. El lógos griego, que significa tanto la acción de pensar como la de hablar (ratio et oratio, como diría Cicerón, jugando con las palabras, para reconstruir el viejo concepto griego que la ratio latina convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad discursiva del ser humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues la facultad de palabra es la diferencia específica del ser humano y comprender al hombre es comprender lo que supone el hablar. Con esto se constituye la retórica, concebida como la investigación científica del uso de esa facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una ciencia fundamental (Fafner, 1997), yo diría que el más fundamental de nuestros conocimientos teóricos. Aun cuando Aristóteles comienza su tratado de retórica señalando que la retórica es la contrapartida (antístrofos) de la dialéctica ─siendo la dialéctica, junto con la analítica, los nombres que Platón y Aristóteles utilizaran para referirse a lo que 106

llamamos lógica. La tradición ha querido asociar la retórica a la poética más bien que a la lógica. Se ha dicho que la concepción occidental de la racionalidad y de la ciencia habría sido muy diferente si los escritos retóricos de Aristóteles hubieran sido clasificados entre los escritos que Andrónico de Rodas denominó Órganon, es decir, entre sus escritos lógicos. Yo creo, sin embargo, que la explicación que cabe es justamente la inversa: la concepción de la ciencia, la racionalidad y la lógica dominante en Occidente, una concepción en la que la inspiración platónica ha mantenido una influencia decisiva hasta nuestros días, ha influido también en los compiladores que clasificaron los escritos aristotélicos. El desprecio platónico de la mera opinión cotidiana (dóxa) y su admiración por el pensamiento exacto de la matemática siguen vigentes en nuestra cultura. La retórica, que parte de la actitud lingüística espontánea del hombre en su entorno, era menospreciada Platón. Se nos ha enseñado a considerar a Aristóteles como el padre de la lógica y del lenguaje científico; pero cuando el Estagirita, en el pasaje citado, describe al lógos (entendido no ya como mera racionalidad, sino como facultad de expresar el pensamiento en palabras) como la propiedad diferencial del ser humano, no habla para nada de un conocimiento “verdadero”. La capacidad del lógos supone en ese pasaje central la capacidad de distinguir entre lo justo y lo injusto, entre lo provechoso y lo perjudicial, más bien que entre lo verdadero y lo falso, a lo cual no alude explícitamente[4]. Con esto, por lo menos en el pasaje citado, el lógos aparece unido para Aristóteles no a la razón teórica, sino a la razón práctica, a una forma de pensamiento que no se dirige a la consecución de ningún conocimiento exacto o científico, sino a un conocimiento que oriente al ser humano en la elección de sus actos. El filósofo vuelve repetidas veces en sus escritos a esta distinción entre lo que él describe como “un conocimiento de aquello que no puede ser de otra manera” (el conocimiento científico) y “un conocimiento de lo que puede ser de otra manera” (el conocimiento del obrar); es decir, entre lo que es dado por necesidad natural y aquello que depende de la actuación de los seres humanos (Ét. a Nic. [1112a 18 ff], [1140a 30 ff] Ret. [1359 a 30 ff]). Pues cada forma de conocimiento exige su método especial, escribe en Ét. a Nic. [1094b 11 ss]. Lo sistemático y lo problemático son sectores diferentes del conocimiento que hemos de tratar de manera diferente (Ramírez, 1995ª: cap. V). Demostrar y deducir es una tarea lógica, razonar y elegir es una tarea discursiva y, por ende, retórica. Pensar lógicamente es como calcular o ir explicando lo que está dado. El discurso retórico en cambio supone razonar acerca de lo que puede llegar a ser y de lo que hay motivo suficiente para admitir. La lógica se ocupa de lo teórico y universalmente válido, la retórica se ocupa de lo práctico y de lo cotidiano y de lo probable. Con lo cual todo 107

tipo de razonamientos acerca del obrar o el hacer, ya se trate de asuntos diarios, de política, de planificación y urbanismo, de tratamiento de problemas y situaciones concretas o de decisiones de diferentes clases, es objeto de actividad retórica, discursiva. La primacía de la práctica Oponer dicotómicamente la lógica a la retórica y la teoría a la práctica es, sin embargo, fomentar una falacia. En principio no existen ni la lógica ni la teoría en sentido propio, sino que el punto de partida de éstas es la práctica, la acción retórica. La propia teoría y la propia lógica son también resultado de una práctica intelectual, ya que una teoría y una ciencia tienen también que ser hechas y la lógica es un sistema formal que también se crea mediante una actividad retórica, reflexiva y deliberante. Incluso Gottlob Frege advirtió que, cuando los matemáticos discuten y razonan entre ellos, surge un discurso retórico. Sin el estadio previo de la lengua escrita no existirían, sin embargo, ni la lógica ni la ciencia. La retórica como ciencia es el conocimiento de cómo el ser humano construye su mundo dia lógos, mediante el lógos. En principio era el Lógos. La retórica como arte es el uso de esa facultad de hablar que nos ha enseñado a pensar y que crea nuestro mundo humano. Eso es el factum verum (Vico [1710]): el ser humano sólo puede comprender lo que él mismo ha hecho, lo demás sólo es comprensible para Dios. El ser humano no tiene naturaleza sino que tiene historia. Retórica es el conocimiento del hablar y del decir, no de lo dicho, mientras que una teoría es siempre algo ya dicho o, más propiamente, ya escrito. Para la teoría y para la lógica vale estrictamente sólo lo dicho, las palabras. Éstas son tomadas como semánticamente unívocas y todo cálculo lógico exige que a cada significante corresponda solamente un significado a lo largo del proceso lógico. Todo lo que no sea metafísica de la presencia reificada es aquí inválido. Pero el ser humano es, como decía Protágoras, la medida de todo, tanto de lo dado como de lo que se oculta o no aparece. La retórica como el conocimiento de la actividad fundamental del ser humano se hace consciente y considera tanto lo que se dice como lo que no se dice. Pues también el callar o el dar de lado a un asunto es significativo; en cambio una semiótica del silencio es imposible, puesto que la semiótica exige como punto de partida un signo, siendo incapaz de manejar adecuadamente su ausencia. El silencio, lo omitido al hablar, puede ser entendido y tiene significado sólo para una investigación retórica (Valesio, 1986; Ramírez, 1995). Mientras que para la semiótica lo más importante es el significante y en éste ve el semántico el representante aprehensible del significado, para la retórica tiene valor todo lo que se manifiesta o hace patente mediante el decir (dia lógos); pues la retórica no toma las palabras “al pie de la 108

letra”, ya que la retórica sabe que el lenguaje se yergue sobre la ironía y que el decir dice siempre más y a menudo otra cosa que lo que parece decir. Por eso es constantemente necesario interpretar y reinterpretar lo dicho (Ramírez, 1992). De lo dicho se desprende que la retórica, como yo la presento aquí, es propiamente una teoría de la acción humana, una teoría del hablar y del decir. Hablar es prãxis, decir es poíêsis. Se trata de entender lo que hacemos, no sólo lo que decimos con las palabras. Y así, de las palabras se transciende a la Palabra, a la acción, no quedándose en el mero resultado de la acción. En este sentido la retórica se vislumbra como una teoría de, en primer lugar, el arte de hablar y, en sentido derivado o secundario, como una teoría del arte de decir: no una teoría de las palabras usadas, sino de la propia elección y uso de las palabras. Séneca consideraba la elocuencia como el arte de las artes y como el camino de acceso a cualesquiera otras artes. Para mí es la retórica el conocimiento de la actividad fundamental del hombre. Pues la actividad locutoria y el hecho de que el ser humano tiene la facultad de hablar están presentes en todas las demás actividades específicas del ser humano. Sin esa facultad no se habría desarrollado ninguna de las otras actividades humanas. Por eso no es tan absurdo o exagerado como alguien quizá piense el considerar la retórica como una teoría de la acción. El estudio de la retórica coincide pues con el propio discurso humano (Valesio, 1986). Pensar y hablar es la actividad fundamental presente o latente en cada actividad humana pero especialmente en actividades intelectuales y universitarias. Aprender una disciplina práctica y realizar la tarea a que esa disciplina va encaminada es una actividad que parte de una deliberación acerca de lo que se deba o no se deba hacer y acerca de la manera adecuada de llevar a cabo la tarea prevista. La retórica es el conocimiento de lo que es común a y está presente en toda acción humana, sin ser específico de ninguna acción concreta. Construir ciudades, curar enfermedades, organizar empresas o instituciones, toda actividad práctica de cualquier tipo, parte de un fondo común lingüístico-conceptual retórico. “Unos seres humanos lo hacen sin reflexionar o por costumbre, pero ya que puede realizarse de esta manera, también ha de ser posible estudiar su método. Pues podemos investigar por qué los que siguen su costumbre o actúan sin reflexionar en lo que hacen tienen éxito en su tarea. Y una investigación de esta índole es lo que llamaríamos un arte.” (Aristoteles Ret. [1354 6 ff]). “Otras artes buscan su materia en diferentes fuentes, pero lo que afecta al arte de hablar es inmediatamente accesible y afecta a la relación entre los seres humanos y a la comunicación cotidiana”, dice Cicerón (Andersen, 1995: 6.4). Toda acción humana, cotidiana o profesional exige una actividad racional que consiste en entender la situación, 109

describir adecuadamente el problema y la tarea, deliberar acerca de lo que deba hacerse y proponer la manera adecuada de realizarlo. Este arte común de evaluar, juzgar y deliberar mediante el pensamiento y la palabra, de buscar el concepto adecuado y la expresión correcta para cada situación, es lo que la disciplina retórica se propone investigar. Por ello es la Retórica una disciplina humanista fundamental acerca de la acción humana que afecta a todas las otras actividades humanas, sean profesionales o no. Retórica y filosofía Algún lector se estará preguntando si no trato de otorgar a la Retórica un papel que tradicionalmente ha estado reservado a la Filosofía. La filosofía pretende también ser un saber que afecta a todos los demás conocimientos humanos. La filosofía es el saber del saber. En Noruega se mantiene todavía hoy un examen philosophicum obligatoria para toda enseñanza superior, instaurado por iniciativa del filósofo Arne Næs. Mas a pesar del papel que se ha arrogado en todos los tiempos, desde los griegos hasta nuestros días, la filosofía se halla al margen de la mayor parte de las discusiones más importantes de nuestro tiempo[5]. La filosofía dice ocuparse de la teoría del conocimiento, de la lógica y de la ética. Pero una investigación a fondo muestra que la Teoría del Conocimiento que se profesa en nuestras instituciones de filosofía es solamente una teoría del conocimiento teórico. El que los términos “teoría del conocimiento” y “epistemología” se hayan convertido en sinónimos en las lenguas nórdicas y anglosajona es muy revelador, ya que epistemología significa etimológicamente teoría de la ciencia. La teoría del conocimiento práctico se llama Retórica y la retórica no tiene cabida en las instituciones de filosofía[6]. La filosofía se dedica al conocimiento verdadero y un conocimiento de esa índole sólo se puede dar en la ciencia. “La filosofía busca la verdad en el mundo y detrás del mundo. La retórica se ocupa de la realidad que es creada por los hombres en el lenguaje”, escribe Øivind Andersen (Andersen, 1995: 6.4). El instrumento del conocimiento teórico y de la ciencia es la lógica, un cálculo objetivo y en la actualidad además formalizado, que se desentiende del pensamiento práctico y de la acción. Pues esa lógica formal de la acción que von Wright y otros filósofos han intentado elaborar[7], no ha conducido a resultados de aplicación práctica. La lógica de la práctica se denomina también Retórica y la retórica no se deja reducir a cálculos formales. Por lo que se refiere a la filosofía llamada práctica, la ética moderna huye de la acción como del demonio. La justificación de una acción se establece, según esta ética, o bien con referencia a su resultado (ética utilitarista) o bien a una regla 110

preestablecida (ética deontológica). Pero la ética no puede consistir ni en obedecer a una regla ni en adaptarse a un resultado. Ética es teoría de la acción humana y lo que sea la acción justa en cada situación se decide en una deliberación racional, es decir, en un discurso retórico. Retórica y ética son dos caras inseparables de la acción humana. La Ética, la Política y la Retórica establecen en la obra de Aristóteles un triángulo de hierro que da expresión a la filosofía práctica. Pero mientras que la retórica y la ética aristotélicas constituían dos aspectos complementarios de la frónêsis, desemboca la filosofía práctica moderna o bien en un callejón sin salida metaético que encajaría bien en la épistêmê aristotélica, o en una disciplina normativa que equivale a la téchnê. Eso de frónêsis le “suena a griego” a la filosofía universitaria de nuestros días. Es, sin embargo, Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V a. de Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su escuela era la formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante una comprensión (frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser convincente en cada situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de los conceptos centrales de la retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de la concepción de ciudadanía (polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra encontramos conceptos y elementos para una discusión moderna acerca de una sociedad del bienestar, de carácter totalmente diferente al modelo de sociedad consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte vivir. La retórica de la retórica En la sociedad moderna la denominación de “retórica” ha venido a referirse al discurso manipulador, como si hubiera discursos no retóricos. Retórica y ética se han venido a concebir como extremos opuestos. Cuando la retórica ha sido utilizada como método de análisis, se ha puesto al servicio de la agitación política o de la propaganda comercial. En el mundo universitario la ciencia de la literatura ha sabido utilizarla para sus análisis de textos. La filosofía práctica ha incorporado a veces algunos elementos de la retórica en una teoría de la argumentación que es una prolongación de la lógica. Diferentes escuelas lingüísticas como los sociolingüistas, han sacado también provecho de alguna parte del tesoro retórico. Cognitivistas y teóricos de la comunicación también se han aproximado a la perspectiva retórica. Por lo demás, la retórica se ha concebido como un arte de persuadir que simplifica y empobrece la riqueza de aspectos de una retórica fundamental. Ciertamente que todo acto comunicativo lleva implícito el intento de convencer, de la misma manera que apagar la sed es un efecto relacionado con la bebida, pero un efecto deseado no constituye sin más el ser de una acción o de una cosa. El luchar obcecada y 111

unilateralmente por un fin aislado conduce a menudo a lo opuesto de lo que se pretendía. Esto exigiría, sin embargo, una disquisición más extensa de lo que me permite este artículo. La retórica abarca una pluralidad de aspectos y no resiste que se la escinda sin que su núcleo esencial se pierda. Si pensamos, por ejemplo, en los tres elementos clásicos de la retórica que constituyen la base de todo discurso convincente (ethos, pathos, lógos) éstos no pueden ser utilizados cada uno de por sí, excluyendo a los otros, sin que el objetivo se vea malogrado. La efectividad retórica se determina mediante la atención coordenada a esos tres elementos inseparables. Algo semejante sucede con las partes tradicionales de la retórica, conocidas desde Herenio: inventio, dispositio, elocutio, memoria, pronunciatio. Si se toman en consideración como partes separadas e independientes, el discurso pierde su vigor y efecto. El orden del discurso o dispositio y su desarrollo práctico o elocutio exigen creatividad y genio (inventio), la inventiva no puede existir sin la memoria, y así sucesivamente. Esos elementos retóricos integrados en una totalidad no constituyen meras reglas sino que son llamadas de atención o sugerencias acerca de lo que es preciso tener en cuenta para analizar, entender o preparar situaciones de habla. Una preparación excesiva daña, sin embargo, la calidad del discurso. Un acto de habla resulta a menudo mejor si se desarrolla de una manera espontánea basada en una larga experiencia. De la abundancia del corazón habla la lengua. Estar dispuesto es más importante que estar preparado. La retórica se concibe y se ha usado como instrumento analítico de crítica, lo que subraya su parentesco con la filosofía. Una regla de oro en filosofía es la que recomienda probar las tesis planteadas con esas misma tesis o lo que, citando Marx, podría formularse: “Las armas de la crítica no deben olvidar la crítica de las armas”. Esta norma de acción intelectual conduce a veces a paradojas, pero es justamente a esas paradojas a lo que hay que estar atento. Aplicado a la retórica, dicha norma exige una investigación retórica de la retórica, es decir, una investigación de la retórica de la retórica. Pues “nada cae fuera de la retórica, ni siquiera sus propios procedimientos” (Valesio, 1986). Esta autocrítica o autoinvestigación nos hace justamente trascender de lo dicho al decir y del decir al hablar. Con otras palabras: conduce de la cosa a la acción. Es importante no dejarse engañar por sus propias palabras y comprender cómo los conceptos dan forma y a veces deforman nuestra realidad. Piénsese por ejemplo en el propio concepto de “concepto”. Esa denominación nos lleva a creer que el concepto tiene un contenido, lo cual conduce a conclusiones catastróficas. Un concepto retórico aparece de este modo a una nueva luz. Un ejemplo de esto es la 112

tópica, que para los investigadores alemanes de la literatura se refería a ciertas expresiones o formulaciones establecidas, pero que en un sentido más profundo se refiere a la manera de crear y utilizar esas expresiones o fórmulas (Viehweg, 1963). Otro ejemplo es el de las figuras o tropos, que durante largo tiempo ocupó el interés total de la retórica. Haciendo retórica de la retórica alguien ha dicho que la palabra “metáfora” es una metáfora y que una teoría de la metáfora supone una metáfora de la teoría, algo que resulta más ingenioso que inteligible. Pero lo importante es quizá reconocer que lo que la retórica llama metáfora y metonimia, ambas son resultado de un desplazamiento metonímico. Metáfora y metonimia representan en realidad procesos mentales ocultos tras el resultado semántico a que se dedican los manuales de retórica al uso. Sin negar el valor de los muchos e inteligentes estudios que se han hecho acerca de la metáfora y de los pocos que se han hecho acerca de la metonimia, los dos conceptos retóricos tradicionales descubren, en una investigación atenta, una esencia más profunda que lo que una figura retórica al uso supone. En realidad se trata de procesos de creación conceptual. Quien vio esto bien fue Nietzsche. Pero ya Vico había indicado el camino y el psicoanálisis y la psicolingüística, especialmente Roman Jakbsson y Jacques Lacan, han ido allanándolo a través de intrincados parajes. Todo ello me llevó a mi a entender que Metáfora/metonimia es el mecanismo mental que crea nuestros conceptos y hace visible el sentido del mundo mediante el lógos (dia lógos). No es difícil mostrar que no sólo algunas palabras especiales sino todas las palabras de la lengua son creadas mediante una acción metafórica combinada con una búsqueda dinámica que es una acción metonímica (Ramírez [1995b][1992 & s.]. De esto y de la ironía como fundamentación del lenguaje y como paradoja existencial en sentido kierkegaardiano (Kierkegaard [1846]), me he ocupado en una parte de mi investigación retórica que he dado en denominar Fenomenología del Concepto y que todavía no ha transcendido el ámbito de las aulas y del seminario. Referencia bibliográfica • Andersen, Øivind [1995] I retorikkens hage, Universitetsforlaget. • Aristoteles, Ética a Nicómaco. • Aristoteles, La Política. • Aristoteles, Arte retórica. • Collingwood, R.G. [1938] Los principios del arte • Düring, Ingemar [1966] Aristoteles. • Fafner, J. [1997] Retorikkens brændpunkt (“Temas candentes de retórica”), en Rhetorica Scandinavica, 2/1997. 113

• Kierkegaard, Søren [1846] Uvidenskabelig efterskrift, (“Un epílogo acientífico”) • Kock, Christian [1997] Retorikkens identitet, en Rhetorica Scandinavica 1/1997. • Lynch, Enrique [1993] Dioniso dormido sobre un tigre. A través de Nietzsche y su teoría del lenguaje. Destino, Barcelona. • Mortara Garavelli, Bice [1988] Manuale di Retorica, Bompiani, Sonzogno. (Hay trad. española) • Ong, Walter J. [1982] Orality and literacy. The technologizing of the word, Methuen & Co Ltd, London. • Postman, Neil [1992] Tecnópolis. • Quintilianus, Marcus Fabius [35-100] Institutiones oratoriae. Ed. latinofrancesa Garniers Frères, Paris, 1954). • Ramírez, José Luis [1992] “Positivism eller hermeneutik” (“Positivismo o hermenéutica”), Nordplan, Medd. 1992:2, Stockholm) • Ramírez José Luis [1992] “El significado del silencio y el silencio del significado” (Ponencia al Seminario de Antropología de la Conducta en San Roque, 1989). Publicado en El silencio, edición de Castilla del Pino, Alianza Universidad. • Ramírez, José Luis [por publicar] “La existencia de la ironía como ironía de la existencia” (Ponencia al Seminario de Antropología de la Conducta en la Universidad de Verano de Cádiz, San Roque, 1993). • Ramírez, José Luis [1995a] “Skapande mening. En begreppsgenealogisk undersökning om rationalitet, vetenskap och planering” (“El sentido creador. Una investigación genealógico-conceptual acerca de la racionalidad, la ciencia y la planificación”), Nordplan. Avh. 13:2, Stockholm. • Ramírez, José Luis [1995b] “Om meningens nedkomst. En studie i antropologisk tropologi” (“Del parto del sentido. Un estudio de tropología antropológica”), Nordplan, Avh. 13:3, Stockholm. • Ramírez, José Luis (red.) [1995c] “Retorik och samhälle” (“Retórica y sociedad”), Nordplan Rapport 1995:2, Stockholm. • Valesio, Paolo [1986] Ascoltare il silenzio: la retorica come teoría, Bolonia, Il Mulino. • Vico, Giambattista [1710] De antiquissima italorum sapientia (“Opere”, Laterza, Bari, 1931- 1941). • Viehweg, Theodor [1963] Topik und Jurisprudenz, C.H.Beck’sche Verlag, München. 114

