On the Island

February 9, 2017 | Author: Laura Bussolotti | Category: N/A
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On the Island

Tracey Garvis Graves

Staff Moderadora: Panchys

Traductoras: DaniO Mery Juli_Arg Majo_Smile ♥ Deeydra Ann' ♥...Luisa...♥ munieca Madeleyn

Annabelle Marie.Ang Christensen vane-1095 Carlota Nina_ariella ro0. Andreani

Mel Cipriano Jo Amy pokprincssbooo Priscila(page92) Panchys

Correctoras: Melii Vero Tamis11 Panchys vane-1095

Escritora Solitaria Nats ladypandora Vericity Juli_Arg Chio Verito

Lectura Final: Vericity

Diseño: Francatemartu

Deeydra Ann' Mel Cipriano LuciiTamy Mery

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C

Sinopsis

uando a la profesora de Inglés Anna Emerson, de treinta años de edad, se le ofrece un trabajo de tutorías para T.J. Callahan en la casa alquilada de verano de la familia en las Maldivas, ella acepta sin dudar; una vacaciones de trabajo en una isla tropical supera a la biblioteca cualquier día. T.J. Callahan no tiene ningún deseo de salir de la cuidad, no es como si alguien le haya preguntado. Tiene casi diecisiete años y si el tener cáncer no fuera suficiente, ahora tiene que pasar su primer verano en remisión con su familia—y un montón de tareas pendientes—en lugar de sus amigos. Anna y T.J. están en camino de unirse a la familia de T.J. en las Maldivas cuando el piloto de su hidroavión sufre un ataque al corazón y choca en el Océano índico. A la deriva en aguas infestadas de tiburones, sus chalecos salvavidas los mantienen a flote hasta que llegan a la orilla de una isla deshabitada. Ahora Anna y T.J. sólo quieren sobrevivir y deben trabajar juntos para conseguir agua, comida, fuego y vivienda. Sus necesidades básicas pueden satisfacerse pero cuando los días se convierten en semanas y después meses, los náufragos se enfrentan a más obstáculos, incluyendo tormentas tropicales, los peligros que acechan en el océano, y la posibilidad que el cáncer de T.J. pueda regresar. Mientras que T.J. celebra otro cumpleaños en la isla, Anna comienza a preguntarse si el mayor de los obstáculos será vivir con un chico que se está convirtiendo en un hombre.

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1 Anna Traducido por Panchys & Mel Cipriano Corregido por Melii

Junio 2001

T

enía treinta años cuando el hidroavión en el que T.J. Callahan y yo íbamos viajando, hizo un aterrizaje forzoso en el Océano Índico.

T.J. tenía 16 años, y tres meses habían pasado de la remisión del linfoma de Hodgkin. El nombre del piloto era Mick pero murió antes de que golpeáramos el agua. Mi novio, John, me llevó al aeropuerto aún cuando era el tercero en mi lista, por debajo de mi mamá y mi hermana Sarah, de la gente que quería que me llevara. Luchamos contra la multitud, cada uno tirando una gran maleta con ruedas y me pregunté si todos en Chicago habían decidido volar a algún lugar ese día. Cuando finalmente alcanzamos el mostrador de las vías aéreas de Estados Unidos, el agente de viajes sonrió, marcando mi equipaje y entregándome la tarjeta de embarque. —Gracias, señorita Emerson. He revisado todo su camino hasta Malé. Que tenga un viaje seguro. Deslicé la tarjeta en mi bolsa y me volví para despedirme de John. —Gracias por traerme. —Caminaré contigo, Anna. —No tienes que hacerlo —dije, sacudiendo la cabeza. Se estremeció. —Quiero hacerlo. Nos arrastramos en silencio, siguiendo la multitud de lentos pasajeros. En las puertas John preguntó—: ¿Qué aspecto tiene? —Delgado y calvo.

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Escaneé la multitud y sonreí cuando divisé a T.J. porque un corto cabello café cubría ahora su cabeza. Saludé con la mano y él me saludó con un asentimiento de cabeza mientras el chico sentado a su lado le daba un codazo en las costillas.

—¿Quién es el otro chico? —preguntó John. —Creo que es su amigo, Ben. —Acomodados en sus asientos, estaban vestidos con el estilo preferido por la mayoría de los chicos de dieciséis años: pantalones deportivos largos y anchos, camisetas, y zapatillas desatadas. Una mochila de color azul marino descansaba en el suelo a los pies de T.J. —¿Estás segura de que esto es lo que quieres hacer? —preguntó John. Se metió las manos en los bolsillos traseros y se quedó mirando la desgastada alfombra del aeropuerto. Bueno, uno de nosotros tiene que hacer algo. —Sí. —Por favor, no tomes ninguna decisión final hasta que regreses. No señalé la ironía en su solicitud. —Te dije que no lo haría. Había realmente una sola opción, sin embargo. Sólo elegí posponerla hasta el final del verano. John puso sus brazos alrededor de mi cintura y me besó, varios segundos más de lo que debería hacer en un lugar público. Avergonzada, me alejé. Por el rabillo de mi ojo, noté a T.J. y Ben mirando todo. —Te amo —dijo. Asentí con la cabeza. —Lo sé. Resignado, recogió mi equipaje de mano y colocó la correa en mi hombro. —Que tengas un vuelo seguro. Llámame cuando llegues allí. —Está bien. John se fue y lo miré hasta que la multitud lo envolvió, luego alisé la parte delantera de mi falda y caminé hacia los chicos. Ellos miraron hacia abajo mientras me aproximaba. —Hola T.J. Te ves genial. ¿Estás listo para irnos? Sus ojos marrones apenas se encontraron con los míos. —Sí, claro. —Había aumentado de peso y su rostro no estaba tan pálido. Tenía frenillos en sus dientes, los cuales no había notado antes, y una pequeña cicatriz en la barbilla. —Hola. Soy Anna —le dije al chico que estaba sentado junto a T.J.— . Tú debes ser Ben. ¿Cómo estuvo la fiesta? Echó un vistazo a T.J., confundido. —Ah, estuvo bien.

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Saqué mi celular y miré la hora. —Regresaré enseguida, T.J. quiero comprobar nuestro vuelo. Mientras me alejaba escuché a Ben diciendo—: Amigo, tu niñera está caliente. —Es mi tutora, idiota. Las palabras me pasaron. Enseñaba en una escuela secundaria y consideraba los comentarios ocasionales de los chicos plagados de hormonas, riesgos laborales bastante benignos. Después de confirmar que todavía estábamos a tiempo, volví y me senté en la silla vacía junto a T.J. —¿Se fue Ben? —Sí. Su madre se cansó de dar vueltas al aeropuerto. Él no la dejó venir con nosotros. —¿Quieres comer algo? Sacudió la cabeza. —No tengo hambre. Nos sentamos en un incómodo silencio hasta la hora de abordar el avión. T.J. me siguió por el estrecho pasillo a nuestros asientos de primera clase. —¿Quieres el de la ventana? —pregunté. T.J. se encogió de hombros. —Seguro. Gracias. Di un paso al lado y esperé hasta que se sentó, y luego me senté junto a él. Sacó un reproductor de CD portátil de la mochila y se puso los auriculares, su sutil manera de hacerme saber que no estaba interesado en tener una conversación. Saqué un libro de mi bolsa, el piloto despegó, y dejamos atrás Chicago. *** Las cosas empezaron a ir mal en Alemania. Debería habernos tomado un poco más de dieciocho horas volar desde Chicago a Malé —la capital de las Maldivas— pero nos habíamos retrasado después de pasar todo el día y la mitad de la noche en el Aeropuerto Internacional de Frankfurt esperando que la aerolínea nos diera una nueva ruta después de que los problemas mecánicos y demoras por malas condiciones climáticas desviaran nuestro itinerario original. T.J. y yo nos sentamos en duras sillas de plástico a las 3:00 am, después de finalmente ser confirmados en el próximo vuelo. Él frotó sus ojos. Señalé una fila de asientos vacíos. —Acuéstate si quieres. —Estoy bien —dijo, ahogando un bostezo.

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—No nos estaremos yendo por varias horas más. Deberías tratar de conciliar el sueño. —¿No estás cansada? Estaba agotada, pero T.J. probablemente necesitaba el descanso más que yo. —Estoy bien. Sigue adelante. —¿Está segura? —Absolutamente. —Está bien. —Sonrió débilmente—. Gracias. —Se extendió en las sillas y se quedó dormido de inmediato. Me quedé mirando por la ventana y observé a los aviones aterrizar y despegar de nuevo, sus luces rojas parpadeando en el cielo nocturno. El frío aire acondicionado puso la piel de gallina en mis brazos, y me estremecí en mi falda y la blusa sin mangas. En un baño cercano, me puse los pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga que había embalado en mi bolsa, luego compré una taza de café. Cuando me senté al lado de T.J., abrí el libro y leí, despertándolo tres horas más tarde cuando llamaron nuestro vuelo. Hubo más retrasos después de que llegamos a Sri Lanka —en esta ocasión debido a la escasez de tripulación de vuelo— y para el momento en que aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Malé en las Maldivas, el Alquiler de verano de los Callahan, todavía a dos horas de distancia en hidroavión. Había estado despierta durante treinta horas. Temblaba y mis ojos quemaban, y dolían, arenosos. Cuando me dijeron que no tenían reservas para nosotros, parpadeé para alejar las lágrimas. —Pero tengo el número de confirmación —le dije al agente de viajes, deslizando el trozo de papel sobre el mostrador—. Actualicé nuestra reserva antes de salir de Sri Lanka. Dos asientos. T.J. Callahan y Anna Emerson. ¿Podría por favor mirar de nuevo? El agente revisó la computadora. —Lo siento —dijo—. Sus nombres no están en la lista. El hidroavión está lleno. —¿Qué pasa con el próximo vuelo? —Pronto va a estar oscuro. Los hidroaviones no vuelan después del anochecer. —Al darse cuenta de mi expresión afectada, me dio una mirada comprensiva, tecleando y levantando el teléfono—. Veré qué puedo hacer. —Gracias. T.J. y yo fuimos a una pequeña tienda de regalos, y compré dos botellas de agua. —¿Quieres una? —No, gracias.

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—¿Por qué no la pones en tu mochila? —le dije, entregándosela—. Es posible que la desees más tarde. Saqué una botella de Tylenol de mi bolso, puse dos en mi mano, y me los tragué con un poco de agua. Nos sentamos en un banco, y llamé a la mamá de T.J., Jane, y le dije que no nos esperasen hasta la mañana. —Hay una posibilidad de que nos consigan un vuelo, pero no creo que salgamos esta noche. Los hidroaviones no vuelan después del anochecer así que quizás pasemos la noche en el aeropuerto. —Lo siento, Anna. Debes estar agotada —dijo. —Está bien, de verdad. De seguro vamos a estar allí mañana. — Cubrí el teléfono con la mano—. ¿Quieres hablar con tu mamá? —T.J. hizo una mueca y sacudió la cabeza. Noté al agente haciéndome señas. Estaba sonriendo. —Jane, escucha, creo que podría… —Y luego mi celular cortó la llamada. Puse el teléfono en mi bolsa y me acerqué al mostrador, conteniendo la respiración. —Uno de los pilotos de alquiler puede volar a la isla —dijo el agente de viajes—. Los pasajeros que iba a llevar se retrasaron en Sri Lanka y no llegaran hasta mañana por la mañana. Exhalé y sonreí. —Eso es maravilloso. Gracias por encontrarnos un vuelo. Realmente lo aprecio. —Traté de llamar a los padres T.J. de nuevo, pero mi celular no se conectaba. Esperaba conseguir señal cuando llegáramos a la isla—. ¿Listo, T.J.? —Sí —dijo, agarrando su mochila. Un mini-bus nos dejó en la terminal de taxi aéreo. El agente nos registró en el mostrador, y salimos a la calle. El clima de las Maldivas me recordaba a la sala de vapor en mi gimnasio. Inmediatamente, las gotas de sudor estallaron en mi frente y la parte de atrás de mi cuello. Mis pantalones vaqueros y la camiseta de manga larga atrapaban el aire caliente y húmedo contra mi piel, y me habría gustado haberme cambiado a algo más fresco. —¿Esto es así de sofocante todo el tiempo? Un empleado del aeropuerto estaba en el muelle junto a un hidroavión que se balanceaba suavemente sobre la superficie del agua. Nos hizo una seña. Cuando T.J. y yo nos acercamos, abrió la puerta y nos agachamos nuestras cabezas para subir al avión. El piloto estaba sentado en su asiento, y nos sonrió con la boca llena de hamburguesa con queso. —Hola, soy Mick. —Terminó de masticar y tragar—. Espero que no les importe si termino mi cena. —Parecía ser de cincuenta años y era tan gordo que apenas cabía en el asiento del piloto. Llevaba pantalones cortos

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y la camiseta desteñida más grande que jamás hubiera visto. Sus pies estaban desnudos. El sudor salpicaba su labio superior y la frente. Se comió el último bocado de su hamburguesa con queso y se limpió la cara con una servilleta. —Soy Anna y éste es T.J. —le dije, sonriendo y llegando a estrechar su mano—. Por supuesto que no nos importa. El Twin Otter DHC-6 tenía diez asientos y olía a combustible de avión y moho. T.J. se abrochó el cinturón de seguridad y miró por la ventana. Me senté cruzando el pasillo, empujé mi bolso y lo coloqué debajo del asiento, antes de frotarme los ojos. Mick puso en marcha los motores. Su voz quedó ahogada por el ruido, pero cuando volvió la cabeza hacia un lado, pude ver que sus labios se movían como comunicándose con alguien a través del radio. Navegó fuera del muelle, aceleró, y pronto estuvimos en el aire. Maldije mi incapacidad para dormir en los aviones. Siempre he envidiado a los que se desmayan al momento en que el avión despega y no se despiertan hasta que las ruedas aterrizan en la pista. Traté de dormitar, pero la luz del sol entrando a raudales por las ventanas del hidroavión, y mi reloj biológico confuso, hicieron que me fuera imposible. Cuando me di por vencida y abrí los ojos, vi a T.J. observándome. Si la expresión de su rostro y el calor en el mío eran una indicación, los dos estábamos avergonzados. Se dio la vuelta, empujó su mochila debajo de la cabeza y se quedó dormido unos minutos más tarde. Inquieta, me desabroché el cinturón de seguridad y fui a preguntarle a Mick cuánto tiempo tardaríamos en aterrizar. —Tal vez una hora o más. —Hizo un gesto hacia el asiento del copiloto—. Siéntese, si quiere. Me senté y abroché el cinturón de seguridad. Protegiéndome los ojos del sol, observé la impresionante vista. El cielo era azul y sin nubes por encima de nosotros. Por debajo, el Océano Índico se veía como un remolino de menta verde, azul y turquesa. Mick se frotó el centro de su pecho con el puño y alcanzó un rollo de antiácidos. Se puso uno en la boca. —Ardor estomacal. Eso es lo que me pasa por comer hamburguesas con queso. Sin embargo, su sabor es mucho mejor que una ensalada de mierda, ¿sabe? — se rió, y yo asentí, completamente de acuerdo—. Así que, ¿de dónde vienen? —Chicago. —¿Qué hace usted allí, en Chicago? —Se puso otro antiácido en la boca. —Enseño inglés en décimo grado. —Ah, vacaciones de verano.

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—Bueno, no para mí. Suelo ser tutora de estudiantes durante el verano. —Hice un gesto hacia T.J.—. Sus padres me contrataron para ayudarlo a ponerse al día con su clase. Tuvo linfoma de Hodgkin y se perdió una gran parte de la escuela. —Me pareció que era demasiado joven para ser su madre. Sonreí. —Sus padres y hermanas volaron hace unos días. No me había sido posible salir tan temprano como los Callahan porque la escuela secundaria pública donde enseñaba había comenzado sus vacaciones de verano unos días más tarde que la escuela privada a la que T.J. asistía. Cuando T.J. se enteró, convenció a sus padres para que lo dejaran quedarse en Chicago durante el fin de semana y volar conmigo en vez de con ellos. Jane Callahan había llamado para ver si todo estaba bien. —Su amigo Ben dará una fiesta. Él realmente quiere ir. ¿Seguro que no le importa? —preguntó. —No, en absoluto —le dije—. Nos dará la oportunidad de conocernos. Yo sólo había visto a T.J. una vez, cuando me entrevisté con sus padres. Se necesitaría un tiempo para que se acostumbrara a mí; siempre hacía falta cuando trabajaba con estudiantes nuevos, especialmente si eran adolescentes. La voz de Mick interrumpió mis pensamientos. —¿Cuánto tiempo se quedarán? —Por el verano. Alquilaron una casa en la isla. —Así que, ¿él está bien ahora? —Sí. Sus padres dijeron que estuvo muy enfermo por un tiempo, pero ha estado en remisión durante algunos meses. —Lindo lugar para un trabajo de verano. Sonreí. —Es mejor que la biblioteca. Volamos en silencio durante un rato. —¿Realmente hay 1.200 islas por aquí? —le pregunté. Sólo había contado tres o cuatro, repartidas por toda el agua como piezas de un rompecabezas gigante. Esperé su respuesta—. ¿Mick? —¿Qué? Oh, sí, más o menos. Sólo alrededor de 200 están habitadas, pero espero que eso cambie con todo esto del desarrollo. Hay un nuevo hotel o resort abriéndose todos los meses. —Rió entre dientes—. Todo el mundo quiere un pedazo de paraíso. Mick se frotó el pecho de nuevo y quitó su brazo izquierdo de la palanca de mando que se extendía hacia fuera delante de él. Me di cuenta

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de su expresión de dolor y de la ligera capa de sudor en su frente. —¿Está bien? —Estoy bien. Es sólo que nunca he tenido ardores tan fuertes. —Se puso dos antiácidos más en la boca y arrugó el envoltorio vacío. Un sentimiento de inquietud se apoderó de mí. —¿Quiere llamar a alguien? Si me muestra cómo utilizar el radio, podría llamar por usted. —No, voy a estar bien una vez que estos antiácidos empiecen a trabajar. —Tomó una respiración profunda y me sonrió—. Gracias, de todos modos. Pareció estar bien durante un tiempo, pero diez minutos más tarde quitó su mano derecha del volante y se frotó el hombro izquierdo. El sudor corría por el costado de su rostro. Su respiración sonaba poco profunda, y se movió en su asiento como si no pudiera encontrar una posición cómoda. Mi sentimiento de inquietud se transformó en puro pánico. T.J. despertó. —Anna —dijo, lo suficientemente alto como para que lo oyese a través de los motores. Me di la vuelta—. ¿Estamos casi allí? Desabroché el cinturón y volví a sentarme al lado de T.J. No queriendo gritar, me acerqué y le dije—: Oye, estoy bastante segura de que Mick va a tener un ataque al corazón. Tiene dolores en el pecho y se ve horrible, pero está culpando a los ardores de estómago. —¡¿Qué?! ¿Hablas en serio? Asentí con la cabeza. —Mi padre sobrevivió a un ataque al corazón el año pasado, así que sé que esperar. Creo que tiene miedo de admitir que hay algo mal. —¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Todavía puede volar el avión? —No lo sé. T.J. y yo nos acercamos a la cabina del piloto. Mick tenía los puños apretados contra su pecho y sus ojos estaban cerrados. Su casco estaba torcido y su rostro había adquirido un tono grisáceo. Me agaché junto a su asiento, el miedo ondulaba a través de mí. —Mick. —Mi tono era urgente—. Tenemos que llamar para pedir ayuda. Él asintió con la cabeza. —Voy a ponernos sobre el agua, primero, y luego uno de ustedes tendrá que conseguir alcanzar el radio —jadeó, tratando de sacar las palabras—. Pónganse los chalecos salvavidas. Están en el compartimiento de almacenamiento, junto a la puerta. Luego siéntense y abróchense el cinturón. —Hizo una mueca de dolor—. ¡Vamos!

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El corazón me retumbó en el pecho y la adrenalina inundó mi cuerpo. Nos precipitamos al compartimiento de almacenamiento y lo saqueamos. —¿Por qué tenemos que ponernos el chaleco salvavidas, Anna? El avión cuenta con flotadores, ¿cierto? Porque tiene miedo de no poder sacarnos del aire a tiempo. —No sé, tal vez es un procedimiento operativo estándar. Estamos aterrizando en el medio del océano. —Encontré los chalecos salvavidas apretujados entre un recipiente de forma cilíndrica que decía “BALSA”, y varias mantas. —Aquí —dije, entregándole uno a T.J. y poniéndome el mío. Nos sentamos y sujetamos los cinturones de seguridad, mis manos temblaban tanto que me llevó dos intentos poder lograrlo—. Si pierde el conocimiento, vamos a necesitar inmediatamente comenzar la Reanimación Cardiopulmonar. Vas a tener que averiguar cómo funciona el radio, T.J., ¿de acuerdo? Asintió con la cabeza y los ojos muy abiertos. —Puedo hacer eso. Me agarré a los brazos de mi asiento y miré por la ventana, la superficie del Océano cada vez estaba más cerca. Pero entonces, en lugar de disminuir, la velocidad aumentó, descendiendo en un ángulo pronunciado. Miré hacia la parte delantera del avión. Mick estaba desplomado sobre el volante, no se movía. Me desabroché el cinturón de seguridad y me abalancé hacia el pasillo. —Anna —gritó T.J. El dobladillo de mi camiseta se deslizó de su agarre. Antes de que pudiera llegar a la cabina del piloto, Mick se echó hacia atrás en su asiento, con las manos todavía en el volante, como un espasmo masivo acumulado en su pecho. La nariz del avión se detuvo bruscamente y cayó al agua de cola en primer lugar, saltando sobre las olas de forma errática. La punta de un ala dio de lleno en la superficie y el avión dio vueltas fuera de control. El impacto me volteó, como si alguien hubiera atado una cuerda alrededor de mis tobillos y hubiera tirado de ella con fuerza. El sonido de cristales rotos llenó mis oídos, y tuve la sensación de estar volando, seguida de un dolor ardiente mientras el avión se desintegraba. Me sumergí en el océano, el agua de mar corría por mi garganta. Completamente desorientada, el dinamismo de mi chaleco salvavidas me levantó lentamente hacia arriba. Mi cabeza rompió la superficie, y tosí sin control, tratando de obtener aire y expulsar el agua hacia fuera. ¡T.J.! ¿Oh, Dios mío, ¿dónde está T.J.?

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Me lo imaginé atrapado en su asiento, incapaz de conseguir que el cinturón de seguridad se desabrochara y escaneé el agua frenéticamente, entornando los ojos bajo el sol y gritando su nombre. Justo cuando pensaba que se había ahogado, salió a la superficie, asfixiado y mascullando. Nadé hacia él, saboreando sangre, mi cabeza palpitaba tan fuerte que pensé que podría explotar. Cuando alcancé a T.J., le agarré la mano y traté de decirle lo feliz que estaba de que lo lograra, pero mis palabras no salieron, mientras entraba y salía de una niebla brumosa. T.J. me gritó para despertarme. Me acordé de las altas olas, tragué más agua, y luego no recordé nada más.

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2 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Vero

E

l agua de mar se agitaba a mí alrededor, en mi nariz, por mi garganta, en mis ojos. No podía respirar sin ahogarme. Anna nadó hacia mí, llorando, sangrando y gritando. Me tomó de la mano y trató de hablar, pero sus palabras salieron todas rotas, y no pude entender nada de lo que decía. Su cabeza se tambaleó, y su cara salpicó hacia abajo en el agua. La levanté de su cabello. —Despierta, Anna, ¡despierta! —Las olas eran muy altas y temía que nos separáramos, así que metí mi brazo derecho por debajo de la correa de su chaleco salvavidas y me aferré a ella. Levanté su cara—. Anna, ¡Anna! Oh, Dios. Sus ojos permanecían cerrados y no respondía, así que metí mi brazo izquierdo debajo de la otra correa de su chaleco y me eché hacía atrás, con ella acostada sobre mi pecho. La corriente nos alejó de los escombros. Las piezas del hidroavión desaparecieron bajo la superficie y no pasó mucho tiempo antes de que no quedara nada. Traté de no pensar sobre Mick atado en su asiento. Flotaba, aturdido, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Rodeado por nada más que olas, traté de mantener nuestras cabezas por encima del agua y me obligué a no entrar en pánico. ¿Sabrán que nos estrellamos? ¿Nos estarán rastreando en el radar? Tal vez no, porque nadie vino. El cielo se oscureció y el sol se puso. Anna murmuraba. Pensé que podría estar despertando, pero su cuerpo se estremeció y vomitó sobre mí. Las olas lo lavaron, pero ella temblaba y la acerqué más, tratando de compartir calor corporal. Tenía frío, también, a pesar de que el agua se había sentido ligeramente caliente después del accidente. No había ninguna luz de luna y apenas podía ver la superficie del agua que nos rodeaba, ahora negra, no azul. Estaba preocupado por los tiburones. Liberé uno de mis brazos y puse mi mano bajo la barbilla de Anna, levantando su cabeza de mi pecho. Sentí algo caliente justo debajo de mi cuello, donde su cabeza descansaba.

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¿Seguía sangrando? Traté de hacer que se despertara, pero sólo respondía si sacudía su rostro. No hablaba, pero gemía. No quería lastimarla, pero quería saber si estaba viva. No se había movido por mucho tiempo, lo que me asustó, pero luego vomitó de nuevo y se estremeció en mis brazos. Traté de mantener la calma, respirando lentamente dentro y fuera. Manejar las olas era fácil flotando sobre mi espalda, y viajábamos mientras la corriente nos llevaba. Los hidroaviones no volaban en la oscuridad, pero estaba seguro de que enviarían uno en cuanto saliera el sol. Para entonces, alguien tendría que saber que nos habíamos estrellado. Mis padres ni siquiera sabían que estábamos en ese avión. Pasaron las horas y no vi ningún tiburón. Tal vez estaban allí y no lo sabía. Agotado, me quedé dormido por un rato, dejando mis piernas colgando en lugar de luchar para mantenerlas cerca de la superficie. Traté de no pensar en los tiburones que podrían estar dando vueltas por debajo. Cuando sacudí a Anna de nuevo, no respondió. Pensé que podía sentir su pecho subiendo y bajando, pero no estaba seguro. Hubo un fuerte chapoteo y me erguí. La cabeza de Anna se ladeó un poco a un lado y la jalé de nuevo hacia mi. El chapoteo continuo, casi como un ritmo. Imaginándome no solo un tiburón, sino cinco, diez, tal vez más, me di la vuelta. Algo sobresalía del agua, y me tomó un segundo averiguar de qué se trataba. El chapoteo eran las olas golpeando el arrecife alrededor de una isla. Nunca me había sentido tan enormemente aliviado en toda mi vida, ni siquiera cuando el médico nos dijo que mi cáncer se había ido y que el tratamiento finalmente había funcionado. La corriente nos empujó más cerca de la isla, pero no nos dirigíamos directamente hacía ella. Si no hacía algo, la pasaríamos de largo. No podía usar mis brazos porque todavía estaban debajo de los tirantes del chaleco salvavidas de Anna, así que me quedé sobre mi espalda y pateé con mis pies. Mis zapatos se cayeron, pero no me importaba, debí habérmelos quitado hace horas. La tierra aún estaba a unos cincuenta metros de distancia. Un poco más lejos, por supuesto, que antes, no tenía más remedio que utilizar mis brazos, nadé de costado, arrastrando la cara de Anna a través del agua. Levanté la cabeza. Estábamos cerca. Pateando frenéticamente, mis pulmones en llamas, nadé lo más fuerte que pude. Alcanzamos las tranquilas aguas de la laguna dentro del arrecife, pero no dejé de nadar hasta que mis pies tocaron la arena del fondo del océano. Tenía sólo la energía suficiente para arrastrar a Anna fuera del agua y hacia la costa antes de que me desplomara a su lado y me desmayara.

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*** El ardiente sol me despertó. Rígido y adolorido, sólo podía ver a través de uno de mis ojos. Me senté y me quité el chaleco salvavidas, luego miré a Anna. Su cara estaba hinchada y con moretones, cortes atravesando sus mejillas y su frente. Permanecía quieta. Mi corazón golpeaba en mi pecho, pero me obligué a acercarme y tocar su cuello. Su piel estaba caliente y el alivio se apoderó de mí por segunda vez cuando sentí su pulso latiendo bajo mis dedos. Estaba viva, pero lo único que sabía acerca de lesiones en la cabeza era que probablemente tenía una. ¿Y si nunca despertaba? La sacudí con cuidado. —Anna, ¿puedes oírme? —No respondió, así que la sacudí de nuevo. Esperé a que abriera los ojos. Eran increíbles, grandes y de un oscuro gris azulado. Fue la primera cosa que noté cuando la conocí. Había venido a nuestra casa para entrevistarse con mis padres, y estaba avergonzado porque era hermosa y yo estaba muy delgado, calvo y parecía una mierda. Vamos, Anna, déjame ver tus ojos. La sacudí más fuerte y no fue hasta que por fin los abrió lentamente, que dejé escapar el aliento que había estado conteniendo.

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3 Anna Traducido por Juli_Arg Corregido por tamis11

D

os imágenes borrosas de T.J. se cernían sobre mí, y parpadeé hasta que se fusionaron en uno solo. Él tenía cortes en la cara y el ojo izquierdo estaba cerrado por la hinchazón.

—¿Dónde estamos? —pregunté. Mi voz sonó áspera y mi boca sabía a sal. —No lo sé. Alguna isla. —¿Qué pasó con Mick? —pregunté. T.J. sacudió la cabeza. —Lo que quedó del avión se hundió rápidamente. —No puedo recordar nada. —Te desmayaste en el agua, y cuando no pude despertarte pensé que habías muerto. La cabeza me dolía. Me toqué la frente e hice una mueca cuando mis dedos rozaron una gran protuberancia. Algo pegajoso recubría el lado de mi cara. —¿Estoy sangrando? T.J. se inclinó hacia mí y peinó mi cabello hacia atrás con sus dedos, buscando la fuente de la sangre. Lloré cuando la encontró. —Lo siento —dijo—. Es un corte profundo. No está sangrando tanto ahora. Sangraba mucho más cuando estábamos en el agua. El miedo se apoderó de mí, viajando a través de mi cuerpo como una ola. —¿Había tiburones? —No sé. No vi ninguno, pero estuve preocupado sobre ello. Tomé una respiración profunda y me senté. La playa giraraba. Colocando las manos planas sobre la arena, me tranquilicé a mi misma hasta que lo peor de los mareos pasó.

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—¿Cómo llegamos aquí? —pregunté. —Enganché mis brazos por las correas de tu chaleco salvavidas, y nos dejé llevar por la corriente hasta que vi la orilla. Luego te arrastré sobre la arena. La realización de lo que había hecho se hundió en mí. Miré hacia el agua y no dije nada durante un minuto. Pensé en lo que podría haber pasado si me hubiera dejado ir o si los tiburones hubieran venido o si no hubiera una isla. —Gracias, T.J. —Seguro —dijo, encontrando mi mirada sólo durante unos segundos antes de mirar lejos. —¿Estás herido? —pregunté. —Estoy bien. Creo que me golpeé la cara en el asiento que se encontraba delante de mí. Intenté ponerme de pie y fallé, vencida por el mareo. T.J. me ayudó a sostenerme y esta vez me quedé sobre mis pies. Desabroché mi chaleco salvavidas y lo dejé caer en la arena. Me alejé de la orilla y miré hacia la isla. Se parecía a las fotos que había visto en Internet, excepto que no tenía un hotel de lujo o casas de vacaciones en las que permanecer. Con los pies desnudos, la arena primitiva blanca parecía azúcar bajo mis pies; no tenía ni idea de que le había pasado a mis zapatos. La playa dio paso a los arbustos con flores y vegetación tropical y, finalmente, una zona boscosa donde los árboles crecían muy juntos, sus hojas formando un toldo verde. El sol, alto en el cielo, la quemaba con un calor intenso. La brisa del océano no bajaba mi aumento de la temperatura corporal, y el sudor corría por mi cara. Mi ropa se pegaba a mi piel húmeda. —Tengo que volver a sentarme. —Mi estómago estaba revuelto, y pensé que podría vomitar. T.J. se sentó junto a mí y cuando las náuseas finalmente pasaron, le dije—: No te preocupes. Tienen que saber que se estrelló y van a enviar un avión de búsqueda. —¿Tienes alguna idea de dónde estamos? —preguntó. —En realidad, no. Usé mi dedo para dibujar en la arena. —Las islas se agrupan en una cadena de veintiséis arrecifes que corren de norte a sur. Aquí es donde nos dirigíamos. —Señalé una de las marcas que hice. Llevé mi dedo a través de la arena y señalé a otro—. Este es Malé, el punto de partida. Estamos en algún lugar intermedio, creo, a menos que la corriente nos haya llevado al este o al oeste. No sé si Mick se quedó en el camino, y no sé si los hidroaviones archivan un plan de vuelo o si son rastreados sobre el radar. —Mi mamá y mi papá deben estar volviéndose locos.

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—Sí. —Los padres T.J. habían, sin duda, intentado llamar a mi celular, pero era probable que se encontrase en el fondo del océano ahora. ¿Habría que construir una señal de fuego? ¿No es eso lo que se supone que debes hacer cuando estás perdido? ¿Crear fuego para que sepan dónde estás? No tenía idea de cómo crearlo. Mis habilidades de supervivencia se limitaban a lo que había visto en la televisión o leído en los libros. Ninguno de nosotros usaba gafas, así que no podíamos colocar las lentillas en ángulos hacia el sol. No teníamos ningún espejo o roca. Pero nos quedaba la fricción, ¿Si frotábamos dos varitas juntas, realmente funcionaba? Tal vez no teníamos que preocuparnos por un incendio, al menos no todavía. Nos verían si volaban bajo y nos quedabamos cerca de la playa. Tratamos de deletrear SOS. En primer lugar utilizamos nuestros pies para aplanar la arena, pero no creía que fuera visible desde el aire. A continuación, tratamos de utilizar hojas, pero la brisa las dispersó antes de que pudiéramos formar letras. No había ninguna roca grande para sostener las hojas, sólo guijarros y los fragmentos de lo que pensé eran el coral. Movernos por alrededor nos hizo sentirnos más calurosos y el dolor en mi cabeza empeoró. Nos dimos por vencidos y nos sentamos. Mi cara se quemó por el sol y los brazos y las piernas de T.J. se pusieron rojos. Pronto no tuvimos más remedio que alejarnos de la orilla y refugiarnos bajo un árbol de coco. Los cocos cubrían el suelo, y sabía que contenían agua. Los golpeamos contra el tronco del árbol, pero no pudimos abrirlos. El sudor corría por mi cara. Recogí mi pelo y lo sostuve en la parte superior de mi cabeza. Con mi lengua hinchada y la sequedad en la boca se me hacía difícil tragar. —Voy a echar un vistazo alrededor —dijo T.J—. Tal vez hay agua en alguna parte. —No se había ido por mucho tiempo, cuando llegó de nuevo al árbol de coco sosteniendo algo en la mano. —No vi nada de agua, pero he encontrado esto. Era del tamaño de un pomelo y verde, espinosas cubrían su superficie. —¿Qué es? —pregunté. —No sé, pero tal vez tiene agua en su interior, al igual que los cocos. T.J. la peló, usando sus uñas. Fuera lo que fuese, los insectos habían llegado allí primero, así que lo dejó caer al suelo, golpeándolo con el pie. —Lo encontré debajo de un árbol —dijo—. Había un montón de ellos colgando, pero estaban demasiado altos para alcanzarlos. Si consigues

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subir en mis hombros, podríamos ser capaces de derribar una. ¿Crees que puedes caminar? Asentí con la cabeza. —Si vamos despacio. Cuando llegamos al árbol, T.J. estrechó mi mano y me ayudó a subir a sus hombros. Yo era alto un metro y ochenta y y pesaba cincuenta y cuatro chilos. T.J. tenía por lo menos catorce centimetros y probablemente catorce libras más que yo, pero se tambaleó un poco tratando de mantener mi equilibrio. Llegué tan alto como pude, mis dedos se extendieron hacia la fruta. No podía agarrarla, así que la golpeé con mi puño en su lugar. Las primeras dos veces no se movió, pero la golpeé un poco más y salió volando. T.J. me bajó al suelo y la agarré. —Todavía no sé lo que es esto —dijo, después de que se la entregué. —Puede que sean frutos del árbol de pan. —¿Qué es eso? —Es una fruta que se supone que sabe a pan. T.J. la peló, y el olor fragante me recordó de la guayaba1. La dividimos por la mitad y chupamos la fruta, el jugo inunda nuestras bocas secas. La masticamos y la tragamos en pedazos. La textura gomosa probablemente significaba que la fruta necesitaba más tiempo para madurar, pero de todas maneras la comimos. —Esto no sabe a pan, para mí —dijo T.J. —Tal vez lo es si se cocina. Después de que terminé, me volví a subir en los hombros de T.J. y derribé dos más que comimos inmediatamente. Luego regresamos al árbol de coco, nos sentamos y esperamos otra vez. A última hora de la tarde, sin previo aviso, el cielo se abrió y una lluvia torrencial cayó sobre nosotros. Salimos de debajo del árbol, se volvimos el rostro hacia el cielo, y abrimos la boca, pero la lluvia terminó diez minutos más tarde. —Es la temporada de lluvias —dije—. Debería llover todos los días, probablemente más de una vez. —No teníamos nada donde retener el agua y las gotas que logré conseguir con mi lengua, me hicieron querer más. —¿Dónde están? —preguntó T.J. cuando el sol se puso. La desesperación en su voz acompañaba mi propio estado emocional. —No lo sé. —Por razones que no podía entender, el avión no había llegado—. Nos van a encontrar mañana. Guayaba: Es una fruta tropical nativa del Caribe, América Central, América del Norte y el norte de Sudamérica. Es comestible, redondo y en forma de pera. 1

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Volvimos a la playa y nos tendimos en la arena, descansando la cabeza en los chalecos salvavidas. El aire se enfríó y el viento que soplaba desde el agua me hizo temblar. Envolví mis brazos mí alrededor y me hice un ovillo, escuchando el rítmico golpeteo de las olas chocando con el arrecife. Los escuchamos antes de entender lo que eran. Un sonido de aleteo llenó el aire seguido por las siluetas de cientos, quizá miles, de murciélagos. Obstruyeron la luz de la luna, y me pregunté si habían estado colgando por encima de nosotros en algún lugar cuando fuimos hacia el árbol del pan. T.J. se sentó. —Nunca he visto tantos murciélagos. Los observamos durante un rato y, finalmente, se dispersaron, a la caza de otros lugares. Unos minutos más tarde, T.J. se quedó dormido. Me quedé mirando al cielo, sabiendo que nadie nos estaría buscando en la oscuridad. Cualquier misión de rescate llevado a cabo durante el día no se reanudaría hasta mañana. Me imaginé a los padres de T.J. angustiados, esperando a que saliera el sol. La posibilidad de que mi familia recibiese una llamada trajo lágrimas a mis ojos. Pensé en mi hermana, Sarah, y una conversación que tuve con ella hace un par de meses. Nos habíamos reunido para cenar en un restaurante de comida mexicana y cuando el camarero trajo las bebidas, tomé un sorbo de mi margarita y dije—: Acepté ese trabajo de tutoría del que te hablé. Con el chico que tenía cáncer. Puse mi copa hacia abajo, recogí un poco de salsa en un chip de tortilla, y me lo metí en la boca. —¿Ese con el que tienes que ir de vacaciones? —preguntó. —Sí. —Te irás por tanto tiempo. ¿Qué piensa John de esto? —John y yo tuvimos la charla del matrimonio de nuevo. Pero esta vez le dije que también quería un bebé. —Me encogí de hombros—. Pensé, ¿por qué no ir a por todas? —Oh, Anna —dijo Sarah. Hasta hace poco, no le había dado realmente mucha importancia a tener un bebé. Me sentía perfectamente contenta de ser tía de los niños de Sarah, Chloe de dos años y Joe de cinco años. Pero luego, todos empezaron a darme mantas envueltas para que los sostuviera, y me di cuenta de que quería la mía propia. La intensidad de mi fiebre de bebé, y el tictac subsecuente de mi reloj biológico, me sorprendió. Siempre he pensado que el deseo de tener un hijo era algo que sucedía poco a poco, pero un día sólo estaba allí.

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—No puedo seguir con esto, Sarah —continué—. ¿Cómo podría él manejar un bebé cuando ni siquiera se puede comprometer con el matrimonio? —Negué con la cabeza—. Otras mujeres hacen que parezca tan fácil. Encuentran a alguien, se enamoran y se casan. Tal vez en un año o dos forman una familia. Sencillo ¿verdad? Cuando John y yo hablamos de nuestro futuro, es tan romántico como una transacción inmobiliaria, con casi tanta contestación. —Agarré la servilleta y limpié mis ojos. —Lo siento, Anna. Francamente, no sé cómo has esperado tanto tiempo. Siete años parece tiempo suficiente para que John averigüe lo que quiere. —Ocho, Sarah. Han sido ocho. —Tomé mi copa y la terminé en dos grandes tragos. —Oh. Perdí un año en alguna parte. —Nuestro camarero se detuvo y preguntó si queríamos otra ronda. —Probablemente debería traerlos —le dijo Sarah—. Entonces, ¿cómo terminó la conversación? —Le dije que me iba para el verano, que necesitaba alejarme por un tiempo para pensar acerca de lo que quería. —¿Qué dijo? —Lo mismo que dice siempre. Que me ama, pero que simplemente no esta listo. Siempre ha sido honesto, pero creo que por primera vez se dio cuenta de que tal vez no se trata sólo de su decisión. —¿Hablaste con mamá al respecto? —preguntó Sarah. —Sí. Me dijo que me pregunte a mí misma si mi vida es mejor con o sin él. Sarah y yo tuvimos suerte. Nuestra madre había perfeccionado el arte de dar sencillos, pero prácticos, consejos. Se mantuvo neutral y nunca juzgó. Una anomalía de los padres, de acuerdo con muchas de nuestras amigas. —Bueno, ¿cuál es tu respuesta? —No estoy segura, Sarah. Lo amo, pero no creo que vaya a ser suficiente para mí. —Necesitaba tiempo para pensar, para estar segura, y Tom y Jane Callahan me habían dado la oportunidad perfecta para adquirir una cierta distancia. Espacio literal para tomar mi decisión. —Verá esto como un ultimátum —dijo Sarah. —Por supuesto que lo hará. —Tomé otro trago de mi margarita. —Estás manejándolo muy bien. —Eso es porque en realidad no he roto con él todavía.

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—Tal vez sea una buena idea para que ti poder estar a solas por un tiempo, Anna. Arreglar las cosas y decidir lo que quieres para el resto de tu vida. —No tengo que sentarme y esperar por él, Sarah. Tengo un montón de tiempo para encontrar a alguien que quiera las mismas cosas que yo. —Lo tienes. —Terminó su margarita y me sonrió—. Y mírate, volarás a lugares exóticos sólo porque puedes. —Suspiró—. Me gustaría poder ir contigo. Lo más parecido que he tenido a unas vacaciones en el último año fue cuando David y yo llevamos a los niños a ver los peces tropicales en el Acuario Shedd. Sarah hacía malabares con el matrimonio, la paternidad, y un trabajo de tiempo completo. Volar en solitario a un paraíso tropical, probablemente sonaba como nirvana para ella. Pagamos nuestra cuenta y cuando entramos en el tren pensé que tal vez, sólo tal vez, mi hierba estaba un poco más verde. Que si mi situación tenía un lado positivo, era la libertad de pasar el verano en una isla preciosa, si me daba la gana. Hasta el momento, ese plan no había funcionado muy bien. Me dolía la cabeza, mi estómago gruñía, y nunca había estado tan sedienta en mi vida. Temblando, con la cabeza apoyada en mi chaleco salvavidas, traté de no pensar en cuánto tiempo podría llevarles encontrarnos.

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4 T.J. Traducido por Mel Cipriano. Corregido por tamis11

Día 2

M

e desperté tan pronto como aclaró. Anna ya estaba despierta, sentada en la arena junto a mí, mirando el cielo. Mi estómago gruñía, y no tenía saliva.

Me senté. —Hola. ¿Cómo está tu cabeza? —Aún bastante dolorida —dijo. Su rostro era un pequeño lío, también. Moretones púrpuras cubrían sus mejillas hinchadas y había sangre seca cerca de su cuero cabelludo. Caminamos hasta el árbol del pan, Anna subió sobre mis hombros y derribó dos frutas. Me sentía débil, inestable, y era difícil sostenerla. Se bajó y mientras estábamos allí, una fruta del árbol del pan se desprendió de su rama y cayó a nuestros pies. Nos miramos el uno al otro. —Eso hará las cosas más fáciles —dijo. Quitamos la fruta podrida de debajo del árbol, de modo que si regresábamos y encontrábamos alguna en la tierra, sabríamos que podríamos comerla. Tomé la que se había caído y la pelé. Su jugo era dulce y la fruta no fue tan difícil de masticar. Necesitábamos desesperadamente algo para recoger el agua, y caminamos a lo largo de la costa en busca de latas vacías, botellas, recipientes, cualquier cosa que fuese impermeable y mantuviera la lluvia. Encontramos escombros, lo que pensé que podrían ser los restos del avión, pero nada más. La falta de cualquier tipo de basura humana me hizo preguntarme dónde diablos estábamos. Fuimos hacia el interior. Los árboles bloqueaban la luz del sol y los mosquitos nos invadieron. Les di una palmada y me limpié el sudor de la frente con mi brazo. Vimos un estanque cuando llegamos a un pequeño claro. Más bien como un gran charco, que estaba lleno de agua turbia, y la sed me sobrepasó.

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—¿Podemos beber eso? —pregunté. Anna se arrodilló y metió su mano. Hizo girar el agua a su alrededor y arrugó la nariz ante el olor. —No, está estancada. Probablemente no sea segura para beber. Seguimos caminando, pero no pudimos encontrar nada que pudiera contener el agua, así que volvimos a la palma de coco. Cogí uno de los cocos del suelo y lo estrellé contra el tronco del árbol, y luego lo tiré cuando no pude lograr que se agrietara. Le di una patada al árbol, que me hizo doler el pie. —¡Maldita sea! Si podía conseguir abrir un coco, podríamos beber el agua que había dentro, comer la fruta, y recoger la lluvia en la cáscara vacía. Anna no pareció darse cuenta de mi rabieta. Negó con la cabeza hacia atrás y hacia delante y dijo—: No entiendo por qué no hemos visto un avión todavía. ¿Dónde están? Me senté a su lado, respirando con dificultad y sudando. —No lo sé. —No dijimos nada durante un tiempo, perdidos en nuestros propios pensamientos. Finalmente, dije—: ¿Crees que debamos encender una fogata? —¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó. —No. —Había vivido en la ciudad toda mi vida, podía contar con una mano el número de veces que había acampado, y aún así me sobrarían dedos. Además, siempre utilizamos un encendedor—. ¿Y tú? —No. —Podríamos intentarlo —le dije—. Parece que tenemos tiempo. Sonrió ante mi pobre intento de una broma. —Está bien. Frotamos dos palillos durante la siguiente hora. Anna consiguió que los suyos estuvieran lo suficientemente calientes como para quemar sus dedos antes de que decidiera dejarlo. Yo lo hice un poco mejor, hasta creí ver algo de humo, pero nada de fuego. Mis brazos dolían. —Me doy por vencido —le dije, dejando caer mis palillos y limpiándome el sudor con el borde de mi camiseta, antes de que algunas gotas me salpicaran los ojos. Empezó a llover. Me concentré en tratar de atrapar las gotas sobre la lengua, agradecido por la pequeña cantidad de agua que pude ingerir. La lluvia terminó después de unos pocos minutos. Todavía sudando, me acerqué a la orilla, me quité la camiseta, y me metí al agua, usando sólo mis pantalones cortos. La temperatura de la laguna me recordó a la de un baño, pero metí la cabeza debajo y la sentí un poco más fresca. Anna me siguió, deteniéndose antes de llegar al agua.

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Se sentó en la arena, sosteniendo su largo cabello con una mano. Tenía que estar quemándose dentro de su camisa de mangas largas y sus pantalones vaqueros. Unos minutos más tarde, se puso de pie, vaciló, y luego se sacó la camiseta por sobre su cabeza. Se desabrochó los vaqueros, salió de ellos, y se dirigió hacia mí, vestida sólo con un sujetador negro y ropa interior a juego. —Sólo imagina que estoy en mi traje de baño, ¿de acuerdo? —dijo cuando se unió a mí en el agua. Tenía la cara roja, y apenas podía mirarme. —Claro. —Estaba tan aturdido que apenas podía hablar. Tenía un cuerpo impresionante. Piernas largas, abdomen plano. Una muy linda estantería. Observarla debería haber sido la última cosa en mi mente, pero no lo era. Cualquiera pensaría que sería incapaz de tener una erección, considerando la sed y el hambre que tenía, y cuán seriamente jodida era nuestra situación, pero se equivocaban. Me alejé de ella hasta que estuve bajo control. Estuvimos en el agua durante mucho tiempo y cuando salimos, me dio la espalda y se puso sus ropas. Registramos el árbol del pan pero no había ninguna fruta en el suelo. Anna subió a mis hombros y cuando logré estabilizarla, presionando sobre sus muslos, la imagen de sus piernas desnudas apareció mi mente. Bajó dos frutas de pan. Yo no tenía mucha hambre, lo cual era raro ya que había estado muriendo de hambre. Anna no debió estar hambrienta, tampoco, ya que no se comió la fruta después de haber chupado todo su jugo. Cuando el sol se puso, nos tendimos cerca de la orilla y vimos los murciélagos llenando el cielo. —Mi corazón está latiendo muy rápido —le dije. —Es un signo de deshidratación —explicó Anna. —¿Cuáles son los otros signos? —Pérdida del apetito. No tener que hacer pis. Sequedad en la boca. —Tengo todo eso. —Yo también. —¿Cuánto tiempo podemos estar sin agua? —Tres días. Tal vez menos. Traté de recordar la última vez que había bebido algo. ¿Tal vez en el aeropuerto de Sri Lanka? Lográbamos conseguir un poco en nuestras bocas cuando llovía, pero no sería suficiente para mantenernos vivos. La comprensión de que se nos estaba acabando el tiempo me asustó.

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—¿Qué pasa con el estanque? —Es una mala idea —aseguró. Ninguno de nosotros dijo que lo que estábamos pensando. Si todo se decidía entre el agua del estanque o nada de agua, íbamos a tener que beberla de todos modos. —Van a venir mañana —dijo ella, pero no sonaba como si realmente se lo creyera. —Espero que sí. —Tengo miedo —susurró. —Yo también. —Me di la vuelta sobre mi lado, pero pasó mucho tiempo antes de que me quedara dormido.

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5 Anna Traducido por Mery St. Clair Corregido por tamis11

Día 3

C

uando T.J. y yo despertamos, ambos teníamos dolor de cabeza y náuseas. Comimos algo de pan de fruta, y pensé que podría vomitarlo, pero no lo hice. A pesar de que teníamos muy poca energía, volvimos a la playa y decidimos intentar hacer otra fogata de nuevo. Estaba convencida de que un avión aparecería ese día, y sabía que la fogata era nuestra mejor oportunidad para asegurarnos de ser vistos. —Todo lo que hicimos ayer estuvo mal —dijo T.J.—. Pensé en eso anoche, antes de quedarme dormido, y recuerdo ver un programa de televisión donde el tipo hacía una fogata. Hizo girar dos palillos en lugar de frotarlos. Tengo una idea. Voy a ver si puedo encontrar lo que necesito. Durante su ausencia, reuní todo lo que se podía quemar y que consideré que produciría fuego. El aire era tan húmedo, que la única cosa en la isla que estaba seca era el interior de mi boca. Todo lo que recogía se sentía húmedo, pero finalmente encontré algunas hojas secas debajo de una planta robusta. También saqué los bolsillos de mis pantalones al revés y encontré un poco de pelusa que añadí a la pila en mi mano. T.J. regresó con un palillo y un trozo de madera. —¿Tienes algo de pelusa en tus bolsillos? —le pregunté. Él sacó sus bolsillos de adentro hacia afuera, encontró un poco, y me lo entregó. —Gracias. —Formé la pelusa y las hojas en un pequeño nido. También recogí un poco de leña y junté un montón de hojas húmedas y verdes que podríamos usar para hacer mucho humo. T.J. se sentó y mantuvo el palillo en posición vertical, perpendicular al trozo de madera sobre el cual estaba. —¿Qué estás haciendo? —le pregunté.

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—Trato de encontrar una manera de hacer girar el palo. —Lo estudió durante un minuto—. Creo que el tipo usó una cuerda. Desearía no haberme quitado mis zapatos; habría podido utilizar los cordones. Giró el palo hacia atrás y hacia adelante con una mano, pero no pudo girar lo suficientemente rápido como para obtener algún tipo de fricción. El sudor corría por su rostro. —Esto es jodidamente imposible —dijo, descansando durante unos segundo. Con renovada determinación, usó las dos manos y las frotó juntas, con el palillo en medio de ellas. Giró más rápido, e inmediatamente encontró un ritmo. Después de veinte minutos, el palo giraba y produjo un pequeño montón de humo negro en la base de madera. —Mira eso —dijo T.J., cuando el humo comenzó a subir. Poco después de eso, hubo mucho más humo. El sudor corría hasta sus ojos, pero T.J. no dejó de girar el palo. —Necesito el nido. Me senté a su lado y contuve la respiración, observando mientras él soplaba suavemente en el nido de madera. Usó el palo para excavar cuidadosamente entre la rojilla brasa brillante y transferirla a la pila de hojas secas y pelusa. Tomó el nido y lo sostuvo frente a su boca, soplando suavemente, y las llamas crecieron en sus manos. La dejó caer en el suelo. —Oh, Dios mío —dije—. Lo hiciste. Apilamos pequeños trozos de yesca sobre ella. Creció rápido y de inmediato agotamos toda la leña que había recogido. Nos apresuramos a buscar más, y los dos regresábamos corriendo hacia la fogata cuando un aguacero cayó. En cuestión de segundos, el fuego se convirtió en una pila húmeda de madera carbonizada. Miramos lo que quedó de la fogata. Quería llorar. T.J. se arrodilló en la arena. Me senté junto a él, y levantamos nuestras cabezas para atrapar las gotas de lluvia en la boca. Llovió durante mucho tiempo y por lo menos algo de lluvia bajo por mi garganta, pero todo lo que podía pensar era en agua humedeciendo la arena que nos rodeaba. No sabía que decirle. Cuando dejó de llover, nos acostamos bajo la palmera, sin hablar. No podíamos hacer otra fogata de inmediato, porque todo estaba muy mojado, así que dormimos, letárgicos y deprimidos. Cuando nos despertamos por la tarde, ninguno de los dos quiso pan de fruta. T.J. no tenía la energía suficiente para hacer otro fuego, y sin algún tipo de refugio, no seríamos capaz de mantenerla llama viva, de todas formas. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y mis miembros estaban entumecidos. Había dejado de sudar.

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Cuando T.J. se levantó y se marchó, lo seguí. Sabía a dónde iba, pero no pudo detenerlo. Quería ir allí, también. Cuando llegamos a la laguna, me arrodillé a la orilla del agua, recogí un poco en mi mano y la llevé a mi boca. Tenía un sabor horrible, caliente y ligeramente salobre, pero inmediatamente quise más. T.J. se arrodilló a mi lado y bebió directamente de la laguna. Una vez que empezamos, ninguno pudo parar. Después de beber todo lo que pudimos, colapsamos en el suelo, y pensé que podría vomitar, pero me contuve. Los moscos me invadieron, y los aparté de mi rostro. Regresamos a la playa. Era casi de noche cuando nos recostamos uno cerca del otro en la arena, con nuestras cabezas sobre los chalecos salvavidas. Pensé que todo estaría bien. Habíamos comprado algo de tiempo. Vendrían a buscarnos seguramente mañana. —Lamento lo del fuego, T.J. lo intentaste mucho, e hiciste un gran trabajo. Yo nunca podría ser capaz de hacerlo. —Gracias, Anna. Nos quedamos dormidos, pero me desperté un poco más tarde. El cielo estaba negro, y pensé que probablemente era media noche. Me estómago gruñó. Lo ignoré y rodé sobre un costado. Otro calambre me golpeó, esta vez más intenso. Me senté y gemí. El sudor cubría mi frente. T.J. despertó. —¿Qué pasa? —Me duele el estómago. —Recé para que los calambres se detuvieran, pero sólo empeoraron, y sabía lo que iba a suceder—. No me sigas —dije. Me adentré en el bosque, y apenas logré bajar mis vaqueros y ropa interior antes de que mi cuerpo purgara todo lo que contenía. Cuando ya no quedó nada, me retorcí en el suelo, los calambres continuaron viniendo en olas, una tras otra. Empapada de sudor, el dolor bajaba desde mi estómago hasta cada pierna. Por mucho tiempo, me quedé quieta, con miedo de que el más mínimo movimiento pudiera causarme más miseria. Los mosquitos zumbaban alrededor de mi rostro. Entonces, vinieron las ratas. Dondequiera que miraba, pares de brillantes ojos se escondían en la oscuridad. Uno pasó por encima de mi pie, y grité. Me tambaleé sobre mis pies y tiré de mis vaqueros y ropa interior, pero el movimiento provocó un intenso dolor, y me dejé caer de nuevo. Pensé que podría estar muriéndome, que toda esa agua contaminada de la laguna que bebí no me haría sobrevivir. Permanecí allí después de eso. Exhausta y débil, sin idea de dónde se encontraba T.J., me dormí. Un zumbido me despertó. Mosquitos. Pero el sol estaba arriba y la mayoría de los insectos, y de las ratas se habían ido. Me esforcé por

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levantar mi cabeza mientras me recostaba de costado con mis rodillas levantadas contra mi pecho. Eso parecía ser el sonido de un avión. Solté mis rodillas para levantarme y arrastrarme hacia la playa, gritándole a T.J. mientras mis pies caminaban más rápido, tratando con cada gramo de mis fuerzas levantar los brazos por encima de mi cabeza y moverlos de un lado a otro. No podía ver el avión, pero podía escucharlo, el sonido desvaneciéndose cada vez más. Están buscándonos. Darán la vuelta en cualquier momento. El sonido del avión se hizo más débil hasta que no puedo escucharlo más. Mis piernas se doblaron, y caí sobre la arena y lloré hasta que hiperventilée. Me recosté de lado, mis sollozos disminuyendo, la mirada fija en las nubes. No tenía idea de cuánto tiempo pasó, pero cuando aparté la mirada, T.J. estaba recostado a mi lado. —Era un avión —dije. —Lo escuché. Pero no podía moverme. —Regresarán. Pero no lo hicieron. Lloré mucho ese día. T.J. estuvo en silencio. Mantuvo sus ojos cerrados, y no estaba segura de sí dormía o simplemente estaba muy débil como para hablar. No hicimos otra fogata o un intento de comer más pan de fruta. Ninguno de los dos se movió debajo de la palmera, excepto cuando llovió. No quería estar cerca del bosque cuando la oscuridad cayera, así que nos movimos de regreso a la playa. Mientras me recostaba junto a T.J. hubo solo una cosa de la que estuve segura. Si otro avión no venía, o si no encontrábamos una manera de recoger agua, T.J. y yo moriríamos. Dormí a ratos durante toda la noche, y cuando por fin caí en un sueño profundo, me desperté gritando porque soñé que una rata se comía mi pie.

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6 T.J. Traducido por Panchys Corregido por tamis11

Día 4

C

uando salió el sol, apenas podía levantar la cabeza de la arena. Dos cojines de los asientos del avión habían flotado durante la noche y algo azul junto a ellos llamó mi atención. Rodeé hacia Anna y la sacudí para despertarla. Me miró con los ojos hundidos, sus labios resecos y sangrando. —¿Qué es eso? —Señalé la cosa azul, pero el esfuerzo requerido para mantener mi mano alzada era demasiado, y dejé caer mi brazo de vuelta a la arena. —¿Dónde? —Allá. Por los cojines de los asientos. —No lo sé —dijo. Levanté mi cabeza y protegí mis ojos del sol. Lucía familiar y de repente me di cuenta de lo que era. —Esa es mi mochila. Anna esa es mi mochila. Me puse de pie con las piernas temblorosas, caminé hacia la orilla y la agarré. Cuando regresé, me arrodillé junto a Anna, abrí mi mochila y saque la botella de agua que ella me había dado en el Aeropuerto de Malé. Se sentó. —Oh Dios mio. Torcí la tapa para abrirla y nos pasamos la botella de ida y vuelta, siendo cuidadosos de no beber muy rápido. Contenía casi un litro, y lo bebimos todo, pero apenas tomó el borde de mi sed. Anna alzó la botella vacía. —Si usamos una hoja como embudo podemos colectar el agua de la lluvia en esto. Temblorosos y débiles, caminamos al árbol del pan y arrancamos una gran hoja de una de las ramas más bajas. Anna la rasgó hasta que fue del tamaño adecuado y la metió en la boca de la botella vacía, haciendo la abertura tan ancha como era posible. Había cuatro panas en el suelo, y las

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llevamos de vuelta a la orilla y las comimos todas. Saqué todo de mi mochila. La gorra de beisbol de Los Cachorros de Chicago estaba empapada, pero me la puse de todas formas. Había también una sudadera gris con capucha, dos camisetas, dos pares de pantalones deportivos, vaqueros, ropa interior y calcetines, un cepillo de dientes y pasta dental, y mi reproductor de CD. Agarré el cepillo y la pasta. El interior de mi boca sabía a algo que ni siquiera podía comenzar a describir. Removí la tapa de la pasta, derramé un poco sobre mi cepillo, y se lo tendí a Anna. —Puedes compartir mi cepillo si no te importa. Ella sonrió. —No me importa, T.J. Pero ve tú primero. Es tuyo. Cepillé mis dientes y luego enjuagué el cepillo en el océano y se lo entregué a ella. Derramó más pasta en él, y cepilló sus dientes. Cuando hubo terminado, lo enjuagó y me lo devolvió. —Gracias. Esperamos a que lloviera y cuando lo hizo en horas de la tarde, vimos la botella llenarse de agua. Se la tendí a Anna y bebió la mitad y me la devolvió. Después de que terminamos pusimos la hoja de regreso y la lluvia la llenó de nuevo. Anna y yo bebimos eso también. Necesitábamos más, mucho más probablemente, pero comencé a pensar que quizás no moriríamos después de todo. Teníamos una forma de recolectar agua, teníamos las panas, y sabíamos que podíamos hacer fuego. Ahora necesitábamos un refugio, porque sin uno, nuestro fuego nunca se quedaría encendido. Anna quería construir el refugio en la playa porque las ratas la enloquecían. Rompimos dos ramas con forma de Y y las llevamos a la arena, poniendo el palo más largo que encontramos entre ellas. Hicimos una mierda de cobertizo al apoyar más ramas a cada lado. Las panas dejaron alineado el suelo excepto por un pequeño círculo donde construíamos nuestro fuego. Anna recogió piedras para ponerlas en forma de anillo alrededor. Estaría lleno de humo adentro, pero eso quizás mantendría alejado a los mosquitos. Decidimos esperar hasta la mañana para hacer otro fuego. Ahora que teníamos refugio, podríamos recolectar leña y almacenarla adentro del cobertizo, para que pudiera secarse. Llovió de nuevo y llenamos nuestra botella tres veces; nunca había probado algo tan bueno en toda mi vida. Cuando el sol se levantó, llevamos los cojines, los chalecos salvavidas y mi mochila dentro del cobertizo. —Buenas noches T.J. —dijo Anna, descansando la cabeza en uno de los cojines, la pila de fuego entre nosotros. —Buenas noches Anna.

