Orar Con El Evangelio de Juan - P. Antonio Danoz

March 19, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Orar con el Evangelio de Juan P. Antonio Danoz

eBook © SAN PABLO, 2014 Ferrenquín a Cruz de Candelaria Edif. Doral Plaza, Local 1 Apartado 14.034, Caracas 1011-A, Venezuela Telfs.: (0212) 576.76.62 - 577.10.24 E-mail: [email protected] Web site: http//www.sanpablo.org.ve

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Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella existía en el principio junto a Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era luz de los hombres; la luz brilló en las ti nieblas, y las tinieblas no la comprendieron… La luz verdadera, que ilumina a todo hombre, estaba en el mundo. En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios: Ellos no nacieron de la sangre ni del deseo de la carne, ni del deseo del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad… De su plenitud hemos recibido todos: gracia tras gracia (Jn 1,1-16)

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Parte 1 PRESENTACIÓN

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Dios es Palabra de vida “En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1). Su Palabra se ha hecho tan real y viva, que plantó su tienda en nuestra humanidad y habitó entre nosotros (Jn 1,14). En el documento sobre la Palabra de Dios, Vaticano II recuerda que “la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo…; nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios” (DV 21). Es necesario que florezca en todos “aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura”…, de suerte que la Sagrada Escritura se convierta realmente en la principal fuente de la oración cristiana” (Const “Laudis canticum” 8). Lectura orante de la Palabra de Dios Por otra parte, el Vaticano II indica que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración, para que se establezca un coloquio entre Dios y la persona humana, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (DV 25). Por este motivo, el concilio “recomienda insistentemente a los fieles…la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo” (DV 25). La Palabra de Dios ha de ser leída y escuchada. Pero también ha de ser orada, contemplada y asimilada. Con la ayuda del Espíritu Santo esta Palabra es acogida, interpretada con fidelidad, meditada, contemplada, transmitida a la Iglesia y al mundo.

Actitud del orante de la Palabra de Dios No se trata de una palabra sobre Dios. Se trata de la Palabra de Dios. Concretamente, de la palabra que él nos ofrece en las Sagradas Escrituras. Existen diversas formas de situarse ante la Palabra de Dios. La del erudito, que busca conocimientos; la del exegeta, que analiza el texto desde los ángulos lingüísticos, culturales, literarios, etc., para desentrañar su contenido; la del teólogo, que profundiza en el contenido del mensaje que encierran los textos; la del que se acerca a la Palabra de Dios como orante. Todo lo anterior es sin duda útil para el que hace la “lectura orante de la Palabra de 10

Dios”. Pero su actitud fundamental no es ésa. El lector orante se acerca a la Palabra de Dios desde la vida y para la vida. Como dice san Juan de la Cruz: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre”. Lo único que lo impulsa es la sed de beber de esta agua, para que él se convierta “en manantial que brota para la vida eterna” (Jn 4,14). La Palabra de Dios es “lámpara que luce en lugar oscuro (2Pe 1,19); “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105). “Toda luz de ella es venida”, de “esta agua todos se hartan”, sigue diciendo el místico doctor. La Escritura es obra de “hombres movidos por el Espíritu Santo que han hablado de parte de Dios” (2 Pe 1,21). El Espíritu de Dios que está en el origen de la Palabra, es quien mejor puede ayudarnos a saborearla y hacerla fructificar. Él es quien guía la lectura orante, la alimenta y la hace fecunda.

Un encuentro con la Palabra profundo y dinámico En lectura orante de la Palabra de Dios, las herramientas son muy útiles, pero lo importante es el orante. Se trata de un ejercicio dinámico, como el camino trazado por Juan de la Cruz en el Cántico espiritual. Es una lectura con las paradas precisas, pero siempre en movimiento, hasta alcanzar a Dios que descubre su presencia a nuestros ojos, “pues eres lumbre dellos” (S. Juan de la Cruz ). La palabra que nos revela a Dios y las maravillas realizadas en la historia de la salvación es leída, escuchada, orada, contemplada, discernida, encarnada, y regresa a Dios, que es su origen, como himno de alabanza. Aquí la vida es la que habla. La palabra que se hace carne se vuelve himno de acción de gracias. La lectura orante deja claro: a dónde vamos, qué camino vamos a transitar, las etapas a recorrer, las paradas obligadas en el camino, hasta entrar “más adentro en la espesura” y “gustar lo que el alma pretendía” “que ya sólo el amar es mi ejercicio” (S. Juan de la Cruz).

El lugar adecuado y el ambiente necesario La misma palabra de Dios nos ofrece algunos lugares privilegiados para la escucha y para el encuentro. Símbolos privilegiados de la escucha y del encuentro con Dios son la montaña, el desierto. Los grandes oyentes del Dios que habla, como Moisés y Elías, se fueron a la montaña. Jesús mismo escogió el desierto y la montaña para su diálogo a solas con el Padre. Ahí encontraban el ambiente necesario: la soledad, el silencio. Este ambiente lo describe de forma admirable san Juan de la Cruz: “La noche sosegada/ la música callada/ la soledad sonora/ la cena que recrea y enamora”.

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San Juan de la Cruz nos dejó el diagrama de su propuesta espiritual plasmada en el símbolo del monte. La tarea es subir hasta la cumbre del monte de la Transfiguración. Acompañado de tres de sus discípulos, Jesús: sube al monte - permanece en la cumbre baja hasta el llano. Fortalecidos por el Espíritu que empuja, hay que subir sin desfallecer. Una vez en la cumbre, iluminados por el Espíritu hay que realizar el encuentro transformador con Jesús muerto y glorioso. Hay que vencer la tentación de quedarse felizmente en la cumbre. Es necesario descender, para iluminar y transformar el mundo a imagen de Jesús transfigurado.

La propuesta para la “Lectura orante” de la palabra de Dios Uno de los métodos de lectura de la Palabra de Dios, de larga tradición en la Iglesia es la “Lectio divina”. Estas dos palabras latinas significan: “Lectura divina”. Ninguna lectura más “divina”, que la lectura de la “divina palabra”. Un autor clásico en este tema es Guido II el Cartujo. Él partía de cuatro pasos: lectura, oración, meditación, contemplación. Actualmente se proponen hasta ocho: Preparación (Statio): Ambientación y disposición interior para la escucha de la palabra. Lectura (Lectio): Lectura en profundidad, pausada, atenta, del texto bíblico. Meditación (Meditatio): Comprender el significado de la palabra: Quién habla, qué dice, qué me dice. Oración (Oratio): Orar el texto, entrando en diálogo con la palabra. Mi palabra responde a la Palabra. Contemplación (Contemplatio): Ante Dios que se revela en la Palabra, contemplo y adoro en silencio. Discernimiento (Discretio): Discierno cuál es la voluntad de Dios para mi vida. Intercomunicación (Collatio): Comparto con otros la búsqueda y el compromiso con la Palabra. Respuesta (Actio): Fruto práctico: vida, testimonio, anuncio. Este proceso es pausado. Requiere bastante tiempo. Las actividades profesionales y familiares no siempre permiten disponer de un tiempo prolongado. Siempre que se pueda hacer es ciertamente recomendable. La propuesta que hacemos de “Lectura orante de la Palabra de Dios”, trata de adaptarse mejor al ritmo diario de vida de los tiempos actuales. Es más sencilla y puede adaptarse mejor a los espacios de tiempo disponible durante la jornada. Proponemos tres pasos. Todos ellos vividos en un clima de oración. Lectura del texto bíblico. 12

Meditación-contemplación del texto leído. Asimilación del mensaje contenido en el texto. Acción: compromiso de vida, testimonio y anuncio. Oración que nace de la palabra. “La lectura lleva alimento sólido a la boca, la meditación lo parte y lo mastica, la oración lo saborea, la contemplación es la misma dulzura que da gozo y recrea”. Guido el Cartujo

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Parte 2 ORAR CON EL EVANGELIO DE JUAN

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El evangelio de Juan El autor de este evangelio, conocido en la Iglesia antigua como “Juan el teólogo”, se escribió entre los años 90 y 110 d. C. El lugar más probable de su composición fue Éfeso. En el siglo II, la tradición identificó como autor a Juan, el hijo del Zebedeo, que perteneció al grupo de los doce primeros discípulos. Con él se relaciona también “el discípulo que amaba Jesús”, cuyo nombre no se menciona nunca en el evangelio. Actualmente, se relacionan sus orígenes con la llamada “escuela juánica”. Se cree que alguien más que Juan estuvo implicado en la composición del evangelio. Posiblemente varios. El autor o autores, nos han transmitido el pensamiento sobre Jesús de la comunidad en la que vivía.

Estructura del evangelio El evangelio se abre con una introducción solemne, en la cual se adelanta la trayectoria seguida por la Palabra, que “estaba junto a Dios” y “se hizo carne y habitó entre nosotros” en la persona de Jesús de Nazaret. Nosotros hemos podido contemplar su gloria. La primera parte del evangelio, es conocida como “libro de los signos”. Comprende los capítulos del 2 al 12. La razón de este título se debe a los siete milagros que narra el autor, a los que da el nombre de “signos”. Su riqueza simbólica se refleja también en otros signos: el vino de la alianza nueva en Caná de Galilea; el nuevo templo, que es la humanidad de Jesús; el nuevo nacimiento por el “agua y el Espíritu”; el manantial de agua viva; el pan de vida; la luz del mundo; la resurrección y la vida. Todos ellos se convierten en “signos” reveladores de la persona de Jesús. La segunda parte, llamada “libro de la gloria”, comprende los capítulos del 13 al 20. Empieza con el gesto del lavatorio de los pies, al que sigue el largo “discurso de la cena”. A continuación, empieza lo que Jesús llama “su hora”, que narra su pasión y resurrección. El evangelio concluye con el capítulo 21. En él se narran las apariciones de Jesús resucitado en Galilea. Se cree que se añadió posteriormente. Constituye la segunda conclusión de la obra. En torno a los siete grandes “signos”, el evangelista ofrece discursos de gran profundidad teológica, elaborados en un estilo cuasipoético. Por otra parte, aparece el enfrentamiento constante de Jesús con sus adversarios, presentado con un cierto dramatismo. 15

El Jesús del evangelio de Juan En la primera conclusión del evangelio, el autor revela la finalidad de su obra: “para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él” (Jn 20,31). Al final del recorrido, los lectores han de descubrir en Jesús al Mesías y al Hijo de Dios, guiados por la sabia propuesta del evangelista. La figura de Jesús que presenta el evangelio de Juan es impactante. Con razón afirma Orígenes: “La flor del evangelio es el evangelio de Juan”. El evangelista presenta una visión polifacética de Jesús, sirviéndose de una serie de signos. Nos revela a Jesús como palabra, como luz, como manantial de agua viva, como pan de vida; en la doctrina, en las obras que realiza y en estilo de vida. En Jesús contemplamos al “Hijo de hombre” en toda su riqueza humana; y al “Hijo de Dios”, que comparte gloria con el Padre, como Hijo único. La visión de Jesús que ofrece Juan, se centra en la encarnación: Él es el Hijo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Como enviado del Padre, Jesús es signo visible de su amor y de su presencia en el mundo: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Jesús insiste varias veces en su condición de “enviado”. Al evangelista le interesa la vida de Jesús y los hechos que realiza como acontecimientos históricos, y de manera especial por su significación. De aquí nace la importancia de los “signos” en este evangelio. Creer en el Verbo de Dios que “plantó su tienda” entre nosotros, es experimentar la proximidad de Dios por medio de alguien como Jesús, de carne y hueso como nosotros, que habla el mismo lenguaje, que comparte el gozo, el dolor, el trabajo, la oración, con los hombres y mujeres que habitan esta tierra. El gran revelador de la persona de Jesús es el Espíritu. “Cuando venga el Defensor que yo les enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26). El Espíritu que guió al autor para revelar la verdadera identidad de Jesús, ha de guiar al lector para descubrirla.

Algunas líneas teológicas del evangelio de Juan El evangelista juega constantemente con un doble nivel, que el lector ha de tener en cuenta: el nivel histórico y el nivel simbólico. Dos líneas teológicas se entrelazan desde el principio. La línea creacional, que domina la cronología del primer capítulo, además del prólogo. Siguiendo el ejemplo del Génesis, el evangelista distribuye en seis días los comienzos de la actividad de Jesús. Y seis días antes de la Pascua, tienen lugar los 16

últimos acontecimientos que preceden a su pasión, muerte y resurrección (Jn 12,1). La segunda es la línea pascual. Las celebraciones de la Pascua cobran gran importancia en el relato del evangelista. La primera Pascua en la que toma parte Jesús se sitúa al principio. En esta ocasión, Jesús expulsa del templo a los vendedores y negociantes (Jn 2,13ss). Antes de la multiplicación de los panes, menciona el evangelista la segunda Pascua y el discurso sobre el pan de vida (Jn 6,4). La tercera Pascua es la última y definitiva (Jn 11,55 y 12,1). Se convertirá para los discípulos, en la nueva Pascua. El tema pascual está presente en los últimos días de Jesús. Él sabía que “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1). Este “paso” del mundo al Padre era para él su Pascua verdadera. Con los discípulos celebra el banquete pascual de despedida. Cuando se sacrificaban los corderos en el templo, Jesús “entregaba su espíritu” en el Calvario. En el evangelio de Juan, todo el proceso de Jesús es un “tránsito” por la pasión y la muerte hacia la gloria. La cruz es para él un signo de triunfo, no de fracaso: Es el paso del “Jesús paciente” al “Jesús triunfante”. Con razón podemos titular el relato de la pasión del evangelio de Juan: “Gloriosa pasión de nuestro Señor Jesucristo”.

Espiritualidad pascual basada en el amor La configuración con Jesús “muerto y resucitado”, es la meta de la espiritualidad de los discípulos. Tiene un signo marcadamente pascual. Estamos abonados a la “vida pascual”; a disfrutarla, a comunicarla. Y a superar y derrotar a la muerte en todas sus manifestaciones. Otro signo de identidad del evangelio de Juan es el amor. El amor es signo de identidad del mismo Dios y el origen de su obra salvadora: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). El amor es también el signo de identidad del discípulo de Jesús y la norma fundamental que lo ha de guiar en la vida: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros. En eso conocerán todos que son mis discípulos” (Jn 13,34-35). El evangelista nos ha dejado dos modelos de discípulo. Uno masculino y el otro femenino. Tanto el uno como el otro, tienen el amor como signo de identidad. El modelo masculino lo encarna el “discípulo que amaba Jesús”. El modelo femenino, María de Magdala. Los dos dieron testimonio de amor a Jesús en momentos decisivos. Estuvieron al pie de la cruz en el momento de su muerte. Fueron testigos fieles de Jesús después de 17

la resurrección. Antonio Danoz Pentecostés 2013

ORACIÓN PARA ANTES DE EMPEZAR Envía, Señor, tu Espíritu, como has prometido, para que abra mis oídos a la escucha de tu Palabra. Envía tu Espíritu, para que me dé a conocer los secretos escondidos en tu Palabra desde el principio. Calienta con el fuego de tu Espíritu el corazón, para que medite y acoja con gozo tus palabras de amor llenas de vida. Envía tu Espíritu, para que tu Palabra orada y contemplada en el silencio, produzca frutos buenos y abundantes; para que yo sea ante el mundo testigo gozoso de tu Palabra, que leída, orada, contemplada y asumida, se haga guía luminosa de mi vida.

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Parte 3 LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO DE JUAN

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1.-DESDE EL PRINCIPIO EXISTÍA LA PALABRA Jn 1,1-10

Meditación-contemplación El prólogo del evangelio de Juan es como la obertura de una gran sinfonía musical, en la que aparecen los principales temas que se desarrollarán a lo largo de toda la obra. Es una perla de incalculable valor en todos los sentidos: literario, teológico, espiritual. Muchos, piensan que se trata de un antiguo himno cristiano, adaptado y colocado como pórtico a la narración evangélica de la Palabra de vida hecha carne. Estamos ante una nueva creación, y Juan inicia su obra con las mismas palabras del autor del Génesis: “En el principio…”. Es un “comienzo sin comienzo”. Ahora se trata de una nueva forma de existencia de la Palabra. El protagonismo se ha reservado para la Palabra o Verbo de Dios. Ya había sido revelada en el antiguo testamento. El autor del Génesis describe la obra de la creación utilizando este estribillo: “Y dijo Dios…”. La Palabra está junto a Dios, y según la expresión de Juan: Es Dios. Lo que Dios era, lo era la Palabra. Por esta Palabra, Dios creará un mundo nuevo. Aquí encontramos la más grandiosa revelación de Jesús del nuevo testamento. En la Palabra “estaba la vida”. Esta vida se convirtió en “Luz” que brilló en medio de las tinieblas que envolvían al mundo, y alumbró a toda la humanidad. Los que vivían en tinieblas nunca la comprendieron, y siguen sin comprenderla. Mientras no se dejen iluminar por esta Luz, seguirán envueltos en sus propias tinieblas. Necesitamos escuchar de una vez por todas: “Que exista la luz” (Gn 1,3). Y la luz, que es buena, iluminará a toda persona que viene a este mundo.

Asimilación Los evangelios nos ofrecen diversas presentaciones del misterio de la encarnación. Mateo y Lucas han elegido la vía antropológica, y nos han hecho un relato lleno de humanidad y de ternura, tomando como referencia la vía de la concepción y nacimiento de los seres humanos. En el centro del relato de Lucas está la figura del niño, nacido en condiciones de extrema pobreza, reclinado en un pesebre. 20

El evangelista Juan ha elegido la vía teológica, y trata de acercar la humanidad a este misterio de amor, que es la Palabra que estaba junto a Dios, que es Dios, y se ha hecho carne. En la humanidad de Jesús, ha establecido su morada entre nosotros. Dios envió un heraldo para ayudarnos a descubrir su presencia. Fue Juan Bautista. Vino a abrir los ojos de muchos ciegos, para que la humanidad descubriera al que es la “luz verdadera”. Muchos de los habitantes del pueblo de Israel tuvieron la oportunidad de conocerla, y se obstinaron en no ver. A pesar de todo, la Palabra hecha carne sigue en medio de la humanidad, para ser reconocida. Quien crea en ella tendrá la nueva vida, y adquirirá la condición de hijo de Dios. A través de una rica simbología, Juan va desentrañando la inmensa riqueza que se encierra en la Palabra. En ella reside la vida, y esa vida se convierte en luz para los seres humanos que se mueven en las tinieblas. El contraste tinieblas-luz aparecerá a lo largo del evangelio. La tiniebla representa el mundo que fue incapaz de reconocer la luz verdadera.

Acción El nacimiento de Jesús ha supuesto la aparición de una luz nueva en medio de la humanidad. Con la encarnación se inauguró una nueva forma de ser persona, un nuevo estilo de vivir, que inauguró Jesús. Ésta es la oferta que Dios hace a la humanidad. A nosotros nos toca encarnarla y darla a conocer a todos los seres humanos. En el momento de manifestarse al mundo en su nacimiento, la humanidad envuelta en tinieblas “no lo reconoció” y tampoco “lo recibió”. Que no nos suceda a nosotros lo que sucedió al pueblo de Israel. Tuvieron entre ellos, como un vecino más, al que es Palabra, Luz, Vida, y no lo reconocieron ni lo recibieron. Nosotros estamos llamados a cumplir la misión de Juan Bautista: “Dar testimonio de la luz, para que todos crean” (Jn 1,7). En su homilía sobre la Natividad del Señor, san León Magno escribe: “Reconoce, cristiano, tu dignidad, y puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina… Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios” (San León Magno, Sermón 1 de Navidad, 1-3).

Oración

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En el principio del principio, cuando aún no existía el cielo ni la tierra, ni hombres y mujeres felices laborando sus campos sin fatiga, existía, Señor, la Palabra. La Palabra que es vida, que es Amor sin medida, Palabra que es Verdad, Palabra que es Bondad eterna e infinita, Palabra que es cortante más que espada de doble filo. Palabra que es Luz más clara aún que el mediodía, que ilumina caminos, que hace ver a los ciegos y al que ve hace fuente de luz. Donde está tu Palabra sobra toda palabrería. Tú, que eres el Señor de la Palabra, habla a nuestro mundo de sordos, que atentamente escuchan tantas palabras necias en el ágora de la aldea global. Regálanos el don de tu Palabra, sede de la sabiduría, Palabra creadora, manantial infinito de vida. ¡Oh, Verbo eterno de Verdad!, líbranos de toda mentira; habita nuestra tierra, haz de ella tu morada, como vecino de esta aldea.

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2.- LA PALABRA HECHA CARNE VIVIÓ ENTRE NOSOTROS Jn 1,11-14

Meditación-contemplación La primera parte del himno del evangelio de Juan se mueve en la esfera de Dios: “La Palabra estaba junto a Dios” (Jn 1,1). Como escribe Pablo: “¡Qué insondables son sus decisiones, qué incomprensibles sus caminos!… De él, por él, para él existe todo. A él la gloria por los siglos” (Rom 11,33.36). De esta insondable grandeza participa la Palabra. La creación lleva el sello de la Palabra de Dios. La segunda parte del himno se abre a una nueva realidad: la presencia de la Palabra en el mundo. El evangelista habla de un rechazo: “El mundo no la reconoció”, “los suyos no la recibieron” (Jn 1,10-11). Desde el principio anuncia lo que se hará patente durante la vida de Jesús: la áspera polémica con los judíos, que vivirán en un enfrentamiento permanente con él, que manifiesta ser la luz del mundo. El que lo sigue “no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Desde la creación, la Palabra, que es “luz verdadera”, estaba en el mundo. Su manifestación y reconocimiento estaba al alcance de todos, pero nadie la reconoció. Se hizo presente por medio de la encarnación en un lugar geográfico que fue Israel; entre unos vecinos, que fueron los ciudadanos de este pueblo. Ellos no la recibieron. Tampoco el mundo la reconoció.

Asimilación “Vino a los suyos” (Jn 1,11). Con esta forma tan sencilla, el autor revela uno de los grandes misterios contenidos en el himno: Jesús se manifiesta como el perfecto revelador del Padre, asumiendo la condición de hombre. Para la mentalidad judía y para la cultura helenista, era un absurdo pensar que Dios se manifestara bajo la debilidad de un ser humano. La faz invisible del Padre se ha hecho visible. Su gloria ha brillado en el rostro pleno de humanidad de su Hijo Jesucristo. 23

Existe un perfecto paralelismo entre la Palabra que “existía desde el principio”, y la Palabra que toma una nueva forma de existencia; entre la Palabra que “estaba junto a Dios”, y la Palabra que se hace presente entre los hombres; entre la Palabra que “era Dios”, y la Palabra que se hace carne. El evangelista presenta con un gran realismo el misterio de la encarnación: “La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Este mismo realismo lo expresa Pablo: El Hijo, “nacido por línea carnal del linaje de David” (Rom 1,3). Acentúa aún más el realismo al afirmar: Dios envió a su propio Hijo “en semejanza de una carne de pecado” (Rom 8,3). Es la misma de todo ser humano, que está marcada con el signo del pecado. El hecho de la nueva presencia de Dios en el mundo por la encarnación, y la forma cómo se realiza es verdaderamente sorprendente. Para presentar el hecho de la encarnación, Juan se vale del signo de la tienda, que evoca la presencia de Dios en medio del pueblo en su peregrinar por el desierto. El evangelista dice: La Palabra se hizo carne y “plantó su tienda” entre nosotros” (Jn 1,14). La humanidad de Jesús es esa “tienda del encuentro” de Dios con la humanidad, que se ha hecho permanente y accesible en todo momento a todos. Él sustituirá también a otra “tienda” de la presencia de Dios, que es el templo. La humanidad de Jesús es el “nuevo templo”.

Acción Del planteamiento teórico pasemos a la significación que tiene para nosotros los humanos el hecho de que “la Palabra se hizo carne”. Juan escribe: “A todos los que la recibieron, a los que creyeron en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Los que acoge con fe la Palabra y la reciben con amor, participan de la condición de “hijos de Dios” como Jesús. La primera carta de Juan lo afirma con toda claridad: “Queridos, ya somos hijos de Dios” (1Jn 3,2). Siguiendo con el lenguaje realista, Juan afirma: “Fueron engendrados no por sangre, ni por deseo carnal, sino por Dios” (Jn 1,13). El realismo se sitúa en el polo opuesto. La filiación divina no es obra de hombres y mujeres de cuya unión nace el ser humano, sino del poder de Dios. Para llegar a ser hijos de Dios, hay que “nacer del agua y del Espíritu. “De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu” (Jn 3,5-6). Para participar de la vida que nace de la Palabra, es necesario “creer que se hizo carne y habitó entre nosotros”. Para “ser engendrados” y ser “hijos de Dios”, hay que creer en el poder de Dios que nos hace “nacer de nuevo” por la acción de su Espíritu. “A cuantos lo recibieron, a todos aquéllos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de 24

Dios” (1Jn 1,12). Al contemplar este misterio grandioso, proclamamos: “Doblo las rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra…, para comprender junto con todos los consagrados, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” de su amor, que supera todo conocimiento (Ef 3,14.18).

Oración Gracias, Señor, por enviarnos al Hijo que más amas, que ha plantado su tienda entre nuestras torres y casas, entre templos de barro y techos de hojalata. Gracias por darle carne como la carne nuestra, bella, sensible, esplendorosa, frágil ante el dolor, sensible para el gozo. Gracias por tu Palabra encendida y tus silencios sonoros. Conocimos que él era de los nuestros cuando lloró la muerte de un amigo, se conmovió ante una viuda que lamentaba la muerte de su hijo; cuando multiplicó panes y pescados para saciar el hambre de gentes en un descampado. Gracias porque de ti nos habló como de un Padre bueno que nos ama, nos cuida con ternura de una madre, nos envía el Espíritu, Abogado y Consolador, que por siempre estará a nuestro lado. Nos amó con corazón de carne y nos miró con ojos de ternura; acarició a los niños, tenía callos en las manos, con sandalias de peregrino recorrió los caminos y oró en nuestras montañas. 25

Gracias por ser tan de los nuestros, que hasta nos llamó amigos.

3.- CONTEMPLAMOS LA GLORIA DE LA PALABRA HECHA CARNE Jn 1,15-18

Meditación-contemplación En el himno colocado al comienzo del evangelio, Juan revela la línea mesiánica y pascual que se manifiesta claramente en su obra. La figura del “siervo de Yahvé”, humillado y exaltado a la gloria, está presente desde el principio. Con una característica: el evangelista pone el acento más en “la gloria”, que en la humillación a la que lo someten sus adversarios. En el relato de la pasión que ofrece Juan, aparece más el “Señor glorioso” de la Pascua, que el “siervo humillado” de la cruz. Juan empieza por afirmar: “La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Para aquél que es “Hijo único” del Padre, “hacerse carne” revela un signo de debilidad y de humillación. Por la encarnación, el Hijo se vinculó verdaderamente a la historia humana. “No fue insensible a nuestra debilidad, ya que por nosotros ha sido probado en todo, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Por otra parte, al “hacerse carne” la Palabra, la gloria de Dios se manifestó y todos hemos podido contemplarla. Recuperemos de nuevo la imagen de la tienda. Cuando Moisés concluye el santuario, “la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario” (Éx 40,34). Esta “nube” y la “gloria de Dios” que un día se posó sobre el Sinaí (Éx 24,15-16), se posó sobre el santuario, y ahora se posa sobre una 26

“tienda” más gloriosa, que es la humanidad de Jesús.

Asimilación Aunque expresado con menos intensidad, “se hizo carne” equivale a lo manifestado en otro himno: “Se vació, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a un hombre” (Fil 2,7). En este caso, la “carne” hace referencia a la debilidad, a la fragilidad del ser humano. La condición del ser humano es frágil como “la hierba que se marchita y se seca”; “una vigilia nocturna”; un ser destinado a “volver al polvo” (Sal 90, 3-6). La gloria que Jesús recibe como “Hijo único de Dios”, es la misma gloria que Dios posee. Jesús hará referencia a esta gloria varias veces en el evangelio de Juan. “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica” (Jn 8,54). Esta gloria se manifestará sobre todo en el momento culminante de la Pascua. Seis días antes, Jesús proclama: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado” (Jn 12,23). En la cena pascual de despedida, Jesús dirige al Padre esta plegaria: “Ahora, Padre, dame aquella gloria que ya compartía contigo antes que el mundo existiera” (Jn 17,5). En todas las manifestaciones de Jesús: en los signos maravillosos que realiza; en las sanaciones, en la liberación de las personas oprimidas por múltiples esclavitudes; en la misericordia manifestada con los pecadores y excluidos, se manifiesta la “gloria que recibe del Padre como Hijo único” (Jn 1,14). Él es el gran revelador de Dios: “Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y estaba al lado del Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Acción La Palabra “se hizo carne”, es el signo de la nueva forma de presencia de Dios en la creación y entre los seres humanos. La Palabra se hizo carne, no como quien se pone un traje y después se lo quita. A través de la humanidad de Jesús Dios nos comunica su vida: “De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”. Porque “la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús” (Jn 1,16-17). Amamos a Jesús empezando por su humanidad, que lo ha acercado a nosotros. Sin amarla, no podemos llegar a su divinidad. Creer que Dios “plantó su tienda” entre nosotros, hace que experimentemos su proximidad por medio de alguien de carne y hueso como nosotros, que habla nuestro lenguaje, que comparte el gozo y el dolor con 27

nosotros, que se manchó los pies de barro como nosotros. Amando la “humanidad” de Jesús, nos comprometemos a amar la humanidad de todo ser humano. Al mismo tiempo, lo amamos, lo respetamos, lo honramos y glorificamos, sin ningún tipo de discriminación. “La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y les anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se manifestó” (1Jn 1,2). Los que hemos creído en la Palabra de vida y la hemos acogido con gozo, hemos asumido el compromiso de “dar testimonio” de ella y de “anunciarla”.

Oración Padre lleno de amor, gracias por los hombres y las mujeres que luchan por hacer mejor el mundo, por los pájaros, ríos y fuentes, por mucha gente buena, por otra mucha rebelde. Enviaste a tu Hijo al mundo cuando se cumplieron los tiempos. Llegó como un Sol naciente llenando de luz los montes. Alumbró las noches oscuras que a tientas transitamos los hombres. Llamó, de puerta en puerta, y no le abrimos la morada; le cerramos bancos y negocios, no teníamos las cuentas claras. Perdona, Señor, la ceguera, que a pesar de su luz intensa no supimos reconocerlo por vecino en nuestra tierra. Su Palabra era luz de todo ser que a este mundo llega; la música de su Palabra era un regalo de armonía, pero no cabe en nuestras fiestas. Hemos contemplado su gloria, y de su plenitud recibimos una gracia sobre otra gracia, un don sobre otro don, sonrisa sobre sonrisa, 28

y un amor sobre todo amor. Por él somos tus hijos muy amados, herederos perpetuos de tu reino. Gracias, Padre, por conocerte, él nos lo ha revelado.

4.- EN MEDIO DE USTEDES HAY UNO QUE NO CONOCEN Jn 1,19-28

Meditación-contemplación Estamos al comienzo del ministerio público de Jesús. Ha dejado la casa de Nazaret y ha empezado su misión. Se manifiesta al pueblo con signos maravillosos y con palabras, como revelación del Padre y testigo de su presencia en el mundo. Juan nos informa sobre algunos acontecimientos que tuvieron lugar durante la primera semana de la vida pública de Jesús. Algunos han querido ver en esta semana, una semejanza con los siete días del Génesis en los que se narra la primera creación. Ahora, está empezando también algo nuevo. El primer día del relato del evangelista, se desarrolla en torno a Juan el Bautista y su misión. La persona de Juan suscitó intriga entre los responsables religiosos y políticos de Jerusalén. Lo que oyen decir de él levanta sospechas. Envían a algunos sacerdotes y levitas para interrogarle. Juan Bautista tiene clara su identidad y su misión. Su respuesta es clara y rotunda: “No soy el Mesías, no soy Elías, no soy el profeta”. 29

Este primer testimonio de Juan Bautista, presentado por el evangelista en forma negativa, encierra una confesión de fe en Jesús, firme y sin dejar lugar a dudas. Jesús es lo que Juan niega ser: el Mesías, el profeta revestido del espíritu profético de Elías, que el pueblo esperaba. El profeta suscita siempre alarma entre los poderosos. Pero Juan se siente seguro en su identidad y en su misión. Su respuesta es la de un verdadero profeta, consciente de la misión que tiene en el mundo, y dispuesto a cumplirla a cabalidad.

Asimilación A Juan el Bautista lo cuestionan sobre su identidad. Su vida, su forma de vestir, la tarea que realiza, desconcierta a los responsables del pueblo. De ahí la pregunta: “¿Quién eres tú?”. Ellos tienen que llevar una respuesta a las autoridades que investigan el nuevo fenómeno que se ha manifestado en Israel y a nadie deja indiferente. Juan Bautista se presenta como un testigo y hace la primera declaración ante el judaísmo oficial. Tiene muy clara su identidad y no duda en la respuesta: “No soy el Mesías”; no soy Elías; no soy el profeta”. Se trata del profeta mesiánico que esperaba el pueblo de Israel, semejante al gran profeta que es Moisés. Juan Bautista añade una segunda declaración. Ésta es afirmativa. Se sirve de otro gran profeta para revelar su identidad y su misión: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor” (Jn 1,23). A Juan le encomienda el Señor abrir una autopista. No es la del retorno del exilio, sino la que conduce al encuentro con Dios, que se revela en Jesús. La tercera declaración de Juan Bautista se refiere a su misión y a la de Jesús. Aquí se establece una clara diferencia entre Juan Bautista y Jesús. Juan sólo “bautiza con agua”. Jesús “bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,33). Éste es un signo manifiesto de su identidad. La misión de Juan es además: abrir los ojos a los dirigentes y al pueblo, para que reconozcan al que está en medio de ellos, a Jesús el Mesías.

Acción La misión de Juan Bautista es abrir los ojos a los dirigentes y al pueblo de Israel, para que reconozcan al que está en medio de ellos. Juan confiesa: “No soy digno de desatarle 30

la correa de su sandalia” (Jn 1,27). Él encarna la misión de todo discípulo de Jesús. Lo hace de forma progresiva: Juan no es la luz; su misión es dar testimonio a favor de la luz; por medio de él todos pueden descubrir quién es Jesús y creer en él. Nuestra primera tarea es descubrir nuestra verdadera identidad, como personas y como discípulos. No nos creamos lo que no somos. Pero asumamos nuestra identidad y nuestra misión, con clarividencia y con coraje. En medio de tanta confusión, no viene mal que emprendamos un proceso de clarificación de nuestra identidad, como discípulos de Jesús. Dediquémonos también a conocer a fondo la suya. Este proceso es urgente y necesario. Respondamos a la pregunta: “Tú quién eres?”. ¿Qué respuesta damos al mundo que nos rodea, que explícita o implícitamente nos formula permanentemente la pregunta? Aclarada la identidad, podemos abordar con garantía la misión: dar a conocer a Jesús a los hombres y mujeres de hoy. Con la humildad de quien sabe que “no es digno de desatar la correa de la sandalia” a Jesús, asumamos nuestra condición de profetas, sin complejos y con la perseverancia con que lo hizo Juan Bautista.

Oración Hubo un hombre por Dios enviado y Juan era su nombre. No era él la Luz, pero fue de la Luz testigo para que todos crean en el que es la Luz verdadera. Nos has hecho, Señor, testigos como a Juan el Bautista. No somos el Mesías ni Elías ni el profeta. Pero alzamos la voz sobre los montes, en la tierra que es un desierto, en las calles y plazas: “Éste es el Cordero de Dios, el que al mundo libera del pecado”. Bautízanos con fuego y con Espíritu, para ser criaturas nuevas, testigos creíbles y auténticos de aquél que es tu Hijo muy amado. 31

Envía tu Espíritu, Señor, sobre niños, jóvenes y ancianos. Conságranos profetas que ante el mundo proclamen: “Yo lo he visto y doy testimonio que Jesús es el Mesías”. Para cumplir esta misión, no bautices, Señor, sólo con agua; bautiza a todos tus discípulos con Espíritu Santo y con fuego. Haz descender sobre tus fieles, como una paloma tu Espíritu. Proclame tu voz ante el mundo: Éstos son mis hijos amados.

5.- TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA SOBRE JESÚS Jn 1,29-34

Meditación-contemplación Juan Bautista continúa su misión de dar a conocer a Jesús al mundo. Esto acontece, nos dice el evangelista, “al día siguiente”. Estamos en el segundo día de la primera semana del ministerio público de Jesús. Después de presentarlo a los dirigentes venidos de Jerusalén, Juan Bautista presenta a Jesús al pueblo. Para hacerlo, utiliza un símbolo bien conocido del pueblo de Israel: “el cordero”. El sacrificio del cordero y la señalización de los dinteles de las puertas con su sangre, permanece en la mente de todos los israelitas, como un signo pascual de 32

liberación. Jesús es el nuevo “Cordero pascual”. “El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Por su sacrificio, la humanidad conseguirá la total liberación de su pecado. Esta dimensión liberadora es la que destaca Juan Bautista al presentar a Jesús. Él libera a la persona de una forma dolorosa de esclavitud: la que nace del pecado. El evangelista asocia la muerte de Jesús al sacrifico del cordero pascual. En la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos para celebración de la Pascua, Jesús moría clavado en la cruz sobre la cumbre del monte Calvario.

Asimilación Juan Bautista presenta los signos por los cuales él identificó a Jesús. Primer signo: Jesús es el “hombre del Espíritu”. Juan ofrece su propio testimonio: “Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él” (Jn 1,32). Coincidía con el signo de identificación que se le había dado: “Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu” (Jn 1,33). Por la presencia del Espíritu, Jesús queda también investido de poder para “bautizar con Espíritu Santo”. Segundo signo: el cordero. Respecto al cordero, tenemos un doble simbolismo. En primer lugar, su identificación con el “siervo de Yahvé”, que ofrece Isaías”: “Maltratado, aguantaba sin abrir la boca, como cordero llevado al matadero” (Is 53,7). En tercer lugar, la identificación con el “Cordero pascual”. El simbolismo pascual es frecuente en el evangelio de Juan. Jesús fue condenado a muerte la víspera de la Pascua al mediodía, en el momento preciso en que se sacrificaban en el templo los corderos para la Pascua (Jn 19,14). En el Éxodo se prescribe que no se quebrante ningún hueso al cordero pascual (Éx 12,22). Después de morir, a Jesús no se le quiebra ningún hueso (Jn 19,36). En el Apocalipsis, obra de la escuela de Juan, aparece el Cordero como “degollado”, en un entorno pascual: “Digno es el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap 5,12). Cuarto signo: la liberación. El cordero sacrificado en la Pascua es un signo de liberación. La misión de Jesús es liberadora. No quiere esclavos. Cualquier forma de esclavitud es un pecado. Él viene a liberar a la humanidad de la esclavitud en todas sus formas. El evangelista Juan tiene su peculiar forma de presentar el bautismo de Jesús. El acto del bautismo significó la presentación oficial de Jesús ante el pueblo de Israel. Juan 33

Bautista lo confiesa: “Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34).

Acción Los discípulos de hoy, hemos de realizar el proceso de identificación de Jesús, para poder presentarlo al mundo como salvador y liberador. Nuestro guía es Juan Bautista. Él nos ofrece los signos por los cuales lo reconoció. Tenemos una primera tarea por delante: Reconocer a Jesús, como hombre del Espíritu. Segunda tarea: descubrirnos a nosotros mismos y a nuestras comunidades, como habitados por el Espíritu a partir de nuestro bautismo. Tercera tarea: asumir el trabajo de liberar a las personas y al mundo de su “pecado”. En él están representadas todas las formas de esclavitud. El evangelio de Juan asocia la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, a la presencia del Espíritu Santo. También asocia a la acción del Espíritu nuestra condición de hijos de Dios. Para disfrutar de esta filiación, hemos de “nacer del agua y del Espíritu Santo” (Jn 3,5). Sólo por medio de este nacimiento podemos entrar en el reino de Dios, y “nos llamamos y somos realmente hijos de Dios”. Los hijos de Dios “no cometen pecado”, y no aman “de palabra y de boca, sino con obras y de verdad” (1Jn 3,1.8.18).

Oración Un testigo es el que ve y que habla, el que sabe y que anuncia sin complejos lo que ha visto y oído. Buen testigo es Juan el Bautista. Del desierto al Jordán recorrió el país proclamando: “El que viene detrás de mí es más importante que yo. He visto bajar sobre él el Espíritu Santo; he oído una voz que clama: Él es Mesías y Cordero, Hijo muy amado de Dios. Haz de nosotros, Señor, tus testigos, llenos de amor y del Espíritu 34

que animó a Juan Bautista. Hay muchos habladores, agoreros y falsos profetas. Pero faltan testigos, del amor que se hace visible en manos sanadoras, en hambrientos alimentados con pan y no con las migajas, que caen de las mesas de los hartos. Envíanos, Señor, testigos, que como inocentes palomas con su ramo de paz en el pico, crucen los campos de batalla, hogares en conflicto, países que negocian con armas, corazones borrachos de odio.

6.- LOS DOS PRIMEROS DISCÍPULOS Jn 1,35-39

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Meditación-contemplación Estamos en el tercer día de la primera semana del ministerio de Jesús. Juan Bautista sigue con las presentaciones. Ahora, les toca a los que forman parte del círculo de sus discípulos. A ellos les revela los mismos signos que le ayudaron a él a reconocer a Jesús, porque Jesús es siempre el mismo: “Ahí tienen al Cordero de Dios” (Jn 1,29). Juan Bautista no es egoísta. No crea discípulos, círculos, grupos de personas sumisas, para cultivar su “egolatría”. Tiene muy claro, que él no es el “camino”, sino que muestra al que es el Camino; él no es la luz que se eleva sobre el pedestal para que le rindan honores, sino aquél que “muestra y da testimonio” del que es la Luz que tenía que venir, y ya está en el mundo. En la ronda de presentaciones, Juan Bautista presenta a Jesús a dos hombres que forman parte de su círculo de discípulos. Al ver pasar a Jesús se pusieron a seguirlo. Aquí encontramos las primeras palabras que Juan pone en boca de Jesús: “¿Qué buscan?” (Jn 1,38). Para presentar a Jesús, Juan Bautista se sirve de los mismos signos que le ayudaron a reconocerlo, pues Jesús sigue siendo el mismo: “Ahí tienen el Cordero de Dios” (Jn 1,35). Juan no es egoísta. No crea discípulos, seguidores, círculos de personas sumisas, que cultiven su “egolatría”. Tiene muy claro que él no es el “camino”, sino que su misión es mostrar al que es verdadero Camino; no es la “luz” puesta sobre el pedestal para que le rindan honores, sino el que “muestra” y “da testimonio” de aquel que es la “Luz” que tenía que venir al mundo, y ya está aquí.

Asimilación En el evangelio de Juan muestra los pasos para discernir la vocación de discípulo, y las diversas formas de vivirla. El primer paso consiste en descubrir al que es“el Cordero de Dios”. Los dos primeros discípulos tienen un maestro que se lo señala: Juan Bautista. Su segunda proclamación de que Jesús es el “Cordero de Dios”, produce una reacción inmediata: dos de sus discípulos siguen a Jesús. Después de descubrir a Jesús, hay que responder a la pregunta que hace a todo aquél que quiere hacerse discípulo suyo: “¿Qué buscan?” (Jn 1,38). Los dos primeros discípulos muestran interés en saber dónde vive y cómo vive. Jesús no ofrece ninguna respuesta. Sencillamente, les hace una invitación: “Vengan y vean” (Jn 1,39). Los dos discípulos se van a hacer su experiencia de vida con Jesús. Él es quien toma la iniciativa de invitarlos. 36

El tiempo de convivencia de los dos discípulos con Jesús produjo sus frutos. Simbólicamente, el evangelista dice que pasaron con Jesús una jornada. El corto tiempo de convivencia fue suficiente, para que Andrés descubriera que él era el Mesías. Entusiasmado por el hallazgo, se fue en busca de su hermano Simón. Lleno de gozo le revela su hallazgo: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). No consta que Juan Bautista fuera discípulo de Jesús. En la versión que ofrece el evangelio de Juan, el Bautista es quien propicia el encuentro de los primeros discípulos con él. Ellos dejan de ser discípulos de Juan, para convertirse en discípulos y seguidores de Jesús.

Acción A Dios lo encuentra quien lo busca con generosidad y decisión. Lo mismo sucede con la persona de Jesús. Para tomar en serio la decisión de seguirlo, es necesario dedicar tiempo a conocer su persona y su vida. Hay que decidirse a vivir la experiencia del encuentro personal. El cambio de vida, como le aconteció a Pedro con el cambio de nombre, es un signo visible de que somos discípulos de Jesús. El cambio de nombre no es algo irrelevante. En este caso, es un signo de conversión. Acaba de nacer un hombre nuevo, por eso Jesús le da un nuevo nombre. A Jesús sólo lo encuentra quien lo busca; quien toma la decisión seria de seguirlo; quien dedica un tiempo para conocer su persona, su estilo de vida, su entrega incondicional y permanente a los que más necesitan. Invitar con gozo a otros a que vivan la experiencia, es un signo revelador de que en verdad hemos encontrado a Jesús. Pues, nadie que lo ha encontrado, puede permanecer indiferente.

Oración Tú, Señor Jesús, estás siempre haciendo tu camino por campos y ciudades, por aldeas y suburbios, sembrando la semilla del reino, y reclutando obreros 37

que continúen esta siembra hasta que tú regreses al final de los tiempos. “Rabí, ¿tú dónde vives?”. Aunque sea indiscreta ésta es mi pregunta. Quiero saber cómo vives, y saber cuál es tu tarea, en qué empleas el tiempo. Después de conocer, ver, escuchar, yo me quedo contigo, como Andrés y Felipe, como el otro discípulo que tiene mucho amor, aunque no sabemos el nombre. Ese hombre soy yo. Sin esperar a que amanezca el día sobre las montañas, sobre los tejados de lata, sobre hombres y mujeres mendigos de esperanza, la suerte está ya echada: Yo me quedo contigo, aunque no tengas una almohada donde reclinar la cabeza, ni cubiertos ni plato, por mesa la madre tierra, que a todos ofrece cobijo, sin cobrar por adelantado el yantar y la cena.

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7.- TRES DISCÍPULOS MÁS SIGUEN A JESÚS Jn 1,40-51

Meditación-contemplación La forma como acontece la vocación de los cuatro primeros discípulos, que ofrece el evangelio de Juan, es bastante distinta de la ofrecida por Marcos, Mateo y Lucas. Dos de las personas son distintas. La forma cómo acontece el llamado es también diferente. En los primeros pasos que dan en el seguimiento de Jesús, se produce un fenómeno que se repetirá a lo largo de la historia: el primer encuentro con Jesús tiene lugar por medio de una tercera persona. Juan Bautista es quien propicia el encuentro, en el caso de los dos primeros discípulos. El tercero llega al encuentro con Jesús, por medio de Andrés. Él es quien conduce hasta Jesús a su hermano Simón. Siguiendo la cronología de Juan, en el cuarto día de su ministerio público, Jesús se traslada a Galilea. Allí se produce el encuentro con Felipe. Él ocupa el cuarto lugar entre los discípulos. Es natural de Betsaida, ciudad en que vivían Pedro y Andrés. El proceso seguido en la vocación de Felipe, es similar al seguido por Andrés con su hermano Pedro. Felipe informa a Natanael que ha encontrado a “aquél de quien escribe Moisés en la ley y los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”, (Jn 1,45). Lo conduce hasta Jesús. La fórmula de la primera invitación se repite: “Ven y verás” (Jn 1,46). El diálogo entre Jesús y Natanael concluye con una confesión de fe por parte de éste: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel” (Jn 1,49). Con la incorporación de Natanael al grupo, concluye el evangelista la lista de los cuatro primeros discípulos de Jesús.

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Asimilación El evangelio de Juan otorga el protagonismo a Andrés en la vocación de su hermano Simón. Él es quien interviene para que se haga discípulo de Jesús. Luego del encuentro de Simón con Jesús, se produce el cambio de nombre: “Tú te llamarás Cefas”, Pedro. En arameo significa “piedra”. Juan no nos describe el proceso de fe de Felipe; cosa que hace con Natanael. Pero ha dejado su respuesta al llamamiento de Jesús. Es clara y contundente: “Hemos encontrado a aquél de quien escribe Moisés y los profetas: Jesús, hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1,45). Con esta convicción profunda, Felipe se decide a hacer la invitación a Natanael. El proceso vocacional de éste es más complicado. Las voces que le llegan de su entorno no lo dejan ver con claridad. La primera reacción de Natanael fue negativa. No cree que de “Nazaret pueda salir algo bueno” (Jn 1,46). Ante la insistencia de Felipe, Natanael decide ir al encuentro de Jesús, que lo sorprende con una valoración sin prejuicios: “Éste es un israelita auténtico, sin falsedad” (Jn 1,47). La calidad humana de la persona, es una magnífica disposición para responder al llamado de Jesús. El evangelista pone en labios de Natanael una confesión de fe importante: “Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel” (Jn 1,49). En esta parte introductoria, el evangelista ha presentado de forma progresiva una serie de títulos, que la comunidad cristiana aplicó a Jesús. Entre ellos destacan: Mesías, Cordero de Dios, Hijo de Dios y Rey de Israel. Juan culmina la parte introductoria, presentando anticipadamente la manifestación gloriosa del Hijo del hombre. Alcanzará su plenitud con la muerte y resurrección. La presentación recuerda la teofanía de Jacob, con los ángeles subiendo y bajando por una escalera (Gén 28,12).

Acción El proceso de la vocación de Natanael tiene un recorrido más pausado y reflexivo que los anteriores. En primer lugar, se produce el encuentre con Felipe. A continuación se toma un tiempo de reflexión, con un diálogo que avanza de forma progresiva. Finalmente, Natanael hace su confesión de fe. Es el punto culminante de su decisión: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel” (Jn 1,49). En su proceso para convertirse en discípulo y seguidor de Jesús, Natanael ha dado ya el primer paso. Ha sido importante. Pero le quedan “cosas más grandes que ver”. El evangelista las irá presentando en el transcurso de su obra. 40

El proceso para lograr ser perfecto discípulo y seguidor de Jesús, está en permanente desarrollo. Nunca se le puede dar por cerrado. Las confesiones de fe en Jesús, bíblicamente correctas, son necesarias. Pero a la confesión de fe tiene que seguir el testimonio de vida. Todos hemos sido llamados a ser discípulos de Jesús, “para dar testimonio de la luz, de modo que todos crean” (Jn 1,7). El testimonio ha de hacerse perceptible en las palabras, en el estilo de vida y en las obras. La vida del discípulo ha de ser “luz de los hombres” (Jn 1,4).

Oración Tú nos lo decías, Maestro: Contemplen estos campos inmensos, las espigas se doblan por el peso, los obreros son pocos, la faena es ingente; hay que reclutar más trabajadores, que laboren de sol a sol, de mañana a la noche, que no reclaman otro jornal más que una ración de tu amor. Los obreros para tus campos no se hacen en cadena con tecnologías de punta, con una orden del jefe, con primas a la producción. Hay que vivir, Señor, contigo al lado -Testigo divino y divino Maestro-; ver y escuchar, amar y compartir; aprender cada día haciendo lo que tú hacías y aún haces. En tu escuela de sabios discípulos aprendemos a ser maestros, enseñando a los ignorantes y lavando los pies a los descalzos. No queremos ser simples pedigüeños, que recurren a ti para que envíes más obreros, muchos y de los buenos. Haz de nosotros los testigos que convoquen a todos a trabajar sin fines de lucro, 41

para que llegue ya al mundo tu reino. Aquí falta Natanael, aquel israelita de verdad, el que confesó sin complejos: “Tú eres Hijo de Dios, rey de Israel”. Te lo prometo, Señor mío, yo me lo traeré. Y en adelante seremos, no dos, sino tres.

8.- JESÚS ES INVITADO A UNA BODA EN CANÁ Jn 2,1-11

Meditación-contemplación En la cronología de Juan, el episodio de la boda en Caná acontece al tercer día después del encuentro de Jesús con Felipe y Natanael. Es, por tanto, el día sexto; el último día de la primera semana en el ministerio público de Jesús. Ha sido una semana de una progresiva manifestación: El testimonio del Espíritu descendiendo sobre él; el 42

testimonio de Juan Bautista: “Él es el Cordero de Dios”; el testimonio de Felipe: “Tú eres el hijo de Dios”. No resulta difícil relacionar estos seis primeros días del ministerio de Jesús, con los seis días de la creación que ofrece el libro del Génesis. En el sexto día tiene lugar la creación del ser humano, con lo cual Dios culmina la obra creadora (Gén 1,26-31). Dios culminará su nueva obra creadora, con la glorificación del “Hijo del hombre” en la Pascua de resurrección. La obra maravillosa realizada por Jesús en Caná, es considerada en el evangelio de Juan como un “signo”. El signo maravilloso de cambiar el agua en vino, es el primero consignado en el llamado “Libro de los signos” o milagros que Jesús ha realizado. A este signo se incorpora “la madre de Jesús”. Hasta ahora, han sido otros quienes han dado testimonio de Jesús. Ahora, es él mismo quien se revela a través de un signo maravilloso: el signo de la boda, que es lo mismo que decir, el signo del amor. Ya los profetas habían utilizado el signo de la boda para expresar la comunión de amor de Dios con su pueblo. Oseas pone en boca de Dios estas palabras: “Me casaré contigo en justicia y en derecho, en afecto y en cariño; me casaré contigo en fidelidad” (Os 2,21-22). Ahora, Jesús nos revela que esta perfecta comunión de amor se ha realizado en la encarnación. Él es el signo viviente de esta alianza de amor de Dios con la humanidad.

Asimilación En la Biblia se utiliza con frecuencia la boda y el banquete para referirse a los tiempos mesiánicos. Dentro de los símbolos de la boda y del banquete, el evangelista inserta un signo nuevo: el cambio del agua destinada a las purificaciones, por el vino de la mejor calidad. Jesús reclama “odres nuevos para el vino nuevo” (Mc 2,22). Con la llegada de Jesús a la boda, a esta humanidad nuestra, ha empezado la novedad del reino de Dios. El reino es una boda de amor de Dios con su pueblo, a la cual todos estamos invitados. Aquí no hay excluidos. Todos estamos en la lista de invitados. Con su presencia, Jesús asegura que no falte nunca el mejor vino. Es el vino de bendición, reservado para los tiempos mesiánicos. Los ritos de purificación, que iban ligados a la celebración de la boda en Israel, han terminado. Es la persona entera la que ha sido renovada. A esta persona nueva es a quien se invita a participar en el nuevo banquete. Allí está 43

también la “madre de Jesús”. Como mujer buena, no se pierde detalle, para que todo salga según lo previsto por el Señor de la boda. Cada personaje cumple con su misión. Jesús se asegura que no falte el mejor vino en la fiesta. La “madre de Jesús”, que se ha proclamada “sierva del Señor”, cuida de que todo transcurra perfectamente. Si algo falla, remite a Jesús: “Hagan lo que él diga” (Jn 2,5). El responsable del banquete se encarga de hacer una primera interpretación: “Has guardado hasta ahora el vino mejor” (Jn 2,10). El evangelista se encarga de realizar la interpretación perfecta del “primer signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea: “Jesús manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él” (Jn 2,11). Cada día que pasa, Jesús ofrece a los discípulos una nueva revelación de su persona. En la sensibilidad manifestada, y en su diligencia para buscar la solución, María revela su buena disposición, para cumplir la misión que Jesús le confiará desde la cruz, al decirle: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

Acción Todos los discípulos formamos parte de la lista de invitados a esta boda de Dios con la humanidad. Toda la humanidad está también invitada. La propuesta es hacer de ella un gran banquete de boda, presidido por Jesús, el esposo que asegura el buen vino del amor, y garantiza la felicidad. Ante los riesgos, que no faltan, sabemos a quién acudir. Estemos atentos para hacer la lectura correcta del signo de Caná. Vayamos a lo profundo del signo, al amor vivido, gozado, compartido, sin fecha de caducidad. En los pequeños círculos a nivel humano, como la familia; en los espacios más amplios, como los pueblos, los países, la ciudad global. Los discípulos estaban dando apenas los primeros pasos en el seguimiento de Jesús. Este primer signo consiguió confirmarlos en su fe. Necesitamos transitar todo el camino, hasta llegar al gran “signo” final: la muerte y resurrección. Entonces, la “gloria” del esposo con todos los invitados, brillará con todo su esplendor. Preguntémonos, si este signo y los demás signos del evangelio nos confirman en la fe en Jesús o nos dejan indiferentes. Necesitamos que nuestro amor personal, conyugal, fraternal, se vea consolidado por nuestro encuentro con Jesús en cada boda en que se hace presente, y en el banquete de la fraternidad universal. Juan de la Cruz escribe: “¡Descubre tu presencia,/ y máteme tu vista y hermosura;/ mira que la dolencia de amor/ que no se cura,/ sino por la presencia y la figura” (Cántico espiritual, 11). En cada 44

celebración de la comunidad, Jesús descubre “su presencia y su figura”.