Notas [1] El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de teorizar, es decir, el arte de formular y describir lo que se piensa de manera adecuada, inteligible y convincente. [2] Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado. [3] No es nada extraño que la ética moderna tienda a reducirse o al utilitarismo o a la deontología, perdiéndose de vista la ética del obrar como tal, es decir, la ética en el sentido que esta palabra tenía para su creador, Aristóteles. [4] Es cierto que añade kaì t_n áll_n (“y todo lo demás” o etcétera), pero lo significativo es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato a los de la razón teórica. [5] Esto es palpable en Suecia, donde la filosofía, encerrada en sus instituciones universitarias y dominada por el positivismo lógico, de una parte, y por el utilitarismo de la otra, no participa todavía en ninguno de los proyectos pluridisciplinarios modernos. [6] En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una institución en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y Retórica. Quintiliano se sentiría muy a gusto. [7] Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido publicada al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de “Norma y acción. Una investigación lógica”. [Fuente: José Luis Ramírez. “Arte de hablar y arte de decir: Una excursión botánica en la pradera de la retórica”. Publicado originalmente en RELEA (Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados) (Universidad Central de Venezuela), 8 (1999): 61-79. Edición autorizada para Proyecto Ensayo Hispánico. Actualizado: agosto de 2003.] "INFLUENCIA DEL DISCURSO RETÓRICO EN EL AUDITORIO" La oratoria es, desde la antigüedad, un género de enorme importancia y difusión. Entendida como arte de hablar o elocuencia y en particular como técnica verbal dirigida a convencer en distintos terrenos a un público, se confunde con la Retórica, o supone su máxima expresión (A. Marchese y J. Forradellas, 2000: 302). Es la Retórica la que proporciona al orador, productor del discurso retórico, el instrumental necesario para que éste construya de modo adecuado y efectivo dicho discurso en todos sus aspectos. El texto correspondiente es el producto de la actividad retórica elaborado por el orador a través de una serie de operaciones imprescindibles para que cumpla su finalidad esencial, la persuasiva. Por tanto, la 115

oratoria está formada por el conjunto de discursos retóricos en su realización concreta como explicitación de la codificación a la que se encuentran sometidos tales discursos. Así, la oratoria es un género textual con un importante componente artístico que lo sitúa entre los géneros literarios como resultado de una voluntad y práctica estéticas en la elaboración del discurso (A. García Berrio y T. Hernández Fernández, 1994: 163-165). El sistema retórico heredado o rhetorica recepta, constituye un sistema de conocimientos históricamente establecido y consolidado a través de los siglos, con importantes matizaciones y modificaciones producto del paso del tiempo, pero que forma un corpus doctrinal perfectamente organizado y sistematizado gracias al esfuerzo de teorización llevado a cabo por los retóricos griegos y latinos: Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano (T. Albaladejo Mayordomo, 1991: 19). Analizando la evolución de la Retórica desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días se puede observar cómo, durante algunos siglos (XVII – XIX), la Retórica perdió su dimensión originaria, filosófica y dialéctica, quedando reducida a un redundante ornamento e incluso siendo objeto de opiniones peyorativas de artificio, insinceridad, decadencia, falsificación, hinchazón verbal o vaciedad conceptual. Popular resulta hasta hoy día la expresión usada negativamente: “no me vengas con retóricas” o “eres un retórico”. Es a principios de los años 50 cuando comienza la rehabilitación de la Retórica entendida como teoría de la argumentación e inseparable de la Retórica ornamentación y con una importante base filosófica, retomando, por una parte, la conexión entre Retórica y Ética planteada por Platón que le da un sentido humanista y ético, y, por otra, la distinción aristotélica entre Lógica como ciencia de la demostración y Dialéctica y Retórica como ciencias de lo probable, es decir, de la argumentación. La nueva Retórica pretende rehabilitar la Retórica clásica menospreciada durante la Edad Moderna como sugestión engañosa o como artificio literario (Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, 1989: 15). Por eso está siendo considerada un importante hallazgo para campos filosóficos como la filosofía del derecho, la lógica, la ética y, en general, para todo aquel saber que dependa de la razón práctica. La situación actual de la Retórica es de pleno auge, hasta el punto de verla en “compañía de la cibernética, la sociología, la sicología, las ciencias de la información y de la comunicación y ello como materia de investigación y como instrumento de creación o de análisis. La rhetorica nova, retórica científica, se presenta no sólo como retórica literaria, sino como retórica del cine, como retórica de la publicidad, como retórica de la imagen, como retórica general” (K. Spang, 1978: 15-16). Es útil para obtener éxito en los negocios, para triunfar, para hablar 116

bien en público, para hacer amigos. “En las circunstancias actuales, en que el humanismo se ve casi sofocado bajo el exceso de especialización, en que la técnica inventa medios diabólicos, capaces de exterminar a la humanidad, la rehabilitación filosófica de la retórica adquiere amplias significaciones. El irracionalismo y el dogmatismo de todos los matices, la tendencia a minimizar la idea de adhesión libre, bajo el efecto de la persuasión, a un corpus de doctrina y a un programa social se oponen a la resistencia de la retórica, que ofrece una base teórica para la rehabilitación de la dignidad humana, para hacer crecer la confianza en la razón, para la profundización de relaciones interdisciplinarias. Repitamos, destino de la retórica y destino del humanismo van juntos” (V. Florescu, 1982: 198). En el presente contamos, pues, con una Retórica enriquecida por las aportaciones históricas, que se ocupa tanto del texto como del hecho comunicativo en que éste es producido y recibido. El discurso retórico recorre un camino que se inicia en la mente del orador y que concluye en la comprensión por parte del receptor. Se trata no sólo de escribir y hablar bien, sino, sobre todo, de pensar bien y comunicar adecuadamente un contenido con una finalidad didáctica o persuasiva. Esta comunicación puede realizarse a través de los géneros retóricos clásicos: "deliberativo" (exposición de problemas y toma de decisiones con respecto a la cuestión planteada en el discurso pronunciado con proyección de futuro; se decide sobre lo útil o lo perjudicial), "judicial" (interpretación, enjuiciamiento y aplicación de la ley a propósito de unos hechos determinados; se suele referir a acontecimientos ya ocurridos; se decide sobre lo justo o lo injusto) y "demostrativo" (alabanza o vituperio de alguien o algo, revelando cualidades positivas o negativas de la persona o de los hechos en los que se centra el discurso; se manifiesta lo honroso o lo feo sin exigir decisión alguna); o de los géneros actuales como el ensayístico (reflexiones sobre una verdad no absoluta sino a nivel de una opinión que interesa poner de manifiesto al orador), el periodístico (información sobre sucesos o personas), o simplemente dentro del campo de la publicidad, de los negocios o del comercio. Prescindiendo en esta ocasión del estudio de las operaciones retóricas destinadas a la elaboración del discurso propiamente dicho (inventio: búsqueda de ideas, documentación semántica y referencial, dispositio: selección, ordenación y colocación de la documentación anterior y elocutio: resultado textual de la selección realizada), vamos a detenernos únicamente en el emisor, en el receptor y en las operaciones que afectan a la emisión, comunicación y recepción del discurso ya acabado.

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Teniendo en cuenta que el proceso retórico no tendría sentido si no se cumpliera su finalidad, nuestras consideraciones se van a centrar sobre tres puntos básicos: la distinción entre convencer y persuadir, el auditorio al que va dirigido el discurso y su comunicación diferente según se realice de forma oral o escrita, puntos de reflexión estrechamente ligados entre sí. Diferenciar con claridad entre persuadir y convencer no resulta sencillo (Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, 1989: 65 ss). En términos generales se puede decir que la persuasión es propia del discurso retórico, mientras que la convicción se asocia al discurso filosófico; la primera trata de influir en un momento puntual para que los destinatarios tomen una decisión determinada y la segunda intenta actuar en el campo del pensamiento y pretende que los receptores se conciencien de algo y se crean lo que se les propone, tengan o no que tomar una decisión concreta, funciona en el terreno de las ideas e intenta modificar los conceptos o creencias. Ambas están estrechamente relacionadas (T. Albaladejo, 1994: 7-16). En el terreno de la persuasión es importante considerar el aspecto temporal, pues la decisión que los oyentes capacitados para ello deben tomar puede referirse a sucesos pasados (por ejemplo un juicio o una opinión sobre hechos ocurridos) o tratar de deliberar o decidir sobre acontecimientos futuros (por ejemplo la elaboración de una ley o su aplicación concreta). La convicción retórica se vincula a la persuasión, como finalidad distinta pero complementariamente asociada a ésta en los discursos retóricos (A. López Eire: 1995: 52). Conviene destacar, aunque no pormenoricemos cómo actúa el discurso retórico dentro de cada género oratorio particularmente estudiado, por razones de extensión, la importacia que tiene el discurso retórico en el juego discursivo dialéctico en el seno de una sociedad democrática por sus consecuencias políticas, sociales e incluso económicas. También hay que observar que cualquier género oratorio puede realizarse dentro del mundo civil o del eclesiástico. Con estas premisas se define el auditorio, desde el punto de vista retórico, como “el conjunto de aquellos en quienes el orador quiere influir con su argumentación. Cada orador piensa, de forma más o menos consciente, en aquellos a los que intenta persuadir y que constituyen el auditorio al que se dirigen sus discursos” (Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, 1989: 55). Esta definición tiene su punto más importante en la decisiva presencia de la voluntad del orador en la determinación del auditorio, formado por aquellos sobre los que quiere influir, tengan o no capacidad de decisión. Sería, conveniente, sin embargo, tener en cuenta que el orador también puede considerar, como parte de su auditorio, a los oyentes o lectores a los que pretende convencer y no sólo a los que pretende persuadir, ya que 118

también sobre aquellos influye o intenta influir. En este sentido es fundamental que el emisor realice un adecuado proceso de intensionalización en el contenido de su discurso. (Por ejemplo, se puede votar a un partido político por interés puntual sin identificarse con su ideología o se puede dar el voto a un partido compartiendo sus ideas). En consecuencia, el resultado óptimo en la recepción del discurso se produce cuando, además de persuadir, consigue convencer, a unos y a otros. Así, los que toman una postura decisiva, no lo hacen sólo por conveniencia momentánea sino realmente convencidos de su actuación. El conjunto de receptores a los que está dirigido el discurso se caracteriza por lo que el profesor Albaladejo Mayordomo denomina poliacroasis, es decir, por su audición plural, por ser un auditorio plural, un conjunto de oyentes diversos que realizan múltiples actos de audición/interpretación del discurso, tantos actos como sujetos de los mismos, es decir, oyentes hay (T. Albaladejo Mayordomo, 2000: 15). De tal manera que el discurso retórico, sea del género que sea, supone un espacio comunicativo en el que está plenamente establecida la poliacroasis. Por tanto, la poliacroasis oratoria no se refiere solamente a las distintas funciones del oyente del discurso retórico, según tenga que tomar o no una decisión, sino también a las diferencias que evidentemente existen entre los oyentes de un discurso en cuanto a su ideología, condición social y nivel cultural. El destinatario del texto retórico es, por lo general, de carácter colectivo y su competencia para la comprensión del discurso no tiene que ser homogénea por necesidad ni tampoco simétrica con la competencia del emisor, el texto retórico puede conseguir su efecto aunque el destinatario posea solamente competencia lingüística común. El orador no puede dejar de tener en cuenta los múltiples planos de recepción de su discurso, puesto que en todos ellos, y no solamente en el más directo e inmediato, es donde ejerce su acción mediante la palabra o la propaganda escrita. En las diferentes áreas culturales, tener en cuenta a los oyentes presentes de todo tipo, pero también los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) y a los destinatarios de la actividad de estos, es una imprescindible condición para la validez del discurso, logre o no su finalidad persuasiva con respecto a quienes a propósito de aquél pueden decidir. Es precisamente la conciencia de poliacroasis que el orador tiene, o debe tener, lo que hace que no olvide en su actividad discursiva a todos los integrantes de su amplísimo auditorio, en un difícil ejercicio de construcción comunicativa adecuada (T. Albaladejo Mayordomo, 2000: 21). Y esta consideración es especialmente importante en la sociedad actual por los medios de difusión de que dispone para hacer llegar un mensaje determinado a un sector muy amplio y muy variado. Por tanto, los auditorios están formados por conjuntos 119

complejos y heterogéneos de receptores. Es imprescindible, como consecuencia, considerar el hecho retórico en su totalidad, formado por un emisor o productor que elabora un discurso, un receptor o destinatario que lo recibe, un texto con un contenido y una forma, el referente semántico del mismo, el contexto en donde se produce, el código usado que permite la comprensión y el canal que proporciona la comunicación oportuna entre el orador y el auditorio. Esta compleja realidad hace necesario distinguir entre el texto o discurso retórico, por un lado, y el hecho retórico, por otro. El texto retórico forma parte del hecho retórico y es imprescindible para su existencia; a su vez, para la constitución y el funcionamiento del discurso es necesario el conjunto de elementos que componen el hecho retórico. El hecho retórico, con el texto retórico, forman una construcción en la que las relaciones sintácticas, semánticas y pragmáticas están solidariamente establecidas y proporcionan una unidad semiótica global a la comunicación retórica. La distinción y la relación entre texto retórico y hecho retórico contribuyen al entendimiento de la Retórica como disciplina englobadora de la realidad objeto de estudio en todos los aspectos. La idea directriz del hecho retórico es la de aptum o decorum (H. Lausberg, 196668: 258) definida como la armónica concordancia de todos los elementos que componen el discurso o guardan alguna relación con él: la razón de ser de la causa que lo produce, los interesados en el discurso (orador, asunto, público), el contenido y su forma textual y el conjunto de elementos extratextuales en donde tiene lugar la comunicación. Lo aptum es el principio de coherencia que preside la totalidad del hecho retórico afectando a las relaciones que los distintos componentes de éste mantienen entre sí. Del cumplimiento de la exigencia de lo aptum, dependen la conveniencia y la efectividad del discurso. Lo más significativo de este concepto es que se trata de una noción que afecta a todas las relaciones integrantes del texto retórico y del hecho retórico, relaciones semióticas que determina la coherencia interna del texto, que podemos llamar coherencia sintáctica, así como la que se da entre el texto y el referente, que es coherencia semántica, y por último la que afecta al orador, al público, a la finalidad deseada, al canal de recepción y al contexto en general, en relación con el discurso, la cual es coherencia pragmática (T. Albaladejo Mayordomo, 1993: 47-61). La coordinación que todos los elementos textuales y extratextuales tienen en la conciencia retórica, configura una de las más sólidas teorías del discurso con que puede contarse en la actualidad. Discurso retórico y texto retórico son, pues, expresiones sinónimas que significan el objeto lingüístico de características textuales que el orador produce y dirige a los oyentes con el propósito de influir en ellos. El texto retórico puede ser un texto 120

oral, que es lo más frecuente, o un texto escrito. Primero fue oralidad y secundariamente escritura, pero la fuerza de la oralidad, como rasgo presente en la Retórica desde sus orígenes, es tan grande que aspectos de la misma penetran en los textos retóricos escritos con los que la Retórica conecta muy tempranamente. Es precisamente en la oralidad donde podemos encontrar implicaciones divergentes entre “retórica” y “oratoria”. Mientras que el sustantivo “oratoria” mantiene en exclusividad su relación con lo oral, el sustantivo “retórica”, que no pierde dicha vinculación, adquiere también relación con la escritura. Puede hablarse, consiguientemente, de retórica de los textos periodísticos escritos o de retórica de los textos legales, así como de retórica parlamentaria o de retórica académica, por ejemplo, pero no puede hablarse de oratoria de los textos periodísticos escritos ni de oratoria de los textos legales y sí, en cambio, de oratoria parlamentaria, académica o eclesiástica. “Retórica”, se presenta, así, como un término más amplio que “oratoria”. Sin embargo, esta divergencia no es absoluta y en la realidad se encuentra el empleo de los términos “retórica” y “oratoria” como sinónimos. En todo caso, la oralidad de la Retórica no es, en general, oralidad primaria, es decir, oralidad de una cultura desconocedora de la escritura, sino oralidad secundaria, esto es, oralidad que se da en una cultura con conocimiento de la escritura (T. Albaladejo Mayordomo, 1999: 7-8). Es el orador quien decide el modo, oral o escrito, y el canal o vía de comunicación de su discurso. La oralidad retórica, a la que está unida la visualidad, es la forma de ampliación del auditorio que puede llevar a cabo el orador con su proyección en los medios de comunicación audiovisuales, con la consiguiente extensión del hecho retórico, que crece, lógicamente, en cuanto al auditorio, pero también en cuanto al contexto de recepción. Las operaciones retóricas que hacen posible la llegada del discurso retórico, una vez construido, a los oyentes, más estrechamente ligadas a la oralidad son la memoria y la actio o pronuntiatio. La primera se realiza memorizando el discurso para poder ser pronunciado. La segunda consiste en la exposición de dicho discurso a los oyentes y en la actuación retórica ante ellos y, de alguna manera, se encuentra relacionada con la actuación teatral. Tanto los oyentes retóricos como los espectadores teatrales oyen e interpretan el texto, pero en su interpretación interviene su percepción visual de lo que hacen quienes hablan, pues su hablar es un actuar pleno (T. Albaladejo Mayordomo, 1999: 13). Por tanto, los aspectos fundamentales son: la voz, el movimiento y el gesto. El orador se sirve de su voz, y actúa mediante movimientos y gestos, tiene un determinado aspecto y una presencia física concreta. El canal de la oralidad se sitúa en el eje acústico-momentáneo y se combina con la visualidad no estable, el 121

auditorio oye y ve. La importancia de estas operaciones es enorme, de ellas depende la conexión positiva o negativa del orador con su auditorio. Una memorización rutinaria y una mala actio/pronuntiatio puede significar el fracaso de un buen discurso, mientras que un discurso mediocre puede ganar mucho gracias a una buena realización de esta operación. En este sentido es decisiva, además de la preparación técnica e intelectual del orador, sus cualidades innatas y su capacidad intuitiva, tanto para realizar una exposición fluida y amena, como para examinar las reacciones de los oyentes y, en función de sus observaciones directas, reconducir su discurso, modificando no sólo la pronunciación, sino incluso estructuras y elementos referenciales y textuales que ha obtenido en su realización de las operaciones constituyentes de discurso. La operación retórica que dirige el funcionamiento de todas las demás operaciones y que resulta decisiva para la puesta en marcha de todo el proceso comunicativo se llama intellectio (T. Albaladejo Mayordomo,1991: 65-71). Es la inteligencia convenientemente aplicada la que regula el modelo de comunicación retórica planteado como modelo general y global, de las distintas formas de la comunicación destinadas a influir en los receptores, ya sea en sus actuaciones ya en sus ideas, no sólo a través de los distintos géneros retóricos, sino también mediante las diferentes modalidades actuales de comunicación basadas en la oralidad y en la escritura que pueden encontrar su lugar en dicho modelo. Por último, nos parece oportuno destacar la importancia que los conocimientos retóricos pueden tener en el lenguaje habitual de la comunicación, para oradores y receptores, como forma elegante y cuidada de expresión, con independencia de su finalidad persuasiva, funcionando, de alguna manera, como puente de unión entre el lenguaje corriente de la conversación y el lenguaje artístico literario/poético. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS • Albaladejo Mayordomo, T. Retórica. Madrid: Síntesis, 1991. • ______. “Algunos aspectos pragmáticos del sistema retórico”. M. Rodríguez Pequeño (comp.). Teoría de la Literatura. Investigaciones actuales. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1993. • ______. “Sobre la posición comunicativa del receptor del discurso retórico”. Castilla, Estudios de Literatura, 19 (1994). • ______. “Retórica y oralidad”. Oralia: Análisis del discurso oral. Vol. 2. Almería: Arco/Libros, 1999. • ______. “Polifonía y poliacroasis en la oratoria política. Propuestas para una retórica bajtiniana”. F. Cortés Gabaudan, G. Hinojo Andrés, A. López Eire 122

(eds.). Retórica, Política e Ideologia. Desde la antigüedad hasta nuestros días. Salamanca: LOGO, vol. III, 2000. • Florescu, V. La rhétorique y la néorhétorique. París: Les Belles Lettres, 1982, 2ª edición. • García Berrio, A. y Hernández Fernández, T. La Poética: Tradición y Modernidad. Madrid: Síntesis, 1994. • Lausberg, H. Manual de Retórica literaria. Madrid: Gredos, 3 vols., 19661968. • López Eire, A. Actualidad de la retórica. Salamanca: Hespérides, 1995. • Marchese, A. y Forradellas, J. Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Barcelona: Ariel, (1986) 2000. • Perelman, Ch. y Olbrechts-Tyteca, L. Traité de L’argumentation. La nouvelle rhétorique. Bruselas: Éditions de L’Université de Bruxelles, 1989. Tratado de la argumentación. La nueva retórica. Traducción española de J. Sevilla Muñoz. Madrid: Gredos, 1994. • Spang, K. Fundamentos de retórica. Pamplona: EUNSA, 1979. AMPLIA BIBLIOGRAFÍA SOBRE RETÓRICA EN: • Albaladejo Mayordomo, T. Retórica. Madrid: Síntesis, 1991: 185-198. • Azaustre Galiana, A. y Casas Rigall, J. Introducción al análisis retórico: tropos, figuras y sintaxis del estilo. Universidad de Santiago de Compostela: Servicio de Publicaciones, 1994: 94-106. • Hernández Guerrero, J. A. Retórica y Poética. Seminario de Teoría de la Literatura. Cádiz (S. Fernando): “La voz”, 1991: 37-63. DICCIONARIOS DE RETÓRICA • Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria de Angelo Marchese y Joaquín Forradellas. Barcelona: Ariel, 1986. • Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin. México: Editorial Porrúa, 1988. La función social y cognitiva del eufemismo y del disfemismo * Resumen: Desde la publicación de la obra clásica de G. Lakoff y M. Johnson, Metaphors We Live By,[1] se asume comúnmente en la lingüística (cognitiva) que la mayoría de las metáforas forman parte íntegra de redes conceptuales y que nuestro pensamiento y nuestro obrar están estructurados por tales metáforas. Esto es, que “vivimos de” metáforas. Sin embargo esta tesis aún no se ha aplicado sistemáticamente al estudio de los eufemismos y de los disfemismos. 123

De ahí que el primer objetivo de este trabajo sea el de mostrar cómo muchos eufemismos también se estructuran y se integran en redes conceptuales y que también “vivimos de” eufemismos y disfemismos. Pero, además, eufemismos y disfemismos llevan a cabo una serie de funciones sociales y cognitivas que las propias metáforas no llevan a cabo. Por ello, el segundo objetivo de este trabajo será el de mostrar cómo llevan a cabo estas funciones los eufemismos y disfemismos. 1. Eufemismo y disfemismo son clases especiales de metáforas 1. Si damos por bueno que la metáfora «consiste en dar a una cosa el nombre que pertenece a otra» (Aristóteles, Poética, 1457b),[2] que «conlleva característicamente una falsedad categorial» (Grice, 1989: 34), que se define como la transferencia de una estructura desde un dominio conceptual (el dominio fuente) a otro (el dominio término) (Lakoff y Johnson, 1980), y si descubrimos que todas estas características se pueden aplicar también a los eufemismos y a los disfemismos, entonces eufemismos y disfemismos podrían ser considerados como metáforas o, al menos, como un caso especial de metáfora (Bolinger, 1982: 149). Si ello es así, se podría decir sobre los eufemismos y los disfemismos lo que habitualmente se dice de las metáforas. No obstante, a pesar de la reciente inflación de estudios sobre la metáfora (y las demás figuras del lenguaje) desde el punto de vista lingüístico, filosófico, psicológico, sociológico, etc., los eufemismos han sido estudiados en una menor medida desde esta perspectiva, de modo que las teorías de Lakoff y Johnson se han aplicado muy raramente al estudio del eufemismo y del disfemismo hasta el momento (Pfaff, Gibbs y Johnson, 1997; y Chamizo Domínguez y Sánchez Benedito, 2000). 1.1. Siguiendo a Allan y Burridge (1991: 11), entenderé por eufemismo lo siguiente: «A euphemism is used as an alternative to a dispreferred expression, in order to avoid possible loss of face either one’s own face or, through giving offense, that of the audience, or of some third party.» 1.2. Siguiendo a Allan y Burridge (1991: 26), entenderé por disfemismo lo siguiente: «A dysphemism is an expression with connotations that are offensive either about the denotatum or to the audience, or both, and it is substituted for a neutral or euphemistic expression for just that reason.» 1.3. El que una palabra dada (o una expresión, en su caso) sea sentida por los hablantes como un eufemismo o como un disfemismo no depende de la palabra en sí, sino del contexto, del uso que se haya hecho de dicha palabra o de las intenciones de los hablantes. Los hablantes castellanos estaríamos de acuerdo en que excusado o inodoro son sustitutivos eufemísticos de letrina. No obstante, obsérvese cómo, en 124

un contexto cuartelero, el uso de las palabras excusado o inodoro en lugar de letrina, producirían efectos cognitivos particulares que los harían inadecuados. De modo que, desde el punto de vista lingüístico, lo que se dice de los eufemismos se puede decir también, mutatis mutandis, de los disfemismos. 1.4. De hecho, las fronteras entre los eufemismos y los disfemismos son a veces muy borrosas. De ahí que un eufemismo se pueda convertir en un disfemismo y viceversa (Kröll, 1984: 12),[3] y que muchos autores los incluyan a ambos bajo el neologismo x-femismo. ¿Son el modismo francés faire un bras d’honneur, el italiano fare l’ombrello y el español hacer un corte de mangas eufemismos o disfemismos? Obviamente estos tres modismos se podrían considerar expresiones disfemísticas, pero también pueden ser consideradas como expresiones eufemísticas cuando sustituyen a otras expresiones más inconvenientes u obscenas.[4] 2. Eufemismo, ambigüedad, polisemia y sinonimia 2. Desde el punto de vista sincrónico una palabra sólo puede funcionar como eufemismo si su interpretación permanece ambigua, esto es, cuando el oyente puede entender una proferencia dada literal y eufemísticamente.[5] Si daños colaterales, por ejemplo, puede funcionar como un eufemismo para muerte/matanza (¿involuntaria?) de civiles o no combatientes es justamente por su carácter ambiguo y polisémico. La ambigüedad, por tanto, es inexcusable cuando queremos expresarnos eufemísticamente (Nerlich y Chamizo Domínguez, 1999; Nerlich y Clarke, 2001). Ello implica lo siguiente: 2.1. Un eufemismo no puede ser reemplazado por ninguna otra palabra y seguir surtiendo los mismos efectos cognitivos, estilísticos, sociales, etc. La razón de ello estriba en la inexistencia de sinónimos estrictos en una lengua natural dada (Casas Gómez, 1999). Es más, lo que hace que, por ejemplo, condón sea el término vitando y profiláctico o preservativo sus sustitutos eufemísticos es precisamente el que no sean sinónimos estrictos. 2.1.1. Un eufemismo no puede ser reemplazado por un término tabú “equivalente”. V.g.: No podemos sustituir profiláctico, goma, preservativo o contraceptivo por condón y esperar conseguir los mismos efectos comunicativos y cognitivos. 2.1.2. Un eufemismo no puede ser sustituido por ningún otro eufemismo. V.g.: No podemos sustituir profiláctico por goma, preservativo o contraceptivo y esperar conseguir los mismos efectos comunicativos y cognitivos. 2.2. Los eufemismos sólo pueden ser detectados en el contexto de una proferencia y su comprensión depende de los conocimientos, gestos, usos sociales y/o creencias de los interlocutores en el intercambio lingüístico.