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7 Anna Traducido por munieca Corregido por Escritora Solitaria

Día 5

A

brí los ojos. La luz del sol se filtraba entre las rendijas de la choza. La presión sobre mi vejiga —algo que no había sentido en mucho tiempo— me confundió por un segundo, y luego

sonreí.

Tenía que ir al baño. Salí de la choza sin despertar a T.J. y entré en el bosque. Me puse en cuclillas detrás de un árbol, arrugando la nariz ante el olor a amoníaco proveniente de mi pis. Cuando me subí mis pantalones, me encogí ante la humedad entre las piernas. T.J. estaba despierto y de pie junto a la choza, cuando volví. —¿Dónde estabas? —preguntó. Sonreí y dije—: Haciendo pis. Me chocó los cinco. —Tengo que ir, también. Cuando volvió, fuimos al árbol del pan y recogimos tres tendidos en el suelo. Nos sentamos y tomamos nuestro desayuno. —Déjame ver tu cabeza. —dijo T.J. Me incliné y T.J. peinó a través de mi cabello con sus dedos hasta que encontró el corte. —Está mejor. Probablemente debería haber tenido puntos de sutura, sin embargo. No puedo ver nada de sangre seca, pero tu pelo es tan oscuro que es difícil de decir. —Señaló mi mejilla—. Los moretones se van desvaneciendo. Ese se está volviendo amarillo. La apariencia de T.J. había mejorado, también. Sus ojos ya no estaban cerrados por la hinchazón, y sus cortes fueron sanando bien. Le había ido mejor que mí gracias a su cinturón de seguridad. Su rostro —

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muy guapo, aunque aún muy juvenil— no tendría cicatrices permanentes del accidente de avión. No sé si podría decir lo mismo, pero no preocuparía por eso hasta el momento. Después del desayuno, T.J. hizo otro fuego. —Bastante impresionante, chico de ciudad —le dije, apretando su hombro. Sonrió, agregando pequeños trozos de leña y persuadiendo a las llamas más altas, claramente orgulloso de sí mismo. Se secó el sudor de los ojos y dijo—: Gracias. —Déjame ver tus manos. Me las ofreció, las palmas hacia arriba. Ampollas cubrían la piel en carne viva, callosa, y dio un respingo cuando las toqué. —Eso tiene que doler. —Lo hace —admitió. El fuego llenó de humo el refugio, pero no se apagaría cuando llovía. Si escuchabámos un avión, podríamos liquidarlo y tirar hojas verdes en el fuego para crear humo. Nunca había pasado tanto tiempo sin una ducha, y olía fatal. —Voy a tratar de limpiarme —le dije—. Tienes que quedarte aquí, ¿de acuerdo? Asintió con la cabeza y me dio una camiseta de manga corta de su mochila. —¿Quieres usar esto en lugar de tu camiseta manga larga? —Sí. Gracias. —La camiseta me quedaría como un vestido, pero no me importaba. —Te daría unos pantalones cortos, pero sé que son demasiado grandes. —Está bien —le dije—. La camiseta realmente ayudará. Caminé a lo largo de la costa, parando para quitarme la ropa sólo cuando ya no podía ver a T.J. o la choza. Escruté el cielo azul, sin nubes. Ahora sería un momento excelente para que un avión volase por encima. Seguramente, alguien se daría cuenta de una mujer desnuda en la playa. Me metí en la laguna, y los peces se dispersaron. La quemadura de sol en mis manos y pies se había desvanecido en un bronceado oscuro, que contrastaba con los brazos y las piernas blancas. Mi cabello colgaba de mis omóplatos, en un nido de ratas de enredos.

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Me lavé el cuerpo con mis manos, y luego recuperé mi ropa de la orilla enjuagándolas en el océano. Me peiné con los dedos y deseé un sujetador para una coleta. Un poco más limpia cuando salí del agua, me puse mi ropa interior mojada y el sujetador, y tiré de la camiseta de T.J. por encima de mi cabeza. Llegaba hasta la mitad del muslo, así que no me moleste con mis jeans. —Sé que no estoy usando pantalones —expliqué cuando regresé a la choza—. Pero estoy caliente, y quiero dejar que se sequen. —No es gran cosa, Anna. —Me gustaría que tuviéramos algo con qué pescar. Hay un montón de peces en la laguna —Se me hizo agua la boca y mi estómago gruñó. —Podríamos tratar de atraparlos con una lanza. Después de asearme, podemos buscar unos palos largos. Nuestro suministro de leña es bajo, también. T.J. volvió a la choza cinco minutos más tarde, con el pelo mojado, usando ropa limpia. Sus brazos estaban envueltos alrededor de algo grande y voluminoso. —Mira lo que encontré en el agua. —¿Qué es? Puso el objeto en el suelo y lo hizo girar para que pudiera leer la escritura en el lateral. —Esa es la balsa salvavidas del avión —Me arrodillé a su lado—. Recuerdo haberla visto cuando estaba en busca de los chalecos salvavidas. Abrimos el contenedor y sacamos la balsa. Abrí la bolsa a prueba de agua adjunta y saqué una hoja de papel que enumeraba el contenido. Lo leí en voz alta—: La balsa con toldo se encuentra dentro de la caja de accesorios, cuenta con dos puertas desplegables y un colector de agua de lluvia en la parte superior del panel del techo. Paquetes especiales están disponibles, incluidas radiobalizas y localizadores de emergencia. Mis esperanzas se dispararon. —T.J. ¿dónde está la caja de accesorios? T.J. miró en el contenedor y sacó otra bolsa impermeable. Me temblaban las manos mientras rompía el plástico, y tan pronto como hice un agujero lo suficientemente grande, di vuelta al revés y boté todo objeto sobre la arena. Revolvimos en ellos, las manos chocando unas con otras mientras examinamos cada elemento. No encontramos nada que conduciera al rescate.

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No localizador de emergencia. Sin señal de radio, teléfono satelital, o transmisor. Mis esperanzas se desplomaron. —Supongo que pensaron que el paquete especial era una mejora innecesaria. T.J. meneó la cabeza lentamente. Pensé en lo que podría haber ocurrido si hubiéramos encontrado un localizador de emergencia. ¿Sólo lo enciendes y esperas a que vengan a por ti? Lágrimas llenaron mis ojos. Parpadeándolas de vuelta, empecé a inventariar el contenido del estuche de accesorios: cuchillo, botiquín de primeros auxilios, lona, dos mantas, cuerdas y dos envases de plástico plegable de dos kilos. Abrí el botiquín de primeros auxilios: Tylenol, Benadryl, ungüento antibiótico, crema de cortisona, curitas, toallitas con alcohol e Imodium. —Déjame ver tus manos —le dije a T.J. Las ofreció, y le puse una pomada antibiótica y curitas en sus ampollas. —Gracias. Cogí la botella de Benadryl. —Esto puede salvar tu vida. —¿Cómo? —Va a detener una reacción alérgica. —¿Qué pasa con eso? —preguntó T.J. señalando una botella blanca. Me miró y miré hacia otro lado. —Eso es Imodium. Es un antidiarreico. Soltó un bufido cuando oyó eso. La balsa salvavidas se inflaba con una lata de dióxido de carbono. Cuando pulsamos el botón, se llenó de gas tan rápidamente que tuvimos que saltar fuera del camino. Unimos el techo del toldo y el colector de agua de lluvia. La balsa salvavidas se parecía a una de las casas de brincos en las que mi sobrina y sobrino amaban saltar, aunque no tan alta. —Esto debería contener cerca de diez litros de agua —le dije, señalando el colector de agua. Tenía sed otra vez, esperaba que la lluvia de la tarde llegara temprano. Solapas de nylon colgaban a los lados y se unían a la balsa salvavidas con velcro. Dejándolas abiertas durante el día permitiría la luz y el aire en su interior.

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Las puertas de malla desplegables proporcionaban una pequeña abertura. Empujamos la balsa salvavidas al lado de la choza y pusimos más leña al fuego antes de caminar hacia el árbol de coco. T.J. cortó la cáscara de un coco. Él abrió el coco metiendo la hoja del cuchillo, y golpeando el mango con el puño. Yo cogí el agua que se derramó en uno de los recipientes de plástico. —Pensé que iba a ser más dulce. —dijo T.J. después de que él tomó un trago. —Yo también —. Sabía un poco amargo, pero no estaba mal. T.J. raspó la carne con el cuchillo. Muerta de hambre, quería comer todos los cocos del suelo. Compartimos cinco antes de que mi ansia de hambre se disipara. T.J. tuvo uno más, y me pregunté cuánta comida tomaba llenar un muchacho de dieciséis años. La lluvia llegó una hora más tarde. T.J. y yo nos empapamos, sonriendo y aplaudiendo, viendo los diferentes contenedores llenarse hasta el tope. Agradecida por la gran abundancia, bebí hasta que no pude aguantar más, el agua se agitó en mi estómago cuando me moví. Al cabo de una hora, los dos orinamos otra vez. Celebramos comiendo otro coco y dos frutas de pan. —Me gusta el coco más que la fruta de pan. —Le dije. —A mí también. Aunque ahora que tenemos un fuego, tal vez podemos asarlo y ver si tiene mejor sabor. Reunimos más leña y encontramos unos palos largos para pescar con arpón. Tiramos la lona en la parte superior de la choza y la atamos con la cuerda para mayor protección de la lluvia. T.J. talló cinco marcas de conteo en el tronco de un árbol. Ninguno de los dos mencionó otro modelo. A la hora de dormir, elevamos el fuego tan alto como pudimos sin quemar la choza. T.J. se metió en la balsa salvavidas. Fui tras él, con la camiseta que me había dado por un camisón. Cerré la puerta deslizándola hacia abajo detrás de mí, por lo menos tendríamos cierta protección contra los mosquitos. Bajamos las solapas de nylon y las unimos con los cierres de velcro. Separé las mantas y puse los cojines de asiento abajo como almohadas. Las mantas eran ásperas pero nos mantendrían caliente cuando el sol se pusiera y bajara la temperatura. Los cojines de los asientos eran delgados y olían a moho, pero era lujosamente cómodo comparado a dormir en el suelo. —Esto es impresionante —dijo T.J.

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—Lo sé. Un poco más pequeña que una cama doble, compartiendo el bote salvavidas con T.J. dejaría sólo unos centímetros entre nosotros. Yo estaba demasiado cansada para preocuparme. —Buenas noches, T.J. —Buenas noches, Anna. —Ya sonaba soñoliento, y rodó sobre su costado y se desmayó. Segundos más tarde, yo también lo hice. Me desperté en medio de la noche para controlar el fuego. Sólo quedaban brasas, por lo que añadí más leña y hurgué con un palo, enviando chispas en el aire. Cuando el fuego ardió fuerte otra vez, volví a la cama. T.J. despertó cuando me acosté a su lado. —¿Qué pasa? —preguntó. —Nada. Puse más leña al fuego. Vuelve a dormir. Cerré los ojos, y nos dormimos hasta que salió el sol.

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8 T.J. Traducido por Annabelle Corregido por Escritora Solitaria

M

e desperté con una erección.

Normalmente lo hacía, pero no era como si tuviese algún control en el asunto. Ahora que no estábamos casi muertos, mi cuerpo debió haber decidido que ya si podía sentir lo que quisiera. Dormir tan cerca de una chica, especialmente una como Anna, básicamente garantizaba que me despertaría con una erección. Ella, todavía dormida, se encontraba acostada de lado con el rostro hacia mí. Las cortadas en su cara comenzaban a curarse, y por suerte para ella, ninguna parecía lo suficientemente profunda como para dejar una cicatriz. En algún momento durante la noche, ella había pateado la sábana, y ahora podía ver muy bien sus piernas, lo cual era lo peor que podía hacer, considerando lo que ocurría en mis calzoncillos. Si ella llegaba a abrir sus ojos, podría atraparme mirándola fijamente, así que salí del pequeño refugio y pensé en geometría hasta que mi erección se esfumara. Anna se despertó diez minutos después. Comimos coco y fruta de pan como desayuno, y luego me cepillé los dientes, enjuagándome con agua de lluvia. —Ten —dije, tendiéndole el cepillo y la crema de dientes. —Gracias. —Colocó un poco de crema y se cepilló los dientes. —Quizá hoy pase otro avión —dije. —Tal vez —dijo Anna. Pero no me miró al decirlo. —Quiero explorar un poco más por ahí. Para ver qué otra cosa hay en esta isla. —Debemos ser cuidadosos —dijo—, no tenemos zapatos. Le di un par de mis medias para que sus pies no estuviesen completamente descalzos. Me escondí detrás del refugio y me cambié a mis

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vaqueros para protegerme las piernas de los moquitos, y comenzamos a adentrarnos por el bosque. El aire húmedo se pegaba a mi piel. Caminé por medio de un enjambre de mosquitos, manteniendo la boca cerrada y espantándolos con mis manos. Nos adentramos mucho más en la selva y el olor a plantas en descomposición se hizo cada vez más fuerte. Las hojas encima de nuestras cabezas bloqueaban casi toda la luz del sol, y lo único que se escuchaba eran las ramas quebrándose y nuestra respiración cuando inhalábamos el pesado aire. El sudor cubría toda mi ropa. Continuamos nuestro camino en silencio, y me pregunté cuanto tiempo nos tomaría despejar todos los árboles y salir al otro lado. Logramos llegar unos quince minutos después. Anna caminaba lentamente detrás de mí, así fui yo quien lo vio primero. Me detuve de repente, me giré y le hice señas para que se apresurara. Logró alcanzarme y murmuró—: ¿Qué es eso? —No lo sé. A unos quince metros se encontraba una pequeña casita de madera que apenas era del tamaño de una casa movible. Quizá alguien más vivía en la isla. Alguien que no se había molestado en presentarse. Caminamos cautelosamente hacia ella. La puerta de enfrente se encontraba abierta, así que dimos un vistazo hacia adentro. —¿Hola? —dijo Anna. Nadie contestó, así que entramos por el umbral hacia el piso de madera. Había otra puerta en el otro lado de la habitación sin ventanas, pero estaba cerrada. Tampoco había ningún mueble. Con mi pie toqué una pila de sábanas en la esquina, y saltamos cuando un grupo de insectos comenzaron a dispersarse. Cuando mis ojos se ajustaron a la poca luz, noté una caja de herramientas grande y de metal en el piso. Me incliné y la abrí. Adentro se encontraban un martillo, varios paquetes de clavos y tornillos, una cinta métrica, alicates y una sierra manual. Anna encontró algo de ropa. Recogió una de las camisas y la manga se le desprendió. —Pensé que tal vez podríamos usar eso, pero, olvídalo —dijo, haciendo una mueca. Abrí la puerta de otra habitación, y entramos lentamente. Por todo el piso había bolsas vacías de papas fritas y envolturas de barras de chocolate. También había un envase de plástico con tapa junto a ellos. Lo recogí y miré adentro. Vacío. Quienquiera que vivió aquí, probablemente lo utilizó para recolectar agua. Quizá si hubiésemos explorado la isla un poco más, y hubiésemos caminado más lejos y encontrado la choza antes, no

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habríamos tenido que beber del agua estancada. Quizá habríamos estado en la playa cuando el avión voló por encima. Anna miró el contenedor en mi mano. Debió haber hecho la misma conexión, ya que dijo—: Lo hecho, hecho está, T.J. Ahora no hay nada que podamos hacer al respecto. En el suelo había un saco de dormir arrugado y lleno de moho. En la esquina, también había un estuche negro apoyado contra la pared. Desabroché los cierres y levanté la tapa. Dentro había una guitarra acústica en buenas condiciones. —Eso no me lo esperaba —dijo Anna. —¿Crees que alguien vivió aquí? —Parece que sí. —¿Qué estaban haciendo? —¿Además de canalizar a Jimmy Buffet2? —Anna sacudió la cabeza—. No tengo idea. Pero quien sea que haya sido, no ha estado en casa por un tiempo. —Ésta no es madera chatarra —dije—. Fue cortado en un aserradero. No sé cómo logró traerla hasta aquí, pero éste tipo iba en serio. Entonces, ¿a dónde se fue? —T.J. —dijo Anna, con los ojos abiertos en sorpresa—, quizá regrese. —Eso espero. Coloqué la guitarra en el estuche y se lo tendí. Recogí la caja de herramientas, y volvimos a hacer nuestro camino de vuelta a la playa. A la hora del almuerzo, Anna rostizó fruta de pan en una roca plana al lado de la fogata, mientras yo partía algunos cocos. Nos comimos todo —en mi opinión, la fruta de pan aún no sabía a pan— y lo pasamos con agua de coco. El calor de la fogata más una temperatura que debía estar cerca de los noventa, hacían difícil estar sentados dentro del refugio por mucho tiempo. El sudor corría por el rostro de Anna, y su cabello se le pegaba al cuello. —¿Quieres ir al agua? —Me arrepentí de mis palabras en el momento en que las dije. Probablemente sólo pensaba que quería que se desnudara frente a mí de nuevo. Vaciló, pero dijo—: Sí. Me estoy asando.

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Es un cantante, compositor, productor cinematográfico, empresario, actor y autor americano. Es más conocido por su música, la cual a menudo representa el estilo de vida de “escapadas a islas desiertas”.

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Fuimos caminando por la orilla. No me había cambiado de nuevo a mis shorts, así que me quité las medias, la camisa, y salí de los vaqueros. Debajo tenía unos bóxers grises. —Haz como si fuera mi bañador —dije. Miró mi ropa interior y sonrió. —De acuerdo. La esperé en la parte baja, intentando no mirarla mientras se quitaba la ropa. Sí ella tenía el valor de desvestirse frente a mí, no iba a actuar como un idiota sobre el asunto. Aunque mi erección volvió, y esperaba que no lo notara. Nadamos por un rato, y cuando salimos del agua, nos vestimos y sentamos en la arena. Anna miró fijamente hacia el cielo. —Estaba muy segura de que ese avión volvería a pasar —dijo. Cuando regresamos al refugio, le coloqué algo más de leña a la fogata. Anna tomó una de las sábanas de la balsa salvavidas, la extendió en la arena, y se sentó. Tomé la guitarra y me senté junto a ella. —¿Tocas? —preguntó. —No. Bueno, uno de mis amigos me enseñó parte de una canción. — Tiré de las cuerdas y comencé a tocar las primeras notas de “Wish You Were Here.” Anna sonrió. —Pink Floyd. —¿Te gustan los Pink Floyd? Asintió. —Me encanta esa canción. —¿En serio? Es genial. Nunca se me hubiera ocurrido eso. —¿Por qué? ¿Qué tipo de música crees que escucho? —No lo sé, algo cómo, ¿Mariah Carey? —No, me gusta lo otro. —Se encogió de hombros—. ¿Qué puedo decir? Nací en el ’71. Calculé su edad. —¿Tienes treinta? —Sí. —Creí que tenías veinticuatro o veinticinco. —No. —No pareces de treinta. Sacudió la cabeza y se rió ligeramente. —No estoy muy segura si eso es algo bueno o algo malo. —Sólo me refiero a que es muy fácil hablar contigo.

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Me sonrió. Tiré de las cuerdas un poco más, tocando las mismas notas de Pink Floyd, pero tuve que parar porque las manos me dolían por hacer la fogata. —Si tuviésemos algo que pudiéramos usar como anzuelo, podría convertir esto en una caña de pescar —dije—. Una cuerda de la guitarra podría hacer una línea bastante decente. —Pensé en usar un clavo de la caja de herramientas, pero los peces no eran muy grandes, y necesitaba algo más pequeño y liviano. Más tarde, cuando nos fuimos a la cama, ella dijo—: Espero que esa fiesta por la que te quedaste más tiempo haya valido la pena. —No fue una fiesta. Sólo les dije eso a mis padres. —¿Qué fue? —Los padres de Ben no estaban en la ciudad. Su primo justo había salido de la universidad para el verano, y se suponía que iba a venir con su novia. Iba a traer dos de sus amigas. Ben se convenció a si mismo de que podría conquistar a una de ellas. Le aposté veinte dólares a que no podría hacerlo. —No le dije a Anna que yo también tenía planeado intentarlo. —¿Lo logró? —Nunca aparecieron. En vez de eso nos quedamos allí toda la noche, bebiendo cerveza y jugando videojuegos. Dos días después me monté en el avión contigo. —Guau, T.J. Lo lamento —dijo. —Sí. —Esperé un minuto y luego pregunté—: ¿Quién era ese hombre en el aeropuerto? —Mi novio, John. Recordé el beso que le había dado. Parecía como si intentaba encajarle su lengua en la garganta. —Debes extrañarlo. No respondió de inmediato, pero finalmente, dijo—: No tanto como probablemente debería. —¿Qué significa eso? —Nada. Es complicado. Mi giré de lado y coloqué mi cojín del asiento debajo de mi cabeza. —¿Por qué crees que ese avión no regresó, Anna? —No lo sé —dijo. Pero me dio la impresión de que si lo sabía. —Creen que estamos muertos, ¿cierto? —Espero que no —dijo—. Porque si lo piensan, entonces dejarán de buscarnos.

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9 Anna Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Escritora solitaria

A

la mañana siguiente, T.J. usó el cuchillo para cortar los extremos de dos palos largos en puntos fuertes. —¿Lista para arponear algunos peces? —preguntó.

—Definitivamente. Cuando llegamos a la orilla, T.J. se arrodilló y recogió algo. —Esto tiene que ser tuyo —dijo, dándome una zapatilla de bailarina azul oscuro. —Así es. —Miré en el agua—. Tal vez la otra estará empapada. Nos metimos en la laguna, que me llegaba a la cadera. El calor no era tan intolerable en la mañana, así que me puse una camiseta de T.J., en lugar de sólo mi sujetador y ropa interior. El dobladillo saturado de agua como una esponja se aferraba a mis muslos. Habíamos intentado, sin éxito, durante más de una hora arponear un pez. Pequeños y rápidos, se dispersaban en cuanto hacíamos algún tipo de movimiento. —¿Crees que tendríamos mejor suerte un poco más lejos? —le pregunté. —No lo sé. Los peces son, probablemente, más grandes, pero podría ser más difícil de usar la lanza. Me di cuenta de algo, entonces, flotando en el agua. —¿Qué es eso, T.J.? —Protegí mis ojos con la mano. —¿Dónde? —Ahí en frente. ¿Ves lo que sube y baja? —Señalé con el dedo. T.J. entrecerró los ojos en la distancia. —Oh, mierda. Anna, no veas. Demasiado tarde. Justo antes de que me dijera que no mirase, lo descubrí. Dejé caer mi lanza y vomité en el agua. —Va a ser arrastrado, así que vamos a volver a la orilla —dijo T.J.

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Lo seguí fuera del agua. Cuando llegamos a la arena vomité otra vez. —¿Ya está aquí? —le pregunté, limpiándome la boca con el dorso de mi mano. —Casi. —¿Qué vamos a hacer? La voz de T.J. sonaba temblorosa e insegura. —Vamos a tener que enterrarlo en alguna parte. Nos vendría bien una de las mantas, a menos que no quieras. Por mucho que odiaba renunciar a una de nuestras pocas pertenencias, envolverlo en una manta parecía lo respetuoso para hacer. Y si era honesta conmigo misma, sabía que no había manera de que pudiera tocar su cuerpo con mis manos desnudas. —Iré por ella —le dije, agradecida por una excusa para no estar allí cuando lo arrastrara. Cuando regresé con la manta, se la entregué a T.J., y rodamos el cuerpo en ella, empujando con los pies. El olor de la descomposición, la carne anegada llenó mi nariz, y escondí y hundí la cara en el hueco de mi codo. —No lo podemos enterrar en la playa —le dije. T.J. sacudió la cabeza. —No. Elegimos un lugar debajo de un árbol, lejos del cobertizo, y empezamos a cavar en la tierra blanda con las manos. —¿Es lo suficientemente grande? —preguntó T.J. bajando la mirada al agujero. —Creo que sí. No necesitábamos una tumba grande porque los tiburones habían comido las piernas de Mick y parte de su torso. Y un brazo. Otra cosa en la que habían estado trabajando era su cara, hinchada y blanca. Recortes de la camiseta desteñida que había estado usando colgaban de su cuello. T.J. esperó mientras yo tenía arcadas, y luego agarré uno de los bordes de la manta y le ayudé a arrastrar a Mick a la tumba y bajarlo en el agujero. Lo cubrimos con tierra y nos levantamos. Lágrimas silenciosas rodaron por mi cara. —Él ya estaba muerto cuando caímos al agua —dije con firmeza, como un comunicado. —Sí —estuvo de acuerdo T.J. Empezó a llover, así que volvimos a la balsa salvavidas y nos metimos dentro. El pabellón nos mantuvo secos, pero me estremecí. Tiré

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de la manta sobre nosotros —la que ahora estaríamos compartiendo— y dormimos. Cuando nos despertamos, T.J. y yo reunimos fruta de pan y coco. Ninguno de los dos dijo mucho. —Aquí. —T.J. me entregó un trozo de coco. Le aparté la mano. —No, no puedo. Tú cómelo. —Mi estómago estaba revuelto. Nunca sacaría la imagen de Mick fuera de mi cabeza. —¿Tu estómago está todavía revuelto? —Sí. —Prueba un poco de agua de coco —dijo, pasándomelo. Levanté el envase de plástico a mis labios y bebí un trago. —¿Eso descendió bien? Asentí con la cabeza. —Tal vez me quede sólo con esto por un rato. —Voy a buscar un poco de leña. —Está bien. Sólo se había ido unos minutos, cuando sentí el chorro. Oh, Dios mío, no. Con la esperanza de una falsa alarma, entré en la dirección opuesta a donde T.J. se había ido y tiré de mis pantalones abajo. Allí, en la entrepierna de algodón blanco de mi ropa interior era la prueba de que acababa de llegar mi período. Me apresuré hacia algo en lo que apoyarme y agarré una camiseta manga larga. De vuelta en el bosque, arranque una tira, hice una bola, y la metí en mi ropa interior. Necesito que este día miserable se termine. Cuando se puso el sol, los mosquitos hacían un festín con mis brazos. —Debiste de haber decidido que estar más fría valía más que unas cuantas picaduras —dijo T.J. cuando me vio espantándolos con mi mano. Se había puesto la sudadera y unos vaqueros tan pronto como los bichos salieron. Pensé en mi camisa de manga larga, escondida debajo de un arbusto al que sólo esperaba ser capaz de encontrar de nuevo. —Sí, algo así.

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10 T.J. Traducido por Marie.Ang Christensen Corregido por Vane-1095

N

o comimos nada más que coco y fruta de pan por los siguientes ocho días y nuestras ropas acabaron colgándonos. El estómago de Anna gruñía mientras dormía, y yo tenía un constante dolor en el mío. Dudaba que los equipos de rescate aún estuvieran buscándonos, y un hoyo, una sensación de vacío, que no tenía nada que ver con el hambre, se unía al dolor en mis entrañas cada vez que pensaba en mi familia y amigos. Pensé que impresionaría a Anna si podía pescar un pez. Me las arreglé para apuñalarme a mí mismo el pie en su lugar, lo cual duele como el infierno, pero no le dejé saber eso. —Quiero poner una pomada antibiótica en él —dijo Anna. Untó suavemente pomada en la herida y la cubrió con una curita. Dijo que la humedad de la isla era perfecta para los gérmenes y el pensar que uno de nosotros obtuviera una infección la asustaba como la mierda—. Tendrás que permanecer fuera del agua hasta que sanes, T.J. Quiero mantenerte seco. Genial. Nada de pescar y nada de nadar. Los días pasaron lentamente. Anna se tranquilizó. Durmió más, y la pillé secándose los ojos cuando regresé de recolectar leña o explorar la isla. La encontré sentada en la playa un día, mirando el cielo. —Es más fácil si dejas de pensar que van a volver —dije. Me miró. —¿Así que sólo debo esperar a que un avión vuele al azar sobre mi cabeza algún día? —No lo sé, Anna. —Me senté a su lado. —Podemos salir en una balsa salvavidas —dije—, cargarla con comida y usar los recipientes de plástico para recolectar agua de lluvia. Sólo comienza a remar. —¿Qué pasa si nos quedamos sin comida o algo le sucede a la balsa? Eso sería suicidio, T.J. Obviamente no estamos en la trayectoria de vuelo de cualquiera de las islas inhabitadas, y no hay garantía de que un

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avión volará por aquí. Estas islas se extienden por miles de kilómetros de agua. No puedo estar en el mar. No después de ver a Mick. Me siento a salvo aquí, en tierra. Y sé que no van a volver, pero el decirlo en voz alta me parecería que me di por vencida. —Yo me sentía de esa manera, pero ya no más. Anna me estudió. —Eres muy adaptable. Asentí con la cabeza. —Vivimos aquí ahora.

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11 Anna Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por LadyPandora

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.J. gritó mi nombre. Estaba sentada al lado del cobertizo, con la mirada perdida en el espacio. Corrió hacia mí, arrastrando una maleta tras él.

—Anna, ¿es tuya? Me puse de pie y corrí a su encuentro a mitad de camino. —¡Sí! Por favor, deja que sea la correcta. Me tiré en la arena en frente de la maleta y tiré de la cremallera, entonces abrí la tapa y sonreí. Empujé la ropa mojada a un lado y busqué mis joyas. Encontré la bolsa con cierre hermético, la abrí, y derramé todo. Escudriñando a través de ella, mis dedos se cerraron en torno a un pendiente con forma de aro y lo alcé triunfalmente para que T.J. lo viera. Sonrió, observando el alambre curvado que colgaba del aro. —Eso sería genial como anzuelo, Anna. Lo saqueé todo de la maleta: el cepillo de dientes y dos tubos de pasta dental corriente, además de un tubo dental blanqueador Crest, cuatro barras de jabón, dos botellas de gel de baño, champú y acondicionador, loción, crema de afeitar y mi maquinilla de afeitar, más dos paquetes de cartuchos de recambio de cuchilla. Tres desodorantes, dos sólidos y uno en gel, el aceite de bebé y las bolas de algodón para quitar el maquillaje, bálsamo labial de cereza y, gracias Jesús, dos cajas de tampones. El quitaesmalte y el esmalte, pinzas, bastoncitos de algodón para los oídos, pañuelos de papel, una botella de Woolite3, para lavar a mano mis trajes de baño, y dos tubos de Coppertone, con un factor de protección solar de 30. T.J. y yo estábamos ya tan morenos que no creí que el protector solar hiciera una diferencia. 3

Marca de detergente, usado para lavar a mano la ropa delicada.

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—Guau —dijo T.J., cuando terminé de ordenar todas las cosas de aseo. —La isla en la que se supone que deberíamos estar no tiene farmacia —le expliqué—. Lo he comprobado. También había guardado un peine y un cepillo, ganchitos y gomas para el cabello, una baraja de cartas, mi agenda y un bolígrafo, dos pares de gafas de sol, las de aviador de Ray Ban y un par con una gran montura negra y un sombrero de paja que siempre llevaba a la piscina. Cogí cada prenda de ropa, la escurrí del agua y la tendí sobre la arena para que se secara. Cuatro trajes de baño, pantalones de algodón, pantalones cortos, camisetas de tirantes, camisas, y un vestido de verano. Mis zapatillas de deporte y varios pares de calcetines. Una camiseta azul del concierto de REO Speedwagon4, y una gris de Nike con un logotipo rojo que dice Just Do It5 en el frente. Eran de gran tamaño, y las usaba para dormir. Lancé la ropa interior y los sujetadores de vuelta a la maleta y cerré la tapa. Lidiaría con esos más tarde. —Hemos tenido suerte de que esta fuera la maleta que se quedó varada —dije. —¿Qué había en la otra? —Tus libros de texto y tus trabajos. —Había hecho un cuidadoso plan de lecciones, había organizado todos los trabajos que le quedaban por terminar a T.J. Las novelas que había planeado leer durante el verano también se encontraban en esa maleta y pensé con nostalgia lo mucho que habrían ayudado a pasar el tiempo. Miré a T.J. con expresión esperanzadora—. Quizás también encontremos tu maleta. —Ni de coña. Mis padres se la llevaron. Es por eso que tenía algo de ropa y mi cepillo de dientes en la mochila. Mi madre quiso que llevara algo conmigo por si nos retrasábamos y tuviéramos que pasar la noche en alguna parte. —¿En serio? —Sí. —Uh. Imagina eso. *** Recogí todo lo que necesitaba. 4 5

Banda estadounidense de hard rock y album oriented rock, formada en Illinois en 1967. Eslogan de la marca Nike.

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—Voy a darme un baño —le dije—. No puedes ir al agua mientras yo esté allí. ¿Eso queda claro? T.J. asintió con la cabeza. —No lo haré. Te lo prometo. Voy a ver si puedo hacer una caña de pescar, mientras tú vas. Iré cuando regreses. —Está bien. Cuando llegué a la orilla, me quité la ropa, entré en el agua, y hundí la cabeza. Me lavé el pelo sucio, lo enjuagué, y volví a lavármelo. El champú olía increíble, pero quizás era porque yo olía muy mal. Después de ponerme el acondicionador, me enjaboné de pies a cabeza y me senté en la orilla, afeitándome las piernas y las axilas. Entré en el agua para enjuagarme y floté de espaldas durante un rato, contenta y limpia. Me puse mi bikini amarillo, me eché desodorante y me desenredé el cabello, haciéndome un moño y asegurándolo con una pinza de pelo. Elegí las gafas de sol negras, decidiendo que T.J. debía de ponerse las Ray Ban. Él me miró dos veces cuando me acerqué. Cuando me senté a su lado, se inclinó, me olfateó, y dijo—: Los mosquitos van a comerte viva. —Me siento tan bien que ni siquiera me importa. —¿Qué opinas? —preguntó, levantando la caña de pescar. Había hecho un agujero en el extremo de un palo largo y atado la cuerda de la guitarra al mismo. Lo colocó al otro extremo a través de un circuito abierto en el cable de mi pendiente. —Se ve muy bien. Cuando vuelvas de lavarte, lo probamos. Dejé todo por el agua. Sírvete tú mismo. Cuando T.J. regresó, se veía limpio y olía tan bien como yo. Le di las Ray Ban. —Oye gracias —dijo, poniéndoselas—. Son geniales. —Agarró la caña de pescar. —¿Qué vamos a utilizar como cebo? —pregunté. —Lombrices, supongo. Cavamos en el suelo, por debajo de los árboles, hasta que encontramos algunos. Parecían más gusanos grandes que lombrices, eran blancos y ondulados, me estremecí. T.J. recogió un puñado, y fuimos hacia el agua. —La cuerda no es muy larga —dijo—. No quería usar todas las cuerdas de la guitarra por si acaso se rompía o le pasaba algo al palo. Después de caminar hasta la altura de la cintura, lanzó el anzuelo. Nos quedamos quietos.

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—Algo está mordisqueando —dijo. Tiró el palo hacia atrás y sacó la cuerda. Aplaudí ante los peces que colgaban del extremo. —Oye, ¡funcionó! —gritó. T.J. pescó otros siete en menos de media hora. Cuando llegamos al cobertizo, salió a recoger leña, y yo limpié el pescado con el cuchillo. —¿Dónde aprendiste a hacer eso? —me preguntó cuando regresó. Vació la mochila llena de palos en el montón de leña en el cobertizo. —Mi padre. Solía llevarnos de pesca a Sara y a mí todo el tiempo, a la casa del lago que teníamos cuando éramos pequeñas. Siempre se ponía su sombrero loco con dibujos de anzuelo en forma de pez. Le ayudaba a limpiar todo lo que cogía. T.J. observaba mientras raspaba las escamas con el cuchillo y luego le cortaba la cabeza. Pasé el cuchillo en horizontal y hacia abajo por el largo de los peces, separando el filete de la piel. Vertí agua de lluvia en mis manos para quitarme la sangre y las tripas, y luego cocinamos el pescado en la piedra plana que usábamos para tostar pan. Nos comimos los siete, uno detrás de otro. Sabían mejor que cualquier otro pez que hubiera comido antes. —¿Qué tipo de pescado crees que es? —le pregunté a T.J. —No lo sé. Aunque está bastante bueno. Nos sentamos en la manta después de cenar, con nuestros estómagos llenos por primera vez en las últimas semanas. Alcancé mi maleta y saqué la agenda, alisando las páginas torcidas. —¿Cuántos días hemos estado aquí? —le pregunté a T.J. Se acercó al árbol e hizo un recuento de las marcas que había hecho con el cuchillo. —Veintitrés. Redondeé la fecha en el calendario. Era casi julio. —Voy a hacer un seguimiento a partir de ahora. —Entonces pensé en algo—. ¿Cuando se supone que debes ir al médico? —A finales de agosto. Se supone que me tienen que hacer un escáner. —Nos encontrarán para entonces. Realmente no lo creía. Y dada la mirada en la cara de T.J., él tampoco. ***

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Estaba yendo al baño detrás de un árbol cuando lo escuché. El aleteo, el sonido de algo agitándose me sorprendió y casi caí en mi charco de pis. Me puse en pie y me levanté la ropa interior y los pantalones cortos, entonces escuché, pero no volví a oír el ruido. —Creo que he oído a un animal —le dije a T.J. cuando regresé. —¿Qué clase de animal? —No lo sé. Era como el ruido de un aleteo. ¿Has oído algo? —Sí, también lo he oído. Volvimos al lugar donde había oído el ruido, pero no encontramos nada. Reunimos toda la leña que podíamos cargar en el camino de regreso, y la depositamos en nuestra pila de leña. —¿Quieres ir a nadar? —preguntó T.J. —Claro. Ahora que tenía traje de baño, nadar sonaba como una gran idea. El agua clara en la laguna habría sido perfecta para bucear. Nadamos durante aproximadamente media hora, y justo antes de que saliéramos del agua, T.J. pisó algo. Se zambulló debajo de la superficie. Cuando subió, sostenía una zapatilla de deporte en la mano. —¿Es tuya? —pregunté. —Sí. Me imagino que al final se lavarán —dijo. Nos sentamos en la playa, con la brisa del océano secando nuestros cuerpos. —¿Por qué tus padres eligieron estas islas? —pregunté—. Están tan lejos. —El buceo. Se supone que son unos de los mejores puntos de buceo en el mundo. Mi padre y yo estamos diplomados —dijo T.J., hundiendo sus pies en la arena blanca—. Cuando estaba muy enfermo, hizo la gran cosa de decirles a todos que tan pronto como me recuperara, tendríamos las mejores vacaciones. Como si me importara una mierda. —¿No querías venir aquí? T.J. sacudió la cabeza. —¿Por qué no? —Nadie quiere pasar todo el verano con su familia. Quería quedarme en casa y pasar el rato con mis amigos. Entonces me dijeron que ibas a venir y que tendría que hacer todo el trabajo que no hice o tendría que repetir decimo grado. Eso realmente me molestó. —Me miró como disculpándose—. Sin ánimo de ofender.

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—No lo has hecho. —Sin embargo, no me escucharon. Mi madre y mi padre se convencieron a sí mismos de que este viaje sería lo mejor que le ha pasado a nuestra familia. Pero incluso mis hermanas estaban enfadadas. Querían ir a Disney World. —Lo siento, T.J. —No pasa nada. —¿Qué edad tienen tus hermanas? —Alexis tiene nueve años y Grace once. A veces me vuelven loco, no paran de hablar, pero son fantásticas —dijo—. ¿Tienes hermanos o hermanas? —Tengo una hermana, Sara. Es tres años mayor que yo y está casada con un tipo llamado David. Tienen dos hijos, Joe de cinco años y Chloe de dos. Los echo muchisimo de menos a todos. No puedo imaginarme como lo estarán pasando, sobre todo mi madre y mi padre. —Yo también echo de menos a mi familia —dijo T.J. Observé el brillante cielo azul y miré hacia el agua turquesa, escuchando el sonido relajante de las olas golpeando el arrecife. —Realmente esto es precioso —dije. —Sí —estuvo de acuerdo T.J.—. Lo es.

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12 T.J. Traducido por Panchys Corregido por LadyPandora

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na de las cosas más difíciles de estar en la isla era el aburrimiento. Tomaba su tiempo reunir comida y leña, e ir a pescar dos o tres veces al día, pero aún teníamos muchas horas que sobraban. Explorábamos y nadábamos, pero también conversábamos, y no pasó mucho tiempo antes de sentirme casi tan cómodo con Anna como lo hacía con mis amigos; escuchaba lo que tenía que decir. Me preguntó cómo lo estaba llevando, emocionalmente hablando. Los chicos supuestamente deben ser rudos, y Ben y yo segurísimo que nunca nos sentaríamos por ahí a hablar de cómo nos sentíamos, pero admití a Anna que tenía una extraña sensación en mi estómago cada vez que pensaba en cuándo nos encontrarían. Le dije que a veces me asustaba. Le dije que no siempre dormía bien. Me dijo que ella tampoco. Aunque me gustaba compartir una cama con Anna, a veces se acurrucaba junto a mí, con su cabeza en mi hombro, y una vez cuando me dormí de lado, presionó su pecho contra mi espalda y metió las rodillas en el espacio por detrás de las mías. Lo hizo mientras dormía, y no significaba nada, pero se sintió bien. Nunca había pasado la noche entera con una chica antes. Emma y yo sólo habíamos dormido juntos un par de horas y eso fue sobre todo, porque estaba enferma. Me gustaba Anna. Mucho. Sin ella la isla habría apestado. *** Nadie nos rescató, así que me perdí la cita de seguimiento con el oncólogo a finales de agosto. Anna lo mencionó una mañana durante el desayuno. —Me preocupa que no hayas podido ir al médico —dijo, pasándome un pedazo de pescado cocido—. Cuidado, está caliente.

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—Me encuentro bien —le dije, soplando el pescado para enfriarlo antes de meterlo en mi boca. —Sí, pero estuviste muy enfermo, ¿verdad? —Sí. Me pasó la botella con agua. Tomé un sorbo y me senté. —Háblame de ello —dijo. —Mi madre pensó que era gripe. Tenía fiebre, y comenzaba a sudar por la noche, perdí algo de peso. Luego el doctor encontró un bulto en mi cuello que resultó ser un ganglio linfático inflamado. Hicieron unas pruebas después de eso: Rayos X, biopsia, Resonancia Magnética Nuclear y un PET escáner2. Luego me dijeron que estaba en la tercera etapa del linfoma de Hodgkin3. —¿Comenzaste enseguida con quimioterapia? —Sí. Sin embargo no funcionó. También encontraron una masa en mi pecho, así que también tuve que recibir radiación. —Eso suena horrible. Cortó un pedazo del fruto del árbol del pan, y me pasó el resto. —No fue divertido. Estuve entrando y saliendo del hospital muchas veces. —¿Cuánto tiempo estuviste enfermo? —Alrededor de un año y medio, supongo. Durante un tiempo, no estuve muy bien. Los médicos no sabían qué pensar. —Eso tuvo que ser realmente aterrador T.J. —Bueno, trataron de mantenerlo en secreto, lo cual odiaba. Sólo supe que era malo porque de repente nadie me miraba a los ojos cuando preguntaba cosas. O cambiaban de tema. Eso me asustaba. —Apuesto a que sí. —Al principio, mis amigos me visitaban todo el tiempo, pero cuando no me recuperé, algunos de ellos dejaron de venir. —Tomé otro sorbo de agua y le entregué la botella a Anna—. ¿Conoces a mi amigo, Ben? —Sí. —Él vino cada día. Pasaba horas viendo la televisión conmigo, o sólo se sentaba en una silla junto a mi cama del hospital cuando me sentía Tomografía por Emisión de Positrones: es un examen de imágenes que para efectuarlo se le inyecta una pequeña cantidad de material radioactivo en una vena. Las células del cáncer captan este material radioactivo. 3 Linfoma de Hodgkin: Tipo de linfoma maligno. Fue reconocida por primera vez en 1832 por el Dr. Thomas Hodgkin. 2

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demasiado enfermo para moverme o hablar. Mis padres y el médico tenían esas largas conversaciones, afuera en el pasillo o dónde fuera, y le pedía a Ben que tratara de escuchar. Me contaba todo lo que decían, sin importar el qué. Sabía que sólo necesitaba oírlo directamente, ¿sabes? —Por supuesto —dijo—. Parece un gran amigo, T.J. —Sí, lo eso. ¿Tienes alguna mejor amiga? —Sí, su nombre es Stefani. Nos conocemos desde la guardería. —Eso es mucho tiempo. Asintió. —Los amigos son importantes. Entiendo que quisieras pasar tu verano con ellos. —Sí —dije, pensando en todos volviendo a casa en Chicago. Probablemente pensarían que estaba muerto. Anna se levantó y caminó hacia la pila de leña. —¿Me dirás si notas algún síntoma? Agarró algo de leña y la tiró al fuego. —Claro. Sólo no preguntarme todo el tiempo si estoy bien. Mi madre lo hacía, y me volvía loco. —No lo haré. Pero me preocuparé un poco. —Sí. Yo también.

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13 Anna Traducido por Marie.Ang Christensen Corregido por Juli_Arg

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a luz del sol me despertó, iluminando el interior de la balsa salvavidas. T.J. ya se había ido a buscar leña o pescar. Bostecé, estiré mis brazos y piernas, y salí de la cama. Mi maleta se encontraba en la choza, y metí la mano y tomé un bikini, volviendo a la balsa salvavidas para cambiarme. Vestida, levanté las solapas de nylon para dejar que entrara algo de aire fresco. T.J se acercó con el pescado que capturó para el desayuno. Sonrió. —Hola. —Buenos días. Revisé los árboles de fruta del pan y coco, recogiendo todo del suelo y trayéndolos de vuelta a la choza. T.J. quebró los cocos mientras yo limpiaba y cocinaba el pescado. Después del desayuno cepillamos nuestros dientes, los enjuagamos con agua de lluvia, y taché la fecha en mi agenda. Septiembre ya. Difícil de creer. —¿Quieres ir a nadar? —preguntó T.J. —Seguro. La última semana, T.J. había visto dos aletas, justo fuera del arrecife. Nos entró el pánico y salimos del agua, mientras mirábamos como venían hasta el final de la laguna. Delfines. Nos metimos lentamente dentro del agua y ellos no nadaron lejos, esperando pacientemente mientras nos acercábamos a ellos. —Casi actúan como si estuvieran aquí para presentarse —dije con asombro. T.J. acarició a uno y se rió cuando sopló agua por su respiradero. Nunca había visto criaturas tan sociales. Nadaron con nosotros por un rato y luego nos dejaron abruptamente, como si fuera una especie de programa marítimo.

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—Tal vez los delfines volverán hoy —dije mientras seguía T.J. hasta la orilla. Nos entretuvimos nosotros mismos usando uno de los recipientes de plástico plegable como una máscara de snorkel. Habían escuelas de peces de brillantes colores, púrpura, azul, naranja, y amarillo y negro a rayas. Vimos una tortuga marina y una anguila asomando su cabeza desde el fondo del océano. Me alejé nadando rápidamente cuando la vi. —No hay delfines —dije después a T.J. y había estado nadando por al menos una hora—. Debemos haberlos perdido. —Podemos intentarlo de nuevo después de nuestra siesta. —De repente, apuntó hacia la costa—. Anna, mira hacia allá. Una pata de cangrejo salió de la arena, la pinza se abrió, y se cerró. Salimos corriendo del agua. —Voy a agarrar mi sudadera —dijo. —Date prisa, está tratando de enterrarse. T.J. regresó en un tiempo record, envolvió su sudadera alrededor del cangrejo, y lo tiró fuera de la arena. Fuimos de nuevo a la choza y T.J. lo sacudió sobre el fuego. —Oh Dios —dije, pensando por un segundo en la violenta muerte del cangrejo. Lo superé rápido. Rompimos las piernas con las pinzas de la caja de herramientas, sorprendiéndonos de de nosotros mismos. La carne de cangrejo —incluso sin mantequilla caliente derretida— sabía mejor que cualquier cosa que había comido desde que estábamos en la isla. Ahora que sabíamos donde se enterraban, T.J. y yo tendríamos que verificar la costa diariamente. Me había cansado del pescado, cocos, y la fruta de pan que apenas podía tragar a veces, y agregar la carne de cangrejo daría un poco de variedad, algo que estaba desesperadamente fuera de nuestra dieta. Cuando el cangrejo no era nada más que un montón de trozos de concha, saqué la manta de la balsa salvavidas y la tendí bajo el árbol de cocos. Nos tendimos uno al lado del otro. La sombra del árbol ayudaba a mantenernos frescos durante las horas más calurosas del día, y se había convertido en nuestro lugar favorito para tomar la siesta. Una gran, espeluznante y peluda araña —su cuerpo del tamaño de un cuarto— se arrastró perezosamente por el hombro de T.J. y la sacudí con mi dedo. —Esa incluso me asustó —dije. T.J. se estremeció. Odiaba las arañas, siempre sacudía nuestra manta, comprobándola antes de ponerla de vuelta en la balsa salvavidas.

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Personalmente, odiaba a las serpientes. Ya había pisado una y la única cosa que me impidió quedar completamente traumatizada fue el hecho de que llevaba mis tennis. Odiaba pensar haber pisado una descalza; fuera o no venenosa era demasiado estresante para pensarlo. Pensé que T.J. ya se había quedado dormido, pero luego dijo—: ¿Qué crees que va a pasar con nosotros, Anna? —Su voz sonó somnolienta. —No lo sé. Creo que seguiremos haciendo lo que estamos haciendo y trataremos de aguantar hasta que alguien nos encuentre. —No estamos haciéndolo tan mal —dijo T.J., rodando sobre su estómago—. Apuesto a que sorprendería mucha gente. —Esto me sorprende. —Mi estómago lleno me puso somnolienta también—. No es como si hubiéramos tenido una elección, T.J. O lo imaginamos o morimos. T.J. levantó la cabeza de la manta y me miró con una expresión contemplativa. —¿Piensas que hayan hecho funerales para nosotros cuando regresemos a casa? —Sí. —La idea de nuestras familias manteniendo monumentos dolía tanto que apreté los ojos cerrados y quise estar dormida, con la esperanza de escapar de las imágenes de una iglesia llena de gente, un altar vacío y los rostros llorosos de mis padres. Después de nuestra siesta reunimos leña, una tarea interminable y tediosa. Manteníamos el fuego ardiendo constantemente, en parte para que T.J. no tuviera que hacer una nueva y en parte porque ambos aún manteníamos la esperanza de que un avión volara sobre nosotros. Cuando pasara, estaríamos listos, nuestra pila de hojas verdes enviarían señales de humo tan pronto como las arrojáramos a las llamas. Agregamos leña a la pila en la choza. Luego llené el contenedor que había tenido la balsa salvavidas con agua de mar, agregué una tapa de Woolite, y agité nuestra ropa sucia alrededor de ella. —Debe ser el día del lavado —dijo T.J. —Síp. Colgamos una cuerda entre dos árboles y colgamos la ropa para que se secara. No teníamos mucho; T.J. llevaba pantalones cortos y nada más. Yo pasaba los días en bikini, durmiendo con su camiseta y un par de pantalones cortos cada noche. Más tarde esa noche, después de la cena, T.J. preguntó si quería jugar a las cartas. —¿Poker? Se echó a reír. —¿Qué, no te pateé el trasero lo suficiente la última vez?

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T.J. me enseñó a jugar, pero no era muy buena. Al menos, eso es lo que él pensaba. Empecé a tomarle el ritmo, y estaba a punto de vencerlo. Seis manos más tarde, gané cuatro, y él dijo—: Eh, debo estar teniendo una mala noche. ¿Quieres en su lugar jugar damas? —Está bien. Él dibujó un tablero de damas en la arena. Usamos piedrecitas para las damas y jugamos tres juegos. —¿Uno más? —preguntó T.J. —No, voy a ir a tomar un baño. Me preocupaba nuestro subministro de jabón y champú. Me había llenado con un montón de cada uno, pero T.J. y yo habíamos acordado bañarnos solamente cada dos días. Por si acaso. Quedábamos un poco más limpios desde que nadamos más, pero no siempre olíamos de los mejor. —Tu turno —dije, cuando volví de la costa. —Extraño la ducha —dijo T.J. Después del baño, nos fuimos a la cama. T.J. cerró la puerta corredera de la balsa salvavidas y se acostó a mi lado. —Daría cualquier cosa por una Coca —dijo. —Yo también. Una grande, con un montón de hielo. —Y quiero algo de pan. No fruta del pan. Pan. Como un gran sándwich, con papas fritas y un pepinillo. —Pizza, estilo Chicago6 —dije. —Una gran y sabrosa hamburguesa con queso. —Bistec —dije—. Y una papata cocida al horno con queso y crema agria. —Pastel de chocolate para el postre. —Sé cómo hacer un pastel de chocolate. Mi mamá me enseñó. —¿Del tipo con chispas de chocolate encima? —Sí. Cuando salgamos de esta isla, voy a hacerte una. —Suspiré—. Sólo nos estamos torturando nosotros mismos. —Lo sé. Ahora tengo hambre. Bueno, ya tenía un poco de hambre. Me giré sobre mi costado y me acomodé. —Buenas noches, T.J. —Buenas noches. 6

Pizza con una base de pan gruesa y crujiente cubierta de queso y salsa de tomate.

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*** T.J. puso los peces que había pescado en el suelo cerca de mí y se sentó. —La escuela ha estado en sesión por un par de semanas —dije. Hice una X en el calendario, puse la agenda lejos y empecé a limpiar nuestro desayuno. T.J. debió haber notado mi expresión porque dijo—: Pareces triste. Asentí. —Esto es duro para mí, sabiendo que otro profesor está de pie delante de mis estudiantes ahora. Enseñaba inglés a los de segundo año, y amaba comprar artículos escolares y seleccionar libros para mi estantería. Siempre llenaba un gran tazón en mi escritorio con lápices y no habría faltado ninguno al final del año. —¿Así que te gusta tu trabajo? —Me encanta. Mi mamá fue profesora, se retiró el año pasado, y yo siempre supe que iba a ser una también. Cuando era pequeña quería jugar a la escuela todo el tiempo y ella solía darme estrellas de oro para que pudiera lograr mi tarea de muñeco de peluche. —Apuesto a que eres una maestra muy buena. Sonreí. —Trato de serlo. —Puse el pescado limpio en mi roca para cocinar y lo coloqué cerca de las llamas—. ¿Puedes creer que estarías comenzando tu tercer año de secundaria? —No. Parecería como si ni hubiese ido a la escuela en mucho tiempo. —¿Te gusta la escuela? Tu mamá me dijo que eres un buen estudiante. —Voy bien. Quería ponerme al día con mis clases. Tenía la esperanza de volver al equipo de fútbol, también. Tuve que salir cuando me enfermé. —¿Entonces te gustan los deportes? —pregunté. Asintió. —Especialmente el fútbol y el basquetbol. ¿Y a ti? —Claro. —¿Juegas alguno? —Bueno, corro. Corrí dos maratones y medio el año pasado, y corrí en la pista y jugué basquetbol en la secundaria. A veces hago yoga. —

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Revisé el pescado y empujé la roca lejos del fuego para que pudiera enfriarse—. Extraño hacer ejercicio. No podía imaginarme corriendo ahora. Incluso si teníamos suficiente comida para justificarlo, correr alrededor de la isla me recordaría a un hámster en una rueda. Moviéndome hacia adelante pero sin conseguir llegar a ninguna parte. *** T.J. se acercó con una mochila llena de leña. —Feliz cumpleaños —dije. —¿Es el veinte de septiembre? —Tiró un leño al fuego y se sentó a mi lado. Asentí con la cabeza. —Lo siento, no te he dado un regalo. El centro comercial de la isla es una mierda. T.J. se echó a reír. —Está bien, no necesito un regalo. —Tal vez puedas tener una gran fiesta cuando salgamos de esta isla. T.J. se encogió de hombros. —Sí, tal vez. T.J. parecía mayor de diecisiete años. Reservado casi. Tal vez enfrentar graves problemas de salud eliminó algunos de los comportamientos inmaduros que se presentan cuando no tienes nada más de qué preocuparte excepto obtener licencia de conducir, clases de montaje, o romper el toque de queda. —No puedo creer que pronto será octubre —dije—. Las hojas están probablemente empezando a cambiar a casa. Me gustaba el otoño —juegos de futbol, llevar a Joe y Chloe al huerto de calabazas, y sentir frío en el aire. Esas eran algunas de mis cosas favoritas. Me quedé mirando las palmeras, sus verdes hojas ondeando en la brisa. El sudor resbalaba lentamente por el lado de mi cara y el constante aroma de coco en mis manos me recordó a loción bronceadora. Sería siempre verano en la isla.

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14 T.J. Traducido por Mery St. Clair Corregido por Juli_Arg

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a lluvia comenzó a caer por todos lados. Los truenos retumbaban y los relámpagos iluminaban el cielo. El viento sacudió la balsa salvavidas, y me preocupaba que esto nos recolocara a mitad de la playa. Hice una nota mental: hacer un ancla a la balsa mañana. —¿Estás despierta? —le pregunté a Anna. —Sí. La tormenta se extendió por horas. Nos juntamos con la cobija encima de nuestras cabezas. El delgado nylon que cubría el techo y que colgaba de los lados de la balsa era todo lo que nos protegía de los rayos, lo cual era mejor que no tener ninguna protección. No hablamos mucho, sólo esperamos a que terminara, y cuando finalmente ocurrió, dormimos agotados. A la mañana siguiente, Anna trajo algunos cocos verdes pequeños que cayeron del árbol por la tormenta. Los abrimos. La pulpa sabía dulce, y el agua no era amarga como en los cocos marrones. —Estos son tan buenos —dijo Anna. El cobertizo se había derrumbado y nuestra fogata se había apagado, así que hice otra, esta vez usando mis cordones. Los até a los extremos opuestos del palo, curvándolo. Haciendo un nudo en la cuerda, coloqué el otro palo contra el que estaba perpendicular, así las maderas se apoyaban. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Anna. —Voy a usar esto para girar el palo. Así lo hizo un tipo en la televisión. Ajusté la tensión en la cuerda y sostuve el palillo en diferentes ángulos. Me tomó un rato conseguir que el palo girara lo suficientemente rápido, pero una vez que lo hice, conseguí humo en unos quince minutos, y las llamas muy pronto después de eso. —Oye —dijo Anna—. Esa fue una grandiosa idea.

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—Gracias. —Apilé en la yesca y observé el fuego crecer. Anna y yo pusimos el cobertizo de nuevo juntos. Me sequé el sudor de los ojos y dije—: Espero que esta sea la peor tormenta que tendremos. —Incliné el último barrote contra el cobertizo—. Porqué no sé que vamos a hacer si nos quedamos sin refugio. *** Anna salió a tomar un baño. Busqué en su maleta, tratando de encontrar su camisa de Reo Speedwagon. Me dijo que podía usarla —y la Nike también— dado que ambas me quedaban. No vi la camisa, así que busqué un poco más profundo. Había dos cajas de tampones debajo de dos pantaloncillos cortos. ¿Qué va a hacer cuando los acabe? Moví algunas cosas alrededor y vi sus sostenes, doblados y apilados. El negro estaba en la cima. Tomé una botella de loción de vainilla, abrí la tapa y olfateé. Es por eso que algunas veces huele a pastelillos. Abrí un contenedor de plástico. Tenía diminutas píldoras en el interior, en un círculo marcado con los días de la semana. Cinco pastillas dentro. Me tomó un tiempo descubrir que eran pastillas anticonceptivas. Encontré dos paquetes más sin abrir. A Anna no le importaría que estuviera buscando en su maleta, mantenía mi ropa aquí también, ya que usábamos mi mochila para acarrear leña, pero probablemente no le gustaría que estuviera tocando sus cosas. Comencé a cerrar la tapa, pero entonces vi su ropa interior. Estaba en el fondo de la maleta, junto con sus tennis. Miré sobre mi hombro, luego tomé un par rosa y las levanté. Me pregunto si podría identificarlos cuando los esté usando. Los guardé de nuevo y tomé una tanga negra. Muy sexy. Pero apuesto a que es totalmente incómodo. Toqué un par rojo, y miré de cerca el pequeño moño negro en el centro de la cintura. Wow. Esto sí que sería un regalo caliente. Luego, tomé cinco o seis pares a la vez, hundí mi rostro entre ellos e inhalé. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Anna.