Oración Cantemos con gozo al amor, que celebró Jesús en una boda en Caná en Galilea, con el más bello “Cantar de cantares”. “Habla mi amado y me dice: ¡Levántate, amada mía, preciosa mía, vente! Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias han cesado, se han ido. Brotan flores en el campo, llega el tiempo de los cánticos, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra… ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, vente! Paloma mía, en las grietas de las rocas, en el escondrijo escarpado, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz: ¡Es tan dulce tu voz, es fascinante tu figura!… Mi amado es mío y yo suya, ¡se deleita entre las rosas! Hasta que surja el día y huyan las tinieblas, ronda, amado mío, sé como un gamo, aseméjate a un cervatillo por las colinas hendidas… Les conjuro, muchachas de Jerusalén, que si encuentran a mi amado, ¿qué han de decirle? Que he sido herida por el amor… Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni extinguirlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable”. Cantar de los cantares (2,10-17; 5,8; 8,7).

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9.- LA HUMANIDAD DE JESÚS ES EL NUEVO TEMPLO Jn 2,13-25

Meditación-contemplación En el camino que Jesús hace hacia Jerusalén, el evangelio de Juan menciona tres celebraciones de la Pascua. En la última tendrá lugar su muerte y su glorificación. Nos encontramos en la primera Pascua (Jn 2,13). Irá a Jerusalén para celebrar una segunda Pascua (Jn 6,4). Finalmente, celebrará la Pascua definitiva (Jn 11,55). Para hacer este recorrido con Jesús, el “Libro de los signos” nos servirá de guía. Jesús se acerca al templo, donde se encuentra con un espectáculo escandaloso. Con motivo de las fiestas de la Pascua, lo han convertido en un centro de negocios. Unos vendían bueyes, ovejas y palomas; otros realizaban el cambio de dinero. Jesús decide restablecer su dignidad: “Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del recinto del templo” (Jn 2,15).

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El templo es uno de los símbolos emblemáticos del pueblo judío. Es el lugar reservado para dar culto a Dios. En la dedicación del templo se dice: “La gloria del Señor llenaba el templo” (1Re 8,10-11). Considerado como “casa de Dios”, es signo de su presencia en medio del pueblo. El evangelista reivindica la dignidad del lugar santo. Para manifestar el celo de Jesús por cuidar y respetar la dignidad del templo, el evangelista recuerda las palabras del salmista: “El celo por tu casa me devora” (Sal 69,10). Los judíos piden un signo, y Jesús se lo ofrece: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2,19). Estas palabras de Jesús desatan el primer conflicto serio con las autoridades judías, pues pensaron que se refería al templo de Jerusalén. Estas palabras de Jesús aparecerán en el juicio, como uno de los cargos por los cuales será condenado a morir (Mc 14,58).

Asimilación En las tres Pascuas que menciona el evangelio de Juan, Jesús sube al templo a celebrar la fiesta con el pueblo. En esta primera Pascua, Jesús se sirve del signo del templo para hablar de su propia Pascua. Antes de proponer la nueva significación del templo, Jesús realiza la purificación a fondo del lugar consagrado al Señor. Es palabras de Jesús: “No se puede estar al servicio de Dios y del dinero” (Mt 6,24). Los responsables del templo habían optado claramente por lo segundo: el dinero. Jesús se propuso restituir el lugar sagrado a su verdadero “Señor”. Así lo indica el profeta: “Mi casa es casa de oración” (Is 56,7). Los judíos le reclamaron un signo que demuestre que tiene autoridad para hacer lo que ha hecho. Y Jesús les ofrece el signo: “Derriben este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2,19). Los judíos le recuerdan: “La construcción del templo ha necesitado cuarenta y seis años, ¿Cómo lo vas a levantar en tres días?” (Jn 2,20). El evangelista anota: “Él se refería al templo de su cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho” (Jn 2,21). Jesús viene a remplazar las instituciones emblemáticas de Israel: el templo es una de ellas. Éste es el segundo signo del llamado “Libro de los signos”. La humanidad del Hijo del hombre, es el nuevo templo en el cual “habita la gloria de Dios”. Se manifestará en todo su esplendor en la resurrección, y podemos ya contemplar en su peregrinar terreno. Marcos recuerda que se trata de un santuario “no edificado por manos humanas” (Mc 47

14,49). Y el autor de la exhortación a los Hebreos precisa: “es un tabernáculo mayor y más perfecto, no hecho por manos de hombre” (Heb 9,11-12). A través de los sufrimientos de la pasión y de la muerte en la cruz, los hombres profanaron y destruyeron el templo de la humildad de Jesús. Pero en la mañana de Pascua, Dios lo reconstruyó por la resurrección de entre los muertos.

Acción Los autores del nuevo testamento, cuando hablan de “templo”, no sólo se refieren a la humanidad de Jesús. Centran también la atención en los discípulos. Ellos son templos consagrados al Señor…; “morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,21-22). Pablo escribe a la comunidad de Corinto: “Nosotros somos templos del Dios vivo” (2Cor 6,16). Toda persona ha de ser respetada como santuario de Dios. Este templo no puede ser deshonrado ni profanado. “¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes? Si alguien destruye el santuario de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el santuario de Dios que son ustedes, es sagrado” (1Cor 3,16-17). Ahondando en la dignidad del ser humano, como santuario de Dios, Pablo acude a un lenguaje de gran realismo: “¿Voy a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ningún modo!” (1Cor 6,15). Los templos construidos por manos humanas están destinados a rendir culto al Dios vivo. Igualmente, ha de suceder con el cuerpo de todo discípulo. Pablo escribe; “Glorifiquen a Dios con sus cuerpos” (1Cor 6,20). De este santuario, que es el ser humano, ha de elevarse constantemente como nube de incienso, la plegaria, la acción de gracias, el canto y la alabanza.

Oración Toda la creación es el gran templo, donde Dios manifiesta toda gloria; celebran su alabanza los pájaros cantores, la música de los ríos, la armonía del viento en los bosques, el clamor de hombres y mujeres que se alza vigoroso, desde los cuatro puntos cardinales. El templo, Señor, más hermoso 48

desde donde se alzaba en esta tierra el canto de alabanza más glorioso, es la humanidad de Jesús, tu Hijo muy amado, que plantó su tienda entre nosotros. En él reside en plenitud la gloria de Hijo y de Señor. De su templo divino y tan humano ascendía, oh, Dios, en todo tiempo el himno más hermoso de gloria y alabanza que jamás ser humano ha pronunciado. Gracias, Señor del universo, por consagrarnos templos del Espíritu y de tu presencia. Gracias por animar en nuestro templo, consagrado por el Espíritu el día de nuestro bautismo, el culto en espíritu y verdad. Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu; gloria a la humanidad de Jesús, el templo y sacerdote eterno, que por la eternidad te rinde, Padre, el culto más hermoso y verdadero.

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10.- ES NECESARIO NACER DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU Jn 3,1-8

Meditación-contemplación El evangelio de Juan nos presenta a un hombre con buena disposición, con nombre griego, que ocupaba un puesto relevante entre los fariseos, grupo influyente entre los judíos. Se llama Nicodemo. Se acerca a Jesús de incógnito. Quizá por temor a sus compañeros de partido. Se presenta “de noche”. En el Evangelio de Juan, el detalle supera lo meramente cronológico. Tiene carácter de signo. La “oscuridad” simboliza el dominio del mal, de la ignorancia y de la mentira. “Quien camina de noche tropieza, porque no tiene luz” (Jn 11,10). Cuando Judas abandona el cenáculo, para consumar la traición: “Era de noche” (Jn 13,30). Nicodemo manifiesta no desconocer a Jesús: “Sabemos que vienes de parte de Dios” (Jn 3,2). Su reconocimiento tiene base sólida: “Nadie puede hacer los signos que él hace, si Dios no está con él” (Jn 3,2). Ante su disposición sincera y honesta, Jesús le hace la propuesta: “Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”(Jn 3,3). Las palabras de Jesús desbordan la capacidad de comprensión de Nicodemo. No es posible que un hombre entre otra vez en el seno materno para nacer de nuevo. Jesús da un nuevo paso en su catequesis: “Te aseguro que, si uno no nace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,5). La expresión “engendrado por el Espíritu” la encontramos en Mateo al referirse a la concepción de Jesús: “Lo que ha sido engendrado en ella (María) es obra del Espíritu Santo” (Mt 1,20). El signo del agua había aparecido en la boda de Caná. Ahora aparece de nuevo. Aquí, la significación es más fuerte. El agua se relaciona con la vida nueva que anuncia Jesús. Viene a ser como el líquido amniótico en la generación de la nueva vida. En el relato de la creación, cuando aparece el agua empiezan a existir los seres vivos (Gn 1,20). Otro signo que aporta el evangelista es el nacimiento. A través de él, Jesús le descubre a Nicodemo, que además de la vida natural que ve la luz en el parto, existe otra vida nacida del Espíritu.

Asimilación Con toda claridad, Jesús da a conocer a Nicodemo que existen dos nacimientos. El 50

primero, se lo debemos a nuestras madres que nos han dado a luz. Gracias a este nacimiento, existimos y nos movemos por la vida, como seres humanos inteligentes y libres: “De la carne nace carne” (Jn 3,6). El otro nacimiento procede del Espíritu de Dios: “Del Espíritu nace espíritu” (Jn 3,6). Ésta es la novedad que aporta Jesús. Se trata de algo misterioso: “Nacer de lo alto”. A Nicodemo le resultaba difícil entenderlo. A nosotros también. El Espíritu de Dios actúa con poder y de forma misteriosa. Como el viento, que “oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene y adónde va” (Jn 3,8). Con el agua, como signo vital, y con la fuerza creadora del Espíritu de Dios, nace el nuevo ser. Para que este acontecimiento maravilloso se produzca, es necesario creer en aquél “que da testimonio de lo que ha visto”: “El Hijo del hombre que descendió del cielo” (Jn 3 13). Todo bautizado “ha nacido de lo alto”. Con esta expresión, el evangelista revela que este nuevo nacimiento no se debe a ningún agente humano. Es obra del Espíritu de Dios que actúa a través del agua, y acontece en el momento del bautismo. Los que hemos nacido del Espíritu de Dios, somos hijos de Dios; del mismo modo que aquéllos que son engendrados y nacen por la fuerza generadora de sus padres, son hijos de la condición humana. Todo lo que nace del Espíritu nos resulta misterioso, y no es fácil de explicar y de comprender. Esto fue lo que le sucedió a Nicodemo. A pesar de que era un doctor en Israel, le costó asumir y comprender la palabra de Jesús: Tienes que nacer del agua y del Espíritu.

Acción Nicodemo vino al encuentro de Jesús en busca de luz. No se marchó con las manos vacías. De labios de Jesús pudo conocer el camino para convertirse en una persona completamente nueva. Jesús le mostró el camino para conseguirlo: “Hay que nacer del agua y del Espíritu” (Jn 3,5). Todos somos Nicodemo, y transitamos por las tinieblas de nuestras noches. Necesitamos encontrarnos con Jesús, que puede iluminarnos con su palabra y con sus signos. Este hombre se acerca a Jesús con gran admiración por su persona, y sin los prejuicios de muchos de sus compañeros fariseos: “Sabemos que vienes de parte de Dios para enseñar” (Jn 3,2).

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Hay que acercarse a Jesús con deseo sincero de conocer al “que viene de parte de Dios”. Busquemos el momento más propicio, para un diálogo en profundidad con él. Nicodemo, por el motivo que fuera, eligió la noche. Lo importante es que realicemos el encuentro y respondamos a la propuesta de Jesús. En el encuentro necesariamente tenemos que plantear un hecho fundamental de nuestra vida: nuestro bautismo. Del planteamiento correcto de lo que significa el “nuevo nacimiento” para nosotros, depende la clase de discípulo y de seguidor de Jesús que somos. La palabra de Jesús recibida con fe, se convierte en luz que brilla en medio de la noche. Quien la recibe con fe, regresa convertido en discípulo. Nicodemo es uno de los pocos que estuvieron presentes en la sepultura de Jesús. Aquella conversación durante la noche produjo su fruto. La luz que se prendió en su espíritu seguía encendida, “aunque era de noche”.

Oración En una noche oscura con ansias en amores inflamada ¡oh, dichosa ventura! salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada. A escuras, y segura por la secreta escala disfrazada ¡oh, dichosa ventura! a escuras y encelada estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa en secreto que nadie me veía ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía adonde me esperaba quien yo bien me sabía en parte donde nadie parecía. ¡Oh, Noche que guiaste! ¡Oh, noche amable más que la alborada! ¡Oh, noche que juntaste 52

Amado con amada, amada en el Amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido y yo le regalaba y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena cuando yo sus cabellos esparcía con su mano serena en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado. San Juan de la Cruz

11.- JESÚS, EL GRAN REVELADOR DEL PADRE Jn 3,9-15

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Meditación-contemplación Con un lenguaje no exento de ironía, Jesús manifiesta la extrañeza de que un maestro con autoridad entre los judíos, ignore las cosas que acaba exponer. Inmediatamente, el diálogo con Nicodemo toma un giro distinto. En un monólogo de gran envergadura, Jesús se centra en su misión. Jesús adopta un tono solemne para afirmar: “Nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto” (Jn 3,11). Esta expresión es utilizada en el evangelio de Juan, para significar que Jesús revela cosas de parte del Padre. En la primera carta de Juan, la insistencia en la autenticidad del testimonio es aún mayor: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos palpado con nuestras manos, es lo que anunciamos” (1Jn 1,1). En el evangelio de Juan encontramos fuertes contrastes: luz-tinieblas, terreno-celestial, subir-bajar. Jesús hace referencia aquí a “cosas terrenales” y a “cosas del cielo”. En esta dinámica de contrastes, presenta el evangelista el símbolo de la serpiente, alzada en alto por Moisés en el desierto. Es uno de los signos de carácter pascual utilizado por el evangelista. Como respuesta a la protesta del pueblo, Dios envió unas serpientes venenosas. Los que eran mordidos por ellas morían. Moisés ejerce su misión de mediador, implorando ante Dios misericordia para el pueblo. Por orden del Señor, hizo una serpiente de bronce y la alzó en alto en un estandarte. Al contemplarla, los que habían sido mordidos por las serpientes quedaban sanados (Núm 21,4-9).

Asimilación Comentando este pasaje del evangelio de Juan, exclama san Agustín: “Gran misterio es éste… ¿Qué es la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz”. Ésta es la primera referencia del evangelio de Juan al Hijo del hombre “levantado en alto”. Existen otras dos. En la segunda, Juan revela con más claridad el sentido pascual de este signo: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir” (Jn 12,32-33). En el lenguaje de Juan, “bajar del cielo” es un signo de descenso y abajamiento. Aconteció cuando la “Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). Alcanzó su momento culminante cuando “tomó la condición de esclavo” y “se humilló hasta la muerte de cruz” (Flp 2,-8). Al “abajamiento” sigue el “levantamiento en alto” con la glorificación.

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El “levantamiento en alto” acontece en la Pascua. Con una diferencia. En la Pascua, el “levantamiento” es a la vez humillación y exaltación. Jesús es “elevado en alto en la cruz”: Es el momento de la humillación. Y es “elevado en alto”, al cumplirse su palabra: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre” (Jn 13,31). Acontece en la resurrección. “En la muerte de Cristo encontró la muerte su propia muerte” (San Agustín). En este misterio de la “elevación en alto”, como humillación y como exaltación, se manifiesta la salvación que Dios ofrece a la humanidad. Para disfrutar de este don de la salvación, hay que “mirar al que traspasaron”: A Jesús “levantado” en la cruz (Jn 19,37) y elevado a lo más alto de la gloria en la resurrección.

Acción Jesús trae la salvación al mundo. Esta salvación alcanza su momento culminante cuando es “levantado en alto”, en el momento de la crucifixión y muerte en la cruz, y al resucitar “al tercer día”. Aquí radica la opción fundamental para quien quiera beneficiarse de la salvación realizada por Jesús. Para entrar en comunión con Jesús, es necesario creer en aquel que “da testimonio de lo que ha visto”. Aceptamos con facilidad el testimonio de cualquiera, y nos resulta difícil aceptar el testimonio de Jesús, que ha venido al mundo con todas las credenciales de Hijo de Dios. Ante la oferta que hace Jesús, no todos reaccionan de la misma manera. Una parte de la humanidad la rechaza abiertamente. No es nada de extrañar. Jesús denuncia a los judíos de su tiempo: “Si no creen cuando les hablo de cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hablo de cosas del cielo?” (Jn 3,12). El misterio de Jesús “alzado” en la cruz, y “exaltado” en la resurrección, será siempre un escándalo difícil de superar. Pero ha habido personas que han creído. “Quien crea en el Hijo del hombre, que ha sido “levantado a lo alto”, “tendrá vida eterna” (Jn 3,15). La cruz se convierte en signo de triunfo, no de fracaso. El “paso” del Jesús “paciente al Jesús “glorificado” por el Padre, es un signo de victoria. Los procesos de fe, son un paso de las tinieblas del mundo social, político y cultural, en los cuales se desenvuelve nuestra vida, al mundo del Espíritu de Dios. En él nos movemos y existimos los discípulos de Jesús resucitado. Este salto de la noche a la luz, produce vértigo y no todos están dispuestos a darlo.

Oración 55

En el espacio oscuro de cada una de nuestras noches, nos acercamos, Señor, hasta ti, como Nicodemo en secreto. Nos cuesta dar la cara, presentarnos a plena luz del día, y proclamar sin miedo que somos tus discípulos. Necesitamos renacer de nuevo. sumergirnos en aguas primordiales, y bautizarnos con Espíritu. Aquél que un día en el Jordán descendió sobre ti como paloma. Háblanos de las cosas de la tierra, para que podamos comprenderte cuando hables de cosas del cielo. Somos aún principiantes; y apenas hemos dado el primer paso en el arduo camino que conduce primero a la cruz, y después al encuentro contigo ya resucitado. Enciéndenos la luz de tu Palabra, aunque sea de noche. Háblanos del reino que anuncias, de las verdades que ignoramos, del amor sin fronteras ni exclusiones, de fraternidad, de ternura, de la gente que frecuentabas. Aunque sea de noche, y los amigos nos esperan para la tertulia y cenar, háblanos del Hijo del hombre, que su vida entregó para que vivan los demás.

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12.- DIOS ENVIÓ A SU HIJO PARA SALVAR AL MUNDO Jn 3,16-21

Meditación-contemplación Jesús empieza a hablar de “las cosas del cielo”, como había prometido. El primer misterio que nos desvela es éste: “Dios ama al mundo” (Jn 3,16). No podía ser de otro modo, ya que “Dios es amor” (1Jn 4,8). Su ser y existir es amar. Dios toma la iniciativa en la historia de la salvación. Lo primero que hace es amar al ser humano, que ha creado con amor. El signo visible y palpable de su amor está a la vista de todos: “Entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). El Hijo, que es el don más valioso de Dios, es también amor. Amó hasta dejar la vida en el empeño, como signo visible, para que la humanidad disfrute de la vida que no conoce término. El que fue “levantado en alto” a la vista de todos, crucificado como un malhechor, ése es el signo más elocuente de que Dios ama al mundo. Pablo invita a profundizar en este extraordinario misterio de amor: “Por un inocente quizá muera alguien; por una persona buena quizá alguien se arriesga a morir. Pero Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,7-8). Nos encontramos ante la revelación más maravillosa de todas las Escrituras. Desde el amor, todo encaja y todo tiene explicación. Sin el amor, nada serio es posible, y todo se 57

convierte en enigma difícil de entender.

Asimilación Dios envió a su Hijo, “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). No viene a instalar un tribunal para juzgar al mundo. Sin embargo, permanentemente se está realizando un juicio. Para unos, es de salvación; para otros, es de condenación. El gran juicio que está en permanente desarrollo es éste: “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3, 19). “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo” (Jn 3,17). El ser humano se constituye en su propio juez. Para el que cree en el Hijo de Dios, el juicio es de salvación. Para el que no cree en él, el juicio es de condenación. El rechazo o la aceptación por medio de la fe de la salvación que Dios ofrece en la persona de Jesús, determina la suerte definitiva de cada uno. Quien obra el mal detesta la luz: no puede disfrutar de la salvación. En cambio, quien todo lo realiza de acuerdo con la voluntad de Dios: se acerca a la luz y a la salvación. Jesús ha revelado el misterio de la salvación sirviéndose de un signo tomado de las Escrituras: la serpiente elevada por Moisés en el desierto. El que contemplaba la serpiente se salvaba. De igual modo, quien contempla a Jesús elevado en la cruz y resucitado, obtiene la salvación. Se trata de una mirada contemplativa, que conduce a la confesión de fe en Jesús, como el enviado de Dios y como Salvador.

Acción Dios, por el inmenso amor que nos tiene ya ha realizado la parte que le corresponde. “Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,45). Quien lo acepta por la fe, disfruta de la salvación. Quien no crea en él, no necesita que nadie lo condene. De este modo, la salvación está en las manos de Dios como un don, y en nuestras propias manos como una opción libre y responsable. Jesús es enviado con una misión de salvación. No excluye a nadie. Cada cual decide su propia exclusión. La opción la concreta el evangelista en el signo de la luz y en las obras. En el prólogo había presentado a Jesús como luz que ilumina el mundo sumido en las tinieblas. La luz es signo de vida; las tinieblas son signo de muerte. A nosotros corresponde abrazar la luz o “amar las tinieblas”. La responsabilidad recae en cada persona, no sobre Dios, que ofrece la salvación a todos sin excepción. 58

El signo de nuestra opción quedará reflejado en las obras. Si las obras son malas, es señal de que hemos “preferido las tinieblas a la luz”; la muerte a la vida.

Oración He llamado a tu puerta, he llamado a tu corazón en busca de una buena cama, en busca de un buen fuego para calentarme. ¿Por qué me rechazas? Ábreme, hermano. ¿Por qué me preguntas si soy de África, si soy de América, si soy de Asia, si soy de Europa? Ábreme, hermano. ¿Por qué me preguntas por la longitud de mi nariz, el tamaño de mi boca, el color de mi piel y el nombre de mis dioses? Ábreme, hermano. Yo no soy un negro, yo no soy un piel roja, yo no soy un oriental, yo no soy un blanco, yo solo soy un hombre. Ábreme, hermano. Ábreme tu puerta, ábreme tu corazón porque soy un hombre, el hombre de todos los tiempos, el hombre de todos los cielos, un hombre como tú. René Philombe (Camerún)

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13.- TESTIMONIO DEFINITIVO DEL BAUTISTA Jn 3,22-4,3

Meditación-contemplación El evangelio de Juan presenta la misión de Juan Bautista de forma escalonada. En primer lugar lo presenta como “testigo de la luz”: “Él no era la luz, sino testigo de la luz” (Jn 1,8). En segundo lugar, Juan revela la identidad de Jesús y facilita que sus discípulos se conviertan en discípulos de Jesús. “Ahí está el Cordero de Dios. Al oírlo, los dos discípulos lo siguieron” (Jn 1,36-37). Finalmente, consciente de su identidad y de haber cumplido su misión, deja todo el espacio a Jesús. Juan Bautista había sido enviado a “enderezar el camino” al Mesías. El evangelista informa: Jesús estaba bautizando, y “todo el mundo acude a él” (Jn 3,26). La diferencia entre las dos clases de bautismo, establece claramente la diferencia entre la opción de hacerse discípulo de Jesús o de Juan Bautista. Con el gozo de haber cumplido la misión, Juan proclama: “Él debe crecer y yo disminuir” (Jn 3,30). El “asceta del desierto” se convierte en el discípulo modelo, que deja vía libre al maestro.

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En la misma región también se encontraba Juan bautizando. Con este motivo se originó una discusión. Quisieron crear un conflicto entre la misión de Jesús y la de Juan Bautista; entre el bautismo de uno y el del otro. Este problema es bastante probable que existiera en algunas de las primeras comunidades. Para establecer la diferencia que existe entre Juan Bautista y Jesús, se acude de nuevo al signo de la boda. Algunos seguidores de Juan se aferran a su figura. Ven en Jesús un rival. El profeta pone las cosas en su sitio: “Quien se lleva a la novia es el novio” (Jn 3,29). Está claro que el novio es Jesús, y Juan el “amigo del novio”. Él era el encargado de tenerlo todo a punto para la boda. El encargado era quien conducía a la muchacha a la casa del joven. Juan se siente feliz de haber cumplido a cabalidad su misión. Es consciente de que tiene que ceder progresivamente el protagonismo a Jesús.

Asimilación Jesús hace la aclaración final: “Quien viene de arriba está por encima de todos. Quien viene de la tierra es terreno y habla cosas de la tierra” (Jn 3,31). Hasta ahora hemos oído el testimonio de Juan. Ahora, es el que ha venido del cielo, que está por encima de todos, quien ofrece su testimonio. “Atestigua lo que ha visto y oído” (Jn 3,32). Jesús reivindica su autoridad y su misión. Su testimonio sobre las cosas que ha visto y ha oído es verdadero. El Espíritu es la garantía es infalible: Y “Dios le ha dado el Espíritu sin medida” (Jn 3,34). En el evangelio de Juan, “el Espíritu de la verdad que procede del Padre” es quien da testimonio a favor de Jesús (Jn 15,26). Él está por encima de todos los que hablaron antes de parte de Dios. El último es Juan Bautista. Nos encontramos ante la alternativa de Jesús. Es una alternativa de vida o muerte: “Quien cree en el Hijo tiene vida eterna. Quien no cree al Hijo, no verá la vida” (Jn 3,36). El Padre, que ama al Hijo sin medida, ha puesto todo en sus manos. No se trata de un enviado más, en la larga lista que figura en la historia de la salvación. Dios ha enviado a su Hijo. Ya no queda nadie más importante que enviar. Los fariseos, que eran los más celosos custodios de la ley y de las instituciones antiguas, se alarmaron del éxito de Jesús. Superaba ya en número de discípulos a Juan Bautista. Se dispararon las alarmas. Se empieza a fraguando la dura oposición a Jesús por parte de las instituciones del pueblo, que el evangelista presenta con frecuencia con el término “judíos”. Por ahora, Jesús evitó la confrontación.

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Acción Desde el primer momento, Juan Bautista es plenamente consciente de que vino para “dar testimonio de la luz” (Jn 1,7). Sabe que ha de preparar el camino a alguien que es más importante que él. En esta última aparición en el evangelio de Juan, el Bautista da por cumplida su misión. Así lo confirma en las últimas palabras que consigna el evangelista: “Mi gozo es perfecto. Él debe crecer y yo disminuir” (Jn 3,30). Juan Bautista sólo ha habido uno. Pero son millones los discípulos a los cuales Dios ha confiado la misma misión: Dar testimonio del Mesías, que es Luz, que es Camino. No podemos decir como Juan: “Mi gozo es perfecto”, porque son muchas las personas a las que no hemos hecho llegar nuestro testimonio. Podemos decir que nos “alegra oír la voz del novio”, del amigo. El “novio”, el amigo, es el Mesías. Él nos lo dice: “A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché de mi Padre” (Jn 15,15). Démonos un tiempo para escuchar a este amigo excepcional. El amor de los enamorados, de los novios, de los esposos, es el referente humano, el signo visible de lo que ha de ser la vida y la comunidad de los discípulos de Jesús. Un amor de enamorados; un amor de amigos vivido con generosidad y con fidelidad.

Oración Señor, enviaste a Juan a prepararle a tu Hijo el camino. Él ha sido pionero y se ha colocado en su sitio. Él no es el Mesías, sino el preparador de caminos. Atestigua lo que ha visto y oído: Quien viene de la tierra es terreno, y quien viene del cielo celestial. El que Dios ha enviado, su Hijo que es el Mesías, habla cosas divinas y terrenas y su testimonio es veraz: Dios le dio el Espíritu sin tasa ni medida, para que también él lo pueda dar. En la boda de Dios con la humanidad, 62

eligió el mejor novio. Es Jesús, quien amó hasta dar la vida, aunque la cruz fue su destino. Envía, Señor, a este mundo muchos buenos profetas, recios, austeros y veraces, como Juan, venido del desierto. En su labor infatigable, abran siempre nuevos caminos, que a Jesús lleven en directo; de Jesús salgan al encuentro de mujeres y hombres, que aún no han encontrado su destino. Vuelve de nuevo, Juan, a nuestra tierra, enderézanos los caminos. Muchos en la aldea global no han encontrado aún al Mesías.

14.- JESÚS Y LA SAMARITANA Jn 4,4-28

Meditación-contemplación El relato de la samaritana pertenece al llamado “libro de los signos”. Brilla por la maestría en la creación escénica, por la elaboración de un soberbio guión teológico y por su genialidad pastoral. Por una parte, encontramos una mujer que busca. En su proceso hacia el encuentro con Dios tiene que superar una serie de obstáculos. Por otra parte, 63

tenemos un excelente catequeta, que es Jesús, que no permite que los obstáculos que presenta la mujer lo desvíen del objetivo principal. El relato avanza progresivamente, desde el encuentro de Jesús con la mujer, que el evangelista presenta como fortuito, hasta culminar en una confesión de fe: “Sabemos que éste es realmente el Salvador del mundo” (Jn 4,42). Primer obstáculo: la enemistad entre judíos y samaritanos. Precisamente, es un judío quien se atreve a pedir de beber a la mujer. Jesús invita a la mujer a dejar de lado los prejuicios, y le hace una oferta: “El agua viva”, que es un “don de Dios”. Segundo obstáculo: La impotencia para conseguir sacar el agua. Jesús no es más “poderoso que Jacob”, que les legó el pozo. Las diferencias se acentúan. Jesús y la mujer no hablan el mismo lenguaje. La mujer habla del agua del pozo. Jesús se refiere al “agua viva”, que se convierte “en manantial que brota dando vida eterna”. Quien la bebe “no volverá a tener sed” (Jn 4,13-14). Aunque la mujer reacciona de forma irónica, se ha establecido un primer encuentro: la mujer se siente feliz, si no tiene que volver a sacar agua del pozo. Tercer obstáculo: la situación conyugal de la mujer. Se produce un cambio de planos. Se aborda un problema que afecta directamente a la vida personal de la mujer. Su situación dista mucho de ser perfecta. Ha tenido cinco maridos, y el que tiene no es su marido. Segunda aproximación: “Veo que eres un profeta” (Jn 4,19). Cuarto obstáculo: las diferencias religiosas. La cuestión conyugal es muy sensible. La mujer prefiere enfocarse en otra cosa más transcendente: las diferencias culturales. Los judíos sostienen que el culto a Dios hay que celebrarlo en Jerusalén; los samaritanos, en el monte Garizín. Jesús lleva a la mujer al momento culminante del proceso: Ha llegado la hora en que los verdaderos creyentes “dan culto al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23). Aquí se produce la tercera aproximación de la mujer: “Sé que vendrá el Mesías” (Jn 4,25). El misterio definitivamente se desvela: “Soy yo, el que habla contigo” (Jn 4,26).

Asimilación Juan ha perfilado con gran maestría un verdadero proceso de conversión. La distancia entre la samaritana y Jesús no era fácil de salvar, teniendo en cuenta la oposición que existía entre judíos y samaritanos. Sin embargo, el diálogo termina con la conversión de la mujer. Al enterarse de que Jesús es el Mesías, la mujer se convierte en apóstol y mensajera de esta Buena Noticia.

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En la primera parte del encuentro, la conversación se desenvuelve en torno al agua. Se advierte un doble juego. La mujer habla del agua, como elemento de la naturaleza. Jesús habla del agua, como signo de vida. El agua viva que ofrece a la samaritana, representa un don de Dios que conduce a la vida eterna. El que la bebe queda saciado. “No tendrá sed jamás” (Jn 4,14). El “agua viva” puede ser la enseñanza que brota de los labios Jesús. El mismo Jesús proclama: “Las palabras que les he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Para disfrutar de esta vida sólo hay una exigencia: acoger la Palabra de Jesús y creer en ella. En el evangelio de Juan, “el agua viva” también puede ser el Espíritu que Jesús comunica. Jesús proclama: “Quien tenga sed venga a mí; y beba quien crea en mí. Así dice la Escritura: de sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37-39). La donación del Espíritu era una de las características de los tiempos mesiánicos. “Retoñará el tronco de Jesé, de su cepa brotará un vástago sobre el cual se posará el Espíritu del Señor” (Is 11,1-2). El Espíritu es quien comunica la vida. Quienes poseen este Espíritu son los que dan el verdadero culto al Padre (Jn 4,24). Pablo profundiza en el mismo sentido al escribir: “Todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1Cor 12,13).

Acción La samaritana descubrió, después de un prolongado y laborioso proceso, el “don de Dios”, y “quién es el que le pide de beber” (Jn 4,10). Es así cómo pudo finalmente “saciarse del agua viva”, para no tener jamás sed. Todos estamos llamados a realizar el mismo proceso, aunque nos resulte laborioso. Necesitamos realizar el encuentro con Jesús en profundidad. Los encuentros superficiales no conducen a una auténtica conversión. Muchos de los bautizados se han quedado en un culto sin alma. No son auténticos “adoradores del Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4,23). Jesús hace la oferta del “agua viva”, que se convierte para la persona en “manantial que mana permanentemente vida eterna”. La respuesta de muchos es ésta: “No, gracias. Yo ya tengo mi pozo de Jacob y me basta. Lo único que me interesa es la comodidad de no tener que ir a la fuente”. En el proceso del encuentro con Jesús aflora con frecuencia el pasado. Suele estar lejos de ser edificante. Nos da miedo enfrentarnos con él. La actitud es: Pasemos a otra cosa. 65

Al final, Dios insiste. Nos confronta con la realidad: “Hay que adorar al Padre en espíritu y en verdad”. Jesús se despoja de todo disfraz para decirnos: “Yo soy el Mesías que hablo contigo” (Jn 4,26). La mujer samaritana creyó y se convirtió en apóstol entre los vecinos de su pueblo: “Vengan a ver al hombre” (Jn 4,29). Siguieron a la mujer y “muchos creyeron en él, a causa de sus palabras” (Jn 4,41). Para saciar la sed de vida, de paz, de felicidad, hay que ir a la “fuente de agua viva”, que es Jesús. A través de su relato, Juan nos invita a hacer la experiencia de encontrarnos con Jesús, siguiendo los pasos de la mujer samaritana. Es necesario vivir la experiencia del encuentro con Jesús, para que nuestra conversión sea auténtica. Solamente un discípulo activo y convencido, está capacitado para llevar la noticia a los de cerca y los de lejos.

Oración Eres tú, mi Señor, cada mañana la “fuente de agua viva”, que en gozosa cascada recorre calles y avenidas, ofreciendo al sediento esta agua de verdad, de amor y justicia. En medio de tantos desiertos poblada de cisternas secas, eres tú surtidor de vida que salta hasta la vida eterna. Seducida por tu palabra, la sedienta mujer samaritana ya no volverá nunca más, a buscar con su cántaro agua viva a este pozo. Ella es ahora la fuente, de la que beberán sus vecinos; manantial de fe y de amor para hombres y mujeres con sed. “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre: aunque es de noche. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche. Su origen no lo sé, pues no lo tiene, 66

más sé que todo origen della viene, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella y que cielos y tierra beben della, aunque es de noche… Su claridad nunca es oscurecida y sé que toda luz della es venida, aunque es de noche. (San Juan de la Cruz) Dame, Señor, de tu agua, que estos ríos contaminados que atraviesan nuestros desiertos, no han podido saciar mi sed.

15.- LA MIES ESTÁ MADURA, FALTAN OBREROS Jn 4,28-42

Meditación-contemplación A la escena de Jesús con la mujer de Samaria, sigue un reencuentro de Jesús con los discípulos, que habían ido al pueblo a comprar alimentos. Jesús no cesa de sorprenderlos. Esta vez la sorpresa es doble. En primer lugar, está hablando con una 67

mujer. En segundo lugar, esta mujer es una samaritana. Juan nos ha recordado: “Los judíos no se tratan con los samaritanos” (Jn 4,9). Aunque parece desubicado el diálogo con los discípulos, que viene a interrumpir el relato de la samaritana, conecta perfectamente con lo que acaba de suceder. Los discípulos no tienen por qué extrañarse. Jesús está cumpliendo la misión del Padre que lo envió. Y de la misión habla con los discípulos. Jesús empieza su enseñanza con un dicho popular: “¿No dicen que faltan cuatro meses para la cosecha?” (Jn 4,35). El recurso a la agricultura para anunciar la Buena Noticia es frecuente, sobre todo en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas. Basta que recordemos varias de las parábolas. En ellas se habla de “siembra”, de “obreros”, de “salario”, de “siega”. El tiempo de la siega ya ha llegado. “Levanten los ojos y observen los campos que ya están madurando para la cosecha” (Jn 4,35). No hay tiempo que perder. El tiempo presente es tiempo de cosechar, pero sin dejar de seguir sembrando. De la recolección se pasa a la alegría por la cosecha: “Los que siembran con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 126,5-6). El mejor salario para todo discípulo, es el gozo de haber sido llamado a sembrar la Buena Noticia y a recoger los frutos.

Asimilación El malentendido de la mujer sobre el agua, se produce ahora en los discípulos respecto al alimento. El alimento de que hablan los discípulos es el alimento de Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y concluir su obra” (Jn 4,34). Jesús rompe todos los prejuicios y tabúes respecto a la mujer, cuya significación social en Israel era escasa. Rompe también las fronteras étnicas y culturales. La salvación de Dios no es sólo para el pueblo judío; es para todos los pueblos, representados en los “campos inmensos”, que se extienden más allá de las fronteras de Israel. En la última parte del relato, Juan plantea el tema de la misión. En primer lugar, como una tarea urgente: Los campos están ya maduros para la siega. En segundo lugar, como paso último de todo proceso de conversión. La samaritana, después que descubre que Jesús es el Mesías, se va a anunciarlo a sus conciudadanos. Jesús contempla al pueblo samaritano como un campo de misión, fuera del territorio judío. Los samaritanos forman parte de “los campos ya maduros para la cosecha”. Representan otros muchos con la mies ya madura, a la espera de operarios que no llegan. 68

No hay que esperar al “final de los tiempos”. El tiempo presente es tiempo de siembra y tiempo de cosechar. A unos, se les encomienda la siembra; a otros, la labor de cosechar los frutos de lo que otros han sembrado. Ambas labores hay que realizarlas; ambas son igualmente importantes. Jesús cita otro dicho popular: “Uno siembra y otro recoge” (Jn 4,37). Sembremos, para que otros puedan recoger. Amós anuncia la continuidad de la labor en el campo de la misión: “Miren, llegan días -oráculo del Señor-, en los que el que ara seguirá de cerca al que cosecha” (Am 9,13). Le irá pisando los talones.

Acción En el relato de la samaritana, la cosecha está madurando, prácticamente el día mismo en que ha sido sembrada. El mismo día del encuentro con Jesús, la mujer “se dejó hasta el cántaro”, y se dirigió a toda prisa al pueblo, para comunicar a los vecinos la noticia: “Vengan a ver a un hombre que me ha contado todo lo que yo hice: ¿no será el Mesías” (Jn 4,29). En efecto: era el Mesías. La labor de los discípulos de hoy es la misma que realizó la samaritana. Tenemos que conseguir que los hombres y mujeres de esta generación, hagan la misma confesión de los samaritanos: “Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo” (Jn 4,42). Ésta es la meta de los discípulos de Jesús y de sus comunidades. Se impone en las comunidades, la coordinación de labores entre los que realizan como labor prioritaria la “siembra”, y los que se dedican de forma preferente a la “recolección”. ¿No nos está sucediendo, que el número de los que se dedican a la recolección, supera con mucho a los que siembran? Urge una revisión a fondo de nuestras estrategias pastorales y misioneras. Ojo con recibir el salario sin haber trabajado. Recordemos la guía pastoral de Jesús: “No lleven más que el bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, calzados con sandalias y dos túnicas para el camino” (Mc 6,8-9). “Gratuitamente lo han recibido, gratuitamente han de darlo” (Mt 10,8). El espíritu de gratuidad en servicio a la Buena Noticia preocupó profundamente a Pablo: “Procuremos no dar a nadie ocasión alguna para desacreditar nuestro ministerio” (2Cor 6,3). “Estábamos dispuestos a entregarles no sólo la Buena Noticia de Dios, sino también la propia vida… Noche y día trabajamos para no serles una carga” (1Tes 2,8-9).

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Oración Llegó ya, Señor, la hora de sembrar, de cultivar con sol y con fatiga. Las mieses están maduras, es hora de la siega y la cosecha. Gentes que de ti no tienen noticia, que han vivido en soledad de desamor y de injusticia; gentes que no saben rezar, y, si alguna vez lo supieron, se olvidaron que de tú existes; gentes que olvidan y que mienten, que aman, que lloran y lamentan su desdicha y mala suerte; gentes que a pulmón desgarrado gritan en inmenso desierto, y dicen que ni Dios escucha; gente buena, de manos limpias y de conciencia transparente, que hacen bien, sin mirar a quién. Reclaman con urgencia segadores, obreros de primera, y de la última hora; más preocupados de la siega, que del jornal que han de cobrar. Invita, llama, ordena, a tanto obrero con los brazos caídos; la cosecha está ya madura y no permite más espera. Danos unos oídos atentos para escuchar tu llamado: “Levanten los ojos y observen, los campos están ya maduros y a punto para la cosecha” (Jn 4,35).

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16.- SANACIÓN DEL HIJO DEL FUNCIONARIO REAL Jn 4,43-54

Meditación-contemplación Al no ser bien acogido en Judea, Jesús vuelve a Galilea donde fue bien recibido. El evangelista explica el motivo: Los presentes “habían estado en Jerusalén y habían visto lo que hizo durante la fiesta” (Jn 4,45). Jesús regresa concretamente a Caná. Es el lugar donde realizó su primer signo milagroso, convirtiendo el agua en vino. Juan recoge el reproche de Jesús respecto a las gentes de su tierra, que se negaron a reconocerlo como profeta y no le prestaron buena acogida. Jesús mismo había declarado que un “profeta no recibe honores en su patria” (Jn 4,44). El segundo signo milagros a que nos narra Juan, lo realiza Jesús también en Caná, a favor del hijo de un funcionario real. El rey al que sirve es Herodes. Se trata de una persona debilitada por la enfermedad. El padre del muchacho viene a Jesús en busca de salud para su hijo. Desde el primer signo milagroso, Juan nos ha enseñado a hacer la lectura correcta de los hechos sorprendentes y maravillosos que Jesús realiza. Él no es un curandero de moda. Jesús ha venido “para que el mundo se salve por medio de él” (Jn 3,17). Hay que pasar de lo que ven simplemente los ojos, a descubrir la acción salvadora de Dios, que se revela en cada una de sus actuaciones maravillosas. Con este nuevo signo milagroso, se piensa que Jesús deseaba que la fe estuviera fundada más en su palabra que en los milagros. De hecho, “el hombre creyó lo que decían de Jesús y se puso en camino” (Jn 4,50).

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Asimilación A petición de un padre, profundamente preocupado por la salud de su hijo, Jesús le devuelve la salud al muchacho. Tenemos una persona que pasa de un estado de debilidad extrema, a la plena vitalidad física. Para Juan, la sanación del hijo a punto de morir, es signo de la acción poderosa de Jesús. Con su poder restaura a la persona debilitada por el pecado e incapacitada para realizar las obras de Dios. Otra cosa que preocupa al evangelista, es la fe en aquél que el Padre ha enviado. Juan concluye la narración del primer signo milagroso en Caná con estas palabras: “Jesús manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él” (Jn 2,11). En la sanación del hijo del funcionario, se realiza un proceso de fe. El padre tiene la primera noticia, como sus conciudadanos, por lo que “habían visto que hizo en Jerusalén durante la fiesta” (Jn 4,45). El hombre se acerca a exponerle su problema, con timidez al principio; con más decisión después. Cuando Jesús le asegura que su hijo tiene vida, vuelve confiado a su casa. Finalmente, al comprobar que la sanación se debió a la acción poderosa de Jesús, “creyó él con toda su familia” (Jn 4,53). El primer acercamiento del funcionario a Jesús se produce por la fama que le habían dado ciertas actuaciones llamativas. Al final, el funcionario cree en Jesús gracias al signo de la sanación del hijo, que Jesús realizó ante sus ojos y ante la gente que lo rodeaba. Aquí vuelve a aparecer la vida, presente desde el comienzo del evangelio. Se hará presente con más fuerza en la tercera parte del “Libro de los signos”. En la Palabra “estaba la vida, y la vida era luz de los hombres” (Jn 1,4). En el encuentro con Nicodemo, se dice que “hay que nacer del agua y del Espíritu” (Jn 3,5). Dios entregó a su Hijo único, para que quien crea en él “tenga vida eterna” (Jn 3,16).

Acción Jesús no quiere una fe que se apoya en signos y prodigios. Se lo manifestó a los que estaban presentes: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen” (Jn 4,48). Este mismo reproche lo hace a la gente que alimentó al multiplicar el pan y los pescados: “Les aseguro que no me buscan por los signos milagrosos que han visto, sino porque se han hartado de pan” (Jn 6,26). Después de muchos siglos, en esto hemos progresado poco. Con frecuencia acudimos a Jesús a “caza” de milagros. Y lo más triste es que quienes deberían ayudar a los discípulos a profundizar en la significación de los signos milagrosos de Jesús, con 72

frecuencia caen en lo que Jesús reprocha. No pocas veces, tenemos que hacernos algunas preguntas: ¿Qué Jesús presentamos a la gente? ¿A qué Jesús invitamos a seguir? ¿Al milagrero? ¿Al curandero? El evangelista Juan es un buen catequeta para ayudarnos a leer la Palabra de Dios y para adentrarnos en la riqueza insondable de cada uno de los signos milagrosos de Jesús. Muchas veces, como en el caso presente, desde acontecimientos profundamente humanos, como la sanación de una persona al borde de la muerte. Toda la persona es la que ha de ser sanada. Los que contemplamos los signos milagrosos, estamos tan necesitados de sanación como el enfermo. En las obras maravillosas que realiza, Jesús nos ofrece las pistas para descubrir “su gloria” y su poder, capaz de restaurar a toda persona herida. Unas veces por la enfermedad y el sufrimiento; otras, por una sociedad inhumana e injusta, que no se detiene ante la dignidad de la persona, con tal de conseguir sus objetivos, aunque sean espurios e inconfesables. Las actuaciones maravillosas de Jesús, son signos para despertar la fe; y para madurarla en aquéllos que ya la tienen.

Oración Como para el signo primero, también para el segundo, Jesús eligió Galilea. El primero fue en una boda, el segundo sanando a un enfermo. El buen funcionario pagano no era un cazamilagros. Creyó con fe sincera y te invitó, Señor, a ir a su casa y sanar a su hijo enfermo. La misión de profeta que te negaron en tu patria, te la reconoció un pagano. Creyó que podías sanar, y el hijo quedó sano. Su fe se acrecentó ante este signo que sólo los sencillos reconocen, y se niega a los sabios y soberbios. Auméntanos, Señor, la fe que se nos pone enferma por contagio. Crece el número de inclementes, 73

de discípulos cobardes, de cazadores de milagros que te siguen por todas partes. Bendice, Señor, al que cree en tus palabras y en tus obras. Sana a este mundo enfermo de rencor, de injusticia y de increencia.

17.-SANACIÓN DEL ENFERMO DEL ESTANQUE Jn 5,1-16

Meditación-contemplación El evangelio de Juan hace referencia a varias fiestas de los judíos, en las cuales Jesús participaba. En cada una de ellas se revela al pueblo de forma diversa. Unas veces, por medio de un “signo” maravilloso, como lo llama el evangelista; otras veces, con un discurso de una profundidad extraordinaria. El evangelista hace referencia a una fiesta, sin nombrarla. Los judíos estaban obligados a ir a Jerusalén en tres fiestas principales: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Se 74

trata, ciertamente, de una de estas tres. En Jerusalén existe un estanque en un lugar situado al nordeste del templo, llamado Betesda. Allí estaban echados muchos inválidos, ciegos, cojos y paralíticos. Esperaban el movimiento de las aguas, a las que se atribuye un poder sanador. Algunos manuscritos atribuyen al ángel del Señor el movimiento de las aguas. El enfermo, o sufría una parálisis aguda, o revela tener poca destreza para conseguir llegar el primero para conseguir la salud. Al verlo, Jesús se interesa por su situación. Cuando se entera que lleva treinta y ochos años esperando su oportunidad, le ordena: “Levántate, carga con tu camilla y echa a andar” (Jn 5,8). Al instante quedó sanado. Obedeciendo la orden de Jesús, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado. Los judíos intervienen para recordarle: “Es sábado y no te está permitido llevar la camilla” (Jn 5,11). El enfermo ignoraba que había sido Jesús el que lo había sanado. Entre tanto, Jesús se había escabullido entre la gente. Sólo más tarde, cuando se enteró que había sido Jesús quien lo había sanado, el hombre se fue a informar a los judíos.

Asimilación Los sinópticos narran la sanación de un paralítico realizada por Jesús. Marcos y Lucas también sitúan la sanación al principio del ministerio público. La sanación que Juan narra no coincide con la narrada por aquéllos. En el caso narrado en los sinópticos, el paralítico contó con la ayuda de varios amigos, dispuestos a levantar la techumbre para presentarlo ante Jesús. En el caso que presenta Juan, en treinta y ocho años nadie ayudó al paralítico a descender al estanque. Jesús no sólo se interesó por la salud física del enfermo. Cuando lo encuentra más tarde en el templo, se interesa por su salud espiritual. Le advierte: “Mira que has sido sanado. No vuelvas a pecar, no te vaya a suceder algo peor” (Jn 5,14). Aunque en otros lugares se rechaza que la enfermedad esté relacionada con el pecado (Jn 9,3), el evangelista admite una cierta conexión entre el sufrimiento y el pecado. La violación del sábado se presenta como la cuestión central de la sanación del enfermo. Como sucedió en casos semejantes, la sanación del enfermo en sábado enfrentó a Jesús con los responsables del pueblo judío. En otros relatos de sanación, aparece de forma significativa la fe del enfermo, de sus allegados o de sus amigos. Aquí, el relato de la sanación sirve únicamente para poner de 75

relieve la compasión de Jesús, que se interesa por la situación del enfermo. Le devuelve la salud, sin que nadie se lo pida. Ni siquiera el enfermo. Jesús se revela como fuente de vida. Los treinta y ocho años que lleva el enfermo, coinciden con el número de años que los israelitas peregrinaron por el desierto, sometidos al sufrimiento y con la esperanza muy debilitada. Con la sanación, Jesús puso fin al sufrimiento del enfermo y le devolvió la esperanza de una vida más feliz.

Acción Lo que la sociedad judía no realizó en treinta y ocho años con el enfermo, Jesús lo hizo en un momento, movido a compasión. Le dijo: “Levántate, toma la camilla y vete a tu casa” (Jn 5,8). Los adversarios de Jesús, en lugar de alegrarse al ver al paralítico sanado camino de su casa, se dedican a investigar quién había realizado la sanación. Cuando se enteran que había sido Jesús quien lo había sanado en sábado, manifestaron el deseo de matarlo. A la violación del sábado añaden otro motivo: “Se igualaba a Dios, llamándolo Padre suyo” (Jn 5,18). Los paralíticos de ayer, siguen todavía hoy con sus parálisis particulares: desempleo, marginación. Los tropezamos en las plazas, en la calle, a la puerta de nuestros templos. Llevan mucho más de treinta y ocho años pidiendo soluciones a sus problemas, y nadie se las da. La sociedad con sus dirigentes, después de muchas promesas aún no les han dicho: “Levántate y anda; vete a tu casa” a disfrutar de una vida más digna y más feliz. Los discípulos de Jesús formamos parte de esta sociedad. No podemos ignorar la situación y escudarnos en la negligencia de los poderes públicos. Pongamos manos a la obra, para acabar con este espectáculo escandaloso de enfermos, maltratados, explotados y desahuciados, que reclaman ser sanados de sus heridas y parálisis.

Oración El pobre, el enfermo, siempre esperan que una mano amiga ponga remedio a su impotencia. Por las avenidas y plazas, en las esquinas de las calles, mendigos de salud, de amor y esperanza, alargan esa mano pedigüeña, 76

que tanto les molesta al rico, al poderoso, golpeándoles la conciencia. Pasaron treinta y ocho, como si pasaran cincuenta. El pobre permanece ahí, lo encontraremos a la vuelta. Jesús del amor responsable, de misericordia sin límites, no pases tú de largo frustrando la esperanza. Aunque hagas esperar, poniendo a prueba la paciencia, tú, Señor, siempre llegas con tu regalo, por sorpresa. Algún día pasarás tú con cara de hombre bueno, en la noble sonrisa de los niños, en la palabra de un amigo, en otro enfermo solidario que tiende temblando su mano. Entre corbatas y collares, entre los ricos comensales, banqueros usureros, políticos corruptos y comerciantes egoístas, surgirá siempre un buen samaritano.

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18.- EL HIJO SIGUE TRABAJANDO COMO EL PADRE Jn 5,17-21

Meditación-contemplación Después de sanar al paralítico, los dirigentes buscaban matar a Jesús. Éste es el primer síntoma de hostilidad de los dirigentes judíos contra él, “porque hacía aquellas cosas en sábado” (Jn 5,16). El evangelista sugiere que existieron otras sanaciones en sábado. Añade otra razón para la persecución: “Jesús proclamaba que Dios era Padre suyo, igualándose a Dios” (Jn 5,18). El discurso que sigue a la sanación del paralítico revela una gran profundidad teológica. Jesús había manifestado su señorío sobre la enfermedad y su capacidad de rehabilitar a la persona. En el discurso revela algo más importante: proclama su poder de dar la vida y de juzgar. Como el Padre “da la vida”, del mismo modo el “Hijo da la vida”. Dios le “encomienda la tarea de juzgar” (Jn 5,21-22). El poder de dar la vida y resucitar muertos, pasa a primerísimo plano en el largo discurso de Jesús. Para eso lo envió el Padre a este mundo, en que la muerte sale al camino a cada paso. Defender la vida, cuidar que sea feliz y exuberante, es más importante que sanar en sábado o en domingo. Jesús explica a los judíos que lo persiguen, dónde está el secreto de las obras maravillosas que realiza. Él vive en comunión con el Padre, y lo que el Padre hace lo hace igualmente el Hijo. Ahí está el secreto durante muchos siglos encubierto, y que ahora Jesús lo ha desvelado.

Asimilación Jesús prosigue dando nuevos pasos para darse a conocer al mundo. A través de los “signos” maravillosos que realiza, todos lo pueden conocer. La sanación del paralítico es uno de ellos. Ahí revela un poder que sobrepasa la frontera de lo meramente humano y natural.

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El mismo Jesús se encarga de desentrañar el secreto que se oculta detrás de la sanación del paralítico. No, él no es un milagrero que busca el aplauso en las calles y las plazas. Él llama a Dios “Padre suyo”, aunque a los maestros y entendidos no les guste. Como Hijo modelo, “hace lo que ve hacer al Padre… Porque el Padre lo ama y le muestra lo que hace” (Jn 5,19-20). Jesús manifiesta que no sólo tiene poder para sanar al paralítico. Él ha recibido del Padre otros muchos poderes más importantes: El poder para dar la vida; el poder de resucitar a los muertos; y, finalmente, el poder de juzgar al mundo. Todos estos poderes son propios de Dios. Jesús disfruta de ellos porque es el Hijo del Padre, cosa que sus adversarios no quieren reconocer. Jesús justifica las sanaciones en sábado, en primer lugar, por razones humanitarias. En sábado se puede dar de beber a un animal, sacarlo del hoyo en el que ha caído. ¿Por qué no se puede devolver la salud o la vida a una persona? (Lc 13,15; 14,5). Pero existe una razón más profunda: “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mt 12,8). Como Señor del sábado, Jesús se dedica a hacer el bien también en este día. “El evangelio de la verdad”, escrito del siglo II, dice que el sábado es “un día en que la salvación no puede estar ociosa”. El libro hace referencia también al “día perfecto”, que es el “sábado de la eternidad”.