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2.2.1. Muchas veces una palabra no es tabú de ninguna manera, pero se puede convertir en inconveniente o problemática en un contexto dado. En estos casos el recurso al eufemismo lleva a cabo un proceso de “ingeniería semántica” que permite eludir los efectos indeseables de la palabra a la que sustituye. V.g.: El presidente mexicano Juárez concedió a las Hijas de la Caridad el privilegio de usar el uniforme internacional de la orden para burlar la prohibición de la constitución mexicana del uso de hábitos religiosos fuera de los templos, lugares de culto o residencias privadas. 2.2.2. Muchas veces una palabra no es tabú de ninguna manera, pero se puede convertir en disfemística en un contexto dado y funcionar como un disfemismo en este contexto. A diferencia de 2.2.1., en estos casos lo que produce los efectos cognitivos es que la palabra en cuestión no se sustituya por otra, sino que, por el contrario, se emplee abundantemente. V.g.: La palabra miss adquiere un aroma disfemístico en la novela de P. Daninos Les carnets du major W. Marmaduke Thompson debido al carácter agrio y ordenancista del personaje de Miss ffyfth (sic) (Daninos, 1990: 106-118). 2.3. En función del contexto de la proferencia, las creencias o los conocimientos de los participantes en el intercambio lingüístico, los gestos, etc., una determinada proferencia puede ser entendida literal, metafórica, eufemística, disfemística o irónicamente (Chamizo Domínguez y Sánchez Benedito, 1994). 2.4. Cuando el oyente no es cooperativo (o no quiere serlo) desaparece el efecto eufemístico de las proferencias. 2.4.1. El hecho de que algún participante en el intercambio lingüístico no sea cooperativo –porque no pueda o no quiera serlo– e interprete literalmente las proferencias eufemísticas o disfemísticas se explota muy habitualmente en los chistes y en la literatura (Nerlich y Chamizo Domínguez, 1999; Nerlich y Clarke, 2001). 3. Los tres estadios en la lexicalización de los eufemismos 3. Desde el punto de vista diacrónico se pueden distinguir tres estadios diferentes en la “vida” de los eufemismos. Éstos serían los siguientes: 3.1. Eufemismo novedoso. Un eufemismo novedoso es aquél que se crea en un momento dado sin que pertenezca a ninguna red conceptual previa y sin que fuera predecible a priori, pero que, sin embargo, es comprendido por los oyentes que conocen el contexto en que se ha creado. V.g.: Con motivo de las manifestaciones del 15 de febrero de 2003 contra la posibilidad de una II Guerra del Golfo, una pancarta parisina rezaba lo siguiente: «Non à la Busherie». Obviamente, utilizar el término Busherie, donde se combinan a la vez el mecanismo de la alusión y el de la 126

aliteración, en lugar de escribir boucherie, tiene unos efectos eufemísticos y jocosos, que no se hubieran conseguido escribiendo lo segundo o tildando directamente a G. Bush de boucher.[6] 3.2. Eufemismo semilexicalizado. Un eufemismo semilexicalizado es aquél que ha entrado a formar parte del acervo de una lengua y es utilizado y comprendido como tal de forma habitual por los hablantes de una lengua, pero en el que es posible aún distinguir el significado literal y el significado eufemístico de un término o de una colocación. V.g.: Doctor para ‘médico’ y, en menor medida, para ‘boticario’ y ‘veterinario’.[7] Igualmente, recuérdese que, todavía en los años 50 y 60, hacer el amor era sinónimo de tirar los tejos o pretender a alguien, pero en la actualidad ese significado está en desuso y hacer el amor es un eufemismo de copular.[8] 3.2.1. Las redes conceptuales se construyen habitualmente con eufemismos semilexicalizados (ver sección 5 más abajo). 3.3. Eufemismos lexicalizados o muertos. Son aquéllos para los que los hablantes han perdido la conciencia de su origen eufemístico porque se ha perdido la conciencia del significado literal original de la palabra en cuestión. V.g.: Es probable que muy pocos hablantes españoles sepan en la actualidad el significado literal de puñeta cuando utilizan los modismos hacer la puñeta o mandar a hacer puñetas. Y también es probable que algo parecido acontezca con moza, doncella y criada para ‘sirvienta’.[9] 3.4. El grado de lexicalización de un eufemismo no es uniforme entre los hablantes de una comunidad lingüística dada. Por ello un término concreto puede ser sentido como eufemístico por algunos hablantes y no por otros, especialmente entre los hablantes de las diversas variedades dialectales de una lengua, los hablantes pertenecientes a diversas generaciones o a diversos grupos intracolegiales. 4. Efectos de la lexicalización de los eufemismos 4. Cuando un eufemismo se lexicaliza completamente se suele convertir en un término tabú con mucha frecuencia. 4.1. Cuando un eufemismo se lexicaliza deja de ser ambiguo. Recuérdese a este respecto como el verbo coger se ha convertido en un disfemismo en muchos países iberoamericanos (V.g.: Argentina, México o Venezuela), mientras que, por el contrario, aún puede ser usado como eufemismo en España o Colombia, por ejemplo. 4.2. La lexicalización de los eufemismos es una fuente muy común para la creación de polisemias. V.g.: El adjetivo regular significa ‘normal’, ‘periódico’, ‘de acuerdo con la regla’ o ‘exacto’, pero también tiene un uso eufemístico muy extendido para sustituir a ‘así, así’, o ‘francamente malo’ (Chamizo Domínguez y Nerlich, 2002). Por ello, si un médico informa a su paciente que su salud está “regular”, lo que el 127

paciente entenderá es que sufre alguna enfermedad más o menos grave, pero en ningún caso que su salud es “normal” o “de acuerdo con la regla o norma”. 4.3. Muchas veces el significado original y literal de un eufemismo desaparece hasta el punto de que deja de ser reconocible por los hablantes. V.g.: Cretino, que significaba originalmente ‘cristiano’ en el dialecto suizo del francés, se usó como un eufemismo para ‘estúpido’ o ‘tonto’ y ha perdido totalmente su carácter eufemístico, quizás salvo en contextos psiquiátricos. Igualmente el adjetivo inglés nice (del latín nescius) ha significado sucesivamente ignorant, stupid, foppish, fastidious, precise, balanced, agreeable, pleasant y, finalmente, pleasing (Allan, 2000: 159-160). 4.4. Cuando una palabra deja de funcionar como eufemismo puede usarse para otros fines. V.g.: La palabra inglesa preservative se usó en el siglo XVIII (Kruck, 1981: 18), al igual que se sigue usando actualmente en español, para significar eufemísticamente ‘condón’, pero, una vez que ese uso dejó de ser habitual, esta palabra ha podido ser reciclada para significar en la actualidad ‘conservante’, cosa que no se puede hacer en español y otras muchas lenguas con su cognado. 4.5. Cuando el significado eufemístico de una palabra se lexicaliza y esa palabra se convierte en un término tabú o, al menos, inconveniente, los hablantes necesitan acuñar nuevos eufemismos para poder seguir refiriéndose al objeto en cuestión sin caer en ninguna inconveniencia.[10] V.g.: Los mormones que aún siguen siendo polígamos prefieren utilizar el término plural marriage como sustituto eufemístico de polygamy; y lo mismo ocurre con la palabra española retrete,[11] a pesar de que en su momento fue un eufemismo.

4.6. Cuando el significado eufemístico de una palabra se convierte en tabú y ese significado llega a ser el más habitual (o de primer orden) de la palabra en cuestión, los hablantes tienen que acuñar otro término, que sea neutro, para referirse al objeto no tabú, evitando así cualquier ambigüedad y cualquier asociación inconveniente. V.g.: La palabra polla, en el español de España, difícilmente puede significar ya «gallina nueva, medianamente crecida, que no pone huevos o que hace poco tiempo que ha empezado a ponerlos», como define este término el DRAE en su primera acepción.[12] 5. Eufemismos y redes conceptuales 5. Los eufemismos se pueden estudiar del mismo modo en que se estudian las metáforas. 128

5.1. Al igual que las metáforas, los eufemismos y los disfemismos forman parte de redes conceptuales (Pfaff, Gibbs y Johnson, 1997; y Chamizo Domínguez y Sánchez Benedito, 2000). 5.1.1. Podemos referirnos al morir en términos de viajar, de acuerdo con el eufemismo/disfemismo básico “Morir es VIAJAR”: 5.1.1.1. Morir es liar el petate. 5.1.1.2. Morir es irse al otro barrio. 5.1.1.3. Morir es irse al otro mundo. 5.1.1.4. Morir es irse al cielo. 5.1.1.5. Morir es abandonar este mundo. 5.1.1.6. Morir es irse a la gloria. 5.1.1.7. Morir es hacer el último viaje. 5.1.1.8. Morir es irse al seno de Abrahán. 5.1.2. También solemos referirnos a la muerte en términos de sueño y descanso, de acuerdo con el eufemismo/disfemismo básico “Morir es DORMIR/DESCANSAR”: [13] 5.1.2.1. Morir es descansar en el Señor. 5.1.2.2. Morir es dormir el sueño de los justos. 5.1.2.3. Morir es dormir el sueño eterno. 5.1.2.4. Morir es dormirse en el Señor. 5.1.2.5. Morir es descansar en paz. 5.1.3. Por su parte solemos referirnos a los homosexuales en términos de mujer, de acuerdo con el eufemismo/disfemismo básico “Un homosexual es una MUJER”: 5.1.3.1. Un homosexual es un mariquita. 5.1.3.2. Un homosexual es una maricona. 5.1.3.3. Un homosexual es un maricón. 5.1.3.4. Un homosexual es un mariconazo. 5.1.4. Por su parte solemos referirnos a las prostitutas en términos de animales hembras, de acuerdo con el eufemismo/disfemismo básico “Una prostituta es un ANIMAL HEMBRA”: 5.1.4.1. Una prostituta es una zorra. 5.1.4.2. Una prostituta es una perra. 5.1.4.3. Una prostituta es una pájara. 5.1.4.4. Una prostituta es una (mala) pécora. 5.1.4.5. Una prostituta es una lagarta/lagartona. 5.2. En resumen, al igual que “vivimos de” metáforas, también “vivimos de” eufemismos y de disfemismos. 129

6. Funciones sociales del eufemismo 6. El eufemismo lleva a cabo varias funciones sociales relevantes que difieren de las funciones de las metáforas. Su principal función consiste, obviamente, en poder nombrar un objeto desagradable o los efectos desagradables de un objeto. Pero, además de esta función principal, el eufemismo lleva a cabo otras funciones menores, pues el eufemismo se usa también para: 6.1. Ser cortés o respetuoso V.g.: Mi señora esposa o mi señor esposo para ‘mi mujer’ o ‘mi marido’, respectivamente.[14] 6.2. Elevar la dignidad de una profesión u oficio. V.g.: Barman para ‘camarero’; chef para ‘jefe de cocina’;[15] maître para ‘jefe de camareros’; tripulante de cabina/auxiliar de vuelo para ‘azafata’;[16] doctor para ‘médico’;[17] ingeniero técnico para ‘perito’; etc. 6.2.1. Algunos de los eufemismos citados en 6.2. son préstamos. Los préstamos se utilizan muy frecuentemente como eufemismos, especialmente cuando las palabras que se toman como préstamos proceden de lenguas que se consideran más cultas, refinadas o elegantes (ver Sagarin, 1968: 47-49). 6.3. Dignificar a una persona que sufre alguna enfermedad, minusvalía o situación penosa. V.g.: Ser trisómico del par 21 o padecer/sufrir el síndrome de Down para ‘mongólico’; tercera edad o mayores para ‘viejos’; invidente para ‘ciego’, etc. 6.4. Atenuar una evocación penosa. V.g.: Dormirse en el Señor o exhalar el espíritu para ‘morir’.[18] 6.5. Ser políticamente correcto. V.g.: Países surgentes o tercer mundo para ‘países pobres’. 6.5.1. El llamado “lenguaje políticamente correcto” es básicamente eufemístico.[19] 6.6. Permitir manipular los objetos ideológicamente. V.g.: Nasciturus o embrión para ‘feto’ o ‘criatura’; o interrupción voluntaria del embarazo para ‘aborto’. Parece que está permitido manipular un embrión, pero no un feto. 6.6.1. En función de lo anterior se ha llamado a los eufemismos “palabras corrosivas” (Mitchell, 2001), pero, a pesar de su poder corrosivo, son ineludibles en el lenguaje cotidiano y muchas veces también en los lenguajes especializados, especialmente en el lenguaje de la medicina y la biología. 6.7. Evitar agravios étnicos o sexuales. V.g.: Subsahariano/subsahariana para ‘negro/negra’; caucásico/caucásica para ‘blanco/blanca’; de etnia gitana para ‘gitano/gitana’; gay para ‘hombre homosexual’ o lesbiana para ‘mujer homosexual’. 6.8. Nombrar a un objeto o a una acción tabú. Especialmente objetos tales como: 6.8.1. Dios y la religión, a fin de evitar las blasfemias (ver Allan, 2000: 156-157). V.g.: Diantres para ‘demonios’; ostras para ‘hostias’. 130

6.8.2. Objetos o acciones sexuales. V.g.: Conocer, pasar la noche con, poseer, tomar, irse a la cama con, salir con, y otros muchos para ‘tener un coito’. 6.8.3. Fluidos corporales o partes del cuerpo. V.g.: Transpirar para ‘sudar’; expectorar para ‘escupir’; tener el mes/la regla para ‘menstruar’; axila para ‘sobaco’; extensiones para ‘postizos’. 6.8.4. Lugares u objetos sucios, peligrosos o temibles. V.g.: La película clásica del oeste titulada El club social de Cheyenne para ‘El burdel de Cheyenne’; camposanto, necrópolis, sacramental o, más modernamente, tanatorio para ‘cementerio’. 6.8.5. La muerte (ver 5.1.1. y 5.1.2.) y las enfermedades. V.g.: hemorroides para ‘almorranas’; cáncer de pecho para ‘cáncer de pulmón’. 7. Mecanismos lingüísticos del eufemismo y del disfemismo 7. Los mecanismos lingüísticos para crear eufemismos son muy variados, estando muchos de ellos originados en una figura del lenguaje o en más de una al mismo tiempo (ver Allan, 2000: 164-169; y Casas Gómez, 1986: 97-251).[20] De entre ellos quiero destacar los siguientes: 7.1. Circunlocución. V.g.: Ser económico con las palabras para ‘mentiroso’; crecimiento negativo para ‘pérdidas’; asistenta doméstica para ‘criada’. 7.2. Hipérbole. V.g.: Tiene un amor en cada puerto para ‘es un mujeriego’. 7.3. Metonimia/sinécdoque. V.g.: Sodomía para ‘homosexualidad masculina’; safismo/lesbianismo para ‘homosexualidad femenina’. 7.4. Metáfora. V.g.: Chocho para ‘genitales femeninos’ o ‘vulva’.[21] 7.5. Antonomasia. V.g.: Quijote para ‘soñador’, ‘visionario’ o ‘idealista’; tartarín para ‘fanfarrón’ o ‘fantasmón’. 7.6. Ironía. V.g.: No (muy) católico/católica para ‘enfermo/enferma’, ‘loco/loca’ o ‘tonto/tonta’.[22] 7.7. Meiosis. V.g.: Ligeramente intoxicado para ‘borracho’. 7.8. Aliteración. V.g.: Shakespeare (Merry Wives IV i 42-47) usó focative case para ‘coito’. 7.9. Diminutivo. V.g.: En los anuncios de ropa interior femenina nunca se utiliza la palabra bragas, sino braguitas, justamente por el carácter eufemístico que tienen los diminutivos. Como norma general se puede decir que los diminutivos tienen una función eufemística mientras que los aumentativos tienen una función disfemística. 7.10. Alusión. V.g.: Hijos de la Gran Bretaña para ‘hijos de la gran puta’; cosa, tema, materia, asunto, etc., para ‘órganos sexuales’ o ‘coito’. 7.11. Personificación. V.g.: Onanismo para ‘masturbación’; priapismo para «erección continua y dolorosa del miembro viril, sin apetito venéreo» (DRAE). 7.12. Siglas/abreviaturas. V.g.: T.B.C. para ‘tuberculosis’. 131

8. Consecuencias de la existencia de eufemismos y disfemismos 8. El análisis de cómo y porqué se crean y se usan los eufemismos nos permite revelar un aspecto sobre cómo funciona la imaginación de los hablantes en el contexto social, así como poner de manifiesto los supuestos culturales de los usuarios de una lengua dada. 8.1. La creación y el uso de los eufemismos nos permite mantener viva una lengua y adaptarla a las cambiantes circunstancias sociales e históricas. 8.2. Como fruto de la libérrima imaginación de los hablantes los eufemismos son impredecibles a priori y pueden variar (y de hecho varían muy a menudo) de una lengua a natural a otra. 8.3. Esta imprevisibilidad y esta variación continua son las que dan cuenta del hecho de que una palabra dada pueda ser usada eufemísticamente en una lengua concreta (o en un dialecto dentro de una lengua) mientras que no lo pueda ser en otra lengua (o en otro dialecto de una lengua determinada). 8.3.1. Así, el equivalente español para el significado eufemístico de la palabra inglesa dish[23] sería asignificativo. Por ello, si queremos significar eufemísticamente en español lo mismo que significa la palabra inglesa dish, debemos utilizar una circunlocución como está de toma pan y moja, por ejemplo. 8.3.2. Y lo mismo acontece en los diferentes dialectos de una lengua concreta (ver Allan y Burridge, 1991: 90). V.g.: El significado disfemístico de tortillera sería incomprendido en México, donde esa palabra sólo significa “la que hace o vende tortillas”. 8.3.3. El hecho de que el significado literal de un significante sea equivalente en dos o más lenguas naturales dadas, pero que no ocurra así con sus significados eufemísticos o disfemísticos es de suma importancia para la faena de traducir; de modo que, cuando el traductor no repara en estos detalles, la traducción resultante puede ser malentendida o carecer de sentido. V.g.: Aunque los significados literales de bird y ‘pájaro/pájara’ coincidan en gran medida, sus significados translaticios son muy distintos.[24] Igualmente, aunque el término francés phoque significa literalmente ‘foca’, su significado translaticio es el de ‘homosexual masculino’, mientras que el significado translaticio del término español es el de ‘persona obesa’. 8.4. Los eufemismos están insertos en una tradición cultural, que es compartida por los hablantes de una lengua determinada o por los hablantes de más de una. 8.5. Si no se comparte esta tradición cultural, los malentendidos surgen a menudo. 8.6. Muchos falsos amigos surgen precisamente del hecho de que una palabra dada funcione eufemísticamente en una lengua natural dada mientras que no funcione del mismo modo en otra lengua natural dada (Chamizo Domínguez y Nerlich, 2002). 132

9. Eufemismo y silencio 9. Finalmente, y puesto que he utilizado en este trabajo el aparato formal del Tractatus, de Wittgenstein, lo terminaré glosando y haciendo un uso ad hoc de la unidad fraseológica[25] en la que se ha convertido el epígrafe final de dicha obra (2002: epígrafe 7): «De lo que no se puede hablar eufemísticamente, hay que callar la boca». 10. Conclusión Los eufemismos y los disfemismos comparten muchas características comunes con las metáforas, pero los primeros llevan a cabo funciones cognitivas y sociales distintas de las que llevan a cabo las segundas en el discurso. De ahí que el estudio de los eufemismos y de los disfemismos deba entrar a formar parte íntegra de la lingüística cognitiva y del análisis del discurso en igualdad de condiciones que el estudio de la metáfora, la metonimia y el resto de las tradicionales figuras del lenguaje. Referencias bibliográficas • Allan K. Natural Language Semantics. Oxford-Malden: Blackwell, 2001. • Allan K, Burridge K. Euphemism and Dysphemism, Language Used as Shield and Weapon. Oxford-Nueva York: Oxford University Press, 1991. • Aristóteles. Poética (trad.: V. García Yebra). Madrid: Gredos, 1974. • Bolinger D. Language, the Loaded Weapon: the Use and Abuse of Language Today. Londres: Longman, 1982. • Casas Gómez M. La interdicción lingüística. Mecanismos del eufemismo y disfemismo. Cádiz: Universidad de Cádiz, 1986. • Casas Gómez M. Las relaciones léxicas. Beihefte zur Zeitschrift für romanische Philologie. Band 299. Tubinga: Max Niemeyer Verlag, 1999. • Chamizo Domínguez PJ, Nerlich B. False Friends: their origin and semantics in some selected languages. Journal of Pragmatics, 2002; 34: 1833-1849. • Chamizo Domínguez PJ, Sánchez Benedito F, 1994. «Euphemism and Dysphemism: Ambiguity and supposition». Language and Discourse, II, pp. 78-92. • Chamizo Domínguez PJ, Sánchez Benedito F, 2000. Lo que nunca se aprendió en clase: eufemismos y disfemismos en el lenguaje erótico inglés. Granada: Comares. Prólogo de Keith Allan. • Daninos P. Les carnets du major W. Marmaduke Thompson. Découverte de la France et des Français (39ª edición). París: Hachette, 1990 [1954]. • Grice PH. Logic and Conversation. En: Studies in the Way of Words. Cambridge (Mass.): Harvard University Press, 1989. 133



