Nuevos enfoques de la cognición - Cosmelli D. y Ibáñez A..pdf

August 10, 2017 | Author: Luis Orbegoso | Category: Perception, Science, Mind, Psychology & Cognitive Science, Theory
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NUEVOS E N FO Q U E S DE LA C O G N IC IO N : -RE D E SC U BR IE N D O LA D IN Á M IC A DE LA A C C IÓ N , LA IN T E N C IÓ N Y LA IN T E R SU B JE T IV ID A D —

NUEVOS ENFOQUES DE LA COGNICIÓN -Redescubriendo la dinámica de la acción, la intención y la intersubjetividad-

E D ITO RE S

Agustín Ibáñez D iego C osmelli

C O L E C C IÓ N P S IC O L O G ÍA

N u e v o s en fo qu es d e la co gn ició n -R e d e s c u b rie n d o la d in ám ica de la acció n , la in ten c ió n y la in te rs u b je tiv id a d P rim era ed ició n : n o viem b re de 2007 E d icio n es U n iv e rsid a d D ieg o P o rtales In scrip ció n en el R e gistro d e P ro p ied ad In telectu al N ° 162.385 ISB N N ° 9 7 8 -956-3 14-005 -7 © U n iv ersid ad D ieg o P o rtales, 2007 U n ive rsid ad D ieg o P o rtales V ice rrec to ría A cad ém ic a / D irecció n de E xten sió n y P u b licacio n es T eléfono (56 2) 676 2000 / F ax (56 2) 676 2141 A vda. M a n u el R o d ríg u e z S u r 415, San tiago , C h ile w w w .u d p .c l (p u b licacio n es) E d ició n : A g u stín Ib áñ ez, D iego C o sm e lli. D iseñ o y p ro d u cc ió n gráfica: T rin idad C o rté s, T rin id ad Ju stin ia n o Im p reso en C h ile p o r S alviat Im p resores N in g u n a p ar te d e esta p ub lic ac ió n p u ed e ser re p ro d u c id a o tran sm itid a, m e d ian te c u alq u ie r sistem a, sin la exp resa a u to riz ac ió n de la U n iv e rsid a d D iego P o rtales.

ÍNDICE GENERAL

9 | Capítulo 1 Dinámica, intencionalidad y corporeización de la mente. Pasos hacia la comprensión de los límites y posibilidades de los nuevos enfoques de la cognición. D IE G O C O S M E L L I Y A G U S T ÍN IB Á Ñ E Z

27 |Capítulo 2 Dinámicas no lineales e intencionalidad: El rol de las teorías cerebrales en las ciencias de la mente. W A LT ER FREEM AN

53 |Capítulo 3 Los tiempos del cerebro: Nuevas aproximaciones en la neurofisiología. P E D R O M A L D O N A D O Y JO S É P A B L O O SSA N D Ó N

71 |Capítulo 4 La cognición hecha cuerpo florece en metáforas... JO R G E SO T O A N D R A D E

91 |Capítulo 5 Posiciones fenomenológicas de la subjetividad humana: Hacia una reinterpretación de los pliegues de la conciencia. L U IS M A N U E L F L O R E S G O N Z Á L E Z

111 |Capítulo 6 Ser viviente y ser hablante. Reflexiones acerca del punto de vista monista en cognición humana. A N D RÉ S HAYE

131 |Capítulo 7 Emergencia y d o w n w a r d ca u sa tio n en la sociología sistémica. A LD O M A SC A RE Ñ O

145 |Capítulo 8 El concepto de autonomía en la obra de Varela y sus implicancias éticas para la psicología. Discusiones críticas desde los aportes de Castoriadis y Habermas. A D R IA N A K A U L IN O Y A N T O N IO S T E C H E R

185 |Referencias. 211 |Notas sobre los autores.

CAPÍTULO I Dinámica, intencionalidad y corporeización de la mente. Pasos hacia la comprensión de los límites y posibilidades de los nuevos enfoques de la cognición. D IEG O C O SM E L L I A G U STÍN IBÁ Ñ E Z 1

I. El legado fundacional de las ciencias cognitivas.

Ellos [los psicólogos] desean una intuición y, p o r una extraña inconsistencia, buscan esa intuición en el análisis, q u e es p recisa m en te la n ega ción d e ella. B E R G SO N ,

1903 .

El contexto actual de las ciencias cognitivas puede describirse como el de un cuestionamiento de un paradigma clásico dominante, co­ nocido como computacionalismo. Este se constituyó entre los ‘60 y ‘70 como un programa multidisciplinario para entender los pro­ cesos cognitivos2. En su núcleo conceptual, esta revolución asumió que la mente podría ser entendida en base a cómputos simbólicos, siendo explicada en base a reglas y principios lógico-sintácticos. El significado perdió protagonismo en la explicación mecanicista de 1 Correspondencia debe enviarse a Agustín Ibáñez, Laboratorio de Neurociencias, Universidad Diego Portales, Vergara 275, Santiago de Chile. M ail: [email protected]. 2 Si bien las conferencias M acy en la década del ‘40 fueron un antecedente para este movimiento, recién en la década del ‘60, con las conferencias organizadas por la Sloan F undation, la revolución cognitiva se organizó dentro del paradigma del computacionalismo.

la mente, en favor de la sintaxis y la correspondencia objetiva con entidades del mundo. La razón humana se consideró dentro de este isomorfismo, igualándosela a los sistemas lógicos de la época. Este programa se convirtió en una empresa prescriptiva acerca de cómo investigar, y se inició con grandes promesas en el campo de la simulación de fenómenos cognitivos. En sí misma brindó una metáfora de la mente como computador, que representó una gran reedición de viejas metáforas (ej., la mente como espejo de la natu­ raleza) actualizadas por la imagen de una nueva y sofisticada tec­ nología computacional. Esta nueva metáfora permitió reconsiderar fenómenos como el pensamiento, la intuición, el deseo, la creencia, la memoria y los símbolos. Incluso, el lenguaje común (al menos el de los investigadores en cognición) asimiló en gran medida los conceptos del procesamiento de la información, y hoy en día es común su aplicación en la vida cotidiana. Conforme al avance del tiempo, la propia investigación dentro del computacionalismo fue provocando algunos insights acerca de las limitaciones del programa. Existe una multiplicidad de proble­ mas meta-teóricos, metodológicos, conceptuales y empíricos sin resolver. La extraña síntesis entre dualismo cartesiano y monismo metafísico del computacionalismo (Descombes, 2001) ha sido cri­ ticada por sus supuestos positivistas y por su tendencia fragmentadora. El intento transgeneracional (a partir del cartesianismo, pa­ sando por la filosofía analítica del lenguaje ideal, hasta los albores del cognitivismo) de reducir el razonamiento humano a procesos formales de cómputo sobre representaciones residentes en la ca­ beza, ya había sido cuestionado por Wittgenstein (1952) y Ryle (1949), entre otros. En los últimos años el horizonte de las ciencias cognitivas parece estar teñido de crisis, o al menos, de desencanto. Algunas de las promesas originarias de la empresa computacionalista fracasaron (Anderson, 2003; Dreyfus & Dreyfus, 1990; Krichmar & Edelman, 2002; Lighthill, 1973; Rumelhart & Zipser, 1986; Wheeler, 1996). Un caso prototípico fue señalado por Winograd (1984), quien acentuó las limitaciones insolubles del computacionalismo para dar cuenta del fenómeno de los lengua­

jes naturales (Winograd & Flores, 1986). La percepción entendida en términos computacionales se volvió pasiva y en clara contra­ dicción con la interacción natural entre percepción, ambiente y acción. Funciones sensomotoras simples se convierten en graves problemas de planificación ejecutiva para robots móviles. Por otra parte, alternativas no-representacionalistas en el ámbito de la robótica resultaron exitosas (Brooks, 1991 )3. El representacionalismo comenzó a ser discutido, primero a partir del debate acerca del formato representacional (Kosslyn, 1994 Vrs. Pylyshyn, 1981) y luego por la emergencia de modelos no-representacionales (Beer, 1995; Brooks, 1991; Wheeler, 1996). A pesar del éxito de los sistemas expertos, capaces de competir a nivel mundial en el ajedrez o el juego de damas, las simulacio­ nes no lograban reproducir la plasticidad y flexibilidad humana (Dietrich, 2000). Muchos sistemas de conocimiento no funciona­ ban en contextos cambiantes, en tareas de fácil resolución median­ te sentido común. Esta dificultad fue considerada insalvable con un enfoque computacional (Shoham & Dermott, 1988), ya que conducía a los sistemas basados en cálculos bayesianos u otros si­ milares al llamado cuello d e botella d e v o n N eum ann (Gutiérrez, 1993). Este consiste en la dificultad de estimar adecuadamente, y en tiempo real, una decisión ecológicamente fundada en contextos complejos. Por ello la consideración de la mente como un sistema lógico formal perdió crédito paulatinamente (Dietrich, 2000). A su vez, autores provenientes de las neurociencias, apoyados por los nuevos modelos conexionistas, realizaron críticas a los mo­ delos lógico-simbólicos del funcionalismo computacional clásico (Churchland, 1986; Churchland & Sejnowsky, 1992)4. 3 En cognición animal y humana la aproximación no-representacionalista aún tiene que probarse experimentalmente generativa y esa es justamente una de las perspectivas de este volumen: explorar hasta qué punto se puede avanzar hacia su operacionalización y eventual éxito epistemológico. 4 Cabe destacar que la noción de computación clásica no tiene por qué ser exhaustiva de lo que es un proceso computacional válido. Dicho de otra forma, tal vez un sistema biológico es un mejor computador que el mejor computador pero sigue siendo uno, sólo que bajo un paradigma diferente de lo que entendemos por computación (ej: Gabriel & Goldman, 2006).

La inteligencia artificial aplicada a la cognición humana, si­ guiendo a Lakatos (1983), se convirtió en un programa de investi­ gación degenerativo (Dreyfus & Dreyfus, 1990). Esta afirmación ya había sido anunciada previamente por autores como Lighthill (1973); y posteriormente Rumelhart & Zipser (1986). II. El surgimiento de enfoques alternativos de la cognición.

Junto a las dificultades propias del computacionalismo, la aparición de n u eva s tenden cias en la cognición, ha pu-esto en duda la tradicio­ nal afirmación de que el computacionalismo no presenta teorías ri­ vales de magnitud5(Fodor, 2000; Newell & Simón, 1976). A medida que el desencanto con el cognitivismo crecía, fueron emergiendo alternativas que escapaban a los supuestos computacionales. Estas tendencias han abierto el campo de investigación hacia fenómenos no abordados por la tradición ortodoxa; se han generado nuevos diálogos con otras disciplinas sociales y biológicas, y se han recon­ siderado muchos problemas clásicos del cognitivismo. En este marco, el enfoque de la cogn ición situada (Brigthon et al., 2003; Clark, 1997; Kirsh, 1995; Lynn & Stein, 1991; Wilson & Myers, 1999, entre otros) asume que el conocimiento está es­ tructurado en el ambiente social, ecológico y físico que conforma la experiencia. La e m b o d i e d cognition, (Anderson, 2003; Clark, 1997; Coates, 2002; Dourish, 2001; Haugeland, 1995; Prem, 1996; Varela et al., 1991, Varela, 1991; entre otros) afirma que las propie­ dades de la mente (pensamientos, deseos, imaginación, etc.) están encarnadas en la misma corporalidad, que a su vez se encuentra insertada en un contexto ecológico particular (Cornejo et al., 2007; Ibáñez et al., 2005; Ibáñez, López & Cornejo, 2006). Dentro de la e m b o d ie d cogn ition se sitúa la lingüística cognitiva (Johnson, 1987; Lakoff & Johnson, 1980, 1999, entre otros) y la enacción (Petitot, 5 Para los autores citados, (N ewell & Simón, 1976) no existe otro modelo de competición. Incluso mencionan como argumento para validar la hipótesis computacional: ‘th e a b s en ce o f sp ecific co m p e tin g h y p o tb e s e s ’.

2003; Varela et al., 1991, Thompson & Varela, 2001). Mediante los procesos sensomotores del cuerpo se constituye la cognición a ni­ vel biológico, psicológico, y cultural. La ex ten d ed m in d (Clark & Chalmers, 1998; Clark 2001; Li, 2003, entre otros) está interesada en el rol del ambiente en la génesis de los procesos cognitivos, po­ niendo énfasis en la consideración de éste no sólo como parte de la acción, sino también del pensamiento. Mapas, herramientas y símbolos son parte de la mente extendida. Procesos internos como las creencias son conceptualizadas como constituidas en parte por el ambiente. Al igual que la perspectiva de la cogn ición distribuida (Colé & Engestróm, 1991; Holland et al., 2000; Hutchins, 1995; Wrigth et al., 2000, entre otros), el conocimiento es tomado en un continuum con los procesos del ambiente y en ciertas ocasiones resulta complejo establecer distinciones tajantes entre mundo y mente. La aplicación de la teoría d e la a ctivid a d en la cognición (Bakhurts, 1995; Engelsted, 1993; Engestróm, 1991; Jones, 1999, 1997, 1998; Kaptelinin, 1992; entre otros) critica la aplicación de la simulación computacional para la comprensión de la cognición humana, y supone que fenómenos psicológicos como la intencio­ nalidad no pueden ser entendidos en términos mecanicistas. La llamada biosem iótica y algunas corrientes provenientes de la bio­ logía (Emmeche, 2001; Hoffmeyer & Emmeche, 1991; Kull, 2003; Rosen, 1978, 1985a, 1991, 1998, entre otros) han criticado asimis­ mo las limitaciones de los sistemas formales para dar cuenta de procesos cognitivos biológicos, resaltando la ecología y autonomía simultáneas del organismo con su ambiente y acentuando las limi­ taciones de los modelos serialistas y discretos para dar cuenta de la cognición. Los enfoques basados en las teorías dinámicas de la cognición elevan la controversial promesa de aplicarse tanto a las interacciones neurales como a los fenómenos culturales, apoyando sus explicaciones en formalizaciones matemáticas de los fenóme­ nos cognitivos, promoviendo una imagen diferente de la metáfo­ ra de la computación clásica, más multifacética e inclusiva de los afectos y la cultura. El núcleo central de estas teorías está basado

en la metáfora de la cognición como sistema dinámico, instanciada por una topología espaciotemporal (Ibáñez, 2006, 2007, In Press). Las teorías dinámicas de la cognición parecieran inaugurar nuevas herramientas y preguntas en torno a los fenómenos cognitivos. Estos enfoques alternativos emergen, en parte, como una con­ secuencia de las limitaciones actuales del computacionalismo. Cabe preguntarse a partir de la crisis del computacionalismo y el surgi­ miento de nuevas aproximaciones, si existe un giro que transforma , la clásica perspectiva reduccionista, atemporal, descorporeizada, estático-racionalista, libre de cultura y emoción. Luego de esta pers­ pectiva clásica, pareciera surgir una cosmovisión ecológicamente centrada en la acción e intención, en la comprensión de la mente como un proceso ligado a la interacción entre cerebro, cuerpo, am­ biente y cultura. Este giro estaría también centrado en el interés en los problemas de conocimiento en tiempo y situaciones reales. Es en este contexto, de redefinición de cognición, de cómo puede ser estudiada, y de duda acerca de si existe tal giro descrito más arriba, que las nuevas tendencias aparecen como una alternativa6. Esta alternativa refiere a una particular reinterpretación gene­ ral de la cognición. Esta refleja la reconsideración de los fenóme­ nos cognitivos de forma multinivelada y ecológicamente instituida (Cornejo, Ibáñez & López, 2007). Dichos fenómenos son enten­ didos como siendo inherentemente temporales, con propiedades mejor entendidas en términos de procesos, en vez de entidades. La cognición debe considerarse un fenómeno multinivelado, simultá­ neamente neurológico, psicológico y social. Ningún nivel de análi­ sis particular es suficiente entonces para abarcar el fenómeno en su totalidad. Uno de los grandes insigths de los enfoques alternativos consiste precisamente en acentuar dicha simultaneidad de proce­ sos. Ello conlleva, necesariamente, a la aceptación de una pers­ pectiva ecológica de la cognición: los procesos mentales pueden 6 Cabe destacar que si bien existe cierta secuencia temporal entre el computacionalismo clásico y los enfoques alternativos de la cognición, existen antecedentes simultáneos y a menudo entrecruzados entre ambas perspectivas (Cf: Ibáñez, 2006, Capítulo 2).

considerarse a partir de la interacción entre subsistemas corpora­ les (cerebro, sistema inmunológico, sistema esqueletomotor, etc.), entorno y cultura. En este sentido la cognición será considerada en sí misma la consecuencia de múltiples niveles de un cuerpo en interacción con otros cuerpos y una historia evolutiva y cultural. La cognición así entendida reclama un nivel de análisis específico. Otro aspecto relevante de la cognición desde esta re-interpretación es la temporalidad. La inclusión del tiempo en la descripción de los fenómenos conlleva a un cambio de perspectiva: los eventos cogni­ tivos estudiados, en lugar de considerarse entidades se convierten en procesos. Así por ejemplo, las representaciones como entidades abstractas y aisladas pierden relevancia cuando son contextualizadas en una perspectiva temporal que las sitúa como un proceso dependiente de otros procesos, “descosificando” sus propiedades. Lo mismo puede postularse para otras entidades cognitivas como la memoria de trabajo, la percepción o el lenguaje: al convertirse en procesos, sus límites se vuelven más difusos, y su interactividad con otros procesos (otros fenómenos cognitivos) aumenta. Igual­ mente, procesos cognitivos clásicamente considerados homunculares (ej., toma de decisiones, conciencia) pueden considerarse procesos emergentes de la totalidad de un conjunto de otros pro­ cesos más básicos, sin necesidad de postular una entidad localizada en algún subconjunto cerebral que dé cuenta por sí misma de las propiedades investigadas. El excesivo énfasis en la descomposición y fragmentación de los enfoques ortodoxos puede contrarrestar­ se con el interés de los nuevos enfoques en la coordinación y la interconectividad de los procesos cognitivos. La inclusión de la temporalidad, no es sino, un requisito teórico de una nueva ciencia de la mente pos-atomicista, procesal. Los enfoques alternativos de la cognición han evidenciado una clara necesidad al interior de las ciencias cognitivas: el desarrollo de juegos del lenguaje que no sean exclusivamente materialistas o exclusivamente mentalistas en el desarrollo de enfoques cognitivos inter-nivelados. El materialismo reduccionista (matemático, físico o neurológico) y el discursivismo

des-biologizado (psicológico o social) comparten la imposibilidad de abordar los fenómenos cognitivos una vez que se ha aceptado su multiplicidad de niveles de descripción. Sin embargo, cabe preguntarse si ip sofa cto los enfoques alterna­ tivos constituyen en términos absolutos el giro paradigmático arri­ ba esbozado. Por otra parte, estos enfoques pueden considerarse programas de investigación recientes y en tránsito. La reconside­ ración de la naturaleza de la cognición surgida en las concepciones alternativas requiere una revisión teórica-empírica de sus alcances actuales. III. Hacia una mejor valoración de los enfoques alternativos de la cognición.

La mayor dificultad que enfrenta una teoría es dar cuenta de un cier­ to dato observable: debe proveer un marco epistemológico útil para su comprensión dentro de las leyes procedurales y de consenso de la comunidad científica. Más aún, es habitual exigirle a dicho corpus que sea capaz de predecir, en base a observaciones de un tipo, com­ portamiento de otro. Finalmente, es de común acuerdo que para ser de interés científico, dicho marco debe, de alguna manera, ser capaz de explicitar sus límites y bajo qué condiciones se considerara insu­ ficiente, so riesgo de transformarse en una cuestión de fe. Aunque no es este el lugar para hacer un análisis epistemoló­ gico de la estructura de la teorización en ciencias, estas conside­ raciones dan el punto de partida para discutir brevemente en qué medida los paradigmas de cognición situada, encarnación y no-representacionalismo han sido exitosos en generar alternativas expe­ rimentales concretas. Tal vez uno de los aspectos más interesantes de este tipo de aproximaciones es que apelan al sentido común: nos sentimos seres que forman parte de un sistema (natural) comple­ jo, interconectado e interdependiente, donde descripciones de un aspecto de la realidad son compatibles con múltiples descripciones alternativas y donde co-existimos sin necesariamente ser máquinas

unívocas sino más bien seres equívocos (en el sentido neutro del término). Esta compatibilidad intuitiva entre los paradigmas de la complejidad que insisten en la encarnación de la mente y la ne­ cesidad de una comprensión multi-nivelada de la realidad, repre­ senta no sólo una oportunidad de interés, sino también, creemos, esconde su mayor enemigo. Una cosa es decir que la cognición es situada y otra es decir cómo es que esto ocurre. Dicho de otro modo, ¿existen formas concretas de operacionalización de estos paradigmas, que les permitan jugar un rol más allá de una descrip­ ción intuitivamente valiosa? Creemos que éste representa uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan esta serie de paradigmas si pretenden constituirse como programas de investigación alter­ nativos válidos (Ibáñez & Cosmelli, In Press). Podría argumentarse, como desarrollamos en la primera parte de esta introducción editorial, que es precisamente gracias a la crí­ tica surgida desde perspectivas de cognición situada y del sentido común, que muchas de las metáforas computacionales y sus mar­ cos teóricos han tenido que ser revisadas. Sin duda éste es un rol que ha jugado la “disidencia”. Sin embargo, no es trivial formular el mismo descontento de manera positiva. Más aún, creemos que la situación de malestar existente en torno a la incapacidad de los paradigmas tradicionales para dar cuenta de aspectos tan esenciales de nuestro ser-en-el-mundo como la intencionalidad, la subjetivi­ dad, la objetividad, la conciencia, la intersubjetividad, etc., llama a tomar ciertos riesgos: ¿Qué experimentos y qué resultados nos obligarían a rechazar una hipótesis de la perspectiva encarnada o situada de la cognición? ¿Qué re-conceptualización de una serie dada de datos experimentales nos permite eliminar (reducir) un lenguaje representacionista de nuestra explicación sin perder te­ rreno epistemológico? ¿Qué marcos metodológicos y analíticos son necesarios para abordar el problema de la cognición situada y cuáles no lo son? ¿Por qué? ¿Cuáles son las implicancias para los dominios disciplinares cercanos, especialmente para la ética? ¿Cuáles son los límites de las nuevas teorías de la cognición?

Sin pretender dar respuestas a todas estas preguntas, pero inspirados en ellas, las contribuciones que forman este volumen representan un intento concreto de trascender la aproximación por analogía intuitiva, hacia una formulación científicamente ge­ nerativa de hipótesis y marcos metodológicos en el estudio de la cognición. IV. Contribuciones específicas.

Este conjunto de ensayos tuvieron su origen en un ciclo de confe­ rencias internacionales organizado por la Escuela de Psicología de la Universidad Diego Portales con el fin de insertarse en el ámbito de la investigación en Neurociencias y Ciencias Cognitivas. Como parte del programa que incluyó la puesta en marcha de un centro de Neurociencias Cognitivas y el desarrollo de líneas de investiga­ ción financiadas, se organizaron un conjunto de actividades cientí­ ficas de divulgación de primer nivel, a fin de presentar a la sociedad científica chilena, el Proyecto de Neurociencias. De esta manera se constituyó en noviembre del 2006 el primer ciclo de conferencias internacionales y workshop denominado “Complejidad, Auto­ nomía e Intencionalidad: Hacia una mejor teorización y formu­ lación de estrategias empíricas en el marco de las Ciencias de la Cognición”; que contó con el patrocinio del Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso, del Centro de Estudios Neurobiológicos del Departamento de Psiquiatría de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de Electrical Geodesic Inc. El presente cuerpo de ensayos constituye un selecto grupo de conferencias que lide­ raron los debates en torno a los nuevos enfoques de la cognición, inaugurando este volumen el aporte de la conferencia magistral del Dr. Walter Freeman. Este conjunto de ensayos dista de ser homo­ géneo, e implica marcos y disciplinas de enfoques muy diferentes. Sin embargo, todos ellos desde su propia heterogeneidad contribu­ yen a una mejor conceptualización de los enfoques alternativos, en los respectivos campos de aplicación desarrollados por los autores.

La secuencia de presentación de los ensayos, parte de un continuo formado por los aportes en las neurociencias, luego la psicología cognitiva y, finalmente, la sociología y la filosofía. A continuación se presenta una breve sinopsis de cada uno de ellos. El texto de Walter Freeman aborda la inquietante pregunta acerca de la relación entre la conducta intencional y las teorías del cerebro. En este capítulo Freeman argumenta que la teoría de la neurodinámica no-lineal del cerebro, posee las herramientas ne­ cesarias para abordar la intencionalidad y de esta manera fundar una nueva base para las ciencias de la mente, incluyendo la con­ ducta social y ética. Para ello se realiza un breve recuento histórico de distintas teorías cerebrales, de los griegos hasta la actualidad. Luego, se introduce la teoría de la neurodinámica y su corolario, la teoría de la vinculación social, mostrando su relevancia para la comprensión no sólo de la intencionalidad, sino también de la con­ ducta social. En este texto se ha mantenido en gran medida el estilo oral de disertación, dada la relevancia y el valor histórico de la con­ ferencia del Dr. Walter Freeman. En su contribución, Pedro Maldonado y José Ossandón abor­ dan el problema de la validez de ciertas aproximaciones tradi­ cionales en neurociencias cognitivas para el estudio de los meca­ nismos neuronales de la percepción. Utilizando el sistema visual como modelo, Maldonado y Ossandón describen cómo ha sido la aproximación clásica al estudio de la respuesta neuronal. Bajo esta perspectiva aún dominante, se busca primero comprender los mecanismos secuenciales de activación neuronal frente a estímulos sobre-simplificados. Aquí, la estrategia experimental es considerar la estimulación externa como una forma de evocar una respuesta estereotipada interna de manera de comprender los mecanismos subyacentes a las capacidades perceptivas del organismo. Los au­ tores discuten una serie de limitaciones de esta aproximación, tan­ to conceptuales como fisiológicas, y sugieren que para hacer frente al cambio de paradigma que está operando, ya no basta sólo con entender que el sistema nervioso es una estructura masivamente

paralela, distribuida y que presenta una dinámica endógena autó­ noma, sino que es necesario generar marcos experimentales pro­ picios al estudio de un sistema con estas características. Este es un punto particularmente interesante de este ensayo, ya que los auto­ res proponen alternativas concretas basadas en la exploración vi­ sual de escenas naturales donde se hace posible estudiar de manera rigurosa, y a la vez ecológica, los mecanismos neurobiológicos que subyacen las capacidades perceptuales de los organismos. Jorge Soto-Andrade, matemático de la Universidad de Chile, explora en su ensayo un tema que tiene consecuencias transversales para el estudio de la cognición: cómo este proceso se expresa de manera fundamental en la generación, manipulación y aprehensión de metáforas. Interesantemente, para Soto-Andrade este proceso dista mucho de ser una manipulación abstracta de conceptos, y de­ pende directamente de las actividades exploratorias sensoriomotrices que el individuo ejecuta a lo largo de su desarrollo. Es así como el autor, tras entregarnos un marco común para entender en qué consiste una metáfora, explora el rol que estas tienen durante el proceso de “enseñanza-aprendizaje” de las matemáticas. A través de una serie de ejemplos concretos y casos de estudio en terre­ no, Soto-Andrade muestra cómo la construcción y comprensión de metáforas involucra cambios profundos en el modo cognitivo del sujeto, y cómo este cambio sostiene el proceso de aprendizaje en una actividad corporizada concreta. Esto representa un cambio radical respecto del entendimiento del proceso de conocer por acu­ mulación secuencial, ya que permite y promueve saltos cualitativos e irreversibles (uno no se olvida una vez que “ve” el sentido de la nueva metáfora) no necesariamente verbales. Finalmente el autor sugiere algunas alternativas de desarrollo empírico para profundi­ zar en esta veta, insistiendo en la importancia de los estudios donde el testimonio directo del sujeto (es decir, desde la primera persona) es la base de toda teorización generativa ulterior. El filósofo Luis Flores presenta en su capítulo sobre fenome­ nología de la subjetividad humana, una “reinterpretación” de la

conciencia y la subjetividad que se basa en recontextualizarla en el marco de la experiencia vivida concreta, en un mundo compartido por otros. Tomando elementos de la filosofía de Marcel, MerleauPonty y Levinas, Flores explora tres ejes fundacionales de la con­ ciencia: el cuerpo, la temporalidad y el mundo intersubjetivo (y por ende interobjetivo). Mediante un análisis de estos tres pilares, Flores, muestra cómo la noción de Descartes, de una conciencia encerrada en sí misma, resulta limitante e incapaz para dar cuenta de la complejidad de la dinámica de la estructura intencional que define la subjetividad humana, y que trasciende al individuo aisla­ do mediante vínculos ecológicos y sociales constitutivos. Más aún, según Flores, estos tres pilares son cruciales para poder aprehender de manera cabal lo que significa realmente una conciencia encarnada ya que sólo en este marco de relaciones vinculantes, es posible que algo así como un punto de vista significante y significado (señala­ do, objetivado), exista. Hacia el final de su ensayo, Flores explora la convergencia de esta perspectiva con elementos de la complejidad, en particular desde la mirada de Morin. La conclusión que Flores nos propone es un desafío explícito para los experimentalistas: “N os parece evidente (...) que los trabajos em píricos de las ciencias cognitivas, aunque necesarios para el desarrollo de protocolos de labo­ ratorio, son insuficientes para interpretaciones más globales del ‘cuer­ po-presente’ y los m isterios insondables de la encarnación hum ana”, (nuestro énfasis).

En un radical e idiosincrático capítulo, Andrés Haye propone el ejercicio de eliminar conceptualmente el término intermedio —el de sistema cognitivo- con que se quiere unificar vida (biología) y discurso (intersubjetividad) en ciencias de la cognición. En contra de las posturas contemporáneas de carácter monista, sostiene una distinción entre biología y cultura presente en el “viviente-que-tiene-la-palabra”, el cual está esencialmente cruzado por una tensión que se debe a la diferencia radical entre lo biológico y lo dialógico. La distinción entre ser viviente y ser hablante no radica en una di­

ferencia entre tipos de sustancias, ni tampoco se correlaciona con principios de intimidad, actividad o significación, como en los vie­ jos dualismos. Más bien se trata de una diferencia que, a pesar de ser radical, no implica separación o independencia entre los aspec­ tos diferenciados. Esta distinción entre biológico y dialógico, que no admite términos medios radicales (el sistema cognitivo), con­ lleva a una propuesta de investigación acerca de la relación entre dinámica cerebral y comportamiento dialógico-cultural en forma más directa, y apoyada en ciertas tendencias contemporáneas. El capítulo de Aldo Mascareño aborda el interjuego entre la teoría de sistemas sociales y las teorías de la complejidad, respec­ to a un campo conceptual y temático compartido que permite un diálogo fluido con la teoría cognitiva. En este capítulo se esboza el modo en que el orden emergente de la comunicación se configura a partir de la relación entre sistemas psíquicos y cómo este orden, organizado en términos de constelaciones significativas de medios simbólicos y sistemas sociales, establece condicionamientos a su propia recreación. Con ello, se pretende mostrar el carácter coproductivo de la relación ascendente y descendente entre sistemas psíquicos y sociales visto bajo la perspectiva sistémica. Mascareño afirma que este nexo puede ser útil a la sociología para reconstruir el proceso de tipo bottom-up que contribuye a la emergencia de lo social como comunicación. La sociología sistémica, en tanto, según el autor, puede describir la forma en que la sociedad configura una d o w n w a r d causation (causación global a local, macrocausación) sobre los fenómenos cognitivos. Esto lo logra a través de la teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados y la formación de sistemas. En un esfuerzo por aproximar ambas perspectivas, define como central la categoría sistémica de sentido como horizonte compartido por sistemas psíquicos y sociales. El capítulo de Adriana Kaulino y Antonio Stecher aborda una de las implicancias más distantes y controversiales de los nuevos enfoques de la cognición: la dimensión ética que se desprende de la teoría, especialmente de sus extrapolaciones conceptuales a otros

dominios del saber. Un aspecto muy relevante de su planteamiento sostiene que la crítica al cartesianismo presente en diversos enfoques alternativos de la cognición, si bien válida en dominios cognitivos, corre el riego de desconstruir la agencia reflexiva y moral social­ mente instaurada que se encuentra en el horizonte de los planteos modernos. Con miras a contrastar y relevar así el particular uso de la noción de autonom ía presente en la obra del biólogo chileno Francisco Varela, creador de uno de los enfoques alternativos de la cognición conocido como enacción o radical em b od im en t, se pre­ sentan las reflexiones sobre la noción de autonomía desarrolladas por Castoriadis y Habermas, quienes han elaborado una conceptualización de la misma, que se enraíza, no en la biología, sino en una profunda valoración e interrogación permanente del proyecto ético-político de la modernidad. La discusión se centra en el modo en que el concepto de autonomía de Varela podría debilitar una comprensión de la autonomía en términos de principio ético-polí­ tico constitutivo del horizonte normativo de la modernidad y, por tanto, de marco de sentido para una psicología interesada en inte­ rrogar críticamente el presente. Algunos de los conceptos analiza­ dos son específicos de la obra vareliana (ej., autopoiesis, yo virtual) pero otros atraviesan múltiples enfoques alternativos de la cogni­ ción (emergencia, autorreferencia, coordinación sensoriomotriz).

Resumen.

Diversas teorías han influenciado el estudio de la mente (y el cere­ bro) desde los antiguos griegos hasta nuestros días, creando marcos prescriptivos acerca de cómo entender e investigar los fenómenos mentales. Las llamadas ciencias cognitivas son un conjunto de dis­ ciplinas que asumieron formalmente el compromiso de brindar un marco teórico-empírico para abordar la mente. Esta empresa estu­ vo inicialmente basada en un modelo abstracto del funcionamien­ to mental, sustentado en la analogía de procesos computacionales descorporeizados, libres de intención, afecto y cultura. En las últi­ mas décadas diversas disciplinas, tales como Biología, Matemática, Filosofía de la Ciencia, Psicología y Neurociencia, han abordado extensamente los fenómenos intencionales y corporizados desde niveles de descripción muy heterogéneos. El problema de la au­ tonomía de los seres vivos, la intencionalidad como propiedad biológica y humana, la actividad consciente y la inter-subjetividad son ejemplos de ello. En este marco, algunas teorías como la teoría de la complejidad, los enfoques dinámicos de la cognición, y el así llamado radical em b o d im e n t, buscan formular marcos teóricos adecuados al estudio de estos fenómenos. Sin embargo, al tratarse de una promesa científica relativamente reciente, formas concre­ tas de aproximación metodológica, con predicciones específicas y paradigmas falseables, requieren aún de un desarrollo importante antes de constituirse en un paradigma maduro. Los ensayos de este libro abren alternativas específicas que articulan estas propuestas teóricas, en programas de investigación concretos, evaluando su estatus teórico y/o experimental actual. Abstract.

S everal t h eo r ies fr o m the an cien t Greeks h a v e in flu en ced the m in d ’s (and brain) conceptions, creating prescrip tive fra m ew o r k s ab ou t h o w to u nd erstan d a n d in vestígate m en ta lp h en o m en a . The C ogni-

tiv e Sciences w e r e th efirst attem pt to fo r m a lly a n sw er the question ab ou t the scientific hasis o f the mind. This enterprise w as initially b a sed in an abstract m o d e l o f the mind, sustained in the Computer m eta p h or that abandons the role o f em b od im en t, affection, b o d y an d culture in the c o g n itiv e ph en om en a . In the last decades, sev eral disciplines, such as Biology, M athematics, Philosophy, P sycholo g y a n d Neurosciences, h a v e b e g u n to address the study o f intentional a n d self-re ferr ed p h en om en a . The p r o b le m o f th e a u ton om y o f livin g organisms, intentionality as a hum an but also biological property, a n d the study o f consciousness, su bjectivity a n d inter-subje c tiv ity are s p e c i fc examples o f this research trend. In search o f a b etter u nderstanding o f these com plicated questions, a n u m b er o f rela tively n e w approaches (i. e.: Complexity Theory, D ynam ical Systems Approach to Cognition, E m bodied Cognition, a m o n g others), h a v e b een a d v a n c ed as n o v e l theoretical fra m ew o rk s w ith the p rom ise o f b ein g ab le to capture m a n y o f the specific qualities an d ev e n tu a l m echanism s u n d erlyin g intentional a n d self-re ferr ed p h e ­ nomena. N evertheless, because these research pa rad igm s are rather recen t (although m a n y are ba sed on m id -tw en tieth cen tu ry ideas), con crete m eth o d o lo gica l designs a n d em pirical approaches in the f o r m o f experim entally testable hypotheses are still scarce. This issue w ill bring to g e th e r sev era l com p lem en ta ry p ersp ectives in ord er to p rop o se an d d eb a te altern ative research approaches in the area o f C ogn itive Sciences. We b e lie v e it necessary to discuss a n d a d v a n ce tow ards the d e v elo p m en t o f explicit em pirical fr a m es in the f o r m o f actual experiments, specific prediction s a n d fo r m a l models. The essays p r esen ted h e re constitute an a ttem pt to m o v e in this direction, w ith the specific aim o f recon siderin g the study o f the intrinsic properties o f brain a n d mind.

CAPÍTULO II Dinámicas no lineales e intencionalidad: El rol de las teorías cerebrales en las ciencias de la mente.

N onlinear D ynam ics a n d Intentionality: The Role o f Brain T heory in Scinces o f the Mind\ W A LTE R J . FR E E M A N 2

I. Introducción.

Muchas gracias al Decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Educación, Juan Pablo Toro, a la Directora de la escuela de Psi­ cología, Pilar Torres y a Agustín Ibáñez, mi anfitrión. Este texto hace referencia a la relación entre dinámicas no lineales e inten­ cionalidad. El punto crucial reside en la definición de una teoría cerebral. Esta es esencialmente un cuerpo conceptual basado en la física, química, matemática y biología que explica como billones de neuronas usan la información genética y sensorial durante la conducta dirigida de un organismo. El paso crucial en esta con­ ducta, consiste en la creación de una conducta intencional que se mueve del dominio de la sensación al de la percepción. ¿Cómo hace el cerebro para remplazar las sensaciones con sus propias 1 N del Editor: El presente texto se obtuvo a partir de la conferencia magistral del Dr. Freeman, la cual fue transcripta por María Luisa Ilabaca, corregida por el Dr. Freeman, traducida y editada por el Dr. Agustín Ibáñez. Los editores han agregado con autorización del autor diversas aclaraciones, párrafos y referencias al texto. 2 Correspondencia debe enviarse a Dr. Walter Freeman, The Freeman Neurodynamics Laboratory, U niversity of California at Berkeley, http://sulcus.berkeley.edu.

percepciones con significado? Esta es la pregunta fundamental que pretendo abordar. Por lo tanto, es necesario saber qué implica la percepción más allá de la sensación. La Fenomenología se ha dedicado a este tópico durante un siglo y no obtiene respuesta. El motivo se hace patente con el trabajo de Merleau-Ponty (1963), en el que no se distingue sensación de percepción. Los fisiólogos, por otra parte, sí lo hacen, pero aunque son muy buenos analizando las sensaciones, no lo son igualmente para analizar los mecanis­ mos de la percepción. Esta disyuntiva proviene de antecedentes históricos de larga data que analizaré. Primero presentaré la teoría de los espíritus animales, luego la teoría de la energía nerviosa y, por último, la teoría del procesamiento de la información, mos­ trando su influencia en teorías contemporáneas de la mente y el cerebro. Luego de ello, introduciré mi teoría de neurodinámica y su corolario, la social b o n d in g tbeory. II. La teoría de los espíritus animales.

Para describir esta teoría, se debe retornar 2400 años, hacia el tiempo de los antiguos griegos, en el que existían dos teorías an­ tagónicas de la percepción. Una de ellas pertenecía a la escuela de Platón, y sostenía que la percepción es básicamente pasiva: implica la extracción de formas del exterior, sobre las cuales la mente ope­ ra extrayendo los principios, y formas fundamentales, ideales. El ejemplo clásico es aquél de la cueva en que la luz proviene de afue­ ra y proyecta sombras en las paredes de la cueva. Los trogloditas interpretan esas sombras y determinan las formas que producen las sombras. De esta manera, podría decirse que la información viene desde afuera corrompida por el ruido y las distorsiones de nuestros aparatos sensoriales. La tarea de la mente es básicamente la recons­ trucción de formas ideales3. En oposición a la idea de percepción 3 Esta teoría podría parecer ingenua pero está presente incluso en la operación de redes neuronales artificiales donde la entrada provee instancias de las formas ideales y el trabajo de la red consiste en promediar esta información entrante y luego construir procesos de reconocimiento de patrones. Esas operaciones son familiares a las ciencias computacionales contemporáneas.

como un fenómeno pasivo, Aristóteles la consideraba un proceso activo, que requería del trabajo continuo del cuerpo, manipulando y registrando las bases para la comprensión de las formas. El ma­ yor error de éste consistió en sostener que el conjunto de aquellos procesos reside en el corazón, no en el cerebro. Dado que el cere­ bro es más frío que otras partes del cuerpo, concluyó, como físico, que debía tener una función de radiador que enfriaba la sangre. Por ello, a menudo se ha olvidado su énfasis en la primacía de la acción y la noción de percepción activa, muy similar a tendencias recientes de cognición (un ejemplo de ello son los aportes signifi­ cativos de Humberto Maturana, y Francisco Varela, este último un científico brillante y tempranamente fallecido). Las teorías griegas platónicas y aristotélicas, se oponen en función de la naturaleza pasiva o activa de la percepción, pero am­ bas asumen la noción de que la información proviene desde afue­ ra. Ambas teorías también influenciaron posteriores desarrollos teóricos. LA T E O R ÍA DE LA P E R C E P C IÓ N ACTIV A T O M IST A .

