Noel Navas - Adoracion Es Lealtad

December 19, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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© 2021 Noel Navas Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ninguna parte de este libro de ninguna forma sin el permiso del autor, excepto según lo permitido por la ley de derechos de autor. Todos los textos bíblicos han sido tomados de la Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.

AGRADECIMIENTOS

L

a serie: Ministerio de adoración, consta de cuatro libros: este que tienes frente a ti; La iglesia no es un karaoke; Cobrar o no cobrar, esa es la cuestión y Melodiar. Este último a publicarse un año después de los primeros tres. Cuando comencé a anunciar la publicación de esta serie y que lanzaría tres de una sola vez, algunos cuestionaron mi plan. “¡Eso es una mala estrategia de marketing!”, me dijeron unos. “Mejor lanza uno por año, ¡no todos de una!”, me recomendaron otros. Sin embargo, cuando comencé a reunir el material para estos libros y a escribir uno por uno, mi sentir siempre fue publicar los primeros tres de una. No me preguntes por qué, simplemente, a medida que me vertía en el papel tuve la convicción de que debía publicar tres de tajo. La serie: Ministerio de adoración, entonces, es el summum de lo que he aprendido acerca de la adoración desde que descubrí el tema a inicio de la década de los 90´s., además de todo lo que he aprendido sobre cómo administrar equipos de alabanza, cómo escribir canciones desde una perspectiva cristiana y el manejo de las ofrendas u honorarios dentro del ministerio musical. Así que mi lista de agradecimientos debe incluir a personas muy especiales para mí desde mis primeros años como: mi papá, Víctor Navas, que pasó a la presencia de Dios mientras escribía esta serie. Resulta que por su estado convaleciente requería de cuidados especiales y lo trasladamos a mi habitación. Él dormía en una cama y yo en una a la par suya. Mientras él descansaba, yo me sentaba en la computadora a escribir estos libros. Nunca me preguntó qué era lo que hacía, solo me veía escribir. ¡Gracias, papá! Por tu afecto, apoyo y compañía silenciosa a través de este trabajo. Tampoco puedo de dejar de agradecer las enseñanzas, ejemplo y amistad de Nelson Cruz, Fabricio Cativo, Jorge Herrera, René Gómez, Luis Figueroa, Guillermo Hernández, pastor Orlando Flores,

pastor Juan Ángel Castro, pastor Ricardo Galán, pastor Roberto Bueno, entre otros más. Todos ellos influyeron significativamente en mi discipulado desde mi adolescencia y mientras desarrollaba las convicciones que aún poseo como mi legado más valioso. ¡Gracias por todo lo que hicieron por mí! Específicamente en cuanto a dirección de adoración y administración de equipos de alabanza no puedo dejar de mencionar a Joaquín García, Orlando Hernández, Freddy Alas, Daniel Cuellar y todos los integrantes del ministerio Estandarte de Alabanza con quienes serví por muchos años en el Templo Cristiano de las Asambleas de Dios. Al pastor Numa Rodezno, Roberto Luna, Oswaldo Sánchez, Raquel de Hernández, etc., estos últimos de la Iglesia Comunidad Cristiana. Y aquí también debo mencionar a pastores, cantantes y autores cuyas enseñanzas y escritos enriquecieron mi vida y visión de la adoración: Jack Hayford (EE. UU.), Bob Sorge (EE. UU.), Rory Noland (EE. UU.), Danilo Montero (Costa Rica), William Jiménez (Costa Rica), Rodrigo Montero (Costa Rica), Luis Fernando Solares (Guatemala), Miguel Ángel VillagránMálin (Guatemala), entre otros. ¡Gracias por vuestra influencia! Y con quienes me relaciono personalmente, ¡gracias por vuestra amistad! Además, no puedo dejar de mencionar a mi amigo Alex Navas, pastor de la Iglesia Torre Fuerte de las Asambleas de Dios, que, cuando era pastor de alabanza en Iglesia del Camino me permitió colaborar en la organización del Congreso Integral para Equipos de Alabanza. Con él aprendí mucho sobre organización de eventos, además de enriquecerme con sus enseñanzas y ejemplo de adorador. Alex, gracias por tu apoyo y amistad. Esta serie de libros son también el resultado de todos esos años de trabajar juntos capacitando músicos. De verdad, ¡gracias por la oportunidad de crecimiento que me brindaste! Cuando pienso en composición de canciones de inmediato salta a mi mente mi amigo Alberto Allen, un economista que mientras estuvo en El Salvador trabajó para una de las empresas más importante del país; además de ser cantante, músico y compositor. Cuando nos conocimos, él notó que yo estaba interesado en

aprender a tocar piano e hizo el tiempo para enseñarme mis primeros pininos en el instrumento. Y, aunque en pininos me quedé, recuerdo que una semana después, al llegar a mi segunda clase, le mostré una canción completamente terminada. Él se sorprendió mucho y a partir de allí no dejó de motivarme a seguir escribiendo. Así que, Alberto, a pesar de que perdimos contacto hace muchos años y en la actualidad no sé cómo encontrarte, ¡muchas gracias por lo que hiciste por mí! Si no hubiera sido por tu apoyo e influencia, seguramente no hubiera perseverado en el arte de componer, creado mi blog: La aventura de componer, ni impartido talleres de composición en toda Centroamérica. No sabes lo valioso que fue para mí tu ejemplo. Si no logro volverte a ver en esta vida, te daré un gran abrazo en la eternidad por la influencia que has sido para mí. También, gracias a mi amigo el pastor Alfredo Maravilla con quien he conversado por largas horas acerca del ministerio musical y todo este asunto de los honorarios dentro de ministerio itinerante. Gracias por permitirme usar algunas anécdotas y echarme la mano con consejos para el libro Cobrar o no cobrar, esa es la cuestión. Para este mismo libro, tengo una deuda de gratitud con dos amigos que por años han trabajado como coordinadores de eventos. Me refiero a Gherman Sánchez (Costa Rica) que, mientras ha vivido en EE. UU., en su momento colaboró con Coalo Zamorano, Daniel Calveti y Marcos Witt. Y a Henry Camacho (Venezuela), quien fue manager de Jaime Murrell durante la última etapa de la vida del cantante. Henry fue tan gentil en orientarme que lo hizo aún mientras atravesaba el duelo de la partida de Jaime. Gherman y Henry: ¡gracias por echarme la mano contestando mis preguntas, aclarando mis dudas y orientarme con respecto a este tema de las ofrendas u honorarios! Por último, gracias a ti que tienes en tus manos uno o varios libros de la serie: Ministerio de adoración. Es mi deseo que estos escritos te ayuden ampliar tu conocimiento, visión y convicciones acerca de la adoración, la administración de los equipos de alabanza, la composición de canciones y las ofrendas u honorarios

del ministerio itinerante. Espero que esta serie sea de edificación para tu vida. De verdad, ¡gracias por adquirirla!

ÍNDICE AGRADECIMIENTOS ÍNDICE INTRODUCCIÓN CAPÍTULO 1: EL PRECIO DE LA ADORACIÓN CAPÍTULO 2: CAMINAR CON DIOS CAPÍTULO 3: ¿TODO POR NADA? CAPÍTULO 4: EL MEJOR ADORADOR CAPÍTULO 5: LOS ALTIBAJOS DEL ADORADOR CAPÍTULO 6: MÁS ALLÁ DE LA EMOCIÓN CAPÍTULO 7: VERDADERO ADORADOR VERSUS FALSO ADORADOR CAPÍTULO 8: SACIANDO LA SED A TRAVÉS DE LA ADORACIÓN CAPÍTULO 9: ADORACIÓN ENCENDIDA CAPÍTULO 10: ADORACIÓN ES LEALTAD EPÍLOGO SOBREL EL AUTOR BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

INTRODUCCIÓN ué es adoración? —me preguntó en una entrevista Santiago ¿QAlarcón del portal Rincón Apologético. —Adoración es lealtad —le respondí. La respuesta no la tenía planeada. Pude haber respondido de diversas formas, pero eso fue lo primero que me vino a la mente. Adoración es valorar porque adorar es valorar a alguien o a algo por encima de cualquier cosa que exista. Adoración es rendir honor porque hay decenas de pasajes en la Biblia que hablan acerca de eso. Adoración es postrarse, porque la palabra proskuneo en el griego del Nuevo Testamento tiene esa connotación. Pero no respondí de ninguna de esas maneras. —Adoración es lealtad —dije, mientras recordaba un libro que recién acababa de leer: 250. A. D.: Una historia de ayer que podría suceder hoy. Una novela histórica de la escritora mexicana Keila Ochoa Harris. El libro trata acerca de qué sucedió con el hijo de Perpetua, la mártir cartaginesa del tercer siglo que murió por negarse a adorar a los dioses paganos.[1] Y, aunque no pretendo arruinarte la historia contándotela de anticipado, uno de los clímax de la narración ocurre cuando Timoteo (hijo de Perpetua) e Irene (su hija mayor) intentan rescatar a Juliana (hija menor de Timoteo y hermana menor de Irene) de una caupona o taberna en la que ella había sido forzada a trabajar y donde pretendían prostituirla. Mientras Timoteo intenta llevarse a su hija para volver a casa, un soldado interviene y le exige el certificado que adjudicaba el imperio romano a quienes eran leales al César. Ochoa Harris describe la escena así: «Timoteo estiró el brazo para arrebatársela al soldado. —Hija, vamos a casa. El soldado arrugó la frente y apretó aún más a Juliana. —¿Qué es esto? ¿Una broma?

El que parecía dueño del lugar se acercó, pero no intervino. Juliana titubeó. El soldado la contempló con extrañeza. —Un momento, he pagado por tus servicios y voy a disfrutar de mis derechos. ¡Hazte a un lado, viejo! Timoteo no se movió, tampoco habló. Su mirada no se apartaba de su hija menor. ¿Qué vería Juliana en ella? Irene se sentía atraída por esa mirada tan compasiva, tan amorosa, pero tan dolida. Dos arroyos de lágrimas descendieron por el rostro de Juliana llevándose con ellas parte del maquillaje. No dijo una palabra, pero no hacía falta. Esas lágrimas lo decían todo. Irene luchaba con pensamientos encontrados: por un lado, sentía ganas de dejarla abandonada a su suerte, pero por el otro, quería correr a abrazarla. —Sexto, ¿qué sucede aquí? —insistió el soldado. El hombre corpulento se acercó. —Señor, no sé quién sea usted, pero está perturbando mi negocio. —Una mujer no es un negocio —respondió Timoteo. A pesar del tono bajo, como un susurro, con que habló, la fuerza de sus palabras pareció hacer vibrar las paredes del local. Sexto y el soldado se enfadaron. —No te entrometas, viejo. He pagado por ella. Avanzó dos pasos, con Juliana detrás, pero Timoteo no se movió ni un centímetro. —Ninguna mujer es posesión o un juguete que se compra, sino una criatura de Dios, una hija de su Padre. Irene sintió como si le hubieran dado un golpe en el pecho. Su padre continuaba firme, pero ella se preguntó si habría captado el peligro en sus palabras. El soldado lo hizo, pues entrecerró los ojos. —¿Cómo te llamas? —Timoteo Augusto. El soldado se acercó a él. Sus acompañantes habían dejado la mesa y los rodeaban. Irene se sentía diminuta y trató de ocultarse detrás de la espalda de Timoteo. —Una mujer es una hija... una criatura... ¿Sabes quién soy? Trabajo para el emperador, y parte de mi labor en estas semanas es buscar traidores. Pero supongo que tú no eres uno de ellos pues no

estarías en un lugar tan bajo. ¿O acaso vienes porque la rubia te agrada? El rostro de Timoteo se puso rojo. Irene comprendió lo mucho que le había herido aquella insinuación. Su padre se mantuvo callado. —Muéstrame tus papeles, viejo; el certificado que demuestre tu lealtad al emperador. Irene tembló. La caupona era una tumba pues no se escuchaba ni el zumbido de las moscas. Timoteo aclaró su garganta. —No lo traigo conmigo. El soldado esbozó una risita burlona. Juliana trató de escabullirse, pero Sexto la aprisionó. El soldado al mando gritó en voz alta: —¡Todos! ¡Quiero ver sus certificados ahora mismo! La caupona despertó. Sexto extrajo un papel de entre sus ropas, Modia sacó un pergamino de debajo del mostrador. El resto de los comensales no demoró en comprobar su afiliación al reino. Los soldados paseaban por entre las mesas revisando documentos. Juliana temblaba. —Sube por tu certificado —le ordenó Sexto. —Pero... Juliana miró a Timoteo, pero no soportó más de un minuto. ¿Qué hacer? El último pan sobre la mesa. Sobrevivir. Sus pies se negaron a cooperar, pero tomó una decisión. Subió los peldaños y extrajo el pergamino de entre sus ropas. Bajó con él, seguida por María y Esmirna. Otros dos se encargaron de sus compañeras de cuarto. El soldado al mando revisó minuciosamente lo que Juliana le entregaba, y le dio una palmadita en la mejilla. Irene contemplaba el papel como si tuviera fuego. Timoteo agachó la cabeza. —Bien hecho, muchacha. Al parecer —se dirigió a su comitiva —, el único problema es este viejo y su... —Mi hija —dijo Timoteo en voz queda. Juliana continuaba boquiabierta, incapaz de razonar. —Pero supongo que todo es un pequeño malentendido. Sexto, trae un poco de incienso y la imagen del emperador. Esto se

olvidará fácilmente, viejo. Solo ofrece una pequeña muestra de lealtad al César y olvidaremos el incidente. Modia y Sexto hicieron aparecer objetos que Juliana jamás imaginó ver en dicho negocio. Incienso, brasas, un busto pequeño del César, una figurilla de Júpiter, el dios supremo. —Vamos, viejo. Solo hazlo. Timoteo ni siquiera hizo el intento por elevar una mano. —Yo adoro a un solo Dios, Jesucristo. La palabra levantó un eco entre los presentes, eco que tardó en extinguirse. El soldado se cruzó de brazos. Juliana se cubrió el rostro. ¿Ahora qué? ¿Entregarse también ella? ¿Para qué? Una muñeca. Un sobreviviente. Sexto la mantuvo al margen, apretándole la muñeca con frialdad. ¿Qué sucedería? Irene se sintió mareada. Un bochorno la atormentaba. Su peor pesadilla. El momento de ser como la abuela Perpetua. Pero no sentía valor, sino un miedo atroz. El soldado dio un paso al frente. —Muy bien. En nombre del emperador, tú y tu hija quedan detenidos. Pronto llegará el procónsul y decidirá su suerte. Nos iremos para cumplir nuestro deber, pero pronto volveremos por ella —le dijo a Sexto señalando a Juliana. La mente de Irene pareció haber dejado de funcionar. Solo captaba sensaciones que se impregnaban en su memoria. Unas manos rudas la sujetaban de las muñecas. Empujones para abandonar la caupona. Juliana llorando en la distancia. Una mujer pelirroja mirándola con desprecio en la salida. La mujer mayor meneando la cabeza. Luego la calle. Horacio sin aparecer. Una pareja escabulléndose de la guardia. Irene camino de la cárcel. Una posible muerte».[2] —Adoración es lealtad —respondí a Santiago Alarcón esa vez que me entrevistó. Porque eso es adoración. Permanecer leales al Señor Jesucristo cueste lo que cueste. El tema de la adoración tomó auge en Latinoamérica a inicios de la década de los 90´s con el llamado: Movimiento de adoración, que se encendió como pólvora por todo el continente y cuyo esfuerzo fue respaldado por el Espíritu Santo prendiendo los corazones de una

generación que aprendió a alabar y adorar al Señor de una forma más viva, fresca y entusiasta. La forma de adorar en las iglesias de aquel entonces era bastante tradicional, solemne y si quieres, somnolienta para una generación que quería algo más que solo los himnos y coritos que tenían añales de venirse cantando. Lo que el movimiento de adoración hizo, entre otras cosas, fue proveer nuevas canciones que al incorporarse a los repertorios de las comunidades cristianas trajo un ímpetu nunca antes experimentado por esa generación. Sumado a las canciones vinieron una cantidad innumerable de congresos y seminarios de alabanza que convocaban a los creyentes desde México, pasando por Guatemala y Centroamérica hasta llegar a los lugares más recónditos de Chile y Argentina. Sin embargo, aunque es innegable la contribución de dicho movimiento al tiempo de cantos y la forma de hacer iglesia en Latinoamérica, personalmente creo que el movimiento se fue difuminando desde hace muchos años. Desde cantantes de renombre abrazando corrientes doctrinales extrañas y delatando su mala preparación teológica hasta una ola de canciones sin mayor solidez teológica y enfocadas más en lo emocional que en comunicar un mensaje bíblico, muchos creyentes se han quedado con la idea de que adoración es tiempos efusivos de música estilo concierto que lo que realmente la Escritura enseña que es. —¿Qué es adoración? —me preguntan hoy. —Adoración es lealtad —respondo sin vacilar. Y de eso trata este libro. De mostrarte que la adoración va mucho más allá de lo que nos han dicho o hemos aprendido. Más que canciones y música o un estilo particular de alabar, la adoración es el compromiso que asumes desde el primer día que decidiste convertirte en discípulo del Señor Jesucristo y que demuestras día con día al serle leal a tu Señor a pesar de las pruebas, tentaciones y persecuciones. Adoración es lealtad porque al aferrarte fervientemente a Jesús, aunque todos tus iguales te quieran hacer desistir, dicho aferramiento se constituye en un acto de continua adoración por el solo hecho de permanecer apegado a tu Señor.

Adoración es lealtad porque desde Génesis hasta Apocalipsis hay un modelo de vida que ha caracterizado a quienes forman parte del pueblo de Dios: ser fieles hasta el último día de sus vidas. Por lo tanto, te invito a que me acompañes a conocer algunos ejemplos bíblicos y principios de la Escritura que inspirarán tu lealtad al Señor en medio de las luchas y las pruebas, incluso, en medio del panteón de dioses que la cultura contemporánea quiere forzarte a adorar. Ven y descubre conmigo que la adoración es lealtad.

CAPÍTULO 1: EL PRECIO DE LA ADORACIÓN lguna vez has hecho algo contra corriente? ¿Alguna vez hiciste ¿Aalgo distinto a los demás donde todo mundo te miró raro debido a que no hiciste lo que la mayoría? Yo sí. Fue en el primer ministerio de adoración en el que estuve. Dirigíamos la alabanza en una iglesia de más de 2,500 personas y yo formaba parte de las voces de coro. La forma como dirigía nuestro líder principal, la ejecución musical y los arreglos corales que ensamblábamos sumado al hecho de que cantábamos la última música de alabanza y adoración, nos hizo merecedores de que La Fraternidad Cristiana de Hombres de Negocio nos invitara a su convención anual de tres días. Salón principal de hotel, comida de hotel, aire acondicionado de hotel, ¡éramos lo máximo! Los tiempos de alabanza fueron efusivos, el entusiasmo de los asistentes contagioso y la atmósfera de celebración inigualable. La Fraternidad se sentía complacida con cada una de nuestras participaciones y ni se diga los más de 500 asistentes que se unían a nosotros para adorar por las mañanas y por las noches. Sin embargo, algo pasó el último día. El conferencista invitado, antes de comenzar a predicar, pidió a los integrantes del ministerio que pasáramos al frente. Dijo que se sentía impulsado por Dios para orar por nosotros y profetizarnos. Imagina la escena, diez jovencitos de pie con 500 personas detrás observando cómo un conferencista estaba a punto de imponernos las manos. En esa época, si tú pasabas adelante para que oraran por ti, era común que cayeras hacia atrás y permanecieras unos minutos en el piso. Las noches anteriores había sido así. Era un acuerdo no escrito, un trato invisible. Oraban por ti y ¡pum!, al suelo. Caer significaba que el Espíritu Santo te había tocado y quedarte tirado de que estabas disfrutando del reposo de Dios. Obvio, no caer significaba lo contrario, algo pasaba

en ti, no estabas alineado al mover de Dios, eras insensible al Espíritu. Así que ya te podrás imaginar la presión psicológica que sentimos cuando el predicador nos invitó a pasar al frente. ¿Y si no caíamos? ¿Qué tal si nadie era tumbado? ¿Qué pensaría la gente de nosotros? Cuando el predicador comenzó a orar alzó la voz con intensidad, habló en lenguas, profetizó de que viajaríamos a las naciones y a los pocos segundos agitó una de sus manos diciendo: “¡reciban!”. En ese instante todos los integrantes del ministerio se desplomaron… bueno… no todos. Resulta que, como yo estaba con los ojos cerrados, cuando comencé a escuchar cuerpos desplomarse sobre la alfombra abrí uno de mis ojos y vi que el baterista —que estaba un metro delante mío— permaneció de pie al igual que yo. “¡Por lo menos no quedé solo!”, me consolé. Sin embargo, no habían pasado cinco segundos cuando el baterista giró la cabeza, observó a izquierda y derecha y —como según él era el único de pie—, literalmente, juntó las dos palmas estilo niño a punto de zambullirse en el agua, dio un brinco y se lanzó al piso como si la alfombra fuera una piscina. De ese modo acompañó al resto que estaban tendidos. Solo yo permanecí parado. 500 personas detrás mío, 1,000 ojos observándome y yo con la sensación interna de “¡ah! ¡Con que esto se siente ir contra la corriente!”.