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Notas * Una versión inglesa previa de este trabajo fue presentada en forma de póster, con el título de «Some Theses on Euphemisms and Dysphemisms», en el congreso Mind, language and metaphor: Euroconference on consciousness and the imagination, celebrado en Kerkrade (Holanda) del 20 al 24 de abril de 2002. La versión inglesa ha sido enviada para su publicación a la revista Studia Anglica Resoviensia, y aparecerá publicada en breve en el número 7 de esta revista. 134

[1] La traducción española del título de esta obra (Lakoff y Johnson, 1986) es Metáforas de la vida cotidiana. No obstante creo que hubiera sido más acertado traducir ese título como Las metáforas de las que vivimos, lo cual recogería mejor, en mi opinión, lo mismo la literalidad del título que su contenido doctrinal; amén de ser una colocación análoga a las de “vivir del propio trabajo”, “vivir de ilusiones”, “vivir del cuento”, “vivir del aire”, “vivir de quimeras”, etc. [2] El contexto de esta afirmación (Aristóteles, 1974) es el siguiente: «La metáfora consiste en dar a una cosa un nombre que también pertenece a otra, la transferencia puede ser de género a especie, o de una especie a género, o de especie a especie, o con fundamento en una analogía». [3] Lo más habitual es que el significado eufemístico de un término se convierta en un significado disfemístico cuando el primero se lexicaliza y se hace común para el término en cuestión, pero también se pueden encontrar ejemplos del proceso inverso, como es el caso al que se aludirá más abajo en 4.3. [4] En función de esto no especificaré normalmente en los diversos ejemplos si se trata de un eufemismo o de un disfemismo, dando por supuesto que el lector es capaz de distinguir un eufemismo de un disfemismo apelando a su competencia lingüística. [5] Excepcionalmente los términos técnicos que se usan como sustitutivos eufemísticos de los correspondientes términos del lenguaje ordinario no suelen ser ambiguos. En estos casos el efecto eufemístico se produce en razón de la ignorancia de los hablantes normales de la etimología de estos términos y en razón del prestigio de que goza la jerga técnica en la que son usados. [6] Para ilustrar el hecho de lo imprevisible que puede ser la creación de un eufemismo novedoso, quiero citar el caso de del término inglés discussing Uganda o Ugandan affairs para ‘tener un coito’, cuyo origen lo explica el OED recurriendo a la siguiente cita: «Times 7 Sept. 11/2. Amin’s most spectacular accusation was that (Princess) Elizabeth (of Toro) had made love to a Frenchman at Orly Airport. It was a strange charge (...) but one that nevertheless received worldwide publicity and gave rise to the phrase ‘Ugandan practices’.» [7] Obsérvese que, aunque el significante doctor ha alcanzado un alto grado de lexicalización para el significado de ‘médico’ y, de hecho, es una palabra polisémica, aún somos conscientes de su significado de primer orden y por ello podemos aseverar cosas como “Ni todos los doctores son médicos, ni todos los médicos doctores”. Por lo demás, esta polisemia se ha explotado incluso para efectos jurídicos. Hace no muchos años fue denunciado un practicante de Marbella por ejercer la medicina sin tener el título de licenciado en medicina y cirugía. Cuando se 135

celebró el juicio, el abogado defensor (Juan María Bandrés, si la memoria no me falla) del practicante en cuestión, sin negar que su defendido había practicado la medicina, montó la defensa argumentando que su cliente se anunciaba con el título de doctor y que no era menos cierto que la mayoría de los médicos también se anunciaban como doctores cuando en realidad tampoco lo eran. [8] Lo mismo se puede decir para el inglés make love (ver McDonald, 1988: 88). [9] Lo mismo se puede decir para el inglés maid, cuyo significado literal es ‘doncella’ (ver Kleparski, 1997). Por lo demás, si en México se puede utilizar el término aeromoza para significar ‘tripulante de cabina/auxiliar de vuelo’, es porque el significado de primer orden de moza en la actualidad no es ya el de ‘virgen’ o ‘soltera’, sino el de ‘sirvienta’ o ‘criada’. En caso contrario sería de esperar que las mujeres casadas no pudieran trabajar como auxiliares de vuelo/tripulantes de cabina. [10] Recuérdese cómo en inglés se sustituyeron en un principio las palabras Negro/nigger por black, en un segundo momento por coloured (person) y, en un tercer momento, por Afro-American. Ahora bien ¿cuánto tiempo tardará AfroAmerican en convertirse también en una palabra inconveniente, disfemística o políticamente incorrecta? [11] Lo mismo ocurre con la palabra inglesa equivalente, bathroom (Sagarin, 1968: 69-71). [12] Lo mismo acontece con otros términos zoosémicos en inglés, donde, especialmente en su variedad norteamericana, el término ass se ha convertido en una palabra vitanda para designar al asno y por ello es sustituido frecuentemente por donkey, al igual que, para ‘gallo’, se prefiere el término rooster y no el término cock. [13] El uso eufemístico del dominio del sueño para hablar del dominio de la muerte es también sumamente frecuente en otras lenguas. Recuérdese, a título de ejemplo, que cementerio fue originalmente un eufemismo en griego, pues lo que significaba literalmente era ‘dormitorio’. [14] En la actualidad los profesores K. Allan y K. Burridge están trabajando en un nuevo libro cuyo título provisional es Taboo and the Censoring of Language en el que, entre otros temas, tocan este punto. Los borradores de este trabajo pueden encontrarse en internet en http://www.arts.monash.edu/ling/spec/tcl/. [15] Obsérvese que chef y jefe son etimológicamente la misma palabra, pues ambas proceden del latín caput por vía del francés. De modo que las diferencias semánticas entre ellas sólo obedecen a los distintos momentos en que fueron introducidas en castellano. 136

[16] Nótese que la palabra azafata –que originalmente significaba «criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba» (DRAE) y se usó por las compañías aéreas por su función eufemística de elevar la dignidad de una profesión, lo que no se habría conseguido con el uso de los términos ‘camarera’ o ‘moza’ (Lázaro Carreter, 1997: 590-593)–, ha dejado parcialmente de ejercer esa función desde que se usa como sustitutivo eufemístico de ‘ramera’, especialmente en los anuncios eróticos de los periódicos. [17] Nótese cómo los usos de doctor y doctora son algo distintos. Los hablantes españoles usan doctor cuando hablan directamente con el médico o se refieren a él en contextos sanitarios, pero no cuando hablan entre sí. Por el contrario, dado el marcado cariz cacofónico que tiene la palabra médica, los hablantes prefieren utilizar doctora cuando se refieren a una mujer médico. De modo que, cuando están esperando en la cola del médico del seguro, como suele ser tan habitual por otra parte, preguntarán, según sea el caso, “¿Ha llegado ya el médico” o “¿Ha llegado ya la doctora?”. [18] A veces el sustituto eufemístico al que se recurre para evitar la evocación penosa que conlleva el término vitando produce efectos casi humorísticos. La jerga médica y/o paramédica está plagada de este tipo de eufemismos. Véase, a título de ejemplo, el siguiente caso: «From the department of tasteless euphemisms. Reader Aidan Merritt used to work for an organisation that tabulates medical statistics. Its reports invariably replaced the unfriendly word ‘deaths’ by ‘unscheduled bed vacancies’.» (New Scientist, cubierta posterior, noviembre de 2003, p. 84). Agradezco a mi amiga Brigitte Nerlich el haberme comunicado este sabroso ejemplo. [19] A veces los excesos del lenguaje políticamente correcto pueden llegar a extremos insospechados. A este respecto quiero recordar que la Asociación Sociológica Británica, rizando el rizo de lo políticamente correcto, ha recomendado que no se use el adjetivo seminal y que, en su lugar, se usen adjetivos tales como classical o formative (Chamizo Domínguez y Nerlich, 2002). Parece ser que alguien ha descubierto de nuevo el Mediterráneo y, al haberse enterado que seminal procede etimológicamente de semen, ha decidido declarar al adjetivo en cuestión una palabra políticamente incorrecta. Pero, además, el caso es más grave si cabe, dado que es harto dudoso que los otros adjetivos que se proponen como sinónimos, funcionen como tales en cualesquiera contextos. [20] Además de basarse en las diversas figuras del lenguaje, un eufemismo puede ser también el resultante de otros muchos mecanismos lingüísticos. Así, por ejemplo, las formas latinas mecum, tecum o vobiscum fueron acuñadas por analogía 137

con nobiscum, que, a su vez, se acuñó para evitar los efectos disfemísticos que podía tener la forma cum nobis, ya que esta última forma sonaba para un hablante latino de forma muy parecida a cunnus bis (ver Nerlich y Chamizo Domínguez, 1999: 93). [21] Nótese que el DRAE da como primera acepción de chocho «altramuz» y como segunda acepción «confite, peladilla o cualquier dulce pequeño» mientras que la acepción de «vulva» sólo aparece en tercer lugar, con la especificación de que es un uso «vulgar», pero sin hacer referencia a su origen metafórico. [22] Dado que últimamente que los modelos que lucen las modelos en los desfiles de moda estén bastante escasas de tela, uno no sabría bien si considerar la expresión vestir a la mujer, tan cara en los ámbitos de la moda, como literal, irónica o eufemística. [23] El OED aclara lo siguiente al respecto: «The food ready for eating served on or contained in a dish; a distinct article or variety of food. transf. and fig.: spec., an attractive person, esp. a woman (now only in informal use).» [24] Muchas veces las connotaciones disfemísticas que puede adquirir una determinada palabra hace que su traducción literal sea sumamente problemática. Así, por ejemplo, la palabra vasca lehendakari no suele ser traducida al castellano por su equivalente exacto, que no es otro que ‘caudillo’. Por el contrario, los textos oficiales en inglés que publica el Gobierno Autónomo Vasco suelen traducir esa palabra por leader. Es obvio que, dado el carácter disfemístico que la palabra caudillo ha adquirido en castellano, ningún político quiera ser caudillo, aunque todos están deseando ser líderes y, más aún, si son leaders. [25] Para un excelente estudio de las unidades fraseológicas y su uso ad hoc, ver Naciscione (2001). Pedro J. Chamizo Domínguez Universidad de Málaga 25 de agosto de 2004

Retórica y música Las relaciones entre retórica y música han sido a menudo muy estrechas, especialmente durante el periodo Barroco. La influencia de los principios de la retórica afectaron profundamente los elementos básicos de la música. (Ver también ANALYSIS, §11, 1.)

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1. Introducción 2. Conceptos retórico-musicales 3. Figuras musicales 4. Los Afectos 5. Conclusión 1. INTRODUCCIÓN. Las interrelaciones entre la música y las artes habladas – artes dicendi (gramática, retórica, dialéctica) – son al mismo tiempo obvias y confusas. Hasta relativamente tarde en la historia de la civilización occidental, la música fue principalmente vocal y ligada a las palabras. Los compositores han sido pues generalmente influidos en variada medida por las doctrinas retóricas que gobernaban la adecuación de los textos a la música, y también después del crecimiento de la música instrumental independiente, los principios retóricos continuaron a ser utilizados por algún tiempo no sólo en la música vocal sino también en la música instrumental. Lo que no queda todavía del todo explicado es de qué forma estas interrelaciones críticas controlaban tan a menudo el arte de la composición, por lo menos hasta bien entrado el siglo XVIII. El motivo principal es que los músicos y estudiosos modernos no están entrenados en las disciplinas retóricas, que ya en los principios del siglo XIX han prácticamente desaparecido de la mayoría de los sistemas filosóficos y educativos. Todos los conceptos musicales relacionados con la retórica proceden de la extensa literatura sobre oratoria y retórica de los antiguos escritores griegos y romanos, especialmente Aristóteles, Cicerón y Quintiliano. El redescubrimiento en 1416 de la Institutio oratoria de este último proporcionó una de las fuentes primarias sobre la cual se basó la naciente unión entre retórica y música en el siglo XVI. Quintiliano, como anteriormente Aristóteles, había destacado las similitudes entre la música y la oratoria. El propósito de su obra y de todos los otros estudios de oratoria desde la antigüedad había sido el mismo: instruir al orador sobre los medios para controlar y dirigir las respuestas emocionales de su audiencia, o, en el lenguaje de la retórica clásica y también de los tratados musicales posteriores, capacitar al orador (es decir, al compositor o al intérprete) para mover los “afectos” (las emociones) de sus oyentes. Mientras que para la primitiva música sagrada del Cristianismo no hay estudios que analicen la influencia potencial de los conceptos retóricos, parece cierto que el propio canto gregoriano muestra frecuentes y variados reflejos de la expresión retórica. Está ampliamente probado que un influjo similar se extendió a la primera polifonía. Pero el impacto directo del pensamiento de la retórica clásica se hace por primera vez inequívocamente patente con la llegada del Humanismo renacentista a 139

finales del siglo XVI, cuando los libros sobre retóricas, clásicos y contemporáneos, se convierten en la base de una parte importante del currículo educativo europeo, tanto en los países católicos como en los que se convertirían en protestantes después de la Reforma. Tanto las escuelas elementales de latín como las universidades pusieron el mismo énfasis en los estudios de oratoria y de retórica, y cada hombre cultivado era también un experto retórico. Este desarrollo universal tuvo un impacto profundo sobre las actitudes de los compositores hacia la música relacionada con un texto, sacra o secular, y llevó hacia nuevos estilos y nuevas formas, de las cuales el madrigal y la ópera son sólo los productos más evidentes. Estos importantes cambios relacionados con las influencias humanísticas enfrentaron a los teóricos musicales con problemas extraños a toda la teoría musical tradicional. La música, que, desde la antigüedad había pertenecido, junto con aritmética, geometría y astronomía, al Quadrivium – las disciplinas matemáticas – de las Siete Artes Liberales, se vio forzada a adoptar nuevos valores teoréticos, al tener que incluir estos nuevos estilos orientados hacia la retórica. A pesar de que la música seguiría manteniendo su estrecha alianza con las matemáticas hasta el siglo XVIII, los teóricos alemanes hicieron que la composición musical se viera también como la ciencia de la relación de las palabras con la música. Ya en 1537 Listenius, dentro de la antigua división entre musica theoretica y musica practica de Boecio, introdujo una nueva gran parcela de la teoría musical, que llamó musica poetica. Otro alemán, Joachim Burmeister, fue el primero en proponer una sistemática retórico-musical para esa musica poetica en su Hypomnematum musicae (1599) y sus versiones posteriores, Musica autoschediastiké (1601) y Musica poetica (1606). Su teoría incluía la nueva significativa idea de las figuras musicales, que eran análogas a las figuras retóricas que se encontraban en los tratados desde la antigüedad. Johannes Lippius sugirió en su Synopsis musices (1612) que la doctrina retórica era no sólo la base para la efectiva adecuación de la música al texto, sino también la base de la forma o estructura de una composición. Es particularmente revelador cómo muchos teóricos alemanes de este periodo ponían de relieve que la expresión retórica ya se encontraba en la música de muchos compositores del Renacimiento. Johannes Nucius, en su Musices practicae (1613), por ejemplo, manifiesta que Dunstable es el primero de los compositores pertenecientes a la nueva tradición de la música expresiva retórica, una tradición en la cual incluye a Binchois, Busnois, Clemens non Papa, Crecquillon, Isaac, Josquin, Ockegem y Verdelot. Sin embargo era Orlando di Lasso el más citado por los teórico como el maestro de la retórica musical.

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Durante el periodo barroco la retórica y la oratoria proporcionaron una gran cantidad de conceptos racionales esenciales implícitos en la teoría y la práctica de la composición. A principios del siglo XVII, las analogías entre la retórica y la música impregnaban todos los niveles del pensamiento musical, tanto en los campos de estilo, forma, expresión, y métodos de composición, como en el de la praxis interpretativa. En general la música barroca aspiraba a una expresión musical de las palabras comparable con la retórica apasionada, la musica pathetica. La unión de la música con los principios retóricos es una de las características más destacadas del racionalismo barroco musical y dio progresivamente forma a los elementos de la teoría y de la estética musical del periodo. La orientación retórica predominante de la música barroca arrancó de la preocupación renacentista por el impacto de los estilos musicales en el significado y en la inteligibilidad de las palabras (como por ejemplo se aprecia en las discusiones de la Camerata florentina), y casi todos los elementos considerados como característicos de la música barroca, sea italiana, francesa, alemana o inglesa, están ligados, directamente o indirectamente, a los conceptos retóricos. 2. CONCEPTOS RETÓRICO-MUSICALES. Ya en 1563, en un manuscrito intitulado Praecepta musicae peticae, Gallus Dressler se refería a una organización formal de la música que adoptaría las divisiones de un discurso en exordium (introducción, obertura), medium y finis. Un plan similar aparece en el tratado de Burmeister de 1606. En ambos escritos la terminología retórica es llevada al punto de definir la estructura de una composición, un enfoque que permanecería válido hasta bien entrado el siglo XVIII. En 1739, en su Vollkommene Capellmeister, Mattheson expuso un esquema de composición musical completamente organizado y racional, modelado sobre las partes de la teoría retórica concernidas con encontrar y presentar argumentos para un discurso: - inventio (invención de la o las ideas, correspondiente al acto de crear y recopilar motivos, ideas musicales, etc.), - dispositio (colocación efectiva de las ideas en las seis partes del discurso, correspondiente al propio proceso compositivo de la forma), - decoratio (elaboración u ornamentación de cada idea, correspondiente al desarrollo de cada tema y a su ornamentación), también llamada elaboratio o elocutio por otros autores, - y pronuntatio (la actuación o presentación del discurso, correspondiente a la interpretación delante del público). La estructura de Dressler (exordium, medium y finis) era sólo una versión simplificada de la más usual división en seis partes de la dispositio, que en los 141

tratados retóricos clásicos, así como en Mattheson, consistía en: - exordium (inicio del discurso) - narratio (exposición de los hechos o datos), - divisio o propositio (explicación y defensa del punto de vista del orador), - confirmatio (pruebas que confirman lo que se quiere defender), - confutatio (refutación o confutación contra las pruebas contrarias) - y peroratio o conclusio (conclusión). A pesar de que ni Mattheson ni ningún otro teórico barroco hayan aplicado estos preceptos retóricos de forma rígida a cada composición musical, está claro que tales conceptos no sólo ayudaban a los compositores en varia medida, sino que servían evidentemente como rutinas técnicas del proceso compositivo. La estructura retórica no era confinada sólo a la teoría musical alemana. Mersenne, por ejemplo, en su Harmonie universelle (1636-7) afirmaba que los músicos son oradores que deben componer melodías como si fueran discursos, incluyendo todas aquellas secciones, divisiones y periodos que convienen a un discurso. Kircher, que escribía en Roma, dio el título Musurgia rhetorica a una sección de su muy influyente enciclopedia sobre la teoría y la práctica de la música, Musurgia universalis (1650), donde destaca también la analogía entre retórica y música en la subdivisión corriente del proceso creativo entre inventio, dispositio y elocutio. La vitalidad de tales conceptos es evidente a través de todo el periodo barroco y también más tarde. Como un orador tiene que encontrar primero una idea (inventio) antes de poder desarrollar su discurso, así el compositor barroco tiene que inventar una idea musical que constituya una base adecuada para la construcción y el posterior desarrollo. Como cada idea musical tiene que expresar un elemento afectivo más o menos implícito en el texto al que está unida, los compositores a menudo requieren ayudas para estimular su imaginación musical. No todo texto poético poseía una idea afectiva adecuada para la invención musical. Sin embargo la retórica una y otra vez proporcionaba los medios para asistir el ars inveniendi, los recursos creativos del compositor. En su Der General-Bass in der Composition (1728), Heinichen ampliaba la analogía con la retórica al incluir los loci topici, los recursos estandardizados disponibles para ayudar al orador a descubrir “tópicos” (es decir, ideas) para un discurso formal. Los loci topici son categorías organizadas de tópicos de donde se pueden coger ideas aptas para la invención. Quintiliano los había descrito como “sedes argumentorum”, algo así como sedes o fuentes de argumentos. Al nivel más elemental los había ejemplificados con sus bien conocidas tres preguntas básicas que se deberían formular en ocasión de una disputa legal: si una cosa es (an sit= si existe), qué es (quid sit) y de qué manera es (quale sit). 142

Heinichen empleó los loci circumstantiarum como fuentes de ideas musicales para los textos del aria: por ejemplo, establecer una secuencia de antecedente y concomitante o consecuente – como podría ser la secuencia de un recitativo, seguido de la primera sección de un aria y la segunda sección del aria u otro recitativo. En Der Vollkmommene Cappelmeister Mattheson le criticó por limitarse sólo a los loci circumstantiarum y abogó por el pleno empleo de los numerosos otros loci comúnmente usados por los retóricos, como los loci descriptionis, loci notationis y loci causae materialis. No es sin importancia que tanto Heinichen como Mattheson fueran teóricos y prácticos a la vez, con largas y destacadas carreras de compositores de música vocal para la ópera y para la iglesia. 3. FIGURAS MUSICALES. La transformación más completa y sistemática de los conceptos retóricos en sus equivalentes musicales tiene su origen en la decoratio de la teoría retórica. En la oratoria cada orador confiaba en su dominio de las reglas y las técnicas de la decoratio para adornar sus ideas con la imaginería retórica y para infundir a su discurso un lenguaje apasionado: los recursos concretos eran extraídos según necesidad del amplio elenco de las figuras retóricas. Ya en la música del Renacimiento temprano, tanto sacra como profana, hay amplias pruebas de que los compositores empleaban variados expedientes retórico-musicales para ilustrar o enfatizar palabras e ideas en el texto. La práctica totalidad de la literatura musical relacionada con el madrigal se basa inequívocamente sobre este uso de la retórica musical. En tiempos recientes algunos autores, como Palisca, han relacionado la práctica de la retórica musical del tardo siglo XVI con la definición de una “manierismo” musical, sugiriendo que este particular planteamiento de composición podría bien ser la explicación del oscuro término de musica reservata. De todos los compositores del tardo Renacimiento, Lasso fue indudablemente el más grande orador musical, algo reconocido ampliamente por los contemporáneos, y, en uno de los primeros tratados sobre música y retórica, el de Burmeister, su motete In me transierunt es analizado según su estructura retórica y su empleo de las figuras musicales. Durante más de un siglo un buen número de escritores alemanes, siguiendo a Burmeister, tomaron prestada la terminología retórica para las figuras musicales, con sus nombres griegos y latinos, y también inventaron nuevas figuras exclusivamente musicales, en analogía con la retórica pero ajenas a esta. Por lo tanto en esta, básicamente alemana, teoría de las figuras musicales hay numerosos conflictos en la terminología y en la descripción de las figuras entre los varios escritores, y no existe una claramente definida Doctrina de las Figuras Musicales para el barroco y la música posterior, a pesar de las frecuentes referencias a un tal sistema por parte de Schweitzer, Kretschmar, Schering, 143

