NUEVA ERA II COMIENZO 2 PARTE Continuacion de Nueva Era II Comienzo 1 Parte 18 PDF

May 1, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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NUEVA ERA II© = COMIENZO. 2ª PARTE = Basado en las novelas de Stephenie Meyer: Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer; y continuación de Despertar y Nueva Era I – Profecía, ya escritos por mí.

Este libro está registrado en Save Creative para evitar posibles plagios. Todos los derechos están reservados a Tamara Gutiérrez Pardo, la mala utilización de los mismos por parte de otras personas podría ser objeto de sanción y/o delito. EN CASO DE COPIA O PLAGIO TOMARÉ LAS MEDIDAS LEGALES QUE SEAN NECESARIAS.

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NOTA DE LA AUTORA Esta novela está basada en los libros de Stephenie Meyer: Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer y es la continuación de todos ellos y de Despertar y Nueva Era I – Profecía, escritos por mí. Los personajes de esta novela están asociados a la saga citada anteriormente, están creados y son propiedad de Stephenie Meyer, excepto otros personajes que solamente aparecen en Despertar, en Nueva Era I – Profecía y en este relato, que están creados por mí. La utilización en esta novela de los personajes propiedad de Stephenie Meyer es puramente gratuita y sin ánimo de lucro ninguno, solamente son usados con fines de entretenimiento. Gracias por leerlo, espero que a quien lo lea le guste y que lo disfrute lo mismo que lo haré yo escribiéndolo. Junio 2011 - enero 2012.

TAMARA GUTIÉRREZ PARDO

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Una vez más, le dedico este libro a mi hermana Lucía, mi máximo apoyo. Muchas gracias por ser tan paciente, por esperar los capítulos, por aconsejarme y por corregir mis fallos. También, y como ya hice en mi libro anterior, se lo dedico a todos mis lectores de mi blog y de los foros relacionados con la saga de Crepúsculo. Como ya dije en anteriores ocasiones, muchas gracias por vivir estos libros como si fueran la continuación real de la saga, por vuestra paciencia para esperar las actualizaciones y por animarme como lo hacéis, sois los mejores.

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= PARTE DOS = NUEVA ERA

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= RENESMEE =

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PREFACIO Llegué a mi forito y abrí el maletero. Fui cogiendo las bolsas y las fui colocando en el interior del mismo, hasta que me giré hacia el carro una vez más y agarré la última. Entonces, cuando me estaba volviendo de nuevo, mis ojos se abrieron como platos. Razvan estaba frente a mí, a unos metros, clavándome esa mirada carmesí, malvada. Decir que sentí escalofríos se quedaba corto, porque esa sensación era punzante, y había llevado tanto tiempo desaparecido. Razvan no había cambiado nada, seguía siendo ese ser maléfico de siempre, pero mis sensaciones hacia él se habían transformado un poco. Desde que me había encerrado durante un año, separándome de Jacob, mi repulsión hacia él se había vuelto infinita, y, si antes ya me daba miedo, ahora le tenía pavor. De repente, añadiéndose a ese miedo que ya invadía mi mente, algo más me dejó paralizada totalmente. Y era algo muy diferente. Muy, muy diferente.

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ACAMPADA Parece mentira, pero tres años pasan volando. Sobre todo cuando tu vida es más que maravillosa, cuando eres completamente feliz y te sientes totalmente completa, cuando ves que lo tienes todo, todo lo que deseas en este mundo, todo. Así me sentía yo. Mi vida con Jacob era absolutamente perfecta, no encontraba otra palabra para definirla. Después de todos los obstáculos que habíamos tenido que saltar, después de aquel horrible año separados debido a mi largo encierro, después de aquella guerra con los Vulturis, por fin parecíamos poder vivir en paz, por fin podíamos disfrutar de lo nuestro sin que nada se interpusiese, por fin gozábamos de esa tranquilidad y normalidad que tanto habíamos echado de menos. No habíamos vuelto a saber nada de Razvan, Nikoláy y Ruslán, ni de la sombra, ni siquiera sabíamos si los Vulturis habían dado con ellos. Nosotros no sabíamos dónde estaban, no podíamos ir a por ellos, y ellos tampoco habían aparecido por Forks o La Push, así que simplemente lo dejábamos pasar. Jacob se moría por vengarse, por supuesto, pero al final lo más importante para los dos era poder estar juntos sin que hubiera ningún peligro alrededor. Lo más importante era que estábamos juntos. También desconocíamos el paradero de Vladimir y Stefan. Parecía mentira que me hubiesen caído tan bien cuando era pequeña, jamás me hubiera imaginado que iban a utilizar así a parte de mi familia, secuestrándola e hipnotizándola para conseguir sus objetivos. Sin embargo, pasaba lo mismo con ellos que con Razvan, Nikoláy y Ruslán. Lo más importante era que Jacob y yo estábamos juntos. Desde aquella batalla con los Vulturis, venían a La Push más vampiros nómadas. Tendría que ser al revés, ya que la noticia de la victoria del Gran Lobo y del tratado con los de Volterra había corrido como la pólvora en ese mundo oculto, pero ahora venían muchos más

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vampiros nómadas. La diferencia con los años pasados era que la mayoría de los que venían últimamente gozaban de algún don, y todos querían medir sus fuerzas con Jacob. Era una soberana tontería, porque con aquella batalla contra los Vulturis había quedado claro que Jake era invencible, sin embargo, todavía quedaba algún iluso que se empeñaba en comprobarlo personalmente, aunque también los había que solamente querían pelear en un cuerpo a cuerpo con el resto de lobos gigantes, buscando emociones fuertes. Teresa, Ezequiel y Mercedes seguían viviendo en una zona boscosa de las afueras de Forks, en una casa de dos plantas que no era mucho mayor que la nuestra, aunque tenía un dormitorio más. La relación de Mercedes y Embry iba viento en popa, así como la de Ryam y Helen, que ahora vivían juntos. A las que veía mucho menos era a las gemelas. Jennifer y Alison vivían en Vancouver, ya que estaban estudiando en la universidad y residían en el Campus, así que solamente nos veíamos algún fin de semana o en fechas señaladas, como el Día de Acción de Gracias y Navidad. Por eso hoy habíamos organizado esta salida. Alison y Jennifer habían venido este fin de semana, y a Brenda y a mí se nos ocurrió que podía ser divertido organizar una excursión por el Parque Nacional de Olympic con algunos de los chicos. Jake y yo no nos habíamos dado cuenta, pero al parecer, las gemelas se lo habían pasado muy bien en nuestra boda. ―Nessie, ¿ya estás? ―me preguntó Jake, desde abajo. ―Sí, bajo ahora ―le contesté, con otra voz. Cogí la chaqueta, le eché un último vistazo a esa foto de nuestra boda que teníamos en la habitación, sonreí y salí por la puerta. Cuando bajé las escaleras, vi a mi chico esperándome en el vestíbulo. Después de ducharnos, habíamos desayunado con el albornoz puesto, así que no había visto su ropa hasta ahora. Llevaba unos vaqueros cortos de color claro, de esos cómodos y anchos, unas deportivas blancas y una camiseta azul oscuro que no era ceñida pero que, irremediablemente, a él le marcaba sus impresionantes músculos. Ya llevaba la mochila a la espalda y su preciosa boca sostenía una maravillosa sonrisa que me contagió al instante. Sonreí y, por fin, dejé el último escalón para llegar a él.

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No pude evitarlo. Lo primero que hicieron mis brazos fue rodear su cuello para besarle, y Jake correspondió mi entusiasmo encantado, agarrándome por la cintura para arrimarme a su cálido cuerpo. No había dejado de besarle en toda la mañana, pero esto era una fuerza casi sobrenatural que me llevaba hacia él sin remedio. No importaba cuánto tiempo pasase, mis mariposas seguían igual de revolucionadas que siempre, como el primer día, y mi corazón ya estaba acostumbrado a latir con esa velocidad, acompasando al suyo, que también se aceleraba cada vez que me besaba. Mi mano se aferró a su corto pelo azabache y nuestros labios ya empezaron a moverse con más efusividad. No sé cómo lo hice, pero conseguí terminar ese efusivo beso. Los dos tomamos aire para recuperarnos y me despegué un poco de él para poder hablar. ―Si seguimos, ya no podremos parar ―musité, cogiendo aire de nuevo para que mi organismo volviese a la normalidad. ―Has empezado tú ―sonrió, con esa sonrisa torcida que me volvía loca. ―Es que estás muy guapo ―confesé, uniéndome a su sonrisa. ―Tú sí que estás preciosa ―murmuró, mirándome anonadado. ―Pero si sólo llevo unos vaqueros cortos y una camiseta ―me reí. ―Bueno, lo mismo que yo ―sonrió él. Le sonreí yo también y nos dimos un beso corto. ―Vamos, o llegaremos tarde ―le azucé, separándome de él para abrir la puerta. ―Pero si has sido tú ―me recordó con una risa, acompañándome. Jake cerró la puerta a sus espaldas y me cogió de la mano para encaminarnos hacia el Golf, el cual ya había dejado fuera. Nos subimos al coche, Jacob tiró la mochila en el asiento trasero, nos pusimos los cinturones y arrancó. Iniciamos la marcha por el sendero que llevaba a la carretera que unía La Push con Forks, pero Jacob se detuvo un rato, dejando el motor a ralentí, delante de la casa de Billy, que se encontraba en el porche, junto al Viejo Quil. Se inclinó un poco sobre mí para que le escuchasen mejor, pasando el brazo por detrás de mi asiento, y bajó la ventanilla. ―¿Qué hacéis ahí? ―les dijo, sonriéndoles―. ¿No vais a pescar o algo? Dentro de poco ya será septiembre, tendríais que aprovechar. ―Los osos se han llevado casi todos los salmones ―se quejó Billy, resoplando.

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―Eso es porque son más listos que vosotros ―se mofó Jake. ―No se puede intervenir en el curso de la naturaleza ―afirmó el Viejo Quil―. Los salmones no han nacido para ser pescados por el hombre, sino para alimentar a los osos. Los tres quileute se rieron. ―¿Dónde vais vosotros? ―nos preguntó mi suegro. ―Nos vamos de acampada al Parque Nacional de Olympic con algunos de los chicos ―le revelé. ―De acampada, ¿eh? ¿Y la tribu? ―quiso saber el Viejo Quil, frunciendo el ceño. ―Tranquilo, está todo controlado ―resopló Jake―. Sam se encargará de todo estos días, y yo me pondré en contacto con él continuamente. Además, volveremos mañana. Déjame respirar, ¿quieres? ―Quién fuera joven de nuevo ―suspiró Billy, alzando la vista al cielo para recordar días mejores. ―Bueno, nosotros nos piramos ya, que si no, llegamos tarde ―les dijo mi chico. ―Claro, claro, pasadlo bien ―nos animó Billy. ―Dices que volverás mañana, ¿no? ―repitió el Viejo Quil. ―Adiós ―masculló Jake, girando la manivela para subir la ventanilla. Se incorporó para sentarse bien en su asiento e iniciamos la marcha otra vez al tiempo que yo les sonreía y les decía adiós con la mano. Salimos a la carretera asfaltada y el coche comenzó a encaminarse hacia Forks. No hacía sol, unas nubes algodonosas cubrían el cielo, pero hacía calor y el día seguía siendo claro, luminoso. Bajé mi ventanilla de nuevo, quería sentir ese aire cálido dándome en la cara y agitando mi coleta hacia atrás. Esto no era como la Harley ni las motos o el lomo de mi lobo, desde luego, sin embargo, era muy agradable. Me asomé un poco, apoyando el codo en la ventana, y observé el hermoso paisaje que iba pasando a mi lado. Jake encendió el estéreo del coche para poner algo de música y también bajó su ventanilla. ―¿Con quién iban Jennifer y Alison? ―me preguntó, sin dejar de mirar a la carretera. ―Con Seth y Brenda ―le desvelé, girando el rostro para verle―. ¿Quiénes vamos al final? ―Pues… ―entrecerró los ojos y frunció los labios, pensando―, aparte de Seth, Brenda, Ryam, Helen y las gemelas, van Leah y Simon,

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Embry y Mercedes, Jared y Kim, Canaan y Sarah, Aaron y Eve, Shubael, Isaac, Cheran y Collin. ―Guau. Cuántos somos ―murmuré, pestañeando. ―Un montón, como siempre ―rió él. ―No van a entrar las tiendas de campaña ―bromeé, soltando una risilla. ―Bueno, si no, tú y yo podemos acampar en otra parte, ya sabes ―afirmó, mirándome con una sonrisita pícara―. Así tendríamos más intimidad. ―Jake ―le regañé, riéndome, inclinándome sobre él para darle un manotazo en el brazo. Él se carcajeó―. Siempre pensando en lo mismo. ―Vamos, nena, no me digas que tú no ―y me dedicó otra mirada y otra media sonrisa pícara. Pues sí, con un hombre como él era imposible no pensar en eso a menudo, bueno, más bien, siempre, pero no pensaba reconocérselo. ―Claro que no ―mentí, intentando disimular. ―Venga ya ―rió, echándome miradas fugaces mientras seguía conduciendo―. Ahora no vayas de puritana. Te gusta tanto como a mí. Sólo hay que ver cuando hacemos el amor y te pones sobre mí, galopando como una leona salvaje. Uf, eso me vuelve loco, pequeña ―y me miró con otra sonrisita. Para qué hablaría yo… ―Bueno, vale ―reconocí, algo ruborizada―. Tú también me vuelves loca, ¿contento? Jake se carcajeó con satisfacción. ―Sí, ya lo sabía ―sonrió, volviendo la vista al frente. ―Eres un caso ―me reí, arrimándome a él para darle un beso en la mejilla y agarrarme de su brazo. Apoyé la cabeza en su hombro y su sonrisa se amplió. Seguimos el trayecto por esa carretera y llegamos a Forks. Atravesamos el pueblo y salimos a la autopista más adelante, escuchando música y charlando animadamente. El Golf voló unos cuantos kilómetros y, cuando nos dimos cuenta, tomamos la salida correspondiente. La calzada asfaltada se terminó pronto y el camino comenzó a ser la típica senda de un bosque. Los árboles empezaron a acompañarnos con más asiduidad, hasta que el coche ya casi no podía avanzar más. Entonces fue cuando vimos los vehículos de los demás. Estaban aparcados sin

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orden alguno, más bien cada uno estacionó donde pudo. Y Jake hizo lo mismo. El sitio era un lugar completamente apartado que no debía de conocer nadie que no fuera un lobo enorme que patrullase por estas tierras de vez en cuando, un lugar inexplorado, salvaje. Todos nos esperaban de pie, junto a la vieja furgoneta de Aaron. Nos bajamos del Golf, Jake cogió la mochila del asiento trasero, se la cargó a la espalda y nos acercamos a ellos, cogidos de la mano. ―Qué pasa, tío ―le saludó Embry a Jake. ―Hola ―correspondió mi chico, saludando también al resto. Los dos chocaron los puños a modo de saludo. ―Ya era hora ―protestó Ryam, que se encontraba apoyado en la furgoneta, con los brazos cruzados―. A ver si cambias de coche de una vez, llevamos aquí quince minutos. Ryam y Helen iban de negro, como todos los días, aunque la única diferencia es que los pantalones que llevaban hoy eran unos vaqueros largos, eso sí, oscuros. ―Pues aguántate, idiota, no haber venido tan pronto ―resopló Jacob, mirándole con cara de malas pulgas―. Además, me encanta mi coche, ¿vale? Suspiré. Helen y yo nos miramos y las dos pusimos los ojos en blanco. Jacob y Ryam seguían igual que hace tres años, no había cambiado nada. ―Hola ―sonreí yo, dirigiéndome a todos nuestros amigos, aunque me acerqué a Helen, Brenda y a las gemelas especialmente―. ¿Cómo estáis? Jennifer, Alison y yo nos abrazamos y nos dimos un beso. ―Bien ―me contestó la última―. Bueno, a ti no te preguntamos, ya vemos que estás genial. ―Sí, se nota que te tratan bien ―siguió su hermana, señalando a Jake, el cual desplegó una de sus maravillosas sonrisas. ―¿Cómo os va? ―les preguntó él. ―La vida en el Campus es muy dura ―ironizó Jennifer. ―Ya, se os ve muy agobiadas ―dijo mi chico, siguiéndole la corriente. El bosque se llenó de risitas. ―Pues aquí lo vais a pasar mejor, ya veréis ―afirmó Shubael, que ya estaba pegado a Alison.

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Isaac le sonrió a Jennifer, intentando que le saliera una especie de mueca seductora. Como siempre, estos dos intentando ligar. La verdad es que Isaac y Shubael no eran nada feos. A ver, desde luego no eran tan guapos como Jake, por lo menos para mí, pero no estaban nada mal. Isaac, como la mayoría de los lobos, tenía su pelo moreno corto y sus ojos de color marrón oscuro. Sus facciones eran angulosas y su barbilla afilada, confiriéndole a su cara una forma triangular que marcaba sus pómulos, pero su rostro era muy varonil y tenía esa belleza típica de los metamorfos. El semblante de Shubael tenía una forma más rectangular, y estaba bien enmarcado por un cabello un poco más largo del que siempre se escapaban dos mechones para caer sobre su frente, mechones que no llegaban a taparle los ojos pero que siempre enviaba hacia arriba con un resoplido. Conclusión, que no ligaban nada por culpa de esa bocaza que tenían. Cuando había chicas solteras y libres, deberían de desplegarse unos carteles luminosos sobre las cabezas de Shubael e Isaac que advirtieran del peligro que corrían ellas. Aunque, bueno, las gemelas no parecían muy disgustadas con ellos, la verdad. Parecían bastante halagadas, más bien, repasaban a los dos altos y fuertes quileute, eso sí con timidez. ―Bueno, ahora que estamos todos, ya podemos ponernos en marcha, ¿no? ―propuso Cheran, sujetándose las tiras de su mochila al tiempo que se balanceaba de atrás hacia delante. ―Sí, buena idea ―aprobó Jared, que sostenía la mano de su tímida Kim―. Cuanto antes empecemos, antes llegaremos al lago. ―Pues venga, vamos ―apremió Jake, tirando de mí para iniciar la marcha. Comenzamos a caminar y los demás hicieron lo mismo, dejando los vehículos a nuestras espaldas. ―¿Dónde queda ese lago? ―quiso saber Brenda, que andaba justo detrás de nosotros, al lado de Seth―. ¿Está muy lejos? ―No te voy a engañar ―le respondió Jake, sin girarse, ya que tenía que esquivar las ramas que se presentaban a nuestro paso―. Queda al este, a bastantes kilómetros. Vas a tener que patear bastante. ―Pero no te preocupes, pararemos a descansar de vez en cuando, y a comer, y yo te llevaré en brazos si te cansas ―arregló enseguida Seth. Por el rabillo del ojo vi cómo Brenda le sonreía y le daba un beso corto en los labios.

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―Si te cansas, yo también puedo llevarte en brazos ―escuché que le decía Isaac a Jennifer, y por el tono de voz, supe que sonreía con esa pretendida seducción. ―Ah, gracias ―le contestó ella, algo sorprendida y cohibida a la vez―. Pero creo que podré llegar yo sola. A Jake se le escapó una risilla maléfica. El bosque nos acogía con una brisa cálida que mecía las hojas con suavidad, aunque las ramas bajas de los árboles y ese terreno lleno de montículos, helechos y espesa hierba querían ponernos las cosas difíciles. Las diferentes aves que habitaban el boscaje se hacían de notar con sus cantos y graznidos, otras con sus cortos vuelos de árbol en árbol, y las ardillas correteaban por las cortezas de los troncos con esos saltitos graciosos y ágiles. Algunas de las bajas rocas que teníamos que atravesar estaban llenas de musgo, tal era el espesor de las copas arbóreas que nos cubrían, y se resbalaba bastante, así que más de una chica aprovechó para arrimarse más a su pareja, simulando torpeza, yo incluida, y ellos nos asistían para caminar mejor, encantados de la vida, creyendo que nos ayudaban. Después de caminar un par de horas, salimos a un claro desde el que ya se divisaban las montañas de Olympic. Aunque era finales de agosto, la parte superior de sus cimas ya tenían algo de nieve. Un estrecho sendero ya se abría paso entre la alta hierba y el camino se hizo más llevadero y dócil, señal de que este era paso habitual de excursionistas. El calor ya llevaba un buen rato notándose, así como el cansancio en la mayoría de las féminas, y decidimos que era hora de parar a descansar y almorzar algo. Leah y yo estábamos como rosas, aunque sí que teníamos hambre. Sacamos las toallas de las mochilas y las extendimos sobre esa pradera bien poblada, las unas junto a las otras. Nos sentamos y nos pusimos a comer los bocadillos que habíamos preparado. Por supuesto los lobos se habían traído media despensa. Yo me repantigué junto a Jacob, bien pegadita a él. ―¿Qué tal va el tema de tu taller? ―le preguntó Canaan a Jake, dándole un buen bocado a su bocadillo. Mi chico masticó lo que tenía en la boca y lo tragó. ―He encontrado un local que no es muy caro ―le reveló―. ¿Recuerdas la antigua ferretería? ―Sí, ¿la del Viejo Uley?

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―Sí ―ratificó Jacob. Le arreó un mordisco a su bocadillo, lo tragó casi sin masticar y siguió hablando―. Desde que el Viejo Uley la palmó, su familia no sabía qué hacer con el local, así que después de todos estos años, lo venden. ―Es bastante grande, ¿no? ―dijo Leah. ―Es genial ―sonrió Jake―. Y lo mejor de todo: barato. Con mis ahorros me llega de sobra para comprarlo y arreglarlo. ―Entonces, ¿lo vas a comprar? ―inquirió Seth, cogiendo otro bocadillo de su mochila. ―Ajá ―y Jake se metió otro trozo en la boca. ―Qué guay ―rió Aaron―. Ya tenemos un garaje en La Push. ―Bueno, bueno, todavía tengo que montarlo todo y eso ―le sosegó mi chico, abriendo nuestra mochila para hacerse con otro bocadillo―. Tardaré unos meses en conseguirlo todo. ―El señor Farrow también le va a vender algo de maquinaria a un precio muy módico ―añadí yo, orgullosa por mi marido―. Será de segunda mano, pero todo funciona muy bien, ¿verdad, Jake? ―Sí. Mi jefe siempre ha cuidado muy bien las cosas. ―Desde luego, el señor Farrow te aprecia bastante ―opinó Sarah, sonriendo―. Siempre has sido su ojito derecho, ¿no es cierto? ―Bueno, no tiene hijos. Supongo que me ve como algo parecido, no sé. Es muy estricto y refunfuñón, pero es un buen tipo ―afirmó Jake, hablando con cariño. ―¿Y tú? ¿Qué tal tus estudios, doctora Black? ―me preguntó Eve, dándome un pequeño codazo en el costado a la vez que me guiñaba el ojo. ―Todavía queda para eso de doctora ―sonreí―. Carlisle es un profesor bastante exigente. ―Como dijo Emmett, es un hueso ―se rió Jake, acordándose de aquello. ―¿Tan duro es? ―rió Mercedes, también. ―Sí, lo es ―suspiré, sosteniendo mi sonrisa―. Pero sé que lo hace porque quiere lo mejor para mí. Y eso que estoy estudiando medicina general, que si estuviese estudiando para cirujano o algo así… ―reí. ―Es normal ―declaró Brenda―. Todos los padres, abuelos, etcétera quieren lo mejor para nosotros. ―Oye, ¿qué os parece si luego echamos un partidito? ―propuso Collin. ―¿Has traído un balón? ―preguntó Cheran.

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El primero lo sacó de su mochila y alzó su balón de rugby, exultante. ―Claro, tío, cuenta conmigo ―sonrió Jared, ya comiéndose lo que le quedaba de bocadillo a toda prisa. ―Conmigo también ―se apuntó Embry, haciendo lo mismo. ―Puaj, yo paso ―dijo Seth, estirándose―. Prefiero echarme una siestecita aquí ―y dejó caer su espalda sobre la toalla para tumbarse. ―Yo creo que también paso ―dijo Simon, sonriendo―. No tengo ganas de que me machaquen ningún hueso. ―Pues yo si voy ―aceptó Jake. Luego, giró el rostro hacia mí―. No te importa, ¿no? ―Claro que no, no seas tonto ―reí, llevando la mano a su mejilla para voltearle la cara de nuevo, en broma. ―Pues, hala, vamos ―apremió Collin, poniéndose en pie. ―Vengo enseguida ―aseguró mi chico, dándome un beso corto en los labios antes de levantarse―. En cuanto termine con estos en un santiamén. ―Ja, ni lo sueñes ―le contradijo Embry, pegando un brinco desde su toalla para colocarse a su lado. ―Venga, venga ―azuzó Cheran, empujando a ambos. Se me escapó una risilla y me quedé observando cómo los chicos se iban levantando poco a poco y cómo se organizaban para jugar. ―¿Seguro que no quieres ir? ―le preguntó Leah a su prometido. ―No, paso ―ratificó él, riéndose―. Prefiero quedarme entero. Nos reímos y volvimos la vista a ese partido que no tardó en comenzar.

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EL LAGO ―¡Mía! ―reclamó Cheran, pegando un bote altísimo para coger el balón. ―¡Ni hablar! ―le contradijo Jared, brincando a la vez que él. Los dos quileute chocaron en el aire de forma estrepitosa, aunque el balón terminó en las manos del primero, que lo aferró con fuerza contra su pecho desnudo ―habían terminado quitándose las camisetas, del calor que tenían jugando―, y ambos se estrellaron en el suelo, casi de morros. Menos mal que teníamos una alfombra bien tupida de hierba, y aún así, el terreno retumbó en los traseros de los que nos encontrábamos sentados. Jared y Cheran no se hicieron daño, por supuesto, pero con el golpe, el balón se le escapó al último y terminó rodando unos metros. ―¡Ja, esto es para mí! ―clamó Jake, recogiéndolo para acogerlo en su torso y echar a correr como un poseso. ―Mierda ―masculló Cheran, que solamente le dio tiempo a levantar la cabeza para observar cómo le arrebataban su preciado botín. ―¡Corre, Jake! ―gritó Jared, como si le fuese la vida en ello. En fin, hombres… Mi chico galopaba con prisas, perseguido por el resto de sus contrincantes: Shubael, Isaac, Collin y Aaron. ―¡Corre, Jake! ―grité yo. Bueno, yo también me emocionaba con esto, sobre todo cuando el protagonista de la jugada era mi chico. Pero el resto consiguió alcanzarle y le pararon los pies, derribándole por detrás. Jacob cayó al suelo, con sus cuatro hermanos sobre sus espaldas. Eso sí, consiguió retener el balón bajo su torso. ―¡Ay! ―se quejó de pronto, profiriendo un fuerte gemido que salió de entre los grandes cuerpos que le cubrían.

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Él era muy grande y fuerte y era muy difícil que le pasara algo, pero los otros también lo eran. No me hubiera preocupado si no fuera porque los que se le habían caído encima, igual que si de una montaña se tratase, también eran cuatro quileutes tan fuertes como él. La sonrisa se me borró de la cara en un santiamén y me puse de pie automáticamente, alertada. ―¡Jake! ―voceé, corriendo hacia él al tiempo que los cuatro quileutes se le quitaban de encima y el resto de sus hermanos se acercaban con prisas para comprobar su estado. ―¡Nessie! ―me llamó, llevándose la mano al hombro mientras se retorcía de los dolores. No pude evitarlo. Sabía que se curaría pronto, pero verle sufrir, fuera cual fuera la razón, me helaba el corazón. Me abrí camino entre los altos metamorfos con urgencia y me dejé caer de rodillas, junto a él. ―¡Jake! ―me incliné sobre él y le acaricié la cara con nerviosismo, asustada. ―¡Mi hombro! ¡Creo que me lo he dislocado! ―masculló, con el rostro bañado en dolor. No estaba para nada más, pero creo que el resto que se encontraba en las toallas también llegó a ese sitio para ver a Jake. ―¡Oh, Dios mío! ―exclamó Jennifer, creo que llevándose las manos a la boca con espanto―. ¡Hay que llamar a emergencias! Sí, se habían acercado. ―Tranquilo, cielo ―intenté calmarle, siguiendo con mi obsesión de acariciar su cara. Aunque yo estaba histérica. ¿Y ahora qué hacía? ―¡Hay que recolocárselo! ―dijo Jared, que parecía que me hubiera leído el pensamiento―. ¡Si no, se curará mal! ―¡Nessie…, colócamelo tú! ―me suplicó Jake, agarrándome de la muñeca a la vez que me imploraba con mis adorados ojos negros. ―¡Vamos, pronto! ―me azuzó Cheran. ―¡Tienes que hacerlo ya! ¡El hueso se le solidificará mal si no actúas ahora! ―siguió Collin. ¡¿Yo?! ¡¿Y si se lo colocaba mal?! ―¡¿Pero, qué decís?! ―criticó Alison, extrañada. Y encima estas dos no se enteraban de nada.

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―¡Nessie…! ―me imploró Jacob otra vez, gimiendo y retorciendo su hermoso rostro. Calma, Nessie, calma, me dije a mí misma, respirando hondo. ―Vale, cielo…, no… no te preocupes ―acepté, con prisas, aunque con algo de miedo todavía―. Te lo coloco ahora. Déjame ver. Cogí la mano que tenía sobre su hombro rápidamente y se la aparté para poder trabajar sobre el mismo. ―Sí, por favor, doctora Black, colócamelo ―murmuró, con una voz pusilánime, y, de repente, su rostro se relajó y desplegó una amplia sonrisa golfa mientras aferraba mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. Los quileute que habían salido a jugar explotaron en carcajadas cómplices y chocaron los puños, los unos con los otros. ―¡Tenías razón, Jake! ¡Se lo ha tragado! ―rió Cheran. ―¡Vaya una doctora! ―se mofó Jared―. ¡Empezamos bien, si te asustas por esto! ―Sois unos idiotas. Menudo susto nos habéis dado ―resopló Leah, dándose la vuelta para volver a su toalla, si bien también se le escapó la risa. Lo sé porque la oí reírse a mis espaldas. No sólo Simon la siguió. El resto volvió a lo suyo, también entre risitas. ―Ya decía yo que decían cosas muy raras ―le murmuró Alison a su hermana. Mi ceño y mi boca cayeron a la vez, y yo seguía paralizada. Todo había sido una broma bien premeditada, aunque tenía la ligera sospecha de quién había sido el lumbreras que lo había discurrido. ―Eres… eres… ―farfullé, apretando mis labios, si bien no pude evitar que mi comisura se escapase hacia arriba. Jake se carcajeó y tiró de mi mano para que me cayese sobre él, pero no le dejé. Conseguí sentarme encima suyo y comencé a pelearme con sus manos, que se empeñaban en que las mías no llegasen a su cara, mientras nos reíamos. ―Idiota ―me quejé entre risas, intentando zafarme de sus manos―. Me has dado un susto de muerte. ―¿De veras creías que me iba a dislocar el hombro tan fácilmente? ―se mofó. ―¿Quieres que hagamos la prueba? ―le amenacé en broma, sonriéndole.

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―No soy tan blandengue, ¿sabes? ―respondió, correspondiendo mi sonrisa. Miré hacia atrás para cerciorarme de que las gemelas estaban en sus toallas y me giré hacia él otra vez, siguiendo con nuestra pelea de manos. ―Te recuerdo que un vampiro te podría hacer papilla en tu forma humana ―cuchicheé―. Y esos cuatro lobos equivalen a un vampiro. Jacob se dio la vuelta, pillándome totalmente por sorpresa, e invirtió nuestra postura. En un instante, me vi echada en el suelo, entre sus brazos. Las mariposas ya saltaron, alocadas, y mi corazón metió la quinta. ―¿Tanto te asustaste? ―murmuró, clavándome esa profunda mirada suya al tiempo que me mostraba su sonrisa torcida―. Es decir, ¿en serio pensaste que me había dislocado un hombro? ―Pues sí ―reconocí, admito que mirándole embobada―. Sois muy brutos, y entre vosotros podéis lesionaros. Cualquier día os vais a hacer daño de verdad. Intenté que mi frase sonase un poco seria, pero tenerle sobre mí, clavándome esos intensos ojazos negros que me hipnotizaban sólo con pasar de refilón por los míos, me desconcentraba bastante. Tuve que luchar contra mí misma para no montar una escenita delante de todos nuestros amigos, porque me moría por pegarle a mí y comérmelo. ―Pero para eso tenemos a nuestra futura doctora, ¿no? ―y me mostró una sonrisa burlona. ―Ja, ja, me parto de la risa ―ironicé. ―Era una broma ―se rió con una risilla silenciosa―. Sólo queríamos ponerte a prueba, a ver cómo iban tus estudios. ―Qué graciosos ―mascullé. Él se rió de nuevo―. Pues ya ves todo lo que me queda por aprender ―suspiré, finalmente. ―Hey, qué va. Lo has hecho muy bien, ¿sabes? ―me animó, ahora hablándome más serio―. Te pusiste un poco nerviosa al principio, es normal, pero enseguida templaste los nervios y ya te ibas a poner a trabajar. Eso ya dice mucho. Serás una doctora genial. ―¿Tú crees? ―le pregunté, mordiéndome el labio. Su tórrida mano se acercó a mi rostro para acariciarlo y, cómo no, me estremecí. ―Estoy completamente seguro ―afirmó, mirándome con convicción. Me sonrió y mi boca se la correspondió sin remedio. Luego, mi corazón y mis mariposas saltaron de nuevo cuando Jacob se inclinó más, casi pegando del todo su pecho desnudo a mi torso, acercó su cálido

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rostro al mío y sus labios quedaron a un centímetro de los míos, que eran acariciados con su abrasador aliento. Entonces ya no pude evitar cerrar los ojos e hiperventilar como una tonta mientras mis manos se iban a su nuca y a su espalda y mi boca ya se alzaba levemente para buscar la suya. Parecía una quinceañera a la que nunca hubieran besado. ―Tengo que confesar que también monté esa broma porque quería dejar de jugar, ya te echaba de menos ―susurró, y ese tórrido aire que exhalaban sus pulmones rozaba mis labios con la excusa de esas palabras. Jadeé sin remedio―. Me moría por besarte ―exhaló de nuevo, por fin pegando sus ardientes labios a los míos. Esta vez mi estremecimiento fue mucho más intenso y mis coloridos insectos, junto a mi ritmo cardíaco, se aceleraron sin parar. Si estuviéramos en casa, esto hubiera continuado de otra manera, pero al estar aquí, rodeados de nuestros amigos, tuvimos que cortarnos bastante, así que entrelazamos nuestras bocas una y otra vez, aunque con mesura, controlando en todo momento que la cosa no sobrepasara esa raya imaginaria que separaba un romanticismo y una pasión normales de una locura total, incontrolada e imparable. Y cómo costaba hacer eso. Esa energía mágica de siempre bailaba a nuestro alrededor, incitándonos a entregarnos del todo, y su cuerpo caliente me transmitía su ardor por todas partes. Tuve que reprimir a mis manos para que no se movieran del sitio, porque si las dejaba volar con libertad… ―¡Puaj! Siempre igual, ¿es que no os cansáis nunca? ―se burló Isaac. Jacob dejó mis labios. ―Pírate por ahí ―le contestó, con un murmullo, arrancando unas hierbas para tirárselas sin mirarle, ni siquiera despegó su boca de la mía más de tres milímetros. Y acto seguido volvió a unir sus ardientes labios a los míos para comenzar a besarme de nuevo. Sí, tuve que reprimirme mucho. Por la tarde reiniciamos la marcha, eso sí, después de que los chicos se comieran otros tantos bocadillos más y esperásemos para que reposasen un poco la comida. Seguimos la caminata por la extensa pradera de ese claro y la continuamos por el bosque contiguo que la bordeaba. El camino se volvió

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angosto e incómodo de nuevo, lleno de ramas que nos impedían caminar bien, y después de varias horas recorriendo el boscaje, salimos a otra pradera desde la que se veía un enorme lago. Los quileute se carcajearon, contentos por haber llegado, y se echaron a correr en dirección al agua entre risas y aullidos, tirando las mochilas al suelo por el camino. ―Qué locos ―me reí, viendo la escena. Sin pensárselo dos veces, Jake y el resto de los lobos se metieron en el lago, dando grandes zancadas sobre el agua con sus largas piernas para terminar sumergiéndose del todo. Luego, se pusieron a hacerse aguadillas los unos a los otros. Los únicos que se quedaron en tierra fueron Ryam y Simon. ―Son igual que críos ―suspiró Leah, haciendo negaciones con la cabeza mientras sonreía al verlos. ―Realmente te compadezco ―le dijo Sarah, palmeando su hombro. Las gemelas soltaron unas risillas. Bueno, al menos parecían estar pasándoselo bien. ―¡Venga, chicas, veníos! ―nos instó Canaan, haciéndonos un gesto con la mano―. ¡El agua está muy buena! ―¡Ni hablar! ―rió Eve. ―Bah, vosotras os lo perdéis ―lamentó Shubael. Mientras Jake y los otros se lo pasaban en grande en el agua, me acerqué a la mochila y la abrí para ir sacando las cosas. Cogí la bolsa de la tienda de campaña, que se posaba en la parte superior de la mochila, y la dejé sobre la hierba. Cuando me puse a sacar la lona de la tienda para extenderla en el suelo, las demás me imitaron. ―Espera, te ayudo ―se ofreció Jake, saliendo del agua a toda prisa con esas grandes zancadas. Llegó a la orilla en dos segundos y se plantó junto a mí en uno. El resto de los chicos también se fijó en que estábamos montando las tiendas y fueron dejando el agua en estampida. Me fijé en mi chico, cómo no. El agua le chorreaba de todas partes. De su corto pelo, de su camiseta, de los pantalones, incluso de las deportivas blancas. La prenda que cubría su torso se le pegaba con ganas… ―Ahora estás empapado ―sonreí, acercándome a él para pasar mis dedos por su cabello. ―Nah, no importa ―minimizó, sonriéndome embobado.

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Le encantaba que mis dedos pasasen a través de su pelo. ―Será mejor que te quites esa ropa enseguida ―le aconsejé, retirando mi mano de su cabeza para que reaccionase―. Si montamos la tienda rápido, podrás cambiarte. ―Sí, mamá ―se burló. Le di un pequeño empujón en la cara con mi mano para ladearla en broma. ―Idiota ―reí. Se carcajeó un poco y se quitó la camiseta. Mis ojos no podían evitarlo, trabajaban por cuenta propia, y se fueron solos hacia su impresionante pecho desnudo para repasarlo bien. Daba igual cuántas veces lo vieran, jamás se cansaban de mirarlo y mirarlo. Con el resto de su cuerpo pasaba lo mismo, pero como ahora sólo tenía a la vista su torso… Jake se dio cuenta y alzó un lado de su labio para sonreírme con esa sonrisa torcida que me volvía loca. Noté cómo la sangre invadía la zona de mis mejillas sin que yo pudiese hacer nada para remediarlo y él sonrió más. Carraspeé. ―Ayúdame a montar esto, anda ―le pedí, agachándome para acceder a la tienda de campaña. ―Voy. Mi chico escurrió la camiseta, se quitó las deportivas con los mismos pies y extendió la prenda en la hierba, junto al calzado, para que fuese secando. Se acuclilló a mi lado y abrió unas cremalleras laterales que se dibujaban a ambos lados de la lona azul. Después, y con un sencillo gesto, tiró de los dos cordones negros que salían por ambas aberturas, me apartó hacia atrás con su brazo y la tienda despegó hacia arriba, montándose sola. ―Voalá ―me miró, sonriéndome. ―Oh ―musité, observando la tienda, sorprendida. ―Qué rápido, ¿eh? ―Creía que era de esas que se tardan en montar una hora ―reí, mirándole a él. ―Agradéceselo a Emmett, fue él quien nos la regaló, ¿recuerdas? ―Ah, sí ―recordé. Nos hacían tantos regalos por nuestros cumpleaños y por Navidad, que a veces ya se me olvidaban las cosas que nos regalaban.

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―Ahora sólo hay que asegurarla en el terreno ―declaró, sacando una bolsita de la propia bolsa en la que iba guardada la tienda. La abrió y vi cómo sacaba unos clavos grandes de metal y una especie de martillo. Mientras él afianzaba la tienda al suelo, los demás seguían montando sus viejas tiendas. Incluso nos dio tiempo a entrar, colocar los sacos y a que él se cambiase de ropa. Cuando todos terminamos la tarea, esa parte del prado quedó adornada con un puñado de tiendas de campaña de varios colores y formas que se distribuían en círculo, quedando las entradas en el interior del mismo. ―¡Ya está! ―exhaló Seth, dejándose caer sobre la hierba. ―Ten cuidado ―le regañó Brenda―. Todavía estás mojado, se te va a pegar toda la porquería a la ropa, y el verde de la hierba se quita fatal. ―Sí, sí ―accedió él, pegando un bote para levantarse. Desde que vivían juntos, en La Push, Brenda estaba muy pendiente de esas cosas. Se ve que Seth no tenía mucho tiempo para las tareas domésticas y que era ella la que tiraba de ese carro. La noche ya se estaba cerniendo sobre nosotros y se levantó una ligera brisa que no era fría, pero sí lo bastante fresca como para que a las féminas nos diese un respigón. ―Será mejor que hagamos una hoguera ―se percató Aaron, que ya estaba frotándole los brazos a Sarah―. Dentro de nada, hará más frío. ―¿Quieres que te ayude a calentarte? ―le preguntó Shubael a Alison, mostrándole una sonrisita. ―¿Cómo? ―pestañeó ésta, un tanto atónita. ―Me refiero a frotarte los brazos y eso ―le aclaró él, haciendo el gesto con las manos. ―Yo también puedo hacértelo ―se unió Isaac, diciéndoselo a Jennifer―. Es decir, frotarte los brazos ―se apresuró a aclarar. Las dos gemelas se miraron. ―No, gracias ―contestaron las dos a la vez, dirigiendo sendas miradas a los dos quileutes. Y acto seguido soltaron unas risitas tontas que hicieron que los dos metamorfos también sonrieran con satisfacción. ―Vosotros no paráis nunca, ¿verdad? ―suspiró Sarah, poniendo los ojos en blanco. ―Bueno, voy a buscar unos leños para hacer la pira ―dijo Jake, empezando a caminar hacia los árboles.

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―Voy contigo ―le acompañé, agarrándome de su mano en cuanto llegué a él. ―Yo también voy ―nos siguió Ryam. ―Espérame ―le pidió Helen, poniéndose a su lado. ―No hace falta que vengas ―le resopló Jake a Ryam―. Nosotros dos podemos de sobra. ―¿Qué pasa? ¿Es que queréis estar solitos? ―se mofó éste, con cierto retintín. ―Imbécil ―farfulló Jacob―. Sólo vamos a coger leños, ¿vale? ¿Te queda claro? ―el tono sarcástico de mi chico se fue incrementando. ―A mí como si coges el bosque entero ―masculló Ryam, mirando a otro lado. Helen y yo suspiramos a la vez. ―En fin, con cuatro que vayan a buscar leños ya son bastantes ―afirmó Seth, sentándose en la hierba. ―¡Seth! ―escuché que le regañaba Brenda. Y por el rabillo del ojo vi cómo él pegaba otro brinco para levantarse. Solté una risilla y seguí caminando, junto a Jake, Ryam y Helen. Nos adentramos un poco entre los árboles y Ryam tiró hacia la derecha, haciendo que Helen se fuera detrás de él, algo dubitativa. Mi chico se paró y yo lo hice con él. ―¿A dónde vas? ―quiso saber Jake, frunciendo el ceño, extrañado. Ryam se detuvo y se giró para mirarle. Helen se paró a su lado. ―Por aquí hay más leños ―le contestó él, señalando la zona con la mano. ―¿Qué dices? ―cuestionó mi chico―. Hay más por aquí, los he visto de la que veníamos. ―No, hay más por aquí ―rebatió Ryam, dándose la vuelta para comenzar a caminar hacia esa zona. Jake resolló por la nariz. ―Bueno, pues haz lo que te de la gana ―gruñó, y se giró hacia el otro lado, tirando de mí―. Nosotros vamos por aquí. ―Pues muy bien ―terminó Ryam, acompañado por Helen, que no sabía hacia dónde tirar al principio pero que acabó por irse con él. ―Pues vale ―concluyó Jacob, sin dejar de caminar. ―Sois como críos ―protesté, andando con Jacob. ―Estúpido. Siempre a su bola ―volvió a farfullar.

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Con el cabreo, Jake llevó sus pasos con más presteza y nuestra búsqueda se internó un poco más en ese bosque que ya era casi oscuro del todo, aunque tampoco nos alejamos tanto, por eso opté por no decirle nada y dejarle tranquilo. Al cabo de unos minutos, mi Jacob volvía a ser el Jacob cariñoso y alegre de siempre. ―Creo que aquí habrá leños, ¿no crees? ―le sonreí, al ver que su rostro ya estaba relajado. Jacob se paró, observando a su alrededor, y yo me detuve con él. ―Sí, creo que sí ―se rió, mirándome con esos ojazos negros. Me acerqué a él y le di un beso corto en los labios. ―Pues será mejor que nos pongamos a ello ya. Antes de que oscurezca más ―sugerí. ―Sí ―sonrió, rascándose la nuca al tiempo que repasaba el terreno con la vista para ver por dónde empezaba. Fui la primera que me agaché para comenzar a coger leños, pero él no tardó nada en seguirme. Mis brazos pronto se llenaron de palos grandes, sin embargo, los suyos abarcaron más cantidad y todavía tenían sitio de sobra. Nos miramos al darnos cuenta de eso y nos reímos, aunque Jake enseguida se puso a gastarme bromas, intentando colarme más palos a mí. ―¡No, Jake! ―me reí―. ¡Se me van a caer todos! ―Sólo un par de ellos más ―siguió bromeando, extendiendo la mano, que llevaba otro leño. ―¡No! ―protesté entre risas, apartando mis brazos. De repente, en medio de nuestras carcajadas, se escuchó el crujido de una rama, de una rama enorme que colgaba de algún árbol. Ambos nos alzamos con precipitación, en estado de alerta. ―¿Qué ha sido eso? ―musité, vigilando las alturas. ―No tengo ni idea ―murmuró él, apretando los dientes y los leños que albergaban sus brazos mientras sus ojos también escudriñaban las copas arbóreas. Y, de pronto, la fresca brisa trajo consigo un fuerte olor a amoniaco que me dejó completamente paralizada y helada.

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EN MEDIO Mi pulsera comenzó a vibrar con insistencia al instante, avisándome del peligro que se cernía sobre nosotros, y acto seguido diferentes crujidos de menor intensidad se fueron sucediendo con precipitación, cada vez se oían más cerca. Hasta que por fin pararon. Entonces, los leños se me cayeron al suelo automáticamente cuando vi lo que vi, y Jacob tiró los suyos, poniéndose delante de mí súbitamente para protegerme, aunque no se transformó. De entre las sombras de la copa de un árbol, apareció un ser monstruoso de ojos amarillos reflectantes, un ser con la forma de un humano descomunal cuyo cuerpo estaba bastante cubierto de un largo pelaje gris y cuya ropa estaba hecha trizas. No me lo podía creer. Era un licántropo. Mis ojos ya no podían estar más abiertos, y mi cuerpo se puso a temblar de inmediato, del pavor que ese monstruo me producía. Ya habíamos combatido con seres mucho peores, pero el recuerdo que tenía de aquel horrible licántropo que me había acosado hace años todavía me congelaba el alma. Jacob lo notó y me cubrió más. Ese monstruo pegó un ágil salto y aterrizó junto al tronco del árbol, a unos metros de nosotros. ―No te separes de mí ―murmuró Jacob. ―No ―conseguí musitar, con una respiración entrecortada. El licántropo se quedó quieto, observándonos con esos ojos que brillaban en la oscuridad como los de un gato, aunque su repulsivo labio se alzaba para mostrar parte de sus colmillos y su respiración se asemejaba a unos incipientes gruñidos. Jake aguardó, expectante, y esperó a la siguiente reacción del monstruo para ver si se transformaba o no.

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Durante ese transcurso de tiempo, me di cuenta de que este licántropo era del mismo tipo que el de Nahuel. Sus semejanzas físicas eran más que evidentes, pero había algo más. No había luna llena, y la noche todavía no había cubierto el cielo del todo. Los licántropos normales sólo se transformaban en la noche, y sólo cuando había luna llena, sin embargo, el licántropo mutado de Nahuel siempre seguía siendo licántropo de día, y sin luna llena por la noche. Pero tampoco se me pasó otra diferencia, y esta era la que me producía escalofríos. Los licántropos normales solamente perpetuaban su especie a través del contagio por mordedura, como los vampiros, sin embargo, estos otros licántropos podían hacerlo reproduciéndose. Recordé todo aquello sobre mis genes que nos había explicado Carlisle hace años y volví a sentir un rayo frío que atravesó mi cuerpo de arriba abajo. ¿Sería eso lo que quería este licántropo? ―Eres el Gran Lobo ―habló esa criatura de pronto, con una voz grave y profundamente gutural que hizo que incluso me sobresaltase. Ya se me había olvidado que los licántropos pueden hablar, por eso me tomó por sorpresa. Era cierto, el licántropo de Nahuel también había hablado una vez, aunque sólo lo había hecho en una ocasión, y su voz había sonado enlatada y vieja, por no haberla usado en muchos años. En cambio, se notaba que este licántropo hablaba con más asiduidad. Jacob se tomó su tiempo para contestar. Pero finalmente lo hizo. ―Sí, soy yo ―respondió, alzando la barbilla con autoridad y dominio―. ¿Cómo lo sabes? ―exigió que le revelase. ―Tu mirada es especial ―afirmó el licántropo. ―No me digas ―le dijo Jake, usando ese sarcasmo tan suyo―. ¿Y qué es lo que quieres? Los repugnantes ojos de ese monstruo oscilaron hacia mí y mi cuerpo se vio invadido por otro escalofrío. Jake se agazapó un poco automáticamente. ―No se te ocurra ni el amago de pensarlo, ni siquiera te atrevas a mirarla ―masculló Jacob, con ira contenida, haciendo que el licántropo apartase la vista de mí al instante y sus pupilas regresasen a las suyas. No podía ver sus ojos, porque estaba detrás de él, pero por el tono de su voz y por la cara de ese licántropo sabía que eran extremadamente amenazadores y agresivos―. Si la tocas, si la miras, te mataré ahora mismo, ¿entendido? ―Dicen que eres inmune a nuestra mordedura ―más que una afirmación parecía que el licántropo estaba haciendo una pregunta.

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―Veo que en el mundo de los licántropos las noticias también vuelan ―le corroboró Jake, siguiendo con la misma postura. El licántropo se quedó mudo durante un par de segundos, mirando a Jacob fijamente, como con resignación. ―No he venido a por ella ―declaró ese monstruo finalmente―. Me he encontrado con vosotros por casualidad. Parecía sincero. Pero mi pulsera seguía vibrando con insistencia, cosa que me desconcertó bastante. ―¿Entonces, a qué has venido? ―quiso saber mi chico, en un tono monocorde y claramente amenazador. De pronto, se escuchó el quejido de una rama pisada, a lo lejos, y el licántropo giró su cabeza precipitadamente, en esa dirección. Nosotros no giramos el rostro, pero también desviamos la mirada hacia allí durante un mínimo instante, para ver de qué se trataba. Entonces, de una forma completamente súbita y rápida, ese monstruo echó a correr en la dirección contraria, perdiéndose por las copas de los árboles con un gran salto. Antes de que nos diese tiempo ni de pestañear, aparecieron unos borrones supersónicos, pasando de largo a la velocidad de la luz, delante de nuestras narices, y se fueron para perseguir al licántropo. No parecieron percatarse de nuestra presencia, y si lo hicieron, parecía ser más importante ese monstruo. El olor no nos engañaba, pero por lo deprisa que iban, ya había deducido que eran vampiros, y pude contar hasta cinco. ―Jake, se dirigen a donde están todos ―me di cuenta de repente, poniéndome frente a él con presteza. Le miré a los ojos con preocupación―. Y las gemelas no saben nuestro secreto ―le recordé. ―Vamos ―apremió, apartándose a un lado―. Pero no te separes de mí. Se dejó caer hacia delante, extendiendo los brazos, y explotó mientras caía, de modo que aterrizó en el suelo con sus cuatro enormes patas, en la forma de mi precioso y espectacular lobo rojizo. Mientras tanto, yo aproveché para llevar la lengua de fuego por toda mi espalda y también me transformé. No esperé a que se tumbase, salté sobre Jacob casi en el mismo instante en que él se enderezaba, no podíamos perder más tiempo. Acto seguido, mi lobo echó a correr a toda velocidad, en la misma dirección que los vampiros y el licántropo.

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Mi aro de cuero seguía vibrando, cosa que ya me extrañaba más, porque la cosa ahora no iba con nosotros. Entonces, ¿por qué seguía vibrando? En estos tres años nunca había vibrado, ¿estaría confuso o algo así? Jacob emitió un aullido a una frecuencia muy baja, cerciorándose de que era totalmente inaudible por un oído humano, a fin de llamar a sus hermanos. Ya deberían de haber aparecido por allí, pero no parece que lo hayan hecho. Puede que se hayan desviado, aunque no podemos correr riesgos, afirmó mientras esquivaba todo como un cohete. Se conectó con el resto de la manada y la respuesta que esperaba no tardó en hacer acto de presencia en su cabeza. Shubael, Isaac y Cheran aparecieron con rapidez. Jake, ¿qué pasa?, quiso saber Shubael, algo alertado. Tenemos a un licántropo y a unos chupasangres por aquí, le reveló, siguiendo el olor que los cinco vampiros y ese monstruo habían dejado en el ambiente. Tú e Isaac veníos conmigo, el resto que se queden con las chicas en su forma humana. Ah, y procurad que no se enteren de esto, anda. Entendido, acató Shubael. Isaac, le llamó acto seguido. Sí, obedeció éste. No sé qué hicieron después, sólo vi a través de sus ojos cómo Cheran corría para adoptar su forma humana con el fin de regresar con los demás y cómo los otros dos lobos se internaban más en el bosque para venirse con nosotros. Luego, Cheran desapareció. ¿Necesitáis ayuda?, preguntó Sam, desde La Push. Como es lógico, habían escuchado toda la conversación. De momento, no, le respondió Jacob. Ya os aviso si veo que la cosa se pone fea. Estaos atentos. De acuerdo. ¿Cómo va todo por ahí?, quiso saber, sin dejar de correr y escudriñar el bosque. Ya ha terminado, desveló el lobo negro. Hemos acabado con unos cuantos, y el resto de la basura ha huido. No creo que se atrevan a volver por aquí, han recibido un buen escarmiento. Bien, aprobó mi lobo. Tú y tu grupo id a casa, ¿vale?, ya habéis hecho bastante. Llama a Quil y pásales el relevo a él y a su grupo para

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que sigan patrullando, les toca el turno de noche. Cuéntales toda esta movida, para que estén atentos. De acuerdo, aceptó Sam. Hasta mañana. Hasta mañana, se despidió Jacob. Y se desconectó de esa parte de la manada, dejándonos dentro de su cabeza solamente a mí y a los dos lobos que venían de camino a toda prisa. ¡El rastro sigue por aquí!, le dije, señalando la zona con el dedo. ¡Jake! ¡Ryam y Helen! Sí, lo sé, se dio cuenta, y escuché el rechinar de sus fauces. Los cinco vampiros y el licántropo habían virado y el olor se dirigía precisamente al lugar donde Ryam y Helen habían ido a recoger leños. Recé para que ya lo hubiesen hecho y hubieran regresado con el resto. ¡Están ahí!, exclamé al ver a los vampiros. No sé por qué lo hice, porque sus almas malvas ya se habían visto justo antes, rezumando entre la vegetación, y Jacob ya se había enterado de sobra, pero no lo pude evitar. Mis ojos se abrieron como platos cuando conseguimos tenerles bien visibles. Ahora, en mi condición de vampiro casi completo, podía verles y distinguir sus siluetas y aspectos con más facilidad. No daba crédito. Eran… Thiago y su grupo, masculló Jacob, con rabia, siguiendo el hilo de mi pensamiento. Los mencionados corrían a la velocidad del sonido entre el boscaje, siguiendo a ese hombre lobo que volaba por las copas de los árboles con la misma rapidez. Thiago iba en cabeza, por supuesto. Su larga coleta negra azotaba su espalda, igual que si de un fuerte látigo de cuero se tratase. ¿Qué hacen persiguiendo a ese licántropo?, pregunté, atónita. No lo sé, pero no deberían de estar aquí, gruñó, acelerando aún más para ponerse a su altura. El tal Thiago se percató de nuestra presencia y giró su rostro levemente para mirarnos de soslayo, aunque no nos hizo más caso y volvió la vista arriba para seguir persiguiendo al que parecía ser su único objetivo. Pero los otros cuatro vampiros eran otro cantar. Uno de ellos giró medio cuerpo mientras continuaba corriendo y nos dedicó un rugido que anunciaba su propósito de atacarnos de inmediato.

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―Déjales ―le ordenó Thiago, sin ni siquiera dirigirle la mirada―. Es el Gran Lobo. No hizo falta que dijera más. El vampiro que nos amenazaba guardó su dentadura al instante y nos observó con cara de susto, fijándose mejor en mi colosal lobo rojizo. Inmediatamente, se giró hacia delante y siguió con sus otros menesteres. No pueden atacarnos, caí, sorprendida por ese recordatorio. Si lo hacen, vulnerarán el tratado, ratificó mi lobo. Ya saben lo que les espera, de ser así. Con el tratado, ellos no podían tocarnos, pero nosotros a ellos tampoco, a no ser que incumplieran alguna de las normas, así que de momento tenían las espaldas bien guardadas, de ahí su tranquilidad para con nosotros. Sabían que Jake no podría hacerles nada, mientras no incumplieran el tratado. Escuché otro rechinamiento rabioso en las muelas de mi lobo al ver mi pensamiento. Ups. ¡Ya estamos aquí!, anunció Isaac, y por el rabillo del ojo vimos que los teníamos detrás. ¿Quiénes son este Thiago y su grupo?, inquirió Shubael. Luego os lo cuento, le contestó Jake. ¡Ryam y Helen están ahí!, les comuniqué con frenetismo cuando les vi, gracias al fulgor de sus almas doradas, que me avisaron incluso antes de que mi aguda vista consiguiera divisarles. La pareja estaba sentada en el tronco de un árbol, bastante acaramelados, por cierto. Ni siquiera se percataron de lo que se les venía encima. Mierda, ¡¿qué narices hacen ahí?!, gruñó Jacob. Pues lo mismo que harías tú si estuvieses ahí con Nessie, respondió Isaac, en un tono un tanto burlón. Di gracias de que en estos momentos fuera un vampiro casi completo y mi sangre fluyera por mis venas con esa lentitud más parecida al estado inmóvil, porque de lo contrario me hubiera puesto roja como un tomate. Ese idiota, farfulló mi lobo. Por eso insistía en irse por ese lado, ya sabía que yo querría ir por el otro. Tanto decirme a mí, y es él quien quería irse con ella para retozar. ¡El licántropo los ha visto y va a lanzarse a por ellos!, le avisé, al ver cómo ese monstruo ya se preparaba para saltar sobre mis amigos con el fin de llevárselos como presa.

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Estaba claro que, si podía, no iba a desaprovechar la ocasión de cazar algo por el camino. Este era un comportamiento muy normal en los licántropos, dado que eran muy variables e impredecibles, no se regían por pautas fijas, ni siquiera en momentos como este, y ni siquiera ellos podían controlarlo. ¡Cárgatelo!, le propuso Shubael a Jacob. ¡No puedo interferir así por culpa de ese maldito tratado!, se quejó él. ¡Jake!, grité mentalmente, cuando vi que el licántropo ya iba a impulsarse. ¡Agárrate fuerte, Nessie!, me ordenó Jacob, y así lo hice. Mi impresionante lobo rojizo no se lo pensó dos veces. Apretó el paso y pegó un salto hacia allí, plantándose delante de Ryam y Helen, que dejaron de morrearse, sobresaltados. ―¡¿Pero qué…?! ―la protesta de Ryam se cortó de sopetón cuando vio el peligro que se les venía encima: un enorme hombre lobo arrojándose hacia ellos mientras Jake se interponía, rugiendo con furia. Mi pulsera no había dejado de vibrar, pero ahora lo hizo con contundencia y se preparó para erigir su burbuja protectora. Entonces lo vi todo claro. Por eso seguía vibrando. Desde que Jacob había desarrollado todo su poder, mi aro de cuero era más poderoso, puesto que siempre iba en consonancia con el Gran Lobo. Ahora no sólo me avisaba de los peligros que se cernían sobre nosotros dos y que afectaban a nuestra relación de pareja, sino que también lo hacía con las personas queridas que nos rodeaban, y me advertía de cualquier peligro, actuando, además, cuando se le necesitaba. Pero no hizo falta que mi pulsera trabajase, ese licántropo era listo, y le tenía respeto al Gran Lobo, con lo que decidió cambiar de planes y de dirección. Se enganchó a una rama con esas manos peludas que morían en sus largos brazos, igual que si fuera un mono, e hizo que sus pies chocasen contra el tronco de un árbol para propulsarse hacia otro lado, evitando así un encontronazo con Jacob y conmigo. El licántropo cambió de dirección, los cinco vampiros hicieron lo mismo para continuar persiguiéndolo y nosotros cuatro dejamos a Ryam y a Helen detrás, todavía con las bocas colgando de la sorpresa y el susto. Ahora nos encontrábamos en medio de esta trifulca que no tenía nada que ver con nosotros, pero teníamos que cerciorarnos de que no iban a la zona de las tiendas de campaña.

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Diles que vayan con el resto. Estarán más seguros allí, me pidió Jake al tiempo que galopábamos detrás de ese huracán formado por el licántropo y los cinco vampiros de Aro. Ah, y que no les digan nada a las chicas. ―¡Id con los demás! ―les retransmití a nuestros amigos―. ¡Y no les contéis nada de esto a las chicas! Por el rabillo del ojo vi cómo Ryam por fin reaccionaba y cogía a su novia de la mano para salir pitando de allí. El monstruo era tan impredecible, que una vez más, cambió de rumbo, y la nueva dirección no me gustaba nada. ¡Se dirige hacia el lago!, se percató Isaac. ¡Maldita sea!, masculló mi lobo. Dos de los vampiros saltaron y se engancharon a las ramas para seguir al licántropo por las mismas alturas que recorría él. El resto continuamos esa marcha frenética por el suelo, persiguiendo a Thiago y sus dos vampiros. ¡Tenemos que hacer algo! ¡El claro ya se ve desde aquí!, exclamé. Jake apretó los dientes y pegó un acelerón considerable. Consiguió llegar a ellos y se puso a galopar a su lado, con Shubael e Isaac pisándonos los talones. Le dedicó un rugido al licántropo y consiguió que éste se desviase hacia otro lado, haciendo que los cinco vampiros le siguieran en esa dirección, unos desde el suelo y los otros dos desde las ramas. Como si de una manada de ovejas se tratase, Jacob les fue conduciendo a una zona más alejada. Pareces un perro pastor, tío, bromeó Shubael. Ja, ja, muy gracioso, ironizó mi lobo. Anda, cerrad el pico y haced algo. ¡A la orden!, exclamó Isaac con alegría. Nunca entendería por qué les gustaba tanto este tipo de acción. El lobo marrón claro corrió hacia el otro lado para cercar al licántropo y a sus cinco vampiros perseguidores, limitando aún más sus movimientos. Shubael se quedó en la retaguardia, por si volvían a cambiar de dirección. Ahora parecíamos unos vaqueros que llevasen su ganado vacuno a alguna parte. Thiago miró a Jake de reojo, levantó un lado de su labio, pero no protestó. Esto le venía bien para cazar al hombre lobo. Uno de sus vampiros consiguió moverse en zigzag por las ramas y se arrojó hacia el licántropo, con las manos por delante. Sin embargo, ese

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monstruo también era muy ágil, aparte de rápido, y pegó un bote altísimo que le salvó de las garras de su opresor, al cual no le quedó más remedio que engancharse a otra rama para no caerse de morros en el suelo. De repente, el licántropo se apoyó en un tronco y cambió de dirección para lanzarse hacia Isaac en forma de torpedo rabioso. ¡Cuidado!, grité, horrorizada. ¡Mierda!, protestó Jacob. Isaac no era como Jake. Si ese licántropo le mordía, le contagiaría la rabia y terminaría muriéndose con una muerte lenta y dolorosa. Mi aviso no sirvió para que a Isaac le diese tiempo a reaccionar, pero el poder espiritual de Jake actuó. Éste erigió su burbuja brillante protectora al instante y la envió con rapidez hacia el lobo marrón claro. Al desplegarse, la burbuja empujó a Thiago y a los dos vampiros que le acompañaban, lanzándolos hacia delante con fuerza, como si una mina les hubiese explotado en los mismos pies. Los tres se cayeron de bruces en el terreno al tiempo que la brillante burbuja impelía a los dos vampiros de las ramas, arrojándolos sobre la hierba, y al que era su única diana: el licántropo, que por supuesto no pudo llegar a Isaac. Eso sí, la suerte estaba de su lado y quiso que éste lograra engancharse a una rama, por lo que no se cayó. Esta burbuja era protectora, no ofensiva, por lo que ellos salieron totalmente ilesos. Otra cosa hubiera sido que Jacob la hubiese calentado y la volviera de fuego, entonces la burbuja hubiese pasado a ser ofensiva y ellos habrían salido calcinados de inmediato, puesto que las almas de todos ellos eran malvas. Ese monstruo no perdió el tiempo y aprovechó su oportunidad. Con un movimiento rapidísimo y urgente, pegó un enorme salto que le llevó directamente tres árboles más allá, y, de esa guisa, siguió recorriendo el entramaje arbóreo hasta que desapareció en un segundo. Los tres lobos se detuvieron al ver la escena. Guau, mira eso, dijo Shubael, pestañeando. Sí, el maldito es muy rápido, reconoció Jake, aunque con enfado. Thiago y su grupo se levantaron del suelo con precipitación y rechinaron las muelas cuando vieron que el licántropo había escapado. Entonces, el líder del grupo se giró para mirarnos y el resto le imitó.

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LICÁNTROPO Thiago no hizo nada, aunque su mirada acusadora lo decía todo: culpables. Sin embargo, Jacob sí que estaba visiblemente cabreado. Shubael, ve a buscarme unos pantalones, le ordenó, sin quitar la vista al vampiro de Aro. Fue cuando me di cuenta de que su ropa se había hecho jirones durante su rápida transformación. ¿Y por qué yo?, protestó éste. Porque lo digo yo, gruñó Jake, que ya estaba deseando tener una conversación con el jefe de ese grupo de matones. El lobo gris moteado gañó, pero obedeció la orden de su líder y se marchó a toda prisa, en dirección a las tiendas de campaña. ―Le teníamos, y por tu culpa le hemos perdido ―protestó uno de los vampiros, viniendo hacia nosotros. Era el mismo que se había girado y nos había rugido durante toda aquella persecución. Jacob le mostró su poderosa dentadura para que no se excediese en confianza y el individuo se detuvo al instante. ―Calma ―le solicitó Thiago, si bien no podía ocultar su malestar, poniéndole su brazo delante a su subordinado para que no se acercase más. El resto de vampiros se posicionaron junto a él. Se hizo un momento de silencio que me pareció eterno, dada la tensión que se respiraba en el ambiente. Shubael no tardó en llegar mucho más, portando uno de los pantalones que Jake había traído a la acampada, en la boca. Puaj, podías habértelos atado a tu cinta, se quejó Jacob. Es lo que hay, declaró Shubael, dejándoselos en el suelo.

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Esta vez fue Jake el que gañó. Los recogió con sus fauces y se retiró detrás de un árbol para cambiar de fase. Me bajé de su lomo de un salto y le cogí el pantalón, a la espera de que se transformase en humano. Jacob no esperó más. Alzó sus patas delanteras a la vez que explotaba y mi lobo se transformó en mi impresionante marido en menos de un chasquido de dedos. Automáticamente, dejé de escuchar los pensamientos de Isaac y Shubael y mi visión volvió a la normalidad, dejando de ver almas y todas esas cosas. No era el momento, desde luego, pero no pude evitar que la comisura de mi labio se alzara un poco ante semejante vista, aunque él estaba demasiado ofuscado como para fijarse en eso. Le pasé los pantalones, se los puso y su mano enganchó a la mía para salir a escena. ―¿Se puede saber qué hacéis aquí? ―exigió saber, de malos modos, nada más aparecer de detrás del tronco. ―Creo que es evidente que estábamos dando caza a ese licántropo ―declaró Thiago, usando el mismo tono y gesto arrogante que había utilizado la primera vez que nos habíamos encontrado con él. ―Eso ya lo sé ―resopló Jake―, pero, ¿por qué demonios estáis por estas tierras? ―No sé si lo sabes, pero ese licántropo corretea por estos bosques a sus anchas ―afirmó el vampiro―. Deberíais estar más atentos. Isaac le gruñó, como protesta. ―No ha habido noticias de desapariciones ni de muertes en los alrededores, y espero que siga siendo así ―le advirtió Jacob. ―Tranquilo, tu tribu y la gente de Forks no están en nuestro menú ―contestó el jefe de los matones de Aro, mostrando una sonrisa insolente―. Sin embargo, aunque ese licántropo todavía no ha cazado por aquí, acaba de hacerse con este territorio. ―Este no es su territorio. Y el vuestro tampoco ―le dejó claro mi chico. ―No está dentro del tratado ―alegó Thiago, alzando el mentón. ―Sigue siendo mi territorio ―insistió Jake, levantando el suyo. ―No lo hemos incumplido. El tratado se refiere a los límites de Forks y La Push ―replicó el vampiro―. Esta zona no pertenece a vuestro pueblo, pues se trata del Parque Nacional de Olympic. ―Me importa una mierda ―masculló Jacob, acercándose a él para ponerse casi en un cara a cara―. Te repito que sigue siendo mi territorio. ―Jake… ―le paré, cauta.

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―No, Nessie ―protestó, echándome un fugaz vistazo para volver la vista a los vampiros después―, no tienen que estar aquí. ―Los que no deberíais de estar aquí sois vosotros ―intervino el vampiro que antes había sido detenido por Thiago. El susodicho también recogía su oscuro cabello en una coleta, aunque ésta era más corta y estaba entrelazada en una trenza. ―¿Cómo dices? ―cuestionó Jacob, con cara de muy malas pulgas, mientras Shubael e Isaac se dedicaban a gruñir y a mostrar sus poderosas dentaduras. ―Si no os hubieseis metido, hubiéramos atrapado a ese licántropo ―le contestó el vampiro de trenza, enfadado. ―Te repito que estáis en nuestro territorio ―reiteró mi chico, dando una voz―. Todo lo que pase aquí es asunto nuestro, ¿lo pillas? Aunque no lo pareciera, Jacob se estaba controlando bastante. ―Basta ―le regañó Thiago al vampiro de trenza, que ya iba a abrir la boca otra vez. Los otros tres vampiros se dedicaban simplemente a observarnos, eso sí, no con muy buenas caras. Aproveché para fijarme más en esos tres vampiros que también acompañaban a Thiago. Todos tenían su cabello castaño oscuro o negro y eran bastante fuertes. Uno de ellos era más bajo que los otros, y llevaba su ondulado cabello corto, otro lo llevaba corto, pero era liso, y el último llevaba su media melena suelta, ésta le llegaba a la altura de las mejillas en una sucesión de mechones desmechados y desigualados. Me pregunté si lo llevaría así por moda o porque estaría algo loco, porque era la sensación que causaba. Por supuesto, todos gozaban de unos ojos de color escarlata, y pude descifrar con total claridad cómo esos cuatro pares de pupilas nos miraban a Jacob y a mí con un trasfondo de repugnancia y censura. Prácticamente nos escupían con la mirada. No pude retenerlo, y mi labio superior se alzó un poco para mostrarles mis colmillos. No me podía creer que a estas alturas lo nuestro todavía causase ese efecto, que todavía siguieran con esos prejuicios sólo porque Jake era un hombre lobo y yo un semivampiro. Dichosos prejuicios, ya me tenían harta. Sabía que lo mejor era pasar de ellos y de esas reacciones estúpidas, pero me ofendía tanto su manera de pensar. El vampiro más bajo desvió su mirada. Fue muy fugaz y casi imperceptible, pero mi vista casi vampírica del todo me permitió ver cómo sus ojos descendían hasta mi vientre y los volvía a subir,

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disimuladamente. Sentí un escalofrío enorme que atravesó todo mi cuerpo, como un balazo de hidrógeno congelado. Jacob se dio cuenta. Me observó durante un breve instante, apretó mi mano y acto seguido les clavó una mirada amenazadora y agresiva a los vampiros. ―Veo que las cosas siguen igual ―habló Thiago, antes de que a Jake le diera tiempo de decir nada. Y su vista bajó sin tapujo alguno a mi vientre. ―¿A qué te refieres? ―quiso saber él, mosqueado. Estaba claro que ya lo sabía, como yo, pero que quería escucharlo por boca del propio Thiago. ―Aún no habéis procreado ―dijo, y le costó soltar el vocablo. Procreado, menuda palabra. Resoplé. Los cuatro vampiros que le acompañaban también lo hicieron con sendos gestos de hastío. Era el colmo. Incluso Shubael e Isaac se percataron de esto y les gruñeron. ―No tenemos prisa ―le respondió Jacob, alzando el mentón con chulería para contrarrestar todas esas reacciones. ―O tal vez eso no sea posible ―cuestionó Thiago―. Dudo que vosotros podáis concebir hijos. Hijos normales, me refiero ―matizó. Mi mano suelta se cerró en un puño rabioso. ―Claro que podemos tener hijos ―le repliqué yo, con rabia―. No voy a darte una explicación sobre nuestros genes, pero, aparte de eso, está la profecía para ratificarlo. Thiago torció el gesto, aunque todavía con disconformidad. ―De todos modos, vuestros… hijos ―otra vez le costó soltar la palabra― serán aberraciones. Híbridos de híbridos. Engendros hechos por dos especies diferentes. Sus palabras me dolieron en el alma. Sabía que eso era mentira, una estupidez soltada por un idiota con prejuicios, pero que hablara así de nuestros futuros hijos, me quemaba el hígado, porque la imagen de nuestros hijos que yo siempre tenía en mi mente era la de un niño tan guapo como Jacob, sano, alegre, travieso y jovial, o la de una niña que crecía a pasos agigantados, inteligente, hermosa, cariñosa y dulce, no la de unos monstruos o unos engendros. Mi puño comenzó a temblar, dispuesto a lanzarse contra su pétrea y dura cara, y los dos enormes lobos que teníamos a ambos lados se

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agazaparon mientras le gruñían para mostrarle su disconformidad por ese discurso. Jake enseguida se percató de mis sentimientos. ―Cierra esa bocaza de una maldita vez, si no quieres que te mate aquí mismo ―masculló, apretando los dientes con cólera contenida―. Estás empezando a tocarme mucho las narices. Además, si tenemos hijos o no, no es asunto tuyo. ―Oh, claro que lo es ―le contradijo, mostrándole una sonrisita arrogante. ―¿Por qué? ¿Es que has venido a espiarnos de nuevo? ―quiso saber mi chico. ―Ya te lo dije en Santa Lucía. Si quisiera espiaros, me habría tomado las molestias de esconderme ―le contestó―. No, no he venido a espiaros. Si estamos aquí es porque ese licántropo estaba por estas tierras. ―Entonces, ¿por qué dices que es asunto tuyo? ―inquirió Jacob, interesado en conocer esas extrañas razones. ―Hay gente que no está dispuesta a arriesgarse a que procreéis ―reveló el vampiro, más serio. ―¿Como tus queridos Vulturis? ―aventuró Jake, usando un tono ácido. ―No se trata de Aro. Los Vulturis han aceptado el tratado, les da igual si es contigo o con tu futura prole. Me refiero a Razvan y los suyos ―desveló de nuevo. Escuchar ese nombre me produjo otro escalofrío, porque hacía tanto que no sabíamos de él y los otros―. Yo que tú me andaría con cuidado el día que decidáis… procrear. Me mordí el labio, preocupada. ―Parece que sabes mucho del tema ―le dijo Jake, otra vez con acidez. Thiago se quedó en silencio unos segundos, observándole. ―Nosotros sabemos muchas cosas de Razvan, Nikoláy y Ruslán ―afirmó finalmente. ―O sea, que todavía siguen vivos ―adivinó mi chico, resoplando―. Y vosotros sois los encargados de dar con ellos para cargároslos, ¿no es eso? El jefe de los vampiros no dijo nada, pero su sonrisa ya fue toda una afirmación. ―¿Y ese licántropo? ¿Tiene que ver con todo esto? ―le preguntó.

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El vampiro sostuvo su sonrisa, y su silencio. Se dio media vuelta, con sus cuatro súbditos y comenzó a caminar. ―Hey, ¿me has oído? ―protestó Jacob―. ¿Ese licántropo tiene algo que ver con Razvan, Nikoláy y Ruslán? ―Nos veremos pronto ―aseguró Thiago. Y, de pronto, desaparecieron entre el boscaje. Jacob frunció los labios mientras miraba a ese horizonte arbolado que ya no estaba habitado por nadie. ―Maldita sea… ―farfulló, malhumorado―. Ahora nos ha dejado con la duda. ―¿No vamos a seguirles? ―le pregunté, poniéndome un poco frente a él para verle mejor. ―Ojalá pudiéramos ―bufó, tirando de mí para darse la vuelta―, pero con ese maldito tratado, no puedo hacerles nada. Ellos tienen que ir a su bola y yo tengo que ir a la mía, ¿entiendes? De eso se trata. El lobo gris moteado y el marrón claro comenzaron a seguirnos cuando echamos a andar hacia las tiendas. ―Ha dicho que nos veremos pronto ―recordé―. ¿Crees que volverá por aquí? ―Ni idea ―suspiró, con desagrado. Yo también suspiré. Las tiendas de campaña empezaron a divisarse a través del entramaje de troncos. La noche ya se había hecho con el cielo totalmente y, aunque era oscura debido a la ausencia de luna, mi vista de casi vampiro me permitía ver mejor que normalmente en la negrura. Los dos lobos corrieron a esconderse para cambiar de fase y entonces recordé que yo también tenía que hacerlo. ―Jake, tengo que beber ―le dije. ―Ah, sí ―se acordó, llevándose la mano a la nuca―. Chicos, vamos a cazar algo, así que tardaremos otro poco. ―¿Y qué les decimos a las chicas? ―interrogó Shubael, ya saliendo de su escondite. ―No sé, inventaos algo ―le contestó, tirando de mí hacia el otro lado para dirigirnos al boscaje de nuevo. Los dos quileute se miraron y se encogieron de hombros, y Jake y yo echamos a correr para buscar presas.

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No había pasado mucho tiempo más cuando regresamos, tan sólo unos veinte minutos, pero a los demás debió de parecerles eternos. ―¡Ya era hora! ―exclamó Sarah, riéndose. ―Qué, ¿ya habéis terminado? ―siguió Eve. El círculo que formaban las tiendas se llenó de risitas pícaras y entonces supe qué excusa habían puesto esos dos. Noté cómo mis mejillas adquirían el mismo color que la hoguera que ya habían hecho nuestros amigos, se notaba que hacía un buen rato. ―Idiotas ―murmuró Jake, recriminando a Shubael y a Isaac. Éstos carraspearon y miraron a otro lado para disimular. Encima, Jake sólo vestía unos pantalones, que, para colmo, no eran los mismos con los que se había marchado para buscar leños, con lo cual vete tú a saber lo que se estaban imaginando ellas. Menos mal que los chicos quileute, y Leah, sabían la verdad. Nos habían dejado un sitio, así que Jake y yo nos sentamos junto a ellos, frente a las llamas de la pira. El resto de quileutes y Jake se miraron con una complicidad más bien seria. No diría que estaban preocupados, pero estaba claro que iban a estar atentos toda la noche. ―¿Es que no os aguantabais o qué? ―me cuchicheó Jennifer, que estaba justo a mi otro lado. Su risilla hizo que me pusiera más colorada. ―Basta, por favor ―gemí. Lo peor de todo es que tenía que pasar por esto sin que hubiésemos hecho nada, porque si lo hubiéramos hecho, me atendría a las consecuencias y ya estaba. Empecé a arrepentirme de no haber aprovechado la ocasión. Total… ―¿Qué hay para cenar? ―preguntó Jacob para cambiar de tema. ―Latas ―le respondió Seth, alzando una de ellas con una amplia sonrisa. ―Yo también he traído ―le dije, cogiendo nuestra mochila, que ya la habían colocado en nuestro sitio. La abrí y fui sacando todas las que había metido. ―¡Menudo arsenal! ―se rió Aaron. ―Mi chica me cuida muy bien ―presumió Jake, sonriéndole con satisfacción. ―También son para mí ―apuntillé, mirándole mientras dejaba en el suelo la última lata. Jake hizo una mueca. Solté una risilla y le di un beso corto.

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―Dime, ¿cuála te apetece? ―inquirí. ―Esta ―señaló―. Pero trae, ya me encargo yo ―y la cogió él para abrirla. Nos pasamos el resto de la velada cenando y charlando, aunque los chicos observaban la profunda oscuridad del bosque que nos lindaba, de vez en cuando. Después, fingieron que iban a jugar con el balón, pero en realidad era una excusa para organizar unos turnos de vigilancia nocturna sin que las chicas se enterasen. Jugaron un poco, para seguir disimulando, y luego se hicieron los cansados para volver con nosotras, que habíamos permanecido junto a las llamas, hablando. La idea inicial era la de acampar, poner música y jugar a algún juego divertido mientras tomábamos unas cervezas, pero con todo el asunto del licántropo decidieron suprimir la música para poder escuchar cualquier sonido del bosque. Cheran alegó que se le había olvidado ponerle pilas al estéreo. Pero sí jugamos y tomamos esas cervezas sin alcohol que ya estaban tibias. Las horas pasaron, tengo que reconocer que sin darnos cuenta, porque al final lo estábamos pasando bien. Jennifer había tenido que darle un beso a Isaac, por el juego, y el asunto había resultado divertido. Fue reacia al principio, pero cuando vio la cara suplicante de éste, terminó dándole un pico. Si supiera que hacía unas horas él había estado a punto de ser mordido por un venenoso licántropo, creo que se lo hubiese dado más largo. No sé por qué me daba que el quileute le gustaba un poco, tendría que hablar con ella en privado para sonsacárselo. ―¿Nos vamos a dormir? ―me propuso Jake, sacándome de mis pensamientos―. No sé tú, pero yo estoy reventado ―y levantó los brazos para estirarse. ―Claro ―asentí. Nos levantamos y Jacob enseguida cogió mi mano. ―Bueno, tíos, hasta mañana ―se despidió, ya tirando de mí para llevarme a la tienda. ―Hasta mañana ―me despedí, también. ―Hasta mañana ―dijo Seth―. Nosotros tampoco tardaremos nada en irnos a dormir. ―Sí, yo también tengo sueño ―Brenda bostezó. Jacob subió la cremallera que cerraba la tienda y me la dejó abierta con su brazo para que pasase. ―Gracias ―le sonreí.

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―Encantado de servirla, señorita ―bromeó, haciéndome una reverencia mientras yo entraba. ―Señora ―le maticé―. Señora Black. ―Ah, sí, eso ―Jake se agachó un poco y pasó detrás de mí―. Pues encantado de servirla, señora Black ―y bajó la cremallera. ―Eso está mejor ―sonreí, sentándome en el saco. Mi chico se rió y se metió dentro del lecho. Habíamos abierto los dos sacos del todo para montar una especie de cama, así podíamos dormir juntos. El mío estaba debajo y el suyo arriba, en forma de manta. Me descalcé ―Jake ya lo estaba, pues sus deportivas se habían quedado en mitad del bosque, destrozadas. Menos mal que había traído otro par―, dejé mis playeras a un lado y me eché en el saco. Jacob no tardó en girarse para acogerme entre sus brazos, así que me volteé y me acurruqué en su pecho desnudo, abrazándole yo también, con fuerza. Mi boca se curvó con satisfacción automáticamente. No había sitio mejor en el mundo que este. Giré el rostro, inspiré su maravilloso efluvio y volví a apoyar mi mejilla en su cómodo y calentito torso, sonriendo de felicidad. El éxtasis total vino cuando él me besó en la coronilla y comenzó a pasar sus extraordinarios dedos por mi pelo. Me sentía tan segura entre sus brazos, tan protegida, tan amada. Sus fuertes latidos retumbaban en su pecho, pero eran calmados, rítmicos, arrulladores. Me relajé al momento. Aunque el tema del licántropo rebotaba en mi cabeza continuamente, y eso me hizo caer en una cosa. Tal vez no disfrutara de esto toda la noche, porque si Jacob tenía que hacer guardia… ―¿Cómo vais a hacer con los turnos de vigilancia? ―le pregunté con un cuchicheo, sin despegarme ni un ápice de su pecho. ―Ah, no te preocupes ―adivinó, hablándome con un murmullo―, Cheran, Shubael, Isaac y Collin se turnarán entre ellos para vigilar, así que estaré contigo toda la noche. Sus dedos continuaban peinando los mechones de mi melena. Sólo me faltaba ronronear. ―¿Es por nosotras? ―No les mandé yo, se ofrecieron ellos ―me aclaró―. Ellos son los únicos aquí que no tienen pareja. Tú no, porque sabes todo lo que pasó, pero si alguno de los otros dejara a su chica en plena noche para vigilar, ellas se mosquearían bastante, ¿no crees? Bueno, y Simon, en el caso de Leah.

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―Sí, tienes razón ―reí―. Se darían cuenta de que pasa algo. ―Por eso es mejor que vigilen esos cuatro. ―Ajá… ―susurré. ―¿Te estás durmiendo? ―inquirió, hablándome con un murmullo ronco que me sonó como lo más dulce del mundo. ―No ―mentí. No quería dormirme. Quería disfrutar de esto un poco más, charlar con él… ―Sí, sí que te duermes ―me contradijo, soltando una risa sorda. …pero los párpados se me cerraban. La verdad es que estaba agotada. La caminata había sido larga, y toda la tensión acumulada por lo del licántropo y los vampiros de Aro me había dejado molida. Y los dedos de Jacob eran prodigiosos, demasiado, así como su acogedor, protector y calentito abrazo. Los latidos de su corazón, el aire rellenando sus bronquios, su pausada respiración… ―No… ―intenté negar de nuevo. …así que me dormí.

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DECISIÓN El día era nublado, como casi siempre. Salí de casa y me dirigí al garaje para coger el coche. Me subí a mi forito blanco, arranqué y lo saqué de allí. No tardé en encaminarme hacia la senda que unía nuestra casita roja con la carretera de La Push. Pasé por delante del hogar de Billy, el cual se encontraba en el porche, haciendo uno de sus crucigramas, y detuve el vehículo para saludarle. Él también me sonrió cuando me vio. Me incliné sobre el asiento vacío del copiloto e hice girar la manivela para bajar la ventanilla. ―Buenos días, Nessie ―me saludó. Parecía realmente contento al verme. ―Hola ―sonreí. ―¿Cómo os encontráis hoy? Me extrañó que lo preguntase en plural, pero enseguida me percaté de que se refería a Jacob y a mí. ―Ah, muy bien ―le contesté. El quileute asintió, feliz. ―¿Y a dónde vas? ―se extrañó de pronto. ―Al supermercado, a hacer la compra semanal ―le revelé. ―¿Y vas tú sola? ―se volvió a extrañar―. ¿No va nadie de la manada contigo? Fruncí el ceño, sin entender. ¿Y por qué iba a tener que venir conmigo nadie de la manada para hacer la compra? ―No ―vocalicé, dejando notar mi estupor―, creo que yo sola puedo arreglármelas bien. Billy resopló entre dientes, nada conforme. ¿Pero qué le pasaba hoy? ―No deberías ir tú sola por ahí ―declaró, algo nervioso. ¿A qué venía ahora esa preocupación por mí?

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―Sólo voy al supermercado, Billy, no va a pasarme nada ―afirmé, quitándole importancia para que él se tranquilizase. ―Bueno, supongo que ese sitio estará lleno de gente, aunque, de todas formas, llamaré a alguno de los chicos para que te acompañe. Qué insistencia. ―No hace falta, puedo yo sola, de verdad ―reiteré―. En fin, tengo un poco de prisa ―mentí―, así que me voy. Mi suegro asintió, si bien su cara decía a las claras que no iba a ceder en sus intenciones de llamar a alguien. Suspiré. ―Hasta luego ―me despedí, empezando a cerrar la ventanilla. ―No debes hacer esfuerzos, recuérdalo ―me aconsejó, ahora usando un tono más bien protector y paternal―. Ve poco a poco. Pestañeé, perpleja. ―Yo soy muy fuerte, Billy ―le recordé, y subí el cristal del todo. Me despedí con la mano y él hizo lo mismo, pero cuando arranqué, por el espejo retrovisor vi cómo giraba las ruedas de su silla a toda prisa para meterse en casa. Oh, no. Este iba a llamar a alguno de los chicos. Resoplé. ¿Desde cuando se había vuelto tan sobreprotector conmigo? ¿O es que se había vuelto tan machista como para buscarme una carabina? No lo entendía. Salí a la carretera de La Push y me encaminé hacia el supermercado del pueblo. Mi plan inicial era ir tranquilamente, sin prisas, pero aceleré, porque sólo de pensar en que uno de los chicos apareciese por allí para acompañarme, hacía que me muriese de la vergüenza. Como si fuese una niña. Chisté. Mi forito se movió con rapidez por la carretera y fui rezando todo el camino para que llegase antes que alguno de los metamorfos. No tardé mucho más en llegar al parking del supermercado. Entré como una bala y estacioné del mismo modo. Miré a mi alrededor y suspiré con alivio cuando vi que no había ningún metamorfo a la vista. Apagué el motor y me bajé del coche. Entré en el establecimiento y cogí uno de los carritos, la compra iba a ser grande. Con un lobo en casa, había que llenarlo. Enseguida me puse manos a la obra. Rodé las ruedas de aquí para allá, recorriendo esos pasillos que ya me sabía de memoria mientras iba cargando el carro con los productos de sus estanterías.

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Pasé a la sección de frutería y también fui llenando bolsas. Cuando terminé allí, deposité la última bolsa en el carro e inicié la marcha hacia otra sección. Caminé por delante de unas baldas llenas de envases de cerezas y pasé de largo, sin embargo, mis pies se pararon de sopetón y recularon hacia atrás para mirarlas mejor. Me mordí el labio inferior al verlas, porque, de pronto, me entraron unas ganas enormes de comerme unas cuantas. Eran tan redondas, tan rojas, tan jugosas… Cogí un envase, no, mejor dos, y eché a caminar de nuevo. El resto de la compra la hice con rapidez y de forma automática, ese supermercado lo conocía bien. Pagué en la caja, lo cargué todo en bolsas de papel, metiéndolas otra vez en el carro para llevarlas al coche, y salí al exterior, empujando el dichoso carrito. Llegué a mi forito y abrí el maletero. Fui cogiendo las bolsas y las fui colocando en el interior del mismo, hasta que me giré hacia el carro una vez más y agarré la última. Entonces, cuando me estaba volviendo de nuevo, mis ojos se abrieron como platos. Razvan estaba frente a mí, a unos metros, clavándome esa mirada carmesí, malvada. Decir que sentí escalofríos se quedaba corto, porque esa sensación era punzante, y había llevado tanto tiempo desaparecido. Razvan no había cambiado nada, seguía siendo ese ser maléfico de siempre, pero mis sensaciones hacia él se habían transformado un poco. Desde que me había encerrado durante un año, separándome de Jacob, mi repulsión hacia él se había vuelto infinita, y, si antes ya me daba miedo, ahora le tenía pavor. De repente, añadiéndose a ese miedo que ya invadía mi mente, algo más me dejó paralizada totalmente. Y era algo muy diferente. Muy, muy diferente. Eran… eran unos golpecitos. Unos cálidos y tiernos golpecitos que nacían del interior de mi vientre. Mi vista bajó automáticamente para mirarme y, cuando vi mi barriga, la bolsa que sujetaba se me cayó al suelo. No me lo podía creer. Estaba… estaba embarazada. Y de mucho, lo menos estaba de siete u ocho meses. Podía sentir las pataditas que mi bebé me propinaba desde el interior, incluso podía notar sus pequeñitos pies apoyándose en la pared de mi vientre. Ahora lo entendía todo. Ahora entendía ese extraño comportamiento de Billy. Mi primera reacción fue la de exhalar impetuosamente, con una sonrisa sorprendida y feliz, y llevar mi mano a mi abultada barriga para

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acariciarla. Mi vientre albergaba a mi bebé, al bebé de Jacob. Nuestro bebé, nuestro precioso bebé… Pero inmediatamente después mi boca volvió a exhalar, mis ojos se alzaron, temerosos, y ese sentimiento de inmensa felicidad se transformó en un hondo miedo. Me cubrí inmediatamente con los dos brazos para proteger ese tesoro. Sí, este miedo era peor que el anterior, mucho peor. Era pánico, porque ahora sabía a qué había venido Razvan. La vida de mi bebé corría grave peligro. Los ojos de Razvan descendieron a esa zona y su semblante se volvió más agresivo cuando los alzó otra vez. Algo dentro de mí estalló con una furia nueva, instintiva, y mi labio superior se retiró hacia arriba para mostrarle mis amenazantes colmillos. No me importaba quién pudiera verme, NADIE tocaría a nuestro bebé. Me agazapé un poco, sin soltar mi barriga y le rugí con cólera, dejándole claro que moriría por ese tesoro. Busqué la hirviente lengua de fuego en mi interior y comencé a llevarla por toda mi columna vertebral. Pero, entonces, otra patadita me avisó de algo y detuve el proceso de transformación de inmediato. Si me transformaba, mi cuerpo sería el de un vampiro casi completo, y no sabía cómo afectaría eso al bebé. Además, mi organismo comenzaría a consumir mi propia sangre para mantenerse fuerte y eso sería muy perjudicial para él, por no decir… mortal. Me costó mucho pensar en esta palabra. ―Los hijos del Gran Lobo deben morir ―afirmó Razvan, con esa voz de ultratumba. De pronto, sacó un cuchillo grande y afilado de su bolsillo trasero y, sin darme tiempo a reaccionar, lo lanzó con saña contra mi vientre. ―¡NOOOOOOO! ―chillé, horrorizada, inclinándome hacia delante para protegerle más. Sin embargo, fue inútil. No sentí ningún pinchazo, pero, de repente, noté cómo la vida se esfumaba de mi barriga a pasos agigantados. Me miré con auténtico pavor y, al despegar mis temblorosas manos, vi que éstas estaban llenas de sangre. ¡No, sangre! ¡Había sangre por todas partes! ―¡NOOOOOOO, MI BEBÉ! ―grité, llorando sin consuelo. Pero no había ningún cuchillo clavado en mi barriga. Me erguí un poco para observarme mejor, mientras temblaba y lloraba. El cuchillo se había clavado en el tronco del árbol que reposaba junto a mi coche. Sin embargo, mi vientre estaba lleno de sangre, y ya no notaba las pataditas, ni la calidez… Sólo notaba muerte…

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Entonces, mi horrorizada mente comprendió lo que estaba pasando. Era yo. Yo estaba perdiendo a mi bebé, a nuestro bebé… ¡No! ¡No podía ser! Mis ojos y mi garganta lloraban desconsolados mientras mis ensangrentadas manos se afanaban en acariciar algo que ya había muerto, como si así fuera a devolverle la vida. ¡No! ¡No! ¡NO! ¡NOOOOOOO! Nessie…, Nessie…, ya me parecía escuchar la voz de Jacob, llamándome en esa oscuridad que empezó a cernirse sobre mí. ¡MI BEBÉ! ¡NUESTRO BEBÉ! ¡LO ESTOY PERDIENDO! ¡LO ESTOY PERDIENDO! Nessie… ―¡Noooo! ―voceé, abriendo los ojos mientras me incorporaba súbitamente en algún sitio. Era un lugar extraño y mis bronquios seguían expirando el aire a toda pastilla, así como mis manos, que continuaban pegadas a mi vientre. Me miré con precipitación. Ya no había sangre, ni barriga abultada… ―Nessie, cielo, mírame, estoy aquí ―murmuró mi adorada voz ronca al tiempo que sus cálidas manos acariciaban mi rostro con ansiedad. Tardé un poco en darme cuenta de dónde estaba, pero finalmente lo hice. Era la tienda de campaña. Todo había sido una horrible pesadilla, aunque eso no me tranquilizaba nada. Mi rostro se giró y por fin vi a Jacob. ―Jake… ―sollocé, lanzándome a sus brazos. ―Ya pasó, pequeña ―me susurró, apretando su abrazo. ―Jake, ¿pasa algo? ―preguntó el cuchicheo de Cheran desde fuera. Genial. Seguro que había despertado a todo el mundo. ―No. Nessie ha tenido una pesadilla, eso es todo ―le contestó, hablándole en voz baja. ―Ah, vale ―se calmó el metamorfo―. Sólo ha sido una pesadilla ―le explicó acto seguido a alguien―, así que volved a las tiendas ―sí, al resto. Había despertado a todo el mundo. Ahora que prestaba atención, escuché cómo mis amigos y amigas se iban metiendo en sus tiendas mientras murmuraban para comentar el susto que les había dado. Los fuertes y protectores brazos de Jake me reconfortaron al instante, y sentir su ardiente torso desnudo pegado a mi pecho, transmitiéndome sus pausados y potentes latidos, más esos prodigiosos dedos que ya

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peinaban mi cabello, me calmó con rapidez. Nos quedamos un rato así, abrazados, hasta que mis lágrimas dejaron de salir de mis lacrimales. ―He tenido una pesadilla horrible ―murmuré cuando ya fui capaz de hablar, sin apartarme ni un ápice de él. Todavía necesitaba sus brazos. ―Lo sé. La he visto ―reveló, hablándome con un murmullo. Ahora sí. Me despegué un poco de su cuerpo para observarle mejor. ―¿La has visto? ―inquirí, mirándole con preocupación. ―Sí, bueno, ya sabes, con tu mano y eso ―confesó, mordiéndose el labio, un tanto arrepentido―. Hablabas en voz alta y quería saber qué estabas soñando. ―Ya sabes lo que eso significa ―le recordé, temerosa―. Ya sabes lo que pasa con estas pesadillas. ¿Y si yo…? ¿Y si yo no puedo tener hijos? ―de repente, mil dudas empezaron a azotar a mi cabeza; dudas que no había tenido jamás y que esta pesadilla hacía que me plantease atropelladamente. Su hermoso rostro cambió de inmediato, para ponerse serio. ―Claro que puedes tenerlos ―aseguró, mirándome con absoluta confianza―. Tu sistema reproductivo es idéntico al de una humana. ―Sí, pero… ―mis ojos bajaron para buscar respuestas con nerviosismo―, quizá pueda quedarme embarazada, por mi condición de semihumana, pero mi condición de semivampiro tal vez haga que mi cuerpo no logre… ―Para ―me interrumpió, alzándome la barbilla con su cálida mano con el fin de que mis pupilas se enganchasen a las suyas de nuevo. Sus ojos volvieron a mirarme con determinación―. Puedes tener hijos, lo sé. Además, la profecía lo corrobora. Sus palabras fueron un balsámico fresco y tranquilizador, porque me recordaron lo que esa invasión de dudas me habían hecho olvidar tontamente durante este momento de fragilidad. Cerré los ojos y suspiré, muy aliviada. ―Es verdad ―asentí, ya mirándole. ―Esa pesadilla tiene que significar otra cosa ―afirmó, metiéndome el pelo detrás de las orejas. ―¿Pero, el qué? ―cuestioné con preocupación―. Mis otras pesadillas se cumplieron tal cual las soñé. Jacob se quedó pensando durante casi un minuto.

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―Puede que tenga más que ver con Razvan ―conjeturó finalmente―. Tal vez eso del cuchillo simbolice un truco de magia o algo así, porque está claro que en la realidad no se sacaría una daga del pantalón para lanzártela, digo yo. ―Quién sabe ―suspiré, bajando mis párpados. Luego, los subí de nuevo―. Puede que tengas razón. Ya has oído a Thiago. Razvan, Nikoláy y Ruslán estarán al acecho el día que yo me quede embarazada ―recordé, preocupada. ―No te preocupes, esa pesadilla no se cumplirá ―aseguró, y sus intensos ojos negros corroboraban lo que decía. ―¿Y cómo lo sabes? ―dudé, no de él, sino de que pudiéramos hacer algo para evitarlo. ―No te quedarás embarazada. ―¿Cómo? ―parpadeé, perpleja y confusa. No es que quisiera quedarme embarazada ahora. Bueno, ni ahora ni dentro de un año o dos. Pero tal vez sí dentro de tres o cuatro años, porque, aunque en estos momentos aún no me apeteciese, quería tener hijos con Jacob en un futuro, por supuesto. Aunque el verme en ese sueño embarazada de Jacob, hacía que mis mariposas saltasen, revoltosas. Y esto de no quedarme embarazada nunca… ―Quiero decir, todavía ―aclaró, sonriendo levemente al ver mi mala interpretación, y su ardiente mano acarició mi mejilla―. No tenemos prisa, ¿no? Pues esperaremos. ―Pero, Jake, da igual lo que tardemos en tenerlos ―le rebatí, angustiada―. No sabemos en qué fecha ocurrirá la pesadilla, puede que eso suceda dentro de unos años… ―Espera, déjame terminar ―me cortó, poniéndome sus tórridas yemas sobre mis labios. No pude evitar que el vello de mi cuerpo se pusiera de punta con ese roce. Su rostro volvió a ponerse serio y empezó a hablarme con decisión, enganchándome con esa mirada profunda―. Esperaremos hasta que demos caza a esos magos. Tú sigues tomando la píldora, ¿no?, así que no hay problema con eso. Les buscaré y les perseguiré hasta que me los cargue. No me importa cómo ni dónde, les buscaré por tierra, mar y aire hasta que dé con ellos, y después me aseguraré de que están bien muertos. Y luego, cuando ellos ya no existan y no haya peligro de que tu pesadilla se cumpla, si ya nos apetece tener críos, puedes dejar de tomarla.

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―¿Pero cómo vas a encontrarles? Ni siquiera Demetri o Thiago parecen conseguirlo ―dudé de nuevo. ―No lo sé, pero lo haré ―afirmó con resolución―. Está claro que ellos están merodeando por estas tierras, a la espera. Lo mejor es que no tengamos hijos, por el momento. No hasta que liquide a ese Razvan y compañía ―rechinó los dientes. ―¿Y si tardas muchos años? ―No me importa esperar los años que hagan falta ―afirmó, seguro y decidido―. Tenemos muchos años por delante para tenerlos, no hay prisa. Pero les cogeré y acabaré con ellos, te lo prometo ―declaró, clavándome sus intensos ojazos. Observé ese hermoso rostro y sonreí. Jamás me cansaba de mirarlo. Ya me sabía de memoria todas esas pequeñas imperfecciones de su piel, todas, cada una de ellas. Pero todas ellas eran precisamente las que hacían que su rostro me pareciese tan hermoso y perfecto. Era una contradicción, lo sé, pero, acostumbrada como estaba a ver semblantes tan sumamente perfectos e impolutos, el suyo me parecía tan especial. Y era precisamente por eso, por esas imperfecciones que hacían de su rostro único, personal, diferente, cálido y, eso, especial. Aunque no sólo estaba eso. También eran todos sus defectos, hasta éstos me gustaban. Todos ellos se sumaban a sus virtudes para enamorarme más de él. Me pegué a él y acerqué mi rostro al suyo para besarle. Sus tórridos labios enseguida correspondieron a los míos, pero los dos nos obligamos a parar. Cogí aire y le abracé otra vez. Sus brazos me acogieron con mimo y me ayudó a tumbarme con él en el saco, dejando que mi cabeza reposara en su cómodo pecho. ―¿Te encuentras mejor? ¿Ya estás más tranquila? ―susurró, y sus dedos comenzaron a jugar con mis rizos. ―Sí ―murmuré, sonriendo de felicidad. Lo estaba, porque sabía que él cumpliría su promesa, y él era el Gran Lobo, el rey de los lobos, el rey de nuestro mundo, el ser más poderoso del planeta. Nada ni nadie podía vencerle. Lo único que teníamos que hacer era seguir como hasta ahora: no tener prisa por tener hijos. No hasta que Razvan, Nikoláy y Ruslán murieran. Y eso era certero.

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CUMPLEAÑOS Hoy era diez de septiembre, el día en que cumplía doce años, aunque seguía aparentando unos veintidós, que era mi edad física y mental. Lo bueno es que, a ojos de los humanos que no sabían mi secreto, cumplía veintitrés, así que ahora mi físico concordaba perfectamente con la edad que se supone que tenía. Mi tía Alice lo tenía todo dispuesto. Había adornado la casa, esa en la que yo había crecido, llenándola de unos sotisficados y modernos farolillos blancos y rojos que colgaban del techo, hechos de un papel muy fino y elegante. También había distribuido una serie de luces que le conferían un aspecto más acogedor al salón. Había apartado los muebles, dejando el sofá y los sillones en un rincón, y había colocado varios altavoces y amplificadores para poner música. Emmett se ofreció para preparar unos cócteles sin alcohol, que, según él, eran muy fáciles de hacer. Al parecer, en todos esos diferentes viajes que había hecho con Rose al Caribe, se había fijado en cómo se preparaban y había aprendido a hacerlos. Rosalie le iba a ayudar a servirlos. Esme se encargaba de los tentempiés y del resto de la comida, aunque sólo fuera para los que nos alimentábamos de comida humana, la cual iba a tener que ser muy abundante, dados todos los metamorfos que iban a asistir. En fin, mi idea era la de hacer una fiesta más humilde y pequeña, pero cuando se tiene una tía como Alice, eso es imposible. Además de mi cumpleaños, también celebrábamos el de mi madre, que iba a fingir ser mi prima de cara a las gemelas ―como yo les había dicho en el instituto el primer día que las conocí y les hablé de mi familia―, ya que ella cumplía treinta y uno y con su físico de diecinueve no colaba que en realidad fuera mi progenitora. Bueno, y aunque aparentase la edad que tenía realmente, tampoco, claro. Las gemelas eran

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las únicas que no sabían qué tipo de gente les iba a rodear. Si lo supieran… Mi familia había venido de Anchorage para la ocasión, aunque iban a quedarse unos días más. Sus estudios en la universidad ya estaban muy avanzados, más bien, a punto de terminar, y ahora estaban pensando en mudarse a otro sitio en cuanto acabase este último curso. Aún no tenían muy claro a dónde, pero sí que tenían claro lo de mudarse de ciudad. Alice estaba muy nerviosa, o, mejor dicho, histérica. Todo lo que fuera hacer una fiesta y tener gente en casa la volvía loca. ―Tardan mucho, ¿no? ―preguntó por enésima vez mientras retorcía los dedos de sus manos. ―Estarán al llegar, no te preocupes ―dije para calmarle. ―Ya se oye un coche ―advirtió mamá, agudizando su fino oído. ―Sí, y por el ruido del motor, parece el de Seth ―afirmó mi padre. Jacob y yo seguíamos sin oír nada. Nos encontrábamos sentados en el níveo sofá, esperando tranquilamente. Sus largos brazos se habían desplegado en cruz, apoyándose en lo alto del respaldo, y yo me había acurrucado en su cálido costado, dejando que mis manos disfrutasen de su pecho cubierto, disimuladamente. ―Vaya par de fenómenos ―se burló él. Mi madre le sacó la lengua, haciéndole un mohín. ―Ah, sí ―secundó mi tía. Por fin pude escuchar un lejano ruido. Era un motor y, efectivamente, parecía el del Volvo azul metalizado de Seth. Jacob tardó un poco más en oírlo. ―¡Ya están aquí! ―exclamó Alice cuando Seth llegaba para aparcar frente a la casa. Se puso a dar saltitos por el salón para acercarse a la mesa donde había instalado el equipo de música. No tardó nada en amenizar el ambiente con uno de los tantos CDs de mi padre. ―Iré sacando los tentempiés ―dijo Esme, dirigiéndose a la cocina con rapidez. Em ya lo tenía todo dispuesto sobre el largo tablero a modo de barra que habían instalado en una pared del salón, y Rose estaba junto a él. Antes de que a Seth y a Brenda les diese tiempo de salir del vehículo, Alice cruzó el salón como un rayo y tiró de mi mano para levantarme. ―Venga, venga ―nos azuzó, empujándonos a mi madre y a mí hacia la puerta―. Es vuestra fiesta, tenéis que abrir vosotras.

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―Vale, vale ―reí. ―Ya vamos ―se unió mi madre, también riéndose. Giré mi rostro para mirar a Jake, el cual me sonrió con esa blanca sonrisa que resaltaba sobre su preciosa piel cobriza. Casi me daban ganas de darme la vuelta para darle un buen beso. Mi tía dejó de empujarnos cuando me volví al frente y mamá y yo nos decidimos a caminar solas, y regresó a su puesto, posando con una fingida postura casual. En cuanto el timbre sonó, mi madre me cedió los honores y yo abrí la puerta. ―Feliz cumpleaños. A las dos ―nos felicitó Seth, con esa amplia y amigable sonrisa de siempre. ―Felicidades ―repitió Brenda, uniéndose a su sonrisa. ―Gracias ―respondimos mamá y yo al mismo tiempo, ella con una media sonrisa más reservada y yo sonriendo abiertamente a la vez que les daba un abrazo. ―Tomad, esto es para vosotras ―dijo Seth. Éste le entregó un paquete a mi madre y Brenda me dio otro a mí, aunque ambos regalos eran de parte de los dos, obviamente. Ambos paquetes eran de un tamaño similar, rectangulares y no muy grandes, y estaban envueltos con un bonito papel de regalo cuyos dibujos consistían en unas espirales de color dorado sobre un fondo plateado. Unos lazos de tela, también dorada, remataba el envoltorio de los regalos. ―¿Qué es? ―quise saber, alegre. Me disponía a abrirlo con rapidez, cuando la mano de mi madre me detuvo. ―Espera, no seas impaciente ―rió―. Dejaremos los regalos que nos vayan dando en la mesa del salón y los abriremos más tarde, ¿te parece bien? ―me propuso, sonriendo―. Si no, podemos volvernos locas abriendo los paquetes de uno en uno. ―Sí, tienes razón ―asentí, riéndome. Seth y Brenda acompañaron mi risa. ―Bueno, pasad, no os quedéis en la puerta ―les instó mi madre, apartándose para que entrasen. ―Guau, menuda fiesta, ¿no? ―alabó el quileute mientras pasaban, echando un vistazo a su alrededor―. Qué bien os lo montáis. Hey, qué pasa, tío ―le saludó a Jake acto seguido. ―Qué hay ―le correspondió mi chico, que ya estaba de pie.

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Ambos chocaron los puños a modo de saludo. Cerré la puerta, dejé mi regalo en la mesa de cristal y corrí al lado de Jacob. Mi madre tampoco tardó en ir junto a papá, que se encontraba con mi chico y Jasper. Alice dejó su pose y se acercó a nosotros con celeridad. ―Me alegro de que hayáis venido ―les dijo a Seth y Brenda―. Habéis tardado un poco, pero, en fin, sois los primeros ―se la tiró. ―Os traduzco ―intervino mi padre, mostrando una mueca a modo de sonrisa―. Es justo al revés. Eso quiere decir: sois los primeros, pero, ¿por qué habéis tardado tanto? ―Gracias por tus servicios, Edward ―ironizó mi tía, entrecerrando sus ojos dorados para simular una cara de odio. ―Siempre tuyo ―contestó él, poniendo su mano detrás para hacerle una reverencia. ―Es que he salido un poco tarde de clase ―se excusó Brenda. ―Ah, claro ―cayó Alice―. Se me había olvidado que estás estudiando para peluquera. ¿Así que has tenido clase hoy? ―Sí. Bueno, en realidad, hoy hemos tenido prácticas, por eso he tardado más de la cuenta ―explicó mi amiga. Esme llegó enseguida, acompañada y ayudada por Carlisle, que portaba la bandeja de tentempiés. ―¿Cómo estáis? ―saludó ella por los dos. ―Bien, muy bien ―sonrió Seth―. Ah, guay, comida ―y, en menos que canta un gallo, se metió uno en la boca. Jacob hizo lo mismo ipso facto, claro. ―Coge uno tú también, Brenda ―le ofreció Carlisle. ―Gracias ―sonrió ella, haciéndolo. ―¿Cómo no habéis hecho la fiesta en el jardín de casa? ―le preguntó Seth a Jake. ―Todo se reduce a los tacones de Alice y la Barbie, ya sabes ―le respondió mi chico, con cierto aire jocoso. ―Te estoy oyendo, chucho ―le replicó Rosalie desde esa barra doméstica. Jacob le lanzó un beso y Rose puso una mueca de asco. ―Ja, ja, lobo, muy gracioso ―intervino Alice, dedicándole una mueca. Jake se rió―. Lo cierto es que va a llover, así que lo mejor era hacerla en un sitio cubierto, y, dado que esa casa es bastante pequeña, decidimos que era mejor hacerla aquí.

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―¿Decidimos? ―Jacob alzó las cejas mientras sostenía media sonrisa, mirándola con incredulidad. ―Oh, si me disculpáis, tengo que cambiar de CD ―se libró ella, echando a correr hacia su puesto. ―Traduzco otra vez ―dijo mi padre, con la misma cara de antes, aunque en esta ocasión hablando con un cuchicheo―. Eso quiere decir: será mejor que me vaya rápido de aquí. ―Tendrá morro ―me reí. ―Yo también te oigo, hermanito ―le advirtió Alice, que ya estaba cambiando de canción. Y papá se giró para dedicarle otra reverencia. El timbre volvió a sonar y mamá y yo nos miramos. ―Abre tú ―me dijo―. Casi todos los invitados vienen de tu parte. ―Vale, abriré yo ―acepté, caminando hacia la puerta. Cuando abrí, Ryam, Helen y las gemelas esperaban en el umbral. Éstas últimas estaban acabando de toser. ―Felicidades ―me felicitaron los cuatro a la vez, sonriéndome. ―Gracias ―les sonreí, y les di un abrazo a todos, aunque más especialmente a las gemelas, porque las veía de pascuas en ramos y habían venido hoy para la ocasión. ―Toma, esto es para ti, y esto otro para tu… prima ―corrigió Helen a tiempo, ofreciéndome otros dos paquetes. ―Nosotras también… ―Alison se vio interrumpida por otra tos― os hemos traído algo ―terminó de declarar cuando la tos cedió, entregándome otros dos regalos. Estos cuatro paquetes eran más pequeños que los anteriores, por lo que deduje que se trataba de alguna pulsera, pendientes o algo por el estilo. El papel de regalo que los envolvía también era muy bonito. El de Ryam y Helen se trataba de un dibujo abstracto en diferentes tonos azules que se mezclaban con rayas plateadas, y el de las gemelas lucía unas rosas de color pastel. En vez de lazos de tela, el adorno terminaba con unas cintas enroscadas a juego con la tonalidad del envoltorio. ―Muchas gracias ―sonreí de nuevo, cogiéndolos todos―. Los voy a dejar en la mesa y mi prima y yo los abriremos más tarde, con el resto de regalos, ¿vale? Pero, pasad, pasad ―les insté, dejándoles sitio en la puerta. Mis amigos pasaron y yo la cerré. Jennifer se vio atacada por otra insistente tos que ya hizo que llamara mi atención un poco más.

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―¿Pero qué os pasa? ―me reí―. No hacéis más que toser. ―No veas la epidemia de gripe que hay en Vancouver ―habló Alison, ya que su hermana todavía no había parado de toser―. Y, encima, dicen que es un virus muy fuerte y resistente. ―Sí, y viene acompañada de tos ―pudo decir Jennifer, aunque enseguida volvió a toser. ―Si estabais enfermas, no teníais por qué haber venido ―les dije, preocupada y sintiéndome algo culpable, ya que les había insistido tanto en que viniesen…―. Si os sentíais mal, teníais que habérmelo dicho, no pasaba nada. ―¿Qué dices? ¿Y perdernos tu fiesta? ―sonrió Alison. ―Además, ya estamos mejor ―completó Jennifer, que por fin controló su tos―. Ya pasamos lo peor, estamos en la fase final de la gripe y ya no tenemos fiebre. Fruncí los labios y las miré con un poco de incredulidad, porque esas toses que tenían todo el tiempo no parecían decir que ya estuviesen mucho mejor. Llegamos a donde estaba el resto y me puse al lado de Jacob y de mi madre. Brenda, Ryam y Helen ya estaban más acostumbrados, pero Jennifer y Alison no dejaban de sorprenderse cada vez que veían a mi familia de cerca. Me hacía gracia, porque con mi padre se quedaban embelesadas. Si ellas supieran que ese chico tan guapo en realidad era mi padre… ―Mira, Bella, te han traído esto a ti ―le mostré mientras los demás ya se saludaban. Qué raro me sonaba llamar a mi madre por su nombre. ―¿Esto es para mí? ―se sorprendió, mirando a mis amigos. ―Sí, toma ―y le pasé sus regalos. ―Vaya, no teníais que haberos molestado ―les sonrió―. Gracias. ―No hay de qué ―le contestó Brenda, ya que las gemelas ahora tosían al unísono. ―Ya les dije que los abriríamos más tarde ―le revelé a mamá. ―Pues, trae, voy a llevarlos a la mesa ―me cogió los míos, dedicándoles otra sonrisa, y se alejó hacia allí. ―Tomad un tentempié ―les ofreció Esme, y Carlisle subió la bandeja para que lo hicieran. ―Gracias ―agradeció Ryam, cogiendo uno.

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Brenda y las gemelas, que tosían a cada poco, también se animaron, y, cómo no, Jacob y Seth cogieron su enésimo canapé. ―Veo que os ha afectado la gripe que está azotando Vancouver ―se percató Carlisle, dirigiéndose a Jennifer y Alison. ―Sí ―asintió Alison. Mamá regresó y se colocó junto a mi padre y yo. ―He oído que el virus es extremadamente fuerte y resistente, tanto, que incluso viene acompañado de esa molesta e insistente tos ―manifestó mi abuelo. Las gemelas lo corroboraban con sus tosidos―. Nessie, ¿recuerdas todos los síntomas de la gripe? ―Carlisle, no me harás un examen ahora, ¿no? ―protesté―. Estoy en mi cumpleaños. ―Cariño, haz el favor ―me defendió Esme. ―Oh, sí, perdona ―se disculpó. Luego, carraspeó y se dirigió de nuevo a las gemelas―. Os prepararé algo para esa gripe, ya veréis qué bien os sienta ―se ofreció, pasándole la bandeja a Esme. Y se encaminó hacia la cocina. ―Gracias, eres muy amable ―sonrió Alison, contestando por las dos, porque su hermana no dejaba de toser. ―Espera, voy a preparar más canapés ―dijo mi abuela, siguiéndole con esa bandeja que ya había sido saqueada por los dos quileute. El timbre volvió a sonar. Y volvió a sonar muchas más veces, hasta que el salón se llenó de todos los invitados. Un montón de altos metamorfos y otro más de chicas quileute invadieron la estancia, dándole más ambiente a la fiesta. Esme se afanaba en sacar comida, ayudada en todo momento por Carlisle, Alice seguía pinchando música y Emmett agitaba la coctelera sin parar, con su Rosalie como camarera. No escapó a mis ojos esas sonrisillas de las gemelas cuando vieron entrar a Isaac y Shubael, y tampoco tardaron mucho en aceptar su invitación para irse a tomar un cóctel. Así que el grupo en el que ahora estábamos Jacob y yo teníamos libertad para hablar. ―Bueno, ¿y cuántos cumples? ―me preguntó Helen―. ¿Un siglo? ¿Dos? ―se burló. ―Doce años ―le revelé. Mi amiga pestañeó varias veces. ―No sé qué es peor ―rió. ―Vaya, estás casado con una menor ―se mofó Ryam.

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―Sí, claro ―respondió mi chico, con ironía. ―Hmmm… ―Embry exageró su tono para fingir que estaba pensando―, las leyes de nuestra tribu prohíben casarse con menores. Ahora que lo pienso, puede que vuestro matrimonio no sea válido ―afirmó. Mi mano apretó la de Jacob automáticamente. ―¿Qué dices? ―murmuré, un tanto preocupada―. Aunque tenga doce años, no soy menor. ―Pasa de él, te está tomando el pelo ―me desveló Jake, mirando a Embry con cara de no muy buenas pulgas, por haberme asustado un poco. El metamorfo se echó a reír y yo le fulminé con la mirada. ―A veces eres muy inocente, Nessie ―rió Mercedes. Sí, ya, claro. ―¿Qué os parece si tomamos un cóctel? ―les propuse para cambiar de tema. ―Bueno, vale ―aceptó Embry. ―Sí, vamos ―le siguió Helen. Los seis nos encaminamos hacia la barra casera. Mientras caminábamos entre esos cuerpos enormes de los chicos de la manada, eché un vistazo a mi fiesta. Mis padres tenían una amena y divertida conversación con Ezequiel, Teresa, Charlie y Sue. Justo al lado de éstos, se encontraban Quil, Claire, Sarah, Canaan, Daniel y Martha. La pequeña Claire ya no era tan pequeña, ahora tenía catorce años, y se notaba a leguas que estaba loca por Quil, aunque éste todavía no había pasado esa fase de hermano mayor, aún la veía como una niña. Siempre se podía ver cómo ella se esforzaba en aparentar más edad, arreglándose con looks más adultos, y cómo él siempre andaba detrás, espantándole todos esos buitres más mayores a los que no les importaba que aún fuera una niña, sino más bien todo lo contrario. Claire era muy bonita, sin embargo, no lograba captar la atención que quería de Quil, que todavía estaba muy centrado en esa protección y cuidado fraternal. Me daba un poco de penita de ella, pero si tenía paciencia, dentro de tres o cuatro años tendría a otro Quil diferente a sus pies. Por suerte, yo no había tenido que pasar por eso, había crecido tan rápido… Llegamos a la barra, donde no sólo se encontraban las gemelas, Shubael e Isaac, también estaban Paul y Rachel, si bien se encontraban en la otra esquina. Nos unimos a estos últimos, para no molestar a los otros. ―¿Qué tal? ¿Lo estáis pasando bien? ―les pregunté nada más llegar.

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―Sí. Esta fiesta es genial ―respondió Paul, con una amplia sonrisa. ―¿Qué tal los críos? ―les preguntó Jacob―. ¿Dónde les habéis dejado? ―Con papá ―le respondió Rachel. ―Pobre viejo ―se burló Jacob. ―A ver cuándo os animáis vosotros ―nos la tiró mi cuñado. Jake y yo nos miramos, un poco sorprendidos por su insinuación, aunque también con cierta resignación. ―No tenemos prisa ―le contestó él. ―Bueno, qué os pongo ―quiso saber Rosalie, que llegó justo de servir otro cóctel. ―Tres cócteles de fresa y tres de piña ―le pedí. ―¡Marchando! ―exclamó Emmett desde atrás, ya empezando a echar los ingredientes en la coctelera. De pronto, el timbre volvió a sonar. Me extrañó, porque ya no esperábamos a ningún invitado más. ―¿Quién será? ―inquirió Jacob, también con extrañeza. ―No sé, voy a abrir ―dije, comenzando a caminar hacia la puerta. Atravesé el salón con celeridad, mirando a mi madre, que se encogió de hombros, y llegué a mi meta. Entonces, cuando abrí la puerta, mis ojos se abrieron como platos. Era Renée.

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IRRUPCIÓN ¿Qué… qué hacía Renée aquí? Automáticamente, mi vista se fue con urgencia a mis padres, pero éstos ya habían desaparecido como por arte de magia. La boca de Charlie se cayó al suelo cuando la vio. La música seguía sonando, pero, de repente, a mí me pareció que todo se había detenido. ―Hola ―saludó ella, un poco sorprendida de verme allí―. Tú… eres Nessie Clearwater, ¿verdad? Soy Renée Dwyer, ¿te acuerdas de mí? Como para no acordarme. Sus pupilas me estudiaban de la misma forma que habían hecho el día en que nos conocimos, y empecé a sentirme muy violenta e incómoda, por la situación, claro está. ―S-sí, sí, claro ―le respondí, nerviosamente―. Bueno, ya soy Nessie Black ―le maticé, porque eso de Nessie Clearwater que se había inventado mi abuelo… ―Es cierto, ibas a casarte con Jacob ―recordó, mostrándome una sonrisa. Y sus ojos azules volvieron a repasar mi rostro con frenetismo. Charlie no tardó en acercarse. ―Renée, ¿qué… haces aquí? ―le preguntó, también con nervios. ―¿Y tú? ¿Qué haces aquí? ―invirtió ella, extrañada de verle a él en esa casa. ―¿Yo? ¿Que qué hago aquí? ―repitió Charlie, buscando una respuesta, casi neurótico perdido. ―Estamos celebrando mi cumpleaños ―intervine yo―. Mi tía Sue y él también están invitados. ―Ah, ¿es tu cumpleaños? Qué casualidad, el de Bella es dentro de tres días ―espetó Renée, cambiando la mirada a Charlie como si supiera que aquí se celebraba algo más.

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―¿Qué haces aquí? ―volvió a preguntarle mi abuelo. ―Ya lo sabes ―le respondió ella, cambiando su rostro amable y sonriente por uno serio. Y sus pupilas se fueron para rebuscar en el interior del salón. ―No está aquí ―declaró Charlie, también serio. ―Sé que los Cullen han vuelto ―afirmó ella, empujándole con su hombro para pasar. ―Pero Bella no ha venido ―mintió mi abuelo, en un intento de detenerla. Fue inútil. Renée pasó al salón como un huracán que lo arrolla todo, buscando a su hija con frenetismo entre todos esos altos y corpulentos quileutes. ―¡¿Dónde está mi hija?! ¡Quiero verla! ―gritó―. ¡Bella! ¡Bella! La música no dejó de sonar, pero todo el mundo se quedó en estado de shock, inmóvil, incluso mis tíos y mis abuelos vampiros se quedaron quietos, tanto, que parecían estatuas. Jake y yo cruzamos una mirada que lo decía todo: peligro. Mi abuelo y yo corrimos para seguirla, pero ella estaba demasiado enfadada y se movía con rapidez. ―¡Renée, por favor, cálmate! ―procuró pararla Charlie, cogiéndola del brazo, por detrás. ―¡No! ¡Llevo sin verla muchos años! ―chilló, zafándose de un bandazo―. ¡Sé que ella está aquí! ¡Lo sé! ¡Bella! Renée estaba demasiado furiosa, y a mi abuelo humano le fue totalmente imposible detenerla. En un abrir y cerrar de ojos que fue extremadamente rápido, incluso para mí, Renée se plantó delante de Carlisle. ―¡¿Dónde tenéis a Bella?! ―le increpó, empujándole con fuerza. No lo movió ni un milímetro, claro, y Renée también se percató de lo pétreo que era el torso de ese hombre que, aun con ese empujón, se mostraba afable y tranquilo. Sus azules ojos también se pusieron a estudiar a Carlisle, no sé si con cierto horror o simplemente con estupor. Ese doctor no había envejecido nada en doce años, y ella parecía estar dándose cuenta de eso. Oh, no, las gemelas. Mis ojos se fueron súbitamente hacia ese lado de la barra cuando me acordé de ellas, pero, afortunadamente, ya no estaban. También faltaban Isaac y Shubael, así que mi rápida mente enseguida dedujo que ellos, hábilmente, se habían encargado de sacarlas de allí con alguna excusa. Una mirada con Jacob me lo ratificó.

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Suspiré, pero sólo fue por un brevísimo instante. ―¡¿Qué…?! ¡¿Qué es esto?! ¡¿Una secta o algo así?! ―siguió gritando Renée, sin poder evitar que las lágrimas se le escapasen. Mi corazón sufrió un vuelco cuando la vi llorar de esa manera―. ¡¿Dónde está mi hija?! ¡Quiero verla ahora! ―Por favor, Renée, cálmese ―le rogó Carlisle, que cambió su semblante tranquilo por uno de tristeza. Yo no sabía qué hacer. ¡Qué frustración! Me sentía una inútil, una completa inútil, porque, ¿qué se le podía decir a una madre que llevaba doce años “buscando” a su hija, a una hija que hablaba con ella casi todos los días, de la que sabía que estaba bien, pero con la que no se veía físicamente? En honor a la verdad, no sé por qué nos sorprendíamos de verla aquí. Renée no debía de haber dejado de investigar nunca, y eso que lo de las piernas rotas de Phil le había tenido entretenida bastantes meses. Pero otros tres años dan para mucho, y algo debía de haberla traído hasta aquí, alguna investigación secreta que ni el propio Charlie conocía. Mamá llevaba doce largos años esquivando esta situación insostenible, doce años dándole largas y más largas, poniendo excusas ya imposibles, “huyendo” de los sitios a los que sabía que se dirigiría Renée, incluso marchándose de Anchorage cuando su madre había ido hasta allí, y todos sabíamos lo mal que lo estaba pasando ella también por esta situación. Esta precisamente había sido una de las causas de aquella turbación que la había dado en el pasado. Ahora mismo tenía que estar sufriendo infinitamente al tener que escuchar de primera mano la agonía de Renée. Se me aferró un nudo enorme en la garganta, y a punto estuve de llorar yo también. ―¡¿Cómo voy a calmarme, si tenéis retenida a mi hija?! ―voceó Renée de nuevo, entre lágrimas desesperadas. ―Renée, por favor ―le imploró Charlie, sujetándola por los hombros para que se diera la vuelta, otra vez sin éxito. Se notaba que él también lo estaba pasando mal. Bueno, en realidad todos lo estábamos pasando fatal. Sue retenía las manos en la boca, abrumada por unas emociones que debía de comprender muy bien, como madre, Alice había quitado la música, los ojos dorados de Esme no podían estar más tristes, así como los de Teresa, Jasper tenía cara de concentración, intentando hacer algo para tranquilizar a Renée, el rostro de Rosalie mostraba unos labios caídos, al igual que todos los presentes, hasta Emmett estaba serio. Sin embargo, hubo alguien que llamó más mi

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atención. Los chicos y chicas quileute miraban al suelo, cabizbajos, pero Jacob apretaba los dientes con rabia, y su mirada reflejaba lo injusto que le parecía todo esto. ―Le aseguro que nadie la tiene retenida ―afirmó Carlisle, usando su tono suave y comedido de siempre, para ver si así la calmaba un poco. ―¡Pues exijo verla! ¡Ahora! ―gritó, tragándose las lágrimas. ―Lamentablemente, Bella no está aquí ―repitió mi abuelo vampiro. ―¡Sé que está aquí! ―reveló ella, voceando una vez más―. ¡He estado investigando y sé que habéis venido todos! ¡Estáis celebrando su cumpleaños! ―soltó, otra vez entre lágrimas. Noté cierto reproche en su frase. Un reproche lleno de dolor y rabia, por no haber sido invitada al aniversario del nacimiento de su propia hija―. ¡Quiero verla! ―La verás ―intervino Jacob de pronto, acercándose a nosotros. Automáticamente, todos giramos la cabeza para mirarle, sorprendidos. Jacob llegó a nuestra altura y se posicionó junto a Renée, que se volteó para verle mejor. Ésta entrecerró los ojos, estudiándole, y Charlie casi le mata con la mirada. Jasper seguía muy concentrado, y los efectos de su don parecían empezar a hacer más efecto desde que Jake había dicho esa corta frase. ―Tú… eres Jacob, ¿verdad? ―adivinó, observándole casi como quien ve a un profeta o algo así―. Bella me hablaba tanto de ti… ―entonces, le miró con ojos suplicantes y le habló con una ansiedad que ya imploraba por ella sola―. Tienes que ayudarme, por favor. Tengo que ver a Bella, lo necesito. ―Primero tengo que advertirte ―le dijo Jake, serio. ―Jake… ―murmuró Charlie, temiéndose lo peor. Seguramente, todavía tenía en la cabeza la manera en que Jacob le hizo saber que existía otro mundo paralelo. ―Jacob, ¿qué vas a hacer? ―le avisó Rosalie, hablando entre dientes―. Maldito chucho ―murmuró acto seguido con una voz que solamente un oído más agudo podía escuchar. En cambio, Carlisle no dijo nada, sino que se mantuvo a la expectativa, observando a Renée. Pero Jacob no escuchó a nadie, sólo se limitó a fijar su vista en Renée, infundiéndole confianza. Renée le miró fijamente durante un momento, respirando hondo, y después asintió, ya preparada para escuchar. ―Bella no es la misma que era ―empezó a explicarle, hablándole con precaución.

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―¿Está… enferma? ¿Le ha… pasado algo malo? ―inquirió Renée, con un hilo de voz. ―No, no, no es eso. Está como una rosa, créeme ―le calmó Jacob, hablándole con más naturalidad. Renée suspiró, más relajada―. Verás, es un cambio físico ―Charlie miró a otro lado y murmuró algo entre dientes que no llegué a entender, pero Jake siguió a lo suyo―. Ella no es la misma chica de hace años. Bueno ―de repente, se quedó pensando―, en realidad…, sí que lo es, aunque no del todo ―dijo para sí mismo, haciendo una mueca. Luego, volvió en sí otra vez y la miró con seriedad de nuevo―. Mira, Renée, tienes que saber que las cosas no son como tú crees. ―Jacob ―protestó Jasper. Sin embargo, Carlisle alzó la mano para que permitiese que Jake siguiera hablando, sin dejar de observar ni valorar a Renée. Ésta miraba a mi chico con determinación. ―Te estoy hablando de algo nuevo, un mundo que la mayoría de la gente desconoce. No puedo decirte más, pero es un mundo sobrenatural que es lo suficientemente peligroso para ti, por eso Bella ha estado tanto tiempo rehuyéndote. No quiere ponerte en peligro. Charlie volvió a farfullar algo entre dientes y su semblante se transformó para decir no pensar, no pensar. ―¿En peligro? Ella está… ―No, ella está bien, y es feliz, muy feliz ―le reveló él, mirándola con resolución―. Edward cuida muy bien de ella. ―¿Y dices que me rehuye para protegerme? ―Renée apenas tenía voz. ―Sí ―le confirmó Jake. Renée agachó la cabeza, buscando respuestas en el suelo, y tragó saliva―. Pero no es sólo por eso ―siguió, llamando la atención de mi abuela humana otra vez―. Bella tiene mucho miedo a que la rechaces, debido a su cambio. ―¿Tanto ha cambiado? ―quiso saber Renée, algo sobrepasada―. ¿Acaso ha tenido un accidente y se ha quedado…? ―No, no ha sido un accidente ―le desveló él, cortándole―. Sólo es un cambio físico, y ha… ―recapacitó y modificó su frase―. No ha sido a peor, digamos, está cambiada, nada más, aunque ella sigue siendo la misma Bella de siempre ―mi abuela humana cerró los ojos y respiró de nuevo―. Escucha, no te puedo decir más. Las normas de este otro mundo

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me obligan a callar. Pero si tú lo adivinas por tu cuenta, todos los que estamos aquí haremos la vista gorda. ―¿Todos los que estáis aquí lo sabéis? ―interrogó Renée, mirando a su alrededor. De pronto, su vista se topó con la de Charlie―. ¿Tú también lo sabes? ―le preguntó. Mi abuelo se quedó un par de segundos mirándola, en silencio. ―Sí ―reconoció finalmente―. Desde el principio. Renée le observó durante un rato. No sabría decir qué era lo que más predominaba en su mirada, si era el enfado, la decepción, el disgusto, el reproche, las ganas de arrojarse a su cuello para rompérselo… Sin embargo, después Renée volvió a mirar a Jake. ―Si él lo ha soportado, yo también puedo hacerlo. Me gustaría verla ahora ―pidió Renée. ―Este no es el momento adecuado. Ni para ti, ni para ella ―opinó Jacob―. Además, hay demasiada gente alrededor. Mira, vamos a hacer una cosa. Piénsatelo bien esta noche, ¿vale? Recapacita en todo lo que te he dicho y trata de relajarte. Si todavía quieres seguir adelante con esto, ven mañana. Habrá menos gente, y las aguas estarán más calmadas. Mi abuela humana estudió el asunto cerca de un minuto. ―¿Seguro que veré a Bella? ¿Vendrá? ―inquirió al final. ―Te doy mi palabra ―juró Jacob, con esa mirada solemne de la que sólo goza la gente honesta como los indios. Renée bajó los párpados otra vez, respiró hondo y asintió. ―De acuerdo ―aceptó, abriéndolos para mirarle de nuevo―. Vendré mañana. ―Bien ―asintió Jacob. Mi abuela humana le observó por última vez, y se dio la vuelta para marcharse, pero, de repente, sus ojos se encontraron con los míos y ella detuvo su marcha. Los entrecerró, buscando algo en mí con ese frenetismo de siempre. Volví a sentirme incómoda y aparté la mirada y el rostro al suelo. Entonces, reanudó sus pasos y se marchó por la puerta. En cuanto se escuchó cómo su coche arrancaba y se alejaba, un borrón supersónico bajó súbitamente por las escaleras. ―¡¿Qué has hecho, estúpido chucho?! ―chilló mamá, arrojándose a por Jacob con furia. ―¡Bella! ―le siguió mi padre. ―¡No! ―protesté, intentando interponerme.

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Pero fue demasiado tarde. Mi madre consiguió llegar a él y le empujó con cólera. En una milésima de segundo, estampó su espalda contra la pared, con sus manos aún aferradas a sus hombros. Los paneles de madera que revestían el paramento quedaron hechos trizas, y todos los metamorfos de la sala no pudieron evitar el acto reflejo de adoptar unas posturas amenazantes al tiempo que ya comenzaban a gruñir. ―¡Jake! ―voceé, horrorizada, corriendo hacia él. Pero Jacob alzó la mano para calmarnos a todos y, de pronto, mis pies se pararon en seco, así como los de mi padre. ―¡¿Qué has hecho?! ―mamá se sujetó a su camiseta con fuerza y rompió a llorar en su pecho, expulsando toda esa tensión y dolor acumulados durante tantos años. Jake la rodeó con sus brazos para consolarla y sus intensos ojos se dirigieron a los míos, buscando mi complicidad. La encontraron, por supuesto, y mi boca también le sonrió ligeramente. ―¿Qué voy a hacer? ―sollozó mamá, en su pecho. ―Todo saldrá bien, ya lo verás ―le susurró Jake, acariciando su espalda. Todo el mundo se quedó petrificado, y nadie dijo ni pío. Charlie no pudo contener las lágrimas, y también fue alentado por Sue. ―Esto… Creo que será mejor que nos vayamos ―dijo Seth, caminando hacia mí, con Brenda de su mano―. Hasta mañana, Nessie. Ya te llamaremos ―y me dio un cálido beso en la mejilla. ―De acuerdo ―acepté. El salón comenzó a llenarse de despedidas mudas y gente que se marchaba en bandada. La fiesta se había terminado, claro. Incluso tuve que salir un momento al porche para despedirme de las gemelas, que seguían tosiendo sin parar. Al parecer, habían estado paseando con Isaac y Shubael, a los cuales agradecí todo lo que habían hecho. Cuando regresé, la estancia ya no tenía ningún invitado, y mi madre seguía igual que como la había dejado. Mamá se quedó un buen rato entre los brazos de Jake, llorando sin lágrimas. Hasta que se calmó. ―¿Ya estás mejor? ―le murmuró Jacob, separándola por los brazos para mirarla. Mi madre todavía era incapaz de hablar, por lo que solamente asintió y se separó de él totalmente. Jacob por fin pudo despegar su espalda de esa pared destrozada.

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―¿Te he hecho daño? ―quiso saber mamá, ahora preocupada por él. ―No, pero esta noche creo que necesitaré uno de los masajes de Nessie en la espalda ―le contestó, mirándome a mí con una sonrisa. ―Cuenta con ello ―le sonreí, acercándome a él. Entonces, mi madre miró hacia atrás, donde se encontraba Charlie con Sue, y cambió un torso por otro, dejándome pista libre a mí con mi chico. Me pegué a él y me adosé en un abrazo que él correspondió con gusto. ―Lo siento tanto, papá ―lloró de nuevo mi madre. Charlie tuvo que tragar mucha saliva para poder musitar algo. ―Todo se arreglará, hija, ya lo verás ―intentó consolarla―. Tu madre es más fuerte que yo, y si yo lo he superado… Su frase se quedó inconclusa cuando se paró a pensar en si realmente lo había hecho y luego su rostro adoptó su típica expresión de no pensar, no pensar. ―Anda, ve con Edward ―le instó Charlie, separándola―. Yo estoy bien. Mamá asintió una vez más, le dio un beso en la mejilla y se fue a los brazos de mi padre. ―Estoy muerta de miedo ―afirmó ella. ―Ya verás cómo todo sale bien, tranquila ―le animó Jacob―. Ya hay bastante gente que conoce nuestro secreto, y todos se lo han tomado bien. ¿Por qué no iba a hacer lo mismo tu madre? Además, las madres siempre aceptan a sus hijos tal y como son. ―Sí, pero sus hijos no son lo que somos nosotros ―discutió Rosalie, que estaba con los brazos cruzados. ―Creo que me voy a tomar un poco de aire ―declaró Charlie, ya andando hacia la puerta. ―Te acompaño ―le siguió Sue. ―Renée la aceptará ―aseguró Jake al mismo tiempo que la puerta se cerraba―. Bella sigue siendo la misma persona. En cuanto vea eso, ya no habrá problema. ―¿Y si no lo resiste? ―dudó mi madre, llena de temor―. ¿Y si no acepta lo que soy y no quiere volver a verme? ―Eso no ocurrirá. Nadie rechaza a una flor ―manifestó mi padre, acariciándola en la mejilla con dulzura. ―Vamos, Bells, sabes que eso no será así ―alegó mi chico, usando otra entonación y otras formas―. Renée es muy fuerte.

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―Ya lo sé, pero necesito ponerme en lo peor ―continuó mamá, mirándoles a los dos―. Necesito hacerlo, tengo que estar preparada para cualquier cosa. ―Bueno, pues, poniéndonos en lo peor, como tú dices, al menos Renée sabrá la verdad y ya no seguirá buscándote atormentada ―afirmó Jacob―. Podrá vivir más tranquila, porque ya sabrá lo que hay, sabrá que tú estás bien, bueno, más o menos ―Rose puso los ojos en blanco―. Eso sí, tenemos que dejarle muy claro lo feliz que eres. Si tú eres feliz, ella lo será también. ―Si no la acepta, Renée no será feliz nunca ―rebatió Rose de nuevo―. Además, estamos ignorando el peligro al que se verá expuesta a partir de ahora. ―Pero tiene derecho a saberlo, ¿no te parece? ―le contestó mi chico, algo molesto por su negatividad―. Hay gente aquí que lo sabe todo, y ni siquiera son familia. Renée es la madre de Bella, qué menos que lo sepa. Carlisle carraspeó, poniendo un poco de orden a todo esto. ―En mi humilde opinión, creo que Jacob tiene razón ―declaró, hablando con un tono conciliador. Jake le dedicó una sonrisita a Rosalie y ésta entrecerró los ojos―. Ya han pasado muchos años y Renée no ha dejado de insistir en ver a Bella ni un solo día. Creo que esto no sólo la está afectando a ella psicológicamente, como es obvio, sino que Bella también está sufriendo por ello. Y eso nos afecta a todos. Es más, nos pone en peligro. Renée no dejará de investigar nunca, no hasta que no sepa la verdad, y eso, más tarde o más temprano, la pondrá en peligro a ella, con lo cual, nosotros tendremos que terminar interviniendo ―mi madre apretó la mano de papá―. Ya lo hemos visto hace tres años, con aquella visión que Alice había tenido. En aquél entonces conseguimos evitarlo, pero llegará un día en que nos será imposible. Es mejor que lo sepa ahora, que nos conozca tal y como somos. Eso evitará problemas mayores. Si ella lo descubre por su cuenta, nos tomará por asesinos sanguinarios, en cambio, si se lo decimos nosotros, tendremos la oportunidad de explicarle bien las cosas, eso, además de evitar malinterpretaciones, se lo pondrá más fácil. No obstante, la decisión no está en mi mano. Bella, ¿estás dispuesta a decírselo? ―le preguntó, pidiéndole su consentimiento para tomar una decisión. ―¿Y el tema de Renesmee? ―quiso saber mi madre. Oh, ya no me acordaba de eso…

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―Iremos poco a poco ―dijo mi abuelo―. No creo que sea bueno sobrecargarla. Primero le explicaremos lo tuyo, y después veremos cómo se presenta la situación. Dependiendo de su reacción, valoraremos si le contamos lo de Renesmee ahora o más adelante. Ahora la que estaba algo nerviosa, también, era yo. Mi madre miró a papá, buscando su consejo, y él asintió, infundiéndole confianza con otro apretón de mano. ―De acuerdo ―asintió ella, suspirando con nervios. ―Pues está decidido ―confirmó Carlisle―. Mañana Renée se enterará de la verdad.

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REENCUENTRO Mi madre estaba muy nerviosa, lógicamente. No paseaba de aquí para allá, pero enredaba sus manos en un nudo de dedos frenéticos. Mi padre intentaba calmarla, frotándole los brazos, sin embargo, mamá tenía la mirada enfrascada en el suelo. Parecía estar meditando todo lo que le iba a decir a Renée, así como cada una de las posibles reacciones de ésta, para estar preparada. Alice se concentraba en un intento de ver qué iba a pasar, pero mientras Jake y yo estuviéramos presentes, era imposible que viera nada, así como estos días atrás no había visto que Renée iba a aparecer en la fiesta de cumpleaños, puesto que la misma estaría llena de metamorfos. En el momento en que mi familia había decidido asistir a la fiesta, Alice ya no podía ver nada. Charlie todavía no estaba en la casa, pues había decidido ir él mismo a buscar a Renée a su hotel, más que nada para ayudarla y acompañarla en estos momentos tan extraños y desconocidos para ella, llenos de incertidumbre. Creo que Renée necesitaba su apoyo más que nunca, aunque también tenía a Phil a su lado, que, al parecer, también había venido, pero, claro, este último no sabía ni la mitad, y no lo iba a saber nunca. Phil tan sólo sabía que Renée por fin iba a ver a su hija. Me pregunté si él también iba a venir a la casa. Ayer mi abuelo, después de superar su estado de shock, había salido en busca de Renée para tranquilizarla un poco más, aunque él era todo un manojo de nervios. Puede que ella decidiera no venir, pero Charlie estaría con ella fuese cual fuese su decisión. Al fin y al cabo, era de la hija de ambos de quien se trataba. Yo también estaba nerviosa. Tal vez al final no podíamos decirle que tenía una nieta, pero la posibilidad de que sí se lo dijésemos también estaba ahí. Como cuando era una niña, una vez más me tenía que

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enfrentar al temor de ser rechazada, porque, para qué nos íbamos a engañar, a ojos de cualquier humano, yo seguía siendo un bicho raro, un ser extraño que incluso les podía provocar cierto temor o aversión. Aunque esto no era nada comparado con lo que mamá estaba pasando, claro. Mi madre ya esperaba en el salón, con sus lentillas marrones puestas. No sólo las llevaba por Renée, sino que Charlie jamás había visto sus ojos dorados, aunque a estas alturas... Creo que mi abuelo sabía de sobra que el iris de mamá era idéntico a aquellos que la rodeaban, pero que prefería no verlo directamente, es por eso que mi madre seguía llevando esas dichosas lentillas. La estancia permanecía en un silencio tal, que el único sonido que se oía eran los dos repiqueteos acompasados de mi corazón y el de Jacob, aunque también se podían escuchar los cantares juguetones de los diferentes pájaros que habitaban el bosque, las caricias del viento en las hojas y el correteo de alguna ardilla que otra por la corteza de un árbol. El único que se mostraba más tranquilo era Jacob. Su postura no es que fuera totalmente despreocupada, pero sí mas relajada que la de los demás. Mi madre intentaba concentrarse en él, como si así fuera a contagiarse de algo. No había ninguna hora de llegada acordada, pero parecía que Renée se estaba retrasando. Ya empezábamos a dudar de que viniera, cuando otro ruido diferente comenzó a escucharse en la lejanía. Era el motor de un vehículo, y no era el coche patrulla de Charlie. Los nervios de mamá subieron hasta el infinito. ―Tranquila, todo saldrá bien ―le alentó mi padre, posando los labios en su sien con dulzura. El ruido del motor fue oyéndose cada vez más cerca, y el nerviosismo fue aumentando con él, hasta que ese motor se paró justo delante del porche de la casa. Todo se detuvo de nuevo, incluso mi corazón pareció ralentizarse. Hubo un momento en que casi iba al mismo compás que el de Jake. Él se percató de mi estado de ánimo y apretó el amarre de mi mano. Primero, el sonido de dos puertas del coche cerrándose, después, los pasos de dos pares de zapatos subiendo las escaleras del porche. Mi madre estaba al borde de su aguante y mi padre la sujetó por la cintura. Por supuesto, ya sabía que no podía desmayarse, pero, en serio, daba esa sensación. Era extraño, y hasta sorprendente, ver a un ser tan fuerte como

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un vampiro parecer tan frágil. Mamá lo parecía tanto, que daba la sensación de que estaba enferma. Si seguía así, iba a darle un buen susto a Renée. ―Alegra un poco la cara, Bella ―le cuchicheó papá, haciéndose eco de mis pensamientos―. ¿No querrás que tu madre crea que estás enferma? ―Estoy aterrada ―fue lo único que ella consiguió musitar. ―Sé fuerte ―le dijo mi progenitor, dándole otro beso, esta vez, en la cabeza. Tap, tap, tap, tap… Y el timbre sonó. Mamá había escuchado esos pasos, como todos, y sabía que iban a picar, pero aún así no pudo evitar sobresaltarse un poco. Mi mano apretó la de Jacob y todos aguantamos la respiración. Bueno, en el caso de mi familia era un decir, por supuesto. Carlisle le hizo una señal con la cabeza a mi madre. ―Vamos, cariño ―le instó mi padre. Ella le miró, mordiéndose el labio, asintió y le acompañó hasta la habitación de al lado. Mi familia había decidido que era mejor así, para comprobar primero el estado de Renée. En cuanto esa puerta se cerró, mi abuelo vampiro se acercó con premura a la de la entrada para abrirla. ―Buenas tardes, Renée ―le saludó Carlisle―. Charlie ―y asintió con la cabeza a modo de saludo. ―Buenas… buenas tardes ―correspondió mi abuelo humano, con evidentes nervios. ―Pasad ―Carlisle se apartó para dejarles paso. Renée lo hizo primero, y sus ojos ya buscaron a mamá. Venía sin Phil, por lo que deduje que le había puesto algún tipo de excusa para que no la acompañase. Al no ver a mi madre allí, sus pupilas oscilaron automáticamente hacia Jake. ―Está aquí, como te prometí ―le calmó él, mirándola con sinceridad. Charlie traspasó la puerta y Carlisle la cerró. El primero se puso enseguida junto a Renée y el segundo junto a Esme. ―¿Y dónde está? ―quiso saber Renée. Se la notaba tensa, pero parecía más tranquila que el día anterior. ―Sólo quieren comprobar que estás bien antes de que ella salga ―le dijo Charlie.

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―Estoy bien, ¿dónde está? ―insistió, estudiando el interior de la casa con la mirada. ―¿Ya sabes a lo que te vas a enfrentar? ―le preguntó Jake―. Me refiero a lo que hablamos ayer, ¿recuerdas? Los ojos azules de Renée dejaron su examen para estacionarse en los de Jacob con una certidumbre que me dejó un poco asombrada. ―Ya sé lo que sois ―declaró, dando un rodeo con la vista para mirarnos a todos. Me quedé perpleja cuando vi ese matiz en su mirada, porque era una mirada muy parecida al odio. Nunca había visto a nadie mirarnos así―. Me ha costado deducirlo, pero me he pasado toda la noche investigando en Internet ―entonces, con una valentía asombrosa y digna de alabanza, alzó la barbilla y lo soltó con valor y arrojo―. Sois vampiros. Se hizo un silencio tenso que sólo se rompió con el sonido de la mano de Charlie secándose el sudor de la frente. Mis dedos estrujaron a los de Jacob un poco más. Jasper volvió a poner cara de concentración. ―Así es ―le confirmó Carlisle, con un tono serio―. Pero no somos como usted piensa. ―Sois asesinos ―le espetó Renée, apretando los dientes―. Le chupáis la sangre a la gente. Y algo le habéis hecho a mi hija. Mi corazón no pudo evitar estremecerse al escuchar tales palabras. ―No tomamos sangre humana ―le explicó Carlisle, usando su voz serena y pausada―. Nos alimentamos sólo de animales. Renée le miró con incredulidad. ―Es cierto ―le confirmó Jake. ―¿Tú… también eres…? ―No. Yo no soy un chupa… un vampiro ―corrigió mi chico a tiempo. Charlie terminó por sacarse un pañuelo del bolsillo para frotar la parte superior de su rostro. Mi abuela humana evaluó a mi marido, comparándolo con el resto de los presentes, y supo que no mentía. ―Vamos, Renée, tienes que creernos ―le rogó Jacob, hablándole con la misma naturalidad que ayer―. No toman sangre humana, créeme. Son buena gente. Emmett le dedicó una sonrisita a Renée cuando ésta observó a su alrededor de nuevo. ―Me gustaría creerte, Jacob, pero me cuesta hacerlo ―declaró ella.

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―Mira sus ojos ―le pidió mi chico. Renée los miró, aunque un poco a regañadientes―. Son dorados, ¿no? Bien, pues los vampiros que toman sangre humana los tienen rojos. Estos de aquí son buenos, créeme. Además, ¿no ves lo tranquilos que están? Si tomasen sangre humana, ya se habrían tirado a ti, ¿no crees? Rosalie le fulminó con la mirada. No le gustó nada esas formas para referirse a ellos. ―No lo sé ―dudó Renée, nerviosa―. Puede que se estén controlando. ―No le hacemos daño a nadie ―le aseguró Carlisle―. Nos dedicamos a cazar animales salvajes para sobrevivir. ―¿Ah, sí? ¿Y qué hay de eso de la eterna juventud? ―cuestionó ella, con ojos críticos―. Necesitáis sangre humana para manteneros jóvenes. Tenía que reconocer que Renée era muy valiente. Estaba temblando, sin embargo, le echaba arrojo al asunto y estaba diciendo todo lo que quería decir, aun sabiendo que alguno de nosotros podíamos atacarla y matarla con un chasquido de dedos, cosa que no iba a ocurrir, por supuesto. Aunque ella parecía seguir pensando que sí. ―Mitos y leyendas ―alegó Carlisle―. Existen muchos mitos de este estilo en torno a nosotros, pero muchos no son ciertos. Y uno de ellos es ese. Nos mantenemos jóvenes igualmente. En realidad, nos mantenemos en el mismo estado en el que fuimos transformados y no cambiamos más, pasen los siglos que pasen ―le reveló, abiertamente. El trago de saliva de Renée fue claramente audible. ―¿Bella…? ¿Bella es igual que vosotros? ―preguntó ella, con un hilo de voz. Aunque más que una pregunta ya parecía una afirmación. ―Sí ―admitió mi abuelo vampiro, ratificándoselo. El pañuelo de Charlie ya no podía moverse más deprisa. Renée cerró los ojos y exhaló todo el aire que tenía en los pulmones. Abrió los párpados y se quedó un buen rato con la mirada clavada en el suelo, perdida. Luego, la alzó hacia Charlie. ―¿Tú ya lo…? ―su pregunta, y reproche, se quedó en el aire cuando vio lo pálido que estaba él, así que, como también le conocía, ya se percató de que Charlie siempre había preferido saberlo pero sin saberlo. Hasta hoy. Lo que sí hizo fue dirigirse a Carlisle―. Quiero verla ―le pidió finalmente.

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No sé qué sería lo que había estado recapacitando, ni si se creería todo lo que le contamos, pero ahora Renée parecía más sosegada, incluso diría que decidida. Carlisle asintió. Después, todos miramos a la puerta de la habitación donde se habían escondido mis padres. Pudimos escuchar cómo el corazón de Renée se aceleraba al tiempo que sus ansiosos y nerviosos ojos miraban en la misma dirección, esperando la aparición de su hija. Entonces, mamá apareció por la puerta, cogida de la mano de mi padre. Mi garganta fue invadida por uno de esos incómodos nudos, pero fui capaz de controlarme. ―Hola, mamá ―le saludó, embargada por la emoción y los nervios. La primera reacción de Renée fue la de abrir los ojos como platos y jadear. Esa hija que había visto en su boda por última vez, seguía siendo la misma joven de diecinueve años, pero diferente. Su rostro había cambiado, su cabello era más lustroso, incluso su voz era más angelical y pura. Todos vimos el collage de expresiones que tiñó su rostro: asombro, incredulidad por lo que estaba viendo, perplejidad… Pero también deslumbramiento, felicidad y alegría. La segunda reacción de Renée ya fue la de correr hacia ella para abrazarla. Papá soltó la mano de mi madre para que tuvieran vía libre. ―¡Bella! ―lloró, rodeándola con sus brazos. ―Mamá… ―sollozó mi madre, abrazándola. Ambas se fundieron en un abrazo conmovedor que hizo que mis ojos ya no pudiesen reprimir las lágrimas. Mamá tuvo que contenerse para no apretarla entre sus brazos todo lo que a ella le hubiese gustado, para no hacerla daño. Renée se separó de ella para mirarla y acarició su rostro ansiosamente. ―Estás… helada… ―No, es que es así ―afirmó Jake, sonriente. Le propiné un pequeño codazo en las costillas justo cuando Renée desviaba la vista para mirarle a él. ―¿Así…? ―repitió, perpleja. Y sus pupilas regresaron a su hija. ―Sí, soy así, mamá ―le ratificó mi madre, hablándole con un tono dulce―. Somos fríos, aunque no tenemos frío. Bueno, ya te lo explicaré ―y se le escapó una risa nerviosa.

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―Estás… estás… tan igual pero tan diferente al mismo tiempo… ―murmuró, observándola con una mezcolanza de felicidad y tristeza a la vez. ―Bueno, plantéatelo como si se hubiese hecho la cirugía o algo así ―le dijo Jacob, mostrando una sonrisa completamente relajada. Yo le pegué otro codazo, pero Rosalie volvió a acribillarle con la vista. ―Sigo siendo la misma persona ―le aseguró mi madre. Renée sufrió un ligero mareo, por lo intenso de la situación, y se tambaleó. Mamá la sujetó a tiempo, aunque mi padre ya estaba ahí para agarrarla. ―Mamá… ―la preocupación se desbordó por el rostro de mi madre. ―Estoy… bien ―mintió Renée. ―Llevémosla al sofá ―sugirió mi padre, pasando el brazo de mi abuela materna por encima de su hombro para ayudarle a caminar hacia el níveo asiento. ―Traeré un vaso de agua ―se ofreció Esme, caminando con presteza hacia la cocina. La dejaron en el sofá con delicadeza, tumbándola boca arriba, y Carlisle le puso un par de cojines bajo los tobillos. Charlie corrió hacia allí y comenzó a abanicarla con una revista que Emmett había dejado sobre la mesilla. Enseguida llegó Esme con ese vaso de agua. ―Hija… ―le llamó Renée. ―Estoy aquí, mamá ―le contestó mi madre, con esa mezcla de preocupación y emoción, agachándose para ponerse a su altura. Esme le pasó el vaso―. Toma, bebe un poco de agua, te sentará bien. Renée se incorporó un poco y tomó unos tragos. Mientras su cabeza se posaba de nuevo, mamá le devolvió el vaso a Esme. Renée le cogió la mano y se la apretó con las pocas fuerzas que tenía. ―¿Podré verte otra vez más? ―quiso saber, y las lágrimas volvieron a recorrer su rostro―. No me importa lo que seas, no me importa que sea una vez al año…, sólo quiero verte más veces… Mi madre tardó unos segundos en poder contestar. ―Claro que sí, mamá ―musitó, acariciando su rostro con su mano helada. A Renée no pareció importarle ese tacto―. Y no sólo una vez al año. Ahora que ya sabes mi secreto, podrás verme todos los días, si

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quieres. Aunque si no quieres verme tan a menudo por lo que soy, lo comprenderé. Mi abuela humana alzó la cabeza repentinamente y se incorporó un poco. ―No ―soltó con precipitación, mirándola con ansiedad―. Quiero verte a menudo, lo necesito. ―¿De verdad no te importa lo que soy? ―murmuró mamá. ―No sé lo que te han hecho, ni lo que te obligan a hacer, pero tú siempre serás mi hija ―de repente, su mirada y su voz, los cuales se dirigieron a mi familia, se tornaron agresivos. ―No me han obligado a nada ―le confesó mi madre, sujetándole la barbilla con suavidad para hacerle girar el rostro hacia ella. Sus ojos se encontraron―. Yo he elegido esta vida, y lo he hecho libremente. Y soy feliz, mamá, inmensamente feliz. Sobretodo ahora que tú lo sabes y podemos vernos. Pero necesito que me creas, porque te estamos diciendo la verdad. Sólo nos alimentamos de animales, jamás he probado otro tipo de sangre, jamás. Tú me conoces, sabes que nunca hubiera elegido esta vida si tuviera que matar a humanos. Charlie pasó a abanicarse a él mismo. Renée se estremeció un poco al escuchar cómo mi madre pronunciaba esa última palabra excluyéndose a sí misma. Se quedó observándola a los ojos cerca de un minuto, sin decir nada. ―Está bien, te creo ―aceptó por fin, soltando un suspiro―. Si tú me dices que no tomáis… sangre humana ―le costó soltar―, te creo. No me importa lo que seas, mientras seas feliz. Si lo has elegido libremente y eres feliz, yo también lo soy. ―¿Lo ves? ―le sonrió Jake. Mi abuela materna desvió la vista hacia él, pero, de pronto, sus pupilas se encontraron conmigo. ―¿Y por qué está ella aquí? ―preguntó, entrecerrando los ojos para estudiarme con esa mirada de siempre. No se había percatado de mi presencia hasta ahora, o tal vez no se había dado cuenta de que mi presencia aquí era extraña, hasta este momento. Mi corazón se aceleró y me preparé para ese rechazo inicial. Como cuando era pequeña, sentí la urgente necesidad de esconderme tras Jake. ―No eres la sobrina adoptada de Sue, ¿verdad? ―adivinó, cambiando la vista hacia Charlie.

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―No ―confesó él, algo ruborizado por aquel embuste. Mi abuela volvió a mirarme. ―¿Quién eres en realidad? ―inquirió, sin dejar de estudiar mi rostro. Y sus ojos pasaron a hacerlo con mis progenitores. Creo que más o menos ya sabía la respuesta. ―Es alguien muy especial, mamá ―le contestó mi madre, sonriéndome. ―Acércate ―me pidió Renée, incorporándose más hasta que se quedó sentada. Jacob iba a soltar mi mano para dejarme ir, pero se lo impedí. Necesitaba tenerle a mi lado, sentir su calidez y tranquilidad, sentir esa seguridad que sólo él me daba. Tiré de él y le hice caminar junto a mí hasta que me planté frente a Renée, tímidamente. Sus pupilas oscilaron de mí a mis padres. La respuesta era tan obvia, que mamá optó por decírselo directamente. ―Esta es Renesmee, nuestra hija ―y mi madre cogió la mano de mi padre y la mía que estaba libre. La otra apretó la de Jacob, esperando a que Renée se desmayase de nuevo o echase a correr directamente. Pero no lo hizo. ―¿Renes… mee? ―mi abuela materna pareció percatarse del juego de palabras que conformaba mi nombre, aunque eso no fue lo que más pareció emocionarle―. ¿Vuestra… hija? ¿Mi… nieta? ―Sí, mamá. Tu nieta ―sonrió mi madre. ―Hola… ―ya nos conocíamos, pero no pude evitar saludarla con ese frágil murmullo, como si, en realidad, acabasen de presentarnos. Estuve a punto de decir hola, abuela, pero creí que igual era un poco fuerte y precipitado llamarla por ese nombre tan a primeras. Todavía se estaba recuperando del primer shock, y ahora tenía que hacerlo del segundo. Sin embargo, Renée se puso en pie lentamente, se quedó frente a mí y me observó, maravillada. Era como si estuviera viendo a un ángel o algo así. Me ruboricé, y entonces ella sonrió, todavía más anonadada por mi reacción. ―Eres tan preciosa… Pareces un ángel ―musitó―. Te parecías tanto a ellos. Tus ojos…, tu rostro… Siempre tuve mis sospechas, pero creía que estaba volviéndome loca ―reconoció, con un murmullo engatusado.

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―Y es la persona más maravillosa del mundo ―de repente, miré a mi lado y Jake me observaba del mismo modo. Eso hizo que la cantidad de sangre que ya invadía mis mejillas aumentase, pero también se me antojó darle un buen beso. Mi abuela materna llevó su trémula mano a mi rostro para tocarme, casi con miedo. Su palma se posó ligeramente en mi mejilla y, al notar la temperatura, la retiró súbitamente. No parecía asustada, sólo sorprendida por la diferencia con mi madre. ―Tu temperatura… ―Mi piel no es exactamente como la suya ―le expliqué, sonriéndole. Ella pareció quedarse más engatusada, cosa que volvió a darme una vergüenza horrible. ―¿Por qué? ―le preguntó a mi madre. ―Me quedé embarazada en la luna de miel ―le desveló ella―. Todavía no era como ahora, así que ella es mitad humana. ―¿Eres… mitad humana? ―Renée pestañeó, perpleja. ―Sí. Soy un semivampiro ―le revelé. Charlie cogió el vaso de agua y se lo terminó de unos pocos y sonoros tragos. Los ojos de mi abuela humana oscilaron hacia Jake. ―No, tampoco soy un semivampiro ―declaró él, sin poder evitar reírse un poco. ―¿Y por qué no me contaste todo esto antes? ―le reprochó ella a mamá. ―No podía ponerte en peligro, ya tenía bastante con papá. ―¿Conmigo? Hey, yo estoy muy bien, sé cuidarme solo ―le replicó él, algo molesto. ―Tú estás protegido a todas horas por un montón de… amigos que andan por los bosques ―rebatió mi madre. Estaba claro que esos amigos eran los metamorfos. Mamá lo había omitido, seguramente para no aturullar más la cabeza de Renée. De momento ya tenía bastante con saber de la existencia de vampiros y semivampiros. Charlie refunfuñó por lo bajo, pero no dijo nada. ―Escucha, mamá ―le dijo mi madre, soltando la mano de mi padre y la mía para envolver las de Renée, que soltó un respingo al principio por no estar acostumbrada a ese tacto, aunque enseguida se amoldó―. Este mundo es muy peligroso ―empezó a advertirle―. Nosotros somos

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una excepción. La mayoría de vampiros se alimentan de sangre humana y son bastante despiadados ―suavizó. Charlie buscó más agua con desesperación, pero el vaso estaba vacío. En una milésima de segundo, Esme le trajo otro―. No debes hablar de esto con nadie, ni siquiera con Phil. Invéntate una excusa o algo. Dile que me has visto, pero que yo quería verte a solas. Dile que estoy en una secta, lo que quieras. Pero, repito, no le hables de esto. Ni a nadie. Esto es muy importante, y es totalmente necesario para que no te pongas a ti ni a él en peligro. Mamá esperó a su respuesta. ―S-sí…, sí ―asintió Renée, algo atemorizada. ―Siento asustarte, pero tengo que decírtelo así para que te quede muy claro. Las cosas son así y no puedo suavizártelas. ―De acuerdo ―volvió a asentir mi abuela humana. ―Deberás seguir unas pautas a rajatabla para que podamos vernos ―siguió mamá. La pobre Renée no hacía más que asentir mientras la miraba con obediencia―. Cuando me llames, nunca te refieras a nosotros como vampiros, trátanos como siempre lo has hecho, ¿de acuerdo? Para quedar, te llamaré yo desde alguna cabina telefónica. Tendremos que vernos en sitios poco concurridos, en algún bosque o algo así. Y otra cosa ―mi madre tomó aire y se lanzó a la piscina, hablando entre murmullos cautos―. Sabes que nunca envejeceré ―ahora sí que Charlie pudo beber agua. La necesitaba de nuevo―. Siempre tendré este aspecto, siempre. Por muchos años que pasen, siempre aparentaré diecinueve. ¿Estarás preparada para eso? Renée cogió aire y lo soltó entrecortadamente. ―Sí ―asintió. Luego, miró a Jake―. Pensaré en la cirugía ―y le dedicó una sonrisa a mi chico que él correspondió. ―Bien ―aceptó mamá―. Bueno, eso es todo. Creo. ―¿Alguien quiere tomar algo? ―preguntó Esme para romper un poco ese momento tan raro. ―Una tila, por favor ―le pidió Renée. ―Otra para mí ―se apuntó Charlie, que volvía a secarse el sudor de la frente con su pañuelo. ―Ahora mismo ―sonrió Esme, dirigiéndose a la cocina. ―Sentémonos aquí ―le instó papá, señalando el sofá con la mano―. Tenemos muchas cosas de las que hablar.

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Renée tomó asiento, y Charlie la acompañó. El resto nos distribuimos a su alrededor como pudimos, aunque el otro lado de Renée lo ocupó mi madre. ―Y tenéis muchas cosas que contarme sobre vosotros ―exigió Renée, usando de pronto un autoritario tono maternal―. Ya que he tenido que soportar doce años de incertidumbre y que no puedo hablar de esto con nadie, me gustaría saberlo todo. ―Me parece un precio justo ―aceptó Carlisle. ―Y sobre todo, quiero saber de ti ―me dijo, y su boca no pudo evitar sonreírme. ―Claro, lo que quieras ―le sonreí yo también. ―Tengo una nieta… ―murmuró, sin quitarme ojo―. Todavía no me lo creo. Todos rieron por lo bajo. ―Pues ya lo puedes creer, Renée ―le contesté. ―No. Llámame abuela ―me pidió, sin dejar de sonreírme. No sé lo que fue, pero eso fue música celestial para mis oídos, porque parecía que me había aceptado, que había aceptado toda la situación. Puede que el shock todavía no se hubiera esfumado del todo, pero ahora se la veía más relajada, tranquila, porque por fin sabía la verdad sobre su hija, por fin iba a poder verla siempre que quisiera, y se notaba que eso era lo más importante para ella. No pude evitar sentirme tan feliz. Mi madre rebosaba esa felicidad por los cuatro costados, y eso me contagiaba más. ―Como quieras, abuela ―y mi sonrisa se amplió. Sí, las cosas con Renée iban a ser muy diferentes a partir de ahora.

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GRIPE Esta vez Razvan no me lanzaba un cuchillo, simplemente observaba con una sonrisa malvada y satisfecha cómo mi abultado vientre se llenaba de sangre. Ésta chorreaba hacia abajo en hilos densos y negruzcos que resbalaban por mis piernas y formaban un charco bajo mis pies, sin que yo pudiese hacer nada para evitarlo. ―¡Nooooo! ―grité, horrorizada, incorporándome de sopetón. En esta ocasión sabía que había sido otra pesadilla. Otra más. La misma que, últimamente, tenía siempre. ―Nessie, mírame ―me pidió Jake, acariciándome el rostro con ansiedad. Seguramente llevaba un buen rato haciéndolo, porque tenía un calor tremendo. Esa horrible pesadilla se había esfumado, pero todavía tenía los últimos visos en los ojos, hasta me sentía mareada. Le miré y, cuando le vi a mi lado, le abracé con fuerza. ―Jake, ha sido la misma pesadilla de siempre ―sollocé en su acogedor cuello. ―Lo sé ―murmuró, apretándome con mimo al tiempo que sus manos acariciaban mi espalda desnuda. Tenía tanto calor, que hasta me parecían templadas―. Tranquila, ya ha pasado todo. Su cuerpo me acaloraba más, pero se estaba tan bien entre sus brazos, notando su piel pegada a la mía. ―¿Por qué se repite tanto? ―pregunté con un murmullo. ―Supongo que hasta que no demos caza a Razvan y compañía seguirás teniéndolas. Me despegué de él para mirarle. ―¿Quieres decir que hay posibilidades de que la pesadilla se cumpla hasta que no mueran Razvan, Nikoláy y Ruslán? ―inquirí, con temor. Claro, qué tonta era.