Acción En los discípulos se acentúa la certeza de que Jesús es igual al Padre, por ser Hijo de Dios; y es inferior al Padre, en su condición de Hijo del hombre. En el “Hijo del hombre” hemos de fijar los discípulos la mirada. Dios nos ha mostrado en su persona les que hace. Como él, “hagamos todo lo que vemos hacer al Padre” (Jn 5,19). Jesús es el libro abierto, la fotografía, en que el Padre se nos revela tal cual es: “Felipe, quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). El Padre “resucita muertos”, “comunica vida”. A Jesús no se le puede entender, si no es entregado al servicio de la vida: sana, libera, compadece, resucita, se entrega para que los seres humanos disfrutemos de una vida pletórica y abundante. Cada ser humano en toda su complejidad y su grandeza; en sus limitaciones y pobrezas. El Padre “resucita muertos”, les comunica vida. Eso mismo hizo el Hijo y hemos de hacer los discípulos. Hay muchos socialmente muertos, que apenas cuentan en las estadísticas. A esos muertos tenemos que resucitarlos, para que paseen por las calles con dignidad; para que se sienten en los banquetes donde se sirven los mejores manjares; y en los centros de negocios donde se reparten los dineros. 79

Los enfermos son millones; las enfermedades incontables. No podemos permitir que se nos mueran, porque no hay centros de salud para ellos, por falta de doctores y de medicinas. Por falta de ternura, compasión, misericordia y justicia, que son las medicinas que más escasean. Para reponer existencias, recurramos al Creador de todas ellas, que trabaja noche y día, sin vacaciones ni horas libres. Y recordemos, que la persona es mucho más que una masa de huesos y carne que se enferman. Éste es el reto que se nos presenta a los discípulos de hoy. Ésta es la tarea más urgente ante este mundo, que en su inmensa mayoría desconoce a Jesús. Y desconoce también a los que oran y laboran en su nombre, sanan enfermos y resucitan muertos.

Oración Se trata aquí, Señor, de lo esencial; de una cuestión de vida o muerte. Vive quien cree, y tiene vida eterna; muere quien se ha instalado en la noche de la increencia. Quiero creer en tu Palabra, que es Palabra de vida eterna; quiero vivir en el amor del Padre, que posee la vida y la reparte entre buenos y malos, entre árboles y peces, entre la jirafa gigante y la hormiga infatigable. Hijo de hombre y Señor resucitado, que sustentas a los que viven y das vida a los muertos. Asegúranos vida vigorosa, ante la maquinaria de la muerte de los poderes terrenales, con millones de muertos en su cuenta. Tú dices, y es palabra verdadera: “Mi Padre está manos a la obra, y yo también trabajo”. Yo no quiero ser un parásito que vive del sudor ajeno. Quiero aprender del Padre para hacer su mismo trabajo. 80

Que la noche no me sorprenda Con los brazos cruzados o mano sobre mano. Quiero que el mundo vea las obras que amasaron mis manos con tus manos. Para que siempre alaben al Padre y se queden maravillados.

19.- EL HIJO DA VIDA A LOS QUE CREEN EN ÉL Jn 5,22-30

Meditación-contemplación La sanación del paralítico no dejó indiferentes a los judíos. Primero, los escandalizó; después, lo persiguen por haber sanado en sábado. No pueden tolerar tampoco que Jesús llame “Padre suyo a Dios”. Jesús no se deja intimidar. Prosigue su misión. Después de proclamar que “el Hijo da vida a los que él quiere”, Jesús anuncia que Dios le ha confiado “la tarea de juzgar” (Jn 5,22). El evangelista señala: al Hijo se le dio el poder de juzgar, “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,23). Existe aquí una alusión a las palabras proféticas de Daniel. Allí aparece un anciano sentado en un trono ejerciendo el juicio (Dan 7,9-13). El anciano representa a Dios. El evangelista es más audaz. Confía el juicio a la “figura humana”, que los autores del nuevo testamento identifican con Jesús. 81

Como ha expresado anteriormente Jesús, el juicio se está celebrando, día a día. “El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios” (Jn 3,18). El evangelista insiste en la acogida de Jesús como enviado del Padre, y en dar crédito a su palabra. Es así como cada persona decide su futuro. Quien cree en Jesús como enviado del Padre y acoge con fe su palabra, “tiene vida eterna y no es sometido a juicio” (Jn 5,24). La fe en Jesús como enviado de Dios y en su Palabra de vida, es una garantía de futuro. Llegará la “hora en que oirán la voz del Hijo de Dios, y los muertos vivirán” (Jn 5,25).

Asimilación Jesús ha devuelto la salud al paralítico y la libertad de movimientos para seguir viviendo. Allí queda una multitud de personas paralíticas, que representan al pueblo que Jesús viene a dar vida: En la Palabra “estaba la vida” (Jn 1,4). El hombre paralizado que Jesús “ha puesto en pie”, representa a la humanidad que será sanada por él, para emprender el camino de su liberación. El evangelista habla de dos tipos de juicio, que están ya en marcha. El juicio que viene a realizar Jesús, enviado por el Padre, es un juicio de salvación. “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo” con un juicio condenatorio, “sino para salvar al mundo” con un juicio de salvación. Jesús actúa como juez, porque el Padre ha puesto en manos del Hijo todo el poder de juzgar. “Llegó la hora” en que “los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. Los que la oiga vivirán” (Jn 5,25). El evangelista utiliza dos expresiones ricas de contenido: “Pasar de la muerte a la vida”; y “resucitarán para vivir” (Jn 5,24.29). Las dos expresiones tienen contenido pascual. “Pasar de la muerte a la vida”, significa para los discípulos: morir con Jesús al pecado en el bautismo y resucitar con él a la vida de resucitados (Rom 6,4-11). “Los que están en los sepulcros… resucitarán para vivir e incorporarse a la multitud que sigue a Jesús resucitado, como “pionero de los que han muerto” (1Cor 15,20-24). Aquí se plantea claramente el hecho de la resurrección de los muertos. En esta etapa definitiva, aparecerá el juicio permanente que tiene lugar en este mundo. “Los que hicieron el bien resucitarán para vivir”. Los que hicieron el mal, “resucitarán 82

para un juicio” de condenación (Jn 5,29). Por dos veces Jesús utiliza la expresión: “Sí, les aseguro”. Es la forma utilizada en este evangelio, para revelar la contundencia de la palabra de Jesús. Él empeña su palabra: “Resucitarán para la vida” (Jn 5,29), y una vida eterna.

Acción El discurso concluye con una especie de confesión por parte de Jesús, plenamente consciente de su condición de Hijo y de su misión: “No pretendo hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquél que me envió” (Jn 5,30). Jesús no es un “hijo rebelde”, que pretende ignorar su relación con el Padre. Reconoce su condición de Hijo, y asume los designios de Dios sobre su vida y sobre su misión. “Hacer la voluntad del que me envió” (Jn 5,30), es como un estribillo que se repetirá constantemente en el resto del evangelio. La primera condición que se exige a todo discípulo, es tener conciencia clara de su condición de “hijo de Dios”. A partir de ahí, tenemos perfectamente señalado el camino. Es el que hizo Jesús, el Hijo de Dios: “Hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30). Tomemos conciencia de nuestra condición de enviados, para continuar la misión de Jesús en el mundo. Sólo podemos disfrutar de la vida eterna que Jesús anuncia, si creemos en su Palabra, si creemos en su persona, si seguimos el itinerario que nos dejó, como Hijo obediente del Padre. Quienes recorran su camino, “pasarán de la muerte a la vida” (Jn 5,24) que perdura para siempre. Tendrán parte en su resurrección.

Oración Desde Oriente a Occidente, un grito llena los silencios: Queremos vida y no muerte, felicidad y gozo verdadero, jóvenes con sonrisa adolescente, ancianos sin mirada triste. Queremos, Señor, oír la voz del Padre que a los muertos da vida eterna y a los vivos nos hace fuertes, para hacer el camino que nos queda, 83

con los que aman, con los que arriesgan, con los que luchan a cara descubierta y que nunca se esconden. Sabemos que los muertos al final de los tiempos resucitan. Han de resucitar también ahora a la esperanza que resiste el vendaval del desaliento. Tú quieres que creamos en Jesús, que es la resurrección y la vida, y así venzamos a la muerte. No pretendemos, Señor, que hagas nuestro querer y voluntad. Hágase por siempre la tuya, más sabia y más segura. Sé que soy débil, inconsistente, y no puedo hacer nada por mi cuenta. Yo prometo, y no cumplo; exijo, y no respondo. Apaga en mí la fiebre posesiva de lo efímero y lo caduco.

20.- TESTIGOS VERDADEROS DE JESÚS Jn 5,31-47

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Meditación-contemplación Los judíos consideran que Jesús es “testigo en su propia causa”; y su testimonio no es válido. El mismo Jesús confiesa: “Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido” (Jn 5,31). La ley establece que “solo por el testimonio de dos o tres testigos se podrá fallar una causa” (Dt 19,15). Un sólo testigo no es suficiente. La norma es especialmente válida cuando se trata de la condena a muerte (Dt 17,6). Este principio es invocado en varios textos del nuevo testamento. Cuando se trata de corregir a un hermano, antes de expulsarlo de la comunidad, Jesús ordena: “Hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos” (Mt 18,16). No se trata de condenar a nadie, sino de confirmar en la palabra de Jesús, en su poder para “dar vida” y para “ejercer la tarea de juzgar”. Para que no quede ninguna duda, Jesús aporta cuatro testigos: Juan Bautista, las obras maravillosas que realiza, el Padre que lo envió y las Escrituras. Todos ellos están estrechamente unidos al testimonio del “Otro”, con mayúscula, que es el testimonio de Dios, en el cual se sustentan los demás. Juan es un testigo “enviado por Dios” (Jn 1,6); Jesús realiza las obras “por encargo del Padre” (Jn 5,36); la Escritura “es inspirada por Dios” (2Tim 3,16). Dios es, por tanto, el testigo principal al que Jesús recurre constantemente: “El que me envió está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29).

Asimilación El evangelista hace pasar, uno tras otro, los cuatro testigos que Jesús ha invocado. El primero de ellos es Juan Bautista. Desde el principio del evangelio, se le reconoce como uno de los testigos de Jesús más cualificados: “Juan grita dando testimonio: Éste es aquél que yo decía: El que viene detrás de mí es más importante que yo” (Jn 1,15). Los mismos judíos enviaron una delegación a Juan Bautista para obtener información. Les informó sobre alguien que ellos “no conocen”, al que él “no es digno de desatarle la correa de su sandalia” (Jn 1,27). Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). El segundo testigo es mucho más valioso que el de Juan: Las obras que Jesús realiza en nombre de su Padre. En varias ocasiones hace Jesús referencia a sus obras. “Las 85

obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí” (Jn 10,25). “Las obras que mi Padre me encargó hacer y que yo hago atestiguan a mi favor”(Jn 5,36). “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí” (Jn 10,25). Cuando Juan envía a sus discípulos para que le informan sobre Jesús, éste simplemente les dice: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen: los ciegos recobran la vista…” (Mt 11,4-6). En este proceso ascendiente, Jesús acude al máximo testigo: “El Padre que me ha enviado da testimonio de mí” (Jn 5,37). Jesús formula una grave denuncia contra los adversarios, que presumen de su religiosidad ante el pueblo. “Ustedes nunca han escuchado su voz, ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes” (Jn 5,37-38). Finalmente, Jesús acude al testimonio de la Escritura. “Ella da testimonio de mí” (Jn 5,39). También aquí lanza Jesús veladamente una denuncia contra sus adversarios: “piensan que la Escritura encierra la vida eterna” (Jn 5,39). Renuncian acercarse a Jesús, privándose así de disfrutar de la vida duradera. Únicamente están pendientes de los “honores que se dan unos a otros, en lugar de buscar el honor que sólo es debido a Dios ” (Jn 5,44).

Acción La lista de testigos que ofrece el evangelio de Juan, señala una vía muy válida y segura para acercarnos a Jesús. Juan Bautista señala certeramente la primera vía: “Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu Santo es el que ha de bautizar con Espíritu Santo” (Jn 1,33). El discípulo de Jesús ha sido bautizado con Espíritu Santo, para convertirse en el Juan Bautista de nuestro tiempo. La misión: Dar testimonio de Jesús. La segunda vía es la de las obras. Este testimonio es imprescindible para un discípulo. La enseñanza de Jesús no deja lugar a dudas: “Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo” (Mt 5,16). Por las obras han de reconocer nuestra identidad de discípulos: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tienen unos a otros” (Jn 13,35). Así lo confirma el dicho popular: “Obras son amores y no buenas razones”. Obras que son fruto de la fe madura y del amor apasionado. Tercera vía: las Escrituras. Jesús denunciaba a los judíos por “estudiar las Escrituras”, y no creer en él. Nuestra situación es mucho más preocupante. Son muchos los discípulos que “ignoran las Escrituras”. No las leen, no las estudian, no las meditan, no las oran. Y naturalmente “no encuentran en ellas la vida”. Es un mal sueño de una noche de verano pensar, que estos discípulos pueden ser testigos de Jesús. 86

Finalmente, Jesús hace una denuncia muy grave: “Yo sé que ustedes no tienen el amor de Dios” (Jn 5,42). Lo que tiene prioridad es el propio interés: buscarse los honores unos de los otros. La “carencia de amor” hace imposible la solidaridad con los oprimidos, los marginados y los necesitados. Estamos más dispuestos a “quitar la vida”, que a “entregarla”, como Jesús.

Oración Gentes de esta generación reclaman con urgencia testigos. Testigos de que Dios existe, testigos de que Jesús es el Mesías, que vino de los cielos y habitó entre nosotros. Testigos de esperanza, cuando en algún rincón de nuestra tierra se escuchan tambores de guerra, y el chasquido de gritos de violencia. También a ti, Señor, te reclamaron testigos con urgencia. Vino Juan y no le creyeron. Dios se pronunció en el Jordán: “Es éste mi Hijo muy amado”. Y los que presumían ser sus fieles, tampoco le creyeron. Esta generación de duro corazón y fe inmadura, vio tullidos cargar con su camilla, y no creyeron; leprosos con carne de niño, y no creyeron; hasta muertos con vida, y no creyeron. Yo creo, Señor, a tus testigos: al Padre que me dice que eres su Hijo; a tu Palabra de profeta que jamás ha mentido; a tus obras que hablan solas, sin necesidad de testigos. ¡Dichosos los que creen y han creído, sin nunca haberte visto! 87

21.- JESÚS MULTIPLICA PANES Y PESCADOS Jn 6,1-15

Meditación-contemplación Es importante situarnos adecuadamente desde el primer momento, ante este nuevo “signo” del evangelio de Juan. Una buena ubicación nos ayudará a entender mejor y a asimilar con gozo la grande y profunda “catequesis” que Jesús ofrece a continuación. El evangelista empieza por situarnos: “Jesús subió al monte y se sentó allí con los discípulos” (Jn 6,3). El monte hay que ubicarlo en las inmediaciones de Tiberiades. El monte interesa más por su valor simbólico que por su emplazamiento. El monte tiene numerosas resonancias bíblicas. Entre otras, las manifestaciones de Dios a Moisés narradas en el Éxodo. Jesús se encuentra ante una multitud que necesita alimentarse. “Eran unos cinco mil”. En aquel lugar no hay medio de conseguir alimentos para tanta gente. A Jesús le preocupa la situación. Cuenta primero con los discípulos y después con la gente, para encontrar una solución. Busca la colaboración de los discípulos y de un muchacho, que 88

posee cinco panes de cebada y dos pescados. Todos ponen manos a la obra. Jesús se encarga de que todos coman hasta saciarse, y de que se llenen doce cestos con las sobras. Al llegar el momento del reparto, Jesús hace tres gestos: Toma los panes en sus manos, pronuncia la “acción de gracias”, se puso a repartirlos. No bendice los panes. El verbo utilizado significa “dar gracias”. Jesús da gracias al Creador, que alimenta a los seres que ha creado. A los humanos nos confía la responsabilidad de repartirlos, de modo que todos “queden saciados” y aún sobre.

Asimilación El evangelista aporta un dato importante: “Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos” (Jn 6,4). Por segunda vez aparece en este evangelio la fiesta más importante de los judíos. Es la fiesta de la liberación y de la constitución del pueblo. La alusión a la Pascua encaja perfectamente con el discurso que viene a continuación. La multiplicación de los panes y los pescados aparece en los cuatro evangelios. En el trasfondo está el hecho maravilloso del Éxodo, cuando Dios alimentó al pueblo en el desierto. Por la relación que existe entre los dos hechos, algunos autores titulan este capítulo: “El pan del nuevo Éxodo”. La mención del monte, de la Pascua y del maná, revela el contexto pascual en que se desarrolla todo el relato. Hay quien relaciona el caminar de Jesús sobre las aguas, con el paso del Mar Rojo (Jn 6,16-21). El encuadre pascual parece no ofrecer duda. En la gran plegaria de la noche pascual (“Haggadad”), se relaciona el paso del Mar Rojo y el maná. Como sucede otras veces en el evangelio de Juan, Jesús empieza el gran discurso sobre el “pan de vida”, con un signo. En este caso, el signo es espectacular: alimenta a una gran multitud con sólo cinco panes de cebada y dos pescados. Es evidente que Jesús se conmueve ante la multitud, por carecer de alimento. Pero la compasión no parece explicarlo todo. Los gestos y las palabras de los relatos de la multiplicación de los panes, guardan gran similitud con los que realizó Jesús en la cena pascual con los discípulos. Así lo entendieron muy pronto las primeras comunidades. El hecho maravilloso de multiplicar los panes y los peces, sirve al evangelista para presentar el alimento necesario para vivir como hijos de Dios. Le dará el nombre de “pan de vida”. El relato concluye con una confesión de fe de la gente: “Éste es el profeta que había de venir al mundo” (Jn 6,14). Deciden “llevárselo para coronarlo rey” (Jn 6,15). Esto indica que el “signo” de la multiplicación de los panes y los pescados, consiguió uno de 89

los objetivos de todo signo en este evangelio: dar a conocer a la gente quién es Jesús.

Acción El evangelista pone de manifiesto la gran sensibilidad de Jesús. No se quedó indiferente ante la multitud que lleva todo el día sin comer. Moviliza a los discípulos, cuenta con la colaboración de la gente. Él se encarga de todo lo demás. Antes de acudir a Dios para que nos haga el milagro, hagamos lo que está en nuestras manos para solucionar el hambre y otros muchos problemas de la gente. Contar con Dios para solucionar los problemas que aquejan al mundo, no entra en los planes de la sociedad actual. No pocos piensan que el ser humano cuenta con capacidad creadora y con recursos de ciencia y de técnica suficientes. No existe obstáculo que se le resista. Hay que celebrar y aplaudir los esfuerzos que se hacen en todos los terrenos y desde los diversos campos del ingenio humano. La experiencia secular nos ha demostrado que todo esto no basta. Dios ha puesto los recursos, los humanos ponemos la ciencia, el esfuerzo y la técnica. Pero algo nos está fallando: la sensibilidad, la grandeza humana que tuvo Jesús, para hacer un buen reparto. No nos vendrá mal algo de su comunicación con Dios, que nos ayude a llegar a donde los humanos no hemos sido capaces de llegar. Los discípulos no podemos perder de vista a Jesús. Él confesó su comunión estrecha con Dios, que es fundamental para organizar su vida como “Hijo de hombre”. Como hombre, Jesús gozó, lloró, sufrió, para que los seres humanos sean felices, colaborando a la felicidad de los demás. Para eso, Jesús sigue multiplicando el pan en las mesas en nuestras comunidades.

Oración Diste vista a los ciegos, limpiaste de su lepra a los leprosos, te quedaba un milagro por hacer: Multiplicar los panes y pescados, para dar de comer a los hambrientos, que hacen cola a la puerta de los ricos. Los sentaste en campo abierto con verde hierba por mantel. Repartían y repartían tus mejores amigos los discípulos, 90

y no se vaciaban los canastos. Hoy, Señor, eres tú quien nos ordena: “Denles ustedes de comer”. Nosotros no sabemos, no podemos hacer un milagro tan grande. Pero tú nos ofreces hoy un pan inmenso como el universo, que alcanza para todos si con justicia lo repartimos. Unos comieron, se saciaron, echaron el sobrante a la basura. Los pobres se quedaron esperando y aún no les llegó su turno. ¡Perdónanos, Señor, por lo mal que hemos hecho el reparto! Nos proponemos empezar de nuevo. ¡Señor, que no volvamos por enésima vez a equivocarnos! Con gran humildad te pedimos: “Dales, Señor, el pan de cada día”. Al menos otro tanto como el que nosotros tiramos al cesto de la basura. Alguien ha escrito: “Libertad con hambre es una flor encima de un cadáver”.

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22.- TRABAJEN POR EL ALIMENTO QUE NO PERECE Jn 6,16-29

Meditación-contemplación A la acción maravillosa de multiplicar los alimentos para dar de comer a una gran multitud, Jesús añade un signo nuevo, que representa otra oportunidad para darse a conocer a los discípulos. Se acerca a ellos “caminando sobre el agua” (Jn 6,19). Dios mostró su dominio sobre las aguas, al dividir el Mar Rojo en dos partes, para abrir paso al pueblo camino de su liberación. Las palabras que Juan pone en boca de Jesús para presentarse a los discípulos, son las mismas que Dios utilizó para presentarse a Moisés: “Yo soy, no teman” (Jn 6,20). Juan habla de “fuerte viento y lago encrespado” (Jn 6,18); Mateo dice que la barca “era zarandeada por las olas” (Mt 14,25). El dominio que Jesús manifiesta sobre las aguas alborotadas del lago, revela su autoridad para hablar y actuar en nombre de Dios. Cuando hable del “pan de vida”, ha de ser creído por su poder y por su autoridad. En el dominio sobre las aguas del mar, Dios reveló su dominio sobre los elementos. Por el “signo” de la multiplicación del pan y de los pescados, Jesús revela que Dios cuida de la gente, para que no perezca de hambre. Ahora, caminando sobre el agua, Jesús manifiesta tener un poder, que los discípulos aún no conocen. Por eso, “se asustaron”. Mucho les queda todavía por conocer, hasta que en la Pascua se les manifieste resucitado y victorioso sobre la muerte.

Asimilación Este “signo” de Jesús marchando sobre el agua, encaja en la simbología pascual. Lo mismo que la multiplicación de los panes. La manifestación de Dios a Moisés y al pueblo, se repite bajo formas distintas. Una de ellas tuvo lugar al abrirles camino a través del mar. El salmista reconoce esta maravilla obrada por Dios. Invita al pueblo a celebrarla agradecido: “Den gracias a Yahvé porque es bueno, porque es eterno su amor… Para manifestar su poder increpó al Mar Rojo y se secó; los condujo por sus aguas profundas” (Sal 106, 1.8-9). 92

Caminando sobre el lago alborotado, Jesús manifiesta también su poder. Esto mismo indica su fórmula de presentación: “Yo soy”. Revela así la majestad que le permitirá actuar a lo largo del evangelio con poderes extraordinarios, concedidos por el Padre que lo envió. Jesús caminando sobre el lago, es un signo de la presencia salvadora de Dios ante su pueblo. El reconocimiento de los discípulos se produce de forma progresiva. Al principio, se asustaron. Después terminan por reconocer a Jesús. La gente quedó impactada por el signo de la multiplicación de los panes y pescados. A la mañana siguiente se van en busca de Jesús. Lo encontraron en la otra orilla, al borde del lago. El diálogo con Jesús es revelador. La gente no había sabido leer el “signo” de la multiplicación de los alimentos. Se habían quedado con el milagro, y no habían captado el mensaje. Jesús se lo explica ahora: “Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura y da vida eterna” (Jn 6,27).

Acción Si nos atenemos a la versión que ofrecen los evangelios, la reacción de los discípulos al ver a Jesús marchando sobre el agua no es la misma. Para Juan y para Marcos, la reacción de los discípulos es de susto. En el evangelio de Mateo, el episodio concluye con una confesión de fe: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33). Sin decirlo abiertamente, esto mismo pretende suscitar Juan en los discípulos. Es necesario creer en el poder de Jesús, para asumir el “duro lenguaje” sobre el pan de vida, y lo mucho que aún les queda por oír y por ver. La denuncia que hace Jesús es perfectamente válida para los tiempos actuales. Todavía son muchos los “cazadores de milagros”, que circulan dentro y fuera de nuestras comunidades. Lo que interesa es “hartarse de pan”, y que Dios nos resuelva los problemas. Para eso, estamos dispuestos a remover cielo y tierra: “llegar hasta la otra orilla” (Jn 6,25). Jesús corrige nuestra visión equivocada: “Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura y da vida eterna” (Jn 6,27). El Hijo del hombre es quien da este alimento y señala la forma de conseguirlo. Hay que realizar la obra de Dios. Y la obra de Dios es ésta: “Creer en aquél que él mismo envió” (Jn 6,29). El enviado, no es otro que Jesús. Conseguir la “vida eterna” no es cuestión solo de obras, sino de fe, que se hace operativa por la caridad.

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Oración Después que comieron hasta hartarse, iniciaste, Señor, tu catequesis. ¡Qué difícil es predicar a una masa que tiene hambre! Nos movemos de un lado a otro, hacemos colas en mercados, supermercados y negocios, por este pan, el nuestro cotidiano. Pero hay, Señor, otro pan del que millones de hombres jamás han sentido hambre. Este pan eres tú, que has proclamado ante la multitud de los saciados: “Yo soy el pan de vida”. Pan de vida es tu Palabra, leída, meditada, proclamada; orada y repartida entre muchos, que tienen hambre no sólo de pan, sino también de tu verdad y tu justicia. Sólo tú, Señor, tienes la Palabra que sacia nuestra hambre, y que nos da la vida eterna. Multiplícala en nuestras mesas, en los templos y en nuestras casas. Y que no tengamos vergüenza en pregonarla en vivo por los tejados y las plazas. Danos, Señor, el pan que has traído del cielo; y no oigamos más tu reproche: “No me buscan por lo que han visto, sino por hartarse de pan”.

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23.- MI PADRE ES QUIEN LES DA PAN DEL CIELO Jn 6,30-47

Meditación-contemplación Después de oír la propuesta de Jesús sobre el “pan que no perece” y sobre la fe en él como enviado del Padre, la gente exige un signo: “¿Qué signo haces para que veamos y creamos?” (Jn 6,30). En esto, se asemejan a las autoridades del templo, que también exigían a Jesús un “signo” (Jn 2,18). La gente se adelanta a presentar un signo de todos bien conocido: En el desierto Dios dio a comer a sus antepasados “pan del cielo”. Este pan era el maná. Pareciera que la gente exige a Jesús que realice un milagro semejante. La aclaración de Jesús es inmediata: “No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo” (Jn 6,32). A continuación, Jesús se identifica con el pan del Éxodo a que hace referencia la cita bíblica (Éx 16,15). A partir de este momento, Jesús empieza la gran catequesis sobre el pan de vida. Del pan de vida cotidiano que Dios proporcionó al pueblo de Israel, para hacer el camino pascual hacia su plena liberación, Jesús pasa a hablar de otro pan, absolutamente necesario para hacer el camino que nace de la nueva Pascua. Las gentes buscan a Jesús preocupadas “por el alimento que perece”. El alimento que 95

Jesús ofrece, “dura y da vida eterna”. Fue necesario que la gente tuviera la experiencia de comer el pan multiplicado por la mano maravillosa de Jesús, para poder descubrir que existe otro pan, que es el que Jesús promete. Este pan es muy superior al maná con que Dios alimentó al pueblo en el desierto. El maná y el pan multiplicado por la mano poderosa de Jesús, no son más que un “signo” del pan que promete Jesús.

Asimilación Al percibir Jesús que la gente no había comprendido el signo de la multiplicación del “alimento no perecedero”, empieza su discurso sobre el “pan de vida”. Existe otro “pan del cielo”, que no es el maná. El Padre del cielo es quien proporciona y multiplica este pan. Relacionar el maná con el alimento de orden espiritual no es nuevo. El mismo Moisés dice al pueblo: “Dios te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná…, para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). El Padre, y no Moisés, es quien da el pan que Jesús promete. A este pan, Jesús lo llama “el pan de Dios” (Jn 6,33). Cuando la gente se interesa por el nuevo pan, Jesús les anuncia: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35). El lenguaje misterioso que Jesús venía usando se aclaró: Jesús es el “pan de vida”. El que cree en él ya no pasará hambre ni sed. Pero el problema persiste: la gente había visto a Jesús y las obras que realizaba, y sin embargo, no creen en él. Jesús insiste en la razón de su presencia en el mundo: la voluntad del Padre es salvar al mundo. Para acceder a esta salvación y disfrutar de la “vida eterna”, hay que contemplar al Hijo y creer en él. A quien crea, le promete resucitarlo en el último día. El evangelista hace eco del cuestionamiento que hace de Jesús la gente de su tiempo. Recuerdan sus orígenes: es el hijo de José, el artesano del pueblo; todo el mundo conoce a su padre y a su madre. El camino para reconocer a Jesús y creer en él, pasa por el Padre que lo envió: “Quien escucha al Padre vendrá a mí” (Jn 6,45). El Padre es el gran maestro; y todos los humanos somos sus discípulos.

Acción A la gente se le hizo difícil el camino para llegar a reconocer a Jesús como enviado de 96

Dios y como “pan de vida”. Primero: la gente no supo leer el “signo” de la multiplicación de los panes y pescados. Segundo: reclaman otro signo, semejante al obrado por Moisés. Finalmente, recurren a los orígenes humildes de Jesús, para justificar su incredulidad. Al hilo de las dificultades que presenta la gente para creer, Jesús revela los pasos para reconocerlo como enviado del Padre y como “verdadero pan de vida”. Con el signo de la multiplicación de los panes y pescados, Jesús da a conocer el “alimento que no perece y da vida eterna”. Al recordar el maná con que Dios alimentó al pueblo durante su peregrinación liberadora por el desierto, Jesús revela que es el Padre quien nos da el “verdadero pan del cielo”, que da la vida al mundo. Finalmente, desvela el misterio que esconden sus palabras. Jesús es el “alimento que dura y da vida eterna”. El Padre es quien proporciona este alimento para “vida del mundo”. Jesús mismo es el “pan de vida”, el “pan de Dios”. Para saciar nuestra hambre y nuestra sed, sólo se nos exige una cosa: Creer. Quien cree que Jesús es el enviado del Padre, disfrutará de todos estos dones. Creer no es mérito nuestro: “Nadie puede venir a mí, si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). La mesa está servida. Procuremos que muchos gusten el pan de vida que aún desconocen.

Oración Guiaste, Señor, a tu pueblo por un desierto desolado. Le diste a beber agua de la roca; y al despertar del alba le ofreciste el maná como regalo de una Pascua feliz y renovada. Llegó Jesús. Multiplicó los panes y pescados; y nos ofreció pan del cielo a los que hacemos el camino por los nuevos desiertos, donde a Dios se adivina en lontananza. No es Moisés, sino el Padre, el que brinda el camino a la esperanza, por el que hoy avanzamos hacia Dios. Es él quien abre ríos de agua clara para que beban los sedientos; 97

prepara el pan cada mañana para que se alimenten los hambrientos. Tú mismo eres, Señor, nuestro camino, que hay que andar con coraje a pesar de los desiertos infinitos, con la mirada puesta en lontananza; por allí cruza Dios muy de mañana. También tú eres el Pan para el camino; manantial que refresca al peregrino cuando todo se vuelve cuesta arriba. Frente al silencio, tú eres Palabra de experto, que hizo a solas el camino. Dios de todos los caminantes, de ex-esclavos y peregrinos; prepáranos el pan de amanecida, para andar con paso ligero, y no desfallecer en el camino.

24.- EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE Jn 6,47-59

Meditación-contemplación 98

Jesús se reafirma en sus palabras: “Yo soy el pan de vida”; y “les aseguro que quien cree en mí tiene vida eterna” (Jn 6,47-48). Ahora, añade: “El pan que voy a dar para que el mundo viva es mi carne” (Jn 6,51). Para un espíritu sensible, resultan un tanto fuertes las expresiones: “comer la carne” y “beber la sangre”. La cultura hebrea utiliza las palabras “carne” y “sangre”, para significar la totalidad de la persona. Los verbos “comer” y “beber”, expresan la comunión estrecha que se establece entre el que come y el alimento. Así lo expresa el mismo Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La unión que se produce entre Jesús y el que “come” el pan de vida es real y profunda. Jesús la compara con la que existe entre él y el Padre: “Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” (Jn 6,57). Jesús relaciona el “pan de vida” con la resurrección. La “vida eterna” tiene una proyección de futuro. Se vive y disfruta aquí en la tierra, y se continuará disfrutando al pasar de este mundo al Padre. Jesús establece una distinción importante entre el “pan de vida” y el maná. Los que comieron el maná murieron. El que coma el “pan de vida” no morirá (Jn 6,49-50). Los judíos dan al maná el nombre de “pan del cielo”. Se multiplicaba cada mañana; alcanzaba para todos; y duraba todo el día. Jesús identifica el “pan de vida” con su carne, con su propia persona. Algunos autores han llamado a este alimento: “el pan del nuevo Éxodo”.

Asimilación “El pan que yo doy para vida del mundo es mi carne” (Jn 6,51). Aquí llegamos al momento culminante del discurso de Jesús sobre el “pan de vida”. Es sumamente interesante esta afirmación. El signo que aporta Jesús, se convierte en otro signo más revelador y perceptible. Antes, el signo era el “pan”; ahora, el signo es la “carne”. Dicho de otra manera: el signo es la persona de Jesús con su humanidad: la “Palabra que se hizo carne” (Jn 1,14). Jesús en persona es “pan de vida” para todos aquéllos que creen que Dios lo ha enviado como salvador de la humanidad. Juan ofrece así, su visión del banquete mesiánico. Al acercarnos al discurso de Jesús sobre el “pan de vida”, hemos de hacerlo con espíritu muy abierto. Para muchos, el “pan de vida” es el mismo Jesús: su persona, su vida, su doctrina. Otros centran la atención en su significación eucarística.

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Jesús es “pan de vida” como Palabra de Dios. Isaías pone en boca de Dios estas palabras: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para el que come, así será mi palabra que sale de mi boca” (Is 55,10-11). La palabra que sale de la boca de Dios, es “pan” para comer. El evangelio de Juan asigna especial protagonismo a la Palabra. En ella “está la vida” (Jn 1,4). Quien se alimenta de ella, de su plenitud recibe vida en abundancia. A semejanza del evangelio de Juan, Pablo alude también al maná: “Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual”. “La roca era Cristo” (1Cor 10,3-4). Un poco más adelante, Pablo relaciona el pan con la eucaristía y con la humanidad de Jesús: “El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1Cor 10,16). “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55). Estas palabras de Jesús confieren entidad sacramental a los signos del pan y del vino en toda celebración de la eucaristía.

Acción El nuevo pueblo tiene ya su propio alimento para hacer su camino. Dios proporcionaba el maná gratuitamente cada día. Jesús también presenta el pan del “nuevo Éxodo”, como don gratuito del Padre. Comer este pan es condición indispensable para vivir en comunión de vida con Jesús: “Quien me come vivirá por mí” (Jn 6,57). El que recibe la vida de Jesús, comulgando con él especialmente en la eucaristía, ha de tener conciencia de que su vida, como la de Jesús, es un “alimento disponible” al servicio de las personas y del mundo. La entrega de la “carne” y de la “sangre” en Jesús no fue simbólica, sino real. La entrega a nosotros en la eucaristía es real, pero se realiza a través del símbolo del pan y del vino. El amor de Dios a la humanidad se ha de entregar, día a día, mediante la entrega personal de los discípulos. Los destinatarios del maná llegaron a aborrecerlo. Entre los ciudadanos del nuevo pueblo, son multitud los que no se alimentan del pan que Jesús ofrece. Si no lo han aborrecido, por lo menos no sienten necesidad de alimentarse de él para vivir. Los oyentes se apresuran a hacer a Jesús una petición: “Danos siempre de este pan” (Jn 6,34). Pareciera que los discípulos de hoy no sentimos esta necesidad. Todavía son numerosos los que solicitan el “pan de vida” de la primera eucaristía. A las pocas semanas, ya no se les vuelve a ver. ¿Los comulgantes, sus familiares, las comunidades, sabrán verdaderamente lo que piden? 100

Oración Aun antes de cenar con los amigos, nos revelas, Señor, en pleno día, el secreto que tienes bien guardado. Eres tú, Señor, el Cordero sin mancha ni defecto, con que celebraremos nueva Pascua. A pesar de la duda y del escándalo, proclamas ante el pueblo con voz fuerte: El pan que yo daré es mi propia carne; quien la coma tendrá por siempre vida. Ofreces, Señor, a este mundo un alimento real y verdadero, que garantiza a quien lo come resucitar de entre los muertos. Al compartir contigo pan y copa, es a ti a quien recibimos. Moriste por amor en una cruz, y por amor te das en alimento, al compartir la cena de la Pascua con tus discípulos y amigos. Nos hablaste del pan como comida, y nos hablas ahora de tu carne. Algo tuyo, que eres tú mismo, como signo visible del misterio que se esconde en el pan que da la vida. Sigue, Señor, sentándote con nosotros en esta mesa, y ofreciendo tu cuerpo entregado. Convierte nuestro ser en una ofrenda, al servicio del pobre, del doliente, del deprimido y explotado. En esta eucaristía cotidiana, signo de amor hasta el extremo, contigo, mi Señor resucitado, nos partimos y repartimos para que tengan vida los hermanos.

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25.- LAS PALABRAS QUE HE DICHO SON ESPÍRITU Y VIDA Jn 6,60-63

Meditación-contemplación Paso a paso, Jesús ha conducido a sus oyentes hasta el corazón del misterio. La referencia a la eucaristía que se ha ido insinuando, pasa ahora a primer plano. Llegó la hora de “hablar claramente y sin usar parábolas” (Jn 16,29). Esto no impidió que sus palabras continuaran siendo misteriosas. Jesús afirma con gran realismo: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55). Se trata verdaderamente de su propia carne y de su propia sangre. El realismo del lenguaje suscita una crisis en las personas que lo escuchan y en muchos de los discípulos: “Duro es este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” (Jn 6,60). La actitud de rechazo manifestada por la gente, se refiere a todo lo que Jesús ha propuesto en su discurso. Les parece “duro” lo que Jesús ha anunciado como “palabra 102

de vida”; y lo que se refiere al “alimento de vida”, referido a la eucaristía. La crisis provocada fue tan profunda que, “desde entonces muchos de sus discípulos ya no andaban con él” (Jn 6,66). Jesús se ve obligado a hacer una aclaración. Empieza por denunciar la inmadurez de los discípulos. Si no entendieron lo que les ha dicho, entenderán aún menos el momento en que el “Hijo del hombre suba a donde estaba antes” (Jn 6,62). Se refiere a su glorificación al lado del Padre por la resurrección y la ascensión al cielo. Jesús establece una clara distinción entre el “Espíritu” y la “carne”: “Las palabras que les he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). El “Espíritu” representa la fuerza vivificadora del Espíritu de Dios. La “carne” representa la fragilidad de la condición humana. Escribe Isaías: “Toda carne es heno… El heno se marchita; las flores se agostan, pero la palabra de nuestro Dios permanecerá para siempre” (Is 40,6-8). Pablo, por su parte, añade: “La letra mata, pero el Espíritu da vida” (2Cor 3,6).

Asimilación El juego de lo real y lo simbólico en ocasiones nos desorienta. Aquí existe una entrega real de Jesús, en la que está comprometida su humanidad y toda su persona. Esta misma realidad se nos presenta en forma de símbolo. Ser simbólica no quiere decir que sea menos real. Real es el envío que Dios hace de su Hijo al mundo; real, la entrega de Jesús a la muerte, como signo de amor para salvación de la humanidad; real, su presencia en su “Palabra de vida”; real, el “pan de vida”, referido a la eucaristía. Tenemos tres realidades: la persona, la palabra, la eucaristía. A diferencia de Pablo y de los sinópticos, el evangelio de Juan no narra la institución de la eucaristía. Tampoco habla Jesús de la eucaristía con los discípulos. En el presente discurso desarrolla con cierta amplitud el tema del “el pan de vida”. Las expresiones “comer la carne” y “beber la sangre” reproducen la misma realidad manifestada al instituir la eucaristía: “Tomen y coman esto es mi cuerpo”; “beban todos, porque ésta es mi sangre” (Mt 26,26-27). Estas palabras de Jesús confieren entidad sacramental a los signos del pan y del vino. Con el realismo del lenguaje, Juan afirma la realidad de la presencia de Jesús en el signo del pan y del vino. La comunión con Jesús en la eucaristía es real y verdadera: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55). “Comer la carne” y “beber la sangre”, significa la participación en la vida que Jesús vive en comunión con el Padre. Jesús vive en comunión de vida con el Padre: “Yo vivo por el Padre” (Jn 6,57). “Comer la carne” y “beber la sangre” revela la comunión de vida 103

con Jesús: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). La vida que posee el Padre permanece por siempre. Es eterna. Eterna es también la vida de Jesús, que se entrega en la eucaristía; y eterna es la vida de quien lo recibe, pues es la misma vida que comparte con el Padre y con Jesús. La eucaristía está estrechamente relacionada con la resurrección: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

Acción Para acercarnos al discurso de Jesús sobre el “pan de vida”, hemos de tener presente la advertencia de Jesús: “El Espíritu es el que da vida” (Jn 6,63). Si nos dejamos guiar por el Espíritu, en las palabras de Jesús encontraremos vida. Al contemplarlo como “palabra de vida”, y al alimentarnos del “pan de vida” en la eucaristía. En la celebración de la eucaristía, la liturgia nos introduce en el espíritu del discurso del “pan de vida”. Empezamos alimentándonos del “pan de vida” en la proclamación de la Palabra de Dios. A continuación, en la “fracción del pan” nos alimentamos con el “pan de vida”, compartido en la mesa del Señor. En el discurso sobre el “pan de vida”, el evangelio de Juan no hace referencia a la eucaristía, como “memorial” de la muerte y resurrección de Jesús. Centra su atención sobre todo en la eucaristía como alimento y como signo de comunión con Jesús. Sabemos que en la celebración de la eucaristía se realiza la comunión con Jesús, que murió y resucitó para que tengamos vida en abundancia. Hacemos memoria del Señor muerto y resucitado “comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre”. Si no lo hacemos así, Jesús nos dice: “no tendrán vida en ustedes” (Jn 6,53). Jesús nos dirige también a nosotros la pregunta: “¿Esto los escandaliza?” (Jn 6,61). Quizá las palabras de Jesús no nos escandalicen. Pero son muchos los que confiesan ser discípulos de Jesús, y su discurso sobre el “pan de vida” los deja indiferentes.

Oración Dice una voz: Grita. Respondo: ¿Qué debo gritar? Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: Se seca la hierba, se marchita la flor, 104

pero la Palabra de nuestro Dios se cumple siempre. Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza fuerte la voz, mensajero de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: Aquí está su Dios. (Isaías 40,6-9). De tu humanidad, Señor, brota ese torrente de agua, signo visible del Espíritu, que hace brotar la vida y alegra la ciudad de Dios. En esta lucha permanente del Espíritu contra la carne; de la acción poderosa de Dios y la debilidad humana, sale victorioso el Espíritu, porque “la letra mata, y el Espíritu es el que da la vida”. Envíanos, Señor, a cada instante el Espíritu sin medida sobre esta débil carne; haznos mujeres y hombres fuertes, pues tú no quieres ser un Dios para mediocres.

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26.- NOSOTROS CREEMOS QUE ERES EL CONSAGRADO DE DIOS Jn 6,64-71

Meditación-contemplación Jesús dirige su discurso a una multitud de gente reunida en la sinagoga de Cafernaún. Al final del discurso, percibe que hay personas que estaban en desacuerdo con las palabras que acababan de oír. Jesús hace una denuncia: “Hay algunos de ustedes que no creen” (Jn 6,64). El evangelista da un paso más y anuncia: “Sabía quién lo iba a traicionar” (Jn 6,64). De la multitud que lo escuchaba, muchos “lo abandonaron y ya no andaban con él” (Jn 6,66). En ellos pudo más la “debilidad de la carne”, que el Espíritu de Dios, que es el que da la vida y la capacidad para asimilar la Buena Noticia que Jesús anuncia. Concluida su actividad con la multitud, Jesús se queda con los doce, que lo han acompañado desde el principio. Trata de averiguar cuál es su actitud respecto a su persona y a sus palabras. Les plantea directamente la pregunta: “¿También ustedes quieren abandonarme?” (Jn 6,67). Entre ellos hay uno que guarda silencio, pero era uno de los que no creían. Se llama Judas Iscariote. Aquí sitúa el evangelio de Juan el inicio del proceso seguido por Judas, que concluirá con la traición y con la entrega de Jesús a sus enemigos, que le darán muerte en la cruz. Entre los doce, hay uno que toma la palabra para dar a conocer la actitud de aquéllos que no se han ido. Es Simón Pedro. Él se erige en portavoz del grupo. Se pronuncia sobre el discurso de Jesús: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

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Asimilación Jesús contrapone sus palabras, llenas de Espíritu y que llevan a la vida, con la actitud de aquéllos que se apoyan en principios humanos y hasta groseros. Los recursos humanos solos carecen de capacidad para procurar la vida que conduce a la salvación. Comprender a Jesús y adherirse a su persona es un regalo del Padre, un don del Espíritu: “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede” (Jn 6,65). Jesús se refiere a aquéllos que interpretaron de forma materialista sus palabras, y levantaron la voz en signo de protesta: “Esta manera de hablar es intolerable” (Jn 6,60). Juan revela que el grupo de los discípulos que lo acompañan reacciona de forma distinta a la gente. Éstos manifiestan públicamente su desacuerdo y abandona a Jesús. La escena de Jesús con los discípulos, tiene un paralelo en los evangelios sinópticos. Se produjo en Cesarea de Filipo. Aunque la pregunta que dirige Jesús a los discípulos no es la misma, la respuesta es muy semejante. En aquella ocasión, la respuesta de Pedro fue: “Tú eres el Mesías” (Mc 8,29). Aquí, Pedro hace una confesión de fe en Jesús más explícita: “Nosotros hemos creído y confesamos que tú eres el Consagrado de Dios” (Jn 6,69). Llegó el momento de pronunciarse, para que quede en claro quiénes son los verdaderos discípulos y seguidores. Creer no significa asumir simplemente una doctrina. Significa una opción clara y manifiesta por Jesús de Nazaret. En todo caso, Jesús hace saber al grupo que lo acompaña, que no son ellos quienes lo han elegido: “Soy yo quien los ha elegido a ustedes” (Jn 70).

Acción Jesús mantiene viva la pregunta que hacía a los discípulos: “¿También ustedes quieren abandonarme?” (Jn 6,67). En algún momento tenemos que tomarla en serio, y dar una respuesta que comprometa por completo toda la vida y la persona. Mientras esto no suceda, siempre se presenta amenazante la tentación de abandonar a Jesús. Tampoco podemos excluir la traición. Pensamos con frecuencia, que quienes hacemos un favor a Dios y a Jesús somos nosotros, cuando nos confesamos discípulos suyos. Jesús nos lo recuerda ahora y lo volverá a recordar en el discurso de la cena: “No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto” (Jn 15,16). La confesión solemne de que creemos en Jesús, como “Palabra de vida” y como “el “consagrado de Dios”, es necesaria y queda muy bien. Pero no es suficiente. A la 107

confesión de fe hay que añadir el compromiso de una fidelidad sin fisuras, y de un seguimiento a prueba de desánimos y de amenazas de abandonar, cuando la exigencia es máxima. Pedro, erigido en portavoz del grupo de amigos y discípulos fieles de Jesús, reconoce: “No tenemos a quién ir. Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,59). Es posible que la palabra de Jesús resulte en algún momento “dura” y demasiado exigente. Pero es “pan de vida”, absolutamente necesario para conseguir la vida eterna.

Oración Te reclaman, Señor, que hables más claro los discípulos mismos, tus amigos. Y ahora que desvelas el misterio, unos, levantan su voz diciendo: “Duro es este lenguaje”; otros, no creen y se alejan. Entre la multitud resuena tu palabra con la fuerza que encarna la verdad: “El Espíritu es quien da vida, y de nada vale la carne”. Como Pedro, nosotros proclamamos: “Señor, ¿a quién iremos? Nadie más que tú tiene las palabras de vida eterna”. Cuando unos niegan y otros se rebelan; cuando muchos que te siguieron, al multiplicar panes y pescados te volvieron la espalda; cuando uno de los tuyos cobardemente te entregó; nosotros proclamamos de nuevo: “Señor, ¿a quién iremos? Nadie más que tú tiene las palabras de vida eterna”. En esta hora en que muchos que creían en tu Palabra, ya no creen, y los que no creían aún siguen instalados en su increencia, nosotros confesamos ante el mundo que eres el Mesías verdadero. 108

Sabes, Señor, que es débil nuestra fe, y nuestra carne de poco vale; concédenos gozar a cada instante del Espíritu que da vida y devuelve a la carne la esperanza.

27.- SE HA CUMPLIDO Jn 7,1-24

Meditación-contemplación El evangelio de Juan sigue sirviéndose de las fiestas judías para hacer una nueva presentación de Jesús. Se trata de la fiesta de los Tabernáculos o de las Tiendas. Se celebraba seis meses después de la fiesta de la Pascua, mencionada anteriormente (Jn 6,4). Su celebración se realiza en los campos, donde la gente se construía sus “tiendas”. Era una fiesta de acción de gracias por los frutos recogidos. Se relacionó esta fiesta con la estancia de los israelitas en el desierto, donde vivieron en tiendas. Se la asoció también al agua que brotó de la roca en Horeb, y a la columna de fuego que guió al pueblo por el desierto. Los discursos de Jesús serán acogidos con una hostilidad exacerbada. El evangelista nos pone al corriente del ambiente que reinaba, contrario a Jesús. “No quería recorrer Judea porque los judíos intentaban darle muerte” (Jn 7,1). Durante su anterior presencia en Jerusalén habían intentado asesinarlo (Jn 5,18). El evangelista presenta la actitud contradictoria de los familiares de Jesús. Por un lado, 109

presionan a Jesús para que vaya a la fiesta y realice una exhibición de sus poderes milagrosos. No se puede dar a conocer actuando a escondidas. Por otra, “ni los propios parientes creían en él” (Jn 7,5). Ignoramos qué intereses ocultos buscaban con la actuación espectacular de Jesús. Jesús sube a la fiesta de incógnito a mitad de semana. El evangelista habla de una cierta expectación por parte de la gente, y de la división de opiniones sobre Jesús. Unos, consideraban que era una buena persona; otros, creían que engañaba al pueblo. Una vez llegado a Jerusalén, Jesús se dirige al templo, donde se pone a enseñar. Los discursos de Jesús en el templo se producen en un clima polémico. Se desarrollan, además, en forma de diálogo áspero, con réplicas y contrarréplicas.

Asimilación Los parientes (“hermanos”) de Jesús pretenden impulsarlo hacia un mesianismo político-social. Esta prueba a que intentan someter los parientes a Jesús, no dista mucho de las tentaciones que narran Mateo y Lucas al principio de la actividad pública de Jesús (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). No se dejó manipular, y subió de incógnito a la fiesta. Cada intervención de Jesús provoca en la multitud opiniones y actitudes encontradas. El “sí” y el “no” a Jesús aflora en cada ocasión que habla o actúa. Esto le aconteció en el templo. Jesús manifiesta abiertamente que “no habla por su cuenta”, que “no busca su gloria personal”, sino que procede con verdad y con justicia. A pesar de todo, sus enemigos “intentan darle muerte”. La discusión recae, una vez más, sobre la observancia del reposo sabático. El enfrentamiento es fuerte. Jesús los acusa de no cumplir la ley de Moisés. Los enemigos le replican: “Estás endemoniado” (Jn 7,20). Pero Jesús defiende las obras maravillosas que realiza a favor de los enfermos y de las personas que sufren cualquier forma de opresión. Jesús acusa a los enemigos de incurrir en una contradicción. Por una parte, “circuncidan a un hombre en sábado para no quebrantar la ley de Moisés”. Por otra, “se enojan” con Jesús, por haber sanado por completo a un hombre en sábado. Somos especialistas los humanos en plantear conflictos, muchas veces de gran importancia, en los que está en juego nada menos que la vida de las personas. Y no siempre la vida sale ganando la partida. La muerte, que es el mayor enemigo de la persona y de vida, se alza con la victoria. Y lo celebramos como un triunfo.

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Acción Los parientes de Jesús creen que ha llegado la hora de que se manifieste públicamente y revele ante el mundo sus poderes. La respuesta de Jesús fue clara y contundente: “Aún no ha llegado mi hora, mientras que para ustedes cualquier tiempo es bueno” (Jn 7,6). La cronología de Jesús y la de los humanos no siempre coincide. Jesús piensa en la “hora” de pasar del mundo al Padre. Tendrá lugar en su pasión, muerte y resurrección. Los tiempos de Dios son perfectos. Jesús estuvo siempre atento a hacer en cada momento lo que Dios pedía de él. Dios pone todo el tiempo a nuestra disposición. Todo tiempo es bueno para discernir y para tomar las opciones correctas, especialmente en lo que se relaciona con Dios y con el seguimiento de Jesús. El reto de optar por seguir a Jesús, y el de enfrentarse con él o abandonarlo, se nos presenta a cada instante, en la vida personal, familiar, social, económica, religiosa y política. No es fácil pronunciarse, cuando son muchos los intereses en juego. Jesús sí se pronunció y se mantuvo fiel a su opción, afrontando el riesgo de morir. Al final, ése fue el desenlace de su vida. Los discípulos de Jesús no podemos renunciar a hacer el bien en favor de las personas, sea cual sea la reacción de la gente, simpatizantes o adversarios. Jesús nos pone en guardia: “No juzguen por las apariencias, sino según justicia” (Jn 7,24).

Oración En la noche del corazón de este mundo en tinieblas, duele como un parto prematuro la larga sombra de tu ausencia. Ven, Señor, te necesitamos, aunque muchos no se lo crean, para llenar de gozo las tertulias, revivir ilusiones muertas, devolver libertad a las palomas, y alegrar con el vino de tu Espíritu nuestras bodas y nuestras fiestas. No nos vengas de incógnito, a escondidas, aunque los riesgos sean grandes de que te espíen, te persigan, te apresen, te ajusticien; 111

de nuevo la historia se repita. Queremos verte a cara descubierta, en el corazón mismo de la fiesta, celebrando la vida, cantando una canción de amor, jugando con los niños, rompiendo las cadenas, plantando en el jardín un árbol, coronando a la reina de la fiesta, y arrojando a la hoguera odios, rencillas y reyertas la noche de san Juan. Sabemos que no buscas gloria propia, sino sólo la gloria de aquél que te envió; que dices la verdad y denuncias con fuerza la injusticia. ¡Cómo disfrutas cuando el hombre se corona de vida y libertad!

28.- DONDE YO VOY USTEDES NO PUEDEN IR Jn 7,25-36

Meditación-contemplación

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No debemos olvidar el ambiente contrario a Jesús que se respiraba. El evangelista ha proporcionado un dato, que confirma el rechazo de que era objeto Jesús por parte de las gentes de su tierra: Andaba por Galilea porque los habitantes de Judea querían darle muerte (Jn 7,1). Muchos se reunían en el templo con ocasión de la celebración de esta fiesta. A pesar de que los dirigentes del pueblo lo buscaban para matarlo, Jesús se presenta en el templo y se pone a enseñar a la gente públicamente. Eran varias las preguntas que se hacía la gente. Primera: “¿Cómo este hombre es tan instruido sin haber estudiado?” (Jn 7,15). Entre los judíos, el conocimiento de la lectura y de la escritura se centraba en los textos bíblicos, que se utilizaban para enseñar a los niños. Segunda pregunta: “¿Habrán reconocido realmente las autoridades que éste es el Mesías?” (Jn 7,26). No hace mucho intentaban matarlo. Jesús trata de responder las preguntas que se relacionan con sus orígenes y con el Mesías. La respuesta no carece de ironía. “Nadie sabe de dónde viene el Mesías”. Sin embargo, ellos saben de dónde viene Jesús. Esta parte del discurso concluye con un nuevo intento de arrestarlo. De nuevo el evangelista repite el estribillo: “No había llegado su hora” (Jn 7,30). A pesar del clima adverso que se respiraba, “muchos de entre la gente creyeron en él” (Jn 7,30). En vista de su enseñanza y de los “signos” extraordinarios que realizaba, la gente se hacía preguntas como ésta: “Cuando venga el Mesías ¿hará más signos que éste?” (Jn 7,31).