Bukofzer y otros. El más detallado catálogo de figuras musicales (en Unger) es una lista de aproximadamente 160 formas diferentes, recopilada con diferentes grados de exactitud a partir de los tratados de los siglos XVII y XVIII. Los más importantes son: J. Musica autoschediastiké Rostock, 1601 Burmeiste r expandido Musica poetica Rostock, 1606 en J. Lippius Synopsis musicae nova Strasbourg, 1612 J. Nucius Musices practicae Neisse, 1613 J. Opusculum bipartitum Berlín, 1624 Thuringus J. A. Musica moderna prattica Frankfurt am Main, Herbst 2/1653 J. A. Musica poetica Nuremberg, 1643 Herbst A. Kircher Musurgia universalis Roma, 1650 C. Tractatus compositionis augmentatus Manuscrito Bernhard J. G. Ahle Musikalische Frühling-, Sommer-, Herbst-, und Mülhausen, 1695Winter-Gesprache 1701 T. B. Clavis ad thesaurum magnae artis musicae Praga, 1701 Janovka J. G. Praecepta der musicalischen Composition Manuscrito, 1708 Walther J. G. Musicalisches Lexicon Leipzig, 1732 Walther M. J. Vogt Conclave thesauri magnae artis musicae Praga, 1719 J. A. Der critische Musikus Leipzig, 2/1745 Scheibe M. Spiess Tractatus musicus compositorio-practicus Augsburg, 1745 J. N. Allgemeine Geschischte der Musik Leipzig, 1788-1801 Forkel

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Oratoria

Asi hablaron ellos… La oratoria resuena en la historia de Colombia . Desde Bolívar hasta los noventa de este siglo (más o menos 70 años) la palabra hablada manda. La consideran signo de lúcida mente e intención valerosa; síntoma de voluntad de conducción; ánimo de convencer y de atraer amigos. En el siglo pasado y en buena parte de éste casi no se preguntaba si un dirigente político o gubernamental era talentoso y recto, sino si sabía hablar. Se su‘ponía que el buen decir garantizaba honradéz e inteligencia. Indudablemente, tele-medios de comunicación han menguado la oratoria. Para muchos seguidores de un carrera política o testigos de un ascenso de opinión, no importa mayor cosa lo que dice el personaje sino como luce y como gesticula en la pantalla. Por eso han ganado aceptación los “asesores de imagen” más que los ordenadores de ideas, los guardadores de lógica, los celosos de la ética de los correctores del leguaje. ¿Desaparece la oratoria? Puede estar pasando por ámbitos sin acústica, pero al fin y al cabo es creación de belleza y no se le ha decretado la pena de muerte. En lo que tiene de persuasiva, de clarificante, de orientadora, sigue sobre la tierra y entre los seres humanos. Leer de nuevo “oír” los discursos de algunos oradores colombianos de este siglo y del pasado, es no sólo reencontrarse con su palabra sino darle vistazos a la historia. Y en no pocos de ellos constatar la vigencia de sus argumentos. En esta compilación aparecen:

Simón Bolívar, con su discurso ante el Congreso de Angostura, pronunciado el 19 de febrero de 1819, es decir a punto de iniciar la Campaña Libertadora y 168 días antes de la batalla de Boyacá. Bolívar habla de “la gloria de vivir en el movimiento de la libertad”. Antonio Nariño, con su apabullante defensa ante el Senado, en la cual pareció crecerse frente a las inculpaciones. La hizo el 14 de mayo de 1823, siete meses antes de su muerte en Villa de Leyva. “Al principio del reino de Tiberio, –dijo– la complacencia, la adulación, la bajeza, la infamia, se hicieron artes necesarias a todos los que quisieron agradar... Desde la hora en que triunfe el hombre atrevido, desvergonzado, intrigante, adulador, el reino de Tiberio empieza y el de la libertad acaba”. José María Obando, derrocado de su segunda presidencia por José María Melo, 145

acusado por enemigos suyos de haber sido cómplice secreto de ese golpe de Estado, es conducido ante el Congreso que busca destituirlo oficialmente. Dice Obando: “En aquel día se inauguró la barbarie...”.

Tomás Cipriano de Mosquera es víctima de una conjura que le quita el poder en 1867. Lo acusan ante el Senado de Plenipotenciarios de la compra secreta de un buque, del cierre del Congreso y de medidas antieclesiásticas. “No tengo fuerza – dice él– para rechazar la fuerza, pero tengo algo más, el derecho, que está de mi parte, y la opinión nacional que la veréis triunfar con el trueno de la verdad...”. José María Rojas Garrido defiende al general Mosquera, su presidente, y se defiende él, como Canciller. Habla el 12 de octubre de 1867: “... nos defendemos, no ante vosotros, sino ante la Nación, apelando de nuevo a su juicio imparcial contra el vuestro...” Y en la Convención de Rionegro, en 1863, había denunciado el influjo político del clero. José María Samper, nacido en Guaduas (Cundinamarca), tiene 41 años cuando pronuncia en el Congreso, el 15 de septiembre de 1869, su discurso sobre la paz. Es un hombre de barba y bigote cortos y mirada profunda y poderosa voz, que tiene celebridad como orador parlamentario, pero además ha sido ensayista, biógrafo, dramaturgo y periodista. José María Vargas Vila cuenta ya con fanáticos partidarios y fanáticos detractores –como novelista, planfletista, perorador brillante– cuando en 1897, en el cementerio de Caracas, pronuncia su discurso fúnebre en memoria de su copartidario y paisano Diógenes Arrieta, quien acaba de morir. Además de escritor, Vargas Vila es constante y vehemente en el apoyo a la libertad e igualmente intransigente en su odio a la tiranía. Rafael Núñez lanza su célebre disyuntiva en el discurso en que da posesión de la presidencia de la república a Julián Trujillo. Dice: “El país se promete de vos, señor, una política diferente, porque hemos llegado a un punto en que estamos confrontando este preciso dilema: regeneración administrativa fundamental o catástrofe”. Rafael Uribe Uribe mantiene el prestigio del combatiente, el de liberal solitario y aguerrido en el Congreso, el de incisivo periodista, cuando habla en el Teatro Municipal de Bogotá, en 1904: “... En Colombia todo está por hacer. Como el siglo de vida independiente que pronto cumpliremos lo hemos pasado divertidos en el sport de la guerra, estamos singularmente atrasados en todas las sendas del progreso...”. Rafael Reyes había participado en belicismos civiles y recibía un país, en 1904, 146

que acababa de sufrir la guerra entre liberales y conservadores (1899-1902) llamada de “los mil días” y la pérdida del istmo de Panamá (1903) propiciada por Estados Unidos. Así que sus lemas en el discurso de posesión: “paz, concordia y trabajo” y “menos política, más administración” son bien recibidos.

José Vicente Concha tiene ascendiente de tribuno y su figura es huracanada. Se recuerdan sus discursos en el Congreso de 1898 y en especial el de 1909 contra el gobierno de Rafael Reyes, su copartidario. “Para apreciar la conducta de cualquier hombre público –dice Concha– hay que tener presente la atmósfera que le rodea, el aire en que vive...”. Guillermo Valencia ostenta la aureola del poeta y la reputación del orador a quien siempre se le pide que hable. Es algo así como el hombre-panegírico. En 1924 pronuncia en la Quinta de Bolívar su oración “Todo es sagrado aquí” y al año siguiente, en el Congreso, cruza aceros oratorios con Antonio José Restrepo, sobre el tema de la pena de muerte: Valencia la defiende y Restrepo la impugna. Finalmente gana la vida... Manuel Serrano Blanco es alto, de piel blanca y elegante en su porte y en su vestir. Luce igualmente una oratoria en la cual predomina la distinción de lo castizo. Evita caer, como él dice, en “el pozo del sectarismo”, ni acerca los temas a las “lumbres del hombre de partido; tenemos una visión más amplia...” María Cano es pequeña y ágil, no utiliza el maquillaje y lleva los cabellos amotinados y es informal en sus atuendos. Pero es elocuente. Cuando habla cautiva a sus oyentes y los mantiene pendientes de sus palabras. Está metida en la brega revolucionaria y ha sido declarada, en su natal Antioquia, como “Flor del Trabajo”. Una de sus muchas arengas a la multitud es la de 1925. Tiene 38 años. Enrique Olaya Herrera es un “gigante” de tez blanca, cabello rubio y ojos claros, como les ocurre a muchos paisanos suyos del Valle de Tenza. Es, en efecto, de Guateque, Boyacá, y ha mostrado desde 1909, en sus 29 años, dotes de orador excepcionales. Es abogado, congresista, diplomático y llega a la Presidencia de la República en 1930, luego de 45 años de regímenes conservadores. José Camacho Carreño es en los años 30 el más joven del grupo de “Los Leopardos”. Nacido en Bucaramanga, ha estudiado en Bogotá, en el Gimnasio Moderno, en el Rosario y en la Universidad Nacional, de donde es abogado. Sus amplias lecturas se reflejan en su oratoria clásica y en su estilo de escritor que gusta de la narrativa y las descripciones. Esta de la literatura es una querencia de Camacho Carreño que compite con su oratoria. 147

Gabriel Turbay, un médico santandereano metido a político, está habituado a mandar y a ser obedecido. Hace prevalecer su dominio cuando se siente superior y es conciliador cuando tiene dudas. Sabe fingir cuando él considera que se requieren vigor y afirmación o hace que la cosa no es con él cuando no está seguro. Le gusta triunfar y ordenar. Ha sido un buen orador a pesar de su asma. Laureano Gómez es un orador-espectáculo. Verlo y oírlo es comprometerse: estar sin remedio en contra suya o a su favor. Ha sido siempre un polemista vehemente, pugnaz, fogoso, peleador, obsesivo. Su discurso contra Román Gómez es un ejemplo sonoro del estilo oratorio que siempre desde 1911, ha caracterizado al jefe conservador y por lo cual lo han temido y odiado o lo siguen como a un ídolo. Alfonso López Pumarejo llega al poder en 1934 con la convicción de que Colombia se ha quedado atrás y de que es necesario empujarla hacia la modernidad. Así lo plantea en su discurso de posesión. Su revolución en marcha es, según lo explica, “el deber del hombre de Estado de efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución por medios violentos”. Eduardo Santos, según Alfonso López Michelsen, “era, por excelencia, un orador y no un escritor, como lo consideraron tradicionalmente sus contemporáneos...” y se refiere al discurso en el Congreso en el que Santos defendió, con buen éxito, el Protocolo de Rio de Janeiro que puso fin al conflicto bélico de 1932 entre Colombia y Perú, que él presentó ante la Liga de las Naciones en nombre de su país. Santos fue Presidente de la República de 1938 a 1942. Augusto Ramírez Moreno contaba con 23 años cuando fundó en Bogotá el grupo de Los Leopardos, jóvenes oradores del partido conservador que aspiraban a remozar esa colectividad. Entre ellos se destaca Ramírez Moreno, quien pronuncia en Cúcuta un discurso (1940) en el centenario de la muerte del general Santander y en 1967 se refiere a su propio itinerario como conservador. Gilberto Vieira, medellinense, pero levantado en Manizales y Bogotá, tiene apenas 32 años cuando habla en la Cámara de Representantes contra los nazifascistas y su quinta columna que, según él, se ha infiltrado en Colombia y conspira contra el Gobierno de Alfonso López Pumarejo. Es el año de 1943 y Vieira milita en el Partido Comunista Colombiano, fundado en 1930. Darío Echandía no sugiere, de entrada, a un orador polémico, retador. El ritmo tolimense de sus acentos, su aparente negligencia, hacen bajar la guardia a sus contendores que de pronto se ven acorralados por su lógica punzante y su perspicacia que va adelante de las argucias de los contrarios y aun tiene tiempo 148

para devolverse y combatir. Ello lo prueba en el Congreso (1942) durante su defensa al Concordato y en 1949 cuando explica a sus copartidarios liberales el retiro de su candidatura.

Gilberto Alzate Avendaño, manizaleño de 47 años, ha recorrido en su oratoria todos los ismos de la extrema derecha, pero ahora, en 1957, sin menguar su vehemencia tribunicia, transita por senderos de prudencia y formalidad. Inicialmente adverso al “Frente Nacional”, cree ahora que el país debe optar por el equilibrio político. Luis López de Mesa, aparentemente etéreo, es un estudioso de los seres humanos. Su conferencia de 1944 en el Teatro de San Bartalomé, relativa a la mujer en Colombia, corrobora, esa‘ disciplina y allí se le oye decir si es justo que mujeres cultas “le cedan su puesto en las urnas a un labriego analfabeto o a un rufián de borrascoso suburbio...”. Carlos Arango Vélez, bogotano, nacido en 1902, es impecable en su vestir y sus ademanes tienen gallardía y seguridad. Es un político un tanto impredecible pues a veces se muestra impetuoso y otras se retira a la penumbra. Ha sido un contradictor, un rebelde, y ello se ha reflejado en su oratoria. Jorge Eliécer Gaitán encabeza muchedumbres liberales y conservadoras en 1929, que se amotinan contra la administración municipal de Bogotá. Su estilo oratorio, popular y llano pero respaldado por disciplinas universitarias, comienza a singularizarlo. Tres meses después hace debates contra el régimen de Miguel Abadía Méndez por la masacre del ejército a trabajadores bananeros de la United Fruit Company y, ya consagrado, 19 años después en Bogotá, pronuncia su “oración por la paz” contra la violencia. Darío Samper es un poeta del grupo de Piedra y Cielo. Así lo ubican sus contemporáneos Pero también ha participado en campañas políticas en favor de Alfonso López y de Eduardo Santos. Y a partir de 1945 es un aguerrido gaitanista que ha mostrado su impetuosa oratoria en plazas públicas y su militancia en periódicos fundados y dirigidos por él, como “Jornada”, que es el vocero impreso del caudillo. Alberto Lleras tiene la celebridad de una oratoria clara y convincente. La suya es la voz que pone las circunstancias en su sitio, sus conceptos ubican a las personas en el lugar que les corresponde y les señalan la tarea que deben cumplir. Cuando les habla a los estudiantes o a los militares, cuando lo hace ante la tumba de López, su jefe, Alberto Lleras se identifica con su gente y encuentra las palabras que todos 149

hubieran querido decir.

Carlos Lleras fluctúa entre la cordialidad y la vehemencia. Convive con los demás mientras no se ataquen sus convicciones ni se pretenda incinerar su palabra. Porque entonces se torna intransigente y combativo. Se crece ante las agresiones. Se rebela contra lo que él considera injusto. Cuando llega a la Presidencia de la República en 1966 ha librado muchas de estas batallas, pero a la vez ha conocido juiciosamente vastas disciplinas económicas y financieras y ha metido a Colombia en esos moldes. Alfonso López Michelsen se ha mantenido discretamente al margen de la vida pública durante casi treinta años, pero cuando llega a la Presidencia en 1974 dice que “una tradición de inconformidad con lo existente... me convierte en personero de todo el conglomerado colombiano, que confía en que podré dar evasión a viejas aspiraciones represadas...”. Indalecio Liévano Aguirre es a primera vista distante o tímido, pero en realidad es cordial y le gusta conversar. Y en medio de su atildamiento es sencillo y llano. Así se le ve en 1975, cuando en su calidad de Primer Designado ocupa por algunos días la Presidencia de la República por viajes del titular Alfonso López Michelsen. Otto Morales Benítez se anuncia con su risa sonora y contagiosa. La divulgación de esa euforia no sólo hace decir a los circunstantes que no lo han visto todavía: “ahí está Otto”, sino que es cálidamente auténtica. Ha estado con él en la universidad, en el Congreso, en la política, en el gobierno, en las academias... Precisamente el comienzo de su discurso de 1979, en el grave recinto de la Academia Colombiana de la Lengua, tiene esa característica. Belisario Betancur alcanza a los 59 años una Presidencia de la República que le ha sido esquiva, aunque está en la política desde 1945 cuando es elegido diputado suplente en la Asamblea de Antioquia, su departamento, con apenas 22 años de edad. En 1982 logra la jefatura del Estado con más de tres millones de votos y su lema del “sí se puede” no parece referirse sólo a su gestión gubernamental sino a sus tentativas políticas. Luis Carlos Galán acepta la candidatura presidencial el 18 de octubre de 1981 en Rionegro, Antioquia. Tiene 38 años y finaliza su breve discurso a la manera de su paisano comunero de 1781, José Antonio Galán: “Por Colombia, siempre adelante, ni un paso atrás y lo que fuere menester sea”. Gana el conservador Belisario Betancur, y en 1985, en el Senado, Galán hace un extenso discurso sobre democracia y Estado. 150

Alberto Zalamea, con 69 constituyentes más, asiste, desde febrero 5 de 1991 y hasta el mes de julio, a las sesiones de la Asamblea de donde sale la nueva Carta Constitucional colombiana. Zalamea hace debates, interpela, deja constancias, observa y oye. De sus apuntes escritos sale un libro: Diario de un constituyente. Es un orador insurgente que no acude a lo que él llama “acto televisivo” de la promulgación de la Carta Constitucional que hoy está vigente.

ALABANZA ORATORIA, MORAL, DIALECTICA Y TEOLOGICA DE LA FILOSOFIA MARSILIO FICINO Marsilio Ficino a Bernardo Bembo, abogado y caballero, orador veneciano distinguido por su saber y autoridad: saludos. Preguntas por qué a pesar de que he elogiado las artes y muchas otras cosas, aún no he alabado nunca a la Filosofía que siempre he estudiado con tanta devoción. Hace algunos días Giovanni Cavalcanti, mi Acates, me hizo la misma pregunta. Mi respuesta es: primero, que lo que ha sido descubierto por los hombres puede ser debidamente alabado por ellos en cualquier momento, pero que la Filosofía, invención de Dios, está mucho más allá de la humana elocuencia; en segundo lugar, al cantar la alabanza de cada una de aquellas artes y actividades, en realidad he estado honrando a la Filosofía, inventora y señora de todas ellas. En verdad es sólo por su poder y elocuencia que damos a cada arte su debido honor, y consideramos a cada una merecedora de alabanza en la medida en que comparte la virtud y dignidad de la Filosofía. Pero siendo esta nuestra madre y nodriza, parece que a veces con perfecta justicia demanda de nosotros el honor que le es debido, así que, si ello encuentra favor, de comienzo nuestra alabanza. Alabanza oratoria de la Filosofía ¡Oh Filosofía, guía de la vida, investigadora de la virtud, azote del vicio! ¿Qué seríamos nosotros, qué sería la vida de los hombres, sin ti? Tú has engendrado ciudades, y llamado al compañerazgo de la vida a los hombres que se encontraban dispersos, uniéndolos primero en moradas, luego en matrimonio, y después en la comunión de lengua y de letras. Has sido la inventora de las leyes, señora de la conducta de los hombres y de la disciplina... Pero, ¿a dónde lleva esta digresión inesperada? No sé cómo di comienzo a esta oratoria y canción ciceronianas. Puede que sea dulce parecida melodía pero ya que es la Filosofía tanto el principio de la canción como el tema cantado, debemos cantar filosóficamente. Comencemos pues 151

nuevamente este juego. Alabanza moral de la Filosofía La Filosofía es definida por todos como el amor a la verdad y la devoción por la sabiduría. Pero la verdad, y la sabiduría misma, son solamente Dios; de lo que se deduce que la Filosofía legítima no difiere de la verdadera religión, y que la religión legítima es exactamente lo mismo que la verdadera Filosofía. Si las propiedades de las palabras derivan en parte de las propiedades de las cosas y en parte de aquellas de las ideas, como han demostrado con gran detalle Platón, Aristóteles, Varrón y San Agustín, entonces ciertamente la Filosofía, la investigadora y descubridora de la concepción de las cosas, dió a luz a la Gramática, medida del discurso y la escritura correctos. Si solamente la Filosofía, o la Filosofía sobre todas las cosas, conoció la naturaleza de las almas, el poder de los actos, la forma de las obras, la disposición de los espacios, y lo apropiado de los tiempos, entonces, es ella, sobre todas las cosas, quien enseñó a los oradores qué decir, y cómo, a quién persuadir, y cuándo. También enseñó a los poetas qué describir, cómo despertar las emociones y deleitar al alma. De ello resulta que, sin su asistencia, los historiadores no podrían servir su oficio. La Filosofía concedió almas a los estados cuando hizo que las leyes humanas en la tierra reflejaran las leyes divinas del cielo. Dió a luz al cuerpo del estado y lo hizo crecer al proveer la agricultura, la arquitectura, la medicina, la destreza militar y cualquier arte que le otorgue alimento, belleza o protección. Así pues, por sobre todas las cosas, la Filosofía arranca de la miseria a los mortales, y les concede felicidad. Pues ella discrimina lo bueno de lo malo y nos muestra cómo evitar el mal para que no nos hiera, o cómo sobrellevarlo con fortaleza de modo que nos hiera menos. Además nos enseña cómo hallar más fácilmente la bondad, y cómo usar rectamente los dones que nos ha concedido la naturaleza o la fortuna o que hemos adquirido por medio del trabajo, para que puedan ser beneficiosos. Tenía intención de terminar aquí esta carta, querido Bernardo, y no hacerla más larga de lo usual, pues ya sabes cuánto me disgusta lo extenso, excepto en Platón, nuestra primera fuente de elocuencia divina; pero la divina madre, a quien por encima de todo reverenciamos, protesta con demasiada fuerza. Escucha, por lo tanto, si quieres, las palabras que ahora demanda de mí, o que, más bien, me sugiere. 152

