Nueva Historia Cultural

July 3, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download Nueva Historia Cultural...

Description

 

Comentario nº2: Nueva historia cultural

Tendencias historiográficas actuales Prof. xxxx Curso académico 2004–2005. Segundo cuatrimestre

xxxx Abril del 2005

 

El panorama actual de la historiografía, tan complejo como el de la ciencia en general, propone un gr gran an núme número ro de di dife fere rent ntes es “for “forma mass de ha hace cerr hi hist stor oria ia”. ”. La Lass dist distin ingu guen en su suss fund fundam amen ento toss epistemológicos, su postura teórico–metodológica, su elección de campos de estudio particulares, su forma de presentar el conocimiento adquirido. Por lo que respecta al campo de la cultura, la historia que se escribe en nuestros días se caracteriza por su fragmentación, puesto que los investigadores, en su creciente especialización, prefieren contribuir a la historia de los “sectores” –la ciencia, el arte, la literatura, la educación, etc., renunciando por tanto a escribir “historia cultural” como una totalidad. Esta especialización creciente tiene que ver además con la irrupción de la antropología y el retorno al sujeto, con el advenimiento del “pensamiento débil” posmoderno, que ha dado lugar a la multiplicación de los temas a tratar: los sueños, los gestos, la risa, la literatura de viajes, la interacción entre la cultura popular y la erudita, etc. 1 Pero sobre todo, la historia cultural de hoy está marcada por la gran variedad de sus planteamientos. No podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que apenas si podríamos encontrar un concepto que, como el de “cultura”, haya sido objeto de un número tan grande de definiciones rivales 2. De hecho, hoy día los historiadores se comportan a menudo con la misma indefinición con la que los sociólogos suelen hablar de “sociedad” y los antropólogos de “cultura” para referirse al mismo objeto 3. Po Porr otro otro lado lado,, da la sens sensac ació iónn de qu quee la hi hist stor oria ia cult cultur ural al ac actu tual al se encu encuen entr traa inte integr grad adaa mayormente por ese espacio de investigación que tantos problemas de terminología presenta (historia de las ideas, historia de las mentalidades, psicología histórica, historia intelectual, historia social de las ideas, historia sociocultural), y cuyo campo de estudio y objetivos, en consecuencia,  permanecen ampliamente indefinidos. A veces, ambos campos historiográficos parecen identificarse plenamente, sobre todo desde que la historia cultural ha pasado de preocuparse por lo exce excepc pcio iona nall a in inte tere resa sars rsee po porr lo repr repres esen enta tati tivo vo.. Es Este te vira viraje je se prod produj ujoo en el prog progre resi sivo vo deslizamiento de las ciencias sociales hacia la etnografía y la antropología. Desde los años sesenta, éstas comenzaron a ganar terreno a la sociología y a la economía como proveedoras de utillaje teórico a la historia, propiciando además una mayor consideración del papel de la cultura. Así, el antrop ant ropólo ólogo go Cli Cliffo fford rd Gee Geertz rtz lig ligóó la def defini inició ciónn de “cu “cultu ltura” ra” al  significado y a los  símbolos, combatien comb atiendo do el redu reduccion ccionismo ismo sociol sociológico ógico que primaba en el estructural estructuralismo ismo funcio funcionalis nalista ta y criticando ampliamente la noción marxista de “ideología”. Si se atiende a la concepción de la cultura que tienen Chartier [“un conjunto de significaciones que se enuncian en los discursos o en las conductas aparentemente menos culturales”, y no algo que sólo se emplea en un campo particular de prácticas o de producciones (las intelectuales o artísticas) (p.43)], o Burke (“un sistema de significados, actitudes y valores compartidos, así como de formas simbólicas a través de las cuales se expresa o encarna” 4), puede entenderse en qué medida la historia cultural de hoy, en tanto se interesa por las representaciones y las prácticas, por las “Weltanschauungen” y sus manifestaciones, viene a coincidir con las nociones de “historia de las mentalidades” o “historia social deselasmueve, ideas”.en definitiva, en un marco abierto, ecléctico y plural. La renovada historia cultural Bajo la inspiración directa de la antropología social y cultural y el influjo del viraje hermenéutico, la búsqueda de los significados se reviste en nuestros días de estudios de recepción, de lectura de las imágenes, de historia de los conceptos o de historia de las apropiaciones, de las representaciones y de las prácticas. Caracteres de la nueva historia cultural

