Nolte, Ernst - Nietzsche y El Nietzscheanismo Alianza Ed. 1995

March 21, 2017 | Author: Erick | Category: N/A
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Emst Nolte Nietzsche y el nietzscheanismo Alianza Universidad

Emst Nolte

Nietzsche y el nietzscheanismo

Versión española de Teresa Rocha Barco

Alianza Editorial

Título original: Nietzscbe und der Nietzscheanismus

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertac quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

© 1990 by Vcrlag Ullstein GmbH Propyláenvcrlag - Frankfurt/M-Bcrlín © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1995 Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 741 6600 ISBN: 84-206-2794-1 Depósito legal: M. 1.654-1995 Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa Paracuellos de Jarama (Madrid) Printed in Spain

ÍNDICE

Introducción ..................................................................................

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Acerca de la bibliografía sobre Nietzsche ...................................

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L a vida de N ietzsche .................................................

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Años de juventud y época de estudiante ..................................... Los años de Basilea hasta 1876 ..................................................... El cambio radical: 1876-1879 ....................................................... Temprana vida de anacoreta y crisis en tomo a Lou von Salomé .. La época de Zaratustra .................................................................. La proyectada «obra capital» ....................................................... El giro hacia la praxis .................................................................... Desmoronamiento, locura, muerte ..............................................

29 39 49 57 66 76 85 98

N ietzsche como « campo de batalla» .........................................

105

L a Antigüedad como paradigma y como pasado ...................... Judaism o y Oriente ........................................................................ Platonismo, «m oral» y cristianismo ............................................. Catolicismo, Renacimiento, Reforma ........................................... Ilustración y ciencia ..................................................................... La Revolución Francesa ................................................................ El socialismo ..................................................................................

105 115 127 137 149 158 169

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índice

Los alemanes y el Reich alemán .................................................... Emancipaciones y Modernidad como «degéneración global» de la humanidad ............................................................................. Los «buenos europeos» y el futuro del superhombre ............... El concepto de aniquilación y el «partido de la vida» ............... Vida y conocimiento; verdad y mentira .......................................

184 192 199 206 213

EL NIETZSCHEANISMO HASTA 1914 ...................................................

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Discípulos y seguidores en el entorno del Archivo-Nietzsche ... 227 Socialistas, anarquistas, feministas ................................................ 235 Nietzsche en la filosofía y en la ciencia ........................................ 243 Influencias de Nietzsche en la literatura ...................................... 251 Publicistas y ensayistas .................................................................. 260 Nietzsche en el extranjero ............................................................. 270 Benito Mussolini como marxista y nietzscheano ........................ 279 Nietzsche, Marx y la «guerra civil europea» ............................... 285 Í n d ic e

o n o m á st ic o

........................................................................

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INTRODUCCIÓN

En mayo de 1888, nueve meses antes del quebrantamiento final de su salud, escribía Friedrich Nietzsche a su amigo de juventud Paul Deussen, al igual que a todos sus conocidos, que el escritor danés Georg Brandes estaba dando un curso sobre «el filósofo alemán Frie­ drich Nietzsche» en la Universidad de Copenhague, y añadía: «L a sala está siempre llena hasta los topes. Más de 300 oyentes. Los grandes pe­ riódicos informan de ello. Sic incipit gloria mundr»1. El «incipit» esta­ ba subrayado. Evidentemente, hacía ya mucho tiempo que el filósofo esperaba deseoso un acontecimiento como éste. Sus conocidos, en cambio, puede que recibieran la noticia con extrañeza y que descu­ briesen una contradicción difícilmente comprensible al recordar lo que Nietzsche les había dicho antes acerca de su «azulada soledad» y de su desprecio de todo lo relacionado con el periodismo. Si bien sólo llegó a conocimiento de Nietzsche este insignificante indicio de su fama, muy pronto su comentario resultaría indiscutiblemente cierto. Ya en los años noventa, cuando, sumido en el letargo de su conciencia, terminaba sus días en la casa de su madre en Naumburg o en el edifi1 KGB, LO, 5, p. 307. Las traducciones de textos procedentes de las obras de Nietzsche que ya se encuen­ tran publicadas en Alianza Editorial (traductor: Andrés Sánchez Pascual) se han toma­ do de dicha versión castellana, pero respetando únicamente los subrayados de Nolte. El resto son responsabilidad de la traductora. (Nota de la traductora).

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ció del «Archivo-Nietzsche» en Weimar bajo los cuidados de su her­ mana Elisabeth, aparecieron publicados gran cantidad de artículos y algunos libros sobre él, y su muerte en agosto de 1900 abrió, por así decirlo, las compuertas: los artículos y los libros fueron ya incontables y Nietzsche pasó a ser también objeto de cursos regulares en las uni­ versidades alemanas, como por ejemplo los del profesor de Leipzig Raoul Richter, quien en 1903 publicó las «15 clases» que había impar­ tido en aquella universidad. Sin embargo, entre todos estos libros, es­ tudios y cursos universitarios no se puede encontrar, por lo que yo sé, el tema «Nietzsche y el nietzscheanismo». En primer lugar hay que plantearse, pues, la pregunta de qué quiere decir esta «y» del título, pues evidentemente de ello se podrán deducir las características dis­ tintivas de este curso universitario. Esta «y» no puede significar que deba tratarse primariamente de la relación entre Nietzsche y el nietzscheanismo. Bien es verdad que el fenómeno como tal no le era desconocido a Nietzsche: ya en 1877 oyó hablar de un círculo de admiradores suyos que se había formado en la Universidad de Viena, y algunos años más tarde descubrió, con visible satisfacción, que un literato llamado Paul Lanzky se dirigía a él con el tratamiento de «admirado maestro». A principios de 1887 llegó a la singular conclusión de que en todos los partidos radicales, esto es, en­ tre los socialistas, los nihilistas, los antisemitas y los ortodoxos cristia­ nos, gozaba de una extraña y casi misteriosa autoridad2*. Pero, con todo, fueron sólo muy pocos los «admiradores» con los que entró en contacto o de los que tuvo noticia, y su rechazo era casi siempre muy tajante, como en el caso del joven poeta Hermann Conradi, sobre el cual escribió en octubre de 1886 a su editor Constantin Georg Naumann: «Tales poetastros veinticuatroañeros son los últimos lectores que me deseo a mí mismo»5. El nietzscheanismo es un fenómeno únicamente de los años no­ venta y siguientes. Sin embargo, ya en 1893 este término es perfecta­ mente aplicable a un hombre como Franz Mehring, y en el año 1902 puede Achad Haam, una de las figuras más importantes del incipien­ te sionismo, escribir un artículo sobre «Nietzscheanismo y judaismo» que se vuelve contra las tendencias nietzscheanas dentro del judaismo. Sería igualmente imposible comprender la «y» de tal modo que el nietzscheanismo tuviera que ser lo principal y que Nietzsche aparecie2 Ibt'dcm, 47s. ’ KGB, n, J, p. 260.

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se únicamente como su impulsor. La extensión de este concepto es, ciertamente, difícil de determinar. Es obvio que abarca a los pioneros y seguidores entusiastas de los pensamientos nietzscheanos, pero ¿debe incluirse también a aquellos que se autoinculpan de una inter­ pretación manifiestamente errónea, por ejemplo en su comprensión del concepto de «inmoralidad», y excluirse a quienes valoraban posi­ tivamente a Nietzsche, pero no quisieron ser considerados algo así como sus «discípulos» o sus «seguidores»? Incluso la frontera con la llamada «historia de la recepción» es, en definitiva, difícil de trazar, y con frecuencia precisamente las manifestaciones de sus seguidores no se pueden desligar de su relación con las polémicas de sus adversarios. Ahora bien, una historia de la recepción sería tanto como una empre­ sa imposible, y no es casual el hecho de que hasta ahora este tipo de es­ tudios sólo existan en forma de intentos bibliográficos: el autor tendría que estar familiarizado con toda la bibliografía filosófica y literaria del mundo, y el idioma húngaro habría de crearle tan pocas dificultades como el ruso. Si, en cambio, se le diera al concepto su sentido más es­ tricto, limitándolo al grupo de los que se pueden considerar claramen­ te como «discípulos», se correría el peligro de conformar un gabinete de curiosidades y de andar dando vueltas sin juicio dentro de él mien­ tras que no se desarrollaran criterios de valoración a partir del propio Nietzsche. Por todo ello, no voy a basarme ni en el más amplio ni en el más restringido de los conceptos posibles, ni tampoco voy a hacer del «nietzscheanismo» la cuestión principal. En cuanto a la extensión de dempo, me limitaré a la época hasta 1914. Después del estallido de la Primera Guerra Mundial adoptan las cosas un aspecto diferente: el «Zaratustra» en el equipaje de asalto de numerosos soldados alema­ nes, la propaganda de los aliados en contra de los supuestos precurso­ res del imperialismo alemán, o escritos de postguerra tales como el encomiásüco libro de Emst Bertram Nietzsche. Ensayo de una mitobgía (publicado en 1918), formarían parte de un capítulo nuevo y mucho más amplio. Con la «y» se quiere más bien expresar lo siguiente: yo aspiro a en­ contrar un modo de ver las cosas que no haga aparecer al nietzschea­ nismo como una simple rareza, que conciba al propio Nietzsche fun­ damentalmente como un «coetáneo»; un tratamiento, pues, que sea sincrónico o «epocal» y que no interprete a Nietzsche diacrónicamente, es decir, a través de los siglos de la historia occidental, como inter­ locutor de Heráclito, Platón y Descartes. Como filósofo y filosófica­ mente le ha interpretado sobre todo Heidegger: para él son irrelevan­

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tes, no sólo todos los nietzscheanos, sino también gran parte de la obra del propio Nietzsche. La tarea que yo me propongo es mucho más modesta: quiero estudiar a Nietzsche, el contemporáneo de la era de Bismarck y del fin de siécle europeo, de un modo histórico. Esto signi­ fica observar especialmente sus opiniones concretas con respecto a los fenómenos de su tiempo, y con ello las «contradicciones» que se pue­ den descubrir en estas opiniones. Precisamente dichas contradiccio­ nes han de ser consideradas como especialmente reveladoras, pues en ellas se pone de manifiesto una característica esencial de la sociedad en la que vivió Nietzsche. Pero a este respecto no es lícito, por otra parte, pasar por alto el hecho de que Nietzsche también se veía a sí mismo en contradicción con esta sociedad en su conjunto, y que esta oposición iba estrechamente relacionada con ideas que no eran simplemente las ideas de sus contemporáneos, sino que tienen un carácter general, es decir, filosófico. Tan poco adecuado como limitar el nietzscheanismo al círculo más estrecho de los entusiastas sería comprender a Nietz­ sche solamente como un producto de su tiempo. En lo sucesivo se deberá considerar a Nietzsche como un «intelec­ tual». También aquí puede distinguirse entre un concepto amplio y uno estricto. Si un intelectual es todo aquel cuya vida consiste esencial­ mente en la actividad del entendimiento, porque, a consecuencia de unas circunstancias favorables, puede dedicarse ante todo o exclusiva­ mente a esta actividad, o porque se gana la vida con ella, si por tanto lo contrario es el trabajo corporal, el trabajo «con el sudor de la fren­ te», entonces todos los filósofos desde Tales y Parménides y, en épocas aún más remotas, los miembros de las clases sacerdotales eran intelec­ tuales; entonces, sin duda, hoy habría que incluir directamente en este grupo a la mayor parte de la población de algunos países avanzados. En el sentido más estricto, en cambio, son considerados como intelec­ tuales los ensayistas y los editorialistas, especialmente aquellos que se autodenominan «intelectuales progresistas»; por regla general, un ca­ tedrático siempre se opondría a ser subsumido en este concepto. Tam­ bién aquí un significado «intermedio» debe ser el que nos guíe. Platón y Aristóteles, Tomás de Aquino y Descartes, Kant y Hegel no fueron, en este sentido, «intelectuales». Gustaban de dar voz ellos mismos (como así lo hizo de una manera especial Tomás de Aquino) a las ob­ jeciones en contra de sus propias ideas, pero la disputa significaba siempre una refutación del contrario y, por tanto, una exposición de la doctrina propia sobre el mundo y sobre el hombre. Los filósofos (po­ dría decirse así, manteniendo alejada toda resonancia peyorativa) fue-

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ron hasta Hegel «teólogos doctrinarios», es decir, desarrollaron teorías sobre el mundo como totalidad, sobre su fundamento, esto es, Dios, o la materia, o el azar, y sobre su culminación: el hombre, casi siempre analizado en su esencia atemporal y alguna que otra vez en el desarro­ llo de su historia. Deben llamarse intelectuales aquellos que se plan­ tean las cuestiones esenciales relativas al mundo, al hombre y a la his­ toria, pero que no dan una respuesta sobre la base de una doctrina, sino que, antes al contrario, para ellos las preguntas son más importan­ tes que los múltiples y diversos intentos de respuesta; aquellos para quienes el hombre y la historia son problemas más inquietantes que el mundo en el sentido de cosmos y el fundamento del mundo en el sen­ tido de Dios. Cito como ejemplo a Alexis de Tocqueville y su pregun­ ta: «O ü allons-nous done?». Un cierto desasosiego y un siempre nue­ vo «problematizar» son, pues, las características de los intelectuales comprendidos de este modo; a todo A le contraponen un B y un C, porque el mundo no aparece ante ellos en un orden transparente, sino como un conjunto extraordinariamente diverso, difícilmente com­ prensible, a menudo angustioso, de hechos y de evoluciones. Así pues, estos intelectuales tienen en común con los auténticos filósofos la di­ mensión del planteamiento de preguntas, y no hay que confundirlos con los miembros de «profesiones intelectuales»; pero les falta esa se­ guridad interior que caracteriza a todos los filósofos, por mucho que entre sí se diferencien en el contenido de esta seguridad. Para poder tomar una determinación más amplia y para delimitar a Nietzsche de un modo más preciso, emprenderemos una compara­ ción con Marx (o mejor dicho: con Marx y Engels), a veces explícita­ mente, casi siempre de forma implícita. Entre ambos no hay relaciones directas, ni siquiera un conocimiento mutuo, o al menos ninguno de los dos mencionó nunca al otro. A principios del año 1868 escribe el joven Nietzsche a su amigo Cari von Gersdorff contándole que acaba de leer un librito del que ha sacado algunas ideas relativas a la postura de los partidos socio-políticos, aunque se trata, dice, de una doctrina sospechosa que tiene un sabor «muy ácido a reacción y catolicismo», a saber, un librito de Josef Edmund Jórg, del que, según él, también irradia «la grandeza irracional de Lasalle»4. Pero no sólo para Nietz­ sche era Marx todavía, o de nuevo, un desconocido, pese a que ya se había publicado el primer tomo de E l capital. En el año 1871 se refirió Nietzsche a aquella «cabeza de Hydra internacional» que tan espanto4

KGB, 1 ,2, p. 257.