Alabanza dialéctica y teológica de la Filosofía La filosofía emplea las herramientas de la dialéctica, creadas por su propia mano, para descubrir en las cosas la verdad a través de la contemplación, la virtud a través del uso, y la bondad a través de ambas. De ese modo, sugiere muchos principios para la contemplación, muchos preceptos para la acción, y mucha instrucción para ambas. Pero de las muchas cosas que enseña debo mencionar a una en particular. El fin es superior a aquellas cosas que con él se relacionan, al igual que un amo es superior a sus sirvientes; y así, es muy justo que las cosas externas, mortales y corporales, deban de servir al cuerpo, y el cuerpo al alma, los sentidos a la razón, la razón activa a la razón contemplativa, y la contemplación a Dios. De ahí que todas las artes relacionadas con las cosas exteriores, el cuerpo, los sentidos y la acción, deban ser súbditas de la contemplación y concederle precedencia como a su reina. Ella, es la actividad propia de Dios. No tiene necesidad de un lugar o instrumento especial, ni sirve a las cosas exteriores; de todas las cosas, ella es la más duradera, de hecho, es para siempre. Su objeto es eterno. No importa en cuál lugar, abraza libremente aquello que en todas partes está presente. Si la vida es una forma de actividad y cuanto más excelente la actividad más excelente la vida, entonces seguro que la contemplación, siendo la más excelente de todas las actividades tanto por su valía como por su permanencia, es también la mejor vida y la más elevada; y añadiría, la más dulce de todas. Pues a diferencia de los sentidos, no trata con los placeres impuros, falsos y variables que proceden de las imágenes externas, sino que poseyendo dentro de sí misma las verdaderas y eternas causas y la naturaleza de toda cosa, se alimenta y alegra, pura, verdadera y permanentemente con aquello que es puro, verdadero y permanente. Digo que extrae un gozo ilimitado de aquello que es sin límites y, lo más importante de todo, que una vida así, estando más cerca de la vida de Dios, se transforma en su perfecta imagen. Así, Dios es a la vez la luz y el ojo de la contemplación humana, y la contemplación es la luz y el ojo de la acción. Aunque tal ojo parezca inactivo, sin él la inactividad es mala, pero la actividad es peor; ambas son enteramente oscuras y miserables. Pero bajo su mandato, laboramos con éxito en toda actividad. Para los mortales, la sabia Filosofía les señala esta vida más bienaventurada, establecida en la cima de todas las cosas, revelándola, ya con su mismo ojo, ya con el dedo de la dialéctica. A mi juicio, también nos conduce a aquella a través de cuatro estadios principales: la 153

conducta moral, los estudios naturales, la matemática y la metafísica: El divino Platón considera que el alma celeste e inmortal en cierto sentido muere al entrar en el cuerpo terrestre y mortal, y vive de nuevo cuando lo abandona. Pero antes de que el alma deje el cuerpo según ley de la naturaleza, puede hacerlo por medio de la práctica diligente de la meditación cuando la Filosofía, la medicina de los males humanos, purga la pequeña y débil alma, enterrada bajo la pestilente inmundicia del vicio, y la vivifica con la medicina de la conducta moral. Luego, por medio de ciertos instrumentos naturales, eleva al alma desde las profundidades atravesando todo aquello compuesto de los cuatro elementos, y la guía a través de los elementos mismos al cielo. Entonces, peldaño a peldaño por la escala de la matemática, el alma realiza el sublime ascenso a los más elevados orbes del Cielo. Y finalmente, cosa más maravillosa que lo que pueden expresar las palabras, en alas de la metafísica se remonta más allá de la bóveda celeste hasta el Creador Mismo de los cielos y la tierra. Allí, gracias al don de la Filosofía, no sólo el alma se colma de felicidad, sino que como en cierto sentido se convierte en Dios, también llega a ser esa felicidad misma. Ahí llegan a su fin todas las posesiones, artes y quehaceres de la humanidad y de entre todo su número tan solo la sagrada Filosofía permanece. Ahí, tan sólo es verdadera felicidad lo que es verdadera Filosofía, cuando de hecho se convierte en el amor por la sabiduría, tal como la definen los sabios. Creemos que la suprema bienaventuranza consiste en una condición de la voluntad que es deleite en la divina sabiduría, y amor por ella. Y el que el alma, con la ayuda de la Filosofía, pueda un día volverse Dios, lo concluimos de lo siguiente: con la Filosofía como su guía, el alma llega gradualmente a comprender con su inteligencia la naturaleza de todas las cosas y aprehende enteramente sus formas; asimismo, a través de su voluntad se deleita en las formas particulares y las gobierna, así pues, en cierto sentido, deviene todas las cosas. Habiendo devenido todas las cosas según este principio, peldaño a peldaño es transformada en Dios, que es fuente y Señor de todas ellas. Dios en verdad perfecciona toda cosa, tanto por dentro como por fuera. La mente humana auténticamente filosófica, al igual que Dios, concibe también dentro de sí las causas verdaderas y eternas de todas las cosas. Pero, ¿podemos decir que la mente humana sea capaz de crear cosas particulares fuera de sí misma? Dejemos a un lado el hecho de que el espíritu filosófico imita y expresa exactamente las obras secretas de Dios Todopoderoso, haciéndolas manifiestas en pensamientos, palabras y letras, a través de diferentes instrumentos y materiales. Sin embargo una cosa, especialmente, pienso que debe apreciarse: no todos pueden 154

entender el principio o el método por el cual la obra maravillosamente elaborada del omniexperto creador se ha construido, sino solo aquél que tiene el mismo genio para el arte. Nadie puede entender cómo el filósofo Arquímedes juntó esferas de bronce y les dio movimientos similares al de los cuerpos celestes, a menos que esté dotado con el mismo genio. Y quien lo entiende, porque así está dotado, después de reconocerlas puede construir unas similares, con tal de que cuente con los instrumentos y el material. Dado que el filósofo ha visto el orden de las esferas celestes, desde dónde son movidas y hacia dónde van, cómo pueden ser medidos esos movimientos, y a qué dan origen ¿quién puede negar que su mente es virtualmente una con el autor mismo de los cielos, y que en cierto sentido sería capaz de crear los cielos y lo que está en ellos mismos, si pudiera obtener las herramientas y el material celestes? Pues el filósofo los crea ahora, y aunque con otro material no obstante con el mismo diseño. ¡Oh maravillosísima inteligencia del celeste arquitecto! ¡Oh sabiduría eterna, nacida únicamente de la cabeza del más alto Júpiter! ¡Oh infinita verdad y bondad de la creación, sola reina de todo el universo! ¡Oh verdadera y generosa luz de la inteligencia! ¡Oh calidez curativa de la voluntad! ¡Oh generosa llama de nuestro corazón! ilumínanos, te lo pedimos, derrama tu luz sobre nosotros y enciéndenos, para que podamos resplandecer internamente con el amor de Tu luz, es decir, con el de la verdad y la sabiduría. Sólo esto, Dios Todopoderoso, es Conocerte verdaderamente. Tan sólo esto es vivir bienaventuradamente conTigo. Pues aquéllos que vagan lejos de los rayos de Tu luz nunca pueden ver nada claramente, se encuentran perdidos y atemorizados por sombras irreales, como si se tratara de terribles pesadillas, y en todo lugar atormentados miserablemente en una noche perpetua. Pues siendo que únicamente aquéllos que viven celosamente conTigo ven, aman y abrazan bajo Tus rayos aquellas cosas que son verdaderas, eternas e inconmensurables, tan sólo ellos considerarán cualquier cosa limitada por el tiempo o el lugar como ilusorio sueño sin importancia. Y así no pueden ser desalojados de la altísima ciudadela de la bienaventuranza celeste, ni por el deseo ni por el miedo a las cosas terrestres. Bernardo mío, pienso que tu Marsilio ya ha escrito todo lo que una carta puede soportar. Así que adiós, y que tengas fortuna, patrón de los filósofos; y como has hecho hasta aquí, vive continuamente en los bienaventurados brazos de la sagrada Filosofía. Te pido que vivas también siempre atento a Giovanni Cavalcanti, corazón de Marsilio. 155

Elocuencia y Argumentación Filosófica A San Vicente Ferrer le toca estudiar la retórica como parte de la filosofía, entre esas ramas del estudio filosófico que versaban sobre el lenguaje y que recibían el nombre de "trivium", a saber: gramática, lógica y retórica. Estas disciplinas iban encabalgándose de modo que la anterior era presupuesta por la siguiente. La gramática estudiaba la corrección del discurso; la lógica o dialéctica, su validez inferencial; y la retórica su ornato y los efectos que se podían usar para obtener la persuasión. Al ser una parte de la filosofía, la retórica era como una filosofía de la persuasión: una gramática de la locución efectiva y una lógica de la convicción seductora. Llevaba implícitos, además, aspectos netamente psicológicos, de movimiento de pasiones y emociones, y aun algo de poética, por buscar lo bello y sugestivo del lenguaje. A medio camino, pues, la retórica: entre la lógica y la poesía, oscilando según conviene: mezclando la argumentación (como el instrumento fundamental y objetivo de la persuasión) con la dicción poética (como el instrumento suplementario y subjetivo de la persuasión misma). Además, al igual que los cánones de la poética y las reglas de la lógica, la retórica era algo instrumental y técnico al servicio de lo que se quería transmitir. Por eso era únicamente el órganon de la comunicación, esta última era la que en verdad importaba. San Vicente Ferrer, que fue profesor de lógica escolástica (1370-1372) antes de ser un gran orador, ciertamente tenía una filosofía de la retórica; sabía bien su arte oratoria y la aplicaba en su desempeño práctico —según puede verse por el modo de llevar sus sermones, incluso por sus alusiones a los clásicos de la oratoria —. Al parecer, era muy utilizado en su tiempo y en su ambiente un tratado de retórica debido al franciscano catalán Francisco de Eiximenis, pero no nos consta fehacientemente que lo utilizara Ferrer, y hemos de contentarnos con apreciar por un lado su conocimiento de ciertos clásicos como Cicerón y, por otro lado, su habilidad innata para predicar, mejorada en sumo grado por sus conocimientos técnicos de la retórica. Se aprecia en él esa conjunción del saber teórico de una disciplina y la habilidad práctica connatural para desempeñarla; conjunción afortunada y que lleva la calidad hasta el extremo. Muestra un excelente dominio de la dimensión pragmática del lenguaje, de la comunicación. Pero, dado que son pocas las alusiones a la teoría oratoria hechas por San Vicente, hemos de reconstruir su filosofía retórica a partir de su misma praxis de la predicación, observando lo que se dice que hacía, lo que se ve como estructura y desarrollo de sus sermones, y las normas o los recursos a los que alude de manera 156

esporádica. Con todo, a pesar de esa dificultad de la reconstrucción teórica, se capta que San Vicente poseía una lúcida fundamentación filosófica de su propia retórica, a lo cual se juntaban sus dotes o habilidades, ya hayan sido congénitas o ya hayan sido adquiridas por el ejercicio de la disciplina; y, sobre todo, se sumaba a ello su espíritu profético, el carácter de enviado apocalíptico de Dios con el que sabía revestir el contenido evangélico de su predicación, su auténtico kerigma. Trataremos, pues, de recoger, a partir de la praxis oratoria que podemos encontrar en San Vicente, algunos elementos de esa teoría filosófica de la oratoria que respaldaba su tan excelente desempeño como orador sagrado del mensaje evangélico. Supo conjuntar la pragmática y la psicología, en una especie de psicopragmática. El Genio de la Predicación La historia nos dice que San Vicente Ferrer fue un predicador asombroso. Movía multitudes, provocaba no sólo cambios repentinos y superficiales en sus oyentes; a veces causaba en ellos cambios profundos y duraderos. Convertía las mentes y los corazones. En eso se mostraba como un gran profeta; él mismo decía ser el ángel del Apocalipsis, que venía a cambiarlo todo. Dentro de su predicación a la multitud, llevaba a cada uno, como si le predicara personalmente a él, al arrepentimiento y al cambio de vida. Eran tan claros, además, sus sermones, que, aun cuando predicó por distintos países de Europa y sólo usaba el dialecto catalán que se hablaba en ese momento en Valencia, todos los que lo oían lo entendían. Teniendo en sus manos el poder de la palabra, todos los intereses (los reyes, los papas...) querían pactar con él; pero él, como buen profeta, sólo buscaba el bien y la verdad. ¿Qué tenían sus sermones que lograban tal efecto? ¿Qué retórica escondida y poderosa seguía? ¿De qué artificios oratorios, de qué tópicos y de qué trucos psicológicos o psicagógicos se valía? ¿Qué confería una magia tal a su discurso? Algunos autores —pocos— se han dado a la tarea de analizar los sermones vicentinos en busca de respuestas a esas preguntas. Y ciertamente que la fuerza de éstos no residía sólo en su estructura retórica o en las dotes del orador mismo, en su elocuencia natural, sino que aprovechaba todo un contexto de comunicación, se daban en el contacto entre el orador y el oyente, en toda una constelación de símbolos profundos —conscientes e inconscientes—. Vicente era un mago de los símbolos vivos, como lo era también de la palabra. Manejaba inmejorablemente la hermenéutica y la pragmática de lo simbólico. Llama la atención la sencillez de sus sermones, contrastando con las agudas y complejas reacciones que suscitaban en su apasionado auditorio. Llama la atención la gran lucidez racional y lógica de su 157

discurso (habiendo sido profesor de lógica él mismo), en contraste con la conmoción vital que producía. Y sobre todo llama la atención la llaneza de su lenguaje, que procuraba pedagógicamente la simple claridad, la cual es ya de por sí un anticipo de éxito, casi un recurso oratorio (por cierto, muy difícil de esgrimir y manejar con tino). Esta utilización de un lenguaje sencillo es recomendada por él y puesta en práctica de modo que cada persona que lo escuchaba en la multitud sentía que hablaba para ella en particular, en lo concreto, personal e individualmente, como si Vicente conociera a cada uno y supiera qué decirle para su propia vida. Él mismo nos presenta esa actitud como un precepto retórico explícito: "En todos los sermones que en público tuvieres... usa siempre un lenguaje sencillo, llano y casero, para dar a entender las obras particulares de cada uno, descendiendo a los actos singulares. Y trabaja cuanto pudieres [en] persuadirles con ejemplos eso que les dijeres, para que el pecador que conociere en sí tener aquel pecado, parezca ser herido con tus eficaces razones, como si a él solo predicaras. (...) A la verdad, semejante modo de predicar suele ser de provecho a los oyentes. Porque tratar en general y en común de los vicios y virtudes, muy poco o nada les mueve". Pero, sobre todo, en cuanto a la pedagogía o psicología oratoria, ha de haber una cierta empatía, una simpatía verdadera, la cual es el auténtico sentido de la "compasión", i. e. com-padecer. Dentro de esta empatía, la actitud del predicador es por antonomasia la humildad; no condena, sino que padece junto con los demás. Por más fuerza y vehemencia que ponga a sus palabras, nunca ha de salir de sus labios ninguna hipocresía o fariseísmo, sino un profético reproche al pueblo por sus pecados, pero estando con ese mismo pueblo en sus miserias. El propio Vicente lo señala, añadiendo a lo que acaba de decir un precepto adicional: "Mas esto de tal modo has de hacer que eche de ver salen tus palabras de pecho no soberbio o indignado, sino de entrañas de caridad y amor paternal. De la suerte que un piadoso padre se duele de ver pecar a sus hijos, o derribados en una grave enfermedad, o caídos desgraciadamente en un grande hoyo, y de allí los procura sacar, librar y amparar, cual una madre amorosa. Y como aquel que se goza del aprovechamiento de las almas y de la gloria que en el cielo les aguarda".

La Preparación para la Predicación Para San Vicente, como gran intelectual que fue (esto es, como profesor de lógica y teología, además de hombre muy práctico, en la política y en la oratoria), es indispensable al orador —pareciendo en esto un nuevo Quintiliano— una excelente 158

preparación y formación. Este ha de interesarse en el estudio de todo lo que pueda, ya que todas las cosas tienen alguna relación con lo que predica, en cuanto pueden ayudarlo a predicar, o, en todo caso, puede aprovechar todo en la retórica. Pero no se quedará en un saber enciclopédico fútil, sino relevante para lo que trata. Así, dado que es un orador eclesiástico, se interesará primordialmente en la Sagrada Escritura, a la que dará la autoridad principal. Y deberá presentarla usando en su discurso un razonamiento impecable, para lo cual usará la gramática, la lógica y la retórica, ya que Dios ha dado al hombre la razón como aquello con lo que juzga acerca de las cosas y se convence de ellas. Todas las demás autoridades —distintas de la Biblia y la razón— serán prácticamente de ornato, así sean teológicas o paganas: filósofos, poetas, etc. Lo dice al hablar de la predicación de San Pedro: "...la predicación es como una red. Así como la red está toda entrelazada y se arrastra con una cuerda, del mismo modo la predicación evangélica está entrelazada con muchas cuerdas, con autoridades, razones, parábolas..., etc., todo muy unido si el sermón está ordenado; y se arrastra con una cuerda, con el tema, que es la base del sermón". Por lo tanto, la formación del predicador debe estar ordenada a dominar los demás temas de los que se va a predicar, y todo lo referente al ornato de los mismos vendrá después. Y lo que constituye el tema del sermón son los misterios de la fe cristiana, o los dogmas. Por eso lo principal es el estudio de las Sagradas Escrituras, donde se beben los misterios de la fe; y juntamente con el estudio de la Biblia se requiere el de la lógica o dialéctica (que incluye la lógica formal y la semántica), para interpretar correcta y coherentemente la Escritura. Después, y como por añadidura, vendrá el estudio de los poetas y oradores, que nos brindan el ornato. El propio Vicente lo aconseja al hablar del ministerio de la predicación de San Pablo. Espeta al predicador: "Y tú, que predicas solamente la doctrina de los poetas, serás siempre terreno. La doctrina evangélica, que viene del cielo, hace subir al cielo a la persona que predica y a la que la practica. (...) Predicar la doctrina de los condenados es condenación. Dice San Jerónimo que Aristóteles y Platón están en el infierno. Toma, pues, la doctrina de Cristo que conduce a la vida, toma la Biblia, que se llama libro de la vida; los libros de los poetas son libros de muerte". Del mismo San Vicente se decía que conocía la Escritura de memoria, y no sólo eso, sino que además la manejaba bien y la citaba con toda oportunidad y tino en sus sermones, lo cual nos indica que para él era importante utilizar con adecuación los tópicos de autoridad en la estructuración del sermón. La utilización de la teología, que es la aplicación del saber humano o la filosofía al saber divino o revelado, tenía un lugar principal en la predicación de San Vicente. 159

Pero sobre todo la ciencia infusa, que es la inspiración que se recibe de Dios en la oración, meditación y con- templación. Habla de varias coronas, cada una más excelsa que la otra. La corona de plomo son los escritos de los poetas, porque son oscuros; la corona de hierro es la filosofía, pues, aunque es fuerte por sus argumentos, es todavía deficiente. Además, hay una corona de plata y una de oro, la más noble: "La corona de plata es la retórica. Pues así como la plata hace buen sonido, del mismo modo la retórica tiene buen sonido, grato al oído: Tantarantán, tantarantán, tintirintín... De esta corona dice el Apóstol: Me envió Cristo a evangelizar no con artificiosas palabras, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo (I Cor. 1, 17). La corona de oro es la sagrada teología, la Biblia y los escritos de los doctores aprobados por la Iglesia. A ésta se refiere la Escritura cuando dice: Corona de oro sobre su cabeza". Con esto se ve que no absolutizaba el artificio retórico, sino que lo ponía al servicio de la fuerza persuasiva del razonamiento y de las autoridades que contenían el núcleo de su mensaje profético: el caminar en la vida conforme al Evangelio. Además, el predicador debe añadir —nos recuerda Vicente— a su predicación el testimonio y el ejemplo, "porque el pintor nunca formará buen discípulo sólo de palabra. Y el predicador es un pintor que nos muestra la imagen de los patriarcas cuando habla de la misericordia; la de los profetas, cuando habla de la devoción; la de los apóstoles, cuando predica sobre la caridad; de la paciencia, cuando habla de los mártires, y así en lo demás. Si predica sólo de palabra, nunca hará buenos discípulos, pues es necesario que ponga manos a la obra, cumpliendo él lo que enseña de palabra a los demás". El predicador, según San Vicente, es una reencarnación de los profetas, pues debe combinar predicación y ejemplo, razón y emoción. En efecto, así era el profeta en la tradición hebrea veterotestamentaria: no tanto un adivino que vaticinaba cosas que ocurrirían en el futuro, sino mucho más alguien que decía al pueblo la voluntad de Dios respecto al presente. Estaba afincado en el presente; les recordaba a los de su pueblo el pasado, en el que habían jurado fidelidad a su Dios; y les advertía sobre el futuro, pues, de no haber conversión auténtica, Dios los abandonaría y los llenaría de castigos.

Retórica y Profetismo Pues bien, esta predicación profética, en la que se insertaba San Vicente, pone un problema especial. ¿Tenía sentido sólo en la medida en que se aceptaban sus postulados, o era semejante a la conversión del que no admitía las creencias básicas de la comunidad a la que se dirigía preponderantemente la predicación? ¿Se daba 160

sólo dentro de un marco de creencias aceptadas o trataba de llevar a creencias que no se tenían? Es bien sabido que Vicente llegó a predicar a judíos, musulmanes y herejes. Pedía que se los llevaran, para que se convirtieran al oír su prédica. Pero es muy juicioso y prudente M. Sobrer cuando dice que éstos se "convertían" a veces más por las presiones del miedo a la plebe o a las autoridades cristianas, que por auténtica convicción. Dejemos, pues, de lado ahora las conversiones de judíos, musulmanes y herejes que Vicente logró. Pero todavía nos queda un elemento en el que podemos ver la predicación como un trabajo de cambiar creencias a los oyentes. Se trata de que, aun dentro de una comunidad de creyentes, éstos habían abandonado el buen camino. Y de modo radical. Había, pues, que buscar en ellos ese cambio (de creencias, de actitud y de vida) que se describe como contenido de la predicación del último de los profetas que fue San Juan Bautista, cuando en el desierto —según la versión koiné de los evangelios— decía a las turbas: "Metanoeite!", lo cual quiere decir: "¡Convertíos!", pero en un sentido de cambio completo de las entrañas, del corazón, de la vida (creencias y costumbres). Tal vez se trata de cambios graduales, o de grados de cambio, a pesar de lo contundentes y completos que parecen; pero, en todo caso, es conveniente hurgar en esa métrica o gradación de los cambios —pequeños o grandes, y en qué medida— que se logran en este tipo de dialógica parcial que es la predicación. Hemos hablado de una retórica profética en San Vicente Ferrer. El profeta es el que habla de parte de Dios, manifiesta al pueblo su voluntad y sus designios. Por eso el papel del predicador, en tanto que profeta, es más pasivo que activo en cierto sentido. No es tanto convencer a fuerza de muchas razones, argumentos y explicaciones, sino más bien persuadir por el hecho de que está inspirado, porque habla de parte de Dios, o porque Dios habla por él, porque es un canal a través del cual Dios habla, manifiesta su aprobación del bien y su desaprobación del mal o del pecado. La lógica y la retórica se conjugan aquí con la gracia divina, con la fuerza que de Dios procede, la cual es en definitiva la que realiza la conversión y persuasión de las almas. Lo expresa bien Josep Miquel Sobrer: "Todo convencimiento se basa en la aceptación de identidades, de convergencias y de conveniencias. El predicador, en la letrada tradición cristiana, es el elemento coagulante, el mediador o medium, como el aedos lo era en la tradición preliteraria. El predicador nos lleva a la Palabra; es el sabio, el mago, el sacerdote: es el que explica el misterio de la letra y por lo tanto de la vida, lo que indica que el cristianismo es una cultura esencial y radicalmente literaria. El Nuevo Testamento es la Buena Nueva, el Evangelio, la palabra: In principio erat Verbum... El cristianismo se define por el sermo humilis en que están cifradas las Buenas 161

Nuevas". Y Vicente tenía conciencia de esa misión y papel que desempeñaba. Era un nuncio o ángel del Evangelio, era además un ángel del Apocalipsis —como se llamaba él mismo—, porque no sólo evangelizaba, sino que anunciaba la oportunidad de la conversión de vida. En ello residía su carácter profético, ya que los profetas buscaban esencialmente lo mismo que los apóstoles y los predicadores: la conversión del pueblo pecador, apartado del orden divino. Eso daba a su predicación el carácter de retórica profética. El trabajo del texto del sermón no es tanto la exégesis o hermenéutica bíblica, a saber, la glosa, comentario en el que Vicente era un maestro. Es sobre todo inundar sus palabras con una mística, con una per- cepción de la presencia del Dios que se predica, un Dios que va al encuentro del pecador, que lo rescata y lo redime porque lo ama. En ese texto en el que Dios habla y a través del cual Dios actúa, que es el sermón (porque suceden cosas, hay palabra y además acontecimiento, palabra entonces como la de Dios, que hace o crea lo mismo que dice, el acontecimiento, hecho o evento), se presenta lo que atinadamente Sobrer ha llamado el anti-texto. Si el texto es la voz del Dios del pueblo, un Dios comunitario, que habla y actúa en la comunión, en la comunidad, el anti-texto es la voz del pecador, que se ha segregado del pueblo santo, que ha roto la comunión, que se aísla de la comunidad, que se opone a Dios y le resiste hasta dejarse vencer por él a través de esa palabra actuante del predicador en el sermón. Nos dice Sobrer: "Solo, el hombre es pecador; en comunión, cristiano. Creo que la seducción del sermón no es otra. Retóricamente nos ofrece unas voces entre las que con mayor o menor claridad podemos distinguir la nuestra... No hay ningún párrafo de ningún sermón que no resuene con la voz de alguien. Es imposible no encontrarse a uno mismo en él. Pero al mismo tiempo aprendemos que no basta encontrar nuestra cansada voz con sus objeciones y sus dudas; es la voz de un pecador, de una persona sola. ¿Qué más lógico que dejarse seducir por la dinámica del texto, del tema y de su glosa, y fundirse en la ortodoxia colectiva?". Nos ocurre, pues, como a aquellos que se reconocen a sí mismos en las palabras de otro, como espejos, lo cual hace atinada la predicación. Se escuchan voces prototípicas (como diría Jung), que se mezclan con las nuestras y las del predicador-profeta, que ha desencadenado ese diálogo interno. Esa voz concuerda con nuestra misma voz, con lo que la seducción, la persuasión, es casi imposible de detener. Quizá porque contiene voces prototípicas, arquetipos que en verdad resuenan en todo nuestro ser y aluden a todo nuestro ser. Pero entonces la retórica se ve inundada por un ingrediente difícil de estudiar, misterioso, casi mágico. Y desborda nuestros análisis. 162

Con todo, hemos podido darnos cuenta de que en esa magia verbal de la retórica profética de San Vicente Ferrer hay un manejo lúcido y brillante de la pragmática del lenguaje y de la psicología profunda, que parece llegar a los paradigmas o prototipos inconscientes del psicoanálisis jungiano. Se muestra como una conjunción de la psicología y la pragmática, como una suerte de psico-pragmática.

