O. silva. parte I de Prehistoria de América
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Descripción: Breve extracto sobre las características de América Latina desde la prehistoria...
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Los orígenes de la civilización americana (Extractado de Prehistoria de América, Parte I)
Osvaldo Silva Galdames
Introducción
El desarrollo cultural El hombre como ser orgánico, está sujeto a las mismas vicisitudes que afectan la vida de la flora o fauna. Lucha por sobrevivir y adaptarse a medios ambientes siempre cambiantes, compitiendo así, en la continua lid que conforma la “trama de la vida”. A través de ella se gesta la selección natural enunciada por Darwin cuyo resultado, en el fondo, es la supervivencia del más apto. Apto, en tal sentido, significa tener capacidad para enfrentar satisfactoriamente nuevas condiciones. El triunfo o fracaso de una especie ante el desafío vital, se mide por su sistema ecológico gracias a que posee un factor extraorgánico, la cultura, que le permite desarrollar una serie de mecanismos apropiados para responder ante circunstancias adversas, perfeccionándolos y transmitirlos mediante el lenguaje y la educación. La cultura, por definición, engloba todo el producto del quehacer humano: refugio y abrigo contra las inclemencias del tiempo; herramientas y medios para explotar la naturaleza en su propio provecho; división de las tareas y especialización en ciertas labores; formas de organización social y política; normas que rigen la conducta o relaciones entre los miembros de una sociedad; medios de expresión; elaboraciones mágico-religiosas y científicas o filosóficas, etc., conforman expresiones culturales que han permitido el éxito adaptativo del género humano. El sistema ecológico, escenario sobre el cual se desenvuelve la vida, está integrado por tres conjuntos de variables o subsistemas: físico, biótico y cultural o humano. Entre ellos hay una interdependencia recíproca, lo cual significa que la altera-
1 ción de una variable implica la completa readecuación del sistema; en tal fenómeno reside su permanente dinamismo que explica, por otra parte, las innovaciones culturales, comparables a la evolución orgánica. La evolución humana, tanto en el plano biológico como en el cultural, es un hecho innegable. A través de los siglos ha ido dominando la naturaleza y dependiendo cada vez en menor grado de ella, a consecuencia de lo cual ha experimentado un continuo aumento poblacional, reflejo palpable del progreso que anima a la humanidad. Las controversias,sin embargo,aún subsisten en torno al problema da las causas que originan o inducen al cambio cultural.Si sostenemos que la cultura es un mecanismo de adaptación,tendremos que concluir que son las propias modificaciones del sistema ecológico las que impulsan a buscar nuevas formas de adaptación.Cualquier alteración de la estructura interna, impide su normal funcionamiento; debiendo, pues,readecuarse hasta lograr un nuevo punto de equilibrio entre sus nuevas variables.Por ello la historia de las sociedades no es la de un progreso ascendente; al igual que en las modernas economías, experimenta periodos de auge y épocas de recesión que determinan su camino particular hacia un destino estrechamente ligado a su sistema ecológico. La cultura es, por definición, un fenómeno multivariable (Binford 1965).Sus innovaciones responden al comportamiento de variables que actúan independientemente o en múltiples y complejas combinaciones recíprocas dentro del sistema.Debido a ello no existen factores determinantes en el cambio cultural.Tal es el sentido de la evolución multilineal (Steward,1949-1955), aplicada a modelos para el estudio comparativo del desarrollo cultural. Steward concibe a la cultura como una integración de rasgos primarios y secundarios.Los primeros o centro cultural, se relacionan con las actividades de subsistencia, mientras que los segundos se asocian con todas aquellas manifestaciones que no derivan directamente de las tareas económicas .Estas son las que, en último término, condicionan las formas de organización social o política, erigiéndose en el foco del cual dependen todas las otras expresiones humanas.El habitadambiente físico y biótico- , de algún modo está, pues, condicionando la cultura, imprimiéndole un particular personalismo reflejado en la dirección y en sentido de su progreso.Lo anterior no niega que existan
ciertas “regularidades” en el cambio cultural que permitan formular leyes generales; estas, empero, solo podrán obtenerse aislando, tipificando y clasificando las instituciones pertenecientes al centro cultural a fin de desentrañar su comportamiento ante determinadas condiciones. La posición expuesta no lleva implícita un “determinismo geográfico”, simplemente reconoce la acción orientada del medio ambiente en el destino de una sociedad puesto que, junto con sugerir modos de adaptación, se convierte en el corazón impulsor de los medios de producción, gestadores de las relaciones socioeconómicas entre los hombres, germen, a su vez, de las formas de organización social y política. El evolucionismo multilineal, encarado con criterio ecológico, tiene su contrapartida en el evolucionismo unilineal.Sus sostenedores arguyen que el desarrollo cultural sigue una serie de etapas, constituyendo secuencias que abarcan desde las sociedades más pequeñas y simples a las más grandes y complejas.Argumentan que el progreso se debe a un creciente aumento en la relación inversión-rendimiento de energías lo cual se logra con una mayor eficiencia tecnológica. Consideran a la técnica como el pilar fundamental de la cultura que estiman como un sistema integrado por tres niveles variables: tecnológicas, sociológicas e ideológicas (White, 1959).El desarrollo tecnológico provoca modificaciones readaptativas en otros niveles y genera el progreso al incrementar las energías recibidas per cápita por año. Childe (1936, 1950) acuñó los términos de Revolución Neolítica y Revolución Urbana que parecieran dar razón a quienes proponen la técnica como base del progreso; en efecto,el dominio sobre la producción acarrea dos importantes fenómenos;permite el aumento poblacional reflejado en una mayor fuerza de trabajo y libera a parte de ellas de las labores agrarias,posibilitando el surgimiento de otras especializaciones que conducen hacia la división social del trabajo y a la estratificación de la sociedad . Muchos de los fundamentos conceptuales de Chile se basan en evidencias arqueológicas del Cercano Oriente. Sin embargo, investigaciones recientes en la misma área, han tornado discutible el efecto revolucionario de los grandes cambios culturales prehistóricos.
Se hace cada vez más evidente que aquéllos fueron consecuencia de una lenta y paulatina evolución iniciada en el mismo momento en que apareció la humanidad. La captación de energías naturales ha sido preocupación fundamental de la humanidad; su cantidad y calidad posibilitan, limitan o disminuyen el aumento poblacional, base del desarrollo cultural. De ahí que se produzca una profunda “relación de adaptación y explotación, a través del agente tecnológico, del grupo humano a su hábitaty a las consecuencias demográficas y socioculturales derivadas de aquellas relaciones “(Helm, 1962:630). Arqueológicamente los restos asociados a la economía son, precisamente, los que perduran por más tiempo; los modernos investigadores tratan de desentrañar, a través de ellos, la conducta asumida por el hombre en sus interrelaciones dentro del ecosistema. Tal es el fundamento de los modelos ecológicos y sistemáticos que, mediante estudios multidisciplinarios, están orientados a encontrar una explicación científica de los acontecimientos prehistóricos.