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sámente visible se había vuelto durante el gobierno de la Comuna de París5; pero Nietzsche no parece haberse percatado de ese hombre al que por primera vez entonces se mencionaba con frecuencia en la prensa europea, y por cierto como «el gran jefe de la Internacional». Y al revés, si bien Marx daba cuenta en 1876, de camino por Alemania hacia Karlsbad, de una «fiesta bufa del músico estatal Wagner» cele­ brada en Bayreuth6, con todo el joven catedrático de Basilea, que pa­ saba entonces por ser el más ingenioso de todos los wagnerianos, no le llamó la atención, según parece. Sin embargo, hay un gran número de hechos que relacionan indirectamente al más joven con el mayor. Así, ambos tuvieron un adversario común en el catedrático no numerario de Berlín, Eugen Dühring, contra cuya a veces considerable influencia sobre el recién surgido Partido Socialdemócrata Friedrich Engels es­ cribió el llamado Anti-Dührittg, y con quien Nietzsche se enfrentó du­ rante toda su vida tachándole de «anarquista» e «insidioso». Pero Nietzsche también conocía al hijo de Gottfried Kinkel, que vivía, como Marx, en la emigración londinense, y por un momento hubo in­ cluso planes de boda entre Nietzsche y una hija de Alexander Herzen, el más conocido por aquel entonces entre todos los emigrantes y revo­ lucionarios rusos. Aún más curioso es que Nietzsche pudiera decir que el antiguo hegeliano Bruno Bauer se había convertido al final de su vida en un «nietzscheano»7: ya se sabe que Bruno Bauer había sido a principios de los años cuarenta algo así como el mentor del estudian­ te Marx. Objetivamente, a primera vista es difícil, desde luego, que pueda haber una oposición más rotunda: piénsese en el «radicalismo aristo­ crático» de Nietzsche, en su desprecio de las masas, en su concepto de «esclavitud» y de «último hombre», o incluso en el término «bestia ru­ bia», por una parte, y en la espectativa marxiana de una «revolución proletaria» y de una sociedad sin clases conformada por hombres li­ bres e iguales, por otra. Sin embargo, hay coincidencias esenciales: por ejemplo la animadversión contra los «filisteos», esto es, contra el pro­ fesional o el hombre de la calle de mente estrecha, la reivindicación del hombre «total» o «completo», la crítica a la economía monetaria y, so­ bre todo, la orientación hacia la Antigüedad griega. Como prueba, he aquí algunas citas: 5 KGB, II, 1, pp. 203 ss. b MEW, t. 34, p. 23. 7 KGB, ni, 5, p. 370.

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Una carta del año 1884 la termina Nietzsche con la siguiente estro­ fa, que no sólo está pensada en broma: ¿ N o va el m undo cada vez m ás en declive? T o d o s los cristianos se dedican al trapicheo, los franceses se hacen m ás profundos, y los alem anes: cada día m ás superficiales8

Marx había escrito cuarenta años antes, en su artículo sobre el pro­ blema judío: «¿Cuál es el culto profano de los judíos? El trapicheo. ¿Cuál es su Dios profano? El dinero. Pues bien, la emancipación del trapicheo y del dinero, es decir, del judaismo práctico, real [o sea, del modo de producción «cristiano» y capitalista] sería la autoemancipación de nuestro tiempo»9. En Nietzsche, las manifestaciones contra la precipitación y el desa­ sosiego de la existencia moderna son legión. Pero el joven Friedrich Engels se manifiesta con no menor firmeza contra la «vorágine» de la economía competitiva y contra la profunda inmoralidad de la disolu­ ción de la sociedad en un mundo de átomos10. En sus conferencias de 1872 sobre «el futuro de nuestros centros de enseñanza», Nietzsche habla con desprecio del especialista exclusi­ vo, semejante al trabajador de fábrica que durante toda su vida no hace otra cosa que un determinado tomillo o maniobra; Marx escribe en los Manuscritos económico-filosóficos acerca del destino del trabaja­ dor, diciendo cómo es «rebajado espiritual y corporalmente a la cate­ goría de máquina y convertido, de hombre que era, en una actividad abstracta y en un estómago»11. El carácter paradigmático que tiene la Antigüedad griega para Nietzsche (pese al paréntesis de su segundo período, el «período posi­ tivista») es aún durante sus últimos años de vida tan evidente como en sus más tempranos comienzos; pero en Marx no deberían olvidarse determinadas manifestaciones de su período supuestamente «idealis­ ta» o «premarxista» que pueden sustentar la tesis de que su «sociedad sin clases» no es otra cosa que una «polis» griega a escala mundial y sin esclavos. Así por ejemplo, cuando escribe que en Grecia la res publica 8 9 10 11

KGB, ID, 1, p. 564. MEW, 1 .1, p. 372. MEW, 1 .1, p. 504; t. 2, p. 257. MEW, tomo adicional 1, p. 474.

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era la verdadera cuestión privada de los ciudadanos y que no se oye decir que los políticos griegos o romanos hubiesen pasado exáme­ nes12. Marx y Nietzsche fueron ambos burgueses ilustrados, o mejor, hombres de cultura orientados a la Antigüedad clásica y provenientes de la filosofía del idealismo alemán; aunque se fueron desligando de esta filosofía, y en ello precisamente reside su coincidencia fundamen­ tal. Hegel no hubiera permitido que ninguno de los dos pasara por «fi­ lósofo», y en este sentido se les puede llamar «intelectuales» de acuer­ do con la definición anterior. Pero no sólo a primera vista, sino tam­ bién a la última son grandes las diferencias. Marx y Engels, nacidos en 1818 y 1820 respectivamente, tras un breve período de inseguridad hi­ cieron un descubrimiento que les proporcionó una seguridad y una identidad nuevas: el descubrimiento de la importancia histórica de la revolución industrial y, con ello, del «proletariado»; así, provistos de los conceptos hegelianos de «realización» y de «dialéctica», pudieron vaticinar una revolución inminente que conduciría la historia a su cul­ minación y que tendría como consecuencia la transformación de todos los hombres en hombres plenos, así como un florecimiento sin par del arte y de la cultura. A Nietzsche, heredero de Schopenhauer, le eran extraños estos conceptos, y para él la amenaza del arte y de la cultura por parte de la Modernidad era mucho más que una breve fase de ti­ nieblas antes de un espléndido amanecer. Por ello pudo ser un intelec­ tual en mucho mayor medida que Marx y Engels. Pero, de nuevo, lo verdaderamente significativo es que también él intentase alcanzar una seguridad, una doctrina y una «praxis», que a fin de cuentas le condu­ jo a la idea de un futuro de «señores de la tierra», de «superhombres» y de un «partido de la vida»: una imagen tan utópica como lo era (siempre que se la tome en serio y no se la reduzca a unos cuantos tó­ picos progresistas) la visión marxista de unos hombres que, liberados del abismo de la miseria y de la degradación, se dirigen hacia el «Rei­ no de Dios», en el cual no hay carencias ni preocupaciones; de unos hombres liberados del sometimiento a la división del trabajo y que pueden vivir, por tanto, sin imposiciones estatales y en una interrela­ ción transparente. Es fácil darse cuenta de dónde residían las mayores posibilidades de efectividad. La doctrina de Marx se pudo relacionar con una reali­ dad que también habría existido y se habría hecho grande y poderosa a M EW , 1.1, p. 253.

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aunque Marx y Engels nunca hubiesen vivido, a saber, con el movi­ miento de los trabajadores, en su forma europea primero. Pero fue la doctrina marxista la que dio a este movimiento, que de otro modo no hubiera sido más que un simple movimiento sindical, un objetivo de­ terminado por ideas universales, una «misión internacional», impul­ sando con ello su unidad, la cual, por otra parte, siempre permaneció incompleta y precaria. Sólo así pudo llegarse a la consiguiente síntesis entre movimiento obrero e intelectualidad «burguesa», «progresista», que Marx y Engels habían anticipado en sus personas y que también podría denominarse intelectualidad «buscadora de seguridad» o «utó­ pica». Sólo de esta forma se llegó a convertir el concepto de «burgués» en un instrumento polémico mediante el cual la autocrítica inmanente al sistema derivaría en una apropiadora negación total. Para Nietzsche, en cambio, no había seguidores «naturales», por así decirlo. En su juventud fue él mismo el seguidor de un gran artista que quiso ser un renovador cultural y un unificador del pueblo, a saber, de Richard Wagner; pero, de hecho, la influencia de Nietzsche quedó limitada a un pequeño círculo de «hombres de cultura liberados», y sólo poco antes de su desmoronamiento final enumera agrupaciones sociales concretas que le habrían de procurar «millones» de seguidores y que habrían de encabezar sus luchas: los oficiales y los banqueros judíos15. También el suyo era un modelo real, como habría de demostrarse des­ pués, precisamente en su fracaso, pero en aquel momento no se trata­ ba más que de una simple fantasía a la que apenas le correspondía al­ gún contenido de realidad. A no ser en circunstancias muy especiales e imprevisibles, ¿cómo hubiera podido tener efectos políticos un pen­ samiento que, en una «época de masas», operaba con un concepto tan escandaloso como el de los «desgraciados»*14, y que parecía rechazar todas las «emancipaciones»? Y sin embargo Nietzsche previo la época de las grandes guerras, que habrían de llevarse a cabo «en nombre de principios filosóficos», con mayor acierto que Marx, para quien la presión del desarrollo eco­ nómico parecía ser tan avasalladora en un futuro próximo, que se ten­ dría que superar, en una revolución simultánea de los pueblos desarro­ llados de Occidente, el ya insostenible dominio de unos pocos magna­ tes capitalistas. Es cierto que se encuentran también en Marx alusiones 15 KGW, VIH, 3, p. 456. 14 «Schlechtweggekommene»= los que no tienen ni han tenido suerte y lo sienten, además, así. (Nota Je la traductora.)

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y planteamientos de otro tipo, como cuando en 1848 postula una gue­ rra mundial para que pueda abrirse paso la revolución, o cuando en sus últimos años diferencia tres tipos distintos de revolución (el inglés, el alemán y el ruso) cuyas relaciones mutuas quedan confusas. Aún más importante es el hecho de que del tercer tomo de E l capital, pu­ blicado después de su muerte, resultase una imagen del futuro muy distinta de la que ofrecía el primero: ya no se trataba de la lucha con­ junta de los proletarios explotados de todas las naciones desarrolladas, sino del levantamiento de los pueblos atrasados contra los pueblos modernos, grandes «inversores de capital», incluidas sus islas de bie­ nestar preferidas por los trabajadores. Pero este tomo y ese plantea­ miento apenas fueron tenidos en cuenta por los partidarios de Marx, y la idea optimista-idílica prevaleció. Nietzsche no sólo resultó ser el mejor profeta, sino que de hecho también llegó a crearse después «su» partido, el de la guerra civil, aquel que él había concebido como el «partido de la vida» y que en la realidad se desvió tan espectacular­ mente de sus ideas que hasta se le podía rebatir con citas suyas. Pero sin determinadas manifestaciones del nietzscheanismo ese partido no se habría convertido en lo que fue, del mismo modo que tampoco el movimiento obrero habría sido lo que fue sin el marxismo. Pero este curso no tiene por título «Marx y Nietzsche». El tema de la relación entre estos dos «intelectuales» (que representan las contra­ dicciones internas tipológicas del modo más notable) sólo puede ser para nosotros una cuestión de fondo y una perspectiva última. No nos es lícito perder de vista a aquellos pensadores que fueron los verdade­ ros contemporáneos de Nietzsche, es decir, los contemporáneos que él conocía, por los cuales se vio influido y con los que polemizó. Aquí hay que nombrar ante todo a Eugen Dühring, sobre el que Nietzsche se manifestó muy desfavorablemente en sus escritos y de cuyas obras, sin embargo, había sacado y elaborado extractos mucho más extensos que de ningún otro autor, como prueba su legado postumo; está tam­ bién Gustav Teichmüller, que durante algunos años fue compañero de Nietzsche en Basilea y del que Nietzsche tomó el concepto de «perspectivismo»; está Eduard von Hartmann, con cuyo concepto de «pro­ ceso mundial» polemiza Nietzsche una y otra vez; está African Spir, cuyo libro Pensamiento y realidad sacó prestado Nietsche de la biblio­ teca de la Universidad de Basilea más veces que ningún otro. Por último, no es lícito que desatendamos totalmente a aquellas «figuras en tomo a Nietzsche» a las que Erich E Podach ha dedicado un libro informativo: Peter Gast y Bemhard Fórster, el marido de su

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hermana Elisabeth; Erwin Rohde y Julius Langbehn; pero sobre todo Richard y Cosima Wagner, así como Jakob Burckhardt, con quienes Nietzsche no sólo tuvo una relación real, sino también una relación en cierto modo ideal, como revelan conmovedoramente esas «notas de locura» de principios de enero de 1889, en las que salen a la luz sus más secretos anhelos y su más palpable fracaso. Hay una «frase clave» de Nietzsche que se podría añadir al título de este curso universitario como lema y como exigencia interpretativa. Se encuentra en una carta dirigida a Heinrich Kóselitz, a quien Nietz­ sche puso el nombre artístico de «Peter Gast», y dice así: «Piense que yo, desde 1876 y desde diversos puntos de vista, tanto físicos como anímicos, he sido un campo de batalla más que un hombre»15. Esta es, en mi opinión, una expresión infinitamente más acertada y reveladora que la de aquella frase, mucho más famosa, según la cual él, Nietzsche, no sería un hombre sino, más bien, dinamita. Y no se trataba en modo alguno de un arrebato pasajero. Un año más tarde, en agosto de 1883, escribe Nietzsche a Franz Overbeck: «Mientras tanto continúo siendo la lucha personificada, como siempre: al leer los requerimientos de tu querida esposa tuve la misma impresión que si alguien exhortara al viejo Laocoonte a dominar sus serpientes»16. No era mera charlatanería cuando Nietzsche se atribuía «la mayor amplitud de alma» y cuando señalaba como su tortura y como su suer­ te17 el haberse aposentado en todos los rincones del alma moderna: en realidad, prácticamente todos los factores y fases de la historia europea se enfrentaron18 en el interior de este hombre singular en una pugna que, por lo demás, se hallaba repartida entre muchas personas y gru­ pos distintos, y a casi todos ellos les dedica Nietzsche juicios radical­ mente contrapuestos. No carece de fundamento la hipótesis de que la dureza de esta lucha fuese una de las causas del desmoronamiento fi­ nal de Nietzsche, por mucho que los médicos tengan razón cuando di­ cen que la locura no puede ser el resultado de unas causas puramente espirituales. Coloco por ello la parte principal de este curso bajo el tí­ tulo: «Nietzsche como ‘campo de batalla’: el desgarrador enfrenta­ miento con los factores y fases de la historia europea». Bajo este epí­ grafe se tratan doce temas, tales como «Platonismo, moral y cristianis­ KGB, m , 1, p. 230. 16 Ibidem, 425.