ORATORIA EN ROMA: CICERÓN El bagaje de discursos de que disponemos como testimonio directo de la elocuencia romana es muy escaso. Afortunadamente contamos con el caso excepcional de Cicerón. Cicerón es la oratoria romana. Sin él no sólo nos faltaría el material de sus discursos, sino también la doctrina básica, los fundamentos teóricos de la elocuencia y la mayor parte de las noticias sobre los oradores que le precedieron. 1.- LA ORATORIA ANTES DE CICERÓN. A) Los primeros oradores. La oratoria romana anterior al siglo II a. de C. nos es prácticamente desconocida. Cicerón reseña unos nombres de personajes, entre los cuales destaca Apio Claudio el Ciego, político, militar, gramático y poeta. Entre los siglos III y II a. de C. vivieron los primeros oradores de los que nos queda algún testimonio de discursos realmente pronunciados. Se trata de discursos pertenecientes al género de las laudationes funebres, discursos que solían pronunciar en los funerales las personas más allegadas al difunto. Cicerón dice de ellos que falseaban la historia, acumulando sobre el difunto honores inexistentes o inmerecidos. Entre estos oradores destacan Quinto Fabio Máximo, Quinto Cecilio Metelo y Lucio Emilio Paulo. B) La oratoria en el siglo II a. de C. En el siglo II a. de C. se acrecientan los contactos romanos con Grecia, que se convertirá en provincia romana en el 146 a. de C. En la primera mitad del siglo II a. de C. se produce una avalancha de intelectuales griegos sobre Roma. Gracias a la influencia de estos intelectuales se consolidó la oratoria romana. Paradójicamente la oratoria romana de este siglo tiene sus principales representantes en dos figuras diametralmente opuestas en mentalidad y formación: Catón y Escipión Emiliano. 163

Marco Porcio Catón, nacionalista a ultranza y enemigo de todo lo griego, representa la «conciencia moral» de la sociedad de su tiempo. El eje de su oratoria es precisamente esa preocupación moral: fustiga constantemente la corrupción de las costumbres, el lujo de las mujeres, los despilfarros de los banquetes, la corrupción administrativa. Define al orador como ‘vir bonus dicendi peritus’. Se preocupa más del contenido que de la forma, aunque conoce las normas retóricas y las utiliza cuando lo cree conveniente. Escipión Emiliano y su círculo representan la impregnación de la cultura romana por la griega. Profesan igualmente una moral elevada, inspirada por un humanismo de raíz filosófica. La oratoria de Escipión es fina, elegante, señorial, destacando, entre los fragmentos conservados, los de tono moralizante. Íntimo amigo de Escipión fue Gayo Lelio, al que Cicerón considera superior en elocuencia a Escipión. Contemporáneo de ellos es Sulpicio Galba, el mejor orador de su tiempo, según Cicerón. Gran orador fue también Metelo Macedónico, uno de cuyos discursos fue leído públicamente por Augusto más de un siglo después para apoyar su ley sobre la obligación de casarse y tener hijos. Más jóvenes son los hermanos Tiberio y Gayo Graco, oradores vibrantes, de formación griega. Famosos fueron los discursos de ambos en defensa de reformas sociales y de los derechos del pueblo. De finales del siglo son Marco Antonio y Licinio Craso. M. Antonio estudió en Atenas y en Rodas; en sus discursos buscaba ante todo emocionar y conmover. Licinio Craso sabía utilizar, según los casos, la gravedad y el patetismo o la ironía y la chanza. 3. CICERÓN Y SU ENTORNO. Los problemas sociales y políticos, surgidos en tiempos de los Graco, van a acentuarse progresivamente en el siglo I a. de C., hasta culminar con la desaparición de la república. Estos problemas, con el enfrentamiento de los partidos y el papel cada vez más preponderante del pueblo, determinaron un fuerte desarrollo de la elocuencia. Por otro lado, el desarrollo de la poesía y el progreso de la retórica hacen brotar en el campo de la elocuencia la consideración de que un discurso es una obra de arte y merece ser escrito con sujeción a las reglas del género y publicado como cualquier obra literaria. Las tendencias artísticas de la oratoria son fundamentalmente dos: la escuela asiática, que gusta de períodos largos, grandilocuentes, la expresión muy adornada, con gran cuidado del ritmo oratorio; y la escuela ática, que se distingue por la desnudez de la expresión, por el desprecio del ornamento y de todo patetismo. 164

Quinto Hortensio, máxima estrella del foro romano hasta que fue eclipsado por Cicerón, es el mayor representante del asianismo. Cicerón (106-43 a. de C.) aúna lo mejor del asianismo y del aticismo. Su genio oratorio forma él solo una escuela. Su expresión es ornamental o desnuda, ajustándose a lo que exijan las circunstancias. Cicerón nació en Arpino, de una familia de clase media. Recibió su formación en Roma y la completó en Grecia. Vive en el medio siglo final de la república, época de grandes convulsiones internas: guerra civil entre Mario y Sila, rebelión de Espartaco, guerra contra los piratas, conjuración de Catilina, guerra civil entre César y Pompeyo... Todos estos sucesos los vive de cerca, interviniendo decisivamente en algunos de ellos. En la guerra civil estuvo del lado de Pompeyo. César, vencedor, lo perdonó generosamente; pero él se retiró a la vida privada para dedicar sus últimos años a la redacción de su obra filosófica. A la muerte de César, Cicerón retorna a la política, pronunciando sus Filípicas contra Marco Antonio, que había recogido la herencia de César. Esto le costó la vida a manos de los sicarios de aquél. A) La obra oratoria de Cicerón. A1) Discursos. Pueden dividirse en judiciales, pronunciados ante un tribunal como abogado defensor o acusador, y políticos, pronunciados en el Senado o en el Foro. Entre los primeros destacan: - In C. Verrem (70 a. de C.): los sicilianos encargan a Cicerón la acusación de concusión y extorsión contra su exgobernador, Gayo Verres. Las Verrinas lanzaron definitivamente a Cicerón hacia la fama. - Pro Caelio (56 a. de C.), en defensa de su joven amigo Celio, acusado de querer envenenar a Clodia, hermana de Clodio, mortal enemigo de Cicerón. - Pro Milone (52 a. de C.), en defensa de Milón, que había dado muerte a Clodio en un encuentro entre bandas rivales. - Pro Archia poeta (62 a. de C.). Toma como pretexto la defensa del poeta griego Arquías, al que se acusaba de usurpación del derecho de ciudadanía, para hacer un elogio entusiasta de las letras en general y de la poesía en particular. Entre los discursos políticos destacan: - Pro lege Manilia o De Imperio Cn Pompei (66 a. de C.). Apoya Cicerón la propuesta del tribuno Manilio para que se conceda a Pompeyo el mando supremo de las tropas romanas en la guerra contra Mitrídates. - In L. Catilinam (63 a. de C.). Catilina, candidato al consulado, junto con Cicerón, no es elegido, y trama una conjuración para hacerse con el poder, incluyendo en ella el 165

asesinato de Cicerón. Éste pronuncia cuatro discursos en el Senado acusando a Catilina y ordenando ejecutar a sus cómplices. Estos discursos le valieron una gloria apoteósica y le granjearon el apelativo de ‘padre de la patria’. - In M. Antonium orationes Philippicae (44-43 a. de C.). Discursos contra Marco Antonio, llamados Filípicas en homenaje a los discursos del orador griego Demóstenes contra Filipo de Macedonia. Para muchos, estos discursos constituyen sus mejores piezas oratorias. A2) Obras retóricas. Teoría y práctica se funden en Cicerón de manera admirable. Además de los discursos más perfectos, nos ha dejado las mejores obras sobre oratoria, en las que enseña cómo se forma un orador y cómo se compone un discurso. Tres son sus principales obras retóricas: - Brutus, titulada con el nombre de la persona a quien está dedicada. Se trata de una historia de la elocuencia en Roma, desde los orígenes hasta su época, precedida de una pequeño resumen sobre la elocuencia en Grecia. - De oratore y Orator tratan de la formación del orador y la técnica del discurso. Cicerón opina que el perfecto orador ha de ser una combinación de tres factores: disposición natural, cultura profunda y conocimientos de la técnica del discurso. Esta técnica se expone con amplitud en el De oratore, y abarca cinco puntos fundamentales: 1. Inventio: búsqueda de argumentos apropiados. 2. Dispositio: distribución de esos argumentos. 3. Elocutio: arte de utilizar la expresión formal, las palabras y las figuras más convenientes. 4. Memoria: para recordar cada cosa en el lugar apropiado. 5. Actio: todo lo relacionado con el aspecto físico en el momento de pronunciar el discurso (gestos, tono de voz, etc.). El discurso como tal tiene también diversas partes: 1. Exordium: introducción. 2. Narratio: exposición del tema. 3. Argumentatio: 31: probatio: aportación de argumentos, 32: refutatio: refutación de objeciones reales o posibles. 4. Peroratio: conclusión destinada a ganarse a los jueces o al auditorio. Cada una de estas partes exigía un método y una técnica adecuados para alcanzar la finalidad de todo discurso: instruir, agradar, conmover y convencer.

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El Orator se centra más en la elocutio: figuras de dicción y de pensamiento, elementos de la expresión, armonía de la frase, ritmo oratorio, etc. 3. LA ORATORIA DESPUÉS DE CICERÓN. A) Decadencia. Las escuelas de retórica. A partir de Augusto desaparecen las condiciones que habían producido el auge de la oratoria y, por tanto, desaparecen los grandes oradores. La causa profunda de la muerte de la oratoria en Roma en la época imperial no es otra que la desaparición de la libertad política. Al asumir los emperadores el poder total, la vida política de Roma, que antes se desarrollaba en el foro, desaparece, y con ella la oratoria. La eloquentia se convierte entonces en declamatio, retirándose del foro al interior de las escuelas de retórica. Este mundo de las escuelas de declamación nos lo ha transmitido Séneca el Mayor, padre del filósofo, en la obra Oratorum et rhetorum sententiae, divisiones, colores, que divide en dos partes: Controversiae y Suasoriae. Las suasoriae eran propias de los principiantes y consistían en consultas imaginarias dirigidas a personajes históricos que, en determinadas situaciones, deben tomar una decisión importante; el aspirante a orador componía un discurso con las razones en pro y en contra que debía sopesar el personaje. Las controversiae pertenecían a un nivel más avanzado y solían tener contenido jurídico: eran debates de leyes en oposición, de razones jurídicas en favor y en contra. B) La obra de Quintiliano y el Dialogus de Tácito. En las postrimerías del siglo I d. de C. surge una reacción contra la oratoria retoricista y un intento de retornar al clasicismo ciceroniano. El mayor valedor de esta tendencia es Marco Fabio Quintiliano, que nació en España y estudió en Roma, donde abrió una escuela de retórica. Quintiliano, el más importante educador de Roma, nos ha dejado, con su Institutio oratoria, el tratado de retórica más completo de toda la antigüedad. No sólo se preocupaba de la técnica oratoria, sino de la formación del orador desde que nace hasta la cumbre de su carrera. Su teoría y sus métodos tienen como modelo supremo a Cicerón. También Cornelio Tácito, en su Dialogus de oratoribus (comienzos del siglo II), se preocupa de la decadencia de la oratoria. Alude a las condiciones políticas de falta de libertad, y su postura es de un pesimismo resignado: hay que aceptar el régimen imperial y el consiguiente declive de la elocuencia en aras de una mayor estabilidad y una mayor paz. 167

C) La oratoria imperial. Los panegíricos. En época imperial la única elocuencia pública posible es la elocuencia de funcionarios, que acumulan sobre el emperador todos los elogios posibles. El mejor ejemplo de este tipo de oratoria es el Panegírico de Trajano, de Plinio el Joven. También Cornelio Frontón, de origen africano, pronunció discursos en elogio de Adriano y de Antonino Pío. De la misma época es Apuleyo, del que poseemos la única muestra de elocuencia judicial bajo el Imperio: su Apología, discurso pronunciado para defenderse de la acusación de haber obtenido la mano de una rica viuda con artes mágicas. En los siglos III-IV surgió la colección de Panegyrici Latini, doce discursos en honor de diversos emperadores, desde Maximiano Augusto hasta Teodosio. En el siglo IV vive el último de los grandes oradores latinos paganos: Aurelio Símmaco. Pronunció panegíricos de los emperadores Valentiniano I y Graciano. Fue el último gran defensor de las tradiciones romanas frente al cristianismo que lo invadía todo

ORATORIA  1. Generalidades Como género literario, la oratoria comprende los discursos que han sido elaborados según las reglas de la retórica. La oratoria es el arte de hablar ante un auditorio (ars dicendi) con el fin de agradarle y persuadirlo en algún sentido. El orador (orator) es el artífice (artifex), quien elabora y pronuncia el discurso (oratio). El conocimiento y dominio de las reglas de este arte, denominadas en su conjunto retórica (rhetorica), es la elocuencia (eloquentia). El orador debe ser, pues, un experto en el arte de hablar (dicendi peritus). Posidonio de Rodas, a quien Cicerón tuvo como maestro, incluyó la retórica entre las llamadas artes liberales, aquellas que cultiva un ciudadano libre sin ánimo de lucro. Las artes liberales eran siete: retórica, dialéctica, gramática, música, aritmética, geometría y astronomía. Las tres primeras pasaron a la Edad Media agrupadas con el nombre de trivium, y las cuatro restantes, con el de quadrivium. La retórica floreció en las ciudades democráticas de Grecia en el siglo V a.C. Fueron los sicilianos Córax y Tisias quienes elaboraron las primeras teorías acerca de las técnicas expositivas útiles para el orador. Esas teorías fueron desarrolladas por los sofistas Protágoras y Gorgias, y más tarde 168

sistematizadas por Aristóteles en su Ars rhetorica. Las escuelas de retórica se difundieron por las ciudades más importantes del mundo griego. Cuando las conquistas de los siglos III y II a.C. permitieron a los romanos conocer la cultura griega, la retórica fue acogida con entusiasmo por la nobleza filohelena; pero también cayó bajo las sospechas de la facción conservadora, que consideraba la elocuencia como una herramienta con la que manejar fácilmente al pueblo, y que logró que se promulgara un decreto por el que se expulsaba de Roma a los rétores griegos (161 a.C.), y luego, a los romanos (92 a.C.). Finalmente los maestros de retórica volvieron a Roma, y este arte acabó por formar parte, junto con la gramática, del los planes de estudios de los jóvenes de la nobleza, con vistas a su preparación para la carrera política o el ejercicio de la abogacía.  2. Principios de la retórica griega 2. a. Tipos de discurso La retórica es un ars (gr. téchne), susceptible, por tanto, de ser enseñada y aprendida mediante las reglas (regulae, praecepta). La asimilación de estas reglas fue total por parte de los romanos, que se limitaron a traducir y adaptar al latín la terminología griega. La primera distinción que cabe hacer es la que afecta a los tipos de discurso. Aristóteles los clasificó según su objeto, hay tres: judicial, deliberativo y demostrativo. 1. Tò dikanikòn génos = lat. genus iudiciale = 'género judicial'. El caso modelo es el discurso ante los jueces de un tribunal, a los que se invita a pronunciar un veredicto respecto a un hecho pasado a favor de la parte acusadora o de la defensa. El desarrollo total de los alegatos de la acusación y de la defensa se denomina en latín actio, 'proceso'. 2. Tò symbouleutikòn génos = lat. genus deliberativum = 'género deliberativo'. El caso modelo es el discurso político pronunciado ante una asamblea popular, contio, que se ha reunido para deliberar y a la que se invita a tomar una decisión respecto a una acción futura que el orador aconseja o desaconseja. 3. Tò epideiktikòn génos = lat. genus demonstrativum = 'género demostrativo'. En latín se llama también genus laudativum, 'género laudatorio', porque el caso modelo es el del discurso pronunciado ante una reunión solemne en alabanza de una persona (laudationes funebres, elogia), de una comunidad, de una actividad o de una cosa que se quiere celebrar. Pero también forman parte de este tipo de discurso los que se pronuncian con intenciones opuestas, es decir, para vituperar y desacreditar.

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Los discursos de cada uno de los tres géneros pueden contener elementos de los otros dos géneros, especialmente cuando la extensión del discurso permite la inserción de digresiones. 2. b. Partes de la oratoria Para elaborar un discurso, el orador debía prestar atención a las siguientes fases, llamadas «oratoriae partes»: 1. Inventio. El orador extrae las posibilidades de desarrollo de las ideas verdaderas, o verosímiles, que le permitan probar su causa. 2. Ordo o dispositio. Es la distribución adecuada, en el lugar oportuno dentro del discurso, de las ideas y pensamientos encontrados gracias a la inventio. 3. Elocutio. Traslada al lenguaje las ideas previamente extraídas y ordenadas; suministra el «ropaje lingüístico»: selección de los términos apropiados, orden en la frase, ritmo, empleo de figuras retóricas, etc. 4. Memoria. Es el ejercicio por medio del cual se llega a dominar el conjunto del discurso y la distribución de cada una de sus partes. Un discurso leído era algo insólito. La memoria se cuenta entre las cualidades que el orador debe tener por naturaleza. 5. Pronuntiatio, declamatio o actio. Afecta a la exposición oral del discurso. El orador debe desarrollar determinadas técnicas para modular la voz y controlar los ademanes y desplazamientos, que deben acomodarse al tono y al asunto de que se vaya a hablar. 2. c. Partes del discurso En la elaboración del texto del discurso, las ideas halladas (inventio) debían quedar distribuidas (dispositio) en cuatro partes las llamadas «orationis partes», de acuerdo con el llamado «orden natural» (que si se alteraba se convertía en «artificial»): 1. Exordium. Es el comienzo del discurso. El objeto del exordio es ganarse la simpatía (benevolentiam captare) del auditorio hacia el asunto del discurso. 2. Narratio. En la narratio se hace partícipe al auditorio del estado de la cuestión, exponiendo de manera concisa, clara y verosímil los hechos sobre los que se va a tomar una decisión. La verosimilitud se consigue mediante la correcta concatenación de los siete elementa narrationis, 'elementos de la narración': quis 'quién', quid 'qué', cur 'por qué', ubi 'dónde', quando 'cuando', quemadmodum 'cómo', quibus adminiculis 'con qué medios'. Como es lógico, el orador resaltará aquellos aspectos de la narración que le convengan y atenuará u omitirá los que lo perjudiquen.