Los modelos ecológico – culturales Odum (1953) definió ecología como la ciencia que estudia la estructura y función de la naturaleza. Como organismo vivo el hombre, también, participa en ella, mezclándose en la competencia por los recursos naturales con un elemento extrasomático: la cultura. Ésta implica adoptar forma conductuales materializadas en los instrumentos y objetos que funcionanen el contexto de uno de los tres subsistemas culturales: tecnológico, sociológico e ideológico. El hábitat, o territorio sobre el cual una sociedad ejerce sus actividades, está definido por las condiciones naturales de una zona. Medio ambiente, en cambio, es un concepto más amplio, puesto que engloba a otros grupos o culturas con quienes se establecen tantos lazos simbióticos, o de complementación económica, como relaciones de competencia en la explotación de recursos. Cada sitio arqueológicos debe, entonces, analizarse con una perspectiva regional si se intenta explicarla función cumplida dentro de la compleja red de interacciones entabladas en el medio ambiente. La capacidad de mantención de éste (Zubrow, 1975) depende de la tecnología conocida para transformar los recursos naturales en bienes económicos, gestador del flujo de energías
(Odum, 1971) que, en último término, determina el tamaño poblacional (capacidad de mantención) y sus formas de organización sociopolíticas. El progreso tecnológico tiende a disminuir la cantidad de nichos utilizados por los sistemas de obtención de alimentos(Flannery, 1968). A través de él, el hombre asume una conducta destinada a permitir la renovación y supervivencia de las especies vegetales o animales que utiliza en su dieta cotidiana evitando, de tal manera, la destrucción del sistema ecológico en que se desenvuelve. La distinción entre economías generalizadas y especializadasestá íntimamente ligada a aquel fenómeno. Coe y Flannery (1964) sostienen que la diferencia fundamental entre las sociedades nómades y sedentarias reside, precisamente, en el sistema de procuramiento alimenticio. La primera explotan estacionalmente una gran cantidad de nichos ecológicos o microambientes, dispersos sobre una vasta superficie, modalidad que les obliga a una continua trashumancia a fin de arribar a tiempo a las áreas donde maduran los vegetales o se agrupan los animales. Las segundas, por el contrario, se concentran en la explotación de uno o más nichos cercanos, obteniendo una mayor productividad que redunda en aumento de las energías recuperadas. Las explicaciones ecológico – cultural no pueden considerarse como reglas generales o deterministas ya que se logran por el análisis de interacciones y reciprocidades correspondientes a un sistema ecológico en particular; por la misma razón, los patrones evolutivos de una sociedad tampoco son aplicables a otras distanciadas temporal y espacialmente. Ello no impide, sin embargo, establecer “regularidades” del comportamiento humano ante circunstancias especificas, utilizables en un estudio comparativo del devenir cultural.
Los modelos sistémicos Conciben a la conducta humana como un factor de “enlace (o articulación) entre un amplio número de sistemas, cadauno de los cuales comprende fenómenos culturales y no culturales” (Flannery, 1967:120). La participación en ellos consume enorme cantidad de tiempo y energías a los individuos por lo que su modo de vida está estrechamente unido al equilibrio logrado entre inversión-rendimiento
energético del sistema, cuyo funcionamiento es mantenido, sin variaciones, por una serie de mecanismos homeostáticos. Cuando ellos se rompen obligan a una readaptación interna para alcanzar otro punto de equilibrio que puede significar un progreso o retroceso del sistema. En el primer caso procesos de “feedback” positivos o morfogenéticos motivan su expansión y el logro de estabilidad en niveles más complejos; en el segundo, procesos de “feedback” negativos, lo retrotraen a mayor simpleza. Ambos fenómenos explican, pues, el cambio o dinamismo cultural. Un estudio sistemático obliga a aislar cada sistema en que participa el hombre y a analizarlos como variables separadas, hecho imposible de lograr. En arqueología se ha explicado un modelo tomado de la bilogía, el organismo funcional, que considera a cada elemento como interdependiente y funcionando para mantener el sistema en operación. Este es capaz de soportar innovaciones encuadradas dentro de ciertos límites, gracias a la acción de mecanismos reguladores, si se sobrepasan sobreviene el reacondicionamiento, proceso que implica la desaparición del sistema puesto que el resultado final será distinto. Los análisis anteriores conforman el fundamento de la Nueva Arqueología, movimiento, que intenta explicar los hechos del pasado a través de la metodología de las ciencias, elaborando hipótesis, verificándolas y enunciando las leyes generales que rigen la conducta humana según reflejan los objetos que funcionaban en el contexto de las múltiples relaciones del ecosistema (Silva, 1977); mediante dichas leyes será posible predecir el comportamiento adoptado frente a la ocurrencia de un fenómeno determinado. Periodos y etapas en la evolución cultural La evolución es un proceso dinámico a través del cual la sociedad asegura su propia subsistencia y enriquece su bagaje. Un hondo peligro, lo que unido a las escasas perspectivas de vida, no más de 30 años, provocan frecuentes desequilibrios entre hombres y mujeres. Los infanticidios y, a veces, genocidios, tenían como misión mantener tal equilibrio y evitar las presiones demográficas.
