Descripción: Ángel J. Olivares Prieto - Historias del Antiguo Madrid Sumergido por los rincones de palacetes que dejaro...
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Sumergido por los rincones de palacetes que dejaron leyendas históricas, acariciando esas tres ermitas legendarias que poseemos en las riberas del Manzanares, merodeando por las viejas esquinas de sús calles galdosianas, que guardan la flor y nata de nuestra Villa, Ángel J. Olivares recopila las Historias del Antiguo Madrid. Ún cogollo de retazos que Madrid nunca debe ' de perder, para el bien nuestro y de nuestros descendientes. Llevados por su prosa ágil, nos adentráremos por estas callejuelas y recoyëcos de nuestro querido y aptiguo Madrid-
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Ángel J. Olivares Prieto, nace en los barrios del viejo Madrid, el 20 de agosto de 1920. Estudia arquitectura en la Escuela Central de Aparejadores y com parte sus estudios colaborando en divulgaciones y reportajes sobre temas matritenses. Colabora en revistas y periódicos, tales como Villa de Madrid, Madrid castizo y señorial, Espacio vivo y otros. También en los diarios Pueblo y Ya con artículos y reportajes sobre temas matritenses. En su haber cuenta con más de seiscientos artículos escritos a lo largo de los últimos cincuenta años, charlas y conferencias en Centros Culturales y Hermandades sobre las costumbres de Madrid, sus rincones con historia, sus palacetes con leyendas románticás, sus riquezas desaparecidas, etc. Es autor del libro Rincones del Viejo Madrid, publicado en esta misma editorial.
Ilustración de portada: Maqueta de León Gil de Palacio. Museo Municipal de Madrid.
Ángel J. Olivares Prieto
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DEDICATORIA
En memoria de mi querida madre, se lo dedico a las tres mujeres que más quiero hoy: a Beatriz, mi esposa, vinculada a ella hace sesenta años, y a mis queridas hijas, Marisa y Paloma, a las que tanto quiero y ellas, a la recíproca, me lo compensan. Con todo mi cariño, a esas cuatro mujeres.
PRÓLOGO
Como continuación a mi libro Rincones del viejo Madrid, y siguiendo la misma dirección me vuelvo a sumergir en esos rincones matritenses, llenos de leyendas y romances, que bien dicen de los valores que lentamente nos vamos olvidando y que están ahí, imperecederos, para que nuestras futuras ge neraciones puedan agradecer estos legados del bien común de todos los madrileños. Con este nuevo libro no pretendo buscar raíces nuevas que nos puedan compensar de las ya perdidas, para revalorizarlas y no queden en el anonimato. Mi intención es relatar parte de lo que sé y parte de lo que ignoro. Porque muchos aspectos del pasado histórico de Ma drid esperan al investigador para que se decida a buscar los legajos donde se esconden múltiples secretos de su biografía. A través de sus capítulos nos podremos recrear en sus pa lacetes, en sus ermitas, en los valores de sus templos, en sus arrabales y «córralas»..., y eso es lo que está ahí, lo que se sa be; pero también es mucho lo que se ignora, costumbres, le yendas, fiestas perdidas... Madrid es como la cadena de una rotativa, donde los esla bones somos los propios madrileños; y cuando uno de los esla bones falla esta cadena queda paralizada sin poder transmi tir ninguna de sus ideas o noticias. Y aquí vuelvo a insistir -perdón por la insistencia- que vayamos transmitiendo a nuestros descendientes nuestra historia e idiosincracia, para que estos valores y raíces matritenses no caigan en el olvido o la ignorancia. 7
Sin alardear de erudito, pero con la suficiente modesta ambición de conocer y recabar retazos matritenses caídos en el olvido e ignorancia, para revalorizarlos, siguiendo la este la, modestamente, de insignes y eminentes escritores matri tenses. Si bien es cierto que para reconocer el valor incalculable que Madrid posee no hay que tener una inteligencia «supe rior», sino saber profundizar en sus legajos aletargados para que éstos nos puedan ayudar en la investigación de los inicios e historia que buscamos. Y, sobre todo, tener un apego y cari ño a Madrid; así de sencillo. Me he sumergido por los rincones de palacetes que dejaron leyendas históricas, he acariciado a esas tres ermitas legen darias que poseemos en los ribazos del Manzanares, he me rodeado por los viejos rincones de sus calles galdosianas, que guardan la flor y nata de nuestro Madrid. Realzo el valor de esos hombres ilustres que con su pluma y su vida supieron le garnos su historial matritense. En fin, un cogollo de retazos que Madrid nunca debe de perder, para el bien nuestro y de nuestros descendientes. Sólo pido a los lectores sepan disculpar los errores que pu diera haber cometido, en la descripción y búsqueda de esas le yendas, mitos, historias... del viejo Madrid.