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Me di la vuelta. —Jesús, ¿tienes que asustarme así? —Mi corazón latía de prisa y mi cara ardía. ¿Cuánto tiempo lleva allí? —Estoy buscando tu camisa de REO Speedwagon. —Aún sostenía un par de bragas en mi mano, y las dejé caer de nuevo en su maleta. —¿En serio? —preguntó—. Porque parecía que estabas jugando con mi ropa interior—. Puso el jabón y champú lejos de su maleta. No parecía enojada, sin embargo, así que levanté la tanga, y dije—: Esta parece totalmente incómoda. —Dame eso. —Me lo arrebató de la mano y la metió de nuevo en su maleta, apretando los labios y tratando de no reírse. Cuando noté que no estaba molesta conmigo, sonreí y dije—: ¿Sabes qué, Anna? Eres genial. —Me alegra que pienses eso. —Realmente buscaba tu camisa de REO Speedwagon, pero no la encontré. —Está colgada en la cuerda. Debe estar ya seca. —Gracias. —De nada. Sólo no vuelvas a oler mi ropa interior más, ¿de acuerdo? —Viste eso, ¿eh? —Sí.

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15 Anna Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Escritora Solitaria

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os delfines nadaban junto a mí en la laguna. Se zambullían bajo mi cuerpo, y aparecían al otro lado. Hicieron los ruidos chirriantes más divertidos, y cuando hablé con ellos, actuaron como si me entendieran. A T.J. y a mí nos gustaba agarrar sus aletas, y reír mientras ellos nos dejaban montarlos. Podría jugar con ellos durante horas. T.J. corrió hacia la laguna. —Anna, adivina lo que encontré. La otra zapatilla de tenis de T.J. estaba lavada, y puesto que ya no tenía que preocuparse de dañar sus pies más, se pasaba horas en el bosque, en busca de algo interesante. Hasta el momento, no había encontrado nada más que picaduras de mosquitos, pero no dejaba de mirar de todos modos. Le daba algo que hacer. —¿Qué encontraste? —le pregunté, acariciando a uno de los delfines. —Ponte tus tenis y ven a ver. Le dije adiós a los delfines, y lo seguí a la choza para ponerme los zapatos y los calcetines. —Bueno, ahora tengo curiosidad. ¿Qué es? —Una cueva. Fui a tomar un montón de palos, y cuando los aparté, vi la apertura. Quiero ver lo que hay en ella. Sólo tomó unos minutos llegar a la cueva. T.J. se arrodilló a la entrada y se arrastró a través de sus manos y rodillas. —Es más estrecho de lo que pensaba —gritó—. Acuéstate en el suelo y arrástrate como en el ejército usando tu estómago. Es apretado, pero allí hay un espacio. Vamos, entra —De ninguna manera —le grité de vuelta—. Nunca iré en esa cueva. Mi corazón latía más rápido, y empecé a sudar sólo de pensarlo. —Estoy avanzando a tientas. No puedo ver nada.

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—¿Por qué hiciste eso? ¿Qué pasa si hay ratas, o una gran y terrorífica araña? —¿Qué? ¿Crees que puede haber arañas? —No, no importa. —No creo que haya nada aquí, excepto piedras y palos. Sin embargo no puedo estar seguro. —Si los palos están secos, sácalos. Podemos añadirlos a la pila de leña. —Está bien. T.J. salió de la cueva y se puso de pie con algo que parecía un hueso de la espinilla en una mano, y algo que definitivamente era una calavera en la otra. Los soltó y dijo—: ¡Mierda! —Oh, Dios mío —le dije—. No sé de quiénes son, pero no terminó bien para ellos. —¿Crees que es la persona que construyó la cabaña? —preguntó T.J. Miramos el cráneo. Asentí con la cabeza. —Esa sería mi conjetura. Caminamos de regreso a la choza y cogimos un leño encendido del fuego que utilizamos para una antorcha. Nos apresuramos a volver a la cueva y T.J. se puso en sus manos y rodillas y se metió dentro, sosteniendo la antorcha delante de él. —No te quemes —grité tras él. —No lo haré. —¿Entraste? —Sí. —¿Qué ves? —Definitivamente es un esqueleto. Pero no hay nada más aquí. — T.J. salió y me entregó la antorcha—. Voy a dejar los huesos en la cueva con el resto de ellos. —Buena idea. T.J. y yo caminamos de regreso a la choza. —Bueno, eso fue horrible —le dije. —¿Cuánto tiempo tarda un cuerpo para convertirse en un esqueleto? —preguntó T.J. —¿Con este calor y humedad? Probablemente no mucho. —Definitivamente creo que es el chico de la cabaña.

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—Probablemente tienes razón. Y si es él, ahí va una de nuestras posibilidades de rescate. —Negué con la cabeza—. No va a volver, porque nunca se fue. Pero, ¿qué lo mató? —No lo sé. —T.J. arrojó un poco de leña al fuego y se sentó a mi lado—. ¿Por qué no entraste en la cueva? Antes de que supiéramos sobre el esqueleto, quiero decir. —No puedo soportar espacios pequeños y cerrados. Me asusté. ¿Recuerdas la casa del lago de la que te hablé? ¿A la que mi papá y yo íbamos a pescar? —Sí. —Sarah y yo siempre jugábamos con los otros niños que veraneaban con sus familias. Había un camino que rodeaba todo el lago, y tenía un gran tubo de drenaje bajo él. Los niños siempre se retaban entre ellos a arrastrarse a través de él, al otro lado. En una ocasión, Sarah y yo decidimos hacerlo, y convencimos a todos los demás a que fueran. Llegamos a mitad de camino, y me entró el pánico. No podía respirar y la persona frente a mí no seguía adelante. No podía retroceder porque habían niños detrás de mí, también. Tenía probablemente siete, y no era muy grande, pero la tubería era muy pequeña. Finalmente lo hicimos, y Sarah tuvo que ir a buscar a nuestra madre, porque yo no dejaba de llorar. Lo recuerdo como si fuera ayer. —No me extraña que no quisieras entrar —Lo que no puedo entender es por qué Bones7 se arrastraría allí para morir. —¿Bones? —Siento como si debiera tener un nombre. Bones suena mejor que “chico de la cabaña”. —Funciona para mí —dijo, T.J. *** Me senté junto al cobertizo jugando Solitario. Cuando T.J. se acercó, supe de inmediato que algo andaba mal, porque llevaba su brazo cerca de su cuerpo, y lo apoyaba con la otra mano. Su hombro se desplomó hacia abajo. Me puse de pie. —¿Qué pasó? —Me caí del árbol de coco. 7

Bones: significa huesos.

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—Vamos. —Puse mi brazo alrededor de su cintura y lo conduje lentamente a la caja de primeros auxilios. Hizo una mueca al menor movimiento, y trató, sin éxito, de suprimir un gemido cuando le ayudé a recostarse. La necesidad repentina y fuerte de cuidar de él, aliviar su dolor, me sorprendió. —Ya vuelvo, voy por el Tylenol. Deposité dos Tylenol en la palma de mi mano y agarre la botella de agua, llenándola en el colector de agua. Puse las pastillas en la boca de T.J. y levantó su cabeza para que pudiera tomar una copa. Tragó saliva y respiró lentamente dentro y fuera. —¿Por qué subiste al árbol? —Así podría llegar a los pequeños cocos verdes que te gustan. Sonreí. —Eso fue muy dulce de tu parte, pero creo que la clavícula está rota. Voy a esperar a que el Tylenol haga efecto y después voy a tratar de amañar algún tipo de cabestrillo. —Está bien —dijo, cerrando los ojos. Miré en mi maleta y encontré una larga camiseta blanca. Después de veinte minutos, lo ayudé a incorporarse. —Lo siento, sé que duele. Incliné su brazo por su codo y metí el cabestrillo debajo y lo até suavemente en su hombro. Ayudándole a bajarlo de regreso, le aparté el pelo de la cara y besé su frente. —Trata de no moverte. —Está bien, Anna. Tal vez el dolor no era tan malo, sin embargo, porque cuando lo miré antes de salir de la choza, tenía una sonrisa en su rostro. Me desperté esa noche para poner leña al fuego. —¿Anna? La voz de T.J. me sobresaltó. —¿Sí? —¿Puedes ayudarme a salir de aquí? Tengo que orinar. —Claro. Le ayudé a través de la puerta de la choza y luego encendí el fuego. Cuando regresó, le di más Tylenol. —¿Has podido dormir algo? —pregunté. —No realmente. A la mañana siguiente, se veía un golpe y un morado en el hueso que se había roto. Hizo una mueca cuando apreté el cabestrillo y le di una tercera dosis de Tylenol.

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No me dejó darle más píldoras después de eso. —No quiero tomar demasiado, Anna. Puede ser que las necesite de nuevo. Se sintió mejor después de tres días, y me seguía a todas partes como un perrito. Bajó a la playa cuando yo estaba pescando, vino también cuando fui a buscar pan, y quería ayudar a vaciar el colector de agua. Cuando trató de ir conmigo a recoger leña, lo envié de vuelta a la manta bajo el árbol de coco. —No te vas a curar si no dejas de moverte por ahí, T.J. —Estoy aburrido. Y realmente necesito un baño. ¿Me ayudarás cuando vuelvas? —¿Qué? No, no voy a darte un baño. Incómodo. —Anna, puedes ayudarme, o puedes olerme. Lo olí. —Has olido mejor. Bueno, te voy a ayudar, pero sólo voy a lavar ciertas áreas y sólo porque apestas. Sonrió. —Gracias. Bajamos a la laguna tan pronto como llegué con la leña. T.J. se dejó sus pantalones cortos y se sentó en el agua que le cubría la parte inferior del cuerpo. Me arrodillé junto a él y froté la barra de jabón en mis manos. —Sostén esto por mí —le dije, entregándoselo. Empecé a lavar suavemente su cara con las manos enjabonadas y luego recogí el agua en la palma de mi mano para enjuagar, mis dedos tocaban la barba en sus mejillas, y mandíbula, y por encima de su labio. —Eso se siente bien —dijo. Llené el recipiente de plástico que traje y lo vacié en su cabeza, luego lavé su pelo. Había crecido mucho, y constantemente lo tiraba lejos de sus ojos. Prefería mi sombrero de paja para mantenerlo fuera de su camino, lo que me venía bien, hacía tiempo que había aclamado su gorra de béisbol como mía. —Me gustaría que tuviéramos unas tijeras —le dije—. Te daría un corte de pelo. Me entregó el jabón, y me enjaboné las manos otra vez. Le lavé el cuello y me traslade hasta su pecho, mis dedos se deslizaban por sus endurecidos pezones. Él me miraba en silencio. Lavé bajo el brazo bueno, y la espalda. No podía levantar el otro brazo y lo hice lo mejor que pude, tocándole suavemente cerca de la contusión. —Lo siento —dije cuando hizo una mueca.

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Cometí el error de mirar hacia abajo cuando me disponía a lavar sus piernas. El agua de la laguna era suficientemente clara como para ver que tenía una erección sobresaliendo de sus pantalones cortos. —¡T.J.! —Lo siento. —Me miró tímidamente—. No puedo ocultar esta. Espera, ¿cuántas habían habido? De repente no sabía dónde mirar. Sin embargo no era su culpa, había olvidado lo que sucedía si se frotabas a un chico de diecisiete años por todos lados con las manos. O a cualquier hombre, en realidad. —No, está bien. Sólo me tomó por sorpresa, eso es todo. Pensé que estabas adolorido. Aparentándose genuinamente confundido, dijo—: Bueno, no rompí eso. Bueno, sigamos. Lavé sus piernas, y cuando llegué a sus pies, descubrí que tenía cosquillas. Él hizo el gesto de alejar sus pies, y luego, cuando el movimiento empujó la parte superior de su cuerpo, dijo—: Ay. —Lo siento. Bueno, estás casi limpio. —¿No vas a secarme? —Me dio una sonrisa esperanzada. —Ah. Gracioso. Debes estar confundiendonos con gente que tiene toallas. —Gracias, Anna. —Claro. Le ayudé a bañarse las siguientes dos semanas, hasta que sanó lo suficiente como para hacerlo por su cuenta. Cada vez, se hacía un poco menos embarazoso para mí. Nunca miré ni una vez hacia abajo, para ver cómo le afectaba. —Esto no apesta totalmente para tí, ¿verdad? —le pregunte un día mientras le lavaba el pelo. —No, en absoluto —dijo, con una gran sonrisa en su rostro—. Pero no te preocupes —añadió con fingida seriedad—. Te lo devolveré algún día. Si alguna vez resultas herida, sin duda te daré un baño. —Voy a tener eso en mente. Hice una nota mental para ser muy cuidadosa. Bañarlo podría haber sido incomodo, pero no era nada comparado con cómo me sentiría si se tratara de sus manos enjabonadas moviéndose sobre mi piel.

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16 T.J. Traducido por Amy Corregido por Escritora Solitaria

A

nna estaba de pie al lado del bote salvavidas. Le entregué a ella los peces que había capturado y almacenado en el cobertizo. —¿Hay algo en el colector de agua?

—No.

—Quizás va a llover más tarde. Ella miró ansiosa el cielo y comenzó a limpiar el pez. —Eso espero. Era noviembre, y habíamos estado en la isla por seis meses. Anna decía que la estación lluviosa no llegaría hasta mayo. Seguía lloviendo, todos los días, pero muy poco. Teníamos agua de coco, pero aún así seguíamos teniendo mucha sed. —Al menos sabemos que nunca más tenemos que volver a beber de la laguna —Anna dijo, estremeciéndose—. Eso fue horrible. —Dios, lo sé. Pensé que me quedaría sin mi bazo. No podíamos controlar la lluvia, pero las Maldivas tenían una gran cantidad de vida marina. El coco y la fruta del árbol del pan apenas calmaba un poco nuestra hambre, pero los peces de brillantes colores que saqué de la laguna nos salvaron de morir de hambre. Estuve de pie en las aguas profundas que me cubrían hasta la cintura capturando un pez tras otro. Ninguno era más grande que quince centímetros. Un pendiente y una cuerda de guitarra no aguantarían más y me preocupaba de sacar algo más grande y que se rompieran. Era una buena cosa que Anna empacara muchos pendientes por que ya perdí uno. A pesar de que teníamos suficiente para comer, Anna decía que a nuestra dieta le faltaban un montón de cosas importantes. —Estoy preocupada por tí, T.J. Todavía tienes que crecer. —Estoy creciendo bien. —Nuestra dieta no estaba tan mal, porque mis pantalones cortos me llegaban hasta las rodillas cuando nos estrellamos, y ahora estaban tres centímetros más arriba.

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—El árbol del pan debe tener vitamina C, de lo contrario tendríamos el escorbuto —murmuró en voz baja. —¿Qué demonios es el escorbuto? —pregunté—. Suena asqueroso. —Es una enfermedad causada por no tener suficiente Vitamina C — dijo—. Los piratas y marineros murieron por ella en los viajes largos. No es agradable. Anna debería preocuparse más por ella misma. Su traje de baño tenía espacios vacíos en el trasero, y sus pechos no rellenaban la parte de arriba como antes. Su clavícula sobresalía y su tórax se veía. Traté de hacer que comiese más, y ella lo intentó, pero la mitad de las veces yo terminé su comida. A diferencia de ella, comer lo mismo todos los días no me molestaba, y comía cada vez que me daba hambre. Una mañana, varias semanas después, Anna dijo—: Hoy es el Día de Acción de Gracias. —¿Lo es? —No le prestaba atención a las fechas, pero Anna lo recordaba todos los días. —Sí. —Cerró su agenda y la puso en el suelo a su lado—. No creo que antes haya comido pescado para Acción de Gracias. —O coco y fruta del árbol del pan —añadí. —No se trata de lo que comemos. Acción de Gracias se trata de agradecer lo que tenemos. Trató de ser alegre cuando lo dijo pero luego se limpió los ojos con el dorso de su mano, y se puso sus gafas de sol. Ninguno de nosotros mencionó que era un día festivo el resto del día. No había pensado en Acción de Gracias; asumía que alguien nos encontraría antes de eso. Anna y yo casi nunca hablábamos del rescate ya que más bien nos deprimíamos. Todo lo que podíamos hacer era esperar y tener esperanza de que alguien volara en el cielo. Esa fue la cosa más difícil, no tener ningún control de lo que nos pasaba, a menos que decidiéramos dejar el bote salvavidas, y Anna nunca estaría de acuerdo con eso. Si estuviera de acuerdo, probablemente sería un suicidio. Esa noche en la cama ella susurró—: Estoy agradecida de que nos tengamos, T.J. —Yo también. Si Anna hubiera muerto después del accidente de avión, y yo hubiese estado solo todo este tiempo, me pregunto cómo lo hubiera hecho. ***

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Pasamos Navidad persiguiendo un pollo. Más temprano esa mañana, cuando me agaché para recoger algunos palos de la pila de leña, grité como una niña cuando un pollo salió disparado de un arbusto cercano, y estaba asustado hasta la mierda. Salí después de él, pero el pollo desapareció en otro arbusto. Metí mi mano en el arbusto y la di vueltas alrededor, pero no pude encontrarlo. —Anna, ese sonido de aleteo que escuchamos es de un pollo —dije cuando volví con la leña. —¿Hay pollos aquí? —Sí, perseguí uno en los arbustos, pero se escapó. Ponte tus zapatillas. Vamos a tener pollo para la cena de Navidad. *** —Se quedó ahí. Lo he oído. Voy a patear el arbusto así que prepárate para atraparlo cuando corra para el otro lado —dijo Anna y la Operación Atrapar al Pollo comenzó. Lo hemos estado siguiendo hace más de una hora, desde un extremo de la isla hasta el otro, y finalmente lo encerramos. —Ahí está —gritó cuando oyó el aleteo en una arbusto junto a mí. Traté de abordarlo pero me quedé sólo con un puñado de plumas. —Maldita sea, tú hijo de puta. Yo iba detrás de él. Anna me alcanzó y lo acorralamos en un grupo de arbustos. El pollo empezó a moverse a través de una brecha en las hojas, pero Anna se abalanzó y se aferró a él. Lo agarré de sus piernas, lo saqué de los arbustos y lo tiré al suelo. Anna no perdió el ritmo. —Buen trabajo T.J. —Me dio una palmadita en la espalda. Le corté el cuello al pollo y lo colgué boca abajo para que la mayoría de la sangre se drenara, luego le saqué las plumas, tratando de no mirar su cabeza. Anna cortó lo demás con un cuchillo. —Esto no es en absoluto como se ve en los supermercados —dijo. —Se ve bien —dije. Ella lo destrozó totalmente, pero pusimos las piezas en varias rocas y los pusimos cerca del fuego. Olfateó el aire. —Huele eso —dijo.

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Cuando se veían listos, los dejamos enfriarse y luego sacamos la carne aparte con nuestros dedos. Estaba quemada en algunas partes y en otras partes casi cruda, pero tenía un sabor asombroso. —Este pollo es genial —dije, lamiendo mis dedos. Anna terminó su muslo de pollo y dijo—: Me pregunto cuántos pollos habrán aquí. —No lo sé. Pero vamos a tener que encontrar cada uno de ellos. —Este es el mejor pollo que he probado, T.J. Eructé y me reí. —No hay duda. Recogimos los huesos limpios y expandimos nuestra manta en el suelo, lejos del fuego. —¿Tú abres tus regalos en Vísperas de Navidad o el día de Navidad? —le pregunté. —En Vísperas de Navidad, ¿y tú? —Ambas, algunas veces Grace y Alexis ruegan para abrirlos el veintitrés, pero mi mamá les dice que esperen. Nos quedamos al lado del otro, era relajante. Pensé en Grace y Alexis, y mi mamá y mi papá. Probablemente estaban teniendo un tiempo difícil, celebrando su primera Navidad sin mí. Si sólo supieran que Anna y yo estábamos vivos y celebrando nuestra propia Navidad. *** La lluvia volvió en mayo, y Anna y yo nos relajamos un poco. Pero nos interrumpía más a menudo, y no podíamos hacer otra cosa excepto acurrucamos en el bote salvavidas, escuchando el golpe de los truenos mientras esperábamos que se detuvieran. Tuvimos uno muy malo que provocó que se cayera un árbol, así que lo corté para hacerlo leña con una sierra de mano. Me tomó dos días, pero para cuando terminé, la pila de manera llenaba el cobertizo. Luego bajé a la playa para refrescarme. Anna salpicaba en el agua, jugando con seis delfines. Acaricié a uno de ellos en la cabeza, y podría jurar que me sonrió. —Seis, guau. Eso es un record —dije. —Lo sé. Todos llegaron al mismo tiempo. —Los delfines nadaban en la laguna como relojes, al final de la mañana y al anochecer. Siempre

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había al menos dos, pero esta era la primera vez que venían tantos a la vez. —Estás sudando —dijo—. ¿Estabas cortando otra vez? Agaché mi cabeza y la sacudí como un perro cuando la volví a subir. —Sip, aunque ya está todo hecho. No vamos a tener que recoger leña por un tiempo. —Me estiré, mis brazos doloridos—. Frotarías mis hombros, Anna, ¿por favor? —Ven. —Me llevó fuera del agua—. Te voy a dar un masaje en la espalda. Mis masajes son de fama mundial. Me senté frente a ella y casi gemí cuando tocó mis hombros. No estaba bromeando acerca de que era buena en esto, me pregunto si masajeaba mucho a su novio abajo. Sus manos eran más fuertes de lo que había pensado, y masajeó mi cuello y espalda por un largo tiempo. Pensé en sus manos tocándome en otros lugares, y si fuera capaz de leer mi mente, probablemente se habría asustado. —Listo —dijo cuando finalizó—. ¿Se sintió bien? —No tienes idea —dije—. Gracias. Caminamos devuelta al cobertizo. Anna echó una tapita de Woolite en el agua de lluvia que recolectó en el contenedor del bote salvavidas, y lo mezcló con su mano. —¿Hors¡a de lavar, ah? —Sip. Me había ofrecido al dividir lo que había que lavar, pero ella dijo que lo haría. Probablemente no quería verme jugar con su ropa interior. Puso nuestra ropa sucia en el contenedor y las lavó. Mientras los sacaba uno por uno y los dejaba de lado para enjuagarlos, dijo—: Oye, T.J. ¿dónde está toda tu ropa interior? Hablando de ropa interior. —Ahí no cabe nada más, y la mayoría se destrozó. —¿Entonces no tienes nada? —No. No tenía una maleta llena como otras personas. —¿No es incómodo? —Lo fue al principio, pero ya me acostumbré —sonreí y señalé mis shorts—. Totalmente controlado aquí, Anna. Se rió. —Lo que sea, T.J.

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17 Anna Traducido por Carlota Corregido por Escritora Solitaria

L

levábamos en la isla poco más de un año, cuando nos sobrevoló un avión. Esa tarde estaba recogiendo cocos, y el rugido de los motores, tan fuerte e inesperado, me sobresaltó. Dejé todo y corrí hacia

la playa. T.J. surgió de entre los árboles. Corrió hacia mí, y agitamos los brazos adelante y atrás, viendo como el avión pasaba sobre nuestras cabezas. Gritamos, nos abrazamos y saltamos arriba y abajo, pero el avión giró a la derecha y siguió volando. Nos quedamos allí, escuchando el sonido de los motores que se alejaban. —¿Inclinó sus alas? —le pregunté a T.J. —No estoy seguro. ¿Lo hizo? —No sabría decir. Tal vez lo hizo. —Tenía flotadores, ¿verdad? —Era un hidroavión —confirmé. —Por lo tanto, ¿podría haber aterrizado allí? —preguntó, señalando a la laguna. —Creo que sí. —¿Nos vieron? —preguntó. T.J. llevaba unos pantalones cortos deportivos de color gris con una fina raya azul a cada lado y no llevaba camisa, pero yo llevaba mi bikini negro que debería haber sido visible sobre la arena blanca. —Claro, quiero decir, ¿no te fijarías en dos personas agitando sus brazos? —Tal vez —dijo.

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—Sin embargo, no han visto nuestro fuego —señalé. No habíamos derribado el cobertizo, ni quemado algunas hojas verdes para provocar más humo. Ni siquiera estaba segura de tener hojas verdes en el cobertizo. Nos sentamos en la playa las horas siguientes sin hablar, tratando de escuchar el sonido de los motores del avión acercándose. Al final, T.J. se puso de pie. —Voy a pescar —dijo con voz plana. —Está bien —contesté. Tras su marcha, me acerqué al cocotero y recogí los que se habían caído al suelo. Me detuve en el árbol de pan en mi camino de vuelta, recogí dos, y lo dejé todo en el cobertizo. Avivé el fuego y esperé a T.J. Cuando volvió, limpié y cociné el pescado para la cena, pero ninguno de los dos comimos. Parpadeé para contener las lágrimas y suspiré de alivio cuando T.J. se alejó hacia el bosque. Me tumbé en la balsa salvavidas, haciéndome una bola, y lloré. Toda la esperanza a la que me había aferrado desde que nuestro avión cayó, se rompió en millones de fragmentos, como un bloque de hielo golpeado por un mazo. Pensé que si lográbamos estar en la playa cuando nos sobrevolase el primer avión, seríamos rescatados. Tal vez, no nos vieron. Tal vez nos vieron, pero no sabían que estábamos perdidos. Eso no importaba ahora, porque no iban a volver. Se me terminaron las lágrimas, y me pregunté si por fin había acabado con ellas. Me arrastré fuera de la balsa salvavidas. El sol se había puesto, y T.J. estaba sentado junto al fuego, con su mano derecha apoyada lánguidamente en su muslo. Le miré más de cerca. —Oh, T. J, ¿te la has roto? —Seguramente. Cualquier cosa con la que hubiese estrellado su puño —sospecho que un tronco de un árbol— había dejado sus nudillos sangrando y su mano horriblemente retorcida. Fui a por el botiquín de primeros auxilios y le di dos Tylenol y un poco de agua. —Lo siento —dijo sin hacer contacto visual—. Lo último que necesitas es otro hueso roto que cuidar. —Escucha —le dije, arrodillándome ante él—. Nunca voy a criticar las cosas que hagas que te ayuden a salir adelante, ¿de acuerdo?

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Finalmente me miró, asintió con la cabeza, y cogió el Tylenol de mi mano extendida. Le di la botella de agua, y se tomó la pastilla. Me senté con las piernas cruzadas junto a él, mirando las chispas que flotaban en el aire cuando añadí un leño al fuego. —¿Cómo sales adelante, Anna? —Lloro. —¿Funciona? —A veces. Miré su mano rota y contuve el impulso de lavarle la sangre y cogerle de la mano. —Renuncio, T.J. Una vez dijiste: es más fácil si no piensas que van a volver y tenías razón. Este tampoco va a volver. Un avión tendrá que aterrizar en la laguna para hacerme creer que podremos salir de esta isla. Hasta entonces, solo somos tú y yo. Es lo único de lo que estoy segura. —También renuncio —susurró. Le miré, tan roto, tanto física como mentalmente, y resultó que aún me quedaban algunas lágrimas después de todo. Le revisé la mano a la mañana siguiente. Su tamaño se había duplicado. —Hay que inmovilizarla —dije. Cogí un palo de la pila de leña y rebusqué en mi maleta algo con lo que atarlo—. No voy a apretarlo T.J., pero te va a doler un poco. —Está bien. Puse el palo bajo su palma, y envolví con cuidado la tela negra a su alrededor, dos veces, y la metí dentro. —¿Con que me has vendado la mano? —preguntó. —Mi tanga. —Levanté la mirada y le miré—. Tenías razón; es absolutamente incómodo. Sin embargo, es impresionante para los primeros auxilios. Las comisuras de la boca de T.J. se elevaron ligeramente. Me miró, sus ojos marrones mostraban un rastro de la chispa que habían perdido la noche anterior. —Esto será una historia graciosa algún día —dije. —¿Sabes qué, Anna? Ya tiene un poco de gracia. ***

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T.J. cumplió dieciocho años en septiembre de 2002. No parecía el mismo chico con el que me estrellé al aterrizar en el océano hace quince meses. Por un lado, realmente necesitaba afeitarse. El pelo era muy largo pero más corto que una barba completa con bigote. Se veía bien en él, en ese momento. No estaba segura de si le gustaba el vello facial, o si simplemente no quería preocuparse por el afeitado. Su cabello estaba casi tan largo como para hacerse una coleta, y el sol lo había vuelto marrón claro. Mi pelo también había crecido. Sobrepasaba la mitad de mi espalda y lleno de nudos. Intenté cortarlo con nuestro cuchillo, pero la hoja —fina y sin sierra— no se vio a través de mi pelo. Pese a estar muy delgado, T.J. había crecido por lo menos 5 cm, situándole en el metro ochenta. Parecía mayor. Habiendo cumplido los treinta y uno en mayo, probablemente, yo también lo parecía. No lo sabría, el único espejo que tenía estaba en mi neceser de maquillaje, que estaba flotando en algún lugar del océano. Me obligué a no preguntarle cómo se sentía, o si tenía algún síntoma del cáncer, pero le vigilaba de cerca. Parecía estar haciendo las cosas bien, creciendo y madurando, incluso bajo nuestras menos que deseables condiciones. *** El hombre en mi sueño gimió cuando besé su cuello. Deslicé mi pierna entre las suyas y entonces le besé desde la mandíbula hasta el pecho. Puso sus brazos a mí alrededor y rodamos hasta que estaba con la espalda apoyada en el suelo, con su boca sobre la mía. Algo en el beso me sorprendió y me desperté. T.J. estaba sobre mí. Estábamos en la manta bajo el cocotero para dormir la siesta. Me di cuenta de lo que había hecho y me escapé de debajo, mi cara en llamas. —Estaba soñando. Se tumbó sobre su espalda, respirando con dificultad. Me puse de pie, bajé a la orilla y me senté con las piernas cruzadas sobre la arena. Así se hace, Anna. Atácale mientras está dormido. T.J. vino unos minutos más tarde. —Estoy completamente mortificada —le dije. Se sentó—No lo estés.

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—Debes haberte preguntado qué demonios estaba haciendo. —Bueno, sí, pero entonces sólo seguí con ello. Le miré con la boca abierta —¿Estás loco? —¿Qué? Tú eres la que dijiste que yo era adaptable. Sí, y al parecer, bastante oportunista. —Además —dijo T.J.—, te gusta abrazar. ¿Cómo se supone que voy a saber lo que significa? Es confuso. Mi nivel de humillación alcanzó una cota más alta. A menudo me despertaba a mitad de la noche muy cerca de T.J., mi cuerpo curvado en torno suyo, y había asumido que él dormía así. —Lo siento. Esto ha sido totalmente mi culpa. No tenía la intención de darte una idea equivocada. —Está bien, Anna. No es la gran cosa. Mantuve la distancia el resto del día, pero esa noche, en la cama, dije—: Es verdad. Lo que dijiste de abrazar. Es sólo que estoy acostumbrada a dormir con alguien. Dormí a su lado durante mucho tiempo. —¿Era eso lo que estabas soñando? —No, fue uno de esos extraños sueños que no tienen sentido. No sé quién era. Pero estoy realmente arrepentida. —No tienes que seguir disculpándote, Anna. Te dije que eso me confundía. Nunca dije que no me gustase. Al día siguiente, cuando volví de la laguna, descubrí a T.J. sentado delante del cobertizo quitándose los frenillos con el cuchillo. —¿Necesitas ayuda con eso? Escupió un trozo de metal. Aterrizó en el suelo junto a varios más. —No. —¿Cuándo se supone que te los tenían que quitar? —Hace seis meses. Me había olvidado de ellos hasta ayer. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que me despertó de mi sueño. Ningún chico con frenillos me había besado desde el instituto.

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18 T.J. Traducido por ro0. Corregido por Mel Cipriano.

E

staba parado frente la casucha de Bones cuando Anna me encontró. Sudor corría por su rostro.

—Perseguí una gallina por toda la isla, pero corría muy rápido. La atraparé aunque sea lo último que haga. —Se agachó y puso sus manos sobre las rodillas, tratando de recuperar el aliento. Levantó su mirada hacia mí—. ¿Qué estás haciendo? —Quiero echar abajo esta casucha, luego llevar la madera de vuelta a la playa para construirnos una casa. —¿Tienes alguna idea de cómo construir una casa? —No, pero tengo un montón de tiempo para averiguarlo. Si soy cuidadoso, puedo reutilizar toda la madera y los clavos. Puedo hacer un toldo con la lona para que el fuego no se escape. —Examiné las bisagras de la puerta, considerando si eran salvables—. Necesito algo que hacer, Anna. —Creo que es una gran idea —dijo. Nos tomó tres días derrumbar la casucha y llevar las piezas a la playa. Saqué todos los viejos clavos y los puse en la caja de herramientas con los otros. —No quiero estar cerca del bosque —dijo Anna—. Por las ratas. —De acuerdo. —Sin embargo no podía construir en la playa, porque la arena era muy inestable. Elegimos un lugar entre los dos, donde terminaba la arena y comenzaba el barro. Cavamos una base, lo que apestó porque no teníamos una excavadora. Usé la garra del martillo para sacar pedazos de tierra y Anna me siguió detrás, recogiéndolos en uno de nuestros contenedores de plástico. Usé el serrucho rústico para cortar la madera del tamaño correcto. Anna sostenía las tablas mientras yo aporreaba los clavos. —Estoy feliz que hayas decidido hacer esto —me dijo.

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—Me va a tomar un tiempo terminarlo. —Está bien. Se dirigió a la caja de herramientas para traerme unos clavos más. Después de que me los pasara dijo—: Dime si necesitas más ayuda. Estrechó una manta cercana y cerró los ojos. La observé por un minuto, mis ojos moviéndose desde sus piernas hasta su estómago y sus pechos, preguntándome si su piel se sentía tan suave como parecía. Pensé en lo sucedido el otro día, cuando besó mi cuello debajo de la palmera. Recordé lo bien que se sintió. De repente, abrió sus ojos y volvió su cabeza hacia mí. Aparté la mirada rápidamente. Perdí la cuenta de cuántas veces me había atrapado mirándola. Nunca decía nada al respecto, ni que dejara de hacerlo, lo que era una razón más de por qué me gustaba tanto. *** Habría sido mi último año, y Anna odiaba que yo extrañara tanto la escuela. —Probablemente vas a tener que obtener un GED8. No te culparía para nada si eso es lo que quieres hacer, en vez de regresar y terminar la secundaria. —¿Qué es un GED? —Un certificado de equivalencia de educación secundaria. A veces cuando los chicos abandonan la escuela, en vez de volver eligen esa opción. Pero no te preocupes, yo te ayudaré. —De acuerdo. —Me importaba una mierda mi certificado de secundaria en ese entonces, pero parecía importante para ella. Al día siguiente, cuando estábamos trabajando en la casa, Anna dijo—: ¿Alguna vez te vas a afeitar? —Tocó mi barba con el dorso de su mano—. ¿No tienes calor? Esperaba que hubiese suficiente cabello como para ocultar mi sonrojo. —Nunca me he afeitado antes. Era muy pequeño cuando empecé la quimio. Cuando dejamos Chicago todo empezó a crecer de nuevo. —Bueno, está todo allí ahora. —Lo sé. Pero no tenemos un espejo, y no sé cómo hacerlo. —¿Por qué no lo dijiste antes? Sabes que te habría ayudado. —Uh, ¿porque es vergonzoso? 8

GED: Diploma de Educación General.

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—Vamos —dijo. Agarró mi mano y me llevó de vuelta al cobertizo. Abrió su maleta y sacó una hoja de afeitar y crema que usaba en sus piernas, luego bajamos al agua. Nos sentamos con las piernas cruzadas, uno frente al otro. Echó un chorro de crema en su mano y la aplicó en mi cara antes de esparcirla. Puso su mano detrás de mi cabeza, empujándome hacia ella hasta que estuve en el ángulo correcto, después afeitó el lado izquierdo de mi rostro con lentos y cuidadosos toques. —Sólo para que sepas —dijo—. Nunca he afeitado a un hombre antes. Trataré de no cortarte, pero no prometo nada. —Lo harás mejor de lo que yo lo haría. Sólo unos pocos centímetros separaban nuestros rostros, y miré sus ojos. Algunas veces eran grises, y otras azules. Hoy eran azules. Nunca me había dado cuenta de lo largas que tenía las pestañas. —¿Se fijan las personas en tus ojos? —solté. Ella se inclinó y hundió la hoja de afeitar en el agua. —A veces. —Son increíbles. Se ven incluso más azules ahora que estás tan bronceada. Sonrió. —Gracias. Recogió agua en sus manos y la dejó correr por mis mejillas, sacando la crema de afeitar. —¿Por qué esa mirada? —preguntó. —¿Qué mirada? —Tienes algo en mente. —Apuntó a mi cabeza—. Prácticamente puedo ver las ruedas dando vueltas ahí arriba. —Cuando dijiste que nunca habías afeitado a un hombre antes. ¿Piensas en mí como un hombre? Se detuvo antes de contestar. —No pienso en ti como un niño. Bien, porque no lo soy. Aplicó más crema en su palma y afeitó el resto de mi rostro. Cuando terminó, sostuvo mi mejilla y volvió mi cara de un lado al otro, recorriendo con su mano mi piel. —Bien —dijo—. Estás listo. —Gracias. Ya me siento más fresco. —De nada. Avísame cuando quieras que lo haga otra vez. ***

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Anna y yo nos acostamos en la cama una noche, hablando en la oscuridad. —Extraño a mi familia —dijo ella—. Tengo este pensamiento en mi cabeza reproduciéndose todo el tiempo. Me imagino que aterriza un avión en la laguna y tú y yo estamos justo en la playa cuando eso pasa. Nadamos para salir y el piloto no puede creer que seamos nosotros. Volamos lejos y tan pronto como encontramos un teléfono, llamamos a nuestras familias. ¿Puedes imaginarte cómo sería para ellos? ¿Que se les diga que alguien murió e ir a su funeral, para que luego ellos te llamen por teléfono? —No, no puedo imaginar cómo sería. —Me di vuelta sobre mi estómago y acomodé el cojín del asiento debajo de mi cabeza—. Apuesto que deseas no haber aceptado este trabajo. —Acepté este trabajo porque era una gran oportunidad para ir a un lugar en el que nunca había estado. Nadie hubiese podido predecir que esto iba a pasar. Me rasqué una picadura de mosquito en mi pierna. —¿Vivías con ese tipo? Dijiste que dormías junto a él. —Sí. —No creo que él quisiera que estuvieses lejos por tanto tiempo. —No quería —¿Pero tú sí? No dijo nada por un minuto. —Me siento extraña hablando de esto contigo. —¿Por qué? ¿Porque piensas que soy muy joven para siquiera entenderlo? —No, porque eres hombre. No sé si puedas comprenderlo. —Oh, lo siento. —No debí haber dicho eso. Anna era realmente buena en no tratarme como a un niño. —Su nombre es John. Yo quería casarme, pero él no estaba listo, y estaba cansada de esperar. Pensaba que sería bueno si me iba por un tiempo. Tomar algunas decisiones. —¿Cuánto tiempo han estado juntos? —Ocho años. —Sonaba avergonzada. —¿Así que no quería casarse? —Bueno. Creo que simplemente no quería casarse conmigo. —Oh.

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—No quiero seguir hablando de él. ¿Qué hay contigo? ¿Tienes a alguien en Chicago? —Ya no. Solía salir con esta chica llamada Emma. La conocí en el hospital. —¿Ella también tenía Hodgkin? —No, leucemia. Estaba sentada en una silla a mi lado cuando me hicieron mi primera quimioterapia. Pasamos un montón de tiempo juntos después de eso. —¿Tenía tu edad? —Un poco más joven. Tenía catorce. —¿Cómo era? —Un poco callada. Pensaba que era muy linda. Aunque ya había perdido su cabello y ella lo odiaba. Usaba siempre un gorro. Cuando el mío también se cayó, dejó de estar avergonzada. Después de eso simplemente nos sentábamos por ahí como dos peladitos y no nos importaba. —Perder tu cabello debe ser difícil. —Sí, y probablemente es peor para las chicas. Emma me mostró algunas fotos viejas, tenía el pelo largo y rubio. —¿Alguna vez pudieron estar juntos cuando no estaban en quimio? —Sí. Ella conocía el camino alrededor del hospital. Las enfermeras siempre miraban para otro lado cuando nos atrapaban besándonos en alguna parte. Subíamos al jardín de la azotea del hospital, y nos sentábamos al sol. Quería llevarla afuera, pero su sistema inmunológico no podía soportar estar en una multitud. Una noche, las enfermeras nos dejaron ver un video en una habitación vacía. Nos acostamos en una cama juntos y nos trajeron palomitas. —¿Qué tan enferma estaba ella? —Estaba bien cuando nos conocimos, pero después de seis meses, se enfermó bastante. Una noche en el teléfono, me dijo que había hecho una lista de cosas que quería hacer, y me dijo que pensaba que se estaba quedando sin tiempo. —Oh, T.J. —Tenía quince años para ese entonces, pero ella quería llegar a los dieciséis para poder sacar la licencia de conducir. Quería ir a la graduación, pero decía que cualquier baile escolar serviría. —Vacilé, pero estar al lado de Anna en la oscuridad hacía más fácil poder hablar de estas cosas—. Me dijo que quería tener sexo, para poder saber cómo se sentía. Su doctor tuvo que regresarla al hospital y le consiguieron una

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habitación privada. Creo que las enfermeras lo sabían, quizás ella se los contó, pero nos dejaban solos y nos las arreglamos para sacar una cosa de esa lista. Murió tres semanas después. —Eso es tan triste, T.J. —Anna sonaba como si estuviera tratando de no llorar—. ¿Estabas enamorado de ella? —No lo sé. Me importaba mucho, pero fue un tiempo tan extraño. Mi quimio dejó de funcionar, y tuve que empezar radiación. Me asusté cuando murió. ¿Sabría si la amé, Anna? —Sí —susurró. No había pensado en Emma en un tiempo. Aún así nunca la olvidaría; había sido mi primera vez también. —¿Qué decidiste sobre ese tipo, Anna? No respondió. Quizás no quería decírmelo, o quizás ya se había quedado dormida. Escuché las olas rompiendose contra el arrecife, el sonido me relajaba. Cerré mis ojos y no los abrí hasta que el sol me despertó a la mañana siguiente.

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19 Anna Traducido por Marie.Ang Christensen. Corregido por Mel Cipriano.

¿

Quieres jugar póker? —preguntó T.J. —Claro, pero dejé las cartas abajo, cerca el agua. —Voy a buscarlas —dijo.

—Está bien. Tengo que ir al baño. Las traeré en mi camino de regreso. —Odiaba ir a cualquier parte cerca de los bosques por la noche, y tenía cerca de dos minutos antes de que el sol se pusiera. Acababa de tomar las cartas cuando ocurrió. Nunca lo vi venir, y debió haber surgido rápidamente del cielo con algo de velocidad detrás, porque cuando el murciélago colisionó con mi cabeza, casi me echó al suelo. Me tomó un segundo averiguar lo que me había golpeado, y entonces empecé a gritar. Entré en pánico, mis manos corrieron a través de mi cabello para sacar el murciélago. T.J. corrió hacia mí. —¿Qué pasa? —Antes de poder responderle, el murciélago hundió sus dientes en mi mano. Grité más fuerte—. Hay un murciélago en mi cabello —dije, mientras un dolor punzante se irradiaba a través de mi palma—. ¡Me está mordiéndo! T.J. volvió a correr a toda velocidad. Sacudí mi cabeza hacia atrás y hacia adelante, tratando de sacar el murciélago. Cuando regresó, me empujó hacia abajo sobre la arena hasta que estuve tumbada en el suelo. —No te muevas —dijo, llevando sus manos alrededor de mi cabeza. Entonces clavó la hoja del cuchillo en el cuerpo del murciélago. Dejó de menearse—. Sólo espera. Voy a sacarlo de tu cabello. —¿Está muerto? —pregunté. —Sí. Me quedé quieta. Mi corazón se aceleró, y quería enloquecer, pero me obligué a mantener la calma mientras T.J. desenredaba el murciélago de mi cabello. —Está fuera.

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No podíamos verlo muy bien con la franja de luz que nos proporcionaba la luna, por lo que T.J. regresó al fuego y agarró un leño encendido. Se agachó y lo sostuvo sobre el cuerpo del murciélago. Era repugnante, de color marrón claro con grandes alas negras, orejas puntiagudas, y dientes afilados. Su cuerpo estaba cubierto de heridas abiertas. La piel alrededor de su boca parecía húmeda y viscosa. —Vamos —dijo T.J.—. Vamos a tomar el botiquín de primeros auxilios. Caminamos de regreso a la choza y nos sentamos junto al fuego. —Dame tu mano. Limpió la mordedura con las toallitas con alcohol, untó con crema antibiótica, y la cubrió con una curita. Mi mano latía. —¿Te duele? —Sí. Podía manejar el dolor, pero la idea de lo que pudiera estar incubándose en mi torrente sanguíneo me aterrorizó. T.J. debió pensarlo también, porque antes de irnos a la cama metió la hoja del cuchillo en el fuego y la dejó ahí toda la noche.

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20 T.J. Traducido por Panchys Corregido por Vane-1095

A

nna estaba despierta y sentada cerca del fuego cuando regresé de pescar la mañana siguiente. —¿Cómo está tu mano? Tendió hacia arriba la palma de su mano y quité su vendaje.

—No se ve tan mal —dije. La irregular herida filtraba sangre, y su mano se había hinchado un poco de la noche a la mañana—. Voy a limpiarla otra vez, y ponerle otro vendaje, ¿de acuerdo? —Está bien. Pasé otra toallita impregnada en alcohol a través de la picadura. —Te ves cansada —dije, notando los círculos oscuros bajo sus ojos. —No dormí muy bien. —¿Quieres volver a la cama? Sacudió la cabeza. —Tomaré una siesta más tarde. Puse un nuevo vendaje en su mano. —Ahí. Tan buena como nueva. No debió haberme oído bien, porque se quedó pegada en el espacio y no dijo nada. Más tarde esa mañana, terminé de elaborar la casa y comencé a colocar las murallas. Los árboles del pan daban una savia lechosa, y parché las grietas con la misma. Anna trabajó en silencio a mi lado, sosteniendo tablas o dándome clavos. —Estás tranquila —comenté. —Sí. Martillé un clavo en la tabla, asegurándola en el marco y pregunté—: ¿Estás preocupada por el mordisco? Asintió con la cabeza. —Ese murciélago parecía enfermo, T.J.

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Dejé el martillo y sequé el sudor de mis ojos. —No se veía nada bien. —admití. —¿Crees que tenía la rabia? Coloqué la siguiente tabla y cogí el martillo. —No, estoy seguro de que no la tenía. —Sin embargo, sabía que a veces los murciélagos portaban enfermedades. Anna tomó una respiración profunda. —Voy a tener que esperar, supongo. Si no me enfermo dentro de un mes, probablemente estoy bien. —¿Cuáles son los síntomas? —No lo sé. Fiebre, ¿tal vez? ¿Convulsiones? La enfermedad ataca el sistema nervioso central. Eso me asustó como la mierda. —¿Qué debo hacer si te enfermas? — Traté de recordar lo que había en el botiquín de primeros auxilios. Anna negó con la cabeza. —No haces nada, T.J. —¿Por qué no? —Porque sin vacunas contra la rabia la enfermedad es fatal. No pude respirar por un segundo, como si el viento huiera sido sacado de mí. —No lo sabía. Asintió con la cabeza, lágrimas llenando sus ojos. Dejé caer el martillo y puse mis manos sobre sus hombros. —No te preocupes —le dije—. Vas a estar bien. No tenía ni idea de si lo estaría, pero necesitaba que los dos lo creyéramos. Conté hacia adelante cinco semanas y encerré en un círculo la fecha en la agenda de Anna. Ella quería esperar poco más de un mes, sólo para estar segura. —Así que si no pasa nada por aquel entonces —dije—, y no tienes ningún síntoma, estás bien, ¿verdad? —Creo que sí. Cerré la agenda y la puse de vuelta en la maleta de Anna. —Vamos a volver a nuestra rutina regular —dijo—. No quiero pensar en eso. —Claro, lo que ayude. Ella debería haber sido una actriz en lugar de una maestra. Durante el día, dio un gran espectáculo, sonriendo como si nada le molestara. Se mantuvo ocupada, gastando horas jugando con los delfines o ayudándome

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con la casa. Pero no comía, y estaba muy inquieta en la cama, sabía que tenía problemas para dormir. Me desperté cuando salió de la balsa una noche dos semanas más tarde. Siempre se levantaba al menos una vez a tirar leña al fuego, pero por lo general venía de regreso. No lo hizo esta vez, así que fui a ver cómo estaba. La encontré en el cobertizo, mirando las llamas. —Oye —dije, sentándome a su lado—. ¿Qué pasa? —No puedo dormir. —Anna atizó el fuego con un palo. —¿Te encuentras bien? —Traté de no parecer ansioso—. No tienes fiebre, ¿verdad? Sacudió la cabeza. —No. Estoy bien, de verdad. Vuelve a la cama. —No puedo volver a dormir a menos que estés a mi lado. Se veía sorprendida. —¿No puedes? —No. No me gusta cuando estás aquí sola. Me pone nervioso. No tienes que ponerle leña al fuego todas las noches. Te dije que no es gran cosa para mí hacer uno en la mañana. —Es simplemente un hábito. —Se puso de pie—. Vamos. Por lo menos uno de nosotros debería ser capaz de dormir. Seguí a Anna a la balsa y después de acostarnos, nos cubrió con la manta. Llevaba pantalones cortos y mi camiseta, y mientras se acomodaba en una buena posición, su pierna desnuda rozó la mía. No la alejó cuando dejó de moverse, y yo tampoco lo hice. Nos quedamos en la oscuridad, con las piernas tocándose, y ninguno de nosotros durmió durante mucho tiempo. Estuvo de acuerdo en dejar de levantarse en medio de la noche y una mañana un par de semanas más tarde, después de que encendí el fuego, dije—: Anna, me gustaría que pudieras tomarme el tiempo. Apuesto a que hago esto en menos de cinco minutos. —Bueno, ahora estás mostrándolo. Sin embargo, se rió cuando lo dijo, y a medida que nos acercamos a la fecha que marqué en la agenda, pareció relajarse un poco. Cuando las cinco semanas habían pasado, sostuve su palma abierta en mi mano, y tracé la cicatriz que quedó con el pulgar. —Creo que vas a estar bien —dije. Y esta vez, realmente lo pensaba. Me sonrió. —Yo también lo creo. Limpió tres peces para el almuerzo ese día. —¿Aún tienes hambre? Soy capaz de comer más. —No, gracias. Me moría de hambre, pero ya estoy lleno.

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Nadamos por mucho tiempo y trabajamos en la casa hasta la hora de cenar. Una vez más, comió más de lo que había comido en las últimas semanas. A la hora de acostarse, apenas podía mantener los ojos abiertos, y se quedó dormida después de segundos que me acosté a su lado. Me quedé dormido también, pero me desperté cuando Anna se acurrucó a mi lado y apoyó su cabeza en mi hombro. Puse mi brazo alrededor de ella y la atraje más cerca. Si se hubiera enfermado, lo único que podría haber hecho era verla sufrir. Enterrarla al lado de Mick cuando muriera. No sabía si podría lograrlo sin ella. El sonido de su voz, su sonrisa, ella, esas eran las cosas que hacían la vida en la isla soportable. La abracé un poco más apretado y pensé que si despertaba podría decirle eso. No lo hizo sin embargo. Suspiró en su sueño, y en fin me dormí. Se había mudado de vuelta a su lado de la cama en el momento en que me desperté a la mañana siguiente. Estaba encendiendo el fuego cuando ella salió de la balsa. Me sonrió, extendiendo los brazos sobre su cabeza. —Tuve una buena noche de sueño. La mejor que he tenido en mucho tiempo. —También dormí bastante bien, Anna. Unas noches más tarde, nos encontrábamos en la cama debatiendo sobre nuestro top diez favorito de álbumes de rock clásico de todos los tiempos. —Los Rolling Stones, Sticky Fingers es mi número uno. Coloco Led Zeppelin IV de nuevo a la quinta posición —dijo. —¿Estás drogada? —Cuando comencé a enumerar las razones por las que no estaba de acuerdo —todo el mundo sabía que The Wall de Pink Floyd debía ser el número uno— me tiré un pedo. La fruta de pan tenía ese efecto en mí a veces. Ella gritó y de inmediato trató de escapar por la puerta de la balsa, pero la agarré por la cintura, tiré de ella hacia atrás, y puse la manta apretada sobre su cabeza. Era un pequeño juego que me gustaba jugar con ella. —Oh no, Anna, oh Dios mío, es mejor salgas de ahí abajo —me burlé, riendo—. Debe oler horrible. —Luchó para liberarse, y sostuve la manta aún más apretada. Cuando por fin la solté, hacía ruidos de náuseas y dijo—: Voy a patear tu trasero, Callahan. —¿En serio? ¿Tú y qué ejército? —Probablemente pesaba unos cincuenta kilos. Los dos sabíamos que no paneaba patear el trasero de nadie.

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—No te pongas demasiado engreído. Uno de estos días, voy a buscar la manera de tirarte abajo. Me reí y dije—: Oh, estoy asustado, Anna. Lo que no reconocí, sin embargo, era que podía haberme puesto de rodillas con un toque de su mano, si la ponía en el lugar correcto. Me pregunté si lo sabía. *** —Voy a tomar un baño. —dijo Anna cuando volví de la playa. Recogió el jabón y el champú y su ropa. —Está bien. Después que se fue, me di cuenta de que nos estábamos quedando sin leña. Tomé mi mochila y metí todos los palos que pude encontrar en el interior. El sol se escondió bajo en el cielo y los mosquitos zumbaban a mi alrededor. Me alejé de la gruesa cubierta de hojas, sin prestar atención. Salí de los árboles y levanté la vista a tiempo para ver a Anna caminando en el océano, desnuda. Me quedé congelado. Sabía que tenía que irme, largarme de allí, pero no pude. Me escondí detrás de un árbol y la observé. Se hundió debajo del agua para mojar su pelo, se dio la vuelta y volvió a salir. Se veía increíble, y las líneas de bronceado enmarcaban las partes de su cuerpo que más me gustaban. Deslicé mi mano dentro de mis pantalones cortos. Se puso de pie en la playa y lavó su pelo y luego se volvió a meter para enjuagar el champú. Salió, frotó el jabón entre sus manos, y lavó su cuerpo. Después de sentarse en la arena, se depiló las piernas y luego entró en el agua una vez más para enjuagarse. Lo que hizo a continuación me dejó alucinado. Cuando salió, miró a su alrededor y luego se sentó frente a la costa. Había traído el aceite de bebé, y se echó un poco en la palma y puso su mano entre las piernas. Oh, Jesucristo. Se recostó con una pierna extendida y la otra doblada en la rodilla. La vi tocarse, mi propia mano moviéndose un poco más rápido. A pesar de que lo hacía casi a diario, cuando estaba solo en el bosque, nunca se me ocurrió que ella podría estar haciéndolo, también.

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Seguí mirando, y después de unos minutos, enderezó la pierna doblada y arqueó la espalda. Sabía que se estaba viniendo y yo también. Se levantó, se sacudió la arena, y se puso en su ropa interior. Se vistió con el resto de su ropa y recogió sus cosas. Cuando se volvió para irse, se detuvo de pronto y miró en mi dirección. Oculto detrás de un árbol, no me moví, esperando a que se alejara. Luego huí, corriendo por entre los árboles, lejos de la playa. —Oh, hola —dije cuando me acerqué. Ella estaba de pie junto al cobertizo cepillándose los dientes. Sacó el cepillo de dientes de su boca y me miró, ladeando la cabeza hacia un lado. —¿Dónde estabas? —Buscando madera. —Abrí la cremallera de mi mochila y arrojé los palos en la pila de leña. —Oh —Terminó de cepillarse los dientes y bostezó—. Voy a la cama. —Entraré luego. Más tarde, mientras dormía a mi lado, recordaba las imágenes de su cuerpo desnudo y ella misma tocándose en mi cabeza como una película que podía ver tantas veces como quería. Me hubiera gustado darle un beso, tocarla, hacer lo que quisiera con ella, pero no podía. La película se reproducía en mi cabeza una y otra vez, y no pude conciliar el sueño esa noche.

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21 Anna Traducido por munieca Corregido por Nats

T

.J. se subió al techo de la casa y extendió una capa de savia del fruto de pan sobre las hojas de palmera. —No sé si esto nos mantendrá secos. Supongo que lo sabremos cuando llueva.

La casa estaba casi terminada. Me senté con las piernas cruzadas en el suelo, mirándole mientras saltaba desde el tejado, cogía el martillo, y clavaba los últimos clavos. Se había recogido el pelo en una coleta, y llevaba el sombrero de vaquero y gafas de aviador. Su rostro era tan moreno que parecía que había nacido en la isla. Tenía una gran sonrisa, con dientes blancos y rectos, pómulos salientes, y una mandíbula cuadrada sólida. Necesitaba afeitarlo de nuevo. —Te ves bien, T.J. Muy saludable. —Estaba delgado, pero tenía los músculos bien definidos, probablemente por la construcción a mano de nuestra casa, y no mostraba signos externos de malnutrición, por lo menos no todavía. —¿En serio? —Sí. No estoy segura de cómo, pero has crecido aquí. —¿Me veo más viejo? —Lo haces. —¿Soy guapo, Anna? —Se arrodilló frente a mí y sonrió—. Vamos, puedes decírmelo. Rodé mis ojos. —Sí, T.J. —dije, sonriéndole—. Eres muy guapo. Si alguna vez salimos de esta isla serás muy popular entre las damas. Levantó su puño al aire. —Sí. —Entonces dejó el martillo y tomó un sorbo de agua. —No puedo recordar como lucía antes del accidente, ¿tú puedes? —Más o menos. Pero probablemente no he cambiado tanto.

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T.J. se sentó. —Dios, estoy adolorido. ¿Me frotas la espalda, por favor? —Claro. —Masajeé sus hombros, que eran considerablemente más amplios de lo que estaban hace dos años. Su espalda era más ancha también, y sus brazos eran sólidos. Levanté su cola de caballo, amasando la parte de atrás de su cuello. —Eso se siente bien. Le di un masaje extra-largo y cerca del final, dijo—: Sigues siendo hermosa, Anna. En caso de que te lo preguntaras. Mi cara se puso caliente, pero sonreí. —No lo hacía, T.J. Pero gracias. *** Dos noches más tarde, dormimos en nuestra nueva casa por primera vez. Nos decidimos por una sola habitación grande, en lugar de dos, lo que nos dio un montón de espacio. Podía vestirme dentro de la casa, en lugar de menearme dentro de mi ropa en la balsa salvavidas. Mi maleta y la caja de herramientas asentadas en la esquina, y la funda de la guitarra a su lado contenían nuestro botiquín de primeros auxilios, un cuchillo, y la cuerda. T.J. quitó la cubierta de la balsa salvavidas —teníamos un techo real ahora— e hizo ventanas de la malla de las puertas desplegables, que dejaban entrar luz y aire. Utilizó los laterales de nylon para las cortinas, que cerrábamos por la noche. Clavó la lona en el frente de la casa, la extendió hacia fuera, y la ató a los palos altos que clavó en el suelo, luego cavó un pozo debajo para el fogón. —Estoy orgullosa de ti, T.J. Bones también lo estaría. —Gracias, Anna. Recorrimos un largo camino desde nuestros días de dormir en el suelo. Sólo un par de náufragos jugando a las casitas. *** Un hidroavión cayó en la laguna mientras T.J. y yo nadábamos. El piloto abrió la puerta, asomó la cabeza, y dijo—: Por fin os encontramos. Hemos estado buscándoos eternamente.

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Yo tenía cincuenta y dos años. Me desperté, empapada en sudor y ahogando un grito, segundos antes de que escapara de mi boca. El lado de la cama de T.J. estaba vacío. Paseaba por el bosque mucho tiempo últimamente, recogiendo leña en la mañana y otra vez por la tarde. Me vestí, me lavé los dientes, y caminé hacia el árbol de coco. Mientras los reunía, uno se cayó de una rama y casi me golpeó en la cabeza. Sobresaltada, di un salto y grité—: ¡Maldita sea! Cuando regresé a casa, comprobé el colector de agua. Era febrero, a mitad de temporada seca, y no había mucho. Se me cayó y rompí a llorar cuando el agua se derramó por el suelo. T.J. entró con su mochila llena de leña. —Oye —dijo, bajando su mochila—. ¿Qué pasa? Me sequé los ojos con el dorso de mi mano. —Nada, sólo estoy cansada y enojada conmigo misma. Derramé el agua. —Entonces me puse a llorar de nuevo. —Está bien. Probablemente lloverá de nuevo más tarde. —Tal vez no. Apenas llovió ayer. —Me dejé caer en el suelo, sintiéndome estúpida. Se sentó a mi lado. —Um, ¿esto es, como, el síndrome premenstrual o algo así? Cerré los ojos fuertemente, deseando que las lágrimas se detuviesen. —No. Tengo una mala mañana. —Vuelve a la cama —dijo—. Iré a buscarte cuando termine de pescar, ¿de acuerdo? —Vale. Me desperté cuando T.J. frotó mi brazo. —El pescado está listo — dijo, estirándose junto a mí. —¿Por qué no me despertaste para que pudiera limpiar? —Pensé que te sentirías mejor si dormías un poco más. —Gracias. Lo hago. —Siento haberte preguntado si tenías el síndrome premenstrual. Realmente no sé nada de eso.