Socialmente las bandas fueron igualitarias. Las únicas diferencias provenían del prestigio que daban algunas actividades; en él se encuentra el germen de las futuras divisiones sociales. Durante esta etapa el hombre tuvo que estar en un permanente proceso de aprendizaje. Las cambiantes condicione ambientales le impidieron acumular las experienciasnecesarias para lograr avances significativos en el proceso de evolución cultural. Las ocasiones propicias se dieron durante el Altitermal y el Meditermal. En el marco más estable del posglacial, se adoptaron las innovaciones que llevarían paulatinamente al sedentarismo y al complejo dominio de las especies vegetales. La etapa arcaica El reconocimiento de las potencialidades de sus respectivos medios ambientes, la paulatina extinción de la fauna pleistocénica, el relativo crecimiento demográfico, son algunos antecedentes de esta etapa en la cual, también, parece romperse el aislamiento entre los sectores del continente. Difusiones de alimentos cultivados y tecnología señalan la existencia de contactos, directos o a través de intermediarios, entre poblaciones muy distantes unas de otras. Sin embargo, su característica esencial es el paulatino aumento de los vegetales como base primordial de la dieta alimenticia. El hombre lentamente, aprendió a conocer las especies comestibles y a dominarlas hasta lograr producirlas a su antojo. Entonces surgieron las primeras aldeas agrícolas, pero el proceso fue largo, tomó más de cinco milenios y es por ello que no se puede hablar de una revolución en los términos de Childe. En Mesoamérica sólo hacia el 2.500 a.C. aparecieron los agricultores, de tiempo completo; en Perú, un poco más tarde y, posteriormente, en el resto del continente. Es por ello, que el Arcaico consonstituye una verdadera transición entre las economías recolectoras y productoras de alimentos. Las transformaciones en la economía de subsistencia con llevaron modificaciones en las estructuras sociales y políticas, sin que ello signifique todavía la ruptura de la igualdad que tipifican las primeras comunidades. La evolución de recolectores y agricultores incipientes, en Mesoamérica, ha sido claramente delineada por Mac Neish(1958,1964), en las ya señaladas secuencias de Tamaulipas y Tehuacán. Ella se ajusta
a los padrones, mejor estudiados, de las Culturas del desierto norteamericanas. Bajo ese nombre se conocen una serie de tradiciones que se desarrollaron en el medio oeste norteamericano, en el sur de Texas y parte de México (Jennings, 1968). Tal escenario sufrió, con mayor intensidad, la aridez provocada por el Altitermal; hubo desecación de vegetales y disminución de fauna. El hombre se vio obligado a adoptar una gran cantidad de nuevas técnicas a fin de competir con éxito y aprovechar cabalmente los recursos del sistema ecológico. Las estaciones determinaron una división de las actividades económicas; en los períodos secos recorríanenormes distancias en busca de animales mientras que en los húmedos recolectaban vegetales y fauna menor. Socialmente se agrupan en micro y macrobandas, respectivamente (Mac Neish, 1964); estas últimas debieron llegar a contar con 30 individuos. Trampas, lanzas, dardos, arco y flecha, lazos, piedras y manos de molerconforman el bagaje utilitario que refleja aquellas labores. Las culturas del desierto fueron responsables, además, de la domesticación definitiva de ciertas especies vegetales como lo atestiguan los restos de maíz de Bat Cave (Nueva México) que, con una edad estimada entre 4.000 y 3.000a.C., son los más antiguos de Norteamérica (Willey, 1966). En Tamaulipaslas las fases Ocampo (C14 5.230 +- 350 y 5.650 +- 350 a.C. y Flaco (3.947 +- 334) de la Sierra Madre, junto a Nogales (5.0003.000 a.C.), La Perra (3.00-2.200 a.C.), y Almagre (2.200-1.500 a.C.) de la Sierra de Tamaulipas, pertenecen a esta etapa (Mac Neish, 1958). Durante ellas se observa un incremento en el número de integrantes de las bandas; para la frase Lerma se calcula no más de 10 miembros.Mientas que en La Perra y Nogales hay un promedio de 15 personas unidas en macrobandas que ocupaban asentamientos semipermanentes en las estaciones lluviosas. El análisis de los excrementos ha señalado una gradual mayor dependencia de alimentación vegetal, entre las que se contaban especies silvestres: palta, frejoles comunes y otras probablemente domesticadas como el ají y dos tipos de calabazas (Lagenaria y Cuncurbita pepa). En la fase Ocampo cerca del 80% de la dieta era de origen vegetal, pero a las especies cultivadas solo pertenecía un 12% del total; en La Perra aumenta a 15% apareciendo, por primera vez, el maíz, en Flaco sube al 20%.
Más claras son las evidencias de Tehuacán. La primera fase. El Riego (7.200 a 5.200 a.C.) representa la transición entre las culturas de cazadores y la de recolectores y agricultores incipientes. Mac Neish (1964) sugiere que en ella debió descubrirse el principio básico de la agricultura: “donde pongo semillas crecen las plantas”. Conocían las calabazas (Curcubita mixta), ají y paltas, y posteriormente, el maíz y algodón. Al igual que en las Culturas del Desierto, hay evidencias de cestería y tejidos. Aparecen los primeros enterratorios intencionales. Lo que denota una mayor complejidad en las concepciones fisiológicas y religiosas. La fase siguiente. Coxcatlán (5.200- 3.400 a.C.), evidencia un aumento de los campamentos semipermanentes, índice del incremento poblacional, y una mayor variedad de vegetales: maíz silvestre, ají, paltas, calabazas, amaranto, frejoles y zapote. Abejas (3.400 a 2.300 a.C.) continua con los mismos avances. Purrón, que abarcó desde 2.300 al 1.500 a. C., introduce la primera cerámica hasta ahora conocida en México; por esta razón, muchos autores preferían incluirla dentro de la siguiente etapa, el formativo; aquí la consideramos como la fase intermedia entre dos grandes etapas culturales. Para Perú no se tienen secuencias tan claras, lo que dificulta la tarea de reconstruir esta etapa. Testimonios en la zona costera, permiten inferir un sedentarismo estacional. Allí la humedad de las neblinas originó, durante el invierno, el crecimiento de pasto y vegetales, alimentos, utilizados tanto como por el hombre como por los animales. Lanning (1967) estima que los campamentos invernales del Complejo El encanto(3600 al 2500 a. C.), debieron albergar macriobandas constituídas por 5 a 6 individuos. En verano se disolvían y grupos menores se instalaban a orillas de la costa donde, además de la pesca, parecen haber cultivado especies como calabazas, algodón, guavas, frijoles y ají, según evidencias provenientes de los campamentos en el Valle de Chilca y la Bahía de Ancón (Lanning, 1963). Las costas mesoamericanas y andinas demuestran que no existe una ecuación sedentarismo-agricultura. Allí se levantaron aldeas permanentes cutos habitantes Vivian explotando los diversos microambientes del ecosistema. Peces, mariscos, plantas silvestres o la caza de aves y animales orientaban las actividades económicas. Del mismo modo la cerámica, en ciertas regiones del litoral aparece con anterioridad a la agricultura. Reafirmando una vez más, la