La historia cultural “clásica”, representada por autores como Burckhardt o Huizinga y basada en el  postulado fundamental de la unidad o consenso cultural, fue criticada en primer lugar por los 1

R IBAS IBAS I BARRASA, 2001, p. 205. BURKE, 1995, p. 175. 3 HERNÁNDEZ SANDOICA, 2004, p. 376. 4 Citado por HERNÁNDEZ SANDOICA, 2004, p. 381. Véase, igualmente, cómo se refiere Lynn Hunt –aquí en colaboración con J. Appleby y M. Jacob– al nacimiento de la “nueva historia cultural”: “La mente, como depósito de las prescripciones sociales, espacio donde se forma la identidad y se negocia lingüísticamente la realidad, se transformó en foco de la nueva indagación histórica. histó rica. Allí residía residía la cultura, cultura, definida definida como repertorio repertorio de sistemas sistemas valóricos y mecanismos mecanismos interpretativos” interpretativos”.. Citado Citado por  VIDAL JIMÉNEZ, 1999, n. 34. 2

2

 

historiadores marxistas, o más bien por aquellos de entre éstos que estaban seriamente preocupados  por la cultura, y en particular por la cultura popular. Autores como R. Williams, E.J.Hobsbawm o E.P. Thompson pusieron en primer plano elementos como la diversidad cultural o el conflicto cultural, que ellos asociaban con las clases sociales. Criticada por reducionista y determinista, a esta variedad varie dad de histo historia ria cultural se le opuso la “nue “nueva va historia cultural”, cultural”, que Burk Burkee considera “más o menos men os equ equidi idista stante nte de los mod modelo eloss clá clásic sicoo y mar marxis xista” ta” y propon proponee des descri cribir bir como como var varian iante te “antropológica” de la historia cultural. Basándonos en las reflexiones de Peter Burke en torno a la teoría y práctica historiográficas actuales, podríamos señalar algunas características fundamentales de esta vertiente antropológica de la historia cultural. En primer lugar, los nuevos historiadores culturales postulan un relativismo cultural: como los antropólogos, hablan de las culturas en plural. Al tiempo defienden una ampliación del concepto de cultura, que consideran mucho más abarcador del que subyacía a las otras vertientes de historia cultural: incluye el arte y la creación literaria, pero también la cultura material, lo oral o lo ritual, la “cultura política” y todo cuanto concierne a la “vida cotidiana” –o más bien a las “normas”, principios o convenciones bajo cuyo signo se desarrolla. En realidad, el campo que cubre la nueva historia cultural quiere extenderse al conjunto de actitudes y valores de una sociedad determinada, a las “representaciones colectivas” que le son propias, al “imaginario”, a la historia de la “construcción”, la “invención” o la “constitución” de elementos que normalmente han han sid sidoo con consid sidera erado do “he “hecho chos” s” soc social iales, es, tal tales es com comoo cla clase se soc social ial,, nació naciónn o géner género. o. Así Así,, por  influencia de la teoría de la recepción, el énfasis se ha trasladado “del que da al que recibe” 5. En te terc rcer er lu luga gar, r, lo loss nu nuev evos os hi hist stor oria iado dore ress de la cul ultu tura ra han han reac reacci cion onad adoo cont contra ra la idea idea de “superestructura” y contra el determinismo que implica la forma en que los marxistas entienden la relación entre los “niveles” socioeconómico y cultural–ideológico. Con ello quieren pasar de la “historia social de la cultura”6 a la “historia cultural de la sociedad”, rechazando la idea de que lo cultural es reflejo de lo social . Todos estos presupuestos teóricos, y otros más, son defendidos y puestos en práctica en  El  mundo como representación, reunión de una serie de artículos escritos por Chartier entre 1982 y 1990 cuyo comentario es el objetivo de este trabajo. Como Burke –y como viene haciendo en realidad cuantos han querido “renovar” el panorama historiográfico–, Chartier define en negativo su concepción de qué es o querría ser la “nueva historia”, en este caso cultural. Sin embargo, nuestro autor la presenta como opuesta no a la historiografía decimonónica y a la práctica marxista, sino al tipo de historia cultural que se venía escribiendo dentro de la tradición historiográfica en que él mismo se ha formado, es decir, dentro de la escuela de Annales. Señala Chartier que la crítica ejercida por Febvre sobre la historia intelectual de su época abrió el camino “a una historia de los sistemas de creencias de valores y representaciones propios a una época o a un grupo” (p. 22), es decir, a lo que la historiografía francesa denomina “historia de las mentalidades”. Sus objetos son opuestos a los de la historia intelectual clásica: frente a la “idea” (construcción consciente un espíritu individualizado), de atiende la mentalidad (siempre colectiva, reguladora de lasderepresentaciones y los juicios de se losocupa sujetos); a “las categorías  psicológicas esenciales, esenciales, las que actúan en la construcción construcción del tiempo y del espa espacio, cio, en la producción de lo imaginario, en la percepción colectiva de las actividades humanas... captadas por lo que tienen de diferente según las épocas históricas” (p.24); en tanto parte de la historia sociocultural, y teniendo por objetivo lo colectivo, lo automático, lo repetitivo, la historia de las mentalidades trata de aplicar el método cuantitativo, que había asegurado el éxito a la historia socioeconómica; por  último, y como otra herencia de la historia económica y social, emplea para lo relativo a la mentalidad las divisiones resultantes de un análisis social, tratando de acomodar a éstas las divisiones intelectuales o culturales. La historia de las mentalidades clásica, así definida, es criticada desde la nueva historia cultural  propuesta por Chartier, en primer lugar, en lo que concierne a esa adecuación demasiado simplista entre divisiones sociales y diferencias culturales, a esa costumbre de buscar “las traducciones culturales de las diferencias sociales” (p. 109). En la óptica de nuestro autor, las representaciones colectivas de las que hablaban Gauss y Durkheim son producto y, al tiempo, productoras de lo 5 6