Asimilación La atención se centra ahora sobre la persona de Jesús. A las gentes que afirman conocer sus orígenes, Jesús les responde: “Yo no vengo por mi cuenta, sino que me envió el que dice la verdad” (Jn 7,28). También explica los orígenes de su sabiduría: “El que está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios, podrá comprobar que mi enseñanza viene de Dios” (Jn 7,16). Los dirigentes habían manifestado la voluntad de matar a Jesús. La gente se extraña, que después de la amenaza, Jesús siga enseñando sin dejarse atemorizar por nadie. Hasta se preguntan, si no habrán cambiado de propósito aquéllos que antes lo atacaban, para hacerse sus discípulos. Pero las cosas no habían cambiado. Sus enemigos intentan de nuevo detenerlo y envían guardias para arrestarlo. El evangelista aduce una única razón para que no se cumpla: “No había llegado su hora” (Jn 7,30). El poder soberano de Jesús se pondrá de 113

manifiesto también cuando llegue su “hora”. Hasta que él lo consintió, nadie puso la mano sobre Jesús (Jn 18,6-8). Esta “hora” dependía de la voluntad del Padre, no de la decisión de los sumos sacerdotes y de los fariseos. Las palabras de Jesús sobre su retorno al Padre que lo envió, sembraron todavía mayor desconcierto entre las autoridades judías. Una vez que suceda su partida, lo buscarán inútilmente: “A donde yo voy ustedes no podrán ir” (Jn 7,34). Las pistas que han elegido para conocer el destino de Jesús son totalmente equivocadas. Son puramente terrenales: marcharse a otras tierras para predicar a los judíos de la diáspora o a los paganos. Esta labor la realizarán sus discípulos, después de su partida de este mundo al encuentro con el Padre en la resurrección.

Acción Jesús realiza una grave denuncia contra los dirigentes judíos. Dicen defender la ley que Dios entregó a Moisés, y “no lo conocen” (Jn 7,28). Jesús, sin embargo, sí lo conoce, porque viene de Dios. Él es quien lo envió. Él es quien nos ha de dar a conocer al que es “su Dios y nuestro Dios” (Jn 20,17). Esta denuncia de Jesús se aplica a los hombres y mujeres de nuestro mundo. El desarrollo espectacular de estos últimos años en los campos de la ciencia y de la técnica, nos ha hecho creer que las palabras del Génesis “serán como dioses” (Gén 3,5), ya se han cumplido. Cada vez se desconoce más a Dios y decrece el interés por conocerlo. No faltan, sin embargo, personas que sienten una cierta “nostalgia” de Dios, y buscan nuevos caminos para reencontrarse con él. Los discípulos de Jesús hemos de despertar de un letargo que dura ya mucho tiempo, para profundizar en el conocimiento de Dios, y para hacer que esté más presente en el mundo de las relaciones humanas, políticas, sociales, culturales y económicas de nuestro tiempo. En muchas imágenes de Dios que nos hemos fabricado, no creen los agnósticos y los ateos, y tampoco podemos creer los verdaderos seguidores de Jesús. Jesús dice a los sumos sacerdotes y a los fariseos de su tiempo: “Me buscarán y no me encontrarán” (Jn 7,34). Esto está sucediendo a muchos hombres y mujeres de hoy y a no pocos discípulos de Jesús. No encontramos a Dios y tampoco a Jesús, porque nuestros caminos no son sus caminos. Como Felipe, pidamos a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre” (Jn 14,8), para que nosotros podamos mostrarlo al mundo. Para poder encontrar a Dios ya conocemos el Camino: Jesús de Nazaret.

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Oración Hemos equivocado los caminos, y allí a donde tú vas, Señor, nosotros no podemos ir. Es el tuyo camino hacia Dios, los nuestros, terrenales y torcidos. Dios tiene sus caminos que no son los caminos nuestros. Eres, Señor Jesús, Camino que conduce hasta Dios por veredas interminables y por desolados desiertos. Permítenos andar ligeros sobre tus huellas luminosas, que aguantan las tormentas, los vientos del norte y del sur, y se mantienen imborrables en el corazón de la noche. No cesas de avanzar con paso firme hacia la cruz y hacia la gloria, aunque tu hora aún no ha llegado y te busquen para matarte. “Me buscarán. No me hallarán”. Tu sentencia recae sobre el mundo -amado y enemigo-, como una maldición. A pesar de las noches oscuras, de caminos que ya no son caminos, de huellas que se pierden difíciles de recobrar, yo busco y rebusco tu rostro. Sé que lo he de encontrar, si no me canso de buscar: Viernes Santo en la cruz, vestido de gloria en la Pascua.

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29.- JESÚS, MANANTIAL DE AGUA VIVA Jn 7,37-53

Meditación-contemplación El evangelio de Juan reserva para el último día de la fiesta de los Tabernáculos, que era el más solemne, una revelación importante: Jesús proclama que es “manantial de agua viva”. Para adentrarnos en el sentido profundo de esta revelación, es necesario conocer la importancia que el agua tenía en la celebración de la fiesta de los Tabernáculos. Por la mañana, se celebraba una procesión con el agua, que salía de la fuente de Siloé. El sacerdote recogía agua en un ánfora de oro. Se transportaba hasta el templo, donde se derramaba sobre el altar de los holocaustos, juntamente con el vino. Durante el recorrido se cantaba: “Sacarán agua con gozo de la fuente de la salvación” (Is 12,3). En la visión de Ezequiel, de la roca sobre la cual estaba construido el templo, “manaba un río de agua hacia oriente” (Ez 47,1). La vida crecía con pujanza por donde transcurría la corriente de agua. La enseñanza de Jesús sobre el agua viva aumentó el desconcierto entre sus adversarios. Los dirigentes del pueblo, primero cuestionaron su origen. Cegados por el odio y por el rechazo que les provocaba su persona, ponen en duda que él sea el Mesías. La gente sencilla, que no tiene intenciones torcidas, y a quien los dirigentes tachan de ignorantes, es la que reconoce a Jesús. No tienen miedo de manifestar públicamente su fe en él. A ellos se une Nicodemo, que había visitado a Jesús durante la noche (Jn 3,1ss). La actitud de la gente es duramente criticada por los jefes y por los fariseos: Sólo cree en 116

él, “esa maldita gente, que desconoce la ley” (Jn 7,49).

Asimilación En el momento más solemne de la celebración de la fiesta, con el signo del agua ante los ojos de todos, Jesús proclama solemnemente: “Quien tenga sed venga a mí; y beba quien crea en mí” (Jn 7,37). En la Biblia el símbolo del agua encierra una enorme riqueza. Muchos relacionan estas palabras de Jesús con la roca que golpeó Moisés en el desierto. Golpeó la roca y salió agua (Éx 17,5-6). Pablo escribe: “Todos bebían de la misma roca espiritual… La roca es Cristo” (1Cor 10,4). Los profetas, sobre todo, acuden al símbolo del agua. Zacarías escribe: “Aquel día brotará un manantial en Jerusalén, la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental; lo mismo en verano que en invierno” (Zac 14,8). Un texto semejante a este de Juan lo encontramos en el Apocalipsis: “Me mostró un río de agua viva…, que brotaba del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1). El evangelista habla del “sediento”, que se acerca a Jesús; y del “creyente”, que es el que bebe del manantial, que es el mismo Jesús. Sólo aquél que cree en él como manantial de vida eterna, puede beber hasta saciarse de esta vida. “De sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (Jn 7,38). La humanidad gloriosa de Jesús, es la roca de la que mana el agua viva (Sal 78,16); es el templo, de cuya base brota un río que fecunda toda la tierra (Ez 34). No es difícil percibir la relación que existe entre estas palabras de Jesús, y la herida producida en su costado por la lanza del soldado, de la cual manó agua (Jn 19,34). Jesús mismo desvela el simbolismo del agua: “Se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,39). El agua representa al Espíritu; la fuente de donde mana es la humanidad de Jesús glorificado. La donación del Espíritu está estrechamente unida a la Pascua: “El Espíritu todavía no había sido dado, porque Jesús aún no había sido glorificado” (Jn 7,39). El evangelio de Juan da testimonio de que esta palabra se cumplió después de la resurrección. En el primer encuentro de Jesús con los discípulos, “sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).

Acción 117

Jesús dice: “Beba quien crea en mí” (Jn 7,37). A pesar de estar cerca de la fuente, las autoridades judías no supieron saciarse del “agua viva”, que es el Espíritu, y toda palabra que salía de la boca de Jesús. Se empeñaron en cegar la fuente, eliminando a Jesús. Muy distinta fue la actitud de la gente sencilla. El evangelista ofrece tres confesiones de fe en Jesús. Las dos primeras provienen de la gente del pueblo. Unos confiesan: “Éste es realmente el profeta”. Otros declaran: “Éste es el Mesías” (Jn 7,40-41). La tercera proviene de los guardias enviados a arrestar a Jesús: “Jamás hombre alguno habló como habla este hombre” (Jn 7,46). Todos ellos eligieron el camino de la fe, que es el que conduce a la fuente del Espíritu, que es Jesús. Isaías proclama: “¡Presten atención todos los sedientos!, acudan por agua, también los que no tienen dinero” (Is 55,1). Sabemos cuál es la fuente del “agua de vida”: la humanidad de Jesús resucitado. Sabemos que el agua es el Espíritu. Todos, ricos y pobres, acerquémonos. Bebamos el Espíritu en su misma fuente. Jesús exige una sola condición para saciarnos del agua del Espíritu: creer en él. En esta sociedad nuestra, la inmensa mayoría se acerca a cisternas vacías para saciar su sed de vida, de felicidad, de amor, de plenitud. Hoy se nos indica la fuente que sacia toda sed. Como las autoridades judías, muchos están junto a la fuente y no se sacian del Espíritu, porque no creen en Jesús. Algunos autores piensan, que el creyente en Jesús es quien se convierte en fuente, de cuyas “entrañas manarán ríos de agua viva” (Jn 7,38). Los que creemos en Jesús estamos llamados a convertirnos en manantiales que remiten a Jesús, la fuente primera y original del Espíritu. Quienes se han llenado del Espíritu de Dios, han de transmitirlo a quienes buscan, y hasta el día de hoy, aún no han encontrado la fuente.

Oración Quiero cantar al agua que brota de la roca, tan limpia, casta y transparente, donde el ciervo bebe tranquilo, y el hombre busca fuente donde apagar su sed de amor, de gracia, de verdad. Quiero cantar al agua que cae de la nube, y mansamente empapa 118

la tierra, los sembrados, los campos hace fértiles, viste de belleza la rosa, y abreva los desiertos. Quiero cantar al “agua viva”, que mana del costado de Cristo, como de buena fuente; al sediento llena de gozo y sacia la sed para siempre. Dame a beber de tu agua, tú, que eres manantial y fuente, el nuevo pozo de Jacob al que nadie conoce el fondo. Haz de mí manantial que salta hasta la vida eterna, donde beba el sediento de amor y de justicia, de misericordia sin límites, de ternura infinita. Llena hasta los bordes mi fuente, para que nunca falte un surtidor en el desierto, al que busca el agua de vida y no ve saciada su sed. ¡Sáciame de tu agua de vida, mira que la sed ya no aguanto!

30.- TAMPOCO YO TE CONDENO 119

Jn 8,1-11

Meditación-contemplación Sobre el relato de la “mujer adúltera”, hemos de hacer dos aclaraciones. Primera: Según la opinión más generalizada, este relato no pertenece al evangelio de Juan. El género de la narración y el estilo literario han dado pie a que algunos lo atribuyan a Lucas. Segunda aclaración: A pesar de todo, la Iglesia ha considerado que forma parte de la Escritura Sagrada, y le atribuye el mismo valor que a los demás textos evangélicos. Centrémonos en el relato. El evangelista da a entender que, después de su actividad en el templo, Jesús se retiraba por la noche al monte de los Olivos. Desde allí, se incorpora de nuevo al templo por la mañana, para seguir su enseñanza. Cuando estaba centrado en su labor de anunciar al pueblo la Buena Noticia, se presentan de improviso los maestros de la ley y los fariseos. Colocaron en medio a una mujer. La acusaban de haber sido sorprendida en adulterio. Erigidos en jueces, echaron mano de la ley para acusarla. El Levítico prescribe: “Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros serán castigados con la muerte” (Lev 20,10; Dt 22,22). Debían morir apedreados. Más que el celo por el cumplimiento de la ley, lo que en realidad buscan los adversarios es tender una trampa a Jesús, para poder acusarlo. Si decide a favor de la mujer, lo acusan de violar la ley de Moisés; si aprueba que sea lapidada, tendrá problemas con la autoridad romana, los únicos que podía autorizar la ejecución de la pena capital. Por otra parte, afectaría su imagen de hombre bueno y compasivo, defensor de las personas que sufrían exclusión social, que tanto fascinaba a la gente. A partir de este momento, Jesús es quien toma la iniciativa. Hasta ahora, los maestros de la ley y los fariseos, en su papel de jueces, intentan imponer su estrategia. Pero Jesús no permitió que llevaran adelante sus planes.

Asimilación Fijemos la atención en los personajes que protagonizan la escena. El primer protagonista es Jesús. Cuando lo sorprenden los maestros de la ley y los fariseos, está dedicado a su misión: anunciar la Buena Noticia. Lo hace en el lugar más sagrado para los judíos: el templo. 120

Lo primero que hace es escuchar la denuncia que formulan los acusadores contra la mujer. No les responde con palabras. Se vale de un signo: Jesús se pone a escribir con el dedo en el suelo. El evangelista no nos ha transmitido sus palabras. Al parecer, no le prestaron mucha atención, “pues insistían en sus preguntas” (Jn 8,7). A los que se presentaban como fanáticos defensores de la ley, Jesús les lanza un reto: “El que no tenga pecado, tire la primera piedra” (Jn 8,7). Y siguió escribiendo en el suelo. Resultó que los acusadores, terminaron entre los acusados. En silencio, se retiraron, uno tras otro, derrotados. Jesús, que “vino a buscar y salvar lo perdido” (Lc 19,10), se dirige a la mujer: Puesto que nadie te ha condenado, “yo tampoco te condeno” (Jn 8,11). El que puede proclamar ante sus adversarios: “¿quién de ustedes probará que tengo pecado?” (Jn 8,46), es quien practica la misericordia y el perdón. “Vete, y en adelante no vuelvas a pecar” (Jn 8,11). Jesús practica la misericordia con la mujer, siguiendo una triple vía. Primero: La defiende de un legalismo inmisericorde. Segundo: La hace reflexionar sobre su pasado: él no puede aprobar su conducta pasada. Tercero: Le indica el camino a seguir: “No vuelvas a pecar más” (Jn 8,11). La mujer soporta en silencio la acusación que dirigen contra ella. De sus labios sólo escuchamos una confesión: “Nadie me ha condenado, Señor” (Jn 8,11). Finalmente, recibe la absolución del más justo de los jueces: Jesús de Nazaret. Practicando la misericordia, Jesús hizo justicia a la mujer.

Acción La primera enseñanza del relato de la adúltera es muy claro: Para poder acusar, hay que tener las manos y la conciencia muy limpias. Constantemente golpean los oídos de la sociedad, de las instituciones, de las personas, las palabras de Jesús: “El que no tenga pecado, tire la primera piedra” (Jn 8,7). No vamos a ser tan estrictos con nuestros jueces, que les exijamos como condición, que estén sin pecado. Pero no estaría mal que, antes de sentarse en un tribunal, hicieran un sereno examen de conciencia. ¿Hay alguien que no se haya erigido en juez de los demás, al menos alguna vez? Recordemos la palabra de Jesús: “No juzguen y no serán juzgados… La medida que usen para medir la usarán con ustedes” (Mt 7,1-2). Dejemos la misión de juzgar al Hijo del hombre, que confiesa: “No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47. Hay otra enseñanza muy importante: Practicar la misericordia con el que se equivoca. 121

No nos dediquemos a juzgar y condenar, como los maestros de la ley y los fariseos. Emprendamos el camino de la misericordia, que fue el que siguió Jesús. Él no se contentó con decir a la mujer: “Tampoco yo te condeno” (Jn 8,11). La ayudó a orientar definitivamente su vida. Nos encontramos, no pocas veces, con personas que han emprendido un camino equivocado. Ante situaciones semejantes, un discípulo de Jesús no puede quedar indiferente. La misericordia, el amor fraterno, nos urgen a actuar. Pablo nos advierte: No permitas que “se pierda un hermano por quien Cristo murió” (1Cor 8,11). Veamos qué camino tomar. ¿Nos atrevemos a acusar teniendo la propia conciencia manchada, como hicieron los acusadores? ¿Nos identificamos con la pecadora, que tiene motivos para ser juzgada? ¿Nos identificamos con Jesús, que se muestra misericordioso, y en lugar de condenar ayuda a la mujer a rehacer su vida?

Oración Somos, Señor, expertos, en crear tribunales de justicia, en elaborar expedientes, en realizar autopsias, en pronunciar sentencias. En nuestros tribunales de justicia, con acento solemne resuena: “Yo te condeno”. Ocurrió una mañana, al regresar Jesús de nuevo al templo desde el monte de los Olivos. Los letrados y fariseos, juristas consumados, habían celebrado el juicio. Con la ley de Moisés en la mano, pronunciaron sentencia contra la mujer adúltera: “Debe ser lapidada”. Jesús, que de justicia, de amor y de perdón sabía mucho, escribió sobre el suelo la instrucción de la causa. Y con aire solemne pronunció la primera sentencia: 122

“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. (Usted mismo es el juez; pronuncie su sentencia). Jesús, que dejó escrito en sus códigos una Buena Noticia: “¡Felices los misericordiosos!”, pronunció otra sentencia: “Tampoco te condeno. Vete en paz y no peques más”. (De juicio tan extraño, en el evangelio de Juan, encontrarán las actas).

31.- YO SOY LUZ PARA EL MUNDO Jn 8,12-20

Meditación-contemplación Después del relato de la “mujer adúltera”, el evangelista nos ubica en el ambiente de la fiesta de las Tiendas. En tiempos de Jesús, junto a la procesión con el agua, existía el rito de encender la primera noche cuatro candelabros de oro. Gran cantidad de lámparas iluminaban el templo y muchas casas judías. Como sucedió con el agua, la proclamación de Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12), parece estar relacionada con este contexto luminoso.

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Existen varios signos tomados de la naturaleza, que tienen especial relevancia en el evangelio de Juan, en el llamado “libro de los signos”: el agua, el pan y la luz. El signo de la luz aparece en diversos pasajes bíblicos. Uno de ellos es la “columna luminosa” que guiaba a los israelitas por el desierto: “El Señor caminaba delante de ellos, de día en una columna de nubes, para guiarlos; de noche en una columna de fuego, para alumbrarles” (Éx 13,21). El salmista habla de la “luz del rostro de Dios” (Sal 24,7), y proclama: “Yahvé es mi luz y mi salvación” (Sal 27,1). En él está la fuente de la vida, y “con su luz vemos la luz” (Sal 36,10). Frente de la luz se sitúan las tinieblas, como un obstáculo que hay que superar. Isaías proclama: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio un luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9,1). Este antagonismo que revela el profeta, aparece en el nuevo testamento. Es notorio en el evangelio de Juan. Aparece ya en el himno situado al principio: “La luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” (Jn 1,5).

Asimilación En el prólogo, Juan se sirve de tres términos para definir y presentar a Jesús: Palabra, Vida y Luz. Son como tres claves para guiarnos en lectura del evangelio. Los encontramos en diversos momentos, especialmente en sus discursos. Éste es uno de ellos. El mismo Jesús se presenta ante sus oyentes como la “luz del mundo”. No se trata de una bella frase poética. Jesús es la “luz” para iluminar la senda a todos aquéllos que caminan en tinieblas. Viven en tinieblas, quienes atraviesan la oscura noche de cualquier forma de esclavitud, y desconocen a Dios liberador que se manifestó a Moisés como luz, en el símbolo de la zarza ardiendo, y quiere liberarlos (Éx 3,2-10). El símbolo ahora es una persona viviente: Jesús de Nazaret. Él se ha introducido como “luz de la vida” (Jn 8,12), en la fila interminable de hombres y mujeres que avanzan “en tinieblas y sombras de muerte” (Lc 1,78-79). Otro antagonismo que aparece en el evangelio de Juan: la vida frente a la muerte. En Jesús y con Jesús, la vida triunfó sobre la muerte: “Soy yo el primero y el último, el que vive; estuve muerto y ahora ves que estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1,17-18). Jesús se ha revelado como Palabra y como Vida, que vino al mundo para que los hombres y mujeres tengan vida por él. Como Palabra y como Vida, se hace Luz que ilumina a todos los que con fe se acercan a él. El evangelista prepara la sanación del ciego de nacimiento, que se convierte en una 124

gran parábola viviente de Jesús. Él, que es la Luz, realiza la obra maravillosa de abrir los ojos al ciego, para que lo reconozca y lo siga. Gracias a él, los ciegos que avanzan en tinieblas, podrán disfrutar el gozo de contemplar la Luz que ilumina al mundo.

Acción “Caminen mientras tengan luz, para que no los sorprendan las tinieblas… Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz” (Jn 12,35-36). “Crean en la luz para ser hijos de la luz” (Jn 12,35-36). El camino que todo verdadero discípulo está haciendo conduce a la Pascua, que es la gran fiesta de la luz. Jesús resucitado es la gran Luz, que penetra hasta lo más profundo de cada persona con su claridad, resucitada y resucitadora. Una sola cosa nos pide: Creer en la Luz. Quien crea en ella, “tendrá la luz de la vida”; quien siga a Jesús, “no caminará en tinieblas” (Jn 8,12). Al referirse al signo del agua, Jesús dice: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna” (Jn 4,14). Ahora, ésta es su invitación: “El que crea que yo soy la Luz, se convertirá en manantial que iluminará el mundo”. En el evangelio de Mateo Jesús dice: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14). El día de nuestro bautismo se encendió esta luz, y nos convertimos en antorchas de la luz de Jesús para el mundo. Se hizo visible en el pequeño cirio que pusieron en nuestras manos, encendido en el “cirio pascual”, símbolo de Jesús resucitado. Somos la “luz de Cristo”. Esta luz ha de estar perennemente encendida en medio de nuestro hogar, en el lugar de trabajo, en las tertulias, en las canchas deportivas, en los despachos de las empresas y de las instituciones sociales y políticas, en los centros de comunicación. ¡Cuántas lámparas apagadas o escondidas debajo de una basija! Amigo, enciende tu lámpara en la antorcha que es Jesús, que proclamó: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). ¿Tienes miedo de acercarte a su luz, para que no delate tus acciones, porque son malas? Déjate iluminar por Jesús, para cumplir tu misión de iluminar.

Oración ¡Oh, llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de tu dulce encuentro! ¡Oh, cauterio suave! ¡Oh, regalada llaga! 125

¡Oh, mano blanda! ¡Oh, toque delicado que a vida eterna sabe y toda deuda paga; matando, muerte en vida la has trocado! ¡Oh, lámparas de fuego en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su querido! ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamente solo moras y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno cuán delicadamente me enamoras! San Juan de la Cruz

32.- AL ELEVARME EN ALTO COMPRENDERÁN QUIÉN SOY Jn 8,21-30

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Meditación-contemplación El evangelista Juan nos presenta un nuevo escenario, y una nueva oportunidad de Jesús para darse a conocer al pueblo y a sus dirigentes. Jesús, que se ha proclamado “la luz del mundo”, pone a la gente ante la alternativa de decidirse por él y creer en su persona, o volverle definitivamente la espalda, rechazando la luz, que ante ellos brilló por algún tiempo. Durante la fiesta de las Tiendas, Jesús anuncia su partida: “Yo me voy… A donde yo voy ustedes no pueden venir” (Jn 8,21). La oportunidad de conocer a Jesús de y creer en él se acorta. No se repetirá. Se presentó ante ellos como “agua viva” (Jn 7,38); acaba de presentarse como “Luz del mundo” (Jn 8,12). El rechazo total fue la respuesta. El tiempo apremia. Si no creen en él, “morirán en su pecado” (Jn 8,21). Jesús repite por tres veces su denuncia: “Morirán en su pecado”. Es evidente que Jesús y sus adversarios se mueven en planos diferentes. Ellos pertenecen a este mundo: su escenario es terrenal. Jesús, por el contrario, no es de este mundo: El espacio en que se mueve es más elevado y no terrenal El anuncio sobre su partida desconcertó a los dirigentes del pueblo. Su reacción fue inmediata. Responden con una hipótesis extrema: “¿Será que piensa matarse?” (Jn 8,22). Jesús no piensa evidentemente en el suicidio. Pero su muerte será violenta. Terminarán “levantándolo en alto” y colgándolo de un madero. Jesús pertenece al mundo “de lo alto”, que se rige por los valores del reino de Dios. Es para este mundo, pero no se identifica con él; menos aún con su espíritu y con muchos de sus planes.

Asimilación Los adversarios de Jesús son de este mundo, y se interesan por las cosas terrenas; pertenecen al mundo dominado por el espíritu del mal. Sumidos en esta atmósfera en la que reina el pecado y la ceguera, no pueden entender el lenguaje de Jesús. Jesús persiste en la denuncia: “Morirán por sus pecados” (Jn 8,24). El gran pecado de los adversarios consiste en cerrar los oídos a quien les habla en nombre del Padre, y “dice verdad”. La verdad es lo que ellos no quieren escuchar. 127

El momento supremo de su revelación se producirá, “cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre” (Jn 8,28). Tres veces utiliza el evangelio de Juan la expresión: “Ser elevado en alto”. En la primera, la relaciona con la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto (Núm 21,8-9; Jn 3,14). Aquí, Jesús lo hace después de anunciar su partida: “Yo me voy, ustedes me buscarán” (Jn 8,21). La tercera sucede unos días antes de su última Pascua (Jn 12,32). “Ser levantado en alto”, tiene para Juan una doble significación: la elevación en alto por la crucifixión, y la elevación en alto por la resurrección y ascensión al cielo. Para el evangelista, los tres acontecimientos se sitúan en la dinámica de la glorificación del Hijo del hombre. Aquí aparecen dos títulos que revelan la identidad de Jesús: “Hijo del hombre”, y “Yo soy”, lenguaje utilizado por las Escrituras para referirse a Dios. Cuando Yahvé revela su identidad a Moisés le dice: “Yo soy” me envía a ustedes” (Gn 3,14).

Acción Los evangelios sinópticos informan de la decisión de Jesús de dirigirse a Jerusalén. “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran al cielo, emprendió decidido el viaje hacia Jerusalén (Lc 9,51). En los tres anuncios que hace a los discípulos, Jesús les señala la meta: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres que le darán muerte; después de tres días resucitará” (Mc 9,31). En el evangelio de Juan, Jesús anuncia también su partida. Aunque de forma más misteriosa, también señala la meta: “La elevación del Hijo del hombre”, que comprende su muerte y su resurrección. En los sinópticos, Jesús habla de “seguimiento”: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). El evangelio de Juan habla de “buscar”. A los judíos les dice: “Me buscarán y morirán en su pecado” (Jn 8,21). Los judíos lo buscaron, no para seguirlo, sino para apresarlo, condenarlo a muerte y crucificarlo. Desde ahora, fijemos la mirada en el Hijo del hombre, que será “levantado en alto”. En la cruz, por la crucifixión; a la gloria del Padre, por la resurrección. Los judíos eligieron el camino equivocado, y no lo encontraron: “Murieron en su pecado”. Nosotros conocemos el camino. Es el mismo seguido por Jesús: “Yo hago siempre lo que agrada al Padre” (Jn 8,29). Si tomamos la buena dirección, nos encontraremos con él. Jesús no nos dejará solos, sino que hará el camino con nosotros. 128

Oración En el principio era la luz. La luz era Dios, era vida. Y después fue también la luz, continuará siendo la luz mientras existan las tinieblas. ¡Cuántas veces hemos tropezado en el odio, el rencor y la mentira! Se nos había eclipsado el sol, el Sol de la justicia, del amor, que alumbra los caminos, calienta el corazón, ilumina rincones ocultos, hombres perdidos en la noche. La luz se nos prendió en corazones muertos que recobraron vida; en los brazos caídos, que emprenden la tarea para construir el reino; en ojos que no ven a Jesús que está en frente; en el niño que llora, en el anciano solo; en la madre sin leche para dar pecho al hijo; en el huérfano pobre, sin padre que lo bese; en el ciego de ciegos, para que salga el sol en mentes en tinieblas. Para todo el que busca, Jesús de Nazaret es luz en el sendero; se encontrará con Dios, al doblar de la esquina de la paciencia y de la espera.

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33.- LA VERDAD LOS HARÁ LIBRES Jn 8,31-59

Meditación-contemplación El evangelista informa que no todos los oyentes eran enemigos declarados de Jesús: “Muchos creyeron en él” (Jn 8,30). A ellos dirige las palabras que siguen: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8,31-2). Las palabras de Jesús hirieron la sensibilidad de aquella gente, con una larga experiencia de esclavitud sobre sus espaldas. Y en aquel momento, sometidos al emperador de Roma. En la discusión que se desencadena sobre la libertad, Jesús y los judíos emprenden caminos distintos. Los judíos acuden a realidades terrenales, fijando la atención en sus orígenes. Se sienten orgullosos de ser descendientes de Abrahán, del cual consideran ser hijos legítimos. En torno a la persona de Abrahán discurre el resto de esta sección del evangelio. Mientras los judíos se aferran a la descendencia biológica, Jesús se fija en la 130

significación religiosa de Abrahán en la historia de la salvación. En varias ocasiones, Jesús reacciona contra la manipulación que los judíos hacían de la persona del patriarca. En la denuncia que formula contra los judíos, Jesús se sitúa en la línea de Juan Bautista. En su llamado a la conversión, el profeta venido del desierto proclamaba: “No piensen que basta con decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo les digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán” (Mt 3,9).

Asimilación La polémica con los judíos se desarrolla en torno a tres realidades: la libertad, la filiación y la condición transcendente de la persona de Jesús. La discusión se cierra con una afirmación solemne de Jesús: “Les aseguro, antes que existiera Abrahán, existo yo” (Jn 8,58). Juan nos introduce en la esfera de una nueva etapa en la historia de la humanidad, marcada por la aparición de Jesús, el enviado de Dios. Los que son “fieles a su palabra”, serán discípulos suyos, conocerán la verdad, y gozarán de libertad. La “verdad” de que se habla es la revelación de Jesús y la Buena Noticia que anuncia. La “libertad” es la que nace de la adhesión a su persona y a su mensaje, por medio de la fe. Los judíos toman la vía sociopolítica para afirmar: “Nunca hemos sido esclavos de nadie” (Jn 8,33). Lo cual no es verdad. Después de Abrahán, fueron esclavos en Egipto, y en aquel momento estaban sometidos al imperio de Roma. El segundo tema en debate es la “filiación”. Jesús proclama: “Yo honro a mi Padre” (Jn 8,49). Él se presenta en el mundo como Hijo y como enviado del Padre. Y como Hijo del Padre actúa. Se atreve a lanzar un reto a sus adversarios: “¿Quién de ustedes puede probar que tengo pecado?” (Jn 8,46). Los judíos que se precian de ser “hijos de Abrahán” y llegan a decir que “Dios es su padre”, intentan dar muerte a Jesús, “el hombre que les dice la verdad” (Jn 8,40). La intensa discusión de Jesús con sus adversarios, sobre la “esclavitud y la libertad”, sobre la “verdad y la mentira”, sobre “hijos de Dios e hijos del diablo”, culmina con la revelación de Jesús: “Les aseguro que antes que existieran Abrahán, existo yo” (Jn 8,58). Abrahán y Moisés, a los que acuden con frecuencia los adversarios, son los mejores testigos a favor de Jesús. Porque no son de Dios, ellos no escuchan al que habla “palabras de Dios”.

Acción 131

La libertad, la verdad, la filiación divina de Jesús y de los discípulos, siguen vivas. Empecemos por la libertad. Jesús proclama: “Si el Hijo les da la libertad, serán verdaderamente libres” (Jn 8,36). En su carta a las comunidades de Galacia, Pablo plantea la cuestión de la libertad y de la esclavitud: “Cristo nos ha liberado para ser libres: manténganse firmes y no se dejen atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud” (Gál 4,31-5,1). “Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres” (Jn 8,36). Jesús señala el yugo de esta esclavitud: “Les aseguro que quien peca es esclavo” (Jn 8,33). No es ésta la única esclavitud que existe. Existen otras muchas. Empecemos por liberarnos de las esclavitudes de orden moral, para estar en la mejor disposición para enfrentar todas las demás. El que sigue a Jesús se erige en persona libre. Goza de la libertad propia de los hijos de Dios, y asume el compromiso activo en favor de la libertad de los demás. Los judíos confesaban: “Tenemos un solo padre, que es Dios” (Jn 8,41). Esta confesión se ve cuestionada por las obras. Jesús denuncia: “Ahora intentan matarme a mí, al hombre que les dice la verdad” (Jn 8,40). Confesiones semejantes las escuchamos con frecuencia. A no pocos de nosotros, Jesús nos responde: “Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían” (Jn 8,42), “se mantendrían fieles a mi palabra” (Jn 8,31). Jesús se presenta, como el “hombre que dice la verdad” (Jn 8,40). Frente a él se sitúa el “padre de la mentira”. “Es homicida desde el principio” (Jn 8,44). La verdad y la mentira, la honradez y el fraude, la corrupción y la transparencia, siguen enfrentadas. ¿Con quién nos quedamos? ¿Con el “hombre que dice la verdad”, o con el “padre de la mentira”?

Oración Regresa de su sueño el hombre a la libertad sin policías, a los vuelos sin redes, a la verdad que ha madrugado a cruzar un cielo sin nubes. Concédenos, Señor, disfrutar de mentes creadoras; de manos muy pequeñas pero unas manos poderosas; de pies veloces y ágiles, para saltar las alambradas; de unos labios que silabean 132

una bella palabra: libertad. Queremos juntar para siempre libertad y verdad, justicia y libertad; libertad y ternura; y solidaridad con libertad. Los que pecan contra el amor son los esclavos que hay que liberar; y los nuevos esclavos sometidos por su ración de pan. Si tú, Señor, nos das la libertad, seremos para siempre libres. Libres para amar y crecer; libres para saltar murallas y correr a campo traviesa; libres para llorar y reír, cantar y protestar, aclamar y aplaudir. Gracias, Señor, mil gracias por hacernos tan libres para romper cadenas, desbaratar cerrojos y liberar cautivos que aguardan su liberación.

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34.- ME LAVÉ Y RECOBRÉ LA VISTA Jn 9,1-12

Meditación-contemplación La sanación del ciego de nacimiento es otro de los grandes “signos” del evangelio de Juan. Jesús había anunciado: “Quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). La sanación del ciego de nacimiento es el “signo” visible que viene a confirmar estas palabras de Jesús. Estamos ante un hombre, que yacía prisionero de la tiniebla de su ceguera. Por la acción de Jesús, abandona las tinieblas, para entrar en el reino de la luz. No sólo se encuentra con la luz física y natural, sino que también sus ojos contemplan al que es “luz del mundo”. Curiosamente, el relato se inicia con un ciego que recobra la luz, y concluye con el grupo de fariseos, que permanecieron en las tinieblas. El relato revela el genio de un consumado maestro, que no deja suelto ningún detalle: El protagonista de la obra, que es Jesús, perfectamente identificado; el signo, sencillamente descrito; los testigos, cada cual en su papel; el desenlace perfecto: “He venido a este mundo, para que los ciegos vean y los que ven queden ciegos” (Jn 9,39). Se advierte un verdadero contraste según avanza la narración. Mientras el ciego progresa gradualmente en el conocimiento de Jesús, los fariseos muestran cada vez mayor incapacidad para descubrir su persona y la misión que Dios le confió. El evangelista ha diseñado un verdadero proceso para convertirse en discípulo de Jesús. Cada una de las acciones realizadas por él y por el ciego, forman parte de este proceso. Se inicia con el desconocimiento total de Jesús por parte del ciego, y concluye con su confesión de fe en él. El relato se ha convertido en una pieza maestra para la iniciación bautismal.

Asimilación La ceguera se relaciona con el pecado: “¿Quién pecó para que naciera ciego?” (Jn 134

9,2). Todavía en tiempos de Jesús se establecía una relación directa de la enfermedad con el pecado. Recordemos las palabras del Éxodo: “Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos” (Éx 20,5). Antes de la sanación del ciego, Jesús ofrece las claves para profundizar en la riqueza del signo. Jesús proclama: “Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo” (Jn 9,5). En el segundo canto del “siervo de Yahvé”, Isaías escribe: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49,6). Jesús es el “siervo de Yahvé”, que ilumina el mundo con su presencia, con sus signos y con su palabra. Algunos autores relacionan este signo con la creación del primer ser humano: “El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo” (Gn 2,7). Isaías escribe: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tu mano” (Is 64,7). El barro que Jesús hace con la saliva y el gesto de ungir los ojos del ciego, se convierte en signo de la nueva creación. De la nueva persona que está naciendo. Jesús completó el signo con el envío del ciego a lavarse en el estanque de Siloé. Cuando el ciego se presenta ante los vecinos, después recobrar la vista, éstos no lo reconocen. Tan profunda ha sido la transformación que se ha realizado en él. Para eliminar toda duda, el ciego reafirma su identidad: “Soy yo” (Jn 8,9). Jesús realizó el signo maravilloso de hacer ver al ciego. En el primer momento, el ciego sólo sabe una cosa: “Ese hombre que se llama Jesús” hizo el barro, lo puso sobre sus ojos y recobró la vista. Es lo único que conoce de Jesús. Le queda aún un camino que recorrer, hasta reconocerlo como el “Hijo del hombre” y como profeta.

Acción Con el signo de la sanación del ciego de nacimiento, Jesús nos ha transmitido un mensaje muy importante: Él está en el mundo y es “la luz del mundo”. Trabaja día y noche, para que los hombres y mujeres que habitamos esta tierra, venzamos nuestras cegueras y nos dejemos iluminar por su luz. Jesús sigue viendo “al pasar” muchos ciegos, que nunca han visto la luz. Jamás lo conocieron. Otros fueron iluminados en algún momento de la vida, y posteriormente enfermaron de ceguera. Entre éstos, quizá estamos nosotros. ¿Quién puede afirmar que nunca ha padecido alguna ceguera? Como el ciego, muchos discípulos no hemos pasado del primer estadio. Sabemos que existe un “hombre llamado Jesús”. En el bautismo se produjo en nosotros una “iluminación”, grande y poderosa. La “iluminación” y la “unción”, formaron parte muy 135

pronto de la celebración bautismal. Quizá en algún momento de la vida, la “iluminación” se ha repetido. Pero Jesús, que es “la luz del mundo”, ha desaparecido, y la ceguera se nos ha vuelto crónica. Acerquémonos de nuevo a Jesús. Dejemos que unja nuestros ojos, para que recobremos la visión. Dejémonos iluminar por su persona, por sus signos, por su palabra de vida. Creamos en Jesús y en la verdad que encierran sus palabras: “Quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). La misión del que ha sido “iluminado” por Jesús es iluminar. Una vez iluminados, llevemos la luz a muchos ciegos, que creen ver y permanecen en las tinieblas de su pecado. Son muchos los ciegos que esperan que alguien los acerque a Jesús para ser iluminados.

Oración Voy dando palos de ciego, y tropezando en cada piedra; la noche se hace más negra, y más oscuros los días. Sáname de mis cegueras, tú que eres llama encendida, Lucero de la mañana, Estrella desconocida, que te clavas en mi cielo cuando la tarde agoniza. Alumbra senda y camino, al que tropieza y vacila, a los que han perdido el norte cazados en la mentira, se golpean contra el muro por encontrar la salida. Faro de todos los puertos, la lámpara en la cocina; fuego en todos los hogares donde el amor agoniza; en lo más alto del monte tu fulgor que se eterniza; como el sol inmarchitable, incansablemente gira. Por siempre, tú eres mi Luz, 136

alba de todos mis días, lucernario entre dos luces, fuego que en mis noches frías no cesas nunca de arder. En mi oscuridad sombría, Estrella, Lucero, Faro, haz de luz al mediodía. No te apagues, por favor, que se me eclipsa la vida.

35.- MIENTRAS ESTOY EN EL MUNDO SOY LUZ DEL MUNDO Jn 9,13-41

Meditación-contemplación Con la sanación, el ciego comenzó un camino lleno de obstáculos. El primero fueron los vecinos: no lo reconocieron y cuestionaban la forma como había obtenido la visión. Le siguen sus padres, que únicamente dan razón de que ha nacido ciego. De todo lo 137

demás se desentienden. Finalmente, los fariseos y sus secuaces que están omnipresentes, para indagar, señalar con el dedo y condenar. Los fariseos son la segunda barrera que tiene que superar el ciego, en su proceso de conocimiento perfecto de Jesús. En su cuestionamiento de la sanación del ciego, los fariseos recurren a una estrategia ya conocida: Era sábado el día en que Jesús abrió los ojos al ciego. Enseguida pronuncian sentencia: “Este hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado” (Jn 9,16). La denuncia de los fariseos sube de tono: “¿Cómo puede un pecador hacer tales signos milagrosos?” (Jn 9,16). Como su labor inquisitoria no alcanzó el fruto esperado, dan un paso más: negar los hechos. No creen que el hombre haya sido ciego. Tampoco creen que haya conseguido milagrosamente la visión. Tercera barrera: Los padres del ciego. Para verificar la existencia de los hechos, los fariseos buscan el testimonio de los padres. Ellos confesaron lo que conocían: Era cierto que su hijo había nacido ciego. Sometidos a coacción por los fariseos, que habían decidido expulsar de la sinagoga a quien confesara a Jesús como Mesías, los padres evitan todo compromiso respecto a la sanación: no conocen cómo ve su hijo, ni quién le abrió los ojos. Remiten al hijo toda la responsabilidad. Es mayor de edad y puede dar razón de lo sucedido.

Asimilación El ciego tiene que superar varios obstáculos para explicar su sanación, y para llegar a conocer verdaderamente a Jesús. Empieza por los más cercanos: los familiares y vecinos. Siguen los fariseos: inquisidores fanáticos que no lo dejan tranquilo. Situaciones semejantes las encontramos aún en nuestros días, y no hay indicios de que dejen de existir. A pesar de las dificultades, el ciego prosigue su proceso de acercamiento a Jesús. Por segunda vez se ve sometido a un interrogatorio por parte de los fariseos. Las preguntas son las mismas, y las respuestas parecidas. El ciego sanado confirma en dicho: “Si es pecador o no, no lo sé; de una cosa estoy seguro, que yo era ciego y ahora veo” (Jn 9,25). El diálogo toma un tono agresivo. Los fariseos lo acusan de ser discípulo de Jesús. Sin hacer una confesión explícita de fe en Jesús, el ciego emprende su defensa: “Jamás se oyó contar que alguien le haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada” (Jn 9,33). 138

La agresividad de los fariseos sube de tono. Viéndose acorralados, formulan una acusación extremadamente grave en contra del ciego: “Tú naciste lleno de pecado, ¿y quieres darnos lecciones?” (Jn 9,34). Al fallar la coacción moral, los fariseos ejecutan la amenaza que habían hecho: Lo expulsaron de la comunidad. En el tramo final del proceso, Jesús vuelve a tomar la iniciativa. Al principio, sacó al ciego de las tinieblas con la sanación. Ahora, lo conduce a la plena iluminación. Primero, Jesús no era para el ciego más que “el hombre que llaman Jesús” (Jn 9,11); luego lo reconoce como “profeta” (Jn 9,17); finalmente, confiesa públicamente que es el “Hijo del hombre” (Jn 9,35-38).

Acción Después de todo el recorrido, el ciego puede orar con el salmista: “El Señor es mi luz y salvación: ¿a quién temeré?… Mis adversarios tropiezan y caen…Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá” (Sal 27,1-2.10). Con esta confianza nos hemos de acercar nosotros a Jesús. Los procesos de acercamiento a Jesús son muy diversos. Algunos han tenido la suerte de nacer, crecer y llegar a la edad adulta, entre personas que han gozado de la iluminación de Jesús, y no tuvieron que transitar valles tenebrosos. Otros, por el contrario, han tenido que hacer un recorrido lleno de obstáculos, como el ciego. Como el grupo de fariseos, hagámonos la pregunta: “Nosotros, ¿estamos ciegos?” (Jn 9,40). Los que se hacían la pregunta estaban ciegos, pero no lo reconocieron. Su ceguera los llevó a un permanente enfrentamiento con Jesús, el “profeta”, el Hijo del hombre”. Al final, su ceguera los llevó a detenerlo cobardemente; a juzgarlo precipitadamente; y a asesinarlo cruelmente. Sigamos, más bien, el itinerario emprendido por el ciego. Reconozcamos nuestra ceguera; acerquémonos a Jesús, el “iluminador de cegueras”; pidámosle que nos transforme en “hijos de la luz”, para poder ser “luz en el sendero” de muchos ciegos, que van a tientas por el mundo, y no encuentran a nadie que los lleva hasta aquél que es para todos “Luz que ilumina” a toda persona que llega a este mundo. Jesús nos pone en alerta. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero también es peligroso, creer que se ve estando ciego. Éstos nunca podrán ser sanados por Jesús, y “permanecerán en su pecado” (Jn 9,41).

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Oración Viniste a nuestro mundo, “para que el ciego tenga vista, y los que ven se queden ciegos”. Fuiste, Señor, luz para el mundo, con tu Palabra y con tus signos. Y ahora, que ya no te mueves por esta tierra entre tinieblas, sigues siendo luz para ciegos, aunque ellos no lo crean. Luz para los hogares donde el fuego del amor se apaga; para mercados y negocios donde la justicia se eclipsa; para instituciones mundanas donde la transparencia se opaca. No te nos vayas apagando luces, que el mundo se nos queda a oscuras. Brilla con nueva luz en la denuncia del profeta, la sabiduría del sabio, la inocencia del santo, la sangre de los mártires, lágrimas de conversos, la paz para los violentos, el amor que recorre las arterias del mundo y mendiga, de puerta en puerta. Cierro mi boca pedigüeña; y me empeño en no pedirte nada. Envía sólo un rayo de tu luz, Luz de luz, claridad de claridades, que ilumine tu rostro cuando la noche de tu ausencia se me hace demasiado larga.

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36.- YO SOY LA PUERTA DEL REBAÑO Jn 10,1-10

Meditación-contemplación Entre la fiesta de las Tiendas y la fiesta de la Dedicación, el evangelio de Juan presenta una serie de imágenes tomadas de la vida pastoril. Sobresalen especialmente tres: la puerta del redil, el pastor y las ovejas. Los oyentes de Jesús estaban familiarizados con todo lo relacionado con los usos y tradiciones pastoriles. Muchos en Israel se dedicaban al pastoreo. La primera imagen que nos ofrece el evangelista es la de la puerta. Todo corral destinado a guardar el rebaño dispone de una puerta, por la cual entran y salen las ovejas. El pastor es normalmente el encargado de abrir y cerrar dicha puerta. Existe un sólo acceso legítimo para entrar adonde se encuentran las ovejas. Este acceso está reservado al pastor. Cualquiera que pretenda entrar por otro lugar que no sea la puerta, ha de ser tenido por un ladrón y un asaltante. Para robar y realizar destrozos en el redil, el ladrón y el asaltante escalan los muros o fuerzan la puerta. Jesús recurre al símbolo de la puerta, para presentar a sus oyentes la misión que viene a realizar ante el pueblo. Proclama que él mismo es la puerta, por donde han de salir y entrar las ovejas que pertenecen a su redil. No existe ninguna otra. Como puerta, Jesús 141

asume la responsabilidad de decidir quién puede entrar en el redil, y a quién se impide la entrada.

Asimilación En la Biblia, el símbolo de la puerta se utiliza con significados diversos. Asegurar que las puertas estén bien cerradas, en ocasiones es signo de represión. Por el contrario, que las puertas se abran milagrosamente, es un signo de liberación. En este sentido lo utiliza Lucas en los Hechos. Al narrar la liberación de Pablo y de Silas, escribe: “En ese instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros” (He 16,26). La apertura de las puertas, además de signo de liberación, es una legitimación de la acción misionera de Pablo y de Silas. La imagen de la puerta se utiliza como signo de acceso a la salvación por medio de la fe. Al regreso del primer viaje misionero, Pablo y Bernabé informan a la comunidad de Antioquía, “cómo Dios había abierto por medio de ellos la puerta de la fe a los paganos” (He 14,27). El evangelio de Juan personaliza la imagen. La puerta tiene nombre: Jesús de Nazaret. Él, no sólo viene a abrir puertas de acceso a Dios y a la salvación, que los humanos habían cerrado. Él mismo es la puerta de acceso a la salvación: “Quien cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3,36). El Apocalipsis presenta a Jesús como el “Santo que dice la verdad”. “Él tiene la llave de David; el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir” (Ap 3,7). Tiene los brazos extendidos, como una puerta abierta.

Acción Jesús señala la puerta para entrar a formar parte de la gran comunidad de sus discípulos. Esta puerta no es otra que el mismo Jesús. Dirige constantemente el llamado a los hombres y mujeres del mundo, invitándolos a entrar. Invita, pero no fuerza; ofrece generosamente los bienes del reino de Dios, que son para todos; y reprueba la tozudez de los que se empeñan en no entrar. Los dirigentes del pueblo judío son los que se han mostrado más reacios a entrar por la Puerta del reino de Dios. Son los que han estado más cerca de la puerta, y los más reacios a entrar. No han creído en Jesús, cerrándose así la puerta que conduce a la salvación. Las palabras de Jesús son extremadamente duras: “Morirán en su pecado” (Jn 8,24). 142

Jesús invita a entrar con insistencia. No desaprovechemos la oportunidad. Recordemos la parábola de las jóvenes que esperaban al esposo, para entrar con él al banquete de bodas. Las cinco necias desaprovecharon la oportunidad. Se pusieron a gritar a la puerta: “Señor, Señor, ábrenos”. Y ésta fue la respuesta; “Les aseguro que no las conozco” (Mt 25,11-12). Muchas veces es el Señor el que llama a nuestra puerta, y no recibe respuesta. “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 4,20). De todos modos, Jesús tiene poder para abrir las puertas que los humanos cerramos, aunque utilicemos técnicas avanzadas de seguridad (Jn 20,19).

Oración Eres inmensa Puerta, que el Padre fabricó con su genio desmesurado de acabado ebanista. El ángulo de luz exacto, y medidas perfectas. Por ella todos caben, el chico, el mediano, el grande. Puerta abierta, de par en par, al amor, a la vida, al gozo y al dolor, a la ternura sin límite, a la luz sin ocaso, a la esperanza que no muere, a los muertos que resucitan. Ábrete, Puerta de mil soles, sellada con los siete sellos. Quiero entrar el primero, reservar asiento en tu mesa, partir pan en tu cena, beber vino en tu copa, hacer de la vida una fiesta. Innumerables caminantes con leguas de fatiga, hacen guardia en la noche, esperando que te abras 143

para desvelar el misterio. Ábrete, Puerta de la gloria, para que todos gusten el banquete del reino. Me siento muy feliz de elegir el camino más corto, para caminar hasta aquí. Para qué entrar aún más adentro buceando en el misterio, si tengo ya el cielo en la Puerta.

37.- YO SOY EL PASTOR MODELO Jn 10,11-21

Meditación-contemplación Entre las imágenes que el evangelio de Juan toma de la vida pastoril, sobresale la figura de pastor. En torno a ella, el evangelista desarrolla un largo discurso rico en enseñanzas. Jesús es presentado como “pastor modelo” a la comunidad nacida de la Pascua.

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La imagen del pastor era familiar a los lectores. En el antiguo testamento, Yahvé se presenta como el “pastor de Israel”. Frente a los responsables del pueblo, que “se apacientan a sí mismos”, el Señor proclama: “Yo mismo en persona buscaré mis ovejas…; las apacentaré en ricos pastizales…; buscaré las perdidas, recogeré las descarriadas, vendaré las heridas, sanaré las enfermas” (Ez 34,1ss). Los autores del nuevo testamento han aplicado a Jesús el título de pastor. Lucas presenta a Jesús cargando en sus hombros a la oveja que se había extraviado, después de haber salido en su busca (Lc 15,4-6). Mateo añade un detalle más: Jesús se “conmovió” ante la multitud, “porque estaban maltratados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Este mismo pastor será quien separa a las “ovejas de las cabras”, cuando realice el juicio a las naciones. El evangelio de Juan presenta a Jesús proclamando públicamente en el templo: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11). Esto acontece en un momento en que Jesús se ve enfrentado con sus adversarios, que varias veces han intentado matarlo. Siguiendo los pasos de Yahvé, Jesús se distancia de los malos pastores. De aquéllos que le precedieron, y de los actuales responsables del pueblo judío. Las palabras de Jesús fueron una provocación para los responsables judíos, originando una división entre ellos. Unos lo tomaron por “loco y endemoniado”. Otros, con más sensatez, proclamaban: “Estas palabras no son de un endemoniado” (Jn 10,21).

Asimilación El evangelista perfila con detalle la figura del “pastor modelo”. Empieza por establecer una clara distinción entre el pastor modelo, los ladrones, los asaltantes y los asalariados. El ladrón no viene más que “a robar”; el asaltante se dedica a “matar y destrozar”; al asalariado, que no es dueño del redil, no le importan las ovejas. Cuando el lobo se acerca, abandona el rebaño, y el lobo las “arrebata y las dispersa” (Jn 10,10-13). El “pastor modelo” se hace responsable de sus ovejas. Por ellas está dispuesto a jugarse la vida. Éste es su primer signo de identidad. Está siempre dispuesto a asumir riesgos, para proteger al rebaño de los lobos, y los ladrones y asaltantes. La imagen del pastor como defensor del rebaño contra los lobos, la recoge Pablo en su exhortación a los dirigentes de la comunidad de Éfeso: “Cuiden de la grey, al frente de la cual los ha colocado el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia… Sé que después de mi partida se introducirán lobos crueles” (He 20,28-29). Otra nota distingue al pastor modelo: “Yo conozco a mis ovejas” (Jn 10,14). Lo que no se conoce no se ama. Del conocimiento que Jesús tiene de sus ovejas, nace el amor 145

que les profesa. El signo supremo del amor consiste en dar la vida. Jesús lo anunció, lo prometió y lo cumplió. “Por eso me ama el Padre, porque doy la vida” (Jn 10,17). Como “pastor modelo”, Jesús ejerce un verdadero liderazgo. Él se ha colocado al frente del redil; camina delante de las ovejas. Además de ser el “guía”, se convierte en “modelo del redil”. De este modo, suscita la admiración de las ovejas, que lo siguen con fidelidad. A Jesús le preocupan las ovejas que nunca formaron parte del redil, y aquéllas que han extraviado el camino y ya no lo siguen. No las da por perdida para siempre. “A ésas las tengo que guiar para que escuchen mi voz y se forme un sólo rebaño con un único pastor” (Jn 10,16).

Acción Hemos de acercarnos a Jesús, el “pastor modelo”, para tener vida eterna. Jesús lo ha repetido varias veces: El Padre ha enviado a su Hijo, “para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,15). Ahora lo recuerda de nuevo: “Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). En los sinópticos, las parábolas se construyen en torno al “reino de Dios”: “El reino de Dios se parece…” En el evangelio de Juan, la misma persona de Jesús es el centro del símil y de la parábola: “Yo soy el pastor modelo” (Jn 10,11). La dedicación de Jesús a los que forman el grupo de seguidores es total. “Llama a cada a cada uno por su nombre, les abre la puerta, los saca fuera…, camina por delante” (Jn 10,3-4). Se suele presentar a Jesús-pastor, como modelo para los que tienen la responsabilidad de pastorear la grey del Señor. Ciertamente lo es. Pero la riqueza de la alegoría o parábola no se agota en la figura de los dirigentes de una comunidad, sea eclesial o política. Jesús-pastor es un referente para todo discípulo. Todo discípulo ha de asumir la parte que le corresponde en el “pastoreo de la Iglesia de Dios”, como dice Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso (He 20,28). Debe de conocer a los que forman parte de su comunidad, orientarlos, guiarlos, defenderlos de los lobos rapaces, arriesgar la vida por ellos, no desentendiéndose de los indefensos. Jesús nos pone en guardia contra los asaltantes, los ladrones y los asalariados. Los primeros, “roban, matan destrozan”, explotan; los últimos, huyen cobardemente. Los podemos encontrar entre los mismos seguidores de Jesús.

Oración 146

De la grey que se ha perdido porque nadie la ha guardado, es Jesús resucitado el Pastor indiscutido. Él, que la muerte ha vencido, por delante va el primero con su cayado el madero. Dios hizo en Pascua el milagro: tú eres mi Hijo; hoy te consagro, Pastor, Camino y Cordero. Él fue Siervo y fue Señor, y nunca fue mercenario; en la cumbre del Calvario a prueba puso su amor. Jesús, Guía y Salvador, es también Pastor y Puerta que nadie a cerrar acierta. Para quien su voz escucha y persevera en la lucha, la tiene el Pastor abierta. Mientras dura la tardanza, el que es Pastor de pastores mantiene viva entre flores, la antorcha de la esperanza.