15

17 K G W '.V U U .p . 453. « KGW7, V I I U . p . 104.

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mo», «Ilustración y ciencia», «E l socialismo», «Los alemanes y el Reich alemán», «Emancipación y Modernidad como ‘degeneración global de la humanidad’», etc. En la parte dedicada al «nietzscheanismo» se pasa revista nuevamente, casi siempre de un modo muy gene­ ral, a los juicios de Nietzsche sobre estas realidades, y se los distribuye entre diferentes personas o tendencias. La debilidad, o mejor, el carácter limitado de este planteamiento reside en que no se ocupa de la temática filosófica, es decir, de temas tales como: «devenir y ser», «sujeto y cosa», «tiempo y eternidad». Todo lo verdaderamente filosófico aparecerá sólo al margen, aunque a la pregunta filosófica más inquietante para el propio Nietzsche sí de­ dicaremos la decimosegunda y última clase de esta parte principal: «Vida y conocimiento, verdad y mentira». Pero precisamente porque en Nietzsche el filosofar puede diso­ ciarse de su vida menos que en ningún otro pensador y porque para él la verdad era algo «que se arranca trozo a trozo del corazón y que por cada victoria se venga con una derrota»19, su biografía debe ocupar en este libro un lugar, y además un lugar importante. La sitúo por ello como «Parte A » antes de la parte principal y le dedico diez clases de este curso. Ciertamente, podría objetarse que esta vida transcurrió sin acontecimientos extraordinarios, como la vida de un «sabio de gabine­ te», totalmente desconocido para el gran público, que no jugó el más mínimo papel en la política y que ni siquiera tuvo intimidad con nin­ guna personalidad importante de la vida intelectual, con la única ex­ cepción de Richard Wagner. Pero ya sus contemporáneos vieron, poco después de 1890, un profundo simbolismo en esta vida, seguramente debido ante todo a su final en la locura, que sugería comparaciones con Holderlin y Lenau. Para pequeños círculos, el «ermitaño de SilsMaría» se había convertido entre tanto, ya antes de 1889, en una figu­ ra casi mítica, y el cambio del wagneriano que fue en su espléndida y genial época de juventud al «positivista» del segundo período, el pe­ ríodo «ilustrado», constituyó (no sólo para los propios Richard y Co­ sima Wagner) un intrigante enigma. Bien es cierto que podría decirse que la vida de Eugen Dühring, por ejemplo, fue más movida y espec­ tacular: la pérdida de la vista cuando apenas tenía treinta años, la in­ fluencia en el Partido Socialdemócrata de sus ideas sobre la «sociedad libre» de las comunas, sus acciones públicas tras ser destituido de la docencia por la universidad, el «movimiento estudiantil» que de ellas 19

KGB, ffl, 5, p. 250.

Introducción

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resultó. Pero precisamente esta comparación hace visible la diferencia decisiva; en Eugen Dühring todo era claro y unívoco: su crítica de los «sabios gremiales», el carácter ilustrado de su «filosofía de la reali­ dad», su lucha contra la tradición judeocristiana, enemiga de la vida, su antisemitismo de orientación racista. Dühring libró batallas, pero no fue él mismo un campo de batalla, como Nietzsche. Por ello, una colección de sus manifestaciones sobre la Antigüedad clásica, sobre la Reforma, sobre el socialismo y sobre el Reich alemán sería una especie de epopeya: lo equivalente en Nietzsche, en cambio, se asemeja más bien a un drama. La «Parte C » de este curso universitario se dedica al «nietzscheanismo», y con ocho clases es la más pequeña. Está dividida según gru­ pos de personas de diferente tipo: «Jóvenes y entusiastas en el círculo del Archivo-Nietzsche», «Socialistas y anarquistas», «Ensayistas y lite­ ratos». Si ésta es una estructuración inconsecuente, en ello se pone de manifiesto que el «nietzscheanismo» no interesa por sí mismo. Pero el penúltimo tema es: «Benito Mussolini como marxista y como nietzscheano», y la consideración final lleva por título: «Nietzsche, Marx y la guerra civil europea». Con ello conecto con el primero y con el últi­ mo de mis trabajos. Este curso no es, pues, una exposición rutinaria, ni objetiva ni subjetivamente.

ACERCA DE LA BIBLIOGRAFÍA SOBRE NIETZSCHE

También el Nietzsche enajenado o muerto fue un «campo de bata­ lla»: desde el principio tuvieron lugar violentas luchas por su «ima­ gen» y por su herencia. La persona central en todo ello fue su herma­ na Elisabeth, que hoy es considerada casi generalmente como una am­ biciosa y avarienta falsificadora, pero cuyos méritos en lo relativo a la obra de Nietzsche son sin duda alguna muy sobresalientes. Fue la fun­ dadora de la «tradición de Weimar», que tenía su cuartel general en el Archivo-Nietzsche. En contra de esta tradición estuvo desde el princi­ pio la «tradición de Basilea», centrada en tomo al último y más bene­ mérito de los amigos de Nietzsche, Franz Overbeck. Ya pronto se ori­ ginaron disputas por los derechos de autor de las cartas que Nietzsche había escrito a Overbeck; la polémica se amplió, y tras la muerte de Overbeck hubo incluso procesos judiciales. Pero también en la propia Weimar tuvieron lugar violentas disensiones. El Archivo era el centro del «nietzscheanismo», pero muy pronto se llegó a bruscos enfrenta­ mientos entre Elisabeth y varios «editores» de las obras, como Fritz Kógel y los hermanos Homeffer: Elisabeth hizo destruir tomos ente­ ros de la primera edición de las obras completas, despidió a sus riva­ les, consiguió la revista «Zukunft» de Maximilian Harden como foro de expresión, pero fue enérgicamente atacada incluso por profanos en la materia como Rudolf Steiner. Bajo su égida se publicaron las tres ediciones de las obras comple­ tas que hubo antes de la Primera Guerra Mundial: 23

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Nietzschc y el nietzscheanismo

1. La «Grossoktavausgabe» (GOA) («Edición en octavo mayor»), publicada a partir de 1894 en la editorial C.G. Naumann de Leipzig, en escritura romana. Poco después siguió su correspondiente en escri­ tura gótica, con total equivalencia de tomos y de páginas: la «Kleinoktavausgabe» (KOA) («Edición en octavo menor»). En la «Primera Sección» se pueden encontrar las obras publicadas por el propio Nietzsche, en ocho tomos; la «Segunda Sección» incluye, en los tomos IX a XVI, las «obras postumas». La «Tercera Sección» es la más pe­ queña y contiene dos tomos de «Filológicas». Los más importantes, con diferencia, son los tomos XV y XVI: Ecce homo y La voluntad de poder. En cierto modo, este último, como «obra capital» de Nietzsche, es una «creación» de Elisabeth y sus colaboradores, quienes seleccio­ naron fragmentos postumos de acuerdo con criterios de contenido, reuniéndolos primero en un tomo relativamente pequeño de 483 afo­ rismos, y después en su conformación definitiva, con 1067. Esta ver­ sión se encuentra en la tercera edición de las obras completas de la época prebélica, la llamada «Taschenausgabe» (TA) («Edición de bol­ sillo») en 11 tomos. Aquí no ocupan los fragmentos postumos un lu­ gar aparte, como en la GOA, sino que van agregados a las obras co­ rrespondientes. Esta es también la señal distintiva de la edición más monumental, la edición de Musarion («Musarion-Ausgabe»), que apareció entre 1920 y 1929 en 23 tomos, editada por los primos de Nietzsche, Ri­ chard y Max Oehler, así como por Friedrich Würzbach, el presidente de la «Sociedad-Nietzsche». En el primer tomo se encuentran las «obras de juventud», que no aparecen ni en la G OA ni en TA. No se llevó a término la empresa más ambiciosa del período interbélico, la «Historisch-kritische Gesamtausgabe» («Edición histórico-crítica completa») de todas las obras y cartas en la editorial C.H. Beck de Munich, iniciada el año 1934. Sólo existen cinco tomos de obras y cua­ tro de cartas; los unos abarcan hasta 1869 y los otros hasta 1877. Todo el material manuscrito se reproduce con gran precisión, y van inclui­ dos todos los poemas de la infancia. En realidad, la determinación temporal de los distintos fragmentos era ya posible con la G O A y con la «Musarion-Ausgabe»; así pues, también antes de la guerra mundial uno podía convencerse de que el aforismo final de La voluntad de po­ der (n° 1067) procedía del año 1885, mientras que la mayor parte de los demás aforismos pertenece a los años 1887 y 1888. Pero el verda­ dero meollo del asunto está en la cuestión de si es admisible siquiera componer con el legado postumo de Nietzsche una «obra capital».

Acerca de la bibliografía sobre Nietzsche

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No sabemos a qué decisión se hubiera llegado al respecto en la «Edi­ ción histórico-crítica completa» de Beck, pero después de la Segunda Guerra Mundial uno de sus editores, Karl Schlechta, pronunció un no rotundo. En su edición, «Obras en tres tomos», que apareció en 1956 en Munich, se vuelve a deshacer La voluntad de poder anterior y los fragmentos se colocan en la secuencia cronológica de los postumos. En el «Informe filológico suplementario» al tercer tomo, Schlechta in­ forma sobre las eliminaciones y falsificaciones que Elisabeth FórsterNietzsche había llevado a cabo en las cartas; esos datos causaron sen­ sación. A pesar de la justificada indignación, no debería perderse de vista el hecho de que habrían sido destruidas, con seguridad, las invec­ tivas — en parte francamente desenfrenadas— del último Nietzsche contra su madre y hermana, así como probablemente también otras cartas y manuscritos, si Elisabeth no hubiera convencido a la madre y a los parientes para que le transfiriesen a ella los derechos de autor. La edición más reciente, y seguramente definitiva, es la «Kritische Gesamtausgabe» («Edición crítica completa») de Giorgio Colli y Mazzino Montinari, Berlín 1967ss. (de Gruyter). Las diferentes seccio­ nes vienen estrictamente ordenadas desde el punto de vista cronológi­ co, y vuelven a separarse las «O bras» de los «Postumos» (ambos: KGW). La sección de cartas (KGB) contiene también las cartas dirigi­ das a Nietzsche. La más accesible y manejable es la «Kritische Studienausgabe» (KSA) («Edición crítica de estudio») en 15 tomos. Con KGW mantiene una relación parecida a la de KOA con GOA, pero no sigue su numeración de tomos y páginas. Los seis primeros tomos comprenden las obras, los tomos 7 al 13 los postumos. El tomo 14 es un «Comentario» de más de 700 páginas; el tomo 15 contiene una «Crónica de la vida de Nietzsche», una «Concordancia» con KGW y el «Registro general». La edición de las cartas, en 8 tomos, correspon­ de a una «edición crítica de estudio», digamos, de las «cartas comple­ tas», que sólo contiene, sin embargo, las propias cartas de Nietzsche. Con la muerte repentina de Mazzino Montinari en 1986 se creó una situación nueva, cuyas consecuencias no son muy previsibles toda­ vía. Montinari (junto con Wolfgang Müller-Lauter, Heinz Wenzel y Emst Behler) era también el artífice de las dos empresas más importan­ tes por el momento en la «investigación-Nietzsche»: los Nietzscbe-Studien, de los que se han publicado 17 tomos desde 1972 hasta ahora (de Gruyter), y las «Monografías y textos para la investigación de Nietz­ sche» (también en de Gruyter). En esta colección ha aparecido, entre otras cosas, la única obra sobre el tema «nietzscheanismo» que yo men-