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―Esa pesadilla no se cumplirá ―aseguró, omitiendo esa respuesta tan obvia, para no preocuparme―. Esos tres morirán mucho antes. De pronto, me dio otro fuerte mareo. En realidad, era un mareo continuo que no se iba. Pero había algo más. Debido al tema de mi pesadilla, no me había dado cuenta hasta ese momento de que mi nariz estaba taponada y de que me dolía todo el cuerpo. Tenía la garganta reseca, ese fuerte calor no se iba y me encontraba mal, muy mal, fatal. Jake se percató de que me pasaba algo cuando vio cómo se me cerraban los ojos y observó mi rostro mejor. ―¿Te encuentras bien? ―inquirió, preocupado. ―La verdad es que no ―reconocí, llevándome la mano a la frente. ¡Uf, ardía! ―Déjame ver ―me pidió él, quitando mi mano para poner la suya con prisas―. Mierda, estás ardiendo. Sí, lo estaba, porque su piel, que normalmente me parecía tórrida, ahora me resultaba más bien templada. Los ocho grados que me sacaba normalmente, ahora no llegarían a cuatro. Y ya me temía lo que era. ―Tengo fiebre… ―susurré. ―Pensaba que tenías calor por el susto de la pesadilla, pero ya veo que no es por eso ―dijo, alarmado―. Vamos, cielo, túmbate ―me ayudó a echarme, tomándome por la cintura con delicadeza. Luego, me cubrió con la sábana―. Llamaré a Carlisle. Hizo el amago de levantarse, pero le detuve, cogiéndole por el antebrazo. ―No, no le llames. ―Pero estás ardiendo ―rebatió, mirándome con preocupación. ―Sólo es una gripe, conozco los síntomas ―afirmé, hablando desganada por la fiebre―. Si le llamas, preocuparás a toda la familia. Son capaces de venir de Anchorage hasta aquí sólo por esto. Mi familia ya estaba en Alaska, hasta Renée se había marchado a Phoenix con Phil. ―¿Gripe? ¿Estás segura? ―se aseguró, sin dejar de observarme con esa ansiedad. ―Sí, cielo, no te preocupes ―le sonreí, aunque sólo para que no se preocupase, porque me encontraba tan mal, que no me apetecía nada.

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―No sé, Nessie ―dudó, llevándose la mano al pelo, nerviosamente―. Jamás te has puesto enferma de nada, ¿y ahora vas a coger una gripe? ―No olvides que soy mitad humana ―le recordé―. En realidad, soy más humana que vampiro. Además, no es una gripe normal ―le revelé, y conforme hablaba, yo misma me iba dando cuenta de las cosas―. Es una gripe más agresiva. Un virus extremadamente fuerte y resistente. Nuestros ojos se encontraron y no hizo falta que dijera más. ―La gripe que azota Vancouver ―cayó, sorprendido―. Las gemelas te han contagiado. Pues claro. Aparte de la fiesta de cumpleaños de hace cinco días, habíamos pasado los tres días siguientes con ellas. Tiempo suficiente para que el virus me atacase. Ahora que lo recordaba, ya ayer no me encontraba muy bien, pero lo había achacado a cansancio. ―Genial. Es la primera vez en toda mi vida que me pongo enferma ―me quejé en voz alta. De repente, Jacob se echó a reír. ―No le veo la gracia ―protesté, aunque no pude evitar que se me escapase una sonrisa apagada por la gripe. ―¿Cómo que no? ―rió―. Jamás te has puesto enferma, y ahora vas y coges una de las peores gripes que ha habido este año. Mira que eres escogida. ―Sí, la verdad es que es cómico ―admití, riéndome con menos brío del que me hubiera gustado―. Encima, las gemelas ya se han recuperado y ahora la que la tiene soy yo. ―Lo raro es que no tengas tos. ―Bueno, también soy mitad vampiro. Puede que el virus no me haya hecho efecto del todo ―aventuré, pasando la mano por la frente para mitigar un poco ese tremendo dolor de cabeza. Me dolía tanto, que parecía que me iba a explotar, y encima, no hacía más que escuchar unos molestos e insistentes pitidos internos. Éstos retumbaban en mis taponados oídos en un soniquete continuo. La sonrisa de Jake bajó al instante cuando vio mi ceño de dolor. ―¿Te duele mucho la cabeza? ―inquirió, examinándome con preocupación. ―Sí ―gemí. Entonces, bajó su parte de sábana, giró medio cuerpo y sacó las piernas de la cama por su lado del colchón para levantarse.

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―¿A dónde vas? ―le pregunté, extrañada. ―A buscarte algo para la gripe ―contestó, poniéndose en pie. Pestañeé, perpleja ―y algo anonadada, por qué no decirlo―, mientras él trotaba desnudo por la habitación para dirigirse al armario. ―No hay… ―me iba a incorporar, pero el intenso mareo no me dejó alzar más que la cabeza, la cual cayó sobre la almohada acto seguido. ―No te levantes ―me regañó cariñosamente al tiempo que ya se abrochaba unos pantalones. Y se acercó a mí para arroparme con la sábana. ―Es de noche. A estas horas no hay ninguna farmacia abierta ―le advertí, mirándole con algo de desesperación, porque no quería que se fuera―. Además, no sabemos si los medicamentos comunes harán algún efecto en mí ―saqué las manos y le cogí la suya para que no se marchase, suplicándole con la mirada. Jake se sentó en la cama, junto a mí, y llevó su mano suelta a mi sien para acariciarla y apartarme el pelo. Creo que eso incluso alivió algo mi tremendo dolor de cabeza. Pero mi corazón se aceleró y las mariposas volaron más revolucionadas cuando se inclinó sobre mí y posó sus ahora templados labios sobre mi frente. ―Tienes mucha fiebre ―murmuró, despegándolos para enderezarse―. Puede que no te hagan un efecto normal, pero por lo menos te aliviarán algo los síntomas ―mis ojos volvieron a suplicarle que no se fuera y él no pudo evitar morderse su grueso labio inferior, quedándose pensativo durante un par de segundos―. Vamos a hacer una cosa ―habló finalmente―. Avisaré a alguien de la manada para que me traiga algo, ¿vale? Así no te quedarás sola. Puede que el familiar de alguien tenga algo por casa. Eso servirá para esta noche. Mañana te conseguiré más medicamentos. Me daba pena de los miembros de la manada que hoy tenían el turno de noche, porque los pobres ya tenían bastante con los otros menesteres que les ofrecía el bosque. Pero ahora me daba cuenta de lo egoísta que se vuelve uno cuando está enfermo, ya que no quería de ninguna manera que él se fuera. ―Vale ―acepté, egoístamente, sí. Los ojos me lloraban y se me cerraban… Estaba tan cansada… Tenía tanto sueño… ―Duerme un poco ―susurró Jake mientras ya acariciaba mi rostro con dulzura…

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Sus caricias me relajaban tanto… y me sentía tan protegida sabiendo que él iba a quedarse a mi lado… …que, sin darme cuenta, me dormí. Tenía frío, eso fue lo que hizo que mi sueño se disipase como si fuera niebla y que me despertara. Parecía ser el típico día nublado de La Push, pero mis ojos estaban más perezosos de lo normal, así que les costó mucho abrirse. Cuando lo consiguieron, aunque a medias, y se adaptaron lo que pudieron a la luz, lo primero que hicieron fue mirar a mi lado. Vacío. Me incorporé con rapidez al no ver a Jacob ahí, pero el intenso mareo atacó a mi dolorida cabeza y terminé echándome de nuevo, emitiendo un ligero gemido al tiempo que mi mano se posaba en mi frente. Toda la habitación daba vueltas, parecía que el techo giraba y giraba… Podía ver cómo la lámpara que colgaba del mismo se movía sin parar, dentro de un torbellino inacabable. Cogí la parte superior de la sábana con mis manos, me tapé hasta arriba y, llena de temblores y escalofríos, me giré para adoptar una postura más bien fetal, apretando los párpados para que el dichoso mareo se fuera. Mi nariz estaba completamente taponada, era una sensación muy molesta e incómoda. Tuve que sorber hacia arriba con una inspiración nasal para que no se desbordase su contenido. Entonces, escuché cómo la puerta del dormitorio se abría y unos pies descalzos pasaban al interior. También oí un tintineo. Abrí los ojos, contenta, y me volteé en esa dirección. ―Jake… ―intenté exclamar con alegría, pero solamente me salió una voz más bien ronca, nasal y desganada. Ya se había duchado, vestido y todo. Portaba una bandeja que llevaba un vaso de zumo de naranja, un vaso de leche que humeaba calentita y un vaso de agua blanqueada por los polvos de un medicamento. También llevaba una caja de pañuelos desechables. Llegó con rapidez y se sentó a mi lado, posando la bandeja en la cama. ―Buenos días, preciosa ―me sonrió, al tiempo que se inclinaba sobre mí sin dejar de sujetar la bandeja para que no se cayese su contenido con el movimiento del colchón. Me dio un efusivo beso en los labios que no fue corto precisamente y después, mientras yo trataba de recuperarme, posó su boca en mi frente―. Sigues con fiebre ―comprobó, incorporándose.

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Sus labios seguían siendo templados y su abrasador aliento hoy sólo era aire caliente. ―Buenos días ―le sonreí―. Por decir algo. ―¿Cómo te encuentras? ―quiso saber―. ¿Un poco mejor que anoche? ―Qué va ―suspiré, y sorbí de nuevo nasalmente―. Estoy igual, y encima, tengo la nariz taponada. ―Eso se llaman mocos ―rió―. Toma ―sacó un pañuelo y me lo pasó―. ¿Sabes sonarte? ―Muy gracioso ―ironicé mientras él se reía más alto. Cogí el pañuelo―. Gracias. Me soné con fuerza, con tanta, que no me bastó con un pañuelo, así que Jacob tuvo que pasarme otro par. ―Qué rollo. Me encuentro fatal ―me quejé, dejando esos pañuelos sucios sobre la cama. La garganta me escocía un montón, la notaba hinchada, y cuando tragaba saliva, parecía que tuviese una lija. ―Bueno, pues ya verás. Te he traído un zumo se naranja y leche para que desayunes, y algo para los síntomas de la gripe ―declaró, sonriéndome. Su maravillosa sonrisa ya me alegraba la mañana. ―Gracias ―le sonreí otra vez―. ¿Y de dónde has sacado ese medicamento? ¿Te lo trajo alguien de la manada anoche? ―inquirí, hablando con pocas fuerzas. ―No exactamente. Anoche te quedaste sopa enseguida y no quería despertarte, así que llamé a Quil esta mañana para que me lo comprara en la farmacia y me lo trajera a casa ―me explicó. ―Ah. ―Espera. Se puso en pie con presteza, llevándose consigo el paquete de pañuelos, y cogió los dos grandes cojines que normalmente adornaban la colcha. Rodeó la cama para colocarse en mi lado de la misma, dejó los pañuelos en mi mesilla, colocó los cojines, apoyándolos en la parte de pared que quedaba bajo esa ventana que hacía de cabecero, y se inclinó sobre mí, poniendo mi brazo sobre su hombro. ―A ver, cielo, levántate un poco ―me instó, hablándome con dulzura, a la vez que rodeaba mi cintura con sus brazos.

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―Puedo yo sola ―mentí, con una risilla, para no hacerle trabajar tanto. No sirvió de nada, por supuesto. Jacob tiró de mi debilitado y dolorido cuerpo hacia él y me ayudó a sentarme en la cama, conduciendo a mi espalda con suma delicadeza para que se apoyara en esos mullidos y cómodos cojines. Después, subió la sábana para taparme más. El mareo seguía ahí, pero parecía que con la espalda apoyada la habitación no giraba tanto. ―Gracias ―le sonreí por enésima vez, acariciando su mejilla―. Por esto y por todo. ―De nada ―respondió, dándome un beso en la frente―. Deberías ponerte un camisón o algo ―me aconsejó, pues todavía estaba desnuda; y se incorporó del todo para quedar de pie. La noche anterior ya me notaba cansada, pero había tenido fuerzas suficientes para aplacar nuestra interminable pasión, tengo que reconocerlo. ―Sí, después me visto. De cuatro zancadas, Jacob rodeó la cama una vez más y se sentó en su lado del colchón, cogiendo la bandeja. ―Toma, pequeña ―la posó sobre mis piernas―. Te he colado el zumo para que no encontrases pulpas. ―Eres un cielo ―le alabé, sonriéndole. Y me acerqué para darle un merecido beso en los labios. ―Lo sé ―presumió, con una sonrisita. Yo me reí con una risilla―. Tómatelo todo, ¿eh? Primero el zumo, que si no, pierde propiedades. ―Sí, papá ―me mofé, cogiendo ese zumo natural recién hecho. Jake se rió. Luego, me metió el pelo detrás de la oreja mientras yo me bebía ese vaso, y sus sedosos dedos comenzaron a peinarme ese lado de mi cabellera. Él estaba guapísimo, deslumbrante, como siempre, pero yo tenía que tener unas pintas… No tenía nada de apetito, pero ese zumo alivió algo mi reseca garganta, así que me lo terminé rápido. ―Me lo acabé ―le mostré, levantando el vaso. ―Muy bien ―sonrió, sin dejar de peinarme―. Ahora la leche. ―Puaj. No me gusta la leche caliente. ―Venga, le he echado miel, no sabe tan mal, ya lo verás ―intentó convencerme.

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―No tengo mucha hambre, ¿tengo que tomármela? ―me mordí el labio. ―Sí, toda ―asintió con una sonrisita, pero había un matiz amenazante en su voz. ―Voy ―reí. Cogí el susodicho vaso y le di unos tragos. Puse una mueca de asco y a Jake le hizo gracia. Después, lo posé en la bandeja y dejé que mis manos siguieran rodeando la taza para calentarlas, pues seguía teniendo frío. Jacob se dio cuenta de mi temblequeo y se arrimó más a mí. Pasó su brazo por encima de mi hombro y me acurrucó a su lado. El placentero calor no tardó en hacer acto de presencia. ―Gracias ―castañeé, apretándome contra él. ―Para eso estamos ―afirmó, besándome en la cabeza. ―Un momento ―me percaté de repente―. ¿No tenías que estar trabajando ya? ―y giré la cabeza para mirarle, preocupada. Su rostro se quedó casi pegado al mío y las mariposas ya saltaron, emocionadas. ―He llamado al señor Farrow y le he dicho que estaba enfermo ―reveló, mirándome con esos intensos ojazos negros que me volvían loca―. Así podré estar contigo todo el tiempo. Estupendo. Ahora me sentía culpable por haberle dicho anoche que no quería que se fuera. No se lo había dicho con palabras, pero él se había percatado perfectamente de mis sentimientos, claro. Tenía que reconocer que seguía queriendo que no se marchara de mi lado, pero tampoco quería que se viera obligado a quedarse conmigo, y menos que tuviera problemas en el trabajo por mi culpa. ―Debes ir. No quiero que tengas problemas en el trabajo por mi culpa ―repetí en voz alta. ―No los tendré ―aseguró, frotándome el brazo para que entrase en calor―. El señor Farrow protestará mucho y me dará un sermón, pero nada más. Claro, Jacob era el ojito derecho del señor Farrow. ―Estaré bien, de verdad ―intenté que sonase convincente, pero mis verdaderos sentimientos no tardaron en hacerse evidentes. Jake me miró con una mueca en la que alzaba una ceja y torcía un lado de su boca.

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―Me quedaré contigo ―insistió, dándome un toque en la nariz con la punta de su dedo. ―Puedo llamar a Rachel o a cualquiera de las chicas. Ellas me cuidarán hasta que llegues ―se me ocurrió. ―Quiero cuidarte yo ―afirmó―. Además, ¿quieres contagiar a media tribu? Te quedarás aquí en cuarentena, conmigo, hasta que te cures. ―Si te quedas mucho conmigo, puede que acabe contagiándote a ti ―alegué. Mi chico me miró con la misma mueca de antes, sólo que alzando las dos cejas con incredulidad. ―Anda ya ―se rió―. Soy un lobo, ¿recuerdas? Y los lobos jamás caemos enfermos, no nos contagiamos con nada. ―Pero este virus es más fuerte ―rebatí, ya algo pillada por no saber qué más decirle―. Yo tampoco me he puesto enferma nunca, hasta ahora. Puede que a ti te pase lo mismo. No coló, por supuesto. ―Nessie, no puede conmigo ni el mordisco venenoso de un licántropo, así que mucho menos una gripe, por muy fuerte que ésta sea ―replicó, haciendo negaciones con la cabeza mientras se reía. Nada, no había manera. ―Pero… Pero… ―No vas a convencerme con nada ―me cortó, sin darme tiempo a pensar en otra excusa más―. Quiero quedarme aquí contigo, ¿vale? No lo hago por obligación, lo hago porque quiero hacerlo. Quiero cuidar de ti. Además, no podría irme tranquilo a trabajar o a patrullar sabiendo que estás enferma, qué quieres que te diga. Prefiero quedarme y cuidarte. Y ahora bébete la leche. Bueno, ahora no me sentía tan culpable. Al fin y al cabo, le comprendía perfectamente. Sería imposible, pero si él se pusiese enfermo, yo también querría cuidar de él y estar a su lado todo el tiempo. Le sonreí y le di un beso corto en los labios. La leche ya estaba templada, así que me costó menos tomármela. ―Y ahora el medicamento ―me dijo, quitándome el vaso vacío de las manos para pasarme el otro, acto seguido. ―Sí, papá ―me mofé otra vez, cogiéndolo. Jake se rió y me revolvió el contenido con la cucharilla que había metido dentro. Luego, la retiró hacia la bandeja para que yo pudiese beber. Lo bebí y lo posé en su lugar.

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―Puaj, qué mal sabe… ―me quejé, poniendo una mueca de asco. ―Así sabrás con qué vas a torturar a tus pacientes el día de mañana ―se burló. ―Ja, ja ―articulé con ironía, aunque pronto se me escapó otro escalofrío. Y todo me daba vueltas. La cabeza seguía doliéndome a horrores y ese insistente pitidito no se iba de mis oídos. La garganta, los escalofríos…, vamos, que estaba hecha un poema. ―Será mejor que te acuestes y duermas un poco ―manifestó Jake, retirando su brazo de mis hombros para recoger la bandeja de mis piernas. Se levantó y la posó en el suelo. ―Qué frío… ―mascullé mientras me echaba y me tapaba con la sábana, con ese temblequeo. Tenía tanto, que me castañeaban los dientes. ―Será mejor que te pongas algo encima. Mi chico salió disparado hacia el armario. Revolvió en los cajones y cogió uno de mis camisones y un culotte. Vino hacia mí y se sentó en mi lado de la cama. Me hizo alzar los brazos y me metió el camisón por arriba. ―Sé vestirme yo sola ―le recordé con una risilla apagada, bajando la prenda por mi tembloroso cuerpo. ―Ya, ya ―reconoció, riéndose―. Toma, pues ponte esto ―y me dio el culotte. Lo cogí y me lo puse como pude. Jacob no tardó nada en irse a su lado del colchón y meterse en la cama conmigo. Se arrimó a mí y yo me acurruqué en su pecho automáticamente. Me rodeó con sus cálidos brazos y me apretó contra él, arropándome. Los míos se ensamblaron a su cuerpo enseguida, llenos de escalofríos. ―¿Mejor así? ―susurró. ―Sí ―sonreí, achuchándole más. ―El medicamento no tardará en hacerte efecto. Ya verás cómo te baja algo la fiebre. Comencé a notar más calor conforme pasaban los minutos y sus manos me frotaban la espalda. Hasta que me encontré en la gloria, dentro de lo que cabe, claro. Mi frente estaba pegada a su cuello. Lo malo es que con la nariz taponada apenas podía oler su maravilloso efluvio. Pensé en lo mucho que me gustaría tenerle conmigo a todas horas, todos los días. Pero, claro, eso era imposible. Él tenía que trabajar por las

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mañanas para pagar las facturas y la comida, y algunas tardes le tocaba patrullar y encargarse de la tribu. Me sentía mal por no aportar nada a la economía de la casa, pero él insistía en que tenía que estudiar. Ahora, si trabajase media jornada… ―Estoy pensando en buscarme un empleo a media jornada para compaginarlo con mis estudios ―le revelé, con un murmullo. Los ojos ya empezaban a querer cerrarse. ―¿Un empleo a media jornada? ―Sí, podría trabajar por las mañanas y estudiar por las tardes. ―No sé, Nessie. Preferiría que te concentrases sólo en tus estudios ―objetó con voz dulce mientras seguía frotándome la espalda―. Ya tendrás tiempo de trabajar. No quería, pero no me quedó más remedio. Despegué mi frente de su cuello y le miré. ―No es justo que tú sostengas todos los gastos de la casa ―declaré―. Además, otro sueldo nos vendría muy bien. ―No nos va mal así. Pagamos todas las facturas a fin de mes ―replicó, sonriéndome. ―Sí, ya lo sé. Pero me gustaría aportar algo, eso es todo ―le aclaré, sonriéndole yo también―. Me sentiría más útil. ―Ya eres muy útil ―aseguró. ―Ya me entiendes. Me miró, pensativo, durante un rato. ―¿De verdad quieres trabajar? ―inquirió―. Tendrías menos tiempo para estudiar y no te quedaría más remedio que aplicarte el doble. Y ya sabes lo duro que es Carlisle. ―Creo que podré con todo ―afirmé―. Además, si veo que es demasiado, dejaré el empleo, en serio. ―De acuerdo, como quieras ―accedió al fin―. Yo no soy nadie para impedírtelo, así que si quieres trabajar, estaré contigo. ―Gracias ―le sonreí, y le di un beso corto. Me acurruqué en su cuello como antes y él me apretó con mimo. Quería charlar más con él, sin embargo, aún así, y ya sin ese horrendo frío, mis ojos empezaron a cerrarse, presos del aletargamiento que la gripe me producía. Me invadió el sueño y, sin darme cuenta otra vez, me dejé llevar por ese estado de trance y me dormí.

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Cuando el sueño que estaba teniendo se difuminó, abrí los ojos. Lo hice poco a poco, pues la tenue luz que entraba por la ventana que tenía sobre mi cabeza era suficiente para que a mis pupilas les costase adaptarse un rato. Miré a mi lado, pero Jake no estaba. Entonces, escuché unos leves ronquidos en el otro extremo y mi cabeza se fue hacia allí al instante. Jacob dormía sobre la butaca que había puesto junto a mi lado de la cama, despatarrado como podía. Sus largas piernas rebosaban por todas partes y su enorme cuerpo, ladeado y apoyado sobre uno de los brazos de la butaca, casi no entraba en el asiento. Me dio penita de él. Este era mi cuarto día de gripe, y él había dormido a intervalos en esa butaca todas estas noches, dependiendo de si tenía fiebre o no. Cuando tenía frío, se echaba en la cama conmigo, y cuando tenía calor, tenía que irse pitando para que la fiebre no me subiera más. Me incorporé un poco y comprobé que ya estaba mucho mejor. Ya no estaba mareada, la cabeza y el cuerpo no me dolían, ya no escuchaba esos incómodos pitidos, mi garganta tragaba como siempre y parecía que ya no tenía fiebre. Todos sus cuidados habían dado sus frutos. Eso sí, aún tenía la nariz algo taponada, aunque mucho menos. Retiré la sábana hacia atrás, saqué las piernas y me levanté. Tenía los huesos molidos, pero esto no era debido a la gripe. Había estado en la cama tantos días, que ya no sabía ni dónde tenía las piernas. Estos días solamente me había levantado para atender a mis necesidades humanas, y estos dos últimos también para ducharme, puesto que ya me encontraba un poco mejor. Por supuesto, mi familia terminó enterándose de mi gripe. En cuanto vieron que no nos conectábamos al Chat, llamaron por teléfono. Y, claro, al principio, mientras yo no hacía más que dormir, Jacob les daba largas, pero llegó un momento en que se lo tuvimos que contar, porque el asunto ya olía un poquito. Me costó un triunfo convencer a mi madre para que no se vinieran, sin embargo, creo que luego confió en Jacob y se dejó convencer. Mi Jacob. Mal dormía en esa butaca por mi culpa, ataviado con su camiseta interior de tirantes blanca y su pantalón de pijama largo. Me acerqué a él, me incliné y le di un beso en los labios. Cuando me retiré, abrió los ojos y me miró. ―Buenos días, Bello durmiente ―le sonreí, revolviéndole el pelo.

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Su maravillosa sonrisa también se desplegó, al verme frente a él, y tan recuperada. ―Buenos días, preciosa ―me saludó, estirándose. Luego, llevó sus manos a mi cintura y tiró para que me cayera sentada sobre su regazo al tiempo que ambos nos reíamos―. Veo que ya estás mejor. ―Sí, mucho mejor ―afirmé, rodeando su cuello con mis brazos para arrimarme más a él―. Me has cuidado muy bien, eres un cielo. ―Me alegro ―sonrió, y acercó su rostro al mío para besarme. Las mariposas de mi estómago aletearon con ímpetu y mis labios le correspondieron con efusividad. Sus labios por fin volvían a ser tan ardientes como siempre y su aliento, abrasador, eso me estremecía el triple. Los besos no tardaron nada en subir de tono y nuestros alientos comenzaron a mezclarse con pasión. Los dos nos encendimos como mechas. Hoy estaba pletórica, y cuatro días sin sentirle eran demasiados días. Jake consiguió despegar su boca un poco para poder hablar. ―¿Ya estás recuperada del todo? ―se aseguró, con un susurro que se agitaba en mi boca. Mi mano se aferró a su pelo. ―Te aseguro que estoy en plena forma ―jadeé con ansia. Sonrió y unió sus labios a los míos de nuevo para empezar a besarnos con fervor. Los dos sabíamos lo que queríamos: lo mismo, y no hacían falta más palabras. Me tomó en brazos, se puso de pie y, sin más preámbulos, me llevó al lecho. Bueno, estaba harta de estar en la cama, pero creo que podría soportar estar un día más…

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FALLO Hoy Jake y yo habíamos quedado en ir de caza por el bosque de mi familia. Hacía bastante tiempo que no me alimentaba de sangre, y me apetecía, la verdad. En los bosques de La Push estaban bastante ocupados con todos esos vampiros nómadas, así que decidimos ir a territorio Cullen, había más tranquilidad. Terminé de vestirme con ese chándal viejo, me puse las deportivas y bajé al vestíbulo, donde ya me esperaba Jacob. ―¿Ya estás? ―Sí ―le respondí, sonriéndole y dándole un beso corto, gestos que él correspondió. Me cogió de la mano, abrió la puerta y salimos de casa. Nos dirigimos al garaje, donde nos montamos en el Golf, y cuando atravesamos todo el sendero que llevaba a la carretera de La Push, Jake aceleró. ―Voy a llamar a Helen, a ver cómo se encuentra Ryam hoy ―dije, sacándome el móvil del bolsillo. Yo no había sido la única que había cogido esa dichosa gripe. Helen, Ryam y Brenda también la habían pillado, contagiados por las gemelas. Además de eso, algunas de mis amigas habían sufrido una gastroenteritis en los días finales de la enfermedad. Al parecer, el virus, aparte de la tos, también venía acompañado, en algunos casos, de vómitos y diarreas. A mí la gripe me duró cuatro días y no tuve tos ni gastroenteritis, por ser mitad vampiro, pero a mis amigos les duró una semana entera, y pasados más días todavía arrastraban las consecuencias de ese fuerte virus. Sobre todo Ryam, que no sufrió la gastroenteritis, pero cuya tos no cesaba. Helen ya empezaba a preocuparse. ―Si ese idiota no fumara tanto, no estaría así ―farfulló Jake.

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Yo sabía que Jacob también estaba preocupado por él, porque en el fondo lo consideraba su amigo. Sí, se llevaban fatal y estaban con ese toma y daca todo el día, pero eso era parte de su juego. Marqué el número con rapidez y me coloqué el aparato al oído. La voz de Helen no tardó en sonar. ―Hola, Ness. ―Hola. ¿Cómo va todo? ―le saludé. ―Ah, muy bien. La tienda va viento en popa. Desde hacía tres meses, Helen tenía una tienda de ropa gótica en Port Angeles. Después de su intento fallido por sacarse una carrera, había optado por lo que realmente le gustaba: el estilismo. Así que tenía una amiga casi peluquera y otra que ya tenía el título de estilismo. Las dos a mi disposición. ―Me alegro. ¿Y qué tal va Ryam? ―le pregunté. ―Está mejor ―declaró, para mi alivio―. Ya no tiene tanta tos. ―Genial. ―Oye, tengo que dejarte, que me ha entrado una clienta ―me anunció, hablando con prisas. ―Vale, no te preocupes. ―Hasta mañana, muchos besos ―y se puso a darme besitos por el móvil. ―Hasta mañana ―me reí. Y colgamos. ―Así que ese idiota ya está mejor, ¿eh? ―escuchó Jacob. ―Sí, tranquilo ―sonreí, guardando el móvil en la guantera. ―No, si a mi me da igual ―disimuló, echando un vistazo por su ventanilla. Solté una risilla y seguimos la marcha, escuchando la música del estéreo. Después de recorrer la carretera de La Push, transitar por Forks y pasar parte de la autopista, nos desviamos por el sendero que conducía a la casa de mi familia. Me pasé esa parte del trayecto mirando el paisaje por la ventanilla, observando los pájaros que cantaban en las ramas de los árboles y que revoloteaban por sus copas. Cuando por fin atravesamos los últimos árboles que bordeaban la vivienda, Jake estacionó donde siempre: frente al porche. Se quitó la camiseta y las deportivas en el coche, para dejarlo en el asiento trasero, y nos bajamos. Nos cogimos de la mano y nos encaminamos hacia el

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bosque, dando un tranquilo paseo que pronto se convirtió en un trote entre bromas primero y en toda una carrera después. ―Espérame, voy a transformarme ―me pidió mientras corríamos. ―¡Ni hablar! ―me reí, acelerando. ―¡Hey, eso es trampa! ―se quejó, eso sí, parándose a mis espaldas. Seguí corriendo, pues sabía que en cuanto se transformase, me iba a alcanzar. Y así fue. En diez segundos, tenía una bala de color bermejo pasándome a toda velocidad. ―Maldición… ―mascullé por lo bajinis. Pude escuchar ese gañido a modo de risa lupina. Los dos detectamos esos efluvios lejanos que nos indicaban que había una manada de ciervos hacia el este, así que Jake me esperó para correr a mi lado y ambos nos dirigimos hacia allí con rapidez. Mi espléndido, colosal y espectacular lobo rojizo galopaba con la destreza y majestuosidad propias de un rey. Todo en mi lobo era impresionante y perfecto. Su enorme tamaño no era ningún impedimento para él. Esquivaba los troncos de los árboles con una habilidad y velocidad asombrosas, ni siquiera los rozaba, y sus enormes y fuertes patas apenas producían ruido sobre las hojas que ya comenzaban a caer de los árboles. Era el Gran Lobo, y eso se notaba con un simple primer vistazo. Me sentía tan orgullosa de él, que a veces, si le miraba demasiado, ese sentimiento incluso me abrumaba un poco, así que prefería pensar en él simplemente como mi Jacob, el Jacob que conocía desde que era niña y del cual me había enamorado por ser como era, el mismo Jacob de siempre. Los rápidos repiqueteos de los corazones acompañaron a los efluvios de los ciervos. Ya estaban muy cerca. Aceleré, adelantando a Jake, el cual se dejó pasar, claro, y me dirigí hacia esa zona. La manada se hizo visible entre los árboles; elegí a mi presa y ya no tuvo escapatoria. Salté sobre ella con un brinco ágil y alto, rápido y certero. El resto de la manada salió en estampida, tratando de poner a salvo sus vidas, cuando yo ya había atrapado a mi presa. Jacob llegó acto seguido y corrió tras un macho que, milagrosamente, consiguió esquivar una de sus dentelladas. La cierva que había atrapado se revolvió bajo mi cuerpo, pero ya no tenía nada que hacer. Preparé mis colmillos para llevarlos a la protuberancia de su cuello que latía a mil por hora, con el fin de asfixiarla lo más rápido posible. Sin embargo, no sé qué ocurrió. De pronto, el olor de la sangre que corría por esa cardiaca yugular se incrustó en mi nariz

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como un arpón, penetrando con tanta fuerza, que lo sentí hasta en el inicio de mi faringe, trayendo enganchado un extraño y nuevo matiz que me hizo reaccionar con una repulsión súbita. Solté a la cierva repentinamente al tiempo que ladeaba mi rostro con una mueca de hastío total y emitía un gemido que acompañaba a ese sentimiento. Eso llamó la atención de Jake y él también liberó a ese ciervo con suerte, al mirarme, extrañado. Pero ahí no terminó la cosa. Mientras mi presa escapaba a toda velocidad junto al macho, me levanté con precipitación, con la mano en la boca, y llena de arcadas corrí hacia el tronco de uno de los enormes pinos que nos rodeaban. Conseguí apoyar las manos a tiempo antes de inclinarme, pero no pude reprimirlo más tiempo. Mi estómago desahogó lo poco que le quedaba dentro con unas ganas tremendas. Cuando terminé de vomitar, Jake ya había adoptado su forma humana y estaba a mi lado para atenderme. Antes de que se acercase, logré sacar el paquete de pañuelos que guardaba en mi bolsillo y me limpié con uno. Me daba una vergüenza horrible. ―¿Te encuentras bien? ―inquirió, llevando sus ansiosas manos a mi rostro para examinarme con preocupación. ―Sí, ya estoy bien ―le calmé, sonriéndole con un ligero levantamiento de mi labio. Era lo único que se me ocurría hacer para aplacar esa enorme vergüenza. Genial. ―¿Qué te ha pasado? ―La sangre de ese ciervo… ―arrugué la nariz al recordar ese olor―. Puede que me sentara mal la cena y reaccionase así, no sé. Tendré el estómago revuelto ―pensé, aunque dudosa. ―Vamos, te llevaré a casa ―me instó, cogiéndome de la mano para iniciar la marcha―. Será mejor que te tomes una infusión o algo. ―No, si ahora me encuentro mucho mejor ―ahora que ya lo había desahogado todo…―. Incluso tengo hambre ―seguí en voz alta. Jacob se detuvo, obligándome a parar a mí también. ―¿Quieres seguir cazando? ―me preguntó. Ugh. La sola idea de hincarle el diente a un ciervo me revolvía el estómago de nuevo. No sé por qué, pero ese olor… ―No, me apetecen más unos huevos con beicon o algo así ―afirmé, poniendo cara de hambre al imaginármelos.

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Mi chico sonrió. ―¿No decías que hoy te apetecía cazar? ―Ya, pero después de esto… ―y se me escapó otra mueca de asco―. Creo que hoy prefiero los huevos. Tal vez mañana. ―Vale ―rió, echando a caminar de nuevo. ―Perdona. Te he hecho venir hasta aquí para nada ―me mordí el labio. ―Nah, qué va. Lo hemos pasado bien, ¿no crees? ―Sí ―sonreí―. Bueno, hasta antes de esto, sí. ―Desayunaremos en casa ―sonrió, pasándome el brazo por los hombros. ―Gracias ―y le di un beso en la mejilla. Le cogí esa mano que colgaba, entrelazando nuestros dedos, y seguimos caminando entre los árboles, dando un paseo calmado mientras iniciábamos una charla. Los mellizos de Paul y Rachel ya tenían casi tres años, suficiente edad para que ya correteasen por el jardín de casa y tuviéramos que estar pendientes de ellos a cada minuto. Andrew era un torbellino, no paraba quieto, trataba de coger todos los bichos que se pasaban por su lado, con sus pequeñas manos. En cambio Zoe, como la mayoría de las niñas, era más tranquila. Se conformaba con permanecer sentada sobre la hierba y garabatear su bloc con esas pinturas de colores que Jake y yo le habíamos regalado en su último cumpleaños. Ambos niños se parecían mucho físicamente. Morenos de piel y cabello, ojos color chocolate… En lo único que se distinguían, aparte de la ropa, era que Andrew tenía el pelo corto y a Zoe le llegaba a los hombros. Los chicos estaban de patrulla, y Rachel había venido a hacerme una visita con los dos niños. Habíamos sacado unas sillas al porche para sentarnos, utilizando una tercera a modo de mesita para poner las tazas de café y las papillas de fruta de los críos. ―¡Andrew! ―chilló de pronto Rachel, cortando la conversación que manteníamos sobre ropa―. No. Eso no. Como no dejes eso ahí, se lo diré a papá; y ya verás cómo se va a enfadar ―amenazó. El niño soltó ese grillo que se iba a meter en la boca ipso facto. El pobre bicho huyó despavorido, abriéndose camino entre la hierba como podía. Mi cuñada soltó un suspiro que se prolongó durante un par de segundos―. Perdona, ¿por dónde íbamos?

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―Estábamos hablando de lo cara que es la ropa de los bebés ―le recordé, aunque a regañadientes, porque a mí me importaba un bledo eso, es más, este tema me aborrecía un montón, pero qué le iba a hacer. ―Ah, sí ―recordó―. Pues eso. Ese peto que lleva Andrew me costó treinta dólares. Treinta dólares, ¿puedes creerlo? Una cosa tan pequeña. Pero ahí no termina la cosa. El vestido que lleva Zoe, ¡me costó cuarenta dólares! ¡Cuarenta! Pues sí que era cara la ropa de bebé. ―¿Pero tú dónde compras la ropa? ¿En una boutique? ―me mofé. ―Muy graciosa ―me respondió, con retintín. Me reí. ―Bueno, ¿y tú cuándo fue la última vez que te compraste algo de ropa para ti? ―le pregunté para cambiar de tema, aunque fuera para que yo también pudiese contar algo, como lo último que me había comprado yo. Rachel miró al horizonte y se quedó pensando un buen cacho. ―Déjalo ―le dije, soltando una risilla. ―Creo que hace mucho ―rió, cogiendo su taza de café para beber. Aproveché ese momento de silencio para hacer lo mismo y le di unos tragos a la mía, ya se había enfriado lo suficiente como para probar los primeros sorbos. La dejé sobre la silla que hacía las veces de mesita y observé a los mellizos. ―¡Tita, tita! ―gritó Zoe con su aguda voz, alzando el bloc para que yo viese su dibujo al tiempo que su vestidito azul se levantaba cuando ella se puso de pie para venir―. ¡Mila, tita Esi! ―¡Qué boni…! ―intenté exclamar, pero la última vocal se me quedó atravesada en la garganta. ―Nunca vi a una niña a la que le gustase tanto dibujar ―sonrió su madre, orgullosa. Me levanté con precipitación y corrí en dirección a la puerta de casa, ante los perplejos y sorprendidos ojos de Rachel. Subí las escaleras de casa a mi velocidad de medio vampiro, aguantando las fuertes arcadas, y conseguí llegar al baño a tiempo. Cuando descargué todo lo que tenía en el estómago, tiré de la cadena y me levanté del suelo para dirigirme al lavabo. Apoyé las manos en el mismo, observando su cerámica, confusa y extrañada. Esta era la segunda vez que vomitaba hoy. Hoy, porque hace dos días había ocurrido el episodio del bosque y a partir de entonces había vomitado más veces.

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Estos días me había ocurrido lo mismo, el mismo patrón. Desayunar, vomitar acto seguido y tener que volver a desayunar, del hambre que me entraba. Después, por la tarde, parecía tener una réplica, aunque no siempre me ocurría detrás de probar algún bocado. Enseguida di con el por qué. La gripe. Puede que a mí eso de los vómitos me hubiese afectado más tarde, debido a mi condición de semivampiro. Di gracias a Dios de, por lo menos, haberme librado de las diarreas. Me lavé la cara y la boca, cerré el grifo y me sequé el rostro con la toalla. Me atusé un poco el pelo para mejorar un poco esa imagen y salí del baño. Bajé las escaleras y llegué al porche. ―¿Qué te ha pasado? ―me preguntó Rachel, que estaba de pie, con la niña en brazos. ―Mila, tita Esi ―me dijo Zoe, mostrándome su dibujo. ―Qué bonito ―exclamé, ahora sí, mirándolo. ―¿Qué ha pasado? ―repitió mi cuñada. ―Nada, la gripe. Todavía estoy arrastrando sus consecuencias ―le contesté mientras acariciaba la mejilla de la niña―. Ahora me da por vomitar. ―¿Por vomitar? ―Sí, el virus también traía más regalitos ―vocalicé con retintín―. Me libré de la tos, pero de lo otro… Rachel me miró, pensativa. ―¿Cuánto hace que tuviste la gripe? ―interrogó. ―Unas dos semanas ―le contesté, jugueteando con Zoe. ―¿Y dices que eso son consecuencias de la gripe? ¿Después de dos semanas? ―cuestionó, alzando las cejas. Mi vista se fue hacia ella. ―¿Qué quieres decir? ―inquirí, frunciendo el ceño sin entender. ―¿Cuándo vomitas? ―¿Cuándo vomito? Pues…, no sé. Por las mañanas y por las tardes… Mi cuñada sonrió, mirándome como si supiera más que yo. ―Eso no es por la gripe. Dime, ¿te ha venido la regla? Esa pregunta rebotó en mi cabeza, porque nunca me paré a pensar que los tiros pudieran ir por ahí. ―Quero bajar, quero bajar ―le pidió Zoe a su madre, revolviéndose en su cuello.

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Rachel se agachó y la dejó en el suelo, donde la niña gateó y comenzó a bajar el bajo peldaño del porche a su manera. ―No, no vayas por ahí ―respondí, riéndome―. El periodo no me toca todavía, además, eso es imposible. Jake y yo tomamos precauciones. Yo estoy tomando la… De repente, mi boca exhaló con ímpetu y mi vista se fue al suelo mientras mis manos se mezclaban en el pelo que nacía de mi frente. No podía ser, no podía ser… Era un fallo demasiado gordo… ―¿Qué pasa? ―preguntó Rachel, mirándome preocupada. ―No puede ser… ―murmuré. Mi respiración se agitó y eché a correr hacia el interior de la casa una vez más, aunque esta vez por otros motivos. Mi cuñada no pudo seguirme, ya que no podía dejar de atender a los mellizos, pero volví a escuchar cómo me decía: ―Nessie, ¿qué ocurre? Pero ahora no tenía tiempo de explicaciones, más que nada porque tenía que comprobar por mí misma que eso que deducía mi mente no era cierto. Subí las escaleras otra vez y llegué al baño. Abrí el armario espejo que colgaba sobre el lavabo y cogí el pastillero donde guardaba las píldoras. Salí del baño a toda velocidad y me metí en el dormitorio del ordenador, donde teníamos ese calendario colgado en la pared. Maldije mi manía de sacar las píldoras de su envase original ―con sus días de la semana puestos― por guardarlas en ese pastillero. Pero jamás me imaginé que a mí me pudiera pasar algo así, porque siempre, siempre me acordaba de tomarlas, llevaba un control perfecto, no me hacía falta ninguna guía con los días marcados, y ese cómodo y sobre todo discreto pastillero se podía llevar a todas partes si se iba de viaje o a comer fuera de casa, sin que nadie supiera de qué se trataba. Abrí el pastillero y lo vacié sobre la mesa del escritorio, llena de nervios. No me hizo falta contar las píldoras. Quedaba una. ―Por favor, por favor… ―rogué con un murmullo lleno de temor y ansiedad, cerrando los ojos. Los abrí, alcé mi trémula vista hacia el calendario y mis pulmones exhalaron todo el aire, con desazón. El periodo me tenía que haber venido hace dos días, y yo era como un reloj. Ese pequeño retraso no hubiera supuesto ningún problema en otras circunstancias, porque podía haberse debido sólo a que no había hecho los siete días de descanso que hay que

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hacer para que te baje la regla, es decir, ahora me encontraba en ese ciclo de días de descanso y había seguido tomando la píldora sin darme cuenta, hoy mismo la había tomado, y si no se hace el descanso, no te baja el periodo. Pero ese no era el quid. El quid de la cuestión es que, si había seguido tomando la píldora durante el descanso, era porque no la había tomado durante los cuatro días de gripe. Y el cuarto día Jake y yo habíamos… Todo el día… Mi embarullada mente empezó a atar todos los cabos con facilidad. Los vómitos, el asco que me había entrado repentinamente hacia la sangre… Y mis cálculos con las píldoras, los días del mes, mi retraso… Todo cuadraba. Durante mis días de gripe, me había olvidado por completo de tomarla, ya que lo único que había hecho era dormir y poco más. Lo cierto es que me encontraba tan mal, que no tenía la cabeza para nada. Y Jacob tampoco se había acordado, claro. Él no llevaba ningún control sobre mis píldoras, siempre me encargaba yo. Después, cuando sané, como siempre las tomaba de forma tan automática ―y encima, no tenía el envase con la guía de los días―, di por hecho que las había tomado, ni siquiera se me había pasado por la cabeza lo contrario, ni me acordé... Me llevé las manos a la cabeza otra vez y comencé a respirar con agitación, dándome la vuelta para no ver ese calendario de nuevo. ¡Estúpida, estúpida! ¿Cómo había tenido semejante fallo? No podía ser… No podía ser… Esto no podía estar pasando… La imagen de mi pesadilla se plantó en mi cabeza con rapidez y me entró pavor. Estaba aterrada, esa era la palabra. Este era el peor momento para esto, el peor. Comencé a dar paseíllos histéricos por esa pequeña habitación, escudriñando el suelo para ver si encontraba alguna respuesta. ¿Qué iba a hacer si estaba embarazada? ¿Y cómo iba a reaccionar Jacob cuando se lo dijera? Porque esto no era lo que habíamos hablado, lo que habíamos decidido… Él confiaba en mí y yo… ―¿Estás bien? ―irrumpió de pronto Rachel, haciéndome salir de mis pensamientos. Me giré hacia ella, mirándola con preocupación. ―Rachel, creo… creo que estoy embarazada ―murmuré, acercándome a ella con nerviosismo. Mi cuñada sonrió. ―Sí, eso creo.

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―¿Y qué hago? ―empecé a pasear otra vez, con mi mano izquierda entre mi pelo―. Yo no… Esto no es… No puede ser… ―Tranquilízate, Nessie ―intentó calmarme, cogiéndome por los hombros para detenerme―. Trata de calmarte, ¿vale? Si estás embarazada, estos sobresaltos no son nada buenos. Dios, esa palabra todavía me sonaba demasiado extraña. Pero tenía razón, tenía que relajarme un poco para poder pensar con más claridad. ―Sí ―asentí, cerrando los ojos e inspirando profundamente. ―No te pongas nerviosa todavía, puede que no lo estés, ¿de acuerdo? Lo mejor sería que te hicieras la prueba del Predictor para cerciorarte. No sirve de nada ponerse tan nerviosa si luego no lo estás. ―Pero, Rachel, durante mis cuatro días de gripe no tomé la píldora ―le expliqué―. Y ese cuarto día Jake y yo… ―mis mejillas se encendieron―. Bueno, tú ya me entiendes. Rachel se rió. ―Mujer, deja de darle tantas vueltas y cómprate el Predictor. Saldrás de dudas en un momento. Y de paso, ¡yo me quito estos nervios de encima! ―exclamó, dando saltitos emocionados delante de mis narices. Ella estaba emocionada, claro, ignoraba todo lo que podía venírsenos encima. ―Sí, tienes razón ―asentí otra vez―. Pero es que ir a la farmacia y pedir eso me da una vergüenza horrible ―confesé, mordiéndome el labio. ―No te preocupes, te lo compro yo ahora mismo ―se ofreció, encantada de la vida. ―¿Tú? ¿Y los niños? ―Me los cuidas tú mientras tanto ―sonrió, ya dándose la vuelta hacia la puerta―. Los tengo en el salón, están entretenidos coloreando. ―Pero… Pero… Ya no me dio tiempo a decir más. Rachel voló por las escaleras y cuando quise darme cuenta y bajé tras ella, salió por la puerta de casa, pegando un portazo. Me mordí el labio de nuevo. ―¡Mío, mío! ―escuché protestar a Zoe desde el saloncito. Estupendo. Encima de los nervios, tenía que cuidar de los críos. Corrí hacia la salita y vi cómo Andrew le había quitado uno de los lápices a su hermana. ―A ver, Andrew, devuélvele el lápiz a tu hermana ―le ordené.

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―Lápis mío ―se quejó él, frunciendo el ceño a la vez que envolvía su labio superior con el inferior para fingir un puchero. ―Mío, mío… ―refunfuñé, sentándome en suelo, en medio de los dos―. Sois hermanitos, ¿sabes? ―le dije, hablándole con suavidad, mientras cogía un lápiz de color rojo y comenzaba a colorear el tejado de la casa que salía en el dibujo―. Y los hermanitos tienen que quererse mucho y compartir, así que devuélvele el lápiz a Zoe y tú coge otro, que tenéis muchos. Andrew me miró, anonadado, observando cómo coloreaba ese tejado, y le devolvió el lápiz a Zoe. ―¿Qué se dice, Zoe? ―le indiqué, sin dejar de colorear. ―Gasias ―y se levantó para darle un beso a su hermano. Paul y Rachel querían inculcarles ese amor fraternal ya desde pequeños, así que los mellizos estaban acostumbrados a estas muestras de cariño entre ellos. ―Muy bien ―le alabé, sonriéndole―. Ahora a mí ―y le coloqué la mejilla delante. La niña sonrió y abarcó mi cuello con sus pequeños bracitos para abrazarme y darme un cariñoso beso en la cara. ―¡Mmm, qué gusto! ―exclamé, al tiempo que mi sobrina se retiraba con las manos juntas y una enorme sonrisa de satisfacción. ―Y yo, mila ―declaró Andrew, poniéndose en pie para imitar a su hermana. El niño me abrazó y estampó un beso húmedo en mi mejilla. ―¡Puaj, qué asco! ―bromée, riéndome, mientras me limpiaba con la mano―. Me has babado entera. Andrew se rió y se abalanzó a mí para repetir la jugada y yo fingí caerme hacia atrás. ―¡No! ―protesté en broma, haciendo que mis manos eran torpes y que el niño conseguía llegar. Al ver nuestras risas, Zoe se unió a su hermano para darme besos en la otra mejilla sin parar. Al final, terminamos los tres en el suelo carcajeándonos, yo con ambos críos pegados a mis mejillas. Cuando por fin se cansaron, pude incorporarme para quedarme sentada otra vez. ―Yo quero pintar el tejado ―dijo Andrew. ―Pues, hala, toma ―y le pasé el lápiz rojo. Los niños no tardaron en ponerse manos a la obra y yo pude descansar un rato.

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Me quedé observándoles mientras coloreaban sus dibujos, con esas caritas de concentración, como si les fuese la vida en que el trazo no se saliera de la línea, lo cual les costaba un montón y, aún así, no lo conseguían. Eran tan tiernos e inocentes. Por un momento tuve una sensación extrañamente rara. Me sentía a gusto, y no lo estaba pasando tan mal. A decir verdad, mis sobrinos habían hecho que por un momento olvidase ese otro asunto que ya volvía a remover mi cabeza. Me pregunté qué tendría de malo si estuviera embarazada. Lo cierto es que mi intención era tenerlos dentro de dos o tres años, cuatro, quizá. Bueno, para ser sincera del todo, nunca me había apetecido mucho, y, encima, ahora no era el mejor momento, con el asunto de mi pesadilla y Razvan pululando alrededor. Pero… Miré a Andrew y a Zoe y no pude evitar imaginármelos como nuestros hijos. Un niño moreno, como él, o una niña también morena, ¿por qué no? Ella sería una semivampiro como yo, pero también se podía parecer a él físicamente, iba a llevar sus genes. Mi estómago no tardó en llenarse de mariposas emocionadas. No puedo explicar lo que sentí en esos momentos, pero tenía que reconocer que el pensar en que ahora mismo podía llevar un hijo de Jake en mi vientre hacía que todo mi cuerpo vibrase con una energía nueva. Sin embargo, esa maravillosa sensación se pasó demasiado rápido, porque el recuerdo de mi pesadilla era extremadamente fuerte, urgente. Casi podía oler ese peligro en el aire, poniéndome en una alerta que me bajaba de mi nube de un puntapié. ¿Qué iba a hacer si estaba embarazada? Una minúscula parte de mí todavía era lo suficientemente insensata, cabezota e ingenua como para recordar ese sentimiento de antes, y otra, mucho más grande, racional y cauta, se encargaba de ponerme los pies en la Tierra, de recordarme el grave peligro que correríamos si eso era así, de preocuparme de la reacción de Jacob cuando se lo dijera… Lo malo es que esa pequeñísima primera parte también era lo bastante fuerte como para ya empezar a querer hacer mella en mí… Pero la preocupación estaba ahí, no podía negarlo. No, no podía ser, era demasiada casualidad. Había parejas que intentaban tener hijos durante todo un año y no lo conseguían. ¿Iba a quedarme yo embarazada por una sola vez? Bueno…, en realidad…, habían sido más veces. Y más días… Porque, al no tomar la píldora durante esos cuatro días de gripe, la efectividad de la misma también

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había bajado… Y, después de mi gripe, nosotros habíamos seguido haciendo el amor todos los días, como siempre… Pero no, no podía ser, seguro. Había parejas que lo intentaban durante un año y no había forma, y más cuando la mujer había tomado la píldora durante un largo periodo de tiempo. Era bien sabido que las mujeres que la tomaban y después la dejaban para tener hijos necesitaban de un tiempo hasta que su cuerpo se adaptaba a sus ciclos menstruales de siempre, y eso llevaba un tiempo. Intenté aferrarme a eso, aunque el tema de los vómitos no ayudaba nada… La gripe. Era por la gripe… ―¡Ya estoy aquí! ―voceó Rachel de repente, y su portazo hizo que saliera de mis pensamientos súbitamente. Los nervios volvieron a invadirme, haciendo que mi cuerpo se electrizase de los pies a la cabeza. Mi cuñada entró al saloncito como un torbellino y, como tal, me agarró del brazo para obligarme a levantarme. ―Vamos, vamos ―me azuzó, antes de que me diese tiempo a decir nada. Me puse de pie y me empujó hacia las escaleras con prisas, así que cuando llegamos a las mismas, no me quedó más remedio que comenzar a subir. ―Sabes cómo se usa esto, ¿no? ―bromeó, mostrándomelo. ―Muy graciosa ―le respondí entre dientes, cogiendo la pequeña caja. Rachel se rió y por fin llegamos a la planta de arriba. Nos metimos en el baño, yo neurótica perdida y ella ansiosa. ―Bueno, te dejaré sola ―me dijo, cogiendo el pomo de la puerta para cerrarla. ―Gracias ―le sonreí, aunque no me salía, de los nervios que tenía. ―Te espero por aquí, ¿vale? ―Vale. Y cerró. Observé la caja del Predictor, cerré los ojos y tomé aire para relajarme un poco. La abrí y saqué todo su contenido. Desplegué el prospecto y lo leí bien, para saber cómo utilizarlo correctamente. Después de eso, pasé al siguiente paso: el test. Seguí las instrucciones al pie de la letra y cuando terminé, metí el palito en el capuchón y esperé. Seguramente no lo eran, pero me parecieron los cinco minutos más largos de toda mi vida. El tic tac de mi reloj de pulsera casi me parecía que retumbaba en las paredes del baño, y

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mis pies se pusieron a pasear al tiempo que mis manos se convertían en un revoltijo de dedos. Hasta que la aguja de mi reloj me indicó que ya habían pasado los cinco minutos. Entonces, me detuve a unos pasos de la lavadora, donde había dejado el Predictor, y lo observé, mordiéndome el labio con nerviosismo. A este paso, iba a despellejármelo. Bajé los párpados, inspiré el aire profundamente y los abrí con decisión. Me acerqué a la lavadora y cogí el Predictor. Respiré hondo de nuevo y comencé a destaparlo lentamente. Hasta que el capuchón hizo tope y por fin vi el resultado de test. ―Nessie, ¿ya has terminado? ―quiso saber Rachel desde fuera. Necesité de un par de segundos para poder contestar. ―Sí ―musité, sin quitarle ojo al resultado. Mi cuñada no aguantó más y entró en el baño. ―Bueno, ¿y qué ha salido? ―preguntó, ansiosa, poniéndose a mi lado. ―Es positivo ―murmuré, aún en estado de shock―. Estoy… estoy embarazada.

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GIRO ―¡Oh, Nessie, es genial! ―exclamó Rachel, pillándome totalmente desprevenida al abrazarme con esa alegría desbordante―. ¡Enhorabuena, Jacob y tú vais a ser papás! Su cariñoso abrazo hizo que saliera de mi estado de shock inicial, pero sus palabras también aportaron algo más, en contra de mi voluntad. Mi mente ya quiso empezar a fraguar sus últimos vocablos, haciendo que esa pequeñísima parte de mí que antes había comenzado a hacer mella, ahora quisiera explotar para llenar mi cuerpo de esa energía nueva. Mis mariposas ya iniciaron sus aleteos, embargadas por miles de sensaciones y sentimientos, pero las detuve. Respiré muy hondo y conseguí reprimir todos esos sentimientos a tiempo. ―Gracias… ―no se me ocurría decir nada, aún estaba demasiado sorprendida y confusa, no sabía qué sentir, y solté eso más por educación que por otra cosa. Rachel se despegó de mí. ―Ya verás cuando se entere Paul y el resto de la manada ―rió, acariciándome las mejillas. Cogí sus manos, retirándolas de mi rostro, y las sostuve entre las mías, a la altura de la cintura. ―Preferiría que no dijeras nada todavía ―le pedí, sonriéndole como pude―. Primero querría que lo supiera Jacob. ―Claro, cómo no ―aceptó, con una sonrisa―. Esperaré a que Jake se lo cuente a la manada, no te preocupes. ―Gracias ―le sonreí de nuevo. De pronto, su teléfono móvil comenzó a sonar. Rachel lo sacó del bolsillo de su chaqueta y lo miró. ―Ah, es Paul ―descolgó y se lo puso al oído―. Dime, cariño.

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―Hola, cielito ―escuché que le decía su marido al otro lado del auricular, usando ese término en español. Desde que se habían ido de viaje de novios a México, siempre lo usaba―. Ya terminé la jornada, ¿dónde estáis, que paso a recogeros? ―Estamos en casa de Jake y Nessie ―le contestó, mirándome con una sonrisa cómplice que a mí me hubiera gustado corresponder, pero que me fue imposible―. Hemos venido a hacerle una visita. ―¿Y vas a quedarte más tiempo? ―No, ya me iba a marchar. Ya se me ha hecho tarde, y todavía tengo que bañar a los niños ―me sonrió, como si me estuviese advirtiendo de lo que me esperaba el día de mañana. Genial. ―Ah, bueno, entonces os paso a buscar dentro de cinco minutos, ¿de acuerdo? ¿Te dará tiempo? ―Sí. Preparo a los niños y te espero. ―Bien. Hasta luego, entonces. ―Hasta luego ―sonrió, esta vez dedicándole esa sonrisa a Paul. Y los dos colgaron. ―Tengo que… ―Sí, ya lo he oído. Tienes que irte ―le sonreí. ―Sí ―rió, guardándose el móvil en el bolsillo. Esto me venía muy bien, porque ahora por fin iba a tener tiempo de recapacitar a solas. ―Vale, te acompaño a la puerta ―le dije, echando a andar. Ambas salimos del baño y bajamos las escaleras. Justo cuando Rachel consiguió sentar a Andrew y a Zoe en la silla doble, Paul picó a la puerta. Después de que mi cuñado charlara un rato conmigo y me revelase que Jacob también estaba a punto de terminar su turno, abandonaron mi casa. Rachel se marchó sin poder decirme enhorabuena otra vez, y se notó que se quedó con las ganas, pero parecía que iba a cumplir mi petición. Me dirigí al saloncito y me senté un uno de los sillones que adornaban la zona de la chimenea, a esperar a Jake. Mis dedos volvían a ser un revoltijo que se enredaba y se desenredaba sin parar. Todavía no me lo podía creer. Estaba embarazada. Embarazada. Tuve que repetirme esa palabra varias veces en mi cabeza, porque aún no daba crédito, seguía demasiado confusa, no sabía qué sentir. Pero era cierto, estaba embarazada. Embarazada de Jacob.

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Fue escuchar esto último en mi cabeza y esta vez me fue imposible reprimir todos esos sentimientos que habían querido explotar al principio. Las mariposas se agitaron en mi estómago y no pude contener una sonrisa bobalicona. Sí, mi vientre albergaba a su hijo, a nuestro hijo. Una parte de él y una parte de mí, las dos unidas para formar un solo ser, un milagro. Me sorprendí a mí misma con la mano apoyada en mi barriga al tiempo que sonreía como una tonta. ¿Podía ser que esto no fuera tan malo como yo pensaba? No, claro que no lo era. Al contrario. Lo que yo llevaba dentro era maravilloso, lo sabía, lo sentía. Mi mente no tardó en imaginarse a nuestro bebé, ya lo había soñado alguna vez. Nuestro bebé… Las mariposas volvieron a iniciar el vuelo y mi mano acarició mi todavía vientre plano. Nuestro bebé: un niño parecido a Jacob, hermoso, de cabello azabache, con su piel cobriza, aunque clareada por la mezcla de la mía, de ojos grandes, brillantes y negros, risueño, alegre, travieso… Entonces, de repente, ese primer sentimiento de shock y confusión, ese rechazo inicial, lo que antes me parecía un fallo enorme, se transformó por completo, invirtiéndose en una felicidad inmensa. No puedo explicar lo que sentí en estos momentos, era nuevo, indescriptible y maravilloso. Jamás me había parado a pensar en esto. No voy a negar que, aunque nunca me había planteado tener hijos todavía, alguna vez me imaginé embarazada de Jacob, pero esto era completamente diferente, porque ahora era realidad, y podía sentirlo, creerlo, vivirlo… Y lo que sentía era infinitamente mejor a todo lo que me había podido imaginar. Sin embargo, la sonrisa se me fue rápidamente de la cara cuando mi pesadilla se plantó en mi cabeza, aporreándola con insistencia para advertirme. Porque esto era muy peligroso, no podía olvidarlo. No sólo la vida de nuestro bebé corría peligro, sino que la mía también… Y esto último, sobre todo, ante todo y con total seguridad, es lo que Jacob no iba a permitir. Jamás. Jamás permitiría que a mí me pasara algo, así como yo jamás permitiría que a él le ocurriese algo. Esto lo sabía con absoluta certeza. Por un momento me invadió una oleada de temor y dudas que trajo una sensación de incertidumbre tremenda, estrellándola con estrépito contra todos estos maravillosos sentimientos y emociones, los cuales fueron barridos con la fuerza de un tsunami para guardarlos y esconderlos dentro de mi ser. Me regañé a mí misma por haberme dejado llevar. No

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debía emocionarme, debía reprimir este tipo de sentimientos, pues podía ser que no… que no pudiera… tenerlo. Mi mano se aferró a la camiseta que cubría mi vientre, reflejando el congelamiento que mi alma sufrió de repente ante tal pensamiento. No, ahora ya era demasiado tarde, porque ya me había dado tiempo a saborear esos maravillosos sentimientos y me había dado cuenta de cuánto deseaba este bebé. Sí, ahora lo sabía con total seguridad, no tenía ninguna duda. Quería tenerlo. Pero… …tampoco podía olvidar mi horrenda pesadilla, y eso hizo que mi corazón se acelerase, temeroso… Me dominó el temor de nuevo al ver esas horribles imágenes, hasta tal punto, que estaba aterrada. ¿Y cómo reaccionaría Jacob cuando se lo dijera? De pronto, la puerta de casa se abrió y pegué un pequeño bote en el asiento, dejando todos mis pensamientos colgando. ―Nessie, ya estoy en casa ―anunció Jake con alegría, caminando hacia el salón. Me puse de pie inmediatamente y me quedé plantada en el sitio, de espaldas a la chimenea, enroscando mis dedos sin parar mientras miraba la entrada del saloncito, llena de nervios. Ni siquiera sabía por dónde empezar, cómo decírselo… Jacob entró en el salón, luciendo una de sus enormes y maravillosas sonrisas. ―Hola, preciosa ―me saludó, corriendo hacia mí para besarme. Y yo me moría por hacer lo mismo. Pero su sonrisa desapareció y sus pies se pararon en seco cuando observó mi rostro mejor. ―¿Qué pasa? ―quiso saber, acercándose a mí otra vez. Llevó sus cálidas manos a mi cara y estudió mi expresión, alarmado―. ¿Ha ocurrido algo? ―Tengo… tengo que decirte una cosa ―sólo conseguí que me saliera un hilo de voz mientras mis ojos miraban a los suyos con inquietud. ―¿Qué pasa? ―repitió, observándome, preocupado. ―Creo… creo que será mejor que te sientes ―sugerí, colocando las manos en su pecho desnudo y empujándole levemente hacia el sillón que tenía detrás. No sé por qué se lo dije a él, porque la que necesitaba hacerlo era yo. ―No, no quiero sentarme ―se negó, nervioso, poniendo los brazos en jarra con evidente inquietud―. Dime, ¿ha pasado algo?

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Tragué saliva. ―¿Recuerdas… los vómitos que tengo estos días? ―murmuré, mirándole con cautela. ―¿Estás enferma otra vez? ―inquirió, llevando sus manos a mi rostro de nuevo para escudriñármelo con ansiedad. ―No, no es eso ―le calmé, retirando sus manos de mis mejillas con delicadeza. Las besé y las solté para darme la vuelta, enredando mis dedos por enésima vez. Jacob se quedó en silencio, esperando mi respuesta. Respiré hondo y me giré hacia él, mirándole a esos ojos que ahora me observaban confusos―. Estoy embarazada ―solté finalmente. Jacob se quedó paralizado por un instante, incluso su corazón pareció detenerse. El mío lo hizo junto con el suyo, esperando su reacción. Pero después, su boca se abrió ligeramente, sorprendida, parpadeó dos veces y, por fin, reaccionó. Su corazón empezó a latir como loco al tiempo que jadeaba con emoción, y sus labios se fueron curvando hacia arriba lentamente, hasta que su boca se transformó en una amplia sonrisa. Todo su rostro se iluminó. Sus ya de por sí brillantes ojos negros no tardaron en ser centelleantes del todo, desbordaban felicidad por todos los sitios, y me observaban como si hubiera visto un milagro o algo así. Mi corazón volvió a latir con fuerza al ver su reacción. ―Nessie… ―susurró, emocionado. Ya no me dio tiempo a nada más. Me tomó por la cintura con un arrebato entusiasmado y me arrimó a él para besarme. Sus efusivos besos traían algo nuevo. Desbordaban una mezcla de felicidad, emoción, alegría y pasión. Sus manos se aferraban a mi espalda y mi cintura para pegarme a su cuerpo con un amor desbordante, con toda su alma, era tan intenso, que podía sentirlo en mi pecho, abrumándome por completo. Eso hizo que toda duda, todo temor en mí desapareciera automáticamente. Ya no los retuve más en mi corazón, era imposible. Le dejé vía libre a todas mis emociones, a todos mis sentimientos, y mis mariposas explotaron en júbilo, llenando todo mi cuerpo de una felicidad que me recorrió como una mágica corriente eléctrica que hizo que mis ojos no pudiesen reprimir las lágrimas. Algo nuevo había nacido en mí, en nosotros. Ambos éramos inmensamente felices. Rodeé su cuello con mis brazos y me apreté a él con una avidez llena de alegría, pasión y felicidad. Correspondí sus alocados besos con entusiasmo y emoción, dejándome llevar por este maravilloso sentimiento compartido, por esa sensación indescriptible, y mi mano se aferró a su cabello para que este

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mágico beso no terminase nunca. La energía bailaba a nuestro alrededor con aires frenéticos, envolviéndonos con su brisa mística y espiritual. No sé cuántos minutos estuvimos besándonos con este entusiasmo rayano en la locura, pero cuando Jacob consiguió evadirse de la energía que nos incitaba a seguir y terminó el beso, ya había oscurecido algo. Ni siquiera me dio tiempo a recuperar el aliento y la cordura, Jake me alzó acto seguido y comenzó a dar vueltas conmigo mientras se reía. ―¡Nessie! ¡Nessie! ―exclamaba, sin dejar de reír y girar a la vez que me miraba con esa felicidad. Me contagié de su risa al instante. Después de varias vueltas, me dejó en el suelo. Puso su mano en mi vientre plano y me miró a los ojos con esas pupilas alegres y emocionadas. ―¿De… de cuánto estás? ―me preguntó, entusiasmado. ―Según el test de embarazo, de doce días ―le revelé―. Pero tendría que hacerme una analítica para confirmarlo. ―Son casi dos semanas ―murmuró. Su vista bajó y su mano se metió por debajo de mi camiseta para palpar mejor mi vientre. Me hizo un poco de gracia, porque esta misma mañana me había visto desnuda y me había tocado de sobra, pero ahora no hacía más que acariciar mi barriga, como si tuviera que cerciorarse bien. Entonces, sus ojos volvieron a los míos, mirándome con emoción―. Eso quiere decir que es… ―Un niño, sí ―me adelanté yo, sonriéndole―. Sé que te hacía más ilusión una niña, pero… ―¡¿Qué dices?! ¡Un niño! ¡Es genial! ―me cortó, levantándome de nuevo mientras ambos nos reíamos. Cuando terminó de darme esa vuelta, dejó que mis pies se posasen en el suelo otra vez. ―¿Y cómo… cómo ha sido? ―inquirió, contentísimo―. Bueno, vale, eso ya lo sé, claro. Me refiero a cómo ha podido suceder. Estabas tomando la píldora, ¿no? ―Se me olvidó tomarla mientras tuve la gripe ―le confesé, mordiéndome el labio mientras le miraba con cara de no haber roto un plato nunca―. No me di cuenta hasta hoy. Hizo una mueca. ―Yo tampoco me acordé, la verdad ―reconoció, rascándose la nuca―. Un momento ―cayó de repente, hablando con efusividad―, si

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estás de doce días… ―contó con los dedos para asegurarse y siguió―, quiere decir que lo concebimos tu último día de gripe. ―Sí. No sé cómo pudo pasar ―suspiré, aunque con alegría―. Sólo llevaba tres días sin tomarla, y justo cuando lo hacemos por primera vez después de mi gripe, va y sucede. Vale que la efectividad de la píldora había bajado, pero las probabilidades de que me quedase embarazada a la primera eran mínimas. ―Nena, soy el semental de la manada, ¿recuerdas? ―presumió de pronto, mostrándome su sonrisa torcida―. Conmigo, no hay probabilidades mínimas que valgan. ―Ya lo veo, ya ―me reí. ―¡Guau, un niño! ¡Todavía no me lo creo! ―exclamó, despegándose de mí para comenzar a dar paseíllos rápidos al tiempo que alzaba el rostro hacia el techo y llevaba sus manos a su nuca, con una enorme sonrisa en la cara. Luego, sus manos descendieron, llevando una a su barbilla, y pasó de mirar al techo a mirar al suelo, pensativo. Eso sí, sin dejar su caminata―. Hay que pensar en el nombre. Ah, y tendremos que cambiar la habitación del ordenador para adaptarla al bebé ―empezó a divagar en voz alta. Sonreí, por muchas cosas. Por verle tan feliz, tan animado y entusiasmado, por escuchar la palabra bebé de su boca… Él seguía a lo suyo―. El armario nos sirve, pero podríamos empapelarlo para que sea más infantil. El escritorio… Mmm… sí, de momento se puede quedar en su sitio. Eso sí, habrá que quitar la cama y poner la cuna ahí. La cuna la haré yo. Nathan entiende mucho de carpintería, tendré que preguntarle a ver cómo se hace una cuna, porque no tengo ni idea. ―¿Vas a hacer tú la cuna? ―pregunté, gratamente sorprendida. ―Sí, quiero hacérsela yo ―afirmó. De pronto, se giró y me miró con dudas―. ¿O prefieres que se la compremos? ―No, prefiero que se la hagas tú ―declaré, sonriendo―. A mí también me hace más ilusión que se la haga su padre. La cara de Jake volvió a iluminarse al escuchar esa palabra, aunque yo tengo que reconocer que mis mariposas hicieron de las suyas al oírlo de mi propia voz, qué tonta. Se acercó a mí y me cogió por la cintura de nuevo. ―Todavía no me lo creo ―repitió, sonriéndome con ganas―. Un niño. Esto es lo que menos me importa de todo, pero, ¿sabes lo que eso significa? Él será el primero de nuestros hijos varones. Él será el futuro Alfa de la manada.

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―Sí ―sonreí. Sin embargo, mi sonrisa se disipó con rapidez, porque sus palabras volvieron a traerme a otra realidad, y esta era demasiado cruda. ―¿Qué pasa? ―se percató, cambiando su rostro alegre por uno completamente serio. ―Mi pesadilla ―le recordé, mirándole a los ojos con angustia. Se hizo un silencio grave que se me hizo eterno. ―No se cumplirá ―aseguró, con convicción. ―Pero, Jake, todo lo que habíamos planeado se ha venido al traste ahora. Razvan, Nikoláy y Ruslán se acabarán enterando de que esperamos un hijo, un hijo varón… ―Jamás permitiré que os pase nada ―afirmó, mirándome con determinación―. Siempre, siempre os protegeré. Me encantó que ya usase ese plural, eso provocó que mis mariposas saltaran con emoción una vez más. Me di cuenta de que las cosas habían cambiado entre nosotros. Seguían siendo iguales, sin embargo, habían adquirido un matiz diferente, la paleta tenía otro color más. Jake jamás permitiría que me pasase nada a mí, por supuesto, pero ahora se había producido un pequeño giro. Ahora el bebé también entraba en esa ecuación para hacer de nosotros otro todo. Jacob nos protegería a los dos hasta la muerte. Jake se separó de mí y comenzó otro paseíllo, aunque este por otros motivos. ―Reorganizaré a la manada ―declaró, hablando con cierto nerviosismo―. Vigilaremos la zona continuamente y haremos turnos de vigilancia las veinticuatro horas. Nunca estarás sola, siempre estarás escoltada y protegida ―se acercó a la ventana, corrió el estor con la mano y echó una ojeada al bosque―. Llamaremos a tu familia para darles la noticia, pero también tendremos que contárselo todo, para que vengan. Cuantos más seamos para protegeros, mejor ―dejó la cortina en su sitio y volvió a caminar, retransmitiendo todo lo que iba pensando―. Ellos no pueden moverse por nuestro territorio, pero pueden quedarse por la casa para vigilar, aunque puede que consiga convencer al Consejo para hacer una excepción temporal. Nosotros nos encargaremos de buscar a esas sanguijuelas y de darles caza ―se paró justo frente a mí y me miró con resolución―. Les atraparemos y me los cargaré de una vez por todas, te lo prometo ―juró, enganchándome con esos ojos seguros y decididos.

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―Siento que esto ocurriera justo ahora ―murmuré, bajando la vista―. La manada ya tiene bastante con los nómadas que vienen de todas partes, y ahora tienen que estar pendientes de mí… Jake cogió mi barbilla con la mano y me alzó el rostro para que le mirase. ―Para ellos será un honor proteger al futuro Alfa, te lo aseguro ―afirmó, hablándome con un murmullo ronco. ―Sí, ya lo sé ―suspiré, cerrando los ojos―. Pero esto no deja de ser peligroso para ellos, para ti. No podía haber un momento peor para mi embarazo. De repente, Jake se quedó mirándome embobado durante un rato, hasta que alcé las pupilas. Entonces, clavó sus intentos y penetrantes ojos en los míos, hipnotizándome como siempre hacía, casi no podía ni moverme, y comenzó a acercar su rostro lentamente, haciendo que el mío también le acompasase sin remedio. Todo pasó a un segundo plano, todo. La energía empezó a fluir a nuestro alrededor al mismo tiempo que mi estómago era tomado por esos coloridos insectos de siempre y mi corazón se aceleraba, ansioso porque su boca tocase ya a la mía. Cuando su tórrido rostro rozó la piel del mío y su abrasador y dulce aliento acarició mis labios, no pude evitar que mis ojos se cerrasen y mis bronquios dejasen escapar un estimulado jadeo. ―Yo soy el hombre más feliz del universo entero ―susurró en mi boca, pegando su rostro aún más. ―Jake… ―suspiré, metiendo mis dedos entre su pelo. ―Todo saldrá bien, te lo prometo. Confía en mí. ¿Cómo no iba a confiar en él? Era el Gran Lobo, el invencible Gran Lobo. Ningún mago, por poderoso que fuera, tenía suficiente poder para vencerle. Recordé la profecía. No sé por qué, simplemente llegó a mi cabeza como un chispazo esperanzador, junto a sus palabras. Ésta también me decía que todo saldría bien, me lo ratificaba, y por un momento sentí un alivio enorme. ―Sí ―susurré. Sus ardientes labios por fin me dejaron sentirlos. Los entrelazó con los míos con suavidad y calma, alzando mi labio superior con cada roce, haciendo que suspirase sin parar. Su boca se detuvo repentinamente, pero a la mía no le dio tiempo de ir a buscarla. ―Te quiero ―musitó, dejando que su abrasador aliento se mezclase con el mío.

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―Te quiero ―conseguí decir con un hilo de voz, pues casi no era capaz de hablar, de la emoción. Y sus labios volvieron a unirse a los míos, felices.

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BUENA Y MALA Todo estaba dispuesto en la habitación. El ordenador estaba encendido y Jake y yo ya nos habíamos sentado frente al mismo para conectarnos en el Chat, con las manos amarradas. Nuestros rostros albergaban una extraña mezcla de felicidad y preocupación al mismo tiempo. Era muy difícil describir las miles de sensaciones y sentimientos que pasaban por nuestras cabezas, todo mezclándose en un cóctel raro, pero era imposible separarlo y desechar una de las dos cosas, imposible no sentir lo uno y lo otro. Ambos estábamos felices de que fuera un niño, aunque, bueno, en realidad, lo hubiéramos estado igualmente si hubiera sido una niña, porque no teníamos predilección por un sexo u otro. Lo importante era que iba a ser nuestro bebé. Pero había una diferencia que tampoco podíamos olvidar ni obviar. El que fuera un niño resultaba una desventaja en este caso. Un niño, un varón, significaba que el embarazo duraba más tiempo. Nueve meses. Nueve meses que Razvan, Nikoláy y Ruslán tenían para pensar, planificar y actuar. Nueve meses de vigilancia continua para mí, nueve meses de trabajo para los lobos y mi familia. Pero también significaba otra cosa. Con un niño el reinado de Jacob se vería afianzado de cara al futuro, y eso es precisamente lo que Razvan, Nikoláy y Ruslán no querían permitir. Si hubiera sido una niña, tal vez ellos no actuarían. O tal vez sí, porque esa niña también iba a llevar los genes del Gran Lobo. Ella iba a transmitir sus genes a su propia prole, pero, además, tampoco sabíamos a ciencia cierta si una niña también heredaría el poder espiritual de Jacob. La profecía solamente hablaba de príncipes de los lobos, pero podía ser una manera de hablar, usando ese genérico masculino para referirse a nuestra prole en general. También podían ser princesas, ¿por qué no? Las niñas también podrían heredar ese poder espiritual, después de todo, iban

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a ser hijas del Gran Lobo, y, aunque no se iban a transformar en lobas, sí lo harían en casi vampiros, y puede que pudiesen conectarse a la futura manada de alguna forma, quién sabe, porque iban a tener genes metamorfos en su sangre... Ay, no sé por qué me dio por esto, lo único que estaba consiguiendo era liarme la cabeza aún más, pero no pude evitar pensar en ello un rato antes de que Jake hablara. ―Mira, ya nos están llamando ―dijo, señalándome con el puntero del ratón el parpadeo naranja del Messenger. Pinchó ahí y la ventana se maximizó. Mis padres, mis abuelos y mis tíos salían en la pantalla, gracias a la Webcam, y ellos a su vez ya nos estaban viendo a nosotros. Mis progenitores eran los únicos que estaban sentados frente al ordenador, el resto se repartía alrededor, de pie. ―Hola, chicos, ¿cómo estáis? ―nos saludó mi madre por todos, desplegando una sonrisa perfecta y deslumbrante. Si ella supiera… Jake y yo nos miramos y nos dedicamos una sonrisita cómplice, aunque preferimos esperar un poco más para darles la noticia. Además, jugábamos con ventaja. Mi padre no podía vernos la mente. ―Bien, muy bien ―le contestó Jake, devolviéndole la sonrisa―. ¿Y vosotros? ¿Cómo va todo por ahí? ―Las cosas por aquí son un rollo, tío ―respondió Emmett, soltando un suspiro―. Fíjate que hasta tenemos ganas de que empiecen las clases… A partir de ahora iban a tener qué hacer… Mi chico y yo nos miramos de nuevo y yo asentí para que lo dijera. ―Pues, escucha, esto te va a gustar un montón ―empezó, con una sonrisa que se le iba a salir de la cara―. Tenemos que daros una noticia. ―¿Una noticia? ―se extrañó mi padre, que arrugó el ceño ligeramente sobre sus ojos dorados. ―Sí. Es buena y mala al mismo tiempo ―avisó ya de primeras. ―¿Buena y mala? ¿Y eso qué quiere decir? ―protestó Rose. ―¿De qué se trata? ―quiso saber mamá, algo perdida. Jake y yo volvimos a mirarnos, con una sonrisa, y apretamos el amarre de nuestras manos. Después, miramos a la pantalla. ―Estoy embarazada ―anuncié. ―¿Qué…? ―murmuró mamá, pestañeando como si todavía no se lo creyese―. ¿Estás…? ¡¿Estás embarazada?! ―exclamó acto seguido, con una risa alegre.

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―¡Embarazada! ―rió Alice, dando saltitos emocionados. Los daba con tanta precisión, que, aunque estaba rodeada por Jasper y Emmett, apenas les rozaba. Hasta que Rosalie se unió a ella. Entonces, Jasper y Em tuvieron que apartarse para que ellas pudieran saltar juntas mientras se abrazaban y se reían. Se formó un griterío enorme. ―Mi niña… ―murmuró Esme, emocionada, sonriendo de felicidad y juntando las manos a la altura de su rostro. Carlisle rodeó sus hombros con su brazo y le besó en la sien al tiempo que él mismo mostraba una sonrisa de satisfacción enorme. ―Enhorabuena. Es una noticia estupenda ―nos felicitó mi abuelo. ―Gracias, Doc ―le sonrió Jacob. Mamá se abrazó a mi padre, que intentó guardar la compostura, aunque se le escapó una sonrisa de gozo que iluminó toda su cara. Jake y yo nos miramos, sonriéndonos con satisfacción por todas esas reacciones, y nos dimos un beso corto. ―No os emocionéis tanto. Eso quiere decir que ya sois abuelos ―les dijo Emmett, palmeando sus brazos una vez, sonriendo de oreja a oreja. Mamá dejó de abrazar a mi padre y se quedó estupefacta durante un par de segundos. ―Guau. Abuela… ―murmuró, parpadeando otra vez. ―Gracias por la puntualización, Emmett ―le contestó papá, usando un tono sarcástico. Entonces, de repente, su semblante cambió, transformándose en uno melancólico y de añoranza―. No me lo puedo creer ―murmuró, algo serio por la emoción―. Nuestra niña ha crecido tanto, que ya va a ser mamá. ―Edward ―le regañó mi madre un poco. ―Papá, hace tiempo que ya no soy una niña ―le recordé, con algo de ironía. ―¿Y de cuánto estás? ―me preguntó Jasper, también sonriente. Mis tías dejaron de saltar y prestaron atención. ―Sí, ¿de cuánto? ―repitió Alice, cuyos ojos parecían más grandes de lo normal, debido al entusiasmo con el que me miraba. ―De doce días ―les revelé―. Bueno, según el test de embarazo. ―Suelen ser muy precisos, pero, no obstante, estaría bien que te hiciera una analítica para ratificarlo ―manifestó Carlisle, sonriente. ―¿Y ya tienes panza? ―inquirió Emmett. Rosalie le regañó con la mirada y le dio un pequeño codazo por usar ese término, aunque a mí me hizo gracia.

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Toda la familia me miró, expectante, pero la que más era mi madre. ―No, no tengo panza ―reí. ―¡Un niño, un niño, un niño! ―exclamó Alice otra vez, dando más saltitos. ―Sí, un niño ―reí otra vez. ―Un niño… ―susurró mamá, mirando al infinito, maravillada. Parecía estar imaginándose lo mismo que yo cuando pensaba en nuestro bebé: a un Jacob en miniatura. No pude evitar ese revoloteo de alas en mi interior al volver a visionar a ese niño, acomodado entre mis brazos. ―Así que un cachorrito, ¿eh? ―rió Emmett, exultante. Se notaba que la idea de un sobrino lobo le encantaba. ―Ya ves ―sonrió Jake. En cambio, Rosalie torció el gesto, pero sólo fue una mueca que duró un segundo. ―Hubiera preferido una niña, la verdad. Iba a oler mejor ―suspiró―. Pero, bueno, le querré igual ―sonrió después. ―Tranquila, rubia. Olerá bien hasta que alcance la pubertad ―le soltó Jake con acidez, dedicándole una mirada de odio. ―Un niño crecerá a un ritmo humano, Rose ―le recordó mi madre―. Tendremos más tiempo para disfrutar de él. Mi tía lo meditó durante sólo un segundo y sonrió con satisfacción. ―Os doy mi más sincera enhorabuena ―sonrió papá―. Lo cierto es que no me lo esperaba, esto ha sido toda una sorpresa, pero tengo que deciros que me siento muy, muy feliz ―y mi madre agarró su mano para unirse a su felicitación. ―Gracias, papá ―le sonreí yo también. ―¿Qué día es hoy? ―preguntó Alice, que miraba al horizonte con los ojos entornados, pensativa. Ella a lo suyo. ―Uno de octubre ―contestó Jasper, casi automáticamente. ―Nacerá a finales de junio ―sonrió, y dio una sonora palmada―. ¡Podremos comprarle ropita de verano! Rosalie se puso frente a ella y ambas unieron sus manos. ―Oh, sí. Pantaloncitos cortos ―dijo ésta, sonriéndole. ―Polos pequeñitos… ―imaginó Alice, entusiasmándose cada vez más. Jacob ya empezó a bajar las cejas.

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―Gorritas de diseño… ―siguió Rose. ―Ah, conozco un diseñador en París que… ―Espera, espera ―le cortó Jake a la tía Alice, haciendo un aspaviento con su mano suelta―. No me lo vestiréis con pijerías de esas, ¿no? ―¿Y cómo le quieres vestir? ¿Con un harapo como esos que llevas tú? ―se quejó Rosalie, mirándole de arriba abajo con cierto desprecio. ―Con la ropa que a mí me de la gana, no con la que me digáis vosotras, que para eso soy su padre ―contestó él, todo ofendido. ―Oh, por favor. ¿Vais a volver a las andadas? ―se quejó papá. ―Bueno, bueno, calma ―tercié, y le di un beso corto en la mejilla a Jacob para que se le fuese el enfado, lo cual resultó―. Todos le compraremos ropa, ¿vale? Además, los bebés crecen muy deprisa y enseguida les queda pequeña. Rosalie le dio un manotazo a su pelo y giró el rostro mientras se cruzaba de brazos, pero la tía Alice todavía tenía esa mirada planificadora en el rostro que me indicaba que dentro de poco iba a tener la casa llena de ropita de bebé. Ay. ―Debería viajar hasta allí para hacerte una analítica, puesto que no puedes ir a un médico corriente ―declaró Carlisle, encauzando el tema de nuevo―. Aunque seas mitad vampiro, tendrás que someterte a controles rutinarios, y, ahora no, por supuesto, ya que es muy pronto, pero más adelante, tendrás que hacerte ecografías para ver el estado del bebé ―Jacob y yo nos miramos, sonrientes. Mi abuelo se llevó la mano a la barbilla, reflexivo―. Creo que lo mejor sería que Esme y yo nos mudásemos a Forks una temporada, para que pueda controlar mejor tu embarazo. ―¡Sí, sí! ―clamó Alice, brincando―. ¡Nosotros también vamos, ¿verdad, Jazz?! ―Si tú quieres ―asintió él. Rosalie iba a hablar, pero… ―Iremos, cariño, iremos ―se le adelantó Em. Mi tía le sonrió con agrado y le dio un beso en los labios. ―Pues nosotros también, qué menos ―se sumó mi madre, mirando a papá para que le diera su consentimiento, el cual consintió, claro. ―Vosotros tenéis que terminar la carrera ―objetó Esme, ejerciendo de madre.

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―¿Y perdernos este embarazo? Ni hablar ―se negó Alice, haciendo un mohín―. Con el de Bella no tuvimos ocasión de disfrutar nada, pero con este es completamente distinto. Mi chico y yo nos miramos, aunque esta vez sin sonreír, y volvimos a apretar nuestro amarre. ―Bueno, veréis, lo cierto es que, aparte de eso, vais a tener que venir para otra cosa ―intervino él. ―Una noticia buena y mala al mismo tiempo ―recordó Emmett en voz alta. Mamá osciló la cabeza para mirarle con preocupación y luego la volvió hacia la pantalla. ―¿Qué pasa? ―preguntó mi padre, ya con gesto grave. ―Veréis, desde hace tiempo… Bueno, Nessie tiene una pesadilla que… ―El bebé corre peligro ―les revelé yo, sin más preámbulos. Toda mi familia se puso en alerta al instante. ―¿Cómo? ―masculló mi madre, temerosa. ―Es Razvan y sus amiguitos magos ―desveló Jake, matizando esa palabra con rabia―. Creemos, bueno, sabemos que quieren… ―de pronto, enmudeció para apretar los dientes. Su mano tembló ligeramente, pero yo se la acaricié con la mía que estaba suelta y lo controló. Tomó aire y siguió hablando―. Quieren que el bebé no llegue a nacer ―modificó. Todos miraron a Alice. ―A mí no me miréis. No puedo ver nada relacionado con ellos, ya lo sabéis ―se defendió. ―¿Y cómo lo sabéis? ―quiso saber mi padre. ―Hace unas semanas nos fuimos de excursión al Parque Nacional de Olympic con los chicos ―empezó a explicar Jacob―. Todo iba muy bien, pero nos topamos con un licántropo. ―¿Un licántropo? ―repitió mi progenitor, sorprendido. ―Sí, pero espera, ese no es el tema ―continuó mi chico―. La cosa es que ese licántropo estaba siendo perseguido por Thiago y sus secuaces. ―Thiago ―masculló mi padre, rechinando los dientes. ―Bueno, no os lo voy a contar todo, porque es un poquito largo… ―Sí, por favor ―murmuró Rose por lo bajo. ―…pero el caso es que el licántropo consiguió escapar y nos quedamos con esos matones plantados en el sitio ―prosiguió Jake,

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haciendo caso omiso del comentario de mi tía―. Thiago estaba cabreado, nos echaba la culpa de haber perdido al licántropo, y tuvimos que tener una conversación. Después de dejarle claro que ese era nuestro territorio, él me dijo: “veo que las cosas siguen igual”, o algo así, y yo le dije: “¿a qué te refieres?”, aunque ya lo sabía, claro, porque había mirado la barriga de Nessie, y él me contestó: “aún no habéis procreado”, así, enfatizando la palabra como con asco, ¿sabes? Menudo idiota ―resopló. Rose puso los ojos en blanco y suspiró, cansada―. Pero yo no me quedé callado. Le dije: “no tenemos prisa”, y él me dijo… ―Oh, vamos, ve al grano de una maldita vez ―le interrumpió Rosalie, enfadada―. ¿Es que vas a contarnos toda la conversación? ―Vale, vale, rubia, no te mosquees, tranqui ―le respondió él, algo molesto―. En fin… Bueno, le dije que si teníamos hijos o no, no era asunto suyo, y fue cuando me contó que Razvan, Nikoláy y Ruslán no estaban dispuestos a arriesgarse a que los tuviéramos. Thiago no me lo dijo directamente, pero es evidente que ellos andan detrás de esos magos para aniquilarles, así que saben muchas cosas. Lo que no me quedó claro es qué tenía que ver ese licántropo con ellos, ni qué hacía éste por nuestras tierras. ―¿Crees que ese licántropo puede andar por allí? ―inquirió Jasper. ―No, no creo. No sé por dónde andará, pero no está por aquí ―afirmó Jacob, con certeza―. Hemos estado vigilando esa zona y no hay rastro de él. Y tampoco ha habido ninguna noticia sobre desapariciones ni muertes extrañas. Donde quiera que esté, no es aquí. ―Es rara la aparición de ese licántropo, sin duda. No quedan muchos Hijos de la Luna en el mundo, prácticamente están extinguidos ―manifestó mi padre, llevándose la mano al mentón. ―Pues este era igual al de Nahuel ―le reveló Jake. Me dio un escalofrío al recordar a ambos. ―¿Al de Nahuel? ―inquirió Carlisle, sorprendido―. ¿Era un licántropo mutado? ―Sí, igualito a ese ―le ratificó mi chico. ―Es muy extraño, pero ahora mismo no tenemos tiempo de pensar en eso ―opinó papá. ―Eso es lo que menos importa ahora ―coincidió mi madre, que tenía el rostro bañado en inquietud. Aún así, Carlisle frotó su barbilla, pensativo.

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―¿Y, qué pasa, ya os habéis encontrado con Razvan, Nikoláy y Ruslán? ―preguntó Emmett, envarándose de pronto, como si hubiese caído en eso en ese mismo instante y ya se pusiese en alerta. ―No, no hemos vuelto a saber de esos desgraciados ―le calmó Jacob―. Pero sabemos que van a venir, por las pesadillas de Nessie. Mi familia ya estaba al corriente de lo que pasaba con mis pesadillas. Cuando había sido secuestrada por Razvan y me rescataron, lo primero que hice fue contarles aquella espantosa pesadilla en la que yo abandonaba a Jacob. Todavía me estremecía al recordarla. ―¿Nessie ha tenido alguna pesadilla al respecto? ―interrogó Alice, seria. ―He tenido varias ―desvelé, tragando saliva cuando esas horribles imágenes se plantaron en mi cerebro―. Desde que Thiago nos contó eso, sueño que estoy embarazada y que me encuentro con Razvan. Entonces siempre pasa lo mismo. A veces me lanza un cuchillo que no llega a tocarme, otras nada, pero mi… barriga se llena de sangre de repente y… el bebé… muere ―me costó un montón soltar todo esto, porque tan sólo recordarlo, hacía que mi corazón se helase y que mi garganta se viese invadida por un grueso nudo. ―Tranquila, cielo ―me calmó Jake, dándome un beso en la sien―. Todo saldrá bien, ¿vale? Relájate. ―Sí ―asentí, cerrando los ojos y respirando hondo. ―Nuestro plan era atrapar a esos magos y acabar con ellos antes de que nos decidiéramos a tener críos, pero ya veis que la cosa se nos trastocó un poco ―les confesó él, haciendo una mueca―. No contábamos con quedarnos embarazados, pero el tema ha surgido así y ahora tenemos que cambiar de planes. Me hizo gracia eso de quedarnos embarazados y se me escapó una risilla que sirvió para relajarme un poco. Jacob se dio cuenta de esto y me sonrió, feliz. También agradecí que no contase más detalles. Había cosas íntimas y de ámbito más privado que mi familia no tenía por qué saber, no era necesario que lo supieran. Ellos tampoco preguntaron nada al respecto, después de todo, poco importaba la forma o el por qué me había quedado embarazada. El tema es que lo estaba, y que el bebé corría peligro. Eso era lo importante. ―Os necesito aquí ―continuó Jacob, cambiando su expresión completamente. Ahora les miraba con mucha seriedad, con determinación,

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diría que incluso con urgencia―. Voy a reorganizar a la manada para hacer turnos de vigilancia por los bosques. Quiero que Nessie no esté sola ni un solo minuto, tendrá que estar vigilada y protegida las veinticuatro horas del día. ―Cuenta con nosotros, por supuesto ―aceptó mi padre, sin un atisbo de duda ni titubeo. Su mirada también era de resolución plena, grave―. Nadie se acercará a ella ―aseguró. ―Mañana hablaré con el Consejo. Me gustaría que vosotros también pudierais moveros por los bosques con libertad. ―Trata de convencerles. Eso nos daría ventaja ―declaró Carlisle. ―No te garantizo nada, pero lo intentaré ―afirmó mi chico. ―Si pudiéramos transitar por vuestros bosques, podríamos ser nosotros quien vigilásemos todos los alrededores ―propuso mi abuelo―. Seríamos más eficaces, puesto que nuestro olor no nos delataría tanto como a vosotros, y nosotros podemos subirnos a las copas de los árboles para observar mejor y no ser vistos. ―Yo había pensado más en pedirle ayuda a Ezequiel para ocultar nuestro olor con alguno de sus trucos, pero esto que has dicho me ha dado una idea ―sonrió Jake―. Si él oculta el vuestro, tendremos más ventaja todavía. ―Dudo mucho que ellos estén por aquí ―inervino mamá. ―¿Cómo? ―inquirió Carlisle, mirándola sin comprender. ―Ellos no se arriesgarían tanto ―empezó a aclarar ella―. Saben que en esos bosques están los lobos continuamente, protegiendo a su tribu de los vampiros nómadas que van a visitarles. Razvan, Ruslán y Nikoláy no irán allí hasta que no vean que Nessie está embarazada, hasta que no lo certifiquen. Y lo verán con su semiesfera dorada. Seguramente llevan estos tres años escondidos, comprobándolo continuamente. Me quedé helada por un instante. Me había olvidado por completo de esa semiesfera… ―¿Quieres decir que ellos tienen acceso a nuestra vida…? ―inquirí con un hilo de voz. Mamá me miró con cautela, pero al final respondió con sinceridad. ―Eso creo. ―Ezequiel me contó que la semiesfera dorada les muestra a todo aquel que es conocido por ellos ―reveló Alice―. Con saber que alguien existe y su nombre, ya pueden visionarle en el líquido.

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Por un momento me entró vértigo y una paranoia tremenda. Porque eso quería decir que esos magos podían ver todo lo que ocurría en nuestras vidas, todo. Desde las cosas más triviales, hasta lo más íntimo… Cuando me di cuenta, mi entrecejo estaba clavado en los ojos y mi boca colgaba con indignación. Empecé a sentir una sensación muy incómoda y extraña, me sentía observada, espiada a cada momento. ―No te preocupes ―prosiguió mi tía Alice, que parece ser que se dio cuenta de lo que pasaba por mi cabeza―. Ellos solamente tienen acceso a la información que verdaderamente sirve a sus propósitos. El líquido de la semiesfera no les muestra aquello que no es necesario. Mi boca suspiró, algo más tranquila. ―Pero puede que estén viendo esto ahora ―resopló Emmett, nervioso, mirando a todas partes, como si estuviera rodeado de cámaras invisibles. Eso supondría que quizá ya supieran de mi embarazo. ―¿Y qué hacemos? ―exhalé. ―Le pediremos ayuda a Ezequiel ―sugirió Jake, con cara de muy malas pulgas por este nuevo descubrimiento―. Que nos entregue unos amuletos de esos, esas piedras de color celeste, así Razvan y sus socios no podrán seguir viéndonos. ―Pero eso también levantará sus sospechas ―manifestó Carlisle―. Si ven que, repentinamente, ya no nos pueden ver, sabrán que algo está pasando. ―Sí, pero da igual, Carlisle ―rebatió mi chico, un poco exaltado por la situación―. ¿Qué más da? Si no tenemos los amuletos, también verán todo el movimiento de la casa, nos verán por los bosques, nos verán proteger y escoltar a Nessie…, eso más que sospechas les dejará las cosas bien claras. Y más adelante, la verán embarazada. Es mejor tener los amuletos y que no sepan qué es lo que nos proponemos, ¿no te parece? ―Sí, Jacob tiene razón ―suspiró papá, apoyando los codos sobre su escritorio para frotarse la cara con las manos. Después, las pasó por su cabello y, cuando terminó, habló de nuevo―. Lo mejor es que cada uno de nosotros lleve los amuletos de Ezequiel. ―Le llamaré ahora mismo, en cuanto terminemos esta conversación ―declaró mi abuelo. ―También sería bueno que nos hiciese uno de esos hechizos preventivos, por si acaso a esos magos se les ocurriese atacarnos con alguno de los suyos ―afirmó Jacob.

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―Estoy contigo ―apoyó Em. ―Avisaré al aquelarre de Denali ―dijo mi padre―. Toda la gente que pueda venir es poca. ―Es mejor que lo planifiquemos todo cuando lleguemos a Forks y tengamos las piedras ―opinó Jasper―. Será más seguro. ―Cierto ―asintió mi abuelo―. Compraremos unos billetes de avión y viajaremos esta misma noche. Mañana nos vemos y hablamos. ―De acuerdo ―aceptó Jacob―. Hasta mañana, entonces. ―Hasta mañana. ―Hasta mañana, cielo ―se despidió mamá, sonriéndome con una mirada especial, feliz, a pesar de todo esto. Me fijé bien en ese semblante, para quedarme con esa imagen. Era muy alentadora y me tranquilizaba bastante. ―Hasta mañana ―le respondí, correspondiéndole la sonrisa. Y nos desconectamos. Jacob apagó el ordenador y apoyó su espalda en el respaldo de la silla, suspirando por la nariz. Yo hice lo mismo, aunque mordiéndome la uña de mi dedo pulgar, con preocupación. Jake me observó y se percató de mi estado de ánimo, por supuesto. Se incorporó un poco y se giró hacia mí. ―No quiero que nada nos estropee esto tan especial, ¿me oyes? ―afirmó, cogiéndome las manos y clavándome sus intensos ojos negros con decisión―. No voy a permitir que esos idiotas estropeen esta época tan bonita para nosotros. Todos vigilaremos y te protegeremos, no te preocupes, no va a haber un bebé más protegido en el mundo que el nuestro. Esos malditos no os tocarán ni un pelo. Pero tampoco quiero que estés todo el tiempo preocupada, pensando en ello. Quiero que disfrutes del embarazo como si nada de esto estuviera pasando, ¿vale? Yo pienso hacerlo. Vamos a tener un hijo y quiero disfrutar de cada momento. Solté sus manos y me lancé a él para abrazarle con fuerza. Él me arropó con sus fuertes brazos y automáticamente me sentí segura y protegida. Jacob siempre había sido mi ángel de la guarda, y seguiría siéndolo toda la eternidad. ―¿Lo harás? ―susurró, sin despegarse de mí―. ¿Disfrutarás de esto? ―Sí ―asentí, procurando que el nudo de mi garganta no se soltase. Iba a ser difícil, pero pensaba intentarlo con todas mis fuerzas, por él y por mí. Se separó de mi cuerpo un poco, pero sólo lo justo para que su rostro llegase al mío. Me besó con suavidad, entrelazando sus labios con

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dulzura mientras los míos se entregaban a ellos ciegamente, ya presos de esa energía mágica incipiente. Después, terminó el beso, me miró y sonrió. ―¿Sabes lo que voy a hacer ahora? ―dijo, sonriente, separándose de mí para girar su cuerpo hacia el escritorio―. Voy a dibujar la cuna ―y cogió un folio de la impresora. ―¿Ya, tan pronto? ¿Ahora? ―me reí. ―Ahora mismo ―afirmó, arrimándose a la mesa mientras sacaba un lápiz del bote donde los metíamos. De pronto, cayó en algo y se irguió, frunciendo el entrecejo, pensativo―. Bueno, primero voy a llamar a Leah para que venga. Quiero darle la noticia y hablarle de todo esto. Cuanto antes se ponga manos a la obra con la manada, mejor ―declaró, sacándose el móvil del bolsillo de su pantalón corto. Marcó varios botones de su teléfono y se lo colocó en la oreja. Después de bastantes tonos, Leah por fin descolgó. ―¿Qué demonios quieres? Mi turno es de noche ―protestó, respirando agitadamente. ―¿Quién es? ―se escuchó preguntar a Simon. Ups. ―Vaya, vaya, ¿te pillo ocupada? ―se burló Jake, apoyando la espalda en el respaldo de nuevo. ―¡Idiota, sabes que sí! ―bufó, muy enfadada. ―Vale, mujer, vale, no te cabrees. ¡Uf, qué carácter! ―¿Qué quieres? ―inquirió de malos modos―. Y, venga, rapidito. Jake me miró y puso una mueca que decía a las claras: cualquiera le dice nada. ―Nada, déjalo ―se rió―. Pásalo bien. ―Idiota ―farfulló Leah, malhumorada. Y colgó. ―Creo que llamaré a Quil ―me dijo, ya marcando su número. Solté una risilla. El mencionado no tardó tanto en descolgar el teléfono. ―Qué pasa, tío. ―Qué tal. Oye, necesito que tú y unos cuantos vengáis hasta mi casa. Tengo que contaros una cosa ―le comentó Jacob. ―¿Ha pasado algo? ―inquirió Quil, y por su tono de voz deduje que ya se había envarado.

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―Es algo bueno y malo. Verás, no puedo contártelo por teléfono, ¿vale? Necesito que vengáis. ―Vale, avisaré a Leah para que organice un grupo. ―No, deja ―le paró―. Avisa a Embry. Leah está ocupada, tú ya me entiendes. Quil se carcajeó al otro lado de la línea y Jake le acompasó. Vaya dos. Seguro que sabían un montón de secretos, esos que sólo una manada conectada telepáticamente conoce. Pobre Leah… ―Estare ahí con un grupo dentro de veinte minutos ―aseguró Quil. ―Genial. Os veo entonces. ―Hasta luego. Ambos colgaron casi a la vez. ―Bueno, ahora sí ―sonrió, inclinándose hacia delante―. Vamos a dibujar esa cuna. A ver, ¿cómo la quieres? Rodé las ruedas de mi silla y me arrimé a él, sonriente, agarrándome a su cálido brazo. ―¿Que cómo la quiero? ―Sí, dime. Grande, pequeña, de barrotes anchos, estrechos, blanca, azul… ―empezó a recitar, cogiendo una regla para que las líneas fueran rectas. Lo pensé detenidamente. ―Pues… me gustaría que no fuera muy grande, pero sí de barrotes anchos. Ah, y blanca, con algún dibujo ―sonreí, animada. ―A ver qué te parece… esto ―dibujó un boceto a mano alzada con rapidez―. ¿Así? ―me mostró cuando terminó. ―Mmm, un poco más grande. ―¿Más grande? ―Sí, un poco más ―reí, pegándome más a él. Me encantaba verle tan entusiasmado. ―Vale, nena, pues más grande ―aceptó, dándome un beso corto. Luego, eliminó una parte con la goma de borrar y sopló para quitar los restos de la misma―. A ver así. Le añadió un pequeño trozo más a lo dibujado y me lo mostró. ―Eso está mejor ―sonreí, dándole un beso en la mejilla. ―De acuerdo ―sonrió él también―. Vamos allá. Y se puso a diseñar la cuna en ese folio, más detenidamente.

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FELICITACIONES Y PLANES Se montó una algarabía enorme cuando les dimos la noticia a Quil, Embry y el resto de los chicos de la manada que habían venido a casa. ―¡Enhorabuena, tío! ―reía Embry mientras abrazaba a Jacob. ―¡Ven aquí! ¡Dame un abrazo! ―le pedía Quil entre carcajadas alegres. No sólo ellos nos felicitaron. Jake y yo nos vimos repentinamente envueltos en entusiastas abrazos y animosas felicitaciones por parte del resto de los metamorfos que allí se encontraban. Cheran incluso salió al porche, se transformó y les dio la noticia a los lobos que en esos momentos estaban patrullando. Al cabo de dos segundos, un coro de aullidos se propagó por el aire con ímpetu y alegría, aunque seguramente alertaron a media tribu y a toda la Península de Olympic. No fue así con la segunda parte de la noticia. Su entusiasmo se vio enfocado en otra dirección: en proteger a la mujer e hijo del Gran Lobo. Los chicos no tardaron en organizarse para salir a vigilar los alrededores, aunque se turnaban para también estar en nuestra vivienda, ya que no querían perderse la fiesta que se montó después. Sí, la casa se llenó de gente en un santiamén. Las chicas y mujeres de los miembros de la manada ya habían sido avisadas, Dios sabe por quién, y aparecieron con multitud de cosas para felicitarnos. Flores, bombones, tentempiés, dulces e incluso una tarta de nata y chocolate invadieron la cocina con rapidez, aunque esa comida no duró mucho tiempo. Los siempre hambrientos lobos no pusieron ninguna pega cuando lo posé en la mesa del saloncito para que comieran. Rachel y Paul se encargaron de darle la noticia a Billy, y éste se lo dijo a Charlie, aunque creo que mi abuelo ya lo sabía, por boca de Seth o

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Sue. Mis cuñados llegaron primero y vinieron con Andrew y Zoe, los cuales se unieron en sus juegos a los hijos de Sam y Emily: Joshua, Ethan y la tan buscada niña, Ruth, que era un par de meses más pequeña que los mellizos de Paul y Rachel. Charlie fue el encargado de traer a Billy, aunque también les acompañaba Sue. Billy rebosaba orgullo y felicidad por todas partes, como mi abuelo. ―¡Felicidades! ―exclamó Charlie, con la boca a punto de romperse, de sonreír tanto. Me dio un efusivo abrazo y un cariñoso beso en la frente y después se arrojó a Jacob para abrazarle mientras palmeaba su espalda con ímpetu y se reía. ―Y a ti también, Charlie. Vas a ser bisabuelo ―le recordó Jake. Las manos de mi abuelo se quedaron tiesas sobre la espalda de mi chico y su rostro se quedó enfrascado durante un instante. Se me escapó una risilla. Pobre Charlie. Mientras ya se despegaba de Jacob, siguiendo con esa expresión, Billy aprovechó para felicitarme. ―Enhorabuena ―me sonrió, extendiendo los brazos. Le correspondí la sonrisa, me agaché y le abracé. ―Gracias, Billy ―le di un beso en la mejilla y le dejé libre para que abrazara a Jake. ―Felicidades, hijo ―le dijo al principio, sonriente. Sin embargo, su rostro cambió repentinamente―. Aunque he tenido que enterarme por tu hermana ―le reprochó a su hijo acto seguido. ―Te iba a llamar, en serio, pero esto se llenó de gente y no me dio tiempo ―se defendió Jacob. Billy suspiró con resignación, pero pronto su semblante se transformó otra vez, mostrando su inmensa alegría. ―Anda, ven aquí y abraza a tu viejo ―le instó, con los brazos abiertos, utilizando esa palabra que Jacob tantas veces usaba para nombrarle. ―Vale ―sonrió mi chico, el cual se agachó y le abrazó. ―Ya verás cuando tu hijo te lo llame a ti. ―No te hagas ilusiones. Te recuerdo que yo siempre seré joven ―se rió Jake. Billy se rió entre dientes, pero Charlie sacó su pañuelo y se secó la frente.

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Leah se enteró la última, claro, pero también se presentó en nuestra casa, junto a Simon. Nos abrazó cariñosamente y nos felicitó, pero, eso sí, acto seguido Jake no se libró de la reprimenda por no habérselo contado en esa llamada. Y, por supuesto, para su desgracia, no faltaron las típicas bromas de sus hermanos de manada. Todas las noticias y anécdotas, ya fueran grandes o pequeñas, corrían como la pólvora entre los lobos. Menos mal que Leah parecía estar muy acostumbrada a este tipo de cosas. Supongo que ella también podía ver pensamientos y recuerdos que utilizar en contra de los chicos para burlarse de ellos. Aunque no todos los metamorfos que habían venido vigilaban por fuera, nuestra casita era el sitio más seguro en esos momentos, puesto que estaba llena de chicos lobo. Y lo más importante: el Gran Lobo también se encontraba con nosotros, conmigo, siempre a mi lado. No había lugar más seguro que ese, no había nadie más protegido que yo. Cuando todo el mundo se marchó de casa, por fin pudimos disfrutar de algo de intimidad. No era una intimidad plena, claro, ya que a partir de ese mismo día, la casa y los alrededores estaban bien vigilados de cerca. Lo que no me imaginaba es que todo, en ese aspecto, iba a ir a peor. Los lobos seguían vigilando los alrededores cuando al día siguiente mi familia al completo, más Ezequiel y Teresa, llegaron a nuestro hogar. El timbre sonó y Jacob, siempre pegado a mí, y yo no tardamos en ir a abrir. Mi chico fue el que abrió la puerta, y la primera que se abalanzó hacia mí para abrazarme fue Alice, que prácticamente pasó olímpicamente de él y les quitó, incluso, su parte de protagonismo a mis padres. ―¡Enhorabuena, cielo! ―exclamó, abrazándome con ímpetu. Me percaté de que iba cargada de bolsas cuando sus brazos me rodearon y las mismas chocaron contra mi cuerpo. ―¿Qué es todo esto? ―le pregunté, separándome de ella para mirarla. ―Ah, unos cuantos trapos que he comprado antes de venir ―declaró, haciéndose la inocente―. Nada, unos detallitos para el bebé. Jasper apareció tras la puerta, cargando con dos bolsas más de Alice. Jacob puso los ojos en blanco. ―¿Ya? Pero si todavía estoy de trece días ―le dije, pestañeando. ―Empezamos pronto… ―masculló Jake por lo bajinis.

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―Bueno, me apetecía ―se excusó ella, dejándole paso al resto de mi familia mientras se dirigía a Jake―. Enhorabuena, lobo ―le sonrió, asintiendo con la cabeza. ―Gracias, pequeñaja ―aceptó él, correspondiéndole la sonrisa. Mis padres fueron los siguientes. Mamá se arrojó a mí para darme un apretado abrazo que, a poco, y me deja sin respiración. ―Felicidades, cariño ―murmuró, toda emocionada, al tiempo que sus brazos me achuchaban un poco más. ¡Uf! Ahora sí que me ahogaban. ―Mamá…, me estás… ―Oh, perdona ―se percató ella antes de que yo tuviera que terminar la frase. Se separó un poco de mí y me sonrió―. Mi niña va a ser mamá… ―murmuró, se notaba que con un nudo aferrado a su garganta―. Y está embarazada de una de las personas que más quiero del mundo ―y sus emocionados ojos oscilaron hacia Jake. Se despegó de mí y se apresuró a abrazar a mi sonriente chico, que también la rodeó con sus brazos, riéndose, y le dio un beso en la cabeza. ―Enhorabuena, princesa ―mi padre hizo lo mismo conmigo, aunque no apretó tanto como mamá. ―Gracias, papá ―me separé un poco y le di un beso en la mejilla. ―Bueno, ¿dónde está mi sobrina? ―exclamó Emmett con alegría, y apartó a mi padre para abrazarme. Me dio otro abrazo impetuoso y me besó en la frente―. Felicidades, mami. ―Gracias ―reí. Me dejó con rapidez y se dirigió a Jake. ―Así que al final voy a ser tío de un lobo, ¿eh? ―rió, haciendo chocar su mano contra la de Jacob. ―Ya veo que te mola ―sonrió éste. ―Yo diría que demasiado ―resopló Rosalie. Luego, se giró, me tomó por los brazos y me sonrió―. Felicidades, cielo ―me dijo. Me dio un beso, un abrazo y se separó de mí para volver a sonreírme. ―Gracias, tía. Su semblante cambió cuando lo dirigió a Jacob, que le dedicó una sonrisita orgullosa. ―Enhorabuena, chucho ―le dijo, fingiendo una cara de indiferencia. ―Muchas gracias, oh, diosa de la belleza inmortal ―se burló él, haciéndole una reverencia. ―Idiota ―farfulló mi tía.

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―Enhorabuena a los dos ―nos felicitó Jasper, con su discreción y elegancia de siempre. Jasper no era un entusiasta de los abrazos y los besos, así que ese asentimiento de cabeza y esa media sonrisa ya era mucho para él. ―Gracias, Jazz ―le respondí yo por ambos, sonriéndole. ―Bueno, Jacob. No me queda más que darte mi enhorabuena ―le dijo mi padre, que le sonrió, aunque podía verse esa nota de añoranza en su impoluto y níveo rostro cuando dirigió su mirada a mí. ―Gracias, Edward ―sonrió mi marido, con sinceridad. ―Jamás pensé que acabaría emparentado con un lobo, y mucho menos que ese lobo fueras a ser tú ―confesó mi progenitor, con resignación―. Y tampoco imaginé nunca que terminaría siendo el abuelo de un metamorfo ―de pronto, frunció el ceño, pensativo, como si acabara de darse cuenta de esto último. Mi madre se colocó a su lado y tomó su mano. ―Ya ves ―Jacob sonrió de oreja a oreja―. ¿Y quién me iba a decir a mí que me iba a enamorar de una semivampiro hasta las trancas y que ésta iba a ser tu hija? La vida da muchas vueltas, ¿eh? ―Cierto ―asintió mi padre, otra vez con resignación. Me aferré a la mano de mi chico y le di un beso en los labios que me hubiera gustado que fuera más largo y efusivo, pero había tanta gente delante… Carlisle y Esme habían esperado pacientemente a que todos los miembros de mi familia nos felicitasen, así que ellos no iban a ser menos, claro. Se acercaron a nosotros y se pusieron frente a los dos con rapidez, sonrientes. ―Enhorabuena, de corazón ―Esme nos abrazó a los dos y nos dio sendos besos en las mejillas. ―Felicidades ―le acompasó Carlisle―. Esto es una gran alegría para todos, no os imagináis cuánto. ―Gracias, Doc ―sonrió Jake. De repente, me di cuenta de que Ezequiel y Teresa llevaban un buen rato esperando en la puerta. Ambos sonreían al ver toda esta estampa. ―Ezequiel, Teresa, no os quedéis ahí, pasad ―les insté, soltando la mano de Jacob para ir a buscarles a la puerta. Sin embargo, Jake salió detrás de mí y se colocó a mi lado en un latido de corazón. No era por ellos, por supuesto, pero tenía que protegerme de cualquier posible ataque exterior. Los vampiros son

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rápidos y pueden aparecer de la nada, más cuando, además, son magos. Cualquier precaución era poca para él. Le volví a coger de la mano y seguí avanzando hacia la puerta. ―Enhorabuena ―nos felicitó Ezequiel―. Veo que la profecía sigue su curso. ―Sí, eso parece ―asintió Jacob, sonriendo―. Pero, pasad, no os quedéis ahí plantados. La pareja pasó al vestíbulo y Jake, prudentemente y echando un último vistazo afuera, cerró la puerta. ―Felicidades ―sonrió Teresa, abrazándome con fuerza―. Me alegro tanto por vosotros. ―Lo sé ―reí, frotando su espalda―. Gracias. ―Vamos al salón ―propuso Jake, provocando que me despegara de Teresa―. Estaremos más cómodos ―miró a todos los vampiros que nos rodeaban y suspiró―. Bueno, nosotros, porque vosotros como no tenéis que sentaros ni nada… ―e inició la marcha hacia el saloncito, tirando de mi mano. ―Sí, es mejor que te sientes y descanses ―me dijo mamá, siguiéndonos. Puse los ojos en blanco. ―Sólo estoy de trece días ―suspiré―. No estoy cansada. Jacob y yo pasamos al salón, con mi familia y nuestros invitados detrás. ―Los primeros meses del embarazo son los más importantes y cruciales ―rebatió ella―. Es importante que descanses. Por cierto, ¿comes bien? Mis pupilas se fueron hacia arriba de nuevo. ―El primer desayuno, por llamarlo así, porque no llega a meterse en el estómago casi nada, lo echa todo ―explicó Jacob―. Pero en cuanto vomita, baja a la cocina otra vez y come como una fiera hambrienta. ―Qué exagerado ―me reí. Mis padres, Jacob y yo nos repartimos por el sofá como pudimos, ya que no era muy grande, y el resto prefirió quedarse de pie. ―Es verdad, no lo niegues ―sonrió, dándome un toque en la punta de la nariz con su dedo. Volvió el rostro hacia su público y siguió hablando para ellos―. Después de eso, come genial, por la tarde vomita otro poco, vuelve a llenarse el buche y cuando llega la noche, vomita una vez más y cena por dos.

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―Qué interesante… ―murmuró Rose para sí, con asco. ―La alimentación es muy importante ―declaró Carlisle, ya ejerciendo de mi médico―. Confeccionaré una tabla de alimentos a tomar, para que la sigas. Y también tendré que hacerte controles rutinarios, análisis de sangre, etcétera. Genial. Me parece que esta iba a ser la parte que menos me iba a gustar de mi embarazo. ―De acuerdo ―exhalé, qué remedio. ―¿Ingieres sangre? ―me preguntó. Puaj. Sólo con mencionarlo, ya me daba un asco terrible. ―No ―contesté, frunciendo el ceño con hastío. Quiso darme una arcada, pero la controlé sin mayor problema. ―Mmm, ya veo ―murmuró Carlisle, pensativo. ―¿Crees que el hecho de que sea un bebé humano tiene algo que ver con ese asco que le ha cogido a la sangre de repente? ―inquirió Jacob. ―No estoy seguro ―admitió mi abuelo―. Las embarazadas repelen algunos alimentos, sobre todo durante el primer trimestre del embarazo, sin embargo, eso no quiere decir que éstos sean perjudiciales para el feto. Simplemente son reacciones de su organismo debidas a desajustes hormonales y a los cambios que sufre su cuerpo. Sin embargo, en este caso no podría asegurarlo, ya que se trata de sangre ―subió su mano hasta la barbilla y adoptó un semblante reflexivo―. Puede que su organismo rechace la sangre, al albergar un feto humano. Aunque, Nessie toma sangre y su cuerpo lo metaboliza a la perfección, no tendría por qué ser malo para el bebé, puesto que a él le llegarían las vitaminas, minerales y demás sustancias de la misma. ―Es interesante ―opinó mi padre. ―Sin duda ―coincidió Carlisle―. Tendré que estudiarlo con más detenimiento. ―O sea, que de momento no tomes sangre, por si acaso ―me dijo Jake. ―No tenía pensado hacerlo ―murmuré, sin dejar de poner cara de asco. ―Tendríamos que comenzar a planear algo para proteger a Nessie, ¿no os parece? ―sugirió Jasper. ―Buena idea ―apoyó Jake, cambiando su sonriente rostro por uno serio.

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―Hablando de eso, he traído una piedra mágica para cada uno, para mayor seguridad ―intervino Ezequiel, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta para sacarlas. Ezequiel nos fue entregando esas piedras elípticas y planas de color azul celeste. Jacob y yo nos metimos la nuestra en el bolsillo, nos miramos y él me dio un beso corto. ―Nosotros ya habíamos traído aquellas que nos entregaste hace tres años, cuando tuvimos que deshacernos de los hechizos de Razvan ―declaró Emmett, sacando una de ellas. ―Bien, perfecto ―aceptó Ezequiel―. Entonces sobran unas cuantas. ―Trae, las repartiré entre la manada ―le propuso Jacob. ―Ya he traído también para ellos ―sonrió Ezequiel, sacándose una bolsita de trapo del bolsillo de su pantalón―. Sabía a ciencia cierta que con una piedra era suficiente para toda la manada, mientras estéis en fase lupina, por vuestra conexión telepática. No obstante, no es así cuando estáis en vuestra forma humana, así que preferí ser cauteloso y traer una para cada uno de vosotros, también ―y le pasó el saquito a Jacob. ―Ah, guay ―aprobó Jake, sonriente, cogiéndolo. ―Ezequiel está en todo ―alabó Teresa, mostrándole una sonrisa a su pareja al tiempo que acariciaba su mano. ―Se las entregaré ahora mismo, en cuanto terminemos esta charla ―afirmó mi chico, dejando la bolsa encima de la mesa roja que reposaba frente al sofá. ―¿Qué vamos a hacer? ―preguntó mamá, visiblemente nerviosa. ―He estado pensando en eso que dijiste ayer, Carlisle ―empezó Jake―. Ya sabes, en eso de ser vosotros los que vigilaseis los alrededores. ―¿Y bien? ―inquirió mi abuelo. ―Creo que tienes razón, aunque sólo en parte ―matizó―. Verás, vosotros os podéis subir a los árboles y todo eso, pero nadie conoce estos bosques como nosotros. Lo que tendríamos que hacer es mezclarnos. ―¿Mezclarnos? ―repitió Jasper, sin comprender. ―Sí, mezclarnos. Trabajar juntos. Lobos y chupasangres en el bosque, vigilando, y lobos y chupasangres escoltando y protegiendo a Nessie ―Rosalie suspiró con cansancio al escuchar esa denominación para ellos―. Nuestro olor no será problema. Podemos ocultarlo con uno de esos trucos de Ezequiel, así que podemos ser de gran ayuda en el bosque. Y vosotros podríais proteger mejor a Nessie cuando ella salga, no

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tenéis que transformaros, como nosotros. Seríais más… ―dudó, pero al final soltó esa palabra que había pensado― discretos. ―Estoy de acuerdo, excepto en esa última parte ―afirmó mi padre―. Renesmee no saldrá de aquí. ―¿Qué estás diciendo? ¿Que Nessie tiene que estar encerrada en casa durante nueve meses? ―criticó Jacob, algo indignado. ―Es por su seguridad ―declaró papá, firme―. Será más seguro para ella si no sale de casa. Mi corazón se encogió por un instante. ¿Nueve meses? ¿Nueve meses… encerrada? No tenía comparación, desde luego, no tenía nada, nada que ver, porque esta era mi casa, mi cómoda y acogedora casita, mi hogar, e iba a estar con Jacob, pero ya había estado encerrada un año con anterioridad, y la perspectiva de no poder salir de aquí en nueve meses… Mi mano apretó la de Jake, algo contrariada. ―Ni hablar ―se opuso Jacob, hablando con determinación―. No voy a permitir que mi mujer tenga que quedarse encerrada en casa durante nueve malditos meses por culpa de esas sanguijuelas. Nessie y el bebé estarán protegidos las veinticuatro horas, yo no me separaré de ellos ni un minuto. Eso sí que me gustaba. Y mucho, muchísimo. Hace dos semanas deseaba que Jacob pudiera estar conmigo a todas horas, y mira tú por dónde, eso se iba a cumplir. No pude reprimir una sonrisilla de satisfacción. ―¿Y tu trabajo? ―preguntó mamá, mordiéndose el labio. Se notaba que ella estaba al cincuenta por ciento con ellos dos. Mi padre puso una mueca pensativa antes de que a Jake le diera tiempo a decir lo que pasaba por su cabeza. ―Lo dejaré definitivamente ―afirmó él, con seguridad―. Ya tengo mi propio taller casi a punto. De todas formas, no iba a tardar mucho más en hablar con el señor Farrow para despedirme. ―¿Te quedarás conmigo todo el tiempo? ―inquirí, mirándole con una alegría que no pude ocultar. ―Por supuesto, nena ―me sonrió él―. Nadie me despegará de ti. Seré una auténtica lapa. ―Eso me encanta ―admití, abrazándole para darle un efusivo aunque corto beso en los labios. ―Si es así, no me opondré ―accedió mi padre, por fin―. No obstante, pienso que Nessie debe salir lo menos posible.

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―No saldré mucho, tranquilo ―le calmé, dándole unas palmaditas en el dorso de su mano, que reposaba sobre la rodilla de mamá. ―En realidad, tampoco le conviene quedarse en casa todos los días, Edward ―intervino Carlisle―. A las embarazadas también les conviene hacer algo de ejercicio, caminar. Y si es al aire libre, mejor. ―Y más adelante tendremos que asistir a esas clases de preparación al parto, digo yo ―siguió Jacob, hablando con entusiasmo―. Eso requiere salir de casa. Me reí, porque yo todavía veía eso tan lejano. ―¿Podemos volver a centrarnos en nuestra conversación, por favor? ―pidió Jasper. ―Ah, sí, claro ―carraspeó Jake, volviendo a ponerse serio. ―Estoy de acuerdo con Jacob ―continuó mi tío―. Todo resultará más efectivo si unimos nuestras fuerzas. Ambas partes tenemos virtudes que los otros no tienen. Si las juntamos, las compartimos y las compaginamos, la protección será un éxito seguro. ―Esta tarde hablaré con el Consejo para convencerles de que se haga esa excepción al tratado ―manifestó mi chico. ―Bien, trata de que sea así ―imploró Carlisle. Jake asintió. ―Yo prepararé unos hechizos para ocultar vuestro olor ―intervino Ezequiel, dirigiéndose a Jacob. ―Qué estupendo ―alabó Rosalie―. Se acabó ese repugnante olor a perro mojado. ―Estúpida. Eso también va por vosotros ―le increpó Jake, mirándola con ofensa―. Además, nosotros podremos olernos. Los que no podrán hacerlo serán esas sabandijas. Rosalie frunció el ceño con disgusto. ―Bueno, bueno, ¿no vas a ver lo que le he comprado al bebé? ―irrumpió Alice de pronto, con los ojos abiertos de par en par, del entusiasmo, cambiando de tema totalmente. Miré hacia abajo y vi las bolsas tiradas bajo mis pies. Ni siquiera me había dado cuenta de que las había dejado ahí. ―Sí, veamos qué nos traes ―dijo Jake, cogiendo una de ellas. ―Tú no ―se opuso ella―. Tiene que abrirlas Nessie. ―Oye, es mi hijo, ¿sabes? ―espetó él, enfadado―. Yo he puesto la semillita, así que algo tendré que ver, ¿no? ―Alice ―la regañé.

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―Bueno, de acuerdo ―suspiró mi tía―. Ábrelos tú también. Jake gruñó por lo bajo, pero respiró hondo para tranquilizarse y abrió la primera bolsa. Yo le ayudé a abrir el resto y lo fuimos colocando todo encima de la mesa. Era ropita de niño, ropa de verano. Camisetas minúsculas, pantalones cortos también en miniatura, incluso deportivas que parecían de juguete. Jake puso una mueca a modo de aprobación, no era tan pijo como él creía. Se notaba que Alice se había esforzado en que la ropa le gustase a Jacob. ―Alice, es precioso ―exclamé, con alegría, levantándome para abrazarla. ―¿Te gusta? Bueno, quiero decir, ¿os gusta? ―corrigió, separándome para estudiar mi rostro. El no poder ver nuestro futuro le desesperaba, por eso tenía que asegurarse de que lo que salía por mi boca era verdad al cien por cien. ―Sí, nos encanta. ¿Verdad, Jake? ―y me giré hacia él. ―Sí, reconozco que está guay ―asintió con una media sonrisa mientras cogía una pequeña sudadera para mirarla. Era tan pequeña, que casi no se creía que fuera de verdad. Me volví hacia mi tía de nuevo. ―Nos gusta mucho. Gracias ―le di un beso en la mejilla. ―De nada. Ya os compraré más cosas ―afirmó, contenta y satisfecha. Le di otro beso y otro abrazo, y finalmente me senté junto a Jacob para observar esa ropita con más detalle. A Jake se le caía la baba, no podía ocultarlo, pero yo tampoco pude evitar ese cosquilleo electrizante por todo mi cuerpo. De repente, tenía unas ganas enormes de que nuestro bebé ya naciera. Y todavía me quedaban nueve meses. Nueve meses. Nueve meses de embarazo, de nuevas vivencias y emociones. Pero también nueve meses de vigilancia y protección. Lo bueno es que Jake iba a estar conmigo a todas horas. Sí, el Gran Lobo iba a protegernos, no iba a haber nadie más protegido que el bebé y yo. Nueve meses.

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APOYO Después de que Carlisle me tomara una muestra de sangre con el fin de llevarla a su casa de Forks para analizarla, Jacob y yo salimos de nuestro hogar y nos dirigimos a la vivienda del Viejo Quil, dando un tranquilo e íntimo paseo por la playa de First Beach, cogidos de la mano. Bueno, íntimo era un decir, claro, porque mi familia se había quedado en casa, ya que no podían salir del perímetro, pero todos los alrededores estaban siendo controlados por algunos de los miembros de la manada, y, aunque Jacob no se despegaba de mí, nosotros mismos estábamos siendo vigilados en todo momento, por si acaso. Era una sensación realmente incómoda, la verdad, pero no me quedaba más remedio que aguantarme. ―Esto terminará pronto ―me alentó Jake, pasándome el brazo por los hombros para arrimarme más a él. Como siempre, parecía que me leía la mente―. Pillaremos a esas sanguijuelas y todo volverá a la normalidad. ―Eso espero ―suspiré. El océano quería demostrarnos su poderío mandando un fuerte oleaje hacia la orilla. Un grupo de agitadas gaviotas, que se abalanzaban a por los peces que chocaban contra las rocas y que quedaban aturdidos, no era lo único que amenizaba nuestro paseo. El sonido de las olas rompiendo en la arena era continuo y contundente, y éstas dejaban un rastro de espuma blanca en su vuelta hacia el mar, como último vestigio de su invasión. El cielo estaba encapotado con una densa capa de nubes grises que comenzó a descargar una suave pero insistente llovizna. La alfombra de piedras lisas que cubría la arena no tardó en empaparse. ―Mierda, tenía que haber cogido un paraguas ―se lamentó mi chico, apretándome contra él, como si así fuera a mojarme menos. Aunque el calor que emanaba de su cuerpo era muy acogedor. ―No pasa nada, estoy bien ―sonreí, rodeándole con mis brazos y dándole un beso en la mejilla.

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Seguimos caminando de esa guisa por la playa en forma de media luna, aunque más deprisa, hasta que llegamos a la casita de color verde apagado del Viejo Quil. Jacob dio dos toques en la puerta y, como siempre, pasó a la vivienda sin más, conmigo de la mano. Atravesamos el pequeño vestíbulo y entramos en esa sala en la que ya nos esperaban todos los miembros del Consejo. El Viejo Quil estaba en su anticuada butaca, Billy había aparcado su silla de ruedas a un lado y Sam y Sue ya se encontraban sentados en sus correspondientes banquetas. Sam ya no era el jefe de la tribu, por tanto, teóricamente ya no tendría que pertenecer al Consejo, pero Jacob sabía lo importante que era todo esto para él, así que había exigido que lo siguiera siendo. Nadie puso pegas, ya que su presencia y su experiencia siempre eran muy bienvenidas. Todos los presentes ya nos habían felicitado, excepto el Viejo Quil, que se apresuró a hacerlo en cuanto nos vio aparecer. ―Enhorabuena ―exclamó, con una sonrisa de satisfacción enorme y un orgullo que desbordaba honorabilidad por todos sitios. La cara de Billy también reflejaba una luminosidad especial―. Me alegro de que por fin os decidierais a tener un hijo. Bueno, decidir, decidir… ―Gracias, Quil ―agradeció Jake por ambos, llevándome hacia el sofá. Nos sentamos sin que Jacob soltara mi mano. Jake solía venir a menudo, puesto que, teóricamente, era el jefe de la tribu y ahora formaba parte del Consejo, así que tenía que asistir a las reuniones que tenían lugar aquí. Pero yo no estaba acostumbrada, y esto me recordaba a aquella visita de hace años para hablar de mi pulsera. Era la misma estampa, aunque ahora las cosas eran bien distintas y el motivo por el cual veníamos también. ―Me siento muy feliz ―afirmó el Viejo Quil―. Siempre es una alegría la llegada de un hijo, pero en este caso doblemente, pues será un varón, según tengo entendido, ¿no es así? ―Sí, es un niño ―le ratificó Jacob, sonriendo. ―Es estupendo ―aprobó con entusiasmo―. Será un futuro Alfa. Billy sonrió con satisfacción al volver a escuchar eso. ―Sí, pero de eso quería hablaros precisamente ―dijo Jake, después de mirarme.

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―¿Qué ocurre? ―intuyó el anciano Quil Ateara, al ver nuestros rostros, cambiando el suyo automáticamente. ―Se trata de Razvan y esos magos ―empezó a explicar mi chico, en un tono de gravedad―. Bueno, es un poco largo de contar, pero sabemos que quieren evitar… el nacimiento del bebé ―sus dientes chirriaron al final de la frase―. Nessie y mi hijo corren peligro. Mi suegro tampoco pudo evitar que sus muelas se apretasen. ―¿Y por qué quieren eso? ―preguntó el Viejo Quil. Jacob le explicó todo el asunto con pelos y señales, y el semblante del Viejo Quil fue adquiriendo más seriedad y gravedad conforme escuchaba, aunque no fue el único. Billy seguía rechinando los dientes de tanto en cuanto. ―Por eso necesitamos hacer una excepción de tratado con los Cullen, para poder proteger mejor a Nessie y al bebé ―concluyó Jacob. ―¿A qué te refieres con excepción? ―se notó que ya esa palabra no le hizo mucha gracia al Viejo Quil. ―Les necesito en los bosques ―aclaró Jake, mirándole fijamente. ―Eso no puede ser, lo sabes ―se opuso el anciano, frunciendo su arrugado ceño al tiempo que apoyaba las dos manos en su bastón de castaño―. El tratado tiene que cumplirse, es lo que acordamos. Billy, Sam y Sue escuchaban atentamente. Ellos estaban de acuerdo con Jacob, sin duda, pero para hacer esa excepción con el tratado tenía que ser un consenso unánime. Si el Viejo Quil se negaba, no teníamos nada que hacer. ―Ya, lo sé, pero sólo será momentáneamente, hasta que demos caza a esas sanguijuelas y las liquidemos ―alegó Jacob, nerviosamente―. Después las cosas volverán a su cauce. ―No les necesitáis ―rebatió el Viejo Quil―. La manada es lo suficientemente fuerte como para afrontar tal peligro. ―Vamos, Quil, con ellos tendríamos más ventaja ―discutió mi chico, bajando las cejas hasta los ojos―. Ellos pueden subirse a los árboles, pueden manejarse en las alturas. ―Y vosotros conocéis este territorio mejor que nadie. ―Por eso debemos unir nuestras fuerzas ―continuó Jacob―. Si nos mezclamos, si nos compaginamos, esos chupasangres magos no tendrán nada que hacer. ―Jamás hemos necesitado la ayuda de nadie ―soltó el anciano, malhumorado.

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―Nessie y el bebé forman parte de su familia, también quieren protegerlos. Están en su derecho de hacerlo ―alegó Jake, enfadado―. Además, nosotros les hemos ayudado muchas veces y ellos se sienten en deuda, es una forma de pago ―se inventó acto seguido, a ver si con eso el Viejo Quil daba su brazo a torcer. ―No tienen nada que pagar ―espetó él, con necedad. ―Mira, ¿sabes qué? Me da igual lo que digas. Se trata de mi mujer y mi hijo, Quil, y haré todo lo que esté en mi mano para protegerles ―aseguró Jake, rechinando los dientes―. Me gustaría que el Consejo, que mi gente, me apoyase en algo como esto, pero si no es así, yo seguiré adelante igualmente. ―¿Acaso me estás diciendo que tú vas a modificar ese tratado sin nuestro permiso? ―ahora el entrecejo del Viejo Quil se hundió sobre sus caídos párpados. La mano de mi chico apretó la mía. ―Así es ―asintió, sin ningún titubeo, clavándole una mirada de profunda determinación y hablando de igual modo―. Soy el Gran Lobo, jamás olvides eso. Soy el que más autoridad tiene de los que estamos aquí, lo sabes. Nunca he utilizado esto, porque no me gusta, sabes que lo odio, pero lo haré ahora si con esto protejo a mi familia ―no era el momento, por supuesto, pero supe que esa denominación de familia se refería a mí y a nuestro hijo y no pude evitar que mis mariposas saltaran, emocionadas, al escucharle―. Ellos son lo más importante para mí, y haré lo que sea para protegerles, lo que sea ―su tono salió rabioso y sus muelas rechinaron de nuevo―. Si cuento con vuestro apoyo, me sentiré muy orgulloso y me haréis feliz, y quiero tenerlo, por eso he venido hasta aquí; pero si no cuento con él, seguiré con esto igualmente, por mucho que me disguste la situación. Cuento con el apoyo de la manada, lo sabes de sobra, ellos me seguirán allí donde yo vaya, y eso es suficiente para mí. ―No sé lo que saldrá de aquí, pero yo te apoyo ―declaró Sam, asintiendo mientras le miraba con honorabilidad y respeto―. Haré todo lo que me pidas que haga. ―Gracias, Sam ―le dijo Jake, sin cambiar su postura y actitud. ―Y yo también, por supuesto ―le siguió Billy―. Lo siento, Quil, pero también se trata de mi familia. ―Creo que Jacob tiene razón, Quil ―manifestó Sue, observando al anciano con suma seriedad―. Todos haríamos lo mismo en su lugar.

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―No me gusta ―refunfuñó el anciano, aunque su semblante ya no era tan terco como antes―. Si todos hiciéramos lo mismo, como dices tú, las leyes y los tratados serían como las semillas del diente de león, que con un soplido, se esparcen por el aire. ―Este es un caso especial ―afirmó Sam―. Jacob es el Gran Lobo, y su esposa lleva al futuro Alfa en su vientre, a un futuro príncipe de los lobos. Es nuestra obligación ceder a su petición, es más, esto deberíamos tomarlo como un honor. El Viejo Quil masculló algo ininteligible mientras miraba a un lado con evidente disgusto. ―Bueno, me da igual ―soltó Jake, cabreado, levantándose con precipitación. El tirón de su mano hizo que yo también me tuviera que poner de pie―. Haré esa excepción del tratado, con tu apoyo o sin él. Jacob echó a andar hacia la puerta en grandes zancadas, tirando de mí. ―Espera ―le pidió el Viejo Quil. Todavía parecía malhumorado, pero su voz sonó a rendición. Eso hizo que Jake se detuviera y se girara para mirarle―. Está bien, tienes mi apoyo ―cedió finalmente, aunque a regañadientes―. Eres el Gran Lobo y no lo necesitas, pero el consenso es unánime. Mi chico se quedó observándole un momento, con esa preciosa mirada penetrante e intensa. ―Bien. Gracias ―le respondió, con el mismo semblante. Se dio la vuelta y seguimos nuestro camino hacia la puerta. ―Espera, hijo ―se escuchó decir a Billy. Nos paramos de nuevo y vimos cómo mi suegro giraba las ruedas hacia nosotros, pasando a ese canijo vestíbulo donde ya casi no entrábamos. ―Llevad un paraguas, llueve bastante ―nos ofreció, sacando uno del viejo paragüero de la entrada. El rostro de Billy mostró una media sonrisa satisfecha cuando nos hizo entrega del paraguas, confesando a las claras lo orgulloso que se sentía de su hijo. ―Gracias, papá ―le agradeció Jacob, aunque supe que no era por el paraguas. Billy asintió y yo le sonreí. Salimos de casa del Viejo Quil en silencio y Jacob abrió el susodicho paraguas, que, por cierto, era tan grande que podría cubrir a tres metamorfos perfectamente. Lo alzó para taparnos, me agarré de su brazo

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y bajamos los dos peldaños del porche para pasar a la arena de First Beach. Continuamos de ese modo un rato más, caminando por esa alfombra de piedrecillas y arena mojadas. La llovizna se había transformado en una lluvia en toda regla, así que ésta enseguida empapó el oscuro paraguas. Las gotas rebosaban del mismo sin descanso, resbalando por los bordes hasta iniciar una caída libre hacia la arena. Miré a Jake, ya que estaba muy callado. Sus ojos estaban enfrascados en el terreno arenoso, enfadados. No pude evitar sentirme un poco culpable. Ya sabía que no era culpa mía, desde luego, pero el hecho de que se tratase de mi familia y de mí, de que Jacob tuviera que enfrentarse a alguien de su tribu por nosotros, ya era suficiente como para hacerme sentir mal. ―Siento mucho que hayas tenido que pasar por esta situación ―murmuré, mordiéndome el labio. Jacob giró el rostro hacia mí deprisa. ―No tienes que sentir nada, no es culpa tuya ―declaró, como siempre, ya adivinando lo que pasaba por mi cabeza. ―Sí, lo sé. Pero el que sea por mi familia y por mí… Mi chico se detuvo y yo tuve que hacer lo mismo. ―Tú eres mi familia ―afirmó, enganchándome con sus grandes ojos negros y brillantes, penetrantes y dulces al mismo tiempo, esos ojazos que tanto adoraba. Mis mariposas batieron sus alas sin remedio, por él, pero también por sus palabras―. Lo eres desde siempre, desde que naciste, y ahora el bebé forma parte de ella, de nosotros. Vosotros sois lo más importante para mí, y me enfrentaré a quien sea para defenderos ―entonces, su rostro cambió a uno más alegre y desenfadado―. Lo malo es que tu familia también entra en el lote, qué le voy a hacer ―e hizo una mueca. Sonreí. Jake siempre conseguía que las cosas parecieran tan fáciles. ―No te metas con ellos ―le advertí en broma, sin dejar de sonreír. Nuestros pies comenzaron a moverse de nuevo por la arena. ―No me meto, pero mira, ¿sabes lo que nos espera ahora? Un olor insoportable en casa, unos invitados que no duermen nunca, y lo peor de todo, un lector de mentes permanente. Menudo tostón ―bromeó, mostrándome una sonrisita. ―Ja, ja ―articulé con ironía, si bien no pude reprimir que mis labios siguieran alzados hacia arriba.

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Pero, de pronto, su frase me hizo caer en algo. Lo peor de todo es que no íbamos a tener intimidad para nada. O sea, para nada, nada. Puse cara de dolor. ―¿Qué pasa? ―inquirió Jake, preocupado. ―Nada, nada ―le calmé, palmeando su brazo. Mejor que no se plantease esto de momento. El hueco que dejaban los árboles lindantes con la playa y que daba entrada a nuestro jardín ya se divisaba, no muy lejos. ―¿Crees que el Viejo Quil se ha enfadado mucho por esto? ―pregunté para cambiar de tema. ―Me da lo mismo ―contestó, llevando su vista al frente y poniéndose serio otra vez―. Es un cabezota. Nunca he visto a nadie tan terco como él ―resopló. ―Espero que no te traiga problemas ―me mordí el labio de nuevo. ―No te preocupes ―me tranquilizó―. Es muy cabezota y algo cascarrabias, pero se le pasará pronto. Siempre hace lo mismo. Además, sabe que yo haría esa excepción con el tratado igualmente, así que no le queda más remedio que aguantarse ―y soltó una risilla maléfica. ―Es que, como te vi tan serio… ―Porque su actitud me da mucha rabia, ¿entiendes? ―explicó, propinándole un pequeño puntapié a uno de los cantos rodados de la arena, el cual chocó con suavidad contra uno de los troncos blanquecinos―. Es muy terco, siempre está con el mismo rollo. Entiendo que tenemos que proteger a la tribu y todo eso, pero ya sabe de sobra que tu familia no es peligrosa, y, aún así, sigue poniendo trabas para todo. Ya lo hizo el día de nuestra boda. Casi tengo que ponerme de rodillas y suplicarle para que al final accediera a que pudiesen pisar la playa. ―Ya, pero, ¿sabes? Aunque se trate de mi familia, no le culpo. Es muy mayor, y desde que era un niño seguro que ha escuchado toda clase de historias y leyendas sobre vampiros. Es lo que le han inculcado, lo que lleva creyendo toda su vida. Además, a excepción de ese casi nulo trato que ha tenido con mi familia, jamás ha tenido contacto con ningún otro vampiro. Sólo conoce las acciones de los malos, lo que le han contado, y encima todos los días escuchará las aventuras de los chicos con esos nómadas que vienen hasta aquí. Si te paras a pensar, es lógico que no se fíe de ninguno ―opiné. ―Sí, si en eso te doy la razón ―asintió, mirando al nublado horizonte del océano, a su otro lado―. Pero también tiene que entender

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que para mí ya no es la tribu, ni siquiera la manada, para mí lo más importante eres tú y ahora también el bebé, sois lo primero de mi lista de prioridades ―su enfado iba creciendo conforme hablaba―. Lo sabe de sobra, sabe todo lo que siento por ti, lo fuerte que es nuestro vínculo. Y si tengo que saltarme alguna regla para protegeros, me la saltaré sin pestañear. ―Vale, vale, no te enfades ―intenté calmarle. Volvió la vista al frente. ―No me cabreo, es… indignación, ¿comprendes? ―matizó, todavía algo exaltado, aunque ya estaba más tranquilo. Suspiró. ―Bueno, ya le conoces. Seguro que esta noche se lo piensa mejor y mañana ya está contigo al cien por cien ―le sonreí, arrimándome más a él mientras seguíamos nuestro camino―. Es muy cabezota, porque ya está mayor, pero te tiene mucho respeto y sabe que tienes razón. Al final cedió, ¿lo ves? Jacob giró el rostro hacia mí y me enseñó esa maravillosa sonrisa. Era tan blanca y deslumbrante, que hasta iluminaba ese día tan oscuro y tétrico. ―No sé cómo lo haces, pero siempre consigues tranquilizarme, ¿sabes? ―confesó. ―Te conozco bien ―aseguré con una risilla. ―Sí ―admitió, riéndose. Dios, era tan guapo… Le obligué a parar, tirando de su brazo para ponerle frente a mí, y llevé mi rostro al suyo para besarle, con una rapidez que le pilló completamente por sorpresa. Eso no impidió que sus labios acompasaran a los míos inmediatamente. Su corazón también se aceleró, como el mío, y mi estómago se vio invadido por ese más que conocido, alocado y frenético cosquilleo. Ambos nos besamos con entusiasmo, entrelazando nuestras bocas con ganas mientras la energía mágica que siempre nos acompañaba comenzaba a fluir a nuestro alrededor. Solté su brazo. Mis manos fueron subiendo por su pecho y terminaron rodeando su cuello para pegarme a su ardiente cuerpo. Su mano suelta se aferró a mi cintura enseguida, pero el paraguas se le fue escurriendo de la otra sin remedio, hasta que cayó hacia atrás y acabó en la arena cuando terminamos entregándonos completamente y sus brazos pasaron a envolver mi espalda con ímpetu.

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Los besos pasaron a ser más apasionados, si cabe, y creo que a Jacob esto también le recordó a nuestro segundo beso, aquél que nos hizo darnos cuenta de que yo estaba imprimada, como él. La lluvia caía sobre nosotros, empapándonos, pero, como en aquella ocasión, no nos importó en absoluto. Su camiseta estaba totalmente mojada, todo él estaba mojado, su corto pelo, su rostro, sus labios, sin embargo, su cuerpo caliente caldeaba al mío, y lo único que podía sentir eran sus tórridos besos, esa energía, a él… Pero, desgraciadamente, sabíamos que teníamos que terminar ese maravilloso beso. Mi familia nos esperaba en casa, es más, mi padre seguramente ya estaba al tanto de lo que estábamos haciendo, y eso era muy incómodo. Ya se me había olvidado lo incómodo que era. Por no mencionar que los lobos que merodeaban alrededor seguramente también lo estaban viendo. Reuní todas mis fuerzas y, casi de mal humor por tener que hacerlo, me obligué a despegar mi boca de la suya. Me costó un triunfo, porque todo me incitaba a no parar, pero con mucho esfuerzo, lo conseguí. Ninguno separó su frente de la del otro, pero ambos tuvimos que respirar bien hondo. Fui capaz de recuperar el aliento después de un rato. ―Sí que sabes cómo tranquilizarme ―murmuró, haciendo una pequeña broma para dejar que la energía se disipase del todo. ―Sí ―le sonreí. Entonces, se dio cuenta de algo. ―Mierda, estás empapada ―dijo, separándose de mí para recoger el paraguas de la arena. Todavía estaba abierto, así que solamente tuvo que alzarlo sobre nosotros. ―No importa ―me encogí de hombros. ―Vamos a casa ―sugirió, pasando su cálido brazo sobre mis hombros para que no cogiera frío al tiempo que comenzaba a andar―. Será mejor que te des una ducha bien caliente y que te pongas algo seco. Caminamos con presteza por la playa y por fin llegamos a la entrada de nuestro jardín. Aunque no hacía falta, porque, por supuesto, yo era muy ágil, Jacob me ayudó a subir ese pequeño montículo que separaba el césped de la arena. Atravesamos el tramo de hierba y nos resguardamos en el pequeño porche de nuestra casa, donde Jake ya cerró ese enorme paraguas, apoyándolo en la pared.

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No hizo falta que mi mano llegase al pomo de la puerta. Mi padre abrió ipso facto y, por su cara, deduje que no le hacía mucha gracia mi mojadura. ―Sí, será mejor que vayas a darte esa ducha caliente ahora mismo ―me recomendó, y sus pupilas oscilaron con regañina hacia mi chico. Puse los ojos en blanco. ―Papá, estoy bien ―suspiré, pasando al interior. Jacob me siguió, ignorando su riña muda, y mi progenitor cerró la puerta. ―¿Qué te ha dicho el Consejo? ―quiso saber Carlisle, que asomó la cabeza por el salón, junto a Emmett y Jasper. ―Tenéis vía libre ―anunció Jacob escuetamente. Mi abuelo y mis tíos sonrieron con satisfacción. ―Estarás contento, chucho, mira qué mojadura trae ―protestó Rosalie, que ya traía una toalla. Mi tía se puso a secarme el pelo con la misma―. Si no sabes utilizar un paraguas… ―Cierra ese pico, rubia ―le gruñó Jacob, cortándole. ―Estoy bien ―repetí, apartándome de esas manos que frotaban mi cabeza a toda velocidad―. Voy a ducharme ―suspiré otra vez. Tiré de Jake y comencé a subir las escaleras. Llegamos al vestíbulo superior y lo conduje hacia el baño, con la idea de ducharnos juntos. Pero alguien se interpuso en nuestro camino. ―Mira qué revistas he comprado en el aeropuerto, de la que veníamos ―exclamó Alice, que salió de la habitación del ordenador como una exhalación. Eran revistas de bebés, premamás y todas esas cosas. ―¿Pero cuántas cosas te ha dado tiempo a comprar? ―pestañeé, perpleja. Ya no me hizo ni caso. ―Ven, mientras te duchas, te leo un artículo muy interesante que viene aquí ―dijo, separándome de Jake para agarrarse de mi brazo. Parecía tan ilusionada, que me dio pena decirle que no, la verdad. Mientras ella parloteaba y me arrastraba hacia el baño, giré la mitad de mi cuerpo y miré a Jacob, mordiéndome el labio. ―Creo que me cambiaré de ropa y me tumbaré en la cama para relajarme un poco ―farfulló, dirigiéndose a nuestro dormitorio―. Te espero allí.

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Sí, estaba claro que nuestra intimidad se había terminado. Y, encima, todavía quedaban nueve meses…, aunque esperaba que esta situación durase mucho menos. Eso esperaba…

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CARTA Subí las escaleras a toda mecha, atravesé el pasillo del mismo modo y llegué al baño por los pelos, cerrando de un sonoro portazo. Dejé caer las rodillas en el suelo a la vez que abría la tapa del váter y acto seguido comencé a vomitar lo poco que había desayunado, con todas mis ganas. Cuando por fin terminé de descargarlo todo, me levanté, tiré de la cisterna, bajé la tapa y me acerqué al lavabo para enjuagarme la boca y lavarme la cara. Esto ya se había convertido en un incómodo y desagradable ritual para mí. Hoy hacía justo un mes de mi embarazo, y ya lo sabía con absoluta certeza, puesto que Carlisle me había verificado que el test del Predictor no se había equivocado en nada. Salí del baño y ya vi a Jacob, esperándome. Tenía el trasero apoyado en la barandilla del hueco de la escalera y las manos en los bolsillos de sus vaqueros cortos. Su rostro mostraba esa preocupación que ya empezaba a ser habitual cada vez que me veía en esta situación. Me acerqué a él y le abracé, rodeando su torso con mis brazos para achucharle. Sus brazos también me abarcaron, apretándome contra su cuerpo con mimo, y me dio un beso en la cabeza. ―¿Mejor? ―me preguntó, pasando sus dedos por mi cabello. ―Sí ―ronroneé. ―¿Tienes hambre? Despegué mi mejilla de su pecho y alcé el rostro para mirarle. ―Mucha ―admití, con una sonrisa de oreja a oreja. Jake se rió. ―Pues vamos a desayunar otra vez ―propuso, separándose de mí para cogerme de la mano. Caminamos por el pasillo y bajamos las escaleras para dirigirnos a la cocina. Una vez allí, ya vi lo que Esme me tenía preparado. ―¿Ya estás mejor, cielo? ―inquirió, sonriendo.

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―Sí, mucho mejor ―asentí, correspondiendo esa sonrisa tan dulce. Jacob y yo nos sentamos a la mesa, otra vez, puesto que ya habíamos empezado a desayunar antes. Él había dejado su desayuno a medias cuando me vio salir disparada hacia el baño, pero el mío estaba casi entero, sólo había probado un par de bocados. Esme me había preparado unas tortitas que solamente sabía hacer ella y que a mí me encantaban, y las había añadido a mi desayuno anterior. ―Muchas gracias, abuela ―le agradecí, animada, cogiendo una de las tortitas para metérmela directamente en la boca. ―De nada ―sonrió, complacida. Y se giró hacia la meseta para seguir con la limpieza. Mmm, qué rica estaba… ¡Y qué hambre tenía! Me la zampé de dos bocados y cogí otra inmediatamente. ―Lo que yo digo, comes como una fiera hambrienta ―se burló Jacob, metiéndose un bocado de sus huevos revueltos. ―Ja, ja… ―intenté vocalizar, con ironía, aunque mi boca llena impidió que la entonación saliera como a mí me hubiese gustado. ―¿Cómo te encuentras hoy? ―me preguntó Rosalie, que entró en la cocina con rapidez. Apartó una silla y se sentó a mi lado. ―Bien, muy bien ―le contesté, cogiendo otra tortita―. A no ser por las náuseas y los vómitos, no me noto nada diferente ―y me la metí en la boca. ―Me alegro ―sonrió Rose. Entonces, sacó una revista de no sé donde y la posó en la mesa, abierta por una de las páginas―. Mira qué dormitorio de bebé más bonito. Los ojos de Jake estaban concentrados en la acción de partir el beicon con el cuchillo y el tenedor, pero fue oír eso, y se alzaron súbitamente para mirarla con cara de pocos amigos. ―Ah, sí ―dije, observando la fotografía. ―¿Lo quieres? Los cubiertos hicieron un ruido estridente cuando mi chico dejó caer las manos sobre la mesa y se irguió del todo. ―Ya te dije que de eso me encargo yo ―le recordó Jacob, molesto. Por lo visto, ya debían de haber discutido de esto―. El armario nos sirve, lo voy a empapelar, y el escritorio se puede quedar ahí. Lo único que me queda es pintar las paredes y hacer la cuna.

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―Pero si no tienes ni idea de carpintería. A saber qué porquería haces ―chistó mi tía, mirándole con cierto desprecio. ―¿Ah, no? ¿Y quién te crees que arregló esta casa? ―resopló él, ahora más enfadado. ―Jake es un manitas ―reconocí, cogiendo otra tortita. ―Sí, pero una cosa es poner barandillas y ventanas, y otra muy distinta hacer una cuna ―rebatió ella―. Las cunas tienen que cumplir unos requisitos para que sean completamente seguras para el bebé, ¿lo sabías? ―Tranquila, rubita, ya lo he tenido todo en cuenta para que mi hijo duerma bien seguro ―le respondió Jake con acidez―. ¿Te crees que no me he informado de cómo se hace una cuna? ―Tal vez te hayas informado, pero puede que Nessie prefiera una cuna comprada, homologada y moderna ―declaró Rosalie, alzando la barbilla con orgullo. ―La mía será moderna ―farfulló Jacob. ―La verdad es que me hace más ilusión que la haga Jake ―admití, mirando a mi tía con cara de no haber roto nunca un plato mientras me mordía el labio. El rostro de Jacob se transformó totalmente. Le dedicó una sonrisita triunfal a Rosalie y ésta puso los ojos en blanco. ―¿Estás segura? ―me preguntó ella, girando la cabeza para mirarme. ―Sí ―sonreí, asintiendo. La sonrisa de Jake se amplió. ―Bueno, pues nada ―suspiró Rose, cerrando la revista―. Si estás segura, ya le compraré otra cosa al bebé. ―No estarás enfadada, ¿no? ―inquirí, preocupada por si había herido sus sentimientos. ―Claro que no, cielo ―me sonrió, acariciando mi mejilla con su fría mano. Después, llevó su vista hacia Jake para mirarle con mala cara―. Es este chucho, que me saca de quicio. ―No sabes cuánto lo siento ―le dijo Jacob con sarcasmo, mostrándole otra sonrisa triunfal. Rosalie frunció el ceño todavía más, pero se mordió la lengua y no dijo nada. Jacob volvió a su desayuno, contento. Justo en ese momento, Alice entró en la cocina. ―Veo que ya has terminado tu primera sesión de vómitos ―manifestó.

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Brincó con entusiasmo y se sentó junto a Jake. Era tan menuda, que su pequeño cuerpo contrastaba mucho con el enorme corpachón de Jacob. ―Sí ―suspiré. ―¿Quieres que te prepare algo más, cariño? ―me preguntó Esme cuando vio el plato de tortitas vacío. ―No, gracias. Creo que seguiré con los huevos y el beicon ―manifesté, con una sonrisa. ―De acuerdo ―asintió ella―. ¿Y tú, Jacob? ¿Quieres algo más? ―No, gracias, Esme. Esto está genial así ―le sonrió él. Mi chico y yo nos miramos y nos sonreímos con complicidad. Él estaba pensando lo mismo que yo: esto de que Esme nos hiciera el desayuno era como estar en un hotel. ―Muy bien ―sonrió Esme, satisfecha. ―Esta mañana te ha llamado Helen ―me dijo Alice, que cogió una manzana del frutero para juguetear un poco. Les había dado la noticia a mis amigas el mismo día en que mi familia había llegado a casa, hacía dos semanas, y desde entonces, venían a verme todos los días. Sabía que les iba a gustar y que se iban a alegrar por mí, pero jamás imaginé que se entusiasmaran tanto. Hasta las gemelas vinieron desde Vancouver ese fin de semana para verme y todo, y eso que tenían un examen bastante importante. ―¿Esta mañana? ¿A qué hora? ―A las nueve ―reveló ella―. No te avisé, porque me daba pena despertarte. Dormías tan plácidamente. Jake giró el rostro para mirarla. ―¿Y cómo sabes tú eso? ¿Acaso entraste en nuestra habitación sin picar ni nada? ―quiso saber, bajando las cejas. ―Sólo eché un vistazo rápido ―apresuró a defenderse Alice, mirándole con cara de cordero degollado. ―¿Y si hubiéramos estado ocupados? ―protestó Jake―. ¿Y si yo hubiese estado caminando desnudo por la habitación? ―Eso último sería más terrorífico todavía ―murmuró Rosalie, mirando hacia otro lado. ―No te preocupes. No se escuchaba nada, por eso entré ―alegó Alice. ―Sí, estos días apenas se oye. Se te acabó la fiesta, chucho ―cuchicheó Rose, soltando una risilla maléfica, con el rostro todavía ladeado.

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Jacob entrecerró los ojos y le dedicó una mirada de odio. ―Rosalie ―le regañó Esme. Genial. Encima también estaba Esme presente, se me había olvidado. Mi rostro sufrió un baño de sangre repentinamente. Sabía de sobra que ellos podían escuchar hasta la caída de un alfiler, y sin duda podían oírnos a nosotros, por muy en silencio que tratásemos de respirar y esas cosas, pero escucharlo tan directamente, me dio una vergüenza terrible. Y eso que con tanto cambio hormonal tenía mi libido bajo mínimos y lo hacíamos bastante poco… ―¿Dónde están mis padres y los demás? ―pregunté, para cambiar de tema. ―A tu padre, Carlisle, Jazz y Em les tocaba el turno de mañana para vigilar los bosques con la manada ―me contestó Alice, que no hacía más que pasarse la manzana de una mano a otra a una velocidad supersónica―. Y tu madre está fuera, hablando con la otra parte de los lobos que están en los alrededores, para ver si han visto algo raro. No tardará más en venir. ―No han visto nada, ya he hablado yo con ellos ―reveló Jake, cogiendo su vaso de agua para beber―. Sabéis que me transformo aquí todos los días, ¿para qué demonios ha salido? No hace falta que salga nadie. ―Quería estar sola y pasear por First Beach ―nos desveló Rosalie, girando la cara para mirarnos. ―¿Sola? ―repetí, extrañada. ―¿Cómo lo sabes? A mí me dijo… ―La vi por esta ventana ―declaró mi tía, cortando a Alice―. Se fue directa a la playa, ni siquiera se dirigió al bosque que nos rodea. Está claro que quería estar sola ―entonces, bajó la vista―. Ya sabéis que Bella y yo nunca hemos tenido una relación muy estrecha, pero sé por lo que está pasando perfectamente. ―¿Por lo que está pasando? ―ahora sí que no entendía nada. Jake también bajó las cejas con extrañeza. Automáticamente, Esme, Jacob y yo miramos a Alice. ―Ya os he dicho que no puedo ver el futuro de ninguno de nosotros mientras estemos aquí o esté relacionado con Jacob y Nessie, así que, ¿cómo iba a saber que iba a pasarle nada? ―resopló. Mi tía Rosalie alzó el rostro para mirarnos de nuevo.

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―Creo que está algo afectada por tu embarazo ―declaró, dirigiéndose a mí. Me quedé de piedra por un instante. ―¿Qué dices? ―cuestionó Jake, hundiendo su ceño un poco más. ―Esta mañana la pillé mirando la ropa del bebé ―afirmó ella―. No hacía más que observarla y acariciarla, con la mirada perdida. No me lo podía creer. ―Pero mi madre… ―Bella, al igual que todas las vampiros, no puede tener hijos. En su caso ya te tiene a ti, pero todos sabemos que no le dio tiempo de disfrutar y de saborear la maternidad ―explicó, observándome―. Creciste demasiado deprisa, cuando se dio cuenta, ya eras adolescente. Esa fue una de las causas de su turbación, ¿recordáis? Además, también echa de menos La Push, supongo que, ahora que puede, querría aprovechar para dar un paseo por la playa. Se me cayó el alma a los pies. ¿Sería posible que mi madre estuviera afectada? Porque yo no me había dado cuenta. ―Pero si ella está muy feliz por mi embarazo ―murmuré. ―Oh, sí, claro que está feliz, no me malinterpretes ―me calmó, palmeando el dorso de mi mano―. Una cosa no quita a la otra. No es por tu embarazo en sí, Bella está muy feliz por vosotros dos, sino que es por lo que le recuerda ―matizó―. Esto le recuerda que ella jamás podrá volver a tener hijos, y es una de las cosas que las mujeres vampiro nos tenemos que plantear alguna vez y que tenemos que afrontar, por eso seguramente necesitará estar sola y pensar para asumirlo, nada más. Aunque todos sabemos lo mártir que es Bella y que todo se lo guarda dentro ―terminó, con cierto aire crítico. ―Eso pega bastante con ella ―suspiró Jacob. ―Hay mujeres vampiro, como Alice, a las que les da igual esa imposibilidad de tener hijos, ni siquiera se lo plantean, pero hay otras a las que les afecta más ―siguió explicando Rose. ―¿Quién ha dicho que a mí me dé igual? ―se quejó Alice. ―¿A ti también te afecta eso de no poder tener hijos? ―le pregunté. ―Hubo un tiempo en que sí, lo que pasa es que hace mucho que pasé página y lo asumí ―confesó, muy tranquila―. Bella lo hará pronto, seguro, ya lo verás. Ya te tiene a ti, y eso la ayudará mucho. Aún así, no pude evitar sentir lástima por mi madre. ―Tendré que hablar con mamá ―suspiré.

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Se oyó cómo la puerta de casa se abría con una llave y al mismo tiempo que ésta se cerraba, mamá pasaba a la cocina. Nadie se hubiese sobresaltado si no fuera por la cara de extrañeza que traía. ―Os ha llegado una carta ―anunció, antes de que a Jake le diese tiempo de formular la pregunta que su boca ya estaba a punto soltar. ―Ah, trae ―Jacob extendió la mano―. ¿De quién es? ¿Alguna factura? Mi madre se obcecó en observar ese sobre de color crema durante un par de segundos, con ese semblante extrañado. ―Es de los Vulturis ―habló finalmente, alzando la vista para mirarle con el mismo rostro―. Estaba en vuestro buzón, la han mandado por correo desde Volterra. Mamá estiró su brazo y Jacob cogió la carta, adoptando el mismo semblante que ella. Todos lo teníamos. ―¿Los… Vulturis? ―repetí, perpleja. ―¿Qué es lo que quieren? ―inquirió Rosalie, que tampoco acababa de creérselo. Nuestros ojos se fueron a Alice. ―Vuelvo a repetir que no puedo ver nada ―protestó ella. Sin duda, le molestaba bastante su situación. ―Vamos a leerla en el salón ―dijo Jacob, levantándose de la silla. En cuanto él lo hizo, mis tías y yo le imitamos. Jacob me cogió de la mano y todas las féminas le seguimos hasta el saloncito. ―Ábrela ya ―le azucé. Los grandes dedos de Jake se deslizaron por la abertura del sobre y lo abrió a trompicones, rompiéndolo un poco. ―En fin, esto no es lo mío ―resopló. En el interior solamente se encontraba una hoja, del mismo color que el sobre, y cuyo tamaño era la mitad de un folio. Mi chico la sacó con celeridad y la sostuvo entre sus manos para leerla.

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―Si fuera hace años, no te llevaría la contraria, pero hoy por hoy lo dudo ―aseguró Alice, muy segura―. Con Jacob tienen una alianza muy importante que los Vulturis no deben ni pueden romper jamás, y eso Aro lo sabe muy bien. Sabe que jamás podría vencer a Jacob, que no puede terminar con él, ya lo corroboró una vez, así que no le conviene que ese tratado se rompa. Seguramente esto lo hace para quedar bien y demostrar que la alianza sigue adelante aunque tengáis un hijo varón. ―Esto no me gusta ni un pelo ―escupió Jake de repente, apartándose con brusquedad para comenzar a dar paseos por el salón, con la carta en la mano. Me mordí el labio, inquieta, al verle así. ―No debéis preocuparos ―intentó calmarle Esme―. Solamente es un acto protocolario para haceros entrega de un obsequio. Además, no creo que intenten nada, pues saben que eres invencible. ―No me refiero a eso ―mi chico se paró en seco para mirarnos con esa mirada profunda e intensa―. ¿Cómo demonios saben que Nessie está embarazada? Solamente está de un mes, ¿y ya saben que lo está y que se trata de un niño? No sólo yo me quedé congelada, todas las demás se quedaron tiesas como estatuas. Jacob reanudó esa marcha frenética. ―Thiago ―cayó mi madre―. No sé cómo lo habrán hecho, pero él y su grupo de matones nos habrán visto por los bosques. Eso les haría sospechar que pasaba algo raro. Y ellos mejor que nadie saben que Razvan, Nikoláy y Ruslán quieren impedir el nacimiento de cualquier hijo vuestro. ―Pero ellos no pueden entrar en ningún bosque de La Push ―le recordé. ―También vigilamos por los bosques de las afueras ―me reveló ella―. Puede que fuera allí donde nos vieron. Jacob volvió a pararse para mirarla. ―¿Y cómo saben que vamos a tener un varón? ―cuestionó―. Vale, Aro sabe de sobra que si teníamos una niña sería un semivampiro metamorfo como Nessie y que el embarazo sería tan rápido como el tuyo. Carlisle le enseñó todos aquellos informes e investigaciones que hizo con Louis, hace años, cuando secuestraron a Nessie. Pero, ¿cómo diablos saben que está de un mes? Vosotros lleváis aquí unos quince días, lo mismo que llevamos vigilando toda la zona.

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―No lo sé ―reconoció mamá, con un murmullo, bajando la vista al suelo para buscar respuestas. ―Puede que Thiago tenga contactos fuera del ámbito de los Vulturis ―declaró Alice―. Éstos sí podrían entrar en La Push, no vulnerarían ningún tratado, y podrían escuchar los comentarios de la gente, simplemente. Además, saben que yo no puedo ver nada, puesto que se trata de vosotros. Mi marido inició sus paseíllos una vez más. ―Bueno, eso me importa una mierda ―masculló, apretando los dientes―. Lo importante aquí es que si los Vulturis lo saben, si ellos se han enterado, esos magos bastardos también. Puede que tarden en venir, pero cabe la posibilidad de que lo hagan muy pronto. Tendremos que estar bien preparados. ―Lo más probable es que esperen un poco más ―intervino Rosalie―. No actuarán hasta que se aseguren de que el embarazo es avanzado. Los tres primeros meses son los más cruciales, Nessie podría perderlo ―mi mano se fue automáticamente hacia mi vientre, de la impresión que me causaron esas palabras, porque sólo de pensarlo se me helaba el alma. Jacob se percató de lo que sentía, ya que se detuvo para fulminarla con la mirada―, así que no creo que se arriesguen a actuar precipitadamente. Si esperan a que la gestación esté más avanzada, aumentarán sus expectativas de éxito. ―¿Y qué hacemos? ―exhalé, con miedo. Jacob dio dos zancadas y se colocó frente a mí. ―No te preocupes, todo saldrá bien, ¿me oyes? ―me calmó, sosteniendo mi rostro entre sus cálidas manos. Después, me empujó con suavidad hacia su pecho, donde mi mejilla se acomodó, y me rodeó con sus fuertes y protectores brazos. Los míos se ensamblaron a él al instante, buscando esa confianza y seguridad que sólo él me proporcionaba. ―Creo que deberías acudir a ese encuentro con Jane ―le sugirió Alice a Jacob―. Aparte de recibir ese regalo, puede que los Vulturis tengan alguna información al respecto ―y sonrió para tranquilizarme. ―Alice tiene razón ―secundó Rosalie―. No pierdes nada por ir, y ellos no se atreverán a atacarte. Está el tratado, pero tampoco querrán jugarse su pellejo. Jacob lo pensó durante cerca de un minuto. ―Está bien ―asintió por fin―. Pero Nessie se vendrá conmigo.

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Me despegué de su confortable y acogedor pecho y le miré a los ojos. ―¿Qué estás diciendo? ―se opuso Rosalie, frunciendo el ceño―. Es mejor que ella no salga de casa. Nosotros la protegeremos. ―Es mejor que ella no se separe de mí ―le corrigió él, también con las cejas arqueadas hacia abajo―. Si se queda aquí y aparecen esos magos con sus trucos, ¿cómo haréis para contrarrestarlos, eh? Yo no estaré aquí para ayudaros. En cambio, si está conmigo, no le podrán hacer nada, nadie podrá hacerle nada, así que estará más segura. Yo estaba completamente de acuerdo. No lo dije en voz alta, para no ofender a nadie, pero me sentía mucho más protegida con él. ―Jake tiene razón ―le apoyó mamá―. Ezequiel nos ha hecho un hechizo preventivo, pero recordad lo que él nos dijo. ―Sí, que era como una vacuna para la mayoría de los hechizos contrarios, pero que no prevenía de todos ―recordó Alice, suspirando. ―Pues ya está ―concluyó Jacob, hablando con resolución―. Iré a ese encuentro y Nessie vendrá conmigo y con parte de mi manada. ¿Qué día es hoy? ―Diecinueve ―le contestó mi madre―. Según la carta, el encuentro es mañana. ―Bien ―asintió él―. Mañana.