La teoría de la percepción activa fue resucitada en la Europa Me­ dieval por Tomás de Aquino (1225/1274). En su proyecto de cris­ tianización de la doctrina aristotélica, introdujo una versión propia de la noción de intención. Tomás de Aquino es el real creador de la doctrina de la intencionalidad, que concibió a través de la consi­ deración de la percepción como un proceso interno y activo hacia afuera. La palabra latina in ten d ere refiere a la tensión de un arco, el cual es usado para dirigir una flecha, y del cual extraemos el sig­ nificado de intención. Esta noción de in ten d ere cambió la doctrina aristotélica al sostener la unidad del individuo que no es penetrado por energía u otra cosa desde afuera. Esta tensión hacia fuera de la percepción activa, en contraste con Platón, implica la operación de los sentidos como el interjuego de la luz en las propiedades de la pared. Nunca es posible situarse fuera de la cueva, la interpretación debe realizarse desde el interior por asimilación. Este es el signifi­ cado de otra palabra latina utilizada por Santo Tomás, adecuatio,

siendo igual o equivalente. Asimilación, no consiste en extraer una representación desde el mundo exterior, es esencialmente la forma corporal al tomar, manipular el mundo, permitiendo la creación de información interna acerca del mundo, en base a las operaciones del cuerpo. Por ejemplo, el concepto de copa es creado por el propio cuerpo, al adecuarse la mano a la forma de la copa en una conducta intencionada de obtener bebida. No existe información transferida desde el exterior en forma de percepción de totalidades, o formas ideales. Esta es la idea en el corazón de tendencias contemporáneas conocidas como e m b o d ie d cognition. Un proceso comparable en biología es la digestión, cuando consumimos diferentes alimentos. Estos son convertidos a partículas fundamentales, químicos, y lue­ go estos son absorbidos y reconstruidos en nuestros propios órga­ nos, músculos, huesos y sangre. Lo mismo sucede con los sentidos. Los ojos descomponen la luz en fotones capturados por receptores individuales. Nuestros oídos descomponen la música en ondas de sonido que gatillan reacciones de neuronas. Nuestro olfato des­ compone los olores en moléculas simples capturadas por recep­ tores simples y trasmite trenes de descargas neuronales en axones simples. Estos procesos son el último nivel de información exterior a partir del cual, el cuerpo construye su propia experiencia. Este proceso no consiste en la importación de formas aristotélicas, ni tampoco son la gestación de formas ideales de Platón, sino en la construcción de la mente al estilo Tomista. La idea Tomista fue el mayor paso hacia las ciencias de la mente, del cerebro y del cuerpo en los siguientes 400 años. De hecho, el significado de intencionalidad aparece tempranamente en medicina, acuñado por el cirujano italiano La Franchi, para referir a primera intención cuando se introduce el curativo de la herida de una cicatriz limpia, o, a segunda intención cuando se in­ terviene en la infección y eventual cicatrización. Intención refiere ya a la autogeneración de la cicatriz, el retorno a la integridad del organismo, la unidad del si mismo biológico... un maravilloso proceso biológico.

LA R E V O LU C IÓ N C A R T E SIA N A .

La doctrina de la percepción entendida como intencionalidad se extendió 400 años, pero fue rápidamente derrocada por la revolu­ ción cartesiana. Descartes concibió las operaciones del cerebro en términos de matemáticas y las operaciones del cuerpo en términos de una máquina animal. Y de esta manera, fundó el problema de cómo el alma, que se eleva en algún sentido ideal a las formas mate­ máticas, interacciona con el cuerpo. Si bien él negaba la posibilidad de que la solución consistiera en la operación del alma piloteando matemáticamente el cuerpo, postulaba que existía un flujo de espí­ ritu a través del cerebro, específicamente a través de los ventrículos y de la glándula pineal situada en la entrada del tercer ventrículo. Ella sería la válvula que controlaba el flujo de los espíritus que me­ diante el incremento del volumen muscular causan luego la con­ tracción y el movimiento. La teoría cartesiana de los movimientos fue rápidamente descartada por fisiólogos italianos que inventaron una máquina que medía el volumen muscular, mostrando que éste no se amplificaba por el movimiento. Sin embargo, la teoría carte­ siana capturó la imaginación de casi todos los científicos, debido al rol atribuido a las matemáticas. Y ello otorgó más énfasis en la consideración del cuerpo y el cerebro como una máquina mecá­ nica. También provocó las bases del dualismo presente en textos actuales de fisiología, neurología y psiquiatría: en ellas es habitual encontrar dos formas de conducta, la conducta de reflejos, la cual es mecánicamente cartesiana y la conducta voluntaria, la cual no es explicada en términos mecánicos y requiere algo más. Este dualismo sentó sus bases en el plano de la investiga­ ción inicial del cerebro. Por ejemplo, son clásicas las pinturas de Christopher Wren, que basadas en los cerebros de Thomas Willis (1621-1675) muestran el llamado círculo de Willis, que consiste en un anillo de arterias alrededor del sector óptico del cuerpo callo­ so. Este sitio se consideró por mucho tiempo base de los espíritus animales y también el pináculo por donde el alma operaba sobre el cuerpo. Nuevamente esta perspectiva implicaba una división entre

la ciencia del cerebro y la ciencia de la mente, porque evocaba una sustancia espiritual que no podía ser medida. Esta división recayó sobre la idea de encontrar localizaciones precisas para fenómenos mentales específicos. Fue el neuroanatomista Frank Gall (1835), quien postuló que las variaciones en la superficie del cráneo res­ pondían al desarrollo de distintos fenómenos mentales, estable­ ciendo la ciencia de la frenología. Johan Spurzheim popularizó la frenología hacia ámbitos más extensos, pero simultáneamente el descrédito por esta teoría fue total en ámbitos científicos. De esta manera la teoría de los espíritus animales, y la idea que diferentes fenómenos mentales circulaban por las vías nerviosas no encontró más apoyo de la ciencia. III. La teoría de la energía nerviosa.

Luego del desencanto de la teoría de los espíritus animales, una nue­ va revolución conceptual se asentó en base a un estudio. Johannes Müller había publicado en 1842 que la propagación de los nervios nunca podría ser medida, dado que era infinitamente rápida como corresponde a una propiedad espiritual. Sin embargo, un joven alumno de Müller, Hermán von Helmholtz (cirujano neuroana­ tomista) se dedicó a contar meticulosamente las fibras nerviosas de las raíces dorsales y ventrales de la médula espinal. Fue enton­ ces cuando descubrió que podía medir la velocidad de conducción eléctrica (hoy llamada potencial de acción) y así lo hizo: 28 metros por segundo en el nervio de un sapo, a temperatura ambiente. Me­ diante este ingenioso diseño tecnológico, probó que la transmisión nerviosa no es un espíritu animal, sino una energía que se propaga causal y mecánicamente. Fue el mismo von Helmholtz quien sistemáticamente se dedicó a demostrar que la transmisión cerebral estaba basada en energía y no en espíritus, pero encontró un gran problema. La energía nervio­ sa en el cerebro es tan pequeña que no pudo medirla. A pesar de ello midió la energía de los músculos y probó lo que hoy llamamos la

primera ley de la termodinámica (1847). Ella implicó la conservación de la energía. Este principio que fluye en nervios y cerebros no era un espíritu sino energía, y produjo una gran revolución en el mundo científico. Todo el mundo adoptó desde entonces una perspectiva científico-materialista en el ámbito de la indagación cerebral. Esta nueva visión materialista se ve plasmada en los escritos de Darwin, en los que sostiene que la transmisión de energía por el nervio ocurre con total independencia de la voluntad, de forma mecánica4. Esta idea fue en extremo explotada por Herbert Spencer, el principal exponente de las ideas darwinianas. El escribió: It is...an unquestionable truth that, at any m om ent, the existing quantity o f liberated nerve-force, which in an inscrutable w a y produces in us the state w e cali feeling, must expend itself in some direction... A n overflo w o f nerve-force, undirected b y any m otive, w ill m anifestly take the m ost habitual routes; and, if these do not suffice, w ill over­ flo w into the less habitual ones. (Spencer, 1893, p. 109).

La manifestación de cualquier estado mental en cualquier momen­ to, digamos una sensación, constituiría un cambio en la energía liberada que debía ir a alguna parte, y esto pasó a considerarse una verdad incuestionable. Por tanto, cualquier cambio mental podría ser detectado en algún canal o sensor que midiera el cambio de energía. Esta idea fue particularmente explotada por el mayor neu­ rólogo del siglo XIX, J. Hughlings Jackson, quien formuló una de los principios más importantes que hoy se usan en la neurología clínica. El definió la actividad epiléptica como una descarga anor­ mal de energía nerviosa, la cual es normalmente controlada en la producción del movimiento y acción voluntaria. Pero lo impor­ tante fue que él consideró no sólo la cualidad de la energía, sino su tasa de liberación (Jackson, 1882). Un buen principio de ingeniería 4 En palabras de Darwin: “The involuntary transmission of nerve-force may or may not be accompanied by consciousness. W hy the irritation of nerve-cells should generate or liberate nerve-force is not known; but that this is the case seems to be the conclusión arrived at by all the greatest physiologists such as Müller, Virchow, Bernard, and so on.” (Darwin, 1863 p. 70).

debe indicar no sólo cuánto, sino cuán rápido: ello será entonces un indicador de la dinámica. Jackson se dedicó intensamente al es­ tudio de las resistencias eléctricas que tienen que ser superadas por la energía nerviosa en el cerebro. De esta manera intuyó en el año 1882 que deberían haber conexiones con resistencias (hoy llamadas sinapsis) pero no publicó nada más al respecto. El mismo Sigmund Freud avanzó un poco más en esta línea. El escribió: [My] approach is derived from clinical observations o f ‘excessively in ­ tense’ ideas in h ysteria... W h at I have in m ind is the principie o f neuronic inertia. It finds expression in the hypothesis o f a current passing from dendrites to axon... M em o ry is made possible b y supposing that there are resistances in contacts between the neurons that function as b arriers... The hypothesis o f ‘contact-barriers’ is fru itfu l in m any directions. (Freud, 1893, p. 356-359).

Freud estaba trabajando con la histeria, no con la epilepsia, en don­ de no existe región o foco en el cerebro que explique la patología. En su formulación del principio de la neurosis por inercia descri­ bió la hipótesis de barreras de contacto (con tact-barriers), que sos­ tiene que existe una corriente que pasa de la dendrita al axón. Eso es exactamente lo que pensamos hoy en día. La memoria es posible dado que existen resistencias entre las neuronas, y la hipótesis de contacto devino aplicable en muchas direcciones. Tres años mas tarde Foster y Sherrington (1897) acuñaron el término synapse, fundamental para la comprensión del sistema nervioso. La idea de transmisión de energía a través de resistencias, ba­ rreras de contacto, o mejor dicho, sinapsis, implicó un nuevo pa­ radigma para pensar la relación entre mente y cerebro. ¿Pero qué produjo su rápida caída? Incluso William James, el fundador del pragmatismo sostenía una idea darwineana de conservación de la energía “Consciousness shows it to be what we might expect in an organ added to steer a nervous system grown too complex to regúlate itself” (James, 1897, p. 18). Bella afirmación del principio de regulación de energía. Sin embargo, toda la estructura de la re­

gulación de la energía de la neurología, neurofisiología, psiquiatría y psicología, colapsaron. Ello, debido a que parece obvio que ener­ gía nerviosa no es lo mismo que energía física. El ejemplo más sim­ ple de esto consiste en colocar dos electrodos de estimulación en el nervio de un sapo y, simultáneamente, excitar ambos. Luego se obtienen dos potenciales de acción, ellos se confrontan y se anulan, desapareciendo. Allí donde se tenía energía, ahora no hay nada. La energía física por supuesto se “ha ido” como calor, pero la energía nerviosa no se ha conservado. Fin al principio de conservación de la energía de los nervios. Entonces, la energía nerviosa como flujo de materia y energía en el cerebro no confirma la primera ley de la termodinámica, y el resultado produjo una catastrófica desintegración de las ciencias de la conducta. Y ustedes pueden ver esto en la transición de Freud siendo un muy buen neurólogo hasta convertirse en uno de los es­ critores de ficción más grandes de el siglo XX. El cambio en Freud ilustra una nueva y clara escisión ente la mente y el cerebro. Desa­ pareció la posibilidad de una teoría mental centrada en el estudio del cerebro. Luego, Sir James Frazer, escribió su magnífico libro “The golden bough”, acerca de los árboles místicos y sagrados en Roma. Esas interpretaciones fueron tomadas por Cari Gustav Jung y Alfred Adler, llevando la teorización de la mente hacia una ma­ ravillosa colección de cuentos de hadas sin teorización acerca del cerebro. Igualmente para el caso de los conductistas, de la mano de Watson y Pavlov, se popularizó el dictum “nosotros no queremos saber nada acerca del cerebro, es una caja negra, pero podemos ma­ nipularla a través del refuerzo”. Aunque de facto, el conductismo fue una herramienta en extremo exitosa para quienes estábamos en neurobiología estudiando la conducta de los animales, no existía teoría allí, ni valor explicativo para la ciencia. En la psiquiatría, Alois Alzheimer fue extremadamente exi­ toso por aquellos tiempos. El dedicó muchos años investigando pacientes con distintas patologías, y muchos otros años estudian­ do la neuroanatomía cerebral de esas patologías. En un conjunto

de pacientes, describió lo que hoy denominamos fibrillary tangle form ations, que son marcadores de un tipo específico de degenera­ ción neuronal. Igualmente, Emil Krapelein, fue el responsable de la mayor taxonomía de enfermedades mentales: esquizofrenia, depre­ sión bipolar, neurosis. Esas clasificaciones se han hiperdesarrollado en el DSM-IV como la biblia de los psiquiatras. Esta taxonomización tiene muchos parecidos con los bestiarios medievales, aunque sin teoría, dado que es investigación a-teórica. Como los conductistas, la cuestión principal consiste en como relacionar una droga con cada individuo y con cada trastorno o enfermedad. El mismo principio para la terapia electro-convulsiva de Ugo Cerletti. Si algo va mal, se utiliza un shock, ello producirá mejoría. No teoría. He descrito brevemente el colapso de múltiples dominios luego de la desintegración de la teoría de la energía nerviosa. Pero nunca una teoría es abandonada hasta que emerge otra nueva promesa. IV. La teoría del procesamiento de la información.

Esta nueva teoría es actualmente conocida por casi todo lector, se pueden encontrar escritos acerca de ella todos los días. La metáfora fallida de la energía nerviosa es reemplazada por la metáfora del procesamiento de la información neuronal. El surgimiento de esta metáfora se estabilizó con la teoría de Shannon (1948). Ella sostiene que la información no necesita conservarse porque el modelo teó­ rico permite tanto la pérdida como la creación de información. Sin embargo, mostraré que es básicamente la misma metáfora subya­ cente. La teoría de la conservación de la energía postula una fuente de energía, en algún lugar, de donde ella proviene y hacia donde ella se dirige (ello debe ser así bajo el principio de la conservación). Además, existen canales que tienen capacidad limitada de energía. Esta capacidad limitada, esta tasa de flujo no es sino entendible mediante conceptos de temperatura y entropía. A partir de ello, se define la neg-entropía y tenemos procesamiento de la información. Esto no es, sino, vino nuevo en odres viejos.

El actor clave en la historia del la teoría neural del procesamien­ to de la información no es Ramón y Cajal, sino su último alumno graduado, Rafael Lorente de No. Yo dudo que muchos de ustedes hayan oído hablar de él. Fue un gran neuroanatomista con una gran visión. Una vez, yo me encontraba dando una conferencia sobre el sistema olfativo, y estaba mostrando cómo mis resultados pro­ baban el concepto de conducción en avalancha de Ramón y Cajal. Esta idea sostiene que si se excitan un grupo de microcélulas, ellas excitan a otras y re-excitan las primeras en un feedback positivo, teniendo como consecuencia un incremento masivo en la actividad neuronal por feedback positivo. Pues bien, en la conferencia, un pe­ queño señor elegantemente vestido se levantó y dijo: “Usted está equivocado”. En la conferencia no pude entender lo que él plantea­ ba, pero luego de ella fuimos a compartir un par de cervezas y el me contó que Ramón y Cajal, en 1929, le había sugerido no publicar un manuscrito que podría arruinar la carrera de Lorente de No y el laboratorio mismo. En ese manuscrito, Lorente de No mostraba resultados del cortex entorrinal, usando la técnica de Golgi, que su­ gería que, en una conexión normal, existían outputs que mostraban propagación en la dirección opuesta a los imputs de las dendritas. El estaba introduciendo una concepción dinámica que se ilustraba con una flecha indicando retroalimentación en una misma neurona. El motivo que llevaba a Ramón y Cajal a repudiar estos resultados era la indeterminación de la señal. Si los resultados de Lorente de No eran asumidos, una neurona no podría establecer su propio input a partir de su propio output, por tanto, el sistema nervioso no podía trabajar de esa manera. Esta creencia de Ramón y Cajal estaba alta­ mente respaldada por muchos otros cientistas tales como Jackson, Bartlett, y los principales psicólogos de la época, incluido William James. La retroalimentación era inadmisible. Lorente de No me contó que él esperó hasta que su mentor falleció, en 1934, y recién entonces publicó el artículo (Lorente de No, 1934), no en una re­ vista de anatomía, sino en una revista de fisiología alemana. La idea fue rápidamente aceptada por McCullough & Pitts (1943). Warren

McCullough fue uno de mis profesores en la Universidad de Yale. Él adoptó la noción de retroalimentación entre neuronas como la base para el cálculo neuronal, usando la propiedad de la neurona como un switch binario que genera pulsos on-off brindando las bases para una funcionamiento distribuido de álgebra boolena (o lógica simbó­ lica que usa números como símbolos). La idea fue que esta estructura de feedback entre neuronas permite operaciones de lógica y también otras formas de pensamiento. Esta idea fue tomada por John von Newman (1951), quien fue el arquitecto de la computadora digital programable. La idea también fue tomada por Donald Hebb (1949), un neuropsicólogo. El, al igual que McCullough, usó los diagramas de Lorente para explicar la idea de asambleas neuronales que no son otra cosa que las ahora llamadas sinapsis hebbianas. Bajo este princi­ pio Frank Rosenblatt (1956) inventó el perceptrón y luego surgió un nuevo campo: las redes neuronales (neural networks)5. Es por ello que consideró a Lorente de No como el canal por donde la nueva tecnología del procesamiento de la información se hiper-expandió como herramienta explicativa del cerebro. Sin embargo, posteriormente diversos problemas comenzaron a emerger. Uno de los pioneros en intuir alguno de esos problemas fue von Neumann. El escribió: “whatever the language of the brain is, it cannot fail to differ considerably from what we consciously and explicitly consider as mathematics” (van Newman, 1951, p. 81-82). El lenguaje del cerebro no es matemática. Descansa en paz Descartes. Y la razón, sostuvo, es que el cerebro no trabaja con la diestra capacidad lógico-aritmética de las computadoras. Una computadora puede resolver un problema complejo y ella lo re­ solverá a través de muchos pasos secuenciales con una muy alta precisión. Pero los cerebros resuelven los mismos problemas en muchos menos pasos. No hay números en el cerebro. Similarmen­ te, Claude Shannon escribió que el principal problema de la comu­ nicación informática consiste en cómo reproducir un mensaje, no 5 Ciertamente Lorente de No también promovía ideas de información neuronal en base a unidades discretas de información, tal como propusieran luego Hubel & W iesel (1959).

cómo generarlo o significarlo (Shannon, 1948). Frecuentemente los mensajes tienen significado, y a veces los aspectos semánticos son irrelevantes para un problema ingenieril. Y he allí el gran dilema: porque el significado es crucial para nosotros, no la información. Mientras yo realizaba mi postdoctorado en UCLA, la teoría de la información ya se aplicaba a todos los dominios de la inves­ tigación cerebral, aunque también ya eran patentes sus problemas. Shannon fue invitado a la Universidad para explicar cómo debía ser usada la teoría en este ámbito. Su mensaje fue claro: “N o lo intenten, la teoría de la inform ación es irrelevante para el fu n ­ cionam iento cerebral. Tu no tienes códigos pre-existentes en el cerebro con los cuales reconstruir y reproducir un mensaje, y no existe nada en la teoría de la inform ación que iguale la capacidad de generalización y abstracción que existe en los cerebros”.

Sin embargo, muchas personas no escucharon su mensaje. Fioy en día es fácil observar el uso desenfrenado y contradic­ torio de la teoría de la información por parte de fisiólogos y psicó­ logos quienes buscan en el cerebro los “centros” de información. Mi ejemplo favorito es un estudio en el cual la resonancia magné­ tica funcional fue utilizada para determinar dónde es efectuado el procesamiento matemático en hombres y mujeres. Los resultados muestran un punto activado en el lóbulo frontal izquierdo en el caso de los hombres, y dos puntos activos en ambos lóbulos fron­ tales en al caso de las mujeres. Los autores esbozan dos posibles conclusiones al respecto: una es que los hombres son más inteli­ gentes que las mujeres porque pueden resolver la tarea con sólo un hemisferio; y la otra es que las mujeres son más inteligentes que los hombres porque su cerebro trabaja más cooperativamente. Bien, ¿ello suena familiar? Ciertamente, no es sino un renacimiento de una nueva neo-frenología, mediante la localización de módulos es­ pecializados, esta vez no a partir de tumbos en la cabezas (como la frenología proponía estudiar) sino mediante puntos rojos en la re­ sonancia magnética funcional. Este uso de la teoría de la informa­

ción no es sino otro fin próximo de otra gran teoría. Si bien en los últimos años ha habido un considerable desarrollo en este ámbito y dado que los investigadores no quieren encontrar sólo puntos ro­ jos activos, sino redes de puntos activos, ha habido cierto desarro­ llo mediante método de fusión tecnológica. Pero en el mejor de los casos, es avance de la investigación sin realmente nuevos hechos. Algo esencial se está perdiendo en la teoría de la información. V. El valor de la intencionalidad como rasgo esencial de los organismos.

Existe un co-desarrollo muy importante a lo largo de los siglos XV al XX, gestado por filósofos, quienes jugaron un rol menos directo en la conceptualización entre cerebro y mente. Particularmente, el trabajo de Tomás de Aquino, quien fundó una contrarrevolución al reformular la teoría cartesiana en base a la reedición de Aristóteles. En esta empresa el concepto esencial fue el de intencionalidad, to­ mándolo de Aristóteles y dándole una nueva forma. Este concepto ya había sido primeramente re-introducido por Franz Brentano (1895), con la siguiente pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre una máquina que realiza una tarea y que no sabe que la está haciendo, y una tarea que es realizada por humanos? Los seres humanos tienen intención, que implica cierto grado de entendimiento de lo que se está haciendo. Este punto fue tomado por Husserl, y luego lleva­ do a la filosofía, hoy conocida como fenomenología, la cual está ampliamente basada en la noción de significado (como representa­ ción), y en qué representa este significado, a qué refiere. Este últi­ mo punto fue discutido formalmente por Heidegger (1962), quien afirmaba poseer un concepto de intencionalidad propio, pero en realidad era una reproducción directa de la intencionalidad de Tomás de Aquino. Los trabajos tardíos de Merleau-Ponty (1963), se acercaron mucho más al pensamiento tomista original en base a la idea de “arco intencional” en la búsqueda de lo que él llamaba máxima

tensión, que refiere al punto neurálgico de la intención: la asimila­ ción del mundo por el empuje “hacia fuera” de la intención. Esta fue su afirmación al final de una conferencia de tres días en Francia, luego de que un asistente le preguntara por el núcleo central de sus afirmaciones. Su respuesta fue la siguiente: “Intencionalidad es percibir, es hacer presente algo a uno mismo a tra­ vés del cuerpo, las cosas lamentablemente mantienen su lugar en el horizonte perceptual del m undo, la estructuración de esa percepción consiste en colocar cada detalle en el horizonte perceptual en el que se sostiene”.

En la conferencia nadie entendió su respuesta. ¿Qué quiso él decir? La postura de Merleau-Ponty, es muy cercana a la de Tomás de Aquino. Hoy día existen dos colegas míos en Berkeley llamados John Searle y Hubert Dreyfuss, que representan dos principales posturas fenomenológicas actuales. Para Searle (1991,1992), inten­ cionalidad refiere a lo que él llama “aboutness”...si Ud. piensa en algo, o tiene una creencia, es sobre algo, refiere a algo en el exterior. Y el gran problema entonces de la consciencia es la relación inter­ na de la intencionalidad con los objetos en el exterior. Dreyfuss (1990), mucho más cercano a Heidegger (1962) y Merleau-Ponty (1963), en su idea de intencionalidad como cognición corporeizada (em b o d ie d cognition) la define como la operación del cuerpo a través del cual se logra una clase de unión o completitud entre el actor y el acto, disolviendo los límites entre sujeto y objeto. Esta definición es muy cercana a la tomista que consiste en la combina­ ción y asimilación a través de la acción y se aleja de la definición de Searle basada en el “aboutness”, que conlleva una perspectiva representacional implícita. Mi propia perspectiva de la intención se acerca directamente a la génesis del significado que se produce a través de la acción del cuerpo en un ambiente específico y sigue la línea tomista de la generación desde la intención hacia las cosas. Básicamente en esta perspectiva, la intención posee tres propiedades:

(a) Unidad (Unity) que permite distinguir sí mismo de no-sí mis­ mo, y es algo que poseen los organismos vivos a todos los ni­ veles, principalmente los organismos multicelulares con siste­ mas inmunológicos, los cuales son procesos de integridad del sí mismo. (b) Totalidad (wholeness). Esta idea refiere a las propiedades organísticas de la intencionalidad, la que mejor se expresa como circularidad causal, por ejemplo, cuando una herida tiende a cicatrizar como una propiedad auto-causal del organismo. (c) Finalmente la direccionalidad (in ten t), la cual hace referencia a la propiedad clásica de la intencionalidad, su direccionalidad hacia un estado u objetivo futuro. Esta propiedad del sí mis­ mo implica la dirección (corticalmente dirigida) de la intención hacia un ambiente particular, y sólo los cerebros poseen esta capacidad. Estas propiedades de la intencionalidad son relevantes en los or­ ganismo biológicos, de forma particular en los organismos más complejos. Cuando leí a los fenomenólogos, particularmente a Heidegger y Merleau-Ponty, pero también John Searle y Hubert Dreyfuss, no entendía a lo que ellos referían hasta que pude inte­ grar sus perspectivas dentro de mis propias preguntas acerca del cerebro, y advertí algo que Paul Valery había mencionado: I have already explained w hat I think o f literal representation; but one cannot insist enough: there is no true meaning o f a text. N o au thor’s authority. W h atever he m ay have wanted to say, he w rote w hat he w rote. O nce published, a text is like an im plem ent that everyone can use as he chooses and according to his means: it is n ot certain that the m aker could use it better than som eone else. (Valery, 1957, p. 231).

Recuerdo una situación en una de mis clases de fisiología respec­ to al siguiente comentario: No existe significado en las palabras, ellas son simplemente ondas de sonido que viajan, u ondas de luz que provienen de alguna página de un texto. Un estudiante me

preguntó: “¿Dr. Freeman, Ud. sostiene q u e no existe significado en lo que está d icien d o? ”. Yo respondí que sí, pues lo único que él recibe de mí son fotones y fonemas. No existe significado en esas formas de onda, usted tiene que darles forma en su mente. Pero ciertamente el significado tampoco es algo que yo tenga encapsulado en mi cabeza... la respuesta: “com un icación en tre seres in ten ­ cionales”. Por ello, yo no entendía a Merleau-Ponty hasta que yo realmente sabía (construía) lo que él estaba tratando de decir. Y esta idea de la intencionalidad jamás puede ser entendida en términos de procesamiento de la información. Pero sí en términos de la neurodinámica. VI. La teoría de la neurodinámica no-lineal.

Existe una diferencia distintiva en la tecnología desde la cual noso­ tros nos aproximamos al estudio del cerebro desde la neurodiná­ mica con respecto a la tecnología usada por el marco del procesa­ miento de la información. La herramienta principal de las teorías de procesamiento de la información son los microelectrodos que registran la acción de potenciales de acción, los cuales son pulsos, bits, ceros o unos, a partir de los cuales elaboramos redes discre­ tas de procesamiento de la información. Por ello las poblaciones de neuronas masivamente interconectadas no consisten en trans­ misiones discretas ni lógicas, sino masivas6. Los cerebros no son buenos en extraer procesos lógicos, pero lo son para manejar signi­ ficados. Las redes neuronales artificiales no poseen esta propiedad de significación. Observe usted que los potenciales de campo (field potentials) implican principalmente dendritas, no axones (a diferencia de los microelectrodos y las técnicas de tinción que brindan información 6 En este sentido las técnicas de Golgi para conocer las comunicaciones entre neuronas pueden dar una imagen muy distorsionada de las neuronas y sus conexiones, pues sólo reflejan el 1% de las neuronas presentes en un tejido particular. Adicionalmente existe sólo una acción selectiva de esta técnica de tinción hacia las neuronas grandes.

axonal). De hecho, las dendritas consumen el 95% de la energía que el cerebro utiliza. Este es un órgano con sólo el 15% de la masa corporal que consume cerca del 20% de energía del cuerpo. Y el 95% de ello va a las dendritas. Los axones son simples mensajeros enviando impulsos de un lugar a otro. Por ello es que las actuales técnicas de electroencefalografía que recogen principalmente la ac­ tividad de las dendritas, son buenas herramientas para estudiar los potenciales de campos de activación. El primer inicio temprano de la consideración del cerebro como un campo de activación electromagnético fue gestado por Wolfgang Kóhler (1940), que se dedicó durante los años de la Se­ gunda Guerra en las Islas Canarias a estudiar la percepción de los chimpancés. Su principal conclusión fue que una teoría de la per­ cepción debía ser una teoría de campo (Field theory). Sin embargo, él pensaba que la función de campo de activación de la percepción estaba localizada en un medio continuo. Ello implicó un rápido y fatal inicio de la fie ld theory. Kóhler cometió lo que Ryle (1949) llamaría un “error categorial”, al confundir una propiedad de una entidad con la totalidad de esa entidad7. Kóhler se dedicó a estudiar las propiedades del nuevo EEG como vehículo de los campos de activación. En esta empresa confundió los campos de activación del EEG con los campos de activación de la percepción. Este error fue rápidamente evidenciado por Roger Sperry, quien interrumpió la vía de la corteza visual de gatos con secuencias de mica, las cuales debían alterar el campo de activación del EEG, aunque ello no su­ cedió. Igualmente Sperry colocó agujas de plata en la corteza visual de gatos y macacos (a fin de alterar el campo electromagnético de la corteza) y no observó alteraciones perceptuales en los animales. Ahora sabemos que él no utilizó estimulación suficientemente pro­ funda, en donde existe una gran organización en el cortex, y por ende, la teoría de los campos de activación no fue adecuadamente 7 Como cuando por ejemplo se confunde alguna propiedad de una facultad (ej. que posee un edificio) con la universidad en sí misma (y se pretendería que existiese un edificio para la universidad).

abordada. Por otra parte, el trabajo reciente de Paul Bach-y-Rita y sus colaboradores (Bach-y-Rita, 2005; Danilov, Tyler, Bach-yRita, 2004, véase también Freeman, 2005), en sustitución sensoria ha mostrado que con tan sólo el 2% de la superficie cortical (tanto sensorial como motora) es suficiente para desempeñar las principa­ les funciones sensoriales. Ciertamente en el bulbo olfatorio se pue­ de extraer cerca del 95% al 98% de tejido (preservado las entradas y salidas) y es posible mantener las funciones olfativas básicas. Por lo tanto, Sperry demostró la inviabilidad de la teoría de campo del EEG como un correlato de los campos de activación perceptuales, pero ciertamente no rechazó la teoría de campo. Pues bien, cual es el principal problema de la teoría del proce­ samiento de la información: Generalización. Cari Lashley mientras trabajaba estudiando las propiedades del tejido cortical organizado lo afirmó claramente: G eneralization is one o f the m ost prim itive basic functions o f organized nervous tissue. N erve impulses are transm itted through definite cell-to-cell connections. Yet all behavior is determ ined b y masses of excitation. ... The problem is universal in all activities o f the nervous system. (Lashley, 1950, p. 303).

Ciertamente, el impulso eléctrico es trasmitido a través de las co­ municaciones celulares (que son las sinapsis). Pero esta actividad es ampliamente definida por grandes masas neuronales, que respon­ den a campos de activación. El problema es ¿cómo coordinar toda esta actividad? La respuesta está a la mano hoy día. Mediante el uso de las dinámicas no-lineales para abordar los campos de activación neuronales, puede resolverse el dilema de Lashley. Ahora les presentaré un par de ejemplos. El estudio del bul­ bo olfativo (Freeman, 1987), y su posterior simulación matemática, pueden considerarse el prototipo de esta teoría. En un experimento diseñado por Skarda y Freeman (1987), 30 conejos fueron condi­ cionados a emitir una señal en respuesta a un odorante y no hacerlo en respuesta a un odorante incondicionado. Se registró la actividad

cerebral mediante electro-encefalograma, utilizando una planti­ lla de 8x8 electrodos crónicamente implantados, espaciados entre 0.5 mm; abarcando el 20 % de la superficie del bulbo olfativo. El análisis de los patrones de EEG mostró que la dinámica espaciotemporal antes del condicionamiento era homogénea para todos los odorantes. No se observaron cambios cuando los odorantes no reforzados fueron presentados, pero nuevos patrones emergieron con los odorantes reforzados. Mientras no se efectuara un nuevo condicionamiento, los patrones espaciotemporales mantuvieron su nueva dinámica. El aprendizaje del animal no es sobre un estímu­ lo externo particular, sino que es aprendizaje sobre una situación como totalidad. Es un cambio contextual complejo lo que produce la modificación de los patrones. Los resultados del EEG en forma de patrones espaciotemporales mostraban actividad no-lineal basal. Cuando el animal reconocía un odorante previamente aprendido se producía una drástica transición, haciendo que el patrón cambiara su dinámica espaciotemporal. Este patrón se interpretó como un estado cuasi-periódico, con caos bajo-dimensional. Cada odorante significativo para el animal poseía un particular patrón de campo espaciotemporal con descargas en fase a una particular frecuencia. En dicho experimento, la actividad no-lineal fue propuesta como la forma básica de la actividad neural colectiva para todo proceso perceptual, a manera de una actividad basal que permite el aprendizaje y acceso de patrones espaciotemporales asociados a memoria. Skarda & Freeman afirmaron: “the form in which sensory information is represented in the olfactory bulb is a spatial pattern of chaotic activity covering the entire bulb” (1990, p. 170). Los resultados de este experimento me condujeron a pensar que el cerebro no se comporta como un receptor pasivo de actividad perceptual basada en información, sino por el contrario, el cerebro construiría el significado de los eventos según su propia actividad en curso e histórica. En base a este fenómeno construí un modelo de ecuaciones diferenciales no lineales que simula la actividad basal caótica que

permite la emergencia de patrones espaciales que responden a odorantes específicos. Los receptores sólo facilitan la formación de asambleas neuronales. Durante la inhalación, todas las neuronas bulbares (no sólo los receptores) son coactivadas, predisponien­ do la actividad del bulbo a un cambio de estado. Los receptores desestabilizan el bulbo, al aumentar la interacción global, lo que favorece una transición hacia un estado global nuevo. En este esta­ do, la información transmitida por cada neurona es diseminada en todo el bulbo formando patrones espaciotemporales. Esos patro­ nes son enviados hacia la corteza para ser asociados a memoria y aprendizaje si son biológicamente relevantes, sólo la información relevante no es destruida en la dinámica. Después de la exhalación, el bulbo retorna a un estado de no-linealidad de bajo nivel hasta nuevas interacciones. De esta manera la dinámica no-lineal actúa como un factor que permite desestabilizar al sistema rápidamen­ te (Skarda & Freeman, 1990). Los trabajos originarios del bulbo olfatorio fueron sucesivamente replicados (Freeman & Barrie, 2000, 2000a). Posteriormente, la investigación se extendió a otros sistemas sensoriales (visual, auditivo y somatosensorial; Freeman, 2003) y a otros animales. Se realizaron estudios de EEG (Freeman & Barrie 2000, Freeman, Burks & Holmes, 2003), y se estudió los patrones mesoscópicos en la percepción multisensorial (Freeman, Gaál & Jórsten, 2003). Se postularon transiciones de fase globa­ les inter-hemisféricas asociadas a percepción (Freeman & Rogers, 2003), entre otros resultados8. Lo importante de estos experimentos es que lo que se logra es un aprendizaje acerca de un estímulo particular en una situación con una historia del organismo particular. Por primera vez enton­ ces, puede demostrarse que lo q u e ten em os en el cam po d e a ctiva ­ ción neu ral se correspon de con el aprendizaje p ercep tu a l d el animal. Si bien la sensación es transmitida por los receptores, la energía que estos producen es remplazada por los potenciales de acción 8 N del Editor: Esta sección ha sido presentada con mayor detalle en cuanto a los aspectos empíricos de los estudios pioneros de Neurodinámica, basándose en Ibáñez (2006).

que representa el impacto del estímulo en la actividad del animal. ¿Pero luego qué sucede? El paso siguiente consiste en la creación de un patrón que reemplaza la representación del estímulo. Y no es más una representación en el sentido clásico, es el conocimiento del animal según su historia evolutiva, es intencionalidad. Ahora, yo quisiera dejar en claro que la distinción que estoy sosteniendo es entre sensación y percepción. No es un problema acerca de la relación del alma y el cuerpo, lo nervioso y lo mental, la neurona y el pensamiento. Mi intención no es plantear relaciones causales entre cerebro y mente. Ello es para mi algo sin sentido, inviable, sólo una continuidad de la dualidad cartesiana entre sujeto y objeto. Mi interés es sobre la distinción entre un simple evento y la constitución abstracta de una categoría de conocimiento, la re­ lación entre generalización y abstracción. Esa es la diferencia entre sensación y percepción. Y es la diferencia entre representación e intención. A nivel neurofisiológico es la diferencia entre una per­ turbación externa, estímulos que son registrados brevemente como representaciones y la acción del organismo que remplaza esta sim­ ple estimulación en un patrón auto-organizado. Este correspon­ de a los “raw sense data” de los psicólogos, a los fantasmas de la doctrina tomista y su relación con la percepción (las especies inte­ ligibles). Las perturbaciones ambientales sólo son los potenciales evocados presentes en la actividad auto-organizada de fondo. La teoría de la neurodinámica no-lineal del cerebro confirma la propuesta de Santo Tomás, que por su claridad y relevancia es para mí el mejor de los filósofos. Esta teoría también confirma la perspectiva de los nominalistas, principalmente David Hume, quien sostuvo que la única forma en la que podemos entender los universales consiste en aceptar su existencia no en el mundo, sino en la acción de la mente. Mi conclusión es que el conocimiento de un animal (incluidos nosotros mismos) no es una representación del mundo, es la propia actividad creativa de nuestros cerebros en acción. Es un proceso de creación continuo, y usted no puede in­ yectar conocimiento en los cerebros.

Pero, sin embargo, yo quisiera decir unas pocas palabras acerca de los procesos de vinculación social, dado que no sólo son im­ portantes para los psicólogos, sino porque yo creo que la vincula­ ción social es un aspecto crítico de nosotros mismos. Los cerebros construyen su dinámica intencional, la fundación del aprendizaje por experiencia, aquello sobre lo que los fenomenólogos se intere­ san. Pero el conocimiento no es un proceso aislado, como sucede con algunos estudiantes de doctorado que parecen poseer el “sín­ drome del graduado”. Ello consiste en sumergirse progresivamen­ te en su propio y cada vez más complicado campo de estudio, en el que aprenden más y más acerca de menos y menos, y finalmente no pueden siquiera conversar con las personas de la siguiente puerta del laboratorio. El aprendizaje es un fenómeno social. EL C O R O L A R IO DE LA N E U R O D IN Á M IC A : LA T E O R ÍA DE LA V IN C U L A C IÓ N SO C IA L .