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dono aquí: la monumental bibliografía en dos tomos de Richard Frank Krummel, titulada Nietzsche y el espíritu alemán (Berlín/New York 1974 y 1983, tomos 3 y 9 de las «Monografías y textos»). Un librito apropiado como introducción y primera orientación, pero que cita también un número considerable de títulos sobre el «nietzscheanismo», es el de Peter Pütz: Friedrich Nietzsche, Stuttgart, 1975,2“ ed., (Colecdón Metzler). Junto a cortas exposiciones, el dis­ tintivo fundamental del libro son amplias bibliografías ordenadas por temas. Sobre la vida de Nietzsche hay que citar todavía, en primer lugar, el libro de Elisabeth Fórster-Nietzsche: La vida de Friedrich Nietzsche, en tres tomos (I, II, 1 y 11,2), aparecidos en 1895,1897 y 1904 respec­ tivamente. Mucho más conocido que éste era la versión popular en dos tomos: E l joven Nietzsche, 1912, y E l Nietzsche solitario, 1913. El contrapunto por la parte de Overbeck es el libro de Cari Bemoulli, Franz Overbeck y Friedrich Nietzsche. Una amistad, 2 tomos, Jena, 1908 (Eugen Diederichs). Una curiosidad de este libro son los nume­ rosos vacíos (la mayoría correspondientes a cartas de Gast a Over­ beck) que su texto tuvo que dejar «como consecuencia de la sentencia judicial de Jena». Las biografías más amplias y recientes son: Curt Paul Janz, Frie­ drich Nietzsche. Biografía, 3 tomos, Munich 1978/79 (continuación de una obra de Richard Blunck)1; Wemer Ross, E l águila temerosa. Vida de Friedrich Nietzsche, Stuttgart, 1980 (DVA), edición de bolsillo en Munich, 1984 (dtv). Una compilación de recuerdos de Nietzsche de diferentes perso­ nas se encuentra en: Sander L. Gilman (ed.), Encuentros con Nietzsche, Bonn, 1981. Instructivo con respecto al entorno de Nietzsche y ya mencionado: Erich F. Podach, Figuras en tomo a Nietzsche, Weimar, 1932. Se tratan las figuras de: la madre, Erwin Rohde, Elisabeth y Bemhard Fórster, Peter Gast y Julius Langbehn. El libro pertenece a la tradición de Basilea y es muy crítico frente a Elisabeth Fórster-Nietzsche. Introductorio y comprensible sobre el tema de Nietzsche como fi­ lósofo: Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Stuttgart, 1986,5* ed. (1.‘ ed. 1960)2. 1 Existe traducción castellana en Alianza Editorial, 4 vols., Madrid, 1981 ss..

la T.). 1 Traducción castellana en Alianza Editorial, Madrid, 1966. (N. de la T.).

(N. de

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Interpretaciones filosóficas muy tempranas y muy tardías pueden leerse en extracto en: Alfredo Guzzoni (ed.), 90 años de recepción filo­ sófica de Nietzsche, Kónigstein/Is. 1979. Aquí se encuentra ya al co­ mienzo el artículo de Georg Brandes, «Radicalismo aristocrático» (pu­ blicado por primera vez en 1890 en la revista Deutsche Rundschau). También están representados, entre otros, Alois Riehl y Hans Vaihinger. En la tercera parte hay extractos de obras de Sartre, Foucault, Dante, etc. Entre las «obras standard» citaré: Charles Andler, Nietzsche, su vida y su pensamiento, 3 tomos, París, 1958, 4.* ed. (1.* ed. 1920ss.). Ante todo es importante el capítulo del tomo 1 titulado «Los precur­ sores de Nietzsche». En él se habla sobre todo de alemanes como Goethe, Hólderlin y naturalmente Schopenhauer, y de franceses como Pascal, Stendhal y Larochefoucault; a los contemporáneos como Teichmüller y Spir no se les menciona apenas, o nada en absoluto. Walter Kaufmann, Nietzsche. Filósofo - psicólogo - anticristo, Darmstadt, 1982 (ed. original: Princeton, 1950). El autor, un alemán emigrado después de 1933, defiende a Nietzsche, como ilustrado y se­ guidor de Goethe, frente a Elisabeth Fórster-Nietzsche, que le convir­ tió falsamente en un «protonazi». De una opinión contraria es: Emst Sandvoss, Hitler y Nietzsche, Góttingen, 1969. Ponderado, pero cuestionable su exhaustividad en el tema de la política en Nietzsche: Henning Ottmann, Filosofía y política en Nietz­ sche, Berlín/Nueva York, 1987 (de Gruyter, «Monografías y textos para la investigación de Nietzsche», tomo 17). Finalmente citaré las «grandes interpretaciones». Digo «grandes» porque proceden de pensadores relevantes (y esto vale también para Alfred Baeumler, que en absoluto fue sólo un nacionalsocialista) y por­ que en ellos hay articuladas posibilidades esenciales de interpretación. Éstos son: Ludwig Klages, Los hallazgos psicológicos de Nietzsche, 1926. (Se excluye la «voluntad de poder» por considerarse un cuerpo extraño.) Alfred Baeumler, Nietzsche, el filósofo y el político, Leipzig, 1931. (Se rechaza el «eterno retomo» por incompatible con la «voluntad de poder».) Karl Jaspers, Nietzsche. Introducción a la comprensión de-su pensa­ miento, 1981,4.* ed., (de Gruyter), 1.‘ ed. 19365. ’ Traducción castellana en Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1968.

(N. de la T.).

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Martin Heidegger, Nietzsche, 2 vols., Pfullingen, 1961. (Nietzsche como «consumador de la metafísica occidental»). A lo largo del curso, sólo excepcionalmente haremos referencias bibliográficas. Para cualquier fin práctico en lo referente a la biblio­ grafía basta con el librito de Pütz. En él hay datos también para aque­ llos que quieran conocer los muchos miles de títulos de la bibliografía completa sobre Nietzsche.

LA VIDA DE NIETZSCHE

Años de juventud y época de estudiante Quien desee escribir o relatar la biografía de un hombre hará bien en recordar uno de los más famosos poemas de Goethe: el titulado «Protopalabras. Orficamente»1. La primera estrofa se cita con mucha frecuencia; Goethe la tituló «Daimon»: C o m o el día q u e fuiste otorgado a este m undo el so l se levantaba entre el salu do d e astros, y en segu ida y d esp u és creciste un d ía y otro, según la ley conform e a la cual fue tu entrada; así h as d e ser, n o p u ed es escap ar d e tí m ism o; así dijeron ya sibilas y profetas; ningún tiem po y ningún p o d e r hacen pedazos una form a acuñada qu e evoluciona viva.

No entro ni salgo en la cuestión de si realmente Goethe se dejó aquí guiar por la ancestral creencia en la determinación del destino hu­ mano según la posición de los astros, o si más bien tenía presente ante todo la herencia genética del ser humano tal y como la formulaba en otro lugar: «Del padre tengo la constitución física, el instrumento más 1 L a traducción de este poem a se h a tom ado de Jo sé María Valverde.

traductora.) 29

(Nota de la

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serio de la vida; de la madrecita, la naturaleza alegre y el placer de ta­ bular». Hoy podría parecemos más indicado partir de esa otra deter­ minación del ser humano que podemos llamar la social: la determina­ ción por la actividad y el entorno de la familia en el seno de la cual nace el niño, por el paisaje, la estirpe y la nación dentro de los cuales vive la familia, por la religión y el grupo o la «clase» social a los que pertenece. Evidentemente, esta marca puede ser de muy diversa inten­ sidad. Formas extremas son, por ejemplo, por una parte los niños del barrio ortodoxo de Mea Shearim en Jerusalén, que en su oscura vesti­ menta y con sus toscos zapatos presentan a los ojos del visitante un as­ pecto bastante extraño, y sin embargo parecen ser felices en su armo­ nía total con sus padres y sus antepasados. Por otra parte, los niños de una familia de diplomáticos de orientación acentuadamente liberal constituyen un paradigma, pues siempre se diferenciarán muy clara­ mente, incluso de sus compañeros de clase de un instituto alemán, en cuanto a su posicionamiento crítico o distanciado con respecto a la tradición nacional, y también en su facilidad para cambiar de residen­ cia sin problemas. En el caso de Nietzsche, por parte del padre y de la madre el ras­ go distintivo principal de esta «determinación social» fue el típico de una casa parroquial protestante en la Alemania central de entonces. Los dos abuelos de Nietzsche fueron clérigos: Friedrich August Ludwig Nietzsche (1756-1826), al final de su vida superintendente en Eilenburg, doctor en teología y escritor de espíritu cristiano-ilustrado; David Emst Oehler, pastor en Pobles, no lejos de Leipzig. Ellos fue­ ron, con todo, los primeros teólogos de sus respectivas familias; sus antepasados habían sido en su mayoría miembros de la pequeña bur­ guesía, pero la madre del abuelo por parte de padre procedía en quin­ ta generación de una familia de clérigos. De la vieja generación, para el joven Nietzsche fue especialmente importante la abuela por parte de padre, Erdmuthe Krause, hermana de un superintendente general que primero había sido predicador en la catedral de Naumburg y luego el sucesor de Herder en Weimar; según una leyenda, sin duda falsa, ella habría sido elogiada por Goethe y, en todo caso, representaría un lazo de unión inmediato con el mundo del clasicismo de Weimar; vivió has­ ta 1856. Hay que destacar además al abuelo por parte de madre, Da­ vid Emst Oehler, hijo de un pobre tejedor de Zeitz que se casó con la hija de un latifundista; en la gran finca parroquial de Pobles, no lejos del escenario donde tuvo lugar la Batalla de las Naciones de Leipzig, pasó el joven Nietzsche largas vacaciones.

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El entorno era, pues, acentuadamente protestante y centroalemán, y pertenecía al llamado «rincón de los genios» de Alemania; al parecer, existía un lejano parentesco con Richard Wagner, con August Wilhelm y Friedrich Schlegel, con Gneisenau y Pufendorf. Tampoco pue­ de pasarse por alto aquí una cierta similitud con Marx, entre cuyos an­ tepasados se encontraban estirpes enteras de rabinos; una diferencia esencial residía sin duda en el hecho de que en el caso de Marx nos en­ contramos con un padre laicamente ilustrado, mientras que en el pa­ dre de Nietzsche se había reforzado incluso la tradición familiar cris­ tiano-protestante. (Mera fantasía era la afirmación de que tanto gusta­ ba el Nietzsche maduro, según la cual sus antepasados habrían pertenecido a una estirpe de nobles polacos apellidada Niétzky). Al citado padre, Karl Ludwig Nietzsche, nacido en 1813, se le sue­ le describir como una figura clerical de espíritu refinado, tierno y do­ tado musicalmente. En sus años jóvenes había sido educador de las princesas en la corte ducal de Altenburg, y en 1842 obtuvo por orden de Federico Guillermo IV el cargo de pastor en Rócken, cerca de Lützen. Por su protector real sentía un profundo agradecimiento y ve­ neración. En su primera visita al vecino Pobles conoció a Franziska, hija del pastor David Emst Oehler, la sexta de once hermanos, que por entonces tan sólo contaba diecisiete años. El matrimonio se cele­ bró el diez de octubre de 1843; un año más tarde, el quince de octu­ bre de 1844, nació el primer hijo, que recibió el nombre de Friedrich Wilhelm, pues el benefactor real celebraba su cumpleaños ese mismo día. Lo intenso de la fidelidad y aun del cariño hacia el rey por parte del padre quedó de manifiesto de un modo aplastante en marzo de 1848. Cuando llegó a Rócken la noticia de los acontecimientos de Ber­ lín, y en especial la del ofensivo espectáculo al que se había visto some­ tido el rey, Karl Ludwig Nietzsche rompió a llorar y se retiró largas ho­ ras a su cuarto de estudio sin tomar alimento alguno. Un año más tar­ de moría; hasta hoy no está claro si la causa fue una afección en el cerebro (probablemente hereditaria) o, como siempre aseguró Elisal>eth Nietzsche, una caída por las escaleras. El joven Friedrich Willielm conservó toda la vida una gran admiración por su padre; por lo visto fue su muerte la primera gran desgracia que afectó al ya de por sí muy serio y reflexivo muchacho. Es perfectamente creíble la historia que se cuenta de que, ya con un año de edad, el niño se quedaba como hechizado mirando al padre cuando éste improvisaba al piano. En la primera de las numerosas memorias que Nietzsche escribió dice lo si-

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guíente con respecto al año 1858: «Pero de repente se oscureció el cie­ lo; mi querido padre enfermó de gravedad... Finalmente después de mucho tiempo, sucedió lo horrible: mi padre murió... Se había acaba­ do toda alegría; el dolor y la tristeza vinieron a ocupar su puesto»2. No tan razonablemente verosímil es, en cambio, una historia que, según el relato de la hermana, habría tenido lugar a principios de 1851 en Naumburg, pero a la que cabe atribuir de todos modos una cierta dosis de verdad interna: cierto día, después de cerrar el colegio, habría caído un fuerte aguacero y todos los niños se habrían ido a casa co­ rriendo. Sólo el joven Nietzsche no habría acelerado el paso, y ante la sorprendida pregunta de la madre de por qué se había dejado empa­ par por la lluvia, el niño habría respondido: «Pero madre, en el códi­ go de normas de la escuela se dice que los alumnos tienen que irse a casa tranquila y civilizadamente». Si se quisiera, pues, caracterizar en pocas palabras el «daimon» que gobernó la vida de Nietzsche desde sus primeros comienzos, qui­ zá habría que decir: un muchacho extraordinariamente dotado, en un entorno rigurosamente legitimista como el de las rectorías protestantes de la zona sajonio-turingia. De aquí es fácil derivar el sobrenombre de «el pequeño Pastor» que pronto se le puso debido a sus impresionan­ tes discursos y «prédicas», y también va ligada a ello la naturalidad de su deseo de convertirse algún día en pastor protestante. Pero la muerte del padre fue un golpe del destino, una casualidad que no puede deducirse de las premisas del «daimon», a no ser que se vea en la enfermedad cerebral del padre el fundamento hereditario que habría determinado las enfermedades y la demencia final de su hijo. No en vano la segunda estrofa de las «Protopalabras» lleva por tí­ tulo «Tyche, lo azaroso», y en ella se dice: Pero el límite estricto contornea azaroso algo que cambia y marcha, con nosotros y en tomo; en soledad no quedas si te haces más sociable y obras del mismo modo que obra otro cualquiera...