R IBAS IBAS Y R ABASSA ABASSA, 2001, p. 204. BURKE, 1995, p.176, citando aquí a Chartier, p. 53. V. también B OURDIEU, CHARTIER , DARNTON, 2001, p. 48.

3

 

social y sus divisiones (p. III). Frente al falso debate de la objetividad de las estructuras vs. la subjetividad de las representaciones (es decir, estructuralismo frente a fenomenología), sostiene Chartier que las divisiones sociales  son formas de representación colectivas y al tiempo  generan ciertas prácticas que construyen el mundo social en sí (p.56). En la misma línea, subraya la necesidad –ya apuntada por Foucault y otros– de abandonar esa “pobre idea de lo real” que subyace a la discriminación de “la realidad de lo social, buena para el historiador, y la que no es ella, que realza el discurso, la ideología o la ficción”(p. 73) 7.  En segundo lugar, frente a la consideración de que las ideas o las l as mentalidades son huéspedes de los textos, que son recipientes neutros, Chartier insiste en la necesidad de estudiar las formas textuales o las imágenes que vehiculan la expresión de la mentalidad colectiva, puesto que las formas implican efectos de sentido (pp. III–IV). Aplicado a su campo de estudio particular –el del libro y la lectura–, ello se pone de manifiesto en que la transformación de las formas en que un texto es propuesto –XX– puede dar lugar a recepciones nuevas (p. 60) En tercer lugar, si la historia de las mentalidades considera el lenguaje como un útil, como la representación transparente de una realidad exterior o de un sentido dado previamente, la nueva historia cultural defiende que “la significación se construye, y la ‘realidad’ es producida” en el funcionamiento mismo del lenguaje (p. IV). En este punto, Chartier se distancia igualmente de la tendencia historiográfica del “retorno a lo político”, que considera las ideas y los discursos en sí mismos, “separados de las formas que los comunican, apartados de las prácticas que les dan significaciones plurales y concurrentes” (p. 62). En re real alid idad ad,, la hi hist stor oria ia cu cult ltur ural al qu quee se ha hace ce hoy hoy día día es está tá pend pendie ient nte, e, ante ante todo todo,, de “l “laa 8  problemática de los usos, del empleo plural de los objetos culturales” . Ésta es, en efecto, la cuestión central a la que los artículos de Chartier nos devuelven una y otra vez: la construcción del sentido, la historia de las apropiaciones. Y por ello aparece en más de una ocasión cierta reflexión de D.F.Mckenzie: “Nuevos lectores crean nuevos textos y sus nuevos significados son una función de sus nuevas formas”. Con ella quiere Chartier resumir un doble conjunto de variaciones que el historiador ha de tener presente si quiere abordar el problema de la construcción del sentido: la disposición del lector (o del que escucha) y los dispositivos del texto en sí (formales y conceptuales,  procedan del autor, autor, el editor o incluso de dell censor) (por ejemplo, pág. pág. 52). La imp import ortanc ancia ia con conced cedida ida a la con constr strucc ucción ión de sentid sentidoo osc oscure urece ce la oposic oposición ión,, ace acepta ptada da acríticamente durante mucho tiempo, que enfrenta la producción a la recepción. En realidad, los textos, como las imágenes, no tienen significado fuera de las lecturas que lo construyen, y el receptor “construye representaciones que nunca son idénticas a aquellas que el productor, el autor o el artista ha empleado en su obra” (p.37)9. En realidad, todo consumo es una forma de producción, y ésta llega a través de las estrategias de interpretación 10. Con las mismas precauciones han de 7