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38.- MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ Y ME SIGUEN Jn 10,14-21

Meditación-contemplación Hemos cambiado de escenario. El evangelista nos sitúa en la fiesta de la Dedicación del templo. Conmemoraba la consagración del templo y del nuevo altar, realizada en tiempo de los Macabeos. Aunque el contexto de la fiesta es distinto, Jesús sigue en las inmediaciones del templo su discurso sobre el “pastor modelo” y sobre el redil. En el enfrentamiento con los judíos, Jesús perfila con más claridad su perfil personal y el de sus seguidores. La atención se ha centrado generalmente sobre la “puerta” y sobre el “pastor”, menos sobre las ovejas. En la segunda parábola-símbolo Jesús plantea la cuestión del seguimiento. Primero, presenta el perfil del pastor. Su perfil es inconfundible: Conoce a las ovejas, camina delante de ellas, las defiende de los lobos, de los ladrones y asaltantes. Y sobre todo: “Da la vida por las ovejas” (Jn 10,15). Como pastor, Jesús cuenta con un redil y unas ovejas. Éstas no quedaron olvidadas en su discurso sobre el “pastor modelo”. En el libro de Ezequiel, Yahvé concluye su presentación como “pastor de Israel”, con esta proclamación: “Ustedes son mis ovejas, ovejas de mi rebaño, y yo soy su Dios” (Ez 34,31). Jesús también reconoce como discípulos a todos aquéllos, que escucharon su voz y decidieron seguirlo. En su enfrentamiento con los judíos, Jesús formula esta denuncia: “Ustedes no creen porque no son de mis ovejas” (Jn 10,26). Jesús se dedica a diseñar con más claridad la verdadera imagen del discípulo, manteniendo el lenguaje y los elementos característicos de la parábola. Un signo de identidad es el “seguimiento”. Jesús camina delante de las ovejas y “ellas lo siguen” (Jn 10,4). Jesús manifiesta especial amor a sus ovejas, porque el Padre, que está por encima de todos, se las ha confiado. Así, como nadie las puede arrebatar de las manos del Padre, tampoco se las podrán arrebatar de sus manos. No tenemos nada que temer. Estamos en buenas manos. 148

Asimilación El evangelio de Juan ofrece también su propio perfil del seguidor de Jesús. Jesús se ha presentado como “pastor modelo”, que cuenta con un rebaño. Los que lo forman tienen su propio perfil y sus signos de identidad. En primer lugar: Las ovejas “reconocen su voz” (Jn 10,4). Sólo cuando la conocen, “siguen” al pastor, que va por delante señalando el camino. No siguen a los extraños, “porque no reconocen la voz de los extraños” (Jn 10,5). A través de la voz, las ovejas “conocen” también al pastor, lo mismo que el pastor las conoce a ellas: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10,14). Este reconocimiento es absolutamente necesario, para creer en Jesús y decidir incorporarse a su redil como seguidores. En su discusión con los judíos, Jesús acude a las obras, como signo de su identidad: “Crean a las obras aunque no me crean a mí” (Jn 10,38). En el discurso del “pastor modelo”, existen palabras claves para identificar a los que son “ovejas del redil de Jesús”: “escuchar”, “conocer”, “seguir”, “traer”. Activarlas todas es un reto que Jesús nos lanza cada mañana, al empezar nuestras faenas. Ninguna de éstas puede faltar. Sobre todo ésta: “Ellas me siguen” (Jn 10,4). Jesús sabe también, que estamos rodeados de lobos. A los discípulos nos advierte: “Miren, los envío como ovejas en medio de lobos: sean astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16). La astucia evangélica no está reñida con la rectitud y la honestidad; y la sencillez tampoco está reñida con la firmeza y la decisión en el seguimiento. ¡El mejor de los pastores nos pone en guardia! ¡Atención a los lobos y a los mercenarios! Jesús invita a estar constantemente en alerta, para no dejarse sorprender. Salteadores y mercenarios siempre los hubo y los habrá.

Acción Jesús había ofrecido antes “agua viva”, después “pan de vida”; ahora ofrece “pastos”. Representan todo aquello que sustenta y hace crecer a los discípulos hasta alcanzar la plenitud de vida. Es todo lo contrario de lo que ofrecen el ladrón y el asaltante: “muerte y destrucción”.

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El cuidado que Jesús manifiesta hacia las ovejas, no es puramente intelectual. Está presidido por el amor. El signo supremo del amor es entregar la vida por la persona que se ama (Jn 15,13). Éste es el compromiso de Jesús: “Doy la vida por mis ovejas” (Jn 10,15). Jesús acude a las obras como signo de identidad: “Crean en las obras aunque no me crean a mí” (Jn 10,36). Un verdadero seguidor de Jesús, ha de hacer suyas estas palabras. La gente ha de reconocernos por los hechos, más que por las palabras. El reconocimiento de Jesús, como nuestro “pastor modelo”, no puede ser un ejercicio intelectual. El conocimiento ha de llevar al amor, y el amor ha de profundizar en el conocimiento. El amor y el conocimiento han de conducir al seguimiento. El Padre ha confiado sus ovejas al “pastor modelo” y “nadie las arrancará de sus manos”. Jesús ha manifestado su inquietud por las ovejas que no están en el redil. Está empeñado en traerlas, para crear el gran rebaño bajo su mando. Cuenta con nosotros para recoger las ovejas dispersas, conducirlas al redil, y asegurar el pastoreo. El evangelista es testigo y refleja la preocupación de las primeras comunidades por la misión entre los paganos. Cada discípulo es hoy “el pastor modelo”, preocupado por los ausentes. Asumamos la misión de ser para millones de personas, guías, puertas, pastores comprometidos, para que escuchen la voz de Jesús, se incorporen al redil y lo sigan con fidelidad. Jesús continúa gritando al oído sordo de muchas comunidades y de muchos discípulos: “Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a éstas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz” (Jn 10,16) y se conviertan en seguidores del “pastor modelo”.

Oración Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño; tú me hiciste cayado de este leño en que tiendes los brazos poderosos. Vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño, y la palabra de seguirte empeño tus dulces silbos y tus pies hermosos. Oye, Pastor, que por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres, espera, pues, y escucha mis cuidados. 150

Pero ¿cómo te digo que me esperes, si estás, para esperar, los pies clavados? Lope de Vega

39.- HIJO DE DIOS Y MESÍAS Jn 10,22-42

Meditación-contemplación Nos encontramos en la última de las tres fiestas que menciona el evangelio de Juan, antes de la última Pascua, cundo Jesús será juzgado y condenado a morir en la cruz. La serie comenzó con el sábado de la primera Pascua (Jn 5,1ss); le sigue la fiesta de las Tiendas (Jn 7,1ss); finalmente, la fiesta de la Dedicación (Jn 10,22-42). Ésta última era menos importante que las dos anteriores. A Jesús le dirigen dos preguntas sobre dos de los grandes títulos que la comunidad le atribuía cuando se escribe el evangelio. La primera se refiere al título de Mesías: ¿Es realmente Jesús es Mesías? La segunda: ¿Es el Hijo de Dios, como él pregona? Estas preguntas cobran especial relevancia después de que se presentó con “pastor modelo”. 151

Jesús no entra directamente en la cuestión relativa a su condición de Mesías. Los que le hacían la pregunta daban al término “Mesías” una resonancia sociopolítica. Que no respondía a la imagen que existía en las comunidades receptoras del evangelio. Jesús tampoco hace una proclamación solemne, declarándose Hijo de Dios. Pero hace saber a los judíos: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,38). La comunión de vida con el Padre, revela su condición de Hijo de Dios. Las dos propuestas de Jesús reciben una respuesta parecida por parte de los judíos. Ante su proclamación como Mesías, “los judíos tomaron piedras para apedrearlo” (Jn 10,31). Por “hacerse Dios siendo hombre”, intentaron arrestarlo (Jn 10,39).

Asimilación La reacción que producen en los judíos las palabras de Jesús, revelan que las tomaron en serio. Comprendieron que se proclamaba Mesías e Hijo de Dios. De lo que no existe duda alguna es sobre la convicción que existía en las primeras comunidades respecto a esos dos títulos, de los cuales se hacen eco los autores del nuevo testamento. Los evangelios sinópticos presentan las cuestiones relativas al Mesías y al Hijo de Dios, en el juicio en que condenan a Jesús a morir. Era como una síntesis de las acusaciones realizadas contra él durante su actividad pública. Estas cuestiones no las menciona el evangelio de Juan durante el juicio. Allí, sólo se interroga a Jesús sobre “los discípulos y sobre su enseñanza” (Jn 18,19). El evangelista las reseña en este momento. La conciencia mesiánica de Jesús no parece ofrecer duda. Ante el tribunal, presidido por el sumo sacerdote, le hacen la pregunta: “Dinos si tú eres el Mesías”. La respuesta fue inmediata: “Si se lo digo, no me creerán, y si les pregunto no me responderán. Pero en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de la majestad de Dios” (Lc 22,67-69). La respuesta es la misma que recoge el evangelio de Juan (Jn 10,25). Respecto a la proclamación de Jesús como Hijo de Dios, Lucas menciona una segunda pregunta formulada por el sumo sacerdote ante el consejo: “Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios?”. Jesús responde: “Tienen razón: Ustedes lo dicen: Lo soy” (Lc 22,70). Por dos veces, los judíos habían manifestado el propósito de dar muerte a Jesús, por “llamar Padre suyo a Dios, igualándose a él” (Jn 5,17-18; 8,58-59). En esta ocasión, quieren apedrear a Jesús por blasfemo: “Porque siendo hombre te haces Dios” (Jn 10,33). El evangelio de Juan no ofrece ninguna duda de que Jesús es la Palabra, que “estaba junto a Dios” y “era Dios” (Jn 1,1). “Y la Palabra se hizo hombre y habitó entre 152

nosotros” (Jn 1,14). Con toda justicia, se puede dar a Jesús el título de “Hijo de Dios”.

Acción Jesús cuestiona a los judíos que lo acusan de blasfemia, por haber dicho que es Hijo de Dios. Las primeras comunidades confesaron su fe en Jesús, como Hijo de Dios. Pablo escribe: “Ha sido constituido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder a partir de la resurrección” (Rom 1,4). Jesús manifiesta ser Hijo de Dios, en que dispone en plenitud del Espíritu y mantiene una especial relación con él. En su trato con Dios, Jesús se dirige a él dándole el nombre de Padre: “Padre, ha llegado la hora: Manifiesta la gloria de tu Hijo, para que tu Hijo manifieste la tuya” (Jn 17,1). Para reafirmar su filiación, Jesús acude a sus obras. Las obras certifican la comunión que existe entre él y el Padre: “Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,11). En la manifestación a María de Magdala, Jesús le dice: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes” (Jn 20,17). Pablo escribe: “Como son hijos, Dios infundió en sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: Abba, es decir Padre” (Gál 4,6). Aprendamos del Hijo, a vivir y a relacionarnos con Dios como hijos, en todos los ámbitos de la vida y de nuestra actuación humana; en nuestra oración y en las obras que hacemos. Todas han de llevar el sello de hijos muy amados de Dios.

Oración Natanael lo confesó: “Tú eres el Hijo de Dios, rey de Israel”. Eres Hijo del hombre con poder para perdonar pecados. “Tú eres el Mesías de Dios”, ha proclamado Pedro. Con el jefe de la centuria, de pie ante la cruz, ante el mundo confesamos: “Verdaderamente, este hombre es el Hijo de Dios”. No son tus palabras, sino obras 153

de hombre bueno y de siervo fiel, las que dan testimonio de que eres Hijo de Dios Altísimo. Como Hijo, eres enviado del Padre; como Hijo, Salvador del mundo; como Hijo, tus palabras son la Palabra del Dios vivo. De ti hemos aprendido, que Dios es nuestro Padre, que hemos de amar, como el Padre ama, como él perdona, perdonar, hacer bien a buenos y malos, ser ante el mundo mensajeros de su amor, su ternura y su paz. Líbranos de falsos mesías, y de dioses creados a medida del hombre y de sus fantasías. Hijo de Dios Padre hay sólo uno. Los demás somos hijos en el Hijo, que habló de Dios como ninguno. Al Padre sea siempre gloria, y al Hijo la alabanza; ahora, y por los siglos de los siglos, suba hasta su presencia nuestro canto.

40.- ESTA ENFERMEDAD NO TERMINARÁ EN LA MUERTE 154

Jn 11,1-32

Meditación-contemplación La vuelta a la vida de Lázaro, que llevaba cuatro días en el sepulcro, completa la lista de los siete grandes signos que forman parte del “libro de los Signos”. Es el más llamativo y el de significación más impactante. Entran en juego dos elementos tan antagónicos, como son la muerte y la vida. En la progresión ascendente del evangelio de Juan, la vuelta a la vida de Lázaro significa el momento culminante del ministerio público de Jesús. Nos introduce en el “libro de la gloria”, cuyo momento cumbre es también un “paso” de la muerte a la vida, mucho más poderoso y transcendente: La resurrección de Jesús. En varias ocasiones se insiste en la gran amistad de Jesús con Lázaro, Marta y María. En su casa de Betania se hospedaba cuando iba a Jerusalén. En un momento dado, Marta y María encarnan dos actitudes que han de tener presentes los discípulos: la escucha de la palabra de Jesús y la solicitud en el servicio (Lc 10,38-42). Ahora es Lázaro el elegido como “signo” de la resurrección de Jesús y del destino final de los discípulos. A simple vista, sorprende la actitud de Jesús ante la noticia de la enfermedad de Lázaro. Parece no tener prisa por acudir en ayuda de su amigo. Deja que transcurran dos días antes de acercarse a su casa, para interesarse por su salud. Jesús tiene reservada una sorpresa a las dos hermanas y a los discípulos, que trataban de disuadirlo de que no regresara a Judea. Hacía aún poco tiempo que habían intentado apedrearlo (Jn 10,31). A pesar de todo, Jesús se encamina a Betania a la casa de Lázaro. La respuesta de Jesús, que juega con la semejanza que existe entre el “sueño” y la “muerte”, desconcierta a los discípulos. Al referirse al sueño, Jesús está pensando en la muerte de Lázaro.

Asimilación Con este nuevo “signo”, el evangelio de Juan da un paso más en la revelación de la persona de Jesús. En el signo del ciego de nacimiento, Jesús se reveló como “luz del mundo”. Ahora, se manifiesta como la “resurrección y la vida”.

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El evangelista prepara de forma progresiva a los discípulos y a las hermanas de Lázaro al acontecimiento central, que es la vuelta de Lázaro a la vida, después de pasar por la muerte. Antes de acercarse a la casa de Lázaro, Jesús ofrece las claves para comprender el sentido profundo del hecho que se dispone a realizar: “Esta enfermedad no ha de terminar en la muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Jn 11,4). El signo de la resurrección de Lázaro, tiene mucho que ver con el primero que realizó Jesús en Caná de Galilea. Allí, “manifestó su gloria y creyeron en él los discípulos” (Jn 2,11). En este último signo, Jesús sigue un proceso parecido. Confiesa a los discípulos: “Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, para que crean” (Jn 11,14). En el diálogo entre Marta y Jesús se clarifican dos de los objetivos centrales del relato. El primero: “La confesión de fe en la resurrección, que el evangelista pone en boca de Marta: “Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11, 24). El segundo y más importante, lo pone el evangelista en boca de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). Estas dos proclamaciones, que pareciera deberían colocarse después del acontecimiento del la resurrección de Lázaro, el evangelista las adelanta, preparando la confesión de Marta que coloca a continuación: “Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir a este mundo” (Jn 11,27).

Acción El evangelista nos invita a hacer un recorrido, siguiendo a los protagonistas del relato. En primer lugar, aparecen las hermanas de Lázaro, Marta y María, preocupadas por su salud. Ante la gravedad de su hermano, deciden acudir al amigo de la casa: Jesús de Nazaret, que había sanado a otros muchos. De María informa el evangelista: “Había ungido al Señor con perfumes y había secado los pies con sus cabellos” (Jn 11,2). Era una forma delicada de manifestarle su amor. El evangelista informa, además, de la amistad que los tres hermanos tenían con Jesús. A la hora de elegir amigos, habían elegido al mejor. Jesús ciertamente no los defraudó. Aunque, primero Marta y después María, se quejan de que no hubiera venido para evitar la muerte de su hermano, ambas responden a la presentación que de ellas hace Lucas (Lc 10,38-42). Al recibir la noticia de que llegó Jesús, Marta sale a su encuentro y se afana por ofrecerle el recibimiento que se merece. María se queda “sentada” en casa. Cuando se entera que Jesús la llama, se levantó “rápidamente y se dirigió hacia él” (Jn 11,29).

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Después de escuchar a Jesús, Marta confiesa públicamente: “Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía de venir a este mundo” (Jn 11,27). Éstos son tres de los grandes títulos que la primera comunidad dio a Jesús, sobre los cuales insiste el evangelio de Juan: Mesías, Hijo de Dios, Enviado del Padre. Jesús habla y actúa como el Enviado de Dios: “El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre” (Jn 5,19). Sin él, nada podemos: ni existir, ni confesar la fe, ni actuar. Toda la comunidad de discípulos confesamos por labios de Marta: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el Enviado del Padre al mundo, para que el mundo se salve.

Oración Lázaro era, Señor, tu amigo. Enfermó. Se murió como todo mortal se muere. Pero no todo mortal tiene amigos como tú, el profeta de Nazaret. Te mandaron aviso: “Señor, tu amigo está enfermo”. Esperaban, sin duda, tu visita. Cuando la hora de Dios llegó, te pusiste en camino hacia Betania. “El amigo, Lázaro, duerme. Yo voy a despertarlo”. Hablabas tú de sueño; y los discípulos de muerte. El sueño de este muerto es antesala de la vida, para el que cree en tu palabra. Tenías que escuchar la confesión de fe de Marta: “Mi hermano resucitará, cuando los muertos resuciten”. Para esta hora en que la muerte hacía valer su reinado, tú nos reservas la primicia: “Yo soy resurrección y vida. El que cree en mí, aunque muera, ya no morirá para siempre”. Confesamos, Señor, con Marta: 157

“Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, que había de venir a nuestra tierra”.

41.- YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA Jn 11,33-46

Meditación-contemplación Jesús se presenta ante la gente que acompañaba a María, con un gesto profundamente humano. Primero: se “estremece” por la emoción. Al llegar junto al sepulcro: “Jesús se echó a llorar” (Jn 11,35). Manifestó con sus lágrimas ante el sepulcro, el amor que sentía por Lázaro. El comentario de la gente era éste: “¡Miren cuánto lo quería!” (Jn 11,35). Jesús revela que es verdaderamente hombre; que tiene los mismos sentimientos que tenemos los humanos: Llora la muerte del amigo. La acción maravillosa que realizará a continuación, no le ha impedido manifestar lo que siente como “Hijo de hombre”. Jesús somete a Marta a una nueva prueba de fe ante la tumba de su hermano. Cuando 158

Jesús ordena retirar la piedra que cerraba el sepulcro, Marta le advierte: “Señor, lleva cuatro días muerto. Ya huele mal” (Jn 11,39). Jesús otra vez le recuerda: “¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11,40). Los procesos de fe no son fáciles. Ahora vemos que la confesión de fe que hizo Marta anteriormente, era todavía inmadura. Tendrá que contemplar el “signo” de la resurrección de su hermano, para que todas las dudas se le disipen. El evangelio de Juan presenta a Jesús orando en dos momentos sumamente significativos. El primero: en el momento de realizar el “signo” más importante de todos los que ha hecho. Segundo: cuando “llegó su hora” de pasar del mundo al Padre; momentos antes de salir hacia el huerto de los Olivos. Allí, comenzará la última etapa de su recorrido hacia la resurrección y la glorificación final. Aunque aparezca espectacular, el rito fue muy sencillo. Jesús ordena al muerto que salga de su sepulcro. Lázaro, que tenía los pies y las manos sujetos con vendas, sale y se pone a caminar ante la gente. El signo tocó el corazón de la gente. Muchos judíos, al ver lo que Jesús hizo, creyeron en él (Jn 11,45). Todo signo que realiza Jesús, es revelador de su persona. Es un llamado a la fe.

Asimilación Jesús se dispone a realizar el signo más importante que podía hacer, para manifestar el amor por su amigo. Al devolver a Lázaro a la vida, después de llevar cuatro días enterrado, Jesús manifestó ante el mundo el inmenso amor que sentía por su amigo. No haber acudido inmediatamente a casa de Lázaro, al ser informado de su enfermedad, ha quedado ampliamente compensado. Jesús no lo sanó en vida, pero lo devolvió a la vida después de haber pasado por el trance de la muerte. Estamos acercándonos al desenlace final de la vida de Jesús sobre la tierra. El Hijo del hombre “será levantado en alto” para atraer hacia sí a toda la humanidad. De esta forma presenta el evangelio de Juan el misterio de la humillación de la cruz y la manifestación de la gloria del resucitado. La resurrección de Lázaro tiene que ver con la resurrección de Jesús, y también con nuestra propia resurrección. Por el misterio de la Pascua, Jesús es resurrección y vida para el que cree en él. Jesús había dicho: “Como el Padre resucita los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida a los que quiere” (Jn 5,21). Con un grito fuerte, ordena a Lázaro: “Lázaro, sal fuera” (Jn 11,43). Y el muerto obedeció y se puso a caminar.

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Con la vuelta a la vida de Lázaro, se hace más comprensible la proclamación hecha anteriormente por Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Jesús asegura a los que crean en él que, aunque desciendan a la tumba, la muerte no será quien triunfe, si no que disfrutarán eternamente de la vida de resucitados. Jesús es la “Vida”. Quien crea en él vivirá para siempre.

Acción Es bueno recordar en este momento, las palabras del primer cierre del evangelio de Juan: Estos “signos” quedan escritos “para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él” (20,31). La Iglesia primitiva incluye este relato en el proceso que siguen los catecúmenos hacia la noche pascual, en la cual el bautizado nacerá a una vida nueva, como Lázaro. En la carta a la comunidad de Roma, Pablo presenta el bautismo como un misterio de muerte y de vida, de sepultura y resurrección. Lázaro, que desciende al sepulcro y vuelve a la vida por la palabra poderosa de Jesús, es un signo viviente de lo que acontece en el bautizado. Jesús nos dirige la misma pregunta que a Marta: “¿Crees esto?” (Jn 11,26). De la fe en Jesús depende nuestra resurrección presente y participar de su resurrección en el futuro. Jesús, que manifestó el poder sobre la muerte, puede hacer que vivamos la vida, como una permanente resurrección. En la vida de aquéllos que han muerto y resucitado como Lázaro, ha de manifestarse la gloria de Dios, y hacerse visible la vida de Jesús resucitado. Es admirable contemplar a Jesús “alzando la mirada al cielo”, y orar al Padre en un momento tan solemne. Ante la gente que le rodea, Jesús hace una confesión de fe: Padre, “yo sé que tú siempre me escuchas” (Jn 11,42). Su gesto constituye un llamado a todo el mundo, para que crea. Dejémonos impactar por este Jesús, que plantó cara a la muerte y la venció. Existen muchos “Lázaros” que esperan que alguien en nombre de Jesús, que es “resurrección y vida”, les diga: “Amigo, sal de tu tumba de muerto, y ponte a caminar”. Abramos una página nueva en la historia de la salvación y en la historia humana, en la que no haya más muertos por violencia. Y que los que han muerto resuciten.

Oración Ahí están muerte y Vida frente a frente. La muerte retiene a su víctima; Jesús manifiesta su fuerza. 160

La muerte soltó su presa; y Jesús, en el curso de un banquete, con Lázaro se sentó a la mesa. Como eres Señor de la muerte, eres también Señor de vida, imperecedera, inmortal. El que cree en ti aunque muera, resucitará cuando vuelvas; gozará de una vida nueva, gloriosamente eterna. Vuelve, Señor, a esta tierra; acércate a los sepulcros donde yacen tantos muertos. Necesitan oír tu palabra: “Lázaro, sal afuera”. Creemos, Señor, que eres Resurrección y Vida; creemos que quien cree en ti se asegura la vida eterna. Tú quieres que amemos la vida, la alimentemos a diario, cultivemos los campos y construyamos hospitales; que repartamos con justicia el pan, para que nadie muera de hambre. Tú quieres resucitadores, no expertos en dar muerte a niños, jóvenes y grandes con sus misiles y cañones. Tú que eres el Señor de la vida y de la muerte, no mandes expertos guerreros; queremos resucitadores.

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42.- DECIDIERON CONDENAR A JESÚS A MUERTE Jn 11,47-56

Meditación-contemplación Lo acontecido en Betania había aclarado algunas cosas. Muchos de los que presenciaron como Lázaro retornaba a la vida después de cuatro días en el sepulcro, creyeron en Jesús. Su éxito con el pueblo despertó la alarma entre los dirigentes. Decidieron actuar. Dos son los motivos que los mueven. En primer lugar, les preocupa la cantidad los “signos” maravillosos que Jesús realiza. Según la cronología del evangelio de Juan, en menos de seis meses había realizado dos de estos signos: la sanación del ciego de nacimiento (Jn 9) y la vuelta a la vida de Lázaro (Jn 11). El segundo motivo es de carácter político: el miedo a que los romanos intervengan, destruyendo el santuario y la nación. Los sumos sacerdotes y los fariseos reúnen con urgencia el Consejo. Esta reunión tiene lugar unas semanas antes de la Pascua. La reunión desemboca en una decisión importantísima para el futuro inmediato de Jesús. Caifás, el sumo sacerdote, sentencia: “¿No ven que es mejor que muera uno por el pueblo a que toda la nación perezca?” (Jn 11,50). Las autoridades del pueblo se ponen inmediatamente en marcha para ejecutar la sentencia y eliminar a Jesús. En sus planes entra la eliminación de Lázaro: “Los sumos sacerdotes habían decidido dar muerte a Lázaro, porque por su causa muchos judíos iban y creían en Jesús” (Jn 12,10-11). 162

La Pascua estaba cerca y muchos judíos se acercaban a Jerusalén para la fiesta. Hemos visto que Jesús había asistido a la fiesta en años anteriores. Lo más lógico es que se acerque en esta ocasión a Jerusalén. En vista de lo cual, “los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que quien conociese su paradero lo denunciara, para poder arrestarlo” (Jn 11,57). La maquinaria para acabar con Jesús en aquella Pascua, estaba ya en marcha.

Asimilación El evangelista, que ha construido varios de sus relatos en torna a las fiestas judías, recuerda que “se acercaba la Pascua” (Jn 11,55). Para Jesús sería la última. Esta Pascua no será como las demás. En ella será inmolado el verdadero Cordero pascual. En la decisión sobre la muerte de Jesús se cruzan motivaciones de orden político y de carácter religioso. Las autoridades judías estaban impacientes por eliminar a Jesús. Temían que su influencia impactara en la población y provocara la intervención de los romanos contra el país. Por otra parte, inquietaba la influencia creciente que Jesús ejercía en la gente, que ponía en peligro el protagonismo religioso de los dirigentes. El evangelio de Juan muestra que la multitud, no sólo estaba “asombrada de su enseñanza” (Mc 11,18), sino que también se sentía atraída por las obras que Jesús realizaba. Especialmente, por haber devuelto a Lázaro a la vida: “Muchos judíos que habían ido a visitar a María y vieron lo que hizo creyeron en él” (Jn 11, 45). El evangelista amplía el campo de miras, para fijarse en el verdadero sentido de la muerte de Jesús. Como sumo sacerdote, Caifás “profetizó que Jesús moriría por la nación. Y no sólo por la nación, sino para reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,51-52). La profecía mesiánica de Caifás se cumplirá. Es verdad que Jesús morirá por la nación. Pero su muerte tendrá una proyección universal. Los “hijos de Dios dispersos” representan a los pueblos paganos. Ellos son “las otras ovejas que aún no forman parte del redil”, que han de reunirse para formar un sólo rebaño con un sólo pastor (Jn 10,16). El viejo templo será sustituido por uno nuevo: la humanidad de Jesús y la de los discípulos. Nacerá un nuevo pueblo: lo formarán gentes de toda nación, cultura y procedencia.

Acción

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No nos llamemos a engaño. En la muerte de Jesús concurren muchas de las estrategias antiguas y nuevas, utilizadas por los poderosos. Los intereses personales, sociales, políticos, económicos, y también religiosos, ocupan un lugar muy importante, y a veces decisivo, en la violencia contra las personas. Es evidente que, para las autoridades judías de la época, la actuación de Jesús les resultaba incómoda, y su popularidad creciente llegó a ser insoportable. Los motivos que se aducen para eliminar a Jesús físicamente, revelan que peligraban intereses demasiado importantes: uno político y otro religioso. Como sucede con frecuencia, detrás de causas muy nobles y justas, como son la libertad y bienestar del pueblo, se ocultan intereses bastardos. Entre otros, seguir disfrutando del poder en beneficio propio y de los simpatizantes. Lo que sucedió con Jesús nos ha de poner en guardia. Ni el más bueno, justo y santo, se libra. Jesús, que sabía por experiencia lo que le aguardaba, advierte a sus discípulos: “Los entregarán a los tribunales, los detendrán para torturarlos y matarlos” (Mt 13,9). Las opciones a favor de los pobres y de los más débiles, que los discípulos de Jesús han emprendido siguiendo sus pasos, han concluido en represión, persecución y muerte. Las represalias y la violencia contra las personas por motivos muy diversos, incluidos los religiosos, han existido y aún existen. En algunos ambientes, se ejerce una manipulación grosera de los sentimientos religiosos de la gente por intereses sociales o políticos, igualmente reprobable.

Oración Se acercaba ya el día y la hora, para el poder de las tinieblas. El Consejo se reúne con urgencia. Este hombre hace muchos prodigios; la multitud lo sigue por campos y ciudades; y la nación está en peligro. Caifás, sumo sacerdote, pronuncia la sentencia: “Debe morir un hombre por el pueblo, antes que la nación perezca”. Ese hombre eres tú, Señor Jesús. Hacer muchos milagros: ser sanador de los leprosos, 164

el liberador de oprimidos, multiplicador de los panes para quitar hambre al hambriento; éstos, y no otros, eran tus delitos. Ésta ha sido, Señor, la suerte de todos tus amigos. El primero fue Esteban, hombre lleno de Espíritu y generoso en el servicio. Siguieron Pedro y Pablo, Ignacio de Antioquía, “teóforo”y “trigo” molido en el molino del martirio. Y en tiempos más cercanos: Maximiliano Kolbe, que se entregó a la muerte en lugar de un hermano; Óscar Romero de América, y Edith Stein, la judía, apresada por la GESTAPO. Así es de injusta la justicia de nuestros tribunales y sus jueces: Absuelven a los verdugos, y a los buenos sentencian a muerte.

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43.- LA UNCIÓN EN BETANIA Jn 12,1-11

Meditación-contemplación En los evangelios se mencionan tres unciones de Jesús. Lucas las coloca durante el ministerio público de Jesús. Acontece en casa de un fariseo; interviene una mujer considerada como prostituta; no utiliza perfume, sino que le riega los pies con sus lágrimas y los seca con el cabello. Los otros tres evangelistas sitúan las unciones unos días antes de la pasión. El evangelio de Juan ubica la unción en Betania, seis días antes de la Pascua. Con este lapso de tiempo cierra el final del ministerio público de Jesús, como lo había empezado. En el banquete están presentes los tres hermanos amigos de Jesús: Marta, que sirve; Lázaro, que había vuelto a la vida, es uno de los comensales; y María. Por todos los indicios, ella es la que realiza la unción: “toma una libra de perfume de nardo puro, muy costoso, unge los pies a Jesús y se los enjugó con los cabellos” (Jn 12,3). María realiza tres gestos: toma la libra de perfume de nardo; unge los pies de Jesús; los seca con sus cabellos. El perfume se valora en trescientos denarios. Es una cantidad importante. Corresponde a unos dieciséis meses de salario de un jornalero. Nos encontramos de nuevo con Judas, que había sido mencionado anteriormente. Refiriéndose a él, Jesús exclamó: “Uno de ustedes es un diablo” (Jn 6,70). Más adelante, durante la cena Juan informará: “Detrás del bocado Satanás entró en él” (Jn 13,27). En esta ocasión, el evangelista presenta a Judas como ladrón, y atribuye la traición a la codicia: “Llevaba la bolsa y robaba de lo que ponían en ella” (Jn 12,6).

Asimilación Todos los elementos que ofrece el relato de Juan, hablan de Pascua y de vida. Nos 166

encontramos “seis días antes de la Pascua”. Lázaro, a quien Jesús había devuelto la vida, estaba a la mesa. El perfume “oloroso y de gran valor”, se relaciona con la sepultura de Jesús. Con este perfume que huele a vida y a Pascua, unge María los pies de Jesús. El gesto es un signo de amistad, de hospitalidad oriental; un derroche de amor agradecido. Al relacionarlo con la sepultura de Jesús, el evangelista le concede una significación más profunda. La víspera de la Pascua, el cuerpo de Jesús será embalsamado con perfumes, como el mismo Juan informa (Jn 19,40). Junto a los signos de vida aparecen también signos de muerte: el egoísmo, la falsedad refinada de Judas. Los acontecimientos de la Pascua que están a punto de producirse, son el signo supremo del amor de Jesús, que entrega la vida por la salvación de todos. Y la traición por dinero, y la violencia extrema de ejecutar a Jesús en la cruz, son dos signos de muerte. Allí mismo, donde una mujer manifiesta el amor a Jesús ungiéndole los pies, uno de sus amigos, Judas Iscariote, intenta negociar la venta del perfume en su propio beneficio. Lo único que le importa es el dinero. El evangelista reconoce el valor simbólico del gesto de María de Betania. Jesús lo reconoce: “Déjenla que lo guarde para el día de mi sepultura” (Jn 12,7). Marcos, sin embargo, pone en boca de Jesús estas palabras: “En cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia, se recordará lo que ella ha hecho” (Mc 14,9).

Acción El relato de Juan presenta, frente a frente, dos actitudes muy distintas. El amor de María de Betania, que llena con su perfume toda la casa; y el egoísmo mezquino de Judas, que piensa sólo en sí mismo, manipulando groseramente a los pobres. La maniobra de Judas es el reflejo perfecto de los millones de casos de manipulación de los pobres. A los pobres los manipularon los ricos, para crecer a costa de sus sudores. Y a los pobres los manipulan los revolucionarios sociales que dicen representarlos; y lo que hacen es escalar el poder a costa de ellos; viviendo como grandes señores, mientras los pobres siguen en su pobreza. “A los pobres los tendrán siempre entre ustedes” (Jn 12,8). Si se trata de un anuncio profético, Jesús ha acertado de pleno. Los pobres siguen ahí en sus ranchos de cartón o de hojalata; en las esquinas de las calles; en las puertas de los templos; con sus esqueletos apenas cubiertos por la piel. 167

También se cumple la segunda parte del anuncio: “A mí no siempre me tendrán” (Jn 12,8). Seguramente muchos contestarán: “Ni falta que nos hace”. La arrogancia tecnológica, cultural y científica, nos empuja a creer que cada vez necesitamos menos de Dios. Puede que sea cierto. Pero de los valores del “reino de Dios”: justicia, amor, ternura, misericordia, reconciliación, solidaridad…; de éstos y muchos más, no andamos nada sobrados. ¡Cuánta falta nos hacen gestos como los de María de Betania! Rebosantes de generosidad, de amor, de ternura; hechos a la luz del día, sin miedo al ridículo, a recibir críticas tan ruines como las de Judas Iscariote. ¡Benditas las manos que ungen tantos pies descalzos, por tantos siglos con heridas sin curar!

Oración Estamos, Señor, en Betania, con tres de tus amigos: Marta, María y Lázaro, que te hospedaron en su casa. Con un banquete celebran el “paso” gozoso de Lázaro de la “muerte a la vida”, del sepulcro de roca fría, a ser comensal del banquete. El mayor de todos los “signos” lo guardaste para el final. Huele ya todo a Pascua en los salones del banquete: Marta: servicial como siempre; Lázaro, el buen amigo, tan gloriosamente presente; María, con su signo sorprendente, preparando la sepultura. Frente al amor más grande no faltó el antiamor: Judas, discípulo corrupto, manipulador de los pobres, tramaba la traición. Los pobres, Señor, los tenemos a diario con nosotros. Líbranos de manipularlos, 168

y de crecer a costa suya; y con traiciones e injusticias lavarnos la conciencia. Haz, Señor, que lavemos sus pies, y los unjamos con perfume de amor cercano y duradero; y que nadie quede fuera, sin sitio en el banquete.

44.- AL GRITO DE: ¡HOSANNA! ENTRÓ EN JERUSALÉN Jn 12,12-19

Meditación-contemplación Los cuatro evangelistas narran la entrada de Jesús en Jerusalén, para participar en la última Pascua. Esta entrada se distingue de las demás por el carácter multitudinario y por el ambiente festivo y triunfal que la rodea. El evangelio de Juan sitúa esta entrada un día después de la unción en Betania. A pesar de que pesaba sobre él la sentencia del consejo, que había decidido darle muerte (Jn 11,53), Jesús emprende su marcha hacia la ciudad. Se dispone a participar en la tercera Pascua, que será la más importante y decisiva. 169

El evangelista menciona dos grupos de personas. El primero, está constituido por el gentío que se reunía en la ciudad con motivo de la fiesta. El segundo se relaciona con la vuelta a la vida de Lázaro. La gente que tenía conocimiento del hecho, al enterarse salió a su encuentro. En la escenificación descrita por el evangelista, se mencionan las ramas de palma y un anillo. Montado sobre él entró Jesús en la ciudad, por el camino que procedía del Monte de los Olivos. La descripción que hace Juan es la menos espectacular. Menciona únicamente las ramas de palma. Los otros evangelistas mencionan, además, ramas del campo y “mantos” que alfombraban el camino, con los cuales cubrieron el lomo del asno (Mc 11,7-8). En realidad, la entrada en Jerusalén se convirtió en una proclamación mesiánica de Jesús. Los textos bíblicos del antiguo testamento, que el evangelista pone en boca de la gente, están relacionados con el Mesías. Zacarías escribe: “Salta de alegría, Sión; lanza gritos de júbilo, Jerusalén, porque se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno” (Zac 9,9).

Asimilación Una manifestación multitudinaria de este tipo, se presta para diversas interpretaciones. Pero el evangelista, con el recurso a las Escrituras, ha dejado suficientemente claro cuál es su sentido. Se trata de una manifestación de contenido mesiánico. Juan cita el Salmo 118 y al profeta Zacarías. El Salmo 118 es un canto de acción de gracias. La palabra “Hosanna” que utiliza la multitud, es una expresión de alegría, unida a la salvación. La gente aclama “al que viene en nombre del Señor”. Este “enviado” es Jesús el Mesías, el “Ungido” por Dios. El mismo Jesús reconoce que es el enviado de Dios: “El Padre me ha enviado” (Jn 5,36). A Jesús no han de aclamarlo como un rey terreno, sino como la manifestación de Dios, que está en medio de ellos en la persona de Jesús, para congregar a todos los pueblos. Se trata de un signo profético. Esta escena encuentra su culminación, cuando “unos griegos” que venían a la fiesta, se acercan a Jesús. (Jn 12,20). Ellos representan a los pueblos paganos. Jesús relaciona este hecho con su “exaltación”, cuando atraerá a sí a toda la humanidad (Jn 12,32). En el momento de la resurrección se manifestará el significado pleno de este acontecimiento. Como anota el evangelista: “Esto no lo entendieron los discípulos en aquel momento. Pero, cuando Jesús fue glorificado, se acordaron de que todo lo que le 170

había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él” (Jn 12,16).

Acción No deja de llamar la atención que Jesús, que es aclamado como Rey-Mesías, entre en Jerusalén montado en un humilde pollino, y no en una carroza tirada por caballos, como el emperador y los reyes de la época. Una vez más, Jesús se distancia de los montajes fastuosos que nos hemos creado los humanos. Sin dejarnos impresionar por la escenografía, entremos en el significado del gesto de Jesús, al decidir dirigirse a la ciudad, conociendo el riesgo que esto suponía. “Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que quien conociese su paradero lo denunciase, de modo que pudieran arrestarlo” (Jn 11,57). Consciente de lo que le espera, Jesús emprende con decisión la última etapa del camino. Los discípulos hemos de actuar con la misma determinación. Unas veces, habrá quien nos aplauda y nos aclame. En ocasiones, las aclamaciones pueden convertirse en gritos de rechazo. Ninguno de las incidencias que surjan en el camino, pueden impedirnos avanzar con voluntad firme en el seguimiento de Jesús. Los que aclamaron a Jesús no eran los servidores del templo, ni los responsables políticos, ni los dueños de grandes posesiones. Era la gente sencilla del pueblo. Aquéllos con los que se encontraba a diario en los pueblos, en las ciudades y en los campos. A los que sanaba de sus dolencias, liberaba de sus esclavitudes y compartía con ellos la mesa.

Oración Tú, Señor, también peregrinas, como un humilde siervo de Yahvé, a celebrar la Pascua con el pueblo, y a plantar tu tienda entre los pobres. Te aclamamos nosotros con la gente: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el rey de Israel”. Me gusta contemplarte, Señor del cielo y de la tierra, necesitando de un pollino para entrar en la ciudad santa; de una sala y de una mesa, 171

para cenar con tus amigos. Los discípulos no comprendieron. Necesitaron verte y tocarte en la Pascua resucitado, para saber que tú eres Mesías salvador, Rey de Israel. Te recibimos hoy, Señor, con los ramos de palma en las manos, con vítores y hosannas. No permitas, Señor, que en pocos días, con las mismas gargantas gritemos: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! No queremos que sea nuestro rey”. ¡Perdónanos, Señor! Somos así de versátiles los humanos Gracias, Señor, por tu visita, a pie o sobre un pollino, al barrio donde viven los humildes. ¡Hosanna, al Siervo de Yahvé, que viene en nombre del Señor!

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45.- LLEGÓ LA HORA: EL HIJO DEL HOMBRE SERÁ GLORIFICADO Jn 12,20-33

Meditación-contemplación En este permanente caminar hacia la glorificación del Hijo del hombre, se anunciaba que la resurrección de Lázaro era “para que el Hijo de Dios sea glorificado” (Jn 11,4). Con este acontecimiento se inicia una cadena de sucesos que culmina en la glorificación de Jesús, que será “levantado en alto”, al morir crucificado y al resucitar. La “hora de que el Hijo del hombre sea glorificado ha llegado” (Jn 12,23). En este camino ascendente de glorificación, encontramos un grupo de griegos. Ellos venían a celebrar la Pascua. Se trata seguramente de un grupo de prosélitos judíos de cultura griega. Interesados por conocer a Jesús, se acercan a Felipe que, en compañía de Andrés, se encarga de conducirlos a Jesús. Su aparición en el relato de Juan, pareciera un tanto sorpresivo. En este momento tan significativo para Jesús y para el cumplimiento de la misión que el Padre le ha confiado, no debe extrañar que aparezcan unos paganos. También a los paganos vino a llevar a la salvación. Ellos son de “las ovejas que no pertenecen al redil” y que tienen que escuchar su voz y formar parte del único rebaño reunido en torno al único pastor (Jn 10,16). A escasos días de que se produzca el desenlace de los acontecimientos que están ya en pleno desarrollo, Jesús aborda directamente la cuestión de su partida. Muchas veces había dicho: “Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2,4; 7,30; 8,20). Al presente, las cosas han cambiado. El anuncio es: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado” (Jn 12,23). Es la “hora” de la glorificación por la crucifixión, por la resurrección y ascensión a los cielos. Los tres acontecimientos juntos constituyen la “glorificación”.

Asimilación Para Jesús, la Pascua que se dispone a vivir será de una absoluta novedad. Su Pascua será “el paso del mundo al Padre”. Este paso será doloroso. La “hora” se ha convertido en la expresión técnica para designar la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Esta hora ya ha llegado y Jesús está preparado para afrontarla. Tendrá que aparecer ante el mundo, suspendido de un madero, como un asesino y un bandido, antes de recobrar la gloria de Hijo de Dios. 173

La situación pascual que se dispone a vivir, la esclarece Jesús con la parábola del grano de trigo. La fuerza de la parábola no se centra en el destino del grano, sino en la productividad: “dar mucho fruto” (Jn 12,24). El grano de trigo depositado en la tierra, tiene que morir primero, para después producir fruto. Sin pasar por este trance, imposible que el grano fructifique. El grano de trigo, para multiplicar la vida en otros granos, ha de ser sepultado y pasar por la muerte, Su muerte y sepultura no es para muerte sino para vida. Los frutos a que se refiere la parábola, se relacionan en primer lugar, con la misma persona de Jesús. Su muerte le reportó una cosecha abundante de gloria: “Vemos a Jesús, que por la pasión y muerte fue coronado de gloria y honor” (Heb 2,9). El fruto beneficia también a la humanidad. Jesús “entregará su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). El evangelio de Juan traslada a este lugar la angustia que sintió Jesús ante la muerte: “Ahora mi espíritu está agitado, y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? (Jn 12,27). Los sinópticos la colocan en Getsemaní, durante el prolongado tiempo de oración. Por otra parte, existe un testimonio sobre la glorificación de Jesús: “Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo” (Jn 12,28). Esta glorificación tendrá lugar, cuando Jesús sea elevado de la tierra y atraiga a todos hacia él (Jn 12,32).

Acción El mensaje que Juan nos transmite en el episodio de los griegos, no nos puede dejar indiferentes. Ellos se dirigen a Felipe con una inquietud: “Señor, queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Tenemos que plantearnos cuál es nuestra inquietud por conocer a Jesús. Para conocerlo mejor necesitamos acercarnos a él. Nunca podemos dar esta labor por concluida. Existe otro mensaje que nos urge con la misma fuerza. Hay millones de personas que nos hacen a nosotros la misma propuesta: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Si no se acercan ellos a nosotros, vayamos nosotros a su encuentro. Facilitemos su encuentro con él. Nuestra actitud con estas personas pone a prueba la autenticidad de nuestro seguimiento de Jesús. Jesús se aplicó a sí mismo el símil del grano de trigo. Para multiplicar la vida en otros granos, el grano de trigo ha de ser sepultado; tiene que pasar por la muerte. La muerte y sepultura de Jesús no es para muerte sino para vida. Apliquemos su proceso a nuestro proyecto de discípulos y de seguidores de Jesús. 174

Jesús nos advierte: “El que se aferra a la vida la pierde, el que desprecia la propia vida en este mundo la guarda para la vida eterna (Jn 12,25). En este momento solemne hace una nueva invitación a los discípulos: “El que quiera servirme, que me siga” (Jn 12,26). Jesús considera el seguimiento como un “servicio”. El acto supremo de servicio consiste en entregar la vida. Ésta es la forma de participar en la “glorificación del Hijo del hombre”, y estar donde Jesús está. Es una forma de expresar espléndidamente lo que significa la “hora” de la muerte y resurrección de Jesús para los discípulos.

Oración Con sus brazos abiertos, la cruz espera sobre el monte; tu espíritu se inquieta. Llegó la “hora”, Señor, tienes que optar, entre guardar la vida en este mundo, o asegurarla para siempre. En voz alta confiesas: “¿Qué voy yo a decir? ¿Padre, líbrame de este trance? No; que para eso he venido”, responde tu conciencia. Cuando el horizonte se nubla, y la noche más se oscurece, nos mandas un aviso: “Quien se aferra a la vida la pierde, quien la desprecia en este mundo, la guarda para la vida eterna”. Nos invitas a contemplar el trigo sembrado en el surco. Si el grano no se muere, se queda solo y estéril; y si muere, se multiplican los granos en la espiga. Tú eres grano de trigo, que sembró Dios en esta tierra. Te enterraron bajo una losa; y después de tres días, entre mil rosas en un huerto, 175

tú, gloriosamente renaces. Siémbranos, Señor, con tu mano de sembrador experto. Haz que sepultados contigo en un surco glorioso como el tuyo, contigo amanezcamos, como trigo maduro en Pascua.

46.- CAMINEN MIENTRAS TIENEN LUZ Jn 12,34-50

Meditación-contemplación El final del “libro de los signos” coincide con el final del ministerio público de Jesús. Antes de terminar su relato, el evangelista se detiene a hacer un balance. Son muchos los testigos de los “signos” maravillosos que Jesús realizó. Pero la respuesta no fue la esperada. Jesús hizo los “signos” para que creyeran. Al final de su actuación pública, el número de verdaderos creyentes era escaso. A sus mismos discípulos les reprocha: “Hace tanto que estoy con ustedes ¿y todavía no me conocen? “ (Jn 14,9). Aunque el evangelista afirma que muchos, aún entre los jefes, creyeron en Jesús (Jn 12,42), hay que reconocer que el final del “libro de los signos” refleja un sentimiento francamente pesimista. Los pasajes proféticos que cita el evangelista, denuncian a unas personas que voluntariamente se habían quedado ciegas, incapacitadas para comprender los “signos” realizados por Jesús. “Sus ojos no ven y sus mentes no entienden” 176

(Jn12,40). El discurso de Jesús contiene un excelente resumen del mensaje que encontramos en su predicación, en el cual insiste en su condición de enviado de Dios y en su comunión con el Padre. Quien “cree” en Jesús, cree en el que lo envió; quien “ve” a Jesús, ve al que lo envió; quien lo “recibe”, recibe al que lo ha enviado. Creer, ver, recibir, representan tres actitudes fundamentales del verdadero discípulo. En su discurso, Jesús vuelve a insistir en su misión. Él no habló por su cuenta, sino que anunció al mundo lo que el Padre le encargó que anunciara. Vino al mundo para que todos crean en el Padre y tengan vida. Él no busca otra gloria que la gloria del Padre. Lo ha guiado durante su vida, y lo guiará hasta que sea glorificado después de la muerte.

Asimilación Lo que adelanta en el prólogo el evangelio de Juan, lo constata al final del ministerio de Jesús: “Vino a los suyos, pero los suyos no lo aceptaron” (Jn 1,11). Estas palabras son muy semejantes a las del profeta Isaías, que el evangelista cita al final: “Señor, ¿quién ha creído lo que hemos escuchado?” (Jn 12,38). Para explicar la incredulidad de los oyentes, Jesús recuerda otras palabras de Isaías: “Les ha cegado, y les ha embotado la mente, para que sus ojos no vean ni su mente discurra y se conviertan” (Is 6,9). Las palabras del profeta, no se pueden considerar en ningún caso una justificación. El signo de la luz, que aparece en el prólogo del evangelio, vuelve a hacerse presente en los momentos decisivos. Jesús repite una de las proclamaciones importantes consignadas en este evangelio: “Yo soy la luz y he venido al mundo, para que ninguno que crea en mí quede a oscuras” (Jn 12,47). Jesús insiste con toda energía en que actúa por mandato del Padre. Es consciente de que el Padre lo envió, “para que el mundo se salve por medio de él” (Jn 3,17). Su misión está orientada a la vida que perdura por siempre. La humanidad encontrará la vida eterna en la Palabra de Jesús. En este final del “libro de los signos, recordemos las palabras que Moisés dirigió al pueblo: “Fíjense bien en todos las palabras que yo les he comunicado hoy” (Dt 32,46).

Acción

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En el breve discurso final del “libro de los signos”, Jesús plantea claramente la alternativa: Escucharlo o no escucharlo; creerlo o no creerlo. Aquí se decide el ser o no ser de los discípulo; el recibir un juicio de salvación o una sentencia de condenación. Jesús confiesa que él no vino a traer un juicio de condenación sino de salvación. Por medio de su Palabra y de sus “signos”, Jesús no ha cesado de “abrir” los ojos a los que no ven; de iluminar la inteligencia a los que emprenden sendas extraviadas; de sanar los oídos de los sordos, que tienen las antenas activadas para captar cualquier mensaje, menos el mensaje de Dios que nos llega por medio de Jesús. Jesús nos ha pasado el testigo a sus discípulos. Nosotros tenemos el reto de abrir los ojos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que descubran a Jesús a través de su vida, de sus palabras y de sus “signos”. Son muchos los ciegos que necesitan un guía que los ilumine y los conduzca al encuentro de Jesús, para ser sanados. Además de ser nosotros mismos “signos” vivientes de Jesús, que “pasó haciendo el bien”, realicemos los “signos” que él hacía: sanar enfermos, liberar oprimidos, compartir mesa con los excluidos, llevar alegría a los que lloran y a los tristes.

Oración En el principio, la Palabra era luz que brilla en las tinieblas. Ahora, Señor, que te encuentras al final del trayecto, tu Palabra se hace más verdadera: “Yo soy la luz, y vine al mundo, para que quien cree en mí no quede a oscuras”. Como luz de la aurora tú te entregas, iluminas todo el camino que lleva a la Pascua luminosa, donde Dios nuestro Padre nos espera. En tu busca, Jesús resucitado, avanzamos de noche, perdidos entre sombras. Convierte la tiniebla en mediodía para marchar sobre tus huellas. Por el camino encontramos muchos ciegos que guían a otros ciegos. Conviértenos en lámpara que ilumine sus ojos a tiempo, 178

antes que pierdan pie y se hundan en la sombra para siempre. Sana los ojos del soberbio que alza sobre los pobres su bandera. Líbranos de nuestras cegueras, que nos impiden verte tras la mugre de los mendigos, la sordera del sordo, y el torpe caminar del inválido. Tú que trajiste fuego a la tierra para que ardiera, mantén encendidas nuestras lámparas.

47.- LÁVENSE LOS PIES UNOS A OTROS Jn 13,1-17

Meditación-contemplación El comienzo del llamado “libro de la gloria”, coincide con el anuncio de la llegada de la “hora” en la cual el Hijo del hombre será glorificado. Es la “hora” de la pasión, de la muerte, de la resurrección y entrada en la gloria. Es la “hora” de “pasar del mundo al 179

Padre”, y la “hora” de manifestar el signo supremo del amor a los suyos: “Los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). En el himno del comienzo, el evangelista describe la trayectoria de Jesús. Empieza en el cielo junto a Dios (Jn 1,1); pasa la etapa de plantar su tienda en el mundo, que “no lo reconoció” (Jn 1,10); finalmente, contemplamos la “gloria que recibe del Padre como Hijo único” (Jn 1,14). El “libro de la gloria” empieza con la cena pascual. Jesús celebra con los discípulos una de las tradiciones más sagradas del pueblo judío: la cena en que se hace memoria de la liberación de la esclavitud. El relato de la cena que propone el evangelio de Juan, difieren bastante del que ofrecen los otros evangelistas. Juan informa que el día antes de la Pascua, Jesús realiza con los discípulos una cena, que revestía rasgos pascuales. Como datos más significativos, Juan narra el lavatorio de los pies a los discípulos y pone en labios de Jesús un extenso discurso. No narra, sin embargo, los preparativos de la cena y la institución de la eucaristía. Según los relatos que nos han llegado de la última cena pascual de Jesús, existen dos signos sobre los cuales hemos de fijar la atención. El primero presenta a Jesús en actitud humilde y servicial, lavando los pies. En el segundo, Jesús aparece “partiendo el pan” y “pasando la copa”, como signo de su entrega hasta la muerte.

Asimilación Jesús indica a los discípulos que ha llegado la “hora” de la nueva Pascua: su “paso” del mundo al Padre a través de su muerte y resurrección. Con ella se pone fin a la alianza antigua. La nueva alianza tiene sus propios signos. Será sellada con la sangre del nuevo Cordero pascual. En el evangelio de Juan, uno de estos signos se hace visible en el lavatorio de los pies, con que Jesús sorprende a los discípulos. En el ritual del banquete pascual judío no existía ningún elemente que se pueda comparar con el lavatorio de los pies. En esta cena no existe palabra o gesto que no tenga su sentido. Como ha hecho en otras ocasiones, Jesús realiza una catequesis después del signo para explicarlo. En parte, la catequesis la desarrolla en el diálogo con Pedro. Con su visión del Mesías totalmente equivocada, Pedro se niega en redondo a que Jesús le lave los pies. Jesús sencillamente le dice: “Lo que yo hago no lo entiendes ahora, 180

más tarde lo entenderás” (Jn 13,7). Lo entenderá cuando el Hijo del hombre sufra la suprema humillación de morir colgado de un madero, como un malhechor y al tercer día resucite. En la misma cena, según informa Lucas, Jesús ofrece otras claves para entender este signo: “¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). Algunos autores han entendido el lavatorio de los pies, como el primer signo que nos introduce en la pasión, en la cual Jesús sufrirá la humillación hasta la muerte. Alcanzará el momento culminante al ser elevado “en alto” en la cruz.