Estas relaciones sociales, este entorno del presente que en cada momento viene codeterminado por lo fortuito, dependerían para Nietzsche a partir de entonces de la dirección del «daimon». En abril de 1850 se traslada con su madre, su hermana Elisabeth, dos años más 2 Historiscb-kritische Gesamtausgabe, «Jugendschriften», 32.

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joven que él, su abuela Erdmuthe y sus dos tías Auguste y Rosalie, her­ manas de su padre, a vivir a Naumburg. La pequeña ciudad ofrecía aún una imagen completamente medieval: por las tardes se cerraban las puertas de sus murallas. Nietzsche creció, pues, en un entorno pu­ ramente femenino, y la hermana comenzó ya pronto a coleccionar los poemas y ensayos de su hermano. Una estrecha amistad le unía con Wilhelm Pinder y Gustav Krug, que procedían de la burguesía ilustra­ da «más mundana»: la música y la literatura clásica eran el aire que se respiraba en sus casas paternas. Nietzsche estudió durante algunos años en el instituto catedralicio de Naumburg; los acontecimientos po­ líticos de la «Epoca de la reacción» los percibió a lo sumo de un modo marginal. Con todo, en la Guerra de Crimea de los años 1853-55 él y sus amigos se pusieron del lado de los rusos y en contra de las poten­ cias occidentales, como correspondía a la tradición prusiana; en 1856 escribe el joven Nietzsche a Elisabeth: «En el restaurante de la esta­ ción leí en el periódico de Berlín muchas cosas sobre el hijo del empe­ rador»3, esto es, sobre el hijo de Napoleón III, que acababa de nacer. En 1858 se traslada con una beca del ayuntamiento de Naumburg a Schulpforta. La famosa «escuela principesca» situada no lejos de Naumburg, de larga tradición, era un «Estado-escuela» de la educa­ ción humanístico-teológica que sólo dejaba ver pequeños restos de aquel «colegialismo» sobre el que tanto se había quejado el joven Fichte. Pero la estricta planificación del tiempo y, en general, la disciplina a la que tenían que someterse los 180 «internos», a quienes 12 profe­ sores impartían sus clases, seguía siendo severa y monástica; para que le fuese permitido efectuar la más insignificante compra, el joven de veinte años tenía que dirigir una instancia por escrito a su mentor. Evi­ dentemente, Nietzsche consideraba vejatorio este modo de vida; así, en febrero de 1860 escribe a Wilhelm Pinder: «Nuestra vida en Pforta no es más que un continuo recordar y esperar»4. Pero él recibió una excelente formación filológica, y sin duda entre los profesores aún se­ guía vivo el «espíritu de 1848». Todo un torrente de ensayos y poemas propios iba discurriendo paralelamente a la actividad académica. Cui­ daba intensamente su amistad con Pinder y con Krug; con mucha fre­ cuencia se encuentra en sus cartas la fórmula: «nostra semper manet amicitia». Entre sus amigos del mismo Pforta destacan Paul Deussen y Cari von Gersdorff; ambos se mantuvieron ligados a Nietzsche duran­ } KGB, 1 ,1, p. 5. 4 Ibídem, 92.

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te toda la vida. El anhelo de amistad y su cultivo siempre fueron carac­ terísticos de Nietzsche; en ello residía una de sus diferencias con res­ pecto a Marx, quien por su parte sólo tenía a su familia y a Friedrich Engels. Entre las primeras producciones literarias de Nietzsche cabe des­ tacar tres, todas ellas del año 1862: «Napoleón III como Presidente»5. Este ensayo es una singular ala­ banza del «genio». Un «genio dominante» tiene el derecho de apode­ rarse del Gobierno de un Estado que se encuentre en manos indignas. Nietzsche menciona aquí muchos nombres que no volverán a apare­ cer en sus obras posteriores: Louis Blanc, Ledin-Rollin, Cavaignac. Llama a Napoleón III «una esperanza de los pobres, de los campesi­ nos de Francia» que habrían sido «encantados» por él. Incluso men­ ciona en tono positivo la confiscación de los bienes de la Casa de Orleans. Con el odio de Marx hacia «Boustrapa» no hay aquí la más mí­ nima correspondencia. «Fatum e historia»6. Aquí se pronuncia el joven Nietzsche en favor de un «punto de vista más libre» con respecto al juicio sobre la reli­ gión y el cristianismo. ¿Dónde cabe encontrar fundamentos sólidos en el «mar de la duda»? La mayoría de la gente no habría comprendido, según él, que todo el cristianismo se basa en (meras) suposiciones. Sos­ tiene que habría que preguntarse si tal vez el ser humano no es más que una evolución de la piedra, mediando las plantas y los animales. Que, de todos modos, en la lucha de la voluntad individual contra la voluntad general se hallaría esbozada también la relación fundamental entre el destino y la historia. Refiriéndose a Emerson, quien siguió siendo hasta el final uno de sus autores favoritos, Nietzsche se pronun­ cia en contra del poder de lo habitual y de la cotidianeidad de las rela­ ciones humanas; un «vuelo superior de las ideas» sería en su opinión posible y necesario. De aquí deduce una postura «política» muy deci­ dida: «Por eso es tontería querer inculcar a la humanidad entera con estereotipos, por así decirlo, una forma especial de Estado o de socie­ dad: todas las ideas sociales y comunistas caen en ese mismo error». El libre albedrío, como aquello que está libre de ataduras, en caso de convertirse en el único regidor haría de los hombres «dioses indepen­ dientes»; pero el libre albedrío es tan poco imaginable sin el destino como el espíritu sin lo real o lo bueno sin lo malo. «Pues sólo de la*4 5 Musarion-Ausgabe, 1 ,52-57. 4 Ibidem, 60-66.

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contraposición nace la propiedad». A ello ligará una especulación atrevida: quizás el libre albedrío no es sino la más alta potencia del fatum. El mundo podría imaginarse como un movimiento de avance ha­ cia un «inmenso océano en el que se reencuentren todas las palancas de desarrollo juntas, fundidas, todas en una». Más interesante aún es el fragmento «Sobre el cristianismo»7, de abril de 1862. «Que la fe haga dichoso no significa otra cosa que la vie­ ja verdad de que sólo el corazón, y no el saber, puede hacer feliz. Que Dios se haya hecho hombre indica sólo que el hombre no ha de bus­ car su dicha en lo infinito, sino que ha de fundar su cielo sobre la tie­ rra; la ilusión de un mundo supraterreno había llevado a los espíritus de los hombres a una postura falsa con respecto al mundo terreno: esa ilusión fue el producto de la niñez de los pueblos». Entre grandes du­ das y luchas la humanidad se hace viril: reconoce en sí «el comienzo, el medio y el fin de la religión». Aquí puede reconocerse con gran claridad la influencia de Feuerbach, y feuerbachianos suenan también algunos pasajes de sus cartas de esta época a Krug y a Pinder. Es evidente que bajo la influencia de la filosofía de su tiempo Nietzsche lleva a cabo, sin duras batallas in­ ternas en apariencia, la despedida de la poderosísima fuerza original de su juventud. También esto supone una coincidencia con Marx. Pero hay otra: ninguno de los dos pierde el impulso «religioso» o «idealista». Prueba de ello es el poema «Al dios desconocido», escrito poco antes de terminar el bachillerato y de salir, por tanto, de Schulpforta: U na vez m ás antes d e que m e vaya y dirija m i vista hacia adelante elevo solitario m is m anos hacia tí, hacia quien huyo, a quien en lo m ás p rofun do del corazón consagro festivam ente altares p ara qu e siem pre tu voz vuelva a llam arm e...8

En septiembre de 1864, poco antes del término de su vigésimo año de vida, dejó el internado con una certificación final que sólo por los 7 Ibtdem, 70s. * Ibidem, 254.

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bajos rendimientos en matemáticas no era sobresaliente. Como primer lugar de estudios eligió Bonn. También esto suponía una similitud con Marx, y no meramente externa. Sobre lo elevado de los gastos del hijo se manifiesta su madre de un modo muy similar al del padre de Marx veinte años antes: Nietzsche recibía al mes una cantidad de 40 táleros; a su madre se le concedió en 1849 una pensión de viudedad de 30 tá­ leros y un subsidio por los hijos de 16 táleros al año (!); una pequeña fortuna heredada explica la sorprendente diferencia. Tan romántica como la carrera de Marx no fue, sin embargo, la de Nietzsche, a pesar de que entró en la asociación de estudiantes «Franconia»; muy pron­ to dejó a un lado la teología y se dedicó a la filología, que en Bonn es­ taba marcada universitariamente por la disputa entre los catedráticos Ritschl y Jahn. Nietzsche no tomó partido por ninguno de los dos en un principio, sino que se dedicó fundamentalmente a un trabajo filo­ lógico de detalle cuyo fruto más importante fueron los estudios sobre Teognis («Theognidea»), sobre un autor, pues, que probablemente re­ presente el aristocratismo más rotundo entre los escritores de la Anti­ güedad («Los muchos son malos»). Pero ya entonces pueden encon­ trarse también expresiones bruscas contra «los curas» en su conjunto. Especialmente marcada era la animadversión de Nietzsche frente al catolicismo de Bonn; en consecuencia, se puso a trabajar para la «Aso­ ciación Gustav Adolf». Con todo, cuando lo que estaba en primer pla­ no era el punto de vista estético su juicio era muy distinto, de tal modo que decía de Colonia, por ejemplo, que la ciudad, con su sublime ca­ tedral y sus incontables iglesias, causaba una notable impresión9. Lo que más pronto remite y se adelanta a su filosofía posterior son algu­ nos pasajes de sus cartas, como por ejemplo este dirigido a Elisabeth: «¿Se trata, pues, de conseguir una idea sobre Dios, el mundo y la re­ conciliación en la que uno se encuentre lo más cómodo posible? ¿No sucede más bien que para el auténtico investigador el resultado de su investigación le resulta francamente indiferente? ¿Buscamos con nues­ tra investigación tranquilidad, paz, felicidad? No: sólo verdad, aunque ésta fuera horripilante y fea al máximo»10. Aún más claro se ve el futu­ ro en un fragmento de una carta dirigida a von Gersdorff el 7.4.1866 en la que Nietzsche relata una tormenta, y después prosigue: «¡Q ué me importaba el hombre y su intranquilo deseo! ¡Qué me importaba a mí el eterno “debes”, “no debes” ! ¡Qué diferente el rayo, la tempes9 KGB, 1,2, p. 37. 10Ibidem, 60.

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tad, el granizo, las fuerzas desatadas, sin ética! ¡Qué felices, qué pode­ rosas son, pura voluntad sin la confusión del intelecto!»11. Aquí pue­ de percibirse con gran claridad la influencia de Schopenhauer, cuyo li­ bro E l mundo como voluntad y representación había conocido Nietz­ sche poco antes. Una divergencia no menos importante con respecto al hegeliano Marx supuso el conocimiento personal de Richard Wagner en noviembre de 1868, facilitado por la mediación de la Sra. Brockhaus, hermana del compositor. De todos modos, esto sucedió ya en Leipzig, adonde Nietzsche se había trasladado siguiendo a su maes­ tro Friedrich Ritschl. Aquí puso también de manifiesto, en 1866, su gran interés por la guerra civil alemana, con posicionamientos diferen­ tes con respecto a Bismarck, pero básicamente siempre dentro del es­ píritu del liberalismo y del «cuarentayocho». En ello podría verse un punto culminante de la «tyche». Sin embargo, lo que Goethe introduce en la tercera estrofa le sigue siendo ajeno, a saber, el «Eros, amor»: ¡No se retrasará! [= la llama que prende]... y hay un bien en la queja tan dulce y temerosa. Hay muchos corazones en lo común fundiéndose, pero siempre el más noble se consagra al Ser único.

Parece que Nietzsche sólo conoció el «eros» en forma de sexo y que la infección de sífilis, que Thomas Mann convertiría en el punto de partida del Doctor Fausto, bien podría haberla cogido en un burdel de Leipzig. Pero una especie de pasión sí era su amistad con Erwin Rohde, en la que desde nuestra mentalidad actual pueden percibirse incluso resonancias homosexuales. Sin embargo, esta mentalidad «ilustrada» es falsa con toda probabilidad, ya que Nietzsche podía ha­ blar a Rohde con desprecio de la «repulsiva avidez del amor camal»1112, y Richard Wagner aparentemente no percibió concupiscencia alguna cuando Nietzsche le escribe refiriéndose a «su por mí muy querida es­ posa»13. Nietsche se convirtió rápidamente en el alumno preferido de Ritschl y su carrera sólo se vio interrumpida por poco tiempo debido al servicio militar (como voluntario por un año en Naumburg, desde 11lbidem, 121s. a KGB, II, 1, p. 62. 1} lbidem, 142.