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3. Argumentatio. Es una confirmación complementaria de la narratio, que hace hincapié en lo que favorece al orador. Algunos tratadistas dividen la argumentatio en dos partes, distinguiendo la presentación de las pruebas favorables (confirmatio, probatio) y la refutación de las pruebas desfavorables (refutatio, confutatio). 4. Epilogus o peroratio: La parte final del discurso tiene un doble objetivo: refrescar la memoria haciendo una recapitulación, e influir en los sentimientos del auditorio. En cada una de estas partes el orador seguía determinadas pautas para cumplir la finalidad del discurso: hablar de manera apropiada para convencer. Si quiere convencer (persuadere) el orador debe antes instruir o demostrar (docere), deleitar (delectare) e impresionar (movere), combinando estos elementos en diversos grados. Escuchar un discurso elaborado según estas reglas, sobre todo si se trataba de un orador afamado, constituía un gran espectáculo, una verdadera «puesta en escena», que los romanos tenían como uno de sus entretenimientos preferidos.  3. La retórica romana El lugar donde la elocuencia adquiría plenamente su valor, era el Foro. Allí, en el ángulo que formaban junto a la Vía Sacra el edificio de la Curia y la Basílica Emilia, se encontraba el Comitium, lugar de celebración de los Comitia tributa, la asamblea legislativa de Roma, en la que los oradores se lucían, ya fuese proponiendo leyes o combatiéndolas desde los Rostra, la tribuna construída con las proas de las naves ganadas al enemigo el año 338 a.C. en la batalla de Antium, durante la guerra latina. El aspecto político del foro también lo representaba el edificio de la Curia, sede del Senado, donde pronunciaban sus discursos los patres, o senadores. No muy lejos, al este del Foro, entre el templo de Cástor y el de Venus, se encontraba el puteal de Libón, donte el pretor tenía su tribunal y concedía audiencia a los querellantes, cuyos abogados intentaban hacer prevalecer las razones de su cliente. La República romana favoreció hasta sus últimos tiempos el desarrollo de la oratoria, y aunque existía una tradición autóctona, fue a partir de mediados del siglo II a.C., con la llegada de maestros griegos (rhétores), cuando la oratoria se desarrolló y consolidó como un arte, forjado sobre modelos helenos. Antes de que los rétores griegos comenzasen a difundir sus enseñanzas en Roma, todo lo que no fueran cualidades naturales de la persona para la elocuencia se explicaba a través de la tradición o la practica. Hubo una primitiva oratoria en Roma, que propugnaba un estilo natural, totalmente latino, los oradores improvisaban sus discursos más preocupados por el contenido de lo que exponían que por la forma, tal y como expresa la siguiente frase atribuida a Marco Porcio Catón, representante de esta corriente: Rem tene verba 171

sequentur. No obstante, la oratoria griega debió de comenzar a influir ya en el siglo III a.C., incluso sobre quienes, como Catón se presentaban como detractores del helenismo. Hasta el siglo I a.C. la oratoria se enseñó en griego. Y cuando surgieron los primeros maestros que usaron el latín en sus enseñanzas, el contenido siguió basándose en los conocimientos de los griegos. También en el siglo I a.C. aparecieron tratados de retórica escritos en latín. El primero, de autor anónimo, aunque en un tiempo se atribuyó a Cicerón, fue la Rhetorica ad Herennium, una especie de resumen escolar de retórica griega. En este siglo florecieron varias escuelas de retórica: la asiática, partidaria de un estilo florido y exuberante (Hortensio es el orador más destacado); la ática, partidaria de la sobriedad de estilo (representada por Licinio Calvo y M. Junio Bruto); y la rodia, próxima a la asiática, aunque más moderada (Cicerón, aunque ecléctico, se formó en esta escuela). Se conocen los nombres de grandes oradores romanos anteriores a Cicerón, como el ya citado Catón, Cornelio Cetego, Sulpicio Galba, Escipión Emiliano, Cayo Lelio, los hermanos Graco, Marco Antonio, Licinio Craso, etc. Pero la máxima autoridad es para nosotros Marco Tulio Cicerón. 3. a. Cicerón Para el conjunto de la obra de Cicerón y su biografía, remitimos a la página que le está dedicada en exclusiva, y a la que se accede desde el menú de GÉNEROS Y AUTORES. También puedes acceder directamente pulsando aquí. Cicerón escribió varios tratados de retórica en los que recopilaba todos los conocimientos que había adquirido estudiando la retórica griega e investigando la historia de la oratoria romana, junto con los que había extraído de su experiencia personal como abogado y estadista. En De oratore (acerca de la formación del orador) y Orator (retrato del orador ideal) enumera las cualidades innatas que debe reunir un orador: figura, tono de voz, memoria, etc.; a ellas debe añadirse una formación que abarque todos los campos del saber: leyes, historia, filosofía, literatura, etc., y el conocimiento de las técnicas del discurso. En Brutus, obra que recibe el nombre de la persona a la que va dedicada, Cicerón reconstruye la historia de la elocuencia griega y romana. En De optimo genere oratorum trata acerca del mejor tipo de elocuencia. En las Partitiones oratoriae se refiere a las divisiones de los discursos. En Topica trata sobre los lugares comunes de los discursos. 3. b. Retórica posterior a Cicerón Con el advenimiento del nuevo régimen imperial, las asambleas perdieron sus poderes y quedaron desvirtuadas, al tiempo que el Senado perdía la mayoría de sus 172

competencias, asumidas entonces por el emperador. Como consecuencia, la oratoria, aunque se siguió cultivando sobre los preceptos de Cicerón, fue decayendo y pasando del foro, su lugar natural, a las escuelas. Entre los autores posteriores a Cicerón que escribieron tratados de retórica destacan: Marco Anneo Séneca el Retórico, Gayo Cornelio Tácito y Marco Fabio Quintiliano. Marco Anneo Séneca el Retórico (55 a.C.-39-d.C.) nació en Corduba (act. Córdoba), en Hispania. Fue padre de Séneca el filósofo. Escribió unas Controversiae y unas Suasoriae, en las que recopilaba ejemplos de los tipos de argumentación discursiva así llamados. La controversia era una confrontación de distintos puntos de vista sobre un tema tratado; la suasoria era un discurso que pretendía convencer a un auditorio de una tesis determinada. Gayo Cornelio Tácito (55-120 d.C.), el conocido historiador, escribió en su juventud una obra en forma de diálogo, De oratoribus, en la que compara la elocuencia de la época republicana con la de su propio tiempo, que considera ya en decadencia. Marco Fabio Quintiliano (30-100 d.C.), nacido en Calagurris (act. Calahorra), regentó la primera escuela sufragada por el Estado durante el reinado de Vespasiano. Escribió el manual de retórica más famoso si se exceptúan los de Cicerón: De institutione oratoria, que trata sobre la formación del orador, y constituye un estudio del sistema educativo romano de su tiempo. Quintiliano señala a Cicerón como modelo. Escribió también un De causis corruptae eloquentiae, en el que atribuye las causas de la degeneración de la oratoria al abandono de los modelos clásicos.

La oratoria es, según Platón, "el arte de ganarse la voluntad humana a través de la palabra". Se trata de una definición escueta pero tremendamente gráfica. Por medio del lenguaje hablado el ser humano es capaz de cambiar las opiniones, sentimientos e incluso las acciones de aquellos que le rodean, y que en un principio partían de unos supuestos diferentes a los nuestros. La oratoria parte de la base de que la forma en que se expresan las ideas es tan importante como la esencia que encierran. No basta con expresar en voz alta las ideas, sino que la forma en que tiene lugar esta expresión determina el 173

efecto que las palabras tienen en aquellos que las escuchan. Se trata de que el mensaje que recibe el receptor coincida exactamente con lo que quiere expresar el emisor, y que además tenga la fuerza suficiente como para que sea aceptado como verdadero. EL DISCURSO Una vez se cuenta con la información obtenida durante la investigación, ésta debe traducirse en el discurso que el orador pronunciará. El núcleo central del discurso será la idea que se pretende transmitir, a la que habrá que dar forma de modo que atraiga, interese y convenza. Se trata de saber cómo decir lo que se quiere decir. Hablaremos de discurso refiriéndonos al conjunto de todas las intervenciones que realizará un equipo. Un buen discurso tendrá las siguientes características: • Agilidad: frases cortas, que son más fáciles de pronunciar y entonar por parte del orador, y sobre todo, de recordar por el público. Hay que tener cuidado, sin embargo, para no caer en lenguaje telegráfico. • Que exprese mensajes veraces, concretos, relevantes y sin ambigüedades • Adecuación (tanto en el fondo como en la forma): • a la audiencia (cantidad y características). El discurso siempre debe redactarse desde el punto de vista de quien lo va a escuchar. Los aspectos fundamentales son el nivel cultural, grado de conocimiento del tema, sus inclinaciones personales con respecto 174

al tema, etc. Aunque el orador conozca en profundidad la materia, no debe dar ningún dato por sabido. No será incorrecta la utilización de tecnicismos, siempre y cuando se acompañen de una explicación acerca de su significado para asegurar su comprensión por parte de todos los oyentes. • al lugar en que se pronuncie el discurso (dimensiones, materiales, características...). • al tiempo (en la L.N.D.U. los turnos son limitados) •

a las características del propio orador

• Corrección. En dos sentidos. Por un lado, corrección "técnica", es decir, semántica, morfológica y sintácticamente. Por otro, el discurso debe pronunciarse siempre con educación y respeto hacia todos los interlocutores, jurado y público. • Flexibilidad. El discurso debe estar preparado de antemano, pero a la hora de exponerlo debe tenerse un alto grado de flexibilidad con respecto al texto, ya que: • incluso el lenguaje escrito más dinámico resulta poco natural cuando se traslada literalmente a palabra hablada. El orador debe hacer suyas las palabras que ha preparado, y demostrar que está firmemente convencido de sus afirmaciones. • durante el debate pueden haber surgido aspectos interesantes relacionados con el contenido de la exposición que deben ser respondidos. Se trata de tener agilidad mental y capacidad de improvisación para adaptar las intervenciones al curso del debate. 175

Para asegurar un equilibrio entre la preparación y la espontaneidad, el orador puede preparar un archivo o fichero con bloques de argumentos, que le servirán como complemento a sus exposiciones. Cada bloque tendrá un título, y contendrá todas las evidencias (ejemplos, citas, datos, etc.) que respalden el mismo argumento genérico. ESTRUCTURA Realizar exposiciones ordenadas ayuda al jurado a seguir la línea de pensamiento del equipo. Podemos distinguir entre: • Estructura del discurso: orden lógico de las ideas a exponer. El criterio de ordenación puede ser muy diverso en función de la estrategia adoptada, pero el conjunto debe presentar una coherencia (exponiendo, por ejemplo, causas antes que efectos). El objetivo es facilitar la comprensión por parte de aquellos que lo escuchan y tienen que valorarlo. • Estructura interna de cada intervención: introducción, cuerpo y conclusión. Se trata de una estructura base para todas las intervenciones, sea cual sea el turno en el que se encuentre el orador. LENGUAJE Un buen orador utiliza un lenguaje correcto y un vocabulario amplio para dar a sus ideas una forma elegante y efectiva. Algunos de los aspectos que debe cuidar son: • Corrección sintáctica y morfológica en la composición de las oraciones. • Corrección semántica (utilización de la palabra precisa para la idea que quiere expresar) • Riqueza de vocabulario (huyendo de palabras pretenciosas). Se trata de disponer de palabras 176

adecuadas en todo momento. Es útil: • El conocimiento y la utilización de sinónimos y antónimos • Trabajar sistemáticamente en la ampliación de vocabulario. • Intentar evitar el uso de palabras excesivamente técnicas, vocablos extranjeros... que puedan no ser comprendidos por el público. Además de una exposición correcta, un orador que pretenda convencer debe asegurarse de que es escuchado. Un buen discurso debe ser dinámico, ameno (divertido cuando la ocasión lo permita) y atrayente, que despierte y mantenga el interés de la audiencia y la involucre en la causa que se está defendiendo. Para ello puede servirse de distintas técnicas: • Utilización de imágenes, figuras literarias y recursos estilísticos. Adornan el discurso y lo hacen más gráfico. Algunos de ellos (metáforas, símiles, refranes, etc.) forman parte del lenguaje cotidiano, de modo que en ocasiones son utilizados sin tener consciencia de ello. • Utilización del humor; para escapar de situaciones de tensión, romper el ritmo en un momento determinado, ganarse el favor de la audiencia, etc. A ASPECTOS FORMALES Cada persona tiene una manera diferente de hablar, y es importante que cada orador imprima su sello personal en sus intervenciones. Sin embargo, hay requisitos que deben cumplirse en todo caso: • Clara y correcta pronunciación. No se puede pedir a la audiencia un doble esfuerzo: por un lado comprender las ideas que subyacen en el discurso y 177

por otro, entender las palabras que salen de boca del orador. El primero es inevitable, pero es requisito imprescindible de un buen orador tener una pronunciación clara y precisa, para facilitar una comprensión inmediata. Es importante que la pronunciación no sea forzada, ya que se perdería naturalidad. Como toda capacidad, la pronunciación puede entrenarse. Existen diversas prácticas que permiten mejorar la dicción. Algunas de ellas son: •

Leer en voz alta a diferentes velocidades

• Hablar o pronunciar un discurso con un bolígrafo o similar entre los labios. • Hablar en voz alta tomando conciencia del movimiento y posición de los labios y la lengua al pronunciar las diferentes sílabas. •

Practicar con trabalenguas populares.

• Velocidad del discurso. Tiene relación directa con el apartado anterior, ya que si un orador habla demasiado deprisa, no será capaz de terminar las palabras y oraciones, y su pronunciación será deficiente. Por otra parte, si la audiencia tiene que realizar un gran esfuerzo para seguir al orador, acabará cansándose y dejará de escucharle. Si el discurso es demasiado lento, los oyentes se aburrirán y el resultado final será el mismo. Hay que procurar adaptar la velocidad al momento del discurso, y sobre todo, al tema a tratar. Temas profundos, que deban ser tratados con especial seriedad o que requieran un esfuerzo de comprensión por parte de la audiencia siempre conllevarán un 178

discurso más lento que las anécdotas o los temas superficiales. • Pausas. Todo orador necesita introducir en su exposición pequeñas pausas para respirar y regular su entonación. Este tipo de pausas son en lenguaje hablado el equivalente de los signos de puntuación en el lenguaje escrito, y son necesarias para que el orador no se quede sin aire, para separar ideas, etc. Durante una exposición prolongada, es recomendable hacer pausas cada cierto tiempo para beber agua, con el fin de limpiar las cuerdas vocales y así evitar el cansancio de la voz. De lo contrario se puede producir ronquera y dolor de garganta. Existe otro tipo de pausas, de duración algo mayor, cuya función es esencialmente psicológica. Mediante ellas el orador puede perseguir distintos fines: • crear una expectativa o conseguir el silencio del auditorio antes de iniciar el discurso • separar partes diferenciadas de la exposición • llamar la atención sobre un dato importante después de haberlo enunciado • hacer reflexionar al público sobre una pregunta hipotética o afirmación realizada antes de continuar con su exposición Es importante para un orador saber introducir un silencio en los momentos clave de la exposición. Una pausa oportuna es muestra de dominio de la situación y ausencia de nervios. Siempre hay que tener en cuenta que los silencios también comunican, por lo que 179

la actitud durante ellos es muy importante: movimientos pausados, respiración controlada, mirada al auditorio, etc. • Modulación correcta de la voz. Se trata de dar la entonación y el volumen apropiados para cada parte del discurso, con el fin de dar énfasis a los datos importantes, recuperar la atención de la audiencia mediante cambios bruscos de volumen (aumentándolo o bajándolo), etc. Cada orador debe trabajar para ser capaz de aumentar el volumen sin resultar estridente y bajarlo manteniendo la firmeza. Se debe huir de exposiciones lineales que resultan monótonas y acaban distrayendo la atención de la audiencia. Por otro lado, el volumen medio de la voz debe ser tal que todo el auditorio pueda escuchar las exposiciones sin esfuerzo (hay, por tanto, que hablar para aquellos situados en las últimas filas). Además, hay que considerar que el volumen apropiado no será el mismo en una sala llena que vacía, en una sala alfombrada que con suelo y paredes de madera, ya que en los primeros casos el sonido es absorbido, mientras que en los segundos no. • Timbre de voz. Cada orador debe conocer su timbre de voz, y realizar esfuerzos por corregir posibles deficiencias (voz excesivamente grave o aguda, nasal o gutural). Nadie oye su propia voz tal y como les suena a los demás, por lo que es importante realizar ensayos ante otras personas y grabaciones a partir de las cuales analizar los aspectos que es preciso mejorar. 180

Tener una voz agradable resulta de gran ayuda para todo orador, ya que será lo primero que perciba el público una vez comience el discurso, y contribuirá a mantener la atención durante éste. • Evitar las muletillas. Hay que prestar atención en cómo se empiezan las frases, eliminando los "humm", "eeh", "bueno", etc. Durante la exposición debe evitarse la repetición de expresiones como "es decir", "por supuesto", "o sea". Las muletillas tienen un efecto cacofónico y el público se distrae, acabando por estar más pendiente de contar las veces que un orador pronuncia una palabra determinada que de escuchar el contenido de sus mensajes.

LA PUESTA EN ESCENA Es importante ganarse desde el primer momento el favor del auditorio. Las reacciones del público, sin ir más lejos, serán tenidas en cuenta por el jurado inevitablemente. Por tanto, todo el equipo debe cuidar desde su entrada a la sala su actitud y comportamiento, y no sólo las palabras que emiten los oradores. La audiencia -el jurado y el público- que presencia un debate no se limita a escuchar, sino que son espectadores que observan todo lo que sucede en la sala. Esto debe ser tenido en cuenta por todos aquellos que se encuentren debatiendo (y no sólo por los oradores que se encuentren en su turno de intervención). Así, existen toda una serie de elementos que, sin formar parte de la argumentación propiamente dicha, llegan a influir en la decisión de aquellos que tienen que determinar el resultado del debate. EL LENGUAJE NO VERBAL. 181

Los gestos y movimientos transmiten expresividad a los mensajes, aportando información que complementa el significado de las palabras. Es por tanto, una labor importante (y complicada) controlar toda la información que se emite a través de la comunicación no verbal. Factores clave en la comunicación no verbal: • Naturalidad: Aunque los ademanes que acompañan a un discurso deben ensayarse, su ejecución debe ser natural y sin exageraciones. • Coherencia con lo que dice el discurso en ese momento. •

Coherencia con la personalidad del orador.

Algunos de los elementos no verbales que emiten información son: • La postura: Erguida, al tiempo que relajada. Si se está de pie es conveniente repartir el peso de forma uniforme entre ambas piernas, ya que es menos cansado y se evita el balanceo entre una pierna y otra que puede distraer a la audiencia. Si existe el espacio suficiente, el orador puede andar por la sala mientras realiza la exposición, lo cual dará sensación de naturalidad y seguridad. Si se está sentado, se debe inclinar ligeramente el cuerpo hacia delante, para indicar interés. • Los gestos. Son manifestaciones de los sentimientos de una persona en un momento determinado. A través de las expresiones de la cara, los brazos, etc. un orador puede comunicar toda la gama de matices que van desde la inseguridad hasta el aplomo, desde la sorpresa hasta la certidumbre de que algo iba a pasar, desde la indiferencia hasta la 182

emoción. Existen gestos que tienen un significado aceptado generalmente por la sociedad: mover la cabeza de arriba abajo supone afirmar, guiñar un ojo es un signo de complicidad, etc. Sin embargo, debe tenerse en cuenta si los receptores pertenecen a la misma cultura que el orador, ya que un determinado gesto puede tener significados muy diferentes, e incluso opuestos. Otro aspecto relevante en cuanto a los gestos es su amplitud y velocidad. Los gestos grandilocuentes resultan demasiado teatrales, de modo que parece que el discurso carece de contenido. En cuanto a los gestos bruscos, aspavientos, etc. suelen darse cuando el orador está nervioso y no controla la situación. Al igual que con las palabras, el ritmo de los gestos debe adecuarse al contenido del discurso y el momento en que se encuentra el debate. • Las manos. Un problema bastante frecuente, sobre todo en las primeras intervenciones en público, es que no se sabe qué hacer con las manos. Vuelve a ser importante la naturalidad. No se deben mantener los brazos rígidos pegados al cuerpo, ni gesticular constantemente. Para controlar los movimientos de las manos, se pueden mantener ocupadas sujetando las notas, el micrófono (si la sala dispone de él) o un bolígrafo, aunque hay que tener cuidado: jugar con el bolígrafo o repiquetear sobre la mesa o el atril con él demuestra nerviosismo. • La mirada. Se podría considerar el apartado fundamental de la comunicación no verbal, ya que su importancia viene determinada en dos sentidos: por un 183

lado, permite al orador conocer la impresión que sus palabras están causando en la audiencia, y por otro, proporciona información acerca del propio orador. Con respecto al primer punto, es fundamental establecer un contacto visual directo con los receptores, mirando a aquel grupo de la audiencia al que va dirigido el discurso en ese momento determinado (el jurado, el equipo contrario, un sector concreto del público, etc.). Se trata de que cada receptor sienta que el mensaje va dirigido concretamente a él, en lugar de ser un discurso preparado para una masa. Además, a partir de la retroalimentación que supone la reacción del público, el orador podrá ir adaptando los mensajes tanto en tono como en contenido, en función de lo que sea necesario en ese momento. La mirada debe ser utilizada para captar y retener la atención, pero también para ganar confianza. Así, cuando se inicia una exposición es conveniente centrar la mirada en sectores del público que demuestran una actitud interesada, para después posarla alternativamente en otros, intentando abarcar a todos los grupos. En cuanto al segundo apartado, la mirada es el signo externo que evidencia el estado interno del orador, debido a que es uno de los elementos más difíciles de controlar. A través de ella, el emisor de los mensajes manifestará su seguridad, determinación, o por el contrario, su incomodidad, timidez, duda, etc. Es por ello importante no tener miedo a mirar al interlocutor a los ojos, lo que demuestra confianza y franqueza. Por otro lado, hay que tener en cuenta la forma de mirar, ya que una mirada fija en una persona durante mucho tiempo puede ser interpretada como un 184

desafío, una amenaza o un signo de mala educación. INDUMENTARIA En cualquier tipo de comunicación, la primera impresión sirve para predisponer al público. En el caso de una comparecencia en público, esta primera impresión viene inevitablemente determinada por la presencia. No se trata tanto de las características físicas del orador, sino de su porte y lo adecuado de su indumentaria para la ocasión, lo que en primer término ganará el favor de la audiencia. Cada ocasión requiere un tipo de atuendo, y es tan incorrecto equivocarse por defecto como por exceso. La atención del jurado y la audiencia no debe distraerse de lo esencial, que es el discurso. Es por tanto fundamental que la indumentaria no llame en exceso la atención, lo cual es especialmente aplicable a los complementos (corbatas o pañuelos de colores llamativos, diademas o pasadores demasiado grandes, etc.). Por otro lado, tampoco es conveniente una seriedad excesiva, especialmente si se tiene en cuenta que en el caso de la L.N.D.U. se trata de un debate entre universitarios, generalmente gente joven. En este apartado también se debe considerar la higiene personal y la limpieza tanto de la ropa como de los zapatos. EL ESPACIO. Según el profesor Edward T. Hall, se considera distancia pública aquella que está entre los 360-750 cm. Generalmente el orador se encontrará detrás del atril, y la distancia que exista entre éste y la mesa del jurado o el público condicionará, entre otras cosas, su tono de voz. 185

Sin embargo, una buena utilización del espacio es una buena herramienta para los oradores, que pueden utilizar la libertad de movimientos (aproximaciones, paseos por la sala, etc) para llamar la atención, resaltar algo, etc. CONTROLAR LOS NERVIOS. Es inevitable un cierto grado de nerviosismo antes de cualquier actuación importante, sobre todo si es ante un auditorio nutrido. Esto es algo natural, y por tanto no es negativo, siempre y cuando los nervios no hagan perder el control. Es importante que este estado no trascienda al jurado, la audiencia, y mucho menos al equipo contrario. Por ello es conveniente evitar signos evidentes de nerviosismo, tanto en el orador (miradas intranquilas a un lado y otro, movimientos bruscos, balanceos) como en su equipo (atención a las reacciones a los golpes de efecto del equipo contrario). Algunas personas sufren de lo que se conoce como "miedo escénico". Es el temor al fracaso o a hacer el ridículo, principalmente, lo que lo ocasiona que en los momentos previos a una intervención el orador llegue a creerse incapaz de realizarla. Otro de los problemas relacionados con los nervios es la posibilidad de quedarse con la mente en blanco. Hasta el orador más preparado puede sufrir un bloqueo y olvidar por completo su discurso. En estos casos, es conveniente comportarse con naturalidad y reconocerlo abiertamente. En este caso, será tarea del equipo prestar su ayuda para llenar ese vacío. 186

No existe mucha diferencia entre hablar frente a una docena de personas y un centenar. Si es capaz de conservar la calma frente a un auditorio pequeño, el orador será capaz de realizar sus exposiciones ante un número mayor de personas. Por tanto, los ensayos que puedan realizarse antes del debate frente al resto de los miembros del equipo, la red de colaboradores o un grupo de amigos pueden resultar de gran ayuda para vencer ese miedo a hablar en público. Aún queda una dificultad mayor: las cámaras de televisión. Muchas personas acostumbradas a intervenir en público se cohiben frente a una cámara y no son capaces de articular palabra y pensar con claridad. Esto también debe ensayarse.

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