Nuestro Extrano Enemigo Masiosare
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NUESTRO EXTRAÑO ENEMIGO MASIOSARE Historia y psicología del mexicano Juan Miguel Zunzunegui
Desde el año 2003 me he dedicado a la investigación de grandes mitos de la historia de México, pero importante aún, según yo desde luego, a la forma en que influyen en nuestra psicología como pueblo, y se conforma lentamente lo que yo he nombrado personalmente: el complejo de Masiosare. En el año 2007 publiqué un artículo llamado “Masiosare: un extraño enemigo”, en relación al conflicto post electoral, intentado relacionar los rencores y conflictos de hoy con nuestra historia, para que veamos cómo llevamos 200 años repitiéndola, lo cual habla de muy poca evolución social, en gran medida a causa de que no conocemos nuestro pasado. Por razones que hasta la fecha no entiendo, ese libelo circulo ampliamente por la red y me persigue, por lo menos hasta el 2011 y contando. De ahí en adelante he publicado muchos artículos relacionados. Aquí presento los que considero más representativos de la problemática que pretendo exponer.
CONTENIDO
MASIOSARE: UN EXTRAÑO ENEMIGO. EL COMPLEJO DE MASIOSARE MÉXICO Y EL MEXICANO: UNA HISTORIA DE CONTRASENTIDOS. EL TRAUMA DE LA CONQUISTA UN GENOMA TRICOLOR SIN CONQUISTA NO HAY TACO, NI TEQUILA SIN VIRREINATO ¿QUIÉN SOY, DE DÓNDE VENGO Y A DÓNDE VOY? EL MITO DE LA CONQUISTA LOS SUEÑOS ROTOS DE HERNÁN CORTÉS. LA PESADILLA ESPAÑOLA ATRAPADOS EN LA EDAD MEDIA LA PRIMERA GUERRA DE INDEPENDENCIA. CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO… CONQUISTA ESPIRITUAL: JUANDIEGUITO, EL MEXICANO CHIQUITO ¿POR QUÉ LOS GRINGOS NOS GANAN EN FUTBOL? CON EL DEDO DE DIOS SE ESCRIBIÓ
MASIOSARE: UN EXTRAÑO ENEMIGO. Más si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo. Fragmento del Himno Nacional Mexicano.
Hubo un momento de nuestra tormentosa y aguerrida historia patria en que la letra de nuestro himno era del todo adecuada y congruente con la realidad; el primer siglo de vida independiente de México se vivió en medio de interminables y fatigosas batallas; no sólo once años de diversas guerras que finalmente condujeron a la libertad, sino una serie de conflictos desde el primer día de nuestra vida libre. Hoy es necesario entender y aceptar que entre 1810 y 1821 se vivieron en el territorio aún llamado entonces Nueva España, diversas guerras de independencias, encabezadas en distintos momentos por una serie de caudillos que en más de una ocasión lucharon entre sí; una serie de próceres que tuvieron proyectos diferentes, desde el “Fernandismo” de Miguel Hidalgo, pasando por al republicanismo de Morelos, hasta llegar a la guerra que finalmente triunfó; el imperialismo de Agustín de Iturbide. El “enemigo” de México fue España hasta el 27 de septiembre de 1821; el día 28 fue de fiesta, baile y jolgorio, y desde el día siguiente el enemigo de México era algún mexicano no conforme con el proyecto encumbrado. Desde Borbonistas hasta republicanos, centralistas a federalistas, conservadores y liberales; hubo un momento en que todos estaban de acuerdo en la necesidad de la independencia, pero jamás lo estuvieron al respecto del tipo de gobierno que se debería establecer. Cierto es que Iturbide con su Plan e Iguala apeló a la unión de todos los mexicanos…, y lo logró; los antiguos insurgentes se aliaron con los que en su momento fueron los realistas que los persiguieron por años. El símbolo de esta unión entre bandos tan
contrarios es un evento que tal vez no existió como tal, pero que es finalmente el emblema de la unión nacional; el Abrazo de Acatempan, donde Vicente Guerrero, bravo insurgente sobreviviente de la Guerra de Morelos, estrechó en sus brazos al coronel realista que lo persiguió por años: Agustín de Iturbide. La unión era necesaria para ganar la libertad, pero una vez obtenida ésta fue evidente que los diversos grupos políticos, no sólo no estaban de acuerdo, sino que de hecho tenían proyectos absolutamente contrarios; o peor aún, no tenían proyecto alguno más allá de tomar al poder. Iturbide le regalo a diez millones de personas algo que tal vez doscientos años después aún no sabemos cómo usar: una patria libre. Y digo Iturbide, porque, guste o no, se acepte o no en la historia, el coronel Agustín de Iturbide y Aramburu fue el hombre que ideó un proyecto, tuvo un plan, concibió un país, y fue el hombre que pacificó una reino anegado en sangre, terminó con diez años de autodestrucción, y finalmente obtuvo una independencia que fue resultado de los acuerdos y no de la violencia. Acuerdos en vez de violencia, es evidente que no somos herederos del legado del verdadero padre de la Patria, y se hace patente también por qué le adjudicamos esa falsa paternidad a Hidalgo, porque viene más al caso con el carácter del mexicano: violencia sin proyecto en lugar de acuerdos. Así pues, México nació con una guerra que continuó sin cesar, simplemente el enemigo dejó de estar fuera y estuvo desde entonces y hasta la fecha, adentro. El caos mexicano, en un territorio ambicionado por tantas potencias, colaboró en que más de un país buscara obtener ventajas de la debilidad nacional. Desde tiempos de Iturbide los norteamericanos buscaron entrometerse en la política, y entre intervenciones francesas, invasiones estadounidenses, e intentos españoles de reconquista transcurrieron las primeras décadas de una patria que también se desangraba eternamente.
La guerra se convirtió en el hecho cotidiano de un país que, apenas décadas atrás, siendo aún Nueva España, casi no tenía ejército; al poco tiempo, la actividad militar era vista como la mejor opción para supervivencia, y tristemente, la máxima causa de muchos soldados no era uno u otro proyecto, sino la supervivencia cotidiana. Es en este sentido en el que hay que reflexionar, cuando dos siglos pasaron ya de iniciado el desmán que se convirtió en la guerra que condujo a la libertad. ¿Hay proyectos en el país?, es posible que los partidos políticos representen alguno, y otra serie de grupos ciudadanos representen otros; pero difícilmente se puede hablar de un proyecto de unidad nacional; ese sendero por el que todos, con sus pequeñas variables, queremos transitar. Ese camino no existe, y unos 50 millones de mexicanos tienen, como principal causa y proyecto, sobrevivir a un nuevo día, su causa es la subsistencia y es por ello que difícilmente podrán interesarse en algo más elevado. Peor aún, si bien nuestra patria no vive al acecho de las potencias ambiciosas del siglo XIX, y la guerra internacional no es la cotidianeidad; es un hecho que el mexicano sigue teniendo enemigos…, tal vez sólo por fastidiosa costumbre, por décadas y décadas de tener siempre uno, por años enteros de una educación basada en el miedo al “otro”, al de afuera; el caso es que el mexicano, si no encuentra un enemigo externo se enfrenta a dos opciones: la primera es inventar uno, lo que nos lleva al eterno complejo de conquistado que hasta la fecha nos evita levantar amarras y navegar al horizonte del progreso; otra opción es que el enemigo sea el mexicano de al lado, el que, por la razón que sea, piensa distinto a uno, y que por lo tanto consideramos adversario, antipatriota, vendepatrias o traidor. Pareciera que los mexicanos quisiésemos evitar a todo costa que la belicosa letra de nuestro himno nacional pierda vigencia, y así nos lanzamos a la guerra eterna. No hace
falta, desde luego, modificar el Himno, sino las mentalidades; y si bien la guerra fue el método que tuvo esta nación para nacer y para sobrevivir, es de vital importancia dejarla en el olvido, ya que sólo el camino de la paz nos podrá llevar a un futuro lejano donde tengamos mucho que festejar en un hipotético Tricentenario. En el siglo XIX no había nada más acercado a nuestra realidad cotidiana que la letra de nuestro Himno; el mexicano vivía, efectivamente, al grito de guerra, y la patria podría efectivamente ver que sus hijos estaba siempre dispuestos a desangrarse ante la menor provocación: un soldado en cada hijo tenía México, ¿cuántos soldados tendrá hoy? Al sonoro rugir del cañón comenzó a escribirse la historia de nuestro querido México, y es necesario que el clamor de la metralla los cañones sea acallado de una vez por todas. En 1810 comenzamos los mexicanos a luchar, descansamos un día para festejar, el 27 de septiembre de 1821, y reanudamos la batalla; entre guerras de fuera y conflicto entre nosotros. México lucho hasta 1910 casi sin descanso. Curiosamente, en aquellos tiempos que tan atinada era letra de nuestro Himno Nacional, éste simplemente no se cantaba, y esto era por dos razones; la primera es que casi nadie lo sabía…, y la segunda es que no era oficialmente nuestro himno. Y es que en los derroteros tan caprichosos por los que a veces lleva el camino de la historia, quiso tal vez el destino, ¿escrito por el dedo de Dios? O tal vez fue sólo causa del azar, pero las vicisitudes de nuestro devenir histórico hicieron que fuera uno de los llamados tiranos, quien convocara a la creación del himno, y quien lo mandara entonar por vez primera, el 16 de septiembre de 1854. Antonio López de Santa Anna es a quien México le debe la existencia de su himno; más allá de que Jaime Nunó y Francisco González Bocanegra sean los directos responsables
de letra y los acordes, la convocatoria la lanzó Santa Anna. Otro dato interesante es ver que hasta en el canto patrio se deja ver la indisoluble liga con España que tantos se empeñan en negar; en el caso de la música, se la debemos totalmente a un español…, así es, nuestros acordes patrios vienen de lo que las musas le dictaron al músico español, catalán, dirían los catalanes, Jaime Nunó. Y más allá de las exageraciones, desviaciones y reacomodos de la historia, tal vez pocos enemigos más terribles haya tenido México que el general Antonio López de Santa Anna, quien paradójicamente fue uno de los que desfiló triunfante el día en que se ganó la libertad, aquel 27 de septiembre de 1821. Y más que paradójico y en contrasentido, viene a resultar más bien casi burlón que un enemigo de semejante talante haya sido quien diera música a esta patria, y entonase por vez primera aquello de “Más si osare un extraño enemigo”…, ¡cuántas veces fue el general Quince Uñas ese extraño enemigo! Y así pasa y pasa el tiempo y las costumbres se aferran, no sólo casi siempre tenemos a un Santa Anna, aunque nadie le llegue a los talones a su Alteza Serenísima; sino que México vive siempre amenazado por la sombra de Masiosare, ese extraño enemigo mencionado en nuestro Cántico Patrio. Masiosare pareciera ser, efectivamente, ese extraño enemigo del que se hace mención en nuestro himno, ha reaparecido y está nuevamente entre nosotros: profanó con su planta nuestro suelo y está listo para destruir a México…, como siempre ha estado. Lo triste, como en el caso afligido de Santa Anna, es que Masiosare es extraño pero no extranjero, y de hecho ha estado eternamente entre nosotros; el principal y más terrible enemigo que ha tenido por siempre el mexicano, es el mexicano de al lado, dispuesto a hacerlo pedazos.
Ya se mencionó, a falta de enemigo real es suficientemente bueno el imaginario; sea este el extranjero en forma de inversionista privado, potencial reconquistador, o sea otro connacional que no simplemente no comparte nuestra visión; en el siglo XXI México sigue dividido igual o tal vez peor que en tiempos de la Reforma Juarista. Pero el hecho ineludible es que México no va como debería de ir, México está mal, es la promesa eterna, siempre el país del mañana. Con el potencial que tenemos nuestra realidad se queda muy atrás; y ante eso, los mexicanos tenemos esa maravillosa tendencia a achacar todos nuestros problemas a alguna misteriosa y maquiavélica fuerza ajena a nosotros: perdemos el mundial porque el árbitro está en contra nuestra; en las olimpiadas los jueces de la caminata están en contra de los mexicanos; Fernando platas no le cae bien a los jueces de clavados y por eso lo califican mal; seríamos ricos si los españoles no nos hubieran conquistado; seriamos potencia si los gringos no nos hubieran quitado el territorio del norte y hubiéramos ganado el mundial de 1994 si Mejía Barón hubiera hecho los cambios y metido a Hugo. Nunca se nos ocurre pensar que los problemas de los mexicanos pueden ser culpa de los mexicanos, principalmente porque somos enemigos unos de otros. Salgamos de la historia remota y vayamos a la inmediata; en casi todos los países del mundo, el ataque de un extranjero provoca la unión del pueblo por más dividido que esté. Aquí nos divide más. En el periodo de 2006 a 2012, el presidente de todos los mexicanos (aunque hayan votado por otro partido) se llama Felipe Calderón. Hay que hacer aquí el paréntesis de que la democracia requiere un pueblo Ilustrado para prosperar, un pueblo, y una clase política desde luego, que entiendan que la mentada democracia no sólo es el supuesto “poder del pueblo”, sino también la responsabilidad del pueblo; la democracia no
funciona sin demócratas, y de eso en México hay mucha carencia. En la democracia gana el que tiene más votos, no aquel por quien uno votó. Al poco tiempo de esa agitada elección del año 2006, que tanto rencor despertó en la sociedad mexicana, y que tanto hizo resoplar los aires del pasado; el señor presidente se fue a una gira por Europa que tuvo bastante éxito y en la que nos dejó, como país, bastante bien posicionados. En esta gira hubo cosas interesantes, se promovió al país, se le dio buena imagen, se dio confianza al inversionista…, pero las noticias en los medios mexicanos le dieron más importancia a los rabietas que para entonces estaba haciendo aquel que dice gobernar a nuestros hermanos de Venezuela; el señor Hugo Chávez. El presidente Calderón, representante de todos los mexicanos, por el simple hecho de ser el Jefe del Estado; habló de unidad en Latinoamérica por encima de izquierdas y derechas, algo que en definitiva es urgente para el progreso de toda una región que igual que México es incapaz de abandonar el conflicto eterno; pero Chávez no perdió oportunidad para arremeter en su contra, insultarlo y burlarse de él, y por tanto, del pueblo de México a quien representa. Ahí estaba el ataque del enemigo; ese que debería convertirnos a todos en los soldados de la patria; pero de inmediato los diputados y senadores que desconocían al presidente se apresuraron e hicieron la “Cargada”…, pero del lado del venezolano: era necesario, aseguraban, restablecer la relación con Venezuela, sin importar los insultos que su presidente inflija al nuestro. Por aquellos tiempos, otro villano elevado a una presidencia, en este caso el señor Bush en los Estados Unidos, tenía que hablar ante su Congreso, como en cualquier país democrático. Quiso el destino que en ese momento el Congreso estuviera dominado por la oposición, y el pequeño Bush, a Bush el pequeño, fue presentado por la presidenta
parlamentaria, de oposición también, quien en vez de tomar la tribuna y manchar de café su bandera, se dirigió a los presentes diciendo: “Tengo el honor de presentarles al presidente de los Estados Unidos de América”. Se ha de haber mordido la lengua, en definitiva los demócratas no lo querían ni un poco; era su enemigo, consideraban que en el año 2000 sólo un fraude pudo llevarlo al poder ejecutivo, el señor no era popular ni entre políticos ni entre el pueblo…, pero quien se presentaba en la más alta tribuna norteamericana no era el individuo llamado George W.H. Bush, sino la investidura del presidente, el Jefe del Estado. Como tal fue presentado por una de sus grandes opositoras. Aquí en México obligamos al presidente a entrar a escondidas a jurar su cargo, porque leales a letra de nuestro Himno Nacional, estamos eternamente al grito de guerra. Tal vez ignoren aquellos que en cierto momento pretenden convertir el presidente en turno en enemigo del pueblo y viceversa, que dicha situación sólo se les revertirá en su contra en el momento que ellos tomen el poder. Un pueblo debe tener la obligación de vigilar a su gobierno y exigirle, pero la cultura de que el pueblo y el gobierno sean antagonistas únicamente puede conducir a una desintegración nacional. Al poco tiempo fue Felipe Calderón a España a hablar con el presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, y ese mismo día se le adelantó el líder de su propio partido, un radical ansioso de salir en los medios; para decir que Zapatero hacía mal las cosas y que en realidad no estaba combatiendo el crimen organizado y al terrorismo. Dicha declaración sólo puede entenderse como un traspié al presidente. Esos errores no son casuales, son enemigos internos. “Fuego amigo” le decimos lacónicamente en México…, pero es la eterna presencia de Masiosare
Un sexenio atrás, es difícil defender la política exterior de Vicente Fox, y su actuación en ese terreno que dejó a todos un terrible sabor de boca y a nuestro país bastantes malas relaciones. No podemos ni debemos negar los errores del presidente en turno o del pasado. Si, Fox era muy malo para la diplomacia, terrible, desde luego ingenuo; pero lo que le hizo Fidel Castro, eso de grabarle conversaciones y publicarlas, es una canallada, digna eso sí, de un dictador de su categoría…, porque aunque muchos quieran seguir viendo en él al sueño del revolucionario romántico, ese papel, tal vez gracias a la muerte cercana, será eternamente propiedad del “Che” Guevara, Fidel es simplemente un dictador. Mal papel de Fox, y bien hicieron sociedad y medios al criticar el tristemente célebre “comes y te vas”, que también humilló, por causa del presidente, al pueblo mexicano; pero aún así nadie habló de la canallada del cubano, de la felonía vil del dictador tropical; y los diputados y senadores de la oposición mexicana fueron al monumento a José Martí (pobre José Martí, quien sería el primero en derribar a Castro), a colocar una ofrenda al pueblo cubano en desagravio..., ¡y nuestro agravio qué! Hace cien años decía Porfirio Díaz: la razón por la que le va mejor a Estados Unidos es que una vez que alguien gana la presidencia, el pueblo y los políticos se le unen para trabajar por la nación. En cambio en México, en cuanto alguien toma el poder, todos, enemigos y antiguos amigos, se ponen en su contra. Eso fue hace cien años y pudo haber sido dicho ayer. Mexicanos al grito de guerra…, sí, pero entre nosotros. Y este es el meollo del asunto, nos atacamos entre todos cuando deberíamos unirnos porque es una costumbre histórica heredada de generación en generación. Cuando México firmó su acta de independencia, el 28 de septiembre de 1821, nuestro primer día como nación libre, comenzaron los golpes. Unos querían un imperio, otros monarquía;
de ellos, cada quien con un rey distinto; otros más se decantaban por la república, pero unos la querían federal y otros centralista. Eso nos hizo pelearnos todo el siglo XIX. Cuando por fin los más importantes paladines de la independencia se pusieron de acuerdo, formaron un Congreso que nombró emperador a Iturbide como Agustín I; al día siguiente, aquellos que pelearon a su lado ya peleaban en su contra. Vicente Guerrero, quien se echó a sus “imperiales plantas” como él mismo dijo, y juró fidelidad, ya estaba de inmediato en el proyecto para derrocarlo. Nuestro primer presidente, Guadalupe Victoria, llegó a tan alto honor por ser tal vez la persona que más confianza inspiraba a todos los bandos; su honor, su valentía y su patriotismo eran incuestionables. No obstante, encontró a su peor enemigo en su vicepresidente, Nicolás Bravo, hombre con el que había luchado codo con codo; Victoria termino su periodo, fue el único que pudo hacerlo entre 1824 y 1857, y cedió el poder al ganador de las elecciones, Manuel Gómez Pedraza; pero desde entonces salió a relucir el talante antidemocrático de nuestra patria, y aconteció el primer Golpe de Estado de nuestra vida libre par que Guerrero tomara el poder. Una vez en la presidencia, encontró a su peor enemigo en su vicepresidente, Anastasio Bustamante. Otros grandes antagonistas fueron Santa Anna y Valentín Gómez Farías, siempre que fueron fórmula de gobierno. Y esa tan lamentada invasión norteamericana en la que perdimos medio territorio, todo mexicano la recuerda, pero casi ninguno conoce los pormenores. Mientras los ejércitos invasores avanzaban por territorio nacional, nuestros líderes se peleaban entre sí por el poder. Dos Marianos eran los protagonistas políticos de la época; el presidente Mariano Paredes, al mando del mejor ejército del que México había dispuesto en su historia,
quien en vez de defender a la nación de la invasión lo usó para conservar el poder. El otro Mariano; Salas, estaba en la capital proclamando la monarquía. Los yanquis desfilaban sin mucho disturbio a Palacio Nacional, ante la facilidad de que varios Estados de la República se declararan neutrales en esa guerra. En la famosa Revolución Mexicana todos nuestros “héroes” se mataron entre sí. Todos han pasado a la historia como buenos y tienen sus nombres con letras de oro en el Congreso; pero el héroe Carranza mató al héroe Zapata, el héroe Obregón mató a los héroes Villa y Carranza y el héroe Plutarco Elías Calles mató al héroe Obregón. Por cierto que el héroe Calles fue expulsado del país por el héroe Cárdenas. Tanto matadero entre esos supuestos próceres a los que englobamos bajo el título de “revolucionarios” nos deja claro que, así como no hubo una misma independencia, en definitiva no hubo una mima revolución. Y así podemos resumir el eterno proyecto nacional desde 1821 y contando: quitar al que está. En torno a esto último deberíamos reflexionar, sobre aquellas palabras citadas de Porfirio Díaz: ya es hora de que dejemos de unirnos para atacar al presidente, ya es hora de que el proyecto de nación deje de ser quitar al que tiene el poder. Estados Unidos es una potencia contradictoria; es el país vanguardia de la ciencia, pero en muchos de sus Estados se prohíbe enseñar la teoría de la evolución; es el país que más influye en el mundo, pero la mayor parte de sus ciudadanos jamás salé de sus fronteras; es llamado el país de las libertades pero es profundamente conservador. Es en definitiva un país donde, junto a las mejores universidades que educan a las mentes que lideran al mundo, están las peores escuelas con estudiantes que no ubican Canadá en un mapa.