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el otoño de 1867 hasta la primavera de 1868), que Nietzsche cumplió sin resistencia y hasta con cierto entusiasmo, pero que hubo de con­ cluir antes de tiempo debido a un grave accidente ecuestre. En con­ junto, sus estudios universitarios en Bonn y Leipzig significaron una época «griega» por los cuatro costados; cabe considerar como típica esta frase de una carta a von Gersdorff: «¿... sucede aquí, quizá, que a causa del “cristianismo” se produjo un desgarro en la naturaleza hu­ mana, que no conocía el pueblo de la armonía?14. También en esta orientación hacia la Antigüedad griega coincidía enteramente con Marx, como ya se ha dicho. De los filósofos de su tiempo leyó a Friedrich Albert Lange y a Eugen Dühring, esto es, a dos pensadores que estaban ligados al incipiente movimiento de los trabajadores; con Lan­ ge se declara de acuerdo ante todo en su opinión de que la metafísica debe ser situada al lado de la poesía y de la religión, y de que la meta­ física tiene tan poco que ver con lo «verdadero o existente en sí mis­ mo» como la religión y el arte15. Así, más o menos al final de sus estudios ya estaba Nietzsche muy lejos del «daimon» de la tradición familiar. Pero el siguiente punto cul­ minante de la «tyche» bien podría ser un acontecimiento que Nietz­ sche comunica a su amigo Erwin Rohde en enero de 1869 con gran ex­ citación y bajo estricto secreto: al parecer, iba a ser llamado a la Uni­ versidad de Basilea por mediación de Ritschl. De este modo, a él le tocó en suerte a la edad de 24 años aquello a lo que aspiraba igualmen­ te Marx, pero que debido a un brusco cambio político no pudo alcan­ zar, a saber, una cátedra de universidad. Digno de mención es, sin em­ bargo, el hecho de que poco tiempo antes el juvenil catedrático de fi­ lología clásica aún acariciase la idea de estudiar química junto con Rohde y arrojar la filología al lugar que, según él, le correspondía: al trastero donde se guardan los muebles viejos de nuestros antepasados. Pero, por otra parte, ¿cómo hubiera podido alguien expresarse de un modo más «clásico» que como lo hacía Nietzsche (una vez más en consonancia interna con Marx) en este umbral de su vida?: «¡Q ue Zeus y todas las musas me preserven de ser un filisteo, un ánthropos ámousos, un hombre de rebaño!»16. Efectivamente le libraron de ello, y en Basilea, a adonde llegó en abril de 1869, le estaba esperando la más alta cima de la «tyche»: su estrecha amistad con Richard y Cosima “* KGB, 1,2, p. 210. 0 Ibídem, 269. 16 Ibídem, 385.

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Wagner; un punto culminante que, bien es cierto, encerraba ya dentro de sí el fracaso de una carrera profesional que había comenzado de un modo tan glorioso.

Los años de Basilea hasta 1876 El que Nietzsche fuese llamado a una universidad a los 24 años y sólo después se le confiriese el grado de doctor sin examen ni defensa de tesis alguna — puesto que sus publicaciones en el Rheinisches Museum se consideraron más que suficientes— no constituía algo com­ pletamente extraordinario en aquella época, pero sí bastó para procu­ rarle una fama de precocidad y de genialidad que iba más allá del cír­ culo de sus conocidos. Basilea era en los años sesenta una ciudad de 30.000 habitantes y, al igual que en Naumburg, todas las tardes se cerraban sus puertas, de modo que es de suponer que habría cesado el tráfico por sus calles si no hubiese estado ya directamente prohibido. Sus circunstancias re­ publicano-patricio-burguesas suponían, sin embargo, un fuerte con­ trapunto con respecto a Naumburg y a Prusia en general. La universi­ dad propia, un orgullo para esta pequeña comunidad, se hallaba en peligro. Desde 1833, y a consecuencia de la división cantonal en Basilea-ciudad y Basilea-región, la ciudad estaba ciertamente apurada eco­ nómicamente y las estirpes dirigentes habían hecho el considerable sa­ crificio de introducir los impuestos progresivos en favor de la univer­ sidad, pues los radicales basileos estaban ganando posiciones y eran lo bastante «progresistas» como para llevar a cabo su transformación en una escuela industrial. En 1869 había tan sólo poco más de cien estu­ diantes entre las cuatro facultades, pero a cambio algunos catedráticos muy importantes que eran ahora los compañeros de Nietzsche: Jacob Burckhardt, Johann Jakob Bachofen, Ludwig Rütimeyer. Nietsche causa baja ahora en la asociación de súbditos prusianos, pero nunca adquirirá la ciudadanía basilea, o mejor dicho suiza; es pues un hombre sin Estado, sin «patria», en expresión suiza: lo mismo que Marx. Todas las mañanas imparte sus lecciones ante siete oyentes, pero junto a las ocho horas de la universidad tiene que dar otras seis horas de clase en el «Pedagogium», es decir, el nivel más alto del insti­ tuto de bachillerato, y esta ocupación adicional se la toma muy en se­ rio (al igual que Jacob Burckhardt), de modo que sus alumnos están entusiasmados con él. A fines de mayo de 1869 pronuncia su lección

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inaugural sobre «Homero y la filología clásica». Su filohelenismo salta a la vista: «la helenidad» no es un punto de vista superado. Claro, que la filología clásica es en sí contradictoria: es al mismo tiempo ciencia y posibilidad de la más elevada formación. En un procedimiento pura­ mente científico «se perdería la maravillosa esencia educadora y, cier­ tamente, la auténtica fragancia de la atmósfera de la Antigüedad»17. Como meta proclama por ello Nietzsche la plena compenetración y fusión de ambos elementos, y arriesga la sorprendente sentencia: «philosophia facía est qm e philologia fuit». Pero la poca relación que todo ello poseía con una «filosofía críti­ ca» en sentido kantiano se puede deducir fácilmente de la más profun­ da y emotiva experiencia que le tocó vivir en sus primeros años de uni­ versidad: la amistad con Richard Wagner y Cosima von Bülow, quien a mediados de 1870 y tras superar numerosas dificultades habría de convertirse en Cosima Wagner. En Tribschen, cerca de Lucerna, a orillas del Lago de los Cuatro Cantones, Richard Wagner (quien tras sus comienzos revolucionarios y después de largos años de emigración era ahora un protegido del jo­ ven rey de Baviera Luis II) se había hecho construir un refugio de ca­ tegoría, y aquí llegó Nietzsche de visita por primera vez el 15 de mayo de 1869, con motivo de una invitación bastante vaga que Wagner le había hecho al conocerse ambos en Leipzig. De ello resultaron muy rápidamente unas relaciones estrechas y amistosas que incluían tam­ bién abundante correspondencia. Cosima, hija de Franz Liszt y de la condesa d’Agoult, era sólo siete años mayor que Nietzsche; éste se en­ contraba en la casa cuando el 6 de junio de 1869 nació Sigfrido, el pri­ mer hijo de Wagner. La atmósfera de elevación espiritual y de aisla­ miento del mundo normal que allí reinaba está bien descrita en la car­ ta de Nietzsche a Rhode del 3 de septiembre de 1869: «Querido amigo, lo que allí aprendo y observo, escucho y comprendo, es indes­ criptible. Schopenhauer y Goethe, Esquilo y Píndaro viven aún, pue­ des creerme»18. En total, hasta la marcha de los Wagner a Bayreuth en el año 1872 Nietzsche realizó no menos de 23 visitas a Tribschen; en las navidades de 1869 permaneció allí incluso una semana entera. En el caso de Marx falta una experiencia equivalente porque, si bien era un gran lector y admirador de Esquilo, no tenía en cambio ningún in­ terés especial por la música. (Una lejana analogía representa a lo sumo 17 Musariott-Ausgabe, II, 6. '*KGB, n , 1, p. 52.

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su relación con Heine en París, y más o menos comparables son tam­ bién los poemas de juventud, que en ambos eran «románticos»). No es de extrañar que Nietzsche sólo siguiera los acontecimientos políticos de su época de un modo marginal. Así, en ningún momento menciona, por ejemplo, el congreso de la (Primera) Internacional, ce­ lebrado precisamente en Basilea en septiembre de 1869; sobre el Con­ cilio Vaticano no hace más que alguna observación peyorativa de vez en cuando; en otoño de 1870 emite un singular juicio erróneo al decir que Prusia resultaba ser cada vez más un poder enemigo de la cultura debido a que desde Berlín se estaban poniendo en marcha maquina­ ciones en favor de la Iglesia católica19 (justamente, pues, durante los inicios de la «lucha cultural», que más tarde sólo se mencionará, a lo sumo, indirectamente). Pero sin duda Nietzsche continuaba siendo en esta época un pa­ triota alemán, igual que en 1866: la renovación de la cultura alemana a través de la obra artística total wagneriana en el espíritu de lo helénico era, como se sabe, su mayor esperanza. Por ello participó en la guerra franco-alemana como voluntario, concretamente como enfermero, re­ cibiendo fuertes impresiones en los campos de batalla de Wórth y Metz; pero su experiencia bélica apenas duró algo más de una sema­ na, ya que a comienzos de septiembre enfermó de gravedad. En el se­ mestre de invierno del curso académico 1870/71 estaba de nuevo en Basilea. Allí asistió al curso de Jacob Burckhardt sobre la grandeza his­ tórica, publicado más tarde bajo el título de «Consideraciones sobre la historia universal» («Weltgesichtliche Betrachtungen»). Durante cier­ to tiempo tuvo un trato relativamente familiar con él (que era mucho mayor), con quien coincidía en su desconfianza frente a Prusia y, más tarde, también en su juicio negativo acerca de la «actual guerra alema­ na de conquista». En tomo a la misma época escribió Marx su panfle­ to antiprusiano «La guerra civil en Francia». 1871 es el año en que surge E l nacimiento de la tragedia del espíri­ tu de la música, donde confluyen una serie de trabajos preliminares. Le produce gran impresión un acontecimiento político o, para Nietzsche, mucho más que político: el «incendio de París». Elisabeth FórsterNietzsche ofrece en su biografía una descripción melodramática del horror que esto causó en común a Nietzsche y a Burckhardt, pero sea como fuere, Nietzsche escribe el 27 de mayo de 1871 a Wilhelm Vischer-Bilfinger (que como miembro del gobierno con competencia en 19Ibidem, 155s.

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estos casos fue quien había tramitado su llamada a la universidad) lo siguiente: «Las noticias de los últimos días han sido tan espantosas que ya no logro alcanzar una disposición de ánimo ni tan siquiera soporta­ ble. ¡Qué significa uno como hombre de letras frente a semejante te­ rremoto de la cultura! Qué insignificante se siente uno. Uno dedica toda la vida y sus mejores fuerzas a comprender mejor y a explicar me­ jor un período de la cultura; ¡qué profesión es ésta, cuando un sólo día fatídico convierte en cenizas los más valiosos documentos de tales pe­ ríodos! Este es el día peor de mi vida»20. Y todavía el 21 de junio, cuando ya hacía tiempo que los periódicos habían informado de que el Louvre no se había destruido y de que en «Versalles» se había de­ rramado mucha más sangre que en las comunas, él sigue hablando en la ya mencionada carta a von Gersdorff de la «cabeza de hidra inter­ nacional» y termina con estas palabras: «¡Pero ni siquiera en mi mayor dolor fui capaz de arrojar una piedra a aquellos criminales, que para mí tan sólo eran los portadores de una culpabilidad general sobre la que hay mucho que pensar!»21. Así pues, ya pronto se manifiesta un punto de oposición extrema entre Nietzsche y Marx; pese a que en ambos casos el impulso fundamental es el mismo, la «cultura del futu­ ro» qrn crítica del presente, su localización concreta difería completa­ mente: la música y Richard Wagner por una parte, la industria y el pro­ letariado por otra. Pero junto a E l nacimiento de la tragedia hay que mencionar otro acontecimiento del año 1871 al que uno de sus biógrafos22 atribuye «consecuencias catastróficas» para Nietzsche, pese a que a primera vista parece un episodio insignificante (y desde la perspectiva actual apenas creíble, por «anticuado»): el fracaso de su intento de pasarse a la cátedra de filosofía —la de Gustav Teichmüller, que había sido lla­ mado por la Universidad de Dorpat— y traer al mismo tiempo a Erwin Rohde a Basilea como su sucesor. (En lugar de Nietzsche fue lla­ mado un hombre hoy prácticamente olvidado, un futuro premio No­ bel, de todos modos: Rudolf Eucken.) El 2 de enero de 1872 aparece E l nacimiento de la tragedia en las librerías; su editor era Emst Fritzsch, de Leipzig, quien también publi­ có las obras de Richard Wagner. La viñeta del título mostraba al Pro­ meteo liberado (de un modo muy similar al caso de la tesis doctoral de 30 Ibtdem, 195.

21Ibídem, 204.

22 C .P. Janz, o. c., 1,406.

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Marx). Se trataba, efectivamente, de una genial obra de juventud en la que ya puede encontrarse el germen de casi todos los puntos funda­ mentales del pensamiento posterior de Nietzsche. Pero a pesar de su impulso genial, E l nacimiento de la tragedia es una obra sintética en la que se entrelazan varios motivos en una uni­ dad no del todo convincente. Se distinguen claramente tres niveles principales: El primero es el filológico o helénico, prefigurado ya en Friedrich Creuzer y Johann Jakob Bachofen: la confrontación de Dionisos, el dios de la embriaguez y del «delirio báquico», con Apolo, el dios de la proporción y de la forma, o del «sueño», como dice Nietzsche. De la conjugación entre lo dionisíaco y lo apolíneo surge la tragedia griega, donde la grandeza del héroe se atestigua con su caída. El segundo nivel es el schopenhaueriano. Lo dionisíaco se equipa­ ra con la «voluntad» y con la «música», lo apolíneo con la «ilusión» y con lo «salvador». La codiciosa y funesta «voluntad» encuentra su sal­ vación en la desinteresada contemplación del arte. El tercer nivel es el auténticamente nietzscheano y encierra una contradicción interna. Lo dionisíaco se muestra en la música de Ri­ chard Wagner como placentera unidad del todo, que hace que el «principium individuationis» se desvanezca y que supera también en la vida humana todas las barreras de casta y de clase social, liberando a los hombres de su alienación en la cotidianeidad, en la superficie de la realidad. Pero, por otra parte, este «fundamento de la naturaleza» es concebido de nuevo como algo terrible frente a lo que el ser humano, la unidad originaria misma, encuentra su liberación en el mundo de la bella apariencia, del arte, que por supuesto es plástico y formal, es de­ cir, «apolíneo». En la segunda parte volveremos sobre este «aspecto metafísico» de E l nacimiento de la tragedia; aquí me basta con ilustrarlo mediante al­ gunas citas: «D e acuerdo con este conocimiento, hemos de concebir la trage­ dia griega como un coro dionisíaco que una y otra vez se descarga en un mundo apolíneo de imágenes... El griego conoció y sintió los ho­ rrores y espantos de la existencia: para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onírica de los Olímpicos23. «Aquí nada recuerda la ascética, la espiritualidad y el deber: aquí nos habla tan sólo una existencia exuberante, más aún, triunfal, en la 23 KGW, III, l.pp. 58s.