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—No, fue una pregunta razonable. —Dudé—. Ya no tengo mi periodo. Desde hace mucho tiempo. —Todavía tenía tampones en mi maleta. T.J. parecía confundido. —¿Por qué? —No lo sé. Estoy por debajo del peso normal. Estrés. Malnutrición. Escoge una. —Oh —dijo. Nos acostamos en nuestros lados, uno frente al otro. —Tuve un mal sueño esta mañana. Un hidroavión cayó en la laguna mientras nadábamos. —Eso suena como un buen sueño. —Tenía cincuenta y dos años cuando nos encontraron. —Entonces queda mucho tiempo. ¿Es por eso que estabas tan molesta? —Quiero tener un bebé. —¿En serio? —Sí. Dos o tres, en realidad. Esa fue otra cosa que John no quería. Si no nos encuentran hasta que tenga cincuenta y dos, será demasiado tarde. Cuarenta y dos podría ser muy justo. Siempre se puede adoptar, pero tenía muchas ganas de dar a luz al menos a uno. —Elegí un hilo sobre la manta—. Es una estupidez pensar en un bebé cuando hay tantas otras cosas de qué preocuparse aquí. Y sé que tener hijos no está en tu radar aún, pero realmente los querrás algún día. —He pensado sobre niños. Soy estéril. Sus palabras fueron tan inesperadas que no supe qué decir en un primer momento. —¿Debido al cáncer? —Sí. Tuve un montón de quimioterapia. —Oh, Dios T.J., lo siento. No estaba pensando. —No hay nada como hablar sobre tener hijos frente a alguien cuya fertilidad había sido intercambiada por sobrevivir. —Está bien. El médico me habló antes de que la quimioterapia comenzara. Explicó que si alguna vez quería hijos, tendría que tener un banco de esperma de inmediato, porque una vez empezara el tratamiento, sería demasiado tarde. Decidí que quería esa posibilidad. —Vaya. Esa no es una decisión que la mayoría de los chicos tienen que hacer cuando tienen quince. —No, estamos más o menos pensando en no embarazar a nadie. Esa parte puede levantarte el ánimo. Así que mi madre dijo que iba a llevarme

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a mi cita en el banco de esperma, y me entregó uno de los Playboy9 de mi padre, tenía algo así de sucio escondido en mi armario, por cierto, y me preguntó, totalmente seria, si sabía qué hacer. —Tienes que estar bromeando. —No, no lo estoy. —Comenzó a reírse—. Tenía quince años, Anna. Era un experto en eso, y no quería hablar de pajas con mi madre. —Oh, Dios mío, me estoy muriendo aquí —le dije, riendo tan fuerte que lágrimas corrían por mi cara. —Sí, la siguiente vez que tuve que ir al banco de esperma mi padre me llevó. Me sequé los ojos y una última risita se escapó. —¿Quieres saber cuál es tu mejor cualidad? —¿Que soy tan guapo? —dijo inexpresivo. Me eché a reír de nuevo. —Veo que el cumplido que te di fue directo a tu cabeza. No, eso no es todo. Quiero que sepas que es casi imposible no ser feliz cuando estás cerca. —¿En serio? Gracias. —Me dio unas palmaditas en el brazo—. No te preocupes, Anna. Nos encontrarán algún día y tendrás ese bebé. —Eso espero. Tic tac, ya sabes.

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Playboy: es una revista de entretenimiento para adultos, fundada en Chicago en 1953.

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22 T.J. Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por Nats

E

staba en el bosque cuando Anna gritó. Venía en dirección de la casa, y cuando despejé los árboles, corrí hacia el sonido. Se tambaleó y se desplomó en el suelo. Jadeante, dijo—:

Medusa.

El contorno de los tentáculos había dejado marcas rojas en sus piernas, estómago y pecho. No sabía qué hacer. —Haz que me suelte —gritó. Cuando baje la mirada, vi claramente algunos tentáculos todavía pegados a su estómago y pecho. Tiré de uno, y me hirió. Corrí hacia el colector de agua y agarre el recipiente de plástico en el suelo junto a ella. Lo llené, corrí de regreso a Anna, y la rocié con el agua fresca. Los tentáculos no se enjuagaron y gritó de dolor, como si el agua dulce lo empeorara. —T.J., prueba el agua de mar —dijo—. ¡Date prisa! Sin soltar el recipiente, corrí hasta la orilla y lo llene con agua del océano. Corrí de vuelta y esta vez, cuando vertí el agua de mar, no gritó. Lloriqueó en el suelo mientras trataba de averiguar qué hacer a continuación. Sabía que aún sentía dolor por la forma en que se movía adelante y atrás, tratando de encontrar una posición cómoda. Me acordé de las pinzas y corrí a la maleta de Anna para conseguirlas. Cuando volví, saqué los tentáculos tan rápido como pude. Cerró los ojos y gimió. Los había quitado prácticamente todos cuando la piel de Anna comenzó a ponerse roja, no sólo donde había sido picada, sino por todas partes. Sus párpados y labios se hinchaban. Me entró el pánico y vertí más agua de mar sobre ella, pero no sirvió de nada. Sus ojos cerrados siguieron hinchándose.

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Me topé con el cobertizo y encontré el botiquín de primeros auxilios, y luego me lancé hacia abajo sobre la arena a su lado, abriendo la tapa y vertiéndolo todo. Cuando cogí la botella con el líquido en su interior de color rojo, escuché su voz en mi cabeza. Esto puede salvarte la vida. Detiene las reacciones alérgicas. La cara de Anna parecía un globo para entonces, y sus labios hinchados, la piel se había separado. Luché con la tapa a prueba de niños, pero una vez que lo bajé puse mi brazo debajo de ella, levanté su cabeza, y derramé el Benadryl10 en su garganta. Tosió y escupió, no tenía ni idea de cuánto le había dado. Su parte superior del bikini se desplazó cuando la levanté. Era muy grande en ella, puesto que había perdido peso, y cuando baje la mirada vi unos pocos tentáculos dentro de él, escociéndole. Tire de su top, haciendo una mueca a las marcas en su pecho. Puse su espalda hacia abajo, derrame lo que quedaba del agua de mar, y saqué los tentáculos con las pinzas. Me quité la camiseta y la cubrí con ella, vistiéndola con cuidado. —Estarás bien, Anna. —Entonces le cogí la mano y esperé. Cuando su piel no estaba tan roja y la hinchazón bajó un poco, miré a través de los contenidos del botiquín de primeros auxilios esparcidos por el suelo. Después de leer todas las etiquetas, elegí un tubo de crema con Cortisona11. Empecé por las piernas y me abrí paso hacia arriba, frotando la crema sobre las ronchas. —¿Esto ayuda? —Sí —susurró. Sus ojos ya no estaban hinchados, pero no los abrió—. Estoy muy cansada. No supe si debería dejarla dormir, y temí que por accidente le diera una sobredosis. Revisé la botella de Benadryl, todavía había un montón a la izquierda, y la etiqueta decía que podía causar somnolencia. —Está bien, duérmete. —Lo hizo antes de que terminase de hablar.

Benadryl: es un tipo de sedante hipnótico. Cortisona: es un esteroide que impide que salga del cuerpo la substancia que causa inflamación. 10 11

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Froté la crema sobre su estómago, pero cuando llegué a su pecho dudé. No creí que se diese cuenta de que tomé su top, o tal vez no le importó. Levanté mi camiseta y retrocedí. Sus tetas eran un desastre. Verdugones elevados cubrían la piel, algunos ya formando la costra de sangre seca. Me mantuve enfocado, pensando sólo en ayudarla, y apliqué la crema con cuidado y con la punta de mis dedos. Cuando terminé, comprobé si olvidé alguno. Su color de piel volvió a la normalidad y la hinchazón desapareció. Esperé un poco más, luego la levanté y la llevé a la balsa salvavidas.

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23 Anna Traducido por Madeleyn Corregido por Nats

A

brí mis ojos y suspiré de alivio por la falta de ardor y dolor punzante. T.J. dormía a mi lado, su respiración profunda y constante. Desnuda de cintura para arriba, algo suave cubría mi pecho como una manta. Me senté y deslice la camiseta por encima de mi cabeza, inhalando el aroma familiar de T.J. Di vuelta en mi lado y me dormí de nuevo. Por la mañana, me desperté sola. Tiré del dobladillo de la camiseta hacia arriba. La silueta roja de los tentáculos permanecía y lo haría probablemente por un largo tiempo. El aumento era mayor, me estremecí por la condición de mis pechos. Oscuras manchas de color rojo, costras y mucha sangre los cubrían. Dejé caer la camiseta, la remetí en mis pantaloncillos y abandoné la casa para ir al baño. T.J. hacía fuego cuando regresé. Se puso de pie. —¿Cómo estás? —Regresando a la normalidad. —Levanté mi camiseta un poco y le mostré mi estómago. Trazó las marcas con su dedo. —¿Te duele? —No, no realmente… —¿Y eso? —Señaló mi pecho. —No tan bien. —Lo siento. Había algunos tentáculos en el interior de tu top, picándote, y no me di cuenta de inmediato. No tenía ningún recuerdo de él quitándome el top, sólo el dolor ardiente. —Está bien, no lo sabías. —Estabas roja e hinchada. —¿Sí? No recuerdo eso. —Te di un Benadryl. Te noqueó.

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—Hiciste exactamente lo que tenías que hacer. Entró en la casa y regresó con un tubo de Cortisona. —Froté esto en tu piel. Veo que te ayudó. Me dijiste que lo hiciera antes de quedarte dormida. Tomé el tubo que me extendía. ¿Frotó esto en mis pechos también? Me imaginé a mí misma tumbada en la arena, vestida sólo con la mitad inferior de mi traje de baño, mientras T.J. extendía la crema sobre mi piel, y de repente no pude mirarlo. —Gracias —dije. —¿Lograste ver la medusa que te picó? —No, sólo sentía el dolor. —Nunca he visto una en una laguna. —Yo tampoco. Debió tomar el camino equivocado en el arrecife. Entré en casa para tomar mi cepillo de dientes, y apreté una minúscula cantidad de pasta en el cepillo. Cuando salí, le dije—: Por lo menos no era una de las mortales. T.J. me miró con una expresión de alarma. —¿Una medusa puede matarte? Saqué el cepillo de dientes de mi boca. —Algunas de ellas. Nos quedamos fuera del agua ese día. Caminé a lo largo de la costa, entrecerrando los ojos por la distancia y comprobando por medusas, recordándome a mí misma que el hecho de que no podíamos ver los peligros del océano no quería decir que no estaban allí. También me pregunté si el botiquín de primeros auxilios algún día dejaría de contener la única cosa que necesitábamos para salvar cualquiera de nuestras vidas. *** En junio del 2003, T.J. y yo llevábamos dos años en la isla. Cumplí los treinta y dos en mayo, y T.J. tendría diecinueve en unos pocos meses. Se levantó al menos seis veces para entonces, y no tenía nada de niño en él. A veces, cuando lo miraba pescar, reparando la casa, o saliendo al bosque que conocía como la palma de su mano, me preguntaba si pensaba en la isla como suya. Un lugar donde podía hacer lo que quisiera y cualquier cosa era aceptable, siempre y cuando siguiéramos con vida. ***

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Nos sentamos con las piernas cruzadas, enfrentados en la orilla del agua, así podía afeitarlo. Se inclinó hacia delante, apoyando sus manos sobre mis muslos para mantener el equilibrio. —¿Cómo me convertí en tu peluquera personal? —bromeé—. Te baño. Te afeito. —Esparcí la crema de afeitar, que casi desaparecía entre sus mejillas. Me dio una gran sonrisa. —¿Soy afortunado? —Te estás malcriando. Cuando salgamos de esta isla tendrás que afeitarte tu mismo. —Eso no será divertido en absoluto. —Podrás manejarlo. Terminé de afeitarlo y caminamos de regreso a la casa, listos para una siesta bajo el toldo. —Sabes, estaría feliz de darte un baño o afeitarte, Anna. Sólo tienes que decírmelo. Me eché a reír. —Estoy bien, en serio. —¿Segura? —Estaba acostado sobre la manta a mi lado, se acercó y tiró de mi brazo hacia arriba, entonces pasó el dorso de su mano a lo largo de mi axila. —Vaya, son suaves. —¡Alto! Tengo muchas cosquillas. —Sacudí su mano. —¿Qué pasa con las piernas? —preguntó, y antes de que pudiera responder, se inclinó hacia mí y pasó la mano lentamente por mi pierna, desde el tobillo hasta el muslo. El calor que inundó mi cuerpo me tomó por sorpresa. Jadeé, un cruce entre un suspiro y un gemido, y se escapó antes de que pudiera detenerlo. Los ojos de T.J. se abrieron y me miró con la boca abierta. Luego sonrió, claramente satisfecho con el efecto que su toque tuvo en mí. Respiré profundamente y dije—: Puedo manejar mi propio aseo. —Sólo trato de recompensarte por haberme ayudado todo este tiempo. —Eso es muy amable de tu parte, T.J., ve a dormir. —Se rió y se acostó de lado, de espaldas a mí. Me acosté bocarriba y cerré los ojos. Sólo tiene dieciocho años. Es demasiado joven. Una voz en mi cabeza dijo: técnicamente es bastante viejo. ***

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Días después, por la tarde, T.J. y yo nadábamos con los delfines. Había cuatro de ellos, y vimos como retozaban a nuestro alrededor. Quería ponerles nombre, pero no podía distinguirlos. Cuando se fueron, nos sentamos en la orilla. Coloqué los dedos de mis pies en la suave arena blanca. —¿No dijiste que ibas a tomar un baño? —preguntó. —Sí. Pero no he traído nada. —Nuestras fuentes fueron disminuyendo con rapidez. Sólo podíamos bañarnos con jabón una vez por semana. Ya no notaba cómo olíamos. —Puedo conseguirte cualquier cosa —dijo. —¿Puedes? —Claro. —Está bien, pero necesito ropa también. —No hay problema. Trajo todo y lo dejó sobre la arena. Esperé hasta que se marchó y luego me desnudé. Cuando terminé de bañarme, me quedé un minuto secándome al sol. Me acerqué a la pila de ropa, esperando encontrar una camiseta sin mangas y pantalones cortos, o un bikini. Me sorprendió lo que escogió. Había elegido un vestido, el único aún empacado. Era uno de mis favoritos, azul corto y ligero con finos tirantes. También seleccionó encaje de color rosa como ropa interior, sentí calor en mis mejillas. Olvidó el sujetador, o tal vez no, porque nunca usé uno con este vestido de todos modos. Me deslicé en la ropa interior y coloque el vestido por encima de mi cabeza. Cuando llegué a casa, T.J. me miró abiertamente. —¿Tenemos reserva para cenar y no lo sabía? —pregunté. —Me gustaría —dijo. Me detuve frente a él. —¿Por qué un vestido? Se encogió de hombros. —Pensé que te verías bien en él. —Se quitó sus gafas de sol y me miró de arriba abajo—. Estaba en lo cierto. —Gracias —dije, sonrojándome de nuevo. Fue a pescar y me senté sobre la manta, bajo la marquesina, esperando a que regresara. A menudo atrapaba a T.J. mirándome, pero nunca fue tan evidente. Se estaba volviendo más audaz, probando las aguas. Si trataba de ocultar sus sentimientos antes, ahora no le interesaba hacerlo. No sabía cuáles

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eran sus intenciones, o incluso si las tenía, pero vivir con él estaba a punto de complicarse. Eso lo sabía. *** —Me encantaría tener tijeras. —Sentada en la manta, fuera de casa, una semana más tarde, trataba de peinar los nudos de mi cabello. Llegaba casi hasta mi trasero y me volvía loca—. Debí cortarme el pelo antes de que la navaja se volviera tan dura —dije. Le eché un vistazo al fuego. —Estás pensando en quemar algunos de ellos, ¿no? —preguntó T.J. Lo miré como si estuviera loco. —No. Tal vez. Continué peinándome. T.J. se acercó y tendió la mano. —Dame el cepillo. Yo lo haré. ¿Ves? Voy a pagarte mi afeitado. Le pasé el cepillo. —Tú mismo. Se recostó contra la pared exterior de la casa, y me senté de espaldas a él. Comenzó a peinar mi cabello. —Tienes mucho cabello — dijo. —Lo sé. Es demasiado largo. —Me gusta el cabello largo. T.J. trabajó pacientemente con los enredos, una sección a la vez. El sol se ocultaba, pero el toldo nos cubría. Una fresca brisa soplaba desde el mar. El sonido omnipresente de las olas rompiendo en el arrecife y la sensación del cepillo moviéndose suavemente entre mi cabello me sumió en un estado de relajación. Levantó el cabello de mi cuello y luego me atrajo hacia él, para que me recostara en su pecho. Volví la cabeza, y tiró mi cabello a un lado, por encima del hombro derecho. Continuó el cepillado, y se sentía tan bien que tras un tiempo cerré los ojos y me quedé dormida. Cuando me desperté, supe por el sonido de la respiración de T.J. que cayó dormido también. Sus brazos rodeaban mi cintura por la espalda, las manos entrecruzadas descansando sobre la piel desnuda encima de la parte inferior de mi bikini. Cerré los ojos otra vez, pensando en lo bonito que se sentían los brazos de T.J. a mí alrededor. Se movió, susurrando en mi oído—: ¿Estás despierta? —Sí. Tuve una buena siesta.

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—Yo también. Aunque realmente no quería, me senté y sus manos se deslizaron por mi estomago. Mi cabello cayó como una hoja lisa por mi espalda. Miré por encima de mi hombro y sonreí. —Gracias por cepillar mi cabello. Sus ojos estaban cargados de sueño y algo más. Algo que se parecía sin lugar a dudas al deseo. —Cuando quieras. Mi ritmo cardíaco aumentó. Mi estómago se llenó de mariposas y una sensación de calor se extendió sobre mí. Pensar que nuestra relación estaba a punto de complicarse bien podría ser un eufemismo.

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24 T.J. Traducido por Carlota Corregido por Nats5

V

i como Anna se alejaba después de que la cepillase el pelo. Pensé en el otro día, cuando hizo ese sonido mientras subía mi mano por su pierna. Me pregunté qué tipo de ruido haría si hiciese algo más con mi mano. La necesidad de meterla dentro de la parte inferior de su bikini y descubrirlo había sido casi incontrolable. Si estuviéramos en Chicago, no tendría ninguna posibilidad con ella. Pero estaba comenzando a preguntarme si, aquí en la isla, podría. *** Anna y yo nadábamos de un lado al otro en la laguna, esperando a los delfines. —Me aburro —dije. —Yo también —dijo, flotando sobre su espalda—. Ey, vamos a ver si podemos hacer el alzamiento como Johnny y Baby. —Realmente no tengo ni idea de lo que estás hablando. —¿Nunca has visto Dirty Dancing? —No. —El título no sonaba mal, sin embargo. —Es una película genial. La vi en el instituto. 1987, creo. —Tenía dos años. —Oh, a veces se me olvida lo joven que eres. Sacudí mi cabeza. —No soy tan joven. —Bueno, de todos modos, Patrick Swayze interpreta a un profesor de baile llamado Johnny Castle en un resort turístico en las montañas Catskill. Jennifer Grey interpreta a Baby Houseman, y se hospeda allí con su familia. —Anna se detuvo un momento y entonces dijo—: Oye, se me acaba de ocurrir algo. Baby y su familia estaban pasando todas sus vacaciones lejos de casa, justo como tú.

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—¿Ella también estaba enfadada por eso? —pregunté. Anna sacudió su cabeza y se echó a reír. —No lo creo. Se lió con Johnny y pasaron un montón de tiempo en la cama. ¿Por qué nunca he visto esa película? Suena impresionante. —Pero entonces Penny, la pareja de baile de Johnny, se queda embarazada, y Baby tiene que sustituirla. Hay un alzamiento difícil, y Baby no puede hacerlo al principio, por lo que lo practican en el agua. —¿Y eso es lo que quieres hacer? —Si significaba tocarla, yo estaba de acuerdo. —Siempre he querido intentarlo. No puede ser tan difícil. Se puso en frente de mí y dijo—: Está bien, voy a correr hacia ti, y cuando salte pon tus manos aquí. —Cogió mis manos y las puso sobre sus caderas—. Entonces me alzas por encima de tu cabeza. ¿Crees que me puedes levantar? Puse mis ojos en blanco. —Por supuesto que puedo levantarte. —Por alguna razón, Baby llevaba pantalones en el agua cuando hizo esto, lo cual nunca entendí. Bueno, ¿estás listo? Dije que sí, y Anna corrió hacia mí y saltó. En el momento en que mis manos tocaron sus caderas, se agarró a mí porque decía que le hice cosquillas. Mi cara terminó entre sus piernas. Nos desenredamos y me dijo—: No me hagas cosquillas la próxima vez. Me eché a reír. —No te hice cosquillas. Puse mis manos donde me dijiste. —Vale, vamos a hacerlo de nuevo. —Retrocedió para coger carrerilla—. Allá voy. Esta vez, cuando la alcé, el agua era muy profunda y no pude hacer pie. Caí hacia atrás y ella cayó sobre mí, lo que no apestaba. —Mierda, eso fue mi culpa —dije—. Tenemos que acercarnos más a la orilla. Inténtalo de nuevo. Esta vez lo hicimos perfectamente. La alcé, extendió los brazos y las piernas y arqueó la espalda. —¡Lo hice! —gritó. La sostuve todo el tiempo que pude, y luego bajé mis brazos. Había retrocedido unos pasos para bajarla, y tan pronto como sus pies tocaron el fondo, su cabeza estaba bajo el agua. Me agaché y la levanté. Tomó aliento y puso sus brazos alrededor de mi cuello. Unos segundos más tarde, envolvió sus piernas alrededor de mi cintura y me abrazó.

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Parecía sorprendida, tal vez porque no se esperaba que el agua la cubriese la cabeza, o tal vez porque tenía mis manos en su culo. —Ya no me aburro, Anna. —De hecho, si la bajaba un poco, sentiría exactamente cómo de poco me estaba aburriendo. —Bien. —Seguía aferrada a mí con sus brazos y sus piernas, y estaba pensando en besarla cuando dijo—: Tenemos compañía. Miré detrás de mí cómo cuatro delfines nadaban hacia la laguna, asomando sus hocicos y pidiendo que jugásemos con ellos. Decepcionado, fui a la parte poco profunda y la solté, asegurándome de que tocaba el suelo. Me gustaba jugar con los delfines, pero jugar con Anna me gustaba mucho más.

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25 Anna Traducido por Nina_ Ariella & Jo & ♥...Luisa...♥ Corregido por Panchys

N

os sentamos bajo la cubierta a jugar póker viendo la tormenta caer, un rayo zigzagueó a través del cielo y el aire húmedo presionó sobre mí como una cobija. El viento levantó y dispersó nuestras cartas. —Mejor vamos dentro —dijo T.J. Una vez dentro, me estiré detrás de él en el bote salvavidas y vi el interior de la casa iluminarse con cada rayo. —No vamos a dormir mucho esta noche —dije —Probablemente no Nos acostamos uno junto al otro, escuchando la lluvia golpear contra la casa. Solo unos segundos separaban el ruido del trueno. —Nunca ha habido tantos rayos antes —dije. Aún más inquietante, el vello en mis brazos y detrás de mi cuello se puso de punta por el aire cargado eléctricamente. Me dije a mí misma que la tormenta terminaría pronto, pero a medida que las horas pasaron solo se intensificó. Cuando las paredes comenzaron a sacudirse, T.J. trepó fuera del bote salvavidas y alcanzó mi maleta. Se volteó y me arrojó mis jeans. —Ponte estos. Tomó sus propios jeans y se metió dentro de ellos. Luego metió la caña de pescar dentro del estuche de la guitarra —¿Por qué? —Porque no creo que podamos soportar esto aquí afuera. Salí de la cama y puse mis jeans sobre mis shorts. —¿A dónde más iríamos? —Tan pronto como pregunté, lo supe—. ¡No! No hay forma de que yo vaya ahí, lo hemos hecho bien en otras tormentas. Nos podemos quedar aquí.

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T.J. tomó su mochila y metió dentro su cuchillo, soga, y el botiquín de primeros auxilios. Me arrojó las zapatillas y metió los pies en sus Nikes, sin desatar los cordones primero. —Nunca ha sido tan malo —dijo—, y lo sabes. Abrí la boca para discutir con él y el techo voló. T.J. sabía que había ganado. —Vamos —dijo apenas audible sobre el bramido del viento. Deslizó sus brazos por la mochila y me pasó el estuche de la guitarra—. Vas a tener que llevar esto. —Tomó la caja de herramientas en una mano, mi maleta en la otra y nos apresuramos por el bosque hacia la cueva. La lluvia nos golpeaba y el viento soplaba con mucha violencia, pensé que me haría caer. Dudé en la entrada de la cueva. —Entra Anna —gritó. Me incliné tratando de encontrar el coraje para entrar, el repentino crujido de la rama de un árbol sonó como un disparo, T.J. puso su mano en mi trasero y me empujó. Empujó dentro el estuche de la guitarra, la caja de herramientas y la maleta después de mí y siguió justo antes de que el árbol cayera bloqueando la entrada a la cueva y hundiéndonos en la oscuridad. Choqué con los huesos como una bola de boliche contra diez pines. El esqueleto se esparció por el suelo de la cueva y unos segundos después T.J. aterrizó en un montón junto a mí. Los dos —y todo lo que teníamos— apenas cabíamos en el pequeño espacio. Tuvimos que tumbarnos en nuestra espalda, hombro con hombro y si extendía mi brazo podría haber tocado la pared de la cueva, centímetros a mi derecha; T.J. podría haber hecho lo mismo a su izquierda. La cueva olía a suciedad, plantas descomponiéndose y a animales que esperaba no fueran murciélagos. Agradecida de estar usando jeans, crucé los pies en los tobillos para evitar que cualquier cosa trepara por mis pantalones. El techo estaba a menos de sesenta centímetros sobre nuestras cabezas. Era como estar en un ataúd con la tapa cerrada y entré en pánico, mi corazón retumbando, jadeando, sintiendo como si no pudiera obtener suficiente aire. —Intenta no respirar tan rápido —dijo T.J.—. Tan pronto como se detenga estaremos fuera de aquí Cerré mis ojos y me concentré en inhalar y exhalar, solo bloquear todo. Dejar la cueva ahora no era una opción T.J. tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos apretando suavemente, yo apreté también, aferrándome a su mano como a una línea de vida —No te sueltes —susurré

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—No iba a hacerlo. Nos quedamos en la cueva por horas, escuchando la tormenta mientras rugía afuera. Cuando finalmente se detuvo, T.J. movió de la entrada las ramas del árbol. El sol estaba arriba y nos arrastramos fuera mirando en shock la devastación. La tormenta derribó tantos árboles que volver a la playa era como elegir un camino en un laberinto. Cuando finalmente salimos del bosque los dos nos quedamos mirando. La casa se había ido. T.J. miró el suelo donde una vez estuvo. Lo abracé y dije—: Lo siento. No respondió pero me rodeó con sus brazos y nos quedamos así por largo tiempo. Recorrimos el área y encontramos el bote salvavidas contra un árbol. Lo revisamos cuidadosamente buscando agujeros, y yo buscaba escuchar el silbido del aire escapando, pero no escuché nada. El colector de agua flotaba en el mar a varios metros de la costa y la lona y el toldo del techo estaban enredados entre los montones de madera que una vez fueron nuestro hogar. Los cojines de los asientos, chalecos salvavidas y cobijas estaban dispersas por la arena. Las dejamos secar al sol, amarramos el toldo del techo a la balsa salvavidas pero T.J. había cortado los lados de nailon y la puerta que se pliega hacia abajo para usarlos en la casa. La cubierta nos protegería de la lluvia pero ya no teníamos ninguna protección de los mosquitos. Nos pasamos el resto del día construyendo otro refugio y juntando leña para el fuego y amontonándola dentro para que pudiera secar. T.J. fue a pescar y yo recolecté cocos y frutos de pan. Después nos sentamos junto a la fogata a comer pescado, apenas manteniendo nuestros ojos abiertos. Afortunadamente la balsa continuó manteniendo el aire y cuando el sol se puso T.J. y yo nos acostamos, me quedé dormida instantáneamente con la cabeza apoyada en mi cojín del asiento ligeramente húmedo. *** Nadé de un lado a otro en la laguna. T.J. estaba trabajando en reconstruir la casa, pero prometió unírseme tan pronto como terminara de clavar unas tablas. Su deseo de tener un techo sobre nuestras cabezas de nuevo lo consumía, y en las seis semanas después de la tormenta había

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hecho un progreso notable; había terminado la estructura y cambió su atención a colocar las paredes. Después de haber construido la casa una vez su ritmo era más rápido y habría trabajado todo el día si no lo hubiese convencido de tomarse un descanso. Estaba flotando en el agua cuando él apareció en la playa, de repente corrió hacia la orilla gritando y haciendo señas para que me saliera, no podía entender por qué estaba tan molesto así que me giré. Vi la aleta segundos antes de que desapareciera bajo la superficie y supe por su tamaño y forma que eso no era un delfín. T.J. corrió dentro del agua gritando —¡Nada, Anna, nada! Con miedo de mirar sobre mi hombro, nadé más rápido de lo que creí posible y aún no podía tocar el fondo del mar pero T.J. me alcanzó, me haló del brazo y me llevó a aguas menos profundas, encontré el equilibrio y corrimos. Me estremecí. T.J. me tomó por los hombros y dijo—: Estás bien. —¿Por cuánto tiempo crees que ha estado nadando en nuestra laguna? —pregunté T.J. escaneó el agua turquesa —No lo sé. —¿Qué clase crees que era? —¿De arrecife tal vez? —No puedes ir a pescar T.J. A menudo se paraba con el agua hasta la cintura ya que nuestro sedal no era muy largo. —Podría salir si veo la aleta. —A menos que no la veas. Pasamos los siguientes días por la costa vigilando por el tiburón. La superficie de la laguna permaneció intacta y el agua permaneció en calma y en silencio. Los delfines vinieron pero yo no quería entrar. Nos turnamos para bañarnos pero acordamos permanecer cerca a la orilla, solo entramos a unos pocos pies para enjuagarnos. Una semana entera pasó sin que ninguno viera el tiburón, pensamos que se había ido para siempre, que su aparición en la laguna había sido una anomalía, como la medusa. T.J. comenzó a pescar de nuevo, a los pocos días me senté cerca de la orilla a depilar mis piernas, T.J. se acercó con el pez que había atrapado, mirando cómo yo pasaba la cuchilla lentamente por mi pierna lastimando mi rodilla y sacando sangre, hizo una mueca.

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—La cuchilla está mala —expliqué. Se sentó junto a mí. —No puedes ir cerca del agua ahora Anna. Y así es como supe que el tiburón estaba de vuelta. Me dijo que justo había sacado el último pez cuando lo vio. —Nadó de un lado a otro paralelo a la orilla, con solo la punta de su aleta sobresaliendo fuera del agua, parecía que estaba cazando. —No pesques más T.J. por favor. Había días en los que apenas podía tragar los peces que constituían la mayoría de nuestra dieta. Verificábamos la orilla diariamente por si había cangrejos, esperando un poco de variedad, pero casi nunca los encontrábamos y ninguno de los dos podía entender por qué. Las panas y los cocos nos sostendrían pero me di cuenta de cuán hambrientos estaríamos mientras el tiburón acechara en la laguna. Otras dos semanas pasaron sin que ninguno de los dos lo viera. Yo todavía no iba cerca del agua excepto para bañarme y solo hasta mis rodillas. Nuestros estómagos gruñían constantemente, T.J. quería pescar pero le rogué que no lo hiciera. Visualicé el tiburón esperando pacientemente a que uno de nosotros se aventurara a adentrarse demasiado lejos. T.J. creía que el tiburón se había ido, que había decidido finalmente que no había nada que quisiera en la laguna. Nuestras teorías opuestas causaron más de un desacuerdo entre nosotros. Hacía tiempo que había abandonado la idea de que tenía algún tipo de rango sobre T.J., puede que fuera mayor y que tuviera más experiencia en la vida, pero eso no importaba en la isla. Tomábamos cada día como venía, atendiendo y resolviendo problemas juntos. Pero ponerte a ti mismo en el hábitat natural de un animal que podía comerte me pareció el epítome de la estupidez y se lo dije a T.J. por lo que cuando lo vi pescando cerca de la hora de la cena dos días después me enfurecí. Moví mis brazos una y otra vez para atraer su atención, saltando arriba y abajo en la arena. —¡Sal ahora mismo! Se tomó su tiempo para salir del agua, caminó hacia mí, y dijo—: ¿Cuál es tu problema? —¿Qué crees que estás haciendo? —Estoy pescando. Tengo hambre, y tú también. —Hambriento no es muerto T.J., ¡y no eres invencible! —Lo toqué duramente en el pecho luego de cada palabra, y él tomó mi mano para detenerme de tocarlo de nuevo.

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—Jesucristo, ¡cálmate! —Me dijiste que no entrara en el agua el otro día y ahora estás de pie con ella hasta tu cintura como si no fuera gran cosa. —¡Estabas sangrando, Anna! Y no te acercarías al agua ahora aunque te rogara que lo hicieras, así que no actúes como si necesitaras mi permiso —gritó. —¿Por qué estás tan determinado en ponerte en peligro, aún después de que te pedí que no lo hicieras? —Porque si entro o no en el agua es mi decisión, Anna, no tuya. —¡Tus decisiones me afectan directamente, T.J., así que creo que tengo todo el derecho de intervenir cuando esas decisiones son necias! Lágrimas surgieron en mis ojos, y mi labio tembló. Volví mi espalda hacia él y me alejé pisando fuerte. No me siguió. T.J. había terminado de reconstruir la casa la semana anterior. Entré por la puerta y me recosté en la balsa salvavidas. Cuando terminé de llorar, tomé profundas, tranquilizadoras respiraciones, y debo haber dormitado porque cuando abrí mis ojos, T.J. estaba recostado en su espalda al lado mío, despierto. —Lo siento. —Ambos lo dijimos al mismo tiempo. —Maldición. Me debes una Coca —dije—. Quiero una grande, con hielo extra. Sonrió. —Es la primera cosa que haré cuando salgamos de esta isla. Me levanté en un codo, de frente a él. —Enloquecí. Sólo estoy muy asustada. —Realmente creo que el tiburón se fue. —No es solo el tiburón, T.J. —Tomé una profunda respiración—. Me preocupo por tí, mucho, y no puedo soportar el pensamiento de que te hieras, o mueras. Sólo puedo soportar estar aquí porque estás conmigo. —Podrías sobrevivir, Anna. Puedes hacer todo lo que yo puedo, y estarías bien. —No estaría bien. Estoy bien contando sólo conmigo en casa, pero no aquí, T.J. No en esta isla. —Lágrimas se acumularon en mis ojos mientras imaginaba el aislamiento y dolor que sentiría si T.J. no estuviera—. No sé si puedes morir de soledad, pero después de un tiempo podría querer hacerlo —susurré. Se sentó un poco y puso su mano en mi antebrazo. —Nunca digas eso. —Es verdad. No me digas que nunca lo has pensado.

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No dijo nada al principio, pero no me miró directamente. Finalmente, asintió y dijo—: Luego de que el murciélago te mordió. Lágrimas manaban de mis ojos y corrían por mi rostro. T.J. me atrajo a su pecho y me sostuvo mientras lloraba, frotando mi espalda y esperando a que terminara. Ninguno de nosotros usaba mucho, un par de pantaloncillos cortos para él y un traje de baño para mí, y el contacto piel a piel me tranquilizaba en una manera que no esperaba. Olía como el océano y esa era una fragancia que siempre asociaría con él. Suspiré, satisfecha con la liberación que venía con un buen llanto. Había pasado tanto desde que alguien me sostuvo que no quería moverme. Finalmente, levanté mi cabeza. Acunó mi rostro en sus manos y limpió mis lágrimas con sus pulgares. —¿Mejor? —Sí. Me miró a los ojos y dijo—: Nunca te dejaré sola, Anna. No si puedo evitarlo. —Entonces por favor no entres en el agua. —Bien. —Limpió unas pocas lágrimas más—. No te preocupes. Pensaremos en otra cosa. Siempre lo hacemos. —Sólo estoy tan cansada, T.J. —Entonces cierra tus ojos. Me malentendió. Me refería a cansada en general, de siempre tener un nuevo problema que resolver y constantemente preocuparme que alguno de nosotros se enfermara o hiriera. Se pondría oscuro pronto, sin embargo, y se sentía tan bien estar en sus brazos. Volví a bajar mi cabeza y cerré mis ojos. Me sostuvo más fuerte. Una de sus manos acarició desde mi hombro bajando hacia mi espalda baja, y la otra descansó en mi brazo. —Me haces sentir segura —susurré. —Estás segura. Me rendí al empuje del sueño y el escape que ofrecía, pero segundos antes de perderme por completo, pude haber jurado que los labios de T.J. rozaron los míos en el más dulce y suave de los besos. *** Me desperté en sus brazos justo antes del amanecer, hambrienta, sedienta, y necesitando ir al baño. Me bajé de la cama, salí de la casa, y

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caminé dentro del bosque, deteniéndome para reunir cocos y panas en mi camino de vuelta. El cielo se llenó con luz de la mañana mientras me cepillaba los dientes y peinaba mi cabello, luego preparé nuestro desayuno. Mientras esperaba que despertara, repetí los eventos de anoche en mi mente. Su deseo había sido palpable, irradiando de él como calor de una fogata. Su respiración había cambiado, poniéndose más fuerte, su corazón había martillado bajo mi mejilla. Había mostrado un excepcional control, y me preguntaba cuánto tiempo estaría satisfecho con sólo sostenerme en sus brazos. Me preguntaba cuánto tiempo yo lo estaría. Salió de la casa unos minutos después, rastrillando su cabello en una cola de caballo. —Hola. —Se sentó a mi lado y le dio un apretón a mi hombro—. ¿Cómo estás esta mañana? —Su rodilla descansó contra la mía. —Mucho mejor. —¿Dormiste bien? —Sí. ¿Y tú? Asintió, sonriendo. —Dormí fenomenal, Anna. Nos sentamos en la orilla luego del desayuno. —Así que, he estado pensando —dijo, rascándose una de sus picaduras de mosquito—. ¿Y si llevo la balsa salvavidas dentro de la laguna para pescar? Su sugerencia me aterró. —De ninguna manera —dije, sacudiendo mi cabeza una y otra vez—. ¿Y si ese tiburón muerde la balsa? ¿O la vuelca? —Esto no es Tiburón12, Anna. Aparte, dijiste que no me querías de pie en el agua. —Debo haber dejado claro mis sentimientos sobre eso —admití. —Si pesco desde la balsa, no tendremos hambre. Mi estómago gruñó como el perro de Pavlov13 cuando mencionó pescar. —No lo sé, T.J. Parece una mala idea. Se refiere a la película de terror estadounidense dirigida por Steven Spielberg, donde un gigante tiburón come-hombres ataca bañistas de una playa ficticia. 13 Hace referencia a al experimento del fisiólogo ruso Iván Pavlov donde condicionaba a un perro a salivar cuando tocaba una campana. 12

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—No iré muy lejos. Sólo lo suficientemente profundo para atrapar algunos peces. —Bien. Pero iré contigo. —No tienes que hacerlo. —Por supuesto que sí. Tuvimos que desinflar la pequeña balsa para sacarla por la entrada de la casa. La volvimos a inflar con la bomba de dióxido de carbono y la cargamos hacia la playa. —Cambié de parecer —dije—. Esto es demente. Deberíamos quedarnos en la playa donde es seguro. T.J. sonrió abiertamente. —¿Ahora, qué tendría de entretenido eso? Remamos la balsa salvavidas hasta el medio de la laguna. T.J. le puso carnada a su gancho y tiró los peces uno a uno, lanzándolos en un contenedor plástico lleno de agua de mar. No podía sentarme quieta o dejar de mirar por el lado de la balsa. T.J. me empujó hacia abajo a su lado. —Me pones nervioso —dijo, poniendo su brazo alrededor de mí—. Atraparé otro par de peces, y volveremos. La balsa salvavidas ya no tenía el toldo unido y el sol nos golpeaba. Usaba solo un bikini, pero aún así estaba abrasada en el calor. T.J. estaba usando mi sombrero vaquero y se lo sacó y lo dejó caer en mi cabeza. —Tu nariz se está poniendo roja —dijo. —Me estoy hirviendo. Hace calor aquí. T.J. estiró su mano por el lado, recogió algo de agua, y la dejó caer en mi pecho, mirando mientras escurría en un lento goteo hacia mi ombligo. Mi cuerpo hormigueó y la temperatura de mis entrañas subió de golpe diez grados. Comenzó a hundir su mano de nuevo, y luego se detuvo abruptamente. —Allí está. —Sacó su caña de pescar del agua. Miré sobre mi hombro y cada músculo en mi cuerpo se tensó. La aleta se deslizaba a través del agua a dieciocho metros más allá, moviéndose hacia nosotros. Cuando se acercó lo suficiente como para que tuviéramos un buen vistazo, alcancé instintivamente los remos y le pasé uno a T.J. Miramos el tiburón rodear en círculos la balsa, ninguno de nosotros diciendo algo. —Quiero volver a la orilla —dije. T.J. asintió, y remamos lejos, el tiburón siguiéndonos a aguas poco profundas. Cuando estaba solo a altura de la rodilla, T.J. saltó afuera y tiró la balsa dentro de la arena conmigo todavía sentada en ella. Me bajé. —¿Qué demonios vamos a hacer con eso? —preguntó él.

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—No lo sé. Porque realmente, no tenía idea que íbamos a hacer T.J. y yo sobre el tiburón tigre de casi tres metros viviendo en nuestra laguna. Caminamos de vuelta a la casa. T.J. hizo una fogata, y yo limpié y cociné nuestro almuerzo. Comimos todo el pescado, llenándonos de ellos después de no tenerlos durante tanto tiempo. T.J. empezó a caminar tan pronto como terminó su último bocado. —No puedo creer que estuvieras en el agua con esa cosa. —Se detuvo, volviéndose a mirarme—. No tienes que preocuparte más por mí de pie en el océano. Voy a pescar desde la balsa. Sólo espero que eso no decida tomar un bocado de ella. —Aquí está el problema, T.J. No podemos seguir re-inflando la balsa cada vez que la entremos o saquemos de la casa. No sé cuánto CO2 nos queda. Siempre y cuando utilices la balsa para la pesca, vamos a tener que mantenerla fuera. Vamos a tener la cabeza cubierta, pero eso es todo. No hay protección de los mosquitos sin los lados de nylon. —T.J. ya tenía múltiples picaduras de estar en el bosque todo el tiempo. —¿Así que el tiburón puede decidir si comemos y en donde dormimos? —Más o menos. —Eso es mentira. El tiburón puede sentir los tiros en el agua, pero no en la tierra. Vamos a tener que matarlo. Tiene que estar bromeando. Tomar a un verdadero devorador de hombres no parecía muy realista, y pensé que también podría hacer que nos mataran. T.J. entró en la casa y volvió con la caja de herramientas. Retiró la cuerda, deshaciéndola, y separándola en tiras. —¿Qué estás pensando? —le pregunté, con miedo de cual podría ser su respuesta. —Si puedo doblar unos cuantos clavos, y adjuntarlas a esta cuerda, tal vez podamos enganchar el tiburón y tirarlo fuera del agua. —¿Quieres tratar de atraparlo? —Sí. —¿Desde la balsa? —No, desde la playa. Si estamos en tierra, en realidad podríamos tener una oportunidad. Vamos a tener que conseguir traer al tiburón a aguas poco profundas —dijo. —Bueno, sabemos que eso es posible. Me sorprendió lo cerca que llegó a la orilla.

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T.J. asintió con la cabeza. Ninguno de los dos mencionó que el tiburón había sido perfectamente capaz de nadar en el agua hasta la cintura. T.J. martilló tres clavos hasta la mitad al lado de la casa y luego uso al final de la uña de un martillo para doblarlo antes de tirar de ellas hacia afuera. Ató los hilos individuales de la cuerda alrededor de la cabeza de cada clavo, haciendo un gancho de tres puntas. —No estoy seguro de lo que debemos usar como carnada —dijo T.J. —¿Quieres tratar de atrapar el tiburón hoy? —Quiero nuestra laguna de regreso, Anna. —Tenía una mirada determinada en los ojos, y pensé que no podría persuadirlo. —Sé lo que necesitamos. —No podía creer que estuviera a punto de contribuir a este loco plan. —¿Qué? —Una gallina. Si lo ponemos como anzuelo vivo, va a retorcerse y a atraer a los tiburones. —Me dio una palmadita en la espalda. —Me alegra ver que estás a bordo. —De mala gana. —Pero estaba de acuerdo con T.J. acerca de que debíamos intentarlo. A pesar del tiburón y las medusas, y los otros peligros que probablemente ni siquiera conocíamos, la laguna era nuestra, y podía entender por qué T.J. quería luchar por ella. Sólo esperaba no pagar por ello con nuestras vidas. Habíamos cogido y comido dos gallinas más desde la que habíamos encontrado en nuestra primera Navidad. Pensamos que por lo menos nos quedarían dos si teníamos suerte. No habíamos oído o visto una por un tiempo, sin embargo. Era como si supieran que las estaban cazando una por una. Recorrimos la isla y casi nos habíamos rendido cuando escuchamos el aleteo. Tomó otra media hora atraparla. Miré hacia otro lado cuando T.J. la puso en el gancho. Se metió en el agua profunda hasta el pecho, echó la gallina en la medida que pudo, y regresó rápidamente, haciendo el relevo de la cuerda de tal manera que podía sentir cualquier cambio en la tensión. La gallina aleteaba sobre la superficie, tratando de escapar. Observamos con horror como el tiburón se lanzaba fuera del agua y la envolvía con la boca. T.J. tiró de la cuerda tan fuerte como pudo para engancharlo. —Creo que funcionó, Anna. Puedo sentir que tira. Dio varios pasos hacia atrás y clavó sus talones, sosteniendo la cuerda con ambas manos.

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De repente, la cuerda se sacudió y T.J. voló hacia adelante, aterrizando boca abajo mientras el tiburón nadaba en la dirección opuesta de la costa. Me tiré sobre su espalda y arañe la arena, rompiendo de nuevo dos de mis uñas. El tiburón nos arrastraba como si no pesáramos nada. Cuando logramos recuperar nuestra posición y nos levantamos, teníamos las rodillas en el agua. —Ve detrás de mí —dijo T.J. Envolvió la cuerda alrededor de su brazo dos veces. Agarré la otra punta. Dimos unos pasos hacia atrás y nos anclamos a la tierra. El tiburón goleó de ida y vuelta, tratando al mismo tiempo de comer a la gallina y deshacerse de nuestro gancho. Nos tiró de nuevo hacia delante. T.J. tiró de la cuerda tan fuerte como pudo, sus antebrazos abultados. El sudor corría por mi cara mientras continuábamos nuestra lucha para remolcarlo, el agua ahora hasta los muslos. Mis brazos quemaban y mientras los minutos pasaban, sabía con absoluta certeza que T.J. y yo no podríamos llevarlo a la tierra. Pensé que la única razón por la que habíamos pisado alguna tierra en absoluto era porque el tiburón nos lo había permitido. Se habría necesitado tres hombres adultos para luchar y tener algún tipo de oportunidad, y era hora de darse por vencido. —Suelta la cuerda, T.J. Tenemos que salir ahora. No discutió, pero la cuerda estaba tan apretadamente envuelta alrededor de su antebrazo que no podía deshacerla. Luchó para liberarse cuando el tiburón le tiró a aguas más profundas, y estaba con el agua bastante más alta que su cabeza cuando la cuerda se aflojó. Aliviada, pensé que se había roto, pero luego me di cuenta de que el tiburón estaba nadando hacia nosotros. —¡Sal del agua, Anna! Me quedé inmóvil, mirando a T.J. que frenéticamente desentrañaba el brazo de la cuerda. La aleta se deslizó debajo de la superficie, y sabía que nunca llegaría a la orilla a tiempo. Grité. Pero entonces, por el rabillo de mi ojo, me di cuenta de más aletas, moviéndose tan rápido que aceleraban en forma borrosa. Los delfines habían llegado, dos o tres de ellos nadando juntos en grupo. Me escabullí fuera del agua y vi que rodearon a T.J., protegiéndolo mientras nadaba hacia la orilla. Cuando se unió a mí en la arena, lancé mis brazos alrededor de él, sollozando. Cuatro delfines más se unieron a los demás y ahora había por lo menos siete. Cargaron contra el tiburón, maltándolo con sus hocicos, presionándolo en aguas poco profundas.

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T.J. vio el extremo de la cuerda flotando al lado del grupo de delfines. Se metió al agua y rápidamente la agarró. Nos detuvimos, y con la ayuda de los delfines, el tiburón terminó en la playa sacudiendo su cabeza adelante y atrás, pocas plumas de gallina saliendo de su boca. T.J. me atrapó en un abrazo de oso. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y gritamos y vitoreamos. Los delfines nadaron hacia atrás con entusiasmo. T.J. y yo corrimos hacia el agua y aunque abrazar delfines no era una cosa fácil de hacer, nos las arreglamos. Se dispersaron unos minutos más tarde. T.J. y yo salimos del agua y nos paramos al lado del tiburón, que se quedó inmóvil en la arena. —No sé qué hubiera pasado si los delfines no se hubiesen presentado —le dije. —Estábamos recibiendo una patada en el culo, eso es seguro. —Nunca he estado tan asustada en mi vida. Pensaba que el tiburón te iba a comer. —T.J. me abrazó, apoyando la barbilla en la parte superior de mi cabeza. —No lo hizo, sin embargo.

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—Lo vamos a comer ahora, ¿no? —pregunté. —¡Oh, infiernos sí! —dijo, con una gran sonrisa en su rostro. T.J. partió el tiburón con la sierra de mano, y fue la cosa más asquerosa que he visto nunca. Lo dividí en trozos de filetes con el cuchillo. La sierra y el cuchillo no eran los implementos ideales para filetear un tiburón y la sangre nos cubrió, empapando mi bikini amarillo y sus pantalones cortos con un residuo aceitoso. El olor me dominó, un asalto metálico agudo cada vez que inhalaba. Teníamos que enterrar el cadáver en algún lugar, pero decidimos preocuparnos de eso más tarde. Revisé nuestro trabajo. Teníamos más filetes de tiburón de lo que podríamos comer y tendríamos que tirar la mayor parte de ellos, pero la cena sería un festín. Habían rastros de sangre en el pecho T.J. —¿Quieres lavarte regresaramos a la casa.

primero?

—preguntó,

después

de

que

—No, adelante. Voy a hacer puré de fruta del pan. Iré después de ti. —Hacía días que no me sentía realmente limpia. Ansiaba el uso de jabón y tomar un largo baño con más de un pie en el agua. Entró en la casa y salió con su ropa, el jabón y el champú. —Sólo deja tus pantalones allí abajo. Voy a tratar de lavarlos más tarde. —Está bien —dijo sobre su hombro.

Hice puré de fruta del pan. Había inventado la receta un día largo y aburrido, primero rallando el coco en una roca y luego metiéndolo a través de una camiseta para hacer leche de coco. Tosté la fruta del pan y las rayé también, añadiendo la leche de coco y calentando todo junto al fuego en una cáscara de coco vacía. A T.J. le encantó. Empalé el tiburón en los palillos, para poder cocinarlo sobre el fuego. —Tu turno —dijo T.J. cuando regresó, oliendo mucho mejor que yo. —Empecé a cocinar al mismo tiempo en que te fuiste. Podemos comer tan pronto como regrese. —Está bien. Señalé T.J. —Manos fuera de las panas. Entré en la casa y busqué en mi maleta por mi ropa. Algo azul me llamó la atención. ¿Por qué no? Tenía todas las razones para arreglarme. La cena era siempre especial cuando la matabas, en lugar de al revés.

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26 T.J. Traducido por Amy Corregido por LuciiTamy

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xtendí la manta al lado del fuego y comprobé el tiburón, asegurándome de que no se estuviera quemando. No es que importara porque teníamos demasiado, pero mi estómago gruñó, y no podía esperar a que estuviera listo para que pudiéramos comer. Anna se acercó usando el vestido azul, su cabello mojado peinado hacia atrás. Olía como a vainilla. Sonreí y levanté mis cejas cuando se sentó a mi lado, y ella se ruborizó. —Te ves muy linda —dije. —Gracias. Pensé que debería vestirme bien, ya que estamos celebrando. Comimos tanto tiburón como pudimos. La textura de los filetes me recordó a la carne vacuna, y el sabor era más fuerte que los pequeños peces que normalmente comíamos. —¿Quieres más fruta del árbol del pan? —pregunté. En lugar de responder, ella eructó—. Anna, estoy sorprendido —bromeé—. Nunca te había escuchado eructar. —Eso es por que soy una señorita. Y nunca había tenido suficiente comida en mi estómago que me hiciera eructar —Sonrió—. Guau. Eso se sintió muy bien. —Entonces, ¿quieres un poco? Ya casi no queda. —Claro —dijo, riéndose—. Tengo espacio ahora. Ya había recogido algunas frutas del pan con mis dedos. Sin pensar, se las ofrecí. Ella dejó de reírse, y me miró como si no estuviera segura de lo que acababa de decir. Esperé, y se inclinó hacia mí y abrió su boca. Deslicé mis dedos adentro, preguntándome si mis ojos eran tan grandes como los de ella. Cuando chupó la fruta, mi respiración se arruinó completamente. —¿Más?

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Asintió lentamente con la cabeza, y su respiración tampoco sonaba bien. Recogí un poco de fruta y esta vez, cuando puse mis dedos en su boca, puso su mano en mi muñeca. Esperé que tragara y luego perdí mi cordura completamente. Tomé su cara con ambas manos, y la besé, duro. Abrió su boca y deslicé mi lengua adentro. Podría besrla por días, y si me dijera que parara no estaba seguro de poder hacerlo. Pero no me lo dijo. Puso sus brazos alrededor de mi cuello, apretándose a mí, y me devolvió el beso con fuerza. La atraje a mi regazo así que se sentó a horcajadas, y gemí dentro de su boca cuando se sentó en mi erección, su vestido se subió hasta su cintura. Besó mi cuello, lamiendo y chupando el camino hasta mi hombro. Se sentía increíble. Le saqué el vestido por la cabeza, y la levanté, dejándola sobre su espalda. Enganché mis dedos debajo del cinturón de su ropa interior, y levantó sus caderas para que pudiera quitárselos. La besé frenéticamente. Mis manos iban de un lugar a otro porque no podía decidir en que lugar quería tocarla más. —Ve más despacio, T.J. —susurró. —No puedo. Se acercó a mí y tiró de mis shorts. Los tiré lejos y tan pronto como estuve desnudo envolvió su mano a mí alrededor. Me vine veinte segundos más tarde, sorprendido de que tomara todo ese tiempo. Cuando mi centímetro de su nunca pensé que tenía que haberse

cabeza se despejó, la besé y pasé las manos por cada cuerpo, lentamente esta vez. La toqué en lugares que haría y escuchando los sonidos que hacía, supuse que sentido bien.

Cuando estuve listo otra vez, que fue muy pronto, la tiré encima de mí. Estar dentro de ella no se parecía a nada que hubiese sentido antes. Emma había estado nerviosa y tensa, y estaba preocupado de hacerle daño, pero Anna se veía relajada, ya que sabía lo que estaba haciendo. Se sentó encima de mí, sus manos sobre mi estómago, moviéndose a su propio ritmo. La vista era asombrosa. Observaba cómo cerraba sus ojos y se arqueaba hacia atrás, y unos minutos después, cuando su expresión cambió y gritó, apreté sus caderas y me vine tan fuerte como nunca antes en mi vida. Después puse mis brazos alrededor de ella y susurré—: ¿Fue una cosa de sólo una vez, tú y yo? —No.

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27 Anna Traducido por munieca Corregido por LuciiTamy

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ntramos en la casa cuando cayó la noche y descendieron los mosquitos. T.J. se acostó a mi lado y nos cubrió con la manta. Envolvió su cuerpo desnudo a mi alrededor y se quedó dormido segundos más tarde. Yo estaba completamente despierta. Cuando me besó, no había parado a pensar antes de regresarle el beso. Éramos dos adultos consintiendo, pero no importa cómo lo hilé en mi cabeza, sabía que si alguna vez conseguíamos salir de la isla, y la gente se enterara de lo que habíamos hecho, habría repercusiones por mis actos. Mientras yacía en la oscuridad con T.J. en cuchara, justifiqué que lo que habíamos hecho se sentía bien, y si alguien merecía eso, éramos nosotros. Lo que hicimos era nuestro asunto y de nadie más. Al menos eso es lo que me dije a mí misma. *** Me arrodillé en una rodilla usando la gorra de baseball de T.J., mi pelo hacia atrás para que no se interpusiera en mi camino. El palo curvo que T.J. utiliza para iniciar las fogatas, dos trozos pequeños de madera, y un nido seco de cáscara de coco y la hierba se extendían en el suelo delante de mí. Una semana después de que matamos al tiburón, T.J. señaló que había una cosa que yo no sabía cómo hacer. Él siempre hizo nuestros fuegos, y quería asegurarse de que yo podría hacer uno, también. Había estado enseñándome, y estaba empezando a cogerle el truco, a pesar de que aún tenía que producir otra cosa que no fuera una gran cantidad de humo y mi propio sudor. —¿Estás lista? —preguntó T.J. —Sí. —Está bien, adelante.

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Cogí un palo, lo enrosqué a través del lazo con el cordón del zapato, y usé el moño para hacerlo girar. Después de diez minutos, tenía humo. —Sigue adelante —dijo—. Ya te estás acercando. Tienes que girar el palo tan rápido como puedas. Giré mi palo más rápido y veinte minutos más tarde, con los brazos doloridos y el sudor corriendo por mi rostro, noté una brasa encendida. Excavando hacia fuera, lo empujé dentro del nido inflamable junto a mí. Levanté el nido, lo sostuve en frente de mi cara, y soplé suavemente. Estalló en llamas, y lo dejé. —¡Dios mío! Chocamos los cinco. —¡Lo lograste! —¡Lo sé! ¿Cuánto tiempo crees que llevó? —No mucho. Aunque no me importa cuán rápido puedas hacer uno. Sólo quiero saber que puedes. —Me quitó el sombrero y me besó—. Buen trabajo. —Gracias. El logro fue agridulce, porque a pesar de que podía encender un fuego por mí misma, la única razón por la que alguna vez lo necesitaría era si algo le ocurriera a T.J.

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28 T.J. Traducido por ro0. Corregido por LuciiTamy

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stábamos almorzando cuando una gallina salió de los bosques. —Anna, mira detrás de ti.

Se dio vuelta. —¿Qué demonios? Vimos como la gallina se acercaba. Picoteaba el suelo, sin ningún apuro. —Después de todo había otro más —dije. —Sí, el tonto —apuntó Anna—. Sin embargo es el último en pie, así que algo ha hecho bien. La gallina vino directamente hacia Anna y ella dijo—: Oh, hola. ¿Sabes lo que les hicimos al resto de los de tu especie? Inclinó la cabeza y la miró como si estuviera tratando de descifrar lo que estaba diciendo. Mi boca se hizo agua. Pensé sobre la cena de pollo que Anna y yo tendríamos. Pero luego ella dijo—: No matemos a este, T.J. Veamos si pone huevos. Construí un pequeño corral. Anna recogió la gallina y lo puso dentro. Se sentó y nos miró a los dos como si estuviese feliz con su nuevo lugar. Anna puso un poco de agua en una cáscara de coco. —¿Qué comen los pollos? —preguntó. —No lo sé. Tú eres la profesora. Tú dime. —Enseño inglés. En un área mayormente metropolitana. Eso me hizo reír. —Bueno, no sé lo que come. —Me incliné sobre el corral y dije—: Mejor que pongas huevos, ahora sólo eres otra boca que alimentar, y si no te gusta el coco, la fruta del pan y el pescado, no te va a gustar aquí.

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Juro por Dios que la gallina asintió. Puso un huevo al día siguiente. Anna lo rompió y lo puso en un cascarón de coco y lo revolvió con su dedo. Puso el coco con el huevo cerca de las llamas y esperó a que se cocinara. Cuando pareció listo, lo dividió en dos. —Esto es fantástico —exclamó Anna. —Lo sé. —Terminé mi parte en dos mordidas—. Hace tanto que no comía huevos. Sabe justo como lo recuerdo. La gallina puso otro huevo dos días más tarde. —Fue una buena idea, Anna. —Probablemente también lo piensa Pollo —dijo. —¿Le pusiste a la gallina, Pollo? Parecía avergonzada. —Cuando decidimos no matarlo, le tomé cariño. —Está bien —dije—. Algo me dice que a Pollo también le gustas.