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LA VILLA DE MADRID DESDE QUE FUE CORTE
aPero a Felipe II se le antojó fijar su Corte en la Villa de Madrid, que lejos de ganar algo con este capricho, en poco tiempo perdió todos los elementos naturales de propia vida. Era la Villa, en el siglo XV, abundante en bosques y a los que cien años de instalada la Corte habían sido talados para levantar espléndidos palacios de la nobleza, y al mismo tiempo para alimentar en calor a la población cortesana que era la que dominaba la Villa...».
adrid, antes de ser Corte, fue un poblachón más bien, fundado por el pueblo árabe, en cuanto a su origen y nombre. Fue una avanzada musulmana de Toledo, después un punto, más de escala que de reposo, para los soldados castellanos, y poste riormente una residencia de paso de los reyes que iban y venían de León a Toledo y desde Bur gos a Sevilla. Los reyes castellanos fueron muy dadivosos en conce der a la Villa pergaminos, otorgando gracias, pero fueron muy codi ciosos en levantar edificios dignos de atención, a excepción de algunos que todavía subsisten o los tenemos en el recuerdo, tales co mo: el Monasterio de San Martín, el de Santo Domingo, el famoso de San Jerónimo, son testimonio de todo lo que entonces alcanzó en ha cer la fe cristiana. Estos reyes tenían predilección por algunas capitales; esto ocu rrió en el caso de Toledo, donde se arrancaba una montaña de pie dra para hacer una capital. Sin embargo, en la Villa de Madrid, pa ra edificar la torre de los Lujanes, el palacio de los Vargas, nos conformábamos con algunos cantos de pedernal de Vallecas y algu nos guijos del río Manzanares, para reforzar los ladrillos de los an teriores inmuebles. Pero a Felipe II se le antojó fijar su Corte en la Villa de Madrid, que lejos de ganar algo con este capricho, en poco tiempo perdió to dos los elementos naturales de propia vida. Era la Villa, en el si glo XV, abundante en bosques y los que a cien años de instalada la Corte habían sido talados para levantar espléndidos palacios de la nobleza, y al mismo tiempo, para alimentar en calor a la población cortesana que era la que dominaba la Villa. El agua era tan abundante que por todas partes había fuentes y «viajes» de agua que tan a flor de tierra estaban que, a mano, en cu bos, se sacaba de los pozos y las arterias. Y el hacha que acabó con los árboles desterró las aguas, hasta tal punto que durante el rei nado de Felipe III, ya había necesidad de mezclar las aguas de los manantiales con la de los pozos.
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La Villa era rica en cereales y vinos, de los que obtenía conside rables cosechas, igualmente era rica en huertas con abundantes y excelentes hortalizas y exquisita fruta. Y después de perder el arbo lado se perdió otro recurso de alimentación, el de la caza. La hume dad constante del suelo sostenida por los bosques, y el sobrante de las aguas fecundaba grandes praderas en los que se criaba abun dante ganado, y la Villa pasó de ser un pueblo productor, al pueblo exclusivamente consumidor. En el siglo xv, la Villa tenía un clima templado «de buenos aires y cielo», cuando las encinas, los pinos, los castaños, los avellanos, los madroños, quebraban los vientos serranos durante el invierno y re frescaban la atmósfera durante el verano. Cortando y talando, des pués de quitar a la Villa su campiña, sus aguas, sus alimentos, se la despojó de sus condiciones sanitarias. Males, que no beneficios, vinieron a la Villa de Madrid en la he rencia de Felipe II; él no comprendía las necesidades de una capital, a la que con una sola señal suya elevaba o hundía una existencia, nada más que le bastaba su aposento o celda, sin ocuparse para na da de la vida civil de sus vasallos. Nunca cuidó de enmendar los defectos de la Villa, ni trazó calles anchas y rectas, sólo aprovechó la inteligencia de Juan de Herrera para levantar el Puente de Segovia, para su cómodo paso hacia la Casa de Campo y El Escorial, no