O adoras… ¡o adoras! Daniel capítulo 3 relata el episodio donde Nabucononosor, rey de Babilonia, erigió una estatua de oro puro que medía alrededor de 30 metros de alto y 3 de ancho. Gigantesca. Al parecer la estatua era la reproducción de la imagen que soñó en el capítulo 2 donde Daniel interpretó su sueño afirmando que la cabeza de oro lo representaba a él y el cuerpo de plata y bronce, las piernas de hierro

y pies de barro los reinos subsiguientes a su imperio. Al Daniel revelarle el significado del intrigante sueño, la Escritura dice: Tú, oh rey, tuviste una visión, y he aquí, había una gran estatua; esa estatua era enorme y su brillo extraordinario; estaba en pie delante de ti y su aspecto era terrible. La cabeza de esta estatua era de oro puro… Tú, oh rey, eres rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado el reino, el poder, la fuerza y la gloria… tú eres la cabeza de oro. Daniel 4:31-32, 37-38 (énfasis añadido). Al conocer su significado, Nabucodonosor quiso materializar la estatua que vio en sus imaginaciones, pero en lugar de que cada parte tuviera distintos elementos, quiso que toda fuera de oro macizo. El Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia dice: «La imagen probablemente servía más como un símbolo de cohesión y carácter monolítico de Babilonia bajo el gobierno de su glorioso rey Nabucodonosor. Dado que el estado y su rey no pueden ser separados de sus dioses, de cualquier modo, inclinarse ante la imagen era adorarla».[3] Y la Biblia de Estudio Arqueológica NVI dice: «Probablemente [la estatua] representaba al dios Nabu, cuyo nombre formaba el primer elemento en el nombre de Nabucodonosor».[4] Esto significa que la estatua pudo haber aludido tanto a su dios como a él mismo. Es decir, el acto de erigir tan grandioso monumento era la manifestación del egocentrismo en su máxima expresión, la megalomanía esculturizada, narcisismo en metal precioso, ¡el rey quería adoración! Al inaugurar la gran figura amarillo brillante, el monarca ordenó enfáticamente que todos los “pueblos, naciones y lenguas, que en el momento en que oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; pero el que no se postre y adore, será echado inmediatamente en un horno de fuego ardiente” (Daniel 3:4-6).

Vaya cosa. ¿Alguien no se sentía motivado a adorar? ¡He ahí un candente incentivo! La música no solo sería un recordatorio de la hora exacta en la que todo el imperio debía inclinarse, sino también para que la experiencia de adoración tuviera una connotación más agradable. Tú lo sabes, la música climatiza los ambientes. Te hace respirar una atmósfera fresca y relajante. ¿Por qué crees que los centros comerciales, los supermercados o las tiendas al por menor ponen música de fondo? ¿Crees que la ponen de puro gusto o para que los pasillos no se oigan tan silenciosos? No, ellos saben que la música tiene poder. Ambientaliza los espacios, permite que la experiencia sea más cálida y hasta estimula a comprar más. En cierto modo, Nabucodonosor deseaba eso. Que el momento diario de adoración hacia su estatua fuera tan placentero que con el tiempo los ciudadanos no se sintieran raros al adorar. El rey quería que dicha experiencia fuera reconfortante, memorable… espiritual.

Tres contra la corriente. El asunto es que hubo tres jóvenes hebreos llamados: Sadrac, Mesac y Abeg-nego. Sus nombres son los nombres babilónicos con los que Nabucodonosor mismo los bautizó. Ellos eran gobernantes de provincias y líderes reconocidos en sus ciudades. Los tres adoradores del Dios de Israel reconocieron de inmediato lo sutil del nuevo culto idolátrico en el cual Nabucodonosor quería sumergir al imperio, así que tomaron la decisión de abstenerse de obedecer el decreto real so pena de muerte. No adorarían al rey de Babilonia. No accederían a violar el mandamiento: “No tendrás otros dioses delante de mí” (Éxodo 20:3). No se inclinarían ni un milímetro ante la estatua. Ellos sabían que el Señor era el único dueño de su adoración y que haberse convertido en adoradores del Dios verdadero tenía un precio. Aunque el texto no lo diga, es probable que el hecho de que ellos no adoraran cuando las orquestas imperiales sonaran implicaba que los ciudadanos bajo su gobierno tampoco lo harían.

Es decir, que estos tres hombres no adoraran provocaría que poblaciones enteras imitaran su ejemplo. Que no se inclinaran estimularía a miles de ciudadanos a desobedecer la orden real. Prácticamente no rendir pleitesía a la estatua era la semilla de una rebelión. Por eso Daniel capítulo 3 dice: En aquel tiempo algunos caldeos se presentaron y acusaron a los judíos. Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: ¡Oh rey, vive para siempre! Tú, oh rey, has proclamado un decreto de que todo hombre que oiga el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, se postre y adore la estatua de oro, y el que no se postre y adore, será echado en un horno de fuego ardiente. Pero hay algunos judíos a quienes has puesto sobre la administración de la provincia de Babilonia, es decir, Sadrac, Mesac y Abednego, y estos hombres, oh rey, no te hacen caso; no sirven a tus dioses ni adoran la estatua de oro que has levantado. Daniel 3:8-12 (énfasis añadido). Cuando Nabucodonosor se enteró de lo que pasaba se encolerizó a tal extremo que mandó a llamar al trío rebelde para exigirles una explicación. Con la sangre en plena ebullición les dijo: ¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed-nego que no servís a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he levantado? ¿Estáis dispuestos ahora, para que cuando oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adoráis, inmediatamente seréis echados en un horno de fuego ardiente; ¿y qué dios será el que os libre de mis manos? Daniel 3:14-15. Según La Biblia de Estudio Arqueológica NVI, hay evidencias encontradas en antiguas regiones de medio oriente de la existencia de este tipo de hornos industriales, los cuales se utilizaban

principalmente para hornear ladrillos o fundir metales. Las temperaturas podrían ser tan altas que quienes los empleaban corrían el riesgo de morir ante el calor como más adelante describe Daniel 3. Se estima que por el tamaño y diámetro de algunos de estos hornos podrían haber alcanzado hasta los 1,000 grados centígrados sin ningún problema.[5] Esto significa que la amenaza de Nabucodonor de lanzarlos a un horno de fuego no solo era real, sino impresionantemente aterradora. Es que en la psiquis de un dictador autoritario la amenaza y la coacción son el pan de cada día. Los súbditos no sirven a su rey por el deleite de servirle, sino por el terror de caer en desacato. Pero Sadrac, Mesac y Abegnego no cedieron ante la presión. Ellos tenían tatuado en sus mentes: “No tendrás otros dioses delante de mí” (Éxodo 20:3). Por eso, conscientes de que tendrían que ir contra la corriente, con la convicción de un verdadero adorador, respondieron al ego maníaco rey: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado. Daniel 3:16-18 (énfasis añadido). Ni un ápice de adoración ni un milímetro de pleitesía ni una gota de devoción. ¡Nada! Su adoración era exclusivamente de Dios y para Dios.

Diez posibles excusas. Si nos pusiéramos en el lugar de los tres hebreos, ¿qué hubiéramos hecho con tal de no ser incinerados? ¿Estaríamos dispuestos a pagar el precio de la adoración o hubiéramos buscado algún salvoconducto?

Las siguientes son 10 justificaciones que este trío pudo haber ideado con tal de no morir: 1. “¡Tranquilos! Si nos inclinamos ante la imagen, ¡no hay de qué preocuparse! No lo haremos de corazón, por lo tanto, no nos será contado como adoración a otro dios”. 2. “¡No hay que alarmarnos! Que adoremos una sola vez tampoco nos convertirá en idólatras empedernidos, ¿verdad?”. 3. “¡Hey! Solo lo haremos por un corto espacio de tiempo, mientras dure el decreto real. ¡Ya van a ver! En unos meses dejaremos de fingir que adoramos la estatua y asunto arreglado. 4. “¡Ni modo, muchachos! ¡No hay de otra! Inclinémonos ante la imagen y después le pedimos perdón al Señor”. 5. “Vamos, el rey Nabucodonosor es un rey que Dios puso en autoridad, así que hay que obedecerlo. ¡El Señor va a entender!”. 6. “El rey nos proporcionó los puestos que desempeñamos, así que debemos ser agradecidos con él por su buen gesto, ¿no creen?”. 7. “¡Oigan! No estamos en nuestra tierra ni en nuestra nación, así que el Señor comprenderá por qué tuvimos que acoplarnos a las costumbres de esta cultura”. 8. “¡Ustedes saben! Por décadas nuestros gobernantes pusieron ídolos en el templo de Dios. ¡Y eso fue mucho peor que inclinarse ante esta estatua!”. 9. “¡Seamos objetivos! ¡No le estamos haciendo daño a nadie!”. 10. “Si nos asesinan y unos paganos nos substituyen, ¿quién va a ayudar a nuestro pueblo aquí en el destierro?”.[6] ¿Pensaron de este modo los tres hebreos? ¿Idearon este tipo de excusas para no ser cremados? No. Y si bien todas las excusas poseían algo de lógica, ante la amenaza ardiente, Sadrac, Mesac y Abeg-nego decidieron responderle a Nabucodonosor: “¿Sabes qué, oh, rey? No tenemos que esperar al próximo recital de tu sinfónica idolátrica. Si quieres puedes subirle volumen a la música e incluso gritarnos con más fuerza, pero nosotros adoramos a un Rey más

grandioso que tú y si a Él le place puede salvarnos de morir en tus manos. Y si no lo hace, ¡de igual manera no adoraremos a alguien que no sea el Dios de Israel!”.

Tener carácter. ¿Sabes cómo se le llama a la forma en que ellos respondieron? Tener carácter. La siguiente es mi definición favorita de carácter: “Permanecer en las decisiones tomadas en el tiempo a pesar de que la emoción se haya esfumado”. Si quieres puedes volver a leerla. Un adorador del Señor tiene carácter. El carácter de persistir en las resoluciones que ha tomado a pesar de que el tiempo transcurra y que la emoción inicial que sentía ya no esté. Carácter es seguir adelante a pesar de que no sientas el mismo entusiasmo del principio. Como tú sabes que tomaste una decisión y la causa que decidiste seguir es valiosa, entonces, te obligas a ti mismo a perseverar en ella aunque no permanezcas emocionado todo el tiempo. Cuando pienso en este tema pienso en una carrera universitaria. Cuando te inscribes en la universidad lo haces con ilusión, con miras a convertirte en un profesional y dedicarte a eso que tanto te apasiona. Sin embargo, estudiar una carrera requiere carácter. Carácter porque debes permanecer en la decisión que tomaste a pesar de que la emoción con que iniciaste se haya esfumado. Lo que sucede es que la ilusión y el entusiasmo del inicio suelen desvanecerse cuando te enfrentas a lo pesada que es la carga académica y ni se diga lo estresante de los parciales. Eso sí, después de algunos años el fruto de tu carácter será recompensando con el tan ansiado título profesional. Por eso, se dice que tener carácter es comenzar algo y terminarlo. Quien inicia las cosas y las deja a medias o nunca las finaliza no tiene carácter. Del mismo modo, en el reino de Dios se requiere carácter. Porque como parte del ejército de adoradores del Señor, en algún lapso te sentirás tentando a abandonar la batalla. Sin embargo, cuando Sadrac, Mesac y Abeg-nego decidieron enlistarse en las

filas de los adoradores del Dios de Israel no lo hicieron pensando en si las cosas se ponían complicadas darían marcha atrás. No, ellos sabían que ser adoradores era una carrera sin retorno. No era cuestión de que hoy sí, pero mañana ya no. Creer en el Dios Todopoderoso no es una senda que se transita cuando las cosas van bien y se abandona cuando todo va mal. Adorar al Señor es cuestión de decisiones firmes, de comprometerse con su causa y de estar dispuesto a serle leal cueste lo que cueste. El 20 de abril de 1999 dos estudiantes de último año, Eric Harris y Dylan Klebold, entraron en la Escuela Preparatoria Columbine (Colorado, EE. UU.) con el fin de perpetrar una masacre.[7] Según testimonios, la primer víctima fue Rachel Scott, una estudiante de la Preparatoria que era conocida por su cristianismo y a quien uno de perpetradores le disparó en la pierna. Mientras ella yacía adolorida el joven armado le preguntó: “¿Aún sigues creyendo en Dios?”. Ella solo respondió: “Sabes que sí”. A lo que siguió un disparo mortal en la cabeza y una ráfaga en el resto de su cuerpo según la autopsia.[8] El tiroteo terminó con 12 estudiantes fallecidos (incluyendo a Rachel) y un profesor, y lesiones en 24 personas más. Eso sin contar tres que resultaron heridas al intentar huir de la escuela y el suicidio de los dos asesinos. En 2016, la vida de Rachel Scott y su acto heróico de no negar su fe en Dios en las últimas de cambio fueron trasladados al cine a través de la película I'm Not Ashamed (No me avergüenzo),[9] protagonizada por Sadie Robertson de Duck Dinasty. Además de que su ejemplo sirvió de inspiración para el Rachel’s Challenge (El Desafío de Rachel), un programa de prevención de la violencia juvenil a nivel de todo EE. UU.[10] Ahora, ¿qué hubiéramos hecho nosotros en el lugar de Rachel? ¿Qué hubiéramos respondido ante la pregunta: “¿Aún sigues creyendo en Dios?” mientras un arma nos apuntaba? ¿Hubiéramos dicho que no para salvar la vida o simplemente: “Sabes que sí” tal cual ella hizo? Decir: “sí, creo en Dios” y permanecer creyendo hasta las últimas de cambio requiere carácter. Carácter para pagar el precio

de la adoración: la vida. Aunque en Occidente, comparado con países de Asia, Medio Oriente y África, son menos frecuentes los escenarios donde la vida está en juego a causa de la fe, eso no significa que no estemos experimentando algún tipo de presión. La presión que los adoradores del Señor estamos enfrentando en Latinoamérica, si bien podría estar relacionada con amenazas y prisión, estos últimos años ha tenido que ver más con los temas relevantes de la cultura. La sociedad está probando nuestra lealtad en los asuntos relacionados con nuestros valores y convicciones. La cultura —muy al estilo del rey Nabucodonosor— está presionándonos a tal grado que si no cedemos corremos el riesgo de ser marginados, estigmatizados e inclusive, censurados. Solo echa un vistazo a la agenda del lobby LGTBIQ+ que quiere forzar las leyes de los países para que aceptemos los matrimonios entre el mismo sexo y hasta la adopción de niños de parte de parejas homosexuales. Mira la agenda feminista que quiere que las leyes abortivas se generalicen y sean aceptadas por todas las naciones. ¿Te imaginas aprobando el aborto aun para madres en el noveno mes de embarazo? ¡Y qué decir de la ideología de género que quiere prohibir que a los hombres se les llame: hombres, y a las mujeres: mujeres! El espíritu de nuestra época quiere “babilonizarnos” y obligarnos a adorar su estatua. Por eso la historia de Sadrac, Mesac y Abegnego es pertinente en nuestro tiempo. La amenaza del horno de fuego es una analogía profética para esta generación. Basta ya de pensar que la adoración solo tiene que ver con el tema de la música, que solo les compete a los equipos de alabanza o que está confinada a las cuatro paredes de la iglesia. La adoración tiene que ver con tus convicciones y principios. Tiene que ver con definir si tu lealtad será solo para el Dios verdadero y los valores de su reino o para el rey de Babilonia y su estilo de vida contrario a la Escritura. Desde líderes gubernamentales pretendiendo cambiar el pénsum escolar de los ministerios de educación hasta profesores de colegios y universidades que se niegan a enseñar que hay más de

dos géneros biológicos. Desde diputados y congresistas que anuncian nuevas medidas para atentar contra la vida del no nacido hasta líderes cristianos que convocan marchas en contra del aborto, estamos en plena batalla cultural. Los imitadores de Nabucodonosor están presionando para que nos inclinemos; sin embargo, los Sadrac, Mesac y Abeg.nego contemporáneos están permaneciendo en pie. Fíjate, la cultura está presionando tan al estilo del rey de Babilonia a la Iglesia de Cristo que, si Nabucodonor empleó la música para que a través de las ondas sonoras los ciudadanos se postraran para adorar, en pleno Siglo XXI las sociedad está empleando los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales para proclamar su mensaje de que debemos de ceder nuestros valores y adopar los suyos. Es cierto, aunque en Occidente aún no estamos en riesgo de que literalmente nos incineren como el rey amenazó a los tres hebreos, el fuego del rechazo, la burla y el menosprecio ha hecho arder sus llamas siete veces más. Uno de los casos más notables de los últimos años ha sido el del panadero cristiano Jack Phillips, quien en 2012 se negó a hornear un pastel para la pareja gay conformada por David Mullins y Charlie Craig. ¿El motivo de su negativa? Sus convicciones cristianas. El incidente fue muy sencillo, pero ha tenido implicaciones tan enormes que su caso llegó a la Corte Suprema de los EE. UU. En su libro The Cost of My Faith (El costo de mi fe) publicado en mayo de 2021 relata que todo inició cuando una pareja de hombres le pidieron hornear su pastel de bodas. Él simplemente respondió: “¡Lo siento, muchachos! No hago pasteles para bodas entre personas del mismo sexo”.[11] Eso fue suficiente para que su vida cambiara. Él relata que solo habían pasado 20 minutos de que estos hombres se habían retirado de la tienda cuando las llamadas telefónicas y los correos electrónicos comenzaron a llegar. Personas ofendiéndolo, blasfemando e incluso, amenzándolo de muerte, al punto que a los tres meses recibió una demanda de la Comisión de Derechos

Civiles del Estado de Colorado. Imagínate, solo por obedecer su conciencia y sus convicciones cristianas. Después de seis años, a mediados de 2018, la Corte Suprema de los EE. UU. votó a favor siete contra dos para defender su libertad de expresión y de religión.[12] Ahora, aunque la Corte lo respaldó, las batallas legales aún no han terminado. En otro hecho, también relacionado con Jack Phillips, en 2017 un cliente se comunicó con la panadería para pedirle un pastel con motivo a su celebración de cambio de género. ¿La respuesta de Phillips? La misma que dio en 2012 y desde entonces está enfrentando en los tribunales debido a este caso.[13] ¡Todo por no hacer algo que viola su conciencia y sus convicciones morales! Fíjate, si por no querer hornear un pastel este hombre ha enfrentado todo lo que ha enfrentado, ¡cuántas cosas más no podríamos enfrentar los cristianos de Occidente cuando decidamos no ceder a nuestros valores! ¿Qué decir del aborto? ¿Qué de la agenda de los lobbies gay? ¿Qué de la ideología de género? Los Nabucodonosor del Siglo XXI se han levantado y están ordenando que nos inclinemos a su estatua. ¿Qué harás? ¿Agacharás tu cabeza en reverencia o permanecerás leal al Dios del que dices ser adorador?

Pero si no lo hace… La presión cultural no es el único Nabucodonosor que quiere obligarnos a que nos inclinemos, también las pruebas y adversidades que periódicamente enfrentamos. Cuando estamos en medio de la tempestad y parece que Dios no interviene para salvarnos, nos sentimos tentados a darle la espalda y dejar de adorarlo. He ahí por qué muchos, cuando ven que Dios no actúa como ellos esperan, se desilusionan y abandonan las filas de la fe. Ahora, Jesús dijo que no eran las lluvias o el vendaval los causantes de que la casa de sus seguidores se venga abajo y terminen dándole la espalda a su señorío, sino los malos cimientos que cada uno ha establecido los que propician el derrumbe. Por eso

dijo: “El que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa. Esta se derrumbó, y grande fue su ruina” (Mateo 7:26-27, NVI, énfasis añadido). Quienes poseen cimientos débiles terminan inclinándose ante la estatua de Nabucodonosor; quienes poseen cimientos fuertes permanecen erguidos como Sadrac, Mesac y Abeg-nego sin ceder ante la presión. Su casa de adoración es inamovible independientemente de la fuerza del huracán. Por ejemplo, estos cimientos fueron probados en muchos cuando en 2017 el cantante cristiano de origen guatemalteco, Julio Melgar (1972-2019), fue diagnosticado de cáncer. Con varios álbumes en su haber, decenas de videos musicales y conciertos en Youtube, la música del cantante fue y sigue siendo la predilecta de muchas congregaciones. El asunto es que pocas semanas después de ser diagnosticado, él y un par de cantantes más grabaron un video desde la sala de su casa donde anunciaban al mundo la noticia. A partir de allí la Iglesia cristiana en Latinoamérica se desbocó en oración intercesora y hasta en donaciones para la familia con el fin de hacerle frente a la enfermedad. Durante todo el año 2018 y el primer trimestre de 2019 las redes sociales fueron un desfile interminable optimismo, y en algunos casos de promesas de que el cantante sanaría debido a que él era un siervo de Dios. Sin embargo, en medio del tono triunfalista que saturaba la Internet, en marzo de 2019 publiqué un artículo en mis redes sociales que reprodujo el portal Noticiacristiana.com que fue muy leído, pero que generó controversia. Resulta que yo tenía un amigo en común con Julio Melgar y a veces él me actualizaba de su estado de salud. Por esos días me comentó que los médicos ya lo habían desahuciado, es decir, le habían dicho que le quedaban horas o días para morir. Basado en eso y en el optimismo exacerbado que yo veía en las redes sociales, escribí el artículo titulado: ¿Y si Julio Melgar no sana?[14]

En esencia mi escrito elogiaba la campaña de oración masiva que se había levantado en toda Latinoamérica a favor del cantante, además de expresar mi deseo de que Julio pudiera convertirse en un Ezequías moderno al que Dios le concediera más años de vida. Sin embargo, también expresé que existía la posibilidad de que el Señor no respondiera nuestra oración y se lo llevara a su presencia simplemente porque era su voluntad. En ese punto, exhorté a mis lectores a que emuláramos el ejemplo de Sadrac, Mesac y Abegnego, que, si bien tenían fe de que el Señor los podía librar del horno ardiente, también dijeron que podría darse el caso de que no los librara. Por eso respondieron ante Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado. Daniel 3:16-18 (énfasis añadido). Ojo, los tres hebreos tenían fe de que serían librados, por eso dijeron: “Y de tu mano, oh rey, nos librará”; sin embargo, de inmediato añadieron: “Pero si no lo hace…”. Es decir, también estaban conscientes de que podía ser que en los planes del Señor estuviera que se convirtieran en mártires. ¿Y sabes qué? Aún confesando esa posibilidad fueron considerados hombres de fe. ¿Cuál fue la reacción de los cristianos ante mi artículo en Noticiacritiana.com? Hubo quienes comprendieron y elogiaron mi escrito; sin embargo, hubo otros que reaccionaron de una forma que, bíblicamente hablando, dejó mucho que desear. A continuación, una probadita de algunos de los comentarios en contra: La esperanza es lo que mantiene la fe. Deja que oremos y creamos por un milagro creativo. ¡No te preocupes! Para nuestro Dios no hay imposibles. Muchas veces Jesús no sanó por personas como tú.