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*** Anna y yo bajamos al agua para darnos un baño. Cuando alcanzamos la costa, me quité mis pantalones cortos y me metí al agua, dando vuelta para verla sacarse la ropa. Se tomó su tiempo, sacándose primero su camiseta sin mangas y luego sacándose lentamente sus pantalones cortos y su ropa interior. Desearía que pudiera hacer eso con música. Se reunió conmigo en el agua, y lavé su cabello. —Estamos seriamente quedándonos sumergiéndose para sacarse el champú.

sin

champú

—dijo,

—¿Cuánto más nos queda? —No sé, quizás lo suficiente para unos pocos meses más. Nuestras reservas de jabón no están mucho mejor. Cambiamos lugares, y lavó mi pelo. Me enjaboné las manos y las pasé sobre ella y hizo lo mismo por mí. Después de enjuagarnos, nos sentamos en la arena dejando que la brisa secara nuestra piel. Anna se puso frente mío y se recostó en mi pecho, relajándose mientras el sol se ponía en el horizonte.

—Te espié mientras te bañabas una vez —admití—. Estaba buscando leña, y no estaba poniendo atención. Entraste al océano desnuda, y me escondí detrás de un árbol y te observé. No debí haberlo hecho. Confiabas en mí, y lo hice de todas formas. —¿Me espiaste alguna otra vez? —No. Quise. Muchas veces, pero no lo hice. —Tomé aliento y lo deje salir—. ¿Estás enojada? —No. Siempre me pregunté si tratarías de espiarme. ¿Yo, um, hice…? —Sí. —Me levanté y tomé su mano. Volvimos a la casa y nos acostamos en la balsa, y luego me dijo que yo era mejor que aceite de bebé y su mano.

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29 Anna Traducido por Mel Cipriano. Corregido por LuciiTamy

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e senté cerca de la orilla para pintar las uñas de mis pies de color rosa. Era tonto teniendo en cuenta nuestras circunstancias, pero tenía el esmalte en mi maleta, y sin duda tenía tiempo, por lo que los pinté de todos modos. T.J. se acercó. —Lindos pies. —Gracias —dije, empezando otra capa—. ¿Alguna vez te hablé acerca de Lucy, mi manicura? Se echó a reír. —Ni siquiera sé lo qué es eso. —La chica que hace las uñas. —Oh. No, nunca me has hablado de ella. —Solía ir a Lucy cada sábado. T.J. levantó una ceja. —Sí, quizás me preocupaba un poco más por mi aspecto en Chicago de lo que lo hago aquí. De todos modos, el inglés no era la primera lengua de Lucy, y nunca supe cuál realmente lo era, sólo sabía que no podía hablarla. Pero eso no nos impedía tener esas largas conversaciones, a pesar de que ninguna de nosotras entendía algo de lo que la otra decía. —¿Acerca de qué hablaban? —No sé, sólo cosas. Ella sabía que yo enseñaba en la escuela, y que tenía un novio llamado John. Me enteré de que tenía una hija de trece años y que le encantaba ver realities en la televisión. Era tan agradable. Me llamaba dulce, y siempre me abrazaba para saludarme o despedirse. Cada vez que la visitaba me preguntaba cuándo iba a casarme con John. Una vez, tuvimos una gran interrupción de la comunicación y, al parecer, le prometí que podía hacerle la manicura a mis damas de honor para la boda.

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Metí la tapa en el esmalte de uñas y revisé los dedos de mis pies. No había hecho el mejor de los trabajos. —Lucy… mierda, si viera mis pies ahora mismo. —Levanté la vista hacia T.J. Tenía una extraña expresión en su rostro, una que no sabía leer. —¿Qué pasa? —Nada. —¿Estás seguro? —Sí. Voy a ir a pescar. Será mejor que dejes secar bien esos pies. —De acuerdo. Parecía haber vuelto a la normalidad para el momento en el que regresó junto a los peces, así que lo que sea que le había molestado, lo superó rápidamente. *** —¿Por qué no estás desnuda todo el tiempo? —preguntó T.J—. ¿Por qué incluso te vistes? —Estoy desnuda en estos momentos. —Lo sé. Eso es lo que me hizo pensar en ello. T.J. y yo nos quedamos cerca de la costa, intentando lavar nuestra ropa sucia, incluso las que habíamos estado usando. —¿Esto todavía huele mal? —preguntó, sosteniendo una camiseta para que pudiera olerla. —Eh, tal vez un poco. —Fue difícil conseguir algo limpio, teniendo en cuenta que nos habíamos quedado sin Woolite hacía ya más de un año. Ahora teníamos todo agitándose de ida y vuelta en el agua y nos parecía bien. —Si estuviéramos desnudos todo el tiempo, no tendríamos que lavar nada, Anna —dijo con una gran sonrisa en su rostro. Salimos del agua, y tiramos la ropa encima de la cuerda que había atado entre dos árboles. —Si estuviera desnuda todo el tiempo, ni siquiera te darías cuenta hasta después de un tiempo. Soltó un bufido. —Oh, sí me daría cuenta. —Crees eso ahora, pero con el tiempo, puede que no lo hagas.

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Me miró como si estuviera loca. Cuando volvimos a la casa, se tumbó en la manta. Yo tampoco me vestí, porque todo lo que teníamos estaba mojado. Me acosté sobre un lado, frente a él, apoyándome sobre mi codo. —Ah, esa sí que es una buena pose —dijo—. Me gusta. —Es como comer tu comida favorita todo el tiempo —le dije—. En un primer momento, se sentiría genial, pero después de un rato, ya no lo querrás más. No sabe tan bien. —Anna. Tú siempre sabrás bien. —Se inclinó y besó mi cuello. —Pero, eventualmente, te cansarás de eso —insistí. —Nunca. —Para ese momento ya se había movido un poco más con sus besos. —Podría suceder —le dije, pero entonces ni siquiera yo lo creía. —No —dijo, todavía moviéndose lentamente, hasta que finalmente dejó de responderme, porque es casi imposible hablar cuando haces lo que él estaba haciendo. *** Pollo se acercó y se sentó en mi regazo. T.J. se echó a reír, se le acercó, y le alborotó las plumas. —Me da mucha risa cuando hace eso —dijo. Ya no teníamos que mantenerla encerrada. La había dejado salir una vez, y luego se me había olvidado volverla a guardarla. Deambuló por ahí, pero no trató de escaparse. —Lo sé, es tan extraño. Por alguna razón, de verdad le gusto. —Le di a Pollo una suave caricia en la cabeza. —Es porque cuidas de ella. —Me encantan los animales. Siempre he querido un perro, pero John era alérgico. —Tal vez puedas tener uno cuando lleguemos a casa —dijo. —Un golden retriever. —¿Esa es la clase de perro que quieres? —Sí. Uno ya crecido, que nadie más quiera. Salido de un refugio. Voy a tener mi propio apartamento, lo adoptaré y lo llevaré a casa. —Has pensado en esto.

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—He tenido tiempo para pensar en un montón de cosas, T.J. Algunas noches más tarde, cuando estábamos en la cama, T.J. gimió y se derrumbó sobre mí, respirando con dificultad. —Guau —dije, sintiendo que su cuerpo se relajaba. Me besó en el cuello y susurró—: ¿Se sintió bien? —Sí. ¿Dónde aprendiste eso? T.J. se echó a reír, todavía tratando de recobrar el aliento. —Tengo una profesora excelente. Me deja practicar todo el tiempo hasta que llego a hacerlo bien. Salió de encima de mí tirándome hacia él para que pudiera poner mi cabeza en su pecho. Me acurruqué más cerca, contenida y somnolienta. Me frotó la espalda. No fue hasta que cumplí los veintiséis o veintisiete años que incluso me di cuenta de lo que quería en la cama. Cuando traté de decírselo a John, no parecía tan emocionado acerca de tomar la dirección. T.J. no había tenido reparos en preguntarme lo que me gustaba, así que decidí no ser tímida a la hora de decirle, lo que estaba funcionando de manera espectacular. Suspiré. —Harás a una mujer muy feliz algún día, T.J. Su cuerpo se tensó y dejó de acariciarme la espalda. —Sólo quiero hacerte feliz a tí, Anna. —La forma en que lo dijo, y la exclusividad que escuché en su voz me hizo desear poder responderle de la misma forma. —Oh, lo haces, T.J. —dije rápidamente—. Lo haces. No habló mucho al día siguiente. Me metí en el agua mientras pescaba, y me paré junto a él. —Lo siento. Herí tus sentimientos y eso es lo último que quería hacer. Mantuvo la mirada fija en la línea de pesca. —Sé que esto nunca habría sucedido entre nosotros, en Chicago, pero por favor, no hables acerca de despedirte de mí mientras aún estemos aquí. Puse mi mano sobre su brazo. —Cuando dije eso, acerca de que harás a otra mujer feliz, no fue porque fuera yo la que diría adiós, T.J. Tú lo eres. Se volteó, confundido. —¿Por qué yo diría adiós?

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—Porque soy trece años mayor que tú. Éste podría ser nuestro mundo, pero no es el mundo real. Todavía tienes un montón de cosas que no has experimentado. No querrás estar atado a nadie. —No sabes lo que quiero, Anna. Además, no pienso en el futuro nunca más, y no lo he hecho desde que el avión no regresó. Todo lo que sé es que tú me haces feliz, y quiero estar contigo. ¿Puedes sólo estar conmigo, también? —Sí —le susurré—. Puedo hacer eso. Quería decirle que nunca haría nada que le hiciera daño otra vez. Pero tenía miedo de que esa fuera una promesa que no podría ser capaz de mantener. *** T.J. cumplió diecinueve años en septiembre. —Feliz cumpleaños —le dije—. Te hice un aplastado pan de frutas. —Le entregué el pote y me incliné para darle un beso. Él me llevó a su regazo e insistió en compartir. —¿Por qué nunca celebramos tu cumpleaños? —Él me dio una mirada tímida y dijo: —¿Y cuándo es, otra vez? —Es el 22 de mayo. No me gustan mucho los cumpleaños, supongo. Yo amaba celebrar mi cumpleaños, hasta que John lo arruinó para mí. Cuando cumplí los veintisiete, estaba convencida de que me iba a proponer matrimonio, porque él había hecho reservas, me dijo que me vistiera elegante, e invitó a nuestros amigos a unirse a nosotros para tomar una copa antes de cenar. Me lo imaginaba de rodillas con un anillo, y yo apenas podía contener mi emoción cuando el taxi nos dejó en frente del restaurante. Entramos y todo el mundo ya estaba allí, casi como una fiesta sorpresa. Cuando llegó el champán, John sacó la caja de Tiffany14 de la chaqueta y me regaló un par de aretes de diamantes. Tuve una sonrisa en mi cara por el resto de la noche, pero Stefani me llevó al baño más tarde y me abrazó. Puse mis expectativas tan bajo como me fue posible después de eso, lo que resultó ser una decisión inteligente, porque para los próximos tres cumpleaños ni siquiera me compró joyas. —Quiero celebrar tu próximo cumpleaños, Anna. —De acuerdo.

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Tiffany: famosa joyería de los Estados Unidos.

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*** La temporada de lluvias terminó en noviembre. Acción de Gracias vino y se fue como cualquier otro día, pero en Navidad, T.J. encontró un cangrejo enorme cerca de la orilla. Mi boca se hacía agua mientras él lo pinchaba y cortaba en el fuego, una garra gigante encerró la punta de su bastón, mientras que la otra lo pinchaba todo el tiempo. Lo dejó caer sobre las llamas y pronto nos encontramos a nosotros mismos cortando las piernas con las pinzas y tirando de la carne con los dedos. —Esto me recuerda a nuestra primera Navidad, cuando atrapamos aquel pollo y celebramos con algo más que peces —dijo T.J. —Parece hace ya mucho tiempo —le dije, conteniendo las lágrimas. —¿Estás bien? —Sí. Sólo pensé que podría estar en casa para Navidad, este año. T.J. puso su brazo alrededor de mí. —Tal vez el próximo año, Anna. En febrero, me desperté de la siesta. Un ramo de flores recogidas de los arbustos varios, dispersos por toda la isla, estaba sobre la manta a mi lado. Una pequeña cuerda se enrollaba alrededor de sus tallos. Encontré a T.J. abajo, en la orilla. —Alguien ha estado revisando el calendario. Él sonrió. —No quería perderme el día de San Valentín. Le di un beso. —Eres tan dulce conmigo. Acercándome más a él, dijo—: No es difícil, Anna. Me quedé observando sus ojos, y él empezó a balancearse. Mis brazos fueron alrededor de su cuello, y nos pusimos a bailar, moviéndonos en círculos. La arena era suave y cálida bajo nuestros pies. —No necesitas música, ¿verdad? —No —dijo—. Pero te necesito a tí. Unos días más tarde, T.J. y yo caminábamos por la orilla al atardecer. —Extraño a mis padres. He estado pensando en ellos mucho últimamente. A mi hermana y a mi cuñado, también. Y a Joe y a Chloe. Espero que llegues a conocerlos algún día, T.J. Te gustarían.

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—Yo también lo espero. Para entonces, sabía que si alguna vez éramos rescatados, T.J. tendría que ser una parte de mi vida en Chicago. En calidad de qué, no lo sabía. Él había echado mucho de menos su vida, y no sería justo de mi parte ocupar demasiado de su tiempo. Mi parte egoísta, sin embargo, no podía imaginar no dormirse en sus brazos, o estar con él todos los días. Necesitaba a T.J., y la idea de estar lejos de él me molestaba más de lo que quería admitir.

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30 T.J. Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Vane-1095

A

nna —susurré su nombre—. ¿Estás despierta? —Hmm —dijo.

—¿Todavía amas a ese tipo? —Sabía su nombre, pero no quería decirlo. Estaba envuelto alrededor de ella, mi pecho contra su espalda. Se dio la vuelta para mirarme. —¿John? No, no lo amo más. No he pensado en él en mucho tiempo. ¿Por qué? —Me lo preguntaba. No importa, duérmete. —La besé en la frente y la coloqué sobre mi pecho. Pero ella no se durmió. Me hizo el amor en lugar de eso. *** Anna cumplió treinta y tres en mayo, y celebró su cumpleaños por primera vez en la isla. Una ligera lluvia caía, y nos acostamos uno junto al otro en la balsa salvavidas escuchando el ritmo constante de las gotas que golpeaban el techo de la casa. —No te conseguí nada en realidad. Me dijiste hace mucho tiempo que el centro comercial de la isla apestaba —le dije. Sonrió. —Es un poco bajo en la mercancía. —Sí. Así que vamos a tener que fingir. Si estuviéramos en casa, te llevaría a cenar y luego te daría estos regalos. Pero ya que no estamos en casa, sólo voy a decirte todas las maravillosas cosas que te conseguí, ¿de acuerdo? —No debiste molestarte —bromeó. —Lo mereces. Bueno, el primer regalo son libros. Todos los bestsellers actuales.

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Anna suspiró. —Echo de menos la lectura. —Sé que lo haces. Se acurrucó más cerca. —Eres genial en esto. ¿Qué otra cosa tienes para mí? —Ah, alguien está disfrutando de su cumpleaños. Tu próximo regalo es música. —¿Me hiciste un CD de mezclas? —preguntó. Sonreí y empecé a hacerle cosquillas. —Con todas tus canciones favoritas de rock clásico. Se retorció y rió, rodando encima de mí tratando de atrapar mis manos por debajo de las de ella para que dejara de hacerle cosquillas. —Me encanta —dijo—. Los libros y la música. Mis dos cosas favoritas. Gracias. —Me dio un beso—. Este fue el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en mucho tiempo. —Me alegro que te haya gustado. Saqué mis brazos de debajo de su cuerpo y escondí su cabello detrás de sus orejas. —Te amo, Ana. La mirada de sorpresa en su rostro me dijo que no lo había visto venir. —No se suponía que te enamoraras —susurró. —Bueno, lo hice —le dije, mirándola a los ojos—. He estado enamorado de ti desde hace meses. Te lo digo ahora porque creo que tú también me amas, Anna. Simplemente crees que no deberías. Me lo dirás cuando estés lista. Puedo esperar. —Tiré de su boca hacia abajo a la mía y la bese, y cuando terminé, sonreí y le dije—: Feliz cumpleaños.

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31 Anna Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por Mel Cipriano

D

ebería haber sabido que se estaba enamorando. Todas las señales estaban ahí, y desde hacía bastante tiempo. Fue sólo después de que se enfermó que me arrepentí de no decirle que tenía toda la razón. Yo lo amaba. Una semana después de mi cumpleaños, me acosté en la cama junto a él sólo para descubrir que ya estaba dormido. Había ido al baño, y llenado nuestra botella en el colector de agua, pero sólo llevaba unos minutos detrás de él, y T.J. nunca se iba a dormir sin hacer el amor primero. Todavía estaba durmiendo a la mañana siguiente cuando me desperté, y tampoco despertó durante el tiempo que había ido a pescar, y a juntar coco y fruta de pan. Me metí en la cama. Sus ojos estaban abiertos, pero se le veía cansado. Besé su pecho. —¿Te encuentras bien? —pregunté. —Sí, estoy cansado. Besé su cuello de la forma que sabía que le gustaba, pero luego me aparté bruscamente. —Oye, no te detengas. Puse mi mano sobre su cuello. —T.J., tienes un bulto aquí. Alzó la mano y lo sintió con sus dedos. —Probablemente no sea nada. —Dijiste que me avisarías si notabas algo. —No sabía que estaba allí. —Te ves muy cansado. —Estoy bien. —Me besó e intentó quitarme la camisa.

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Me senté, fuera de su alcance. —Entonces, ¿qué pasa con el bulto? —No lo sé. —Se levantó de la cama—. No te preocupes por eso, Anna. Después del desayuno, aceptó de mala gana que revisara su cuello. Apreté los dedos suavemente por debajo de su mandíbula, descubriendo ganglios linfáticos inflamados en ambos lados. ¿Había estado sudando en la noche? No estaba segura. No parecía haber perdido peso, me habría dado cuenta si lo hacía. Ninguno de los dos dijo nada acerca de lo que podrían significar los bultos. Se veía exhausto así que lo envié de vuelta a la cama. Bajé a la laguna, me metí en el agua, y floté sobre mi espalda, mirando hacia el cielo azul sin nubes. El cáncer está de vuelta. Lo sé, y él también. Se despertó para almorzar, pero después de comer, se quedó dormido otra vez, y continuó así, pasándose la cena. Entré en la casa para ver cómo estaba. Cuando me incliné para besar su mejilla, su piel me quemó los labios. —T.J. —Gimió cuando puse la palma de mi mano contra su frente caliente—. Vuelvo pronto. Voy a traer el Tylenol. Encontré el botiquín de primeros auxilios, y sacudí dos pastillas de Tylenol sobre la palma de mi mano. Le ayudé a tragarlas con agua, pero vomitó sobre su cuerpo unos minutos más tarde. Lo limpié con una camiseta, y traté de moverlo un poco, hacia la parte seca de la manta. Gritó cuando lo toqué. —Bueno, no voy a moverte. Dime qué te duele. —La cabeza. Detrás de mis ojos. Por todas partes. —Se quedó quieto y no dijo nada más. Esperé un rato y luego traté de darle un poco más de Tylenol. Me preocupaba que fuera a vomitar otra vez, pero no lo hizo. —Te sentirás mejor en poco tiempo —le dije, pero cuando lo revisé media hora más tarde, su frente se sentía aún más caliente. Durante toda la noche, ardió de fiebre. Vomitó otra vez, y no podía soportar que lo tocara, porque dijo que se sentía como si sus huesos se estuvieran rompiendo. Al día siguiente, durmió durante horas. No quería comer y apenas bebía. Su frente se sentía tan caliente que me preocupaba que la fiebre fritara su cerebro. Aquello no era cáncer. Los síntomas habían aparecido demasiado pronto.

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Pero si no es cáncer, ¿qué es? ¿Y qué demonios voy a hacer al respecto? La fiebre no bajaba, y nunca deseé tener hielo más de lo que hice entonces. Estaba tan caliente y la camiseta que mojaba en el agua y exprimía en su frente era probablemente demasiado caliente para refrescarlo, pero no sabía qué más hacer. Tenía los labios secos y agrietados, y me las arreglé para conseguir pasar un poco de agua y Tylenol por su garganta. Quería tenerlo en mis brazos, consolarlo, alisar el cabello sobre sus ojos, pero mi contacto le causaba dolor, así que no lo hice. Estalló en un sarpullido al tercer día. Brillantes puntos rojos le cubrieron el rostro y el cuerpo. Pensé que tal vez la fiebre estaba cerca de romperse, que el sarpullido indicaba que su cuerpo estaba luchando contra la enfermedad, pero a la mañana siguiente el sarpullido era peor, y se sentía más caliente. Inquieto e irritable, se deslizaba dentro y fuera de su conciencia, dejándome presa del pánico cuando no lo pude despertar. La sangre empezó a gotear de su nariz y su boca al quinto día. El temor se apoderó de mí en oleadas, mientras limpiaba la sangre con mi camiseta blanca, que por la tarde ya estaba de color rojo. Me dije que el sangrado se había reducido, pero no era así. Moretones cubrieron su cuerpo donde la sangre se acumulaba bajo la piel. Me acosté a su lado durante horas, llorando y sosteniendo su mano. —Por favor no te mueras, T.J. Cuando salió el sol a la mañana siguiente, lo tomé entre mis brazos. Si sintió dolor por el contacto, no lo demostró. Pollo rasguñaba un lado de la balsa salvavidas. Me incline y la recogí. Se dejó caer junto a T.J., y no se movió de su lado. La dejé quedarse. —No estás solo, T.J. Estoy aquí. —Le quité el cabello del rostro, y lo besé en los labios. Dormitándome, soñé que T.J. y yo estábamos en un hospital, y que el médico me decía que debería estar feliz de que al menos no fuera cáncer. Cuando me desperté, puse mi oído en su pecho, llorando de alivio cuando escuché su corazón. A lo largo del día, su sarpullido se desvaneció, y el sangrado decayó y se detuvo finalmente. Esa noche me puse a pensar que tal vez sí iba a vivir. A la mañana siguiente, su frente estaba fresca cuando lo toqué. Hizo un sonido cuando traté de despertarlo, lo cual me pareció que quería decir que estaba durmiendo y no inconsciente. Salí de la casa para recoger coco y fruta de pan, y llenar varios recipientes con agua del colector, parando con frecuencia para ver cómo estaba.

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Hice una fogata. No tenía manera de medir el tiempo, pero si tuviera que adivinar, diría que duró menos de veinte minutos. Nada mal para una chica de ciudad. Me lavé los dientes. Realmente necesitaba un baño, no había estado cerca del agua en días, pero no quería dejar a T.J. solo tanto tiempo. Por la tarde, me acosté a su lado, sosteniendo su mano. Sus párpados se agitaron, y luego los abrió por completo. Apreté suavemente sus dedos y dije—: Hola. Se volvió hacia mí y parpadeó, tratando de concentrarse. Arrugó la nariz. —Hueles mal, Anna. Me eché a reír y llorar al mismo tiempo. —No hueles tan bien tampoco, Callahan. —¿Puedo tomar un poco de agua? —Su voz era áspera. Lo ayudé a sentarse para que pudiera beber de la botella de agua que había estado esperándolo. —No bebas demasiado rápido. Quiero que permanezcas acostado. —Dejé que tomara la mitad de la botella, y luego facilité su regreso a la cama—. Puedes tener el resto en pocos minutos.

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—No creo que el cáncer haya regresado. —No —estuve de acuerdo. —¿Qué crees que era? —Algo viral. De lo contrario, conversación. ¿Tienes hambre?

no

estaríamos

teniendo

esta

—Sí. —Te voy a conseguir un poco de coco. Lo siento, no hay peces. No he estado en el agua últimamente. Me miró sorprendido. —¿Cuánto tiempo estuve fuera? —Algunos días. —¿En serio? —Sí. —Mis ojos se llenaron de lágrimas—. Pensé que ibas a morir —le susurré—. Estabas tan enfermo, y no había nada que pudiera hacer excepto estar a tu lado. Te amo, T.J. Debería habértelo dicho antes. —Las lágrimas corrieron por mis mejillas. Me acercó a él y dijo—: Te amo demasiado, Anna. Pero ya lo sabías.

32 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Mel Cipriano

T

omé agua mientras Ana iba a pescar. Cuando volvió, cocinó el pescado y me lo dio de comer en la cama. —Has hecho un fuego —dije.

Lucía orgullosa. —Lo hice. —¿Tuviste algún problema? —Nop. —Quería tragarme la comida, pero Anna no me lo permitió. —No comas demasiado rápido —dijo. Establecí un ritmo, dejando que mi estomago se acostumbrara a tener algo en él. ¿Por qué Pollo está en la cama con nosotros? —pregunté. No me había fijado en ella al principio, pero se sentó en la esquina del bote salvavidas sin hacer ruido y luciendo muy a gusto. —Estaba preocupada por ti. Ahora, sólo le gusta estar aquí. Más tarde, Anna y yo fuimos a la playa a tomar un baño, deteniéndonos dos veces para que pudiera descansar. Me condujo dentro del agua y se enjabonó las manos, recorriéndolas por mi piel. Cuando estaba limpio, ella se lavó. Sus huesos de la cadera sobresalían y conté todas las costillas. —¿No has comido mientras estaba enfermo? —No realmente. Tenía miedo de dejarte. —Se enjuagó y luego me ayudó a ponerme de pie—. Además, tú tampoco estabas comiendo bien. Tomó mi mano y nos dirigimos de nuevo a la casa. Dejé de caminar. —¿Qué pasa? —preguntó. —Ese novio que tenías debió haber sido un completo idiota. Sonrió. —Vamos. Necesitas descansar.

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Haber tomado un baño me agotó tanto que no pude argumentar. Cuando llegamos a la casa, me ayudó a meterme en la cama y se tendió a mi lado, sosteniendo mi mano hasta que me quedé dormido. Para la siguiente semana, no tenía mucha energía y Anna estaba preocupada por una recaída. Constantemente comprobaba mi frente para ver si tenía frente y se aseguraba de que bebiera mucha agua. —¿Por qué tengo tantos moretones? —pregunté. —Estabas sangrando por la nariz y la boca y al parecer bajo la piel. Eso me asustó más, T.J. Sabía que sólo puedes perder una cierta cantidad de sangre, y no estaba segura de cuanta. Escuchar eso me asustó. Dejé de pensar en ello y me concentré en cosas más agradables, como besar a Anna y sacar su camiseta. —Realmente te estás sintiendo mejor —dijo ella. —Sí. Sin embargo, es posible que debas estar arriba. No tengo fuerza para algo más. —Por suerte para ti, me gusta estar arriba —dijo, besándome de regreso. —Suerte es mi segundo nombre. —Después, cuando la abracé, le dije—: Te amo. —También te amo. —¿Qué dijiste? —Dije: también te amo. —Se acurrucó más cerca y se rió—. Me escuchaste la primera vez. *** En junio de 2004, Anna y yo habíamos estado en la isla por tres años. No habíamos visto más aviones desde el que había sobrevolado dos años atrás. Me preocupaba que nunca nos encontraran, pero no había renunciado por completo. No estaba seguro de si Anna podía decir lo mismo. *** —Es lo último del jabón. —Anna sostenía un bote de gel de ducha en su mano. Sólo quedaban unos cuantos gramos. El champú y la crema de afeitar se habían acabado hacía ya tiempo. Ella aún me afeitaba, pero nos quedaba una última cuchilla y estaba tan desgastada que hizo estragos en

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mi piel, sacando sangre sin importar lo cuidadosa que ella fuera. Nos frotamos arena en nuestro cuero cabelludo, nuestra versión de champú en seco, y ayudó más o menos. Anna me convenció de quemar algo de su cabello. Quemé las puntas y rocié su cabeza con agua, acortándolo ocho pulgadas. El olor a cabello quemado permaneció durante varios días. Tampoco teníamos nada de pasta dental. Utilizamos sal de mar para lavarnos los dientes, sacando el agua de la laguna y esperando a que se evaporara. Los trozos de sal quedaron lo suficientemente ásperos para limpiar los dientes, pero nada comparado con la pasta de dientes que hacía que nuestras bocas tuvieran buen sabor. Era lo que Anna más odiaba. Ahora, también estaríamos sin jabón. —Tal vez debamos dividirlo en tercios —dijo Anna, estudiando la botella de gel de baño—. Lavar nuestra ropa, lavarnos el cabello y a nosotros. ¿Qué piensas? —Suena como un plan. Llevamos todo hasta la laguna y llenamos el bote salvavidas con agua. Anna exprimió un poco de gel de baño en él. Cuando toda la ropa se sumergió, la lavó a fondo. Yo estaba con un par de pantalones cortos, una sudadera que en realidad ya no me quedaba más, y la camiseta de Reo Speedwagon de Anna. Pasé desnudo mucho. Anna tenía lo suficiente para usar, pero a veces también la convencía de tener un día al desnudo. *** Cumplí los veinte años en septiembre. Empecé a tener mareos cuando me levantaba muy rápido, y no siempre me sentía genial. Anna se preocupó mucho, y no quería decirle, pero quería saber si también estaba mareada. Dijo que lo estaba. —Es una señal de desnutrición —dijo—. Esto ocurre cuando el cuerpo finalmente consume los nutrientes almacenados. No estamos consumiendo lo necesario de ellos. —Alcanzó mi mano y miró mis dedos, pasando su pulgar sobre las uñas—. Esa es otra señal. —Extendió su mano y la examinó—. Las mías también lucen así. Nos preparamos para la próxima temporada seca y el fin de las lluvias regulares. Y de alguna manera, nos mantuvimos sobreviviendo.

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33 Anna Traducido por Annabelle Corregido por Mel Cipriano

V

omité mi desayuno una mañana en noviembre. Me encontraba sentada en la manta al lado de T.J., comiendo un huevo revuelto, y de la nada llegaron las náuseas. Apenas logré alejarme tres pasos antes de vomitarlo todo. —Oye, ¿qué ocurre? —preguntó T.J. Me trajo un poco de agua y me enjuagué la boca. —No lo sé, pero eso definitivamente no quiso quedarse allí dentro. —¿Te sientes bien? —Ahora me siento mucho mejor. —Apunté hacia Pollo, quien se encontraba caminando a nuestro alrededor—. Pollo, ése fue un huevo malo. —¿Quieres intentar con algo de fruta de pan? —Tal vez más tarde. —De acuerdo. Me sentí bien durante el resto del día, pero a la mañana siguiente vomité de nuevo, justo después de comer un pedazo de coco. Al igual que el día anterior, T.J. me trajo agua, y me enjuagué la boca. Me guió de nuevo hacia la manta. —Anna, ¿qué está mal? —preguntó, en su rostro se asomaba la preocupación. —No lo sé. —Me recosté y abracé mi cuerpo de lado, esperando a que las náuseas se fueran. T.J. se sentó a mi lado y me apartó el cabello de la cara. —Esto sonará loco, pero, no estás embarazada, ¿verdad? Bajé la mirada hacia mi estómago, el que se encontraba casi cóncavo, ya que no había subido el peso que perdí cuando T.J. se enfermó. Aún no me venía el período.

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—Eres estéril, ¿cierto? —Ellos me dijeron que sí. Que probablemente siempre lo sería. —¿A que se referían con probablemente? Lo pensó por un minuto. —Recuerdo algo sobre que una leve posibilidad de fertilidad podría regresar, pero que no contara con ello. Por eso fue que todos quisieron que guardara mi esperma. Dijeron que era la única manera de estar seguros. —Eso suena bastante estéril, en mi opinión. —Me senté, sintiendo un poco menos nauseabunda—. No hay manera de que esté embarazada. Aquí entre tú y yo, es probablemente imposible. Seguro que es un simple virus estomacal. Sólo Dios sabe lo que está viviendo en este momento en mi aparato digestivo. Tomó mi mano. —Está bien. Más tarde esa noche, justo antes de dormirnos, me dijo—: ¿Qué pasa si en verdad estás embarazada, Anna? Sé que quieres un bebé. — Apretó con más fuerza sus brazos a mi alrededor. —Oh, T.J. No digas eso. No aquí. No en esa isla. El bebé tendría terribles posibilidades de no sobrevivir. Cuando te enfermaste y pensé que morirías, fue casi más de lo que pude soportar. Si vemos cómo muere nuestro bebé, yo también querría morir. Exhaló. —Lo sé. Tienes razón. No vomité a la mañana siguiente, ni ninguna otra luego de esa. Mi estómago se mantuvo plano, y no tuve que preocuparme por tener a un bebé en la isla. *** T.J. caminó hacia la casa llevando la caña de pescar. —Algo grande acaba de romper mi cuerda. —Entró y salió casi de inmediato—. Éste es tu último pendiente. No sé qué vamos a hacer cuando pierda también éste. Sacudió la cabeza y se giró para irse, dirigiéndose de nuevo al agua para atrapar el pescado suficiente para nuestra próxima comida. —¿T.J.? Me miró por encima de su hombro. —¿Sí, cariño? —No encuentro a Pollo. —Ya aparecerá. Te ayudaré a buscarla cuando regrese, ¿de acuerdo?

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Buscamos por todas partes. Algunas veces se había alejado a explorar por ahí, pero nunca por mucho tiempo. No la había visto desde muy temprano en la mañana, y aún no había regresado cuando T.J. y yo nos fuimos a la cama. —Volveremos a buscar mañana, Anna. Al otro día, me encontraba sentada debajo de la cubierta pelando fruta de pan cuando T.J. caminó hacia mí. Supe por la mirada en su rostro que no traía buenas noticias. —Debiste encontrar a Pollo. ¿Está muerta? Asintió. —¿Dónde? —Allí en el bosque. T.J. se sentó, y puse mi cabeza en sus piernas, parpadeando para alejar las lágrimas. —Ha estado muerta por al menos un día —dijo T.J.—. La enterré al lado de Mick. Ambos nos comíamos nuestra comida tan pronto como la matábamos, preocupados de intoxicarnos con algo. Saber que Pollo había muerto hace tanto evitó que tuviéramos que hacer una comida con nuestra mascota. Después de todo, éramos extremadamente prácticos. Unos días después, no me sentí con ganas de salir de la cama, era la mañana de la víspera de Navidad. Acurrucada sobre mi lado, pretendía estar dormida cada vez que T.J. venía a verme. Lloré un poco. Me permitió quedarme allí ese día, pero a la mañana siguiente, insistió en que me levantara. —Es Navidad, Anna —dijo, agachándose al lado de la balsa salvavidas hasta quedar a la altura de mi cabeza. Lo miré a los ojos, alarmada de lo muertos que se veían. El color alrededor de sus pupilas parecía un tono más apagado de lo que recordaba. Salir de la cama fue una de las cosas más difíciles que había hecho. Sólo logré hacerlo porque presentía que no tomaría mucho para que T.J. se sintiera tan mal como yo, y eso era algo que simplemente no podría soportar. Me convenció para entrar al agua con él. —Te hará sentir mejor. —Está bien. Floté sobre mi espalda, sintiéndome liviana e insustancial, como si mi cuerpo se estuviese quebrando desde el interior, lo cual era muy

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probable. Los delfines nos acompañaron, lo que trajo una sonrisa genuina a mis labios, al menos sólo por un minuto. Luego nos sentamos en la arena. Envolvió sus brazos a mi alrededor. Me imaginé a mi familia en casa, reunidos alrededor de la enorme mesa de roble en la sala comedor de mamá y papá, todos comiendo la cena de Navidad. Mamá habría estado cocinando todo el día, y papá siempre justo al lado de ella, entrometiéndose en su camino. —Me pregunto si Santa fue bueno con Chloe y Joe —dije. Extrañaba ver como mis sobrinos crecían. —¿Cuántos años tienen ahora? —preguntó T.J. —Joe tiene ocho. Chloe acaba de cumplir seis. Espero que aún crean en Santa. —A menos que alguien se los hubiera arruinado, lo cual era muy probable. —Te prometo que tú y yo estaremos juntos para pasar la Navidad en Chicago el año que viene, Anna. —Me apretó fuertemente, y no permití que me soltara—. Pero debes prometerme que no te rendirás, ¿de acuerdo? —No lo haré —dije. Y ahora ambos estábamos diciendo pura mierda. El calendario en mi agenda se acababa a final del mes, y tendría que buscar otra forma de mantenerme actualizada con la fecha en el 2005. Quizá ni siquiera me molestaría en hacerlo.

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34 T.J Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Juli_Arg

A

nna y yo caminamos de la mano por la playa el día después de Navidad. Ninguno de los dos había dormido bien anoche. Ella no estaba muy habladora, pero esperaba que se animara ahora que las festividades habían terminado. Me di cuenta de algo extraño en la laguna. El agua había retrocedido casi hasta el arrecife, dejando una gran zona del fondo marino seca. —Mira eso, Anna. ¿Qué está pasando? —No sé —dijo—. Nunca he visto eso antes. Un pez atado flotaba hacia adelante y hacia atrás. —Esto es extraño. —Sí. No lo entiendo. —Se cubrió los ojos con la mano—. ¿Qué es eso por ahí? —¿Dónde? —Entorné los ojos, tratando de averiguar lo que veía. Algo azul se había formado en la distancia, pero me confundió, porque el tamaño estaba todo mal. Y fuera lo que fuera, rugía. Ana gritó, y yo comprendí. Tomé su mano y corrimos. Mis pulmones quemaban. —Rápido Anna, vamos, rápido, ¡rápido! — Miré por encima del hombro a la pared de agua que venía hacia nosotros y nos dimos cuenta de que no importaba lo rápido que corriéramos. Nuestra isla de baja altitud no tenía ninguna posibilidad. Segundos más tarde, llegó la ola, rasgando la mano de Anna de mi alcance. Se la tragó, a ella, a mí y a la isla. Se tragó todo.

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35 Anna Traducido por Annabelle Corregido por Juli_Arg

C

uando la ola golpeó, me empujó hacia adelante y luego hacia abajo. Debajo del agua, me giré y di volteretas por tanto tiempo que sentí mis pulmones a punto de explotar.

Sabiendo que no podía retener mi aliento por más tiempo, pateé y luché con todas mis fuerzas hacia el rayo de luz que brillaba sobre mí. Mi cabeza rompió contra la superficie y tosí y jadeé, luchando por obtener algo de aire. —T.J. —grité su nombre tan pronto como abrí mi boca, con el agua corriendo por mi garganta. Por la superficie flotaban tres troncos, grandes pedazos de madera, ladrillos, y un montón de concreto, no entendía de dónde podía haber venido todo eso. Pensé en los tiburones y sentí pánico, provocando que me agitara e híperventilara. Mi corazón latía tan violentamente que creí que saldría disparado de mi pecho. Mi tráquea se contrajo y me sentí como si intentara hacer pasar el aire mediante una pajita. Escuché la voz de T.J. en mi cabeza. Respira despacio, Anna. Inhalé lentamente, esquivando los escombros. Floté sobre mi espalda intentando conservar energía, y luchado para mantener mi cabeza por encima del agua. De nuevo grité el nombre de T.J., llamándolo hasta quedarme sin voz, con mis gritos de dolor reduciéndose a nada más que roncos murmullos. Me quedé quieta para escuchar su voz llamándome, pero sólo obtuve silencio. Entonces vino otra ola, no tan poderosa como la primera, pero logró impulsarme hacia abajo, volteándome y retorciendo mi cuerpo en círculos. De nuevo, nadé hacia la luz. Cuando salí a la superficie, jadeando, pude ver una gran cubeta de plástico flotando en el agua. Mis dedos se estiraron hacia su asa y la agarré, su firmeza apenas lograba mantenerme a flote.

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El mar se calmó. Miré hacia mí alrededor, pero no había nada más que azul. Las horas pasaron, y la temperatura de mi cuerpo bajó gradualmente. Con las lágrimas cayendo sobre mi rostro, temblé, preguntándome cuando vendrían los tiburones, porque sabía que, en fin, lo harían. Quizá ya estuvieran rondando por allí debajo. La cubeta mantenía mi cabeza sobre el agua, pero para eso debía cambiar su posición constantemente, para que así se mantuviera en un ángulo que no causara que se sumergiera, lo que me tenía completamente exhausta. Habría dado lo que fuera, pagado cualquier precio, por estar de nuevo en la isla con T.J. Viviría allí para toda la vida, siempre y cuando pudiéramos estar juntos. Cabeceé, despertándome de pronto cuando el agua cubrió mi cara. La cubeta se salió de mi agarre y flotó lejos. Intenté nadar hasta ella, pero mis brazos ya no daban para más. Mi cabeza se hundió, luché para sacarla a flote de nuevo. Pensé en T.J. y sonreí detrás de mis lágrimas. ¿Te gusta Pink Floyd? Intentaba alcanzar esos pequeños cocos verdes que te gustan. ¿Sabes qué, Anna? Te encuentras bien. Lloré, dejándolo salir todo. Mi cabeza se hundió, y moví las piernas frenéticamente, usando lo último que quedaba de mi fuerza para salir de nuevo a flote. Nunca te dejaré sola, Anna. No si puedo evitarlo. Creo que también me amas, Anna. Volví a sumergirme y cuando salí de nuevo fue por última vez, y el pánico, el pánico y el miedo corrían de arriba a abajo por mi cuello, y grité, pero me encontraba tan cansada que sonó sólo como un quejido. Y justo cuando pensé: esto es todo, éste es el final de mi vida, escuché el helicóptero.

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36 T.J Traducido por munieca Corregido por Juli_Arg

C

uando la ola golpeó, arrancó a Anna de mis manos y me lanzó hacia arriba y hacia abajo y alrededor. Tosí y ahogué, y no podía respirar, y las olas me arrastraban de nuevo abajo cada vez que me las arreglaba para conseguir mi cabeza fuera del agua. —¡Anna! —grité su nombre varias veces, luchando para evitar que el agua pase por mi garganta. Giré en un círculo, pero no pude verla en ninguna parte. ¿Dónde estás, Anna? El tronco de un árbol chocó contra mi cadera y el dolor atravesó mi cuerpo. Residuos sin fin se arremolinaban a mi alrededor, pero no había nada lo suficientemente grande para agarrarse antes de que pasaran, arrastrados por las olas agitadas. Aflojé mi respiración, tratando de no entrar en pánico. Ella tiene que luchar. No puede darse por vencida. Flotaba sobre mi espalda para conservar mi fuerza, gritando su nombre y escuchando atentamente por una respuesta. Nada salvo el silencio. Una segunda ola golpeó, más pequeña esta vez, y me fui debajo de nuevo. Una rama de árbol grande flotaba a mi lado cuando salí a la superficie, y me aferré a ella. El pensamiento de Anna tratando de mantener la cabeza fuera del agua me mató. Estaba aterrorizada de estar sola en la isla, pero estar sola en el agua era una pesadilla que ninguno de nosotros alguna vez había pensado. Dijo que se sentía a salvo conmigo, pero no podía protegerla ahora. Solamente te dejé sola, Anna, porque no pude evitarlo. Llamé por su nombre otra vez, haciendo una pausa por un minuto completo para escuchar antes de intentar de nuevo. Mi voz se hizo más débil y mi garganta dolía con sed. El sol, alto en el cielo caía a plomo sobre mí, mi cara ya picaba con las quemaduras del sol.

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La rama del árbol anegado se hundió. No había otra cosa a que aferrarse, por lo que alterné entre pedaleando en el agua y flotando sobre mi espalda. Luché para mantener mi cabeza fuera del agua. El tiempo pasó y creció mi agotamiento. Escudriñando en la distancia, vi una viga de madera flotante. Mis brazos y piernas apenas tenían fuerza suficiente para impulsarme hacia ella. La agarré, agradecido de que soportara mi peso sin hundirse. Mi mejilla descansaba sobre la madera, y pesé mis opciones. No tardé mucho en darme cuenta de que no tenía ninguna.

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37 Anna Traducido por Annabelle Corregido por Juli_Arg

E

l hombre en el traje acuático cayó dentro del agua a mi lado. Dijo algo, pero no pude escucharlo por el ruido de las hélices del helicóptero. Mantuvo mi cabeza fuera del agua y le hizo señas a alguien con su mano libre para que bajaran una canasta. No estaba segura de si era real, o un sueño. El hombre me puso en la canasta; se elevó y luego otro hombre me introdujo en el helicóptero. La bajaron de nuevo y subieron al hombre en el traje acuático. Temblaba incontrolablemente en mi camisa y pantaloncillos. Me envolvieron en sabanas y luché en medio de un agotamiento tan profundo de lo que alguna vez experimenté para formar las palabras que quería decir. —T.J. —Salió casi como un susurro, y nadie dentro del helicóptero pudo escucharme. —T.J. —dije, un poco más fuerte. El hombre levantó mi cabeza y colocó una botella de agua contra mis labios. Bebí, satisfaciendo mi violenta sed. —¡T.J.! T.J. está allí abajo. Tienen que encontrarlo. —Estamos bajos en combustible —dijo el hombre—. Y debemos llevarte al hospital. Me costó trabajo entender lo que decía. —¡No! —Me senté, tomando sus hombros—. Él está allí abajo. No podemos dejarlo ahí. La histeria me envolvía, y grité. El sonido llenó todo el helicóptero, y el hombre intentó calmarme. —Haré que el piloto alerte a los otros helicópteros. Lo buscarán. Todo va a estar bien —dijo, dándole un apretón a mi hombro. No podía sacar de mi cabeza la imagen de T.J. hundiéndose sin salir de nuevo a la superficie. Me encerré en mí misma, y fui a un lugar dentro de mí en donde no debía pensar o sentir. La bienvenida con mi familia, esa

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escena que había imaginado en mi mente cientos de veces en los últimos tres años y medio, falló al provocar cualquier emoción dentro de mí. El helicóptero se movió a toda velocidad y nos dirigimos al hospital, dejando a T.J. atrás.

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38 T.J. Traducido por Annabelle Corregido por Deeydra Ann’

A

l principio no podía identificar el sonido. Me vino de repente, cuando mi cerebro se dio cuenta de que el thwack-thwackthwack eran las hélices de un helicóptero haciendo eco en la distancia. El sonido se hizo cada vez más débil, hasta el punto en que ya no pude escucharlo. Regresa. Por favor, da media vuelta. No lo hizo. Mi esperanza se convirtió en desesperación, y supe que iba a morir. Mi fuerza decaía cada vez más y me costaba mucho sostenerme a la viga. La temperatura de mi cuerpo había caído y sentía dolor por todas partes. Me imaginé el rostro de Anna. ¿Cuántas personas podían decir que habían sido amadas de la manera en que ella me amaba? Mis dedos se deslizaron de la viga, y me costó trabajo volverla a agarrar. Me mantuve quieto, cabeceando una y otra vez. Un sueño con tiburones me despertó de repente. Mi cabeza se hundió y bajé lentamente. Por instinto, mantuve el aliento por el mayor tiempo posible, hasta que, eventualmente, no pude sostenerlo más. Floté en un mar de vacío, sin ningún peso, hasta que otra sensación me invadió. La muerte no sería pacífica, después de todo. Me dolía, su abrumador peso golpeaba mi pecho. De pronto, la presión se desvaneció. El agua de mar salió de mi boca y abrí los ojos. Un hombre usando un traje acuático se encontraba de rodillas a mi lado, con sus manos inmóviles sobre mi pecho. Mi cabeza descansaba sobre algo sólido, y me di cuenta que me encontraba dentro de un helicóptero. Respiré profundamente y, tan pronto como tuve suficiente aire dentro de mis pulmones, dije—: Regresen. Debemos encontrarla. —¿A quién? —preguntó. —¡Anna! ¡Debemos encontrar a Anna!

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39 Anna Traducido por Panchys Corregido por Deeydra Ann’

M

e encontraba profundamente entumecida. El hombre sacudió suavemente mi hombro, yo no quería hablar, pero no pararía de preguntarme si podía oírle. Me volví hacia la voz y parpadeé, tratando de enfocar mis hinchados ojos llenos de lágrimas. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó—. Uno de los otros helicópteros acaba de sacar a un hombre del agua. —Luché para sentarme, con ganas de escuchar con claridad lo que estaba a punto de decir—. Dijeron que él está buscando a alguien llamada Anna. Me tomó un momento registrar sus palabras, pero cuando comprendí su significado, experimenté alegría, pura y verdadera, por primera vez en toda mi vida. —Soy Anna. —Me envolví en mis brazos y me balanceé hacia atrás y hacia adelante, sollozando. Aterrizamos en el hospital, me cargaron en una camilla y me llevaron dentro. Dos hombres me transfirieron desde la camilla a una cama de hospital, ninguno de los dos hablaba inglés. Pasamos junto a un teléfono público colgado en la pared. Un teléfono. Hay un teléfono. Volví la cabeza hacia él a medida que pasábamos y entré en pánico cuando no pude recordar el número de teléfono de mis padres. El hospital estaba lleno de pacientes. La gente se sentaba en el suelo del vestíbulo, esperando para ver a un médico. Una enfermera se acercó y me habló con dulzura en un idioma que no entendía. Sonriendo y acariciando mi brazo, atravesó la piel de la palma de mi mano con una aguja y colgó la bolsa de suero en un poste al lado de mi cama. —Necesito encontrar a T.J. —dije, pero negó con la cabeza y, al ver mi temblor, tiró de la sábana hasta mi cuello. El caos de tantas voces, sólo algunas de ellas hablando en inglés, retumbó en mis oídos, más fuerte que todo lo que había escuchado en los

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últimos tres años y medio. Aspiré el olor a desinfectante y parpadeé ante las luces fluorescentes que hacían que mis ojos dolieran. Alguien empujó mi cama en un pasillo en la esquina. Me recosté de espaldas luchando por mantenerme despierta. ¿Dónde está T.J.? Quería llamar a mis padres, pero no tenía la fuerza para moverme. Me quedé dormida por un minuto, despertando cuando unos pasos se aproximaron. Una voz dijo—: La Guardia Costera sólo la trajo. Creo que es la que él está buscando. Unos segundos después, una mano retiró la sábana que me cubría, y T.J. pasó de su camilla a la mía, tratando de no enredar las mangueras de nuestras intravenosas. Envolvió sus brazos a mí alrededor y se derrumbó, enterrando su cara en mi cuello. Las lágrimas corrían por mi cara con el puro alivio de sostener el peso sólido de él en mis brazos. —Lo lograste —dijo, temblando—. Te amo Anna —susurró. —Te amo también. —Traté de hablarle del teléfono público, pero el cansancio se apoderó de mí y de mis palabras confusas que no tenían sentido. Me dormí. *** —¿Puedes oírme? —Alguien sacudió suavemente mi hombro. Abrí los ojos y por un momento, no tenía ni idea de dónde estaba. —Inglés —susurré, comprendiendo que el hombre que me miraba era un americano rubio de ojos azules de unos treinta años. Miré a T.J., pero sus ojos aún estaban cerrados. Teléfono. ¿Dónde está ese teléfono? —Mi nombre es Dr. Reynolds. Lo siento, nadie los ha checado en un rato. No estamos equipados para manejar las bajas adicionales. Una enfermera revisó sus signos vitales hace unas horas y dijo que estaban bien, así que decidí dejarlos dormir. Has estado dormida durante casi doce horas. ¿Tienes algún dolor? —Sólo un poco. Y sed y hambre. —El doctor se lo indicó a una enfermera que iba pasando e hizo un gesto de verter. Ella asintió con la cabeza y volvió con una pequeña jarra con agua y dos vasos de plástico. Llenó uno y me ayudó a incorporarme. Me bebí todo y miré a mí alrededor con confusión. —¿Por qué hay tanta gente aquí?

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—Las Maldivas se encuentran actualmente en estado de emergencia. —¿Por qué? Me miró extrañado. —Debido al tsunami. T.J. se agitó a mi lado y abrió los ojos. Le ayudé a incorporarse y lo abracé mientras el doctor sirvió un vaso con agua y se lo dio a él. Lo bebió sin parar. —T.J., fue un tsunami. Parecía confundido por un momento, pero luego se frotó los ojos y dijo—: ¿En serio? —Sí. —¿La Guardia Costera los trajo? —preguntó el doctor Reynolds, dándonos a cada uno otro vaso con agua. Asentimos—. ¿De dónde vienen? —T.J. y yo nos miramos. —No lo sé —dije—. Hemos estado perdidos durante tres años y medio. —¿Qué quieres decir con perdidos? —Hemos estado viviendo en una de las islas desde que nuestro piloto tuvo un ataque al corazón y se estrelló en el océano —dijo T.J. El médico nos examinó, mirando hacia atrás y hacia adelante en nuestras caras. Tal vez fue el pelo de T.J. lo que finalmente lo convenció. —Oh Dios mío, son ellos, ¿no? Los que iban en el hidroavión. —Sus ojos estaban muy abiertos. Tomó una respiración profunda y la soltó—. Todo el mundo pensaba que estaban muertos. —Sí, eso es lo que pensamos —dijo T.J.—. ¿Cree que podría conseguirnos un teléfono? El doctor Reynolds le entregó a T.J. su móvil. —Puedes usar el mío. —Una enfermera nos quitó las intravenosas y T.J. y yo bajamos con cuidado de la camilla. Mis piernas temblaban, y T.J. me tranquilizó, poniendo un brazo alrededor de mi cintura. —Hay una habitación pequeña por el pasillo. Es tranquila y se puede tener un poco de intimidad. —Miró hacia nosotros y negó con la cabeza—. No puedo creer que estén vivos. Estuvieron en todas las noticias durante semanas. Lo seguimos, pero antes de llegar a la sala de suministros, pasamos por el cuarto de baño de mujeres. —¿Pueden esperar, por favor? —pregunté. Se detuvieron y abrí la puerta, cerrándola detrás de mí y sumiéndome en la oscuridad. Mi mano buscó a tientas el interruptor y cuando las luces se encendieron, mis ojos se lanzaron desde el baño a la pileta y finalmente al espejo.

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Me había olvidado por completo de cómo me veía. Me acerqué al espejo y me estudié a mi misma. Mi piel estaba del color de los granos de café y T.J. tenía razón, mis ojos parecían más azules debido a ello. Había unas pocas líneas en mi cara que no habían estado allí antes. Mi pelo era un desastre de enredos y dos tonos más claros de lo que recordaba. Me veía como una chica de islas, feroz, descuidada, y salvaje. Quité mi mirada del espejo, me bajé los pantalones, y me senté en el inodoro. Cogí el papel higiénico. Desenrollando un poco, lo froté contra mi mejilla, sintiendo la suavidad. Cuando terminé, me sonrojé y me lavé las manos, maravillada por el agua que fluía del grifo. T.J. y el doctor Reynolds estaban de pie en el pasillo esperándome cuando me abrí la puerta. —Siento haber tardado tanto. —Está bien —dijo T.J.—. Fui al baño, también. —Me sonrió—. Eso fue raro. —Tomó mi mano y seguimos al doctor Reynolds a la sala de provisiones. —Vuelvo en un rato. Tengo que comprobar a algunos pacientes y luego voy a llamar a la policía local. Querrán hablar con ustedes. También voy a ver si puedo encontrarles algo para comer. Mi estómago gruñó ante la mención de alimentos. —Gracias —dijo T.J. Cuando se fue, nos sentamos en el suelo. Los estantes de suministros médicos nos rodeaban. Era estrecho, pero tranquilo—. Llama a los tuyos en primer lugar, Anna. —¿Estás seguro? —Sí. Me pasó el teléfono. Me tomó un minuto, pero finalmente recordé el número de teléfono de mis padres. Mi mano temblaba, y contuve la respiración mientras sonaba. Se oyó un chasquido en la línea. Empecé a decir “hola”, pero entonces una voz grabada dijo “El número que usted está tratando de alcanzar se ha desconectado o ya no está en servicio.” Miré a T.J. —Su número ha sido desconectado. Deben haberse mudado. —Llama a Sarah. —¿Quieres probar con tus padres primero? —No, adelante —zumbó T.J. con anticipación—. Sólo quiero que alguien responda. Llamé al número de Sarah, mi corazón martillando en mi pecho. Sonó cuatro veces antes de que alguien respondiera. —¿Hola? —¡Chloe!

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—Chloe, ¿puedes poner a tu mamá en el teléfono de inmediato, por favor? —¿Puedo preguntar quién llama? —Chloe, cariño, solo pon a tu mamá, ¿de acuerdo? —Tengo que preguntar quién es y si no me lo dicen, tengo que colgar. —¡No! No cuelgues, Chloe. —¿Ella aún me recordaría?—. Es tía Anna. Dile a tu mamá que es tía Anna. —Hola, tía Anna. Mamá me mostró fotos de ti. Me dijo que vives en el cielo. ¿Tienes alas de ángel? Mamá está agarrando el teléfono, así que me tengo que ir ahora. —Escucha —dijo Sarah—. No sé quién eres, pero eso es algo enfermo para hacer a un niño. —¡Sarah! Es Anna, no cuelgues, soy yo, realmente soy yo. — Comencé a llorar. —¿Quién es? ¿Qué obtienes de este tipo de llamadas? ¿Crees que no hacen daño? —Sarah, T.J. y yo no morimos en el accidente de avión. Hemos estado viviendo en una isla y si no fuera por el tsunami, todavía estaríamos allí. Estamos en un hospital en Malé. —Ahora que había conseguido que las palabras salieran, mi llanto se intensificó—. ¡Por favor no cuelgues! —¿Qué? Oh Dios mío. ¡Oh, Dios mío! —gritó llamando a David, pero estaba llorando y hablando tan rápido que no podía entender nada de lo que salía de su boca—. ¿Anna? ¿Estás viva? ¿Realmente estás viva? —Sí. —Yo estaba berreando y T.J. estaba saltando arriba y abajo por la emoción—. Sarah, llamé a mamá y papá primero, pero su número fue desconectado. ¿Vendieron la casa? —La casa se vendió. —¿Cuál es su número? —Miré alrededor para ver si había un lápiz o algo para escribir, pero me quedé con las manos vacías—. Llámalos, Sarah, llama el momento en que cuelgues. Diles que traté de llamarlos a ellos primero. Te llamaré de nuevo y para que me des su número tan pronto como pueda encontrar algo para escribir. Diles que esperen cerca del teléfono. —¿Cómo vendrás a casa? —preguntó. —No lo sé. Escucha, T.J. ni siquiera ha llamado a sus padres todavía. No sé nada en este momento, pero voy a darle a su mamá y papá

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tu número para que puedan coordinarse contigo. Espera su llamada, ¿de acuerdo? —Lo haré. Oh, Anna, no sé ni qué decir. Tuvimos tu funeral. —Bueno, estoy viva. Y no puedo esperar para llegar a casa.

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40 T.J. Traducido por Nina_Ariella Corregido por Panchys

A

nna me pasó el celular. Marqué mi número y esperé a que alguien respondiera. Contesta, contesta, contesta.

—¿Hola? —Era mi mamá. Una oleada de emoción se apoderó de mí cuando escuché su voz. No me había dado cuenta hasta ese preciso momento cuánto la había extrañado. Lágrimas llenaron mis ojos y parpadeé para devolverlas. Anna puso su brazo alrededor mío. —Mamá, es T.J. no cuelgues. —Se hizo un silencio del otro lado, así que seguí hablando—. Anna y yo no morimos en el accidente de avión. Hemos estado viviendo en una isla. La guardia costera nos rescató después del tsunami y estamos en el hospital en Malé. —¿T.J.? —Sonaba extraña, como si estuviera en un trance. Comenzó a llorar. —¡Mamá, pásame a papá! —¿Quién es? —gritó mi papá al teléfono. Sentí una segunda oleada de emoción cuando escuché la voz de mi papá y quería aferrarme a él, pero mi deseo de hacerle entender lo que había sucedido y dónde estábamos ganó. Mi voz fue estable cuando dije—: Papá, es T.J. No cuelgues. Sólo escucha. Anna y yo logramos llegar a una isla después que nos estrellamos. La guardia costera nos sacó del agua después del tsunami. Estamos en el hospital en Malé, y ambos estamos bien. —Hubo silencio del otro lado—. ¿Papá? —Oh Dios mío —dijo—. ¿Eres tú? ¿Realmente eres tú? —Sí, soy yo. —¿Has estado vivo todo este tiempo? ¿Cómo? —No fue fácil. —¿Estás bien? ¿Estás herido? —Estamos bien. Cansados y doloridos. Hambrientos.

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—¿Anna está bien? —Sí, está sentada aquí junto a mí. —No sé qué decir, T.J. Estoy abrumado. Necesito pensar por un minuto. Necesito encontrar la manera de sacarte de ahí —dijo. Por primera vez en un largo tiempo, nada pesaba sobre mis hombros. Mi papá se encargaría y nos llevaría a casa. —Papá, Anna quiere que llames a su hermana también, y te asegures que sabe lo que sucede. Anna me dio el número, y lo repetí para mi papá. —La última cosa que quiero hacer es colgar, T.J., pero son las 8 de la tarde aquí, y necesito comenzar a hacer llamadas antes de que se haga más tarde. Conseguirles un avión puede difícil por el nueve-once15. Si no puedo conseguirles un vuelo comercial, conseguiré uno de alquiler. Probablemente será mañana antes de que pueda sacarlos de ahí. ¿Son capaces de salir del hospital? —Sí, eso creo. —¿Puede alguien llevarlos a un hotel? —Puedo mirar. Tal vez alguien pueda llevarnos. —Una vez que llegues a un hotel, llámame y les daré el número de mi tarjeta de crédito. —Está bien papá. ¿Está bien mamá? —Sí, está justo aquí. Quiere hablar contigo. Casi no podía entenderle a mi mamá. Tan pronto como escuchó mi voz, comenzó a llorar de nuevo. —Está bien mamá, estaré en casa pronto. No llores. Pon a papá de nuevo al teléfono, ¿está bien? Cuando mi papá volvió a la línea le dije que íbamos a hablar con la policía local y que intentaríamos ir a un hotel, y lo llamaría desde ahí. —Está bien, T.J. estaré esperando. —Va a comenzar a hacer llamadas —dije después que colgué el teléfono—. Dijo que conseguirnos un vuelo comercial podría ser difícil por el nueve-once. —¿Qué es nueve-once? —No lo sé. Dijo que tal vez tendría que alquilar un avión. Si podemos encontrar un aventón a un hotel, podemos llamarlo y él les dará su

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Se refiere a los ataques del 11 de septiembre de 2001 a los Estados Unidos.