Es en la reversión del objeto fundamental de la historia postulada abiertamente por algunos representantes de la nueva cultural  historia histo ria, cultural donde dirigido ejerce más críticaque el marxismo: así, FONTANAacadémica , citando elpuede prólogo de The libro colectivo porduramente Lynn Hunt,suafirma “sólo la superficialidad explicar quenew haya quien history

escriba, como si estuviese hablando de la evolución de las modas, que de una visión de las de la historia asentada en el estudio de la sociedad, estamos pasando a otra que considera como su primer motor la cultura” (1992, p. 105). Fontana alaba la obra de Vovelle en tanto en cuanto, pese a la ambigüedad de sus conceptualizaciones, “nos ofrece una investigación sólidamente asentada en un estudio  previo de la sociedad que permite dejar las cosas claras” (p. 111) (el subrayado es nuestro). Según Fontana, en el trabajo de Chartier “tampoco existen riesgos en este sentido” ( idem). 8 BOURDIEU, CHARTIER , DARNTON, 2001, p. 44. 9 Así, la “atención oblicua” (R. Hoggart) que caracteriza el desciframiento popular de los materiales a su disposición, es una clave que muestra cómo la cultura de la mayoría puede instaurar una coherencia propia en los modelos que le son impuestos. En éste y otros aspectos aspectos nos conduce Chartier Chartier a un lugar muy próximo próximo a otra forma contempor contemporánea ánea de historia historia cultulral, la microhistoria, interesada igualmente en subrayar que el individuo no es un mero receptor pasivo de normas impuestas “desde arriba” y en relativizar la oposición estricta entre “alta” y “baja” cultura. L EVI, 2003, pp. 123–124; HERNÁNDEZ SANDOICA, 2004, 386. Así, considera Chartier que el objeto esencial de la nueva historia cultural es la articulación entre la libertad, la capacidad inventiva del individuo o del grupo con los constreñimientos y normas que limitan lo que le es posible pensar y enunciar (pp. IX–X), del mismo modo que Ginzburg señala que “como la lengua, la cultura ofrece al individuo un horizonte de posibilidades latentes, una jaula flexible e invisible para ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada” (1999, p. 10). 10

Señala Chartier que el texto no existe en sí mismo: “no hay texto fuera del apoyo que le da la lectura (o el hecho de escuchar), y no hay comprensión de un escrito, sea cual fuere, que no dependa de las formas en las que llega a su lector” De aquí la distinción entre dos conjuntos de dispositivos: los que señalan las estrategias de escritura e intenciones del autor, y los que resultan de una decisión del editor o de obligaciones impuestas por el taller. La historia literaria clásica estudiaba la obra