Hay que decirlo aludiendo a sus propias autocríticas, el norteamericano promedio es todo un Homero Simpson, y sin embargo son potencia mundial; esto sólo se puede explicar porque trabajan en equipo, y porque a pesar de todo respetan a sus instituciones y a su presidente, mientras aquí tiene que esconderse para entrar a la sede del poder legislativo, que en vez de ser su aliado es su enemigo: ahí está el eterno Masiosare. En este momento decisivo de nuestra historia vemos una vez más a Masiosare enfrentando a todos contra todos. Dicen que el pueblo unido jamás será vencido… ¿cuándo será el día en que México esté unido? Tal vez ese día si logremos derrotar a Masiosare: ese extraño enemigo.
EL COMPLEJO DE MASIOSARE Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede Yo sabía que en la revancha te tenía que hacer perder. José Alfredo Jiménez.
Si Masiosare es aquel extraño enemigo, esa tenue sombra amenazante, si es la intimidación constante de la patria, el adversario al acecho; el Complejo de Masiosare es esa extraña, enmarañada y embrollada serie de complejos psicológicos que nos aniquilan como nación; por encima de todos, la desconfianza, la idea de que todos traman algo en nuestra contra, de que un complot extranjero quiere aniquilar a México (como si nos hiciera falta el extranjero para eso). Evidentemente esta simple idea, la escueta sugerencia de que el mexicano pueda tener algún problema psicológico, el llano hecho de comentar esta posibilidad hace que lluevan las críticas y los ataques al que se atreva a señalar tan peliaguda cuestión. En ese momento vienen los ataques de todos esos pequeños Masiosares que rondan por el país…, de aquellos que, sin quererlo y sin saberlo, son enemigos de México y el mexicano, por vivir en la negación, cerrando los ojos ante realidades evidentes y prefiriendo vivir bajo la ceguera selectiva del ciego que no quería ver; ese que, como el amor es ciego y ama a México, no puede señalar ningún defecto de su patria. La realidad rara vez deja lugar a dudas: algo ata y ancla al mexicano, algo nos detiene, algún autoimpuesto límite mental nos inmoviliza; muchas maravillas cuenta el mexicano sobre el mexicano, de ser cierto todo ello, nuestro país sería la potencia que no es…., y es aquí donde entra el Complejo de Masiosare; ya que nos aferramos a la idea de que somos grandiosos…, pero ante la contundente realidad de nuestro no-éxito,
de inmediato buscamos al culpable externo, a ese maquiavélico ser que arruina nuestro destino, ¿escrito por el dedo de Dios?..., suceda lo que suceda, sea por lo que sea que el mexicano y su México no prosperan, es culpa de ese abominable Masiosare, ese extraño enemigo, único culpable de todos nuestros males. Aún en el siglo XXI se sigue escuchando en las aulas, tristemente de todos los niveles y estratos sociales, que somos un pueblo conquistado, y que eso lo llevamos en la sangre, hasta el tuétano parece a veces; puede el estudiante promedio y el lector promedio seguir oyendo o leyendo que descendemos de los indígenas derrotados, que los dioses del pasado abandonaron a nuestros ancestros, que los españoles, esos terribles españoles, confundidos por dioses y seres míticos por ese Moctezuma, líder de un pueblo supuestamente sabio como pocos, pero que cambiaban oro por espejos y que se atemorizaban ante hombres blancos…, algo no cuadra en esta versión. Pasa el tiempo y los proyectos educativos, pero se nos sigue diciendo que como resultado de dicha conquista estamos marcados, que era destino de los antiguos perecer, que los malignos conquistadores nos saquearon y son culpables, a quinientos años de distancia, de todas nuestras miserias. El mexicano sigue “aprendiendo” que nuestro origen es una caída, una conquista, una derrota, una capitulación y una entrega, una traición y una felonía de la mujer tomada por el perverso conquistador, de la mujer entregada y mancillada, violada y, como diría Octavio Paz, chingada. Por eso, el mexicano que repudia a su padre conquistador, y rechaza a su madre violada; se dio a sí mismo una nueva madre, inmaculada virgencita pura y casta, que no requiere del hombre para ser madre y que por lo tanto nunca se entrega.
Los niños mexicanos siguen repasando en la escuela que Huitzilopochtli existió y que guió en sueños religiosos al pueblo mexica por casi un siglo hasta llevarlos al lugar elegido para establecer su imperio; la peor zona del lago de Texcoco, la más salitrosa e insalubre, las más inestable e infértil, la más pantanosa…, pero donde el capricho divino colocó a un águila posada sobre un nopal y devorando una serpiente. Por eso ahí surgió Tenochtitlán, que aún yace bajo nuestra Ciudad de los Palacios. Los educandos siguen recibiendo concepciones metafísicas que lo hacen entender que México depende del antojo de los dioses, sean paganos o el cristiano, sea la virgen o los santos. Conquistados, derrotados, abandonados por los dioses pero acogidos por una madre celestial traída por la religión del conquistador; contradictorio, aferrado al pasado indígena que desconoce, lamentando eternamente la conquista y repudiando al español en español. Es el mexicano el contrasentido total, una madeja de confusiones, un amasijo de ideas torcidas y de historias fantasiosas; una víctima de su pasado y marioneta del destino, convencido de que merece más de lo que tiene, pero empecinado en destruir su destino y seguir en la eterna búsqueda de culpables. Eso es el mexicano, y todo eso es su Complejo de Masiosare, que incluye esta serie de trastornos y complejos:
Crisis de identidad: un conflicto del mexicano por definir su origen y su esencia, caracterizado por un enfrentamiento entre lo indígena, lo mestizo y lo criollo. Esta crisis de identidad provoca una desintegración del pueblo con consecuencias graves como el clasismo, el racismo y el rencor social.
Complejo de Conquistado: la idea permanente de que somos un pueblo conquistado y que ese evento marca nuestro destino. Este complejo está
determinado por la crisis de identidad ya mencionado, debido a esta crisis y a nuestra visión de la historia que nos identifica como descendientes de aztecas y pueblos mesoamericanos; el mexicano de hoy tiene este complejo, que sirve además para justificar nuestra situación económica y política.
Rencor social y polarización: nos enfrentamos a un México absolutamente desunido; separado por cuestiones como el rencor social y la polarización de la población. Un pueblo que es enemigo de si mismo está condenado al estancamiento. Lamentablemente, no sólo nuestra versión de la historia, sino el manejo de ciertos discursos políticos, que se aprovechan de esta realidad, han exacerbado esta división de la sociedad que se puede ejemplificar perfectamente en el conflicto: ricos contra pobres, que es como decir: malos contra buenos
Individualismo y desconfianza: como resultado de todos los demás traumas y complejos tenemos a un mexicano metido en sí mismo, desconfiado, cerrado a la colaboración y que desarrolla por tanto un comportamiento de individualismo. Una sociedad formada por individuos que no están dispuestos al trabajo en equipo está también condenada al fracaso.
Cada día de nuestras vidas, cada segundo, en cada canción popular y en cada libro de historia regeneramos esos valores que nos alejan del progreso, que nos atan al pasado, que siguen marcando nuestro destino, aunque con dinero o sin dinero sigamos siendo el Rey…, aunque siempre ha habido reinos en bancarrota y reyes de opereta.
Los mitos modernos de los pueblos están plasmados en su historia; es en ella donde se plantean arquetipos básicos como los héroes, los villanos y los traidores. Debido a todo esto, es fundamental hacer los análisis correspondientes para intentar cambiar esta personalidad del mexicano; ya que esta forma de pensar es una de las razones que nos han anclado como nación. ¿De dónde viene esta visión de la historia?, la historia, como comúnmente se dice, la escriben los vencedores; en el caso del México contemporáneo hablamos de los vencedores de la Revolución porque, ojo, la revolución no la ganó el pueblo sino una camarilla que la transformaron en partido y organizaron un discurso adecuado que justificara y enalteciera la guerra que los llevó al poder. Una vez más una camarilla, como en la independencia y como en la actualidad. Nuestra versión de la historia, con todos sus traumas y complejos, es la herencia del Dinosaurio; la herencia histórica de un partido necesitado de glorificar la revolución que lo llevó al poder. Un pueblo es su historia; los acontecimientos que se suceden en el devenir del tiempo, y la forma en que afectan y se perciben, van marcando la idiosincrasia de una nación, su forma de ser, sus complejos y sus traumas. El hombre es finalmente un ser histórico, y la sociedad, conformada precisamente por un conjunto de seres históricos, se hace así de un inconsciente colectivo, una especie de espíritu popular que rige en gran medida los pensares y actuares de una nación. Esta es la única forma de explicar que, a pesar de que los seres humanos que forman la sociedad son perecederos; el espíritu de estas sociedades no cambia. Podemos hablar de la arrogancia de los argentinos, la flema aristócrata de los ingleses, lo aguerrido de los alemanes, la sensibilidad de los franceses y la visión mesiánica de los gringos, por poner sólo algunos ejemplos. Y aunque toda una generación muera, estos pueblos no
cambian su forma de pensar, es parte de su inconsciente colectivo y éste tiene que ver con su historia. ¿Cuál es entonces la personalidad del mexicano? Nadie que quiera ser popular escribiría lo que viene a continuación, pero es lo que amargamente coinciden todos aquellos que han estudiado la psicología del mexicano; y peor aún, es lo que parece arrojar la realidad. El mexicano, triste es decirlo; es efectivamente alegre, bonachón, fiestero, cálido, hospitalario y un sinfín de cualidades de las que nos encanta vanagloriarnos. Pero fuerza es decir también, aunque pese, que el mexicano es acomplejado, posee un marcado trauma de conquistado del que no se libera ni con el paso de los siglos. El mexicano es poco colaborador, es personalista, egoísta, y no tiene en definitiva el espíritu de colaboración de otros pueblos; el mexicano no sabe, y no quiere trabajar en equipo; es desconfiado y ve principalmente por su bienestar sin importarle el valor de la comunidad. El mexicano vive el hoy, muy bien; pero sin pensar en absoluto en el mañana, tiene una extraordinaria visión a corto plazo lo que en definitiva no lo hace nada visionario. México, nueva contradicción, es el país del mañana, ya que todos esperamos que ese ilusorio futuro nos vaya mejor que en el momento actual, pero la situación es que el mexicano poco hace para construir ese mañana y vive pensando en el hoy. Así es que anhelamos con esperanza el mañana, pero nada hacemos hoy para que llegue. Al final no es de extrañar, ni el hoy ni el mañana pueden existir en un país que, en realidad vive en el ayer.
MÉXICO Y EL MEXICANO: UNA HISTORIA DE CONTRASENTIDOS.
Yo conocí la pobreza, y ahí entre los pobres jamás lloré. José Alfredo Jiménez
El pobre mexicano va y viene por la historia sin saber muy bien quién es, y sus maestros y libros de texto no le ayudan mucho. Tenemos muchos museos, muchos días que se festejan, muchos héroes que honrar, cantidad de próceres cuyos nombres están escritos con letras de oro en el Muro del Congreso…, pero poco le dice todo eso al mexicano. Muchas fiestas y convites, muchos gritos y sones de mariachi, cantidad de muros del país con nuestra historia dibujada, y muchísimas guerras celebradas. Así es, si uno hace el recuento puede ver que el mexicano festeja la guerra: independencia, revolución, 5 de mayo…, y recuerda lastimosamente muchas otras: intervención francesa, guerra norteamericana, imperio de Maximiliano. Parece que en ganar o perder batallas se desgasta nuestra historia y nuestro ser, y que evidentemente en esos triunfos y derrotas se marca lo que somos. Pero una batalla es la que nos marca por completo, la que nos define y nos da carácter y personalidad, la que establece nuestro ser más profundo, la que nos encausa y determina, la que pesa como maldición sobre nosotros. Curiosamente casi nadie sabe cuándo fue, pero el 13 de agosto de 1521, la ciudad de Tenochtitlan, defendida en estoicos esfuerzos por Cuauhtémoc, finalmente se rindió ante Hernán Cortés, marcando con ello, en realidad no triunfos o derrotas, sino al nacimiento de eso que somos como pueblo, ese sangriento encuentro es uno de los orígenes de esa cultura mestiza que hoy somos.
Ahí, ese 13 de agosto se encontraron cara a cara el último de los grandes aztecas y el intrépido y valeroso aventurero español; nuestro último antepasado remoto y nuestro padre…, porque así es aunque no guste; este pueblo educado para sentirse conquistado es en realidad hijo del conquistador, de ese Cortés sin el que simplemente nada de lo que hoy es México existiría ni sería lo que es; de ese hombre que soñó mestizamente un Nuevo Mundo, el que unió a antiguos pueblos indígenas que vivían en guerra perpetúa, el que unificó el territorio que hoy es México y le dio un solo gobierno, el que trajo con él sin darse cuenta uno de nuestros más grandes tesoros actuales, nuestro idioma español. Ese no fue funesto ni glorioso, pero sí definitivo, Hernán Cortés, quien ya era reconocido como gran Señor por muchos de los pueblos amerindios, recibió también el vasallaje del Águila que Cae. Cuauhtémoc conservó nominalmente su título, pero desde entonces el Tlatoani fue Cortés. Ese 13 de agosto dejó de existir el señorío azteca y con él toda la entonces decadente Mesoamérica, ese día murió un antiguo mundo del que somos herederos, pero en ese mismo instante la era parió a un nuevo ser, a nosotros, al mexicano, al que no es español ni indígena sino la mezcla de ambos. Ese día el mexicano vio la luz, y su padre se llamó Hernán Cortés…, al que la historia prefirió llamar conquistador, con lo que de un solo golpe de pluma y un decreto pasamos todos a ser los conquistados. La conquista desde luego le funciona al mexicano pues le ayuda a justificar cualquier caída, toda derrota es como parte de nuestro destino ¿eso escribió el dedo de Dios? Pero la necedad de vernos como conquistados proviene de la necedad aún mayor de asegurar que México tiene tres mil años de historia, y para ello, tomar la historia de todas las culturas de Mesoamérica como nuestra.