construyó más edificios que el que necesitaba el servicio de sus caballerizas, no levantó nada más que 17 monasterios, todos muy grandes, pero de tosca mampostería, sembrados aquí y allá sin orden ni concierto. El, que no admitía con sejos, siendo la única opinión la suya, huyó siempre de la idea de formar en Madrid una capital, haciéndola solamente como apeade ro. Aquí en Madrid no quiso nada más que construir templos de cas cote, y sin embargo fue a erigir su palacio-sepulcro en las laderas del Guadarrama, en el que empleó cuatrocientos millones de ducados. No muy conforme de haber privado a la Corte de sus ventajas na turales, sin más recompensa que los inconvenientes de haber pobla do una Corte errante, muy aventurera y corrompida. Tuvo una vida de prestado y raquítica, que también se retrata en el lento y artifi cial desarrollo que ha tenido Madrid desde que vino la Corte. Per mitió que a calles y plazas se arrojaran los animales muertos, el es tiércol, las aguas fecales y todas las inmundicias, creando una atmósfera fatal para la salud de todos los madrileños. Madrid no sufrió iguales perjuicios de los sucesores de Felipe II, porque poco le habían dejado de perder. Las riquezas y el poderío de la dinastía austríaca, que alcanzó un poderío colosal, nada hizo
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en la capital más que crear nuevos obstáculos a las reformas que exigía. Felipe II derrochó un tesoro en levantar un monasterio en El Es corial. A Felipe III le dio por el juego de la pelota y de los naipes, que con la reina, todas las noches, se cruzaban hasta cien mil ducados. Felipe IV disipó riquezas de su propio Palacio y de lugares sagrados, que con Olivares y Luis de Haro llegaron a vender las municiones de las plazas. Felipe V gastó otro inmenso caudal en formar unos jardines, remedos de los de Versalles. Y ya, a finales del siglo x v iii, Carlos III comenzó a edificar y realizar buenas mejoras en la Corte. Y estos fueron los beneficios que obtuvo la Villa al trasladarla a Corte, y sumado a los escándalos que se daban continuamente, allí donde debía de cundir el ejemplo. La ostentación que públicamente hizo Villamediana de sus amores con la reina Isabel. El descaro con que Valenzuela pregonó sus relaciones con la reina gobernadora y toda la larga serie de hechos vergonzosos que se sucedieron hasta María Luisa y Godoy. El duque de Lerma arrancó con la corrupción y el cohecho. Se empezaron a dar los empleos públicos a cambio de servicios perso nales, hasta tal punto llegó el pluriempleo que se hizo que nadie co brase más de un salario. Asi dimanaba la codicia y se gobernó el rei no desde Lerma, que se enriqueció con los despojos de los moriscos, y que hizo de la administracción un mercado, del que sólo en dádi vas adquirieron cuarenta y cuatro millones de ducados. El condeduque de Olivares se llevaba un sueldo al año de cuatrocientos cin cuenta ducados, lo bastante para sostener un ejército. Los destinos públicos se obtenían sin consultar si eran aptos pa ra el cometido, porque nadie pensaba servir a la patria, sino en ser virse a sí mismo para sus beneficios. Fueron apareciendo títulos en personas de oscuro origen, que se veían repentinamente entre el cuadro de los grandes. La inmoralidad se extendía en todas las di recciones. Madrid resbasaba los límites de riñas, robos y asesinatos. Se violaban los conventos, se robaba en las iglesias, un individuo que rezaba a la puerta de un templo se veía acometido de asesinos. Cuando a los soldados les mandaban a campaña, desertaban, y se quedaban en la Corte con la única ocupación que el robo y los crí menes, se juntaban con los delincuentes y formaban a la puerta de la capital cuadrillas para asaltar a los caminantes y trajineros, mal tratando o matando, dejándoles desnudos a los que nada de valor traían, talaban las viñas, destruían las huertas, enviaban peticiones con amenazas a los negociantes; en Alcorcón batían a los ministros de la justicia.