4

 

manejarse los pares de opuestos culto / popular y objeto real / representación. Por ejemplo, el estudio de la literatura de buhonería –que ha servido para identificar la cultura popular– revela que toda la sociedad comparte las mismas lecturas, del mismo modo que la “religión popular” está más que “trabajada” por las normas de la institución eclesiástica. A la vez, repensar la división culture  savante / culture populaire equivale a renunciar a las supuestas diferencias metodológicas que oponen lo cuantitativo y externo por un lado a lo individual e interno por otro (pp. 33–36). En cuanto a la división de lo real y lo ficticio, incluye tradicionalmente dos dicotomías: por un lado la del historiador de lo socioeconómico (cuyo objeto de estudio es real) vs. historiador de las mentalidades (cuyo objeto de estudio no es lo real sino la forma en que los hombres lo piensan); y  por otro lado la de los textos “documentales” vs. los textos “literarios” o ficticios. Se trata de divisiones demasiado simples: ningún texto tiene una relación transparente con la realidad que capta; en realidad, insiste Chartier, la relación del texto con la realidad se construye según modelos di disc scur ursi sivo voss y divi divisi sion ones es in inte tele lect ctua uale less pr prop opia iass a ca cada da si situ tuac ació iónn de es escr critu itura ra.. Ta Tamb mbié iénn los los “materiales–documentos” están “infectados” de procedimientos de construcción donde se emplean conceptos y obsesiones de sus productores. “Lo real adquiere así un sentido nuevo: aquello que es real, en efecto, no es (o no es solamente) la realidad que apunta el texto sino la forma misma en que lo enfoca dentro de la historicidad de su producción y la estrategia de su escritura” (p. 41). Está por saber si la actividad de investigadores como Chartier o Arlette Farge permitirá añadir a la tradición de los  Annales una cuarta generación, la de los historiadores nacidos después de 1945. Pese a la existencia de todo un grupo de estudiosos que hoy día se incluyen en esa tradición, el hecho es que la “nueva historia” que escriben no muestra perfiles metodológicos, teóricos o  programáticos reconocibles, pues no se la puede diferenciar de la antropología histórica o de la nueva historiografía cultural de las dos últimas décadas 11. La historia de la lectura: prácticas y representaciones

El punto de entrada elegido por Chartier para penetrar en las prácticas y representaciones del pasado  –nociones que, como se ha dicho, capitalizan el interés de la nueva historia cultural– es el de la lectura y el manejo de los libros. En su perspectiva de la historia cultural, el libro y la lectura se convierten en agentes importantes en la modelación de las diferentes representaciones, y ello debido al papel que desempeñan en distintas evoluciones de la sociedad del Antiguo Régimen, sea en el “proceso de civilización” (al actuar como transmisores de reglas y prescripciones necesarias a la emerge eme rgenci nciaa o man manten tenimi imient entoo de nue nuevas vas for formas mas soc social iales es –p.e. –p.e. la socied sociedad ad cor cortes tesana ana), ), en la delimitación de lo público y lo privado (y la progresiva ampliación del segundo ámbito), o en la aparición, en el siglo XVIII, de un espacio crítico, en el interior de una comunidad de lectores, frente a la autoridad del Estado (pp. II–III). El estudio del libro y de la lectura conoció un gran impulso cuando en los años 60 emergió la historia cultural como el campo más fecundo e innovador. Desde entonces, una serie de trabajos trataron aplicar a latoria historia delconómi libro las cuantitativas, que tans, eficaces mostra mos trado dode en la his histor ia soc socioe ioecon ómica. ca.metodologías Aqu Aquell ellos os estudi est udios os cuanti cuantitat tativo ivos, lle llevad vados osse estaban a ca cabo bo  principalmente en Francia, Alemania e Inglaterra, se centraron en la cuestión de averiguar  qué se leía en la Europa moderna y contemporánea.12 Pero la pretensión de hacer una historia del libro o de la lectura (o de la cultura en general) en base a métodos cuantitativos suscitó duras críticas. Sobre todo, se señaló que lo que los l os lectores hacen intelectualmente de sus lecturas es la l a cuestión decisiva, y en este punto los análisis temáticos de la producción impresa, o los de la difusión social de las distintas categorías de obras, quedan impotentes (p. 31) 13. Si el método fue criticado, ello se debió en sí misma, como un ente abstracto; la  Rezeptions  Rezeptionsästhetik  ästhetik  pasó a preocuparse por la relación  pura e inmediata entre los “signos” emitidos por el texto y el “horizonte de expectativas”; ahora, Chartier nos propone atender además a las formas materiales que son soporte del texto y contribuyen al “efecto producido” (p. 111) 11 DANIEL, 2005, p. 215. 12 DARNTON, 2003, pp. 192 y ss. 13 El debate en torno a la legitimidad de aquella “historia serial de tercer nivel” propuesta por Chaunu parece estar hoy día cerrado, y ello tanto por lo que respecta a la idea de que la cultura o las mentalidades constituyen un “nivel” separado y delimitado en el seno de la sociedad, como en lo que atañe a la posibilidad de alcanzar un conocimiento provechoso mediante la reificación reificación de los objetos culturales, culturales, es decir, de su reducción a fórmulas fórmulas cuantificables cuantificables (v. BOURDIEU, CHARTIER  y DARNTON, 2001, pp. 42–45). Ello no quiere decir, ni mucho menos, que se haya renunciado al trabajo cuantitativo. Autores como Darnton o Chartier lo ejercen ampliamente (véase, en nuestro volumen, el capítulo dedicado a “Los libros azules”), pero