Mesoamérica no era México, era un conjunto de decenas de señoríos y ciudades estado, independientes unas de otras, muchas en su momento sometidas por los aztecas; un territorio en lo absoluto unido y donde se hablaban decenas de lenguas y convivían violentamente diversas culturas, religiones y formas de ver el Mundo; eso distaba mucho de ser eso que hoy conocemos como México, ni siquiera lo que algunos románticos llaman el México prehispánico; sería a lo mucho un mundo prehispánico sobre cuyas ruinas se formó lentamente lo que es México, una mezcla de lo mesoamericano y lo europeo. Así pues, la conquista pasa a ser un mito; México no existía para poder ser conquistado y de hecho la propia España tampoco existía aún, pues la unificación total del reino se dio hasta 1556, cuando Felipe II fue el primer monarca en ser coronado rey de España, de una sola España. Hernán Cortés financió de su peculio su aventura americana sin que Carlos V, sacro emperador y rey de España, tuviera siquiera noticias de su existencia. Un país que no existía no pudo jamás conquistar a otro que tampoco constaba aún. Hernán Cortés unificó a los pueblos americanos en contra de los mexicas, y de ese hecho tan incomprendido surgió México; un país que hubiera surgido sin todo el apoyo que decenas de pueblos y decenas de miles de soldados indígenas prestaron al llamado conquistador. En ese nuevo reino llamado Nueva España, con el paso del tiempo, de los siglos, y derivado de la colonización hispana, siempre discriminadora; creció una sociedad dividida y donde los descendientes de los conquistadores, nacidos en suelo americano, eran segregados por sus propios parientes peninsulares; de ahí que tres siglos después de la conquista que se dio gracias a los indígenas, los españoles de América, los llamados criollos, comenzaran a luchar por la independencia. Tan contradictorio es México que
hasta la historia de su origen es un contrasentido, una conquista indígena y una libertad española. ¿Por qué hay mentiras en la Historia de México? Sencillo: porque las hay en la historia de todos los países, que reacomodan los hechos para buscar un discurso histórico más heroico…, pero México reacomodó su historia para hacerla más perdedora, ya que desde Cuauhtémoc, pasando por Zapata y Villa, y hasta llegar a la Selección Nacional de futbol, veneramos al prócer caído, al que lucha con la frente en alto pero finalmente pierde. Cuauhtémoc (que era azteca, no mexicano), Hidalgo, Morelos, los míticos Niños Héroes, Pancho Villa, Emiliano Zapata…, ninguno ganó sus batallas y todos son parte del panteón patrio. Tal vez por eso el mexicano le teme al triunfo, tal vez sea una herejía contra la patria lograr más como individuo de a pie del siglo XXI, que aquello que hayan obtenido nuestros llamados héroes…, si ellos perdieron, por qué habríamos nosotros de ganar. Grandes pueblos tienen grandes héroes y grandes héroes forjan grandes pueblos. En Nuestro odiado y anhelado Estados Unidos se toma por héroe a los padres de la Patria, a los que si derrotaron a los ingleses…, no a los que lo intentaron; como país bélico que son toman por ídolo al ganador de las batallas. En nuestra conquistadora España tienen a los caballeros medievales que expulsaron a los moros, en Inglaterra a los grandes almirantes que expandieron el imperio, en Noruega a los grandes exploradores que vencieron los hielos polares y en Grecia a sus míticos y legendarios héroes clásicos…, en México tenemos a los que perdieron las batallas. Y no es que no haya en nuestra patria ganadores; pero el primero fue Hernán Cortés, otro más fue Iturbide y uno más, campeón de decenas de batallas contra los francés
invasores fue Porfirio Díaz…, todos en el infierno de nuestra historia oficial. El caído a los altares y el triunfante en el olvido, ¿cómo puede progresar un país que piensa y se comporta así? El tipo de héroes que tengamos serán reflejos también del inconsciente colectivo histórico de cada pueblo. Y En México… un país derrotado, con un severo trauma de conquistados; la mayoría de nuestros héroes son vencidos; aquellos que mueren en batalla, pero con la frente en alto son las máximas figuras. Aquellos que triunfan se ganan el descrédito del pueblo. En un pueblo que se cree predestinado a perder, el que gana es un traidor. Poco cambia con la revolución, donde los ídolos del pueblo, Zapata y Villa, habrán ganado batallas, pero no ganaron la guerra…, y no lo hicieron porque no tuvieron los arrestos, el tamaño, ya que ambos fueron los primeros en tomar la ciudad de México, someterla, entrar al Palacio Nacional y sentarse en la silla del poder…, tan sólo para tomarse la foto y seguir su viaje como turistas. Madero ganó de forma efímera pero nunca gobernó en realidad; los héroes de la revolución se matan entre sí y ganan siempre con base en la traición Es así como nuestra visión de la historia no nos permite tener una identidad, ¿descendemos de los aztecas?, ¿descendemos de los españoles?, ¿somos un pueblo conquistado?, ¿por qué nos identificamos con los perdedores?, ¿por qué estamos anclados al pasado? Estamos anclados al pasado porque así nos han educado por generaciones, sin importar la edad del que escribe o del que lea esto, más allá de la generación, por encima de la década en que uno haya nacido, resulta que la palabra crisis es una constante; cualquiera
con memoria (que en México son pocos) recordará que siempre se nos ha dicho que estamos en crisis. Es decir que el presente nunca es tan bueno como podría ser ni tan maravilloso como se prometió en el pasado inmediato; el futuro, por lo tanto, está siempre nebuloso. Ante esta situación el mexicano se refugia ahí, en ese rincón de la historia donde todo es hermoso: el pasado. Claro que tiene que ser un pasado muy remoto, ya que los últimos doscientos años han sido de guerras y conflictos, y los tres siglos anteriores son ese oscuro periodo llamado colonial en el que nos sentimos invadidos por una potencia europea, y justo antes está la funesta conquista. Así pues, el rincón del pasado donde todo es una utópica maravilla prehispánica tiene que ubicarse atrás en miles de años. Así es como armamos esa historia fantasiosa en la que somos un pueblo con un pasado glorioso: Teotihuacán, los mayas, los toltecas, y otra serie de pueblos que sólo tienen una cosa en común: ellos no eran mexicanos. Ese rincón perfecto del pasado es por lo tanto ficticio, pero poco importa, porque así lo escriben nuestros libros, así lo describen nuestros intelectuales y así lo pintó Diego Rivera…, suficiente para soñar con él, y a falta de algo mejor en el presente o el futuro, hemos elegido el pasado como el mejor lugar para vivir.
EL TRAUMA DE LA CONQUISTA Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde. José Alfredo Jiménez.
Hablando de contrasentidos en nuestro México, no hay nada como echar un ojo a las metafísicas canciones rancheras para darnos cuenta de que nuestra esencia es la contradicción: sentir orgullo de ser humilde. Algo simplemente incomprensible. El orgulloso, el altivo, el arrogante y altanero, son precisamente conceptos del todo contrarios a la idea del humilde, el rendido, el sumiso, dócil y obediente. Orgullo y humildad son dos ideas absolutamente opuestas…, pero el mexicano, el hijo del pueblo, le canta a la contradicción y asegura estar orgulloso de ser humilde. Véase el tamaño de la trampa: si se siente orgullo se termina la humildad, si se es humilde el orgullo es imposible. Dando por hecho la contradicción, tan inherente al mexicano, cabría preguntarse en qué reside el orgullo de ser humilde. En sociedades sin trauma o complejo de conquista se tiene claro que el orgullo se siente por los logros, los triunfos, las victorias, las hazañas, los laureles…, y definitivamente ser humilde no debería ser considerado una hazaña, una conquista o una epopeya victoriosa; menos aún si se es de nacimiento, ya que el hecho de tener una condición de nacimiento, sea la más honda de las humildades o la más altanera de las noblezas, no contiene mérito alguno, pues no es algo obtenido por esfuerzo. Pero cuando alguien se esfuerza, y si lo hace constantemente, y se empecina en el esfuerzo; probablemente supere su condición, por lo que abandonaría el estado de
humildad originalmente referido; a menos que ya entremos en la obcecación enferma de empeñarnos en ser humildes y poner en ello todo nuestro empeño. Por donde se vea, el mexicano orgulloso de ser humilde vive en la contradicción; pero además en el conformismo, en la quietud, en la inmovilidad, y ante todo, en el eterno pretexto de la pobreza, asumiendo que ésta es una virtud. Hacer de nuestra realidad una virtud, sólo hace que nos mantengamos donde estamos, y que no hacer el menor esfuerzo no sea visto como un vicio o una ineptitud, sino como la forma de mantener una virtud tan pura como la humildad de nacimiento. Todo este orgullo ante la humildad, esta veneración de la pobreza en la que vive el mexicano, pobre pero honrado; no es otra cosa que la manifestación evidente de uno de los componentes del Complejo de Masiosare; el trauma de conquistado. Si ser conquistado es un destino (escrito por el dedo de Dios), si la derrota es nuestro sino histórico…, lo lógico y normal es ser pobre, pobreza que debe elevarse al grado de virtud y ser soportada con estoicismo. Muchos son los que se aferran a la necia idea de que somos un pueblo conquistado, y que ese evento nos marca de por vida. Esa idea del pueblo conquistado, evidentemente plantea al virreinato, o como prefieren llamarlo, periodo colonial, como la etapa oscura en que estuvimos sometidos y conquistados, el periodo en que nos saquearon, la etapa histórica causante de todas nuestras actuales desgracias. Ese complejo de conquistado, que siempre ha servido de pretexto al mexicano, debe ser desmitificado, ya que esos trescientos años de virreinato son nada más y nada menos que el periodo de gestación de nuestro país, fundamental para que México naciera en el siglo XIX. Es el sitio del pasado, bastante borrado de nuestros libros, terriblemente ignorado y superficialmente enseñado donde están en realidad las raíces perdidas del
mexicano. Es finalmente el periodo donde se dio la fusión de culturas, el mestizaje que hoy somos. Lejos de ser un periodo oscuro digno de ser ignorado, el virreinato explica todo lo que hoy somos. Muchos libros y maestros de historia, pasan prácticamente de la llamada conquista a la llamada independencia, y resumen estos tres siglos en diez páginas; esa es la razón de que el mexicano no se entienda a sí mismo. Todo aquel que, fiel a la historia oficial, haya fundamentado su identidad como orgulloso mexicano, en un anti hispanismo, en el desprecio al español, en el “mueran los gachupines” y la eterna cantaleta de que nos conquistaron y saquearon, podrá encontrar problemas con su identidad en estas líneas, su frágil identidad podría tambalearse. El desprecio al “gachupín” como conquistador del siglo XVI, en muchos mexicanos se ha convertido en odio al “gringo”, como conquistador del siglo XX; esos mexicanos son anti españoles y anti “yanquis”. Lamentablemente un país y una identidad no puede, o mejor dicho no debe, basarse en ser “anti algo”, y tristemente es el caso de México, nos identificamos por aquello que odiamos en común. Y claro está que el conquistado odia al conquistador, traducido en términos sociales y hasta marxistas, el explotado odia al explotador; lo cual, aterrizado en la vida cotidiana nos lleva de nuevo a enaltecer nuestra pobreza como virtud, y providencia inequívoca del conquistado, y a que el pobre, que lo es por ser conquistado y no por su culpa, aborrezca al rico, que lo es por ser conquistador, es decir, por malvado, por déspota, por ruin y por tirano. Así todo se explica: todos los pobres son buenos, ya que son humildes (orgullosamente) conquistados; y todos los ricos son malos, ya que son perversos conquistadores.
Bajo ese esquema, enaltecer el virreinato como el periodo donde surgió todo lo que somos hoy como cultura mestiza, es para muchos difícil de aceptar y hasta de tolerar. Sin embargo, sólo el estudio de ese periodo de gestación ayudará al mexicano a entender quién es, a comprender todos sus orígenes y no sólo el indígena, y en una de esas, a superar traumas que nos limitan como nación y pueblo. Pero como siempre, superar traumas y dejar de buscar culpables externos, nos hace ser responsables de nosotros mismos, algo que muchos no quieren, ya que siempre es más fácil culpar a alguien más. Madurar es difícil, el estudio del virreinato como parte fundamental de nosotros nos puede ayudar en ese difícil proceso.
UN GENOMA TRICOLOR “Cómo México no hay dos…, pero si hubiera otro, somos tan ingratos que ya nos hubiéramos ido para allá”. Chava Flores.
Poco, muy poco le hace falta al mexicano para desbordar gritonamente su orgullo nacional y para vociferar con jactancia, sacando el pecho, que como México no hay dos (todo esto es por cierto una actitud muy poco humilde y otro de los grandes contrasentidos del ser mexicano); lo hace ante cualquier provocación, y de pronto, en el año 2009 se nos dio una razón más, ya que se anunció con bombo y platillo una noticia científica que parecía corroborar tan patriotero grito.
Después de años de estudio y millones de dólares gastados, se nos comunicó que finalmente se había descubierto el genoma mexicano: una composición específica de ADN que nos hace especiales y diferentes al resto del mundo.
Uno de los descubrimientos presentados al público fue asombroso; se nos dijo que, gracias al estudio, que llevó nada más y nada menos que cuatro años (cuando originalmente iban a ser dos), y más de 20 millones de dólares (que iban a ser 10, pero hay que aprovechar el presupuesto), ahora se puede saber que el mexicano contiene información genética de más de 20 razas distintas, y que hay en nosotros, componentes indígenas desde luego, pero también africanos, europeos e incluso asiáticos. Es decir, el genoma mexicano es una especie de genoma internacional. Todo el mundo, literalmente, fluye por nuestras venas.
¡Gran revelación para comenzar el siglo XXI! Nos dice el multimillonario estudio que ahora podemos saber que el mexicano es una mezcla de muchos grupos étnicos; muy interesante desde luego, pero es una verdad de Perogrullo, una obviedad, algo que cualquier historiador o antropólogo pudo haber dicho gratis, o por no dejar pasar la ocasión, por la milésima parte del presupuesto destinado.
El llamado genoma mexicano, según se dice, es nuestra muy particular combinación genética que nos hace supuestamente distintos del resto del mundo. Ya esto resulta bastante dudoso y poco científico, por el simple hecho de que todos los seres humanos compartimos el 99.9% del material genético, eso es de hecho lo que nos convierte en una sola especie…, pero ni hablar, hay un genoma mexicano, distinto al del resto de la humanidad.
Con más bombo y más platillo, y con una gran dosis de nacionalismo se nos dijo que el genoma mexicano es único. Pero de pronto hay que recordar los datos que no se dieron y reflexionar sobre ellos. El ser humano y, por ejemplo, las ratas, comparten un 96% de material genético, o sea que la diferencia entre roedor y hombre se encuentra en un rango de 4%. Con nuestros parientes cercanos, los simios, compartimos el 98.5% de los genes, y lo más importante, todos los seres humanos compartimos el 99.9% del material genético. Así es que hay realidad tan solo un 0.1% en el que los mexicanos podemos ser únicos y diferentes. El informe dice que tenemos un componente genético distinto en un 65% de los demás mortales que habitan este planeta; pero es un 65% dentro de ese limitadísimo 0.1% en el que somos diferentes. Pero todo embona muy bien en los contrasentidos mexicanos; por un lado, como especie, somos finalmente todos iguales; pero dentro de esa absoluta igualdad, nosotros somos absolutamente distintos.
El nacionalismo genético llegó al absurdo de decir que como el mexicano es distinto genéticamente, los medicamentos de Europa o Estados Unidos no nos funcionan igual. Es decir, en México usamos la ciencia para destrozar la ciencia. No hay que olvidar que las medicinas trabajan precisamente dentro de ese 99.9% en donde somos iguales; porque además, si las medicinas de Extranjia (país de origen de los extranjeros) no nos sirven, y como aquí hay casi nula investigación científica, tendríamos que volver a la herbolaria. Lo curioso fue que después de hablar de un “genoma mexicano único”, de inmediato se dijo también que, evidentemente, resulta que en México todos tenemos un genomapa distinto que varía según la región del país, ya que por obvias razones, históricas y geográficas, no todos somos iguales; porque, por ejemplo, un sonorense y un chiapaneco no son iguales, ¡gran sorpresa! O sea que los mexicanos somos iguales (algo es lo que nos hace mexicanos), y somos distintos al resto del mundo; pero al mismo tiempo resulta que todos los mexicanos somos distintos entre nosotros…, con lo que en realidad el genoma mexicano de cada mexicano tiene diferencias, así es que cada mexicano, distinto al resto del mundo, es también distinto al mexicano de al lado (hasta nuestra ciencia está atiborrada de contrasentidos), con lo que en realidad no existe UN genoma mexicano Es decir, por un lado hay un genoma mexicano, pero por el otro se dice que, dentro del mismo México tampoco somos iguales genéticamente. Luego, ¿hay o no un genoma mexicano? Porque hay que decir que, esa mezcla de 35 grupos étnicos que en teoría forman al mexicano, no es igual en todos los rincones del país, y que no en cada uno de los casi 115 millones de mexicanos están todos los grupos étnicos.