Acción Antes de que tenga lugar el “paso del mundo al Padre”, Jesús indica a la comunidad cómo quiere que se celebre la memoria de la nueva Pascua: su muerte y resurrección. Es el acontecimiento central en la historia de la salvación. Según informan los evangelios, Jesús ordena en la cena a los discípulos tres acciones de la máxima importancia. Dos de ellas se encuentran en el evangelio de Juan. La primera se relaciona con el lavatorio de los pies: “Lávense los pies los unos a los otros” (Jn 14). La segunda se refiere al amor fraterno: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). La tercera la encontramos en el evangelio de Lucas. Se relaciona con la eucaristía: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). “Yo, que soy ‘señor y maestro’”, les he lavado los pies” (Jn 13,14). Con este gesto nos ha revelado que él es el verdadero “siervo de Yahvé”. Ha tomado la actitud de “siervo” en medio de los discípulos. Nos advierte: “Les he dado ejemplo para que hagan como yo he hecho con ustedes” (Jn 13,15). El mejor lenguaje del amor es el servicio. Todo el mundo lo entiende. No necesita explicaciones. ¿Cuándo nos identificarán como discípulos de Jesús, por la calidad y la generosidad en el servicio? Andamos afanados en encontrar las vías para conseguir la felicidad. Llamamos a muchas puertas; al final las decepciones son infinitas. Escuchemos a Jesús: “Serán felices, si sabiendo estas cosas, las cumplen” (Jn 13,17). Es una invitación más que hace Jesús, para alcanzar la felicidad duradera.

Oración Ha llegado ya la hora, Señor. 181

Sirvan, nos gritas con urgencia, como los he servido yo. Yo quiero aprender a tu lado, pues eres el mejor servidor. No quiero estar yo solo, sino recostado en la mesa, con todos los invitados, sin que falte ninguno: los cojos, los ciegos, los mudos, los desnudos y los hambrientos, los excluidos, los explotados; y que se abran las cárceles para que no falten los presos. Lávame, Señor, tú, los pies, que lo haces mejor que ninguno. Sécame, tú, la piel que aún suda odio, racismo, soberbia y rencor. Ahora que he aprendido la lección, permíteme, Señor, que lave los pies a los mendigos, a los que no dejan entrar en hoteles de lujo, y sentarse a la mesa con banqueros ilustres y con los amos del poder. Al preparar, Señor, nuestro banquete, invitamos al que no invitan, reservamos el primer puesto a pobres e indigentes. Los amigos y los parientes ocuparán los últimos puestos. La mesa está servida; empecemos la fiesta. Seguro, que estarás tú en nuestra cena.

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48.- JESÚS DENUNCIA AL TRAIDOR Jn 13,18-30

Meditación-contemplación Con el relato de la cena de Jesús, el evangelio de Juan nos introduce en el “libro de la hora”, en el cual se nos narra el “paso de Jesús de este mundo al Padre” (Jn 13,1). En este paso hay una historia dolorosa en la que existen muchos implicados. Entre ellos uno, del cual Jesús dijo: “¡Ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido” (Mc 14,21). El ambiente es particularmente tenso. La “hora” de Jesús ha llegado y es el momento de desenmascarar la trama que lo llevará a la cruz y a la muerte. A la acción profética del lavatorio de los pies, añade Juan otra: el anuncio de la traición de Judas. Aparecen en primer plano tres de los discípulos: El “discípulo que amaba Jesús”, Judas Iscariote y Pedro. El primero se recostó sobre el costado de Jesús en un gesto de amistad y confianza. La actitud de los otros dos fue muy distinta. Sin pronunciar palabra, por medio de un gesto Jesús revela al discípulo que más quería quién es el traidor: “Aquél a quien entregue un trozo de pan mojado” (Jn 13,26). La denuncia de Jesús contra Judas queda como un secreto reservado entre él y el discípulo que más amaba. Los demás no pueden sospechar, que uno de los compañeros que está compartiendo la mesa con ellos es un traidor. La traición se mantiene en secreto, a pesar de las palabras misteriosas que Jesús dirige a Judas: “Lo que tienes que hacer hazlo pronto” (Jn 13,27).

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Asimilación El evangelista informa que “Jesús se estremeció por dentro” (Jn 13,21), en el momento de anunciar la traición. Anteriormente, se había conmovido al enfrentarse con la muerte ante la tumba de Lázaro (Jn 11,33); y ante la llegada de la “hora” (Jn 12,27). Volverá a suceder durante la oración en el huerto de los Olivos: “Siento una tristeza de muerte” (Mc 34). Esto nos revela cómo le dolió a Jesús la traición de su discípulo. Ante la traición de Judas, Marcos y Mateo ponen en boca de Jesús estas duras palabras: “Más le valdría a este hombre no haber nacido” (Mc 14,21; Mt 26,24). Juan ofrece su versión. Al entregarle Jesús el bocado a Judas Iscariote, el evangelista comenta: “Detrás del bocado entró en él Satanás” (Jn 13,27) Cuando Judas abandona el lugar de la cena, Juan se limita a decir: “Era de noche” (Jn 13,30). Ciertamente, que la “hora” de las tinieblas había llegado. Pero, como dice el evangelista al principio: “La luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5). En el relato de la cena aparece por primera vez el “discípulo que amaba Jesús”. Volverá a aparecer cinco veces más. Todas ellas en el “libro de la gloria”. El “discípulo que más amaba Jesús”, es para el evangelista el modelo de discípulo. Juan coloca, frente a frente, al peor discípulo: aquél que traiciona a Jesús, y al mejor de todos ellos: aquél que “más amaba Jesús”. Al lado de los dos discípulos se sitúa Pedro, interesado por conocer al traidor. Unas horas más tarde, lo veremos en el huerto dándoselas de valiente, cortando la oreja al siervo del sumo sacerdote. Y poco después, negará cobardemente que es discípulo de Jesús. En varias ocasiones, Pedro aparece entre los íntimos de Jesús. Llevado de su ímpetu, no mide bien las palabras. Le asegura a Jesús: “Daré mi vida por ti” (Jn 13,37). En la misma cena escuchó la palabra premonitora de Jesús: “Antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces” (Jn 13,38). En nuestras manos está, recostarnos sobre el costado de Jesús en signo de amistad, o negar como Pedro, que somos sus amigos.

Acción Jesús había dicho: “Quien camina a oscuras no sabe a dónde va” (Jn 12,35). Esto fue lo que le sucedió a Judas, hijo de Simón el Iscariote. La traición contra Jesús no es fruto de un momento. Es la culminación de toda una trayectoria. Juan nos informa: “Era ladrón; y como llevaba la bolsa, robaba de lo que echaban en ella” (Jn 12,6).

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La trama para entregar a Jesús la había iniciado antes de la cena. Mateo informa: “Judas Iscariote, uno de los doce, se dirigió a los sumos sacerdotes” para negociar la entrega. El negocio se cerró en treinta monedas de plata (Mt 26,14-16). De Judas Jesús dice: “El que compartía mi pan se levantó contra mí” (Jn 13,18). La traición más dolorosa es la del mejor amigo. De los amigos que tuvo Judas, Jesús fue sin duda el mejor. Él respondió a esta amistad con la traición. Veamos si hemos dado motivo a Jesús, para que diga de nosotros lo mismo. Hagámonos dos preguntas. Primera: ¿Es Jesús nuestro mejor amigo? Segunda: ¿Cuántas veces lo hemos traicionado? En la cena hemos conocido a otro discípulo: “el que más amaba Jesús”. ¿Somos merecedores nosotros de este título? Si no lo somos, ¿qué pensamos hacer para merecerlo? Busquemos los momentos en que aparece este discípulo en el evangelio de Juan. Veamos cuál es su actitud respecto a Jesús, para merecer ser el discípulo que él más amaba.

Oración Cuando Judas salió “era de noche”. Son muchos los traidores que maquinan la traición, siempre al amparo de las sombras. Pero hay un traidor, que es el traidor mayor, es Judas Iscariote, que traicionó al Señor. Lo invitó a ser su amigo; llevado de su mano caminó leguas de ternura; escuchó su Palabra, contempló signos numerosos; compartió con él mesa en el banquete en que Jesús proclama: “Ámense como yo los he amado”. La traición al amor no tiene perdón de Dios. Pero Dios ofreció a Judas su gran misericordia y su perdón. Él, perdido en su noche, huyó como un cobarde. Ignorar la misericordia 185

del que no le negó su amor, fue una nueva traición. Perdónanos, Señor, los amores y desamores, pasos equivocados, negocios en los que se vende a pobres y a mujeres maltratadas. Y perdón, Señor traicionado, por todos los besos traidores.

49.- EL MANDAMIENTO DEL AMOR Jn 13,31-38

Meditación-contemplación El comienzo de la cena había sido denso en acontecimientos: El Señor y Maestro había realizado el servicio de lavar los pies a los discípulos, servicio reservado a los esclavos; había hecho el anuncio impactante de que uno de sus “amigos”, que comparte la mesa con él, lo va a traicionar. A continuación, coloca Juan el último discurso de Jesús, pronunciado durante la cena. Es una verdadera obra maestra. Invita más a gustarlo en actitud contemplativa, que a dividirlo por trozos para someterlo a un análisis. Pero también esto es necesario, para ahondar en su rico contenido. 186

Cuando salió Judas, Jesús hace una nueva revelación: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado, y Dios ha sido glorificado en él. Dios, a su vez, lo glorificará muy pronto” (Jn 13,31-32). Así entiende el evangelista el desenlace de la vida de Jesús. En la cruz está la humillación. Al mismo tiempo la cruz es camino que conduce a la glorificación. Con la salida de Judas daba comienzo la etapa de glorificación, que tiene un pasado, un presente y un futuro. Se llevará a cabo durante el proceso de la muerte y resurrección de Jesús. En el momento de la despedida, Jesús deja a los que ha elegido el amor, como signo que mantendrá vivo entre ellos su espíritu. El amor será, además, el signo por el que los demás han de identificarlos como discípulos suyos. En esta cena en que se habla de amor, se hacen presentes dos de sus mayores enemigos: la traición y la negación. Entre aquéllos que Jesús llamó “amigos”, uno, lo vende a traición; el otro, lo niega cobardemente. Pedro no ha sabido medir su propia debilidad.

Asimilación En el momento en que Judas abandona al grupo para entregar a Jesús a los que lo buscaban para matarlo, Jesús retoma el discurso de la glorificación: La hora de la glorificación está más cerca. Le queda poco tiempo para estar con los discípulos. Su partida les afectará profundamente. Él se marcha, y por el momento ellos no podrán acompañarlo: “A donde yo voy ustedes no pueden venir” (Jn 13,33). Jesús habla de “buscarlo”. La reacción del primer momento por parte de los discípulos no fue de ir en su busca; fue de dispersión y de desconcierto. El miedo los llevó a ocultarse, a desaparecer. Era demasiado comprometido declararse seguidores de un condenado a morir en la cruz. Como una novedad, Jesús ordena a los discípulos que se amen unos a otros. La novedad del amor que Jesús anuncia, la revela Pablo en la carta a la comunidad de Roma: “Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,8). Este amor de Dios “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Jesús invita a descubrir la novedad del amor en su misma fuente: “Dios es amor” (1Jn 4,8). La novedad está en amar con este amor que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones. A propósito del amor, san Agustín escribe: “¡Qué grandeza la suya! 187

Es el alma de las Escrituras, el poder de la profecía, la salvación en los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los que mueren” (Sermón 350).

Acción Antes de separarse definitivamente de los discípulos, Jesús les deja un encargo; una tarea enormemente exigente. Algo así como una última voluntad: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Jesús les había dado un signo de su amor al lavarles los pies. Este gesto indica que el amor que Jesús propone está estrechamente unido al servicio. El amor de Jesús es un amor servicial. Donde no hay servicio sencillo y generoso, no está el amor con la calidad que Jesús exige a los discípulos. El evangelio de Juan presenta el amor como protagonista de la última etapa de la vida de Jesús. Nada se puede explicar en ella sin el amor. Y un amor de calidad y a toda prueba. El amor presidió su comparecencia ante el consejo de los responsables judíos que lo condenan; el amor se hizo presente en el tribunal civil que lo sentencia a morir crucificado, como un bandido; el amor lo sostiene en su vía-crucis hasta el Calvario; el amor alcanzó su plenitud en el momento supremo, “al doblar la cabeza y entregar su espíritu” (Jn 19,30). Se cumplió lo que el evangelista había escrito al comenzar la cena pascual: “Después de amar a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Éste es el amor que Jesús exige a los discípulos: Un amor servicial hasta entregar la vida. Éste es el signo que identifica a los seguidores de Jesús y a sus comunidades. El amor fraterno es la cédula de identidad de todo discípulo de Jesús. Este amor no admite traidores. Tampoco cobardes, que reniegan del amigo a quien prometen: “Daré la vida por ti” (Jn 13,37).

Oración Has tenido, Señor, que ordenarnos: “Ámense como yo los he amado”. El amor es la vida que no cesa, el gozo compartido con el Padre, con el Hijo y con el Santo Espíritu. Con el niño que llora, 188

con los que ríen y disfrutan jugando con las cosas. Con el joven que estrena el primer beso, con la joven coqueta que se contempla en el espejo. El amor es un juego de manos que se extienden, de brazos que se alargan apretando en un sólo abrazo a todo el universo. Amor es pan que se reparte y llega para todos; asamblea de amigos donde no falta nadie. Amor es una hogaza de pan vivo, que tú, Señor, repartes a todos tus amigos sábados y domingos; y en mesa familiar todos los días. El amor es un gran gozo sin fisura, del respirar primero al último suspiro. ¡Que tengamos que amar por un precepto, a mí, Señor, me pone triste!

50.- YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD 189

Y LA VIDA Jn 14,1-14

Meditación-contemplación Jesús habla a los discípulos sobre del final de su itinerario personal. Les da una seguridad: No los dejará abandonados. Aprovecha la oportunidad para anunciarles una buena noticia: Volverá para llevarlos consigo a la morada que les ha preparado en la casa del Padre, donde tiene morada permanente, como Hijo muy amado del Padre. Para alcanzar la morada que Jesús les ha preparado, hay un camino. Jesús cree que los discípulos lo conocen, pero la pregunta de Tomás le hace saber que no es así. Llevan tres años acompañando a Jesús, compartiendo con él su vida y su misión como amigos. Han sido testigos de los signos maravillosos que ha realizado: la multiplicación de los panes y pescados, la sanación del ciego de nacimiento, la vuelta a la vida de Lázaro. A pesar de todo, “todavía no lo conocen”. Jesús se revela a los discípulos como “camino, verdad y vida”. Es ésta una verdadera revelación de su persona y de su misión. Él es la única vía segura para el encuentro con Dios y para disfrutar de la vida que él comparte con el Padre. Jesús había salido del Padre y realizó su misión en el mundo anunciando el reino de Dios, sobre todo a aquéllos que son sus preferidos: los pobres. Ante la ignorancia manifestada por los discípulos respecto a su destino, Jesús les hace un amigable y sentido reproche: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?” (Jn 14,9).

Asimilación El mismo verbo que utilizó Juan para describir la emoción de Jesús ante la tumba de Lázaro, lo utiliza ahora Jesús para describir el estado de ánimo de los discípulos ante su partida. Se les perturba el corazón y la tristeza los abruma. Jesús los anima: “No se turben. Crean en Dios y crean en mí” (Jn 14,1). Para hacer frente a la tristeza, les anuncia una buena noticia: “Voy a prepararles un lugar” (Jn 14,2). Este lugar estará ubicado en la “casa del Padre”, donde existen muchas estancias. Cuando se lo tenga preparado, los llevará a ocuparlo. Jesús quiere que los que fueron sus compañeros durante su peregrinar terreno, tengan un lugar a su lado en la 190

casa del Padre. Les hace una gran revelación: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Jesús se proclama “Camino”. Camino de venida y de vuelta. Es “camino” de encuentro de Dios con la humanidad. Por medio de su persona, Dios “ha puesto su morada” entre los seres humanos. Por otra parte, es “camino” que conduce a la humanidad al encuentro con el Padre, donde Jesús ha preparado para los discípulos una morada. Jesús confiesa “yo soy la verdad” (Jn 14,6). Ante Pilato manifestará su compromiso con la verdad: “Para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Proclama, además, “yo soy la vida” (Jn 14,6). Había revelado antes su servicio a la vida: “El que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25).

Acción Jesús se proclama “camino”. Por medio de él, Dios “plantó tienda” en nuestra tierra. Él inauguró la ruta segura que conduce a la “casa” del Padre. Esta ruta que él inauguró, las primeras comunidades la llamaron: el “Camino”. Se convirtió en signo de identidad para sus seguidores. Lucas llama a los discípulos: “seguidores del Camino” (Hch 9,2). A diferencia de los discípulos, nosotros conocemos el camino. También conocemos que el destino final es el encuentro con el Padre. Jesús ha ido por delante. En varios momentos de su ministerio público, Jesús nos ha hecho la invitación: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). En este momento tan importante para él, Jesús nos vuelve a hacer la invitación. Ya sabemos a dónde va; ya sabemos el camino. A cada uno le toca andarlo con decisión y sin ceder a la fatiga. Con sudor y lágrimas, algunas veces; con gozo y esperanza, muchas otras. Jesús es “camino” de “verdad” y de “vida”. Lleva al encuentro con Dios: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Más que un referente moral, Jesús se presenta como la ruta sustantiva de encuentro personal con Dios. Como Jesús, nosotros tenemos como misión “ser verdad”, y ser testigos de la verdad; “ser vida”, y ser testigos de la vida que recibimos del Padre y del Hijo. Esto se ha de manifestar en la vida y en las obras.

Oración Por fin, Señor, llegaste tú 191

a este mundo poblado de mentiras, de verdades a medias, de trampas y de engaños, de zancadillas a los buenos. Tú, la Verdad de verdades, pusiste orden en tribunales y sedes de negocios, donde la palabra justicia ha perdido terreno, y manda la mentira. Camino y caminante, rellenaste los huecos de injusticia, enderezaste con esfuerzo las conciencias torcidas; autopista directa y sin peaje, nos conduces a Dios gozosamente. Eres Primero, Origen, Fuente de todo lo creado y por crear, de la vida divina y terrenal, manantial del que mana la vida eterna y duradera. Vida de toda vida; Resurrección para el que mora entre los muertos sepultado. Haznos semáforos de ruta en toda encrucijada de caminos; antorchas de verdad en toda noche oscura; acunadores de la vida nacida y por nacer. Eres tú, mi Señor resucitado, mi Vida, mi Verdad y mi Camino.

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51.- EN QUIEN AMA HAREMOS NUESTRA MORADA Jn 14,15-24

Meditación-contemplación El encuentro de Jesús con los discípulos en la cena pascual, ha servido para profundizar en muchas cosas y para aclarar otras. En esta sección se manifiesta el protagonismo del Hijo, del Espíritu y del Padre, por este orden. El Hijo es quien toma la iniciativa de pedir al Padre, que envíe otro Defensor: el Espíritu Santo. Existe una estrecha comunión entre los tres. Existen otros tres elementos, estrechamente relacionados con los tres protagonistas: la confianza, el amor, los mandamientos. La confianza en Jesús ha de ser total. Así como los discípulos creemos en Dios, fiándonos por completo de él, del mismo modo hemos de depositar la confianza en Jesús, cimentada en la fe: “Creen en Dios, crean en mí” (Jn 14,1). Aparecen también aquí tres tipos de “inhabitación”, relacionados con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Estas formas de inhabitación, reflejan una novedad y una singularidad de la espiritualidad de los discípulos de Jesús. Con toda claridad, Jesús confirma a los discípulos la noticia de su partida. La separación no es para siempre. El mundo ya no lo verá, pero los discípulos volverán a gozar de su presencia, aunque la forma no sea la misma. Jesús empeña su palabra: “No los dejaré huérfanos” (Jn 14,18). Por primera vez, Jesús introduce aquí la presencia del Espíritu Santo. Le da el nombre de “Paráclito”, que significa “defensor”. Es la misión que desarrolla un abogado al lado 193

de su defendido. El Espíritu será quien defienda a los discípulos en los procesos que el mundo emprenderá contra ellos.

Asimilación En esta primera mención del Espíritu Santo en el discurso de la cena, se pone el acento en su presencia en los discípulos: “Él permanece con ustedes y está en ustedes” (Jn 14,17). A la presencia del Espíritu, se une la presencia del Padre y la de Jesús: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, el Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). La espiritualidad de los discípulos es trinitaria. Se fundamenta en la comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Arranca en el momento mismo del bautismo. Mateo establece una relación estrecha del bautismo, con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Ser bautizados “en nombre” de los tres, establece una relación profunda de comunión con cada uno de ellos. En el evangelio de Juan, la comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se concibe en forma de “inhabitación”. El discípulo está “habitado” por la Trinidad, que permanece en él en actitud vivencialmente activa. El amor es quien mantiene permanentemente viva esta inhabitación. No se trata de un simple amor de amistad. Jesús habla de un “amor de comunión”. Este amor engendra comunión de vida. Más aún: engendra “inhabitación”: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). Pablo habla también de la inhabitación, pero se refiere únicamente a la presencia del Espíritu: “¿No saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?” (1Cor 6,19). Por el amor, nuestra humanidad se convierte en santuario habitado por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.

Acción Jesús invita a vivir una experiencia jamás conocida. Cuando el amor alcance su plenitud, “comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes” (Jn 14,20). Cuando comprendamos esto, nuestra espiritualidad se abrirá a un nuevo horizonte. El Padre, el Hijo y el Espíritu, han de convertirse en los protagonistas y animadores de nuestra oración y de toda nuestra existencia. Pablo escribe: “Glorifiquen a Dios en sus 194

cuerpos” (1Cor 6,20). Éste es el templo desde donde ha de brotar permanentemente la alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al que habita en lo más íntimo de nuestra intimidad, no salgamos a buscarlo fuera. No reduzcamos un ápice el realismo de la palabra de Jesús. Se trata de una auténtica y plena inhabitación. El amor está en el origen de la misma: “Yo lo amaré… El Padre lo amará… Habitaremos en él”. El amor del discípulo no puede faltar. El que ama, es quien se convierte en morada de la Trinidad. Una religiosa carmelita, Sor Isabel de la Trinidad, ha hecho revivir el mensaje del evangelio de Juan, convirtiéndolo en una gloriosa experiencia. Ella se considera “casa de Dios”, casa donde Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tiene su morada”. Por otra parte, considera a la Trinidad como “nuestra morada, nuestro propio hogar, la casa paterna de donde nunca debemos salir” (Décima elevación). Ahí, en esa “casa”, hogar de la Trinidad, ha de resonar permanentemente la alabanza. Ella misma quiere que se la identifique como “Alabanza de gloria de la Trinidad”. Ésta es su vocación en la Iglesia; su misión: promover la espiritualidad trinitaria.

Oración ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en ti, inmóvil y serena, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda perturbar mi paz ni hacerme salir de Ti, mi Dios inmutable, sin que cada momento me sumerja más adentro en la profundidad de tu misterio… ¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprender todo de Ti. Y luego, en medio de todas las noches, quiero vivir con los ojos siempre clavados en Ti y permanecer bajo tu intensa luz… ¡Oh, fuego devorador, Espíritu de Amor! Ven a mí para que se produzca en mi alma una especie de encarnación del Verbo: que yo sé para Él una humanidad suplementaria en la que él pueda renovar todo su misterio. 195

Y Tú, ¡oh, Padre!, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, y no veas en ella más que a tu Hijo amado en quien has puesto todas tus complacencias. ¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! Sor Isabel de la Trinidad

52.- EL PADRE LES ENVIARÁ OTRO DEFENSOR Jn 14,25-31

Meditación-contemplación El evangelista presenta el cierre de la primera parte del discurso de la cena pascual de Jesús con los discípulos. El redactor final colocó a continuación el resto del discurso. Jesús anuncia en tono de despedida: “Les he dicho esto mientras estoy con ustedes” (Jn 14,25). Será una partida con retorno: “Volveré a visitarlos” (Jn 14,28). A continuación, revela cuál será la misión del Espíritu Santo que el Padre les enviará. Pide a sus discípulos que no se “acobarden” ante la noticia de su partida. Ha preferido anticiparse a los acontecimientos para que no los agarre por sorpresa. 196

Jesús es plenamente consciente de que sus adversarios traman su arresto, y no tardarán en ejecutar sus planes: “El príncipe de este mundo está llegando” (Jn 14,30). Aunque no tienen poder sobre Jesús, los enemigos lo arrestarán, lo llevarán ante los tribunales, lo condenarán a muerte, y morirá colgado de la cruz, como un malhechor. Con la partida del mundo al Padre, se produce la ausencia física de Jesús de en medio de los suyos. Esto no indica que los dejará huérfanos. Jesús les promete una nueva forma de presencia. El Espíritu Santo será quien asegure esta nueva forma de presencia que promete. Más adelante, volverá a hablar del Espíritu y de su actuación en la comunidad (Jn 16,6-15). Jesús establece una relación entre su partida y su amor al Padre. Su misión en la tierra ya la ha cumplido. Está preparado para avanzar hacia la muerte que le espera. Éste será el testimonio supremo de su obediencia y de su amor.

Asimilación Jesús renueva la promesa del envío del Espíritu Santo: “Yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). Ahora les revela alguna de las misiones que el Espíritu Santo realizará en ellos: “El Espíritu que les enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14,26). Los discípulos han dado signos suficientes de que no han comprendido perfectamente las palabras de Jesús. Tampoco muchos de los signos que realizó. En la misma cena reprochaba a Pedro: “Lo que yo hago no lo entiendes ahora, lo entenderás más tarde” (Jn 13,7). El Espíritu Santo tendrá una misión magisterial: “enseñar” a los discípulos y “recordarles” todo lo que Jesús les enseñó. A continuación de la promesa del Espíritu Defensor, Jesús habla a los discípulos de la paz. Había proclamado bienaventurados a los que trabajan por la paz. Ahora hace a los discípulos una promesa solemne: “La paz les dejo, les doy mi paz” (Jn 14,27). Isaías presenta al Mesías como “Príncipe de la paz. Su glorioso principado y la paz no tendrán fin” (Is 9,5-6). Será un heraldo que traerá la buena noticia de la paz: “¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz” (Is 52,7). El salmista considera la paz como una “bendición”: “El Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 29,11). Jesús ofrece a los discípulos la “paz”, como despedida. Después de resucitar, la“paz” 197

será su saludo y su regalo pascual: “Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: La paz esté con ustedes” (Jn 20,19).

Acción Al despedirse, Jesús nos prometió el Espíritu Santo. Nos dice: “Ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes y está en ustedes” (Jn 14,17). Es la forma elegida para cumplir su palabra: “No los dejo huérfanos” (Jn 14,18). Por medio del Espíritu, Jesús sigue con los discípulos. El Espíritu tiene la misión de guiarnos al conocimiento de Jesús, a descubrir la riqueza salvadora de su Palabra, la fuerza renovadora de los signos que realizó, del amor que se oculta en el misterio de su muerte y resurrección. En el momento de la despedida, Jesús nos dejó la paz como un don y como una tarea. Pablo escribe: “El Espíritu tiende a la vida y a la paz” (Rom 8,6). Y la paz es fruto del Espíritu (Gál 5,22). En su discurso sobre el monte había proclamado: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios” (Mt 5,9). Jesús se distancia del concepto de paz que reina en el mundo. Se oyen consignas que rayan en el absurdo: “Si quieres la paz, prepara la guerra”; “armas para la paz”. Ésa no es la paz que propone Jesús. Tenemos paz verdadera, cuando “el amor y la verdad se dan cita, la paz y la justicia se besan” (Sal 85,11). El mayor enemigo de la paz es la violencia y todo lo que conduce a ella: el odio, la represión, conculcar los derechos humanos de las personas o grupos sociales. La paz que Jesús promete no se basa en el juego de intereses, en el control de las personas, en una libertad vigilada.

Oración Hasta esta tierra ha llegado del Espíritu la hora; desciende fiel, sin demora sobre el hombre esperanzado. Lenguas de fuego han bajado sobre el mundo en noche oscura, y su presencia más pura alumbra alma y corazones; y así, con sus siete dones 198

la paz y el gozo inaugura. Arde en el centro del hombre en pura llama su amor; sopla el viento con vigor aun antes que lo nombre. Las estancias más hermosas, para el que es huésped del alma, le prepara el mundo en calma y se hacen nuevas las cosas. Fuente del mayor consuelo para el hombre en su dolor; frente al miedo y al temor se abre sobre él hoy el cielo. Firme está ahí sobre el suelo en gozo y en paz contigo; se hace fuerte y es su amigo, y en tu amor de tal modo arde, que donde había un cobarde, ahora se alza un testigo.

53.- LA VID Y LOS SARMIENTOS Jn 15,1-8 199

Meditación-contemplación La alegoría de la vid tiene una gran tradición bíblica. Bien conocido es el canto de la viña de Isaías: “Voy a cantar a mi amigo una canción de amor por su viña” (Is 5,1). La viña es el pueblo de Israel. Dios lo cuida con celo de enamorado. En los libros del antiguo testamento, la viña se utiliza como símbolo del pueblo de Israel. El nuevo testamento utiliza el símbolo de la viña en algunas parábolas. El evangelio de Juan aporta algunas novedades significativas. No se trata de una viña, sino de una vid. Dios no es la vid de la cual el sarmiento recibe la vida, sino Jesús. Al Padre se le atribuye el cometido de cuidar de la vid, como buen viñador. Él se encarga de cortar los sarmientos que no dan fruto; podar la cepa, para que dé fruto más abundante. Las diversas operaciones que el viñador realiza con la vid, sirven al evangelista para establecer la relación de Dios y de Jesús con los discípulos. Ellos son los que permanecen unidos a Jesús, que es la vid que les suministra la vida para producir el fruto. Son también, los sarmientos que el Padre-viñador cuida, poda, corta y echa al fuego, si no producen el fruto deseado. La vid con los sarmientos, se convierten en el evangelio de Juan en símbolo del nuevo pueblo de Dios. Entre Jesús y los discípulos existe una profunda comunidad de vida. El hecho más significativo de este evangelio, consiste en presentar la vid como fuente de vida. Como vid, Jesús es “manantial, que salta hasta la vida eterna”; como vid, es “pan de vida”: el que lo come “vivirá para siempre”.

Asimilación Dios aparece en el evangelio de Juan, como el dueño de la viña, en la que existe una vid excepcional. Se llama Jesús de Nazaret. La vid tiene una conexión profunda con el Padre; vive en comunión de vida con él: “Yo vivo por el Padre” (Jn 6,56). La vid se alimenta y se mantiene con vida, por su conexión vital con el Padre. Del mismo modo, el discípulo disfruta de esta vida, permaneciendo unido a Jesús. Si pierde la conexión con él, le sucede como al sarmiento, se seca y se muere. Hasta ocho veces, utiliza el evangelista el verbo “permanecer”, como condición imprescindible para tener vida. Sólo si permanece unido a la vid, el sarmiento podrá vivir y producir fruto.

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Aparte de tener vida en abundancia, el discípulo ha de mantener la conexión con Jesús, para que produzca la calidad del fruto que Dios espera de él. Hay que ser perfectos discípulos para producir buen fruto. El evangelista reconoce que no todos los sarmientos dan el fruto deseado. Son sarmientos que están muertos. Se ha cortado la comunicación vital con la cepa y se quedaron sin vida. Desde ese momento, se convierten en sarmientos estériles e inútiles. Deben ser cortados para que no sigan perjudicando a la cepa. Los discípulos que viven en comunión de vida con Jesús, la verdadera vid, producen buenos frutos. Los buenos frutos, más que las palabras, son verdadero manantial de gloria y alabanza para Dios. Así lo reconoce Jesús: “Mi Padre será glorificado si dan fruto abundante” (Jn 15,8).

Acción Hablando de frutos, Jesús había dicho: “Por sus frutos los conocerán” (Mt 7,20). Los frutos, no sólo son signo de identidad para los discípulos. Contribuyen a que el Padre del cielo sea glorificado (Mt 5,16). Si tenemos que guiarnos por el panorama que tenemos frecuentemente ante los ojos, la situación es ciertamente preocupante. Existen muchas personas desvinculadas de la vida y de los servicios activos de nuestras comunidades. La ausencia de las celebraciones y de las actividades diversas de las comunidades, por sí sola no indica que estén desvinculadas de Dios y de Jesús. Pero la ausencia de obras de signo cristiano en los ambientes sociales en que nos movemos, son evidentes y preocupantes. Mucho más preocupante es la ausencia en ambientes indiferentes o de escasa sensibilidad religiosa. Necesariamente tenemos que hacernos la pregunta. ¿Somos sarmientos que “permanecemos” en conexión con Jesús, la verdadera vid, y los frutos son visibles y abundantes? O por el contrario, ¿necesitamos una poda a fondo, que elimine multitud de brotes inútiles, sin esperanza de que algún día puedan revivir? Lo que es peor todavía, ¿somos sarmientos secos, destinados al fuego? Para dar frutos buenos y abundantes es necesario permanecer unido a Jesús. La vida del discípulo que no se alimenta de esta comunión con él, será siempre un sarmiento estéril, con el cual no se puede contar. La palabra de Jesús nos urge: “Mi Padre será glorificado, si dan fruto abundante” (Jn 15,8).

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Oración En el jardín del nuevo paraíso, has plantado, Señor, con amor grande el nuevo árbol de la vida y una cepa, que ofrece a los hambrientos alimento y da a gustar la ciencia que ilumina. Tú eres Señor de viñas y sembrados, y has hecho de tu pueblo el viñedo por ti elegido, amado y custodiado. En el centro plantaste nueva cepa; esa cepa es Jesús resucitado, que comunica savia a los sarmientos. Los frutos de justicia, amor y gracia, crecerán vigorosos y abundantes, si se guardan unidos a la cepa. Corta, Señor, sarmientos que están secos; y poda con amor los que están sanos; multiplica los frutos cada día, para que sacien su hambre los hambrientos. Necesitamos pan que da la vida, y el vino de tus cepas más hermosas, para hacer, mi Señor, de ti memoria reunidos en torno a tu mesa. No nos faltes, Señor, en los banquetes con los pobres, enfermos y excluidos; para partir el pan como tú sabes y servir en la copa el mejor vino. Gracias, Padre, Señor de los viñedos; gracias Jesús, la cepa verdadera; que no falte en la mesa de los pobres tu buen vino y el pan de cada día.

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54.- ÁMENSE COMO YO LOS HE AMADO Jn 15,9-14

Meditación-contemplación Por segunda vez, Jesús vuelve sobre el amor en el discurso de la cena. Ha hablado de la vid, de los sarmientos y de los frutos. El Padre será glorificado, si los discípulos dan fruto abundante. Ahora, Jesús especifica cuál ha de ser el fruto más importante y necesario: el amor. Como sarmiento injertado en la vid, que es Jesús, el amor es el fruto principal que todo discípulo ha de producir. Jesús empieza hablando del amor que él siente por sus discípulos. “Permanecer” en el amor es condición necesaria para ser verdadero discípulo. Es necesario descubrir el amor, ahondar en él. Penetrar en lo ancho, en lo elevado y profundo de este amor. Pablo escribe a la comunidad de Roma: “Estoy seguro, que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Señor nuestro” (Rom 8,38). El amor toma forma concreta en la observancia de los mandamientos. Así lo confiesa Jesús: “Yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). La palabra “amor” la tenemos gastada los humanos. Cada cual la entiende a su manera. Para que nadie se equivoque, Jesús declara la identidad del amor que él proclama. Amar, “como el Padre me amó”; amar, “como yo los he amo”; amar, “dando la vida por los amigos”. Son palabras de Jesús. El Padre amó al mundo: “y le entregó a 203

su Hijo” (Jn 3,16). Jesús me amó: “Y entregó su vida por mí” (Gál 2,20). Amor más grande que éste no existe.

Asimilación Antes de referirse al amor que los discípulos hemos de tenernos, unos a otros, Jesús nos hace una confesión, que a la vez es un reto: “Como el Padre me amó así yo los he amado” (Jn 15,9). En cuestión de amor, Jesús nos ha puesto una meta muy alta. Pero ahí sigue, como un reto para audaces y valientes. Amar como el Padre ama. Ésta es la propuesta. Jesús pide a los discípulos que “permanezcan en su amor”. El amor de Jesús y el amor a Jesús, ha de constituir un estado permanente en los discípulos: “Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). El amor es el fruto más preciado de la comunión con Jesús. Además, es una exigencia fundamental para producir los frutos que Dios espera de los discípulos. Si falta el amor, somos sarmientos secos, de los cuales nada se puede esperar. Lo entendió perfectamente Pablo, cuando escribe: “Aunque tuviera fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada” (1Cor 13,2). Amar como Jesús ama. El primer modelo de referencia fue el Padre, tanto para Jesús como para los discípulos. Ahora, el modelo se nos ha hecho más cercano. Jesús, que se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, es nuestro modelo de amor. Nos dice: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12). Momentos antes Jesús había dicho: “El mundo tiene que saber que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me encargó. ¡Levántense! Vámonos de aquí” (Jn 15,31). Su destino: someterse a un juicio injusto; ser condenado y entregar la vida en la cruz. Así cumplió su palabra: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Acción La primera invitación de Jesús: “Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Más que una propuesta, es una orden; una necesidad vital. Quien no vive de amor, es como un sarmiento seco y estéril. Hay que “permanecer” en un amor activo. Así lo entiende Juan de la Cruz: “Ni ya tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio” (Cántico espiritual, 28). Segunda invitación de Jesús: “Participen de mi alegría y sean plenamente felices” (Jn 204

15,11). Pocas veces nos detenemos los discípulos a contemplar esta propuesta de Jesús. Todo lo que nos ha dicho tiene un objetivo: disfrutar de su alegría y ser plenamente felices. No suele ser la alegría y la felicidad de que habla Jesús, la que brilla en el rostro de los discípulos. Algo importante nos está fallando, cuando la felicidad y la alegría no son signo de identidad de nuestras comunidades. La tercera invitación es un mandato. Dios entregó la ley a su pueblo por medio de Moisés. Ahora, es Jesús quien propone la ley nueva, para el nuevo pueblo que nace de la Pascua: “Éste es mi mandamiento: Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12). Con esta norma Jesús quiere crear una sociedad en la que no haya esclavos, sino amigos. Cualquier forma de esclavitud, física, moral, social, choca frontalmente con la nueva ley promulgada por Jesús. Tenemos por delante muchos muros que derribar, para conseguir una ciudad global de hermanos y de amigos. El camino más eficaz y más seguro nos lo propone Jesús: “Ámense”. Sustituyamos la palabra “esclavo”, por “amigo”; “odio”, por “amor”.

Oración Conocíamos ya el mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, y al prójimo como a ti mismo”. La sorpresa está en la medida: “Ámense como yo los he amado”. En una sociedad de esclavos y de amos, tú nos hablas de amigos, no de esclavos. El esclavo no sabe lo que hace su señor; y tú nos revelaste como amigo, los secretos más grandes de tu Padre. Gracias, Señor, por elegirnos, para producir frutos abundantes en el viñedo de tu reino; por hacer de nosotros una comunidad de hermanos, cuya ley suprema es amarnos. En el amor nos quieres grandes, como perfectos enamorados; en el servicio humildes, hasta estar disponibles 205

para lavar los pies a los hermanos. El amor que nos pides te pedimos: Amar hasta el extremo, y dar la vida por la gente sencilla y los humildes; partir el pan con los hambrientos, llorar con los que lloran, con los felices hacer fiesta. En los pobres hacerte visible, y compartir amor y mesa con ellos y contigo cada día. ¡Cómo no amar a los que tú amas, morir por los que has muerto, servir a los que sirves; de modo que no falte el amor a aquéllos que nadie ama!

55.- EL MUNDO LOS ODIA PORQUE NO SON DEL MUNDO Jn 15,18-16,5

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Meditación-contemplación Durante el discurso de la cena, Jesús prepara a los discípulos para los acontecimientos que se avecinan. En primer lugar, le afectarán personalmente a él. Más adelante, serán los discípulos quienes tendrán que hacer frente al odio, a la incomprensión y a la persecución. Les advierte: “Si el mundo los odia, sepan que primero me odió a mí (Jn 15,18). El evangelista utiliza la palabra “mundo” con dos contenidos distintos. En primer lugar: “mundo” significa el universo en el cual nos movemos y existimos con las demás seres de la creación. En segundo lugar: “mundo” representa la porción de humanidad dominada por el espíritu del mal y por sistemas sustentados en el poder, en la injusticia y en la violencia. Como tal, es enemigo de Dios. En este sentido hay que entender las palabras de Jesús: “El mundo los odió, porque no son del mundo” (Jn 17,14). Los discípulos vivimos en esta tierra y somos parte del universo que Dios ha creado. Pero no podemos formar parte de esa inmensa masa de personas, que actúan movidas por el espíritu del mal. Se oponen frontalmente a Jesús y a todos aquéllos que lo siguen. Jesús hace una denuncia: “Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado” (Jn 15,22). El gran pecado del mundo consiste en que Jesús, “que era la luz de la humanidad, brilló en las tinieblas y las tinieblas no lo comprendieron… Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,45.11).

Asimilación Jesús no quiere que los discípulos vivamos en la ignorancia. “Él nos ha elegido sacándonos del mundo” (Jn 15,19). Y el mundo ha respondido con el odio. De lo cual, no podemos extrañarnos. Jesús nos advierte: “El siervo no es más que su señor. Si me persiguieron a mí, a ustedes también los perseguirán” (Jn 15,20). Jesús fue víctima inocente de este odio. Los discípulos de la primera hora experimentaron en su propia carne el realismo de las palabras de Jesús. Cuando se escribe el evangelio, los discípulos ya habían sido expulsados de la sinagoga y sufrían la persecución de los agentes del imperio de Roma. Juan menciona sólo la “expulsión de la sinagoga”. Los evangelios sinópticos mencionan, además, los tribunales, los magistrados y los reyes (Mc 13,9). El rechazo por parte del mundo, se convirtió en odio, y el odio en persecución. Este 207

odio empieza por el Padre, sigue por Jesús, y concluye en los discípulos: “Nos odian a mí y a mi Padre” (Jn 15,24). El odio puede alcanzar hasta el extremo de que “llegará un tiempo en que el que los mate pensará que está dando culto a Dios” (Jn 15,16,2). No olvidemos, que el “mundo” del que habla el evangelista actúa movido por el espíritu del mal. Para Jesús es radicalmente injusto, enemigo de Dios y enemigo de la persona humana. Los discípulos no pueden estar con Jesús, y al mismo tiempo colaborar con quienes desprecian a Dios y sus leyes, y someten a sufrimiento inhumano a las personas. Resistir al mal, crea odio y persecución.

Acción Jesús nos dice: “Yo los elegí sacándolos del mundo” (Jn 15,20). Optar por Jesús, significa automáticamente enfrentarse con el mundo y tenerlo por enemigo. Es como una declaración de guerra. Jesús considera que ha llegado el momento de hablar claro a los discípulos. Ahora, que él mismo será el primer perseguido de la nueva alianza, se siente obligado a prevenirlos, para que se preparen a sufrir el rechazo y la persecución. Jesús había dicho a los discípulos: “Les he dicho esto para que participen de mi alegría” (Jn 15,11). Por extraño que parezca, los primeros discípulos vivieron la experiencia: “Ellos se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Jesús” (He 5,41). Jesús nos recuerda: “El siervo no es más que el señor” (Jn 15,20). Al señor lo arrestaron como a un ladrón, lo sometieron a un juicio injusto en los tribunales religiosos y civiles, lo condenaron, lo ejecutaron en la cruz. El discípulo no puede esperar mejor suerte. Sin miedo, aunque con temor, hemos de asumir en todo momento nuestra responsabilidad. Nuestra denuncia ha de consistir en obras más que en palabras. Ojalá podamos decir como Jesús: “Si no hubiera hecho ante ellos obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado” (Jn 15,24). Tenemos que resistir; vencer al mal con el bien. “Busquemos lo que fomenta la paz mutua y es constructivo” (Rom 14,19). El discípulo tiene que asumir la persecución, como un peaje a pagar. Ante la persecución no podemos actuar de forma distinta a como actuó Jesús. La historia se ha encargado de recordarnos de forma muchas veces trágica, que la palabra de Jesús se ha cumplido en muchos de sus discípulos.

Oración 208

La palabra es tuya, Señor: “El tiempo llegará que quien los mate pensará que está dando culto a Dios”. Aunque no estuvimos contigo en la cena, en el huerto, ante Pilato y ante Herodes, camino del Calvario, en pie junto a la cruz, queremos ser, Señor, testigos de tu Palabra viva y luminosa, de tus signos poderosos. A tu bautismo en el Jordán siguió un bautismo de sangre. Invitas a tomar la cruz y a no volver la vista atrás, aunque el camino hacia el Calvario es largo. Danos la fuerza del Espíritu, para una vida martirial como testigos valerosos, en la casa, en la calle, en los lugares de ocio y en el trabajo cotidiano. Arma de fortaleza al que sufre persecución, es humillado, maltratado a cauda del reino de Dios y su justicia. Nuestra fuerza, Señor, no se encuentra en la calidad de las armas, en la estrategia militar, sino en el amor solidario, que es fortaleza de los débiles. Queremos ser, Señor, los mártires de la verdad, de la justicia maltratada, del que no tiene voz, del que vive entre rejas y espera recobrar su libertad.

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56.- EL ESPÍRITU LOS GUIARÁ A LA VERDAD PLENA Jn 16,6-15

Meditación-contemplación Por tercera vez, Jesús aborda su partida inminente en el discurso de la cena. Sigue sin desvelar el cómo, el cuándo. La noticia ha colmado de tristeza a los discípulos. Les ha afectado tanto, que ninguno se atreve a preguntar a Jesús a dónde va. Jesús contrae un compromiso con los discípulos, relacionado con el Espíritu: “Si me voy, lo enviaré a ustedes” (Jn 16,7). En esta ocasión especifica más la misión que tendrá el Espíritu Santo al lado de los discípulos, y por lo que respecta al mundo. En el evangelio de Juan, como en otros textos del nuevo testamento, la venida del Espíritu está estrechamente relacionada con el testimonio y con la misión. El Espíritu Santo dará testimonio de Jesús. Impulsados por él, los discípulos también se han de convertir en sus testigos. El primer campo donde han de hacer visible su testimonio es la persecución. Empezará por la sinagoga, lugar donde los ciudadanos del pueblo de Dios se reúnen para orar y para leer las Escrituras en comunidad. Según el testimonio de Lucas en los Hechos, el templo y la sinagoga serán los primeros 210

lugares en los cuales los discípulos empezaron a anunciar con valentía la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús. Donde hicieron visible su testimonio: “Toda la gente corrió asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón. Pedro, al verlos les dirigió la palabra” (Hch 3,11-12).

Asimilación Ante la noticia de su partida, Jesús había dicho a los discípulos: “Si me amaran, se alegrarían que vaya al Padre” (Jn 14,28). Ahora les dice: “Les conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). De su partida depende la venida del Espíritu, que será su Defensor. La venida del Espíritu Santo se relaciona, en primer lugar, con el testimonio. El Espíritu dará testimonio de Jesús. Con la fuerza que recibirán del Espíritu Santo, también los discípulos se unirán a este testimonio. Existe una hostilidad entre el Espíritu Santo y el mundo. El Espíritu se enfrentará con él, y hará ver a los discípulos que el mundo es reo de un pecado fundamental: negarse a creer en Jesús. “A pesar de tantos signos como Jesús había realizado entre ellos, no creyeron en él” (Jn 12,37). La segunda acción del Espíritu está relacionada con la justicia. El Espíritu hará ver al mundo, que el juicio que emprendió contra Jesús declarándolo culpable, fue injusto. Condenaron a un inocente. Con esta sentencia injusta, “el príncipe de este mundo” ya ha sido condenado” (Jn 16,11). Otra misión del Espíritu Santo es la de “guía” de los discípulos: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,13). Lucas ofrece en los Hechos el cumplimiento real de esta promesa. El eunuco comprendió el “cántico del siervo” de Isaías que venía leyendo, guiado por Felipe, que a su vez, era “guiado” por el Espíritu (He 8,29ss).

Acción El enfrentamiento de Jesús con el mundo habitado por el espíritu del mal, no terminó con la muerte de Jesús. Por el contrario, aumentará a medida que el número de discípulos se multiplique, y los espacios geográficos, sociales, culturales y políticos se diversifiquen. Jesús no quiere discípulos acorralados por el miedo, sino hombres y mujeres audaces, que dan la cara, enfrentan riesgos, corren peligro de ser agredidos, física, moral y 211

sicológicamente. Jesús nos quiere en el “mundo” de la injusticia, de la corrupción, de la violencia, de la explotación de los débiles, de la manipulación de la gente sencilla. Ahí tenemos que ser “testigos” de justicia, de transparencia, de paz, de solidaridad, de defensa del indefenso. Necesitamos el Espíritu, que actúe como fuerza indomable, como Defensor invencible, como Amor incombustible, como Agente infatigable. Renovamos la fe en la promesa de Jesús: “Enviaré a ustedes el Defensor” (Jn 16,7). Lucas relaciona la venida del Espíritu con el testimonio y con la misión: “Recibirán el Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo” (Hch 1,8). Jesús se ausentó, pero está actuando en el mundo en cada discípulo, habitado por el Espíritu, comprometido con él y con todas las personas a las cuales dedicó su vida. Habrá momentos que no será difícil ser testigos vivientes y comprometidos. También habrá otros, en los que ser testigos de Jesús significa exponerse a la incomprensión y a ser perseguidos.

Oración Ven, Espíritu Santo. Desciende a esta tierra reseca, a esta roca plantada en mitad del desierto. Golpéala con tu llama, para que brote incontenible el chorro de tu gracia, de tu amor desbocado, de tu gozo en crecida. Ven, Espíritu Santo, inaugura testigos en mitad de las plazas; en las salas de fiesta, en los jardines de palacio, en la escuela, en las canchas donde juegan felices el amor, la inocencia sin chaleco antibalas. Ven, Espíritu Santo. Fortalece a los débiles, 212

desarma a los cobardes; pacifica al violento; enrojece de pura vergüenza al que hiere sin causa; concede valentía a quien presenta la otra mejilla. Alza de su trinchera al que ha muerto en la guerra. Ven, Espíritu Santo. Devuelve libertad al preso, dignidad a los pobres, al oprimido dale consuelo. Pon en pie al caído, lávale la conciencia al que mancha sus manos con sangre de mártires; corona de gloria a los muertos.

57.- NADIE LES PODRÁ ARREBATAR 213

LA ALEGRÍA Jn 16,16-24

Meditación-contemplación Para los discípulos, las últimas horas de Jesús resultan enigmáticas. Este carácter misterioso se hace más evidente en el evangelio de Juan. Jesús habla de “ver” y “no ver”; de “un poco” y otro “poco”; de un “ahora” y un “después”. Los discípulos se encontraban perdidos. Se rompió el silencio: “¿Qué es lo que dice?” (Jn 16,17). Los discípulos han entrado en un tiempo de incertidumbre y de zozobra. No acaban de entender qué es lo que va a suceder con Jesús. Cuál es el significado para ellos de su partida. Tampoco tienen claro cuál es el futuro que les espera. Las palabras de Jesús es fácil que se refieran a los acontecimientos que se aproximan. “Dentro de poco no me verán”: su muerte está a punto de acontecer. “Poco después me volverán a ver” (Jn 16,17): su resurrección acontecerá tres días después, “el primer día de la semana”. Este último anuncio de Jesús puede tener una proyección mucho más allá de la muerte y de la resurrección. Puede referirse a la presencia de Jesús por medio del Espíritu, que tendrá continuidad en los discípulos después de la resurrección. Un poco antes Jesús les había dicho: “Yo voy al Padre y no me verán más” (Jn 16,10). Los acontecimientos que anuncia Jesús ofrecen un fuerte contraste. Está hablando de su muerte, que será extremadamente violenta. Por otra parte, su glorificación por medio de la resurrección, será un acontecimiento inmensamente feliz. Se trata de su glorificación. Jesús había dicho: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado por él. Dios también lo glorificará” (Jn 13,31-32).

Asimilación La zozobra se acentúa en los discípulos, cuando Jesús intenta explicarles la situación, y anunciarles lo que va a suceder dentro de pocas horas: “Les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán mientras el mundo se divierte” (Jn 16,20). Cada vez tienen más claro, que el desenlace no será feliz para Jesús, y tampoco para ellos. Los discípulos, que aspiran a sentarse “uno a la derecha y el otro a su izquierda” (Mc 10,37) en el reino que Jesús iba a instaurar, ven que sus sueños empiezan a desvanecerse.

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La tristeza de los discípulos contrasta con el gozo cruel de los adversarios. El mundo, dominado por el espíritu del maligno, enemigo de Jesús y también de los discípulos, se frotará las manos de alegría. Esto no entraba en sus previsiones. Pero las lágrimas y el trauma de la muerte de Jesús no prevalecerán. “Su tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20). Para explicar este fenómeno, Jesús acude a la experiencia que vive la mujer en el momento del parto. La alegría sin límites que siente la madre con el nacimiento del hijo, viene precedida por el dolor. Esta imagen aparece también en el Apocalipsis (Ap 12,2-5). Al principio del libro se presenta a Jesús como el “primogénito de los muertos” (Ap 1,5), con lo cual, el parto se presenta como un signo del misterio pascual. La alegría que experimentarán los discípulos al encontrarse con Jesús resucitado, nadie se la podrá arrebatar. Este encuentro aclarará todas las dudas. Ya no necesitarán hacerle más preguntas.

Acción Por fin, los discípulos empiezan a entender la enseñanza de Jesús y las consecuencias del seguimiento. “Llorarán y se lamentarán mientras el mundo se divierte” (Jn 16,20). Éste es el precio del compromiso, que todo discípulo ha de pagar. Guiados por el Espíritu, alcanzarán conocimiento pleno de todo lo que Jesús dijo y de todo lo que hizo. Jesús anuncia a los discípulos momentos difíciles para después de su partida. La imagen de los dolores de parto para expresar los trances difíciles, viene ya desde el texto del Génesis: “Darás a luz los hijos con dolor” (Gén 3,16). Esta misma imagen la recogen los sinópticos al hablar de la “gran tribulación”, cuando se manifieste en su gloria el Hijo del hombre al final de los tiempos (Mt 24,19). La pasión y la muerte fueron para Jesús, como un parto doloroso. Los discípulos, en la medida en que vivimos con fidelidad el seguimiento, los signos de la pasión, “los dolores de parto” harán su aparición: traiciones, tribunales, condenas, cruces. El evangelio de Juan incluye los signos de dolor y sufrimiento de Jesús en el “libro de la gloria”. Cuando nosotros los afrontamos con el espíritu con que los vivió Jesús, estamos haciendo también el camino de gloria. Llegará el día glorioso de nuestra Pascua, del encuentro feliz con Jesús resucitado, en el cual las lágrimas se convertirán en gozo. En ese día, “nadie nos quitará la alegría” (Jn 16,22).

Oración 215

El misterio de la Pascua ese misterio de gozo desbordante, precedido por noches de dolor. En un amanecer de gloria, renació limpiamente la alegría; la auténtica, la verdadera, que ya nadie nos puede arrebatar. Mientras el mundo goza y se divierte, los discípulos lloran, se lamentan, por la pobreza extrema, por la violencia que no cesa, por engaños que humillan, por el hambre y la injusticia. En una mañana de gloria, por calles y por plazas transita la mejor de las noticias: Jesús vive. La muerte está vencida. Resucitó de nuevo la alegría en el corazón de hombres y mujeres, en el trino del pájaro, en la sonrisa de los niños; en el santo, en el mártir que gozoso lavó su túnica en la sangre gloriosa del Cordero. Gracias, Señor Jesús, porque has traído al mundo la alegría perdida, la salvación no merecida, el amor sin fronteras. Gracias por tu visita. Ya nadie podrá arrebatarnos la música reciente que engendra tu Palabra, el dulce silabeo de tu nombre, el gozo que nos nace de tu Pascua.

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58.- DEJO EL MUNDO Y VUELVO AL PADRE Jn 16,25-33

Meditación-contemplación Jesús resume su largo discurso de la cena en una frase: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). Está en la última etapa de su vida. Ha llegado la hora de hablar claro a los discípulos. Jesús les promete que no utilizará ya más las parábolas. En adelante, les hablará claramente del Padre. En un doble movimiento, Jesús condensa los grandes misterios de su vida: “Salí del Padre y vine al mundo”: misterio de encarnación; “ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”: misterio de humillación y glorificación. Con el final de la cena pascual, Jesús ha empezado de forma decidida el camino de retorno al Padre. Aquella misma noche lo arrestarán. La primera parte del camino será dura. Terminará en lo alto de la cruz, ejecutado como un malhechor. Después, la gloria que le corresponde como Hijo del Padre se manifestará con todo su esplendor en la resurrección. En la inmensa soledad de la pasión, Jesús no se siente solo. Tiene la compañía del Padre. Los que andamos solos y perdidos en muchas ocasiones somos los discípulos. Hay que regresar a su lado, para disfrutar de paz. 217

Las últimas palabras de Jesús a los discípulos en la cena, no hablan de derrota, hablan de victoria: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Esta victoria se hará más patente, cuando venza al último enemigo: la muerte: “La muerte será devorada por su victoria” (1Cor 15,54).