5

 

sin duda a que no podía responder a las preguntas que la nueva historia cultural estaba empezando a  plantear. La respuesta del lector, el modo en que hacía suyo el texto, pasó a ocupar un lugar central en la nueva problemática, y ello se manifestó tanto en la práctica historiográfica (de Guinzburg al  propio Chartier), como la teoría literaria alemana de la  Rezeptionsästhetik o en la filosofía de Paul Ricoeur, Barthes o Poulet14. El libro de Chartier que comentamos nos proporciona, en su segundo bloque, una pequeña muestra de la amplia labor de este investigador en el campo de la cultura impresa y de la lectura 15. Estos artículos, además de volver sobre los aspectos teóricos, testimonian el modo en que Chartier  los pone a funcionar. Así, por ejemplo, vemos cómo el caso de la Biblioteca Azul pone de manifiesto la relatividad de la oposición textos “populares” / textos “eruditos” o la de autor como dueño del significado del texto / lector (u oidor) como receptor pasivo. Más bien, el ejemplo de la literatura de buhonería muestra cómo la sociedad comparte los mismos materiales de lectura, cómo los textos “eruditos” se modifican formalmente, sin embargo, para alcanzar a un público más amplio, cómo el significado de esos textos recae por completo en el receptor, que lo dota de sentido en función no sólo de sí mismo –de su particular “posición de partida”– sino también de la forma material en que llega a él (leído –u oído– en la iglesia, en torno al hogar o en un club de lectura, con un formato u otro, con imágenes ilustrativas o sin ellas, etc.). De su estudio concluye Chartier que “la especificidad de los libros azules reside más en el modo de su apropiación que en la estricta sociología de su público: la lectura que suponen o favorecen estos libros no es aquella de las ediciones eruditas, y en su adquisición o posesión se invierten adhesiones que no se agotan con su le letr traa desc descif ifra rada da”” (p (p.. 16 162) 2).. ¿N ¿Noo no noss de deja ja el ello lo en un punt puntoo ce cerc rcan anoo a la te teor oría ía li lite tear aria ia  posestructuralista, según la cual “la interpretación es una forma de lectura cuya pretensión de evidenciar contenidos y significados puede decir algo sobra tal lectura pero no sobre los textos leídos”16? Conclusión

¿Qué respuesta respuesta ofrec ofrecee la nueva histor historia ia cult cultural ural a los grandes retos que la “anti “anti–histó –histórica” rica” crítica  posmoderna ha lanzado a los historiadores? Sin duda, esa nueva historia está impregnada de revisionismo, y también lleva la marca del objetivo posmoderno de “bajarle los humos” a la conc concep epci ción ón ilus ilustr trad adaa de la ci cien enci ciaa y de la hi hist stor oria ia.. La afir afirma maci ción ón de Ch Char arti tier er de que que “l “laa significación se construye, y la ‘realidad’ es producida” en el funcionamiento mismo del lenguaje (p. IV), así como el lugar preeminente que ocupa el discurso en su obra (privilegiado sobre el estudio del mundo social material exterior al mismo) lo hacen receptor de las teorías del lenguaje que figuran de manera prominente dentro del proyecto de la posmodernidad (a través de estudios sobre la no-referencialidad, las peculiaridades expresivas del lenguaje posmoderno, así como los