Nosotros podemos usar neurodinámicas no lineales para entender y modelar la emergencia del entendimiento entre individuos, que consiste en compartir experiencias y conocimiento. Esto es lo que nosotros tenemos en común. Y por ello necesitamos conocer la dinámica de la socialización y la vinculación. Existe un proceso altamente no reconocido en los diversos ámbitos, y es aquel que yo llamaría “desaprendizaje” (u nlearn in g), que sucede cuando los individuos tienen que redirigir sus propios aprendizajes en un am­ biente común, compartido. Este proceso de desaprendizaje ya fue reportado por Ivan Pavlov, el cual lo llamó Inhibición transmarginal (transmarginal inhibition), que refiere a la activación del siste­ ma nervioso hasta un punto en el que se detiene y eventualmente colapsa. En versiones extremas de este fenómeno un organismo puede perder toda su cognición, lenguaje, o conciencia. En versio­ nes moderadas de Inhibición transmarginal las personas pueden recuperarse y volver a poseer antiguos aprendizajes. P ero tam bién p u ed en adquirir n u e v o s aprendizajes y creencias. Esto fue lo que George Orwell, en su libro 1984, describió en forma de un proceso

de terror y convergencia. Sargant (1957), también describió la re­ lación entre este fenómeno pavloviano y lo que el llamó “lavado de cerebro”. El se refería al evangelismo de los siglos XVIII-XIX en Inglaterra y Estados Unidos de América, el cual usaba este fe­ nómeno como una técnica de ingeniería social para crear formas de vinculación. Emociones básicas e intensas, estimuladas por el canto, la danza, el frenesí y el miedo, predisponían a los sujetos para aceptar y cambiar creencias religiosas o sociales. Este es un fenómeno muy popular en la antigua Carolina del Norte, en la que la Inhibición transmarginal hacía cambiar el miedo a los demonios por el miedo a reptiles y serpientes. En diversos contextos de la vida moderna, el fenómeno descrito estuvo presente creando sen­ tido de comunidad en muchas fraternidades, sociedades, logias o agrupaciones. Los militares ponen en acción este fenómeno en los campos militares, a través del entrenamiento corporal combinado con el espíritu militar, la alianza ciega y la obediencia a las órdenes. Equipos de deportes, la escuela de medicina, la escuela de leyes, las corporaciones están basadas en lo mismo, como el caso del famoso Enron Corporation, que desarrolló un mito corporativo. En todos estos ejemplos se ilustra un proceso casi universal de socialización y vinculación. La genética y neuroquímica de la socialización ha evolucionado en mamíferos que requieren un largo cuidado por parte de sus progenitores. Realmente existe un proceso neuroquímico a la base de la vinculación, que proviene de nuestros ascen­ dentes mamíferos. El primer cambio primordial de un mamífero, de cría a adulto, requiere la eliminación selectiva de aprendizajes previos para permitir nuevas conductas y aprendizajes sociales. En los mamíferos la diferencia fundamental está marcada por la oxitocina y vasopresina. Todos nos hemos familiarizado con las complejas operaciones cerebrales del aprendizaje y estas neurohormonas que poseen un rol muy importante en la disolución de las conexiones neuronales, promoviendo nuevas conductas socia­ les. Es evidente observar que la incuestionable evolución de la raza humana, en los últimos tres millones de años, ha estado basada en

la socialización. El cerebro es primordialmente un órgano social, un órgano para permitir asociarse entre personas, y no sólo para aprender. Aprendizaje es esencial, pero es una operación neuronal de la que sabemos poco, y es por ello que sostengo que la neurodi­ námica puede ser una nueva puerta, que integra, además, el apren­ dizaje con la socialización desde la niñez a la adultez y en diversas formas de socialización (Freeman, 2003). Mi conclusión es entonces que nosotros podemos usar la teoría cerebral para explicar cómo los cerebros construyen su conducta intencional (Freeman, 1995), algo que ha sido descuidado por los filósofos (claramente ellos refieren sobre la conducta intencional, pero no ha sentado las bases para una aproximación científica de ella). Esta nueva teoría del cerebro abre incluso una nueva vía para entender los aspectos éticos de la conducta (Freeman, 2003). Ese es esencialmente mi mensaje. En mi libro H o w Brains Make Up Their Minds, pueden encontrar en detalle esta propuesta. Este trabajo ha sido financiado por el NIMH (MH-06686), ONR (N00014-93-1-09380, y NSF (EIA-0130352). Deseo también agra­ decer a mis colaboradores en el registro de EEG y EMG Mark D. Holmes y Sampsa Vanhatalo, en el EEG clínico al Harborview Hospital, University of Washington, Seattle, y al equipo de análisis de datos del departamento de Biología celular y Molecular de la University of California at Berkeley. El procesamiento tardío y la programación computacional fueron realizados por Linda Rogers y Brian Burke. Los datos de animales fueron obtenidos con la ayu­ da de John Barrie y Gyóngyi Gaál. Y gracias al auditorio por su paciencia y compañía.

Resumen.

¿Cuál es la relación entre la conducta intencional y las teorías del cerebro? En este capítulo se argumenta que la teoría de la neurodi­ námica no-lineal del cerebro posee las herramientas necesarias para abordar la intencionalidad y, de esta manera, fundar una nueva base para las ciencias de la mente, incluyendo la conducta social y ética. Para ello se realiza un breve recuento histórico de distintas teorías cerebrales, de los griegos hasta la actualidad. Primero se presenta la teoría de los espíritus animales, luego la teoría de la energía ner­ viosa, y finalmente la teoría del procesamiento de la información, mostrando su influencia en teorías contemporáneas de la mente y el cerebro. Luego se introduce la teoría de la neurodinámica y su corolario, la teoría de la vinculación social. Finalmente, se esbozan algunas conclusiones acerca de la neurodinámica no lineal. Abstract.

¿ What is the relationship b e tw e e n intentional b e h a v io u r a n d brain th eo ries? In this cha pter is su g g e ste d that th e T heory o f N on-linear N eu rodyn am ics has th e con cep tu a l a n d practical tools n ecessary to assess th e intentionality, g iv in g the bases f o r the fo u n d a tio n o f the sciences o f the mind, including social a n d ethical behaviour. In ord e r to assess this affirmation, a historical r e v ie w is presen ted , f r o m th e Greeks to the cu rren t theories. First is p r e s e n te d th e anim al spirits theory, then n erv o u s e n e r g y th eo ry a n d fin ally th e Inform ation P rocessing theory, sh o w in g its in fluence in the cu rren t co g n itiv e an d brain theories. A fter that th e n on lin ear n eu rod yn a m ics brain th e o ­ ry is in trod u ced an d its corollary, the social b o n d in g theory. Finally, so m e conclusions ab ou t th e n eu rod yn a m ics are presen ted.

CAPÍTULO III Los tiempos del cerebro: Nuevas aproximaciones en la neurofisiología.

Time is o f the essence: N ew approaches in n eu rop hysiological research. PE D RO E. M A L D O N A D O 1 JO SÉ P . O SSA N D O N

I. Introducción.

Cuando miramos una foto, olemos una comida o escuchamos música, nuestro sistema nervioso es capaz de procesar, a una gran velocidad, estímulos físicos que modulan la actividad en nuestros cerebros. Resolver cómo nuestro complejo sistema neuronal, es capaz de lidiar con esta enorme modulación sensorial y generar nuestro mundo perceptual, es uno de los grandes desafíos de la neurofisiología actual. Aún más, entender la fisiología de los pro­ cesos mentales a través de los cuales vemos y oímos, nos emocio­ namos, aprendemos y recordamos, requiere examinar la actividad eléctrica de grandes poblaciones de neuronas del cerebro. En este ensayo usaremos el sistema visual como modelo para ejemplificar algunas de las características de los paradigmas clásicos usados en neurofisiología y propondremos complementar estos paradigmas con la utilización del estudio de la actividad cerebral en condicio­ nes naturales o “ecológicas”. 1 Correspondencia debe ser enviada a Pedro E. Maldonado, Ph.D. Programa de Fisiología y Biofísica. Facultad de Medicina. Universidad de Chile. Casilla 70005, Santiago. E-mail: [email protected].

II. Paradigmas actuales o clásicos.

A pesar de los enormes avances que la neurociencia ha experimen­ tado en las últimas décadas, aún quedan grandes desafíos por de­ lante. Entre estos desafíos se incluye resolver varias barreras con­ ceptuales y metodológicas que queremos discutir en este ensayo. La primera barrera tiene que ver con las limitaciones que surgen de nuestra habilidad de examinar la actividad eléctrica de los cerebros de humanos y animales. Desde mediados del siglo pasado se han desarrollado diversas técnicas para estudiar la función cerebral. Es­ tas técnicas van desde el registro de los potenciales eléctricos intracelulares de neuronas, hasta técnicas como la resonancia magnética funcional (RMf) o tomografía de emisiones de positrones (PET) que examinan la actividad metabólica de grandes regiones del ce­ rebro. Estas últimas técnicas están al extremo de una serie de me­ todologías que permiten examinar la actividad cerebral en diversas escalas espaciales y temporales. El registro intra o extracelular de neuronas tiene una gran precisión temporal (en microsegundos), pero puede sólo examinar unas pocas células de las miles de mi­ llones que contiene un cerebro. En el otro extremo, la RMf puede examinar simultáneamente la actividad de todo un cerebro, pero de una manera gruesa, promediando la actividad de cientos de millo­ nes de neuronas y con una resolución temporal de al menos varios segundos. Otras técnicas como la magnetoencefalografía (MEG) o la electroencefalografía (EEG) tienen una gran resolución tempo­ ral, pero su resolución espacial es limitada, pudiendo caracterizar la actividad cerebral en grandes escalas solamente. Estas últimas técnicas adolecen además de un gran problema: las mediciones son realizadas con sensores localizados fuera del cerebro, producien­ do una medida muy indirecta de la actividad neuronal que genera incertidumbre acerca de la localización de las fuentes de la señal registrada. Es claro entonces, que cada una de las técnicas que hoy utilizamos para examinar la actividad neuronal, tiene limitaciones, ya sea de escalas de tiempo o de cobertura espacial del sistema

que estamos examinando. Por esta razón, las técnicas accesibles a estudiar fenómenos neuronales rápidos están prácticamente li­ mitadas al registro de neuronas en animales, y a señales indirectas medidas con EEG y MEG. Muchos de los fenómenos cognitivos, en particular los fenómenos perceptuales como la visión, ocurren en unas decenas de milisegundos, y por tanto los mecanismos de­ ben estudiarse con técnicas que permiten el examen de la actividad neuronal en una escala temporal similar o mayor. Una segunda barrera tiene que ver con nuestra concepción de cómo el sistema nervioso configura un patrón de actividad asocia­ da a los estímulos que provienen del medio en el cual se desenvuel­ ve el organismo. La visión actual de los mecanismos perceptuales se centra en el supuesto de que el sistema nervioso debe reconstruir el mundo físico en el cual se mueve. Si uno examina un diagrama actual del sistema visual en un libro de neurociencia, encuentra que la actividad neuronal se muestra como un diagrama de flujo con flechas unidireccionales que se inician desde el ojo hacia áreas cerebrales superiores del cerebro. Así, todo partiría con una repre­ sentación del mundo como una imagen proyectada sobre la retina. Esta imagen se transmitiría por la vía visual a través del nervio óp­ tico en la forma de potenciales de acción. Luego se proyectaría so­ bre la corteza visual primaria (VI) donde la imagen se reconstruye, para luego ser interpretada por algún otro sector del cerebro. En este enfoque, la actividad neuronal de la retina se transmite pro­ gresivamente; desde el ojo al núcleo del geniculado lateral (tálamo visual), luego hacia la corteza visual primaria (VI), desde donde posteriormente se transmite sucesivamente hacia otras cortezas “superiores”, en alguna de las cuales, eventualmente, se producirá la representación final de los objetos que están siendo observados. Este grupo de ideas conceptuales o mecanismos, se conoce como B ottom -up o F eedforw ard. Para poder hacer explicaciones sobre la percepción visual, se requiere entonces determinar cómo cada una de las neuronas que participa de esta cadena de procesamiento neu­ ronal responde a los diferentes estímulos visuales. En este paradig­

ma, los estímulos visuales utilizados tienen propiedades simples, se presentan por periodos relativamente largos y están diseñados para inducir la máxima actividad posible para obtener una cantidad adecuada de datos. Posteriormente, la actividad de muchas neu­ ronas se agrupa, para inferir distintos aspectos de la organización funcional, como son las propiedades de los campos receptivos, los correlatos perceptuales o los mecanismos de codificación del estí­ mulo. En esta estrategia experimental, el foco central es determinar las propiedades físicas del estímulo que provoca cambios en la tasa de descarga de las neuronas que están siendo registradas, modifi­ cando algún parámetro físico del estímulo, como por ejemplo, su luminosidad, contraste, orientación, forma, color, etc. Este paradigma, usado en prácticamente todo sistema percep­ tual, ha sido bastante exitoso porque nos ha permitido determinar de qué manera las células de la retina, del tálamo, o de la corteza, responden a una colección de estímulos simples con propiedades conocidas. Nuestra predicción de cómo las neuronas responden a estímulos son mejores en la retina que en el tálamo, y a su vez, en este último núcleo, nuestras predicciones son mejores que en la corteza cerebral. Esto ocurre porque a medida que nos alejamos de la superficie sensorial inicial (la retina), las respuestas de las neuro­ nas son cada vez más variables. Además de la variabilidad de su res­ puesta, el estímulo que debe entregarse para lograr un cambio sig­ nificativo en la tasa de descarga de las neuronas observadas se hace cada vez más complejo. En la retina, círculos de luz y oscuridad son buenos estímulos, mientras que en VI, barras y gradillas de luz, son los mejores estímulos. Sin embargo, a medida que se examinan áreas visuales superiores, se hace más difícil provocar cambios en la tasa de descarga de neuronas y, para hacerlo, se requiere construir estímulos cada vez más complejos. Esto ocurriría porque las neu­ ronas de áreas cerebrales superiores comienzan a combinar las res­ puestas de neuronas más sencillas, aumentando la complejidad de los estímulos necesarios para cambiar su actividad, incrementando así la especificidad a diferentes clases de estímulos. Esta especifici­

dad se traduce en la proposición de que la percepción está consti­ tuida (o codificada) por la actividad de una o unas pocas neuronas. En resumen, gran parte de lo que hoy sabemos del sistema visual se ha obtenido bajo la suposición de que la percepción es una función exclusivamente dependiente de las características físicas del estímu­ lo, y consecuentemente, al caracterizar adecuadamente la manera cómo las neuronas responden a estas diferentes propiedades se po­ dría eventualmente explicar cómo ocurre toda percepción. Sin embargo, en la última década, dos tipos de fenómenos han llevado a poner en duda este paradigma. Primero, la noción de campo receptivo como la unidad funcional unitaria con la cual el cerebro representa el mundo, parece ser mucho menos apropiado y representativo de lo que se pensaba. El campo receptivo se define como el área de la superficie sensorial que, al ser estimulada por un estímulo físico, evoca cambios en una neurona. Una serie de trabajos recientes (Bringuier et al., 1999; Jones et al., 2001; Trotter & Celebrini, 1999; Vinje & Gallant, 2000; Worgotter et al., 1998), muestran que la neurona es susceptible a cambiar su actividad y ser influida por estímulos presentes en lugares muy lejanos a su campo receptivo tradicional (ahora llamado clásico). Más aún, esta influencia no es simétrica ni lineal. En los últimos años, se han publicado una serie de trabajos que muestran que las mejores ca­ racterizaciones de campos receptivos - y que constituyen nuestros mejores modelos de cómo las neuronas responden a estímulos vi­ suales- no explican la respuesta de esas neuronas cuando se les pre­ sentan estímulos naturales como fotos o películas (Yen et al., 2004). Esto ocurre porque la actividad de una neurona es modulada de una manera mucho más compleja cuando es expuesta a estímu­ los naturales que cuando se expone a una colección de estímulos simples, como barras o gradillas (Tong, 2003). Efectivamente, la actividad de neuronas de VI es modulada de una forma mucho más amplia que la conocida para la presentación de estímulos simples (Tong, 2003). Estimulación fuera del campo receptivo (Sillito et al., 1995), adaptación, sensibilización (Dragoi, 2006), entrenamiento

(Shoups et al., 2001), enmascaramiento (Macknic & Livingstone, 1998), atención (Ito & Gilbert, 1999), retroalimentación de otras cortezas visuales (Pascual-Leone & Walsh, 2001), supresión visual (Leopold & Logothetis, 1996; Wilke et al., 2006; Polonsky et al., 2000) y contexto (Vinje & Gallant, 2000), entre otros, cambian no­ toriamente los patrones de actividad en V I. Entonces, este modelo jerárquico y su experimentación con estímulos simples, aunque permite describir patrones de respuesta frente a ciertas condiciones, no parece ser aplicable a condiciones más generales o naturales. Hasta que no se logre una descripción más detallada de la organización funcional del sistema visual, no es posible determinar cuál es el estímulo “preferido” de una neurona. Especialmente, si otro tipo de imágenes genera patrones de res­ puesta diferente a lo esperado. Es más, aunque se controle que en el campo receptivo de la neurona estudiada se proyecte el estímulo preferido, su respuesta será muy diferente según las condiciones de estimulación previa o global. Los patrones de respuesta posibles dependen de la organización funcional subyacente del sistema, en gran parte desconocida hasta la fecha (Olshausen & Field, 2005), la cual permite determinada actividad con estímulos simples. Aun­ que una neurona simple de VI responda a una estimulación con una barra de una forma consistente y reproducible, en ningún caso implica lógicamente que, frente a condiciones de percepción más complejas o ecológicas, esta neurona va a repetir o producir una actividad relevante sólo cuando se encuentre con ese patrón simple dentro de un estímulo más complejo. La dificultad metodológica de la caracterización neurofisiológica de los campos receptivos y funciones de respuesta de diferente neuronas, lleva a diversos ses­ gos que hacen necesario la cautela frente a la generalización más allá de los límites precisos del experimento realizado (Olshausen y Field, 2004). Nos parece claro entonces, que cuando los diferentes sistemas cerebrales se estudian parcelando sus áreas y buscando los estí­ mulos que generen una respuesta marcada, es probable que se de­

sarrollen o propongan sistemas de procesamiento jerárquico, ya que es posible distinguir poblaciones neuronales que responden selectivamente a diferentes grados de complejidad. Uno de los pro­ blemas con este enfoque es que habitualmente se busca los estí­ mulos o procesos que lleven a una señal máxima, ya sea en tasa de descarga, poder espectral, amplitud de señal BOLD, etc. Pero para que un sistema conformado por neuronas produzca un evento re­ levante para otra población neuronal, la experiencia subjetiva o la conducta exterior, puede incluso no ser necesario que se produzca un aumento o disminución marcada de su tasa de descarga, poder espectral o consumo metabólico. A veces, basta con que la rela­ ción entre poblaciones neuronales tenga una dinámica de funcio­ namiento específica. Un ejemplo de esto es la actividad neuronal relacionada con la agrupación perceptual y el fenómeno de sincro­ nización neuronal (Singer 1999, Varela et al., 2001). Por ejemplo, dos poblaciones neuronales visuales que responden a estimulación en áreas espaciales no relacionadas, responden con una tasa de des­ carga similar si los rasgos físicos están relacionados (una barra que estimula a ambas poblaciones) o no (barras diferentes), pero sólo sincronizan su respuesta si los rasgos están relacionados (Engel et al., 1991; Engel et al., 2001). Otro rasgo que caracteriza el estudio de las respuestas de las neuronas con estímulos sensoriales simples y repetitivos, es que la mayoría de las veces las neuronas presentan respuestas transi­ torias que tienen que ver con la aparición brusca de un estímulo y que, típicamente se ignoran o consideran como “artefactos” de estimulación. Por ejemplo, en el sistema visual, la actividad neuro­ nal relacionada con la estimulación visual se produce en periodos de tiempos muy cortos. En general, en condiciones de visión de escenas naturales, donde se permiten los movimientos oculares, la duración promedio de las fijaciones (el periodo efectivo en el cual las diferentes áreas responden con relación al estímulo) en prima­ tes no humanos y humanos es aproximadamente entre 150-250 ms (Flores et al., 2005; Maldonado et al., 2000; Schiller et al., 2004).

Por otro lado, la estimulación visual típica, que implica mantener la mirada fija, puede llevar a periodos de actividad sostenida con relación a la estimulación, pero también produce actividad tran­ sitoria en el momento de la aparición y desaparición de los estí­ mulos, que, al parecer, serían imprescindibles para una percepción normal. Por ejemplo, la actividad diferenciada en los primeros 20 ms. de una descarga neuronal sostenida en la corteza inferotemporal es, informacionalmente relevante para la discriminación de un estímulo visual si se toma en cuenta una población de neuronas (Rolls et al., 2006). En estudios de enmascaramiento visual, dise­ ñados para disminuir la detectabilidad visual, también se puede observar la fina temporalidad de los procesos relacionados con la visión. Cuando se proyecta una máscara inmediatamente antes o después de un estímulo blanco, se logra alterar significativamente la detección y la actividad de descarga neuronal en VI. Esta modu­ lación de la actividad, está dada, principalmente por la supresión de los transientes de descarga relacionados con la aparición (máscara anterior al estímulo) y desaparición del estímulo (máscara poste­ rior) (Macknik, & Livingstone, 1998). En estudios de potencial de campo local y EEG, también se observa que la actividad sincrónica entre electrodos en diferentes bandas de frecuencias se relaciona con la detectabilidad o la percepción visual, aumentando y dismi­ nuyendo dentro de los primeros 400 ms. desde la presentación del estímulo (Tallon-Baudry et al., 1996; Rodríguez et al., 1999, Fries et al., 2001). Por último, estudios con estimulación transcraneal magnética (ETM), también dan sustento a una temporalidad fina en los procesos de percepción visual. En una tarea de identificación visual, en el cual se entregaban pulsos de ETM a VI, se eviden­ ció que el desempeño en el reconocimiento se ve deteriorado sólo cuando el estímulo es aplicado entre 60 a 140 ms. después del inicio del estímulo, con una detectabilidad nula si es entre los 80 a 100 ms. (Amassian et al., 1989). Esta dinámica de actividad neuronal difiere marcadamente de lo que es posible detectar con métodos de neuroimagen, como la

RMf y de los potenciales relacionados a eventos electroencefalográficos. Estos se evocan con estimulaciones pasivas, con imá­ genes que se presentan por periodos prolongados, sin permitir movimientos oculares después de la presentación de un estímulo. Aunque estas manipulaciones son extremadamente útiles para el estudio de diferentes funciones cognitivas, como atención o me­ moria (Luck et al., 2000), difieren ampliamente de las condiciones de visión natural, en donde estas funciones son ejecutadas efecti­ vamente. Por ejemplo, en estudios de memoria de trabajo visual, habitualmente se presenta un conjunto de estímulos, luego un pe­ riodo de retención variable y, finalmente, un conjunto de estímulos en los cuales se debe precisar si corresponden o no a los presenta­ dos inicialmente (Luck & Vogel, 1997). Con este tipo de manipu­ lación, se logra distinguir un potencial negativo occipito-parietal que se inicia 100 ms. después de la presentación de los estímulos y se extiende por todo el periodo de retención, presentando una amplitud proporcional a la carga de memoria de trabajo utilizada (Vogel & Machizawa, 2004). Con esta manipulación es posible dis­ tinguir patrones de activación neuronal que se relacionan directa­ mente con el desempeño y la capacidad de memoria, pero que son difíciles de generalizar a la condición natural, en donde los tiempos de fijación duran alrededor de 200 ms. -las sacadas menos de 50 ms.- y se verifican procesos de memoria de trabajo, aunque no se esté examinando una tarea explícita. Así, para un periodo de reten­ ción de aproximadamente un segundo, se pueden tener entre 2 y 5 fijaciones, con todos los patrones de activación asociados a cada una de ellas. En esta situación, muchos de los ERP descritos como cognitivamente relevantes, caen dentro del periodo de una nueva presentación y posiblemente no sólo se encuentran encubiertos por el resto de la actividad, sino que dinámicamente modificados con cada nueva fijación. Sin embargo, es extremadamente difícil realizar experimentos en situaciones más complejas. Para lograr una exploración no invasiva de la actividad eléctrica de los pro­ cesos cerebrales asociados a condiciones más naturales de visión,

es necesario desarrollar metodologías que permitan sobrepasar la dificultad técnica que representan los artefactos eléctricos produci­ dos por los movimientos oculares. Actualmente, este problema se evita manteniendo la vista fija y eliminando todos los datos en los cuales se detecta un movimiento ocular o parpadeo. III. El cerebro es una red.

Un segundo conjunto de evidencias que pone en duda nuestros modelos basados en la presentación de estímulos simples y repeti­ tivos, apunta a que el cerebro es una red mucho más compleja de lo que inicialmente suponíamos. De hecho, el esquema de la conectividad unidireccional encontrado hoy en muchos textos es inexacto y confuso, porque prácticamente todos los núcleos del cerebro tie­ nen conexiones recíprocas con muchas otras regiones del cerebro. Esto también ocurre en el sistema visual. El tálamo visual recibe de la corteza primaria diez veces más conexiones de las que envía hacia ella, y la corteza visual primaria se conecta con muchas otras cortezas simultáneamente. Se calcula que una región cortical cual­ quiera recibe sólo el 1% de sus aferencias de los núcleos subcorticales, siendo el 99% restante, aferencias que provienen de otras re­ giones corticales (Douglas & Martin, 1998). Así, las distintas áreas de la corteza, más que formar una cadena de núcleos que procesan la actividad neuronal en forma secuencial, forman parte de una red recurrente donde las neuronas se modifican mutuamente en forma continua. ¿Qué consecuencias tiene esta configuración anatómica para las neuronas de los sistemas sensoriales cuando éstas se en­ frentan a un estímulo? La consecuencia más importante es que la actividad de cualquier neurona en la red, no está sólo modulada por el estímulo presente en ese momento, sino también, por la for­ midable modulación que proviene de otras neuronas de la red. Un experimento reciente, realizado por Murray et al. (2002), muestra que la actividad de V I, medida a través de RMf frente a estímulos de diferente complejidad, pero con rasgos locales idénticos, es mayor o menor dependiendo de la complejidad de este estímulo. La per­

cepción visual implica agrupar elementos individuales de patrones coherentes que reducen la complejidad descriptiva de una escena visual. Cuando el estímulo es muy simple, por ejemplo, un grupo de líneas separadas, hay una alta actividad en VI y baja actividad en el complejo occipital lateral (un área importante en percepción de objetos). Lo contrario ocurre cuando un estímulo coherente es formado por las mismas líneas formando ahora una figura cerrada. Esto sugiere que la actividad en áreas visuales tempranas se reduce como resultado de los procesos de agrupación cognitiva realizados en áreas superiores. Esta clase de mecanismos donde la actividad interna es crucial y modula la actividad hacia “abajo” del sistema se conoce como mecanismos to p -d o w n o de feed b a ck . La característica de sistema altamente interconectado que muestra el cerebro, tiene varias consecuencias en el estudio de la fisiología de este sistema. Al manipular el cerebro se obtienen res­ puestas que sustentan la actividad de reentrada permanente en los diferentes procesos mentales. En un estudio de ETM, en el cual se estimulaba el área MT (asociada a la detección y percepción de movimiento) con el objetivo de producir fosfenos en movimiento, se observó que la entrega de un segundo pulso de ETM en VI entre 5 y 45 ms. después, suprimía la visión de los fosfenos, evidenciado una acción de retroalimentación entre MT y VI, necesaria para que se produzca la percepción visual (Pascual-Leone & Walsh, 2001). En concordancia con lo anterior, ETM en área MT, produce la vi­ sión de fosfenos en sujetos normales, pero cuando el mismo es­ tímulo es realizado en sujetos con hemianopsia2 por lesión de la corteza visual primaria, los fosfenos no se producen (Cowey & Walsh, 2000). En otro estudio de detección de estímulos, los cuales son perceptualmente detectables con frecuencia, se observó que la primera parte de la actividad neuronal en VI, no era diferente si el estímulo presentado era detectado o no. En cambio, cuando la de­ tección fallaba, componentes de la respuesta neuronal más tardíos 2 La hemianopsia consiste en la pérdida de la visión de la mitad del campo visual; hemi: mitad, anopsia: ceguera (N. del Ed.).

(>100 ms.) fueron completamente suprimidos (Super et al., 2001), lo que sugiere que esta actividad es modulada por actividad reen­ trante desde otras cortezas. Estos resultados se contradicen con la visión habitual en neurociencias, de que las áreas visuales primarias son las encargadas del procesamiento básico de las características físicas de los estímulos, y sólo áreas más “superiores” interven­ drían en la generación de la fenomenología perceptiva propia de los seres humanos. De hecho, diversos estudios con condiciones de estimulación ambigua, han mostrado que la modulación de la acti­ vidad neuronal frente a la supresión o activación perceptiva de un estímulo que permanece constante, se produce en múltiples áreas cerebrales sin respetar jerarquías. Por ejemplo, estudios con MEG, han mostrado una modulación amplia, principalmente en regiones visuales primarias y temporales frente a la supresión perceptual de un estímulo (Tononi et al., 1998; Cosmelli et al., 2004). Estu­ dios con fMRI, evidencian una amplia modulación de actividad en VI relacionado con la supresión perceptual (Polonsy et al., 2000; Tong, 2003). A su vez, estudios neurofisiológicos más recientes, han cuestionado la visión anterior de que mayoritariamente la ac­ tividad neuronal en áreas primarias se mantenía conservada frente a la supresión visual (Wilke et al., 2006). IV. Cambio paradigmático.

En consecuencia, se podría decir que las explicaciones sobre la neu­ rofisiología de los sistemas sensoriales están sufriendo un cambio paradigmático. El paradigma tradicional es un paradigma representacional o sólo bottom -up, donde la percepción es un proceso unidireccional y rígido en el cual la corteza visual es considerada como un sistema jerárquico y, por tanto, la percepción ocurre en el nivel más alto de esta jerarquía, en donde un número muy pequeño de neuronas es activado. Ahora ponemos en duda la capacidad representacional de las neuronas y que debemos incluir la influencia de toda la red en la actividad sensorial. El nuevo paradigma es, más

bien, del tipo constructivista, donde la percepción es vista en un proceso dinámico donde imágenes visuales son interpretadas, no codificadas. En esta perspectiva el sistema visual genera recurren­ temente una hipótesis con actividad sensorial incompleta, creando la interpretación más probable, basada en experiencias previas. Esta propuesta incluye la participación tanto de mecanismos bottom -u p como top -d ow n . Esto implica que, nuestra percepción no es una captura del mundo donde nuestras experiencias reflejan las pro­ piedades únicas del mundo físico al cual estamos expuestos. Más bien construimos nuestro mundo, y esta construcción depende tanto del mundo físico al cual estamos expuestos, de la actividad de toda la red de neuronas que constituye nuestro cerebro y de la experiencia que modificó la dinámica de la red con que ahora construimos nuestra experiencia. En este sentido, y en relación a la visión, ésta no puede ser entendida si no se toma en cuenta la forma en que se genera el mundo visual. Este surge a partir de la explo­ ración activa, en la cual, las distintas percepciones creadas en la interacción del sujeto con los estímulos externos, no se mantienen por ser una copia eficaz de rasgos de un exterior independiente, sino porque son consistentes con la historia de interacciones pre­ vias y con las acciones ejecutadas por el sujeto, las cuales resultan en modificaciones de su mundo esperables o causalmente lógicas para él. Toda percepción es una construcción, reflejada en un co­ rrelato neuronal donde poblaciones de neuronas están activas de una forma consistente frente a lo que experimentamos como una imagen o colección de objetos visuales. Una aproximación a esta idea ya había sido presentada en diferentes formas, como la idea de enacción, introducida por Varela et al. (1991), donde se ubica en una posición intermedia entre el radicalismo objetivo y subjetivista. La idea es “enfatizar la creciente convicción que la cognición no es la representación de un mundo ‘predado’ por una mente ‘predada’, sino más bien, la enacción de un mundo y una mente sobre la base de una historia de acciones varias que un organismo ejecuta en su ambiente”.

V. Un paradigma experimental complementario.

En este ensayo proponemos que muchos de los problemas presen­ tados aquí pueden minimizarse si se estudia la actividad del cere­ bro mientras los animales o los sujetos humanos realizan tareas en condiciones ecológicas. Esto implica condiciones en las cuales el cerebro transita de un estado a otro en forma natural mientras rea­ liza tareas que son propias del quehacer cotidiano. Como en este nuevo paradigma, el investigador no especifica los tiempos de los cuales ocurren los eventos -como la aparición de un estímulo- es necesario acceder a otras claves que permitan hacer la correlación entre la actividad neuronal y la conducta. Una de estas situaciones ocurre, por ejemplo, en el ámbito de la percepción visual y los mo­ vimientos oculares. Cada vez que vemos una imagen o exploramos visualmente una escena, movemos nuestros ojos tres o cuatro veces por segundo. Esta secuencia de movimientos oculares revela que el sistema visual termina de procesar un punto de la imagen para lue­ go mover su atención hacia otros lugares de la imagen. Esta es una tarea natural que claramente revela, a través del mecanismo motor, los instantes en que el sistema visual cambia de estado. La idea en­ tonces, es usar los momentos en que el sujeto o animal inician una fijación visual en un lugar de la imagen como marcadores de eventos naturales. Así, una señal como la actividad electroencefalográfica en un humano, o la actividad de poblaciones neuronales registradas con electrodos en un animal, pueden analizarse temporalmente con relación a los tiempos de movimientos oculares. Esta aproximación pretende entonces permitir que el cerebro realice una tarea bajo una dinámica no interrumpida por el experimentador, pero que, al mismo tiempo, sea capaz de entregar marcadores apropiados para analizar y correlacionar la actividad neuronal con la conducta. En el sistema visual, esta aproximación puede realizarse de varias maneras. Por ejemplo, se puede comparar la actividad eléctrica de sujetos que realizan una exploración libre y comparar la actividad mientras se realiza una búsqueda visual, una tarea de atención, etc.

así como alguna conducta que incorpore aspectos cognitivos más complejos, siempre teniendo un marcador natural que señale los cambios de estado. Esta incorporación de marcadores naturales no se restringe necesariamente sólo al sistema visual. En princi­ pio, cualquier conducta que permita caracterizar un evento motor asociado al cambio de estado, es susceptible de ser usado como marcador. Esto puede ocurrir, por ejemplo, en el sistema olfatorio, donde la conducta de percepción parece estar estrechamente rela­ cionada con la conducta motora de inspiración y olfateo. Muchas otras situaciones preceptúales están asociadas a la conducta moto­ ra. Esto parece ser más bien la norma que la excepción, de que toda percepción incluye un actor motor (Noe, 1990). Esta nueva aproximación no está exenta de problemas. Uno de los obstáculos evidentes tiene que ver con el análisis que se realiza sobre la señal neuronal. Si los eventos van a ser aquellos observa­ dos durante una conducta natural, estos pueden ocurrir con alta frecuencia como en el caso de los movimientos oculares. En este caso, la rapidez con que cambian los estados de actividad neuronal, requiere que el análisis que se haga de ella sea igualmente rápi­ do. Para registros de actividad cerebral interna, como el registro de neuronas únicas, o potencial de campo local que se realiza en animales, esto no es un problema, pero en el caso de los registros encefalográficos, no existen herramientas que permitan determinar instantáneamente alguna de las características más importantes de la señal. Por ejemplo, una herramienta de análisis de estas señales son los análisis de frecuencia, los cuales requieren una ventana de análisis que puede ser bastante más larga que el tiempo en cual se observa el fenómeno, como por ejemplo una sacada. Aún así, hay nuevas herramientas como el análisis de sincronía de fase, que permiten una comparación instantánea de las señales registradas en distintos electrodos. En resumen, hemos discutido sobre la actual aproximación en neurofisiología, donde se ha intentado caracterizar los correlatos neuronales de la actividad mental, a través de paradigmas que uti­

lizan estímulos controlados por el investigador, tanto en su dura­ ción, como en su aparición. Proponemos que este paradigma, si bien útil, exhibe problemas que impiden un entendimiento com­ pleto de los correlatos neuronales de la percepción. Pensamos que este paradigma puede ser complementado con estudios que per­ miten una conducta más ecológica de los sujetos y los animales con el objetivo de usar los marcadores conductuales como eventos que revelan los cambios de estado y el mecanismo de procesamien­ to cerebral. Creemos que esta nueva aproximación no solamen­ te complementará lo que ya sabemos sobre sistema nervioso sino que proveerá de una aproximación más natural del fenómeno de la función cerebral.

Resumen.

Mucho de nuestro conocimiento actual respecto a los mecanismos neuronales del cerebro, ha sido obtenido en gran parte, por un pa­ radigma en el cual la actividad neuronal es examinada bajo la ma­ nipulación de un estímulo controlado. Estos estímulos tienen pro­ piedades muy sencillas y son presentados por un espacio de tiempo largo, para permitir la colección de una muestra adecuada de datos. En este paradigma, muchos ensayos son agrupados para así infe­ rir diferentes aspectos de la organización funcional, tales como las propiedades de los campos receptivos, mecanismos de codificación de información, o correlatos de la percepción. Esto ha sido una aproximación exitosa ya que hemos aprendido mucho acerca de cómo diferentes regiones del cerebro responden a conjuntos espe­ cíficos de estímulos, y cómo su actividad se relaciona con el desem­ peño en una tarea de percepción. Sin embargo, el cerebro está or­ ganizado en una jerarquía masivamente paralela y existe evidencia que la función del cerebro se relaciona tanto con el estímulo físico al cual es expuesto, como con su dinámica interna. En este ensayo, proponemos que un conocimiento considerable puede obtenerse si el cerebro es examinado siguiendo sus propios procesos internos en condiciones de estimulación ecológica. En este enfoque, pode­ mos acceder a la dinámica temporal natural del cerebro, revelando los procesos implicados durante diferentes conductas. Palabras clave: Percepción, registros electrofisiológicos, reso­ lución espacial, resolución temporal, codificación. Abstract.

M uch o f ou r current k n o w led ge rega rd in g the n eu ron a l m echanism s u n d erlying brain fu n ction has b een largely ob tain ed b y on e principie pa rad igm w h e r e neu ron al activity is sam pled u n d er the manipulation o f con trolled stimuli. These stimuli usually h a v e v e r y simple properties, an d are p r esen ted f o r a relatively lon g p e r io d o f tim e in

ord er to allow f o r the collection o f an a d eq ua te sample o f data. In this p a ra d igm the data f r o m m a n y triáis are then p o o le d a n d used to in fer d ifferen t aspects o f fu n ctio n a l organization such as recep tive fie ld properties, inform ation cod in g mechanisms, a n d correlates o f perception. This has b een a successful enterprise, w h e r e a g rea t deal has b een learn ed ab ou t h o w differen t regions o f the brain respond to specific sets o f stimuli, an d h o w their activities correlate w ith p e r ­ fo r m a n c e on a p ercep tu a l task. H ow ever, the brain is o rgan iz ed in a m assively parallel hiera rchy a n d th ere is increasing ev id e n c e that brain fu n ctio n is as m u ch related to the ph ysical stimulus it is ex­ p o se d to, than to its internal dynamics. In this essay, w e p rop o se that a considerable k n o w led ge can b e learn ed i f the brain is exam ined w h ile f o llo w in g its o w n in tern alprocesses w h e n running on ecolo gical stimulation. In this approach, w e can access the actual tim ing o f brain processes that are in v o lv e d during d ifferen t behaviors. K e y w ords: Perception, electrop h ysiologica l recordings, spatial resolution, tem p o ra l resolution, coding.

CAPÍTULO IV La cognición hecha cuerpo florece en metáforas...

E m bodied cognition blossom s in m etap hors... JO R G E SOTO A N D R A D E 1

I. La cognición hecha cuerpo florece en metáforas...

La cognición hecha cuerpo, llamada también “cognición corporizada” (“embodied cognition”) en la literatura (Varela & Thomson, 1998; Núñez & Freeman, 2000; Lakoff & Núñez, 2000), es una no­ ción fundamental en ciencias cognitivas contemporáneas. Alude al hecho que, nuestro conocer no es un simple percibir una realidad objetiva “allí afuera”, ni tampoco un procesamiento de información captada por nuestras ventanas sensoriales, sino que, un proceso que se construye a partir de nuestra experiencia corporal sensoriomotriz. En este artículo queremos presentar ejemplos que muestran en qué medida esta cognición hecha cuerpo florece mediante metáfo­ ras, especialmente metáforas conceptuales. En este contexto, es ne­ cesario un abordaje en “primera persona”, en el sentido de Varela & Shear (1999), ya que las metáforas más relevantes involucran a menudo un cambio o un giro abrupto en el modo cognitivo del sujeto que las aprehende o las construye. 1 La correspondencia relativa al artículo debe ser enviada a Jorge Soto Andrade Depto. Mat. Fac. Ciencias, U. de Chile Casilla 654, Santiago, Chile. Mail: [email protected].

Las evidencias experimentales que aportan agua a nuestro mo­ lino provienen, por ahora, del ámbito didáctico, particularmente del proceso de enseñanza-aprendizaje de la matemática en grupos de alumnos de primer ciclo universitario, opción humanista, y también de profesores en ejercicio, de enseñanza primaria y se­ cundaria. Están basadas en observación de alumnos, tests, pruebas, exámenes y entrevistas. II. Metáforas, Analogías, Símiles y Representaciones.

Metáforas, Analogías y Símiles forman parte de los tropos retó­ ricos. Etimológicamente, “tropo” significa “giro” en griego. Así entonces, en retórica, un tropo es un giro o figura de lenguaje, una expresión tomada en un sentido que va más allá de su sentido lite­ ral. Originalmente, los tropos eran considerados sólo como orna­ mentos de lenguaje, como artificios retóricos. Más recientemente, desde el siglo XVIII, se comenzó a percibir la importancia de su rol cognitivo. En griego, metáfora significa “transferencia” o “transporte”. Una metáfora asimila dos objetos aparentemente no relaciona­ dos, describiendo el primero como si fuera el segundo: transpor­ ta entonces significado de un dominio a otro. Las analogías son comparaciones entre dos cosas, similares en algún aspecto. Se las suele usar para explicar lo poco familiar por lo familiar. Un símil o comparación, es una figura de lenguaje en que la similaridad entre dos objetos está expresada explícitamente: tanto el tenor como el vehículo2 son explícitos y están ligados por un indicador explícito de semejanza, usualmente la palabra “como”. Así entonces, las comparaciones “muestran su juego”. Por el contrario, las metáforas “no gritan agua va”: “Une métaphore est une brevis qui broute dans le pré du voisin” (Una metáfora es una oveja que pasta en el prado del vecino), propone Vinsauf, citado por Prandi (2001). 2 En una metáfora, analogía o símil, el te n o r recibe los atributos del v e h íc u lo

(N.del Ed.).

Usualmente, las metáforas son poéticas en tanto que las analo­ gías son prosaicas. Un ejemplo notable es el extracto de Auguries of Innocence (Augurios de Inocencia, William Blake, 1757-1827): To see a w o rld in a grain o f sand A n d a heaven in a w ild flower, H old infinity in the palm of y o u r hand A n d eternity in an hour. (Ver un mundo en un grano de arena Y un cielo (paraíso) en una flo r silvestre, Sostener el infinito en la palm a de tu mano y la eternidad en una hora.)