imposibilidad de establecer padrones rígidos en la definición de las etapas de desarrollo. En síntesis, el arcaico muestra una creciente dependencia de los alimentos vegetales que llevó a la gradual domesticación de los primeros ensayos agrícolas. Al mismo tiempo, la posesión de mayores fuentes de energía, junto con significar un éxito en la competencia por la adaptación a las nuevas condiciones postglaciales, indicó un aumento de la población que en las tierras altas, adoptó un semisedentarismo estacional. En los meses de verano de desintegraban y la recolección, tanto en vegetales como de animales, alcanzaba su máxima expresión. El hecho de que siempre la migración estacional se realizara a través de superficies más o menos delimitadas, estaría señalando el temprano surgimiento de un concepto de territorialidad. En las regiones costeras, por el contrario, se asiste la génesis de una vida aldeana. Para ellas, la adopción de la agricultura significó su desplazamiento hacia el interior, cuyos valles proporcionaban abundante tierra y agua. Los nuevos sistemas de vida requirieron la existencia de un jefe que comandara las migraciones y ejerciera ciertas funciones religiosas conectadas con las nacientes concepciones en una vida extraterrenal, como se desprende de los entierros intencionales, y relacionara a los hombres con los dioses representados por fenómenos naturales como la lluvia, tan necesaria para el cultivo en las áridas tierras altas de México o la costa peruana. La posibilidad de disfrutar de cierto tiempo libre favoreció la aparición de cestería y tejidos y otras especialidades. Las características anteriores, indudablemente, aceleraron otra serie de cambios que llevarían al sedentarismo total y a las transformaciones sociales, políticas y económicas que ello encierra. Para entonces comenzaría una nueva etapa en el desarrollo de la cultura americana: el Formativo, donde la relativa uniformidad arcaica se rompió para dar paso a las tradiciones mesoamericanas y andinas centrales. La agricultura en América Tradicionalmente se concebía a la agricultura como un elemento cuya aparición señalaba, también, los comienzos de la cerámica y de las civilizaciones. Cultivo y sedentarismo, por mucho tiempo, fueron sinónimos, y todos los elementos característicos de las altas culturas se
estimaron como consecuencia lógica de las transformaciones que produjo la domesticación de las plantas. Tal concepción ha comenzado a revisarse. Aún en el Cercano Oriente, fuente originaria de la asociación agricultura-civilización, recientes investigaciones señalan que hubo sedentarismo sin agricultura. Lo mismo es válido para el Nuevo Mundo. Hemos visto cómo, a lo largo de miles de años, el hombre ensayó diversos padrones de asentamiento y de economías básicas de subsistencia, entre las que se contaban sedentarismos estacionales y cultivos esporádicos. Sólo después de múltiples experimentaciones logró encontrar aquellos medios más adecuados para la explotación de su sistema ecológico; la agricultura fue uno de ellos, pero no el determinante, como veremos, en el surgimiento de las civilizaciones. El desarrollo de la agricultura también ha planteado varias interrogantes. ¿Fue un descubrimiento americano o el resultado de una difusión desde el Viejo Mundo?, si la domesticación de las plantas es un fenómeno autóctono, ¿dónde se localizaron los focos primarios de ella?; ¿cuándo comenzó?;¿Cómo se explica la existencia de especies comunes a todo el continente?; son las preguntas más corrientes que, gracias a la arqueología y la botánica, hoy pueden responderse en forma más o menos segura. La agricultura surgió como respuesta al desequilibrio del sistema ecológico, motivado tanto por factores físico ambientales como demográficos. La disminución de la masa biótica que alimentaba a las poblaciones recolectoras o el aumento poblacional por sobre la capacidad de mantención de una región, pudieron ser, entonces, los factores causativos más relevantes (Binford, 1968). Ello implica pensar que el fenómeno ocurrió en áreas que no podían mantener una población permanentemente estables; éstas, como se ha visto, no corresponden a los asentamientos costeros, lacustres o riberinos, sino que se encuentran en valles o cuencas interiores semiáridas. Las evidencias provenientes de Tehuacán, en Mesoamérica, Guitarrero y Ayacucho, en los Andes Centrales, señalan que eran habitados por bandas recolectoras que ejecutaban un movimiento anual de trashumancia buscando recursos estacionales. Durante el arcaico el nomadismo sufrió modificaciones y, al parecer, se limitó sólo a pequeños grupos que, luego de obtener los recursos de nichos distantes, volvían con ellos hacia sus campamentos bases, o pequeñas aldeas, donde se encontraba el resto de la banda. Quizás, junto a la basura, cayeron
también semillas silvestres en las cercanías del campamento, las que gracias a su gran capacidad de reproducción, fructificaron al año siguiente. La observación y comprobación de dicho fenómeno pudo constituir el punto de partida de la agricultura. Las especies domesticadas, por efecto de la acción humana y su correspondiente selección, sufrieron una serie de cambios genéticos que permiten detectarlas, en los yacimientos arqueológicos, y distinguirlas de sus ancestros silvestres. Indudablemente las evidencias reseñadas en el capítulo anterior indican que, por lo menos, Mesoamérica y Perú debieron ser el centro de origen de ciertas especies cultivadas. A ellas se agregan la región tropical sudamericana (Amazonas y Orinoco) y el valle de Mississippi en Norteamérica. En las selvas del Orinoco y del Amazonas parece encontrarse el foco del cultivo de tubérculos y maní. Sauer (1959) encuentra lógico que los recolectores de raíces hayan pensado en los tubérculos como el primer elemento susceptible de cultivarse; del mismo modo el maní cuyas “vainas se encuentran bajo el suelo y se cosecha escarbando” (1969:121) por su semejanza con las raíces, habría llamado, desde un comienzo, la atención de los agricultores incipientes. Ambos debieron ser el necesario complemento de carbohidratos para una dieta con alto porcentaje en proteínas como debió ser la de los cazadores y pescadores tropicales. Considera que Colombia, por sus condiciones ideales de tierra, clima y variedad de especies, constituyó el centro pionero de la domesticación de vegetales y que desde allí el principio se difundió hacia el norte y hacia el sur. La tesis de Sauer, aunque interesante, carece de base arqueológica en lo que se refiere al papel preponderante de Colombia como foco del nacimiento de la agricultura prehispánica. La zona del Mississippi solo aportó al cultivo del girasol y ello en épocas relativamente recientes. La gran mayoría de las especies debieron, pues, domesticarse en México-Guatemalao Perú-Bolivia, centros primarios para algunas especies que, como demuestra Heiser (1965), se intercambiaron en un proceso de difusión semejante al cultural. Entre ellas, la más importante fue el maíz, base aún de la dieta indígena. Por mucho tiempo se sostuvo que el maíz provino desde Asia, sin embargo, el descubrimiento de polen fosilizado en estratos