Asimilación Al concluir su discurso, Jesús enseña a los discípulos la nueva forma de orar. Hasta ahora, no han orado en su nombre. Les promete que cuanto pidan al Padre en su nombre, el Padre se lo concederá. En su oración pascual de despedida, Jesús nos ha dejado un ejemplo práctico de la nueva forma de orar. Jesús es el primer maestro de oración. El segundo es el Espíritu “consolador”, que el Padre enviará a los discípulos en su nombre. La enseñanza que ofrece el evangelio de Juan, coincide con la de Pablo: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se puede expresar” (Rom 8,26). Jesús no indica qué cosas los discípulos han de pedir al Padre. Hay tres cosas mencionadas por Jesús en su discurso pascual de despedida, que han de estar en la oración del discípulo, animada siempre por el Espíritu: conocer mejor a Jesús; producir frutos abundantes, como sarmientos vivos; todo aquello que conduce a que la alegría sea completa. Jesús hace a los discípulos una nueva revelación: “El Padre mismo los ama” (Jn 16,27). Señala dos razones fundamentales de este amor: El amor que han manifestado a Jesús, y haber creído que él es el enviado de Dios. El diálogo final de Jesús con los discípulos concluye con una noticia nada grata. En realidad se trata de una denuncia: “Ya ha llegado la hora en que ustedes se dispersarán y me dejarán solo” (Jn 16,32). Jesús sabe que nunca está solo. Tiene siempre a su lado al mejor compañero: “El Padre está conmigo” (Jn 16,32).

Acción Después de tanto tiempo con Jesús, no han descubierto la genuina oración del discípulo: Orar en nombre de Jesús. Éste es el reproche: “Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre” (Jn 16,24). Él es el verdadero mediador entre los discípulos y Dios: “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

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En adelante, el discípulo dirigirá su oración al Padre en nombre de Jesús, impulsada por el Espíritu que habitan en lo más íntimo de cada uno. Pablo escribe: “Dios infundió en sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: Abba, Padre” (Gál 4,6). El mismo Jesús nos da la garantía de que esta oración será escuchada. Se nos ofrece la oportunidad de revisar nuestra oración. Veamos si nace del Espíritu y está hecha en nombre de Jesús, verdadero intercesor nuestro ante el Padre. Prolifera una multitud de oraciones que circulan, de mano en mano; algunas de ellas muy poco cristianas. Veamos, si el Espíritu es el verdadero origen de nuestra oración, y se dirige al Padre por medio de Jesús. ¿No se nos aplicará a nosotros la denuncia de Jesús: “Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre?” (Jn 16,24). El discípulo de Jesús no puede ir por el mundo como un derrotado. Hacer el bien es complicado; hacer camino con Jesús encierra muchos riesgos. Pero el grito de Jesús no puede caer en el vacío: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Proclamémoslo cada mañana, al inaugurar la jornada; repitámoslo cada noche, al iniciar el descanso.

Oración Son muchos, Señor, los caminos, que no conducen a ninguna parte. Tú has hecho el camino perfecto, el que sale del Padre, y al Padre vuelve, transitando por esta tierra de luces y de sombras, de gozos y de penas, de esperanzas fallidas, y gloriosos días de sol. Desde la nube, el Padre dice: “Es éste mi Hijo muy amado”. Tú nos repites al oído en la mañana al despertar: “Para ir al Padre, no hay otro camino”. Haz que avancemos, paso a paso, con las manos tendidas al hermano: al que está al borde del camino; al cojo, al sordo al ciego, al que llora la muerte de su amigo, al zaqueo que busca, al fariseo que murmura, al ladrón que reniega, 219

al centurión honesto que confiesa: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”. Tú, que ya has llegado a la meta, y sabes que el camino es difícil; que los asaltantes son muchos, pocos los peregrinos; ayúdanos a hacer el tramo que nos falta. Prepáranos asiento entre los invitados al banquete de bodas del Cordero.

59.- PADRE, LLEGÓ LA HORA: GLORIFICA A TU HIJO Jn 17,1-8

Meditación-contemplación El final del discurso de la cena se asemeja al final del Deuteronomio, que concluye con dos oraciones de Moisés. La primera, es una plegaria al Dios de Israel: “fiel, sin maldad, justo y recto” (Dt 32,4). La segunda es una bendición pronunciada sobre la comunidad: “El Señor bendice a su tierra con el don del rocío del cielo y con el océano acostado en su hondo, con las mejores cosechas del año y los mejores frutos del mes” (Dt 33,13-14).

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La oración con que Jesús concluye el discurso de la cena, nos introduce de lleno en el espíritu del “libro de la gloria”. “Padre, ha llegado la ‘hora’: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti” (Jn 17,1). La solemnidad que respira la oración, revela la grandeza del momento y la profundidad del mensaje: Jesús ora cuando predica y predica cuando ora. En su oración, Jesús recuerda puntos fundamentales de su misión. Él vino para dar la vida eterna a aquéllos que crean. Y la vida eterna consiste en reconocer al Padre como el único Dios verdadero, y al Hijo como el Mesías enviado al mundo por él. Jesús tiene también presentes en su oración a los discípulos. Ellos ocupan la mayor parte de la oración: “No ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17,9). La oración se proyecta hacia el futuro. Alcanza también a los que creerán en él por medio de la predicación de los discípulos. Una preocupación sobresale entre las demás: la unidad. Jesús le concede gran importancia. La unidad es un “signo” de identidad de la comunidad de los discípulos, como lo es el amor. Decisivo para que el mundo crea que Jesús es el “enviado” de Dios.

Asimilación Jesús inicia su oración “levantando la mirada al cielo” (Jn 17,1). Era un gesto típico del orante. Este mismo gesto lo realizó Jesús en otros momentos importantes de su vida: en la multiplicación de los panes (Mc 6,41) y ante la tumba de Lázaro (Jn 11,41). El gesto del orante, es un signo revelador del sentido de su oración. Jesús busca el rostro del Padre, al cual se dirige como su “Hijo muy amado”. Ahora, que está a punto de enfrentarse con su propia muerte, Jesús levanta la mirada para iniciar la oración más larga de todas las que reseñan los evangelios. En su oración hace una confesión extraordinariamente sincera, que resume lo que fue su vida: “Yo te he dado gloria en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer” (Jn 17,4). Jesús ha cumplido con la glorificación del Padre. Ahora pide en su oración, que el Padre le conceda la gloria que él tenía a su lado, como su Hijo muy amado, antes de la creación del mundo. Su paso por el mundo, y la humillación a la que lo someterán los adversarios, no podrán privarlo de esta gloria. Dios separó del mundo al grupo de personas que acompañaron a Jesús durante los años de su ministerio en público. Ahora, Jesús da por cumplida su misión. Los discípulos recibieron el mensaje que les anunció, y comprendieron que Dios lo había enviado. 221

Acción Aunque Jesús ora: “Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo” (Jn 17,1), su oración no es egocéntrica, sino teocéntrica. Quiere que su propia gloria redunde en gloria del Padre. La vida de todo discípulo ha de orientarse a procurar la gloria del Padre, como lo hizo Jesús. Nuestra gloria mayor ha de consistir en poder decir al final de la peregrinación por esta tierra: “Yo te he dado gloria en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer” (Jn 17,4). Jesús propone el núcleo de la espiritualidad de todo aquél que desee ser su discípulo: Conocer al Padre, como único Dios verdadero, y reconocerlo a él, como su enviado y Mesías (Jn 17,3). Hay cosas que no se pueden hablar con nadie, sino sólo con Dios. La mejor forma de hacerlo es la oración. También en esto Jesús nos ha dado una lección. El Padre es el origen y la meta de su oración. Si de alguna cosa está seguro Jesús, es del amor con que el Padre lo ama. En realidad, Jesús y el Padre viven en un diálogo permanente de amor. Eso es la oración. Las seis veces que utiliza Jesús la palabra “Padre”, revelan que estamos ante una conversación familiar, en un momento de intimidad entre el Padre que ama infinitamente al Hijo, y el Hijo que se desahoga con el Padre. A la luz de la oración de Jesús, hagamos revisión de nuestra oración. Aprendamos a orar con él en la vida, y desde la vida; en la misión, y desde la misión de discípulos. Que la gloria del Padre dé sentido a nuestra vida, cumpliendo la tarea que nos ha encomendado.

Oración Padre, ha llegado la hora. La hora del amor hasta el extremo, de darlo todo, sin reservarse nada, de jugarse la vida por tu gloria. Tu gloria es que hombres y mujeres te conozcan y te amen, que lejos de ti no hay amor que dure, ni libertad que se mantenga en pie, persona respetada y respetable. 222

Nos urge conocer la vida eterna, en esta encrucijada tenebrosa de credos y creencias, de gurúes y de santeros. Queremos conocerte a ti, Padre bueno. Padre del Señor Jesucristo, y también Padre nuestro. Queremos conocer a Jesús, Mesías prometido y tu Hijo verdadero. Queremos darte la gloria que mereces, mientras peregrinamos por la tierra; y cumplir como buenos la tarea de todo discípulo, que es amar, servir y alabar al Padre que está en los cielos. Danos la gloria junto a ti; la gloria que disfruta tu Hijo, desde antes que el mundo existiera; desde aquella mañana luminosa, en que su sepulcro se abrió, y unos testigos anunciaron al mundo la noticia: “No está aquí. Ha resucitado”.

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60.- PADRE: CONSÁGRALOS EN LA VERDAD Jn 17,9-19

Meditación-contemplación En la segunda parte de la oración de la cena, Jesús centra su atención en los discípulos. Se sitúa en el momento que sigue a la “hora” decisiva de su muerte y resurrección: “Ya no estoy en el mundo mientras que ellos están en el mundo” (Jn 17,11). A Jesús le preocupa el futuro de los discípulos. Les había prometido: “No los dejo huérfanos” (Jn 14,18). Al despedirse de ellos, los confía a buenas manos: “Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste” (Jn 17,11). Jesús los amó, los cuidó, les reveló todo lo que había escuchado del Padre. Ahora, los encomienda al Padre, porque el Padre también los ama. Jesús proclama: “Yo no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17,9). Sería un error pensar que Jesús se desentiende del mundo, incluido el que se encuentra bajo el poder del maligno. El Padre, que ama al mundo, envió a su Hijo, para que el mundo se salve por él (Jn 3,16-17). Pero en este momento, su atención se concentra en los discípulos y ora de manera especial por ellos. El mundo sometido al poder del maligno se enfrentó con Jesús, porque él le plantó cara. Los discípulos tendrán que vivir como extraños en ese mismo mundo y encarar a los poderes que siguen presentes en la sociedad. El mundo sometido al poder del mal los odiará, porque no son de los suyos. Las formas como se manifiestan los poderes del mal son muy diversas. Están infiltrados en todos los ambientes y estructuras de la sociedad: en la política, en la economía, en los poderes públicos, en las manifestaciones culturales. A veces, hasta en las organizaciones de carácter religioso.

Asimilación 224

Aunque pide al Padre: “Padre ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo” (Jn 17,1), Jesús no se olvida de los discípulos que quedan en el mundo y tienen que enfrentarse a los poderes a los que él se enfrentó. Los discípulos han de tener clara su pertenencia en esta tierra: Ellos “no son del mundo” (Jn 17,16). Dios los ha elegido para cumplir la misma tarea de Jesús: colaborar a que el mundo se salve, y que la gloria del Padre resplandezca con luz propia en la aldea global. Jesús envía a los discípulos al mundo, como él fue enviado por el Padre al mundo. Ahora, los pone en manos del Padre, para que ellos cumplan su misión con la fidelidad y con la fortaleza con que el mismo Jesús la cumplió. No ha sido fácil a los discípulos encontrar su sitio en el mundo. Por un lado, siempre ha existido la tentación de arrastrarlos hacia parcelas que no son la de Dios; hacia movimientos que nada tienen que ver con la propuesta de Jesús. Los discípulos no pueden ser neutrales. Jesús no lo fue. Su opción ha de ser clara como la suya. El reino de Dios, la opción por los pobres y por los humildes ha de ser su campo de actuación. Necesitamos de la presencia del Espíritu, para discernir en cada momento, dónde nos hemos de ubicar; con quiénes debemos compartir la vida y las inquietudes; en qué desgastar nuestras fuerzas, aterrizando en esta tierra, pero sin dejarse manejar por el maligno, muchas veces oculto detrás de unos disfraces.

Acción En su oración, Jesús se sitúa fuera del mundo: “Yo ya no estoy en el mundo”. Pero los discípulos permanecemos en el mundo. Es más: Jesús pide al Padre: “No los saque del mundo” (Jn 17,15). Entre las personas y estructuras de este mundo, tenemos que soportar en actitud servicial y firme el odio del mundo, “porque no somos del mundo”. Nos vemos en medio de lobos. Necesitamos que el Pastor modelo que ya entregó la vida por las ovejas, nos proteja de los mercenarios, de los lobos que devoran y dispersan el rebaño. Necesitamos que el Padre nos libre del Maligno, que nos confirme en la palabra de la verdad. La estancia del discípulo en el mundo no siempre es cómoda. La tentación de salirnos de la órbita de este globo que gira, a veces demasiado acelerado, siempre ha existido en la Iglesia y en los discípulos. Es más placentero atrincherarse en cómodos refugios. Pero no es esto lo que nos dice Jesús al despedirse. Nada de huir. Hagamos nuestra la petición de Jesús: “Líbranos del maligno”; 225

“conságranos con la verdad” (Jn 17,15-17). La “verdad” es aquí, una fuerza consagrante y un ámbito en el que hay que desarrollar la consagración. La fuerza consagrante es el Espíritu, que Jesús ha prometido enviar. A cada discípulo dirige el Señor su palabra por medio del profeta: “Antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de las naciones” (Jer 1,5). Si asumimos nuestra misión en el mundo con el espíritu de Jesús, y la realizamos con la fidelidad y con el coraje con que él la cumplió, cuando llegue nuestra “hora” podremos decir al Señor: “Padre, glorifica a tu hijo” (Jn 17,1).

Oración Al salir de las aguas bautismales, recién nacidos, regenerados, nos ungiste con óleo santo sacerdotes y reyes y profetas. Sacerdotes de Dios Altísimo, para presentar las ofrendas en este inmenso altar: el universo, en este templo de carne efímera, que tú hiciste, oh, Dios, con arcilla, cuando dabas belleza a cada cosa. Nos consagraste tú como profetas de una humanidad nueva, para los nuevos tiempos animados por el Espíritu. Conságranos en la verdad, para anunciar al mundo la Buena Noticia del reino, que Jesús proclamó con obras y palabras, por las aldeas, campos y ciudades, antes de contemplarte, cara a cara. Escucha, Padre, la plegaria de tu Hijo a la hora de partir: “Ya no estoy en el mundo, cuida a los que me diste, para que sean uno, como somos nosotros uno”. “No los saques del mundo, líbralos sólo del maligno… Como tú me enviaste, 226

yo los envío al mundo. Conságralos en la verdad”. Animados por el Espíritu, con una sola voz y un solo corazón, celebramos, Padre, tu gloria en presencia de tu Hijo, que nos enseñó a orar como conviene.

61.- RUEGO POR LOS QUE CREERÁN EN MÍ POR SU PALABRA Jn 17,20-26

Meditación-contemplación Jesús no piensa sólo en los discípulos que comparten con él la cena pascual de despedida. Piensa directamente en el futuro. Fija también su atención en aquéllos, que se incorporarán al grupo por medio de su predicación. 227

Aquí Jesús habla de manera especial de las “otras ovejas que no pertenecen al redil” (Jn 10,16). Unos procederán del pueblo judío; otros, de las naciones paganas. Es explicable que la procedencia de ambientes culturales y sociales distintos, crea problemas de unidad entre los discípulos. De hecho, cuando se escribe el evangelio, habían aparecido grupos que hacían peligrar la unidad. Otros libros del nuevo testamento hacen referencia a este problema. En la primera carta de Juan leemos: “Han oído que ha de venir el Anticristo; en realidad ya han venido muchos anticristos” (1Jn 2,18). Pablo escribe a la comunidad de Corinto: “En primer lugar, he oído que cuando se reúnen en asamblea, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo; porque es inevitable que haya divisiones entre ustedes, para que se muestre quiénes son los auténticos” (1Cor 11,18-19). Todo esto explica la súplica que dirige Jesús al Padre: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17,21). Esta unidad la pide Jesús para los discípulos que en aquel momento están con él, y para los que más tarde llegarán a la fe “por medio de su palabra”.

Asimilación Jesús insiste en algunos temas importantes. El primero es la fe. Habla constantemente de los que “han creído” y de los que “creerán”. Creer en el Padre, y creer en el Hijo, como enviado suyo al mundo, son dos pilares fundamentales de la fe. El evangelista destaca dos rasgos importantes que han de tener los discípulos. Primero: Creer en Jesús. No se trata únicamente de “conocer”. Es necesaria la adhesión a su persona y la incorporación a su misión. Segundo: A la fe se llega por medio de la palabra proclamada por los discípulos. Con esa misma palabra ha de ser alimentada. La segunda preocupación de Jesús se refiere a la misión. La unidad es fundamental para la acción misionera. El modelo de referencia para los discípulos es la unión que existe entre el Padre y el Hijo: “Que todos sean uno, como tú Padre estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Las personas llegan a la fe en Jesús a través de la predicación de los discípulos. En esta labor misionera, la unidad ha de hacerse visible hasta el punto de constituir un reto de credibilidad, para que el mundo crea. Jesús había hablado de “un solo redil con un solo pastor” (Jn 10,16). En su oración Jesús no menciona el destino del mundo, pero manifiesta su deseo 228

expreso de que los discípulos lo acompañen en su destino definitivo: “Estén conmigo, donde yo estoy” (Jn 17,24). Mientras estaba con ellos en la tierra, los discípulos han “contemplado su gloria” (Jn 2,11) a través de los grandes “signos” que realizó. Ahora, como última voluntad de quien permanecerá resucitado junto al Padre, Jesús le pide que esta contemplación no tenga límite.

Acción Todo el relato de la cena en el evangelio de Juan nos introduce en el corazón del misterio de la vida del discípulo de Jesús. La persona de Jesús, sus gestos, sus palabras, invitan a contemplar y a leer orando, guiados por el Espíritu, “que nos guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,13). Contemplaremos a Jesús, sorprendiéndonos de verlo arrodillado ante Pedro para lavarle los pies. Mensaje: “Les he lavado los pies; ustedes deben lavárselos unos a otros” (Jn 13,14). Escucharemos atentamente su Palabra: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Éste es el signo de identidad de todo discípulo. La gran revelación: Ustedes son mis amigos. El que me ama será amado por el Padre, le enviará el Espíritu Santo; yo también los amo; vendremos a él y estableceremos en él nuestra morada (Jn 14,21-23). El primer templo en que habitó en plenitud la divinidad fue Jesús. En adelante, cada discípulo, si permanece en su amor, es “casa de oración ambulante” con el Padre, el Hijo y el Espíritu dentro. La tarea en la tierra es la misma de Jesús: conseguir que el Padre sea glorificado, por los que ya creen y por los que han de creer, de manera que cuando llegue la “hora” podamos decir a coro: “Padre, glorifica a tus hijos, para que tus hijos te den gloria” (Jn 17,1). Después de muchos siglos, la unidad sigue siendo una causa pendiente. Los discípulos de ayer y de hoy no hemos tenido sabiduría ni coraje para solucionarla. Jesús sigue gritando: ¡Padre, “que sean uno”! (Jn 17,21). ¿Hasta cuándo tendrá que seguir repitiendo el mismo grito?

Oración Hacemos hoy nuestra, Padre santo, la oración misionera de Jesús: 229

“No sólo te pido por éstos, también te pido por aquéllos que han de creer en mí por sus palabras”. Que seamos sólo uno, Padre santo, en la Palabra que anunciamos, en la fe que todos confesamos, en el amor que compartimos, en generosidad, en el servicio. Tu gloria, Padre santo, es que todos seamos uno, para que el mundo crea en el amor a toda prueba, en que somos iguales y distintos, en la bella policromía de hombres y mujeres, de colores, de lenguas y culturas; en este ser humano inmensamente grande, “un poco inferior a los ángeles”, que tú creaste a tu imagen. No permitas, oh, Padre santo, que rompamos la equidistancia entre ti y los hermanos, entre el ser humano y la tierra tan nuestra y tan tuya. Establece una vez y para siempre equidistancia cero y la unidad perfecta, para que el mundo crea.

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62.- ARRESTO DE JESÚS EN EL HUERTO Jn 18,1-13

Meditación-contemplación Con la salida de Jesús hacia el huerto acompañado de los discípulos, comienza el “libro de la gloria”. Jesús oraba: “Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo” (Jn 17,1). Ahora comienza el camino de glorificación. Así entiende el evangelio de Juan el tramo de camino que comienza esta noche, y culminará en la mañana de Pascua con la resurrección. El camino se inicia en un huerto y culminará también en un huerto, donde Jesús fue sepultado y donde tiene lugar la primera manifestación de Jesús resucitado a María de Magdala. El relato de Juan muy bien se puede titular: “Gloriosa pasión de nuestro Señor Jesucristo”. Una gloria manifestada a través del dolor en su primera parte. Los datos que aportan los evangelios revelan que Jesús fue apresado en un lugar del monte de los Olivos, poco antes de morir crucificado; y fue conducido a la ciudad para ser juzgado. La escena del huerto que ofrece Juan, difiere de la ofrecida por los otros evangelistas. El evangelio de Juan no narra la agonía de Jesús; omite el beso del traidor; y quienes apresan a Jesús son los soldados romanos capitaneados por Judas. Marcos informa que quienes apresan a Jesús, son gentes armadas con espadas y palos, enviados por los sumos sacerdotes (Mc 14,43). Los cuatro evangelistas coinciden en señalar la reacción de uno de los acompañantes de Jesús. Según la versión de Juan, es Pedro quien echa mano a la espada y corta de un tajo la oreja de un sirviente del sumo sacerdote (Jn 18,110).

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Asimilación En el final de la primera parte del discurso de la cena, Jesús ofrece la clave para entender esta última etapa del camino: “El mundo tiene que saber que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me encargó. ¡Levántense! Vámonos de aquí” (Jn 14,31). El amor presidirá la actuación de Jesús en los diversos episodios de la pasión, y de manera especial en su muerte y resurrección. Cumplirá su palabra: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida” (Jn 15,13). En el diálogo con los que vienen a apresarlo, Jesús manifiesta que entrega la vida voluntariamente, como había anunciado: “La vida nadie me la quita, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). La escena refleja el poder de Jesús frente a los poderes del mundo, representados por Judas que lo traiciona, por los poderes religiosos, representado por los empleados de los sumos sacerdotes, y por el poder político, encarnado por soldados del imperio. El “Yo soy”, hace que todos retrocedan y caigan por tierra, como los siervos ante el señor. En los momentos importantes del proceso, Jesús hará valer su señorío. Otro signo revelador del espíritu con que Jesús enfrenta el “camino de cruz y de gloria”, es su actitud ante el discípulo que echa mano a la espada para defenderlo. Quien así actúa ha equivocado la verdadera identidad del Mesías. Jesús no es el Mesías político y poderoso, que pretende hacerse con el poder y acude a las armas para conseguirlo y para defenderse. Jesús manifiesta ser el “siervo de Yahvé”, dispuesto a “beber la copa que le ha ofrecido el Padre” (Jn 18,11). En la versión de Mateo, Jesús rechaza expresamente el uso de la violencia: “Quien a espada mata, a espada muere” (Mt 26,52).

Acción La narración de la pasión de Jesús es una “Buena Noticia”, como el resto del Evangelio, aunque los sentimientos más bajos y la violencia más extrema formen parte de su trama. Como Buena Noticia hay que leerla, contemplarla y asimilarla. Todo buen discípulo tiene que recorrer el “camino de gloria” que recorrió Jesús, con su tramo de dolor y de cruz. “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). El choque frontal entre Jesús y el mundo dominado por el maligno, de que habla el evangelio de Juan, llegó a su máxima expresión. Dos signos de esta violencia se hicieron presentes en el arresto de Jesús en el huerto. Los agentes del poder, pertrechados de “antorchas, linternas y armas”, detienen a Jesús, lo maniataron y se lo llevaron. Por otra parte, uno de los suyos echa mano de las armas. 232

El uso de las armas, como signo de poder, está en plena vigencia en el mundo. Con frecuencia los instrumentos del poder se utilizan contra personas indefensas y contra gente inocente. También contra discípulos de Jesús. Hagámosle frente con la contundencia con que actuó Jesús. Sabía que el arma de los fuertes es el apego a las causas justas, la resistencia activa y la no-violencia. No caigamos en la osadía y en la torpeza que manifestaron los dos discípulos que aparecen en escena. El primero: traicionó al amigo, que unas horas antes le había declarado su amistad: “A ustedes los he llamado amigos” (Jn 15,15). El segundo acudiendo a la violencia, para defenderse contra la violencia.

Oración La noche alargaba su sombra entre los olivos del huerto. Es la hora del traidor y del poder de las tinieblas. Como a un bandido vienen a prenderte. Con fuerza y poderío preguntas: ¿Es a mí a quien buscan? Cuando oyeron: “Yo soy”, caen por tierra y retroceden. Tú eres el Señor de tierra y cielo, al que el mar y los vientos obedecen. Eres el “Siervo de Yahvé”; “no vociferas por las calles, no rompes la caña quebrada ni apagas la mecha vacilante”. Ante ti está el traidor, que por treinta monedas te vendió; y Pedro que no sabe a qué espíritu pertenece, responde a la violencia con violencia, cortándole la oreja a un criado. Tú eres Hijo de Dios, Hijo del hombre, hasta la mañana de Pascua serás Señor y serás siervo; te proclamarás rey ante Pilato, morirás en la cruz como un esclavo. Camino de cruz y de gloria, 233

recorres desde el huerto hasta el Calvario. Morirás elevado a lo más alto, como Señor que reina sobre el mundo clavado en un madero. Desátale, Señor, las manos, a inocentes que han maniatado; y perdona nuestros silencios, ante personas detenidas, tan inhumanamente maltratadas.

63- INTERROGATORIO ANTE ANÁS Y NEGACIONES DE PEDRO Jn 18,14-18.25-27

Meditación-contemplación Después del arresto en el huerto, Jesús es llevado a Anás y a continuación a Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año. En su relato, Juan narra simultáneamente el interrogatorio de Jesús ante Caifás y las negaciones de Pedro. 234

El evangelista recuerda una sesión anterior del consejo, en la cual Caifás había dicho: “¿No ven que es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que muera toda la nación?” (Jn 11,50). En el evangelio de Juan, el interrogatorio se centra en la predicación de Jesús y en los discípulos. La respuesta de Jesús es categórica: “Yo no he dicho nada en secreto” (Jn 18,20). Jesús utilizó lugares públicos tan importantes como el templo y la sinagoga, para proclamar la Buena Noticia. Ambos son lugares emblemáticos para los judíos, y frecuentados por todos. Si quieren información, que interroguen a los oyentes. Ellos saben lo que Jesús ha enseñado. Antes del interrogatorio ante Anás, el evangelista describe la primera negación de Pedro. El apóstol logra colarse en el palacio, gracias a los buenos oficios del “otro discípulo”, que era conocido del sumo sacerdote. Este discípulo habló con la portera, y ésta dejó entrar a Pedro. Como hacía frío, Pedro se arrimó al fuego al lado de los servidores y de los soldados. Allí, una sirvienta lo sorprende con una pregunta: “¿No eres tú también discípulo de este hombre?”. La respuesta de Pedro fue: “No lo soy” (Jn 18,17).

Asimilación La respuesta de Jesús al sumo sacerdote no agradó a los presentes. Uno de la guardia dio una bofetada a Jesús, con este reproche: “¿Así respondes al sumo sacerdote?” (Jn 18,22). Jesús, que guardó silencio y no respondió palabra a Herodes (Lc 23,9), en esta ocasión responde a la acusación. Él, que se ha proclamado defensor de la verdad, no permite que se le acuse falsamente: “Si he hablado mal, demuéstrame la maldad” (Jn 18,23. El evangelio de Juan informa que los responsables judíos buscaron a Jesús en varias ocasiones para apresarlo y darle muerte (Jn 10,39; 11,57). En el juicio que se desarrolla ante Anás, no menciona las principales causas de la condena de Jesús, que señalan los otros evangelistas: destrucción del templo, quebrantar la ley, proclamarse Hijo de Dios. Tampoco informa que pronunciaran sentencia de muerte contra él. Simplemente dice: “Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás” (Jn 18,24). Jesús había dicho a Pedro: “A donde yo voy no puedes seguirme ahora” (Jn 13,36). En el primer momento, Pedro decide seguir a Jesús con el “otro discípulo”. Pero se quedó a mitad de camino. Su amor no dio para más. La valentía manifestada en la cena de despedida, se redujo a vanas promesas. El nombre de Pedro no aparece entre el 235

pequeño grupo de personas, que el evangelista menciona al lado de la cruz en el Calvario. A la primera negación, Pedro añade otras dos. La última acusación es especialmente peligrosa. El sirviente que lo denuncia fue testigo de lo sucedido en el huerto. Además, era pariente del servidor del sumo sacerdote al que Pedro le cortó la oreja. Al negar por tercera vez que es discípulo de Jesús, el canto del gallo vino a despertar su conciencia. Jesús se lo había advertido: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces” (Jn 13,38).

Acción Fijémonos en el contraste que existe entre lo que sucede en el patio y lo que está aconteciendo en el interior del palacio de Anás. En el interior del palacio, Jesús no se dedica a denunciar cobardías. Personalmente asume la defensa de los discípulos. Primero, oró por ellos en la cena pascual de despedida (Jn 17,9). Ahora, los defiende. Son sus amigos. En escena aparece el “otro discípulo”. El que “con preferencia amaba Jesús”. Su forma de proceder es intachable. Allí estaba dando la cara por Jesús, con el riesgo de ser descubierto, por ser “conocido del sumo sacerdote”. Este discípulo corre un nuevo riesgo, por practicar la solidaridad con Pedro. Él asume ese riesgo, y hace las diligencias para que la portera permita a Pedro entrar en el palacio. Lo encontraremos de nuevo haciendo compañía a María al pie de la cruz, superando la prueba suprema de amor y de fidelidad a Jesús. El amor se manifiesta con hechos, no sólo con palabras. Con razón Jesús manifestaba hacia él un “amor de preferencia”. Entre tanto, Pedro niega por tres veces conocer a Jesús. Empezó dando un paso importante. Cuando otros compañeros huyeron, el intentó cumplir la palabra dada a Jesús: “Daré mi vida por ti” (Jn 13,37). Lo siguió desde la primera hora. Pero el miedo a ser apresado y a perder la vida, pudo más que el amor y fidelidad a Jesús. Aquí tenemos tres personas; tres actitudes; tres respuestas, que nos invitan a pensar a los discípulos de hoy. A pensar, y a tomar decisiones. Es evidente, que las buenas palabras no bastan.

Oración “Daré mi vida por ti”, dice Pedro, arropado por el abrazo cálido de tu amor en la cena. 236

Llegó la hora de dar la cara, de jugarse la vida por tu causa, y Pedro el valeroso, el audaz, hasta tres veces niega conocerte. Me da miedo, Señor, comprometerme; callo, huyo, me escondo, cuando eres maltratado y humillado, condenado a muerte inhumana en el indio, en el negro, en el gitano. ¿Cómo denunciaré yo a Pedro, por atrevido, por cobarde; si yo mismo te niego y te he negado, en la tertulia con amigos, en las disputas en el barrio, cuando acusan, condenan y maltratan al pobre, a la mujer, al marginado, y no me doy por enterado? En lugar de callar, tomemos la palabra; en lugar de juzgar, pongamos soluciones; en lugar de negar, proclamemos con obras que somos de verdad discípulos, no sólo de palabra. Confesamos, Señor, la cobardía de los que nos decimos tus amigos. Lloramos, como Pedro, las veces que negamos conocerte. En la noche siniestra y temerosa, hay uno que se afirma y no claudica, es el discípulo que tú más amas. Danos su fe, su amor y valentía.

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64.- JESÚS PROCLAMA SU REALEZA Jn 18,28-38

Meditación-contemplación Después del interrogatorio ante Anás, Jesús es conducido de madrugada a Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año. Juan no narra ningún diálogo de Caifás con Jesús, en su condición de sumo sacerdote, ni menciona ninguna comparecencia de Jesús ante el consejo. De la casa de Caifás es conducido al pretorio, donde da comienzo el proceso civil. El desarrollo del proceso consta de una secuencia de escenas sucesivas. Primer episodio: las autoridades judías piden a Pilato, representante del poder de Roma, que condene a Jesús. Allí presentan la acusación formal contra él: lo acusan de ser un malhechor. Las autoridades judías estaban capacitadas para juzgar delitos de carácter religioso conforme a sus leyes. Pero no condenar a la pena capital. Segundo episodio: Pilato entabla el diálogo con Jesús a propósito de su realeza. La primera cuestión que hay que aclarar es si él es el “rey de los judíos”. Del diálogo, Pilato saca una conclusión: “No encuentro en él culpa alguna” (Jn 18,38). Pareciera que la comparecencia ante Pilato había sido favorable para Jesús. Para darle una salida más airosa, Pilato echa mano de la costumbre de poner en libertad a un preso con motivo de la Pascua. Por un lado está Jesús, a quien Pilato declara inocente; por otro está Barrabás, que era “un asaltante”. Por inexplicable que parezca, el pueblo decide pedir la libertad para el bandido. ¿El pueblo tiene siempre la razón?

Asimilación 238

La cuestión de la realeza de Jesús, es la de más interés en esta primera parte del juicio ante el representante del poder de Roma. Juan es el único evangelista que aborda con amplitud esta cuestión. La realeza de Jesús no es de carácter político, como lo plantea Pilato. La exposición sobre la realeza de Jesús cobra más interés, si tenemos en cuenta que el evangelio de Juan no se ha ocupado explícitamente del reino de Dios, como lo hacen los evangelios sinópticos. Jesús empieza por distinguir entre la visión de “rey” en sentido político, como lo entendían los romanos, y el “rey” con carácter religioso, como lo entendían los judíos. Desde el primer momento, Jesús aclara ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36). Como manifestación de su afirmación, Jesús revela que carece de ejército, uno de los signos visibles de los reinos de este mundo. Por este motivo, nada tiene que temer. Ante la insistencia de Pilato, Jesús proclama con firmeza su condición de rey: “Tú lo dices: Yo soy rey; para esto he nacido, para esto he venido al mundo” (Jn 18,37). Para evitar confusión, Jesús señala como signo de su realeza la verdad: “He venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Del campo de la política, Jesús se ha trasladado al campo de la ética. Su fidelidad a la verdad, es el motivo por el que ha sido entregado a Pilato. Si nos atenemos a la decisión de Pilato de declararlo inocente, tenemos que concluir que si Jesús no logró convencer a Pilato, por lo menos éste no vio en él un peligro para los intereses políticos de Roma.

Acción En el diálogo de Jesús con Pilato está en juego la actitud del discípulo de Jesús ante los poderes de este mundo. Estos poderes sientan en el banquillo al profeta que decía a sus seguidores: “Los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad” (Mc 10,42). Jesús atado, despojado, humillado, representa a millones de pobres, hombres y mujeres, sometidos al yugo de los poderosos. El profeta de Nazaret ha sido sentenciado a muerte por los poderes religiosos y políticos de Israel. Ahora, se enfrenta al poderoso imperio de Roma. Su juicio y su condena han de ponernos en alerta respecto a los poderes de este mundo, sean religiosos o políticos.

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Aunque el título de “rey” esté tomado de las estructuras de este mundo, la forma de ejercer la realeza no es la misma. Los poderes de este mundo echan mano de las armas, si es necesario, para dominar y someter a las personas y a los pueblos. La forma de reinar que propone Jesús, no se sustenta en la fuerza, sino que opta por el servicio. El poder absoluto de este mundo se cree señor de la vida y de la muerte, de la verdad y de la mentira, de la esclavitud y la libertad. El principio de la política que propone Jesús es otro: “El que quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás” (Mc 10,43). Por el servicio a la “verdad”, Jesús está dispuesto a jugarse la vida. Al final la perderá, pero su “verdad” será avalada por Dios, que lo resucitará de la muerte. La tiranía del poder, y la “verdad” del servicio, siguen enfrentadas. Más de una vez, los discípulos de Jesús y las instituciones de la Iglesia han cedido a la tentación del poder. Recordemos que Jesús humillado, condenado, crucificado, entregó la vida por la “verdad” y por el servicio. Quien quiera ser su discípulo, ya conoce el camino. No hay otro.

Oremos Aquí tienen al hombre que se proclamó rey, con su cetro y con su corona, mostrando su poder y realeza; Rey de verdad, no de comedia. Rey de dolores, proclama el profeta: no vociferó por las calles, no rompió la caña quebrada, no apagó la mecha vacilante. Él ofreció la espalda a quien le daba latigazos; él no ocultó su rostro a ultrajes y salivazos; no parecía un hombre, quedó desfigurado. Reinó desde el servicio y la verdad. Puso a los tullidos a andar, a los ciegos devolvió la vista, al pobre y al humilde dignidad; a todos anunció la palabra; a amigos y enemigos, a prostitutas y a Pilato. Comió con los excluidos de una sociedad elitista; 240

se conmovió ante el dolor de leprosos y poseídos; a la viuda que llora le devolvió con vida al hijo. A ti queremos por Rey, con esa corona de espinas no de oro o de marfil. ¡Salve, Rey de justicia y de paz, de amor hasta el extremo, de perseguidos y de odiados, de mártires de la verdad.

65.- PILATO CONDENA A JESÚS A MORIR EN LA CRUZ Jn 18,38-19,16

Meditación-contemplación Prosigue el juicio de Jesús ante Pilato. Habiendo reconocido la inocencia de Jesús, 241

Pilato fracasa en su primer intento por dejarlo en libertad, presionado por el griterío del pueblo: “A éste no, suelta a Barrabás” (Jn 18,40). En su propósito de conceder la libertad a Jesús, Pilato ordena azotar a Jesús. Su decisión tiene muy poco que ver con la justicia. Más bien, intenta aplacar los ánimos de la multitud. La escenografía que ofrece el evangelista, representa una lamentable comedia, unida al cruel castigo de la flagelación, reconocido por las leyes del imperio romano. Los soldados eligen un ritual fácil de comprender. Jesús había proclamado públicamente ante Pilato que era rey. Para su parodia, los soldados eligen los símbolos propios de la realeza: la corona y el manto color púrpura; Mateo añade una caña, como cetro (Mt 27,29). En Juan se omiten ciertas burlas y signos humillantes, como salivazos, genuflexiones, golpes en la cabeza con la caña. El evangelista se centra únicamente en los que tienen relación con la realeza: corona, manto y saludo: “¡Salud, rey de los judíos!” (Jn 19,3). Era un remedo del “Ave Caesar”, con que se saludaba al emperador. A la flagelación sigue el desenlace del juicio. Pilato presenta a Jesús ante la multitud. Por segunda vez confiesa que no encuentra culpa para condenarlo. Los responsables del pueblo gritan: “Tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho pasar por hijo de Dios” (Jn 19,7). Estos gritos asustaron al gobernador, que terminó por aceptar la acusación de carácter religioso presentada por los judíos. Pilato hace un nuevo intento por liberar a Jesús, y entabla el último diálogo con él. Le hace saber que en sus manos está soltarlo o dar la orden para que lo crucifiquen. A lo que Jesús responde: “No tendrías poder sobre mí, si no te lo hubieran dado de lo alto” (Jn 19,11). Ante el grito: “Si sueltas a éste, no eres amigo del César” (Jn 19,12), Pilato se dio por vencido, sentó a Jesús en el tribunal y decidió entregarlo para que lo crucificaran. “Era víspera de Pascua, al mediodía” (Jn 19,14).

Asimilación En el relato que el evangelio de Juan hace del juicio ante Pilato, se reconocen dos aspectos que discurren paralelos. Uno se refiere a la narración de los hechos; el otro, a la intencionalidad del evangelista, por poner de relieve determinados aspectos de la persona de Jesús. Especialmente, su realeza. Desde el comienzo del juicio ante Pilato, el evangelista ofrece una espléndida presentación de la realeza de Jesús y de su señorío. Ante Pilato proclama: “Yo soy rey” (Jn 18,37). Pilato ordena azotar a Jesús. A parte del sufrimiento físico, la escenografía de la coronación real que realizan los soldados, encierra una parodia de la realeza de Jesús. 242

Para el evangelista, es más que una parodia. Ante Pilato, Jesús se había proclamado rey; ahora, los soldados escenifican su coronación. Sin pretenderlo, están coronando a Jesús como el verdadero rey. En la segunda presentación que Pilato hace ante el público, Jesús lleva la corona y el manto que los soldados le habían colocado. Cuando Pilato les dice: “Aquí tienen al hombre” (Jn 19,5), estaría realizando otra formalidad propia de la coronación real: la presentación ante el pueblo de aquél, que el mismo Pilato reconoció como “rey de los judíos”, portando las insignias reales. Finalmente, Jesús reivindica ante Pilato su señorío: “No tendrías poder sobre mí si no te lo hubieran dado de lo alto” (Jn 19,11). Y desde el mismo tribunal en que condena a Jesús a morir, Pilato anuncia a los judíos: “Ahí tienen a su rey” (Jn 19,14). Para que no quedara duda: la realeza de Jesús aparece en el letrero colocado sobre la cruz: “Jesús el Nazareno, rey de los Judíos” (Jn 19,19). Desde el comienzo de su ministerio, se fueron dando a Jesús diversos títulos: Hijo de Dios, rey de Israel, Hijo del hombre. En este momento, el evangelista los ha reunido todos. Han sido presentados por agentes distintos: Jesús, Pilato, los judíos, los soldados. Ha utilizado formas diversas para presentarlo: el anuncio, la parodia, la denuncia, la sentencia, el letrero sobre la cruz.

Acción El proceso judicial seguido contra Jesús adoleció de fallos escandalosos. Los poderes públicos y religiosos se confabularon para quitárselo de en medio. Se contó con testigos falsos, cuando fue necesario; se manipularon los hechos; prevalecieron los intereses políticos sobre la verdad y la justicia. En definitiva, se consiguieron los objetivos: eliminar al profeta, cuya conducta y denuncias molestaban al representante del imperio de Roma y a los representantes religiosos y políticos de Israel. A pesar de la Declaración universal de los Derechos Humanos, se sigue torturando a los presos y utilizando la represión en todas sus formas contra las personas. Se realizan juicios injustos, se amañan procesos, se condenan inocentes y se absuelven asesinos. El respeto a la persona y a sus derechos, sigue siendo una asignatura pendiente de esta sociedad, que se enorgullece de su progreso. Los discípulos de Jesús no podemos aprobar el gesto del poderoso, que desde una tribuna envía a prisión a personas, sin un proceso judicial con garantías. No podemos unirnos a una multitud manipulada, que grita consignas parecidas a las pronunciadas contra Jesús: “¡Crucifícalo!”. 243

No podemos quedar indiferentes ante los atropellos de las personas por parte de los poderes y organismos públicos, o grupos organizados para torturar y extorsionar; ante la indefensión de los humildes, que carecen de recursos; ante la violencia, que siega vidas impunemente. Colaboremos, para que juicios como el de Jesús, condenas como la suya, no vuelvan a repetirse.

Oración Fue un hombre, Señor, quien se atrevió a condenar al Justo, que pasó por la vida haciendo el bien, y al malhechor dejó en libertad. ¡Qué será de la viuda, del mendigo, de gente sin recursos, que a diario ven violados sus derechos; que reclaman justicia, y nadie escucha! De nuevo, Señor, eres condenado, en juicios amañados, en sentencias injustas, por jueces al servicio del poder, y por tribunales corruptos. No basta, Señor, pedir perdón, por haber lavado las manos condenando a Jesús, tu Hijo amado; por los presos sin juicio, por los derechos conculcados. En nombre de los condenados y de todos los perseguidos, con códigos injustos en la mano, levantamos la voz, para que nos oigan en el ágora pública de la ciudad global: ¡Justicia, justicia para el pobre, mil veces condenado y vendido! Convierte nuestros tribunales, en casa de fiscales y de jueces de conciencia y de manos limpias, y en sedes de justicia para todos. Libéranos de la justicia que condena a inocentes, y a la gente de bien; y a asesinos, ladrones y corruptos, 244

permite que transiten las calles, en libertad no vigilada.

66.- LO CRUCIFICARON CON DOS LADRONES Jn 19,16-24.28-30

Meditación-contemplación Después de determinar la crucifixión de Jesús, Pilato se lo entregó para que lo condujeran al lugar llamado la Calavera, en hebreo Gólgota, que se hallaba fuera de la ciudad de Jerusalén. Jesús salió “cargando él mismo con la cruz” (Jn 19,17). Según la costumbre romana, el madero vertical, de unos tres metros de altura, permanecía hincado en el lugar de las ejecuciones. Los sentenciados a morir crucificados, llevan a cuestas hasta este lugar el madero transversal (“patibulum”). Respecto a los dos individuos que fueron crucificados con Jesús, el evangelio de Juan se limita a decir: “Allí lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús” 245

(Jn 19,18). Los otros tres evangelios informan de que se trataba de dos bandidos o asaltantes. El condenado era suspendido del palo transversal, sujetándole las manos y los pies con clavos o con sogas. Pilato ordenó escribir el nombre y la causa de la condena de Jesús, en hebreo, latín y griego, y colocarla sobre la cruz: “Jesús Nazareno, rey de los Judíos” (Jn 19,20). Las autoridades judías se opusieron a que Pilato diera a Jesús el título de “rey de los judíos”. Pero el gobernador no cedió a sus pretensiones. Conocida es su respuesta, que se ha hecho proverbial: “Lo escrito, escrito está” (Jn 19,22). Queda, por último, el gesto de los soldados, que se repartieron las vestiduras de Jesús. El evangelista ve en este gesto el cumplimiento de las Escrituras. El texto que cita está tomado del Salmo 22,19: “Se repartieron mis vestidos, se sortearon mi túnica” (Jn 19,24).

Asimilación El tema de la realeza estuvo presente durante el proceso de Jesús, y aparece de nuevo en la escena de la crucifixión. En este momento se le da un alcance universal, al escribirlo en los tres idiomas más importantes para los judíos y para su entorno cultural. En el evangelio de Juan, este dato viene a confirmar la entronización de Jesús, como rey universal. En este momento, Jesús está mostrando al mundo lo que el evangelista anuncia al principio de la cena: “Al llegar la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). La hora de su muerte, es la “hora” suprema del amor para Jesús. El evangelio de Juan nos ha dejado un “camino de la cruz” hasta el Calvario, en el cual Jesús carga en solitario con la cruz, sin que nadie tenga con él un gesto de humanidad. Quizá Jesús nos pueda responder: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32). En la información sobre el reparto de las vestiduras, Juan ofrece una novedad: distingue la túnica inconsútil del resto de vestiduras. Ciertamente, el evangelista quiere atraer la atención sobre ella. Se han dado opiniones diversas sobre su simbolismo. Algunos ven en ella un símbolo de la unidad que ha de reinar entre los discípulos, tema sobre el que Jesús insistió en su oración de la cena: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17,21). 246

Acción Jesús había proclamado: “Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). En la cena comunica a los discípulos: ha llegado la “hora” de manifestar ante el mundo, “que amo al Padre” (Jn 14,31). Le llegó la hora de hacer el último tramo del camino, hasta el lugar llamado de la Calavera. Jesús lo hace, manteniendo firmemente su identidad. Proclama ante Pilato que es “rey”. Como “rey” carga con la cruz; como “rey” muere en ella clavado. Desde el día que asumimos conscientemente nuestra condición de discípulo de Jesús, nos comprometimos a recorrer con él todo el camino. Se nos cruzarán por delante quienes pretendan apartarnos de él. Tendremos que armarnos de valor para proclamar nuestra identidad, y para seguir los pasos de Jesús, aunque tengamos que oír las palabras de Pilato: “Tengo poder para crucificarte” (Jn 19,10). Aunque tengamos que llevar la cruz en solitario como Jesús, no podemos dejar de denunciar cualquier forma violenta de acabar con la vida de las personas. Nadie puede privar a una persona de su derecho a vivir. En el Calvario encontramos dos tipos de personas. A derecha e izquierda, dos bandidos. En medio, Jesús, inocente y condenado injustamente a morir. Como confiesa en el evangelio de Lucas uno de los ajusticiados: “Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos” (Lc 23,41). Llegaron al mismo lugar, pero por caminos bien distintos. ¿Qué hacemos, para conseguir que todos lleguemos al mismo lugar por el mismo camino? El Camino es el de Jesús, que culmina en la resurrección.

Oración El camino de cruz se te hace largo; cuesta arriba, empinado. Cargas, Señor, con los pecados del mundo, que son demasiados. Según asciendes al Calvario, contemplo en lontananza la hilera infinita de hombres y mujeres ajusticiados. ¡Cómo te pesa el hombre, con sus errores y pecados! 247

Quiero, Señor, hacer el camino contigo y cargar con la cruz de los hermanos: la ceguera del ciego, la tartamudez de mudo, el llanto de la madre que de forma violenta perdió al hijo, el tedio del llanero solitario que vive sin amigos. No acumules, Señor, sobre los hombros, una cruz por encima de otras cruces, dolor sobre dolores, noches largas de insomnio, sobre las tinieblas densas que impiden ver el bosque. Destruyamos a hachazos los calvarios que los humanos levantamos; y quede en solitario tu cruz sobre el monte más elevado, para que nadie cargue con más cruces, y no se vea a un ser humano a muerte fríamente condenado.

67.- MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO 248

Jn 19,25-27

Meditación-contemplación En todo el proceso de la pasión de Jesús, el evangelio de Juan no había mencionado a las mujeres hasta ahora. Coincide con los otros evangelios, al señalar su presencia en este momento tan decisivo para Jesús. Mateo informa: “Estaban allí mirando a distancia muchas mujeres que habían acompañado y servido a Jesús desde Galilea” (Jn 19,55). Enumera a tres: María de Magdala, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. El evangelio de Juan ofrece dos novedades, que aportan especial significado a la escena. En primer lugar, la madre de Jesús y el “discípulo amado” forman parte del grupo que se encontraba en el Calvario. Según la opinión de muchos, cuatro serían las mujeres que formaban parte de este grupo: “María, su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María de Magdala” (Jn 19,25). En segundo lugar, las personas que forman el grupo se encuentran “junto a la cruz de Jesús”. Esta posición permitió que Jesús pudiera dirigir la palabra a su madre y al “discípulo amado”. La novedad que aporta el evangelio de Juan, permite acceder a un episodio interesante de la pasión de Jesús, que acontece en el Calvario. El evangelista nos permite ver al pie de la cruz de Jesús dos figuras, que han aparecido anteriormente en momentos significativos de su obra. La primera es la “madre” de Jesús. La encontramos en la boda de Caná. El segundo es el “discípulo amado”. Su presencia empieza a cobrar relieve desde que aparece en la cena pascual de despedida. Él fue el primer confidente, a quien reveló Jesús el secreto de la traición de Judas. Asimilación La escena de la madre de Jesús y el “discípulo amado” junto a la cruz, llama ciertamente la atención por su novedad. No ha sido menor el interés suscitado, por desentrañar su significado. Tanto en lo referente a cada una de las personas, como a las palabras que Jesús les dirige. María aparece como una invitada más en la boda de Caná. Pero su presencia no pasó desapercibida. Estuvo muy atenta y muy activa a cuanto aconteció en la boda. Allí escuchó de labios de Jesús: “Mujer, aún no ha llegado mi hora” (Jn 2,4). La “hora” ya ha llegado, y María recibe la misión de prestar los cuidados maternales a los nuevos hijos, 249

que están naciendo con dolor en el Calvario. Los Santos Padres han visto en María la “nueva Eva”: la madre de los que Dios ha hecho nacer en la Pascua. El discípulo que Jesús confía al amor y a los cuidados maternales de María, es el discípulo que él más quiere. Él es modelo de todo discípulo. A este discípulo confía su madre. Sucede, que la mujer que más ama Jesús, se convierte en la madre y protectora del discípulo que él más amaba. En la carta a la comunidad de Colosas, a Jesús se le da el nombre de: “primogénito de entre los muertos” (Col 1,18). Según Pablo, Jesús resucitado encabeza la nueva generación de hombres y mujeres nacidos de la Pascua: de su muerte y resurrección (1Cor 15,20). El “discípulo amado”, que está siendo testigo de ese “parto con dolor”, pero “glorioso”, encarna a este hombre y a esta mujer nuevos. Allí al lado, está la madre. La madre del “primogénito de los muertos”, y la madre de los que están apenas naciendo en aquel momento. Todos los que creerán en Jesús en adelante, se convertirán en sus hijos muy amados.

Acción Todos los discípulos de Jesús hemos de acercarnos al Calvario. Incorporarnos al grupo de los que están en pie junto a la cruz. Son los que han desafiado los miedos, y contra todo lo que se podía esperar, no se avergüenzan de manifestar que son sus amigos. A ellos se aplican las palabras de Jesús: “Al que me reconozca ante los hombres yo lo reconoceré ante mi Padre del cielo” (Mt 10,32). Acerquémonos, para manifestar nuestra solidaridad con Jesús. Allí hemos de adquirir el compromiso de solidarizarnos con los hombres y mujeres, que como Jesús, son juzgados y condenados injustamente; con los que son víctimas de tratos crueles y de muertes violentas. Existen todavía muchos “crucificados” que nos esperan. Acerquémonos a la cruz de Jesús, para escuchar de sus labios: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Es una buena noticia que nos ha de llenar de gozo: tener por madre a la “madre de mi Señor”, como la llamó Isabel (Lc 1,43). Ahí asumimos la responsabilidad de formar parte de una gran familia, con millones de seres hermanos a los que hemos de amar; el primero de los cuales es Jesús. Allí nos encontramos también, con el “discípulo amado” de Jesús. En el evangelio de Juan, es el prototipo del discípulo. Tenerlo a nuestro lado es todo un reto. En primer lugar, se hizo cargo de María. Con gran amor, “desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa” (Jn 19,27). ¡Cuántas madres quisieran tener un hijo así! En segundo lugar, su presencia nos urge a convertirnos en “discípulos amados” de Jesús. 250

Oración Para ti llegó, Madre, la hora. La espada de dolor el corazón te ha traspasado, mientras una lanza cruel el de tu hijo Jesús atravesaba. Así, entre gozo y pena, los nuevos hijos te nacieron la tarde tensamente dolorida del primer Viernes Santo. En lo más alto del Calvario, desde la cruz Jesús te grita: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Desde aquella hora, Madre, te recibimos como nuestra. Condúcenos tú de la mano a contemplar al Salvador, que clavado de pies y manos, nos muestra en cada herida la verdadera cara del amor. La cita es hoy en el Calvario; y en el día tercero, vencido el dolor y la muerte, en Pascua de resurrección veremos al crucificado, con cinco heridas como soles y su cuerpo glorificado. Contigo, Madre, allí estaremos, y como fuiste Madre de dolores, sabremos con gozo que tú eres Madre de la alegría, que nace de la cruz de Jesús, y se extiende en gracia abundante a la humanidad redimida. Salve, Madre de dolores; salve , Madre de la alegría; salve, Madre de pecadores recién nacidos a la vida.

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68.- JESÚS ENTREGÓ SU ESPÍRITU Jn 19,28-30

Meditación-contemplación Jesús se encamina hacia el desenlace final: “Sabe que todo ha terminado” (Jn 19,28). El evangelista menciona dos acontecimientos antes de que el proceso haya concluido del todo. Los dos están relacionados con el ya próximo desenlace. En el primero, Jesús manifiesta públicamente su sed: “Tengo sed” (Jn 19,28). Juan es el único evangelista que menciona el grito de Jesús, el jarro, el hisopo y el hecho de que Jesús bebió el vinagre que le ofrecieron. El segundo acontecimiento es otro grito: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). Existe un claro contraste entre el final que presenta Juan, y el que ofrecen Marcos y Mateo. Estos dos evangelista ponen en boca de Jesús las palabras de salmo 22,2: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. Después de “entregar su espíritu”, y antes de proceder a su sepultura, Juan informa de otro hecho, que únicamente él da a conocer. Los soldados quebraron las piernas a los dos bandidos. “Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas, si no que un soldado le abrió el costado con una lanza” (Jn 19,34). Éste es el último acto de violencia que cometen los soldados contra Jesús. Los actos de violencia que siguieron a la condena de Pilato, que llevaron a Jesús a morir en la cruz, finalmente han concluido: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30).