Este poema es seguramente una metáfora...¿Pero una metáfora de qué? Preguntamos a alumnos de primer ciclo universitario (curso de matemáticas 0, opción humanista del Programa de Bachillerato de la Universidad de Chile) qué les sugería este poema. Tres cuar­ tos de ellos aproximadamente dijeron sin mayor vacilación que era, para ellos, una metáfora del curso de matemáticas que acababan de hacer. Hicieron entonces una lectura cognitiva de este poema, que admite seguramente muchas otras... EL R O L C O G N ITIV O DE LAS M E T Á F O R A S.

Durante la última década se ha tomado progresivamente conciencia del hecho que las metáforas no son sólo artefactos retóricos, sino que potentes herramientas cognitivas, que nos ayudan a aprehender o a construir nuevos conceptos, así como a resolver problemas de manera eficaz y amigable (Acevedo, 2005; Araya, 2000; Detienne, 2005; Dubinsky, 1999; Duval, 1995; Edward, 2005; English, 1997; Ferrara, 2003; Gardener, 2005; Johnson & Lakoff, 2003; Lakoff & Núñez, 2000; Parzysz et al., 2003; Pesci, 2005; Pouilloux, 2004; Presmeg, 1997; Seitz, 2001; Sfard, 1997, Soto-Andrade, 2005). Luego de “las metáforas con que vivimos” (Johnson & Lakoff, 1998), han ingresado al escenario “las metáforas con las que cal­ culamos” (Bills, 2003). Se reconoce así la existencia de metáforas

ceptuales (Lakoff & Núñez, 2000), que son transformaciones o “mapeos” de un dominio “fuente” a un dominio “blanco”, que transportan la estructura inferencial del primero en la del segundo y nos permiten entender el segundo, usualmente mas abstracto y opaco, en términos del primero, más “aterrizado y transparente. Por lo demás, el término “metáfora”, es usado hoy día en un sentido cada vez más laxo, como sinónimo de “representación”, “analogía”, “modelo”, “imagen”, etc. (Parzysz et al., 2003). Es, sin embargo, posible discernir diferencias operacionales entre estos términos. Intentamos ilustrar algunas, para el caso de metáforas, representaciones y analogías, en el siguiente mapa: D o m in io “ b la n c o ”, m ás elev ado y a b stra c to

A n a lo g ía < -------------------------- >

D o m in io “ b la n c o ”, m ás elev ad o y a b stra c to

A

A M e tá fo ra

R e p rese n ta ció n

M e tá fo ra

m ás c o n c re to y ate rriz a d o

R e p rese n ta ció n

V

V D o m in io “ fu e n te ”,

M e tá fo ra

< ---------------------------> A n a lo g ía

D o m in io “ fu e n te ”, m ás c o n c re to y ate rriz a d o

Como se indica, operacionalmente, las metáforas conceptuales “suben”, de un dominio cognitivo más concreto y familiar a uno más abstracto y nuevo, las representaciones “bajan” de uno más abstracto y extraño a uno más concreto y familiar y las analogías van “a nivel”, en ambas direcciones, entre estos dominios. Ade­ más, podemos tener metáforas que suben desde distintos dominios fuente hacia el mismo dominio blanco y viceversa: desde un mismo dominio fuente a distintos dominios blanco. Ejemplo: Hay una analogía entre el paseo al azar de una pulga por los vértices de un triángulo equilátero y una lucha sin piedad entre 3 productores por un mercado de consumidores. Por otro

lado, podemos representar el mencionado paseo al azar, por una repartición iterada de fluido (por ejemplo, jugo de chirimoya) en­ tre 3 amigos, que comienza con uno de ellos como detentor de todo un litro de jugo y los demás, nada... Esto es, si ya entendemos en alguna medida, lo que es un paseo al azar. Pero si estamos recién descubriéndolo o construyéndolo, diríamos que la repartición de jugo es una metáfora del paseo al azar de la pulga. De esta manera, podemos llegar a aprehender las probabilidades de presencia de la pulga en los distintos vértices, que son algo abstractas. Una va­ riante de esta metáfora es aquella en que vemos a la pulga misma partirse en porciones de pulga que van a parar a los distintos vér­ tices (ver más abajo, subsección sobre metáforas para contenidos matemáticos: el paseo al azar de la pulga). M E TÁ FO R A S C O M O FU N C T O R E S EN TRE C A TE G O R ÍA S.

Un dominio cognitivo puede ser mirado como una categoría, en el sentido matemático del término. Una categoría está definida por sus objetos, las flechas (o morfismos) entre los objetos y la com­ posición de flechas. En este caso, los objetos son las aserciones del dominio cognitivo, las flechas son las implicaciones entre ellas y la composición de flechas es simplemente la concatenación lógica: Si A implica B y B implica C entonces A implica C. Las metáforas admiten a menudo realizaciones concretas, con las que los niños pueden jugar, en el marco de un abordaje constructivista y corporizado a los objetos y métodos matemáticos. Como las metáforas transfieren objetos de un dominio a otro, nos permiten sacar partido de nuestras intuiciones en ambos dominios y transferir comprensión de uno a otro. De hecho, podemos así transferir comprensión entre las probabilidades, la termodinámica, la hidráulica, la economía, la sociología, etc. Las metáforas necesitan un suelo fértil para crecer. Ese suelo es suministrado en gran medida por las experiencias sensoriomotoras y lúdicas de la primera infancia. Como dice D. Tall (2005), “Metaphors are ‘metbefores’” (Las metáforas son algo que encon­

tramos antes). Recíprocamente, las metáforas emergen espontá­ neamente como una herramienta privilegiada para comunicar ex­ periencias somáticas y cenestésicas (Bertherat, 1998). Es nuestra hipótesis de trabajo que estas experiencias corporizadas previas, son sumamente significativas y relevantes más tar­ de, cuando uno se encuentre con conceptos abstractos. Si nuestra hipótesis es correcta, se sigue que es un gran error didáctico decir, por ejemplo: “En el segundo ciclo básico, o en la enseñanza media, los niños deben acceder al pensamiento abstracto, así que ¡fuera con el material concreto! Debemos enseñar usando lenguaje abs­ tracto, resolver problemas abstractos usando métodos abstractos, calculando con algoritmos eficaces...” Nuestra hipótesis es que los niños a quienes les fue así robada una parte de su infancia, tendrán mayores dificultades más adelante para desarrollar su pensamiento abstracto. Porque las metáforas que podrían ayudarlos no tendrán un suelo propicio en qué crecer... Por ejemplo: la media y la des­ viación estándar de una variable aleatoria, pueden ser aprehendidas (y descubiertas) a partir de nuestra intuición y experiencia estática (juegos de equilibrio o de balancín) y dinámica (juegos de giro). A P A R IC IO N E S DE LAS M E T Á F O R A S EN EL P R O C E SO DE E N SE Ñ A N Z A -A PR E N D IZ A JE .

(I) C om o m etáforas d e l p r o ceso mismo: La m etáfora itinerante: Aprender es un viaje, con etapas más arduas que otras, con altos en el camino, retornos a un lugar ya visitado, etc. M etáforas topográficas: Hay diferentes caminos para llegar a la solución, distintos abordajes de un mismo sujeto, que tiene varias facetas o laderas. La m etáfora gastronóm ica: Enseñar es entregarle al apren­ diente un sandwich, que éste debe tomar, comer y digerir (se espera...). Muchas teorías de aprendizaje discuten a veces sobre

la composición y los ingredientes del sandwich, pero rara vez se reconoce ni mucho menos se cuestiona la metáfora misma. Incluso los programas oficiales y curricula están redactados en esos términos: “el objetivo de este curso es entregar técnicas y métodos p ara...”. (II) C om o m etáforas para los con tenidos m atem áticos: Un ejem p lo pa rad igm ático: El p a seo al azar d e una pulga: Una pulga se pasea al azar por los vértices de un polígono re­ gular, saltando alegremente desde cada vértice a uno de sus dos vecinos inmediatos con probabilidad Vi (como si lanzara una moneda para decidir a cuál salta...). Si parte de un cierto vér­ tice, ¿dónde la encontraremos después de m saltos? Es posible considerar distintos abordajes metafóricos del problema: La M etáfora salom ónica ve a la pulga partida en dos mita­ des en el primer paso, cada media pulga aterrizando en uno de los dos vecinos inmediatos, y así sucesivamente en cada paso. Van apareciendo así pedacitos de pulga en cada vértice del po­ lígono, que podemos ir añadiendo fácilmente paso a paso, para calcular la porción de pulga presente en cada vértice después de m pasos. Nótese que esta metáfora facilita el descubrimien­ to de la analogía ya mencionada entre el paseo al azar de la pulga y la evolución de un mercado de consumidores disputa­ do por varios productores (3 en este caso). La probabilidad de encontrar a la pulga en un cierto vértice resulta ser la parte del mercado controlada por un cierto productor. La M etáfora hidráulica ve el cálculo de las probabilidades en cuestión como el flujo o escurrimiento de 1 litro de fluido probabilista por una red de mangueras, con repartición equita­ tiva en cada bifurcación. La M etáfora g en ea ló gica ve un árbol genealógico, cuyo patriarca (o matriarca), distribuye su herencia de 1 millón de pesos entre sus descendientes, y éstos a su vez entre los suyos,

y así sucesivamente... Esta metáfora se aplica tal cual al caso de una pulga que se pasea simétricamente por la recta discreta de los enteros relativos. Si se pasea por los vértices de un polí­ gono regular con m vértices, habría que pensar que los descen­ dientes del patriarca son de m colores distintos (en el espectro político, por ejemplo) dispuestos en el disco de colores habi­ tual, de modo que cada uno tuvo dos descendientes de los dos colores vecinos exactamente, entre los cuales repartió su parte de herencia por igual. La M etáfora p e d estre ve un enjambre de pulgas partiendo del vértice dado y dividiéndose en mitades iguales entre los dos vecinos, cada vez. Para m - 10, por ejemplo, ladinamente soltamos 210= 1024 pulgas, que se irán repartiendo por mita­ des por los vértices del polígono. Basta sólo ir registrando la cantidad de pulgas que van llegando a cada vértice hasta la 10a bifurcación. El porcentaje de pulgas que llegó a cada vértice, da entonces la probabilidad de presencia de la pulga aleatoria original en ese vértice, al cabo del 10° salto. La M etáfora platónica: En su mundo ideal, Platón ve que cuando se lanza una moneda cae una vez cara y otra vez sello, por igual. De esta manera, las probabilidades se asignan, o calcu­ lan, como frecuencias relativas de una estadística platónica... III. Los modos cognitivos: vehículos de las metáforas.

Las metáforas que tienen un mayor impacto cognitivo involucran un cambio en el modo cognitivo del sujeto. UN P R IM E R E JE M P L O : R E SO L U C IÓ N DE E C U A C IO N E S DE P R IM E R G R A D O .

Por ejemplo, cuando explicamos cómo resolver ecuaciones de pri­ mer grado con ayuda de la metáfora de la balanza, cambiamos del modo cognitivo verbal-secuencial al no verbal no secuencial: En lugar de verificar una igualdad mediante un cálculo aritmético o algebraico, uno pone pesos en ambos platillos y mira...

Los cuatro modos (o estilos) cognitivos básicos, propues­ tos por J. Flessas y F. Lussier (2004), a partir de los trabajos de Alexander Luria (1972), pueden ser presentados en la siguiente ta­ bla de doble entrada:

L o s 4 estilo s

V erbal

N o -v e rb a l

c o g n itiv o s

S ec u e n c ia l

SV

SnV

• Fluidez en la elocución. • Precisión del vocabulario. ■Memorización de series (cifras, letras, palabras). • Percepción y discriminación de sonidos. • Concatenación lógica y cronológica de las ideas.

• Fluidez en la concatenación de los gestos. ■Precisión y destreza manual. • Memorización de series (gestos, notas musicales). ■Percepción y discriminación de los detalles. • Concatenación lógica y cronológica de etapas de ejecución.

N o -S e c u e n c ia l

nSV

nSnV

(S im u ltá n e o )

• Síntesis de informaciones múltiples. ■Representación mental en imágenes, construida a partir de enunciados verbales. • Comprensión de símbolos gráficos. ■Utilización de analogías y metáforas.

• Síntesis perceptual en gestalt visual. • Evocación mental de formas, objetos, lugares, rostros... • Comprensión de relaciones espaciales en 2 y 3 dimensiones. • Creación por analogía o inducción a partir de la experiencia.

Esta tabla es una traducción del diagrama original de Flessas y Lussier (2004), intitulado “Funciones cognitivas asociadas a los 4 cuadrantes del aprendizaje”, que reproducimos a continuación.

Fluidité dans l’enchainement des gestes Précision et dextérité manuelle Mémorisation de séries (chiffres, lettres, mots, ...) Perception et discrimination de sons Enchainement logique et chronologie des idées

— Mémorisation de séries (gestes, notes de musique, Perception et discrimination des détails Enchainement logique et chronologie des étapes d’execution

A V

Synthése d’information múltiples

Synthése perceptuelle en gestalt visuelle

Répresentation mentale imagée construite á partir d’énonces verbaux

Evocation mentale de formes, d’objets, de lieux, de visages, ...)

Compréhension des symboles graphiques U tilisation d’analogie et de métaphores

Compréhension des rapports spatiaux á 2 ou 3 dimensions Création par analogie / ou induction á partir / «5? de l’expérience /

En el ámbito de la matemática, Flessas y Lussier (loe. cit.) hacen también un primer intento de distinguir los 4 estilos cognitivos:

V erbal

N o -v e rb a l

SV

SnV

■Memorización de tablas de operaciones. • Utilización del conteo, de la seriación, de la reversibilidad. ■Dominio de los algoritmos. • Resolución lógica de problemas en etapas sucesivas. • Operaciones sobre las rectas numéricas y las fracciones. • Leyes algebraicas.

• Estimación de longitudes y ángulos. ■Precisión en las medidas. • Esmero en la presentación de los cálculos y operaciones.

N o -S e c u e n c ia l

nSV

nSnV

(S im u ltá n e o )

• Resolución razonada de problemas mediante representaciones visual en imágenes de las situaciones. • Puesta en relación de los datos de un problema en forma de esquemas, diagramas o gráficos.

• Disposición espacial de cálculos complejos (multiplicaciones, divisiones). • Representación de volúmenes, superficies y rotaciones en geometría. • Comprensión mediante representaciones concretas.

L o s 4 estilo s c o g n itiv o s

S ec u e n c ia l

UN SEG UN D O E JE M P L O : ¿T E N E M O S LA M IS M A CA N TID A D DE D EDOS EN A M BAS M A N O S?

Hay varias maneras de abordar este problema: Podríamos contar laboriosamente los dedos de cada mano y comparar los resulta­ dos. Aquí está en obra el modo cognitivo verbal y secuencial. Pero también, podemos constatar que tenemos la misma cantidad de de­ dos en cada mano con un simple gesto, que pone en corresponden­ cia cada dedo de una mano con su homólogo de la otra. Ahora está en juego el modo cognitivo no verbal y simultáneo (no secuencial). Claro que también podemos poner en correspondencia los dedos de ambas manos uno por uno, eventualmente de una manera no natural: el índice con el anular, el pulgar con el meñique... Esto es no verbal pero secuencial...

U N T E R C E R E JE M P L O : M E T Á F O R A S P A R A LA CO N M U T A T IV ID A D DE LA M U L T IP L IC A C IÓ N .

¿Cómo ven Uds. que 2 por 3 es lo mismo que 3 por 2? ¡Con ayuda de alguna metáfora!: Metáfora del área: 2 por 3 es la cantidad de fichas que hay en un arreglo de 2 filas de 3 fichas cada una y 3 por 2 es la cantidad de fichas que hay en un arreglo de 3 filas de 2 fichas cada una, como en la figura: O o

O o

o o

o o

o O

o °

o

o

> o o o o

O la metáfora del árbol: 2 por 3 es la cantidad de puntas que tiene un árbol de 2 ramas que se bifurcan en 3 ramitas cada una y 3 por 2 es la cantidad de puntas que tiene un árbol de 3 ramas que se bifurcan en 2 ramitas cada una:

Nótese que la primera metáfora hace obvia la conmutatividad del producto, porque aparece como la invariancia del área (o la can­ tidad de fichas de un arreglo) por rotación de éste. Aparece aquí un “ya visto” (“metbefore” en el sentido de Tall, 2005) que forma parte de nuestra experiencia psicomotriz de la infancia. ¡Se trata bien de cognición hecha cuerpo!. Por el contrario, la segunda metáfora no hace tan obvia la con­ mutatividad. Esto sugiere, como lo han intuido Lakoff y Núñez (2000), que la multiplicación no es a priori conmutativa, y podría haber permitido barruntar que hay ejemplos “naturales” de multi­ plicación no conmutativa.

O TR O S E JE M P L O S DE T R A N SIT O S ENTRE M O D O S C O G N IT IV O S: LA SE C U E N C IA N U M É R IC A , DE O TRAS M A N E R A S ...

¿Cómo podría Ud. describir la secuencia 0, 1, 2, 3,... con un modo cognitivo no verbal, sin usar guarismos ni nombres? Una antigua respuesta aparece en el arreglo cuadrado siguien­ te de los 64 hexagramas del antiguo Yi Jing (I Ching), debido al filósofo y matemático chino Shao Yong (1011-1077), tomado de Marshall (2006). En él podemos reconocer, como lo hizo el multifacético matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (16461716), la secuencia de los números 0 al 63, en su orden natural, pero escritos en el sistema binario. Leibniz había tenido en su juventud la intuición del sistema binario como un lenguaje universal y había desarrollado incluso la aritmética binaria. Quedó entonces muy sorprendido cuando su amigo jesuita Joachim Bouvet, de vuelta de una misión en China, le mostró el cuadrado de Shao Yong:

Para reconocer la secuencia, es necesario leer los hexagramas pen­ sando que su primera línea (de arriba hacia abajo), indica la presen­ cia o ausencia del 1, la segunda, la del 2, la tercera, la del 4, etc. Para ejemplificar el tránsito de un modo cognitivo a otro, debe­ ríamos recordar cómo se obtiene de manera no verbal la descripción binaria de los números, tal como lo hemos hecho en nuestros cursos. En lugar de decir que para obtener la descripción binaria del número 39, por ejemplo, debemos descomponer 39 como suma de potencias de 2: 39 = 32 + 4 + 2 + 1, y anotar entonces: 100111, porque aparece el 32, no aparece el 16, no aparece el 8, sí aparece el 4, el 2 y el 1, proce­ demos de la siguiente manera: nos apoyamos en la metáfora: “Los nú­ meros son cantidades” y trabajamos directamente con una cantidad. Por ejemplo, la cantidad de alumnos en la sala: sin contarlos, ni pedirles que se cuenten, como si fueran los indígenas amazonianos de Dehaene (2004), les proponemos el juego cooperativo de “emparejarse”, es decir, ¡formar parejas! Puede que quede uno so­ litario o no. En seguida, le pedimos a las parejas que se emparejen a su vez. Puede que quede una pareja sola y algunos cuádruples. Ahora le pedimos a los cuádruples que se emparejen, para formar óctuples, y así sucesivamente. El juego termina naturalmente por agotamiento y queda como “resultado”: eventualmente un alumno no emparejado, eventualmente una pareja solitaria, eventualmente un cuádruple solitario, etc. Así llegamos en forma no verbal y coo­ perativa a la descomposición binaria de la cantidad de alumnos. Puede haber quedado, por ejemplo, un alumno solitario, una pareja solitaria, un cuádruple solitario y un grupo de 32 solitario. Ahora sólo queda codificar el resultado de alguna manera. Los mismos alumnos proponen cómo: Una posibilidad es como una cadena de Si y No. En este caso SI, SI, SI, NO, NO, SI. O bien me­ diante 1 y 0, con 1 en lugar de SI y 0 en lugar de NO. Si escribimos de derecha a izquierda la secuencia, queda 100111. O mejor aún, mediante una barrita entera, en lugar del SI y una quebrada en dos para el NO. En la simbología del clásico Yi Jing (I Ching), la barrita entera representa al principio Yang (masculino) y la barrita quebrada representa el principio Yin (femenino). Si escribi­

mos esta codificación desde arriba hacia abajo, para nuestro caso, con seis SI o No, obtendremos uno de los clásicos hexagramas chinos. A saber, el último hexagrama de la 5a fila en el cuadrado de Shao Yong. De esta manera cada número entero comprendido entre 0 y 63 queda perfectamente codificado por un hexagrama, yendo desde aquel que consta sólo de barritas quebradas hasta aquel que consta sólo de barritas enteras. Hemos obtenido así una versión no verbal, pero todavía se­ cuencial, de la sucesión numérica 0, 1, 2, 3, ...,63 . Podemos constatar que si esta secuencia, dispuesta en un cua­ drado, es presentada durante 2 ó 3 segundos a un sujeto no espe­ cialmente entrenado, difícilmente será capaz de reproducirla sa­ tisfactoriamente en seguida. La pregunta surge entonces: ¿Cómo podría ser presentada esta secuencia numérica, que es ya no verbal, de modo simultáneo, como una foto o retrato? La simultaneidad sería testeada mostrando un par de segundos la imagen a sujetos no especialmente entrenados y observando si lo­ gran luego reconstruirla exitosamente. Una antigua respuesta a esta pregunta, está dada por el diagrama siguiente (Marshall, 2006):

El Xiantian (“Antes del cielo”) del mismo Shao Yong

Hemos podido constatar, en estudio de casos, que de un curso de 30 profesores y profesoras de educación básica, aproximadamen­ te 6 lograron redescubrir, en menos de media hora, este diagrama o encontrar diagramas equivalentes a él, algunos pasando por el árbol binario, como etapa intermedia. Por otra parte, de un cur­ so de 35 alumnos de primer ciclo universitario, opción huma­ nista del Programa de Bachillerato, más del 50% fue capaz de reconstruir esta imagen, después de haberla atisbado sólo 2 ó 3 segundos. Tuvieron menos dificultades con la imagen siguiente (Marshall, 2006):

El Xiantian, invertido: una antigua versión china del árbol binario.

Más notable aún, observamos una profesora entre 30, Ofelia, que redescubrió espontáneamente la versión circular del árbol binario (Marshall, 2006), como modo no verbal simultáneo de codificar la secuencia 0, 1, 2, 3,..., 63.

Xiantian circular: el árbol binario en un disco, versión de Shao Yong (arriba) y versión de Ofelia (abajo).

¿Qué ve el lector al mirar estos diagramas desde lejos? Esta imagen también pudo ser reconstruida por alumnos de pri­ mer ciclo universitario que sólo la habían atisbado unos pocos se­ gundos (en una pregunta optativa de examen de fin del curso de Ma­ temáticas 0, Programa de Bachillerato de la Universidad de Chile). V. Discusión.

Hemos presentado aquí varios ejemplos de experimentos cogniti­ vos, puestos en obra con alumnos y profesores en el aula, que su­ gieren que efectivamente nuestra cognición hecha cuerpo “florece en metáforas”. Estos experimentos tienen lugar en el ámbito de la enseñanza de la matemática, disciplina que era considerada hace sólo unas décadas como particularmente “desencarnada”, adole­ ciendo de una enseñanza basada primordialmente en un solo modo cognitivo: el verbal-secuencial. Nuestra investigación se apoya en un abordaje en primera persona, en que los sujetos atestiguan el impacto cognitivo de la emergencia de metáforas y el tránsito del modo cognitivo dominante a otros, en su proceso de aprendizaje. Los resultados obtenidos en esta exploración preliminar sugieren varias avenidas de investigación, tanto en forma de estudios esta­ dísticos comparativos que apunten a validar los mejores niveles de aprendizaje obtenidos con nuestros abordajes, como estudios de casos en primera persona, sobre la emergencia y aprehensión de metáforas y el tránsito entre distintos modos cognitivos.

Resumen.

En este artículo se presentan diversos ejemplos concretos y el es­ tudio de casos que aportan evidencia sobre la manera en que la cognición hecha cuerpo “florece”, principalmente mediante me­ táforas, que involucran cambios significativos en el modo cogni­ tivo del sujeto que las aprehende o las construye. Nuestro ámbito de experimentación es el proceso de enseñanza-aprendizaje de la matemática, en diversos cursos a alumnos y profesores en ejer­ cicio, sin vocación matemática especial. Nuestros experimentos ponen en relieve el tránsito del modo cognitivo verbal-secuencial, dominante en la enseñanza tradicional de la matemática, a otros modos cognitivos menos habituales, eventualmente no verbales y no secuenciales. Ulteriores investigaciones son sugeridas por los resultados obtenidos. Palabras clave: Cognición corporizada, metáforas, modos cognitivos. Abstract.

This p a p er presen ts various con crete examples a n d case studies that p r o v id e e v id e n c e on the w a y em b o d ie d cogn ition “blossom s” m ainly throu gh metaphors, w h ich in v o lv e a significant turn in the c o g n itiv e style o f the su bject w h o is ap p reh en d in g o r constructing them. O ur ex perim ental ba ck groun d is p r o v id e d b y the learningteachin g process o f students a n d in -service teachers, w h o do not in ten d to m a jor in mathematics. O ur experim ents em phasize the transit f r o m the verb a l-seq u en tia l c o g n itiv e style, dom in an t in the traditional teachin g o f mathematics, to o th er less usual co g n itiv e styles, even tu a lly non v er b a l a n d non sequential. Further research is su g g e ste d b y ou r fn d in g s . K ey words: E m bodied cognition, metaphors, c o g n itiv e styles.

CAPÍTULO V Posiciones fenomenológicas de la subjetividad humana: Hacia una reinterpretación de los pliegues de la conciencia.

P h en om en o log ica l v ie w s on hum an suhjectivity: Towards a d ifferen t interpretation o f consciousness. L U IS M A N U E L F LO R E S G O N Z Á LE Z 1

I. Posiciones fenomenológicas de la subjetividad humana: Hacia una reinterpretación de los pliegues de la conciencia.

Las preguntas y conceptos fundamentales de la filosofía, aunque son los mismos, tienen siempre variaciones y nuevas entradas. La conciencia y la subjetividad no ocuparon en el inicio de la histo­ ria del pensamiento occidental la preocupación fundamental de la reflexión filosófica. El registro histórico del pensamiento filosófico da indicios que los problemas y los giros conceptuales requieren de una cierta “pre­ paración”. Las coordenadas son evidentemente históricas, pero tam­ bién son lógicas, y desde estas interpretaciones, se activan nuevos paradigmas de comprensión. El azar y la necesidad se cruzan y son convergentes. La decantación de un pensamiento está muchas veces anclado en el origen dialéctico de ese mismo pensamiento que pre­ tendidamente se supera, pero sobre otras bases y otros márgenes. 1 Correspondencia debe ser enviada a Dr Luis Flores, Facultad de Educación. Pontificia Univer­ sidad Católica de Chile. Av: Vicuña Mackenna 4860.Macul. Santiago. E-mail: [email protected].

La complejidad del conocimiento significa, la mayoría de las veces, más una dificultad que una condición estructural de nues­ tros conocimientos. Desde la discusión actual, el conocimiento se interpreta más como cognición que como el registro conceptual de objetos separados de la conciencia y, por tanto, del sujeto que los percibe y conoce. El enunciado gramatical “el conocimiento”, es un sustantivo determinado por un artículo definido, como también es la tendencia teórica de pretender que el conocimiento sea una aprehensión definida y cerrada, de naturalezas rígidas, esenciales, y sustanciales. En la historia de la pregunta por la conciencia y las formas de fundamentar las fuentes del pensamiento, Descartes constituye un paso imprescindible. Desde la base de exigencias epistemológicas racionalistas, la tarea era encontrar un principio indubitable. La desconfianza frente a los sentidos conduce a Descartes a establecer un método de investigación que, anclado en la duda y sostenido en su propio límite, sostiene una afirmación indubitable: Yo pienso. En otras palabras, la duda es al mismo tiempo la afirmación de la racionalidad, y la resistencia al absurdo; o sea, si bien podemos dudar de todo no puedo dudar que dudo, que pienso y que existo. Y hay por otra parte -constata Descartes- un límite insoslayable referido a la fragilidad de nosotros mismos en esta brecha. La duda es racional pero también es la indicación de un abismo ontológico. Todo puede ser un simulacro como el que recrea la película Matrix (Wachowski, 1999), pero si se duda, se está seguro que existo. Lo cierto de la certeza es nuestra incertidumbre. Según la interpretación cartesiana, la conciencia tiene un trasfondo, un residuo indubitable, que correspondía al pensamiento. El Yo de esta conciencia pensante, no es el yo encarnado y frágil de Descartes mismo, sino un yo anónimo, trascendental, separa­ do del cuerpo, y del mundo. Estratégicamente, Descartes deja en suspenso la “realidad” del mundo mediante la hipótesis de con­ cebir la existencia de un genio maligno y un Dios engañador, que se esforzaría en confundirnos siempre. Si tal fuera el caso, la vida

no sólo sería un sueño truncado de ilusiones, como lo sugirió Calderón, sino que además la vida entera y lo real en su conjunto, serían un puro simulacro, y un espectáculo en un mundo arrojado, permeable, inocuo y absurdo.2El propósito central de este ensayo consiste en mostrar la insuficiencia de esta interpretación de una conciencia pensante atrapada en la indiferenciación entre ilusión y percepción. A este respecto, la fenomenología realiza un giro que es fundamental para nuestro objetivo, consistente en destacar que desde la concepción de una conciencia intencional, el mundo está siempre “ya ahí”, y es esta referencia que, independientemente que sea o no indubitable, es el dato central de la fenomenología: hay mundo y somos en él. Desde este horizonte aparecen otros víncu­ los que serán abordados en este ensayo, referidos a la concepción de una conciencia encarnada, y la reinterpretación de un cuerposujeto como condición fundamental de ser en el mundo. II. Algunos antecedentes del giro epistemológico.

En un primer momento, abordaremos los trazos fundamentales de este giro fenomenológico, en busca de una conciencia concreta, in­ terpretada más como mediación hacia y desde el mundo, que como residuo último de inteligibilidad del conocimiento, o simplemen­ te del límite racional y lógico de la experiencia. En un segundo momento, se elaborarán algunas relaciones entre fenomenología y pensamiento complejo, desde la perspectiva de E. Morin, que nos parecen ser parte del telón de fondo teórico, de esta reinterpreta­ ción de la conciencia como un fenómeno encarnado en un sujeto concreto, de cualidad subjetiva y ontológicamente compleja. La búsqueda de los antecedentes teóricos ligados a la fenomeno­ logía son diversos, y su historia excede el propósito de este artículo. 2 Descartes en las Meditaciones Metafísicas lleva a cabo una radicalización de la duda. Puede ser que todo sea un sueño como es sugerido en la obra de teatro de Calderón de la Barca. Ahora bien, Descartes lleva al extremo esta intuición con la inclusión de la hipótesis de un dios en ga ñ a d o r que se empeñaría en engañarnos siempre. Cf. Descartes Meditación Metafísica. Gredos. Madrid. 1987.

Sin embargo, hay un antecedente directo de la fenomenología que nos interesa destacar acá y que proviene más bien de una reflexión metafísica, que de una fenomenología en el estilo de Husserl y posteriormente de Merleau-Ponty. Nos referimos a la filosofía de Gabriel Marcel (1889-1973). En un segundo nivel de esta primera parte, conectaremos algunos elementos teóricos significativos de la fenomenología de Merleau-Ponty, con el fin de reposicionar la noción de corporalidad y existencia. Estas aproximaciones de la subjetividad serán a su vez cruzadas por la experiencia del espacio y tiempo desde la subjetividad. El itinerario de la primera parte es el siguiente: 1) El hito existencial de la fenomenología: la filosofía concreta de G.Marcel. 2) El giro de la esencia a la existencia en la fenomenológica de Merleau-Ponty. 3) La subjetividad, la cuestión del cuerpo y su relación al espacio. 4) La encarnación y la cuestión del tiempo. Terminamos con algunas consideraciones de las relaciones entre fenomenología y complejidad retomando algunos lincamien­ tos de la subjetividad y sus proyecciones fenomenológicas. I .I

E L H IT O E X IST E N C IA L DE L A F E N O M E N O L O G ÍA : LA F IL O S O F ÍA C O N C R E T A DE G A BR IE L M A R C E L .

La reflexión marceliana no se sitúa en términos epistemológicos, sino existenciales. Sin embargo, desde la decisión de privilegiar el ser (étr e ) y no el tener (avoir), Marcel hace una declaración decisiva en lo que se podría denominar la historia de la recuperación del cuerpo. El cuerpo es la condición fundamental de ser en el mundo. “Este (el cuerpo), no es sola m en te un instrumento, é l p resen ta un tipo d e realidad co m p leta m en te diferente, en tanto q u e es m i m o d o d e ser en el m u n d o ”y. Marcel va a ser uno de los primeros en distinguir entre la di­ mensión “objetiva” del cuerpo y su dimensión subjetiva. La idea más común era representarse el cuerpo como una cosa, una máqui­ na, un aparato, en definitiva, como un instrumento. 3 M arcel, G. (1951) Le M ystere de l’Etre, I., Aubier, París, p. 225.

Ya que el cuerpo fue concebido como un medio, es también una traba para el desarrollo inteligible del pensamiento. Los senti­ dos engañan, y por esta desconfianza, Descartes identifica el cogito con el pensamiento puro fuera de los límites de un cuerpo extenso, que entrampa las posibilidades de un conocimiento cierto. De esta manera, la decisión de poner el cuerpo como condi­ ción de ser en el mundo, es más que un simple desplazamiento de orden y lugar de los términos. Esta decisión de poner ahora al cuerpo como condición de ser en el mundo, no sólo resignifica el movimiento de la existencia sobre márgenes que Marcel califica de “concretos”, sino sobre todo de situar de entrada, la subjetividad y la conciencia humana en un nivel “encarnado”. “Reconocer el cuerpo com o referencia de todos los existentes - y la encarnación com o el referente central de la reflexión filosófica- es re­ conocer este privilegio de mi existencia corporal en el corazón de la certeza global de la existencia, el ‘hay mi cuerpo’ está com o acentuado en el centro de ‘alguna cosa existe’ ”.4

La reflexión filosófica para Marcel es metafísica, y de esta manera el eje de su reflexión es el ser. El ser no es, ni el límite del pensa­ miento, ni el pensamiento de ese límite. La decisión de poner el cuerpo o la encarnación como referente, significa que el ser, no es tan sólo una pregunta olvidada, sino una condición y una nece­ sidad. En este caso la afirmación “hay ser” precede a la pregunta por el ser, y la afirmación “yo soy mi cuerpo” es una experiencia que también precede a la pregunta sobre quién yo soy. Hay por tanto -como dice Marcel- un privilegio de mi existencia corporal. No somos un cuerpo entre otros objetos, sino un cuerpo sujeto referente y referencial al mundo que habitamos. Situar en el mis­ mo rango ontológico la afirmación “hay mi cuerpo” con esta otra afirmación que sostiene que “alguna cosa existe”, significa decir que el ámbito metafísico no es una abstracción de una inteligencia 4Ricoeur P. (1948) Gabriel Marcel et Karl Jaspers, p. 100.

que separa las esencias del mundo, sino una conjugación de una experiencia fundamental. Ser en el mundo y “ser cuerpo sujeto” son, por tanto, gestos concomitantes y en definitiva, expresan una misma acción originaria. Sin embargo, lo que está en juego no es el despliegue de un solo acto homogéneo como si fuera un blo­ que monolítico, sino más bien, la activación de una acción plural y heterogénea, pero entramada sobre lazos correspondientes. Ser cuerpo es como ser en el mundo, ambas son acciones primeras de cualquier experiencia posible. G. Marcel, en otros textos va a distinguir una relación que pos­ teriormente se hará clásica, entre cuerpo sujeto (Leib) y cuerpo objeto (K órp er). El idioma alemán ofrece la sutileza de decir cuer­ po con dos palabras distintas. El cuerpo que se tiene, que opera como órgano y sistema funcional de redes orgánicas, (Kórper), y el cuerpo vivido, éste que es mío, inviolable, irreducible, que per­ cibe, siente, goza y sufre, no sólo desde alguna función sensorial, sino globalmente. (Leib). El cuerpo Leib, es en rigor el cuerpo de la conciencia subjetiva, el cuerpo que es una especie de “fuente” (source) de nosotros y del mundo, este “mi” cuerpo ya no estará más cuando hayamos muerto, porque sólo será un cadáver, que es el K órp er por excelencia. “En la lengua alemana, se puede distinguir fácilmente entre cuerpo K orper, es decir entre cuerpo objeto (...) y Leib correspondiente a (..) aquello que se me presenta a mi espíritu5 com o cuerpo-sujeto”6.

Probablemente es esta intuición de subjetividad del cuerpo-sujeto, que esté en la raíz del convencimiento de nuestros ancestros de pintarse el cuerpo para las ceremonias y ritos que evocaban a los dioses y a los muertos. El cuerpo siempre ha sido fruto de representaciones porque como es “vivido”, ocupa un lugar privilegiado dentro del escenario 5 La palabra “esprít” en francés se refiere a “mente” y

no conlleva connotaciones religiosas (N. del Ed.). 6Marcel G. (1974) Revista de M étaphysique et M orale. p.386.

de la vida y del imaginario social durante todo el desarrollo histó­ rico de la comunidad humana.7 (Le Bretón: 1995). No queda claro si Marcel fue lector directo de Husserl, aun­ que evidentemente conoció sus aportes. Sin embargo, aunque pre­ liminarmente, encontramos una fenomenología que a veces Marcel calificó de hiperfenomenología, quizás para insistir que lo suyo no se refería a la pura descripción de juicios suspendidos por una conciencia trascendental, sino en las fuentes existenciales de la en­ carnación. La corporalidad es la primera inserción en el mundo, y por esto mismo, el mundo tiene ahora una textura y una prosa. Ser en el mundo no es estar en un vacío de sentido, sino en un juego de significaciones que nacen desde la emergencia de un cuerpo que no es simplemente un objeto y de un sujeto que no es más puro pensamiento. 1 .2

EL G IRO DE LA E SE N CIA A LA E X ISTE N CIA EN LA FE N O M E N O L Ó G IC A DE M E R L E A U -P O N T Y .

La fenomenología nace como una posibilidad de recuperación de “las cosas mismas”. Esta tentativa, Husserl la encuadra desde las exigencias de una conciencia trascendental. En síntesis se trataba de hacer un ejercicio de suspensión de juicios referidos al mundo y a sí mismo con el fin de romper la actitud natural de lo cotidiano para “recuperar” las estructuras perdidas -u olvidadas como di­ ría Heidegger- de nuestra experiencia originaria de ser en el mun­ do. Ahora bien, este método de enlazamiento con la experiencia se ejecutaba desde la búsqueda de “invariantes” esenciales de los fenómenos. El giro respecto de esta perspectiva generalmente denominada trascendental o idealista, es realizado por Merleau-Ponty. Desde el inicio de la F en om en ología d e la P ercepción se hace explícito el deslizamiento que se ejecuta desde la esencia a la existencia. Este paso es significativo para nuestro propósito porque la conciencia intencional de la fenomenología de Husserl se constituía en una 7 Le Bretón (1995) Anthropologie du corps et modernité. Trad. Antropología del cuerpo y modernidad. Eds. Nueva Visión, Buenos Aires. 1995.

conciencia operante que conectaba los datos de la experiencia des­ de los datos eidéticos8 de una subjetividad trascendental. Ahora bien, como dice Merleau-Ponty, todo gira cuando se realiza un movimiento fenomenológico: “Todo cambia cuando una filosofía fenomenológica o existencial se p ro ­ pone como tarea no la de explicar el m undo o ‘descubrir sus condiciones de posibilidad’, sino de form ular una experiencia del m undo, un contac­ to con el m undo que precede todo razonam iento sobre el m undo”.9

Si del punto de vista formal del lenguaje, las preposiciones son destacadas (con, desde) es con el fin de privilegiar las posiciones diversas y cualidades de una experiencia que es percibida, ya no más por una conciencia desencarnada, sino por un sujeto-cuerpo, o más bien por un cuerpo-sujeto, que vive la experiencia subjetiva­ mente porque él es parte d e ella, y en ella. La posición y la relación a la experiencia, no es más reducible al fa c t u m de las cosas, sino orientada a los ejes de acción desde donde comprendemos el mun­ do. El deslizamiento de la esencia a la existencia significa, entonces, pasar de una posición fija referida a los contenidos ideales de una experiencia cualquiera, a una posición que destaca las estructuras y relaciones de base de cualquier experiencia posible: corporalidad, temporalidad, y mundo. 1.3

L A SU B JE T IV ID A D , LA C U E ST IÓ N D EL C U E R P O Y SU R E L A C IÓ N A L E SP A C IO .

El cuerpo-objeto no tiene como cualidad un sí-mismo (Soi m ém e, self). La razón de este límite es relativamente simple: el cuerpoobjeto -como todo otro objeto- es visto entre el conjunto de cosas que podemos diferenciar estando lejos, cerca, delante o atrás, a la izquierda o a la derecha. En resumen, toda cosa puede ser puesta en referencia a otra. La cuestión supone ahora preguntarse por el pun­ to de referencia que permite poner las cosas en situación. El cuerpo8Eidético: del griego eid o s que significa “imagen” o “forma” (N. del Ed.). 9Merleau-Ponty.(2000) Sentido y Sentido. Península Ediciones. Barcelona. Segunda edición, p. 59.

sujeto es el punto de referencia no referencial, y la dimensión con­ creta de cualquier punto de vista posible, porque somos nosotros la referencia de ellos, y no ellos en primer término de nosotros. “‘M i cuerpo’ no está ni delante ni atrás porque él mismo es la referen­ cia que perm ite toda referencia (...). En necesario subrayar (...) que mi cuerpo es la referencia en relación a la cual se plantean para mí todos los existen tes...”10.