Yolanda. Con la incredulidad del que escribió este artículo no se sana nadie. Pedro. Cuánta ignorancia hay en esta nota y más que ignorancia, hay falta de fe. Ya están preparados para el fracaso antes de orar. Carlos. El artículo dice: “Si Dios ha dictaminado llevarse a Julio Melgar, eso al final sería lo que pasaría”. ¡Ese no es mi Dios! El corazón del Padre es el mismo de Jesús. Él sanó a todos los que se acercaron con fe. Es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Manuel. En nada edifica este post, ¿quiénes son ustedes para hacer menguar la fe de los demás? Les aclaro que el sacrificio de Jesús en la cruz no fue en vano. Proverbios 18:21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”. Cristina. Jesús nos enseñó que todo es posible para el que cree. Yo creo que nuestro amado hermano es sano, ¡en el nombre de Jesús! El artículo tiene aristas muy finas, me recuerdan a la misma postura de los fariseos cuestionadores de la fe del hombre que Jesús sanó de ceguera. Amigos, Dios es poderoso, yo creo y no dudo. Abraham. Francamente me pareció curioso que quienes me juzgaron de no tener fe no dijeron lo mismo acerca de los tres hebreos. Fíjate, yo simplemente me basé en el relato bíblico de Daniel 3 para explicar que la fe no tiene por qué reñir con la prudencia. Sadrac, Mesac y

Abeg-nego dijeron: “El Señor, oh, rey, puede librarnos. Pero si no lo hace, ¡igual no adoraremos tu estatua!”. ¿Creer que Dios puede hacer y a la vez no hacer es falta de fe? Pues la Biblia dice lo contrario. Los tres hebreos fueron incluidos en el Salón de la Fama de la Fe de Hebreos capítulo 11 a pesar de lo que expresaron esa vez: ¿Y qué más diré? Pues el tiempo me faltaría para contar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; quienes por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, obtuvieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada; siendo débiles, fueron hechos fuertes, se hicieron poderosos en la guerra, pusieron en fuga a ejércitos extranjeros… Hebreos 11:32-34 (énfasis añadido). Sobre la expresión: “apagaron la violencia del fuego” (v. 34), Simon Kistemaker, en su Comentario a la carta a los Hebreos, dice: «Los tres amigos de Daniel soportaron el fuego del horno ardiente. Sadrac, Mesac, y Abed-nego, acompañados por alguien que parecía “un hijo de los dioses” (Dn. 3:25), caminaron en medio del fuego. Nabucodonosor confesó que Dios “¡envió su ángel y rescató a sus siervos! Ellos confiaron en él” (v. 28)».[15] Y George Guthrie, en su Comentario bíblico a la carta los Hebreos con aplicación NVI, añade: «Los amigos de Daniel, Sadrac, Mesac y Abednego, que fueron lanzados al horno por su firme negativa a servir a falsos dioses, “apagaron la furia de las llamas” (3:16-30)».[16] Como ves, la expresión de Hebreos 11 es una alusión a Sadrac, Mesac y Abeg-nego. Ellos fueron incluidos entre los hombres y mujeres de fe de la historia a pesar de haber dicho: “Pero si no lo hace…”. El problema de muchos cristianos es que no comprenden qué es la fe. Creen que tener fe —o mantenerse leales al Señor, que es lo mismo— significa no tener un chaleco inflable en el bote o no abrocharse el cinturón de seguridad mientras conducen el auto o

vuelan en un avión. Vamos, el hecho de creer con todo el corazón que Dios puede obrar a tu favor no significa que no debas pensar en la posibilidad de que eso por lo que estás orando no ocurrirá. Y aquí reside la importancia de permanecer firmes en el Señor aunque no recibamos lo que deseamos. En que muchos cristianos le dan la espalda al Señor y desertan de las filas del cristianismo por pura desilusión. Como Él no contestó sus peticiones más anheladas o no les concedió sus sueños más codiciados, sienten que Dios les falló. Y si Él les falló, ¿para qué seguirle? Para ejemplo de los creyentes y testimonio al mundo, el cantante Julio Melgar permaneció leal al Señor Jesucristo a pesar de que la sanidad no se le concedió. Los conciertos benéficos realizados por sus colegas cantantes en marzo de 2019 son evidencia de ello. En ambos eventos, con su rostro demacrado y su cuerpo deteriorado, Julio pasó al frente, dedicó unas palabras a la audiencia y hasta dirigió a todos en adoración, modelando de esta forma que su fe estaba puesta en Dios independientemente de lo que ocurriera. Unas semanas después de dichos conciertos Julio murió en abril de 2019 acompañado de su esposa y sus hijos. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros después de tanta fe y oración? ¿Hubiésemos permanecido leales al Señor o le hubiésemos dado la espalda por no concedernos lo que pedimos? Se cuenta que en un funeral había decenas de personas congregadas vestidas de negro. Luto, lágrimas y muchas preguntas embargaban a la familia doliente. El padre de familia, un cristiano ejemplar, estaba por ser sepultado por más que la iglesia y la familia oró y ayunó por su sanidad; sin embargo, antes de enterrar al difunto, le dieron la palabra a su hija mayor quien en lugar de dirigirse a la audiencia simplemente elevó una oración: “Señor, gracias por la vida de mi padre. Nosotros creímos por su sanidad hasta el final y te prometimos que si sanabas a papá nosotros te adoraríamos, pero también que, si no lo sanabas, también lo haríamos. Así que aquí estamos, Señor, cumpliendo nuestra promesa de adorarte a pesar de que la sanidad no ocurrió. Te adoramos y seguiremos haciéndolo hasta el fin. Amén”.

Esa es verdadera fe, la que cree por un milagro; sin embargo, si el milagro no sucede permanece creyendo a pesar de no obtener lo que pidió. Ese es un verdadero adorador, el que adora sabiendo que Dios tiene el poder para librarle del fuego, pero que permanecerá adorando aun si Él lo mete al horno.

Lealtad que inspira lealtad. Volviendo a la historia de los tres hebreos, cuando ellos expresaron su negativa de adorar en los términos del rey, de inmediato fueron arrojados al horno de fuego. El libro de Daniel lo describe así: Entonces Nabucodonosor se llenó de furor, y demudó su semblante contra Sadrac, Mesac y Abed-nego. Respondió ordenando que se calentara el horno siete veces más de lo que se acostumbraba a calentar. Y mandó que algunos valientes guerreros de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abed-nego, y los echaran en el horno de fuego ardiente. Entonces estos hombres fueron atados y arrojados con sus mantos, sus túnicas, sus gorros y sus otras ropas en el horno de fuego ardiente. Como la orden del rey era apremiante y el horno había sido calentado excesivamente, la llama del fuego mató a los que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Pero estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed-nego cayeron, atados, en medio del horno de fuego ardiente. Daniel 3:19-23. ¿Puedes imaginar la escena? Los tres hebreos, después de expresar su fe en que el Señor podía librarlos y a su vez que eso podría no pasar, el rey explotó como un volcán, erupcionó dando la orden de que se calentara el horno industrial al máximo y se apresara a Sadrac, Mesac y Abeg-nego. En ese instante, hombres altos y corpulentos los tomaron por la fuerza, los amarraron con sogas como solo un soldado entrenado sabe hacer y, al cargarlos

sobre sus hombros, cuando estaban en la boca del horno y a punto de lanzarlos, una ráfaga de fuego sorprendió a los soldados no permitiéndoles esquivarla. Las quemaduras fueron tan severas que los mató instantáneamente, provocando que los tres hebreos cayeran al horno y rodaran hasta el fondo. Ante tal espectáculo, el libro de Daniel dice: Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y levantándose apresuradamente preguntó a sus altos oficiales: ¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio del fuego? Ellos respondieron y dijeron al rey: Ciertamente, oh rey. El rey respondió y dijo: ¡Mirad! Veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid acá. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y los sátrapas, los prefectos, los gobernadores y los altos oficiales del rey se reunieron para ver a estos hombres, cómo el fuego no había tenido efecto alguno sobre sus cuerpos, ni el cabello de sus cabezas se había chamuscado, ni sus mantos habían sufrido daño alguno, ni aun olor del fuego había quedado en ellos. Daniel 3:24-27. ¿Qué repercusión tuvo el heroísmo de los tres hebreos? ¿Qué consecuencias hubo producto de su lealtad al Señor? De inmediato su portentoso acto fue conocido en todo el imperio. Daniel dice: Habló Nabucodonosor y dijo: Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego que ha enviado a su ángel y ha librado a sus siervos que, confiando en Él, desobedecieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes de servir y adorar a ningún otro dios excepto a su Dios. Por tanto, proclamo un decreto de que todo pueblo, nación o lengua que diga blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego sea

descuartizado y sus casas reducidas a escombros, ya que no hay otro dios que pueda librar de esta manera. Daniel 3:28-29 (énfasis añadido). Se cuenta que en el año 320 d. C. una legión de soldados romanos fue presionada para negar su fe en Jesucristo. Eran cuarenta soldados a quienes el gobernador les dijo: «“Os ordeno que presentéis una ofrenda ante los dioses romanos. Si no lo hacéis, perderéis vuestra privilegiada posición militar”. Cada uno de los cuarenta soldados creía fielmente en el Señor Jesucristo. Ellos sabían muy bien que no debían negarlo ni ofrecer sacrificio a los dioses romanos, a pesar de lo que pudiese hacer el gobernador. Cambidius habló en nombre de la legión: “para nosotros no hay nada que sea más querido o digno de mayor honor que Cristo nuestro Dios”. El gobernador intentó persuadirlos con dinero y hasta con honores imperiales, luego los amenazó con tormentos y torturas. Pero al ver que no accedían ni con privilegios ni amenazas se puso furioso. Ahora su deseo era verlos morir lenta y dolorosamente. Los desnudaron y fueron llevados en medio de un lago congelado. El gobernador colocó soldados para que los vigilasen y que les impidieran llegar a la orilla y escapar. Los cuarenta se animaron unos a otros como si estuviesen en una batalla: “¿Cuántos de nuestros compañeros de milicia cayeron en el campo de batalla demostrando lealtad a un rey terrenal? ¿Será posible que nosotros fracasemos en sacrificar nuestras vidas en fidelidad a nuestro verdadero Rey? ¡Soldados! ¡Manténgase firmes y sin vacilar! No demos las espaldas al huir del mismo diablo”. Pasaron toda la noche aguantando valientemente su dolor y regocijándose de la esperanza de estar pronto frente al Señor. Para intensificar el tormento de los cristianos, baños de agua caliente fueron colocados alrededor del lago. El gobernador esperaba por este medio debilitar la firme resolución de estos hombres que se congelaban. Y les dijo: “Pueden venir a la orilla cuando estén listos para negar su fe”. Al fin uno de ellos sí se debilitó, salió del hielo y entró al cálido baño.

Cuando uno de los soldados que estaba en la orilla vio la acción del desertor, él mismo tomó su lugar. Sorprendiendo a todos con lo repentino de su conversión, se desvistió y corrió desnudo para unirse a los demás hombres que también estaban desnudos en el hielo mientras gritaba a viva voz: “¡Yo también soy cristiano!”».[17] La fe de los treinta y nueve tocó el corazón de este último soldado como la fe de los tres hebreos tocó el corazón de Nabucodonosor, y no sabemos a cuántos más ciudadanos de las provincias a causa de la hazaña frente al horno de fuego. Lo que sí sabemos es que el ejemplo de Sadrac, Mesac y Abeg-nego se ha erguido más alto que la imagen del rey de Babilonia, ha permanecido firme a través de los siglos mientras que la estatua de Nabucodonosor fue echada abajo y ha sido mil veces más valioso que todo el oro que el monarca invirtió en construir su escultura. Los tres hebreos sabían que la adoración es lealtad, ¿y tú?

CAPÍTULO 2: CAMINAR CON DIOS

L

a oración de Jabes, del autor estadounidense Bruce Wilkinson, es un libro que se convirtió en un bestseller del New York Times vendiendo alrededor de nueve millones de copias. En español también tuvo enorme repercusión. —¿Ya leíste La oración de Jabes? —, solían preguntar los cristianos. —¿Estás orando la oración de Jabes? —, preguntaban otros. —A mí Dios me bendice —me dijo un amigo, —porque oro la oración de Jabes todas las mañanas. El libro ganó el Medallón de Oro del Libro del Año por la Asociación de Editores Cristianos Evangélicos en 2001.[18] La pequeña obra de Wilkinson de apenas 128 páginas está basada en la brevísima oración que Jabes elevó y que aparece registrada en 1 de Crónicas 4:9-10. El contexto de dicho pasaje es simplemente la genealogía de Judá, uno de los doce hijos de Jacob. Y, entre la genealogía, emerge el nombre de Jabes y su singular oración. Personalmente me sorprendió el revuelo que ocasionó el libro. Desde una versión para niños, pasando por un devocional diario hasta convertirse en un álbum de adoración.[19] ¡Todo basado en un personaje bíblico desconocido y del que apenas se habla en dos versículos! Independientemente de si estuviste de acuerdo con el énfasis de La oración de Jabes, si algo nos enseñó esa pequeña obra es que se puede extraer una riqueza inmensa de tan solo unos versículos de la Palabra de Dios. Y no solo eso, ¡de una genealogía! La mayoría de nosotros, cuando leemos la Biblia, nos brincamos las genealogías y decidimos pasarlas por alto porque no les hallamos sentido o porque las consideramos aburridas. Pero no, las genealogías, además de tener el propósito de rastrear la ascendencia del Mesías o hablarnos de que Dios conoce por

nombre a las personas, tienen tesoros entre sus versículos. Uno de ellos: la oración de Jabes. Ahora, ¿sabías que antes de 1 de Crónicas 4:9-10 que habla de Jabes, hay otra genealogía que también encierra un tesoro inmenso? ¿Sabías que entre una de las primeras genealogías registradas en la Biblia se habla de un personaje, incluso, más trascendente que Jabes? De eso tratará este capítulo.

Un nombre de cuatro letras. A pesar del fatídico incidente ocurrido en el huerto del Edén (Génesis 3), Dios deseó mantener la relación de amistad que tenía con el hombre. Cuando la raza humana cayó, el Señor no armó sus maletas, se marchó y nos dejó a nuestras expensas. Dios quería permanecer en comunión con el ser humano y encontrarse día a día con él. Fue en ese contexto que emergió un hombre que quiso corresponder dicho interés divino… Enoc. El nombre Enoc significa: «consagrado»,[20] denotando la virtud que más lo caracterizó mientras vivió sobre la tierra. Su nombre nos muestra que él vivió dedicado a tener una relación cercana con Dios y permanecer en su presencia. Es decir, su nombre testifica de la conducta que más lo distinguió. Enoc no se llamó como se llamaba por el simple hecho de llamarse así, él dio honor a su nombre viviendo de acuerdo a su significado. En la antigüedad se solía poner nombres a los hijos según la misión que sus padres querían que alcanzaran. Es probable que los papás de Enoc soñaran que su hijo experimentara la comunión que Adán tuvo al principio y ayudara a otros a experimentar lo mismo. La Biblia de Estudio Arqueológica NVI afirma: «De Enoc y Noé se dice que anduvieron “con Dios” (Génesis 5:24; 6:9). Andar con Dios es un vestigio del primer Paraíso cuando la gente andaba y hablaba en familiaridad santa».[21] “¡Le llamaremos: Enoc!”, pudieron haber dicho sus padres, “él modelará una vida de comunión con Dios como la que teníamos

cuando todo comenzó”. Con los años no solo sus padres testificaron que caminaba con el Señor, sino también el resto de su familia. Su esposa, al ver su liderazgo y su trato gentil, pudo haber dicho: “De verdad que mi esposo pasa tiempo en la presencia de Dios”. ¿Qué tal sus amigos? ¿Qué tal el resto de la comunidad? Quienes lo conocieron e interactuaban a diario con él notaban en sus actitudes y carácter que era alguien distinto. El asunto es que ellos no fueron los únicos que testificaron del estilo de vida del patriarca, hubo alguien más que también lo hizo: Aquel que fue objeto de su amistad. Sí, Dios mismo puso su breve historia en la Escritura como testimonio viviente (porque Enoc no murió) de que los seres humanos pueden consagrarse a tener una relación significativa con el Creador.

¿Qué hizo Enoc para caminar con Dios? Génesis capítulo 5 dice: Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Génesis 5:21-23 (RV60, énfasis añadido). Así testifican las Escrituras acerca de Enoc, afirmando que tenía una sola meta: “Caminar con Dios”. Pero ¿qué hizo para llegar a tener una relación así? ¿Cuáles fueron las claves que lo introdujeron a ese nivel de intimidad? Su brevísima biografía nos las muestra. 1. Enoc estuvo dispuesto a invertir tiempo. Génesis no solo dice que “Enoc caminó con Dios”, sino también:

El total de los días de Enoc fue de trescientos sesenta y cinco años. Génesis 5:23 (énfasis añadido). Si te fijas, Enoc vivió en años lo que dura en días un año solar. ¡Qué curioso! ¿No? Dios puso en las Escrituras la pequeña biografía de este gran hombre para mostrarnos cómo debe ser nuestro caminar con Él. “¡Lean detenidamente!”, nos dice el Señor entre líneas, “no es coincidencia que mi siervo Enoc haya vivido en años lo que dura en días un año”. Dios siempre ha querido que el ser humano camine a su lado, por eso, desde que Enoc conoció al Señor, aprovechó cada segundo, cada minuto y cada hora del día para estar en su presencia. Lógicamente, esto tuvo un costo: tiempo. Pero Enoc estuvo dispuesto a invertirlo con tal de estar al lado del Ser más extraordinario del universo. Aunque Génesis dice que Enoc vivió trescientos sesenta y cinco años para hablarnos de cómo nosotros deberíamos caminar con Él los trecientos sesenta y cinco días, parece que hubo una época en la que Enoc no necesariamente caminó con Dios. El texto dice: Y Enoc vivió sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y Enoc anduvo con Dios trescientos años después de haber engendrado a Matusalén. Génesis 5:21-22 (énfasis añadido). El pasaje deja entrever que Enoc primero vivió sesenta y cinco años y fue hasta que tuvo a su primogénito Matusalén que comenzó a caminar con Dios. Por eso el versículo 22 dice: “Y Enoc anduvo con Dios trescientos años después de haber engendrado a Matusalén”. ¿Qué pasó a los sesenta y cinco años que decidió caminar con Dios? ¿Qué aconteció para que a esa edad se consagrara a caminar con Él? No lo sabemos; sin embargo, parece ser que tuvo que ver con el nacimiento de Matusalén. William McDonald, en su Comentario Bíblico que lleva su nombre, dice al respecto: «Por fe caminó Enoc

con Dios durante 300 años y agradó al Señor (Heb. 11:5). Parece que el nacimiento de su hijo tuvo una influencia santificadora y ennoblecedora en su vida (v. 22a)».[22] ¿Habrá sido que Enoc y su esposa no podían concebir y eso le hizo hacer una promesa al Señor de caminar con Él si les permitía ser papás? ¿Qué tal si su esposa e hijo estuvieron a punto de morir en el parto y Enoc hizo una promesa de consagrarse a Él si los salvaba? Es más, ¿qué tal si nada de eso ocurrió, sino que decidió caminar con el Señor por la enorme gratitud que sintió por convertirse en padre? Incluso, el hecho de convertirse en papá y ser un ejemplo para su hijo pudo haber sido el detonante de su cercanía con Dios. El punto es que hubo algo que empujó a Enoc a dejar atrás sesenta y cinco años sin Dios a caminar los trescientos años restantes con Dios. ¿Qué habrá ocurrido realmente? La verdad, solo podemos especular. Pero lo mismo les ocurre a muchos en la actualidad. Hay algo que tiene que suceder en sus vidas para hacerles reaccionar e ir en pos del Señor. ¿Algo bueno? ¿Algo malo? ¿Una bendición? ¿Una crisis? ¿Un milagro? ¿Una pérdida? Bob Buford, en su libro Medio tiempo, hace una analogía entre la vida y un partido de fútbol americano —o cualquier deporte que tenga dos tiempos— y explica que para ganar el juego de la vida hay que hacer un buen medio tiempo, planear dentro de ese lapso una buena estrategia y entonces salir a enfrentar la siguiente etapa de nuestros años. Buford dice: «Fue hasta que cumplí treinta y cinco años que estuve en mi primera mitad. Luego algunas circunstancias que intervinieron me enviaron al medio tiempo… A lo largo del camino he llegado a la conclusión de que el segundo tiempo de nuestra vida debería ser la mejor mitad; de que en realidad puede ser un renacimiento personal».[23] El asunto es que a veces Dios tiene que intervenir para obligarnos a tomar ese medio tiempo y nos fuerza a hacer un stop, y es probable que eso haya sucedido en la vida de Enoc. Dios intervino a sus sesenta y cinco años y lo obligó a tener un medio

tiempo, cambiar de estrategia y, entonces, de jugar el primer tiempo separado de Él pasó a jugar el segundo apegado a Él. Hay varias maneras que el Señor emplea para que hagamos una pausa y evaluemos cómo hemos vivido el primer tiempo de nuestra vida. Francamente, hasta pueda que emplee una dosis de dolor y sufrimiento para que nos detengamos. «Quizá recibió algunos fuertes ataques», sigue diciendo Buford, «un bueno número de hombres y mujeres nunca llega al medio tiempo sin sufrir dolor. Dolor serio, divorcio, demasiado licor. No hubo suficiente tiempo para sus hijos. Culpa, soledad. Al igual que muchos buenos jugadores, empezó la mitad con buenas intenciones, pero se le nubló la visión en el camino… su primer tiempo era una búsqueda de éxito, el segundo tiempo es un viaje de importancia. El juego se gana o se pierde en el segundo tiempo, no en el primero».[24] Pensemos por un momento que eso fue lo que provocó que Enoc enderezara el camino. Antes del nacimiento de Matusalén, sea porque él y su esposa no podían concebir o porque la vida de ella y el niño estuvieran en riesgo, a sus sesenta y cinco Enoc comenzó a caminar de la mano del Señor de un modo tan, pero tan profundo que ya no quiso apartarse de Él el resto de su vida. A esta altura del capítulo vale la pena preguntarnos: ¿qué significa exactamente caminar con Dios? ¿Qué es caminar a su lado? Matthew Henry, en su Comentario al libro de Génesis, dice: «Caminar con Dios es poner a Dios siempre delante de nosotros, y actuar como quienes están siempre bajo su mirada».[25] En otras palabras, quien camina con Dios está consciente de que vive delante de Él a modo de agradarle en cada aspecto de la vida. Desde el primer buenos días hasta el último buenas noches, desde la forma en que saluda a su familia por la mañana hasta cómo se despide de sus compañeros de trabajo al final de la jornada, quien camina con Dios vive consciente de que el Señor camina a su lado y por ende, quiere hacer todo lo que a Él le agrade. Cuando Enoc comenzó a vivir bajo esta perspectiva, su conciencia de la presencia de Dios lo hizo, no solo dedicar un espacio al día para la oración o ir una vez por semana a sacrificar,

sino tomarlo en cuenta en cada momento de la semana. Él no solo quería atender al Señor una hora del día e ignorarlo las veintitrés restantes. No, Enoc consagró las veinticuatro horas para estar en su presencia. Evis Carballosa, en su libro Génesis, la revelación del plan eterno de Dios, dice: «La forma verbal traducida “caminó con Dios” (tejalek et haelojín) literalmente significa “pasear”, “vivir”. La idea de la frase significa “andar en intimidad”».[26] Es decir, el lenguaje es similar al que aparece en Génesis cuando dice: “Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día” (Génesis 3:8, énfasis añadido). Enoc caminaba… mejor dicho: paseaba con Dios como cuando un amigo queda de verse con otro y deciden caminar por las calles mientras charlan acerca de las cosas de la vida. Se cuenta de un nuevo cristiano que estaba asistiendo a su primera reunión de oración y se sentía remiso a orar en voz alta porque no podía hacerlo como los otros. Después de que cada uno elevó una oración, llegó su turno. Tomó aliento, se levantó y dijo: “Señor, soy Jim. Soy aquel que te encontró el jueves pasado por la noche. Perdóname, Señor, porque no puedo decirlo de la manera en que lo han dicho los demás, pero quiero decírtelo de la mejor manera que sé: Te amo. Amén”. En ese momento Jim se sentó, pero algo había pasado en la reunión. Su sinceridad fue tan radiante que muchos se maravillaron y un par hasta estaban conmovidos. Jim había orado con el corazón y eso tocó el corazón de todos. Y así era la relación de Enoc con Dios. Sincera, afectuosa, fraternal. ¿Imitaremos su ejemplo? ¿Caminaremos con Dios como Enoc caminó con Él? 2. Enoc estuvo dispuesto a vivir una vida de fe. La carta a los Hebreos aporta algunos elementos más a la breve biografía de Enoc: Por la fe Enoc fue trasladado al cielo para que no viera muerte; y no fue hallado porque Dios lo trasladó; porque antes

de ser trasladado recibió testimonio de haber agradado a Dios. Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que es remunerador de los que le buscan. Hebreos 11:5-6 (énfasis añadido). El pasaje dice que “por la fe Enoc”, haciendo especial énfasis en el tipo de “fe” que tuvo el patriarca. Pero ¿cuál fue esa fe que atrajo tanto a Dios al punto de querérselo llevar con Él? ¿De qué fe está hablando el escritor? Primero entendamos que Hebreos capítulo 11 —donde se despliega el Salón de la Fama de la Fe—, debió haber comenzado unos versículos antes. Es decir, desde los versículos finales de Hebreos capítulo 10. Sea quien haya sido el que se le ocurrió separar la Biblia en capítulos y versículos cometió un error que a veces repercute en nuestra comprensión de la fe descrita en Hebreos 11. Mira lo que dicen los versículos finales de Hebreos 10: No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. Hebreos 10:35-39 (RV60, énfasis añadido). Como ves, Hebreos 11 pudo haber iniciado desde Hebreos 10:35 ya que desde allí se comienza a hablar de la fe. Puede que si se hubiera hecho así comprenderíamos más fácilmente la fe a la que alude el escritor. Entonces, ¿de qué fe está hablando Hebreos 10:35-39? ¿Qué fe practicó Enoc durante su vida? La fe que permanece fiel al Señor, que no retrocede, sino que mantiene su lealtad hasta el último día de la vida. Por eso dice: “Mas el justo vivirá por fe… pero nosotros no somos de los que retroceden… sino

de los que tienen fe para preservación del alma”. La fe de Hebreos 11, en primer lugar, es una fe perseverante que no tiene planeado volver atrás, sino ser leal hasta el final. George Guthrie, en su Comentario Bíblico a la carta a los Hebreos con aplicación NVI, dice al respecto: «Su vida [la de Enoc] “recibió testimonio de haber agradado a Dios”. Es decir, complació a Dios. Esta observación refleja una convicción inherente en el texto del Génesis, que nos dice que Enoc “anduvo fielmente con Dios”. Pero lo más significativo es que el autor todavía tiene en mente la cita de Habacuc 2:3-4 (Heb 10:37-38), que habla de cómo Dios no se agrada de quien se vuelve atrás de su compromiso. Por el contrario, Enoc era resuelto en su compromiso, y esto complacía a Dios».[27] Esa es la fe que agrada a Dios, una fe leal, perseverante. Esa es la fe que la carta a los Hebreos nos llama a imitar. Una que asume el compromiso de caminar al lado del Señor minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día hasta el último día de nuestras vidas. Se cuenta que así fue la fe de Policarpo de Esmirna (70-155 d. C.), un obispo de la Iglesia del primero y segundo siglo que se cree que fue discípulo del apóstol Juan. En Historia de la Iglesia Primitiva, E. Backhouse y C. Tyler, describen cómo fueron sus últimos momentos ante de morir: «La persecución contra los cristianos alcanzó una crueldad sin límites en el Asia Menor, donde, entre otros muchos, padeció el martirio el venerable Policarpo. Hay una carta circular, escrita por la Iglesia de Esmirna, que ha conservado la relación de aquel suceso… En la carta se adelantan los tormentos que sufrían los cristianos de aquella región, señalando especialmente el entusiasmo y el valor demostrado por un tal Germánico, quien, una vez arrojado a las fieras, en vez de temblar ante ellas, las excitaba. La multitud se maravillaba del valor de los cristianos, sin que por eso los miraran con más simpatía. Al contrario, la entereza de Germánico excitó de tal modo a la muchedumbre que, en el colmo de su furor, gritaba: —¡Matad a los ateos! ¡Que traigan a Policarpo!

Al principio, Policarpo se había propuesto no salir de la ciudad; pero, cediendo a las instancias de sus amigos, salió por fin al campo, donde perseveraba en la oración. Tres días antes de ser preso, tuvo una visión: la almohada donde apoyaba su cabeza, la vio rodeada de llamas. —Voy a ser quemado por Jesucristo —dijo proféticamente a los que se encontraban en su compañía… Después, fue llevado a la ciudad, montado en un borrico. Antes de llegar a ella, encontraron al primer magistrado que acompañaba a su padre y, colocándolo en su carruaje, procuraron hacerle vacilar de su fe. —Vamos —le decían— ¿qué mal puede venirte si te decides a sacrificar, pronunciando sencillamente estas palabras: “Señor César”? A pesar de aquella insistencia, Policarpo permaneció silencioso, hasta que a los ruegos de sus acompañantes, replicó: —Nunca seguiré vuestro consejo. Ya en el circo, miró resignado aquella multitud que lo llenaba, ávida de la sangre del varón ferviente. Mientras entraba —añade la carta—, se oyó una voz de arriba que decía:

—¡Esfuérzate, Policarpo, ten valor! Al tiempo que, al verlo en la pista, la muchedumbre daba gritos ensordecedores. Conducido a la presencia del procónsul, este le preguntó: —¿Eres tú Policarpo?

—Sí —contestó. —Pues jura por la fortuna de César. ¡Arrepiéntete y di que los ateos sean cercenados de este mundo! Policarpo, volviéndose gravemente hacia la multitud que le rodeaba y señalándola con la mano, mirando al cielo, gimió

diciendo: —Sí, ¡que los ateos sean cercenados de este mundo!

—Jura por la fortuna de César —añadió el procónsul, — maldice a Cristo, y te devuelvo la libertad.

—Hace ochenta y seis años que le sirvo y no me hizo ningún daño, ¿cómo podré maldecir a mi Rey y Salvador? Ya que parecéis ignorar quién soy, os diré con franqueza que soy cristiano… Haced lo que queráis; no es posible abandonar el bien para abrazar el mal».[28] Policarpo murió quemado. La fe de Enoc —igual que la de Policarpo— fue una fe perseverante. Por eso, después de decir “Por la fe Enoc…” (v. 5), dice de inmediato: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (v. 6). ¿Cuál fe? ¿Qué tipo de fe? La fe que no es momentánea, etérea o volátil, sino una como la de los grandes hombres y mujeres de Dios que decidieron permanecer leales al Señor hasta el último día de sus vidas. 3. Enoc estuvo dispuesto a romper un patrón. Cuando leemos detenidamente el libro de Génesis encontramos que Enoc rompió con un patrón establecido muchos siglos antes. La Biblia dice: El total de los días de Enoc fue de trescientos sesenta y cinco años. Y Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó. Génesis 5:23.24 (énfasis añadido). La expresión: “desapareció porque Dios se lo llevó” contrasta radicalmente con las descritas a lo largo de Génesis 5. Si te fijas, desde el versículo 3 hasta el versículo 20, se relata desde la

creación del primer hombre (Adán) hasta la vida de Jared (padre de Enoc). Y la característica más sobresaliente de quienes precedieron a Enoc fue la siguiente: Y los días de Adán después de haber engendrado a Set fueron ochocientos años… y murió… El total de los días de Set fue de novecientos doce años, y murió. Y vivió Enós ochocientos quince años… y murió… El total de los días de Cainán fue de novecientos diez años, y murió… El total de los días de Mahalaleel fue de ochocientos noventa y cinco años, y murió… El total de los días de Jared fue de novecientos sesenta y dos años, y murió. Génesis 5:3-20 (énfasis añadido). De todos se dice “Vivió y murió, vivió y murió, vivió y murió”, pero de Enoc se dice: “Vivió y siguió viviendo”. ¿Por qué? Porque caminó con Dios. Caminar a la par del Señor es romper con el patrón de muerte —en nuestro caso: espiritual— que ha caracterizado a nuestras generaciones. Me parece interesante que Matthew Henry, al hablar del momento en que Enoc fue traspuesto, mencione cómo eran las relaciones interpersonales del patriarca: «Desapareció definitivamente de este mundo; no se refiere a que su ser dejó de existir, sino a que terminó su estancia aquí: No fue hallado, así lo explica el apóstol basándose en la Septuaginta; no fue hallado por sus amigos, que le buscaron como los hijos de los profetas buscaron a Elías (cf. 2 R. 2:17); no fue hallado por sus enemigos, que, según piensan algunos, iban en su búsqueda, para matarlo en su ira contra él por su eminente piedad. Parece, a juzgar por su profecía, que había entonces muchos pecadores impíos que hablaban cosas duras, y que probablemente hacían obras duras también, contra el pueblo de Dios (cf. Jud. 1:15), pero Dios ocultó de ellos a Enoc, no bajo el Cielo, sino en el Cielo».[29] Lo que Matthew Henry sugiere es que, aunque Enoc seguramente tuvo amigos que comulgaban con su estilo de vida, su

lealtad al Señor acarreó muchas enemistades. El apóstol Judas escribió: De estos también profetizó Enoc, en la séptima generación desde Adán, diciendo: He aquí, el Señor vino con muchos millares de sus santos, para ejecutar juicio sobre todos, y para condenar a todos los impíos de todas sus obras de impiedad, que han hecho impíamente, y de todas las cosas ofensivas que pecadores impíos dijeron contra Él. Judas 14-15 (énfasis añadido). En el contexto que Henry plantea “las cosas ofensivas que pecadores impíos dijeron contra Él” se refiere a que muchos de quienes lo conocieron, al contrastar su estilo de vida con el de ellos, en lugar de generarles admiración, blasfemaban el nombre de Dios, se burlaban de su vida piadosa o le faltaban el respeto por no querer vivir como ellos. La vida de quien camina con Dios es diferente. Sus actitudes, carácter y obras se contraponen a las de quienes caminan lejos. Cuando las personas ven que tú eres distinto pueda que, en lugar de querer ser como tú o querer conocer por qué eres distinto, se opongan a ti. Y, en muchos casos, insistan en que abandones el camino de vida que has tomado. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué actúan así? Porque están muertos espiritualmente y, como ven que tú rompiste el patrón en el que ellos persisten, desean que vuelvas al estilo de vida que abandonaste. Charles Swindoll, en su libro Cómo vivir sobre el nivel de la mediocridad, relata la siguiente parábola: «Una vez una araña hizo una hermosa telaraña en una casa vieja. La mantenía limpia y brillante para que las moscas la frecuentaran. Tan pronto como llegaba un “cliente,” limpiaba para que las otras moscas no tuvieran sospechas. Un día una mosca bastante inteligente llegó volando alrededor de la muy limpia telaraña. La vieja araña gritó: “Entra y toma asiento”. Pero la inteligente mosca dijo: “No, señor. No veo ninguna otra mosca en su casa. ¡No voy a entrar solo!”.

Pero al mismo tiempo vio en el piso bajo un grupo grande de moscas bailando sobre un papel marrón. ¡Quedó encantada! No tuvo miedo si otras moscas lo estaban haciendo, así que se dispuso a posarse. Poco antes de que se posara pasó por su lado una abeja, diciendo: “¡No te poses allí, estúpida! ¡Eso es papel matamoscas!”. Pero la mosca inteligente le gritó: “No seas ridícula. Esas moscas están bailando. Hay un buen grupo ahí. Todo el mundo lo está haciendo. ¡Tantas moscas no pueden estar equivocadas!”. Pues bien, ya sabes lo que pasó. Murió al instante».[30] Swindoll termina reflexionando: «Algunos queremos tanto estar con el grupo que terminamos en aprietos. ¿De qué le aprovecha a una mosca (o a una persona) si escapa de la telaraña solo para terminar en la pega?».[31] Volviendo a Enoc, él no era como la mosca de la historia. Sabía que seguir la corriente del mundo era muerte aunque pareciera que allí estaba la vida. Por eso, aunque sus amigos y vecinos lo presionaban a que viviera como ellos, prefirió deleitarse en el Señor de la vida. En su novela alegórica El progreso del peregrino, Juan Bunyan presenta a Cristiano queriendo salir de Ciudad de Destrucción donde vivía con su familia, esposa e hijos, pero no sabe a dónde dirigirse. Cuando en su desesperación sale al campo y grita entre lágrimas cómo podría él ser salvo aparece el personaje de Evangelista que le pregunta: «—¿Por qué lloras? —Señor, veo por el Libro que tengo en mi mano, que estoy condenado a morir y que después seré juzgado. No quiero lo primero y no estoy preparado para lo segundo. —¿Por qué no quieres morir en vista de que te persiguen tantos males? El hombre contestó: —Porque temo que la carga que llevo sobre mis hombros me hunda más en el sepulcro.

—Si tal es tu estado —respondió Evangelista—, ¿por qué te quedas parado sin hacer nada? —Porque no sé a dónde ir —contestó él. Entonces Evangelista, señalando un llano muy espacioso, le dijo: —¿Ves a lo lejos aquella puerta angosta? ¿No ves a lo lejos el resplandor de una luz? —Creo que sí. —Entonces, —le dijo Evangelista— no pierdas de vista esa luz, dirígete derecho hacia ella y verás la puerta que, cuando llamas, se abrirá y se te dirá lo que debes hacer. Y el hombre echó a correr; pero no se había alejado mucho cuando su esposa y sus hijos, el verlo, empezaron a dar voces, rogándole que volviese. Pero el hombre se tapó los oídos y siguió corriendo, exclamando: —¡Vida! ¡Vida! ¡Vida eterna! Sin volver la vista, siguió corriendo hacia el centro de la llanura».[32] Cuando rompas el patrón de muerte que ha caracterizado a tus iguales, pueda que tu familia, vecinos o amigos se te opongan y quieran presionar a que regreses al patrón de mortandad espiritual en que viven; sin embargo, en ese momento imita a Cristiano — incluso, al patriarca Enoc—, tápate los oídos y sigue caminando en pos de tu Señor exclamando: “¡Vida! ¡Vida! ¡Vida eterna!”. 4. Enoc estuvo dispuesto a hacer la voluntad de Dios. Génesis capítulo 5 dice: Y caminó Enoc con Dios… y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años… Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios. Génesis 5:22-24 (RV60, énfasis añadido). Ahora mira cómo las siguientes versiones de la Biblia tradujeron Génesis 5:22-24:

Henoc vivió de acuerdo con la voluntad de Dios… así que vivió trescientos sesenta y cinco años en total. Como Henoc vivió de acuerdo con la voluntad de Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó. (Dios Habla Hoy, énfasis añadido). Enoc tenía sesenta y cinco años cuando nació su hijo Matusalén… Durante toda su vida, Enoc vivió de acuerdo con la voluntad de Dios, y cuando tenía trescientos sesenta y cinco años desapareció, porque Dios se lo llevó sin que muriera. (Nueva Biblia Viva, énfasis añadido). Henoc vivió trescientos años más. Como obedecía a Dios en todo, ya no volvió a saberse de él porque Dios se lo llevó. Así que Henoc vivió trescientos sesenta y cinco años. (Traducción en Lenguaje Actual, énfasis añadido). ¡Qué gran verdad! ¿No crees? Si alguien quiere tener a Dios como compañero de camino, no puede hacerlo si está en desacuerdo con su voluntad. Es que caminar con Dios no solo se logra con querer tenerlo cerca, sino también con querer cumplir sus deseos. No hay negociación en el asunto, si quieres caminar a su lado debes desear vivir según su voluntad. Porque si no vas a obedecerlo, ¿para qué entonces deseas caminar cerca suyo? “Lo más seguro”, dirá alguien, “es que Enoc se apartó de la sociedad, se encerró en una cueva y logró vivir como ermitaño para entonces vivir según su voluntad. ¡Pero hoy es distinto! Vivir en el mundo de hoy hace imposible que vivamos según los estándares divinos”. Al respecto, los autores de Pasajes difíciles de la Biblia, dicen: «Enoc debe haber sido inusualmente piadoso; no es que haya logrado esta distinción por medio de apartarse del mundo para dedicarse exclusivamente a la contemplación de la presencia de Dios. De hecho, fue el padre del famoso Matusalén (que se sepa, el

hombre que vivió más tiempo sobre el planeta Tierra: ¡969 años!). Y engendró hijos e hijas. Difícilmente pueda decirse que este hombre estuviera alejado del trajín diario y de los problemas de la vida. No obstante, pudo caminar con Dios».[33] Como ves, Enoc tuvo una vida normal. Tenía esposa e hijos y seguramente ejercía alguna ocupación u oficio para traer sustento al hogar. Aún con eso se dice que caminó con Dios e hizo su voluntad a pesar de vivir en la época prediluviana. No sé si lo recuerdas, pero la genealogía de Génesis 5 no es la primera genealogía de la Biblia. La primera genealogía aparece en Génesis 4 que va desde Adán, Caín y el resto de su descendencia. Por eso, después de que Caín mató a Abel y fue expulsado de la presencia de Dios, Génesis dice: Y salió Caín de la presencia del Señor, y se estableció en la tierra de Nod, al oriente del Edén. Y conoció Caín a su mujer, y ella concibió y dio a luz a Enoc… A Enoc le nació Irad, Irad engendró a Mehujael… Metusael engendró a Lamec. Lamec tomó para sí dos mujeres; el nombre de una era Ada, y el nombre de la otra, Zila. Y Ada dio a luz a Jabal [y a] Jubal… Y Zila dio a luz a Tubal-caín [y a] Naama. Y Lamec dijo a sus mujeres: Ada y Zila, oíd mi voz; mujeres de Lamec, prestad oído a mis palabras, pues he dado muerte a un hombre por haberme herido, y a un muchacho por haberme pegado. Si siete veces es vengado Caín, entonces Lamec lo será setenta veces siete. Génesis 4:16-24 (énfasis añadido). Esta es la primera genealogía de la Biblia y, como pudiste notar, uno a uno los descendientes de Caín fueron manifestando un carácter cada vez más hostil, incluso mayor que el de Caín. Por eso Lamec se jacta de su actitud violenta y vengativa en una dimensión séptuple; sin embargo, antes de finalizar Génesis 4, después de hablar del violento Lamec, inicia otra línea genealógica desde Adán, pero esta vez a partir de Set:

Adán volvió a tener relaciones sexuales con su esposa, y ella dio a luz otro hijo, al cual llamó Set, porque dijo: «Dios me ha concedido otro hijo en lugar de Abel, a quien Caín mató». Cuando Set creció, tuvo un hijo y lo llamó Enós. Fue en aquel tiempo que la gente por primera vez comenzó a adorar al Señor usando su nombre. Génesis 4:25-26 (NTV, énfasis añadido). Esta línea genealógica menciona a Adán, Set y luego a Enós, y dice que, por medio de este último, los hombres comenzaron “a adorar al Señor usando su nombre”. ¿Qué significa esto? Que de los descendientes de Enós en adelante imitaron su conducta y decidieron vivir una vida de adoración. Matthew Henry dice: «Los adoradores de Dios empezaron a despertarse para hacer más en cuanto a la religión de lo que habían hecho; quizá no más de lo que se había hecho al principio, pero más de lo que se había hecho recientemente, desde la apostasía de Caín. Ahora los hombres empezaron a adorar a Dios, no solo en sus habitaciones y en familia, sino en reuniones públicas y formales. Ahora había una reforma tan grande en religión que era, por decirlo así, un nuevo comienzo».[34] Después de que se nos presenta a Enós como iniciador de un movimiento de adoración, entonces, el capítulo siguiente amplía la genealogía con que finaliza el capítulo 4. Por eso Génesis 5:1-32 menciona a Adán, Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec y Noé. A esta altura lo que Génesis está haciendo es presentarnos dos líneas genealógicas que están desarrollándose paralelamente en el tiempo. Se nos habla de la línea de Caín y la línea de Set; la línea de quienes fueron en pos de la violencia y la línea de los que decidieron seguir el camino del Señor; la línea de los que decidieron caminar separados de Dios y la línea de quienes quisieron caminar según su voluntad. Dos estilos de vida, dos formas distintas de vivir.

Dos líneas genealógicas que, por cierto, se vuelven a unir en Génesis 6: Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas… Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años… Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal… Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová. Estas son las generaciones de Noé: Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé. Génesis 6:1, 3, 5, 7-9 (RV60, énfasis añadido). Al nomás terminar la genealogía de Set en el capítulo 5, inicia Génesis 6 describiendo la maldad de los hombres. ¿De cuáles hombres? Los de la línea genealógica de Caín. La perversión de ellos fue de tal magnitud que Dios decidió ponerle fin a su perversa forma de vivir. Pero ¡un momento! Antes de hacerlo, el Señor decidió preservar la vida de un hombre: Noé. ¿De qué línea genealógica provenía él? ¿Cuál era su ascendencia? La línea de Set. Por eso se dice que “era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé”. ¡Espera! ¡Espera! ¿Noé caminó con Dios? ¿Noé caminó del mismo modo que lo hizo Enoc? Lo que Génesis nos está diciendo es que la genealogía de Set, pasando por Enós —de quien se dice que por él los hombres comenzaron “a adorar al Señor” (NTV)—, siguiendo con Enoc —de quien se dice que “caminó con Dios”— y llegando hasta Noé —de quien también se dice que “caminó con Dios”—, fue una línea de personajes que lograron hacer la voluntad de Dios a pesar de que el mundo se estaba saturando de maldad a través de la genealogía de Caín. Y si ellos lo pudieron preservarse en rectitud durante la época

prediluviana, ¡cuánto más podremos hacerlo nosotros si contamos con más recursos espirituales que los que ellos contaban! Mi punto es que la excusa de que Enoc ha de haberse refugiado en una cueva para vivir ermitáñamente contemplando a Dios o que vivió en una generación menos malvada que la nuestra y que por eso consiguió “caminar con Dios”, cae al piso cuando estudias el contexto total de los primeros capítulos de Génesis. Sí se puede vivir conforme a la voluntad de Dios, sí se puede vivir en rectitud, sí se puede permanecer leales al Señor a pesar de que esta generación no lo haga. Por eso, después de que el apóstol Judas aludiera al patriarca Enoc en los versículos 14 y 15 de su carta, la finaliza diciendo: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24-25). ¿Lo ves? ¡Sí se puede! 5. Enoc estuvo dispuesto a ir mucho más allá. El libro de Génesis finaliza la brevísima biografía de Enoc diciendo: Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios. Génesis 5:24 (énfasis añadido). Y la carta a los Hebreos, en el contexto de trasposición de Enoc, añade: Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el

que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Hebreos 11:5-6 (RV60, énfasis añadido). Aunque el hecho de caminar con Dios es una recompensa en sí misma, Hebreos dice que quien busca al Señor y camina con Él será galardonado. O sea, caminar con Dios no es lo único que experimenta quien permanece a su lado, sino que hay más. El Señor “recompensa” —dice la NVI— con algo adicional. ¿Qué es esa recompensa adicional? ¿Qué premio le brinda el Señor a quienes caminan junto a Él? La garantía de que la relación entre ambos perdurará por toda la eternidad. La Biblia Reina-Valera 1995 Edición de Estudio dice: «Enoc fue sacado de este mundo por una acción especial de Dios, en virtud de la cual la íntima relación de amistad continuó más allá de la vida terrenal».[35] Matthew Henry añade: «Dios mismo honrará a aquellos que por la fe caminen con Él para agradarle. Los reconocerá ahora y dará testimonio de ellos delante de los ángeles y de los hombres en el gran día final… La trasposición de Enoc no solo fue una prueba de su fe en la realidad de un estado futuro, y en la posibilidad de la existencia del cuerpo en gloria en ese estado, sino que fue un estímulo a la esperanza, para todos aquellos que caminasen con Dios, en que estarían con Él para siempre».[36] Hebreos 11:5 dice que “antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. Es como si el Señor hubiera dicho: “¡Wow! Personas como Enoc son difíciles de hallar. Y amigos como él, ¡mucho menos! Mejor me lo llevo y lo pongo como parábola viviente de lo que experimentarán todos aquellos que caminen conmigo”. Así que luego de meditar sobre el asunto, se volteó hacia su amigo para decirle: —¡Oye, Enoc! ¿Sabes una cosa? —Dime, Señor —respondió. —¡Me agradas mucho! ¿Te gustaría venir a un lugar que nunca has caminado conmigo?

Entonces Enoc, asintiendo con la cabeza… desapareció. Dios valora tanto a quienes camina con Él que se los lleva aún más cerca de Él. Es decir, todos los que caminan con Dios son llevados a niveles más profundos de comunión a medida que perseveran en su relación de amistad. Y esos niveles incluyen que lleguemos al cielo en la eternidad. Se cuenta de una mujer que fue diagnosticada de una enfermedad terminal y le dieron tres meses de vida. Como estaba poniendo en orden sus asuntos, se puso en contacto con su pastor y le pidió que la visitara en casa para discutir algunos de sus últimos deseos. La mujer le dijo al pastor qué canciones quería que se cantaran en su funeral, qué parte de las Escrituras quería que se leyeran y con qué ropa quería que la sepultaran. Y también pidió que la enterraran con su Biblia favorita. Cuando el pastor se preparaba para salir, de repente la mujer recordó algo más. —¡Hay algo más! —dijo emocionada. —¿De qué se trata? —inquirió el pastor. —Esto es importante —contestó la mujer—. Quiero que me entierren con un tenedor en la mano derecha. El pastor se quedó de pie mirando a la mujer, sin saber qué decir. —En todos mis años de asistir a cenas y actividades sociales de la iglesia, cuando comenzaban a retirar los platos de la comida principal, inevitablemente alguien decía: “Retengan el tenedor. ¡Ahora viene lo mejor!”.[37] Caminar con Dios en esta tierra es comer un exquisito platillo; sin embargo, caminar con Él por toda la eternidad no se compara con nada que hayas probado en este mundo.

CAPÍTULO 3: ¿TODO POR NADA? lguna vez has hecho un viaje que resultó mal? ¿Uno de trabajo, ¿Ade negocios o de placer y te arrepentiste de haberlo hecho? Un día estábamos en un estudio bíblico en la casa de un amigo. Éramos alrededor de 12 jóvenes cristianos que nos reuníamos cada semana para orar y estudiar las Escrituras. El líder era alguien que todos respetábamos y estimábamos. Así que luego de su enseñanza, abrió el espacio para que cada uno presentara sus peticiones personales y de este modo terminar en oración. —¡A mí me gustaría que oraran por mi madre! —alzó la mano uno, —ella está indispuesta de salud y me gustaría que orábamos por su sanidad. —Yo quisiera que oráramos por mi trabajo —dijo otro, —las cosas están un poco complicadas y me servirían sus oraciones. Uno a uno fuimos externando nuestras peticiones hasta que Andrés dijo: —Yo quisiera que oraran por mi viaje a EE. UU. ya que mañana me voy a vivir allá. Todos quedamos perplejos. Tanto tiempo reuniéndonos y no estábamos enterados de que nuestro amigo se iba para siempre. —¿Cuándo te dieron la visa? —pregunté. —¡Ah, no! —respondió, —me voy a ir mojado. Nos sorprendidos aún más. —¡Pero, Andrés! —dijo el líder, —¡cómo vamos a orar por tu viaje si lo que vas a hacer es ilegal! ¡No podemos orar para que Dios te bendiga para violar la ley! —Es que la economía está mal y debo ir a probar suerte— se justificó. —¡Eso lo comprendemos! —digo alguien más, —pero ¿por qué irte de ese modo? —¡Ah! No se preocupen —quiso apaciguar las cosas Andrés, — el coyote con quien voy es cristiano. ¡Es más! Él va a la Iglesia

Fulana de Tal, ¡y todos los diáconos que sirven allí son coyotes! No sabíamos si echarnos a reír o seguir sorprendidos. Francamente no recuerdo cómo terminó la reunión, pero seguramente hicimos una oración muy corta y luego nos quedamos exhortando a Andrés para que no se fuera ilegal a los EE. UU. Al final hizo lo que había planeado y un día después emprendió el viaje. ¿Cómo le fue? Mal, muy mal. El viaje duró alrededor de una semana, pero lo capturaron en México a punto de llegar a la frontera con EE. UU. Andrés estuvo en la cárcel alrededor de tres días hasta que un abogado le dijo que podía liberarlo, pero tenía que decirles a las autoridades que era mexicano, no salvadoreño. —¡No puedo hacer eso! —respondió Andrés, —soy cristiano y los cristianos no mentimos. Dale, es tu turno para que te eches a reír. Andrés regresó al país tres días después. El coyote lo devolvió por tierra hasta la frontera Guatemala-El Salvador. Y, como no tenía nada de dinero, caminó a pie desde la frontera hasta la capital durante horas hasta que alguien le dio ride. Regresó a su casa con la ropa sucia, el rostro mugroso y una abundante barba. El viaje de Andrés terminó mal, muy mal.

Un viaje que no debió ser. Hay un viaje en la Biblia de una familia que también terminó mal. Padre, madre y dos hijos atravesaron una situación muy difícil, incluso peor que la de Andrés. Sus finanzas iban a pique a la misma velocidad de la economía de la ciudad. Se encontraban en una situación donde o salían y sobrevivían o se quedaban y las cosas empeoraban. La Escritura dice que ellos optaron por lo primero: Aconteció que en los días en que gobernaban los jueces, hubo hambre en el país. Y un hombre de Belén de Judá fue a residir en los campos de Moab con su mujer y sus dos hijos.

Rut 1:1 (énfasis añadido). ¿Por qué esta familia de Belén huyó para refugiarse en Moab? Porque había hambre en su tierra. El hombre se llamaba Elimelec, su esposa Nohemí y sus dos hijos Malhón y Quelión. Tristemente, el viaje no resultó como ellos lo planearon: Y murió Elimelec, marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos. Y ellos se casaron con mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa y el nombre de la otra Rut. Y habitaron allí unos diez años. Murieron también los dos, Mahlón y Quelión, y la mujer quedó privada de sus dos hijos y de su marido. Rut 1: 3-5 (énfasis añadido). Inicialmente, Elimelec y Nohemí viajaron a Moab para encontrarse con una mejor vida, pero esta mejor vida solo fue al principio ya que las cosas dieron un giro dramático cuando falleció Elimelec. Posteriormente, Malhón y Quelión contrajeron matrimonio y el dolor de su madre por la muerte de su esposo fue consolado con la alegría y celebración de sus hijos ya casados. La amistad que Nohemí desarrolló con sus nueras fue tal que con el tiempo fue extrañando menos a su finado marido; aun así, las cosas se pusieron mucho más dramáticas cuando sus dos hijos también fallecieron. Te aseguro que si Elimelec y Nohemí hubieran sabido lo que les esperaba en el extranjero habrían preferido quedarse en la hambruna de Judá; pero ¿cómo iban a saberlo? Se emprende un viaje esperando lo mejor; sin embargo, aquí están ahora, Nohemí y sus dos nueras, en una encrucijada. ¿Qué iban a hacer? ¿Llorar su pasado o emprender un nuevo destino? Mientras ellas meditaban sobre lo que harían, llegó a oídos de Nohemí una noticia que le dio luz sobre el rumbo que podía tomar con sus nueras. Entonces se levantó con sus nueras para regresar de la tierra de Moab, porque ella había oído en la tierra de Moab que el

Señor había visitado a su pueblo dándole alimento. Salió, pues, del lugar donde estaba, y sus dos nueras con ella, y se pusieron en camino para volver a la tierra de Judá. Rut 1:6-7 (énfasis añadido). La noticia que Nohemí escuchó fue lo suficientemente atractiva como para motivarla a levantarse y emprender el regreso. Ella les explicó a sus nueras lo que la presencia de Dios estaba haciendo en Judá entusiasmándolas de inmediato, al punto que decidieron acompañarla en su retorno hacia la tierra que la había visto nacer.

El examen sorpresa. Ir a Judá significaba regresar a Dios, empezar de nuevo y recibir la tan anhelada bendición. En Moab no había nada excepto el pasado de muerte que había dejado huella en sus vidas. Por esta causa, prefirieron viajar a Judá —el lugar de la presencia de Dios— y dejar atrás Moab —el lugar de la muerte espiritual. Cuando iban de camino a la tierra de Nohemí llegaron a la línea divisoria entre Moab y Judá. En ese momento, Nohemí se volvió hacia sus dos acompañantes y les hizo un examen sorpresa: Id, volveos cada una a la casa de vuestra madre. Que el Señor tenga misericordia de vosotras como vosotras la habéis tenido con los muertos y conmigo. Que el Señor os conceda que halléis descanso, cada una en la casa de su marido. Entonces las besó, y ellas alzaron sus voces y lloraron. Rut 1.8-9 (énfasis añadido). Su suegra, a manera de prueba, las animó a regresar a sus respectivos hogares, queriendo, de este modo, que definieran en su corazón si realmente deseaban ir a Judá o continuar permaneciendo en Moab. Estas dos jovencitas debían comprender que el regreso a Belén era algo muy serio. Significaba dejar atrás a sus dioses falsos y convertirse en adoradoras del Dios verdadero. Lo que Nohemí

quería evitarles era que se dirigieran a un lugar cuando en sus corazones querían estar en otro. Recuerda que la única extranjera que con legitimidad debía regresar a Judá era Nohemí; Orfa y Rut no. Ellas podían quedarse en Moab y recurrir a algún familiar para que se hiciera cargo de ellas. Sin embargo, ante la primera pregunta del examen sorpresa de Nohemí, las alumnas contestaron satisfactoriamente. Ambas decidieron permanecer con ella: Entonces las besó, y ellas alzaron sus voces y lloraron, y le dijeron: No, sino que ciertamente volveremos contigo a tu pueblo. Rut 1:9-10 (énfasis añadido). Estas dos mujeres manifestaron un amor por Nohemí que ocasionó que decidieran seguirla con lágrimas en los ojos. Pero para Nohemí esta muestra de afecto no era suficiente, aún estaban entre Judá y Moab. Es decir, aún se encontraban en un momento crucial. Recuerda que la muerte de los esposos de estas dos jovencitas había ocurrido tan solo unas semanas antes. ¡Con razón lloraron al pensar en su separación! Sin embargo, cuando de tomar decisiones se trata hay que hacerlo basados en convicciones, no en emociones. Así que por segunda vez Nohemí las probó: Volveos, hijas mías. ¿Por qué queréis ir conmigo? ¿Acaso tengo aún hijos en mis entrañas para que sean vuestros maridos? Volveos, hijas mías. Id, porque soy demasiado vieja para tener marido. Si dijera que tengo esperanza, y si aun tuviera un marido esta noche y también diera a luz hijos, ¿esperaríais por eso hasta que fueran mayores? ¿Dejaríais vosotras de casaros por eso? No, hijas mías, porque eso es más difícil para mí que para vosotras, pues la mano del Señor se ha levantado contra mí. Rut 1:11-13 (énfasis añadido).

Nohemí expuso un argumento que a cualquiera hubiera hecho tambalear. Mientras ellas lloraban y reafirmaban su deseo de ir en pos del Dios de Israel, Nohemí sabía que debían tener una determinación más allá de las lágrimas. Por eso les dijo: “¡Miren, hijas mías! Yo ya no tengo hijos con los cuales puedan casarse y ser felices. ¿Me seguirán aun sabiendo eso? ¿Están dispuestas a dejar su tierra y su familia por el amor que tienen hacia mí y hacia mi Dios? ¿Dejarán de tener un noviazgo y un matrimonio por el llamado que Dios nos hace de regresar a donde Él está?”. Si te pones a meditar en el asunto, realmente eran palabras mayores. ¿Dejarían atrás el sueño dorado de toda doncella de la época de casarse y tener un matrimonio por ir en pos de alguien que prácticamente no les ofrecía nada? Preguntas como estas son capaces de delatar las más profundas intenciones del corazón. ¿Seguirían a Nohemí por lo que significaba para ellas o por lo que les podría dar? ¿Permanecerían a su lado por el valor que Nohemí tenía o por lo que podrían obtener de ella? Y ¿sabes una cosa? Mientras vamos en pos del Señor Jesucristo, Él se voltea hacia nosotros al igual que Nohemí lo hizo con sus hijas y nos lanza un examen similar: “¿me seguirás aunque yo no te dé lo que tanto has soñado? ¿Me amarás aunque no consigas un novio o una novia? ¿Permanecerás a mi lado aunque eso signifique quedarte soltero toda la vida?”.

Amor leal. La segunda pregunta del examen sorpresa de Nohemí hizo mella en el corazón de una de sus nueras. Ella nunca se había puesto a pensar en el costo de la travesía, es decir, dejar todo atrás por un futuro nada prometedor. Por eso, después de reflexionar por unos segundos, la Escritura dice: Y ellas alzaron sus voces y lloraron otra vez; y Orfa besó a su suegra, pero Rut se quedó con ella.