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que está divinizado todo lo existente, lo mismo si es bueno que si es malo»24. «Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyuga­ da celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre... Ahora el esclavo es hombre libre, ahora quedan rotas todas las rígidas, hostiles delimitaciones que la necesidad, la arbitrariedad o la “moda insolente” han establecido entre los hombres»25. Es curiosísimo cómo esta ultima cita coincide con algunas expre­ siones del joven Marx que hablan igualmente de una liberación de la naturaleza; parece entonces que de esta idea de la ruptura de barreras, de la liberación de los esclavos, tendría que resultar una filosofía de la historia semejante a la de Marx. Pero justamente la «filosofía de la his­ toria» de E l nacimiento de la tragedia tiene un carácter muy distinto, y en el marco de nuestro planteamiento general es de mayor interés que el aspecto «metafísico». Lo verdaderamente grande y paradigmático es para Nietzsche la propia tragedia o, más exactamente, la época en que fue posible su existencia, es decir, la de una vida humana grande en la que la lucha de los dioses se realiza como mito, de tal modo que la vida conoce el sentido de la vida y ofrece una «unidad de estilo» en todas sus manifestaciones. Esta vida paradigmática de la Grecia antigua aca­ bó, sin embargo, con Eurípides, que llevó al espectador burgués al es­ cenario, y sobre todo con Sócrates, en quien el instinto se convirtió en crítico porque en él la naturaleza lógica, «por una superfetación, tuvo un desarrollo tan excesivo como en el místico lo tiene la sabiduría ins­ tintiva»26; Sócrates fue quien trajo al mundo el optimismo racionalista y la dialéctica, de tal modo que posibilitó la aparición de la «profunda representación ilusoria... de que, siguiendo el hilo de la causalidad, el pensar llega hasta los abismos más profundos del ser, y de que el pen­ sar es capaz no sólo de conocer, sino incluso de corregir el ser»27. Si bien es cierto que este desprecio de la conciencia y del optimis­ mo ilustrado está totalmente en la línea de Schopenhauer, con todo Nietzsche formula algunas de sus consecuencias «políticas» con ma­ yor causticidad que su maestro filosófico; nada podría estar en una contraposición más tajante con respecto a las convicciones de Marx: la 24 Ibídem, 3 Os. 25 Ibídem, 25. 26 Ibídem, 86. 27 Ibídem, 95.

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creencia en la «dicha terrenal de todos» forma parte de una cultura ge­ neral del saber, y aunque esta cultura «alejandrina» nuestra requiere a la larga de un estamento de esclavos para poder existir, en su optimis­ ta consideración de la existencia niega la necesidad de semejante esta­ mento social; Nietzsche se refiere directamente a los movimientos so­ cialistas de su tiempo cuando dice: «El “hombre bueno primitivo” re­ clama sus derechos: ¡qué perspectivas paradisíacas!»28. Y sin embargo, pese a esta oposición abismal entre el hegeliano y el seguidor de Schopenhauer, el punto de partida era el mismo: la helenidad clásica, que será universalizada por Marx mientras que Nietz­ sche precisamente lo que quiere es retenerla, es decir, recuperarla, y concretamente a través de la obra artística total de Wagner como fun­ damento de una nueva cultura alemana. Probablemante pueda decirse que los meses siguientes a la publi­ cación de E l nacimiento de la tragedia fueron la época más feliz de la vida de Nietzsche. Así, el 24 de junio de 1872 escribe a Richard Wag­ ner: «Ah, admirado maestro, ¡estoy tan feliz hoy! De un grave peligro he escapado en mi vida: el de no haber entrado nunca en relaciones con usted ni haber contemplado Tribschen ni Bayreuth... Un telegra­ ma recién llegado de Munich me da ahora también la esperanza... de vivir un verano con mayor riqueza y plenitud. ¡Y todo gracias a usted! ¡Cómo podría agradecérselo!»29*. Y en una carta dirigida a Cari von Gersdorff el 20/21 de julio se encuentra la frase: «Llegué a Basilea tan alegre y feliz como un novio»31’. Pero ya había comenzado la batalla en tomo a E l nacimiento de la tragedia, que le habría de acarrear graves consecuencias. El 26 de mayo apareció una reseña de Erwin Rohde en el Norddeutsche Allgemeine Zeitung que era muy positiva pero también muy general. Cuatro días después ve la luz el panfleto de un joven graduado de Schulpforta: la «Filología del futuro» de Ulrich von Wilamowitz-Móllendorff, estudio que emprendía la labor de mostrar numerosos fallos filológicos, pero al que en el fondo atravesaba una profunda y, por así decirlo, cosmovisionaria irritación, hasta el punto de que al final diri­ ge a Nietzsche este exhorto: «¡Q ue reúna a sus pies tigres y panteras, pero no a la juventud filológica de Alemania!» 28Ibtdcm, 119. 29KGB, II, 3, p. 16. 50Ibidem, 28s.

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Pocos días después, Richard Wagner toma partido a favor de Nietzsche con una carta contra Wilamowitz en el Norddeutsche Allgemeine Zeitung, pero probablemente con ello lo único que consiguió fue reforzar en muchos la impresión de que Nietzsche había mezclado de forma inadmisible la ciencia con el arte. De gran peso científico fue, en octubre, la réplica de Erwin Rohde, «Pseudo-filología», que pretendía demostrar por su parte la exis­ tencia de graves faltas en el agresor, pero que en conjunto se puede de­ cir que estaba demasiado a la defensiva. Esta (sólo aparente) «disputa de filólogos» acabó al año siguiente con un segundo panfleto de Wilamowitz, la «Filología del futuro. Se­ gunda parte». No era en modo alguno un canto triunfal, pero el futu­ ro pope en el ámbito de la filología antigua se reafirmaba enérgica­ mente en su convicción de haber defendido el espíritu de la ciencia frente a un poeta y mitólogo divagador. Sin embargo, pronto se pudo ver que Wilamowitz no había habla­ do sólo por su cuenta, sino que había articulado una opinión muy am­ pliamente difundida. Ritschl, para gran decepción de Nietzsche, se pronunció con extremada reserva; Usener, en Bonn, con total rechazo. El 7 de julio de 1872 Nietzsche escribe a Rohde: «Al parecer he sido condenado a muerte por el gremio»51. En el semestre de invierno no se presentaron alumnos. La carrera de Nietzsche como filólogo había llegado a su fin antes de que diera los frutos esperados por todos, y es­ pecialmente por Ritschl. Pero Nietzsche tuvo compensaciones importantes. A finales de 1872 se le permitió ser el «caballero» de Cosima durante el viaje de ca­ mino a un concierto benéfico (en favor del teatro de Bayreuth) de Ri­ chard Wagner en Mannheim, y en Basilea pronunció ante casi 300 es­ pectadores unas conferencias de mucho éxito «Sobre el futuro de nuestros centros de enseñanza», respecto a las que Jacob Burckhardt se manifestó muy elogiosamante. Pero ya en la primavera de 1872 rea­ lizó su último viaje a Tribschen: Richard y Cosima Wagner se traslada­ ron a Bayreuth. Entretanto había ganado un nuevo amigo en la figura de Franz Overbeck, un teólogo que en 1873 publicó una especie de declaración de guerra contra la teología bajo el título: «Sobre la calidad cristiana de la actual teología». El tuteo no se hizo esperar, y durante bastante tiempo vivieron los dos solteros junto con un tercero, Heinrich Ro>l Ibidem , 19.

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mundt, en la llamada «Baumannsholle». Durante su primera estancia en Bayreuth, en 1872, entabló conocimiento con Malwida von Meysenbug, quien había desempeñado un papel importante en la protohistoria de la «emancipación de la mujer» y, como educadora de los hi­ jos de Alexander Herzen, representaba para Nietzsche un lazo de unión con aquella emigración revolucionaria en Londres de la que también Marx formaba parte. Mientras tanto, desde 1873 cabía ya constatar un grave empeoramiento de su estado de salud, y durante al­ gún tiempo el médico le prohibió a Nietzsche que leyera. Pese a todo, justamente ahora llega la fructífera época de las Con­ sideraciones intempestivas. En agosto de 1873 se publicó la primera: «David Strauss, el confesor y el escritor», un ataque tan violento como sarcástico contra quien había sido el pionero de la crítica bíblica en Alemania pero que entretanto, sobre todo con su libro La vieja y la nueva fe , se había convertido en un defensor —normal y «complacien­ te con el Reicb»— del progreso. Pero en modo alguno encontraría Nietzsche solamente aprobación: los «mensajeros de la frontera», así como Gottfried Keller y Cari Spitteler, se manifestaron muy negativa­ mente. Sin embargo, a causa de este escrito «se habló» más de él que a causa del «Nacimiento». A finales de febrero de 1874 siguió «D e la utilidad y los inconve­ nientes de la historia para la vida». También esta meditación era un ataque, concretamente un ataque contra la «cultura de la ciencia» en la forma del historicismo. La historia se supedita a la «vida», de la que forman parte un «amor incondicional» y el «ambiente misterioso» de una atmósfera mítica. El concepto de «proceso universal» de Hegel y Eduard von Hartmann implica también, según Nietzsche, un histori­ cismo destructor para la vida, y la pregunta final es al mismo tiempo una llamada de advertencia: «¿es la vida la que ha de gobernar sobre el conocimiento, o el conocimiento sobre la vida?». El mes de octubre de 1874 fue la fecha de publicación de «Schopenhauer como educador». Aquí es todavía muy clara su orientación hacia el «genio», la metafísica, la religión y el arte, pues Nietzsche sólo ve una misión para el hombre: «impulsar en nosotros y fuera de noso­ tros la generación del filósofo, del artista y del santo [de “aquellos yano-animales”32], y contribuir de este modo a la perfección de la natu­ raleza»33.523 52KGW, ni, l,p. 376.

53 ¡bidet». 378.

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Pero en tomo a esta misma época pueden encontrarse ya en las no­ tas inéditas dudas muy serias acerca del carácter paradigmático de lo helénico e incluso con respecto a la música wagneriana. De 1873 data el curioso escrito breve «Sobre verdad y mentira en sentido extramo­ ral». Durante su segunda estancia en Bayreuth, en agosto de 1874, Nietzsche está muy enfermo y acaba enzarzándose con el maestro en una seria disputa sobre la valoración de Brahms, que Cosima sólo con gran esfuerzo consigue arbitrar. Su estado de salud empeora después aún más, y su incipiente alejamiento de Wagner era seguramente una de las causas. Así, en la cuarta y última de las Consideraciones intem­ pestivas, «Richard Wagner en Bayreuth», que se publicó en julio de 1876 con ocasión de la apertura del teatro de los festivales, es posible percibir entre líneas todo tipo de extraños tonos y matices. Su asisten­ cia personal le ocasionó una profunda decepción, añadida a sus conti­ nuos dolores de cabeza; más tarde escribiría que en aquel acto de apertura se había reunido «toda la holgazanería de Europa»54. No es descabellado suponer que se habría sentido abandonado por Richard Wagner, el mismo que celebró su momento de gloria como un monar­ ca. Pero sería superficial ver en ello la explicación definitiva de un acontecimiento tan importante en la historia del espíritu como es la se­ paración entre Nietzsche y Wagner. Las molestias de estómago y de cabeza siguen agravándose. Nietz­ sche se ve obligado a solicitar un permiso más largo, que se le conce­ de para en tiempo incluido entre octubre de 1876 y septiembre de 1877. Lleno de preocupación, recuerda Nietzsche el destino de su pa­ dre. Así, es lícito citar también la cuarta estrofa de las «Protopalabras» de Goethe, que lleva el título de «Ananke, necesidad»: se ajustan al deber voluntad y capricho. Libres en apariencia, al cabo de los años estamos más atados que en el primer comienzo.

En Goethe sigue después la última estrofa, «Elpis, esperanza». Y seguramente pueda decirse que Nietzsche también puso grandes espe­ ranzas en la estancia en el sur a que le había invitado Malwida von Meysenbug. Pero ciertamente esta esperanza ya no era la misma que Goethe expresa con las palabras: MC .P. Janz, o.

c., 1,720.

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Pero tales fronteras, tales muros de bronce, tales puertas odiosas, se abren...,

pues sólo más tarde puede que la satisfaciera, en tal caso, con su exi­ gente sentido de la misión filosófica; de todos modos esta estancia no podía convertirse en unas meras vacaciones por enfermedad. Ya se ha­ bía anunciado una transformación esencial en Nietzsche. De julio de 1875 data una carta en la que escribe a su maternal amiga Marie Baumgartner, de Lorrach, contándole que en ese momento estaba cul­ tivando una ciencia que merecía que se le dedicase tiempo, la « “teoría del comercio y de la empresa y el desarrollo del comercio mundial” , incluida la economía política y social»55; junto con Gersdorff leyó en octubre de 1875 las Consideraciones psicológicas de un autor anónimo que era un oyente de sus cursos universitarios, un hombre joven de procedencia judía llamado Paul Rée; y precisamente con este Rée, así como con otro estudiante más llamado Albert Brenner, decidió Nietz­ sche pasar su estancia en la casa de Malwida von Meysenbug. ¿Se es­ taba fraguando en Nietzsche un cambio semejante al que Marx había realizado en los años 1843/44? Cuando viaja a Ginebra en abril de 1876, escribe a su hermana: «M i primera reverencia fue para Voltaire, cuya casa en Femex visité»3536. En medio de la decepción y de la enfer­ medad había comenzado el segundo período de Nietzsche, el período de Humano, demasiado humano, el período nietzscheano de la Ilustra­ ción y del «positivismo».

El cambio radical: 1876-1879 En el momento en que se le concede el permiso por enfermedad el año 1876 Nietzsche aún tenía una bonita casa en Basilea conjuntamen­ te con su hermana; en Sorrento se encontró con una especie de familia que quizás fuera más adecuada para él que su familia natural; por eso se le ocurrían expresiones tales como «convento ideal» y «escuela de educadores»; Rée inventó incluso la imagen ficticia de una «Iglesia in­ visible... con usted como ponti/ex maximus, Papa, prior»57. En este sentido quizá sea lícito hablar de una «fase comunitaria» de Nietzsche 35 KGB, n , 5, p. 82. 36 Ibídem, 146. ” KGB, II, 6/2, p. 769.