Por supuesto que esta consideración no significa negar que la “rea­ lidad” del cuerpo siempre implica una polaridad, una tensión entre el cuerpo que yo tengo, y el cuerpo que yo soy. De aquello que se trata en fenomenología es de privilegiar la dimensión del cuerpo sujeto, sin excluir el nexo fundamental entre el cuerpo físico que se tiene y el cuerpo vivido subjetivamente. Merleau-Ponty anotó en sus cursos en el Colegio de Francia (Collége de France, 1952-1960) lo siguiente: “El cuerpo es un sensible y él es ‘sintiente’, él es visto y él se ve, él se toca y es tocado y en segundo lugar, él com porta un lado inaccesible a los otros, accesible solamente a su único titular (a sí m ism o)”11.

Es relevante que la experiencia del cuerpo esté ligada a la subjetivi­ dad como un dato irreductible. La situación de estar en el mundo toma sus raíces en relación a la subjetividad del cuerpo. Es en este nivel de interpretación, donde nos parece se vehicula un enlace de complementariedad con el pensamiento complejo en la perspectiva de E. Morin. Parece, a primera vista, que el sujeto biológico del cual la com­ plejidad se interesa, corresponde en primer término al cuerpo de la objetividad, de la espacialidad, de la medida. Sin embargo, parece también evidente que la complejidad es una reacción epistemoló­ gica a toda forma de reduccionismo. 10Marcel G. (1940) D u R efu s a l ’in v o ca tio n , Editions Gallimard, París, p. 28. cou rs, Collége de France, 1952-1960, Gallimard, 1968, p. 177.

11M erleau-Ponty M., R ésu m és d e

De lo que se trata es de subrayar que la condición de la sub­ jetividad tiene una raigambre de emergencia biológica que es in­ contestable. Esta emergencia auto y co-produce sus propias for­ mas, tanto aquellas que se atribuyen a la subjetividad como a la conciencia. La red de relaciones (no olvidemos que complejidad alude en primer término a complexus, que en latín significa “te­ jido”), que el pensamiento complejo pone en relieve, no es sólo de un modo externo, sino fundamental del dominio ecológico, en la reciprocidad bio-antropológica del cual siempre somos parte. Desde una visión compleja, ningún componente puede ser aislado en términos absolutos. Por tanto, la definición de sujeto biológico es sometida a un sentido más amplio, “complejo”, en la medida que la dimensión ecológica de sujeto está abierta a la naturaleza, pero también a referentes socioculturales y simbólicos. “De esta manera, llega a ser concebible hacer dialogar la noción biológica y la noción antropológica del sujeto sobre la base de una identidad fundamental de estructura”.12 Ahora bien, la identidad del sujeto evidentemente no está ce­ rrada sobre ella misma. Al contrario, ser un sí mismo -como diría Ricoeur- significa ser siempre ser para un otro. La distancia de la complejidad en relación a la interpretación clásica que ponía claramente la subjetividad en el contexto de una conciencia pura (desencarnada), no significa de ninguna ma­ nera negar la conciencia como la condición indispensable de la subjetividad humana. “C iertam ente es la conciencia humana del sujeto que produce el con­ cepto de sujeto. Sin embargo, la concepción humana del sujeto nos aparece, no más com o a base prim era, sino com o el desarrollo últim o de la cualidad del sujeto”.13

La cualidad del sujeto es fundamentalmente compleja, porque las raíces biológicas del sujeto son más que la materia orgánica. Por 12M orin E. (1994) La complexité Humaine. p.292. (La M éth o d e II.p .160-176). 13M orin E. Idem.

tanto, la realidad del sujeto no se reduce a las células, ni tampoco la conciencia puede ser reducida al cerebro. Ahora bien, para abordar la cuestión de la experiencia del es­ pacio y el lugar del cuerpo-sujeto en tal experiencia, observamos primero que es el tiempo - y no el espacio- el que parece estar li­ gado “naturalmente” a la conciencia y la subjetividad. El tiempo se nos “hace” largo o corto dependiendo justamente de nuestra experiencia subjetiva. No es el mismo caso de lo que ocurre con la experiencia del espacio que parece ser más homogéneo y medible de una manera puramente objetiva. A este respecto, los trabajos de Varela entregan datos relevan­ tes a nuestro propósito. Se trata, en efecto, de una prueba hecha por Held & Hein, a partir de una experiencia simple, de dos gatos recién nacidos. Los dos gatos son criados en la oscuridad completa hasta la edad de diez semanas. Unos de los gatos es activo, o sea, se le per­ mite salir y moverse; el otro es pasivo en la medida que es colocado en un dispositivo donde éste es movido siempre por el otro gato activo, a razón de tres horas diarias. La experiencia muestra que el desarrollo del gato activo es nor­ mal, mientras que el gato pasivo no tiene ninguna percepción de la profundidad del espacio. En otras palabras, el gato pasivo, al cabo de dos semanas, se va a comportar como un gato ciego, cayéndose y golpeándose con los objetos de la habitación. De esta manera, se muestra indirectamente que el espacio emer­ ge como una dimensión de la percepción y del movimiento del cual siempre es parte. El espacio no es, de ninguna manera, un atributo se­ parable de la percepción y de nuestra subjetividad vivida de la razón pura como lo creía Kant.14 El espacio que el dualismo epistemológi­ co destaca tradicionalmente, es sobre todo aquel de la objetividad. 14Held R, Hein A. (2001) Adaptation of disarranged hand-eye coordination contingent upon re-afferent stimulation. Perceptual-M otor Skills 1958; 8: 87-90. In Ojeda César. Francisco Varela y las ciencias cognitivas. Revista, chilena, neuro-psiquiatría., oct. 2001, Vol.39, N° 4, p.286-295. Cf. Varela F. El Fenómeno de la Vida. Dolmen. Santiago de Chile.2000.p. 241.

Ahora bien, hay siempre otro espacio que es efectivamente vi­ vido en la percepción, y que al mismo tiempo emerge desde ella. En nuestra propia experiencia, cuando hablamos de espacios de conversación, o en el teatro y arte donde el espacio se convierte, se traslada, se desplaza, y se reconfigura permanentemente, desde una experiencia de subjetividad. Desde estas consideraciones, que­ da insinuado que el espacio, como el tiempo, son efectivamente inseparables y son “momentos” intransferibles de la apropiación concreta de la subjetividad en el mundo. De esta forma, además, se muestra que los pliegues de la conciencia no sólo se constitu­ yen espacio temporalmente, y de una forma encarnada, sino que corresponden a las acciones más constitutivas y emergentes de la propia conciencia en su devenir y flujo. 1.4

L A E N C A R N A C IÓ N Y EL T IE M P O .

La afirmación “yo soy mi cuerpo”, se trasformaría en un cogito si la asimilamos simplemente a una nueva metafísica. La necesidad de des-sustancializar la afirmación “yo soy mi cuerpo”, significa como diría Vattimo “debilitar” el peso ontológico, no de la exis­ tencia, sino del juicio que realizamos cuando sostenemos “yo soy mi cuerpo”, para no caer en nuevas abstracciones. Más que en cual­ quier otro caso, estas afirmaciones no son juicios sino acciones. Por tanto, la acción de recuperación del yo y la subjetividad, no es simplemente un acto virtual o imaginario. La encarnación es un acto concreto, existencialmente vivido e ineluctable. De la afirmación “yo soy mi cuerpo”, se realiza una cierta equivalencia y correspondencia que no es ni formal, ni lógica con la afirmación “yo soy en el mundo”. Tanto ésta como la primera afirmación, son acciones originarias; i.e. una acción que nos pre­ cede. Yo soy porque hay mundo y el mundo es porque no pode­ mos ser fuera de él. La circularidad entre sujeto y mundo, no es viciosa porque la correspondencia entre ellos es en la diferencia y en la co-determinación, y no en la identidad y la sinonimia. En otras palabras, la identidad se constituye más desde la diferencia

y la emergencia, que en la simple adecuación y adición lineal de elementos. El flujo de la conciencia es el tiempo, o al menos, una de sus manifestaciones. La distinción clásica que hizo Ricoeur entre tiem ­ p o d el alm a y tiem po d e cosm os permite con propiedad distinguir entre el tiempo vivido por la conciencia, y el tiempo concebido como movimiento y medida.15 El tiempo de alma como el del cos­ mos es relativo, o sea, siempre es en relación, ya sea a un sujeto o a un observador, como es en el caso de la teoría de la relatividad. En rigor, el presente, pasado y futuro son la cara más visible de la conciencia: ser y tiempo están enlazados; como dirá Castoriadis: son parte de un mismo engranaje, pero ninguno de los dos es un sistema o simplemente un metaconcepto. La raíz encarnada de la conciencia impide justamente suponer -como lo hiciera Kant- una condición a priori trascendental del conocimiento. El tiempo de la conciencia es fuga, pero sobre todo es convergencia y cruce. Merleau-Ponty, advierte que cualquier esquema desnaturaliza la “figura” de tiempo y, ya en el año 1945, sugiere que el tiempo es una red de intencionalidades. La dificul­ tad mayor de cualquier esquema gráfico es que es estático y lineal, sea desde la propuesta triangular de Husserl, hasta Merleau-Ponty, incluido Varela en el F en óm en o de la Vida, que con líneas curvas y abiertas, continúan siendo graficadas sobre espacios euclidianos. La experiencia heterogénea del tiempo, significa que aunque evidentemente hay instantes, no hay puntos aislables. El punto geométrico fragmenta el espacio, pero no el tiempo porque éste es siempre un episodio global; y como se ha reiterado, encarnado. Como reparó hace tanto tiempo San Agustín: el tiempo es despla­ zamiento, ya sea de la memoria de un presente recobrado ahora, como presente de un pasado, o la intuición de este presente que se dobla en un presente del presente, y la proyección desde este presente hacia un futuro posible. Los pliegues de la conciencia se l5Ricceur P. (1991) Temps et Récit I. L’intrigue et le Récit Historique. Edition du Seuil. (1983) Point. Essais.

refieren entonces al flujo y tránsito del tiempo, o más precisamen­ te, a la temporalidad vivida por un sujeto en el mundo. Este horizonte temporal no se significa solo, la relación de la conciencia al mundo es concreta porque si hay sujeto, y subjetivi­ dad (conciencia), es porque hay también un otro. La intersubjetividad, que algunos nombran empatia, pone el acento en que toda relación; inclusive la antipatía, es también in­ tersubjetiva. El infierno sartreano es la pura negatividad del otro, y es a pesar de todo, una experiencia intersubjetiva, como lo es la traición y el crimen. Lo irrecusable del sujeto es el otro. E. Levinas es el filósofo que, aunque siendo heredero de la tra­ dición fenomenológica, es también el más crítico a Husserl, por su concepción trascendental de la conciencia. Ahora bien, la “res­ puesta” de Levinas, consiste básicamente en radicalizar el lugar del otro en la relación intersubjetiva. El otro nos precede no sólo en términos cronológicos, sino también del punto de vista de la expe­ riencia concreta de ser en el mundo. La presencia del otro es prefenomenológica en el sentido que es pre-descriptiva. En efecto, en el contacto con el otro la mirada no es observación, sino reconoci­ miento. El encuentro genuino con el otro se “salta” el lugar social del otro, la condición física es soslayada porque el rostro del otro es irreductible. El giro levinaseano puede parecer a muchos un extremo, sin embargo, hay tantos ejemplos cercanos que muestran que nuestra percepción del otro presenta niveles. Los simulacros sociales, evi­ dentemente ocultan el rostro del otro. La presentación del aquel que no conocemos, se oculta describiendo lo que él hace o los cargos que éste cumple. El anonimato y la homogenización del uniforme, son la parte institucional del escondite del otro. En este mismo nivel, hay situaciones que muestran la posibilidad que el otro aparezca mas allá de lo que representa. Los soldados en la trinchera, la parábola del buen Samaritano en cualquiera de sus formas son los ejemplos emblemáticos de Levinas. La cuestión del otro, por tanto, sale de los márgenes fenomenológicos para abrir el

dominio de la ética, como algunos autores han elaborado comple­ mentariamente a sus trabajos en ciencias cognitivas.16 La cuestión de la ética no es sólo un asunto de normas o principios, como sería el caso de una ética de la convicción, sino también la posición de una ética de la responsabilidad, o más precisamente, una ética de la intersubjetividad o de la acción. III. Proyecciones y discusiones sobre la fenomenología y la complejidad.

La complejidad y la fenomenología son vías posibles de interpre­ tación de las acciones de la subjetividad que son recíprocas a aque­ llas de la conciencia. Las cualidades más decisivas de la conciencia son su flujo e intencionalidad. Este cruce, es al mismo tiempo, la fuente de los pliegues de la conciencia subjetiva y el mundo, así como el nudo gordiano del encuentro teórico entre fenomenología y complejidad. El tiempo, el otro y el mundo son concebidos en una red de enlaces complejos, en la medida que estos enlaces son emergentes y coproducidos: en estos engranajes es donde afloran las relaciones más directas entre complejidad y fenomenología. La fenomenología, al contrario del sentido común, toma dis­ tancia en relación a los datos primeros de la experiencia. Estos datos son puestos entre paréntesis no para negarlos, sino para rearticularlos. La fenomenología -se podría decir- hace un llamado al sen­ tido de las cosas, tanto a su significación vivida, como al horizonte desde donde ellas emergen (Mundo-tiempo-conciencia). Hay que destacar que la fenomenología no quiere decir en este contexto un simple estudio de fenómenos, sino una decisión de poner en su “lugar” el valor de la experiencia en reciprocidad con la conciencia intencional y encarnada del sujeto en el mundo. Por tanto, la fe­ nomenología es, sobre todo, una estrategia filosófica que permite "’Varela F. Etica y Acción. Dolmen, Santiago, Chile 1996.

cruzar en una relación fundamental los lazos del sujeto con el en­ torno fenoménico del cual él es siempre parte. El salto fenomenológico es un acto de recuperación de la expe­ riencia y la conciencia en relación a la experiencia vivida y a las con­ diciones de la subjetividad, que no son entendidas como subjetivas en el sentido de ser acciones cerradas sobre sí mismas, sino al con­ trario, son acciones, y disposiciones de encuentro con el mundo. El mundo deviene experiencia, relación, movimiento, significación. La tarea fenomenológica no es simplemente una nueva teoría del conocimiento, sino sobre todo un nuevo punto de vista sobre las relaciones que nos ligan a las cosas mismas. El “volver a las cosas mismas”, que proclama Husserl, significa volver a las bases mismas de la experiencia concreta de ser en el mundo, i.e. es el regreso a la dimensión de la subjetividad encarnada. Por esta razón, MerleauPonty, anuncia que la fenomenología es un desplazamiento de las esencias a la existencia concreta. “ ...la fenom enología es también una filosofía que reem plaza las esen­ cias en la existencia, y no cree que se pueda com prender al hom bre y al m undo de otra form a, que si no es a p artir de la facticidad.”17

La facticidad, en este caso, evoca la experiencia global y la condi­ ción de ser ya en el mundo. De esta manera, la experiencia hace parte de las condiciones existenciales primeras de nuestro devenir en el mundo. La descripción aspira a recuperar una dimensión de la expe­ riencia olvidada por las ciencias, considerando que la tarea clásica de las ciencias empíricas consiste justamente en reducir la expe­ riencia a fórmulas simples, es decir, a establecer fórmulas alrededor de la unidireccionalidad causal de fenómenos dados. Es en este nivel, que la fenomenología se encuentra con la com­ plejidad o el pensamiento complejo. Los rasgos tradicionales de las 17Merleau-Ponty M. (1945) P h én o m é n o lo g ie d e la P ercep tion ., Gallimard.,Collection Tell.l976.p.I.

ciencias empíricas son justamente aquellos que la fenomenología y la complejidad van a poner en cuestión radicalmente. En primer lugar, la crítica se dirige a todos los niveles de reduccionismo de la inteligencia, que Morin nombra racionalización. En segundo lugar, y como consecuencia a esta crítica, aparece clara­ mente una distancia con la idea de una objetividad neutra, cerrada al interior de una supuesta universalidad absoluta, y por ende tam­ bién cerrada. La complejidad es, en primer término, un giro epistemológico que pone en cuestión la idea de objetividad, no porque haya una promoción de un relativismo teórico u ontológico, sino porque ahora se privilegia el valor del observador y, por tanto, se introduce la dimensión de la subjetividad en la acción de conocer. Este solo movimiento de la complejidad a la subjetividad permite enlazar ésta con la fenomenología y, por consecuencia, con las llamadas ciencias cognitivas que comenzarán a centrarse en metodologías -como indica Varela- en “primera persona”. El principio de un orden inmutable, interno de las cosas, y del universo, es trasladado por un principio dialógico, que enfrenta un tipo de universalidad que se realiza y se descubre por la puesta en marcha de aproximaciones o puntos de vistas que entregan un meta punto de vista. En esta perspectiva el conocimiento no es un objeto como los otros, sino una relación que emprende un sujeto con y en el mundo. “N uestro espíritu18 está siempre presente en el m undo que nosotros conocem os, y el m undo está de alguna manera presente en nuestro espíritu”.19

La reciprocidad entre el sujeto, la subjetividad, la conciencia y el mundo, corresponde en el fondo a la premisa fundamental de la fenomenología. En efecto, como reacción al racionalismo clásico, 18Ver N. del Ed. 5. ,9Morin E.(1994) La C om p lex ité H u m a in e. p. 207. (La M éth o d e ///.p.233-234).

desde Platón, que dividía la realidad con la proposición de la exis­ tencia de dos mundos paralelos o, posteriormente con Descartes, con la idea de una doble sustancia: la materia (res extensa) y el es­ píritu (res cogitans). Descartes tenía razón cuando sostenía que no hay diferencia real entre ilusión y percepción, empero la incertidumbre sensorial, no es un argumento decisivo para separar el cuerpo del espíritu. El error de Descartes -como lo ha indicado hace un tiempo Damasio- consintió en desconectar la percepción del pensamiento.20 Desde la perspectiva de la complejidad y la fe­ nomenología, la percepción es inseparable del pensamiento y recí­ procamente, porque ni él es un puro objeto, ni el sujeto un espec­ tador absoluto del devenir del mundo. La apuesta de la complejidad no es independiente de una visión filosófica que decide situar el conjunto de relaciones del mundo, en relación a horizontes espacio temporales que están siempre en fuga, pero que al mismo tiempo están siempre reorganizándose. Finalmente, se trata de comunicar y de traducir la experiencia de mundo que se constituye como una experiencia antropológica fundamental. Los hombres construyen el mundo, y éste, al mismo tiempo, abre sus destinos a los hombres para que ellos puedan am­ pliar sus horizontes sobre los cuales cada uno ha nacido. El pensa­ miento es a posteriori a la experiencia del mundo que siempre nos precede, porque es el mundo y no el pensamiento el que está “ya ahí”. Por su parte, el pensamiento complejo desarrolla esta con­ dición del mundo, siempre en relaciones recursivas de los lazos infinitos de la naturaleza y de la existencia humana. El giro que señala Merleau-Ponty hacia la existencia, no quiere decir que la fenomenología se someta a los avatares de experiencias puramente subjetivas o solipsistas, imposibles de traducir filosófi­ camente o desde el punto de vista de las ciencias de la cognición. De lo que se trata -al contrario- es de describir las experiencias funda­ mentales de la existencia desde la intencionalidad de la conciencia. 20Damasio A. (1995) L’er r e u r d e D esca rtes: la ra ison

d es ém o tio n s. O. Jacob Paris.

Evidentemente señalar las relaciones existentes entre compleji­ dad y fenomenología no significa sostener que no haya diferencias entre ambas. La complejidad, en la línea de E. Morin, aspira a cons­ tituirse como una epistemología dialógica, y no un sistema filosófi­ co. Aunque es cierto que la fenomenología tampoco es un sistema, ésta tiene un estatuto de ciencia que va a permitir, por ejemplo, el desarrollo de las ciencias cognitivas y neurofenomenológicas, ya sea como método o como cuerpo teórico. Mientras que el pensamiento complejo se sitúa en un nivel cla­ ramente pre-metodológico, porque éste es una decisión previa a la aplicación práctica de una metodología, hay un método que E. Morin ha publicado en varios tomos de largo aliento, pero este método es más una manera de ver e interpretar el mundo y las acciones del sujeto, que la elaboración directa de procedimientos metodológicos. De todas maneras, la complejidad se nutre y alimenta a su vez, a varias ciencias como es el caso de la teoría del caos, la geometría fractal, la teoría de sistemas, las ciencias biológicas, y desde ellas, a las ciencias cognitivas. Nos parece evidente -en atención a lo expuesto precedentemente- que los trabajos empíricos de las ciencias cognitivas, aun­ que necesarios para el desarrollo de protocolos de laboratorio, son insuficientes para interpretaciones más globales del “cuerpo-pre­ sente” y los misterios insondables de la encarnación humana.

Resumen.

La subjetividad y la conciencia son reinterpretadas sobre coordena­ das dinámicas y relaciónales de la experiencia vivida. La conciencia no es una propiedad más del sujeto, sino que es la condición más propia de su ser-en-el-mundo. Los pliegues de la conciencia son los momentos y los movimientos que constituyen a la conciencia en su estructura intencional. Dado que esta estructura es “vivida”, no posee una infraestructura a priori, sino relacional y vinculante al mundo. Estas estructuras suponen reinterpretar la encarnación, la temporalidad y la intersubjetividad como los pasos “complejos” de la conciencia, que en sus movimientos no se repliega sobre sí misma como una conciencia trascendental, pensante y solitaria, sino más bien, como una conciencia encarnada, es en relación con los otros y con el mundo. Se termina con una reflexión que intenta poner en re­ lieve las relaciones entre fenomenología y el pensamiento complejo. Palabras clave: Subjetividad, encarnación, conciencia, fenome­ nología, complejidad. Abstract.

H um an su bjectivity an d consciousness are rein terpreted accordin g to the dyn am ic an d relational coordinates o f liv ed experience. C onscious­ ness is n ot ju st an oth er p rop erty o f th e subject, but th e condition itself o f his/her ow n b ein g in the world. Consciousness'' d ifferen t aspects are m om en ts an d m ovem en ts that constitute its intentional structure. Since this structure is “liv e d ”, it does not possess an a priori infrastructure, but rather on e that is relational an d bon d in g to the w orld. These structures lea d us to interpret m aterial incarnation, tem porality a n d intersu bjectivity as “com plex ” steps o f consciousness, that in its m ovem en ts, does n ot fa ll back into itself like a transcendental, reasoning an d selfcen tred consciousness, bu t on th e contrary is a consciousness im m ersed in others an d in the w orld. W efinish w ith som e thoughts that high light th e relations b etw een p h en o m en o lo gy an d com plex thought. K ey w ord s: S u bjectivity, incarnation, consciousness, p h en o m ­ en olo gy, com plex ity.

CAPÍTULO VI Ser viviente y ser hablante. Reflexiones acerca del punto de vista monista en la cognición humana.

L iving b ein g a n d speak ing being. R eflection s on th e m onist apprroach in hum an cogn ition. AN D RÉS H A Y E 1

I. Ser viviente y ser hablante.

Quisiera llamar la atención acerca del modo en que se acostumbra en ciencias cognitivas a abordar un cierto campo, el de la cognición humana. La teoría de la cognición se ha centrado en especificar un dispositivo mental que hipotéticamente mediaría, por un lado, el metabolismo del individuo con su entorno vital y, por otro, el intercambio simbólico de los individuos entre sí. El conocimien­ to, la cognición, sería así un terreno común entre los procesos de adaptación y lenguaje, entre biología y cultura. En este terreno la teorización se tropieza permanentemente con problemas de dua­ lismo, a veces derivados de nociones representacionalistas del co­ nocimiento (cf. Churchland, 1986; Bechtell, 1998), aveces enraiza­ das en nociones abstractas de lo biológico y lo cultural (cf. Colé, 2002; Greenfield, 2002; Tomasello, 1999). La actitud dominante en ciencias de la cognición, ha sido la de intentar desmantelar los supuestos dualistas y desarrollar un programa monista, vale decir, 1 La correspondencia relacionada con este artículo debe dirigirse a Andrés Haye, Escuela de Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile, Vicuña Makenna 4860, Macul, Santiago, Chile; o vía e-mail a [email protected].

que dé cuenta de la unidad de los procesos de adaptación y lengua­ je como aspectos integrados en un único modo de ser del humano, su ser cognitivo. Me propongo argumentar que esta cruzada contra el dualismo pasa por alto, sin embargo, aspectos de la adaptación y del lenguaje que me parecen cruciales para entender estos procesos y su relación, en cuanto esta puede darse o no, y en cuanto puede cambiar y desarrollarse en el campo de la cognición humana. Para ello, creo conveniente reconsiderar la clásica definición aristotélica de lo humano, típicamente traducida, de un modo de­ masiado restringido, como an im al racional. En el tratado A cerca d e l alm a la expresión usada es z óon lo go n ech ó n (o, si se prefiere, zoion lo g o n ek hon ), que quiere decir e l v iv ie n te q u e tien e la p a ­ labra - e l a n im al q u e p o see e l discurso. Esta determinación es más amplia que la idea de animal racional en varios sentidos. En primer lugar, tener el lo go s no significa, en Aristóteles, solamente tener racionalidad sino q u e le ca b e e l discurso com o p rop io. Exploraré algunos aspectos de esta determinación para mostrar que el ser ha­ blante del humano no puede reducirse a una forma compleja de proceso biológico. El propósito de este ensayo es plantear, al modo de un juego de argumentación o, si se prefiere, de un experimento, un dualismo radical que permita honestamente hacerse la pregunta por la relación entre vida y discurso. Acaso para salvarnos de los dualismos que entorpecen la teorización, tendremos que combatir simultáneamente al monismo que amenaza con dar por supuesta la relación entre vida y discurso, evitando así su investigación. En segundo lugar, el tener la palabra no sería en Aristóteles la única determinación de lo humano. En este sentido, invito a ro­ dear la discusión acerca de lo esencial de la cognición humana y, en cambio, concentrarnos en el fenómeno peculiar del v iv ie n te q u e tien e la palabra, del simultáneo ser viviente y ser hablante, inde­ pendientemente de si este fenómeno se encuentra siempre y exclu­ sivamente en aquellos entes que llamamos humanos. Pues puede concebirse que esta conjunción no se dé en algunos humanos, por ejemplo en los infantes (Agamben, 1978), y que eventualmente le

ocurra a entes que hoy por hoy no estamos dispuestos a calificar de humanos. En todo caso, esta contingencia entre vida y discurso es la condición de posibilidad de un concepto de la relación entre vida y discurso, como una relación empírica y dinámica. II. El problema de la unidad.

La teorización en ciencias de la cognición es particularmente sus­ ceptible de enredarse con dualismos que dificultan la explicación del conocimiento. Pues la misma noción del conocimiento que he­ mos acuñado está marcada por la diferencia sujeto/objeto. Así, un dualismo clásico es el que establece una distinción radical entre alma y cuerpo, cuya formulación en Descartes frecuentemente se ha tomado como ejemplar. Descartes (1977) propuso esta distinción de sustancias justamente a propósito del conocimiento, entendien­ do por alma aquello que le es absolutamente íntimo al sujeto que conoce y por cuerpo aquello que se aleja en diversos grados de esta intimidad, y que por ello puede conocerse de manera limitada y trabajosa. Otro dualismo que acecha la teorización en torno al co­ nocimiento radica en la idea de actividad, de lo activo y lo pasivo. La distinción entre espíritu y materia adquiere, en este sentido, un carácter radical en algunos filósofos, como por ejemplo en Bergson (1896). El espíritu es el principio de la espontaneidad, la actividad, la iniciación del movimiento, mientras que la materia es un ele­ mento pasivo, meramente transmisor del movimiento, incapaz de crear algo absolutamente nuevo. Conocer supone actividad, y la comprensión de la actividad en el conocer corre el riesgo de arras­ trar consigo una distinción radical entre lo activo en el sujeto y lo pasivo en el objeto. Sin pretensión de completitud, menciono un tercer tipo de dualismo relevante en este terreno: cultura y natura­ leza, tal como son distinguidos por Dilthey (1883) a partir del tipo de conocimiento que involucran. La naturaleza, que consiste en la conexión causal en el mundo, demanda una explicación mecánica de procesos, mientras que la cultura, que es de carácter simbólico o

significativo, supone una interpretación cualitativa. Se ve que estos tres dualismos no son idénticos, pues se basan en dimensiones di­ ferentes: la intimidad, la actividad y la significación. Sin embargo, todos ellos plantean una distinción radical, vale decir, irreductible, entre aspectos que están involucrados en el conocer. Ahora bien, la actitud dominante que se advierte en las ciencias de la cognición es la de combatir el dualismo, en cualquiera de sus formas, como si fuese un mal. El dualismo no solamente no está de moda, sino que las modas actuales son enfáticamente anti-dualistas, como en el enfoque de la cognición corporeizada (Lakoff y Johnson, 1999; Thompson y Varela, 2001) o de la complejidad (Edelman, 2004; Freeman, 2000). Por sobre las diferencias teóricas entre los diversos enfoques, parece haber un esfuerzo mancomu­ nado por evitar las clásicas particiones fundamentales que impedi­ rían entender el conocimiento en el marco de una única realidad: la vida. Los animales comportan el conocer, como un modo activo de conducirse por medio de la categorización de su entorno, en su ininterrumpido ser-en-el-mundo. El entorno al que los individuos vivientes están acoplados no es, desde este punto de vista, de una naturaleza distinta a los sistemas neurales que son responsables del conocer, sino otra cara de un mismo proceso. Así, todo el trabajo de la explicación promete resolverse en un solo elemento. En su cacería de brujas contra el dualismo, la estrategia de conceptualización y de investigación empírica de las ciencias cogniti­ vas ha buscado acercar lo más posible los procesos de adaptación y lenguaje, a tal punto de nivelarlos como casos particulares de la intencionalidad, modalidades de relación-a-objetos-del-mundo, que sólo se distinguen en la reflexión abstracta. Ello ha tenido con­ secuencias importantes. En primer lugar, la adaptación se ha expli­ cado principalmente en términos de asociaciones entre representa­ ciones mentales que, al modo de un sistema lingüístico, organizan los procesos de categorización del mundo y de comportamiento con respecto a categorías de objeto -vale decir, signos internos que median la coordinación con el entorno. En segundo lugar, la teori­

zación acerca del lenguaje ha estado predominantemente orientada por la idea de la comunicación como mecanismo ampliado de co­ ordinación con el entorno (Maturana, 1978), de modo que hablar sirve para expresar y configurar representaciones de estados de co­ sas en el mundo, y para llevar a cabo acciones específicamente so­ ciales (por ejemplo en el sentido de Austin, 1971). En tercer lugar, y más importante aún, esta perspectiva ha conducido a entender la relación entre biología y cultura como una constante, como algo que es de determinada manera -que la filosofía de la mente tendría que dilucidar- y no como un devenir, como un proceso cambiante y un tránsito. Este devenir no podría servir, como se intenta con la idea de cognición, de punto fijo, intermedio o común entre la vida y el discurso, que permitiera reducir esta diferencia. Intencionaré la discusión hacia esta ceguera del monismo en cognición humana, que consiste precisamente en que -cual dualismo más extremo- la relación entre biología y cultura, al resolverse en la componenda conceptual, se pierde de vista para la investigación empírica, tal como lo ha advertido Vygotski (2001). A contrapelo de esta idea, y aunque sea de manera principal­ mente retórica, creo conveniente plantear un nuevo dualismo a propósito de la confluencia entre ser viviente y ser hablante, la que se daría regularmente en los humanos. En efecto, el ser hablante del humano, tal como se despliega en las conversaciones cotidianas o en la creación literaria, muestra propiedades que difícilmente po­ drían reducirse a su ser viviente. Me refiero al carácter id eo ló g ico que tiene el comportamiento lingüístico del viviente-que-tiene-lapalabra. En sus conversaciones cotidianas, por ejemplo, los huma­ nos toman posiciones subjetivas unos frente a otros, en el marco de un campo virtual cuyas posibilidades de posicionamiento vienen inicialmente determinadas por una historia previa de conversa­ ciones, luchas y posicionamientos en la sociogénesis (Voloshinov, 1927). De modo que una intervención en una conversación no pa­ rece ser solamente un punto de coordinación entre vivientes, sino al mismo tiempo, y por encima de ello, una subjetivación que pone

al viviente en contacto con el mundo virtual de sus predecesores y de sus sucesores (Schutz, 1993). Entre los extremos de los procesos de vida y los procesos de discurso, las ciencias de la cognición promueven la ideación de un término intermedio, a saber, el sistema cognitivo. Este térmi­ no intermedio tendría que unificar los polos de la efectividad de la sobrevivencia y la ficción en literatura. Los procesos cogniti­ vos mediarían, tanto el metabolismo del viviente con su entorno inmediato, como la relación del viviente con la multiplicidad de perspectivas culturalmente disponibles. Si bien esta promesa expli­ cativa de las ciencias de la cognición aún no se ha realizado satisfac­ toriamente, en los principales programas de investigación se ve cla­ ramente que la estrategia es reducir las propiedades fundamentales del conocimiento, junto a todas sus posibilidades, a la organiza­ ción biológica. Esto es así, por ejemplo, en los programas de pro­ cesamiento de información en redes asociativas (Collins y Loftus, 1975; Greenwald et al., 2002), el conexionismo (Churchland, 1986), enacción (Thompson y Varela, 2001), la lingüística cognitiva (Lakoff y Jonson, 1999), la cognición situada (Brighton, Smith y Kirby, 2003; Lynn y Stain, 1991), la cognición extendida (Clark y Chalmers, 1998) y los sistemas dinámicos (Freeman, 2000; Kelso, 1995). El consenso de esta comunidad resulta apabullante. La tesis clave desde aquel punto de vista es que la intenciona­ lidad, que se conceptualiza como aquella propiedad que subyace tanto al conocimiento del entorno inmediato como a las formas simbólicas más elaboradas, puede entenderse a partir de conside­ raciones estrictamente biológicas. El argumento que propongo en contra puede resumirse de la siguiente manera: la intencionalidad, en cuanto propiedad esencial del conocer y de los procesos cogni­ tivos, no es algo simple pues presenta modalidades diversas, algu­ nas de las cuales no se ve cómo podrían derivarse de un concepto biológico del ser viviente. Específicamente, la tesis desde este otro punto de vista, es que el carácter dialógico (contestable) del dis­ curso verbal -en función del cual los enunciados son verdaderos

o falsos, buenos o malos, relevantes o irrelevantes, etc - abre para el viviente-que-tiene-la-palabra, un mundo de infinitas perspec­ tivas que están en relaciones de tensión, complementariedad, so­ metimiento, etc., transformando al viviente de una manera que, al menos de momento, sólo puede entenderse a partir de considera­ ciones sobre el lenguaje que desbordan lo estrictamente biológico. En lo que sigue, ofrezco un parangón entre el ser viviente como tal y el ser hablante como tal, con el fin de graficar lo que entiendo por lo estrictamente biológico, de un lado, y el carácter dialógico del discurso verbal, del otro. El argumento apunta a mostrar que el conocimiento que media la relación del viviente con la multi­ plicidad de perspectivas dialogísticas que pueblan su mundo, no es equivalente al que media el acoplamiento del viviente con su entorno. Para ello sería necesario distinguir cuidadosamente mo­ dalidades de intencionalidad específicas a lo biológico y a lo dialó­ gico, que el lector puede revisar en otro trabajo (Haye, en prensa). Finalizo este ensayo proponiendo líneas para la investigación; en particular, sugiero una colaboración “dualista” entre neurocien­ cias y ciencias de la cultura. En este sentido, propongo que vale la pena hacer el ejercicio de eliminar conceptualmente el término intermedio -el de sistem a c o g n itiv o - con que se quiere unificar vida y discurso, para explorar estrategias de investigación acerca de la relación entre procesos de vida y procesos discursivo-ideológicos, para dilucidar en qué consiste el ten er la palabra por parte del viviente. III. Un nuevo dualismo.

El ser viviente de un ente es su estar siendo vivo, es decir, su estar siendo una individualidad en el espacio por medio de su espon­ táneo y continuo operar en el tiempo. En este sentido, decimos que el ser viviente le cabe propiamente al cuerpo organizado, pues solamente a los cuerpos organizados atribuimos este existir autó­ nomo en el espacio y el tiempo, y de ellos decimos “vivo” en senti­

do estrictamente biológico cuando efectivamente están generando su individualidad mediante su operar y “muerto” biológicamente, cuando ya no lo están haciendo. En cambio, el ser hablante de un ente es su estar siendo significante o, en otras palabras, su estar siendo interpelado por otro como interlocutor en una cadena de tomas de posición que se contestan unas a otras. Decimos del ser hablante que le cabe propiamente al viviente, al cuerpo organizado que está viviendo, pues solamente de él podemos esperar una tal toma de posición contestable o, lo que es lo mismo, una contesta­ ción. Atribuimos el carácter significante también al signo lingüís­ tico o al personaje novelesco, pero solamente en la medida en que participan en la producción de subjetividad -de perspectiva- para un viviente en su relación al otro. Este punto es más importante de lo que parece a simple vista: decimos que una señal tiene sig­ nificado pero no que constituye una perspectiva parcial (valga la redundancia) que responde de manera irrepetible a otras perspec­ tivas históricamente concretas. En otras palabras, lo esencial del ser hablante no radica en el significado sino en la subjetividad. Por lo tanto, la distinción entre ser viviente y ser hablante no radica en una diferencia entre tipos de sustancias, ni tampoco se correlacio­ na con los principios de intimidad, actividad o significación, como en los viejos dualismos mencionados previamente. Más bien, se trata de una diferencia que, a pesar de ser radical, no implica se­ paración o independencia entre los aspectos diferenciados. El ser hablante presupone al ser viviente pero, como intentaré mostrar, el primero altera al ente que está viviendo de una manera que no se deriva del primero. A manera de ilustración, propongo un contraste entre ser vi­ viente co m o tal y ser hablante co m o tal en términos de seis dimen­ siones: modo, proceso, dinámica, número, unidad y temporalidad (ver resumen en Tabla 1). Describo primero el cuadro impresionis­ ta del ser viviente, basado en buena medida en Maturana y Varela (1980; 1995), y luego el del ser hablante, inspirado principalmente en los trabajos de Bakhtin (1982; 1989).

T A B L A I . R E S U M E N D E L C O N T R A S T E E N T R E S E R V IV IE N T E C O M O T A L Y SE R H A B LA N T E C O M O TA L

E l s e r v iv ie n te

E l s e r h a b la n te

M odo

Existencia

Discurrir

P roceso

Continuidad secuencial de operaciones

Discontinuidad de la articulación de perspectivas

D in á m ic a

Pulsión

Contestabilidad

N ú m e ro

Complejidad de operaciones

M ultiplicidad de perspectivas

U n id a d

Identidad del individuo

Identidad del sujeto

T e m p o ra lid a d

El desarrollo y la muerte

La eternidad, la historicidad y la finitud de perspectiva

EL SE R VIVIEN TE EN C UAN TO T A L.

1. Modo. El modo de ser del viviente es su existir, su permanecer como unidad en el espacio y el tiempo, su espaciarse y su du­ rar. La existencia es el modo de ser que le es propio al cuerpo viviente en cuanto tal, y además este último es la forma para­ digmática de la existencia. En efecto, el viviente se caracteriza en general por el movimiento autónomo, es decir, por el hacer­ se espaciar y hacerse durar. La existencia es el asunto mismo del viviente: vivir es, en sentido estricto, reproducir la propia existencia. 2. Proceso. El ser viviente de un cuerpo, su estar haciéndose exis­ tir, depende de la realización de un proceso, es decir, de una serie en el tiempo. Específicamente, un proceso de vida es una continuidad secuencial de operaciones internas por medio de las cuales un cuerpo organizado mantiene su organización. Los procesos de vida, en este sentido, se rigen según el principio de constancia (Bergson, 1896).

3. Dinámica. Los procesos de vida se mantienen en marcha por obra del impulso que a cada instante empuja al viviente hacia el futuro. Rítmica e incesantemente hace saltar al viviente desde una operación inmediatamente anterior a una operación inme­ diatamente por venir, de tal modo que existe en la forma de un tránsito, no de un estado (Mead, 1932). Esta potencia es una moción interna, vital y biológica, una pulsión nacida del seno del cuerpo viviente mismo en la medida de la espontaneidad y autonomía de su espaciarse y su durar. (Aunque suene para­ dójico, sólo el cuerpo no viviente se mueve propiamente por fuerzas externas). 4. Número. El viviente es una multiplicidad organizada de ope­ raciones que, en su conjunto, reproducen la organización que permitirá la efectuación de siempre nuevas operaciones de re­ producción de la organización. Esta multiplicidad organiza­ da de operaciones puede conceptualizarse - y eventualmente medirse- en términos de complejidad. La complejidad de las operaciones con las que se teje un proceso de vida, permite distinguir entre formas de vida más simples y más complejas. Sabemos que la presencia de sistemas neurales que distribuyen y analizan el movimiento hacia y desde diversas redes de es­ tructura especializada y con capacidad de aprendizaje, permite a un cuerpo viviente realizar operaciones más complejas, ne­ cesarias para la locomoción; y que los animales con neocortex pueden desplegar procesos de vida cuya complejidad es tan grande, como es el dominio que pueden llegar a tener sobre los demás animales y como el poder de auto-transformación que se observa en los humanos, por ejemplo. 5. Unidad. Frente a la multiplicidad de operaciones que realiza, el cuerpo viviente se caracteriza por ser uno, por ser un indivi­ duo, es decir, por ser indivisible (in-dividuo). La tarea del pro­ ceso de vida es precisamente llevar a cabo en cada momento la identidad del individuo en tanto tal, mantener y prolongar la unidad de existencia, de espaciación y de duración del cuerpo

organizado. La identidad del individuo es, en cada momento, el hecho de ser el mismo desde un inicio en el pasado hasta el presente, a pesar de las variaciones en el espacio. El viviente está materialmente conectado con todo su pasado justamente en la medida en que cada presente es siempre, acumulativa­ mente, la conexión entre la próxima operación y la inmediata­ mente anterior, dibujando así un trayecto histórico-vital que le pertenece al individuo viviente punto por punto. 6. Temporalidad. Así, junto a la temporalidad rítmica propia de la pulsión al nivel de la continuidad inmediata de las opera­ ciones, el viviente se caracteriza por una trayectoria vital que, por sobre las variaciones individuales, se caracteriza en general por el ciclo de desarrollo y muerte. La temporalidad propia del viviente en cu an to tal está marcada por la finitud b io lógica , por los procesos de generación y corrupción del cuerpo, de cuyo juego resulta una duración acotada por los límites de­ finitivos de un nacer y un morir, entre los cuales se despliega el cuerpo viviente en las formas del crecer y del envejecer. En este sentido, la muerte no es el horizonte desde el cual el vi­ viente interpreta su existencia, sino el límite del propio trabajo o proceso interno por medio del cual un cuerpo organizado mantiene su organización. Parafraseando a Hegel, podríamos decir también que el viviente es aquel existente que pierde la existencia desde sí mismo. EL SE R H A B LA N TE EN C U A N TO T A L.