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INTERESES Este sitio lo recordaba bien. Era el mismo claro donde mi familia, los lobos, nuestros aliados y yo nos habíamos visto las caras con los Vulturis por primera vez. Mi corta edad de entonces no había hecho que esos recuerdos se borrasen de mi cabeza, y todavía podía ver con nitidez cómo mi madre me dejaba en el lomo de mi enorme lobo rojizo para que ambos huyéramos. Eso era algo que se me había quedado grabado en el cerebro a fuego. Y este lugar también. Todavía no se divisaba a nadie en el horizonte, así que aproveché para echarle otro vistazo de reojo a mi chico. Jacob estaba en su forma humana, para poder hablar con Jane. No me hacía mucha gracia que su torso estuviera descubierto, porque esa arpía iba a poner sus ojos en él, seguro, pero era más cómodo para él, por si se tenía que transformar con urgencia. De todas formas, ella podía mirar todo lo que quisiera, mientras no le pusiera un dedo encima, claro. Además, eso no era lo importante ahora. Mi padre había venido con nosotros, acompañado por mi madre. Él nos podía avisar, si tramaban algo, y ella podía protegernos a todos con su escudo, ya que Jake no estaba en su forma lupina. No creíamos que se atrevieran a atacarnos, pues romperían el tratado, sin embargo, toda precaución era poca. Sabíamos que Jane no accedería a hablar con mi padre como traductor, por eso Jacob no se había transformado, aunque él iba a estar todo el tiempo en alerta, por si tenía que hacerlo. Algunos miembros de la manada también nos acompañaban: Leah, Shubael, Isaac, Seth, Jared y, por supuesto, Quil y Embry. Todos ellos se encontraban en su forma lobuna y nos flanqueaban a ambos lados, en formación. Todo permanecía en un silencio tenso. Los árboles que bordeaban el claro eran los únicos que se movían, el suave viento mecía sus ramas y

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conseguía arrancarle algunas hojas que ya estaban casi sueltas. Éstas iniciaban un corto vuelo que se terminaba en cuanto caían al suelo, tejiendo así una alfombra de color bermellón y cobrizo que cubría todo el terreno. La débil llovizna lo había humedecido todo. Los troncos, las ramas, la alfombra de hojas, el terreno, incluso a nosotros, que ya teníamos el pelo mojado. Isaac hasta se sacudió para secar un poco su pelaje de color marrón claro. Yo tuve la suerte de que la cazadora que llevaba era impermeable y la llovizna no la traspasaba. De pronto, en medio de esa quietud y ese mutismo, mi padre se envaró. ―Ya están aquí ―anunció, mirando fijamente a la lejanía. No se escuchó nada, pero la fresca brisa otoñal trajo una serie de conocidos efluvios. En el mismo instante en que nuestras narices los inspiraron, tres espectros aparecieron a lo lejos. Jacob y yo ya teníamos los dedos entrelazados, pero yo apreté el amarre de nuestras manos y él me correspondió afianzándolas más, como si todo lo juntas que ya estaban no fuera suficiente. Desde esa distancia, no se les distinguía los semblantes, pero no hacía falta para diferenciarlos. La tonalidad casi negra de la capa de Jane, la más baja, se veía en el medio de las otras dos, que eran más grises y cuyos propietarios eran mucho más altos. Las siluetas de los tres guardias Vulturis se movían lentamente, aunque con elegancia, cada uno en su estilo. Avanzaban con sutiles pasos que apenas se oían entre las mojadas hojas; hacía más ruido el leve movimiento de la vegetación producida por la brisa, que sus pisadas. Ese ritmo cadencioso desesperaba a Jake, que no hacía más que resoplar por la nariz, cansado. Jacob miró a mi padre y le hizo una pregunta que fue muda para los demás, aunque la respuesta de mi progenitor hizo que la adivinásemos enseguida. ―Vienen en son de paz ―reveló éste, hablando con total seguridad―. Han venido a entregaros ese regalo, tal y como decía la carta de Aro, pero también quieren hablar contigo. Al parecer, el regalo sólo era una excusa para encubrir el verdadero propósito de este encuentro. ―¿Hablar conmigo? ―Jacob frunció el ceño con extrañeza―. ¿Hablar conmigo de qué? A mi padre ya no le dio tiempo de contestar. Jane, Felix y Demetri ya estaban demasiado cerca. Jake suspiró por enésima vez, ya que se quedó

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sin la respuesta y tuvimos que esperar a que terminasen su lenta marcha. Hasta que por fin se pusieron frente a nosotros. Mi padre había ratificado que venían en son de paz, pero, como siempre cuando se trataba de Jane, mi pulsera comenzó a vibrar. Ahora mi aro de cuero rojizo no sólo me avisaba de aquellas personas o cosas que afectaban a nuestra pareja, sino que también lo hacía cuando había cualquier otro peligro relacionado o no con nosotros dos, puesto que ahora mi pulsera tenía más poder. Sin embargo, yo era capaz de entender muy bien todo lo que quería transmitirme mi aro, y en estos momentos mi pulsera simplemente estaba molesta con Jane y sus siempre ocultas intenciones para con Jacob. Un poco más, y saltaba de mi muñeca para gruñirle. Como me suponía, nada más llegar, esa arpía de Jane posó sus sucias pupilas de color escarlata en Jacob para darle un buen repaso, alzando su ceja y su labio con más que aprobación y descaro, pero después, las osciló hacia mí para mirarme con un odio punzante capaz de cortar hasta un diamante a la mitad. Mi aro de cuero vibró con más insistencia. ―Basta ―le advirtió mi padre, con una voz tan amenazante, que raspó su garganta. ―Aparta tu sucia vista de ella ―le exigió Jake, rechinando los dientes con más que rabia mientras le clavaba una mirada profundamente agresiva. Mi madre acompañó su protesta con un sonoro y contundente gruñido, aunque no fue a ella ni a mi padre a quien Jane hizo caso, sino que su mirada volvió a Jacob, si bien esta vez le miró a los ojos. A él no le observaba con ningún odio. Enana descarada… Habían pasado tres años, pero ella seguía igual. El trío de miembros de la guardia Vulturis se quitó las capuchas de sus capas al mismo tiempo y Jane alzó la barbilla con ese orgullo tan habitual en ella. Felix mostró una sonrisa chulesca, a diferencia de Demetri, cuyo rostro estaba totalmente serio. ―Me alegro de que hayas venido ―habló Jane sin más, quitándole importancia a la reacción de Jake. No le sonreía, pero el que sólo se dirigiera a Jacob, ignorándome como si yo no estuviese, me ofendía en el alma. Siempre hacía lo mismo―. Aro se sentirá muy complacido al saber que has aceptado su regalo ―y su mano de niña se alzó para hacerle un gesto a Felix.

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Éste abrió la suya, que era más grande incluso que la de Jacob, y nos mostró una pequeña caja forrada de terciopelo azul oscuro. ―¿Cómo estás, Edward? ―le saludó él, siguiendo con esa expresión de antes―. Pensaba que ya te conformabas con tu compañera, pero cada vez te veo rodeado de más belleza ―se mofó, mirando a los lobos. Éstos se agazaparon y le dedicaron un coro de fuertes gruñidos. ―Felix, sé serio, por favor ―le pidió Demetri, si bien su tono de sorna ya anunciaba que iba a continuar con la broma―. Seguro que son los lobos los que le persiguen como perritos falderos. Los Cullen tienen algo que atrae a las bestias ―y sus ojos se fueron hacia mí sin tapujo alguno. Los gruñidos de la manada pasaron a ser rugidos en toda regla, aunque Jacob tampoco pudo evitar que su tórax comenzase a vibrar por el potente gruñido que quería nacer de sus bronquios. ―Ya quisierais vosotros pareceros en algo a estas bestias ―afirmé, utilizando el mismo término que ellos habían usado, con otra matización muy distinta, mientras apretaba la mano de Jake. ―Os lo advierto, no sigáis por ahí ―declaró mi padre, observándoles con una mirada agresiva. ―Más os vale que no os paséis ni un pelo ―avisó Jacob, apretando las muelas―. Sólo tengo que hacer un gesto para que mis lobos se lancen a por vosotros, aunque yo llegaré primero, os lo aseguro. Los rabiosos rugidos y chasquidos de muelas de la manada secundaban lo que Jake decía, pero los semblantes de esos dos ya habían cambiado con la frase del Gran Lobo. ―Basta ―les ordenó Jane a sus compañeros, girándose hacia ellos para mirarles con unos ojos claramente amenazadores. Los dos vampiros acataron la orden al instante, adoptando unas posturas más serias y formales. Luego, Jane se volteó de nuevo hacia mi chico y Felix extendió su brazo para acercar su grande palma, aunque la distancia entre nosotros era de unos cinco metros―. Este es ese pequeño presente que Aro te quiere hacer. Otra vez ese dichoso singular. ―Déjate de regalos. No vengo aquí para complacer a Aro. ¿Qué es eso que tenéis que decirme? ―quiso saber Jacob, sin rodeos―. ¿Y cómo demonios os habéis enterado de que mi mujer está embarazada, de que esperamos un niño?

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El rostro de Jane se volvió repentinamente más oscuro cuando escuchó esas palabras. Las pupilas de esa víbora por fin se despegaron de mi marido y me observaron a mí, clavándome otra vista de odio que duró un breve instante. Aproveché para alzar mi barbilla con orgullo. Después, llevó sus ojos de regreso hacia Jacob. Se quedó un rato en silencio, observándole con petulancia y seriedad. ―Tenemos nuestras fuentes ―contestó ella finalmente, siguiendo esa lealtad a su altanería. ―Ha sido Thiago, ¿no es eso? ―dedujo Jacob. Jane se quedó callada, pero su media sonrisita lo decía todo―. Lo sabía ―gruñó él. ―Os recuerdo que Thiago no puede entrar en nuestro territorio ―solté yo, imitando esa arrogancia de Jane. ―Tranquila, no ha vulnerado el tratado ―me respondió ella, entrecerrando los ojos para dedicarme otra mirada de inquina. ―Thiago ha utilizado un contacto ―nos desveló mi padre, que estaba bien atento a la mente de los tres guardias―. Un vampiro nómada que intentó entrar en su grupo de matones y que no lo consiguió. Thiago le ha prometido un puesto si cumplía esa misión. Jane osciló esa misma mirada para dirigirla a mi progenitor. Mi madre volvió a gruñir, advirtiéndola. ―Casi se me olvida que es imposible ocultarte nada ―le reprochó Jane. ―Pues ya puedes ir cantándolo todo ―le azuzó Jake, malhumorado―. ¿Cómo diablos se ha enterado ese contacto de Thiago de que esperamos un hijo? Y ya que estamos, ¿qué hacía ese matón persiguiendo a un licántropo por el Parque Nacional de Olympic? Porque de ese topetazo que tuvimos seguro que ya estás informada, ¿no? Jane llevó sus sucios ojos rojos hacia Jacob, aunque siguió hablando con altivez. ―Son demasiadas preguntas las que me has hecho ya ―criticó ella, alzando la ceja y la comisura de su boca―. Tendríamos que ir por partes, ¿no te parece? ―No te hagas la tonta y respóndeme ―gruñó mi chico. Estúpida… ―¿Os ha seguido alguien? ―se aseguró Jane antes de seguir, volviendo a su semblante tirante de antes.

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―Tengo la zona bien cubierta, así que si hubiera algo, ya me habría enterado ―le respondió él, adoptando una pose claramente chulesca―. Desembucha ya. Mi padre ya se sorprendió sin que ella hubiera tenido tiempo de abrir la boca. ―Ese licántropo pertenece a Vladimir y Stefan ―desembuchó Jane, sin más dilación. Todos nos quedamos de piedra, porque no esperábamos escuchar esos nombres para nada―. Thiago le seguía la pista desde hace tiempo, y la última le llevó hasta el Parque Nacional de Olympic. ―Espera, espera, espera ―le interrumpió Jake, haciendo aspavientos con su mano suelta―. ¿Dices que ese licántropo está con Vladimir y Stefan? ―Así es ―ratificó ella―. Durante estos tres años han estado formando un ejército de Hijos de la Luna, aunque estos licántropos no son como los demás. Desconocemos su procedencia y quién les ha creado, pero sabemos que han sido mutados de alguna manera, pues, aunque no son licántropos completos hasta que hay luna llena, siguen siendo hombres lobo día y noche. Mis padres, Jake y yo nos miramos automáticamente, con sorpresa, pero con una certidumbre que no pasó desapercibida para Jane. ―Si tenéis información al respecto, me gustaría saberla ―exigió ella, con la barbilla bien alta―. Ya que nosotros os hemos revelado esto, sería justo que vosotros correspondieseis tal favor. Esta colaboración mutua resultaba tan extraña a la vez que incómoda. Se notaba que a Jane tampoco le hacía nada de gracia, pero era evidente que Aro le había ordenado que fuera colaboradora. Mi padre suspiró, pero accedió. ―¿Recuerdas el licántropo mutado de Nahuel? ―le indicó, no muy conforme por tener que decírselo―. ¿Aquel que creó su padre, Joham? Os hablamos de él cuando secuestrasteis a Renesmee ―y terminó la frase raspándola con un poso de reproche y rencor. ―Sí, por supuesto ―asintió Jane, ignorando esto último por completo―. Era capaz de perpetuar su especie con la reproducción. ¿Tiene algo que ver él en esto? ―Aparte de eso, ese licántropo era idéntico al que perseguía Thiago ―le desveló él.

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―¿Estás diciendo que ese Hijo de la Luna también lo creó Joham? ―inquirió ella, sin inmutar ni un poco su semblante duro y su entonación monocorde. ―No lo sé. Puede que lo creara junto al de Nahuel, hace años ―aventuró mi progenitor―. En realidad, es posible que creara unos cuantos. Cuando Carlisle y Louis investigaron sobre licántropos mutados, descubrieron que había varios tipos de mutaciones, pequeños grupos dispersos que habían sido creados por distintos científicos. Esos grupos eran diferentes entre sí, según el tipo de mutación y de científico que los creó. Esa clase en concreto se había creado en Suramérica, quizá este tipo de licántropos sólo los manipulara Joham. ―Tendremos que investigarlo ―afirmó Jane. ―Dices que esos grupos dispersos eran pequeños ―intervino mamá, que llevaba reflexionando un buen rato―. Entonces, ¿cómo han conseguido Vladimir y Stefan hacer un ejército? Me imagino que será numeroso, así que, ¿cómo han logrado reunir a tantos licántropos, y, además, del mismo tipo? Es imposible que los cazaran a todos, son demasiado esquivos e imprevisibles. ―Sabemos que han utilizado el método del contagio ―aclaró Jane, con su expresión seria y tirante―. No sabemos con exactitud a cuántos han dado caza, pero hemos descubierto bastantes casos de contagio en diferentes partes del mundo. ―Vladimir y Stefan han sido muy meticulosos ―opinó papá, desvelando más cosas de las que Jane tenía pensado revelar―. No sólo lo han hecho en distintas partes del mundo, sino que jamás han repetido un lugar, ciudad o pueblo, para no levantar sospechas entre los Vulturis. ―No lo suficiente como para engañarnos ―aseguró ella, algo irritada. ―Sin embargo, hay algo que no entiendo ―continuó mi padre, llevándose la mano a la barbilla―. Los Hijos de la Luna no obedecen las órdenes de nadie, no se mueven en manadas, y son bastante impredecibles e incontrolados. ¿Cómo es que Vladimir y Stefan han sido capaces de formar un ejército de estos seres? ―Ese licántropo parecía ser más inteligente que el de esa garrapata de Nahuel ―recordó Jacob―. Hablaba bastante y parecía controlarse muy bien. Mi progenitor se quedó aún más pensativo. ―Es extraño ―murmuró.

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―Puede que esos desgraciados de Razvan, Nikoláy y Ruslán tengan algo que ver con eso ―opinó mi chico―. Tal vez utilizaran su magia para… ―Nikoláy, Ruslán y Razvan ya no están aliados con Vladimir y Stefan ―le cortó Jane, subiendo la cabeza con su típica arrogancia. ―¿No? ―Jake bajó las cejas con sorpresa. ―Aquella alianza sólo era interesada ―se adelantó mi padre, al ver en la mente de Jane―. Ninguna de ambas partes tenía pensado continuar con tal unión cuando obtuvieran ese poder que pensaban que iban a conseguir. ―Vaya, vaya ―bisbiseó Jacob, dándole una entonación sarcástica. ―Ahora Vladimir y Stefan trabajan solos ―siguió Jane, que no miró de muy buenas formas a papá, por haber hablado por ella. Después, dirigió la vista hacia Jacob, le repasó una vez más, haciendo que mis muelas ya chirriasen, y continuó hablando―. Como ya he dicho, se han reorganizado y han formado un ejército de licántropos mutados. Thiago y su grupo se están encargando de darles caza, pero son bastante… escurridizos. ―Así que por eso habéis venido hasta aquí ―vio papá, adoptando una expresión mucho más seria―. De eso queréis hablar con Jacob. ―Ya entiendo ―dijo Jake, con cierto aire burlón―. Así que os está costando pescarles, ¿eh? Pues si queréis que os ayudemos, vais listos. ―Ese ejército ya está de camino hacia aquí ―reveló Jane, en ese tono monocorde, para asombro de todos los presentes. Mi corazón pegó un bote, de la impresión―. Hemos venido a avisarte. ―¿Cómo? ¿A avisarme de qué? ―Jacob no daba crédito. La guardia de los Vulturis giró levemente el rostro hacia Demetri y le cedió la palabra con un ligero asentimiento. ―He descubierto que Vladimir y Stefan se han enterado de que Nikoláy, Ruslán y Razvan andan al acecho por estas tierras para terminar con vuestro hijo antes de que nazca ―empezó a explicar. Mi ritmo cardiaco sufrió otro fuerte latigazo. Ya sabía eso último, por supuesto, pero escucharlo de esa forma tan directa y cruel, fue como un disparo a bocajarro. Jacob se dio cuenta y se acercó a mí para darme un beso en la frente al tiempo que asesinaba a Demetri con la mirada―. El líder de los licántropos ya ha estado merodeando por aquí, con el fin de ratificar la presencia de los tres magos, y Thiago ha aprovechado para intentar darle caza, aunque, como ya sabréis, sin éxito. Ahora Vladimir y Stefan han

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enviado a su ejército a este territorio, para que terminen con Nikoláy, Ruslán y Razvan. No sabemos dónde se encuentra el ejército de Hijos de la Luna, ni tampoco cuánto tardarán en llegar. Podrían ser semanas o meses, no lo sabemos. Y tampoco sabemos cuándo piensan actuar, ni dónde están escondidos los tres magos, pero llegarán y los atacarán. ―Como es lógico, sabíamos que Nikoláy, Ruslán y Razvan andan al acecho y que estáis vigilando toda la zona, así que nos pareció más seguro enviaros esa carta por correo ordinario con la excusa del regalo ―añadió Jane, siguiendo con su petulancia. ―¿Y qué tiene que ver todo eso de los licántropos y los magos con nosotros? ―cuestionó Jacob, frunciendo el ceño―. Es nuestro territorio, pero si se quieren matar entre ellos, que se maten. ―Vladimir y Stefan tampoco permitirán que ese… hijo vuestro nazca ―afirmó ella, vocalizando esa palabra con un desprecio que me hizo cerrar el puño con más que rabia―. Si consiguen terminar con Nikoláy, Ruslán y Razvan, irán a por tu mujercita sin cuartel ―Jane esbozó una sonrisa abierta de satisfacción. Mi rabia de antes fue reemplazada súbitamente por un sentimiento helado, aunque no temía por mí. El semblante de Jacob reflejaba toda la ira que comenzaba a nacer en él―. Los rumanos quieren el poder para ellos solos, y harán todo lo que esté en su mano para conseguirlo. ―Parece una buena estrategia, pero a mí no me engañas ―le acusó mi padre, que no pudo evitar mirar a los tres guardias Vulturis con un resentimiento claro. Esa estúpida sonrisa de Jane se esfumó rápidamente―. Aro está muy preocupado por esto, pero no por Jacob o su hijo, precisamente. Sabe de sobra que el Gran Lobo puede terminar con ese ejército de licántropos, con los magos o los rumanos perfectamente, ya comprobó su enorme poder hace tres años. Por eso Aro les ha tendido una trampa a Vladimir y Stefan. Les habéis hecho saber de las intenciones de los tres magos, para que enviasen a su ejército de licántropos aquí. Ese ejército no tiene nada que hacer contra el Gran Lobo, pero sí contra vosotros, ¿no es cierto? Queréis que Jacob os ahorre el trabajo sucio. ―Es imposible engañarte ―admitió Jane, sonriendo con arrogancia―. Pero no me habías dejado terminar. Si quisiera ocultarte algo, Varick estaría aquí, ¿no crees? ―Bueno, me importa una mierda todo eso ―resopló Jake, enfadado―. No pienso hacer nada en vuestro beneficio. Ya lo he dicho

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antes, si quieren matarse entre ellos, mejor. Les echaré de mis tierras y os los enviaré calentitos a Volterra ―acabó, tiñendo la frase de acidez. ―Lo malo es que Vladimir y Stefan piensan que tú quieres todo el poder, y ya le han puesto precio a la cabeza de tu mujer ―reveló esa arpía, con otra sonrisa maléfica, como siempre, fingiendo que yo no estaba presente. Mi boca exhaló con miedo. ―¡¿Cómo dices?! ―Jacob saltó como un resorte, envarándose hacia delante, lleno de convulsiones. Mi madre rugió, furiosa, y mi padre la sostuvo, sujetándola por la mano. Los lobos también protestaron, haciendo sonar sus gargantas con contundencia. ―Tranquilízate, Jake ―le rogué, acariciando su brazo para calmarle un poco. No era un buen momento para romper el tratado. ―No te enfades. Deberías verlo como un favor que te pide Aro, como una ayuda que te está solicitando, y eso es un gran privilegio. Aro no le pide favores ni ayuda a nadie ―afirmó Jane, que no podía tener el mentón más alto. ―¿Un privilegio? ―las cejas de Jacob se arquearon hacia arriba, incrédulas―. Venga ya, no me hagas reír. ―Si Aro te pide ese favor, es porque reconoce tu supremacía y la respeta ―se chivó mi padre. Los dos guardias que la acompañaban se miraron entre sí durante un mínimo instante, parecían estar acusándose el uno al otro por haber tenido ese pensamiento. Jane observó a mi progenitor con mala cara, pero no dijo nada. ―Esto no es un favor, es una encerrona, como siempre ―protestó Jacob, escupiendo las palabras con rabia. ―Es una simbiosis ―matizó ella. ―Ya, otra simbiosis ―apuntilló él, matizando el vocablo con acidez―. Como la de hace tres años, ¿no? ―A ti también te conviene. ―A mí me da igual un chupasangres que otro ―le rebatió mi chico, mirándola con desdén. ―¿Estás seguro? ―Jane sonrió con ese encopetamiento que ponía de los nervios a cualquiera. A mí la primera―. Si nosotros

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desapareciéramos y Vladimir y Stefan, o esos tres magos, nos sustituyesen, todo el mundo sería un caos, no lo olvides. Eso, por desgracia, era cierto. ―¿Tan poca confianza tenéis en vosotros mismos, que ya dais por hecho que perderíais contra ellos? ―inquirió Jake, usando un tono burlesco. Demetri y Felix gruñeron al unísono. ―No te equivoques, lobo ―de repente, el semblante de Jane se puso más tenso―. Los Vulturis llevan siglos gobernando, han batallado miles de guerras y las han ganado. Si continúan con su reinado, es por algo. ―Sí, porque yo se lo permití, no te digo ―chistó mi chico. ―Si lo permitiste, fue porque sabes que los Vulturis tienen que seguir gobernando ―refutó ella, poniendo cara de resabida. Jacob resopló, muy irritado, pero no pudo discutir eso―. ¿Lo ves? Es una simbiosis. Cada uno mira sus propios intereses, ¿no es cierto? ―alegó esa víbora, mirándole de arriba abajo con esa sucia mirada. ―Deja de mirarle así ―le advertí, apretando las muelas y el puño. Ya me sacaba de quicio. No era que le mirase, eso no me importaba tanto. Era el descaro con que lo hacía, pasando de mí como si yo no estuviera delante. Me estaba ofendiendo, y a Jacob también, por observarle como si fuera un posible trofeo. Mi pulsera parecía estar sintiendo lo mismo que yo. ―Cálmate, cielo ―me susurró Jake en el pelo―. No te conviene ponerte nerviosa, ¿vale? ―porque me lo pedía él, que si no… Inhalé mucho aire y muy profundamente, y lo solté poco a poco, diciéndome a mí misma que me tranquilizara. Acto seguido, siguió hablando, aunque volviendo a su enfado―. No voy a hacerle ningún favor a ese viejo decrépito, ¿está claro? Si tan poderosos son tus queridos Vulturis, que se las arreglen solos contra esos licántropos. ―A ti no te costará terminar con ninguno de ellos, y Aro te estará profundamente agradecido ―continuó esa arpía, haciendo caso omiso a mi protesta y a la de Jake. ―Y Cayo también ―sumó mi padre―. Todos sabemos que le aterran los licántropos. El silencio de Jane fue toda una afirmación, si bien no fue esa su intención. ―No te queda otra opción ―afirmó ella, dirigiéndose a Jacob―. Ese ejército de licántropos ya está de camino, no hay marcha atrás.

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―Siempre hay más opciones ―gruñó Jacob. ―Demetri seguirá rastreando, para ver si averigua algo más ―continuó Jane, ignorándole―. Si lo hace, seréis avisados de inmediato. ―Por supuesto. Os conviene que gane Jacob ―soltó mi madre, enfadada. Esa arpía entrecerró los ojos para enviarle su odio. El gruñido de mi padre ya empezaba a salir por su garganta. ―Eso si decido enfrentarme a esos licántropos ―farfulló mi chico. ―Aro te estará eternamente agradecido ―sonrió Jane, con altivez. Jacob murmuró algo ininteligible que no fui capaz de entender y luego se sosegó un poco. ―Todavía no me has dicho cómo demonios hizo ese contacto de Thiago para averiguar que mi mujer y yo esperamos un hijo ―espetó acto seguido. Los ojos de Jane volvieron a dedicarme una mirada rabiada, pero pronto los osciló hacia él. ―Te lo diré, puesto que Edward lo hará igualmente ―accedió, de mala gana. Mi padre le hizo una especie de reverencia con la cabeza, para confirmárselo―. Ese contacto tiene el don de mimetizarse con cualquier elemento. Hasta vestido, es capaz de adoptar cualquier textura, paisaje, fachada e incluso olor. Si ha estado por vuestro territorio, no habréis sido capaces de verle. ―O sea, que puede estar aquí ahora mismo ―resopló Jake. ―No está aquí ―aseguró ella. ―¿Y cómo lo sabes? ―dudó mi chico. ―Lo único que no consigue mimetizar son cosas en movimiento, ni siquiera esta suave llovizna. ―Y yo tampoco detecto nada ―agregó mi padre, mirándola con autosuficiencia. ―No me gusta que ese tipo se pasee por mi territorio. Ya le puedes ir diciendo a Thiago que no vuelva a ordenarle nada que tenga que ver con nosotros ni los territorios del tratado ―exigió Jacob. ―Como gustes ―aceptó ella. ―Bueno, pues ya está. Nos piramos ―dijo Jake, a punto de iniciar la marcha. ―Espera ―le detuvo esa arpía―. ¿No vas a aceptar el regalo de Aro? ―No lo quiero para nada.

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Felix le lanzó la pequeña cajita revestida de terciopelo azul marino y Jacob la atrapó sin problemas. ―Acéptalo. A Aro le desagradará si no lo haces ―declaró el vampiro. Jacob ya iba a tirárselo a la cabeza, pero yo se lo quité de la mano. Lo único que quería era que se marchasen ya, y, bueno, tampoco quería que Jane tuviese una excusa para alargar más sus vistazos. Jake suspiró y yo encerré la caja en mis manos. ―¿No lo vais a abrir? ―inquirió Jane, alzando su labio hacia arriba. Pesada. No se iba. ―No nos interesa lo que… ―Oh, sí, muy bonito ―afirmé yo, que ya había abierto la cajita con rapidez para mirar su contenido, interrumpiendo a mi chico. Era una pequeña esclava de oro, cuya plaquita metálica aún no tenía ningún nombre grabado. Mi padre se rió entre dientes, pero a la víbora no le hizo ninguna gracia mi apresuramiento. ―Dale las gracias a Aro de nuestra parte ―dijo mi padre para seguir ese protocolo absurdo. ―Así será ―asintió ella, petulante. Machaqué unas muelas contra las otras cuando Jane le dedicó una última miradita a mi marido, pero sonreí con satisfacción cuando se dio la vuelta. Los tres guardias de los Vulturis se pusieron sus capuchas, comenzaron su lenta y cadenciosa caminata y, sin más, se alejaron en ese horizonte arbóreo.

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BENEFICIO COLATERAL Ninguno traíamos buena cara cuando llegamos a casa, pero el que la tenía más larga era Jacob. No le gustaba nada la idea de que ese ejército de licántropos se uniera al peligro que ya teníamos en ciernes, con Razvan, Nikoláy y Ruslán ya teníamos bastante. Entró en nuestra vivienda, ofuscado y enfurruñado, y el resto lo hicimos detrás de él, si bien mucho más calmados. Me quité la cazadora, la cual estaba empapada, y la colgué en el perchero. ―Y luego dicen que ser el Gran Lobo mola ―resopló, cogiendo mi mano de nuevo para que nos dirigiésemos al saloncito―. Es una mierda. Mira todo lo que se me viene encima. Ahora los Vulturis se aprovechan de mí, es el colmo. Gran Lobo, Gran Lobo… ―farfulló, enfadado. Sus pies descalzos estaban mojados, llenos de tierra y hierbajos, e iba dejando una serie de huellas por todo el vestíbulo. Iba a decirle algo para que se calmase un poco, pero cuando pasamos al salón, me quedé muda y boquiabierta. Todo ese ambiente cambió. ―¡Felicidades! ―gritaron los cinco miembros del aquelarre de Denali a la vez. En menos de un abrir y cerrar de ojos, me vi precipitadamente envuelta en abrazos y muestras de alegría a la vez que Jake recibía felicitaciones por todas partes. ―Gracias ―fui diciendo yo, ya que Jacob no sabía si ponerse contento o salir de casa disparado como un cohete. Le entendía. Le entendía perfectamente. No es que Jake no agradeciera la visita de los de Denali, puesto que también habían venido a ayudarnos, no es que no agradeciera sus muestras de cariño y alegría, sus felicitaciones, pero yo mejor que nadie sabía que lo que Jacob deseaba ahora mismo con todas sus fuerzas era un poco de paz para tranquilizarse, un momento a solas, conmigo. Él estaba acostumbrado a contármelo todo,

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a contarme lo que le preocupaba, lo que le alegraba, lo que le enfadaba, a desvelarme todos los secretos, todo lo que ocurría en su día a día, todo, todo lo compartía conmigo. Y por otro lado también estaba el hecho de que nuestra pequeña casita estaba llena de vampiros, cada uno de ellos con su correspondiente olor ácido y con sus correspondientes sentidos desarrolladísimos. Jacob ya estaba más que acostumbrado a su presencia, por supuesto, sin embargo, no dejaban de ser vampiros, con todo lo que eso supone para un metamorfo. ―Tanya y los suyos por fin han vuelto de su viaje de Europa, y han venido a ayudarnos ―nos reveló Alice, aunque mis padres, Jake y yo ya nos lo habíamos figurado, claro. ―Sí, creo que ya nos hemos dado cuenta ―respondí, usando un tono un tanto burlón. Alice me sacó la lengua. El aquelarre de Denali no había podido venir antes, ya que cuando les habíamos llamado, se encontraban en Suiza, cambiando un poco de aires. Garrett fue el que más lo agradeció, antes era un nómada aventurero que se movía de aquí para allá, y aunque ahora ya se había acostumbrado a la quietud, rutina y estabilidad de un hogar fijo, a veces también echaba de menos esos viajes que solía hacer en sus épocas pasadas. Fue por esto que no les azuzamos para que viniesen más temprano. Además, yo ya gozaba de una protección suficiente, aunque mis padres y Jacob insistían en que cuantos más fuéramos, mejor. Agarré a Jake de la mano y le di un beso en la mejilla, para animarle un poco. Después, le sonreí y le acaricié la misma, dejando que nuestros ojos se encontrasen durante un fugaz instante, instante que fue suficiente para decírnoslo todo. Su labio no tardó en curvarse hacia arriba y adiviné en sus pupilas lo mucho que deseaba besarme. ―Rose nos ha dicho que estás de un mes ―me dijo Carmen, sonriéndome. Me volví hacia ella, un tanto apurada, porque ya había empezado a quedarme un poco atontada al mirar a Jacob. ―Sí ―asentí, correspondiendo su sonrisa. ―Y es un niño, ¿verdad? ―siguió Tanya. ―Así es. ―Es estupendo ―exclamó Garrett. ―Es maravilloso ―secundó Kate.

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―Nos alegramos mucho por vosotros, y os damos nuestra más sincera enhorabuena ―sonrió Eleazar―. Y, por supuesto, contáis con nuestra ayuda. ―Gracias ―contestó Jake esta vez, sacándose una media sonrisa, mientras le daba una palmada en el brazo. ―Bueno, y ahora contadnos, ¿qué ha pasado en ese encuentro con Jane? ―preguntó Carlisle, que ya estaba algo ansioso por saberlo. ―¡Uf! No me hables ―masculló Jacob, soltando mi mano para dejarse caer en el sofá. Agradecí que esa manta estuviera extendida sobre el asiento de color crema, porque sus pantalones estaban bastante mojados. ―¿Ha ocurrido algo? ―quiso saber Esme. ―¿Que si ha ocurrido algo? Pues que ahora los Vulturis se aprovechan de mí, eso ha ocurrido ―farfulló, malhumorado. Me acerqué al sofá y me senté junto a él, medio aovillándome para acurrucarme mejor a su lado. ―Los Vulturis quieren otra… simbiosis ―les explicó mi padre, cargando esa palabra que había usado Jane de resignación. Jacob agradeció mi gesto alzando su brazo y rodeándome con el mismo, apretándome contra su costado desnudo. ―¿Cómo? ¿Otra simbiosis? ―repitió Jasper, frunciendo las cejas con extrañeza. Mientras mi padre comenzaba a explicar todo lo que había pasado, rodeé el torso de mi chico con mis brazos y le achuché más. Se estaba tan a gusto ahí… Luego, Jake me dio un cálido y dulce beso en la cabeza. Me mordí el labio y observé la estancia, a toda mi familia. Como mis padres ya estaban contando lo ocurrido con pelos y señales, y no nos necesitaban para aclarar nada, aproveché para colocar mi mano en la mejilla de Jacob. Bajó y ladeó el rostro para mirarme en cuanto comencé a dejarle ver lo que pasaba por mi mente. Lo primero que me vino a la cabeza fue su rostro enfadado y su malestar por toda esa situación en la que nos habían metido los Vulturis. Le recordé caminando por ese claro, dándole una patada a una pequeña rama, de la que nos íbamos. Después, mi mente cambió de imagen. Caminábamos por el bosque, regresando a casa junto con mis padres, y mis ojos se fijaban en su rostro ofuscado, enojado, no podían apartar la vista de él.

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―Sí, me ha fastidiado bastante ―admitió, con un murmullo muy bajo. Entonces, le mostré a un Jacob muy diferente. Jovial, alegre y despreocupado. El Jacob que yo quería ver. Sus labios se curvaron ligeramente, pero algo es algo. Bajó su rostro un poco más y pegó su frente a la mía. Las mariposas de mi estómago ya se pusieron en marcha. ―Lo intentaré ―susurró. Repetí la misma imagen varias veces, insistiendo. Jacob jovial y alegre, Jacob jovial y alegre, Jacob jovial y alegre… ―Vale, vale ―rió, con una risita sorda―. Cualquiera dice que no. ¿Te parece mejor así? ―bisbiseó, sonriente. Mi boca esbozó una sonrisa automáticamente, contagiada por la suya. Le dejé ver lo que me gustaba verle así, y que deseaba verle feliz para siempre. ―Lo soy. No te imaginas cuánto ―afirmó, con otro susurro ronco. Y su mano acarició mi mejilla, haciendo que se me pusiese todo el vello de punta. Automáticamente, empezaron a salir imágenes de nuestro bebé. Ese niño moreno, de ojos negros y brillantes, tan parecido a Jacob, tan guapo como él. Ya tenía unos meses, los suficientes como para que ya se riera y zarandease sus piernecitas en los brazos de su padre, que lo sostenía en alto mientras sonreía de felicidad. La sonrisa de Jake se amplió al ver esas imágenes. Todavía eran fruto de mi imaginación, por supuesto, pero sus pupilas centelleaban con entusiasmo. Verle así producía mi propia felicidad. ―¿Y tú qué sabes si él va a ser así? ―cuestionó, riéndose en voz baja―. Puede que se parezca a ti. Estaba tan segura, que no lo dudé ni un instante. ―Lo sé ―aseguré, mirándole con certidumbre. Su boca fue bajando poco a poco, apagando esa sonrisa, hasta que Jacob se quedó embobado, mirándome con esos ojos tan penetrantes e intensos que me reclamaban. Mi corazón se aceleró y mis coloridos insectos hicieron de las suyas de nuevo cuando pegó sus labios a los míos y empezó a entrelazarlos con suavidad y meticulosidad, sintiendo bien el roce de nuestras bocas. Me estremecí. Mi mano se rindió; descendió por su mejilla, arrastrándose por su mandíbula, y aterrizó en su clavícula.

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Cuando mis labios se empezaron a emocionar y mi palma ya iba a bajar hacia su pecho, una fuerte y fingida tos nos hizo salir de nuestra nube. Jacob y yo soltamos nuestras bocas, yo sobresaltada y él molesto, y nos separamos un poco. No pude evitar que la sangre invadiera mi cara, por un momento había olvidado por completo que todo el mundo estaba ahí, delante de nosotros. Eleazar observaba a mi chico con una expresión expectante, con las cejas en alto, como si esperase una respuesta. ―¿Qué? ―pidió Jacob que le repitiera, ya que ninguno de los dos había escuchado su pregunta, claro. ―¿Ya has tomado una decisión? ―repitió él―. ¿Vas a batallar contra esos licántropos? El resoplido enfadado de Jacob debió de escucharse en toda la reserva. ―¿Y qué voy a hacer? No tengo más remedio, ¿no? ―bufó, con un enojo resignado―. No me hace nada de gracia, pero si los licántropos consiguen vencer a los magos, irán a por Nessie y el bebé, y eso no lo voy a permitir. ―No tienes por qué preocuparte ―le calmó Eleazar―. Tú eres muy poderoso. No importa lo grande que sea ese ejército, te desharás de todos de un solo golpe de tu poder espiritual. ―Sí, ya, eso ya lo sé ―volvió a suspirar, exasperado―. Lo que me molesta es que, con eso, estaré haciendo un favor a esas momias de los Vulturis ―y murmuró algo ininteligible. ―¿Y por qué han hecho esto? ―preguntó mamá―. Creía que la guardia de los Vulturis era muy poderosa. ¿Es que esos licántropos suponen tanto peligro para ellos? ¿Acaso no los pueden vencer? ―Los licántropos siempre han sido enemigos naturales de los vampiros ―explicó Garrett, que sostenía las manos en los bolsillos de su pantalón―. Durante siglos, han mantenido duras batallas territoriales, y los Vulturis no se han librado de ellas. En una de éstas, Cayo estuvo a punto de morir una vez, a manos de un Hijo de la Luna. Es el día de hoy que aún le dan terror. Finalmente los vampiros consiguieron aniquilar a los licántropos, pero necesitaron de muchos siglos de luchas, y, aún así, no llegaron a extinguirlos del todo. Como ves, los licántropos son muy, muy fuertes. ―Sin duda, Cayo se evitará el mal trago si puede ―continuó Eleazar―. Estoy seguro que por una vez le está muy agradecido a esa

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alianza que han hecho contigo, Jacob ―mi chico rechinó los dientes―. Los Vulturis son muy poderosos, pero un ejército numeroso de Hijos de la Luna es un verdadero problema para ellos. Algunos Hijos de la Luna son inmunes a ciertos dones de los que gozan los vampiros, y eso les hace más fuertes. ―¿Inmunes? ―repetí, sorprendida. ―Selección genética ―intervino Carlisle. Al ver que Jacob y yo bajábamos el ceño con extrañeza, siguió hablando―. Durante miles de años han ido sobreviviendo los que tenían una predisposición especial a ser resistentes a ciertos dones. Con el paso del tiempo la evolución ha mejorado esa cualidad, puesto que los individuos que gozaban de ese gen eran los que sobrevivían. Si tenemos en cuenta la teoría de la evolución de… ―Vale, vale, Doc ―le interrumpió Jake―. No hace falta que nos expliques toda la teoría de la evolución. Creo que ya lo hemos entendido. ―Cierto, disculpadme ―asintió mi abuelo, con una ligera sonrisa en su impoluta cara―. A veces me dejo llevar demasiado por el entusiasmo. Continúa, Eleazar, por favor. El mencionado sonrió y cabeceó de arriba abajo con un movimiento sutil y elegante. ―Aparte de esa inmunidad a ciertos dones, los Vulturis temen el hecho de que se trate de un ejército. Los licántropos no se mueven en manadas, y mucho menos en grupos grandes, puesto que estos seres son muy territoriales y muy independientes, no soportan estar bajo el mando de nadie, eso sin contar lo inestables y descontrolados que son. Esto provoca conflictos y enfrentamientos entre ellos, hasta tal punto, que pueden llegar a matarse entre sí. Sin embargo, Vladimir y Stefan han logrado crear un ejército de ellos, y eso hace a esos licántropos mucho más peligrosos. Si los vampiros han intentado extinguir a los Hijos de la Luna a lo largo de la historia, es porque son realmente peligrosos. Los licántropos se movían solos y les costó aniquilarles. Imaginaos un ejército entero de ellos. ―Así que los Vulturis están muertos de miedo por ese ejército de licántropos y le han pasado el papelón al Gran Lobo ―llegó a la conclusión Emmett, cuya boca esbozó una sonrisa. Jake resopló por lo bajo. ―Jacob no tendrá ningún problema para matarles a todos ―reiteró Eleazar―. Aro lo sabe muy bien y se aprovechará de eso, por

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supuesto ―mi chico volvió a resoplar―. De todas formas, es más conveniente para todos que los Vulturis hayan obrado así. Si ellos desaparecieran, todo sería un caos. ―No me lo recuerdes… ―farfulló Jake, malhumorado―. Aunque eso no quita para que dejen de ser unos miserables. Han utilizado a mi mujer y a mi hijo como cebos, y eso no se lo perdono ―gruñó. ―No tenían opción. Aro sabe que si te hubieran pedido ayuda, tú no se la habrías prestado. ―Genial, ahora defiéndelos ―protestó Jake, frunciendo el ceño aún más. ―No les defiendo. Sólo estoy diciendo que ellos tampoco tenían otra opción ―alegó Eleazar, hablando con calma―. Por supuesto, Aro siempre tramará alguna argucia para conseguir sus objetivos, y es totalmente cuestionable, no hay duda, pero vuelvo a repetir que esto es lo mejor para todos, aunque él sólo vele por sus propios intereses. ―Es un beneficio colateral ―coincidió Jasper. ―Un beneficio colateral ―chistó Jacob, mirando para otro lado. ―Sé lo… incómodo y molesto que resulta esto para ti, Jacob, sin embargo, Eleazar tiene razón ―opinó papá, que se encontraba junto al sofá, con mi madre―. Sus métodos son reprobables, por supuesto, pero esto es lo mejor para todos, sobre todo para la especie humana. Mi chico volvió el rostro hacia él con rapidez. ―Ya, ¿y tú crees que si yo les pidiese ayuda alguna vez, ellos me la iban a prestar? ―planteó, enfadado, usando cierta ironía en su entonación―. Vale, está claro que jamás les voy a pedir ayuda, pero ponte en el supuesto de que sí. Ellos me mandarían a la… Mi mano se pegó a su mejilla como un rayo. Cálmate, cielo, por favor. Mi ruego hizo que la palabra que iba a soltar se quedase muda en su garganta, y sus ojos se encontraron con los míos. Por favor, reiteré, implorándole con la mirada. ―Porque me lo pides tú ―murmuró, resoplando. ―¿Y qué ocurriría si Nessie perdiera al bebé? ―preguntó de pronto Rosalie, provocando que Jake y yo cambiásemos la mirada hacia ella―. Hasta que no esté de tres meses, todavía está en la franja de peligro. Mi corazón se encogió bajo mi esternón y miré a Jacob, que parecía haber sentido lo mismo que yo. Rosalie tenía razón, eso podía suceder, sin embargo, nosotros nunca nos habíamos planteado esa posibilidad, ni

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se nos había pasado por la cabeza, porque tan sólo pensarlo, nos congelaba el alma. Ahora ya no podíamos imaginar un futuro a corto plazo sin ese niño, ya no, y si pasara algo… Al ver el mío, el rostro de Jacob dejó esa alarma e inquietud inicial y pasó a mirar a Rosalie con ganas de matarla. ―¿Por qué tienes que ser tan bocazas, eh? ―le reprochó. ―Rose ―la regañó mi madre. ―Lo siento, pero es una opción que tenemos que tener en cuenta ―se defendió ella, dedicándome una mirada cauta. ―Pero podías ser un poco más delicada, ¿no? No sé, digo yo ―protestó Jacob. ―No, Jake, tiene razón ―suspiré, asumiéndolo, acariciando su brazo―. Tenemos que tenerlo en cuenta, así que seguid. ¿Qué ocurriría? ―No estoy seguro ―admitió Eleazar, frotándose el mentón con la mano―. Depende de si Nikoláy, Ruslán y Razvan se enteran de ello o no, supongo. Si se enterasen, ya no vendrían hasta aquí, seguirían en su escondite, esperando una nueva oportunidad, así que puede que los licántropos tampoco viniesen. ―Según la mente de Jane, el primer objetivo de los licántropos son Razvan, Nikoláy y Ruslán ―nos aclaró mi padre, ya que nos vio un poco confusos―. Vladimir y Stefan quieren deshacerse de ellos lo más rápido posible para no tener más obstáculos a la hora de enfrentarse a los Vulturis en una batalla. Lo que no sé es si Jacob también está entre sus objetivos. ―Jane dijo que Vladimir y Stefan querían todo el poder para ellos solos y que harían cualquier cosa para conseguirlo ―recordó mamá, con preocupación. Volví a sentir un pinchazo en el corazón cuando saltó de su sitio. ―Sí, pero también saben que los Vulturis tienen esa alianza con Jacob, y les conviene deshacerse de ellos primero ―declaró papá. ―Bueno, mira, eso de momento da igual ―irrumpió Jacob―. Lo único que vamos a conseguir es rompernos más el tarro. Es una tontería pensar en una cosa que no ha ocurrido, ¿no os parece? Además, no quiero que Nessie se preocupe de eso, ya tiene bastante presión ―y su brazo me apretó contra su costado. ―Cierto. No compliquemos más las cosas ―secundó Carlisle―. De momento, preocupémonos de lo que tenemos. Los Hijos de la Luna

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vendrán para batallar contra Razvan, Nikoláy y Ruslán, y si los vencen, intentarán atacar a Nessie. ―Pues que ni lo sueñen ―afirmó mi chico, con contundencia―. Me importa una mierda cuántos sean, me los cargaré a todos. ―Estamos dando por hecho con demasiada ligereza que ganarían los licántropos. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que los magos son muy capaces de vencerles ―siguió Jasper―. Su magia es bastante poderosa, todos lo comprobamos una vez, así que puede que no te sea necesario hacerles ese favor a los Vulturis ―le dijo a Jacob. ―Ojalá ―suspiró él―. De todos modos, poco importa quién gane, porque terminaré con ellos, sean magos o un ejército de licántropos. ―¿Y cómo conseguirían Vladimir y Stefan crear ese ejército? ¿Acaso han logrado domar a esos licántropos? ―mamá no encontró otra palabra que lo definiera. ―Creo que la clave está en ese líder de los licántropos ―opinó mi padre―. Para empezar, que Demetri se refiriera a él como líder, ya resulta extraño. Como Eleazar explicó, los Hijos de la Luna no tienen líderes ni admiten ninguna voz de mando. Y Jacob dijo que ese licántropo parecía más inteligente y comedido que los demás. Si Aro envió a Thiago y su grupo a por él, tiene que ser por algo. ―¿Otra mutación genética, tal vez? ―inquirió Jasper, dirigiéndose a Carlisle. ―Podría ser ―asintió éste―. No podemos descartar ninguna posibilidad. ―Hablando de Thiago ―intervino Jake―. También me preocupa ese contacto suyo. ―Estaré alerta ―afirmó papá, mirándole con seguridad―. Puede que sea capaz de mimetizarse con el medio que le rodea, pero su mente no. Aunque vi que Jane tiene la intención de transmitirle a Thiago tu petición. ―Ya, bueno, las intenciones sólo son intenciones. Después hay que cumplirlas ―dijo Jacob, usando cierto sarcasmo. ―Estaré alerta ―reiteró mi progenitor. ―¿Y no viste en los pensamientos de Jane nada más acerca de ese contacto? ―preguntó Alice. ―No. Jane no lo conoce. Ni siquiera sabe cómo se llama ―le contestó mi padre. Mi tía torció el gesto.

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―Bueno, esto no tiene que interferir de modo alguno en nuestros planes ―habló mi abuelo―. Seguiremos con ellos tal y como los teníamos pensado. Y por el bien de Nessie y el bebé, recomiendo a todo el mundo no decir cosas que puedan ponerla nerviosa o exaltarla, sobre todo en este primer trimestre de gestación. ―Eso ―apoyó Jake, dedicándole una miradita de advertencia a Rosalie. ―No diré nada más ―prometió ella, un poco arrepentida. ―En fin, creo que yo me iré al bosque, a ver si los lobos me necesitan ―soltó Emmett, ya dirigiéndose hacia el vestíbulo con una sonrisa de oreja a oreja ante la perspectiva de un poco de acción. ―Te acompaño ―le siguió Jasper. ―Esperadme, yo quiero ver cómo os organizáis ―corrió Garrett. ―Pues yo me voy a quedar aquí un rato más ―manifesté yo, achuchándome contra Jake. Él sonrió y me dio un beso en la cabeza. ―Descansa un poco ―me susurró en la misma. Su abrasador aliento acarició mi cuero cabelludo y me estremecí, pero cuando sus prodigiosos dedos empezaron a pasar entre los mechones de mi cabello, ya entré en la gloria total. Mi familia se fue dispersando, unos por la casa, otros por el exterior, de camino a los bosques, y Jacob y yo nos quedamos un momento a solas, aunque no era una soledad completa, claro, pero aún así, la disfrutamos. Bendita soledad. Por desgracia, iba a ser demasiada escasa a partir de ahora, aunque esto era necesario para que el bebé y yo estuviéramos seguros. Mi mente ya quería empezar a llenarse de imágenes de licántropos horribles y magos malvados, pero cerré los ojos e intenté relajarme. No me costó mucho, la verdad. Las suaves y delicadas caricias de Jacob, y el compás de su corazón, ayudaban mucho. Su maravilloso efluvio me recordaba que estaba entre sus brazos, segura, protegida. Fui entrando en un estado de trance poco a poco, dejándome llevar por esa marea que se internaba en mi subconsciente y que me mecía lentamente, acunándome, arrullándome… Sí, estaba en la gloria, en el cielo, en el paraíso… Así que cuando me quise dar cuenta, me dormí.

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ECOGRAFÍA Cerré el grifo del agua caliente, me escurrí el pelo con las manos y después abrí la mampara, cogiendo mi toalla para secarme. Salí de la ducha y cuando terminé de hacerlo, me eché otro vistazo. Sonreí. Me acerqué a la lavadora, donde reposaba mi ropa, y me vestí. En cuanto terminé de desenredarme el pelo, salí del baño y me dirigí hacia el dormitorio. Iba a encaminarme hacia la cama para hacerla, pero me fue imposible frenar el impulso de pararme frente al espejo que colgaba de la pared, pegado al armario. Éste era tan alto como Jacob y llegaba hasta el suelo, así que me podía ver entera. Me coloqué de perfil y alcé la camiseta para mirarme. Mis labios también se alzaron con ilusión. Ya me veía todos los días, pero no podía evitar volver a mirarme. Mi vientre ya había dejado de ser liso hacía un tiempo. Poco a poco, semana tras semana, se había ido transformando en una pequeña barriguita que revelaba que este era mi cuarto mes de embarazo. Ya había pasado esa franja peligrosa de los tres meses, y estaba feliz. Sí, la palabra era feliz. Esa corriente eléctrica que había sentido el primer día que me había enterado de mi embarazo, ahora recorría toda mi anatomía, cada célula de mi organismo, con libertad, continuamente. Unos conocidos y cálidos brazos fuertes me rodearon por detrás con delicadeza y mi sonrisa se amplió. Jacob me arrimó a su cuerpo y llevó su rostro hacia delante para darme un beso en la mejilla. Mi vello se puso de punta y mis mariposas iniciaron su alocado vuelo de siempre. Después, bajó sus manos hasta mi hinchado vientre y lo acarició mientras ambos nos mirábamos a través del espejo y sonreíamos de felicidad. De pronto, sentí un ligero movimiento dentro de mi barriga.

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―Creo que se ha movido, ¿lo has notado? ―exhalé, con grata sorpresa. De un tiempo a esta parte solía notar ciertos movimientos, pero no sabía si era producto de mi imaginación, motivada por esta enorme ilusión. ―Sí ―rió. ―No es mi imaginación… ―murmuré, mirándome en el espejo, sonriendo. Jake se quedó anonadado, observándome a través del reflejo. Después, acercó su rostro a mi sien. ―Estás preciosa ―me susurró al oído, provocando a mi piel y a mis mariposas de nuevo. Sus tórridos labios comenzaron a deslizarse por mi oreja y mi cuerpo se estremeció con intensidad. Luego, descendieron con esa suavidad para rozar mi mandíbula y mi cuello, dejando que su aliento de fuego abrasara mi piel, y ya empecé a hiperventilar sin remedio al tiempo que mis párpados caían. Iba a girar el rostro para que mi boca llegase a la suya, sin embargo, antes de iniciar esta acción, Jacob se despegó de mi piel y se enderezó. Abrí los ojos, decidida a voltearme hacia él, pero entonces sus manos dejaron mi vientre y se alzaron para ayudar a las mías a bajar mi camiseta. ―Será mejor que hagamos la cama ―sugirió, tomando aire para soltarlo lentamente. Me dio un beso en el lateral de mi cabeza y se separó de mí. Me volví y vi, algo desesperada, cómo se dirigía a la cama para hacerla. Mi libido había estado bajo mínimos durante los tres primeros meses, pero ahora que mis hormonas se habían estabilizado, no sólo se había recuperado, sino que había aumentado bastante. El problema es que Jacob últimamente no estaba por la labor. No sé qué le pasaba, él no me decía nada, y yo tampoco sabía cómo sentirme, ni qué hacer. Estaba bastante confusa, la verdad, porque me moría por hacer el amor con él, sin embargo, aunque seguía siendo tan cariñoso y atento conmigo como siempre, Jake evitaba cualquier contacto físico prolongado, incluso cortaba los besos que se alargaban un poco, y estaba desconcertada con esa actitud. Mi cuerpo se estaba desfigurando, así que tal vez ya no se sentía tan atraído hacia mí, tal vez ese deseo que siempre había sentido por mí había desaparecido por un tiempo. ¿Sería eso? ¿O quizá veía mi pequeña

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barriga como algo demasiado maternal y ya no encontraba en mí nada sexual? También podía ser que tuviera miedo a hacerle daño al bebé, aunque ya habíamos leído en varias revistas especializadas ―y el propio Carlisle nos lo había confirmado― que el niño no corría ningún peligro con las relaciones sexuales, con lo que eso ya quedaba descartado. O puede que lo que pasase en realidad es que esta falta de privacidad le afectase, aunque eso me parecía tan raro en Jacob… Me mordí el labio y le miré mientras estiraba las sábanas. No le había dicho nada antes, porque quería esperar para ver si sólo era algo pasajero, algo de unos días, y tampoco quería agobiarle. Además, ahora era habitual en mí el sentirme más sensible de lo normal, y podía ser una exageración mía. Sin embargo, ya habían pasado dos semanas y Jake seguía igual, así que esto ya empezaba a preocuparme de verdad. Tenía que hablar con él. Jacob se percató de que llevaba un rato mirándole y levantó la vista de la cama, irguiéndose. Sus ojos se engancharon en los míos, examinándolos, y terminó frunciendo el ceño ligeramente, con extrañeza. ―¿Qué pasa? ¿Ocurre algo? ―me preguntó. Cogí aire para llenarme de determinación y me decidí a acercarme a él para hablarlo, pero cuando levanté un pie, alguien picó a la puerta. Gruñí por lo bajo. Mamá asomó la cabeza, con una enorme sonrisa que se extendía a lo largo de su rostro marmóreo. Casi parecía mentira que una tez así, con esa textura que daba la impresión de ser algo pétreo y duro, pudiera moldearse tan bien para adoptar esa expresión sumamente sonriente. ―Chicos, tengo una buena noticia ―anunció, pasando al dormitorio―. Carlisle ya tiene el aparato de ecografías en casa, así que te puede hacer una ahora mismo. ―¡Genial! ―exclamó Jake, entusiasmado. Se acercó a mí como un bólido y se puso delante, tomándome por la cintura―. Nena, por fin podremos ver al bebé ―sus ojos centellearon cuando lo dijo. ―Sí ―sonreí, ilusionada, porque llevábamos deseando esto hace mucho tiempo. Aproveché la ocasión para rodear su cuello con mis brazos y abalanzarme a sus labios. Le besé con efusividad, sin importarme si mi madre estaba delante o no, eso ya me daba exactamente igual. Al principio pareció un poco sorprendido, pero luego no tardó nada en corresponder mis besos. Mis mariposas volaron con ímpetu por mi

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estómago y mi corazón metió la quinta marcha. El suyo también se aceleró, y eso hizo que mis labios se movieran más animosamente y que mis manos se aferraran a su pelo. Pero, para mi desgracia, ese beso duró un breve momento. Cuando la energía ya empezaba a fluir, despegó su boca, eso sí, con delicadeza, y apoyó su frente en la mía. Nuestras gargantas no dejaban de hiperventilar. Aún seguíamos con los ojos cerrados, pero escuché cómo tomaba aire para recuperarse. Al menos, parecía que le había costado separar sus labios de los míos. Mi boca no se había movido, pero estaba a punto de ir a buscar la suya de nuevo, cuando despegó su rostro del mío. Abrí los ojos con precipitación y se encontraron con sus pupilas enseguida, mirándolas con esa confusión que me había vuelto a embargar. Jacob también parecía algo desconcertado por mi reacción, descolocado. Sus cejas bajaron un poco para adoptar la misma expresión de extrañeza de antes. Era como si algo no encajase en algún patrón que él se hubiera fijado. Deslicé la mano derecha por su cuello y la llevé hasta su mejilla, dispuesta a preguntarle qué le pasaba. ―Bueno, ¿bajáis ya? ―irrumpió Alice de repente, haciendo que Jake y yo nos sobresaltáramos―. Estamos ansiosos por ver la ecografía. Me fijé en que mi madre ya no estaba en nuestro dormitorio, seguramente se había marchado para darnos un poco más de intimidad. ―¿No sabes picar? ―protestó Jake, separándose de mí para cogerme de la mano. Suspiré, frustrada por no haber podido hablar con él. ―Lo siento ―se disculpó ella con voz cantarina, danzando hacia el pasillo. Saqué la cazadora del armario, me la puse y cogí a Jake de la mano otra vez, para acompañarla. Bajamos las escaleras, detrás de ella. Mientras lo hacíamos, noté que Jake me observaba, así que giré el rostro hacia él y le pillé desprevenido. Todavía quedaba algo de esa extrañeza en su mirada, que me estudiaba al tiempo que se mordía su grueso labio inferior, aunque pronto se disipó para observarme con entusiasmo y acabó sonriéndome. ―¿Estás nerviosa? ―me preguntó. ―Un poco ―admití, correspondiendo su sonrisa alegre. ―Yo también ―confesó.

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Apretamos nuestro amarre, sin dejar de sonreírnos, y seguimos descendiendo por la escalera hasta que llegamos al vestíbulo, donde nos esperaba parte de mi familia. ―¿Ya habéis terminado? ―bromeó mi madre, soltando una risilla. Quién me mandaría a mí… ―Sí ―respondí, a regañadientes, ya algo colorada. Mamá se rió. Alice, mis padres, Rosalie, Esme y Carmen ya estaban saliendo por la puerta cuando Jake y yo apoyamos nuestros pies en la planta baja. Emmett esperaba en ese Jeep nuevo que se había comprado hacía un par de meses. Salimos de casa, con mi familia y Jake vigilando los alrededores y escoltándome en todo momento, y nos distribuimos entre su coche y el Golf de Jacob, hasta que nos marchamos de allí para dirigirnos a la vivienda de mi familia. ―¿No tienes ganas de cambiar de coche, Jacob? ―le preguntó mi padre, apartando unas viejas revistas a un lado para ponerse más cómodo en ese asiento trasero destartalado. ―¿Por qué? Me gusta mi coche ―le respondió mi chico, mirándole desde el espejo retrovisor, a intervalos. ―Este tiene muchos años ―opinó mi progenitor, observando su interior―. Además, cuando nazca el bebé, necesitaréis más espacio. ―Mi coche está perfectamente, siempre lo tengo a punto ―afirmó Jake, un poco molesto al ver las intenciones de mi padre―. Y hay espacio de sobra para él. ―No te ofendas. No estoy diciendo que tengas que deshacerte de este. Tu Golf podrías usarlo para otros menesteres más personales. Pero podrías tener otro vehículo más familiar, ahora que vais a tener un hijo. ―Ya, y déjame adivinar. Seguro que ya sabes de uno ideal para nosotros, ¿no? ―aventuró Jacob, con un aire claramente ácido. Mi padre se sacó algo del bolsillo de su pantalón, con presteza. ―Un Volvo familiar con elevalunas eléctrico, amplio, de cinco puertas, con todos los asientos reclinables, un gran maletero, aigbars en todas las plazas… ―redactó papá, pasándome esa hoja que había arrancado de alguna publicación de coches―. Los caballos y el color serían a tu elección. La cogí y observé la fotografía del coche. ―¿Ahora qué eres, un vendedor de coches? ―resopló mi chico. ―Es muy bonito ―reconocí, enseñándoselo a Jake.

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Lo miró de refilón, no de muy buena gana. ―Está disimulando, pero le ha gustado ―se chivó papá. Jacob le fulminó con la mirada a través del espejo retrovisor. ―Sí, es un coche muy bonito ―admitió, a regañadientes y con retintín―. Pero no puedo pagar tantos… ―El seguro de este coche también correría de mi cuenta ―se le adelantó mi padre, alzando el labio. La cara de mi chico se volvió a torcer. ―La verdad es que nos vendría bien un coche más grande ―opiné, observando a Jake con un poco de precaución. Él no dijo nada, pero me dedicó una fugaz mirada de reojo cargada de sorpresa y un poso de reproche. Carraspeé y seguí hablando―. El Golf me encanta, ya lo sabes, pero no tiene cinco puertas, y el maletero no es muy amplio. Sería más cómodo ese Volvo. ―Un Volvo ―chistó, girando el rostro hacia su ventanilla―. ¿No había otra marca? ―Es muy bonito ―intervino mamá. ―Los caballos y el color serían a tu elección ―repitió mi padre. Jake murmuró algo entre dientes que no logré descifrar muy bien. ―Bueno, ya me lo pensaré ―dijo finalmente, resoplando. Me giré hacia mi padre, el cual me sonrió por su casi victoria. Seguimos el trayecto charlando y discutiendo sobre la música que Jacob y yo teníamos puesta en el estéreo del coche, así que cuando nos dimos cuenta, ya habíamos llegado a la casa de mi familia. Emmett ya tenía su Jeep aparcado frente al porche y el vehículo estaba desocupado, por lo que el resto ya debía de estar en la vivienda. Jake aparcó al lado y nos bajamos del Golf para adentrarnos en casa. Una vez pasado el umbral de la puerta, Alice ya me agarró del brazo y me encaminó hacia las escaleras mientras mi mano seguía sujetando a la de Jacob e iba tirando de él. Toda una hilera de vampiros comenzaron a seguirnos. Subimos una planta y caminamos hasta la puerta del despacho de Carlisle, que ahora se había transformado en una sala médica. ―Pasad, por favor ―nos instó, sujetando la puerta abierta. Mi chico y yo nos miramos, sonrientes, y pasamos al interior, seguidos de los demás, que montaron un barullo enorme en la puerta. ―Un momento ―les detuvo Jake, haciendo que todos se callasen―. ¿Es que vais a entrar todos aquí?

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―Yo quiero ver la ecografía ―declaró Alice, con efusividad, dando saltitos al tiempo que aplaudía. ―Ya, pero sois muchos ―objetó Jacob, haciendo un recuento rápido con la vista―. Y, no sé, me apetecía que esto fuera un poco más… íntimo, ¿sabéis? Que sólo estuviéramos Nessie y yo, por lo menos un rato. Es nuestro momento personal con el bebé, es la primera vez que vamos a verle, y, bueno… ―Jacob tiene razón ―coincidió Carlisle―. Este es un momento muy especial para los padres que deben disfrutar con un poco más de intimidad. Mi abuelo y Jake parecía que me hubiesen leído el pensamiento. Mi familia no me molestaba para nada, por supuesto, pero prefería vivir este momento con Jacob a solas. ―Lo entendemos perfectamente ―afirmó papá, asintiendo con la cabeza―. Esperaremos fuera. ―Gracias, papá ―le sonreí. Mi padre fue el único que sonrió, porque mi madre, mis tíos, Esme y Carmen pusieron una cara de desilusión enorme. Me dio penita de ellos y, al parecer, a Jake también. ―Cuando Nessie y yo ya le hayamos visto lo suficiente, podéis pasar, ¿vale? ―les comunicó, arrastrando las palabras con cansancio. ―Vale, pues, hala, ¿a qué esperáis? ―nos azuzó Alice, seguramente para que terminásemos nuestro momento íntimo primero. Después, se puso a empujar al resto hacia el pasillo, que la increpó un poco, como protesta―. Estamos aquí fuera, no lo olvidéis ―nos recordó, ya saliendo del despacho. Sacó el cuerpo y solamente dejó la cabeza asomando para mirarme con expectación. ―Sí ―reí. Me sonrió y, por fin, cerró la puerta. ―Bueno, ¿qué tenemos que hacer? ―preguntó Jake, más que sonriente. La computadora del aparato de ecografías ya estaba encendida, lista para mostrarnos lo que queríamos ver. ―Tú siéntate ahí ―le indicó Carlisle, señalando la silla que estaba junto a una camilla de cuero de color negro―. Y tú, Nessie, túmbate. Así lo hicimos. Me quité la cazadora, dejándola en la silla del escritorio y me acerqué al aparato de ecografías. Podía yo sola, pero

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Jacob me ayudó a sentarme en la camilla para que me tumbase y él se sentó en la silla de al lado. Se arrimó bien y tomó mi mano, besándola con dulzura a la vez que los dos nos mirábamos con entusiasmo. ―Levántate la camiseta, por favor ―me pidió mi abuelo. La alcé y la dejé por encima de mi pequeña pancita. Jake no pudo evitar acariciármela entre nuestras sonrisas y miraditas cómplices antes de que Carlisle se pusiese al otro lado con un bote de gel en la mano. En cuanto Jacob retiró la mano y le dejó vía libre, mi abuelo, ahora mi doctor, me echó un chorretón de gel en la barriga. Me dio un pequeño respingo, ya que el gel estaba frío, y me dio otro cuando apoyó ese aparato similar a un micrófono que, según tenía entendido, se llamaba transductor, pero Carlisle comenzó a masajear mi vientre con este último y esa sensación fría se fue al instante. El transductor se puso manos a la obra y empezó a emitir los ultrasonidos que iban a hacer que la imagen del interior de mi vientre saliera en la pantalla de la computadora. Jacob y yo jadeamos, de la emoción, al ver lo que aparecía en ella. Y lo que se oía. Como un murmullo rápido y constante, un bombeo alocado pero regular nacía del interior de mi barriga, vigoroso, enérgico. ―¿Eso que se escucha es el corazón? ―inquirió mi chico. ―Así es ―asintió Carlisle, con una sonrisa, al tiempo que movía ligeramente el transductor―. Y suena muy bien. ―Está en plena forma ―la sonrisa de Jake se amplió. Jacob y yo nos miramos con alegría y él se inclinó sobre mí para darme un beso corto, aunque acto seguido nuestros ojos volaron hacia la pantalla. Carlisle desplazó el transductor hacia un lateral de mi barriga y ya pudimos ver mejor al bebé. La imagen salía en blanco y negro, pero se distinguía todo perfectamente. Nuestro bebé se encontraba en posición fetal, obviamente, y estaba totalmente formado. Se veía su cabecita, sus piernecitas, sus bracitos, incluso se visionaban sus diminutos pies y manitas, todo estaba perfecto, en su sitio, ya era una personita en miniatura. Aunque la imagen no era muy nítida, mi bebé me pareció lo más bonito que había visto en la vida y no pude frenar una lágrima emocionada que salió de mis ojos. Miré a Jake, que correspondió mi mirada. Él también estaba muy emocionado, pero lo controló mejor que yo. Eso sí, el beso que me dio a continuación lo demostró.

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―¿Cuánto mide? ―preguntó Jake, intentando que el nudo de su garganta no saltase. ―Unos nueve o diez centímetros, aproximadamente ―le reveló Carlisle, sonriéndonos a los dos, también lleno de gozo. ―¿Y eso que se ve ahí es…? ―Sí ―me ratificó mi abuelo antes de que yo terminase de señalar con el dedo―. Se nota que es un niño. ―Qué puedo decir, ha salido a su padre ―presumió Jacob, orgulloso, con una enorme sonrisa de satisfacción iluminando aún más su rostro. Solté una risilla. Entonces, de repente, todas mis sospechas se ratificaron cuando el bebé se movió. Lo noté, como venía haciendo últimamente, pero ahora lo veía perfectamente. ―Hemos tenido suerte. El bebé se ha movido justo a tiempo para que pudiéramos verlo ―sonrió Carlisle. ―Es genial ―rió Jake, totalmente entusiasmado. ―No me equivocaba. Lo que sentía era al bebé moviéndose ―pensé en voz alta, acompasando la risa de mi chico. La puerta se abrió inopinadamente, haciendo que todos dirigiésemos nuestra atención hacia allí, Jake sobresaltado y en estado de alerta total. ―No aguanto más ―irrumpió Alice, pasando dentro, rauda y veloz―. Yo también quiero ver cómo se mueve. ―Nosotros somos los padres de la embarazada ―protestó mamá, pasando detrás de ella, junto con los demás―. Tenemos más derecho que tú. Alice se dio la vuelta y le dedicó un mohín de burla, aunque por poco tiempo, porque enseguida se giró hacia la pantalla de la computadora. ―Pasad, no os cortéis ―murmuró Jacob, con sarcasmo, relajando su cuerpo de nuevo. Las féminas fueron las primeras que consiguieron rodearnos para tener más acceso a la pantalla. El despacho de Carlisle se llenó de sus exclamaciones entusiastas. ―¡Qué mono! ―clamó Alice, poniendo una voz de esas tontas cuando se ve a un bebé. Sólo le faltaba hacerle carantoñas a la pantalla. ―Aunque no se vea muy bien, seguro que es un niño precioso ―afirmó mamá, con el rostro iluminado, mirándonos con emoción.

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Jacob y yo le sonreímos con ganas. ―Enhorabuena ―nos felicitó Carmen―. Parece que será un niño bien fuerte. Ese corazón late con vigor. ―Los niños quileute ―afirmó Jake, otra vez orgulloso. Mi chico y yo nos miramos y apretamos el amarre de nuestras manos. ―Es maravilloso ―dijo Esme, también emocionada. ―El milagro de la vida ―siguió mi padre, sonriéndonos a los dos. Entonces, el semblante de mamá cambió un poco. No llegaba a ser tristeza, y tampoco dejó de sonreír del todo, pero esa luz que había desprendido antes, se apagó. Papá se dio cuenta de su metedura de pata, claro, y la miró con un arrepentimiento que casi se le salía de los ojos. No había tenido tiempo de hablar con mi madre, ya que la casa siempre estaba llena de gente que me tenía entretenida con unas cosas y otras, pero tenía que hacerlo en cuanto pudiera, cuanto antes, mejor. Aunque seguro que mi padre ya se estaba ocupando de ella como se debía y habían hablado del asunto. ―Sólo espero que no se parezca mucho a ti ―le soltó Rose a Jake, riéndose con malicia. ―Pues siento decepcionarte, pero se parecerá a Jake ―aseguré, sin ningún atisbo de duda, sonriendo con satisfacción. ―Ja, ¿qué dices a eso, rubita? ―se burló él. ―Bueno, habrá que verlo ―dudó Rosalie, dándole un manotazo a su melena. ―En fin, todo está muy bien ―dijo Carlisle, poniendo un poco de orden en aquel jaleo―. ¿Queréis una fotografía? ―Sí, claro ―contesté, con entusiasmo. ―Bien, os imprimiré una ahora mismo ―tocó un par de botones en la computadora y la impresora comenzó a trabajar. Luego, retiró el transductor de mi barriga y me pasó un par de pañuelos desechables―. Toma, límpiate. Los cogí y me puse a ello. ―¿Ya? ―se quejó Alice―. Yo quería ver más. ―No hay más que ver ―le dijo Em, que no había dejado de sonreír en ningún momento―. Ahora tienes la fotografía para mirarla todo lo que quieras. No era lo mismo, por eso Alice torció un poco el gesto. ―Haremos más ecografías, no te preocupes ―le calmó Carlisle. Y mi tía sonrió.

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Cuando terminé de limpiarme, me bajé la camiseta y me incorporé. Me senté en la camilla y me puse de pie, otra vez asistida por Jake. ―Voy abajo ―anunció Emmett, saliendo por la puerta―. Va a empezar un partido y no me lo quiero perder. ―Te acompaño ―suspiró Rosalie, saliendo detrás de él. ―Yo prepararé algo para que comáis ―nos dijo Esme, acariciando mi mejilla. ―Gracias, abuela ―le agradecí, cogiendo su mano para besarla. Me sonrió y se dio la vuelta para marcharse. El resto de mi familia ya comenzaba a desalojar el despacho de Carlisle, pero entonces me acordé del tema de mi madre y la detuve, cogiéndola del brazo. Ella se giró y me miró algo extrañada, pero mi padre ya estaba enterado de todo, por supuesto. ―¿Podemos hablar, mamá? ―le propuse. ―¿Hablar? ―preguntó, extrañada. ―Sí, me gustaría hablar contigo, si no te importa. ―Esperaré abajo, viendo ese partido ―dijo mi padre, dándonos un beso a las dos en la cabeza antes de darse la vuelta e irse. ―Bueno, vale ―accedió, aunque todavía seguía un poco extrañada. ―Es mejor si damos un paseo, tendremos más intimidad ―sugerí. En ese instante, mi madre pareció adivinar por dónde iban los tiros. ―Estoy bien, de verdad, no tienes de qué preocuparte ―aseguró, sacándose una sonrisa. ―Aún así quiero que lo hablemos ―insistí―. Podemos ir fuera, así no nos escuchará nadie. ―Si salís, yo tendré que ir con vosotras ―intervino Jacob, que no se había separado de mí ni un instante―. Esta zona no está vigilada. Mamá miró a Jake, valorando si quería que él estuviera presente, y finalmente asintió. ―De acuerdo ―aceptó, encogiéndose de hombros―. Vamos.

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FANTASMAS Jake se había transformado y se encontraba un poco más adelantado que nosotras, vigilando todos los alrededores. Solamente nos separaban unos cinco metros, pero eso era suficiente para que mi madre y yo tuviéramos algo más de intimidad para poder charlar a gusto. Creo que mamá había accedido a que Jake viniera porque sabía que yo no le podía guardar ningún secreto e irremediablemente iba a terminar contándoselo todo, aunque Jacob también era su mejor amigo, así que tal vez no se sentía incómoda con el hecho de que él estuviera presente. Además, mi madre ya se había dado cuenta de que sabíamos de este mal trago por el que estaba pasando. Paseábamos despacio entre los árboles del bosque, pisando esas hojas de color rojizo que hoy estaban secas, puesto que, milagrosamente, no había llovido en todo el día. Mi madre no sé cómo lo hacía, pero sus pasos no se oían en absoluto; no así los míos, que no lograban hacer un sonido tan mudo cuando pisaban ese follaje. Jacob había traído la ecografía que Carlisle había impreso en ese papel especial de foto, para mirarla un poco más antes de tener que transformarse. Me la había pasado, me había dado un beso corto y se había escondido para adoptar su forma lobuna, por eso ahora la tenía yo en la mano. Le eché un último vistazo y sonreí. ―¿Puedo verla? ―preguntó mamá. ―Claro ―asentí, pasándole la ecografía. La cogió y la sostuvo entre sus manos para observarla. Se quedó unos cuantos segundos en silencio, mirándola, y después por fin habló. ―Es precioso ―sonrió―. Ojalá a mí me hubieran podido hacer una ecografía. Me hubiese encantado tenerla. La habría guardado para mirar lo pequeñita que eras entonces ―su sonrisa se amplió y acarició mi mejilla a la vez que me devolvía la ecografía.

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Iba a abrir la boca para hablar con ella de su problema, pero mamá se me adelantó con otra cosa. ―Menos mal que Jacob cogió esa ecografía antes que Alice, si no, os hubiera costado recuperarla ―rió. ―Sí, está tan entusiasmada ―exhalé, sonriente. ―Lo siento, no pude pararla. Cuando tu padre y yo nos dimos cuenta, ya estaba entrando en el despacho de Carlisle. Y, bueno, como ella ya había pasado, los demás también nos animamos, tengo que reconocerlo ―y se volvió a reír. Luego, se puso más seria―. Pero lo siento, en serio, sé que ese era vuestro momento, y os lo hemos estropeado. ―No importa. Lo entiendo, todos estáis muy entusiasmados con esto ―dije, observando a mi bebé un poco más. Qué ganas tenía de poder acariciar su carita ya. ―Te advierto que Alice está a punto de hacer otro pedido por Internet ―me soltó, mordiéndose el labio. Levanté la vista de la ecografía para mirarla mientras ya escuchaba el gruñido quejumbroso de Jake. ―Oh, no, tienes que pararla ―le supliqué, poniendo cara de dolor―. Como siga así, acabará comprándole ropa hasta para su graduación. Ahora, como no podía salir de La Push, le daba por hacer las compras por Internet. El problema es que lo único que compraba era ropa de bebé, y cada semana llegaba algún pedido. ―Lo estoy intentando, pero tu tía Alice es muy persistente ―suspiró. ―Me parece genial que nos compre ropa para el bebé, en serio, me gusta que lo haga y se lo agradezco muchísimo, además, tengo que reconocer que tiene muy buen gusto ―Jacob volvió a gañir―. Pero tiene que entender que a Jake y a mí también nos hace ilusión mirar ropa de bebé, elegirla y comprarle algo a nuestro hijo ―declaré, hablando con suavidad. ―Lo sé ―coincidió mi madre―. Por eso estoy tratando de frenarla. No te preocupes, hablaré con ella y se lo explicaré. ―Sí, por favor ―rogué otra vez, con la misma mueca de dolor de antes. Mamá volvió a mirarme, frunciendo los labios en una línea. ―Otra cosa ―dijo, clavándome una mirada cauta. ―¿Qué pasa? ―inquirí, ya con miedo ante otra hazaña de la tía Alice.

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―Rosalie está mirando carricoches ―me reveló, sin dejar de fruncir la boca. Pestañeé, pero después suspiré, aliviada. Mi lobo, en cambio, emitió otro gruñido bajo. ―Bueno, eso no me importa tanto ―afirmé―. En realidad, me parece bien, después de todo, no dejé que nos comprara el dormitorio del bebé, así que si ese es su regalo, estupendo. ¿Verdad, Jake? Jacob se giró, sin pararse, y puso los ojos en blanco al tiempo que alzaba sus peludos hombros. Después, se volvió hacia delante y siguió a lo suyo. ―¿Ves? Jake está de acuerdo ―sonreí. ―Entonces, no le digo nada, ¿no? ―No, déjala. Sé que le hace mucha ilusión regalarnos algo. ―De acuerdo. Se hizo un momento de silencio en el que aproveché para echarle un último vistazo a la ecografía. Sonreí una vez más y me la guardé en el bolsillo superior de mi cazadora. Tenía que centrarme en el asunto por el cual había venido aquí con mamá. Ahora que se había hecho este mutismo, se había perdido ese hilo del cual podía haber tirado. No sabía por dónde empezar, la verdad, me parecía un tema tan delicado… Y tampoco sabía qué hacer con las manos, así que opté por meterlas en los bolsillos de mi cazadora. Entonces, me topé con algo en el bolsillo derecho, algo que llevaba ahí mucho tiempo y que se me había olvidado por completo, algo que desvió mi atención por un momento. Esta era la misma cazadora que había llevado el día que habíamos tenido ese encuentro con Jane, Demetri y Felix. No me la había vuelto a poner desde ese día, por eso esa pequeña caja seguía en el bolsillo. Me la había metido ahí cuando nos marchábamos del claro y luego ya no me había acordado más de ella. Ups. Saqué la cajita revestida de terciopelo azul marino y la observé. ―Es el regalo de Aro ―se percató mi madre, frunciendo el ceño con extrañeza porque siguiera en mi cazadora. Jake giró levemente la cabeza desde su posición, emitiendo un gañido que mostraba su desagrado. ―Sí ―suspiré―. Se me había olvidado por completo que lo tenía aquí. ―Déjame verlo ―me pidió, extendiendo su mano.

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Deposité la cajita en su palma y ella la llevó ante su vista. La abrió y sacó la pequeña esclava de oro para verla. ―Es bonita ―opinó, haciendo una mueca de aprobación, mientras la sostenía entre sus dedos. Jacob volvió a gruñir. ―Me da igual. No pienso ponerle eso a mi hijo ―afirmé, con absoluta convicción―. Por mí, puedes tirarla por ahí. ―Si la fundes, igual te da para un diente de oro ―bromeó, guardando la pulsera en la caja. ―Ja, ja ―articulé con ironía. Mamá se rió y me pasó la cajita, la cual volvió a terminar en el bolsillo de mi cazadora. ―Bueno, dime, ¿qué era eso de lo que querías hablar conmigo? ―encarriló ella. ―Ah, sí ―recordé, ya que con esto de la esclava me había desviado un poco del tema―. Verás, es que últimamente, con este asunto de mi embarazo, te veo un poco decaída. ―¿Qué dices? ―cuestionó, con una sonrisa, agarrándose a mi brazo―. Estoy muy feliz por vosotros. ―Sí, ya lo sé ―sonreí, acariciando su brazo―. Pero también sé que mi embarazo te está afectando. ―No me afecta ―fingió que se reía. Me paré en seco y le obligué a hacer lo mismo. Jake estaba atento, así que también se detuvo. ―No me mientas. Se te da fatal ―le dije, mirándola con algo de acusación. Mamá suspiró. ―Está bien ―asintió, un poco a regañadientes―. Lo cierto es que no lo estoy pasando muy bien últimamente ―reconoció, comenzando a caminar de nuevo―. Pero no quiero que pienses que es por tu embarazo, porque no es así. No te imaginas lo feliz que estoy por Jacob y por ti, quiero que te quede claro eso. ―Lo sé, mamá ―sonreí otra vez. ―Jamás pensé que me afectara algo así, porque nunca me había planteado el tener más hijos, ¿sabes? Pero ahora… ―se quedó mirando al infinito al tiempo que se mordía el labio―. Ahora, aunque soy inmensamente feliz y no cambiaría absolutamente nada de mi vida, una pequeña parte de mí se pregunta cómo sería si hubiera podido gozar de

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esa posibilidad de tener hijos. Pero no es por tu embarazo, en realidad, creo que me hubiera pasado con el embarazo de cualquier allegada a la que viera con asiduidad. Supongo que esto es una etapa más por la que tengo que pasar. ―Quiero que sepas que yo te ayudaré en todo lo que quieras ―declaré, frotando su brazo―. No quiero que estés decaída. ―Gracias, cielo, eso ya lo sé ―me sonrió―. Pero no estoy decaída, en serio ―aseguró, mirándome con sinceridad―. Sólo es algo con lo que me he topado y que tengo que asimilar, nada más. Tarde o temprano iba a tener que hacerlo. Además, ahora no he hecho como cuando me afectó aquella turbación. En aquella ocasión, no le conté nada a tu padre porque no quería preocuparle, y eso no hizo más que empeorar mi situación. Pero ahora es totalmente diferente. Me había prometido a mí misma no volver a ocultarle nada jamás, y así lo he hecho. Se lo he contado todo, y él me está ayudando mucho, me apoya, me escucha, me anima, ya sabes cómo es. Si te digo la verdad, ya le he dado muchas vueltas y he llegado a la conclusión de que es mucho mejor ser abuela. ―Pues claro ―coincidí, sonriente, arrimándome más a ella―. Ser abuela es mucho mejor. Podrás ver al niño cuando quieras, mimarlo y consentirlo. Eso sin mencionar que tendrás más nietos, no te creas que este va a ser el único, así que vas a hartarte de niños ―me reí. Cuando escuchó eso, Jacob giró su enorme cabeza y esbozó una sonrisa lobuna, sacando la lengua y jadeando. ―Sí, es verdad ―cayó mamá, soltando una risilla al ver la reacción de mi lobo rojizo―. Al fin y al cabo, Jacob es un semental, ¿no? ―y se rió entre dientes, pícara. Mis mejillas sufrieron un baño de sangre instantáneo, pero Jake soltó unos gañiditos y gemiditos a modo de risa lupina. ―Muy graciosa ―murmuré con retintín, separándome de ella para empujarla en broma. ―¿Acaso es mentira? ―siguió bromeando. ―Basta ―reí, roja como un tomate. Mi madre se rió y comenzamos un forcejeo, entre carcajadas. Jacob se acercó a nosotras y se unió a nuestra pelea, gañendo a modo de risa mientras nos mordisqueaba los brazos con delicadeza y corría a nuestro alrededor. Al final, tuvimos que dejar de pelearnos cuando mi lobo se dedicó a lamernos la cara a las dos, moviendo la cola.

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―¡Puaj, Jake! ―se quejó mamá, riéndose, al tiempo que se limpiaba la cara―. ¡Qué asco! ¡Me has babeado entera! Mi impresionante lobo rojizo profirió un aullido ahogado entre dientes para reírse, pero acto seguido se abalanzó hacia mí para seguir lamiéndome. Le abracé, rodeando su ancho cuello con mis brazos, y metí mi cara entre el pelo de su mejilla lobuna para darle un beso. Jacob restregó su cara con la mía a modo de carantoña, sin embargo, después pareció percatarse de algo y bajó su hocico para olisquear mi barriga con suma delicadeza, aunque con un gran interés. Gañía y emitía unos gemidos con entusiasmo y emoción mientras lo hacía, llamando mi atención. ―¿Qué pasa? ―sonreí, acariciándole la cabeza―. ¿Notas algo? Alzó mi camiseta con su hocico y se puso a darle lametones a mi barriga, continuando con esos gemiditos alegres y entusiastas. Su lengua me hacía cosquillas, así que no pude evitar reírme. Dejó mi vientre y levantó la cabeza para clavarme esos grandes ojos negros tan expresivos que ahora estaban algo humedecidos. ―Jake… ―susurré, sorprendida de verle tan emocionado, metiendo mis manos entre la pelambrera de su cabeza. Acercó su rostro lobuno y me dio una serie de tiernos y suaves lametones en la mejilla. ―Yo también te quiero ―le dije con un murmullo roto. Entonces, me di cuenta de la mirada de mi madre y giré el rostro hacia ella. La pillé mirándonos embobada, con una sonrisa bobalicona dibujada en su níveo rostro, aunque pronto disimuló, mirando hacia otro lado. Sí, mamá estaba muy contenta por nosotros. Jacob estaba juguetón, y se separó de mí para volver a corretear a nuestro alrededor. Sacaba la lengua y jadeaba con entusiasmo a la vez que nos miraba con provocación, dando círculos en torno nuestro. ―No, Jacob. No me vuelvas a lamer ―le advirtió mamá, riéndose, al tiempo que interponía sus manos, por si acaso. Me reí cuando mi lobo rojizo siguió correteando, llegando a la zona de nuestras espaldas. De pronto, mi pulsera vibró con ímpetu y me sobresalté, sin embargo, antes de que me diera tiempo a reaccionar, distinguí cinco zumbidos frente a mí que hicieron que mi cabeza se girara súbitamente hacia delante.

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De la nada, surgieron cinco vampiros, vestidos con unas extrañas túnicas de un horrible color granate, y, de un salto desde los árboles, cayeron justo delante de nosotras dos. Mamá y yo nos quedamos perplejas, atónitas. Los vampiros llevaban unas capuchas que podían haber ocultado sus rostros. Podían, porque, en realidad, carecían de semblante alguno. Bajo las capuchas solamente había negrura, un hueco negro y vacío, helado. Era realmente extraño y escalofriante. No eran túnicas vacías, porque no se veía la tela de la parte trasera de la capucha, sino que lo que se veía era esa espeluznante negrura gélida. Era como si lo que vistieran a esas casacas fueran fantasmas, unos fantasmas totalmente negros, sin rostro, y sus gargantas inexistentes sonaban como tal. Unos gruñidos y unos cantos de lamento fríos y estremecedores. Tampoco se les veía las manos, ya que las mangas eran muy largas, así como las casacas, que llegaban hasta el suelo. Sin embargo, su olor les delataba: eran vampiros. Ambas nos quedamos paralizadas, porque no teníamos ni idea de quiénes eran esos extraños individuos, jamás les habíamos visto. Pero mi pulsera no me engañaba, eran de los malos. Mis manos se fueron a mi vientre como acto reflejo al tiempo que mi respiración comenzaba a agitarse, nerviosa. Mi aro de cuero erigió su burbuja protectora a nuestro alrededor de inmediato, aunque mi impresionante lobo rojizo no tardó nada en reaccionar. Saltó de nuestras espaldas súbitamente para interponerse entre esos vampiros y nosotras, protegiéndonos. Se alzó, hinchó su fuerte pecho y después se agazapó, mostrando todo su poderío y supremacía al enseñar su letal dentadura mientras profería un potente rugido que hizo que se agitase el bosque entero. No podía verle el rostro, pero se podía sentir su extremada agresividad en el aire. Mamá por fin reaccionó. Tomó mi mano y, con una rapidez sorprendente, se colocó delante de mí. Me sentía fatal por no poder hacer nada. Era frustrante. No podía transformarme, lo sabía. No habíamos hablado de esto con Carlisle, pero no sé por qué yo sabía que no podía hacerlo. Tal vez lo sabía por mi pesadilla. Los cinco vampiros se agazaparon e intentaron rodearnos, pero les fue imposible. Ahora no podía ver los pensamientos de Jacob, no podía ver su círculo de luz brillante, ni sus elipses, ni nada. Sin embargo, sí que podía sentirlas, tal era nuestro vínculo.

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Sentí una energía tremenda en forma de círculo, más bien era una esfera. Ésta era ardiente y nacía de mi colosal lobo. Supe con total certeza de qué se trataba. Era su destructor círculo de fuego. Noté cómo se extendía de él a una velocidad realmente vertiginosa, igual que la honda expansiva de una bomba nuclear, y cómo llegaba a esos cinco vampiros, barriéndoles sin cuartel. Los vampiros fantasma se desintegraron al instante, gritando de dolor con unas voces espeluznantes, incluso sus túnicas granate se deshicieron en el aire como si fueran un simple polvillo que se lleva el viento. ―Muy bien, Jake ―alabó mamá, con una sonrisa, relajando su cuerpo. Jacob iba a relajarse también, pero no le dio tiempo. Para nuestro asombro, los cinco vampiros fantasma surgieron de la nada de nuevo y, como por arte de magia, aparecieron ya rodeándonos. Noté un zumbido a mis espaldas y me giré con precipitación. Uno de los vampiros se abalanzaba hacia mí, llevando sus brazos hacia delante para atraparme, al tiempo que gritaba con su voz de ultratumba. Mi corazón pegó un bote, pero a mi boca no le dio tiempo ni de chillar. Mi pulsera estaba a punto de actuar, aunque no tuvo que hacerlo. Con un movimiento frenético e inopinado, mi gigantesco lobo rojizo se volteó y saltó para interponerse mientras profería otro rugido estremecedor. Entonces, su círculo de fuego emanó de él con avidez y se extendió para aniquilar a los cinco vampiros, traspasándonos también a nosotras. Desde que Jake sabía que su poder espiritual era compatible con las almas buenas, podía usarlo con nosotras allí sin temores ni titubeos. Y así era. Lo único que sentimos fue una brisa caliente y prodigiosa que producía un placer enorme. No fue así para los vampiros fantasma. Éstos se desintegraron de nuevo, profiriendo otro coro quejumbroso que te ponía los pelos de punta. ―¿Quién eran esos? ―preguntó mamá, aún en estado de alerta. Jake gruñó para avisarnos y, de pronto, los vampiros aparecieron otra vez, formando un círculo a nuestro alrededor. ―¡¿Qué es esto?! ―exhalé, asustada. Mi lobo rugió de nuevo, furioso, mostrando su implacable dentadura. Repentinamente, un enorme borrón salió disparado de entre los árboles, abalanzándose hacia los vampiros fantasma, y a continuación más borrones le acompañaron.

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―¡Ya tenía ganas de una buena pelea! ―exclamó Emmett, cayéndose sobre uno de los vampiros. Los diferentes miembros de mi familia se unieron a él, pero a todos les pasó lo mismo. Las capas de los vampiros fantasma quedaron bajo sus pies, vacías. ―¡¿Qué es esto?! ―mi tío repitió la misma pregunta que yo, aunque él parecía más bien indignado. Las capas se arrastraron súbitamente para liberarse y Rosalie, Alice, Carlisle y mi padre, que eran los que estaban sobre ellas, se cayeron hacia atrás, del fuerte tirón. Gracias a Dios consiguieron guardar el equilibrio y con unos saltos acrobáticos quedaron en pie. Esas telas granate se hincharon otra vez ante nuestros atónitos ojos, que se abrieron como platos, y siguieron en esa formación circundante que nos rodeaba a todos. ―Yo tampoco puedo ver nada en sus mentes ―afirmó papá, respondiendo a algún tipo de pregunta o declaración de Jacob. Toda mi familia me envolvió para protegerme, quedándome yo en el centro, junto a Jacob, que no tenía pensado despegarse de mí ni un ápice. Aferré mi mano a su pelaje, porque así me sentía más segura. Los vampiros fantasma comenzaron a fintar a nuestro alrededor, y mi familia hizo lo propio, en estado de máxima alerta. ―¿Qué es lo que pasa? ―quise saber, nerviosa. ―Jacob no puede ver sus almas, al parecer, carecen de ellas ―me aclaró mi padre, sin dejar de vigilar a nuestros oponentes―. Y yo tampoco puedo verles la mente, es como si la tuviesen vacía. Como todo en ellos. Parecían seres vacíos, huecos. ―¡Cuidado! ―gritó Carmen, avisando a Alice. Mi tía giró sobre sí misma a la velocidad del rayo y le propinó una patada al vampiro que se arrojaba hacia ella. Su acción no llegó muy lejos. La tela se hundió como si no tuviese ningún habitante, deformándose hacia atrás en una ondulación que se asemejaba a la que la brisa producía en una cortina, y después volvió a hincharse para volver a su forma original. Aunque sí que sirvió para que el vampiro fantasma retrocediera. Todos nos encontrábamos desconcertados, porque parecía que no había forma de terminar con algo que no existía. Ni siquiera el poder de Jacob parecía surtir efecto. Sin embargo, luego ocurrió algo que nos dejó aún más perplejos.

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Un grupo de lobos comunes apareció en escena, saliendo de entre el follaje del bosque. Se acercaron lentamente, pero con una actitud extremadamente agresiva y amenazadora. Sus gruñidos eran incesantes, aunque sus orejas se agachaban hacia atrás y sus colas se guardaban hacia dentro, en señal de sumisión total al Gran Lobo. Llevaron sus patas hacia los vampiros fantasma y se plantaron delante de ellos, gruñéndoles con ansia y mostrándoles sus no menos afilados colmillos. Nuestros ojos se abrieron más cuando vimos que los vampiros dejaban sus poses inclinadas para dar un paso atrás. Nos quedamos boquiabiertos. Esos extraños vampiros parecían tenerles verdadero pavor a unos simples lobos comunes, y eso que se encontraban delante del Gran Lobo y ya habían probado de su poder. Los lobos no les dieron más cuartel. Antes de que los vampiros consiguieran dar otro paso hacia sus espaldas, los cánidos se arrojaron a ellos con una saña increíble. El bosque se llenó de un quejido consistente en fuertes gruñidos y ladridos, gritos de dolor fantasmales y chasquidos de mandíbulas. No podíamos creerlo. Los lobos rasgaban las túnicas con una facilidad pasmosa ante la total indefensión de los vampiros, que se habían caído al suelo y que no parecían poder defenderse. Pero ahí no terminó la cosa. De pronto, esos trozos de tela rota que caían al suelo se iluminaban en un destello fulgurante para desaparecer acto seguido. Brillaban con una luz cegadora y desaparecían. El ataque continuó por poco tiempo, hasta que ya no quedó ninguna señal de vampiros fantasma. Todos habían desaparecido. Y no regresaron. Sin saber cómo ni por qué, esos lobos corrientes nos habían salvado. Los cánidos se levantaron y se quedaron observando al Gran Lobo con sus señales de sumisión. Permanecían un poco agachados y con las orejas tumbadas, lamiéndose los hocicos. Jake salió de nuestro fortín particular y asintió para darles las gracias. No sé por qué me seguía sorprendiendo, pero esta relación que Jacob mantenía con los lobos comunes seguía pareciéndome mágica y continuaba sobrecogiéndome. En cuanto el Gran Lobo hizo eso, los lobos se dieron la vuelta y desaparecieron entre los árboles.

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MANIOBRA Jake entró en la casa muy exaltado. Estaba realmente enfadado y nervioso por lo que había pasado y, desde que había adoptado su forma humana, no había soltado mi mano ni una milésima de segundo. Nos acabábamos de despedir de los miembros de la manada, que se habían quedado por los alrededores para vigilar. Jacob había llamado a un grupo durante esa extraña pelea con los vampiros fantasma, pero habían llegado un poco tarde, puesto que habían tenido que venir desde La Push y no les había dado tiempo a hacerlo más deprisa. ―¡Malditos magos! ¡Han tenido que ser ellos, seguro! ―bramó mientras pasábamos al salón―. ¡Esto huele a magia negra por todas partes! De repente, sus pies se pararon en seco, haciendo que yo chocase contra su ancha y poderosa espalda, y toda mi familia se detuvo con él, observando la estancia con horror. Me puse junto a Jake, descolocada por la reacción de todos, y entonces vi el por qué. Jadeé con impresión y mi mandíbula se quedó colgando. Mi mano apretó a la de Jacob, que la correspondió, aportándome más seguridad. Todo el salón estaba patas arriba. El níveo sofá tenía el respaldo apoyado en el suelo y estaba unos metros desplazado de su sitio, señal de que alguien lo había empujado con brusquedad para tumbarlo. Los asientos y los cojines reposaban en la superficie del forjado, habían sido rasgados y vaciados de su espumillón, al igual que el bajo del sofá. Los sillones se encontraban en una situación similar, las mesitas también yacían en el suelo, así como las lámparas y los jarrones, víctimas de unos fuertes golpes que las habían roto, incluso la mesa de cristal estaba hecha añicos, los cuadros, tirados también sobre el piso, habían sido rasgados con algo afilado y la alfombra estaba completamente deshecha, reducida a unos simples jirones. La televisión, el aparato de DVD, la cadena de música…

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Todo, todo había sido arrasado. Pero lo que más me impactó fue ver el hermoso piano de cola blanco destrozado, ese en el que mi padre y yo habíamos tocado tantas canciones… ―¿Qué es… esto? ―musitó mamá, espantada. Mi padre le pasó el brazo por la cintura para calmarla. ―Mierda, alguien ha desvalijado el salón mientras estábamos en el bosque ―farfulló Jake, aún sorprendido. ―Esto tiene mala pinta ―secundó Emmett, que miraba la escena más que serio. ―Dios mío… ―murmuró Esme, llevándose la mano a la boca. ―Edward, tu piano ―lamentó Alice cuando lo vio. ―El piano es lo de menos ―afirmó él, con voz grave. ―Me temo que todo lo que ha ocurrido en el bosque se ha tratado de una maniobra de distracción ―afirmó Carlisle, hablando con una sobriedad resignada. ―¿Una maniobra de distracción? ¿Te refieres a que todo ha sido una trampa para que tuvieran vía libre aquí? ―preguntó Jacob, frunciendo el ceño, enfadado. ―Eso me temo, Jacob. ―Sabían que iríamos todos a ayudaros ―gruñó mi padre. Mi chico miró hacia otro lado al tiempo que llevaba su mano suelta a su pelo con nerviosismo y exasperación. ―¿Quién habrá hecho esto? ―interrogó Carmen, espantada. ―¿No está claro? Esto es obra de esos asquerosos magos ―Jake no pudo evitar terminar la frase con un rechinamiento de dientes. Su cuerpo tembló ligeramente, de la rabia, así que acaricié su brazo para calmarle un poco. ―¿Pero qué han venido a buscar? ―inquirió mi madre, observando a su alrededor―. Aquí no hay nada que sea de su interés. ―Pues algo lo tiene, por lo visto ―resopló Jacob. ―Tendremos que averiguarlo ―declaró Carlisle. ―¿Y si siguen aquí? ―se me ocurrió de pronto, apretando la mano de Jacob de nuevo, con miedo. ―Iré a revisar la casa ―se ofreció Emmett, ya corriendo hacia las escaleras. ―Te acompaño ―le siguió Rose. Los dos se perdieron al subir como relámpagos.

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―No sé si os habéis dado cuenta, pero no se detecta ningún efluvio diferente al nuestro en el salón ―manifestó Alice―. Y tampoco escuchamos ningún ruido desde el bosque. ―Porque han usado alguno de sus truquitos para ocultar su olor, está claro, y puede que también hicieran otro para ocultar los ruidos ―opinó mi chico, resoplando otra vez. ―Y otro para los pensamientos ―añadió mi padre―. Yo no oí ninguna mente, aparte de las nuestras. ―Seguramente han utilizado una de esas barreras transparentes, como la que utilizaron cuando nos secuestraron a Helen y a mí en el bosque que hay junto a su casa ―declaré, y me dio un escalofrío al acordarme de aquello. Jacob se pegó a mí y me besó en la sien. ―Sí, tiene toda la pinta ―coincidió él. ―También han estado por el resto de la casa ―nos reveló papá, que debía de haberlo visto en la mente de mis tíos. ―Qué horror… ―musitó Esme, llena de preocupación. Carlisle la alentó con otro beso en la cabeza. ―Deberíamos llamar a Ezequiel ―sugirió mi progenitor―. Él es quien mejor conoce a Razvan, Nikoláy y Ruslán, tal vez nos pueda ayudar en esto. ―Buena idea. Lo llamaré ahora mismo ―dijo mi abuelo, sacándose el móvil de su pantalón. Se apartó a un lado y comenzó a llamarle. En ese momento, Emmett y Rosalie bajaron las escaleras y llegaron al destartalado salón. ―No hay nadie, pero toda la casa ha sido desvalijada ―nos comunicó Em, con nerviosismo. Lo estaba tanto, que no se había dado cuenta de que mi padre ya nos lo había dicho. Papá rechinó los dientes, esta vez, en total sincronización con Jacob. ―Tendremos que repasar todas nuestras pertenencias, para comprobar qué es lo que falta ―dijo papá, intentando mantener su típica compostura tranquila. ―Pues, venga, vamos ―azuzó Jake, ansioso, tirando de mí para dirigirse a las escaleras. Al mismo tiempo, Carlisle se acercó al grupo.

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―Ya he llamado a Ezequiel. Se ha puesto en camino y no tardará en llegar. ―Bien ―aprobó mi padre, haciendo un ligero asentimiento de cabeza―. Mientras él llega, será mejor que comprobemos nuestras pertenencias. Todos asintieron y, mientras que Jake y yo ya estábamos subiendo los peldaños, ellos empezaron a ponerse manos a la obra. Como había dicho Carlisle, Ezequiel no tardó en venir, pero no llegó solo a casa. Aparte de Teresa, Jasper también apareció por allí, avisado, al parecer, por la manada de Jacob. Eleazar, Garrett, Kate y Tanya habían preferido quedarse por los bosques de La Push con el resto de los lobos, por si acaso. Me encontraba sentada cuando atravesaron el umbral de la puerta, ya que Jacob había levantado y acomodado uno de los sillones para mí como pudo, reuniendo todo el espumillón desperdigado para formar un asiento mullido. Él se sentó en uno de los brazos del mismo, sin soltar mi mano. Jasper no pudo evitar machacar las muelas cuando vio cómo estaba todo, aunque su vista enseguida buscó a Alice. Ella corrió hacia él y se abrazaron. ―¿Estás bien? ―quiso saber, llevando su mano a la mejilla de mi tía. ―Ajá. Estamos todos bien ―asintió ella, usando un tono despreocupado para ayudar a que él se calmase. ―Esto es obra de Nikoláy, Ruslán y Razvan, sin duda ―afirmó Ezequiel, dejando atrás a la pareja, que ya se estaban dando un discreto beso. ―Por eso te hemos llamado ―declaró Carlisle―. Gracias por venir, Ezequiel. ―No me lo agradezcas, Carlisle. Ya sabes que siempre me tendréis para lo que necesitéis. ―Aún así, gracias ―insistió mi abuelo. Ezequiel asintió. Mientras tanto, Teresa se acercó a mí, sonriéndome con esa sonrisa tierna y dulce de siempre que me fue imposible no corresponder. ―¿Cómo te encuentras? ―me preguntó. ―Bien, muy bien ―le sonreí. ―Todo va viento en popa ―se sumó Jacob. ―Me alegro mucho ―sonrió Teresa.

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―Bueno, ¿qué es lo que ha pasado exactamente? ―quiso saber Ezequiel, colocándose en el centro del salón a la vez que lo observaba todo. ―Nessie, Jacob y Bella estaban paseando por el bosque, charlando, cuando escuchamos el rugido de Jacob ―explicó Alice, que ahora estaba al lado de Jasper―. Eso nos sobresaltó y salimos de la casa para ayudarles. ―Estábamos por el bosque, tan tranquilos, y de repente, ¡zas!, salieron unos espectros rarísimos de los árboles ―siguió Jake, gesticulando con las manos. ―¿Unos espectros, dices? ―interrogó Ezequiel, mirándole con sumo interés. Parecía hacerse una idea de qué se trataba. ―Sí, eran unos vampiros muy raros que llevaban unas túnicas de color granate ―continué aclarando yo―. Creo que eran vampiros, porque olían así, aunque no tenían rostro. Lo único que se veía debajo de sus capuchas era una negrura espeluznante. ―Comprendo ―asintió nuestro amigo mago. ―¿Sabes quiénes son? ―inquirió Carlisle. ―Tendrías que decir qué son ―matizó Ezequiel. ―¿Cómo? ―parpadeó mi abuelo, sin comprender. ―Son unas de las marionetas de Ruslán ―desveló el primero. ―¿Marionetas? ―repitió Jake, sorprendido―. ¿Quieres decir que son clones? ―No. Estas marionetas no son clones. ―No entiendo nada ―bufó mi chico, cruzándose de brazos, y al hacerlo, mi mano quedó encerrada en su cálido pecho. ―Ya os expliqué una vez que Razvan es capaz de hacer hechizos encadenados. Pues bien, Nikoláy y Ruslán son especialistas en crear marionetas ―empezó a aclarar Ezequiel―. Son técnicas sustraídas del budú y otras magias tradicionales muy antiguas. Pero hay diferentes tipos de marionetas. Nikoláy es experto en hacer marionetas clones, mientras que Ruslán lo es en hacer marionetas fantasma. Las marionetas clones ya las conocéis, Nikoláy las utilizó en esa boda que tenían preparada para invertir la profecía, y hoy habéis visto las marionetas fantasma de Ruslán. ―Qué bien, más marionetas… ―resopló Jacob. ―Las marionetas fantasma son relativamente inofensivas ―siguió explicando Ezequiel―. Relativamente, porque están en contacto continuo con Ruslán y pueden transmitir su magia, aunque sólo lo pueden usar en

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ciertas ocasiones especiales. Creo que en esta ocasión, su misión sólo consistía en distraer. ―Eso es lo que pensamos nosotros ―manifestó Carlisle. ―Si esas marionetas fantasma son inofensivas, ¿por qué Jacob no pudo hacer nada contra ellas? ―preguntó mamá. ―Porque son etéreas, no son reales. No tienen alma, están vacías, en realidad, sólo son túnicas rellenas de magia negra. ―¿Y esa magia negra no es suficiente para que Jacob pueda actuar? ―cuestionó Rose. ―En este caso, la magia negra que rellena las túnicas solamente está siendo utilizada para mover las marionetas y hacerlas aparecer, no está siendo usada para nada más, es por eso que el poder espiritual del Gran Lobo lo único que ha conseguido es hacer que desaparecieran, aunque por un breve instante, ya que Ruslán puede hacer que resurjan de nuevo cuando quiera. El poder espiritual de Jacob hubiera destruido las marionetas si esa magia negra le atacara a él o a alguno de vosotros, pero, obviamente, eso no le interesaba a Ruslán, así que no hizo uso de ella para tal fin ―explicó Ezequiel. ―Nikoláy, Ruslán y Razvan son muy listos ―reprobó papá, rechinando los dientes. No fue el único. Escuché claramente cómo las muelas de mi chico se friccionaban las unas con las otras, con rabia. ―Mientras las marionetas no usen la magia de Ruslán, el poder espiritual de Jacob no sirve de nada. Sería como si él atacase a esas cortinas de ahí ―y Ezequiel señaló las que aún colgaban de la ventana―. Aunque ya digo que solamente pueden usar esa magia en ocasiones determinadas. Ahora entendía más cosas, como, por ejemplo, por qué la patada de Alice tampoco había surtido efecto en aquel vampiro fantasma. ―¿Y esos lobos normales? ¿Por qué ellos sí que pudieron destruir esas marionetas? ―pregunté, todavía sobrecogida al recordarlo―. Sólo son lobos corrientes. ―¿Lobos normales? ―Ezequiel bajó las cejas con extrañeza. ―Sí, estábamos en aprietos, y, sin saber por qué ni de dónde salieron, llegaron un grupo de lobos comunes ―declaró Emmett, sonriendo―. Las marionetas los vieron y se asustaron, pero esos lobos no les dieron cuartel. Se arrojaron hacia ellas y, asombrosamente, las destruyeron.

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―Los lobos vinieron a ayudarme. Yo les llamé ―afirmó Jake, como si tal cosa. ―¿Tú les llamaste? ―inquirí, mirándole con grata sorpresa. Jake bajó el rostro y lo ladeó para dirigirse a mí. ―Sí. Bueno, no con telepatía, claro, sino que fue mi poder espiritual. Verás ―se acomodó en el brazo del sofá para observarme mejor y siguió hablando. Rose ya estaba poniendo los ojos en blanco, preparándose para una larga explicación―, estábamos rodeados por esos espectros raros, ¿no? Pues no sé por qué sentí que tenía que llamar a esos lobos, ¿sabes? Se me ocurrió así, de repente, ni siquiera sabía si estaban cerca o no, solamente había detectado sus efluvios mientras tu madre y tú hablabais, pero podían haber estado por allí hacía un buen rato y haberse largado. Pero ahí estaba yo, sintiendo que tenía que llamarles, la imagen de esos lobos no hacía más que aparecer en mi sesera. Creo que fue mi poder espiritual el que me lo dijo ―hizo una mueca―. En fin. Entonces, supe lo que tenía que hacer. Erigí mi círculo de luz brillante y lo bombeé ―su mano suelta imitó un bombeo―. No te imaginas lo que pasó después ―se quedó mirándome, con una enorme sonrisa en la cara, esperando mi respuesta. Rose suspiró. ―No, ¿qué pasó? ―reí. ―Vas a alucinar. Mi círculo de luz emitió unas ondas, ¿puedes creerlo? ―se rió, como si todavía no terminara de creérselo―. Las ondas se extendieron por todo el bosque y los lobos, donde quiera que estuvieran, las detectaron. No debían de andar muy lejos, porque llegaron enseguida. ―Qué guay ―reí otra vez, mirándole con una admiración que no podía ocultar. Sentí unas ganas enormes de darle un buen beso. Estaba tan orgullosa de él. Emmett le sonrió y le dio una palmada en la espalda a modo de reconocimiento. ―Asombroso ―alabó mi padre. ―Ciertamente ―coincidió Ezequiel, haciendo un ligero asentimiento de cabeza mientras observaba a Jake con mucha atención―. Ya te lo dije, Jacob. Irás descubriendo más cosas de tu enorme poder espiritual poco a poco. ―Ya veo, ya ―sonrió él. ―¿Qué opinas? ―le preguntó Carlisle.

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Ezequiel se llevó la mano a la barbilla y se quedó pensativo durante un rato. ―No estoy seguro ―habló finalmente―. Creo que la clave para destruir a las marionetas estaba en esos lobos y que el espíritu de Gran Lobo lo sabía, por eso Jacob sintió que tenía que llamarles. Lo que no sé es por qué esos lobos lograron terminar con las marionetas fantasma. Tendría que investigarlo y consultarlo en mis libros. ―Al menos, lo que está claro es que todo fue una maniobra de distracción para acceder a nuestro hogar sin problemas ―dijo papá. ―En efecto ―secundó Ezequiel―. Algunos miembros de la guardia de Nikoláy, Ruslán y Razvan han estado por aquí, no hay duda. ―¿La guardia? Creía que habíamos terminado con ellos en aquella iglesia de Bulgaria y que los que se habían quedado en el castillo habían huido lejos ―manifestó Jake, extrañado. ―Tal vez no sean los mismos que entonces, pero está claro que siguen teniendo súbditos que les sirven ―declaró el mago―. No sólo Vladimir y Stefan se han rearmado, Nikoláy, Ruslán y Razvan también lo han hecho, estoy completamente seguro. ―Claro, es lógico ―opinó Jasper. ―Habrán puesto una barrera alrededor de la casa para que no pudieseis escuchar nada ―siguió Ezequiel, mirando los destrozos de su alrededor―. Y un hechizo basta para ocultar su olor, como recordaréis. ―Sí, me acuerdo. Son esos envoltorios de color gris ―recordó Jacob, usando cierto retintín. ―¿Qué vendrían a buscar? ―inquirió mi madre, mordiéndose la uña de su dedo pulgar al tiempo que pensaba. ―¿Habéis notado la ausencia de alguna de vuestras pertenencias? ―quiso saber Ezequiel. ―No, que sepamos ―le contestó mi padre―. Hemos registrado la casa palmo a palmo, pero todo lo que teníamos sigue aquí. Nuestro amigo mago se quedó reflexionando otro momento. ―Mejor empecemos por el principio ―propuso cuando terminó de pensar―. Decidme, ¿por qué habéis venido aquí? ―Para hacer la primera ecografía del bebé ―respondió Alice, dando un saltito alegre. Ezequiel se quedó pensativo de nuevo. ―¿Te han hecho una ecografía? ―me preguntó Teresa, contenta. ―Sí, ¿quieres verla? ―le ratifiqué, sonriendo con ilusión.

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De paso, así aprovechaba para darle otro vistazo. ―Sí, por favor ―sonrió. ―Yo te la paso ―se ofreció Alice, que ya se había dirigido hacia mi cazadora. ―¿Cómo sabes que la tengo ahí? ―quise saber. ―¿Crees que no sé que Jacob la cogió y se la llevó con vosotros para que no me la quedase? ―adivinó, sacando la ecografía del bolsillo. ―Ya veo que no se te escapa nada ―reí. ―No me la voy a quedar ―aseguró, aprovechando para mirarla―. Sólo quería ver al bebé un poco más, eso es todo ―se defendió, y luego se acercó a nosotros para darle la ecografía a Teresa. ―Ya, pero para ti ver la ecografía un poco más significa que no la vas a soltar hasta que el bebé nazca ―afirmó Jake. Los demás nos reímos, pero Alice le dedicó un mohín. ―Es precioso ―murmuró Teresa al ver la ecografía―. Me recuerda a la que me hicieron a mí cuando estaba embarazada de Mercedes, aunque la tecnología de entonces era un poco peor que la de ahora y no salía tan nítida. Teresa me sonrió y me pasó la ecografía. Jacob y yo la observamos y después nos miramos, sonrientes. ―Es la ecografía ―exhaló Ezequiel de pronto, abriendo los ojos como platos cuando por fin cayó en ello. Mi mano apretó la de Jacob. ―¿Qué? ―musité, perpleja. ―No sé cómo se han enterado, puede que hubieran estado esperando esto desde hace tiempo y os siguieran hasta aquí, o quizá ya se encontraban por estas tierras que no estaban siendo tan vigiladas, pero es evidente que lo que estaban buscando era esa ecografía ―afirmó, con un tono más serio de lo que a mí me hubiese gustado. ―¿Pero para qué la quieren? ―consiguió preguntar mamá, ya que Jake y yo todavía estábamos demasiado perplejos. Entonces, Ezequiel nos miró con una precaución que ya me asustó. ―Necesitan una imagen del bebé para hacer magia negra ―reveló, con voz grave. Me quedé sin respiración por un instante y la mano de Jake se agarrotó―. Saben que tú vas a estar extremadamente protegida, por eso quieren… atacar al bebé con algún tipo de hechizo oscuro. ―Dios mío… ―musitó Esme, llevándose la mano al corazón, horrorizada.

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Ezequiel había intentado suavizarlo, pero sus graves palabras estuvieron rebotando en mi cerebro durante un rato. Ese eco frío y helado traía visos de mi horrible pesadilla. Si cerraba los ojos, podía ver mi vientre ensangrentado… Casi se me cae la ecografía de la mano. ―Tranquila, preciosa ―intentó calmarme Jacob, acariciando mi rostro―. Eso no va a ocurrir, ¿me oyes? Yo os protegeré. ―Tendremos que tener cuidado con las pertenencias del bebé, entonces ―dijo Jasper. ―No es necesario ―contestó Ezequiel, hablando con más relajación para transmitirla a todos―. Esas cosas todavía no han sido usadas por el niño, son impersonales, por decirlo de alguna manera, así que no les sirven. En cambio, una fotografía es lo bastante personal como para que puedan hacer un hechizo. ―¿Y qué hacemos? ―mi respiración se iba agitando por momentos. ―Tranquila, pequeña ―me calmó Jake de nuevo, dándome un suave beso en la cabeza. ―En mi opinión, y siento tener que decirlo, deberíais deshaceros de esa ecografía ―aconsejó Ezequiel, mirándonos algo apenado, aunque con convicción―. Lo mejor sería quemarla. ―Más vale prevenir ―asintió mi padre. Mi corazón se volvió a helar, pero tenía razón. Me daba una pena horrible, sin embargo, no iba a poner la vida de mi bebé en peligro por una fotografía. Además, cuando quisiera ver al bebé solamente tenía que pedírselo a Carlisle y él me haría otra ecografía, aunque no me la imprimiera. Jacob y yo nos miramos y supe que él estaba pensando exactamente lo mismo que yo. Ambos asentimos a la vez mientras suspirábamos resignados. Alcé la foto de nuestro bebé y los dos la miramos por última vez. ―Te volveremos a ver, peque ―afirmó Jake, hablando con la ecografía. Acaricié la imagen con mi dedo pulgar y le di un beso. Después, se la pasé a Ezequiel. ―La quemaré en la cocina ―dijo el mago, dirigiéndose hacia allí. ―Gracias ―le agradecí, por tomarse las molestias de ser delicado y no hacerlo delante de nosotros. Ezequiel asintió, con una media sonrisa, y siguió su marcha.

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―Te ayudaré ―le acompañó Carlisle. ―A partir de ahora, nada de imprimir las ecografías ―declaró Emmett. Me quedé observando cómo el mago y mi abuelo entraban en la cocina, con una sensación de desazón enorme, porque ahora ya no iba a tener ese recuerdo de nuestro bebé. Su primera fotografía. Jacob me arrimó a su costado, pasando su brazo por mis hombros, y me dio otro beso en la cabeza, mirando lo mismo que yo. Al rato, un olor a papel quemado invadió la estancia.

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“NO PUEDO” Carlisle nos había hecho el magnífico regalo de volver a hacerme otra ecografía para que nos animásemos. Y sirvió. El despacho de mi abuelo también había sido desvalijado, pero el aparato de ecografías se pudo arreglar sin más problemas, gracias a Dios. Volvimos a ver a nuestro pequeño bebé respirando y moviéndose, esta vez en privado, y eso fue todo un balsámico para nosotros. Cuando llegamos a nuestra preciosa casita roja, Jacob y yo estábamos mucho más tranquilos y calmados. Se había hecho de noche con demasiada prontitud, o eso me pareció a mí. Cenamos esos filetes tan ricos con guarnición que Esme nos había preparado y nos sentamos un rato en el sofá junto con el resto de mi familia, para hacer un poco la digestión antes de irnos a dormir. Ahora que había pasado la etapa de las náuseas y los vómitos, comer era toda una gozada. Últimamente siempre tenía bastante sueño, dormía como un lirón, y hacía numerosas siestas a lo largo del día en las que siempre me quedaba dormida en el sofá, acurrucada en el costado de Jake, entre sus brazos. Él aguantaba estoicamente a mi lado hasta que me despertaba, lo cual podían ser una o dos horas. En cuanto abría los ojos, lo primero que veía era su hermoso rostro sonriéndome y observándome engatusado, cosa que me encantaba. En estos momentos, en los que estábamos viendo la televisión con mi familia, también estaba acomodada a su lado, con su protector y acogedor brazo rodeando mis hombros y sus prodigiosos dedos pasando por mi cabello, y estaba tan a gusto, que no faltaba mucho para que mis párpados se cayeran del todo y no volvieran a abrirse hasta el día siguiente. ―¿Quieres ir a la cama? ―me preguntó Jake, con un murmullo, ya que se había percatado de mi somnolencia. Alcé el rostro para mirarle.

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―Sí ―ronroneé, sonriéndole―. Pero tú puedes quedarte, si quieres. ―Ni hablar, yo me voy contigo ―me sonrió él también, dándome un toque en la punta de la nariz con su dedo. ―Vale ―mi sonrisa se amplió. Retiró su cálido brazo de mis hombros, dejándome libre, y nos levantamos del sofá. ―Hasta mañana ―me despedí de mi madre, Rosalie, Emmett y Esme, que eran los que se habían quedado en casa, puesto que el resto de mi familia estaba en el bosque, junto a los lobos y el aquelarre de Denali. ―Hasta mañana ―contestó mamá, hablando por todos―. Que descanséis. El resto sonrió como despedida. Tomé a Jacob de la mano y dejamos el salón para dirigirnos al vestíbulo. Subimos las escaleras, atravesamos el pasillo y entramos en el dormitorio. Una vez allí, encendimos la lamparita de mi mesilla, Jake cerró la puerta y le solté para acercarme al armario. Lo abrí, saqué del cajón sus pantalones de pijama largos y su camiseta interior de tirantes blanca y se lo pasé. ―Gracias ―me sonrió, dándome un beso corto. ―De nada. Para mí saqué mi camisón de tirantes hecho de algodón, en color azul claro. Nos aproximamos a la cama, dejándolo encima de la misma, y comenzamos a cambiarnos. Entonces, mis ojos actuaron por cuenta propia cuando Jacob se quitó la camiseta, y ya no se pudieron despegar de él. Mientras yo misma también me desvestía, mis pupilas repasaban su portentosa espalda, los impresionantes músculos de su torso, sus fuertes brazos, sus robustas piernas y todo lo que iba quedando al descubierto de su poderoso cuerpo… Irremediablemente, el sueño que tenía antes se esfumó con rapidez y fue sustituido por otro tipo de sensaciones, unas de naturaleza muy distinta. Estaba demasiado distraída y concentrada mirándole, pero me percaté de que mis ojos no fueron los únicos que aprovecharon para mirar. Jacob también parecía observarme a la vez que se iba cambiando, repasando todo mi cuerpo con esa mirada tan penetrante y esa media sonrisa que me volvía loca. Ambos nos descubrimos observándonos y nos sonreímos.

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En cuanto terminó de ponerse el pijama y yo lo hice con mi camisón, se acercó a mí. Se colocó detrás y rodeó mi vientre con sus manos al tiempo que arrimaba su rostro a mi sien y me daba un beso tierno y dulce. Todo el vello se me puso de punta, por supuesto, y mis mariposas ya saltaron en mi estómago. Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos, haciendo que sus manos pasaran a mi cintura. Nuestras miradas se engancharon, hipnotizándonos el uno al otro, y la energía comenzó a danzar a nuestro alrededor. Mi pulso ya se había acelerado sólo con perderme en sus penetrantes e intensos ojos negros, pero cuando comenzó a acercar su rostro lentamente sin despegar esas profundas pupilas de las mías, mi corazón se desbocó por completo. Sí, mi corazón era un caballo salvaje que galopaba hacia él, corría frenéticamente para alcanzarle, aunque también noté cómo el suyo latía a mil por hora. Su frente rozó la mía y nuestros párpados se cayeron, rindiéndose, entregándose, y yo me moría por notar sus ardientes labios. Mi boca ya suspiraba sin cesar, como la suya, era inevitable, inevitable. Jacob era mi droga, mi dulce droga, siempre lo había sido y siempre lo sería, para siempre, eternamente. Por fin, sentí el roce de sus labios en los míos y su aliento los acarició como un frágil y abrasador susurro. Mis mariposas explotaron, multiplicándose por mil; consiguieron salir de mi estómago y se repartieron por todo mi organismo, encendiéndolo como una mecha. Los dos palpitamos y nuestra respiración se agitó un poco más. Su boca comenzó a moverse con la mía con suavidad, dándome una serie de besos cortos y lentos que me estremecían de punta a punta, mientras una de sus manos pasaba a recorrer mi espalda despacio, aunque podía sentir esa avidez retenida con que lo hacía. Jadeé con más intensidad y me pegué a él con vehemencia. Entonces, obtuve lo que quería. Poco a poco, sus labios pasaron a moverse con más efusividad, dándome besos más largos y apasionados, a la vez que nuestros alientos se mezclaban con agitación y la energía empezaba a girar ansiosamente. Llevé mi mano a su pelo para que no quedase ni un milímetro entre nosotros y lo aferré con mis dedos. Sin embargo, de repente, Jacob soltó mi boca con prisas. ―Lo siento ―susurró, apoyando su frente en la mía mientras respiraba aceleradamente. ―¿Qué? ―pregunté, perpleja ante su extraña reacción, si bien mis bronquios tampoco dejaban de trabajar.

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Aunque el motivo de mi respiración empezaba a ser otro muy diferente al de antes. Ahora mi boca exhalaba con rapidez, de la ansiedad que su reacción me provocaba. ―Lo siento. No… no puedo ―volvió a murmurar, despegándose de mí, algo agobiado. Me quedé mirando, atónita, compungida y desesperada, cómo Jacob me daba la espalda y llevaba la mano al corto pelo azabache que nacía de su frente. Después, la bajó para restregar su cara al tiempo que parecía coger aire. Esta era la primera vez en los seis años que llevábamos juntos como pareja que recibía una negativa por parte de Jacob. Me descolocó por completo. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué decía que no podía? ¿Era por mí? ¿Es que… es que ya no le gustaba? ¿Mi cuerpo le parecía desagradable? ¿Ya no le atraía? Me embargó una desazón enorme que me abrumó por completo, tanto, que un fuerte nudo se aferró a mi garganta, estrangulándola con fuerza. Empecé a sentirme aturdida, confusa… Mis ojos no hacían más que buscar respuestas en su espalda, en el suelo, me hacía mil preguntas y ninguna obtenía contestación, al menos, no la que a mí me gustaba. No quería llorar, y menos delante de él, pero esta estúpida sensiblería que se había multiplicado por tres en los últimos meses me dominaba y las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas sin descanso. Metí la mano en el pelo de mi frente, todavía desesperada, y me di la vuelta para que no me viera. No obstante, Jacob pareció darse cuenta de mis tontos sollozos, porque se dio la vuelta hacia mí con rapidez. ―¿Estás llorando? ―me preguntó, poniendo sus cálidas manos sobre mis hombros para darme la vuelta con delicadeza. Observé su rostro, que ahora estaba preocupado. ―No ―mentí, con una voz ñoña y tonta que no sé de dónde salió y que encima no engañaba a nadie. Genial. Era patética. Estúpida sensiblería… ―Mierda, no tenía que haber dejado que pasara esto ―lamentó, secándome esas incesantes lágrimas de mis mejillas con sus dedos. Sabía que ahora iba a ser incapaz de articular dos palabras seguidas sin ese sollozo bobalicón incordiándome a cada momento, y encima no quería que mi voz volviera a sonar ñoña y tonta, así que coloqué mi mano en su mejilla y dejé que mi don se expresase por mi garganta. Me concentré para hablar pensando las palabras, porque si dejaba que mi

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mente fluyera sola, seguramente saldría un torbellino de sentimientos entremezclados con miles de preguntas que ni siquiera él iba a ser capaz de comprender. ¿Es por mí?, quise saber, clavando mis taciturnos ojos en los suyos para ver cómo reaccionaban. ¿Ya no te gusta mi cuerpo? ―¿Qué? ―inquirió, extrañado. Tomé aire, intentando que mis lágrimas no siguieran brotando. No quería que influyeran en su respuesta. ¿Ya no te atraigo? ―¿Qué dices? Claro que me atraes ―afirmó, sincero, siguiendo con esa mirada desconcertada. Entonces, su rostro se relajó y sus manos se engancharon a mi cintura―. Estás… estás preciosa ―aseguró, con un susurro, repasándome entera, maravillado―. No te imaginas cuánto me gustas. Escuchar esas palabras hizo que mi corazón se agitase de nuevo y mis mariposas se pusieran a volar como locas otra vez. Creo que fueron ellas las que hicieron que mis brazos rodeasen su cuello y pegase mi frente a la suya con avidez, bajando mis párpados. ―Entonces, bésame ―le pedí, con ansia, casi con exigencia. Llevé mis labios a los suyos y empecé a besarle con ganas, dejando escapar unos estimulados suspiros. Jacob correspondió a mi boca y a mis jadeos, moviendo la suya al mismo compás, aunque sus manos se aferraron a mis caderas, interponiendo una especie de barrera invisible entre nosotros. Eso me desesperó y moví mis labios más deprisa. ―Sabes que si empiezo, ya no podré parar… ―jadeó, entre beso y beso. ―Y tú sabes que no quiero que pares… ―susurré, con deseo, metiendo mis dedos entre el corto pelo de su nuca. De pronto, Jacob despegó nuestros labios y separó un poco su rostro para mirarme. ―¿Cómo? ―bajó las cejas con extrañeza, aunque parecía más bien sorprendido. ―¿Qué te pasa? ―quise saber, bajándolas yo también―. No… no te entiendo. ―¿No quieres que pare? ―preguntó, con una media sonrisa, mirándome a los ojos para cerciorarse, como si no se creyese lo que acababa de oír.

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Ese entusiasmo de ahora me descolocó un poco. Volví a poner mi mano en su mejilla, observándole algo desconcertada, y empecé a mostrarle lo mucho que le deseaba, lo mucho que ansiaba que me besase, que me acariciase con sus ardientes manos, estar entre sus brazos, que me hiciera el amor… En ese momento, fue Jake el que cerró los ojos y el que pegó su frente a la mía con vehemencia a la vez que sus manos pasaban a mi cintura y me arrimaban más a él. Los coloridos insectos que colonizaban mi estómago batieron sus alas una vez más. ―Dios, Nessie, yo también me muero por hacerte el amor ―susurró en mi boca, con furor, haciendo que me estremeciera con intensidad―. No te imaginas lo mucho que te deseo. Toda mi alma se iluminó cuando escuché esos fogosos vocablos. Pero separé mi cara para mirarle, todavía un poco confusa. ―Entonces, ¿por qué me has dicho antes que no puedes? ―quise saber, llevando mi mano a su cuello de nuevo, para que se uniera a la otra―. ¿Por qué no querías besarme? ―Pues por eso mismo ―respondió, con otro murmullo que salía de su maravillosa sonrisa torcida, arrimando su frente otra vez―. Te deseo con toda mi alma, nena, no te imaginas lo mucho que me cuesta controlarme. ―¿Controlarte? ―susurré, pues ya me derretía y era lo único que mi garganta conseguía emitir, aparte de mis hiperventilaciones. ―Creía que tú no querías ―me aclaró, hablándome entre suaves murmullos que rozaban mi boca continuamente, poniéndome todo el vello de punta―. Bueno, es decir, estos meses apenas querías hacer nada; aunque nunca me lo dijiste, yo lo sé ―empecé a sentirme culpable. Le había echado toda la tierra a él sin darme cuenta de que, en realidad, esto lo había provocado yo misma. Ahora recordaba las veces que él se acercaba a mí por la noche y me besaba o me hacía una intencionada caricia y yo, inconscientemente, me acurrucaba a su lado e ignoraba esas señales al interpretarlas como un gesto de cariño, consecuencia de mi escasa libido. Lo había hecho sin darme cuenta, por supuesto, jamás le rechazaría, jamás, porque siempre le había deseado, pero, sin querer, lo había hecho. Mi pobrecito Jacob. Cuántas veces se habría quedado con las ganas mientras yo no me daba ni cuenta, y ahora, egoísta de mí, me desquiciaba porque él no me había besado con el ímpetu que yo quería―.

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Por eso nunca insistí ―siguió él―, no quería presionarte ni agobiarte, no quería que te vieras obligada a hacer nada conmigo. ―Yo jamás me vería obligada ―rebatí, hablando con susurros―. Sabes que siempre te deseo. ―Sí, eso ya lo sé, pero escucha ―asintió, rozando mi frente con la suya―. Si antes te dije “no puedo”, es porque si los besos se alargan demasiado y pasan a ese nivel que tú y yo sabemos, entonces sí que me es imposible parar, ¿entiendes? No podía seguir besándote, tenía que dejarlo antes de que pasara esa línea, porque creía que todavía seguías en esa primera etapa de inapetencia sexual. ―¿Primera etapa de inapetencia sexual? ―me reí, al escuchar esas palabras tan técnicas de su boca. Jacob sonrió. ―Sí, vale, lo leí en una de esas revistas de embarazadas que tienes por casa ―admitió―. Pero ahí es donde pone que en los primeros meses del embarazo las mujeres no tenéis ganas de nada, por eso no quería agobiarte. ―Yo tengo mi parte de culpa, pero creo que tiraré esas revistas, por meterte esas ideas en la cabeza ―pensé en voz alta, en broma. ―El caso es que yo sabía que querías besarme y todo eso, pero creía que no querías pasar de ahí, por eso cortaba el asunto antes de que me abalanzara a ti como un poseso. Tenía que respetarte, ¿sabes? Y no te imaginas cuánto me cuesta hacer eso ―volvió a acercar sus labios a los míos para hablarme entre abrasadores susurros―. Cada vez que te miro, cada vez que te beso o te acaricio, me vuelvo loco… Jadeé. ―Bueno, pues ahora ya se ha aclarado todo ―murmuré, arrimándome más a él para besarle―. Ahora ya sabes lo que quiero ―y le coloqué la mano en la mejilla para mostrárselo. Le dejé ver lo mucho que me apetecía estar entre sus brazos, sentir sus ardientes manos por todo mi cuerpo, acariciarle, que me acariciase, sentir sus besos, sentirle a él… Su respiración se agitó al ver esas tórridas imágenes, pero consiguió hablar. ―¿Es una especie de antojo o algo así? ―sonrió, haciéndose el remolón. ―Sí ―susurré, dándole besos cortos, aunque efusivos―. Y no te imaginas lo enorme que es…

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―Entonces, tendremos que hacer algo para remediarlo… Jacob correspondió mis besos, aunque fue por un corto espacio de tiempo. Logró despegar su boca de la mía y tomó una buena bocanada de aire para poder hablar. ―Espera aquí un momento ―me pidió, sonriéndome. Quitó una de sus manos de mi cintura para alzarla y poner su dedo índice sobre mis labios―. Vuelvo enseguida, ¿vale? Aguanta. Se separó de mí y empezó a caminar hacia la puerta. ―¿A dónde vas? ―le pregunté, con una sonrisa. ―Voy a por la radio. Vengo enseguida. ―¿A por la radio? No me dio tiempo a preguntar más. Jake salió disparado del dormitorio y atravesó el pasillo de tres zancadas. Mientras él bajaba las escaleras a toda pastilla, sonreí y recogí un poco la ropa que había quedado sobre la cama, dejándola colgada en el galán que reposaba en el otro extremo de la habitación. Escuché unos ruidos en la estancia que quedaba justo debajo de nuestro dormitorio, es decir, la cocina, por lo que supe que mi chico estaba cogiendo la radio que teníamos en la encimera. Solíamos encenderla en las horas del desayuno, a fin de oír las noticias y esas cosas, pero hoy nos iba a servir de utilidad para otra cosa. ―¿No ibais a dormir? ―se oyó que le reprochaba Rosalie, seguramente de la que Jacob salía de la cocina. ―Métete en tus asuntos, rubia. Emmett se carcajeó. Se escuchó cómo mi tía refunfuñaba algo que no entendí, dado lo deprisa que lo dijo, y después cómo voceaba: ―¡Pon la música alta! Pero Jake ya estaba subiendo las escaleras, y por los pasos que conté, lo hizo de tres en tres. Atravesó el pasillo corriendo, sin embargo, todavía no se metió en nuestro dormitorio, sino que lo hizo en el de al lado. No se oyó nada durante dos segundos, pero acto seguido arrancó una hoja de alguna libreta, tiró un bolígrafo sobre el escritorio y salió como una bala de allí. ―Ya estoy aquí, preciosa ―anunció, con una enorme sonrisa en la cara―. Con esto no nos oirán tanto. Solté una risilla al verle. Traía esa hoja de libreta cuadriculada, que era un cartel hecho a mano que ponía “no molestar”, y lo insertó en el

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pomo de la puerta por la parte de arriba del papel, para que quedase colgando. Cerró la puerta y llevó la radio hasta su mesita, donde la enchufó y se puso a sintonizar una emisora de música. Al tiempo que iba buscando, se encontró con una muy adecuada en la que emitían música de los años cincuenta y sesenta, o al menos, a mí me lo parecía. ―Deja esa ―le pedí, mirándole con deseo. Jacob me observó y, sin dejar de clavarme su intensa y profunda mirada, subió el volumen. Mi corazón ya empezaba a galopar hacia él, pero cuando se acercó a mí con presteza y decisión, y me cogió de la cintura, pegándome a su cuerpo, se desbocó por completo, haciendo que mis mariposas también estallasen. Nuestros labios se abalanzaron para besarse con pasión entre esa melodía de blues que salía de la radio, la cual nos envolvía junto con la energía que comenzó a emanar de nosotros. Dejé sus labios, pero sólo para levantar su camiseta interior y quitársela, aunque no pude evitar observar su impresionante y poderoso torso. Lo repasé con mis manos una, dos, tres veces, lentamente, minuciosamente, al tiempo que él se encendía más y aceleraba su respiración. Hasta que ya no aguantó más. Me empujó hacia él e hizo que mi cuerpo se pegase al suyo. Mi pequeña pancita chocaba contra su fornido abdomen, pero eso no pareció importarle. Ahora nuestros rostros estaban juntos de nuevo y nuestros labios empezaron a comerse otra vez. Llevé mis brazos alrededor de su cuello y él deslizó sus manos por mi espalda más baja. Descendió un poco más y sus enormes, ardientes y suaves palmas cubrieron la parte trasera de mis muslos. Me estremecí al sentir su tacto en mi fina piel, pero me volví loca cuando ascendió, alzando mi camisón a su paso, e hizo un recorrido lento y ávido que terminó en mi espalda. Retiré los brazos de su cuello y los levanté al mismo tiempo que él subía mi camisón para quitármelo. Nuestros labios se habían separado momentáneamente para que pudiera hacerlo, y Jacob también aprovechó para observarme bien, repasándome con deseo. Retiró mi cabello hacia atrás para verme mejor y volvió a unir su boca a la mía enseguida mientras mis manos volvían a su nuca y a su espalda, pegándome a su ardiente piel. Me tomó en brazos y, sin dejar de besarnos, se acercó a la cama y me dejó sobre la misma con suma delicadeza. No se echó encima, pero se acomodó sobre mí, dejando que mi cuerpo tuviera el privilegio de estar

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entre sus fuertes brazos. Nuestros labios se movían con pasión, jadeando sin cesar, y mis manos pasaron a acariciar su espalda con ansias. Entonces, Jake soltó mi boca, aunque esta vez ya fue la última que lo hizo. ―Si te hago daño, quiero que me lo digas ―susurró en mis labios, hablando con fervor. Sabía que iba a ser delicado y que no me iba a hacer ningún daño, pero asentí, más bien para que siguiera y no se demorase más. Y así fue. No perdió más tiempo. Con aquellas canciones a ritmo de blues, soul y Motown, sus labios comenzaron a descender por mi cuello y ya empecé ese vuelo hacia el cielo infinito. Mi cara reflejaba la enorme felicidad que sentía. Me encontraba relajada, satisfecha, amada, deseada, plena, completa… Me pegué más al costado de Jacob, que reposaba boca arriba, y comencé a recorrer su torso con mis dedos, repasando las curvas de sus fuertes y tersos músculos. Él apartó los mechones mojados de mi cabello que invadían mi rostro y siguió peinándome. La música seguía sonando, aunque Jake había bajado el volumen y ahora solamente hacía las veces de un tenue hilo musical. De pronto, noté un movimiento en mi barriga. ―Oh, el bebé se acaba de mover, ¿lo has notado? ―le dije, entusiasmada―. Se está moviendo. ―Déjame ver ―sonrió. Colocó su cálida mano sobre mi vientre hinchado y esperó. A los diez segundos el bebé volvió a moverse―. Sí, es verdad ―rió, también con entusiasmo. ―Me parece que va a ser un niño bastante inquieto ―sonreí, acariciando su mano. Nuestros ojos se encontraron y Jake acercó su rostro para darme un beso tierno y dulce que hizo que mi vello se pusiese de punta. Después, se quedó mirándome, anonadado. ―¿Sabes? He visto su alma ―me reveló. ―¿Su alma? ¿La has visto? ―inquirí, sorprendida. ―Sí, en el bosque, mientras jugábamos. ―Así que era eso lo que notaste ―recordé, sonriéndole―. Por eso te pusiste tan contento y lamiste mi barriga. ―Tu alma brilla mucho y lo tapaba, pero tu barriga brillaba más, por eso me fijé ―me explicó, frotando la misma con su mano al tiempo que la observaba―. En realidad, su alma brillaba por debajo de la tuya. Es

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como si debajo de tu alma, tu barriga estuviera envuelta por otra segunda capa fulgurante, ¿entiendes? Bueno, no sé si me explico, es bastante difícil hacerlo con palabras ―y alzó los ojos, esperando mi respuesta. ―Sí, creo que te he entendido ―asentí, con otra sonrisa. ―Oye, ¿y qué nombre le vamos a poner? Todavía no hemos pensado ninguno. ―No sé ―reí, arrimándome más a él―. ¿Cuál te gusta a ti? ―A mí me gustaba Ethan, pero ya lo han cogido Sam y Emily para su segundo retoño ―hizo una mueca. ―¿Qué te parece Nathan? ―le propuse―. Se parece bastante y es bonito. ―Con un Nathan en la manada ya tenemos bastante ―suspiró. ―Bueno, ¿y qué más da que haya un Nathan en la manada? ―rebatí, dándole un toque en la punta de la nariz con la yema de mi dedo. ―Ya, bueno, tienes razón ―asintió, haciendo otra mueca de conformidad―. Ese es una opción, pero habrá que pensar más ―puso cara reflexiva―. Mmm, veamos, con la “a”, a mí se me ocurre… Adam ―soltó, mirándome sonriente. ―No está mal, pero a mí con la “d” se me ocurre Daniel o David ―declaré. ―Bah, demasiado corrientes ―criticó, riéndose. ―Son bonitos y sencillos ―rebatí, dándole otro toque en la nariz―. También se me ocurre otro con la “e” ―y le miré con intención. ―Ni hablar ―se negó enseguida―. No pienso ponerle ese nombre a mi hijo. A ninguno de mis hijos, aviso. ―Pues nada, el nombre de Edward queda totalmente descartado ―acepté, soltando una risilla, pues lo había dicho en broma. ―Ya sé. Tengo uno con la “s” muy bueno, nombre de actor ―afirmó, mirándome para esperar mi pregunta. ―¿Cuál? ―reí. ―Samuel. ―¿Samuel? ―fruncí el ceño con extrañeza―. ¿Qué actor se llama Samuel? ―Samuel L. Jackson, por supuesto, ¿quién va a ser? ―rió, como si fuera algo normal. ―Oh, Dios mío. Ni hablar ―me negué―. El nombre es bonito, pero ahora que has dicho eso, creo que paso.

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―Es un buen actor ―rebatió él, confiriéndole a su frase un tono de evidencia para convencerme―. Y el nombre es bonito, tú misma lo acabas de decir. ―Vale, está bien ―aprobé finalmente―. Lo apuntaremos en la lista. ¿Cuántos nombres van? ―Pues… ―lo pensó durante un par de segundos―, de momento, Nathan, Adam y Samuel. ―Daniel y David ―le recordé, apretando su mejilla con mis dedos. ―Bueno, vale. Y Daniel y David ―aceptó, poniendo los ojos en blanco. ―Tengo otro con la “s” ―se me ocurrió. ―¿Cuál? ―Saul ―y le asigné al nombre algo de musicalidad para que sonase mejor. Pero no coló. ―Venga ya, ¿Saul? ―cuestionó, arrugando el entrecejo. ―Es bonito ―refuté, con convicción―. Y no es tan corriente. ―Vaaaaale ―accedió, a regañadientes―. Lo apuntaremos, por apuntar, que no quede. Aunque no va a salir, ya te lo digo. ―Eso ya lo veremos ―objeté, espachurrando su mejilla una vez más. ―¿Te gusta pellizcar, eh? ―rió, volteándose sobre mí, aunque sin echarse encima―. Veremos si también te gusta que te lo hagan a ti. ―¡No, por favor! ―me carcajeé, interceptando sus manos, que ya se dirigían a mi cara. ―Sí, ya verás cómo te gusta ―siguió, entre risas. Y comenzamos un forcejeo, riéndonos y bromeando, juego que terminó en arrumacos, besos y caricias. Al final, Jake tuvo que volver a subir el volumen de la radio.

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SANGRE La mañana de hoy era lluviosa, pero a mí me parecía de lo más luminosa. Tal vez se debía a mi estado de ánimo, que estaba por las nubes. Sí, después de lo de anoche, era la mujer más feliz del mundo. Bueno, y después de lo de esta misma mañana. Jacob había dejado que me duchase primero, aunque yo sabía que lo que realmente quería él era rezongar un poco más en la cama. Ahora me encontraba en la cocina, preparando unas tostadas, ya que Esme había salido a comprar algo para llenar la despensa. Corté unas rebanadas del pan que había sobrado ayer y las metí en la tostadora. Cuando le di a la palanca para bajarlas, unos brazos fuertes me rodearon por detrás, cubriendo mi pequeña pancita con sus manos. ―¿Preparando tostadas? ―susurró Jake en mi oído, poniéndome todo el vello de punta. Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis brazos. Mi chico solamente llevaba puesta la toalla, la cual estaba enroscada en su cintura, y su cuerpazo aún estaba mojado, así como su pelo, que chorreaba unas gotitas que recorrían su rostro. Jacob había salido de la ducha corriendo para estar a mi lado. Sus manos no tardaron nada en envolver la parte trasera de mis caderas. ―Sí ―sonreí, repasando su increíble pecho con mis pupilas. Era inevitable. Su sonrisa se amplió y acercó su rostro para besarme. Mis mariposas saltaron al sentir sus ardientes y suaves labios deslizándose con esa calma por los míos. Ya los había sentido hacía un rato, pero no me cansaba nunca. Su cara estaba mojada y humedecía a la mía, sin embargo, no me importaba en absoluto, ahora solamente podía sentir los roces de su boca, su abrasador y dulce aliento, que se mezclaba con el mío entre suaves y silenciosos jadeos. La energía saltó como un resorte para envolvernos con

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su mágica brisa invisible, ésta nos incitaba a seguir, como siempre. Acaricié su nuca con mi mano y aferré su pelo mojado para pegarle más a mí mientras él me apretaba contra su cuerpo. Cuando nuestros labios comenzaron a moverse con más efusividad y mi otra mano ya se deslizaba por su hombro, las tostadas saltaron, produciéndose un ruido algo estrepitoso por la tostadora. Dejamos de besarnos, del pequeño sobresalto, observamos las tostadas y después nos miramos. Ambos nos reímos, pero acercamos nuestros rostros para volver a besarnos. No llegamos a hacerlo, por desgracia. Alguien carraspeó, haciendo que nos detuviéramos. ―Buenos días, Nessie ―me saludó Rosalie, metiendo su brazo sutilmente entre los dos, accediendo a mi hombro. Jake se vio obligado a despegarse de mí para que ella pudiera besar mi mejilla. ―Buenos días ―le dije, mirando a Jake mientras mi tía me daba ese beso. ―Buenos días ―saludó él, intencionadamente alto. Rosalie me soltó y se giró hacia él. ―Oh, por Dios, ¿por qué no te pones algo encima? ―protestó, mirándole de arriba abajo con desagrado. ―Porque, aunque no lo parezca, estoy en mi casa ―replicó Jacob, molesto. Suspiré y me di la vuelta hacia la encimera. ―¿Y también recibes así a las visitas? ―siguió mi tía―. ¿Medio desnudo? ―¿Visitas? ¿Qué visitas? ―cuestionó él, frunciendo el ceño con extrañeza. ―Ezequiel y Teresa van a venir ―nos comunicó ella mientras yo depositaba ese montón de tostadas que había hecho en un plato―. Han llamado antes. ―¿Ah, sí? ¿Y a qué hora van a venir? ―preguntó mi chico, apoyándose en la meseta. ―Llegarán dentro de media hora ―contestó mi tía―. Al parecer, Ezequiel ya sabe por qué los lobos comunes pudieron acabar con esas marionetas fantasma. Llevé las tostadas a la mesa y me senté para comenzar a desayunar, ya que estaba muerta de hambre. Jacob no tardó nada en venir y sentarse a mi lado.

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―¿Ya lo sabe? ―inquirí, sorprendida por su rapidez. ―Eso ha dicho ―asintió ella. ―Genial ―aprobó mi chico. Cogí una tostada y me puse a untarla con la mantequilla. Entonces, Rosalie volvió a mirar a Jake. ―¿Vas a desayunar así? ―criticó, poniendo cara de asco. ―¿Así cómo? ―Jacob frunció el ceño de nuevo. ―Medio desnudo. ―Sí ―contestó él, encogiéndose de hombros al tiempo que cogía una tostada. ―Vaya unos modales en la mesa ―chistó mi tía, cruzándose de brazos y mirando a otro lado. ―A mí no me molesta nada ―reconocí, echándole un buen vistazo a mi marido con una sonrisa de satisfacción enorme―. Es más, me alegra mucho la vista ―y mis ojos terminaron en los de Jake. ―Gracias, nena ―me sonrió, y me dio un beso corto que yo correspondí de muy buena gana. Después, giró el rostro para observar a Rose con algo de presunción―. ¿Qué te parece? Mi tía puso los ojos en blanco y Jake se carcajeó con un poco de malicia. Yo no pude evitar soltar una risilla a la vez que le daba un mordisco a mi tostada. ―¿Dónde está esa dichosa radio? ―quiso saber Rose, mirando la encimera―. ¿Acaso ya no la vais a traer a la cocina? ―La radio se queda en nuestro dormitorio, rubia, más vale que te vayas acostumbrando ―respondió Jake, mostrándole una sonrisita triunfal mientras cogía una manzana. La lanzó hacia arriba, la cogió otra vez y la llevó a su boca para darle un mordisco, mirándola con esa sonrisita. Rosalie le dedicó una mirada de odio y, en ese mismo momento, mamá pasó a la cocina. ―Ah, ¿por fin os habéis levantado? ―rió, con una risita algo picarona, apoyando su trasero en la encimera. Mis mejillas se encendieron sin remedio. ―Ajá ―disimulé, cogiendo otra tostada―. ¿Papá sigue en el bosque? ―pregunté para cambiar de tema, porque ya sabía de sobra que sí. ―Sí, pero está a punto de venir. Quiere estar aquí cuando lleguen Ezequiel y Teresa.

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―¿Y Alice? ¿Dónde está? ―inquirí, mirando a través de la puerta, como si así fuera a entrar en escena. ―En el ordenador ―los labios de mamá se fruncieron automáticamente mientras me observaba con cautela. ―No ―gemí, poniendo cara de dolor. ―Dijiste que ibas a hablar con ella ―recordó Jake, también con sufrimiento. ―Y lo he hecho ―se defendió mi madre―. He hablado con ella esta noche, os lo aseguro. ―No está mirando ropa de bebé. Ahora está mirando páginas de decoración infantil ―nos reveló Rosalie, y le dedicó una sonrisita maléfica a Jacob. ―¿Pero qué diablos os pasa a las vampiros de esta casa? ―protestó él, resoplando―. Ya he dicho mil veces que del cuarto del bebé me encargo yo. Justo en un parpadeo, Alice apareció por la puerta. ―Lo sé, pero creo que necesitarás un poco de ayuda ―afirmó ella, danzando por la cocina para ponerse junto a mamá. ―No necesito ayuda ―gruñó mi chico. ―Jacob, dudo mucho que un lobo tenga olfato para esas cosas ―cuestionó Alice. ―¿Qué quieres decir con eso de un lobo? ―interrogó él, con suspicacia. ―No te ofendas, pero sólo hay que ver el tipo de casas que hay por aquí y su estilo de decoración. A mí también me molestó ese comentario. ―¿Ah, sí? ¿Qué les pasa? ―preguntó Jake, irritado y ofendido. ―A mí me gustan las casas de La Push ―opiné, algo molesta, llevándome otra tostada a la boca. ―Y a mí también ―se sumó mamá, regañando a Alice con la mirada por ese comentario tan clasista. ―Bueno, de acuerdo, quizá no he estado muy acertada con ese comentario ―reconoció mi tía, alzando las manos a modo de defensa―. Pero creo que un poco de dinero y un toque femenino siempre son necesarios. ―Sé muy bien lo que me traigo entre manos, ¿vale? ―declaró Jacob, enojado―. Nessie va a ayudarme con la decoración, la elegiremos juntos, y aquí en la reserva no necesitamos dinero para hacer las cosas.

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―Sí, ya lo veo ―contradijo Alice, chistando. ―Bueno, vale ya ―intervine, enfadada. Sabía que lo único que querían era ayudar y que estaban muy emocionadas con mi embarazo. Y lo agradecía, pero ya estaba un poquito harta de que siempre pusieran en duda las habilidades de mi chico. Lo hacían sin querer y sin darse cuenta, por supuesto, sin embargo, le estaban haciendo de menos, y eso no me gustaba―. Jacob se va a encargar de la habitación del bebé y punto. Os agradezco mucho todo el interés que ponéis y toda vuestra ayuda, pero tenéis que aceptarlo. Él es el padre de nuestro hijo y, como es lógico, le hace mucha ilusión hacerle el dormitorio. Y a mí también me hace más ilusión que se lo haga él, es más, quiero que lo haga él. Además, sé que lo va a dejar perfecto ―y cogí la mano de Jacob. ―Gracias, nena ―me sonrió él, dándome un cariñoso beso corto. Luego, se dirigió a Alice―. ¿Alguna pregunta? ―No ―suspiró ella―. Supongo que tienes razón, Nessie. Perdonadme, creo que a veces me puede mi entusiasmo. ―Sí, se te va bastante la olla ―murmuró Jake por lo bajinis. Apreté su mano para reñirle. ―No importa, ya está ―le sonreí, quitándole importancia. ―Será mejor que terminéis ese desayuno ―irrumpió mi padre de pronto, entrando por la puerta de la cocina―. Ezequiel y Teresa están a punto de llegar. Jake y yo ni siquiera habíamos escuchado la puerta de la entrada. Papá se acercó a mi sonriente madre, que rodeó su cuello con sus brazos, y le dio un beso. No se habían visto en toda la noche, así que el susodicho beso fue bastante pasional. ―Si queréis la radio, está en nuestro dormitorio ―se mofó Jake―. A Bella, la silenciosa, no le hará falta, pero a Edward, el taladrador, seguro que sí, ¿eh? ―me dio una serie de codazos y se carcajeó. ―Jake… ―le regañé, aunque no pude evitar sonreír. ―Eso sí, nuestra cama es sagrada ―concluyó. Mamá mató a Jake con la mirada. ―Muy gracioso ―respondió mi padre, usando un serio retintín―. Así que la radio, ¿eh? ―leyó en algún pensamiento de alrededor, hablando con resignación. Mis mejillas volvieron a adquirir un color más rosáceo. ―Lo que nos espera con esa dichosa radio ―chistó Rosalie.

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―Si quieres no la pongo más, Barbie, a mí me da exactamente igual que nos oigáis. Si pongo la música, es por Nessie ―soltó Jacob, sin cortarse un pelo. Mi cara ya iba a explotar. ―No, gracias, creo que prefiero oír la música ―respondió ella, entrecerrando los ojos para simular una cara de odio. Jake se carcajeó con malicia. ―Bueno, será mejor que vayamos recogiendo esto ―dije para cambiar de asunto otra vez, levantándome de la mesa. ―No te preocupes, nosotras lo haremos ―se ofreció mamá, ya cogiendo las cosas a una velocidad supersónica―. Tú no hagas esfuerzos. ―Puedo yo ―declaré, levantando mi vacío vaso de zumo, que fue lo único que me dio tiempo a coger. ―No, tú descansa ―insistió mi madre, que volaba por la cocina. Y me lo quitó de las manos. Puse los ojos en blanco. ―Estoy embarazada, no enferma ―suspiré. ―Yo iré a vestirme ―manifestó Jacob, también poniéndose de pie. ―Ya era hora ―bisbiseó Rosalie, con una voz apenas inaudible, mirando hacia otro lado con petulancia. No sé si Jacob no la oyó o simplemente la ignoró. ―Espera, te acompaño ―fui detrás de él y le cogí de la mano―. Ya que no me dejan hacer nada en la cocina… Salimos de la cocina y nos fuimos a nuestro dormitorio. Jacob ya había hecho la cama, así que sólo tuve que esperar a que se vistiera. Justo cuando terminó de ponerse esos pantalones negros cortos y esa camiseta de color azul, Carlisle, Jasper y Emmett llegaron a casa, ya que seguramente también querían escuchar a Ezequiel. Bajamos y nos reunimos con ellos en el salón, para esperar a nuestro amigo mago. Esme no tardó mucho más en llegar. Entró en nuestra vivienda con un montón de bolsas, y fue ayudada por mi servicial y atento abuelo enseguida, aunque Jake también se fue a la cocina para colaborar en el guardado de las cosas. A mí no me dejaron ir, claro. Al poco de que terminaran de colocarlo todo, el timbre de casa sonó. Mi chico corrió para abrirles la puerta y Ezequiel pasó adentro, junto a mi querida Teresa. Después de los típicos saludos, abrazos y preguntas para saber de mi estado, pasamos directamente al tema que nos interesaba.

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―Bueno, ¿qué has descubierto? ―Jacob, que estaba sentado en el sofá, conmigo encima, fue el que abrió la veda. El resto de mi familia, y nuestros invitados, se repartían a nuestro lado del tresillo, en los sillones que antes habían estado frente a la chimenea y que ahora habían sido movidos para la reunión y en las banquetas de la mesa de la cocina, que también habían sido traídas con el mismo fin. Los únicos que se habían quedado de pie eran Emmett y Jasper. ―Oh, sí ―Ezequiel carraspeó para centrarse―. Me he pasado toda la noche investigando, leyendo en mis libros, por eso lo he descubierto tan pronto. En realidad, no me ha costado mucho averiguarlo. ―Han vuelto a hacerlo ―exhaló papá, sorprendido, adelantándose a lo que Ezequiel iba a decir. ―En efecto ―asintió éste, ante las miradas desorientadas de los demás―. Nikoláy, Ruslán y Razvan han vuelto a utilizar la sangre de lobos comunes para sus propósitos. ―Maldita sea ―masculló Jake, apretando los dientes con rabia. Sus manos, que rodeaban mi cintura, se tensaron al acordarse de aquello, al recordar cómo esos magos habían matado a los lobos comunes de La Push tan cruelmente para hacer aquella fórmula que creían que iba a dotar a sus gigantes de un poder regenerativo. Después, cuando habían visto que no funcionaba, habían pasado a mutilarles para mejorar la fórmula. Me estremecí al recordar eso, porque lo primero que vino a mi mente fue lo que nos habíamos encontrado el día en que aprendí a montar en moto y me caí: la imagen de aquel pobre lobo tendido en el suelo, al cual le habían arrancado la pata derecha, con ese semblante de dolor todavía en su rostro muerto. También me acordé del lobo Alfa de aquella manada, a ese le habían arrancado el corazón para usarlo más tarde contra Jacob… Tuve que coger una buena bocanada de aire para olvidarme de aquello y centrarme en la conversación. ―No, no han matado más lobos ―le aclaró papá a Jacob, que veía todo lo que pasaba por su mente―. Ezequiel cree que han usado las… reservas que ya tenían. ―Así es ―ratificó el propio Ezequiel. ―¿Y qué tiene que ver la sangre de esos lobos con todo esto? ―preguntó Jake. ―Las fibras que componen las capas de las marionetas fantasma están teñidas con la sangre de esos lobos ―empezó a explicar nuestro

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amigo mago. Todos nos quedamos perplejos, excepto mi padre, claro, que ya lo sabía antes de tiempo―. Con otra parte de la sangre, hacen un conjuro por el cual Ruslán las mueve a su antojo. Al teñir la tela con el plasma, obtienen una conexión entre las prendas y la otra parte de la sangre. ―O sea, que la sangre que se quedan y que usan para ese conjuro son los hilos de las marionetas, por decirlo así, ¿no? ―comparó Jake. ―Sí, exacto ―confirmó Ezequiel. ―¿Y por qué la sangre de esos lobos? ―inquirió Jasper. ―¿Recordáis que ayer os dije que el poder espiritual de Jacob sólo podía destruir esas marionetas temporalmente, ya que la magia negra solamente estaba siendo utilizada para moverlas? ―Sí, ¿qué pasa? ―azuzó Jacob. ―Pues bien, creo que han teñido las capas con la sangre de esos lobos para que las marionetas fueran más efectivas ―reveló el mago―. Con cualquier otro ser, la magia de Ruslán sería suficiente, pero contigo es diferente. Tú eres mucho más poderoso. Así que se sirvieron de eso para reforzar el conjuro. Saben que tu espíritu de Gran Lobo no destruiría en primera instancia algo que estuviera relacionado con lobos, aunque fueran comunes. En primera instancia, porque si las marionetas hubieran atacado, tu poder espiritual se vería obligado a destruirlas, sobre todo si atacan a Nessie. ―Vale, eso lo he pillado ―siguió Jake―, pero todavía no entiendo por qué los lobos pudieron destruir las marionetas. ¿Es porque están teñidas con esa sangre? ―Sí, esas capas están confeccionadas con una parte de esos lobos, podríamos decir, así que sólo ellos podían destruirlas. Al rasgarlas, los lobos rompieron el conjuro. ―El poder espiritual de Jake lo sabía, por eso llamó a los lobos ―concluyó Emmett, mostrando una sonrisa enorme―. Apuesto lo que queráis a que Nikoláy, Ruslán y Razvan no se lo esperaban. ―Seguramente no ―coincidió Ezequiel―. Desgraciadamente, no puedo ver a Nikoláy, Ruslán y Razvan en mis sueños, ya que usan su magia para ocultarse, pero estoy seguro de que eso les pilló por sorpresa. Por eso su guardia se tuvo que tomar tantas prisas en registrar vuestro hogar. ―Yo tengo una duda ―intervino Alice, levantando la mano como si estuviéramos en una clase.

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―Adelante, Alice ―le exhortó él, cual profesor. Mi tía nos miró a Jacob y a mí con cierta precaución, lo cual ya me asustó un poco. ―Ayer dijiste que lo que andaban buscando era la ecografía del bebé para hacer magia negra con ella ―empezó. Hizo una pequeña pausa en la que miró especialmente a Jake, otra vez con cautela―. ¿Y si también buscaban una fotografía de Nessie? ―las manos de Jacob se agarrotaron en mi cintura de nuevo y sentí cómo su corazón saltaba de su sitio y se aceleraba, nervioso, tapando el sobresalto del mío propio―. ¿Y si también quieren hacer magia negra con ella? Con eso… evitarían que el bebé… Dejé de respirar por un momento y Jake acarició mi espalda. ―Estaban todas las fotos de Renesmee ―aseguró mi padre, cortando el final de la frase de mi tía para ahorrarnos el mal trago de tener que oírla. ―¿Cómo lo sabes? ―preguntó mamá, algo agitada. ―Las he revisado todas, créeme ―papá acarició su mejilla para tranquilizarla. ―A mí lo que me extraña es que, en estos tres años, no hayan utilizado su magia negra contra Nessie ―opinó Jasper―. No quiero alarmar a nadie, pero saben que si ella… fallece ―suavizó, aunque no sirvió para que las manos de Jake no temblasen ligeramente―, el poder espiritual de Jacob se vería muy mermado. Es más, saben que Nessie es la razón de la existencia de Jacob. Eso sin contar que si ella no existiera, el Gran Lobo ya no podría tener esa descendencia de la que habla la profecía. ¿Por qué esperaron a que Nessie se quedara en estado y no atacaron mucho antes? Se hizo un mutismo en el que los nervios de todos afloraron, sobre todo los de Jacob. Éste no dijo nada, se limitó a esperar la respuesta de Ezequiel, y mi padre hizo lo mismo, sólo que para dejar que el mismo mago se explicase. ―En aquella batalla de hace tres años contra los Vulturis, se vieron muy debilitados ―habló Ezequiel finalmente―. Saben que no pueden vencer a Jacob fácilmente, es por esta razón que han estado rearmándose, formando una guardia nueva. Por supuesto, saben que Jacob es invencible, pero también saben que tiene un punto débil: Nessie ―en ese momento, mi corazón volvió a saltar―. Sin embargo, creo que existe una razón por la cual no han actuado contra ella.

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Su mirada se dirigió a mí en primer lugar, pero sus ojos oscilaron después hacia Jacob para mirarle con prudencia. ―Estoy de acuerdo ―secundó mi padre, antes de que Ezequiel hablase―. Lo vi en su mente el día de la batalla ―y sus dientes rechinaron con rabia. Mamá puso cara de ya saber a qué se refería papá, señal de que ya debían de haber hablado de esto. ―¿Ver el qué? ―exigió saber Jake, hablando con nerviosismo evidente―. ¿Cuál es esa razón? ―Nikoláy, Ruslán y Razvan tienen objetos usados por Nessie. Objetos que ella utilizó en su castillo, como esos vestidos que Razvan la obligaba a ponerse ―empezó a aclarar Ezequiel. Ahora fueron las muelas de Jake las que chirriaron con más que rabia, seguramente al acordarse de lo que Razvan me había hecho, aunque también noté cierto desasosiego en su respiración―. No obstante, jamás han utilizado nada de esto para hacerla daño, y la razón es bien poderosa. Eso es porque Razvan no lo ha permitido. No sé cómo lo consigue ni cuáles son sus argumentos para retenerles, pero Razvan tiene que ser lo suficientemente poderoso como para conseguirlo, al menos, por ahora ―Ezequiel enmudeció durante un par de segundos, en los que observó a Jacob otra vez con precaución. Luego, siguió hablando en un tono serio―. Es lo que yo creo, y Edward acaba de ratificarlo. Razvan está enamorado de Nessie. ―La quiere viva porque la quiere para él ―cayó Emmett, entonando ese pensamiento en voz alta y con sorpresa. Rosalie le dio un codazo, regañándole. Nadie se atrevió a decir nada más. El temblequeo de las manos de Jacob aumentó y yo froté su brazo para tratar de relajarle, pero no daba el resultado que esperaba, así que coloqué mi mano en su mejilla. Tranquilo, cielo, le calmé, acariciando su piel ligeramente. Pero las pupilas de Jacob empezaban a mirar al infinito con ira y furia mientras su respiración se aceleraba por momentos. Sus dedos se clavaron en mi cintura con avidez, diría que con un reclamo territorial que gritaba a los cuatro vientos que yo era suya y sólo suya. ―Nunca se la llevará. Jamás ―masculló, con esa cólera retenida que daba más miedo que si lo hubiera chillado. Acogí su rostro entre mis manos y clavé la mirada en sus preciosos ojos negros.

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Jake, mírame, le pedí mentalmente, hablando con una voz tranquila y dulce. Sin embargo, Jacob no varió su conducta. Mírame, por favor, insistí. Sus ojos por fin dejaron el infinito de sus turbulentos pensamientos para obedecerme. En cuanto nuestras pupilas se encontraron, ese odio que albergaban las suyas desapareció, aunque todavía quedaba esa furia. Quiero que te tranquilices, ¿de acuerdo? Razvan nunca conseguirá nada, aseguré con convicción. Entonces, le mostré lo que veía al mirarle. Era a mi Gran Lobo alzándose para protegerme, poderoso, fuerte, invencible. Le dejé ver lo protegida que me sentía a su lado y lo mucho que confiaba en él. Era un sentimiento tan certero, no tenía ni un ápice de dudas. Ponía la mano en el fuego por él, sabía a ciencia cierta que nadie podía vencerle, ni siquiera los magos más poderosos del mundo. Jacob tomó una buena bocanada de aire y asintió. Cuando lo soltó y sus manos dejaron de temblar, le sonreí y le di un beso en los labios que él correspondió con efusividad. Aunque cuando dejé su boca libre, Jake se dirigió a mi padre, enfadado. ―Así que sabías que Razvan también quería llevársela y no me dijiste nada ―le reprochó. ―No estaba seguro ―se defendió papá―. En aquella batalla de hace tres años vi cierta intencionalidad en los pensamientos de Razvan, pero solamente era eso, una intención. Eso no quería decir que fuera a proponérselo de verdad. Jake se levantó con delicadeza y me dejó el sitio del sofá a mí. ―Pero ahora parece que ya lo sabemos, ¿no es así? ―empezó un paseíllo nervioso por el saloncito, llevándose la mano al pelo―. Parece que está claro que no sólo quieren evitar… el nacimiento de nuestro hijo, sino que, además, pretende llevársela ―el final de la palabra arrastró un gruñido. ―No lo conseguirá, Jacob ―intentó calmarle mi padre. Mi chico se paró en seco, frente a él. ―No, claro que no. Jamás lo permitiré. Nadie va a volver a separarnos ―aseguró, con otro gruñido, mirándole con una determinación furiosa. Me levanté del sofá y corrí junto a él.

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―Jake, tranquilízate, por favor ―le rogué, esta vez en voz alta, volviendo a retener su rostro entre mis manos para que me mirase―. Da igual lo que intente, el bebé y yo estamos muy protegidos, no nos pasará nada. Nadie va a separarme de ti, jamás. Sus ojos se clavaron en los míos con una resolución y una convicción que llegó incluso a ponerme el vello de punta. ―Yo siempre te protegeré, siempre ―afirmó, sin dejar de mirarme de ese modo―. Siempre os protegeré ―y su mano subió hasta mi vientre. Tuve que acordarme de coger aire, porque me había quedado sin respiración. De pronto, el timbre sonó varias veces, de una forma insistente, urgente, y todos giramos el rostro en dirección al vestíbulo. Jacob se despegó de mí y caminó en grades zancadas hacia la entrada. No fui la única que comenzó a seguirle. Toda mi familia vino detrás de mí. Cuando mi chico abrió la puerta, Seth apareció tras ella, con un semblante apurado por las prisas. ―Seth, ¿qué pasa? ―quiso saber Jake, alarmado. ―Tenemos heridos en el bosque ―anunció, con la voz entrecortada por la carrera y el nerviosismo. Mi corazón se encogió.