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y pensar en las ideas correspondientes del joven Friedrich Engels, quien desde luego estaba familiarizado con CXven y Fourier mientras que Nietzsche, al parecer, no había leído una sola línea de estos «pri­ meros socialistas». Después viviría de nuevo en una habitación modes­ tamente amueblada, esta vez ante las puertas de la ciudad de Basilea; en 1879, tras su abandono definitivo de la docencia, elegiría como lu­ gar de residencia primero Naumburg, donde deseaba alquilar una to­ rre de la fortaleza de la ciudad y trabajar mucho en el jardín. Pero nada de ello se pudo realizar: justamente su estancia provisional en el seno de su «familia natural» coincidiría con el punto más bajo hasta enton­ ces de su salud. Sólo con el viaje al sur a principios de 1880 comienza la época del «Nietzsche solitario», pero también la del pensador que ha encontrado su «espacio vital»: la Alta Engadina, Venecia, Génova. Sensible en extremo a los cambios de tiempo, malvive aquí en habita­ ciones amuebladas y la mayoría sin calefacción en invierno. Un nuevo cambio espiritual se vislumbra con la escritura, o mejor dicho, con el dictado de Aurora a lo largo del año 1880; ahora una de las caracterís­ ticas fundamentales será su aislamiento interior a consecuencia del distanciamiento por parte de Rohde, Gersdorff y otros amigos, cuyas cau­ sas tienen que ver con la publicación de Humano, demasiado humano. En primer lugar hemos de seguir una por una las estaciones y los entornos. A Sorrento llegó a finales de octubre de 1876 y allí tuvo lugar su último encuentro con Richard y Cosima Wagner. Según parece, en esta oportunidad Wagner le previno contra Paul Rée. Este era hijo de un «Ostelbier» (latifundista del este del Elba), un terrateniente judío procedente de Stibbe, en Prusia occidental, y ya por ello una figura digna de atención. Sus Observaciones psicológicas, que se habían publi­ cado en 1875 en la editorial Duncker de Berlín, procedían, según la página del título, «del legado postumo de * * * ». Se trata de una colec­ ción de aforismos reunidos en capítulos bajo títulos tales como: «So­ bre las acciones humanas y sus motivos», «Sobre libros y escritores», «Sobre mujeres, amor y matrimonio», «Ensayo sobre la vanidad». En la tradición de los «moralistas» franceses, se realiza un intento de «de­ senmascarar» a los seres humanos reduciendo las acciones aparente­ mente no egoístas a motivos egoístas. Cito tres ejemplos: «Quien sale en defensa de sus amigos normalmente sólo está defendiendo su ho­ nor, el de ser su amigo»38. «Las mujeres bellas están orgullosas de sus3 3®P. Rée, Psychologiscbe Beobachtungen, Berlín, 1875,21.

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conquistas, asqueadas de su virtud»39. «Sólo un pequeño número de clérigos se preocupa más por el contenido de las religiones que por el de su sueldo, y más por el tribunal divino que por el consistorio»40. En 1877 publicó, esta vez bajo su propio nombre, un libro titulado E l origen de las sensaciones morales en la editorial de Emst Schmeitzner de Chemnitz. Nietzsche recibió un ejemplar con la curiosa dedicatoria: «Al padre de este escrito, con todo el agradecimiento de su madre». Es evidente, pues, que ya había existido mucha influencia mutua. De nue­ vo, lo característico es la exaltación del papel del egoísmo. Según Rée, éste, de igual modo que la rivalidad, es en los hombres, en virtud de su intelecto, mucho más fuerte que en los animales. No existe una «volun­ tad libre» y, por tanto, tampoco la «responsabilidad»; pero no por ello se convierte en superflua la administración de justicia, pues la eliminación de lo nocivo es su legítima tarea. Pero el afán de prestigio y la vanidad no son algo puramente negativo, pues ellos hacen posible el desarrollo de la industria, la ciencia y el arte. Así, bien es cierto que el progreso y la civi­ lización son realidades, pero justamente ambos están vinculados a la pri­ macía del egoísmo. Curiosamente Rée no relativiza, en cambio, el con­ cepto de «conocimiento desinteresado», sino que para él constituye in­ cluso la verdadera marca distintiva del hombre, que es pacífico por naturaleza, mientras que todo deseo tiene un carácter bélico. En este sentido la pertenencia del libro a la tendencia ilustrada es indiscutible, pese a que en él se denigre a «la razón» (lo mismo es aplicable a no po­ cas obras de la Ilustración francesa del siglo xvra). La anfitriona, Malwida von Meysenbug, era entonces muy conoci­ da por su libro Memorias de una idealista, que Nietzsche había leído con entusiasmo. Difícilmente podría haber sentido rechazo, por tanto, frente a la viva descripción que ella hace de la víspera de la Revolución de 1848, de las condiciones de vida de la emigración de izquierdas en Londres y de las actividades de Alexander Herzen. Pero Malwida era al mismo tiempo una entusiasta wagneriana, y durante largos años se­ guiría siendo para Nietzsche un elemento de contacto indirecto con Bayreuth. Sólo hacia el final de la vida consciente de Nietzsche se pro­ dujo también la ruptura con ella; e injustamente Nietzsche la describió entonces con estas despectivas palabras: «malcriada... se sienta... cual pequeña y ridicula pitia en su sofá»41. w Ibtdem, 69. 40 Ibtdem, 126. 41 KGB, m , 5, p. 471.

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Malwida ha descrito esta estancia de Nietzsche en el tomo adicio­ nal que publicó más tarde bajo el título de: E l ocaso de la vida de una idealista. Vivían en una pensión dirigida por alemanes en medio de un «viñedo»; en el primer piso se encontraban las habitaciones con terra­ za para los tres hombres, en el segundo piso estaban las habitaciones de Malwida y su doncella así como una gran sala de utilización común; desde las terrazas se tenía «la vista más espléndida del golfo de Nápoles y del Vesubio, precisamente por entonces muy agitado, que por las tardes despedía columnas de fuego»42. La vida se había organizado de un modo agradable. Por las mañanas cada uno se dedicaba a sus pro­ pias ocupaciones. Por la tarde tenía lugar el paseo colectivo, «a menu­ do pasando frente a granjas de campesinos, donde gentiles muchachas en alegre reunión bailaban la tarantella», no artificiosamente, como ahora para los turistas, «sino de un modo originario, movido por la gracia natural y el recato»43. (Habría que colocar al lado de éste el re­ lato que hace Friedrich Engels de su caminata a través de la Francia rural en el año revolucionario de 1848, y tendríamos un antídoto para las exclusivas descripciones de la miseria de que gusta el escritor com­ prometido socialmente.) Por la noche se celebraban en el salón común animadas conversaciones y lecturas conjuntas. Especialmente profun­ da era la impresión que causaban al pequeño grupo los comentarios que Nietzsche hacía a propósito de su manuscrito de los cursos de Burckhardt sobre cultura griega; además, se leía a Voltaire, Diderot, Larochefoucauld, Vauvenargues, etc. Este era el entorno en el que se pusieron los cimientos de Huma­ no, demasiado humano. En el verano de 1877 Nietzsche continuó el trabajo en Rosenlauibad, no lejos de Grindelwald. En el otoño estaba de nuevo en Basilea para el comienzo del semestre. Aquí recibió una carta de unos admiradores vieneses que más tarde habrían de desem­ peñar casi sin excepción un gran papel en la vida literaria y política de Austria: Víctor Adler, Heinrich Braun, Engelbert Pemerstorfer, Siegfried Lipiner. Aderezándolo con unos granitos de sal podría decirse que lo que más tarde sería la directiva del «austromarxismo» fue un­ gido aquí antefestum con una gota de óleo nietzscheano. A principios de enero de 1878 llega a manos de Nietzsche el texto del Parsifal de Wagner. Nietzsche se manifestó ante Reinhart von Seydlitz muy nega-*41 42 Malwida von Meysenbug, Memairen einer Idealistín, y su añadido: Der Lebensabettd einer ldealistin, Berlín, 1881, II, 236. 41 Ibidem, 237.

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tivamente sobre él: aquí notaba, dijo, el «espíritu de la Contrarrefor­ ma... nada de carne y demasiada sangre»44. A través de Elisabeth Nietzsche hizo llegar a Cosima un comentario del doctor Otto Eisner en el que se hacía una comparación con los «autos sacramentales» de Calderón. Cosima contestó muy irritada que justamente lo contrario era lo cierto. Que para Wagner ningún dogma tenía validez; que el pan y el vino no se convertían en sangre, sino que ocurría lo contra­ rio45. A fines de abril de 1878 vio la luz del mundo Humano, demasiado humano, y no en la imprenta del editor de Wagner (Fritzsch), sino en la de Emst Schmeitzner, de Chemnitz. La conexión hostil de este libro con el Parsifal la estilizaría el propio Nietzsche más tarde, pero sí se puede atribuir sin temor mayor veracidad a la versión que dice que el envío mutuo de ambas obras fue simultáneo. La reacción de casi todos los amigos y conocidos fue negativa. Richard Wagner abandonó el li­ bro tras una rápida ojeada para poder conservar así la bella impresión de los escritos anteriores. Cosima escribió a una amiga que, por des­ gracia, en Nietzsche se había llevado a cabo desde hacía largo tiempo un proceso «... contra el que yo he luchado en la medida de mis esca­ sas fuerzas. Muchas cosas han contribuido a este lamentable libro. Fi­ nalmente vino además a añadirse Israel en la figura de un tal Dr. Rée, muy atildado, muy frío, en cierto modo absolutamente prendado y subyugado por Nietzsche, pero en realidad más astuto que él: a peque­ ña escala, la relación entre Judea y Germania»46. Rohde (que se había casado poco tiempo antes) se mostró muy desconcertado: «¿E s posible despojarse así de la propia alma y poner­ se otra distinta en su lugar? ¿En vez de ser Nietzsche convertirse aho­ ra de pronto en Rée?»47. El alumno de Nietzsche Adolf Baumgartner escribió a Jacob Burckhardt diciéndole que estaba «asombrado de la posibilidad de un discurso tan absurdo... [Nietzsche] piensa que se acerca muy especialmente a la verdad cuando pisotea sus mejores sen­ timientos y los presenta como reminiscencias de alguna época animal legendaria»48. A primera vista, es posible aventurar una sencilla tesis de cara a 44 KGB, E , 5, p. 300. 45 KGB, 1 .15, p. 80. 44 Ibtdem, 84. 47 KGB, II, 6/2, p. 896. 48 m , 1 .15, p. 88.

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Humano, demasiado humano: Nietzsche recupera, por así decirlo, la fase histórico-cultural de la Dustración europea, se transforma en «li­ brepensador», quema todo lo que había venerado y venera lo que para él había sido digno de quemarse. Efectivamente, en muchos giros habla como un ilustrado normal y en algunos incluso como el ilustrado práctico Marx: los poetas y los ar­ tistas — dice— recuerdan una época más antigua del hombre49, y la ac­ tividad del genio no es esencialmente distinta de la del erudito, pero el genio, en su oposición al cuidadoso y modesto espíritu de la ciencia, es, por así decirlo, un enemigo de la verdad50; los hombres pueden y deben decidir con consciencia «administrar económicamente la Tierra como un todo... y... esta nueva cultura consciente mata a la vieja»51. La democracia y una futura Sociedad de Naciones europea se juzgan aho­ ra positivamente, al ejército moderno se le considera un anacronismo viviente; «esclavo» ya no es el que con su trabajo adicional asegura la existencia de los «hombres de cultura liberados», sino aquél que no tiene al menos dos tercios de su tiempo para él52. Preguntas que hasta entonces se consideraban las más importantes —por ejemplo: ¿para qué existe el hombre?, ¿qué destino le aguarda después de la muer­ te?— se califican ahora de meras «curiosidades». El hombre es más bien una pequeña gota de vida sin importancia en el universo, un in­ significante fiirúnculo en la Tierra. Así pues, el genio como punto de mira de la cultura, la esclavitud como su base imprescindible y la tras­ cendencia del mundo por medio del arte y de la metafísica son ahora arrojados al abismo y sustituidos por el asentimiento a la cultura cien­ tífica de masas, así como por el autoconformismo del hombre, etc. Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: cierto es que en E l naámiento de la tragedia Nietzsche se declaraba enérgicamente «anti-ilustrado», pero no lo hacía desde una óptica cristiana o eclesiástica; su «romanticismo» pertenecía, en un sentido amplio, a la Dustración, o en todo caso no era concebible sin ella; de modo que ya entonces, an­ tes de que hubiera podido hacerse efectivo ningún influjo de Rée, era posible constatar los preparativos del cambio. Así, a principios de 1873 se burlaba del concepto de «proceso universal» de Eduard von Hartmann: «¡E l hombre y el “proceso universal” ! ¡La pulguilla terrí*K G B , IV, 2, pp. 30s. 50 Ibtdem, 372s. 51 Ibtdem, 41. 52 Ibtdem, 235s.

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cola y el espíritu universal!»53. Y ya antes, en la primavera de 1872, es­ cribía: «Todo afecto, amistad, amor es al mismo tiempo algo fisiológi­ co. Ninguno de nosotros sabe hasta qué profundidad y altura alcanza la pbysis»54. Mitad schopenhaueriano y mitad ilustrado (y tampoco en esto hay contradicción pura) era aquel fragmento de 1873, «Sobre ver­ dad y mentira en un sentido extramoral». Especialmente revelador es un aforismo de la primavera de 1875: «Vivir en las montañas, viajar mucho, cambiar rápidamente de lugar: en ello ya puede uno compa­ rarse con los dioses griegos. También sabemos lo pasado, y casi lo fu­ turo.
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