1. Modo. El modo de ser del hablante es el discurrir, su diferir la existencia en plexos de remisiones, su significar siempre nuevo: conectar algo con algo, remitir de una cosa a otra, en una cade­ na sin limitación interna. Pues el signo (cualquier composición semiótica) sólo es en la medida en que remite a otro, o sea, en que es diferido. El signo es entonces algo no saturado, incom­ pleto, que no existe en sí sino que envía, conduce, remite: no

cuenta por su composición semiótica sino por lo que significa. Pero a diferencia del uso de signos como señales concretas, que se saturan por medio de su referencia, los signos en el discurso remiten inevitablemente a otros signos, conformándose cade­ nas de remisiones sin fin. Por eso, el hablante no es meramente en cuanto significa, sino más específicamente en cuanto teje (con o sin colaboración directa de otros hablantes) una trama semiótica que se desvanece en la medida de su apertura a signi­ ficaciones adventicias. Discurrir no es indicar un objeto, sino estar siendo remitido por lo significante, que se disipa en su remisión, a lo significado, que se torna a su vez un significante y así, como en fuga.2 2. Proceso. El ser hablante de un cuerpo viviente, su estar difi­ riendo la existencia, se basa en una operación peculiar: la ar­ ticulación. No se trata meramente de la articulación fónica o gráfica, sino antes bien de la conexión entre diversas significa­ ciones en un solo pensamiento (enunciado). Así, no decimos que se articulan las representaciones “A ”, “B”, etc. (separada­ mente y en algún orden secuencial), sino los pensamientos “A o no A ”, “A es B”, etc. Articular es entonces poner en rela­ ción signos que remiten diversamente a otros signos. No es un proceso continuo sino una coyuntura, un acontecimiento que junta lo discontinuo. Donde hay una articulación, hay una dis­ continuidad. Articular es al mismo tiempo reunir y dispersar, así como la palabra es al mismo tiempo lazo y fuga. La articu­ lación así entendida genera el discurso, es decir, el proceso no lineal del pensar, sea en el torrente desbocado de la conciencia o en el curso multívoco de la comunicación verbal. 3. Dinámica. El discurso es impulsado por los otros. Cada arti­ culación es una perspectiva que como tal es parcial y, por tan­ to, interpela a otras que la complementen, la contradigan, la continúen, etc. Pues decíamos que la articulación es un poner 2 (cf. concepto de semiosis en Peirce).

significaciones diversas en una sola perspectiva (pensamiento o enunciado), y entendemos que toda perspectiva es una toma de posición, respecto a las diversas significaciones en juego, frente a otras posiciones posibles. Por ejemplo, el juicio “A es B” sos­ tiene, como en una sola mirada, las remisiones de “A ” y “B” y las restringe conforme a un ángulo determinado, en diálogo con otros ángulos alternativos (que “A no es B”, “A es C ”, etc.), de modo que el sentido puede ser la afirmación de una igualdad que adhiera a un juicio previo resolviendo la ecuación, o que se distancie del mismo demostrando que conduce a un absur­ do. En otras palabras, toda perspectiva es contestable. Además, cada pensamiento o enunciado es ya una respuesta a otros pen­ samientos previos o anticipados. Así, los procesos discursivos se mantienen en marcha porque la articulación de una perspec­ tiva es contestada por otras perspectivas, sean enunciadas por otros vivientes o por uno mismo en la mente (palabra esta últi­ ma que, por lo demás, en su raíz latina viene de m encionar). 4. Número. La multiplicidad de perspectivas que entran en juego en el discurso puede conceptualizarse en términos de dialogicidad. Un aspecto de esta multiplicidad radica en la diferencia, tensión, relación entre enunciados. En cuanto composiciones semióticas no saturadas, los enunciados son siempre contesta­ bles y son ya una contestación, como las replicas en un diálogo (por eso decimos que se trata de relaciones dialógicas), en un tejido de réplicas que no tiene cómo ponerse cota a sí mismo para detener la proliferación de perspectivas. Otro aspecto de la multiplicidad se hunde en las profundidades igualmente in­ finitas al interior de cada enunciado. Bakhtin describe diversas formas de esta multiplicidad interna (en términos de heteroglossia, polifonía y plurilingüismo) que funcionan también dialógicamente: las diversas voces o perspectivas representadas en un pensamiento, las diferentes actitudes hacia tales voces, y las muchas lenguas, sociolectos y estilos con que se articula un pensamiento, guardan entre sí relaciones no lógicas ni gra­

maticales sino relaciones sociales de aprobación, indiferencia, dominación, complicidad, antagonismo, etc. Una cadena de enunciados puede ser, en estos dos aspectos, muy compleja, pero el concepto de complejidad no resulta adecuado para en­ tender las relaciones dialógicas que densifican el discurso. 5. Unidad. El viviente, en cuanto hablante, articula un enunciado, es decir una perspectiva que soporta una multiplicidad de sig­ nificaciones (que pueden remitir a enunciados alternativos vir­ tuales o efectivos), lo cual supone tomar una posición respecto a esta multiplicidad. Pero esta posición, que es justamente el sentido del enunciado, no ocupa el mismo espacio semiótico que las significaciones articuladas en el enunciado, sino que se retrae del enunciado para ocupar -mejor dicho, para crear- el espacio de la subjetividad. O más bien, incluso cuando una perspectiva o punto de vista es representado en el discurso, su­ p o n em o s otro punto de vista más silencioso, no representado, en el que se ha posicionado el hablante y desde el cual cabe interpretar el sentido del enunciado. Este retraerse del hablante respecto de lo articulado es un aspecto propio de la articulación por medio del cual se genera la subjetividad. Por la contesta­ bilidad de toda articulación (que invita al diálogo a posiciones alternativas que, a su vez, pueden ser adoptadas inmediatamen­ te por el mismo viviente-hablante), el ser hablante del viviente produce una multiplicidad subjetiva que desafía cualquier pre­ tensión de identidad. En el discurso el problema no es la uni­ cidad del individuo, sino la identidad del sujeto. Decimos que hay un sujeto cuando hay un hablante que se retrae o difiere de lo que dice para poder tomar una posición respecto de ello (como si el sujeto fuese la sombra escurridiza del enunciado), y que toma esta posición como respuesta a una toma de posición previa o anticipada del mismo hablante o de otro. 6. Temporalidad. El ser hablante del viviente expande las formas del tiempo mucho más allá de ritmo de la pulsión, en donde la proliferación de remisiones constituye un mundo virtual que

viene a romper con el orden cronológico del vivir. El discurrir del tiempo en el discurso no es lineal, pues la cadena de remisio­ nes conduce al pasado y al futuro en cualquier orden y por me­ dio de saltos sin continuidad. El presente en el discurso no está determinado por la operación inmediatamente anterior, sino también por presentes virtuales alternativos y futuros que se anticipan no al modo de expectativas o predicciones (que conti­ núan esquemáticamente la tendencia del pasado) sino de contes­ taciones posibles cuyos sentidos (posiciones subjetivas) resultan interesantes por algún motivo y a las cuales se quiere responder de antemano en el enunciado actual. El carácter temporal en el discurso no se refiere a la delimitación interna de un principio y un fin, que en el ser viviente depende del ciclo de generación y corrupción del cuerpo. Por un lado, el discurso no cuenta con cotas inmanentes que permitieran controlar y eventualmente detener la proliferación de remisiones, la contestación de pers­ pectivas, la retracción del sujeto hablante, y en este sentido deci­ mos que el discurso es infinito. Por ejemplo, el enunciado “A es B”, que tiene lugar en lo vasto del mundo virtual, no es mortal ni está sujeto a la entropía. Pero por otro lado, todo enunciado es una perspectiva particular, una parcialidad frente a otras, y toda toma de posición está delimitada por los otros posicionamientos con los cuales entra en juego. Por eso la temporalidad en el discurso toma también la forma de la historicidad: cada enunciado es irrepetible no porque sea una instancia singular del espacio-tiempo, sino porque su sentido está históricamente situado por las otras perspectivas (y voces, estilos, etc.) propias y ajenas que supone y a las cuales reacciona. IV. ¿ Qué le hace la palabra a la vida f

He intentado sugerir que el viviente-que-tiene-la-palabra está esen­ cialmente cruzado por una tensión que se debe a la diferencia radi­ cal entre lo biológico y lo dialógico. Sin embargo, el ser viviente y

ser hablante, tal como los he contrastado, no son cosas diferentes, formas separables, realidades alternativas. No se trata de una yux­ taposición que demarque dos esferas distintas que no se comuni­ can. Si nos limitáramos a considerar la vida y el discurso de manera independiente, estaríamos dejando de lado justamente los aspectos más importantes del problema, que atañen a la riqueza de las rela­ ciones que se dan entre ambas determinaciones de lo humano, y que no es posible reducir en absoluto a una simple oposición. ¿Qué le hace el ser hablante al ser viviente? ¿Qué le hace la palabra a la vida? Esta es la pregunta general que puede plantearse, y que por cierto debe investigarse en programas específicos: ¿Cómo se trans­ forma la repetición de la pulsión en el ámbito infinito de lo virtual, o el ciclo de desarrollo y muerte en historia? ¿Cómo se transforma el individuo en sujeto? ¿Cómo se transforma el signo que apunta a objetos en signo ideológico, o sea en enunciado contestable? Al mismo tiempo debe poder indagarse filosóficamente una pregunta más amplia, a saber, por el tipo de relación que se da entre lo biológico y lo dialógico. Una hipótesis es la mediación (véase Vygotski, 2001): la vida estaría mediada por el discurso y/o el discurso estaría mediado por la vida. Alternativamente se puede conjeturar una relación de dualidad sin mediación, como si entre vida y discurso se dibujara un hiato que el viviente-que-tiene-lapalabra estuviera permanentemente atravesando, o como si vida y discurso fuesen dos caras que nunca logran coincidir, y en cuya no coincidencia redundara lo humano (véase Agamben, 1978). El punto de vista que he tratado de mostrar tiene importan­ tes consecuencias para la investigación empírica en el marco de las ciencias de la cognición. En primer lugar, tanto en la conceptualización del ser viviente como en la del ser hablante se ha enfatizado decididamente el proceso sobre el contenido. Esto contrasta con los planteamientos teóricos predominantes en ciencias cognitivas, que explican el conocer a partir de la memoria semántica que alma­ cenaría contenidos, es decir, conocimiento declarativo, como por ejemplo las palabras del lenguaje o, en general, las representacio­

nes simbólicas de los objetos. Normalmente la noción de los pro­ cesos se restringe a las operaciones con las cuales se transforman los contenidos y se combinan entre sí, contenidos que se presu­ ponen como realidades mentales. En este sentido, y prosiguiendo los planteamientos alternativos al representacionalismo en ciencias cognitivas (véase Churchland, 1986; Bechtell, 1998), propongo el proyecto de reducir la memoria semántica y el conocimiento de­ clarativo a la memoria procedural. Ello involucraría, por una parte, reproducir empíricamente los fenómenos de memoria y conoci­ miento que se han observado desde el enfoque semántico, esta vez dentro de paradigmas que permitan analizar la concatenación de operaciones en el tiempo, de manera que los modelos procedurales logren, al menos, igualar el poder predictivo de los modelos semánticos. Por otra parte, el proyecto implica la tarea no menor de reelaboración teórica que permita reemplazar los conceptos (en todo caso insatisfactorios) del enfoque semántico, por conceptos referidos a operaciones, procesos y dinámicas, especialmente de las operaciones que permitan dar cuenta teóricamente de las di­ versas modalidades de intencionalidad en el conocer (véase Haye, en prensa). En la caracterización del ser hablante que he planteado más arriba, pueden encontrarse algunas propuestas, aún demasiado especulativas y vagas, que pudieran servir en un estadio inicial de esta reconstrucción teórica. En segundo lugar, estas reflexiones permiten ver que la investi­ gación sobre conocimiento procedural debería emanciparse de las limitaciones teóricas que hoy mantienen restringido su campo a la ejecución automática de secuencias lineales de acciones conforme a instrucciones lógicas. En efecto, el conocimiento procedural se modela, paradójicamente, en términos de encadenamientos de re­ glas que ligan condiciones y acciones, reglas que son formuladas declarativamente como “si condición A, entonces acción B”, con lo cual volvemos a constatar que el enfoque semántico, que pre­ supone los contenidos declarativos para dar cuenta de procesos, domina incluso en el ámbito de la memoria procedural. Algunos

desarrollos desde el conexionismo en torno a la representación de conocimiento y a memoria procedural, son un avance importante en la superación del concepto lineal y declarativo de los proce­ sos cognitivos (Churchland y Sejnowsky, 1992; Rumelhart et al., 1986). Además, la investigación pertinente se centra en el aprendi­ zaje de habilidades basadas en operaciones automáticas, como si lo procedural fuese necesariamente automático y de bajo nivel de elaboración, como la coordinación sensoriomotriz (Kelso, 1995). El punto de vista que he tratado de mostrar, en cambio, sugiere que también los procesos intencionales más elaborados y conscientes deberían poder entenderse proceduralmente. Creo que esta es la idea que Bartlett (1932), sobre la base de las conceptualizaciones de Bergson (1896) y Mead (1932), dejó planteada en los campos de la percepción, la imaginación, la memoria y el pensamiento, a pesar que el cognitivismo posteriormente la haya interpretado nuevamente desde un punto de vista semántico. Una prueba con­ creta, aunque ambiciosa para medir el logro de este proyecto, se­ ría el intento de explicar el uso reflexivo de un concepto - y de la naturaleza de su contenido intencional- en términos puramente procedurales. En tercer lugar, la investigación en cognición humana está apostando en dos grandes empresas: correlacionar el sistema cog­ nitivo con los procesos neurales, de un lado, y con los procesos culturales, del otro. Creo que puede ahorrar mucho en el esfuerzo de resolver acertijos, y ganar mucho en verosimilitud teórica, si reemplaza estos intentos por la indagación acerca de la relación entre dinámica cerebral y comportamiento dialógico en forma más directa. Ello implica abandonar el concepto de sistema cognitivo como término intermedio o común entre vida y discurso. Si uno se toma en serio el argumento aquí planteado de la diferencia ra­ dical entre lo viviente como tal y lo hablante como tal, entonces la idea de un término intermedio o común pierde valor: o bien se refiere a algo que es ya una dualidad, o bien a algo que, para contener los atributos compartidos entre los dos extremos, tiene

que ser muy poco informativo. Pero, más importante que este eventual abandono, el punto de vista que he tratado de mostrar compromete a programar una alianza entre neurociencias y cien­ cias de la cultura. La mutua colaboración entre el saber teórico y práctico con que se desentraña la dinámica cerebral, y aquel otro con que se cala en el comportamiento dialógico, parece ser la más justa estrategia para dar cuenta del viviente-que-tiene-la-palabra. Esta colaboración puede tener muchas formas, unas más satisfac­ torias que otras, y en todo caso, algunas ya se han echado a andar promisoriamente, como por ejemplo en los programas de la socioneurociencia (Adolphs, 2003; Cacioppo et al., 2000; Cacioppo, 2002; Lieberman 2005; Oschner y Lieberman, 2001; Miller, 2006; Todorov, Harris y Fiske, 2006) y de cognición autoorganizativa (Kelso, 1995; McClelland y Rumelhart, 1986), así como algunas vertientes de la psicología cultural (Batro, 2000; Greenfield, 2002; Maynard, Greenfield y Childs, 2000; Tomasello, 1999). Sin em­ bargo, no pudiendo ofrecer una descripción más fina ni un análisis más detallado de estas posibilidades, me limito a señalar la relevan­ cia de este nuevo campo. Para cerrar el argumento quisiera confesar que la perspectiva esbozada en este ensayo no se basa en una actitud intrínsecamen­ te dualista. Pero llamo dualista a esta perspectiva porque juntar las líneas que pasan por Maturana y por Bakhtin, es tan arduo y desatinado como intentar mezclar agua y aceite. Acaso calificar de dualista esta perspectiva no sea más que para señalar una medida de la dificultad del desafío.

Resumen.

En este ensayo intento mostrar que el ser hablante del humano no puede reducirse a una forma compleja de proceso biológico. Propongo el ejercicio de eliminar conceptualmente el término in­ termedio -el de sistema cognitivo- con que se quiere unificar vida y discurso en ciencias de la cognición. Finalizo esbozando líneas para la investigación, particularmente sugiriendo una colaboración entre neurociencias y ciencias de la cultura. Palabras clave: Lenguaje, discurso, vida, dualismo, intencionalidad. Abstract.

The essay attem pts to sh ow that th e speak ing b ein g o f hum ans cann ot b e red u ced to a com plex fo r m o f b io logica l process. I p rop o se to con cep tu a lly elim ín a te th e m id d le term co g n itiv e system w ith w h ich co g n itiv e scien ces in ten d to u n ify th e ex trem es o f life a n d discourse. Finally, I sk etch som e orien ta tion s f o r research, su ggestin g p a rticu larly a collab oration b e tw een n eu roscien ces an d scien ces o f culture. K ey w ord s: L anguage, discourse, life, dualism , intentionality.

CAPÍTULO VII Emergencia y downward causation en la sociología sistémica.

E m ergen ce a n d d o w n w a rd causation in system ic sociology. A LD O M A SC A R E Ñ O 1

I. Emergencia y downward causation en la sociología sistémica2.

Cuando en el horizonte de la teoría sociológica los modelos de al­ cance universal parecen perder terreno frente a la proliferación de teorías sociales de alcance medio, la sociología sistémica reintroduce esa pretensión y busca construir un esquema de observación que permita una descripción de distintos niveles de operación bajo una conceptualización común. Tema central de la teoría de sistemas es la comprensión de lo social como orden emergente de tipo comunicativo, que reduce y a la vez produce complejidad de manera autopoiética, es decir, es la comunicación la que genera nueva comunicación a partir de comunicaciones previas. Es la comunicación la que comunica; no los hombres, no las conciencias, no los sistemas psíquicos. Ellos 1 Correspondencia debe enviarse a Aldo Mascareño, Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Email: [email protected]. 2 Agradezco en especial a Agustín Ibáñez y Diego Cosmelli su invitación a participar de la conferencia internacional C om p lejid a d , A u ton om ía e In ten cio n a lid a d , organizada en la Universidad Diego Portales entre el 6 y el 10 de noviembre 2006. Este texto constituye la base de la presentación hecha en esa oportunidad.

contribuyen al proceso comunicativo, constituyen su condición de posibilidad, pero la comunicación los excede, forma su propia complejidad, y como tal, establece una d o w n w a rd causation sobre los procesos cognitivos, es decir, una influencia descendente desde el nivel emergente, que quiero especificar en este texto como una limitación estructural de lo posible. Objeto de este artículo es, entonces, esbozar el modo en que el orden emergente de la comunicación se configura a partir del relacionamiento de sistemas psíquicos y cómo este orden autónomo de lo social, organizado en términos de constelaciones significati­ vas de medios simbólicos y sistemas sociales, establece condicio­ namientos a su propia recreación. Con ello, quiero mostrar funda­ mentalmente el carácter coproductivo de la relación ascendente y descendente entre sistemas psíquicos y sociales visto bajo la pers­ pectiva sistémica. Pero a la vez, quiero hacer explícito un objetivo implícito. Espero que el acceso sociológico a los altos niveles de abstracción de las teorías de la complejidad, refuerce la idea que la sociología sirve para algo más que para hablar de la calidad de la educación, de los mecanismos para aumentar la transparencia pública o de las estrategias para la superación de la pobreza, todos temas sin duda importantes, pero que obligan a poner la ciencia al servicio de algo externo a ella, al servicio de los actores, como lo formula canónicamente buena parte de la tradición sociológica no sólo chilena, sino latinoamericana. Entiendo esta instancia como una oportunidad de mostrar que la sociología, al menos en una de sus versiones, la del sociólogo alemán Niklas Luhmann, puede in­ cluso elevar interrogantes de interés para el desarrollo de las cien­ cias cognitivas. La teoría de sistemas sociales autopoiéticos es, de las teorías sociológicas actuales, la que está en mejor posición para dialogar con el horizonte general de las teorías de la complejidad. Ella no emplea los conceptos de esta tradición de modo metafórico o analógico, los usa operativamente para la construcción de una teoría general de la sociedad de aplicabilidad universal y autológica, es decir, su universalismo le alcanza para explicarse a sí misma.

Advierto que en esta entrada en el tema, varios conceptos requieren ilustración. Autopoiesis, comunicación, d o w n w a rd causation como limitación estructural de lo posible, motivación, selectividad y la misma noción de sistema, no pueden darse por sobreentendidos. Por ello, para ir aclarando su uso y plausibilizar 10 dicho, quiero primeramente precisar la noción de sistema que empleo (II), para luego referirme a la contribución de tipo b o ttom up de los sistemas psíquicos y la cognición a la comunicación (III). Luego describiré lo social como orden emergente sobre la base de una teoría de los medios de comunicación simbólicamente genera­ lizados y la formación de sistemas. En este marco desarrollo la idea de d o w n w a rd causation como limitación estructural de lo posible desde lo social hacia los fenómenos cognitivos (IV). Finalmente, extraigo algunas consecuencias desde la sociología que pueden ser relevantes para la teoría cognitiva (V). 11

Sistema es la indicación de una diferencia entre sistema y entorno. Esta indicación es una operación de distinción hecha por el siste­ ma, no por el entorno. El sistema se crea y se mantiene autorreferencialmente por la oscilación de esta diferencia, es decir, por la autorreferencia hacia sí mismo y la heterorreferencia hacia el en­ torno. La autorreferencia lo clausura operativamente y la hetero­ rreferencia lo abre cognitivamente al mundo. Logra la continuidad de sus operaciones trazando constantemente la distinción entre lo que se actualiza y lo que queda fuera de su red de operaciones. El sistema es, por tanto, un modo de reducir la complejidad de los acontecimientos que tienen lugar como producto de la propia operación sistémica, de los múltiples sistemas que operan en un m éd iu m y que constituyen entornos los unos para los otros. En la teoría de sistemas sociales se discute si los grupos, si las instituciones o los movimientos sociales son sistemas auto-heterorreferenciales. No es el caso entrar en esa discusión aquí. Indico lo

que ya no se discute: sistemas sociales son los sistemas de interacción -como este que formamos aquí y cuya característica principal es que requieren de la presencia de sistemas psíquicos, por tanto, se disuel­ ven en su ausencia-, las organizaciones -como esta universidad cuya autorreferencialidad se estructura sobre la base de decisiones- y los sistemas funcionales como la ciencia, organizados en torno a medios de comunicación simbólicamente generalizados (Luhmann 1984). La imagen que debe construirse de esto no es jerárquica. Se trata de distintos niveles de formación de sistemas estructuralmen­ te acoplados unos a otros. La interacción que se mantiene en una sala, se mantiene a la vez en la organización y en sistemas fun­ cionales. La mantienen las personas, pero viene estructuralmente limitada a lo posible por esos otros niveles, por eso no hablo aquí de la corrupción en la política, aunque podría hacerlo, como ya lo he hecho dos veces. Los sistemas no obligan, limitan, motivan a comunicar en un sentido y no en otro, dependiendo de la constela­ ción simbólica de que se trate. El sistema psíquico, en tanto, no es un sistema social. Su au­ torreferencia no se estructura sobre la base de la comunicación, sino -señala Luhmann- sobre la base de la conciencia. En esto Luhmann sigue a Husserl: la autopoiesis de la conciencia es su intencionalidad, es ser conciencia noética, conciencia de algo, cognitivamente abierta (Luhmann 1997a). Esto no excluye lo no conciente. Lo presupone como lado externo de la conciencia, como exterioridad constitutiva -diría Derrida- que permite la reducción de la complejidad de tener que referirse a todo en todo momento. La vida, en tanto, es una observación de la propia corporalidad a través de la conciencia; la conciencia distingue entre conciencia y vida. Esto tampoco excluye la física de la vida o de la cognición, sino que la presupone como con tin u u m d e m a terialida d de la con­ ciencia y, por tanto, de la vida que la conciencia observa, y también de la vida que no observa (Luhmann 1985). Pero hay algo que acopla al sistema psíquico y al sistema so­ cial. Se trata del sentido. Tanto sistemas psíquicos y sociales son

sistemas basados en el sentido. Éste es un m éd iu m que surge como producto de la operación de sistemas que usan sentido. No puede definirse apriorística ni sustantivamente. El sentido no es aprensible por medio de ese concepto decimonónico de cultura, ni tam­ poco por el gran descubrimiento del siglo XX: el lenguaje, o por la categoría más elaborada de símbolo. El sentido es un complejo de referencias que se constituye por la diferencia entre actualidad y posibilidad (Luhmann 1997b). En su operación, los sistemas trazan selecciones que actualizan determinadas posibilidades y no otras. Las posibilidades no actualizadas son indeterminables, forman un horizonte inaprensible de complejidad que sólo puede ser actua­ lizado por nuevas selecciones que igualmente dejan algo (mucho) afuera. La unidad de la diferencia entre actualidad y posibilidad es el sentido. El sentido es, por tanto, mundo y su alrededor, Welt u n d U m w elt, se indica en lenguaje filosófico, es decir, en alemán, donde Welt es la actualidad y U m w elt la posibilidad. De este modo, los límites de los sistemas basados en el sentido, son límites móviles. La diferencia sistema/entorno oscila constan­ temente, es contingente, ni necesaria ni imposible; se modaliza por las actualizaciones de la posibilidad, que para los sistemas psíqui­ cos se traducen en determinadas vivencias y determinadas accio­ nes (Luhmann 1971) y para los sistemas sociales en comunicación (Luhmann 1984). III

Sistemas psíquicos y sociales son niveles de sistema distintos, pero hemos dicho a la vez que están acoplados. La selectividad relati­ vamente estabilizada de los sistemas sociales es indispensable para orientar la selectividad de sentido de los sistemas psíquicos, pero a la vez, la comunicación no tendría lugar sin la contribución de ellos. Quiero formular ahora el proceso de tipo b ottom -u p cuyo rendi­ miento emergente es la comunicación. Dos precisiones al respecto. Uno, por ahora hago abstracción de la d o w n w a rd causation de la

comunicación sobre la conciencia, la que observaré más adelante en términos de medios de comunicación simbólicamente genera­ lizados y formación de sistemas sociales. Dos, por b o ttom -u p , si­ guiendo a Schróder (1998), no entiendo una explicación sincrónica que dé por supuesta para todos los casos la relación entre sistemas psíquicos. La comunicación es un evento improbable, debe alzarse sobre la improbabilidad de la individualidad de esos sistemas, de su difusión informativa a los no presentes, de su coordinación con otros indeterminados. Para todo ello se precisa tiempo. Por tan­ to, la explicación debe ser diacrónica, debe -como dice Maturana (1982)—dar la impresión que en la explicación se genera lo que la explicación describe. Una explicación diacrónica tiene tres componentes: uno, hay propiedades de cosas de cuya relación surgen cosas de otro nivel de integración; dos, hay condiciones bajo las cuales con alta proba­ bilidad emergerán órdenes más complejos; y tres, hay limitaciones en la relación de los constituyentes que contribuyen a la forma­ ción de otro nivel de complejidad (Schróder 1998: 446). Los dos primeros componentes indican la dirección ascendente; en parte el segundo, y sin duda el tercero, indican la dirección descenden­ te. B ottom -u p es también top -d ow n , u p w a rd causation es a la vez d o w n w a rd causation. Ambas constituyen la unidad de una dife­ rencia por la cual sistemas psíquicos y sociales se acoplan. Se puede hablar de una cop rod u cció n con d icion a d a de sistemas psíquicos y sociales (Fuchs 2004). De cualquier forma, hay que evitar entender esto bajo pseudoexplicaciones de tipo dialéctico (cf. Fuchs et al. 2000; Thibault 2000). Dialéctica es un conflacionismo central que elide los elementos constituyentes (Archer 1995), como ya se ob­ serva en Hegel: lo verdadero es “el delirio báquico”, dice Hegel, “las formas singulares son momentos en proceso de desaparecer”, de quedar suprimido-conservadas (a u fg eh o b en ) en el “movimien­ to de la vida de la verdad” (Hegel 1972: 36). Sistemas psíquicos y comunicación están acoplados, interpenetrados si se quiere, pero nunca desaparecen; su permanencia ontológicamente distinguible es condición de su propia diferencia y covariación.

Es el proceso comunicativo el que logra esto. La comunicación, en este modelo, no debe ser entendida como un mensaje que se transmite de un emisor a un receptor, sino como una forma de selec­ tividad coordinada de tres cifras: selección de información, conduc­ ta de notificación y comprensión. Requisito mínimo es la presencia de dos sistemas psíquicos: alter y ego. Puesto que alter y ego son sistemas operativamente clausurados, la modalización del sentido en uno no puede ser idéntica a la modalización del sentido en otro. Esto es denominado por la teoría, como doble contingencia (Luhmann 1998a; Parsons 1966). Doble contingencia es la duplicación de la potencialidad del sentido que hace actual lo posible. El potencial es subjetivo y a la vez universal. Tanto alter como ego realizan sus propias actualizaciones. Lo social no emerge, sin embargo, de este hecho, ni tampoco del encuentro fáctico de alter y ego, sino de que esos sistemas se vivencien y se traten de un modo determinado. Gracias a la apertura cognitiva de los sistemas psíquicos, en el encuentro fáctico cada sistema puede referir al otro. Al hacer­ lo ambos, alter aparece en la atención de ego como referencia a alter y viceversa. La indeterminabilidad es simétrica para ambos. Ninguno pierde su unidad ni entrega nada al otro. El proceso basal es referencia de referencia de referencia, es decir, es circu­ lar (Markowitz 2005). Para lograr su asimetrización, alter y ego construyen expectativas sobre la orientación de las referencias. Cuando esas expectativas ganan estabilidad, se abre un potencial para la formación de estructuras sociales y para la coordinación de la acciones y vivencias propias de alter y ego en base a ellas. La condición de estabilización es pragmática: si la expectativa tiene éxito o si puede sostenerse contra los hechos se estabiliza, si no, no, aunque siempre queda como posibilidad en el sentido para ser empleada en futuras referencias, o para evitarla por inadecuada. Lo social emerge entonces como estabilización de expectativas de vivencia y acción de alter y ego. Esta asimetrización se traduce, en términos comunicativos, en que alter selecciona una información del universo de posibilidades de sentido y la expresa en una conducta de notificación (acción,

habla) que lleva adosada una expectativa. Ego puede rechazar o aceptar esta oferta. Si la rechaza, la expectativa no se estabiliza; si la acepta (por las razones que sea), la expectativa tiende a la estabi­ lización. Como este proceso se repite de modo recurrente, las ex­ pectativas se generalizan y forman estructuras sociales emergentes que motivan a su aceptación, es decir, que ejercen una d o w n w a rd causation sobre la apertura cognitiva de los sistemas psíquicos. Para entender esto último, se requiere de una teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados y la formación de sistemas. IV

Los orígenes de la formación de expectativas estabilizadas en siste­ mas sociales puede rastrearse hasta la Antigüedad; el decantamiento de medios simbólicos es el proceso que inaugura la sociedad moderna. La estabilización en su forma actual es, por tanto, resul­ tado de la evolución social. La creciente especialización de sistemas sociales en el tratamiento de determinados problemas emergentes en el transcurso de la evolución, conduce a la formación de medios simbólicos como el dinero, el poder, el amor, la verdad (Luhmann 1997b). En la sociología contemporánea, esta idea se ha transfor­ mado en un programa teórico crecientemente transversal (Chernilo 2002). Los medios simbólicos no son términos o conceptos, sino constelaciones significativas de selectividad coordinada que otor­ gan entendimientos comunes, temas determinables y expectativas complementarias (Luhmann 1997b). Por “constelación significa­ tiva de selectividad coordinada” hay que entender estructuras de expectativas exitosas en el sentido que lo hemos descrito recién: como expectativas propias de alter y ego que se refieren mutua­ mente para reducir la incertidumbre de su doble contingencia. Cuando esas referencias alcanzan coordinación, se adensa una es­ tructura social de expectativas que ahorran a la cognición la nego­ ciación de significados ya probabilizados.

Los medios motivan a la selección de determinados temas de comunicación y de determinadas expectativas según el contexto de sentido en el que el sistema psíquico se mueva: motivan a la pre­ ocupación por la individualidad del otro en las relaciones íntimas, al empleo del dinero cuando se trata de transacciones económicas, a considerar las consecuencias electorales de tomar o no una de­ cisión cuando se opera con el poder político, a argumentar por medio de teorías y a constatar a través de métodos las verdades científicas provisorias. La motivación puede penetrar en el sistema psíquico por la vía de la socialización de las expectativas estabiliza­ das, como lo ha formulado la teoría sociológica clásica (Durkheim 1985, Parsons 1966). Pero, si lo social es un orden emergente, en­ tonces, la motivación tiene que estar contenida en la selectividad misma, tiene que generar sus propias condiciones de aceptabilidad y difusión (Luhmann 1998a, 1998b). La estabilización de expecta­ tivas como constelaciones significativas de selectividad coordina­ da, logra esto definiendo los límites de lo estructuralmente posible en cada caso. Motiva a que para comprar, haya que ir dispuesto a pagar. La apertura cognitiva de los sistemas psíquicos capta esto en el acto. Quien olvida su billetera se devuelve a buscarla, no piensa que por mostrar el currículum de publicaciones científicas pueda hacerse acreedor a un kilo de pan. Las vivencias y acciones de alter y ego se modalizan y se aco­ plan a las estructuras de expectativas estabilizadas. Esto es lo que entiendo como d o w n w a rd causation de lo social hacia lo cognitivo. Se trata de una limitación estructural de lo posible en la que el condicionamiento de la selección es transformado en factor de motivación. Se puede aceptar una oferta de comunicación: “cuando se sabe que su selección responde a determinadas condicio­ nes; y a la vez, aquel que hace una oferta com unicativa, puede elevar las probabilidades de aceptación a través de la atención a esas condiciones y m otivarse con ello a la com unicación” (Luhm ann 1997b: 321).

Pero la sociedad no cubre todo el espectro de posibilidades de se­ lectividad de los sistemas psíquicos. Puesto que no sólo son cognitivamente abiertos, sino también operativamente clausurados, pueden sustraerse a las motivaciones contenidas en la selectividad social. La limitación estructural de lo posible no obliga a los indi­ viduos a seguir sólo una alternativa -como se observa de la multi­ plicidad de formas de familia, de la amplia gama de ordenamientos políticos, de las muchas formas que hay de utilizar el dinero-, y tampoco incluso los obliga a mantenerse dentro de los márgenes -como se observa claramente de los niveles de delincuencia a pesar del derecho, de los políticos corruptos a pesar de los mecanismos de probidad, de los curas que se casan a pesar de sus votos-, pero sí motiva a una selectividad covariante con estructuras sistémicas relativamente estabilizadas. De otro modo, los sistemas psíquicos pierden probabilidades de aceptación de sus ofertas comunicativas, aunque, a la vez, así pueden tensionar las constelaciones significati­ vas en direcciones no previstas por las expectativas sociales estabi­ lizadas. De cualquier forma, esta es una fuente de variación de las estructuras que sólo el tiempo puede reestabilizar. Con esto va quedando claro el tipo de d o w n w a rd causation que lo social ofrece a la cognición y selectividad de los sistemas psíquicos. No es, por cierto, una causa eficiente (Ibáñez 2006; Stewart 1999). En la definición de Emmeche et al. (2000), no se tra­ ta de una causación fuerte que define estados de la cognición, tam­ poco de una causación débil que sólo opera por medio de atractores en un espacio de fase. Los medios simbólicos y la formación de sistemas -quiero proponer- introducen una d o w n w a rd causation de tipo medio que se puede recoger en el concepto matemático de con d ición d e b o rd e en tanto “conjunto de criterios de selección por los cuales se puede elegir entre varias soluciones” (Emmeche et al. 2000: 9). En el marco de las teorías de la complejidad, Crane (2001), ha entendido este tipo de causación como fu erz a configuracional\ Schróder (2000), como con stricción ; Muijnck (2004), algo dramáti­ camente, como una ex plotación de los niveles inferiores, y Meyering

(2000), lo ha visto de modo más débil como com patibilidad. En la escasa sociología que se ha preocupado de estas cosas, Emile Durkheim hablaba en el siglo XIX de la ex terioridad y coerción de los hechos sociales (Durkheim 1985; Sawyer 2002), Margaret Archer, en su enfoque morfogenético (1995), ha formulado la idea de con dicion a m ien tos estru cturales hacia la agencia, y Dirk Baecker (2005), ha observado la comunicación en el sentido que la hemos descrito aquí como con d icion a m ien to d e gra d os d e libertad. En síntesis, las mutuas referencias de la comunicación entre sistemas psíquicos, diferencian expectativas con valor de enlace para nuevas actualizaciones. Su uso recurrente las estabiliza bajo la forma de medios simbólicos y sistemas sociales, que a su vez, limi­ tan estructuralmente lo posible. Lo social se mantiene por medio de esa autocatálisis y se permite también cambiar, generalmente dentro de los grados de libertad, otras veces más allá. Los medios motivan, no obligan. V

Una perspectiva sociológica como esta no tiene nada que cambiar en las teorías cognitivas, sólo puede beneficiarse de ellas para per­ filar de mejor modo el proceso comunicativo referencial entre sis­ temas psíquicos y su acoplamiento con los sistemas sociales (cf. Sawyer 2001). Pero, lo que vale para la sociología también puede valer para las teorías cognitivas. Para concluir, quiero mencionar cuatro puntos que podrían ser de interés si se tiene la intención de incorporar algunos avances de la teoría sociológica en la reflexión cognitiva: (a) En primer lugar, lo social no es un a d d en d u m de la mente. No es algo que aparece en la mente, aun cuando, eso que aparece pueda ser designado por ella o por la teoría como social. No hay ninguna sociedad “en nosotros”. Eso precisamente con­ tradice el concepto de sociedad y lo presenta por medio de

fórmulas localistas como la de intersubjetividad o interacción, que no son lo suficientemente complejas para observar la esta­ bilización evolutiva de las estructuras sociales. En segundo lugar, al menos sociológicamente, la sociedad no puede concebirse como unidad. Su especialización y diferen­ ciación lo impide. Si se quiere formular paradójicamente, se puede hablar de la unidad de las diferencias, pero para hacer­ lo, hay que renunciar a la pretensión de totalidad indivisa. La categoría de sentido permite esta operación teórica en un alto nivel de abstracción por una vía pragmática no sustantiva que distingue entre lo actual y lo posible. Con ello se evita hablar de totalidad como unidad y a la vez tener que operar analítica y empíricamente bajo la idea de una realidad multinivelada. Si el sentido es la categoría de la unidad de la diferencia de sistemas psíquicos y sociales, las expectativas de ambos son ac­ tualizaciones dentro de otras posibilidades. De ello se deriva que deben ser observadas contingentemente, y se deriva tam­ bién, que si se quiere captar el significado construido en la cog­ nición, el sentido es la clave. Lenguaje y símbolo son accesos privilegiados a él, pero no agotan la potencialidad del sentido, sólo constituyen actualizaciones posibles. Finalmente, parte importante de la tradición sociológica se ha construido sobre un prejuicio humanista que exige siempre poner al hombre en el centro de la explicación y de la arqui­ tectura de la teoría. Creo ver que esto no sucede con las teorías cognitivistas, ni en el fisicalismo más reduccionista ni en el holismo más esotérico. Por ello, creo que una sociología basada en el concepto de complejidad, y no una sociología humanis­ ta, parece un buen candidato para el diálogo. De otro modo, la humanización de la complejidad puede resultar en que las ciencias cognitivas se terminen preguntando cómo interveni­ mos las redes neuronales para tener, por ejemplo, políticos más honestos (lo que quizás no sería en vano).

Resumen.

La teoría de sistemas sociales comparte con las teorías de la com­ plejidad un campo conceptual y temático que le permite un diálogo fluido con la teoría cognitiva. Este nexo puede ser útil a la sociolo­ gía para reconstruir el proceso de tipo b ottom -u p que contribuye a la emergencia de lo social como comunicación. La sociología sistémica, en tanto, puede describir la forma en que la sociedad con­ figura una d o w n w a rd causation sobre los fenómenos cognitivos. Esto lo logra a través de su teoría de los medios de comunicación simbólicamente generalizados y la formación de sistemas. Central es, en este proceso, la categoría sistémica de sentido como horizon­ te compartido por sistemas psíquicos y sociales. Palabras clave: Sistema social, sistema psíquico, sentido, me­ dios de comunicación simbólicamente generalizados, d o w n w a rd causation. Abstract.