Rut 1:14 (énfasis añadido). Orfa amaba a Nohemí y a Rut, pero no lo suficientemente como para dejar sus dioses y, mucho menos, dejar de casarse. Su afecto por su tierra y sus deidades pesó más que el amor que había creído tener por ambas. Orfa volvió sola, dio la espalda a la relación de amistad que habían tenido durante los últimos años y le dio la bienvenida a su antigua manera de vivir. Orfa comparó lo que dejaba con lo que obtendría y prefirió sus sueños en lugar de seguir a un Dios que al parecer no le ofrecía nada. El examen que Nohemí hizo a sus alumnas fue reprobado por esta mujer que emprendió su regreso a Moab. Como último intento, mientras aún se veía la silueta de Orfa a la distancia, Nohemí animó a Rut a seguir el mismo camino: Entonces Noemí dijo: Mira, tu cuñada ha regresado a su pueblo y a sus dioses; vuelve tras tu cuñada. Rut 1:15 (énfasis añadido). Ahora lee con detenimiento la respuesta de Rut ante la pregunta final del examen de su suegra. Nota la clase de determinación que manifestó esta mujer ante el insistente cuestionamiento que Nohemí había estado haciéndoles durante los últimos minutos: Pero Rut dijo: No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el Señor conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa. Al ver Noemí que Rut estaba decidida a ir con ella, no le insistió más. Rut 1.16-18 (énfasis añadido). Si te fijas, Rut siguió a Nohemí con la determinación con que nosotros deberíamos seguir a Jesús. Prácticamente Rut le dijo: “¿Sabes una cosa Nohemí? No me digas que te deje porque no lo haré. Aunque no me des un novio, te seguiré; y aunque no me des

un esposo, también te seguiré. Yo no te sigo por lo que tú me puedas dar, te sigo por lo que tú significas para mí. Soy tu nuera y te amo como una hija a su madre. Aunque no me des cosas materiales, te seguiré y aunque no me des nada más que tu amistad, te seguiré todos los días de mi vida hasta que muera”. Aunque mi intención con este capítulo no es hacer una apología de la soltería, sino elogiar la extraordinaria actitud de Rut, en la historia cristiana ha habido seguidores del Señor que han estado dispuestos a abandonarlo todo por su causa. Gary Preton, en su libro Character Forged from Conflict (Un carácter forjado en el conflicto), habla acerca de Gladys Aylward, una misionera a China durante y después de la segunda guerra mundial: «El ministerio de Gladys en China fue llevado a la pantalla en la película El Albergue de la Sexta Felicidad. Ella sufrió en gran manera durante su viaje por las montañas de China para llevar a sitio seguro a cien huérfanos en Sian, Shesi. Estos niños, entre cuatro y quince años, se salvaron debido a la fiel obediencia de Gladys a Dios. Pero hubo un costo. Cuando llegó a Sian con los niños, enfermó gravemente. Sufrió heridas internas debido a una paliza que le propinaron los japoneses que invadieron el complejo de la misión, en Tsechow. Además de fiebre sufrió tifus, neumonía, desnutrición, desasosiego y fatiga. Por medio de su terrible experiencia Gladys aprendió a obedecer más a Cristo. Aprendió a preferir a Cristo por sobre cualquier cosa que la vida le pudiera ofrecer, hasta el punto de que cuando el hombre que amaba, el coronel Linnan, llegó a visitarla en Sian mientras ella se recuperaba, y le pidió que se casara con él, ella no quiso. En su corazón sabía que no podía casarse con él y continuar la obra que Dios le encomendó entre los niños de China. Por obediencia a Dios se despidió de Linnan en la estación del tren, y nunca se volvieron a ver. Gladys siguió sirviendo fielmente al Señor en China e Inglaterra hasta su muerte, en 1970».[38] Impresionante, ¿no? Como afirma el pastor John MacArthur en su libro Difícil de creer: «Así que quiere seguir a Jesús, ¿verdad? Le va a costar

absolutamente todo. El Señor tal vez no le quite la vida. A lo mejor no le quita su dinero. A lo mejor no le quita ni a su familia ni a su cónyuge. Tal vez no le quite su trabajo. Pero usted tiene que estar dispuesto a dejarlo todo, si eso es lo que Él le pide. Usted debe estar suficientemente desesperado y dispuesto a abrazarse a Cristo a cualquier precio. Si quiere seguir a Cristo hasta el cielo, este es el mensaje: niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígalo».[39] Volviendo a la extraordinaria actitud de Rut para con su suegra, Earl Radmacher, en su Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia, dice: «El libro de Rut es una hermosa historia de amor, lealtad y rendición. Esta obra maestra literaria cuenta la historia de la salvación de Rut, la moabita. A través de su relación con su suegra Noemí, Rut conoció al Dios viviente y se convirtió en su devota seguidora. Al abandonar a su familia y tierra natal, ella demostró tanto su amor hacia su suegra viuda como su fe en el Dios de Israel».[40] Y unas páginas después, al describir las temáticas centrales del libro de Rut, añade: «Una es la importante idea del amor leal, evidente en el libro. La palabra hebrea que se traduce “misericordia” en 1:8 significa “amor leal” o “amor comprometido”. Este es un amor genuino que cumple las promesas. Cuando la palabra se usa respecto a Dios, se refiere a la amorosa fidelidad de Dios a sus promesas. Aun cuando Rut era una extranjera y no estaba familiarizada con la ley de Dios, ella mostró este tipo de amor y lealtad hacia su suegra Noemí… Mas aún, la historia de Rut en el fondo ilustra cómo Dios mismo muestra este tipo de amor. Recompensó a Rut por su lealtad hacia Él, la honró con un lugar en la comunidad de la fe».[41] Como ves, la historia de Rut es una historia de lealtad. No solo lealtad hacia su suegra, sino hacia el Dios de su suegra que había llegado a convertirse en su propio Dios. Las preguntas son: ¿podrá el Señor hallar seguidores con la determinación de esta mujer? ¿Seguiremos a Jesús como Rut siguió a Nohemí a sabiendas de que no nos ofrece nada excepto su compañía?

Consecuencias de dejarlo todo. Después de que Nohemí y Rut solventaran las dificultades que conlleva toda mudanza, ya instaladas en Judá, el relato nos dice: Y Rut la moabita dijo a Noemí: Te ruego que me dejes ir al campo a recoger espigas en pos de aquel a cuyos ojos halle gracia. Y ella le respondió: Ve, hija mía. Rut 2:2. Cuando llegaron a Judá, Rut no se cruzó de brazos y esperó a ver qué haría Nohemí para sustentarla, sino que echó mano de su proactividad para participar de una práctica derivada de la ley judaica que permitía a quienes enfrentaban problemas económicos recoger el fruto que caía detrás de los segadores para sustentarse (Lev. 19:9-10, 23:22; Deut. 24:19). Por eso, fue a espigar a un campo cuyo dueño era Booz, que, sin saberlo, era un pariente cercano de Elimelec, el esposo fallecido de Nohemí (Rut 2:1). La Biblia dice: Y he aquí que vino Booz de Belén, y dijo a los segadores: El Señor sea con vosotros. Y ellos le respondieron: Que el Señor te bendiga. Entonces Booz dijo a su siervo que estaba a cargo de los segadores: ¿De quién es esta joven? Y el siervo a cargo de los segadores respondió y dijo: Es la joven moabita que volvió con Noemí de la tierra de Moab. Y ella dijo: «Te ruego que me dejes espigar y recoger tras los segadores entre las gavillas». Y vino y ha permanecido desde la mañana hasta ahora; solo se ha sentado en la casa por un momento. Rut 2:4-7. Luego de las indagaciones de Booz ocurrió una conversación entre él y Rut donde descubrimos las gratas consecuencias que

experimentan aquellos que, como Rut, abandonan todo a cambio de “supuestamente” nada. 1. La mirada de Dios. Después de Booz hablar con su siervo, la Biblia dice: Entonces Booz dijo a Rut: Oye, hija mía. No vayas a espigar a otro campo; tampoco pases de aquí, sino quédate con mis criadas. Fíjate en el campo donde ellas siegan y síguelas, pues he ordenado a los siervos que no te molesten. Cuando tengas sed, ve a las vasijas y bebe del agua que sacan los siervos. Ella bajó su rostro, se postró en tierra y le dijo: ¿Por qué he hallado gracia ante tus ojos para que te fijes en mí, siendo yo extranjera? Rut 2:8-10 (énfasis añadido). Acerca del significado del nombre Booz, el Comentario Bíblico Mundo Hispano, dice: «El significado de su nombre Boaz no es tan fácil de elucidar; sin embargo, se ha observado que el elemento -az que se usa en su nombre conecta con la idea de fuerza».[42] Y la Biblia de Estudio Reina Valera 1995 dice: «El nombre Booz (heb. Bóaz) podría significar en Él (es decir, en Dios) está la fuerza. Véase en 1 R. 7:21 el nombre de una de las columnas que estaban a la entrada del templo de Jerusalén».[43] La importancia de conocer el significado de su nombre se debe a que dentro del relato del libro de Rut, Dios parece estar detrás de los acontecimientos, pero sin protagonizar directamente. Como ocurre en otros libros de la Biblia —el de Ester, por ejemplo—, Dios interviene, pero tras bambalinas. Entonces, cuando ves el trato generoso que Booz le prodigó a Rut descubres que Dios estaba detrás. En ese sentido, las palabras de Booz (“En Dios está la fuerza”) hacia Rut fueron parte de las bendiciones que el Señor le estaba otorgando por haberle profesado lealtad.

Rut halló gracia ante los ojos de Booz porque había hallado gracia ante los ojos de Dios. Booz fue la expresión visible del Dios que quería mostrarle cuán complacido estaba con su decisión. Por eso, cuando Booz comenzó a prodigarle bondad tras bondad — libertad para espigar en el campo, incorporarla al equipo de criadas, beber agua de las vasijas, etc.—, provocó que Rut preguntara: “¿por qué he hallado gracia ante tus ojos para que te fijes en mí siendo yo extranjera?”. “¡Porque has hallado gracia ante los ojos de Dios!”, concluimos los lectores. A Dios le complacen quienes deciden dejarlo todo por seguirlo a Él. Sus ojos sonrientes son reflejo de su corazón sonriente. Hallar gracia ante sus ojos es más que caerle bien, es convertirnos en su tesoro preciado y por eso Booz quiso hacerla sentir apreciada. Una buena pregunta es por qué Booz mostró tanta gracia hacia esta joven extranjera. Porque si te fijas, prácticamente él la conoció esa misma mañana, que, si bien él ya había oído de ella como después se lo hizo notar (Rut 2:11), ¿qué lo impulsó a ser tan bondadoso? La respuesta a esta pregunta está en su pasado familiar. El evangelio de Mateo dice: Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, y Obed engendró a Isaí... Mateo 1:5 (énfasis añadido). Según la genealogía de Mateo, Booz era hijo de Rahab, la prostituta cananea que protegió a los dos espías que Josué envió a inspeccionar Jericó (Josué 2) y que por su acción fue incluida dentro del pueblo de Dios al ser rescatada de la destrucción (Josué 6:2325). Obviamente, Booz conocía la historia que sus padres le habían relatado. De cómo Rahab, a pesar de su ascendencia y pasado pecaminoso, no era digna de formar parte de Israel, pero por pura gracia fue hecha hija de Dios con los mismos privilegios que cualquier judío natural. De pequeño Booz había sido impactado con esta historia y eso lo impulsó a tratar con gracia a esta extranjera que ese día vino a espigar en su campo.

John MacArthur, en su libro Doce mujeres extraordinarias, afirma que pueda que la genealogía de Mateo no esté diciendo que Rahab fuera la madre directa de Booz, sino su bisabuela debido a la simetría característica de la construcción de las genealogías hebreas en la antigüedad; sin embargo, dice sobre Booz: «Estaba, no obstante, en la línea directa de Rahab. Conocía indudablemente su historia y la gloria de su herencia. Su conexión con Rahab ciertamente inclinaría su corazón para simpatizar con el aprieto de una mujer extranjera como Rut, que había abrazado a Jehová con una fe que evocaba la de Rahab».[44] Booz provenía de una familia que había experimentado la gracia de Dios y, por ende, cuando conoció el extraordinario acto de lealtad de Rut, quiso hacerle sentir de forma tangible la gracia que él ya conocía. Por eso, a pesar de su pasado idolátrico, Rut experimentó un borrón y cuenta nueva. Un recomenzar de su vida producto de haber depositado su fe en el Dios de Israel. Charles Swindoll, en su libro El despertar de la gracia, dice: «Imaginemos que usted tiene un hijo de seis años al que ama entrañablemente. Un día trágico, usted encuentra que su hijo ha sido cruelmente asesinado. Después de una larga búsqueda los investigadores encuentran al criminal. Usted tiene una de varias opciones. Si usara los medios a su alcance para matar al asesino por el crimen cometido, eso sería venganza. Si se conformara con quedarse al margen y dejar que las autoridades legales se hagan cargo y realicen lo que corresponde: un juicio, una sentencia de culpabilidad, una pena de muerte... eso es justicia. Pero si usted intercediera por la absolución del asesino, lo perdonara completamente, lo invitara a su casa y lo adoptara como hijo, eso es gracia».[45] Eso fue lo que Dios hizo con cada uno de nosotros y lo que hizo con Rut. No importaba de dónde provenía ni la gravedad de sus pecados cometidos, Dios la miró con gracia y la adoptó como su hija. 2. El abrigo de Dios.

Otra de las consecuencias de dejar todo por causa del Señor se describe a continuación: Booz le respondió, y dijo: Todo lo que has hecho por tu suegra después de la muerte de tu esposo me ha sido informado en detalle, y cómo dejaste a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, y viniste a un pueblo que antes no conocías. Que el Señor recompense tu obra y que tu remuneración sea completa de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte. Rut 2:11-12 (énfasis añadido). Rut ya era conocida en la aldea por el acto tan noble de acompañar a su suegra de regreso a casa; sin embargo, fue la indagación que Booz hizo con su siervo la que le dio una mejor perspectiva del calibre de mujer que era. Cuando Booz la vio espigando y se acercó a conversar pronunció una bendición deseando que el Señor la recompensara y remunerara conforme a su lealtad. ¿Qué tipo de recompensa fue la que Rut recibió? ¿Qué remuneración fue la que en primera instancia experimentó? Dios mismo. El Señor es el galardón más grande que un seguidor suyo puede recibir. Por eso Booz le dijo: “Que tu remuneración sea completa de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte”. La cercanía, la cobertura y el abrazo de Dios son el galardón supremo que como hijos obtenemos al dejar todo por causa suya. Fíjate, Rut abandonó su familia y posesiones por venir a adorar a un Dios que apenas conocía, pero a medida que lo fue conociendo fue cayendo en la cuenta de que venir a Belén fue la mejor decisión que pudo haber tomado. La recompensa de tener a Dios de su lado fue un millón de veces más gratificante que cualquier cosa que hubiera dejado en Moab. William MacDonald, citando a Leon Morris, dice: «Él [Booz] reconoce el aspecto religioso del cambio de país de Rut al decirle que ha buscado refugio bajo las alas de Yahvéh. La

figura empleada es probablemente de un pajarito moviéndose bajo las alas de su madre adoptiva. Ilustra con viveza la confianza y la seguridad».[46] La metáfora de “las alas de Dios” es empleada en otros pasajes de las Escrituras, por ejemplo: “¡Cuán preciosa es, oh Dios, tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de tus alas” (Salmo 36:7, énfasis añadido). ”Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, porque en ti se refugia mi alma; en la sombra de tus alas me ampararé” (Salmo 57:1, énfasis añadido). “El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor: Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío… Pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio” (Salmo 91:1-2, énfasis añadido). El principio es sencillo: ir en pos del Señor equivale a cobijarse debajo suyo, a experimentar su cobertura y protección. ¿Cobertura? ¿Protección? ¿De qué? De las tempestades y adversidades de la vida. ¿Alguna vez has visto Animal Planet o Discovery Chanel? ¿Alguna vez has visto un documental sobre aves? Después de que un ave empolla a sus crías estas viven con ella en el nido. Ella va y les consigue alimento, las cuida y las ayuda a crecer. Incluso, cuando la lluvia y el viento azotan las resguarda con sus alas de las inclemencias del tiempo. Del mismo modo, Rut salió de la tempestad de Moab para encontrar en el seno del Señor cobertura y abrigo. Que, si por algún motivo volvía a sufrir —como sufrió por la pérdida de su marido—, de ahora en adelante ya no sufriría sola. El Señor estaría arriba, al lado y alrededor de ella cubriéndola con su presencia como un ave cubre a sus polluelos. Viene a mi mente la historia detrás del famoso himno Estoy bien con mi Dios (It Is Well With My Soul). Horatio Spafford, su autor, fue un abogado, hombre de negocios y anciano de la Iglesia Presbiteriana nacido en Nueva York, pero que se asentó en Chicago.[47] Él y su esposa eran conocidos en la ciudad, pero de repente las cosas comenzaron a marcharles mal. Por ejemplo, su único hijo murió de escarlatina a la edad de cuatro años. Y un año

después, en 1871, Horatio perdió todas sus inversiones inmobiliarias en lo que hoy se conoce como “El Gran Incendio de Chicago”. Posteriormente, en 1873, sabiendo que debían recuperarse anímicamente de estas tragedias, decidió irse de vacaciones a Inglaterra con su esposa y sus cuatro hijas. Se dice que quería aprovechar que D. L. Moody —gran amigo suyo— llevaría a cabo algunas campañas evangelísticas en Gran Bretaña para acompañarlo. Así que se dispusieron a viajar en el barco Ville de Havre en el mes de noviembre; sin embargo, surgieron algunos asuntos urgentes que aún no se habían resuelto del incendio de Chicago y Horatio envió a su familia adelante para alcanzarlos después. Nueve días más tarde, Spafford recibió un telegrama enviado desde Gales que decía: “A salvo y sola”. Resulta que el 2 de noviembre de 1873, el Ville de Havre colisionó con el barco inglés The Lochearn; se hundió en menos de 15 minutos arrebatándole la vida a 226 pasajeros. Anna Spafford había resistido audazmente en la cubierta mientras sus hijas Annie, Maggie, Bessie y Tanetta se sostenían desesperadamente junto con ella. La última imagen de sus hijas fue verlas soltándose debido a la fuerza de las olas. Solo ella sobrevivió. Muchos años después, su quinta hija —que nació después de la tragedia—, relató que durante el viaje que reuniría a Horatio con su angustiada esposa, en un momento del trayecto, el capitán le pidió que subiera al puente para comunicarle que se encontraban en el lugar exacto en donde había ocurrido el hundimiento. Cuando Horatio regresó a su camarote escribió la letra del himno Estoy bien con mi Dios.[48] Horatio Spafford lo compuso porque se refugió debajo de las mismas alas que Rut se había refugiado, curiosamente, también después de haber sufrido una tragedia familiar. Una parte del himno en inglés dice: Ningún dolor será mío, porque en la muerte y en la vida

susurrarás tu paz a mi alma. ¿Cómo es que el Señor susurró paz a su alma? ¿Cómo es que Horatio la experimentó dentro de su ser? Ah, porque cuando se cobijó bajo las alas del Señor —como siglos antes lo hizo Rut—, el Señor levantó levemente una de ellas, asomó su rostro y le dijo dulcemente: “Todo estará bien, hijo. Estás conmigo y yo contigo”. 3. El consuelo de Dios. En respuesta a las extraordinarias palabras de Booz, Rut solo pudo decir: Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos; porque me has consolado, y porque has hablado al corazón de tu sierva, aunque no soy ni como una de tus criadas. Rut 2:13 (RV60, énfasis añadido). Cuando Rut decidió seguir a su suegra tan solo habían trascurrido algunas semanas de la muerte de su esposo. A pesar de eso, ella decidió continuar al lado de Nohemí. El asunto es que, al estar en Judá, probablemente venían a su memoria recuerdos de Moab, de sus padres quienes aún vivían y ni se diga de su amado esposo fallecido. Aunque la amistad con su suegra era más de lo que podía imaginar, aún había tristeza en su corazón. Deduzco que, en parte, a eso debió que Rut le dijera a Booz: “Me has hablado al corazón y me has consolado”. Carolyn Custis James, en su libro El Evangelio de Rut, dice al respecto: «Hasta este momento, el mundo interior de Rut fue ocultado para nosotros. El narrador no muestra las obras interiores de su corazón. Anteriormente en la historia hubo evidencias de su dolor, pero aquí, en este intercambio con Booz, alcanzamos a distinguir un sufrimiento que es tan profundo como el de Noemí. En respuesta a la bondad de Booz y a sus gentiles palabras de bendición, Rut responde: “¡Usted me ha consolado y me ha hablado

con cariño, aunque ni siquiera soy como una de sus servidoras!” (Rut 2:13, NVI)».[49] Dios conoce el interior de cada ser humano y qué sentimientos hay escondidos dentro. Algunos creen que abandonarlo todo para seguir al Señor es fácil y un camino de puras alegrías. Pero la verdad es que no siempre es así. La vida cristiana es difícil y durante el trayecto puede que experimentemos dolor, pérdida y sufrimiento. En 2011 mi amigo, el pastor Alfredo Maravilla —pastor de la Iglesia Espíritu y Verdad en la ciudad de Jayaque, La Libertad—, sufrió un accidente. Era el mes de octubre y mientras se dirigía al aeropuerto con tres personas otro auto los embistió desde atrás. El impacto fue de tal magnitud que provocó que el auto volcara y dejara a Alfredo debajo del fuselaje. Los demás que iban con él salieron mejor librados, él no. Al sacarlo de abajo de la estructura metálica tenía varias costillas quebradas, dos vertebras movidas, un brazo fracturado y de remate, le indujeron un coma porque los médicos creyeron que tenía una lesión cerebral. Un mes después del accidente, en noviembre, despertó y, como era de esperar, no recordaba nada de lo que ocurrió el día del choque. A partir de allí pudo recibir visitas. Yo fui a verlo en un par de ocasiones, así como su familia y hermanos de su iglesia. Debido a las largas horas de estar encamado y al hecho de solo permitir dos turnos de visita al día, la soledad lo comenzó a invadir; sin embargo, a la altura del mes de diciembre comenzó a abrigar la esperanza de salir antes de las festividades de fin de año y así estar con su familia. Tuvo la expectativa por muchos días hasta que a mediados de ese mes se enteró que gran parte del personal médico ya estaba de vacaciones y sus evaluaciones médicas se habían pospuesto hasta el mes de enero. Eso significaba que pasaría Navidad y año nuevo en el hospital… solo. Alfredo cayó en una profunda depresión. Unos días después pasó algo. Alfredo me contó que sintió que Dios lo visitó en su habitación. La experiencia duró alrededor de cuatro horas. Mientras él sentía la presencia de Dios no paraba de

llorar a la vez que escenas de su vida pasaban por su mente como si de una película se tratara. Todo esto además de escuchar la voz del Señor que lo consolaba y motivaba a tomar nuevas decisiones. Después de la experiencia su ánimo mejoró y la depresión desapareció casi de inmediato Una mañana antes de finalizar el mes de diciembre, una de las enfermeras que siempre lo atendía fue a rasurar su barba. Recuerda que todo ese tiempo mi amigo estuvo encamado, no podía movilizarse. Como ambos ya se habían hecho amigos y ella se había identificado como cristiana, después de inclinar la cama, mientras lo rasuraba, le dijo: “Pastor Alfredo, quiero darle una palabra que Dios puso en mi corazón para usted. El Señor me dijo que le dijera que, por haber cuidado de su rebaño, Él cuidará de usted”. A Alfredo se le humedecieron los ojos. Resulta que diez años antes Alfredo había dejado todo para dedicarse completamente al pastorado. El asunto es que antes de decirle “sí” al Señor tuvo muchísimas dudas. De trabajar como empleado en algunas empresas y de ganar mucho dinero, el hecho de conocer de primera mano las carencias que sufren los pastores hizo que le costara mucho tomar la decisión. Un día, mientras Alfredo oraba en su habitación, sintió que el Señor le habló a su corazón: “Si cuidas de mi rebaño, yo cuidaré de ti”. La certeza de que Dios le hablaba lo terminó de motivar a dedicarse al pastorado a tiempo completo. Por eso, cuando esa mañana la enfermera lo rasuraba y le dijo exactamente las mismas palabras que Dios le había dicho diez años antes, Alfredo se conmovió hasta las lágrimas. En enero de 2012 Alfredo pudo salir del hospital y estar en casa. Hoy en día está completamente restablecido. Y, como puedes ver, Dios es especialista en consolar el corazón de quienes han dejado todo por seguirlo a Él así como consoló el corazón de Rut muchos siglos antes. 4. La mesa del Señor.