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HERIDOS Todos nos quedamos paralizados durante un par de segundos, excepto Carlisle, que ya estaba acostumbrado a estas situaciones de emergencia. ―Iré a buscar mi maletín ―dijo, ya subiendo las escaleras a toda pastilla. El mencionado maletín era el que tenía en el dormitorio del ordenador, futura habitación del bebé, para hacerme los reconocimientos diarios, tales como tomarme la tensión y poco más, aunque contenía algunas cosas sanitarias y de primeros auxilios. ―¿Qué ha pasado? ―inquirió mamá, muy preocupada. ―Licántropos ―adelantó mi padre, tensando su semblante marmóreo. Me dio un escalofrío sólo con oír eso, pero me dio otro mayor que congeló mi corazón por un instante al recordar que si uno de esos licántropos mordía a uno de los metamorfos, éste no sobreviviría. Y todo sería por mi culpa. Bueno, ya sabía que no era culpa mía directamente, pero si a alguno de mi familia, del aquelarre de Denali o de los lobos le pasaba algo, era por protegerme a mí y al bebé. Eso hacía que tuviera sentimientos encontrados, porque por una parte quería que protegieran a mi hijo, y eso era muy egoísta por mi parte, sí, sin embargo, ¿qué iba a hacer? Era mi hijo, y haría cualquier cosa por él. Pero eso mismo hacía que me sintiera mal, culpable, porque, a la vez, también me tenían que proteger a mí. ―Mierda, vamos ―gruñó Jake, apretando los dientes con furia mientras ya me cogía de la mano y echaba a andar con presteza, tirando de mí. Me dio tiempo a coger mi plumas del perchero, de milagro. Entonces, se percató de algo y detuvo su marcha para girarse hacia mi familia. Aproveché entonces para ponerme el plumas marrón,

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cubriéndome la cabeza con la capucha, y después volví a amarrar su mano―. Que alguien se quede en casa, puede que sea otra trampa. ―Nos quedaremos nosotros ―se ofreció Ezequiel, que estaba al lado de Teresa―. Si pretenden algún truco, yo les detendré. ―Nosotros también nos quedaremos, por si acaso ―se sumó Jasper, que aferraba la mano de Alice―. Nunca se sabe. ―Vale ―aceptó Jake, ya iniciando la marcha de nuevo―. Gracias, os debo una. Ezequiel asintió, haciendo una especie de reverencia, Teresa y Alice sonrieron y Jasper alzó la barbilla con ese gesto elegante tan típico de él. Carlisle bajó como un rayo, con su maletín, y llegó hasta el resto de mi familia, que ya estaba siguiendo a Jacob. Ninguno objetó nada al ver que yo también les acompañaba. Ninguno tenía ninguna duda. Con Jacob a nuestro lado, no había nadie más protegido que el bebé y yo. Mi ángel de la guarda… ―Dime, ¿qué ha pasado? ―le preguntó a Seth. Jasper, Alice, Ezequiel y Teresa se metieron en casa y mis padres, Carlisle, Esme, Rosalie y Emmett escucharon con suma atención. ―Estábamos vigilando la zona, como siempre, cuando, de repente, han aparecido esos licántropos ―empezó a explicar Seth, con nerviosismo, a la vez que bajaba el peldaño del porche junto a nosotros―. No era un grupo muy numeroso, pero eran muy fuertes, tío, y estaban bien preparados. Salieron de la nada, como una estampida de mamuts, y se nos echaron encima, poco más pudimos hacer que defendernos. Por suerte, no estaban lo bastante organizados y hemos conseguido que se largaran, pero no sabemos si siguen por los alrededores o si piensan volver. Yo me marché pitando de allí para venir a avisarte. Seguimos caminando con rapidez, dirigiéndonos al bosque que quedaba al lado de la casa. ―¿Han mordido a alguno de los nuestros? ―inquirió Jake. Mi respiración se detuvo, a la espera de la respuesta. Pasamos los primeros árboles que bordeaban nuestro jardín y comenzamos a internarnos en el boscaje. ―No, nadie ha sido mordido ―contestó Seth, esquivando los abetos rápidamente―. Pero están heridos. Mi chico respiró, algo aliviado, aunque aún estaba nervioso. Yo también me sentí un poco más tranquila.

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―¿Quiénes están heridos? ―quiso saber, usando un tono monocorde, grave. ―Shubael, Isaac y… Leah ―la voz de Seth se quebró al mencionar el nombre de su hermana, cosa que me alarmó un poco, y a Jake también. ―¿Están graves? ―siguió interrogando mi chico. ―No… no lo sé ―respondió su hermano de manada, con los nervios todavía a flor de piel―. Tienen varios huesos rotos, no sabría decir. Leah ha sido la peor parada, creo que le han roto algunas costillas. ―Se recuperarán ―le alentó Carlisle, hablándole con confianza para transmitírsela a él. Seth respiró hondo y asintió. ―Bien. Nessie tú no te separes de mi lado en ningún momento, ¿entendido? ―me pidió Jacob. ―Sí ―asentí. ―Tenemos que darnos más prisa ―apremió Carlisle―. Si tardamos demasiado, los huesos podrían empezar a soldarse inadecuadamente y después tendría que romperlos para recolocarlos. Ya sabes lo doloroso que es eso. ―Sí, creo que algo sé… ―masculló Jacob. ―Tenemos que correr ―dijo Emmett mientras seguíamos medio trotando por el bosque―. Lo mejor es que os transforméis para seguirnos el paso. ―¿Y Nessie? ―objetó mi chico―. Ella no puede correr, no debe hacer esfuerzos. Y, no sé, creo que tampoco debería montarme. ―Estoy embarazada, no enferma ―suspiré. ―Montar sobre ti podría ser peligroso, en efecto ―le ratificó Carlisle, haciendo caso omiso de mi casi queja. ―Yo la llevaré en brazos ―se ofreció Emmett. Jacob le observó de soslayo, estudiando esa proposición. ―Vale ―aceptó finalmente―. Entonces, nos transformaremos. Le hizo una señal con la cabeza a Seth, soltó mi mano y ambos quileutes se escondieron detrás de dos troncos gruesos. Los demás nos detuvimos por un instante. ―Vamos, sobrinita, sube ―me exhortó mi tío, con una sonrisa, abriendo los brazos para que lo hiciera. Esto era un poco humillante, pero qué remedio. Puse los ojos en blanco, suspiré y me arrimé a Em para que me cogiera. Justo cuando lo

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hizo, Jacob y Seth salieron de su escondite, ya corriendo a cuatro patas, y el resto comenzamos a seguirles. El gélido viento azotaba mi cara con furia, debido a esa carrera vertiginosa con la que corría mi tío. Intenté mirar al frente, para no perder de vista a mi también veloz lobo, sin embargo, era imposible. Las gotas de lluvia que caían de las nubes se acercaban más al hielo y me pinchaban igual que si de miles de alfileres se tratasen, ni siquiera podía mantener los ojos abiertos, dada la fuerza con la que venía el casi granizo, así que no me quedó más remedio que refugiarme en el hombro de Em. Eso sirvió para que la lluvia no se estrellase contra mi cara, pero el frío ya era tema aparte. Los brazos de Emmett, aunque estaban cubiertos por las mangas de su camisa y me acogían con cariño, no eran cálidos y cómodos como los de Jake, sino gélidos y duros, pétreos, así como su pecho. Ugh, madre mía, era una estatua de hielo, ni siquiera mi mullido plumas conseguía aplacar ese frío que ya empezaba a calar mi cuerpo. Estaba acostumbrada al tacto frío y pétreo de mi familia, por supuesto, y nunca le había dado más importancia, al revés, siempre lo había aceptado sin problemas, sin embargo, mi piel estaba más sensible de lo normal con el embarazo, y ahora, cualquier roce, cualquier cambio de temperatura, lo notaba multiplicado por tres. Y encima, este mes de enero estaba viniendo realmente invernal, hoy mismo ya había nevado un par de veces. Esas pequeñas nevadas no habían sido muy copiosas y apenas habían durado una hora cada una, pero el terreno y los árboles estaban algo cubiertos por una fina capa de nieve. Empecé a tener un frío horrible, tanto, que mi cuerpo ya quería tiritar. No sé si esto no sería peor que si corriera. ―Démonos prisa, Renesmee tiene mucho frío en los brazos de Emmett ―sopló mi padre, mostrándose preocupado por mí. Aparté mi rostro del congelado hombro de mi tío y conseguí mantener los párpados arriba un par de segundos. Quería mirar a mi padre para reprocharle el chivatazo, pero mis pupilas se encontraron inevitablemente con Jake, que al parecer llevaba corriendo a mi lado todo el tiempo. Esos dos segundos fueron suficientes para ver cómo mi lobo rojizo giraba su cabeza levemente y me miraba con inquietud. ―Estoy bien ―fue lo único que me dio tiempo a decir. Después, no me quedó más remedio que hundir la cara en esa clavícula de hielo, así que ya no pude ver a Jacob, aunque su gañido ya me indicó que no se lo creía mucho.

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―Sí, será mejor que aceleremos ―mi padre respondió a alguna petición mental de Jake. Y así lo hicieron todos. Mis manos ya estaban agarrotadas en la espalda de Em, pero tuvieron que aferrarse con más fuerza. ―Cómo te gustaría estar ahora en casa, calentita, con tu lobo y la radio puesta, ¿eh? ―se burló Emmett. Ese fue el único momento en que agradecí ese frío, porque, gracias a eso, mis mejillas pudieron evitar sonrojarse, si bien nadie me veía la cara. ―Ja, ja, muy gracioso ―logré articular, con ironía, sin apartar el rostro de su hombro. Las carcajadas de Emmett retumbaron por todos sitios. Seguimos corriendo por el bosque durante unos minutos más, en los que mis dedos ya se estaban entumeciendo y mis piernas se estaban quedando tiesas debido a los brazos marmóreos de Em, hasta que, por fin, llegamos al sitio donde se encontraba la manada y nos detuvimos. Carlisle voló para socorrer a los heridos, empezando por Leah, que estaba tumbada en el terreno, en su forma humana. Se me encogió el corazón al ver su rostro de dolor. No gritaba, pero apretaba los dientes con fuerza, haciendo gala de ese coraje y dureza que la caracterizaba. Uno de los chicos la había cubierto con su camiseta, aunque no se la había puesto, probablemente para no moverla. No me percaté de que había sido Sam hasta que vi que era el único al que le faltaba esa prenda. Éste y algunos quileutes más habían dejado su forma lobuna para atender mejor a los heridos. Los inseparables Shubael e Isaac también se encontraban en el suelo, tapados con sus respectivas camisetas, aunque aquejados de otras fracturas óseas. Ambos se dolían de las piernas, uno de la derecha y el otro de la izquierda, pero hasta en eso parecían ponerse de acuerdo. Sam, Jared y Daniel permanecían junto a Leah, mientras que Cheran y Paul lo hacían junto a Isaac y Shubael. El resto de los lobos que estaban allí seguía en estado de alerta, vigilando por los alrededores, aunque también se encontraban con ellos parte del aquelarre de Denali, como eran Carmen, Kate y Tanya. Jacob y Seth corrieron para cambiar de fase y Emmett me dejó en el suelo. Insuflé mi aliento caliente en las manos y las froté para que fueran entrando en calor mientras me dirigía con rapidez hacia los heridos, junto al resto de mi familia. Mamá se quedó a cierta distancia de Leah, ya que seguían sin llevarse demasiado bien. Bueno, en realidad, no se llevaban, porque apenas tenían

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trato la una con la otra. Sin embargo, a pesar de eso, mamá se mostraba preocupada por su estado. Leah pareció darse cuenta y la miró durante un corto momento, aunque pronto el dolor la hizo concentrarse en otras cosas. Mi padre llegó y se quedó junto a mi madre, para no dejarla sola. Seth salió disparado hacia su hermana, pero lo primero que hizo Jake al salir de su escondite, ya como humano, fue venir corriendo hacia mí. Me arropó con sus brazos, apretándome con mimo contra su cuerpo calentito, y comenzó a frotarme la espalda. ―¿Mejor? ―me preguntó, dándome un beso en la frente con sus ardientes labios. ¿Qué importaba yo, si había tres personas heridas? Aunque, bueno, ya estaban siendo atendidas. Aún así, no quería que se entretuviese conmigo. ―Sí ―le contesté, con apremio, apoyando mi mejilla en su pecho al tiempo que llevaba mis manos a su espalda y las metía por debajo de su camiseta empapada para que se calentasen con el contacto de su piel. Él estaba calado hasta los huesos, como yo, pero estaba tan caliente… Jacob se respingó un poco con ese primer contacto gélido, un poco, porque mis palmas enseguida empezaron a caldearse. ―Estás empapada ―murmuró, intranquilo. ―No importa, yo estoy bien. Observé a Leah, Shubael e Isaac, mordiéndome el labio con preocupación, y volví a tener ese sentimiento de culpabilidad. ―Algunos de tus lobos se han ido con Eleazar y Garrett para inspeccionar los alrededores ―le desveló Tanya a Jacob, hablándole con formalidad, como si fuera un jefe militar o algo así. Sólo le faltaba terminar las frases con eso de “señor”―. Tenemos toda la zona cubierta. ―Vale, bien ―asintió él, en un tono más desenfadado. Luego, se dirigió a Carlisle, que ya estaba atendiendo a Leah―. ¿Cómo están? ―quiso saber, y por el tono de su voz deduje que él también estaba preocupado. Leah profirió un grito y toda una serie de palabras malsonantes cuando Carlisle le palpó las costillas para examinar su estado. Mis padres, mis tíos y Esme observaban la situación con mucho interés. ―¿Puedes respirar sin dificultad, Leah? ―inquirió mi abuelo. ―Sí ―apenas pudo responder ella, que volvió a apretar la dentadura. ―Bien. Tiene dos costillas rotas, pero ninguna ha alcanzado al pulmón, así que podemos estar tranquilos ―diagnosticó Carlisle,

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dirigiéndose a Jake y a Seth, que estaba agachado, como mi abuelo, para tenerla más cerca. Acto seguido, Carlisle voló hacia Shubael e Isaac. ―Te pondrás bien, hermanita ―le murmuró Seth, acariciando su rostro. ―Te recuperarás muy pronto, ya lo verás ―afirmó Sam. ―Vamos, no seáis tan cursis ―les reprendió ella, terminando la frase con ahogo. ―Esta es mi chica dura ―rió Jake. Todos nos reímos, aunque con una risa apagada, todavía teníamos el susto en el cuerpo. Además, esa risa duró muy poco. Otros dos chillidos, con sus consecuentes palabrotas, hicieron que fijásemos nuestra atención en Shubael e Isaac. Carlisle les estaba examinando las piernas. Nos acercamos a ellos con presteza ―yo sin despegarme ni un ápice de mi cálido chico― y observamos su situación. Los dos quileute se encontraban sentados, con las espaldas apoyadas en el tronco de un mismo árbol. Me recordaban un poco a esos soldados que salen en las películas. Esos que son amigos y que terminan los dos heridos, apoyados en alguna roca o árbol, alentándose el uno al otro después de una gran batalla. ―Shubael tiene la pierna rota por tres sitios, e Isaac por dos ―le comunicó Carlisle a Jacob. Los dos metamorfos se miraron y sus muecas y gemidos de dolor aumentaron―. Sin embargo, han tenido suerte. Como ves, no han sido fracturas abiertas, así que no habrá que operar. Eso sí, tanto a Leah como a ellos, tengo que recolocarles los huesos ahora mismo. No tengo tiempo de llevármelos, tendré que hacerlo aquí, sobre todo a Leah, después tendremos que entablillarlos para llevarlos a casa. Allí, ya les inmovilizaré mejor. ―Bien, haz lo que tengas que hacer, Doc ―consintió Jake. Carlisle asintió y volvió con Leah. Abrió su maletín y sacó una jeringuilla más un frasco de morfina para empezar a trabajar. Respiré, más aliviada, porque no era tan grave como parecía en un principio, aunque continuaba sintiéndome mal por todo esto. ―Jacob, ¿puedo hablar contigo un momento? ―le pidió papá, con expresión seria, desde esa lejanía en la que se encontraba con mi madre. Despegué mi mejilla de su pecho y alcé el rostro para mirar a Jacob. Él también me miró extrañado. ―Claro ―aceptó después.

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Ya no tenía frío, así que saqué las manos de su camiseta y me separé de él para dejarle libre. Jake amarró mi mano, ya caliente, y nos acercamos a él. ―¿Qué pasa? ―quiso saber mi chico. ―¿No te parece muy extraño que unos licántropos sólo les hayan herido de ese modo? ―insinuó mi padre, hablando con un bajo cuchicheo. Mamá y yo le miramos, sin comprender. ―¿A qué te refieres? ―bisbiseó Jake también, bajando las cejas todavía más. ―Recuerdo lo que te hizo a ti aquel neófito. En fin, ya sé que lo consiguió porque no te dio tiempo a defenderte, pero te rompió los huesos de la mitad del cuerpo solamente con chocar contra ti ―no había estado, no lo había visto, pero sólo imaginármelo ya me dejó sin respiración durante un instante. Por supuesto, toda esa historia ya la conocía de sobra. Jake me la había contado hace mucho tiempo, sin embargo, y como me había ocurrido la primera vez que la había oído, siempre me producía la misma reacción―. Un licántropo también es muy fuerte, pero mira lo que les han hecho a tus lobos. A pesar de que eran varios Hijos de la Luna, sólo han resultado heridos tres de tus lobos, ninguno ha sido mordido, y sus heridas son fracturas óseas, poco relevante para un metamorfo. ―¿Me estás diciendo que esos licántropos no querían luchar? ―Seth dijo que habían llegado como una estampida y que no estaban organizados ―siguió papá, mirándole con intención. ―Estaban huyendo de algo ―cayó mi chico, sorprendido. ―Eso creo. ―¿De esos magos, tal vez? ―Tal vez. Los ojos de Jacob bajaron al suelo con inquietud y reflexión. El chillido de Leah, cuando Carlisle le estaba recolocando las costillas rotas, hicieron que los cuatro nos girásemos hacia ella, angustiados por verla sufrir de ese modo. A pesar de la morfina, cuyo efecto en ella era menor debido a su alta temperatura, estaba pasando lo suyo. Sam y Seth sujetaban sus manos, que apretaban con fuerza, al igual que sus muelas. ―¡Jacob! ―gritó Garrett de pronto, irrumpiendo en escena como una auténtica bala.

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Me asusté al ver la urgencia que traía consigo. Mi chico reaccionó y se puso en alerta en un latido de corazón, al igual que mis padres y mis tíos, los cuales se encontraban junto a Shubael e Isaac. ―Es Thiago y su grupo ―reveló, hablando con apuro―. Les tenemos acorralados en el límite de la frontera con La Push. Nos miramos unos a otros e inmediatamente echamos a correr hacia allí, ya siguiendo a Garrett, que también había salido disparado. Emmett, Rosalie, mis padres y Garrett nos adelantaron, puesto que yo no podía correr muy deprisa, pero no tardamos mucho más que ellos en llegar a esa zona, que no estaba muy alejada de donde se encontraban los heridos. Cuando llegamos, mi familia ya estaba rodeando a Thiago y compañía, junto con Quil, Embry, Brady, Collin, Rephael, Michael y Eleazar, todos agazapados, en posición de alerta máxima. Los lobos gruñían sin cesar, mostrando sus letales dentaduras hechas para aniquilar vampiros, en cambio, los secuaces de Thiago, y él mismo, mostraban una tranquilidad pasmosa. Jacob estaba realmente cabreado. Se abrió paso entre Quil y Embry, llevándome de la mano, y se plantó delante de ellos, dejándome detrás de él para cubrirme, por si acaso. ―¿Qué hacéis aquí? ―exigió saber, muy enfadado. ―¿Este es el recibimiento que le dais a vuestros aliados? ―reprochó Thiago, enseñando esa mueca arrogante de siempre. Los lobos respondieron con unos rugidos más altos. ―Vosotros no sois nuestros aliados ―gruñó mi chico, apretando los dientes con furia―. Esto es una simbiosis obligada, pero la puedo romper cuando me dé la gana, jamás olvides eso―la estúpida sonrisa de Thiago se esfumó al instante―. ¿Tenéis algo que ver vosotros con lo que acaba de pasar en mi bosque? ―Sí ―se chivó mi padre, también rechinando los dientes―. Estaban persiguiendo a los licántropos. ―Eso es información confidencial, además, no hemos entrado en vuestro territorio, así que no tengo por qué deciros nada ―declaró el matón de Aro, alzando el mentón para mirar a mi padre con desdén. ―No me toques las narices, te lo advierto ―Jacob se acercó a él con mucha agresividad, quedándose en un cara a cara―. Tres de mis lobos están heridos por vuestra culpa.

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―Jake… ―intenté detenerle, tirando de su mano hacia atrás, pero él estaba muy ofuscado y me fue imposible. ―¿Vas a pegarme llevándola a ella a cuestas? ―se burló Thiago, chulesco. ―No te pases ―le advirtió Emmett. ―No me hace falta ―le respondió Jake, hablando con una seguridad y una ira retenida que ponía los pelos de punta―. Sólo tengo que transformarme ahora mismo y aniquilarte con mi poder espiritual. En una milésima de segundo, serías una simple colilla tirada en el suelo. Y tus colegas también. Se hizo un mutismo lleno de tensión que hizo que incluso la lluvia gélida se notase más. ―Sí, estábamos persiguiendo a esos Hijos de la Luna ―reconoció Thiago, dedicándole una miradita chulesca a mi padre. Después la llevó hacia Jake―. Se nos escaparon a vuestro territorio. Como comprenderás, no podemos entrar, así que no pudimos hacer nada ―explicó escuetamente y sin más. ―Mientes ―protestó papá, enderezándose hacia delante, indignado―. Los condujisteis hasta aquí adrede para que entrasen en el territorio de los lobos. Queríais poner a los metamorfos a prueba, para ver si serían capaces de luchar contra los licántropos, pero vuestro plan falló. Los licántropos no quisieron pelear contra los lobos y se fueron. ―¡¿Querías poner a prueba a mis lobos?! ―gritó Jake, echándose sobre Thiago, lleno de espasmos. Aún así, su mano no soltaba a la mía, pero la apretaba tanto, que me hacía daño. ―Jake ―le avisé, intentando que me soltara. Mi padre y Emmett corrieron hacia nosotros y consiguieron separarle un poco de Thiago, aunque tuvieron que tirar de él con fuerza. Mamá también se acercó, pero para procurar que soltara mi mano. ―Jacob, tranquilízate ―le pidió papá, interponiéndose. ―¡¿O lo que querías era que esos licántropos se cargaran a unos cuantos de los nuestros?! ¡Vamos, contesta! ―seguía él, embistiendo hacia delante con furia. Papá y Emmett volvieron a pararle, pero su mano tiraba de la mía y me hacía más daño. ―Jake ―repetí, alzando la voz un poco para que me oyese mientras continuaba intentando que liberase mis doloridos dedos.

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Ese estúpido de Thiago se limitaba a sonreír con esa arrogancia que me sacaba de quicio. Si seguía así, la que iba a arrearle un buen puñetazo iba a ser yo, aunque me rompiese los nudillos. ―Jake, estás haciéndole daño a Renesmee ―le dijo mi madre, hablándole con cierto nerviosismo. ―No va a pasarme nada, mamá ―le tranquilicé. En ese momento, Jacob reaccionó y pareció volver en sí. Se giró con precipitación, soltando mi mano, y ese rostro bañado de ira y rabia se transformó en uno de preocupación y arrepentimiento total. Thiago y su grupo aprovechó ese momento de distracción para darse la vuelta. Como si de unos torpedos se tratasen, saltaron hacia arriba y se encaramaron a los árboles, evadiéndose de ese círculo de lobos y vampiros que les rodeaba. ―¡Se escapan! ―voceó Garrett, que ya estaba preparando su salto, junto a Rosalie. Jake se volvió hacia los matones súbitamente, al tiempo que los lobos corrían hacia los árboles para gruñirles y rugirles desde abajo. ―¡Malditos cobardes! ¡Volved aquí! ―gritó Jacob, otra vez muy enfadado. ―Nos volveremos a ver, Gran Lobo ―afirmó Thiago, con esa sonrisa arrogante. Éste y sus secuaces iniciaron su huída y mi familia se dispuso a saltar para perseguirles, pero mi padre les paró. ―¡Dejadles! ―ordenó, haciendo que los lobos también se parasen. ―¡¿Cómo?! ―protestó mi chico, muy indignado. Pero Thiago y su grupo se perdieron entre las copas de los árboles.

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PRUEBA Esa cubierta arbórea que nos cubría se quedó sin inquilinos en un abrir y cerrar de ojos, y todos nos habíamos quedado tan estupefactos y perplejos por esa petición de mi padre, que ni siquiera los lobos pudieron reaccionar. Se quedaron con las patas clavadas en el sitio, sin perseguirles, así como mis tíos, Eleazar y Garrett. Jacob no podía creérselo. Después de su protesta, observaba las ramas con los ojos muy abiertos y la boca colgando, con una mezcla de incredulidad e indignación. Pero pronto se giró hacia mi padre, furioso. ―¡Mierda, Edward, siempre haces lo mismo! ―protestó enérgicamente―. ¡Y vosotros, ¿desde cuándo obedecéis sus órdenes, eh?! ―les reprochó a sus lobos. Quil, Embry, Rephael, Brady, Michael y Collin se observaron unos a otros, emitiendo una serie de gañidos para echarse las culpas entre ellos, y luego oscilaron la mirada hacia su líder, encogiéndose de hombros. Jake resopló por la nariz con enfado y cansancio, y cogió mi mano otra vez. ―No podíamos seguirles, y tampoco atacarles ―se defendió mi padre―. No debemos romper el tratado. ―¡A la mierda ese maldito tratado! ―voceó mi chico, haciendo un aspaviento con su brazo suelto―. ¡¿No has visto lo que acaban de hacer?! ¡Por su culpa tres de mis lobos están heridos! ¡Y querían que esos licántropos se deshicieran de parte de mi manada! ―Te equivocas ―le contradijo mi padre―. Sé que parece lo contrario, pero en realidad no querían deshacerse de tus lobos. Mamá le miró sin comprender. ―¡¿Pero qué estás diciendo?! ―Jacob no se lo podía creer.

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―Por muy difícil que parezca de creer, Thiago y su grupo sólo querían ver las posibilidades que tenían tus lobos de sobrevivir a un ataque de licántropos sin ti. Sin embargo, los licántropos no se quisieron enfrentar a ellos, y eso estropeó sus planes. ―¿Sin mí? ―ahora Jake parecía más interesado. ―Era una especie de… prueba ―siguió aclarando papá―. Se estaban planteando qué pasaría en caso de que a tu manada le sobreviniera un ataque de Hijos de la Luna sin que tú estuvieras presente. Es evidente que saben que siempre estás con Renesmee y que la manada no goza de los favores de tu poder espiritual todo el tiempo. Eso les preocupa. Una vez más, me sentí culpable. ―¿Que les preocupa? ―mi chico enarcó las cejas con incredulidad―. Vamos, anda ya ―dudó, chistando acto seguido―. ¿Les preocupa y nos mandan a unos licántropos, sabiendo que una mordedura suya podría matarnos? A él no, claro, pero Jake siempre usaba el plural para hablar de la manada. ―Les preocupa porque eso puede perjudicar los intereses de Aro ―matizó mi padre―. Además, era un grupo pequeño de licántropos, cinco, si no me equivoco, era por esa desventaja numérica por lo que aprovecharon para hacer la prueba. Querían comprobar cómo se desenvolvían tus lobos sin ti. Aro quiere que ganes esa posible batalla contra los licántropos, por supuesto, porque le beneficia a él, y si tus lobos no están preparados para luchar contra ellos… ―Oye, para el carro ―protestó Jake, interrumpiéndole, aunque los lobos también gruñeron como queja―. Mis lobos saben defenderse perfectamente. Quil alzó su enorme cabeza de color chocolate con orgullo. ―No contra unos licántropos ―refutó papá. La cabeza de Quil se vino abajo para mirarle con disconformidad. ―¿Qué dices? Mis lobos saben…, pueden… ―Jacob observó a sus hermanos y pareció quedarse sin alegatos posibles―. Bueno, vale, no contra unos licántropos ―reconoció a regañadientes. Embry miró a un lado y gruñó por lo bajo, como si murmurase algo para sí―. ¿Pero qué quieres que hagamos? Nunca nos hemos tenido que enfrentar a ninguno. Bueno, yo sí, pero eso es otra historia.

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―No me gusta estar de acuerdo con Thiago, pero, al igual que él, creo que tus lobos necesitan un poco de instrucción a este respecto. ―¿Eso piensa ese idiota? ―la indignación de Jake quedó patente de nuevo, y la de los lobos también. ―Me parece que ha quedado claro que tiene razón ―murmuró Rose muy bajito, que miraba a una rama de su lado izquierdo como si tal cosa. Los ojos de Jacob se entrecerraron para mirarla con una simulación de odio. ―Esto que han hecho ha sido para enviarte un mensaje. Es su forma de decirte que tus lobos necesitan un entrenamiento contra licántropos ―declaró mi progenitor. ―Pues vaya una forma de decirlo ―chisté, cruzándome de brazos. ―Sí, sus formas no son las más… correctas ―suavizó mi padre―. Sin embargo, he de reconocer que ha servido para que nos demos cuenta. Tal vez Jasper podría daros unas lecciones. Jacob no fue el único que le miró mal. Embry, Quil, Collin, Brady, Michael y Rephael le fulminaron con la mirada. ―Sí que las necesitáis ―les contestó mi padre―. Y por mucho que os moleste, Jasper os puede enseñar algo. Nunca ha luchado contra licántropos, pero sabe muchas técnicas de lucha y defensa que os serían de gran ayuda. Embry volvió a mirar a un lado mientras gañía. ―Lo sé, sin embargo, todo eso que sabéis no sirve para los licántropos ―papá rebatió la objeción muda de Embry―. Lo mejor es que él os entrene. ―No es que tengamos mucho tiempo para entrenamientos, precisamente ―opinó Jacob, haciendo uso de su sarcasmo. ―Lo sé, pero podríamos hacerlo por grupos pequeños, por ejemplo, con un máximo de tres lobos ―le sugirió papá―. Así el resto podría seguir vigilando toda la zona. Mi chico se quedó en silencio un rato, estudiando el asunto. Luego, miró a sus hermanos de manada para pedirles su opinión. Quil resopló por el hocico, pero asintió, qué remedio. ―Vale, está bien ―accedió Jacob finalmente, aunque también resoplando. ―Hablaré con Jasper nada más llegar a casa ―sonrió mi padre, satisfecho.

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―A Jasper le va a encantar ―bisbiseó Rosalie, con ironía, disimulando con otra rama. ―Esto será divertido ―sonrió Emmett, frotándose las manos. Michael le dio un golpe en el brazo con el hocico, empujándole un poco como queja ante esa burla, aunque sólo sirvió para que Em se carcajease. Ahora que toda esa tensión se había ido y que me encontraba más relajada, empecé a sentir frío otra vez. No me había dado cuenta del frío que tenía hasta este momento. De repente, y sin que me hubiese percatado antes, me encontré a mí misma temblando ligeramente y con una sensación de congelamiento total, de la caladura que tenía. Incluso con la capucha puesta, notaba la cabeza mojada. Jacob, que también se había relajado, se pispó al instante de lo que me pasaba. Giró su rostro hacia mí y éste se transformó en uno de preocupación. ―Mierda, estás empapada y helada ―murmuró, rodeándome con sus cálidos brazos para darme calor―. Será mejor que nos vayamos a casa. Mis manos se apoyaron automáticamente en su pecho calentito, buscando el caldearse. ―¿No vamos a ir a ver a Leah, Shubael e Isaac? ―inquirí, mirándole mientras trataba de que mis labios no temblequeasen. Nuestros rostros estaban muy cerca debido a su abrazo, así que podía sentir su abrasador aliento en mi piel. Ese vaho caliente y dulce que salía de su boca aliviaba bastante el congelamiento de mi nariz, haciendo que el vello también se me pusiese de punta, de lo placentero que resultaba. ―Sí, pero primero nos cambiaremos de ropa en casa. No puedes ir con esta mojadura. ―Démonos prisa ―apremió mamá, que me miraba con la típica preocupación maternal, echando a andar con premura. ―Ahí viene Paul ―nos anunció mi padre, ya caminando detrás de ella―. Viene a decirte que Isaac, Shubael y Leah ya están siendo llevados a casa. Todos comenzamos a seguirles. ―Bien ―asintió Jake. Tan sólo habíamos caminado unos metros, cuando el mencionado Paul apareció entre los árboles. ―Isaac, Shubael y Leah ya… ―Están siendo llevados a casa, ya ―continuó Jake.

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Paul se quedó un poco extrañado de que Jacob ya lo supiera, pero sus ojos se fueron hacia mi padre, que le dedicó una miradita un poco pagado de sí mismo, y enseguida lo pilló. ―No sé para qué narices he venido hasta aquí ―refunfuñó, dando la vuelta para seguir el camino de regreso junto a nosotros. ―Id tirando vosotros hacia allí ―le dijo Jake, soltando mi mano momentáneamente para quitarse la camiseta―. Nosotros iremos enseguida, en cuanto Nessie se ponga ropa seca ―y arrojó esa empapada prenda a la cabeza de Quil. El lobo de color chocolate oscuro protestó, pero agarró la camiseta con las fauces para llevársela. ―De acuerdo ―acató Paul―. Nos organizaremos para no dejar la zona sin vigilancia. ―No os preocupéis, nosotros también nos quedaremos por aquí ―intervino Garrett, hablando por boca de todo el aquelarre de Denali―. Tanya, Kate y Carmen estarán de acuerdo conmigo en que es mejor que nos quedemos nosotros, para que el mayor número de vosotros podáis visitar a los heridos. Y tú, Eleazar, supongo que también ―añadió, mirándole. ―En efecto ―coincidió él―. Podéis iros tranquilos. Con un grupo de cuatro o cinco lobos que se sumen a nosotros, seremos suficientes para vigilar la zona. ―Vale ―aceptó Jake, y, de repente, se detuvo y me cogió en brazos. Los míos se ensamblaron a su cálido cuello instantáneamente, claro―. Gracias ―les agradeció acto seguido, echando a andar de nuevo. Eleazar asintió con ese gesto sutil, grácil y armonioso de su cabeza, y mi padre le correspondió con otro para agradecérselo también. ―Pues entonces, vamos ―les exhortó Paul. Les hizo una señal con la barbilla al resto de los lobos y éstos se fueron tras ellos, Quil protestando mientras cargaba con la camiseta de Jacob. El resto seguimos caminando con rapidez. ―Estarás más calentita si abres esa cremallera ―me sugirió Jake, mostrándome esa sonrisa torcida que ya era toda una invitación. Le sonreí y le hice caso. Dejé su cuello y bajé la cremallera de mi plumas, el cual estaba muy mojado, abriéndolo para dejar mi suéter al descubierto. Éste estaba algo húmedo, pero no tan mojado como el plumas, y sin esa cazadora por el medio podía sentir la calidez de Jake

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mucho mejor. Volví a rodearle con mis brazos y me pegué a su pecho cómodo y más que calentito. Sonriente, le di un beso en la mejilla y adosé mi frente en el lateral de su cuello, mimosa, inspirando su maravilloso efluvio con ganas. ―Sí que estás congelada ―se respingó. ―Ya estoy mucho mejor ―ronroneé, achuchándole más. No le vi el rostro, pero pude percibir cómo sonreía con satisfacción. Uf, esto era otra cosa. El calor comenzó a notarse enseguida, y era todo un alivio. Mis manos aún estaban templadas, sin embargo, la tórrida piel de mi chico cada vez las calentaba más. Y esos brazos, aunque eran muy fuertes, se amoldaban perfectamente a mi cuerpo, arropándome cómodamente. Sí, estaba en la gloria. Inspiré su aroma almizcleño una vez más y dejé que mi sonrisa de felicidad se extendiera por mi rostro mientras continuábamos esa marcha al trote. A la última que fuimos a visitar fue a Leah, puesto que Sue conocía todo nuestro mundo y no teníamos que andar con excusas, por lo que podíamos estar en esa casa más tiempo y con mayor libertad. Los padres de Shubael y el padre de Isaac no tenían ni idea de lo que sus hijos se traían realmente entre manos las veces que salían de casa para patrullar, así que les habían hecho creer lo que parecía ser lo típico que se decía en estos casos. Tomando como precedente aquel accidente de moto que Jake había tenido años atrás, cuando en realidad había sido un ataque neófito, los chicos utilizaron la misma excusa para Shubael e Isaac, alegando que Jake les había dejado nuestras Harley Sprint y que ambos se habían caído. No fueron muy originales, y encima, pusieron en un compromiso a Jacob, que tuvo que medio disculparse con los progenitores de los dos por haber permitido que cogieran sus motos. Shubael e Isaac estaban en sus camas, cada uno en su respectiva casa, con las piernas completamente escayoladas en alto. Seguían teniendo dolores, pero ahora que Carlisle les había recolocado todos los huesos, y gracias a la morfina, se encontraban mucho mejor, incluso se llamaban por teléfono y bromeaban sobre licántropos. En la misma situación se encontraba Leah, aunque ella no bromeaba para nada. Sin embargo, su estado era mucho mejor y estaba más animada, ya que tenía a Simon a su lado todo el tiempo. Nada más enterarse de la noticia había volado para ir a verla.

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Nosotros nos habíamos cambiado de ropa y habíamos ido a visitar a los tres. Mi familia, excepto Carlisle y mis padres, se había quedado fuera de la vivienda de Seth y Leah. La pequeña edificación de madera ya tenía suficiente gente dentro, y ellos preferían esperar fuera para vigilar. Después de varias horas de visitas, decidimos marcharnos a casa, ya que yo estaba muy cansada. Nos despedimos de Sue, Charlie y Billy, que también estaban allí, Seth, Leah, Simon y del resto de metamorfos que había en la casa, entre los que se encontraba Sam, con sus inseparables Emily y sus tres hijos, y nos fuimos. Cuando salimos de la casa, ya había anochecido hacía un buen rato. Yo estaba agotada, pero, al menos, ya no tenía frío, puesto que me había abrigado bastante y me encontraba seca. Tampoco tenía ni pizca de hambre, porque Sue no había hecho más que sacar comida para saciar a los incombustibles metamorfos que se encontraban allí. Mi familia se unió a nosotros en cuanto traspasamos las escaleras que daban salida al porche. Todavía caía del cielo esa agua nieve, así que tuve que soltar la mano de Jake para que él pudiera abrir el paraguas que habíamos cogido en casa. Eso sí, me enganché de su brazo en un santiamén. Al llegar a casa, por fin, me deshice de mi parca y la colgué en el perchero del vestíbulo mientras Jacob depositaba el paraguas en el paragüero. Mi familia entró en la vivienda armando un buen jaleo, sobre todo Emmett y Jasper, que estaban apostando quién se curaría primero, si Shubael o Isaac. ―Me voy a la cama ―comuniqué a todo el mundo en la misma entrada, incluido Jacob. ―Está agotada ―papá se adelantó a lo que mi marido estaba a punto de preguntarme. Jake le miró con cierto cansancio por sus continuas incursiones mentales, pero enseguida me dedicó su tiempo a mí. ―Vale, vamos ―dijo, tomándome en brazos. ―No hace falta que me lleves ―reí, aunque me enganché bien a él―. Estoy embarazada, no… ―No enferma, ya, ya ―siguió él, iniciando la subida por las escaleras―. Pero no quiero que te canses ―me sonrió y me dio un beso corto en los labios. ―Hasta mañana, cielo ―mamá asomó la cabeza por la barandilla para dedicarme una sonrisa.

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―Hasta mañana a todos ―voceé, haciendo un gesto con la mano, cual estrella de teatro que se va de la escena. Escuché las risas de mi familia abajo y sus respectivos “hasta mañana”, “buenas noches” y “que descanséis”, y también oí el murmullo muy bajito de Rosalie diciendo “espero que esta noche no suene la radio”, cosa que ya me hizo ponerme como un tomate. Suerte que ya no podían verme. ―¿No quieres quedarte a ver la tele? ―le pregunté a Jake, que ya estaba llegando a la planta superior. ―No, prefiero quedarme contigo un millón de veces más ―me sonrió. Luego, su rostro se volvió un tanto burlón―. Tú hueles mucho mejor. ―¡Te hemos oído, chucho! ―gritó Rose desde el saloncito. ―Espero que no sea sólo por eso ―reí. ―Ya sabes que no ―afirmó, clavándome esos ojazos negros que me hipnotizaban por completo. Me dejó justo en la puerta de nuestro dormitorio, la abrió y pasamos dentro. Nos pusimos la ropa de pijama y volvimos a salir de la habitación para dirigirnos al baño con el fin de lavarnos los dientes. Lo hicimos juntos, bromeando el uno con el otro frente al espejo, y terminamos la faena escupiendo a la vez en el lavabo, entre empujones y risas. Salimos del baño y pasamos a nuestro dormitorio otra vez, cerrando la puerta. Nos metimos en la cama y yo me apresuré a acurrucarme a su lado, acomodándome en su pecho calentito. Con el frío que había pasado hoy, esto era todo un regalo. Deseé que esa camiseta interior y mi camisón no se interpusieran entre su sedosa piel y la mía, pero, en fin. Los dedos de Jake no tardaron en jugar con los mechones de mi pelo, pasando una y otra vez. ―Tengo otro nombre, y este es con la “j” ―habló de pronto, con un murmullo. ―¿Ah, sí? ―sonreí, sin despegar mi mejilla de su pecho―. ¿Cuál es? ―Jonathan. Mi sonrisa se amplió. ―Me gusta ―asentí―. Es bonito, y no lo tiene nadie en la manada. ―Tendremos que apuntarlo en la lista, entonces.

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Se hizo un momento de silencio en el que sus dedos siguieron peinando mi cabello. ―La próxima semana es nuestro aniversario de novios ―murmuró, rompiendo ese mutismo con su voz ronca. Su abrasador aliento acarició mi cuero cabelludo cuando lo dijo y mi vello ya se erizó solo. Aunque estábamos casados y celebrábamos nuestro aniversario de boda, por supuesto, también lo seguíamos haciendo con el de novios, el seis de febrero, y siempre íbamos al mismo sitio: al Wolf. Alcé el rostro para mirarle y él lo bajó sincronizadamente, quedándonos a unos pocos centímetros. Mi corazón y mis mariposas ya se aceleraban sólo con tenerle tan cerca. ―¿Podremos celebrarlo este año? ―pregunté, mordiéndome el labio. ―Claro que sí ―ni lo dudó―. No pienso dejar que nadie nos estropee la fiesta. Lo celebraremos, como siempre. ―¿Y mi familia? No podemos ir solos, por si acaso ―mi labio inferior se arrugó más cuando mis dientes lo mordieron con más fuerza. ―Que se queden fuera del Wolf ―dijo, sonriendo con un poco de malicia, como si se estuviese imaginando la escena. Solté una risilla, pero no por imaginarme lo mismo que él, sino porque siempre parecía tener una contestación y una solución para todo. ―¿Y después? ¿También les haremos esperar en el parking de Rialto Beach? ―sonreí con ganas, y esta vez sí que con malicia. Jacob frunció los labios y adoptó un gesto exageradamente pensativo, adrede. ―Mmm… Creo que este año vamos a tener que variar un poco esa parte del plan ―contestó finalmente―. Este año vamos a tener que terminar la función en nuestra cama, pequeña ―me mostró su preciosa sonrisa torcida a la vez que pegaba su frente a la mía. Las alas de mis mariposas se agitaron con vehemencia. Rodeé su cuello con mis brazos y me arrimé más a él. ―Menos mal que tenemos la radio ―susurré en sus labios, sonriéndole. Sus manos dejaron mi cabello y pasaron a deslizarse por mi espalda, ya estremeciéndome, hasta que llegaron a la parte trasera de mis caderas. Entonces me empujó hacia él y nuestros cuerpos ya se enredaron. Mi corazón y mi estómago no fueron las únicas partes de mi anatomía que palpitaron con gozo. Jadeé.

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―Sí, menos mal… ―coincidió él, hablando entre susurros. Era inevitable. La energía ya comenzaba a navegar a nuestro alrededor, meciéndonos con esa marea que nos atraía cada vez más, con ese oleaje mágico y especial. Uní mis labios a los suyos y comencé a besarle muy despacio, aunque respirando con furor. ―Ponla ahora ―le pedí, entre beso y beso. Noté cómo su labio se curvaba hacia arriba, si bien su abrasador aliento también salía agitado. ―¿No estabas agotada? ―me recordó, con otro susurro―. No sé si deberíamos… ―deslicé mi labio por los suyos y tuvo que esperar a que terminase para seguir hablando―. ¿No crees que deberías descansar? ―Sólo una vez… ―le imploré con ansia, y repasé su boca con la mía de nuevo. ―Una vez es… ―le di otro beso― imposible, lo sabes. Y tú estabas cansada ―bromeó para hacerse de rogar. ―Calla y pon esa radio de una vez ―le exigí finalmente, sin dejar de besarle. La sonrisa de Jake se amplió con satisfacción y ya no dijo nada más. Sin dejar mis labios, se estiró hacia atrás y, con unos manotazos torpes y distraídos, consiguió apagar la lamparita de su mesilla y encender la radio, que ya tenía el volumen lo suficientemente alto. Me pareció escuchar la queja de Rosalie abajo, pero cuando Jake regresó a mi cuerpo, ni siquiera sé lo que dijo.

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ENTRENAMIENTO A diferencia de ayer, hoy no llovía, nevaba. Esa densa cortina de grandes y algodonosos copos caía desde el cielo como por arte de magia y lo cubría todo con su manto de color blanco impoluto. El cielo estaba tan encapotado, que si te quedabas mirando hacia arriba, daba la sensación de que esa nieve salía de ninguna parte, parecía descender de la nada, cayendo lentamente hacia abajo. ―Vamos, Nessie, ya lo has visto de sobra. Cierra la ventana, te vas a enfriar ―me azuzó Jake, dándole tirones a la sábana para que me volviera a echar en la cama. La verdad es que tenía razón. Ya comenzaba a tener algo de frío. Me encontraba de rodillas, sobre el colchón, asomada a la ventana que teníamos a modo de cabecero, y aunque me estaba tapando el torso con la sábana, la helada hacía su acto de presencia en mis brazos y en mi cara. Lo mejor iba a ser que cerrara la ventana. Estiré la mano y dejé que un grueso copo cayese sobre mi palma. Con rapidez, me metí dentro y lo deposité sobre la punta de la nariz de Jake. El copo se derritió en un segundo, pasando a ser líquido. ―Muy graciosa ―se quejó él en un tono irónico, aunque sonriendo. Y se secó con el dorso de su mano. Solté una risilla y corrí la hoja de la ventana para cerrarla. Bajé el estor, me incliné sobre él, le di un beso en la nariz y me eché a su lado, arrimándome bien a su cuerpo con el fin de entrar en calor. Jacob me tapó con la sábana y enseguida me acogió con mimo entre sus brazos. Nuestros cuerpos todavía estaban desnudos y, aunque ya habíamos aplacado la primera llamarada de la mañana y lo había sentido por el mío hacía un rato, volver a notar su piel pegada a la mía hacía que me estremeciera. Estos días su piel había aumentado un poco de temperatura y la sentía más cálida y acogedora. Sus suaves y tórridas manos me

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frotaban la espalda, haciendo que comenzase a notar ese placentero calor que incluso me ponía el vello de punta. ―Tenías razón, qué frío hace afuera ―me respingué, y me arrimé más a su cuerpo desnudo. ―Te lo dije. Como últimamente eres tan friolera… Apoyé mi mejilla en su pecho y Jake pasó a enredar con mi cabello. Arrugué el entrecejo y me mordí el labio, reflexionando en lo friolera que me había vuelto últimamente. ―No sé por qué me pasa esto ―pensé en voz alta―. Normalmente hubiera aguantado mucho más a la intemperie de una nevada, y ayer casi me muero de frío en el bosque. ¿Será que ha bajado mi temperatura corporal? ―Yo te noto tan cálida como siempre ―afirmó él. Despegué mi cara de su torso y la alcé para mirarle. ―Sí, pero es como si mi cuerpo fuera más sensible, como si respondiera a ciertas cosas de un modo más humano. ―Tal vez tenga que ver con que el bebé es humano ―aventuró Jacob, observándome con esos ojazos negros―. Puede que él te transmita algunas reacciones humanas, como el frío o el asco que le has cogido a la sangre. Ugh, pues sí, porque sólo de pensar en esto último me daba un asco tremendo. Carlisle todavía no había dado con el por qué de mi repentina repulsión hacia la sangre, pero todo apuntaba a que la razón era la naturaleza humana de nuestro bebé. ―Podría ser, sí ―coincidí, apoyando mi mejilla en su pecho de nuevo. Los prodigiosos dedos de Jake pasaban una y otra vez entre mi pelo y el calor que desprendía su cuerpo era muy placentero y acogedor. Su poderoso corazón latía con vigor y fuerza, retumbando en su pecho. Podía oírlo perfectamente sin tener mi oreja pegada a su esternón, pero me encantaba escucharlo tan de cerca y sentir sus calmadas y vivas palpitaciones en mi oído, en mi rostro, en mi torso. Eso me relajaba un montón. También podía sentir el arrullo de su sangre pasando a través de las arterias, ese flujo constante que se movía al ritmo de cada latido, de cada palpitación, de cada poderoso bombeo. Ya estaba totalmente acostumbrada a eso, por supuesto, y la sed que me producía su plasma lo controlaba instintivamente.

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Como siempre, esto era como estar en el paraíso, me sentía tan a gusto, tan completa y realizada. Siempre me había sentido así junto a Jacob, pero me di cuenta de que ahora había un ingrediente más que se agregaba a esa sensación. Ahora mismo, la pequeña familia que habíamos formado Jake y yo estaba al completo. Jacob, yo y nuestro pequeño bebé en medio de los dos, recibiendo también el calor de su padre. No sé si eran imaginaciones mías, pero me dio la sensación de que el bebé estaba tan a gusto como yo y sonreí, feliz. Entonces, me dio por pensar en el embarazo de mi madre. Ella no había podido disfrutarlo, como estaba haciendo yo con el mío, pero mi padre tampoco. Mi madre había sufrido todos los embustes físicos y psicológicos, pero lo había hecho conscientemente, había sido su elección, y eso había hecho que afrontara todas las consecuencias y las asumiera con fuerza y voluntad. Sin embargo, mi padre no había tenido esa oportunidad. Él había tenido que afrontarlo todo sin tener opción, y había sufrido tanto. Hasta que pudo escuchar mis primeros pensamientos y después nací, claro, pero aún así había sufrido demasiado. A mi modo de ver se merecía un premio, un pequeño regalo. ―Tengo otro nombre con la “a” ―murmuré. ―¿Cuál? Por un momento, vacilé un poco, pero lo solté. ―Anthony. ―¿Anthony? ―no le veía el rostro, pero por el tono de su voz estaba algo sorprendido, más bien extrañado de que yo propusiese un nombre así. Presioné mi labio inferior ligeramente con mis dientes, esperando a que él se diera cuenta del por qué de ese nombre. ―Sí, Anthony ―repetí, pasando mis dedos por su torso para hacerme la indiferente. Se hizo un breve silencio mientras Jacob parecía meditarlo. ―Es un poco pijo, ¿no? Ups. Sin embargo, su objeción sonó más a una opinión que a una crítica. Vaya, no pareció percatarse de que ese era el segundo nombre de mi padre. Quizá era un dato que desconocía. Dejé que mi mejilla se despegase otra vez de su pecho, me incorporé un poco, dejándole a él abajo, y le miré. ―Pero, ¿te gusta? ―le pregunté, observando la reacción de su expresión con atención.

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―No sé ―dudó, frunciendo los labios mientras miraba al techo y se lo pensaba. Luego, volvió a mirarme―. Le tendríamos que llamar Tony para que no sonase tan pijo, pero no sé qué me disgusta más, si que suene pijo o lo segundo ―de pronto, sus ojos fueron los que estudiaron a los míos, entrecerrándolos― ¿Por qué? ―¿Eh? Ah, no, por nada ―disimulé, tumbándome a su lado de nuevo―. Sólo fue una sugerencia que se me ocurrió de repente. Después de eso que acababa de decirme, como para revelarle que era el segundo nombre de mi padre. Entonces sí que lo rechazaría de pleno. ―Lo apuntaré en la lista, anda ―accedió, aunque más por indulgencia que por otra cosa, lo cual no resultaba muy alentador a la hora de decirle las razones de mi sugerencia―. A ver ―siguió―, de momento tenemos Nathan, Adam, Samuel, Daniel, David, Saul, Jonathan y Anthony. Como sigamos así, acabaremos llenando una libreta entera ―y se rió con una risilla sorda. ―Ya ―yo también sonreí. ―Tendríamos que ir escogiendo uno ―sugirió. Sí. Anthony, pensé. Anthony Jacob, se me ocurrió acto seguido, y mi boca no pudo evitar ampliar la sonrisa, esta vez con más gozo, porque ese nombre envolvía a los dos hombres que más amaba del mundo. Y, de repente: Tony Jake, se me volvió a ocurrir en mis pensamientos. Se me escapó una risilla y Jake bajó el rostro para mirarme. ―¿Qué pasa? ―quiso saber, sonriéndome con expectación. Carraspeé para mis adentros y me bajé de mi nube. ―Nada, cosas mías ―le contesté, aunque mi boca aún sostenía esa risa―. Ya lo elegiremos, no hay prisa. Todavía tenemos cinco meses por delante. Pasé la mano por su impresionante torso, deleitándome en cada ardiente y fuerte músculo. No sé en lo que se paró a pensar él en ese instante, pero cogió mi mano y la llevó a sus labios para besarla. ―Ayer te hice daño en la mano y no te pedí perdón ―murmuró, mirándome con arrepentimiento. Volvió a besar mi mano. Con la misma, acaricié sus ardientes labios, deslizando las yemas de mis dedos despacio para sentir la sedosidad de su fina piel. Eso le estremeció y dejó mi mano libre al tiempo que cerraba los ojos y soltaba un jadeo sordo. Seguí pasando mis dedos con calma y los dirigí a su

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barbilla, bajando su labio inferior un poco a su paso. Cuando recorrí su mandíbula, ascendí y posé mi palma en su mejilla, abrió los párpados para mirarme con esa mirada suya tan penetrante e intensa que hacía que mis mariposas ya se volvieran locas. Primero le mostré a ese Jacob que yo había visto de espaldas, furioso, lleno de temblores y que no soltaba mi dolorida mano. ―Lo sien… Le tapé la boca con los dedos de mi otra mano para cortar su disculpa y le sonreí. Despejé sus labios y seguí enseñándole mis recuerdos. Le mostré que comprendía su enfado y su reacción, y también lo segura que me había sentido de él, lo mucho que había confiado en su autocontrol, dejándole entrever en mis recuerdos que sabía que jamás me haría daño, aunque añadí una nota sarcástica y le dejé ver que me había dejado la mano hecha polvo al tiempo que ampliaba mi sonrisa. Mi chico captó la broma y sonrió. ―Soy un bruto, ¿eh? ―No te preocupes, yo soy una chica dura, y me encantan los brutos como tú ―presumí, rodeando su cuello con mis brazos. ―Ja, ja ―articuló con ironía. Me reí y le di un beso corto. Cuando dejé su boca, Jake se quedó mirándome maravillado durante un rato, enganchándome con sus hechizantes ojos negros. Mi corazón y mis mariposas se aceleraron al mismo tiempo. ―Siempre me he preguntado qué veías en mí ―susurró, sin dejar de observarme de ese modo―. Tú eres tan especial… ―A lo mejor es porque tú también lo eres ―le insinué, sonriéndole. Después, dejé que mis pupilas se perdieran en las suyas definitivamente y fui hipnotizándome conforme hablaba entre susurros―. Para mí siempre has sido la persona más especial y maravillosa del mundo, desde siempre ―mi rostro comenzó a acercarse al suyo, ya preso por esa energía que empezó a emanar de nosotros, y él correspondió de la misma forma, también mirándome hechizado―. Lo supe en cuanto nací, desde la primera vez que te vi ―y nuestros labios terminaron uniéndose para besarse. Todo mi organismo era un torbellino de sensaciones, pero aumentaron de intensidad cuando los labios de Jacob también lo hicieron. Sin embargo, los dos tuvimos que obligarnos a parar. Si nos dejábamos

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llevar demasiado, ya no podríamos detenernos, y teníamos cosas que hacer. ―Mierda ―murmuró con pesadumbre, apoyando su frente en la mía al tiempo que tomaba aire para recomponerse―, si no fuera porque tenemos ese maldito entrenamiento… ―Lo sé ―sonreí, tomando oxígeno yo también―. Creo que será mejor que nos levantemos, no queda mucho para que Brenda llegue a casa. Mi chico separó nuestras frentes para observarme. ―¿Brenda va a venir? ―preguntó. ―Seth es uno de los que va a recibir instrucción hoy, acuérdate, y supongo que Brenda quiere aprovechar para verle ―le expliqué―. Últimamente se ven muy poco. ―Ah, ya ―hizo una mueca de aceptación―. ¿Y cuándo te lo ha dicho? ―Ayer, mientras tú le hacías la gracia a Leah con Simon ―revelé―. Estuve hablando con Brenda, ¿recuerdas? ―Ah, sí ―cayó. ―Me dijo que iba a venir sobre las once ―miré el despertador de la mesilla de Jake―. Y ya son las diez y cuarto, así que será mejor que nos levantemos. ―Dúchate tú primero ―me propuso, poniéndose boca arriba para estirarse. ―Vale ―reí―. Hay que ver qué perezoso eres. Le di un beso corto y me fui a mi lado de la cama para disponerme a salir de ella. ―Sólo me quedaré en la cama cinco minutos más, después ya me levanto ―se defendió al tiempo que ya me ponía en pie. En cuanto lo hice, sus largos y fuertes brazos ocuparon todo lo que pudieron de lo ancho del camastro, así como sus piernas. Solté una risilla, me puse la bata de seda y me acerqué al armario. Después de ducharme, vestirme y secarme el cabello, por fin se levantó. Estaba en la puerta del cuarto de baño justo en el mismo momento en que yo salía. Me dedicó una de sus maravillosas y blancas sonrisas, me dio otro beso y se metió en el aseo para ducharse. Suspiré antes de bajar, porque nuestro dormitorio era una pequeña burbuja de intimidad en medio de todo ese remolino de gente que se movía por nuestra pequeña casa, la única que teníamos, y sólo

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disponíamos de ella por la noche y por las mañanas. Estos cortos momentos ―o eso me parecían a mí― eran los únicos que disfrutábamos a solas, en esa cierta privacidad que no lo llegaba a ser del todo nunca. Sin embargo, por muy mínima que fuera, teníamos que aprovecharla al máximo, aunque seguía siendo un poco incómodo saber que por mucha radio que pusiéramos y muchas precauciones sonoras que tomásemos quizá te podían seguir oyendo. Ahora esa intimidad se había terminado, al menos, hasta que llegara la noche, la cual siempre me parecía que tardaba en llegar demasiado. Aunque tenía que reconocer que el tener gente en casa también tenía sus ventajas. El desayuno ya lo había preparado Esme, y esas tortitas, los huevos con beicon, su deliciosa tarta de manzana, el zumo natural de naranja y el café esperaban en la mesa para que fueran devorados, aunque la que tuve que esperar para hacerlo fui yo, pues Jake todavía no había terminado de asearse. Eso sí, en cuanto llegó a la cocina, ambos nos pusimos manos a la obra. Durante el desayuno, la tía Alice nos desveló que mi padre se había ido a patrullar al bosque por la noche. Ella no nos lo dijo, pero Emmett se encargó de revelarnos el por qué enseguida con una de sus bromas, cosa que me hizo ponerme roja como un tomate. Luego, nos dijo que había llamado bien temprano para quedar en un pequeño claro del boscaje con el fin de realizar allí ese entrenamiento contra licántropos. Terminamos de desayunar a tiempo, incluso tuvimos unos minutos para ver la tele en el sofá con Rosalie, Emmett y mamá, hasta que el timbre de casa sonó. ―No sé por qué han tenido que venir, la verdad ―refunfuñaba Jake en voz baja mientras caminábamos hacia ese claro, junto a mi familia. Observé a Helen y Ryam por el rabillo del ojo. Estaban a mis espaldas, charlando con Brenda, Mercedes, Claire, que también habían venido para estar con Embry y Quil, mamá y Alice. Sabía que Jacob lo había dicho por Ryam, claro, Helen, Claire y Mercedes no le molestaban para nada. ―Brenda habrá llamado a Helen y se habrán enterado de esto ―le cuchicheé. Supuse que, al igual que a Brenda se lo había dicho Seth para que viniese, a Mercedes se lo había dicho Embry. Lo que no tenía muy claro

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era lo de Claire. Me daba la sensación de que había sido ella la que había insistido en venir, puesto que aún era muy joven y seguramente Quil había intentado evitarlo, procurando protegerla de una preocupación extra que aún le quedaba un poco grande como para llevar a las espaldas a sus catorce años. ―Claro, y se han apuntado a la fiesta, cómo no. Ese idiota sólo viene para burlarse ―chistó. ―Bueno, no te enfades ―le calmé, acariciando su brazo con mi mano suelta―. Seguro que han venido para verme, hace mucho que no quedamos ―y le di un beso en la mejilla. Beso que surtió efecto enseguida y que le relajó un poco. ―Mirad, es ahí ―señaló Emmett, indicando con el dedo a unos pinos centenarios que parecían bordear una zona despoblada de árboles. Una vez más, Ezequiel y Teresa se quedaron en casa para vigilarla, a los que se sumaron Tanya y Carmen, así que el resto del aquelarre Cullen pudo venir sin problemas. Nos dirigimos a ese sitio y cuando atravesamos los pinos señalados por mi tío, salimos al pequeño claro. Todo estaba cubierto de nieve, y los copos no cesaban de caer del cielo. Mi padre ya estaba esperando, junto con Seth, Embry y Quil, que ya se encontraban en su forma lobuna. Éstos iban a ser los tres primeros lobos en recibir la instrucción de Jasper. Aunque el resto de los lobos también iba a verlo a través de los pensamientos de sus hermanos, Jasper decidió que lo mejor era que, además, lo practicaran, por lo que todos los metamorfos iban a pasar por manos de mi tío. Eso haría el entrenamiento más efectivo. Seth fue el primero en corretear al lado de Brenda para hacerla carantoñas. Emitía unos gemiditos sordos al tiempo que le lamía el rostro, y ella le correspondió con una sonrisa y unas caricias. Embry y Quil se acercaron a sus respectivas para hacer lo mismo, aunque este último no gimoteó, seguramente para hacerse el duro delante de Claire. Todavía tenía que demostrar que era el hermano mayor y protector. Volví a tener una sensación de culpabilidad enorme, porque por culpa de todo esto, los lobos apenas tenían tiempo para ellos y los suyos. Pesqué a papá observándome, y su rostro ya lo decía todo. Conocía cada uno de mis pensamientos a este respecto, pero no los compartía. Se acercó a mí y me dio un beso que se sintió helado en mi frente, pero sólo al tacto, porque fue tan cálido. Después, se acercó a mamá y la besó en

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los labios con un beso de pasión contenida que algún día iba a terminar explotando de verdad. Sólo esperaba estar bien lejos cuando eso ocurriera. Me reí en mi fuero interno, pero mi padre estaba lo suficientemente ocupado en controlarse como para oírlo. Jasper, que ya estaba en una posición totalmente de mando, carraspeó para poner un poco de orden. Tanto los lobos como mis padres dejaron sus quehaceres para prestar atención. ―Será mejor que comencemos ―sugirió mi tío. Quil, Embry y Seth observaron a Jacob, esperando la orden de su Alfa. En cuanto Jake asintió, alejaron sus patas de las chicas y se colocaron frente a Jasper. Jacob no iba a recibir instrucción, por lo menos no físicamente, ya que a él realmente no le hacía falta, con su poder espiritual tenía bastante para fulminar a todos los licántropos que se le pusieran por delante, aunque había decidido venir para ver el entrenamiento, y para poner un poco de orden con sus lobos, si se daba el caso. Brenda, Helen, Ryam, Mercedes y Claire se pusieron a nuestro lado, así como el resto de mi familia. Hacía frío, como ya había comprobado hacía más o menos una hora, pero esta vez salí más preparada de casa. Mi abrigo verde pino de tres cuartos me protegía bien de estas bajas temperaturas, así como mis guantes y mi gorro de lana gris. Y tenía a mi calentito marido a mi lado, al que siempre podía recurrir si me daba algún respingo. ―Como ya sabéis, los licántropos gozan de dos armas muy eficaces ―empezó Jasper―: las cuchillas de sus garras y su puntiaguda y letal dentadura, por lo que jamás tenéis que perderlas de vista. ―Eso es evidente ―murmuró Jacob, poniendo los ojos en blanco. Mi tío escuchó su comentario, pero prefirió hacer caso omiso. ―Otra cosa que debéis evitar es que os atrapen con sus brazos ―siguió―. Los licántropos son seres muy rápidos y fuertes, tanto como los neófitos, y podrían aplastaros y romperos varios huesos ―Quil gruñó como protesta, ya que Claire estaba presente. Jasper se giró hacia ella―. Lo siento. ―No importa, sigue ―le exhortó ella, aunque su rostro de preocupación ya se expresaba bastante. Quil soltó un suspiro sordo disconforme. Sin duda estaba feliz de verla y estar con ella, pero se notaba que no le gustaba nada que Claire estuviera presente en una cosa como esta.

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Brenda y Mercedes dejaron sus labios blancos, de lo que los apretaban. Yo sentí un escalofrío, si bien esta vez no era por el frío, sino que fue provocado al recordar lo que aquél neófito había estado a punto de hacer años atrás con Jacob, y eso que yo no lo había visto ni había estado presente. ―Bien, lo que os voy a enseñar son técnicas para evadir esos posibles ataques ―afirmó Jasper, ya mirando a los tres lobos. ―Te recuerdo que nosotros andamos a cuatro patas ―dijo Jake, hablando con cierto sarcasmo―. Ya sabes, no podemos hacer llaves, ni dar patadas, ni nada de eso. ―La verdad es que se os vería bastante ridículos ―opinó Ryam, curvando su labio hacia arriba. Por primera vez, Claire soltó una risilla, aunque Jacob fulminó a Ryam con la mirada. ―Mis técnicas también sirven para vosotros ―rebatió Jasper, sin perder su compostura elegante―. Lo que tenéis que hacer es atacar a su columna vertebral. ―Uf, no sé ―dudó mi chico―. Esos bichos son muy ágiles, tío, se revuelven como nada y cuando te das cuenta, los tienes encima de nuevo. Eso no servirá de nada. Lo único que pueden hacer es esquivar sus cuchillas y lanzarse al cuello del licántropo en cuanto sea posible. Un apretón de dientes, un crack, y licántropo fuera de combate. ―Dudo mucho que así consigáis un ataque efectivo ―cuestionó mi tío. Quil, Embry y Seth oscilaban las cabezas de uno a otro, esperando a que se decidieran. ―Tú nunca has luchado contra un licántropo, en cambio, yo sí ―le respondió Jake, algo ofendido. ―Sí, y te recuerdo que acabó mordiéndote. Sentí otro escalofrío, pero este fue mucho peor. Sólo recordar eso hacía que un relámpago helado atravesara mi cuerpo con saña. Automáticamente, y de una manera inconsciente, apreté la mano de Jake. ―Vaya, vaya, ¿qué te parece? ―se burló Ryam. ―Creo que ambos tenéis razón ―medió Carlisle, antes de que a Jacob le diera tiempo a soltar lo que tuviera pensado soltar―. ¿Por qué no fusionáis las dos ideas? Todas se pueden utilizar.

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―Carlisle tiene razón ―coincidió mi padre―. Podéis atacar al cuello del licántropo, pero esquivando sus embustes con las técnicas de Jasper. Yo no veo el problema. ―De acuerdo ―aceptó Jasper, aunque con un aire un tanto orgulloso. Todos miramos a Jake. ―Vale, vale ―accedió él también, haciendo un gesto con su mano libre para que Jazz siguiera con su explicación. Éste asintió. ―Emmett, por favor ―le pidió, con un movimiento de cabeza. ―Bien, que empiece el espectáculo ―sonrió él, frotándose las manos mientras echaba a andar hacia el centro del ruedo. ―Em hará de licántropo. ―El papel te queda que ni pintado ―se mofó Jacob―. Aúlla un poco, a ver cómo te sale. Emmett le mostró su dedo corazón y Jake se carcajeó. ―Desde que se mezcla con esta jauría de chuchos sus modales dejan mucho que desear ―resopló Rosalie, mirando hacia otro lado con desagrado. Claire la miró mal a ella. ―Su sueño por fin se va a hacer realidad ―bromeó mi madre. Me reí. ―Primero quiero ver cómo lo hacéis ―dijo Jasper, cruzando sus brazos por detrás de su cintura a la vez que caminaba a un lado para apartarse y observar―. Atacad a Emmett como si fuera un licántropo. Los lobos se miraron los unos a los otros. ―Bueno, ¿a qué estáis esperando? Atacadme ―azuzó Emmett con una enorme y provocadora sonrisa, inclinándose hacia delante para adoptar una postura ofensiva. Quil no lo dudó. Salió el primero de entre el enorme lobo de color arenoso y el gris plateado, que le flanqueaban a ambos lados, y avanzó con paso seguro sobre la nívea y blanda superficie, plantándose frente al gigantón de mi tío, que le esperaba con los brazos abiertos, literalmente. ―¡Vamos, Quil! ―le animó Claire. El lobo marrón oscuro se agazapó, enseñando sus dientes de un modo totalmente competitivo, y de una forma inopinada y ágil saltó sobre Emmett, rugiéndole en el aire.

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Mi tío actuó como creía que lo haría un licántropo. Zigzagueó con un movimiento digno de un relámpago y con una facilidad pasmosa atrapó a Quil entre sus brazos, aunque ambos terminaron rodando sobre la nieve. Sin embargo, cuando Emmett ya se iba a incorporar para cantar victoria, un borrón ocre salió de la nada por detrás y se le echó encima. En una fracción de segundo, las patas delanteras de Seth chocaron con la espalda de mi tío, empujándole de tal forma, que su cara se estampó y se hundió en la fría manta de hielo sin que a éste le diera tiempo de decir ni mu. Seth terminó su brillante actuación inclinándose sobre Emmett para envolver su cuello con sus fauces, simulando así la rotura del cuello del licántropo. ―¡Ja! ¿Qué te parece? ―rió Jacob, dando una palmada en la que también se vio implicada mi mano. Embry y Quil emitieron unos gemiditos ahogados para reírse y el primero añadió un aullido corto. Seth se irguió y se quedó sobre Emmett, a modo de trofeo, levantando el hocico con orgullo. Mi tío clavó las manos en la nieve y levantó los codos, pero antes de que sacara la cabeza y se incorporase de un movimiento brusco, el lobo de color arena consiguió bajarse de su cuerpo de un brinco, aterrizando en el hielo blando con suavidad. ―Vaya, Em, ¿qué te ha pasado, eh? ―se burló Jake―. Incluso ha sobrado uno de mis lobos. ―Porque han hecho trampa ―protestó, poniéndose de pie y limpiándose los pantalones. ―Te han engañado como a un niño ―se rió papá. ―Eso no es hacer trampa ―le contradijo Jake, sonriéndole con orgullo―. Te han tendido una emboscada, así es como trabajamos los lobos. Siempre somos un equipo, un todo. Quil regresó a su posición junto a Embry, y Seth caminó frente a Brenda para hacer lo mismo, alzando la cabeza para pavonearse delante de ella. ―¡Bravo, Seth! ―alabó Brenda. ―Y encima ha sido Seth ―apuntilló mi padre para picarle más. ―Pura suerte ―refunfuñó Emmett. El motivo por el cual estábamos aquí y teníamos que hacer esto no era nada divertido, pero la verdad es que nos lo estábamos pasando muy bien.

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―No ha estado nada mal ―reconoció Jasper, sin soltar sus manos de la parte trasera de su cintura. Sus pies se movían con calma, formando una estrecha elipse en la nieve mientras observaba con atención―. Probemos otra vez ―les instó acto seguido. ―Ahora no me vais a engañar ―farfulló Em, agazapándose, sin quitarles ojo a ninguno de los tres lobos. En esta ocasión no avanzó uno solo, sino que fueron Embry y Seth los que salieron a la palestra. Y lo hicieron muy rápido. Como dos auténticos torpedos, saltaron hacia Emmett. Mi tío ya estaba preparado para recibir su embuste, sin embargo, ambos lobos se bifurcaron. ―¡Esta vez no me pilláis! ―exclamó Emmett, que se decidió por Seth para intentar atraparle primero. Vi por el rabillo del ojo cómo Jake sonreía. Me estaba preguntando el por qué, cuando de pronto vi que Em se giraba para coger a Seth y Embry, dándole la espalda completamente a Quil, que ya había desaparecido del mapa. Seth le esquivó, haciendo un quiebro veloz, y Emmett cambió de objetivo, pasando a ser Embry. En el mismo momento en que mi tío se abalanzaba para hacerle un auténtico placaje al lobo de color gris plateado, Quil salió de entre los árboles y se estampaba contra su espalda, acompañado por Seth, que también le asedió, aunque éste de costado. La cara de Emmett volvió a terminar en la nieve y su cuello rodeado de los afilados dientes de Quil. No obstante, ahí no terminó el espectáculo. Jasper hizo una fugaz señal con la cabeza y mi padre y Carlisle entraron a escena. No me dio tiempo ni a terminar de parpadear, cuando éstos ya se habían arrojado contra Seth y Embry, simulando un desgarramiento con la mano y un mordisco. La sonrisa de Jake se esfumó. ―Vaya, vaya ―se burló Ryam. ―Cállate, ¿quieres? ―le recriminó Jacob. ―Ese licántropo ya estaría muerto, pero Seth y Embry ya habrían sido mordidos o mutilados ―habló Jasper al tiempo que Em sacaba la cabeza de la nívea superficie, otra vez de mal humor, y los demás se levantaban. Noté el estremecimiento de Brenda y Mercedes a mi lado―. Desde luego jugáis con una ventaja muy grande, y es vuestro trabajo en equipo. Vosotros estáis más organizados que esos licántropos, sin duda, y gozáis de la telepatía, sin embargo, ellos también os atacarán en manada y, aunque no disponen de esas herramientas, podrían ser lo

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suficientemente peligrosos como para causaros bastantes bajas, como hemos podido comprobar con este ejemplo. En la primera prueba, habéis conseguido terminar con el licántropo, pero Quil ya tendría todas las costillas rotas ―el mencionado gañó y pateó una pequeña brizna de nieve con una de sus patas delanteras, mostrando su disgusto―. Y en esta ya he comentado lo que hubiera sucedido. En equipo trabajáis muy bien, sin embargo, se producirían demasiadas bajas, y eso es porque a nivel individual no sabéis pelear con un licántropo, no sabéis luchar en un cuerpo a cuerpo. A mi modo de ver, deberíamos trabajar individualmente para después utilizarlo en conjunto con la manada. Tened en cuenta que esos licántropos os superarán en número, no tocaréis a uno para cada tres, sino a uno para cada uno o seguramente a más. Tuve que tragar saliva para recomponerme. ―Pues, venga, ¿a qué esperas para enseñarles? ―apremió Claire, haciendo que todos dirigiéramos nuestra atención a ella―. Y vosotros prestad atención a las lecciones que os dé ―añadió para los lobos, aunque su consejo era más bien para Quil. Éste la miró fijamente y por un momento pareció quedarse anonadado. ―Es la más sensata de los que estamos aquí ―opinó mi padre. ―Será mejor que la hagáis caso, entonces ―aconsejó Carlisle, dedicándole una sonrisa a la joven Claire, la cual sonrió también. ―¿Qué opinas, Jacob? ―le preguntó Jasper―. ¿Quieres que les de instrucción? Mi chico observó la estampa durante unos segundos, frunciendo los labios, y terminó suspirando por la nariz, con resignación. ―Sí, anda ―accedió finalmente―. Será mejor que nos entrenes un poco con esas técnicas tuyas. ―Bien ―sonrió mi tío, satisfecho―. Pues vamos allá. Carlisle, Emmett y mi padre volvieron a su posición en la fila de mirones que habíamos formado mientras Jasper por fin soltaba sus manos de la parte trasera de su cintura para ponerse manos a la obra. Con su elegancia de siempre y ante las miradas atentas de todos, empezó a dar su primera lección.

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6 DE FEBRERO Me encontraba en cuclillas sobre la alta hierba, junto a Jake. Mi vestido de color cielo cubría mis pequeñas piernas completamente y llegaba hasta el suelo, poniendo los bajos perdidos con esa tierra húmeda. Jacob tendría que soportar la regañina de Rosalie cuando llegásemos a casa, pero no parecía importarle. Había estado lloviendo toda la mañana en ese bosque que pertenecía al territorio de mis padres, pero había escampado y hacía un buen rato que ya había salido el sol, por lo que Jacob quiso aprovechar para sacarme un poco de esa vivienda que para él olía tan mal. No nos encontrábamos lejos de ese tronco que ya habíamos hecho nuestro y en el que siempre estábamos para jugar, sin embargo, Jake había visto algo que le llamó la atención y prefirió que echásemos un vistazo antes de que nos dirigiésemos a ese rincón. ―No te muevas ―me cuchicheó con su voz ronca―. Está a punto de salir. Todavía no me gustaba hablar en alto, así que asentí. Me quedé muy quieta, observando esa cosa extraña con forma de capullo que tenía justo delante con suma atención, como si se me fuera la vida en ello. A mis ocho meses de edad, y aunque en realidad era como si tuviese unos seis años, jamás había visto semejante cosa antes. Sin dejar de mirar eso, coloqué mi mano en su mejilla. Le hice ver que no sabía lo que era a la vez que acercaba el rostro un poco más a esa cosa extraña y entrecerraba los ojos para analizarla mejor. ―Se llama crisálida ―bisbiseó. Le pregunté para qué servía. ―Ya lo verás ―cuchicheó de nuevo―. No le quites ojo, va a pasar una cosa mágica, te lo aseguro.

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La crisálida era de un color marrón claro y colgaba de la afilada hoja de una planta que tendría unos veinte centímetros de alto, pero no me parecía que pasase nada especial, es decir, me preguntaba cómo habría podido ir a parar eso ahí, pero nada más. Aparté mi cara infantil de la planta, le miré, sin despegar la mano de su rostro, y fruncí el ceño, algo decepcionada. ―Espera, espera un poco, ya verás ―insistió sin dejar de observar la crisálida, alzando la mano para dejarla suspendida en el aire, a la espera de que pasase algo―. Antes he visto cómo se movía. Tiene que salir ya. ¿Pero salir el qué? Puse los ojos en blanco y suspiré. ―¡Ah, mira! ―exhaló de repente, en voz baja, aunque con entusiasmo, señalándome la cosa esa con el dedo. Giré el rostro hacia allí, no muy segura de que fuera a pasar nada del otro mundo. Pero pasó. Esa cosa extraña llamada crisálida empezó a moverse, primero fue un ligero temblequeo y luego los movimientos pasaron a ser un poco más fuertes. Entonces, me di cuenta de que parecía tener algo en su interior que se movía y empujaba hacia fuera para romper ese envoltorio marrón. No sé cuánto tiempo estuvimos acuclillados en la hierba esperando, pero, finalmente, lo que fuera que estaba dentro consiguió quebrar la crisálida y liberarse. Ese envoltorio cayó al suelo, sin embargo, lo que contenía se quedó en el tallo de la hoja. Jadeé, con mis ojos abiertos de par en par observando ese bicho desconocido mientras apretaba la mano contra la mejilla de mi mejor amigo. Le mostré la multitud de insectos que conocía, pero que ese no encajaba con ninguno. ―Es una mariposa ―me reveló, sonriéndome. Esta vez aparté la vista para mirarle y retiré la mano de su mejilla. ―¿Una mariposa? ―repetí en voz alta. Noté cómo Jacob se maravillaba al escucharme, todavía no estaba muy acostumbrado a oír mi voz, ya que hablaba muy pocas veces. ―Sí, una mariposa ―me ratificó, con una amplia sonrisa―. Pero sigue mirando, aún no ha terminado ―y volvió a señalarla. Volví a mirarla ipso facto. La mariposa tenía dos alas, pero estaban arrugadas y parecían mojadas. Dudé de que pudiera volar con eso. Éstas eran negras y se encontraban enganchadas a su alargado cuerpo, que también era de color negro y estaba lleno de un fino pelo humedecido.

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Las patitas eran finas y largas, se pegaban al tallo de la planta con total naturalidad. La cabeza del insecto era grande y disponía de dos antenas y unos grandes ojos que, en realidad, estaban formados por centenares de minúsculos cristalitos oscuros, pero lo que más llamó mi atención de la cabeza fue ese tubo finísimo que se desplegaba de ella y que se enroscaba en su final, formando una espiral retráctil. Iba a llevar mi mano a la mejilla de Jake de nuevo para preguntarle por qué no se movía, cuando la mariposa lo hizo. Sus alas se agitaron con un movimiento mínimo y se estiraron un poco. Fue cuando pude apreciar que no eran negras del todo, sino que también estaban teñidas con un color azul celeste en su interior. Giré el rostro hacia Jacob y le sonreí con ganas. Él me correspondió, observándome con algo de engatusamiento, y después llevé la mirada hacia la mariposa otra vez. Poco a poco, progresivamente, el pelo de su cuerpo se fue secando y las alas de la mariposa se fueron estirando. Me quedé mirando maravillada cómo lo hacían y descubrí con asombro que no eran dos alas, sino cuatro. Las de arriba tenían una forma más triangular y eran más grandes, en cambio las de abajo eran más redondeadas y eran de menor tamaño. Las tenía entrecerradas a la espalda y cuando por fin las abrió y las desplegó completamente, vi cómo eran en todo su esplendor. Jadeé de nuevo, asombrada, y la sonrisa de Jacob se ensanchó. Claro que podía volar con eso, y maravillar al mundo entero. Las alas eran negras en todo su borde exterior, por eso me habían parecido de ese color al principio, sin embargo, todo el extenso interior era de una intensa tonalidad azul celeste que resplandecía. Cada ala formaba un todo, un cuadro con forma irregular de color azul con su marco negro. Las alas superiores también tenían un ribeteo consistente en unos puntitos blancos que se disponían en hilera, dentro de la parte negra que coloreaba los bordes. Ahora sí. Coloqué la mano en su mejilla y le mostré lo preciosa que me parecía la mariposa a la vez que seguía observándola, maravillada. ―Antes era una oruga ―afirmó Jake. La mariposa batió sus alas, como pavoneándose con orgullo ante tal declaración. Le miré, extrañada. Proyecté la imagen de lo que yo recordaba que era una oruga. La fotografía mental que yo tenía en mi cerebro de ese bicho no cuadraba nada con el de una preciosa mariposa.

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Jacob se rió. ―Verás, las orugas son las hijas de las mariposas, ¿entiendes? ―me aclaró, sonriéndome con esos dientes tan blancos que destellaban con los rayos del sol. Entonces, siguió explicándomelo, haciendo gestos sin parar al tiempo que hablaba con entusiasmo―. Mira, las mariposas ponen los huevos, de ellos salen las orugas. Las orugas se dedican a ponerse las botas comiendo todas las hojas y plantas que pueden, y cuando crecen y engordan lo suficiente, se… bueno, digamos que se meten en esas crisálidas. Una vez dentro, empieza la magia. Nadie sabe cómo, pero esas orugas tan feas y repelentes comienzan a transformarse. Cuando pasa un tiempo, salen y ¡tachán!, son mariposas. Solté una risilla con mi voz infantil y su sonrisa se amplió una vez más. ―¿Quieres cogerla? ―me propuso. Asentí con ilusión. ―Vale. Dame tu mano ―me pidió, aunque él ya la estaba retirando de su mejilla para cogerla. Luego, me hizo estirar el brazo hacia la mariposa―. Ahora tenemos que hacerlo muy, muy despacito, ¿de acuerdo? ―bisbiseó. Asentí de nuevo, si bien esta vez con un ligero movimiento de cabeza a la vez que observaba al insecto con atención, bien seria y concentrada. Mi mano ya estaba a un palmo de la mariposa, que volvía a tener las alas entrecerradas, así que la abrí para cogerla por ellas. Sin embargo, Jake detuvo el movimiento con suavidad. ―Las alas de las mariposas están llenas de polvos mágicos para que puedan volar, como las de las hadas ―cuchicheó con una entonación llena de misticismo y misterio―. Si las tocas con la mano, ya no podrá hacerlo ―le miré y puse los ojos en blanco. Hacía tiempo que ya no me creía esas cosas―. En serio ―aseguró, alzando las cejas hacia arriba de forma exagerada y asintiendo con la cabeza―. Están llenas de polvos. Toca las alas de esa mariposa, y jamás probará lo que es volar. Pero eso sí que me lo creía. Mis dedos se retrajeron automáticamente y mi vista se fue hacia la mariposa, con temor. Menos mal que me había avisado. ―Acércate muy, muy despacio y deja que se pose en tu dedo ―sugirió, soltando mi muñeca para que lo hiciera yo sola. Y así lo hice. Arrimé mi dedo muy lentamente y lo pegué al tallo, dejando a la mariposa por debajo. Lo arrastré, iniciando un descenso con

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mucha cautela y delicadeza, y las patitas delanteras del insecto se subieron a mi falange. El resto no tardó en hacer lo mismo cuando deslicé mi dedo un poco más abajo. Separé la mano de la planta y porté la mariposa en mi dedo hasta que la tuve delante de los ojos. Sonreí, entusiasmada, al ver a la mariposa tan de cerca. Ella parecía estar tan a gusto como yo, abría y cerraba sus preciosas alas celestes frente a mí, como si quisiera mostrarme toda su belleza. ―¿Te gusta? ―me preguntó Jake, observándome con las pupilas centelleantes. Las mías prefirieron mirarle a él un billón de veces más, un trillón, y se fijaron a las suyas con alegría. Entonces, de una manera totalmente sincronizada, me lancé a sus receptores brazos de un salto para abrazarle y darle un beso en la mejilla, haciendo que la mariposa alzase el vuelo por encima de nuestras cabezas, a la vez que ambos nos reíamos. Continué observando ese marcador de libros con una sonrisa bobalicona mientras este maravilloso recuerdo terminaba de desvanecerse de mi memoria. El susodicho marcador me lo había hecho Jake a la semana siguiente de lo acontecido en ese recuerdo, puesto que, por aquel entonces, y pese a ser tan joven, ya me había leído unos cuantos libros. Estaba hecho de una madera muy clara. Era fino, rectangular y alargado en la parte que tenía que quedar entre las hojas, y la zona superior estaba coronada por una mariposa también plana, aunque mas gruesa. Jake la había tallado a un tamaño casi idéntico y la había pintado exactamente igual a la mariposa que habíamos visto ese día. Cuando me regaló el marcador, me había encantado, y seguía encantándome ahora. Mi madre había hecho bien en traérmelo de mi antigua casa. Creía que lo había perdido y me había llevado un disgusto enorme, sin embargo, debió de haberse quedado metido en alguno de mis tantos libros y ahora que mi familia había redecorado la vivienda seguramente mamá lo había encontrado. Contentísima de tenerlo de nuevo, lo inserté en el último libro que estaba leyendo y retiré ese simple marcador de papel. Dejé el libro sobre el escritorio y me di la vuelta hacia la cama de ese dormitorio que dentro de poco ya sería el del bebé. La colcha estaba repleta de cosas que no nos había dado tiempo a guardar todavía, puesto que aún no había vaciado el armario para hacerle sitio. Me acerqué y me senté en la cama.

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Cogí la ropita del niño y la posé en mi regazo para mirarla. Era un montón bastante grande, gracias a la tía Alice, y ya tenía una amplia variedad para los tres primeros meses. Fui pasando prenda por prenda, desdoblándola para observarla con una sonrisa, y la fui dejando de nuevo doblada a mi lado. Había ropa interior de bebé, camisetas minúsculas, pantaloncitos enanos, gorritos, patucos… ―¿Qué haces? ―me preguntó Jake de repente, con una sonrisa, entrando por la puerta. No me asustó, porque ya había percibido sus pasos. ―Estaba mirando la ropita del bebé ―le revelé, sonriéndole. Jacob sonrió también. Arrastró una de las sillas del escritorio y se sentó frente a mí. Cogió una camiseta del montón de mi regazo y la desplegó. La prenda era tan pequeña, que cabía en una de sus manos, sin embargo, éstas la sujetaban con mucha delicadeza y ternura. Me quedé mirando embobada cómo él observaba la camiseta del bebé, entusiasmado, y cómo la doblaba sobre su pantorrilla. Alice no era la única que le había comprado ropa al niño. Desde que le habíamos dado la noticia a Renée, estaba contentísima e ilusionadísima, así que ella también había comprado alguna cosa. Renée había venido a Forks por Navidad para vernos y, por primera vez en muchos años, ella había pasado la nochebuena con nosotros, en casa de Charlie. Phil había sido bastante indulgente con Renée y había accedido a no pasar las Navidades juntos, al menos este año. Se pensaba que mi madre estaba metida en una secta o algo así que impedía su relación con más personas que no fueran sus familiares más íntimos. En fin, era un poco estrambótico, pero Renée podía ser muy imaginativa y persuasiva, así que Phil se lo había tragado. Al pobre no le quedó más remedio que irse a casa de sus padres solo, aunque comprendía que su mujer quisiera aprovechar para venir y pasar ese día tan especial con su hija después de tantos años sin hacerlo. Mamá ya le había dado la noticia a Renée por teléfono la misma semana en que nos enteramos de mi estado y ella ya nos había dado la enhorabuena, pero en nochebuena nos felicitó personalmente y nos dio sus regalos, entre los que se encontraba ropa de bebé. Parecía que ya iba asimilando todo nuestro mundo, es más, me sorprendió la naturalidad con la que lo hacía, se notaba que mi madre y ella hablaban por el Messenger todos los días y nos veíamos todos por la Webcam, ahora sin secretos ni limitaciones, eso hacía que mi abuela materna lo viera con más

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normalidad, podía comprobar por sí misma lo feliz que era su hija y que esta vida era la que había escogido, así que supongo que eso la hacía feliz a ella también. Lo único que le importaba era saber que su hija se encontraba bien y que podía verla siempre que quisiera, eso era suficiente para ella. Además, tengo que reconocer que Renée era una mujer muy abierta y moderna, receptiva a toda clase de ideas, por raras que éstas pareciesen. No era así con Charlie. Aunque ya sabía de sobra todo lo que se cocía y no le había quedado más remedio que escuchar la verdad sin tapujos el día en que se lo contamos todo a Renée, él prefería hacer como que esa tarde no había oído nada y continuar con su no pensar, no pensar, era por eso que mamá seguía poniéndose esas lentillas marrones en su presencia. Esa pequeña camiseta que Jacob sostenía en su pierna era una de las prendas que Renée le había comprado al niño. Mientras miraba a Jacob engatusada, mi mano rodeó mi pequeña pancita. Todavía quedaban cinco meses para que tuviéramos a nuestro bebé en brazos. No me hacía falta, porque tenía toda mi infancia como testigo, pero tan sólo tenía que evocar el recuerdo de la mariposa de nuevo para ver con absoluta certeza lo buen padre que iba a ser. Mi estómago se llenó de su cosquilleo habitual instantáneamente. También observé lo guapo que estaba, por supuesto. Hoy era 6 de febrero, y celebrábamos nuestro aniversario, por eso se había puesto esos pantalones de vestir de color marrón y esa camisa de color blanco que le quedaba tan, tan bien. Entonces, me di cuenta de que se nos hacía tarde y dejé la ropita del bebé a un lado para levantarme. Si seguía mirándola, no saldría de casa en toda la noche. Yo llevaba un elegante vestido negro que se sujetaba a mi cuerpo con un corpiño que se ceñía a mi pecho, dejando que la tela cayese libre hacia abajo. Tenía que disimular un poco mi barriga, porque estaba en esa fase intermedia en la que la gente te mira y se pregunta si es que estás embarazada o es que te has zampado demasiados bollos últimamente. Siempre era mejor evitar eso. La caída del vestido no llegaba a mis rodillas y hacía un efecto vaporoso que sentaba bastante bien. Los zapatos y el bolso, claro está, me los había regalado Alice. Como mi vientre todavía no estaba muy hinchado y no afectaba a mi espalda, los zapatos tenían un tacón de aguja considerable, si bien tenían un poco de suplemento que te hacían ver, cuando te los ponías, que en realidad no era tanto como aparentaba. Aún así, esperaba saber caminar con eso y no

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matarme por el camino. Estaban revestidos de tela negra y tenían un lacito en el empeine a modo de adorno que quedaba muy bonito. El bolso también llevaba un lazo, haciendo juego con los zapatos. Jacob alzó la vista en cuanto me puse de pie, y se quedó maravillado al observarme mejor. Sus ojos me repasaron de arriba abajo con deslumbramiento. ―Estás… estás… ―Gracias ―le contesté, ruborizada, ahorrándole más balbuceos. Jacob se levantó y se quedó frente a mí, sin dejar de mirarme del mismo modo―. Tú también estás muy guapo ―y mis labios se curvaron hacia arriba con satisfacción cuando le hice todo un chequeo visual. Sí, estaba muy, muy guapo. El reflejo níveo de su camisa sentaba realmente bien sobre su cobriza piel, y encima se le ceñía a ese impresionante torso… Me quedé muda hasta en mis pensamientos. Sus pupilas se engancharon a las mías y ya comenzaron a hipnotizarme, junto con la energía que ya empezó a envolvernos, aunque no me dio tiempo a más. Me tomó por la cintura y, con un movimiento enérgico, me arrimó a su cuerpo para besarme con entusiasmo. Mis mariposas internas se revolucionaron a la vez que mis brazos se iban solos hacia su cuello y mis labios respondían a sus besos, entregándose a ellos sin remedio. ―Venga, dejadlo ya ―nos interrumpió Emmett, riéndose, haciendo que nos sobresaltáramos y nos despegásemos―. Ya tendréis tiempo para eso. Toca después de la cena, ¿no es así? Soltó tal carcajada, que hasta las paredes vibraron. Mi rostro sufrió un baño de sangre. ―Muy gracioso ―mascullé entre dientes. ―Vale, vale, ya vamos ―aceptó Jake, un poco molesto porque nos interrumpiera. Me cogió de la mano para empezar a seguir a Em, que ya estaba saliendo por la puerta, sin dejar de reírse. ―Espera, tengo que ponerme el abrigo ―me coloqué delante de él y lo llevé hasta nuestro dormitorio. Una vez allí, solté su mano, saqué el abrigo de tres cuartos del armario y me lo puse. Escogí un chaquetón de color azulote, ya que no quería ir de luto total. ―¿No pasarás frío con ese vestido? ―opinó Jacob, repasándome otra vez.

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Sus ojos seguían maravillados, pero ahora tenían una motita de preocupación flotando en ellos. ―No te preocupes, sólo es por abrigarme un poco ―le calmé, agarrando su mano de nuevo―. Emmett nos va a llevar en su Jeep y nos va a dejar en la misma puerta del restaurante. ―¡Servicio de limusina privado! ―exclamó Em desde abajo. ―Ah, bueno, genial ―sonrió mi chico, tirando de mí para salir de la habitación. Bajamos al vestíbulo, donde ya nos esperaban mis padres, Alice, Jasper, Rosalie y el propio Emmett, y todos nos marchamos de casa despidiéndonos de Carlisle y Esme según salíamos por la puerta. El Jeep de Em volaba por la autopista que llevaba a Port Angeles y Jake y yo íbamos sentados en el centro de los asientos, rodeados por mis padres, Alice y Jazz. Menos mal que el coche de mi tío era muy amplio, porque si no, no hubiéramos entrado todos, aunque Alice ocupaba lo mismo que una niña pequeña. ―Me siento como esos famosos de la tele que van acompañados por los guardaespaldas a todas horas y por todas partes ―refunfuñó Jake en el trayecto. ―Aguanta un poco, chucho ―le respondió Rosalie desde el asiento del copiloto, fingiendo esa cara de hastío de siempre que se reflejaba en el espejo de su parasol, el cual había bajado con rapidez para mirarle―. Pronto estaréis a solas. Además, nosotros también tenemos que soportar la peste que dejas en el coche. ―Y yo la vuestra por nuestra casa ―contestó él, con una sonrisita de autosuficiencia―. Tardaremos meses en ventilarla, no sé si no tendremos que acabar mudándonos. ―Si te mudas, hazlo bien lejos, por favor ―replicó ella. ―¿Sabes lo que voy a hacer? ―la sonrisa de Jacob ya era toda una provocación―. Voy a frotarme contra los asientos, para dejar mejor mi efluvio y marcar mi nuevo territorio. Emmett soltó otra carcajada. ―Ni se te ocurra, perro ―le advirtió Rosalie, mirándole con cara de pocos amigos. ―¿Prefieres que lo marque de otra manera? ―su sonrisa se amplió con malicia. Se me escapó una risilla.

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―Guarro… ―murmuró Rose, dedicándole una mirada de desagrado total. ―Si lo haces, te la cortaré ―le amenazó Em, en broma. Jake se carcajeó. ―Ya basta ―se quejó mi madre. ―Esto empieza a parecerse a un parvulario ―opinó papá. ―Tu hijo ya es más maduro que tú ―le dijo Rosalie a Jacob, haciendo negaciones con la cabeza. ―¿Te cuento el último chiste de rubias que me sé? Mi tía subió el parasol de inmediato. ―Pasa de mí, Lassie ―replicó ella, haciéndose la indiferente. ―¡Lassie! ―se rió Emmett―. Eso ha estado bien. Jake también se rió. ―Reconozco que te ha venido un halo de inspiración, pero, mira, te iba a contar ese chiste, sin embargo, ahora te voy a contestar a eso con otro. ¿Qué hay que hacer cuando una rubia te lanza una granada? ―Jacob esperó dos segundos, para ver si alguien se lo sabía. Como nadie contestó, lo soltó―. Sacarle el seguro y devolvérsela. A mamá y a mí nos dio la risa y Jasper intentaba ponerse serio, pero se le escapó la comisura de su labio hacia arriba. Rosalie puso los ojos en blanco. ―Ja, ja, qué gracioso ―ironizó ella. ―Otro. ―Oh, por favor ―protestó papá, haciéndose el intelectual. ―¿Qué hay que hacer para que una rubia se calle? ―siguió Jake, haciendo caso omiso a mi padre. Esperó otro par de segundos―. Preguntarle en qué está pensando. Las carcajadas de Jacob ahora fueron acompasadas por las de Emmett, mamá, Alice, Jasper y yo. ―¿Quieres otro? ―preguntó Jacob. ―¿Te cuento yo alguno de perros sarnosos? ―resopló Rosalie. ―Este te va a encantar. Jacob continuó sin hacerle caso, y siguió haciéndolo todo el trayecto, que estuvo muy amenizado por sus chistes y las réplicas cada vez más furiosas de Rosalie. Sin darnos apenas cuenta, llegamos a nuestro destino, para alivio de mi tía. Emmett nos dejó justo en la puerta del Wolf y, mientras él se iba en el Jeep con el fin de buscar aparcamiento, el resto de mi familia se quedó con nosotros para vigilar todos los alrededores.

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―Pasadlo bien, y no tengáis prisa, nosotros esperaremos el tiempo que haga falta ―nos sonrió mamá, acariciando mi mejilla. ―Gracias ―asentí, dirigiéndome a todos. ―Vamos dentro, no quiero que cojas frío ―me instó Jake, ya tirando de mi mano. ―Sí, será mejor que entréis ―coincidió mi padre. ―Bueno, nos vemos luego ―les dije al tiempo que ya caminaba con Jacob hacia la puerta. Mi padre asintió. ―No te olvides de sacudirte las pulgas antes de entrar ―le espetó Rosalie a mi chico, aún enfurruñada. Él se giró y le lanzó una serie de besitos. ―Sabes que te quiero, Rose, eres mi Barbie favorita, en serio ―admitió Jake, dándose la vuelta hacia la puerta―. Aunque seas rubia y huelas fatal ―apostilló después, con esa sonrisa torcida que mi tía no vio. Me di la vuelta y vi que Rosalie se había quedado un poco sorprendida, aunque también algo descolocada. No sabía si tomarse eso como un cumplido o como otra broma. Sonreí y me giré hacia delante para entrar en el Wolf con Jake. Otro año más, Joseph nos dio la misma mesa de siempre y nos atendió de maravilla. La cena fue estupenda, y la compañía de la que gozaba infinitamente mejor. Estuvimos un par de horas en el restaurante, ya que Joe quería invitarnos a algo por mi embarazo, y cuando salimos, mi familia dejó su escondite para escoltarnos hasta el coche. Este año no hubo paseo por la playa, sin embargo, eso no hizo que se estropeara nuestro aniversario. Nuestra velada romántica siguió en casa, donde la radio sonó durante buena parte de la noche. Otro 6 de febrero más, juntos.

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PACIENCIA Nessie… ―¡Mi bebé! Mis ojos observaban aterrorizados cómo mi vientre había manchado mis manos de sangre. Nessie, despierta… ―Ahora ya serás mía ―aseguró Razvan con su voz de ultratumba, clavándome esa mirada malvada, escalofriante. Pero yo sólo podía prestar atención a mi ensangrentada barriga, mis horrorizadas pupilas no se podían despegar de ella. ―¡NOOOOO, MI BEBÉ! ―mi alarido fue tan desgarrador, que me hizo daño en la garganta. Nessie… Comencé a sentir unos leves balanceos, aunque lo único que buscaba con desesperación era notar las pataditas de mi bebé. Ya no las sentía… Nessie… Era la voz de mi salvador, él podía salvarnos... ―¡Jake! ―grité en mi sueño, sin despegar mis manos de mi vientre lleno de sangre, escudriñando los alrededores con ansiedad para dar con él. Nessie… El balanceo fue un poco más fuerte y todo empezó a difuminarse a mi alrededor. ―Nessie, despierta ―esa voz ronca me hizo salir disparada de la tormenta de arena que ya se había levantado en torno a mí. Me desperté sobresaltada y todavía algo desorientada, pero mis ojos enseguida se encontraron con Jacob. ―¡Jake! ―jadeé, incorporándome súbitamente para lanzarme a sus brazos.

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―Ya pasó, pequeña ―me susurró mientras me abrazaba―. Estoy aquí ―y me dio un beso en la cabeza. Me apreté contra él. Me sentía tan segura y protegida entre sus brazos. Nadie de mi familia subió, porque sabían que no hacía falta. Esta noche mi padre estaba en casa, por lo que seguramente ya sabía de mi pesadilla y que Jake ya me tenía muy bien atendida. ―¿Estás mejor? ―me preguntó, con un murmullo. ―Sí. Se despegó un poco de mí para mirarme y me clavó sus ojazos negros con certidumbre y seguridad. ―Esa pesadilla no se cumplirá ―afirmó, acariciando mi rostro―. No quiero que te preocupes, ¿de acuerdo? Esta era la tercera vez en los dos últimos de mis seis meses de embarazo que seguía teniendo la misma pesadilla, sólo que se había modificado un poco. Desde hace tiempo, Razvan no sólo me lanzaba ese puñal que no lograba alcanzarme, sino que añadía esa frase, sin embargo, hoy había otro cambio más. La voz de Jake siempre había aparecido cada vez que intentaba despertarme, pero en esta ocasión había adquirido un nuevo protagonismo. Un protagonismo muy revelador. ―Tú eres la clave ―me percaté, sorprendiéndome a mí misma por ese descubrimiento. ―¿Qué? ―inquirió, extrañado por mis palabras. ―En esta pesadilla te vi como nuestro salvador ―le revelé, mirándole a los ojos fijamente―. Tú puedes salvar al bebé si Razvan le hace daño. ―Eso no pasará. No podrá acercarse a vosotros, estáis muy protegidos ―aseguró, firme. ―Vamos, Jake, mientras Razvan siga vivo, sabes tan bien como yo que el peligro sigue ahí ―discutí, hablándole con suavidad―. Por eso continúo teniendo estas pesadillas. Jake miró a un lado y resopló por la nariz. Sabía que tenía razón. Aunque pronto volvió a clavar sus pupilas en las mías. ―Daremos con él antes y le mataremos ―manifestó, en un tono seguro y contundente. ―Sí, cielo, ya sé que todos haréis todo lo posible por atraparle y matarle, y yo no dudo de vosotros en absoluto, confío al cien por cien en todos ―dije, sincera―. Pero tenemos que reconocer que Razvan, Nikoláy y Ruslán son muy poderosos, y si eso pasara, si Razvan

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consiguiera hacer realidad mi pesadilla… ―sólo recordarla, hacía que se me parase el corazón―, el único que podría salvarnos eres tú. Su mano se posó en mi abultada barriga. ―Claro que os salvaré, porque terminaré con esos malditos magos antes de que se les ocurra acercarse a vosotros ―afirmó, haciendo salir sus palabras con una confianza teñida de rabia―. Ese maldito Razvan jamás os hará daño, te lo prometo. Me quedé atontada mirando esos ojos de ébano que reflejaban la blanca luz de la luna, decididos, seguros, y no fui capaz de rebatírselo. Desplazó su mano hasta mi cintura y, lentamente, acercó su rostro al mío, uniéndolos del todo. Rozó nuestros labios una y otra vez, deslizando los suyos con extremada suavidad y calma. La energía comenzó siendo una brisa ligera, sin embargo, mis mariposas ya se revolvían por mi organismo con emoción. Su abrasador y dulce aliento jugaba con el mío cuando ambos salían en forma de bajos suspiros. Su labio inferior acarició los míos una última vez, repasando toda mi boca de abajo arriba, haciéndome jadear en silencio, elevando mi labio superior, y, entonces, Jacob terminó el beso. Mi chico dejó mi boca, aunque mantuvo nuestras frentes unidas. Tomó aire, momento en el cual yo también aproveché para acordarme de respirar, y habló. ―¿Te encuentras mejor? ¿Más tranquila? ―me susurró. Asentí, porque en estos momentos no era capaz ni de hablar. ―Bien, entonces será mejor que duermas y descanses ―siguió, separando nuestros rostros del todo. Asentí otra vez. Nos tumbamos en la cama y me ayudó a que me acurrucase en sus brazos. Inspiré su maravilloso efluvio y sonreí, aunque su nariz también olió mi pelo. Sus dedos enseguida comenzaron a trabajar con mi cabello, ayudando a que me relajara. Los minutos pasaron en silencio mientras sentía sus engatusadoras caricias por mi melena. Mi barriga ya era más abultada, pues estaba de poco más de seis meses, y ésta se interponía entre Jake y yo, aunque él parecía amoldarse muy bien. A mí me encantaba sentir a nuestro bebé entre los dos, como si lo acunásemos juntos. Me hubiera dormido al instante si no fuera porque de pronto comencé a sentir otra cosa que reclamaba ser saciada ya. En cuanto la imagen vino a mi cabeza, ya no pude refrenarlo. No hubiera dicho nada si

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Jake hubiera estado dormido, pero sus dedos me indicaban que aún no lo estaba, así que... ―Me muero por unas cerezas ―confesé, con un murmullo, mientras me mordía mi labio inferior. Jake dejó de peinar mi cabello y se separó un poco de mí para mirarme. ―¿Ahora? ―parpadeó―. No tenemos cerezas ―se giró para echarle un vistazo al despertador de su mesita y después volvió a hacerlo para observarme a mí―, y son las tres de la mañana. ―Sí, lo sé ―hinqué los dientes en mi labio de nuevo y le miré con cara de cordero degollado. ―Vaya unas horas para un antojo ―se burló―. ¿No puede esperar? ―No, tiene que ser ahora, no puedo evitarlo ―le dije, con voz y ojos implorantes, arrimándome más a él―. Si no como unas cerezas ahora, me moriré, en serio. Tengo que comerlas, por favor, te prometo servidumbre eterna. Mi chico se rió por esta reacción exagerada, que lo era, incluso yo misma me daba cuenta y lo reconocía, pero ahora mismo necesitaba esas cerezas como si fuese el último vaso de agua que hubiera en un desierto. ―Nessie, el supermercado está cerrado, y estamos a finales de marzo, ni siquiera sé si es temporada de cerezas ―objetó, sonriéndome con dulzura. ―Las hay, las vi esta mañana ―le desvelé. Eran un poco caras, pero un antojo es un antojo. Hoy Esme no había ido sola a la compra. Jake y yo la habíamos acompañado para que no tuviera que ocuparse de todo. Bastante hacía ya con prepararnos el desayuno, la comida y la cena. Sabíamos que le encantaba hacerlo, pero aún así decidimos ayudarla un poco, al menos con la tarea de llenar nuestra despensa. ―¿Y dónde consigo yo unas cerezas a estas horas, eh? ―se preguntó, dándome un toque en la punta de la nariz con la yema de su ardiente dedo. ―Hay un supermercado de veinticuatro horas en Port Angeles, lo vi la noche que fuimos al Wolf a celebrar nuestro aniversario ―recordé. Me sentía mal por intentar convencerle, por obligarle a que se levantara de la cama para que me fuera a buscar unas cerezas hasta Port Angeles a las tres de la mañana, pero es que de verdad que las necesitaba. Sólo pensar en esas cerecitas rojas, gordas, dulces, jugosas… ―¿Tan lejos? ―se sorprendió.

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―No querrás que nuestro hijo salga con una mancha en la mejilla con forma de cereza, ¿no? ―le pinché, sonriéndole―. Sería el hazmerreír de todos sus amigos, y cuando fuera un chaval, las chicas se mofarían de él. No ligaría nada con eso en la cara, te lo aseguro. A las chicas una mancha en la mejilla con forma de cereza no nos parece nada sexy. ―Eso es chantaje emocional ―se rió. ―De ti depende que nuestro hijo tenga éxito con las chicas o no, tú verás ―azucé, con una sonrisita. ―Ay ―suspiró, intencionadamente alto, con una sonrisa de satisfacción que se le salía de la cara―. Está bien, te conseguiré esas cerezas, ya que te pones así. Entonces, por su entonación y su cara, me di cuenta de que me había estado tomando el pelo. ―Eres un tonto ―reí―. Ibas a hacerlo igual, pero me has hecho decir todo esto para hacerte de rogar. ―Bueno, es que a veces me gusta hacerte suplicar, nena, qué quieres que te diga ―y me mostró su maravillosa sonrisa torcida. ―Idiota ―reí otra vez, empujando su rostro con mi mano para ladearlo, aunque luego no pude evitar darle un beso corto en los labios. Se carcajeó, se separó de mí y se levantó de la cama. ―Voy abajo. Me transformaré y avisaré a alguien de la manada para que vaya a Port Angeles a por tus cerezas ―declaró, caminando hacia la puerta. Me incorporé para quedarme sentada. ―¿Vas a molestar a alguien de la manada para que me vaya a buscar cerezas? ―inquirí, ahora sintiéndome un poco culpable. Jake se paró y se giró para mirarme. ―Claro, no pretenderás que vaya yo, ¿no? ―sonrió. ―Jacob Black, tienes mucho morro ―le regañé, frunciendo el ceño―. Y luego dices que no te gusta mandar ―chisté, mirando hacia otro lado. Puso los ojos en blanco. ―No se trata de eso ―se defendió―. No quiero separarme de ti. Si fuera yo a buscarte las cerezas, tendrías que venir conmigo, y no quiero que te levantes de la cama, ¿entiendes? Vale, ahora me sentía peor. ¿Por qué tenía que liar tanto las cosas? Sin embargo, no podía evitarlo. Si iba él, me sentía mal, y si iba alguien de la manada, también. Menudo lío mental.

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―Ah, claro ―asentí, algo avergonzada por mi metedura de pata―. ¿Y por qué no te transformas aquí? ―le pregunté. ―Es que así, de paso, me bebo un vaso de agua, que estoy muerto de sed ―se encogió de hombros. ―Ah. ―Bueno, vengo ahora ―me sonrió, y se dio la vuelta hacia la puerta. ―No tardes ―le dije mientras la abría, al tiempo que yo me tumbaba en la cama de nuevo―. Ya te echo de menos. Se giró una vez más en el umbral para observarme. ―Tranquila, pequeña, me tendrás aquí en un plis ―aseguró, siguiendo con esa sonrisa. Le correspondí la sonrisa, se dio la vuelta y salió de la habitación. Me quedé pensando en las cerezas, en estos estúpidos y absurdos antojos que nos daban a las embarazadas, y en lo que hacíamos trabajar a los pobres y sufridos padres por culpa de eso. Se me escapó una risita sorda. No había pasado ni dos minutos, cuando Jake volvió a entrar en el dormitorio. ―Pues sí que has sido rápido ―pestañeé. Mi chico cerró la puerta y se rió. ―Sí, es que ya está todo arreglado. ―¿Ya? ―volví a pestañear. Llegó hasta la cama y se metió dentro, arrimándose bien a mí. ―Al parecer, tu padre ya hace un buen rato que está de camino a Port Angeles ―me reveló, acogiéndome entre sus brazos―. En cuanto pensaste en las cerezas, ya se piró a buscártelas. ―Qué bien ―sonreí. Y lo hice con una sonrisa muy amplia, porque ahora nadie de la manada iba a tener que molestarse en ir. Bueno, se había tenido que molestar mi padre, pero total, como él no dormía ni tenía que descansar… Alguna ventaja tenía que haber en tener un padre vampiro, ¿no? Me acurruqué, feliz, en el pecho de Jacob y esperamos a que mi padre llegase con mis jugosas y deliciosas cerezas. Una ligera bruma cubría la playa de First Beach. Las olas que nos traía el océano se arrastraban por la orilla con suavidad, las conducía sutilmente desde mar adentro y apenas las empujaba, dejando que ellas mismas muriesen sobre la arena con lentitud. La marea estaba baja, y

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éstas alargaban su muerte sin prisas, con una marcha lenta y cadenciosa. Se limitaban a dejarse llevar por la inercia de los ritmos que marcaba la bajamar, recorriendo esa orilla que ahora era más larga, extendiéndose todo lo que podían, hasta que se convertían en una fina capa de agua y espuma que lamía la arena y que ya no podía estirarse más, entonces iniciaban un retroceso de vuelta al océano igual de tranquilo. Un grupo de gaviotas revoloteaba cerca del espigón de madera, parecían concentradas en un mismo sitio, donde se posaban y chillaban, peleándose por algún tipo de presa, seguramente por algún pez que había acabado siendo arrastrado por el mar a causa de los fuertes oleajes de estos días, producidos por el último temporal. Jake y yo paseábamos por la arena con la misma calma con la que se movían las olas. Esta tarde habíamos decidido salir a pasear, ya que a mí me venía bien caminar un poco. Por supuesto, llevábamos escolta, sin embargo, todos estaban bien escondidos y daba el suficiente pego como para sentir cierta intimidad. Los troncos blanquecinos se dispersaban en la parte alta de la playa, dejando una huella clara de la longitud que alcanzaba el mar cuando había marea alta, mientras que nosotros caminábamos por ese terreno extra que el océano nos había concedido temporalmente hasta que se decidiera a recuperarlo de nuevo. El día estaba nublado, aunque esas nubes eran más bien blancas y no tenía pinta de que fuera a llover. La temperatura no es que fuera muy agradable, pero esa ropa que me había regalado Esme era de lo más cómoda y abrigaba bastante. Como había engordado y ya no me servía mi ropa, mi abuela se había encargado de comprarme una surtida gama de prendas que abarcaba todos los meses que me quedaban de mi embarazo. Tuve que guardar mi ropa normal en el garaje para que esta otra me entrase en el armario. Nuestros pies avanzaban con calma al tiempo que manteníamos una conversación muy amena, consistente en diversas anécdotas de Jacob con la manada, cuando distinguimos dos siluetas lejanas entre la bruma. Ésta no era nada densa, así que enseguida vimos que se trataba de Quil y Claire, que se encontraban cerca del extremo norte de la media luna de la playa. ―Mira quién está ahí ―sonrió Jake. Supuse que a Quil le tocaba el turno de noche y que estaba aprovechando su tiempo libre para pasarlo con Claire. Quil no tardó en vernos también, y alzó el brazo para saludarnos.

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Nos acercamos con paso presto y llegamos a ellos. ―Qué pasa tío ―le dijo Quil, sonriente, ofreciéndole el puño. ―¿Cómo va todo? ―le correspondió Jake, haciéndolos chocar a modo de saludo―. ¿También paseando por aquí? ―Sí, ya ves, hemos tenido la misma idea ―rió su hermano de manada. ―Hola ―saludé yo, en general, con una sonrisa. ―Hola, Nessie ―me sonrió Claire. Mientras que yo llevaba una blusa de manga larga y una chaqueta, la joven Claire iba ataviada con una ajustada camiseta de tirantes y una fina chaqueta que no es que tapase mucho. Me pregunté si no tendría frío, sin embargo, la respuesta no era muy difícil de deducir. Se había soltado su larga y lisa melena negra y se había maquillado, dando el aspecto de alguien más mayor, aunque tenía que reconocer que Claire no aparentaba catorce años, sino unos dieciséis o diecisiete. Eso sí, aún quedaba un matiz algo infantil en su rostro que la delataba. Por supuesto que tenía frío, pero a esa edad todo vale con tal de conquistar al chico que te gusta. ―Hola, Ness ―me saludó Quil―. ¿Cómo lo llevas hoy? Jake se colocó detrás de mí y rodeó mi barriga con sus manos para acariciarla. ―Pues genial ―su mejilla estaba pegada a mi sien y no le veía el rostro, pero por la entonación supe que lo había dicho sonriendo―. Cada día crecemos un poco más, ¿a que sí? ―Sí ―solté una risilla. Mi chico me dio un beso en la sien que levantó mi vello. ―Me alegro ―asintió Quil, con una sonrisa. ―Bueno, os dejamos tranquilos ―dijo Jake, poniéndose a mi lado para cogerme de la mano otra vez. El labio de Claire se curvó hacia arriba con satisfacción. Estaba claro que quería quedarse a solas con Quil. ―No, quedaos un rato más con nosotros ―espetó él. Parecía un poco nervioso. El labio de Claire se cayó en picado y su vista se fue hacia su imprimado con una extraña mezcolanza que recorría un amplio espectro de emociones, desde la desilusión hasta las ganas de matarle. Jacob se percató de esto. ―Eh…, no, tío, creo que será mejor que nos piremos.

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―Que no, hombre ―insistió Quil, soltando una risa nerviosa. Luego, se puso a mirar a su alrededor con rapidez, buscando algo. Y con ese algo debió de dar―. ¡Ah! ―exclamó, mirando a los cantos de la orilla―. Lancemos esas piedras al mar, a ver quién llega más lejos ―y sujetó a Jacob del brazo para tirar de él―. Te apuesto cinco dólares a que yo la mando más lejos. Mis cejas bajaron con extrañeza ante esta actitud tan rara de Quil. La mano de Jacob se vio obligada a soltarme y él me miró con dolor, aunque también pidiéndome comprensión. Le sonreí y asentí para que no se preocupase. ―Estoy aquí al lado ―me dijo al tiempo que caminaba junto a su amigo―. No te muevas de ahí, ¿vale? Volví a asentir, sonriéndole, y terminó dándose la vuelta para llegar a la orilla con Quil, que ya estaba cogiendo una piedra de la arena húmeda y pesándola con la mano para comprobar que tuviera un peso y tamaño adecuados. Mi familia estaba en el bosque que quedaba justo a mis espaldas y Jake estaba tan sólo a unos metros, nada que un enorme lobo bermejo no pudiera salvar de un salto, así que el bebé y yo seguíamos bien protegidos. Quil lanzó el canto hacia el océano con todas sus fuerzas, simulando el lanzamiento de un pitcher de béisbol. El pedrusco voló como un misil, en línea recta, hasta que hizo una pequeña parábola y se insertó en el mar con el mismo ímpetu. ―¿Se puede saber qué demonios te pasa? ―escuché que le cuchicheaba Jake, con una voz inaudible para un humano. ―Nada ―masculló Quil, igual de bajo―. Te toca a ti. Volví a fruncir el ceño, extrañada. ―¿Puedo tocarla? ―me preguntó Claire de pronto, haciendo que desviara mi atención de ellos para mirarla. ―¿Qué? Ah, ¿te refieres a mi barriga? ―Sí. Bueno, si no te importa ―murmuró acto seguido, algo apurada―. Seguramente estarás un poco harta de que todo el mundo quiera tocarte la barriga. ―No te preocupes ―reí―. Las barrigas de las embarazadas parecen un imán para la gente, pero ya estamos acostumbradas. Puedes tocarla, no me importa ―le sonreí después, girándome hacia ella para que llegase mejor.

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Claire posó su palma en mi vientre y, justo cuando lo hizo, el bebé la saludó con un par de pataditas. Claire no fue la única que sonrió, yo todavía me emocionaba cuando las sentía. ―Qué guay, se ha movido ―exclamó, mirándome con unos ojos de sorpresa enormes. ―Sí, es bastante inquieto ―reí de nuevo. Jake se giró al escucharlo, y su cara decía claramente lo que le fastidiaba habérselo perdido, aunque Quil no tardó en darle codazos para que prestara atención a su nuevo lanzamiento. ―Dicen que da suerte, a ver si me la da a mí ―murmuró Claire, ahora observando mi panza mientras la frotaba. ―¿Acaso la necesitas para algún examen? ―aventuré, sonriendo. ―No, no es para ningún examen. Me va muy bien en la escuela ―entonces, sin levantar la vista, su rostro se puso más serio, melancólico―. Es para otra cosa ―y sin querer, sus ojos se escaparon hacia Quil. Ups. ¿Y ahora qué le decía yo? ―Ah ―a la tonta de mí sólo se me ocurrió decir eso. La quileute dejó mi vientre y se volvió para observar mejor a los chicos, que ya estaban enzarzados en una cómica competición para ver quién lanzaba las piedras más lejos. Sonreí cuando vi que el canto de mi chico llegaba más allá que el de Quil y este último quería tomarse la revancha de nuevo a toda costa, pues ya iban dos veces que Jake le ganaba. ―¿Sabes? Te envidio ―declaró, sin apartar la vista de Quil―. Tú no has tenido que esperar por Jake, creciste tan deprisa ―me quedé un poco parada al oír eso, y no supe qué contestarle, porque tenía razón―. En cambio, yo, tengo que esperar por Quil. ¿No es irónico? ―se rió con una risa desganada―. Quil lleva imprimado de mí desde que yo era un bebé, todos estos años, sin embargo, soy la única chica que tiene que esperar por su imprimado. Señor, tengo a mi alma gemela, al chico que amo delante de mis narices, y sé que es para mí, sé que no encontraré otro como él, que estamos hechos el uno para el otro y que terminaremos juntos, pero no puedo tenerle todavía porque él aún me ve y me trata como a una niña ―protestó―. Es bastante frustrante, la verdad. Claire siempre había sido una niña muy lista, y ahora, a sus casi quince años, me sorprendía su madurez. Seguía teniendo esos comportamientos propios de la adolescencia, como el empeñarse en

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vestirse así para aparentar más edad, pero era evidente que para otras cosas era muy madura. Tal vez se debía a que siempre había estado rodeada de gente adulta. Aunque a mí no me había ocurrido lo mismo, la comprendía perfectamente. Jake no había pasado por esa etapa en la que estaba ahora mismo Quil, no exactamente, porque sí que había necesitado de un tiempo de adaptación cuando yo pasé de tener doce años a tener diecisiete en sólo un mes y medio. Todavía recordaba aquellos dedos trémulos que casi no se atrevían a tocar mi mejilla en aquel entonces, como si Jacob aún no terminara de creerse que ya podía acceder a mí y tratarme como a una mujer, como si no terminara de creerse que ya lo fuera. Mi rápido paso de niña a mujer también había sido muy raro para él, y había tenido que asimilarlo. Eso sí, lo había hecho muy deprisa, claro, la atracción que siempre existió entre los dos era demasiado fuerte como para poder resistirse, y ésta había ayudado bastante. Los chicos estaban lo suficientemente entretenidos como para no prestarnos atención. Observé a Claire. No lo dudé ni un instante, ya era lo bastante madura como para comprender lo que significaba. ―¿Estás enamorada de él? ―le pregunté. ―Sí ―asintió, sin titubeos. Vaya, además de madura, era decidida. ―Debes tener paciencia ―le aconsejé, mostrándole una sonrisa amigable por sincerarse conmigo―. Para Quil ahora es muy pronto. ―Yo estoy preparada, le quiero ―afirmó, mirándome sin ninguna duda―. Y sé que jamás amaré a otro. ―Sí, lo sé, pero escucha. Dentro de uno o dos años tal vez las cosas cambien. Eres una chica muy guapa y muy madura, Claire, te lo digo en serio, así que puede que no tengas que esperar tanto ―observé a Quil con un aire analizador y yo misma me di cuenta de a qué se debía su extraña actitud―. Creo que Quil está nervioso porque ya no te ve tan niña y está algo perdido, no sabe muy bien cómo debe actuar contigo ―opiné, cambiando la vista hacia ella de nuevo―. Tómate las cosas con calma, dale tiempo, y ya verás como un día Quil se lanzará ―y le guiñé el ojo. Claire miró a Quil y sonrió. ―¿Tú crees que está nervioso por eso? ―Claro, tonta ―la animé, dándole un suave codazo. Su sonrisa se amplió. ―Gracias ―murmuró, bajando la mirada tímidamente hacia la arena.

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―No tienes que dármelas, solamente te estoy diciendo la verdad. ―¡Hey, chicas, ¿queréis jugar?! ―gritó Jake desde la orilla, haciendo un aspaviento con el brazo. Ambas nos miramos y sonreímos. ―Sí, vale ―aceptó Claire, ya correteando hacia Quil. Fui detrás de ella y me acerqué a Jake, que me recibió con una sonrisa, un abrazo y me dio un beso corto, lo cual correspondí encantada. Quil y Claire se pusieron a hacerse bromas con la arena de la orilla. ―Voy a tirar una piedra ―me lancé, despegándome de Jacob para coger una de la arena. ―Ten cuidado y no te esfuerces mucho ―me advirtió―. Lánzala despacio. ―Sí, papá ―me burlé. Jake puso los ojos en blanco. Sopesé el canto, haciéndolo saltar en mi mano. ―Mmm, esta no. Pesa demasiado ―y tiré la piedra. Repasé la arena de mis pies con la vista para coger otra, pero no veía ninguna adecuada. ―Como sigas así, subirá la marea y no habrás lanzado la piedra ―se mofó Jake. ―Ja, ja… ―mascullé con ironía al tiempo que le cogía de la mano y le hacía avanzar conmigo para buscar un canto mejor―. La culpa es vuestra, habéis terminado con las mejores piedras. Seguí caminando por la orilla, escudriñando la arena, y cuando me di cuenta, ya casi estábamos llegando al espigón. No me percaté de esto hasta que no vi a las gaviotas que antes habíamos divisado, a un par de metros de nosotros. ―Mira, ¿no te sirve esta? ―Jake se agachó y me cogió una. ―Sí, esa está bien ―aprobé, estirando la mano para cogerla. Pero Jake la escondió detrás de su cintura, sonriendo con travesura. ―Si la quieres, tendrás que cogerla. ―¿Ah, sí? Corrí a su espalda para quitársela de improviso, sin embargo, mi barriga ya me hacía más torpe y él consiguió darse la vuelta a tiempo. Nos reímos y lo intenté de nuevo, pero, una vez más, esquivó mi movimiento con facilidad. ―¿Qué pasa? ¿No puedes cogerla? ―sonrió, burlón. ―Ahora verás ―reí, lanzándome a por él.

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Él escondió la piedra tras su cintura, creyendo que iba a por ella, pero se equivocaba. Mi objetivo era diferente. Arrojé mis manos a su abdomen y comencé a hacerle cosquillas. En cuanto inicié esta acción, empezó a carcajearse y a revolverse sin control. Tanto, que soltó la piedra para que ya parase. El canto voló unos metros hasta que aterrizó justo donde se encontraba ese grupo de atareadas gaviotas, que salieron despedidas hacia el cielo, asustadas. Entonces, nuestras risas cesaron de sopetón cuando vimos lo que estaban comiendo realmente. Allí, delante de nosotros, reposaba la pierna de un cadáver. Una pierna humana. Jadeé con horror y me giré para esconderme en los brazos de Jacob, que me acogieron con fuerza para calmarme, pero ya había sido demasiado tarde, la imagen de esa pierna destrozada, azulada e hinchada se me había quedado bien grabada en la retina. ―Mierda ―masculló Jake, apretando los dientes y su abrazo. ―¿Qué pasa? ―inquirió Quil desde su posición, extrañado. Jacob se dio la vuelta con precipitación hacia él. ―¡No os acerquéis! ―le advirtió―. Es mejor que Claire no vea esto. Quil asintió, alarmado, y abrazó a Claire, que nos miraba con preocupación. ―Será mejor que llame a Charlie ―murmuró Jake, serio. Y mi chico sacó el móvil del bolsillo de su pantalón.

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UN SER SUPERIOR Jacob casi no había colgado su teléfono móvil, cuando mi padre salió de entre los árboles de la parte sur de la playa y se plantó a su lado a la velocidad de un rayo. Primero le echó un vistazo a la pierna con un semblante algo desencajado, pero luego enseguida se dirigió a mi chico. ―¿Por qué has llamado a Charlie? ―le recriminó al tiempo que mi madre y mis tíos llegaban junto a él―. ¿Te has parado a pensar que quizá esto esté relacionado con los licántropos? Ahora la playa se llenará de policías que se pondrán a investigar el asunto. Irremediablemente, vino a mi cabeza una imagen: la de aquella cabeza que había chocado contra el Golf de Jake años atrás, cuando recorríamos la carretera de La Push de camino a mi casa. El licántropo de Nahuel era el que había hecho aquello, y ahora nos encontrábamos con algo similar. Me dio un escalofrío sólo con recordarlo. ―¿Y qué quieres que haga con esa pierna, metérmela en el bolsillo del pantalón y llevármela a casa? ―contestó Jake, marcando su irritación con sarcasmo. Se guardó el móvil y siguió hablando―. Esa pierna tiene un propietario, ¿sabes? Y seguramente los familiares de esa persona agradezcan saber qué ha sido de él, poder enterrarle y llorarle, digo yo. ―¿Hay una pierna? ―le preguntó Claire a Quil, desde la distancia, con cierto temblequeo en la voz. ―Eso parece ―murmuró él, apretando su abrazo. ―Jacob tiene razón ―le apoyó mamá―. Por muy mal que nos venga a nosotros, no podemos evitar que la policía investigue esto. No sabemos si lo ha hecho alguno de los licántropos, pero aunque así fuera, estamos hablando de un asesinato, Edward, no podemos ocultárselo a la policía. ―Hemos hecho bien en llamarles ―afirmó Quil. Mi padre suspiró, sin embargo, terminó asintiendo.

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―Está bien, entonces será mejor que nos vayamos a casa antes de que esto se llene de policía científica y forenses ―sugirió. ―Id vosotros ―dijo Jake―. Supongo que yo tengo que quedarme. He sido el que ha llamado y tendré que prestar declaración. ―De acuerdo ―aceptó papá. Jacob se despegó de mí y me sujetó por los hombros para mirarme. ―Ve a casa con ellos, yo no tardaré. ―No, me quedo contigo ―repuse. ―No quiero que tengas que ver esa pierna otra vez ―rebatió, acariciando mi mejilla con dulzura―. Ve a casa, Charlie ya debe de estar en camino, así que llegaré enseguida. ―Pero si no estás conmigo y ocurre algo… ―¿Y para qué estamos nosotros? ―intervino mi tío Emmett, sonriéndome―. Además, vuestra casa está a un paso de aquí, no creo que a este lobo loco le costara mucho llegar de dos zancadas. Genial, muchas gracias, Em, pensé, ya que había tirado por tierra mi excusa por completo. ―Pero… Mi siguiente alegato se vio enmudecido cuando Jacob unió sus labios a los míos para besarme, pillándome totalmente desprevenida. Por supuesto, lo había hecho adrede para callarme. Él terminó el beso, pero yo todavía me quedé con los ojos cerrados un par de segundos más, de lo anonadada que me quedé. ―La policía está llegando ―reveló Jasper. Aún no se oía ninguna sirena cuando lo dijo, aunque sí que percibí ese soniquete muy lejano después. ―No tardaré ―repitió Jake, todavía con la frente pegada a la mía, hablándome con suavidad. Asentí, mirándole embobada, y, a regañadientes, me separé de él para marcharme con mi familia. ―Nosotros también nos vamos ―dijo Quil. ―Sí, claro ―comprendió Jacob. Seguro que Quil tampoco quería que Claire viera la pierna. Se despidieron de nosotros y se marcharon por el espigón de madera. ―Dile a Charlie que le llamaré esta noche ―le pidió mamá a Jake de la que nos íbamos. ―Vale.

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Mientras caminaba con mis padres y mis tíos, me giré y observé a Jacob. Estaba con los brazos en jarra, mirando la pierna con un gesto de rabia en el rostro, pero en cuanto se percató de mi mirada, se volvió hacia mí y me clavó esos ojazos negros que ya me hacían palpitar. Le dediqué una media sonrisa cerrada y él no tardó en corresponderla. Continué todo el trayecto caminando por la arena sin quitarle ojo, aunque él tampoco desvió su vista de mí. Si no fuera porque iba enganchada del brazo de mi madre y ella me dirigía, hubiera terminado chocándome con alguno de los troncos blanquecinos. En cuanto dimos con el hueco de los árboles que daba paso a nuestro jardín, Charlie y más agentes de policía llegaron hasta Jake, que ya tuvo que dejar de observarme para atenderles. Atravesamos la hierba y nos metimos en casa, donde se encontraban Esme, Carmen y Tanya. Tuvimos que explicarles lo sucedido, puesto que, al no ver a Jake, se extrañaron. Mi padre, Emmett y Jasper decidieron irse para vigilar los alrededores de la casa y los demás nos quedamos en el saloncito, viendo la televisión y conversando sobre lo ocurrido. Bueno, más bien los demás, porque yo no hacía más que poner atención a la puerta, esperando que se abriera y ya pasara Jacob. ―Edward, Jazz y Em están escudriñando el bosque, para ver si hay alguna pista del licántropo o licántropos que lo hicieron ―contaba mamá. ―Lo veo muy improbable ―opinó Alice―. Aquí la zona está muy vigilada. Seguramente el propietario de la pierna no murió en La Push y esa parte de su cuerpo ha sido arrastrada por la marea. Puede que el resto todavía se encuentre en el mar. ―Es realmente horroroso ―murmuró Esme. ―¿Y tú, no puedes ver nada, Alice? ―inquirió Tanya. ―Por desgracia, La Push es un punto totalmente ciego para mí ―suspiró. Solamente habían pasado veinte minutos, pero Jacob ya estaba tardando más de lo que me esperaba. ¿Por qué no había llegado todavía? ―Estamos dando por hecho que ha sido el ataque de un licántropo, pero podría tratarse de un simple asesinato común ―intervino Rosalie. ―Podría ser ―coincidió Carmen―. No debemos especular antes de tiempo. Mis ojos no se apartaban del vestíbulo, y mis manos comenzaron a palmear mis rodillas con nerviosismo a la vez que me mordía el labio.

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―Sí, es mejor que esperemos a la investigación que haga la policía ―secundó Esme―. Si vemos que no avanzan, sabremos que se trata de un Hijo de la Luna. ―Charlie nos irá contando las novedades de la investigación ―declaró mamá. Se hizo un placentero silencio que ayudó a que me concentrara mejor en los sonidos exteriores. ―¿Cómo te encuentras hoy, cielo? ―me preguntó Tanya, posando su helada mano en mi pantorrilla para llamar mi atención. ―¿Eh? ―me giré hacia ella―. Ah, bien, muy bien ―le sonreí, y mi rostro volvió hacia el vestíbulo, mordiéndome el labio de nuevo. ―¿Carlisle ya te ha dicho los resultados de esas pruebas que te ha hecho hoy? ―siguió Carmen. Esta mañana me había tocado sesión médica en la vivienda de mi familia. Los análisis de sangre los llevaba más o menos bien, pero lo peor eran los reconocimientos ginecológicos. El hecho de que fuera Carlisle el que los hiciera, resultaba de lo más incómodo. Jake siempre estaba conmigo y mi abuelo lo hacía lo más discreto posible para mí, cubriéndome con una sábana y esas cosas, sin embargo, no dejaba de ser bastante embarazoso. Tuve que dejar de indagar la entrada otra vez para mirarlas. ―No, aún no ―respondí, con la máxima tranquilidad que pude―. Ahora mismo está en su despacho, analizando las pruebas. El teléfono sonó justo en ese momento, haciéndome pegar un pequeño bote en el asiento. Me dio por pensar que tal vez fuera Jacob, que podía estar llamándome desde cualquier otro teléfono. ¿Y si se lo habían llevado a comisaría para tomarle declaración? Charlie le conocía, pero el resto de esa multitud de policías que habían llegado a la playa no. Me levanté con rapidez y corrí hacia el vestíbulo. ―Ya lo cojo yo ―comuniqué mientras trotaba. Ellas siguieron con su conversación. Llegué al recibidor y descolgué el teléfono. ―¿Diga? ―¿Nessie? Soy Carlisle. Vaya, no era Jake. ―Ah, Carlisle, ¿quieres hablar con Esme?

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―No, quería… hablar contigo ―la voz de mi abuelo sonó prudente y seria, cosa que me extrañó―. Ya tengo los resultados de tus pruebas. Lo segundo que me pareció raro fue que quisiera hablar conmigo de esto, porque normalmente se limitaba a decirme que todo estaba bien, sin ningún tipo de rodeo. ―¿Qué pasa? ―pregunté, algo asustada, llevando la mano a mi abultado vientre. ―No me gusta decir estas cosas por teléfono, pero Edward ya me ha puesto al corriente de lo ocurrido en la playa y tengo que ir al bosque para ayudarles. De todas formas, te lo explicaré mejor al llegar a casa. ―¿Explicarme el qué? ―inquirí con preocupación. Cuando terminé de escuchar lo que Carlisle tenía que decirme, me quedé tan desconcertada, que no pude hablar. ―¿Nessie, estás bien? ―quiso saber mi abuelo desde la otra línea telefónica. Pero ya no lo pude evitar. ―Hola, pequeñaja. La puerta de la entrada se cerró y mi corazón pegó un salto, emocionado. Jacob por fin había llegado. ―Nessie está en vuestro dormitorio ―escuché que le decía Alice, con prisas y preocupación―. Tienes que subir ya. ―¿En nuestro dormitorio? ―se extrañó él. ―Carlisle la llamó para darle los resultados de las pruebas, y desde que ha hablado con él, no ha dejado de llorar. Estamos muy preocupadas. ―¿Qué le pasa? ―quiso saber, alarmado. Escuché el ruido de sus deportivas subiendo las escaleras a toda velocidad y otras casi imperceptibles detrás de él. ―No lo sabemos, no quiere hablar con nadie ―continuó mi tía. Las pisadas se oyeron por el vestíbulo superior con prisas, donde yo sabía que se encontraban mi madre, Rosalie, Esme, Tanya y Carmen. Lo sabía porque mamá había estado picando a la puerta y las había oído hablar. Sin embargo, yo no podía dejar de llorar, me resultaba imposible. ―Ni siquiera quiere que entremos ―le dijo mamá, antes de que Jake abriese la puerta―. Sólo quiere verte a ti. Me encontraba aovillada sobre la cama, llorando. Jacob pasó aceleradamente y fue el único momento en que levanté mi rostro de la

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colcha, con mi expresión compungida. Cuando vio mi semblante lleno de lágrimas, se asustó más. ―Nessie, ¿qué ha pasado? ―inquirió, con nerviosismo e intranquilidad, mientras llegaba a mí. Se sentó a mi lado y sus manos comenzaron a acariciarme con ansiedad. Me alcé para abrazarle. ―Jake ―lloriqueé, entre sus reconfortantes brazos. Esto era todo lo que necesitaba. Sin embargo, Jacob se despegó un poco de mí para escudriñarme. ―¿Te ha pasado algo? ¿Le pasa algo al bebé? ―acto seguido, sus manos se fueron frenéticamente a mi barriga. ―No, el bebé está bien ―sollocé. Suspiró, una pizca más tranquilo. ―Entonces, ¿qué te pasa? ―Soy yo ―le revelé―. No puedo… no puedo… Era incapaz de articular dos palabras seguidas sin que esta congoja me lo impidiera, así que coloqué la mano en su mejilla y le dejé ver lo que Carlisle me había dicho por teléfono. “He estado revisando la mamografía que hicimos esta mañana”, hizo una pequeña pausa y después habló con mucha calma. “Me temo que tus glándulas mamarias no se están preparando para la lactancia. Parece ser que tu organismo es incapaz de producir leche materna, debido a tu condición de semivampiro. No obstante, esto no tiene mayor importancia, el embarazo marcha perfectamente y el bebé está sano, perfecto. Siento tener que decirte este asunto tan delicado por teléfono, pero te lo explicaré mejor cuando llegue a casa, lo cual tal vez sea mañana por la mañana, aún no lo sé con exactitud. Esta noche me toca patrulla con los lobos y…”, en ese momento había perdido el hilo de lo que mi abuelo me estaba contando. ―No podré darle el pecho al bebé ―conseguí balbucear, descargando más lágrimas. Yo lloraba como una magdalena, sin embargo, Jake respiró, mucho más aliviado. ―Ven aquí ―murmuró, acercándome a su torso de nuevo con otro abrazo. Sus brazos me acogieron con mimo y los míos se engancharon a su espalda con fuerza para seguir llorando en su clavícula. No me percaté de

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que mi madre y las demás habían estado en la habitación hasta que no escuché cómo se cerraba la puerta para dejarnos a solas. ―No podré alimentar al bebé ―lloriqueé, desconsoladamente―. ¿Qué clase de madre voy a ser? ―Serás una mamá genial ―aseguró, pasando sus dedos por mi melena con tranquilidad y pausa. Dejé que mi mano abandonase su espalda y la coloqué en su mejilla otra vez, para compartir mis pensamientos más profundos con él. No sabía por qué me había dado esta llorera un tanto absurda. Quizá se debiera al alto grado de sensibilidad que tenía por culpa del embarazo, pero esto me había sentado como si me hubieran echado un jarro de agua helada por encima, y no podía dejar de llorar. Puede que sólo fuera una tontería mía, sin embargo, siempre me había imaginado dándole el pecho a nuestro bebé, acunándole en mis brazos, y ahora me topaba con esto de repente. Era como estar corriendo alegremente y chocarse contra un cristal. Ya había notado algo extraño en mí, porque mis pechos no habían crecido nada, pero lo había achacado a que quizá era demasiado pronto para eso, al fin y al cabo, aún quedaban tres meses para la recta final. Sin embargo, me equivocaba. ¿Por qué yo? ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí? Todo iba genial, todo iba perfectamente, y ahora me tenía que topar con esta estúpida parte vampírica para estropearlo. Siempre tenía que haber algo en mí que no encajaba del todo, siempre. Hasta los animales mamíferos, por pequeños que fueran, podían dar de mamar a sus crías, hasta un simple ratón. En cambio, aquí estaba yo, oh, sí, un ser superior, pensaba con ironía, menuda superioridad, ni siquiera era capaz de producir ni una gota de leche materna. Deseé con todas mis fuerzas haber sido humana del todo, al menos, ellas tenían ese privilegio, para mí ellas eran las superiores sólo por eso. Me desahogué a gusto mientras los prodigiosos dedos de Jacob mimaban mi cabello y sus ardientes labios me daban continuos besos en la cabeza. Los fuertes latidos de su corazón y sus caricias me fueron tranquilizando poco a poco, era irremediable. ―¿Ya estás mejor? ―susurró en mi cuero cabelludo, poniéndome todo el vello de punta por su abrasador aliento. ¿Cómo no lo iba a estar? Estaba entre sus cálidos brazos, y esto era lo mejor del mundo, era como estar en el paraíso.

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―Sí ―asentí ligeramente con la cabeza. Se separó de mí, cogiéndome por los hombros, y se quedó a un palmo de mi rostro para engancharme con mis adorados ojos negros. Ya notaba ese efecto que siempre hacían en mí. Llevé mis brazos a su cuello para rodearlo. ―No tienes que preocuparte por eso ―manifestó, hablándome entre susurros roncos al tiempo que secaba mis lágrimas con sus suaves manos―. El bebé estará perfectamente alimentado, hoy en día existen unas leches muy completas. ―Lo sé, pero no son como la leche materna ―afirmé, aún compungida―. Me hacía mucha ilusión darle el pecho. ―Ya, cielo, pero que no puedas darle el pecho, no quiere decir que vayas a ser peor madre ―me animó, mostrándome una sonrisa dulce―. Mira, hay muchas mujeres que producen leche durante el embarazo, pero luego llega la hora de darle el pecho a sus bebés y éstos se niegan a tomarla o no toleran bien esa leche. Esos bebés tienen que tomar los preparados lácteos del mercado, ¿y son ellas peores madres por eso? Pues claro que no, ¿verdad? Simplemente son cosas que pasan, cosas normales y naturales, y, si te paras a pensarlo, no tiene mayor importancia. Vale, no son como la leche materna, de acuerdo, pero esos preparados son muy completos, y los bebés crecen sanos igualmente. Tú misma no tomaste el pecho, ¿y es tu madre peor madre? ―No ―mi labio se curvó hacia arriba, más tranquila. ―Por supuesto que no. Es una tontería. Ser madre es mucho más que darle el pecho a tu bebé. ¿Sabías que Emily no pudo darle el pecho a Ethan porque le sentaba mal esa leche? ―No ―murmuré, sorprendida. ―Pues ahí lo tienes, Ethan es fuerte como un roble, y Sam y Emily ya tienen tres críos ―me sonrió. Acarició mi mejilla con el dorso de sus dedos―. Vas a poder acunarlo igual mientras le das el biberón, y si es un tragón como su padre, será un niño fuerte y sano. Le sonreí con ganas y me lancé a sus brazos de nuevo. Jake siempre conseguía animarme, no sé cómo lo hacía, pero así era. ―¿Mejor? ―preguntó. ―Sí, contigo sí ―le apreté más fuerte. De pronto, sentí unos golpecitos dentro de mi vientre, como si el bebé también se quisiera apuntar y nos estuviera avisando. Mi panza estaba pegada al abdomen de Jacob, así que él pudo sentirlos.

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―Oh, está pataleando ―exclamé, separándome un poco de Jacob para observar y frotar mi barriga. ―Sí, ya lo he notado ―rió él, entusiasmado, sumándose a mis caricias. Entonces, se dirigió al bebé―. Lo siento, colega, puedes patalear lo que quieras, pero esos pechos son míos y sólo míos. ―Jake ―le regañé, dándole un pequeño empujón, aunque no pude evitar que se me escapara la risa. Él soltó una carcajada sorda. ―Perdona, nena, pero es que es así ―se defendió, mostrándome su sonrisa torcida―. Está claro que sólo son míos. ―Eres un tonto ―reí. ―Soy un tonto que está loco por ti ―murmuró, acercando su rostro al mío para besarme con efusividad. Mis labios no dudaron nada en corresponderle y se movieron al compás de los suyos, mientras mis manos ya se enganchaban a él para pegarme a su cuerpazo. Las grandes manos de Jacob acariciaron mi espalda, apretándome contra él. Eso me estremeció más. El sonido de los besos seguía el ritmo que marcaba nuestra agitada respiración, una y otra vez. Mis mariposas estaban a punto de reventar mi estómago y la energía ya fluía con ganas. Sin embargo, ambos tuvimos que obligarnos a parar antes de que la energía comenzase a volar con más ímpetu. Nos quedamos con las frentes unidas, intentando calmar a nuestros bronquios. ―¿Por qué has tardado tanto? ―le reproché un poco. Jake separó su rostro del mío y me miró. ―Porque tuve que hablar con un montón de polis ―resopló―. No veas la que se montó. En cinco minutos, la playa se llenó de policía científica, un forense, buzos, etcétera, y tuve que hablar con todos para explicarles cómo habíamos encontrado la pierna. Me sentí fatal. Yo aquí llorando por esto cuando una persona había sido asesinada de una forma horrible. ―Supongo que aún es pronto para que hayan conseguido averiguar algo, ¿no? ―Sí, todavía estaban en la playa cuando les dejé ―suspiró él. ―¿Crees que ha sido uno de los licántropos? ―inquirí, mordiéndome el labio. ―Tiene toda la pinta ―asintió.

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―Es horrible ―murmuré, bajando la vista―. Espero que no se repita la misma historia otra vez. El licántropo de Nahuel ya mató a demasiada gente. ―Ojalá pudiéramos, pero no podemos hacer nada, Nessie ―me alentó Jake, posando su mano en mi barbilla para alzar mi rostro. Mis ojos se encontraron con los suyos enseguida―. No sabemos dónde están, ni siquiera sabemos si están cerca o lejos. El culpable de esto pudo haberlo hecho en otra ciudad, llevarse el cuerpo con él y tirarlo al mar, quién sabe ―me dio un escalofrío sólo de pensar en una escena como esa y Jake se dio cuenta. Acarició mis brazos para calmarme―. Perdona. ―No, sigue. Lo que dices es muy interesante. ―No, no tengo nada más que decir, sólo son especulaciones mías ―sonrió, aunque con una mueca apagada por el tema―. Nosotros no podemos ir a buscar a esos licántropos, sólo podemos vigilar nuestro territorio para asegurarnos de que no andan por aquí, ¿entiendes? Tú y el bebé sois nuestra máxima prioridad, y no podemos dejar la zona menos vigilada, por si acaso. Coloqué la mano en su mejilla y le mostré lo culpable que me sentía por toda esta situación, así como estos sentimientos encontrados que siempre me embargaban cuando se trataba de poner en peligro la seguridad de otras personas. Quería que protegiesen a nuestro bebé, por supuesto, eso no podía evitarlo, pero que me protegieran a mí, y que encima estuviese muriendo gente… ―Para ―me interrumpió, hablándome con suavidad―. Tú no tienes la culpa de nada. Los únicos culpables de todo esto son esos malditos magos y esos rumanos, nadie más. Nosotros siempre hemos vivido en paz, son ellos los que vienen aquí para atacarnos, así que solamente nos limitamos a defendernos. Además, ya te he dicho muchas veces que para la manada, defenderos a ti y al bebé es un honor, ya lo sabes. Volví a sonreírle. Aunque todavía me sentía un poco mal, sus palabras lo habían minimizado un poco, porque tenía razón. ―Siempre consigues animarme. ―Sólo digo la verdad ―su maravillosa sonrisa se desplegó al instante. ―Te quiero ―murmuré, acercándome más a él. ―Yo también te quiero ―susurró Jake, sin dejar de sonreír. Uní mis labios a los suyos y le di un beso corto. Luego, nos quedamos mirándonos alelados durante unos segundos.

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―Vamos a hacer una cosa ―dijo de pronto, sonriente―. ¿Qué te parece si vamos a la ferretería y compramos la pintura para el dormitorio del crío? ―¿Ahora? ―reí. ―Sí, ahora. ¿Qué me dices? ¿Te apetece? ―Bueno, vale ―acepté. ―Genial ―exclamó, poniéndose de pie, conmigo―. Pues venga, vamos antes de que cierre. ―¿Y si viene Alice? ―Ah, no, ella que no entre ―bromeó―. Y la Barbie menos. ―¡Te estoy oyendo, chucho! ―gritó Rosalie desde abajo. Nos reímos y los dos salimos de la habitación, con entusiasmo.

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ENVIDIA Me puse una de esas camisetas viejas que Jake tenía en el armario, de color gris, un holgado y viejo pantalón de chándal, éste mío, unas deportivas, me recogí el pelo con una pinza y salí de nuestro dormitorio, canturreando con alegría. Cuando llegué al dormitorio del bebé, Jacob ya tenía la pintura preparada. La habíamos escogido en un azul muy, muy claro para pintar la mitad superior de las paredes, mientras que la zona inferior iba a ser empapelada bajo un fino zócalo de madera que separaba ambas partes. El zócalo tenía una bonita tonalidad parecida a la miel y Jake tenía pensado colocarlo aproximadamente a un metro veinte del suelo. El papel que habíamos elegido era de un azul un poco más oscuro que la pintura y tenía unos motivos infantiles consistentes en unos simpáticos y redondeados coches de colores suaves. Al final Jacob se había decantado por pintar el armario, en vez de empapelarlo. Aunque la cuna aún no estaba hecha ―Jake ni siquiera la había empezado―, iba a ser lacada en un color hueso, así que decidimos lacar el armario también, para que hiciera juego. El escritorio era de una tonalidad muy parecida al zócalo, así que creímos que quedaría bonita la combinación de esos tres colores: azul, miel y blanco, por lo que teníamos pensado dejarlo tal y como estaba. Entre las responsabilidades de Jacob con la manada y la tribu, y todo el asunto de mi protección, nos llevó un mes dar con todo lo que queríamos, incluso tuvimos que recorrer varias tiendas de Port Angeles para encontrar un papel que nos gustase, pero finalmente aquí estábamos, a punto de comenzar a arreglar el dormitorio de nuestro bebé. Ya habíamos vaciado la habitación, bueno, en realidad, lo habían hecho entre Em y Jake, porque a mí no me habían dejado. Ahora todos los muebles estaban en el garaje, el cual empezaba a parecerse más a un

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trastero. La cama nido ya se iba a quedar ahí por una buena temporada, por lo menos hasta que el niño tuviera suficiente edad como para poder dormir en una cama, y eso iba a ser dentro de unos tres o cuatro años, así que ya la habían colocado de forma tal que no estorbase. El resto del mobiliario iba a regresar al dormitorio en cuanto Jake terminase de cambiar las paredes, por eso se encontraba en el garaje de una manera más destartalada. Eso sí, de momento, la ropita del bebé había pasado a nuestro dormitorio, puesto que yo no quería meterla en el garaje. La camiseta que llevaba puesta me quedaba amplia, pero ahora mi barriga la llenaba un poco más. Jacob, que también llevaba una camiseta raída de color verde oscuro y unos pantalones vaqueros cortos, me miró cuando entré en el cuarto, y sonrió con satisfacción. Me observó maravillado durante un instante, aunque pronto esa expresión pasó a ser más bien una mueca disconforme. ―¿Qué haces así vestida? ―por su tono de voz adiviné que ya lo sabía de sobra y que esto no era una pregunta, sino una objeción. ―Voy a ayudarte a pintar ―afirmé, con convicción. ―Nessie, ya hemos hablado de esto. Es mejor que no hagas esfuerzos ―rebatió. ―Tiene razón ―secundó Alice, que apareció por la puerta como por arte de magia―. Estás de siete meses, no deberías hacer ningún esfuerzo. Puse los ojos en blanco. ―Estoy embarazada, no… ―No enferma ―continuaron Rose y mamá a la vez, con una entonación entre cansada y burlona. Ellas también habían llegado de repente. Todos se rieron y les dediqué un mohín. Unos golpecitos en el interior de mi vientre hicieron que desviara mi atención. Sentía los pequeñitos pies de mi bebé perfectamente, y parecían estar uniéndose a mi protesta, como si él también quisiera participar en la decoración de su cuarto. ―Ya ves, no nos dejan hacer nada ―le cuchicheé al bebé mientras acariciaba mi hinchada barriga. Qué ganas tenía de acariciarle a él ya. ―¿Cómo está mi pequeño pateador? ―inquirió mamá, sonriente, poniendo su fría mano sobre mi vientre para sentir los inquietos golpecitos. Últimamente ella solía llamarle así, y a mí me hacía mucha ilusión―. Vaya, menudas patadas ―y su sonrisa se amplió.

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―Creo que va a ser futbolista de vocación o algo así ―reí. ―El papel es muy bonito, tengo que reconocerlo ―aprobó Alice, que había cogido el rollo para examinarlo. ―Lo habrá escogido Nessie ―aventuró Rosalie. ―No, el papel lo ha elegido Jake ―le revelé yo. Jacob le dedicó una sonrisita triunfal a mi tía. ―No sonrías tanto, chucho, ya veremos cómo dejas esta habitación ―respondió ella, con cierto retintín. Los ojos y la sonrisa de mi chico estaban llenos de algo de autosuficiencia. ―¿Sabes por qué las rubias sonríen cuando cae un rayo? Rosalie ya le fulminó con la mirada. ―No empieces, perro. ―Porque quieren salir guapas en la foto ―espetó él, sin hacer caso de su advertencia. Los labios de mamá y los míos se curvaron hacia arriba, pero a la tía Rose no le hizo ni pizca de gracia. ―Yo me voy para ayudar a Esme con la comida ―mintió Alice, apoyando el rollo del papel en la pared para hacer mutis por el foro con rapidez. ―Te acompaño ―se unió mamá. Ya veían lo que se venía. ―A ver si te sabes este otro chiste, Barbie ―siguió Jacob, metiéndose las manos en los bolsillos al tiempo que mantenía la misma sonrisa burlona. ―A ver si sabes tú que sólo necesito un movimiento para arrancarte la lengua ―le respondió ella, entrecerrando los ojos para clavarle una mirada de odio que se notaba demasiado fingido―. Lo malo es que tendría que meter la mano en esa bocaza que tienes. Como de costumbre, mi chico ignoró sus palabras por completo, aunque sonrió con más provocación. ―¿Qué diferencia hay entre una rubia y un ordenador? ―Rosalie resopló y se cruzó de brazos―. En un ordenador basta con introducir la información una vez. Jake se carcajeó de su propio chiste y eso hizo que las muelas de Rose chirriasen. Ya no pude evitar reírme, aunque dejé de hacerlo cuando mi tía casi me funde con la vista.

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―Otro, y este te juro que es buenísimo ―continuó Jacob. Rosalie optó por mirar hacia otro lado, haciéndose la indiferente, cosa que se le daba fatal―. ¿Cómo puedes tener entretenida a una rubia? ―esperó dos segundos―. ¿No lo sabes? ―Eres un idiota ―le contestó Rosalie. ―Le das un papel que en los dos lados diga: “dame la vuelta”. Las carcajadas de Jacob subieron de tono y retumbaron hasta en los cristales. ―Me voy abajo, no te soporto ―acabó diciendo ella, dándose la vuelta hacia la puerta. ―¿No te quedas para oír más chistes? Me sé muchos más, te lo aseguro ―le dijo Jake, con una sonrisa de satisfacción enorme en la cara. ―Piérdete ―masculló Rose mientras salía del dormitorio. Esta era una buena forma de despejar la habitación. Jacob había conseguido su objetivo: no tener a mis tías rondando por el cuarto del bebé. Mi chico suspiró con una sonrisa, satisfecho. ―Bueno, manos a la obra ―exclamó, frotándose las mismas con alegría. Solté una risilla. ―Un día de estos Rosalie cumplirá sus amenazas, y con razón ―bromeé mientras él cogía uno de los rodillos que ya tenía preparados para pintar. Jacob lo mojó en la cubeta y comenzó a pasarlo por la pared. ―Qué va, si me adora ―aseguró, sonriente. ―¡Sigue soñando, chucho! ―gritó Rosalie, ya desde abajo. Jacob se volvió a carcajear y yo acompasé su risa. Mientras él estaba de espaldas, pintando un trozo de pared, cogí otro rodillo y lo empapé en la pintura de la cubeta, pero en cuanto se giró para volver a mojar el suyo, me vio. ―Nessie… ―protestó. ―No me cansaré, te lo prometo ―afirmé, poniéndole ojitos y una voz implorante―. Iré poco a poco, despacio, ¿vale? ―Pero el olor de la pintura puede que sea tóxica, perjudicial o algo ―alegó. ―Te recuerdo que en el bote pone que es totalmente inocua, precisamente porque es para el dormitorio del bebé. Además, la ventana está abierta.

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Iba a decir algo, pero se vio sin alegaciones posibles y cerró la boca con resignación. Después, se quedó pensativo durante unos segundos, meditándolo. ―Por favor, me hace mucha ilusión ayudarte, por favor, por favor ―le puse ojitos otra vez. Suspiró con rendición y yo ya sonreí. ―Esta bien, pero en cuanto veas que te cansas por mínimo que sea, déjalo, ¿de acuerdo? ―accedió finalmente. Me arrimé a él con efusividad y le di un beso corto en los labios que él correspondió de buena gana. Volvió a suspirar, pero esta vez con más alegría. ―Empieza con esa pared, que yo haré esta ―propuso, señalándomela con la mano―. Yo me encargaré de las partes altas y bajas, tú ocúpate sólo de las centrales, no quiero que te subas a la escalera ni que te agaches. ―Sí, papá ―me burlé, acercándome a la pared. Jake me dedicó una mueca y mojó su rodillo en la cubeta llena de pintura. Se giró hacia su paramento y los dos nos pusimos a pintar. Hice rodar el rodillo de abajo arriba y de arriba abajo varias veces para colorear esa pared que ya era azul pero a la cual queríamos darle un aspecto bastante más claro, hasta que la pintura ya no se estiraba más. Me di la vuelta para volver a mojar mi rodillo en la cubeta, sin embargo, Jake me paró. ―Espera ―cogió la cubeta del suelo y la posó sobre la escalera―. Así no tendrás que agacharte. ―Gracias ―le sonreí, y le di otro beso. Él sonrió también, regresó a sus quehaceres y yo mojé el rodillo en la pintura, ahora más cómodamente. Continuamos pintando el dormitorio durante más o menos una hora, yo haciendo descansos, y seguimos las pautas que Jacob había dado. Él se dedicó a pintar las partes superiores y bajas, y yo lo hice con las partes centrales. El cuarto no era muy grande, así que cuando nos dimos cuenta, ya lo teníamos casi todo terminado. Sólo me quedaba una pequeña parte, pero mi rodillo me pedía más pintura. Me di la vuelta y lo empapé, quitando los restos sobrantes con el escurridor de la cubeta. Estaba a punto de retirarme para girarme a la pared de nuevo, cuando un mechón de mi pelo se escapó de la pinza que

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lo malsujetaba y se cayó directamente en el recipiente, manchándose de pintura. ―¡Ay, no, mi pelo! ―gemí, con dolor, cogiéndome el mechón para mirar cuánto me lo había manchado. Bastante. Yo que había mantenido la ropa impecable, ahora iba y ensuciaba mi cabello. Genial. Jake se dio la vuelta, mirando cómo intentaba limpiarme aquel desastre, y se rió. ―¿Es que vas a usar tu pelo de brocha? ―se mofó. Le dediqué una miradita de odio y él se rió más. Me ladeé y agarré una de las brochas que habíamos usado para las esquinas. ―¿Te refieres a una… ―la mojé en la cubeta― como esta? ―y le salpiqué con ella con un movimiento rápido y enérgico. Rompí a reír al ver su cara sorprendida llena de líneas y puntitos de pintura azul claro. ―Muy graciosa ―ironizó, pasando el dorso de su antebrazo por el rostro para limpiarlo, aunque lo hizo malamente y su cara siguió sucia―. Ahora verás. Se lanzó a por otra brocha, raudo. ―No, ¿qué vas a hacer? ―me aparté hacia atrás, riéndome, poniendo por delante la brocha y el rodillo que sostenían mis manos. Pero Jake la mojó con rapidez y me salpicó con ella sin compasión. Me dio tiempo a interponer mis brazos, aunque me puso perdida igualmente, así como el plástico que habíamos colocado sobre el suelo. ―¡Te vas a enterar! ―reí, tirando el rodillo al suelo para quedarme solamente con esa peculiar espada con forma de brocha. Mi chico se carcajeó con malicia y comenzamos una pelea a brochazo limpio entre risas y griterío. No sé cómo no subió nadie para ver qué estábamos montando, porque las voces y las risotadas rebotaban en los cuatro paramentos que acabábamos de pintar. Finalmente, Jacob terminó tirando la brocha al suelo para rodearme con sus brazos, por detrás. ―¿Sabes que estás preciosa? ―murmuró en mi oído, sonriente, al tiempo que alzaba la camiseta para acariciarme la barriga con sus ardientes manos. Mi piel y mis mariposas se estremecieron, cómo no. Giré el rostro y medio cuerpo para que mis labios alcanzaran a los suyos, mirándole completamente embobada, y la brocha se me cayó al

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forjado cuando unió su boca a la mía. Entonces ya no lo pude parar. Me volteé hacia él del todo, me enganché a su cuello y dejé que sus manos me arrimasen a su cuerpo mientras nuestros labios ya empezaban a besarse con pasión y la energía ya emergía de nosotros. Me pareció escuchar el timbre abajo, pero todos mis sentidos estaban demasiado ocupados con el millón de sensaciones y sentimientos que estaban atravesando mi organismo. ―Jacob, Leah está aquí ―anunció de pronto mi madre. Nos sobresaltamos al oír su voz y ver su presencia en la habitación tan de repente, aunque no fue sólo por eso. Fue su tono nervioso el que más nos extrañó y el que hizo que nos separásemos con precipitación para mirarla. ―¿Leah está aquí? ―repitió Jake, frunciendo el ceño con extrañeza. Le extrañó porque Leah se suponía que tenía que estar en el bosque con los demás, y si estaba aquí, era porque había ocurrido algo. Me tomó de la mano y comenzamos a seguir a mi madre, que ya estaba saliendo del dormitorio. Bajamos al piso de abajo con velocidad y llegamos al vestíbulo, donde, efectivamente, estaba Leah. ―¿Qué ha pasado? ―quiso saber Jacob nada más bajar el último escalón. ―Es esa Jane ―le comunicó, con cara de malas pulgas. A mí me dio una sacudida en el estómago sólo con escuchar ese nombre―. Está en la frontera del bosque, esperándote. Dice que quiere verte, que es urgente. Mis muelas rechinaron automáticamente. ―¿Ahora? ―protestó mi chico. ―Sí, ahora ―ratificó Leah, usando una entonación ácida―. Esa arpía dijo que era urgente. Hasta Leah se había dado cuenta de que Jane era una arpía… Jacob resolló por la nariz, pero echó a caminar, conmigo de la mano. Leah no fue la única que nos acompañó. Mi madre y Rosalie se apuntaron a la excursión, mientras que Esme y Alice se quedaron en casa para vigilarla. Mi abultado vientre de siete meses no ayudaba mucho a la hora de caminar con paso presto por el bosque, así que Jacob acabó cogiéndome en brazos para llevarme. Me sentía un poco una carga, sin embargo, no podía despegarme de él en ningún momento, y menos ahora, claro, no pensaba hacerlo ni muerta.

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Había engordado, pero eso no pareció molestarle a Jake, que sorteaba las ramas del terreno y las de los árboles sin ningún esfuerzo. No parecía que llevase a dos personas encima. Avanzamos por el angosto sotobosque durante bastante tiempo y, por fin, llegamos a la frontera que limitaba el territorio de los lobos. La vi, pero no me hubiera hecho falta para saber que estaba ahí. La pulsera ya comenzó a vibrar con ímpetu, casi gruñéndola en la distancia. Jane esperaba en ese sitio, junto a Demetri y Felix, pero esta vez había alguien más con ellos. Enguerrand se encontraba al lado de Jane, y era el único que ya tenía su capucha retirada hacia atrás. Observaba a Jacob continuamente, y puede que sólo fueran imaginaciones mías, pero me pareció que lo hacía con cierto respeto. Quil, Embry, Seth, Shubael e Isaac también estaban allí, frente a ellos, y mi padre, Emmett, Jasper y Ezequiel se sumaban a esa vigilancia. Jacob me dejó en el suelo, cogió mi mano y continuamos caminando hacia ellos. No se le veía el rostro completamente, debido a la sombra de su capucha, pero la reluciente y presuntuosa sonrisa de Jane se vislumbró perfectamente en cuanto apareció Jacob ante sus ojos. Eso ya hizo que mis muelas chirriasen nuevamente. Después, se fijó en mí y su semblante se endureció de repente. Pude percibir cómo su mandíbula se cerraba audiblemente, casi con agarrotamiento, y sentir sus ojos encarnados clavándose como un puñal helado. Me fijé en mi padre, que la mantenía a raya con una mirada entre rabiosa y amenazante, aunque no sé si Jane no me había fulminado todavía debido a eso o porque mi madre ya estaba usando su impresionante escudo protector. O tal vez porque sabía que si se atrevía a hacerme algo, Jacob la mataría sin dudarlo. Mi madre y Rosalie se pusieron al lado de mi padre y Emmett, y nosotros nos colocamos junto al resto. Esa arpía de Jane retiró su capucha hacia atrás y sólo después lo hicieron Demetri y Felix. Los ojos de Jane repasaron a Jacob en primer lugar, por supuesto, y su labio acompasó a su ceja para alzarse con esa aprobación que tanto me sacaba de quicio. No le importó en absoluto que su ropa y su piel estuvieran salpicadas de pintura, casi diría que incluso le gustó. Menos mal que llevaba la camiseta puesta, si no, no se lo hubiera comido, como estaba haciendo ahora, más bien lo hubiera devorado con la mirada. Sin embargo, acto seguido osciló la vista hacia mí. Se percató de que la camiseta que llevaba era de Jake, al compararla en tamaño con

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la que tenía puesta mi chico, eso ya le molestó, pero cuando sus pupilas se toparon con mi abultada barriga, todo en su rostro aniñado cayó súbitamente, en picado. Me percaté de la envidia que emanaba de sus ojos, posados aún en mi vientre, y también cuando me recorrieron entera. Las pintas que llevaba en ese momento tampoco parecieron importarle demasiado y percibí cierto deslumbramiento al mirarme, como si me viera especialmente hermosa debido a mi embarazo. Sin embargo, ese deslumbramiento no era positivo, sino que era un sentimiento completamente lleno de negatividad, envidia y odio. Acto seguido, sus ojos escarlata se tiñeron de otro sentimiento. Una nota de sorpresa, como si no se creyese que yo pudiera seguir embarazada, como si eso tuviera que ser imposible. Sabía que pensaba así porque, a pesar de conocer la profecía, ella prefería seguir creyendo en esos estúpidos prejuicios que decían que Jake era un metamorfo y yo un semivampiro, y que no podíamos procrear. Me reboté por un instante, aunque breve, porque, de repente, su primer sentimiento barrió con todo lo demás, desviando mi atención. Noté su enorme envidia de nuevo, pero esta vez mucho más intensa y fuerte, tanto, que la vibración de mi pulsera aumentó. También sabía por qué. Envidia por no tener la posibilidad de concebir jamás mientras que yo sí podía, y, además, envidia y odio porque yo llevase al hijo de Jacob en mi vientre, un bebé perfectamente viable, un niño como él que crecía sano dentro de mí. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de eso, aunque ella trató de ocultarlo, seguramente porque no venía sola. Aún así, su mirada me pareció tan fría y espeluznante, que mi mano suelta se fue automáticamente a mi hinchada barriga. Jacob se percató y la fulminó con los ojos al instante, si bien la garganta de mi padre emitió un incipiente gruñido que alertó a mamá, haciéndola ponerse en guardia de inmediato. Todos los lobos y mi familia se agazaparon instantáneamente, los primeros gruñendo y mostrando sus dentaduras, los segundos alzando el labio y siseando. Felix y Demetri contestaron de la misma forma, en cambio Enguerrand no movió su postura ni un ápice, aunque no estaba grabando. Jane se giró levemente y levantó su pequeña mano para que se calmasen. Sus compañeros obedecieron sin rechistar, y eso hizo que mi familia también lo hiciera, pero los lobos continuaron con la misma actitud. Después, se giró hacia Jacob, que ya tenía preparado algo que decirle.

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―Veo que todo sigue su curso… natural ―dijo ella con segundas, interrumpiendo lo que fuera que Jake iba a soltarle. Su barbilla infantil se alzó con ese orgullo suyo de siempre y me dedicó una miradita de inquina. ―¡Renesmee! ―exclamó mi padre, que ya había visto mis intenciones. Me eché hacia delante, seguida por los lobos, que acompasaron mi fuerte gruñido, pero Jake sujetó mi mano con fuerza y me impidió avanzar más. Miró a sus hermanos de manada y ellos también tuvieron que detenerse. Luego, regresó la vista hacia Jane. ―Guárdate tu veneno para ti, víbora ―le espetó Jake, muy enfadado―. No te pases ni un pelo, te lo advierto. Mis padres no dijeron nada más, con Jacob era suficiente. Ella sonrió, arrogante, y yo rechiné los dientes de nuevo. ―Me complace ver que te has dado prisa ―siguió esa arpía, haciendo caso omiso al comentario de Jacob. Mi chico resopló por la nariz, cansado y cabreado. ―¿Qué demonios quieres? ¿Para qué me has hecho venir? ―exigió saber él, de muy malos modos―. ¿Y qué hacéis aquí? El labio de Jane se volvió a curvar hacia arriba, aunque ahora con petulancia. ―Tenemos noticias.