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Tres siglos después de haberse establecido la Corte, todavía se continuaban llamando «arrabales» a la desordenada población que se fue extendiendo fuera de la antigua .muralla, por cerros y ba rrancos, sin dejar espacio para ornamentación de plazas y jardines públicos. En el siglo xvin, todavía era la Villa un lugarón puebleri no, en que los reyes y los nobles no habían hecho cosa alguna para embellecerla, en nada se distinguían sus alrededores de las cercaní as de un poblado. Las calles onduladas, estrechas, tortuosas, subían y bajaban por las colinas sin orden ni concierto, sin tener para nada en cuenta la perspectiva, ni el ornato, ni la comodidad del vecindario. El empe drado, cuando en algunas calles surgió, se componía de guijarros con las puntas hacia arriba en la superficie, una estrecha fila de lo sas sin labrar, constituía en algunas calles las peligrosas aceras. En cuanto al alumbrado, se aspiró a algo más que a las lamparillas que alumbraban a las imágenes colocadas en algunas esquinas. Aquí y allá se divisaba algún farolillo que otro en los pisos principales de las pocas casas que los tenían y que obedecían al mandato de los bandos. Las manzanas de las casas eran grupos mostruosos de edificios altos y bajos. En ridiculas fachadas coronadas por canalones que arrojaban ríos de agua sobre los transeúntes cuando la lluvia era densa, con balcones, la mayoría de madera, con enormes rejas sa lientes en la planta baja, que obligaba al transeúnte a caminar por el arroyo, entonces en el centro de las calles. Se abrían portalones que parecían el paso de alguna mazmorra; por ellos, se llegaba a es caleras estrechas, con mucha pendiente y sin luz alguna, que con ducían a miserables habitaciones con pequeñas alcobas sin luz, y que casi siempre recibían su única ventilación ppr el comedor, y con retretes separados por el fogón de la cocina con un tabique sencillo. En esta clase de viviendas, y muchas peores aún, se aglomeraba el vecindario aprisionado por la cerca de Felipe IV. Según un escritor de la época de Fernando VI, «Madrid era la Corte más sucia que se conocía en Europa». Las inmundicias se arrojaban por ventanas y balcones, más tar de se depositaban las basuras en los portales de las casas donde es taba en fermentación desde el domingo al sábado, en que eran obli gados a llevarlas los que venían de los pueblos inmediatos a vender hortaliza y comestibles; por último se adoptaron los carros de lim pieza. Los pozos rebosaban de inmudicias. Las paredes sudaban pringue. Las verduleras esparcían por el suelo los desperdicios de sus mercancías. Los burros de los yeseros emblanquecían las calles
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con su cargamento y los carboneros sembraban sobre el yeso el cis co de sus seras. Los faroleros chorreaban aceite. Los borrachos re gaban las orillas de las calles. Los vecinos interceptaban las calles sentándose a tomar el fresco en el verano, haciendo hogueras para encender los braseros o asar castañas en el invierno. Regando ma cetas, sacudiendo esteras, arrojando por ventanas y balcones pape les y trapos viejos en toda la época del año y a todas las horas. Los picapedreros convertían la vía pública en taller. Los perros, los ga tos y los cerdos, como igualmente las vacas, las cabras, los pavos y las gallinas, se establecían en la calles como si fuera su corral, es tablo o pocilga. Los mercados eran miserables tinglados sucios, cajones y pues tos ambulantes, desprovistos de lo más necesario, sujetos a abastos, tasas y privilegios. La carne, por ejemplo, se pesaba en la plazuela de el Salvador para los hijosdalgo sin «sisa», y en la de San Ginés para los pecheros autorizando la «sisa». A finales del siglo x v i i i , no había coches de alquiler, nada más que las colleras y calesines, has ta que se le concedió a Simón González el privilegio de establecer seis y uno de reserva, que eran los conocidos «simones». Tal es el bosquejo somero del pasado de la Corte en Madrid. Mi intención no ha sido discriminar a los sucesivos reinados por los que se ha atravesado en las distintas épocas, pero sí, reconociendo lo bueno y lo malo, aunque por fatalidad ha predominado más lo ma lo, y que yo, a través de muchas consultas y anotaciones he ido re copilando en esta narración.
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Atalaya musulmana.
¿MADRID, ISLÁMICO?
« Toledo y Madrid eran la presa más codiciada por combatientes árabes que estaban deseosos de hacer la guerra contra el infiel: andaluces y toledanos se encerraban en estas fortalezas para hacer oración premeditada para acciones bélicas».