pertenecientes al último interglaciar (80.000 años), dentro de un pozo de 70 metros excavado en Ciudad de México, afirma, definitivamente, su procedencia americana. Hasta los hallazgos de Tehuacán, los ejemplares más antiguos provenían de Bat Cave(3.600 a.C) y de las faseLa Perra(2.500 a.C) de Tamaulipas.El primero fue identificado como prototipo de la actual raza Chapalote, mientras que el segundo pertenecía a la Nal-Tel. Ambas, con la Palomero Toluqueñoy Arrocilloamarillo, forman lo que Wellhausen (1952) llama Indígenas Antiguas para diferenciarlas de las seis razas hibridas posteriores: Cacahuacintle, Harinoso de Ocho, Olotón, Maíz Dulce, Breve de Padilla, Dzit-Bacal. En Tehuacán las excavaciones de cuevas pertenecientes a las fases El Riego, Coxcatlán, Purrón, etc., arrojaron 23.607restos de maíz, 12.857 de los cuales eran mazorcas casi completas. Las más antiguas estaban ubicadas en niveles que fluctúan entre 7.200 y 5.400 años atrás. (5.2003.400 a.C). Tienen una longitud entre 19 y 25 milímetros; contienen ocho hileras de granos con 36 o 72 semillas. Poseían pistilos y estambres. Mangelsdorf (1964) las considera como verdaderas especies silvestres del maíz que desaparecieron a través de sucesivas hibridaciones con una especie cultivada, el teosinte. Allí se encuentra el origen de los ríos Chapalote y Nal-Tel. En Perú, los ejemplares más tempranos del maíz (3.000 a.C) provienen de la cueva Rosamachay. En la costa aparece con posterioridad. En razón de ello se postula una domesticación independiente para esta área, tesis que no ha podido ser comprobada debido a las ausencias de restos de una especie silvestre. Lo anterior demuestra que el maíz fue domesticado en algún de Mesoamérica, desde donde fue llevado hacía el norte y el sur. Calabazas y frijoles complementan la clásica trilogía alimenticia de la América indígena. Las calabazas constituyen uno de los más antiguos cultivos de América, ya que sus semillas, además del buen sabor poseen un alto contenido aceitoso. En América Nuclear se conocen cuatro especies: Cucurbita pepo; Cucurbita mochata, Cucurbita mixta y Cucurbita máxima. Las tres primeras son originarias de Mesoamérica en donde aparecen, en forma cultivada, hacía el 7.000a.C .La Cucurbita máxima en cabio es originaria del Perú y no se difundió hacía el norte, de lo que se
desprende que existieron dos focos independientes de domesticación para esta familia. Lo mismo parece ser cierto de los frijoles cuyas cuatro especies: Phaseoluscocineus, Phaseolusacutifolius, Phaseoluslunatus y Phaseolus vulgaris, señalan claramente distintos focos de domesticación, incluso sólo las dos últimas son comunes a Mesoamérica y Perú. Ají, paltas y algodón se encontraban cultivados en la fase Cuscatlán de Tehuacán (Mac Neish, 1964), apareciendo posteriormente en Perú. Sus orígenes, con la posible excepción del algodón, fueron, pues mesoamericanos. Tomates y cacao plantean una serie de incógnitas en relación al intercambio de especies entre ambas áreas de América Nuclear. Cultivado se encuentra en Mesoamérica mientras que en sus formas silvestres sólo se ha identificado en Perú. El tabaco, con dos especies cultivadas los tubérculos: Nicotiana tabacum y Nicotiana rustica, parece provenir del noroeste argentino, Perú y Bolivia. Sudamericanos son, también, los tubérculos: papa, yuca, oca, añu y achira. Únicamente los dos primeros fueron difundidos hacía el norte. Difícil de resolver es el problema que plantea el origen del proceso agrícola. Un papel importante debió jugar el cambiante clima postpleitocénico y la extinción de los grandes animales.Ambos fenómenos obligaron a la búsqueda de nuevos bienes alimenticios y a la especialización en la explotación de los recursos naturales.Ciertos grupos se instalaron a orillas de ríos y mares dedicados a la pesca;otros intensificaron las labores de recolecciónde vegetales y pequeñas presas animales; y otros debieron iniciar los primeros pasos de la domesticación. El establecimiento de un activo intercambio les permitió tener acceso a los diversos productos que complementaban su dieta alimenticia. Los primitivos asentamientos permanentes fueron, en su gran mayoría, simples campamentos estacionales emplazados en las zonas áridas. Ellos, al mismo tiempo, constituyeron laboratorios donde se iniciaron los experimentos con los principios básicos de la agricultura: Tamaulipas y Tehuacán en México, la costa del Perú. Una vez obtenidos
resultados satisfactorios, fue necesario buscar regiones más propicias para los cultivos. En México se ocupó la costa del golfo, abundante agua; y en Perú el objetivo fueron los valles interiores. En esos centros surgirán las primeras civilizaciones, lógica culminación del largo proceso evolutivo que hemos reseñado.
LOS SISTEMAS AGRÍCOLAS PREHISPANOS. Las tierras no ofrecen las mismas posibilidades para las tareas agrícolas, las hay fértiles y áridas; algunas no requieren trabajos previos a la siembra y otros obligan a una constante preocupación; geográficamente el cultivo de ciertas especies está limitado por el clima; etc. Tales fenómenos afectan a la actividad agrícola imponiéndole un sello propio y característico. Los medios empleados para lograr el mejor aprovechamiento de las condiciones de la tierra y, al mismo tiempo, obtener un ventajoso rendimiento de las energías invertidas, conforman los sistemas agrícolas. En su forma más simple los sistemas agrícolas pueden clasificarse en extensivos e intensivos. Los primeros requieren de grandes superficies de terreno con un bajo rendimiento por hectárea. Los segundos ocupan menores superficies pero obligan a una mayor inversión de energía. El rendimiento de los sistemas agrícolas se mide de acuerdo a la superficie destinada a la agricultura, estén o no cultivadas y la relación inversión-recuperación de energías expresadas en calorías. Por el mecanismo propio de los sistemas extensivos, una gran cantidad de terrenos permanece sin cultivarse; por esta razón el rendimiento por hectárea es muy bajo; sin embargo, debido al escaso trabajo que requiere, su rendimiento por energías gastadas es altísimo. Lo contrario sucede con los sistemas intensivos: pequeñas superficies producen grandes cosechas, pero en términos de rendimiento por hombre hora de trabajo, es inferior al de los sistemas extensivos. Las regiones tropicales constituyen el escenario en que se desarrollan los sistemas extensivos. Técnicamente se conocen como agricultura de roza y América fue utilizada en las zonas de las costas del golfo de México, en las selvas de Chiapas y el Petén, etc. Las agriculturas intensivas son propias de las tierras altas donde la falta de recursos naturales de agua obliga a la construcción de medios artificiales de