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Asimilación En la presentación que Juan hace de la muerte de Jesús, no presenta escenas de dolor, de ignominia o de gran desolación y abandono. Al contrario, Jesús muestra una gran serenidad al espirar, como el preanuncio del gran triunfo que seguirá a su muerte. El señorío que Jesús ha manifestado durante la pasión, aparece de nuevo a la hora de morir. El evangelista hace referencia varias veces al cumplimiento de las Escrituras. Con lo cual indica que Jesús culminó la obra que el Padre le encomendó, tal como lo muestran las Escrituras. Había dicho: “La copa que me ofrece el Padre, ¿no la voy a beber?” (Jn 18,11). Bebió la última gota de esta copa, cuando “dobló la cabeza y entregó el espíritu” (Jn 19,30). Al abrir el costado de Jesús con la lanza, “inmediatamente brotó sangre y agua” (Jn 19,34). Jesús había anunciado: “Como dice la Escritura: De su entraña manarán ríos de agua viva” (Jn 7,38). El evangelista comenta: “Se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,39). Es muy posible que éste sea el verdadero sentido de este signo. La vida que nace de la humanidad de Jesús, que se entregó por la salvación de la humanidad, llegará por medio del Espíritu, después de que él sea glorificado. En el contexto del pensamiento de Juan, la sangre que sale del costado de Jesús puede evocar también, la sangre del cordero pascual. Jesús es el “cordero pascual” de la nueva alianza. A la hora en que Jesús era condenado, los judíos sacrificaban los corderos en el recinto del templo, para celebrar la Pascua. El evangelista relaciona con el cordero pascual, el hecho de que los soldados no quebraran las piernas a Jesús: “No le quebrarán un hueso” (Éx 12,46).

Acción No consta que Juan relacionara el “agua” y la “sangre” que brotaron del costado de Jesús, con dos de los sacramentos más significativos: el bautismo y la “cena del Señor”. Sin embargo, esta relación se estableció ya desde el principio. Tertuliano llega a relacionar el agua y la sangre con dos tipos de bautismo: el bautismo de agua y el bautismo de sangre, que sería el martirio (De baptismo, XVI, 2). De todos modos, la relación estrecha del bautismo y de la “cena del Señor” con la muerte de Jesús, la encontramos en otros escritos del nuevo testamento. En la carta a la comunidad de Roma, Pablo escribe: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte”

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(Rom 6,4). Por lo que se refiere a la “cena del Señor”, el mismo Pablo escribe: “Siempre que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Cor 11,26). Hemos seguido a Jesús hasta la cruz. No podemos quedar contemplándolo a distancia. Como el autor del evangelio, los que lo “hemos visto”, hemos de dar testimonio. Y nuestro testimonio ha de ser verdadero, para que sea creíble. No basta con no quedar indiferentes ante la muerte de Jesús. Hay que comprometerse con él y con lo que su muerte significa. Si Jesús ha muerto por todos, todos estamos en alguna medida implicados en su muerte. La forma como Jesús enfrentó su muerte, ha mostrado la vulnerabilidad de la condición humana; pero también ha revelado la coherencia de su compromiso hasta el final, con Dios y con el ser humano necesitado de salvación. El final fue dejar la vida en el empeño. Ver morir crucificado como un bandido, a un inocente que dedicó la vida al servicio de los más débiles, nos invita a los discípulos a hacer una seria reflexión.

Oración Con aliento de Dios en el principio, el barro cobró vida. El amor creador hizo el milagro de poner en pie al ser humano. Cuando la tarde ya declina, y la muerte se acerca a paso lento, de tus labios, Señor, ensombrecidos, brotó cálidamente el último suspiro, supremo signo de tu amor en lo alto de un madero. No fue signo de muerte, sino aliento de nueva vida, que nace del Espíritu, y al soplo del Espíritu crece, para gloria del Padre y salvación del ser humano. El Espíritu creador que salió de la boca de Jesús en el momento de espirar, fue el surtidor y manantial de gracia innumerable, de dones y carismas, 254

de frutos abundantes para los seguidores y discípulos. Se conmovió la tierra y los cielos se abrieron; subió en directo hasta el corazón del Padre, como el último gesto terrenal que Jesús realizó en esta tierra. Gracias, Señor, en nombre de los buenos, por amar esta tierra con sus hombres, sus pájaros y sus flores, hasta el postrer suspiro.

69.- DEPOSITARON A JESÚS EN UN SEPULCRO NUEVO Jn 19,38-42

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Meditación-contemplación Asistimos a la última intervención de Pilato, autorizando a José de Arimatea, discípulo clandestino de Jesús, a hacerse cargo del cuerpo de Jesús. En este momento, aparece también Nicodemo, que de forma clandestina había visitado a Jesús durante la noche. Él acude llevando cien libras de “una mezcla de mirra y áloe” (Jn 19,39). Según la versión que ofrece Lucas, las mujeres observaron cómo habían colocado el cuerpo de Jesús en el sepulcro, la víspera del sábado. Se fueron; prepararon los aromas y ungüentos, con el propósito de ungir el cuerpo de Jesús, una vez pasada la fiesta. Juan, sin embargo, sitúa la unción del cuerpo de Jesús antes de su sepultura, el día mismo de su muerte. Por otra parte, Pilato también accede a la petición de los judíos, que solicitaban la retirada de los cadáveres, por encontrarse en la víspera de la celebración de la Pascua. No querían que permanecieran a la vista de la gente durante la fiesta. No deja de sorprender en la narración de Juan, la ausencia de las mujeres en el entierro de Jesús. Sobre todo, si tenemos en cuenta el protagonismo que les conceden los evangelios sinópticos. Otra divergencia se advierte respecto al momento en que el cuerpo de Jesús fue ungido. En la versión de Juan, José de Arimatea y Nicodemo son quienes se hacen cargo del cuerpo de Jesús. “Lo envolvieron en lienzos con los perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos” (Jn 19,40).

Asimilación En el evangelio de Juan, la sepultura de Jesús es el último acto de todo el proceso de la pasión. Aunque la sepultura se realiza en un contexto de suma sencillez y sobriedad, no parece fácil pensar que Juan cierre su relato, sin hacer alguna referencia al señorío que manifestó Jesús durante todo el proceso de la pasión. Fue aclamado y coronado como rey en el juicio; y luego, fue entronizado y presentado públicamente como rey, como revela el letrero colocado en la cruz. La referencia a su realeza pudiera encontrarse en su sepultura en un “huerto”; en el sepulcro nuevo, en el que nadie había sido enterrado; y en la cantidad de aromas que aporta Nicodemo. La utilización de aromas en cantidad, era habitual en el entierro de los reyes. En este caso, sería un signo del carácter regio de la sepultura de Jesús. “Cristo fue enterrado como los grandes de esta tierra” (A. de Loisy). En el antiguo testamento, el huerto se asocia con el sepulcro de los reyes (2Re 21,18.26). También se relaciona con la novedad de la creación. Dios colocó la primera 256

pareja humana en un huerto, “con toda clase de árboles hermosos para ver y buenos para comer” (Gén 2,9). El lugar de la Calavera, donde fue crucificado, es signo de muerte. El huerto, por el contrario, es un signo de vida. Allí en el huerto, Jesús se manifestará vivo después de resucitar (Jn 20,1). Para Juan, Jesús, juzgado, condenado a morir en la cruz y sepultado, aunque es víctima de la injusticia, de la violencia, de las cobardías, es ante todo un triunfador. Es el rey, cuyo “reino no es de este mundo” (Jn 18,36).

Acción De José de Arimatea, el primer protagonista en el entierro de Jesús, Juan informa que era “discípulo clandestino”. Es la primera vez que lo menciona. El segundo protagonista es Nicodemo. El evangelista no informa que fuera discípulo de Jesús. Sabemos que había manifestado su simpatía hacia él, cuando decidió visitarlo de noche (Jn 3,1ss). En otra circunstancia, en que los sumos sacerdotes y los fariseos buscaban la forma de arrestar a Jesús, Nicodemo sale en su defensa, exigiendo que se le escuche antes de condenarlo (Jn 7,51). Su presencia ahora en el entierro de Jesús, es mucho más comprometida. El relato de la sepultura de Jesús que ofrece Juan, revela una dramática soledad. Apenas dos personas realizan el gesto de colocarlo en el sepulcro. Una de ellas, es un discípulo clandestino; la otra, un simpatizante, cuyo compromiso supera a los discípulos que lo acompañaron durante su ministerio público, con los cuales había celebrado unas horas antes la última cena pascual de despedida. ¡Cuántos hombres y mujeres en situaciones límite, experimentan la misma soledad! Incluso a la hora de que alguien se haga cargo de sus cuerpos, para darles digna sepultura. Salgamos de nuestra clandestinidad. Jesús nos espera en muchos hombres y mujeres, que sufren la dura soledad del abandono subidos a su cruz, sin que nadie se acerque a bajarlos de ella, y a ofrecerles un remanso de paz y de consuelo.

Oración Colocaron su cuerpo malherido, traspasados sus pies y manos por la dureza de los clavos; de par en par, abierto su costado por la lanzada de un soldado. Desenclavada de la cruz espera ya la aurora, 257

para bañar de luz temprana, el cuerpo de Jesús con sus heridas gloriosas, cual perfume de rosas estrenando la madrugada. El sepulcro no aguanta tanta espera. Antes que las mujeres lleguen con sus ungüentos y perfumes, antes que el mensajero anuncie por sorpresa la “buena noticia”, Jesús cumplirá su palabra: “Resucitaré al tercer día”. ¡Para qué los guardianes, dormidos o despiertos, velando a un muerto que es dueño de la vida! Cuando llegue ya la hora, regresará a su Padre; con lienzos y sudario el sepulcro dejará abierto. Despertará el nuevo día con la más gloriosa noticia: “El que estuvo aquí muerto y enterrado, resucitó, como había dicho”. Aún no se enteraron los verdugos; los discípulos siguen escondidos, María llora al lado del sepulcro al que es su amado y su Maestro.

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70.- EL QUE LLEGÓ PRIMERO VIO Y CREYÓ Jn 20,1-10

Meditación-contemplación Con los relatos de la resurrección de Jesús, entramos de lleno en la etapa culminante del “libro de la gloria”. La resurrección es el hecho más significativo de la victoria de Jesús sobre la muerte y de su plena glorificación. El evangelio de Juan presenta a María de Magdala, como la primera persona que inicia el proceso que llevará a la comunidad de discípulos a confesar la fe en la resurrección de Jesús. Menciona en primer lugar, uno de los signos relacionados con el hecho de la resurrección: el sepulcro vacío. Juan informa de la ida de María al sepulcro, sin precisar el motivo. Respecto a las mujeres, Marcos y Lucas indican que habían comprado ungüentos y que iban a ungir el cuerpo de Jesús. Al llegar, María encuentra la piedra retirada del sepulcro. Corre alarmada a comunicar la noticia a Pedro y al “discípulo amado” de Jesús: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Juan sitúa el acontecimiento en el primer día que sigue al sábado, que para los judíos es el “primer día de la semana”. Los evangelistas no coinciden en señalar la hora exacta en que las mujeres se acercan al sepulcro. En general, señalan que fue a una hora temprana. Juan indica que fue como entre dos luces, cuando María llegó al sepulcro: “Al amanecer, cuando aún estaba oscuro” (Jn 20,1). La reacción inmediata de los dos discípulos fue ponerse en marcha. A toda prisa se 259

dirigen al sepulcro. En su carrera, el “otro discípulo corría más que Pedro, se le adelantó y llegó primero al sepulcro” (Jn 20,4). Al llegar, Pedro entró en el sepulcro. Después el discípulo que había llegado primero.

Asimilación María de Magdala es la única mujer que Juan menciona en la sección dedicada a la resurrección de Jesús. Ella ocupa un lugar relevante. Es la primera en comunicar la noticia que alerta sobre la resurrección de Jesús. En los relatos que ofrecen los evangelios, ella es la única persona que goza en solitario de un encuentro personal con Jesús resucitado. Simón Pedro y el “discípulo amado”, tienen también un notable protagonismo en los relatos de la resurrección en el evangelio de Juan; tanto al principio, como al final. Al principio, ellos son los primeros que “vieron y creyeron”. Al final, los dos reciben un especial anuncio de Jesús sobre su futuro. Ante la ausencia del cuerpo de Jesús, María informa: “Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Al recibir la noticia, Pedro y a Juan a desplazarse a toda prisa hasta el sepulcro. A nadie se le ocurre pensar en ese momento en la resurrección. Sólo al llegar al sepulcro y hacerse cargo de la situación, el “discípulo amado”, que llegó el primero: “Vio y creyó” (Jn 20,8). En el relato de Juan no está ausente el simbolismo, típico de este evangelio. El evangelista no trata de establecer una especie de competencia entre Pedro y el “discípulo amado”. Revela sencillamente, que el amor confiere la capacidad y es la vía mejor para encontrarse con Jesús resucitado. De esta forma, el “discípulo amado” se convierte en el pionero de todos aquéllos, que, guiados por su experiencia pascual, creerán que Jesús ha resucitado verdaderamente.

Acción Jesús había dado varios signos anunciadores de su resurrección, pero los discípulos sólo cayeron en la cuenta. Hizo falta que Jesús resucitara para que descubrieran su verdadera identidad, comprendieran todo el alcance de sus palabras, y se comprometieran en serio a seguirlo. Los discípulos de hoy no hemos hecho el recorrido que hicieron Pedro y el “discípulo amado”. Ellos vieron unos signos. A Jesús no lo vieron. Por los signos llegaron a la fe pascual. Nosotros no vimos lo que ellos vieron. Para nosotros, el signo pascual es la 260

experiencia que ellos vivieron y que hicieron llegar hasta nosotros. Por medio de ellos, nosotros “vemos y creemos”. Una de las carencias que se advierte en muchos de los discípulos de hoy, es el sentido pascual de su fe. El relato de Juan nos remite a sus raíces más sólidas y profundas y sólidas. Pablo se lo recuerda a la comunidad de Corinto: “Ante todo, les he transmitido lo que yo he recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras” (1Cor 15,3-4). Éste es Jesús en el que creemos: el que amó hasta dar la vida por todos; y resucitó para que vivamos la vida pascual de resucitados. Creer en Jesús resucitado, significa asumir la trayectoria que siguió él en su existencia terrena; identificarnos con el amor que lo llevó a entregar la vida por todos, disfrutar la vida de resucitados, haciendo que otros muchos la conozcan y la disfruten.

Oración Desde que llegó la noticia de que estás vivo y has resucitado, se inicia, Señor, la carrera más divina y hermosa, por ver quién llegará el primero. Observó la losa María y no estaba en su sitio. El muerto y enterrado no está allí, tampoco lo han robado. Sencillamente, ha resucitado. Desde el primer momento, contemplamos tu carne y nuestra carne. Triunfante y gloriosa, la tuya, la nuestra pecadora. En el encuentro ya sentimos que es carne liberada de un cosmos redimido; la flor de Pascua amanecida en una nueva primavera; un pedazo de historia renacida. Tu cercanía luminosa, aún recién resucitado, ha llenado de vida nuestra carne, 261

convocada a la gloria con la tuya. Se nos ha vuelto el hombre peregrino y caminante, hacia el alba de un día inmarchitable. El calendario se nos llena de nombres y de fechas: Pedro corriendo con fatiga; Juan que le gana la carrera; juntos alcanzaron la meta: entraron, vieron y creyeron. Señor resucitado, ayuda a que venzamos el cansancio; que lleguemos temprano al sepulcro, y, puntada a puntada, reforcemos con gozo las costuras de nuestra frágil esperanza.

71.- JESÚS SE APARECE A MARÍA DE MAGDALA Jn 20,11-18

Meditación-contemplación 262

Entre los relatos de la resurrección, el evangelio de Juan concede la primacía a María de Magdala, entre las mujeres que seguían a Jesús. Revela que fue ella la primera en ver a Jesús resucitado. En dos de las apariciones que narra Juan, el reconocimiento de Jesús no se produce de inmediato. Le precede un signo, que ayuda a su identificación. En este caso, el signo es la voz de Jesús. En su última aparición a los discípulos, la redada de peces capturados, será el signo que los llevará a reconocer al desconocido que estaba en la playa (Jn 21,4ss). El mismo proceso sigue Lucas en el relato de los discípulos de Emaús. En aquel caso, el signo revelador fue la “fracción del pan”. María manifiesta la voluntad de abrazar a Jesús, impulsada por el gozo que experimenta al encontrarse con él resucitado. El gesto de Jesús no es de rechazo; simplemente él sigue su camino de regreso al Padre. Así se lo hace saber: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes, a mi Dios, el Dios de ustedes” (Jn 20,17). Ésta es la forma como Juan ofrece su versión de la ascensión de Jesús. A María le deja una misión: Llevar la Buena Noticia de su resurrección a “sus hermanos”. Con la misma solicitud con que buscó a Jesús, se dirige al lugar donde se encontraban los discípulos, para dar testimonio de su encuentro con Jesús: “He visto al Señor” (Jn 20,18).

Asimilación Los relatos de la resurrección del evangelio de Juan, además de la figura masculina del “discípulo amado”, presentan una figura femenina: María de Magdala. Por el perfil que de ella ofrece el evangelista, podemos considerarla como la “discípula amada” de Jesús. Ella es la discípula de Jesús mencionada con más frecuencia en este evangelio. María de Magdala está presente en algunos de los momentos relevantes que preceden a la muerte de Jesús. La encontramos presente al pie de la cruz, con el reducido grupo de amigos que lo acompañan. Es la única que permanece junto al sepulcro, cuando todos los demás se han marchado. Ella es la primera en tener el primer encuentro personal con Jesús resucitado. Juan sigue un proceso dinámico en el encuentro de Jesús resucitado con María. Parte de la sorpresa que llevó al verificar que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro. Concluye con el intento de abrazarlo, una vez que lo reconoce. Buscaba a su Señor muerto y se encuentra con él vivo y resucitado.

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Ignoramos si el evangelista tenía ante sí el Cantar de los Cantares, especialmente el primer poema del capítulo tercero. Allí, la persona enamorada confiesa: “Buscaba al amor de mi alma: lo buscaba y no lo encontraba. Me levantaré y rondaré por la ciudad por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma… Encontré al amor de mi alma. Lo abracé y no lo solté” (Cant 3,1-4). Hasta cuatro veces repite el verbo “buscar”. Esta secuencia verbal revela la búsqueda apasionada de la protagonista enamorada. El amor que siente por Jesús, impulsa también a María de Magdala a una intensa búsqueda. Pregunta al que le sale al camino. Lo encuentra, aunque no lo reconoce. Sólo cuando oye su nombre, advierte que el desconocido no es el hortelano, sino el Maestro que ella busca. Jesús había dicho: “Llama a las suyas por su nombre…; y reconocen su voz” (Jn 10,3). María reconoce a Jesús por su voz al pronunciar su nombre. Intenta abrazarlo, para asegurarse su presencia, pero Jesús le dice: “Todavía no he subido al Padre” (Jn 20,17).

Acción El encuentro de María de Magdala con Jesús resucitado, revela la primacía del amor, que no aguanta la ausencia, que busca sin dar tregua a la fatiga. María llama a todas las puertas. No descansa hasta encontrar al amor de su vida. Éste es el gran mensaje de este relato del evangelio de Juan. Cuando los amigos y compañeros de Jesús se esconden y desaparecen, María sale en busca del “amor de su alma”, aún antes de amanecer. Cuando las tinieblas eran más espesas, se hizo la luz. La Luz era Jesús resucitado, que había dicho: “Quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). La luz y las tinieblas representan en este evangelio un signo muy importante. Sólo quien siente la sed, se va en busca de la fuente; sólo quien llora la ausencia del ser amado, sale decidido en su busca. María no se quedó lamentando la ausencia de Jesús entre lágrimas. Su decisión es firme: “Dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo” (Jn 20,15). Si son pocos los buscadores de Jesús resucitado en el mundo actual, es porque los hombres y mujeres de hoy no sienten su ausencia, y tampoco ansían vivamente su presencia, como María de Magdala. Impulsada por el gozo, María intenta abrazar a Jesús. El abrazo es uno de los signos que tenemos los humanos para expresar el amor. Abracemos a Jesús resucitado con fe, para llevar el gozo pascual a los necesitados de amor. Quien ha disfrutado del encuentro con Jesús resucitado, está en capacidad de llevar la noticia de su resurrección a sus hermanos, y hablarles del Padre de Jesús, que es nuestro 264

Padre; y del Dios de Jesús, que es nuestro Dios. Si no lo hemos conseguido, sigamos buscando. Jesús resucitado sale al encuentro del que lo busca, con la pasión de un enamorado. Ahora no interesa dónde han colocado el cuerpo muerto de Jesús. Lo que interesa es dónde encontrarse con él resucitado.

Oración Te asomaste, Señor, hasta el brocal de una mujer con sed nunca saciada, y brotó una fuente de agua viva. Te adentraste en la noche enferma de desesperanza, y tu luz vigorosa rompió las retinas del alba en una mañana de Pascua. Violaste el agujero podrido de un sepulcro rocoso, y quedó para siempre abierto bajo un cielo de estrellas en vigilia. Cuando el alba más bella rompía el velo de las sombras y una mujer lloraba por tu entierro -su nombre era María de Magdala-, cambiaste su llanto en lágrimas de gozo. El amor se resiste; no se da por vencido. El amor se alzó al fin sobre la muerte; no necesitó más que un diálogo de nombres: “¡María”! ¡Rabbuni! Después de aquel día “primero”, han sido muchos los nombres que tus labios han pronunciado. Después de subir a tu Padre que es también Padre nuestro, quiero que pronuncies el mío, Señor resucitado. Te prometo que iré a mis hermanos. Contaré a cuantos encuentre que te he visto y estás vivo. Y de todo lo sucedido aquella mañana de Pascua, 265

aquí hay un testigo.

72.- AL ATARDECER SE APARECIÓ A LOS DISCÍPULOS Jn 20,19-23

Meditación-contemplación El evangelista ubica el primer encuentro de Jesús resucitado con los discípulos, “al atardecer de aquel día, el primero de la semana” (Jn 20,19). Jesús se presenta en medio de los discípulos, que tenían las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Después del saludo, les muestra las manos y el costado con las heridas. Las heridas establecen una relación entre la crucifixión y la resurrección; entre Jesús que había muerto clavado en la cruz, y el que se presenta ahora ante los discípulos resucitado. Las heridas se convierten en signo de identificación. Verdaderamente, el Jesús 266

que tienen delante, es el mismo que murió ajusticiado en la cruz. Una vez identificado, Jesús empieza a actuar. Los gestos que realiza recuerdan palabras del discurso de la cena pascual de despedida. Les había dicho: “La paz les dejo, les doy mi paz” (Jn 14,27). Su saludo, ahora, es: “La paz esté con ustedes” (Jn 20,19). Respecto al Espíritu, les había prometido: “Si me voy, lo enviaré a ustedes” (Jn 16,7). Ahora: “Sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,32). Como final de visita, el evangelista platea una cuestión, que se resolverá en el próximo encuentro dentro de ocho días. Tomás, uno de los doce, no se encuentra presente. Sus compañeros le dan la buena noticia: “Hemos visto al Señor” (Jn 20,25). Primera reacción: no cree a sus compañeros. Segunda: para creer, propone una serie de exigencias: Ver las manos de Jesús con la señal de los clavos; introducir el dedo en las llagas, y la mano en la herida del costado. Este agnóstico tempranero, exige más que lo que se ofreció a los otros discípulos. Ellos creyeron con sólo ver las manos y el costado de Jesús. A él se le aplica el reproche de Jesús: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen” (Jn 4,48).

Asimilación El saludo de Jesús resucitado a los discípulos, es mucho más que un detalle rutinario. Responde a las palabras de Jesús en el discurso de despedida: “La paz les dejo, les doy mi paz” (Jn 14,27). Jesús se despedía de los discípulos con un saludo de paz, y regresa resucitado deseándoles la paz. Con el saludo pascual de paz rompe Jesús el miedo que impulsó a los discípulos a encerrarse en aquel lugar y a trancar las puertas. Ahora se sienten felices de reencontrarse con Jesús, al que daban ya por perdido para siempre. El evangelista asocia la paz y la alegría con la presencia de Jesús resucitado. La paz y la alegría son dones pascuales de Jesús, que no deberán separarse del discípulo que cree y vive la experiencia pascual. Jesús resucitado indica a los discípulos la misión: “Como el Padre me ha enviado, así los envío yo a ustedes” (Jn 20,21). El modelo de la misión es el mismo que Jesús recibió del Padre. Jesús ha de hacerse visible en el mundo por medio de los discípulos, de manera que quien los vea, contemple a Jesús que los envía. Jesús había establecido una conexión estrecha entre consagración y misión. El Espíritu Santo es quien ha de realizar la consagración. La conexión de Espíritu Santo con la 267

misión aparece en varios escritos del nuevo testamento relacionados con la resurrección, especialmente en los de Lucas. Momentos antes de su ascensión al cielo, Jesús les dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo” (He 1,8).

Acción Los discípulos hemos de estar atentos, para mantener viva la unión con Jesús resucitado, la consagración por el Espíritu, y la misión. Jesús resucitando sigue enviando; la consagración del Espíritu se renueva cada día que nos abrimos a su acción; de nosotros depende que la misión siga activa. El evangelista añade a la donación del Espíritu otro servicio que los discípulos hemos de prestar a la humanidad: el perdón de los pecados. Es una oferta de salvación para todos los que crean. Generalmente, se ha unido este servicio al sacramento del perdón. Reducirlo únicamente al sacramento, es poner límites al don que Jesús resucitado otorga por medio del Espíritu a toda persona que lo necesite. Colaborar a que todos puedan disfrutar del don del perdón, es tarea de todos los discípulos de Jesús. Pablo escribe a la comunidad de Corinto: “Cristo nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios estaba reconciliando al mundo, por medio de Cristo…; nos ha confiado el mensaje de la reconciliación” (2Cor 5,18-19).

Oración Se me abrieron los ojos como una catedral de fe robusta, al contemplar entre la luz y sombra a Jesús que murió y resucitó, entrando de repente al aposento. Era él; con el corazón rasgado por la lanza; en los pies y las manos los agujeros aún frescos, abiertos por los clavos inhumanos. Su paz se me adentró gozosamente; se instaló en los cuatro puntos cardinales de éste mi cuerpo. Al sentir sobre mí su aliento, se apoderó el Espíritu 268

del corazón y de mis huesos. Desde hoy, contemplo el mundo de forma extrañamente diferente. Miro árboles, pájaros y nubes gozosamente alegres; los santos que bendicen; pecadores malditos que salen del sepulcro, como cadáveres vivientes. El corazón se me hace fuerte, para bendecir, si alguien me maldice; para amar al que nunca quise; para abrazar al indigente; para hacer del amor un acto de servicio. Desde hoy, mi Señor glorificado, lo veo todo diferente. Y llegados al colmo de tanta desmesura, a todos gozosamente amo con un corazón resucitado.

73.- FELICES LOS QUE CREEN 269

SIN HABER VISTO Jn 20,24-31

Meditación-contemplación La segunda manifestación de Jesús resucitado a los discípulos, está estrechamente relacionada con la primera. El caso de Tomás planteó una cuestión, que necesitaba ser aclarada. Tomás exigía ver y tocar para creer. En esta segunda manifestación, la respuesta a Tomás acapara la atención de Jesús y de los discípulos. La escena viene a disipar ciertas dudas que existían entre los discípulos, en torno a la resurrección de Jesús. Varios textos evangélicos se hacen eco de ellas. Marcos escribe: “Les reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado” (Mc 16,14). En el evangelio de Lucas, Jesús pregunta a los discípulos: “¿Por qué tantas dudas?” (Lc 24,38). Juan sitúa la segunda manifestación de Jesús ocho días después de la primera. Esta ubicación puede hacer referencia a la reunión que tenían los discípulos el “primer día de la semana”, en la cual se celebraba la “cena del Señor”. Más tarde se llamará “Día del Señor” (Ap 1,10). Después de saludar a los discípulos, Jesús se dirige directamente a Tomás, para que satisfaga su exigencia de ver y de tocar para creer. Pero se ha producido en el discípulo un cambio radical en su forma de pensar. Tomás ya no es el hombre que duda, sino un creyente que confiesa. Hasta este momento, la fe en Jesús resucitado había brotado sobre todo, de la presencia visible de Jesús o de algún signo, como el sepulcro vacío. A partir de ahora, sabemos que la fe auténtica en Jesús resucitado se apoya en el testimonio de los testigos. Se trata de aquéllos que creerán en él, “por medio de sus palabras” (Jn 17,20).

Asimilación Cuando Jesús pone a Tomás ante el reto de realizar realmente su exigencia, el discípulo responde con una solemne profesión de fe, sin necesidad de introducir los dedos en las heridas de los clavos, ni la mano en la herida del costado. No necesitó tocar para creer.

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En los cuatro casos que Juan presenta en este capítulo, todos los que intervienen creen sin necesidad de tocar. El “discípulo amado” cree sin haber visto a Jesús; María de Magdala ve a Jesús, y no lo reconoce hasta que la llama por su nombre; los discípulos ven y creen; Tomás, a pesar de sus exigencias, termina creyendo después de haber visto. El evangelista presenta una bienaventuranza de Jesús, que representa el modelo perfecto de fe pascual: “Felices los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Esta confesión que Juan pone en boca de Tomás, representa la suprema confesión de fe en Jesús, que encontramos en este evangelio. Hay autores que piensan que esta aclamación proviene de las celebraciones litúrgicas de la comunidad. En Tomás se ha producido un proceso, que lo llevó de la duda a la fe; de la exigencia de ver y palpar, a la confesión humilde, pero firme en Jesús, su Señor y su Dios. Mientras Jesús permaneció entre los habitantes de este mundo y en la etapa que transcurre desde la resurrección a la ascensión al cielo, las personas llegaron a la fe a través de lo visible: la persona de Jesús y los signos maravillosos que realizaba. Ahora, al finalizar el evangelio, Juan presenta otra forma nueva: creer sin la presencia visible de Jesús. Los signos que ha dejado por escrito son para que sus lectores “crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él” (Jn 20,31). Muchos creen que éste es el final del evangelio, aunque en su forma actual quede todavía un capítulo.

Acción En cada discípulo existe un hipotético Tomás. La tentación de “ver y tocar para creer”, sigue viva en mucha gente. Unos se sitúan abiertamente entre la inmensa masa de los que no creen ni creyeron nunca. Otros, creen en medio de muchas dudas, como sucedió a Tomás y a sus compañeros. A nosotros nos toca vivir la situación que refleja la primera carta de Pedro: “Ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con gozo indecible y glorioso, ya que van a recibir como término de su fe, la salvación personal” (1Pe 1,89). Todos estamos necesitados de realizar la conversión que se produce en Tomás. Su actitud nos invita a reflexionar. Él empezó por rechazar el testimonio de sus compañeros, que habían visto resucitado a Jesús. Al final, comprendió que no era necesario “tocar” para creer. De sus labios salió una de las confesiones más importante del evangelio de Juan: “Señor mío, y Dios mío” (Jn 20,28). “Señor”, era el título preferido de los 271

primeros discípulos para referirse a Jesús resucitado. “Dios” (Yahvé), era el nombre del Dios de Israel. Los discípulos “se alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20), al presentarse ante ellos resucitado. Nosotros tenemos que sentirnos igualmente felices, por pertenecer al grupo inmenso de aquéllos que “creen sin haber visto”. El Señor es el mismo. Su presencia sigue viva por medio de su Espíritu, aunque no lo contemplemos con nuestros ojos terrenales.

Oración De siempre se me ha dicho, Señor resucitado: “Ver. Ver para creer”. Y ahora, de tus labios, recién resucitados, escucho con sorpresa: “Tú no seas incrédulo. ¡Dichosos los que creen, sin que me hayan visto!”. Tomás, el discípulo incrédulo, tiene sus seguidores, que ponen a prueba la fe de buenos y de malos, de creyentes y agnósticos e incrédulos. Entre la nube de increyentes, que proclaman a voces su increencia, yo grito para que el mundo oiga: “¡Señor mío, Dios mío!”. ¡El Hijo de Dios, el Mesías! Vencedor de la muerte y Señor de los vivos. No necesito, mi Señor, contemplar y tocar tus llagas luminosas; introducir mi mano en tu costado herido por la lanza. Yo creo, porque me lo han dicho los que fueron por siempre tus amigos; los que en los tribunales confesaron, con su palabra y con su sangre: “Aquí hay unos testigos”. Yo no necesito milagros. Quiero sólo discípulos 272

que amen, lloren y mueran, para que tenga el niño su leche, que nadie se acueste con hambre, y a nadie impidan los cerrojos volar libres como los pájaros. ¡Testigos, mi Señor, sólo testigos!

74.- COMIDA CON JESÚS RESUCITADO JUNTO AL LAGO Jn 21,1-14

Meditación-contemplación Parecía que el evangelio había concluido, y nos encontramos con un nuevo capítulo, que nos ofrece dos de los más bellos relatos del nuevo testamento. Es bastante común la opinión de quienes creen que este capítulo ha sido añadido a la obra original. De todos 273

modos, la Iglesia lo ha asumido como parte del evangelio de Juan, y forma parte del mensaje que este evangelio nos transmite. La tercera manifestación de Jesús resucitado a los discípulos que narra el evangelio de Juan, tiene lugar junto al lago de Tiberíadis. Acontece durante una faena de pesca. Simón Pedro, con otros seis discípulos fueron a pescar. Pasaron la noche faenando, pero no pescaron nada. Al amanecer, Jesús aparece en la playa, pero los discípulos no lo reconocieron. Entabla un diálogo con ellos, preguntándoles si disponen de alimentos para comer. Ante la negativa, les dice: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (Jn 21,6). Ellos obedecieron. Capturaron tanta abundancia de peces que no podían arrastrar la red. Entre los dos discípulos cuyos nombres no se mencionan, estaba el “discípulo amado” de Jesús. El signo maravilloso que acaba de contemplar le abrió los ojos. Dice a Pedro: “Es el Señor” (Jn 21,7). Inmediatamente, Pedro se ciñe la túnica y se tira al agua. Los compañeros arrastraron la red con los peces hasta la orilla. En la orilla se produce otra escena. Allí había unas brasas preparadas con unos pescados y pan. El desconocido les invita a añadir algunos de los pescados capturados, y los invita a comer. Tomó pan en sus manos y se lo repartió; lo mismo hizo con los pescados. El evangelista añade: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor” (Jn 21,12). Jesús les había hecho una promesa: “No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos” (Jn 14,18). Es la tercera visita después de resucitar.

Asimilación En las manifestaciones de Jesús resucitado que narra el evangelio de Juan, existe algún signo de identificación, por el cual era reconocido. Los discípulos reconocen su identidad por las llagas en manos y costado; María de Magdala lo reconoce al llamarla por su nombre. En esta ocasión, el signo para reconocerlo es la pesca extraordinaria. En la versión de la vocación de los primeros discípulos que ofrece Lucas, el llamado de Jesús está precedido de una pesca extraordinaria. Este signo impactó de tal modo a Pedro y a sus compañeros, Juan y Santiago que, “amarrando las barcas, lo dejaron todo y lo siguieron” (Lc 5,11). Ahora, este mismo signo sirve a los discípulos para reconocer a Jesús resucitado. Los acontecimientos de la pasión y de la muerte de Jesús, habían creado desconcierto, dudas, desaliento. Jesús se manifiesta, para confirmarlos en la fe pascual. Él está vivo, ha 274

resucitado; la misión continúa. Ellos son los encargados de llevarla adelante. El simbolismo de la misión está claramente presente. Los 153 pescados representan su carácter universal. El que la red no se rompa, a pesar del gran número de pescados, refuerza el simbolismo de la unidad, tan presente en este evangelio (Jn 17,21). La narración de la manifestación de Jesús ofrece otro elemento a tener en cuenta: la comida que Jesús resucitado celebra con los discípulos, considerada como un signo de la eucaristía. En este evangelio hemos encontrado una multiplicación de panes y pescados, que precede al discurso de Jesús sobre el “pan de vida” (Jn 6). Por otra parte, en el relato de los dos discípulos de Emaús, que acontece después de la resurrección, los discípulos reconocieron a Jesús al “partir el pan” (Lc 24,30-31). La eucaristía se nos revela como un signo privilegiado de encuentro con Jesús resucitado.

Acción No deja de sorprender, que este grupo de discípulos que habían escuchado de labios de Jesús resucitado: “Como el Padre me envió yo los envío a ustedes” (Jn 20,21), sigan entregados a su faena ordinaria de pescar, sin dar signo alguno de transformación. También llama la atención que, después de haber visto dos veces a Jesús resucitado, no lo reconozcan. Esto nos revela que hay otros caminos para reconocer a Jesús resucitado distintos de la visión física. Recordemos las palabras de Jesús a Tomás: “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29). El símbolo de la pesca que Jesús utilizó para llamar a los primaros discípulos, lo utiliza ahora de nuevo después de resucitar, para recordarles cuál es su misión: “ser pescadores de hombres”. La garantía del éxito en la misión queda reflejado en la cantidad de peces que pescaron: “Aunque eran tantos, las redes no se rompieron” (Jn 21,11). Este relato del evangelio de Juan nos ofrece tres lecciones. La primera: Necesitamos gozar de un amor tan sincero como el del “discípulo amado”, para descubrir los signos de la presencia de Jesús resucitado en nuestra vida y en nuestras faenas. Segunda: La “pesca milagrosa” en la acción misionera, sólo es posible con la presencia de Jesús resucitado a nuestro lado. Tercera: Un signo extraordinariamente valioso para encontrarnos con Jesús resucitado, es la celebración de la “comida-cena” con el Señor.

Oración Tú sabías mucho, Señor, 275

de redes y de peces, de pescados y pescadores, y desde tu anónimo balcón diriges toda la faena. La pesca fue tan abundante, que apenas aguantaron las redes. Sólo a uno entre los siete, los ojos se le abrieron. “Es el Señor”, confiesa. Sólo el amor descubre lo que no dicen las palabras. A la orilla del lago invitas a nueva cena. Es el banquete del encuentro, después de una noche muy larga, de encuentros y desencuentros, de negaciones y huidas, y de lágrimas saludables. Tomaste el pan y los pescados, y los serviste a los amigos, después de bendecir al Autor de todo lo creado. Donde este pan se parte y se reparte y todos quedan hartos, allí estás tú, Señor resucitado, compartiendo el banquete con nosotros. Gracias por visitarnos; por revelarte, sin decir palabra; por invitarnos a tu mesa, donde tú nos repartes este nuevo pan de la Pascua.

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75.- CONFESIÓN DE AMOR DE PEDRO Y PASTOREO Jn 21,15-17

Meditación-contemplación De repente cambia la escenografía. De la imagen de la pesca que hemos contemplado hasta ahora, el evangelista pasa a otra imagen muy bíblica: la del pastoreo. A esta última ha dedicado un espacio importante anteriormente (Jn 10,1-21). Jesús habló de pescados, para referirse a la misión. Ahora, los peces de la gran redada de la pesca milagrosa, se han convertido en ovejas del redil de Jesús. El Pedro impetuoso que conocemos, vuelve a aparecer de nuevo. Al escuchar de labios del “discípulo amado”: “Es el Señor”, Pedro se ciñe inmediatamente la túnica, y se tira al agua para ir al encuentro de Jesús. Después de comer, Jesús entabla a parte un diálogo de gran transcendencia con Pedro. En la escena anterior había quedado clara la misión de “atraer” hacia Jesús a los hombres y mujeres de todo pueblo, cultura y nación. La palabra de Jesús sigue viva: “Tiren la red” (Jn 21,6). Esta labor no termina nunca. Hay que tirar la red un día y otro día, sin tregua y sin desfallecer. Jesús quiere asegurarse a qué manos va a confiar su rebaño. Delante de sí tiene al mismo Pedro que hace pocos días negó por tres veces ser su discípulo (Jn 18,17-27). Antes de encomendarle la misión de “apacentar” las ovejas, quiere asegurarse de que el Pedro que tiene delante es el que confesaba en la cena: “Daré la vida por ti” (Jn 13,37); y que está dispuesto a hacer lo mismo por las ovejas. El amor es el único que puede dar esta seguridad.

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Asimilación Antes de este diálogo de Jesús con Pedro, Pablo señala que la primera aparición de Jesús resucitado fue a Cefas (1Cor 15,5). No indica cómo ni dónde. En este diálogo con Pedro, no está ausente lo acontecido en el atrio del palacio del sumo sacerdote. Al responder a Jesús, la actitud de Pedro dista mucho de la arrogancia manifestada en la cena de despedida. A la primera pregunta de Jesús: “¿Me amas más que éstos?”, Pedro responde humildemente: “Señor, tú sabes que te amo” (Jn 21,15). Ante la tercera pregunta, Pedro “se entristece” de que Jesús le pregunte por tercera vez si lo ama. Después de escuchar la triple confesión de amor por parte de Pedro, Jesús resucitado le repite por tres veces la misión que ha de cumplir: “Apacienta mis corderos”, apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). El amor es condición necesaria e indispensable para ser “pastor” del redil de Jesús. Durante su vida terrena, Jesús había presentado el perfil del “pastor modelo”, que Pedro y todos los demás pastores han de seguir. El “pastor modelo” ha de conocer a las ovejas, llamarlas por su nombre, camina delante de ellas, las lleva a buenos pastos. Pero sobre todo, “da su vida por las ovejas” (Jn 10,1ss). Ésta es la prueba suprema de amor que Jesús exige a todo pastor. Pedro, como cualquier otro pastor, ha de saber que él no es amo del redil. Jesús habla de “mis corderos”, “mis ovejas”. Como “corderos” y “ovejas” de Jesús han de ser amados, respetados, cuidados y protegidos.

Acción En Pedro se encarnan dos actividades de primer orden para todo discípulo: la misión de evangelizar y el pastoreo. El pescador que faenó toda la noche sobre el lago, se convierte en pastor del rebaño de Jesús sobre la tierra firme. En el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos, Jesús señala el perfil de todo buen seguidor. A Pedro personalmente le dice: “Apacienta mis corderos” (Jn 21,15). A semejanza de Pedro, todo discípulo ha de ser un buen “pescador” y un solícito y excelente “pastor”. Este tipo de servicios se han reservado corrientemente a determinadas personas, que tiene la misión de presidir la gran comunidad eclesial y las comunidades locales. Ellos han de estar ciertamente atentos a cumplir esta doble misión. Pero no es exclusiva.

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Los responsables de las comunidades presiden, animan, estimulan. Pero todos los discípulos han de asumir la responsabilidad de “pescador-misionero” y “pastorcuidador”. Nadie puede desentenderse de esta responsabilidad. A todos dice Jesús resucitado: “Lleven mis corderos a pastar”. En este encuentro a solas, Jesús insiste a Pedro sobre una labor que no puede descuidar. Las personas que han entrado a formar parte del redil, necesitan una labor permanente de pastoreo. La palabra “Pastoral” proviene de esta misión que Jesús encomienda ahora a Pedro. Hay que conseguir que todos se conviertan en “pescadoresmisioneros” y en “pastores-cuidadores”. Ésta es una misión que todo pastor ha de asumir como tarea. No se trata de crear comunidades cerradas sobre sí mismas. Hay que promover el “amor” como servicio y como misión: “Lleva mis corderos a pastar”. Al presentar el perfil del “pastor modelo”, Jesús también pone en guardia contra los “malos pastores”, que actúan como ladrones, asaltantes y asalariados.

Oración Por tres veces sonaron en la noche de negaciones y traidores: “Yo no sé de quién hablas”; “A ese señor no lo conozco”. El Señor que miró con ojos tristes, atravesando el corazón de aquel Pedro cobarde y mentiroso, pregunta por tres veces: “Amigo, ¿tú me quieres? ¿Me amas de verdad?”. Señor, confieso humildemente: “Tú que lo sabes todo, sabes que yo te quiero”. No me preguntes cuánto. Ya sé que son muchos tus amigos, que te aman mucho más que yo. ¡Bendito seas, mi Señor! Pero, aquí en secreto, y por la calle en alta voz yo grito: “Tú sabes, mi Señor resucitado, lo mucho que te quiero y que te amo”. Muerto, como Cordero, Como Pastor, resucitado, aquí me tienes dispuesto 279

a apacentar a ovejas y corderos; a sanar sus heridas, a llevarlos a fértiles pastos, a defenderlos de asaltantes, de lobos y de mercenarios. Contigo abriendo puertas que muchos han cerrado, sin zurrón ni cayado, expongo yo la vida, por servir al rebaño.

76.- EL DISCÍPULO QUE AMABA JESÚS Jn 21,20-23

Meditación-contemplación El evangelio de Juan menciona varias veces al “discípulo que Jesús amaba”, sin señalar su nombre. Al comienzo de su obra, el evangelista presenta a dos discípulos de Juan Bautista, que se hacen discípulos de Jesús. Uno de ellos es Andrés. El nombre del otro no se da a conocer. Los dos vivieron la experiencia de pasar un tiempo con Jesús. 280

Vieron donde vivía, y se quedaron con él (Jn 1,37-40). Son los dos primeros discípulos que siguen a Jesús. Las demás veces, este discípulo se menciona en el “libro de la gloria”. La primera tiene lugar en la cena pascual de despedida (Jn 13,23). Pedro quiere informarse de quién es el traidor que entregará a Jesús. Se dirige al “discípulo que amaba Jesús”, que estaba reclinado sobre su costado (Jn 13,23-26). Las dos siguientes ocasiones tienen lugar durante la pasión. Al ser conducido Jesús al palacio del sumo sacerdote, Pedro y el “otro discípulo” lo siguen. El “otro discípulo”, que es conocido del sumo sacerdote, consigue introducir a Pedro en el patio del palacio (Jn 18,16). Este “discípulo que Jesús amaba” permanece cerca de la cruz. Jesús le confía a su madre (Jn 19,26-27). Después de la resurrección aparece en varias ocasiones. María de Magdala se dirige corriendo al encuentro de Pedro y del “discípulo que amaba Jesús”, para informarles que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro (Jn 20,2). Lo encontramos, finalmente, junto al lago de Tiberíades. Ante la sorprendente redada de peces que han capturado, el “discípulo que amaba Jesús” dice a Pedro: “Es el Señor” (Jn 21,7). Este discípulo cuyo nombre desconocemos, vuelve a tomar protagonismo en el cierre del evangelio. Pedro pregunta a Jesús sobre el futuro que le espera. Su respuesta no aclaró el enigma: “Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” (Jn 20-24).

Asimilación Se han realizado muchos esfuerzos para identificar al “otro discípulo” y al “discípulo que amaba Jesús”. Digamos, para empezar, que hay bastante coincidencia en señalar que se trata del mismo discípulo. Señalamos las principales propuestas de identificación que se han hecho. Primera: El “discípulo que amaba Jesús” no es un personaje real, sino simbólico. Representaría el perfil del perfecto discípulo de Jesús. Este discípulo representa, ciertamente, rasgos típicos de un discípulo ejemplar. Aparece en momentos tan significativos como la cena de despedida, junto a la cruz, y en las manifestaciones de Jesús resucitado junto al lago de Tiberíades. Segunda: Este discípulo es Juan, el hijo del Zebedeo. Junto con Pedro y Santiago, es de los discípulos elegidos por Jesús para acompañarlo en momentos importantes. Los evangelios sinópticos presentan a Juan entre los discípulos que son testigos de la transfiguración de Jesús (Mc 9,2-8; Mt 17,1-13; Lc 9,28-36). Juan es uno de los elegidos 281

para acompañarlo en el momento dramático de la oración del huerto (Mc 14,33-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46). No contamos con ninguna identificación claramente definida, pero hay datos que la avalan. La redacción del evangelio cuenta con el respaldo y la autoridad del “discípulo amado”, que se presenta como testigo de los hechos que narra: “Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito” (Jn 21,24). Por toda la información que tenemos, nada impide reconocer que Juan, hijo de Zebedeo, estuvo presente en los acontecimientos que se narran en el evangelio. En el campo pastoral, Pedro tiene la primacía. Para el “discípulo amado” se le reserva otra primacía: el primado del amor. El mismo Jesús se lo ha otorgado. Este modelo de discípulo nunca ha de faltar en la Iglesia.

Acción La opinión más común considera que el “discípulo amado” es un personaje real. Muy probablemente el autor principal del evangelio. Esto no es obstáculo para descubrir en su persona el perfil del auténtico discípulo de Jesús. A pesar de la importancia del diálogo de Jesús con Pedro y de la misión que le encomienda, no es él quien representa en el evangelio de Juan al seguidor más importante de Jesús. Esta prerrogativa corresponde al “discípulo amado”. Por su fidelidad a toda prueba, el discípulo “que amaba Jesús” es el pionero de la fe pascual. El “discípulo amado” es uno de los dos que primero vive la experiencia del encuentro con Jesús, y lo sigue; el que nos dejó el signo de su amistad profunda con Jesús, al recostar la cabeza sobre su pecho en la cena; el que se mantiene fiel a Jesús al pie de la cruz, cuando los demás desaparecen; el primero en reconocerlo resucitado junto al lago; el que dio testimonio de Jesús resucitado con su vida y con sus escritos. El evangelio de Juan nos ha dejado en el “discípulo que Jesús amaba”, el perfil de discípulo de Jesús, profundamente enamorado de su Señor. Este perfil pervivirá, sin duda alguna. Jesús “quiere que se quede hasta que él vuelva” (Jn 21,22). Necesitamos la sensibilidad espiritual del “discípulo amado de Jesús”, para que cada celebración de la comunidad, especialmente la eucaristía, sea un encuentro en profundidad con Jesús resucitado.

Oración

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He recorrido los caminos con linterna en la mano. Busco el discípulo perfecto de Jesús, el de Nazaret; que vendieron en mercado de corruptos y traidores; que clavaron en una cruz, y lo dieron por muerto y sepultado. No amigos, a este Jesús, Dios lo resucitó. Lo atestiguan las Escrituras. Tuvo muchos amigos. Pero uno fue entre todos en amor el primero. “El discípulo amado” lo llamaron. Cuando empezó esta historia, se fue a vivir con él. Desde aquel día y hora lo siguió, lo escuchó. Y cuando los demás huyeron, él estuvo a su lado, y nunca le falló. Sobre su costado inclinó mientras cenaban su cabeza. El amor circulaba del uno al otro, sin que perdiera ritmo el corazón. Llegó la hora suprema, y a pie firme junto a la cruz aguantó el amor sin rendirse. Cuando unos vigilan la tumba, y se esconden otros y dudan, sin contemplar los signos de clavos a orillas del lago confiesa: “Es el Señor”. Estuvo muerto y ahora vive. Está resucitado. ¡Amigo, éste es el discípulo que Jesús más amaba! Gracias, Señor, por revelarme al discípulo que amo y quiero tanto.

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77.- EL TESTIMONIO SOBRE JESÚS SIGUE VIVO HASTA QUE VUELVA Jn 21, 24-25

Meditación-contemplación El final del evangelio de Juan, contiene algunas predicciones relativas a Pedro y la última referencia al “discípulo amado”. Se nos ofrece también la conclusión definitiva del evangelio. En la cena de despedida, Pedro se había jactado ante sus compañeros de que daría la vida de Jesús. Cuando se le presentó la ocasión de cumplir su promesa, lamentablemente claudicó Ahora que Jesús le ha confiado el pastoreo de sus ovejas, le advierte del riesgo de muerte que conlleva el cumplimiento de este servicio. Jesús no le oculta a Pedro el futuro que le espera: “Cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te atará y te llevará a donde no quieras” (Jn 21,18). La predicción de Jesús sugiere que la muerte será violenta. El gesto de “extender los brazos”, parece hacer referencia a la crucifixión. Para el “discípulo amado”, el Señor tiene reservado un desenlace menos dramático y más duradero. El anuncio es un tanto misterioso. Respecto al discípulo que recostó la cabeza sobre su costado en el cenáculo, Jesús deja las cosas en el suspenso: “Si quiero 284

que se quede hasta que vuelva, ¿a ti qué?” (Jn 21,22). El evangelista informa sobre un rumor que se extendió entre los discípulos, “de que aquél discípulo no moriría” (Jn 21,23). Para aclarar cualquier malentendido, el evangelista vuelve sobre las palabras de Jesús: “No dijo Jesús que no moriría, sino: Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” (Jn 21,23).

Asimilación En el final de su obra, el evangelista se centra, en primer lugar, en el futuro de Pedro. El apóstol aparece como testigo de la resurrección y como símbolo de la unidad eclesial, en su condición de pastor a quien Jesús encomendó “apacentar” el redil. Las palabras de Jesús parece que no dejan lugar a la duda: su destino final será el martirio. Carecemos de una información completamente segura sobre la muerte del apóstol. El final del evangelio de Juan, escrito después de la muerte de Pedro, sugiere que murió crucificado. El testimonio más antiguo que poseemos sobre su muerte es de Tertuliano (siglo II). Confirma que murió crucificado. La fórmula: “con qué muerte iba a glorificar a Dios” (Jn 21,19), era la habitual para referirse al martirio. Por este género de muerte “martirial”, fue el mismo Jesús glorificado. Por lo que se refiere al futuro del “discípulo amado”, la comunidad de Juan considera que es el último representante de la etapa apostólica. El evangelio lo presenta como un personaje histórico que dio testimonio digno de fe. Como todo ser mortal, murió y no permanece hasta la venida de Jesús. Lo que permanece hasta su venida es el testimonio que nos dejó. El evangelista cierra su obra con una afirmación sumamente importante: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito; y nos consta que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24). A este testimonio hemos de añadir el final del capítulo anterior: Estas cosas “quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan la vida por medio de él” (Jn 20,31).

Acción Los discípulos de hoy somos los que hemos de dar testimonio de Jesús, que murió y resucitó; que “plantó su tienda entre nosotros” y fue “levantado en alto”. Los responsables judíos y Pilato lo elevaron en alto en la cruz, para su humillación; Dios lo elevó en la resurrección, “con la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). 285

Él hizo el camino que conduce al Padre, y se convirtió en Camino necesario para el encuentro con Dios. Él fue el gran “testigo” del amor del Padre a la humanidad. Ahora nos ha pasado a nosotros esta misión. Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es aquí, ¿dónde? Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Escribe san Agustín: “Lo que Juan representa no alcanza ahora su plenitud, sino que lo alcanzará con la venida de Cristo. En cambio, lo que representa Pedro a quien el Señor dijo: “Tú, sígueme”, hay que ponerlo ahora por obra para alcanzar lo que esperamos” (San Agustín: Comentario al evangelio de S. Juan, 124,5). Como el “discípulo amado” hay que “permanecer” en el amor, en la amistad profunda con Jesús hasta que vuelva. “El amor es fuerte como la muerte… Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable” (Cant 8,6). Cerremos el itinerario que hemos hecho, guiados por la Buena Noticia que nos ha ofrecido el autor del evangelio, con una confesión de fe: Creemos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Seamos discípulos-testigos de “estas cosas”, hasta que Jesús retorne. A nosotros nos toca “escribir todos esos libros que no cabrían en el mundo” (Jn 21,25).

Oración En tu vida, Señor resucitado, todo es palabra viva en movimiento, un silencio habitado por Dios mismo, en su choza de barro en esta tierra. Tú eres, Señor, Palabra de palabras, Palabra que nos habla de Dios Padre, Palabra que revela lo escondido, Palabra luminosa como el sol, Palabra de tu amor siempre encendida, Palabra de una gloria transcendida, Palabra de verdad desconocida, Palabra de tu luz amanecida, Palabra que es historia en carne viva, Palabra que es susurro del Espíritu, Palabra que aconseja como amigo, Palabra de bondad enternecida, Palabra como lluvia bienvenida, Palabra de perdón no merecida, 286

Palabra de gozosa cercanía, Palabra-Luz, Palabra-amor, Palabra que habita los silencios en mi vida. ¡Oh, Verbo eterno, Verbo de mi Dios, que me habla en la noche y todo el día; hazte ya carne en esta carne mía!

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Parte 4 CONCLUSIÓN

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Jesús les dijo: La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo (Jn 20,21-22). Otros muchos signos realizó Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatados en este libro. Éstos quedan escritos para que crean que Jesús es Mesías, Hijo de Dios, y creyendo tengan vida por medio de él (Jn 20,30-31).

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Index Título Parte 1 - PRESENTACIÓN Parte 2 - ORAR CON EL EVANGELIO DE JUAN Parte 3 - LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO DE JUAN Parte 4 - CONCLUSIÓN

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