«Vista de Madrid con el Alcázar», ele A. Wingaerde.
ara mí no admite discusiones que Madrid es una Villa de raíz islámica; de personajes históricos medievales tenemos vagas referencias de crónicas a las cuales hemos de conceder carta de crédito, y ya por sus hechos habremos de presumir que so bre las incursiones de Ramiro II, Abd-al Rah man III incita de inmediato a la guerra, produ ciéndose una importante victoria, destacándose en esta memorable ocasión el qa-d de Madrid, Abu-Umar. La inseguridad de Madrid y su demarcación militar es conse cuencia de los ataques de los cristianos que, a veces, a juego con los falsos gabernadores árabes, produce la reposición de estos manda tarios por expresa volundad del califa cordobés. En el año 930 se nombra gobernador de Madrid a Abd Allah ibn Mohamed ibor Ubayd Allah. En el 937, es renombrado por dos veces más a favor de Ahmad b Abd Allah b Abi Isa y de Mohamed b Ali a la caída del pri mero en una batalla. Todos estos acontecimientos demuestran una reconstrucción de las defensas militares de Madrid por orden de Abd el Rahman III. El Madrid transformado y recimentado por Abd el Rahman III durante los años 932 a 940 parece ser que quedó de ser invadido por las huestes cristianas en la segunda mitad del siglo x y casi todo el siglo XI. En estas condiciones era inevitable que Alfonso VI en 1085 arrastrara la caída de Madrid al intentar la toma de Toledo a conti nuación de la pérdida de líneas militares ubicadas en los ríos He nares, Jarama y Guadarrama. Toledo y Madrid eran la presa más codiciada por combatientes árabes que estaban deseosos de hacer la guerra contra el infiel: an daluces y toledanos se encerraban en estas fortalezas para hacer oración premeditada para acciones bélicas. En el año 1085, Madrid cae, con Toledo, en manos de los cristia nos, sobreviviendo de su pasado islámico el nombre de Almudaina -villa pequeña-, según nos dice un documento mozárabé del año 1152, en el que el Arzobispo de Toledo, don Raimundo, cede un solar
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a Pedro Esteban, ubicado en la Almudaina de Magerito. Este docu mento no dice «medina» -ciudad normal—sino «almudaina» -ciudad pequeña—, término que aparece en los textos árabes de los siglos IX y X. Lo que sí es cierto que en el año 1105, una documentación cris tiana referida a Alfonso VI y al convento toledano de San Servando, dice «in civitatte de Mageriti». Atendiendo a la etimología árabe, te nemos las siguientes voces aplicables a Madrid: «hisn» -fortalezael que como es habitual en las fortalezas islámicas, conlleva una amplia albacara -recinto complementario con murallas-, medina -ciudad normal-, que incluye ese «hisn-albacara» y una mezquita; por último, «almudaina» -ciudad pequeña o ciudadela-. Lo que sí hace falta saber, si ésta última se identificaba con el «hisn-albaca ra», o con la «medina» que se definía como ciudad urbana indepen diente. Almudayna era un término muy entrañable para los madri leños, y que de siglo en siglo pasó hasta nuestros días. Posiblemente la palabra «almudayna» surgió con la ocupación cristiana de la ciu dad al compararla con la ciudad murada diseñada por los propios cristianos desde la Puerta de la Vega, Puerta de Guadalajara hasta la Puerta de Moros. Caso éste que no es fácil comprender ya que en el año 1152, almudayna se vio ya citada, lo que significa que en es te año se hubiera producido ya la ampliación cristiana. Las hipótesis de que Madrid era árabe las fundamento en: Ia.—Un Madrid con dos contornos árabes, el de la «almudadyna», con' sus 9 hectáreas, con la Puerta de la Vega y de Santa María, con su templo incluido, línea que se extendía hasta la Puerta de Moros. 2a.'—Un Madrid árabe, el de la «almudayna», con sus 9 hectáreas, y otro Madrid cristiano hasta la muralla de la Puerta de Moros. 3° - Un Madrid de dos recintos árabes y otro cristiano, la «almu dayna» de las 98 hectáreas, el espacio urbano hasta la calle de Se govia donde se cree hubo una hipotética muralla, frente a la plaza de la iglesia de San Pedro, con su recinto cristiano, desde esa su puesta muralla hasta la muralla de la Puerta de Moros. 4S.- El erudito Elias Torno admite la hipótesis na 1, y cree de la existencia de una tercera muralla árabe que circundaba paralela a la calle Mayor entre la Puerta de la Vega y la de Guadalajara; éste, inclinado en la tesis de González Dávila quien, en el año 1623, dice «una puerta de moros que mira hacia el Mediodía y se derribó cuan do edificaron los palacios del duque de Uceda -hoy Palacio de los Consejos-», y en la Hoja Oficial del Lunes, de 1944, se publicó un ar tículo mencionando que «con motivo de la excavación de unas gale rías de servicios, fueron hallados restos de la muralla de cuatro o cinco metros de espesor frente a la Plaza de la Villa, dentro de la ca-
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lie Mayor y cerca del Gobierno Civil y la Casa Consistorial»; Sáinz de Robles, era igualmente partidario de esta supuesta muralla.