irrigación: canales y diques los que, en conjunto, dan forma a los llamados sistemas hidráulicos. Desde el punto de vista demográfico, los sistemas extensivos limitan el crecimiento de la población ya que los terrenos dedicados al cultivo permanecen constantes; los intensivos favorecen tal crecimiento al disfrutar de los medios para incrementar las áreas irrigadas. Boserup (1965) distingue cinco tipos de sistemas agrícolas de acuerdo a los grados de intensidad: cultivo de roza; cultivo de barbecho de matorral; cultivo de barbecho corto; cultivo de cosecha anual y cultivo de cosecha múltiple. Wolf (1966) los clasifica, según el tipo de energía invertido en las labores agrícolas, en dos clases que llama eco tipos: paleotécnicos, los que utilizan energía animal y humana, y neotécnicos, los que utilizan energías artificiales. En los tipos paleotécnicos, el barbecho difiere según la mayor o menor intensidad de los cultivos; así Wolf define cinco sistemas que, más o menos, coinciden con los de Boserup. Ellos son: sistemas con barbecho largo; sistemas con barbecho por sectores; sistemas con barbecho corto;sistemas de cultivos permanentes y sistemas de cultivos permanentes en huerta y potrero (tlacocol). En América precolombina fueron practicados con algunas variantes, solo dos de los sistemas anteriores: A). Cultivos de roza o barbecho largo. Característicos de la zona tropicales donde el clima y la precipitaciones han dado origen a extensas selvas que se desarrollan sobre pantanos o una delgada cubierta vegetacional. La utilización de tales terrenos requiere de un proceso que se puede sintetizar en cuatro etapas: 1). Tala de bosques,2). Roce o quema de los árboles,3). Siembra y 4). Cosecha. Como herramientas empleaban fuego, hacha y coa o palo aguzado en un extremo. Luego de abrir a golpes de hacha, un claro en el bosque, los matorrales se quemaban y, sobre las cenizas aún caliente, se abrían surcos donde se enterraban las semillas. Un sistema tan simple implicaba poco trabajo humano; sin embargo, la calidad de las tierras impedía que en cada claro o milpa se obtuviera más de dos cosechas continuas. El segundo año había una disminución de hasta el 25% del rendimiento, por eso se abandonaban y se dejaban en descanso o barbecho, hasta que el bosque la recubriera, lo que, según las regiones,
tomaba entre 18 y 25 años. Recién entonces podían volver a ser cultivadas. En este fenómeno reside lo extensivo del sistema. Si consideramos que el barbecho duraba 20 años, por cada hectárea en cultivo debían existir 10 libres, si la milpa daba dos cosechas, o 20 si se reducía a una sola. Con tales reservas podía mantenerse el ciclo de cultivo. Este fenómeno actuó como una presión demográfica que impidió la concentración de grandes densidades de población; al mismo tiempo, el continuo traslado de las milpas ejerció un efecto centrífugo que mantuvo disperso los asentamientos urbanos. Una variante de la roza se utilizó en las tierras altas y templadas de México; allí, las mejores condiciones del terreno permiten dos o tres cosechas con un barbecho del mismo periodo. El sistema es conocido como tlacocol y adopta la forma de cultivo en huertas o calmil y potreros o milpa propia mente tales. La posibilidad de obtener dos cosechas al año calmil y milpa, favorecían tanto a los asentamientos permanentes definitivos como el aumento poblacional. La primitiva agricultura de la costa peruana adoptó, también, el sistema de roza, aunque los aluviones depositados por los ríos renovaban anualmente los suelos haciendo incensario el barbecho largo (Lanning, 1967). B) Sistemas intensivos o de cultivos permanentes su existencia se basa en la presidencia de tierras apropiadas y convenientes recursos de agua, que se distribuyen a través de construcciones artifícialas, razón por la cual, también se denomina sistemas hidráulicos. El rendimiento por hombrehora de trabajo, como se ha dicho, es inferior al de la roza, pero lo permanente de los cultivos asegurado por la fertilización de los terrenos, favorece el aglutinamiento de la población y su crecimiento. Las características y necesidades de los sistemas hidráulicos hacen aparecer poderes centrales que distribuyen las aguas y organizan los trabajos de construcción de obras de regadío, delineándose así lo que Wittfogel (1957) denominó sociedades hidráulicas. Las técnicas agrícolas no sufrieron grandes modificaciones. En América no existieron animales de carga que, mediante el arado, alivianan el trabajo humano. La coa y el azadón continuaron siendo las principales herramientas, enriquecida por el aporte inca de la taclla. Como abono se utilizaron las deposiciones humanas o la de las pocos animales domésticos: perro y guajalotes en Mesoamérica; cuy, Llama, alpaca,
perro y patos en la sierra peruana, mientras que en la costa se usaban guano o cabeza de pescado. Las agriculturas intensivas no se justifican sin un cultígeno que, por su alto contenido energético (caloría), compense la inversión que ellos requieren. Para el Cercano Oriente dicha especie fue el trigo; el arroz en el Lejano Oriente y maíz en América. Cien gramos de maíz proporcionan 361 calorías, 357 el arroz y 330 el trigo. Ellos son, además, poseedores de cierta cantidad de proteínas, necesarias para una dieta bien balanceada. Cien gramos de trigo, maíz o arroz contienen, respectivamente, 14.0, 9.4 y 7.2 gramos de proteínas. La agricultura intensiva apreció en tiempos relativamente recientes. Para Mesoamérica la evidencias más tempranas se relacionaban con las frase de Guadalupe (900 al 600 A.C.) de Oxaca (Flannery, 1968). Para Perú los restos de costa permiten suponer que ya se practicaba antes del 200 A.C (Lanning, 1967) Dos construcciones típicas identifican a la agricultura intensiva en América Nuclear: las terrazas de cultivo y las chinampas, estas últimas propias de Mesoamérica. Las terrazas, verdaderos escalones construidos en las laderas de los cerros y sostenidos por muros de piedras tenían como objetivo el impedir de las aguas de las lluvias corrieran libremente erosionando terrenos aptos para el cultivo. Las chinampas se conocen popularmente como “jardines flotantes” aunque, en realidad, no flotan. Son plataformas levantadas en estrados alternados de barro y plantas acuáticas, que se afirmaban a las orillas del lago Texcoco, mediante las raíces del árbol Ahuehuete (Wolf, 1959). Están separadas por canales, como pueden apreciarse en la actual Xochimilco, lo que contribuye a darle ese aspecto de flotar. Con ellas, además de incorporar nuevos recursos alimenticio a la siempre creciente población del valle de México, se obtuvo una de las más productiva formas de la agricultura intensiva, permitiendo hasta 3 cosechas anuales. En resumen, la evolución de los sistemas extensivos a los intensivos refleja la presencia de un fuerte poder central que controlaba y organizaba las labores agrícolas, distribuyendo la sobreproducción
entre los especialistas no agrícolas. Este proceso fue básico para el surgimiento de las civilizaciones y su organización política, en estado. Finalmente y a manera de conclusión sobre la relación sistemas de cultivo y población, citaremos a Palerm (1955: 352) quien asegura que en México “una comunidad de 100 familias (500 individuos) necesita 1200 ha, cultivables en los sistemas de roza; 650 en las tierras de barbecho y calmil (tlacolol); 86 en un sistema mixto de barbecho e irrigación y entre 37 a 70 en una agricultura completamente irrigada (chinampas) “.