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CAMBIO DE PLANES ―No puede ser… ―exhaló mi padre, con el rostro algo desencajado. Jacob y yo le miramos, pero no fuimos los únicos. Mi familia y los lobos también hicieron lo mismo. Todos le observamos con extrañeza y algo de alarma. ―¿Qué ocurre, Edward? ―le preguntó mamá, preocupada. ―¿Qué pasa? ―inquirió Jake, aunque después giró el rostro hacia Jane para exigirle que se explicara. A mi padre no le dio tiempo a contestar. Ésta le hizo un sutil gesto con la cabeza a Demetri para que hablase. ―He localizado al ejército de licántropos ―empezó a revelar él, muy pagado de sí mismo, como si hubiera conseguido toda una proeza, que debía de serlo, por otra parte―. Sabía que estaban por estas tierras, ya que Thiago y su grupo se habían encontrado con algunos de ellos hace tres meses. ―Sí, eso ya lo sabemos ―dijo Jacob con reproche total al recordar el incidente de los licántropos y sus lobos. Leah emitió un sonoro gruñido como queja, aún se acordaba de sus costillas rotas. Fue entonces cuando me percaté de que ya era una loba. Había estado tan concentrada en Jane, que ni siquiera me había fijado en que Leah ya se había transformado para unirse al resto de lobos. Demetri ni siquiera la miró, así como el resto de la guardia Vulturis que no le prestaron atención alguna. ―Thiago y su grupo se encontraron con ellos ese día por casualidad, pero ya entonces, yo seguía la pista de esos licántropos muy de cerca ―explicó Demetri, haciendo de menos el trabajo de Thiago con total descaro para que así el suyo se viera más ensalzado―. Su agilidad y movilidad no es la única ventaja que me han sacado. Esos licántropos se han dividido en varios grupos y se han escondido en diferentes sitios, eso

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ha entorpecido mi trabajo. Sin embargo, finalmente he dado con ellos ―su mentón se levantó con orgullo―. Los licántropos se encuentran repartidos en varias cuevas de las montañas de Olympic, junto a Vladimir y Stefan, esperando el momento de atacar. ―Así que por fin se han decidido a pelear con esos desgraciados magos ―intuyó Jake. ―El objetivo de Vladimir y Stefan ha cambiado ―intervino Jane, manteniendo su barbilla en alto―. Ahora su primer objetivo no son Nikoláy, Ruslán y Razvan ―hizo una pequeña pausa en la que alzó su arrogante labio―, sino tu esposa. Me quedé helada, y sólo fui capaz de reaccionar cuando Jacob apretó mi mano inconscientemente, preso de un ligero temblequeo. La otra seguía en mi vientre, y lo rodeó con más ansiedad. Mi padre rechinó la dentadura, nervioso. ―¿Cómo? ―murmuró mi madre, con temor. ―¡¿Qué?! ―masculló Jake, apretando los dientes, aunque él con rabia―. ¡¿No decías que ellos iban a por los magos?! ―Por supuesto, al principio ellos eran su primer objetivo, pero también os dije que le habían puesto precio a la cabeza de tu esposa ―le recordó Jane, con esa petulancia suya―. Ahora han cambiado de planes y tu mujer ha pasado a ese primer lugar. Jake miró a mi padre. ―Está diciendo la verdad ―le ratificó éste. ―Pero, ¿por qué? ―musitó mamá, todavía asustada. Mi padre la sujetó por la cintura y la arrimó a él para tranquilizarla. Jane desplegó una sonrisita que no me gustó nada. ―Gracias a Demetri, sabemos que Vladimir y Stefan se han enterado de que Razvan está enamorado de tu esposa ―declaró, observando solamente a mi marido. Los temblores de Jacob aumentaron al recordar eso último y sus muelas chirriaron con más fuerza. ―¡¿Y cómo se han enterado ellos de eso, eh?! ―exigió saber, muy enfadado―. ¡¿Acaso lo sabíais vosotros y habéis hecho que se enteren o algo?! ―Ellos no sabían nada, Jacob ―reveló papá, con cierta resignación, refiriéndose a la guardia Vulturis―. Se han enterado cuando Demetri espió a Vladimir y Stefan y se lo escuchó decir.

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―No sabemos cómo ni por qué se han enterado de tal cosa ―manifestó Jane, siguiendo con esa estúpida media sonrisa―. Pero eso ha hecho que cambien de planes completamente. Saben que Razvan está enamorado de tu mujer. ―Eso no es estar enamorado ―respondió Jacob, preso de una creciente ira―. Ese desgraciado no sabe lo que es amar a alguien. ―Llámalo como te plazca, pero tu mujer es la debilidad de Razvan, y Vladimir y Stefan lo saben ―afirmó ella. ―Basta ―le advirtió mi padre a Jane, con rabia contenida, al tiempo que analizaba a Jacob con precaución. La mirada de Jake se volvió extremadamente agresiva, sin embargo, no iba dirigida a ella. Miraba al frente, pero al infinito, seguramente mientras pensaba en Razvan, y su mano suelta se cerró en un puño furioso. ―Saben que Razvan vendería su alma al diablo con tal de tenerla, que está completamente obsesionado con tu esposa ―continuó Jane, sonriendo con malicia. El puño de Jacob aumentó su temblor. ―Déjalo ya ―le exigí yo a esa arpía, rabiada. La loba gris comenzó a gruñirle, mostrándole la dentadura, y el resto la siguió, incluida mi familia. ―Él jamás la tendrá ―escupió Jake, con una cólera tan contenida, que raspó su garganta, haciendo que su voz sonase ronca y hosca. Los dedos de su mano se entrelazaron con los míos con fuerza y yo correspondí apretándolos. ―Pero está obsesionado con ella, y luchará por ella ―insistió esa arpía. ―¡Déjale en paz de una vez! ―espetó Rosalie, con un grito. Los lobos gruñeron con más fuerza y mi familia acompasó esos gruñidos con sus siseos furiosos, hasta mi pulsera protestó vibrando más fuerte. Felix y Demetri permanecían como estatuas, cautelosos, mirándose de reojo sin entender el por qué de la actitud de su compañera, en cambio Enguerrand clavaba los ojos en ella como si supiera perfectamente qué se proponía, si bien la miraba con evidente crítica y censura. Mientras, Jane sostenía esa sonrisita arrogante en su rostro de niña pequeña. ―¡No, Jacob! ―voceó mi padre, ya interponiendo su brazo. No sirvió de nada.

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El brazo de mi padre se quedó atrás cuando Jake soltó mi mano y se inclinó hacia delante, poseído por espasmos que estaban a punto de transformarle, al tiempo que profería un rugido iracundo. ¡No! Eso es lo que esa víbora quería, precisamente. Sacarle de sus casillas con este maldito tema. No lo iba a permitir. Con rapidez, me coloqué delante de él y sujeté su rostro entre mis manos. Podía notar la mirada cauta de mi padre, aunque no dijo nada y permaneció a la espera, vigilante. ―Jake, mírame ―le pedí. Pero sus ojos estaban enfrascados en esos turbulentos pensamientos que ya debían de estar fraguándose en su mente. Mírame, por favor, le rogué, hablándole a través de mi don. Esta vez funcionó. Sus pupilas se movieron y se engancharon a las mías, dejando ese profundo odio atrás, aunque todavía quedaba esa ira dentro de ellas. No lo dudé, y a veces los hechos consiguen más que las palabras o los propios pensamientos. Además, tenía prisa, y esto era un tren de alta velocidad para llegar a mi objetivo, que era tranquilizarle. Rodeé su cuello con mis brazos y acerqué mi rostro al suyo para besarle. Automáticamente, todos sus temblores desaparecieron. Creo que fue porque se quedó un poco perplejo por mi súbita e imprevisible acción, aunque enseguida reaccionó. Y lo hizo tal y como yo esperaba. Sus manos se ensamblaron a mi espalda y mi cintura, pegándome a él, y sus labios correspondieron con la misma efusividad con la que se movían los míos. No era el momento, pero a mis mariposas les dio exactamente lo mismo y se pusieron a aletear por mi estómago con ímpetu. La energía comenzó a fluir a nuestro alrededor, rodeándonos con esa brisa cálida que nos envolvía con su espiral, y mi mente ya empezó a dejarse llevar sin remedio. Eso sí, pude sentir la mirada de odio, envidia y rabia de Jane, y me reí para mis adentros con una malicia que me sorprendió hasta a mí. ―Es increíble lo que puede hacer el amor, aunque tú no lo llames así en el caso de Razvan ―dijo Jane de repente, haciéndonos levantar los párpados y terminar el beso―. No sólo Vladimir y Stefan lo saben, yo estoy completamente segura de que Razvan traicionaría a cualquiera y se olvidaría de todo lo que le importaba con tal de tener a tu esposa ―los dientes de Jacob volvieron a chirriar, aunque los de mi padre también lo hicieron―. De momento, Razvan ha conseguido que Nikoláy y Ruslán no le hayan hecho ningún hechizo a tu mujer. Su traición ya ha

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comenzado, puesto que les está engañando para lograr los que ahora son sus verdaderos propósitos, tal es su obsesión por ella ―Jane se mantuvo un par de segundos en silencio, mirándonos con su típica autosuficiencia―. Es curioso, el amor puede hacer que lo olvides todo, incluso todo aquello por lo que habías luchado en un principio. ¿No es cierto, Jacob? Tú lo sabes mejor que nadie. Tú mismo estabas enamorado de Bella, sin embargo, la olvidaste cuando apareció ella ―su mirada escarlata se clavó en mí, llena de malas intenciones―. Claro, que tú sólo olvidaste a Bella porque te imprimaste. Intenté que esas últimas palabras me resbalasen, ya que sabía que solamente las había dicho para hacerme daño, sin embargo, ya era demasiado tarde. En cuanto las oí, se clavaron en mi corazón igual que si me hubiera lanzado un cuchillo candente y me quedé algo paralizada, ni siquiera fui capaz de hablar. ―¡¿Qué estás diciendo?! ―protestó mi madre, muy cabreada, echándose hacia delante al tiempo que ya la rugía―. ¡Cállate la boca, no tienes ni idea! Papá la sujetó. ―¿Cómo sabes eso? ―exigió saber Jake, hablando y mirándola con furia. Me quedé más petrificada y mi boca dejó exhalar el aire con fuerza. ¿Por qué no se lo rebatía? Es más, lo estaba ratificando al hacer esa pregunta. ―Aro se lo reveló ―sopló mi padre, que me observaba a mí con algo de preocupación. Jane le dedicó una mirada de odio. ―¿Aro? ―se extrañó Jake, aún enfadado. ―Cuando secuestraron a Renesmee ―papá todavía lo decía con rencor―, dejaste que Aro viera tu mente, ¿recuerdas? ―yo sí me acordaba, porque Jake me lo había contado. Y, por su cara, él pareció hacerlo también―. No le dejaste ver mucho, pero pudo ver alguno de tus recuerdos. Jake suspiró por la nariz, con exasperación, pero a mí se me enganchó un nudo enorme en la garganta que tuve que controlar para no ponerme a llorar como una niña pequeña. Maldita sensiblería de embarazada. Tragué saliva e intenté centrarme. ―¿Y por qué te contó eso? ―le preguntó a Jane, cabreado. Ésta alzó la barbilla y curvó su labio hacia arriba con una mezcla de prepotencia e

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insinuación. Me dieron ganas de saltarle a la yugular, pero la mano de Jake ya me sujetaba con fuerza―. Bueno, mira, mejor déjalo. Al fin y al cabo, eso me importa una mierda. Te lo advierto otra vez, más te vale que te guardes tu aguijón de escorpión y dejes de intentar clavarnos tu asqueroso veneno. ―Todavía no has terminado de contestar a la pregunta de Bella ―intervino Jasper, poniendo un poco de orden a todo esto―. ¿Por qué Vladimir y Stefan han decidido cambiar su primer objetivo hacia Nessie? ¿Qué consiguen con ello? ―Quieren desenmascarar a Razvan, para así debilitar la alianza de los tres magos ―le respondió Jane, oscilando sus ojos rojos hacia mi tío para mirarle con su arrogancia―. Juntos son muy poderosos, pero por separado no lo son tanto, ni siquiera Nikoláy y Ruslán son tan fuertes uniendo sus fuerzas. Necesitan a Razvan ―su sucia vista regresó a Jacob―. No sé si quieren matar a tu mujercita primero, pero su intención es utilizarla contra Razvan. La mano de Jacob apretó la mía. ―¿Utilizarla? ―repitió, expectante. ―Los licántropos son inmunes a ciertos dones, como bien nos explicó Eleazar en su momento ―dijo mi padre, usurpando la contestación de Jane, que debía de ser más o menos la misma―. La magia podría ser uno de esos dones a los que son inmunes. ―Pero la magia es magia, no es un don ―rebatió Jake, extrañado―. Esos vampiros son magos, ¿no? ―En efecto ―le contestó Jane esta vez, dirigiendo una pequeña mirada de reproche a mi padre―. Pero sus dotes con la magia son sus dones, al fin y al cabo. ―Tres magos juntos que unen sus dotes con la magia es un muro bastante inquebrantable para un Hijo de la Luna ―siguió papá, que continuaba escaneando la mente de Jane―. Es una magia con la fuerza de tres dones. Sin embargo, si consiguen romper esa alianza entre Razvan, Nikoláy y Ruslán, los licántropos podrían tener más posibilidades para vencerles en una batalla. La guardia aniñada de los Vulturis le fulminó con la mirada una vez más, pero continuó hablando ella. ―Por eso Vladimir y Stefan han decidido secuestrar a tu esposa ―comunicó al fin. Jake se tensó al instante, y sus muelas

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volvieron a sufrir cuando su mandíbula las apretó con furia―. Como ya dije, desconocemos si después su intención es utilizarla viva o muerta. ―¡No, no lo permitiré! ―masculló Jacob con una ira que crecía a cada momento. ―No lo permitiremos ―secundó mi padre, hablándole con seguridad y confianza para que se calmase un poco. ―¿Sabéis cuándo tienen pensado actuar? ―inquirió Jasper, mostrando esa tranquilidad y elegancia tan propias de él. Noté que Jacob se iba relajando paulatinamente y supe que era gracias a la actuación de Jasper. Suerte que estaba allí. Aunque Jake también se percató y le dedicó una mirada disconforme. ―Sí, de ahí la urgencia ―declaró Jane, sin bajar su barbilla en ningún momento―. Vendrán a por ella dentro de tres días. Ese rincón del sotobosque donde nos encontrábamos se llenó de los altos murmullos de mi familia y de los gañidos y gruñidos de los lobos, que se miraban unos a otros con desconcierto. Yo me quedé helada de nuevo, si bien lo único que reaccionó de mi cuerpo fue mi mano libre, que se aferró a mi barriga con ansiedad. ―¡¿Tres días?! ―voceó Jacob, con un exaltamiento nervioso―. ¡¿Y cómo no nos lo habéis dicho antes?! ―Demetri llegó hoy mismo de su misión ―explicó ella―. Lo supo esta misma madrugada. ―No mientas ―le acusó papá, rechinando los dientes―. Llevabais sospechando esto desde hace tiempo, por eso Thiago les hizo esa prueba a los lobos. ―Eran meras sospechas ―se defendió ella, en un tono monocorde, serio―. Necesitábamos corroborarlo para cerciorarnos. Una lucha no se puede preparar bien si no se está completamente seguro de todas las intenciones del contrario, es demasiado arriesgado. Mi padre no pudo contestar a eso. Jasper volvió a hacer de las suyas y Jacob pareció tranquilizarse un poco, así como todos los demás. ―¿Una lucha? ―preguntó mi madre, a la cual sujetaba mi padre. ―Tendremos que luchar contra esos licántropos, y tendremos que hacerlo en esas montañas. Sólo así les pillaremos totalmente desprevenidos y nos será más fácil vencerles ―declaró Jane, con su aire arrogante.

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―¿Tendremos? ―me percaté yo, matizando la palabra ya con algo de disconformidad. ―Nosotros también iremos ―me contestó ella, arqueando la comisura de su labio. ―No os necesitamos para nada ―objetó Jacob, mirándola con un poco de desprecio. Eso me gustó y volví a reírme con malicia para mis adentros. ―Thiago y su grupo conocen todo lo relativo a los licántropos, sobre todo a su líder ―afirmó Jane, otra vez con autosuficiencia―. Y Enguerrand es un general muy eficiente ―se notó que suavizó su calificativo, ya que, según me parecía, no debían de llevarse muy bien. Enguerrand ni se inmutó por su comentario. ―Bien, aceptamos vuestra ayuda ―asintió mi padre. ―¡No, no me da la gana! ―protestó mi chico, ofuscado―. No pienso aceptar la ayuda de estos… ―Toda ayuda es poca, Jacob ―le interrumpió mi progenitor―. Lo primero y más importante es proteger a Renesmee, no lo olvides. Jacob rechinó los dientes, pero no pudo decir nada. ―Pues hay que pensar en un plan ―manifestó Emmett. Los lobos corearon unos aullidos para dar su aprobación. ―En mi opinión, lo mejor sería quedar mañana a primera hora en algún lugar de esas montañas ―habló Jane, sujetando su mandíbula bien arriba―. Volver a reunirnos aquí sería demasiado peligroso. Ambos lados podemos ir pensando en alguna estrategia y comentarla mañana. ―Me parece bien ―aceptó mi padre otra vez. ―¿Por qué decides tú? ―se quejó Jake. ―Porque ahora mismo tú no eres capaz de decidir nada juicioso ―le contestó papá. Mi chico volvió a matarle con la mirada, pero se calló. ―Bien, Enguerrand ha estado en las montañas con Demetri. Él te mostrará el sitio exacto donde nos reuniremos mañana ―continuó Jane. Ésta le hizo un gesto con la cabeza y Enguerrand asintió con un sutil movimiento. El vampiro pelirrojo llevó sus ojos hacia mi padre y se sumió en una especie de trance en el que las córneas se transformaron vidriosas y mates. Papá examinó las imágenes que tenía grabadas en su mente y que le estaba mostrando, hasta que bajó su cabeza una sola vez para indicarle

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que ya se había percatado de cuál era ese paradero. Entonces, Enguerrand volvió en sí y sus ojos regresaron a su estado inicial. ―De acuerdo, nos encontraremos allí mañana ―dijo papá. ―Hasta mañana, pues ―se despidió Jane sin más. Eso sí, cuando los cuatro miembros de la guardia Vulturis se dieron la vuelta para marcharse, las sucias pupilas de esa arpía tuvieron que repasar a mi marido de arriba abajo antes. Rechiné los dientes, ya harta, pero luego las llevó hacia mí y su mirada fue muy distinta. Su odio era evidente, como siempre, sin embargo, en esta ocasión también me dedicó una sonrisita que gritaba a los cuatro vientos cuánto me menospreciaba. Aunque no fue eso lo que me molestó. Mi padre ya la gruñó al ver sus pensamientos y sus intenciones, y mi pulsera también protestó, aunque no me hizo falta eso para saber lo que pasaba por su cabeza. Su sonrisa denotaba todo eso, pero, además, se sumaba una especie de burla intencionada que capté a la perfección. Una burla por lo que había dicho antes y porque Jacob no lo había refutado. Y eso me dolió.

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PASAR PÁGINA ―Borra esa estúpida sonrisa de tu careto ―le advirtió Jacob a Jane, rechinando los dientes, cuando vio cómo me miraba ella, aunque no percibió sus verdaderas intenciones, ya que parecía seguir ofuscado con otros pensamientos. Me quedé mirando cómo esa arpía terminaba de darse la vuelta con esos aires triunfales, como si hubiera ganado alguna partida, y ese primer sentimiento de daño emocional pasó automáticamente y súbitamente al extremo contrario, donde la sangre comenzaba a hervir mis venas. Sabía que sólo había dicho aquello para herirme, pero no lo pude evitar. Jacob no lo había rebatido, y ella se estaba marchando de aquí victoriosa. La rabia me revolvió las tripas, casi parecía que tuviese el magma de un volcán dentro, preparado para estallar en cualquier momento. Pero no quería hacerlo con ella todavía presente, porque, si me veía discutir con Jake, eso le daría más satisfacción, así que apreté la dentadura y aguanté estoicamente hasta que se marchara del todo. Mi mano era sostenida por la de Jacob, y tuve que contenerme mucho para no hacérsela añicos. ―Maldita enana ―masculló Jacob, enfadado, mientras Jane se alejaba con Felix, Demetri y Enguerrand. Mi padre, que me observaba con preocupación, abrió la boca para decirme algo, pero, de pronto, Jake le interrumpió―. Y tú, siempre haces lo mismo ―le reprochó, girándose hacia él, muy cabreado―. Nunca, nunca me consultas. ―No te consulto porque ya sé tu respuesta ―le contestó papá, que no dejaba de analizarme a cada rato―. Y tu respuesta no es acertada. ―Ya, claro ―resopló Jake―. El lector de mentes, el listo, el sabelotodo ―chistó después, mirando hacia otro lado con desaprobación. Casi no estaba en la conversación. Mis ojos no se despegaban de los cuatro espectros que se alejaban de nosotros con lentitud. Estaban lejos,

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pero no lo suficiente como para no poder oírnos. Seguí apretando los dientes. ―Ya sé que no te fías de ellos, pero te aseguro que no vi ninguna otra intención en sus mentes que no fuera la de luchar contra Vladimir, Stefan y esos licántropos ―le reveló mi padre―. A ellos les desagrada tanto como a ti el trabajar juntos, pero solamente están obedeciendo las órdenes de Aro. A los Vulturis les interesa vuestra alianza, al menos, por ahora. Saben que eres invencible y tienen muchos enemigos, un aliado como tú es demasiado valioso para ellos. Créeme, les interesa más tenerte de aliado que de enemigo. ―¡Yo no soy su aliado! ―protestó Jacob. Leah y Quil también hicieron notar su disconformidad con unos gañidos. Los cuatro espectros desaparecieron en ese horizonte arbolado, sin embargo, esperé un poco más, por si acaso. ―No nos queda más remedio que ir hasta esas montañas para luchar contra los licántropos ―mi padre contestó a la queja de alguno de los lobos―. Si esperamos a que vengan hasta aquí, ya no tendremos esa ventaja de la sorpresa, les daríamos tiempo a planificar algo y a que se organizasen. Eso sería darles ventaja, sería peligroso. ―Estoy de acuerdo ―apoyó Ezequiel, que había preferido mantenerse un poco al margen durante la presencia de la guardia de los Vulturis y hablaba por primera vez―. Es mejor pillarles desprevenidos. ―Sí, eso ya lo sé ―resopló Jacob de nuevo―. Pero si también acepto ir a esas montañas es para que no haya más víctimas inocentes, ¿está claro? No quiero que esos licántropos asesinen a más gente. ―Demasiado tarde ―declaró Rosalie, que estaba con los brazos cruzados―. Aquí no han llegado más trozos de nadie, pero lo más seguro es que hayan matado a más personas. ―Todavía no sabemos si el dueño de esa pierna fue víctima de uno de los licántropos ―intervino mi madre―. La policía sigue investigando. ―Vamos, Bells, es evidente que lo es ―opinó Jake―. No han encontrado el cuerpo, ni tampoco más pistas. Los sonidos típicos del bosque fueron acompasados, además, de la absurda discusión que se abrió con ese asunto al que yo no prestaba ninguna atención. Mi cabreada mente estaba para otras cosas. Ahora sí. Jane ya estaba lo bastante lejos. ―Los licántropos… ―Jacob dejó su frase inconclusa al verme.

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Cuando me di cuenta, había girado mi enfadado rostro hacia Jake, le había dedicado toda una gama de reproches con la mirada y había soltado su mano con brusquedad para echar a andar con prisas hacia casa. Dejé un repentino silencio a mis espaldas y percibí una estupefacción total por parte de todos nuestros acompañantes, sin embargo, a mí me daba igual y seguí caminando. No sé a dónde iba con esa barrigota que ya pesaba bastante, pero estaba que echaba humo y mis pies avanzaban con bastante presteza. Aunque no estuve sola nada de tiempo. ―Nessie, espera, ¿a dónde vas? ―quiso saber Jake, que ya estaba detrás de mí. No le veía el rostro, pero por su tono de voz supe que estaba extrañado por mi comportamiento. ―Me voy a casa ―respondí, malhumorada, clavando los pies en el terreno por mi enrabietada marcha. De repente, Jacob tomó mi mano y noté un tirón que me obligó a detenerme. En un parpadeo, vi cómo mi cuerpo se veía forzado a girarse hacia él y cómo me tomaba en brazos. No fue hasta ese instante, que no supe que mi familia también me estaba siguiendo. Me fijé en que ya no estaban los lobos, ni tampoco Ezequiel, seguramente Jacob les había dado una orden con alguna señal y habían regresado con los demás para seguir vigilando el bosque. Me sujeté al cuello de Jacob y dejé que me llevara, pero sólo porque mi barriga ya se me hacía bastante pesada y no quería cansarme, por el bien del bebé. ―¿Qué te pasa? ―me preguntó mientras seguía caminando, junto con el resto de mi familia. Preferí no contestarle aquí, pues había demasiada gente a nuestro alrededor y este era un tema privado. ―¿No es evidente? ―le respondió Rosalie por mí―. Eres un idiota. ―Oye, rubia, ahora mismo no estoy de humor, ¿vale? ―bufó Jacob. ―Rose, es mejor que no te metas ―le aconsejó mi padre. Mi tía suspiró, pero siguió el consejo. Continuamos caminando por el boscaje, ya territorio quileute, en silencio, hasta que por fin llegamos a casa. Jacob subió el peldaño del porche y me dejó en el suelo. Abrí la puerta, siguiendo con mi mal humor, y pasé adentro, dirigiéndome al saloncito. ―Hola, cielo ―me saludó Alice, de la que pasaba a su lado.

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Pero yo no estaba ni para contestar. ―Nessie, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás enfadada? ―quiso saber Jake, siguiéndome. ―Deberías de saberlo ―le reproché, girándome hacia él. ―¿Saber el qué? ―las cejas de Jacob bajaron sin comprender. Era increíble. Ni siquiera sabía de lo que estaba hablando. ―¿Qué le pasa? ―le preguntó Alice a alguien. ―Todo es culpa de Jane ―chistó mi madre, con desaprobación. ―¿De Jane? ―el ceño de mi chico bajó aún más. ―Pareces tonto ―reprobó Rosalie, cruzándose de brazos mientras giraba la cara y hacía negaciones con la cabeza. ―¿Qué ocurre aquí? ―inquirió Esme, saliendo de la cocina. ―Deberías haberle dicho algo ―incluso Emmett se había dado cuenta. ―¿Decírle el qué? ¿De qué estáis hablando? ―y el bobo de Jacob seguía sin darse cuenta. Intenté hablar, pero mi madre me interrumpió. ―De cuando ella dijo que sólo te habías olvidado de mí porque te habías imprimado. El rostro de Jacob cambió, como si se hubiese dado cuenta de algo ahora. ―¿Y por qué ha dicho eso? ―Esme no podía creérselo, y su semblante estaba lleno de crítica y censura hacia Jane. ―Es obvio que solamente quería hacer daño ―le respondió Jasper. ¿Pero por qué todo el mundo seguía aquí? ―Sería mejor que les dejásemos a solas, ¿no creéis? ―sugirió mi padre, para mi alivio. Él era el único que sabía lo que pasaba por la cabeza de Jacob y por la mía―. Este es un tema de pareja que… ―¿Jane dijo eso? ―los ojos de Alice no podían estar más abiertos cuando cortó a mi progenitor, el cual suspiró con enfado y me miró con complicidad. Volví a abrir la boca, pero, otra vez, me vi interrumpida, yo también―. Jacob, ¿y por qué no le dijiste nada? Jake quiso contestar, pero a él tampoco le dejaron. ―Porque es un idiota ―criticó Rosalie. Mis labios hicieron el amago de abrirse para hablar con él. ―Deberías haberle contestado ―me cortó Alice. La frase de Alice dio pie a una pequeña discusión consistente en diferentes reproches hacia Jacob. Me estaba volviendo loca.

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Normalmente esta falta de intimidad era un tostón y resultaba bastante incómodo, pero se podía sobrellevar. Sin embargo, ahora sí que la necesitaba, y con urgencia. Tenía que hablar con él, pero a solas. Esto era una locura. ―¡Basta! ―voceé, apartándome de allí al tiempo que hacía un aspaviento con los brazos. Me detuve frente a ellos y respiré bien hondo para no pegar otra voz, aunque mi cuerpo y mis manos se movían con algo de enervación―. Quiero que nos dejéis a solas, por favor. Necesito estar a solas con mi marido ―les pedí, matizando esa palabra con ahínco. ―Sí, nos iremos todos afuera, ¿verdad? ―me apoyó mi padre, mirando con cierta amenaza a los demás. ―Por supuesto ―asintió Esme, sonriendo con esa dulzura suya que ya relajaba un poco―. Vamos, todos fuera ―les dijo al resto, azuzándoles con los brazos para que despejaran el vestíbulo. Mi familia obedeció y comenzaron a dejar la casa. ―Te la vas a cargar ―se burló Emmett cuando se daba la vuelta hacia la puerta. Jake entrecerró los ojos y le dedicó una miradita con cara de pocos amigos. La carcajada de mi tío fue lo último que se escuchó antes de que se cerrase la puerta. Por primera vez en siete meses, la casa se quedó vacía y nosotros estábamos completamente a solas. Se hizo un silencio que me hubiera parecido de lo más placentero si no fuera por la razón que lo había propiciado. ―Todo tiene una explicación ―empezó a excusarse Jacob, rompiendo ese mutismo, acercándose a mí. ―¿Ah, sí? Pues ya puedes empezar a decírmela ―le contesté, dándome la vuelta hacia el saloncito. Seguía estando que botaba, porque sólo recordar la cara de esa arpía y su sonrisa llena de burla y triunfalismo, me quemaba el hígado. La chimenea estaba encendida. Esme debía de haberla prendido, como venía haciéndolo últimamente en estas tardes de primeros de mayo, que estaban viniendo especialmente frías, para ambientar un poco el saloncito. Me dirigí a uno de los sillones que se situaban frente a las llamas y me senté. Me quité esa molesta pinza del pelo, tirándola en una esquina del asiento, me revolví el cabello, el cual cayó a un lado de mi cuello, y crucé mis brazos en mi pecho.

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Jacob levantó el sillón de al lado, cogiéndolo por los brazos, y lo arrimó al mío, girándolo también para tenerme más de frente. Se sentó, se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos sobre las piernas, y me miró. ―No se lo rebatiste ―hablé yo, aún irritada, adelantándome a lo que él iba a decirme―. Sólo te limitaste a decir: “¿cómo sabes eso?” ―y lo entoné con una acidez que me salió más exagerada de lo que yo tenía pensado. ―Es un malentendido, nena, te lo juro ―aseguró, clavándome esos ojazos suyos que ahora me observaban implorantes. Tuve que tomar una buena bocanada de aire para mantenerme firme. Luego, se acercó más a mí y llevó su mano a mi pierna para acariciarme―. Me refería a cómo sabía que estaba imprimado. Me extrañó que lo supiera, sólo eso. Ni siquiera le di importancia a la frase, es… tan absurda. ―Pues a mí no me parece tan absurda ―rebatí. ―¿Por qué? Sabes que es mentira. No sé qué me pasó, pero fue escuchar eso y observar su hermoso rostro, y mi enfado se transformó súbitamente en un nudo enorme que se atragantó en mi garganta con fuerza. En un segundo, me vi embargada por esa sensiblería tonta de siempre y me dieron unas ganas de llorar enormes. Me sentí como si estuviese un poco loca, parecía que, con esto del embarazo, sufriera algún síndrome bipolar o algo por el estilo. Estupendo. Me di cuenta de que lo que más me había dolido de la frase de Jane no había sido la intención con que la había dicho, el por qué la había dicho, sino lo que había querido insinuar con ella. Recordaba aquello que me había dicho Nahuel años atrás para separarme de Jacob, pero lo que él había insinuado es que Jake seguía enamorado de mi madre y que se había imprimado de mí sólo porque le recordaba a ella. En aquel entonces lo había aclarado con Jacob y ya sabía que eso era mentira, claro, ya sabía que él se había olvidado de mi madre en ese aspecto. Sin embargo, esto era diferente. Jamás me había parado a pensar que Jake podía haber olvidado a mi madre solamente porque se había imprimado de mí. Nunca se me había pasado eso por la cabeza. Hasta hoy. ¿Era así? ¿Sólo se había olvidado de ella gracias a la imprimación? ¿Qué hubiera pasado si no se hubiera imprimado de mí? ¿Seguiría enamorado de ella? Entonces, yo, ¿en qué me convertía? ¿Sólo era un

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segundo plato? ¿Una sustituta que había aparecido en el momento más oportuno? Jacob esperaba mi respuesta, sin embargo, no fui capaz de contestar y ladeé el rostro, presa de esa congoja estúpida, llevando los brazos a mi hinchado vientre, algo confusa. Jacob se percató, por supuesto. ―No me digas que crees esa tontería. ―Para mí no es una tontería ―confesé. ―Vamos, Nessie, ya habíamos hablado de esto hace años, creía que lo teníamos más que superado ―manifestó, hablándome con voz dulce al tiempo que me observaba con preocupación. Genial. Lo que me faltaba es que él se preocupase por mi culpa. ―Sí, y lo está. Quiero decir, lo de mamá ―cogí aire y lo expulsé con rapidez―. Pero esto… ―Tú también estás imprimada, sabes lo que significa, ¿no? ―Ya, pero yo solamente he estado enamorada de ti, y estoy imprimada desde que nací, es diferente ―mis pupilas bajaron al suelo y murmuré las palabras―. Me siento como si fuera el segundo plato con el que te has tenido que conformar. No sé, puede que sea por culpa de esta sensiblería absurda, ya sabes que últimamente estoy muy tonta, todo me afecta más. Jacob se quedó unos segundos en silencio, escudriñándome con la mirada. ―Ven aquí―me pidió, con un murmullo, cogiéndome de la mano para instarme a que me levantara y me sentara en su regazo. Volví la vista hacia él y miré sus ojos sinceros y seguros, así que me puse de pie y me senté encima de sus piernas, de lado. Rodeé su cuello con mis brazos y él mi cintura con sus manos. Las llamas de la chimenea fluctuaban en su rostro, tiñéndolo de unos tonos azafranados que también se reflejaban en sus brillantes ojos de ébano, y aunque todavía tenía algunos visos de la pintura, seguía pareciéndome el más hermoso del mundo. Su cara estaba muy cerca de la mía, y mis mariposas no podían evitar aletear en mi estómago. ―Yo estoy enamorado de ti hasta las trancas, te amo con toda mi alma, ¿qué importa cuál fuera el modo en que nos unimos o nos conocimos? ―empezó a hablar, mirándome con absoluta convicción y certeza―. ¿Sabes? Me da igual cómo fuera, lo único que me importa es que te quiero, y que jamás he querido así a nadie. ¿Qué importa la imprimación? Verás, antes de imprimarme no comprendía en qué

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consistía esto, pero ahora lo veo tan claro. Cuando te conocí, cuando me imprimé de ti, no me enamoré. Me enamoré de ti años después, cuando creciste, pero eso no lo hizo la imprimación, lo hiciste tú. En el caso de Sam y Emily, o Jared y Kim, por ejemplo, ambas partes eran adultas, y no tuvieron la oportunidad de comprobar esto porque se enamoraron con un flechazo, fue un amor a primera vista, pero la imprimación no hace que te enamores de la otra persona, solamente te vincula. Esto se puede ver claramente gracias a mi caso y el de Quil, ya que vosotras erais niñas. Si la imprimación fuera lo mismo que enamorarse, los dos nos hubiéramos enamorado de vosotras desde el principio, ¿no crees? Pero no fue así, porque la imprimación sólo nos vincula. La imprimación solamente me vinculó a ti de una forma espiritual, porque eres mi alma gemela, mi única alma gemela, por eso la imprimación nos unió, no me hubiera imprimado de ti si tú no fueras mi alma gemela de verdad, y como es lógico, terminé enamorándome de ti. Pero no porque la imprimación me obligase ―al ver cómo mi semblante iba cambiando, se puso a hablar con más entusiasmo―. Es que, ¿quién no iba a enamorarse de su alma gemela? Habría que ser bien idiota como para rechazar o evitar eso. Tú no eres el segundo plato, para nada. La imprimación no me dijo: “eh, oye, tienes que quedarte con esta chica, tiene que ser tu alma gemela, te guste o no”. No. La imprimación me dijo: “eh, oye, esta chica es tu alma gemela, tío, la has encontrado, tu única alma gemela, te lo digo para que lo sepas, colega, si no te enamoras de ella, es que eres tonto”. No pude evitar sonreír. Jacob continuó con su discurso. ― No me olvidé de tu madre porque me imprimara, me olvidé de ella porque te encontré a ti, todo era por ti ―matizó, en un tono suave y dulce, enganchándome con esos ojazos intensos y penetrantes―. La imprimación no hizo que dejase de querer a tu madre, sino que ayudó a que mi amor por ella cambiase y pasara a ser diferente primero. Verás, ante todo quiero que veas que aunque tú no hubieras nacido, tarde o temprano iba a terminar olvidándome de tu madre, como hace todo el mundo cuando les rompen el corazón, es ley de vida, lo que pasa es que, en vez de pasar página en meses o años, como hace la mayoría de la gente normal, la imprimación ayudó a que lo hiciera en cuestión de minutos, ¿entiendes? En cierto modo me ahorró mucho tiempo, créeme ―me mostró su sonrisa torcida y otra vez no pude evitar que mi labio se curvara hacia arriba para corresponderle. Jacob siguió hablando―. No, en serio. En aquel entonces estaba convencido de que mi

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alma gemela era tu madre, estaba empeñado, porque sentía que teníamos una conexión, un vínculo, pero no me imprimé de ella. Siempre me preguntaba por qué no me había imprimado de Bella, y eso me tenía muy confundido y desconcertado, hasta que me imprimé de ti. Entonces me di cuenta de todo, lo vi todo claro y cristalino. Esa conexión que sentía hacia ella era por ti; en realidad, te estaba viendo a ti todo el tiempo, te buscaba a ti, y Bella era lo más parecido, por eso me enamoré de ella. De hecho, esa conexión que sentíamos Bella y yo entre nosotros desapareció cuanto tú naciste. Siempre has sido tú, Nessie, estábamos destinados desde el mismo principio de todo. La imprimación me abrió los ojos. Cuando descubrí que mi alma gemela eras tú y no Bella, hizo que por fin lo comprendiera todo, que por fin todo cuadrara en mi cabeza. Por eso lo que sentía por tu madre pasó a ser ese cariño y esa amistad, ese amor fraternal, ¿comprendes? Nuestra conexión se fue, todo cobró sentido, todo se colocó en su sitio y todo aquello se desvaneció. ¿Eso significa que no la quisiera? Claro que no, una cosa no quita a la otra. Yo amé a tu madre en su momento, lo que sentía por ella era real, en ese momento la quería, pero no sabía nada de esto. Bella fue mi primer amor, forma parte de mi pasado, nadie ni nada puede cambiar eso ―sus ojazos se clavaron en los míos, otra vez con esa determinación y convicción que ya aceleró mi corazón, y pegó su frente a la mía, estremeciéndome―, pero mi amor verdadero lo eres tú, tú eres el amor de mi vida, no lo era ella, lo eras tú ―empecé a quedarme sin aire cuando me habló entre susurros―. La imprimación ayudó a que pasara página al instante porque ya no había dolor en mi corazón. Ya no tenía motivos para sentirlo, pero no por la imprimación en sí, sino porque te había encontrado a ti, y por primera vez en toda mi vida, me sentí completo, todo cuadró a mi alrededor, la simetría del cosmos, todo, sentí una paz inmensa. Además, tu madre ya empezaba a transformarse, todo había salido bien, y ya no tenía motivos para preocuparme por ella ―subió su mano hasta mi mejilla y me acarició con sus sedosos dedos―. Pasé página porque te encontré a ti, a mi alma gemela, a la que sabía que sería mi amor verdadero, a la que sabía con total certeza que sería la mujer que iba a amar con toda mi alma; y lo sabía porque la imprimación ya me lo anunció, claro, pero no porque me obligase a nada, simplemente sirvió para ratificarme que tú eras esa persona de la que me iba a enamorar, a la que iba a amar con toda mi alma, que iba a ser mi amor verdadero. Y así fue, así es. Y ya entonces, desde ese primer momento en que te vi, tú eras lo que más me importaba

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del mundo, nada podía superar eso. Te quiero, estoy loco por ti, lo sabes, y jamás he sentido esto tan intenso por nadie, eso es lo único que me importa. El cómo fue o qué fue lo que nos unió, me da exactamente igual, lo importante para mí es que estamos juntos, y por eso soy el hombre más feliz del universo. ―Jake… ―susurré, con lágrimas en los ojos. Me abalancé a sus labios para besarle con toda mi alma, entregándole todo mi ser, todo mi corazón. Mientras mis labios se movían efusivamente, llenos de emoción, él me apretó contra su pecho y correspondió mis besos con la misma entrega. La energía giraba, mis mariposas hacían piruetas en mi estómago, mi corazón iba a doscientos por hora, y mis lágrimas rodaron por mis mejillas con una felicidad inmensa, indescriptible. No sé cuántos minutos estuvimos besándonos, solamente sé que tuvimos que obligarnos a terminar el beso y que nos costó lo nuestro. Después de conseguir separar nuestras bocas, necesitamos de un par de minutos más para recomponernos y volver a este planeta. ―Espero que ya no vuelvas a dudar nunca ―dijo, con un murmullo. ―No ―sonreí. ―Segundo plato… ―chistó, a modo de burla, sonriéndome―. Mira, esto que voy a decir está un poco feo, y espero que tu madre no lo oiga, pero si tuviéramos que hablar de platos, ella hubiera sido un aperitivo y tú el plato principal. ―Sí, la verdad es que suena un poco feo ―opiné, sin dejar de sonreírle. ―Era un símil, nada más ―se defendió, mostrándome esa maravillosa y blanca sonrisa que lo iluminaba todo―. Sólo lo usé porque tú habías dicho eso del segundo plato, tampoco menosprecio lo que sentí por ella, solamente lo dije para que lo entiendas. ―Lo entiendo ―asentí―, no te preocupes. ―Vale. ―Lo único que me molesta es que Jane quedó como si hubiera ganado algo ―resoplé, al recordarlo. ―¿Y qué importa lo que piense esa enana? ―refutó él, sonriendo―. A mí me da igual. Además, sabe de sobra que es mentira, solamente lo dijo para herirte. Lo pensé durante un instante. Jake tenía razón. ¿Qué más daba lo que ella dijera? Nosotros sabíamos la verdad, y eso era lo único que

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importaba. Me di cuenta de que Jane no había ganado nada en realidad, porque su único fin era herirme, separarnos, y no lo había conseguido, sino todo lo contrario. Ahora Jake y yo estábamos felices. Me reí en mi fuero interno con malicia. ―Tienes razón ―sonreí, y mi sonrisita delataba mis pensamientos. Justo en ese momento, mi familia entró en casa como si fuera una estampida, eso sí, silenciosa en pasos, aunque no en palabras. ―Todavía no habían terminado, os lo dije ―se oyó decir a papá desde el vestíbulo. ―Bueno, yo creo que sí, ¿no? ―rebatió Alice, que se acercaba al saloncito con sus gráciles y alegres brincos de siempre―. ¿Ves? Ya no están hablando. Nuestro pequeño momento de soledad e intimidad se había terminado. Jacob y yo nos miramos y los dos suspiramos. En un abrir y cerrar de ojos, la estancia se llenó con la presencia de mi familia, que comenzaron a abarrotar el sofá y la cocina. ―Qué, al final no hubo bronca, ¿eh? ―bromeó Emmett, dándole un suave puñetazo a Jake en el brazo. Bueno, por lo menos habíamos podido hablar y aclarar las cosas. Ahora mismo, sólo me sentía feliz.

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LA ESTRATEGIA ―¿Queda mucho para llegar? ―preguntó Jake mientras avanzaba por esa pendiente empedrada, conmigo a cuestas. ―Oh, por favor ―se quejó Rosalie, poniendo los ojos en blanco―. Esta es la tercera vez que lo preguntas, pareces un niño pequeño. ―Él es el único que ha visto ese sitio, es lógico que le pregunte, ¿no crees? ―replicó Jake, molesto. ―No falta mucho ―le respondió mi padre, ya resignado. ―Ya, eso dijiste hace tres cuartos de hora ―resopló Jacob. ―Si Nessie te pesa, puedo llevarla yo ―se ofreció Emmett, con cierto aire burlón. Observé a mi chico. No parecía cansado, en realidad, parecía estar cargando con un bloque de paja o algo parecido, porque me llevaba con gran agilidad y soltura, sin embargo, se había pasado todo el camino, desde que habíamos dejado los coches, cargando conmigo en sus brazos. Al principio el terreno era más llano, aunque más frondoso, pero hacía más o menos una hora que habíamos empezado a recorrer una pendiente más bien rocosa que también albergaba algunos árboles. ―Si quieres, puedo irme con Em ―le dije a Jake. Aunque prefería estar en sus cómodos y calentitos brazos, claro. Estaba comodísima, podía sentir la calidez de mi chico, la ardiente piel de su cuello en mi frente, oler su maravilloso efluvio muy de cerca, y la barriga no me pesaba, podía pasarme todo el trayecto con la mano sobre ella, sintiendo las continuas pataditas de mi bebé, que aún me emocionaban. ―Sí, ven aquí, sobrinita ―bromeó mi tío, abriendo los brazos hacia mí al tiempo que me lanzaba besitos intencionadamente sonoros. Solté una risilla al ver esa cara tan cómica que ponía, incluso a Embry le hizo gracia.

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―No, te llevo yo ―se opuso Jacob, apretándome contra él―. Para eso soy tu marido, ¿no? Además, no me pesas nada ―esta última parte se la dedicó a Emmett, poniéndole una mueca. Em se carcajeó, pero yo le sonreí y le di un merecido beso en los labios. Quil, Embry, Seth, Leah, Jared, Paul, en su forma lobuna, y Ezequiel y Teresa nos acompañaban en esta reunión, más que nada para cerciorarnos de que no se trataba de una trampa, si bien mi padre no había visto señal alguna de eso en la mente de Jane. El resto de la manada y el aquelarre de Denali se habían quedado por los bosques de La Push, así como en nuestra casa, para vigilar. Nikoláy, Ruslán y Razvan, o su guardia, podían aparecer por allí en cualquier momento, aunque otra pequeña parte de los lobos también se encargaba de los vampiros nómadas que seguían visitando su territorio de vez en cuando. Seguimos ascendiendo por esa pendiente durante un rato más, salimos a una zona más horizontal, donde la vegetación y los árboles se hicieron más protagonistas, y, cuando Jake ya estaba a punto de preguntar de nuevo, mi padre se adelantó. ―Ya hemos llegado. Nos detuvimos y Jacob por fin pudo dejarme en el suelo. Aproveché para darle otro beso, como agradecimiento por haber cargado conmigo todo el camino. Iba a despegarme de sus labios, pero entonces la brisa me trajo otros efluvios que ya eran muy conocidos para mí, por desgracia, sobre todo uno. Sí, Jane estaba llegando. Así que no me lo pensé dos veces y alargué el beso. Pillé algo desprevenido a Jacob, que ya estaba a punto de soltar mi boca, pero en cuanto mis brazos se enredaron en su cuello y mis labios comenzaron a buscar los suyos con más efusividad, ya le fue imposible no corresponderme y me abarcó con sus manos para pegarme a él. Por supuesto, la energía no tardó en revolotear a nuestro alrededor, acompasando a mis mariposas, pero me dio tiempo y todo a reírme en mi fuero interno con satisfacción antes de que esto me embargara completamente. Después, ya ni me enteré de lo que pasó a nuestro alrededor. Me evadí, como siempre me pasaba cuando Jacob y yo nos besábamos, y todo dejó de existir, incluso Jane. Ahora sólo estábamos Jacob y yo. El fuerte carraspeo de mi padre, y la vibración intensa de mi pulsera, nos avisó de que Jane ya estaba presente.

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Jacob y yo despegamos nuestros labios, pero tuvimos que coger una buena inhalación de aire para conseguir centrarnos. Bajar de las nubes costaba. No obstante, en esta ocasión bajé muy pronto, porque vi la cara de Jane. Su envidia quedó patente otra vez, sin embargo, ahora su rabia ensombrecía aún más su rostro de niña diabólica. También me miró con odio, pero no me importó en absoluto, es más, incluso me gustó, porque eso significaba que la que había vencido finalmente era yo. Le mostré una sonrisita chulesca y triunfal que la sacó más de quicio, aunque lo disimuló, claro, tenía que guardar las formas delante de sus compañeros y del resto de presentes. Mi padre era el único que sabía lo que pasaba por su cabeza. Me reí para mis adentros de nuevo, aunque esta vez con malicia, tengo que reconocerlo. Me separé de Jacob, aunque no mucho, lo justo para cogerle de la mano y sentir su costado bien pegado al mío. Jane venía acompañada por el mismo séquito que ayer, sin embargo, hoy se sumaba alguien más. Ése que era tan bajo como su hermana y que tenía el mismo rostro infante que ella, su mellizo. Alec. Él tampoco desaprovechó la ocasión para censurarnos a Jacob y a mí con la mirada, y más cuando se fijó en mi abultado vientre. Las sucias pupilas de Jane no repasaron a mi marido esta vez, estaba demasiado ocupada y ofuscada con su odio hacia mí. Eso también me gustó. ―Saludos, Jane ―habló Carlisle, seguramente para sacarla de sus pensamientos oscuros. Percibí cómo la comisura del labio de mi progenitor se alzaba muy levemente, uniéndose a mi resarcimiento de una forma silenciosa y secreta, aunque seguía manteniendo una mirada sobria y fija en ella. ―Saludos ―contestó Jane, levantando su arrogante barbilla. Echó un vistazo general en el que no faltó una visible crítica hacia los lobos, pero cuando se fijó en Ezequiel, su semblante se volvió aún más tétrico. El mago alzó el mentón también, como si estuviese dando la cara―. ¿Hacían falta tantos aliados para una reunión amistosa? No fue la única que miró mal a Ezequiel, tanto Demetri como Felix, Enguerrand y Alec hicieron exactamente lo mismo. ―Vosotros también sois uno más ―afirmó mi padre, oscilando la mirada hacia Alec. El aludido le dedicó una sonrisa arrogante, hasta en eso se parecía a su hermana.

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―Me sorprende ver aquí a un traidor ―le echó en cara ésta a Ezequiel. Felix escupió en su dirección a modo de desprecio―. No creas que porque no te dije nada ayer, voy a olvidar eso. La mano de Teresa apretó el brazo de Ezequiel, algo asustada. Sabíamos que esto iba a pasar, pero ninguno de nosotros fue capaz de convencer a Ezequiel para que no viniese. Él quería ayudar, y estaba harto de huir y de ocultarse, por eso había decidido enfrentarse a esta situación. Ahora vivía feliz junto a Teresa, ella le había devuelto la ilusión de una vida que le había sido arrebatada cruelmente siglos atrás, y quería luchar por ella. ―Para ser un traidor, me extraña que Aro no haya venido a por mí todavía, máxime cuando sabe que ya no me oculto y que tengo una residencia fija ―dijo Ezequiel, usando un tono más bien formal―. Estoy seguro de que tu compañero ya le comunicó mi paradero hace tiempo ―siguió, oscilando la mirada hacia Demetri para señalarle con la misma, aunque sus ojos volvieron a por Jane enseguida―. Mi hogar está en las afueras de Forks. Me sorprende que, estando excluido del límite del tratado, no haya actuado aún. La mirada de Jane se quedó fija en él durante unos segundos, y se podía palpar la tensión en ese aire primaveral. ―Los Vulturis no dan segundas oportunidades, lo sabes ―declaró ella finalmente, sin cambiar ni un ápice esa expresión dura y fría―. Sin embargo, estás aliado al Gran Lobo, y eso te hace intocable. Por el momento. ―No mientas ―intervino mi padre, rechinando los dientes―. Si Aro le ha dejado con vida por ahora, es porque cree que le puede ser útil en esta batalla. Jane no respondió, pero entrecerró los ojos con inquina. ―Eso es lo que yo suponía ―coincidió el propio Ezequiel―. La barrera de Varick no es capaz de ocultar a Aro de mis sueños, así que puedo ver su presente cuando me place. Es por eso que lo sé a ciencia cierta. Se escuchó el ligero gruñido en la garganta de Demetri. ―Cuando todo esto acabe, no dudes de que se hará justicia contigo ―afirmó Alec, observándole con la misma dureza que su melliza. Teresa volvió a apretar el brazo de su pareja. ―De eso nada, chaval ―irrumpió Jacob, mirándole de arriba abajo con chulería―. Ezequiel es intocable.

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―Él no está incluido en el tratado ―le rebatió Alec. ―¿Ah, sí? Pues a partir de ya, está dentro ―afirmó mi chico, continuando con la misma actitud―. Dile a tu querida momia que si no está de acuerdo, romperé ese tratado ahora mismo y terminaré con toda vuestra chusma, empezando por vosotros. ¿Está claro? ¿Lo habéis entendido? ―El delito que ha cometido ha sido demasiado grave ―gruñó Felix―. Ha intentado matar a Aro. ―Me importa una maldita mierda ―bufó Jacob, ahora muy irritado―. Ezequiel es mi aliado, por tanto, entrará en el tratado. Además, Aro ha intentado matarme a mí, así que se puede decir que estamos en tablas. Una ofensa salda a la otra. Y ya le estoy perdonando muchas otras cosas. Leah fue la primera que comenzó un coro de gañidos y gruñidos, al recordarlo. ―Jacob tiene razón ―medió Carlisle, con su tono comedido y tranquilo―. Creo que una cosa salda a la otra. Ni Jane ni Alec fueron capaces de refutar eso. Jake tenía razón, así que no les quedó más remedio que apretar las dentaduras. Entre tanto, Ezequiel y Teresa esperaban su respuesta con tensión. ―Está bien ―aceptó Jane por fin, aunque sin dejar su rabia a un lado―. Hablaré con Aro esta misma noche. Teresa respiró más tranquila, y yo también. Ambas nos miramos con complicidad y nos sonreímos ligeramente. ―Bien ―aprobó Carlisle, haciendo un ligero asentimiento de cabeza. ―Bueno, qué, ¿y ahora vamos a hablar de lo que haremos con esos licántropos o no? ―intervino Jake, usando sus malos modales de siempre. ―Sí, deberíamos empezar a cuadrar nuestros planes ―opinó mi abuelo―. ¿Habéis pensado en alguna estrategia? ―Así es ―asintió esa arpía de Jane―. Enguerrand ―le pidió, haciéndole un gesto con la barbilla al mencionado para darle permiso. ―Los licántropos se encuentran divididos en cuatro grupos, repartidos en cuatro cuevas de estas montañas ―empezó a explicar él, con sobriedad―. Nuestra propuesta es la de atacar por esos cuatro flancos al mismo tiempo. ―¿Por separado? ―inquirió Jasper, el cual mostraba mucha atención. ―En efecto. Si atacamos por separado, al mismo tiempo, no tendrán conato de fuga, les pillaremos totalmente por sorpresa.

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La barbilla de Jane no podía estar más alta. ―Nosotros habíamos pensado en tenderles una emboscada, engañarles para reunirles a todos en un mismo sitio ―declaró mi tío―. Así Jacob podría terminar con ellos de un solo ataque. ―Es peligroso ―opinó Enguerrand―. Ya no tendríamos el factor sorpresa. Las cuevas se encuentran distanciadas de una forma muy desigual, sería muy complicado calcular un epicentro o punto de encuentro que quedase equidistante entre las cuatro. Siempre habría un grupo que llegaría antes que otro, y eso sería muy peligroso para nosotros. Jasper se quedó pensativo. ―¿Cuántos licántropos son? ―quiso saber mi madre. ―Unos sesenta ―contestó Demetri. ―¿Se… sesenta? ―tembló hasta mi voz. Jacob apretó mi mano y me dio un beso en la cabeza para calmarme, aunque yo no podía dejar de imaginarme a sesenta descomunales hombres lobo, con sus ojos amarillos reflectantes, sus afiladas garras y sus dientes puntiagudos… Y todos juntos. ―Contando todos nuestros efectivos, más los vuestros, somos cincuenta ―sumó Jasper mentalmente. ―Sí, pero tenemos que dejar a algunos de los nuestros por los bosques de La Push y por nuestra casa, no podemos dejar la zona sin vigilancia ―le recordó mi chico―. Esos magos siguen a lo suyo, no lo olvides. ―¿Cuántos estimas que debemos dejar allí? ―le preguntó mi tío, que ya estaba reflexionando. Jake se tomó unos segundos para pensarlo. ―No sé, unos quince, por lo menos ―resolvió, rascándose la cabeza―. Cinco por cada parte que hay que cubrir: cinco para el bosque, cinco para nuestra casa y cinco para proteger a la tribu de los chupasangres nómadas. ―Eso hace que nos quedemos en treinta y cinco para esta batalla ―dijo Jasper, torciendo el gesto―. Treinta y cinco que se tienen que dividir en cuatro grupos. ―Tocaríamos a tres grupos de nueve miembros y uno de ocho ―añadió Carlisle―. Nueve para quince licántropos por cada cueva. Sigue siendo peligroso.

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―El grupo de Jacob tiene todas las de ganar ―opinó Emmett―. Él sólo tiene que soplar, como en el cuento de los tres cerditos ―y le dedicó una sonrisa burlona a mi chico. Jasper volvió a quedarse pensativo. ―Ja, ja ―ironizó Jake. ―Tú eres el más veloz de la manada, ¿verdad? ―interrogó Jasper, mirándole con una intención que no comprendí. ―Bueno, en realidad, si hablamos de velocidad, la más rápida es Leah ―le corrigió Jake. La loba gris levantó el hocico con orgullo y satisfacción. ―Sí, pero te necesito a ti para mi plan ―declaró mi tío. Eso hizo que Leah gañera, algo disconforme―. Tú eres muy rápido, podrías ir cueva por cueva para terminar con los licántropos en poco tiempo. ―¿Qué? ―parpadeó Jake, algo perdido. ―No es mala idea ―opinó mi padre, que ya había visto el plan completo en la mente de mi tío―. Es arriesgado, pero no deja de ser la única solución que tenemos, en realidad. Si queremos terminar con los licántropos de una manera efectiva, te necesitamos a ti. ―A ver, a ver, explícame eso ―le pidió Jacob a Jasper, haciendo unos ligeros aspavientos con los brazos en los que mi mano también se vio implicada. ―Tú te desharías de los licántropos enseguida, como ha dicho Emmett, no necesitas llevar un grupo contigo ―aclaró mi tío―. Sin embargo, nosotros tardaremos mucho más en terminar con ellos, eso si lo conseguimos. Esos Hijos de la Luna nos darán problemas. Para empezar, nos superan en número, son muy fuertes y ágiles, y aunque les pillemos por sorpresa, pueden estar lo suficientemente organizados como para defenderse bien. Si tú no llevas ningún grupo contigo, los nuestros se verán beneficiados en número, es decir, pasaríamos de tener nueve miembros a tener once ―me di cuenta de que a mí me contaba con Jake―. Tú podrías empezar ocupándote de una cueva, mientras que los demás lo haríamos con las tres que quedan. Al ser más numerosos, podríamos controlar mucho mejor a los licántropos hasta que tú llegaras. ―¿Me estás diciendo que tengo que ir cueva por cueva para aniquilar a esos licántropos? ―preguntó Jake, alzando las cejas con algo de escepticismo. ―Exacto. Mi chico miró al suelo y suspiró, dubitativo.

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―No sé, Jazz. Yo no tengo problema, pero vosotros… ―Podremos contenerles ―aseguró él, con confianza―. Tus lobos están bien entrenados, y nosotros también. Además, organizaremos los miembros de tal forma que el grupo más débil esté en la segunda cueva que visites y el más fuerte en la última. Jake se mordió el labio. ―Es la única solución, Jacob ―azuzó mi padre―. El único que puede terminar de una forma totalmente efectiva con esos licántropos eres tú. Quil le dio un pequeño empujón en el brazo con su hocico, instándole a aceptar. Entendía a Jacob perfectamente, sólo por su mirada ya lo sabía. Otra vez el peso de la responsabilidad recaía sobre él. Yo preferí no pensar en ello, porque había demasiada gente implicada en el meollo que me preocupaba. ―No sé ―resopló Jake―. Si ellos no se oponen ―soltó finalmente, observando a Jane y a su cuadrilla. ―¿Jane? ―preguntó Jasper para saber su opinión. Ella miró a Enguerrand, el cual asintió. ―No tenemos ninguna objeción. Todos nosotros somos fuertes ―presumió Jane, con su típico orgullo―. No tendremos ningún problema en contener a esos seres. ―Vale. Entonces, vosotros estaréis en la última cueva ―espetó mi chico, insinuando que así no tendría intención de llegar allí. ―Repartiremos nuestras fuerzas ―contraatacó ella, usando cierta acidez. ―La decisión está tomada ―habló Carlisle, poniendo un poco de orden―. ¿Cuándo atacaremos? ―Mañana al amanecer ―le respondió ella. ―¿Mañana al amanecer? ¿No es muy pronto? ―objetó Jacob―. Tengo que organizar a la manada, y Nessie necesita ropa de abrigo. ―Mañana por la noche habrá luna llena, y eso podría dificultar el éxito de nuestro objetivo. Por cierto, ella no debería venir ―criticó esa arpía, manteniendo su barbilla en alto―. En su estado, sería un lastre. ―Ella vendrá ―afirmó mi chico, con contundencia, al tiempo que apretaba mi mano―. No pienso despegarme de mi mujer y mi hijo ni un segundo.

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Mi labio no pudo evitar curvarse hacia arriba con un poco de presunción. En cambio, Jane, clavó sus ojos en mí, rebosando odio por todos sus costados, si bien pronto la llevó hacia Jacob. ―¿Piensas arriesgarte a que un licántropo le haga daño? ―la boca de Jane también se levantó, aunque la suya con una arrogancia que me sacaba de quicio―. No podrás estar pegado a ella continuamente, y te recuerdo que los Hijos de la Luna son impredecibles, alocados y muy inquietos. Aunque uses tu poder espiritual, podría escaparse uno y herirla. ―Tranquila, que eso no te quite el sueño ―la calmé yo, con sarcasmo―. Mi pulsera también me protege. Sus párpados se entrecerraron al mirarme. ―Aún así, siempre habrá riesgo ―insistió. Mi chico volvió a quedarse con dudas y su labio se frunció una vez más. Maldita arpía. Lo único que quería era que yo me quitase de su camino, pero ni pensarlo, vamos. Me dieron ganas de lanzarme a ella para engancharme a su pelo como una fiera. ―Yo puedo volverla invisible ―intervino Ezequiel. Jane casi le fulmina con la mirada. ―¿Pero no decíais que esos bichos son inmunes a la magia? ―dijo Jacob, extrañado. ―Si se usa en ellos, sí. Sin embargo, en esta ocasión la magia recaerá en Nessie. Ellos no la verán. ―¿Estás seguro? ―se cercioró. ―Completamente, créeme ―asintió Ezequiel, con confianza. ―Pero, ¿cómo la veremos nosotros? ―cuestionó Alice. Por un momento, el semblante de Jane albergó sus oscuras esperanzas. ―Yo podré verla ―afirmó Jake, para mi alivio―. Supongo que podré ver su alma, ¿no, Ezequiel? ―Sí, por supuesto ―corroboró éste―. Tú puedes indicarnos dónde está, si se da el caso de que Nessie se cruce en alguno de nuestros ataques accidentalmente. ―Si Jacob puede verla, yo y los lobos también ―añadió mi padre―. Así que siempre nos podemos avisar unos a otros con algún gesto. Volví a sonreír con satisfacción. ―¿Y cómo piensas transportarla hasta las cuevas? ―la cara de Jane se iluminó conforme hacía la pregunta, como si se le hubiese ocurrido

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esta brillante objeción de repente―. ¿Piensas llevarla colgada de tus fauces? Apreté mi mano suelta y las muelas. No había caído en eso para nada. Miré a Jake, que suspiró por la nariz, confuso de nuevo. ―Yo la llevaré en brazos ―se ofreció Teresa―. No sé luchar, así que puedo ser útil de esta manera. ―Sí, es perfecto ―exclamé yo―. Ya está, ¿no? Ya no hay ningún problema en que vaya ―le dije a mi chico. ―Vale ―aceptó él, con un semblante formal y serio. Mi sonrisa se amplió y le di un beso en los labios que él no se esperaba para nada, pero que correspondió encantado. ―Entonces, llamaré a los demás para organizarlo todo ―anunció Carlisle. Y mientras yo escuchaba el rechinar de los dientes de Jane, mi abuelo se sacó el móvil del bolsillo de su pantalón.

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A CASA Todos estábamos esperando la llegada de los refuerzos. Jake y yo nos encontrábamos sentados en una de las múltiples rocas que se esparcían por ese terreno ya empedrado de por sí. Mi padre y Carlisle parecían enfrascados en una conversación en la que el resto de mi familia, especialmente mi madre, prestaba mucha atención. Hablaban demasiado bajo, tanto, que ni Jake ni yo podíamos oír nada, pero suponíamos que se trataba de algún ajuste en la estrategia, ya que Carlisle no parecía haberse quedado muy conforme con algo. Los metamorfos, Ezequiel y Teresa esperaban pacientemente a nuestro lado, mientras que Jane, Alec, Demetri, Felix y Enguerrand lo hacían en el otro extremo. Los quileute seguían en su forma lobuna, ya que no se fiaban nada de la guardia de los Vulturis. Jacob tenía la mano metida por mi blusón, sobre mi vientre, para sentir las continuas pataditas del bebé. Eso le encantaba, y a mí también. Estaría en la gloria, si no fuera porque podía sentir el odio de Jane clavándose directamente en mí. No sabía si hacía muy bien en estar aquí y en acompañar a Jacob en esta batalla. No quería ser un estorbo ni una carga, pero, realmente, tampoco me quedaba más opción. No podía separarme de él, pues eso era peligroso para el bebé. ¿Y si estaba en casa y llegaban Razvan y el resto de los magos? Por mucha protección que tuviera, incluida la de Ezequiel, ellos seguían siendo más poderosos. Solamente Jake podía combatir la magia de los tres, por eso era mejor que el bebé y yo no nos despegásemos de su lado. Bueno, aunque tenía que reconocer que me había alegrado de estropear las intenciones de Jane. Justo acababa de pensar en esto, cuando Carlisle, acompañado por mi padre y el resto de mi familia, se acercó a nosotros. Papá traía un semblante algo enfadado y mi madre venía acariciándole el brazo, como si tuviera que calmarle, cosa que llamó mi atención.

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Jake sacó la mano de mi blusón cuando vio que llegaban frente a nosotros. ―Jacob, ¿podemos hablar? ―le pidió Carlisle. ―Esto es un error ―murmuró mi padre, mirando hacia otro lado con disconformidad. Mamá volvió a acariciarle el antebrazo. ―¿Qué pasa? ―se extrañó Jake, y más al ver esa actitud de papá. Carlisle me miró con prudencia durante un fugaz segundo y después dirigió su vista hacia Jacob. ―Creo que sería mejor que Nessie no nos acompañase ―dijo con voz suave y cauta. Mi corazón se detuvo durante un instante. ―¿Cómo? ―cuestionó mi chico, frunciendo las cejas. ―Sólo queda una semana para que empiece su octavo mes de gestación ―empezó a explicar Carlisle―. En esta etapa del embarazo ese tipo de transporte podría ser peligroso. Aunque Teresa intente llevarla con delicadeza, alcanzaréis una velocidad muy rápida, y los viajes hasta las cuevas serán demasiado movidos para ella ―noté cómo mi rostro reflejaba esa desazón que empezaba a sentir mi corazón conforme mi abuelo hablaba―. Además, no me acaba de convencer el truco de invisibilidad de Ezequiel. Nosotros tampoco la veremos, y aunque Edward o vosotros los lobos nos aviséis, puede darse el caso de que alguno de nosotros ataque, ella esté en medio y sea demasiado tarde para evitarlo. Eso sin contar el alto grado de estrés que le puede causar la batalla. No es aconsejable. Me quedé muda. No pude decir nada, porque Carlisle tenía razón, y lo sabía. Y también sabía que era una carga, aunque ellos no lo dijeran para no herir mis sentimientos. Pero, por otra parte, me daba tanto miedo separarme de Jacob. Mi mano se fue automáticamente a mi abultada barriga. ¿Qué íbamos a hacer el bebé y yo sin él? ¿Y si nos atacaba Razvan mientras tanto? Mi horrible pesadilla se instauró en mi cabeza al instante y mi respiración se agitó algo. Miré a mi marido. Él parecía estar teniendo el mismo pensamiento que yo, aunque también percibí todo un revoltijo de dudas. ―¿Y qué propones que hagamos? ―le preguntó Jake, nada conforme, aunque visiblemente muy preocupado. ―Es un error ―repitió mi padre, adelantándose a mi abuelo, al tiempo que se llevaba la mano al pelo con algo de nerviosismo.

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Mi madre también estaba nerviosa, y se notaba que estaba llena de dudas. ―No hay otra solución. Ella debe estar en casa, en un sitio tranquilo y en reposo ―afirmó Carlisle, contundente. Jacob se levantó de sopetón, alterado y confuso. Yo me uní a él y me puse de pie. ―No, no puedo separarme de ella, lo sabes ―rebatió, con inquietud y desconcierto―. Si se queda en casa y aparece Razvan… ―se giró a un lado y sus dientes chirriaron. Después, se dio la vuelta otra vez para mirarle, siguiendo con ese desasosiego―. ¿Cómo voy a protegerla entonces, eh? Dime, si yo estoy aquí y ella en casa, ¿cómo voy a protegerla? ―Solamente será una noche. Mañana a medio día estarás en casa con ella ―intentó calmarle Jasper. ―Eso si todo sale como lo tenemos previsto ―discutió mi chico, observándole con la misma ansiedad. ―Saldrá ―aseguró mi tío. Jake gruñó, mirando a un lado, dubitativo. Una vez más, yo no supe qué decir. Era una situación demasiado complicada y yo me encontraba entre dos aguas. ―No me gusta ―refunfuñó Jacob, sacudiéndose el pelo. ―Es lo mejor para ella y para el bebé ―opinó Alice. ―Lo mejor es que no se separe de mí, lo sé ―reiteró Jake, con desasosiego. ―Pero no puede venir ―dijo Rosalie. Mi chico comenzó a dar paseíllos intranquilos al tiempo que sus manos se aferraban a su pelo, con la mirada clavada en el suelo, confuso, nervioso y dubitativo. Me dolía verle así, tan perdido y desconcertado. ―Tendrá protección en casa, y, como ha dicho Jasper, solamente serán unas horas ―declaró Alice―. Ezequiel puede quedarse con ella y hacer un hechizo preventivo. Además, la pulsera la protege. ―Pero Jacob tiene razón ―intervino mi padre, con el rostro lleno de incertidumbre y pesadumbre―. Renesmee no estará completamente segura si no está con él. Los pies de Jacob seguían caminando de aquí para allá. ―Sí, Edward, pero ya has oído a Carlisle ―reseñó mi madre, que también tenía un lío mental importante―. No… no sé qué será peor, la

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verdad. Yo no estoy segura de lo que es mejor en este caso ―y metió la mano entre su cabello, también con inquietud. ―Nessie no debe estar aquí, no debe someterse a nada de esto en su estado ―insistió mi abuelo, ahora con más ahínco―. Como su médico, debo oponerme rotundamente. Ahora bien, si decidís lo contrario, yo no me hago responsable. Mis manos se fueron a mi barriga de una forma instintiva cuando terminé de escuchar eso. No podía quitarme de la cabeza mi pesadilla, sin embargo, Carlisle tenía razón, no podía obviar eso tampoco, no podía poner en peligro mi embarazo. Además, tampoco dejaba de pensar en la carga que sería para todo el mundo, lo único que haría sería retrasarles y complicarles las cosas, entorpecerles, y eso sería peligroso para ellos. Jasper y Alice estaban en lo cierto, solamente iban a ser unas horas, unas horas que se me harían eternas, pero no tenía por qué pasar nada, y mañana a mediodía Jacob estaría en casa de nuevo, puede que incluso antes. Él era el Gran Lobo, sólo tenía que aniquilar a esos licántropos de un solo bandazo con su poder espiritual. Y él era muy, muy rápido. Recorrería las cuevas vertiginosamente, así que no tardaría tanto en terminar con todos los licántropos. Puede que yo estuviera exagerando las cosas debido a este tremendo miedo que ya casi era parte de mí, puede que este temor ya me estuviera dominando demasiado, quizá me estuviera volviendo demasiado paranoica. Sabía que me iba a desesperar por tener que separarme de Jacob, pero no podía ser un hándicap para mi familia, no podía ponerles en un peligro mayor del que ya tenían encima. Mi padre me miró algo atribulado en cuanto terminé de pensar todo esto, pero también intuí cierta resignación. ―¿Qué vas a hacer, Jake? ―le preguntó mamá, intranquila. ―No… no lo sé ―admitió él, revolviéndose el pelo una vez más―. Esto es peligroso para el bebé y para ella, pero lo otro también. No sé, sigo pensando que lo mejor es que estuviera conmigo. ―Tú tienes la última palabra ―añadió Jasper―. Se hará conforme tú digas. Me acerqué a Jacob y le detuve, poniendo mis manos sobre sus hombros. ―Jake, escúchame ―le rogué, mirándole a los ojos como pude―. Creo que lo mejor es que me vaya a casa. ―Nessie… ―empezó a quejarse.

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Esto me dolía como si yo misma me estuviese clavando un puñal, porque todo mi corazón, todo mi ser, me imploraba y me pedía a gritos que me quedase con él, no quería irme de su lado. Sabía que Jacob iba a estar tan preocupado por mí como yo por él, sin embargo, esto era lo mejor para todo el mundo, y para él también. Ya no tendría que estar pendiente de mí todo el tiempo, ya no tendría que cargar conmigo a todas partes. ―Sólo serán unas horas, y yo estaré bien protegida ―conseguí decir―. Mañana a medio día llegarás a casa y yo estaré esperándote. Preferí decírselo con palabras, sin usar mi don, porque así él no vería la debilidad de mis verdaderos pensamientos. ―No sé, Nessie. No me gusta ―objetó, nervioso. ―Carlisle tiene razón, estoy de casi ocho meses, no debería ir con vosotros ―argumenté, confiriéndole a mi voz un tono lo más creíble y confiado posible―. Esto también podría ser peligroso para el bebé. ―Lo sé, pero… ―Estaré bien protegida ―según lo iba soltando para convencerle, me estaba intentando convencer a mí misma también―. Aparte de Ezequiel y los chicos, la pulsera me protege. Y recuerda que desde que tú tienes más poder, ella también. Pero no te preocupes, no va a pasar nada, solamente serán unas horas. ―Mierda, Nessie… ―masculló, mirando a un lado con resignación y rendición, si bien no le veía muy convencido aún, porque no dejaba de revolverse el pelo con la mano. Luego, se volvió hacia mí―. Está bien ―accedió, aunque a regañadientes, poniendo los brazos en jarra a la vez que se movía sin parar. ―No te preocupes, no nos pasará nada ―le tranquilicé, dándole un beso en la mejilla―. Todo saldrá bien, ya lo verás. Sus preciosos y brillantes ojos negros se clavaron en los míos durante unos segundos con una resolución que a punto estuvo de hacer que mi corazón saliese volando, junto con mis mariposas. Entonces, miró a mi padre con determinación y diría que incluso haciendo uso de su condición de Alfa. ―Me gustaría que tú y Bella estuvierais con ella ―le pidió, usando un tono más bien solemne―. No es que no confíe en los demás, pero sé que vosotros seréis los que mejor la protegeréis. ―Cuenta con nosotros ―asintió mi padre, correspondiendo esa solemnidad.

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Mamá asintió también. ―Ezequiel también irá con vosotros. Perdemos a tres aliados muy fuertes aquí, pero prefiero que la protejáis a ella ―agregó mi chico. ―La protegeremos ―afirmó mi madre. ―Leah ―la llamó. La loba gris ya estaba mirándole, como el resto de los metamorfos, Ezequiel y Teresa―. Avisa a Sam. Dile que hay un cambio. Ahora Edward, Bella, Ezequiel y Teresa sustituirán a Michael, Nathan, Daniel y Cheran, ¿vale? Que le diga a esos cuatro que se vengan. La loba asintió con la cabeza. ―Espera ―dijo mi padre de pronto―. Ezequiel debe quedarse. Para que Aro acepte incluirle en el tratado de buen grado, es recomendable que Ezequiel participe en esa lucha a su favor. Aro verá su predisposición a la paz. ―Me importa un comino lo que ese vejestorio vea o no ―discrepó Jake, de mal humor―. Necesito que Ezequiel le haga uno de esos hechizos preventivos a Nessie. ―Puedo hacérselo ahora, aunque si lo prefieres, puedo marchame con ellos y hacérselo en vuestra casa, como gustes ―declaró el mencionado. ―¿Se lo puedes hacer ahora? ¿Y será igual de efectivo? ―quiso saber mi chico. ―Sí, será igual de efectivo. ―Y supongo que no le hará daño al bebé, ¿no? ―se aseguró. ―Ningún daño. Yo hago uso de la magia blanca, es totalmente inocua para las personas, incluido el bebé ―le garantizó el mago. La mente de Jacob se lo pensó durante un par de segundos. ―Está bien, de acuerdo ―accedió finalmente―. Hazle ese hechizo y quédate con nosotros. A lo mejor contigo aquí esta mierda termina primero. Ezequiel asintió con un elegante movimiento de cabeza. Se aproximó a mí y yo tragué saliva. Jacob se apartó un poco para dejarle trabajar y no quitó ojo en ningún momento. Me preparé para afrontar algún tipo de fuerza o energía en mí, para verle hacer algún conjuro pomposo y estridente sin asustarme, pero, para mi asombro, nuestro mago simplemente me puso la mano en la cabeza, cerró los ojos y, como un chamán, murmuró unas palabras ininteligibles e intraducibles. No sentí absolutamente nada. En cuanto terminó de pronunciarlas, retiró la mano y se echó para atrás.

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―¿Ya está? ―se me adelantó Jacob, ya que yo iba a formular la misma pregunta, parpadeando algo pasmado. ―Sí ―le confirmó Ezequiel―. El hechizo que le he puesto repele una amplia gama de hechizos y conjuros. ―O sea, una vacuna en el mundo de los magos ―dijo Emmett, sonriente. ―Efectivamente ―sonrió Ezequiel―. Aparte del amparo de la pulsera, ahora lleva una protección extra muy efectiva. ―Bien ―aprobó Jake, con un poco más de alivio, aunque aún algo intranquilo. Se dirigió a la loba plateada una vez más―. Leah, entonces dile a Sam que vengan Michael y Nathan. Los sustituirán Edward y Bella. Leah asintió, obediente. ―Debemos partir ya, entonces ―opinó papá―. La noche no tardará mucho más en llegar, y no quiero que Renesmee pase frío. Sabía que lo decía porque iba a tener que llevarme en sus gélidos y pétreos brazos, nada comparado con los calentitos y cómodos brazos de Jacob. ―De acuerdo ―asintió Jacob, suspirando desasosegadamente. Nuestros ojos se engancharon con desazón, fue inevitable. Se acercó a mí y los dos nos unimos en un fuerte abrazo espontáneo y sincronizado. Mis manos se agarraban a su camiseta con ansiedad y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no echarme a llorar, pero el nudo que sentía en la garganta me ahogaba. Se liberó, puesto que mis brazos se negaban a desprenderse de él, y me miró durante un instante. Sus pupilas oscilaban continuamente sobre las mías, y mis mariposas vibraron en mi estómago. Pensaba que iba a besarme, pero entonces él me sorprendió cuando se agachó, apoyando una de sus rodillas en el terreno, y alzó mi blusón. Cerró los ojos, pegó su ardiente frente a mi hinchada barriga y lo acarició con la misma, eso ya me conmovió profundamente, pero cuando la despegó y llevó sus tórridos labios para besar mi vientre con esa ternura, dulzura y consagración, todos esos sentimientos que aguantaba con mi frágil nudo me embargaron con contundencia. Para cuando se puso en pie, mis ojos ya estaban inundados. Me tomó por la cintura y me arrimó a su cuerpo, haciendo saltar a los coloridos insectos de mi estómago una vez más. ―Me gustaría que se llamase Anthony ―conseguí decirle, con un hilo de voz tembloroso que intenté evitar, inútilmente.

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―¿Anthony? ―Anthony Jacob ―terminé del todo, mirando a mis adorados ojos negros. Sonrió con un ligero levantamiento de los labios. La última parte le gustaba. ―¿Al final te gusta Anthony? ―su voz sonó muy dulce, y su mano subió para acariciar mi mejilla. No me había dado cuenta de que una lágrima se había escapado, hasta que el dorso de sus sedosos dedos la enjugaron. ―Es el segundo nombre de mi padre ―confesé, con un frágil murmullo―. Me hace mucha ilusión. Pero si a ti no te gusta… Las yemas de sus dedos interrumpieron mi frase al ponerse sobre mis labios. Luego, las retiró y llevó su mano a mi cintura de nuevo. ―Me gusta ―sonrió, sincero―. Anthony Jacob. ―Sí. Tony Jake ―no pude evitar reírme al recordar ese nombre compuesto que sonaba tan gracioso, aunque mi risa era muy apagada. Jacob también soltó una risa débil, pero nuestras sonrisas no tardaron nada en morirse del todo, y más cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse con esa pesadumbre e inquietud. Esta vez pegó su frente a la mía. No pude evitar exhalar un estimulado suspiro, mis brazos se apresuraron a rodear su cuello y mis labios ya buscaban a los suyos con desesperación. Esta era la primera vez durante todo mi embarazo que me estorbaba la barriga, porque lo único que ansiaba con toda mi alma era fundirme con él para que nada ni nadie pudiera separarnos. No quería irme, no quería alejarme de él ni despedirme, no quería dejarle aquí… Pero tenía que hacerlo, tenía que ser fuerte. Sólo iban a ser unas horas… ―Mañana a mediodía estaré a tu lado ―me prometió, con confianza y determinación―, y entonces nadie ni nada podrá volver a despegarme de ti. Esa energía mágica y hechizante de siempre ya fluía a nuestro alrededor. ―Jake… ―susurré, aferrando mi mano en su pelo para que me besase ya. Unió sus labios a los míos, por fin, y los míos le correspondieron con una efusividad desbordante. De pronto, estábamos completamente solos, únicamente podía sentirle a él. Sus manos me apretaron contra su cálido cuerpo. Me estremecí, las mariposas recorrían todo mi ser, mi corazón

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latía a mil por hora, anheloso, frenético, y podía sentir el suyo latiendo con el mismo ímpetu… Su boca, su abrasador y dulce aliento, sus manos acariciando mi espalda con avidez, su poderoso cuerpo adosado al mío, todo me hacía palpitar y me abrumaba…, pero eso hizo que me emocionase más, y mi nudo saltó. Las lágrimas comenzaron a invadir mi rostro y caían sobre el suyo, mojándole a él también. No podía explicar lo que sentía en estos momentos en los que nuestras bocas se enredaban sin descanso, mi corazón era un revuelto de sentimientos y sensaciones que se extendían por todo mi organismo. Nos besamos con toda el alma, entregándonos completamente, con una pasión exagerada, rayana en la locura, presa de esta ansiedad e inquietud que nos embargaba a los dos. Era como si quisiéramos darnos todos los besos que nos iban a faltar durante estas horas que estaríamos separados en uno solo. Mis manos ya no sabían qué hacer para retenerle, para que no dejara de besarme nunca… Quería estar así para siempre, eternamente… Sin embargo, los dos sabíamos que teníamos que parar. Con todo el dolor de nuestro corazón, conseguimos terminar el beso. Dejamos nuestras frentes unidas para recuperar el aire y la cordura. ―Te quiero ―la voz le salió más ronca de lo normal, por la emoción que intentaba ocultar. ―Te quiero ―logré articular, con un endeble susurro. ―Todo saldrá bien ―murmuró―. Dentro de unas horas volveremos a estar juntos. Ahora era él quien me animaba a mí. Genial. ―Lo sé ―asentí. ―Tenemos que irnos ―irrumpió mi padre, usando una entonación muy tierna. Se notaba que no quería separarnos, pero que no le quedaba más remedio. Jacob despegó su frente y me miró a los ojos. Observé los suyos atentamente, como si nunca los hubiera visto. No quería perderme ni un detalle de ellos. Eran preciosos, tan especiales. Él parecía estar pensando lo mismo que yo, aunque a la inversa. ―Cuida de Anthony ―me pidió, alzando la comisura de su labio levemente al tiempo que llevaba una de sus manos a mi barriga para acariciarla. ―Sí ―sonreí.

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Alzó las dos manos, sujetó mi rostro y me dio un beso corto y dulce que me dejó sin respiración. Sólo fui capaz de notar algo frío sobre mi brazo. ―Nos tenemos que ir ya, cielo ―me dijo mamá, también con delicadeza. Sentí que se desprendía parte de mí cuando mis brazos se deslizaron por su torso e iniciaron una caída en picado hacia abajo para soltarse de él. Una parte de mi alma se quedaba junto a Jacob. El nudo volvió a enredarse en mi garganta y tuve que respirar muy, muy hondo para retenerlo ahí sin que explotara. Nuestros ojos no querían dejar de mirarse, seguían clavados, observándose fijamente. Mamá me tomó de la mano y tiró de mí con ligereza para hacerme andar. Mis pies se vieron forzados a dar unos pasos hacia atrás y después se sorprendieron al verse levantados por una fuerza extraña. Era mi padre, que me estaba cogiendo en brazos. Papá se dio la vuelta, pero mi rostro no dejó de mirar a Jacob en ningún momento. Jake intentó sonreír para hacerme la marcha menos triste, sin embargo, su sonrisa le salió demasiado desvaída. Las facciones de su rostro no podían engañarme, podía ver lo preocupado que se quedaba. Él seguía sin fiarse, seguía pensando que lo mejor era que yo me quedase a su lado todo el tiempo, pero también había cierta claudicación en su expresión, como si no le quedase más remedio que resignarse a esto, puesto que sabía que Carlisle tenía razón. Aunque trataba de ocultarlo, yo sabía lo que le dolía el dejarme marchar así, eso me encogía el corazón aún más. Había un silencio extraño y decadente que había permanecido todo el tiempo, desde que Jake y yo habíamos comenzado a despedirnos. Nadie hablaba, nadie se movía. Nadie, excepto una persona. Mi padre ya estaba descendiendo por la misma pendiente que habíamos recorrido para subir, y Jake desapareció de mi vista cuando la línea de la cuesta lo fue engullendo poco a poco. Sin embargo, alguien continuó en mi plano de visión. Era esa persona que sí se había movido. Jane. Mis ojos ya no podían ver a Jacob, así que no pudieron evitar virar hacia ella. Su gesto fue muy sutil, pero fue suficiente para que yo lo percibiera y me hiciera rechinar los dientes. Allí, en lo alto de la cuesta, Jane alzó su arrogante labio para sonreír con una satisfacción que me recordó al triunfalismo del día anterior. Mis

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uñas se clavaron en la impenetrable y pétrea piel de la espalda de mi padre y la miré con un odio que me asustó hasta a mí. ―Intenta no hacerla caso ―murmuró mi padre, procurando calmarme. Mamá se giró, dejó su dentadura al aire y le dedicó un sonoro gruñido. Pero Jane levantó su labio aún más para restregármelo por las narices. Volví a apretar mis muelas y mis uñas casi se rompen. Hasta que por fin la perdí de vista.

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DE NADIE (PARÉNTESIS)

JANE Mientras esperábamos a que llegasen los extravagantes aliados del Gran Lobo y los Cullen en ese ambiente tedioso, estos últimos mantenían una discusión apartados del resto. Aunque murmuraban en voz baja, no era difícil para nosotros escuchar todo lo que decían. Y mis secretas aspiraciones aumentaban conforme Carlisle hablaba. Volví a observar al Gran Lobo. Ahora estaba acariciando ese enorme bulto de su queridita esposa. No sé qué podía causarle tanta fascinación y deslumbramiento, porque en realidad debería de salir un engendro de ese vientre, como lo era la madre, algo antinatural y aberrante, algo que no debería de existir. Sin embargo, ella seguía embarazada. No alcanzaba a comprender cómo podía continuar estándolo. Sentí esa enorme envidia de nuevo, porque ella tenía al Gran Lobo y yo no, porque ella podía disfrutar del privilegio de ser madre y yo no, y llevaba al hijo del Gran Lobo en su vientre... Mi ira por ella iba creciendo a cada instante. Sentía odio hacia ella, la odiaba con todas mis fuerzas. Ese engendro podía procrear y yo no. Ese ser tan insignificante podía darle un hijo al Gran Lobo. El Gran Lobo confiaba su prole a una mujer como ella, a esa vulgar mitad humana. Y sobre todo, esa mitad humana tenía al Gran Lobo y yo no. Mis dientes chirriaron. La observé. El embarazo hacía de ella un ser más dulce y bello, algo que no podía soportar. Sin embargo, y mal que me pesase, tenía que reconocer que esa mitad humana, mitad inmortal, era verdaderamente

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hermosa, jamás había visto una belleza como la suya, aun estando rodeada continuamente de mujeres vampiros, como yo estaba. Su rostro perfecto, su largo cabello y su sedosa piel resplandecían luminosidad por todas partes, radiaban esa vida que sólo la sangre es capaz de aportar cuando corre por las venas de los humanos, pero magnificado sumamente por ser también vampiro. Las humanas estaban llenas de defectos e imperfecciones, sin embargo, ella no. Todo en ella era perfecto, su rostro, sus facciones, su esbelto cuerpo, incluso su largo y abundante cabello, porque gozaba de las virtudes supremas de un vampiro, pero no era como nosotros. Ella, además, rebosaba vida. Eso hacía que la detestara aún más. Y ahora también albergaba una vida dentro de ella, una vida formada con una parte del Gran Lobo. No pude impedir que mi inquina creciera al tiempo que mis pupilas se clavaban aún más en ella. Él la miraba con total engatusamiento, embaucado, maravillado, hechizado, con una adoración que nunca había percibido en nadie. Y ella también le observaba del mismo modo. Entrecerré los ojos al mirarla. ―Contrólate ―se atrevió a ordenarme Enguerrand. Mi vista se fue hacia él y a punto estuve de hacerle comprobar mis prestigiosos dotes de tortura. ¿Cómo se atrevía a ordenarme nada, y, además, delante de mi hermano? Él permanecía con la cabeza alta, dando muestras de su condición militar. Alec nos observó sin comprender, y Felix y Demetri estaban muy entretenidos contemplando los cuartos traseros de esa Rosalie. Eso salvó a Enguerrand de mi ataque. Empezaba a hartarme de sus reproches y estúpidas advertencias. ¿Quién se creía que era para advertirme a mí? Sus miradas censuradoras y reprobadoras, sus condenas silenciosas, comenzaban a irritarme inmensamente. Él creía que el Gran Lobo era demasiado para mí. Insolente. ¿Acaso no sabía quién era yo? Yo era la mano derecha de Aro, en quien más confiaba, incluso más que en él. Ya le hubiera matado hace tiempo, no obstante, tampoco podía obviar que él era uno de los pupilos más preciados de mi amo, él mismo lo había transformado. La raquítica loba gris no hacía más que observarme, y cada vez que yo lo hacía con la semihumana me gruñía. Era una pena que no pudiera fulminarla debido a esta incómoda tregua. Edward también me dedicaba alguna mirada que otra amenazante, aunque la conversación que mantenía con Carlisle le tenía ocupado.

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Finalmente, los Cullen terminaron sus pláticas y se acercaron al Gran Lobo y a su esposa. Edward no parecía nada satisfecho con la resolución del líder de su aquelarre, sin embargo, yo empezaba a ver esperanzas en mis planes. El Gran Lobo por fin dejó el enorme bulto de su queridita esposa cuando llegaron ante él, y dejó de prestarle atención. ―Jacob, ¿podemos hablar? ―le solicitó Carlisle. ―Esto es un error ―se oyó murmurar a Edward, totalmente disconforme. ―¿Qué pasa? ―preguntó el Gran Lobo, extrañado. Carlisle demoró su respuesta durante unos dos aburridos segundos. ―Creo que sería mejor que Nessie no nos acompañase ―dijo al fin. Pude ver cómo el rostro de esa insignificante medio humana se descomponía al instante. Qué frágil era. No pude reprimir mi sonrisa de satisfacción. ―Yo que tú, no me haría ilusiones ―osó decir Enguerrand de nuevo. Alec, Felix y Demetri le miraron con más atención esta vez. ¿Cómo se atrevía? ―¿Ilusiones? ―inquirió mi hermano, observándome con extrañeza―. ¿Ilusiones con qué? Observé a Edward durante un instante. Estaba lo bastante distraído y exaltado con la discusión que mantenían al otro extremo del claro. ―Con nada, hermano ―le respondí, clavándole una mirada desafiante a mi incómodo compañero―. Enguerrand debe de referirse a la batalla contra los Hijos de la Luna, ¿no es cierto, Enguerrand? ―disimulé, disertando con un doble sentido que sólo él pudiera comprender―. Por supuesto, toda batalla es dura, sin embargo, debo discrepar contigo. Claro que me hago ilusiones, porque si esa medio humana embarazada y torpe no viene, el objetivo se cumplirá con más fiabilidad, todo será más fácil. Enguerrand me miró por primera vez, y, aunque no pronunció ni una palabra, en sus ojos había la misma censura y desaprobación de siempre. Maldito miserable. ―Por supuesto que ganaremos esta batalla ―afirmó Felix, sonriendo con completa confianza―. Con el Gran Lobo lo tendremos muy fácil ―se le escapó. Mis ojos se fueron hacia él, fulminantes. Acto seguido se dio cuenta de su descuido y remendó la compostura, pero ya era demasiado tarde.

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―Jamás olvides quiénes somos y a quién servimos ―le advertí, con voz sobria. Se hizo un silencio sepulcral―. Puede que el Gran Lobo sea un ser supremo y sea muy poderoso, pero solamente es un aliado de los Vulturis. Nuestros amos son los verdaderos gobernantes del mundo, los únicos que pueden llevar a cabo tal cometido. Felix asintió, totalmente convencido. De pronto, escuché lo que quería oír y mis sentidos volvieron a centrar toda su atención en la dialéctica que se mantenía a unos metros de nosotros. ―Mierda, Nessie… ―masculló el Gran Lobo, con absoluta resignación―. Está bien ―aceptó, mostrando evidentes señas de nerviosismo. Reí con auténtico regocijo en mi fuero interno, porque esa vulgar medio humana por fin se iba a marchar. Mi objetivo cada vez estaba más cerca. Mi labio se arqueó hacia arriba irremediablemente. ―No te preocupes, no nos pasará nada ―le calmó su queridita esposa, dándole un beso en la mejilla―. Todo saldrá bien, ya lo verás. ―Me gustaría que tú y Bella estuvierais con ella ―le dijo el Gran Lobo a Edward―. No es que no confíe en los demás, pero sé que vosotros seréis los que mejor la protegeréis. ―Cuenta con nosotros ―aceptó éste. Mi sonrisa se extendió. No me lo podía creer. ¡Qué fácil se había vuelto todo de repente! Edward iba a apartarse de mi camino. Un paso más para mi objetivo. Mantuve la mente en blanco durante el resto de la conversación, simplemente concentrándome en escuchar y ver lo que sucedía frente a nosotros. Ese traidor de Ezequiel impuso su mano sobre la cabeza de la mujercita del Gran Lobo y pronunció unas extrañas palabras, mezcla del latín y otro idioma que no logré discernir, aunque se asemejaba a un idioma árabe. Cuando terminó de crear el hechizo, se apartó. ―¿Ya está? ―preguntó el Gran Lobo, sorprendido. ―Sí ―asintió Ezequiel―. El hechizo que le he puesto repele una amplia gama de hechizos y conjuros. ―O sea, una vacuna en el mundo de los magos ―dijo Emmett, con una estúpida sonrisa.

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―Efectivamente ―Ezequiel le sonrió esa absurda bufonada―. Aparte del amparo de la pulsera, ahora lleva una protección extra muy efectiva. ―Bien ―elogió el Gran Lobo, con más sosiego. Después, se dirigió a esa raquítica loba de color gris―. Leah, entonces dile a Sam que vengan Michael y Nathan. Los sustituirán Edward y Bella. Ella acató la orden, haciéndoselo saber con un asentimiento de cabeza. ―Debemos partir ya, entonces ―intervino Edward―. La noche no tardará mucho más en llegar, y no quiero que Renesmee pase frío. ―De acuerdo ―suspiró el Gran Lobo. Y entonces, mi mandíbula se cerró en seco. Se fundieron en un apretado abrazo que nació de un movimiento totalmente sincronizado y acompasado, parecía que se hubieran leído el pensamiento. Ella lo aferraba con fuerza, arrugando su camiseta cuando sus dedos la encerraban. Cómo la odiaba. El Gran Lobo se disoció de ella un poco, manteniendo sus grandes y masculinas manos sobre la cintura de esa semihumana. Volvió a mirarla con esa adoración, con esa veneración casi rayana en el fanatismo. No podía soportarlo. La odiaba, la odiaba con todo mi ser. Ella también le miraba con la misma devoción, como si estuviese observando a un resplandeciente y esplendoroso dios que se reflejara en su rostro. Él lo era, desde luego. Era un dios. Un ser hermoso y poderoso, un hombre varonil, fuerte, masculino. No alcanzaba a comprender del todo por qué era así, por qué me atraía de esta forma, al fin y al cabo, sólo se trataba de un simple metamorfo. Mitad hombre, mitad animal, pero, inexplicablemente y misteriosamente, un dios. No era capaz de entender esto, no obstante, tampoco podía contener mi profunda fascinación por él. Su belleza y poder, y esa extraña mezcla de inferioridad, majestuosidad y supremacía, me tenían totalmente embaucada y deslumbrada. Jamás había visto una hermosura como la suya. Mis ojos habían visto innumerables hombres a lo largo de mi extensa vida, hombres inmortales, vampiros, seres absolutamente perfectos, superiores, pero ninguno se parecía a él. No era perfecto en toda su plenitud, por supuesto, eso saltaba a la vista, sin embargo, su mirada, sus ojos, eran totalmente diferentes a los de los hombres que acostumbraba a ver. Tenían fuerza y brillo, eran intensos, profundos, y su color negro reflejaba la luz, llenándoles de más

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vida. Su piel también era muy distinta. No tenía el privilegio de brillar bajo el fulgor del sol, pero era muy caliente y extremadamente suave, tanto, que yo misma tenía que reconocer que no tenía nada que envidiar a la de un inmortal como nosotros. Su tez rojiza hacía evidencia de una calidez que era verdaderamente placentera a la vista, era hermosa. Su rostro era bello, aun con sus imperfecciones, y su cuerpo era poderoso, fuerte, vigoroso y viril. Pero sobre todo era el Gran Lobo, el ser más poderoso del mundo, y eso me atraía mucho más. Ningún otro hombre era el poderoso e invencible Gran Lobo. Podía entender por qué ella le miraba así, pero él, ¿por qué la observaba de ese modo? Él era el poderoso Gran Lobo, sin embargo, por muy hermosa que fuera, ella no dejaba de ser una insignificante y vulgar semihumana. Y encima era la hija de Edward y de esa soporífera de Bella. Eso la hacía más odiosa todavía. El Gran Lobo se arrodilló y alzó la blusa premamá de su queridita esposa. Frotó el bulto con su frente y después lo besó, haciendo gala del amor que también le procesaba a la criatura que ella albergaba dentro. Rechiné los dientes. Se puso en pie y sus grandes y fuertes manos rodearon la cintura de la semihumana, arrimándola a su cuerpo. Otra vez me invadió esa rabia, ese odio. ¿Por qué ella, una simple semihumana, podía gozar de él y yo no? Yo pertenecía a una raza pura, perfecta, era un vampiro completo, una inmortal, era la mano derecha de Aro, porque yo también era la más poderosa de mi especie, junto con mi hermano, ¿no debería el Gran Lobo pertenecerme a mí? ¿No era más lógico? Comenzaron una cursi conversación sobre el nombre de la criatura a la que ellos llamaban “su bebé”, y después él adosó su frente a la de su mujercita para seguir con su despedida. Los párpados de ambos cayeron, ella atrapó su cuello con sus brazos y jadeó muy cerca de sus labios, buscándolos con ansia. Mi odio hacia ella se acrecentó enormemente y entrecerré los ojos al observarla. Maldita semihumana. La odiaba, la odiaba porque no podía evitar sentir esta envidia por ella. Sí, deseaba estar en su lugar. Deseaba sentir las grandes manos de ese hombre en mi cintura, en mi cuerpo, sentir su tórrida frente rozando la mía, sentir sus labios pegados a los míos... Sin embargo, era ella la que gozaba de él. Ella no se merecía tenerle, yo sí. Maldita. Entorné los ojos aún más.

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Edward giró su semblante hacia mí súbitamente y me mandó toda una advertencia con la mirada. Desde luego me traía sin cuidado, Edward no podía hacerme nada, yo era más poderosa y superior que él, cosa que él sabía sobradamente, pero cesé en mis intenciones. Si no hubiera sido por el tratado, ya hubiera fulminado a su amada hijita hace tiempo. Le dejé ver este pensamiento con total claridad y él me brindó un ligero gruñido. ―Mañana a mediodía estaré a tu lado, y entonces nadie ni nada podrá volver a despegarme de ti ―le susurró el Gran Lobo a ella, hablando con mucha seguridad. Podía notarse esa energía extraña y sobrenatural que siempre fluía a su alrededor cuando estaban tan cerca el uno del otro. Era una fuerza sorprendente, mágica y espiritual, incluso yo me daba cuenta, y eso no hacía más que aumentar mi profunda rabia. ―Jake… ―musitó ella, enganchando su pelo con la mano. Mis muelas se encontraron de nuevo cuando empezaron a besarse. Lo hacían con pasión, pero también con esa adoración y veneración desmesuradas. Apreté los dientes con furia. Siempre se miraban de ese modo, siempre se besaban de ese modo, como si cada beso fuera a ser el último, aferrándose el uno al otro como si fuera a terminarse el mundo. ¿Por qué esa adoración? ¿En eso consistía esa tal imprimación? Mi amo, Aro, me había explicado algo hace tres años, justo antes de atrapar al Gran Lobo y llevarlo a Volterra. Yo quería saber si tenía alguna posibilidad de quedármelo si me deshacía de esa semihumana. No le guardaba ningún secreto a mi maestro, por supuesto, y quería tener su consentimiento. Aro conocía perfectamente mis pensamientos a ese respecto y sabía que mi lealtad hacia él y el resto de los Vulturis seguía siendo completamente inquebrantable. Mi amo me había dado la respuesta: “Mi querida Jane, ese vínculo tan especial que se procesan el Gran Lobo y su esposa se llama imprimación, y me temo que es totalmente irrompible. Él no se olvidará de ella jamás. Ni tú ni nadie puede deshacer ese vínculo tan extraordinario y asombroso que tiene con la hija de Edward y Bella. Yo mismo he podido ver en su mente lo fuerte, irrompible y fantástico que es, y Marco lo ha percibido también. Su vínculo es mágico y espiritual, es totalmente imposible de romper o deshacer. Además, ya sabes que está perdidamente enamorado de ella, lo has comprobado por ti misma. Creo que, aunque no hubiera estado imprimado, su amor por ella sería igual de fuerte. Ahora bien, cabe una

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única posibilidad para que le poseas. Se trata del medallón mágico de Nikoláy. Ese medallón es muy poderoso, pero lo será aún más cuando absorba todo el poder espiritual del Gran Lobo. Con ese medallón podrás dominarle y hacer que obedezca a tu voluntad. Si nos hacemos con ese medallón, no tengo ningún inconveniente en que te quedes al Gran Lobo, si ese es tu deseo y logras deshacerte de su esposa. Has sido fiel a nosotros durante todos estos siglos, y no dudo en que te mereces una recompensa por tantos años de fiel servicio. Yo necesito mantenerle con vida para que su poder espiritual permanezca activo dentro del medallón, así que dejaré su custodia en tus manos. Podrás divertirte con él todo lo que gustes, querida”. Mi semblante se había ido iluminando conforme escuchaba a mi amo, y terminó con una amplia sonrisa de satisfacción. Sin embargo, nuestro trato se había acabado en cuanto terminó la batalla. “Ya sé que te dije que podías quedártelo, sin embargo, visto los acontecimientos que han tenido lugar en la batalla, lamento comunicarte que ahora tendrás que olvidarte de ese asunto, mi querida Jane”, me había dicho, llevando su mano a mi mejilla con una compasión y una lástima que me había dolido en lo más hondo. Con la pérdida de aquel medallón mágico todas mis esperanzas por poseerle se habían visto desvanecidas. El medallón había sido destruido, mis amos habían firmado ese tratado, y mis únicas opciones de poseer al Gran Lobo se habían visto abocadas al fracaso y al olvido. Rechiné los dientes. Esa vulgar semihumana era la que se lo había quedado, el Gran Lobo le pertenecía a ella, a esa insignificante mitad humana. Ella era la que podía besarle, tocarle, la que sentía sus besos y sus fuertes manos por su cuerpo… Él continuaba besándola con esa pasión, delirio y adoración desmedidos, entregándose a ella completamente. No era capaz de evitarlo, quería estar en el lugar de esa maldita semihumana, era superior a mí, y eso hacía que la odiase todavía más. Quería saber qué se sentía al besar al Gran Lobo, y esa mitad humana ya lo sabía. Mi odio volvía a ascender, cuando percibí la mirada de Alec sobre mí. Viré el rostro para observarle y él se acercó a mi oído con el fin de hablarme.

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―Ten cuidado, hermana ―me advirtió, usando un cuchicheo muy bajo, aunque ciertamente crítico―. No debes encapricharte con el Gran Lobo, no es bueno para ti. Me aparté un poco y le fulminé con la mirada. Nuestro parentesco y la igualdad entre su don y el mío le salvaba de probar una dosis de mis torturas psíquicas. Alec, como el resto de la guardia, sabía que Aro había permitido que me quedase con el Gran Lobo años atrás, conocía el que había sido nuestro trato antes de la batalla, sin embargo, siempre había ignorado que era un obsequio que me concedía nuestro maestro y que lo hacía porque a mí me gustaba. A él, así como a los demás, se les había dicho en su momento que si yo me quedaba con el Gran Lobo, era porque Aro me había encomendado a mí su custodia. No obstante, ahora veía la realidad. Mi hermano hacía buena gala de nuestro parentesco, era muy inteligente. Mis intentos de antes por disimular habían resultado inútiles y totalmente innecesarios. Alec estaba al corriente de todo, sabía que me sentía atraída hacia el Gran Lobo. Opté por no contestarle y mantener mi mente en blanco. Edward todavía estaba presente. Volví a centrar mi atención en la desagradable escena que tenía delante. Tuve que soportar cómo se decían que se amaban y esta vez contuve mi rabia, aunque mi odio por ella continuaba en el mismo estado. ―Nos tenemos que ir ya, cielo ―le dijo esa soporífera y aburrida de Bella a su hija. Por fin, la semihumana se separó del Gran Lobo, dejándole atrás cuando su padre la tomó en brazos. Edward comenzó a deshacer el camino que habían hecho para venir a esta reunión, cargando con su hija, y Bella les acompañó. Ni el Gran Lobo ni su queridita esposa apartaron la vista el uno del otro en ningún momento, eso me molestaba profundamente, pero el regocijo que también sentía por su separación lo cubría por completo. Sonreí sin tapujo alguno. Sin embargo, yo quería que ella viese mi enorme satisfacción. Mientras ellos descendían por la pendiente que les había traído hasta aquí, me acerqué a su rasante. En cuanto ella no tuviese al Gran Lobo en su punto de visión, me miraría a mí. Y así fue. Sus ojos oscilaron hacia los míos y entonces le mostré mi sonrisa complacida. Su cara lo decía todo y mi gozo aumentó. Esa

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mezquina de Bella se dio la vuelta y me dejó claro su enojo con un gruñido, sin embargo, lo único que consiguió fue que sonriera con más satisfacción. Me quedé observando cómo se alejaban cuesta abajo, hasta que desaparecieron de mi excepcional vista. Regresé junto a mi grupo, mirando al Gran Lobo. Él continuaba observando la pendiente con el rostro lleno de una inquietud, nerviosismo y una atribulación que lo desfiguraban completamente. Rechiné los dientes una vez más. Ella no estaba aquí ahora, pero, aún así, seguía siendo suyo. En estos momentos Edward ya estaba lo suficientemente lejos como para poder pensar abiertamente, así que dejé que mis pensamientos fluyeran libres. Sabía que el Gran Lobo no podía ser mío, mi única oportunidad se había escapado con la pérdida de aquel medallón. Pero tampoco sería de esa vulgar semihumana. Nadie decía que yo no podía deshacerme de ella, ni siquiera Aro me lo había prohibido nunca. Lo único que me impedía matarla era el tratado. Sin embargo, podía deshacerme de ella con otros métodos que tenía a mi alcance, sin necesidad de quebrar el tratado, sin necesidad de hacer absolutamente nada, porque todo venía dado solo, los acontecimientos me habían favorecido por puro azar, y todo estaba saliendo a la perfección, la suerte me sonreía. Nada podía fallar. Thiago no tardaría mucho más en llegar, y él ratificaría que mis deseos se iban a cumplir cuando me certificase la información que me había dado ayer. Él y su grupo habían ido a comprobarlo esta misma mañana y ya estaban de camino hacia aquí. Me iba a deshacer de ella, y todo sin tener que hacer nada, sin mover un solo dedo, por puro azar. Aro no se enojaría conmigo, porque no era culpa mía, yo no habría hecho nada, simplemente habría sucedido, una coincidencia fatal, una desafortunada casualidad. El Gran Lobo y los Cullen habían tomado la decisión de llevarla a su casa, y yo no tenía nada que ver, era su decisión. Era perfecto. El tratado no se incumpliría, seguiría vigente, y ella, junto con la criatura que llevaba dentro, desaparecería. El Gran Lobo no sería mío, pero de ella tampoco. Jacob. Si no era mío, no sería para nadie.

(FIN DEL PARÉNTESIS) 383

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= JACOB =

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PREFACIO Una sensación gélida y congelada, glacial, emergió de lo más hondo de mi ser para plantarse con contundencia, escarchando cada uno de mis órganos, y entonces noté una extraña vibración lejana y casi imperceptible.

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¿QUÉ PUEDES HACER CUANDO TUS TRIPAS SON UN MANOJO DE NERVIOS? Nessie ya se había ido hacía un buen rato, pero yo seguía mirando con cara de idiota esa pendiente por la que Edward, Bella y ella habían bajado. Todavía no podía creerme lo que acababa de hacer, había dejado que ella se separase de mi lado. Maldita sea. Esto no me gustaba nada. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Qué más opciones tenía? Carlisle había dicho que esto era peligroso para ella, para el bebé, y tenía razón, este no era sitio para una embarazada de casi ocho meses, y menos lo que habíamos venido a hacer, así que tenía dos frentes delante de mis narices, a cada cual peor. Por una parte, el embarazo correría peligro si Nessie se quedaba con nosotros en esta batalla, pero, por otra, también sabía que ella y el bebé no iban a estar tan protegidos si yo no estaba con ellos, lo sabía a ciencia cierta, como sabía que encima de esas nubes que cubrían el cielo estaba el sol. Y ahora, después de verla partir, esto me martilleaba los sesos sin descanso, porque seguía sin gustarme un pelo esta separación. Sí, vale, solamente iban a ser unas horas, pero malditas horas. No, no me gustaba nada, esto era un error. Mierda. Menudo dilema tenía encima. Estaba histérico, y eso comenzó a notarse en mis pies. Empecé una caminata nerviosa, impaciente y neurótica que me llevaba de aquí para allá mientras mi mano enganchaba mi pelo con una mezcla de angustia y malestar. Comencé a sentir una incertidumbre que incluso me revolvió las tripas. No sé por qué, pero presentía que esto era un error. Tendría que estar con ella, era lo mejor, lo sabía…

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―Tranquilízate, Jacob ―me pidió Doc―. Hemos hecho lo correcto. Yo no estaba tan seguro… ―Mirad quién viene ahí ―dijo Emmett, echando un vistazo a uno de sus lados. Leah les dedicó un vibrante gruñido, todavía no les había perdonado. No muy lejos, unos conocidos chupasangres se acercaban a un paso ligero. Eran Thiago y su grupo de matones, todos ataviados con unas levitas sin botones de color marrón oscuro que les llegaba casi hasta las rodillas y que hacían juego con los pantalones, de la misma tonalidad y textura. Supuse que sus ropas eran de ese color para camuflarse mejor entre los troncos de los árboles. Sin embargo, algo captó mi atención, haciendo que mis cejas cubriesen mis ojos con extrañeza. Esta vez no eran cinco, sino seis. Enseguida supe de quién se trataba ese sexto. Era ese contacto que Thiago había utilizado para espiarnos, ese que era capaz de mimetizarse con el medio que le rodeaba. Edward había dicho una vez que Thiago le había prometido un puesto en su grupo a ese contacto si cumplía esa misión. Y la había cumplido, claro. Machaqué las muelas, mira tú por dónde iba a tener la oportunidad de decirle cuatro cositas a ese miserable. Y encima no estaba Edward para incordiarme. De lujo. Pude fijarme mejor en todos ellos cuando se acercaron a la Pitufina para hablar con ella. Mis cejas pasaron a arquearse hacia arriba con sorpresa. Vaya. Ese matón extra en realidad era una matona. La chupasangres tenía pinta de ser africana o algo así, y su pelo, el cual llevaba recogido en una ancha trenza azabache que le llegaba a la mitad de la espalda, presentaba ese cardado tan habitual en esa raza. Sus ojos eran rojos, como los del resto, y era muy delgada, aunque bastante alta, por lo menos mediría un metro ochenta. Parecía una modelo de esas de las pasarelas. No tardé en encontrar un mote para ella: la Naomi Campbell. Los demás seguían igual de feos que siempre. Estaba el de la trenza larga, el del pelo rizado y corto, el del pelo también corto, aunque liso, y el que llevaba los pelos a lo Eduardo Manostijeras y daba la impresión de estar completamente tarado. Todos ellos con su cabello oscuro y sus ojos rojos de rata. Thiago le dijo algo a la Pitufina al oído y ella sonrió con una satisfacción que no me gustó nada. Los demás, incluida la Naomi Campbell, se dedicaron a clavarme agujas con la mirada. Menuda panda de idiotas, como si a mí me importara. En estos momentos mi mente

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solamente tenía una obsesión: Nessie y mi pequeño Anthony. Todo lo demás sonaba hueco en mi cerebro. Aún así les complací con una miradita de bienvenida, más que nada para que no se pensasen que me daban respeto o algo así. Después de que Thiago le cuchichease a la canija, ésta y todos sus acompañantes siguieron esperando en el otro extremo a que terminasen de llegar nuestros aliados. No tardaron mucho más en llegar. Eleazar, Kate y Garrett llegaron junto a Sam, Collin, Michael, Nathan, Shubael e Isaac. El lobo negro me hizo una señal con la cabeza y yo asentí. Corrí hacia la zona arbolada para ocultarme y me desvestí aprisa. Cuando me agaché para atar mis ropas a la cinta de compromiso, me quedé mirando a mi anillo de casado, fue inevitable. Lo levanté con mi dedo índice para verlo mejor y volví a leer por enésima vez la inscripción que tenía grabada por dentro. Sí, vale, la había leído millones de veces, pero, ¿qué quieres?, nunca me cansaba de hacerlo. No pude evitar volver a sentir esa inquietud y malestar, y encima, ya la estaba echando de menos. Mierda, mierda. Seguía sin gustarme un pelo que Nessie estuviera alejada de mí, no me gustaba nada, pero nada de nada… Sin embargo, el idiota de mí aquí estaba. Por un momento, sentí la urgente necesidad de salir pitando de aquí para reunirme con ella, pero, maldita sea, no podía hacer eso. Todos me necesitaban para aniquilar a esos licántropos, y tampoco podía olvidar que éstos tenían planeado secuestrar a Nessie para llevársela a los rumanos, con lo cual, tenía que liquidarlos de todas, todas. ¡Arg! Tomé una buena bocanada de aire para desahogar un poco esta tensión que llevaba dentro y lo expulsé con un suspiro fuerte y contundente. Amarré las prendas a la cinta y entré en fase. Ya había venido descalzo, así que me ahorré el tener que enganchar las deportivas a la cinta. Era muy incómodo llevarlas, de veras, porque siempre chocaban con tu pata cuando ibas a la carrera y resultaban un incordio, así que, directamente, ya pasé de traerlas. Mi cabeza enseguida se llenó de las voces de mis hermanos; de los que estaban aquí y de los que se habían quedado en La Push. Menudo revoltijo. Deseé poder desconectarme para estar a mi bola un rato, pero, claro, no podía hacerlo. Suspiré de nuevo. Salí de mi escondite, como lobo, y me planté junto a Sam, que ya estaba con el resto de la manada. Dime, le dije.

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Te cuento la situación, empezó a explicarme. Nos hemos cruzado con Edward, Bella y Nessie de la que subíamos, así que Edward y yo ya hemos podido organizarnos mejor. Nessie estará protegida por Edward, Bella, Tanya, Carmen y Cheran, en vuestra casa. Cheran hará de transistor, para que Edward sepa en todo momento lo que pasa en el bosque. Bien, aprobé, resollando por las napias, todavía nervioso. ¿Qué más? He dejado en el bosque a Daniel, Canaan, Matthew, Ivah y Thomas, ellos estarán en constante comunicación con Cheran. Rephael, Brady, Jeremiah, Abel y Aaron se encargarán de proteger a la tribu de los chupasangres nómadas. De acuerdo. Sam notó y vio mi preocupación. Bueno, todos lo vieron, por supuesto. Ahora la manada al completo me estaba prestando atención. Genial. No te preocupes, Nessie está bien, me dijo. Bueno, quiero decir, que la vi bien, eso me pareció. Recordó ese momento del encuentro y pude verla. Su hermoso y dulce rostro era el vivo reflejo de la preocupación y la intranquilidad, mordía la uña de su dedo pulgar continuamente. Sabía que confiaba en sus padres, pero que ella no se sentía tan protegida como conmigo, y también sabía que confiaba en mí al cien por cien, ella era la primera que lo hacía, pero que, aún así, se preocupaba por mí. Edward la sostenía en sus brazos y Bella iba acariciando su hombro, en un intento de calmarla y relajarla. Sam se dio cuenta de que su recuerdo no era muy alentador para mí, que digamos, así que se puso a pensar en otra cosa con rapidez para evitar que viese más, y lo primero que vino a su mente, cómo no, fue la imagen de Emily y los niños. Lo siento, no me había fijado en eso, se disculpó Sam. No importa. Me quedé en silencio, observando el panorama que teníamos delante. La guardia de los Vulturis y ese grupo de matones estaban hablando de algo entre ellos. Moví la oreja en su dirección y puse la antena parabólica para intentar escuchar. Vale, estaban hablando de la estrategia. Odiaba esta situación. Tener que pelear junto con esos desgraciados me ponía del hígado, y encima, teníamos que pasar parte de la noche con esa chusma de almas malvas. Menudo asco.

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Los Cullen se encontraban a mi lado y noté cómo alguien tenía su incómoda vista clavada en mí. Giré mi rostro lobuno y vi quién era: Carlisle. Me miraba como si esperase algo de mí, como si aguardara algún tipo de respuesta o comentario. ¿Qué pa…? Entonces, me di cuenta de que él no podía escuchar mi mente. ¿Sería idiota? Él no era Edward, y Edward no estaba aquí para traducir. Genial. Ahora tendría que adoptar mi forma humana constantemente para comunicarme con los Cullen y hacer lo mismo con mi forma lupina para hablar con mi manada, alternándome. Genial. Seguramente Doc quería saber la situación que teníamos en La Push, así que no me quedaba más remedio que cambiar de fase. Solté otro resoplido y comencé a correr hacia la misma arboleda donde me había transformado justo antes. Jake, espera, me pidió Leah. La loba trotó desde su posición y se puso junto a mí, dando primero una vuelta a mi alrededor que me hizo reducir el paso. ¿Qué pasa? Ten cuidado con la canija, me advirtió. No sé qué es, pero me da que trama algo. Observé a la Pitufina. No me quitaba ojo y su asqueroso labio se curvaba hacia arriba ligeramente. ¿Tú crees? Cuando estabas con Nessie, no hacía más que miraros, me desveló. No me gusta nada cómo miraba a Ness. Creo que está obsesionada contigo, intervino Seth. Si ves cómo te miraba a ti… Sí, tío, ten cuidado, siguió Embry. ¿Recuerdas esa película? ¿La de “Atracción Fatal”? Pues la canija te miraba igual que la protagonista. La manada rompió el silencio de ese claro con sus aulliditos y gruñidos jocosos. Idiotas. El grandullón y el rastreador se alertaron durante un instante, pero recuperaron las composturas enseguida. Ja, ja, muy gracioso, ironicé. Mira, no estoy de humor para bromas, ¿vale? Además, tengo que hablar con Carlisle. Va en serio, dijo Embry, y sí, parecía que lo decía en serio. Ten cuidado con esa arpía, insistió Leah. Trama algo.

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Suspiré por los morros una vez más, pero acepté el aviso. Vale, lo tendré en cuenta. Leah asintió y yo seguí mi camino hacia los árboles. Esto era lo que me faltaba, ahora tenía que andar vigilando y controlando a la Pitufina, como si no tuviera bastante con soportar este revuelto de nervios que se meneaba en mi estómago. En fin. Me adentré un poco entre la arboleda y me oculté detrás de un tronco para adoptar mi forma humana. Menudo engorro. Sí, Edward era un verdadero fastidio, pero, vale, tenía que reconocer que era muy práctico como traductor, aunque siempre cambiase mis palabras por otras para suavizarlas. Y perdíamos a un buen luchador aquí, además de un buen informador y revelador de secretos. Sin embargo, prefería mil veces que se quedase junto a Nessie para protegerla, ella y el bebé eran lo primero y más importante para mí. Después de ponerme los pantalones y la camiseta, salí de allí para reunirme con los Cullen. Mi manada se encontraba junto a ellos, también esperándome. ―¿Ya lo habéis organizado todo por La Push? ―me preguntó Doc, nada más que llegué a su lado. ―Sí. Edward, Bella, Tanya, Carmen y Cheran, estarán en casa con Nessie. Los demás se repartirán entre el bosque que la bordea y el resto de nuestro territorio, para cubrirlo contra los chupasangres nómadas que vayan. ―Bien ―aprobó Carlisle, haciendo un asentimiento de cabeza. En ese momento, la Pitufina y sus igual de asquerosos acompañantes terminaron su charla. Se acercaron a nosotros en cuanto lo hicieron, eso sí, con sus aires presuntuosos de siempre. Estúpidos chupasangres. ―Bien, ahora que ya no tenemos ningún incordio más que nos distraiga, podemos proceder a rematar la estrategia ―vino diciendo Jane, alzando su barbilla con altanería. La fulminé con la mirada al instante y Rosalie la siseó. ―Oye, ten cuidado con lo que dices, no estoy de humor para gilipolleces ―le solté, machacando las muelas con rabia y dejando notar mi mala leche. No, no estaba de humor para nada. Todavía estaba demasiado nervioso por haber tenido que dejar que Nessie se fuera de mi lado, y sabía que iba a estar así hasta que me reencontrara con ella. Estas horas iban a ser eternas.

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―Por favor, Jane, te rogaría que te guardases ese tipo de comentarios ―le pidió Carlisle, con más modales de los que a mí me hubieran gustado, aunque se le notaba muy molesto. Ella se limitó a sonreír con arrogancia. Yo apreté los puños, pero Carlisle prefirió pasar del tema. ―Procedamos a esos remates del plan ―le instó él, manteniendo ese semblante serio. La Pitufina le hizo una seña al Zanahorio y éste se sacó un papel del bolsillo que venía doblado en varias veces. Lo desdobló y lo extendió, sosteniéndolo en alto con sus propios brazos. No me apetecía nada, pero no me quedó más remedio que colocarme al lado del chupasangres cinéfilo para mirar el plano. Cuando me quise dar cuenta, la enana estaba también junto a mí. Mierda, esto era de lo más incómodo, ahora estaba flanqueado por dos vampiros de la guardia de esos viejos decrépitos de los Vulturis, aunque, bueno, la Pitufina era tan baja, que si miraba a mi lado sin bajar la vista, no la veía. En un momento, se montó un guirigay monumental. Leah no se fiaba nada de la Pitufina, así que fue la primera en ponerse a su lado, medio gruñéndola como advertencia. Si las miradas matasen, la loba ya estaría chamuscada por las pupilas de la canija rubia. Sin embargo, Leah no fue la única que acechó a la rubia enana. Me sorprendió ver a Rosalie poniéndose detrás de la Pitufina para sumarse a esa vigilancia tan cercana. Vaya, ¿qué te parece? El Pitufo se colocó al lado de la Barbie para controlarla y Emmett al lado del Pitufo para vigilarle a él. A partir de ahí todo el mundo empezó a repartirse a nuestro alrededor para observar el plano, menos mis lobos. Con que Leah mirase el mapa era suficiente para que todos los demás lo viesen. Thiago y su grupo eran los que más atrás se encontraban de esta extraña congregación. ―Las “x” marcan la posición de las cuevas ―nos informó el pelirrojo, aunque no hacía falta ser muy listo para darse cuenta de eso―. Como veis, no se encuentran muy distanciadas entre sí, aunque se distribuyen de una forma muy desigual y no son equidistantes las unas con las otras. ―Ya lo veo ―mascullé, calculando mentalmente los distintos kilómetros que había de unas cuevas a otras. ―Tú empezarás por esta cueva ―me dijo la Pitufina con su arrogante voz, señalándome la “x” con el dedo―. Después, seguirás este recorrido ―siguió, indicándomelo―, hasta que concluyas en esta ―giró

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su cara de niña pequeña y me miró con un gesto totalmente mandón―. Todos se irán uniendo a ti según vayas visitando las cavernas y vayas terminando con los Hijos de la Luna que haya en cada una. He de advertirte que el terreno es muy escarpado y empinado, pues es montañoso. No lo olvides ―luego, se dio la vuelta y empezó a hablar para todos, presumiendo de la misma autoridad―. Quitando al Gran Lobo, somos treinta y cuatro a distribuir en tres cuevas, con lo cual, quedaremos repartidos en dos grupos de once y uno de doce. El grupo de doce se encargará de la cuarta cueva, puesto que ésta será la última que visite el Gran Lobo y necesitará de más tiempo para retener a los licántropos. Por supuesto, éste tendrá que ser el grupo más fuerte. Nosotros somos once, así que nos repartiremos entre las dos últimas cuevas, junto con el resto de inmortales. Los lobos pueden encargarse de la segunda. Hubo una queja general entre mis lobos. ―Un momento, mis lobos son muy fuertes, y están bien entrenados, ¿sabes? ―me quejé, mirándola de arriba abajo con desprecio―. Además, ¿quién dijo que tú mandas aquí? Menudo careto que se le quedó a la rubia canija. A Emmett le hizo gracia y sonrió abiertamente. ―Veo que sirvió de algo nuestra prueba ―habló Thiago, levantando la comisura de su boca con una chulería que me sacaba de quicio. Esta vez no fue solo Leah la que le rugió. Shubael e Isaac, y algunos de mis hermanos, se sumaron a su sonora protesta. Levanté la mano para que se calmasen y todos acataron mi orden. ―Ya hablaremos de eso tú y yo, no creas que me he olvidado ―le escupí, con rabia contenida. ―Cuando quieras ―aceptó él, siguiendo con su actitud. Gruñí. Si quería pelea, la tendría. Ya estaba hasta las narices de él y de toda su asquerosa chusma. Además, desde que Nessie se había ido, no tenía los nervios muy templados, que dijéramos. ―Nosotros somos los más fuertes y preparados ―insistió Jane para volver a lo de antes, levantando su mandíbula con petulancia. Me giré hacia ella. ―Perdona, pero nosotros contamos con Kate, por ejemplo, que puede electrizar a cualquier bicho de esos que se le ponga por delante ―contrapuse, enfadado. ―Eso es totalmente cierto ―sonrió Garrett, orgulloso.

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La mencionada también sonrió, satisfecha. ―Y también tenemos a… ―me quedé en blanco cuando busqué más dones entre los nuestros y no los encontré. Más dones útiles, claro, porque Eleazar era un adivinador de dones, pero contra unos licántropos no es que el suyo fuera de gran ayuda―. Bueno, no necesitamos dones para ser fuertes ―intenté arreglar. ―Idiota, esos licántropos son inmunes a los dones ―resopló Rosalie, mirando a un lado mientras hacía negaciones con la cabeza. Ah, sí, es verdad, se me había olvidado. Ups. ―En mi opinión ―terció Carlisle, muy calmado, cómo no―, deberíamos repartirnos más ecuánimemente, para confundir aún más a los licántropos. Además, hay gente aquí que no tiene ninguna experiencia en las artes de la lucha, sería peligroso dejarles sin apoyos más fuertes, aunque debo añadir que creo que nuestros potenciales y fuerzas están bastante a la par. Bueno, ya me importaba un comino todo. Lo único que me apetecía era terminar con esta porquería cuanto antes para irme a casa con mi chica. Y Doc tenía toda la razón. ―Vale ―aprobé yo, antes de que dijera nada la Pitufina. Casi me quema con la mirada, pero pasé de ella. ―Esta bien ―aceptó la canija, asintiendo con la cabeza, aunque a regañadientes―. Formaremos los grupos esta madrugada, entonces. Carlisle asintió también, pero no dijo nada más. La Pitufina les hizo un gesto a los suyos y todos se replegaron a un lado, el pelirrojo doblando el mapa y llevándoselo con él. Ya estaba anocheciendo. Esperaba que Edward y Bella ya hubieran llegado a casa con Nessie y que ella se encontrase bien. Suspiré con fuerza y me volví para apartarme un poco de ese meollo, mezcla de lobos y chupasangres de diferente índole. ―Nosotros nos vamos a turnar para ir de caza ―me comunicó Doc―. ¿Queréis que os traigamos alguna pieza para que cenéis? Os aconsejo que os alimentéis bien esta noche, mañana la batalla será dura. Sí, mi manada tenía que comer bien. Yo no tenía ni pizca de hambre ahora mismo, mis tripas eran un nudo de nervios e intranquilidad, y encima la compañía que teníamos no era nada grata. Pero sabía que tenía que meterme algo en el cuerpo. ―Sí, claro ―asentí―. Si nos trajerais alguna pieza, os lo agradeceríamos un montón.

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Shubael e Isaac ya sacaban la lengua para salivar. ―De acuerdo ―sonrió Carlisle, satisfecho. Esme también lo hizo. Se apartaron para organizarse, y en un minuto, Doc, Esme, Alice y Jasper se piraron como auténticos rayos hacia el boscaje que limitaba ese claro en el que nos encontrábamos. En un simple parpadeo, se perdieron de vista entre la espesura. Me dirigí corriendo hacia los mismos árboles, aunque yo para algo muy diferente. Una vez más, me transformé y salí al claro. Me desconecté de todo el mundo momentáneamente, aunque dejé a un lobo. Cheran, ¿cómo va todo por ahí?, quise saber. ¿Ya ha llegado Nessie? Sí, llegaron hace quince minutos, me reveló. Ya está en casa, así que tranquilo. Respiré, un poco más aliviado. Él estaba fuera de la casa, dando vueltas por sus alrededores. ¿Puedes hacerme un favor?, le pedí. ¿Puedes entrar en casa y mirar a Nessie? Claro. Gracias. Vi a través de sus ojos cómo correteaba junto a mi garaje, accedía al porche y cómo llegaba a la puerta. No le hizo falta ni pulsar el timbre con el hocico, Edward le abrió y él pudo pasar adentro. El muy torpe casi desguaza el mueble del recibidor cuando lo rozó sin querer, al entrar tan deprisa, pero atravesó el vestíbulo sin más problemas y llegó a uno de los sillones de la chimenea, donde se encontraba Nessie. Se sentó frente a ella y sus ojos me la mostraron. Acariciaba su vientre y las llamas se reflejaban en su hermoso rostro, que seguía teniendo esa expresión preocupada e inquieta, pero en cuanto vio a Cheran allí, plantándose delante de ella, se tornó en sorpresa. Jacob quiere verte, escuché que le desvelaba Edward. Una sonrisa se dibujó en su cara, iluminándola, y me pareció el ser más angelical del mundo, como siempre me pasaba cuando la veía sonreír. Era imposible acostumbrarse a algo tan glorioso como eso. Jake… murmuró ella, manteniendo esa sonrisa. Dile que la quiero. ¿Yo?, se extrañó Cheran. No, idiota, tú no, gañí. ¿Cómo se lo vas a decir tú? ¿Ladrándolo?

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Dice que te quiere, le comunicó Edward a Nessie, sin perder el tiempo con nuestra estúpida conversación mental. Yo también te quiero, sonrió Nessie, aún más. Llevó su mano hacia la cabeza de Cheran y comenzó a acariciarle, como si lo estuviera haciendo conmigo. El muy imbécil no tardó en ronronear, y no se le ocurrió otra cosa que cerrar los ojos cuando ladeó la cabeza con gusto para que le rascara más a fondo. ¿Sería idiota? Escuché la risilla de Nessie. Bueno, por lo menos la payasada de Cheran había servido para algo. Bueno, bueno, no te pases, ¿quieres?, le gruñí a Cheran. Ay, es que da mucho gusto, ronroneó él. Lo hace tan bien… Sí, eso ya lo sé yo, no hace falta que tú me lo digas, resoplé. Creo que será mejor que dejes de acariciar a Cheran, Jacob se está poniendo celoso, le comunicó Edward. Los ojos de Cheran volvieron a abrirse cuando ella dejó de acariciarle mientras soltaba otra risita. Eso era música para mis oídos y un paraíso para mi vista, porque por fin volvía a verla. Cheran debería de regresar afuera, opinó Edward. No me hacía nada de gracia dejar de ver a mi ángel, pero tenía razón. Tenía que vigilar la zona. ¿Quién más está afuera?, quise saber. Tanya y Carmen. No sé por qué diablos asentí, porque él no podía verme. Tiene que irse, Jacob, me repitió cuando percibió mi aceptación y vio ese silencio en mi tarro. Sí, claro, suspiré. Ella estará bien, me aseguró. Sí, sí, volví a suspirar. Bueno, estaremos en contacto, ¿vale? Los ojos del lobo se fijaron en Edward y le vi asintiendo. ¿Se va?, se percató Nessie, hablando con una voz triste. Podía notar cómo mi corazón se retorcía dentro de mi torso. Sí, le confirmó su padre. Jake, ten cuidado, por favor, me rogó. Su carita ya lo decía todo. Mi corazón sufrió otro pinchazo. Dice que no te preocupes, que todo va bien, se me adelantó Edward, y eso que desde esa distancia no podía escanearme la sesera. Ella no dijo nada, se limitó a acariciar su barriga con ansiedad. Cheran, pírate de ahí, le ordené.

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Sí, antes de que estas ganas urgentes de correr hacia Nessie crecieran más y se hicieran más fuertes. De acuerdo, obedeció él, echando a andar hacia el vestíbulo. Ni siquiera me dio tiempo de ver la cara de Nessie por última vez. Mierda. Mientras él salía de mi casa, me conecté con el resto. Ahora mi cocorota era un bullicio de pensamientos diferentes. Lo mejor era que intentara relajarme un poco antes de que Doc y los demás nos trajeran la cena. Mañana tenía que estar centrado. Caminé un poco y me eché junto a la misma roca en la que había estado con Nessie no hace tanto. Intenté pensar en otras cosas, sin embargo, no podía quitármela de la cabeza, ni a ella ni a mi pequeño Anthony. Anthony. Tenía que reconocer que al principio ese nombre no estaba entre mis favoritos, y encima me acababa de enterar de que era el segundo nombre de mi suegro, pero ahora era muy diferente. Ahora era el nombre de mi hijo, y eso ya hacía que fuera el nombre más bonito del mundo para mí. Apoyé la cabeza en el suelo y me quedé pensando en él, en Nessie, en lo que iba a ser nuestra vida cuando por fin le tuviéramos en los brazos. Eso sirvió para que me tranquilizase algo. Aunque sabía que iba a ser por poco tiempo.

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MENUDO PANORAMA QUE TENGO DELANTE No pude pegar ojo en toda la noche. Mi cerebro era una ensalada compuesta por un poco de nerviosismo, otro de inquietud, un manojo de histerismo y un trozo de angustia, todo ello aliñado con esta enorme preocupación, incertidumbre, ansiedad… En fin, una ensalada completa cuyos ingredientes principales eran Nessie y Anthony. Toda la manada habíamos descansado en nuestra forma lobuna, aunque ninguno de nosotros pudo dormir. Con tanto chupasangres non grato alrededor era imposible. Pusimos las patas en marcha enseguida, una hora antes de que fuera a salir el sol. Por supuesto, todos los vampiros ya estaban pululando por allí. La Pitufina se acercó a Doc y supuse que era para hablar de la batalla, así que me fui a la arboleda a cambiar de fase y me acerqué a ellos en mi forma humana. ―¿Estáis organizando los grupos? ―quise saber, nada más llegar. ―Así es ―asintió Carlisle. ―Vale, quiero a cuatro de mis lobos en cada cueva ―propuse, firme―. Da lo mismo la repartición, todos son buenos luchando. La rubia canija puso mala cara, pero no abrió el pico. Chica lista. En cambio, Quil y Paul se quedaron encantados con mi contestación, levantaron sus cabezotas, todos contentos. ―De acuerdo ―asintió Carlisle. Luego, siguió con lo que estaban hablando―. Como acordamos ayer, la segunda y tercera cueva estarán cubiertas con un grupo de once miembros cada una, mientras que la cuarta cueva lo estará con un grupo de doce ―empezó a explicar―. Nosotros somos once, por tanto, tocamos a tres en la segunda cueva y a cuatro en cada una de las dos restantes. Nuestro aquelarre y nuestros

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amigos hemos pensado en repartirnos de la siguiente forma: Teresa, al ser la que menos experiencia tiene, estaría en la segunda cueva, junto con Ezequiel y Eleazar; la tercera cueva estaría cubierta por Garrett, Kate, Esme y yo; y la cuarta cueva por Jasper, Alice, Rosalie y Emmett. Este último sonrió con satisfacción, por haberle puesto en la última cueva. ―Gracias por situar a Teresa en el primer grupo, Carlisle ―le agradeció el mago. ―Sí, gracias ―le acompasó ella, sonriendo al doctor. ―De nada ―asintió Doc. Ezequiel y Jasper le habían enseñado alguna técnica de lucha, bueno, nada reseñable, solamente elementos de autodefensa y cosas por el estilo, y encima, Teresa era tan afable, que se le daba fatal eso de pelear. Le daba pena todo el mundo, y así no íbamos a ninguna parte. Yo me había pasado mi desvelo entreteniéndome con ese panorama. ―No tenemos ningún inconveniente en vuestra organización ―aceptó la Pitufina, con sus aires petulantes de siempre―. Nosotros nos distribuiremos de la siguiente manera: Demetri, Gustavo, Fabio y Habika estarán en la segunda cueva ―los nombres que no conocía eran de los matones de Thiago, el último de la Naomi Campbell, claro―; Thiago, João y André estarán en la tercera; y Alec, Felix, Enguerrand y yo en la cuarta. ―Bien ―aprobó Carlisle. ―Espero que la palabra de Aro se cumpla y Ezequiel sea incluido en el tratado ―le advertí a la rubia enana. La había escuchado hablar con él cuando le había llamado con su móvil, anoche, y después ella me había comunicado que su maestro daba su palabra. El mencionado y Teresa la miraron, expectantes. ―Ya te lo dije. Aro será infinitamente indulgente en este caso, dadas las circunstancias y tus condiciones ―me confirmó ella, no sin una pizca de resentimiento y disconformidad―. Mi maestro ha dado su palabra, y él siempre la cumple. ―Más le vale ―amenacé, mirándola de igual modo. ―Así será ―aseguró ella, seria y contundente. Mantuve la misma mirada durante un par de segundos. Después, suspiré.

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―Pues si no hay más que decir, es mejor que nos piremos a esa batalla ya ―sugerí―. Cuanto antes terminemos con esto, mejor. Antes estaría con mi familia. ―Estoy contigo ―coincidió Emmett, que el muy feliz no podía sonreír más y con más entusiasmo. ―Vayamos a por esos licántropos ―le siguió Jasper, aunque éste con menos efusividad, ya sabes, con esa finura típica suya. ―Vale, voy a cambiar de fase. Salí pitando de allí y me dirigí a esa dichosa arboleda de nuevo. Me quedé en bolas, até mi ropa a la cinta, le eché un último vistazo a mi anillo y llevé la lengua de fuego por mi espalda para la metamorfosis. En un santiamén, ya estaba corriendo como lobo hacia el claro. Quil, Embry, Michael y Nathan, os quiero en la segunda cueva, empecé a ordenar según caminaba hacia ellos. Seth, Leah, Collin y Jared, en la tercera; y Sam, Shubael, Isaac y Paul, en la cuarta. ¿De acuerdo? Todos acataron la orden en su mente. Me detuve junto a los Cullen y le hice una señal con la cabeza a Carlisle. ―Nos encontraremos en las cuevas ―afirmó. Asentí. Vamos, le dije a mi manada, ya echando la pata hacia delante para iniciar una carrera. Y eso hicimos todos. En un diminuto segundo, todos nos dividimos, lobos, chupasangres buenos y chupasangres malos, y echamos a galopar, formando los grupos automáticamente. Cada grupo tomó su camino, y yo me piré por mi lado en solitario, dirigiéndome al trayecto por donde se llegaba a la primera cueva. El sol todavía no había salido, pero el firmamento ya empezaba a adquirir un sombrío color malva oscuro, señal de que el proceso del amanecer no iba a tardar mucho en iniciarse. Calculé una hora para que lo hiciera. Mis músculos, huesos y tendones trabajaban sin descanso para llegar a esa dichosa cueva lo antes posible, y mis patas se hundían en esa tierra con precipitación. Quería terminar con esta porquería cuanto antes para irme a casa, junto a Nessie y Anthony. Esperaba que Edward estuviera atento a todo lo que sucedía aquí, pero que lo estuviera más con lo que pasaba por allí. Cheran, ¿cómo va todo por casa?, quise saber.

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Hola, Jake. Bien, todo bien. Por aquí todo está tranquilo. ¿Nessie está bien? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Duerme? Pues no lo sé, tío, porque llevo patrullando alrededor de vuestra casa toda la noche y no he entrado dentro, confesó. Supongo que estará durmiendo. ¿Quieres que entre y lo compruebe? No, no, déjalo, si estaba durmiendo, no quería que se despertase. Mejor sigue rondando por ahí fuera. De acuerdo. Si hay alguna novedad, ya sabes, avísame de inmediato, le pedí. A la orden. Daniel, ¿qué tal por el bosque?, seguí preguntando. Un aburrimiento, respondió. Por aquí podría pasear Bambi tranquilamente. Bien, aprobé. ¿Y vosotros, Brady? ¿Algún nómada? Nah, un par de ellos, nada que no pudiéramos controlar con facilidad, me contestó. Ya hemos quemado la porquería y todo. Vale. Bueno, os digo lo mismo que a Cheran. Si hay alguna novedad, por pequeña que sea, decídmela. De acuerdo, asintió Brady. Cuenta con ello, secundó Daniel. Respiré hondo y continué mi trayecto en silencio. Bueno, en silencio era un decir, claro, porque mi sesera era todo un cóctel de pensamientos diversos. Entre los míos y los de toda la manada, esto era un caos total. Uf, menos mal que estaba acostumbrado. Cada uno iba a su bola. Algunos de mis hermanos estaban concentrados en la batalla, otros ―la mayoría― iban pensando en lo molesto que era ir con los chupasangres de Volterra, y luego estaba Quil, que no hacía más que darle vueltas a algún asunto con Claire. Nadie sabía de qué se trataba con seguridad, ya que él mismo no quería pensar en el tema, pero todos sabíamos que había pasado algo, porque, aunque él no quería recordarlo, ese asunto que le preocupaba no hacía más que rondarle por la cabeza. Eso sí, todos pasamos de preguntarle. Si él no quería pensar en ello, ninguno íbamos a obligarle a hacerlo. Ya nos lo contaría, o en algún momento se le escaparía, lo cual era mucho mejor y más divertido, porque así le pillabas in fraganti. Te estoy oyendo…, me advirtió Quil. Uy. ¿Qué te ha pasado con Claire?, le pregunté sin más rodeos.

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Automáticamente, toda la manada puso la antena, incluso los que se habían quedado en la tribu. Quil gruñó. Ahora no, ya te lo contaré, contestó, malhumorado. Vale, vale. Qué carácter. Bueno, pues nada, si no me lo quería contar, tendría que seguir a lo mío. Y eso hice. Continué galopando a todo lo que daban mis patas por ese terreno que ya era totalmente empedrado y que también empezaba a ser empinado. Me fijé en ese arroyo que estaba buscando. Según el mapa, a partir de aquí debía dirigirme hacia el este, así que viré un poco hacia mi derecha para seguir corriendo. La rubia enana tenía razón. La montaña ya se hacía de notar y me daba la bienvenida con sus cuestas escarpadas. En fin, qué se le iba a hacer, era un lobo, no una cabra, así que por esta zona ya me costaba moverme bastante. Genial. La pared rocosa me iba plantando salientes de vez en cuando, lo cual resultaba un alivio, ya que podía ir escalando por ellos con más facilidad, aunque mis zarpas no estaban hechas para el alpinismo, la verdad. La cosa se puso tan difícil, que llegué incluso a plantearme el seguir en mi forma humana durante un rato para poder ascender con la ayuda de mis manos, pero después la montaña me dio un respiro y esa zona tan escarpada se allanó un poco. Muy poco, sí, pero lo suficiente como para que mis patas se las arreglaran mejor. Pensé en que esos bichos tenían que ser muy hábiles, si habían podido escalar por aquí, pero no sé qué se esperaba el idiota de mí. Eran capaces de moverse por los árboles como si fueran monos, ¿no? ¿Cómo no iban a poder subir por una montaña? Tenían manos con las que agarrarse bien, no eran como yo. Ya me quedaba poco para llegar a la primera cueva, y podía ver a través de los demás ojos que a ellos tampoco les quedaba mucho para llegar a las otras. El cielo ya era de un violeta más claro, ahora sí que estaba comenzando a amanecer, aunque la oscuridad todavía lo cubría todo. Llevaba una hora de arduo trayecto. Por fin, encontré una especie de camino. Era muy estrecho, y la propia montaña lo atosigaba más con esas paredes verticales llenas de salientes, resaltes y relieves que parecía que se te iban a caer encima y espachurrarte, pero me las arreglé para poder moverme por ahí.

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Lo que se veía desde mi posición era mejor no mirarlo. La altura ya era imponente, si no fuera porque la senda por la que trotaba era tan estrecha y peligrosa, serían unas vistas espectaculares. Se veía todo el Parque Nacional de Olympic a vista de pájaro, con todos sus árboles y bosques a tamaño miniatura, lo que pasa es que, claro, cuando uno va moviéndose por un caminito por el que te tiemblan las patas, ese paisaje pasa a ser escalofriante, y encima, todavía estaba oscuro. Mientras me movía por ese maldito camino, no dejaba de pensar en Nessie y en el bebé. No podía quitármelos de la cabeza, ni tampoco la idea de que no estaban protegidos del todo. Sí, vale, con Edward y Bella estaban muy seguros, no se los podía confiar a nadie mejor que a ellos, eso lo sabía muy bien, por eso le había pedido a Edward que se marcharan con Nessie, pero no podía olvidar que si esos malditos magos aparecían por allí con alguno de sus trucos, ellos no iban a poder pararles los pies. Eso era lo que machacaba mis sesos, eso era lo que hacía parpadear esta luz de emergencia de mi cerebro sin descanso, lo que me tenía histérico, neurótico y preocupado. A lo único a lo que me podía aferrar era a la idea de que eran unas horas y que yo llegaría junto a mi familia antes de que esos desgraciados magos descubrieran que yo no estaba y se les ocurriese acercarse por allí. Tenía que agarrarme a eso, aunque, para ser sincero, me costaba un triunfo. Mierda. Intenté centrarme en mi misión, porque tenía que hacerlo, si terminaba con esos licántropos pronto, más pronto llegaría a casa. Jake, vamos a entrar en la tercera cueva, me anunció Leah, y sus pupilas así me lo mostraban. Vale. Tened cuidado, y no olvidéis las técnicas que nos ha enseñado Jasper. Tranqui, está todo controlado, presumió Jared. Mejor no escupas tan arriba y concéntrate en lo que tienes que hacer, le aconsejé. Nosotros también hemos llegado a la segunda cueva. Vamos a entrar, me reveló Quil acto seguido. Bien, os digo lo mismo. ¡Ya estamos en la cuarta, Jake!, dijo Sam de pronto, con prisas. ¡Esa Jane ha entrado sin esperar a nadie y hemos tenido que hacer lo mismo para que no nos estropease el factor sorpresa! ¡Maldición!

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Se vio un licántropo enorme justo delante de él y cómo el lobo negro lo esquivaba. Estúpida, farfullé, enfadado. Pasad de ella e ir a lo vuestro, será lo mejor. ¡Eso estamos haciendo!, respondió Paul, también cabreado. Zigzagueó con uno de esos movimientos de Jasper y consiguió que el licántropo que se le venía encima no le arrease un buen mamporro en la cabeza. Ugh, madre mía. Menos mal que yo lo tenía más fácil. Pero ellos no, así que aceleré. El resto de ojos comenzaron a mostrarme las diferentes peleas que ya estaban teniendo lugar en cada una de las cuevas. Habían pillado a los licántropos totalmente por sorpresa, tal y como teníamos previsto, aunque eso no evitaba que éstos supieran defenderse, y se defendían muy bien. No me dio tiempo de verlos a todos, aunque sí a alguno. Pude ver a Emmett en un cuerpo a cuerpo con uno de esos bichos. El muy bestia era casi tan grande como ellos, y la lucha estaba muy igualada. No era así con Alice. Ella era tan menuda y parecía tan frágil, que daba la sensación de que la iban a aplastar con una sola mano. Ella no podía utilizar su don contra ellos, pero, vaya, tenía que reconocer que la pequeñaja no se manejaba nada mal. Bueno, y Jasper estaba muy atento, todo había que decirlo. La Barbie era una auténtica máquina, no me extraña que Em estuviera tan orgulloso de ella, porque pegaba unas patadas de infarto. Los Pitufos sabían pelear bien, y eran tan canijos, que creo que algún licántropo que otro ni los veía. Cuando se daban cuenta, miraban hacia abajo y se encontraban con Hansel y Gretel. Ezequiel protegía a Teresa de algunos golpes gracias a sus hechizos, aunque éstos parecían desvanecerse como el humo con esos licántropos. Era como echarles harina. Les molestaba sí, pero enseguida se pasaba ese efecto, así que los hechizos no servían para nada. Tenía que darme prisa. ¡No os preocupéis!, les calmé. ¡Estaré allí pronto! Tenía que aniquilar a los licántropos de la primera cueva enseguida para ir hacia las otras inmediatamente. Aún así, me pasé la torta de tiempo recorriendo ese camino angosto que cada vez era más empinado e incómodo debido a los numerosos peñascos que sobresalían de la pared rocosa y que se alzaban por encima de mi cabeza. Incluso la mañana ya estaba llegando, trayendo consigo

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más claridad, aunque el día se anunciaba nublado, por lo que estaba tardando más en amanecer. Pero finalmente llegué a mi objetivo. La cueva se divisaba a unos cuantos metros, y el camino llevaba directamente a su boca. No había ningún otro acceso más, y esa senda terminaba justo en la caverna. La entrada, en forma triangular, era bastante grande y alta, y también estaba llena de salientes que le conferían un aspecto muy tétrico. La luz azulada de la madrugada no ayudaba nada, envolvía las paredes, tiñéndolas, además, de zonas oscuras, dándole a la cueva un aspecto todavía más sombrío. Menudo panorama que tenía delante. Reduje la velocidad y seguí mi camino, agazapado. Ya he llegado, voy a entrar en la cueva, les comuniqué a los demás. ¡De acuerdo!, pudo responderme Leah, que ya le estaba clavando los dientes a uno de esos licántropos en el brazo. Se escuchó el alarido de ese bicho claramente cuando se lo arrancó de cuajo. Bueno, eso era un punto para la loba, pero hasta que no le arrancase la cabeza, no habría ganado la pelea. Me percaté de que Vladimir y Stefan no se encontraban en ninguna de esas cuevas, así que debían de estar en la mía. Genial. Mira tú por donde me iba a tocar el premio gordo. Por fin, llegué a la dichosa cueva. Ahora era mi turno. Entraría de improviso y los fulminaría a todos con un ataque de mi elipse, incluidos esos detestables rumanos. Se iban a enterar. Ellos querían secuestrar a mi ángel para utilizarlo, y tal vez matarlo… Fue pensar en esto último y un sentimiento de ira barrió mi cuerpo completamente. Les iba a aniquilar a todos, sí, pero con ellos iba a tomarme más tiempo, porque esos rumanos eran los verdaderos culpables de esto. Los licántropos eran unos mandados, al fin y al cabo. Me acerqué a la boca de la cueva, me agazapé más y, de un salto rápido y contundente, impulsivo, me planté dentro. Cual fue mi sorpresa cuando vi que estaba vacía. ¿Qué demonios era esto? ¿Dónde estaban esos malditos rumanos y sus licántropos? La cueva apestaba a amoniaco y a ese ácido olor a chupasangres, por lo que habían estado allí, y no hace mucho, porque la peste era reciente. Muy reciente.

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Jake, ¿qué ocurre?, quiso saber Quil, que seguía esquivando a diestro y siniestro. Parece que no hay nadie, pero la peste que hay aquí es reciente, desvelé. Voy a mirar, a ver si veo algo. Ten cuidado, me dijo Seth, desde su otra cueva. Me adentré un poco, para inspeccionar la caverna, podía ser que estuvieran escondidos más adentro. No tenía ningún miedo, ya que erigí mi círculo de luz brillante instantáneamente para protegerme. Con ese escudo no podían hacerme absolutamente nada. La oscuridad hacía de ese sitio un lugar totalmente lúgubre, pero mis pupilas se adaptaron enseguida a esa situación. Mis ojos estaban bien preparados para ver en la noche. Mis patas empezaron a pisar el agua que sudaban las paredes y que terminaba en el suelo a modo de un alargado charco estanco. Éste se extendía a lo largo de la cueva como si fuese una alfombra y podían escucharse los continuos goteos del agua cuando caían sobre la misma. También se oía otro ruido de agua, como el de una catarata, aunque era bastante lejano. Eso, y el suave viento que rozaba la boca de la cueva, era lo único que se escuchaba. Sin embargo, me di cuenta de una cosa. Había corriente, y me fijé en que el aire que soplaba en la entrada no lo hacía porque entrara, sino porque salía. El continuo viento circulaba en dirección a la boca de la cueva, por lo que deduje que tenía que haber otra salida. Puede que Vladimir, Stefan y los licántropos me descubrieran y salieran por ahí, aunque tenía que ser muy cauto, porque también cabía la posibilidad de que me estuvieran esperando a escondidas. Apreté la dentadura. Caminé con extremada precaución, tratando de que mis grandes zarpas no hicieran ruido con el agua que pisaban. La cueva parecía un túnel al principio, pero a medida que avanzaba, se iba abriendo más y más, hasta que se volvió un lugar amplio, lleno de estalactitas y estalagmitas, cuyos techos rocosos de color ambarino eran enormes y se desplegaban unos diez metros por encima del suelo, creando una especie de estancias cavernícolas. Olisqueé el aire, intentando seguir ese asqueroso olor que ya se parecía más al hedor. Puaj, era insoportable. De repente, se escuchó un chasquido a mis espaldas que me hizo girar la cabeza súbitamente, pero no me dio tiempo a más. Cuando quise darme cuenta, algo saltó sobre mí.

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¡¿Y A MÍ QUÉ DEMONIOS ME IMPORTA EL PODER?! ¡Mierda! Con precipitación y sobresalto, extendí mi círculo de luz brillante, haciéndolo más grande. Fue un acto reflejo estúpido, porque ya lo había erigido al principio y todo yo estaba metido en esa burbuja refulgente, pero fue instintivo. Mi sorpresa fue enorme cuando vi cómo un mogollón de simples murciélagos se estampaban contra mi círculo. Sí, unos murciélagos. Maldita sea, ¿sería idiota? Pues menudo susto me habían dado. Tuvieron suerte de que no hubiera calentado mi círculo para volverlo de fuego, si no, toda la manada hubiéramos tenido murciélago a la parrilla para almorzar. Bueno, no, porque estos bichos eran bien feos, pero tenían un alma pura y reluciente. Los oportunos murciélagos chillaban y chocaban contra mi burbuja brillante, pasando a mi alrededor a toda velocidad, pero sin rozarme ni uno sólo de mis pelos, porque era como si estuviera protegido con un cristal circular, el cual bordeaban, completamente perdidos. Me dio por recordar aquella anécdota de Nessie y los murciélagos, cuando había tenido que llevarla a esa montaña de Canadá para deshacernos de los hechizos que nos habían puesto esos malditos magos. Nos habíamos metido en aquella cueva para pasar la noche y los murciélagos nos habían asaltado, como a mí ahora. Menudo teatro que había hecho Nessie, y todo para que el idiota de mí reaccionase. Menos mal que después habíamos terminado enrollándonos en esa misma cueva y había abierto los ojos. ¡Jake, ¿qué ha pasado?!, quiso saber Quil, alarmado, aunque él seguía luchando con uno de esos enormes licántropos.

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Salí de mi momentánea nube al instante. Vale, no era el momento más apropiado para andar de recuerditos, pero qué quieres, no podía quitarme a Nessie de la cabeza, ni siquiera en momentos como este, y cualquier cosa la traía a mi mente. Nada, sólo eran unos malditos murciélagos, le revelé mientras veía cómo esos bichos se perdían de mi vista. Voy a seguir inspeccionando la cueva. Ten cuidado. Continué caminando sigilosamente por esa cavidad que se abría paso por dentro de la montaña, pisando esa agua helada. Los enormes huecos que se iban presentando ante mí y que formaban la misma caverna se extendían hacia arriba, formando una irregular y alta cúpula repleta de esas delgadas formaciones de piedra calcárea que colgaban del techo como afiladas lanzas. Esas retorcidas y amenazantes estalactitas parecía que se te iban a caer encima, de veras. El suelo también estaba lleno de las prehistóricas estalagmitas que despuntaban hacia arriba, pero no por el charco por el que yo caminaba. El sonido de lo que a mí me parecía una cascada cada vez se escuchaba más cerca, según iba avanzando, sin embargo, todavía no alcanzaba a verla. Ya empezaba a desesperarme. Todavía no había encontrado a esos desgraciados de Vladimir y Stefan, ni a sus licántropos, pero lo que me mosqueaba es que la caverna atufaba a ellos por todas partes, así que habían estado aquí no hace mucho tiempo. Lo malo es que yo tenía que encontrarlos para aniquilarlos y marcharme volando hacia la segunda cueva. Todos los demás ya estaban luchando, y no podía demorarme más. Entonces, escuché un ruido. Fue muy sutil, casi imperceptible, pero lo oí. Me dirigí hacia allí con mucho, mucho cuidado, agazapándome como lo hace un tigre cuando caza. Y, de pronto, sucedió lo que yo esperaba. Un descomunal licántropo asomó la cabeza de su escondite para echarme un vistazo y le pillé. Uno. Ya tenía localizado a uno de quince. No era mucho, pero era mejor que nada. Mi manada estaba atenta a mis movimientos, pero también estaban muy ocupados con lo que ellos tenían delante, así que pasé de retransmitirles nada. Eso les distraería y sería peligroso, además, ya lo veían de sobra.

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Abrí mis fauces y le mostré bien la dentadura al tiempo que rugía con contundencia, dejándole claro quién era el fuerte aquí. Mi rugido atronó por toda la caverna, haciendo eco en todos los paramentos rocosos que la conformaban, y se escuchó a otra bandada de murciélagos huyendo precipitadamente por la lejana boca de la cueva. El licántropo salió de su escondrijo y ya le vi del todo. Era gigantesco, como lo eran todos estos monstruos, y ese medio y despoblado pelaje que cubría su corpulento cuerpo era de un color marrón oscuro, más bien tirando a negro. ¡Puaj, apestaba a amoniaco con ganas! Arrugué el hocico ante ese asqueroso olor, pero guardando mi compostura, claro. Su aura era malva, cómo no, y rezumaba cierto vaho azulado, señal de que por lo menos me tenía cierto temor. Él también me mostró sus puntiagudos dientes y me gruñó, aunque no me rugió. Creí que iba a enfrentarse a mí, así que preparé mi elipse, sin embargo, en vez de eso, el muy cobarde se dio la vuelta e inició una huída hacia el otro lado de la caverna. ¡Ah, no, ni hablar! ¡Y el muy cerdo corría que no veas! Eché a volar detrás de él, provocando que mis patas hicieran estallar esa agua que pisaban. ¡Maldita sea! Si fuera un lugar abierto, hubiera extendido mi elipse o mi círculo de fuego y le hubiese fulminado de pleno, pero esta caverna estaba llena de huecos y paredes que podían protegerle, y estaba claro que él sabía bien cómo utilizarlo, porque se ocultaba de lo lindo. Mientras corría detrás de él, calenté mi círculo brillante y lo transformé en otro de fuego. Ahora si salía algún licántropo más y se le ocurría intentar tocarme, saldría achicharrado al instante. Ese gusano comenzó a meterse por unos túneles de techos altos que seguían un patrón muy parecido al del resto de la cueva, sólo que no tenía estalactitas ni estalagmitas. Se movía en zigzag de galería en galería, a gran velocidad, esquivando los paramentos rocosos que las dividía mucho mejor que yo, que prácticamente me los comía todos. No tenía ni idea de a dónde demonios me llevaba, pero me daba exactamente igual, no tenía ni pizca de miedo. Me cargaría a aquel que se me pusiese por delante sólo con rozarle con mi círculo de fuego. Apreté el paso y avancé un poco más deprisa, esquivando lo que se plantaba frente a mis narices. Salimos a otro túnel en el que el pasillo era más largo. Esta era la mía. Le vi justo delante de mí, lo tenía a tiro, así que, sin perder más tiempo, erigí mi elipse y la lancé contra él.

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Cretino. Tuvo suerte. Justo cuando mi elipse le iba a azotar, hizo un quiebro para cambiar a otra galería y ésta se estampó contra la pared de roca. La piedra salió despedida en miles de pedazos. Ese monstruo se había librado por los pelos. ¡Maldita sea! El sonido del agua de la cascada sonaba cada vez más cerca, qué digo más cerca, ¡ya era inminente! ¡Ay, Dios! Cuando giré la esquina, tuve que obligar a que mis patas frenasen en seco para no salir volando. La boca de la cueva era muy irregular y no muy grande, daba al exterior, y el agua de una cascada hacía las veces de una peculiar puerta de entrada. La catarata caía de alguna parte de lo alto de la montaña y pasaba justo por delante de esta segunda entrada de la caverna. El agua caía con tanta fuerza, que solamente se veía una columna consistente en chorros de color blanco que pasaban a toda velocidad, y el ruido te ensordecía los oídos. No se veía a través de ella, así que no sabía lo que había al otro lado. ¿Dónde diablos se habría metido ese maldito licántropo? ¿El muy tarado se habría lanzado al vacío, atravesando la cascada? Jake, ¿qué pasa?, quiso saber Leah, que esquivó un derechazo de su oponente. He perdido al licántropo, le comuniqué, apretando los dientes, al tiempo que observaba la catarata con rabia. De repente, sentí un fuerte impacto en mi lomo, el golpe de una roca enorme y dura que había sido lanzada contra mí. Me empujó con potencia y me dejó sin respiración por un instante. ¡Jake!, chilló Embry. No me dio tiempo ni a contestar, y eso que solamente tenía que pensarlo. Cuando me di cuenta, estaba saliendo despedido de la cueva, atravesando la columna de agua como una auténtica bala, bueno, traspasándola del todo no, porque su potencia me empujó hacia abajo súbitamente, llevándome con ella. ¡Mierda! Fui capaz de adquirir mi forma humana durante la frenética caída libre, sin embargo, me di un buen mamporrazo en el hombro contra un saliente de la montaña. El crack ya fue todo un anuncio, pero tampoco me dio tiempo ni de sentir el punzante dolor. En menos de un latido de corazón, el final de la cascada me engulló, sumergiéndome en el agua con furia.

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Los remolinos que formaba la catarata al insertarse en el líquido acuoso me succionaban hacia dentro, como si no quisieran dejarme salir, como si quisieran retenerme ahí para siempre. Maldita sea, estaba aturdido, desorientado, ni siquiera sabía por dónde andaba, y no podía olvidar que ahora mismo estaba totalmente desprotegido, si un licántropo me atacaba en estas aguas, estaba perdido. Mi mente proyectó la imagen de Nessie irremediablemente, pero también la estampa que mi cerebro se imaginaba de Anthony. Abrí los ojos de inmediato, para ver por dónde me encontraba. El burbujeo que se movía a mi alrededor era turbulento y alocado debido a las fuertes corrientes, no se veía ni se oía más que esas malditas burbujas, por todas partes, ya empezaba a quedarme sin el poco aire que había podido coger y el dolor de mi hombro era bastante agudo, creo que lo tenía dislocado. Genial. Por suerte para mí, estaba acostumbrado a esas corrientes. Bueno, vale, no eran iguales, pero los reflujos que se forman cuando las olas se estampan contra las rocas de los acantilados de La Push, son similares, así que más o menos sabía lo que tenía que hacer para salir de ese infierno de agua. Me fijé en la dirección que seguían las burbujas, para saber dónde se encontraba la superficie. Las profundidades de la catarata me querían para ellas y no me dejaban marchar, pero las engañé. En vez de seguir a las burbujas, me sumergí más. Esa era la única manera de salir de esos endemoniados remolinos. Me costó un triunfo, y más con ese hombro, pero, ¡uf!, finalmente conseguí deshacerme de ellos buceando un poco por el fondo, y ahora sí, en cuanto dejé atrás ese torrente de la catarata, comencé a seguir el camino tomado por las burbujas, hacia la superficie. No tardé nada en llegar, puesto que la zona en la que me encontraba era menos profunda y me percaté de que ya hacía pie. Salí con energía hacia fuera y tomé una buena bocanada de ese aire que ya me urgía. Mis ojos se abrieron como platos cuando vi la estampa que tenía frente a mis narices. El día ya era claro del todo, aunque había unos nubarrones considerables que lo hacían oscuro. Los licántropos que me tocaban en esta primera cueva estaban repartidos entre las dos orillas del río en el que me encontraba, todos me miraban fijamente, inmóviles, agazapados, como si estuviesen esperando a mi reacción para actuar. Hice un rápido

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recuento mental. Eran quince. Su líder, con ese pelaje gris, estaba en cabeza, pero faltaban Vladimir y Stefan. La peste a amoniaco ya lo invadía todo. El agua del río me llegaba a la cintura y su corriente era fuerte, pero no tanto como para que me arrastrase, pues podía mantenerme en pie perfectamente, y lo mismo me sucedía en mi forma lobuna. ―¿Qué haces en mi territorio? ―habló el líder de los licántropos, con esa voz gutural que retumbaba en su garganta, antes de que me decidiera a cambiar de fase. Vaya, parece ser que todavía no sabía que las otras cuevas habían sido invadidas por nosotros. ―Este no es tu territorio ―le dejé claro. ―¿Acaso has venido a reclamármelo? Los gruñidos de los licántropos se repartieron por todas partes, aunque el ruido de la cascada que tenía a mis espaldas los tapaba un poco. ―Te repito que este no es tu territorio, sino el mío, así que no tengo que reclamarte nada ―afirmé, clavándole una mirada amenazante. Sus peludos y enormes compañeros volvieron a protestar, pero me dio exactamente igual. Ahora mismo no podía perder más tiempo con charlas estúpidas, así que fui directamente al grano―. Vengo a mataros ―gruñí, aumentando mi agresividad. Las protestas pasaron a ser rugidos en toda regla y esos monstruos se agacharon más, preparándose para lanzarse sobre mí. Observé la roca que tenía a mi lado, con rapidez. Antes tenía que colocarme el hombro para poder transformarme. La verdad es que me dolía a horrores, casi no podía ni moverlo, pero guardé la compostura para que no sospechasen nada. El hueso ya estaba empezando a solidificarse, pero si entraba en fase, se soldaría mal y tendría problemas. El líder de los licántropos me miró fijamente durante un instante con esos ojos amarillos reflectantes y después alzó la mano para detener a sus compañeros. Éstos obedecieron al instante, aunque no cesaron en sus gruñidos. No me fiaba ni un pelo de ellos. Estaba claro que me habían visto venir y me habían conducido aquí para algo. Seguramente querían tenderme una trampa. Tenía que estar alerta. ―Así que ya te has enterado de nuestros planes ―soltó el licántropo, observándome con atención. Me percaté de que también lo hacía con mucha prudencia. Más le valía―. Veo que la guardia de los Vulturis hace muy bien su trabajo.

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―No la tocaréis un pelo, ni a mi hijo tampoco ―aseguré, machacando mis muelas con cólera―. No permitiré que nadie les haga daño. ―Nosotros sólo cumplimos órdenes ―alegó, mirándome con más cautela, diría que incluso con cierto respeto―. No nos gusta meternos con otros lobos, y siempre procuramos evitarlo, pero solamente hacemos nuestro trabajo. Si estamos aquí hablando contigo, es por eso. ―Me importa una mierda ―bufé, ya lleno de convulsiones―. Me cargaré a aquel que intente llevársela. ―Esto es necesario, Gran Lobo, tu esposa y tu hijo son un alto precio a pagar, pero merecerá la pena cuando se la entreguemos a Razvan ―se atrevió a decir. ―¡¿Cómo dices?! ―grité, y mis temblores se volvieron casi espasmódicos. ¡¿De qué demonios me estaba hablando?! ¡¿Se la iban a entregar a Razvan?! ―Él se marchará con ella y ese trío de magos romperá su alianza. Eso les hará débiles y podremos vencerles ―siguió desvelando―. Sabemos que ella es lo único que Razvan aceptará como pago. ―¡¿Vuestro plan es entregársela a Razvan para hacer un intercambio?! ―no podía creerlo, estaba fuera de mí. ―El trato con Razvan ya está hecho. Solamente queda sellarlo y finiquitarlo con la entrega de tu esposa ―admitió, hablando con un tono monocorde. Esto no es lo que nos había dicho exactamente la Pitufina. Solamente nos había dicho que Vladimir y Stefan querían secuestrar a Nessie para delatar a Razvan y que así se rompiera la alianza de los tres magos. Sólo así los licántropos serían resistentes a su magia, ya que no sería una magia hecha por tres magos, sino por dos, y eso era suficiente para que los licántropos fueran inmunes. Pero ahora descubría que, además de eso, lo que planeaban esos desgraciados rumanos era hacer un trueque con Razvan para que éste desapareciera del mapa. Era una manera de cerciorarse de que esa alianza se rompía, y al parecer, ya habían tenido contacto con ese malnacido. Rechiné las muelas con más que ira. Podía ser que la Pitufina nos hubiese engañado, o quizá en realidad desconocía ese dato, porque Edward no había detectado nada en la mente de la canija. ―¡Nadie cerrará ningún trato con mi mujer! ―voceé, con cólera. Los licántropos se miraron unos a otros, inquietos.