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número de tarjeta de crédito. Aunque probablemente no podremos salir hasta mañana, Anna. Sonrió. —Hemos esperado tanto. Puedo esperar un día más. La atraje cerca y la abracé. —Nos vamos a casa. Salimos del armario de insumos y buscamos al Dr. Reynolds. Estaba de pie esperándonos con dos oficiales de policía. Otro hombre esperaba con ellos. Usaba una camisa color caqui con el nombre del hidroavión de alquiler cosido en el bolsillo. El Dr. Reynolds sostenía una bolsa de papel café con una gran mancha de grasa a un lado. Sonriendo, me la pasó y miré dentro. Tacos. Saqué uno y se lo pasé a Anna, luego tomé una para mí. La tortilla frita estaba envuelta alrededor de carne y cebollas. Una salsa picante caía por mi mano, no estaba acostumbrado a tantos sabores diferentes a la vez. Hambriento, me lo comí entero en menos de un minuto. Los oficiales querían hablar con nosotros así que los seguimos a una esquina vacía del vestíbulo. Busqué dentro de la bolsa y saqué otros tacos para los dos. Los oficiales hablaban inglés, pero sus acentos marcados hacían difícil entenderlos. Respondimos sus preguntas, contándoles sobre Mick y su ataque cardíaco, y luego el accidente y la llegada a la isla. —El equipo de búsqueda y rescate encontró partes del avión pero no cuerpos —dijo uno de los oficiales—. Asumimos que se habían ahogado. —Mick sabía que tal vez no aterrizaría de forma segura así que nos dijo que nos pusiéramos nuestros chalecos salvavidas. De otra forma nos habríamos ahogado —dijo Anna. —Buscaron por cuerpos —dijo el otro oficial—. Pero no esperaban encontrar ninguno. Hay tiburones ahí. Anna y yo nos miramos el uno al otro. —Algunos de los restos del avión fueron arrastrados a la orilla. Mi mochila, la maleta de Anna, y la balsa salvavidas. El cuerpo de Mick también —dije. —Lo enterramos en la isla. El hombre del hidroavión del alquiler tenía unas preguntas. —Si la balsa salvavidas fue arrastrada, ¿por qué no activaron la señal de emergencia16? 16

Es una señal luminosa visible en la distancia.

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—Porque no había ninguna —dije. —Todas las balsas salvavidas tienen una. Están establecidas por la Guardia Costera cuando un avión vuela sobre agua. —Bueno, la de nosotros no —dije—. Y créame, buscamos. Escribió nuestra información de contacto y luego me dio una tarjeta de contacto. —Por favor, que su abogado me llame cuando regresen a los Estados Unidos. Puse la tarjeta en el bolsillo de mis pantalones cortos. —Hay una cosa más —dije volviéndome hacia los dos policías—. Alguien estaba viviendo ahí antes que nosotros. —Anna y yo les contamos de la choza y el esqueleto—. Si estaban buscando una persona desaparecida, puede que la hayamos encontrado. Cuando terminamos de hablar con ellos, le preguntamos al Dr. Reynolds si alguien podría llevarnos a un hotel. —Yo puedo —dijo. El Dr. Reynolds conducía un Honda Civic golpeada. No tenía aire acondicionado así que bajamos las ventanas. Salir del estacionamiento a las carreteras, autos, y edificios —cosas que no había visto en tanto tiempo— me asombró. Inhalé el humo de los tubos de escape de los autos, tan diferente del olor de la isla. Cuando vi el letrero del hotel, sonreí porque finalmente me di cuenta que Anna y yo tendríamos una habitación, una ducha, y una cama. —Gracias por toda su ayuda —le dijimos al Dr. Reynolds cuando nos dejó frente al hotel. —Buena suerte a los dos —dijo, estrechando mi mano y dándole un abrazo a Anna. El hotel no había sufrido muchos daños. Alguien estaba barriendo los escombros del andén de enfrente cuando Anna y yo caminamos por la puerta giratoria. Los huéspedes del hotel se habían reunido en el vestíbulo, algunos de ellos parados junto a montones de equipaje. Todos nos miraron. Si había una regla de servicio contra no usar zapatos o camisa, yo la estaba violando. Vi nuestros reflejos en un gran espejo colgado en la pared. No nos veíamos muy bien. Seguí a Anna a la recepción donde una mujer estaba de pie escribiendo en un computador. —¿Se van a registrar? —preguntó. —Sí, una habitación, por favor —dije—. Y ¿podría prestarme su teléfono?

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Ella volvió el teléfono hacia mí, y llamé por cobrar a mi papá17. — Estamos en el hotel —dije. —Tomen un par de habitaciones y carguen todo a ellas —dijo mi papá. —Solo necesitamos una habitación, papá. Se pausó por un segundo. —Oh. Está bien. Le pasé el teléfono a la mujer y esperé mientras mi papá le daba la información de su tarjeta de crédito. Ella me lo devolvió y terminó de escribir. —¿Hay una tienda de regalos en el hotel? —preguntó mi papá. —Sí, puedo verla desde aquí. —La tienda de regalos estaba justo a la vuelta de la esquina desde el escritorio. Por lo que podía decir, parecía bastante lujosa. —Compren lo que necesiten. Estoy trabajando en sacarte a tí y a Anna de ahí. El aeropuerto de Malé sufrió algunos daños, pero me dijeron que no habían tenido que cancelar muchos vuelos. Un vuelo comercial no va a funcionar así que estoy trabajando en alquilar un avión. Tu mamá quería viajar hasta allí y traerte, pero la convencí de que llegarías más pronto si no tenías que esperar a que llegara por tí primero. Llamaré a tu habitación tan pronto como tenga los detalles pero estén listos para irse por la mañana. —Está bien, papá. Lo estaremos. —Ni siquiera sé qué decir, T.J. Tu mamá y yo aún estamos en shock. Tus hermanas no han parado de llorar, y el teléfono no para de sonar. Sólo queremos traerlos a Anna y a ti a casa. Ya he hablado con Sarah, y me aseguraré de que reciba toda la información tan pronto como la tenga. Nos despedimos y le devolví el teléfono a la mujer tras el escritorio. —Estamos bastante copados —dijo—, pero tenemos una suite disponible. ¿Eso estará bien? Sonreí y dije—: Eso estará bien. Anna y yo caminamos dentro de la tienda de regalos y miramos alrededor, inseguros de donde comenzar. Estaba dividida en dos. Un lado tenía estantes de ropa —todo desde camisetas de recuerdo hasta ropa formal— y en un lado no tenía nada más que comida. Dulces, papas fritas, galletas saladas, se alineaban en los estantes. —Oh Dios mío —dijo Anna y salió.

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Se refiere a una llamada en la que el destinatario es quien paga.

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Tomé dos cestas de compras de un montón cerca de la puerta de en frente y la seguí. Le pasé una y reí cuando metió dentro unos Sweet Tarts18 y Hot Tamales19. Yo tomé un paquete de Doritos y los lancé dentro, seguido por tres Slim Jims20. —¿En serio? —preguntó, levantando una ceja. —Oh, sí —dije sonriéndole. Después de que llenamos una canasta con comida chatarra, seguimos hacia el estante de artículos de aseo. —Probablemente hay jabón y champú en la habitación, pero no voy a arriesgarme —dijo Anna, tomando más y agregando cepillos de dientes, crema dental, desodorante, loción, cuchillas de afeitar, crema de afeitar, un cepillo y un peine. Luego, escogimos una camiseta y un par de zapatos para mí. Anna sacudió un paquete de calzoncillos en mi dirección, y negué pero ella asintió, se rió, y los lanzó dentro de la canasta. Busqué dentro de un barril lleno de sandalias para hombre y escogí un par negro. Un estante cercano tenía vestidos de verano y escogí uno azul para Anna. Ella encontró un par de sandalias que combinaban con él. Anna recogió algo de ropa interior, un par de shorts y una camiseta y llevamos las canastas al mostrador, cargando todo a nuestra habitación. Subimos en el elevador hasta el tercer piso. Deslicé la tarjeta dentro, y cuando entramos a la habitación, la primera cosa que noté fue una gran cama llena de almohadas. Una gran pantalla de televisión colgada de la pared al otro lado de la cama y cuatro sillas de comedor y una mesa junto a un escritorio con tapa deslizante y un mini refrigerador. El área de la sala tenía una mesa de café, un sofá, y dos sillas dispuestas frente a otro televisor. El aire acondicionado botaba aire gélido a la habitación. Una bandeja de cuatro vasos de vidrio cubiertos de plástico estaba en una mesa baja junto a la puerta. Desenvolví dos, caminé al baño y los llené en el lavabo. Anna me siguió, y le pasé uno. Lo miró unos segundos antes de llevarlo a sus labios y bebió. Revisamos el resto del baño. Una ducha gigante con paredes de vidrio ocupaba una esquina de la habitación y un mostrador de mármol con dos lavabos y una cesta de jabón y champú estaba en medio de la ducha y un gran jacuzzi. Dos batas blancas colgaban de un gancho junto a la puerta. 18 19 20

Sweet Tarts: caramelos agridulces con forma de pastilla circular. Hot Tamales: dulces de canela (picantes), rojos y con forma de píldora alargada. Slim Jims: barras de carne o embutidos secos.

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—Voy a llamar a Sarah, para conseguir el número de mamá y papá. Le dije que los tuviera esperando junto al teléfono. ¿Cuántas horas a diferencia de Chicago estamos? —Creo que once. Cuando hablé con mi papá dijo que ya eran las 8 de la tarde allí. Anna se sentó en la cama y tomó la libreta de papel y un lapicero de la mesa de noche. Cogió el teléfono y marcó. —Está ocupado. Intentaré a su celular. —Marcando de nuevo, esperó y luego colgó el teléfono—. Sólo seguía sonando. —Anna frunció el ceño—. ¿Por qué no contesta? —Porque probablemente están llamando a todos los que conoces y ellos los están llamando de vuelta. Su teléfono probablemente va a estar sonando por los próximos días. Metámonos en la ducha. Puedes intentar de nuevo tan pronto como salgamos. Nos quedamos en la ducha por casi una hora, estregando y riendo. Anna no podía dejar de lavarse, aún después de que le dije que estaba definitivamente limpia. —Nunca voy a volver a tomar un baño en tina por el resto de mi vida. Oficialmente solo voy a tomar duchas —dijo Anna. —Yo también. Cuando terminamos, nos secamos y nos pusimos nuestras batas de baño. Anna apretó crema dental en dos cepillos de dientes y me pasó uno a mí. Nos paramos frente a los dos lavabos, cepillando, enjuagando, y escupiendo. Bajó su cepillo y dijo—: Bésame ahora, T.J. La levanté y la senté en el mostrador, luego tomé su rostro en mis manos. Nos besamos por largo tiempo. —Sabes increíble —dije—. Hueles muy bien también. No que me haya importado nunca cuando no lo hacías. —Esto es mejor, sin embargo —dijo, descansando su frente en la mía. —Sí. Dejamos el baño, y me tiré en la cama con un menú de servicio a la habitación en una mano y el control remoto en la otra. —Anna, mira esto. —Estaba abriendo un paquete de Sweet Tarts, pero se dejó caer a mi lado y miró el menú. Me pasó una bolsa de Doritos y los abrí y me metí un puñado lleno en la boca. El queso para nachos nunca supo tan bien.

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Fue difícil decidir qué ordenar porque lo queríamos todo. Finalmente se redujo a bistec y papas a la francesa, espagueti con albóndigas, pan de ajo y pastel de chocolate. —Oh, y dos Coca-Colas gigantes —dijo Anna. Llamé al servicio a la habitación e hice nuestra orden. Anna tomó la llave y algo de la mesa baja junto a la puerta y dijo que ya volvía. —Estás desnuda bajo esa bata —le recordé. —No me tardaré mucho. Pasé canales. Cada estación estaba transmitiendo el cubrimiento del tsunami. Anna volvió a la habitación trayendo un cubo pequeño. Me senté. —¿Eso es hielo? —pregunté. Puso un cubo en su boca y dijo—: Sip. —Se acostó en la cama junto a mí y la miré chuparlo. Se sentó y desató mi bata. Abriéndola, pasó su mano suavemente por mi lado. A pesar del dolor, mi cuerpo respondió a su tacto inmediatamente. —Tienes unos moretones espectaculares desarrollándose aquí — dijo—. ¿Qué sucedió? —Había un gran tronco en el agua —No te llevas bien con esos. —Apuntó. —Este me pegó. Anna puso otro cubo de hielo en su boca y besó mi cuello y mi pecho. —¿Cuánto tiempo hasta que el servicio a la habitación llegue? — preguntó. —No dijeron. Anna besó mi estómago y se movió más abajo. Cuando sentí su boca sobre mí, di un grito ahogado porque nunca había sentido frío antes. Cerré mis ojos y descansé mis manos en su cabeza. Cuando el servicio a la habitación tocó la puerta, até mi bata y respondí. El hombre que traía la comida puso todo en la mesa y tan pronto como añadí una propina y firmé el cheque, abrimos todo, quitando las tapas. —Tenemos cubiertos de plata —dijo Anna. Sostuvo un tenedor y lo miró por un segundo antes de pinchar una albóndiga. —Y sillas —dije, sacando una y sentándome junto a ella. Le pasé algo de pan de ajo y corté un trozo de carne. Gruñí cuando lo puse en mi boca. Comimos a mordiscos de nuestros tenedores y bebimos nuestras

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Cocas. Nuestros estómagos se llenaron rápido; acostumbrados a la comida pesada, o a mucha.

no

estábamos

Anna cuidadosamente envolvió las sobras y las puso en el refrigerador. Nos acostamos en la cama después de eso, para reposar la comida. Anna jugó con un mechón de mi cabello y posó su cabeza en mi hombro, enredando sus piernas con las mías. —Nunca he estado tan contenta en mi vida —dijo. Enmudecí el televisor. Habíamos estado viendo el cubrimiento del tsunami mientras comíamos, asombrados ante la devastación. Indonesia parecía haber sido la más afectada y el número de muertos había llegado a decenas de miles de personas. —Me siento terrible diciendo esto porque ha muerto tanta gente, pero si no hubiera sido por el tsunami, aún estaríamos en esa isla —dijo Anna—. Y no sé cuanto más podríamos haber durado. —Tampoco yo. —Estiré mis dedos hacia la mesa de noche y encendí el radio reloj, moviendo el dial hasta que encontré una estación de música Americana. More than a feeling de Boston estaba sonando, y sonreí. Anna suspiró. —Me encanta esta canción. —Se acurrucó más cerca, y la abracé con fuerza. —¿Ya te golpeó, T.J.? ¿Que estamos a salvo y que vamos a ver a nuestras familias otra vez? —Está comenzando. —¿Qué hora es? —preguntó. Giré mi cabeza hacia el reloj. —Un poco pasadas las dos. —Es la una de la mañana en Chicago. No me importa. Voy a intentar llamar a Sarah otra vez. No hay forma de que ella o mis padres estén durmiendo de todos modos. Anna se sentó y alcanzó el teléfono, halando la cuerda por mi cuerpo. —Voy a intentar a su casa primero. —Marcó y esperó—. Está ocupado —dijo—. Tal vez conteste su celular. —Anna marcó el número y esperó—. Se fue directo a buzón de voz. Le voy a dejar un mensaje —dijo, pero luego colgó sin decir nada—. Su buzón estaba lleno. —Intenta de nuevo en un rato. Eventualmente lo conseguirás. —Me pasó el teléfono y lo puse de nuevo en la mesa de noche—. ¿Anna? Se acurrucó de nuevo en mis brazos. —¿Sí? —¿Qué hay de John? ¿No crees que Sarah probablemente lo llamó? —Estoy segura de que lo hizo

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—¿Qué crees que hará cuando se dé cuenta de que estás viva? —Estará feliz por mi familia, por supuesto. Aparte de eso, no lo sé. Probablemente está viviendo en los suburbios con una esposa y un hijo. — Se pausó por un minuto y dijo—: espero que les haya dado mis cosas a mis padres. —¿A dónde vivirás? —Con mi mamá y papá. Donde quiera que sea eso. Van a querer que me quede con ellos por un tiempo. Luego buscaré mi propio sitio. Aún no puedo creer que vendieran su casa, T.J. Siempre hablaron de comprar algo más pequeño algún día, tal vez un condominio, pero no pensé que en realidad lo harían. Crecí en esa casa. Me entristece saber que no la tienen más. La besé, y luego desaté su bata y la deslicé por sus hombros. Hicimos el amor y nos quedamos dormidos después. Cuando desperté eran las 5 de la tarde. Anna dormía profundamente a mi lado. Mirando el techo, pensé en nuestra conversación. Le había preguntado sobre John, pero no le había hecho la única pregunta para la que realmente quería una respuesta. ¿Qué hay de nosotros?

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41 Anna Traducido por Mery St. Clair Corregido por Vane-1095

A

brí mis ojos y me estiré. T.J. se apoyaba contra la cabecera de la cama, con la televisión encendida a un volumen bajo, comiendo Slim Jim.

—Esa fue una buena siesta. —Lo besé y saqué mis piernas de la cama—. Tengo que hacer pis. ¿Sabes lo que más me gusta sobre este baño? —dije, mirando sobre mi hombro mientras caminaba hacia la puerta. —¿El papel higiénico?

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—Sí. Cuando regresé del baño, T.J. me hizo probar un bocado de su Slim Jim. —Admítelo. No está mal —dijo. —Está bien, pero soy mucho menos exigente de lo que solía ser. ¿Dónde estan mis tartas? Las encontré en el armario. No me había acostumbrado al aire acondicionado, así que me puse un apretado suéter y me acurruqué bajo las sábanas otra vez, junto al cuerpo de T.J. Tenía el cuerpo rígido y adolorido, más de lo que había estado cuando me sacaron del agua, y agradecía mucho tener esta cama tan suave. Eran las diez de la noche cuando intenté llamar a Sarah. Eran las nueve de la mañana en Chicago, pero su móvil parecía estar ocupado. —Todavía no tiene línea libre —dije. La llamé al número de casa, pero sólo sonó—. Su máquina aún no está funcionando, tampoco. —Voy a tratar de llamar a mi papá. Tal marcó el número de su casa y espero. Sacudió ocupada, también. Supongo que ambos están llamadas. Podemos intentarlo nuevamente en la

vez habló con ella. —T.J. la cabeza—. Su línea está recibiendo un montón de mañana.

T.J. puso el teléfono en su lugar de regreso y acarició mi cabello.

—No sé cómo voy a acostumbrarme a no compartir mi cama contigo todas las noches. —Entonces, no te acostumbres —dije. Me apoyé sobre mi codo y lo miré. No estaba lista para dejarlo ir, sin importar cuán egoísta me hacía sentir esto. Se sentó. —¿Qué quieres decir con esto? —Sí. —Mi corazón latía acelerado y mi cerebro gritaba que era una mala idea, pero no me importó—. Vamos a estar separados por un tiempo. Tú necesitas estar con tu familia y yo lo haré también. Después de eso, si quieres regresar, te esperaré. Exhaló, con una expresión de alivio en su rostro. Me jaló hacia sus brazos y me besó en la frente. —Por supuesto que quiero eso. —No va a ser fácil, T.J. Las personas no lo entenderán. Habrán muchas preguntas. —Un nudo se formó en mi estómago solo con pensarlo—. Es posible que debas mencionar que tenías casi diecinueve antes de que algo ocurriera entre nosotros. —¿Crees que alguien lo pregunte? —Creo que todo el mundo va a preguntarlo. *** Me desperté a media noche para ir al baño. Nos habíamos quedado dormidos con la televisión encendida y cuando me metí en la cama, cogí el mando a distancia y cambié de canales, deteniéndome para ver las noticias por un rato. Me senté de golpe cuando en CNN anunciaron las noticias de última hora y en la pantalla, bajo el título de: “DOS DE CHICAGO PERDIDOS EN EL MAR, RESCATADOS DESPUÉS DE TRES AÑOS Y MEDIO”, se encontraban las fotografías de T.J. y yo, congelados a los dieciséis y treinta. Estiré la mano y suavemente sacudí el hombro de T.J. —¿Qué, qué pasa? —preguntó, aún medio dormido. —Mira la televisión. T.J. se sentó, parpadeó, y miró la pantalla. Subí el volumen justo a tiempo para escuchar a Larry King decir—: Creo que hablo por todos cuando digo que hay una historia que contar ahí. —Mierda. —dijo T.J. Aquí vamos.

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42 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Mery St. Clair

D

esperté antes que Anna y ordené huevos, panqueques, salchichas, tocino, tostadas, papas fritas, jugo y café. Cuando llegó, la besé hasta que se despertó.

Abrió sus ojos. —Huelo café. Le serví una taza. Tomó un trago y suspiró. —Oh, está bueno. Comimos el desayuno en la cama y luego Anna se dio una ducha. Me quedé cerca del teléfono en caso de que mi papá llamara. Tan pronto como ella terminó su ducha, cambiamos lugares. Cuando salí, secándome con una toalla, me miró fijamente. —Te afeitaste. Frotó el dorso de su mano contra mi piel. Me reí. —Me dijiste que si alguna vez éramos rescatados tendría que hacerlo yo mismo. —No lo dije en serio. El teléfono sonó a las 11. Mi papá había alquilado un avión y dijo que teníamos que estar en el aeropuerto en una hora. —Aparte de reabastecer combustible, vas a volar completamente directo. Vamos a estar esperándote en O’Hare. —Papá, Anna ha estado tratando de contactarse con su hermana. ¿Has hablado con ella? —Lo intenté dos veces. Su línea ha estado ocupada, pero la nuestra también lo ha estado, T.J. La noticia se extendió rápido. El aeropuerto hizo arreglos especiales, y nos están permitiendo estar en la puerta cuando aterrices, pero los medios de comunicación también estarán allí. Haré lo que pueda para mantenerlos a una distancia razonable. —De acuerdo. Mejor me voy para que podamos llegar al aeropuerto. —Te amo, T.J.

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—También te amo, papá. Me vestí con la camiseta y los pantalones cortos que compramos en la tienda de regalos. Anna llevaba el vestido azul. Saqué la tarjeta de visita de la carta de hidroaviones del bolsillo de mis pantalones y tiré nuestra vieja ropa sucia a la basura. Metimos todo lo demás en dos bolsas de plástico que encontramos en la habitación. Después de pagar la cuenta e irnos, tomamos el transporte del hotel al aeropuerto. Anna casi no podía quedarse quieta. Me reí y envolví mis brazos a su alrededor. —Estás nerviosa. —Lo sé. Estoy emocionada y tomé un montón de café. El servicio de transporte desaceleró a una parada en la entrada del aeropuerto, y Anna y yo nos pusimos de pie. —¿Estás lista para salir de aquí? —le pregunté, tomando su mano. Sonrió y dijo—: Absolutamente. La tripulación del vuelo —piloto, copiloto y un auxiliar de vuelo— vitorearon y aplaudieron cuando Anna y yo agachamos nuestras cabezas y caminamos hacia la puerta del avión. Estrecharon nuestras manos y nosotros sonreímos y nos presentamos. Revisé la cabina. Había siete asientos; cinco individuales separados por un pasillo estrecho y dos asientos unidos. Un angosto sofá se extendía a lo largo de la pared. No podía imaginarme lo que esto le debió haber costado a mi papá. —¿Qué tipo de avión es éste? —pregunté. —Es un Lear 55 —dijo el piloto—. Es un jet de tamaño mediano. Tendremos que detenernos varias veces para reabastecernos, pero estaremos en Chicago en unas dieciocho horas. Anna y yo pusimos nuestras bolsas de plástico en el compartimiento superior y nos instalamos en los asientos reclinables de cuero lado-a-lado. Una larga mesa montada en el piso estaba colocada frente a nosotros. La azafata se acercó tan pronto como nos abrochamos el cinturón de seguridad. —Hola. Mi nombre es Susan. ¿Qué les gustaría para beber? Tengo refrescos, cerveza, vino, cocteles, agua embotellada, jugo y champán. —Adelante, Anna. —Tomaré agua, champán y jugo, por favor —dijo.

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—¿Desea que convierta eso en una mimosa21? Tengo zumo de naranja natural. Anna le sonrió a Susan. —Me encantaría una mimosa. Muchas gracias. —Tomaré agua, cerveza y una coca cola —dije—. Gracias. —Por supuesto. Enseguida estaré de regreso. Tuvimos cero tolerancia con el alcohol, y nos pusimos un poco mareados. Anna bebió dos mimosas y yo cuatro cervezas. Ella no podía dejar de reír, y yo no podía dejar de besarla; éramos ruidosos, también, y Susan hizo un asombroso trabajo fingiendo no darse cuenta. Trajo un enorme plato de queso, galletas saladas y fruta, probablemente esperando que eso nos subiera la sobriedad. Acabamos con eso, pero no antes de que yo insistiera en tratar de lanzar varias uvas hacia la boca abierta de Anna. Fallé todo el tiempo, lo cual hizo que nos riéramos mucho. Cuando se hizo de noche, Susan trajo mantas y almohadas. —Oh, genial —dijo Anna, hipando—. Estoy un poco somnolienta. Extendí las mantas sobre nosotros y deslicé mis manos por debajo del vestido de Anna. —Detén eso —dijo ella, tratando de desviar mis manos—. Susan está justo ahí. —A Susan no le importa —dije, tirando de la manta por sobre nuestras cabezas para que pudiéramos tener algo de privacidad. Sin embargo, fue sólo una charla, porque cinco minutos más tarde, me desmayé. Me desperté con un dolor de cabeza. Anna seguía dormida, su cabeza descansando en mi hombro. Cuando se despertó, nos turnamos para asearnos y cepillar nuestros dientes en el baño. Susan puso un plato de sándwiches de pavo y carne asada en la mesa, junto con papas fritas y Coca-Colas. También me tendió dos paquetes individuales de Tylenol y dos botellas de agua. —Gracias. —De nada —dijo, dándome una palmada en el hombro Abrimos el Tylenol y nos tomamos las pastillas con un vaso de agua. —¿Qué día es, Anna? Lo pensó un minuto antes de responder. —¿28 de diciembre?

Mimosa: cóctel suave y refrescante de baja graduación alcohólica compuesto de champán y zumo de naranja. 21

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—Quiero pasar juntos la víspera de Año Nuevo —dije—. Voy a extrañarte mucho para entonces. Anna me dio un beso rápido. —Es una cita. Comimos nuestros sándwiches y papas y pasamos el resto del tiempo hablando. —He pensado en este día durante tanto tiempo, T.J. Puedo imaginarme a mi mamá y papá, Sara, David y los niños, todos juntos de pie mientras corro hacia ellos con los brazos abiertos. —También he pensado en este día. Me preocupaba que no pudiera llegar nunca. —Pero llegó —dijo Anna, sonriéndome. El cielo se iluminó y miré por la ventana a los campos congelados de Midwestern. Cuando descendimos para nuestro aterrizaje en Chicago, Anna señaló y dijo—: Mira la nieve, T.J. Tocamos tierra en O’Hare un poco antes de las 6.00 am. Anna se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó antes de que el avión se detuviera por completo. Tomamos nuestras bolsas de plástico del compartimiento superior y nos apresuramos por el pasillo a la parte delantera del avión. El piloto y el copiloto salieron. —Ha sido un placer traerlos a casa —dijo el piloto—. Buena suerte a los dos. Nos dirigimos a Susan. —Gracias por todo —dijo Anna. —De nada —dijo, dándonos un abrazo. Alguien abrió la puerta del avión. —Es todo, T.J —dijo Anna—. Vamos.

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43 Anna Traducido por Carlota Corregido por Nats5

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.J. y yo bajamos del avión de la mano. Cuando salimos al otro lado, la multitud rugió. Los flashes de cientos de cámaras me cegaron, y parpadeé, intentando concentrarme. Los reporteros comenzaron a gritarnos preguntas inmediatamente. Sarah se abalanzó de forma borrosa y me abrazó, llorando. Jane Callahan estaba casi histérica cuando envolvió a T.J., a Tom Callahan y a dos niñas —asumí que las hermanas de T.J.— en un abrazo familiar. David estaba junto a Sarah, y se acercó a abrazarme. Le abracé fuerte y luego me alejé, buscando a mis padres entre la multitud. John estaba allí. Se apresuró hacia delante y le abracé automáticamente. Di un paso atrás, queriendo que saliese de mi camino. Confundido, mi corazón empezó a latir. Mis ojos se posaron en el resto de las personas de pie dentro del área acordonada, pero no vi a mamá. Ni a papá. Busqué de nuevo, frenéticamente, y entonces comprendí por qué su teléfono había estado desconectado. Se me doblaron las rodillas. Sarah y David me sostuvieron. —¿Ambos? Sarah asintió con la cabeza, las lágrimas corrían por su rostro. —No —grité—. ¿Por qué no me lo contaste? —Lo siento —dijo—. Tu llamada me pilló con la guardia baja, y sonabas tan feliz. No pude hacerlo, Anna. Me llevaron a una silla. Antes de que pudiera sentarme, T.J. apareció a mi lado. Se sentó y me tomó en sus brazos, balanceándome suavemente mientras yo lloraba. Levanté mi cabeza de su pecho. —Ambos están muertos.

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—Lo sé. Mi madre me lo acaba de decir. Me besó en la frente y me enjuagó las lágrimas mientras las cámaras lo capturaban todo. No lo sabía entonces, pero menos de veinticuatro horas más tarde, las fotos de T.J. sujetándome y besándome aparecerían en las portadas de los periódicos de todo el país. Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos, Sarah me frotó la espalda. Finalmente, respiré hondo y me senté. —Lo siento mucho —dijo T.J., retirándome el pelo de la cara. Asentí con la cabeza. —Lo sé. Estábamos en silencio, excepto por los clics y los flashes de las cámaras. Me giré hacia Sarah y dije—: Quiero ir a casa. Sarah escribió su número de teléfono para que pudiese dárselo a T.J. y lo guardó en el bolsillo de sus pantalones cortos. —Te llamaré dentro de un rato. —Envolvió sus brazos a mi alrededor y me susurró al oído—. Te amo. —También te amo —respondí susurrando. Nos pusimos de pie mientras Tom y Jane Callahan se acercaron a nosotros, con las hermanas de T.J. a la zara. —Lo siento, Anna —dijo Jane—. Sarah nos contó lo de tus padres. Me sentí horrible sabiéndolo mientras estabas viniendo a casa. —Me abrazó y cuando se alejó me sostuvo las manos durante un rato—. Te llamaremos dentro de poco. Tenemos algunas cosas que discutir. —Me sonrió y me dio un rápido beso en la mejilla. Tom Callahan sonrió y me apretó el hombro. —Gracias por alquilar el avión —dije. —No hay de qué, Anna. Sarah mandó a David a decir a los medios de comunicación que yo no daría un comunicado. John vino y se puso a mi lado. Empezó a tomarme la mano, pero luego cambió de idea. —Siento lo de tus padres, Anna. —Gracias. Nos quedamos allí con torpeza, como extraños, y finalmente dijo—: Estaba muy feliz cuando Sarah me llamó. No podía creer lo que me estaba contando. Respiré hondo y dije—: John… —No digas nada. Solo tómate tu tiempo y cuando estés lista, hablaremos. Sé que probablemente quieres salir de aquí. —Miró a T.J., que estaba con su familia—. Le di a Sarah tus cosas hace

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aproximadamente un año. No fui capaz de hacerlo hasta entonces. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Estoy muy contento de que llegases a casa, Anna. Me abrazó y se alejó. Y entonces Sarah y David me llevaron a la puerta.

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44 T.J. Traducido por DaniO Corregido por Deeydra Ann’

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i familia me rodeó. Alexis y Grace sostuvieron cada una de mis manos y mamá no podía decidir si reír o llorar, así que hizo ambas cosas.

—No puedo creer lo alto que estás —dijo papá. Todo el mundo se asustó cuando vio mi cola de cabello. —No tenía tijeras —expliqué. Noté a un tipo alto y rubio por la esquina de mi ojo. Caminó hacia Anna. No le hables. Ella ya no te ama. Los observé hasta que mamá tiró de mi brazo. —Vámonos a casa T.J. Observé a Anna una vez más. John la abrazó y se alejaron. Exhalé y dije—: Estoy listo, mamá. Antes de que saliéramos, mamá me dio un abrigo, junto con calcetines y un par de tenis. Me deshice de los zapatos que tenía y los puse en la bosa de plástico con el resto de mis cosas y seguí a mi familia al auto. Cuando llegamos a casa, tomé una ducha, envolví una toalla alrededor de mi cintura y caminé dentro de mi antigua habitación. Se veía exactamente igual. La cama doble seguía teniendo la misma ropa de cama color azul marino en ella, mi equipo de sonido y mi colección de CD’S permanecían en la misma esquina de mi escritorio. Una pila de ropa yacía doblada en el armario. Mamá hizo un buen trabajo adivinando mi talla considerando lo mucho que había crecido. Cuando salí de mi habitación, mamá seguía en la cocina preparando el desayuno. Me dio un plato de panqueques y tocino y, cuando terminé de comer, me senté en la sala a hablar con mi familia. Grace, ahora de catorce años, quería sentarse junto a mí. Alexis, quien acababa de cumplir los doce, se sentó a mis pies.

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Les conté todo; Mick, el accidente, el agua contaminada, la sed, el hambre, el tiburón, cuando enfermé, y el tsunami y respondí todas sus preguntas. Mamá empezó a llorar de nuevo cuando oyó cuán enfermo había estado. Más tarde, mis hermanas se fueron a la cama y solo éramos mis padres y yo. —No puedes imaginarte T.J. —dijo mamá—. Pensar que tu hijo está muerto y luego él te llama por teléfono. Si eso no es un milagro no sé lo que es. —Tampoco yo —estuve de acuerdo—. Anna soñó con el día en que nosotros haríamos esas llamadas. No podía esperar a que todos descubrieran que estábamos vivos. El silencio llenó la habitación por primera vez desde que empezamos a hablar. Mamá aclaró su garganta. —¿Qué tipo de relación tuvieron Anna y tú? —preguntó. —Exactamente del tipo que piensas. —¿Cuántos años tenías? —Casi diecinueve —dije—. Y, ¿mamá? —¿Si? —Definitivamente fue mi idea.

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45 Anna Traducido por Amy Corregido por Deeydra Ann’

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os detuvimos en el baño porque necesitaba desesperadamente sonarme la nariz y limpiarme los ojos. Sarah me dio un poco de Kleenex.

—Debería haber sabido que algo iba mal cuando su número telefónico no funcionó. Habías dicho que vendieron la casa. —Dije que la casa fue vendida. David y yo la pusimos en el mercado tan pronto como los bienes estuvieron legalizados y claros. Me incliné hacia delante, apoyándome en el mostrador del baño. —¿Qué paso con ellos? —Papá tuvo otro ataque al corazón. —¿Cuándo? Dudó. —Dos semanas después de que tu avión se estrelló. Comencé a llorar otra vez. —¿Qué hay sobre mamá? —Cáncer de ovario. Murió hace un año. David gritó en el baño. Sarah asomó su cabeza por un segundo, luego volvió y dijo—: Los reporteros se están dirigiendo para acá. Vamos a salir de aquí, a menos que quieras hablar con ellos. Negué con la cabeza. Sarah me había traído un abrigo y unas botas forradas en lana. Me las puse y caminamos hasta el estacionamiento, los medios no muy lejos. Aspiré el olor a nieve y gases de escape. —¿Dónde están los niños? —pregunté cuando llegamos al departamento de Sarah y David. En realidad, quería sostener a Joe y Chloe en mis brazos. —Los llevamos con los padres de David. Los iré a buscar mañana. Están muy emocionados por verte. —¿Qué quieres comer? —preguntó David.

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Mi estómago estaba revuelto. Había estado esperando ordenar un festín, pero ahora no creía que pudiera comer. David debió haberlo sentido porque dijo—: ¿Qué tal si voy a comprar algunos bagels22 y tú comes cuando estés lista? —Eso suena genial, David. Gracias. Me quité el abrigo y las botas. —Tus ropas están aquí —dijo Sarah—. Las puse en el armario extra del dormitorio después de que John las trajo. Tu joyería, calzado y algunas otras cosas están ahí, también. Nunca fui capaz de deshacerme de nada de eso. Seguí a Sarah por el pasillo hasta la habitación de invitados. Abrió el armario y me quedé mirando mis ropas. La mayoría de ellas estaban en perchas y el resto estaba apilado cuidadosamente en el estante superior. Un suéter cachemira azul claro me llamó la atención, extendí la mano y toqué la manga, sorprendida de lo suave que se sentía bajo mis dedos. —¿Quieres tomar una ducha primero? —preguntó Sarah. —Sí —dije, tomando un par de pantalones de yoga grises y una camiseta blanca de manga larga. También saqué el suéter azul de la estantería. Una cómoda en la esquina tenía mis calcetines, sostenes y ropa interior. Me dirigí hacia el baño y me puse bajo la ducha por largo tiempo. La ropa nadaba en mí, pero era familiar y cálida. —Stefani llegará en cualquier momento —dijo Sarah, dándome una taza de café una vez que me senté en el sofá de la sala de estar. Sonreí ante la mención de mi mejor amiga. —No puedo esperar para verla. —Tomé un sorbo de mi café. Sarah le había echado licor—. ¿Crema irlandesa Bailey? —Pensé que podrías tomar un trago. —Está bien, pero sólo uno. Estoy un poco baja de peso estos días. — Sostuve la taza caliente en mis manos—. ¿Cómo lo hizo mamá después de la muerte de papá? —pregunté. —Bien. Se negó a vender la casa, entonces David se hizo cargo del trabajo del jardín y contratamos a alguien para que sacara la nieve en la entrada y las aceras. Nos aseguramos de que no estuviera sola. —¿Qué tan malo fue el cáncer? —No fue bueno. Luchó duramente, todo el camino hasta el final. —¿Fue al hospital? 22

Bagel: rosquilla de pan que tiene un agujero en el centro.

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—No. Murió en casa, de la forma en que quería. Terminamos nuestro café. David vino con los bagels y Sarah me obligó a comer. —Estás tan delgada —dijo, esparciendo queso crema en un bagel y dándomelo. Volvimos al sofá después de terminar de comer. Sarah se volvió a la radio y encontró una estación de rock clásico. Ella me dio una taza de café recién preparado, sin Bailey esta vez. David se unió a nosotras, y él y Sarah me preguntaron sobre la isla. Les conté todo. Sarah lloró cuando conté cómo T.J. y yo casi morimos por deshidratación. Escuchar que dos aviones habían sobrevolado realmente la hizo pedazos. Se sorprendieron cuando les conté sobre el tiburón, Bones y el tsunami. —Que horrible experiencia —dijo Sarah. —Bueno, nos adaptamos. Sin embargo, fue malo al final. No estoy segura de cuánto tiempo más hubiésemos durado. —Sarah me pasó un afghan23 y cubrí mis piernas con él—. Fue una sorpresa ver a John en el aeropuerto —dije. —Lo llamé. Estaba devastado cuando tu avión se estrelló y estuvo realmente feliz cuando le conté que estabas viva. —Pensé que se había trasladado. Tal vez se casó con alguien a estas alturas. —No. Estuvo saliendo con alguien por un tiempo, pero hasta lo que sé sigue estando soltero —Oh. —¿Qué decidiste sobre él? —No es con el que se supone que debería estar, Sarah. No sé que hubiera pasado si el avión no se hubiese estrellado, pero tuve un montón de tiempo para pensar en lo que quería. —Negué con la cabeza—. No es él. —Tú y T.J. están juntos, ¿no? —Sarah preguntó. —Sí. ¿Estás sorprendida? —¿Con esas circunstancias? No. ¿Qué edad tiene? —Veinte. —¿Qué edad tenía cuando empezaron? —Casi diecinueve. —¿Lo amas? 23

Afghan: frazada de punto.

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—Sí. —Vi la manera en que te miraba. Cómo te consoló en el aeropuerto. Él también te ama —dijo Sarah. Puse mi taza vacía en la mesa y asentí con la cabeza. —Sí. Lo hace. El timbre sonó y Sarah cruzó la habitación. La seguí y contuve la respiración cuando miraba por la rendija y abría la puerta. Stefani se quedó allí, las lágrimas corrían por su rostro. La atraje a mis brazos, no existían palabras que expresaran cómo me sentía al verla de nuevo. —Oh, Anna —dijo, sollozando, abrazándome con fuerza—. Llegaste a casa.

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46 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Nats5

M

ás tarde esa noche me fui a mi habitación, y tendido en mi cama llamé a Anna. —Hey —le dije cuando contestó—. ¿Cómo estás?

—Agotada. Demasiado para procesar. —Me gustaría poder ayudar. —Sólo tomará algo de tiempo —dijo—. Estaré bien. —Estoy acostado en mi cama. Mi mamá no podía deshacerse de nada. —Tampoco lo hizo Sarah. Pensé que la gente supuestamente debía dar tus cosas cuando mueres. —Mi mamá sabe sobre nosotros. —Oh, Dios. ¿Qué dijo? —Me preguntó cuántos años tenía cuando empezó. Eso es todo. —Podría revisarlo después. —Tal vez. Así que, ¿ese era John en el aeropuerto? —Sí. —¿Qué le dijiste? —Nada. Me interrumpió. Se supone que debo llamarlo. —¿Lo harás? —Eventualmente. No puedo lidiar con esto ahora mismo. Hace unos días estábamos caminando por la playa. Ahora estamos en casa. Es surrealista. —Lo sé. —¿Estás cansado? —preguntó. —Exhausto.

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—Duerme un poco. —Te amo, Anna —Te amo, también.

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47 Anna Traducido por ro0 Corregido por Verito

S

arah abrió la puerta del dormitorio, sosteniendo una taza de café y el diario en su mano. —¿Estás despierta?

Me senté y pestañeé. La luz del día se filtraba por las cortinas. —¿Qué hora es? —Casi las diez. —Sarah me ofreció el café y puso el diario sobre la mesita de noche—. Los reporteros no tomarán un no por respuesta. Tuve que desconectar el timbre. Tomé su teléfono de la mesita de noche y lo encendí. Lo apagué después de hablar con T.J. La pantalla mostraba once llamadas perdidas. —Están llamando a tu teléfono también. Conseguiré uno propio lo más pronto que pueda. Sarah sacudió su mano restándole importancia. —No te apresures. Quizás podamos enviar a David a escoger uno. Puse el café en la mesita y tomé el diario. Fotos de T.J. y yo cubrían la portada. Eran las mismas que ya había visto en CNN y muchas del aeropuerto. La más grande mostraba a T.J. besando mi frente rodeados de pequeñas fotos de nosotros corriendo de la mano, abrazados, y de él secando mis lágrimas y tomándome en sus brazos. Para aquellos que especulaban sobre la naturaleza de nuestra relación, un vistazo a la portada probablemente respondería a todas sus preguntas. Le pasé el diario a Sarah. —Si los reporteros pasan, diles que no estoy lista para hablar, ¿está bien? —Tomé taza y la ahuequé en mis manos. Pensamientos de mi mamá y papá llenaron mi cabeza y comencé a llorar. Sarah se subió a la cama y me rodeó con sus brazos, alcanzándome una caja de pañuelos. —Está bien, Anna. También lo hice, después de que murieron. Va a pasar un tiempo antes de que deje de doler tanto.

199

Asentí. —Lo sé. —¿Estás hambrienta? David salió a buscar el desayuno. La confusión emocional había arruinado mi apetito, pero mi estómago se sentía vacío. —Un poquito. —¿Qué quieres hacer hoy? —Probablemente peluquero.

debería

hacer

unas

citas.

Doctor,

dentista,

Sarah dejó la habitación y regresó con una guía telefónica. —Dime a quién llamar.

200

48 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Chio

B

en irrumpió en mi cuarto, sosteniendo el periódico en su mano.

—Una pregunta —dijo, caminando hacia mi cama, sosteniendo su dedo índice en el aire—. ¿Qué edad tenías cuando empezaste a tirártela? Porque estoy bastante seguro por estas imágenes que lo has hecho. Si no hubiera estado mirando la foto de mí besando a Anna, podría haber visto mi puño antes de que conectara con su ojo izquierdo. —¡Jesucristo! ¿Por qué hiciste eso? —preguntó, mirándome desde el suelo en donde estaba tendido, sosteniendo su ojo. —¿Eso es lo primero que me dices después de tres años y medio? Se sienta, su ojo derecho ya está empezando a hincharse. —Joder, Callahan. Eso duele. Me levanté de la cama y le ofrecí mi mano. La tomó y lo jalé del piso. —No vuelvas a decir algo como eso de nuevo. —¿T.J.? —Mi mamá estaba de pie en la puerta abierta. Se dio cuenta de Ben sosteniendo su ojo—. ¿Está todo bien? —No pasa nada, mamá. —Si, estamos genial, Jane —dijo Ben. Mi mamá nos miraba, pero no preguntó que había pasado. —¿Qué quieres para comer, T.J.? —Cualquier cosa, mamá. Después de que mi mamá se fuera, Ben dijo—: Así que, ¿estás, como, enamorado? —Si. —¿Te ama?

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—Dice que sí. —¿Sabe tu mamá? —Síp. —¿Enloqueció? —Aún no. —Bueno, me alegro de que hayas vuelto, hombre. —Ben me dio un abrazo incómodo—. Tuve un real y duro momento cuando me dijeron que habías muerto. —Miró hacia el suelo—. Hablé en tu funeral. —¿Lo hiciste? Asintió. Ben muy apenas podía pararse delante de todos en nuestra clase de discurso en noveno grado. No podía imaginarlo dirigiéndose a la gente en mi funeral. Tal vez no debí golpearlo. —Eso fue genial de tu parte, Ben. —Sí, bueno, hizo feliz a tu mamá. De todos modos, vas a cortarte el pelo, ¿no? Te ves como una maldita chica. —Sí. Mi mamá me hizo una hamburguesa con queso y papas fritas, y Ben se sentó conmigo mientras comía. Mis padres me abrazaron un par de veces y mi mamá me dio un beso. Ben probablemente quería hacer un estúpido comentario, pero mantuvo un poco de hielo en su ojo y mantuvo la boca cerrada. Grace y Alexis se sentaron en la mesa por un rato, hablándome sobre la escuela y sus amigos. Vacié lo último de mi CocaCola. —No puedo conseguir que estés con el Dr. Sanderson hasta mañana. Pensé que tal vez pudieran meterte, pero al parecer están con exceso de reservas. —Está bien, mamá. He esperado tanto tiempo. Un día más no importará. Se secó las manos con una toalla y me sonrió. —¿Quieres algo más de comer? —No. Estoy lleno, gracias. —Voy a hacerte una cita para un corte de cabello y con el dentista. —Mi mamá apagó la estufa y se fue a hacer las llamadas. —Entonces, ¿tienes trabajo o qué? —le pregunté a Ben—. Es mediodía. —Estoy en la universidad. Son vacaciones de invierno.

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—¿Fuiste a la universidad? ¿Dónde? —Universidad de Iowa. Soy de segundo año. Tienes que venir a visitarme. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer? —Le prometí a Anna que conseguiría mi GED. Después de eso no tengo idea. —¿Vas a seguir viéndola? —Sí. Ya la hecho de menos. He estado despertando a su lado por tres años y medio. —Amigo, si te hago otra pregunta, ¿podrías por favor no pegarme? —Depende de lo que sea. —¿Qué se siente estar con ella? ¿Es cierto lo que dicen sobre las chicas mayores? —No es tan mayor. —Uh, está bien. De todos modos, ¿cómo es? —Es increíble. —¿Qué hace? —Hace todo, Ben.

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49 Anna Traducido por Mery St. Clair Corregido por Deeydra Ann’

M

i peluquera, Joanne, entró en la sala de Sarah.

—Hay reporteros allá abajo —dijo—. Creo que me tomaron fotografías. —Se quitó su abrigo y me abrazó—. Bienvenida a casa, Anna. Historias como las tuyas son por lo cual creo en los milagros. —Yo también, Joanne. —¿Dónde quieres que te corte el cabello? —preguntó Sarah. Ya había tomado una ducha y mi pelo estaba aún mojado, por lo que Joanne hizo que me sentara en un taburete en la cocina de Sarah. —¿Qué te ocurrió? —preguntó, examinando las puntas de mi cabello. —T.J. tenía que quemarlo cuando estaba demasiado largo. —Estás bromeando. —No. Le preocupaba quemarme toda la cabeza. —¿Cuánto quieres que te lo corte? Mi cabello me llegaba a media espalda. —Un par de centímetros. ¿Y quizás un flequillo largo? —Claro. Joanne me hizo preguntas sobre la isla. Le conté a ella y Sarah sobre el murciélago que se enredó en mi cabello. —¿Te mordió? —Sarah parecía horrorizada—. ¿Y T.J. lo mató? —Sí. Todo salió bien. No tenía rabia. Joanne secó mi cabello y lo alisó con una plancha. Levantó un espejo de mano y miré mi reflejo. Mi cabello se veía saludable ahora, con las puntas lisas. —Guau. Esto es una gran mejora.

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Sarah trató de pagar, pero Joanne no aceptó el dinero. Le agradecí que viniera al apartamento. —Es lo menos que podía hacer, Anna. —Me abrazó y besó. Cuando se fue, le dije a Sarah—: Si podemos salir de casa sin ser acosadas, hay un lugar donde me gustaría ir. —Claro —dijo Sarah—. Voy a llamar un taxi. Los reporteros gritaron mi nombre tan pronto como Sarah y yo abrimos la puerta. Estaban esperando en las escaleras, nos abrimos paso entre ellos y nos adentramos en el taxi que nos esperaba. —Desearía que tu edificio tuviera una puerta trasera —dije. —Probablemente esperarían por ahí, también. Malditos buitres — murmuró Sarah. Sarah le dio al conductor una dirección y luego conducimos a través de la entrada del Cementerio Graceland. —¿Puede por favor esperarnos? —le preguntó Sarah al conductor. Algunos copos de nieve se arremolinaban en el cielo gris. Me estremecí, pero Sarah parecía ajena del frío, sin molestarse siquiera en abrochar su abrigo. Me condujo hacia la tumba de nuestros padres, Josephine y George Emerson, yacían lado a lado. Me arrodillé en frente de la lápida y tracé su nombre con el dedo. —Regresé —susurré. Sarah me dio un pañuelo y sequé las lágrimas que salían de mis ojos. Imaginé a mi padre con su tonto sombrero cubierto con señuelos de pesca, enseñándome cómo limpiar el pescado. Recordé cómo amaba darles comida a los pájaros y observarlos mientras se acercaban. Pensé en mi madre, lo mucho que amaba su jardín, su hogar y sus nietos. Compartir mis aventuras de clases con ella los domingos ya no iba a suceder. Nunca sería capaz de darme consejos, y nunca escucharía las voces de mis padres otra vez. Grité, dejando escapar todo. Sarah esperó pacientemente, dándome tiempo para la catarsis que desesperadamente necesitaba. Mis lágrimas finalmente cesaron y me levanté. —Podemos irnos ahora. Sarah pasó su brazo alrededor de mí y regresamos al taxi. Le dijo al conductor otra dirección y fuimos a la casa de los padres de David para recoger a los niños. Joe y Chloe dejaron de jugar cuando entramos en la habitación. Probablemente yo parecía como un fantasma para ellos. Sarah había mantenido mi memoria viva, pero la tía que ellos pensaban que estaba

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muerta, ahora estaba de pie frente a ellos. Me arrodillé a su lado y dije suavemente—: Chicos, los extrañé. Joe se acercó primero. Lo abracé fuerte. —Deja que te mire —dije, apartándolo un poco. —Estoy perdiendo todos mis dientes —dijo. Abrió la boca y me mostró los huecos. —Debes mantener al hada de los dientes muy ocupada. Chloe, precavidamente, se aventuró un poco más cerca y susurró—: Yo también perdí algunos. —Abrió su boca ampliamente para que así pudiera ver sus huecos. —Caray, tu mamá debe poner toda tu comida en la licuadora. ¡Están sin dientes! —Tía Anna, ¿vas a vivir en nuestra casa ahora? —preguntó Chloe. —Por un tiempo. —¿Puedes arroparme esta noche? —preguntó ella. —No, yo quiero que ella me arrope a mí está noche —discutió Joe. —¿Por qué no duermo con ambos está noche? —Los abracé contra mi pecho, luchando con las lágrimas. —¿Están listos para ir a casa? —preguntó Sarah. —¡Sí! —Entonces, besen a su abuela y vámonos. Más tarde esa noche, después de llevar a los niños a la cama, Sarah nos sirvió un vaso de vino tinto. Su teléfono sonó y me lo entregó. —Hola, ¿cómo estás? —preguntó T.J. —Bien. Sarah y yo fuimos al cementerio hoy. —¿Fue duro? —Sí. Realmente quería ir, sin embargo. Me siento un poco mejor ahora, después de visitar sus tumbas. Voy a regresar otra vez. ¿Qué hiciste tú hoy? —Tengo un nuevo corte de cabello. Es posible que no me reconozcas. —Voy a extrañar esa coleta. T.J. rió. —Yo no. —Acabo de llevar a los niños a la cama. Me tomó dos horas leerles cada libro que tenían. Sarah acaba de servirnos algo de vino y Stefani va a venir. ¿Qué hay de ti? ¿Algún plan? —Voy a salir con Ben si podemos escabullirnos de los periodistas.

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—¿Cómo está Ben? —Aún es un bocazas. —¿Has ido a ver al doctor ya? —Iré mañana. —Espero que la cita vaya bien. —Irá bien. ¿Tú no has ido ya? —Mañana. Luego tengo que ir al dentista en la tarde. —Yo también. ¿Recuerdas cuando me quité mis brackets? —Lo había olvidado. —Te veré en Víspera de Año Nuevo, Anna. Te amo. —También te amo. Diviértete esta noche.

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50 T.J. Traducido por Juli_Arg Corregido por Nats5

A

brí la puerta cuando Ben llamó. Su ojo se había cerrado por la hinchazón y se volvió púrpura y azul. —Mierda. Lo siento por eso —dije.

—Eh, no hay problema. Tienes suerte de que sea tan bonachón — dijo. —Francamente, esa es tu mejor cualidad. —Un grupo de chicos de la escuela están en casa por las vacaciones de Navidad. ¿Estás para una fiesta? —Claro. ¿Dónde? —En lo de Coop. Sus padres se fueron a las Bahamas esta mañana. Agarré mi abrigo. —Vamos. Al menos veinte de mis antiguos compañeros de clase estaban de pie hombro con hombro en la sala de Nate Cooper cuando nos presentamos. La música rock atacó desde el estéreo. Todo el mundo aplaudió cuando entramos por la puerta y un grupo de muchachos estrecharon mi mano y me dieron una palmada en la espalda. A algunos de ellos llevaba sin verlos desde antes de empezar el tratamiento de Hodgkin porque falté mucho a la escuela ese año. Fue raro cuando me di cuenta de que todos se habían graduado menos yo. Alguien me lanzó una cerveza. Querían oír hablar de la isla, y contesté todas sus preguntas. Ben debía haberles dicho como consiguió su ojo negro, sin embargo, porque nadie preguntó sobre Anna. Iba por mi segunda cerveza cuando una chica se sentó a mi lado en el sofá. Tenía el pelo largo y rubio y llevaba una tonelada de maquillaje. —¿Te acuerdas de mí? —preguntó. —En parte —le dije—. Lo siento. He olvidado tu nombre. —Alex.

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—Estabas en mi clase, ¿verdad? —Sí. —Tomó un largo trago de su cerveza—. Luces distinto a cuando éramos estudiantes de segundo año. —Sí, bueno, eso fue hace cuatro años. —Acabé mi cerveza y miré alrededor por Ben. —Te ves bien. No puedo creer que vivieras realmente en esa isla. —En realidad no tuve otra opción. preparándome para irme. Te veo por ahí.

—Me

levanté—.

Estoy

—Eso espero. Encontré a Ben en la cocina. —Oye, me voy. —No puedes irte ya, hombre. Es sólo medianoche. —Estoy cansado. Me voy a la cama. —Eso es poco convincente tío, pero vale, lo entiendo. —Ben me chocó los cinco, y salí por la puerta. De camino al tren pensé en Anna, y sonreí todo el trayecto hasta casa.

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51 Anna Traducido por Vane-1095 Corregido por Chio

D

esperté a Joe y a Chloe para que pudiéramos tomar el desayuno juntos. Estábamos terminando nuestros waffles y el jugo cuando Sara entró en la cocina.

—Buenos días —dijo—. Gracias por darle de desayunar a los niños. —La tía Anna hace los mejores waffles —dijo Chloe. —El novio de la tía Anna va a venir mañana por la noche —anunció Joe. —¿Cómo sabes eso? —preguntó Sarah. —Escuché a tí y a la tía Anna hablando de ello. —Sí, el novio de la tía Anna va a venir a celebrar la Víspera de Año Nuevo. Espero que usen sus buenos modales y no actúen como completos vándalos. —La tía Anna necesita tomar una ducha —le dije a los niños—, tiene un largo día por delante. —¿Doctor? —preguntó Sarah. —Y dentista. Esta será una visita divertida. *** Leía una revista mientras esperaba a que me llamaran en el consultorio médico. Cuando la enfermera me pidió que subiera a la balanza, me sorprendí cuando se registraron cuarenta y seis chilos, sobre todo porque había tenido unos días de sólida alimentación. Con mi metro y sesenta y ocho, debería haber pesado más. Probablemente ni siquiera llegaba a los cuarenta y cinco en la isla. Me senté en la mesa de examen vestida con una bata de papel.

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Cuando mi doctora entró, me abrazó y me dijo—: Bienvenida de regreso. Estoy segura de que has oído mucho de esto, Anna, pero no puedo creer que estés viva. —Es algo que no me importa oír. Ojeó mi carpeta médica. —Tienes falta de peso, pero estoy segura de que ya lo sabes. ¿Cómo te estás sintiendo en general? ¿Hay algo específico que te preocupa? —Ya me siento mejor, ahora estoy comiendo más. Sin embargo, no he tenido mi período en mucho tiempo. Estoy preocupada por eso. —Bueno, vamos a echar un vistazo —dijo, mientras guiaba mis pies en los estribos—. Teniendo en cuenta tu falta de peso, me sorprendería si pudieras tener periodos. ¿Algún otro problema? —No. —Casi listo —dijo—. Te mandaré los laboratorios habituales pero tu ciclo menstrual se reanudará tan pronto consigas un poco de peso. Estas obviamente desnutrida, pero es relativamente fácil de revertir. Asegúrate de tener una dieta equilibrada. Quiero que empieces a tomar un complejo multivitamínico todos los días. —¿No tener el período por largo tiempo hace que sea difícil quedar embarazada algún día? —No. Una vez que tu período regrese, deberías ser capaz de quedar embarazada. —Se quitó los guantes y los botó en la basura—. Puedes vestirte ahora. Me senté en la mesa. Se detuvo en la puerta y dijo—: Te voy a escribir una receta para las pastillas anticonceptivas. —Está bien. Pensé que sería más fácil aceptar la receta que explicar que mi novio de veinte años de edad era estéril. Visité al dentista y me senté incómodamente en una silla más de una hora, mientras que el higienista tomaba radiografías y raspaba y pulía mis dientes. Cuando anunció que no tenía caries, me consideré afortunada. Sarah me había prestado algo de dinero. Después de mi visita al dentista tomé un taxi hasta el salón de uñas. Cuando Lucy vio mi cara saltó de su silla y se dirigió rápidamente hacia mí. —Oh, cariño —dijo envolviéndome en un abrazo. Cuando se alejó tenía lágrimas en sus ojos. —No llores Lucy. Me harás llorar también.

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—Anna, estás en casa —dijo, sonriéndome. —Sí, estoy en casa. Me hizo manicura y pedicura y habló con tanta emoción que entendí incluso menos de lo que hacía antes. Mencionó a John un par de veces pero pretendí no entender. Cuando terminó me dio otro abrazo. —Gracias, Lucy. Regresaré pronto —prometí. Salí del salón de belleza y eché un vistazo a mis manos. Se congelaban, sin guantes, pero no quería dañar la manicura. Mis dientes se sentían limpios y suaves cuando pasé mi lengua por ellos. El olor de los perros calientes de un vendedor ambulante llenaba la calle mientras miraba los escaparates, mirando la última moda. Decidí volver el día siguiente y comprar ropa que me ajustara. Irreconocible, esperaba, en las gafas de sol y sombrero de lana que tomé de Sarah, me acerqué por la acera con una sonrisa en la cara, sintiéndome como si hubiera manantiales en mis zapatos. Hice señales a un taxi en la esquina y le di la dirección de Sarah al conductor. Incluso los periodistas que me invadieron cuando llegué al apartamento de Sarah no pudieron frenar la alegría que sentía. Me abrí camino a través de ellos, abrí la puerta y la cerré rápidamente detrás de mí. T.J. llamó más tarde esa noche. —¿Cómo te fue con el oncólogo? —No van a tener mis escáneres ni mis exámenes de sangre hasta unos días. Dijo que era optimista, aunque no he tenido ningún síntoma. También, fui a mi médico de cabecera. —¿Cómo fue? —Tengo que ganar peso, pero por lo demás estoy bien. Le hablé de que enfermé en la isla. Está bastante seguro de lo que tenía. Tenías razón. Era viral. —¿Qué era? —Dengue hemorrágico. Trasmitida por mosquitos. —Siempre estabas cubierto de picaduras. ¿Así que es como la malaria24? —Supongo. Lo llaman fiebre rompehuesos. Tienen razón. —¿Qué tan grave es?