Unos mexicanos son muy mestizos, otros muy indígenas y otros muy criollos. Otros más son importados, pero mexicanos por nacer aquí a causa del azar, o por obtener una carta de naturalización. ¿Qué pasará con ellos, se transforma su genotipo por arte de magia, o no son verdaderos mexicanos a pesar de vivir en México y tener su pasaporte mexicano? Qué absurdo sería pretender que la mexicaneidad puede estar en un gen. Y lo peor es que la genética es el pretexto moderno que sustituye al inconsciente. Hace décadas podíamos culpar al inconsciente de todo, ahora cualquier cantidad de personas sacan de pronto comentarios como que nuestra situación como país, en todos los sentidos, es cuestión genética. Podemos olvidarnos de la educación, los genes son culpables de todo. A principios del siglo XX, un racista mexicano muy famoso, José Vasconcelos, se aventó la puntada de decir que somos la raza cósmica, una especie de raza suprema, no derivado de la pureza racial, como argumentaba Hitler, sino precisamente por todo lo contrario, por la inmensa mezcla. Pero este racista, que por cierto fue, en efecto, seguidor del nazismo hitleriano, sólo cambiaba una raza suprema por otra; a él no le decimos racista porque dijo que la raza suprema en cuestión éramos nosotros.
Pero vayamos a lo positivo de este costoso descubrimiento que no dijo nada nuevo, y es que ahora por lo menos, gracias a este hallazgo científico, el pueblo podrá enterarse al fin de que el mexicano no es, como ha pretendido la historia oficial posrevolucionaria, descendiente de aztecas conquistados. Eso a lo que hoy se llama mexicano, lo que desde hace siglos es el mexicano, resulta ser precisamente la herencia de un mestizaje bastante plural que incluye al mundo entero. Gracias a la genética podemos decirle adiós al mito del azteca conquistado.
Y claro que la gran pregunta es, ¿por qué el mexicano tiene una mezcla étnica de todo el planeta? Bueno, tal vez ahora podamos recordar que el mexicano es derivado de un proceso olvidado y casi borrado de nuestra historia oficial; un periodo llamado Virreinato, que es precisamente el lapso de trescientos años donde se hizo esa mezcla hoy descubierta de europeo, americano, africano y asiático.
El descubrimiento de ese supuesto genoma mexicano por lo menos deja claro que somos una fusión de razas; no sólo de español e indígena, sino de africanos, asiáticos y todo tipo de europeos. Considerando que el mundo mesoamericano vivía aislado; ahora podemos entender que sin esa etapa que la gran mayoría se empeña en llamar conquista de México, y los siguientes tres siglos de ser el virreinato de Nueva España, el mexicano simplemente no existiría
Fue durante esas tres centurias cuando nuestro país se convirtió en el centro del mundo; cuando desde nuestros puertos se mandaban y recibían barcos de Europa, África y Asia. Se nos dijo que somos una mezcla que incluye a casi todo el mundo, ¡vaya sorpresa!, y la gran pregunta es: ¿cuándo y cómo se dio semejante conjunción racial?, y la respuesta es por demás simple: en el periodo olvidado y borrado, en lo que se hace pasar como nuestra edad media o los siglos terribles de dominio extranjero. Todo eso que somos genéticamente se dio en el virreinato.
Resultó, según el estudio genético, algo que la lógica podía indicar también gratis: en estados como Guerrero hay más componente africano y asiático que en otras regiones como el Norte, donde predomina lo europeo; en sitios como Veracruz hay mucho de indígena, pero mucho de europeo y de árabe, mientras que zonas como Chiapas tienen un componente predominantemente maya, pero con su toque de africano y europeo. En
Jalisco, según el reporte, hay más componente francés dentro de la mezcla…, y en todo el país en general, mucho de español.
¡Vaya cosa!, nada que la historia o la geografía no supieran, o que la razón y la observación no nos pudieran decir. Durante trescientos años de Virreinato se mezcló lo indígena con lo europeo, y el componente africano se dio a causa del tráfico de esclavos. Desde Acapulco siempre hubo contacto con el oriente, el Norte del país tenía poca población indígena y fue poblado por colonos europeos, mientras que la zona central conservó a la mayor parte de la población indígena.
Con los españoles necesariamente llegó el componente árabe y el judío, y durante el siglo XIX la presencia francesa en Jalisco es de sobra conocida, aunque las comunidades francesas se establecieron desde que la Casa Borbón, de origen francés, tomó el poder en España, en el año 1700. Nunca hizo falta un estudio genético para saber que el mexicano es una gran mezcla…, pero que bueno que se hizo, para que quede constancia científica de lo que algunos fanáticos puristas del indigenismo histórico se empeñan en negar: México es un pueblo y un país mestizo y esa fusión se dio gracias a la era virreinal.
SIN CONQUISTA NO HAY TACO, NI TEQUILA SIN VIRREINATO
En realidad sería absurdo pretender hablar de una raza mexicana, aunque siempre hay necios que lo intentan. O peor aún, a sabiendas de lo mestizo del mexicano hay quienes buscan más sus orígenes indígenas o su ascendencia criolla. También existe la idea, muy metida en lo profundo de la mente del pueblo, de que algo, entre más indígena, es más mexicano.
La realidad es que entre más indígena simplemente se es más indígena y entre más hispano sólo se es más hispano. Si se quiere buscar algo que se pueda catalogar como “lo más mexicano”, más bien hay que pensar en lo más mezclado. Entre más mestizo, más mexicano.
Y aunque México es un país con un pueblo multicolor, donde evidentemente hay más hispanismo o más indigenismo en unos que en otros, hay que entender que el verdadero mestizaje de nuestro país es cultural. Si pudiéramos hacer un genoma cultural, el resultado no sería distinto el del genoma biológico, ya que probablemente no hay una sola tradición en nuestro México que no sea mestiza, que no sea proveniente del virreinato; ese periodo en que lo indígena amerindio y lo hispano se fundieron en lo que somos.
Muchos lo dudan, pero pensemos por ejemplo en algo tan mexicano como el tequila; lo obtenemos de una planta tan mesoamericana como el agave, pero a través de un proceso tan europeo como la destilación; nuestro tan mexicano mariachi canta en el idioma del llamado conquistador y con instrumentos llegados de Europa. Festejamos el día de muertos, lleno de cuestiones prehispánicas, como el cempasúchil, pero en el día
católico, y por tanto europeo, de Todos los Santos, además de que en esa fiesta comemos pan, que no existiría aquí sin el español; y en el altar hay papel picado que viene de China, país que no comerció con los purépechas o los aztecas, sino con los españoles, a través del Galeón de Manila o Nao de China, que atracaba en Acapulco. Las fiestas populares, tan folclóricas y gustadas en México, son en honor de santos patronos, y esos, al ser católicos son herencia hispana, aunque se asimilaron con los dioses de Mesoamérica; y cuando en las fiestas bebemos chocolate, tan tradicional, sacado del cacao tan americano, y llamado Xocolatl por los nahuas, lo mezclamos con leche, proveniente de vacas que no llegaron solas del viejo mundo, sino con los llamados conquistadores, consumimos pues, una bebida mestiza. ¿Y qué pasa con el Mole? Hay quien asegura que es tan ciento por ciento indígena, que incluso antes de la conquista existía la palabra nahua molli, para referirse a las salsas. No obstante, el buen mole, ese que hoy comemos, fue tomando forma en los conventos poblanos, y los conventos son evidentemente hispanos. El chile en nogada es muy mexicano, sin embargo resulta que sólo se come en temporada, y eso es porque se adorna con granada, que viene del viejo mundo…, y para rematar, ese mexicanísimo platillo, relleno de elementos europeos, fue también una creación conventual, y se cocinó por vez primera en honor Agustín de Iturbide.
Pero hablemos de la comida más mexicana de todas, que es también el mayor símbolo del mestizaje gastronómico, insignia de nuestro genoma culinario; el indiscutiblemente mexicanísimo taco, alimento que no consumían los aztecas, no como se consume hoy. Tras el triunfo de Cortés sobre Cuauhtémoc, los españoles cocinaron unos cerdos para festejar, y a falta de pan, decidieron probar lo que llamaban “el pan de los naturales”, refiriéndose desde luego a la tortilla, y así, las carnitas traídas por los hispanos cayeron
dentro de la tortilla tan indígena, y el llamado conquistador se comió el primer taco. Así de mestizos somos todos, y desde luego, por eso se dice que, a falta de pan, tortillas. Así es como a lo largo de trescientos años se mezclaron costumbres, alimentos, bebidas y personas. Se produjo poco a poco nuestra forma de ser y de pensar, nuestro carácter, nuestra comida y bebida, nuestro baile y nuestra música, nuestro vestido y nuestro idioma. Trescientos años duró la gestación de México; esa gestación se llama virreinato, y en ese periodo surgió una clase económica, étnica y social que generó la independencia: el criollo. Cuando maduró esa clase social, fruto del virreinato, fue cuando México nació. En el siglo XIX, eso fue la independencia, los hispanos de aquí liberándose de los hispanos de allá. Esa es nuestra independencia y el nacimiento de México, surgido, no del señorío azteca y sus dominios, sino de la Nueva España. El día que lo entendamos, y mejor aún, lo enseñemos, podremos superar muchos complejos; el día que al comer un taco y empinar un tequila veamos cómo ingerimos a Mesoamérica y a España, nos comprenderemos mejor, y desde luego, seremos más libres.
¿QUIÉN SOY, DE DÓNDE VENGO Y A DÓNDE VOY?
¿Qué es lo que hace que un pueblo se sienta pueblo? Ese es el gran problema de la identidad, encontrar ese factor común de un grupo humano que los hace sentirse, como indica la palabra, idénticos; es decir, parte de lo mismo. Tradicionalmente la experiencia nos enseña que tener una historia común, mismas tradiciones y rituales similares, mismas concepciones del mundo, es lo que hace que los seres humanos se sientan parte de un mismo grupo, que se identifiquen entre sí como iguales. En este sentido hay que decir que, en el territorio que hoy habitamos y llamamos México, la historia común se tiene a partir de la llegada de los hispanos; para muchos es la historia de una conquista y un sometimiento, y aunque eso fuera cierto, la realidad es que fue el dominio español lo que nos dio una historia común, que los antiguos pueblos mesoamericanos no compartían. Esto es así a tal grado, que mucho se habla de una supuesta unidad, y según algunos hasta hermandad latinoamericana. Nada hermanaba a los aztecas, los mayas y los incas antes del siglo XVI; por lo que esa supuesta hermandad latina se dio precisamente a causa de la llegada de los españoles…, que son de hecho los latinos, los que hablan una lengua derivada del latín. El hecho de que todo el territorio hoy llamado Latinoamérica, sea presuntamente hermano, es a causa de que hay un padre común: el español. Todos esos países fueron también virreinatos españoles; de esa época nos viene la hermandad…., y como muchos
de los medios hermanos, que es lo que somos en realidad, la relación es bastante forzada. Otro rasgo fundamental para la identidad de un pueblo es la religión. En Mesoamérica había diferentes culturas con diferentes religiones. Los españoles trajeron consigo la religión cristiana, y uno de sus objetivos, además de conquistar el territorio, fue evangelizar. Argumentaban, y eso servía como pretexto para legitimar su conquista, que tenían la misión divina de imponer el cristianismo a todos. El cristianismo, y tal vez por encima, el guadalupanismo, son rasgos culturales del mexicano que son herencia de los españoles y que se consolidaron durante el virreinato. ¿Podría concebirse a México sin su versión particular del catolicismo y sin su devoción guadalupana?..., pues nada de eso existiría de no haberse dado el virreinato, consecuencia ineludible de eso a lo que llamamos conquista. Pero por encima de lo anterior, el mayor rasgo de identidad de un pueblo, y siempre ha sido así en la historia, es su lengua, y esa es precisamente la mayor herencia del virreinato: el idioma español. En la península Ibérica se hablaban varias lenguas, como el vasco, el valenciano, el catalán, y la más usada, el castellano, ya que era la del reino dominante: Castilla. Ese castellano fue el que trajeron los conquistadores y el que se quedó en nuestro territorio. Al ser el idioma que unificó a los reinos ibéricos en lo que hoy es España, le llamamos simplemente idioma español, que a su vez tenía influencia de palabras árabes y que nosotros enriquecimos con nahualismos. Por cierto, México es el mayor país de habla hispana, por encima de la propia España; nuestro país es donde hay mayor número de hispanohablantes, y es por ello el rector mundial de dicha lengua…, gran herencia cultural que no tendríamos “si los españoles
no nos hubieran conquistado”, legado que no sería nuestro sin ese periodo tan poco estudiado llamado Virreinato. El mexicano, ese mestizo que somos, esa mezcla de español con indígena, nació evidentemente en 1519, con la llegada de Cortés, quien con Malintzin tiene al primer mestizo oficialmente reconocido de esta tierra. El mexicano maduró y buscó su libertad en el siglo XIX…, en los trescientos años que hay en medio fue cuando nos formamos, en ese periodo tan olvidado surgió nuestra forma de ser y de pensar, se consolidó la fusión maravillosa que somos, nacieron nuestras costumbres, nuestros trajes, nuestra gastronomía, el folclor…, en resumen, toda nuestra personalidad. Es por eso que, negar esa etapa, simplemente hace que el mexicano sea incapaz de entenderse a sí mismo.
EL MITO DE LA CONQUISTA
Año 1521: con un ejército que algunos cronistas cifran en 50 mil elementos y otros hasta en 150 mil, indígenas de diversas regiones de Mesoamérica, aliados de Hernán Cortés, el Capitán General derrotó a los aztecas. Tras derrotar al pueblo dominante, los españoles fueron explorando y controlando otros territorios, desde la Península de Yucatán hasta la Alta California. Pueblos como los cempoaltecas, los totonacas, los tlaxcaltecas, los culhuas y hasta los mayas, reconocieron a Hernán Cortés como su gobernante; diversos caciques le entregaron el bastón de mando. En ese momento, por vez primera en la historia de Mesoamérica existió una unidad política; había un territorio unificado, una población que habitaba ese territorio, y que aceptaba a un gobierno central establecido en la ciudad de México-Tenochtitlan. Esos tres elementos juntos, territorio, gobierno y población, es lo que constituye eso a lo que llamamos Estado. Tal cosa no existía en estas tierras, la primera persona que organizó algo así fue Hernán Cortés. Más aún, la primera persona que soñó con México, como una unidad, con mestizaje, y lo más separado posible de España, fue el propio Cortés. Para quedar bien con su emperador y rey de España, Carlos V, bautizó su sueño como Nueva España. La propia España no terminaba de unificarse aún, y por eso Cortés, nombrando así a este territorio, le daba a su rey un pretexto ideológico para terminar de unir la Península Ibérica. Así de paradójico: la Nueva España nació antes que la “Vieja España”.
Pero en ese nombre se nota otra parte del sueño; más importante que llamarle España, era denominarla como nueva; así el conquistador establecía su postura: una sociedad nueva en este llamado Nuevo Mundo, no una réplica de España, sino una superación. Carlos V se encargó de hacer añicos ese anhelo. Pero aún así, antes de Cortés nada en Mesoamérica era una unidad; con el surgió el Estado, esa Nueva España que después se liberó y se hizo llamar México. Ahí, en 1521, comenzó lo que somos, no sólo la unidad territorial y el estado, sino la fusión de culturas, el mestizaje que es el mexicano de hoy. Pero ese periodo entre 1521, y la obtención de la independencia en 1821, ese Virreinato, es el periodo menos estudiado de nuestra historia, el tema que se pasa de refilón y como por trámite, la etapa oscura y desconocida; desde luego, una etapa llena de mitos. El mito básico es que México fue conquistado por una potencia europea: España. Un análisis más fondo (tan poco realizados en nuestra historia), nos haría descubrir que antes de 1521 no había nada en este territorio llamado México, no existía un país, ni un gobierno central ni una unidad nacional. Veríamos también que en el siglo XVI España no existía aún, a penas en ese siglo se dio la unificación de varios reinos, que terminó de consolidarse hasta 1556, cuando Felipe II tomó la corona, por primera vez denominada española, y que conjuntaba a más de diez reinos con lenguas e historias distintas a los que sólo unificaban dos cosas: haber luchado juntos para expulsar a los musulmanes de la Península Ibérica, y el catolicismo. Otro dato por demás interesante y poco mencionado es que la exploración y conquista de Mesoamérica fue una idea personal de Hernán Cortés, y no el proyecto de un rey español. Cortés hizo todo como iniciativa propia, mientras su rey, también emperador alemán, apenas se enteraba de lo que sucedía de este lado del mundo.