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―Para Razvan tu esposa es la única moneda de cambio ―osó a decir. ¡Maldito miserable! ¡Esto era el colmo! ¡Una palabra más y lo mataría con mis propias manos! ―Uníos a nosotros ―dijo de pronto, levantando ese mentón cuadrado poblado de esa extraña barba gris que cubría toda su asquerosa cara―. Juntos, dominaríamos el mundo entero. ―¡¿Qué mierda estás diciendo?! ―Has hecho una alianza con el bando equivocado ―siguió―. Los Vulturis ya forman parte del pasado. El futuro es de Vladimir, Stefan y los licántropos de nuestra especie. Si tú y tu manada os unís a nuestro bando, seremos completamente invencibles. El mundo será nuestro. ¡¿Pero qué coño decía?! ¡¿Estaba loco o qué?! ―Yo no pienso unirme a ningún bando ―mascullé, con ira contenida―. ¡Y tampoco soy el aliado de nadie! ―voceé acto seguido, iracundo. El fuego ya recorría mi espalda con ansias y toda mi fibra lupina me pedía a gritos que la dejase salir de una vez. ―Piénsalo, Gran Lobo. Tendríamos el poder, seríamos los seres más poderosos del mundo ―insistió ese estúpido, con algo de nerviosismo al ver mi negativa. ¿Pero qué cuernos les pasaba a todos estos cretinos con el poder? ¿Es que había un virus o algo así? ¿Y por qué todos querían meterme a mí en el medio? Vale, era el Gran Lobo. Maldita sea, ¡maldita sea mil veces! Estaba mejor cuando era un lobo normal. A mí me importaba una mierda todo eso del poder, lo único que yo quería era vivir tranquilamente con mi familia. ―¡Me importa una mierda todo eso del poder, ¿me oyes?! ¡Lo único que quiero es que nos dejéis vivir en paz de una maldita vez! ―le grité, ya sin aguantarme. ―Si te unieras a nosotros, ya no nos haría falta hacernos con tu esposa para entregársela a Razvan ―intentó convencerme, ahora usando un tono amenazante que hizo que la lengua de fuego comenzase a recorrer mi columna vertebral, sin vuelta atrás. ―¡Jamás me uniré a nadie! ¡Y jamás permitiré que os llevéis a mi mujer! ―rugí ya, echándome hacia delante. En un abrir y cerrar de ojos, todos los licántropos se replegaron hacia atrás, gruñendo con pavor, incluido ese cobardica de su líder. Entretanto, y con igual rapidez, lo primero que hice fue estampar mi hombro en la

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roca que yacía frente a mí para recolocármelo. Escuché y, sobre todo, sentí otro crack. El dolor fue intenso y tuve que apretar bien los dientes para no gritar, pero la furia me cegaba tanto, que lo superé sin problemas. Acto seguido, me transformé en el mismo río. Mi peso y mi tamaño hacían que me mantuviera erguido sin problemas entre esa corriente de agua. Mi cabeza se llenó de todos los pensamientos de mi manada, todos estaban preguntándose qué narices me había pasado, si estaría bien, y estaban preocupados por mi desconexión. ¡Estoy bien!, les comuniqué al tiempo que erigía mi círculo de luz brillante y lo volvía de fuego. No tenía tiempo para más explicaciones, ya lo verían en mi cabeza. Era hora de trabajar. Los bordes del río se convirtieron en un caos total. Los licántropos iniciaron una huída desesperada para tratar de esconderse en las rocas más cercanas. Malditos cobardes. Sus vahos azulados rezumaban por encima de sus cabezas, sabían de sobra que este podía ser su fin. Y lo iba a ser. ¡Malditos! Querían entregársela a Razvan. ¡No lo permitiría! ¡Jamás! No me hacía falta ni moverme del sitio. Sin más dilación, bombeé el círculo de fuego hacia fuera, extendiéndolo en redondo, como si se tratase de la onda expansiva de una bomba nuclear. Podía ver todas las almas malvas perfectamente, y mi círculo de fuego alcanzó unas cuantas en la primera tirada. ¡Bingo! Ya me había cargado a seis. Solamente me quedaban nueve, entre los que se encontraba su líder. Éstos se habían ocultado en unas zanjas naturales que quedaban en la tierra que bordeaba el río. Eso les había salvado de mi primer ataque, pero no lo haría con mi elipse, ya que ésta sí que podía manejarla y llevarla a todos los rincones que quisiese. Cambié el círculo por la elipse en un santiamén. Sin embargo, cuando estaba a punto de lanzarla hacia el primer hoyo, algo volvió a saltar sobre mí. Y esta vez no eran murciélagos.

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NO, AHORA MISMO NO PODÍA PERDER EL TIEMPO CON ESO En cuanto escuché el inicio de ese repentino estrépito, miré hacia arriba con precipitación. Un montón de rocas y pedruscos venían hacia mí desde lo alto de la montaña. El río se encontraba entre dos laderas rocosas, y ese mogollón de enormes bloques de piedras rodaban por una de ellas a toda velocidad para caérseme justo encima. ¡Y pesaban tanto, que venían como auténticos torpedos! ¡Ya las tenía sobre mí! ¡Mierda! Mi primer acto reflejo fue intentar apartarme, así que, con rapidez, pegué un salto hacia la orilla para esquivar esos endiablados pedruscos. Mi intención era crear mi barrera de fuego a la vez, sin embargo, uno de los monolitos se me adelantó y me alcanzó, colisionando en mi cabeza. Me estampé de morros en ese terreno de tierra y cantos rodados que conformaban el margen del río, y la grande roca que me había golpeado se cayó a mi lado, desplazándose un par de metros más allá. El impacto fue brutal, pero antes de que empezase a sentir el mareo conseguí erigir mi círculo de luz brillante y lo calenté como el fuego inmediatamente. El resto de los enormes bloques de piedra no tardaron mucho más en llegar, pero, para mi fortuna, se estamparon contra mi barrera en llamas y se desintegraron al instante, ni siquiera sus cenizas me tocaron. ¡Jake, ¿qué pasa?! ¡Te estamos perdiendo el hilo!, escuché que me decía Embry. Y su voz sonaba tan lejana. Maldita sea, me estaba mareando…

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¡Jake, responde!, gritó Sam, también con una voz enlatada. Intenté ponerme en pie por todos los medios, pero mis patas me zarandeaban de aquí para allá como un tarambana, ni siquiera era capaz de mantener mi barrera en condiciones, así que me desplomé en el suelo otra vez. Maldición… Acto seguido, me mareé del todo y la oscuridad se cernió sobre mí. ―Nessie, ¿quieres un poco de limonada? ―escuché que le ofrecía mi viejo. ―Sí, gracias, Billy ―le contestó ella, se notaba que con una sonrisa. Yo me encontraba en mi cuarto, cambiándome de ropa, pero pude escuchar el leve jadeo de mi padre. La sonrisa de Nessie también influía, pero todavía se maravillaba al escuchar su voz, ese timbre cristalino y pueril. No era el único, claro, la propia familia de Nessie, y yo, no podíamos evitar sentir lo mismo cada vez que la escuchábamos. Últimamente, solía traer a Nessie a La Push con más asiduidad, para que ella se relacionase con gente más normal, así no podría usar tanto su don y se vería obligada a hablar. Nessie solamente tenía ocho meses, pero físicamente tenía unos seis años, y seguía sin querer comunicarse en voz alta. No quería que se convirtiera en una rara. Con Charlie tenía que utilizar su voz, sin embargo, la muy pillina trataba de hablar lo menos posible, y encima su abuelo se lo consentía todo. En cuanto Charlie veía los ojitos que le ponía Nessie porque le incomodaba hablar, ya no podía resistirse, así que con él siempre se escabullía. Reconozco que a mí también me costaba un triunfo no sucumbir cuando me clavaba los ojitos de esa forma, pero también miraba a su futuro. Nessie se haría mayor en poco tiempo, y no quería que alcanzase la edad adulta y que siguiera sin hablar, eso le iba a traer problemas. Creo que Nessie se daba cuenta del efecto que causaba el escucharla y esto le daba mucha vergüenza, pero era necesario que usara su voz y ella misma se acostumbrara a oírse. Edward prefería que Nessie empezase a comunicarse en voz alta en casa, bajo su protección y supervisión, sin embargo, para mí lo mejor era que ella se acostumbrara a hablar con gente menos conocida, para que fuera perdiendo esa vergüenza. Ya teníamos bastantes discusiones cuando le daba las lecciones de Historia a Nessie, porque con el tema de los indios no se paraba mucho; nos dejaba muy bien y eso, sí, pero no se explayaba demasiado, y yo quería que ella conociese bien la verdadera cara de la moneda, aunque, para mi desgracia, siempre tenía que aguantar

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eso que Edward me decía de que se trataba de su hija, que su educación la decidía él y bla, bla, bla. Y, claro, también habíamos tenido otras trifulcas más por culpa de esto, cómo no. Bah. Edward tampoco estaba muy conforme con que Nessie se pasara los días aquí, pero a mí me importaba un bledo, además, a ella le encantaba estar en La Push. Se oyó cómo las ruedas de la silla de Billy entraban en la cocina y después cómo cogía un vaso del mueble y vertía la limonada dentro. Cuando terminé de ponerme la camiseta, mi viejo acababa de aparcar su silla. ―Aquí tienes. ―Gracias. Cerré las puertas del armario de mi cuarto y caminé hacia la salida para dirigirme a la sala de estar. ―¿Este es Jake de pequeño? ―preguntó Nessie mientras yo ya estaba llegando a la estancia. ¿Qué estarían haciendo? ―Oh, sí. Ahí era un renacuajo ―rió Billy―. Tenía tus mismos…, bueno, tu misma edad. ―Era un niño muy guapo ―exhaló, y parecía bastante maravillada. Anda. Eso me hizo sonreír. ―Y muy travieso ―añadió mi viejo, usando un tono más bien rencoroso, seguramente al recordar alguna de mis trastadas. Entré en la sala y por fin vi lo que estaban haciendo. Nessie estaba sentada en el sofá, y a su lado se encontraba mi padre, que había estacionado la silla justo donde el brazo del asiento para poder mirar ese álbum de fotos familiar que Nessie sostenía en su regazo. Las piernas de Nessie colgaban del sofá y sus pies no llegaban al suelo, incluso el grande y viejo álbum abultaba más que ella, aunque sus brazos aguantaban las pesadas tapas de cuero marrón sin ningún esfuerzo. Sus adorables ojos observaban las fotografías con mucho interés y atención, y su boca esbozaba una de sus preciosas sonrisas. ―No hagas caso, era un angelito ―me defendí, sentándome a su lado. Y le di un beso en la cabeza. Nessie alzó el rostro para mirarme, sonriente. En cuanto vi su expresión, ya supe lo que quería hacer. Se bajó del asiento con un brinco, posando el álbum abierto en la mesa que teníamos enfrente, se giró hacia mí y se subió a mi regazo con otro ágil salto. Mis brazos ya estaban abiertos para recibirla. Se enganchó

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a mi cuello, me dio un dulce y efusivo beso en la mejilla y acto seguido apoyó la suya en mi hombro, apretando su abrazo, mimosa. Billy se rió entre dientes al ver la estampa. Sonreí y la besé en la frente. ―¿Ya te has cansado de las fotos? ―le pregunté, metiéndole el cabello detrás de la oreja. Despegó su rostro infantil de mi hombro para mirarme con una sonrisa enorme y negó con la cabeza, efusivamente. Me reí y me incliné hacia delante para coger el álbum. Ella se aferraba bien a mi cuello y su pequeño cuerpo pesaba muy poco, así que no me costó nada acceder al mismo. Lo cogí y lo posé donde antes había estado sentada Nessie, sosteniéndolo en pie con una mano para que pudiera seguir viéndolo, mientras ella ya apoyaba la mejilla en mi hombro de nuevo. ―Mira, aquí estoy en la escuela, con mis compañeros de clase ―le desvelé, sonriendo con algo de añoranza a la vez que le señalaba la fotografía con el dedo―. Sólo iba a tercer grado. ―Tenías el pelo largo ―sonrió. ―Sí, siempre lo tuve largo ―sonreí yo también―. Bueno, hasta que empecé con las transformaciones, claro, a partir de ahí ya tuve que cortármelo por comodidad. ―Los Black siempre tuvimos una buena cabellera ―presumió Billy. Nessie soltó una risilla que me sonó a música celestial. ―¿Estos son Quil y Embry? ―preguntó ella, separándose un poco de mí para indicármelos con su dedito. En cuanto lo hizo, se acomodó en mi hombro otra vez. ―Sí. Vaya pintas que tenían, ¿eh? ―me reí―. Mira Embry qué flacucho estaba. Su risa volvió a llenar la sala de estar y yo pasé la página, contento. Empecé a señalarle a los miembros de mi familia que salían en las fotografías. ―Esta es mi abuela paterna, estas son Rachel y Rebecca, Billy de joven… Mi padre frunció el ceño. ―Sigo siendo joven. ―¿Y esta mujer tan guapa? ―Nessie se despegó de mí otra vez para indicarme la fotografía, aunque no hubiera hecho falta para saber a quién se refería.

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Posó su mejilla en mi hombro una vez más y se quedó esperando mi respuesta. Billy y yo nos miramos durante un instante, los dos con nostalgia. ―Esa es mi madre ―respondí, con una voz que me salió más baja de lo que a mí me hubiera gustado. Nessie se incorporó y se quedó mirándome fijamente, con esos ojitos tan dulces. ―¿Era tu mamá? ―inquirió. ―Sí. Ya no hizo más preguntas. Era increíble, por su corta edad, pero ya sabía lo que me dolía recordar eso. Ella se entristeció por mí, lo vi en sus ojitos, sin embargo, volvió a observar la fotografía. ―Era muy guapa ―murmuró, sin dejar de mirarla―. También tenía el pelo muy largo y bonito, como tú ―giró su rostro de porcelana hacia mí para clavarme esos ojitos de nuevo―. Te pareces mucho a ella ―y desplegó una sonrisa tan tierna, que no pude evitar correspondérsela. Todavía no dejaba de sorprenderme la madurez con la que actuaba y hablaba algunas veces. Solamente tenía seis añitos, pero lo comprendía todo a la perfección, era increíble. Ver su sonrisa me alentó al instante. Porque yo tenía a mi ángel. ―¿Quieres ver una foto que tengo con tu madre? ―le propuse, sonriéndole. Ella asintió con entusiasmo, sonriente, y su mirada ya se dirigió al álbum. Pasé varias páginas. ―Aquí está ―le mostré―. Bueno, tengo varias, como ves. Mi ángel amplió su sonrisa y yo hice lo mismo con la mía. ―Esta es en el garaje ―se percató, señalándola. ―Ajá. ―Tu pelo es largo ―su carita se concentró para observar si eso que se veía por detrás era una coleta. ―Sí, eso fue justo antes de empezar con las transformaciones. ―Lo sé ―asintió, muy segura, sin dejar de mirar la foto. Me quedé observándola como un tonto. A Nessie le encantaba mirar esas fotografías de nuestro álbum familiar. Era difícil acostumbrarse a esto, a que una niña de seis años ―de ocho meses de vida reales― ya se supiera tantos detalles de mi vida, a que los grabara en su cabeza con tanta precisión. Nunca me preguntaba la misma cosa dos veces, con una

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vez que se la contara, ya la guardaba en su memoria, y parecía que lo hacía como si fuera un tesoro. Solamente me pedía que le repitiera alguna historia o anécdota que le había parecido divertida o interesante. Vale, quedaba fatal que yo lo dijera, pero Nessie mostraba un interés ferviente por mí, casi idólatra, como si yo fuera esa estrella de rock al que una fanática adora. A veces me daba la sensación de que ella también estaba imprimada de mí. Pensé en lo que había cambiado mi vida desde que ella estaba a mi lado, en todo lo que había mejorado. Sólo habían pasado ocho meses desde su nacimiento, pero Nessie había curado mi corazón por completo. Sentí un fuerte tirón en la cola. ¿Nessie me estaba tirando de la cola? Un momento. ¿Cómo me iba a tirar de la cola si estaba en mi forma humana? Entonces, me di cuenta. No era Nessie la que me estaba tirando del rabo. Salí precipitadamente de ese recuerdo que me había traído la inconsciencia al acordarme de lo que realmente estaba pasando, al recordar que eso formaba parte del pasado y que ahora estaba en el presente. Me acordé de lo que había pasado, de esa roca que me había caído en todo el tarro, haciendo que me cayera inconsciente. Y de esos asquerosos licántropos. Mis ojos se abrieron inmediatamente. El tirón de mis cuartos traseros venía dado de una fuerza mucho mayor y mi cuerpo lobuno estaba siendo arrastrado para sacarme de la orilla. ¡Malditos! Me levanté súbitamente, pillándoles por sorpresa, y, profiriendo un rugido que rebotó en las laderas de la montaña, me giré hacia el desgraciado que me estaba agarrando por la cola. ¡Jake ha vuelto!, oí que decía Cheran. Seguramente se lo estaba comunicando a Edward, y seguramente había visto ese recuerdo, como mi suegro y los demás lobos, claro. Mi manada estaba atenta a todos mis movimientos y ya estaban viendo lo que sucedía por aquí, a través de mis ojos. Yo también podía ver a través de los suyos las diferentes luchas encarnizadas que estaban teniendo con los demás licántropos. No tenía tiempo que perder. Enganché a ese desgraciado con mis dientes por el brazo y me volteé deprisa cuando dejó mi cola. Me rugió en todo el careto, expeliendo ese

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aliento más que nauseabundo, y se revolvió, pero antes de que su puño llegase a mi cara, solté mi elipse y le fulminé en una fracción de segundo. Me quedé con su peludo brazo en la boca, que fue lo único que sobrevivió, y lo escupí a un lado. Puaj. Todos los licántropos se quedaron a cuadros, y más cuando vieron el brazo tirado y las malolientes cenizas de su compañero asentadas en el suelo. Estúpidos miserables, habían intentado tenderme una trampa con ese desplome de rocas y casi lo consiguen. La cabeza todavía me dolía bastante y no me hacía falta tocarme para saber que tenía un chichón considerable. Podía sentir las palpitaciones de mis vasos sanguíneos sobre él, retumbando hacia fuera como si quisieran hacerlo estallar. Bueno, la hinchazón bajaría y la herida sanaría antes de que terminase con ellos, que iba a ser muy pronto. Rechiné las muelas. Ahora ese líder y el resto de licántropos permanecían inmóviles, observándome patidifusos. ¿Pero qué se creían? ¿Que podían reducirme con esa porquería? No me costó nada divisar al culpable de esa avalancha de rocas. El muy imbécil seguía en lo alto de la montaña y trató de esconderse, pero ya le había pillado de sobra. Ese licántropo había sido el encargado de propinarle una buena patada a un saliente de la ladera para descargar esas rocas sobre mí. Gusano… A su asqueroso vaho azul casi no le dio tiempo ni de salir por su cabeza. Sin retirar mi barrera de fuego, y de una forma automática y súbita, solté mi elipse en su dirección. Se había ocultado tras un peñón, el muy cobarde…, pero mi poder espiritual le alcanzó igualmente. Conseguí virar mi elipse a tiempo para esquivar la roca y le di de pleno. Ya le había cogido el tranquillo al manejo de mi poder espiritual, así que esto ya no era un secreto para mí. Ya me había cargado a dos más. Ahora iba a por los siguientes. ―Te estás equivocando ―osó a decir el líder de los licántropos, rechinando los dientes, aunque él con un temor que se evidenciaba con su vaho azulado―. Ahora Razvan sí que se la llevará. ¡Maldito! ¡¿Todavía seguía con su amenaza de secuestro?! ¡Licántropos de pacotilla! ¡Ya me tenían harto! Me volví hacia ellos con furia. Ya estaban tratando de escapar, los muy canallas, corrían hacia las laderas para escalarlas, seguramente para tratar de huir por algún agujero de la montaña. Y ese cobarde de su líder iba en cabeza.

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¡Ja! Ni hablar. Erigí mi círculo de fuego, encogiéndolo un poco hacia mí para que tomase más impulso, y lo solté hacia fuera con furia. Estaba más que harto de esta escoria. Se querían llevar a Nessie para entregársela a ese miserable de Razvan, y eso no lo iba a permitir. ¡Jamás! La ardiente onda expansiva se extendió vertiginosamente hasta alcanzar los taludes que circunscribían el río, esos por donde los miserables licántropos ya estaban reptando para escapar, pero a ellos también les cazó. Los alaridos fueron cortos, mi círculo de fuego los fulminó en cuanto rozó sus repulsivos cuerpos. Bien, los grupitos de cenizas ya me indicaban que tenía a cinco más que añadir a la lista. Ahora solamente me quedaban… ¿Uno? ¿Dónde demonios estaba su líder? Observé bien toda la zona, pero no había ni rastro de él, solamente estaba ese único licántropo que se había refugiado en una de las zanjas naturales del margen del río y que acababa de echar a correr hacia la montaña. ¡Maldita sea! ¡Mierda! ¡El líder había conseguido escapar! Rechiné los dientes, sin embargo, tenía que continuar con mi ataque. El único licántropo que quedaba ya estaba saltando por la ladera de la montaña y se metió por un agujero. Vale, genial. Otra vez tenía que escalar y meterme en alguna cueva. Corrí por la orilla y salté al paramento inclinado de piedra para reptar hacia la pequeña entrada de esa cueva. La zona estaba bastante empinada, así que no me quedó más remedio que brincar de saliente en saliente como pude para procurar acceder al agujero. Guay. Ahora sí que parecía una cabra. Me costó un poco, ya que la humedad que desprendía la estrepitosa catarata rociaba las paredes rocosas de su alrededor y las volvía muy resbaladizas, pero, finalmente, por fin logré llegar a la entrada de esa otra cueva. La boca de esta caverna era muy ajustada para mi cuerpo, aunque conseguí pasar por ella al agacharme y arrastrarme hacia su interior. Me sentí un poco como la niña de Alicia en el país de las maravillas cuando persigue al conejo y se mete por un agujero estrecho. En fin. El caso es que pasé. El agujero por el que había entrado era pequeño, sin embargo, el interior era muy diferente. La gruta presentaba unos techos mucho más altos que los que había visto en la caverna de antes, y éstos también estaban llenos de esas lanzas de punta calcáreas. La cueva

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era muy amplia y abierta, aunque había varios tabiques naturales de piedra que producían unas divisiones en esa enorme estancia, creando algunas cámaras diáfanas que a su vez estaban comunicadas entre sí. Ese malnacido se había escondido, pero me daba igual. Ahora ya no tenía escapatoria, en cuanto diese con él, lo aniquilaría sin cuartel. Comencé a caminar por la gruta con paso decidido, aunque discreto, para que me oyese lo menos posible. Olisqueé ese húmedo aire y después pasé a hacerlo con el rocoso suelo. Su repulsivo rastro de amoniaco era toda una señal luminosa para mí, así que lo seguí. Moví las orejas en varias direcciones, para escuchar cualquier sonido, por mínimo que fuera. Aparte de la cascada de fuera, de los apresurados y rítmicos latidos de los murciélagos que habitaban aquí y de los goteos incesantes que se repartían por toda la caverna, no se oía nada más. Avancé lentamente y poco a poco fui rastreando esa zona. De pronto, me percaté de algo. Una luz malva salía de detrás de uno de los tabiques naturales de piedra, y no sólo eso, un vaho azulado rezumaba hasta la cúpula de estalactitas. Me agazapé, me preparé y tensé los músculos de mis patas traseras al tiempo que machacaba las muelas y clavaba la mirada en ese punto fijo. Tomé impulso y me abalancé en esa dirección. Rugí adrede para hacer saltar a ese desgraciado mientras mis cuatro patas ya aterrizaban en el suelo. El licántropo salió de su escondite, pero, para mi sorpresa, no huyó, sino que se lanzó a por mí. Bueno, por lo menos el tipo lo intentaba. Aunque de nada le iba a servir. Se estampó contra mí y caímos rodando varios metros. Comenzamos un forcejeo en el que no faltaron los fuertes chasquidos de nuestras fauces cuando tratábamos de hincarnos el diente, y los rugidos que nuestras gargantas emitían con saña y que hacían eco por todas partes. Mi cuerpo dejó de girar cuando mi costado chocó contra una de las tantas estalagmitas que colonizaban el suelo pétreo. Ese condenado estaba encima de mí y no me dejaba levantarme, además, pesaba como un muerto. Iba a erigir mi círculo de fuego, pero antes de que me diera tiempo, ese malnacido me clavó las cuchillas de una de sus garras. Por fortuna, pude girarme a tiempo para que no lo hiciera en el corazón, que era su objetivo, aunque, aún así, me pinchó bien. Gemí de dolor cuando las sacó de mi carne, puesto que éste era

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insoportable. Sus sucias y afiladas cuchillas se habían incrustado a fondo en mi costado. ¡Mierda! ¡Jake!, gritaron varios miembros de mi manada. ¡Estoy bien!, les calmé, con prisas. Podía oler mi propia sangre, que chorreaba por mi pelaje, aunque también sentí cómo la herida ya comenzaba a cerrarse. El licántropo estaba eufórico, movido por la adrenalina que su acierto le había causado. Sus ojos amarillos albergaban la locura total, solamente les faltaba esas espirales que ponen en los dibujos animados cuando retratan a un lunático chiflado. Intentó rajarme una segunda vez y llevó su bocaza hacia mi cuello de una forma vertiginosa. ¡Ni lo sueñes! A una velocidad de vértigo, conseguí evitar su intentona de mordedura y esquivé su cabeza para llevar la mía a la parte trasera de su cuello. Hundí bien la dentadura en su joroba y, con un movimiento rápido y brusco, lo aparté de mí, lanzándolo varios metros hacia sus espaldas. Me libré de sus cuchillas por los pelos. Mientras el licántropo se estampaba en una de las paredes, me puse en pie inmediatamente y erigí mi círculo de fuego. Antes de que a ese gusano le diese tiempo a reaccionar, extendí el círculo en su dirección. Su corto chillido se apagó cuando fue fulminado por el fuego de mi barrera. ¡Genial, Jake! ¡Ya has terminado con la primera cueva!, alabó Seth. Toda mi manada se alegró al instante, y también percibí el alivio en sus pensamientos, ya que empezaban a tener apuros para contener a esos incansables bichos. Observé mi costado con celeridad. Todavía me dolía un poco, sin embargo, las cinco heridas ya se estaban sanando por dentro, y había dejado de sangrar. El chichón ya ni lo sentía. Sí, ya he terminado aquí, le ratifiqué a Seth. Aguantad, ya voy a la segunda cueva. ¡A la orden!, exclamó Paul. Ese idiota lo estaba pasando como los indios, nunca mejor dicho. Recordé al líder de los licántropos. Esa alimaña había logrado escapar, pero, ¿a dónde? Apreté las muelas con rabia y furia, pero ahora mismo no podía perder el tiempo con eso. Ya iría tras él en otro momento. Me fastidiaba mucho tener que dejar este asunto así, pero no tenía opción. Además, él ya no contaba con ninguna manada, así que no podía ir a por

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Nessie en solitario. Y aunque se reuniera con Vladimir y Stefan en algún sitio daba lo mismo. Esos rumanos ya no tenían ejército de licántropos, así que sólo serían tres, y ninguno disponía de poderes ni de ningún don. Nessie estaba muy bien protegida y nuestros bosques muy bien vigilados. No tenían nada que hacer. No. Ahora mismo no podía ponerme a buscar al líder de los licántropos. La manada y los Cullen me necesitaban en las otras cavernas, y con urgencia. No, no tenía tiempo que perder.

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VENGA, VENGA, YA QUEDA MENOS Mis patas no hacían más que corretear por esa dichosa montaña con prisas. Maldita sea, me había perdido. El tema es que había salido despedido de la primera cueva, atravesando la cascada, y después no había podido regresar a esa misma caverna, con lo cual, tuve que arreglármelas para salir de la otra gruta, esa en la que había aniquilado al último licántropo. Y, claro, la salida estaba por otro lado, ya no daba al camino por donde había venido. Genial. No tenía ni idea de dónde demonios estaba. Intenté visualizar el mapa del pelirrojo en mi mente, para ver si daba con algo que me ubicara, pero de momento, no había forma. Resoplé por las napias. Podía escuchar el ruido de la catarata, eso me dio una pista. A ver, el río lo tenía situado en ese mapa imaginario, quedaba a la izquierda de la montaña, y si tiraba por aquí… Sí, si me dirigía en esta dirección, el sonido del agua se correspondía con la orientación del plano. ¡Eso es! Trum, trum, trum, trum. Galopé por esa ladera inclinada, recorriéndola de una forma transversal, y después de un buen rato, llegué a divisar el río. ¡Por fin me pispaba de dónde estaba! ¡Quil, ya me he ubicado!, le anuncié, pues ya se habían enterado de mi desorientación, por supuesto. ¡Estoy en vuestra cueva en unos minutos! ¡Pues menos mal!, se quejó. Idiota. ¿Y yo qué culpa tenía de lo que había pasado? Encima que toda la responsabilidad caía sobre mí. Bufé.

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Pero también le comprendía. Las imágenes de su sesera y de las de Embry, Michael y Nathan me mostraban los apuros que estaban teniendo para controlar a esos monstruos que ya me recordaban a los diablos de Tasmania, de lo repelentes, descontrolados y agresivos que eran. Podía verlos a todos, pero centré mi atención en la gente de la segunda cueva, ya que era a la que tenía que dirigirme ahora. Mis hermanos, Teresa, Ezequiel, Eleazar, el rastreador, la Naomi Campbell y los otros dos matones de Thiago, que no me acordaba de cómo se llamaban, luchaban sin parar. Estos últimos se manejaban bastante bien, tenía que reconocerlo, pero mis lobos tampoco tenían nada que envidiarles. Eleazar demostró que una vez perteneció a un ejército, aunque éste fuera la guardia de esos viejos decrépitos de los Vulturis. Teresa fue la que más me sorprendió. Puede que no supiera luchar, pero demostraba un coraje y una valentía enormes al ser la encargada de distraer a los licántropos, poniéndose, incluso, como cebo. Ezequiel seguía todos sus movimientos y la sacaba de más de un apuro, ayudado por alguno de mis lobos y Eleazar. Apreté los dientes y el paso. Comencé a descender por la pendiente de la montaña, clavando las almohadillas de mis patas en la roca para no resbalarme hacia abajo. No dejaba de pensar en Nessie y en el bebé. Ya había terminado con la primera cueva, pero todavía me quedaban las otras tres. Tres cuevas más para llegar a su lado, a casa. Puede que fuera una chorrada, lo sé, pero no podía quitarme de la cabeza que ellos no estaban del todo protegidos. Bueno, vale, estaban Edward y Bella, y Nessie no iba a estar mejor con nadie más que con ellos. Sí, conmigo. Mierda. Me sacudí la cabeza. Cheran, ¿cómo va todo por ahí? ¿Cómo está Nessie?, quise saber, ya un poco ansioso. Bien, todo bien, respondió él, inmediatamente. Por aquí la cosa está muy tranquila. Nessie está en la sala de estar, ¿quieres que entre allí y la mire? Uf, la tentación era enorme, porque ya la echaba tanto de menos, que me moría por verla. Pero era mejor que no lo hiciera. Eso me distraería, y tenía que concentrarme en esta misión. Cuanto antes terminara con todo esto, antes estaría con ella. Además, tampoco era bueno que me comunicase con Nessie a cada instante. Si luego, por la razón que fuera,

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no podía hacerlo, se preocuparía el doble. Era mejor mantener esta dinámica y comunicarme con ella cuando terminase toda esta porquería. Ahora ya sabía que todo iba bien, y eso bastaba. No, no hace falta, le contesté a Cheran mientras seguía bajando por la pendiente lo más deprisa que podía. Ese terreno lleno de baches y socavones de piedra me estaba machacando la planta de mis patas. Guay. Sólo dile…, bueno, ya lo estará oyendo, pero dile a Edward que todo va bien, para que se lo comunique a ella, ¿vale? De acuerdo. Daniel, ¿todo tranquilo por el bosque?, pregunté. Por aquí no haríamos más que bostezar si no fuera por el jaleo que tenéis ahí, me informó. Bien. ¿Y vosotros, Brady? Hemos divisado a tres nómadas, pero están fuera de los límites de la tribu, me comunicó. Vamos a ir a echar un vistazo, y si vemos que se acercan, les pararemos los pies. Vale. Si hay alguna novedad, quiero que me la comuniquéis, ¿de acuerdo? De acuerdo, respondieron los tres. Continué descendiendo por esa empinada cuesta, hasta que mis patas agradecieron que por fin la superficie se volviera más llana. De refilón y de soslayo, observé ese trecho por el que había bajado. No, desde luego esto no era para una embarazada de casi ocho meses. Por mucho que Teresa evitase los movimientos bruscos, había zonas en las que era imposible el no tener que saltar o brincar para salvarlas, así que Nessie lo hubiera notado, en sus brazos. Resoplé por las napias, resignado, aunque seguía sin quitarme de la cabeza ese sentimiento insistente de que tenía que estar con ella. Mierda. Volví a sacudir el tarro. Accedí a una zona más arbolada y ahora ya sabía por dónde tenía que ir para llegar a la segunda cueva, así que a partir de ahí me vino todo rodado. Bueno, todo no, porque en una de estas, una rama se enganchó a la ropa de mi cinta y tuve que detenerme cuando sentí el fuerte tirón. Casi me caigo, ¿sería idiota? Miré rápidamente a mi pata y llevé la boca a la cinta para desenredar la rama que se había enzarzado en la ropa. En fin, ropa. La camiseta se había ido al carajo en los remolinos de la catarata, pero, bueno, por lo

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menos la cinta había retenido mi pantalón. Apreté el cordón de cuero un poco más para asegurar esa única prenda y seguí mi camino con celeridad. Recorrí ese tramo de bosque durante un rato y después salté a un risco que iniciaba otro sendero por otra inclinada cuesta de piedras y más baches. Estupendo. Volví a pelearme para escalar, como me había pasado con la primera caverna, aunque esta pendiente era menos empinada y más corta, para mi alivio. Llegué a otro camino empedrado y ya divisé la segunda cueva, a lo lejos. Los rugidos de mis lobos y de esos asquerosos licántropos ya se oían desde mi posición. Apreté las muelas, erigí mi círculo de luz brillante y le metí más caña a mi carrera. ¡Ya estoy aquí!, anuncié a mi manada, al llegar a la boca de la cueva. ¡Uf!, respiró Michael. ¡Aleluya!, protestó Quil, que acababa de esquivar un puñetazo. ¡Oye, no te quejes! No lo he tenido tan fácil en la primera cueva, ¿sabes?, resoplé, avanzando por la caverna con diligencia para llegar a su paradero. Visualicé los fulgurantes brillos de las almas puras que había al fondo, éstas iluminaban una de las paredes rocosas, indicándome que ya se encontraban al girar esa esquina, aunque, bueno, los rugidos, chasquidos y demás ruidos de la pelea ya me indicaban su emplazamiento. Aceleré y en dos segundos me planté allí. ¡Apartaos, que voy!, avisé con un rugido, ya calentando mi círculo de luz brillante al tiempo que cruzaba la esquina. El careto de los licántropos ya lo decía todo. No se esperaban mi aparición. Perfecto. Quil y Embry saltaron instantáneamente, dejando atrás a los dos licántropos con los que estaban luchando, y taparon la única escapatoria clara de esos bichos. Ellos no tenían nada que temerle a mi poder espiritual, así como Michael, Nathan, Teresa, Ezequiel y Eleazar, que se unieron a mis mejores amigos para tapar todos los huecos posibles por donde esos licántropos tuvieran algún mínimo conato de fuga. La Naomi Campbell, el rastreador y los otros dos secuaces de Thiago también se quitaron de mi camino. Más les valía, porque ellos eran los únicos cuyas almas eran de ese inmundo color malva, así que si no querían palmarla achicharrados tenían que apartarse. Arg, si por mí fuera, los hubiera metido en el lote de los licántropos, pero ese estúpido tratado me lo

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impedía. Me tragué esa parte de rabia y seguí con mi trabajo. En cuanto estos últimos saltaron a mis espaldas y cruzaron la esquina que yo acababa de pasar, para ocultarse, solté el círculo de fuego. Me dio tiempo a contarlos antes de que mi fogonazo invisible y vertiginoso los fulminase de pleno. Eran quince. Intentaron huir, sin embargo, antes de que sus pies avanzasen un paso, ya fueron reducidos a cenizas. La onda expansiva de fuego traspasó a los nuestros, pero a ellos les causó el mismo efecto que una fuerte brisa. Mi círculo de fuego se replegó y regresó a mí. Dejé de calentarlo para que volviera a su estado brillante y lo mantuve a mi alrededor. Los otros cuatro cobardes salieron de su escondite y abrieron los ojos como platos al ver la escena. A la Naomi Campbell casi se le cae la mandíbula al suelo. Tenía una de esas caras que dicen: ¿cómo es posible?, como si no se creyese que yo hubiera terminado con esos licántropos en un santiamén, cuando ellos habían estado sudando la gota gorda sólo para contenerlos. Su don de mimetizarse había resultado todo un chasco contra esos monstruos. ―Es realmente increíble ―exhaló Eleazar, observándome con asombro y maravilla. Genial, ya empezábamos. ―Su poder es inmenso ―añadió Ezequiel. Ambos asintieron. Suspiré. ¡Genial, Jake!, alabó Nathan, moviendo la cabeza hacia arriba para emitir unos aulliditos y gañiditos tontos de entusiasmo. Embry y Michael acompasaron sus aullidos. No os emocionéis tanto, todavía quedan dos cuevas, objeté. Así que venga, vamos. Dos cuevas para llegar a casa, junto a Nessie. Sí, daos prisa, sugirió Leah, desde la tercera cueva. Hice una señal con la cabeza para indicarles a nuestros acompañantes vampiros que nos largábamos de allí y todos comenzaron a seguirme. ¿Estás bien?, me preguntó Embry, echando un vistazo a mi costado. Sí, ya no tengo nada, le calmé. Asintió. Ese Demetri no hacía más que mirarme con recelo. Bueno, no era el único. Sus tres colegas también me observaban con desconfianza y diría que incluso con cierta tirria. Idiotas.

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Salimos de la cueva con prisa e iniciamos el trayecto a la carrera. ―Seguidme. Conozco un atajo ―habló el rastreador, poniéndose en cabeza. Torcí el morro, pero, en fin, si le llamaba “el rastreador”, era por algo, ¿no? Bueno, es decir, ese era su don, así que seguramente conocía ese atajo. Quil gruñó, no muy conforme, pero le siguió, como los demás. Todos los vampiros que nos acompañaban iban delante de nosotros. Ese Demetri avanzó con maestría y agilidad por los diferentes bloques de rocas que se iban presentando a nuestro paso, precedido por sus compañeros, que también presumían de sus aptitudes. Estúpidos chupasangres. No sé de qué presumían tanto. No los soporto, gruñó Embry. Y encima apestan, agregó Nathan, arrugando el hocico. Lo sé, pero aguantad un poco, les pedí. Ya queda menos para terminar con esta mierda. A medio día ya estaremos en casa. Sí, en casa. Nessie, Nessie, Nessie… Embry también se puso a pensar en Mercedes, en su último recuerdo junto a ella. Estaban en el sofá de su casa, al parecer la madre de Embry se había ido de compras con sus amigas e iba a tardar, y Mercedes se sentaba sobre él. Se comían la boca un poco y después ella… Ugh. Oye, haz el favor. No tengo ganas de ver una película porno a estas horas, protestó Quil. Todos nos extrañamos al instante. ¿Qué le pasaba a Quil? Ya estábamos más que acostumbrados a ver este tipo de recuerdos, me refiero a algún fogonazo que se escapaba de vez en cuando, claro, porque todos evitaban pensar o recordar este tipo de intimidades, lo que pasa es que era inevitable que alguna cosa se escapara en un momento dado, sobre todo si el tema había ido bien. Yo tenía suerte, porque siempre que venía a mi mente algún recuerdo de este tipo, me desconectaba al instante y podía recrearme a gusto, ja. Ventajas de ser el Gran Lobo. ¿Qué pasa contigo?, se quejó Embry. ¿Desde cuándo te molestan tanto estas escenas? El tarro de Quil soltó unos chispazos de imágenes en las que salía Claire, pero todo era muy confuso y él lo detuvo de inmediato, así que ninguno pudimos distinguir nada de nada. ¿Te ha pasado algo con Claire?, le preguntó Michael, perspicaz.

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No. Y no quiero hablar de eso, ¿vale?, contestó Quil de malas formas, saliendo disparado hacia delante para separarse de nuestro grupo. Se colocó junto a Eleazar y se puso a pensar en el partido que habían televisado anoche. Los tres nos miramos extrañados, pero no abrimos más el pico. Si no lo quería contar, era su problema. Continuamos galopando por la montaña, siguiendo a esas sanguijuelas presumidas. La tercera cueva no tardó mucho más en verse, y también se escuchaban los contundentes sonidos de la pelea desde la distancia. Leah, ya estamos llegando, le revelé. Daos prisa, repitió. La boca de la caverna se iba haciendo más grande a medida que avanzábamos, hasta que ya pasamos por ella. Esta cueva era semejante a las otras. Techos altos, estalactitas, estalagmitas, suelos y paredes húmedos… Pero cuando llegamos al sitio donde se estaba manteniendo la lucha, la cavidad se abrió. Ya no había techo, las paredes rocosas salían despedidas del suelo para plantarse con contundencia, abriéndose paso hacia el cielo gris, y casi parecía que se perdían en él. El agujero que dejaban al morir era enorme, y por éste se podían ver las nubes y la cumbrera de la montaña en la que se alojaba la propia gruta. Eso hacía que entrase mucha luz natural, pero también era una peligrosa y fácil salida hacia la fuga. Observé la escena durante una fracción de segundo. Kate y Garrett hacían un buen equipo, como Carlisle y Esme. Las dos parejas atacaban a dúo, cubriéndose las espaldas los unos a los otros. Leah era muy ágil y rápida, tenía mareado al licántropo que se las tenía que ver con ella, y Seth, Collin y Jared estaban peleando como auténticos jabatos. Thiago clavó sus ojos en mí y una sonrisa arrogante ya se dibujó en su asquerosa cara. Quería que me fijase en su hazaña. Sí, vale, ya tenía a un licántropo medio descuartizado a su alrededor, el pobre infeliz seguía fintando frente a él, sin brazos, luchando por su vida. Me percaté de la satisfacción que albergaba esa mirada y esa sonrisa, aunque éstas no eran porque yo viera su trofeo. El muy miserable disfrutaba con esto. No voy a negar que esos licántropos me daban asco y que eran unos monstruos, pero no me gustaba el ensañamiento gratuito. Y ese desgraciado de Thiago parecía gozar como un loco. Su fama de matón y mafioso le venía

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que ni pintado, desde luego. Los otros dos matones de su grupo le seguían los pasos y le protegían de los ataques de los demás licántropos, mientras que los compañeros que habían venido de la segunda cueva ya esperaban escondidos, un poco más allá. Malditos gusanos… Al igual que les había pasado a los hombres lobo de la segunda cueva, estos se sorprendieron al ver cómo irrumpía aquí repentinamente. Quince vahos azulados ascendieron como cohetes. Uno de ellos alzó la cabeza súbitamente hacia el hueco de arriba. Oh, oh… ¡Cuidado, quieren escapar por ahí!, avisé, profiriendo un rugido que llevaba una clara dedicatoria para esos licántropos. Hice que mi círculo brillante se volviera rojo y ardiente al mismo tiempo que mis lobos saltaban como podían hacia las paredes de roca, encaramándose a los salientes, para que los licántropos no escaparan por allí, aunque algunos ya habían iniciado la huída. Sin más dilación, solté el círculo y lo empujé con furia, haciendo que éste se desplegase con esa onda expansiva en el que el núcleo era yo. Los 360 grados de mi alrededor comenzaron a ser recorridos por ese viento de fuego a la velocidad de la mismísima luz. ―¡Cuidado! ―gritó Thiago. Ups. Él y su grupo tuvieron que retirarse con prisas para ocultarse. Cobardes… Ahora ya no eran tan valientes, no. El licántropo mutilado no había podido ni moverse de ese sitio, y tampoco podía escalar para huir, como el resto de sus compañeros. Su sufrimiento no se alargó más. Antes de que les diese tiempo de chillar, mi círculo de fuego arrasó a la mayoría de los licántropos, incluido a ese, y peinó a mis hermanos de manada, cuyos únicos efectos que notaron fue ese movimiento en sus pelambreras. ¡Quedan tres!, me advirtió Jared. Sí, ya los había visto. Esos tres escalaban por las paredes que daban al gran agujero del techo con mucha rapidez. Parecían esas lagartijas que reptan por los muros de piedra. Cambié mi círculo de fuego por una elipse inmediatamente, ya que esas sabandijas estaban muy alejadas entre sí, y ésta era más precisa.

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Empecé ese juego del tiro al blanco sin perder más tiempo. Tenía que irme a casa lo más pronto posible. Nessie y Anthony necesitaban mi protección, lo sabía, lo sentía. Lancé la elipse hacia uno de esos repulsivos y malolientes licántropos, dándole de pleno. Sus cenizas no habían llegado al suelo, cuando envié mi elipse a por sus siguientes víctimas. La elipse alcanzó al segundo y viró vertiginosamente hacia el tercero. Los últimos licántropos murieron al instante. Mi manada coreó unos aullidos de alegría, haciendo que la cueva se quejara con su eco. ―No puedo dejar de decir que es impresionante ―repitió Eleazar. ―Estoy de acuerdo contigo ―asintió Doc. ―Jacob es maravilloso ―me sonrió Esme, mostrándome esos hoyuelos que seguían pareciéndome demasiado adorables para un vampiro. Vale, ya está, les interrumpí, apurado por pirarme de allí ya. Vamos a la cuarta cueva. Terminemos con esto de una vez. Mi familia política no podía oírme, claro, pero comprendieron mis gestos. ¡A la orden!, se rió Seth, entusiasmado. Me di la vuelta y me estampé de morros contra el cuerpo de piedra de Thiago. Puaj. ―Espero que eso que has hecho haya sido involuntario y no hayas intentado aprovechar para matarnos ―me reprochó con una voz claramente amenazante. Mi manada corrió para ponerse junto a mí, la primera Leah, y comenzaron a gruñirle. La loba todavía no olvidaba las fracturas de sus costillas, así que si tenía la mínima oportunidad para vengarse, la iba a aprovechar. ¡Maldito cobarde!, rugió ella. Tranquilos, les calmé. ―No es momento para peleas, Thiago ―declaró Carlisle, usando su tono pausado, aunque con un matiz azuzador―. Debemos partir inmediatamente hacia la última cueva. Ya limaréis vuestras asperezas en otro momento. Thiago y los miembros de su grupo rechinaron los dientes, pero su jefe accedió, si bien a regañadientes.

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―De acuerdo, nos veremos las caras cuando termine la batalla ―afirmó, mirándome con ojos desafiantes. ¡Cuando quieras!, le rugí en todo el careto. Con las ganas que le tenía… Ese maldito chupasangres y sus matones se giraron y comenzaron a perderse de mi vista al avanzar hacia la salida de la cueva. Sí, desgraciadamente, esto tendría que esperar, porque primero teníamos que terminar con los licántropos de la cuarta cueva. Nessie me esperaba en casa, y ella era lo primero para mí. ¡Vamos!, ordené a mi manada. Y nosotros también echamos a correr.

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POR FIN, ¡POR FIN! UN MOMENTO, ¿PERO QUÉ ES ESTO? Ya quedaba muy poco para llegar a la cuarta cueva. Ese cretino de Thiago y su grupo de matones ya estaban reunidos al completo, y ahora se encontraban a nuestras espaldas, junto con el único chupasangres perteneciente a la guardia de las momias de Volterra que estaba aquí: el rastreador. Yo iba en cabeza, dirigiendo esta extraña y singular expedición, y me flanqueaba mi manada, que se disponía en formación, con Quil y Embry a mis dos lados. Carlisle corría justo detrás de nosotros, y lideraba a Esme, Teresa, Ezequiel, Eleazar, Kate y Garrett. Ahora nos teníamos que reunir con Sam, Shubael, Isaac, Paul, Jasper, Alice, Rosalie, Emmett, el grandullón, el Zanahorio y los Pitufos, los cuales seguían luchando en la cuarta cueva. Mientras galopábamos como el viento, una voz destacó sobre los demás pensamientos que atolondraban mi cabeza. Jake. Dime, Brady. ¿Recuerdas a los tres nómadas que teníamos fichados? Pues no son tres, hemos descubierto que en realidad son cinco, me comunicó, con tranquilidad. Creemos que están rondando por la zona por lo de siempre, para enfrentarse a ti. Así que vamos a terminar con ellos ahora. Si ven que no estás, se largarán y se correrá la voz. Si otros chupasangres se enteraran de que no estás en la tribu, podrían aprovechar para atacarla. Y si vienen demasiados, no podremos contenerles sin ti, aquí sólo somos cinco.

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Eso sin contar con que los magos podrían enterarse de tu ausencia, añadió Aaron, que también estaba en el grupo de Brady. Se me erizó la pelambrera de los hombros un poco sólo con pensar eso último. Tenían razón. Brady y su grupo no serían suficientes para proteger a la tribu si venía una bandada de chupasangres sedientos, y encima ya teníamos muy mala fama entre las sanguijuelas de todas partes. Aunque la mayoría de los nómadas venían buscando emociones fuertes y retos imposibles, los muy estúpidos, muchos no dudarían en venir para masacrar a todo el pueblo. Normalmente, esos vampiros vengativos no se atrevían a poner un pie en nuestro territorio, ya que eran lo bastante listos como para tenernos algo de miedo, pero si yo no estaba, muchos no iban a desaprovechar la ocasión. Daniel y su grupo tenían que quedarse vigilando por el bosque que rodeaba mi casa para proteger a Nessie, no podían ir a echarles una mano si las cosas se ponían feas. Bueno, vale, los de aquí íbamos a terminar con esto enseguida y yo iba a volver a La Push, pero toda precaución era poca, sobre todo con el tema de los magos. Un solo comentario de uno de esos nómadas con otros que se encontrasen por el camino de los alrededores de la reserva era suficiente para que los magos se enterasen de mi ausencia, así que lo mejor era terminar con el asunto de raíz. Está bien, aprobé. Deshaceros de esos nómadas en cuanto podáis. Ahora mismo, exclamó Rephael, acompañando al entusiasmo de Brady y el resto de los que se encontraban allí. Vaya, debían de estar muy aburridos, porque en cuanto dije esto, echaron a volar en dirección a los nómadas. A ver si ya llegamos a esa maldita cueva, resopló Jared. Quedé con Kim para comer juntos, y no quiero llegar tarde. ¿Y por qué quedas con ella para comer?, criticó Leah, haciendo gala de camaradería femenina. Hacer esperar a una chica es lo último. Tendrías que haber quedado para otra cosa que se pudiera hacer más tarde de la hora del almuerzo, no sé, como ir de tiendas, por ejemplo. Menudo aburrimiento…, el pensamiento de Collin fue fugaz y muy tenue. Ella no me dijo nada de ir de tiendas, le respondió casi a la vez Jared. Solamente me habló de comer juntos. ¿Pero no sabes que nos podemos retrasar por cualquier cosa?, le indicó Leah, negando con la cabeza.

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Ya lo sé, ¿te crees que me chupo el dedo?, protestó él, aunque su tarro ya se estaba llenando de cierto remordimiento por no haber quedado más tarde. Vaya dos. Y vaya una discusión más tonta. Ellos siguieron con ese debate absurdo, pero mi mente se fue sola cuando escuché la frase de Jared. No pude evitar recordar la última ecografía de Nessie, se plantó sola en mi cabeza, la verdad, y volví a emocionarme. Sí, se me caía la baba completamente, qué puedo decir, ver esa imagen en la pantalla de la computadora en la que nuestro pequeño bebé se chupaba el dedo era para babear sin control. Dios, sonaba muy cursi, pero me moría porque naciera ya, por ver su carita, sus manitas, sus piececitos, por ver si se parecía a mí o a Nessie, por darle el biberón... Ya piensas como una tía, se mofó Michael. Genial. ¿Por qué no me habría desconectado? Si lo llegamos a saber, te hubiéramos regalado un muñeco de bebé para tu cumpleaños, siguió Nathan. Ja, ja, respondí, con ironía mientras ellos se tronchaban de la risa. Idiotas. Está a punto de ser padre, ¿qué sabéis vosotros de eso, eh?, les reprendió Leah. Espero que nada, yo siempre uso condones, ¿y tú, Mike?, dijo Nathan, sin abandonar ese timbre burlón. Uf, yo también, tío, no me la juego. Los dos payasos se echaron a reír de nuevo. Por lo menos usáis la cabeza para algo más…, murmuró Leah, harta de tanta testosterona. Mirad, ahí está la cuarta cueva, les indiqué. Sí, allí, a lo lejos, se encontraba esa dichosa cuarta cueva, y, cómo no, estaba en una ladera escarpada. Qué bien, no llegaré tarde, se alegró Jared. Comenzamos a ascender por una zona más empinada. ―Esa es la cueva ―señaló el rastreador al mismo tiempo. Como si no nos hubiésemos dado cuenta ya… ―Acabemos con esto de una vez ―dijo Garrett. Eso, eso. ¡Sam, ya estamos llegando a vuestra cueva!, le anuncié, aunque él ya lo sabía de sobra. ¡Bien!, asintió, sin dejar de sortear los afilados zarpazos de su enorme contrincante.

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Aceleré y los demás lo hicieron conmigo. Escalamos a toda prisa y accedimos a otro camino estrecho y angosto que estaba pegado a la pared rocosa. Como había pasado con la primera cueva, ese sendero parecía estar incrustado en la piedra, ya que nuestras cabezas estaban acechadas por unos pedruscos enormes que sobresalían del paramento. El sendero era tan ajustado, que tuvimos que organizarnos para pasar en fila, y aún así, mis lobos y yo casi no cabíamos. Los rugidos y golpes del interior de la caverna rebotaban en las paredes de la misma y se escapaban por la entrada, llegando hasta nosotros. Avanzamos un rato más por ese incómodo recorrido y por fin llegamos a la cueva, donde atravesamos la boca para pasar adentro. Una vez allí, ya pudimos estirarnos a gusto. ¡Aleluya! La caverna seguía el mismo patrón que las demás, apestaba a amoniaco y a vampiro por todas partes, y recorrimos un largo y ancho pasillo en el que tuvimos que sortear las diferentes formaciones calcáreas que sobresalían del suelo y que se plantaban frente a nosotros repentinamente, debido a la velocidad de nuestra carrera. Sí, en serio, cuando te dabas cuenta, ya las tenías ahí. Salimos a una especie de antesala y la batalla se presentó ante nosotros. Esa cámara también era enorme, y el techo era una especie de bóveda gigantesca con una forma curva, muy parecida a una cúpula, sólo que ésta era totalmente natural, estaba formada por roca caliza y tenía un montón de estalactitas, cómo no. Y lo mejor de todo: no tenía salida, era el final del túnel. La Barbie estaba metiéndole un buen mamporrazo a uno de los licántropos en todo el estómago, Emmett estaba a su lado, peleando con otro de ellos y observando las jugadas de su compañera, por si tenía que intervenir, Alice era la que más problemas estaba teniendo, pero Jasper la defendía como nadie, Sam, Shubael, Isaac y Paul fintaban y esquivaban cada movimiento de los otros hombres lobo, el pelirrojo saltaba por encima de uno, el grandullón acababa de arrancar una de las estalagmitas del suelo para arrearle con ella a su contrincante, y Hansel y Gretel eran muy rápidos, tenía que reconocerlo, toreaban a los licántropos que no veas. Pero en cuanto yo llegué, la pelea se detuvo. Los licántropos saltaron hacia atrás en sus diferentes pugnas y se quedaron inmóviles, observándome con esos ojos amarillos reflectantes

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tan abiertos, que parecía que se les iban a salir de las cuencas. Sí, no se podían creer que les estuviera pasando esto. Me incliné hacia delante y rugí con contundencia, dejando clara mi supremacía, haciéndoles ver que este territorio era mío. Los Cullen se retiraron de un alto brinco y se posicionaron a mis espaldas, y el resto de chupasangres se ocultaron donde pudieron, dando la vuelta a la esquina de roca, pero mi manada se unió a mí con rapidez y se quedaron a mi lado, en formación. No me lo pensé dos veces. Tenía que terminar con esto de una vez por todas para irme a casa, con Nessie. Erigí mi círculo de luz brillante y lo calenté instantáneamente, volviéndolo de fuego. Esos malolientes licántropos rugieron, pero eran gritos de pánico. Sus vahos azulados no entraban en esa cavidad de la montaña en la que nos encontrábamos. No esperé más ni alargué su sufrimiento, y tampoco les di opción a atacarnos para defenderse. Sin más, extendí el círculo y lo explosioné en todas direcciones. Muchos interpusieron los brazos, como un último acto reflejo de protección y supervivencia. Los alaridos llegaron a la vez que la onda de fuego, la cual arrasó con todos, chamuscándolos bien. Mi manada lo celebró al momento. ¡Genial, Jake!, aulló Seth, dándome un cabezazo en el costado. ¡Por fin hemos terminado con los licántropos!, exclamó Embry, correteando por delante de mí para felicitarme. ¿Ves? Llegaré a tiempo para comer con Kim, le pinchó Jared a Leah. Vale, al final tenías razón. ¿Contento?, le reconoció ella. ―¡Estupendo! ―aclamó Alice, aplaudiendo con efusividad mientras daba saltitos. ―Menos mal que se ha terminado ―declaró Rosalie―. Tengo este asqueroso olor a licántropo hasta por el pelo ―cogió un mechón, se lo olió y puso cara de asco. La Pitufina y todos sus acompañantes salieron de su escondite para comprobar que el trabajo ya estaba hecho. Malditos miserables. La rubia canija esbozó una media sonrisa cerrada, con satisfacción, al ver todas las cenizas repartidas por el suelo. ―Es impresionante ―alabó Eleazar, maravillado y asombrado―. Nunca he visto cosa semejante. Terminar con unos Hijos de la Luna de un solo golpe, con esta facilidad…

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―Es fascinante ―coincidió Ezequiel―. El poder del Gran Lobo es extraordinario. Genial. Ya empezaban estos dos… ―Sin duda. La profecía se queda corta, en mi opinión ―comenzó a divagar Garrett mientras los otros dos le miraban con mucha atención―. Los vampiros y los Hijos de la Luna hemos sido enemigos durante siglos, y los inmortales como nosotros jamás pudimos exterminarles. La Historia muestra innumerables batallas, en las que ambos bandos han salido victoriosos alternativamente, sin embargo, nosotros no hemos sido capaces de exterminarles. ¿Quién es el ser superior aquí? ¿Quién es…? Oh, no, ya empezaba a desvariar con uno de sus largos discursos… El adivinador de dones y el mago se quedaron escuchando el mitin del rebelde Garrett pero yo dejé de poner la antena. ―Es estupendo, Jacob, no dejas de sorprenderme ―me sonrió Doc. Esme secundó su frase sonriéndome también. ―La próxima vez que un licántropo quiera meterse con vosotros, se lo pensará dos veces ―afirmó Emmett, con otra enorme sonrisa. Asentí como agradecimiento. Sí, por fin habíamos terminado con esto. Ahora ya podíamos pirarnos a casa. ¡Sí, sí, sí! Sin embargo, cuando yo también estaba a puntito de celebrarlo, mis ojos se abrieron como platillos volantes. ¿Qué es eso?, se percató Sam a la vez que yo. Detrás de una piedra grande se veía un vaho azulado, más una luz fulgurante. Un alma buena y pura. Carlisle se dio cuenta de nuestros caretos y se fijó en la roca. Él no veía el alma, claro está, pero debió de ver una sombra o algo que desde nuestra perspectiva no se veía. En ese momento, todos los demás también se fijaron. ―¿Quién anda ahí? ―preguntó―. Puedes salir, no te haremos daño. Se hizo un mutismo extraño y un tanto tenso. Hasta que finalmente, el individuo que se ocultaba salió de su escondite. Mi mandíbula hubiera rebotado en el suelo varias veces, de lo abierta que se quedó. Era un licántropo, pero un licántropo niño, y su alma refulgía como las nuestras. Bueno, como las de todos no, por supuesto, las de la guardia de los Vulturis y sus colegas matones eran asquerosamente malvas. ―Es un Hijo de la Luna… ―murmuró Eleazar, sin creérselo.

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―No me hagáis daño, por favor ―suplicó el joven licántropo, con una voz profunda y gutural que sonaba rarísima con su corta edad. ―Mátalo ―me dijo la Pitufina, sin inmutarse lo más mínimo, alzando su barbilla con esa arrogancia suya al tiempo que miraba al licántropo con desprecio. Mi cabeza lobuna se giró súbitamente hacia ella. ¿Qué?, inquirí, con un murmullo. Es…, volví a observar al licántropo. Éste me miraba con esos ojos amarillos, implorantes, esperando mi resolución, y podía verse su súplica de redención en ellos. Sólo es un crío… Sí, vale, era un apestoso licántropo, pero, maldita sea, sólo era un niño. El chaval no tendría más de doce años, aunque su cuerpo, ya nervudo, era bastante más grande de lo normal y estaba cubierto de un largo pelo de color marrón claro, incluida su cara. Además, su alma era buena. Mis hermanos se quedaron en completo silencio. Ninguno de ellos fue capaz de juntar dos ideas seguidas, de lo patidifusos y confusos que se habían quedado, al igual que yo. ―Mátalo ―ahora la voz de la rubia canija ya sonaba más a una orden. Dejó de mirar al niño licántropo para clavar su exigente mirada roja en mí―. Si no lo haces tú, lo haré yo misma. Mierda, ¡mierda! Me di la vuelta con brusquedad, abriéndome paso entre mis lobos y los Cullen, los cuales me miraron sin entender nada, y giré la esquina para buscar un buen rincón que me ocultase. Cuando encontré uno que me pareció lo suficientemente recóndito, pasé a mi forma humana y me puse los pantalones. Salí de allí y regresé con el grupo, enfadado. ―Oye, no vuelvas a decirme lo que tengo que hacer ―le recriminé a la Pitufina, poniéndome frente a ella, cabreado. Espera. No me lo podía creer. ¿Eran cosas mías, o esa enana estaba comiéndome con la mirada? ―Descarada… ―murmuró Rosalie, apretando los dientes. Pues no, no eran imaginaciones mías. El Zanahorio puso un careto de desaprobación total; por lo que vi, no se cortó un pelo, y yo tampoco, pues mi semblante era casi el mismo. ―Tenemos que matarle ―insistió la canija, mirándome de arriba abajo con rapidez, y la comisura de su labio ascendió ligeramente.

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Increíble. ¿Cómo podía hablarme de matar a un niño, y ponerse a mirarme de esa forma al mismo tiempo? Bruja lunática. ―¡Es un crío! ―voceé, indignado. La comisura de su boca se cayó de repente y sus ojos de rata se clavaron en los míos con dureza. ―Es un licántropo, nuestro enemigo, y es peligroso. ―Por Dios, es un niño ―repetí, siguiendo con mi enorme cabreo e indignación―. Además, su alma es pura, yo la he visto. No es peligroso. ―Puede que ahora no sea peligroso, pero lo será ―afirmó, manteniendo esa mirada y ese tono duro y frío―. Los niños licántropos no son como los niños inmortales. Aunque no son tan nocivos e incontrolados como estos últimos, los licántropos infantes crecen y llegan a la edad adulta. Entonces será peligroso. Observé al chaval. Parecía controlarse muy bien, no era como el resto de licántropos que habíamos visto hasta ahora, y desde luego su alma me indicaba que no era peligroso. ¿Habría pasado por una especie de mutación natural o algo así? No sé, puede que, de todos esos licántropos mutados, uno saliera diferente. Irremediablemente, Nessie vino a mi cabeza. Sí, vale, ya sé que no era lo mismo, pero su caso me recordó un poco al de Nessie, y eso hizo que sintiera una lástima especial por ese niño licántropo. O puede que ya fuera mi vena paternal, yo que sé. ―Podemos ayudarle ―intervino Carlisle. La cara de la Pitufina ya fue toda una negación. ―No existe ayuda posible para un licántropo ―se entrometió ese retorcido de Thiago―. Son seres execrables, una lacra que no debe existir. ―Vosotros los chupasangres también sois una maldita lacra ―le contesté, muy enfadado, volviéndome hacia él con un movimiento impulsivo―. Si hablamos de lacra, tal vez debería aniquilaros a vosotros primero, ¿no crees? Por supuesto, los Cullen y los de Denali no se dieron por aludidos, ya sabían que para mí ellos eran la única excepción en el mundo, pero el resto de vampiros ya fue otro cantar. El grandullón y el rastreador se inclinaron hacia delante y me gruñeron, ofendidos, y los matones de Thiago hicieron más de lo mismo. Sin embargo, mi manada tampoco se quedó atrás. Mis lobos se agazaparon para hacer una buena exhibición de sus dentaduras al tiempo que sus gargantas avisaban con contundencia a esas sanguijuelas para que no se pasasen ni un pelo.

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―Yo os puedo ayudar ―declaró el niño licántropo, antes de que a ese desgraciado de Thiago le diera tiempo de responderme. Me dio un pequeño respingo al oír esa voz. Sonaba realmente extraña en un crío, de veras. Todos se calmaron, aunque las miraditas de advertencia volaban por el aire. La Pitufina le fulminó con la mirada, pero yo me giré en su dirección para observarle. ―¿Ayudarnos? ―repetí, bajando las cejas con extrañeza. ―Sé dónde están Vladimir y Stefan ―afirmó. Los Cullen, mis lobos y yo nos miramos los unos a los otros. ―Habla ―le ordenó la Pitufina, levantando la cabeza con altivez. Ahora fui yo quien le dedicó una mirada asesina. El chaval llevó la vista hacia mí, como si estuviera pidiendo mi consentimiento. La rubia canija rechinó los dientes y yo asentí para que hablase. ―Están escondidos en otra cueva. Mi hermano fue hasta allí para avisarles de vuestro ataque ―declaró. ―¿Tu hermano? ―inquirió Esme, hablándole con esa dulzura típica en ella. Me había quitado las palabras de la boca. ―Mi hermano es el jefe de este ejército ―explicó, con voz queda, agachando la cabeza hacia el suelo. Una vez más, la mandíbula casi se me descuelga del sitio. ¿Su hermano era el líder de los licántropos? ―Dinos dónde queda esa cueva. Ahora ―le mandó la Pitufina otra vez, con ese tono autoritario y frívolo. ―Cállate, ¿quieres? ―protesté, mirándola con enfado. Si las miradas matasen, yo ya estaría desintegrado por la rubia canija, pero pasé olímpicamente de ella. Maldita víbora. No tenía sentimientos. Era evidente que el crío estaba pasando por un mal momento. ―No quiero que le hagáis daño a mi hermano ―me pidió el niño licántropo, con ojos suplicantes―. Sólo quiero reunirme con él, creo que no ha podido venir a buscarme. Uf, eso que me pedía ya era más chungo de cumplir, porque su hermano no dejaba de ser el líder de los licántropos. Había intentado matarme, y lo peor de todo, entre sus planes había estado el secuestrar a Nessie para entregársela a Razvan. No pude evitar machacar las muelas al recordar esto último y una fuerte acidez comenzó a ascender por la boca

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de mi estómago, queriendo regurgitarse hacia arriba. Pero, por otra parte, ese desgraciado también era su hermano, puede que quizá fuera la única familia que ese crío tenía en el mundo. Mierda. ―Tu hermano ha intentado matarme ―omití lo del secuestro para que esta rabia que ya quería nacer en mí se detuviese. ―Si tú le ayudases, dejaría de ser malo ―imploró, con lágrimas en los ojos. Genial. Luego, empezó a sollozar y a hablar atropelladamente―. Él no era así antes, de verdad, era un buen chico. No mataba gente, como ahora. Pero mata gente para comer, porque ya no le gusta la otra comida. Y lo mío fue un accidente, yo me puse delante y… ―Espera, espera, espera ―le paré, haciendo unos ademanes con las manos para que se detuviera―. No vayas tan deprisa. ¿Ha estado matando gente por aquí? Su labio inferior tembló cuando cogió ese aire entrecortado por el llanto, y asintió con varios cabeceos pequeños y cortos mientras sus ojos me suplicaban perdón. ―Pero no es él solo ―añadió como un último intento de salvar a su hermano―. Los otros también lo hacían. Se hizo un murmullo consistente en gañidos por parte de mi manada, los cuales se miraban los unos a los otros, con inquietud y desaprobación. Sí, estaba más claro que el agua. Más o menos ya lo sabía, pero esto ya era la prueba definitiva que lo corroboraba. Su hermano y los otros asquerosos licántropos eran los que habían asesinado al hombre de la pierna, y a saber a cuántas personas más. No se habían oído casos de desapariciones en las noticias, sin embargo, podía ser que cazaran en diferentes zonas para no levantar sospechas. Me quedé frío, de piedra, en serio, no sabía ni cómo reaccionar. ¿Cómo podía defenderle todavía? Bueno, vale, era su hermano, posiblemente, la única familia que tenía en el mundo, pero, ¿era eso suficiente? Aunque tampoco podía olvidar que era un crío, claro. ¿Qué sabía él de la vida, al fin y al cabo? Aún tenía esa inocencia infantil. Lo único que él veía era a su hermano mayor, seguro que siempre había sido su héroe, ese modelo a seguir e imitar. Al mirarle mejor y ver cómo lloraba me di cuenta de que el pobre chaval se estaba aferrando a un clavo ardiendo. Y lo peor de todo es que se iba a estampar de morros en el suelo, porque su hermano no tenía salvación. Su alma era bien malva. Una vez más, sentí mucha lástima por este niño licántropo. Guay. ―¿Cómo te llamas? ―le preguntó Carlisle, con voz suave.

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―Alush ―respondió el chaval, con congoja, limpiándose una lágrima de la cara. ―Alush, te ha transformado tu hermano, ¿no es así? ―inquirió Doc, siguiendo con ese tono. ―Sí ―musitó, agachando la cabeza. Se me puso el pelo de punta. Pobre chaval―. Pero no fue culpa suya, él no sabía lo que hacía ―su rostro se tornó en pura rabia y sus puños se cerraron con las mismas―. Todo es culpa de Vladimir y Stefan, ellos le transformaron en un licántropo y le convirtieron en un monstruo ―de pronto, su semblante se alzó y volvió a mirarme con súplica―. Pero tú puedes curar a mi hermano. He oído que puedes curar a la gente. ―Eh… ―parpadeé, perplejo―. ¿Yo, curarle? Me parece que la peña ya se estaba inventando muchas leyendas raras sobre mí. Genial. ―Dicen que tu poder espiritual también puede curar. Si curases a mi hermano, dejaría de ser una mala persona, y entonces… ―Para ―le interrumpí―. Verás, no quiero herir tus sentimientos, pero siento decirte que esos rumores que has oído sobre mí no son verdad. Yo no puedo curar a la gente. Y menos si su alma era malva, como la de ese licántropo. Su rostro se entristeció. Eso me llegó al alma. ―La licantropía no tiene cura, niño ―le espetó el Pitufo, imitando el mismo patrón de su hermana la Pitufina. Cretino… ―No podemos perder más tiempo. Dinos dónde está esa cueva ―le exigió la rubia canija. ―Os llevaré hasta allí si me prometéis que no le haréis daño a mi hermano ―pidió Alush, firme. Vaya, tenía agallas. ―Él mismo ha firmado su sentencia de muerte, lo sabes ―le respondió ella―. Llévanos hasta allí. Se hizo un silencio sepulcral, porque, aunque la Pitufina fuera una bruja, tenía razón. Sí, mierda, la tenía, y eso me fastidiaba que no veas, pero el líder de los licántropos era un asesino, por mucho que Alush le defendiera. ―Tu hermano ha cometido muchos crímenes, Alush ―le dijo Carlisle, usando la misma voz suave y tranquila de antes. ―Lo sé… ―sollozó él, con la cabeza gacha.

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Maldita sea. Se me encogía el corazón. ―Mi paciencia se ha terminado ―irrumpió la Pitufina, hablando con más dureza―. Si no vas a llevarnos hasta esa cueva, morirás aquí mismo. Alzó la mano y el grandullón levantó el pie para dirigirse al niño licántropo. Ni hablar. Interpuse mi brazo y detuve al chupasangres, que me acribilló con la mirada, aunque yo sostuve la mía también y él no se atrevió a dar un paso más. ―Espera ―dijo el crío. La rubia canija le miró, esperando su respuesta con esa cara petulante tan de ella. Alush sopesó algo por un instante. Se tomó cierto tiempo, pero finalmente habló―. Está bien, os llevaré allí. No sé lo que le llevó a ceder, pero sospechaba que tenía que ver con el hecho de reunirse con su hermano. ¿Tal vez creía que podían escapar juntos? Quizá, quién sabe. Me daba pena por él, sin embargo, su hermano no lo iba a conseguir. ―Bien ―asintió la Pitufina, seria―. Llévanos hasta allí, pues. Y Alush tomó aire para comenzar a caminar, seguido por todos nosotros.

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ATROZ (PARÉNTESIS. PARTE 1)

RENESMEE Los leños en brasas de la chimenea restallaban de vez en cuando, provocando una estampida de pequeñas chispas encendidas que iniciaban una carrera hacia arriba, como brillantes y azafranadas estrellas fugaces en miniatura. Muchas iban perdiendo su fuerza y se iban apagando por el camino, convirtiéndose en volátiles y ligeras cenizas, pero todas terminaban succionadas por el hueco de ventilación. Mi padre me había acercado el sillón al fuego para que entrase en calor, pues estaba muerta de frío. Quizá se debiese a mi nerviosismo e inquietud, o tal vez fuera a que hasta mi cuerpo percibía la ausencia de Jacob. Noté cómo los pequeñitos pies del bebé rebotaban en las paredes interiores de mi vientre, estaba bastante inquieto esta mañana. Ya tenía la mano sobre la barriga, pero comencé a acariciarla una y otra vez. ―Yo también echo mucho de menos a papá, Anthony ―le susurré, sin apenas voz. Y estaba muy preocupada por él, tenía que admitirlo. Ya sabía que era el Gran Lobo, que era invencible y todo eso, y también sabía por mi padre que todo estaba saliendo bien, pero no podía expulsar este revoltijo de nervios que tenía dentro. Y encima, el resto de mi familia y amigos también estaban allí, y ellos no disponían de ningún poder contra los licántropos. La última noticia que papá me había dado era que Jake y los demás ya se estaban dirigiendo a la cuarta cueva, sin embargo, aún faltaba esa…

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―Ya han terminado con esa cueva ―me reveló mi padre, dándome un pequeño susto, ya que no le esperaba―. Lo siento ―se percató, al instante, sentándose en el brazo del sillón, junto a mí. ―¿Ya han terminado con la cuarta cueva? ―mi rostro se iluminó súbitamente. Hasta Anthony pareció alegrarse, ya que le arreó un buen puntapié a mi tripa. Mamá había entrado con mi padre y se acomodó en el sillón de al lado. Esperaba encontrarme una cara sonriente en ella, sin embargo, su semblante era más bien prudente, cosa que me alertó enseguida. ―¿Qué pasa? ―musité, mirándoles con algo de ansiedad mientras frotaba mi vientre de igual modo. ―Han encontrado un niño licántropo en la cuarta cueva ―me desveló papá, observándome con cautela, aunque hablándome con mucho tacto. ―¿Un niño licántropo? ―me sorprendí. Escuchar que se trataba de un niño, aunque fuera un licántropo, hizo que mi mano se detuviera sobre mi enorme barriga, un tanto sobrecogida―. ¿Y le han… matado? ―me quedé sin voz al final de la frase, porque ahora mismo la imagen que yo tenía de un niño no era la de un malvado licántropo. ―No, Jacob ha visto que su alma es pura ―me calmó mamá. ―Ese niño es el hermano menor del líder de los licántropos ―siguió mi padre, que comenzó a pasar sus helados dedos por mi frente para apartarme el pelo del rostro―. Sabe dónde se encuentran Vladimir y Stefan. Al parecer, se ocultan en una quinta cueva, así que en estos momentos les está llevando hasta allí. Me quedé de piedra. ¿Ese niño licántropo era el hermano del líder? Observé a mi padre. Me daba la impresión de que me ocultaba más cosas, pero por su expresión supe que no iba a soltarme nada más, para no preocuparme. Suspiré con desazón. Jake todavía no iba a venir a casa, y ahora él, el resto de mi familia y mis amigos se dirigían a una quinta cueva para enfrentarse a Vladimir y Stefan. Sentí un escalofrío. Anthony volvió a moverse, como si también sintiera lo mismo que yo. ―No te imaginas lo feliz que me hace que hayáis decidido llamarle Anthony ―sonrió mi padre, orgulloso, colocando su mano sobre mi vientre para palpar al bebé. Su palma estaba congelada, pero era muy tierna y delicada.

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―Quería hacerte un pequeño homenaje ―confesé, con una sonrisa. Y le di un beso en la mejilla mientras me enganchaba a su brazo. ―Es el mejor regalo que podías haberme hecho ―me dijo, algo emocionado. Él besó mi sien―. Soy muy feliz. ―Papá, vas a hacerme llorar ―le regañé, ya con un nudo en la garganta, aunque no dejé de sonreír. No pudo decir nada más, así que se limitó a darme otro beso y a seguir frotando mi abultada barriga. ―Anthony Jacob ―dijo mamá, sonriendo también. Se levantó del sillón y se acercó al mío para sentarse a mis pies, entrelazando las piernas―. Es un nombre precioso. ¿Sabías que yo iba a ponerte Edward Jacob si eras un niño? ―¿Sí? ―exclamé, asombrada. ―Sí, E. J. ―rió ella―. Así que Anthony Jacob me encanta. ―A. J. ―sonreí, y mamá correspondió mi sonrisa. ―Oh, Anthony se ha movido otra vez ―murmuró papá, entusiasmado, cuando el bebé pataleó otro poco―. Va a ser un niño muy fuerte, sin duda. Mis padres, al igual que Jake y el resto de mi familia, solían tocar mi vientre para palparlo, pero no parecían acostumbrarse a la emoción de notar los movimientos del bebé, siempre que le sentían, se entusiasmaban como si fuera la primera vez. ―Será igual que su padre ―aseguré, observando mi vientre con una enorme sonrisa. Las mariposas invadían mi estómago con ímpetu al imaginarme a Jake jugando con nuestro hijo, un niño idéntico al que veía en las fotografías del álbum familiar de Billy cuando era pequeña. ―Déjame ver ―se sumó mi madre, poniéndose de rodillas para llegar mejor a mi panza. Su mano acompañó a la de mi padre. ―Ahora se está moviendo de nuevo ―notó papá, con ilusión. ―Ah, sí, creo que se está poniendo más cómodo ―exhaló mamá, alegre―. Mi pequeño pateador… ―murmuró después, sonriente. Se me escapó una risilla al verles a los dos tan concentrados con mi barriga. ―Está durmiendo ―afirmó papá, retirando su mano para que ni Anthony ni yo cogiésemos frío.

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Mamá no pudo evitar que la suya siguiera sobre mi hinchado abdomen un poco más. ―¿Puedes verle? ―inquirí, gratamente sorprendida. ―No exactamente ―matizó―. Sus pensamientos aún son muy elementales e indefinidos, pero puedo ver sus sueños. Por supuesto no son sueños propiamente dichos, más bien entra en un estado de inconsciencia más primario en el que todo es muy difuso, sin embargo, sí puedo percibir que está soñando. ―Qué guay ―reí, llevando mi mano a mi vientre para acariciarlo. En cuanto hice esto, mi madre quitó la suya para dejar espacio a la mía―. Ya verás cuando se lo diga a Jake, le va a encantar. De pronto, el rostro de mi padre se volvió repentinamente serio, mezclándose con una alarma que fue recorriendo cada facción hasta que ese sentimiento lo tomó entero, de un solo soplo. Mi risa se apagó al instante, y la de mi madre también. ―¿Qué ocurre? ―se me adelantó ella, mirándole con sobresalto. ―Algo va mal ―afirmó, levantándose al tiempo que llevaba la vista hacia el vestíbulo, manteniendo esa expresión grave. ―¿Qué… qué pasa? ―murmuré, asustada, poniéndome en pie, junto a mi madre―. ¿Ha pasado algo en esa quinta cueva? ¿Ya… ya han llegado? ―No, es aquí. No puedo ver ni escuchar a nadie ―desveló él, cogiendo mi mano sin apartar su examinadora vista de la entrada. De repente, sus muelas crujieron y se quedó completamente quieto, estático, hasta que se giró hacia mí inesperadamente, lleno de prisas y urgencia―. ¡Tenemos que irnos de aquí! ―gritó, cogiéndome en brazos. Lo hizo tan deprisa, que apenas me dio tiempo de ver, hacer o sentir nada, cuando quise darme cuenta, ya estaba volando en sus brazos por el vestíbulo de casa. ―¡¿Qué ocurre, Edward?! ―quiso saber mamá, alarmada, corriendo junto a él. ―¡Los magos están en el bosque y se dirigen hacia aquí! ―reveló, rechinando los dientes. ―¡¿Qué?! ―exclamó mi madre, horrorizada. No, no podía ser… Esto no podía estar pasando… Mis manos se agarrotaron en el cuello de mi padre y todo mi organismo entró en un estado de shock, del pavor que me azotó impetuosamente. No era capaz de hablar, casi ni de respirar. Las

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imágenes de mi horrible pesadilla se plantaron en mi cabeza y comencé a respirar con agitación. El sentimiento que me invadió era tan helado, tan escalofriante, que mi cuerpo empezó a temblar. Mi mente enseguida visionó a Jacob, mi ángel de la guarda, mi protector, mi amor. Sabía que mis padres eran muy capaces de protegernos a Anthony y a mí, pero no contra Razvan, Nikoláy y Ruslán. Sólo Jake podía protegernos, y yo no me sentía segura y protegida totalmente si no estaba con él. Ahora más que nunca necesitaba sus robustos y cálidos brazos, y su fuerza. Le necesitaba a él, su compañía, su presencia, su amor, su calor. Pero también estaba más preocupada por él que nunca. ¿Y si a ellos les habían tendido una trampa? ¡Jacob, mi Jacob! Mi padre abrió la puerta y salió al porche. Mamá ya se iba a marchar hacia los árboles, pero él la detuvo, cogiéndola del brazo. ―Mejor en coche ―le dijo―. Así no dejaremos ningún rastro. Mamá asintió y ambos echaron a correr hacia la zona exterior del garaje, donde Emmett tenía su Jeep estacionado. Estaba muerta de miedo, pero fui capaz de echar una ojeada a los alrededores. No se veía ningún movimiento, no se escuchaba ningún ruido extraño, todo estaba en calma. La vida del sotobosque parecía seguir su rumbo natural de siempre. Tampoco se veía a Tanya, Carmen ni Cheran. En cuanto mi madre abrió la puerta trasera del Jeep, mi padre me dejó dentro con delicadeza, aunque con gran rapidez, y me abrochó el cinturón, colocándolo, incluso, alrededor de mi abultada barriga para que éste no la oprimiera. Cerró la puerta y en un parpadeo mis dos progenitores ya estaban sentados en la parte delantera. Papá arrancó el vehículo y salimos disparados del jardín, dejando atrás unos montículos de tierra y hierba cuando las ruedas derraparon. Atravesamos el camino que llevaba a la carretera a toda velocidad, hasta la casita de Billy se quedó atrás en medio segundo, y finalmente salimos al asfalto que comunica La Push con Forks. ―Edward, ¿qué está pasando? ¿Y por qué no avisamos a Cheran, Tanya y Carmen? ―siguió interrogando mi madre, con ese estado de alarma. El coche avanzaba por la carretera como un auténtico bólido, dibujando unos borrones de color verde a ambos lados, el único vestigio de lo que antes eran los árboles que limitaban el asfalto.

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―Porque no puedo verles la mente ―los dientes de mi padre volvieron a chirriar y a mí se me cortó la respiración―. Ignoro el método que los magos han usado exactamente, pero es evidente que han utilizado alguno de sus trucos. También desconozco cómo lo han hecho, pero sé que han conseguido entrar en el bosque. A ellos sí que puedo verles la mente, aunque aún están lejos y solamente he podido detectar unos pensamientos mínimos. Lo único que he podido percibir en ellos es que están enterados de la ausencia de Jacob y que se dirigían a la casa. ¿Y cómo se habían enterado de que Jake no estaba? ―Eso no pude verlo, no estaban pensando en ello en esos momentos ―mi padre contestó a mi pregunta muda. ―Pero deberíamos de haber avisado a Cheran y a los demás ―opinó mamá, mirándole con preocupación. ―Bella, no hay tiempo que perder ―debatió él, muy inquieto, sin apartar la vista de la carretera―. Nikoláy, Ruslán y Razvan se acercan a mucha velocidad, y ni siquiera sabemos en qué estado se encuentran Cheran y los demás, puede que estén hechizados, incluso que ni siquiera puedan vernos. Perderíamos un tiempo muy valioso y no conseguiríamos escapar. ―Tenemos que ir con Jake ―apremié, nerviosa, intentando inclinarme hacia delante, aunque el cinturón me lo impedía. ―Sí, lo sé, es lo que estoy haciendo ―me confirmó mi padre―. Nos dirigiremos al Parque Nacional de Olympic. Allí, dejaremos el coche y subiremos hasta la montaña, donde se encuentra Jacob. Probablemente habrá una pequeña batalla, pero con Jacob es la única manera de estar a salvo de Nikoláy, Ruslán y Razvan. Me sentí un poco aliviada al oír eso, aunque muy ínfimamente, porque el peligro seguía aquí, y hasta que no me encontrase junto a Jake, no me sentiría aliviada del todo. Y no me equivocaba. ―¡No! ―voceó mi padre de repente. Mamá y yo pegamos un bote en el asiento y mi corazón casi se me escapa por la boca, sin embargo, ya no nos dio tiempo a más. Mi padre pegó un volantazo, pero poco pudo hacer. Mi costado se estampó contra la puerta a la vez que un golpetazo fuerte y brusco se oía sobre el techo. El Jeep se enderezó de nuevo, aunque papá empezó a dar bandazos hacia los lados, haciendo que las ruedas chirriasen en el asfalto. Tuve que sujetarme a la asidera que tenía encima de la ventanilla para no

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ir dando tumbos en el asiento trasero, mientras mi otra mano se aferraba a mi vientre con un miedo cada vez más cercano al pánico. ¡Mi bebé! ¡Jacob!, no podía pensar en nada más. ―¡Edward, ¿qué pasa?! ―preguntó mamá, histérica, también agarrándose a donde podía. ―¡Tenemos a un miembro de su guardia encima! El vehículo se agitaba sin parar, sin embargo, el vampiro que nos acechaba no se movía ni un ápice de su sitio. Me entraron unas ganas de vomitar enormes, del movimiento y de la excesiva tensión que se respiraba por todas partes. Las abiertas curvas parecían echársenos encima, no obstante, mi padre siempre lograba salvarlas. Se escuchó un crujido horripilante sobre nuestras cabezas, y cuando mamá y yo miramos hacia arriba, nuestros ojos se abrieron como platos, horrorizados. El vampiro había sujetado la baca con sus manos y estaba tirando de ella hacia él, abriendo el techo como si fuese una simple lata de sardinas. ―¡Edward! ―chilló mi madre, sin poder dejar de observar esa tremenda escena. ―¡No puedo hacer nada más! ―la voz de mi padre empezó a salir con angustia y desesperación. Eso ya hizo que el pánico me invadiera completamente. El techo fue abierto casi del todo, se partió cuando llegó a mi altura, y el vampiro arrojó la chapa a la carretera, la cual produjo un ruido más que estridente que se fue apagando a medida que el coche se alejaba a toda velocidad. Ahora era un Jeep prácticamente descapotable. El viento era templado, sin embargo, yo lo notaba gélido, casi me pinchaba, era atroz, azotaba mi rostro, llevando todo mi cabello hacia atrás, y secaba mis córneas, que no querían ser cubiertas por los párpados. Mi corazón pegó otro salto cuando el vampiro asomó medio cuerpo y se arrojó hacia mí inopinadamente para engancharme del brazo. Grité con todas mis fuerzas y me aferré al cinturón al tiempo que él tiraba de mí para intentar arrancarme del asiento. Pero el cinturón se quejó, rasgándose por arriba debido a la inmensa fuerza, y me quedé suelta. Sólo tenía que darme otro tirón para llevarme con él. ¡No! Por suerte, mi madre reaccionó, aunque yo también lo hice y ya me estaba aferrando al asiento delantero. ―¡Déjame! ―le rugí.

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―¡Suéltala! ―voceó mi padre, lleno de ira. ―¡Nooooo! ―chilló mamá al mismo tiempo. Como una fiera salvaje, ésta se abalanzó sobre él. Su movimiento fue tan rápido, que ni siquiera pude ver cómo salía de entre los asientos delanteros, simplemente, en una milésima de segundo, mamá ya estaba en la parte trasera, enganchando al vampiro por la cabeza con una cólera que jamás había visto en ella. En otra fracción de tiempo, sus manos ya la sostenían, desmembrada. El cuerpo se quedó colgando del techo, pero otra voz de mi padre nos volvió a poner en alerta máxima, haciendo que mamá dejara caer la cabeza en el suelo. ―¡Están por todas partes! Mi corazón latía tan deprisa, que podía notar las fuertes palpitaciones en mi esternón, notaba cómo mi órgano se contraía para estallar una y otra vez con ímpetu y ansiedad. El bebé ya notaba mi estado emocional y me daba continuas patadas, inquieto. Instintivamente, mi mano se colocó sobre mi vientre para acariciarlo. Mi Anthony, mi pequeño Anthony. De pronto, mi padre pegó otro volantazo, pero un sonoro golpe más se oyó en la parte delantera. ―¡No! ―gritó mi progenitor, con esa ira. Otro vampiro de la guardia de Nikoláy, Ruslán y Razvan había saltado sobre el capó. Sus ojos rojos, fríos, se clavaron en mí, era su objetivo. El vehículo empezó a zigzaguear con brusquedad de nuevo, sin embargo, el vampiro se aferró bien y papá no era a tirarle a la carretera. Ahora no tenía el cinturón de seguridad para no rodar por el asiento trasero, pero mamá me sujetó y me protegió con sus brazos, acogiendo mi cabeza en su pecho. Nos cruzamos con otro coche durante esa carrera frenética que nos dio un bocinazo largo y continuo a modo de alerta y reproche; ese estridente sonido también se perdió a nuestras espaldas, al igual que la chapa del techo. Nuestros párpados se abrieron otra vez cuando vimos cómo el vampiro conseguía aferrarse a la chapa del capó y, con una sola mano, la desprendía sin demasiada dificultad, dejándola caer sobre la carretera. ―¡Va a arrancar el motor! ―pensó mi padre en voz alta. ―¡Haz algo, Edward! ―gritó mamá, desesperada. Mi oído estaba pegado a su torso, y pude escuchar un incipiente y rabioso amago de rugido.

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Papá dio otro volantazo, y lo hizo con tanta brusquedad, que el Jeep casi se sale de la carretera. Sin embargo, de poco sirvió. El vampiro estaba bien enganchado a los elementos del interior del compartimento del capó y sus manos se arrojaron al motor a la velocidad de la luz. Cuando mi padre ya estaba girando el volante de nuevo para que el Jeep diese otro bandazo, el guardia de los magos arrancó esa pieza con un movimiento súbito e impetuoso y saltó hacia la calzada, llevándose el motor con él. ―¡Nooooo! ―chillé, ya con unas lágrimas en los ojos que se escaparon con rabia. El Jeep fue perdiendo velocidad progresivamente y, por más que mi padre pisaba el acelerador como un último acto reflejo desesperado, nos fuimos deteniendo. Hasta que el coche se paró del todo. ―¡No os mováis de aquí! ―nos ordenó. Abrió la puerta y salió del vehículo con rapidez. ―¡Edward! ―voceó mamá, al verle. Sus contrincantes no tardaron nada en aparecer. Cinco vampiros, entre los que se encontraba el que había arrancado el motor, salieron de la nada y rodearon el coche. Mi padre se agazapó y se sumió en una concentración extrema, comenzando a fintar con los diferentes vampiros, y mamá bajó los pestillos de las dos puertas traseras. Antes de que uno de ellos iniciara el salto hacia mi puerta, papá pegó un elevado brinco y se plantó delante de él. El vampiro le rugió, enfadado y contrariado, pero mi padre no se quedó atrás. Le contestó de la misma forma, aunque su garganta emitía una ira protectora por todos los costados. Sin embargo, otro de los vampiros perteneciente a la guardia no tardó en querer actuar y mi padre tuvo que volver a saltar para impedirlo. ―No podrá hacerlo él solo ―murmuró mi madre, con seguridad, separándose de mí―. Voy a ayudarle ―me susurró―. Cuando salga del coche, baja el pestillo. Me dio un beso rápido en la frente y, como ese beso, subió el cierre y salió disparada por la otra puerta. Me abalancé hacia ese pestillo para bajarlo, presa de un miedo tan atroz como el viento que antes había azotado mi cara.

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Estaba aterrada, por el bebé, pero ahora también por mis padres. Eran cinco contra dos. No pude evitar volver a pensar en Jake. Si él hubiera estado aquí, las cosas habrían sido muy diferentes. Mi madre saltó sobre el vehículo y se plantó junto a mi puerta enseguida para ponerse a fintar con los dos vampiros que tenía delante. Mi respiración era muy agitada, frenética, tenía mucho miedo, y sabía que Anthony podía sentir toda esta tensión. Intenté acariciar mi barriga otra vez, pero mis manos temblaban tanto, que me resultaba imposible. Me sentía muy frustrada por no poder hacer nada. Comencé a respirar hondo para tratar de tranquilizarme un poco. No conseguía nada poniéndome histérica, y tampoco era bueno para el bebé. Pero, entonces, algo se congeló dentro de mí de repente, algo frío que me alertó al instante. Miré hacia arriba, pero ya fue demasiado tarde. Ni siquiera me dio tiempo a gritar. De una forma repentina que nos pilló totalmente por sorpresa, un chorro negro se precipitó sobre mí y me enganchó del brazo.

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VALOR (PARÉNTESIS. PARTE 2)

RENESMEE Todo ocurrió extremadamente deprisa, tanto, que no pude ni hacer el amago de gritar ni defenderme. Mi madre había cerrado los pestillos para ponerles las cosas más difíciles a los vampiros, pero de nada sirvió. Sin tener ocasión siquiera de tomar aire para respirar, fui arrancada del asiento de una forma brutal, saliendo despedida por la parte abierta del techo, hacia delante. Mi cabeza no se golpeó con lo poco que había quedado de chapa sobre mi asiento, de puro milagro. ―¡Nooooo! ―gritamos mamá y yo a la vez, mientras volaba por los aires como un rayo, succionada por ese grueso látigo negro que me enganchaba del brazo y tiraba de mí. La mano que tenía suelta se fue instintivamente hasta mi barriga, para protegerla. Mi pulsera comenzó a vibrar, pero no con la fuerza esperada. Era como si intentase hacerlo y algo no la dejara, y tampoco pudo actuar. ¿Qué le estaba pasando? En ese milésimo instante, me di cuenta de que no había vibrado en ningún momento, con la tensión de la carrera no me había percatado de esto, pero ya no tuve tiempo de pararme a pensar en el por qué. ―¡Suéltala! ―chilló mi madre, iniciando un salto. Mi padre se le adelantó. Soltó un rugido estremecedor lleno de cólera y pegó un brinco altísimo para sortear el vehículo y los vampiros que lo acechaban, que ya estaban sonriendo con satisfacción. Sin embargo, cuando ya lo había sobrepasado todo en varios metros, se estrelló contra

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una pared invisible, rebotando hacia atrás bruscamente. Era una de las barreras invisibles de Razvan, Nikoláy y Ruslán. Un coche pasó por el otro carril y su conductor no vio ni escuchó absolutamente nada, al parecer también el interior de la barrera era invisible para los humanos. ―¡Edward! ―gritó mi madre, abortando su salto. Su cabeza oscilaba incesantemente hacia él y hacia mí, frenética. Ahora ellos estaban encerrados en esa burbuja transparente, de la que no había forma de salir. La espalda de papá se estampó en la carretera, dentro de la zona de esa jaula invisible, produciendo un enorme boquete en el asfalto, del inmenso golpe. ―¡Papá! ―chillé, horrorizada. Pero ya no pude ver ni decir nada más. El interior de la barrera se hizo invisible también para mí, solamente se veía la carretera vacía, como si nada estuviese ahí, como si no ocurriese nada en ese sitio. ―¡Noooo! ―grité, observando esa horrenda estampa. Seguro que mis padres estaban chillando y luchando para llamarme y venir a mí, pero tampoco pude escuchar nada. Esa fuerza extraña me arrastraba a toda velocidad por el aire, y cuando llegué a la zona boscosa, el grueso látigo negro hizo que esquivase los árboles. Mi cuerpo se zarandeaba con brusquedad entre los troncos, y tuve que sujetar mi vientre para amortiguar un poco esos fuertes movimientos mientras chillaba. Entonces, por fin pude ver quién me estaba arrastrando. Su casaca negra y esa capucha que le tapaba la mitad del rostro eran su sello. Sí, era la sombra. El fiel sirviente de Razvan, su mano derecha. Me di cuenta de que él no estaba reduciendo la velocidad de su tirón, ni siquiera por mi estado, así que me iba a estampar contra su pétreo y duro cuerpo. Eso sería como estrellarme contra un muro de roca, un muro de roca que machacaría a mi abultada barriga, a mi bebé… ¡NO! Me precipitaba velozmente hacia el vampiro, pero, con ansiedad, prisas y nerviosismo, dejé de rodear mi vientre con la mano y conseguí llevarla a tiempo al frente, junto con la otra, para amortiguar el potentísimo impacto contra ese cuerpo de acero. El choque fue brutal. Mis manos se interpusieron primero, en la zona de mi barriga, y logré que ésta sólo sufriera un rozamiento. Mi Anthony

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estaba bien, mi pequeño Anthony… Pero el resto de mi cuerpo se estampó contra la sombra con saña, dejándome incluso sin aliento durante un instante. Un instante, porque acto seguido mis bronquios exhalaron el aire para proferir un quejumbroso e intenso gemido. El chasquido que se escuchó lo hizo justo antes de notar el agudo pinchazo que sentí en una de mis manos. El intenso dolor se apoderó de toda la extremidad, pero apenas pude quejarme. La sombra me tomó en brazos, apresándome con fuerza para que no tuviera conato de fuga alguno, y echó a correr por el bosque a la velocidad del viento. No, esto no podía estar pasando, otra vez no… ―¡Déjame! ―pude chillar, con unos visos de un gemido de dolor que me fue imposible reprimir. Intenté revolverme, pero mis manos y mis piernas no podían hacer nada para separarme de su frío y duro cuerpo, ni siquiera lograba verle la cara, puesto que la mía quedaba por encima de su hombro. Mientras trataba de revelarme, le eché un vistazo a mi mano, la cual pude asomar. Mis dedos índice y anular estaban completamente torcidos, hacían un quiebro espantoso. Me los había roto. Casi me mareo, de la impresión, pero tomé aire y fui capaz de reponerme, apretando los dientes para soportar ese intenso y lacerante dolor. ―¡Suéltame! ―grité de nuevo, zarandeándome como podía. Sin embargo, era imposible. La sombra me llevaba a través del bosque a quién sabe dónde. Lo que sí sabía era con quién me llevaba. Mi pesadilla volvió a plantarse en mi cerebro, torturándome una y otra vez. No, no podía permitirlo, era mi bebé, ¡mi bebé! Cuando ya estaba a punto de oponerme de nuevo, la sombra se detuvo. Era una especie de callejón sin salida, el final de una calle natural, no muy ancha, que estaba resguardada por tres terraplenes de tierra altos, escondida en ese espeso bosque, recóndita, y cuya única salida iba a quedar custodiada por la propia sombra. Encima de los terraplenes el boscaje seguía su particular decoración, llenándola con sus árboles, y las copas de los mismos, a gran altura, hacían de ese sitio una zona más sombría y oculta. Me dejó en el suelo sin más contemplaciones y sin decir nada, quedándose frente a mí, taponando la única salida, como me suponía. Su semblante en penumbra parecía frío y distante, ni siquiera su boca reflejaba ningún tipo de sentimiento, nada más que la satisfacción de un

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trabajo bien hecho. Había cumplido su orden y ahora estaba esperando a su amo, sin más, como quien no quiere la cosa. ¡Maldito miserable! Me invadió una ola de rabia y cólera y comencé a golpearle en el pecho con mis puños mientras gruñía en voz alta, con desesperación, pero mi mano rota apenas pudo doblarse y se dolió con ganas al primer golpe. Volví a gemir de dolor durante un segundo, sin embargo, enseguida seguí golpeándole con un solo puño, desbordando la misma inquina. La sombra ni se inmutó. Era más bajo que yo, pero se quedó mirando cómo desahogaba toda mi ira contra su torso. Hasta que me agoté y tuve que parar. Me separé de él, respirando con agitación por la rabia, mientras le clavaba una mirada de profundo odio. Entonces, me arrojé a él con velocidad. ―¿Por qué no das la cara, eh? ―escupí, alzando la mano hacia su capucha con la intención de retirársela. Su helada mano sujetó mi muñeca con fuerza y me lo impidió. Luego, sin moverla de delante de su cara, empezó a apretar, haciendo crujir mi juego óseo. Intenté no hacerlo con todas mis fuerzas, sin embargo, no pude evitar retorcerme y gemir una vez más, del dolor, al tiempo que mi mano rota se apoyaba como podía en su hombro para alejarme de él, aunque ésta también me dolía a horrores y no logré nada. Soltó mi muñeca, lanzándola hacia atrás, y por fin pude tomar aire cuando el dolor cesó. Estaba claro que no quería mostrarme su rostro. Volví a mirarle con rabia. ―¿Qué habéis hecho con mis padres? ―exigí saber, apretando las muelas, sin modificar mi actitud. ―Tus padres no nos interesan ―habló, con esa voz profunda y grave, y con ese acento de Europa del este―. Si consiguen sobrevivir en la barrera, les dejaremos marchar. Su aire burlón me sacó de quicio, aunque pudo más el enorme temor por ellos que invadió todo mi ser. ―No le des explicaciones ―irrumpió otra voz, ésta femenina. Y esta la conocía muy bien. Alina apareció de entre los árboles que limitaban el principio de ese callejón donde me encontraba. Su cabello rubio ya no iba recogido con aquellas dos trenzas que se enroscaban y se amarraban en la parte superior de su cabeza, sino que ahora era una única trenza baja, que caía

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sobre su espalda, y tampoco iba ataviada con ese vestido largo hasta los pies, con su delantal blanco. Ahora llevaba unas mallas ajustadas de color negro y una camiseta de tirantes del mismo color. Me quedé de piedra durante un instante, porque no me esperaba para nada volver a ver a una de las sirvientas de Razvan. Pero no fue la única que se presentó allí, para mi segundo asombro. Zhanna, la otra sirvienta, también se dejó ver. Iba vestida con el mismo atuendo y su cabello negro también estaba atado con una trenza. Los horribles recuerdos de mi año de encierro en el castillo de Razvan invadieron mi mente sin remedio, añadiéndose a mi espantosa pesadilla. Mi cuerpo estaba lleno de escalofríos y mi respiración se agitó, nerviosa y angustiada. Alina y Zhanna se acercaron con paso presto, hasta que llegaron a la altura de la sombra y se colocaron a su lado. Las dos clavaron su mirada burdeos en mí, pero Alina lo hizo con un odio que me dio escalofríos, casi me recordaba a la de Jane. Mi aro de cuero intentó vibrar otra vez, pero, como le había pasado antes, fue incapaz de emitir algo más que un suave hormigueo. ¿Qué le ocurría a mi pulsera? ¿Le habían hecho algún hechizo de magia? Mi cabeza volvió a hacerse la misma pregunta, aunque, una vez más, no tuve tiempo para buscar una respuesta. ―No vuelvas a darme ninguna orden ―le advirtió la sombra a Alina, con un tono amenazante, e intuí que mirándola de igual modo. Ella le miró y rechinó la dentadura, pero no le dijo nada. Las dos vampiros bajaron la vista hasta mi vientre y, con desaprobación y censura total, regresaron sus pupilas carmesí a las mías. Rodeé la barriga con mi mano sana, cubriéndola con parte del antebrazo. Luego, se quedaron observándome con sendos semblantes de rabia. Y yo sabía por qué era. Yo había sido la que había matado a su compañera, Natasha, cuando mi familia había venido a rescatarme de mi encierro. Pude ver todo ese rencor en sus ojos, se escapaba de ellos para apuñalarme sin cuartel. Sin embargo, en la mirada de Alina había algo más que ese resentimiento. Sus pupilas descargaban toda una retafila de odio sobre mí. Fue fácil deducir el por qué. Yo también le había arrancado la cabeza una vez, aquella en la que había intentado escapar del castillo junto con Teresa y Helen. Los tres vampiros se quedaron frente a mí sin decir nada, parecía que estuvieran esperando algo. O a alguien.

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Ni siquiera me dio tiempo de formular la pregunta en mi mente, aunque ésta ya conocía la respuesta de sobra. Una estaca helada, gélida y horripilante atravesó mi corazón cuando le vi aparecer por el mismo sitio por el que lo habían hecho Alina y Zhanna. Como en mis pesadillas, sus ojos encarnados se clavaron en los míos con una malicia espeluznante y aterradora, lo eran tanto, que me quedé completamente paralizada, de la conmoción. Esto no podía estar pasando… Esto tenía que ser una de mis horribles pesadillas… Pero no lo era. Era real, como lo era esa despiadada figura que se acercaba a mí: Razvan. Mi desesperado cerebro enseguida visionó a Jacob, a mi colosal y espectacular lobo rojizo, fuerte, poderoso. Jamás debíamos habernos ido de esa montaña, si yo me hubiera quedado con él, esto no estaría pasando… Su hijo, nuestro hijo, corría un grave peligro. Mi Anthony, mi pequeño Anthony. Reaccioné lo mínimo para recular un par de pasos hacia atrás y aferrar mi brazo con más fuerza en mi hinchado vientre, muerta de miedo. Por un momento, el pánico quiso dominarme, pero conseguí retenerlo algo, aunque mis manos temblaban sin parar, todo mi cuerpo tiritaba del horror que ese repulsivo ser me producía. En cambio, a Alina le cambió la cara. Su semblante se iluminó cuando le vio aparecer, aunque fue por un segundo, porque acto seguido llevó la vista hacia mí para clavarme la misma mirada de inquina de antes. Ahora comprendía esa mirada. No era sólo por el suceso de la cabeza. Ese odio no distaba mucho del que emanaba Jane cuando me clavaba sus ojos carmesí, aunque en este caso Alina lo hacía por otra persona diferente. Enseguida até los cabos sueltos, no fue muy difícil de intuir. Alina estaba enamorada de Razvan, y estaba celosa de mí porque yo me había convertido en su obsesión. Razvan tampoco venía solo. El enorme Keiler salió de entre las sombras para acompañarle. Al contrario de las sirvientas, que habían cambiado su indumentaria, Keiler seguía llevando una camisa y unos pantalones negros, la vestimenta que normalmente lucía la guardia de Razvan ―excepto la sombra, cuyo rango era superior―, y su media melena castaño oscuro, que hacía su semblante aún más pálido, se recogía detrás de las orejas, como siempre. El mago, seguido de Keiler, se aproximó raudo hacia nosotros y se posicionó en el medio de sus otros guardias, los cuales les dejaron sitio.

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Alina y Zhanna cruzaron las manos y agacharon las cabezas con sumisión, si bien la primera no pudo evitar mirar a su amo de reojo. Razvan insertó esa mirada maquiavélica y pretenciosa en mí, pero cuando observó mi avanzado estado de gestación, su rostro se volvió aún más tétrico y sombrío. Machacó las muelas con furia contenida sin apartar sus pupilas de mi barriga, y después las volvió hacia mí para observarme con una clara reprobación. También pude escuchar la rabia sujeta con alfileres de Alina, en su garganta, al ver la reacción de Razvan. ―Dejadnos a solas ―ordenó éste, sin siquiera mirarles, con esa voz grave marcadamente del este―. Esperadme en el río. La sombra asintió y les hizo un gesto con la cabeza a los demás. Zhanna y Keiler se dieron la vuelta instantáneamente para seguir a la mano derecha de Razvan, sin embargo, Alina dedicó un segundo para clavar su mirada de odio en mí. Después se giró y los cuatro abandonaron ese callejón, tan silenciosos y veloces como el viento. Estaba aterrada. El corazón me latía a mil por hora, mis bronquios exhalaban el aire con agitación, mi cuerpo temblaba y mi mente no dejaba de evocar esa horrible pesadilla que me había estado torturando todos estos meses. Pero entonces, Anthony me dio una de sus patadas. Mi bebé, nuestro bebé… Nuestro hijo… Mi bebé, mitad parte de Jacob, mitad parte de mí, nuestra preciosa mezcla, nuestro milagro, nuestro regalo, nuestro tesoro. Nuestro más preciado tesoro. Algo estalló dentro de mí, algo instintivo, un instinto tan primario como la propia existencia, un instinto animal, algo que salía de mis entrañas para presentarse con una contundencia abrumadora. Mi instinto maternal. Protector y demoledor. Tenía que proteger mi bebé, como fuera. Daría mi vida por él, si hacía falta. Me armé de valor, no sé cómo lo hice ni de dónde salió exactamente. Sólo sé que lo sentí estallar en mi pecho, en todos mis órganos, en todas las neuronas y células de mi organismo. Todo mi ser se concentró en proteger a mi pequeño, ese precioso fruto que mi vientre albergaba y que era parte de Jacob. Además, Jake vendría a buscarme, me encontraría y nos salvaría, estaba completamente segura. Él siempre nos protegería. Por primera vez en estos últimos minutos, mi pulsera vibró con más vehemencia. Parecía que poco a poco iba despertándose de algún raro letargo.

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Mi garganta se vio raspada por un rugido iracundo que no llegó a salir, aunque retumbó en todo mi esternón, haciéndolo vibrar con ímpetu. ―¡¿Qué vais a hacer con mis padres?! ¡¿Y qué habéis hecho con los lobos?! ―le exigí saber, con furia, antes de que él hablase. Para mi asombro, su boca se torció en una arrogante sonrisa. ―Parece mentira que no me conozcas, Renesmee. Ya eres conocedora de mis barreras invisibles. Sí, claro que las conocía. Ya las había usado una vez. Aquella en la que me había secuestrado para llevarme a su castillo. Nos había encerrado a Helen y a mí en una de sus burbujas transparentes para que los lobos no vieran ni escuchasen nada, y después nos había puesto aquellos hechizos. Apreté los dientes al recordarlo. También me percaté de su ausencia de efluvio, al igual que en su guardia. Otro de sus trucos más para pasar desapercibidos. ―No sé cómo habéis conseguido entrar en el bosque, pero Jacob se enterará de esto enseguida y vendrá a por ti ―le aseguré, con rabia retenida. Su risa despectiva me ofendió en el alma, pero me contuve. ―Tu lobo está demasiado entretenido en esas cuevas ―sonrió, con malicia y suficiencia―. Y entrar fue muy fácil, gracias a las marionetas de Nikoláy y Ruslán. Esos estúpidos lobos se creen que son unos inmortales nómadas, y ahora se encuentran luchando con unas alucinaciones, dentro de la barrera que he impuesto a su alrededor. No se percatarán de nada. Mis párpados no pudieron evitar pestañear varias veces, con nerviosismo y confusión, por esa última información que no me esperaba. Mi cerebro no sabía muy bien qué hilo seguir de las dos respuestas, pero opté por la primera, de momento. Esto me desvelaba cosas, si es que él me respondía, sin embargo, también me aportaba tiempo. Unos minutos muy valiosos para que a Jacob le diera tiempo a llegar. Y mi pulsera cada vez recobraba más fuerza. ―¿Cómo os habéis enterado de que Jacob está ahí? ―pregunté, mirándole con dureza. ―Tengo mis… contactos ―se limitó a responder, sin dejar esa sonrisa. ―¿Y mis padres? ―repetí, aumentando mi furia―. ¿Qué vais a hacer con ellos?

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De pronto, las facciones de su semblante cayeron en picado, adoptando una expresión malvada, gélida y escalofriante. ―Tus padres morirán, como el resto de vuestros aliados y los lobos ―aseguró, con ese tono de ultratumba que me helaba completamente―. No dejaré ningún posible obstáculo entre nosotros. ―Maldito… ―mascullé, rechinando los dientes―. ¡Maldito! ―grité acto seguido, con cólera, lanzándome hacia él. Iba a golpearle con mis puños, aunque mi mano rota se hiciera añicos del todo, pero él me aferró de los antebrazos y me detuvo. Luego, tiró de mí y me pegó a él. Mi hinchado vientre se quedó adosado a su abdomen, eso pareció molestarle, sin embargo, su fijación estaba centrada en otra parte. Mi rostro quedó a un palmo del suyo y él me miró con una pretensión más que evidente. Asqueroso. ¡Me daba asco! ―Serás mía de una vez por todas ―afirmó, con ansia, tirando más de mí para que mi rostro se acercase al suyo. ―¡Jamás! ―le chillé a la cara, iracunda―. ¡Jamás seré tuya! ¡Yo siempre seré del Gran Lobo! Pude ver la cólera en sus ojos encarnados, sin embargo, cuando ya estaba comenzando a tirar de nuevo para atraerme hacia él del todo, mi barriga se vio sacudida por los golpes que el bebé propinaba con sus pequeños pies. Razvan me soltó súbitamente y se retiró hacia atrás, observando mi tripa con una mezcolanza de estupefacción, rabia, sorpresa y desconcierto. Pero, de pronto, sus ojos rojos se clavaron en mí de nuevo, con más ira, y se arrojó a por mí. ―¡Noooo! ―chillé, interponiendo las manos. Esta vez sí. Mi aro de cuero consiguió latir con contundencia y expulsó una de sus abrasadoras ondas expansivas. Razvan salió despedido de espaldas, acompañado por su alarido, y su columna vertebral se estampó contra uno de los terraplenes que cercaban el callejón. Mi corazón latía desbocado y mi boca exhalaba el aliento a toda mecha, pero reaccioné. Sin mirar atrás, eché a correr hacia la salida del callejón y logré escapar de allí, metiéndome por los árboles que la limitaban, hacia la espesura del bosque. Sin embargo, mi barriga pesaba bastante y me desestabilizaba, no podía galopar todo lo deprisa que yo quería.

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Comencé a abrirme paso entre los troncos con frenetismo, buscando algún sitio conocido para avanzar con más seguridad, pero no lo encontraba. ¡Jacob, Jacob! Mis piernas estaban pesadas, se enredaban con facilidad con las raíces que sobresalían de los árboles y tenía que levantar los pies en exceso para no tropezarme y caer. De repente, el cielo se me cayó encima cuando Razvan aterrizó justo frente a mí, saliendo de la nada. No pude ni frenar, aunque mi pulsera erigió una de sus barreras al instante, y él se estampó contra la misma, saliendo rebotado hacia atrás, si bien en esta ocasión su espalda no chocó con ningún obstáculo. Yo sí que salí rebotada, y mi columna se topó con el tronco de un enorme abeto, aunque la barrera amortiguó el golpe y no me dolió en absoluto. Razvan estaba furioso, y se quedó frente a mí, observándome con una mirada de censura total. Antes de que me diera opción de intentar fugarme de nuevo, sacó algo del bolsillo de su camisa y me lo arrojó con saña. Un polvillo rojo, parecido al pimentón, voló hacia mí a una velocidad ultrasónica. ¡¿Otro hechizo?! ¡No! Contuve la respiración, sin embargo, volví a respirar algo en cuanto ese polvillo se estampó en la burbuja de mi aro de cuero y no llegó a tocarme. Pero algo sucedió al instante. Algo que me horrorizó y me dejó sin aliento una vez más. La barrera de mi pulsera comenzó a debilitarse, volviéndose frágil como una pompa de jabón. Y como tal, se desintegró. ―¡Noooooo! ―grité, horrorizada, mirando mi aro de cuero sin poder creérmelo. Éste intentó vibrar, pero, al igual que le había pasado antes, fue incapaz. ¡¿Qué le pasaba?! ―No te imaginas la de conjuros que se pueden hacer con la sangre de unos lobos comunes ―sonrió Razvan, con la misma curvatura arrogante de hace un momento. ―¡¿Qué le has hecho a mi pulsera?! ―bramé. ―Con este hechizo, tu pulsera se dormirá unos segundos ―confesó―. Tiempo suficiente. ―¡Tiempo suficiente para qué! ―mi voz salió asustada.

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―Los hijos del Gran Lobo deben morir ―habló, ignorándome, con ese tono maléfico que congelaba hasta los mismísimos polos. Mi corazón se detuvo, y ya no me dio tiempo a hacer nada más, ni siquiera a parpadear. A la velocidad de la luz, arrojó otro polvillo que se abalanzó a por mí sin cuartel, tan rápido como un cuchillo, un puñal. El puñal de mi pesadilla. ―¡NOOOOOOOOOOO! ―chillé, ya con lágrimas en los ojos, intentando proteger mi vientre. Sin embargo, el polvillo no se dirigió a mi barriga, sino que, para mi desgraciado asombro, vino directo a mi boca y a mi nariz. ―¡No! ―grité, soltando mi tripa para intentar toser y estornudar. Todo fue sin éxito. Noté los efectos del polvillo al instante. Una llama de fuego empezó a introducirse por mi laringe. Ardiente, abrasadora. Grité de dolor y apoyé una de mis manos en el tronco. Creo que era la mano rota, pero el dolor que sentía en mis entrañas era tan desgarrador, que eso otro ni siquiera lo noté. ―¡NOOOO! ¡JACOB! ¡JACOB! Mis alaridos y mis llamadas silenciosas de poco servían, ni siquiera para aliviarme. La llama consiguió abrirse paso por mi sistema digestivo y en un segundo, sentí una especie de explosión en mi barriga. Una lanza congelada atravesó toda mi alma, dejándome sin respiración, paralizando mi corazón, todo mi cuerpo. Mi pulsera se despertó y volvió a vibrar con fuerza, pero ya era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho. Ya no pudo hacer nada para impedirlo y vibró con desesperación y agonía, reflejando lo que sentía mi destrozada alma. Otro agudo pinchazo en mi útero hizo que se me doblaran las piernas y me cayese de rodillas. Abarqué mi vientre con mis brazos, presa del pánico y de las desgarradoras lágrimas que inundaban todo mi rostro. La sangre comenzó a teñir mi blusón de color azul claro y lo levanté con horror para comprobarlo. Un extraño y cruel corte empezó a aparecer en mi abultada barriga, llenándome de más dolores. Pero eso era lo de menos. ―¡MI BEBÉ! ¡MI BEBÉ! ―el chillido me rasgó las cuerdas vocales. Ya no notaba sus pataditas. ―¡NOOOOOO!

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Durante una milésima fracción de segundo, vino a mí otra parte de mi pesadilla. Esa en la que yo llamaba a Jacob para que salvase al bebé. Sí, sólo él podía salvarlo. ¡JACOB! ¡JACOB!, bramó mi alma. ―Tranquila, si todo marcha bien, a ti no te pasará nada ―habló de nuevo Razvan―. Tu vientre lo expulsará, muerto, y la herida se cerrará y se cicatrizará en menos de un minuto. La palabra muerto, relacionada con mi precioso bebé, resaltó sobre todo lo demás y rebotó varias veces en mi cabeza, produciendo un eco espantoso. ―¡NOOOO! ¡MI BEBÉ! ¡MI BEBÉ! ―agonicé de nuevo, frotando mi vientre en un acto desesperado porque esa creciente herida se cerrase. Mis manos estaban llenas de sangre. ¡JACOB! ―Ahora ya serás mía ―dijo Razvan, con su tono de ultratumba, escalofriante y malvado―. En cuanto expulses esa aberración, te llevaré conmigo. ―¡NOOOOO! ¡MI BEBÉ! ―lloré, con desgarro. Esa raja sangrante cada vez se abría más y los pinchazos que sentía por dentro eran insoportables, todo mi bajo vientre ardía en un fuego abrasador. ¡No, Noooo, NOOOOO! ―¡Así que estos eran tus verdaderos planes! ―voceó una voz en la penumbra de los árboles. ―¡Maldito traidor! ―siguió otra voz. Esas voces las conocía demasiado bien, sin embargo, yo estaba demasiado concentrada con mi barriga, desesperada, rota, hundida, desconsolada... Mi mundo comenzaba a venirse abajo, y mi única esperanza era Jacob. Él era la única luz que conseguía ver en este túnel oscuro que empezaba a succionarme. Él era mi única esperanza. ―¡Nikoláy! ¡Ruslán! ―masculló Razvan. ―¡¿Cómo has podido hacerlo?! ―le reprochó Nikoláy, iracundo―. ¡Yo mismo te convertí! ¡Eres como un hijo para mí! ¡Y ahora nos traicionas por una simple semihumana! ¡JACOB! ¡JACOB! ―Adios, Nikoláy. Ni siquiera sé cómo sucedió, ni me paré a mirar nada. Todas las voces sonaban con eco para mí, todo era una niebla densa que se iba oscureciendo por momentos.

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―¡Rápido, se escapa! ―gritó Nikoláy. ―¡Maldición! ¡Ha puesto una barrera, no podemos salir! ―chilló Ruslán. La niebla se trasformó en una espiral negra… El corte de mi vientre cada vez era más grande y sangrante… Y mi bebé no se movía… ¡JACOB! ¡JACOB! ¡JACOB!

(FIN DEL PARÉNTESIS)

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SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS, SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS ANTES DE LA LLAMADA DE NESSIE ¿Cuándo demonios llegaremos a esa cueva?, protestó Jared, por enésima vez, mientras correteábamos por la ladera de otra dichosa montaña. Y yo qué sé, chisté, ya harto de sus quejas. Y de todo esto. El único que sabe dónde queda es ese crío. Pues sí que…, murmuró él, cansado. Otro día no quedes con Kim para comer cuando tengamos una misión como esta, le recomendó Leah. Sí, ya, gracias por el consejo, Leah, le respondió Jared, lleno de retintín. Mejor esperemos que nunca más tengamos una misión como esta, apuntilló Embry. Sí, eso, coincidió Seth. Alush galopaba a mi lado, ya que yo no me fiaba ni un pelo de la Pitufina ni de ninguno de sus secuaces. ―Ahí está la cueva ―señaló. Uf, por fin había dicho las palabras mágicas, la frase que todos estábamos esperando. Yo me moría por pirarme ya a casa, junto a Nessie, porque seguía sin poder quitarme de la cabeza que ella y el bebé no

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estaban seguros del todo, así que cuanto antes terminásemos con todo esto, mejor. Me concentré un momento en mis otros lobos. Brady y su grupo ya estaban luchando contra esos nómadas sin mayor problema, Daniel y los demás seguían vigilando el bosque, el cual parecía muy tranquilo, y Cheran controlaba los alrededores de mi casa sin que hubiera cambio alguno. Todo marchaba bien, pero aún así… Sacudí la cabeza y seguí con esta última tarea que teníamos pendiente. Después de otra pesada marcha que se me hizo más larga de la cuenta debido a mi inquietud, la caverna apareció ante nuestros ojos. Adoptamos una carrera más sigilosa y continuamos galopando hacia ella. Como con la cuarta cueva, Carlisle y los suyos iban detrás de nosotros, y la chusma de Aro iba en último lugar. Dentro de la caverna se oían bastantes voces. Vaya, parecía que los rumanos estaban discutiendo con el licántropo líder. Alush se puso nervioso, pero le hice una señal con un gañido para que se calmase. Avanzamos con rapidez y mutismo, hasta que, finalmente, traspasamos la entrada de la cueva. Lo hicimos sin más contemplaciones, porque yo ya tenía prisa. Estaba más que harto de tanta cueva y licántropo, lo único que quería era largarme a casa, con mi mujer. Ya me moría por darle un buen beso, por abrazarla, por acariciarla… y por otras cosas que no voy a mencionar. Esa radio iba a tener que estar muy alta. Las voces de la disputa se hicieron más evidentes, incluso hacían eco en las paredes rocosas y parecían rebotar en las estalactitas y estalagmitas que decoraban esa madriguera. Bueno, se ve que estaban demasiado entretenidos, aunque hubiéramos entrado con bombos y platillos, creo que no se hubieran dado cuenta. ―¡Tengo que ir a buscarle! ¡No puedo dejar a mi hermano allí! ―gritó el líder de los licántropos, con esa voz profunda y gutural. Ugh. Estaban hablando de Alush. No pude evitar echarle un vistazo mientras nos internábamos en esa cavidad oscura, y me arrepentí al instante. La cara de Alush lo decía todo: estaba a punto de llorar. Una vez más, sentí mucha lástima por él. ―¡No tenemos tiempo! ―voceó Vladimir―. ¡Debemos partir ya! ¡Permanecer aquí es peligroso!

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―¡Todo ha sido un fracaso, ahora tendremos que empezar de cero! ―protestó Stefan, que parecía estar a lo suyo―. ¡Partiremos ya mismo, tienes que contagiar a más humanos! Malditos… Me fue imposible no machacar las muelas. ―¡No me iré sin mi hermano! ―insistió el licántropo. Ya estábamos llegando… ―¡Licántropo obstinado! ¡Tu hermano ya estará muerto! ―le espetó Vladimir, furioso. Y llegamos. El líder de los licántropos ya estaba a punto de abalanzarse hacia el rumano. ―¡No le escuches! ¡Estoy vivo! ―irrumpió Alush, de la que salíamos a esa estancia de piedra. El licántropo se detuvo y se quedó patidifuso cuando vio a su hermano, aunque se quedó aún más tieso al vernos a nosotros. Y los rumanos ni te cuento. Esa estancia de la caverna estaba cerrada, la pared del fondo era un muro formado por gruesas rocas. Estupendo. El habitáculo era un agujero en la montaña, el final de la madriguera, con lo cual, los teníamos bien acorralados. Así que nos detuvimos y nos quedamos frente a ellos. ―Alush ―murmuró el líder de los licántropos. Su careto parecía no creérselo, observaba a su hermano pequeño con confusión, aunque el vaho que rezumaba su cabeza me indicaba que también sentía temor por él. Mira, ya tenía algo bueno. Pero su alma seguía siendo bien malva. ―¡Maldito! ¡Nos ha delatado! ―rugió Stefan, agazapándose. ―¡Es un traidor! ―bramó Vladimir, imitándole. Cretinos. Hace dos segundos hablaban de dejar a Alush tirado y ahora le llamaban traidor a él. ¡Y encima ellos habían intentado secuestrar a Nessie! ¡Malditas momias! Me incliné hacia delante y proferí un rugido que casi tira las estalactitas del techo al tiempo que ya erigía mi círculo de luz brillante para calentarlo. ¡Me los iba a cargar de una vez por todas! Sin embargo, ya no me dio tiempo a hacer más. Alush se interpuso como una bala, colocándose entre los rumanos, su hermano y yo. ―¡No le hagas daño a mi hermano, por favor! ―me suplicó entre lágrimas.

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¡Mierda, ahora no podía hacer nada! De pronto, Vladimir se abalanzó hacia Alush y lo sujetó del cuello con su brazo, por detrás. Fue tan rápido, que ni siquiera su hermano pudo reaccionar, hasta mi manada, los Cullen y esa chusma que nos acompañaba se quedaron estupefactos. ¡No!, rugí, echándome hacia delante. ―¡Kenan! ―chilló el niño, llamando a su hermano. ―Un solo movimiento, y mataré al muchacho ―advirtió Vladimir. ―¡Suéltale! ―gritó el líder de los licántropos, que por fin reaccionó. Su alma seguía siendo malva, pero su hermano pequeño parecía ser sagrado para él. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó hacia Vladimir para atacarle, pero todo sucedió muy deprisa, ni siquiera yo pude evitar la desgracia. Stefan se lo impidió, saltando hacia él para ponerse en medio, y le propinó una patada que lo lanzó hacia una de las paredes rocosas. Su espalda se estampó con saña, haciendo que el paramento se quebrase y trozos de roca se desparramasen por el suelo. ―¡Noooo! ―lloró Alush. Y entonces, fue cuando sucedió. ¡No! Preparé una de mis elipses, pero no tuve ocasión de lanzarla. Vladimir no tuvo compasión, ni siquiera con un niño. Ese llanto desgarrador se paró abruptamente cuando el vampiro le rompió el cuello con su brazo y tiró de su cabeza para separarla del cuerpo. Se hizo un silencio brutal. Todos nos quedamos mirando esa macabra estampa con espanto. Mi manada se quedó muda, hasta los que no estaban aquí, y los Cullen y sus amigos observaban la escena, espantados. Los únicos que no se inmutaron lo más mínimo fueron los asquerosos chupasangres de Aro. Me quedé mirando esa cabeza seccionada con horror total. Su rostro, ahora desfigurado, era la viva imagen del dolor, todavía tenía las lágrimas rodando por su piel. No podía creérmelo. Ese hijo de mala madre había matado a Alush con total impunidad, como si se tratase de un animal o algo así. Pero la cosa no quedó ahí. ―¡NOOOOO! ¡MALDITO! ―bramó el líder de los licántropos acto seguido, desencajándose de la pared.

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Se arrojó hacia ellos como un torpedo rabioso, estaba completamente fuera de sí. Ese vaho que antes era temeroso por Alush, ahora era de un intenso color púrpura, iracundo, colérico. Por primera vez deseé que ese licántropo se saliera con la suya, para que vengase a su hermano pequeño. Su rugido también resonó en toda la cueva. El licántropo llegó hasta ellos en un plis y los tres comenzaron una lucha encarnizada en la que no faltaron los rugidos y mamporrazos. ―¡Tú lo has querido! ―amenazó Vladimir. ―¡Tendréis que buscaros otro Hijo de la Luna! ―rugió el líder de los licántropos. ¿A qué esperas, Jake? Aniquílalos de una vez, dijo Quil. Sí, esos desgraciados han matado a Alush, ahora ya no tiene remedio, siguió Embry. Esperad. Ya sé que ese licántropo es un miserable, pero quiero darle la oportunidad de vengar a su hermano antes de matarle, declaré, sin quitar ojo a la potente pugna que teníamos delante. Sí, era un miserable, sin embargo, Alush era su hermano, y tenía derecho a vengarle, aunque él también fuera a morir dentro de un rato a manos de mi círculo de fuego. Les eché un vistazo a los demás para hacerles una señal o algo que les indicara que solamente estaba esperando a que esos tres terminasen para liquidarles. Carlisle asintió, pillando mi mensaje enseguida. Esperaba encontrar un mal careto por parte de la Pitufina por perder algo de tiempo, pero ésta miraba el reloj de pulsera que rodeaba su muñeca de niña pequeña y su labio se torcía hacia arriba con satisfacción. Luego, osciló la vista hacia Thiago y ambos alzaron la comisura de su labio de la misma forma. No sé por qué, pero me dio una mala espina que no veas. Algo frío comenzó a traspasar todo mi cuerpo, erizando la pelambrera de mi lomo. Un golpetazo enorme hizo que me girase hacia la pelea de nuevo, y mis ojos se abrieron como platos. La cabeza del licántropo estaba entre las manos de Stefan, desmembrada de su cuerpo, el cual sostenía Vladimir por detrás. Dos contra uno. Demasiada desventaja para el licántropo. Y buenos luchadores esos rumanos. No sé de qué me sorprendía todavía, no en vano esos dos habían tenido un imperio en el pasado que a punto había estado de desbancar al de esas asquerosas momias de los Vulturis.

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Ese desgraciado no había podido vengarse por Alush. Pero yo sí lo haría. ¡Ahora sí, Jake!, exclamó Quil. Sí, ahora sí, coincidí, erigiendo mi círculo brillante de nuevo. De repente, los rumanos tiraron los restos del licántropo al suelo, se giraron con precipitación y le arrearon una patada al muro de piedra que tenían a sus espaldas. Los enormes bloques de piedra se cayeron y quedó a la vista un enorme boquete. ―¡Cuidado, intentan escapar! ―gritó Jasper. ―¡Era una salida oculta! ―gruñó Emmett. Vladimir saltó primero al exterior y le siguió Stefan, huyendo como cobardes ratas. ¿A dónde se creían que iban? Estúpidos. ¡Y una mierda!, rugí, corriendo hacia allí. El agujero no era muy grande para mí, pero era lo suficientemente ancho para que yo cupiese. Me costó un poco, sin embargo, conseguí traspasarlo. Salí al exterior, una zona de empinadas laderas. Esos gusanos se habían escondido, los muy ilusos. Idiotas, ¿no se daban cuenta de que podía ver sus sucias y putrefactas almas? Y allí estaban. Detrás de un enorme peñasco, esas almas malvas y oscuras eran toda una señal de humo para mí, incluso sus vahos azulados se evaporaban hacia el cielo gris. Cambié el círculo brillante por mi elipse, ya que ésta era más precisa. Estaban perdidos, iban a morir ya, por lo que habían intentado hacer con Nessie y por lo que acababan de hacerle a Alush. Y por lo que habían hecho en esa batalla de hace tres años con Edward, Bella, Alice y Jasper. De repente, cuando ya estaba a punto de lanzar la elipse hacia ese peñón para llevarme por delante a los dos rumanos, algo hizo que mi corazón saltase de su sitio. Una sensación gélida y congelada, glacial, emergió de lo más hondo de mi ser para plantarse con contundencia, escarchando cada uno de mis órganos, y entonces noté una extraña vibración lejana y casi imperceptible. Me quedé paralizado por un instante. ¡Jake, ¿qué te pasa?! ¡Despierta, se escapan!, me avisó Sam, que asomaba la cabeza por el agujero, sacándome de este shock momentáneo. Eché un vistazo precipitado, todavía algo aturdido por esa sensación, pero ya no veía a Vladimir y Stefan. ¡Mierda!

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Levanté una pata para avanzar. ―¡Detrás de ti! ―me avisó Rosalie. Pero no pude girarme ni para mirar. Sentí un fuerte golpe en todo el espinazo cuando Stefan saltó de la nada, insertando sus pies con saña en mi paletilla. Me caí de morros, sin embargo, no fue eso lo que me sobresaltó. Otro flash estalló y sentí esas vibraciones de nuevo. ¿Qué era eso? Era un zumbido insistente. ¡¿Pero qué te pasa, Jake?! ¡Despierta de una maldita vez!, me regañó Leah. Mi manada no parecía percibir lo mismo que yo. Reaccioné lo justo para revolverme y ponerme en pie. Ahora ya no tenía a Stefan encima. No me había dado cuenta, pero todo era un revoltijo a mi alrededor. Mis lobos, los Cullen, los de Denali, Ezequiel e incluso Teresa ya estaban lanzándose hacia Vladimir y Stefan para quitármelos de encima. Los que se quedaron escondidos en la cueva fueron las alimañas de Aro. ¡Malditas ratas! Ya estaba más que harto de todo esto. Preparé la elipse, haciéndola girar en torno a mí como si de una azada se tratase, y la envié con fuerza hacia los rumanos. ―¡Cuidado! ―bramó Vladimir, pegando un salto hacia arriba. Miserables cobardes. Intentaron huir, pero nada pudieron hacer, mi elipse era demasiado rápida y les alcanzó de pleno. ―¡Nooooo! ―chilló Stefan cuando comenzó a arder. A Vladimir no le dio tiempo ni de decir “ay”. Los dos chupasangres se achicharraron al instante en cuanto mi elipse se los llevó por delante. ¡Bravo, Jake!, clamó Seth, profiriendo un aullido al cielo. Sin embargo, yo no pude celebrarlo. Mientras toda mi manada y nuestros aliados estallaban en una fiesta, sentí otro flash gélido en mi interior, y este fue aún más contundente que los anteriores. Las vibraciones que noté fueron más intensas también, y entonces por fin supe de qué se trataba. Algo andaba mal… Mierda, sí, algo andaba mal por casa… Mis músculos se tensaron al instante, mis ojos se clavaron en el horizonte y me sumí en una concentración total. Ni siquiera escuchaba los pensamientos de mi manada, y mucho menos el bullicio que había en torno a mí.

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La imagen de Nessie se estableció en mi mente de inmediato, no fue nada difícil, ella ocupaba todos y cada uno de mis pensamientos, no podía quitármela de la cabeza, y de pronto, sucedió. Todo mi ser latió con contundencia, una palpitación fuerte y potente que retumbó en mi caja torácica, avisándome, juntándose a las insistentes vibraciones que podía percibir. Mi espíritu de Gran Lobo latía con energía y perseverancia, mi alma se estaba poniendo en alerta máxima. Y mi alma sólo buscaba su alma. Sí, mierda, ¡mierda! ¡Nessie y el bebé estaban en peligro! Me giré como un rayo y me dirigí como tal a la abertura del muro de piedra para entrar en la cueva de nuevo. Jake, ¿qué pasa?, me preguntó Jared. ¡Seguidme! ¡Nessie está en peligro!, avisé al resto, neurótico perdido, pasando hacia el interior de la caverna, raudo. Los Cullen, los de Denali, Ezequiel y Teresa no me oyeron, pero notaron algo raro y, al ver que mis lobos me seguían con gesto grave y precipitación, hicieron lo mismo. ―¿Qué ocurre, Jacob? ―quiso saber Carlisle, preocupado. No tenía tiempo de transformarme y aclararle nada, y tampoco estaba para dar muchas explicaciones, ya que este nerviosismo y ansiedad me dominaban por completo. Tendrían que comprobarlo por ellos mismos. Ya estaba echando a correr, cuando la Pitufina saltó para ponerse frente a mí. ―Aro te estará muy agradecido por tu valioso servicio ―dijo, interponiéndose en mi camino con insistencia―. Vladimir y Stefan fueron enemigos de mis amos durante siglos. ¡Apártate de mi camino!, le rugí con contundencia en todo el careto, esquivándola para seguir corriendo. Escuché su rechinar de dientes a mis espaldas, pero me importaba una maldita mierda. Todo me importaba una mierda, lo único que quería era llegar a mi ángel. Eché a volar por la caverna, atravesando esas cavidades de la roca a toda mecha, preso de una inquietud y una urgencia que electrizaba todo mi cuerpo, llenándolo de una escalofriante adrenalina extra. ¡Jake, ¿cómo sabes si está en peligro?! Daniel y su grupo no están viendo nada raro, y Cheran tampoco, opinó Paul.

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Sí, era cierto. Daniel y Cheran estaban tan tranquilos en el bosque, seguían vigilando la zona y no habían visto nada raro. Pero yo sabía que Nessie estaba en peligro. Salimos al exterior, seguidos de los Cullen y sus amigos. Daniel, Cheran, ¿no veis nada por allí?, quise saber. No, por aquí todo está muy tranquilo, me comunicó Daniel. Por aquí también. ¿Qué está pasando por ahí, tío? ¿Por qué estáis tan nerviosos?, inquirió Cheran, que parecía que no se pispaba de nada. ¡Ve a mirar dentro de mi casa!, le ordené, frenético. Los ojos de Cheran nos mostraron cómo echaba a correr hacia la vivienda. ¿Qué ocurre?, le preguntó Tanya, extrañada. De pronto, el lobo se estampó contra una pared transparente y salió rebotado hacia atrás, del golpazo. ¡No puedo pasar! ¡Hay algo que...! ¡Es una de las barreras de los magos!, mascullé, con ira retenida. ¡Nosotros tampoco podemos pasar!, me reveló Daniel, nervioso. ¡Mierda, mierda! ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Jamás debería haber dejado que Nessie se separase de mí! ¡Mi Nessie, mi ángel! ¡Anthony! Pegué un acelerón, apretando los dientes, y eché a volar por la pendiente de esa ladera rocosa, seguido de mis lobos, los Cullen y el resto de nuestros aliados. ―¿Qué está pasando? ―preguntó Alice mientras corría detrás de nosotros. ―¡Nessie está en peligro! ―adivinó Emmett, rechinando las muelas. Los Cullen también apretaron el paso. Entonces, otro flash glacial se plantó en mi coco y sentí esas persistentes vibraciones una vez más. Mi poder espiritual hizo que otra palpitación resonase en mi caja torácica, recorriendo todo mi cuerpo, hasta que llenó mi mente de luz. De repente, y para mi asombro, tuve una visión. Era el interior del Jeep de Emmett y yo veía a través de los ojos de alguien. Me quedé sin respiración cuando vi la muñeca de esa persona, la cual llevaba puesta la pulsera de compromiso. Era Nessie, mi ángel. Estaba viendo a través de sus ojos lo que ocurría en esos momentos, y lo que salía en ellos no me gustaba un pelo. ¡No, maldita sea!

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Edward estaba conduciendo alocadamente por la carretera que lleva a Forks, iba dando tumbos constantemente, huyendo de algo. Hasta que Nessie miraba al techo y veía, horrorizada, como éste se iba abriendo. Sí, podía sentir su angustia y pavor. Eso me hizo crujir las muelas. Pero cuando un chupasangres se asomó para intentar llevársela, aceleré y solté un rugido de furia. ¡NO! ¡Miserable chupasangres! ¡SUÉLTALA! Por suerte, Bella reaccionó y se arrojó hacia el vampiro con una violencia inusitada en ella. Inesperadamente, otra insistente vibración se hizo notar dentro de mí y entonces ya supe con absoluta certeza de qué se trataba. La pulsera de Nessie me estaba llamando, no dejaba de emitirme ese zumbido de alerta. Por alguna extraña razón, el aro de cuero no podía vibrar ni actuar, era como si algo se lo impidiese, pero tenía el suficiente poder como para vibrar ante mi poder espiritual. Y mi espíritu de Gran Lobo lo percibía sin problemas. La visión desapareció y ya no pude seguir viendo qué estaba pasando. ¡No! Mis patas se dolían por las escarpadas pendientes, y por esas piedras llenas de salientes y bultos que se te clavaban en las almohadillas, hiriéndolas, pero todo me daba igual. ¡Nessie, Anthony! No sé cuánto tiempo pasó, a mí me pareció toda una eternidad, pero finalmente conseguimos llegar a la falda de la montaña. El silencio que reinaba entre nosotros era tenso, estábamos expectantes y en estado de alerta total, hasta mi manada tenía la mente en blanco. Bajamos la última pared rocosa frenéticamente y continuamos corriendo por el bosque del Parque Nacional de Olympic. Trece lobos y once vampiros que atravesábamos ese paisaje invadido de troncos a la velocidad del viento. Pero, ¿a dónde dirigirse? ¿Dónde se encontraba mi ángel? La respuesta vino a mi cabeza sola, gracias a mi poder espiritual. Él me indicó qué hacer. Como si de una cuerda guía se tratase, una señal luminosa y refulgente fue apareciendo delante de mí, mostrándome un camino. Era como el camino de baldosas amarillas del Mago de Oz, sólo que estas baldosas brillaban e iban apareciendo delante de mí progresivamente, según avanzábamos. Era el camino hacia mi ángel.

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Mis lobos estaban totalmente atónitos, pero me siguieron incondicionalmente, así como mi familia de vampiros. Otra visión se mostró ante mí con precipitación. Nessie estaba en un bosque, y tenía ante ella a ese miserable de Razvan… Sus lascivos ojos rojos se clavaban en mi mujer rebosando una pretensión que gritaba a los cuatro vientos cuánto la deseaba, cuánto la ansiaba para él. La cólera se apoderó de mí, quemándome por dentro, incluso podía notar la acidez de mi estómago subiendo por mi garganta. ¡Hijo de mala madre! ¡Terminaría con él de una vez por todas! La furia iba tomando mi cuerpo por momentos, y eso se notó en mi carrera. No tardamos mucho más en salir de esos bosques para adentrarnos en los de nuestro territorio, pero no aminoramos la marcha en ningún momento. Entonces, me di cuenta de que no eran nuestros bosques, sino que estábamos en territorio Cullen. Era el bosque de los Cullen. Las vibraciones que me enviaba la pulsera no cesaban, sin embargo, y para mi desesperación, la señal luminosa se esfumó. ¡Mierda! ¡¿Y ahora hacia dónde iba?! Me di cuenta de que si la señal había desaparecido, tenía que ser porque andábamos muy cerca. Comencé a corretear de aquí para allá, buscando algún indicio que me acercase a Nessie, algún olor o algo. Pero no aparecía nada, ¡no aparecía nada! Hasta que, de pronto, ocurrió. Sentí otra palpitación dentro de mí, sin embargo, esta era mucho mayor que las anteriores, no sólo retumbó en mi pecho, sino que atravesó todo mi cuerpo con una energía nueva y potente. ¡JACOB, JACOB!, escuché. Me quedé tieso cuando oí los gritos desesperados de mi ángel. Me llamaba… me llamaba con tormento y agonía. ¡NESSIE!, bramé, galopando con frenetismo total. Ni siquiera sé si me acompañaba alguien. Sólo sé que comencé a seguir esa voz que a mí me parecía que atronaba por todo el bosque, como un eco constante que se extendía por la espesura del mismo, guiándome. Ella era mi guía, ella era mi luz. ¡JACOB, JACOB!, seguía bramando mi ángel. ¡Ya voy, cielo, aguanta!, le dijo el idiota de mí, como si ella pudiera oírme.

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Seguí la voz, prácticamente volando. Los troncos de los árboles parecía que se echasen encima de mí, como si fuesen los guardias de ese malnacido de Razvan, sin embargo, no me amilané y los esquivé con maestría y urgencia. ¡Malnacido de mierda! ¡Acabaría con él! ¡JACOB!, gritó Nessie en su cabeza otra vez. Me estaba desesperando, su voz cada vez se oía más cercana, pero, ¡maldita sea!, no terminaba de llegar a ella. ¡Nessie, ¿dónde estás?!, voceé, histérico, mientras seguía corriendo de un lado a otro, esquivando los árboles. De repente, volví a escucharla, pero esta vez no en mi mente. Su voz salía por su garganta, rota y llena de calvario. ―¡NOOOOO! ¡MI BEBÉ! ―chilló, con un llanto desgarrador que se me clavó en el alma. ¡NESSIE!, rugí, haciendo que temblase todo el bosque. Creo que algunos animales salieron en estampida, pero yo no podía ver ni escuchar nada más que no fuera mi ángel. La pesadilla de Nessie vino a mi cabeza irremediablemente, parpadeaba dentro de la misma, como si fuese la ruidosa alarma de un parque de bomberos. Su voz se había oído por aquí, pero, ¡mierda!, no daba con ella. ¡¿Dónde estaba?! ¡¿DÓNDE?! ―¡Así que estos eran tus verdaderos planes! ―escuché que decía otra voz. ―¡Maldito traidor! ―le acompañó una más. ―¡Nikoláy! ¡Ruslán! ―masculló una cuarta. Todas las células de mi organismo se llenaron de cólera y furia incontrolada al instante, porque reconocería esa asquerosa voz en cualquier sitio, incluso debajo del agua. Era Razvan. ¡Malnacido! Aunque no sólo estaba él, esos otros dos magos también se encontraban en ese misterioso sitio, y al parecer ya se habían dado cuenta de su traición. Volví a rugir y comencé a dar bandazos iracundos en todas direcciones, buscando el lugar exacto donde se encontraban. Estaban justo aquí, lo sabía, podía escucharles delante de mis narices. Sin embargo, no veía nada más que árboles. ―¡¿Cómo has podido hacerlo?! ¡Yo mismo te convertí! ¡Eres como un hijo para mí! ¡Y ahora nos traicionas por una simple semihumana! ―escuché que le reprochaba Nikoláy, furioso.

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¡JACOB! ¡JACOB!, volvió a gritar Nessie, llena de aflicción y angustia, podía oír cómo lloraba en voz alta. ¡Estoy aquí! ¡¿Dónde estás?!, le pregunté, frenéticamente. Pero ella no podía escucharme. ¡No, no, no! Un rabioso rugido comenzó a nacer dentro de mí y mi espíritu de Gran Lobo se revolvió, colérico, cegado, fuera de sí. Algo en mis entrañas tembló y una palpitación aún más gigantesca latió desde ellas para extenderse por todo mi ser, atravesándome como si de una onda expansiva de fuego y luz se tratase. Y, entonces, por fin la clarividencia se plantó frente a mí. Unas siluetas empezaron a aparecer ante mis atónitos y exaltados ojos. Primero eran borrosas, como si una tela de plástico tupido estuviese delante de ellas, sin embargo, poco a poco esas figuras fueron volviéndose más nítidas. Hasta que por fin las vi del todo. Ahí estaban esos desgraciados de Razvan, Nikoláy y Ruslán. Y por fin vi a mi Nessie, a mi dulce y precioso ángel. Allí, arrodillada en el suelo, junto al tronco de un abeto, se encontraba mi ángel, y sus manos rodeaban su vientre. Su hermoso rostro estaba desfigurado por un dolor desgarrador y una expresión de tortura y tormento que apuñaló mi alma hasta el fondo. El aire se me escapó de los bronquios con horror cuando vi la sangre que bañaba su barriga, mis ojos no se pudieron abrir más. Una herida lacerante, sangrante y alargada se extendía por su vientre de arriba abajo, y aunque ésta aún no era muy abierta, parecía que se acrecentaba por momentos. ¡NESSIE! ¡ANTHONY! Sin embargo, todavía podía ver el alma de nuestro bebé, sí, seguía vivo. Estaba vivo, ¡vivo! Pero había algo más. Anthony estaba envuelto por algo, una especie de bolsa que brillaba con un color blanco, bajo el fulgor de su alma dorada. Lo comprendí en cuanto lo vi. Era el hechizo de Ezequiel, su magia blanca. La bolsa parecía bastante fuerte y había resistido a lo que fuera que había atacado al bebé, pero también vi una pequeña fisura que se estaba agrandando lentamente. ¡NO! Otra fuerte palpitación hizo vibrar todo mi organismo, mi espíritu de Gran Lobo me estaba indicando algo, y entonces supe qué tenía que hacer. Y no tenía tiempo que perder.

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Ese bastardo de Razvan pareció percatarse de mi presencia al otro lado de su barrera justo antes de que comenzase a extender mi círculo de luz brillante. ―Volveré a por ti, Renesmee ―juró, apretando las muelas con más que rabia al tiempo que se alejaba un paso de ella. Ese malnacido se quería escapar, pero yo no podía apartar mi horrorizada vista de mi ángel, tenía que salvarla a ella y a mi hijo, eso era lo más importante para mí en estos momentos. Todo lo demás se convertía en algo secundario para mí, incluso mis ansias de venganza. Nessie tampoco parecía haberle escuchado, estaba totalmente enfrascada observando su vientre, completamente ida y desesperada. Acto seguido Razvan les dedicó una mirada a los magos. ―Adiós, Nikoláy ―y echó a volar hacia el bosque. Erigí mi círculo brillante, lleno de cólera. Mi respiración salía por mis fosas nasales con ira y mis ojos rebosaban odio por todos los costados. ―¡Rápido, se escapa! ―voceó Nikoláy, ajeno a lo que se le venía encima. Los dos magos fueron tras él, sin embargo, al contrario que Razvan, que salió como nada de su barrera, se estamparon contra ese cristal invisible, cayéndose hacia atrás. ¡Maldito miserable! ―¡Maldición! ¡Ha puesto una barrera, no podemos salir! ―gritó Ruslán, cabreado. ¡Id tras él!, ordené a mi manada al tiempo que hacía bombear mi círculo con una furia descontrolada que crecía por momentos. Mi voz de Alfa se presentó con contundencia, jamás había dado una orden como esta. Mis hermanos se doblegaron ante mí, aunque no era mi intención. ¡Salid del país si hace falta, pero cogedle y traédmelo! No vi cómo se fueron, aunque sé que acataron la orden al instante. ¡Y no podía perder más tiempo! ¡JACOB! ¡JACOB! ¡JACOB!, bramó mi ángel, con un suplicio agonizante. ¡Ya estoy aquí, mi amor!

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ESTO DEMUESTRA QUE NO SOY UN DIOS, COMO OTROS SE PIENSAN ―¡Desadte de la barrera! ―voceó Nikoláy―. ¡Yo me encargo de la semihumana! ¡Y una mierda! ¡MI ÁNGEL, MI HIJO, ERAN INTOCABLES! La ira que sentía dentro ya era un volcán que escupía lava incandescente, y como tal, ésta salió disparada hacia fuera en una erupción brutal, haciendo estallar mi círculo de luz brillante, que se volvió de un abrasador fuego al instante y se abrió desde mí hacia todas partes, en redondo, explotando como una bomba nuclear. Esa candente y calcinadora onda expansiva se extendió a una velocidad increíble, incluso yo mismo me sorprendí, y comenzó a barrerlo todo, devastando toda cosa maléfica que se encontraba a su súbito paso. Y empezó con la barrera de Razvan. Se la llevó por delante, arrollándola por completo, reduciéndola a un simple polvillo que fue arrastrado por el propio viento de la explosión. Pero ahí no terminó el asunto. Esos asquerosos magos no tuvieron ocasión de chillar, ni siquiera tuvieron tiempo de ver lo que pasaba. Bueno, me habría gustado que hubiesen sufrido, pero la verdad es que en estos momentos me importaba una maldita mierda. La onda expansiva llegó acto seguido a ellos y les pulverizó de inmediato, reduciéndoles a cenizas. Y ahora sí que estaba seguro de que eran ellos, en carne y hueso. Lo supe porque mi espíritu de Gran Lobo así me lo hizo saber, y porque esas cenizas se prendieron en

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fuego mientras caían, emitiendo unos espeluznantes chillidos como las ratas cuando son atrapadas por una trampa. Todo mi ser se llenó de satisfacción por haber terminado con tanta maldad, y parecía que sí habían sufrido algo. Sus putrefactas cenizas cayeron al suelo, ya apagadas, y los quejidos también cesaron. Nikoláy y Ruslán ya estaban muertos. Pero la potente y destructora onda continuó su devastador y vertiginoso recorrido por el bosque, perdiéndose, incluso, de mi vista. Nessie se percató de mi presencia al instante, en cuanto la barrera desapareció. Alzó ese desgarrador rostro y clavó sus ansiosos ojos llenos de tortura en mí, sin dejar de acariciar su ensangrentado vientre. ―Jake… ―murmuró, sollozando y respirando con agitación y más que angustia. La herida de su barriga ya estaba un poco más abierta, pero la fisura de la bolsa luminosa que envolvía al bebé se resquebrajó. Algo negruzco empezó a rodear a Anthony, como si quisiera estrangularle o asfixiarle, y su pequeño corazón empezó a latir más despacio. ―¡Nessie! ―gritó Alice, horrorizada, cuando la vio. ―¡NOOOO, MI BEBÉ! ―bramó Nessie, observando su barriga con terror otra vez. ¡NO! ¡ANTHONY! Sentí varios jadeos de horror a mis espaldas. Iba a correr hacia Nessie, mi garganta ya gemía de dolor, mi alma ya se estaba desgarrando, pero de repente, sentí otra palpitación y me detuve. Creo que Alice también se dirigía a Nessie, pero Carlisle le interpuso su brazo al verme y ella se paró, llevando la mirada hacia mí. Nessie lo vio en mis ojos y su rostro, empapado en lágrimas, se llenó de esperanza de inmediato. Sí, podía hacerlo, lo sabía, lo sentía dentro de mí, era un remolino intenso y mágico que se revolvía en mi interior, clamándome salir. Y no perdí más tiempo. Bajé la vista hacia Anthony y me concentré en su dorada y luminosa alma. Esta vez no erigí un círculo brillante, ni una elipse, sino que un chorro fulgurante y lleno de energía salió de mis entrañas y se dirigió hacia Nessie, como si de una estrella fugaz se tratase. Ella cerró los ojos y jadeó con intensidad cuando el chorro envolvió su vientre. No sé qué ocurrió en su barriga, porque una luz cegadora estalló ahí dentro y nos impidió verlo.

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Pero cuando escuché los rítmicos y veloces latidos del pequeño corazón de Anthony de nuevo y ese destello desapareció, junto con el chorro luminoso, el cual regresó a mi cuerpo, mi corazón volvió a latir con felicidad. La barriga de Nessie seguía manchada de sangre, pero ya no tenía ninguna herida, y el alma del bebé refulgía con plenitud. ―Gracias a Dios ―suspiró Esme, detrás de mí. Nessie alzó el rostro de nuevo y me sonrió, aunque parecía agotada, su carita mostraba un cansancio extenuante. ―Jake… ―susurró, con esa sonrisa, mirándome maravillada. ¡NESSIE!, lloriqueé. Corrí como un bólido y me oculté detrás de un árbol para cambiar de fase. En cuanto me puse los pantalones, prácticamente en volandas, salí de allí a toda prisa para atenderla. Todavía me estaba subiendo la cremallera cuando llegué a su lado, y los Cullen que se habían quedado, es decir, Carlisle, Esme, Ezequiel, Teresa y Alice, ya estaban junto a ella. Todos los demás se habían pirado para perseguir a ese malnacido de Razvan. Sin embargo, mi felicidad duró poco. Teresa la sostenía algo erguida, sujetando su espalda, y estaba agachada, como los demás, que permanecían a su alrededor. Carlisle también estaba en cuclillas, junto a Nessie, y tenía la mano sobre su frente. Y su cara no me gustaba ni un pelo. ―¿Qué pasa? ―quise saber, abriéndome paso entre los cinco vampiros y agachándome para comprobar la frente de Nessie. Doc retiró su mano con rapidez para dejar paso a la mía―. Mierda, está ardiendo ―mascullé, alarmado. ―Jake… ―murmuró ella, observándome con ese rostro agotado, aunque continuaba haciéndolo maravillada. Sin perder más tiempo, me alcé y volé hacia el mismo tronco de antes. Me quité los pantalones a toda mecha, los dejé tirados en la hierba y entré en fase de nuevo, saliendo con precipitación para dirigirme a Nessie. Ahora no me costó nada, ya sabía cómo hacerlo. Al igual que hace un rato, me concentré en ella, busqué ese latido que hizo vibrar todo mi cuerpo, y esa estrella fugaz en forma de chorro brillante salió en su busca, envolviéndola. Nessie volvió a cerrar los ojos y a jadear al sentir mi poder espiritual, aunque esta vez con más intensidad, pues el chorro brillante la cubría totalmente. Parecía una mariposa en su crisálida, una crisálida fulgurante

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y mágica. Otra luz cegadora brilló con ímpetu, sin embargo, en esta ocasión, cuando se apagó, ella no parecía haberse curado. ¡No, mierda! Había algo que lo impedía, algo que bloqueaba el paso de mi poder espiritual. Me quedé atónito, podía ver cómo mi poder espiritual intentaba moverse por sus venas, iluminándolas, haciendo de ellas unas ramificaciones de luz, pero algo negruzco se mezclaba con mi poder espiritual y lo hacía mucho más pesado, como si arrastrase una tonelada de plomo. Nadie podía ver esto excepto yo, claro, pero me quedé tan petrificado, que Ezequiel se percató. ―Me temo que se trata de un hechizo encadenado de Razvan ―masculló, observando la estampa con rabia. Caí en la cuenta de que él se había quedado para terminar de vengarse de Nikoláy y Ruslán de una vez por todas, ya que les tenía muchas ganas, pero que yo había terminado con su deseo de un solo soplido. Aún así, no parecía insatisfecho por cómo habían acabado, aunque su semblante ahora era de preocupación y rabia por lo que Razvan le había hecho a Nessie. Mi mandíbula se cerró audiblemente cuando escuché su frase―. En cuanto el hechizo del bebé se deshizo, se activó este otro, y debe de ser muy fuerte, ya que se resiste a tu poder espiritual. Razvan… ¡Razvan! ¡Maldito! ¡Maldito sea! ¡Juraba por mi vida que iba a terminar con él, y su muerte sería lenta y dolorosa, muy dolorosa! ―Creo que en realidad se trata de un hechizo triple ―siguió, con gesto pensativo, obligándome a salir de mis oscuros pensamientos. Le miré sin comprender, aunque no fui el único, el resto tampoco entendía nada. Pero ahora no tenía tiempo que perder, así que gañí con ansiedad y me dirigí al árbol una vez más, dejándole con la próxima palabra en la boca y con las preguntas de los demás en el aire. Adopté mi forma humana, me puse los pantalones precipitadamente y salí de mi escondite de nuevo, abriéndome paso para agacharme junto a Nessie. Pasé mi mano por debajo de sus piernas y la tomé en brazos. Los suyos se aferraron a mi cuello con debilidad mientras su cabeza se caía exhausta en mi hombro, y me levanté. ―Será mejor que la llevemos a casa ―declaró Carlisle, sin dejar ese gesto grave. Yo ya estaba caminando. Eché a trotar con él y los demás, cargando con Nessie en mis brazos, hacia la casa de los Cullen, ya que estábamos en su territorio y quedaba más cerca.

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―Jake… ―susurró Nessie, con un frágil hilo de voz, intentando apretar su abrazo. ―Ya estoy aquí, cielo ―le murmuré en la frente, dándole un beso. Mierda, seguía ardiendo. Su piel estaba más caliente que mis labios. Aceleré. ―Anthony está bien… ―jadeó, sonriendo con felicidad―. Ya noto… sus pataditas… Sí, yo también acababa de sentirlas, pero tuve que tragar saliva para que el nudo que se aferró a mi garganta no saltara. ―Sí, preciosa, Anthony está bien ―conseguí murmurar, aunque mi voz salió más ronca de lo que yo hubiera deseado. Entonces, pareció acordarse de algo, porque alzó su cabeza un poco para poder mirarme. Y sus ojos estaban llenos de preocupación y angustia otra vez. ―Mis padres… ―susurró de nuevo, con ansiedad―. Están… en peligro… No me dio tiempo ni de asustarme. ―Estamos bien, hija mía ―afirmó Edward, que apareció repentinamente de entre los árboles, como un rayo, para colocarse a mi lado, con evidente inquietud. ―Renesmee, cielo ―llegó Bella, con la misma cara de alarma y aflicción que su marido. Ella se puso junto a Edward, el cual le cedió el sitio, y comenzó a acariciar el cabello de su hija. ―Estáis bien… ―sonrió apenas Nessie, apoyando su rostro en mi hombro otra vez, agotada por ese pequeño esfuerzo―. Todos… estamos… bien… Volví a tragar saliva. No, todos no. Ella no estaba bien. ―¿Qué os ha pasado? ¿Dónde estabais? ―inquirió Alice, sin dejar de mirar a Nessie de tanto en cuando con ese desasosiego que teníamos todos―. Pude veros durante un momento, pero luego os perdí. ―Estábamos encerrados en una barrera de Razvan, luchando con cinco miembros de su guardia, pero uno de los círculos de fuego de Jacob era tan potente, que llegó hasta nosotros y arrasó con todo, incluidos los vampiros. Creo que recorrió todo el bosque y que ha llegado hasta La Push ―pude percibir cierto deslumbramiento cuando lo dijo, pero Edward contestó con prisas, porque enseguida cambió de tema, al que urgía en estos momentos―. Dime, Carlisle, ¿qué le ocurre a Renesmee?

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Doc no le contestó con palabras, se limitó a mirarle con esa expresión de gravedad, seguramente para que Nessie no lo oyera. Edward asintió, y su semblante no era el reflejo de la tranquilidad, precisamente, aunque el mío era peor, porque yo era todo un manojo de nervios y ansiedad. ¿Qué le pasaba a Nessie? ¿Qué le pasaba a mi ángel? ―Explícame eso del hechizo triple ―le pedí a Ezequiel, con nerviosismo. Todos los presentes prestaron mucha atención. ―He subestimado a Razvan, es más poderoso de lo que creía en un principio ―empezó a explicar, no sin cierto malestar―. Ha debido de aumentar sus conocimientos y cultivar su don durante los últimos años, porque ahora es capaz de desencadenar un hechizo que tiene el poder de tres juntos. Ese hechizo triple no es lo bastante fuerte como para vencer a tu poder espiritual, pero sí como para oponerse lo suficiente, es decir, el hechizo podría estar resistiéndose a tu poder espiritual durante horas, días o incluso… Dejó la frase inconclusa, pero yo supe qué significaba eso, y el semblante dolorido de Edward me lo ratificaba. Ese hechizo podía estar así, resistiéndose a mi poder espiritual, durante semanas, hasta que el organismo de Nessie no lo aguantase más y… Cerré los ojos y apreté las muelas mientras mis pulmones exhalaban el aire con una mezcolanza de desesperación y furia. Esto demostraba que yo no era un dios, como se pensaban algunos. Se hizo un tenso silencio que se alargó más de la cuenta y seguimos caminando por el bosque con esa rapidez, hasta que por fin llegamos a la casa de los Cullen. Pasamos adentro y nos dirigimos al que había sido el dormitorio de Nessie, en la última planta. Esme abrió la puerta y me la sostuvo para que yo entrase con más facilidad. Acababa de hacerlo, cuando Bella y Edward pasaron como zumbidos a mi lado para dirigirse a la enorme cama. Retiraron la colcha hacia atrás y la abrieron con rapidez. Con sumo cuidado, dejé a Nessie sobre el camastro, apoyando su cabeza en la almohada. Mi cara se retorció y mi respiración se aceleró cuando vi que tenía los ojos cerrados y que estaba semi-inconsciente. ―Jake…, no vayas… ―susurró, hablando en sueños, moviendo la cabeza hacia el otro lado. ―Está delirando ―dijo Carlisle, con ese gesto grave y preocupado. ―Nessie ―murmuré, acariciando su rostro con alarma y ansiedad.

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―Su fiebre es muy, muy alta, Jacob. Lamento decirte esto, pero el bebé corre serio peligro ―siguió, observándome con un semblante severo y serio. Mi corazón dejó de latir por un momento―. Su organismo tiene una temperatura demasiado elevada para un bebé humano, la sangre que le llega es muy alta, eso provocará que el bebé también tenga fiebre, y podría morir ―otro parón de mis latidos―. Tenemos que conseguir que le baje la fiebre. ―Hay que desvestirla ―propuso Bella, hablando con prisa y nerviosismo. Edward ya estaba empezando a quitarle las botas y la chaqueta, y su esposa se unió a él para hacerlo con el resto. Yo reaccioné por fin y le arranqué el blusón de dos tirones, ni siquiera me paré a desabrochar botón por botón, eso me llevaría demasiado tiempo. ―Alice, busca un camisón en el vestidor ―le pidió Bella mientras le quitaba los pantalones a su hija. La aludida se convirtió en un borrón cuando se metió en ese cuarto. Pasé la mano por debajo de la espalda de Nessie y la alcé un poco para quitarle el blusón, ayudado por Edward, que se encargó de sacar las mangas para retirarlo del todo. Alice llegó tan rauda como se había ido y trajo un antiguo camisón de Nessie, uno de esos de algodón que se estiraban bien. Bella lo cogió y, sin que yo posase aún a mi mujer, se lo metió por la cabeza y lo bajó hasta el sostén. Edward también ayudó con los brazos para ponérselo completamente, envolviendo su abultada barriga con esa tela que cedió sin problemas. Cuando terminaron, la coloqué en la cama de nuevo, con delicadeza. ―Jake… ―susurró Nessie, otra vez en sueños. Me senté a su lado y cogí su mano. ―Estoy aquí, preciosa ―murmuré, pasando la otra palma por su abrasador rostro, con angustia. Sí, mierda, no podía ocultarlo, estaba demasiado preocupado. Su piel ardía y estaba comenzando a humedecerse por el sudor. Y encima no podía echarme junto a ella para abrazarla, ya que temía que eso aumentara su fiebre. Bella se quitó la chaqueta con presteza y se quedó en camiseta de tirantes. Se descalzó y se echó junto a Nessie, arrimándose bien a ella para aportarle su gélido frío. Pasó el brazo por debajo de su cuello, apoyó su cabeza en su pecho y posó su mano en la frente de su hija, mirándome con una expresión de inquietud que yo correspondí, no pude remediarlo.

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Nessie abrió los ojos y me buscó con la mirada. Sus párpados le pesaban, apenas podía mantenerlos arriba, y parecía un poco perdida y desorientada. ―Estoy aquí, cielo ―le indiqué, acariciando su mejilla con el dorso de mis trémulos dedos. Ni siquiera me atrevía a acariciar su rostro, por si eso hacía que su fiebre subiera. ―Jake… ―su boca se curvó en una frágil sonrisa. ―Sí, pequeña, estoy aquí ―le repetí, haciendo un amago de sonrisa. Tuve que tragar otro montón de saliva para mantener el nudo de mi garganta en su sitio. Si ella me veía mal, sería peor. ―Anthony… está bien… ―volvió a decir, con un murmullo que se apagó cuando los ojos se le cerraron. ―Sí, preciosa ―logré musitar, inquieto, sin soltar su mano. La lleve hacia arriba y la besé―. Todo va a salir bien ―murmuré, aunque más bien para mí mismo. ―Jacob, ¿podemos hablar un momento? ―me solicitó Carlisle. No quería soltar la mano de Nessie ni despegarme de ella, pero estaba claro que quería hablarme de algún diagnóstico o algo, así que asentí. Le di otro beso en el dorso de la mano, dejándola sobre el colchón, uno más cuando me levanté, en los labios, y me marché con Doc de la habitación, sin dejar de mirar a Nessie ni un momento. No sé por qué me hizo salir del dormitorio, porque los demás podían escucharlo todo, pero supuse que era para que yo tuviera una sensación de más intimidad. Cerró la puerta y se quedó frente a mí. ―¿Qué pasa? ―quise saber, poniendo los brazos en jarra al tiempo que me movía con nerviosismo. La expresión de Carlisle seguía siendo grave. ―No puedo administrarle ningún medicamento para bajarle la fiebre, ya que no es algo que produzca su organismo ―empezó a explicarme, mirándome con una cautela que no me gustaba ni un pelo―. Esto lo está produciendo esa magia negra, y la única forma de que la fiebre remita es con tu poder espiritual. Lo único que podemos hacer es esperar a que éste venza al hechizo. Solté todo el aire por la boca, de una sola exhalación, desesperado y lleno de nervios. ―¿Y ya está? ¿No se puede hacer nada más? ―inquirí, neurótico perdido.

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―Mientras tanto, intentaremos bajarle algo la fiebre aportándole frío. Es lo único que podemos hacer por el momento. Volví a soltar una buena bocanada de mi aliento y asentí, sin dejar esta inquietud. Ya iba a girarme para entrar en el dormitorio de nuevo, pero él se quedó estático en el pasillo, observándome con esa cautela que no me hacía nada de gracia. Una bala gélida atravesó mi estómago al ver su semblante y no pude ni moverme. Los pies se me quedaron pegados al suelo. ―¿Hay… algo más? ―murmuré, sin poder ocultar mi enorme preocupación. ―Me temo que sí. ―Pues, venga, suéltalo ya, sin paños calientes ―le azucé, respirando hondo para ser fuerte. Tenía que serlo, tenía que serlo… ―Si esta situación se alarga demasiado, tendré que intervenirla para sacarle al bebé con una cesárea ―me informó, hablándome con la prudencia típica de un doctor. ―¿Una… cesárea? ―fue lo único que el idiota de mí consiguió soltar, eso sí, con un estúpido murmullo. Carlisle se tomó un par de segundos para seguir hablando, esperando a que yo reaccionase. Como no lo hice, se lanzó igual. ―Como ya he dicho, la elevada temperatura del organismo de Nessie es muy perjudicial para el bebé. Puedo esperar unas horas, pero si la fiebre no remite, tendré que sacárselo. Inspiré para reponerme un poco. ―¿Y Anthony… estará… estará bien? ―pregunté, con otro murmullo. ―Ya tiene casi ocho meses, eso es suficiente para que nazca perfectamente sano ―me ratificó. Tomé aire una vez más, respirando profundamente, y lo solté con rapidez y decisión. ―Está bien, Doc, haz lo que tengas que hacer ―asentí, aunque lleno de nervios. Moví un pie para girarme hacia la puerta del dormitorio. ―Espera ―me detuvo, cogiéndome del brazo. No me gustaba ese tono, era demasiado asustadizo, así que me volví hacia él con lentitud,

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clavando la vista en sus ojos, expectante―. Hay otra cosa más ―siguió, ahora con un tono más bajo. ―¿Qué… qué pasa? ―Siento mucho tener que decirte esto, Jacob ―sus palabras comenzaron a sonarme con eco, rebotando en mis oídos―, pero con esa fiebre tan alta, temo que Nessie no pueda superar una intervención como esa. Quiero que sepas que es muy arriesgada para ella, aparte de su elevada temperatura, su tensión es muy baja, y podría entrar en una parada cardiorrespiratoria. En ese momento no me atravesó una bala, fue un cañón punzante y congelado que impactó contra mi pecho, abriendo un enorme agujero, dejándome completamente paralizado. Había dado por hecho que ella no iba a sufrir daño alguno, ya que Carlisle era médico y aquí disponía de los medios necesarios para una operación de ese tipo. ―¿Qué…? ―mi voz casi no sonó. ―Puedo esperar unas horas, pero si su fiebre se alarga, tendré que intervenirla, o si no, podrías perderlos a los dos. Las palabras de Carlisle salieron con delicadeza y tacto, pero a mí me parecieron las más crueles que había oído en toda mi vida. ―¿Me… me estás diciendo que tengo que decidir si quiero que viva mi…? ―Te estoy diciendo que tenemos unas horas de margen para que lo pienses ―me interrumpió, con calma. ―¿Cuántas? ―quise saber, más inquieto todavía. ―Depende de su presión arterial, de la temperatura, de cómo reaccione al frío que le está dando Bella, etcétera. Tendríamos que ir viéndolo sobre la marcha. ―Eso no me tranquiliza nada ―mascullé, llevando las manos a mi pelo mientras empezaba a pasear de aquí para allá. ―Ojalá pudiera, pero no puedo darte un tiempo en concreto, lo siento. Mis pies no paraban de moverse, neuróticos, y mis manos se aferraron a mi pelo con rabia. No, esto no podía estar pasando… Era imposible, ¡imposible! No, ¡NO! Me negaba a aceptar eso, ¡me negaba en rotundo! ―Ella va a ponerse bien ―aseguré, con un aire rabioso, parándome delante de él―. Nessie es muy fuerte, resistirá lo que le echen. Y mi poder espiritual ganará a ese maldito hechizo.