Madrid, barrio del Alcázar, en el plano de Texeira.
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Maqueta de León Gil de Palacio, año 1830. En el centro de la imagen, el Palacio Real; arriba, a la derecha, el Cuartel de San Gil.
LA MAQUETA DE MADRID DEL AÑO 1830
«En la maqueta, rica en color, abundan los tonos rosados y ocres, con algunos tejados de azul pizarra, y el verde ocre del arbolado está perfectamente matizado, empleándose el agua del río Manzanares y del estanque del Retiro de un tono azulado limpio».
Maqueta de Madrid, año 1830, de León Gil de Palacio.
1 Museo Municipal situado en el antiguo Hospicio de Madrid, concretamente en la calle de Fuencarral, alberga en su interior la maqueta más pri mordial de la Villa y Corte, que realizó en dos años, el brigadier coronel del cuerpo de Artillería, don León Gil de Palacio; la referida maqueta la conclu yó el día 12 de noviembre del año 1830. El brigadier coronel de Artillería no es muy conocido en el país, por desgracia. Se trata del personaje que más maquetas ha realiza do en la historia de España, destacando, entre todas, la que realizó en relieve de la Villa de Madrid. De una exactitud pasmosa y un pro lijo trabajo, y que en el día de hoy, es la segunda maqueta de anti güedades en España y una de las más antiguas del mundo. En el año 1826, estando en Valladolid el referido artillero León Gil de Palacio, que permanecía fuera de servicio, comenzó a sus cua renta y ocho años de edad sus actividades como modelista y artista consumado en la realización de maquetas. Hecho que le concedieron protección en la Corte, y en la que Fernando vil dio las órdenes opor tunas y autorizó al director general de Artillería, para que agregase a dicho oficial, con sueldo de capitán, al Museo del Cuerpo de Arti llería, que entonces se denominaba Museo Militar, estando ubicado en el palacio de Buenavista -antiguo Ministerio del Ejército- proce dente del destruido parque de Monteleón. Una real orden del 13 de noviembre de 1828, le encarga la cons trucción del modelo topográfico de Madrid, que comenzó el 29 de no viembre de 1828. Se solicitó permiso a las autoridades eclesiásticas para trabajar los días festivos, y al mismo tiempo al Ayuntamiento, que dio la siguiente orden: «Deseando su Majestad que no haya el menor obstáculo para llevar a cabo el expresado modelo, se ha ser vido resolver que por parte de las autoridades militares, civiles y de la policía de esta Corte, no se le ponga impedimento alguno al refe rido don León Gil de Palacio en las operaciones de medición-, nivela ción, observación y sacar copias de los edificios y sitios, ya reales o ya particulares de esta población y sus afueras».