S ystem th eo ry shares a con cep tu a l an d th em a tic fie ld w ith o th er com plex ity th eories w h ich allow s a sm ooth d ia log w ith co g n itiv e theories. This bin d can b e sociologica lly u sefu l to recon stru ct th e b ottom -u p p ro cess w h ich con trib u tes to th e em e rg en ce o f th e social as com m unication. The system ic s o cio lo g y can d escrib e th e w a y in w h ich so ciety exerts a d o w n w a rd causation upon th e co g n itiv e p h enom ena. This can b e a ch iev ed th rou gh th e th eo ry o f sym b olica lly gen era liz ed m edia o f com m u n ica tion a n d th e p rocess o f system building. C ore o f this p rocess is th e system ic ca teg o ry o f m ea n in g as a sh ared horizon f o r p sy ch ica l an d social system s. K ey w ords: Social system , p sy ch ica l system , m ean ing, sym b oli­ cally gen era liz ed m ed ia o f com m un ication , d o w n w a rd causation.

CAPÍTULO VIII El concepto de autonom ía en la obra de Varela y sus implicancias éticas para la psicología. Discusiones críticas desde los aportes de Castoriadis y Habermas.

The idea o f a u ton om y in Varela’s work. C ritical rem arks f o r p sy ch o lo g y fr o m C astoriadis a n d H aberm as agenda. A D R IA N A K A U L IN O 1 A N TO N IO ST E C H E R

I. Introducción.

El objetivo del presente artículo es discutir críticamente la conceptualización de la noción de autonomía desarrollada por Francisco Varela, intentando dar cuenta de las implicancias normativas de di­ cha conceptualización para el quehacer de la psicología y para los debates y desafíos éticos en el mundo contemporáneo. En el esfuerzo de dar cuenta y relevar el particular uso de la noción de autonomía presente en la obra del biólogo chileno, este trabajo indaga en el modo como otros pensadores han definido y utilizado ese mismo término. Más concretamente, presentamos en este artículo las reflexiones sobre la noción de autonomía desarro­ llada tanto por el psicoanalista y filósofo Cornelius Castoriadis, como por el teórico social y filósofo alemán Jurgen Habermas. La opción por estos dos autores se funda en que ambos -más allá de 1 Correspondencia debe enviarse a Adriana Kaulino y Antonio Stecher, Escuela de Psicología, Universidad Diego Portales, Vergara 275, Santiago de Chile. Mails: [email protected], [email protected].

sus importantes discrepancias y diferencias2- desarrollan una conceptualización de la autonomía que se enraíza, no en la biología, sino en una profunda valoración e interrogación permanente del proyecto ético-político de la modernidad. Por otro lado, de las re­ flexiones de ambos autores sobre la autonomía es posible derivar un conjunto de implicancias, para el quehacer de la psicología y para los debates éticos contemporáneos, muy distintas a aquellas que se desprenden de los trabajos de Varela. Así, y a modo de un contrapunto iluminador, buscamos con­ trastar la noción de autonomía -entendida en términos de autorreferencialidad, autoproducción y cierre operacional de los sistemas vivos (Varela, 1979, 1992, 2000a)- desarrollada por el científico chileno y asumida por muchos de los enfoques teóricos de las cien­ cias cognitivas, con las conceptualizaciones hechas por Habermas y Castoriadis sobre ese mismo término. El interés por desarrollar este análisis se funda en las siguiente sospecha o preocupación: el concepto de autonomía propuesto por Varela para pensar el fenómeno de la vida y la noción de subjetivi­ dad que se desprende de ésta, tienen el riesgo de debilitar una com­ prensión de la autonomía, individual y colectiva, en términos de principio ético-político constitutivo del horizonte normativo de la modernidad y, por tanto, de marco de sentido para una psicología interesada en interrogar críticamente el presente y en contribuir a los procesos de democratización y emancipación en nuestras so­ ciedades de inicio de siglo. Incluso en los pocos casos en que, como Varela, se intenta articular la concepción de autonomía en tanto lógica organizacional de los sistemas vivos con una reflexión ética, encontramos importantes dificultades en términos de la capacidad de dicha perspectiva para orientarnos ante los enormes desafíos éticos del mundo contemporáneo, y para operar como marco nor­ 2 Además de la amplia literatura secundaria sobre las afinidades y discrepancias entre ambos intelectuales sobre este debate, conviene siempre volver a consultar el excurso sobre Castoriadis que Habermas (1993) desarrolla en “El discurso filosófico de la modernidad”, así como la primera parte de “Hecho y por hacer”, último libro publicado por Castoriadis (1998a) antes de su muerte.

mativo de una praxis psicológica comprometida con el proyecto emancipatorio de la modernidad. El presente artículo busca desplegar y fundamentar argumen­ tativamente esta sospecha, la que puede entenderse como la tesis central que nos interesa presentar y poner en discusión. Nuestro interés principal es dejar instaladas algunas preguntas y contribuir al necesario debate sobre las implicancias y el estatuto ético de los desarrollos conceptuales de las ciencias cognitivas que alimentan hoy en día diversas perspectivas psicológicas. Con estos objetivos en mente, hemos dividido el trabajo en seis secciones que abordan los siguientes puntos: I) algunas considera­ ciones generales sobre Psicología y modernidad; II) el concepto de autonomía en Varela; III) presentación del concepto de autonomía en la obra de Castoriadis; IV) presentación de los argumentos de Habermas sobre esta misma noción; V) discusiones sobre el con­ cepto de autonomía y la propuesta ética de Varela VI) reflexiones finales sobre implicancias normativas para la psicología del con­ cepto de autonomía. II. Psicología y modernidad: Algunas consideraciones generales.

Antes de desarrollar y contrastar el uso y algunas de las implican­ cias normativas del concepto de autonomía en Varela, Castoriadis y Habermas, nos parece importante destacar brevemente algunos elementos de la articulación entre psicología y modernidad que fundan nuestra perspectiva de análisis, y que permiten comprender mejor la línea de investigación más general al interior de la cual se inscribe el siguiente artículo. La psicología como disciplina científica, como campo acadé­ mico profesional interesado en el conocimiento (secular, sistemáti­ co, racional y empíricamente fundado), el control y la transforma­ ción de las conductas y subjetividades individuales, es una empresa del mundo moderno, que obtiene su sentido, su legitimidad, sus condiciones de posibilidad, e incluso su eficacia sólo al interior del

horizonte sociocultural de la modernidad (Danzinger, 1984, 1996; Figueiredo, 2002; Graumann & Gergen, 1996; Kaulino, 2001,2004; Kvale, 1999; Rose, 1996; Stecher, 2000, 2002). Dicho foucaultianamente, se trata de entender la emergencia de la disciplina psicoló­ gica en tanto formación discursiva situada históricamente, como una red heterogénea de enunciados, objetos teóricos, técnicas, prácticas e instituciones que producen, regulan y describen (como saber legítimo) las particulares formas subjetivas que instituyen las sociedades modernas. En el marco de lo anterior, es importante reconocer que son múltiples las relaciones que se pueden establecer entre la psicología y aquella constelación de discursos, prácticas, instituciones, experien­ cias y sujetos -múltiples, ambivalentes y heterogéneas- que confi­ guran a la modernidad como una particular condición de la historia. Para los efectos de este capítulo, la relación que nos interesa destacar es aquella que se establece entre las prácticas y discursos de la disci­ plina psicológica y el horizonte normativo de la modernidad. Como sabemos, la modernidad puede ser caracterizada -ade­ más de por los procesos de secularización, industrialización, urba­ nización, consolidación del estado nacional, revoluciones políti­ cas democráticas, desarrollo del mercado capitalista, surgimiento de burguesía y clase trabajadora, consolidación de la racionalidad científica, el despunte y desarrollo de la subjetividad y del indivi­ duo como ejes centrales del pensamiento y la organización social, el dinamismo, la abstracción del espacio y el tiempo, la reflexividad y crítica de la razón, entre otros- como una promesa y un proyecto de construcción de una nueva sociedad basada en los principios ético-políticos de autonomía, igualdad social y democracia. Desechados los fundamentos religiosos, la modernidad debe darse a sí misma su propia ley de formación y legitimidad. La secu­ larización es indudablemente una promesa de progreso, desarrollo y emancipación. La posibilidad de construir un nuevo mundo ra­ cional basado ya no, en la tradición o en principios heterónomos sino, en los valores de libertad e igualdad. Como escribe Lechner:

“la m odernidad consiste en la ruptura con una fundam entación tras­ cendente y la reivindicación de la realidad social com o un orden deter­ minado p or los hom bres. A firm ando su autonom ía los individuos se hacen irremediablemente cargo de organizar su convivencia. La m o­ dernidad es ante todo un proceso de secularización: el lento paso de un orden recibido a un orden produ cid o” (Lechner, 1988, p. 168).

Este núcleo normativo de la modernidad que se expresa en el ideal de un estado de derecho democrático capaz de articular en un or­ den jurídico positivo el respeto y libertad de cada individuo, la igualdad social de los individuos y la autodeterminación demo­ crática (Habermas, 1999; Touraine, 2000), debe entenderse más que como algo ya alcanzado, como un horizonte, como una tarea inagotable, como un ideal regulador desde el cual es posible criti­ car y apostar a la transformación de las sociedades realmente exis­ tentes. La apuesta de la modernidad, orientada por ese horizonte, es construir sociedades pacíficas que articulen armónicamente la emancipación de la subjetividad y la autonomía colectiva, por un lado, con el necesario incremento de la racionalización y diferen­ ciación de sistemas sociales y de la capacidad de control y dominio instrumental sobre la naturaleza, la sociedad y los propios sujetos, por otro lado (Wagner, 1997). Como nos consta para nuestras sociedades tardomodernas, y como mostraron críticamente autores como Marx, Weber, la escuela de Frankfurt y Foucault, en las sociedades modernas el despliegue de la racionalización instrumental, de la lógica de con­ trol y formalización de la subjetividad asociadas al despliegue del capitalismo y de la burocracia estatal han debilitado, subyugado y colonizado la ampliación de la autonomía individual y colec­ tiva de los sujetos. No se trata, por cierto, de afirmar una lectura unilateral de la modernidad, la que ha significado tanto procesos de emancipación como sometimiento, pero sí, de reconocer que la promesa de la modernidad ha estado lejos de cumplirse y que han predominado lógicas de racionalización instrumental que se han autonomizado de la autodeterminación democrática debili­

tando progresiva y peligrosamente el proyecto emancipador de la modernidad. La psicología como todas las instituciones de la modernidad, contiene en sí misma esta ambigüedad y ambivalencia que son in­ herentes al proyecto moderno, habiendo contribuido al proceso, paralelo y dramático, de liberación y sometimiento de los sujetos (Wagner, 1997). Es en el marco general de esta discusión sobre el horizonte normativo y las ambivalencias de la modernidad, que nos intere­ sa interrogarnos por el impacto y las implicancias que las prácti­ cas, discursos y técnicas de la psicología -reconociendo siempre la pluralidad y diferenciación interna que constituye nuestro campo disciplinar- han tenido y tienen hoy en día en términos de la am­ pliación o socavamiento del proyecto emancipador moderno. A li­ menta este interés el convencimiento de que las categorías y objetos psicológicos no son representaciones fieles de realidades naturales e inmutables, sino construcciones históricas que más allá de su va­ lidación intersubjetiva al interior de las comunidades científicas, tienen efectos performativos sobre la realidad social y subjetiva. Como ha escrito Shotter: “Nuestros métodos de estudio no son ideológicamente neutros; construyen una cierta clase de mundo, un conjunto de relaciones sociales y de modos de tratar y valorar a las demás personas” (Shotter, 1989, p. 78). Así, resulta fundamen­ tal que la psicología incremente sus niveles de reflexividad como campo científico, objetivándose a sí misma como dominio de in­ terrogación y discutiendo críticamente las modalidades en que sus discursos y categorías favorecen particulares formas de regulación de la subjetividad y promueven en la cultura ciertos modelos de representación de si mismo, los otros y la sociedad que orientan las acciones de los sujetos individuales y colectivos. Es en el marco de esta problematización que debe entenderse nuestro interés por interrogar el concepto de autonomía desarro­ llado por Varela, y que hoy es central en las ciencias cognitivas así como en algunas perspectivas psicológicas. Se trata de relevar

su especificidad y discutir algunas de sus posibles implicancias en términos de la ampliación o socavamiento del ideario político de la modernidad en la cultura contemporánea, en términos del tipo de perspectiva ética que fundamenta, y en términos de sus posibi­ lidades de orientar normativamente el quehacer de una psicolo­ gía comprometida con los principios ético-políticos del proyecto moderno. Como señalamos en la introducción, nuestro principal inte­ rés es dejar instaladas ciertas problematizaciones y preguntas que enriquezcan el necesario debate sobre el estatuto ético de la psi­ cología, más que establecer juicios categóricos, simplificadores y moralizantes que debilitan el espíritu de diálogo y reflexividad indispensables para el desarrollo de los campos científicos y de la ciudadanía democrática. III. El concepto de autonomía en Varela.

Como es ampliamente conocido, el concepto de autonomía en Varela, da cuenta de un particular tipo de organización propia de los sistemas vivos, caracterizada por un cierre operacional y por una lógica de autogeneración circular, a partir de la cual, emer­ ge una identidad no sustancial como coherencia autoproducida (Varela, 1979, 1996a). Dicha identidad emergente proporciona el punto de referencia para un dominio de interacciones entre el organismo y su entorno, a partir de las cuales se constituye una perspectiva que establece un mundo de significación cognitiva para esa identidad. Como escribe Varela (2000b): ... el entendim iento de los organismos y lo viviente es posible (...) bajo una condición fundamental: que la autonom ía de lo vivo sea resaltada en lugar de olvidada (...) Destacar la autonom ía de lo vivo significa esencialmente colocar al centro del escenario dos proposiciones interconectadas. (la prim era es que) los organismos son fundam entalm en­ te un proceso de constitución de identidad. (...) La naturaleza de ese

proceso es siempre una de cierre operacional, esto es, un proceso de interconexión reflexiva circular, cuyo efecto prim ario es su propia p ro ­ ducción. (...) (la segunda proposición es que) la identidad emergente del organism o proporciona, lógica y mecánicamente, el punto de refe­ rencia para un dom inio de interacciones, (p. 51).

Varela señala que este patrón de (auto) organización está presente en los distintos sí m ism os que constituyen un organismo. Para el caso de los seres humanos, el desafío comprensivo sería entender la multiplicidad de sí m ism os regionales que nos constituyen y que, en su entramado y montaje general dan lugar al particular ser vivo que somos. En su texto “El organismo, una trama de identidades sin centro”, Varela (2000a) señala en esta línea, la necesidad de pen­ sar en su especificidad y en su articulación el sí mismo celular, el sí mismo inmunológico, el sí mismo perceptuo-motor y el sí mismo personal. Todos estos sí mismos -incluido el sí mismo personal (yo sociolingüístico de subjetividad), de particular interés para la psico­ logía- comparten una lógica común y fundamental que puede ser entendida en términos de la autonomía de lo vivo (Varela, 2000a). Como ya adelantamos, esa lógica común puede entenderse como una dialéctica de dos niveles: Tenemos por un lado la dialéctica de la identidad del ser; p or otro lado, la dialéctica a través de la cual esta identidad, una vez establecida produce un m undo desde un medio ambiente. La identidad y el conocimiento se relacionan mutuamente com o dos caras de un proceso único que form a el núcleo de la dialéctica de todos los sí mismos (Varela, 2000a, p. 109).

La dialéctica de la identidad establece un agente autónomo, un para sí, a través de la conjunción de componentes interactuando en red capaces de desarrollar, hacia arriba, propiedades emergentes, patrones globales coherentes que a su vez condicionan en sentido descendente los propios componentes de la red. La dialéctica del conocimiento establece, a su vez, “la constitución del mundo que no es otra cosa que el excedente de significados y de intenciones

(...) que aparece en las inevitables y permanentes conexiones entre el sí mismo y su ambiente físico” (Varela 2000a, p.104). Es importante destacar que la identidad de los distintos sí mis­ mos del organismo -incluido el sí mismo personal que define el nivel psicológico-, debe ser entendida en términos no sustanciales, como un sí mismo virtual, como un patrón global coherente que surge de componentes e interacciones locales, y que si bien no tie­ ne ninguna localización, juega un rol esencial en la lógica de autoorganización y delimitación del sistema específico. Es en esta línea que Varela señala que nuestra sensación inmediata de ser y tener un yo central y esencial es una ilusión, y que debemos pensar al sí mismo personal como un yo narrativo de carácter virtual y vacío. Al respecto escribe el científico chileno en su libro Etica y Acción: A esto me refiero cuando hablo de un yo desprovisto de yo -pod ríam os hablar también de un yo v irtu a l-: un esquema global coherente que emerge a través de com ponentes locales sencillos, que pareciera tener una ubicación central ahí donde no existe ninguna, y que sin embar­ go es esencial com o nivel de interacción para la conducta de toda la unidad. (Varela, 1996b, p. 54).

Para los fines de este artículo, lo hasta acá señalado es suficiente para dar cuenta en términos muy generales del concepto de au­ tonomía en la obra de Varela. De esta concepción de autonomía, nos parece importante remarcar 4 ejes, sobre los cuales volveremos más adelante al comentar la obra de Castoriadis y Habermas. Primero, la idea de que todas las personas en tanto organismos vivos son ya autónomas. Como escribe Varela (2000b) “... los sis­ temas vivos (...) los organismos son autónomos, no dirigidos des­ de afuera, es decir, heterónomos” (p. 52). Desde esta perspectiva, la autonomía individual más que una tarea, un proyecto o un resulta­ do de luchas históricas y políticas, es a lgo dado n a tu ralm en te y que todos, independientemente de nuestra particular inscripción en la estructura socioeconómica y cultural, compartimos por igual. Como escribe Protevi (2005):

A corporeal subject w ith a lim ited repertoire o f capacities, o r w ith a repertoire o f disem powering habits, is still autonom ous in the Valrelean sense, as producting behaviors on the basis o f environm ental triggers or endogenous fluctuation. But no m atter h o w w ide or narrow y o u r repertoire o f skills, no m atter h o w p ow erfu l o r w eak yo u are in enacting them, yo u are no m ore autonom ous in any one action than is any other organism. (p. 10)3.

Segundo, la idea de que la autonomía es un rasgo in divid u al de los sujetos en tanto organismos o sistemas vivos, compuestos de múlti­ ples subsistemas que operan con la misma lógica de autoproducción a nivel local. Siguiendo a Habermas (1993), podemos decir que des­ de esta perspectiva (neo)cibernética la autonomía es parte de un pen­ samiento metabiológico que parte del “para sí” de la vida orgánica y que entiende a ésta como un principio de autoafirmación, autorreferencialidad y autogeneración de sistemas vivos individualizables. Tercero, la idea de que la autonomía es un concepto vinculado a las nociones de clausura y cierre op era cion a l que dan cuenta de una organización que busca mantener la organización misma con carácter de invariable. En palabras de Varela: Se trata de com prender los procesos de lo viviente (...) a través de su cierre operacional. U n sistema con cierre operacional es aquel en que los resultados de sus procesos son precisamente estos mismos procesos. P or lo tanto, la noción de cierre operacional, es una form a de precisar la categoría de los procesos que en el transcurso de su fu n ­ cionam iento, dan vueltas sobre sí mismos, constituyendo asi una red autónom a (Varela, 2000c, p .136, cursivas nuestras).

Esta idea de autonomía se aleja de la idea de creación e institución de lo nuevo, de apertura y cuestionamiento permanente de la ley que rige nuestra existencia. En palabras de Castoriadis (1998a), y 3 Por cierto que Varela reconoce las diferencias y desigualdades entre los sujetos, las que intenta conceptualizar a través del concepto de competencias. Esto es, organismos igualm en­ te autónomos poseerían en función de su particular historia de interacciones con el medio, mayores o menores competencias para ajustarse a su medio y preservar y enriquecer su autonomía (Protevi, 2005).

como veremos a continuación, estaríamos acá ante una lógica de ciega autoconstitución, más que ante una autonomía en el fuerte y verdadero sentido de la palabra. Cuarto, las implicancias para la comprensión de la subjetividad que se derivan de pensar ésta a partir de la lógica de la autono­ mía planteada por Varela. Como vimos, el sí mismo personal es pensando en términos de un “yo virtual”, o de un yo narrativo desprovisto de yo, de una em erg en cia n o sustancial y va cía d e l sí m ism o. Este descentramiento y desustancialización de la idea car­ tesiana del yo, sería parte -como el propio Varela (1996a) reconoce en el bello prefacio que escribió para la segunda edición de “De máquinas y seres vivos”- de una tendencia general de las ciencias humanas de fines del siglo XX, la que se caracterizaría por buscar romper con la imagen cartesiana del agente humano en tanto con­ ciencia racional, estable y autotranspárente que se representa en su mente individual, un mundo exterior e independiente de él. Sin embargo, hay maneras y maneras de reformular el concepto de su­ jeto (del conocimiento) desarrollado de Descartes a Kant. Tanto las nociones posmodernas, como las que se podrían derivar del argu­ mento de Varela, corren el riesgo de que la válida crítica al logocentrismo cartesiano termine por deconstruir totalmente la noción de subjetividad como agencia reflexiva y moral sobre la cual descansa en forma importante, como horizonte y como fuente del cambio social, el proyecto normativo de la modernidad. Pensamos que estos cuatro ejes, sobre los cuales volveremos a lo largo del artículo, permiten dar cuenta de ciertos aspectos centrales de la conceptualización de la autonomía propuesta por Varela, abriendo un espacio de interrogación respecto a las im­ plicancias normativas de dicha perspectiva para los debates éticos contemporáneos y para el quehacer de una psicología interesada en la ampliación del proyecto emancipatorio de la modernidad. A continuación, en los dos apartados que vienen, presentare­ mos las reflexiones de Castoriadis y Habermas sobre el concepto de autonomía, intentando marcar las diferencias respecto a lo plan­ teado por Varela.

IV. Castoriadis y el proyecto de autonomía.

Si algo caracteriza la obra del filósofo griego-francés Cornelius Castoriadis, particularmente a partir de los años 70, es su defen­ sa del proyecto de autonomía individual y colectiva que surge en la Grecia Clásica y renace nuevamente con el surgimiento de la modernidad, y que supone la capacidad de una sociedad o un in­ dividuo de actuar deliberada y explícitamente para modificar su ley, es decir, su forma (Castoriadis, 1998a). Es el proyecto, en sus palabras, “de una sociedad en la cual todos los ciudadanos tienen una igual posibilidad efectiva de participar en la legislación, en el gobierno, en la juridiscción y en definitiva en la institución de la sociedad” (Castoriadis, 2006, p. 20). La a u ton om ía in d ivid u a l supone la presencia de una subjeti­ vidad reflexiva y deliberante que se da a sí misma su propia ley. No se trata de una libertad cartesiana ni de un apego kantiano a una ley moral descubierta por la razón (Kalyvas, 1998), sino de la experiencia de una subjetividad concreta y situada históricamente que es capaz de tomar distancia de sus determinaciones inconcien­ tes y sociales, eligiendo lúcidamente la forma que le quiere dar a su vida. La autonomía individual consiste de dos elementos. Por un lado tenemos el elemento interno que da cuenta de la relación que cada individuo establece con su psique (Gezerlis, 2001). En este plano la autonomía supone el establecimiento de una nueva relación entre uno mismo y su inconciente, que no se caracteriza ni por un dominio racional y total del inconciente, ni por un abando­ no del sujeto a dicha instancia psíquica. Se trata de un trabajo per­ manente e inagotable por medio del cual el “yo ” del sujeto puede mirar, objetivar, tomar distancia y apropiarse de los mandatos del inconciente, develando sus fantasmas y no dejándose dominar por ellos a menos que lo desee. Por otro lado, la autonomía individual supone un elemento externo que señala que un individuo no pue­ de ser libre solo y que tampoco puede ser autónomo en cualquier sociedad o momento histórico, en tanto el individuo, es siempre

producto de la internalización de un campo histórico social, lo que supone que sólo hay individuos autónomos ahí donde existe una sociedad autónoma que provee densas condiciones institucionales que posibilitan la autonomía de sus miembros (Castoriadis, 1997). La au ton om ía social da cuenta de la “autoinstitución perma­ nente y explícita de la sociedad; es decir, un estado donde la co­ lectividad sabe que sus instituciones son su propia creación y se ha vuelto capaz de mirarlas como tales, de retomarlas y de trans­ formarlas” (Castoriadis, 2006, p. 69). Se trata de una sociedad que rompe con la heteronomía, que se da a si misma sus propias leyes reconociéndose como fuente de las mismas. La autonomía social es sólo posible en un régimen efectivamente democrático donde todos los individuos participan efectivamente en la instauración de las leyes bajo las cuales viven. No hay autonomía ahí donde existen instituciones que “expresan y sancionan una estructura de clase y de poder, o bien donde se autonomizan y cobran una vida propia independiente de la deliberación de los individuos en la esfera pú­ blica” (Lundt, 2006, p. 4). Así como no hay autonomía individual sin autonomía colectiva, así tampoco existe autonomía social sino ahí donde existen individuos autónomos. Castoriadis, es explícito en este último punto, remarcando que sólo hay sociedad autónoma ahí donde se garantiza al máximo la intangibilidad de la esfera pri­ vada y se favorece el libre intercambio y asociación de los indivi­ duos en la esfera privada/pública, evitando, como en los regímenes totalitarios, el control de la vida individual desde una esfera públi­ ca dominada por un grupo con intereses particulares. El proyecto de autonomía es una creación histórica, no la ex­ presión de una tendencia natural de las personas o las sociedades. Más aún, el proyecto de autonomía aparece como algo singular a lo largo de una historia de las sociedades humanas caracterizada por la heteronomía. Como señala Castoriadis (1997), toda sociedad es un mundo propio con sus propias instituciones y significaciones que producen individuos que reproducen la institución que los en­ gendró. En palabras de Castoriadis:

“la sociedad es un sistema de interpretación del m undo. (...) La socie­ dad es una construcción, una constitución, una creación del m undo, de su propio mundo. Su identidad no es sino este sistema de interpreta­ ción, este m undo que ella crea (...) y que determina qué es real y qué no lo es, qué tiene sentido y qué no lo tiene” (Castoriadis, 1998b, p. 69).

A lo largo de la mayor parte de la historia, esa creación que son las sociedades, ha operado dentro de una fuerte clausura. Como señala Castoriadis, conocedor de la obra de Varela, tanto en los organis­ mos biológicos como en la mayor parte de las sociedades existe una clausura organizacional, informacional y cognitiva. “La mayoría de las sociedades, escribe, como cada especie viviente, establecen su propio mundo” que opera autorreferencialmente y que apuesta a la mantención de su organización (Castoriadis, 2006, p. 81). Así, Castoriadis utiliza el concepto de autonomía de Varela para referirse a la heteronomía en el campo de lo histórico social. Para dar cuenta de aquellas sociedades que si bien crean sus pro­ pias instituciones ocultan esa creación, imputándola a una fuente extra social: dios, la tradición, las leyes del mercado, etc. Como escribe Castoriadis: “en las sociedades heterónom as, la institución de la sociedad tiene lugar en la clausura del sentido. Todas las preguntas form ulables p or la sociedad en cuestión pueden hallar respuesta en sus significaciones imaginarias y las que no pueden hallarlas son no tanto prohibidas com o m ental y psíquicamente imposibles para los m iem bros de la sociedad” (Castoriadis, 1997, p. 271).

Esa clausura habría sido rota según Castoriadis dos veces en la his­ toria, en Grecia antigua y en las sociedades occidentales modernas, posibilitando el proyecto de autonomía de interrogación y críti­ ca incesante de las propias instituciones. Como dice Castoriadis (1998b), “Tenemos aquí un ser que cuestiona en forma explícita y pone en tela de juicio las leyes de su propia existencia (...) que intenta alterarse deliberadamente y que intenta romper la clausura en que existía hasta entonces” (p. 77).

Vemos así, como Castoriadis se basa en los trabajos de Varela y en el concepto de autonomía de los seres vivos para describir a las sociedades heterónomas, pero señala la necesidad de preservar un sentido fuerte de la categoría de autonomía para aquellas socieda­ des capaces de criticar y cuestionar la clausura que las constituye. En sus palabras nuevamente: La diferencia radical entre el mundo biológico y el mundo his­ tórico social es que en este último emerge la autonomía. Podemos hablar como Varela, de autonomía de lo viviente, pero esto es pre­ cisamente lo que llamamos -también con Varela- la “clausura”: “lo viviente tiene sus propias leyes, y nada puede aparecer en su m un­ do, que de una u otra manera, no sea conform e a estas leyes desde el punto de vista cognitivo. Este fenóm eno de clausura define eso que yo llam o heteronom ía en el campo histórico-social (...) heteronom ía incorporada en las instituciones heterónom as de la sociedad, y en p ri­ mer lugar en la estructura psicosocial del individuo mismo, para quien la idea de un cuestionamiento de la L ey es una idea inconcebible” (Castoriadis, 2006, pp. 90,91).

Es por esto que, Castoriadis propone preservar la palabra autono­ mía como categoría normativa para pensar lo histórico-social de­ jando el término autoconstitución de lo viviente para hablar de lo que Varela entiende por autonomía biológica (Castoriadis, 1998a). Es desde esa comprensión del proyecto de autonomía que Castoriadis va a desarrollar una profunda crítica a las actuales socie­ dades tardomodernas, las que bajo la hegemonía de la racionalidad del capital y el mercado estarían socavando las condiciones de la autonomía social e individual. Como señala pesimistamente en una entrevista de 1993, el principal problema de las sociedades actuales es su carácter heterónomo en tanto se debilita el horizonte emancipatorio de la modernidad y “asistimos a la dominación íntegra del imaginario capitalista: centralidad de la economía, expansión indefi­ nida y supuestamente racional de la producción, del consumo y del tiempo libre planificado y manipulado” (Castoridis, 2006, p. 282).

Para finalizar esta sección nos interesa destacar como el con­ cepto de autonomía propuesto por Castoriadis tiene importantes diferencias con la conceptualización desarrollada por Varela. En busca de hacer más claro este contraste consideraremos los mismos cuatro ejes que destacamos en el apartado anterior. En p r im er lugar, la autonomía para Castoriadis no es algo dado ni un rasgo constitutivo de la naturaleza de las personas o las sociedades, sino más bien un producto histórico altamente im­ probable que debemos proteger. La autonomía se constituye, así, más que en una descripción de lo que somos, en un principio nor­ mativo desde el cual interrogar críticamente nuestras sociedades y orientar su transformación. En segu n d o lugar, para Castoriadis la autonomía individual y la autonomía colectiva se implican y suponen mutuamente por lo que resultaría peligroso pensar la autonomía como un atributo de seres individuales. Como escribe el filósofo griego-francés: La libertad efectiva es lo que y o llam o autonomía. La autonom ía de la colectividad, que no puede realizarse sino p o r la auto-institución y el autogobierno explícitos, es inconcebible sin la autonom ía efectiva de los individuos que la com ponen. La sociedad concreta, la que vive y funciona, no es otra cosa que los individuos concretos, efectivos, reales. Pero lo inverso es igualmente cierto: la autonom ía de los indi­ viduos es inconcebible e im posible sin la autonom ía de la colectividad. (Castoriadis, 1997, pp. 273, 274).

En tercer lugar, Castoriadis enfatiza la dimensión de creación e ins­ titución de lo nuevo, de apertura y autodeterminación constante que supone la autonomía, en vez de la idea de clausura y cierre operacional que aparece como central en la noción de autonomía de Varela, y que para Castoriadis correspondería más bien a las sociedades e individuos heterónomos. En cu arto y últim o lugar, a diferencia de la idea de yo virtual y desustancializado que se desprende del concepto de autonomía de Varela, Castoriadis entiende la subjetividad como aquel núcleo

tensional y dinámico donde se articula la dimensión histórico-social con lo psíquico, siendo ambos irreductibles entre sí. Más específica­ mente, una subjetividad autónoma supone la capacidad de reconocer e interrogar reflexivamente sus propias determinaciones para darse su propia forma, así como la capacidad de participar en los procesos de deliberación y autoinstitución colectiva. Acá, el horizonte ético supone necesariamente una subjetividad “real” autónoma, no por ello cartesiana o kantiana, más que un desvanecimiento del yo. Como escribe Castoriadis (1992), a propósito de un supuesto retorno del sujeto luego de la anunciada muerte del hombre por parte de los diversos (pos) estructuralismos. El sujeto no está de regreso, porque nunca se había ido. Siem pre ha estado aquí, ciertamente no com o substancia, sino com o cuestión y com o p royecto. (...) la cuestión del sujeto es la cuestión de la psique, de la psique com o tal y de la psique socializada, es decir, habiendo sufrido y sufriendo siempre un proceso de socialización. A sí com pren­ dida la cuestión del sujeto es la cuestión del ser humano en sus innu­ merables singularidades y universalidades, (p. 115).

V. La constelación habermasiana: Modernidad crítica, razón comunicativa e intersubjetividad lingüísticamente fundada.

El objetivo de este cuarto apartado es presentar algunos elementos que nos permitan comprender en términos generales el concepto de autonomía dentro de la reflexión de Habermas. Al igual que en el caso de Castoriadis, al final de este apartado llevaremos a cabo un contrapunto orientado a destacar las diferencias entre las pers­ pectivas de ambos autores. Para entender los alcances de la noción de autonomía en la obra habermasiana, es pertinente considerarla desde 3 ejes: 1) La auto­ nomía en el proyecto de una modernidad crítica; 2) La autonomía como competencia comunicativa en el sustrato de una pragmática universal y 3) La autonomía en el entramado práctico del mundo de la vida.

I.

EL P R O Y E C TO DE UN A M O D E RN ID A D C R ÍT IC A : L A A U T O N O M ÍA C O M O T A R E A .

Las formulaciones teóricas habermasianas, sostienen un explícito compromiso con el proyecto ilustrado de la modernidad al que pertenecen los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. La centralidad del proyecto ilustrado indica el carácter crítico de la teo­ ría habermasiana de la sociedad, que se orienta por los contenidos normativos de la modernidad. Desde estos referentes normativos, expresados en términos pragmático-formales, “la libertad se reve­ lará como autonomía por parte de cuantos elevan pretensiones de validez a través de los actos de habla y están legitimados para de­ fenderlas argumentativamente” (Cortina 2000, en Camps 2000, p. 535). En este sentido, la autonomía se logra en el espacio de lo pú­ blico en un proceso de socialización e individuación. Es la depen­ dencia de los demás y la vulnerabilidad del uno con respecto a los otros, lo que explica a la autonomía como “una conquista precaria de las existencias finitas” (Habermas, 2001, p. 52). Por tanto, lo que convierte a un organismo en una persona autónoma, es el acto socialmente individualizador de acogerlo en el contexto público de interacción lingüísticamente formado. Asimismo, la autonomía conlleva una idea de solidaridad com­ presiva como el poder de integración social capaz de enfrentarse a los poderes del dinero y la administración del estado. Se trata de transferir, a través de los presupuestos comunicativos de formación de opinión y voluntad común, las estructuras del reconocimiento recíproco a las relaciones sociales mediadas por la administración y el dinero. La expectativa de que la solidaridad se convierta en el poder de integración social, implica el asumir un cierto horizonte de esperanza fundado y defendido razonablemente sobre bases no religiosas. Se refiere, por tanto, “a una expectativa profana de que nuestra praxis en el mundo pueda promover, a pesar de todo, un viraje hacia lo mejor” (Habermas, 1999, p. 118). Ahora bien, todo lo anterior revela los contenidos normativos del pensamiento de Habermas, quien reconoce que “una dinámi­

ca de autocorrección no puede ponerse en marcha sin moraliza­ ción, sin una generalización de intereses efectuada desde puntos de vista normativos”. (Habermas, 1991, p. 285). Por este motivo, Habermas no puede renunciar a los conceptos que le permiten indagar críticamente las condiciones de vida existentes. De allí la centralidad de las diferenciaciones que propone entre razón comu­ nicativa y razón instrumental; sistemas funcionales y mundo de la vida; facticidad y validez. Tributario de la Escuela de Frankfurt, Habermas no abdica del pensar dialéctico-crítico, sin embargo, no plantea un estado supe­ rior de reconciliación absoluta o una suerte de nueva unidad me­ tafísica. Aunque reconstruidos con el auxilio de las ciencias empí­ ricas y la pragmática formal, los conceptos de razón comunicativa, mundo de la vida y validez, son ideas reguladoras desde las que es posible develar las contradicciones de lo existente. Por tanto, es un pensamiento que no reconoce la exclusividad de la racionalidad sistémica y la clausura operacional que afectarían a sus propias as­ piraciones, de mediar los sistemas funcionalmente diferenciados y el mundo de la vida. 2.

LA A U T O N O M ÍA C O M O C O M P E T E N C IA C O M U N IC A T IV A EN EL SU ST R A TO DE UN A P R A G M Á T IC A U N IV E R SA L .

En el marco crítico del ideario normativo de la modernidad, Habermas pone un énfasis insoslayable en la autonomía constitui­ da intersubjetivamente como presupuesto y tarea para la construc­ ción normativa de la sociedad. De este modo, los procedimientos dialógico-discursivos requieren de sujetos con competencias co­ municativas y autonomía. Una máxima de la ética discursiva, dice que una norma justa es aquella que responde al mejor argumento que justifica su validez normativa. Este es un fundamento universal pues incluye a todos los posibles argumentos de todos los afectados que con competencias comunicativas participan, efectiva o virtual­ mente, del debate argumentativo. Las competencias comunicativas se vinculan, entonces, a la autonomía como un presupuesto im­

prescindible para la realización de una situación comunicativa no coercitiva. La autonomía se refiere a este presupuesto de que todo sujeto con competencia comunicativa es libre a la hora de pensar y decidir respecto de las normas justas y valores morales. De esta forma, la autonomía individual es un presupuesto y, a la vez, una tarea siempre incompleta en la medida que requiere de procesos intersubjetivos de interacción. Esta tarea implica el desa­ rrollo de competencias comunicativas con las que los sujetos cons­ truyen discursos, y que les permiten llegar a acuerdos a través de enunciados racionales sometidos a discusión. Así, en los procesos de entendimiento intersubjetivos, en cada enunciado inteligible el hablante formula por lo menos una pretensión dé validez. Es decir, según la pragmática universal, todo enunciado puede pretender ser verdadero, correcto o auténtico y esas pretensiones de validez pue­ den ser aceptadas o rechazadas por el oyente. Consecuentemente, la autonomía se comprende como la capacidad de actuar comuni­ cativamente y producir determinados actos de habla contextualizados y con efectos para el mundo objetivo, social e individual. De allí que la pragmática universal tenga como tarea “identificar y reconstruir las condiciones universales del entendimiento posible” (Habermas,1989, p. 199). Asimismo, la autonomía en Habermas “no consiste en la li­ bertad de eleg ir en tre alternativas, sino más bien en una relación reflexiva con uno m is m o ” (Habermas, 1987, p. 122). En este senti­ do, la autonomía se refiere a una identidad del yo que posibilita la autorrealización a través de una responsabilización por lo que uno q uiere ser. Así, “la lograda identidad del yo significa la peculiar capacidad de los sujetos dotados de lenguaje y aptos para la ac­ ción de permanecer idénticos a sí mismos (...) y los atributos de la autoidentificación deben estar reconocidos intersubjetivamente” (Habermas, 1981, pp. 86, 87). Queda claro que la autonomía en Habermas, una vez que se constituye en las relaciones intersubjetivas lingüísticamente forma­ das, no se identifica con el solipsismo kantiano. En Habermas, la au­

tonomía individual está íntima y dialécticamente vinculada a la au­ tonomía pública, pues “la autonomía privada de los ciudadanos que disfrutan de iguales derechos sólo puede ser asegurada activando al mismo compás su autonomía ciudadana” (Habermas, 1999, p. 197). 3.

LA A U T O N O M ÍA EN EL E N TRA M A D O P R Á C T IC O DEL M U N D O DE LA V ID A .

Finalmente, la autonomía en Habermas cobra relevancia como ex­ presión de prácticas comunicativas cotidianas a través de las cuales se reproducen la cultura, la sociedad y la persona. Estos son los tres componentes estructurales del mundo de la vida a los que co­ rresponden procesos de reproducción cultural, integración social y socialización de las personas. “El m undo de la vida es el lugar trascendental en que hablante y o yen ­ te se salen al encuentro; en que pueden plantearse recíprocam ente la pretensión de que sus emisiones concuerdan con el m undo; y en que pueden criticar sus disentimientos y llegar a un acuerdo” (Habermas, 1987, p . 179).

Frente al mundo de la vida, no se puede adoptar una posición extramundana pues los participantes en la comunicación están siem­ pre en un ámbito interpretado de lo culturalmente autoevidente. Según Habermas, en las sociedades contemporáneas el mundo de la vida estaría colonizado por los sistemas económico y político. En este sentido, la colonización del mundo de la vida implica una imposición de las acciones estratégicas sobre las acciones comu­ nicativas y, por ende, de una pérdida de autonomía entendida en tanto competencia y acciones comunicativas orientadas al entendi­ miento intersubjetivo. Ahora bien, de esta constelación habermasiana se despliega una noción de autonomía distinta a aquella que Varela propone a partir del concepto sistémico de autopoiesis. Intentaremos marcar este contrapunto a partir de los mismos cuatro ejes a los que ya hemos aludido.