Booz no solo consoló el corazón de Rut, también hizo algo más: Y a la hora de comer Booz le dijo: Ven acá para que comas del pan y mojes tu pedazo de pan en el vinagre. Así pues ella se sentó junto a los segadores; y él le sirvió grano tostado, y ella comió hasta saciarse y aún le sobró. Rut 2:14 (énfasis añadido). A pesar de la pobreza de Rut y de ser una extranjera recién llegada a Belén, Booz la elevó a una posición envidiable. Ella fue invitada a comer en su mesa para disfrutar de una relación más allá de la que experimentan los recoge espigas. Y no solo la invitó, sino que cuando se sentó “él le sirvió”. Booz se comportó como un gran anfitrión y la hizo sentir agasajada. Me gusta cómo Carolyn Custis James, citando a Robert L. Hubbard, describe la escena: «Booz lleva a Rut al ámbito de su hogar convirtiéndola en “la espigadora más favorecida”. En términos modernos, el hecho de darle acceso al agua más fresca y el comedor, Booz se parece a un jefe mostrando la compañía a un nuevo empleado. A pesar de que Booz no contrataba a Rut, sus gestos crean una escena poderosa del Evangelio porque vemos a una espigadora sentada junto a los trabajadores pagos, una moabita “cenando” con israelitas, un hombre sirviéndole a una mujer, los pobres con los ricos, una foránea incluida en el círculo más pequeño. Son imágenes como el estilo de banquete que Jesús hubiese disfrutado, un diseño del mundo que el Evangelio restablece al decir: “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28)».[50] Precisamente, el propio Señor hizo lo mismo que Booz hizo con Rut, invitó a todos a departir en su mesa. “Al atardecer”, dice el evangelio de Mateo, “estaba Él sentado a la mesa con los doce discípulos” (Mateo 26:20). El Manual Ilustrado de Usos y Costumbres de la Biblia, dice con relación al acto de estar a la mesa: «Partir el pan juntos, incluso hoy, parece decir: “Somos

amigos, tenemos un vínculo común”. Tales sentimientos son evidentes en toda la Biblia. Es como si comer es más que asunto de ingerir alimentos».[51] A eso se debió que Jesús dedicara muchas horas abriéndoles su corazón desde el capítulo 13 hasta el capítulo 16 del evangelio de Juan. Incluso, en un momento de la conversación los llamó “amigos” (15.14-15). Porque el hecho de que estuvieran a la mesa era más que solo degustar juntos una buena comida, sino confirmar que verdaderamente tenían un profundo vínculo. Jesús a la mesa con los discípulos es más que una imagen pictórica, es un modelo de comunión y cercanía que el Señor quiere repetir con quienes han dispuesto abandonarlo todo por seguirlo a Él. Cuando imitamos el ejemplo de Rut y de los discípulos, somos invitados a la mesa, al compañerismo, a la amistad. Por eso, Él no se conformó con invitar a la mesa a los doce discípulos, sino que instituyó que dicho acto se repitiera de generación en generación: “En memoria de mí” (Lucas 22:19), les ordenó. Por eso, después de que ascendió a los cielos, cuando los apóstoles se lanzaron a predicar el evangelio, prácticamente, su mensaje fue: “¡Vengan a la mesa!”. He ahí por qué cuando miles y miles comenzaron a profesar lealtad a Jesús “los que habían recibido su palabra fueron bautizados… y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración” (Hechos 2:41-42, énfasis añadido). Aquí el partimiento del pan es una clara alusión de que todos se sentaban a la mesa. Todos estaban invitados, todos se sentaron para tener comunión. Todos ellos aceptaron la invitación de Jesús que les decía: “Ven, seamos amigos”. 5. La generosidad de Dios. Por último, después disfrutar de la hospitalidad de Booz, al terminar de comer, la Escritura dice:

Y ella espigó en el campo hasta el anochecer, y desgranó lo que había espigado y fue como un efa de cebada. Y lo tomó y fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido. Y sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio a Noemí. Entonces su suegra le dijo: ¿Dónde espigaste y dónde trabajaste hoy? Bendito sea aquel que se fijó en ti. Y ella informó a su suegra con quién había trabajado, y dijo: El hombre con el que trabajé hoy se llama Booz. Rut 2:17-19 (énfasis añadido). Cuando terminaron de comer, Rut agradeció la gentileza y continuó trabajando hasta muy tarde. Incluso, Booz le dijo que permaneciera espigando lo que restaba de la temporada (Rut 2:21). Nadie como Carolyn Custis James para describir el regreso de Rut a casa y dimensionar cuánto fue lo que espigó ese día: «Luego de un largo día de arduo trabajo bajo el ardiente sol, se debe sentir exhausta. Al mismo tiempo, la anticipación de la reacción de Noemí seguramente dibuja una sonrisa sobre el rostro de Rut y pone toda la energía necesaria al caminar con dificultad esa noche en su regreso a casa. Cualquiera puede adivinar la cantidad de espigas crudas que un espigador promedio traía a casa en un día de trabajo —con suerte lo suficiente como para el día siguiente. Pero la cantidad que Rut lleva pertenece al Libro de Records Guinness. Luego de espigar y reducir, acumuló una ephah de cebada. Los eruditos estiman que Rut trajo a casa aproximadamente veintinueve libras de espigas. “Esa cantidad daba testimonio de la generosidad de Booz y la laboriosidad de Rut”, sin mencionar la destacable generosidad de los trabajadores de Booz. Para poner en perspectiva lo que Rut espigó, los antiguos registros babilónicos de esa era indican que lo que un hombre llevaba a casa luego de una jornada de trabajo era rara vez más que una o dos libras. De manera que en un día Rut se llevó a grosso modo el equivalente a un medio mes de trabajo o más. Ella rastrillaba un mínimo de quince veces más de lo que los segadores de Booz se llevaban como una paga diaria justa. Si alguien hubiese

alertado a Noemí que Rut iba a regresar a casa con semejante carga, nunca les hubiese creído».[52] A veces creemos que quienes dejan todo por seguir al Señor nunca recibirán nada; sin embargo, aunque el principal énfasis del evangelio son las bendiciones espirituales que Dios ofrece, eso no significa que no recibirán nada material. En una ocasión Pedro le preguntó a Jesús qué obtendrían quienes dejaran todo por seguirlo a Él: “Y Jesús les dijo: En verdad os digo... todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:28-29). Aunque el cumplimiento pleno de esta promesa, definitivamente, lo experimentaremos en la vida venidera, es probable que la promesa de “cien veces más” de Mateo 19:28-29 haya venido a la mente de los discípulos cuando la Iglesia comenzó a traer delante de los apóstoles sus posesiones. El libro de los Hechos lo describe así: “Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:33-35, énfasis añadido). Ante cada casa, terreno u ofrenda monetaria pueda que los discípulos pensaran: “¡Caramba! ¡El Señor ya nos había dicho que esto sucedería!”. Obviamente, los apóstoles nunca consideraron apropiarse de nada de eso, sino que decidieron que todo se “distribuyera a cada uno según su necesidad”, ¡al igual que Rut cuando fue bendecida generosamente por Booz! La Escritura dice que ella se “fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido. Y sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio a Noemí” Rut 1:18). Rut no cosechó solo para sí misma, sino para alguien más… Nohemí. Carolyn Custis James dice al respecto: «La enorme carga de espigas crudas era solo la primera sorpresa. Luego, Rut buscó

dentro de su capa y sacó las sobras de su almuerzo —más evidencia aun de su cuidado cariñoso hacia Noemí. ¿Cuándo había sido la última vez que la anciana viuda había comido? Le llevaría por lo menos una hora o dos moler el grano crudo, preparar la masa y hornear el pan. Y hasta eso hubiese sido una posibilidad bienvenida para una hambrienta Noemí. Pero ahora no había necesidad de esperar. Tenía los granos tostados listos para comer —la primera cena con comida rápida en la Biblia».[53] Rut cosechó la abundancia de su trabajo y experimentó la generosidad de Booz, no para apropiársela, sino para compartirla. Del mismo modo, los apóstoles dejaron todo por seguir a Jesús y en un momento de sus vidas recibieron “cien veces más” como les profetizó. No para acaparar para sí las bendiciones, sino para repartirlas. Como nosotros también deberíamos de hacer al experimentar la generosidad del Señor. En palabras del apóstol Pablo: “El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad” (Efesios 4:28).

Recibir lo que se estuvo dispuesto a renunciar. Una de las cosas que Rut estuvo dispuesta a abandonar por causa del Dios de Israel fue la posibilidad de casarse y tener hijos. Si recuerdas, el examen sorpresa que Nohemí les lanzó a sus nueras decía que no podía darles más hijos con los cuales contraer matrimonio (Rut 1:12-13) y, aun así, Rut permaneció a su lado. El asunto es que a medida que avanza el relato de su vida descubres que al final de cuentas obtuvo lo que estuvo dispuesta a dejar. Si sigues la secuencia de la historia, Rut espigó durante la temporada de cosecha, por lo que después de algunos meses Nohemí la animó a que buscara una relación más profunda con Booz: “Después su suegra Noemí le dijo: Hija mía, ¿no he de buscar seguridad para ti, para que te vaya bien? Ahora pues, ¿no es Booz nuestro pariente, con cuyas criadas estabas? He aquí, él avienta cebada en la era esta noche. Lávate, pues, úngete y ponte tu mejor

vestido y baja a la era; pero no te des a conocer al hombre hasta que haya acabado de comer y beber. Y sucederá que cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta; irás, descubrirás sus pies y te acostarás; entonces él te dirá lo que debes hacer. Y ella le respondió: Todo lo que me dices, haré.” (Rut 3:1-5). Nohemí le dio instrucciones para que tomara parte de una costumbre de la época. «En esos tiempos», explica David Wilkerson en su libro Tenemos hambre de Cristo, «los siervos dormían a los pies de sus amos, en forma perpendicular y con todas sus vestiduras puestas, a fin de calentarlos. Si el amo era un pariente cercano, era su deber comprar la herencia de ese siervo para que no se perdiera. El pariente indicaba que estaba dispuesto a hacer eso, tomando una tela o cobertor y colocándolo sobre los hombros de su siervo, lo cual en realidad significaba: “Yo seré tu protector”». [54]

Así que Nohemí le dijo a Ruth que fuera esa noche a la era donde Booz iba a aventar la cebada y después que él se acostara, ella debía destaparle los pies, acostarse allí y hacer lo que Booz le dijera. La Escritura describe la escena así: “Cuando Booz hubo comido y bebido, y su corazón estaba contento, fue a acostarse al pie del montón de grano; y ella vino calladamente, descubrió sus pies y se acostó. Y sucedió que a medianoche el hombre se asustó, se volvió, y he aquí que una mujer estaba acostada a sus pies” (Rut 3:7-8). Cuando Booz despertó y la encontró allí quedó muy complacido y le dijo: “Bendita seas del Señor, hija mía. Has hecho tu última bondad mejor que la primera, al no ir en pos de los jóvenes, ya sean pobres o ricos. Ahora hija mía, no temas. Haré por ti todo lo que me pidas, pues todo mi pueblo en la ciudad sabe que eres una mujer virtuosa” (Rut 3:10-11). Cuando Booz se dio cuenta de la decisión de Rut, no pudo hacer otra cosa más evidenciar el amor que sentía por ella y que había nacido desde aquella primera vez que la conoció mientras espigaba en su campo. Pero ahora, ella había ido más allá, lo había escogido a él y eso ganó el corazón de Booz para siempre.

El resto de la historia es de todos conocido. Booz hizo todo lo posible por casarse con Rut y redimirla ya que había otro pariente más cercano que él. Pero al final de cuentas lo consiguió: “Booz tomó a Rut y ella fue su mujer, y se llegó a ella. Y el Señor hizo que concibiera, y ella dio a luz un hijo” (Rut 4:13). Rut decidió seguir al Señor aunque eso significara que nunca se casaría; sin embargo, ¿qué crees que obtuvo al final de todo? El esposo que tanto deseó. Pues cuando decidimos ser leales al Señor cueste lo que cueste nos concederá aquello que nadie conoce, pero que está en lo más profundo de nuestro corazón. Ya sea en esta vida o en la venidera.

CAPÍTULO 4: EL MEJOR ADORADOR

C

arlos Wesley (1707-1788) fue el hermano menor de Juan Wesley, el reconocidísimo fundador del movimiento metodista. Así como John fue conocido por su ministerio como predicador, Charles lo fue por su ministerio musical aunque también era considerado un gran evangelista. Para que tengas una idea de cuánto le apasionaba la música se asegura que a lo largo de su vida escribió alrededor de 6,500 himnos.[55] Esto significa que, si Carlos Wesley vivió 80 años, tuvo un ritmo de composición de ochenta canciones por año en promedio. Es decir, Carlos fue un compositor extraordinariamente prolífico. Su influencia musical no solo ha perdurado después de 200 años, sino que ha llegado hasta la música en español con himnos de su autoría que todos conocemos. Por ejemplo, El Señor resucitó y Maravilloso es el gran amor (álbum Himnos, Un retrato de Cristo, Steve Green) y el famosísimo Oíd un son en alta esfera, himno que suele cantarse en época de Navidad. Su legado es de tal magnitud que el reverendo James King, en su Himnología anglicana, identificó en 52 himnarios de iglesias anglicanas de todo el mundo cuatro himnos que siempre estaban presentes. A esos cuatro himnos los denominó: “Los cuatro grandes”. Dos de ellos son de la autoría de Carlos Wesley.[56] Además, King identificó seis himnos más que también estaban presentes en 49 de esos 52 himnarios. Uno de ellos de autoría de Carlos Wesley.[57] Esto significa que, si se hiciera un Top 10 de himnos basados en la investigación que James King realizó en 52 himnarios anglicanos a nivel mundial, tres fueron escritos por Charles. En 1994 la Asociación de Música Gospel de EE. UU. reconoció el aporte de Carlos Wesley a la música cristiana incluyéndolo en el Salón de la Fama de la Música Gospel.[58]

¿Cuántas canciones escribió David? Cuando me enteré de la enorme cantidad de himnos que escribió Charles Wesley —imagínate, 6,500— despertó en mí la curiosidad de saber cuántas canciones había escrito el rey de David durante su ministerio musical. Si David fue el gran músico que todos sabemos fue debió haber escrito por lo menos algunos cientos, ¿no cres? Para comenzar, conté cuántos Salmos le atribuía a David el libro de los Salmos. Así que allí estaba yo pasando las páginas de mi Biblia intentando identificar la expresión “salmo de David” debajo de cada Salmo. De paso, me fui a algunas referencias del Nuevo Testamento donde se le atribuyen salmos a David que no necesariamente le atribuye el propio libro y obtuve el gran total de 73. Es decir, prácticamente la mitad de los Salmos. Sin embargo, nunca estuve totalmente satisfecho con dicho número. “¡No puede ser!”, pensaba, “David fue un músico de tal calibre que la Biblia dice que hasta confeccionaba sus propios instrumentos musicales (1 Cr. 23:5). ¿Y solo escribió 73 Salmos?”. Tú sabes que muchos de estos salmos son bastante amplios, por lo que, si aún consideráramos dividir algunos en cuatro o cinco secciones debido a su amplitud y consideráramos cada sección una canción amparados en el tamaño de las canciones contemporáneas, a penas lograríamos un número de 300 o 350. Sin embargo, ¿realmente David escribió solo ese número de canciones? ¿De verdad escribió solo unos cientos? Unos años después cayó en mis manos el libro De lo profundo, Señor, a ti clamo, un comentario del libro de los Salmos escrito por el Dr. Samuel Pagán. Allí, apelando a los documentos descubiertos en el Mar Muerto, Pagán afirma: «Es muy generalizado el reconocimiento de David como autor principal del libro de los Salmos. De esa época, uno de los manuscritos de Qumram (II QPsa) incluye una importante nota en torno a las composiciones poéticas de David, que le fueron dadas por Dios: Tres mil seiscientas (3,600) alabanzas, 446 cánticos para la adoración diaria

y eventos especiales, y cuatro canciones que debían entonarse con harpas o liras para liberar a personas atormentadas por espíritus. ¡Un gran total de 4,050 composiciones!».[59] “¡Lo sabía!”, exclamé al leer ese párrafo, “¡no podía ser que David solo hubiera escrito 73 Salmos o a penas unas 350 canciones!”. Por lo tanto, según los descubrimientos arqueológicos, el total de canciones que él compuso a lo largo de su vida fueron 4,050.

Las cualidades de David. Además de ser un compositor prolífico, David fue un hombre multifacético. Cantante, músico, guerrero, profeta, líder, rey, hijo, amigo, esposo, padre, etc. ¿Con cuál de sus roles nos quedamos? Yo me quedaría con uno: adorador. El mejor adorador de todos los tiempos. Tal fue es importancia en la historia bíblica que David es uno de los personajes del Antiguo Testamento que más se mencionan en el Nuevo. Charles Swindoll, en su libro David, un hombre de pasión y destino, afirma: «¿Le sorprendería a usted saber que de David se ha escrito más que de cualquier otro personaje de la Biblia? Catorce capítulos están destinados a la vida de Abraham, e igual número a José, mientras que a Jacob once y a Elías diez. Pero ¿tiene usted idea de cuántos están dedicados a David? Sesenta y seis, si mi cálculo es correcto, y eso no incluye unas cincuenta y nueve referencias a su vida en el Nuevo Testamento. Cuando uno se da cuenta de lo mucho que se dice de David en la Biblia… puede tener la sensación de que fue un una persona súper excepcional».[60] Así que en este capítulo quiero compartirte cinco cualidades que llevaron a David a convertirse en el mejor adorador de todos los tiempos. Las cuales, si nos comprometemos a emular, nos convertirán también a nosotros en mejores adoradores del Señor. 1. David tuvo un corazón antes que un talento.

Si estás familiarizado con la historia de David recordarás cómo se le encomendó al profeta Samuel la misión de ir a buscar al nuevo rey que substituiría al rey Saúl. La Escritura dice: “Y el Señor dijo a Samuel: ¿Hasta cuándo te lamentarás por Saúl, después que yo lo he desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ve; te enviaré a Isaí, el de Belén, porque de entre sus hijos he escogido un rey para mí” (1 Samuel 16:1, énfasis añadido). Aunque al principio parecía que Saúl estaba haciendo una gran labor como rey, no pasó mucho tiempo cuando el Señor lo desechó. He ahí por qué Samuel se lamentaba y por qué Dios lo envió a ungir a quien lo substituiría. Cuando el profeta llegó a la casa de Isaí, este hizo desfilar a cada uno de sus hijos. Y, al nomás ver el porte del primero, el relato dice: Y aconteció que cuando ellos entraron, vio a Eliab, y se dijo: Ciertamente el ungido del Señor está delante de Él. Pero el Señor dijo a Samuel: No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón. 1 Samuel 16:6-7 (énfasis añadido). Después de la reprensión interna que Dios le propinó al profeta llegó el turno del menor, David. En ese momento, el Señor le dijo a Samuel: Levántate, úngele; porque este es. 1 Samuel 16:12 (énfasis añadido). Que fue como decirle: “¡oye, Samuel! Úngelo a él porque este es el que tiene el corazón que yo busco”. El libro de los Hechos añade: Les levantó por rey a David, del cual Dios también testificó y dijo: «He hallado a David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón, que hará toda mi voluntad. Hechos 13:22 (énfasis añadido).