La etapa formativa Alrededor de la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo, la aparición de la cerámica y la adopción definitiva del sedentarismo agrícola, determinaron la génesis de un nuevo nivel en el desarrollo evolutivo cultural de América. Se le denomina formativo para acentuar el hecho de que con el culminaron los largos ensayos anteriores, produciéndose la necesaria síntesis y reformulaciones que darían nacimiento a las civilizaciones. Como característica esencial, Willey y Phillips (1958). Le asignan la “exitosa integración de la agricultura con una vida sedentaria bien establecida”. Fue, también el periodo durante el cual se produjo la dispersión y difusión de elementos tales como la cerámica, piedra pulida, figurillas de arcilla y la agricultura del maíz y la yuca (Ford, 1969). La construcción de las primeras aldeas agrícolas estuvo determinada por el deseo de proteger y establecer derechos de propiedad sobre los campos de cultivo. Asegurado el dominio efectivo de los medios primarios de producción, se eliminaron las presiones demográficas que habían experimentado etapas más antiguas. La población aumentó surgiendo la necesidad de dictar normas que regularan las relaciones entre los individuos. Ellas constituyen las
formas de organización social cuya evolución puede fijarse en niveles semejantes a los del desarrollo cultural. Service (1962) los clasifica en bandas, tribus, señoríos y estado, asignándoles tal importancia que sostiene que, de alguna manera, siguieren y limitan todas las otras actividades de la cultura. Políticamente las sociedades se dividen en igualitarias y estratificadas según presenten o no diferencias de rango entre sus miembros (Fried 1967). Hay, indudablemente, una estrecha relación entre la organización social y política. En las bandas como vimos no se aprecian desigualdades salvo en lo que se refriere al prestigio lo que no encierra, sin embargo, una estratificación social en el sentido moderno del concepto. Lo mismo sucede con las tribus, primer nivel del formativo. Surgidas de las bandas conservaron muchas de sus formas características diferenciándose solo en tamaño y actividades básicas de subsistencia. En los señoríos, se observan, por vez primera, diferencias de rango que señalan privilegios y obligaciones. Las actividades económicas están coordinados por una clase dirigente que goza del trabajo tributario de la gran más de la población y que ejerce, además, funciones religiosas. El foco de dichas actividades en el centro ceremonial, dotado de una arquitectura monumental. Desde el se redistribuyen los bienes, producto de una creciente especialización del trabajo. El comercio con otras comunidades se activa gracias a la obtención de excedentes agrícolas y a la misma especialización artesanal. La incorporación de nuevas zonas a la espera de influencias de determinados señoríos, favoreció la creación de colonias que dependían de las metrópolis. Con la etapa formativa termina la relativa homogeneidad en la evolución cultural americana, iniciándose el desarrollo de las tradiciones que darán origen a las dos áreas culturales de la América nuclear: Mesoamérica y andes centrales. Detrás de ellas, la configuración geográfica transformara en una verdadera moneda de dos caras a las subsiguientes etapas. Tierras altas y tierras bajas serán el escenario de dos respuestas adaptativas a los desafíos planteados por el medio. Las tierras bajas, gastadores de las trasformaciones, deberán dejar paso a las tierras altas donde se localizaron los grandes imperios prehispánicos. Sucesivas limitaciones que la tecnología fue incapaz de resolver fue
incapaz de resolver, favoreciendo, como veremos tal situación. A partir del formativo, pues, dos tradiciones, la costeña y la interior, se entrelazarán en mutuas influencias que determinarían el surgimiento de civilizaciones, cada vez más pujantes. El producto final fueron los imperios aztecas de México e incas del Perú; ellos sintetizan en sí mismos, toda la larga historia que comenzó con la definitiva adopción del sedentarismo y la agricultura.
La etapa clásica Marca el nacimiento de las civilizaciones y el término de revolución urbana empleador por Chile sirve para introducir una de sus principales características: el surgimiento de ciudades que concentraron altas densidades de población. Las raíces del naciente urbanismo se remontan, al igual que la mayoría de los elementos que singularizan una civilización, a las aldeas del formativo. Entre aquellos, Childe señala la estratificación piramidal de la sociedad cuya cúspide se encuentra ocupada por la clase dirigente, pequeña en muero, pero poderosa a gozar el control de los medios de producción y del derecho a distribuir los excedentes, urbanizar y distribuir los trabajos públicos, etc.; la presencia de una arquitectura monumental; en artesanía especializada y comercio a grandes distancias. Intelectualmente la civilizaciones se definen por el desarrollo del pensamiento especulativo y la filosofía del tiempo; la aparición del as ciencias exactas (aritmética, geometría y astronomía) y la adopción de términos abstractos para indicar palabras, conceptos o numerales. Al mismo tiempo las presiones artísticas reflejan una mayor sofisticación. El éxito de tal sistema dependía, en mucho de las mantención de un equilibrio entre la sobre producciónalimenta y la cantidad de especialistas no campesinos. La balanza tendía a desequilibrarse si consideramos que, eliminados los factores de presión demográfica, la población naturalmente aumentaba. Debido a este fenómeno la clase dirigente debió prestar especial preocupación a las técnicas de irrigación artificial. Emprendieron la construcción de canales, diques y acueductos, cuyo dominio les aseguraba al mismo tiempo la mantención del poder y la perpetuación del sistema. Witt Fogel (1957) las llama sociedades hidráulicas, indicando que dentro de ellas la evolución social está funcionalmente relacionada con las construcciones
hidráulicas y la presencia de un estado cuya burocracia es la única que posee el derecho de emprender trabajos públicos, disfrutando, además, de su exclusiva propiedad. Tal situación, unida a la identificación, con la iglesia, le otorga al estado una fuerza superior a cualquier otra institución. Así surge el “despotismo oriental” en donde el estado, dueño de los recursos básicos tiene además, la fuerza imponer sus decisiones. La necesidad de expansión y la incorporación de nuevas tierras a los sistemas de relación contribuyen a la formación de los imperios, últimos objetivo de las sociedades hidráulicas. Los modelos de Childe y Wittfogel se basan en evidencias provenientes del oriente; sin embargo la evolución de las civilizaciones americanas sigue, más o menos, padrones semejantes. La acepción más notable es la estrecha relación que Childe establece en el surgimiento de las civilizaciones y las ciudades. En efecto, los restos arqueológicos señalan que en América ciertas sociedades, presentando todas las características de una civilización, carecen de ciudades. El caso más claro está constituido por las civilizaciones olmecas y mayas clásicas de Mesoamérica, cuyas formas de asentamiento han sido denominadas ciudades dispersas o centros ceremoniales. Willey (1962), en un intento de conciliar la problemática que encierran Tales conceptos, prefiera hablar de “civilizaciones sin ciudades”, término que se aplicóuna situación semejante en el antiguo Egipto. En concreto las civilizaciones, como resultado de una larga evolución cultural, constituyen unsistemasocioeconómico con las características ya anunciadas. El urbanismo, por el contrario, es una especia de ella (Sanders y Price, 1968). Definidas, así, las civilizaciones engloban las dos últimas etapas de la secuencia cultural, en la América Nuclear. Se conocen respectivamente, como Clásica y postclásica.