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―Esperemos que así sea, Jacob ―asintió Doc―. Yo tengo plena confianza en ti y en tu poder. Inspiré profundamente y asentí con confianza. Sí, esto tenía que salir bien. Tenía que hacerlo… Anthony. Nessie, mi dulce y precioso ángel…

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NESSIE, NO ME DEJES… NO ME DEJES… No sé por qué me vino ese recuerdo a la cabeza. ―Yo decoro el árbol, abuelo ―se ofreció Nessie, entusiasmada, ya corriendo a su paso humano hacia la caja de los adornos. Bella ni siquiera pudo retenerla, había saltado de sus brazos con agilidad, pegando un brinco enorme y veloz. Su pequeño vestido de seda azul se hinchó como si fuese una campana mientras aterrizaba y los largos rizos de su preciosa melena rebotaron en su espalda, volviendo a subir a cámara lenta hasta que recayeron en su columna de nuevo. O eso me pareció a mí. Todos nos hubiéramos quedado engatusados del todo si no fuera porque ese salto era demasiado acrobático para una niña de seis años, seis años físicos, claro está, y cantaba mucho a ojos de Charlie. Bella estuvo a punto de ir a hablar con ella para recalcarle lo importante que era ocultar su condición de semivampiro de cara a los humanos, sobre todo a Charlie, pero al ver la carita de felicidad y entusiasmo de Nessie, lo dejó pasar, era irremediable. Además, creo que para aquel entonces Charlie ya llevaba bastantes meses sospechando que su nieta no era muy normal, precisamente. Qué demonios, cada vez que la veía había crecido algo, en este año y tres meses, su nieta ya tenía seis años, aunque en los últimos meses su crecimiento se había estancado bastante, porque no había pasado de aparentar esa edad. Charlie se había quedado observando a Nessie embobado desde que habíamos entrado por la puerta de su casa, pero no fue el único. Yo no podía dejar de mirar a ese ángel, maravillado. Para mí esa niña era el ser más especial que había en todo el universo, un ángel dulce, inocente y puro, el ángel que había curado mi corazón, el ángel que me había

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salvado la vida. Y yo daría la mía por ella sin pensarlo. Ella lo era todo para mí, ella era lo único para mí. Era mi tesoro más preciado. Charlie se despertó de su sueño antes que yo y noté cómo oscilaba la mirada hacia mí. Mis ojos no se querían despegar de Nessie, pero no me quedó más remedio que hacerlo para observarle a él cuando sentí su examen. Sus pupilas, enmarcadas bajo un ceño bajo y fruncido, destilaban un revuelto de crítica, sospecha y cierto desconcierto. Todavía no sabía lo mío con Nessie, y el hombre estaba un poco perdido con nuestra extraña relación. Y no sólo por lo mío, era evidente que Nessie tenía un apego demasiado especial hacia mí como para no darse cuenta, y cada vez tenía más. Llevó la vista al frente, murmuró algo ininteligible y se marchó junto a su nieta. Sí, creo que prefería no saber esto tampoco. ―¡Jake, tú también! ―me llamó Nessie, sonriente, haciéndome una señal con la mano. Escuché otro refunfuño de Charlie, pero me acerqué a ellos sin dejar de sonreírle a mi ángel. Me senté en el suelo, junto a los dos, y Nessie corrió para hacerlo sobre mis piernas, dándome primero un tierno beso en la mejilla. Charlie volvió a examinarme, aunque esta vez, analizándonos a los dos, y murmuró algo que no entendí, pero terminó soltando un suspiro sonriente de rendición. Mientras Nessie colocaba las bolas, las luces y las guirnaldas en el árbol con gran maestría, Charlie y yo lo hacíamos con bastante torpeza, la verdad. El caso es que nos esforzábamos, pero no se sabía quiénes eran los adultos y quién el niño, ya que Nessie iba recolocando los adornos para mejorar un poco ese desastre. Bueno, vale, yo tenía diecisiete primaveras, pero me quedaban poco más de dos semanas para llegar a la mayoría de edad, así que prácticamente ya era un adulto, ¿no? Bella no hacía más que reírse desde el sofá, al ver la estampa, y Edward…, bueno, Edward se mofaba de mí directamente. Esta era la segunda Navidad que pasábamos juntos desde que Nessie había nacido. El año pasado había sido un poco tensa, por la situación, claro. Los Vulturis estaban al caer y todos habíamos estado un pelín nerviosos. Y encima, Charlie y mi viejo estaban enfadados por lo de Sue, por eso Billy no había ido. Pero este año era diferente. Gracias a la insistencia de Nessie, Billy iba a venir, y esperábamos una reconciliación entre Charlie y él. Bueno, a decir verdad, el que estaba cabreado era mi viejo, por supuesto, era Charlie el que le había levantado a la chica. En aquel entonces yo estaba tan embotado con el asunto de

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Bella, que no me había dado ni cuenta de que a Billy le gustaba Sue. Menudo idiota cegato, mira que no darme cuenta. Ahora recordaba todas las veces en que mi viejo me decía lo interesante que era esa mujer, lo fuerte y fascinante que era, que si vaya carácter, que si Sue para aquí, que si Sue para allá… ¿Y todas las horas que se pasaba Billy de visita en casa de Sue? Buah, qué tonto había sido, era tan evidente. Pero el imbécil de mí sólo se dio cuenta cuando Charlie, que también debía de estar por Sue, empezó a salir con ella y mi padre se enfadó con él. Vaya dos, parecían dos críos adolescentes. Pero mi ángel lo arregló todo. Nessie le pidió a Billy que viniera a la cena de nochebuena y cuando le puso esos ojitos suyos, mi viejo no se pudo resistir, claro. Y lo mismo pasó con Charlie, aunque él no estaba enfadado. Así que Charlie llamó a Billy para invitarle, éste aceptó, y ya tuvieron una pequeña conversación telefónica que sirvió para romper un poco el hielo. Cuando el timbre sonó, Sue estaba en la cocina, junto a Bella, que le estaba ayudando a preparar la cena. Charlie dejó el árbol momentáneamente y se dirigió a la puerta, pero Sue salió de la cocina para acompañarle, ya que todos sabíamos quien era. ―Hola, Billy ―le saludó Charlie al abrir. ―Feliz Navidad, Charlie. Feliz Navidad, Sue ―mi padre curvó la comisura de su labio a modo de sonrisa tonta mientras alzaba un paquete que tenía un envoltorio blanco―. Traigo el postre. Charlie sonrió, Sue más, y a partir de ahí todo fue como la seda. Billy venía con Sam y Emily, que fueron los encargados de traerle. Todos comenzaron a bromear y a reír en el vestíbulo, y Nessie observaba la estampa sonriente. Puso la última bola en el árbol, se giró hacia mí con otra enorme sonrisa y se lanzó a mis brazos de un salto, acurrucándose en mi pecho, mimosa. ―Te ha quedado precioso ―le alabé. Nessie se despegó un poco de mí y me miró con esos ojitos brillantes. Ya iba a levantar la mano para comunicarse conmigo a través de su don, pero entonces se dio cuenta de que Charlie estaba por allí y la posó en mi cuello. ―Todo se arregló ―sonrió. Miré esa carita tan dulce y tuve que obligarme a bajar de la nube. ―Eso parece.

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―Tu papá y mi abuelito ya son amigos otra vez ―su sonrisa se amplió más. ―Sí, ya vuelven a ser colegas ―sonreí. Se quedó mirándome durante unos segundos, completamente embobada, observando mi rostro con suma atención, como si estuviera estudiando cada uno de mis poros. Como ya dije una vez, a veces me daba la sensación de que Nessie también estaba imprimada de mí. Ya sé que era totalmente absurdo e imposible, y que seguramente sería producto de mi imaginación, de lo atontado que me quedaba con ella, pero cuando me miraba con esa adoración casi rayana en el fanatismo… ―Yo jamás me enfadaré contigo. Jamás me separaré de ti ―afirmó de pronto, más seria. Se echó sobre mí con rapidez, acurrucándose en mi pecho al tiempo que lo rodeaba con sus pequeños brazos―. Te quiero, Jake ―murmuró, apretándome con fuerza. No era la primera vez que me decía esto, lo que pasa es que nunca lo había escuchado de su boca, y me quedé completamente pasmado. Esas palabras, dichas con su voz, me parecieron lo más bonito que había escuchado jamás, y me emocioné. Sí, vale, me emocioné como un idiota cursi, pero qué quieres, no pude evitar ese nudo en la garganta. ―Yo también te quiero, Nessie ―susurré en su pelo. Le di un beso en la coronilla y miré al frente. Adivina con quién se toparon mis ojos. Sí, con Edward, ya que estaba sentado justo frente a mí, en el sofá. También era mala suerte… Y su careto no era de felicidad plena, precisamente, más bien nos observaba con resignación, y también podía percibir cierto fastidio al ver a su hija tan unida a mí. Sí, él también se daba cuenta de la adoración que sentía Nessie por mí, de que cuanto más crecía, más apego tenía, pero, ¿qué quería que hiciera yo? No era culpa mía. Bella salió de la cocina y nos vio. Sonrió, pero se ve que todavía sentía esos celos maternos, así que enseguida soltó algo para que su hija se despegase de mí. ―¿Ya habéis terminado de decorar el árbol? Nessie se separó de mi pecho, la miró y negó con la cabeza. ―¿No habías terminado ya? ―le pregunté, extrañado, observando el árbol. Yo lo veía perfecto. Nessie puso los ojos en blanco, me dejó, con un pequeño salto, y cogió la estrella de la caja, que se ve que era lo único que quedaba. Me la mostró con una sonrisita.

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―Ah, claro, la estrella ―caí, sonriéndole. Extendió los brazos hacia mí y ya supe lo que quería. Me puse de pie, la cogí y la senté en mi cuello. Ella se rió con entusiasmo al ver la altura y se agarró bien a mi frente. Su risa infantil era música celestial para mí. ―Ten cuidado, Jacob ―ya tuvo que decir Edward. Pasé de él. Sabía de sobra que no había ningún peligro, pero, claro, tenía que ejercer de padrazo. ―Venga, ponla ahí ―le exhorté a Nessie, sonriente. ―No llego, ahora queda muy abajo ―se rió, aún más fuerte. El abeto mediría un metro ochenta, y yo dos metros, así que sus cortos bracitos no alcanzaban a la punta del árbol. Me carcajeé al ver cómo ella intentaba llegar, estirándose todo lo que podía mientras se revolvía en mis hombros y se partía de la risa. ―Muy gracioso ―me reprochó con retintín, sin dejar de reír, al darse cuenta de mi broma. ―Vale, vale, ya me agacho un poco ―accedí, doblándome hacia delante para que ella alcanzase. Por fin, colocó la estrella y sus padres explotaron en júbilo, aplaudiendo con una alegría exagerada. Bajé a Nessie de mi cuello, pero cuando acababa de posarla en el suelo, ella se abalanzó a mis brazos de nuevo para abrazarme. Me alcé, con ella en brazos, y me dio un cariñoso beso en la mejilla, toda entusiasmada. ―¡Genial, Renesmee! ―clamó Bella, arrebatándomela de los brazos. La cría se quedó un poco patidifusa al principio, como yo, pero enseguida se fue con su madre. Bueno, los dos estábamos acostumbrados a la pelusilla que todavía sentía Bella por mí, así que esto no era nada nuevo. Cuando me volví, vi que Charlie, Sue, Billy, Sam y Emily habían estado observando toda la escena, sonrientes. Bella les llevó a Nessie para que se saludasen y el resto de la tarde empezó a pasar con rapidez. Leah, Seth, Paul, Rachel y algunos de los chicos de la manada no tardaron mucho más en llegar. Leah no estaba nada a gusto entre Bella y Edward, pero ahora que su madre era la novia oficial de Charlie, tenía que estar ahí. Ja, qué situación. No dejaba de pensar que si Sue y Charlie se casaban, Bella se convertiría en la hermanastra de Leah. Con lo que ella la odiaba, mira que si terminaban siendo familia…

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La cena transcurrió como suele hacerlo una cena navideña, y la comida que nos había preparado Sue estaba buenísima. Me reí un montón para mis adentros al ver a Edward y a Bella tragándose esos alimentos humanos a la fuerza. Nessie todavía era un poco reacia a la comida sólida, pero poco a poco, estaba consiguiendo que la fuera aceptando más, y estos platos de Sue ayudaban muchísimo, ya que a Nessie parecían gustarle. Después de cenar, pasamos a los regalos. Charlie no estaba muy conforme y se pensaba que era cosa de Bella, pero ya nadie ocultaba nada ni se inventaba historias, pues Nessie ya sabía de sobra que Santa Claus no existía. Eso sí, Charlie colocó los regalos bajo el árbol, como manda la tradición, y dejó que fuera Nessie la que los fuera repartiendo. Me quedé flipado con el regalo de Bella y Edward. Un estéreo nuevo para mi coche. Guau. Y era de los caros, de veras, una pasada. No sé si no sería demasiado para mi buga. Pero luego llegó el momento de los regalos para Nessie. Ella los dejó para el final, ya que le gustaba vernos a nosotros primero. Abrió el de Charlie. Una consola. Vaya, el tipo se había estirado, seguramente se había gastado la última paga en eso. Empecé a sentirme un poco pequeño al ver el panorama que se me presentaba delante, porque yo no tenía ni un centavo, y estaba claro que Nessie iba a recibir unos regalazos. En cambio, el mío… ―Gracias, abuelo ―Nessie le sonrió y le dio un cariñoso abrazo y un beso en la mejilla. ―Viene con un par de juegos ―dijo, satisfecho. Después, su semblante cambió a uno un tanto dudoso―. Bueno, creo. No entiendo mucho de estos trastos. ―Me gusta mucho ―se rió Nessie. ―Abre el nuestro ―le sugirió Edward, señalándoselo con el dedo, aunque ella ya lo estaba cogiendo. Ay, no. ¿Por qué tenía que estar el mío en último lugar? Ahora se vería más la diferencia. Genial. Nessie rasgó el papel de regalo y descubrió una caja de cartón bastante cutre. Fruncí el ceño, como ella, aunque yo con sospechas. Esta era la típica broma que fingía ser un regalo malo y que luego resultaba ser un regalazo total. Y efectivamente. Nessie comenzó a sacar papel de

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periódico de la caja mientras sus padres se reían, hasta que encontró el regalo de verdad. ―¡Un viaje a Disneyworld! ―exclamó, mirando las entradas con entusiasmo. Ugh. Mi regalo ya era una mierda oficial. ―Tenías muchas ganas de ir, ¿no es cierto? ―adivinó Edward, y por su tono de voz supe que lo había visto en algún pensamiento oculto de Nessie. ―Sí. Gracias, mamá. Gracias, papá ―les abrazó y les dio otro beso cariñoso. ―De nada, cielo ―le sonrió Bella―. Ya sabes que todo es poco para ti. Sí, sobre todo mi regalo. Entonces, Nessie volvió a mirar las entradas y su adorable ceño se frunció con extrañeza. ―Son tres ―regresó la vista hacia su madre―. ¿Y la de Jake? Oh. Bella y Edward se miraron durante un instante, pasándose el marrón el uno al otro. ―Cielo, Jacob seguro que tiene cosas que hacer en La Push ―le respondió su padre. Acto seguido me miró a mí, con una vista llena de cuchillos que ya amenazaba por sí sola―. ¿Verdad? ―En realidad, no ―sonreí, con algo de rebeldía. Edward no llegó a rechinar los dientes, pero casi. Lo que sí hizo fue resollar por las napias mientras me asesinaba con la mirada. ―Entonces puede venir ―sonrió Nessie, ilusionada. ―Te lo dije ―le cuchicheó Bella a su marido. ―Está bien ―aceptó él, a regañadientes y mal a gusto―. Mañana compraré otra entrada más. Genial. Mira tú por dónde me iba a ir a Disneyworld. ―Qué suerte tienes ―murmuró Leah. Le dediqué una amplia sonrisa de resarcimiento y ella negó con la cabeza. Nessie sonrió, feliz, y abrazó a sus padres de nuevo para darles las gracias. Ellos la dejaron ir cuando terminaron de achucharla y de llenarle la cara de besos. ―Bueno, pues ya están los regalos ―concluí, dando una palmada y poniéndome de pie.

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―Todavía queda el tuyo ―advirtió Nessie, mirándome extrañada. Lo supe sólo con esa mirada. Ella había dejado mi regalo en último lugar, creyendo que iba a ser el que más le iba a gustar. Estupendo. Ahora se iba a llevar un chasco considerable. Se giró para coger mi paquete y yo me senté, ya con algo de vergüenza. Se dio la vuelta para que todos viéramos mi regalo y lo abrió con rapidez, casi con ansias. Parecía que hubiera estado esperando mi regalo con especial expectación y entusiasmo. Guay. Cuando lo descubrió, me rasqué la cabeza para disimular. Ella abrió los ojitos, la boca, y levantó la pequeña caja de madera con las manos para fijarse mejor en el tallado. ―Es un joyero ―reveló Billy, orgulloso por mi trabajo. Idiota… Sí, un simple joyero de madera. ―Sí, bueno, es una caja ―dije, algo ruborizado―. Puedes usarla para lo que quieras, aunque yo la hice pensando en un joyero. El joyero en realidad era un pequeño cofre de madera oscura cuya tapa podía dejarse abierta gracias a unas bisagras enanas. Nessie lo abrió para observar el interior. ―Es precioso, Jake ―me alabó Bella, sorprendida, observando cada detalle del cofrecillo. Nessie llevó la vista hacia mí. ―¿Lo hiciste tú? ―me preguntó, con un hilo de voz, clavándome esos ojitos cristalinos. ―Oh, sí. Se pasó dos semanas tallándolo ―desveló mi viejo, con algo de sorna―. Todavía es un poco torpe. Sam y Paul acompañaron su risita. Graciosos… Pues bien que me había costado hacer el cofre y grabar todos esos detalles florales, quisiera verles a ellos. No me dio tiempo de contestar a mi padre. En un abrir y cerrar de ojos, Nessie saltó a mis brazos para darme un apretado y efusivo abrazo que me pilló totalmente desprevenido. ―¿Te gusta? ―inquirí, por preguntar algo. Se despegó de mí para mirarme. Su boca dibujaba una sonrisa cerrada en su hermoso rostro infantil, pero una lágrima se desbordó de uno de sus ojitos y comenzó a descender por su mejilla. ―Sí, mucho ―aseguró, emocionada.

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―Entonces, ¿por qué lloras? ―le pregunté, algo confuso y preocupado, limpiándole esa lágrima. Estaba a punto de salir por la puerta para ir a comprarle algo, por muy caro que fuera; sería capaz de robarlo, con tal de verla feliz. ―Porque lo has hecho tú ―murmuró, observándome con esa adoración al tiempo que pasaba la mano por mi estupefacto careto para acariciarme con dulzura. Charlie carraspeó y se puso de pie. ―Iré a por algo de beber para brindar ―refunfuñó de camino a la cocina. Apenas lo noté, todavía estaba demasiado pasmado por la reacción de Nessie. De pronto, su don me mostró que había sido su regalo favorito y sus humedecidos ojitos lo ratificaban, al rebosar esa felicidad, haciendo que me quedase más atontado todavía… Salí de ese recuerdo con rapidez cuando Nessie giró la cabeza con brusquedad, hacia el otro lado de la almohada. ―Jake… ―murmuró, con ansiedad, en sueños. No hacía más que llamarme. ―Estoy aquí, cielo ―le dije una vez más, sin soltar su mano ni un momento, sin despegarme de ella. La alcé y le di otro beso en el dorso. En la habitación solamente nos encontrábamos Bella, que no había dejado de permanecer echada junto a ella para aportarle frío, Edward, Carlisle y yo. Alice, Teresa y Ezequiel estaban esperando en el salón, para darme más intimidad. ―Jacob, ya han pasado varias horas y la fiebre no ha remitido ―me recordó Carlisle, con un dolor más que evidente en la voz. Ni siquiera él era capaz de ocultarlo. Eso hizo que mi ansiedad subiera aún más―. Lamento decirte esto, pero debes tomar una decisión. ―Su temperatura ha bajado un grado, puedo sentirlo ―declaré, firme, con la vista fija en el rostro de mi mujer. ―No es suficiente, lo sabes ―lamentó él―. Debo sacar al bebé ahora, de lo contrario… ―Ha bajado un grado ―repetí, cortándole, apretando las muelas con rabia y nerviosismo al tiempo que seguía clavando la mirada en Nessie. No quería dejar de mirarla, no quería dejar de mirarla jamás. Mi garganta se vio atacada por un nudo enorme de angustia.

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Bella pasó su mano por la frente empapada en sudor de Nessie, con frenetismo, como si así su fiebre fuera a bajar más deprisa. ―Ella es fuerte, Jake. Podrá superar la operación ―dijo Bella, aunque sus ojos estaban llenos de desesperación. ―Eso no lo sabemos ―objeté, neurótico, con la mirada fija en Nessie―. Prefiero esperar un poco más. ―Las probabilidades son escasas, pero existe la posibilidad de que supere la intervención ―agregó Carlisle―. Debemos aferrarnos a eso. ―No quiero jugármela. Prefiero esperar un poco más ―repetí, sin dejar de mirar a mi mujer―. Le bajará la fiebre ―aseguré, y apreté su mano. ―Hay que sacarle al bebé ―me contradijo Bella, ahora muy ansiosa―. Ella es fuerte, sé que superará la intervención. ―Está muy débil ―opinó Edward, con ese careto suyo de tormento que no ayudaba nada. ―Y yo sé que podrá superar esta fiebre, sólo necesita un poco de tiempo más ―afirmé. ―Si Nessie estuviera consciente, elegiría salvar al bebé ―afirmó Bella, con la voz entrecortada por el desconsuelo que esas palabras suponían también para ella. Fue el único momento en que aparté la vista de mi ángel. Miré a Bella con un giro brusco de mi cabeza. Sus ojos no podían derramar lágrimas, pero casi lo estaban haciendo, y hablaban por sí solos. Bella sabía de lo que hablaba, porque ella había elegido salvar a Nessie, entregando su vida por ella. Y sin lugar a dudas Nessie haría lo mismo por Anthony. Sí, tenía razón. Sí, mierda, mierda, ¡mierda! Tenía razón, Nessie elegiría eso. El nudo que tenía en el gaznate casi me rompe la tráquea, pero fui capaz de contenerlo, aunque mi rostro lo decía todo. ―Creo que será mejor que te dejemos a solas, para que tomes una decisión ―propuso Carlisle, con su tono mesurado de siempre. Bella y Edward asintieron. Bella le dio un beso en la frente a su hija y se apartó de ella para marcharse del dormitorio con Carlisle y su marido, que la sujetó por los hombros para consolarla. Cuando la puerta se cerró, me quedé en un absoluto silencio. Pero entonces, llevé la vista hacia Nessie y el nudo de mi garganta explotó del todo. ―Nessie… ―sollocé, como un niño, llevando su mano a mi boca para besarla.

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Estaba tan desconsolado, que las manos me temblaban. Dejé la suya apoyada en la cama y me incliné sobre ella para rodear su precioso rostro con mis palmas, acariciándolo con más que ansiedad e impaciencia. ―Por favor, Nessie… ―lloré, apoyando mi frente en la suya―. Por favor, por favor… Tienes que salir de esta, lucha, no me dejes… No me dejes, por favor… Sin ti no soy nada, nada… Las lágrimas ni siquiera bajaban por mi cara, caían directamente sobre la suya, mojándola sin consuelo ninguno. ―Hay… que salvar… al bebé ―susurró de pronto. Me incorporé súbitamente para mirarla, todavía con esos lagrimones en los ojos. Pero no por lo que había dicho, sino porque por fin había dicho algo coherente en todas estas horas. Estaba… estaba consciente. ―Nena… ―jadeé, emocionado, acariciando su rostro una vez más, aunque esta con esperanzas. Sí, su piel estaba menos caliente y sus ojos me miraban con más lucidez, despierta―. ¡Carlisle! ―voceé acto seguido. Esto era un sueño, un sueño. Casi no había chillado, y Doc, junto con Edward y Bella, pasó al dormitorio. Voló hacia el otro lado de la cama y cogió la muñeca de Nessie para tomarle el pulso. ―Sus constantes se han estabilizado ―ratificó, sonriendo―. Y su fiebre ha bajado, sigue descendiendo progresivamente, cada vez más. Yo también lo notaba, mi piel comenzaba a ser más cálida que la suya. ―Sí, me… me siento mejor, mucho mejor ―ni la propia Nessie se lo creía―. Y Anthony también está bien ―afirmó, poniendo la mano en su vientre―. En realidad, creo que ahora está genial ―sonrió, oscilando la mirada hacia mí. Doc cogió una linterna pequeña y le miró los ojos con ella. ―Abuelo, me molesta mucho la luz, apaga eso ―refunfuñó, apartando la mano de Carlisle. Solté una carcajada que me salió de lo más hondo, con felicidad. Aunque no fui el único. Bella y Edward se abrazaron, aliviados, y los que estaban abajo llegaron para celebrarlo también. ―¿Ya se encuentra bien? ―quiso saber Alice, entusiasmada. ―Sí, le ha bajado la fiebre ―le ratificó Edward, con una enorme sonrisa. Me miró y me hizo un asentimiento para agradecérmelo.

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―Mi niña ―se emocionó Esme. ―Es estupendo ―celebró Teresa, que le dio un beso a Ezequiel. ―Parece que tu poder espiritual ha ganado al hechizo de Razvan ―me sonrió Doc. ―Jake ―me sonrió Nessie, reclamándome con esos ojazos suyos―. Lo has hecho, nos has salvado a los dos. Su rostro destilaba orgullo por todos los sitios, y el mío felicidad plena y absoluta. ―Nessie ―murmuré, con otra sonrisa, inclinándome sobre ella para besarla. En cuanto sus brazos rodearon mi cuello con ansia y sus labios comenzaron a moverse con los míos con esa pasión que era tan emotiva y alocada a la vez, volví a llorar como un crío. Solamente escuché el clack de la puerta cuando todos se fueron para dejarnos a solas, porque la energía nos envolvió con ganas, y yo había estado esperando este beso durante demasiadas horas. Sin embargo, justo cuando empezábamos a perdernos del todo, alguien picó a la puerta con fuerza, sobresaltándonos. Me hubiera puesto como una fiera si no llega a ser porque la voz que se escuchó era de alguien que me traía una noticia que también llevaba esperando durante mucho tiempo. ―¡Jake! ―me llamó Sam, desde fuera. Me incorporé con rapidez. ―Pasa, Sam. Abrió la puerta y se quedó en el umbral. Le echó un vistazo a Nessie, le dedicó una sonrisa y un asentimiento a modo de felicitación o algo así, y enseguida me miró a mí, pasando a un semblante totalmente serio y formal. ―Le tenemos ―me anunció―. Hemos cogido a Razvan.

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¡MALDITO CHIFLADO! ¡ELLA ES MÍA! Fue escuchar esas palabras, y un torrente de emociones recorrió todo mi organismo con un manguerazo inmediato, desde el júbilo más absoluto hasta la rabia más honda y oscura, sádica. Por fin, por fin iba a poder vengarme de ese malnacido. Nessie vio mis deseos de revancha en mis ojos y los suyos adquirieron una tonalidad de preocupación e inquietud. Se incorporó, apoyando la espalda en el corto cabecero de madera al tiempo que rodeaba su abultada barriga con la mano sana, ya que la rota, en la cual no nos habíamos fijado hasta más tarde dada la gravedad y urgencia de su estado febril, se la había curado Carlisle, aprovechando su inconsciencia, y la tenía entablillada. Se quedó mirándome con algo de ansiedad. Verla así me dolía como si me clavasen un puñal en el corazón, pero yo necesitaba vengarme de ese desgraciado de una vez por todas, por todo lo que había hecho y había intentado hacer. Sí, lo necesitaba, lo necesitaba con todas mis fuerzas, como el oxígeno, si no lo hacía, terminaría explotando. ―¿Puedes dejarnos un momento, Sam? ―le pedí, cambiando la mirada hacia él por un breve instante―. Bajo ahora mismo. Éste asintió con esa respetabilidad con la que me miraba siempre y se fue del dormitorio sin perder más tiempo, cerrando la puerta a sus espaldas. Regresé la vista hacia Nessie. ―Jake… ―murmuró, asustada. ―No me pasará nada ―le calmé, llevando las manos a su rostro para enjugar esas lágrimas que había derramado durante nuestro beso. Su piel era tan sedosa…

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―¿Y si es una trampa de Razvan? ―dijo, inquieta―. No sé, no es que no confíe en la manada, pero ¿no es muy raro que pudieran atraparle tan fácilmente? ―Nessie, eso da lo mismo, aunque fuera así, tengo que ir igual, los chicos no podrán hacer nada contra su magia ―alegué, hablando con un tono pausado para tratar de tranquilizarla. ―Pero tú no vas por eso ―se pispó, con evidente intranquilidad. ―Nessie… ―intenté hablar, retirando mis manos de sus mejillas. Ella me cortó. ―Sé lo que va a pasar ―aseguró, mirándome a los ojos fijamente, rebosando preocupación―. No usarás tu poder espiritual contra él, no te conformarás con eso. Quieres matarlo tú mismo, en un cuerpo a cuerpo, ¿crees que no lo veo en tus ojos? Te conozco demasiado bien. Mierda, sí, me conocía demasiado bien. No pude rebatírselo, claro, y me quedé con el pico cerrado. ―Ya sé que tú eres muy fuerte, pero Razvan también lo es ―manifestó, nerviosa―. Y en un cuerpo a cuerpo… ―Le ganaré ―le interrumpí, convencido. ―No estoy diciendo que no puedas ganarle, por supuesto que puedes, eso ya lo sé. Pero no deja de ser peligroso ―insistió, mirando a un lado, inquieta. Entendía perfectamente sus sentimientos. Sabía que ella iba a estar muy preocupada por mí durante mi duelo con Razvan. Sabía que ella era la primera que confiaba en mí, claro, pero una cosa no quita a la otra. Que confiase en mí y en mis aptitudes no quería decir que ya dejase de preocuparse, eso lo sabía muy bien, porque a mí me pasaría exactamente lo mismo si fuera a la inversa. El verla así, el saber que iba a estar tan preocupada, volvía a clavárseme en el corazón como un puñal, retorciéndose para despedazarlo del todo, pero no podía olvidar todo lo que había hecho ese desgraciado, ni hablar. Ese hijo de mala madre tenía que pagar por ello, ya era una cuestión de honor. Hice girar su cara hacia mí con delicadeza, poniéndole la mano en su barbilla, y ella llevó sus ojos a los míos. ―Le ganaré ―afirmé, sin ningún atisbo de duda. Mis pupilas soltaban chispas de venganza, clamándola a gritos. Nessie se inclinó hacia mí y envolvió mi rostro con su mano sana, pegando su frente a la mía.

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―No puedo pedirte que no te vengues ―murmuró, con un tono temeroso y desasosegado―, pero prométeme que le matarás nada más llegar, con tu poder espiritual. ―No puedo dejarlo así, Nessie, ese malnacido ha hecho demasiadas cosas ―mascullé, apretando la dentadura―. Ha intentado matar a Anthony, casi te mata a ti… Recordar esto hizo que mi estómago se hinchase de un calor ardiente y rabioso. Volví a machacar las muelas con fuerza, porque ya me moría por ir a por él. Tuve que contenerme mucho, aunque Nessie ayudó, ella era lo único que conseguía que estuviera aquí todavía. ―Jake… ―me suplicó, con la voz entrecortada. ―Todo saldrá bien ―aseveré, con confianza, subiendo una de mis manos para acariciar su rostro con el dorso de mis dedos. La suya dejó el mío para rodear mi cuello. La energía ya empezaba a emanar de los dos, hechizándonos―. Terminaré con él de una vez por todas y ya no tendrás nada que temer. No volverá a hacerte daño, jamás, y a Anthony tampoco. Nessie cerró los ojos y asintió con rendición, aunque también con resignación y sin dejar ese semblante preocupado. Sabía que no iba a convencerme de lo contrario. Luego, alzó los párpados y me clavó esa mirada suplicante. ―Prométeme que te tragarás tu orgullo y que usarás tu poder espiritual si las cosas se ponen feas ―me rogó, con un susurro, implorándome con esos ojazos suyos que siempre me hacían palpitar. Ugh, entonces él sería el ganador y yo un tramposo. ―Eso no pasará ―dije para calmarla. Mi técnica de evasión no surtió efecto. ―Prométemelo ―insistió, sin dejar de mirarme de ese modo. Cualquiera le decía que no a esos ojazos. Genial. No sé cómo lo hacía, pero Nessie siempre terminaba llevándome a su terreno, era irremediable. ―A mí no me importa ninguna venganza ―siguió, sin que me diera tiempo a responderle a lo de antes―. No me importa ningún honor, ni si le matas despacio o deprisa, ni quién gane o pierda una absurda pelea. Lo único que quiero es que mi marido vuelva a casa sano y salvo ―su voz se entrecortó una vez más, y mi garganta se anudó en la zona de la tráquea para comenzar a soportar una montaña de emociones sensibleras―. Así que prométemelo. Prométeme que usaras tu poder espiritual si ves que estás en peligro de muerte.

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¿Cómo iba a negarle eso? Ella y Anthony eran lo más importante para mí, eran lo primero para mí, por supuesto que lo haría, por ellos lo haría sin dudarlo ni un instante, aunque quedase como un patético y cobarde tramposo. Y ahí lo solté yo. ―Te lo prometo ―un murmullo fue lo único que conseguí que se escapase de ese incómodo nudo aferrado a mi gaznate. Nessie no dijo nada más, pero me lo agradeció uniendo sus labios a los míos con una pasión mezclada con inquietud, emotividad y preocupación. Mis manos se aferraron a su cintura, arrimándola más a mí, y mi boca le correspondió de igual modo, entre la agitada respiración de los dos. La energía que nos rodeaba ya empezó a hacerlo con más locura, siguiendo el compás de nuestros labios. Nessie deslizó su sedosa palma por mi piel, descendiendo hacia mi torso desnudo, y lo recorrió entero. Madre mía. Me pegué a ella (todo lo que Anthony me dejó) con efusividad y apasionamiento, no pude remediarlo, y su mano regresó a mi cuello para aferrarse a mi pelo con fervor. Uf, como no detuviera esto ahora, ya iba a ser incapaz de hacerlo. Sólo Dios sabe lo que me costó despegar mi bocaza de sus dulces y adictivos labios, porque separarlos era como intentar alejar a la luna de la Tierra, era imposible, porque mi boca había nacido para estar así con la suya, era su misión en este mundo. A ella también le costó lo suyo reprimirse, y ambos necesitamos de un par de segundos para reponernos. ―Tengo que irme, Sam y los chicos me están esperando ―susurré, recuperando el aire, con mi frente unida a la suya. ―Vuelve, y te prometo que te lo recompensaré en cuanto llegues ―susurró ella también, pero hablándome con un deseo ardiente. Esto era toda una tentación, todo un aliciente para matar a Razvan en cuanto llegase a él, y volver hasta aquí corriendo. ―Entonces, volveré pronto ―sonreí, alzando una de las comisuras de mi labio. ―Vuelve ―repitió, volviendo a su rostro preocupado de antes. ―Te lo prometo ―asentí, serio. Le di un último beso en los labios, aunque éste más corto y dulce. Una parte de mí se quedó con Nessie cuando me separé de ella y me levanté de la cama para dejarla. Su mano se arrastró por mi hombro cuando lo hice, alargando su contacto con mi piel, hasta que me despegué

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del todo y se cayó sobre el colchón. Fui caminando hacia atrás lentamente, sin despegar mi vista de su hermoso rostro de porcelana, el cual me observaba con una inquietud y un desasosiego que intentó ocultar, sin éxito, y me giré hacia la puerta deprisa para no seguir viéndolo. Salí del dormitorio con rapidez y me topé con Edward, Bella y Carlisle, que estaban esperando en el pasillo. Doc pasó velozmente para entrar en la habitación, seguramente tenía que examinar mejor a Nessie para ratificar que todo estaba bien. ―Jake, ten mucho cuidado, por favor ―me rogó Bella, interponiéndose un poco para detenerme momentáneamente. Sus ojos dorados también estaban llenos de preocupación. ―Acaba con él, pero vuelve a casa ―siguió Edward, mirándome con respetabilidad, aunque con algo de advertencia―. Nessie y Anthony te necesitan a su lado, no lo olvides. Aun advirtiéndome, se notaba que él daría un brazo por vengarse también, pero que me cedía a mí los honores. Asentí, mirándoles a los dos. ―Cuidad de Nessie hasta que llegue ―les pedí, ya echando el pie hacia delante. ―Sí ―murmuró Bella, sin apartar su preocupada vista de mí. Y seguí mi camino. Ellos entraron en el dormitorio para estar con su hija. Eso me tranquilizó un poco, porque ellos podrían calmarla algo y sabía que cuidarían muy bien de ella. Bajé las escaleras a toda mecha y llegué al salón, donde se encontraban Alice, Esme, Ezequiel y Teresa, de pie. Sam prefería esperarme fuera, ya que él no estaba acostumbrado al olor quemanarices de la casa. ―Ten cuidado ―me dijo Alice, de la que pasaba a su lado para dirigirme a la salida. Esme también me observaba con la misma cara de preocupación que los demás. ―Descuida, pequeñaja ―le contesté, sin mirar a nadie, con prisas. Llegué a la puerta y salí de la vivienda. Sam ya se puso a caminar junto a mí en cuanto terminé de bajar las escaleras del porche, y nos encaminamos hacia el bosque, con paso presto. ―¿Dónde está? ―quise saber mientras nos internábamos entre los árboles.

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―Le atrapamos en el Parque Nacional de Olympic ―me reveló, deteniéndose cuando ya estábamos fuera de la vista de la casa de los Cullen. Me paré con él y ambos nos quitamos los pantalones para transformarnos―. No sabemos por qué se dirigió allí y no huyó por el océano, porque parece que se ha quedado sin poderes, hubiera sido más rápido y efectivo si se hubiera ido a través del mar, por lo menos, los lobos no hubiéramos podido seguirle ―se agachó y comenzó a atar la prenda a su cinta de cuero. ―¿Que se ha quedado sin poderes? ―fruncí el ceño con extrañeza al tiempo que yo también enganchaba mis pantalones a mi cinta de compromiso, de la cual colgaba mi anillo de casado. Nunca podía dejar de mirarlo antes de transformarme, y así lo hice en esta ocasión. Nos levantamos y los dos entramos en fase. Sin perder más tiempo, nos pusimos a correr. Mi tarro se llenó de todos los pensamientos de la manada. Pude discernir que mi voz de Alfa había sonado tan fuerte, que había llegado a toda mi manada con contundencia, incluidos el grupo de Daniel, el grupo de Brady, y Cheran, porque todos sus ojos me mostraban que ya estaban en el lugar donde habían pillado a Razvan. También vi que estaban Tanya y Carmen. Me extrañó, porque todos ellos estaban atrapados en las barreras de Razvan. Pero también vi a ese desgraciado. Estaba custodiado por Emmett y Jasper, que no se apartaban de su lado. Rechiné los dientes y traté de reservar esta ira que ya me hervía la sangre para después. Eso parece, me ratificó Sam, siguiendo con la conversación de antes, haciéndome salir de mis oscuros pensamientos, a la vez que volábamos por el bosque. Seguimos su rastro y nos condujo hasta el Parque Nacional de Olympic. Emmett y Jasper iban más adelantados que nosotros, y no tardaron en divisarle. Razvan vio que le pisaban los talones e intentó lanzarles un hechizo. Pero no surtió efecto, no pudo. Él mismo se quedó a cuadros. Fue entonces cuando le cogimos. Tampoco pudo hacernos nada a nosotros, y eso que lo intentó varias veces. Vaya, así que el maguito se quedó sin poderes, ¿eh?, no pude evitar ese retintín maléfico. Creemos que ha sido tu onda expansiva. ¿Cómo?, tuve que girar el cabezón para mirarle. Eleazar ya no ve su don, ya no goza de él, según empezaba a explicar, me iba quedando más pasmado. Creemos que fue tu onda expansiva la que se llevó su magia. Fue tan grande, que recorrió todo el bosque de los

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Cullen a una velocidad vertiginosa, incluidos los nuestros. Deshizo todas las barreras de los magos, y también las marionetas contra las que luchaban Brady y su grupo. Inmediatamente después, todos oyeron tu orden y salieron en busca de Razvan. La teoría de Eleazar es que Razvan intentó defenderse de tu onda expansiva erigiendo una barrera para protegerse. Tuvo que usar todo su poder para que esa barrera fuera lo suficientemente fuerte, y, aunque le sirvió de escudo para que tu onda expansiva no le matase, ésta se llevó toda su magia por delante. Es como si le hubiera purificado de algún modo, anulando su don, toda su magia. Me quedé estupefacto. ¿Se puede hacer eso? Según Eleazar, sólo cuando tu onda expansiva alcanza esos niveles, me aclaró Seth, desde el Parque Nacional de Olympic. Oye, tío, me alegro de que Nessie y el bebé estén bien. Todos acompañaron su última frase. Sí, gracias, mi cuerpo se llenó de felicidad plena y absoluta al visionar la cara de Nessie, aunque pronto se llenó de odio al visionar la de Razvan, a través de los ojos de mis hermanos. Apreté las muelas y el paso. Sam y yo atravesamos todo el boscaje, hacia el noreste, y llegamos a los bosques del parque. A medida que recorríamos las arboledas y nos acercábamos al sitio donde retenían a Razvan, mis ansias por aniquilarle crecían más y más. No podía dejar de pensar en todo lo que le había hecho a mi ángel. La había secuestrado, la había encerrado durante un año en su asqueroso castillo de Bulgaria, acosándola, amenazándola con hacerme daño, eso ya llenaba mi estómago de una lava hirviente que borboteaba con unas pompas incandescentes, pero es que eso no era todo. Nos había separado esos infernales doce meses, había hecho que yo creyese que Nessie me había abandonado por culpa de ese maldito hechizo, había intentado matarme, había intentado casarse con Nessie… Mis muelas estuvieron a punto de quebrarse. Había intentado llevársela… Y ahora había intentado matar a mi hijo y por poco consigue matar a mi mujer… Esas dos palabras tan asociadas a Anthony y a Nessie hicieron que mi garganta no pudiera evitar escupir un estremecedor rugido que casi lanzaba la lava que mi estómago albergaba dentro. Las aves que habitaban el boscaje volaron más allá de las copas de los árboles, espantadas.

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¡Iba a terminar con él! ¡Iba a aniquilarle y descuartizar cada parte de su repulsivo cuerpo, trozo a trozo, hasta que sólo me quedase la cabeza! ¡Y esa iba a ser machacada por mis fauces! Toda mi manada se quedó en silencio absoluto al ver mis macabras intenciones, ni siquiera se atrevieron a pestañear. Por fin, divisé a un grupo y unas almas muy familiares a lo lejos, entre los densos pinos y abetos que conformaban este bosque. Mi manada aguardaba mi llegada en ese lugar, ya que habían reservado el trofeo para mí. Como había visto en las diferentes imágenes que me habían ofrecido mis hermanos, Emmett y Jasper custodiaban y vigilaban estrechamente a ese malnacido de Razvan, el cual estaba entre los dos vampiros, sin poder moverse, sin tener el más mínimo conato de fuga. Su alma era muy malva, casi negruzca, pero su vaho azulado estalló hacia las nubes cuando me vio aparecer entre los árboles. Maldito cobarde. ¡Era un maldito miserable! Solté otro rugido en su dirección, anunciándole lo que tenía pensado hacerle, a la cara, y su vaho aumentó un poco más. Pero aún tenía que reservarme, antes quería decirle cuatro cosas. Me paré en seco, a unos metros de todos, y me oculté detrás de uno de los grandes árboles para adoptar mi forma humana. Sam me esperó, y en cuanto terminé de ponerme los pantalones, salí de allí y nos dirigimos corriendo hacia los demás. ―¡TÚ, HIJO DE PUTA! ―bramé, lleno de convulsiones, cogiendo a Razvan por el cuello de su estúpida camisola y estampándole contra el tronco del pino que tenía justo a sus espaldas. La corteza se resquebrajó por el golpazo y el árbol tembló―. ¡HAS INTENTADO MATAR A MI HIJO Y POR POCO MATAS A MI MUJER! Todos se quedaron fríos con mi abrupta aparición, sin embargo, nadie movió un dedo, y mucho menos protestó ni objetó nada. Razvan intentó deshacerse de mis manos, pero yo estaba tan fuera de mí, que le resultó imposible. ―No era mi intención matar a Renesmee ―se defendió, apretando las muelas por el mal trago que estaba pasando. Si no llega a ser un chupasangres, se hubiera puesto a sudar como un cerdo. ¡Maldito cobarde! ―¡PERO SÍ A MI HIJO! ―le grité en todo el careto. ―Tú deshiciste el primer hechizo y desencadenaste el segundo ―el muy cretino se fue por la tangente.

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―¡No me vengas con cuentos! ―chillé otra vez, rechinando las muelas con más que cólera―. ¡Tú hiciste ese hechizo encadenado! ¡Y POR POCO LA MATAS! ―Tu poder espiritual hizo que la fiebre fuera más alta de lo que yo tenía previsto, si bien ella también tomó parte en ello. ―¡¿Qué mierda estás diciendo?! ―mi furia aumentaba por momentos, y había pasado de tenerla sujeta con chinchetas a tenerla prendida por unos finos alfileres. ―El hechizo de la fiebre no era para Renesmee ―dejó la frase en pausa, esperando mi reacción con cautela. Mi mandíbula se cerró audiblemente cuando deduje que entonces era para el bebé. Tragué un buen salivazo para no regurgitar la lava de mi estómago, que ya estaba a punto de causarle ampollas, porque quería ver a dónde quería ir a parar este miserable. Como no abrí el pico, se atrevió a seguir hablando―. No logro comprender cómo, sin embargo, Renesmee debió de impedir que la fiebre llegara a su objetivo y la hipertermia pasó a ella, aunque eso solamente retrasaba el verdadero propósito del hechizo encadenado ―la comisura de su boca osó a elevarse un poco, lo justo para que se pudiera ver su satisfacción. Tuve que tragar mucha más saliva para no lanzarme a su yugular directamente. ¡Miserable! ¡Maldito y asqueroso miserable! Después, su semblante paliducho se tornó en un reproche puro y duro hacia mí, entornando esos ojos rojos para clavarlos en los míos―. Eso no la hubiera matado a ella, no obstante, el hechizo aumentó de intensidad cuando tu poder espiritual se internó en su organismo y entró en contacto con mi magia, para poder bloquear a tu poder. Esto provocó que su fiebre se elevase a esos extremos, poniendo su vida en peligro. ―¡No estarás insinuando que su fiebre aumentó por mi culpa, ¿no?! ―mascullé, apretando los dientes y su espalda contra el tronco. ―No lo insinúo. Es un hecho, tu poder espiritual provocó que el hechizo aumentase su intensidad, y la fiebre se elevó, poniendo su vida en peligro ―insistió. ―¡Cretino de mierda! ¡Me importa un bledo que mi poder espiritual aumentase o no tu hechizo, no me vas a comer la cabeza! ―le grité de nuevo, lleno de convulsiones rabiosas―. ¡Ella no habría tenido nada si no llega a ser por ti! ¡La culpa es tuya, sólo tuya, tú fuiste el que le puso ese maldito hechizo! ¡Y ahora estabas huyendo como una rata cobarde! ―entonces, según solté la frase, caí en algo que me había dicho Sam―. ¡Dime, ¿por qué has huido por aquí?! ¡¿Por qué no te fuiste por

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mar, y te arriesgaste a venir por estos bosques?! ¡Está claro que sabías que yo estaba en las montañas y que iba a aniquilar a Vladimir, Stefan y a ese licántropo con los que hiciste ese trato! ¡¿A qué vienes por aquí?! ¡¿Acaso tienes más aliados con los que pensabas que podías escapar?! ¡¿Es eso?! ¡Vamos, contesta! Ese desgraciado se quedó mirándome, sopesando si debía contármelo o no. ―Si no quieres que se transforme en tu cara y te arranque la cabeza de una dentellada, será mejor que hables ―le advirtió Rosalie. La amenaza de la rubia y la confirmación de mi mirada sirvieron para que Razvan se decidiera. ―Quería comprobar si seguían aquí o ya habían partido. ―¡¿No acabas de oírme?! ¡Te he dicho que los rumanos y ese licántropo están muertos! ―le recordé, con otro grito―. ¡Todos los licántropos están muertos! ―No me refiero a ellos. ―¡¿Entonces a quiénes?! ¡Venga, habla! ―le azucé, aguantando mi cólera un poco más. ―No son mis aliados, precisamente ―empezó a desembuchar. Hizo una pequeña pausa y siguió cantando―. Me refiero a Thiago y su grupo. Mi careto reflejó mi estupefacción por un instante, aunque enseguida guardé la compostura. ―Me he dado cuenta de que he sido víctima de un engaño ―continuó, rechinando los dientes―. No me percaté de ello cuando les oí decir que tú estabas en las montañas para terminar con Vladimir y Stefan, creía que había tenido mucha suerte, sin embargo, todo era una artimaña para… ―Espera, espera ―le paré, para aclararme las ideas―. ¡¿Me estás diciendo que Thiago y su grupo fueron los que te dijeron que yo estaba en las montañas?! ―No me lo dijeron, yo les oí decirlo ―matizó, y sus muelas chirriaron de nuevo―. Yo estaba en el bosque, aguardando el momento oportuno ―su mirada se cruzó con la mía, algo desafiante. No pude reprimir el murmullo de un rugido en mi tórax―, cuando sentí unas voces que me resultaban bastante conocidas. Me acerqué a ellos para espiarles y descubrí que eran Thiago y su grupo. Mantenían una casi inaudible conversación en la que decían que tú estabas en las montañas, así que fui al bosque de tu casa para comprobar que eso era cierto ―otro

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rugido hizo retumbar mi caja torácica y él prefirió no jugársela más―. Lo era, de modo que Nikoláy, Ruslán y yo empezamos a planearlo todo. Pensaba que habían sido muy descuidados y que la suerte me sonreía, pero ahora me doy cuenta de que todo fue planeado a propósito. Desconozco cuál era la verdadera naturaleza de su argucia, por eso vine hasta aquí. Quería comprobarlo por mí mismo, o quizá dar con alguna pista que me lo desvelara. No me lo podía creer. Ahora empezaba a ver las cosas claras, cristalinas. La lava que hervía en mi estómago volvió a borbotear en mis entrañas. Ahora recordaba ese momento en el que Nessie acababa de marcharse de las montañas y llegaba Thiago. Éste le soltaba algo al oído a la Pitufina y ella sonreía con satisfacción. Una burbuja de la lava explotó cuando se hinchó del todo, ya no daba más de sí. Pero la cosa seguía. También recordaba cómo esa zorra miraba el reloj de su muñeca y mantenía la misma sonrisita cómplice con ese mafioso, y cómo ella trataba de retrasarme cuando me enteré de que Nessie corría peligro… Solté a Razvan bruscamente, haciendo que su espalda se incrustase aún más contra el tronco y salté hacia atrás, colérico. ¡Ellos sabían que Razvan les había escuchado! Esa arpía odiaba a Nessie, y por supuesto no había desaprovechado la ocasión para intentar deshacerse de ella, con la ayuda de Thiago. Pero ahora me quedaba una duda. Ellos sabían de sobra que Razvan no la mataría, porque estaba obsesionado con ella, tanto, que iba a traicionar a los otros dos magos. Y también sabían que yo les aniquilaría a ellos y a sus queridas momias si me enteraba de que Nessie había muerto por su culpa. ¿Entonces, qué se traían entre manos realmente? ―Querían que yo me llevase a Renesmee ―soltó Razvan de repente, como si él también hubiera estado pensando en todo esto y me hubiera leído el pensamiento. ―¡¿Qué dices?! ―Saben que ella me pertenece ―sus ojos rojos adquirieron una nota de locura, el muy idiota se creía esto de verdad. Las burbujas de mi lava explosionaron una tras otra y mi cuerpo se llenó de convulsiones incontroladas. ―¡Ella no es tuya! ―le grité con todas mis fuerzas. ―Tendrás que matarme para impedirlo ―dijo, poniéndose a fintar frente a mí―. Has venido para eso, ¿no? Quieres luchar conmigo. Bien,

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no pienso rendirme, lucharé por tenerla, aunque tú juegas con ventaja, ya que dispones de tu poder espiritual y ahora yo carezco de mi magia. ―¡Maldito chiflado de mierda! ―chillé de nuevo, entre furiosos gruñidos―. ¡Por supuesto que no voy a usar mi poder contigo, lo sabes de sobra! ¡Lucharemos en un cuerpo a cuerpo! ¡Te arrancaré la cabeza con mis propios dientes! ―No pienso rendirme, tarde o temprano me la llevaré. Si ella no es mía, no será de nadie ―se atrevió a espetar, más confiado en sus posibilidades. ―¡ELLA ES MÍA! ―rugí, echando mi cuerpo hacia delante. Exploté al instante, pasando a ser un lobo, y me planté delante de él para comenzar nuestra pugna.

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¡TING! ¡PRIMER ASALTO! ¡QUE EMPIECE EL COMBATE! Me incliné hacia delante y solté un rugido colérico que a punto estuvo de tirar abajo todos los pinos que nos rodeaban, de lo bestial que me salió. Las aves y otros animales salieron en estampida de allí, vaticinando que algo muy gordo se avecinaba, algo peor que un abrasador incendio. ¡Que nadie intervenga!, ordené a mi manada mientras me sacudía delante de ese desgraciado. Ninguno se atrevió a objetar nada. El sello y el vínculo de la imprimación era demasiado sagrado, todos lo sabían. Mis lobos bajaron el cuerpo, mostrando los dientes, agacharon las orejas y metieron las colas hacia dentro, en señal de sumisión y acatamiento. Me desconecté automáticamente. No quería que nada me entretuviese, quería sentir este momento a tope. Toda mi manada, más los Cullen y nuestros aliados, se repartieron a nuestro alrededor, formando un círculo en torno a nosotros, inmóviles y atentos. Lo habían hecho para mirar la pelea, pero también por si a ese cobarde se le ocurría intentar escapar. El vaho azulado de Razvan era menos intenso que el de antes, señal de que estaba más confiado ahora que yo no iba a usar mi poder espiritual contra él. Creía que tenía posibilidades contra mí, y probablemente las tenía, sí, para qué íbamos a negarlo, pero yo también tenía las mías, estaba preparado de sobra para luchar contra cualquier chupasangres, e iba a utilizar todas mis técnicas.

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Mi fibra lupina actuó al instante, colonizando cada célula de mi cuerpo para llenarlas de una energía y un vigor electrizantes, salvajes. Mi cuerpo se puso rígido, alto, mi pecho se hinchó y se alzó con poderío, mis orejas se quedaron tiesas y mi cola se levantó hacia arriba. Pero después me agazapé, mostrando mi dentadura, y toda la pelambrera de mi lomo se erizó. Volví a rugir con contundencia, reclamando toda mi supremacía, mi dominio pleno y absoluto, y sobre todo reivindicando que Nessie estaba conmigo, que no pensaba dejar que nadie me la arrebatara. ¡Eso nunca! ¡JAMÁS! Corrí hacia él con furia, pero él también lo hizo hacia mí. Ambos nos estampamos en un choque brutal, feroz, y los dos salimos rebotados hacia atrás. Mi costado se vio arrastrado por la fuerza de la caída, me llevé una buena capa de hierba conmigo durante ese par de metros, dejando un visible rastro en el terreno, pero enseguida utilicé las patas traseras para frenar e hice equilibrio con la cola para levantarme con rapidez. Ese maldito mago seguía en el suelo cuando me puse sobre mis cuatro patas. No le di opción a moverse. Me arrojé a él instantáneamente, con ira, rugiendo con una ferocidad que anunciaba mi venganza a los cuatro vientos. Iba a arrancar uno de sus asquerosos brazos. Sin embargo, su pie me lo impidió cuando me propinó una patada en todas las tripas, lanzándome hacia atrás de nuevo. ¡Mierda! El golpazo que sentí en el estómago fue enorme, igual que si me lo hubiera apaleado con una barra de acero y me lo hubiese perforado. Si no fuera porque sentía que seguía en su sitio, hubiera creído que se me había desparramado por dentro. Tuve que apretar bien las muelas para no gemir, del intenso dolor que sentí, porque no quería que ese malnacido viera ni un ápice de debilidad en mí. Salí volando hacia atrás y mi lomo se estampó contra el ancho tronco de uno de los pinos que vestían el bosque. La madera crujió sobre mi columna vertebral y se quebró, partiendo el árbol en dos, aunque eso no me dolió tanto como la patada que recibí en el estómago. La parte superior del pino comenzó a descender en mi dirección, cogiendo más velocidad a medida que el tronco se dividía del todo con ese ruido restallante, pero conseguí salir de allí con un salto veloz. Por poco me pilla una de las ramas de la copa del pino. Menos mal que no lo hizo, porque lo que me faltaba era llevarme un buen latigazo en

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el trasero. Mis hermanos, los Cullen y nuestros aliados observaban todas las escenas con un aire tenso, pero permanecían quietos y más que atentos. Maldito mago. Si creía que con eso me había asustado, iba listo. No pensaba amedrentarme. ¡Nunca! Me centré en ese desgraciado de Razvan, poniéndome frente a él una vez más, ya recuperado de su patada, y me lancé al ataque de nuevo. Como antes, el muy imbécil también se arrojó a por mí, pero esta vez no iba a dejar que me pasara lo mismo. Esta era una técnica que solíamos utilizar mucho con los estúpidos nómadas que venían a visitarnos. Fingí abalanzarme sobre él, pero en el último momento, hice un quiebro súbito hacia un lado y le enganché del antebrazo con mis fauces. ¡Bingo! El resto fue coser y cantar. La, la, la… Y todo ocurrió muy deprisa. Con el impulso del mismo salto, y aprovechando la misma inercia, giré la cabeza con un movimiento brusco e inopinado, haciendo que su codo se retorciera hacia su lado contrario. Su alarido llenó el sotobosque cuando aterricé a sus espaldas con su antebrazo en la boca. La efervescente lava que hervía dentro de mí se vio un grado más calmada, pero esto ni mucho menos era suficiente. Esto era sólo el principio. Escupí ese repugnante antebrazo de zombie hacia un lado y volví a atacar sin cuartel, rugiendo con ganas de más revancha, ni siquiera esperé a que terminase de gritar mientras se sujetaba lo que quedaba de su asqueroso brazo y se retorcía de dolor. Sin embargo, el muy cerdo reaccionó. ―¡Maldito! ―bramó, enfurecido. ¡Maldita sea! Vale, sí, me pilló totalmente por sorpresa, y cuando estaba arrojándome sobre él para clavar los dientes en su hombro, me esquivó, con tan mala suerte, que no pude hacer nada. A ver, estaba en el aire, y que yo sepa nadie puede girar en el aire si previamente no ha cogido impulso para hacer tal maniobra, así que el muy condenado se las arregló para conseguir rodear mi cuerpo con su brazo sano y con lo que quedaba del otro, apresándome por detrás. ¡Mierda!, rugí, revolviéndome para tratar de zafarme. Como una boa constrictora, empezó a apretarme con fuerza, espachurrando mis costillas. ¡Diablos! Y apretaba bien. Sentí un pequeño chasquido en una de ellas que me fastidió lo suyo, aunque no llegó a

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quebrarse, por suerte. De momento solamente parecía haber sido una fisura que no tardaría mucho en curarse. Claro, si conseguía zafarme, porque si seguía apretándome, terminaría rompiéndome la costilla. ¡Ni hablar! Podía sentir el nerviosismo de mi manada, de los Cullen y del resto de aliados. Razvan me tenía bien pillado, a pesar de mi enorme tamaño y mi peso, el muy desgraciado me mantenía en alza mientras sus brazos me apresaban para asfixiarme. Pero yo era mucho más alto que ese malnacido, de pie, le sacaba medio cuerpo, así que me revolví con contundencia y conseguí que mis patas traseras se apoyaran en el suelo. Con un rugido rabioso, me di más impulso, hacia delante, y zarandeé a mi opresor, obligándole a que me soltase. Acto seguido, y una vez que mis cuatro patas pisaron el terreno, le arreé una fuerte patada con mis patas traseras que le lanzó hacia atrás. Seth, Quil y Embry emitieron unos aulliditos al cielo, vitoreando mi punto a favor. Razvan, cero. Jake, uno. Pero el chupasangres se cabreó que no veas, y se puso en pie de inmediato para lanzarse a por mí. ¡Gusano! Yo no fui menos, por supuesto, y salté hacia él, con esta ira que todavía se removía por mi estómago en forma de esa candente lava. Jamás iba a olvidar lo que les había intentado hacer a mi mujer y a mi hijo. ¡Jamás! Los dos nos estampamos con un tremendo choque, como al principio, pero en esta ocasión ninguno salió despedido hacia atrás. Entre rugidos y los chasquidos de mi mandíbula comenzamos una lucha encarnizada consistente en ver quién desguazaba antes al otro. Ambos nos caímos al suelo y comenzamos a girar en la pelea, yo esquivando sus brazos para que no me enganchasen otra vez al tiempo que trataba de llegar a ellos con mi boca para despedazárselos. ¡Clack! Pegué una dentellada que rozó el aire con furia y chasqueó mis muelas, por poco había cogido su brazo sano. ¡Mierda! Me quedé con parte de su manga enganchada en los dientes y tuve que escupirla para seguir con mis intentos. El circulo formado por mi manada y el resto tuvo que agrandarse un poco y moverse en nuestra dirección, a fin de que no nos saliésemos de ese cerco. Tanya, Garrett y Kate se vieron obligados a pegar un salto hacia atrás para que no nos los llevásemos por delante como a un grupo

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de bolos. Dejamos de rodar por el terreno cuando mi costado se encontró con uno de los altos pinos, que tembló con la colisión. Me quedé en una postura muy desfavorable, y ese malnacido la aprovechó para propinarme un buen puñetazo en todo el costillar. Esta vez sí que escuché y sentí un crujido más intenso, sin embargo, volví a apretar la dentadura y no gemí de dolor, aunque me quedé sin respiración por un instante. No me hacía falta una radiografía, tantos años luchando contra chupasangres te da una idea de lo que tienes cuando te pasa una cosa de estas. Una de mis costillas estaba quebrada, aunque no se había roto del todo. No sé por qué, no era el momento más apropiado y eso, vale, pero durante una mínima milésima de segundo me dio por pensar en la regañina que me echaría Nessie si aparecía por la puerta de casa con una costilla rota. ¡Uf! Lo bueno es que no se había quebrado del todo y que terminaría curándose, aunque tardaría un buen rato, eso sí. En cuanto me arreó ese puñetazo, vi por el rabillo del ojo cómo los Cullen, los de Denali y mi manada se agitaron un poco, nerviosos, aunque no me dio tiempo a más. Pensé que iba a sacar tajada de mi costilla fracturada y que iba a seguir golpeándome para machacarla del todo, pero de pronto, a una velocidad ultrasónica, ese hijo de mala madre saltó hacia arriba y se enganchó a una de las ramas, quedándose colgando de su brazo, como si fuera un maldito mono. Entretanto, Emmett ya se estaba agachando, por si tenía que brincar al árbol para impedir que huyese. Sin embargo, ese desgraciado mago se balanceó de arriba abajo y de dos movimientos rapidísimos logró desgajar la rama de la que colgaba, llevándosela con él. ¡Mierda! Como una lanza, cayó en picado hacia mí, con sus asquerosos pies por delante, y justo cuando ya los tenía encima, apuntando a mi costillar, me levanté con rapidez y conseguí apartarme. ¡Asqueroso chupasangres! Maldición. Empate a uno. Me planté delante de él, un poco doblado por el dolor de mi costilla, y nos pusimos a fintar. Ese miserable ahora se había hecho con esa rama para utilizarla como arma y la meneaba en círculos delante de mí, observándome con esos ojos encarnados, amenazantes, al tiempo que su careto de cal rancia esbozaba una media sonrisa desafiante.

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Cretino… Por fin, se decidió a atacarme. Corrió hacia mí, llevando la rama hacia atrás, y después la osciló hacia delante con un movimiento rapidísimo para intentar apalearme. Lo esquivé y volvió a intentarlo. Y así varias veces. ¿Qué era esto? ¿Se pensaba que estaba dándole escobazos a un ratón o algo así? La hierba del terreno salía despedida hacia arriba e iban quedando unos surcos en la tierra, de los fuertes y vertiginosos topetazos del leño contra el suelo. Razvan ya estaba exasperado por no poder cazarme, y cada vez intentaba darme con más saña. Ya me estaba cansando de este juego. Volví a zafarme de uno de sus embustes y me lancé a por la rama, enganchándola con la dentadura. Mis dientes eran fuertes como el acero, y se incrustaron bien en la madera. Todavía tenía la costilla algo mal, sin embargo, tiré con todas mis fuerzas, emitiendo unos potentes y furiosos gruñidos, y la rama se despedazó en mi boca. Se quedó con lo poco que quedaba de rama en la mano, observándome con rabia. Escupí las astillas a un lado y le rugí con energía, ya preparándome para abalanzarme sobre él. Sin embargo, de repente, y sin que apenas me diera tiempo a parpadear, sentí una enorme puñalada en el pecho. Ni siquiera había terminado de levantar la pata del suelo, pero esa rama puntiaguda se había clavado en mi torso con ferocidad, como si fuese una afilada estaca de madera. Ese malnacido de Razvan me la había lanzado con precipitación, sin darme opción a nada. La imagen de Nessie vino a mi cabeza súbitamente, ese rostro angustiado y preocupado que había dejado antes de irme. Pero no sólo se plantó ella en mi sesera. Anthony también lo hizo. Mi hijo. Quería conocer a mi hijo… Mi corazón se detuvo por unos instantes, pero solamente fue un acto reflejo producido por el susto, porque enseguida se puso a latir, eso sí, como un loco. Había estado cerca, pero por suerte, mi corazón seguía latiendo, eso significaba que la estaca no lo había atravesado, y tampoco lo había hecho con ninguna de mis costillas. No lo había hecho por los pelos. Pero, mierda, ¡mierda! La musculatura de mi pecho sí que estaba afectada, y me dolía a horrores. Esta vez no pude evitar gemir. Mientras Razvan ya curvaba su asquerosa bocaza con satisfacción, conseguí quitarme la rama, con los dientes, y la dejé caer al suelo, sin

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embargo, luego mis patas cedieron cuando sentí ese mareo, y me desplomé en el suelo. La sangre comenzó a salir a borbotones por la herida, que tenía mala pinta, aunque eso era lo que menos me preocupaba, porque sabía que se cerraría. El problema era cuándo, cuánto iba a tardar en hacerlo, cuánto tiempo extra le iba a dar a Razvan para que pudiera volver a atacarme. Mi manada se agitó, muy nerviosa, aunque los alambres que les sostenían al suelo les impedían actuar. Me conecté para reforzar la orden. ¡No intervengáis! ¡Estoy bien! Y me desconecté para no seguir escuchando sus alarmados pensamientos. Recordé la promesa que le había hecho a Nessie. Odiaba tener que usar mi poder espiritual, porque quería vengarme, pero si ese malnacido me atacaba ahora, no iba a quedarme más remedio que utilizarlo. Tenía que cumplir mi promesa. Nessie y el bebé eran lo primero y más importante para mí. Eso sí, lo usaría siempre y cuando ya no me quedase más remedio. Mientras pudiera defenderme, lo haría con uñas y dientes, eso lo juraba por mi vida. Pero había algo, algo que se movía dentro de mí. Todo mi ser, todo mi espíritu de Gran Lobo, palpitaba con ímpetu dentro de mis entrañas al tiempo que la visión de mi ángel invadía cada uno de mis pensamientos, pasando por mi cerebro como una película en la que se me ofrecían diferentes escenas, con Nessie de protagonista absoluta y principal. Entonces lo supe, no tuve ninguna duda. Mi poder espiritual saltaría como un automático si mi vida peligrase, lo sentí bien dentro, parpadeando como una insistente luz. Porque mi alma había nacido para estar junto a Nessie, esa era la razón de mi existencia, ese era mi principal cometido, ella era mi destino, y mi espíritu de Gran Lobo haría cualquier cosa para cumplirlo. Eso me dio fuerzas para seguir con mi lucha, ahora no tenía nada que temer, porque ese maldito Razvan no podría matarme jamás. Nada podría separarme de Nessie jamás. Pero, maldita sea. Menuda venganza. Razvan, dos. Jake, uno… Gruñí. Todavía no podía ponerme de pie, porque la honda herida me dolía que no veas y, bueno, vale, aún estaba algo mareado, cuando ese cretino vino a por mí de nuevo, esta vez para arrearme una patada en el costado.

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¡Y una mierda! No podía saltar, pero mis fauces seguían en su sitio, y ellas funcionaban bien, muy bien. Como un animal rabioso, me giré con un movimiento inopinado, gruñendo con violencia, y logré engancharme a su tobillo antes de que su inmundo pie de muerto llegara a patear mi armazón óseo. Los tejidos internos de la herida ya estaban más recuperados, poco a poco se iban cerrando, curándose, y sangraba mucho menos, sin embargo, no te creas que no me dolió al volverme hacia ese desgraciado. Ah, pero eso sí, hinqué bien los colmillos en ese tobillo duro y frío, de carne muerta, y apreté con toda la fuerza de mi mandíbula, tirando un poco hacia mí para rematar la faena. Crack. El espeluznante alarido de Razvan acompañó a ese sonido cuando machaqué su tobillo y su pie se desmembró, cayéndose al suelo por sí solo. En cuanto esto sucedió, se fue hacia atrás bruscamente, del dolor, y terminó tropezando. Su trasero fue lo primero que se estampó contra el terreno, aunque el muy miserable se puso en pie enseguida, apoyándose sobre el único que le quedaba, claro. Yo también me levanté con rapidez; aunque mi pelaje estaba manchado de sangre, ahora la herida estaba casi curada y ya podía hacerlo. Me reí con demasiada malicia en mi fuero interno, qué digo me reí, me carcajeé. Ahora estábamos empatados a dos. Mis lobos no corearon nada esta vez, pero ya se les veía más tranquilos. ―¡Maldito perro! ―voceó el mago, muy cabreado, frente a mí, clavándome esos ojos rojos con rabia. Luego, empezó a desvariar, como si fuera un discurso que siempre hubiera tenido en su cabeza y estuviera pensando en voz alta, rabiado―. Sí, eres un perro, no deberías estar con ella. ¿Cómo osas? Ni siquiera la engalanas con un hermoso vestido, como ella se merece, como la reina que es. La vistes como a una simple plebeya, con esos harapos ―vaya, ¿a qué venía eso? ¿De qué iba este imbécil?―. Ella se merece a alguien mejor, con más casta y aristocracia ―ah, se trataba de esto…―. Alguien que pertenezca a la realeza de verdad, no a un animal que se hace llamar rey. Tú no sabes lo que es eso, porque no eres nadie. Toda mi manada se indignó, y se lo hicieron saber con sus rugidos y gruñidos amenazantes.

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Idiota. El tipo era el hijo bastardo de un príncipe que jamás llegó a reinar, o algo así, y por eso el muy miserable ya se pensaba que era de sangre azul. No recordaba muy bien lo que Ezequiel me había contado de este malnacido, más que nada porque la patética vida de Razvan me traía al pairo, pero de lo único que me acordaba era de esto y de que su madre era una de las cocineras del castillo. Ah, y de que su padre la había asesinado cuando era un crío, estando él presente. Por eso Razvan había sido el elegido para intentar invertir la profecía, porque solamente podía hacerse con alguien de la realeza, utilizando la magia negra, claro está. Vale, puede que el color azul tiñese un poco sus asquerosas venas secas, pero eso no le hacía príncipe, ni mucho menos. Y lo peor de todo es que él se lo creía de verdad. Él siguió a lo suyo. ―No logro comprender qué es lo que ella ve en ti, sin embargo, eso ya no importará más. Cuando termine contigo y me la lleve, ella me amará ―aseguró, entornando esos espeluznantes ojos encarnados, con odio. ―¡Ella solamente ama y amará a Jacob, jamás te amará a ti! ―saltó Rosalie, muy ofendida y enfadada, harta. Vaya. Mira tú por donde salía la Barbie a defenderme. Aunque yo también me fijé en otra cosa de la frase de Razvan. ¡No vas a vencerme, estúpido!, le rugí. Y mucho menos llevársela. No sé cómo todavía se pensaba que iba a hacerlo. ―Ella me amará ―repitió, oscilando la mirada hacia Rose. Fue por un instante, porque enseguida la llevó hacia mí otra vez. Entonces, empezó a pasar algo. Ante mis atónitos ojos, algo negruzco empezó a rezumar a su alrededor. Una brisa negra le envolvió y comenzó a soplar en torno a su cuerpo, y cada vez era más intensa. Su semblante mostró una pequeña sonrisa de satisfacción y sus ojos se clavaron en mí con más inquina. ―¡Cuidado, su don está regresando! ―me confirmó Eleazar. Sí, ya me había dado cuenta. Y también sabía el por qué. Mi onda expansiva le había purificado, haciendo que su magia negra desapareciera. Pero todo era temporal, porque su alma era tan malvada, que ni siquiera mi poder espiritual podía limpiarla. Mi poder espiritual no podía purificar ni curar a ningún ser con su alma maligna. Por eso su magia negra

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regresaba. Era su naturaleza. Él era un mago oscuro, y su alma era tan perversa, que siempre generaría esa energía negativa y negra. Mi espíritu de Gran Lobo palpitó dentro de mí para corroborarlo. ―Así es ―sonrió ese desgraciado―. Terminaré contigo y me llevaré a Renesmee ―mis muelas chirriaron―. Puede que ahora no me ame, pero en cuanto esté bajo mi custodia, lo hará. Conozco muchos métodos para que lo haga. Miserable… ¡Miserable! Sabía a qué se refería, no hacía falta que siguiera hablando. Conocía la jugada que se traía entre manos. Le haría un hechizo o algo así para que ella se entregase a él, aun siendo en contra de su voluntad. ¡Asqueroso mago de mierda! Nessie no le importaba nada, lo único que quería era tenerla para él, fuera como fuera. Ese degenerado estaba loco perdido, maldito chiflado, se le había ido la olla totalmente. ¡JAMÁS! ¡ELLA NO SERÁ TUYA NUNCA!, le rugí. Me agazapé, enseñándole bien mis colmillos, y le solté otro rugido estremecedor que me salió de lo más hondo. Ya estaba más que harto de toda esta porquería. ¡Iba a terminar con él ahora mismo! La pelambrera de mis hombros no podía estar más erizada, mis ojos destilaban odio por todos los sitios y mis fosas nasales sacaban el aire impetuosamente, reflejando toda la ira y la cólera que hacían hervir mi estómago con esa lava candente. Lo vio en mis pupilas, cómo no, y su vaho pasó a ser más azulado, tenso, al tiempo que rechinaba los dientes, en alerta. ¡Maldito cobarde! ¡Sin su magia no era nada, ¿y se atrevía a desafiarme?! ¡Iba a pagar muy caro todo lo que había hecho! ¡Y encima todavía estaba dispuesto a hacer más! ¡Todavía quería llevarse a Nessie y hacerle un hechizo para que ella…! Entonces, el volcán que tenía dentro explotó por completo, extendiendo toda su incandescente lava por todo mi organismo, llenando cada una de mis células de cólera incontenible. Me abalancé hacia él como un bisonte salvaje, aprovechando que su magia todavía no había vuelto del todo. Intentó impedirlo con un quiebro, pero adiviné su jugarreta y yo también zigzagueé. Mis fauces se engancharon a sus partes nobles, aunque de nobles seguro que no tenían nada, y me zarandeé, rabioso. Puaj, sin duda esto era lo más asqueroso que había hecho nunca. Pero el mago chilló con ganas, y eso me llenó de satisfacción. ¡Esto por haber acosado a Nessie en tu sucio castillo, maldito bastardo! Trató de pegarme un puñetazo con el brazo que tenía

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completo, para aplastarme el cráneo, sin embargo, esquivé su puño furioso y pasé a otra acción. Aproveché su distracción para aferrar mi dentadura en su brazo roto y con un movimiento inesperado y rápido, se lo llevé por delante del todo. ¡Esto por haberla secuestrado! Sus espantosos alaridos no me detuvieron, mi mente no podía olvidar todo el daño que ese hijo de mala madre le había hecho a mi ángel. ¡Merecía morir! Mientras se retorcía con su agonía, le ataqué al otro brazo sin cuartel, sin compasión. Mis iracundos rugidos casi eran tan altos como sus gritos de dolor. Mis colmillos se engancharon a su hombro y de un tirón fuerte y contundente, se lo rompí, desmembrándole el brazo entero. ¡Esto por haber intentado casarte con ella! ―¡MALDITO! ―bramó, cayéndose de rodillas con los ojos tan abiertos por el horror, que parecía que se le iban a salir de las cuencas. Pero la brisa negra que le envolvía, ya era más fuerte e intensa. De pronto, ese aire oscuro se detuvo y, con una corriente súbita y vertiginosa, se introdujo dentro de su cuerpo a través de los ojos, la boca y los oídos. ¡Mierda! ¡Su magia negra había vuelto! Su semblante todavía seguía desfigurado por el dolor y el horror que sus amputaciones le causaban, pero adquirió una cara de chifladura íntegra cuando notó que su don había regresado a él. Sus párpados continuaban abiertos completamente, no podían estar más arriba, sin embargo, su boca esbozó una sonrisa alocada, confiriéndole a su repulsivo rostro una expresión de trastornado total. Insertó esa mirada chalada en mí, sus pupilas casi parecían estar inyectadas en sangre, y de una forma repentina, me lanzó uno de sus chorretones negros. No hizo falta que yo hiciera nada. Mi espíritu de Gran Lobo reaccionó él solo, como un acto reflejo, y salió de mis entrañas para actuar. Pero yo no quería terminar con él de este modo. No, así no. Así que conseguí dominar mi poder espiritual a tiempo para guiarlo y pilotarlo sin ese piloto automático. Con rapidez, erigí mi círculo de luz brillante y lo extendí a mi alrededor, protegiéndome con su burbuja. El chorro negro se estampó contra la barrera y no me alcanzó, pero no lo dejé ahí. Ya tenía ganas de terminar con todo esto de una vez por todas. Mis ansias de venganza ya

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se habían visto calmadas casi del todo. Solamente me faltaba hacer una cosa, y tenía que ser así para sentirme totalmente satisfecho. Sin dejar de erigir mi burbuja protectora, erigí un segundo círculo y lo transformé en elipse. La cogí por el núcleo y la lancé contra ese chorretón de magia negra, apartándolo de mí como si le hubiese propinado un manotazo. El chorro intentó regresar cuando mi elipse siguió girando, sin embargo, la volví a llevar a él, raudo. Ahora ya dominaba la elipse completamente, así que no me costó nada mantenerla en esa posición, reteniendo ese chorretón alejado de mí. Su magia negra trataba de empujar a mi elipse en un extraño forcejeo para llegar a mí, pero mi poder espiritual era más fuerte y no lograba hacerlo. Bien. Mis ojos se fueron hacia los suyos y clavé mi vista iracunda en ese degenerado chiflado. Su vaho azulado aumentó hacia el cielo gris cuando vio mis intenciones escritas en ellos con letras claras y cristalinas. Sí, mis pupilas lo clamaban a los cuatro vientos. Una de sus rodillas se alzó, posando el pie en el suelo. Maldito cobarde… Ya estaba pensando en huir… ¡Pero de eso ni hablar! Sin darle el más mínimo tiempo de reacción, y controlando en todo momento a mi elipse para que no dejase actuar a su chorro asesino, corrí hacia él con furia, dejando de erigir mi barrera automáticamente para que no hubiera un cristal impenetrable entre nosotros, ya que si seguía con la burbuja protectora, él se estrellaría en ella y yo no podría hacer lo que me traía entre manos. ―¡NOOOO! ―su garganta volvió a chillar a la vez que un rugido desesperado y horrorizado salía de la misma, mezclándose. Su pie tampoco tuvo oportunidad de impulsar a su cuerpo para levantarlo, y su grito se calló abruptamente. De un movimiento colérico y lleno de venganza, enganché su cabeza con mis fauces y se la arranqué de cuajo, machacándola con mis dientes, reduciéndola a trozos pétreos, muertos, sin vida. ¡Esto por intentar matar a mi hijo y a Nessie! El chorro de magia negra se esfumó y, como había pasado con los otros dos magos, su malvada alma emitió unos chillidos de rata al tiempo que su cuerpo se reducía a unas putrefactas y malolientes cenizas que se cayeron sobre el terreno, llevándose con ellas los gritos de tormento. Hasta que todo terminó.

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Mi manada, los Cullen y los de Denali estallaron en un griterío y aullidos de alegría y felicidad, abrazándose unos a otros. Sí, por fin. Por fin todo había terminado. ¡Por fin ese desgraciado de Razvan había muerto! Me alcé, triunfal, y aullé al viento con gozo, pero también mostrándole al mundo mi supremacía y domino de Gran Lobo. Mis hermanos no pudieron evitar echarse en el suelo con sumisión, presentándome sus respetos y su sentimiento de honor. Vaya por Dios. De repente, unas palmadas a modo de aplauso individual nos hicieron callar inopinadamente. Todos giramos las cabezas en esa dirección, extrañados, pero también en estado de alerta. Jane salió de entre las sombras arbóreas, junto con el resto de sus secuaces, aplaudiendo, y se quedó a unos metros de nosotros.

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¡¿TENDRÍAN CARA?! ¡¿PERO DE QUÉ IBAN?! Mi manada se puso en pie inmediatamente, para gruñirles. ―Mis felicitaciones. Ha sido toda una lección de lucha ―me dijo la Pitufina, terminando de aplaudir. ¡Maldita arpía! No pude evitar erizarme y dedicarle un sonoro rugido. Sin embargo, después decidí que era mejor decirle las cosas a la cara. Mierda, pero tenía un problema. Sin esperar a la reacción de la rubia canija, me giré hacia mi manada bruscamente, de lo cabreado que estaba. ¿Tus pantalones están limpios?, le pregunté a Quil, no de muy buenos modos, lo reconozco. Pues claro, ¿qué te piensas?, chistó él. ¿Cuánto de limpios?, inquirí, echándoles un vistazo. ¿A qué viene eso?, criticó, molesto. Me los puse bien limpitos antes de venir a esta misión, ¿sabes? Recién lavados. Ah, vale, acepté, cogiéndoselos con mi boca y sacándoselos de su cinta de cuero. No usábamos calzoncillos, así que mejor no jugársela. ¡Eh, mis pantalones!, se quejó, trotando detrás de mí para recuperarlos. ¡Te los devolveré, hombre, te los devolveré!, le calmé, resoplando. ¡Vuelve a tu puesto! No fue una orden impartida con mi voz de Alfa, pero obedeció, eso sí, murmurando un montón de maldiciones para sus adentros. Como ya estaba harto de hacer, me dirigí a un árbol con el tronco ancho y me oculté. Esto ya resultaba todo un rollazo, pero qué quieres,

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con tanta fémina alrededor era más que obligatorio. Adopté mi forma humana, me vestí con los pantalones de Quil y salí disparado de allí para encaminarme hacia la Pitufina, cabreado. La muy víbora ni se inmutó cuando me vio a dos piernas, y eso que mi careto no era amistoso, precisamente, y mis pies se clavaban en el terreno con pasos decididos y rabiosos. Mantenía esa cara de niña pequeña bien alta, mirándome con prepotencia, mientras esperaba a que terminara de acercarme. Estúpida. El mafioso y sus cinco secuaces me observaban con un semblante parecido, aunque con reservas, y el Pitufo, el grandullón y el rastreador mostraban unas caras totalmente neutras, como estatuas. En cambio, el Zanahorio tenía un careto de desaprobación total, pero lo que me sorprendió es que esa expresión no iba dirigida a mí, sino a su compañera. En fin. ―¡Malditas ratas! ¡¿Cómo os atrevéis a aparecer por aquí después de lo que habéis hecho?! ―les increpé nada más llegar, abalanzándome sobre la rubia canija. Unos brazos fuertes, pétreos y fríos como un glaciar me sujetaron por detrás y me detuvieron. Cuando conseguí girar medio cuerpo para echar un vistazo, enfadado, comprobé que era Emmett. Pero ahí no terminó la cosa. De repente, comencé a sentirme extrañamente más relajado. Jasper… Me deshice de los brazos de Emmett, de un movimiento brusco, y les dediqué una miradita de crítica a los dos. ―No sé de qué estás hablando ―se defendió la Pitufina, siguiendo con su soberbia de siempre. Me volví hacia ella, echando humo―. No hemos hecho nada. ―¡Tú y este cretino ―indiqué a ese matón de Thiago con la cabeza― queríais deshaceros de mi mujer! ―le grité en toda la cara. Los idiotas que formaban el grupo de Thiago se atrevieron a gruñirme por lo bajo cuando llamé cretino a su jefe, sobre todo la Naomi Campbel, pero él ni se inmutó. El resto de chupasangres tampoco lo hizo, es más, tenían cara como de no conocer de qué iba todo esto, salvo el Pitufo, al cual se le escapó una miradita fugaz hacia su hermana que mostraba cierta inquietud y alarma, ya que era evidente que si a mí me daba la gana, podía aniquilarles de un solo soplido. ―Sigo sin saber de qué estás hablando ―mintió la rubia canija, sin dejar esa pose arrogante―. Nos estás acusando de algo que no hemos hecho.

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―¡Maldita zorra mentirosa! ―grité. Emmett tuvo que sujetarme otra vez, y volví a sentir esa incipiente calma dentro de mí que Jasper me estaba provocando con su don. Pero pasé de los dos; todo lo que pude, claro, porque el dichoso don de Jasper era un verdadero incordio―. ¡No te hagas la loca! ¡Sabes de sobra de qué hablo! ¡Este desgraciado ―señalé a Thiago con la cabeza de nuevo― fingió que conversaba con su chusma en el bosque para que Razvan le escuchara y se enterase de que yo estaba en las montañas! ¡Lo teníais todo planeado! Mis lobos gruñeron para dejar bien claro lo mucho que les había molestado este tema. Sin embargo, los secuaces de Thiago lo hicieron con disconformidad por mis adjetivos calificativos hacia ellos, cosa que me importaba un bledo. Mis ojos se abrieron como auténticos platos, con el ceño incrustado sobre ellos, y mi boca casi se cae al suelo con indignación cuando vi que Jane y Thiago se miraban el uno al otro, fingiendo extrañeza, como si no supieran de qué iba el asunto. ¡¿Tendrían cara?! ―¿Hablastéis de eso en el bosque? ―le interrogó ella, haciendo que no sabía nada, usando un tono autoritario y crítico. ¡¿Pero de qué iba?! ―Solamente fue un comentario ―Thiago le siguió la pelota―, y no teníamos ni idea de que Razvan nos estuviera escuchando. ¡Ja! Esto ya me daba risa y todo. Menudos teatreros. Claro, por supuesto, ahora caía. El resto de chupasangres no estaba al corriente de este trapicheo entre los dos, por eso tenían que disimular. Aunque también lo hacían para que yo no les aniquilase aquí mismo, evidentemente. Esperé un poco, para ver cómo terminaba la función. ―Habéis sido muy descuidados ―censuró ella, mirándole enfadada. La verdad es que se le daba bien, debería dedicarse a esto―. Has tenido suerte. Si algo hubiera salido mal, yo misma te habría matado. ¡Ja otra vez! Esta sí que era buena. ―Lo siento, Jane ―se disculpó Thiago, haciendo una ridícula reverencia con la cabeza―. No volverá a suceder. ―Eso espero, porque la próxima vez no tendré compasión ―dijo la canija, simulando una voz y una mirada dura―. Pasaré por alto tu error, porque no ha traído consecuencias y todo se ha resuelto correctamente, pero si vuelve a suceder, lo pondré en conocimiento de Aro y él te aplicará tu castigo. Ya sabes que los Vulturis no dan segundas oportunidades.

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Me solté de Emmett y ahora el que se puso a aplaudir fui yo, mostrando mi cara de enfado. La Pitufina y el mafioso giraron sus caretos para mirarme. ―¿Ya habéis terminado con el teatro? ―pregunté, acabando de aplaudir. El grandullón y el rastreador oscilaron la vista el uno al otro con algo de extrañeza. No tenían ni idea de qué iba todo esto, claro. Lo mismo pasaba con la chusma de Thiago. Los que sí parecían sospechar algo eran el pelirrojo y el Pitufo, porque sus caras se quedaron tan tiesas y estáticas, que no era normal. Estaban disimulando. ―No es ningún teatro ―rebatió Thiago, alzando su rostro con chulería―. Es cierto, no sabíamos que Razvan podía oírnos. Su media sonrisita ya me sacó de quicio. ―¡Mentiroso de mierda! ―voceé, echándome hacia delante para arrojarme a él. ¡Estaba más que harto! ¡¿Cómo podían tener tanta caradura?! ¡Habían planificado todo eso para que Razvan se llevase a Nessie, pero les había salido el tiro por la culata y ahora estaban intentando salvar los muebles! ¡Pues yo ya estaba hasta las narices! ¡Iba a cargármelos a todos de una maldita vez! Pero, de pronto, los brazos de Emmett me apresaron por detrás, con fuerza, y me vi arrastrado varios metros hacia mis espaldas. ―¡Suéltame! ―le grité, lleno de convulsiones, tratando de zafarme. Si no me había transformado ya, era porque el idiota de Jasper estaba haciendo de las suyas. Me apartó de ese grupo de sanguijuelas y se paró a unos cuantos metros de donde estaban, pero no me soltó. Mi manada, algo agitada, el resto de los Cullen y los de Denali corrieron para rodearnos. ―No quiero hacerte daño, Em, así que más te vale que me sueltes ―le advertí, apretando las muelas para retener esa cólera que ya se revolvía por mis entrañas. ―No. Tienes que calmarte y escuchar ―me respondió, serio. ¿Calmarme? ¿Escuchar? ¿De qué demonios me estaba hablando? Jasper se plantó delante de mí mientras el pesado de Emmett continuaba sujetándome. ―Por favor, Jacob, tranquilízate ―me pidió, con un cuchicheo, aunque no sé por qué lo hacía, porque su molesto don ya estaba

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obligándome a ello―. Sé que deseas vengarte por esto también, pero el tratado no se debe romper. El tratado. El dichoso tratado. Ya me había olvidado de él. Maldito tratado… ¡Pues ya estaba harto de esa mierda! ―¡Por mí se puede romper para siempre! ―grité, en dirección a la arpía y sus acompañantes, al tiempo que me revolvía en los brazos de acero de Emmett. Sí que eran duros… Maldición. ―El tratado no se debe romper, es muy importante para mantener la paz ―insistió Jasper. ―¡Ellos son los primeros que lo han roto al planear todo eso para deshacerse de Nessie! ―refuté, cabreado. ―Bueno, en realidad, no lo han hecho ―me contradijo, hablándome con calma, y con esos estúpidos bisbiseos. ―¡¿Cómo dices?! ―mi enorme indignación quedó más que patente con el tono de mi voz y con mi cara. ―Si te paras a pensarlo, teóricamente no han hecho nada, no han incumplido el tratado ―empezó a explicar―. A ojos de los demás, Thiago simplemente tuvo un “descuido” ―gesticuló con los dedos, imitando unas comillas― al hablar de eso en el bosque. No incumplió ninguna de las normas del tratado, ni siquiera estaba en vuestro territorio, sino que estaba fuera del límite que lo acota. ―¡Pero lo hizo para que Razvan le escuchara, para que él fuera a por ella! ―rebatí, enfadado. ―Lo sé, por supuesto que sus intenciones eran oscuras, pero no existen pruebas que lo demuestren. Por eso, teóricamente, no han incumplido el tratado. ―¡¿Cómo que no hay pruebas?! ―no pude evitar que mi voz sonase un octavo más alto de la cuenta, dada mi irritación―. ¡Yo lo sé! ¡Todos nosotros lo sabemos! ¡Es evidente! ―Jacob, el único testigo que había, lo acabas de matar ―me recordó, eso sí, sin reproche alguno―. No podemos demostrarlo. Sería nuestra palabra contra la suya. Genial. Jamás pensé que iba a decir esto, pero por primera vez me arrepentí de haberle dado rienda suelta a mis impulsos y haber matado a Razvan tan pronto. De haber sabido que esa chusma iba a aparecer y que esto iba a ser así, hubiese esperado más para matarle.

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―¡Me importa una mierda si es nuestra palabra contra la suya! ―bufé, encrespado, con Emmett aguantando mis embustes―. ¡No tengo por qué demostrarle nada a nadie! ¡Puedo cargármelos cuando quiera! Volví a sentir otro chute de tranquilizantes de la marca Jasper. Mi manada estaba muy atenta a esta conversación, y se les veía un poco confusos. Yo no hacía más que echar vistazos por encima de Jasper, temiéndome que esos desgraciados ya se hubieran escapado. Pero no, sorprendentemente, seguían ahí, esperando. No entendía nada. ―Si los mataras, el tratado se rompería ipso facto ―apuntó Eleazar. ―Pues mira qué problema tengo ―le contesté, con sarcasmo. ―Al no haber pruebas, los Vulturis podrían alegar que tú asesinaste a Jane y a los demás a sangre fría ―opinó Garrett, llevándose la mano a la barbilla, pensativo―. Y con el tratado roto, no dudarían en tomarse la justicia por su mano. ―Me da igual, no pueden hacerme nada ―alegué, ya hasta el gorro de tanto cuento―. No se acercarán por aquí, aprecian su vida demasiado. ―No lo estás comprendiendo, Jacob ―añadió Tanya―. Los Vulturis no vendrían hasta aquí. Sus palabras, y esa mirada, captaron mi atención. ―¿A qué te refieres? ―pregunté, todavía receloso. ―Los Vulturis no irán a por ti ―siguió Kate―. Irán a por nosotros. A por todos nosotros ―dijo, señalando a su aquelarre y al de los Cullen―. Y no avisarán, te lo aseguro. Podrían venir a por nosotros en cualquier momento; mañana, dentro de semanas, meses, años, siglos… ―Esperarán lo que haga falta, pero se vengarán ―añadió Tanya, con un semblante severo―. Saben que no pueden vencerte en una guerra, sin embargo, harán lo que sea para hacerte daño y mermarte. Mierda, no había caído en eso. ―Bueno, yo os protegería ―se me ocurrió. ―¿Y cómo piensas defendernos a nosotros, o al aquelarre de Denali? ―replicó Jasper―. A no ser que fueras capaz de viajar instantáneamente de un sitio a otro, es imposible. Cuando consiguieras llegar a Denali o a Anchorage, ya estaríamos todos muertos. Sentí un escalofrío al escuchar eso, porque sólo con imaginarme la estampa y la carita de Nessie al verlo, o al escuchar la noticia, ya me dejaba congelado.

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―¿Y Alice? Ella verá si los Vulturis van a por vosotros, y yo ya estaría allí antes de que eso sucediera ―me ingenié. ―Aro tiene a Varick ―me contestó el adivinador de dones―. Y ya sabemos que Aro es el que tiene la última palabra, el que realmente toma las decisiones. Utilizará la barrera individual de Varick para que Alice no pueda ver sus decisiones. Genial. Se me estaban terminando las opciones. Eché otro vistazo por encima de Jasper. La Pitufina y su séquito de ratas seguían en el mismo sitio, esperando mi decisión pacientemente, eso sí, con sus arrogantes barbillas alzadas. ¡Arg! ―Podéis… ―pensé por un momento―. Podríais… mudaros todos aquí, a La Push. Según lo solté, ya me di cuenta de que era una malísima idea, no me la creí ni yo. Eso de llenar la reserva de vampiros, por muy buenos que fueran… Uf, qué va. Mis hermanos de manada ya estaban gañendo, nada conformes, y, para ser sinceros del todo, yo tampoco los quería por aquí. A ver, estos chupasangres ya eran mi familia, claro, y ya teníamos un grado de convivencia y afecto bastante altos, los apreciaba mucho, de veras, vuelvo a decir que para mí ya eran mi familia, pero cada uno tenía su sitio, ¿vale? Ellos no dejaban de ser vampiros, y nosotros no dejábamos de ser lobos. Era demasiado complicado y arriesgado. Además, no veía a unos vampiros pijos viviendo en una tribu como La Push. Los Cullen y los de Denali no dijeron nada, pero lo que decían sus caras coincidía con lo que acababa de pasar por mi sesera. Ah, bueno, sólo hubo una persona que dijo lo que pensaba en voz alta. ―No digas tonterías ―chistó Rosalie, poniendo los ojos en blanco mientras negaba con la cabeza. Por una vez estaba de acuerdo con la Barbie, aunque eso fuera en contra mía. Me quedé en blanco. Guay. ―Jacob, despidámonos de ellos y vayamos a casa ―sugirió Jasper―. Es lo mejor para todos. Olvídate de este asunto. ―¿Que lo olvide? ―otra vez volvió mi indignación. ―Chucho cabezota. Déjate de venganzas ―me regañó Rosalie, harta―. Ahora tienes que centrarte en Nessie y en el bebé. Y esto es lo mejor para ellos. ¿O es que quieres que tu hijo crezca en un mundo donde la venganza está a la orden del día? ¿Acaso quieres que él y Nessie sufran las consecuencias de tus malas decisiones, de tu impulsividad?

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Una vez más, mi tarro se quedó vacío y no pude replicar. Genial. Rechiné las muelas con rabia, porque tenían razón, y encima, me lo decía la Barbie. Guay. Y para colmo, Leah asintió con la cabeza, dándole toda la razón. Estupendo. ―Los Vulturis asesinaron a nuestra hermana ―se sumó Tanya, cogiendo la mano de Kate, que se la afianzó con un apretón―. ¿Crees que a nosotras no nos hubiera gustado vengarnos por la muerte de Irina? Sin embargo, hay veces en los que uno se tiene que tragar su orgullo, por el bien del resto de la familia. Sam me hizo un asentimiento con la cabeza, animándome a ceder. Volví a rechinar los dientes con más que rabia cuando me di cuenta de que tenían razón de nuevo. Por enésima vez, miré a la Pitufina y a su séquito. Estaban ahí, justo donde les habíamos dejado. Seguían con sus gestos de arrogancia, pero ahora, además, a esa arpía se le agregó una leve y casi imperceptible sonrisita. Mis muelas estuvieron a punto de quebrarse. Sabían de sobra que esto iba a resolverse de esta forma, que yo no tenía más opción, por eso se habían atrevido a venir y no se habían esfumado a la primera de cambio. ¡Malditas ratas! ―¡Bueno, vale, nos piraremos a casa! ―escupí, enfadado, intentando soltarme de los brazos de Emmett. Dios, cómo me dolía decir esto… Y más viendo los caretos de la chusma que tenía a unos metros. ―¿Seguro? ¿Podrás controlarte si te suelto? ―inquirió Em. ―Sí, sí, estoy tranquilo, ya puedes soltarme ―refunfuñé, calmándome de mala gana. Aunque el efecto de las pastillas de Jasper seguía notándose. Emmett por fin me liberó, dejando que mis brazos se escapasen de esos músculos de hielo. Brrrr, qué tío más frío, en serio. Sí, ya estaba más tranquilo, pero eso no quitó para que me abriera paso entre Jasper y Eleazar, y me dirigiera enrabietado hacia la rubia canija y sus secuaces de miserables. Los demás, incluida mi manada, comenzaron a seguirme, para ver si tenían que frenarme, sin embargo, en cuanto me paré frente a mi objetivo y vieron que no me abalanzaba sobre el mismo, se detuvieron a mis espaldas, más sosegados. Me quedé delante de la Pitufina y el resto de sanguijuelas y les miré con cara de muy, muy malas pulgas. ―Os habéis salvado por los pelos, pero os lo advierto ―empecé a hablar, con una voz que me salió más ronca, debido a mi cabreo―, como

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volváis a intentar una jugarreta como esta con mi mujer, mi hijo o cualquiera de mis aliados, os juro que os mataré a todos. Iré a buscaros a donde sea y os machacaré uno a uno, como hice con ese miserable de Razvan, ¿entendido? Ese matón de Thiago iba a decirme algo, molesto, pero la Pitufina interpuso su brazo y le detuvo. No le quedó más remedio que chirriar los dientes. ―Te repito que nos estás acusando de algo que no hemos hecho, todo esto es un malentendido producido por un error de Thiago, no obstante, no voy a entrar en discusiones contigo ―dijo ella, con su encopetamiento de siempre. ¡Mentirosa! Faltaba muy poco para que mis manos se enganchasen a su cuello. Sólo tendría que girarlas un poco, era muy fino, es más, me serviría una sola mano, pero pensé en Nessie y en Anthony, en las consecuencias que eso traería para ellos, y conseguí controlarme―. Esto no volverá a ocurrir jamás, te lo garantizo. ―Eso espero ―logré escupir entre dientes, con esa rabia que me era imposible ocultar. ―¿Habíais venido por algo en especial? ―preguntó Jasper, seguramente para cambiar de tema, porque ya notaba esa tranquilidad extraña insertándose en mí con más urgencia. ―Solamente veníamos para traeros un obsequio antes de partir hacia Volterra ―le respondió ella, haciéndole un gesto a Félix con su canija mano. ―¿Un obsequio? ―gruñí, pues ya estaba hasta las narices de los regalitos de Aro. El grandullón sacó un papel enrollado del interior de su capa. Era un papel grueso, de color marfil, que estaba enroscado por medio de un lazo rojo y cuyo final tenía un sello, de un tono más oscuro. Se lo pasó a la Pitufina y ella lo extendió hacia mí. ―Aro quiere agradecerte tu valiosa ayuda recompensándote de algún modo. ―Yo no quiero… Me quedé sin voz cuando Jasper me arreó un disimulado codazo en todas las costillas. Le miré, malhumorado, y después volví la vista al frente para coger el rollo con un zarpazo. Observé el papel, desganado y cansado. El sello, con una forma redondeada, llevaba la marca de los Vulturis, cómo no. Lo arranqué de

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malos modos, adrede, para que me vieran bien, y desenrosqué el papel de igual manera. Tuve que parpadear cuando vi de qué iba. ―Esto es… ―Sí, es un certificado firmado por los Vulturis que avala que Ezequiel ya forma parte del tratado ―me corroboró ella, alzando la barbilla con altanería―. Un mensajero nos lo ha traído hace justo una hora. Aro te ha dado su palabra, y él siempre la cumple. Dejé de leer el certificado para observarla a ella. ―Más le vale ―le advertí, clavándole una mirada amenazante. ―Ha sido un… ―me dio un repaso que abarcó todo mi torso, alzando la ceja y el labio con esa aprobación de siempre― placer trabajar contigo. ―Yo no puedo decir lo mismo ―le solté a la cara, levantando el mentón, serio. ―Espero que nos veamos pronto ―dijo, dándose la vuelta, junto con el resto de su chusma, al tiempo que se ponía su capucha, al igual que los demás. ―Espero que ya no nos veamos jamás ―le corregí. El pelirrojo clavó la vista en mí durante medio segundo y juraría que le vi hacerme una especie de reverencia con la cabeza mientras mantenía una mirada de respetabilidad. Me quedé a cuadros. Después, se volvió del todo y comenzó a caminar con sus compañeros. ―Puede que nuestros caminos se vuelvan a cruzar algún día, lobo, y entonces tú y yo tendremos esa pelea que teníamos pendiente ―Thiago me dedicó una última mirada llena de resentimiento y terminó de girarse hacia el otro lado para largarse, perdiéndose entre los árboles, como los demás. Iba a mover un pie en su dirección para decirle que cuando quisiese, pero Jasper me interpuso su brazo. También me sentí más relajado, qué raro… Desde luego, hoy que podía disfrutar de no tener al pesado de Edward incordiándome a cada momento con sus incursiones mentales, le tomaba el relevo Jasper. No sé quién de los dos era peor, la verdad. Gruñí. Yo también me giré hacia el otro lado, pero me dirigí al árbol de antes para entrar en fase. ―Vámonos a casa ―propuse, de camino. Mis lobos empezaron a aullar al cielo, contentos.

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Me oculté detrás del tronco, me quité los pantalones y cuando los iba a atar a mi cinta de cuero, me fijé en mi anillo de casado. Entonces, toda mi mala leche se esfumó de sopetón y no pude evitar que una enorme sonrisa se extendiera en mi cara, porque por fin me iba a casa, con Nessie. En ese momento, me percaté de que todo había terminado, de que éramos libres, ¡libres! Sí, ya no había magos, ya no habían rumanos, ya no habían licántropos, ya no había nada de qué preocuparse, ya no había nada de qué protegerla a ella y al bebé. Así que los Cullen ya se podían quedar en su casa de Forks o irse a Anchorage, aunque intuía que con el parto tan cerca, ya aprovecharían para quedarse. Pero no en nuestra casa… Sí, sí, ¡sí! ¡Éramos libres! ¡Ya no más vampiros por casa! ¡Ya no más malos olores! ¡Ya no más falta de intimidad! ¡Ya no más radio! Terminé de atar los pantalones a mi cinta de compromiso, con prisas, y entré en fase. Salí pitando de allí y empecé a galopar hacia la casa de los Cullen. No quería que Nessie se preocupara más por mí, que segurísimo que lo estaba, pero además, me moría por verla, por besarla, abrazarla, tocar su barriga y sentir las patadas de Anthony… ¡Eh, mis pantalones!, protestó Quil, echando a correr detrás de mí. ¡Dijiste que me los ibas a devolver! Todos los demás también lo hicieron, incluidos los Cullen y los de Denali. Sí, pero no te dije cuándo, me carcajeé. ¡¿Serás cabr…?! ¡Igual llego a mi cita con Kim!, exclamó Jared, contento. Sí, pero tarde, le pinchó Leah, en broma. Mierda, es verdad, dijo él. ¿Qué hora es? ¿Alguien tiene hora? Sí, guardo el reloj en el bolsillo de la derecha, ¿no te digo?, se burló Isaac. Apuesto cinco pavos a que Jared llega tarde, propuso Embry. Hecho, aceptó Shubael. ¡Trae, devuélveme mis pantalones!, me exigió Quil, metiendo el hocico por mi pata para intentar sacarlos de mi cinta. ¡Ni hablar!, me reí, pegando un salto a un lado para apartarme de sus mandíbulas. ¡Necesito saber qué hora es!, insistió Jared. ¡Pues mira el sol, ¿qué nos dices a nosotros?!, se quejó Paul. ¡Está nublado, no lo veo!

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Pregúntale a uno de los Cullen, sugirió el listo de Seth. ¡Es verdad!, cayó Jared. Se giró y se arrimó a Emmett mientras seguían corriendo, pero éste llevaba una camiseta de manga larga y tuvo que meterle el hocico por la muñeca para tratar de acceder al reloj. ―¿Qué haces? ―protestó Em, extrañado por esa actitud, apartándole la cabezota con la mano―. No te voy a acariciar. ¡Que no es eso!, intentó explicarse Jared. Toda la manada se rió de la escena. Me carcajeé otra vez al ver el ambiente jovial que había en la manada y apreté el paso. El camino hasta la casa de los Cullen transcurrió de este modo, aunque a mí se me hizo largo, ya que no veía el momento de tener a Nessie entre mis brazos. Mi manada se fue disgregando a medida que llegábamos a la casa, hasta que me quedé yo solo con los Cullen y con los de Denali. Eso sí, tuve un buen rato a Quil detrás de mí para que le devolviera los pantalones, pero finalmente conseguí quitármelo de encima. Visionamos la casa a través de los árboles, y cuando ya estábamos a pocos metros, me detuve para cambiar de fase. Los demás siguieron, no hacía falta que me esperasen. Adopté mi forma humana, me puse los pantalones de Quil y salí de mi escondite, raudo. Sin embargo, fue girar el tronco, y vi a Nessie, que ya estaba a unos pocos metros de mí. Estaba vestida con uno de esos vestidos premamá que Esme le había regalado y venía corriendo, agarrándose esa enorme panza que parecía que se le iba a caer al suelo. Su hermoso rostro todavía reflejaba las horas de preocupación y ansiedad. No habían sido muchas, dos como mucho, pero seguramente a ella le habían resultado larguísimas. Mi ángel, mi dulce y precioso ángel. Eché a correr hacia ella con presteza, ya que no quería que se esforzase en su estado, y por fin nos encontramos. ―Jake… ―sollozó. ―Nessie ―murmuré, con un nudo en la garganta. Mis brazos se fueron a su cintura para arrimarla a mí, pero los suyos se fueron a mis hombros y sus manos envolvieron mi cara al tiempo que sus dulces y preocupadas pupilas la estudiaban, cerciorándose de que no tuviera ni un solo rasguño. ―Estoy bien, cielo ―la calmé, llevando mi rostro al suyo para besarla.

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―Jake… ―murmuró, con lágrimas en los ojos, terminando de enganchar sus labios con los míos. Sus manos pasaron a mi cuello y a mi nuca, y comenzamos a besarnos alocadamente, con esa energía ya frenética girando a nuestro alrededor. La emoción podía palparse en el ambiente, pero también la ansiedad y la tensión que habíamos vivido durante las últimas horas. Mientras nuestros labios prácticamente se comían, sentí sus húmedas lágrimas mojando mi rostro. Eso hizo que ese nudo que tenía aferrado en la garganta ya no aguantase más y las mías también tuvieran vía libre. Sí, por fin se había terminado todo. Ahora podríamos vivir en paz. Nessie, Anthony y yo. La apreté un poco más contra mí, Nessie aferró su mano a mi pelo para que no me separase de ella nunca, y seguimos besándonos con esa alocada y emocionada pasión.

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LLAMANDO A QUIL, LLAMANDO A QUIL. AQUÍ EL PLANETA TIERRA. CORTO ―¿Seguro que estarás bien? ―le pregunté por enésima vez. ―Sí, no te preocupes ―me contestó Nessie, que tenía las manos sobre la zona de los riñones. Terminó de acercarse a la silla que yo había traído de la cocina y que había colocado en mi garaje para la ocasión, y la ayudé a sentarse, asiéndola por el brazo. También había traído unos cojines del sofá, así que después me apresuré a cogerlos del capó del Golf, volví a la silla y se los coloqué en la parte trasera de su cintura. ―Ah, gracias, cielo ―me agradeció, sonriéndome y dándome un beso corto―. La verdad es que tengo la espalda molida, Anthony cada vez pesa más. Me lo podía imaginar, bueno, no, claro, yo no estaba en su pellejo, pero solamente faltaban alrededor de tres semanas para el parto, y su barriga ya era más que enorme. Además, ahora que todo el peligro se había esfumado, Carlisle le había hecho una última ecografía en la que habíamos comprobado el estado de nuestro bebé, y su tamaño ya era el de un bebé, bebé. Esta vez sí que habíamos podido imprimir la ecografía, y la teníamos colgada en la nevera, por medio de un imán. Sí, por fin. La primera fotografía de Anthony. Se me caía la baba cada vez que abría la nevera, qué puedo decir…

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―Pues luego tenemos que ir al curso de preparación al parto, ¿no sería mejor que descansaras un poco en el sillón de la chimenea? ―sugerí, preocupado, poniéndome en cuclillas a su lado para acariciar su panza―. No sé, allí estarías más cómoda, podrías leer… ―Ni hablar ―se negó, con una sonrisa, colocando su dedo índice en mi boca para que cerrase el pico―. Prefiero quedarme aquí, viendo cómo haces la cuna. Sonreí. Ya habían pasado dos semanas de la batalla con los licántropos, de la muerte de Razvan y el resto de chusma, y nuestra vida había vuelto a la normalidad. A la normalidad de antes, claro está, a la que teníamos cuando vivíamos solos en nuestra casa. ¡Sí! Mi familia política se había mudado a su casa de Forks, el aquelarre de Denali se había pirado a Denali, y ahora volvíamos a disfrutar de nuestra intimidad, como marido y mujer. Bueno, de toda no. ―Toma, hija ―Bella entró en el garaje y le pasó la zanahoria pelada y lavada que Nessie le había pedido. Sí, los Cullen venían todos los días y se pasaban las horas aquí. ―Gracias, mamá ―agradeció ella, cogiéndola. Últimamente, a Nessie le daba por comer zanahorias, era su antojo más reciente. Le dio un mordisco y Bella se sentó en el banco formado por cajas de refrescos, a su lado. Me quedé mirando a Nessie embobado durante un instante. Dios, era tan hermosa. Todavía no podía creerme que todo el peligro se hubiera terminado y que por fin pudiéramos vivir en paz. Pero así era, ¡sí! Habíamos terminado con esos apestosos licántropos, con los rumanos, con esos dos magos momificados, y yo había aniquilado a mi peor enemigo: Razvan. Eso sí, aún me rechinaban las muelas al recordar lo que ese desgraciado había estado a punto de hacerles a Nessie y a mi hijo. Menos mal que ese maldito no se había salido con la suya. Ezequiel me había explicado que los exteriores de nuestra casa seguramente habían sido rociados con algún tipo de polvo mágico o algo así para hechizar a la pulsera de Nessie, con el fin de adormilarla, por eso el aro de cuero no había podido reaccionar ni actuar durante ese alocado trayecto en el Jeep de Emmett, ni tampoco después.

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Ezequiel no había sido capaz de explicar por qué Nessie había podido desviar hacia ella el hechizo encadenado de Razvan, pero no me había hecho falta, porque yo sabía de sobra por qué había pasado eso. No había sido mi poder espiritual, ni ninguna magia, bueno, sí, había sido una magia, pero nada que ver con la que últimamente estábamos acostumbrados a toparnos. Había sido un milagro, el milagro que sólo una madre puede conseguir gracias al amor que le procesa a su hijo. Nessie había luchado con todas sus fuerzas, con toda su alma, para salvar a Anthony, y sin darse cuenta había hecho que el hechizo pasase a ella. De ahí que la mirase tan atontado, era inevitable. Entonces, el bebé le propinó una buena patada al vientre de Nessie, un puntapié que sentí en la palma de mi mano con claridad, obligándome a bajar de mi nube. ―Vaya, parece que A. J. ya tenía ganas de esa zanahoria ―reí, frotando el vientre de mi chica. ―No sé si él tenía ganas, pero yo sí que me moría por hincarle el diente a una ―rió Nessie también. ―A lo mejor está dormido y está soñando ―imaginó Bella, sonriendo. ―¿Qué estará soñando? ―se preguntó Nessie. ―Puede que esté soñando con lo poco que sabe de zanahorias ―bromeó Bells. ―Llama a Edward ―propuse, mirando a la puerta del garaje para escudriñar los exteriores―. ¿Dónde está? Nessie me había contado que Edward podía ver los pensamientos o lo que fuera del bebé, esos sueños difusos. Me moría de curiosidad por saber qué sensaciones podía estar teniendo A. J. ahora mismo. ―No está aquí ―me reveló Bella―. Se ha ido al aeropuerto. Giré el rostro hacia ella. ―¿Al aeropuerto? ―inquirí, extrañado. ―Oh, se me olvidó decírtelo ―exclamó Nessie, pegándole otro mordisco a su zanahoria. ―El lunes nos volvemos a Anchorage ―me explicó Bella―. Tenemos exámenes, y no queremos perder este curso. Pero estaremos aquí dentro de dos semanas, y se quedan Carlisle y Esme. No quería ser malo, pero no pude evitar sentir esa alegría dentro de mí, qué quieres que te diga. No es que me molestasen, ni mucho menos, es más, nos estaban ayudando bastante con las tareas domésticas y eso,

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pero saber que íbamos a tener dos semanas enteras de paz, tranquilidad y sobre todo intimidad, me satisfacía que no veas. ―Ah, vale, no pasa nada ―se me escapó una sonrisilla. No escapó a ojos de Bella y Nessie, por supuesto, pero ambas me sonrieron con comprensión. ―Bueno, será mejor que me ponga manos a la obra ―sonreí. Le di un beso en la barriga a Nessie, otro en esos preciosos y carnosos labios sonrientes que me correspondieron de muy buena gana y me levanté. Esta semana ya había terminado el dormitorio del bebé, que, por cierto, y no era por echarme flores, pero me había quedado perfecto, hasta la Barbie tuvo que callarse la boca, así que había empezado con la cuna. Ya tenía todas las piezas cortadas, con los cantos redondeados, lijadas y lacadas en blanco, incluido el somier. Ahora me quedaba lo que más ilusión me hacía del proceso, solamente me quedaba atornillarlas para terminar de montar la cuna, y después tenía pensado adornar el cabecero de los pies con algún dibujo infantil. Todavía tenía que elegir una plantilla, pero eso ya lo compraría con Nessie. Uno de los lados iba a ser abatible, que era lo más chungo de conseguir, pero Nathan me había enseñado cómo hacerlo, así que esperaba no tener mayor problema. Me acerqué a esa mesa improvisada consistente en un tablón con patas que Emmett se había empeñado en construirme para que trabajara mejor, y me puse manos a la obra. Agarré uno de los cabeceros y lo posé en la mesa. Cogí el lápiz, el metro, y empecé a marcar los puntos donde iban a ir los tornillos, midiéndolos bien. También apunté esas medidas en mi libretilla, para no olvidarme. Repetí la misma acción en todas las piezas, midiendo las distancias bien y comparándolas con las de las partes que iban a ir encajadas con su pieza correspondiente, para que no hubiera ni un fallo. Esto me llevó un buen rato, la verdad, aunque estaba entretenido con la charla que mantenían Bella y Nessie sobre la universidad y las anécdotas que contaba mi amiga. Me acerqué a la estantería que tenía detrás y cogí la taladradora. Escogí la broca adecuada, se la puse, la enchufé y empecé a hacer los agujeros de los tornillos en todas las piezas. Comencé por los cabeceros, seguí por el somier y terminé con las bandas laterales.

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Justo cuando terminé de hacer todo esto, alguien apareció por la puerta del garaje. ―Hombre, Quil, ¿qué te trae por aquí? ―le saludé, echándole un fugaz vistazo, ya que estaba bastante centrado con mi tarea. Nessie y Bella le sonrieron. ―Qué hay ―saludó él, apoyándose en la pared, con las manos en los bolsillos de su pantalón―. ¿Qué, terminando la cuna? ―Eso intento ―asentí. ―Ajá. Ese ajá no me gustó mucho. Había sonado demasiado distraído, como si en realidad no me hubiera escuchado. Levanté la vista de las piezas y le miré más detenidamente. Estaba observando las cosas que tenía sobre la mesa, pero sin observarlo, es decir, simplemente sus ojos habían fijado un punto en el que detenerse y quedarse ahí, y resultaba ser la mesa, pero se notaba que su cocorota estaba pensando en otras cosas, creo que ni siquiera veía lo que sus pupilas le enfocaban. ―Esto… nosotras nos vamos a casa, Jake ―dijo Nessie, muy suspicaz, levantándose de la silla para dejarnos a solas. Bella lo hizo de las cajas de refrescos apiladas, en un parpadeo, para ayudarla―. Voy a descansar en el sillón y leer un poco. Sí, estaba claro que Quil había venido para hablar conmigo, y Nessie se había dado cuenta, cómo no. ―Vale ―acepté. Se acercó a mí, sujetando su enorme barriga. ―Recuerda que a las cinco tenemos que estar en el curso de preparación al parto ―cuchicheó. ―¿Cómo se me iba a olvidar? ―le sonreí. Solamente llevábamos yendo cuatro días, pero para mí ya era una cita obligada a la que no quería faltar, porque me encantaba. Nessie correspondió mi sonrisa y acercó su rostro para darme un beso tierno y dulce. Las chispas enseguida saltaron en mi estómago, electrizándolo. Mi boca no se quería separar de la suya, sin embargo, no me quedó más remedio. ―Te veo luego ―murmuró en mis labios. Se separó de mi careto alelado y se dio la vuelta, sonriéndome. ―Hasta luego, Quil ―se despidió―. Si quieres tomar algo, sólo tienes que pedírmelo, ¿vale? Pero el muy pasmado seguía pensando en sus cosas.

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―Llamando a Quil, llamando a Quil. Aquí el planeta Tierra. Corto ―me burlé, imitando la voz de una radio transmisora, poniendo las manos sobre mi boca para que sonase con más efecto. ―Ah ―Quil regresó de su mundo―. No, gracias, Nessie, no tengo sed. Mi chica asintió. Me dedicó una última sonrisa, sonrisa que yo correspondí irremediablemente, claro, y después salió del garaje, junto a Bella. ―¿De verdad que no quieres tomar nada? ―le pregunté, cogiendo la taladradora para quitarle la broca―. ¿Ni siquiera nada para papear? ―No, gracias. No tengo hambre ―contestó, caminando hacia el banco de cajas de refrescos como un zombie. Vale. Estaba claro que le pasaba algo. ―¿Qué te pasa, tío? Pareces un fantasma penitente. Dejó caer su trasero sobre las cajas, cansado. ―Es que no he dormido nada estos días ―suspiró, apoyando los codos sobre sus rodillas. Era evidente que no era por patrullar, ya que esta semana lo estaba haciendo por el día. Un momento. Entorné el ojo, analizándole, cuando recordé que había sido a petición suya, ya que la semana pasada le había tocado el turno de día, y esta semana le tocaba el turno de noche. ¿Dos turnos de día seguidos? Qué raro… ―Te ha pasado algo con Claire, ¿no es eso? ―opté por ir al grano, no me gustaban los rodeos. Se alzó de repente para mirarme, algo nervioso―. Y no me digas que no, llevas así de raro desde hace dos semanas, ya cuando fuimos a por los licántropos. Además, no haces más que desviar tus pensamientos cuando Claire te viene a la cabeza. Lo cual solía ser muy a menudo, porque siempre pensaba en ella. ―Es que… estoy hecho un lío ―murmuró, llevando la vista a un lado mientras se rascaba la nuca. ―Venga, desembucha ya ―resoplé―. Para eso has venido, ¿no? Vamos, te mueres por desahogarte. ―Prométeme que lo mantendrás en secreto ―me pidió, observándome fijamente con esa mirada de honor a la amistad que dos colegas conocen tan bien―. Prométeme que esto que te voy a contar no se lo enseñarás a nadie de la manada. ―¿Y Embry?

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―A Embry se lo contaré en cuanto te lo cuente a ti, cuando ya esté más tranquilo. Suspiré y asentí. ―Bueno, vale ―acepté―. ¿De qué va todo esto? Mantuvo un momento de silencio, hasta que bajó el rostro hacia el suelo y por fin habló, eso sí, con un murmullo. ―Claire me besó. Tuve que pestañear para reaccionar. ¿Eso era todo? ¿Y por eso estaba así? Pero si debería de estar contento, ¿no? ―Bueno, ¿y qué pasa? ―me encogí de hombros. Levantó el careto de nuevo para mirarme, un poco sorprendido por mi falta de entendimiento. La verdad es que no entendía nada. ―Pues que no pude evitarlo y le correspondí el beso ―confesó, con un lamento, inclinándose para meter la cabeza entre sus manos. ―¿Y cuál es el problema? ―yo seguía sin comprender nada. Quil volvió a alzarse. ―Pues que tiene quince años recién cumplidos, Jake, ese es el problema ―me aclaró, con una voz nerviosa más cercana al miedo escénico que otra cosa. ―Oh ―murmuré como un idiota, cayendo en eso. Ya se me había olvidado ese detalle… Es que, bueno, es decir, Claire se vestía y se maquillaba de esa forma que la hacía parecer mayor, y a veces se te pasaba que solamente tenía quince años. ―Bueno, pero, ¿cuánto se lo correspondiste? ―inquirí―. Porque si sólo fue un beso inocente… ―Mucho, Jake, le correspondí el beso bien ―me cortó, pronunciando las palabras a regañadientes, con ese nerviosismo. ―¿Pero fueron unos besuqueos o fue un morreo? ―interrogué para cerciorarme. Mi amigo me miró y me hizo una mueca, matándome con la mirada. Vale, había sido un morreo en toda regla. Conociendo a Quil, seguramente le había comido la boca bien. ―Sam me va a matar ―se lamentó, hundiendo la cabeza en sus manos una vez más. ―Vamos, él sabe de sobra que no vas con malas intenciones ―le calmé―. No veo por qué ha de tomárselo a mal. Volvió a sacar la cara de los subsuelos.

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―¿Tal vez porque su sobrina tiene quince años y yo veintinueve? ―dijo, con ironía―. Casi le doblo la edad. ―Venga, tío, físicamente, hace tiempo que ya no has envejecido más, y mentalmente… bueno, mentalmente te quedaste en los quince, así que estáis a la par ―bromeé, para quitarle algo de hierro al asunto. ―Ja, ja ―articuló, sarcástico―. Da lo mismo lo que yo aparente, ella no deja de ser menor de edad ―insistió, inquieto y visiblemente preocupado por ese dato. ―¿Y qué importa eso? Piensa que vais a estar juntos toda la vida, ¿qué más da si cuando empezasteis ella era menor o no? Además, todo el mundo sabe que Claire es mucho más madura que una chica de su edad. ―Ya, pero Sam da por hecho que yo voy a esperar a que Claire tenga los dieciocho. ―¿Tanto te preocupa Sam? ―critiqué―. Háblalo con él, déjale las cosas claras y ya está. Tendrá que entenderlo y aceptarlo. No sé por qué le tienes tanto miedo. ―No le tengo miedo ―afirmó, mirándome fijamente para corroborarlo―. Es sólo que yo le respeto, ¿entiendes? Ya sé que él sabe de sobra que no voy con malas intenciones, que voy muy en serio con Claire, pero también sé que él prefiere que ella tenga la mayoría de edad. Además ―bajó la mirada―, esto también me ha pillado por sorpresa a mí, ¿sabes? Yo también quería esperar a su mayoría de edad para... En fin, que esto… no entraba en mis planes. Enseguida supe a qué se refería. ―No has podido evitar enamorarte de ella, ¿no? ―le miré con certidumbre, ya que sabía de sobra de qué hablaba. Sus ojos se levantaron para observarme, y ya me lo ratificaron. ―Sí ―suspiró, bajando los párpados con un sentimiento de culpabilidad que barría todo su semblante. ―Quil, escucha, tío, es normal e inevitable que te enamorases de Claire ―intenté calmarle―. Ella es tu mujer ideal, tiene lo que siempre has buscado en una chica, todo lo que podrías soñar, tiene todas las cualidades que te gustan en una mujer, es tu alma gemela. Ya sé que es raro, porque es muy joven, pero que te enamorases de ella es lo más natural del mundo, créeme, yo he pasado por lo mismo, ¿sabes? ―Ya, lo sé, pero lo tuyo es distinto ―rebatió un poco―. Nessie pasó de tener doce años a tener diecisiete en sólo un mes. ―Mes y medio ―le corregí.

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―Ya era casi mayor de edad ―siguió él, ignorando mi puntualización―. Tú no pasaste esta transición. Cuando te enamoraste, ella ya tenía diecisiete. ―Oye, yo también tuve que pasar lo mío, ¿qué te crees? ―refuté, algo molesto―. No fue nada fácil para mí pasar de sentirse el hermano mayor de una niña de doce años, a de repente ver que estaba enamorado hasta las trancas de la misma chica que hacía sólo un mes y medio había sido esa cría. Fue un cambio muy drástico para mí, ¿sabes? No voy a negar que no me gustó, al contrario, me encantó que ella por fin creciera, para qué lo voy a negar, pero al principio tenía que pellizcarme para saber si estaba soñando o no, porque no me creía que ella ya fuera una mujer. No te imaginas lo que es ver que ella tiene doce años, y que a las tres semanas tiene quince y ya te empieza a gustar físicamente, tú ya me entiendes. ―Sí, creo que algo te entiendo ―murmuró, otra vez con ironía. ―Fue algo muy raro para mí. Tú por lo menos has ido viendo crecer a Claire poco a poco, has ido viendo cómo ella cambiaba progresivamente, y eso más o menos te ha ido preparando el terreno, ¿entiendes? Pero yo no tuve eso. Lo mío fue un… ¡bum! ―gesticulé con los brazos, simulando una explosión―, ella de repente tenía diecisiete años, era la mujer de mis sueños y yo ya veía que empezaba a enamorarme hasta las trancas, sin remedio. ―Pero tú enseguida lo asumiste y pudiste disfrutar de lo vuestro, porque Nessie ya casi era mayor de edad ―debatió. Eso era verdad, así que tuve que cerrar el pico. Se hizo un mutismo en el que él volvió a mirar al suelo y yo lo hice con las piezas de la cuna. ―¿Sabes? Yo creía que esto de la imprimación era otra cosa ―murmuró, sin alzar la vista―. Pensaba que iba a sentirme como su hermano mayor siempre, hasta que ella cumpliera la mayoría de edad, y que entonces ya podría enamorarme de ella. ―Pues ya ves que no es así ―le dije, metiendo la broca de atornillar en la taladradora―. Que yo sepa, nadie elige de quién se enamora, ni cuándo, y a nosotros, los imprimados, nos pasa lo mismo. No somos diferentes a las demás personas. Lo único que nos diferencia es que jugamos con la ventaja de ya saber de quién nos vamos a enamorar, gracias a la imprimación, porque, claro, ya sabemos que ellas son nuestras almas gemelas, pero nada más.

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Suspiró, soltando el aire con un largo soplido. ―No sé qué hacer, estoy hecho un lío ―admitió, con un quejido. ―¿Y qué dice Claire? ―No lo sé, no he hablado mucho de esto con ella todavía. Levanté la cabeza de la taladradora. Las dos semanas de turno de día se plantaron en mi sesera una vez más y recordé en lo que había caído antes. ―Así que por eso llevas dos semanas rehuyendo de ella, para evitar el tema ―me sorprendí―. Pues sí que tienes fuerza de voluntad. Sí, ya tenía que tenerla, porque yo no me imaginaba huyendo de Nessie ni un solo segundo. ―No rehuyo de ella ―me corrigió, alzando la vista del suelo para observarme―. Sigo viéndola, sólo que…, bueno, la veo a ratos para…, en fin, para no tener que enfrentarme a esto. ―O sea, para evitar el tema ―repetí, con cierto aire crítico. ―No, no es eso ―alegó, frustrado por no saber explicarse bien. Tomó aire para sosegarse un poco y siguió hablando―. Antes de hablar con ella necesito aclararme las ideas, dejar que se calmen las aguas y tranquilizarme. Aún no sé qué hacer, tengo que pensármelo bien antes de tener una conversación con ella, ¿comprendes? Porque sé que ella quiere…, bueno ―se llevó la mano a la nuca y se rascó con nerviosismo y algo de apuro―, quiere que seamos… novios ―bajó la mano y la posó en su rodilla, encerrada en un puño―, pero yo creo que sería mejor que esperásemos un poco, ya me entiendes, por lo menos un par de años. Todavía estoy hecho un lío, no quiero hablarlo con ella sin haber tomado una decisión. No te imaginas lo persuasiva que puede a llegar a ser Claire. No, sí, no hacía falta que lo jurara, persuasiva debía de serlo un rato, porque de momento ya le había sacado todo un morreo. ―Bueno, no veo por qué tienes que esperar a que Claire tenga los dieciocho ―opiné―. Puedes salir con ella en plan casto, ya sabes, sin sexo y esas cosas. ―Por Dios, Jake, no me hables de sexo ―Quil casi se pone a sudar de repente y todo. Me quedé mirando a mi amigo durante un par de segundos. Me sorprendía verle así, la verdad, con lo que había sido Quil en el pasado. En aquellos tiempos, no hubiera desaprovechado la mínima oportunidad con ninguna chica. Todavía me acordaba de aquel jaleo que había tenido

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en el instituto con uno de los alumnos mayores por haberse liado con su novia. El muy idiota. Encima sabía de sobra que ella tenía novio. Pensaba que cuando Claire creciera, él se lanzaría de cabeza a por ella, y más después de estar tantos años esperándola, de celibato total y eso, pero no. Aunque, bueno, vale, no era nada difícil el deducir el por qué con Claire era diferente. Quil nunca se había enamorado de este modo. ―Bah, ¿sabes qué te digo? Que te estás engañando a ti mismo, chaval ―le solté. Quil bajó en entrecejo―. ¿Ves tu puño? ―le indiqué con el dedo. Él bajó su careto para mirarlo―, pues así estás tú. Todo esto que haces no es más que una coraza, porque lo que te pasa en realidad es que estás muerto de miedo. No quieres aceptar que estás enamorado de una chica de quince años. ―Pues sí, estoy muerto de miedo ―reconoció, eso sí, algo irritado―. Ella tiene quince años, y me da miedo no saber respetarla hasta que sea mayor de edad, ¿sabes? Me da miedo no poder controlarme, que llegue un día en que incluso la desvirgue y me diga: “¡Dios mío, ¿qué he hecho?! ¡Sólo tiene quince años!”. ¿En qué me convertiría eso? Sería un… pervertido o algo así. No pude evitar reírme. ―Dervirgar. Dices desvirgar como si te fueras a abalanzar sobre ella como un poseso ―me reí. Quil cogió una tuerca del suelo y me la lanzó. ―No te rías, no tiene gracia ―se quejó mientras yo esquivaba ese misil, aunque a él también se le escapó la risa―. Te parecerá una tontería, pero yo me como el tarro todos los días con esto ―entonces, le dio por ponerse tímido―. Bueno, ya sabes que… nunca he estado con una chica de ese modo, tú ya me entiendes. ―Uf, la verdad es que veintinueve años de celibato es mucho tiempo ―vale, no era para reírse, lo sé, pero mi risa fue inevitable. ―Venga, tío, no te rías ―sonrió él también, arrojándome otra tuerca. Tuerca que yo volví a esquivar entre mis carcajadas maliciosas. ―Sí, ya te veo abalanzándote sobre ella como un auténtico poseso ―bromeé. ―Y encima, yo no puedo ocultar mis pensamientos como tú. ¿Te imaginas la cara de Sam? ―rió, siguiendo mi broma. ―Me imagino la tuya cuando él corra detrás de ti para clavarte los dientes ―me tronché.

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―Ja, ja ―masculló, usando un tono de retintín―. ¿Ves? Por eso es mejor que no empecemos nada hasta que pasen un par de años. Tengo que evitar la tentación, ¿qué quieres que haga? ―Pues que no te comas tanto el tarro ―le aconsejé, cogiendo los tornillos de la estantería que tenía detrás de mí―. Si pasa, pasa, ya está. Además, no sabes qué puede ocurrir. A lo mejor ella te para los pies muy bien. ―Tú no conoces a Claire ―volvió a soplar―. Ya te he dicho que puede llegar a ser muy persuasiva. ―¿Tan lanzada es? ―sonreí, con algo de socarronería. Quil me miró como si tuviera que adivinar algo muy evidente. ―Jake, es mi alma gemela ―me recordó, con esa expresión. Ambos nos quedamos un instante observándonos y terminamos soltando unas risitas sordas. ―Bueno, pues no sé, tío ―le dije, mordiéndome el labio, sonriente, al tiempo que hacía una negación con la cabeza―. Tú sabrás lo que haces. Si yo fuera tú, me lanzaba a la piscina de cabeza y saldría con ella en plan casto, pero, en fin, si crees que eres capaz de esperar un par de años más… ―El problema es que Claire no quiere esperar ―suspiró―. Fue ella la que me besó, ya te lo dije. ―¿Y por qué le dio por besarte? Creía que ella iba a esperar, también. ―Porque Nessie le dijo que ella me gustaba ―respondió, pronunciando las palabras con cierto reproche y un tono acusica. Giré el rostro para mirarle, extrañado. ―¿Cómo? ―¡No es así exactamente! ―irrumpió Nessie de pronto, entrando en el garaje con rapidez al tiempo que sostenía su enorme barriga con una mano, con un semblante de apuro y preocupación―. ¡Todo tiene una explicación! Bella lo hizo detrás de ella. ―Hola ―intentó disimular, con una sonrisa tonta. ―¿Qué hacíais ahí? ―protesté, frunciendo el ceño―. ¿Es que estabais cotilleando? ―Estupendo… ―resopló Quil, cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado. ―No… ―miré a Nessie con una cara que decía “venga ya”―. Bueno, vale, sí ―reconoció, avergonzada―. Pero fue sin querer.

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Estábamos paseando por el jardín, os oímos hablar y, bueno, no pudimos evitar quedarnos para escuchar. ―Genial, Nessie ―le regañé. ―Lo siento ―se disculpó, poniendo ojitos. Ay, esos ojitos… ―En fin, da igual ―dijo Quil, soltando otro suspiro―. De todas formas, se iban a enterar. ―No le dije que ella te gustaba ―aclaró Nessie―. Bueno, no con esas palabras ―bajó la mirada, colorada, y después la volvió a subir para mirarnos―. Lo que le dije es que tuviera paciencia, que solamente tenía que esperar un par de años más, y que tú terminarías lanzándote algún día, sólo eso. ―Pues Claire debió de cansarse de esperar y decidió que lo mejor era lanzarse ella ―le contestó Quil, con un poso de reproche. ―Mira, Quil, tienes que hablar con Claire, tenéis que aclarar las cosas de una vez ―le aconsejé. Ya no sabía qué más decirle, la verdad―. Si ella no sabe lo que tú quieres y tú tampoco sabes lo que ella quiere, no podrás tomar una decisión, ¿entiendes? Me refiero a la decisión correcta, la decisión adecuada para los dos. Así que déjate de ir por ahí como un mártir y ponte las pilas con ella. ¿Cómo vais a arreglar el tema si no lo habláis? Es absurdo. Mi amigo soltó un suspiro largo una vez más. ―Tienes razón ―asintió, cerrando los ojos―. Lo mejor es que hable con ella. ―Eso es, habla con ella ―reiteré, colocando una pieza lateral sobre el cabecero de la cuna para comenzar a atornillarla. Se quedó mirando cómo lo hacía, junto a Nessie y Bella. ―Oye, te está quedando muy bien ―me alabó―. Tu cuna tiene buena pinta. ―Bueno, más me vale, por mi bien. Ya sabes, no quiero tener a la Barbie todo el día encima de mí echándome en cara lo de la cuna ―afirmé, en broma. ―¡Te he oído, chucho! ―gritó Rosalie desde el interior de mi casa. Yo me carcajeé, pero a Quil se le puso la cara pálida. ―¿También están ellos en tu casa? ―preguntó, señalando el exterior con el dedo, aunque más que una pregunta, era un lamento quejumbroso. No hizo falta que le contestara, claro―. Genial… ―se quejó, inclinándose sobre sus manos para hundir la cabeza en ellas.

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A Bella se le escapó una risita y los demás no pudimos evitar hacer lo mismo. ―Emmett está viendo un partido, no creo que haya oído nada ―se me ocurrió. ―¡Lo malo es que hoy no hay partido! ―voceó el mencionado. ―Estupendo ―gruñó Quil, levantándose―. Menuda intimidad que tienes aquí, esto es peor que la manada. Pues sí que... ―Y que lo digas… ―suspiré yo. Bella me dedicó un mohín. ―Bueno, tío, creo que mejor voy a hablar con Claire antes de que lo sepa el mundo entero menos ella ―declaró, de camino a la puerta. ―Me parece genial. Yo seguiré con la cuna. ―Que te quede bien ―se despidió, saliendo del garaje. ―Que te vaya bien con Claire ―le deseé. ―Ah ―se detuvo y se giró en el umbral para mirarme, otra vez con ese honor a la amistad―, y gracias, tío. Tonto. ―De nada, hombre. Anda, tira ya con Claire ―le contesté, con una sonrisa, alzando el brazo para instarle a que se fuera ya. ―Ya nos vemos ―se rió, dándose la vuelta. ―Adiós ―me reí yo también―. ¡Y trata de controlarte! ―le grité acto seguido, con sorna. ―¡Ja, ja! ―escuché que me contestaba, con sarcasmo. Me carcajeé. Quil se perdió de mi vista, por el jardín, y yo continué con mi tarea mientras Nessie y Bella se sentaban de nuevo para observarme trabajar. Sí, dulce trabajo.

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NENA, CIELO, PRECIOSA, CARIÑO Subí los peldaños tranquilamente, de dos en dos, al tiempo que silbaba el estribillo de una canción de la que no sabía ni el título, ya que solamente la había oído en el estéreo del coche un par de veces. Eso sí, era pegadiza, la condenada. Atravesé la corta distancia que había de la escalera al cuarto del bebé y pasé adentro. Como me había supuesto, Nessie se encontraba en este dormitorio, observando lo bonita que nos había quedado la decoración con mi, no es por nada, excelente trabajo y, vale, los acertados cuadros y blancas estanterías con motivos infantiles que había aportado Esme. Estaba doblando la diminuta ropa de A. J. por enésima vez, señal de que había vuelto a sacarla para mirarla, y la estaba colocando de nuevo en el armario. Sí, se notaba que solamente faltaba una semana para que saliera de cuentas. Me acerqué a ella por detrás y rodeé su descomunal barriga con mis manos. No se asustó, claro, ya me había oído silbar de camino hacia aquí. Giró su rostro hacia el mío, sonriente. ―Hola ―le saludé, sonriendo como un alelado. No sé por qué la saludaba, porque acababa de verla hace un rato, en realidad, no me había pirado de casa en todo el día, pero no pude evitarlo. ―Hola ―respondió ella, también con una sonrisa. Los dos nos dimos un beso. Despegué mi bocaza, antes de que el chisporroteo de mi estómago subiera de intensidad, como la energía, y ya se convirtiera en una misión imposible. ―¿Viendo la ropa del bebé? ―le pregunté, acariciando su vientre. ―Sí ―asintió, poniendo sus manos sobre las mías.

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Me fijé en que incluso había vestido la cuna con uno de los juegos de ropa de cama que Bella y Edward habían comprado hacía poco menos de un mes, movidos por el entusiasmo de nuestra salida victoriosa contra los magos y los rumanos, bueno, sobre todo porque Nessie y el bebé finalmente habían salido ilesos de aquello. La cuna tenía la mantita de color azul puesta, de la que sobresalía el embozo de la sábana blanca, con las letras “A. J.” bordadas y una franja de rayas de unos ocho centímetros justo en el borde de la tela, todo ello también en azul, y esa diminuta y plana almohada, que hacía juego con el resto, ya que seguía la estética de rayas azules y blancas. ―Veo que ya le has preparado la cuna y todo ―sonreí, apretándola contra mí con ilusión. Vale, vale, lo reconozco, se me caía la baba, casi nos podíamos poner a nadar allí. ―Ya sé que todavía queda una semana para que nazca, pero me gusta tanto la cuna, que me moría por verla vestida ―se giró hacia mí y rodeó mi cuello con sus brazos, mirándome con una amplia sonrisa de orgullo y satisfacción―. Te ha quedado genial. Ver su rostro satisfecho y desbordante de adoración me llenaba de felicidad, qué puedo decir. Bueno, es que la cuna me había quedado muy bien, para qué íbamos a negarlo. Al final había encontrado la plantilla para el dibujo infantil de un cachorro de lobo. A Nessie le hacía especial ilusión que el cabecero de los pies tuviera el dibujo de un lobo, así que rebusqué por todos los sitios habidos y por haber, me costó un triunfo, todo hay que decirlo, hasta que por fin di con esa plantilla en una pequeña tienda de aquí, en La Push. ―Entonces, ¿te gusta de verdad? ―inquirí, observando esos ojazos con atención. ―Me encanta, es la cuna de mis sueños ―afirmó, sonriéndome―. No hay otra cuna mejor en todo el mundo. Sonreí, más que satisfecho, y volví a besarla, esta vez con un beso más largo. Claro, por supuesto una vez más tuve que obligarme a despegar mi boca de la suya, porque si seguía… ―¿A qué hora llegan tus padres y tus tíos? ―pregunté, para poder tomar aire y recuperarme. Y también porque había subido hasta aquí para otra cosa. ―El avión aterrizará sobre las seis de la tarde.

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―¿Y Carlisle y Esme? ―Pues, no lo sé. El congreso empezaba a las nueve de la mañana, pero ni siquiera Carlisle sabe a qué hora terminará. Es el último día, y es cuando los médicos hacen sus preguntas y resuelven las dudas que tienen, así que puede que se alargue un poco ―me explicó. ―Ah. Carlisle y Esme llevaban todo el fin de semana en Port Angeles, asistiendo a un tedioso congreso sobre genética, ese tema que le encantaba a Doc. Había empezado el viernes y duraba cuatro días, así que hoy, lunes, era el último atracón de genes que se daba Carlisle. Y la pobre Esme, que menuda paciencia. Nessie entrecerró los ojos, perspicaz. ―¿Por qué? ―inquirió. ―Bueno, verás, es que quería limpiar un poco mi Harley, ¿sabes?, últimamente la tengo muy abandonada ―reconocí, alzando una de las comisuras de mis labios―. Pero primero quería cerciorarme de que después teníamos tiempo de sobra para disfrutar de lo poco que nos queda de nuestra soledad. Viendo cómo está el patio es un privilegio, y no quiero desaprovecharlo. ―Anda, ve a limpiar tu Harley ―accedió, riéndose, ladeando mi cara con la mano―. Todavía tenemos tiempo de disfrutar de esta paz. Me carcajeé. ―No tardaré nada, te lo prometo ―le di un último beso en los labios, este corto, y me separé de ella, girando medio cuerpo sin dejar de mirarla, para echar a andar hacia la puerta. ―Yo iré abajo, quiero terminarme ese libro que empecé ayer ―dijo, guardando lo que le quedaba de ropa en el armario y cerrando las puertas del mismo. Le echó un último vistazo al mueble, ahora que lo había cerrado, y sonrió. Sí, no me había quedado nada mal. Lo había lacado en blanco y había aprovechado la misma plantilla de la cuna para estampar ese dibujo de cachorro de lobo en la parte inferior de una de las puertas. ―Te acompañaré al salón ―me ofrecí. Me di la vuelta y la cogí de la mano. ―No hace falta, puedo yo sola ―aseguró, aunque no se soltó de mi amarre―. Estoy embarazada, no…

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―No enferma, ya, ya ―terminé yo, echando a caminar con ella hacia el pasillo―. Pero estás en la etapa final, finalísima, del embarazo, y tu barriga pesa más. ―Eso sí ―gimió de repente, sumándose una mueca de dolor mientras se sujetaba el enorme vientre con la mano suelta. ―¿Qué pasa? ―quise saber, algo alarmado. ―Nada, cielo, una de esas contracciones de siempre ―me calmó, ahora más aliviada al dejar de sentirla. Ah, sí. Uf, qué susto. De un tiempo para acá Nessie había empezado a sentir unas contracciones que tenían un nombre rarísimo. Doc me había dicho cómo se llamaban, era algo así como contracciones de Braxton no sé qué, pero mi sesera no había sido capaz de retener ese extraño nombre. Según él, esas contracciones eran normales en esta etapa final del embarazo, aunque yo no acababa de acostumbrarme. La tomé en brazos al llegar a las escaleras y la bajé hasta el vestíbulo de abajo. Como ya estaba en ello, la llevé al salón y la dejé junto al sillón de la chimenea, donde se solía sentar para leer. ―Gracias ―sonrió, y me dio un beso en los labios. Mientras se sentaba, le acomodé los cojines en la espalda, para que estuviera más cómoda. ―¿Mejor así? ―Sí ―me sonrió de nuevo. Cogí el libro que reposaba sobre la chimenea y se lo pasé. ―No tardaré, ¿vale? En cuanto termine, me tendrás aquí ―prometí, con una sonrisa, acariciando su mejilla. ―Venga, ve, no te preocupes por mí ―me instó con la mano, sonriéndome―. Estaré bien leyendo este libro tan interesante. ―Vale ―sonreí, dándole un beso en los labios―. Te veo ahora ―me di la vuelta y comencé a caminar hacia el vestíbulo, pero luego me paré y me giré para mirarla―. Si necesitas algo, llámame, ¿de acuerdo? ―Sí, no te preocupes ―rió, meneando las manos hacia fuera para que me largara de una vez. Me reí y me di la vuelta una vez más para seguir caminando. Salí de casa y me dirigí al garaje, silbando esa dichosa canción otra vez. Hay que ver, cómo se pegaba la condenada. Entré en el recinto de esta guisa, me acerqué a una de las estanterías, cogí el cubo, una esponja,

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dos paños, encendí mi viejo y anticuado radiocasete para amenizar el asunto con un poco de música y me puse a trabajar. Maldije para mis adentros cuando recordé que todavía no había arreglado el problema con la manguera. Seguía sin funcionar bien, y tan pronto no tenía presión, como de repente te soltaba un chorretón que te dejaba la camiseta y los pantalones perdidos. Y eso me pasó cuando estaba llenando el cubo. Genial. En cuanto terminé de pelearme con la manguera y conseguí verter toda el agua que quise en el cubo, le eché ese jabón especial para metales, mojé la esponja y me puse a restregar mi preciosa Harley Davidson, silbando alegremente esa canción que estaban radiando. No es que estuviera sucia, vale, pero últimamente tenía a mi Harley muy olvidada, y, Jesús, ese polvillo que la cubría era la prueba. La limpié bien, introduciendo la esponja hasta por los recovecos más difíciles, y después pasé a la segunda fase del lavado: el secado. Tiré la esponja en el agua y cogí el paño para comenzar a secar la moto. No sé cuánto tiempo estuve, pero me pareció que había terminado pronto y todo. Vale, tercera fase del lavado: brillo. Agarré el otro paño, ese que era más suave, y me puse con ello enseguida. Le pasé el paño una y otra vez a los tubos metálicos de mi preciosa Harley Davidson. Sí, estaba quedando brillante, brillante. ―¡Jake! ¡JAKE! Casi tiro la moto abajo al escuchar los gritos de Nessie, del sobresalto. ―Nessie… ―sólo conseguí que me saliera un murmullo. Mis torpes piernas tropezaron con el cubo en su salida hacia la puerta del garaje y el agua me salpicó hasta los pantalones, mojando también lo que acababa de secar del vehículo. Guay. Salí despedido del garaje y entré en casa a todo lo que daban mis empapadas piernas. ―¡Nessie! ―voceé ya. ―¡Jake! Me dirigí hacia el salón, y cuando entré, la vi arrodillada en la alfombra de la chimenea, envolviendo su barriga con los brazos. Me asusté al verla así, además, su rostro estaba desfigurado con una mueca de dolor. ―¡Nessie, ¿qué te pasa?! ―pregunté ansiosamente, acercándome a ella y arrodillándome a su lado de igual modo.

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―Ya viene. He roto aguas ―me anunció con tranquilidad, seguramente para tranquilizarme a mí. Ay, madre. Esa era la voz de alarma. El anuncio que tanto estaba esperando, aunque no contaba con que fuera tan pronto. Dios, demasiado pronto. ¡Pero si se suponía que todavía quedaba una semana! Bueno, venga, tranquilo, tranquilo. Respiré hondo, ya más calmado, aunque sólo por un diminuto segundo, porque no sabía si Carlisle todavía estaba en Port Angeles, ni si le iba a dar tiempo a llegar. Intenté no seguir pensando en eso y relajarme. ―Vale, nena, no pasa nada ―le calmé, acariciándole la cara. No sabía si esas palabras eran para ella o eran más bien para mí―. ¿Puedes ponerte de pie? ―No, esto empieza a dolerme mucho… ―se quejó, encogiéndose sobre su vientre. ―Bueno, cielo, pues túmbate aquí, venga ―y coloqué su brazo sobre mi hombro para ayudarle a que lo hiciera. ―La alfombra… ―lamentó mientras tanto―. La he puesto perdida. No pude evitar que se me escapara una pequeña risa nerviosa. ―Ya compraremos otra ―y la tumbé del todo―. Espera. Me puse de pie con rapidez y cogí un montón de cojines del sofá, incluido el que formaba el asiento de abajo, más la manta que siempre usábamos para acurrucarnos juntos en el mismo. Aparté un sillón y coloqué los cojines en el suelo y la pared, a modo de camilla improvisada. ―Aquí estarás más cómoda ―le dije, poniendo su brazo sobre mis hombros, como antes. La levanté un poco, tomándola en brazos, y la recosté con mucho cuidado en esa “camilla” cutre, recolocando los cojines en su espalda para que estuviera un poco incorporada y se sintiera lo más cómoda posible. ―¿Mejor así? ―Sí, gracias ―me sonrió. Cogí la manta y la abrí. ―No, la manta no ―me paró cuando se la iba a extender―. Tengo calor. ―Vale, nada de mantas ―acepté, inquieto. Y la tiré en uno de los butacones. ―Ay ―gimió.

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―¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! ―dejé caer las rodillas con tanta fuerza para estar junto a ella, que vibró toda la solera de la casa. ―Tranquilo, sólo es una contracción ―su boca se curvó hacia arriba. ―Ah, ya, claro. Una contracción ―contesté, con nerviosismo. Mierda. No sabía qué hacer. Vale, vale, tranquilo, Jake, tranquilo, me dije a mí mismo. Piensa, piensa. Ah, Carlisle. Me volví a levantar y corrí hacia el teléfono. ―Jake… ―me reclamó. ―Ya voy, preciosa. Voy a llamar a Carlisle para que venga, ¿vale? Me tendrás contigo en dos segundos. ―Vale ―aceptó, con voz quejumbrosa. Salí del saloncito y me fui hacia el vestíbulo. No quería que ella me viera en este estado neurótico. Marqué el teléfono de Carlisle a toda velocidad y me puse el teléfono en la oreja mientras paseaba de aquí para allá. Ni siquiera llegó al tercer tono. ―¿Diga? ―¡Carlisle! ¡Ya… ya está aquí! ―grité en voz baja. ―¿Jacob? ―¡Sí, soy Jacob! ¡Tienes que venir! ¡Nessie está de parto! ―Oh, mi niña está de parto ―escuché que exclamaba Esme, emocionada―. Llamaré a Bella. ―Vaya, parece que se le ha adelantado un poco ―dijo Carlisle con voz sosegada, y hasta alegre. ―Sí, qué agudo, Doc ―afirmé, con sarcasmo. ―¿Y va todo bien? ¿Pero qué le pasaba? ¿Me estaba tomando el pelo o qué? ―Sí, claro, Nessie acaba de romper aguas, está tumbada en la alfombra con contracciones… Nada, ya sabes, lo normal ―esta vez el sarcasmo me salió con más acidez―. ¡¿Me estás tomando el pelo?! ―Me refería a si está teniendo alguna complicación ―me corrigió él. Genial. Encima ahora quedaba de estúpido y todo. ―Ah ―carraspeé―. No, bueno, no sé. Ella tiene dolores, contracciones, no sé, todo eso ―declaré, rascándome la nuca impacientemente. ―Mmm, si acaba de romper aguas, las contracciones deberían haber venido más tarde ―murmuró para sí.

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―¿Qué? ―mi neurosis aumentó. ―Nada, todo va bien. Escucha, ya estoy de camino, el congreso ha terminado más pronto de lo que creía y ya llevo una hora y media en el coche. Ahora tranquilízate. Acabo de entrar en la carretera que lleva a Forks, así que hasta que yo llegue, tendrás que ocuparte tú. ―¡¿Yo?! ¡Uf! Ahora sí que estaba asustado. ―No te preocupes, todo irá bien. Normalmente un parto suele durar entre ocho y doce horas desde la primera contracción, sobre todo en madres primerizas, así que llegaré a tiempo. Yo te iré dando instrucciones mientras tanto. Dime, ¿cada cuánto tiene las contracciones? ―No sé, tuvo una hace unos cinco minutos, más o menos. ―Bien, tienes que vigilar eso, y también la dilatación. ―Está bien. Voy… voy a mirarlo y te llamo. ―De acuerdo. Comprueba eso y ve bajando unas toallas. Estaré con el manos libres todo el tiempo, así que llámame siempre que quieras. ―Vale. Hasta ahora. Y colgué el teléfono. Estaba nerviosísimo, bueno, más bien histérico, neurótico perdido. El único parto que había visto en mi vida era el nacimiento de mi mujer, y encima aquello había sido peor que una escena de una película gore en directo. Intenté relajarme y me apresuré a subir al baño, dando zancadas por las escaleras para recorrerlas de tres en tres. Atravesé el pasillo como un galgo, entré en el baño y posé el teléfono en la meseta del lavabo. Me lavé las manos y los brazos con agua y jabón, estilo médico, un poco más y me lavo hasta los hombros. En fin, no sabía si tenía que hacer esto, me sentía como un auténtico idiota, pero por si acaso, aunque, vale, Doc iba a llegar dentro de nada y él tomaría las riendas. En cuanto terminé de secarme, abrí el mueble que teníamos debajo del lavabo y saqué unas toallas limpias; no tenía ni idea de cuántas tenía que llevar, así que agarré tres. Cerré el mueble, cogí el teléfono y bajé las escaleras corriendo, otra vez de tres en tres, para irme al lado de Nessie. ―Has tardado mucho ―se quejó cuando llegué al salón, sin dejar de acariciar su barriga con ansiedad mientras yo tiraba las toallas en la butaca de al lado, me arrodillaba a su lado y posaba el teléfono junto a mí. ―Lo siento, cielo, es que estaba hablando con Carlisle ―le di un beso en los labios y le acaricié la frente―. Va a tardar un poco, así que

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por el momento me tengo que encargar yo de controlar el parto. Él me irá dando instrucciones, pero llegará enseguida, así que todo saldrá bien, ¿vale? ―Vale ―asintió. Miré el reloj del saloncito y me desplacé hacia sus piernas. ―Bueno, preciosa, vamos a ver cómo va esto. Levanté la falda de su vestido de lino azul y le quité la ropa interior. Ella dobló las piernas y las abrió. De momento, no se veía nada raro. Aquello estaba igual que como lo había dejado la última vez que lo vi. Me posicioné más arriba para sentarme a su lado, entrelazando las piernas, y le tomé de la mano. ―Puedes sentarte en uno de los butacones, no tienes por qué estar aquí, en el suelo conmigo ―afirmó, llevando una sonrisa a esa carita suya de ángel. ―¿Qué dices? Esto no me lo pierdo por nada del mundo ―le sonreí yo también. ―Por el momento estoy bien, en serio. ―¿Tú lo harías? ¿Si yo estuviera en tu lugar, lo harías? ―La verdad es que no te imagino en mi situación ―se rió―. Pero no, tienes razón, no lo haría. ―Pues eso. Llevé mi otra mano a su cabello y comencé a pasarle los dedos como a ella le gustaba, para que estuviera lo más tranquila posible. No nos dijimos nada, tan sólo nos miramos y nos sonreímos. Me di cuenta de que los dos teníamos una chispa distinta en la mirada, una mezcla de alegría y nerviosismo, ambos estábamos ansiosos de que naciera nuestro bebé. Estuvimos así un buen rato, hasta que su sonrisa se volvió a desfigurar con otra mueca de dolor y se le escapó un gemido. ―¿Otra contracción? ―Sí… ―asintió, con la misma cara. Miré el reloj de nuevo. Cogí el teléfono y llamé a Carlisle. No tardó nada en cogerlo. ―Dime, Jacob. ―Las contracciones son cada veinte minutos, bueno, eso creo. ―Bien. Esas son las primeras contracciones, todavía no son las contracciones del parto, propiamente dicho. Estará así, con esas contracciones suaves, unas horas, hasta que el cuello del útero empiece a dilatarse. Bueno, voy a explicártelo lo más sencillamente posible.

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―Sí, por favor ―le pedí con un tono un tanto sarcástico. Con los nervios que tenía, como para tener que centrarme en palabras raras, además, ya había leído algo de eso en las revistas premamá de Nessie. ―El cuello uterino comenzará a dilatarse poco a poco, y, entonces, a partir de ese momento, ya serán contracciones de parto. Una vez que eso ocurra, empezará a tenerlas con más frecuencia y se irán intensificando. El cuello del útero deberá dilatarse hasta los diez centímetros para el buen paso del bebé, así que eso llevará horas, no te preocupes. ―Bueno, ¿y qué tengo que hacer? ―Ve a coger mi maletín, lo dejé en la habitación del niño. Bájalo y ábrelo para que esté todo listo para cuando yo llegue. Ahora sólo te toca esperar y alentar a Nessie, que ya es mucho ―se notó que esto lo dijo con una sonrisa―. Por cierto, hemos intentado llamar a Bells y a los demás, pero ya deben de estar en el avión y tienen los móviles apagados, no obstante, continuaremos intentándolo. Tú sigue controlando las contracciones, y si pasaran a ser cada diez minutos, cosa que es muy improbable, llámame. ―Vale, de acuerdo. Hasta luego, Doc. Colgué y dejé el teléfono en el suelo. ―¿Qué te ha dicho? ―quiso saber, acariciando su barriga. La pobre estaba tan centrada en lo suyo, que ni siquiera prestó atención a la voz de Carlisle al otro lado de la línea. ―Que coja su maletín y que le llame si las contracciones son cada diez minutos, aunque me ha dicho que eso es muy improbable ―le revelé, levantándome―. Vengo ahora, ¿vale? Está en la habitación del niño. Asintió y yo salí presto hacia las escaleras. Una vez más, subí los peldaños de tres en tres, a toda velocidad, pasé al vestíbulo superior, en el cual derrapé a un lado, y cuando recuperé el control de mis piernas, entré en el dormitorio del bebé. Enseguida avisté el maletín, estaba encima del escritorio. Lo cogí y salí de la habitación para bajar las escaleras con la misma rapidez con la que las había subido. Cuando llegué al salón, Nessie seguía igual que como la dejé, con su adorable ceño, fruncido, y acariciando su vientre. Posé el maletín en el suelo y lo abrí, dejando la tapa del mismo levantada. Ugh. El contenido parecía un muestrario de accesorios de tortura. Lo giré para que Nessie no lo viera y me senté a su lado, con la postura de antes.

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―¿Cómo lo llevas? ―me uní a sus caricias y entrelacé mis dedos sobre los suyos. ―Bueno, esto me duele bastante... ―murmuró, con ese rostro aquejado. ―Todo saldrá bien, ya lo verás. Me sonrió y me incliné sobre ella para besarla. ―Tengo muchas ganas de verle la carita ―declaró, observando su vientre y frotándolo con mi mano encima de la suya―. Espero que se parezca a ti. ―¿Y si se parece a ti? ―No, será a ti ―afirmó, con confianza. ―Siempre dices lo mismo. ¿Y cómo lo sabes? ―me reí. ―Lo sé ―y me miró con esa mirada de convicción que tienen las madres embarazadas cuando les da una corazonada y después se cumple. Iba a inclinarme sobre ella otra vez para darle otro beso, cuando soltó un gemido de dolor más agudo que el anterior. Su carita se retorció con más sufrimiento y mi corazón pegó un brinco. ―¿Otra contracción? ―intenté preguntarlo con tranquilidad, pero creo que mi estúpida voz me traicionó. ―Sí, y esta dura más y duele mucho… ―gimió. Miré el reloj. Solamente habían pasado diez minutos desde la anterior. ¿No me había dicho Carlisle que estaría unas cuantas horas con contracciones cada veinte minutos? ¿Le habría oído mal? Respiré hondo para relajarme un poco. Lo mejor era esperar a la próxima contracción para llamar a Doc, no fuera que esta se hubiera adelantado o algo. Tampoco quería ser un padre de esos histéricos que se llevan las manos a la cabeza por nada. Además, estaba acostumbrado a llevar situaciones peores, ¿no? Esto no era nada para mí. Los siguientes minutos pasaron bastante bien, aunque un poco lentos, la verdad. Puede que fuera porque yo no hacía más que oscilar la mirada del reloj a Nessie y de Nessie al reloj, controlando el cadencioso y aburrido movimiento de las agujas a la vez que observaba el estado de mi mujer y la peinaba con mis dedos para tratar de aliviarle un poco. Sí, como si así fuera a hacer algo, lo sé, lo sé. Pegué otro bote cuando Nessie apretó mi mano y se retorció al gemir, ahora sus cejas finas y perfectas se fruncieron con más dolor.

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¿Ya? ¿Otra? Miré el reloj por enésima vez. Ocho minutos. Dios. Bueno, vale, era un padre histérico, mejor dicho, estaba al borde de un ataque de nervios. ¿Seguro que un parto duraba de ocho a doce horas? ―Jake…, esto me duele mucho… ―se quejó. ―Tranquila, nena, todo irá bien ―le calmé, acariciando su frente. Ahora sí. Agarré el teléfono y marqué el botón de rellamada. Casi no esperé ni al click del descuelgue. ―Ya. Ya son cada diez minutos. Bueno, ahora ocho, mejor dicho. ―¿Ya? ¿Estás seguro? Parecía sorprendido. Eso me inquietó aún más. ―Sí, sí, lo he comprobado dos veces ―respondí, con nervios. ―Entonces ya son contracciones de parto ―afirmó, con voz seria, aunque seguía conservando esa serenidad tan propia de Carlisle. Aún así, a mí no me serenó nada. Mi mujer ya estaba de parto. De parto, parto. Y él no iba a llegar. Dios. Genial―. Dime, ¿y cuánto ha dilatado? ―¿Qué? ¿Cuánto? ―pregunté sin comprender. ―Sí, ¿cuántos centímetros ha dilatado? Centímetros, centímetros, ¿y yo qué sabía cómo se medía eso ahí? Me desplacé para mirarlo. Nessie volvió a abrir las piernas y yo tuve que pestañear un par de veces. ¡Uf! Eso de ahí no era lo que me encontraba normalmente. ―No… no sé, creo que unos dos o tres centímetros, puede que cuatro. ―Bien, sigue vigilando eso y llámame cuando haya algún cambio. Yo ya estoy llegando ―dijo con apremio. ―De acuerdo. Hasta luego. Volví a colgar el teléfono, lo dejé en el suelo y me coloqué de nuevo junto a Nessie. ―Jake… ―se quejó otra vez. Maldición. Ojalá pudiera meterme en su cuerpo y sufrir yo el dolor por ella. Verla sufrir, aunque fuera en una situación tan especial y bonita como iba a ser esta, me dolía como si me quemasen vivo. En cambio, tenía que quedarme aquí como un idiota a esperar, sin poder hacer nada. Qué asco de impotencia. Entonces, me acordé de todas esas sesiones de preparación al parto a las que habíamos asistido. ―Vale, nena ―empecé, lo más relajado que fui capaz, cogiendo su mano―. Vamos a hacer lo siguiente. Vamos a respirar como en las sesiones esas, ¿recuerdas?

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―Sí… ―Pues, hala ―y me puse a hacer las respiraciones como un idiota para que ella me siguiera. Hice tantas, y con tanto entusiasmo, que me mareé un poco y todo. Eso pareció hacerle algo de gracia ―sí, debía de estar patético―, ya que sus labios se curvaron hacia arriba levemente, muy levemente, pues los dolores debían de ser bastante fuertes y se lo impedían, pero comenzó a seguirme. De repente… ―Jake… Otra… ―gimió una vez más, espachurrando mi mano con más fuerza. Miré el dichoso reloj. ―Vale, contracciones cada cinco minutos ―dije para mí mismo. Hice el amago de soltar su mano, ya que quería volver a moverme para mirar la dilatación, pero no me la soltaba, así que lo hice aferrado a su mano, asomando la cabeza como pude. Mierda. Aquello cada vez era más grande. ―Me duele mucho… ―lloriqueó. No me extraña. Volví a mi posición junto a ella para acariciarla y calmarla, aunque yo estaba hecho un flan. ―Tranquila, nena, cielo, preciosa, cariño. No se me ocurrían más formas cariñosas de llamarla, bueno, sí, pero me parecían demasiado ridículas, incluso para esta situación. ―Jake… ―lloró. Las lágrimas comenzaron a deslizarse a ambos lados de su precioso y perfecto rostro, que estaba desfigurado por esos gestos de dolor mientras gemía y respiraba con agitación a la vez. Dios, cómo me dolía verla así… ―Tranquila, respira, respira. Todo irá bien, ya lo verás. Su frente empezó a humedecerse y su mano apretaba la mía con angustia. Otro intenso gemido me hizo mirar el reloj una vez más. Mierda, mierda. La última contracción había sido hacía tres minutos. Estaba claro que esto iba mucho más rápido de lo normal. Volví a mirarle ahí abajo sin soltar su mano. La mandíbula casi se me cae al suelo. ―Jake, me duele mucho ―volvió a gimotear, aunque esta vez su voz sonó más alta―. Y tengo muchas ganas de empujar… ―Tranquila, nena, cielo, preciosa, cariño.

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Diablos. ¿Es que sólo sabía decir eso? Mi mano suelta se lanzó al teléfono con nerviosismo, tanto, que se me cayó al suelo y tuve que cogerlo otra vez. Click. ―Doc, las contracciones ya son cada tres minutos ―revelé, ya con frenetismo, mientras Nessie seguía gimiendo y expirando el aire con fuertes jadeos llenos de dolor―. Bueno, en realidad, ni cinco, ni tres, ni nada, porque cada vez que le da una, pasa menos tiempo. Y tiene ganas de empujar ―sí, vale, mi voz ya era de padre histérico, histérico. ―¿Cuántos centímetros ha dilatado? ―quiso saber. Otra vez los dichosos centímetros. ―Unos… ―volví a mirar para cerciorarme― ocho centímetros o así, bueno, nueve, ocho, no… no sé. ―Está bien. Escúchame, que todavía no empuje hasta que no dilate los diez centímetros. Y tienes que tranquilizarte ―eso era muy difícil, teniendo a Nessie gimiendo con agonía y llorando desconsoladamente―. Es muy importante. Ella tiene que estar lo más relajada posible, y vas a tener que encargarte tú del parto. Oh, Dios… ―De... de acuerdo ―acepté, pasando la mano por mi pelo, nerviosamente. Luego, me dirigí a Nessie―. Cielo, Carlisle dice que todavía no empujes. Nessie asintió entre lágrimas. Maldita sea… ―Todo irá bien. Yo ya estoy llegando. ―Eso dijiste hace un rato… ―mascullé. ―Ahora, pon atención. Lo más seguro es que ya esté yo allí y no haga falta, pero te lo digo por si acaso. Por si acaso, sí. Empezaba a pensar que esto era uno de esos trucos suyos para mantenerme tranquilo. ―Vale, Doc, ya he pillado el mensaje. Deja de fingir y dispara ya. Carlisle carraspeó. ―Cuando la cabeza corone, es decir, que asome unos tres o cuatro centímetros, tienes que vigilar que no tarde demasiado en salir, pues el bebé podría sufrir. Bien, esta práctica de la que te voy a hablar es muy controvertida, yo estoy totalmente en contra, a no ser que sea estrictamente necesaria, pero te la comento por si se diera el caso.

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Nessie no hacía más que respirar agitadamente, llena de dolores. Y yo estaba más cerca del histerismo que de escuchar ninguna explicación médica. ―¿Pero de qué me estás hablando? ―le azucé, nervioso. ―De que estés preparado por si tuvieras que practicarle una episiotomía. ―¿Una qué? Por favor, Doc, no me hables en chino, ¿quieres? ―Una episiotomía es un corte en la zona del periné. ―Sigues hablándome en chino ―protesté. ―Es la parte que se encuentra entre la vagina y el recto. No tenemos mucho tiempo, pero intentaré explicártelo lo mejor que pueda, por si tuvieras que hacerle un pequeño corte para evitar un posible desgarro. ¿Un… desgarro? ¡¿Tenía que cortarle ahí?! ―¡No, no! ¡Ni hablar, Doc! ―empecé a protestar, nerviosamente, más bien cagado de miedo―. ¡No pienso cortarle nada ahí! ―¡¿Cortarme el qué?! ―preguntó Nessie, muy alarmada, incorporándose un poco hacia delante. ―Nada, cielo. Tú sigue respirando ―y me puse a hacer las respiraciones esas como un tonto otra vez. Ella me miró, no muy conforme, pero siguió haciendo los ejercicios de respiración y volvió a apoyar la espalda en los cojines, con esa cara de agonía. ―Sólo si es estrictamente necesario ―repitió Carlisle. ―¡¿Y yo qué sé cuándo es estrictamente necesario?! ―protesté de nuevo. Nessie volvió a mirarme con ese recelo mientras hacía sus ejercicios de respiración y su carita sufría, y yo me puse a respirar con ella como un idiota otra vez para tranquilizarla. ―Lo sabrás ―aseguró. ―Sí, ya… ―resoplé, aferrando un mechón de mi frente en un puño, histérico. No entendía nada. ¿Qué era esto? Pensaba que parir era…, bueno, eso, parir y ya está, pero no. Ahora me enteraba de cosas como “desgarros”, “cortes”, “bebés sufriendo”… ―Jacob, tranquilízate, sólo lo harás si es estrictamente necesario ―insistió, tratando de calmarme―. Ya te he dicho que yo estoy totalmente en contra a no ser que no quede más remedio.