Malaria: también llamada paludismo es una enfermedad que comparte algunos síntomas con el dengue. 24

212

—Tiene un índice de mortalidad del cincuenta por ciento. El médico dijo que fue una suerte que no haya entrado en shock o sangrado hasta la muerte. —No puedo creer las cosas que has sobrevivido, T.J. —Yo tampoco. ¿Cómo estuvo tu cita con el médico?¿Está todo bien? —Estaré bien tan pronto como gane algo de peso. Mi doctora me dijo que la desnutrición no sería difícil de revertir. Se supone que debo tomar vitaminas todos los días. —No puedo esperar para verte mañana en la noche, Anna. —Tampoco puedo esperar para verte. *** En la víspera de año nuevo, tomé una ducha, peiné mi cabello y me puse el maquillaje que compré cuando fui de compras. Mi nuevo lápiz labial no se mancharía cuando besara a T.J. lo que nos daría un montón de tiempo. Corté las etiquetas de mi nuevo par de pantalones vaqueros y el suéter azul marino de cuello V, luego me los puse sobre el sujetador pushup y el interior de encaje. Cuando T.J. tocó, corrí a la puerta y abrí. —¡Tu pelo! —dije. Recortó su pelo castaño enmarcando su cara y pasé los dedos por él. Bien afeitado, llevaba pantalones vaqueros y un suéter gris. Inhalé su aroma—. Hueles bien. —Te ves hermosa —dijo, inclinándose para besar mis labios. Se había reunido con Sarah y David en el aeropuerto, pero lo presenté de nuevo. Los niños robaban miradas de T.J. escondidos detrás de Sarah. —Deben ser Joe y Chloe. He oído mucho de ustedes —dijo T.J. —Hola —respondió Joe. —Hola —hizo eco Chloe. Se escondió detrás de Sarah otra vez, echando a escondidas otro vistazo de T.J. segundos más tarde. —Es mejor apurarnos, David, si queremos las reservaciones —dijo Sarah. —¿Se van? —pregunté. —Por un par de horas. Pensamos que sería mejor sacar a los niños de la casa por un rato. —Tomó su abrigo y me sonrió. Le devolví la sonrisa. —Está bien. Nos vemos más tarde.

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Salté a los brazos de T.J. tan pronto como se cerró la puerta, envolviendo mis piernas alrededor de su cintura. Me llevó por el pasillo mientras yo besaba su cuello. —¿Dónde? —preguntó. Agarré la puerta cuando llegamos a la habitación de invitados. —Aquí. T.J. pateó la puerta con el pie para cerrarla y me depositó en la cama. —Dios, te he echado de menos. —Me besó, metió las manos debajo de mi suéter y susurró—: Vamos a ver lo que tienes aquí abajo. Apenas regresamos al sofá cuando Sarah, David y los niños volvieron a casa dos horas después. —¿Te estás divirtiendo con tu novio, tía Anna? —preguntó Chloe. Sarah y yo nos miramos la una a la otra y arqueó la ceja hacia mí antes de desaparecer en la cocina. —Sí, estoy teniendo un montón de diversión con él. ¿Tuviste una buena cena? —Uh huh. ¡Tuve nuggets de pollo y papas fritas y mami me dejó beber jugo de naranja! Joe se acercó y se sentó junto a T.J. —¿Qué hay de ti? —preguntó T.J.—. ¿Qué tuviste? —Tuve un bistec —respondió—. No ordeno del menú de bebé. —¡Guau, un bistec! —dijo T.J.—. Estoy impresionado. —Sí. Sarah volvió a entrar en la habitación con un vaso de vino para mí y una cerveza para T.J. —Les hemos traído la cena. Está en el mesón. Le dimos las gracias y nos dirigimos a la cocina para calentar la comida. Bistec, patatas al horno, y brócoli con salsa de queso. T.J. se comió un trozo de carne. —Tu hermana es increíble. Sara puso a los niños en la cama a las ocho y treinta y los cuatro nos sentamos a hablar, la música baja. —¿Así que estás diciendo que tenían una gallina de mascota llamada Pollo? —preguntó David. —La que solía sentarse en el regazo de Anna —dijo T.J. —Increíble —dijo David.

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Más tarde, cuando fui a la cocina para volver a llenar nuestras bebidas, Sarah me siguió. —¿T.J. se va a quedar? —No sé. ¿Puede? —No me importa. Pero tendrá que responder a las preguntas de la señorita Chloe en la mañana porque te aseguro, van a haber algunas. —Está bien. Gracias, Sarah. Volvimos a la sala, y T.J. me atrajo a su regazo. David encendió el televisor. La pelota estaba a punto de caer en Times Square, contamos hacia atrás desde diez y gritamos ¡Feliz año nuevo! T.J. me besó, y pensé que nunca podría ser más feliz de lo que era en ese momento.

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52 T.J. Traducido por DaniO Corregido por Chio

M

i mamá estaba sentada en la sala bebiendo café cuando caminé por la puerta a las nueve de la mañana el día de Año Nuevo.

—Hola mamá. Feliz Año Nuevo. —La abracé y me senté—. Me quedé donde Anna anoche. —Pensé que lo harías. —¿Debí haber llamado? —A parte de haber salido con Ben o los compromisos que mi madre tenía programados, había pasado cada minuto con mi familia desde que había llegado a casa. Sabía que entendían mi deseo de ver a Anna, pero no se me había ocurrido avisarles que iba a estar fuera toda la noche. —Habría sido lindo si lo hubieras hecho. Entonces no me habría preocupado. Mierda. Me pregunté cuántas noches de insomnio había pasado en los últimos tres años y medio, y me sentí como el más grande imbécil por no llamar. —Lo siento mamá. Llamaré la próxima vez. —¿Quieres un poco de café? Puedo hacerte el desayuno. —No gracias. Desayuné con Anna. —Nos sentamos en silencio por un minuto—. No has dicha nada acerca de Anna y yo mamá. ¿Cómo te sientes acerca de eso? Sacudió su cabeza. —No es lo que habría escogido, T.J. Ninguna madre lo habría hecho. Pero entiendo lo que debió de haber sido para los dos estar en la isla. Sería difícil no formar un vínculo con alguien bajo esas circunstancias. —Es asombrosa. —Sé que lo es. No la hubiéramos contratado si no pensáramos eso. —Dejó su taza de café en la mesa—. Cuando el avión se fue abajo, una

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parte de mi ser murió, T.J., sentí como si hubiera sido mi culpa. Sabía cuán enojado estabas sobre pasar ese verano lejos de casa y no me importó. Le dije a tu papá que necesitábamos ir de vacaciones a un lugar lejano para que pudieras concentrarte en tu trabajo de la escuela, sin ninguna distracción. Era en parte cierto. Pero más que todo, era porque sabía que cuando llegáramos a casa te irías con tus amigos. Finalmente estabas saludable y no querías nada más que volver al modo en que eran las cosas antes de que enfermaras. Fui egoísta. Solo quería pasar el verano con mi hijo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ahora eres un adulto, T.J. Has atravesado por más cosas en tus veinte años que muchas personas en su vida entera. Tu relación con Anna no es algo a lo que me voy a oponer. Ahora que te tengo de vuelta sólo quiero que seas feliz. Noté por primera vez cuán desgastada se veía mi mamá. Tenía cuarenta y cinco pero un extraño probablemente le pondría diez años más. —Gracias por no oponerte, mamá. Es importante para mí. —Sé que lo es. Pero Anna y tú están a niveles muy diferentes en la vida. No quiero que salgas herido. —No lo haré. —La besé en la mejilla y me fui a mi habitación. Me tiré en la cama y pensé en Anna, empujando todo lo que había dicho mi mamá sobre los niveles fuera de mi mente.

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53 Anna Traducido por Nina_ Ariella Corregido por Panchys

T

.J. y yo subimos en el elevador al apartamento de sus padres en el doceavo piso. —No me toques. Ni siquiera me mires inapropiadamente —le

advertí.

—¿Puedo tener pensamientos súper sucios sobre ti? Negué con mi cabeza. —Eso no está ayudando. Oh, me siento enferma. —Mi mamá es genial. Te dije lo que dijo sobre nosotros. Sólo relájate. Tom Callahan había llamado al celular de Sarah el día de año nuevo. Cuando el número apareció en la pantalla, pensé que era T.J., pero cuando dije hola, Tom me saludó y me preguntó si me gustaría ir a cenar la noche siguiente. —Jane y yo tenemos unas cosas que discutir contigo Por favor que una de ellas no sea que me acosté con su hijo. —Claro, Tom. ¿A qué hora? —T.J. dijo que te recogería a las 6:00. —Está bien. Te veré mañana en la noche. Pasé las veinticuatro horas desde la llamada de Tom sintiendo como que estaba a punto de vomitar. No podía decidir si llevarle a Jane flores o una vela, así que llevé ambas. Ahora, en el elevador, mis nervios amenazaban con delatarme. Le entregué la bolsa de regalo y el ramo a T.J. y sequé mis palmas húmedas en mi falda. Las puertas del elevador se abrieron. T.J. me besó y dijo—: Va a estar bien. —Tomé una respiración profunda y lo seguí. El apartamento de Lake Shore Drive estaba decorado con gusto en tonos de beige y crema. Un piano de media cola estaba en ángulo en una esquina de la gran sala y pinturas impresionistas colgaban de las paredes.

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El sofá de felpa, el sofá doble y sillas a juego, llenos de cojines con borlas, rodeaban una gran, adornada mesa de café. Tom sirvió bebidas antes de la cena en la biblioteca. Me senté en una silla de cuero tipo club sosteniendo una copa de vino tinto. T.J. se sentó en la silla junto a mí. Tom y Jane estaba frente a nosotros en un sofá doble, Jane bebiendo una copa de vino blanco y Tom bebiendo algo que parecía whisky. —Gracias por invitarme aquí —dije—. Su casa es hermosa. —Gracias por venir, Anna —dijo Jane. Todo el mundo tomó un sorbo. El silencio llenó la habitación. T.J. —la única persona relajada ahí— tomó un sorbo de la cerveza que se sirvió él mismo y pasó un brazo por el respaldo de mi silla. —Los medios han preguntado si tú y T.J. estarían dispuestos a dar una conferencia de prensa —dijo Tom—. A cambio, dejarán de molestarlos. —¿Qué opinas, Anna? —preguntó T.J. La idea me dio miedo pero estaba cansada de pelear para hacerme camino entre los reporteros. Tal vez si respondíamos sus preguntas, ellos nos dejarían en paz. —¿Sería televisada? —pregunté. —No. Ya les he dicho que tendría que ser una conferencia de prensa cerrada. La harán en el canal de noticias, pero no la emitirán. —Si los reporteros acuerdan retroceder, lo haré. —También yo —dijo T.J. —Lo arreglaré —dijo Tom—. Hay algo más Anna. T.J. ya sabe esto pero he estado al teléfono con el abogado del hidroplano de alquiler. Ya que la muerte del piloto causó el accidente pero el proveedor de la balsa salvavidas no proporcionó la señal de emergencia ordenada por la guardia costera, hay culpa comparativa. Ambas partes son consideradas negligentes. Los litigios de aviación son muy complejos y las cortes tendrán que determinar el porcentaje de responsabilidad. Estos casos pueden prolongarse por años. Sin embargo, al hidroavión le gustaría llegar a un acuerdo con ustedes dos y luego subrogar contra la otra parte. A cambio de esto ustedes no demandarán. Mi cabeza daba vueltas. No había pensado en negligencia o demandas. —No sé qué decir. No habría demandado de todas maneras. —Entonces sugiero que estés de acuerdo. No habrá ningún juicio. Tal vez debas dar una declaración, pero puedes hacerlo aquí en Chicago.

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Como eras mi empleada cuando el accidente ocurrió, mi abogado puede manejar las negociaciones por ti. —Sí. Eso estaría bien. —Probablemente tomará varios meses, o más, antes de que finalice. —Está bien, Tom. Alexis y Grace se nos unieron para la cena. Todo el mundo se había relajado considerablemente cuando nos sentamos en el comedor, en parte ayudó la segunda ronda de bebidas que todos dijimos que no queríamos pero bebimos de todos modos. Jane sirvió lomo de res, vegetales asados y papas gratinadas. Alexis y Grace me miraron a hurtadillas y sonrieron. Ayudé a Jane a recoger la mesa y a servir una tarta de manzanas caliente y helado para el postre. Cuando estábamos listos para irnos, Tom me pasó un sobre. —¿Qué es esto? —Es un cheque. Aún te debemos por la tutoría. —No me deben nada. No hice mi trabajo. —Intenté devolverle el sobre. Suavemente, apartó mi mano. —Jane y yo insistimos. —Tom, por favor. —Solo tómalo, Anna. Nos hará feliz. —Está bien. —Deslicé el sobre en mi bolso. —Gracias por todo —dije a Jane. La miré a los ojos y ella encontró mi mirada. No muchas madres recibirían en su casa a la muy mayor novia de su hijo tan gentilmente y ambas lo sabíamos. —No hay de qué, Anna. Ven de nuevo alguna vez. T.J. me tomó en sus brazos tan pronto como las puertas del elevador se cerraron. Exhalé y descansé mi cabeza en su pecho. —Tus padres son maravillosos. —Te dije que eran geniales. También eran generosos. Porque luego esa noche, cuando abrí el sobre que me habían dado, saqué un cheque por veinticinco mil dólares. ***

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La conferencia de prensa estaba programada para iniciar a las dos en punto. Tom y Jane Callahan estaban a un lado, Tom sostenía una pequeña cámara de video en su mano, la única permitida para grabar algo. —Sé lo que van a preguntar —dije. —No tienes que responder nada que no quieras —me recordó T.J. Nos sentamos en una mesa larga frente al mar de reporteros. Yo movía mi pie derecho hacia arriba y hacia abajo y T.J. se inclinó y presionó suavemente mi muslo. Él sabía que no debía dejar su mano ahí por mucho tiempo. Alguien había grabado en la pared un gran mapa que mostraba una vista aérea de las veintiséis islas de las Maldivas. Un representante de relaciones públicas del canal de noticias, asignado para moderar la conferencia de prensa, comenzó explicando a los reporteros que la isla en la que T.J. y yo vivimos estaba deshabitada y probablemente había sufrido daños serios debido al tsunami. Usó un apuntador laser e identificó la isla de Malé como nuestro punto de inicio. —Este era su lugar de destino —dijo, señalando otra isla—. Debido a que el piloto sufrió un ataque cardíaco, el avión se estrelló al aterrizar en algún lugar en el medio. La primera pregunta vino de un reportero de pie en la última fila. Tenía que gritar para que lo pudiéramos escuchar. —¿Qué pasó por sus mentes cuanto se dieron cuenta de que el piloto estaba teniendo un ataque cardíaco? Me incliné hacia delante y hablé por el micrófono. —Estábamos asustados de que muriera y preocupados de que no fuera capaz de aterrizar el avión. —¿Intentaron ayudarlo? —preguntó otro reportero. —Anna sí —dijo T.J.—. El piloto nos pidió que nos pusiéramos nuestros chalecos salvavidas y volviéramos a nuestros asientos y nos abrocháramos nuestros cinturones. Cuando se desplomó, Anna se desabrochó y fue hacia adelante para iniciar RCP. —¿Cuánto tiempo estuvieron en el mar antes de que lograran llegar a la isla? T.J. respondió esa pregunta. —No estoy seguro. El sol se ocultó casi una hora después de que nos accidentamos y salió después de que llegamos a la orilla. Respondimos preguntas por la siguiente hora. Nos preguntaron todo desde cómo nos alimentamos hasta qué clase de refugio construimos. Les contamos sobre la clavícula rota de T.J. y la enfermedad que casi lo mató. Describimos las tormentas y explicamos cómo los delfines salvaron a T.J.

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del tiburón. Hablamos sobre el tsunami y nuestra reunión en el hospital. Parecían realmente preocupados por las dificultades que pasamos, y me relajé un poco. Luego una reportera de la fila del frente, una mujer de mediana edad con un ceño fruncido en su rostro preguntó—: ¿Qué clase de relación física tuvieron en la isla? —Eso es irrelevante —respondí. —¿Está al tanto de la edad de consentimiento25 en el estado de Illinois? —preguntó. No indiqué que la isla no estaba en Illinois. —Claro que lo estoy. — En caso de que no todo el mundo supiera, decidió iluminarlos. —La edad de consentimiento en Illinois es diecisiete, a menos que la relación involucre una persona de autoridad como un profesor. Entonces la edad se eleva a dieciocho. —Ninguna ley fue violada —dijo T.J. —Algunas veces las víctimas son obligadas a mentir —respondió la reportera—. Especialmente si el abuso ocurrió desde el principio. —No hubo abuso —dijo T.J. Ella se dirigió a mí directamente con su siguiente pregunta. —¿Cómo cree que los contribuyentes de Chicago se sentirán sobre pagar el salario de una profesora sospechosa de mala conducta sexual hacia un estudiante? —No hubo ninguna mala conducta sexual —gritó T.J.—. ¿Qué parte de esto no entiende? Aunque sabía que ellos preguntarían sobre nuestra relación, nunca consideré la posibilidad de que nos acusarían de mentir sobre ello, o pensarían que de alguna manera obligué a T.J. La semilla de la duda que la reportera plantó sin duda se multiplicaría, alimentada por rumores y especulación. Todo el que lea nuestra historia cuestionaría mis acciones y mi integridad. Como mínimo, podría ser difícil encontrar un distrito escolar dispuesto a darme una oportunidad, poniendo fin a mi carrera como profesora. Cuando mi cerebro terminó de procesar lo que su interrogatorio había hecho, apenas tuve suficiente tiempo para arrastrar mi silla atrás y correr hacia el baño de mujeres. Abrí la puerta de un cubículo y me incliné sobre el inodoro. Había sido incapaz de comer antes de la conferencia de 25

Se refiere a la edad mínima para contraer matrimonio sin consentimiento de los padres o la edad mínima para tener relaciones sexuales consensuales; relaciones sexuales a una edad temprana puede resultar en un cargo de asalto o violación de menores, la edad varía de un estado a otro.

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presa y mi estómago vacío intentaba vomitar pero nada salía. Alguien abrió la puerta. —Estoy bien, T.J. saldré en un minuto. —Anna, soy yo —dijo una voz femenina. Salí del cubículo. Jane Callahan estaba de pie ahí. Me abrió sus brazos y fue así como algo que mi propia madre habría hecho que me lancé a ellos y comencé a llorar. Cuando paré de llorar, Jane me pasó un pañuelo y dijo, —Los medios de comunicación sensacionalizan todo. Creo que algunos del público en general verán a través de ello. Me sequé los ojos. —Eso espero. T.J. y Tom estaban esperándonos cuando salimos del baño. T.J. me llevó a una silla y se sentó a mi lado. —¿Estás bien? —Me rodeo con su brazo, y descansé mi cabeza sobre su hombro. —Estoy mejor ahora. —Todo se arreglará, Anna. —Tal vez —dije. O tal vez no. La mañana siguiente, leí el cubrimiento del periódico de la conferencia de prensa. No fue tan malo como esperaba, pero no fue bueno tampoco. El artículo no cuestionó mi habilidad para enseñar, pero hizo eco de algunos de los puntos que la reportera hizo sobre la probabilidad de que un distrito escolar esté de acuerdo en contratarme. Se lo pasé a Sarah cuando entró en la habitación. Lo leyó e hizo un sonido de disgusto. —¿Qué vas a hacer? —preguntó Sarah. —Voy a hablar con Ken. Ken Tomlinson había sido mi director por seis años. Un veterano del sistema escolar público de Illinois, su dedicación a los estudiantes y su apoyo a los profesores lo hicieron uno de los hombres más respetados en el distrito. No pasaba mucho tiempo preocupándose por cosas que no importaban, y contaba los mejores chistes subidos de tono que he jamás había escuchado. Metí la cabeza en su oficina un poco después de las siete de la mañana y unos días después de la conferencia de prensa. Él empujó su silla hacia atrás y se reunión conmigo en la puerta. —Niña, no sabes lo feliz que estoy de verte. —Me abrazó—. Bienvenida a casa —Recibí tu mensaje en la máquina contestadora de Sarah. Gracias por llamar.

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—Quería que supieras que todos pensábamos en ti. Me imaginé que pasaría un poco de tiempo antes de que vinieras. —Se sentó tras su escritorio y yo me senté en una silla frente a él—. Creo que sé por qué estás aquí. —¿Has recibido algunas llamadas? Asintió. —Unas cuantas. Algunos padres querían saber si volverías a la escuela. Quería decirles lo que verdaderamente pensaba sobre sus supuestas preocupaciones, pero no pude. —Lo sé, Ken. —Me encantaría darte tu antiguo trabajo de nuevo, pero contraté a alguien dos meses después de que tu avión se estrelló, cuando perdimos la esperanza de que alguna vez te encontraran. —Lo entiendo. Aún no estoy lista para volver a trabajar de todos modos. Ken se inclinó hacia delante en su silla y descansó sus codos en el escritorio. —Las personas quieren convertir las cosas en algo que no son. Es la naturaleza humana. Maneja un perfil bajo por un tiempo. Déjalo pasar. —Jamás haría algo para herir a un estudiante, Ken. —Sé eso, Anna. Jamás dudé de tí por un minuto. —Salió de detrás de su escritorio y dijo—: eres una buena profesora. No dejes que nadie te diga que no lo eres. Los pasillos se llenarían de profesores y estudiantes pronto, y quería salir desapercibida. Me paré y dije—: Gracias, Ken. Significa mucho para mí. —Vuelve de nuevo, Anna. A todos nos gustaría pasar algo de tiempo contigo. —Lo haré. *** Los detalles de la conferencia de prensa se expandieron como pólvora y no tardó mucho tiempo que nuestra historia alcanzara audiencia en todo el mundo. Desafortunadamente, la mayoría de la información era incorrecta, adornada, y ni un poco cerca a la verdad. Todo el mundo tenía una opinión sobre mis acciones, y discutían y debatían mi relación con T.J. en salas de chat y en foros. Proporcioné a muchos presentadores de programas nocturnos material para monólogos, y era la mejor parte de

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tantos chistes que dejé de ver televisión por completo, prefiriendo la soledad y comodidad de la música y los libros que tanto extrañé en la isla. A T.J. le tocó su parte de ridículo, también. Se reían de su educación de decimo grado pero decían que tal vez eso no importó considerando las otras cosas que con toda seguridad debió aprender de mi. No quería salir en público, me preocupaba que la gente se quedara mirando. —¿Sabías que puedes comprar casi todo lo que necesites en internet? —Estaba sentada en el sofá junto a T.J., escribiendo en el ordenador portátil de Sarah—. Lo envían directamente a la puerta de tu casa. Tal vez nunca deje la casa de nuevo. —No puedes esconderte para siempre, Anna —dijo T.J. Escribí “muebles de dormitorio” en el cuadro de búsqueda de Google y presioné entrar. —¿Quieres apostar? El insomnio comenzó unas semanas después. Primero, tenía problemas para quedarme dormida. Con la bendición de Sarah, T.J. pasaba la noche a menudo, y escuchaba su suave respiración, pero no me podía relajar. Luego incluso si me las arreglaba para quedarme dormida, me despertaba a las dos o tres de la mañana y me quedaba ahí hasta que el sol salía. Tenía pesadillas frecuentes, usualmente sobre ahogarme, y me despertaba bañada en sudor. T.J. decía que a menudo lloraba en medio de la noche. —Tal vez deberías volver al médico, Anna. Exhausta y desgastada, estuve de acuerdo. —Trastorno por estrés agudo —dijo mi doctor unos días después—. Esto es en realidad muy común, Anna, especialmente en mujeres. Eventos traumáticos a menudo ocasionan el retraso en la aparición del insomnio y ansiedad. —¿Cómo se trata? —Generalmente con una combinación de terapia cognitivoconductual y medicamentos. Algunos pacientes encuentran alivio de una baja dosis de antidepresivos. Podría prescribir algo que te ayude a dormir. Tenía amigos que habían tomado antidepresivos y pastas para dormir y se quejaban de los efectos secundarios. —Preferiría no tomar nada si puedo evitarlo. —¿Considerarías ver a un terapeuta? Estaba lista para intentar cualquier cosa si significaba tener una noche completa de sueño. —¿Por qué no?

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Hice una cita con un terapeuta que encontré en las páginas amarillas. Su oficina estaba en un viejo edificio de ladrillo con un frente en ruinas. Me registré con la recepcionista, y la terapeuta abrió la puerta a la sala de espera y llamó mi nombre cinco minutos después. Ella tenía una sonrisa cálida y un apretón firme. Supuse que estaba en sus cuarenta y tantos. —Soy Rosemary Miller. —Anna Emerson. Gusto en conocerla. —Por favor tome asiento. —Señaló un sofá y se sentó en una silla frente a mí, pasándome una de sus tarjetas de presentación. Una lámpara iluminaba brillantemente sobre una mesa baja junto al sofá. Una maceta de un árbol de ficus estaba cerca a la ventana. Cajas de pañuelos estaban dispersas por todas las superficies disponibles. —He seguido su historia en las noticias. No estoy sorprendida de verla aquí. —He estado sufriendo de insomnio y ansiedad. Mi médico sugirió que intentara la terapia. —Lo que está experimentando es muy común, dado el trauma que sufrió. ¿Alguna vez ha visto a un terapeuta antes? —No. —Me gustaría iniciar haciendo una historia clínica completa. —Está bien. Siguió hablando por cuarenta y cinco minutos, haciéndome preguntas sobre mis padres y Sarah y mi relación con ellos. Me preguntó acerca de mis relaciones anteriores con hombres y cuando le hablé un poco sobre John, sondeó más, pidiéndome que entrara más en detalles. Me inquieté incómoda, preguntándome cuando íbamos a llegar a la parte donde solucionaba mi insomnio. —Tal vez quiera revisar algo de su historia clínica en las siguientes semanas. Ahora me gustaría discutir sus hábitos de sueño. Por fin. —No puedo quedarme dormida o permanecer dormida. Estoy teniendo pesadillas. —¿De qué tratan estas pesadillas? —Ahogarme. Tiburones. Algunas veces el tsunami. Por lo general hay agua. Alguien llamó a la puerta y ella miró su reloj. —Lo siento. Se nos acabó el tiempo.

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Tienes que estar bromeando. —La próxima semana podemos iniciar algunos ejercicios de terapia cognitiva. Al ritmo que íbamos, podría no tener una buena noche de sueño por meses. Tomó mi mano y me acompañó al recibidor. Una vez fuera, dejé caer su tarjeta de presentación en un cubo de basura. T.J. y Sarah estaban sentados en la sala cuando llegué a casa. Me dejé caer en el regazo de T.J. —¿Cómo estuvo? —preguntó T.J. —No creo que sea una persona de ir a terapia —Algunas veces toma un tiempo encontrar una buena —dijo Sarah. —No creo que ella sea una mala terapeuta. Hay algo más que quiero intentar. Si no funciona, volveré. Dejé la habitación y regresé unos minutos después, vestida con medias de correr y una larga camiseta de mangas largas bajo una sudadera y una cazadora de nylon. Me puse un sombrero y me senté en el sofá para amarrar mis Nikes. —¿Qué estás haciendo? —preguntó T.J. —Voy a correr.

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54 T.J. Traducido por ro0 Corregido por Chio

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argué la última caja por las escaleras hasta la nueva casa de Anna, un pequeño apartamento de una pieza a quince minutos de Sarah y David.

—¿Dónde quieres que ponga ésta? —pregunté cuando crucé la puerta, sacudiendo la lluvia de mi pelo. —Solo ponla en cualquier lugar —me pasó una toalla y me saqué la camiseta mojada y a mí mismo. —Estoy tratando de encontrar las sábanas —me dijo Anna—. Entregaron la cama un poco después que te fueras. Buscamos hasta que las encontramos y la ayudé a ponerlas. —Vuelvo en un momento —dijo. Regresó con un pequeño objeto y lo puso encima de la mesita de noche, conectándolo en un enchufe cercano. Presionó un botón y el sonido de las olas del mar llenaron la habitación, casi ahogando el sonido de la lluvia golpeando la ventana. —Es una máquina de sonidos. La encargué de Bed, Bath & Beyond26. Se acercó a mi lado. Cogí su mano y la besé, y luego la presioné contra mí. Se relajó, su cuerpo derritiéndose en el mío. —Soy feliz. ¿Lo eres tú Anna? —Sí —susurró. La sostuve en mis brazos. Escuchando la lluvia y el romper de las olas, casi pude pretender que estábamos aún en la isla y que nada había cambiado. No me preguntó si quería mudarme; simplemente nunca me fui. Pasé algunas noches en mi casa, porque hacía a mis padres felices, y Anna y yo nos deteníamos bastante para pasar el rato o cenar. Anna llevó a 26

Bed, Bath & Beyond: es una cadena especializada en la venta de objetos domésticos.

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Grace y Alexis de compras un par de veces, lo cual las emocionaba a ambas. No tomaría ningún dinero para la renta así que pagaba por todo lo demás, lo que ella apenas permitía. Tenía un fondo de mis padres de cuando era más joven. Hubiera tenido acceso a él cuando cumplí dieciocho y el dinero era mío ahora. El monto de la cuenta hubiese cubierto fácilmente los costos de nuestra vida, un auto y el costo de mi universidad. Mis padres querían saber, y me lo preguntaban todo el tiempo, cuáles eran mis planes, pero no estaba seguro de qué quería hacer. Anna no había dicho nada, pero sabía que quería que empezara a estudiar para obtener mi GED. La gente a veces nos reconocía, especialmente cuando estábamos juntos, pero Anna lentamente se sentía más cómoda estando en público. Siempre salíamos, al parque y a largos paseos, incluso cuando aún faltaban varias semanas para la primavera. Salíamos al cine y a veces a almorzar o cenar, pero a Anna le gustaba comer en casa. Me cocinaba lo que sea que quisiera, y de a poco comencé a ganar peso. Ella también. Cuando recorría su cuerpo con mis manos, ya no sentía huesos. Sentía suaves curvas. En la noche, Anna abrochaba sus zapatillas de deporte y corría hasta estar exhausta. Volvía al apartamento, se sacaba la ropa sudada y tomaba una larga ducha caliente, venía a la cama conmigo después de eso. Tenía la energía suficiente para hacer el amor y luego colapsaba, durmiendo sonoramente. Todavía tenía algunas pesadillas o problemas para quedarse dormida pero nada como antes. Me gustaba nuestra rutina. No tenía deseos de cambiarla. *** —Ben me invitó a pasar un fin de semana con él —le comenté a Anna en el desayuno unas semanas después. —Está en la Universidad de Iowa, ¿cierto? —Sí. —Me encanta ese campus. Lo pasarás muy bien. —Me voy el viernes. Me llevará un amigo suyo. —Mira la universidad. No solo el bar. Podrías considerar ir ahí después de terminar tu GED. No le dije a Anna que no tenía ningún interés en ir a una universidad que estaba en otro estado, lejos de ella. O a cualquier universidad para ser sinceros.

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*** Una pirámide de seis pies de cerveza estaba en la esquina de la habitación de Ben. Pasé sobre cajas vacías de pizza y pilas de ropa sucia. Cuadernos, zapatillas, y botella vacías de Mountain Dew27 cubriendo cada centímetro del piso. —Jesús, ¿cómo puedes soportar esto? —pregunté—. ¿Y alguien orinó en el ascensor? —Probablemente —respondió Ben—. Aquí tienes tu ID. Miré la licencia de conducir. —¿Desde cuanto mido uno y ochenta, soy rubio y tengo veintisiete? —Desde ahora. ¿Estás listo para ir al bar? —Seguro. ¿Dónde quieres que ponga mis cosas? —A quién le importa, tío—. El compañero de habitación de Ben se había ido a casa por el fin de semana así que tire mi bolso en su cama y seguí a Ben hasta la puerta. —Vamos por las escaleras —dije. Estábamos muy agitados a las nueve. Revisé mi teléfono pero no había mensajes de Anna. Pensé en llamarla, pero sabía que Ben me mandaría a la mierda por eso así que puse mi teléfono de vuelta en mi bolsillo. Invitó a otra gente a pasar el rato en nuestra mesa. Nadie me reconoció. Me mezclé en la multitud como cualquier otro universitario, la cual era exactamente la manera en que quería estar. Me senté entre dos chicas muy borrachas. Una de ella drenaba un vaso de vodka mientras la otra se detuvo, sosteniendo el vaso en sus labios. Se inclinó hacia mí, sus ojos vidriosos y dijo—: Eres realmente caliente. Luego se tomó el trago y vomitó encima de la mesa. Salté y empujé mi silla hacia atrás. Ben me dijo que lo siguiera y nos fuimos de bar. Tomé aire helado para sacar el olor de mi nariz. —¿Quieres algo para comer? —me preguntó. —Siempre. —¿Pizza? 27

Mountain Dew: es un refresco cítrico fabricado por la compañía PepsiCo.

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—Seguro. Nos sentamos en una mesa del final. —Anna me dijo que mirara el campus. Mencionó que quizás debería pensar en venir aquí después de dar mi GED. —Tío, eso sería asombroso. Podríamos tener nuestro propio lugar. ¿Vas a hacerlo? —No. —¿Por qué no? Estaba lo suficientemente borracho para ser sincero con Ben. —Quiero estar con ella. —¿Anna? —Sí, imbécil. ¿Con quién más? —¿Ella qué quiere? La mesera vino a nuestra mesa y puso una pizza grande de salami y salchichas en frente de nosotros. Puse dos pedazos en mi plato y dije—: No estoy seguro. —¿Estás hablando de, como, casarte y tener un hijo con ella? —Me casaría con ella mañana. —Tomé un mordisco de mi pizza—. Quizás podamos esperar un poco para el hijo. —¿Esperará? —No lo sé.

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55 Anna Traducido por DaniO Corregido por Deeydra Ann’

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tefani y yo ordenamos una copa de vino en la barra mientras esperábamos por una mesa.

—¿Así qué T.J. fue a visitar a su amigo este fin de semana? — preguntó Stefani. —Sí. —Le di un vistazo a mi reloj. Ocho y tres—. Mi suposición es que están recuperando todo el tiempo perdido. Al menos eso espero. —¿No te importa si se mete en problemas? —¿Recuerdas lo que hicimos en la universidad? Stefani sonrió —¿Cómo es que nunca fuimos arrestadas? —Faldas cortas y mucha suerte. —Tomé un trago de vino—. Quiero que T.J. tenga esas experiencias. No quiero que sienta que se está perdiendo las cosas. —¿Estás tratando de convencerte a tí o a mí? —No estoy tratando de convencer a nadie. Es sólo que no quiero privarlo de nada. —Rob y yo queremos conocerlo. Si es importante para tí, nos gustaría conocerlo. —Gracias. Eso es muy lindo de tu parte, Stef. El barman puso dos copas de vino en frente de nosotras. —Estas son de los chicos sentados en la esquina. Stefani esperó un minuto y luego agarró su bolso que estaba colgado en el respaldo de la silla. Rebuscó en él y sacó un pequeño espejo de mano y un brillo de labios, aprovechando para mirar a los chicos. —¿Y bien? —Son apuestos. —¡Estás casada!

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—No me iré a casa con ellos. Además, Rob sabía que era coqueta cuando se casó conmigo. —Se aplicó brillo de labios y usó una servilleta para eliminar el exceso—. Y nadie me ha enviado una copa desde que tenía diecinueve, así que cierra la boca. —¿Tenemos que agradecerles, o simplemente podemos ignorarlos? —pregunté. —¿No quieres hablar con ellos? —No. —Demasiado tarde. Aquí vienen. Miré por encima de mi hombro mientras se acercaban. —Hola —dijo uno de ellos. —Hola. Gracias por el vino. Su amigo empezó a charlar con Stefani. Rodé mis ojos cuando ella sacudió su cabello y soltó una risita. —Soy Drew. —Tenía cabello castaño y estaba usando traje y corbata. Parecía tener unos treinta años. Atractivo, si te gustaba del tipo banquero. —Anna. —Sacudí su mano. —Te reconocí por la foto en el papel. Fue todo un calvario. Asumo que estás cansada de hablar de ello. —Lo estoy. La conversación se quedó estancada por lo que tomé otro trago de vino. —¿Están esperando por una mesa? —preguntó. —Sí. Debería estar lista pronto. —¿Tal vez podríamos unirnos a ustedes? —Lo siento, no esta noche. Solo quiero pasar tiempo con mi amiga. —Seguro, lo entiendo. ¿Quizás podrías darme tu teléfono? —No lo creo. —Oh vamos —dijo, sonriendo y volviéndose encantador—. Soy un buen tipo. —Estoy viendo a alguien. —Eso fue rápido. —Me miró extrañado—. Espera, ¿no estás saliendo con el niño, cierto? —No es un niño. —Sí lo es.

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Stefani tocó mi hombro —Nuestra mesa está lista. —Gracias de nuevo por el vino. Discúlpame. —Agarré mi bolso y mi abrigo, me deslicé fuera de la barra y seguí a Stefani. —¿Qué te dijo? —preguntó cuando nos sentamos en la mesa—. No te ves muy complacida con él. —Descubrió que no estaba soltera. Luego llamó a T.J. un niño. —Su ego está probablemente herido. —T.J. es joven, Stefani. Cuando la gente lo mira, no ven lo que yo veo. Ven a un niño. —¿Qué ves tú? —Sólo veo a T.J. Vino la noche del domingo, cansado y con resaca. Dejó su maleta en el suelo y me empujó en sus brazos. Le di un largo beso. —Guau —dijo. Cogió mi cara entre sus manos y me besó de vuelta. —Te extrañé. —También te extrañé. —¿Qué tal estuvo? —Su habitación es un pozo, una chica casi vomita encima de mí y alguien orinó en el ascensor. Arrugué mi nariz. —¿Enserio? —Tengo que decirte. No estaba muy impresionado. —Tal vez te sentirías diferente si hubieras ido a la universidad inmediatamente después de la escuela. —Pero no lo hice, Anna. Y aún sigo atrás.

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56 T.J. Traducido por Andreani Corregido por Deeydra Ann’

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o tengo que llevar corbata, ¿cierto?

Tenía un par de caquis y una camisa de vestir blanca con botones. Una chaqueta deportiva azul marina sobre la cama. Nos reuniríamos con Stefani y su marido Rob para cenar, y estaba más elegante de lo que querría. —Probablemente deberías —dijo, caminando hacia el dormitorio. —¿Tengo una corbata? —Te compré una cuando Stefani me dijo que querían ir a cenar. — Llegó a su armario y lo abrió, la sacó, enroscándola en el cuello de mi camisa y ajustándomela. —No puedo recordar la última vez que use una de estas —dije, tirando del nudo para aflojarlo un poco. Conocí a Stefani y Rob la semana anterior, cuando nos invitaron a su casa. Me agradaban. Era fácil hablar con ellos, por lo que cuando Anna dijo que querían que saliéramos a cenar con ellos dije que sí. —Voy a estar lista en un minuto. Sólo tengo que decidir qué ponerme. Se paró frente a su armario en su sujetador y ropa interior, así que me recosté en la cama y disfruté la vista. —Pensé que habías dicho que las tangas eran incómodas. —Lo son. Pero me temo que esta noche es un mal necesario. —Anna sacó un vestido de su armario—. ¿Este? —preguntó, sosteniendo un largo vestido negro sin mangas contra su pecho. —Es bonito. —¿Qué tal este? —El otro vestido era azul oscuro, corto, con mangas largas y un frente de corte bajo. —Ese es sexy.

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—Creo que tenemos un ganador —dijo, poniéndoselo. Se ceñía a ella. Se calzó un par de zapatos de tacón alto. Nunca la había visto vestida así antes. Generalmente llevaba jeans, principalmente de Levi’s, y una camiseta o suéter. A veces usaba faldas, pero nada como esto. Sus pechos se habían agrandado ahora que estaba más cerca de su peso normal, y el sostén que llevaba los levantaba. Lo que pude ver entre ese gran escote en forma de V de su vestido me hizo querer ver más. Torciendo su cabello, lo juntó en un nudo en la parte posterior de su cuello y se puso aretes, los mismos colgantes que había utilizado como anzuelos en la isla. Llevaba lápiz labial rojo. Me quedé mirando a su boca y quise besarla. —Te ves increíble. Sonrió. —¿Lo crees? —Sí. —Parecía elegante. Hermosa. Como una mujer que tenía todo en orden. —Vamos —dijo. Yo era más joven que todos en el restaurante por diez o veinte años. Llegamos unos minutos antes, por lo que Anna y yo seguimos a Stefani y Rob hacía la barra para esperar por nuestra mesa. Más de una cabeza se volvió cuando Anna entró. Stefani comenzó a hablar con un chico. Rob y yo estábamos debatiendo, luchando a nuestra manera, para obtener algunas bebidas cuando una mujer sosteniendo una pila de menús se acercó a nosotros a través de la multitud. —Su mesa está lista —dijo. Stefani se volvió hacia el chico con el que había estado hablando. Vestía un traje, pero había aflojado su corbata y desabrochado los dos botones superiores de su camisa. Sostenía un vaso de algo que parecía whisky. Estaba allí solo, y me preguntaba si había venido después del trabajo. —¿Por qué no te unes a nosotros para cenar? —le dijo Stefani—. ¿Les importa? —nos preguntó. —Está bien —dijo Anna. Me encogí de hombros. —Seguro. Cuando nos sentamos, Stefani lo presentó. —Este es Spence. Trabajamos en la misma cuenta el año pasado.

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Ella y Rob se sentaron junto a él mientras que Anna y yo nos sentamos frente a ellos. Estreché su mano, notando sus ojos inyectados de sangre y me di cuenta de que estaba borracho. Rob ordenó dos botellas de vino y la camarera nos sirvió un vaso a cada uno después de que le hiciera pasar por la rutina de oler el vino y eso. Tomé un trago del mío. Era rojo y tan seco que me esforcé para no hacer una cara. Spence puso toda su atención sobre Anna inmediatamente. La veía tomar un sorbo de su vino. Sus ojos se desviaron de su boca a hasta su pecho. —Me pareces conocida —dijo. Sacudió la cabeza. —No nos hemos conocido antes. Eso era lo que Anna odiaba sobre conocer gente nueva. Tratarían de ubicarla y, eventualmente, recordaría su rostro de todos los medios de comunicación. Luego empezarían las preguntas, primero sobre la isla y luego sobre nosotros. Afortunadamente, estaba lo suficientemente ebrio como para no hacer la conexión y Anna pareció relajarse. No podría haberla reconocido, pero aun no había terminado con ella. —Tal vez salimos una vez. Anna levantó su vaso y tomó otro trago. —No. —¿Tal vez podemos salir algún día? —Hey —dije bruscamente—. Estoy sentado aquí. Anna puso su mano en mi pierna e hizo presión. —Está bien — susurró. —Espera. ¿Ella está contigo? —Spence preguntó—. Pensé que eras su hermano o algo. —Comenzó a reír—. Tienes que estar bromeando. —La comprensión apareció en su rostro mientras dirigía su mirada a mí y luego a Anna—. Ahora sé quién eres. Vi tu foto en el periódico. —Soltó el aire—. Así que eso explica cómo la conseguiste, pero no por qué está todavía contigo. Rob miró a Stefani y luego le dijo a Spence—: Ya déjalo. —Sí. Estoy con él. —La manera en que Anna lo dijo, con tanta confianza, y la manera en que lo miró como si fuera un completo idiota, me hizo sentir mejor que las palabras en sí. Nuestra camarera se acercó. —Lo siento —me dijo—. Necesito ver tu identificación. Me encogí de hombros. —Soy menor de edad. No me gusta el vino de todos modos. Adelante, lléveselo.

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Ella sonrió, dijo lo siento y se llevó mi vaso. Spence no pudo soportarlo. —¿Ni siquiera tienes veintiún años? —Su risa apenas contenida rompió el silencio en la mesa, mientras todo el mundo trató de actuar como si lo que estaba sucediendo no fuera totalmente humillante para mí. Bajamos nuestra mirada hacia nuestros menús. Anna y yo todavía teníamos problemas para elegir algo de comer en un restaurante. Demasiadas opciones. —¿Qué pedirás? —le pregunté. —Filete. ¿Y tú? —Sujetó mi mano, entrelazando sus dedos entre los míos. —No lo sé. Tal vez pasta. Te gustan los ravioles, ¿verdad? —Sí. —Está bien. Pediré eso y podemos compartir. Stefani intentó mantener la conversación. Nuestra camarera regresó y tomó nuestra orden. Spence miró fijamente el pecho de Anna y sonrió burlonamente, sin siquiera tratar de ocultarlo. Sabía lo que estaba pensando cuando la miró así, y me tomó todo lo que tenía no golpearlo. Cuando Spence se levantó para ir al baño, Stefani dijo—: Lo siento. Escuché que su esposa lo dejó y pensé que invitarlo a unirse a nosotros sería un buen gesto. —Está bien. Simplemente ignorálo —dijo Anna—. Yo lo hago. Nadie llenó el vaso de vino de Spence y, para cuando terminamos de comer, parecía un poco más sobrio. Nuestra mesera nos ofreció el postre, pero nadie quería nada. Nos dijo que volvería con la cuenta. —Stefani y yo vamos al baño —dijo Anna—. Los esperamos por la puerta. Rob y yo intentamos recoger el cheque y finalmente accedimos a dividirlo, cada uno sacando dinero en efectivo. Spence arrojó un puñado de billetes sobre la mesa. Guardé mi cartera en mi bolsillo y me levanté. Rob empujó su silla hacia atrás, se despidió de Spence sin estrechar su mano, y se dirigió a la parte delantera del restaurante. Spence no se levantó. —Lamento que no seas lo suficientemente mayor como para beber con los adultos —dijo, balanceándose en su silla. —Lamento que no puedas tocar a mi caliente novia. Y realmente no gusta el vino de todas formas.

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Me reí de su expresión y me uní a Anna, Stefani y Rob en la puerta delantera. —¿Qué le dijiste? —preguntó Anna. —Le dije que fue agradable conocerlo. —Lo siento por esta noche —dijo Anna, cuando entramos al taxi. —No fue tu culpa. —Puse mi brazo alrededor de ella. No poder beber en un restaurante no me molestó, pero la manera en que Spence miraba Anna lo hizo. Sabía que no estaba interesada en él, pero me preocupaba el próximo tipo. Aquel que no era un imbécil borracho. Que tenía un título universitario, le gustaba el vino y no le importaba usar una corbata. Me preocupa que algún día, quizás pronto, le importara a ella que yo no estuviera interesado en alguna de esas cosas. Y cuando pensé en ella con otro chico, no pude soportarlo. La besé tan pronto como estuvimos dentro de su apartamento, y no fui suave, sosteniendo firmemente su rostro en mis manos y presionando mis labios fuertemente contra los de ella. Ella no era nadie para tener dueño, lo sabía, pero justo en ese momento era mía. Cuando llegamos a la habitación, saqué el vestido por encima de su cabeza. Su sostén fue el siguiente en irse y luego bajé su ropa interior hasta que cayeron al piso. Desanudé mi corbata y me quité el resto de mi ropa. Recostándola sobre la cama, coloqué mi cabeza en el lugar que Spence había mirado fijamente durante toda la noche, chupando y dejando una huella que llevaría días desvanecerse. La toqué y la besé hasta que estaba lista y, una vez que estuve dentro de ella, lo hice lento, como le gustaba. Cuando se vino, dijo mi nombre y pensé: yo soy el que le hace eso. Yo soy el que la hace sentirse de esa manera. Después, fui a la cocina y agarré una cerveza de la nevera. La llevé de regreso al dormitorio y encendí el televisor, manteniendo el volumen bajo. Anna dormía con las sabanas enredadas alrededor de su cintura. Levanté la cobija y la coloqué suavemente alrededor de sus hombros con una mano y abrí mi cerveza con la otra.

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57 Anna Traducido por Madeleyn Corregido por Chio

E

n abril, las lluvias de primavera estancaron a Chicago por dos días, manteniéndonos dentro.

T.J. cambiaba sin rumbo los canales. Me acosté en el sofá con los pies en su regazo, leyendo un libro. —¿Quieres ir al cine? —preguntó, apagando la televisión. —Claro —le dije. —¿Qué quieres ver? —No sé. Vamos a caminar hasta el cine y escogemos una. Me coloqué una chaqueta y salimos del apartamento, caminando a través de la lluvia, mientras que T.J. extendía una sombrilla encima de nuestras cabezas. Me tomó la mano. Apreté su mano sonriendo y entonces me devolvió el apretón. T.J. quería ver Batman Begins. Estábamos parados en la fila para comprar palomitas de maíz cuando alguien tocó su hombro. Nos dimos la vuelta. Era un chico con una gorra de beisbol junto a una chica pequeña que llevaba una sudadera con capucha de color rosa, su cabello recogido en una coleta. T.J. sonrió. —Oye, Coop. ¿Qué pasa? —Tratando de encontrar algo que hacer hasta que pare de llover. —Dímelo a mí. Ésta es Anna. —dijo T.J. pasando un brazo sobre mis hombros. —Hola —dijo Coop. —Ésta es mi novia, Brooke. —Encantada de conocerlos a ambos —dije. —Sigo olvidandome que estás en la ciudad —dijo T.J. —Voy a estar atrapado en la universidad si no recibo mis calificaciones. —Vamos a pasar el rato en algún momento —dijo T.J.

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—Mis padres se van de la ciudad el próximo mes. Haré una fiesta. Están invitados. —Coop me sonrió y me di cuenta que la invitación era verdadera. —Sí, eso sería genial —dijo T.J. Eché un vistazo a Brooke, mientras que T.J. y Coop hablaban. Me miraba con la boca abierta. Para ella, era probable que pareciera una anciana. Su cara sin arrugas y la piel color rosa se veía radiante. Ella no tenía ni idea de la forma en que me veía cuando tenía veinte años, cuan hermosa era la piel joven. A pesar de que a menudo había usado la gorra de beisbol de T.J. y mis lentes de sol en la isla, hubo momentos en los que no lo hice. Pensé en los años que el sol me había arrebatado, esperaba despertar una mañana y descubrir que mi rostro se había transformado en cuero mientras dormía. Pasé más tiempo del que me sentía cómoda admitir tratando de revertir el daño en la piel que el sol de la isla me había infligido, el mostrador de mi baño repleto de lociones y cremas que el dermatólogo había recomendado. Mi piel ahora tenía una apariencia mucho más saludable, pero no había comparación entre los veinte y los treinta y tres. T.J. pensaba que era hermosa, me lo dijo. Pero ¿qué hay de cinco años a partir de ahora? ¿Diez? Entramos en el cine y encontramos asientos. T.J. colocó las palomitas de maíz entre sus piernas y apoyó su mano en mi muslo. No podía concentrarme en la película. Imágenes de T.J. y yo bebiendo cerveza de barril en vasos de plástico en la sala de Coop mientras todo el mundo me miraba boquiabierto llenaban mis pensamientos. T.J. había hecho un gran trabajo adaptándose con mis amigos. Había soportado el comportamiento desagradable de Spence, además de que no tenía ningún deseo de beber en primer lugar. Usar una corbata no era lo suyo, pero lo hizo de todos modos. Había llevado una conversación con Rob y Stefani e hizo que se viera sin esfuerzo. Es más fácil cuando se es menor, si quieres, usas ropa bonita e imitas el comportamiento de las personas mayores. Si tratara de encajar con los veinteañeros amigos de T.J. vistiéndome y actuando como ellos me vería ridícula. La lluvia había terminado para el momento en el que nos marchamos del cine. Seguimos a la multitud y empezamos a caminar. Me detuve en la acera. —¿Qué pasa? —preguntó T.J. —No siempre se verá como esto. —¿Qué quieres decir?

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—Soy trece años mayor que tú, y me estoy haciendo mayor cada día. No siempre se verá como esto. T.J. puso sus brazos alrededor de mi cintura y me atrajo. —Ya lo sé, Anna. Pero si piensas que a mí me importa sólo como te ves, entonces no me conoces como pensé que lo hacías. *** Caminaba sola por el pasillo de Trader Joe28, llevaba una útil cesta llena de lo que sea que llamara mi atención, que hasta ahora eran dos botellas de cabernet, un poco de pasta orgánica, un frasco de salsa marinara y un poco de lechuga romana, zanahorias y pimientos para una ensalada. T.J. estaba cortando su cabello. Usualmente comprábamos la comida juntos, en parte porque él insistía en pagar por ello y en parte porque todavía nos asustaban las tiendas de comestibles. La primera vez que fuimos al supermercado, después de mudarme a mi apartamento, me quedé paralizada en medio de la tienda mirando la comida. Me fui por otro pasillo y tomé unas cervezas para T.J. y luego encontré los ingredientes para hacerle un pastel de chocolate. Estaba tratando de decidir qué tipo de pan comprar para la cena, cuando sentí un tirón en mis pantalones. Una niña de unos cuatro años se quedó allí, con enormes lágrimas que silenciosamente corrían por su rostro. —¿Eres una mamá? —preguntó. Me agaché hasta quedar a la altura de sus ojos. —Bueno, no. ¿Dónde está tu mamá? Se aferraba a una manta harapienta, de color rosa. —No lo sé. No puedo encontrarla, y mi mamá me dijo que si alguna vez me pierdo debo tratar de encontrar a otra mamá y ella me ayudaría. —No te preocupes. Te puedo ayudar. ¿Cuál es tu nombre? —Claire. —Está bien, Claire. —Le dije. —Vamos a pedirle a alguien que haga un anuncio por el altavoz para que tu mamá sepa que estás a salvo. —Me miró con lágrimas nadando en sus grandes ojos marrones y deslizó su manita en la mía.

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Trader Joe: cadena de tiendas que vende de todo.

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Caminábamos hacia el frente de la tienda cuando una mujer vino corriendo por la esquina gritando el nombre de Claire. Llevaba una cesta en sus manos. Un bebé dormía en sus brazos. —¡Claire! Oh, Dios mío, ya estás aquí. —La mujer corrió hacia nosotras, dejó caer la cesta, y recogió a Claire en sus brazos con torpeza, tratando de no empujar al bebé. El miedo en su rostro se disolvió mientras apretaba Claire en un abrazo. —Gracias por encontrarla —dijo. —Solté su mano por un minuto para tomar algo y cuando miré hacia abajo, se había ido. Estoy tan cansada, debido al bebé y no me muevo muy rápido en estos momentos. Probablemente estaba cerca de mi edad, más o menos un año, y se veía cansada, con los círculos bajo sus débiles ojos. Recogió su cesta. —¿Estás lista para pagar? ¿Puedo llevar esto por ti? —Gracias. Real… realmente lo aprecio. Necesito más de dos manos en este momento. Ya sabes como es. Realmente no lo sabía. Caminamos a la caja y descargamos nuestras cestas. —¿Vives por aquí? —preguntó. —Sí —dije. —¿Niños? —No. Todavía no. —Muchas gracias por su ayuda. —No hay de qué. —Me incliné hacia abajo—. Adiós, Claire. —Adiós. Cuando llegué a casa, lejos del supermercado, me senté en el sofá y comencé a llorar.

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58 T.J. Traducido por Juli_Arg Corregido por Verito

A

nna se encontraba en el mostrador de la cocina haciéndome un pastel de chocolate. La besé y le di las rosas rosadas que había comprado en el camino de regreso de mi corte de pelo.

—Son muy hermosas. Gracias —dijo, sonriendo hacia mí. Agarró un vaso de debajo del fregadero y lo llenó de agua. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo, y puse mis brazos alrededor de ella por detrás y la besé en la parte de atrás de su cuello. —¿Necesitas ayuda? —pregunté. —No, está casi listo. —¿Estás bien? —Sí, estoy bien. No estaba bien, y yo sabía que había estado llorando en el momento en que entré por la puerta porque tenía los ojos hinchados y rojos. Pero no sabría como solucionarlo si ella no me decía que le molestaba, y parte de mí se preguntaba si era mejor no saber en caso de que tuviera algo que ver conmigo. Se dio la vuelta y sonrió un poco demasiado brillante. —¿Quieres ir al parque tan pronto como acabe con esto? —preguntó. Un mechón de pelo se le había escapado de su cola de caballo y lo escondí detrás de su oreja. —Por supuesto. Voy a tomar una manta para que podamos sentarnos. Apuesto a que hace cerca de setenta grados. —Le di un beso en la frente—. Me gusta estar al aire libre contigo. —Me gusta estar al aire libre contigo, también. Cuando llegamos al parque extendimos la manta y nos sentamos. Anna se quitó los zapatos. —Alguien tiene un cumpleaños pronto —dije—. ¿Qué quieres hacer para celebrarlo?

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—No lo sé. Tendré que pensar en ello. —Sé lo que voy a conseguir, pero no lo he encontrado todavía. He estado buscando por un tiempo. —Me intriga. —Es algo que una vez tú dijiste que querías. —¿Además de libros y música? —Sí. —Ya le había comprado un iPod y descargué todas sus canciones favoritas, porque a ella le gustaba escuchar música cuando iba a correr. Un par de veces a la semana se fue a la biblioteca y regresó con pilas de libros. Ella los leyó más rápido que nadie. —Todavía tienes un par de semanas. Lo encontrarás. —Sonrió y me besó, y parecía tan feliz que pensé que tal vez todo se encontraba bien, después de todo.

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59 Anna Traducido por Juli_Arg Corregido por Verito

E

nvié centenares de currículos. Encontrar una posición tan tarde en el año sería casi imposible, pero todavía tenía esperanzas de encontrar algo para el otoño, aunque sólo fuera maestra sustituta. Sarah me dio la mitad del dinero que recibió de la herencia de nuestros padres y todavía guardaba un poco de lo que me habían pagado en Callahan. El establecimiento de línea aérea añadiría al equilibrio. Tal vez no tenía que trabajar, pero quería hacerlo. Echaba de menos ganar mi propio dinero, pero sobre todo, enseñar. Sarah y yo nos reunimos para comer una semana antes de mi cumpleaños. Los brotes sobre los árboles se habían convertido en hojas verdes y los jardines que recubren las aceras sostenían flores de primavera. Hasta el momento, mayo había sido inusualmente cálido. Nos sentamos en el patio del restaurante y pedimos té helado. —¿Qué es lo qué harás para tu cumpleaños? —preguntó Sarah, abriendo el menú. —No lo sé, T.J. me preguntó lo mismo. Estoy feliz estando aquí. —Le conté a ella cómo T.J. y yo habíamos celebrado mi cumpleaños en la isla. Como había pretendido darme libros y música—. Esta vez, me dará algo que mencioné que quería. No tengo ni idea de lo que podría ser. La camarera rellenó nuestro té helado y tomó nuestra orden. —¿Cómo va la búsqueda de empleo? —preguntó Sarah. —No va bien. O en realidad no hay posibilidades, o simplemente no quieren contratarme. —No dejes que eso te desanime, Anna. —Ojala fuera así de fácil. —Tomé un sorbo de mi té helado—. Ya sabes, cuando fui a ese avión hace casi cuatro años, tenía una relación

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que no iba a ninguna parte y una oportunidad aún más fina de iniciar una familia propia, pero al menos tenía un trabajo que me encantaba. —Alguien va a contratarte con el tiempo. —Quizás. Sarah me miró a través de la mesa. —¿Es eso todo lo que te molesta? —No. —Le conté lo que pasó en Trader Joe—. Todavía quiero las mismas cosas, Sarah. —¿Qué es lo que T.J. quiere? —No estoy segura de que lo sepa. Cuando salimos de Chicago, sólo quería pasar el rato con sus amigos y volver a la vida que tenía antes del cáncer. Sus amigos se han movido sin él, sin embargo, y no creo que haya descubierto que hacer a continuación —le dije a Sarah sobre el fondo de confianza de T.J. y ella levantó una ceja. —En su defensa, no está echado a perder por ello. Pero no está motivado, tampoco. —Puedo ver tu punto —dijo. —Estoy esperando una vez más, Sarah. Diferentes razones, chico diferente, pero cuatro años más tarde todavía estoy esperando.

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60 T.J. Traducido por Deeydra Ann’ Corregido por Verito

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l perro delimitó el apartamento de Anna y estuvo a punto de derribarla. Ella se agachó y le lamió la cara. Dejé caer la correa sobre la mesita y dije—: Feliz cumpleaños. No hubiese podido conseguir esa cosa en una caja si lo intentaba. Se levantó y me besó. —Olvidé que te había dicho que quería un perro. —Golden retriever. Adulto. De un refugio. He estado buscando por todas partes. Me dijeron que alguien lo encontró vagando por un lado de la carretera, sin collar o etiquetas. Piel y huesos. —Cuando Anna escuchó eso, cayó de rodillas y abrazó al perro, acariciando su piel suave. La lamió de nuevo, golpeando la cola y corriendo alrededor en círculos. —Parece sano ahora —dijo. —No le vas a llamar Perro, ¿verdad? —bromeé. —No. Eso sería una tontería. Lo llamaré Bo. He tenido el nombre elegido por un largo tiempo. —Entonces es algo bueno, es un chico. —Es el regalo perfecto, T.J. Gracias. —De nada. Me alegro de que te guste. *** Anna aún no había encontrado un puesto como profesora a mediados de junio. Tuvo una entrevista que había ido bien, en una escuela secundaria en los suburbios. Jadeó cuando no consiguió el trabajo, pero tuvo problemas para conciliar el sueño esa noche, y la encontré en la sala leyendo un libro con la cabeza de Bo en su regazo a las tres de la mañana. —Vuelve a la cama.