emplean los resultados responder a preguntas más amplias, en consonancia a las inquietudes actuales. por  ejemplo, señala que no espara posible “construir una sociología de los usos sociales de los bienes culturales sin que Chartier, previamente señalemos la distribución desigual de esos bienes culturales” (idem, p. 44). Igualmente, señala Darnton cómo “the lack of  information about reception does not mean that we should abandon the notion of capturing the contemporary experience of  literature litera ture […] Our knowledge knowledge of production production and distributio distributionn can compensate, compensate, to a certain extent, for the limitations limitations of our  knowledge of reception” (1995, p. 188). 14 DARNTON, 2003, p. 210. Como muestras representativas de esta historiografía consagrada a los “estudios de recepción” –de los que Chartier es uno de los cultivadores más importantes– podrían citarse el popular libro de C. G INZBURG, Il Formaggio et   I Vermi. Il Cosmo di un Mugnaio del’ 500 (Turín, 1976) o el de P. BURKE, The Fortunes of the “Courtier”. The European  Reception of of Castliogne Castliogne’s ’s Cortegian Cortegiano o (Cambridge, 1995). Sabemos que el primero se interesa en destacar el “desfase entre los textos leídos por Menocchio y la manera en que los asimiló y refirió a sus inquisidores”, desfase que “indica que sus actitudes no son imputables o reducibles a tal o cual libro” (GUINZBURG, 1999, p. 11). El libro de B URKE, por su parte, estudia las respuestas que se dieron a “Il Cortegiano” (1478), dentro y fuera de Italia: sus ediciones, traducciones, las críticas y alabanzas que recibió. Ello sirve al autor para estudiar la difusión del Renacimiento fuera de Italia y para intentar conocer el «sistema de valores» o «imaginario social» de la época. Todo ello con el objetivo de realizar una contribución al conocimiento de «la gradual integración de la cultura europea en el transcurso de los siglos». B URKE parte de la idea de que las tradiciones no son recibidas tal como se han transmitido, sino que «se transforman, reinterpretan y reconstruyen sin cesar» (v. R IBAS IBAS I R ABASSA ABASSA, 2001, pp. 205–206.). 15

Baste recordar títulos como  Pratiques de la lecture (Marsella 1985);  Lectures et lecteurs dans la France d’Ancien Régime (París 1987);  Les usages de l’imprimé (XVe–XIXe siècle) (París, 1987) o  Les origines culturelles de la Révolution française (París, 1990). 16 DANIEL, 2005, pp. 118–119.

6

 

diversos problemas relativos a la intención, la recepción y la representación 17). Por otro lado, es  patente la influencia de autores como M. Foucault, al que Chartier cita de forma reiterada. En efecto, el acento foucaultiano en la ruptura y la discontinuidad, en la necesidad de evitar las construcciones de pensamiento y lenguaje transhistóricas, universales, “esenciales”, apoya, por  ejemplo, la noción que tiene Chartier de la historicidad y multiplicidad de las prácticas de lectura o de los efectos siempre cambiantes de sentido de los textos, en suma de la “apropiación”. Dicho de otro modo, en el concepto de cultura de Chartier “los elementos de los códigos simbólicos están sometidos a una incesante reactualización en los contactos sociales cotidianos”. Por ello, “la singul sin gulari arizac zación ión e ind indivi ividua dualiz lizaci ación ón del sig signif nifica icado do en relaci relación ón con el con contex texto. to..... abre abre las  posibilidades de la negación de la universalidad del lenguaje conceptual y de la racionalidad humana”18. Sin embargo, Chartier no supone que la historia cultural e intelectual, redefinida ahora como “una historia de la construcción de la significación”, equivalga a una historia del discurso. Más  bien, considera que también le incumben “unas prácticas, ritualizadas o habituales, cuyos  procedimientos no obedecen para nada al orden del discurso” (p. IX), y que la experiencia no  puede, sin más, reducirse a éste: el discurso discurso es “el más masivo de los materiales de la historia”, pero “no el único” (p. 78). Se declara crítico en relación al “giro linguístico” allí donde éste postula la automaticidad de la producción de sentido –sin intención y sin control subjetivo. Por último, ante los problemas suscitados por la reinscripción de la escritura histórica en el campo de lo narrativo, Chartier quiere poner freno a la amenaza de disolución de los límites entre la historia y la ficción, o de la conversión de la primera en una  form of fiction making  en la línea de H. White. La solución que propone pasa por “una validación que permita considerar como posibles o probables las relaciones postuladas por el historiador entre los rastros documentales y los fenómenos de los que son indicio o, en otro vocabulario, las representaciones hoy manipuladas y las prácticas pasadas que designan” (p. 78). Para esa validación es necesario (1) analizar crítica y genealógicamente los discursos discu rsos –con el objet objetoo de descubrir las restr restriccio icciones nes y los modos que regla reglamenta mentann las prácticas discursivas de la representación– y (2) poner en relación representaciones y prácticas estableciendo, desde el principio, que son sólo conjeturales. Sostiene Chartier, por tanto, que el conocimiento que  produce la historia es, como admite Ginzburg, “indirecto, basado en indicios y conjeturas”, y que los criterios que permiten postular su posible veracidad no son otros que los de la plausibilidad, la coherencia y la capacidad explicativa. explicativa. Por decepcionante que pueda parecer esta postura respecto al objetivo de veracidad que constituyó la disciplina histórica en sus inicios, “no existe otro camino, salvo el de postular [...] el relativismo absoluto de una historia identificada con la ficción, o las certidumbres ilusorias de una historia definida como ciencia positiva” (p. 79). La actitud de Chartier   parece responder a esa “pérdida de ingenuidad del historiador” de que hablaba Ankersmitt en relación a la historiografía posmoderna19.