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―Jake, me duele… ―se quejó Nessie una vez más, lloriqueando―. Tengo ganas de empujar… Mi ángel… ―Respira, cielo, respira ―le calmé, acariciando su frente, aunque yo estaba muy nervioso―. Carlisle me está explicando lo que tengo que hacer para que todo salga bien, ¿de acuerdo? Doc siguió a lo suyo. ―Normalmente el periné se estira lo suficiente y el bebé sale sin complicaciones, aunque eso hace que el parto sea más largo. Esto en sí no es un inconveniente, no obstante, si el parto se prolonga demasiado y el periné no estira, podrían aparecer síntomas de sufrimiento en el bebé, y ahí es donde sí debería practicarse la episiotomía, facilitando la salida del niño. ―¡Jake…! ―sollozó Nessie, muy dolorida. ―Tranquila, pequeña ―volví a acariciar su rostro, con más ansiedad. Su preciosa piel estaba humedecida por el sudor. Seguí hablando con Doc―. Entonces, si eso estira de una forma natural, no veo que tenga que hacérsela. Omití palabras como “corte” y cosas así, para no poner más nerviosa a Nessie, ya estaba sufriendo bastante. ―Por supuesto, lo sé, lo sé, es justo mi punto de vista ―coincidió―, pero si te explico cómo hacer una, es por mera prevención. Yo ya estoy llegando a La Push, probablemente estaré allí antes de que tuvieras que practicársela, y eso si se diera el caso, sin embargo, toda precaución es poca. Escúchame, en el maletín hay un pequeño bisturí. Cógelo, te indicaré cómo tendrías que usarlo en caso de que… ―¡Jake! ―volvió a llorar Nessie, con un grito, interrumpiendo a Carlisle―. ¡Tengo muchas ganas de empujar! ¡No aguanto más! El teléfono se me cayó al suelo, del sobresalto, con tan mala suerte, que salió rodando unos metros en dirección al sofá. ―¡Mierda! ―mascullé. ―¡Jake! ―lloró, con desesperación―. ¡Me duele mucho! Dios, Dios. Mierda. Bueno, vale, tenía que estar tranquilo, tenía que estar tranquilo. Eso es lo que me había dicho Carlisle. Tranquilo, tranquilo, me dije. Estaba claro que no me quedaba otra, así que tenía que calmarme y ayudar a Nessie en todo lo que pudiera. Estábamos solos, y el bebé ya no quería esperar más, así que esto es lo que había. Jacob Black,

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tendrás que ocuparte tú, me ordené a mí mismo. Respiré hondo y me preparé para tomar las riendas del parto. Sí, de esto tenía que encargarme yo, el hombre de la casa, el macho Alfa, el Gran Lobo, ¿no? Y ella siempre confiaba en mí. Eso me dio valor y fuerzas. ―Vale, preciosa, vamos a tener a nuestro bebé ―afirmé, con determinación. ―Jake…, no… no puedo ―sollozó a la vez que me imploraba con sus dulces ojos y negaba con la cabeza―. Tengo miedo… Me duele mucho… ―Sí, sí puedes ―le animé, acariciando su cara con seguridad―. Sé lo fuerte que eres, confío en ti. Vas a hacerlo muy bien, yo te ayudaré, ¿de acuerdo? Vamos a tener a nuestro bebé y será un niño precioso. Se quedó mirándome a los ojos, con los suyos llenos de ansiedad, sin dejar de jadear con esa fuerza, pero, al fin, asintió. Sin embargo, cuando me disponía a moverme hacia sus piernas, ella sujetó mi mano y me detuvo. ―Jake, no te vayas… ―me suplicó, asustada. ―Cielo, tengo que coger al bebé ―le calmé, hablándole con tranquilidad y acariciando su rostro otra vez―. No me iré de tu lado nunca, estaré aquí mismo, ¿vale? Lo haremos juntos, estoy aquí contigo. Nessie respiró hondo, cerrando los ojos, y asintió. ―Te quiero ―susurré, sonriéndole. ―Te quiero ―me contestó, intentando corresponder mi sonrisa. Acerqué mi rostro al suyo y nos dimos un beso corto. ―Jake… ―susurró cuando aún tenía mi frente pegada a la suya. ―Todo saldrá bien, estoy aquí contigo ―murmuré yo. Asintió una vez más. Le di un último beso y me despegué de ella. Soltó mi mano y me desplacé al meollo de la cuestión, arrodillándome frente a sus piernas abiertas. Aquello ya estaba más dilatado, calculé que ya tendría unos diez centímetros, así que ya podíamos empezar. ―¡Vale, pequeña, empuja! ―exclamé con entusiasmo para contagiárselo a ella. No sabía si funcionaría, pero esa estupidez fue lo único que se me ocurrió hacer. Nessie se inclinó un poco hacia delante, aferrando las manos a los cojines, y comenzó a empujar, emitiendo unos gemidos y gritos

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espantosos. Estuvo así unos segundos, hasta que su espalda cayó en el respaldo de esa camilla improvisada para descansar. ―¡Venga, lo estás haciendo muy bien, preciosa! ¡Empuja, empuja otra vez! Volvió a inclinarse hacia delante y empujó durante otros segundos, gritando de dolor. ―¡No puedo! ―voceó, llorando, echándose de nuevo hacia atrás―. ¡No puedo hacerlo! ¡Me duele mucho! ¡Mucho! Me moví un poco hacia delante y cogí su mano. ―Claro que puedes hacerlo, pequeña ―le animé, frotando su mano―. Sé lo fuerte que eres, esto no es nada para ti. Vamos, empuja. Asintió, sacando el aire con esa respiración fuerte, y yo me coloqué frente a sus piernas. ―¡Venga, cielo, empuja con todas tus fuerzas! ―la exhorté, con ánimo. Mi chica se inclinó hacia delante, encerró los cojines en sus puños y gritó cuando apretó con toda su alma. Después, su espalda volvió a caerse en el respaldo. ―¡No puedo! ¡Me duele demasiado! ―se quejó, respirando con cansados y fuertes jadeos. ―¡Claro que puedes! ¡Lo estás haciendo genial, nena! ¡Eres la mejor mamá del mundo! ¡Vamos, preciosa, empuja! Su espalda se separó del respaldo y chilló de nuevo al empujar. No sé si era mi estúpida imaginación, mis ganas o qué, pero cuando lo hizo, me pareció ver un cambio. Algo quería asomarse. Mi corazón pegó un salto de alegría, pero Nessie se cayó sobre el cojín otra vez, fatigada. ―¡No puedo más! ―lloró. ―Vamos, nena. Si lo haces, te prometo servidumbre eternamente, podrás hacer conmigo lo que quieras. ―¡Lo único que quiero hacer contigo ahora es matarte por dejarme embarazada! ―chilló, rabiosa, envarándose. Los cojines se desgarraron en sus manos, de lo fuerte que empujó esta vez. ―¡Así, así! ¡Lo estás haciendo genial! Entonces, mi cara se iluminó como si lo que saliese de allí fuera la luz de un foco. De entre sus piernas, dentro de su vagina, se veía una pequeña maraña de pelos negros ensangrentados. Mi corazón pegó un tumbo y latió con más fuerza, impresionado y conmovido. La cabeza de

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nuestro bebé ya asomaba como unos tres centímetros. No sé cómo pude, la verdad, porque estaba…, estaba…, no sé, no puedo explicarlo, tenía un montón de sentimientos encima que se mezclaban los unos con los otros en un extraño pero gozoso revuelto: emoción, preocupación por Nessie, nervios, ansias, más nervios…, pero recordé lo que Doc me había dicho. Mientras Nessie gemía del dolor al empujar y yo me estremecía por verla así, me fijé bien en lo que él me había descrito del dichoso periné. Ahí no se veía nada desgarrado, es más, la cabecita de A. J. no parecía tener ningún problema para salir, así que decidí que las cosas siguieran su curso natural y no practicarle esa epito…, episio…, bueno, como diablos se llamase. Nessie se cayó hacia atrás, rendida. ―¡No puedo más! ―repitió, llorando con desconsuelo y agonía, bañada en sudor. ―¡Ánimo, pequeña, ya le veo la cabeza! ―clamé, emocionado―. ¡Empuja, empuja más fuerte! Eso pareció darle un chute de adrenalina o algo. Sus gemidos y gritos fueron acompasados por su cuerpo, que sacó fuerzas como por arte de magia. Su tremendo empuje fue correspondido como se debía y la ensangrentada cabeza del bebé resbaló sobre mis deslumbradas manos. ―¡Ya… ya salió la cabeza! ―anuncié, con un nudo en la garganta, de la emoción―. ¡Un último esfuerzo, nena! En medio de aquellos agotados y tremendos gemidos, Nessie sacó su último resto de fuerza y nuestro bebé consiguió abrirse paso hacia el exterior. Primero salió uno de sus diminutos hombros, y después el otro, hasta que su pequeño y frágil cuerpo, lleno de sangre y una telilla semitransparente de un color grisáceo, se deslizó sobre mi otra mano. Nessie reposó su espalda, rendida y extenuada. Mi hijo rompió a llorar instantáneamente, casi no me dio tiempo ni de alzarlo para verlo. Era tan pequeñito, que todo su cuerpo cabía en mis dos manos. Su corazón latía a mil por hora, pero fuerte y vigorosamente, y su piel era templada a mi tacto. Aquel pequeño cuerpo y rostro estaban arrugados, bañados en sangre y restos de placenta, temblaba y su llanto era agudo y ronco, pero a mí me pareció lo más bonito que había visto en mi vida. No pude evitarlo. Las lágrimas empezaron a desbordarse por mis ojos sin cuartel, de la enorme emoción que me embargó, y se derramaron por toda mi cara.

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De repente, un borrón se plantó a mi lado, aunque no bajé mucho de mi nube. Esto era demasiado increíble, demasiado mágico, no podía describir todo lo que sentía, era imposible. ―Mantenlo así un momento ―me pidió Carlisle, con prisas, refiriéndose a que dejase a mi hijo en la misma posición. No le había escuchado ni entrar. Tampoco me fijé mucho en cómo le cortó el cordón umbilical a Anthony, solamente sé que, mientras Nessie terminaba de recuperarse, Carlisle se lo cortó muy rápido. Después, en cuanto le puso una pinza médica y me pasó una de las toallas, envolví al bebé con sumo cuidado, sujetando su delicada cabecita en todo momento, limpié su cabello, su cuerpo y su carita un poco, y me apresuré a llevárselo a Nessie, que ya había terminado de tomar aire y me lo estaba suplicando con ese rostro conmovido y feliz. Me senté a su lado. Lo dejé entre sus brazos, que se amoldaron al bebé con absoluta perfección, y ella lo acercó a su pecho para observarle, emocionada. A. J. dejó de llorar automáticamente, parecía que hubiese estado esperando los cómodos y acogedores brazos de su madre. Entonces, cuando por fin los vi juntos, cuando por fin vi esa imagen que tanto había soñado en estos nueve meses, mis lágrimas pasaron a ser las Cataratas del Niágara. Me acerqué a ellos, preso de esta inmensa felicidad, y le di un beso a A. J. en su pequeña frente. Sí, era el hombre más feliz del universo, no había nada más especial que esto. ―Jake… ―sollozó Nessie, esta vez de felicidad, mientras llevaba su frente a la mía―. Es nuestro bebé… ―Sí… ―lloriqueé, como un niño pequeño, frotándosela. Ahora que ya se había callado el crío, lloraba yo. Pero era imposible describir lo que sentía, esto era lo más maravilloso que me había pasado nunca. No había felicidad más grande que esta. Esto era un milagro, el milagro de la vida. Habíamos creado y traído a un bebé al mundo. Nosotros. Nosotros dos. Nuestro bebé, nuestro hijo. Una parte de ella y otra mía, las dos mezcladas, formando un sólo ser. Sí, era un milagro, un milagro maravilloso y mágico. Y todo lo que habíamos luchado, todo lo que habíamos pasado, todos estos meses, había merecido la pena, el premio había superado todo eso con creces. ―Te quiero ―murmuró, en mis labios. ―Te quiero ―susurré yo también.

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Unimos nuestros labios del todo y comenzamos a besamos con pasión y emoción, haciendo que la energía ya comenzase a descargar su electricidad mágica a nuestro alrededor. Mi estómago estaba invadido por una mezcla de chisporroteo, felicidad y ansias por disfrutar de mi hijo, no podía describirlo. ―Trae una palangana con agua caliente, por favor ―escuché que pedía Doc. Mi chica y yo nos obligamos a despegar nuestras bocas, ya que queríamos ver mejor al bebé. En esta ocasión no nos costó tanto hacerlo, tantos meses esperando para verle… Fue entonces cuando nos percatamos de la presencia de Esme, que corría hacia la cocina para atender a la petición de su marido, el cual ya estaba trabajando para atender a Nessie. Nosotros nos dedicamos a acariciar a nuestro hijo y aprovechamos para verle mejor. ―Hola, cielo ―le susurró Nessie, todavía emocionada, sonriéndole al tiempo que acicalaba su pelo con los dedos, delicadamente. Anthony le contestó con una especie de balbuceo. Ay, se me caía la baba… Si hace una hora ya casi nadaba en el dormitorio del bebé, ahora ya teníamos que usar barcas. Como había visto antes, A. J. tenía el cabello negro, pero ahora que lo tenía más limpio, seco y peinado por los dedos de su madre se lo veía mejor. Éste cubría todo su cuero cabelludo, sin embargo, no tenía demasiado pelo. O sea, no lo tenía ralo; quiero decir, que no era uno de esos niños peludos que ya nacen con toda una mata en la cabeza, vamos. Pero su cabello era de color azabache, como el mío. Su piel era una mezcla de la de Nessie y la mía, ni muy clara ni oscura, mestiza, aunque todavía estaba un poco enrojecida, supuse que debido al parto. Su naricilla era chata y pequeña, sus manitas, las cuales sobresalían de la toalla, eran diminutas, así como sus deditos, eso sí, tenía unas uñas larguísimas. Tenía los ojos cerrados, pero sus párpados ya estaban provistos de sus pestañitas y todo, y su boca, bueno, su boca era la de un bebé recién nacido, supongo. Conclusión, que mirándole así en general, y teniendo en cuenta que los recién nacidos normalmente no se parecen a nadie porque son más o menos todos iguales, A. J. tenía un asombroso parecido a mí, la verdad, bueno, a mí cuando yo era un bebé, claro. ―¿Lo ves? Es igual que tú ―afirmó Nessie, como si acabase de leerme el pensamiento, sonriéndome. Luego, observó a A. J. ―. Eres

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igualito a papá ―le susurró, con dulzura, acariciando su mejilla con el dedo. ―Sí ―coincidí, con una sonrisa orgullosa. No lo podía negar, lo estaba. Carlisle asomó la cabeza de entre las piernas de Nessie para hablarnos. ―Enhorabuena ―nos felicitó, con una enorme y satisfecha sonrisa llena de felicidad―. Lo habéis hecho muy bien y tenéis un niño precioso. ―Sí, enhorabuena ―se sumó Esme, que se notaba que ya se moría por hacerle carantoñas a Anthony, pero que tenía que ayudar a su marido. ―Bueno, lo ha hecho todo Nessie. Es una campeona ―le alabé, acariciando su mejilla, con una sonrisa. ―Tú me has ayudado mucho ―me sonrió, orgullosa y emocionada―. No sé qué habría hecho sin ti. Me quedé sin palabras. ¿Y ella estaba orgullosa de mí? ¿De mí? Observé a Nessie y de pronto me sentí tan pequeño. Yo sólo había puesto una semilla, y ella había creado una vida. Ella, ella sola. Y después, había hecho el milagro de traerlo al mundo, con mi ayuda, sí, pero ella sola otra vez. En ese momento me pareció una diosa, pero una diosa de verdad. Noté que mi cara reflejaba el estado maravillado y deslumbrado en el que me quedé y la profunda admiración que sentía por ella. La amaba con toda mi alma, esto tampoco podía describirlo. ―Oh ―exclamó de pronto, alegre, haciéndome salir de mis pensamientos―. Anthony ha abierto los ojos. ―¿A ver? ―me fijé de inmediato. Sólo fue un pequeño momento, pero sí, A. J. había abierto los ojos. Y me quedé sorprendido. Vaya, ¿qué te parece? Sus ojos… ―Son verdes ―sonrió Nessie, maravillada―. Verde esmeralda, como los de mi padre. ―¿Cómo los de tu padre? ―inquirí, frunciendo el ceño con extrañeza―. Pero si son de ese amarillo dorado raro. ―Como los de mi padre cuando era humano ―matizó ella, sonriente, dándome un toque en la nariz con la yema de su dedo. Luego, llevó la vista hacia A. J. otra vez―. Los tenía verde esmeralda. ―Sí, es cierto ―secundó Esme, esbozando otra sonrisa, la suya con hoyuelos.

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―Vaya, parece ser que Anthony no sólo ha heredado el segundo nombre de Edward ―se pispó Carlisle, asomando la cabeza otra vez para mirarnos con una sonrisa orgullosa. Genial. Ahora no habría quién aguantase a Edward. ―Vaya por Dios ―murmuré, haciendo una mueca―. Bueno, pero todavía le pueden cambiar de color. Lo he leído en una de esas revistas. ―No, no le cambiarán ―aseguró Nessie, mirándole con esa adoración maternal―. Es un niño precioso. Cuando sea mayor, las chicas se van a pelear por él ―y soltó una risilla. Bueno, en eso estaba de acuerdo. No es porque fuera su padre, pero era un crío precioso, el más guapo del mundo, de eso no había ninguna duda. ―En fin, esto ya está ―terminó Carlisle, poniéndose de pie, junto a Esme―. No has sufrido desgarro alguno, así que ha sido un parto muy limpio y rápido ―sonrió, orgulloso, quitándose esos guantes de látex blancos―. Para ser una madre primeriza, lo has hecho estupendamente. ―Es una campeona ―repetí yo, con una enorme sonrisa, pasando los dedos por la frente de Nessie para apartarle esos cabellos que tenía pegados. Nessie me miró y me sonrió. Esme también se quitó sus guantes, los tiró en la bolsa negra de plástico que Doc tenía preparada para deshacerse de todo y se acercó a nosotros, arrodillándose al otro lado de Nessie. ―Es un bebé precioso ―murmuró, con una de esas voces tontas que se ponen cuando se ve a un bebé precioso. ―¿Quieres cogerlo? ―le ofreció Nessie. ―Me encantaría, cielo, pero prefiero que lo disfrutéis vosotros un poco más. Es vuestro momento, yo ya tendré los míos ―sonrió, metiéndole el pelo detrás de la oreja. Mi chica le correspondió la sonrisa y asintió. ―¿Sabéis algo de mis padres y los demás? ―preguntó, mirando a A. J. de nuevo mientras le acariciaba la mejilla con el dedo. Doc comenzó a limpiarlo todo, echando los restos de placenta, guantes, toallas, gasas y demás cosas ensangrentadas en la bolsa de plástico negra. ―Aún tienen los móviles apagados, pero deben de estar a punto de aterrizar ―le contestó Esme―. No te preocupes, estaré insistiendo hasta que alguno me coja el teléfono.

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A. J. giró su pequeño rostro instintivamente hacia el pecho de Nessie. ―Oh ―murmuró ella. ―Parece que tiene hambre ―sonrió Doc, que recogía todo aquello con rapidez, pero que no dejaba de prestarle atención al bebé. ―Ah, no, colega, lo siento mucho, pero eso no es tuyo ―le dije a A. J., bromeando. ―Jake ―me regañó Nessie, riéndose, al tiempo que me empujaba el brazo. Me carcajeé. ―Anda, ve a la cocina y prepárale su primer biberón ―me mandó, siguiendo con esa risa. ―¡A la orden! ―exclamé yo, con entusiasmo, irguiéndome para hacer el saludo militar. Ella se rió y yo me levanté como un muelle para correr a la cocina. Estaba feliz, ¡feliz! Sí, ¿qué puedo decir? Era el hombre más feliz del universo.

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= RENESMEE =

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PREFACIO ―Vale, preciosa, vamos a tener a nuestro bebé ―dijo Jake, con un tono y una mirada que rebosaban una reciente y repentina determinación. A él se le veía seguro y confiado, pero yo estaba muerta de miedo. Notaba esas tremendas contracciones en mi útero, en mi vagina, retorciéndose y torturándome con saña, incluso los muslos me dolían, aunque esto podía ser de lo tensas y agarrotadas que tenía las piernas, tanto, que incluso ya empezaba a notarlas algo entumecidas. Lo cierto es que tenía muchas ganas de empujar, pero ¿y si esto se intensificaba más cuando lo hiciera? Ya era insoportable… ―Jake…, no… no puedo ―lloriqueé, haciendo una negación con la cabeza―. Tengo miedo… Me duele mucho… ―Sí, sí puedes ―me alentó, pasando su suave mano por mi rostro con esa seguridad―. Sé lo fuerte que eres, confío en ti. Vas a hacerlo muy bien, yo te ayudaré, ¿de acuerdo? Vamos a tener a nuestro bebé y será un niño precioso. Sus ojos ratificaban sus palabras, se clavaban en los míos con esa determinación y confianza. Jake confiaba en mí, y estaba conmigo. Yo seguía sin estar tan segura, pero su intensa mirada, y esa fe en mí, me dio fuerzas, así que asentí. Pero, de repente, hizo el amago de marcharse. Mi mano se arrojó hacia la suya con rapidez, llena de ansiedad, y le detuvo. ―Jake, no te vayas… ―le supliqué, algo presa del pánico. Sin él estaba perdida. Si él no estaba a mi lado, no tendría fuerzas para afrontar esto, lo sabía, lo sentía. Le necesitaba, le necesitaba conmigo. ―Cielo, tengo que coger al bebé ―me tranquilizó, y su mano suelta volvió a pasar por mi rostro con dulzura―. No me iré de tu lado nunca, estaré aquí mismo, ¿vale? Lo haremos juntos, estoy aquí contigo.

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Me sentí como una idiota. Claro, por supuesto que tenía que coger al bebé, ¿cómo era tan tonta? Pero estaba tan, tan nerviosa… Y tenía tanto miedo… Sin embargo, sus palabras volvieron a sonar en mi cabeza. Él no se iría de mi lado nunca, estaba aquí mismo, conmigo, a mi lado. Eso me llenó de fuerzas de nuevo. Respiré hondo, cerré los ojos, preparándome para afrontar el parto, y asentí. ―Te quiero ―murmuró, con una sonrisa y unas brillantes pupilas que delataban a las claras las ganas que tenía de ver a Anthony, y lo poco que quedaba para que así fuera. ―Te quiero ―susurré, curvando mis labios todo lo que pude para corresponder esa misma sonrisa, aunque los horribles dolores que sentía me lo impidieron. Su rostro se pegó al mío y me dio un beso tierno y dulce que me emocionó, haciendo que se aferrara un nudo enorme en mi garganta. Estábamos a punto de tener a nuestro bebé. Sus labios se separaron de los míos enseguida, demasiado pronto, pero su frente aún estaba en contacto con la mía. Ojalá no tuviera que despegarse nunca. ―Jake… ―sólo conseguí que me saliera un hilo de voz, porque quería tenerle cerca, le necesitaba, pero él tenía que coger al bebé. Anthony, mi pequeño Anthony. ―Todo saldrá bien, estoy aquí contigo ―susurró él. Asentí de nuevo y Jake me regaló otro beso corto. Después, se incorporó para alejarse. Le dejé libre y él se movió hacia mis piernas abiertas para atender el parto. ―¡Vale, pequeña, empuja! ―me animó, con entusiasmo. Su animada voz me dio fuerzas. Cogí aire, me preparé mentalmente para ser valiente y me incliné hacia delante para empezar a empujar con voluntad. Mis manos se aferraron a los cojines con fuerza y no pude evitar gritar cuando sentí esos intensísimos y desgarradores dolores que se retorcían sin cuartel, eran insoportables, ¡insoportables! Mi cuerpo ya no dio a más y me dejé caer sobre ese improvisado respaldo, más que cansada. ―¡Venga, lo estás haciendo muy bien, preciosa! ¡Empuja, empuja otra vez! ―me estimuló Jake de nuevo.

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Preferí no pensarlo. Separé mi espalda del respaldo, afiancé mis manos a los cojines y empujé otra vez, chillando inevitablemente, del horrible dolor que sentía. ¡Dios! ¡Era horroroso! ¡Dolía demasiado! ―¡No puedo! ―lloré sin consuelo, cayéndome hacia atrás―. ¡No puedo hacerlo! ¡Me duele mucho! ¡Mucho! Jacob se desplazó un poco hacia mí y su mano cogió la mía. ―Claro que puedes hacerlo, pequeña ―me alentó, acariciando mis dedos―. Sé lo fuerte que eres, esto no es nada para ti. Vamos, empuja. Sí, él estaba conmigo, él estaba a mi lado. Me aferré a esto y asentí, preparándome para otro embuste de dolores insoportables. Jacob regresó a mis piernas. ―¡Venga, cielo, empuja con todas tus fuerzas! ―me animó. Me incliné hacia delante, apreté los cojines y empujé de nuevo. Mis gritos ya me rasgaban la garganta, pero apenas pude sentir esto. Lo único que podía sentir eran esos salvajes dolores en mi bajo vientre, hostigándome sin cesar. Sólo quería que esto se terminase ya, que todo acabase de una vez. No podía más, el dolor era insoportable, casi no podía ni respirar, así que me caí rendida en el respaldo. ―¡No puedo! ¡Me duele demasiado! ―gimoteé, respirando con dificultad. ―¡Claro que puedes! ¡Lo estás haciendo genial, nena! ¡Eres la mejor mamá del mundo! ¡Vamos, preciosa, empuja! ―me exhortó, hablándome con entusiasmo. Sus palabras me animaban, me hacían recordar que él estaba conmigo, que él estaba a mi lado. Me incliné hacia delante y repetí la acción, gritando de dolor. Las contracciones eran muy seguidas y desgarradoras, pero seguí empujando, aun con todos estos horribles dolores que sentía. Sin embargo, aunque intenté seguir, mis fuerzas se agotaron y tuve que reposar en el respaldo de nuevo para descansar. Empezaba a pensar que esto era imposible. ¡Estaba empujando con todas mis fuerzas, ¿por qué su cabeza no se asomaba ya?! ―¡No puedo más! ―lloré, desesperada. ―Vamos, nena. Si lo haces, te prometo servidumbre eternamente, podrás hacer conmigo lo que quieras. ¡Servidumbre, servidumbre! ―¡Lo único que quiero hacer contigo ahora es matarte por dejarme embarazada! ―le grité, yéndome hacia delante con furia.

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Empujé con rabia, tanto, que los cojines que soportaban a mis manos quedaron hechos trizas. ―¡Así, así! ¡Lo estás haciendo genial! ―exclamó, entusiasmado. Pero mi espalda se desplomó hacia atrás inevitablemente, de lo cansada que estaba. ¡No podía, no podía! ¡Ya estaba empujando con todas mis fuerzas! ―¡No puedo más! ―volví a llorar, agotada. De pronto, escuché esas palabras que tanto había esperado. ―¡Ánimo, pequeña, ya le veo la cabeza! ¡Empuja, empuja más fuerte! Mi Anthony, mi pequeño Anthony. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo por él. Me envaré y empujé con toda mi alma, sacando fuerzas de lo más profundo de mis entrañas, chillando con coraje y arrojo. Los dolores eran realmente insoportables, pero de repente noté un alivio enorme y esperanzador. ―¡Ya… ya salió la cabeza! ―me comunicó Jake, con una voz emocionada―. ¡Un último esfuerzo, nena! La cabeza, la cabeza de mi bebé estaba fuera. Sí, un último esfuerzo y mi pequeño Anthony ya estaría conmigo. No podía más, estaba exhausta, mis manos apenas podían apretar los cojines, casi no sentía las piernas, mi garganta ya no podía chillar más y mis pulmones cogían el aire con agitación y dificultad, no obstante, saqué mis últimas fuerzas de no sé dónde y empujé, entregándoselo todo a mi niño. El alivio aumentó cuando noté que Anthony estaba fuera, y me caí en el respaldo, totalmente agotada, debilitada y fatigada. Sin embargo, ese llanto que se oyó acto seguido me dio la vida. Era un lloro ronco, sin embargo, a mí me pareció lo más bonito que había escuchado en toda mi vida. Mis ojos enseguida se fueron hacia mi hijo, y lo que vi me llenó de una emoción que me embargó. Su padre lo sostenía en sus manos y le miraba maravillado y emocionado. Mi Jacob, mi amor, y mi Anthony, mi pequeño Anthony. Las dos personas que más me importaban y amaba del mundo se encontraban delante de mí. Por fin, por fin les veía a los dos juntos. El nudo de mi garganta saltó, así como mis lágrimas, que comenzaron a bañar mi rostro, presa de esta felicidad que sentía. ―Mantenlo así un momento ―dijo Carlisle de pronto.

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Estaba tan emocionada, y extenuada, que no sentí la llegada de Carlisle, y mucho menos lo que empezó a hacerme a mí cuando terminó de cortarle el cordón umbilical a Anthony. Jacob envolvió a su hijo con una toalla, le limpió un poco y corrió para traerlo junto a mí, sentándose a mi lado. Anthony lloraba sin cesar, pero en cuanto Jake lo dejó en mis brazos, se calmó y dejó de hacerlo. Sí, él también lo había sentido. La hondonada de mis brazos estaba hecha para él, su pequeño cuerpo se amoldaba perfectamente a esa concavidad, como si mis brazos hubieran sido creados sólo para esto. Entonces, cuando por fin observé su preciosa carita de cerca, cuando comprobé que era igual a Jake, tal y como yo había imaginado tantas veces, tal y como había soñado, rompí a llorar con más felicidad. De pronto, todos los horribles e insoportables dolores que había sentido se me olvidaron como por arte de magia, porque esto era demasiado maravilloso, lo más mágico e increíble del mundo. Era el día más feliz de mi vida, lo más bonito que me había pasado jamás, no había nada comparable a esto, era imposible de describir. Todos los meses de espera, todo a lo que nos habíamos tenido que enfrentar, todos los sufrimientos, habían merecido la pena con creces. Anthony era un regalo, el tesoro más valioso del mundo, nuestro tesoro, un milagro que habíamos creado Jake y yo a partir de nuestro profundo amor. Sí, él había sido creado con el profundo amor que nos procesábamos, él era la culminación de nuestro intenso amor, él era nuestro amor. Era nuestro bebé, una parte suya y otra mía. Jake acercó su rostro al de Anthony y le dio un beso tierno y dulce en la frente, preso de la emoción que le provocaba esa inmensa felicidad que hacía centellear sus ojos, llenándolos de lágrimas. Ver esa escena me conmovió aún más. ―Jake… ―musité, yo también entre lágrimas de felicidad, pegando mi frente a la suya―. Es nuestro bebé… ―Sí… ―sollozó él, haciendo frotar nuestras frentes. Cómo le amaba, le amaba con toda mi alma, con todo mi ser. Siempre le había amado hasta la locura y pensaba que eso era imposible de superar, pero ese amor por Jacob había subido otro grado más, si cabe, porque a todas las cualidades que me habían enamorado de él, ahora se sumaba que era el padre de mi hijo. Las mariposas de mi estómago palpitaban sólo con mirarle.

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―Te quiero ―susurré, en sus labios. ―Te quiero ―musitó él. Nos besamos con amor y pasión, mezclado con esa felicidad y esa enorme emoción que nos abrumaba a los dos, llevándonos casi a la locura. La energía comenzó a fluir a nuestro alrededor, repartiendo su magia, envolviéndonos, y las mariposas de mi estómago no podían aletear con más ímpetu. Sí, porque le amaba con toda mi alma, le adoraba, y porque por fin teníamos a nuestro bebé en brazos. Ahora lo tenía todo, no podía pedirle más a la vida. Tenía a nuestro bebé, nuestro precioso bebé, y tenía a Jacob, el amor de mi vida, mi amor verdadero. No podía describir lo que sentía en estos momentos, era demasiado maravilloso y mágico. Jacob. Y Anthony. Nuestro bebé, él era el fruto de nuestro profundo amor.

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INVASIÓN DE VISITAS Jake estaba en el dormitorio de Anthony, cambiándole el pañal por primera vez. Esas cosas también nos las habían enseñado en las clases de preparación al parto, y Jacob ya le había puesto su primer pañal hacía un par de horas, así que sabía que lo iba a hacer muy bien. Me encontraba en la cómoda cama de nuestro dormitorio, rodeada de toda mi familia, que acababan de llegar del aeropuerto. En cuanto Esme pudo contactar con mi madre, todos vinieron corriendo a casa en taxi, ni siquiera pasaron por la suya para dejar allí las maletas, no, sino que éstas habían terminado en el vestíbulo. Subieron todos en tropel a la habitación justo cuando Jake acababa de meterse en el cuarto del bebé. Mamá se había apresurado a sentarse en la cama, a mi lado, y mi padre hizo lo mismo, al otro. ―¿Cómo te encuentras? ―me preguntó ella, con una mezcolanza en el rostro entre alegría y preocupación por mi estado. Cogió mi mano y comenzó a frotarla con las suyas, que estaban heladas. Papá también me acarició, pero él lo hizo con mi pantorrilla, la cual estaba cubierta por la sábana y una manta que Jake me había echado por encima. En cuanto Jacob y Carlisle me subieron al dormitorio, me había quitado el vestido y me había puesto un camisón para meterme en la cama. No es que tuviera frío, pero sí que estaba un poco destemplada, puede que fuera de lo molida que me había quedado. ―Cansada y dolorida, pero bien, muy bien ―sonreí, feliz―. Todo ha salido genial. ―Enhorabuena, cielo ―me sonrió ella, algo emocionada. ―Estamos muy orgullosos de ti ―añadió papá, también con emotividad―. Somos muy felices. ―Me vais a hacer llorar ―confesé, con un nudo en la garganta. Mi madre amplió su sonrisa y volvió a frotar mi mano.

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―Vaya notición ―bromeó Emmett―. No posamos un pie en tierra firme, y ya nos dicen que habías dado a luz. Podías haber esperado a que llegásemos, me he perdido lo mejor. ―A mí me gusta más así ―opinó Jasper. Sí, mejor así… La verdad es que no me imaginaba a Jazz asistiendo a ningún parto. Sólo de pensarlo, se me ponían los pelos de punta. Menos mal que Carlisle se había apresurado a quitar la alfombra del salón y a quemarla junto con la bolsa negra en la que había echado todo lo demás, incluidas las toallas con las que me había limpiado a mí y los cojines que había tenido debajo. Todavía se podían ver los restos del humo que revoloteaba por el jardín. ―No les hagas caso ―dijo Rosalie, abriéndose paso entre todos para ponerse a mi lado―. Enhorabuena, cielo ―se inclinó sobre mí y me dio un beso en la frente. ―Gracias, Rose ―le sonreí. ―Bueno, ¿y dónde está Anthony? ―quiso saber mamá, mirando a ambos lados―. ¿Y Jake? ―Eso, ¿dónde está Anthony? ―inquirió Alice, entusiasmada, dando una palmada mientras se alzaba sobre sus puntillas. ―Jake le está cambiando los pañales ―les desvelé, sonriendo―. Vendrán ahora, no os preocupéis. ―No, ya estamos aquí ―irrumpió él de pronto, con una enorme sonrisa de orgullo, trayendo a Anthony en sus brazos. Todos se giraron hacia atrás para mirarle y de pronto el dormitorio se llenó de un ooooooooh enternecido y encandilado, con un origen más bien femenino. ―Aquí viene la matrona ―se burló Em. ―Ja, ja ―articuló Jacob, con ironía, aunque sin dejar de sonreír. Emmett se carcajeó, pero cuando mi chico pasó a su lado le arreó una palmada en la espalda para darle su particular enhorabuena. ―Lo ha hecho muy, muy bien ―le defendí yo, con otra sonrisa orgullosa en mi cara. ―Ciertamente ―asintió Carlisle. Jacob se acercó a la cama, haciendo que Rosalie tuviera que apartarse un poco, y se sentó a mi lado, cerca de la almohada y frente a mi madre. Me dio un beso en la frente y dejó a Anthony en mis brazos, con sumo cuidado.

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―Puaj, no te imaginas lo que una cosa tan pequeña puede soltar por ahí abajo ―afirmó, pasando el brazo por encima de mis hombros. Su calidez enseguida me reconfortó. Anthony venía envuelto en una de las múltiples mantitas que mis padres nos habían regalado. El entretejido amarillo claro era suave y delicado, aunque Jacob le había vestido con ese diminuto pijama de bebé que a él tanto le había gustado. Se lo había comprado Alice, junto con más pijamas, pero este le había gustado especialmente porque tenía un lobito bordado. Sin embargo, nadie se fijó en ese detalle, ni siquiera la propia Alice, porque todos se quedaron embobados con Anthony. ―¡Es guapísimo! ―exclamó ésta, poniendo una de esas voces cursis y ñoñas. A mi madre se le iluminaron los ojos cuando le vio de cerca. ―¿Puedo cogerlo? ―me pidió, se notaba que con la garganta atascada, de la emoción. Mi padre voló al otro lado del camastro para ponerse junto a ella, casi no se pudo distinguir ni un borrón, y se sentó a su otro lado. ―Claro ―accedí, sin pensármelo dos veces. Mamá extendió las palmas hacia mí y yo le pasé a Anthony sin más miramientos. Pero, de repente, cuando vi que se lo llevaba, no voy a negar que por un momento me entró un poco de pánico. Conmigo había sido diferente, porque yo era mitad vampiro, era un bebé más fuerte, pero Anthony era humano. Los brazos de mi madre eran fríos y pétreos, duros como el acero, y sus manos podían reducir una roca a un simple polvillo sólo con apretar un poco. Y Anthony era tan pequeñito y delicado… Sin embargo, mamá lo acomodó con extremada delicadeza y lo arropó con mimo y ternura. Anthony no parecía muy a gusto al principio, pero luego no se quejó más, esbozó un adorable y gracioso bostezo y se quedó tan tranquilo, siguiendo con su siesta. Qué tonta había sido. ¿Cómo iba a hacerle daño mi madre? Desde luego, no sé por qué me había dado por pensar eso, puede que fueran estos temores tontos de las madres primerizas. ―Es un bebé precioso ―exhaló mamá, con un hilo de voz, observándole maravillada al tiempo que pasaba las trémulas yemas de sus dedos por el pelo de ébano de Anthony―. Es igual que tú, Jake ―y sus pupilas ambarinas se alzaron un instante para mirar a mi chico.

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Me percaté de la tremenda emoción que había en ellas. ―Sí ―sonrió él, orgulloso y satisfecho. No dije nada sobre los ojos de Anthony, porque quería que ellos mismos los vieran y se llevasen una sorpresa. ―Tengo que reconocer que es el bebé más hermoso que he visto ―declaró papá, mirando a Anthony con una sonrisa―. Por supuesto me refiero a los niños varones, porque ninguna niña se asemejará jamás a la belleza de Renesmee. ―Eso lo dices ahora. Cuando tengas una nieta, ya no lo afirmarás con esa contundencia ―reí. El labio de mi padre se cayó en picado y adoptó una expresión pensativa, como si acabase de darse cuenta de que ya era abuelo. ―Se nota que los niños de La Push son fuertes como robles ―sonrió Em. ―Hay que admitirlo, es un niño muy, muy guapo ―reconoció Rosalie, mirando al bebé con una sonrisa, embobada. ―Entonces, eso quiere decir que yo también te parezco guapo ―soltó Jake, con la misma sonrisa orgullosa de antes. La cara de Rose cambió de repente y fingió una de hastío. ―Sigue soñando, chucho ―masculló, mirándole de arriba abajo, simulando desprecio. ―Venga, reconócelo, me adoras, lo sé ―la sonrisa de Jacob se amplió. ―Si te adoro, es sólo porque eres el padre de esta criaturita tan hermosa ―alegó, observando a Anthony con la misma cara de antes. Después, dirigió la vista hacia Jacob y volvió a su fingida expresión de aversión―. Y a la vez eso es lo malo, es una pena que tú seas el padre. ―Acabas de reconocer que me adoras ―apreció él―. ¿Lo ves? No era tan difícil de admitir, rubia. Rosalie no dijo nada, pero puso los ojos en blanco, le dio un manotazo a su melena y giró el rostro hacia otro lado. Jake se carcajeó y yo no pude evitar soltar una risilla también. De pronto, Anthony despertó y abrió los ojitos para mirar sin ver nada. ―Oh, se ha despertado ―murmuró mamá, encantada de que el niño saliese de sus sueños, pero con una expresión de asombro al mismo tiempo―. Tiene… tiene los ojos verdes ―luego, osciló la mirada hacia

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mi padre, que observaba al niño, todavía algo perplejo―. Verde esmeralda… ―su susurro se quebró al final de la frase, deslumbrada. Después, su vista regresó a Anthony. ―Sí, es lo malo ―suspiró Jacob―. Bueno, alguna tara tenía que tener, no se puede ser tan perfecto. ―Jake ―le regañé, riéndome, dándole un pequeño codazo en las costillas. Él se volvió a carcajear. Tenía que reconocer que a mí, personalmente, me gustaban más los ojos negros de Jake, siempre había adorado esos ojos brillantes y vivos, pero los ojos de Anthony eran realmente bonitos, preciosos, como él. ―Vaya, vaya ―vocalizó mi padre, con una entonación un tanto socarrona y maléfica que iba dirigida especialmente a Jake, aunque también había mucho orgullo en sus palabras―. Parece ser que no es tan idéntico a ti, sino que mis genes también han querido hacer acto de presencia. El destino puede ser muy caprichoso a veces, ¿no te parece? ―Sí, ya, vale, vale, A. J. tiene tus ojos, ¿y qué? ―rebatió mi chico―. Además, todavía le pueden cambiar de color, lo he leído en una de esas revistas de premamá. Entonces, repentinamente, mi madre se echó a llorar mientras observaba a Anthony con ese deslumbramiento. Sus ojos no podían descargar nada, pero estaba llorando. Me quedé un poco descolocada, porque sabía que le iba a hacer especial ilusión, pero no me imaginaba que tanta. Lloraba con una felicidad que me impactó un poco. ―Soy tan feliz ―susurró, acariciando la carita de Anthony con el dedo―. Cuando estaba embarazada, estaba convencida de que iba a tener un niño, y siempre me lo imaginaba con los ojos verdes de tu padre ―me reveló, sin dejar de mirar al niño―. Y mira quién era en realidad. Aunque el mío se parecía a ti, no era como Jacob ―le aclaró acto seguido a papá, riéndose, todavía con un poso de emoción. ―Eso espero ―rió mi padre. Todos nos reímos entre dientes. ―¿Puedo cogerlo yo ahora? ―me pidió Rosalie. ―Uf, no sé yo ―se opuso Jake, para quedarse con ella. Mi tía le dedicó un mohín de odio y él soltó otra carcajada. ―Claro ―mi voz temblequeó un poco al final. Otra vez este absurdo temor…

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Mi madre se mordió el labio, un poco disconforme por tener que dejar de tener al niño en sus brazos, pero se puso de pie y le pasó a Anthony con mucha meticulosidad, sujetándole la cabeza con cuidado. Aguanté la respiración durante ese medio segundo, preparada por si tenía que saltar de la cama aunque me muriese de los dolores, pero Rosalie también lo acomodó con ternura en sus brazos, así que pude seguir respirando. Puede que mi reacción pudiera parecer extremadamente exagerada, pero me daba igual. Ellos no dejaban de ser vampiros, esos seres inmortales fuertes y poderosos, y mi hijo era un indefenso y frágil bebé humano. Cualquier mal movimiento, cualquier fuerza mal medida, aunque fuera sin querer, podía hacerle mucho mal a mi pequeño Anthony, que sólo llevaba fuera de mi vientre unas horas. Lo siento, pero no podía evitarlo, me salía instintivamente. Jake acarició mi brazo para tranquilizarme, si bien noté que su mano también estaba algo tensa. Era otra tontería, pero me relajó un montón el saber que Jacob estaba atento a todos los movimientos, que él actuaría en caso de que sucediera algo, aunque ya había quedado demostrado que no teníamos nada que temer. Eso sí, siempre había sido así, siempre me había sentido más protegida con él, y en esta ocasión me pasaba lo mismo, sólo que ahora Anthony también entraba en ese círculo de protección particular en el que yo me sentía estando junto a Jake. Rosalie no se percató de nada de esto. Se dedicó a observar a Anthony mientras le hacía carantoñas y cucamonas. En cambio, mi padre seguía todos nuestros pensamientos y sensaciones con respeto. ―Yo también quiero cogerlo ―le solicitó Alice a Rose, poniéndose a su lado para ganar posiciones. ―Creo que sería mejor que dejásemos que los padres disfrutasen un poco más de su retoño ―intervino mi padre―. Anthony acaba de nacer hace tan sólo unas horas, y seguro que Renesmee y Jacob se mueren por volver a recuperarlo, ¿verdad? ―nos preguntó. ―Y Anthony seguramente no tardará en demandar los brazos de su madre ―añadió Carlisle, acertadamente. Mis tías se miraron y suspiraron, pero Rose finalmente asintió. Se acercó a la cama y dejó al bebé en mis brazos, que ya estaban extendidos hacia él. ―Bueno, pero luego yo quiero cogerlo un rato ―pidió Alice. ―Sí, sí ―reí yo, acunando bien a Anthony.

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Aparté un poco la manta de su carita y comencé a acariciar su mejilla con el dedo. Su piel mestiza era extremadamente suave, como el algodón, y su temperatura era algo inferior a la mía. Sus ojos eran grandes, aunque ahora volvían a estar cerrados, ya que se había dormido de nuevo, y tenían la misma forma que los de Jake. Hasta su pequeña boca era parecida. No pude evitar sonreír. Jake nos miraba a los dos, completamente embobado. ―Siempre me he hecho una pregunta, Doc ―dijo de pronto, mirando al aludido. ―Pues, como dirías tú, dispara ―le instó mi abuelo, con una sonrisa cerrada. ―¿Qué hubiera pasado si en vez de uno, hubiesen venido dos distintos? Es decir, que hubieran sido mellizos, uno niño y la otra, niña. Vaya. Yo jamás me había planteado eso. Presté atención. ―Pues me temo que su cuerpo rechazaría ese embrión, al ser totalmente inviable ―afirmó Carlisle, sin ningún atisbo de duda. ―¿En serio? ―pestañeó Jake―. Entonces, ¿no podríamos tener unos mellizos como Rachel y Paul? ―Podríais tener gemelos o mellizos perfectamente, siempre y cuando fueran dos niños o dos niñas, pero no niño y niña ―ratificó mi abuelo―. Ni siquiera pasaría de ser un cigoto, debido a los distintos ritmos de multiplicación de las células para crear los embriones, pero esto requeriría de una larga explicación. ―No, gracias, Doc, creo que con esto ya es suficiente ―le paró Jake, ya que si dejábamos hablar a Carlisle, terminaría dándonos toda una disertación sobre genética y reproducción. No sólo nos reímos los demás, el propio Carlisle lo hizo. El timbre sonó abajo y nuestras risas cesaron. ―Vaya, qué rápido han venido ―dijo Jacob, pegando un salto para bajarse de la cama. Jake había llamado a Embry para darle la noticia, y, claro, las noticias corren como la pólvora en La Push, sobre todo entre los miembros de una manada, así que ya empezaban las visitas. ―¿Ya están ahí? ―inquirí. ―Eso parece ―asintió él, andando hacia la puerta. ―Han venido todos ―nos comunicó mi padre―. Familias incluidas, así que prepárate ―me avisó, sonriéndome.

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―Ay, madre ―gimió Jacob, saliendo por la puerta. El timbre volvió a sonar―. ¡Ya voy, ya voy! ―voceó, bajando las escaleras. ―Todos quieren conocer al heredero del Gran Lobo ―suspiré, alegre. ―Iré abajo a preparar algo para comer ―se ofreció Esme, encantada de la vida. Salió del dormitorio como una bala. ―Sí, porque esto irá para largo ―reí. Toda la casa se llenaría pronto de enormes metamorfos, más sus familiares, todos apoltronados donde pudiesen. Y así fue, en un plis, nuestra casa fue invadida por una numerosa tropa que ocupó todo el saloncito y parte de la cocina. Los miembros de la manada fueron subiendo de dos en dos para felicitarnos, unas veces acompañados por sus parejas, otras, por otro hermano lobo. Y nuestro dormitorio también se llenó de los diferentes regalos y detalles que nos iban trayendo. Quil vino con Claire. No venían de la mano ni nada, pero ya todo el mundo sabía que estaban juntos. Sin embargo, ellos preferían mantener cierta discreción y recato, puesto que a Sam no le había hecho mucha gracia que hubieran empezado a salir tan pronto. Eso sí, le había encantado la decisión de Quil de llevar una relación casta y pura con su joven sobrina, y le había hecho prometer que eso sería así hasta que ella cumpliera la mayoría de edad. Pobre Quil. No podía evitar que me hiciera gracia, pero el pobrecito había aceptado esa condición con tal de poder salir con Claire. Brenda vino con Seth, y Helen con Ryam. A mis amigas se les caía la baba con Anthony, y a mí se me abrió el cielo de alegría cuando ambas me anunciaron que se iban a casar el año próximo. No pudimos gritar mucho, porque Anthony estaba dormidito, pero se formó algo de jolgorio. Las gemelas se plantaron en el dormitorio junto con Shubael e Isaac, y fue cuando me enteré de que andaban medio saliendo. Digo medio porque con estos dos nunca se sabía, aunque a ellas tampoco parecía importarles llevar ese tipo de relación o lo que fuera que llevasen. Jake ya conocía este dato, por supuesto, como el resto de la manada, pero creía que yo ya me había dado cuenta y por eso no me había dicho nada. En fin, hombres. También vinieron Billy, Charlie y Sue, por supuesto. Billy no podía estar más orgulloso, su pecho casi estaba a punto de explotar y todo, no se podía ir con la cabeza más alta. Y Charlie intentaba ocultar su enorme

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emoción, aunque pude ver cómo se daba la vuelta un par de veces para ocultarse y se limpiaba alguna que otra lágrima. Sue se reía cada vez que veía esa escena. La que no pudo estar presente fue Renée, pero mamá la llamó por teléfono para darle la noticia y me la pasó. Ambas tuvimos una amena y divertida conversación, mi abuela materna estaba un poco loca. Prometió venir a vernos en cuanto pudiera, y yo sabía que iba a cumplir su promesa. Sí, nuestra casa fue el centro de una celebración que se extendió hasta más allá de la hora de cenar. No era para menos, porque el heredero del Gran Lobo, el primer príncipe de los lobos, había nacido.

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CUARENTENA Ese doce de junio no fue el único día en el que tuvimos visitas. Al día siguiente también vinieron a vernos Ezequiel y Teresa, ellos no fueron tan impacientes como los chicos de la manada y prefirieron esperar a que yo me encontrase más descansada. Mercedes ya había venido con Embry y con el resto de metamorfos, así que no acompañó a su madre y a Ezequiel en esa visita. Sin embargo, las entradas y salidas en nuestra casa no terminaron ahí. En los días sucesivos también vino el aquelarre de Denali al completo, Renée, que tuvo que ponerle otra excusa a Phil, y Rebecca, que había partido desde Hawai con su marido y sus tres hijos. Todo el que pasó por casa se dedicó a sacarle fotos al bebé, así que de repente pasamos de tener una simple ecografía a tener una multitud de fotografías suyas. Anthony bostezando, Anthony chupándose el dedo, Anthony tomando el biberón en mis brazos o en los de su padre, Anthony llorando, Anthony durmiendo, Anthony haciendo una mueca… Cualquier gesto del bebé era una buena excusa para fotografiarlo. Sin embargo, según pasaron las semanas, nuestro hogar por fin se fue quedando en calma, ya que todos regresaron a sus casas. Mi familia ya había terminado los exámenes, así que decidieron pasar el verano en Forks para estar cerca de Anthony, pero también por si algún día necesitábamos su ayuda. Mi convalecencia por el parto pasó volando, y sin darnos apenas cuenta, Anthony ya tenía poco más de un mes de vida. Hoy no hacía sol, pero hacía bastante calor, así que teníamos una ventana del salón abierta para que entrase algo de ese aire cálido con olor a verano. El griterío de la gente que pasaba su jornada de playa en First Beach se adentraba en la sala de estar, aunque tan sólo era un murmullo de fondo que se mimetizaba con el relajante canto de los pájaros que

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vivían en el bosque contiguo a nuestra vivienda y los chillidos de las gaviotas cuando sobrevolaban el cielo en busca de alimento. Jake estaba en uno de los butacones, dándole el biberón a Anthony, o A. J., como él prefería llamarle. La verdad es que no teníamos ninguna queja de él. Tragaba todo lo que le poníamos en el biberón, y por las noches solía dormir bastante bien, tan sólo lloraba en las horas señaladas en las que le tocaba volver a tragar, era como un reloj. Jacob y yo nos turnábamos para darle el biberón y cambiarle el pañal, pero no sólo por las noches, sino que por el día también. Anthony ya había crecido un poco, pero seguía viéndose muy pequeñito en los enormes brazos de su padre, sin embargo, éstos le arropaban con mimo y cuidado. A pesar del calor que hacía, a Anthony parecía gustarle mucho estar ahí, nunca se había quejado, en realidad, creo que le gustaban tanto los brazos de Jake como los míos. No le culpaba, a mí también me encantaban. Los ojitos verdes de Anthony ya se mantenían abiertos, y parecían escudriñar el rostro de su padre, como si quisiera estudiárselo bien, aunque su visión todavía era muy precaria. Mientras Jacob sonreía y le miraba completamente orgulloso, el bebé se tomó todo el biberón sin rechistar, hasta que ya no quedó nada. Yo estaba en el butacón de al lado, observando esa tierna estampa, engatusada, con una sonrisa tonta. ―Muy bien, campeón, te lo has tomado todo ―le alabó Jake al bebé, con una sonrisa aún más grande. Me levanté, sin dejar de sonreír, le cogí el biberón a Jake y me senté de nuevo en mi sitio. Él alzó al niño y lo echó sobre su hombro para hacer que expulsara los gases. ―Siempre come muy bien, ¿verdad, Anthony? ―le elogié a mi hijo. ―Es un tragón ―rió Jacob, pegándole unas suaves palmaditas en la espalda. ―No sé a quién me recuerda ―bromeé, riéndome yo también. Anthony expulsó el gas por la boca con un sonoro eructo. ―Y es un guarrete ―volvió a reír Jake, poniendo a Anthony delante de su vista, sujetándole la cabeza con una de sus manos al tiempo que la otra ya abarcaba casi todo su pequeño cuerpecito y lo sostenía en alto. El niño correspondió su sonrisa sin pensárselo dos veces, observando a su padre con suma atención. Se me caía la baba cada vez que le veía sonreír.

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―Sí, eres un guarrete ―jugueteó Jacob, acercando su cara al abdomen de Anthony. Como hacía mucho calor, le habíamos dejado puestos solamente los pañales y una camisetita interior, así que Jake le hizo unas cucamonas sobre la planta de uno de sus diminutos pies descalzos, produciéndole cosquillas. Anthony se llevó uno de sus puñitos a la boca, sonrió más y comenzó a patalear con las piernecitas en el aire, haciendo que Jacob apartase su rostro para mirarle. Su pequeño cuerpo se sustentaba en las seguras manos de Jacob mientras pateaba hacia arriba con ánimo. Me reí de esa escena que se repitió un par de veces más, hasta que Jake terminó levantándolo otro poco para darle toda una serie de besos en la mejilla. Después, lo acunó en sus brazos para que fuera cogiendo el sueño. ―Será mejor que lo suba a su cuarto ―dijo, poniéndose de pie. Casi tengo que pellizcarme para salir de ese atontamiento. ―Te acompaño. Dejé el biberón sobre el piano y me puse a caminar junto a ellos. Atravesamos el vestíbulo, subimos las escaleras y llegamos al dormitorio del bebé. Anthony se pasó todo el trayecto mirándonos a los dos, pero sus párpados enseguida fueron vencidos por el sueño, y cuando llegamos a su cuna, ya estaba prácticamente dormido. ―¿Quieres acostarlo tú? ―me preguntó Jacob. ―No, hazlo tú ―le sonreí. ―Vale ―sonrió él también. Abrí el pequeño camastro y Jacob acostó a Anthony con delicadeza, luego, le arropamos entre los dos. Ambos teníamos una de esas sonrisas bobaliconas en el semblante. Tiré del cordel de su móvil musical de cuna y éste comenzó a girar sus lunitas y soles al tiempo que ese arrullo musical infantil nos envolvía a los tres. Le puse el chupete y nos quedamos observando al niño un poco más, hasta que ya se durmió del todo. Salimos de la habitación sigilosamente, cerramos la puerta con cuidado y bajamos al salón. ―Estoy hecho polvo ―suspiró, dejando que su trasero cayese en el sofá. Además de atender al bebé, estos días Jake estaba trabajando para ultimar la puesta a punto de su garaje, así que no me extrañaba que estuviera cansado.

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Me senté junto a él, de lado, recogiendo mis rodillas, y rodeé su cuello con mis brazos. ―Tal vez estos días debería ocuparme yo sola de Anthony ―sugerí, pasando mis dedos por su corto pelo azabache. Decía tal vez, porque sabía que Jacob se negaría en rotundo. ―Ni hablar ―como me imaginaba, se negaba en rotundo―. Esto es cosa de los dos. Además, a mí me encanta ocuparme de él ―me sonrió, pasando el dorso de sus cálidos dedos por mi mejilla. ―Sí, lo sé ―le sonreí, pegando mi frente a la suya―. ¿Qué tal va el taller? ―Ya está casi listo ―murmuró, siguiendo con su sonrisa mientras rodeaba mi cintura con sus enormes y masculinas manos. Las mariposas de mi estómago ya levantaban el vuelo―. El jueves me traerán los neumáticos y el viernes el elevador. En cuanto tenga esto último, ya podré abrir el taller. Sólo con tenerle cerca, mi corazón ya palpitaba a toda mecha. ―Habrá que hacer algo para la inauguración ―manifesté, apretando mi abrazo para pegarme más a él―. Una pequeña fiesta en el taller o algo, ¿qué te parece? ―Me parece genial ―sonrió en mis labios. No me dio tiempo ni de terminar de jadear. En un abrir y cerrar de ojos, nuestras bocas ya se estaban besando con pasión. Como venía pasando desde hacía más de un mes, mis mariposas se aceleraron aún más, ansiosas, desmedidas. Cada vez que me besaba, mi cuerpo reaccionaba de la misma forma. Nuestros labios seguían comiéndose con esa locura y la energía que nos rodeaba empezaba a ser más fuerte. Aferré mis dedos en su pelo y me senté sobre él. Sus manos también estaban ansiosas, y enseguida me acogieron, apretándome contra su cuerpo. Dos meses largos eran demasiado para nosotros. Aunque siempre hay remedios para aliviarse, no habíamos hecho el amor desde que había entrado en mi noveno mes de embarazo, puesto que entonces mi barriga era muy grande, enorme, y yo estaba realmente incómoda en esa última etapa de mi estado, sufriendo diversas molestias, ni siquiera encontraba una buena postura para dormir. Y después del parto había tenido que pasar una corta convalecencia, más pesada que otra cosa. Pero esos dos meses largos por fin habían pasado.

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Despegué mis labios de los suyos, eso sí, lo justo para poder decirle algo. ―Hoy es el último día de la cuarentena ―susurré. ―Lo sé ―murmuró él, sonriente―. Llevo la cuenta desde el doce de junio. Sonreí. ―Mañana al atardecer podíamos dejar a Anthony con mis padres ―le propuse, hablándole con un murmullo que rozaba su boca―. Así tendríamos toda la noche para nosotros. ―¿Y podrás resistirlo? ―susurró, mostrando esa sonrisa torcida que me volvía loca―. Me refiero a separarte de él. Sí, sabía que iba a ser duro separarme de mi bebé, que le iba a echar mucho de menos, que incluso me iban a embargar esos sentimientos exagerados y me iba a sentir una mala madre por un instante cuando lo dejara en casa de mis padres, pero necesitaba esa noche entera con Jacob. Una noche entera en la que nos pudiéramos entregar el uno al otro por completo después de estos dos meses largos, sin interrupciones ni preocupaciones, sin nada que nos atase ni reprimiese. Más de dos meses de espera era demasiado tiempo para nosotros, y la necesitábamos. Una noche entera para nosotros solos, aunque solamente fuera una. Además, sabía que Anthony iba a estar en las mejores manos, no me quedaría tranquila si no supiera eso con total certeza, es más, ya había comprobado que el niño no corría ningún peligro en los brazos de mi familia. ―Solamente será una noche ―le contesté, correspondiendo su sonrisa―. No nos vamos a morir por dejárselo una noche a mi familia, ¿no? Y ellos no duermen, lo cuidarán estupendamente. ―Tu tía la Barbie va a estar encantada ―rió, con una risilla sorda. ―Y mamá también ―le acompasé―. Se va a poner como loca cuando lo tenga. ―Bueno, pues entonces, está decidido, ¿no? ―susurró en mis labios de nuevo, haciendo que me estremeciera―. La noche de mañana será para nosotros solos. ―Sí ―sólo fui capaz de que me saliera un murmullo. Me moría por estar entre sus brazos ya… Pero de momento, todavía era mi último día de cuarentena, así que tuvimos que conformarnos solamente con unir nuestros labios para besarnos con una pasión que no se nos descontrolase demasiado. Era el último día, pero por desgracia teníamos que cumplirlo.

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No obstante, el día siguiente llegó en un santiamén. Preparé a Anthony, vistiéndole con unos vaqueritos cortos y una camiseta rayada, metí sus cosas en la bolsa y lo acomodamos en el portabebé que Rose y Emmett nos habían regalado junto con el moderno carricoche de color rojo y gris. En un principio iba a ponerle el pijama, ya que pronto se haría de noche, pero después pensé que a mi madre, a Esme y a mis tías les iba a encantar ponérselo ellas, así que le vestí con ese conjunto que Alice le había comprado en una de sus múltiples compras por Internet. Mis padres no tardaron nada en llegar. Le había dicho a mi padre que no nos importaba llevar al niño a su casa, pero él insistió en venir a buscarle. Normalmente mamá era una persona muy comedida, pero con Anthony nunca se resistía, y cuando le vio recostado en el portabebés durmiendo al tiempo que succionaba su chupete, su cara se iluminó como una linterna, casi le salen chiribitas de los ojos. No se lo comió a besos porque estaba dormido y no quería despertarle. Después, en cuanto les expliqué a qué horas le tocaban sus tomas, se marcharon tan entusiasmados, que incluso se olvidaron de despedirse de nosotros y todo. Como había previsto, mi pecho fue invadido por sentimientos encontrados que chocaban un poco entre sí. Por un lado me moría por estar con Jake, pero por otro no pude evitar sentirme un poco mal por separarme de mi bebé. Era tan pequeñito… Me daba la sensación de que me necesitaba y yo le estaba abandonando. Era otra reacción exagerada, por supuesto, pero era un sentimiento raro, como si faltase a mi palabra, como si no cumpliera con un deber que sabía que tenía que cumplir. No sé. Pero, de repente, unos brazos fuertes y cálidos me abrazaron por detrás, disipando algo esa sensación. ―¿Estás bien? ―me preguntó Jake, dándome un beso en la sien que me puso todo el vello de punta. La sensación se disipó del todo―. Si quieres, lo dejamos para otro día. Llamamos a tus padres para que den la vuelta y… ―No, estoy bien ―le interrumpí, con una sonrisa, girándome para rodear su cuello con mis brazos―. Esta noche no me la pierdo por nada del mundo ―susurré en sus labios. Ni hablar. No pensaba perdérmela ni aunque hubiese un terremoto que tirase la casa abajo. Además, como para llamar ahora a mis padres, con lo ilusionados que se habían marchado junto a Anthony. Sí, él iba a estar genial con mi familia, le iban a cuidar muy bien.

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Jacob acercó su boca para besarme, sin embargo, yo reculé un poco hacia atrás y no le dejé. ―Te espero arriba ―sonreí, con picardía, al tiempo que clavaba una mirada llena de intenciones en esos ojazos negros que me hacían temblar. Su intensa mirada se intensificó todavía más y su labio se curvó hacia arriba, con esa sonrisa torcida tan seductora. ―Vale ―aceptó. ―Ven dentro de diez minutos ―le indiqué, despegándome de él, sin dejar de mirarle con seducción. Su sonrisa se amplió y asintió. Caminé hacia atrás lentamente, clavándole la mirada continuamente, subí los primeros peldaños de esta guisa, y cuando la escalera ya me obligó a perderle de vista, me giré y terminé de ascender. Recorrí el pasillo ya más aprisa, entré en nuestro dormitorio y me puse en manos a la obra. Hacía tiempo que había comprado un picardías para esta ocasión, y se notaba que Alice me había acompañado. La prenda, de color negro, estaba confeccionada con unos encajes semitransparentes que hacían resaltar el pecho y que dejaban muy poco a la imaginación. Normalmente no solía usar una lencería tan agresiva, porque me daba una vergüenza horrible y, la verdad, a Jake no le hacía falta ningún estímulo de este tipo para abalanzarse sobre mí, pero hoy estaba dispuesta a todo. Saqué el picardías del armario, con su tanguita a juego, y lo tiré todo sobre la cama para cambiarme. Me quité la ropa a toda prisa delante del espejo y me puse esas dos únicas prendas. No sabía si era por mi condición de semivampiro, pero ya había recuperado mi figura totalmente, así que ahora me sentía más femenina y atractiva. Me observé en el reflejo y sonreí con satisfacción. Alice tenía razón, ese picardías resaltaba aún más mis curvas, tenía que reconocerlo. ¡Gracias, Alice! Después, me solté el pelo y me lo atusé bien, dejando que cayese libre sobre mis hombros y mi espalda. Me di la vuelta y abrí la cama, retirando la sábana totalmente hacia atrás. Encendí una de las lamparitas para tener una luz más ambiental y apagué la del techo. En cuanto terminé de hacer esto, me recosté sobre el colchón, de lado, con una postura sensual, recoloqué mi cabello y me puse a esperar a mi marido. No se hizo esperar mucho.

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Al minuto, la puerta del dormitorio se abrió y Jacob apareció por el umbral. Mi corazón pegó un salto, anheloso, y mis mariposas invadieron todo mi cuerpo cuando le vi. Él también se había cambiado, y su único atuendo eran unos pantalones de pijama largos que caían sueltos sobre sus pies descalzos. Debería de estar acostumbrada a verle, pero mi vista no se cansaba nunca de admirar su poderoso cuerpo, al revés, cuanto más le veía, más me gustaba y más perfecto me parecía. Sus brazos y su pecho eran fuertes, musculosos y masculinos, todo en él era muy varonil, hasta sus grandes manos. Pasó adentro, cerró la puerta a sus espaldas y se paró en seco cuando me vio. Las mías no fueron las únicas que le comieron con la mirada. Lo primero que hicieron sus pupilas fue repasarme con un deseo que inundaba toda la habitación y se clavaba en mí, abrasándome con su fuego. La energía ya empezó a fluir, y eso que nos separaban unos metros. Mi corazón se aceleró en respuesta, pero lo hizo aún más cuando comenzó a acercarse a la cama con paso seguro y decidido. Se recostó a mi lado y se arrimó a mí, haciendo que los coloridos insectos de mi estómago casi se me saliesen por la boca. Su frente se pegó a la mía y entonces nuestras respiraciones ya se agitaron en nuestros labios. No hicieron falta palabras, sus ansias al mirarme ya lo decían todo. Mi picardías le había encantado. Empezó a besarme lentamente, acariciando mis labios con los suyos, que eran tan suaves y ardientes, mientras nuestros alientos lo hacían con una pasión desmedida. Los aleteos de mis mariposas se extendieron por todo mi cuerpo, estremeciéndome completamente, y mis manos se apresuraron a engancharse a su cuello y a su portentosa y ancha espalda. Se inclinó sobre mí y mi columna se echó sobre el colchón, dejando que él se acomodase entre mis piernas y me cubriera. Hacía meses que no podíamos adoptar esta postura, y mi cuerpo palpitó con más que gozo. Sus besos estaban cargados de deseo, pero seguían siendo calmados y meticulosos, así que despegué mis labios de los suyos. Nuestros bronquios exhalaban el aire con agitación; alzó un poco su rostro y se quedó mirándome, algo perdido. Llevé mi mano a su mejilla, al tiempo que enganchaba mi hambrienta mirada con la suya, y le dejé entrar en mi mente.

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Le mostré que quería que fuera de todo, menos delicado. Por supuesto me encantaba cuando me hacía el amor despacio, me moría con ello, para qué negarlo, pero llevaba meses siendo delicado y tierno conmigo en la cama. Ahora mi cuerpo pedía otra cosa, la ansiaba con urgencia, casi con desesperación. Le deseaba, le deseaba con toda mi alma, le amaba con toda mi alma. Quería que me poseyera con fuerza, que me tomase de esa forma salvaje y animal con la que sólo él sabía hacerlo, que se dejase llevar del todo. Eso hacía que yo también me sintiera completamente libre, pura, hacía que mi alma se desnudase y que volara junto a la suya sin prejuicios, sin tapujos, sin tabúes. Sólo éramos él y yo. Dos seres desnudos. Dos seres salvajes y libres que se amaban hasta la locura. Su mirada se encendió aún más al ver mis intenciones y entonces ya obtuve lo que quería. Nuestros labios se abalanzaron con locura a la vez, expirando toda la pasión que llevábamos dentro. Mis manos ya no sabían qué más hacer para tocarle, porque a pesar de que recorrían toda su piel, todo les sabía a poco. A las suyas parecía pasarles lo mismo. No perdimos mucho tiempo con los preliminares, después de todo, teníamos toda la noche para ese tipo de caricias y miramientos, pero no para saciar este deseo retenido de más de dos meses. El picardías vistió mi piel durante muy poco. Nos despojamos de nuestras ropas con ansias y fuimos directamente al grano. ―Si te hago daño, dímelo ―fue lo único que él me susurró en la boca. Asentí y aferré mis dedos en su pelo para que no se demorase más al tiempo que mis labios buscaban a los suyos para que no dejasen de rozarlos nunca. Lo hizo despacio, con delicadeza y cautela, pero cuando se unió a mí, todo encajó en su sitio, como antes, como siempre. Gemí y sonreí de placer, pero también con satisfacción, porque nada, absolutamente nada había cambiado entre nosotros. Todo era igual de maravilloso, mágico y excitante que siempre. Jacob observó mi reacción con atención, estudiando cada gesto de mi rostro, y al ratificar que todo iba bien, pasó a la acción. Comenzó a moverse dentro de mí justo como yo quería, dejando salir toda su pasión y deseo, sin dejar de mirarme, sin dejar que sus labios abandonasen a los míos, permitiendo que nuestros agitados jadeos se mezclasen mientras la

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energía viraba como un huracán a nuestro alrededor. Dios mío, todo mi cuerpo palpitaba ya, y acabábamos de empezar… Me encantaba cómo me miraba mientras empujaba una y otra vez, con ese fuego, mezcla de adoración, amor y pasión, mucha pasión. Que me deseara de esa forma me volvía completamente loca. Era la expresión de su rostro, su mirada de fuego, penetrante y sensual, la fuerza de sus ardientes manos, de su prodigioso y poderoso cuerpo, ver cómo perdía la cordura totalmente por mí. Eso hacía que yo también la perdiera por él, porque le deseaba y le amaba con toda mi alma. Y así sucedió. Ese primer orgasmo solamente fue el preámbulo de lo que nos deparaban las horas que teníamos por delante. Y las aprovechamos bien. La cama de dos por dos se nos quedó pequeña esa noche.

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INCIDENTE Ambos nos quedamos en el vestíbulo, parados. Jake me miró, mordiéndose el labio, algo descontento y fastidiado por la notificación que acababa de recibir por teléfono. ―No te preocupes, iré a buscarle yo en mi forito ―le calmé, acariciando su brazo. ―Es que me da mucha rabia ―resopló, poniendo los brazos en jarra al tiempo que miraba hacia un lado. Luego, volvió la vista a mí para seguir hablando―. Mira que llevo tras los dichosos neumáticos dos semanas y no había forma, nada, el distribuidor que para el jueves, y ahora que tengo cosas que hacer, se dan prisa y me dicen que los tienen para hoy ―chistó. ―Pues Anthony no puede quedarse más tiempo en casa de mi familia ―declaré, ahora mordiéndome el labio yo―. Están a punto de salir hacia Seattle para ir al teatro, ya tienen las entradas desde hace un mes. Aunque si quieres, les digo a mis padres que no vayan y se queden un poco más con Anthony hasta que salgas del taller y podamos ir a buscarle los dos, o les puedo decir que lo traigan ellos. No creo que les importe, es más, seguro que se quedan con él encantados. De eso estaba completamente segura. ―No, deja, si ya tienen las entradas desde hace un mes… ―suspiró. ―Bueno, cielo, no pasa nada. Entonces yo recogeré a Anthony en mi coche, y cuando llegues a casa, ya nos tendrás aquí y podrás verle. O mejor, ¿qué te parece si nos pasamos por el taller a buscarte? Así volveremos a casa los tres juntos ―le propuse. Por primera vez desde que colgó el teléfono, sonrió. ―Eso me gusta más ―afirmó, acercándose a mí para rodear mi cintura. La noche se nos había alargado más de la cuenta, hasta bien pasada la mañana, y hacía sólo un par de horas que acabábamos de estar

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juntos, pero mis mariposas se revolvieron por mi estómago con vehemencia, era inevitable―. Porque también quiero verte a ti y estar contigo, ¿sabes? ―Sí, lo sé ―le sonreí, llevando mis brazos a su cuello. Los dos ampliamos nuestras sonrisas y acercamos nuestros labios para que saciaran su sed un poco más. Me hubiera quedado así para siempre, saboreando sus suaves, afrodisíacos y ardientes labios que hacían que mis mariposas se volviesen locas, ese dulce y abrasador aliento que caldeaba todo mi cuerpo, y esa mágica energía que siempre nos envolvía, pero, desgraciadamente, se nos había hecho bastante tarde, así que no nos quedó más remedio que terminar el beso y despegarnos. Hablé cuando volví a recuperar la cordura. ―Tengo que ir a buscar a Anthony ―conseguí murmurar en su atrayente boca. ―Sí, claro ―asintió, separando nuestros rostros al tiempo que tomaba una buena bocanada de aire para recomponerse. Sonreí con satisfacción. A veces no me creía que un hombre como él suspirase por mí, me daba la sensación de que todo era un hermoso sueño, pero así era. Era real. ―Te veremos en el taller ―le dije, dándole un último beso, este en la mejilla, y despegándome de él del todo. Cogí las llaves, del recibidor, y abrí la puerta. ―Si salgo antes, te llamo al móvil, así que estate atenta ―me pidió. ―Sí, no te preocupes ―sonreí de nuevo―. Te quiero. ―Te quiero ―murmuró, mostrándome esa sonrisa torcida que me volvía loca. Le eché un último buen vistazo para que mis retinas se quedasen contentas y me di la vuelta para salir por la puerta, antes de que volviera a abalanzarme sobre él. Cerré a mis espaldas y me encaminé hacia mi Ford Festiva del 90 blanco, el cual se encontraba aparcado junto al garaje. En cuanto me subí y me puse el cinturón, arranqué y salí de nuestro jardín. Pegué dos bocinazos a modo de saludo cuando pasé por delante de la casa de Billy y él se asomó rápidamente a la ventana de la cocina para decirme adiós con la mano, sonriéndome. Salí a la carretera que lleva a Forks y le metí un poco más de caña al coche.

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Mientras mi forito avanzaba a gran velocidad, me puse a canturrear esa canción que estaban poniendo en la radio. No sabía ni el título, pero era muy pegadiza, la verdad. Recorrí la carretera de La Push, pasé a la de Forks, atravesé el pueblo, seguí por la autopista y llegué a la salida que daba al camino sin asfaltar que llevaba a la casa de mi familia. No tardé mucho más en dar con la gran vivienda. Estacioné el coche delante del porche y me bajé volando del vehículo. Estaba ansiosa por ver a mi pequeño Anthony. Subí las escaleras y abrí la puerta con las llaves que aún poseía. Nada más atravesar el umbral, ya vi a mis tíos y mis abuelos en el sofá. ―Hola ―saludé en general, con una sonrisa, cerrando la puerta detrás de mí. ―Hola, cielo ―me contestó mamá, con otra, hablando por todos. Mi madre estaba sentada en el sofá, junto a mi padre, que sostenía a Anthony en sus brazos. El niño estaba en uno de esos pequeños ratos en los que permanecía despierto, y toda mi familia estaba congregada a su alrededor para no perderse ni un detalle del mismo. Todos le miraban engatusados, en cambio, él, parecía estarlo solamente con mi padre, que era justo el que tenía delante. ―Déjame cogerlo un rato ―imploró Alice. ―Tú ya lo tuviste anoche ―se opuso mi padre. Mi tía le dedicó un mohín. Me acerqué a ellos con paso presto. ―¿Qué tal se ha portado? ―quise saber, mirando a mi hijo. Estaba doblemente envuelto en una manta, para que no cogiera frío en ninguno de los brazos que le rodeaban y que se peleaban por tenerle. Era una solemne tontería, pero hasta me fijé en si había crecido algún centímetro que me hubiese perdido. No lo había hecho en absoluto, por supuesto. ―Estupendamente ―sonrió mamá, sin dejar de observar a Anthony con ese embobamiento―. Se ha tomado el biberón en las horas señaladas y no ha llorado nada en toda la noche. ―Sí, es un tragón ―me reí, recordando las palabras de Jake. Mi madre por fin bajó de su nube y me miró. ―Por cierto, ¿dónde está Jacob? Papá estaba tan atontado con el bebé, que ni siquiera se había fijado en mi mente, así que no les había anunciado nada antes de que yo llegase.

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―El distribuidor de neumáticos le ha llamado para avisarle de que se los van a llevar hoy y ha tenido que irse al taller, por eso he venido yo a buscar a Anthony ―le desvelé, extendiendo mis brazos hacia él, con una sonrisa. Ya me moría por cogerlo y comérmelo a besos. Mi padre se levantó y me pasó a mi hijo, con suma delicadeza. En cuanto su cabecita se posó en mi brazo y sus ojitos verdes me vieron, Anthony sonrió y pataleó al aire con alegría, levantando la manta que cubría su pequeño cuerpo. Tenía poco más de un mes, sin embargo, parecía mentira, pero ya me reconocía, y siempre reaccionaba de la misma forma al verme. No podía evitar emocionarme y sentirme extremadamente feliz cada vez que veía esa carita entusiasmada. ―Hola, cielo, mamá ya está aquí ―le susurré, sonriéndole. Alcé mi brazo un poco para que su rostro llegase mejor, inspiré el maravilloso aroma dulce y fresco de su piel, el cual estaba mezclado con una colonia infantil que alguien le había echado, y le di una serie de besos tiernos en uno de sus mofletes. Me apetecía achucharle y comérmelo, pero era tan pequeñito todavía, que tenía miedo de hacerle daño. Cuando bajé mi brazo, los almendrados y grandes ojos de Anthony me miraban y brillaban con más felicidad, con esa inocencia infantil de un bebé, y mantenía una sonrisa más amplia que la de antes. Me recordaba tanto a su padre… ―Le he puesto este conjunto tan mono ―me indicó Alice de pronto, destapando a Anthony para que lo viera. Mi tía le había ataviado con un conjunto formado por una camiseta de rayas blancas y verdes estampada con el dibujo de un hipopótamo y unos pantaloncitos cortos a juego de recién nacido que se sujetaban por medio de unos anchos tirantes. ―Lo elegí yo ―afirmó Rosalie, sonriendo y alzando la barbilla con un orgullo que se desbordaba por todos sitios. ―Bueno, pero el conjunto lo compré yo ―rebatió Alice, sin dejar de sonreír, aunque alzando el mentón también. ―Pero tú le ibas a poner otro conjunto, y yo elegí este ―insistió Rose, con la misma pose de antes, si bien ahora más forzada. Alice la miró, entornando los ojos. ―Haya paz, por favor ―rogó Esme. ―Gracias a las dos ―intervine yo, sonriéndoles para aliviar esa liviana tensión entre ellas―. Anthony está guapísimo, ¿verdad,

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cielo? ―y le hice una carantoña a mi bebé a la vez que le acariciaba los mofletes con el dedo. Anthony correspondió con otra sonrisa y otro pataleo al aire. Le sonreí. Era tan adorable. Tan adorable y risueño como su padre. Me fijé en que sus mejillas estaban un poco coloradas, así que retiré la manta que le cubría y le dejé sólo con la ropa que llevaba puesta, hoy también hacía mucho calor. Sus piececitos descalzos volvieron a patear la nada, contento por verse libre. ―Con razón le llamaba mi pequeño pateador ―sonrió mamá, acercándose a él para darle un beso en la mejilla, ya totalmente embaucada por los encantos del niño. ―Sí, sigue siéndolo fuera de la barriga ―me reí. ―Es un niño adorable, sin duda ―declaró Rosalie, pasando los dedos por el pelo del bebé―. Y muy, muy guapo. ―Bueno, ya está bien ―protestó Emmett, en broma―. Vamos a tener que ponernos celosos de este renacuajo. ―Coincido contigo ―le apoyó Jasper. ―No digáis tonterías ―bufó Rosalie. Emmett se carcajeó. Me lo estaba pasando muy bien, pero ya se me estaba haciendo tarde. Jake no tardaría mucho en terminar su tarea en el taller con el distribuidor de neumáticos, y quería llegar a tiempo para recogerle. ―En fin, tengo que irme ―suspiré. ―Nosotros también ―cayó mi madre, mordiéndose la uña del dedo pulgar, sin dejar de observar a Anthony. ―No te preocupes, mamá, ya le dejaré aquí otro día ―le calmé. No me importaría nada repetir otra noche como esta, y viendo que ellos estaban tan encantados de tenerle aquí, seguro que la repetíamos en alguna otra ocasión. ―No quiero meteros prisa, y yo también disfruto mucho con la compañía de Anthony, pero debemos partir ya hacia Seattle si no queremos llegar tarde a la obra ―apremió Carlisle. ―Sí, iros ya ―les azucé, acercándome hacia el portabebé para coche que reposaba junto a la puerta―. Nosotros nos vamos ahora. ―Espera, déjame despedirme de él ―me pidió mamá, poniéndose a nuestro lado como un invisible rayo.

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En menos de un latido de corazón, mis tías y Esme la acompañaban. Se pusieron a darle besos y a agasajarle con carantoñas y arrumacos, hasta que mi padre se metió por el medio y salvó al pobre Anthony. ―Yo también quiero despedirme de mi… de Anthony ―corrigió. Acercó su rostro marmóreo y blanquecino al mestizo de su nieto y le dio un tierno beso en la frente. Anthony le dedicó una de sus alegres sonrisas y mi padre se quedó embobado. Mi madre aprovechó la ocasión para darle otro beso al bebé. Se quedó observándole con una sonrisa bobalicona, le acarició la mejilla con el dedo y se colocó junto a mi padre, tomándole de la mano. ―Bueno, ya que estáis, yo también voy a despedirme de mi sobrino ―declaró Emmett, abriéndose paso entre todos con su enorme corpachón. Le dio un beso en la frente con sus mejores intenciones, pero cuando se estaba despegando del niño, éste se puso tan contento, que sin querer, le propinó una patada en el mentón con uno de esos pataleos que todavía no controlaba bien. A mi tío no le pasó nada, claro, pero Anthony empezó a llorar, ya que la barbilla de Emmett era dura como la piedra. ―Vaya por Dios ―lamentó papá, mirando a Anthony con algo de angustia. ―Emmett, tienes que tener más cuidado ―le regañó Rosalie―. Es un bebé humano. ―Lo siento ―se disculpó Em, preocupado. ―No pasa nada ―le sonreí mientras acunaba al niño y lo balanceaba para que se calmase. Cogí su pequeño pie y se lo examiné. No tenía nada, por supuesto, solamente se había hecho daño por el golpe―. Ya está, ya está ―le dije al bebé, arrullándole. Luego, me dirigí a Emmett―. No ha sido nada, tranquilo. Cogí el chupete que estaba enganchado en la camiseta de Anthony y se lo metí en la boca para que se tranquilizase. A los dos segundos se puso a succionar y se calló. Le limpié las dos lágrimas que le habían caído, con los dedos, y seguí acunándole otro poco. ―Como para hacerle algo ―suspiró Em, más tranquilo―. Si Jacob se entera, me mata ―bromeó. ―Sí, ya te veía huyendo del país ―se mofó Jasper. Emmett se volvió a carcajear. ―Bueno, tenemos que irnos ―repetí, ahora con más prisas. ―Claro ―asintió mi madre―. ¿Vais en tu coche?

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―Sí ―asentí, agachándome hacia el portabebé. ―En fin, no hace falta que te lo diga, pero conduce con cuidado. ―Sí, no te preocupes ―recosté a Anthony, que ya estaba durmiéndose, y le sujeté bien con las cintas. ―Está todo en la bolsa ―me indicó papá, cogiendo la misma del suelo para ayudarme―. Ah, y ya hemos esterilizado los biberones. Me alcé, sosteniendo el portabebé por la asidera. ―Gracias. A todos ―les sonreí. ―De nada, cariño. Cuando quieras, aquí estamos ―me correspondió Rosalie. Por su tono de voz y por su continua mirada clavada en Anthony adiviné que ese cuando quieras esperaba que fuera muy pronto. ―Sí, lo sé ―reí―. Bueno ―me giré hacia la puerta y la abrí―, pasadlo bien en el teatro. ―Así lo haremos ―sonrió Jasper. Salí hacia el exterior, seguida de mi padre, que cargaba con la bolsa de Anthony, y de mi madre, que no cargaba con nada, pero que seguro que quería darle un último beso al bebé. El resto se quedó en el umbral. ―Hasta mañana ―me despedí, de camino al coche. ―Hasta mañana ―me respondieron los que quedaron atrás. Mientras mi padre me ponía la bolsa en el asiento trasero, yo colocaba el portabebé en el delantero y lo enganchaba con el cinturón de seguridad. En cuanto saqué mi cabeza del hueco de la puerta, mamá metió la suya para besuquear a Anthony un poco más. Me reí, porque la escena ya me daba la risa. Mamá no se cansaba nunca. Después, mi padre cerró la puerta y se acercó a mí para despedirme con un beso. Mi madre hizo lo mismo, pero cuando terminó con Anthony. Les di un beso a ellos también y me metí en el coche. Iba a pegar otro par de bocinazos como salida triunfal, pero me contuve, puesto que Anthony ya estaba dormido, así que me limité a despedirme con la mano y también aproveché para apagar el estéreo. Recorrí la senda que llevaba a la vivienda de mi familia y llegué a la autopista. Anduve varios kilómetros, tomé la salida que llevaba a Forks, atravesé el pueblo y terminé girando para acceder a la carretera de La Push. Los árboles que se presentaban a lo largo del recorrido se iban disgregando con velocidad a ambos lados según pasaba mi forito blanco, aunque las blancas y abundantes nubes que inundaban el cielo azul

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parecían quedarse estancas en el mismo sitio, como si en realidad no avanzásemos nada. Dentro del vehículo lo único que se escuchaba era el rugido del motor y los latidos desacompasados del corazón de Anthony y del mío. Ahora que la circulación de otros coches era prácticamente inexistente y que la carretera presentaba un trayecto recto, aproveché para echarle un fugaz vistazo a Anthony. Tenía la cabeza ladeada y seguía durmiendo plácidamente, con el chupete puesto. De repente, pegué un brinco en el asiento cuando mi pulsera comenzó a vibrar de una forma inopinada e insistente. Eso hizo que mirase a la carretera de inmediato. ―Oh, Dios mío… ―fue lo único que me dio tiempo a murmurar, con nerviosismo y urgencia. Mi pie se clavó en el freno y el coche se detuvo bruscamente, provocando que las ruedas chirriasen un poco en el asfalto, del derrape de la frenada, y que el vehículo pegase un cabezazo hacia delante mientras el cinturón tiraba de mí para mantenerme en el asiento y me ahogaba. El enorme pino que seguía la fila de árboles que bordeaban la carretera se cayó justo delante de mis narices, pero gracias al aviso de mi aro de cuero, a mis reflejos y a los buenos frenos de mi forito, lo hizo a un par de metros y nos salvamos por los pelos. Eso sí, el coche se me caló. Lo primero que hice fue quitarme el cinturón de seguridad y girarme para asistir a Anthony, que rompió a llorar. El cinturón también había agarrado al portabebé, así que no tenía nada, simplemente un buen susto que le había despertado. Quité las cintas que rodeaban su cuerpo y lo saqué de ahí para arroparle en mis brazos. ―Ya está, mi vida, ya pasó ―le susurré al tiempo que lo meneaba un poco y le daba un beso en la frente. Salí del coche para mirar qué había pasado, sosteniendo al bebé en mis brazos, pero también por seguridad. Si otro vehículo, por lo que fuera, venía lanzado y distraído, podía darnos por detrás, así que era peligroso quedarse dentro. Además, la pulsera seguía vibrando, señal de que se acercaba algún tipo de peligro. La enorme copa cónica del pino yacía en el suelo, obstaculizando toda la calzada. Observé lo que quedaba en pie del tronco, extrañada. ¿Por qué se habría quebrado? No tenía pinta de estar enfermo o dañado. Pero Anthony demandaba toda mi atención. Me fui hacia el arcén para tranquilizarle un poco. Después, tendría que llamar para avisar de

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este incidente y que alguien se ocupase de retirar el árbol, y para avisar a Jake de que ya no me daría tiempo a ir a buscarle al taller. Qué fastidio. Suspiré y me centré en mi hijo. Acaricié sus mejillas mojadas y le enjugué las lágrimas. Luego, le puse en chupete, que ahora colgaba de la cadena de plástico enganchada a su camiseta. Anthony se calmó un poco y dejó de llorar, sin embargo, mi pulsera no estaba tan tranquila, porque de pronto volvió a vibrar con alarma. No me dio tiempo ni de preguntarme qué estaba pasando. En cuanto mi vista se alzó para mirar a la carretera, todo mi cuerpo se paralizó, hasta mi corazón se detuvo. Alina, Keiler y Zhanna estaban frente a mí, a unos escasos cinco metros, ni siquiera les había oído salir de donde fuera. Todos clavaban sus miradas rojas de sangre en mí, sin quitarme ojo, pero la mirada de Alina era espeluznante. Sus encarnados ojos destilaban un odio que iba más allá de una enemistad, sin embargo, un calambre helado y gélido atravesó todo mi cuerpo cuando llevó sus desquiciadas y despiadadas pupilas hacia Anthony. Esas pupilas clamaban venganza, la reclamaban a voces, y supe con total certeza que no buscaba pelea, lo que buscaba era matarnos sin cuartel y torturarnos, en un ojo por ojo. No, no, no... Mi pequeño Anthony… ―No… ―murmuré, horrorizada, apretando a Anthony contra mí a la vez que mi mano le cubría para protegerle―. ¡No! ―grité después, dándome la vuelta precipitadamente para echar a correr hacia el bosque que limitaba con la carretera. El niño empezó a llorar de nuevo, debido al agitado desplazamiento, y mis piernas se movían muy deprisa, pero no lo suficiente. Tenía que transformarme para que mis movimientos fueran menos bruscos, si el bebé seguía llorando, sería imposible zafarse, y para ser más rápida, a esta velocidad nunca podría huir de ellos. Busqué el fuego en mi interior y lo llevé por toda mi espalda, dejando que fluyera libre. Mi corazón latió una última vez a su ritmo normal, y mi cuerpo entró en un estado casi vampírico completo. Ahora mi corazón apenas latía, se mantenía en un estado de aletargamiento, paciente, mis piernas avanzaban a la velocidad del sonido y mis movimientos eran más sutiles y ligeros. Sin embargo, mi piel era helada y mis brazos pétreos y duros, era por eso que tenía que tener un extremo cuidado con mi hijo. Cualquier mal movimiento podría poner su

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vida en peligro. Procuré no tocar su cálida piel directamente, abarqué su delicado cuerpo con esmero y aceleré. No sabía a dónde me dirigía, pero tenía que buscar a la manada. Sin Jacob en su forma lobuna, no podían oírme, así que no me quedaba otra. Anthony ya no lloraba, aunque se le notaba incómodo y algo asustado. Mi pequeño Anthony… Saqué el móvil de mi bolsillo y marqué el número de Jake a toda mecha. Mis ojos buscaban frenéticamente algún movimiento entre los árboles, alguna señal de pelajes conocidos. ―Hola, cielo, ¿ya estáis llegando? ―contestó Jake en cuanto descolgó, se notaba que con una sonrisa. ―¡Jake! Ya no pude decir más. Un golpe seco y veloz en mi mano me tiró el móvil al suelo. Me giré y vi horrorizada a Keiler a mi lado, que me sonreía con una mezcla de jugueteo y maldad. Era la caza de un gato con su ratón. ―Hola, preciosa ―sonrió, de una forma maquiavélica. ―¡No! ―grité, yéndome al otro lado. Pero alguien más se interpuso. ―¡¿A dónde te crees que vas?! ―me paró Zhanna, ella sin sonreír nada. ―¡Dejadnos en paz! ―chillé, pegando un acelerón para zafarme de esos dos hostigadores. Mis pies se vieron obligados a frenar cuando Alina salió de la nada por los aires y cayó justo delante de mí, aterrizando al igual que lo haría una gueparda. ―¡Maldita! ¡No escaparás! ―voceó, fuera de sí, levantando su brazo a modo de zarpa para asestarme el golpe de gracia. Mi espalda chocó con Zhanna y Keiler, y me quedé sin escapatoria posible. ―¡NOOO! ―grité, cubriendo a mi bebé con el brazo. Estaba a punto de pegar un brinco hacia arriba a la desesperada, aun sabiendo que Zhanna y Keiler harían lo mismo para atraparme, cuando otra voz intervino. ―¡Basta! ―ordenó esa voz. La mano en forma de garra de Alina se quedó trabada en el aire y sus dientes rechinaron de una forma audible. Por su expresión me percaté de

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que ese movimiento no había obedecido a su voluntad, sino que algo la había obligado a hacerlo. Y no tardé nada en adivinar qué había sido. El día que me atacó en el Jeep de Emmett mi pulsera me había dejado verlo con claridad, ya que ese don era invisible, como todos los dones de los vampiros, así que si lo había visto, había sido gracias a ella. Ezequiel me había explicado que el aro de cuero había sido adormilado para que no pudiera actuar, pero como desde hace un tiempo la pulsera gozaba de más poder, sí que había conseguido mostrarme eso, como un último intento de ayuda. Y en esta ocasión también volvió a mostrármelo. Mi pulsera vibró y ratificó mis sospechas al dejarme verlo con claridad. La imagen apareció borrosa al principio, sin embargo, al segundo se volvió nítida y clara. El látigo negro rodeaba la muñeca de Alina y le impedía mover el brazo. Sí, era el látigo negro de la sombra.

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VENGANZA Mis muelas chocaron las unas contra las otras cuando le vi salir, y mi aro de cuero rojizo vibró con fuerza, casi gruñéndole. De entre la umbría que perfilaban los árboles, apareció la sombra, ataviado con su inconfundible casaca negra y esa capucha que le ocultaba la mitad del rostro. Avanzó con paso tranquilo y seguro, sosteniendo todavía su látigo negro para que Alina no pudiera moverse, y se plantó delante de nosotros. Mi espalda estaba pegada a Zhanna y a Keiler mientras mis bronquios sacaban el aire con agitación y temor. No me sujetaban, porque tampoco hacía falta, mi huída era imposible. Envolví a Anthony con más vehemencia, rezando para que Jacob hubiera escuchado mi grito y viniera a salvarnos, aunque mi pulsera temblequeaba en mi muñeca, dispuesta a todo. Ésta había estado a punto de erigir su barrera cuando Alina había intentado atacarnos, pero la voz de la sombra provocó que no actuara, ya que no le había hecho falta hacerlo. Aún así, mi aro de cuero volvió a reaccionar y nos envolvió con su burbuja enseguida, impeliendo un poco a los dos vampiros que nos acosaban hacia atrás, pegándoles un calambrazo que no fue a más porque ambos se alejaron a tiempo. ―¡La pulsera ha erigido su barrera! ―desveló Zhanna, apartándose algo más, aunque permaneció cerca de nosotros. ―¡Pulsera endemoniada! ―bufó Keiler, siseando. Me pregunté por qué la sombra había detenido a Alina. Me hubiera sentido algo más aliviada por eso si no fuera porque me temía que las intenciones del vampiro eran exactamente las mismas que las de su compañera: la venganza. Y mis temores se ratificaron al instante. ―¡Déjame matarla! ―le rugió ésta a la sombra, mostrándole la dentadura con rabia, al tiempo que se revolvía furiosamente para intentar deshacerse del látigo que la incordiaba.

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―Mujer obstinada ―masculló él, enfadado, dirigiéndose a Alina―. Te dije que yo mismo quería encargarme de ella. Ya te lo advertí, ¿es que quieres que esa pulsera te desintegre, como hizo con Natasha? Escuché cómo Zhanna machacaba las muelas a mis espaldas, aunque a Alina ese recordatorio no pareció importarle demasiado. Sus ganas de matarme iban por otro lado. ―¡Yo también quiero mi venganza! ―chilló la vampira, rabiada, intentando abalanzarse sobre mí―. ¡Ella es la causa de que Razvan esté muerto! ―¡¿Acaso osas desobedecerme?! ―bramó la sombra, tirando de su látigo. Alina fue arrancada del suelo y el chorro negro la lanzó con brusquedad y violencia en la dirección opuesta, haciendo que su espalda se estampase contra una enorme roca. La piedra llena de musgo no soportó el estallido de su columna vertebral y se partió a la mitad, del potente impacto. Los trozos de piedras tocaron el suelo a la vez que la vampira. ¡Nessie, ¿dónde estáis?! ¡¿Qué está pasando?!, me preguntó de pronto Jake, hablando con urgencia. Sus ojos comenzaron a mostrarme el camino que inició por el bosque al acabar de transformarse. Lo hacía con apremio y vivacidad. Mi grito por teléfono había servido para darle la voz de alarma, eso había hecho que él saliese en nuestra busca. Mi respiración se agitó más, pero esta vez con esperanza, y tuve que controlarme para que no se me notase. ¡Es la sombra y los sirvientes de Razvan!, le revelé al tiempo que Alina se incorporaba para ponerse en pie. ¡Están aquí, quieren vengarse! ¡Malditos chupasangres!, protestó Paul. Ahora la manada también podía escucharme, y podía notar cómo todos los lobos que estaban de turno prestaban suma atención, ya echando a correr para buscarnos a Anthony y a mí. ¡¿Dónde estáis?!, quiso saber Jake, que ya recorría el frondoso bosque como una bala. Alina se puso en pie y observó a la sombra con furia, aunque aceptó su subordinación. No tengo tiempo de explicártelo todo, pero mi coche está parado en la calzada, justo antes del cruce con la carretera Quillayute, le expliqué, con nerviosismo. Eché a correr hacia el bosque, por la derecha. No estamos muy lejos de allí.

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¡De acuerdo, estaré ahí en un momento! ¡Nosotros también estamos de camino!, anunció Embry. ―No olvides que ahora yo soy tu amo ―le dijo la sombra a Alina; no podía verle las pupilas, pero por su tono de voz, adiviné que la miraba con dureza. Los dientes de Alina chirriaron, pero asintió. ―Sí, amo ―vocalizó con rabia, entornando los ojos. La sombra se giró para mirarme, y percibí cómo su vista de rencor e inquina se clavaba en mí para apuñalarme. ―¿Qué queréis de mí? ―le pregunté, con rapidez, para que perdiera un poco de tiempo. ―Lo sabes de sobra ―me respondió, usando ese acento del este con severidad a la vez que daba unos amenazantes pasos a mi alrededor. Las vibraciones de mi pulsera aumentaron, y eso no me gustó, porque ella no se sentía muy segura, lo notaba, así que no era muy difícil deducir que la sombra se traía algún truco sucio entre manos. Mis brazos apretaron a mi bebé un poco más, no mucho, porque no quería hacerle daño. Jake estaba en su forma lupina, y eso me permitía ver el alma reluciente de Anthony, un alma pura y brillante, inocente. Nuestro hijo se mantenía en silencio, aunque seguía estando algo asustado, ya que sus ojitos permanecían abiertos. Mi pequeño Anthony, parecía que comprendiese lo que estaba pasando. La sombra continuó hablando. ―¿Creías que tu lobo iba a matar a mi señor y que todo se iba a quedar así? ―de repente, sus pies se detuvieron a mi lado y se arrimó todo lo que pudo a mi oreja. La barrera que nos envolvía a Anthony y a mí chispeó un poco como advertencia, sin embargo, eso no pareció importarle―. Yo me encargaré de vengarle ―aseguró, agravando la voz con un gruñido. Me alejé de él, apretando la dentadura, al tiempo que mi aro de cuero retumbaba en mi muñeca. ―¡¿A qué esperas?! ―le reprendió Keiler, nervioso―. ¡Mátalos ya! ¡El Gran Lobo no tardará en venir, esta furcia le ha llamado! ―¡Sí, mátalos antes de que sea demasiado tarde! ―le siguió Zhanna. La boca de la sombra se retorció en una tétrica sonrisa. ―Por suerte, Razvan me dejó algo en herencia. De repente, metió la mano por dentro de su casaca y la sacó con rapidez, echando unos conocidos polvos parecidos al pimentón en nuestra

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dirección. Eran los mismos que habían dormido a mi aro de cuero cuando Razvan había intentado matar a mi bebé. Mi pulsera volvió a vibrar, esta vez con urgencia. ―¡Noooo! ―grité, dándome la vuelta para huir. ¡Nessie!, rugió Jake. Y su rugido se escuchó muy cerca. De nada sirvió. En cuanto el polvillo carmesí tomó contacto con la barrera de mi aro de cuero, ésta se desintegró. Mi pulsera intentó sacudirse de nuevo para erigir una nueva, sin embargo, comenzó a perder fuerza progresivamente, hasta que se sumió en un letargo involuntario sin que pudiera hacer nada para impedirlo. No me dio tiempo a chillar. ―¡¿A dónde te crees que vas?! ―me paró Keiler, con una sonrisa malvada, interponiéndose en mi camino. Pero Alina no perdió ni un segundo. En cuanto mi pulsera se quedó fuera de combate, vio su oportunidad. ―¡La mataré! ―voceó, abalanzándose sobre mí, fuera de sí. Me giré hacia ella, preparada para proteger a mi bebé con mi vida. ―¡Maldita mujer! ―la detuvo la sombra, enganchándola con su látigo por el cuello―. ¡Ya te dije que la venganza es mía! Alina se llevó las manos a la garganta cuando el látigo la apretó. Creí que se la iba a romper, pero la sombra optó por lanzarla otra vez hacia atrás, haciendo que su espalda volviera a estallar contra la misma roca de antes. ―Ahora te enterarás ―sonrió Zhanna, llevando sus manos hacia mí con la intención de sujetarme. ¡Nessie!, volvió a rugir Jake. Su iracundo rugido ya estaba prácticamente aquí, hasta Keiler miró a un lado, nervioso. Sin embargo, Zhanna no llegó a tocarme. ¡Tranquilo, ya estamos nosotros aquí!, exclamó Leah, saliendo de entre los árboles con un salto, en medio de unos rugidos estremecedores que se escuchaban tras ella. Leah empujó a la mujer vampiro con sus patas delanteras y ambas cayeron rodando por el suelo mientras el resto de lobos saltaban para rodearnos a Anthony y a mí. ¡Bravo, hermanita!, aclamó Seth. La loba se puso en pie en un santiamén para reforzar ese círculo lupino que el bebé y yo teníamos alrededor. Bien, aguantad, ya estoy cerca, nos anunció mi lobo.

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―¡Maldita loba! ―chilló Zhanna, levantándose. ¿Estáis bien?, me preguntó Leah, echándonos un fugaz vistazo. Sí, le respondí, con alivio. ―¡Son ocho! ―masculló Alina, rabiada, desde la distancia―. ¡Será imposible vencerles! Eso dalo por seguro, afirmó Paul, dedicándole un gruñido amenazador. ―¡Te lo advertí! ―le recordó Keiler a la sombra, con evidentes signos de histerismo―. ¡Vamos a morir todos! No hacía más que mirar a su alrededor, esperando a que otro estremecedor rugido del Gran Lobo saliese de entre la espesura del sotobosque. ―¡Silencio, cobarde! ―le amonestó la sombra, pegándole un latigazo en la espalda. Keiler gritó de dolor y se cayó de rodillas, hundiendo las manos en el terreno. Alina y Zhanna le sisearon para recriminárselo, pero la sombra no se detuvo, aunque su siguiente ataque no fue dirigido a ellas. Lanzó su látigo contra los ocho lobos, que nos protegían a Anthony y a mí dentro del círculo que habían formado. ¡Cuidado!, voceó Shubael. ¡No podremos detenerlo!, se percató Jared al mismo tiempo. ¡Ay, madre!, lamentó Isaac, cerrando los ojos para prepararse a resistir el azote. Pero el látigo fue interceptado. Una alargada y potente elipse dorada salió como un meteorito y golpeó al chorro negro de la sombra, desviándole de su trayectoria primero, haciendo que el vampiro lo retirase después. La sombra y sus secuaces ya sabían de quién se trataba, pero los lobos lo ratificaron cuando alzaron sus cabezas y aullaron al cielo, escondiendo las colas entre las patas, en señal de respeto y sumisión. Entonces, mi Gran Lobo apareció de entre la penumbra del boscaje, abriéndose paso con una lentitud inquietante y desafiante, clavándole esa mirada extremadamente agresiva a su contrincante. Era impresionante y espectacular, por su tamaño y poder, y no pude evitar que mi deslumbramiento y orgullo se reflejaran en mi rostro. Su majestuosidad y grandeza me abrumaban incluso a mí. Mi lobo vadeó a través de sus hermanos con ese paso elegante, cadencioso y lleno de determinación y se colocó a mi lado, ante las

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atónitas y aterradas miradas de Alina, Zhanna y sobre todo Keiler, que consiguió levantarse del suelo, no sin algún torpe tropiezo que otro. La manada se colocó detrás de Jacob automáticamente, en formación, dejándole todos los honores a su líder. Jacob nos echó un vistazo a su hijo y a mí, nos olisqueó para verificar que no teníamos rasguño alguno y acto seguido regresó su amenazante mirada hacia la sombra, agazapándose para lanzarle un rugido que hizo temblar hasta la tierra que pisábamos. ¡Malditos chupasangres! ¡Ya me tenéis más que harto!, bramó mi enorme lobo rojizo cuando rugió. Anthony se asustó, pero era un bebé fuerte y valiente como su padre y no llegó a llorar, tan sólo se revolvió un poco en mis brazos. ―Tranquilo, cielo, es papá ―le susurré. Bastó con que le meciera un poco y le diera un beso en su sedosa y caliente mejilla, para que se calmara. Yo también estaba completamente relajada, ahora que Jake estaba a nuestro lado, ya no tenía absolutamente nada que temer. Sin embargo, todos pudimos ver los vahos azulados de los vampiros que teníamos delante, rezumaban hacia las copas de los árboles. ―¡No! ¡Vamos a morir todos! ―gritó Keiler, con pavor, echando a correr para huir. No fue el único. Alina abrió los ojos, horrorizada, ya no era tan osada, y Zhanna se unió a ella cuando la primera comenzó su escapada. ¡Cretinos!, gruñó Jake. La sombra no pudo hacer nada para evitar que sus cómplices desertasen y le dejaran plantado, y tampoco para impedir el feroz ataque de Jacob. Mi lobo no perdió más tiempo, erigió su círculo de luz brillante y lo calentó instantáneamente. El vampiro encapuchado sólo pudo rechinar los dientes con apuro y levantar un pie para acompañar a sus aliados cuando se percató de lo que Jacob iba a hacer. La onda expansiva estalló y comenzó a recorrerlo todo vertiginosamente. Los alaridos de Keiler, Zhanna y Alina se apagaron de inmediato, pues el abrasador fuego los pulverizó ipso facto. Sin embargo, cuando quisimos darnos cuenta, la sombra había enganchado su látigo negro a la alta rama de un árbol y, como si fuera el artista de un número de circo, se había elevado por los aires, salvándose por los pelos de la energía abrasadora. ¡Esa escoria intenta huir!, avisó Isaac.

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¡Ni hablar!, protestó mi lobo, erigiendo una de sus elipses. La lanzó contra la sombra con rapidez, pero el vampiro consiguió esquivarla milagrosamente, gracias a la ayuda de su látigo. Éste chocó contra la elipse y la desvió de su trayectoria. ¡Maldita sanguijuela!, se quejó Jacob. ¡Jake, se va a escapar!, le advertí, al ver cómo el vampiro ya saltaba hacia otra rama. Confiaba al cien por cien en el poder de Jake, pero ya había visto tantas cosas, que por si acaso. Tranquila, nena, me calmó él, muy seguro de sí mismo. Cambió la elipse por el círculo de fuego otra vez y lo retrajo hacia sí mismo, al igual que haría con la goma de un tirachinas para que cogiera impulso. Cuando lo soltó, la onda expansiva salió despedida en todas direcciones a la redonda, aunque esta vez la dirigió hacia arriba, a la velocidad de un letal torpedo. La sombra miró hacia atrás y rechinó la dentadura de nuevo, pero poco más pudo hacer contra el poder del Gran Lobo. Pegó otro elevado brinco para abordar otra rama, sin embargo, en el mismo instante en que hizo esto, la onda expansiva de fuego le barrió con furia, llevándose hasta su alma malva y maligna. Le tapé los oídos a mi hijo para que no escuchase esos escalofriantes bramidos de dolor, aunque las cenizas negras de la sombra se cayeron de las alturas y tocaron la tierra súbitamente, así que los gritos cesaron pronto. ¡Así se hace, Jake!, alabó Embry, lanzando un aullido al viento. Sus hermanos corearon más aullidos para acompañarle. Hay que ser tonto para venir aquí en busca de venganza, chistó Leah. Ni que lo digas, coincidió Isaac. Bueno, pero ahora todo ha terminado, dijo Jake. Ya nadie vendrá a vengar nada. Los lobos volvieron a aullar al cielo, como celebración. Jacob corrió como un bólido y se ocultó detrás del tronco de un enorme abeto. Cuando salió, lo hizo a dos piernas, vistiendo solamente esos pantalones cortos de color negro que le sentaban tan, tan bien. Fue suficiente con ver su rostro para adivinar qué quería hacer, y en cuanto llegó a mí, no perdió más tiempo. No podía pegarme a él del todo, puesto que uno de mis brazos sostenía a Anthony, pero Jacob me agarró de la cintura y me arrimó a su

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cuerpo, permitiendo que mi costado se adosara bien a él. Mi mano suelta enseguida se apresuró a abalanzarse a su cuello en el mismo momento en que sus labios comenzaron a entrelazarse con los míos con esa pasión tan desbordante. La energía también explotó a nuestro alrededor, casi como la onda expansiva de fuego, y mis mariposas no podían aletear más fuerte. Ahora que yo estaba en mi condición de un vampiro casi completo, su boca era más ardiente y su aliento más abrasador, sin embargo, su impetuoso hálito seguía siendo dulce y embriagador, se introducía por mi laringe, proporcionándome un placentero calor, y sus labios, afrodisíacos y atrayentes, era imposible soltarlos. Su cuerpo emanaba ardor por doquier, sus manos acariciando mi espalda, su boca moviéndose con la mía con ese compás, su aliento... Todo, todo en él era caliente y cautivador, y no tardé nada en caldearme. Terminamos el beso un poco a regañadientes, aunque ambos sabíamos que de momento teníamos que dejarlo aquí. Mantuvimos nuestras frentes unidas, si bien tomamos una buena bocanada de aire para regresar a este mundo. ―¿Estáis bien? ―murmuró, despegando su rostro del mío para observar a Anthony. Tuve que obligarme a reaccionar para contestarle, a poco más, y tengo que pellizcarme. Era tan guapo, tan perfecto, tan él... ―Sí ―sonreí, mostrándole a su hijo―. La manada llegó a tiempo. Anthony sonrió al ver a su padre y sus pequeñas piernecitas empezaron a patalear al aire, como había hecho conmigo cuando me había reconocido. Jake correspondió su sonrisa y lo cogió. Yo se lo pasé encantada, porque sus brazos eran más cálidos que los míos, y seguro que mucho más cómodos. ―Somos rápidos, ¿eh? ―presumió Shubael. Giré el rostro hacia la manada, un poco sorprendida. No me había dado cuenta de que ellos también habían adoptado su forma humana. ―Sois geniales ―le sonreí. Shubael se rió y el resto de los metamorfos chocaron sus puños como celebración, también entre risitas satisfechas. ―¿Cómo estás, colega? ¿Te han torturado mucho las locas de tus tías? ―le dijo Jacob a Anthony. El niño volvió a sonreír y a lanzar pataditas con entusiasmo―. Ya, me imagino ―le contestó mi chico, como si su hijo le hubiera dicho algo. Luego, alzó el rostro para

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mirarme―. Este crío apesta a colonia ―reparó, arrugando la nariz―. ¿Qué le han estado haciendo? Madre mía. ―Rose dice que los bebés tienen que oler a bebés ―me encogí de hombros. ―La piel de A. J. ya huele estupendamente ―afirmó, frunciendo un poco el ceño. Empecé a notar la quemazón al final de mi paladar. ―Tengo sed ―le comuniqué. ―Ugh, ya empezamos ―se respingó Jared. Le dediqué un mohín. ―Te acompañaré a cazar algo ―dijo Jacob. ―Trae, yo cuidaré de A. J. mientras tanto ―se ofreció Leah, encantada, ya extendiendo los brazos hacia el bebé. ―Gracias ―le sonrió mi chico, pasándole al niño con cuidado. Leah lo arropó entre sus brazos con ternura y acarició su mejilla. Anthony también le sonrió, aunque levemente, porque acto seguido bostezó, ya le estaba dando el sueño. ―Es una ricura ―afirmó ella, haciéndole carantoñas al bebé. ―Estaremos de vuelta dentro de quince o veinte minutos ―prometió Jacob. ―De acuerdo ―le respondió Leah, aunque sin hacerle apenas caso, ya que seguía con sus cucamonas. Se me escapó una risilla. ―Bueno, ¿vamos? ―me azuzó él, cogiendo mi mano. Mi resorte travieso saltó de repente. ―¡Te echo una carrera! ―exclamé, entre risas, soltando su amarre para empezar a correr. ―¡Eh! ¡Eso es trampa! ―se rió, ya volando detrás de mí. ―Vaya dos ―se escuchó suspirar a Paul a nuestras espaldas. ―Es guay ―contestó Seth. Jacob y yo comenzamos a adentrarnos en el bosque a toda mecha para buscar alguna presa, entre risas de felicidad. Sí, felicidad, porque ya todo se había terminado. Definitivamente. Ya no quedaba ninguno de nuestros enemigos, ya nadie iba a estropearnos la paz y esta inmensa felicidad. Los Vulturis tenían que acatar el tratado si querían seguir gobernando en el mundo de los vampiros, y ya habían comprobado varias veces que era imposible vencer al Gran Lobo, ellos no

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suponían ningún peligro para nosotros ni para mi familia. Más les valía, y eso lo sabían ellos mejor que nadie. Razvan y todos sus aliados estaban muertos, ya no quedaba nadie que pudiera reclamar ninguna venganza o pudiera molestarnos más. Sonreí con más felicidad y me carcajeé mientras corría por delante de Jake. ―¿Te estás riendo de mí? ―se ofendió, en broma. ―¡Me río porque soy feliz! ―clamé, pegando un salto loco. Jacob se carcajeó también y me atrapó por detrás, rodeando mi cintura con sus robustos brazos. Dio vueltas sobre sí mismo conmigo volando, pero la fuerza de la inercia de la carrera era tan potente, que perdió el equilibrio y los dos terminamos cayéndonos al suelo entre risas. Cuando nos dimos cuenta, nuestros labios se estaban besando otra vez, dando rienda suelta a la pasión. Iba a ser por poco tiempo, claro, porque yo tenía que cazar algo y teníamos que volver con Anthony, pero aún podíamos besarnos durante un rato. Sí, desde luego era la mujer más feliz de todo el universo.

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PARA SIEMPRE El amplio escritorio ahora hacía las veces de cambiador. La acolchada y cómoda mantita sustentaba al bebé, que reposaba boca arriba, sobre la misma. Mientras canturreaba una canción, terminé de pegar las cintas del pañal de Anthony. Él chupaba el sonajero y me miraba con atención con esos ojitos verdes que parecía que se le iban a salir de la cara, de lo grandes que eran. ―Ya estás limpito, con cremita y todo ―le sonreí, frotándole la barriguita con las yemas de las dos manos para hacerle cosquillas. Anthony se rió, emitiendo esos gorjeos ya tan típicos de él a sus cuatro meses, y después, cuando llevé mi boca a su piel para hacerle cucamonas, a esa risa se le unieron los animosos meneos de sus bracitos y sus piernas. Eso sí, no soltó el sonajero, y éste repartió los sonidos de sus múltiples y coloridos cachivaches por todo el cuarto. Levanté la cabeza y la hundí de nuevo para repetir la acción. Anthony se partía de la risa con esto. ―Te gusta, ¿eh? ―reí. ―Aaaah… ―balbuceó él, sonriéndome, sin dejar de moverse ni agitar el sonajero. Me incliné una vez más y volví a hacer ese ruido de mis labios contra la suave piel de su barriga. La alegre risa de Anthony aumentó, soltó el sonajero y sus manitas se posaron en mi frente, como si me estuviese suplicando que ya parase. Le hice caso. Levanté el rostro, terminando de reírme, le di un pegajoso beso en su alegre mejilla y terminé acariciándosela con el dorso de los dedos. ―Bueno, ahora mamá tiene que vestirte. Me giré y cogí la ropa que tenía preparada para él. Empecé a canturrear otra vez y le puse su camiseta interior, los diminutos calcetines, los pantalones marrones y por último esa camiseta de manga larga que

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hacía juego gracias a su color beige y ese dibujo de un búho en tonos pardos. ―Ahora la sesión de peluquería. Agarré el cepillo suave que tenía a su lado y peiné su cabello negro, colocándolo también con mis dedos. Luego, lo posé en su sitio y acaricié sus mofletes con mis manos. ―Estás guapísimo ―le sonreí, cogiéndole. Acerqué su cabecita a mi nariz e inspiré su dulce y fresco efluvio―. Mi niño precioso ―le di una serie de cariñosos besos y lo arrimé a mi pecho, sujetando su nuca―. ¿Vamos a despertar a papá? Sus manitas se engancharon a mi cara al tiempo que sonreía y balbuceaba otro poco, y sus pies comenzaron a patalear hacia abajo, con entusiasmo. Solté una risilla. Era tan gracioso. Salí del cuarto de Anthony y me dirigí a nuestro dormitorio. Hoy era domingo, y Jake no tenía que trabajar en el taller, ni tampoco tenía que patrullar, así que me levanté yo para atender al niño y le dejé dormir un poco más. Abrí la puerta y vi a Jacob durmiendo. Se encontraba en la cama, boca arriba, con la sábana cubriéndole solamente hasta la cintura. Tenía la cabeza a un lado y su impresionante pecho desnudo se movía arriba y abajo, siguiendo el compás de su calmada y profunda respiración. Entonces, se me ocurrió una cosa. ―Vamos a darle una sorpresa a papá ―le cuchicheé a Anthony, con una risilla, a la vez que pasaba a la habitación. Me acerqué a la cama, por el lado de mi chico, y dejé a Anthony, boca abajo, sobre el pecho de Jake. Estaba dormido como un tronco, ni siquiera notó nada, en cambio Anthony se irguió un poco, manteniéndose más bien a cuatro patas, y gorjeó con alegría, balanceándose adelante y atrás al tiempo que le pegaba unos golpecitos con las palmas de sus manos en el torso. Solté otra risilla por lo bajinis y cogí la cámara fotográfica del cajón de la mesita, vigilando en todo momento al bebé, no fuera que Jake se girase de repente. La encendí y les saqué una foto. Cuando terminé de hacerles la instantánea y dejé la cámara sobre la mesita, me quedé mirándoles, completamente embobada. Parecían casi dos gotas de agua, incluso en su carácter alegre y jovial, uno en grande y el otro en miniatura. Y cuanto más tiempo pasaba,

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cuanto más se iba desarrollando la personalidad de nuestro bebé y más le íbamos conociendo, más se iba pareciendo a Jake. Su parecido también iba más allá, pues eso hacía que tuvieran un nivel de compenetración enorme. Anthony tenía un vínculo muy estrecho con los dos, pero parecía tener una adoración especial por su padre, con el que siempre lo pasaba genial. Sonreí cuando Anthony pasó a golpear a su padre en la cara, riéndose, como si quisiera que se despertase de una vez. Me acerqué y dejé las manos preparadas en el aire, sobre el bebé, por si tenía que cogerlo, ya que Jacob empezó a mover la cabeza y podría ser que se girase con brusquedad o algo. Pero Anthony se atrevió otro poco y enganchó la nariz de Jake. Se me escapó la risa otra vez, porque Jacob osciló un poco la cabeza de derecha a izquierda con suavidad, tratando de zafarse de la manita de Anthony, mientras emitía un fingido gruñido y el crío se reía. Fue entonces cuando me percaté de que Jacob ya se había despertado pero que se estaba haciendo el dormido para sorprender a su hijo. Me incorporé del todo, ya que ahora no hacía falta coger al niño. ―Aaaah… ―balbuceó Anthony, pasando a manosear el rostro de Jacob. Mi chico volvió a repetir la misma acción de antes, aunque esta vez aumentando el volumen del gruñido. Anthony se rió, y cuando ya iba a cogerle la nariz otra vez… ―¡Aaaarg! ―Jake simuló un rugido y se incorporó como un resorte, agarrando bien al niño. Cualquier otro bebé se hubiera asustado con eso, pero Anthony se partía de la risa y pateaba con sus piernas hacia abajo sin parar al tiempo que trataba de llegar a la nariz de su padre. Jacob y yo tampoco pudimos evitar reírnos. ―Buenos días, campeón ―le sonrió Jake, acercándole a su rostro para darle un serial entero de besuqueos en la carita. El bebé ya se puso más mimoso y se dejó querer. Después, Jacob lo acunó en uno de sus brazos y se tumbó en la cama de nuevo, dejando a Anthony a un lado de su costado. Se quedó observándome con una mirada llena de intenciones y una sonrisita pícara que comprendí a las claras. Seguía con el camisón puesto, así que le sonreí con ganas y me metí en la cama, recostándome a su otro lado, en ese pequeño hueco que quedaba entre Jacob y el borde del colchón, pasando la pierna sobre él

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para tener medio cuerpo encima del suyo. Anthony ya estaba en su mundo, entretenido con la sábana. Jake llevó su mano suelta a mi cintura y yo llevé la mía a su impresionante torso para acariciarlo, arrimándome a su hermoso rostro. Su piel también olía maravillosamente bien, todo él olía maravillosamente bien. ―Buenos días, preciosa ―murmuró, mostrándome esa sonrisa torcida que me volvía loca. ―Buenos días, dormilón ―susurré en sus labios, también sonriéndole, ya presa del impetuoso revoltijo de mis mariposas. Comenzamos a besarnos con dulzura, acariciando nuestros labios con calma para sentirlos mejor, pero nuestros alientos no tardaron mucho en agitarse, y con ellos, nuestras bocas. Al tiempo que la energía se iba animando cada vez más, nosotros también íbamos encendiéndonos. Nuestros labios pasaron a un nivel más bien básico de pasión y mi mano resbaló por su pecho para ascender hasta su nuca. La suya reptó por mi espalda y volvió a bajar, acariciándola entera una y otra vez, con un hambre contenida. Parecía mentira que apagásemos nuestro fuego todas las noches, y eso que nos estábamos reprimiendo bastante, sin embargo, para nosotros nunca era suficiente, nunca. Los coloridos insectos de mi estómago ya no daban a basto, en uno de los acelerados latidos de mi corazón, se multiplicaron por mil. Dios, me moría por hacer el amor con él, este fuego que sentía por Jake era insaciable, incombustible, pero estaba claro que con Anthony reclamando toda nuestra atención era imposible. Tendríamos que esperar a por la tarde, no nos quedaba más remedio, ahora teníamos que adecuarnos a los horarios de siesta del bebé. Y hoy era domingo, Jake no trabajaba ni tenía que patrullar. Mi desánimo inicial se transformó en una inmensa felicidad de repente y eso aumentó el movimiento de mis labios por un instante, ya estaban ansiosos de que pasaran las horas. Sin embargo, teníamos que parar antes de que rebasásemos la línea fronteriza que separaba el control con esa locura desbocada que no podríamos detener. Jacob parecía estar pensando lo mismo que yo, y ambos concluimos ese interminable beso, aunque nos costó lo nuestro. Cogimos una buena bocanada de aire para recomponernos y poder hablar. ―Hoy no trabajo ―murmuró, con una sonrisa insinuante, frotando el lateral de su nariz con el mío.

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―Lo sé ―sonreí, dándole un beso corto para saborear su ardiente boca un poco más―. Podíamos aprovechar la tarde, tú ya me entiendes ―ronroneé, flirteando. Mi marido sonrió y me regaló otro beso. ―¿Y ese picnic que íbamos a hacer? ―me recordó, sin dejar su sonrisa torcida. ―Bueno, hay tiempo para todo ―le contesté, sonriéndole, bajando la mano para acariciar su increíble torso. ―¿Qué pasa? ¿Es que no has tenido bastante con lo de anoche? ―dijo con voz sugerente, y su sonrisa se amplió. ―No… ―ronroneé de nuevo, llevando mis labios a los suyos para que saciaran su sed otro poco. ―Yo tampoco… ―coincidió, correspondiendo mis efusivos besos con el mismo ímpetu. Pero los dos tuvimos que parar una vez más. ―Aaaah… ―balbuceó Anthony. Separamos nuestros rostros para mirarle, y ninguno pudo reprimir una risilla cuando le vimos. Anthony estaba acomodado en la oquedad resultante entre el colchón y el brazo de su padre. Se había deshecho de los calcetines y estaba muy entretenido con uno de sus pies, el cual tenía en la boca y chupaba sin parar. ―¿Es que no has desayunado? ―se rió Jacob, dirigiéndose al bebé. Me incorporé un poco y me eché sobre él, apoyando mis brazos en su pecho desnudo para verles mejor a los dos. ―Dile: papá, me he tomado todo el biberón ―respondí por Anthony, pellizcando la mejilla de Jake. ―Lo creo, lo creo ―asintió él, riéndose. Entonces, cogió al bebé y lo sostuvo en el aire, con los brazos estirados. Anthony ya empezó a sonreír y a patalear hacia abajo, y yo me aparté a un lado para que pudieran jugar mejor―. Lo creo porque este niño… ¡es un tragón! Lo bajó hasta que la naricilla de Anthony se pegó a la suya mientras el bebé se partía de la risa y ponía sus manitas en las mejillas de su padre, intentando cogerlas. Después lo volvió a subir y el niño pataleó de nuevo, riéndose. ―¡Es un glotón! ―exclamó Jake, bajando a Anthony otra vez hasta su nariz.

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Creo que los chillidos y las risas del niño se podían escuchar en toda la reserva. Me reí, feliz de ver esa estampa. Lo único que podía sentir en estos momentos es que tenía una familia maravillosa. Mi pequeña familia. Mientras Jake y Anthony jugaban, aproveché para levantarme, pues si queríamos irnos de picnic a la playa, tenía que ducharme y arreglarme. Le di un beso a Jacob en la mejilla, otro a Anthony cuando su padre lo bajó por enésima vez, y me puse en pie para comenzar a hacer esas tareas. Me duché y me arreglé en poco tiempo, así que pronto le tomé el relevo a Jacob, aunque Anthony ya estaba dormido. Aproveché mientras él se duchaba y el niño dormía en su cunita para preparar el almuerzo. Nada, unos bocadillos, unas latas de refrescos, un par de biberones y algo de fruta. Lo metí todo en una cesta, junto con un mantel y unas servilletas. Luego, subí al dormitorio y metí un par de toallas en la mochila, mas unos pañales y un babero para Anthony. En cuanto terminé de hacer todo esto, Jacob salió del baño, ataviado solamente con una toalla en la cintura. Jamás, jamás me cansaba de ver su cuerpazo sublime, poderoso, moreno y perfecto, así que no pude evitar darle un buen repaso cuando se la quitó en el dormitorio para comenzar a vestirse. Qué ganas tenía de que llegase la tarde ya… Pero no todo era sexo, también había otras cosas, como un estupendo y familiar picnic en la playa. Anthony no conocía muy bien la arena. Ya le habíamos llevado un par de veces a la playa en verano, pero era más pequeñito, aparte de que First Beach tiene bastantes turistas en esa época y hay demasiada gente, así que apenas había tocado la arena. Ahora estábamos en octubre, pero hoy hacía un día magnífico. El cielo estaba más o menos despejado, muy pocas nubes se atrevían a cubrirlo, hacía sol, la temperatura era bastante alta estos días, para ser otoño, y First Beach estaba despejada de gente. Así que era un día genial para llevar a Anthony a la playa. Allí tenía muchas cosas para explorar y muchas texturas y elementos con los que experimentar. Tenía la arena y sus piedrecillas, los cantos más grandes, las pequeñas charcas llenas de vida, las algas, la orilla del mar, los troncos blanquecinos… En fin, que tenía entretenimiento para rato. Hicimos la cama, desayunamos, recogimos la cocina y mientras Jacob terminaba de fregar los últimos platos, yo subí a buscar al bebé. Anthony ya estaba despierto de nuevo. Lo saqué de su cuna y lo tumbé en

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la mantita del escritorio. Como ya estaba vestido, le calcé con sus diminutas deportivas, le puse una cazadora de bebé que Alice le había comprado no hacía mucho y cubrí su cabecita con una gorra que hacía juego. Solté una risilla, estaba tan gracioso. Lo cogí, le di una ristra de besos y bajé a la cocina con él, donde ya nos esperaba Jacob. ―¿Ya estáis? ―me preguntó, sonriendo al ver a Anthony. ―Sí. Se puso la mochila portabebés por delante y entre los dos acomodamos al niño sentándolo a la altura de su abdomen, con sus pequeñas piernecitas rodeando la cintura de su padre y su mejilla apoyada en su pecho. Jacob ajustó los cierres mediante el velcro con el que venían dotados, al tiempo que yo me ponía la otra mochila a la espalda y cogía la cesta, y finalmente me tomó de la otra mano. ―¿Lista? ―inquirió, con una sonrisa. ―Lista ―sonreí. Y echamos a andar hacia el vestíbulo. Sin embargo, cuando ya íbamos a abrir la puerta, el teléfono de casa sonó. El número de teléfono salía reflejado, así que ya supimos de quién se trataba al instante. ―Hola, mamá ―saludé, nada más descolgar y ponerme el aparato en la oreja. Mis tíos y mis padres ya habían terminado la carrera, así que mi familia había decidido pasar otra temporada en Forks. La idea era que se iban a quedar por aquí hasta que encontrasen otro sitio a donde ir, pero era evidente que, con Anthony, no iban a darse mucha prisa en buscar nada. Carlisle había decidido tomarse unas pequeñas vacaciones en las que se iba a dedicar a la investigación dentro del ámbito de la medicina, pero también a darme clases a mí, que iba a retomar mi carrera, la cual había dejado aparcada debido al embarazo. El resto de mi familia se había unido a esas vacaciones, así que, de momento, solamente se iban a dedicar a ir de caza por el bosque, sin aparecer por el pueblo. Todas sus demás salidas eran por Port Angeles y Seattle. ―Hola, cielo. ¿Estás muy ocupada? ―me preguntó mamá. ―Bueno, estábamos a punto de salir, nos vamos de picnic a la playa, pero no tenemos prisa. Dime. ―Ah, verás, te llamaba porque Renée llega mañana, al parecer, quería darnos una sorpresa.

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―Es genial ―sonreí, mirando a Jake, que lo estaba escuchando todo y también desplegó su maravillosa y perfecta sonrisa―. ¿Y a qué hora llega? ―Por la mañana. Edward y yo iremos a buscarla al aeropuerto. Verás, habíamos pensado en hacer una…, bueno, una especie de comida familiar, para que nos veamos todos, ¿qué os parece? Charlie y Sue también vendrán. ¿Os apuntáis? Renée tiene muchas ganas de veros, sobre todo a A. J. ―Claro ―acepté, riéndome. Mi abuela materna solamente le había visto una vez, seguro que se moría por volver a verle. Ya le habíamos mandado un montón de fotos por Internet, pero, claro, no es lo mismo. ―Vale. Entonces, os llamo mañana para concretar la hora, ¿de acuerdo? ―De acuerdo ―asentí, sin dejar de sonreír. ―Pasadlo bien en ese picnic ―rió. ―Sí, procuraremos ―reí yo también. ―Hasta mañana, entonces. ―Hasta mañana. Las dos colgamos. ―Así que mañana comida familiar, ¿eh? ―dijo Jake, sonriente. ―Eso parece ―le confirmé. De pronto, me acordé del taller―. Tú puedes venir, ¿no? ―Sí, no te preocupes ―me calmó―. Me tomaré la tarde libre. Un día es un día. Y ya que viene Renée… ―Genial ―le sonreí y le di un beso corto. ―Bueno, ¿vamos? ―me instó, abriendo la puerta. ―Sí. Salimos de casa tranquilamente y nos dirigimos a First Beach, atravesando el jardín. Pasamos los últimos árboles que limitaban con la playa en forma de media luna y bajamos a la arena, esquivando algunos troncos. Como todavía era temprano y teníamos mucho tiempo por delante, aprovechamos para dar un paseo por ese kilómetro y medio de playa. La mochila portabebés ya venía provista con un elemento que sujetaba la cabeza del bebé, pero Jacob lo reforzaba con su cálida mano. Le dio un beso en la cabeza y seguimos caminando, en dirección al malecón.

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La suave brisa marina era templada y el sol brillaba en lo alto del cielo, caldeando más el ambiente con sus rayos. Un grupo de gaviotas chillaba en el mar, algunas pescaban y otras simplemente se dejaban flotar en el agua, meciéndose continuamente por el balanceo de la marea mientras se acicalaban el plumaje. Anthony parecía estar atento a todo ruido: al sonido del océano, a los gritos de las gaviotas, incluso a nuestras pisadas sobre esa arena grisácea llena de minúsculas piedrecillas. ―Ayer Sam vino a hablar conmigo ―dijo Jake de pronto, balanceando nuestras manos al ritmo de nuestros calmados pasos. ―¿Y qué quería? ―Ya se ha decidido. Va a dejarlo ―me reveló, sin dejar de mirar al frente. ―¿Del todo? ―pestañeé, observándole. ―Del todo ―ratificó, cabeceando de arriba abajo―. Ha dejado la manada. Ayer fue su último día de patrulla ―su rostro se giró para mirarme―. Bueno, tardará bastante hasta que pueda controlarse y deje de transformarse, pero ya no va a venir más con nosotros. Me ha dicho que va a apuntarse a unas clases de yoga o algo así. ―Qué pena ―lamenté, mirando a la arena que tenía enfrente al tiempo que me mordía el labio. ―Sí, la verdad es que sí ―coincidió, suspirando, dirigiendo la vista hacia delante otra vez―. A todos nos da mucha pena, Sam es el hermano mayor de todos nosotros, el primer Alfa, y le vamos a echar mucho de menos. Pero ya no puede seguir, ¿entiendes?, quiere envejecer junto a Emily, y aunque la manada es muy importante para él, ella está por encima de todo, ya sabes. En fin, tarde o temprano tenía que pasar, y no será el único, dentro de pocos años también se le unirán Jared, Embry, Paul..., todos los que están imprimados. Es ley de vida, supongo. La vida de los metamorfos, me refiero, claro. ―Menos tú ―puntualicé, con una sonrisa, volviéndome hacia él para pellizcar su mejilla―. Tú no tendrás que dejarlo, porque yo tardaré muchos, muchos años en hacerme vieja. ―Y eso si te haces vieja ―apuntilló él, sonriente, imitándome al coger mi mejilla―. Puede que vivamos para siempre, no lo sabemos. La profecía no pone ningún límite a nuestra edad. ―”Nadie podrá usurparle ya el poder al rey de los lobos, porque él será el más poderoso, invencible, y su reino quedará afianzado con su

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prole, para siempre” ―empecé a citar, de la profecía, imitando un tono solemne deliberadamente exagerado, como si estuviese narrando en una obra de teatro―. “Su estirpe, su prole, estará llena de príncipes. Príncipes de los lobos, puesto que sólo hay un rey de los lobos, sólo habrá un rey de los lobos, un Gran Lobo, el definitivo Gran Lobo, el definitivo rey de los lobos, incluso si él decidiera fallecer. Porque su espíritu siempre estará presente, su espíritu seguirá reinando junto a la mujer única, eternamente. Ninguno de esos príncipes igualará su poder del todo, sin embargo, ese del que gozarán será mucho más poderoso que cualquier otro poder. Será suficiente para mantener el reinado del Gran Lobo y éste seguirá reinando en espíritu. Él guiará a su prole para que su reinado continúe”. Le miré, con una sonrisita, y él se rió. ―Qué buena memoria ―me alabó, con cierto aire jocoso. ―Y eso que sólo lo escuché una sola vez, cuando lo citó Ezequiel ―presumí, levantando la barbilla, también con una exageración fingida. ―Tonta ―se burló, riéndose, dándome un pequeño empujón con su cuerpo que me hizo desviarme a un lado por un instante. Me reí. ―Bueno ―siguió―, lo que intento decir con esto es que, si te fijas, la profecía no pone límites a mi edad, solamente dice “incluso si él decidiera fallecer”. “Decidiera”, ¿entiendes? No dice que vaya a morirme, sólo dice que es una opción que tengo. Tengo la opción de elegir si quiero vivir eternamente o no, pero como todos los lobos, en realidad, esto no es nada nuevo. La profecía ya no puede vaticinar qué opción escogeré, porque eso es una decisión mía, por eso se queda ahí y no da límites ni fechas a mi edad, pero tiene que ponerse en esa tesitura para explicar qué sucedería si yo eligiese no vivir eternamente, ¿comprendes? Por eso dice “incluso si él decidiera fallecer”. Y a continuación explica qué pasaría si yo eligiese no vivir para siempre. Mi estirpe seguiría con el reinado y bla, bla, bla. Nuestros hijos solamente son un seguro, por si acaso yo escogiera no seguir con mi vida. Ya comprendía lo que intentaba decirme. ―Así que, según tú, si vivieras para siempre, sería porque yo también puedo vivir eternamente ―adiviné, con una enorme sonrisa. ―Eso creo ―sonrió―. Aunque solamente son conjeturas, claro, todo esto lo veremos con los años, bueno, con los siglos.

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―Pero eso no quiere decir que yo también pueda vivir eternamente ―debatí. ―Si tengo que elegir, elijo vivir contigo para siempre ―afirmó, clavándome esa profunda mirada que sólo sus ojazos negros eran capaces de producir―. Pero sólo lo elegiré si es contigo, si es a tu lado, y sobre todo si tú también quieres vivir eternamente ―volvió la vista al frente―. Si puedo elegir eso, es por algo, y la profecía no pone límite a mi edad, es más, dice que mi reinado será eterno, con lo cual… ―¿Quieres decir que yo también tengo la opción de escoger y que puede que vivamos eternamente? ―ahora sí que estaba patidifusa. ―¿Por qué no? ―se encogió de hombros―. Tú y yo estamos vinculados de una forma extraordinaria y mágica, el uno no puede vivir sin el otro. Y si yo quiero escoger una vida eterna, será porque tú también podrás estar conmigo, vamos, si no, sería imposible que yo escogiera vivir para siempre. Si tengo esa opción, es porque tú también la tienes ―giró el rostro hacia mí y me sonrió―. Tú me complementas a mí y yo te complemento a ti, ¿recuerdas? Juntos somos un único todo, formamos una sola pieza, somos almas gemelas ―le sonreí y él regresó la vista hacia delante―. Eres un semivampiro, pero también un metamorfo, como yo, tal vez tú también puedas elegir dejar de transformarte, como nos pasa a los lobos. Además, no tenemos ninguna referencia de cuántos años puedes llegar a vivir. Aunque seas mitad humana, o más humana, también tienes esa parte metamorfa y de vampiro que quizá haga que jamás envejezcas y tu vida se alargue hasta la eternidad, quién sabe ―y alzó los hombros de nuevo. ―Bueno, todo son conjeturas ―suspiré, alegre. ―Sí, sólo son conjeturas ―sonrió él, observando la Isla de James. Anthony estaba durmiendo plácidamente, apoyado en el acogedor y calentito torso de su padre. Tenía que reconocer que, aunque Jake llevaba una camiseta, en estos momentos envidiaba a mi hijo. ―Entonces, cuando Quil, Embry, Paul, Jared y los demás sigan el mismo camino que Sam, dejarán paso a las nuevas generaciones, ¿no es así? ―aventuré, sonriéndole. ―Mientras haya chupasangres a la vista, la manada siempre estará renovándose ―asintió, llevando mi mano hacia delante y atrás, al ritmo de nuestra tranquila marcha―. Dentro de unos años, la manada estará compuesta por la siguiente generación de lobos.

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―La generación de Anthony ―observé a nuestro hijo y mi sonrisa se amplió. ―Joshua Uley junior, el hijo de Sam, será el primero en encabezar la lista ―declaró, dándole un puntapié a uno de los cantos rodados para jugar un poco―. Después le seguirá Andrew, nuestro sobrino, A. J. y todos los demás que vengan detrás. ―O sea, que tú serás la única constante en la manada ―reí. ―Bueno, nunca se sabe. Tal vez alguno de los de mi generación se anime a no envejecer ―manifestó, sonriente―. Los imprimados está claro que lo dejarán, como ha hecho Sam, pero los demás no tienen por qué dejarlo, si no quieren. ―Ah, claro ―caí. Se hizo un momento de silencio en el que los chillidos de las gaviotas tuvieron un protagonismo pleno. Aunque por poco tiempo. Giré la cara para fijarme en mi marido y mi boca se curvó en una sonrisa tonta. Era tan, tan guapo… Y tan, tan especial. No había nadie como él en todo el universo, y no lo decía porque fuera el Gran Lobo, fuera guapísimo, tuviera un cuerpazo de infarto, ni nada de eso. Es que él era la mejor persona del mundo, el ser más maravilloso que existía. ¿Cómo no iba a querer vivir junto a él para siempre? Elegiría la eternidad a su lado sin dudarlo, la elegiría mil veces, un millón de veces. Pero sólo si era a su lado. Jacob se percató de mi mirada bobalicona y deslumbrada, y se detuvo. Me di cuenta de que yo también me había detenido, sin notarlo. ―¿Qué pasa? ―sonrió. Me acerqué a él, solté su mano y rodeé su cuello con los brazos, de lado, puesto que Anthony acaparaba buena parte de su torso. ―Que te amo ―murmuré, acariciando su frente con la mía―. Te amo con toda mi alma, no te imaginas cuánto. Se quedó un poco parado, extrañado de que le soltase esto sin venir mucho a cuento, sin embargo, pronto reaccionó. Su mano acogió mi cintura y me arrimó más a su cuerpo, haciendo que mi millón de mariposas se multiplicasen para agitarse con emoción. ―Yo también te amo con toda mi alma ―susurró en mis labios. Irremediablemente, jadeé. ―Si es verdad que yo también puedo elegir, elijo la eternidad junto a ti ―le dije, con un hilo de voz. La comisura de su boca se curvó en una sonrisa.

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―Nos amaremos eternamente, entonces ―asintió, con un murmullo abrasador que rozó mis labios otra vez. Y otra vez, jadeé. ―Para siempre ―añadí yo, llevando mi mano a su nuca. ―Para siempre ―ratificó. Unimos nuestros labios y comenzamos a besarnos con esa efusividad tan habitual entre nosotros. Mis mariposas aleteaban sin cesar, mi corazón bombeaba a toda mecha, alegre y feliz, y la energía fluía a nuestro alrededor con esa brisa mágica, jovial, fresca y embriagadora, todo al mismo tiempo. Era feliz así, solamente con estar entre sus brazos, sintiéndole a él, no podía pedirle más a la vida, y tenía una familia maravillosa. Mi pequeña familia. Mi pequeño Anthony. Nuestro hijo, una parte suya, un trocito de él, un regalo, un tesoro, el fruto de nuestro profundo amor. Y Jacob. Mi mejor amigo, mi ángel de la guarda, mi primer amor, mi único amor, el amor de mi vida, mi alma gemela, mi todo. Nuestros besos no cesaban en esa playa de First Beach, aunque ni siquiera percibía lo que había a mi alrededor. Solamente podía sentirle a él. Sí, quería esto para siempre. Le quería a él para siempre. Le amaba con toda mi alma, le deseaba, le adoraba, para siempre, eternamente, porque nuestro amor era así, eterno, profundo, infinito. Jacob, te amo. Nuestro amor era eterno, infinito. Nuestro intenso amor era para siempre.

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EPÍLOGO = ANTHONY = ―Hey, A. J., pásame un perrito caliente, anda ―me pidió Andrew. ―Toma, so vago ―agarré uno de la bolsa y se lo lancé al careto para ver si se lo estampaba y le llenaba de ketchup y mostaza, pero el muy desgraciado tuvo suerte y lo pilló al vuelo. Vaya, hombre. ―Es lo que te toca, primo ―se mofó él. ―Sí, ya ―resoplé. ―Termináos lo poco que queda ―nos aconsejó Joshua―. El resto ya ha terminado con lo suyo, así que no tardarán en venir a buscar más comida. ―Esta fiesta es la caña ―sonrió Lucas, pegándole un bocado a su perrito. ―Ni que lo digas, colega ―coincidí mientras me llevaba mi cerveza sin alcohol a la boca y observaba la estampa. La música sonaba a toda pastilla en nuestro bando, apagando los sonidos típicos del bosque que teníamos a las espaldas. Normalmente nos juntábamos todos, pero hoy, no me preguntes por qué ni a quién se le ocurrió la idea, había dos sitios claramente diferenciados en la fiesta. El bando de los novatos y el bando de los veteranos. En nuestra pira nos encontrábamos los novatos, los nuevos miembros de la manada, bueno, nuevos era un decir, porque Joshua, el hijo de Sam Uley, tenía veinticuatro tacos y ya llevaba bastante en el grupo. Desde que Leah había dejado de transformarse para casarse y envejecer junto a Simon, él era el segundo al mando. Le correspondía por tiempo, edad y linaje, puesto que yo era el novato por excelencia, a mis dieciséis, hacía solamente dos meses que me había incorporado, y, de momento, era el

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último, aunque no el más joven. Menudo fastidio. No te imaginas la de novatadas que tienes que aguantar, y encima, al ser el hijo del Gran Lobo, más todavía. Ya estaba deseando que alguien nuevo llegase y me relevase de este asqueroso puesto, eso sí, entonces yo pasaría a hacer la novatada. Andrew, mi primo, tenía diecinueve primaveras, así que también hacía tiempo que formaba parte de la manada. El único que tenía más o menos mi edad era Lucas. Era el hijo mayor de Seth y Brenda. Estos dos se iban a casar al año siguiente de mi nacimiento, o algo así, sin embargo, ella se quedó embarazada antes y tuvieron que adelantar la boda para que no apareciese con un bombo enorme. Yo le sacaba poco más de un año a Lucas, pero, cosas de la vida, él se transformó antes y llegó a la manada primero, así que el novato seguía siéndolo yo. Estaba deseando que Jared Jr, el hijo de Jared y Kim, Samuel, el hijo de Canaan y Sarah, Christian, el hijo de Embry y Mercedes, mi hermano y David, el vástago de Quil y Claire, se transformasen de una maldita vez. Lo malo es que los primeros aún rondaban los trece y catorce años, y los últimos todavía tenían ocho y seis, así que chungo. Bueno, ni qué decir tiene que todos habían tenido más prole y que otros miembros veteranos de la manada habían tenido hijos varones primogénitos, claro, pero es que estos eran incluso menores que David. En fin. Estas fiestas eran todo un acontecimiento para los novatos como Lucas y yo, porque ya formábamos parte de la manada. Nosotros pertenecíamos a una nueva era de la manada. Era excitante y emocionante. Era guay. La pira de los veteranos ardía a unos metros más allá de nuestra posición, en lo alto de esta colina en la que siempre celebrábamos estas reuniones. Allí se encontraban los antiguos miembros, esos que lo habían dejado, los imprimados mas los que habían elegido no seguir por diferentes motivos, acompañados de sus mujeres, y los miembros del Consejo, es decir, Billy, Sue, Sam y el Viejo Quil. Bueno, nosotros le llamábamos el Viejo, Viejo Quil, porque tenía cien años en cada pierna por lo menos. Además de ellos, se encontraba el resto de miembros veteranos de la manada que habían elegido seguir transformándose para servir al Gran Lobo y que continuaban siendo jóvenes. Menudo contraste, pero así era, unos pasando la cuarentena y otros con sus imperturbables veinticinco. Por supuesto, también estaban mis padres. Sí, ahí los tenías, acaramelados en un rincón, dándose el lote delante de todo el mundo, como dos adolescentes.

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Puaj, siempre igual. ¿Es que no se cansaban nunca? Aunque, bueno, estaba más que acostumbrado a su efusividad y a sus continuas muestras de amor, siempre había sido así, desde que era un crío. Bah, yo prefería ser libre, que no me atara ninguna chica y eso, tener mi espacio, hacer lo que me daba la gana siempre que me diera la gana y… Bueno, vale, tenía que reconocer que les envidiaba, la verdad. No sé, viéndoles me preguntaba si yo encontraría algo así algún día, un amor tan intenso y profundo, ese vínculo irrompible y fuerte con alguien. Me parecía imposible superar eso; no, es que lo era, definitivamente era imposible superar ese intensísimo amor que se profesaban mis padres. Al menos, yo jamás había visto algo parecido, vamos, ni entre los demás imprimados ni en ninguna otra parte. Sólo había que ver cómo se miraban a los ojos, y esa energía mágica que emanaba de ellos solamente con hacer ese simple gesto. Era indescriptible, a veces, ni siquiera yo ni mis hermanos dábamos crédito, y eso que estábamos más que acostumbrados. Así que ahí los tenías, en un rincón, a lo suyo, como si nada ni nadie más existiese en estos momentos. ―¿Qué tal, tíos? ―nos saludó Shubael, sentándose en el mismo tronco en el que reposaban mis posaderas―. ¿Lo estáis pasando bien? Metió la manaza en la bolsa de perritos que Sue nos acababa de preparar a todos tan amablemente y cogió uno. ―Os lo advertí ―nos recordó Joshua, hablando entre dientes. ―¿Qué pasa? ¿Ya os habéis zampado todos los perritos en ese bando? ―protesté. ―Pues sí ―irrumpió Isaac de pronto, sentándose en el suelo―, ya no queda ni uno ―y él también metió la manaza. Estos dos pertenecían a ese grupo de veteranos que seguían transformándose, sin embargo, no era sólo en el aspecto físico donde no habían cambiado nada de nada. De repente, Shubael vio algo al frente y le dio un codazo intencionado y pícaro a su colega. No, no habían cambiado nada. Menudo par de idiotas… Mi hermana apareció por entre los oscuros árboles, trayendo a Jonathan consigo, mi otro hermano. Johnny era el mediano de los tres, tenía ocho primaveras, y entre ellos solamente se llevaban un año de diferencia, pero es que Sarah, a sus siete años, ya era mayor incluso que yo, y eso que por edad real era la pequeña. En fin, un lío. Lo peor era pasar de ser el hermano mayor, ese que puede dar órdenes y se puede

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aprovechar de la situación y todo eso, ya sabes, a de repente ser el mandado. Qué asco. Incluso en casa se me había acabado el chollo y estaba relevado a un segundo puesto de la jerarquía fraternal, pero qué quieres, con una hermana de unos veinte tacos que se puede transformar en un vampiro casi completo ya no me podía revelar mucho. Aunque ahora que yo podía transformarme en lobo me revelaba, claro está. Por supuesto, Sarah (cuyo nombre le habían puesto en honor a mi fallecida abuela paterna) era muy, muy guapa, y cómo no, esos dos idiotas ya pusieron sus ojos de besugos en ella en cuanto llegó. Era una mezcla de todo. Tenía muchas cosas de mi madre en el rostro, los labios, la nariz, las facciones y eso, aunque su piel era un poco más oscura, si bien no llegaba a ser tan mestiza como la mía, sus ojos eran como los de mi padre, su cabello, lleno de unos largos rizos, era castaño, como el de Bella, mi abuela materna, y, claro, su figura era perfecta. ¿Qué demonios hacía aquí? ¿Por qué traía al enano? Y lo más importante de todo: ¿por qué diablos se había arreglado tanto? No es que fuera escotada ni nada, pero es que mi hermana, a poco que se arreglase, ya llamaba la atención, al igual que le pasaba a mi juvenil madre de veintidós años. Mientras Shubael e Isaac babeaban a mi lado y yo ya gruñía por lo bajinis, ella y Johnny se acercaron a mis padres, los cuales tuvieron que dejar sus continuos besuqueos y arrumacos de eternos enamorados. No tengo ni idea de lo que hablaron, porque la dichosa y estridente música que chillaba desde el radiocasete no me dejaba oír bien. Sólo sé que, cuando terminaron la conversación, mi hermana me miró y sonrió con una satisfacción que no me gustaba ni un pelo. Y mis sospechas se ratificaron cuando comenzó a acercarse a mí, con Johnny amarrado a su mano. ―¿Qué pasa, A. J.? ―me saludó mi hermano, imitando a papá, chocando el puño con el mío. Siempre nos imitaba a mi padre y a mí. ―¿Qué hay, enano? ―le correspondí, sonriéndole y dándole a su puño. Después, le clavé la mirada a Sarah―. ¿Qué quieres, supersónica? ―pregunté, frunciendo el ceño, ya temiéndome lo peor. La llamaba supersónica, porque había crecido tan rápido… ―Hola, fenómeno ―se mofó ella, sonriente―. Papá y mamá han dicho que cuides de Johnny ―soltó, dejando al crío frente a mí.

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―Sé cuidarme solo ―fefunfuñó el aludido, cruzándose de brazos, haciéndose el tipo duro. ―¿Cómo que tengo que cuidar yo de él? ―me quejé―. Estoy en una fiesta y después tengo la reunión de las leyendas, ¿sabes? No puedo. ¿No te ibas a encargar tú de él? Te ibas a quedar en casa para cuidarle, ¿no es así? ―Mis amigas me han llamado para ir a la biblioteca a estudiar ―se excusó, haciéndose la distraída―. El lunes tenemos un examen muy importante, y en casa no me concentro. Como si a ella le hiciera falta meterse en una biblioteca para estudiar, y más a estas horas... ―Ya. A la biblioteca ―dudé, observando su arreglado atuendo. Era evidente que papá y mamá sabían de sobra que no iba a la biblioteca, precisamente, pero aún así la dejaban marchar. Eran unos padres guays, pero a veces me daba la sensación de que eran demasiado permisivos. Bueno, vale, sabían que Sarah era de fiar, responsable y todo eso, y sobre todo era adulta. Rechiné los dientes al escuchar las risitas de mi alrededor. ―Papá dice que le vendrá bien escuchar las historias ―espetó sin más, dándose media vuelta para pirarse. Sí, claro. Desde que Carlisle, debido a su afán por la genética, había analizado la sangre de Johnny y había descubierto que todos los hijos varones de mis progenitores iban a ser lobos, mi padre ya le estaba preparando, como había hecho conmigo. Bueno, en mi casa este mundo nunca había sido un secreto, podía recordar todas las veces que de pequeño había jugado con mi padre en su forma lobuna. Y lo mismo había hecho con Johnny y Sarah. Todo para que nos familiarizásemos. Gracias a eso, mi primera transformación no me había pillado por sorpresa, es más, la había estado esperando con ansia. Me moría de ganas por pertenecer a la manada y seguir a mi padre. Tengo que reconocer que aquella noche la pasé fatal, estuve bastante chungo, con fiebres muy altas y eso, pero como mi padre me había dicho, exploté y entré en fase, convirtiéndome en lobo. Lo primero que hice cuando eso ocurrió fue ir hacia el espejo de mi habitación para mirarme, en mi forma lobuna. Mi pelaje no era tan rojizo como el de mi padre, sin embargo, también era bastante bermejo, si bien estaba mezclado con otros tonos más pardos y castaños que me hacían un poco más oscuro. Pero lo que más me había

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molado de todo es que, para mi corta edad, ya era tan grande como Andrew, ja. A Johnny todavía le quedaban unos años para transformarse, sin embargo, aún así, mi padre ya le estaba preparando a él también. Por supuesto, en estas reuniones se aprendía mucho, aunque Johnny solía quedarse frito a mitad de la historia. ―¿Y por qué no lo cuidan ellos? ―protesté enérgicamente, señalando a nuestros padres. ―Sé cuidarme solo ―volvió a refunfuñar Johnny. ―Están ocupados ―me respondió Sarah, sin ni siquiera mirarme. Me fijé en mis padres, y, obvio, como siempre, ya estaban con sus arrumacos, en su mundo. Genial. Ahora me tocaba hacer de niñera. ―Hasta luego, Sarah ―se despidió Isaac. ―A ver si un día de estos te apuntas a la fiesta ―añadió Shubael. Ella se giró, aunque sin dejar de caminar. ―Sí, algún día vendré ―sonrió, y se dio la vuelta de nuevo para continuar su andadura hacia el bosque. Mis ojos cambiaron de objetivo y se fueron a mis lados. No me lo podía creer, ¿esos dos le estaban mirando el culo? Sí, demonios, le estaban mirando el trasero a mi hermana, maldita sea. Arg, ya estaba más que harto. Que la mirasen o no me daba exactamente igual, pero es que luego tenía que soportar sus asquerosos pensamientos cuando íbamos de patrulla. No me importaría nada, si no fuera porque la protagonista principal de sus guarradas siempre terminaba siendo mi hermana. Y era muy incómodo para mí, más bien me resultaba repulsivo. Aunque, claro, cuando estaba mi padre, se cortaban, por su bien. ―Oye, como no dejéis de mirar así a mi hermana, os juro que acabaréis con la cabeza dentro de la hoguera ―les advertí, enfadado. No me hizo falta decir nada más. De repente, un palo se estampó en la frente de Isaac, quebrándose en dos trozos que se cayeron sobre la arena, y ambos se despertaron. Mi padre había bajado de su nube en un plis, seguramente al escucharme a mí, y les había tirado ese recadito. ―No me toquéis las narices, ¿vale? ―les amenazó papá desde su posición. ―Tranqui, Jake, no estábamos haciendo nada ―se defendió Shubael, algo amedrentado, al tiempo que Isaac se frotaba la frente. ―Más os vale ―grunó mi progenitor.

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―Sí, más os vale ―recalcó Johnny, haciendo un ostentoso y fingido rugido con la garganta a la vez que se abalanzaba a por Isaac. ―Ahora verás, renacuajo ―dijo éste, riéndose. Isaac le enganchó de la cintura, mientras se ponía de pie, y lo alzó sin ningún problema, haciendo que el estómago de mi hermano se doblase en su hombro y el crío quedase colgando. La melena negra de Johnny quedó boca abajo en una maraña alborotada de alocados e inquietos pelos cuando él se revolvía entre risas y le daba puñetazos y patadas para intentar zafarse. Ay, cuánto echaba de menos mi cabellera. Yo también lo había llevado largo, pero me lo había tenido que cortar cuando empecé con las transformaciones. ―¡Bájame! ―gritó mi hermano, sin dejar de carcajearse ni pelear. ―Has empezado tú, así que ahora atente a las consecuencias ―rió Isaac. ―¡Si no me bajas, voy a vomitar! ―se carcajeó Johnny. ―Ni hablar. No me lo trago. No pude evitar reírme. Mi padre observó la escena un poco más, junto a mi madre, la cual soltó una risilla, y terminó riéndose también. Después volvió a lo suyo, aunque esta vez se levantó con ella y se unieron al círculo que habían formado los demás alrededor de la pira. Hala, mejor, que lo entretuviese Isaac. Billy también nos observaba, con una sonrisa orgullosa en su rostro. A diferencia de mí, que era igualito a mi padre, bueno, exceptuando los ojos, claro, que eran como los de Edward ―a él no le gustaba nada que le llamase abuelo, así que siempre le llamaba por su nombre―, Johnny era casi idéntico a Billy, sólo que un poco más clareado. Si cogías una fotografía de mi abuelo paterno de cuando era niño, veías a Johnny. ―¡Pues te escupiré! ―amenazó Johnny. ―Sí, claro ―refutó Isaac. ―Yo que tú le bajaría ―le aconsejé―. Te escupirá, y créeme, mi hermano es el número uno lanzando escupitajos. Por desgracia, yo sabía muy bien de qué hablaba. El enano llevó un esputo a su garganta de una forma exageradamente sonora y yo me reí en mi fuero interno. ―¡Oye, que no se te ocurra! ―saltó Isaac, alarmado. Ahora sí, mi hermano de manada bajó a Johnny ipso facto, aunque siguieron con su particular batalla, entre risas.

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Mientras mi hermano se peleaba y jugaba con Isaac, suspiré con algo de alivio. A ver, no es que me molestase su presencia, era mi hermano y eso, pero es que ya tenía bastante con tener que compartir la habitación con él, y ahora lo que me apetecía era pasar este buen rato con mis colegas, sin tener que hacer de canguro. Cuando Johnny nació, mis padres habían hecho una pequeña reforma para ampliar la vivienda, añadiéndole un dormitorio más en la planta de arriba y un cuarto exterior en la planta baja en el que guardaban la leña y todo eso, con acceso por la parte posterior. Pero es que cuando nació Sarah, todo se me vino al traste, así que Johnny se tuvo que instalar en mi dormitorio, menudo rollo. Menos mal que mis padres habían decidido no tener más prole hasta que los tres nos emancipáramos. Y cuando eso sucediera, tenían pensado dedicarse unos cuantos años a ellos dos solos. Sí, como si no tuvieran bastante, puaj. Bueno, total, tenían tiempo de sobra para tener más hijos. Desde que mi madre había terminado la carrera de medicina, era la doctora oficial de la manada. No ejercía públicamente, solamente nos atendía a nosotros, además, trabajaba en el taller de mi padre, con él. Siempre estaban juntos. Quiero decir, siempre que él no patrullaba, claro. Hacía tiempo que Carlisle le había cedido ese puesto a mi madre y ya no se ocupaba de estos asuntos médicos con los metamorfos, ya que mi familia de vampiros ahora vivía en Seattle. Se habían mudado allí hacía un par de años, puesto que una ciudad es más grande y resulta más fácil pasar desapercibido. Eso sí, venían todos los fines de semana a Forks para vernos, excepto en la semana de luna de miel de mis padres, que se quedaban más para que mis hermanos y yo pudiéramos alojarnos en su casa y así ocuparse de nosotros. Los fines de semana en casa de mi familia de vampiros eran guays. Con el tío Em solíamos jugar a la consola. Me partía de la risa cuando él competía contra Sarah, porque ella podía manejar cosas por telequinesia con su don y utilizaba el mismo para hacerle trampas a Emmett, que se desesperaba cada vez que las teclas de su mando se pulsaban solas. También lo pasábamos genial cuando íbamos a jugar al béisbol todos juntos, mis padres incluidos. Rose y papá siempre tenían esos piques suyos tan típicos y divertidos que hacían que Johnny se tronchara a reír. Siempre me había preguntado qué iba a pasar con Rosalie cuando yo fuera un metamorfo, porque según ella, mi padre apestaba a “chucho mojado”, pero conmigo no parecía importarle nada, y seguía abrazándome y esas cosas. Bah, era todo fachada para aparentar, pero

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Rose adoraba a mi padre, se le notaba que no veas. Edward le había enseñado a Sarah a tocar el piano. Lo había intentado conmigo y con Johnny, pero yo era muy torpe para la música y el enano no se paraba quieto, no duraba en el banco del piano ni dos minutos seguidos. Yo prefería jugar al ajedrez con él. No se me daba nada mal, sinceramente, y Bella me ayudaba con su escudo para que Edward no hiciese trampas escaneando mi sesera con el fin de adelantarse a mis jugadas. Todavía teníamos el tablero esperando en su casa, aguardando al siguiente movimiento. Siempre lo dejábamos con una jugada mía, así yo no tenía que pensar y él no podía adivinarme nada nunca. A veces resultaba extraño dar caza y aniquilar a vampiros, aunque, claro, los que nosotros pescábamos no eran como mi familia, ni mucho menos. Ya se habían terminado los perritos calientes, y quedaba poco para que comenzasen las historias, así que me levanté para acercarme a la otra hoguera. En cuanto Johnny me vio hacer eso, dejó a Isaac tranquilo y comenzó a caminar detrás de mí, hasta que consiguió ponerse a mi lado. Le eché un vistazo y me entró un poco de risa. El muy tonto tenía los pelos hechos un barullo total. Rodeé su hombro con mi mano y lo acerqué a mí, dándole una palmada en el brazo. ―Cuéntame la anécdota de ayer ―me pidió, tirando de mi camiseta―. Esa en la que rodeasteis a cinco chupasangres. ―Ya te la conté, pesado. ―Cuéntamela otra vez, porfa ―imploró. ―Nooooo ―me negué, alargando la palabra con cansancio. Rodeamos a toda la peña que conformaba ese círculo alrededor de la pira y nos abrimos paso como pudimos entre los cuerpos de mis hermanos de manada. ―¿Cómo va la cosa? ―me saludó mi padre nada más llegar. Chocamos los puños, acto que después imitó Johnny con él, y nos despanzurramos junto a mis progenitores. ―Bien. He quedado a reventar ―sonreí, palmeando mi estómago. ―Ya somos dos ―se sumó mi padre. ―Johnny, ¿qué te has hecho en el pelo? ―preguntó mamá, pasando los dedos por el cabello de su hijo para empezar a quitarle nudos. ―Nada, mamá ―se quejó él, apartando la cabeza para evitar esas cosas maternales que a él ya empezaban a resultarle incómodas y humillantes, ya me entiendes.

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―¿Es que ahora te apuntas a la moda de llevar rastas? ―se mofó papá. Johnny se giró hacia él y le puso los ojos en blanco. Creo que fue lo único que se le ocurrió hacer, porque no debía de tener ni idea de qué era eso. Mi padre se carcajeó. ―Jake… ―le regañó mi madre, dándole un manotazo en el brazo, aunque con una risilla. ―Ah, papá ―cada vez me resultaba más raro llamarle así, y a mi madre igual, porque más que mi padre, parecía mi hermano mayor, pero en fin, era mi padre, así que…―, al Golf le falla la suspensión. Desde que me había sacado el carné, el Golf había pasado a mí. El coche familiar era un Volvo que Edward les había regalado al poco de nacer yo, y, aunque mi padre seguía usando su coche de vez en cuando, lo había heredado yo. Era pequeño y viejo, pero estaba muy bien cuidado e iba como un bólido, que era lo mejor de todo. ―Lo miraré mañana ―me prometió él. ―Bueno, habrá que empezar ya, ¿no? ―protestó el Viejo, Viejo Quil, llevando esa mirada sombreada por su blanco ceño hacia el grupo de novatos que se habían quedado en la otra pira. Era todo un gruñón. ―Sí, sí, ya vamos ―asintió Joshua, levantando sus posaderas de allí. Los demás hicieron lo mismo enseguida y todos se acercaron a las llamas que flameaban a este lado. El fuego devoraba los leños que habían apilado para hacer la hoguera, soltando de tanto en cuando toda una serie de cenizas encendidas de color naranja hacia el cielo. Toda la manada, novatos y veteranos, se congregaba a su alrededor, con sus parejas. Estaban Quil, Embry, Jared, Sam, Leah, Paul, Seth, Brady, Aaron, Canaan, Daniel, Jeremiah, y otros veteranos más que no estaban imprimados pero que lo habían dejado, todos ellos más envejecidos, pero con esa chispa juvenil y de añoranza en la mirada. Emily seguía tomando notas, así que ya estaba preparada, con el bolígrafo y la libreta en la mano. En un santiamén, se hizo un silencio sepulcral y Billy entró en escena para comenzar con nuestras leyendas legendarias. Unas leyendas que hablaban de hombres como nosotros. Sí, porque los miembros de la

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manada podían ir y venir, pero la manada seguía siendo la misma. Eso sí, con el reinado de mi padre, el Gran Lobo, había entrado en una nueva era. ―Los quileute han sido pocos desde el principio ―empezó a hablar mi abuelo, con ese tono solemne y majestuoso que usaba siempre―. No hemos llegado a desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro número porque siempre ha corrido magia por nuestras venas. No siempre fue la magia de la transformación, eso acaeció después, sino que al principio fue la de los espíritus guerreros… Sí, una nueva era de lobos había empezado.

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ÍNDICE DE LOBOS Por orden de transformación. * Imprimados. LOBOS 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24

PAREJAS

Sam* Paul* Jared* Embry Jacob* Quil* Leah Seth* Collin Brady* Matthew Aaron* Canaan* Daniel* Isaac Jeremiah* Abel Michael Nathan Rephael Shubael Cheran Thomas Ivah

Emily Rachel Kim Renesmee Claire Brenda Ruth Eve Sarah Martha Jemima

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ÍNDICE DE VAMPIROS Ordenado alfabéticamente por aquelarre. * En posesión de un don sobrenatural mensurable. – Pareja estable (figura primero el de mayor edad) Los nombres tachados corresponden a los fallecidos antes del comienzo de esta novela. AQUELARE DE LAS AMAZONAS

AQUELARE DE LOS VULTURIS

Kachiri Senna Zafrina*

Aro* – Sulpicia Caius (Cayo) – Athenodora Marcus* (Marco) – Didyme*

AQUELARE DE DENALI

GUARDIA DE LOS VULTURIS (PARCIAL)

Eleazar* – Carmen Irina – Laurent Kate* – Garrett Sasha Tanya Vasilii

Alec* Chelsea* – Afton* Corin* Demetri* Felix Heidi* Jane* Renata* Santiago Enguerrand* Moïse Zhou* Varick*

AQUELARE EGIPCIO

NÓMADAS AMERICANOS

Amun – Kebi Benjamin* – Tia

James – Victoria* Mary Peter – Charlotte Randall

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AQUELARE IRLANDÉS

NÓMADAS EUROPEOS (PARCIAL)

Maggie* Siobhan* – Liam

Alistair* Charles* – Makenna

AQUELARE DE LA PENÍNSULA DE OLIMPIC

AQUELARE DE LOS RUMANOS

Carlisle – Esme Edward*– Bella* Jasper* – Alice* Renesmee* – Jacob Rosalie – Emmett

Stefan Vladimir

AQUELARRE DE LOS BÚLGAROS

GUARDIA Y SIRVIENTES DE RAZVAN (PARCIAL)

Ruslán* Nikoláy* Razvan*

“La sombra”* (se desconoce su nombre) Elger Ion Axel Duncan Keiler Alina Natasha Zhanna

VAMPIROS PRÓFUGOS

GUARDIA DE LOS VULTURIS (GRUPO EXTRAOFICIAL)

Ezequiel* – Anna* – Teresa

Thiago Gustavo Fabio Habika* João André

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LA CASITA DE JAKE Y NESSIE

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ÍNDICE COMIENZO. 2ª PARTE PARTE DOS: NUEVA ERA RENESMEE PREFACIO……………………………………………………………. ACAMPADA………………………………………………………….. EL LAGO……………………………………………………………… EN MEDIO……………………………………………………………. LICÁNTROPO………………………………………………………... DECISIÓN…………………………………………………………….. CUMPLEAÑOS………………………………………………………. IRRUPCIÓN………………………………………………………....... REENCUENTRO……………………………………………………... GRIPE…………………………………………………………………. FALLO………………………………………………………………… GIRO…………………………………………………………………... BUENA Y MALA…………………………………………………….. FELICITACIONES Y PLANES……………………………………… APOYO………………………………………………………………... CARTA……………………………………………………………….. INTERESES…………………………………………………………... BENEFICIO COLATERAL………………………………………....... ECOGRAFÍA………………………………………………………….. FANTASMAS………………………………………………………… MANIOBRA…………………………………………………………... “NO PUEDO”…………………………………………………………. SANGRE………………………………………………………………. HERIDOS…………………………………………………………....... PRUEBA………………………………………………………………. ENTRENAMIENTO………………………………………………….. 6 DE FEBRERO………………………………………………………. PACIENCIA…………………………………………………………... UN SER SUPERIOR………………………………………………….. ENVIDIA……………………………………………………………… CAMBIO DE PLANES……………………………………………….. PASAR PÁGINA…………………………………………………....... LA ESTRATEGIA…………………………………………………….. A CASA………………………………………………………………..

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11 13 23 33 42 52 60 69 79 91 104 118 128 141 152 163 174 187 197 208 218 229 241 253 264 274 288 299 312 323 333 342 353 363

DE NADIE (PARÉNTESIS JANE)…………………………………… JACOB PREFACIO……………………………………………………………. ¿QUÉ PUEDES HACER CUANDO TUS TRIPAS SON UN MANOJO DE NERVIOS?..................................................................... MENUDO PANORAMA QUE TENGO DELANTE………………… ¡¿Y A MÍ QUÉ DEMONIOS ME IMPORTA EL PODER?!................ NO, AHORA MISMO NO PODÍA PERDER EL TIEMPO CON ESO……………………………………………………………………. VENGA, VENGA, YA QUEDA MENOS……………………………. POR FIN, ¡POR FIN! UN MOMENTO, ¿PERO QUÉ ES ESTO?....... ATROZ (PARÉNTESIS PARTE 1. RENESMEE)…………………… VALOR (PARÉNTESIS PARTE 2. RENESMEE)…………………… SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS, SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS…………………………… ESTO DEMUESTRA QUE NO SOY UN DIOS, COMO OTROS SE PIENSAN……………………………………………………………… NESSIE, NO ME DEJES… NO ME DEJES… ……………………… ¡MALDITO CHIFLADO! ¡ELLA ES MÍA!.......................................... ¡TING! ¡PRIMER ASALTO! ¡QUE EMPIECE EL COMBATE!......... ¡¿TENDRÍAN CARA?! ¡¿PERO DE QUÉ IBAN?!.............................. LLAMANDO A QUIL, LLAMANDO A QUIL. AQUÍ EL PLANETA TIERRA. CORTO……………………………………….. NENA, CIELO, PRECIOSA, CARIÑO………………………………. RENESMEE PREFACIO……………………………………………………………. INVASIÓN DE VISITAS…………………………………………….. CUARENTENA………………………………………………………. INCIDENTE…………………………………………………………... VENGANZA………………………………………………………….. PARA SIEMPRE……………………………………………………… EPÍLOGO. ANTHONY………………………………………………..

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