En p r im e r lugar, aunque la autonomía sea un presupuesto de la comunicación sin coacción, es antes de todo, una conquista his­ tórica precaria que se da en contextos intersubjetivos lingüística­ mente formados. En seg u n d o lugar, la autonomía individual implica la auto­ nomía pública, es decir, no se trata de un rasgo individual de un sistema u organismo, sino que de una relación dialéctica entre lo público y lo privado. En tercer lugar, la autonomía requiere de procesos de comuni­ cación y no se refiere, exclusivamente, a la capacidad de autoconservación de la vida o del sistema. En este sentido, el incremento de la autonomía se expresa en el desarrollo de competencias comu­ nicativas capaces de tematizar las pretensiones de validez autoevidentes del mundo de la vida, creando nuevos acuerdos, lingüística e intersubjetivamente formados, sobre el mundo objetivo, las normas sociales y las formas de socialización de las nuevas generaciones. Finalmente, en cuarto lugar, aunque la identidad autónoma en Habermas no corresponda a un yo sustancial, tampoco se re­ fiere a un yo narrativo vacío de sí mismo. La identidad personal se constituye en los procesos de individualización que implican el reconocimiento del “otro”. En este sentido, la unidad identitaria del yo no es una mera ilusión, sino que el resultado siempre abierto de los procesos de identificación y diferenciación respecto a un otro. VI. Algunas implicancias del concepto de autonomía de Varela para los desafíos éticos de las sociedades pluralistas. I.

C O N SID E R A C IO N E S G E N E RA LE S.

A la luz de lo desarrollado en los apartados anteriores sería posi­ ble plantear ya, con claridad, las importantes diferencias entre la conceptualización de la autonomía de Varela, por un lado, y la de Castoriadis y Habermas, por otro; así como discutir las posibles implicancias normativas de dicha divergencia para el quehacer de la psicología.

Sin embargo, antes de abordar esa discusión nos parece im­ portante atender a las reflexiones éticas desarrolladas por Varela, las que se fundamentan y desprenden, en gran medida, de su com­ prensión de la autonomía y del modo como sitúa a ésta en el centro del problema de la vida y del conocer. Como señaláramos al inicio del artículo, nuestra tesis central es que, por un lado, el concepto de autonomía de Varela y de gran parte de las ciencias cognitivas, tiene el riesgo de desdibujar la no­ ción de autonomía individual y colectiva entendida (siguiendo a Castoriadis y Habermas) como proceso histórico y horizonte nor­ mativo de la modernidad; y por otro lado, que incluso cuando se pretende derivar de dicha concepción de autonomía una perspecti­ va ética, como lo intenta Varela, ese esfuerzo tiene algunas falencias argumentativas, así como algunas debilidades en términos de dar respuesta a los desafíos éticos contemporáneos. Es este segundo punto el que abordaremos en este apartado, para finalizar en las conclusiones discutiendo las posibles impli­ cancias tanto del concepto de autonomía, como de la propuesta ética de Varela, para la psicología. Antes de entrar de lleno en la argumentación, conviene recor­ dar que, para Varela, “la ética se aproxima más a la sabiduría que a la razón, más al conocimiento de lo que es ser bueno que a un juicio correcto en una situación dada”. Así, la persona virtuosa en términos éticos, “es aquella que sabe lo que es bueno y que espon­ táneamente lo realiza” (Varela, 1996b, p. 9-10). El interés principal de Varela es iluminar, apelando a los desarrollos de las ciencias cog­ nitivas y a los aportes de las tradiciones de sabidurías orientales, en qué consistiría esa experticia ética, ese know-how que el hombre virtuoso despliega cotidiana e inmediatamente. Como veremos, la respuesta que dará Varela (1996b), es que un aspecto central de la experticia ética, del know-how del hombre virtuoso “es el conocimiento progresivo, de primera mano, de la virtualidad del yo ” (p. 64). Para los efectos de nuestra argumenta­ ción, lo que nos interesará discutir y problematizar son dos aspec­ tos: Por un lado, la lógica que Varela justifica, a partir del concepto

de autonomía y de una serie de extrapolaciones no del todo consis­ tentes, la vacuidad del ser como la condición de la habilidad ética. Por otro lado, nos referiremos brevemente al lugar y alcance que podría tener la perspectiva de Varela en el marco de los debates y desafíos éticos del mundo contemporáneo. 2.

F U N D A M E N T A C lÓ N Y A LC A N C E S DE LA P R O P U E ST A É T ICA DE V A RE LA .

Como hemos señalado, la autonomía en la teoría de Varela es un rasgo individual, está dada n aturalm en te y es una expresión d e la clausura y cierre operacional propios d e todo sistema vivo. Asimis­ mo, la su b jetivid a d es una em e rg en cia n o sustancial y vacía. En el pensamiento de Varela, el carácter natural y biológico de la au­ tonomía es el fundamento último de una ética naturalista cuyo principal desafío es establecer científicamente, el paso de un “es” hacia el “debe” de la acción ética o moral. Explicar este movimien­ to desde las teorías de las ciencias naturales significa fundamentar, en la naturaleza biológica, los motivos que llevan a una persona a obrar moralmente. Este es el problema de todo naturalismo ético y ha sido retomado por la sociobiología en las últimas décadas a propósito del fenómeno del altruismo. No obstante, hoy día son las ciencias cognitivas las que parecen ofrecer la mejor solución a la problemática del naturalismo ético, y entre las alternativas teóri­ cas, se encuentra la propuesta de Varela. Ahora bien, cabe indagar si la teoría cognitiva de las conductas morales resuelve la problemática del naturalismo ético. O bien, si la explicación de Varela no correspondería más a una especulación -en el sentido de la reflexión filosófica- que, además, ha estado pre­ sente en todos los intentos del naturalismo por revelar el fenómeno de la moralidad y el ámbito de la ética en términos biológicos. Una respuesta a lo anterior obliga a reconstruir los planteamientos de Varela acerca de los fundamentos biológicos de la ética y a someter al análisis crítico la rigurosidad de su lógica argumentativa. Esta reconstrucción podrá dejar en evidencia dos aspectos controver-

siales en el pensamiento de Varela: a) la extrapolación de una teoría cognitiva hacia la totalidad de los fenómenos subjetivos y socia­ les; b) las consecuencias de su propuesta ética para las sociedades pluralistas actuales. En el desarrollo de estos dos puntos retomaremos y profundi­ zaremos algunos de los elementos presentados en el segundo apar­ tado acerca del concepto de autonomía en la obra de Varela. Varela hace coincidir las explicaciones de una teoría cognitivista con una descripción fenomenológica de la experiencia subjetiva de la identidad personal. El punto de partida son las nuevas evi­ dencias científicas del carácter autónomo de todo organismo y la ausencia de un centro ordenador de los procesos de cognición. De este modo, el sujeto cognitivo es la expresión de los agrupamientos neuronales que se establecen, continua pero transitoriamente, du­ rante los procesos de cognición. Así: “las coherencias sensom otoras de los m icrom undos y las m icroidentidades [...] encubren la aparición en el cerebro de un conjunto grande, o reagrupam iento, de neuronas correlacionadas transitoriam ente, que son a un mismo tiem po la fuente y el resultado de la actividad de las superficies sensoriales y efectoras” (Varela, 2003, p. 78).

Asimismo, la multiplicidad multidireccional de los sistemas com­ plejos, socava la teoría lineal del procesamiento de información y plantea que: La cognición no pasa de un estado a otro de manera inconsútil, sino que hablamos de una sucesión a saltos de patrones de com portam iento que surge y desaparece en un tiem po mensurable. Este descubrim iento de la neurociencia reciente - y de la ciencia cognitiva en general- es fundamental porque nos libra de la tiranía de tener que buscar una cualidad centralizada (...) para dar cuenta del com portam iento norm al del agente cognitivo. (Varela, 2003, p. 84).

Si los procesos cognitivos no son lineales sino que subprocesos multidireccionales y si le falta unidad al sujeto cognitivo, ¿cómo se

explica la emergencia de un micromundo y la constitución de los comportamientos definidos? Según Varela: “en las transiciones, y antes de que aparezca un m icrom undo, existe una m iríada de posibilidades disponible hasta que se selecciona una de ellas de acuerdo a las circunstancias de la situación y a la recurrencia de la historia. Esta rápida dinámica es la correlación neuronal de la consti­ tución autónom a de un agente cognitivo en un determ inado m om ento de su vid a” (Varela, 2003, p. 89).

Por tanto, la identidad del ser cognitivo es e m e r g e n t e , es decir, es virtual y procede de la actividad de los subprocesos cognitivos par­ ticulares. Más que un resultado, la naturaleza emergente de la iden­ tidad cognitiva se refiere a la autonomía del ser cognitivo que es su propia implementación, es decir, “su historia y su acción forman un bloque” (Varela, 2003, p. 93). Asimismo, el ser cognitivo se re­ laciona con el entorno a través del acoplamiento donde los encuen­ tros con el mundo se dan desde la perspectiva del propio sistema. Así, es el sistema autónomo el que define, desde su perspectiva, al entorno y es este acoplamiento, sistema-entorno, la condición de posibilidad de todo sistema pues, “sin la posibilidad de la activi­ dad de acoplamiento, el sistema se convertiría en una mera imagen solipsista” (Varela, 2003, p. 7). Ahora bien, si la descripción de Varela es adecuada para los procesos de cognición en que se dan, de forma simultánea, tan­ to un movimiento de emergencia desde propiedades particulares, como un movimiento hacia abajo en que se imponen ciertos vín­ culos desde una cierta coherencia global establecida, su pertinencia para dar cuenta de la totalidad de los procesos subjetivos que él reclama es incierta. El resultado de ambos movimientos - “un ser carente de consubstancialidad que actúa como si estuviera presen­ te, como una interfaz virtu a l” (Varela, 2003, p. 97)- se deriva de una teoría de los procesos cerebrales implicados en la cognición. Que el ser cognitivo sea una emergencia y vacío de sustancia, no obliga a la deducción de que toda experiencia subjetiva de unidad e identidad organizada sea una ilusión.

Dicho de otro modo, la descripción y explicación de los pro­ cesos cerebrales involucrados en las actividades de cognición, no autorizan su extrapolación para la explicación de la experiencia subjetiva de identidad. El planteamiento de Varela, hace deducir de un enunciado científico -el ser cognitivo es vacío- la validez de una afirmación que lógicamente no puede derivarse de este enuncia­ do. La teoría cognitiva no obliga a deducir que, si el ser cognitivo es vacío entonces toda experiencia subjetiva de unidad es ficticia e ilusoria. Esto sería lógicamente correcto si fuese posible homo­ logar los procesos cerebrales cognitivos con la subjetividad en su totalidad. Si bien es cierto que toda experiencia subjetiva pareciera implicar procesos cerebrales, de lo anterior no se deduce que la totalidad subjetiva se reduzca a lo que actualmente se conoce de los procesos cerebrales. Este parece ser el salto lógico en la argumentación de Varela. Desde este paso lógicamente no autorizado, Varela deriva nuestro sentimiento de yo como siendo “el resultado de la habilidad lin­ güística recursiva y su capacidad única para la autodescripción y la narración” (Varela, 2003, p. 106). Aunque estuviéramos de acuerdo con el planteamiento anterior, su validez no resulta de los análisis sobre la naturaleza del ser cognitivo. Es decir, nada acredita que se pueda derivar la relación subjetiva con el lenguaje de la teoría cog­ nitiva en que “el lenguaje es una capacidad modular que cohabita con todos los demás aspectos cognitivos” (Varela, 2003, p. 106). Varela sigue su argumentación como si este tránsito estuviera suficientemente justificado. No obstante, si la validez del concepto de yo narrativo no estriba en la validez de la teoría de los pro­ cesos cognitivos, habría que justificarlo desde otra perspectiva o plantearlo como un problema de investigación. En este sentido, la tradición hermenéutica y la pragmática, en el campo de la filoso­ fía, y ciertas teorías sociológicas y psicológicas, en el campo de las ciencias sociales, se han dedicado hace tiempo a esta problemática. Quizás, los criterios de validación de sus teorías y reflexiones es­ peculativas no sean los mismos de las ciencias cognitivas, pero este es otro asunto.

Varela desplaza la misma lógica deconstructiva con la que lo­ gró fundamentar la vacuidad del ser cognitivo, hacia la deconstruc­ ción del yo y la experiencia de identidad personal. De este modo, consigue mostrar que la identidad personal es una ilusión necesaria para las interacciones sociales, pero que la verdadera habilidad éti­ ca proviene de una experiencia de retorno a la naturaleza vacía del ser. Es decir, el ser es originalmente vacío, libre del yo y de cual­ quier sustancia o contenido. El reconocimiento y la experiencia de este estado originario de libertad, conllevan a los sentimientos de compasión y generosidad. Como nos señala Varela (1996b) ... se dice que el sunyata (vacío), la pérdida de un punto de referencia fijo o fundam ento, ya sea en uno mismo, en el otro, o en una relación entre ambos, es inseparable de la com pasión, com o las dos caras de una m oneda, o las dos alas de un pájaro. N uestro im pulso natural, en esta perspectiva es la empatia; pero ha sido ocultada p o r la costum bre de aferrarse al yo , así com o la nube pasajera oscurece al yo. (p. 68).

Es posible reconstruir el argumento del siguiente modo: la verda­ dera actitud ética es aquella que nace de la compasión y generosi­ dad auténticas, habilidades naturales de todo ser humano capaz de liberarse de su propio yo y alcanzar el vacío originario del ser. Se justifica de esta forma la universalidad del sentimiento ético, pues el vacío del ser está demostrado por la teoría biológica que explica la vacuidad del ser cognitivo. ¿Cómo se da, en la propuesta de Varela, el tránsito del “es” fáctico hacia el “debe” de la acción moral? Obviamente, en Varela, este “es” tiene un estatuto muy peculiar. No se trata de una ley na­ tural que obliga a la actitud ética, sino el fundamento biológico que hace posible toda acción moral auténtica. El “debe” moralmente auténtico es una actitud de ser para los dem ás que sólo se alcanza en este retorno a lo originario del ser, al vacío del ser. Entonces, porque el ser “es” originariamente vacío, el “d e b e ” ser para los demás, es posible.

¿Soluciona Varela la problemática del naturalismo ético? Si la vacuidad del ser, en general, no se deriva de la desubstancialidad del sujeto cognitivo, entonces los fundamentos naturales del “es” no alcanzan validez científica. Luego, la propuesta de Varela no resuelve el clásico problema de todo naturalismo ético. Ahora bien, aunque sean inciertos los fundamentos biológicos y cognitivos de la ética defendida por Varela, todavía cabe la pre­ gunta por su pertinencia, alcances y consecuencias para el debate contemporáneo sobre el acuciante tema de la convivencia social en un mundo pluralista y desigual. Para ello, habría que entender su noción de habilidad ética y situarla en el debate ético actual. Según Varela, existen acciones m orales que no son auténtica­ mente éticas. Por ejemplo, las acciones orientadas por valores que no derivan de la experiencia de liberación y transformación, no son auténticamente éticas porque representan las demandas de acepta­ ción social por parte del yo. Es decir, estas acciones no están mo­ tivadas por la cordialidad, generosidad y compasión por el otro, sino que las impulsan las n ecesidades egoístas de reconocimiento. La verdadera actitud ética estriba en una virtud: la generosidad su­ prema. Se trata de un sentimiento que se experimenta cuando es alcanzado el estado de vacuidad e iluminación en el que no existe separación entre uno mismo y el otro, entre sujeto y objeto. Esta experiencia de disolución del yo requiere de entrena­ miento y consiste en un largo aprendizaje. El reconocimiento de la naturaleza fragmentada y vacía del ser implica una suerte de ex­ periencia mortífera: la muerte del yo. Es una experiencia que por su radicalidad, provoca intensos efectos. Es comprensible que este tipo de experiencias provoque una transformación personal y que se mire al mundo desde una perspectiva poco usual. La ética defendida por Varela resalta las habilidades de la gene­ rosidad, compasión y cordialidad, es decir, una ética que requiere ciertas virtudes que son el producto de un prolongado camino de transformación personal. Por tanto, según Varela, los elementos centrales de la ética son los sentimientos, las virtudes, el apren­

dizaje y la experiencia personal de liberación y transformación. Como él mismo escribe “el vivir experto se sustenta en una prag­ mática de transformación que exige nada menos que una con­ ciencia minuto a minuto de la naturaleza virtual de nuestro yo ” (Varela, 1996b, p. 75). Ahora bien, uno de los principales desafíos de las sociedades actuales frente a la llamada crisis d e sentido de los referentes éticos, radica en construir un horizonte normativo compartido en el que fuera posible la universalización de normas en un mundo globalizado y habitado por una pluralidad de formas de vida (Salvat, 2001). Asimismo, en un contexto de modernización que se sostie­ ne en la autonomización y predominio de la lógica del mercado, la expansión de la racionalidad instrumental y la reducción de las democracias a su dimensión representativa, la lucha consiste en fortalecer las sociedades civilizadas orientadas por principios de justicia y solidaridad. En este contexto, no es casual que uno de lo temas centrales de la discusión ética contemporánea sea la justicia social en un mundo pluralista. El aumento de las desigualdades e injusticias sociales no ha dejado insensibles a los filósofos y científicos quienes asumen la gravedad de la situación y proponen distintas alternativas de so­ lución. En este sentido, el debate se da en torno a cuatro grandes tendencias con matices al interior de cada una: el liberalismo, el comunitarismo, el neosocialismo dialógico y las propuestas postmodernas (Salvat, 2002). Uno de los principales ejes de disenso entre las diversas postu­ ras, se refiere a la posibilidad de universalización de ciertas normas o procedimientos éticos. Para el liberalismo de Rawls o el neoso­ cialismo dialógico de Habermas y Apel, la universalización no sólo es posible, sino deseable. En contrapartida, los comunitaristas en general, los liberales a ultranza y los representantes de la sensibili­ dad postmoderna, son abiertamente opositores a todo intento de universalización de normas o cualquier procedimiento destinado a establecer la corrección de las normas.

A estas distintas posiciones corresponden particulares formas de ponderación de los ámbitos públicos y privados para la vida ética. Por ejemplo, para el neosocialismo dialógico, la esfera públi­ ca es imprescindible para la participación ciudadana en decisiones sobre la corrección de normas, mientras para la mayoría de las pro­ puestas de temple postmoderno y los liberales a ultranza, los temas valóricos sólo dependen de elecciones o experiencias individuales. No obstante las semejanzas, existen matices que no permiten un acercar excesivo entre ciertos autores postmodernos y liberales o neoliberales. Mientras para los primeros es posible una suerte de educación ética, los últimos rechazan cualquier intervención en la vida privada. Así, para autores como Rorty, los sentimientos y la simpatía son virtudes personales esenciales para una ética de la solidaridad y refieren al ámbito privado. Sin embargo, pueden y deben ser desarrolladas a través de una educación orientada hacia la ampliación de la solidaridad. En este sentido, habría una coincidencia entre Habermas y Rorty, en la medida que ambos reconocen la pertinencia de una educación para la ética. No obstante, para Habermas, se trataría de potenciar a las competencias comunicativas mientras Rorty defien­ de una educación de los sentimientos y las emociones. La ética que se despliega del pensamiento de Varela se aproxi­ ma de ciertas propuestas de temple postmoderno que exaltan a las emociones y experiencias, como alternativas a la razón en tanto fundamento de la ética. En este sentido, Varela enfatiza la expe­ riencia personal y privada como vía para el desarrollo de la habi­ lidad ética. La máxima virtud ética es la generosidad que implica un darse al otro. No obstante, esta habilidad ética no se aprende en el ámbito público ni tampoco a través de interacciones sociales. Al contrario, lo público parece corresponder a un registro de lo inauténtico, donde los y o s ilusorios buscan aceptación y reconoci­ miento, motivados por el egoísmo. Además, lo que para Habermas y Castoriadis son las conquistas históricas de los sujetos en su lucha por reconocimiento, desde la

perspectiva de Varela, podrían presentarse como procesos de aleja­ miento de la verdad del ser. En última instancia, las luchas históri­ cas evidenciarían la insistencia de lo inauténtico. Ahora bien, aunque la propuesta ética de Varela, que bus­ ca la gen ero sid a d hacia e l otro posibilitada por la experiencia de transformación personal, pudiera contribuir a la lucha contra las desigualdades sociales, cabe preguntarse por su factibilidad en un mundo pluralista. En sociedades pluralistas, las formas de vida son diversas, la búsqueda de felicidad y realización personal son variadas y, por ende, el desafío consiste en establecer criterios y procedimientos compartidos para discriminar y reconocer las di­ ferencias legítimas. La realización de una ética como la propuesta por Varela, requiere un consenso en torno a esta forma de vida en particular que demanda una experiencia personal de transforma­ ción y liberación interna. La extensión de esta forma de vida sería tan inadecuada como el proponer otra experiencia religiosa o esté­ tica como la orientación ética para el mundo contemporáneo. De todos modos, es relevante notar que existe un compro­ miso de Varela con la libertad. Sin embargo, esta liberación pare­ ciera estar en la dirección opuesta a la autonomía en Habermas y Castoriadis. Mientras para estos dos autores la autonomía es una conquista personal con otros, en las interacciones sociales que por ende, requiere la esfera pública donde pudiera darse un diálogo participativo entre las distintas formas de vida, para Varela la libe­ ración se refiere a un proceso individual de deconstrucción del yo. Consecuentemente, no requiere en lo fundamental de lo público sino de una experiencia netamente privada. Aunque esté muy claro que esta nunca ha sido la intención de Varela, es posible advertir que una ética de la habilidad pudiera in­ currir en ciertas prescripciones de índole autoritaria. Además, cuan­ do se hace coincidir d e b e r ser con ser, se abren los caminos para los esencialismos morales. De todos modos, y seguramente no por las mismas razones presentadas en este trabajo, Varela estaba conciente de las dificultades que implicaban sus planteamientos éticos. Al fi­

nal de su obra, La habilidad ética, advierte un tanto pesimista, que sus ideas “son radicales y aparecen como medidas un tanto drásti­ cas para los turbulentos tiempos en los que vivimos y para los que, con toda seguridad, están por venir” (Varela, 2003, p. 130). VII. Reflexiones finales.

A modo de cierre y recapitulación de lo planteado, nos interesa volver sobre el tema de las implicancias normativas para la psico­ logía del concepto de autonomía, y de la perspectiva ética que de ella se deriva, propuestas por Varela, pensando ambas siempre en contrapunto con los argumentos de Castoriadis y Habermas. Una manera de abordar esta problemática es interrogarse acer­ ca de qué perspectivas y prácticas buscaría promover en nuestras sociedades, una psicología orientada por el proyecto de autonomía de Castoriadis, o por la apuesta habermasiana de una ética discur­ siva, o por el ideal de vacuidad del yo que parece sugerir Varela. La máxima del proyecto de autonomía defendido por Castoriadis podría ser formulado en los siguientes términos: “de­ viene autónomo y contribuye lo que más puedas a la autonomía de los demás”. Una psicología orientada normativamente por este principio, debería dirigir sus intervenciones hacía la promoción de la autonomía, es decir, no tanto a calmar el sufrimiento o a promo­ ver la felicidad, sino hacia el surgimiento de una subjetividad re­ flexiva y deliberante capaz de reconocer y mediar lúcidamente sus determinaciones inconscientes y sociohistóricas, contribuyendo a la construcción de la autonomía colectiva. En la perspectiva de este autor, tanto el psicoanálisis y la educación, son medios de inter­ vención que pueden contribuir al fortalecimiento de la autonomía de los sujetos (Castoriadis, 1997). A su vez, desde estos plantea­ mientos, la psicología debiera comprometerse activamente con el fortalecimiento de la esfera pública y el diálogo ciudadano promo­ viendo una cultura genuinamente democrática que entiende, como señala Castoriadis que el objetivo de la política no es la felicidad ni la reducción de la miseria sino la ampliación de la libertad, lo que

supone un “movimiento de autoinstitución que no se detiene y que no aspira a una sociedad perfecta sino a una sociedad tan libre y justa como sea posible” (Castoriadis, 1997, p. 272). Como escribe en otra parte. La verdadera política no es más que la actividad que, partiendo de una interrogación de la forma y de los contenidos de las institu­ ciones explícitas de la sociedad, adopta como objetivo la puesta en marcha de instituciones que consideremos mejores, especialmente las que permiten y favorecen la autonomía humana (Castoriadis, 1997, p . 254). Algunas de las perspectivas freudomarxistas en la psicología social, así como ciertos desarrollos de la psicología social latinoa­ mericana, podrían emparentarse con este marco normativo que se desprende del concepto de autonomía de Castoriadis. Por otra parte, la ética del discurso propuesta por Habermas, presupone y solicita en su práctica, la participación de los sujetos con competencias comunicativas en las decisiones acerca de la co­ rrección y universalización de una norma. Nótese que, desde esta postura, es imperioso que los sujetos desarrollen competencias lin­ güísticas y comunicativas para poder participar en las situaciones de diálogo simétrico. En este caso, el afianzamiento de competen­ cias comunicativas implica la presencia de sujetos con un fuerte sentido de identidad personal. Para la ética discursiva, que incluye la dimensión de la solidaridad compasiva, lo público es el ámbito de legitimación de las normas válidas. Por tanto, el yo no es una ilusión, sino que una unidad capaz de dar coherencia y consisten­ cia a un sujeto que plantea, pública y comunicativamente, distintas pretensiones de validez. Estos requerimientos de la ética del discurso se distinguen, con más o menos claridad, tanto en los planteamientos teóricos y los modelos de intervención de algunas perspectivas psicoanalíticas contemporáneas, como en muchas propuestas de la psicología cognitiva y constructivista4 comprometidas con el desarrollo del 4 Sobre la relación entre ética y psicología constructivista, ver Sepúlveda, G. (2001).

pensamiento reflexivo y las habilidades argumentativas. Asimis­ mo, ciertas orientaciones humanistas estarían de acuerdo con el fortalecer la identidad personal a través del diálogo con el otro. Finalmente, desde la perspectiva de Varela, habría que fomen­ tar el despliegue de una subjetividad liberada de la ilusión de iden­ tidad y capaz de darse al otro generosa y cordialmente. En este sentido, Varela podría estar de acuerdo con la propuesta de Rorty, para quien “el trabajo sobre los sentimientos y la simpatía le pa­ recen mejores medios conducentes a una sociedad más justa, que el llamado a una adhesión racional a una definición universalista” (Salvat, 2002, p. 185)5. Podrían contribuir a la deconstrucción del yo propuesta por Varela, perspectivas tan disímiles como la psicología transperso­ nal, ciertas corrientes humanistas, así como ciertos desarrollos del psicoanálisis. Es el caso de ciertas perspectivas psicoanalíticas que, pese su oposición al naturalismo, retoman los proyectos éticos de Foucault y Heidegger quienes sospechan, rotundamente, del yo como ámbito de decisión ética; de algunas perspectivas transperso­ nales que señalan el valor espiritual, ético y terapéutico de trascen­ der el dominio del ego; así como de ciertas propuestas terapéuticas filiadas a la tradición del vitalismo y el humanismo, que también comparten este anhelo de superación de un yo que reprime a las naturales tendencias humanas hacia el bien y lo correcto, y que impide un auténtico contacto con el otro. Es importante notar, a partir de lo recién señalado y de lo ex­ puesto en los apartados anteriores, cómo una psicología orientada por un concepto de autonomía tal como lo plantean Castoriadis y Habermas, tendría que asumir, entre otros, los siguientes puntos: Que la autonomía no es algo dado, sino un horizonte abierto que orienta nuestras prácticas y que nos permite criticar las injusticias del mundo en que vivimos; que ahí donde se producen procesos de democratización y autonomía estos son resultados, siempre preca5 Cabe resaltar que la universalización en la ética discursiva se alcanza en el diálogo y no en la adhesión a una definición a priori.

ríos e inestables, de luchas políticas y movilización colectiva; que no es posible ni deseable pensar en forma separada la autonomía individual y colectiva en tanto ambas se suponen mutuamente; que dado lo anterior no es posible no tener una alta valoración de la esfera pública la que resulta imprescindible para la conquista y rea­ lización de la autonomía subjetiva; que entiende que una subjetivi­ dad individual -entendida no como un yo sustancial sino como un sí mismo en permanente construcción con una identidad relacional que se constituye en las interacciones sociales y simbólicas histó­ ricamente situadas- singular, irreductible, reflexiva, deliberante y conciente de sus determinaciones es un recurso, más que una ba­ rrera en el esfuerzo de responder a los desafíos éticos del mundo contemporáneo. Desde este marco normativo, que alberga o podría albergar distintas perspectivas psicológicas, la compasión puede ser conceptualizada desde un punto de vista distinto al de Varela. Así, por ejemplo, para la ética discursiva la compasión implica un recordar que va más allá de los conceptos de la moralidad misma. Habermas, recupera la metáfora de Walter Benjamín de una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado tiene derecho. En la figura de la me­ moria, Habermas asume este secreto acuerdo que existe entre las generaciones pasadas y la nuestra, advirtiendo que “el recordar se actualiza en la solidaridad compasiva con la desesperación de los atormentados que han sufrido lo que ya no podrá volverse a hacer bien” (Habermas, 1982, pp. 246, 247). En contrapartida, las psicologías que compartiesen el concepto de autonomía y los ideales éticos de Varela, tenderían a pensar la autonomía como un rasgo o atributo individual y natural que com­ parten todas las personas en tanto organismos vivos. Desde esta perspectiva, se deberían promover prácticas de transformación personal y disolución del yo de tal modo que más sujetos alcancen la máxima habilidad ética que intrínsicamente poseen. Serían inter­ venciones que se centrarían en el ámbito privado y atenderían, en menor medida, a los vínculos de compromiso con el ámbito pú­

blico. En algunos casos, estas perspectivas deberían desconfiar del diálogo y la argumentación pública en tanto barreras a las prácticas de transformación personal. Como escribe Varela. Ciertamente que las palabras no bastan para engendrar una preocupación espontánea y no egocéntrica y personas éticamen­ te desarrolladas. Incluso, más marcadamente que en el caso de las experiencias de instituciones, las personas pueden aferrarse a las palabras y a los conceptos, tomarlos como fundamento y rodearse de una capa de egocentrismo. Los maestros de todas las tradicio­ nes contemplativas nos advierten acerca de las perspectivas fijas y los conceptos tomados como realidad. Simplemente no podemos dejar de lado la necesidad de alguna forma de práctica sostenida y disciplinada. (...) Esto no es algo que uno pueda inventar por sí solo (...) P ero nada p u e d e rem plazar esa práctica. Cada cual d e b e descub rir en fo r m a p erso n a l su propio sentido d e l y o virtu al y habi­ tarlo (Varela, 1996b, p. 74, cursivas nuestras). La tesis que hemos buscado sostener y desarrollar a lo largo del presente artículo, es que esta forma vareliana de comprender la autonomía tiene el riesgo de debilitar, dentro de nuestra disciplina y de la cultura en general, aquella comprensión de la autonomía en términos de principio ético-político constitutivo del horizonte normativo de la modernidad que resulta fundamental, como nos muestran Castoriadis y Habermas, para una interrogación crítica del presente y para otorgar sentido a las luchas colectivas por la democratización de nuestras sociedades. Por otro lado, y como he­ mos argumentado, la perspectiva ética que Varela propone a partir del concepto de autonomía biológica, tiene algunas falencias argu­ mentativas y -esto es lo fundamental- no parece estar a la altura de los enormes desafíos que nos plantean nuestras sociedades tardo modernas, cada vez más diferenciadas, plurales e injustas. Así, una psicología que asumiera en forma no reflexiva este concepto de autonomía, así como sus implicancias a la hora de pensar la subjetividad y la ética, correría el riesgo de contribuir a la naturalización e individualización de los procesos sociales que

alimentan las industrias culturales y que operan como barreras a la emancipación de los sujetos. Para finalizar, nos interesa remarcar que entendemos esta re­ flexión -que se inscribe dentro de una pregunta más amplia acerca del estatuto y las implicancias ético-políticas de la psicología en las sociedades modernas- como una discusión con Varela más que contra Varela. Si hubo alguien dentro del campo de las ciencias cog­ nitivas que promovió los debates interdisciplinares y que se pre­ ocupó por las implicancias éticas de las representaciones de mente y cognición que construimos, ese fue el genial científico chileno.

Resumen.

El presente artículo discute críticamente la conceptualización de la noción de autonomía desarrollada por Francisco Varela, mostrando algunas de las implicancias normativas de dicha conceptualización para el quehacer de la psicología y para los debates y desafíos éti­ cos en el mundo contemporáneo. Con miras a contrastar y relevar así el particular uso de la noción de autonomía presente en la obra del biólogo chileno, se presentan las reflexiones sobre la noción de autonomía desarrolladas por Castoriadis y Habermas, quienes han elaborado una conceptualización de la misma que se enraíza, no en la biología, sino en una profunda valoración e interrogación perma­ nente del proyecto ético-político de la modernidad. La discusión se centra en el modo en que el concepto de autonomía de Varela podría debilitar una comprensión de la autonomía en términos de principio ético-político constitutivo del horizonte normativo de la moderni­ dad y, por tanto, de marco de sentido para una psicología interesada en interrogar críticamente el presente y en contribuir a los procesos de democratización y emancipación en nuestras sociedades. Palabras clave: Autonomía, ética, psicología, modernidad, Varela. Abstract.

The p resen t article discusses the notion o f a u to n o m y d e v e lo p e d by Francisco Varela, sh o w in g so m e o f the n orm a tive essentials o f this fra m ew o r k f o r the con tem p o ra ry p s y ch o lo g y a n d the n e w ethical challenges. In ord er to contrast an d stand ou t the particular use o f notion o f a u ton om y p r o v id e d b y the Chilean biologist, w e presents reflections on a u to n o m y d e v e lo p e d b y Castoriadis a n d Habermas, w h o h a v e elab ora ted a fra m ew o r k w h ich is taken, not f r o m Biology, but in a deep valuation a n d p e rm a n e n t interrogation o f the ethical-political p r o ject o f m odernity. The discussion fo cu ses in the w a y in w h ich the con cep t o f a u to n o m y o f Varela co u ld debilítate an understanding o f the a u to n o m y in term s o f constituent ethical-po-

litical principie o f the m o d e r n it y ’s n orm a tive horizon, and, therefo r e, as fr a m e o f sense f o r a p s y ch o lo g y in terested in in terrogatin g critically th e p r esen t a n d con trihutin g to the p rocesses o f d em ocra tization a n d em ancipation in ou r societies. K ey w ords: A utonomy, ethic, p sych olo gy , m odernity, Varela.

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E D ITO RES

Agustín Ibáñez es Psicólogo por la Universidad Católica de Cuyo

(Argentina), Doctor en Ciencias por la Pontificia Universidad Ca­ tólica de Chile, especializado en electrofisiología en el Max Planck Institute for Brain Research (Frankfurt). Sus áreas de investiga­ ción son los modelos ecológicos de la cognición, la electrofisiolo­ gía como correlatos de fenómenos cognitivos (principalmente el lenguaje pragmático y la coordinación de sentido) y los modelos teóricos de los enfoques dinámicos de la cognición. Actualmente, dirige el Laboratorio de Neurociencias Cognitivas de la Univer­ sidad Diego Portales y es Coordinador de Investigación y Publi­ caciones de la Escuela de Psicología de esa misma Universidad. Realiza estudios posdoctorales de Neurociencia en la LJniversitát Heidelberg, Alemania. Diego Cosmelli es Doctor en Ciencias Cognitivas de la Ecóle

Polytechnique en Francia. Su tesis doctoral estuvo dedicada al estudio de los mecanismos cerebrales de la percepción consciente mediante registros magnetoencefalográficos (MEG). Trabajó asi­

mismo, en el desarrollo de estrategias de análisis compatibles con descripciones en primera persona de los sujetos experimentales. Actualmente, es investigador asociado al Centro de Estudios Neurobiológicos del Departamento de Psiquiatría de la P. Universidad Católica de Chile, donde desarrolla un estudio de la dinámica ce­ rebral durante el desplazamiento de la atención visual en humanos. Sus intereses están enfocados a desarrollar un marco teórico, expe­ rimental y analítico que permita estudiar los fundamentos biológi­ cos de la cognición y la estructura de la experiencia humana. R E FE R E N C IA S DE LO S A U TO R E S P O R O RD EN DE PR E SE N T A C IÓ N DE LO S C A P ÍT U L O S .

W alter Freeman estudió Física y Matemáticas en el M.I.T, Letras

en Hamilton College, Filosofía en Chicago University, y Me­ dicina en Yale University. Trabajó como médico interno en el Johns Hopkins Hospital y estudió Neurofisiología en UCLA. Ha recibido numerosos reconocimientos internacionales tales como A.E.Bennett Award de la Society of Biological Psychiatry, Guggenheim Fellowship, MERIT Award del NIMH y Pioneer Award of Neural Networks Council of IEEE. Sus cientos de pu­ blicaciones en neurodinámica, modelamiento matemático del ce­ rebro, robótica, filosofía y ciencias afines han sido sostenidas por más de 40 años de financiamiento continuo del National Institute of Mental Health y la Office of Naval Research of USA. Actual­ mente, dirige el Laboratorio de Neurociencias de la Berkeley University en California. Pedro Maldonado es Doctor en Ciencias, graduado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pennsilvania, EEUU. Se recibió de Licenciado en Ciencias Biológicas y de Magíster en Ciencias Fisioló­ gicas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Realizó un posdoctorado enlaUniversidad de California, Davis. Actualmente, es Profesor Asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y dirige el Centro de Neurociencias Integradas (CENI).

José Pablo Ossandón es Médico Cirujano graduado de la Facultad

de Medicina de la Universidad de Chile. Actualmente, es candida­ to en el Programa de Magíster en Ciencias Médicas, mención Neu­ rociencias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Jorge Soto Andrade es Licenciado en Ciencias, mención Matemá­

ticas, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Doctor de Tercer Ciclo en Matemáticas de la Universidad de Estrasburgo, Doctor de Estado en Ciencias Matemáticas de la Universidad de Paris y Certificado en Somatoterapia del Internationales Institut für Biosynthese. Sus áreas de investigación se sitúan en matemáticas y sus terrenos frontera, biología sistémica, ciencias cognitivas y didáctica de la matemática. Es docente en la Facultad de Ciencias, el Programa de Bachillerato y la Formación Conti­ nua de la Universidad de Chile. Actualmente, es Profesor Titular del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Luis Manuel Flores G. es Doctor en Filosofía de la Universidad

Católica de Lovaina y es especialista en Antropología Filosófica. Realiza investigaciones apoyadas por Fondecyt sobre la fenomeno­ logía de la violencia escolar y la cuestión de la subjetividad de la ex­ periencia escolar. Dicta cursos de Filosofía y Educación, en el pregrado y de Epistemología en el programa de doctorado en Ciencias de la Educación en la PUC. Además, dicta un curso de Antropología filosófica en el programa de doctorado en la Facultad de Ciencias Biológicas en esta misma universidad, donde indaga en la relación entre fenomenología y ciencias de la complejidad. Aldo Mascareño es Doctor en Sociología de la Universidad de

Bielefeld, Alemania, Magíster en Sociología de la Pontificia Uni­ versidad Católica de Chile y Licenciado en Antropología Social de la Universidad Austral de Chile. Sus áreas de trabajo son la teoría sociológica de sistemas, la sociología del derecho y la sociología de América Latina. Ha publicado varios artículos sobre estos temas.

Actualmente, es miembro del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado. Andrés Haye es doctor en Psicología por la University of Sheffield,

Inglaterra, Magíster en Psicología por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Licenciado en Sociología y en Psicología por esta última universidad. Actualmente es profesor de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su in­ vestigación converge en la exploración del entrelazamiento y la co-constitución de la subjetividad y la socialidad, principalmente a propósito de la memoria, el pensamiento y el lenguaje, tanto en su dimensión cognitiva como socio-histórica. A driana Kaulino es Psicóloga y licenciada en Psicología de la Universidad Santa Ursula, Río de Janeiro, Magíster en Psicología Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro y Doctor(c) en Psicología de la Universidad de Chile. Sus áreas de trabajo son Etica, Epistemología e Historia de la Psicología, y Teoría Crítica y Psicología. Actualmente, es docente de la Escuela de Psicología de la Universidad Diego Portales, Directora de Posgrado de la Fa­ cultad de Ciencias Humanas y Educación de la UDP y Directora Académica del Magíster en Psicología mención Psicología Social de la UDP. A ntonio Stecher es Psicólogo de la Universidad de Chile; Magís­ ter en Filosofía Política de la Universidad de Chile. Sus áreas de trabajo son Identidad y transformaciones socio-culturales; trabajo y subjetividad; y Psicología y modernidad. Actualmente, se des­ empeña como profesor de la Escuela de Psicología y Coordina­ dor Académico del Magíster en Psicología, Mención Psicología Social, de la Universidad Diego Portales.

NOTA FINAL

Le recordamos que este libro ha sido prestado gratuitamente para uso exclusivamente educacional bajo condición de ser destruido una vez leído. Si es así, destrúyalo en forma inmediata. Súmese como voluntario o donante y promu£Vr® ste proyecto en su comunidad para que otras pecf i has que no tienen acceso a bibliotecas se vean^ tneficiadas al igual que usted.

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D ie g o C o s m e l l i y A g u s tín I b á ñ e / . lo s e d i t o r e s d e e s t e l i b r o , h a n re u n id o o c h o e n sa y o s q u e a p o r ta n “ n u e v o s e n fo q u e s " p a r a e l e s t u d io d e la c o g n i c i ó n . E n t r e lo s a u t o r e s e n c o n t r a m o s psic ó lo g o s , f iló s o f o s , s o c i ó l o g o s y lis íe o s , q u i e n e s , d e s d e su s c o n o c im ie n to s e s p e c íü c o s . r e fle x io n a n d e m a n e r a a te n ta y e x h a u s t i v a s o b r e la s d iv e r s a s a r is t a s d e l t e m a e n c u e s t i ó n . E s t a c o m p i l a c i ó n a b r e u n c a m i n o e n e l c a m p o d e la p s ic o lo g ía q u e o f r e c e ig n o r a d o s m a t i c e s p a r a u n a d is c u s ió n t a n a n t i g u a c o m o v ig e n te y n e c e s a r ia .

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