Otro mito eterno es que Hernán Cortés se dedicó al saqueo de nuestro territorio para beneficio de España, y que esclavizó a los indios. Nuevamente el estudio detallado ofrece nuevas perspectivas. La realidad es que Cortés siempre abogó por una Nueva España totalmente autónoma en términos económicos, ya que de hecho, y él lo sabía, era un país más rico que la propia España. El proyecto de Cortés consistía en simplemente mandar al rey sus impuestos (el quinto real o 20% de lo producido, que es mucho menos de lo que hoy pagamos de impuestos) y que este nuevo reino se manejara solo. Fue la codicia de Carlos V lo que impidió que ese proyecto se llevara a cabo, fue el emperador el que insistió en el saqueo de un territorio que el propio Cortés había adoptado como país, y donde de hecho residió mucho más tiempo que en España. En cuanto a aquello de la esclavización; efectivamente muchos españoles asumieron desde el principio que los indios podían ser pertenencias, pero precisamente debido al maltrato que algunos de sus capitanes hacían de los indígenas, Cortés pidió la presencia de la orden franciscana, precisamente para encargarles la protección de la población original amerindia; por cierto, Cortés nunca tuvo esclavos indígenas. Más allá, el propio Cortés viajó a España a entrevistarse con Carlos V, y entre otras cosas, obtuvo de él una ley para la protección de los indios, donde se prohibía la esclavitud y el trabajo forzado. Ciertamente nunca logró que se aplicara dicha ley, pues fue removido del mando, precisamente por sus ideas anti explotación. Hernán Cortés hizo todo lo que estuvo en sus manos para que la Inquisición no viniera a estas tierras, y cuando finalmente se instaló la orden dominica con la labor específica de establecer juicios, en un nuevo viaje a España, obtuvo de Carlos V una ley, que si se cumplió, para que la Inquisición no pudiera juzgar a los indígenas. Hizo esto
precisamente después de que el cacique de Texcoco, su amigo personal, fue quemado vivo por orden del Virrey Antonio de Mendoza. Pero todo esto y demás hechos del virreinato se ignoran precisamente a causa de otro mito, que el virreinato es ese periodo de trescientos años en los que México estuvo dominado por España, y por lo tanto hay poco importante que decir de dicho periodo histórico. La realidad es que efectivamente, durante trescientos años, la Nueva España dependió de leyes y reyes españoles; pero en la práctica, el gobierno local estuvo en manos de los habitantes de aquí. Llegó a haber virreyes criollos, e incluso, herencia de leyes dejadas por Cortés, los pueblos de indígenas se autogobernaban según sus costumbres. Más importante aún es que durante esos tres siglos surgió en Nueva España una nueva clase social: los criollos; es decir, los hispanos nacidos en América, que a la larga, fueron los creadores de la independencia. Pero además, echemos un vistazo cultural al México de hoy, a todas esas tradiciones y costumbres, fiestas y rituales, cantos y bailes, comida y bebida que tanto nos enorgullecen…, todo es mestizo. Hay mucho que estudiar en el virreinato: la inmensa mayoría de las costumbres y tradiciones actuales, incluyendo las indígenas, son de esa época. Por ejemplo, los bailes de la Guelaguetza, son todos de la época virreinal. El arte barroco y neoclásico que tanto enorgullece a México y lo da a conocer en el mundo, se gestó durante el virreinato, y prácticamente la totalidad de nuestra gastronomía y de los trajes típicos de México son originados durante el periodo virreinal. Es importante señalar que sin virreinato no habría una Sor Juana, la décima musa de la que tanto presumimos y que hasta poníamos en los billetes de 200 pesos, antes de
sustituirla por el cura Hidalgo. En el virreinato se creó la Real y pontificia Universidad de México, que es el germen de la UNAM, y se estableció también nuestra academia de la lengua…, esa lengua española de la que estamos tan orgullosos, y que es, evidentemente, herencia de los españoles. Nuestras ciudades coloniales, que tanto nos gustan y tantos turistas traen, con toda la derrama económica que eso significa, son, evidentemente, creación de los hispanos en la época virreinal, y trabajo de la población indígena que incluso decoró muchos muros de conventos. En resumen, el mestizaje cultural que hoy somos como mexicanos es resultado del virreinato. Pero todo eso poco importa para los que asumen como realidad otro mito; que durante el virreinato los españoles saquearon nuestra riqueza y recursos, y por eso somos pobres. Y si, efectivamente Nueva España fue el virreinato más rico, primer productor mundial de plata, y gran parte de ella se fue directo a las arcas reales; pero en el siglo XXI México es aún primer productor mundial de plata, lo cual evidencia que no se llevaron todo. Y vayamos más allá de las culpas; hoy en día, a pesar de ser primer productor de plata somos pobres en el siglo XXI, y eso es culpa de los mexicanos de hoy, no de los hispanos de hace quinientos años. Hoy tenemos recursos que en el virreinato ni se conocían, como el petróleo. México llegó a ser cuarto productor mundial, y aunque hemos bajado nuestro nivel de producción, seguimos teniendo mucho petróleo, y aún así somos pobres, lo cual tampoco es culpa de los españoles conquistadores. Finalmente, México tiene hoy más recursos naturales que España, pero somos más pobres, y eso es porque no hacemos un buen aprovechamiento de dichos recursos, y porque seguimos con la vieja idea de que toda riqueza depende de los recursos
naturales. Así pues, buena idea sería dejar la actitud infantil de culpar de todo al extraño, soltar ese Complejo de Masiosare, y asumir que nada ocurrido hace cinco siglos puede ser causa o pretexto de los males de hoy. Podríamos dejar de vernos como un pueblo conquistado, dejar de vivir en el discurso de la derrota, de la culpa del extranjero, del ancla del pasado. Podríamos asumir una nueva historia y un nuevo destino, que no debe ser escrito por el dedo de Dios sino por el nuestro. Podríamos dejar ese rincón del pasado donde hemos decidido establecernos, soltar amarras y navegar con nuevos sueños.
LOS SUEÑOS ROTOS DE HERNÁN CORTÉS.
Hernán Cortés murió en Sevilla en 1547, poco después de obtener de Carlos V una ley para que la Inquisición no pudiera juzgar a los indígenas. Iba en camino a Cádiz para volver a Nueva España, cuando detuvo su viaje al sentir la cercanía de la muerte.
Sus tres hijos, dos de ellos mestizos, estaban en España con él; sus seis hijas, tres mestizas y tres españolas, estaban en Cuernavaca. Tenía el conquistador 62 años de edad y miles de kilómetros recorridos; además de su viaje que culminó con la toma de Tenochtitlan, Cortés exploró Centroamérica, el litoral del Pacífico, la Península de Baja California y el mar que hoy lleva su nombre. Además había viajado a España y de vuelta a América en 1528, y se dio el lujo en sus últimos años, de luchar junto a su emperador, Carlos V, contra los turcos.
Don Hernán mandó llamar a un notario cuando supo que no tendría fuerza de volver a América. Dejó herencia para sus nueve hijos y se lamentó de que la codicia de Carlos V hubiera convertido a su Nueva España en una colonia, y no en el reino independiente que el propio Cortés había vislumbrado.
Recomendó que la Inquisición fuera retirada de Nueva España para que la Iglesia no se apoderará (como lo hizo) del nuevo reino. Dejó una de sus propiedades y una fortuna para construir el Hospital de Jesús, y como última voluntad solicitó que sus cuerpos fueran llevados al que consideraba su país: México.
Más de la mitad de su vida había estado Cortés en América, 34 años, y se sentía un total extranjero en España. Nunca había estado en realidad muy adaptado a la vida española,
por eso dejó la península a los 19 años de edad; a los 35 ya había construido un nuevo reino que planeaba como pluricultural, y distante de la medieval Castilla; una nueva sociedad con una nueva raza donde el hispano y el indio fueran iguales y dieran a luz al nuevo habitante de esa Nueva España: el mestizo. Con su último aliento sabía que todos sus sueños se habían hecho añicos por la ambición y la falta de visión de Carlos V.
Desde que Cortés pisó suelo mesoamericano, en 1519, firmó tratados de paz con los mayas de Yucatán y de Tabasco, con los cempoaltecas totonacas, los cholultecas, los tlaxcaltecas y con diversos señoríos del lago de Texcoco. Durante 6 meses vivió en paz en Tenochtitlán; eso sí, reteniendo a su lado a Moctezuma para gobernar a través de él.
El miedo, pero sobre todo la codicia, de varios de sus capitanes, principalmente el salvaje Pedro de Alvarado, hicieron que la guerra fuera inevitable. Tras un año de estancia en Tlaxcala, Cortés se puso al mando de decenas de miles de indígenas y el 13 de agosto de 1521 se hizo amo y señor de la capital azteca; como hiciera con Moctezuma, conservó vivo y a su lado a Cuauhtémoc como símbolo de autoridad.
Tras la derrota azteca firmó pactos con muchos pueblos y sometió a otros tantos; obtuvo la obediencia de todos los señoríos, desde la zona maya hasta la costa del Pacífico. Desde esa fecha él fue el Tlatoani, y el Señor de todos los pueblos de Mesoamérica; es decir, el primer gobernante de México.
Hernán Cortés tuvo siempre un proyecto y trató de llevarlo a cabo mientras gobernó; por extraño que se escuche: una Nueva España independiente de España. Es decir, tomó posesión de todo en nombre del rey Carlos V, a quien siempre fue leal, y siempre mandaba a España el quinto real; el impuesto que se le debe al rey, pero fuera de eso, y de reconocerlo como máximo soberano, Cortés se dedicó a establecer la agricultura,
tanto de frutos americanos como europeos, alentó la minería, se dedicó a la construcción de barcos y puertos para comerciar con Perú y con el oriente…, siempre con la idea de que, una vez descontado el quinto del rey, toda la riqueza generada se quedara en esta tierra.
Dentro de los planes de Cortés estaba fomentar el mestizaje, por lo que prohibió la llegada de mujeres españolas y casó a sus capitanes con princesas indígenas; él mismo tuvo hijos mestizos a los que reconoció, bautizó y en su momento heredó; incluso solicitó una audiencia para llenar al Papa de regalos y obtener que reconociera a sus hijos ilegítimos.
Dentro de su proyecto mestizo se incluía la cultura, no pretendía imponer las formas de pensar hispanas, sino una adaptación de culturas; eso sí, todos bautizados y cristianos, pero incluso ahí tenía en mente una visión mestiza del cristianismo que no despreciara a las divinidades originarias, por eso siempre quiso franciscanos y sólo franciscanos en su reino, porque esa orden compartía su visión.
Hay que decir que el México de Cortés no incluía las tierras chichimecas, ya que no quería el conquistador una guerra sangrienta contra esas tribus nómadas del norte. Dentro de lo que sí era su México, siempre hubo paz y prosperidad, y los pueblos indígenas respetaban el gobierno de Cortés. Poco tiempo duró aquello antes de que, otros españoles, muchos de ellos sus compañeros de batalla, otros tantos enviados desde la Península, y desde luego los propios reyes españoles, dejaran que la codicia destruyera el proyecto mestizo de Cortés.
Por exigencia de Hernán Cortés, los franciscanos, además de evangelizar a los indios y educarlos en latín, aprendían náhuatl; tanto castellano como náhuatl debían ser los
idiomas de ese nuevo reino en la visión del conquistador; él mismo aprendió a hablar el náhuatl desde 1521.
Hernán Cortés sabía leer y escribir tanto castellano como latín, y más adelante náhuatl; era bachiller en leyes y conocía de derecho canónico. En la Castilla de su tiempo, estaba totalmente por encima del promedio; era pues, en contra de los rumores populares, un hombre educado. Pero lamentablemente, y él mismo lo sabía, la gente que lo acompañaba no era igual; la avaricia desmedida los dominaba, siguieron explorando territorios para someterlos y extraerles su riqueza.
Pero el más avaricioso de todos, y el que más daño hizo, estaba a más de ocho mil kilómetros de distancia; el emperador Carlos V quería más y más, ninguna riqueza saciaba su codicia, se deba una vida de lujos y superficialidades que mantenía con deudas, y luego pretendía pagar con riqueza americana. Además tenía que financiar la vida de guerras inútiles en la que vivió inmerso.
Carlos V exigió que el quinto real se convirtiera en tercio; es decir, 33% de la producción en lugar del 20%, y no tenía reparos en explotar de más a los indios para obtener mayor producción; decidió establecer monopolios reales en la producción y controlar la economía desde Europa. Cuando Cortés se negó a todo eso simplemente fue destituido de todos sus cargos.
Fue por ello que en 1528 viajó a España a entrevistarse con el rey, y aunque obtuvo la ley de protección de los indios, no logró que le restituyeran el poder y por lo tanto nunca pudo aplicarla; sólo consiguió que un franciscano, fray Juan de Zumárraga, fuera nombrado obispo en Nueva España y protector de los indios, y a él le encomendó el cuidado de la población indígena.
Fue a partir de ese momento cuando la voracidad española comenzó a devastar la Nueva España. Mientras Cortés promovía el mestizaje, la corona española lo prohibió, además de que usó a los indios en guerras para conquistar más territorios y en explotación de yacimientos mineros. Para la corona española los indios eran sólo un recurso más.
Cortés logró mantener el título de Capitán General y así regreso a Nueva España; es decir, como mayor jefe militar, toda expedición, exploración o guerra dependía de él, y desde esa situación de poder evitó las guerras chichimecas, además el poder de Cortés iba más allá de rangos o títulos oficiales; los indígenas lo obedecían y respetaban.
Fue por eso que el conquistador se fue convirtiendo cada vez más en una piedra en la real bota de Carlos V, quien finalmente tomó la decisión de nombrar un virrey; es decir, una especie de vice monarca con poderes absolutos, lo cual, desde luego, quitó a Cortés toda la autoridad que aún mantuviera. El primer virrey fue Antonio de Mendoza y llegó a ejercer sus funciones en 1535; el sueño de Cortés se evaporó y su idealizada Nueva España autónoma y mestiza se convirtió en un virreinato, y fuente de riqueza y financiamiento de una corona española cada vez más codiciosa.
El virrey Mendoza tenía los cargos de Capitán General, presidente de la Audiencia, intendente de la Real Hacienda, Justicia Máxima y Patrono de la Iglesia novohispana; es decir que manejaba el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, manejaba las finanzas y controlaba a la Iglesia. Todo el poder en una persona totalmente obediente al rey.
Pero una de sus funciones no declaradas era despojar a Cortés de todo lo que tuviera. Para ese entonces se dedicaba don Hernán a la construcción de barcos y al comercio en el océano Pacífico, además de gobernar el gran territorio de millones de hectáreas que se le dio con el título de Marqués del Valle de Oaxaca. Mendoza le confiscó sus barcos
y sus cuentas, arrestó a sus hombres, y aunque no podía quitarle el título de Marqués del Valle, lo despojó de casi todas sus propiedades. Además mandó ejecutar otra orden de Carlos V: instalar la Inquisición.
Fue por todo eso que Cortés viajó de nuevo a España, peleó junto a Carlos V contra los turcos para obtener de nuevo su simpatía; pero ese hombre que con tan sólo 400 exploradores logró conquistar a los aztecas, vio como su cobarde emperador, al mando de 36,000 soldados experimentados y en más de 300 navíos artillados, cantó la retirada a causa del mal tiempo.
Aún así, Cortés consiguió la orden real de que la Inquisición no juzgara a la población indígena. Le parecía absurdo acusar a indios recién convertidos de delitos contra la fe, y ya había presenciado el terrible e injusto juicio y condena del cacique de Texcoco. La orden real viajó a Nueva España, pero Cortés ya no pudo hacerlo, nada añoraba más que volver a tocar el suelo de la que ya consideraba su patria, pero tuvo que conformarse con pedir que sus restos fueran traídos a descansar en la ciudad de México. Murió en 1547 y su cuerpo no llegó hasta 1567. Aún muerto le tenía miedo el rey…., y razón tenía, la llegada de los restos de Cortés a su Nueva España propició de hecho, la primera guerra de independencia, encabezada por sus tres hijos, pero frustrada por las autoridades.
En el año de 1556, Carlos V, el emperador con más sueños de grandeza pero con más derrotas, renunció a todos sus tronos y dejó la corona española en poder de su hijo, Felipe II, quien al ser hijo también de la reina de Portugal, heredó ambos tronos, y por lo tanto todas las colonias portuguesas, que además de Brasil, incluía costas en toda África, en India y en China. Fue el hombre más poderoso del mundo hasta su muerte, en 1598.
Felipe heredó ese gran imperio mundial a su hijo, Felipe III; la Nueva España creada por Hernán Cortés pasó a ser, no una propiedad o conquista de España; sino peor aún, una propiedad personal de la familia más poderosa del mundo: los Habsburgo, quienes gobernaron España, y por lo tanto Nueva España, vista siempre como fuente de recursos y financiamiento, hasta el fin de su dinastía, en 1700, cuando el último Habsburgo español murió sin descendencia.
Claro que podemos seguir creyendo las versiones tradicionales y ver a Cortés como ese ruin, cruel y avaricioso conquistador, ser perverso y malévolo que tan sólo babeaba ante la vista del oro azteca, y que era, como nos encanta decir en México, de lo peorcito de España. Podemos incluso quedarnos con la versión de Diego Rivera, quien haciendo gala de un tremendo complejo de conquistado, plasmó al llamado conquistador como un enano albino, deforme y jorobado, con cara de estúpido y absolutamente enfermo, sifilítico para ser exactos, como explicó el propio Rivera.
Podemos ver así a ese hombre y llamarle conquistador; pero entonces deberíamos recordar que, si así de enfermo, de deforme, de perverso, estúpido y degradado, “nos” conquistó, al mando de menos de mil hombres…, muy poca cosa serían los aztecas, y no ese pueblo grande y maravilloso descrito por los románticos adoradores del pasado. También podríamos entender que, nos guste o no, ese hombre es el padre de México, ya que sin él y su llegada, sin sus aventuras y peripecias, nada de lo que hoy somos, sería.
LA PESADILLA ESPAÑOLA
Cortés tuvo un sueño para su Nueva España, pero Carlos V, un rey español que no hablaba español ni vivía en España, y emperador alemán que no hablaba alemán, noble que no hablaba latín, y monarca menos ilustrado, y con mucha menos visión que su leal súbdito, lo convirtió en una pesadilla.
Ciertamente nuestra historia siempre ha tenido a Cortés como el vil conquistador de México, cuando en realidad, al ser quien unifica gobierno y territorio, es más bien su creador. Carlos V fue rey y emperador por casualidad, jamás fue capaz de entender el imperio que tenía en sus manos, la avaricia le impidió tener visión de futuro y un proyecto para su América.
Ese que fue el hombre más poderoso de su tiempo lo fue por causa del azar; ese que es tomado como uno de los grandes hombres de la historia fue totalmente superado por dos hombres comunes: Martín Lutero, el hombre que le dividió religiosamente su imperio, y Hernán Cortés, el leal súbito que le concedió más territorios y reinos de los que el propio emperador hubiera podido obtener por sus méritos.
Ese hombre, medieval en los inicios de la modernidad, malagradecido hasta los límites posibles, codicioso como pocos, y que sin embargo se ve tan simpático en las envolturas de los chocolates en el México de hoy, fue el verdadero conquistador y sometedor de México…, y era en verdad un rey de chocolate, un hombre que jamás supo estar a la altura de las circunstancias ni su papel histórico.
Mientras Cortés planeó una Nueva España económicamente productiva y autónoma, Carlos V la convirtió en una colonia y fuente de recursos; cuando Cortés pensó una sociedad mestiza, étnica y culturalmente, su rey prohibió la mezcla racial y promovió la colonización con españoles; mientras Cortés buscó la defensa de los indígenas, el monarca se decidió por explotarlos al máximo, con lo que comenzó su aniquilación.
El llamado conquistador repartió tierras tanto entre españoles como entre indígenas, pero su flamante emperador los convirtió en siervos sin posibilidad de tener propiedades; don Hernán quiso mantener fuera a la Iglesia, pero don Carlos instaló la inquisición. Cortés formó pueblos exclusivos de indígenas para que se autogobernaran según sus costumbres, pero Su Majestad impuso por la fuerza la hispanización del nuevo reino.
Hernán Cortés vislumbró un país donde indios e hispanos fueran iguales, pero su rey estableció un sistema económico donde los españoles tenían monedas de oro y los indios de bronce; el extremeño contuvo la viruela separando poblaciones, pero el emperador alemán y rey de España puso a los indios al servicio de los españoles y las epidemias se desataron violentamente hasta casi aniquilar la población originaria.
Las injurias que históricamente el pueblo mexicano ha dejado caer sobre Hernán Cortés, deberían por justicia caer sobre Carlos de Gante, rey de España como Carlos I y emperador alemán como Carlos V.
Carlos gobernó España desde 1516 y hasta 1556, y su hijo, Felipe II, reinó hasta su muerte en 1598; es decir que estos dos monarcas, padre e hijo, fueron los responsables de las políticas establecidas en la Nueva España en todo el siglo XVI, período que se conoce históricamente como etapa formativa o formadora; y aunque con ese término se
quiere decir que fue la etapa de formación de la Nueva España, en realidad no hubo siglo más destructivo.
Con la aniquilación política de Cortés, desde 1528, y la muerte de Juan de Zumárraga, obispo de México y protector de los indios, en 1548; la población indígena quedó en general desprotegida. En esa primera mitad del siglo fue cuando mayor mestizaje se dio, pero poco a poco comenzó más bien una política de discriminación hacia los indios.
El sistema creado por Cortés, de pueblos de indios y pueblos de españoles, tanto para evitar la propagación de la viruela como para conservar las costumbres locales, se uso como un sistema de segregación social, y los pueblos de indios pasaron a ser barrios pobres cercanos a las poblaciones hispanas, a dónde sólo podían entrar si eran parte de la servidumbre.
Los franciscanos llevados por Cortés fueron despojados de una serie de privilegios y se favoreció la instalación de dominicos inquisidores, que se dedicaron a una evangelización forzada y violenta, donde de cualquier forma el indígena no comprendía la fe a la que lo convertían.
Pero la verdadera pesadilla del siglo XVI no fue el sometimiento, ni la imposición religiosa, ni la destrucción cultural; ni siquiera el trabajo forzado de los indígenas…, la tragedia fue la catástrofe demográfica. A causa de las incontenibles epidemias de viruela, los trabajos forzados y las guerras para conquistar el territorio chichimeca, claro, con soldados indígenas; la población originaria sufrió todo un aniquilamiento.
Cuando llegó Cortés en 1519, la zona de Mesoamérica, incluyendo la Península de Yucatán, tenía alrededor de 25 millones de habitantes; al terminar el siglo no pasaba de los dos millones, y para 1640 era de 750 mil. Es decir que murió un 97% de la
población indígena. Es importante señalar esto para arremeter contra el clásico mito, en esas comparaciones en las que pretendemos salir airosos contra los gringos; de que aquí hubo mestizaje, mientras allá se aniquiló a la población.
Bueno, el 97% de la población indígena murió en poco más de un siglo; eso, se vea como se vea, es una aniquilación; situación que se dio por igual en toda la América hispana, donde una población calculada en 70 millones de personas en 1521, desde el Golfo de México hasta la Patagonia, descendió a 3 millones para 1640.
Esta aniquilación, desde luego, ataca indirectamente también al mito de que somos descendientes de los indígenas mesoamericanos, específicamente de los aztecas, que fue de hecho, la población más aniquilada de todas.
La única diferencia real con Norteamérica es que allá la aniquilación fue un proyecto y aquí un accidente. Los españoles que llegaban a Nueva España no querían aniquilar a los indios, querían que estos trabajaran para ellos; pero precisamente ese exceso de trabajo, derivado de la codicia, fue exterminando a la población…, y como el español aún así no estaba dispuesto a trabajar, eso generó también una crisis económica.
Y claro que aunque la corona prohibió la mezcla racial, las hormonas descontroladas de los españoles se encargaban de que esa ley fuera constantemente violada…, igual que las indígenas, por lo que, violación más violación, en el siglo XVI se dio de cualquier forma el mestizaje; pero no bajo la idea de Cortés de fusionar culturas, sino de forma violenta.
Por otro lado, la única forma de mantener las hormonas de los conquistadores aplacadas, y sus pantalones en la cintura, era mandar mujeres españolas a colonizar. De este modo, el siglo XVI generó a dos nuevos grupos sociales: el mestizo y el criollo.
Es decir que, pese a la prohibición que fuera, mientras la población indígena moría, nacía la mestiza; la fusión del español con la indígena (casi siempre así y muchas veces no por las buenas).
Al mismo tiempo, la llegada de mujeres españolas para que tuvieran españolitos con los españoles, generó al criollo; que era como se llamaba al hispano sin mezcla nacido aquí. Era tan español como uno de allá, pero el simple hecho de ser nacido en América le daba un estatus de segunda categoría. El racismo, que se diga lo que se diga, sí existe en México, tiene raíces profundas.
Con Cortés muerto y desacreditado y su sueño destruido, la Nueva España fue vista como una colonia, una fuente de obtención de riquezas para mantener los lujos de la casa real española y sus nobles haraganes, mientras que todo aquel que no tenía ocupación en esa España medieval y en crisis; al no tener nada que perder, venía a buscar la oportunidad de la fortuna en América.
Fue así como los españoles establecieron los nuevos sistemas económicos, que buscaban obtener el máximo de riqueza, en el menor tiempo posible y preferentemente sin hacer esfuerzos…, tristemente parecido al sueño mexicano del siglo XXI. El mexicano de hoy, herencia del virreinato; sigue viviendo de la ilusión de trabajar poco y ganar mucho, de hacer ese negocio que de un golpe de suerte le de dinero para toda su vida, con una lamentable visión a corto plazo, que hasta la actualidad limita nuestro desarrollo.
Al principio se estableció la esclavitud de los indios, situación a la que siempre se opuso Cortés; el pretexto fue una discusión teológica. Debatían los clérigos si los indígenas eran o no seres humanos iguales a los europeos y si tenían o no alma; mientras no la
tuvieron, pudieron ser esclavizados. Triste fue, para los españoles, el día en que la Iglesia decidió que los naturales de América si tenían alma y eran humanos, por lo que no era moralmente permitido esclavizarlos.
Afortunadamente para los hispanos, por aquellos tiempos los negros seguían sin alma según la Iglesia, así es que terminó la esclavitud de indios y aumentó el comercio de africanos traídos a trabajar gratis para los grandes señores españoles. Por otro lado, en este país siempre han existido formas de darle la vuelta a la ley, por lo que la esclavitud de indios sólo cambió de nombre cuando los españoles inventaron un nuevo sistema llamado encomienda.
En este sistema, los españoles que llegaban a América recibían tierras, y junto con ellas, a algunos indios que las trabajaban; claro que ya no era gratis. Los indios daban su trabajo y a cambio, además de casa, comida y sustento, recibían algo invaluable: la salvación de su santísima alma.
En realidad esto fue una reproducción en América del sistema feudal que estaba desapareciendo en Europa: un señor dueño de las tierras y la gente, que vivía y trabajaba para su señor y podía conservar la comida necesaria para su sustento. La única gran responsabilidad del encomendero era evangelizar, lo cual en realidad no hacían, sino que se conformaban con enviar a sus indios a la misa dominical para que los frailes se encargaran del resto. En la práctica era otro nombre para la esclavitud. Desde entonces hasta hoy, siempre hay leyes, y siempre se encuentra el recoveco legal para torcerlas a favor.
Estas encomiendas dieron lugar a grandes haciendas, propiedad de españoles, donde los indios trabajaban a cambio de la salvación del alma, y los mestizos aspiraban a puestos
medios de trabajo. La otra gran fuente de riqueza fue la minería, particularmente de plata, para lo cual también se construyeron grandes haciendas en las que se extraía el mineral de las rocas.
El México del siglo XXI conserva como hermosos vestigios del virreinato, los dos tipos de construcción más comunes del siglo XVI y XVII: la hacienda y el convento. Vale la pena decir que en ambos casos son símbolos de la conquista y el sometimiento; en las haciendas se explotaba al indio y al mestizo para obtener riqueza, mientras que en el convento se daba la llamada conquista espiritual, ese lento proceso de sincretismo religioso a través del cual los frailes fueron sustituyendo a los dioses paganos indígenas por santos cristianos…, e imponiendo esa maravillosa y conveniente versión de que la jodidez en este mundo genera salvación y premios en el otro.
Hay que decir que, ya que la evangelización era el pretexto legal para poseer las tierras americanas, la corona no estaba interesada en una verdadera evangelización, sino en un proceso de simulación, donde finalmente se construyeran templos, se obtuviera dinero en ellos y se mandara su parte al rey, y desde luego, su parte al Papa.
Si detrás de eso no había verdadera educación en la fe, poco importaba en realidad; lo importante era que el dinero de los de abajo circulara entre los de arriba…, más o menos como en el siglo XXI.
Así pues, es difícil decir que lo que se dio en México haya sido cristianismo, ya que los frailes mezclaban los santos cristianos con las divinidades indígenas, y lo que se dio en realidad fue un extraño sincretismo religioso que podemos ver hasta la actualidad, donde en una gran variedad de pueblos poco a nada se habla de Dios, pero los santos son como divinidades protectoras.
También en ese periodo ocurrió uno de los peores temores de Hernán Cortés; por órdenes del gobierno español, finalmente se estableció en Nueva España el tribunal de la Santa Inquisición.
La verdadera conquistadora, la Iglesia, se hacía presente con todo su poder, su censura, su sistema de dogmatización y de dominio ideológico. Mientras parte de Europa se modernizaba, España se aferraba a la Edad Media, y se trajo ese Medioevo para América.
ATRAPADOS EN LA EDAD MEDIA
Es muy común escuchar en México que para acá se vino lo peorcito de España, y hay gran parte de verdad en eso; pero mucho más que referirnos a personas, hay que hablar de mentalidades. A Nueva España se vino instalar la Edad Media, mientras que la modernidad y el progreso, desde entonces, viajaron un poco más al Norte y se quedaron en las colonias británicas que hoy conocemos como Estados Unidos de América.
Una vez más, para entender bien la historia de México hay que entender la de Europa; ya es tiempo de entender que, desde que llegó Hernán Cortés, todo lo que pasa en Europa influye en nuestro país. El siglo XVI fue una centuria de grandes cambios que España prefirió ignorar, fue el siglo en que terminó de terminarse la Edad Media en el viejo mundo, fue la época en que nació la modernidad, la ciencia, la lógica, el razonamiento, los libros, las ideas innovadoras, el liberalismo económico, la iniciativa privada, la inventiva, el espíritu emprendedor…, todo eso pasó de largo por la Península Ibérica y por lo tanto también por nuestro territorio.
En 1517 comenzó eso a lo que se llama la Reforma Protestante, cuando uno de los hombres más importantes y brillantes del siglo, un monjecito agustino que decidió darse la libertad de pensar por cuenta propia e interpretar la Biblia, puso en jaque al Papa y al Emperador, y terminó por fracturar Europa y abrir la puerta de la modernidad.
En los países recalcitrantemente católicos como México casi no se habla de ese hombre que cambió al mundo, y cuando se menciona suele ser para presentarlo dentro de los malos de la historia: Martín Lutero.
Resumamos la historia; por aquellos lejanos tiempos del siglo XVI, la Iglesia se encontró con el gran negocio de vender al pueblo ignorante la entrada al paraíso a través de unos pases que conocemos como indulgencias. Para convencer a la clientela de la necesidad del producto se recurrió a uno de los grandes recursos de la Iglesia: el miedo; en este caso el miedo a pasar miles y miles de años en una sala de espera tormentosa llamada purgatorio, donde uno sufriría terribles torturas antes de poder pasar al paraíso.
Pero si uno se apoquinaba para construir la Basílica de San Pedro, el Papa extendía un documento donde uno si librara desde algunos cientos de años de purgatorio hasta la cuenta total. También se podía comprar indulgencias para parientes muertos que ya sufrían dichos tormentos y hasta se llegó a vender la indulgencia por faltas aún no cometidas; algo así como “pague ahora y peque después”.
Como Lutero no estaba de acuerdo con ésta, y otra serie de corrupciones dentro de la Iglesia, escribió un documento con sus tesis o postulados contra la venta de indulgencias. La situación es que Lutero sabía más de teología que el propio Papa de su época, Giovanni de Medicis, llamado León X, un mafioso que era sacerdote desde los ocho años y cardenal desde los trece; y como de hecho no había quien pudiera discutir con Lutero, el Papa se fue por la vía fácil: excomulgarlo, declararlo hereje y ponerle precio a su cabeza.
Pero el monje resultó también hábil político y puso de su lado a una gran parte de la nobleza alemana. Poco a poco varios príncipes del Imperio de Carlos V se pusieron del lado de Lutero, e incluso otros países como Dinamarca, Suecia y Noruega se sumaron a la idea de reformar la Iglesia, que finalmente terminó en la ruptura de la Iglesia, y en que todos los países y monarcas que aceptaron la Reforma desconocieron la autoridad del Papa.
Para principios del siglo XVII era media Europa la que se había sacudido el yugo de la Iglesia: Inglaterra, Escocia, Dinamarca, Holanda, Suecia, Noruega, Suiza y medio imperio alemán. Esto significaba que dejaban de mandar dinero al Papa, que dejaban de reconocer su liderazgo, terminaban las donaciones para templos, el dinero de los fieles dejaba de irse a Roma, y sobre todo, la Inquisición no era permitida en dichos países.
Todo este generó un cambio radical de pensamiento: los reformados se basaban en que había que leer la Biblia para ser un buen cristiano, por lo que el pueblo comenzó a aprender a leer, con lo que se comenzó a leer, no sólo la Biblia sino más libros, con lo que se comenzó a pensar y a difundir el pensamiento, y al no haber Inquisición se alentó el pensamiento científico.
Pero por encima de todo, se difundió la idea de que, ya que Dios había expulsado al hombre del paraíso, y como castigo le impuso el trabajo; era necesario trabajar para estar bien con Dios…, y como trabajar suele traer riqueza, resultaba que Dios veía con buenos ojos el enriquecimiento y el progreso.
Mientras todo eso pasaba por las mentes de Europa; España se encerró, fortaleció la inquisición, prohibió toda idea novedosa, estableció la lista de libros prohibidos, censuró el pensamiento científico, prohibió la lectura hasta de la propia Biblia y se mantuvo en la Edad Media.
En la Europa reformada hubo también cambios en la mentalidad económica; comenzó a nacer el capitalismo comercial, se consolidó como nueva clase social la burguesía productiva, que se dedicaba a la industrialización, es decir, la transformación de los recursos naturales a través del trabajo, para generar productos consumibles y comerciables.
Por otro lado, España se aferró a la idea de que la riqueza se basa en tener recursos naturales; así, mientras el español seguía con la mente puesta en tener tierras, siervos que la cultivaran, y vivir de la agricultura o la minería, los países de la Reforma establecieron una economía basada en la transformación de la naturaleza, en el trabajo.
El resultado fue que España y los españoles no entraron a la carrera de la competencia económica y la industria, sino que se durmieron en sus laureles, confiados en que tenían en América una inagotable fuente de riqueza. La consecuencia de ello fue que el oro y la plata americana, apenas tocaban España y más bien se iban de inmediato a los países productivos, a aquellos donde se compraban las cosas.
Como el sueño de Cortés había sido aniquilado por la ambición real, en lugar de permitir que la Nueva España fuera un nuevo país productivo y autónomo, se establecieron leyes que ponían trababas a la producción de muchas cosas, para que los novohispanos se vieran obligados a comercial todo a través de España.
Del mismo modo, la corona estableció monopolios reales, para ser dueña de la producción de cosas tan ambicionadas como el tabaco. En resumen. Se mataba toda iniciativa privada y el control económico lo tenía el gobierno español…, pensar que la propia “conquista” de Cortés, fue en realidad un proyecto individual y de iniciativa privada.
Hasta la actualidad, en México seguimos creyendo que tener muchos recursos naturaleza nos hace ricos, y no en tendemos que la verdadera riqueza consiste en saber transformar esos recursos en productos, y venderlos. Extraemos petróleo pero no lo convertimos en gasolina, que tenemos que comprar en otros países que incluso no tienen petróleo. Esa es una herencia virreinal.
La Europa de la Reforma generó el liberalismo, el capitalismo, la modernidad y la ciencia…, todo eso viajó a Norteamérica.
La reacción católica, la Contrarreforma, generó superstición, ignorancia, inquisición, censura, feudalismo, misticismo…, eso fue lo que viajó a Nueva España y se arraigó en lo más profundo de su gente.
Al día de hoy poco han cambiado las cosas, la ciencia sigue estando del otro lado de la frontera, mientras de este lado del Río Bravo seguimos encomendando nuestro futuro y bienestar a una serie de vírgenes, santos, y demás integrantes de la Corte Celestial.
Dos reyes del todo medievales reinaron en España prácticamente todo el siglo XVI: Carlos (I de España y V de Alemania) de 1516 a 1556, y su hijo Felipe II hasta 1598. Ninguno modernizó su visión feudal del mundo, y por lo tanto muy poca modernidad se podía esperar en Nueva España; tanto de ellos, como de los virreyes que mandaron.
El primer virrey fue Antonio de Mendoza; a él se le puede atribuir la creación de la primer Casa de Moneda, que fue en sí misma un sistema de discriminación, ya que se acuñaba en oro para los hispanos y en bronce para los nativos; fue también un gran impulsor de la minería de plata, que fue de hecho una de las tantas razones que provocaron la terrible mortandad indígena.
Hasta el día de su muerte, Hernán Cortés no dejó de acusarlo de explotación, corrupción y malos manejos, pero en vez de ser juzgado fue premiado y enviado como virrey de Perú.
En 1550 llegó como segundo virrey Luis de Velasco. Tres años habían pasado de la muerte de Cortés en Sevilla, y la ley de protección a los indios que el conquistador
había obtenido del rey, jamás fue aplicada por Mendoza; Velasco, en cambio, promulgó dicha ley, liberó a indígenas esclavizados ilegalmente, unos 150 mil, y prohibió el sistema de encomiendas. En contraparte hay que señalar que a gran parte de estos indígenas liberados los uso como soldados, literalmente carne de cañón, en sus intentos por conquistar el territorio chichimeca del Norte, en búsqueda de más minas de oro y plata.
LA PRIMERA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
Los últimos años de Luis de Velasco como virrey, cargo que dejó en 1564 a petición de la muerte; tuvo que enfrentarse al primer intento real de independizar a la Nueva España, que fue organizado por varios de los conquistadores originales, o sus hijos, quienes trajeron de España a los tres hermanos Cortés para ponerlos al mando del movimiento libertador. La idea era que Martín Cortés, Segundo Marqués del Valle, tomara el poder y desconociera la autoridad de la corona española.
Esta situación no es de extrañar en realidad; de hecho se ha comentado que el propio don Hernán fue el primer en intentar, por medios medos más diplomáticos, que la Nueva España fuera independiente en términos económicos, de la antigua. La revuelta de Martín Cortés fue por el camino de las armas y terminó en un fracaso rotundo, con los tres Cortés arrojados a la cárcel y condenados a muerte por traición al rey.
Por fortuna para ellos, el virrey Velasco murió antes de poder dar la orden de ejecución, y el sucesor, Gastón de Peralta, no había terminado de acomodarse en el sillón virreinal cuando ya había sido acusado de todo tipo de corruptelas que lo mandaron de regreso a España; así es que, ocupado como estuvo en ver cómo enriquecerse lo más rápido posible, no tuvo tiempo ni de enterarse del juicio de los Cortés.
En cambio, el cuarto virrey, Martín Enríquez de Almansa, quien gobernó de 1568 a 1580, ordenó el indulto de los hijos del conquistador. Por órdenes que traía desde España mantuvo la guerra contra los chichimecas, como siempre con costo a la vida de los indios, que entre guerra y viruela siguieron padeciendo un proceso de aniquilación.
Mucho se acusa a los colonos ingleses de que en su avaricia exterminaron a los búfalos, bueno, pues los españoles, en la suya, exterminaron a los indígenas.
Mientras el virrey tenía a los indios luchando en el Norte, tuvo a los propios españoles luchando en Veracruz, asediada constantemente por los piratas del Caribe; una de esas historias alternas del virreinato que tampoco se nos cuentan y que dieron origen a vestigios históricos aún conservados, como el fuerte de San Juan de Ulúa o la ciudad amurallada de Campeche.
Finalmente, bajo su mandato se estableció formalmente y con todos los poderes el tribunal de la Santa Inquisición. La gran y verdadera conquistadora de América se plantaba ya con pie firme en el Nuevo Mundo.
CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO… La Iglesia fue la verdadera institución de poder en Europa durante la Edad Media…, y lo fue también en Nueva España desde el siglo XVI en adelante. Fue la encargada de detener el avance científico y el conocimiento en el viejo mundo durante mil años…, y a eso se dedicó en el Nuevo durante trescientos, si detenemos la cuenta con la independencia, pero como quinientos si seguimos con la cuenta hasta el siglo XXI, tiempo en que la Iglesia sigue arraigada al poder, y parte de México no han salido de la Edad Media.
Pero finalmente el punto es que la Edad Media estaba terminando en Europa justo cuando los españoles llegaron a América y se trajeron el Medioevo para acá por tres siglos más, y desde luego, a su más fiel representante: la Iglesia Católica, que vino acompañada de su mejor arma; el tribunal de la Inquisición.
Fue la Iglesia la que promovió una sociedad estamentaria e inmóvil en Europa, basada en el nacimiento y el linaje; y eso mismo hizo en Nueva España; fue la gran conservadora del orden social de aquel lado del Atlántico y lo fue también de este; creó una sociedad jerárquica en la vieja Europa y lo mismo hizo en los virreinatos hispanos de América. Prohibió el conocimiento y el discernimiento en ambos lados del mar, sometió a gobiernos aquí y allá y fue la estructura económica y política más poderosa de una Edad Media que se fue de Europa desde el siglo XV, pero que arraigó en América desde el XVI. Un ancla muy grande ha tenido siempre nuestro progreso como nación y pueblo, y ha sido precisamente la Santa Madre Iglesia.
Sabedor de eso fue que Cortés trató de impedir la llegada de autoridades religiosas y prefirió únicamente la presencia de los franciscanos. Como hemos visto, la corona
rompió sus sueños, y además de franciscanos se instalaron a lo largo del siglo XVI los agustinos, los jesuitas, los dominicos y más adelante los carmelitas. Pero por encima de todos ellos, se estableció un arzobispado para que Roma tuviera bien vigilado el Nuevo Mundo, y se organizó de este lado del planeta la Santa Inquisición.
Tratemos de entender mejor este asunto: en aquella Europa medieval y cristiana donde la Iglesia tenía más poder que reyes y príncipes; se daba el lujo de tener sus propias leyes, sus propios juicios, su propio derecho y desde luego, su propio tribunal, que desde el siglo XII se encargaba de juzgar a quienes consideraba sus enemigos. Hubo tribunal inquisitorial en muchos países, pero sin lugar a dudas, el más temible y poderoso de todos, el más cruel y torturador, el más famoso y sangriento, la gran leyenda negra, fue la Inquisición española. Evidentemente fue una sucursal de aquella la que se estableció aquí.
La gran orden inquisidora ha sido la de los dominicos, y a esa actividad se dedicaron desde que tocaron este suelo, aunque no se estableció oficialmente un tribunal estable hasta 1571. En un principio la Inquisición juzgó a indígenas y hasta llevó a cabo ejecuciones, pero como ya se ha mencionado, tras le ejecución en la hoguera del cacique de Texcoco, Cortés obtuvo de Carlos V una ley que prohibía juzgar a los indígenas. A partir de ese momento la Inquisición se lanzó únicamente contra españoles, criollos y mestizos.
El tribunal de la Inquisición existió durante todo el virreinato, declaró herejes y excomulgados a Hidalgo y a Morelos, y en general a todo el movimiento de independencia. Con la entrada triunfante de Iturbide y Guerrero a la ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821, la Nueva España dejó de existir y nació México. Con este
cambio murió la Inquisición…, pero no la censura y el poder de la Iglesia, al que los gobiernos del México independiente siempre han tenido que enfrentar.
También hay que decir que, si bien es cierto que el poder de la Iglesia fue y es tremendo desde entonces hasta la actualidad, hay mucha leyenda negra en torno a la inquisición novohispana.
Es cierto que en España el tribunal fue temible y sanguinario; no obstante su versión americana se lo tomó con más calma; en realidad, entre 1571 y 1821hubo menos de 500 condenados a muerte, y la mayoría de los juicios eran sobre blasfemias e insultos y el único castigo eran multas. Eso sí, las condenas a muerte, siempre bajo el cargo de herejía, significaban una lenta y pavorosa muerte, quemado vivo en una hoguera. Ese era el proceder de aquellos que condenaban los sacrificios humanos de los aztecas…, un sacrificio humano.
CONQUISTA ESPIRITUAL: JUANDIEGUITO, EL MEXICANO CHIQUITO
El mexicano de hoy festeja su independencia aunque lleve tatuada en el alma la conquista, y aunque siga venerando año tras año a uno de los grande símbolos de la conquista: la Virgen de Guadalupe, que a su vez representa el éxito rotundo de la conquista espiritual, que es de hecho, el verdadero triunfo sobre el indígena: domeñar su alma.
Imposible comprender al mexicano sin su virgencita, de la que está orgulloso, aunque ella nos quiera por humildes; pero a estas alturas una contradicción más no tiene porqué hacernos el menos daño. La imagen y el culto guadalupano son originarios de España, de la tierra del llamado conquistador; Extremadura, y era de hecho la imagen venerada por Cortés, que fue desde luego quien la trajo a nuestro suelo y quien la planto, junto a una cruz, en lo alto del templo mayor cuando derrotó a los aztecas en 1521. Al año siguiente, y viendo que muchos pueblos veneraban a Tonantzin en el Tepeyac, colocó en el cerro otra imagen.
Desde entonces el mexicano es guadalupano y la virgencita de los conquistadores vino a dar consuelo al conquistado, por un lado; pero a refrendar la conquista por el otro, ya que finalmente confirmaba que los cultos paganos del indígena eran erróneos, y que la fe traída por los españoles, el catolicismo, era la verdadera. Como extra, la virgencita nos amaba por ser pobres y humildes; es decir: conquistados.
El contradictorio México reniega de su conquista, de entrada, porque piensa que hubo una conquista, por siglos le han dicho al mexicano que es el resultado de una humillante
derrota y dolorosa conquista; de la destrucción del que llamamos “nuestro” pasado prehispánico en manos de los españoles. El mexicano vive desde entonces con la eterna esperanza de que algún día su futuro mejore, aunque no hace nada para provocar dicha situación, y contrario a eso; vive encerrado en el mítico, romántico e hipotético pasado que se ha construido.
Parte de ese pasado, eternamente presente, es la virgencita de Guadalupe; que es, aunque no se quiera ver, entender o aceptar, parte fundamental de dicha conquista. México no existía cuando Cortés piso este suelo, habitado más bien por una amalgama de culturas diversas, con distintos idiomas y religiones, sin un poder central, sin territorios definidos. Esto no era un país.
Y Cortés apareció trayendo con él, no sólo a sus soldados, sino a sus ideas, y desde luego, su religión. La península Ibérica se había unido gracias al catolicismo y era don Hernán un ferviente católico, y además, un fiel devoto a la Virgen de su tierra extremeña: la Virgen de Guadalupe, con la que sustituyó a la Tonantzin madrecita de los indios.
Hoy cuenta la leyenda que la Virgen se apareció a Juan Diego para ofrecerle consuelo, no a él únicamente, sino a todo su pueblo: a los conquistados; consuelo por haber sido conquistados. Pero al mismo tiempo es obvio que la aparición de la madre del Dios católico, reitera que la fe de los conquistadores es la verdadera…, en el fondo, esa virgencita piadosa le dice a los conquistados que está bien que los conquisten..., por la salvación de su alma.
No fue Cortés, sino su Virgen, quien conquistó a los indígenas de Mesoamérica; fue su Virgen la que embelesó a los indios, fue ella quien los acogió dentro del seno del
catolicismo, la fe de los conquistadores, fue ella, la madre celestial quien terminó de llevar a cabo esa conquista…, pero eso sí, dando consuelo.
Pero ese consuelo es a Juandieguito, siempre así, en chiquito, el más pequeño de sus hijos, el humilde, el pobre, el indio conquistado. ¿El mexicano es Juandieguito?, ¿somos o queremos ser eso: el chiquito, el pequeño, el humilde? Juan Diego, santo o no, existente o no en la vida real, es el símbolo del conquistado…, el pequeño indio humilde que requiere consuelo de la Virgen.
Curiosidad social de México: somos un pueblo muy amable, según se dice en todo el mundo; entre otras cosas hablamos bonito y con gentileza; sobre todo si se nos compara con los españoles, que hablan a gritos, tropezándose entre palabras y como si estuviesen eternamente enojados. Es cierto pues, en México hablamos vinito, y entre otras cosas nos encantan los diminutivos…, como Juandieguito. Pero puede uno analizar que es una forma de diplomacia o elegancia y que en muchas ocasiones nos referimos en diminutivo, sobre todo en ciertas clases sociales, a lo que vemos pequeño, a lo que observamos por arriba del hombro, a lo que ninguneamos.
Esa es por ejemplo nuestra forma muy particular de discriminar y ser racistas, aunque sea de forma inconsciente. Mucha gente dice, siempre con tono de ternura: “el indito”, el prietito”, “el negrito”…, precisamente porque los ve así como a Juandieguito; así, poquita cosa.
¿Qué México queremos ser en el siglo XXI? Basta de ser los pequeños, los chiquitos, los humildes, los derrotados, los descendientes de una capitulación…, los que requieren consuelo, y además que éste venga desde el cielo. Ese México será siempre pequeño y jamás llegará a nada.
Pero además ya tendríamos que decir que no somos Juandieguito. La Virgen, a través de ese hipotético y simbólico indio, viene, como Virgen de la religión de los conquistadores, a dar consuelo a lo conquistados. ¿Vamos a seguir siglos y siglos pretendiendo que somos conquistados, usando ese pretexto para justificar lo que sea?, ¿vamos a esperar eternamente el consuelo de una madre amorosa?, ¿vamos a ser eternamente pequeños, a ser eternamente niños?
Si Juandieguito es el indio conquistado que requiere consuelo, pues muy bien; pero el mexicano de hoy no es hijo de Juan Diego, ni es descendiente del azteca, ni es el indígena conquistado. El mexicano es un mestizo, es la fusión de lo indígena con el español; ni México ni el mexicano existirían sin el español, por lo que no somos hijos de una derrota.
La virgencita consuela a los conquistados, la madre celestial domó y sometió a los conquistados, los entregó a los brazos de la Iglesia de los españoles y por lo tanto a su dominio; la virgencita consumó la conquista espiritual. La Virgen de Guadalupe, la imagen traída por el mismísimo Cortés, el culto impuesto por el llamado conquistador se convirtió en el máximo culto de los mexicanos.
Desde entonces y hasta el siglo XXI, sin saberlo, muchas cosas se esconden tras la guadalupana: la Tonantzin de los indios, la conquista espiritual, el culto de Hernán Cortés, fraudes y engaños con los que la Iglesia ha sometido, somete y someterá a los más pobres. Con el pretexto de la virgen consoladora de los conquistados, la Iglesia los exprime más y más.
Con el culto a la guadalupana, México venera a su conquista, como hace a diario en sus canciones, en sus telenovelas, en sus versos, en sus históricos lamentos. Con el
guadalupanismo el pueblo mexicano exalta la humildad y la pobreza como virtudes, mientras el clero guadalupano es todo menos pobre y humilde. Esas supuestas virtudes, por cierto, no han catapultado jamás a un país hacia al futuro, y no lo harán con nosotros.
El orgullo de ser pobre es algo que inventa un pueblo pobre para tolerar su pobreza, no una verdadera virtud; esto aplica a todos los niveles: “lo que importa no es ganar sino competir”, lo repite tanto el mexicano, y no gana nunca…, de hecho tampoco compite, tan solo participa. Esa frase la repite y piensa un pueblo que pierde y justifica así las derrotas. Nuestros odiados vecinos tienen una frase opuesta, ellos piensan que “ganar no es lo más importante, es lo único”…, y aunque nos duela: ganan.
El mexicano vive conquistado, lamentando su conquista, usándola como pretexto, y venerándola a través de su principal consolidadora: la guadalupana, la Virgen católica que conquistó a Mesoamérica. Vive en la paradoja de odiar a Cortés pero venerar a la Virgen que él nos trajo, de lloriquear la conquista pero tener el culto del conquistador; de despotricar del español en español y vivir en un país, que no es la restauración del pasado prehispánico, sino la continuación liberada de Nueva España. El país católico y guadalupano lo hicieron los españoles…, pero no los españoles de España, con los que podemos no tener relación, sino los españoles de América; nuestros antepasados.
Con tantos siglos de culto y tradición, no se trata de extirpar el guadalupanismo de este país, sólo es un intento de analizarlo, de repensarlo y replantearlo…, de hecho, de entenderlo. Ninguna divinidad ha sacado a un país adelante…, y México a veces parece que pretende dejarle toda la chamba a la guadalupana. La Virgen de Guadalupe formó este país en sus diversas etapas, pero la Iglesia y las elites se apoderan de ese culto y de la ignorancia para mantener el sometimiento. ¡México, la pobreza no es una virtud!
Menos virtuosa es la humildad, entiendo eso como el hecho de humillarse; es decir, de avasallarse, de sojuzgarse. México no tiene que humillarse, y de hecho ahí aparece otra de nuestras grandes contradicciones; somos un pueblo que presume de ser humilde, que se enorgullece de su humildad…, eso es simplemente contradictorio: si nuestra humildad nos llena de orgullo, dejamos de ser humildes.
¿Qué es lo contrario a la humildad? Ser altivo, grande, encumbrado, noble, orgulloso. Más aún, resultado de esa altivez y esa grandeza, uno puede ser opulento, arrogante, poderoso. Podemos seguir el ejemplo de Juandieguito: ser humildes y chiquitos, ser pequeños y simples, así, poquita cosa. Ahora que es santo incluso podemos arrodillarnos ante él y alabar esas supuestas cualidades, venerar su pequeñez, su derrota, su ser conquistado.
También podemos cambiar de virtudes y querer ser grandes y orgullosos, ser nobles altivos y encumbrados…, podríamos venerar eso y aspirar a ello. No hay que dejar de ser guadalupano para tal cosa, pero si dejar de pensar que lo bueno que nos pasa se lo debemos a una celestial madrecita, y que ante nuestros problemas es a ella a quien debemos acudir.
No hay que dejar la fe y el culto, pero si la insana costumbre de derrochar un dinero que tanto falta en adorar imágenes que no requieren ese tipo de adoración. No hay que dejar de ir a la Basílica, pero si dejar de depositar en sus arcas una riqueza que la Virgen no necesita y que no usa, sino de la que abusan sus “representantes”. No es necesario dejar de rezar a la virgencita, y que quien quiera crea en ella, pero sería bueno dejar de enriquecer a la Iglesia, y a otros tantos que explotan su imagen.
Ni Dios ni la Virgen quieren pobreza en un pueblo; ni la Virgen ni los santos necesitan que derrochemos el poco dinero ahorrado en fiestas anuales; ni los santos ni el niño Dios necesitan nuestro dinero para vestirlos, adornarlos y decorarlos.
Vamos a ejemplos terrenales, ¿qué querría una madre de un hijo?, ¿querrá verlo eternamente en casa, pidiendo consuelo constantemente, solicitando favores en todo momento, agradeciendo por lo poco que se tiene? Hay que decirlo, así son muchas madres, mantienen a los hijos cueste lo que cueste; y el resultado es siempre el mismo: esos hijos no maduran, no se desarrollan, no sueltan el biberón ni cortan el cordón umbilical. Ahí tenemos el clásico mexicano con “mamitis”. La madre siempre cuida, el niño cuidado nunca crece.
Como pueblo pasa evidentemente lo mismo; el mexicano se niega a separarse de su madre, en este caso un mito celestial que nos consuela ante cualquier problema, es siempre la madre amorosa, la de los brazos abiertos, la que recibe a su hijo para que viva eternamente en casa. Resultado: un pueblo que es como un niño, un pueblo inmaduro, que no se desarrolla, que no suelta el biberón ni corta el cordón umbilical, tal cual, igualito al hijo inútil que no deja la casa materna. El pueblo mexicano tiene “mamitis celestial”.
La madre que en verdad quiere a su hijo, aunque le duela lo deja ir; lo manda a hacer su vida, lo deja caer para que se levante solo, le retira la ayuda constante, lo obliga así a convertirse en hombre. Sólo así se puede, desde lejos; porque lo quiere lo deja. ¿Qué tipo de madre será la virgencita? Decimos que quiere mucho al pueblo mexicano… ¿no querría entonces que dejásemos de depender de ella y volver eternamente a su casa? Si es nuestra madre y nos ama; seguramente ansía ver cómo dejamos de necesitarla. Ahí
radica el problema: la virgencita no necesita al mexicano, pero el mexicano no deja de necesitar a la virgencita.
Tal vez una madre prefiera ver al hijo ser independiente, ser libre, ser grande, encumbrarse, triunfar, volar por encima de otros con las alas abiertas. Si somos consentidos de la virgencita, si la madre de Dios quiere a México y es nuestra madrecita celestial, seguramente querrá verlo progresar por encima de otros, pero eso es trabajo nuestro y no de la Virgen.
Han pasado siglos desde la llamada conquista, desde que el español sometió al indígena, y éste último jamás se ha liberado. No fue parte de la independencia ni le hizo justicia la revolución, y sin embargo encuentra consuelo en la virgencita que hace 500 años le impuso el llamado conquistador. Su madre amorosa que no lo deja salir de su regazo, y lo hace, por lo tanto, inútil.
Eso significa Juandieguito y eso se venera en su supuesta santidad. Ese mexicano es pequeño y se conforma con lo que es y con lo que tiene, sin aspirar, sin anhelar…, con la esperanza de la “otra vida” en la que todo será recompensa; y desde luego, donde se reunirá de nuevo con su eterna madrecita.
Ese pueblo mexicano es un niño pequeño, por eso pasan los siglos y nada cambia, por eso corre el tiempo y el mexicano no cambia, no madura, no deja el lecho de su madre. Pero además pasan los años y la realidad simplemente evidencia que la virgencita no ha protegido a los indios, que cinco siglos después no se independizan…, y el pueblo mexicano en general conserva esa actitud; es evidente que la Virgen no ha logrado sacar a México adelante, y tal vez sea porque esa no es su chamba.
Sacar a un país adelante es trabajo del pueblo, de toda la sociedad, de individuos maduros que se hacen responsables de sus actos; y que ante la desgracia se proveen de su propio consuelo, ante la derrota se levantan, ante la desgracia se imponen. El mexicanito, el juandieguito, espera el consuelo de su madre amorosa, un consuelo que es psicológico, intangible, pero que definitivamente, a nivel país, es obvio que no existe.
El mexicanito confía siempre en su madre celestial, que además lo quiere por ser pobre y humilde…, por ser conquistado. Así, con los ojos puestos en la Virgen de Guadalupe, el mexicano sigue inmóvil, reza, agradece lo que sea que reciba; agacha la cabeza, se somete.
El mexicano espera, siempre espera; en México no pasa el tiempo. Ahí sigue la morenita del Tepeyac, observando nuestra eterna conquista; tal vez como la madre eterna, agradecida de que sus retoños nunca dejen el nido…, o tal vez ahí, muda desde su altar, desesperada de ver como sus hijos dependen eternamente de ella, que no se alejan, no maduran, no crecen, son eternamente niños y perpetuamente conquistados.
¿POR QUÉ LOS GRINGOS NOS GANAN EN FUTBOL?
El mexicano, que en eterno ser contradictorio, odia y anhela a los Estados Unidos; estaría encantado de tener su prosperidad, pero su oculta en el orgullo que siente ante su propia humildad; no obstante, cuando la humildad es demasiada, se va hacia el otro lado del Río Bravo a quitarse un poco de dicha virtud y tomar aunque sea un pequeño trozo del sueño americano…, en el fondo todos queremos prosperidad.
Desde luego que ante esa gran potencia económica que es nuestro vecino del Norte, y que lo coloca en el primer lugar mundial de muchas cosas, no sólo de economía; el mexicano esgrime una especie de poderío o superioridad moral que reside precisamente en el más grandes de sus valores: su pobreza.
Pero además durante décadas hubo un consuelo eterno para el mexicano; sin importar en qué tantas cosas nos pudiera ganar el gringo, nosotros le dábamos eternas lecciones de futbol. En el siglo XXI el mexicano se sigue sintiendo potencia de la zona en el deporte de las patadas, cuando el hecho contundente es que hace tiempo que los estadounidenses juegan al soccer mejor que nosotros. Pero al mexicano nunca le han importado los hechos.
Pero lo más triste es entender por qué los gringos nos ganan en futbol, y es que la es respuesta es simple; nuestros distantes vecinos nos ganan en nuestro deporte predilecto por una sola razón: porque un buen día se lo propusieron. Ese día, antes de que perdiéramos el primer partido, ya estaba marcado, (tal vez por el dedo de Dios) nuestro Destino. Llegado el momento, el gringo nos iba a ganar en futbol.
Y es que aunque nos caigan mal, esos condenados norteños logran lo que se proponen prácticamente siempre; desde poner a un hombre en la Luna hasta vencernos en soccer.
Ellos no son pobres pero honrados y desde luego no consideran que la humildad sea una virtud. Mientras nosotros decimos que lo importantes no es ganar sino competir…, y eso es todo lo que hacemos; competir, ellos piensan que ganar no es lo más importante, sino lo único…, y misteriosamente ganan.
¿Qué hace que dos países tan cercanos geográficamente, que comparten tres mil kilómetros de frontera, que fueron resultado del colonialismo europeo, y que se independizaron con poco tiempo de diferencia, sean tan distintos? Es sencillo, las colonias británicas y Nueva España, y tiempo después Estados Unidos y México, siempre fueron proyectos distintos.
En nuestra historia se suele comparar la independencia de Estados Unidos y la de México y se nos dice que tienen un mismo origen liberal e ilustrado. Tristemente eso está muy lejos de la verdad. Por más que se nos plantee que su independencia es un antecedente de la nuestra, la verdad es que ni su fundación, ni su etapa colonial, o su proyecto económico, político y social, ni su proyecto libertario tienen relación alguna. Los hijos de los ingleses y de la Reforma, y los hijos de España y la recalcitrante y retrógrada Contrarreforma no tenemos nada en común.
Nueva España significó desde su inicio el catolicismo, el feudalismo, el sistema medieval, las ideas de la Contrarreforma, la economía agraria y el pensamiento conservador. Los que liberaron Nueva España y formaron México eran finalmente los descendientes de aquellos que llegaron con esos pensamientos, y poco o nada los habían cambiado.
Por su lado, algunos kilómetros al Norte, las colonias británicas significaban la reforma protestante y la modernidad, los inicios del sistema capitalista, las ideas progresistas de
la Reforma, la economía comercial, el pensamiento liberal y la tolerancia y libertad religiosa. Los que liberaron las colonias y las convirtieron en los Estados Unidos eran los descendientes de los colonos, y su pensamiento había progresado.
Mientras el México libre se aferró a la idea de que sólo los católicos eran bienvenidos, los Estados Unidos promovieron la libertad de culto que atrajo a las mentes brillantes de todo el viejo mundo. La intolerancia como proyecto no atrajo a nadie. Dos enseñanzas torcidas tiene México en este sentido: la idea de que nacimos de la derrota azteca y no del triunfo de los pueblos oprimidos, unidos a Cortés; y la a versión del catolicismo español donde no hay que ganar en este mundo si se pierde el alma, la noción de despreciar este mundo en eras del otro, y la idea tan española de que el trabajo es denigrante. Incluso un enviado del rey de España a América, el conde de Arandas, que viajó por estas tierras justo tras la liberación de Estados Unidos, hizo una advertencia de la que nadie hizo caso: “El país más joven del mundo y el primero con régimen republicano será mañana un gigante… … la libertad de religión y su libertad económica llamará a labradores y artesanos de todas las naciones y dentro de pocos años veremos levantarse como un coloso” México se erigió como país católico, defensor de la única fe, mientras que nuestros vecinos fundaban el país de las libertades de empresa, comercio y religión. Ahí está finalmente el resultado de la Reforma y la Contrarreforma. Los ideales de los conquistadores y colonizadores españoles fueron establecer un territorio de fe totalmente católica y defender hasta la muerte dicha fe, obtener riqueza fácil y rápido trabajando poco, sueño del que no se libera el mexicano de hoy, que más
se ve ganándola lotería que trabajando toda su vida; finalmente los españoles llegaron a América para mantener un sistema feudal decadente en Europa. En el siglo XIX, los libertadores que siguieron a Iturbide perseguían exactamente lo mismo. Mientras tanto, los ideales del colonizador británico fueron crear un nuevo mundo, establecer un territorio de libertad religiosa y económica; trabajar en comunidad y generar una nueva sociedad. Eso tenían en la mente los libertadores que siguieron a Jefferson y a Washington. Claro que el pasado no tendría que marcar nuestro destino, por más que nuestro himno insista en que fue escrito por el dedo de Dios; pero lo marca porque no salimos de él, nos fascina el pasado, y nos da grandes pretextos para justificar la realidad. En el siglo XXI, festejando la independencia, deberíamos de liberarnos de nuestro pasado y hacer que el sueño mexicano fuera superior al americano…, pero no lo hacemos porque mientras ellos sueñan con mañana, nosotros soñamos con ayer, Mientras eso nos cambie seguirán por encima de nosotros, y desde luego, nos ganaran cada vez jugando al futbol.
CON EL DEDO DE DIOS SE ESCRIBIÓ Y aunque me cueste la vida mi suerte ya echada esta y si la tengo perdida al cabo que más me da. Ernesto Cortázar.
Dice cada billete de un dólar “in God we trust” (confiamos en Dios), y los presidentes de aquel laico país terminan todos sus discursos patriotas con una aseveración “God bless America” (Dios bendice a América). Probablemente lo crean, gran parte de la identidad de nuestros vecinos del Norte se basa en lo que llaman Destino Manifiesto; la idea de ser un pueblo elegido por Dios, establecidos en una nueva tierra prometida para traer una nueva civilización. Así es, los gringos confían en Dios, pero definitivamente no le dejan la chamba a Él; cada estadounidense trabaja para formar y fortalecer su país; una patria que tiene un proyecto y un camino marcado desde el mismísimo día en que nació. Confían en Dios, pero ellos son los que trabajan, como dice curiosamente un refrán mexicano no aplicado en México: a Dios rogando, y con el mazo dando. En México estamos un paso arriba que los gringos, ya que no somos los consentidos de Dios, sino mejor aún: de su madre; somos, como bien sabido es y presumimos, los consentidos de la virgencita. Lo sentencia nuestro himno nacional: en el cielo, nuestro eterno destino, con el dedo de Dios se escribió. Aquello que se canta en cada ceremonia civil, ¿será una fortuna divina o una maldición eterna? A 200 años de comenzar la guerra por libertad, si Dios tiene relación alguna con
los destinos de la patria, hay que decir con toda sinceridad y respeto que no tiene buenas intenciones con nosotros, mientras que su simpatía por los “gabachos” parece notoria. Pero, ¿tendrá destino una patria?, ¿será éste algo escrito e inamovible?, ¿podrá el destino ser cambiado o seremos, como en tragedia griega, víctimas crueles de los hados y las moiras? Es paradójico, el cristianismo reformado de nuestros vecinos cree en la predeterminación; claro que usaron eso a su favor en términos de política, y se entendieron a sí mismos como un pueblo predestinado por Dios para ser grandes…, y aunque al ser destino, ellos no podrían influir en él, trabajan a diario para conseguirlo. Por otro lado, el catolicismo del mexicano hace gala del libre albedrío como el gran regalo de Dios a la humanidad; somos libres de decidir todo, y claro, tenemos por lo tanto la responsabilidad de nuestras vidas y destinos, que dependen de esa libertad. Pero siendo así las cosas, el gringo que cree en el destino preestablecido, trabaja a diario por alcanzarlo, y el mexicano, que debería creer en la libertad de forjar nuestras metas y elegir los caminos correctos, viola a diario sus preceptos religiosos endilgándole a Dios la tarea de hacer que salgamos de pobres, y encomendando a la virgencita, su madre, que lo convenza de tal cosa. Resultado, nadie en México trabaja por el eterno destino de México; con lo cual, evidentemente queda escrito en los cielos, grabado en piedra, inalterable e incólume: el fracaso. Contradictorio, paradójico y complejo ser es el mexicano; odia a sus vecinos ricos, pero en el fondo es envidia y lo daría todo por tener esa prosperidad que finalmente persigue al cruzar la frontera; aún así lo crítica por materialista y coloca los valores “espirituales” (e intangibles, incluso imaginarios) del mexicano por encima…., pero aspira a lo material.
Critica la idea de que Dios los cuida y les encarga el mundo, pero le parce normal que la virgencita cuide a México. No deja de ser raro, por cierto, que Dios quiera a los ricos mientras su madrecita santa admira tanto a los pobres. Más paradójico; el católico mexicano, muy devoto y siempre fiel, como diría el Papa polaco, tiene una fe que promulga la libertad, pero el mexicano pretende que el dedo de Dios escribió nuestro destino…, aunque difícilmente alguien sepa qué destino es ese…, por mientras, nadie se ocupa de él. Y así, queremos y exigimos algo a lo que llamamos libertad, pero definitivamente rechazamos la responsabilidad que viene en el mismo paquete. El mexicano sigue encargando su vida a vírgenes, santos y versiones diversas de Jesús. No es, como presume el mexicano Amado Nervo, arquitecto de su propio destino. El mexicano va sin timón y su país es un barco a la deriva que zarpó sin conocer puerto de destino, por eso las tempestades nos sacuden, y tras ellas no sabemos qué tumbo retomar. Dios está muy distante, así es que el mexicano promedio encarga ese trabajo divino de cuidarnos al quien ve más cercano; en este caso el Estado. Ahí está el mexicano paternalista, esperando de su Dios terrenal encarnado en presidente solucione los problemas. Los barcos a la deriva terminan por hundirse, o quedarse en medio de la mar sin combustible El mexicano cree en el destino, pero además, de forma catastrófica, tiene la oculta esperanza de que nos vaya bien, pero es agorero del derrumbe; es cabalístico. Vio una guerra en 1810, otra en 1910 y por lo tanto tiene plena convicción de que es casi un mandato divino que otra guerra nos destruya de nuevo en 2010, la espera tanto que la provoca, la desea, la busca, y sin darse cuenta, la propicia, participa en ella. Ahí está en
el cielo nuestro eterno destino: rompernos la madre cada cien años y destruir con ello todo lo andado. Finalmente, ya que no sabe a dónde va, el mexicano no quiere llegar; el mexicano, ese pueblo tan niño, padece el síndrome de Peter Pan y se niega a crecer. Tanta libertad tan desperdiciada…, y nosotros confiando en lo que escribe el dedo de Dios.
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