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—Estaré allí en un minuto —dijo. Pero cuando desperté a la mañana siguiente, su lado de la cama estaba vacío. Llenó sus días haciendo de niñera de Joe y Chloe, leyendo y yendo a largas carreras. Pasamos horas fuera, ya sea en su pequeña terraza o en el parque para perros con Bo. Vimos el juego de los Cubs29 jugando en el Wrigley Field30, y nos fuimos a conciertos en el parque. Sin embargo, lucía inquieta, no importaba cuan ocupados nos mantuviéramos. Se quedaba mirando hacía el espacio a veces, perdida en sus pensamientos, pero nunca tuve las pelotas para preguntarle lo que estaba pensando.

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Cubs: los Chicago Cubs (o Cachorros de Chicago en español) es un equipo de béisbol profesional de las Grandes Ligas de Estados Unidos basado en Chicago, Illinois. 30 Wrigley Field: estadio de ligas mayores de béisbol, localizado en Chicago. Es la casa de los Cubs desde 1916. 29

61 Anna Traducido por Carlota Corregido por Chio

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ira lo que ha llegado por correo —dije cuando entré por la puerta, dejando mis llaves sobre la mesa.

T. J. estaba sentado en el sofá viendo la televisón. Bo dormía a su lado. —¿Qué es? —Es el formulario de inscripción para la clase de preparación para el GED. Les llamé el otro día y les pedí que mandasen información. Pensé que podrías apuntarte y podría ayudarte a estudiar. —Puedo empezar en otoño. —Sin embargo, tienen clases de verano y si empiezas ahora, puedes terminar para finales de agosto y tal vez matricularte en una universidad en septiembre. Si me las arreglo para encontrar un trabajo de profesora, los dos podemos estar en clase todo el día. T. J. apagó la televisión. Me senté junto a él, rascando a Bo detrás de las orejas. Ninguno de los dos dijo nada durante un minuto. —Por lo menos uno de nosotros debería ser capaz de seguir adelante con su vida —dije. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó. —No puedo encontrar un trabajo. Tú puedes ir a clase. —No quiero estar encerrado en el interior todo el día. —Estás en el interior en este momento. —Solo estaba esperando a que llegases para que pudiésemos sacar a Bo a dar un paseo. ¿Qué es lo que realmente tratas de decir, Anna? Mi corazón empezó a palpitar. —No podemos seguir tratando de recrear la isla en este apartamento. —Este apartamento no se parece en nada a la isla. Tenemos todo lo que necesitamos.

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—No, tú tienes todo lo que necesitas. Yo no. —Te quiero, Anna. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. —Sus palabras llevaban un significado implícito. Me casaré contigo. Tendremos una familia juntos. Sacudí la cabeza. —No puedes saber eso, T.J. —Por supuesto que no —dijo sarcásticamente—. ¿Cómo podría saber lo que quiero? Sólo tengo veinte años. —Nunca te he hablado de forma paternalista por tu edad. Alzó sus manos. —Acabas de hacerlo. —Hay cosas que necesitas terminar. Y un montón de cosas que no has tenido oportunidad de empezar. No puedo quitarte eso. —¿Qué si no quiero esas cosas, Anna? ¿Qué si te prefiero a tí en su lugar? —¿Por cuánto tiempo, T.J.? La comprensión llenó su rostro. —¿Tienes miedo de que no me quedaré? —Sí —susurré—. Eso es exactamente lo que me da miedo. —¿Qué pasa si T. J. se cansa de jugar a las casitas, y decide que esta solución no es lo que realmente quería? —¿Después de todo lo que hemos pasado juntos no confías en mí lo suficiente como para creer que seguiré contigo? —El dolor en sus ojos se volvió ira—. Es mierda, Anna. —Caminó hacia la ventana y miró fuera. Volviendo a donde estaba dijo—: ¿Por qué no sólo dices lo que realmente quieres decir? Que quieres buscar a alguien de tu edad. —¿Qué? —No tenía ni idea de donde se había sacado eso. —Preferirías a alguien mayor. Alguien a quien no tratar como un niño. —Eso no es verdad, T. J. —Siempre habrá algún imbécil que cree que puede ligar contigo delante de mí. No me tomarán en serio. Para ellos, eres alguien matando el tiempo. ¿Alguna vez pensaste en que podría preocuparme de que me abandonaras? Un silencio cargado de emociones llenó el apartamento. Los minutos parecían horas mientras ambos esperábamos que el otro dijese que nuestros temores no estaban justificados, pero ninguno de nosotros lo hizo. Pensé que dolería menos si me arrancase la curita rápidamente.

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—Necesitas estar por tu cuenta, T.J., y saber como es eso antes de que puedas estar seguro de que quieres estar con alguien. La expresión de su rostro era de pura angustia. Cruzó la habitación y dudó, estando solo a unos pasos de mí, mirándome a los ojos. Entonces me dio la espalda y salió por la puerta, cerrándola detrás de él. No pude dormir esa noche. Me senté en el sofá en la oscuridad, llorando sobre la piel de Bo. A la mañana siguiente salí del apartamento temprano, por haberle prometido a Sarah que cuidaría a los niños mientras ella y David iban al Brunch de los domingos. Cuando volví descubrí que T.J. había arrancado la curita por su cuenta, porque sus cosas habían desaparecido y su llave de mi apartamento estaba en la mesa de la cocina. Me dolió como el infierno.

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62 T.J. Traducido por Madeleyn Corregido por Juli_Arg

B

en y yo alquilamos un apartamento de dos habitaciones para el verano, en el tercer piso de un edificio antiguo a cuatro cuadras de Wrigley Field. Sus padres se mudaron a Florida después de que le dijeron que estaban cansados de la nieve y el frío. A Ben no le importaba, ya que él y su hermano mayor se fueron a estudiar fuera del estado, pero necesitaban un lugar donde vivir hasta que las clases comenzaran de nuevo en otoño. —¿Quieres conseguir un lugar conmigo, Callahan? —me preguntó—. Podemos hacer una fiesta como nadie. —Porque no —contesté. Si Anna estaba decidida a que no perdiera nada, compartir un apartamento con mi mejor amigo era probablemente un paso en la dirección correcta. Ben estaba especializándose en finanzas y contabilidad, y de alguna forma en el mundo estaba haciendo pasantías en un banco del centro. Usaba una corbata todos los días. Hablé a mi manera para trabajar en una construcción y estaba en los suburbios cada mañana a las siete de la mañana, enmarcando casas. Atrapé un paseo con un chico en el equipo, y me enseñó todo lo que necesitaba saber y me salvó de parecer un idiota completo. No era tan diferente de la construcción de la casa en la isla, excepto que utilizaba una pistola de clavos y había mucha más madera por ahí. La mayoría de los chicos no eran muy habladores, y no tenía que mantener una conversación con alguien si no me apetecía. A veces, el único ruido era el sonido de nuestros instrumentos y la música de rock clásico que venía del equipo de sonido. Yo nunca llevaba una camisa y muy pronto era casi tan moreno como lo había estado en la isla. Por la noche, Ben y yo bebíamos cerveza. Extrañaba a Anna y pensaba en ella constantemente. Sin ella a mi lado, me dormía como una mierda. Ben sabía que no debía decir nada acerca de ella, pero parecía preocupado por mí.

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Demonios, yo estaba preocupado por mí.

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63 Anna Traducido por Vane-1095 Corregido por Juli_Arg

L

a temperatura alcanzó los 29,44°C por las dos de la tarde. El calor salía de mí en tanto el sudor que corría por mi rostro caía a mis pies y golpeaba el pavimento.

No me molestó. Podía manejar el calor. A lo largo de finales de Junio y Julio corrí 9,7 km, luego 12,8 km y 16,09 km cada día, a veces más. No lloraba cuando corría. No pensaba, y no perdía un segundo suponiendo nada. Respirando profundamente dentro y fuera, ponía un pie delante del otro. Tom Callahan llamó a principios de Agosto. Cuando el nombre apareció en el identificador mi corazón dio un salto, cayendo un segundo más tarde después de que respondí y me di cuenta de que no era T.J. —Los asuntos del hidroavión se resolvieron está mañana. T.J. ya ha firmado los documentos. Una vez que firmes, está hecho. —Está bien. —Agarré un bolígrafo y garabateé la dirección que me dio. —¿Cómo estás, Anna? —Estoy bien, ¿Cómo está T.J.? —Se está manteniendo ocupado. No pregunté qué significaba eso. —Gracias por dejarme saber sobre el abogado. Me aseguraré de firmar los papeles. —Se hizo el silencio en el otro extremo de la línea por un segundo y luego dije—: Por favor, saluda a Jane y a las chicas por mí. —Lo haré. Cuídate, Anna. Esa noche, me acurruqué en el sofá con Bo para leer un libro. A las dos páginas, alguien llamó a la puerta.

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La esperanza se apoderó de mí, mi estomago se llenó de mariposas. Me había preguntado todo el día, después de hablar con su padre, si T.J. vendría. Bo se volvió loco, ladrando y corriendo en círculos, como si supiese que era él. Corrí a la puerta y la abrí, pero T.J. no se encontraba allí. Era John. Tenía una expresión reservada. Su cabello rubio era más corto de lo que solía ser, y tenía unas pocas líneas alrededor de sus ojos, pero por lo demás parecía el mismo. Llevaba una caja en sus manos. Bo empujó sus piernas, olfateando y dando vueltas. —Sarah me dio tu dirección. Encontré algunas de tus cosas y pensé que podría devolvértelas. —Miró por encima de mi hombro, tratando de ver si me encontraba sola. —Adelante. —Cerré la puerta cuando cruzó el umbral—. Lo siento, nunca llamé. Fue grosero de mi parte. —Está bien. No te preocupes. John dejó la caja sobre la mesa de café. —¿Quieres algo de beber? —Claro. Fui a la cocina, abrí una botella de vino, y nos serví a cada uno una copa. Mi elección de bebida reflejaba mi repentina necesidad de alcohol más que cualquier deseo de hospitalidad. —Gracias —dijo, cuando le entregué una copa. —De nada. Siéntate. Estornudó dos veces. —Tienes un perro. Siempre quisiste uno. —Su nombre es Bo. Se sentó en la silla frente al sillón. Puse mi copa sobre la mesa de café frente a mí y comencé a sacar objetos fuera de la caja. Era como ver mi ropa colgada en el armario de repuesto de Sarah. Posesiones de las que casi había olvidado, pero las reconocí inmediatamente tan pronto como las volví a ver. Removí la banda de goma de una pila de imágenes. La de arriba mostraba a John y a mí de pie delante de la rueda de ferris en Navy Pier, abrazados, él besando mi mejilla. Me incliné sobre la mesa y le entregué la imagen. —Mira lo joven que era. —Veinte y dos —dijo. Había fotos de vacaciones y fotos de grupo con nuestros amigos. Una foto de mi mamá y John de pie delante del árbol de navidad. Una de él

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sosteniendo a Chloe en el hospital, pocas horas después de que Sarah dio a luz. Viendo las fotos recordé la historia que tenía con John, y que mucho de la historia fue buena. Habíamos empezado con tantas promesas pero nuestra relación se estancó, aplastada bajo el peso de dos personas que querían cosas diferentes. Chasqueé la cinta de goma otra vez en las fotos y las puse sobre la mesa. Saqué un par de zapatos deportivos. —Estos tienen algunas millas en ellos. —La siguiente cosa, el CD Hootie & the Blowfish, me hizo sonreír. —Lo ponías constantemente —dijo John. —No te burles de Hootie. Había un par de libros de bolsillo. Un cepillo para el pelo y un pincho para agarrarme el pelo. Una botella medio bacía de Calvin Clain CK One, mi olor asignado para la mayor parte de los años noventa. Mis dedos rozaron algo cerca del fondo. Un camisón. Miré el tejido negro y puro y tuve un vago recuerdo de John quitándomelo en la mitad de la noche, poco antes de salir de Chicago. —Lo encontré cuando cambié las sábanas. Nunca lo lavé —dijo en voz baja. Al llegar a la última parte, me encontré con una caja de terciopelo azul. Me quedé helada. —Ábrela —dijo John. Levanté la tapa. El anillo de diamantes brillaba en el satén. Sin palabras, tomé una respiración profunda. —Después de que dejaste en el aeropuerto, fui a una joyería. Sabía que si no nos casábamos te perdería, y no quería perderte, Anna. Cuando Sarah me llamó para contarme que el avión había caído, sostuve el anillo en mi mano y rogué para que te encontraran. Luego me llamó y me dijo de tu supuesta muerte. La noticia me devastó. Pero estás viva, Anna y aún te amo. Siempre lo hice y siempre lo haré. Cerré la caja y se la arrojé a la cabeza de John. Con reflejos sorprendentemente rápidos, esquivó mi tiro y la caja rebotó en sus antebrazos cruzados y se deslizó por la dura madera. —¡Te amaba! ¡Esperé ocho años por ti y tú me encarcelaste todo el tiempo hasta que mi única opción fue romper mi propio corazón! John se levantó de su silla. —Jesús, Anna. Pensé que el anillo era lo que querías. —Nunca ha sido por el anillo.

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Cruzó la habitación y se detuvo en la puerta. —¿Entonces, es por el chico? Hice una mueca ante la mención de T.J. Poniéndome de pie, me dirigí otra vez, levanté el anillo, y se lo entregué. —No. Es porque nunca me casaría con un hombre que sólo me propuso matrimonio porque sentía que tenía que hacerlo. A la mañana siguiente fui a la oficina del abogado, firmé los papeles que prometían que no demandaría a Hidroavión charter, y recogí el cheque. Lo deposité en el banco de camino a casa. Sarah llamó a mi teléfono una hora después. —¿Firmaste los papeles? —preguntó. —Sí. Es demasiado dinero, Sarah. —Si me lo preguntas, 1,5 millones no son ni de cerca lo suficiente.

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64 T.J. Traducido por pokprincssbooo Corregido por Panchys

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rrastré mi trasero por las escaleras a las 9:30 la noche del sábado y tan pronto como atravesé la puerta, noté que la fiesta había empezado sin mí. Había por lo menos quince personas bebiendo cerveza y tomando cortos de tequila en nuestra cocina y sala de estar. Los chicos del equipo y yo estábamos tratando de terminar la elaboración de un trabajo urgente en Schaumburg y habíamos estado usando catorce horas diarias, seis días a la semana, durante el último mes, trabajando hasta el anochecer. Quería que todos en nuestro apartamento desaparecieran. Ben salió de su dormitorio, una chica arrastraba sus pies detrás de él. —Hola, hombre, toma una ducha y vuelve aquí. —Tal vez. Estoy cansado. —No seas marica. Iremos pronto al bar. Fiesta hasta entonces, y si todavía estás cansado, puedes tirarte cuando se vayan. —Está bien. Tomé una ducha y me puse un par de jeans y una camiseta, dejando mis pies descalzos. Serpenteando a través de las personas festejando en mi cocina, dije “hola” a los que conocía y me preguntaba de dónde demonios venía el resto. Tomé una Coca y una caja de pizza del refrigerador y me apoyé en el mostrador comiendo la fría rebanada. —Hola, T.J. —dijo una chica, llegando a apoyarse en el mostrador junto a mí. —Hola. —Me parecía familiar, pero no podía recordar su nombre. —Alex —dijo.

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—Cierto. Ahora me acuerdo. —Era la chica que se sentó junto a mí en el sofá, en la fiesta de Coop cuando regresé de la isla. La de cabello rubio largo y demasiado maquillaje. Seguí comiendo mi pizza. Se alzó alrededor de mí hacia el refrigerador y lo abrió. Cuando se inclinó para tomar una cerveza, sus senos casi se caen de su camiseta sin mangas. —¿Quieres una? —dijo, sosteniendo una lata. Vacié lo último de mi Coca. —Claro. Agarró otra cerveza y me la entregó. Cuando terminé de comer, la abrí, tomé un trago largo, y volví a colocarla en el mostrador. Ben se acercó y me entregó un porro31. Lo tomé e inhalé, sosteniendo el humo profundamente en mis pulmones. Después de exhalar, le pregunté a Alex—: ¿Quieres un toque? Asintió con la cabeza, dio una larga calada, y me lo entregó de nuevo. Terminamos con él, por turnos de ida y vuelta. Tal vez si me drogaba lo suficiente, podría ser que me durmiera toda la noche en vez de despertarme a cada hora. Alex me dio otra cerveza. Cuando entré en la sala de estar para sentarme en el sofá, me siguió. Nunca se fue de mi lado después de eso. Bebimos cerveza y fumamos hasta que no pude ver bien. La gente se iba hacia el bar con Ben y luego solo fuimos Alex y yo. Estaba a punto de decirle que se fuera con los demás porque quería ir a recostarme, pero antes de que pudiera decir algo, se puso de pie, balanceándose, y tiró de mí hacia mi dormitorio. Cuando puso su mano entre mis piernas, dejé de pensar con mi cerebro y dejé que otra parte de mi cuerpo se hiciera cargo. El martilleo de mi cabeza me despertó a la mañana siguiente. Alex estaba a mi lado, desnuda, con el maquillaje por toda su cara. Aparté las mantas y me dirigí a la puerta, agarrando algunas ropas en mi camino. Había algo pegado a la parte inferior de mi pie, me agaché y retiré la envoltura del condón que había pisado. Gracias a Dios. Lo tiré a la basura cuando llegué al cuarto de baño. El agua caliente llenó la habitación con vapor y me di una ducha, lavando todos los rastros de Alex. Me vestí, lavé los dientes, después fui a la cocina y bebí tres vasos de agua helada. Estaba viendo la televisión cuando ella entró en la sala de estar media hora más tarde. Encontró su bolso y su chaqueta, me reuní con ella en la puerta. —Toma un taxi —le dije, empujando un arrugado billete de diez en su mano. 31

Porro: cigarrillo de marihuana.

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—Llámame —me dijo—. Ben tiene mi número. —Lo siento. No lo voy a hacer. Asintió con la cabeza y evitó mi mirada —Bueno, al menos eres honesto. Ben se tambaleó fuera de su habitación al mediodía. —Santas jodidas bolas Callahan. Mi resaca es épica. —Se rascó y se dejó caer en el sofá junto a mí—. Hay una chica en mi cama, pero no es la que traje a casa la noche pasada. La chica que traje a casa era mucho más caliente que esa. —Creo que es la misma chica, Ben. —Sí, probablemente. ¿Cómo te fue con… cuál es su nombre? ¿Anotaste? —Sí. —Callahan está de vuelta en el juego —dijo, levantando la mano para chocar los cinco conmigo. —No quiero estar en el juego Ben bajó la mano con una expresión de desconcierto en su rostro. —Qué, ¿no era buena? Pensé que tenía un cuerpo caliente. —Sí, y cualquier tipo de anoche podría haberla tenido si quería. —Bueno, no sé qué decirte, hombre. Sé que estás triste porque las cosas con Anna no funcionaron, pero no sé lo que estás buscando. Yo sí. *** Comencé a trabajar en mi GED en julio. Después de pasar todo el día en la construcción, me iba a casa, tomaba una ducha rápida, y me unía a todos los otros desertores en un centro comunitario localizado en el centro de la ciudad por dos horas cada noche. A finales de agosto, había ganado mi GED y me matriculé en una universidad pública para el semestre de otoño, renunciando a mi trabajo en la construcción cuando comenzaron las clases. No tenía ni idea de lo que quería estudiar, y no podía ver perder los próximos dos años dentro de un aula, pero no sabía qué más hacer. Ben se mudó de nuevo a Iowa y yo a casa, lo que hizo felices a mis padres, especialmente a mi madre. Estaba tan acostumbrado a trabajar todo el día y luego ir a la clase de GED en la noche, que me sentía inquieto

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por la tarde. La mayoría de mis amigos fueron a una universidad fuera del estado o lo suficientemente lejos de la ciudad haciendo que pasar al rato durante la semana fuera difícil. Llegué a casa un día de octubre. La baja temperatura y el cambio de las hojas me recordaron a Anna, y lo mucho que le gustaba el otoño. Me pregunté si encontró un trabajo de profesora. Me pregunté si encontró a alguien más. —Hola, mamá —le dije, tirando mi mochila sobre el mostrador. —¿Cómo estuvo la escuela? —preguntó. —Bien. Odiaba ser el estudiante más viejo de primer año en todas las clases y la mayoría del tiempo me moría de aburrimiento. —Hay algo que quiero hacer —dije, tomando una Coca del refrigerador—. ¿Me ayudarás? Sonrió y dijo—: Claro, T.J. Había estado demasiado enfermo como para tomar clases de manejo cuando tenía dieciséis años así que durante el siguiente mes, tan pronto como llegaba a casa de la clase, mi mamá me enseñó a conducir. Tenía un Volvo utilitario, nos fuimos a los suburbios y encontramos un montón de aparcamientos vacíos y calles tranquilas. Conducimos juntos durante horas. Parecía muy feliz de pasar tiempo conmigo, y me sentí como un idiota por no haberme pasado por aquí más seguido. Un día, cuando estaba conduciendo, dije—: ¿Sabías que Anna rompería conmigo? Mi madre dudó un segundo. —Sí. —¿Cómo? —¿Y por qué yo no? Apagó el radio. —Porque te tuve cuando tenía veinticinco años, T.J., y te quería demasiado. Luego tomó cinco años más antes de quedar embarazada de Grace. Me sentí ansiosa, luego preocupada, y después, casi frenética, cuando no sucedió de inmediato. Entonces, dos años después de Grace, Alexis llegó y finalmente me sentí como si mi familia estaba completa. Es probable que Anna esté lista para tener una familia propia, T.J. —Se la habría dado. —Ella podría haber sentido que sería imprudente aceptar.

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Mis ojos se mantuvieron en el coche de delantero. —Le dije que quería pasar el resto de mi vida con ella. Me dijo que yo tenía cosas por terminar. Cosas que todavía necesito experimentar. —Estaba en lo cierto. Dice mucho acerca de ella que no quisiera quitarte cosas. —Es mi decisión, mamá. —Pero no eres el único afectado por ella. Llegué a una repentina revelación y paré en seco, apretando los dientes con tanta fuerza que dolía. —¿Es por eso que eras tan buena? —Mi cara ardía—. ¿Vamos todos a ser agradables con la novia de T.J. mientras esperamos a que lo bote? — Golpeé el volante con mis puños. Mi madre se sobresaltó y puso su mano sobre mi brazo. —No. Me gusta Anna. Me gusta aún más ahora que he llegado a conocerla. Es una chica agradable T.J., pero traté de decirte que estaba en una etapa diferente de su vida y tú no quisiste escuchar. Miré por la ventana hasta que me calmé, me aparté de la acera. —Todavía la amo.

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—Lo sé. *** Conseguí mi licencia de conducir y compré un Chevy Tahoe negro. Después de que terminaran las clases del día, fui conduciendo, por primera vez en los suburbios y luego fuera del país, escuchando la estación de rock clásico. Pasé una propiedad con un cartel de “En Venta” clavado en el suelo al final del camino y me acerqué conduciendo a una casa pequeña, de color azul claro y me estacioné. Nadie respondió a mi llamada, así que caminé hasta el patio trasero. Había tierra hasta donde podía ver. Agarré una hoja de datos desde el tubo de plástico, conectado a la señal de “En Venta”. Indicaba el número de teléfono de un agente de bienes raíces. Lo doble, metí en mi bolsillo y me alejé en el auto.

65 Anna Traducido por Deeydra Ann’ y Marie.Ang Christensen Corregido por Chio

B

o y yo caminamos por las calles durante horas. Su correa llegó a desengancharse un día cálido de septiembre y pasé unos frenéticos diez minutos tratando de alcanzarlo mientras galopaba por la acera, zigzagueando a través de la multitud. Finalmente, me acerqué lo suficiente para agarrar su collar y ajusté la correa de nuevo, aliviada. Un niño pequeño estaba a unos pasos de distancia, mirando desde una puerta abierta que daba a la calle. El letrero sobre su cabeza decía Refugio Familiar. —¿Ese es tu perro? —preguntó. Llevaba una camiseta a rayas y necesitaba un corte de cabello. Pecas salpicaban su nariz y mejillas. Me puse de pie y llevé a Bo hacia él. —Si. Su nombre es Bo. ¿Te gustan los perros? —Si. Especialmente los amarillos. —Es un Golden Retriever. Tiene cinco años. —¡Yo tengo cinco años! —dijo, su rostro iluminándose. —¿Cuál es tu nombre? —Leo. —Bueno, Leo, puedes acariciar a Bo si quieres. Sin embargo, tienes que ser amable con los animales, ¿de acuerdo? —Está bien. —Acarició el pelaje de Bo cuidadosamente, mirándome por el rabillo del ojo para ver si me daba cuenta de que estaba siendo amable—. Mejor me voy. Henry dijo que no me alejara de la puerta. Gracias por dejarme acariciar a tu perro. —Abrazó a Bo y antes de que pudiera decir adiós, corrió hacia el interior. Bo se estiró en su correa, queriendo seguirlo. —Vamos, Bo —le dije, jalándolo con firmeza. Llevándolo desde la puerta, caminamos de regreso a casa.

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Volví al día siguiente, sola. Dos mujeres, una de ellas con un bebé en la cadera, se quedó cerca de la entrada. —Hey, chica blanca, Bloomie’s32 está por allá. —Señaló mientras su amiga se reía. La ignoré y caminé hacia la puerta. Una vez dentro, recorrí la habitación por Leo. Era lunes, y no había niños alrededor. Bajo la ley federal, a todos los niños se les garantizaba una educación si tenían una residencia permanente o no. Afortunadamente, los padres del refugio parecían estar tomando ventaja de ese derecho. Un hombre se me acercó, secándose las manos con un trapo de cocina. Cerca de los cincuenta, supuse. Vestía jeans, una descolorida e indescriptible camisa polo y tenis. —¿Puedo ayudarle? —preguntó. —Mi nombre es Anna Emerson. —Henry Elings —dijo, estrechando mi mano extendida. —Había un niño pequeño ayer. Lo conocí cuando estaba de pie en la puerta. Le gustó mi perro. —Henry sonrió y esperó pacientemente a que llegara al punto—. Me estaba preguntando si necesitaba algún voluntario. —Necesitamos un montón de cosas aquí. Los voluntarios son definitivamente una de ellas. —Sus ojos eran amables y su tono de voz era suave, pero probablemente había oído este tipo de cosas antes. Las amas de casa y jugadores de ligas menores de los suburbios, precipitándose de forma intermitente para que pudieran presumirles a los del club de lectura acerca de cómo estaban haciendo la diferencia. —Las necesidades de nuestros residentes son muy básicas — continuó—. Comida y refugio. No siempre huelen bien. Un baño puede ser una baja prioridad en comparación a comida caliente y una cama. Me pregunté si reconoció mi nombre o mi cara de las fotos en el periódico. Si lo hizo, no lo mencionó. —He estado sucia y realmente no me importa cómo huela alguien. Sé lo que es estar hambriento, sediento y sin refugio. Tengo un montón de tiempo y me gustaría pasar algo de eso aquí. Henry sonrió. —Gracias. Nos gustaría eso. Comencé a llegar al refugio alrededor de las diez de la mañana todos los días, uniéndome a los otros voluntarios para preparar y servir la comida. Henry me animó a llevar a Bo. —A la mayoría de los niños de aquí les encantan los animales. No muchos han tenido una mascota alguna vez. 32

Palabra corta para “Bloomingdale’s”, la cual es una exclusiva tienda departamental estadounidense propiedad de Macy, Inc.

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Los niños más pequeños que no estaban en la escuela se pasaban horas jugando con Bo. Nunca gruñó cuando le acariciaban el pelo un poco demasiado fuerte o trataban de montarlo como a un caballo. Después del almuerzo, les leía. Sus exhaustas y estresadas madres se encariñaron conmigo ya que sostenía a sus bebés y niños pequeños en mi regazo. Por la tarde, los niños en edad escolar regresaban y los ayudaba con sus tareas, insistiendo en que la completaran antes de que jugaran con algunos de los juegos de mesa que compré en Target. Usualmente, se podía encontrar Leo a mi lado, dispuesto a compartir todo lo que pasó en la escuela. Su entusiasmo por el jardín de niños no me sorprendió; la mayoría de los niños amaban el ambiente de un salón de clase seguro, las personas sin hogar aún más. Muchos no tenían sus propios libros o materiales de arte y les encantaba aprender canciones en la clase de música y estar corriendo en el patio durante el recreo. —¡Estoy aprendiendo a leer, señorita Anna! —Estoy tan feliz de que estés tan entusiasmado por leer, Leo. —Lo abracé—. Eso es maravilloso. Sonrió con tanta intensidad que pensé que iba a reventar, pero luego su expresión se volvió seria. —Voy a aprender realmente bien, señorita Anna. Entonces, le voy a enseñar a mi papá. Dean Lewis, el padre de Leo, tenía veintiocho años, había estado sin trabajo desde hacía casi un año y era uno de los dos padres solteros que vivían en el refugio. Me senté a su lado después de cenar. Me miró con recelo. —Hola, Dean. Asintió. —Señorita Anna. —¿Cómo va la búsqueda de trabajo? —No he encontrado hasta ahora. —¿Qué tipo de trabajo hacías antes? —En la línea de la cocina. Estuve en el mismo restaurante durante siete años. Empecé lavando platos y me abrí camino hacia arriba. —¿Qué pasó? —El dueño cayó en tiempos difíciles. Tuvo que vender. El nuevo jefe nos despidió a todos. Observamos a Leo jugar un juego animado de etiquetas con otros dos niños. —¿Dean? —Sí. —Creo que podría ser capaz de ayudarte.

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Resultó que Dean podía leer un poco. Había memorizado palabras comunes y todo el menú del restaurante en donde trabajaba, pero luchó para llenar solicitudes de empleo y nunca se había declarado en desempleo después de perder su trabajo porque no podía descifrar las formas. Un amigo le había ayudado a llenar una solicitud en un restaurante italiano, pero lo despidieron después de tres días porque no podía leer las órdenes. —¿Eres disléxico? —le pregunté. —¿Qué significa eso? —Las letras no parecen como si estuvieran en el orden correcto. —No. Están bien. Es sólo que no puedo leerlas. —¿Te graduaste de la secundaria? Negó. —Noveno grado. —¿Dónde está la mamá de Leo? —Ni idea. Tenía veinte años cuando nació y cuando cumplió un año, dijo que no podía soportar más ser una madre, no es que hubiera actuado como una. No podíamos permitirnos cable, pero teníamos una vieja televisión y una videocasetera y veía películas todo el día. Volvía a casa del restaurante y Leo estaba gritando y llorando, su pañal empapado de humedad o peor. Se largó un día y nunca regresó. Tenía que encontrar una guardería y ya vivíamos de cheque a cheque de pago. Una vez que perdí mi trabajo, no tomó mucho tiempo en retrasarme en el alquiler. — Dean miró hacia sus pies—. Leo merece algo mejor. —Creo que Leo tiene bastante suerte —dije. —¿Cómo puedes decir eso? —Porque por lo menos a uno de sus padres le importa. Eso es más de lo que algunos niños tienen. Durante los siguientes dos meses, trabajé con Dean todos los días, a partir de que la hora del almuerzo terminaba y hasta el momento en que Leo y los otros niños venían a casa de la escuela. Utilizando libros de fonética, le enseñé las distintas combinaciones de letras y pronto estuvo leyendo Buenas Noches Luna y Oso Marrón, Oso Marrón, ¿qué ves?33 a los niños pequeños. Se frustraba a menudo, pero lo empujé mucho, construyendo su confianza elogiándolo cuando llegaba a dominar una lección difícil. Cuando volvía a casa del refugio después de servir la cena, iba a dar una larga caminata. Septiembre se convirtió en octubre y añadía más capas y seguía mi camino. Un día de noviembre, Bo y yo nos detuvimos a recoger el correo. Saqué algunas facturas, una revista y ahí estaba. Un 33

Ambos son libros infantiles.

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sobre de tamaño regular con el nombre y la dirección de T.J. escrita a mano en la esquina superior izquierda. Corrí escaleras arriba y abrí la puerta de mi departamento, desenganchando a Bo de su correa. Cuando la abrí y leí lo que había adentro, comencé a llorar. *** —Abre la maldita puerta, Anna. Sé que estás a ahí —gritó Sarah. Estaba tumbada en el sofá mirando el techo. Las últimas veinticuatro horas llenas de los mensajes de voz y textos de Sarah habían quedado sin respuesta y era sólo una cuestión de tiempo antes de que se presentara en mi apartamento. Abrí la puerta. Sarah entró al apartamento, pero la esquivé y volví al sofá. —Bueno, al menos sé que estás viva —dijo, de pie junto a mí. Se fijó en mi apariencia, sus ojos se movieron desde mi pelo desordenado hacia mi pijama arrugado—. Luces como el infierno. ¿Siquiera has tomado una ducha hoy? ¿O ayer? —Oh, Sarah, puedo estar mucho más tiempo que eso sin una ducha. —Puse una manta gruesa sobre mis piernas y Bo apoyó su cabeza sobre mi regazo. —¿Cuándo fue la última vez que fuiste al albergue? —Hace unos pocos días —murmuré. —Le dije a Henry que estaba enferma. Sarah se sentó en el sofá. —Anna, habla conmigo. ¿Qué pasó? Fui a la cocina y volví con un sobre. Entregándoselo a Sarah dije—: Tenía esto en el correo el otro día. Es de T.J. Lo abrió y sacó una tarjeta de visita del banco de esperma. Bajo el número de teléfono decía: Hice arreglos. —No lo entiendo —dijo Sarah. —Mira el reverso. Lo giró. En el reverso, había garabateado: en caso de que nunca lo encuentres. —Oh, Anna —dijo. Me tiró a sus brazos y me sostuvo mientras yo lloraba. Sarah me convenció de tomar una ducha mientras se encargaba de la cena. Entré de nuevo a la sala de estar con mi cabello húmedo peinado

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hacia atrás, usando un par de pantalones de franela limpios y una sudadera. —¿Te sientes mejor ahora? —preguntó. —Sí. —Me senté en el sofá y me puse calcetines gruesos. Sarah me dio un vaso de vino tinto. —Ordené comida china —dijo—. Debería estar aquí en cualquier momento. —Está bien. Gracias. —Tomé un sorbo de vino y puse mi vaso en la mesa. Se sentó a mi lado. —Esa fue una gran oferta de T.J. —Sí. —Lágrimas brotaron en mis ojos de nuevo y se derramaron sobre mis mejillas. Las limpié con el dorso de mi mano—. Pero no hay manera de que pueda tener un bebé en mis brazos que tenga sus ojos, o su sonrisa, si no puedo tenerle a él también. —Tomé mi vaso y tomé otro trago de mi vino—. John nunca hubiera hecho algo tan desinteresado. Sarah secó una lágrima que había perdido. —Eso es porque John era una especie de idiota. —Voy a regresar al albergue en la mañana. Sólo tuve un mal momento. —Está bien. Sucede. —Nunca amé a John de la forma en que amé a T.J. —Lo sé. *** Arrastré un árbol de Navidad escaleras arriba y lo metí por la puerta de mi apartamento. Cuando terminé de decorarlo, mi primer árbol en cuatro años brillaba bajo luces parpadeantes y adornos brillantes. Bo y yo pasamos horas tumbados frente a él, escuchando música navideña. Ayudé a Henry a decorar el árbol en el albergue, también. Los niños acamparon, colgando los adornos de copos de nieve que hicimos de papel de construcción y brillo. Dean recibió un regalo de navidad adelantado. Había llenado una solicitud en un restaurante cercano y lo habían contratado hace dos semanas. Leer las órdenes que las camareras le daban ya no era ningún problema y giró en torno de la comida rápida, rápidamente ganando por sí mismo una reputación como un gran trabajador. Usó su primer cheque para hacer un depósito en un apartamento amoblado. Co-firmé el

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contrato, pagando el primer año de renta por adelantado. No quiso aceptarlo, pero lo convencí, por amor a Leo. —Lo pagarás algún día más adelante, Dean. —Lo haré —prometió, abrazándome—. Gracias, Anna. Pasé la víspera de Navidad con David, Sarah y los niños. Vimos a Joe y Chloe abrir sus regalos, papel de envolver volando, y pasé la siguiente hora montando juguetes e instalando baterías. David jugó tantos video-juegos en la PlayStation que compré para Joe que Sarah amenazó con desconectarlo. —¿Qué pasa con los video-juegos que convierten a los hombres de nuevo en niños? —preguntó. —No lo sé, pero los aman, ¿no? Chloe rasgueaba su guitarra Barbie, en voz alta y después de una hora de escucharla, hice una nota mental de no comprarle ningún instrumento más. Entré en la cocina donde estaba tranquilo y descorché una botella de cabernet. Sarah se unió a mí un minuto más tarde. Abrió el horno y comprobó el pavo. Le serví un poco de vino, y chocamos nuestras copas juntas. —Por tenerte en casa para celebrar—, dijo Sarah. —Recuerdo la Navidad pasada, lo difícil que fue sin ti, mamá y papá. Incluso con David y los niños todavía me sentía un poco sola. Entonces dos días más tarde llamaste. A veces todavía no puedo creerlo, Anna —puso su vino abajo y me abrazó. La abracé de vuelta. —Feliz Navidad, Sarah. —Feliz Navidad. Fui al albergue al mediodía del día de Navidad, llevando regalos para los niños: video juegos de mano para los chicos, brillo labial y joyería de fantasía para las niñas y animales de peluche y libros para los más pequeños. Los bebés recibieron suaves mantas de lana, y fórmula. Henry se vistió como Santa Claus para entregar todo. Até cuernos de reno en la cabeza de Bo y cascabeles alrededor de su collar. Apenas lo toleraba. Estaba leyendo Frosty el Hombre de Nieves a un grupo de niños cuando Henry se acercó sosteniendo un sobre. Cuando terminé el libro, envié a los niños a jugar. —Alguien hizo una donación anónima hace un par de días —dijo Henry. Abrió el sobre y me mostró un cheque de caja hecho por una cantidad sustancial—. Me pregunto por qué alguien haría eso y no me dan la oportunidad de agradecerles —dijo. Me encogí de hombros y le entregué el cheque. —No lo sé. Tal vez no querían que nadie hiciera una gran cosa de esto.

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Ese es el por que. Bo y yo caminamos a casa después de que ayudé a servir la cena de Navidad. Un poco de nieve estaba cayendo en las calles vacías. Sin previo aviso salió disparado, tirando de la correa en mi mano. Corrí tras él, deteniéndome unos pocos segundos después. T.J. estaba de pie en la acera de enfrente de mi apartamento. Cuando Bo lo alcanzó, se inclinó y le rascó detrás de las orejas, enlazando su mano a través del extremo de la correa. Me acerqué, conteniendo mi respiración, propulsada hacia adelante por puro deseo. Se puso de pie y me encontró a la mitad de camino. —He pensado en ti todo el día —dijo—. En la isla, prometí que si la celebrabas pasaríamos esta Navidad juntos, en Chicago. Siempre cumplo mis promesas, Anna. Lo miré a los ojos y rompí en llanto. Abrió sus brazos y caí en ellos, llorando tan fuerte que no podía hablar. —Shhh, está bien —dijo. Enterré mi rostro en su pecho, respirando el olor de la nieve, de lana, de él, mientras me abrazaba fuertemente. Unos pocos minutos después, puso su mano bajo mi barbilla y la levantó. Secó mis lágrimas, como lo había hecho tantas veces antes. —Tenías razón. Tenía que estar por mi cuenta, pero algunas de las cosas que querías que experimentara ya habían pasado, y no puedo volver atrás. Sé lo que quiero y es a tí, Anna. Te amo y te extraño. Mucho. —No encajo en tu mundo. —Yo tampoco —dijo, su expresión tierna pero firme—. Así que vamos a hacer el nuestro. Ya lo hemos hecho antes. Oí la voz de mi mamá en mi cabeza, casi como si estuviera de pie a mi lado susurrando en mi oído. La misma pregunta que me dijo que me hiciera sobre John. ¿Es tu vida mejor con él, Anna, o sin él? Lo decidí, en ese momento, de pie en esa acera, dejando de preocuparme por las cosas que nunca podrían salir mal. —Te amo, T.J. Quiero que vuelvas. Me abrazó fuerte y mis lágrimas fluyeron hasta que su suéter estuvo mojado. Levanté mi cabeza de su pecho. —Debo llorar más que nadie que conozcas —dije. Apartó el pelo hacia atrás de mi rostro y sonrió. —Vomitas mucho, también. Me reí a través de mis lágrimas. Sus labios rozaron los míos y nos besamos de pie en la acera, cubiertos de copos de nieve, mientras Bo esperaba pacientemente a nuestros pies.

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Fuimos adentro y hablamos por horas, tendidos sobre una manta frente al árbol de Navidad. —Nunca quise a nadie más, T.J. Sólo quería lo mejor para ti. —Tú eres lo que es mejor para mí —dijo, sosteniendo mi cabeza en sus brazos, sus piernas entrelazadas con las mías—. No voy a ir a ninguna parte, Anna. Aquí es junto donde quiero estar.

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66 T.J. Traducido por Madeleyn Corregido por Vericity

M

iré el reloj una mañana, dos semanas más tarde. Todavía estaba en vacaciones de invierno y Anna y yo estábamos tomando un desayuno tardío.

—Tengo que salir un rato y entonces hay algo que quiero mostrarte —le dije—. ¿A qué hora llegarás a casa del refugio? —Debería estar de vuelta a las tres. ¿Qué es? —preguntó, soltando el periódico. Me puse el abrigo y cogí mis guantes. —Ya verás. Esa misma tarde, me estacioné en frente del edificio de Anna y abrí la puerta del coche para ella. Tenerla en el asiento del copiloto era algo que había estado esperando. —¿Eres un buen conductor? —preguntó, cuando me senté al volante. Me eché a reír. —Soy un conductor excelente. Salimos de la ciudad, Anna estaba cada vez más curiosa. Noventa minutos más tarde dije—: Ya casi estamos allí. Giré a la izquierda fuera de la carretera y nos conduje por un camino de grava. Giré de nuevo, contento de tener mi cuatro por cuatro porque cinco centímetros de nieve cubrían la calzada. Conduciendo hacia arriba en frente de una casa pequeña, de color azul claro, aparqué delante del garaje y apagué el motor. —Vamos —le dije. —¿Quién vive aquí? No le respondí. Cuando llegamos a la puerta principal, saqué una llave de mi bolsillo y la abrí. —¿Esto es tuyo? —preguntó Anna.

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—La compré hace dos meses y terminé hoy. —Entró y yo la seguí, encendiendo las luces. —Los dueños anteriores la construyeron de nuevo en los años ochenta. No creo que alguna vez hayan cambiado nada —le dije, riendo—. Esto descarta las alfombras azules. Anna recorrió todas las habitaciones, comentando las cosas que le gustaban.

abriendo

armarios

y

—Es perfecta T.J. Todo lo que necesita es un poco de renovaciones. —Entonces espero no decepcionarte demasiado cuando la derribe. —¿Qué? ¿Por qué derribarla? —Ven aquí —le dije, llevándola a una ventana de la cocina que daba al patio trasero—. ¿Qué ves ahí? —Tierra —dijo. —En un largo paseo, pasé por este lugar y un día miré lo que me rodeaba. Entendí en ese momento que quería comprarla, tener tierra propia. Quiero construir una casa nueva aquí, Anna. Para nosotros. ¿Qué piensas de eso? Se dio la vuelta y sonrió. —Me encantaría vivir en una casa que tú construyas T.J. A Bo le encantaría aquí, también. Es hermoso. Pacifico. —Eso es porque estamos lejos de la ciudad. Será un largo viaje de la ciudad, al refugio. —Eso está bien. Exhalé, aliviado. Alcanzando su mano, me preguntaba si notaba que la mía estaba temblando un poco. Me miró sorprendida cuando saqué el anillo de mi bolsillo. —Quiero que seas mi esposa. No hay nadie más con quien quiera pasar el resto de mi vida. Podemos vivir aquí, tú, yo, nuestros hijos, y Bo. Pero ahora lo entiendo, Anna. Mis decisiones te afectan, también. Ahora tú tienes que tomar una decisión ¿Quieres casarte conmigo? Contuve la respiración, esperando para deslizar el anillo en su dedo. Sus ojos azules se iluminaron y una sonrisa se dibujó en su rostro. Dijo que sí.

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67 Anna Traducido por Vane-1095 Corregido por Vericity

B

en y Sarah nos recibieron en el Palacio de Justicia en el Condado de Cook, en Marzo. Una tormenta de nieve primaveral se dirigía hacia el área de Chicago y T.J. y yo — usando jeans, suéteres, y botas— habíamos elegido el calor por encima de la moda. Casarse frente a un juez no podría haber sido la opción más romántica, pero había vetado una boda en la iglesia. No podía imaginarme caminando por el pasillo si no era del brazo de mi padre. David se había ofrecido, pero no habría sido lo mismo. Una boda de destino, en algún lugar tropical —en una isla tal vez— no era una opción. —Tu mamá no va a estar feliz por perderse esto —dije. Jane Callahan había sorprendentemente aceptado nuestro compromiso, tal vez decidió que oponerse a ello no serviría de nada. Ya tenía dos hijas, pero había hecho un trabajo maravilloso con el tercero, y no tenía ningún deseo de molestarla. —Tiene a Alexis y a Grace —dijo T.J. agitando su mano restándole importancia—. Puede ir a la boda de ellas. Mientras esperábamos a que se llamasen nuestros nombres, un hombre, probablemente usando cada prenda de ropa que tenía, circulaba a través de las parejas esperando y tratando de vender ramos de flores marchitos, sus botas unidas con cinta adhesiva. Muchos lo rechazaban, arrugando la nariz a la barba larga y sucia, y su pelo desordenado. T.J. compró todas las flores que tenía y tomó una foto de mí sosteniéndolas en mis brazos. Cuando llegó nuestro turno, Ben y Sarah se pusieron de pie con nosotros, mientras decíamos nuestros votos. La breve ceremonia duró menos de cinco minutos. Sarah se disolvió en un charco de lágrimas de todos modos. Ben se quedó sin habla, y de acuerdo con T.J. eso no sucedía muy a menudo.

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T.J. sacó nuestras alianzas de boda del bolsillo delantero de sus vaqueros. Deslizó el anillo en mi dedo y me tendió su mano izquierda. Cuando la banda de oro estuvo en su lugar, me sonrió. El juez dijo—: Por el poder que me confiere el Condado de Cook, por la presente se pronuncia Thomas James Callahan y Anna Lynn Emerson legalmente casados. Felicitaciones. —¿Es esta la parte en donde la beso? —preguntó T.J. —Adelante —dijo el juez, garabateando su firma en el acta de matrimonio. T.J. se inclinó, y fue un buen beso. —Te amo, señora Callahan. —Te amo, también. T.J. cogió mi mano cuando salimos del Palacio de Justicia. Copos de nieve grandes y perezosos caían del cielo cuando nosotros cuatro subimos a un taxi, rumbo a un almuerzo de celebración en el restaurante donde trabajaba Dean Lewis. Diez minutos después, le pedí al taxi que se detuviera. —Es sólo una parada rápida. ¿Puede esperar? —Él accedió, aparcando frente al salón de belleza—. Estaremos de vuelta —les dije a Ben y a Sarah. —¿Quieres hacer tus uñas ahora? —preguntó T.J. siguiéndome fuera del taxi. —No —dije, abriendo la puerta—. Pero aquí hay alguien que quiero que conozcas. Cuando Lucy nos vio, corrió y me abrazó. —¿Cómo te va, cariño? —Estoy bien, Lucy. ¿Tú cómo estás? —Oh, bien, bien. Puse la mano en el brazo de T.J. y le dije—: Lucy, quiero que conozcas a mi marido. —¿Este es John? —No, no me casé con John. Me casé con T.J. —¿Anna casada? —Al principio pareció confundida, pero luego su cara se iluminó y se arrojó a T.J. abrazándolo—. ¡Anna casada! —Sí —le dije—. Anna está casada.

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68 T.J. Traducido por Vane-1095 Corregido por Deeydra Ann’

T

res meses después, Anna y yo subimos a mi Tahoe34 en un caluroso día de junio. Ella llevaba gafas de sol y mi gorra de beisbol de los Chicago Cubs. Bo se sentaba en el asiento trasero, con la cabeza colgando de la ventana abierta. En la radio, The Eagles cantaban “Take it easy” y Anna se quitó los zapatos, subió el volumen, y cantaba mientras nos dirigíamos a las afueras de la ciudad. Recientemente, habían puesto la base de nuestra nueva casa. Anna y yo habíamos presionado las manos en el cemento fresco y habíamos escrito nuestros nombres y la fecha junto a ellos con el dedo. Contraté a un equipo que había empezado a construir; la casa ya estaba tomando forma. Si todo iba según lo programado, seríamos capaces de mudarnos para Halloween. Cuando llegamos, me estacioné y agarré la pistola de clavos de la parte trasera. Anna se rió y dejó caer un sombrero vaquero sobre mi cabeza. A pesar de que debería estar usando gafas de seguridad, me puse mis lentes de aviador en su lugar. Nos acercamos a una pila de madera cortada y tomé un par de vigas de 2x6. —Lujosa y linda herramienta la que tienes ahí —bromeó Anna—. Pensé que quizá te gustaría hacerlo a la vieja escuela. Con un martillo. —Claro que no —le dije, riendo y sosteniendo la pistola de clavos—. Me encanta esta cosa. Lo que haríamos ahora era idea de Anna. Quería sostener unas tablas para mí, al igual que lo hizo cuando construimos nuestra casa en la isla. —Compláceme por favor —me había dicho—. Por los viejos tiempos. Nunca le diría que no. —¿Estás lista? —le pregunté, colocando la 2x6 en su lugar.

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Tahoe: camioneta de tamaño completo de la marca Chevrolet de General Motors.

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Anna puso la tabla estable. —Adelante, T.J. Apunté y apreté el gatillo. Bam.

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Epílogo Anna Traducido por Priscila(page92) Corregido por Panchys

Cuatro años después La casa es estilo rancho artesanal de color verde salvia con ornamentas color crema, rodeada de árboles. Su garaje para tres carros guarda la Tahoe de T.J., su camioneta del trabajo y mi Nissan Pathfinder blanca, casi imposible de mantener limpia cuando se vive en una calle de grava. Hay un estudio con puertas francesas cerca de la gran cocina y una de sus paredes es un librero del suelo al techo. Normalmente me pueden encontrar ahí, acurrucada en la acolchonada silla con mis pies en el otomano. Hay dos porches, uno al frente y otro atrás. El de atrás está cubierto con mosquitero y T.J y yo pasamos mucho tiempo ahí, sin preocuparnos por los insectos, en especial por los mosquitos. Bo tiene todo el patio para correr y cuando no está cazando conejos está feliz durmiendo a nuestros pies. Nuestra casa de cuatro habitaciones tiene todas las comodidades modernas que pudieras desear. Aunque no tenemos ninguna chimenea. Tampoco tenemos una parrilla. Esta noche tenemos la casa llena. Todos se han juntado para celebrar mi cumpleaños número treinta y ocho. Todos ellos son bienvenidos en cualquier momento. En la cocina, mi suegra y mi hermana están sentadas en la isla, intercambiando recetas y tomando vino. Nadie me deja cocinar en mi cumpleaños, así que Tom va a traer la cena de la ciudad. Llegará pronto así que no hay mucho que hacer más que relajarse. Las hermanas de T.J., Alexis y Grace, ahora de diecisiete y diecinueve años, están sentadas en el porche de enfrente con Joe y Chloe. Joe de trece años desea que hubiera al menos un chico por aquí pero está tan enamorado de Alexis que en realidad no le importa andar con las chicas.

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Agarro dos cervezas del refrigerador y voy a la sala de estar. T.J. está en el sillón viendo la televisión, me agacho y lo beso, después abro la cerveza y la pongo en la mesita cercana. —¿Cómo está la chica del cumpleaños? —Habla por lo bajo porque nuestra hija está durmiendo en su pecho, con su pulgar en la boca. Ambos sabemos que si Josephine Jane “Josie” Callahan se despierta antes de que haya dormido lo suficiente habrá penitencias que pagar. —La puedo poner en su cuna —le susurro. Menea su cabeza. —Ella está bien. —Esa niñita tiene a T.J. agarrado de su dedito. Le doy la segunda cerveza a Ben que está sentado en la silla a un lado del sillón, se ve muy a gusto con Thomas James Callahan III dormido en su regazo. Sorprendente, porque cuando Ben llegó al hospital después de que tuvimos a los gemelos, me dijo que nunca antes había cargado a un bebé. —¿Cómo lo vas a llamar? —preguntó después de que T.J. lo sentara en una silla y le diera cuidadosamente a nuestro hijo—. Si hay dos T.J. me confundiré. —Lo llamaremos Mick —dijo T.J. —¿Llamaras a tu hijo como Mick Jagger35? ¡Eso está genial! T.J. y yo nos reímos y sonreímos el uno al otro. —Otro Mick —dijo T.J. No tratábamos de tener un bebé tan pronto. Yo estaba firme en que no apresuráramos nada, y si sucedía que esperamos mucho, bueno, hay otras formas de tener una familia. Al final de seis meses de tratamiento y un estímulo de medicina para la fertilidad, la concepción tuvo lugar en la oficina del doctor, de la forma en que siempre supimos que sucedería, usando la esperma que T.J. guardó cuando tenía quince años. Quiero pensar que las cosas pasan por una razón, y creo que los gemelos llegaron justo en el momento en que estábamos listos para ellos. “Dos será difícil” todos decían, pero T.J. y yo sabíamos qué es difícil y, ser bendecidos con dos saludables bebés no lo era. Aunque no digo que es fácil. Tenemos nuestros días. Los gemelos ya tienen once meses y es cierto lo que dicen, el tiempo se pasa rápido cuando tienes hijos. Parece que fue ayer cuando caminaba con mi mano en mi espalda baja, preguntándome cuanto más tendría que cargarlos y aquí están, gateando por todas partes y casi dando sus

Mick Jagger: es un músico de rock británico conocido sobre todo por ser el vocalista, compositor y cofundador del grupo The Rolling Stones. 35

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primeros pasos. Dejo a T.J. y a Ben y regreso a la cocina. David se les unió a Jane y Sarah, y me da un beso en la mejilla. —Feliz cumpleaños —dice, dándome un ramo de flores. Les corto las puntas de los tallos, los mojo y después las coloco en un florero y lo pongo en la barra a un lado de las rosas rosadas que T.J. me dio esta mañana. —¿Vino? —le pregunto. —Yo lo tomaré. Tú siéntate y relájate. Me uno a Sarah y a Jane. Stefani está aquí también. Rob y los niños tienen infección estomacal así que ha venido sola, porque no quería que nadie más se enfermara. En momentos como este, cuando todos los que amo y los que me importan están bajo un solo techo, me siento completa. Sólo me gustaría que mis padres también estuvieran aquí. Para que conocieran a mi esposo y sostuvieran a sus nietos. Todavía iba al refugio tres días a la semana hasta hace poco, y el viaje a la ciudad por fin surtió efecto. Jane cuida a los gemelos los días que estoy de voluntaria. Pero ya era tiempo de hacer algo diferente. Eché a andar una fundación de caridad para ayudar a familias sin hogar y la superviso desde la oficina en casa, mientras los gemelos juegan a mis pies. Eso me hace feliz. El refugio de Henry obtiene una gran donación cada año y así seguirá. También pegué un anuncio en la secundaria local y ahora tengo varios alumnos para tutorías. Vienen a nuestra casa cada tarde y nos sentamos en la mesa de la cocina, tachando cada tarea asignada ya hecha. A veces extraño pararme enfrente de un salón de clases, pero pienso que esto es suficiente, por ahora. T.J. tiene una pequeña compañía de construcción. Construye una o dos casas al año, enmarcándolas junto con sus empleados. Nunca regresó a la escuela después de completar el primer semestre en la escuela comunitaria, pero eso no me importa. No es algo que yo tenga que elegir. Afuera es donde T.J. es feliz. Además dona su tiempo y su dinero al Refugio para la Humanidad36. Dean Lewis también es voluntario allí, la sexta casa que ayudó a construir fue la suya. Se casó con Julie, una chica que conoció en el restaurante, y Leo ama ser el hermano mayor de un bebé a la que sus padres llamaron Annie. Hace unos meses le llevé la comida a T.J. a su trabajo. Verlo hacer lo que ama me hace feliz. Un nuevo subcontratista que trabaja en la instalación de cañería silbó y gritó “Oye, nena” cuando me iba, sin saber quién era yo. T.J. lo puso en su lugar inmediatamente. Sé que me debería

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Una asociación que convoca a la gente para construir viviendas y comunidades.

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ofender por ver el silbido como una ofensa a las mujeres y todo eso. Aunque estoy bien con eso. T.J. y yo encontramos algo interesante un par de años atrás. Un agente de la policía de Malé nos llamó con algunas preguntas, esperando cerrar un caso de una persona desaparecida. La familia de un hombre desaparecido en mayo de 1999 recientemente descubrió un diario entre sus pertenencias. En él, Owen Sparks, un millonario especializado en ordenadores de California, escribió meticulosos detalles sobre un plan para cambiar su estresante estilo de vida por la paz y soledad de vivir en una isla en las Maldivas. Siguieron su pista hasta Malé, pero allí es donde se acaba. El oficial quería saber más acerca del esqueleto que T.J. y yo descubrimos. No había manera de estar seguros si era él, pero parecía que sí. Me pregunto si Owen lo hubiera logrado si hubiera tenido algo que ganar, como lo hicimos T.J. y yo. Creo que nunca lo sabremos. Llevo una jarra de limonada al porche de enfrente y relleno las bebidas, respirando el olor de las flores y pasto recién cortado. Tom aparca en el camino de entrada. Nosotros decidimos que un festín de Perry’s Dell es perfecto para esta caliente tarde de mayo, David sale de la casa para ayudar a Tom a llevar todo adentro. Stefani y yo ponemos todo en la isla de la cocina y estoy a punto de llamar a todos para que se sirvan cuando Ben viene hacia mí, sosteniendo a Mick enfrente de él. El olor de un pañal sucio es difícil de no notar. —Creo que algo salió del trasero de Mick —dice. —En la mesa para cambiar pañales hay toallitas húmedas y pañales, por favor asegúrate de usar mucha crema porque Mick tiene un poco de sarpullido. Ben queda congelado preguntándose cómo salirse de esa cuando T.J., quien ha estado viendo todo, se empieza a reír. —Oye, te está engañando. Ben me mira y sonrío y me encojo de hombros. —Es muy fácil. El alivio en su cara es tan profundo que hasta es gracioso. T.J. extiende sus brazos hacia Mick. —Josie también tuvo una descarga. Será mejor que los cambie a los dos. —Eres un buen hombre —le digo, y lo es. Ben le da el bebé. —Miedoso —le dice T.J. mientras sale de la habitación con los brazos llenos de sus hijos. Sonrío porque sé que T.J. se está burlando pero también porque sé que es feliz por tener a su mejor amigo en nuestras vidas. A los veinticuatro años, Ben podría fácilmente estar en un bar en vez de estar aquí, sosteniendo a un bebé. Tiene una novia seria llamada Stacy, y T.J. dice que ella es la responsable de cambiar a Ben en un adulto maduro. Él no está cerca todavía.

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Todos llenan un plato y encuentran donde sentarse. Algunos eligen los escalones de enfrente, algunos el porche con mosquitero y otros como T.J. y yo, nos quedamos en la cocina. Ponemos a los gemelos en sus sillas y les damos piececitas de pan y de carne Deli. Yo les doy ensalada de papa en sus boquitas, muerdo mi sándwich y bebo mi té helado. T.J. se sienta a mi lado levantando el vasito entrenador que Josie sigue tirando al piso, solo para ver si él se lo recogerá. Siempre lo hace. Cuando todos terminan de comer, me cantan feliz cumpleaños. Soplo mis treinta y ocho velas que Chloe insistió en poner en el pastel. Es un infierno, pero todo lo que puedo hacer es reírme. Desde hoy hasta el veinte de septiembre cuando T.J. cumpla veinticinco, soy técnicamente catorce años más grande que él, no trece, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Todos brindan por mí. Estoy tan feliz que quiero llorar. Más tarde, cuando todos se han ido y ya hemos puesto a los gemelos en la cama, T.J. se me une en el porche de mosquitero. Trae dos vasos de agua con hielo y me da uno. —Gracias —le digo. La novedad de agua fría en un vaso no ha desaparecido para ninguno de nosotros. Tomo un gran trago y lo pongo en la mesita de un lado. Él se sienta en el sillón ratán para dos personas y me sienta en su regazo. —Ya no podrás hacer eso por un largo tiempo —le digo, besando su cuello, lo cual hago por dos razones: a T.J. le gusta y es la forma de ver si tiene bultos. Gracias a dios nunca he encontrado ninguno. —Claro que sí —dice, sonriendo y acariciando mi vientre. Decidimos intentar por un hijo más y sucedió el primer mes sorprendiéndonos a ambos. Esta vez sólo hay un bebe y no sabemos si es un niño o una niña. No nos importa, siempre y cuando esté sano. Estoy embarazada de cuatro meses, así que los gemelos sólo tendrán quince meses cuando dé a luz, pero eso sólo significa una cosa, obtenemos lo que deseamos. A menudo pienso en la isla. Cuando los niños estén más grandes, tendremos una historia que contarles. La editaremos, por supuesto. También les contaremos que esta casa y la propiedad de los suburbios es nuestra isla. Y que T.J. y yo estamos por fin en casa.

FIN

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Sobre el Autor: Tracey Garvis-Graves es la autora de On the Island y Covet. Vive en un suburbio de Des Moines, Iowa, con su marido, sus dos hijos y su perro Chloe. Puedes encontrarla en: http://www.traceygarvisgraves.com

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Traducido, Corregido & Diseñado en:

https://www.librosdelcielo.net

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