La Etapa Postclásica Se caracterizó, primordialmente, por la aparición de reinos militares cuya expansión, detectada arqueológicamente a través del arte y la arquitectura estuvo acompañada por movimientos de grupos y el claro
deseo de establecer dominios políticos sobre las regiones conquistadas. En tal sentido constituyen verdaderos imperios. Las Civilizaciones Postclásicas perdieron el espíritu religiosa que plasmo todas las actividades culturales clásicas. Se observa una gradual y creciente secularización de la cultura y la sociedad. En el campo de la arquitectura se puso especial énfasis en la edificación de fortalezas y palacios, en desmedro de la arquitectura monumental dedica a las deidades. Con respecto al urbanismo los testimonios etnográficos nos hablan de ciudades que llegaron a maravillar incluso a los avezados guerreros españoles, familiarizados prácticamente con todas las ciudades europeas adonde habían llevado las banderas del incansable emperador Carlos V. Los Padrones de asentamiento Un asentamiento según lo define Chang (1968:2) “Es el local o conjunto de locales físicos donde viven los miembros de una comunidad, aseguran su subsistencia y ejecutan sus funciones sociales en un determinado periodo de tiempo”. Su estudio tiene, pues, singular importancia en la reconstrucción del pasado puesto que reflejan las fuerzas dinámicas que conducen hacia la adopción de un determinado modo de vida. Como producto de un proceso adaptativo, evidencian el conocimiento como utilización del medio ambiente, y la relación de estos con el nivel tecnológico, las estructuras sociopolíticas, e, incluso, las manifestaciones ideológicas, expresiones humanas del sistema ecológico. Los padrones de asentamiento, al reflejar el comportamiento cultural, adquieren la condición de documentos sintetizadores de la actividad humana en una determinada región y en un tiempo delimitado. Es por ello que deben definirse por su función en relación a otros asentamientos contemporáneos dentro de la misma área. Solo así podría desentrañarse el verdadero papel que jugaron en la compleja red de interacciones internas y externas, ya que si bien es cierto que un asentamiento cobija a un número determinado deindividuos, éstos
pueden permanecer, sin embargo, a un grupo o sociedad mayor cuyos miembros se reparten sobre una vasta superficie. No obstante lo anterior parece existir una serie de normas que permiten definir los padrones de asentamientos de acuerdo a su ubicación temporal y complejidad interior, evidencias de la estructura sociopolítica poseída la comunidad que los habitaba. La manifestación más compleja de los padrones de asentamiento es el urbanismo, concepto que hace referencia a su organización espacial y forma física; ésta expresa la densidad, tamaño y distribución de la población en relación a los centros económicos, administrativos, religiosos y residenciales que, a su vez, determinan una forma de vida particular: la urbana, caracterizada por la institucionalización de las relaciones interpersonales, agudo contraste con las directas que tipifican el mundo rural. A lo largo de nuestra narración nos referiremos a una serie de asentamientos cuya definición creemos necesaria: CAMPAMENTOS: Asentamientos semipermanentes: se ubican en aquellos parajes que resultan apropiados para la explotación estacional de determinados recursos alimenticios. Generalmente eran conjuntos dispersos y no albergaban a más de 100 individuos o 20 familias unidas en macro bandas. ALDEA: Conglomerado de casas que cobijan una población no mayor a 1.000 personas. Son permanentes. La actividad económica de sus ocupantes estaba orientada hacia la especialización en la explotación de ciertos recursos naturales: extracción de minerales, pesca, agricultura, recolección, etc. Un activo intercambio entre las aldeas vecinas les daba acceso a todos los productos, complementando de esta manera, sus economías. Generalmente, las aldeas, en razón de su densidad, no presentaban diferencias de rango o estatus, salvo cuando forman parte de complejos más avanzados. PUEBLOS. Agrupan comunidades con más de 1000 habitantes, pero menos de 10.000. Hay una apreciable diferenciación social y económica, reflejada por la división en dos áreas ocupacionales bien marcadas: urbana, constituida por el llamado centro ceremonial, foco de las actividades políticas, religiosas y económicas, y la rural, aledaña a la anterior que cobijaba a los agricultores.
CIUDADES. Una problemática fundamental plantean los asentamientos de ciertas civilizaciones mesoamericanas (olmecas, mayas) que, por desarrollarse en regiones tropicales y utilizar el sistema agrícola de la roza, fueron afectadas por su llamado efecto centrífugo. Urbanísticamente no constituyen una ciudad propiamente tal; con padrones semejantes a los de un pueblo, la organización social y política las identifica, sin embargo, con las ciudades. Se las ha denominado ciudad dispersa (Bernal, 1968) o ciudad de fronteras extendidas (Miles, 1957, 1958). Ciudad dispersa es aquella cuyos padrones de asentamiento están condicionados al medio geográfico en que se levantan: las tierras bajas tropicales. Comúnmente se las llama centro ceremonial, término que nos parece un tanto confuso. La ciudad dispersa constituye un todo, integrando, a través del foco o centro ceremonial, dos diferentes tipos de asentamiento: grupo (5 a 12 casas), zonas (50 a 100 casas) (Willey y Bullard, 1965) y el distrito o área agrícola bajo su dominio; ésta debió ser bastante extensa en consideración a las características del sistema de la roza. Tal padrón coincide con la descripción que hacen los cronistas de las comunidades del Yucatán en la época de la conquista. La ciudad dispersa, entonces, incluía un pueblo propiamente tal (centro ceremonial), “pero la mayoría de la población vivía esparcida en pequeños parajes (grupos) y rancherías (zonas) yendo al pueblo solo ocasionalmente, por razones religiosas, comerciales o administrativas” (Villa Rojas, 1961: 28). Cada casa debió estar habitada por una familia cuyo promedio se ha estimado en 5,6 individuos. Si el centro ceremonial estaba formado por 13 a 16 zonas (Willey y Bullard, 1965), la población debió fluctuar entre 8.580 y 17.160 habitantes. a) Ciudades. Son eminentemente urbanas, con una población superior a 10.000 personas. Su función principal es regular la distribución de los excedentes alimenticios a fin de sustentar a aquellos especialistas no agrícolas. Los excedentes se canalizaban hacia la ciudad “bajo la forma de impulsos, tributos, diezmos y alquileres; existen efectivas sanciones para asegurar su cumplimiento. Considerada en sí misma, la clase que disfruta de dichos recursos tiende a ser parásita; sin embargo, cumple tareas que son indispensables para los productores de alimentos… La concentración de artesanos y otros profesionales en la ciudad y la función de ésta, como el foco del mercado de intercambio, transforma la situación parásita” (Sanders y Price, 1968). Por sus
mismas características, las ciudades tienen una estratificación social expresada, urbanísticamente, en la existencia de sectores residenciales con diversos grados de riqueza y lujo. b) Ciudades planificadas o capitales de los grandes imperios postclásicos. Su construcción fue llevada a efecto de acuerdo a las funciones que debía cumplir, adecuando sus estructuras a las necesidades administrativas, económicas, culturales y religiosas que debían llenar. La planificación puede llevarse a efecto mediante el agregado de edificios o la remodelación de ciertos sectores, por ello no implica, obligatoriamente, la construcción de una nueva ciudad.
NOTA: LABIBLIOGRAFÍA CITADA SE ENTREGARÁ APARTE CON UNA BREVE ACTUALIZACIÓN.
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