17

BARSKY, 2002, p. 352. VIDAL JIMÉNEZ, 1999, s.p. 19 Citado por HERNÁNDEZ SANDOICA, 2004, p. 400. 18

7

 

Bibliografía BARSKY, Robert, “Posmodernismo” en TAYLOR , Victor E. y WINQUIST, Charles E. (eds),  Enciclopedia del posmodernismo. Madrid, 2002; pp.350–354. ( Encyclopedia  Encyclopedia of Postmodernism, 2001) BOURDIEU, Pierre, CHARTIER , Roger y DARNTON, Robert, “Diálogo a propósito de la historia cultural”

en  Archipiélago Sociales , 1985). 47 (2001); pp. 41–58 (publicado originalmente en  Actes de la Recherche en Sciences BURKE, Peter, “Varietes of cultural history” en BARROS, Carlos (ed.),  Historia a debate II. El retorno al   sujeto. Santiago de Compostela, 1995; pp. 175–177. CHARTIER , Roger,  El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación . Barcelona, 2002 (1ª ed. 1992). Compen pendio dio de histor historia ia cultura cultural. l. Teorías Teorías,, prá prácti cticas cas,, pal palabr abras as clave clave. Mad DANIEL, Ute, Com Madrid rid,, 200 20055  Kompendium Kulturgeschichte. Theorien, Praxis, Schlüsselwörter , 2001). ( Kompendium DARNTON, Robert, “Historia de la lectura” en B URKE, Peter (ed.)  Formas de hacer historia. Alianza. Madrid, 2003; pp. 192–220 ( New  New Perspectives on Historical Writing, 1991) l a situación actual de FONTANA, Josep,  La historia después del fin de la historia. Reflexiones acerca de la la ciencia histórica. Barcelona, 1992. GUINZBURG, Car Carlo, lo,  El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI . Barcelona,  Il Formaggio et i Vermi. Il Cosmo di un Mugnaio Mugnaio del’ 500 , 1976). 1999 ( Il HERNÁNDEZ SANDOICA, Elena, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy . Madrid, 2004.Giovanni, (esp. pp. 371–400) LEVI, “Sobre microhistoria” en BURKE, Peter (ed.)  Formas de hacer historia. Alianza. Madrid, 2003; pp. 119-143 ( New  New Perspectives on Historical Writing, 1991). IBAS  I R ABASSA ABASSA, Pere, Recensión a Peter Burke:  Formas de Historia Cultural  (Madrid, 2000) y  Los R IBAS av avat atar ares es de «E «Ell Corte Cortesa sano no». ». Lect Lectur uras as y le lect ctor ores es de un texto texto clav clavee de del  l   espíri espíritu tu renac renacentista entista (Barcelona, 1998) Manuscrits 19 (2001); pp. 203-207. VIDAL  JIMÉNEZ, Rafael, “La historia y la posmodernidad” [en línea]  Espéculo. Revista de estudios literarios, nº13 nº13 (199 (1999) 9).. Disponible en http://www.ucm.es/info http://www.ucm.es/info/especulo/numero13/finhist2.html /especulo/numero13/finhist2.html [consulta: 27 abril 2005].

8

 

9

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF