NOVIAZGO TROBISCH

May 11, 2018 | Author: Partituras Piano | Category: Suffering, Love, Marriage, Happiness & Self-Help, Vagina
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MATERIAL PARA USO EXCLUSIVO DE ESTUDIO PRIVADO NO COPIAR WALTER TROBISCH INICIACION AL AMOR - Ed SIGUEME -SALAMANCA –1987

II EL AMOR ES UN SENTIMIENTO QUE HAY QUE APRENDER Sirve generalmente de gran ayuda el mantener una conversación de este tipo, con alguien que te pueda ayudar. No te quedes, nunca, con dudas o problemas sin resolver, pues estos lastiman el interior del hombre. Recurre a un sacerdote, a un consejero, o a un psicólogo, ellos te podrán ayudar, aunque la solución la tendrás que dar tu mismo. Dice una leyenda hindú:

Después de que el Creador hubo creado al hombre, no le quedaban más elementos para formar  seres vivos. ¿De dónde iba a sacar a la mujer? Todo lo sólido, todo lo palpable, se había agotado. El Creador estuvo largo rato pensando y luego cogió la redondez de la luna, la flexibilidad del sarmiento y el temblor de la hierba; la esbeltez del junco y la vistosidad de las flores; la ligereza de las hojas y la claridad de los rayos del sol; las lágrimas de las nubes y la volubilidad de los vientos; la timidez de la liebre y la vanidad del pavo real; la blandura del pecho del papagayo y la dureza del diamante; la dulzura de la miel y la crueldad del tigre; el ardor del fuego y la frialdad de la nieve; la locuacidad de la urraca y el canto del ruiseñor; la falsedad de la grulla y la fidelidad de los patos salvajes. Reunió todos estos elementos impalpables para formar un nuevo ser, y se lo llevó después al hombre. Al cabo de una semana vino el hombre al Creador y dijo: «Señor, esta mujer que me has dado me hace desgraciado. Habla sin parar y me atormenta constantemente, así que ya no tengo descanso. Quiere que esté en todo momento pendiente de ella y de este modo desperdicio el tiempo. Por cualquier pequeñez arma un gran alboroto y lleva una vida de holganza. He decidido devolvértela porque no puedo vivir con ella». «Bien», dijo el Creador; y se quedó con ella de nuevo. Una semana más tarde vino otra vez el hombre al Creador y dijo: «Señor, mi vida está tan vacía desde que te devolví esta creatura... Pienso constantemente en ella... Cómo bailaba y cantaba, cómo me miraba con disimulo, cómo hablaba conmigo y cómo se estrechaba contra mí. Era tan hermosa y tan suave... Su risa me hacía tan feliz... Por favor, devuélvemela». «Bien», dijo el Creador; y se la devolvió. Pero después de tres días volvió el hombre de nuevo y dijo: «Señor, no sé... no puedo explicarlo; pero después de todas mis experiencias con esta mujer he llegado a la conclusión de que me causa más penas que alegrías. Por eso te imploro que te quedes otra vez con ella». Pero el Creador dijo: «¡Vete de mi vista y deprisa! deprisa! ¡Ya estoy harto! Arréglatelas Arréglatelas como puedas!». A esto, el hombre respondió: respondió: «Pero «Pero si es que no puedo vivir con ella!». ella!». « Y tampoco sin ella puedes vivir», vivir», replicó el Creador, y volviendo la espalda al hombre continuó en su trabajo. ¿«Qué voy a hacer?», decía el hombre lleno de desesperación. «Con ella no puedo vivir y tampoco puedo vivir sin ella». El amor es un sentimiento que hay que aprender 

Es tensión y es realización. Es anhelo y es hostilidad. Es alegría y es dolor. No existe lo uno sin lo otro. La felicidad es solamente una parte del amor; esto hay que aprenderlo. También el sufrimiento forma parte de él. Este es el misterio del amor, su belleza be lleza y su tributo. El amor es un sentimiento que hay que aprender 

El renunciar a su sueño estuvo apunto de producir en Silvia dolores físicos. Pero estaba decidida: Se acabó. Antes de haber encontrado a «él», Silvia se había formado una imagen de su futuro marido: alto, delgado, deportivo, inteligente, espiritual; carrera terminada, un par de años mayor que ella y... naturalmente, aficionado a la música y a la literatura; quizás profesor de literatura o bien ocupando un puesto bien retribuido en la administración del estado. Cuando Silvia pasaba por delante de una tienda de flores y veía en el escaparate rosas rojas, se imaginaba lo que ocurriría si un día alguien le enviara rosas como aquéllas en señal de amor. ¡Fuera sueños! «El» era muy diferente. No era nada emotivo; en absoluto. Cuando la había invitado a comer por primera vez ella, interiormente, interiormente, había implorado: «Señor, «Señor, éste no. No es el hombre hombre con quien me gustaría casarme». Ella nunca se había ocupado de cosas técnicas, que eran todo lo que a él le interesaba, pues era ingeniero. Y él era muy tonto, aparte de eso; nunca se le ocurriría regalarle rosas. Nunca le había traído un regalo. Simplemente venía a verla; y allí estaba. Era tan terriblemente «sensato» y tan sobrio.

2 No es que no tuviera sentimientos, no. Pero precisamente la manera que tenía de demostrarlos la irritaba. Ella no podía descuidarse, pues cambiaban continuamente. En un momento se mostraba vehemente y entusiasmado y al instante estaba tieso como un palo. Si ella le pedía que le dijera algo tierno, él la daba un beso y enseguida se ponía a hablar de fútbol o de sus estudios. En él todo eran razones y voluntades. Decía que ella era ñoña y sentimental porque confiaba más en su intuición que en los argumentos y razones que él formulaba. ¿Por qué un hombre no puede ser igual que una mujer? Muchas veces ella deseaba ser un erizo y poder enrollarse y mostrarle las púas para que él, a fuerza de pinchazos, llegara a comprender que la luz de la luna no tenía por qué despertar siempre en ella el deseo de contacto. A su lado sentía siempre ella la necesidad de retirarse a una fortaleza de inmunidad e izar la bandera de la independencia. A pesar de todo, Silvia no rompió con él. Todavía no; quizá más adelante. Pero más adelante, después de casi medio año, empezó a descubrir poco a poco algunas cosas. Empezó a darse cuenta de que un joven que regala a su novia un libro que a él le interesa, lo hace más en serio que el que regala unas rosas. El libro viene a decirle a ella: quisiera compartir contigo lo que en este momento me preocupa enormemente. Quisiera hacerte un sitio para siempre en mi vida. Quisiera saber lo que piensas. Es muy importante para mí conocer cuáles son tus sentimientos. Para su propio asombro, Silvia se dio cuenta un día de que se había parado a contemplar un puente. Por primera vez reparaba en la belleza de su simetría y de sus líneas. O que había interrumpido su camino para observar cómo se elevaba hacia las alturas el armazón de un gran edificio mientras pensaba: tengo que enseñarle esto. Ya no quería solamente ser comprendida. Ella misma había empezado a comprender. Había aprendido la primera lección de amor: hay que renunciar a los sueños que obstaculizan el camino de la felicidad.

El amor es un sentimiento muy especial; un sentimiento que hay que aprender. Cuando no se comprende el carácter especial de este sentimiento, cuando no hay nada «romántico» en las relaciones entre hombre y mujer, entonces sexo y amor son términos intercambiables. Este es el caso que, con mayor  amplitud, se presenta en África. A la sexualidad se le llama «amor», y el amor recibe el nombre de «sexo». He hecho el amor a una muchacha significa «me he acostado con una muchacha». Para quien no ha aprendido el sentimiento especial del amor, solamente existe el «todo o nada». Para el no hay un «término medio». Las consecuencias de este modo de pensar son aterradoras. La mujer no es entonces mucho más que una máquina de hijos, una incubadora de calidad. No es una persona; sólo una cosa con la que se comercia; que se puede comprar y vender, dar y tomar; un objeto que se puede cambiar y del que se puede disponer; un ente subordinado, sin voluntad propia, que tiene que someterse a los deseos del varón. En todas las civilizaciones en las que no hay apenas moderación en cuanto al sexo y en donde no se conoce ninguna clase de «romanticismo» ni de «t6rmino medio», las muchachas pasan a ser, decididamente, cosas, objetos. África, más que los demás pueblos, tiene que aprender a amar. Pero, ¿podemos afirmar que en la civilización occidental se sabe amar? ¿qué es lo que ven los estudiantes africanos cuando van a Europa o a América? ¿se distingue lo que encuentran en nosotros de lo que dejaron en su casa? La llamada «moral nueva», la libertad sexual de occidente, que tan alto se ha proclamado, no ha liberado a la mujer, sino que la ha degradado y la ha despojado de su dignidad y de su personalidad. También en Europa y en América ha pasado a ser una «cosa», un juguete, un instrumento, un objeto que satisface los deseos del varón. Todos tenemos que aprender a amar; tenemos que aprender a estimar la belleza del «término medio», la dicha del «todavía no». Silvia decía: «En nuestras relaciones no hubo en absoluto tensión ni convulsiones; tenían la naturalidad de lo que todavía no es definitivo; y esto era lo que yo más estimaba. Esta naturalidad, sin embargo, daba cabida a lo grande y a lo profundo, y precisamente esta libertad afianzaba más la amistad que nos unía, y el hecho de que en este "término medio" no hubiera convulsiones, no quiere decir que no hayamos vivido exigencias dolorosas y penosas incertidumbres. Pero el dolor y el sufrimiento iban ligados a un profundo sentimiento de felicidad». ¿Hemos oído esto? ¡Dolor y sufrimiento! Las canciones de moda y el cine nos engañan cuando pretenden decirnos que se puede ser feliz sin sufrir. Esta es la razón de la ruptura en muchas amistades, la causa de los desengaños y de las vidas atormentadas; sí, y también de la superficialidad y el naufragio en muchos matrimonios: el pensar que el amor puede existir y crecer sin sufrimiento. Amor y sufrimiento no se excluyen uno a otro. Más bien se condicionan mutuamente. Los problemas sexuales pueden tener su raíz más profunda en la negativa a aceptar el sufrimiento; en el querer saltarse las fases intermedias de tensión e incertidumbre y hacer así del «amor» una palabra vacía. Aceptar el sufrimiento y no negarse a lo difícil, por el contrario, es lo que da sentido al amor y profundidad a la vida.

3 El 20 de noviembre de 1904, el poeta Rainer Maria Rilke, en una carta a una joven, decía las siguientes palabras: «Quisiera decir a los jóvenes solamente una cosa: que tenemos que mantenernos en lo difícil... tenemos que penetrar tan profundamente en la vida de modo que la sintamos en nosotros como una carga; alrededor nuestro no tiene que haber placer sino vida. Si para algunos a veces la vida se hace menos pesada, más fácil, más alegre, es solamente porque han dejado de tomarla en serio, de soportar su realidad, de sentirla y realizarla en ellos mismos... Lo que se nos pide es que amemos las dificultades y que aprendamos a manejamos en ellas. En la dificultad están las fuerzas amigas, las manos que nos modelan». Por eso no puede uno suprimir el sufrimiento de ninguna manera. Si lo aceptamos y vivimos con él, el sufrimiento puede llegar a ser una fuente de riqueza, de reflexión, de desarrollo y de realización. E incluso de felicidad. Por esta razón repetimos -al contrario de las canciones favoritas de hoy y de ayer-: la pena de amor  compensa; compensa siempre. Michael se sentó allí a pensar en ello. Había ocurrido: su novia había roto sus relaciones con él. ¡Realmente no podía comprender por qué. Seguramente la culpa era de él. Quizás había dado por sentadas demasiadas cosas; demasiadas y demasiado pronto. Siempre había tenido la sensación de que ella no había tomado aquellas relaciones tan en serio como él. O quizás había tenido miedo de seguir. Aunque eran de la misma edad, él se había sentido siempre inferior e inseguro cuando estaba con ella. Muchas veces había tenido la impresión de que ella tenía unos años más y que él era tan sólo un niño con barba. ¿Por qué un hombre no puede ser igual que una mujer? En cualquier caso tenía que aceptar la decisión. Era doloroso, y su corazón sufría; pero no quería ahogar el dolor, ni matarlo bailando; ni tampoco quería sortearlo. Quería utilizarlo. Por eso se había sentado a pensar. Quizá el dolor tuviera algún sentido; quizá debería enseñarle a distinguir entre lo verdadero y lo falso; quizá de esto aprendiera el arte de la renunciación. La capacidad de renuncia, la capacidad de desprendimiento, constituyen lo más importante en el amor. Si se llega a aprender este arte, ha valido la pena sufrir por amor. Y esto no es válido solamente en amor. Creo que la permanencia de la humanidad dependerá de si abandonamos la conducta de consumo y aprendemos el arte de la renunciación. De si estamos dispuestos no sólo a no hacer caso de los sueños irrealizables sino también a renunciar a deseos que pueden cumplirse y realizarse.

El sufrimiento hace que el amor inmaduro llegue a madurar más. El amor no maduro, el amor que no quiere aprender nada, es egoísta. Este amor es el que conocen los niños; un amor que exige y quiere tener; y, además, enseguida. No soporta tensiones y no se conforma ante ningún impedimento. Exige y consume, e intenta dominar. Mientras Michael pensaba esto, cayó en la cuenta de que la mayor muestra de amor que había dado a su novia había consistido en dejarle libertad de decir «no». El amor maduro no intenta dominar sobre los demás, sino que los deja plena libertad. El sufrimiento daba una nueva dimensión al amor de Michael. La pena de amor compensa, pues nada dispone mejor para el matrimonio. El amor conyugal es amor que ha aprendido a renunciar, a tener abnegación. En el matrimonio no hay «mío» ni «tuyo», sino «nuestro». Esta palabra «nuestro» está siempre ligada a sacrificio, a renuncia. Renuncia al compañero cuando se va al trabajo; renuncia al tiempo libre y a los planes independientes, en favor de la familia; renuncia a las cosas que uno podía permitirse cuando estaba soltero; sacrificio en bien de los hijos; y, finalmente -quizás el mayor sacrificio-, renuncia a los mismos hijos cuando comienzan a andar su propio camino. ¡Es posible que esté aquí la raíz de los problemas generacionales. Padres que en su amor no han aprendido el arte de la renuncia son incapaces de trasmitirlo a sus hijos ahora. Se parecen a las gallinas que han incubado huevos de pata y ahora están al borde del estanque cacareando y batiendo las alas mientras los patitos nadan allí tranquilamente. Esos padres tienen todavía mucho que aprender y los hijos deben tener paciencia Con ellos, Mark Twain decía en una ocasión: «cuando yo tenía dieciséis años consideraba a mi padre como un caso desesperado. Cuando tuve veinte descubrí con asombro que había hecho progresos». Pero puede también ocurrir lo contrario. Muchos “no” de los padres surgen de su profundo deseo de enseñarnos un amor dispuesto al sacrificio. Si un hijo obedece este «no» paterno puede aprender el arte de la renuncia que más tarde le servirá de inestimable ayuda cuando se enfrente a la realidad del amor y tenga que dar forma a su propio matrimonio y educar a sus hijos. El arte de la renuncia, de la abnegación, constituye también el secreto de la felicidad en la vida de los solteros. Para ellos, la renuncia a sí mismos es tan importante como para los casados. Quien aprende este arte nunca estará solo aunque vaya a permanecer soltero. Quien no lo aprende estará siempre solo aunque esté casado. La misión que se nos pide es la misma, estemos casados o solteros: Vivir una vida de plenitud a  pesar de los muchos deseos incumplidos .

4 El amor es un sentimiento que también tienen que aprender los solteros. El que no se casa no necesita ya renunciar al amor, pero tiene que aprender ese amor al que puede renunciar; exactamente igual que el casado. Incluso podría decirse que el deseo de casarse es condición indispensable para llevar una vida feliz como soltero. Ahora bien, aunque los casados y los solteros se encuentren ante la misma misión, no por ello debemos caer en el error de creer que nuestra situación presente vaya a durar eternamente. No nos debemos dejar atemorizar por lo definitivo, lo irrevocable. El matrimonio puede ser misión para un determinado tiempo y terminar repentinamente con la muerte del compañero. Exactamente igual puede también la soltería ser una misión temporal. A Dios no le gustan las decisiones que tomamos, para toda la vida, por resignación o por  desengaño. El quiere que vivamos hoy nuestra vida y, con ánimo y esperanza, descubramos todas las posibilidades de hacer feliz que hay en ella. Acomodada en su asiento, Evelyn cerró los ojos. Sus compañeros de departamento pensarían que dormía; pero su corazón iba cantando al compás de las ruedas. «Me quiere. Seré su mujer. Será mi marido». No; nunca podría comprenderlo. Tampoco podía explicárselo ni a su madre ni a su amiga. Su corazón lo había sabido desde el momento en que se había mirado a los ojos y los ojos habían dicho: «tú eres lo que yo quiero, sólo tú. Lo que yo quiero para toda la vida». ¿Cómo había logrado Carlos tener éxito con ella? ¿la había fascinado simulando no sentir al principio ningún interés? ¿es que sus métodos eran más ingeniosos que los de los demás? No; él no había empleado ningún método. No había actuado conforme a la máxima de «toma primero el dedo con prudencia, que la mano entera vendrá luego». Por un sencillo gesto, bastante desmañado, ella había podido darse cuenta, por primera vez, de qué era lo que él entendía por «novio». Durante el primer año de estudios, un sábado, Carlos le había pedido por  primera vez que saliera con él, sabiendo que ella acostumbraba a marcharse fuera los fines de semana para visitar a familiares y amigos. Así que cuando aceptó aquella invitación para ir juntos al teatro, agradeció muy expresamente el que renunciara a su viaje. Este gesto le hizo ver: no quiere solamente pasar una buena tarde; tampoco busca el tener una compañía agradable durante un par de horas; al invitarme lo hace pensando en mí. El amor es un sentimiento que hay que aprender y Evelyn, en lo profundo de su corazón, sabía que no se puede aprender a través del sexo. Por ese camino ella nunca hubiera llegado a tener la seguridad que ahora tenía, pues así como los ruidosos timbales dominan sobre el tema de las flautas, la sexualidad no hubiera dejado percibir a sus oídos los suaves tonos concomitantes que son tan esenciales para una acertada elección. Carlos no habría oído el canto del ruiseñor, ni habría sentido tampoco el temblor de las hojas y la flexibilidad de sarmiento; ni habría visto la claridad de los rayos del sol, ni habría notado la volubilidad de los vientos y la blandura del pecho del papagayo. Los dos se habrían perdido la belleza del «todavía no»; no habrían sentido el dolor de la espera y el placer de la emoción, ni el sufrimiento que, a pesar de todo, los hacía tan felices. Evelyn sabía que la sexualidad habría quitado a su amor toda posibilidad de crecer. En cierto modo, habrían arrancado las flores en abril y no habrían podido tomar después ninguna manzana. El amor no nace de la sexualidad; el amor tiene que crecer hacia ella. Tiene que existir antes.

Para Evelyn, amor significaba, ante todo, confianza y fidelidad, comunicación y experiencias comunes; esperanzas y preocupaciones compartidas. Por eso exigía una alianza permanente y fiable. Amor  y estabilidad eran inseparables para ella. ¿Será posible -pensaba Evelyn mientras el tren la acercaba más y más a su novio-, será posible que las chicas que buscan o tienen relaciones sexuales antes de casarse mantengan reprimidos sus sentimientos y anhelos más profundos? ¿no serán quizá mujeres impasibles, calculadoras, y hasta frías, y no precisamente temperamentos especialmente pasionales? ¿Qué es una solterona? Alguien que no puede amar; alguien que reprime sus sentimientos y no puede aceptarse a sí misma. Hay muchachas que ya en su primera juventud son «solteronas». Hay también casadas «solteronas». Hay incluso «solterones» entre el sexo masculino. Lo opuesto a la «solterona» es la doncella. La virginidad no es nada negativo sino algo extraordinariamente positivo. Corresponde a la más profunda naturaleza de la joven. Tampoco es algo que «se pierde». Es algo que «se regala». Virginidad significa disposición a la absoluta plenitud del amor. El sexo puede convertir a una muchacha e n solterona. La virginidad la convierte en mujer.

Carlos tenía la sensación de que nada había hecho madurar más su amor por Evelyn que su virginidad. Así como una presa ayuda a transformar la fuerza de las aguas en electricidad, la continencia colabora a la transformación de las energías sexuales en amor .

¡ Dos cosas había en Evelyn que le habían ayudado de modo especial: su atractivo y su recato. Uno sin el otro no hubieran sido suficientes. Su poder de atracción le había llevado a amarla tanto que estaba dispuesto a pagar cualquier precio por su amor, a ofrecer cualquier sacrificio.

5 Con su recato, ella había conducido hacia su alma el interés que él sentía por su cuerpo; le había ayudado -a él, que estaba habituado a moverse en los dominios de la voluntad y de la razón- a descubrir su propia alma. Carlos pensaba que, quizás, en este terreno, son las chicas las que tienen mucho que enseñar a los muchachos. Si ella hubiera sido solamente atractiva y no recatada, el interés de él se hubiera dirigido hacia la aventura y no hacia el matrimonio. Atractivo sin recato le hubiera inducido a la tentación de satisfacer su deseo pagando el menor  precio. Y si ella hubiera respondido a este deseo, habría perdido para él todo atractivo. Precisamente porque él la amaba y no quería perderla, había conservado la secreta esperanza de que ella resistiría. La negativa a unas relaciones sexuales constituía una mayor muestra de amor que la que hubiera dado consintiéndolas. Si ella hubiese permitido este tipo de relaciones, habría lesionado su propio amor. El sexo puede producir heridas en el amor; lo puede matar. Por esto al amor hay que protegerlo.

Hay un versículo en la Biblia que hasta ahora no se le ha prestado atención en lo que a este punto se refiere. Es Génesis 2,25: «Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello». Desnudos sin avergonzarse. «Desnudos», aquí, no está tomado en el sentido; corporal. Significa que estaban el uno en presencia del otro sin máscara, sin disimular nada, sin ocultar nada. Ver así al compañero, como es en realidad, y mostrar- me también a él como realmente soy. ..y no avergonzarme. Desnudo sin avergonzarme. Pero esta meta del amor maduro sólo puede ser alcanzada por aquellos que, como dice el versículo anterior “han dejado a su padre ya su madre y «se adhieren» el uno al otro”; en otras palabras: por aquellos que están casados públicamente ante la ley. Estos dos, y no dos cualesquiera, antes o fuera del matrimonio, serán una sola carne. Estos dos -y no dos cualesquiera, antes o fuera del matrimonio- superarán la enorme dificultad de permanecer, el uno frente al otro, como son en realidad; de vivir el uno con el otro, desnudos, y, no obstante, sin sentir vergüenza. Desnudos sin sentir vergüenza; esto quiere decir la palabra «conocer»: «Adán conoció a Eva, su mujer». Un conocimiento de esta clase no es posible fuera del matrimonio. El que lo intenta antes, lesiona el amor o, incluso, lo mata. Por esto el amor quiere no solamente ser aprendido; quiere también que se le proteja. Tenemos que protegerlo porque Dios lo quiere. Nosotros no podemos darle protección si solamente atendemos a razones humanas. Hoy día, en Europa, existe la tendencia a poner en duda, en nombre del amor, la voluntad de Dios. «¿Con qué os ha mandado Dios...?», se preguntan, como la serpiente preguntó a Eva en el jardín del Edén. ¿No es amor -preguntan- abreviar el tormento de la espera y fomentar las relaciones prematrimoniales? ¿No es amor -preguntan- ejercitar en las prácticas sexuales y alentar a la masturbación o, incluso, hasta las relaciones homosexuales entre los jóvenes? ¿No es amor -preguntan- poner preservativos a disposición de los estudiantes? ¿No es amor -preguntan- permitir al cónyuge relaciones intimas con otra persona si la ama? ¿No es amor -preguntan- conceder el derecho de tener un hijo a una chica soltera? Recuerdo una película que se proyectaba en Alemania en los tiempos de Hitler. Trataba de un médico cuya mujer padecía un mal incurable. La cinta mostraba, con todos los detalles, cómo sufría esta mujer a causa de su enfermedad, hasta que el marido la mataba con una sobre dosis de somnífero. Cuando, acusado de asesinato, estaba ante el tribunal, el médico se defendía con estas palabras: «yo amaba a mi mujer». Aquí, en nombre del amor, se pone en duda el mandamiento divino «no matarás». Esta película, proyectada en 1940, sirvió a Hitler. como preparación psicológica para la matanza de enfermos incurables y psicopáticos, para el exterminio de las vidas humanas que él consideraba como de «escaso valor», y al final vino el asesinato de millones de judíos en las cámaras de gas de los campos de concentración. Si intentamos establecer la escala dimensional del amor caeremos en las manos del diablo. Cuando Alemania, en nombre del amor, puso en duda el mandato «no matarás», se puso en manos de Satanás, y si nosotros hoy, en nombre del amor, ponemos en tela de juicio el mandamiento «no cometerás adulterio», no haremos otra cosa sino dejarnos llevar de la mano del diablo. Como nosotros mismos no sabemos lo que es el amor, quien tiene que protegerlo es aquél que es el amor mismo. No puede haber contradicción alguna entre el amor y la voluntad de Dios. El amor auténtico nunca puede contravenir un mandamiento divino. Cuando violamos un mandamiento, siempre lesionamos a nuestro prójimo, aunque en las circunstancias del momento no nos demos cuenta de ello. Pero Dios abarca más allá de nuestra situación momentánea. El tiene otro horizonte más lejano que el mío. Ante sus ojos se le presenta la película de toda mi vida y no sólo una instantánea de la situación mía en un determinado momento de ella.

6 La película de la vida de un hombre presenta una imagen muy distinta de la que ofrece una sola fotografía. Quisiera aclarar esto de la mano de François y Cecile, aquella joven pareja africana cuya correspondencia conmigo aparece en el libro Yo quise a una chica Quien haya leído el libro recordará que François y Cecile no veían otra salida a su situación que la de escaparse, y consumaron corporalmente su unión antes de estar legítimamente casados. ¿Quién de nosotros puede juzgarlos? Humanamente podemos comprender por qué se comportaron de ese modo en una situación difícil. Preguntados hoy sobre su conducta de entonces, los dos dicen que lo lamentan. Cierto que entretanto han llegado a un feliz matrimonio, pero -dicen ellos también- visto en su conjunto la consumación del matrimonio antes de la boda ha perjudicado a su amor más que beneficiarlo. Por lo tanto, si separamos una sola instantánea de todo el conjunto con el que se relaciona, cualquier expresión de amor puede muchas veces parecer, a nuestro entendimiento humano, una entrega anterior al matrimonio, o fuera de él, o bien una bella mentira o una muerte por compasión. Pero si vemos toda la película de la vida, la cosa cambia. Jesús dice: «Si me amáis, guardad mis mandamientos». No podemos amar a nuestro prójimo si no amamos a Jesús. No podemos amar a Jesús si no le obedecemos. Solamente quien realmente ama puede obedecer. Solamente el que obedece puede realmente amar. «Y sus preceptos no son pesados» (1 Jn 5, 3). No son una carga, sino una ayuda. No son un lastre, sino una fuerza. No nos incapacitan, sino que nos hacen madurar. Muchos afirman, sin embargo, que las relaciones sexuales antes del matrimonio son hoy algo corriente entre los chicos y las chicas. Incluso se han publicado estadísticas que proporcionan cifras aterradoras. Pero ¡ojo con las estadísticas sobre temas íntimos! No hay ni un solo método que ofrezca resultados científicamente seguros sobre el comportamiento sexual. Pero, aun cuando estas estadísticas fueran fiables, aunque un elevado porcentaje de jóvenes practicara relaciones sexuales prematrimoniales, ¿qué es lo que se confirma con ello? ¿Desde cuándo nuestra conducta se rige por las estadísticas? ¿desde cuándo nos dejamos llevar al son de la mayoría? ¡No somos animales asustadizos que necesitan del mimetismo para poder sobrevivir! Al contrario, si no dejamos de enmascararnos, no sobreviviremos. Bonhoeffer dije: «Solamente lo extraordinario es esencialmente cristiano». Para terminar quisiera referir una conversación que mantuve con una joven a la que llamaremos Carina. Durante nuestra primera entrevista, Carina me había asegurado muchas veces que había intercambiado caricias con su novio, pero que nunca habían llegado «hasta el final». . Yo no le pregunté nada. Al día siguiente volvió. Quería saber qué era lo que se entiende exactamente por «hasta el final». -Corrientemente se entiende, en la mayoría de los casos, la unión sexual -le dije. Carina calló un instante y luego dijo pensativa: -Sí; si se entiende sólo así, entonces, desde luego, sí he llegado hasta el final con mi novio, y luego me soltó: Por favor, no piense que le mentí ayer. Es usted el primero que me dice concretamente lo que quiere decir eso. Cuando tuve mi primera regla menstrual, mi madre sólo me dijo que debía tener cuidado de no manchar nada. Esta fue toda mi educación sexual. ¿Por  qué se habla siempre de esto con tantos rodeos? ¡No llegues hasta el final! ¡No os dejéis llevar demasiado lejos! ... Pero, ¿hasta dónde es demasiado lejos? Esto no me lo ha dicho nadie concretamente todavía. Abrazarse, ¿es ir demasiado lejos? Besarse, ¿es ir demasiado lejos? Carina me lanzaba un desafío. Ahora tenía yo que concretar. Pensé en muchas de mis conversaciones con jóvenes que -casi siempre entre lágrimas- me aseguraban que ninguno de los dos se había propuesto llegar hasta el final, pero que luego no habían podido contenerse. Yo les decía -y quien conozca una respuesta mejor que me corrija-: «El momento desde el cual ya no puede uno detenerse es, en la mayoría de los casos, el de acostarse juntos y luego cualquier forma de desnudarse». -Pero, ¿a quién hay que frenar, al chico o a la chica? -preguntó Carina. -Aquél de los dos que tenga una conciencia más sensible, es el que debe ayudar al otro -repliqué. Un golpecito en los dedos puede ser, en determinadas circunstancias, más cariñoso que un beso en la boca. El respeto mutuo crecerá y el amor se hará más profundo siempre que el «llegar hasta el final» se presente como cortocircuito. Lo que se ha llamado «final» no es propiamente el final; tampoco es la mitad y ni siquiera es un principio; a lo sumo lo es en una dirección equivocada. El auténtico final es el amor. Pero precisamente a éste lo hiere ese otro «final» y lo mata en lugar de colmarlo. -¿El sexo, puede lesionar el amor? -Oh, sí, Carina; completamente cierto. Una pareja de estudiantes que esperaba un hijo sin estar  casados, me escribía: «¿No puede haber ocurrido por amor?». Voy a leerte lo que les contesté : «¿Amor?... Puede ser; pero en un sentido muy limitado. Vuestro amor era un amor muy egoísta. Os habéis comportado como si vivierais en una isla desierta y como si estuvierais solos en el mundo. ¿Fue por  amor a ese pequeño ser que ahora crece en tu vientre y al que no le aguarda ningún hogar, ninguna seguridad? El bochorno y la confusión cada día de cumpleaños mientras viva, ¿por amor? Dolor para vuestros padres, trastorno de tus proyectos profesionales y de los de tu amigo, ¿por amor? ¿Con qué autoridad plena podréis conservar a vuestros hijos? ¿con su amor a vosotros? Lo que debe prepararse con paciencia y con prudencia, tiene que hacerse ahora deprisa; lo que pudo ser la mayor alegría, se convertirá

7 en preocupación y vergüenza. Quizá habéis resuelto un problema, quizás: el de la tensión sexual. Pero surgen otros muchos: boda, casa, sustento, profesión...» . -Ya ves Carina -añadí yo- que el sexo puede lesionar el amor. Por eso Dios lo protege señalando a la sexualidad su puesto dentro del matrimonio, exclusivamente. Carina estuvo un rato pensando. Luego me hizo esta pregunta: -¿No se entregan casi todas las chicas «por amor» ? -En todo caso por eso que ellas creen que es amor. Pero no todas se casarán con el mismo al que se entregaron. En muchos casos empieza así una vida mal empleada. Por eso conviene repetir constantemente: también en la primera y única unión sexual se puede producir un embarazo. Una sola vez no es ninguna vez. -Pero -preguntó Carina- ¿no depende de su falta de cuidado el que una chica se quede embarazada? Cuando a mí me preocupaba esto, mi novio me tranquilizaba asegurándome que tendría cuidado. Al principio yo no sabía lo que quería decir con ese «tener cuidado». Ahora ya lo sé. El se retiraba antes de la emisión del líquido seminal, que se producía fuera de mi cuerpo. Pero mire, de esta manera, el acto no me producía ninguna satisfacción y por eso decía yo que no habíamos llegado «hasta el final Me gustaba que Carina me hablara con tanta franqueza. El método que había descrito, para evitar  la concepción, proporciona ciertamente al varón un cierto placer, pero casi ninguno a la mujer. Por eso este coito interrumpido -interrumpido para ambos- puede ser el origen de una frigidez posterior y hasta puede provocar un sentimiento de repugnancia ante todo lo sexual, repugnancia que luego, en el matrimonio, es causa de perturbaciones de importancia decisiva. Ahí tenemos otra vez el amor lesionado. Este método es, además, antiestético y no siempre es seguro, pues el momento justo de la retirada puede no calcularse bien. ¡Entonces, ¿no hay ningún método absolutamente seguro e inofensivo para evitar la concepción? -preguntó Carina. -No conozco ninguno. Los preservativos pueden romperse; los pesarios pueden no adaptarse bien; el llamado «método del ritmo» o «del calendario», la determinación de los días fértiles o infértiles del ciclo menstrual de la mujer, no es siempre seguro si uno se limita exclusivamente al número de días, pues los períodos no siempre son regulares. La seguridad que ofrece este método, sobre todo antes del matrimonio, es... ninguna. . (No debe confundirse este método con el de la toma de la temperatura basal) ¿Y qué hay de las píldoras antibaby? ¡Tampoco con ellas es tan sencillo. En primer lugar, las «píldoras, no son eficaces si no se toman con regularidad. Con sólo un día que se olviden, no hacen efecto. Por eso no tiene sentido llevarlas en el bolso cuando se va aun baile para tomarlas a toda prisa «en caso de necesidad». Esta idea equivocada está mucho más extendida de lo que se cree. Además, la toma constante durante una temporada larga, puede dañar el organismo de la chica, pues puede causar perturbación: del equilibrio hormonal, extremadamente sensible. En cuanto se dejan de tomar, la capacidad conceptiva puede aumentar considerablemente, y también puede ocurrir lo contrario: al dejar las «píldoras» puede quedar interrumpida la ovulación durante largo tiempo en el que la mujer permanece estéril. Estas consecuencias negativas son, ciertamente, excepcionales; pero no pueden predecirse. Una chica me decía un día: «Si yo tomara la píldora con regularidad sólo por si en cualquier momento pudiera tener una aventura sexual, me tendría por una prostituta». -Pero, entonces, ¿no resolvería el petting este problema? Cuando le pregunté a Carina qué significaba aquello de petting, me explicó que no se refería sólo a hacer «manitas» y, acaso, besarse, sino que consistía en tocarse mutuamente los órganos genitales hasta que los dos alcanzasen el orgasmo. Por lo tanto era una especie de masturbación a dúo. De este modo podían disfrutar el placer sexual sin tener el temor de un embarazo y sin necesidad de medios preservativos ni cuentas de días. Carina me dijo que conocía parejas que querían ser cristianas conscientes y no les preocupaba nada la práctica del  petting. Tranquilizaban su conciencia de manera ostensible con no haber realizado ninguna unión carnal. Esto no necesito confirmarlo. Yo mismo conozco un número sorprendente de cristianos que admiten este dudoso compromiso y de este modo creen engañar a Dios: en definitiva, no han llegado ,«hasta el final». Parece efectivamente una solución ideal, pero es un callejón sin salida. Por lo pronto tuve que explicar a Carina que tampoco el petting era un método seguro para evitar el embarazo. Es sorprendentemente elevado el porcentaje de niños engendrados, sin querer, al practicarlo. La más pequeña cantidad de líquido seminal que pueda llegar a la vagina basta para fecundar un óvulo. Consta, además, que muchas parejas que comienzan con el petting, no pueden aguantar largo tiempo esta situación y finalmente -y contra su voluntad- llegan a la plena unión camal. Pero aún hay otro hecho mucho menos conocido que es todavía más serio. En la mujer hay dos planos de satisfacción: uno, superficial, que en último término, no es precisamente satisfactorio; y otro, profundo y de plenitud satisfactorio. Pero éste último, normalmente, no se alcanza sino en el matrimonio, pues presupone una larga relación armónica entre la misma pareja. Las mujeres que han pasado del primer nivel al segundo, consideran el primero como infantil y de inmadurez. «Por  primera vez he tomado conciencia de ser una auténtica mujer», dicen, cuando han llegado a experimentar la plenitud sexual de una manera profunda y satisfactoria. Con la continua práctica del petting, o sea, con la masturbación del clítoris, una chica se acostumbra a la satisfacción meramente superficial. Más tarde, en el matrimonio, le es difícil ir madurando hasta alcanzar la sensación profunda y plena del orgasmo vaginal. Y así se hace ella misma desgraciada a la vez que hace desgraciado a su marido.

8 De nuevo tenemos que esto se hace en perjuicio del amor. El que quiere sexo sin matrimonio no puede aprender a amar ni puede proteger el amor. Se engaña a sí mismo en cuanto a la enriquecedora experiencia del crecer y del madurar. Hace algunos años, una alumna de segunda enseñanza, hablando conmigo, defendía el petting  como algo «bonito». Cuando ya era estudiante del primer curso de la universidad, me escribió, no hace mucho, diciéndome que ahora se avergonzaba de aquello y que tenía la sensación de que se había abusado de ella. No sabía aún con quién iba a casarse, pero pensaba que también ante su futuro marido se avergonzaría de sus pasadas experiencias de petting . Todavía tenía que indicarle a Carina otra posibilidad: muchos de los que han practicado el petting y luego han sido abandonados por su pareja, caen fácilmente en el hábito de la masturbación, y esto no sólo en el caso de los chicos, sino también en cuanto a las muchachas. La masturbación es una señal de alarma. No es una enfermedad, sino un síntoma. La mayoría de las veces, un síntoma de soledad. No es tanto un signo de represión sexual particularmente intensa como de falta de comunicación, de incapacidad para abrirse a los demás. Por eso debe ponerse remedio a esta profunda y olvidada necesidad. -¿ y cuál es ese remedio?, quiso saber Carina. Es distinto para cada caso. Lo principal es no estar solo, sino confiarse a alguien con el que se pueda hablar con sinceridad, sin miedo y sin vergüenza, de los propios problemas. Con alguien que nos pueda ayudar a dejar de girar alrededor del propio eje y nos enseñe a volvernos hacia un tú. -¿Y por qué hasta ahora nadie me ha dicho esto? -me preguntó de nuevo. -Carina, yo me pregunto también muchas veces cuál puede ser la razón de este extraño silencio, contesté. Quizás se debe a una conciencia equivocada. Quizás tenga su origen en una sensación de falta absoluta de autoridad en una materia en la que uno mismo ha fracasado. ¿Tú quieres ser para tus hijos una madre mejor de lo que fue tu madre para ti? -Bien -dijo ella-, yo me equivoqué al acceder a las presiones de mi novio. Pero no vaya usted a creer que yo consentí fácilmente en lo que hacía conmigo. Me resistía, aunque, por otra parte, lo deseaba. Para mí era todo muy doloroso espiritualmente. Yo me proponía, en verdad, ser feliz; pero, en realidad, sentía " ganas de chillar, y, Carina, le dije, sólo con que hubieras chillado, él no habría llegado «hasta el final», probablemente. Le habrías desafiado a que se portara como un hombre y él habría querido protegerte. Pero como tú pretendías ser feliz, él intentaba hacerte feliz, y en lugar de eso, te hizo daño. -No puedo entenderlo- dijo ella. Yo no era la que insistía, sino él. Pero cuando yo cedía, él ya no tenía ningún interés. Para él ya había terminado; para mí, sin embargo, era el principio, ¿es que él no puede entender esto? -No, Carina; no puede. -y ¿por qué no? -Porque él es un hombre y tú eres una mujer. -Cuando le oigo hablar así -dijo Carina-, veo claro que, en el fondo, es una tontería llegar hasta el final fuera del matrimonio. Pero cuando luego me encuentro en una situación de excitación de ese tipo, se me ocurren muchas razones en contra, que son igualmente sensatas. -A muchos les ocurre lo mismo, repliqué. Por eso, incluso estos argumentos tan razonables no sirven. Se necesita, en el sentido literal de la palabra, un asidero que sea más eficaz que nuestra razón. Este asidero es la voluntad de aquél que nos ha creado a todos juntamente con nuestras exigencias sexuales y con nuestra tendencia a la unión. " -¿Y cómo sé yo lo que es esta voluntad de Dios? -La voluntad de Dios -le dije- está contenida en la sencilla sentencia siguiente: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne». Esta sentencia está en Gen 2, 24 y aún se cita tres veces más en el nuevo testamento. La palabra «dejará» indica: en este caso un acto público y legal que hoy, entre nosotros, tiene lugar en las bodas. La expresión: «vendrán a ser los dos una sola carne» aparece en la Biblia solamente en relación con el matrimonio. Significa: por voluntad de Dios, la unión carnal pertenece al matrimonio, como expresión del amor conyugal. Sólo el que «deja» puede también «adherirse, unirse» y, en sentido pleno, llegar a ser «una sola carne»; sólo él puede llegar a la experiencia última, a la plenitud. -Pero esto -replicó Carina- ¿no es una pretensión exagerada en esta atmósfera, impregnada de sexo, de nuestro tiempo? -¡Ah, Carina!, ¿es qué antes era realmente distinto? Si entonces era distinto, no deja de ser válido también para ahora. En el fondo es mucho más fácil y cuesta menos esfuerzo guardar los mandamientos que desobedecerlos. No son ninguna carga, sino una ayuda. Se complican la vida los que pretenden saber  lo que es bueno y lo que es malo. Sólo el que obedece es mayor de edad, y también feliz. -Para mí esa felicidad se ha ido para siempre -dijo Carina con tristeza. Para mí estas reflexiones llegan demasiado tarde. A esto tuve que contestarle diciendo, para terminar ya nuestra conversación, lo que me gustaría decir a todos los que sienten lo mismo que ella: el amor es un sentimiento que hay que aprender, y quizás lo más difícil de aprender sea el dejarse amar, sin condiciones y sin presupuestos; dejarse amar por Dios, para quien no existe el «demasiado tarde». El es el Todopoderoso, que con su perdón puede hacer que lo ocurrido no haya sucedido nunca. Por eso nadie tiene por qué seguir viviendo con sus heridas internas; ni Carina ni ningún otro. Para todos existe la posibilidad de volver a empezar. Jesús dice: «Al que viene a mí yo no le echaré fuera». Pues el amor es un sentimiento que se puede aprender.

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