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El primer paso que dio nuestro artillero, fue formar un equipo de dos oficiales subalternos y obreros necesarios para la ejecución de esta tarea. Lo primero, igualmente, fue familiarizarse con la Villa para realizar sus trabajos cartográficos y topográficos. Incluso rea lizó más de mil anotaciones y un centenar de dibujos para ajustar se a la realidad, no solamente la planta sino los alzados e incluso las cubiertas de los edificios. La idea de León Gil, era la de plasmar un Madrid análogo al descrito por Ramón Mesonero Romanos en su Manual de Madrid. Según Mesonero Romanos la ciudad ascendía a doscientas mil per sonas, que se alojaban en unas ocho mil casas bifurcadas en qui nientas cuarenta manzanas, con diez cuarteles fijados en 1802, y con sesenta y cuatro barrios. En aquella época el número de calles era de cuatrocientas nove na y dos, cuatro plazas y setenta y nueve plazuelas. La Villa conta ba con diecisiete parroquias, setenta conventos entre religiosas y re ligiosos, tres hospicios, un beatario, una casa de niños expósitos, presidio y galera, cuatro cárceles, dieciséis colegios, tres casas de re clusión para mujeres, dos seminarios, nueve academias, cuatro bi bliotecas públicas, dos museos de pintura, uno de Ciencias Natura les y otro militar, plaza de toros, dos teatros, cinco puertas reales, doce portillos, treinta y tres fuentes públicas y más de setecientas particulares; todo ello aparece perfectamente reflejado en la sober bia maqueta que el artífice León Gil realizó. La superficie edificada era de unas mil doscientas hectáreas, con un perímetro muy quebrado de doce mil quinientos metros. Las dimensiones de la maqueta son de 5,20 metros por 3,50 metros, y está dividida en diez bloques irregulares de un estudiado despiece. La maqueta está realizada en maderas nobles y dóciles, fáciles de trabajar, con una pulcredad en el acabado de cuidada policromía en las edificaciones, con algunos elementos de talla, acabados en car tulinas y maderas sobrepuestas, representando sus fachadas con sus detalles y cornisas; todo ello pegado con cola llamada de «cone jo» calentada al «baño maria». Los remates de chapiteles, cúpulas, campanarios, tienen delicados elementos de acabados en metal, de verdadera filigrana de orfebrería. Los solares y zonas libres de edi ficación están tratados con una combinación de arena y tierra, a la que se le ha añadido una argamasa con cola especial. En la maqueta, rica en color, abundan los tonos rosados y ocres, con algunos tejados de azul pizarra, y el verde ocre del arbolado es tá perfectamente matizado, empleándose el agua del río Manzana res y del estanque del Retiro de un tono azulado limpio. Todos los
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accidentes de la topografía de la Villa y Corte, están clarividente mente reflejados en la maqueta, tanto sus cuestas, sus suaves lomas y sus desniveles se aprecian perfectamente. La mayor extensión, comprendiendo un tercio de la maqueta, sin duda es el Retiro que llegaba hasta el Salón del Prado, con el mo nasterio de San Jerónimo y el palacio del Buen Retiro. Las fuentes de la Cibeles y Neptuno, se pueden apreciar perfectamente en la orientación que fueron proyectadas, y no como están situadas ac tualmente. Cabe destacar las dos puertas supervivientes que han llegado hasta nuestros días, la de Alcalá y la de Toledo. El puente de Sego via, que cruza el Manzanares, está representado en sus mínimos de talles, hasta con los lavaderos y la ropa tendida. Contemplando la maqueta, se puede apreciar el enorme descampado que aparece frente al Palacio Real, consecuencia del derribo de edificaciones pa ra dar paso a las plazas de Oriente e Isabel II; entonces el Teatro Re al no estaba proyectado aún. Los edificios más importantes de características acusadas, León Gil los realizó con todo primor, entre ellos cabe destacar el palacio de Buenavista, la Cárcel de Corte -hoy Ministerio de Asuntos Exte riores-, el Hospital General de Atocha. Uno de los edificios más grandes que presenta la maqueta, es el cuartel que se construyó pa ra los guardias del Corps, llamado de Conde-Duque. De gran méri to son las parroquias y conventos, las Descalzas Reales, la Encar nación, las Calatravas, las Salesas, y sobretodo San Francisco el Grande. Igualmente, se puede apreciar el Observatorio Astronómico, la Casa de Fieras del Retiro, el Jardín Botánico con sus lindos pórticos y verjas, que se hermanaba con el Museo de Historia Natural —hoy Museo del Prado-, algunas huertas y jardines de las casas religio sas, como las de Santa Bárbara, Santa Teresa, junto con el colegio de las Salesas Reales. La Plaza Mayor está representada magnífi camente. También aparece en la maqueta la Virgen del Puerto, a la que daba su nombre la ermita que allí estaba. Para vivir imaginativamente el siglo pasado, hay que ir a con templar esta bella maqueta que para orgullo de los madrileños la te nemos en nuestro Museo Municipal de la calle de Funencarral.
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«La Carga de los Mamelucos en la Puerta del Sol», Goya.
EVOCANDO UN DOS DE MAYO MADRILEÑO