¿De qué nos hablan estos pasajes? Que lo que a Dios le atrajo de David no fue su apariencia física ni su grandísimo talento artístico, sino su corazón. ¿Cómo era el corazón de David? ¿Cómo se enteró Dios de que era como el suyo? Hechos 13:22 responde estas preguntas diciendo: “Un hombre conforme a mi corazón, que hará toda mi voluntad” (énfasis añadido). Es decir, lo que hizo que su corazón fuera conforme al del Señor fue su disposición de obedecerlo. “Quien hará todo lo que yo quiero”, dice la Reina Valera 1960. Es decir, lo que determinará que tu corazón sea conforme al de Dios será tu obediencia a Él. A veces pensamos que obedecer a Dios —o tener un corazón conforme al suyo— tiene que ver con hacer proezas espectaculares o recibir misteriosamente directrices divinas que acatar. Y, aunque yo no niego que ese tipo cosas puedan suceder, la obediencia a Dios es más simple que eso. Por ejemplo, aunque en la época de David aún no había sido escrita la totalidad del Antiguo Testamento, él conocía el Pentateuco. Uno de los diez mandamientos dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Éxodo 20:12). O sea, David no tuvo que hacer una gran proeza para demostrar que era obediente o escuchar una voz tronante desde el cielo para decir: “¡ah! ¡Es hora de obedecer!”. No, él conocía la Escritura y simplemente se ocupó en obedecer lo que ya conocía. La obediencia que se le demandó a David es la misma que se demanda de nosotros. Esa que acata la voluntad de Dios en las cosas que ya nos fueron reveladas en la Palabra, no de cosas que esperamos conocer de forma mística. ¿Por qué digo esto? Porque luego de que 1 de Samuel 16 nos muestra que David era un hombre conforme al corazón de Dios, 1 de Samuel 17 nos muestra que él era un joven que obedecía los mandamientos. Si te fijas, antes de que se nos muestre al gran derribador de gigantes, se nos muestra al hijo obediente a papá. Quien, con el objetivo de saber cómo les iba a sus hijos en la batalla, envió a David para llevarles provisiones y aprovechar saber el estado en que se encontraban. He ahí por qué la Escritura dice: “Y se levantó David muy de mañana, dejó el

rebaño con un guarda, y tomando las provisiones, se fue como Isaí le había mandado” (1 Samuel 17:20, énfasis añadido). 1 de Samuel 16 no nos muestra de inmediato en qué David era obediente para que Dios lo catalogara como “conforme a su corazón”; pero al llegar a 1 de Samuel 17 descubrirmos que él acataba las enseñanzas del Pentateuco, específicamente los mandamientos que Moisés dejó establecidos. Insisto, si realmente queremos convertirnos en adoradores conformes al corazón de Dios debemos ser obedientes a lo que ya nos ha sido revelado. El escritor estadounidense Mark Twain cuenta que se encontró con un negociante sin escrúpulos en Boston durante sus viajes que se jactaba diciendo que nadie jamás lograba salirse con la suya una vez que él había decidido hacer algo. Dijo: “Antes de morir voy a hacer un peregrinaje a la Tierra Santa. Voy a escalar el Monte Sinaí; ¡y cuando llegue a la cumbre voy a leer los Diez Mandamientos en voz alta a todo pulmón!”. Sin impresionarse, Twain respondió: “Tengo una mejor idea. Quédate en Boston y guárdalos”.[61] Como adorador que quiere tener un corazón conforme al del Señor no te preocupes de hacer grandes proezas por su causa, si obedeces lo que ya te ha sido revelado en la Palabra estarás haciendo algo extraordinario para comenzar. A lo largo de mi vida he conocido a cristianos que me han dicho: “¡cómo quisiera que el Señor me hablara!”. Incluso, hay canciones de adoración que cantamos en la iglesia con versos donde le pedimos al Señor que nos hable; sin embargo, cuando expresamos ese tipo de anhelos, ¿qué esperamos? ¿Una voz audible? ¿Una experiencia sobrenatural? A veces, cuando oramos ese tipo de cosas, me imagino al Señor decir: “Pero si ni siquiera lees mi Palabra escrita, ¿cómo esperas que te hable audiblemente?”. El Señor ya nos habló a través de las Escrituras y, si aun teniendo su Palabra no la obedecemos, ¿por qué Dios debería manifestarse a nosotros de formas sorprendentes? En la obediencia al Señor reside la clave de ser o no ser conformes a su corazón. Eso fue lo que diferenció a David de Saúl,

en que el corazón del primero fue distinto al del segundo. En una de las ocasiones donde Saúl desobedeció, Samuel le dijo: Has obrado neciamente; no has guardado el mandamiento que el Señor tu Dios te ordenó, pues ahora el Señor hubiera establecido tu reino sobre Israel para siempre. Pero ahora tu reino no perdurará. El Señor ha buscado para sí un hombre conforme a su corazón, y el Señor le ha designado como príncipe sobre su pueblo porque tú no guardaste lo que el Señor te ordenó. 1 Samuel 13:13-14 (énfasis añadido). Prácticamente lo que Samuel le dijo fue: “Saúl, debido a que no has querido obedecer los mandamientos de Dios, Él ha tenido que buscar a alguien que sí tiene el corazón para hacerlo”. Al tal grado fue la desobediencia de Saúl que Samuel le dijo: “El Señor hubiera establecido tu reino sobre Israel para siempre”. Es decir, que de alguno u otro modo, si Saúl hubiera sido fiel al Señor, en lugar de que en la actualidad conociéramos a Jesús como “hijo de David” probablemente lo conoceríamos como Jesús “hijo de Saúl”. Pero por no dimensionar la magnitud de rebeldía fue desechado del reinado y de la genealogía del Mesías. Lewis y Faye Copeland, en su libro 10,000 Jokes, Toasts and Stories (10,000 chistes, brindis e historias) cuentan que en un hospital de niños había un niño que se había ganado la reputación de portarse extremadamente mal con las enfermeras y los empleados. Un día una visitante que sabía del terror que era aquel muchacho le ofreció un trato: “Si te portas bien por una semana”, le dijo, “te daré diez centavos cuando regrese”. Una semana más tarde estaba junto a su cama. “Voy a decirte algo”, le dijo. “No les voy a preguntar a las enfermeras si te portaste bien. Debes decírmelo tú mismo. ¿Te mereces los diez centavos?”. Luego de una pausa, una pequeña voz saliendo de las sabanas dijo: “Déme un centavo”.[62] Aunque como creyentes no obedecemos a Dios por lo que podemos obtener a cambio, la anécdota anterior nos muestra que a

obedecer se aprende poco a poco. Primero obedeces de a un centavo, luego de a dos, después de a tres hasta obedecer plenamente todo cuando el Señor pide en su Palabra. El diccionario Oxford de Lenguaje define de la siguiente manera la palabra “conforme”: «Que se corresponde, se ajusta o está de acuerdo con algo».[63] Esto significa que cuando Hechos 13:22 dice que David era “un hombre conforme al corazón de Dios” nos está diciendo que él tomó la decisión de ajustar sus pensamientos, actitudes y acciones para que se alinearan a lo que Dios establecía en las Escrituras. Si bien la obediencia es un fruto del Espíritu Santo obrando en el interior del creyente, también hay tareas que a nosotros nos corresponde realizar. En el caso del salmista, este leyó en el Pentateuco el quinto mandamiento que trata sobre obedecer a los padres y quiso que su corazón se ajustara al estandar divino. ¿Consiguió David obedecer este mandamiento en un abrir y cerrar de ojos? Probablemente. ¿Consiguió obedecer todo cuanto se le demandaba en los diez mandamientos de la noche a la mañana? Seguramente no; sin embargo, tenía la disposición y el deseo de aprender a obedecerlos. Por lo tanto, dicha actitud fue transformando su corazón al punto de llegar a parecerse al de Dios. David, como un alfarero aprendiz que mira a su maestro moldear el barro, observó detenidamente cómo era el corazón del Señor revelado en las Escrituras y quiso que tuviera el mismo tamaño y forma. Se cuenta de un cristiano que comenzó a buscar al Señor fervientemente. Él quería convertirse en un verdadero adorador y sabía que para lograrlo debía pasar tiempo en su presencia. A veces hasta planificaba períodos de ayuno para dedicarse a la oración. En su afán de convertirse en alguien cuya vida agradara al Señor, un día oró con fervor: —Señor, ¡dame lo que David tenía! En eso oyó una voz tronar en su mente: —¡Dame el corazón que David me dio! Si realmente queremos tener un corazón conforme al del Señor debemos disponernos a obedecer lo que se nos ha revelado en las

Escrituras. Primero de a un centavo, luego de a dos, después de a tres hasta que paulatinamente nuestro corazón vaya aprendiendo a obedecer su Palabra y nuestra obediencia perfeccionándose. 2. David fue un adorador antes que un músico. 1 de Samuel dice que cuando Samuel no encontró entre los hijos de Isaí al futuro monarca de Israel, Samuel preguntó: ¿Son estos todos tus hijos? Y él respondió: Aún queda el menor, que está apacentando las ovejas. Entonces Samuel dijo a Isaí: Manda a buscarlo, pues no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga acá. 1 Samuel 16:11 (énfasis añadido). Si algo caracterizó la adolescencia de David fue la soledad. Seguramente tenía amigos, pero el hecho de que fuera pastor y tuviera que pasar largas jornadas con el rebaño hizo que algunos de sus años fueran bastante solitarios. Eso sin contar que aparentemente sus hermanos no eran muy amigables que se diga. El Dr. Samuel Pagán, en su libro El rey David, una biografía no autorizada, dice: «La lectura inicial de las narraciones que se encuentra en el libro de Samuel (p. ej., 1 Sam. 16:1-10; 17:12-15) da la impresión de que David era el octavo hijo en la familia de Isaí. En Crónicas, sin embargo, de la evaluación de la lista de hijos, se desprende que David era el séptimo (1 Cro. 2:13-15)… Tener siete hijos en la Antigüedad era una forma simbólica y literaria de afirmar que se tenía una familia buena, adecuada y completa, y que el séptimo hijo gozaba de una bendición especial. Por otro lado, ser el hijo octavo, no el séptimo, es una manera de poner de manifiesto los orígenes sencillos y humildes de David: ¡no era el séptimo hijo el que recibía una bendición especial! Sin embargo, según las Escrituras, Dios le llevó de ser un hijo subestimado a ser el rey escogido».[64]

El Comentario Bíblico Mundo Hispano añade: «Evidentemente el más joven no fue estimado y no se le daba lugar a la par de los mayores. A menudo fue dejado con las tareas más humildes. En este caso David se había quedado apacentando (pastoreando) las ovejas».[65] El oficio de pastor lo ejercía separado de su familia. A sus hermanos les apasionaban los emprendimientos militares y seguramente a David también; pero durante su adolescencia pasó más tiempo con las pequeñas ovejas que con los grandes soldados. Ahora, que él pasara mucho tiempo con el rebaño le permitía llevar a cabo lo que más lo apasionaba: la adoración. David, además de cumplir sus responsabilidades pastoriles, podía subirse sobre una ladera o una roca, tener un panorama de dónde pastaba cada oveja y elevar una oración o un canto en compañía de su instrumento musical. Por eso, cualquiera que pasaba por los lugares alejados y retirados por donde David pastoreaba podía escuchar al pastorcito de Belén tocando música hermosamente ejecutada. Desde muy joven David adoptó el hábito de pasar tiempo en la presencia de Dios. Vamos, lo animales pueden servir de compañía; sin embargo, las mascotas, por más que las amemos, no suplen la necesidad de relación que poseemos como humanos. Así que David decidió suplir dicha necesidad relacionándose profundamente con Dios. Por lo que, delante de las ovejas empleaba parte de su tiempo para amarlo, exaltarlo y glorificarlo. Fuera debajo del cielo azul o del cielo iluminado de estrellas, David dedicaba algunos espacios para adorar. Si meditas detenidamente en lo anterior caerás en la cuenta de que el primer público que David tuvo en sus conciertos no fueron seres humanos, fueron ovejas. Los primeros recitales del mejor adorador fueron ante los corderos cuyos balidos sonaban a fallidos intentos por corear sus canciones. Incluso, no sé si alguna vez lo has reflexionado, pero el Salmo 23 —su canción más emblemática —, pudo haber sido compuesto en las llanuras de Israel y ante un auditorio arropado de lana. La idea primigenia de dicho salmo fue

pensar en que, así como él pastoreaba las ovejas de la familia, el Señor lo pastoreaba a él. Al percatarse de que no podía ser un mejor pastor de lo que era el Señor y que su amor por sus animales no podía ser mayor que el amor que Dios le mostraba comenzó a cantar: Tú, Dios mío, eres mi pastor; contigo nada me falta. Me haces descansar en verdes pastos, y para calmar mi sed me llevas a tranquilas aguas. Me das nuevas fuerzas y me guías por el mejor camino, porque así eres tú. Puedo cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada, porque tú eres mi pastor y siempre estás a mi lado; me guías por el buen camino y me llenas de confianza. Aunque se enojen mis enemigos, tú me ofreces un banquete y me llenas de felicidad; ¡me das un trato especial! Estoy completamente seguro de que tu bondad y tu amor me acompañarán mientras yo viva, y de que para siempre viviré donde tú vives. Salmo 23:1-3 (TLA, énfasis añadido). Así como a las ovejas les encantaba estar en la presencia de David, a David le encantaba estar en la presencia de Dios. No solo el Señor era el Pastor de David y David el pastor de sus ovejas, sino que así como las ovejas eran las ovejas de David, David era la oveja del Señor. He ahí por qué el oficio de pastor no le fue una carga, sino un deleite. Porque encontró en su labor una analogía de su relación con Dios. Aunque es muy probable que David haya tenido alguna que otra oveja rebelde, no era el comportamiento habitual de ellas. Al contrario, David sentía que ellas lo amaban y, por ende, él, como oveja espiritual, le correspondía amar a su Pastor. Sea quien haya sido el escritor del Salmo 100, pareciera que el autor también encontró en la presencia de Dios su deleite. Cuando estudias detenidamente sus versos te da la impresión de que quien lo confeccionó… o estaba familiarizado con el oficio de pastor o él mismo era un pastor. No sabemos si David fue el escritor, pero probablemente lo fue. Por favor, percibe en el salmo la emoción que

el autor sentía por estar en la presencia de Dios al punto de invitar a todos a que se emocionen junto con él delante del Pastor: Habitantes de toda la tierra griten con todas sus fuerzas: ¡Viva Dios! ¡Adórenlo con alegría! ¡Vengan a su templo lanzando gritos de felicidad! Reconozcan que él es Dios; él nos hizo, y somos suyos. Nosotros somos su pueblo: ¡él es nuestro pastor, y nosotros somos su rebaño! Vengan a las puertas de su templo; ¡denle gracias y alábenlo! Él es un Dios bueno; su amor es siempre el mismo, y su fidelidad jamás cambia. Salmo 100:1-5 (TLA, énfasis añadido). Cuando pasas en la presencia de Dios y descubres la plenitud y el placer de pasar tiempo adorándolo, no querrás que tu experiencia sea única ni solo para ti. Al contrario, querrás que otros más la experimenten, por ende, los motivarás a que también se conviertan en ovejas del Pastor. Es más, cuando vas al Nuevo Testamento, específicamente al libro de Apocalipsis, descubres que quienes están en el cielo, es decir, quienes habitan ya delante de la mismísima presencia de Dios, experimentan en primera fila que el Señor es su Pastor. Por favor, lee detenidamente los siguientes versos: Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas… Y uno de los ancianos habló diciéndome: Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?... Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, pues el Cordero en medio del

trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Apocalipsis 7:9, 13-17 (énfasis añadido). Si te fijas, la expresión “el Cordero los pastoreará y los guiará a manantiales de agua de vida” prácticamente es una alusión a las palabras que David expresó en el Salmo 23 cuando dijo: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (v. 1-2, RV60). Si quienes están en el propio tercer cielo delante del trono de Dios experimentan que Él los pastorea, los guía a manantiales de agua y los conforta, eso significa que cuando David compuso el Salmo 23 se debió a que, cuando él pasaba tiempo en la presencia de Dios adorando, literalmente estaba experimentando el cielo en la tierra. ¡Con razón David quiso pasar tiempo en la presencia de Dios! ¡Con razón quiso ser un adorador más que un músico! ¡Con razón le fascinaba la analogía del pastor y las ovejas! Porque pasar tiempo adorando le hacía sentir las glorias del cielo en su propio corazón. 3. David fue un pastor antes que un rey. David no sólo fue un hombre conforme al corazón del Señor y un adorador que pasaba tiempo en su presencia, sino también una persona fiel. Por ejemplo, la vez que Samuel ungió a David, mientras sus hermanos optaron por quedarse en casa, él andaba por los valles distantes de Israel supervisando las ovejas que le habían sido delegadas. Por eso Samuel no halló a David en casa, porque andaba ejecutando las directrices de su padre tocante al rebaño de la familia. ¿Alguna vez te has preguntado cuántas ovejas tenía David bajo su cargo? ¿Cuánta crees que habrá tenido la responsabilidad de cuidar? Podríamos sentirnos tentados a creer que muchas. Vamos, era David, de seguro tenía la capacidad de administrar cientos de ellas. Sin embargo, 1 de Samuel 17 dice que cuando David descendió a la batalla para llevar algo de comer a sus hermanos y

saber cómo se encontraban, después de hablar sobre la posibilidad de vencer a Goliat, la Escritura dice: Y Eliab, su hermano mayor, oyó cuando él hablaba con los hombres; y se encendió la ira de Eliab contra David, y dijo: ¿Para qué has descendido acá? ¿Con quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la maldad de tu corazón, que has descendido para ver la batalla. 1 Samuel 17:28 (énfasis añadido). Si esa era la forma con que sus hermanos mayores lo trataban y ese era el tono con que le hablaban, ¡con razón prefería irse a pastorear lejos de casa! Pero el punto es: ¿cuántas ovejas habrá significado “pocas” para Eliab? ¿Cinco, diez? ¿Tal vez veinte? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, sin importar el número de ellas, una de las características más sobresalientes de David era su fidelidad. Estoy seguro de que si David hubiera tenido una tan sola oveja para pastorear, de igual manera hubiera permanecido fiel a su puesto. Jesús dijo: “El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho” (Lucas 16:10). Por eso, el rebaño tan reducido que le fue asignado no fue un obstáculo para su fidelidad, sino el examen que Dios diseñó para ver si estaba calificado para el reinado. Sí, lo que determinaría si David sería un buen gobernante sería su fidelidad en el gobierno de aquellas “pocas ovejas”. Si él lograba administrar bien su redil, entonces podría administrar a toda la nación de Israel que, en un sentido, eran “las ovejas del Señor”. El salmista Asaf lo dijo de la siguiente manera: Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió. Salmo 78:70-72 (NVI, énfasis añadido).

¿“Con mano experta”? ¡Wow! Dicha expertís fue producto de su fidelidad detrás del rebaño. Es más, tal fue la fidelidad que David le imprimió a su primeros años de pastorado que cuando Saúl lo quiso desanimar de su intento de enfrentar a Goliat, le respondió: Tu siervo apacentaba las ovejas de su padre, y cuando un león o un oso venía y se llevaba un cordero del rebaño, yo salía tras él, lo atacaba, y lo rescataba de su boca; y cuando se levantaba contra mí, lo tomaba por la quijada, lo hería y lo mataba. Tu siervo ha matado tanto al león como al oso; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a los escuadrones del Dios viviente. 1 Samuel 17:34-36. Charles Pfeiffer, en el Comentario Bíblico Moody, dice sobre las palabras de David: «“Del Líbano descendía el oso; del Jordán ascendía el león”. Se dice que el oso sirio es especialmente feroz, y parece haber sido más temido que el león. David ha de haber tenido muchas experiencias horribles, pero había sido victorioso en preservar el rebaño de su padre de las fieras salvajes. Ahora aseguró a Saúl que él podría proteger al rebaño de Dios de este filisteo incircunciso».[66] El sentido de fidelidad que David poseía hizo de él un pastor de cualidades extraordinarias. Ya que en cualquiera de esas ocasiones de peligro pudo haberse escondido detrás de los peñascos y decir: “¡uy! Ese león que se está llevando mi oveja sí que es feroz, ¡mejor me quedo aquí, no vaya a ser que…”. O: “¡caramba! ¡Qué oso más enorme! ¡Mejor me voy de aquí antes que me…”. David no pensaba así, sino que decía: “Mi padre dejó bajo mi cargo todas sus ovejas y todas sus ovejas le volveré a entregar. Así que, ¿quién es ese animal tan feroz o enorme como para que se atreva a tocar el rebaño de papá?”. A lo que acto seguido se producía un encuentro sangriento entre David y esas temibles bestias.

Se cuenta que en una ocasión Miguel Ángel —el gran pintor italiano— se había detenido por muchas horas a pintar una sección recondita del techo de la Capilla Sixtina. Mientras algunos lo esperaban abajo, alguien le gritó: —¡Miguel Ángel! ¡Baja ya! ¡De todas formas nadie va a alcanzar a ver eso! Miguel Ángel se asomó y dijo: —Dios sí. Y continuó pintando. La fidelidad tiene como audiencia al Señor, no las multitudes. Estas puede que se enteren después de cuán fiel fuiste durante los años previos a la fama; sin embargo, la fidelidad no tiene como fin agradar a miles, sino a Uno. Ruth Harms Calkin, en su libro Tell Me Again, Lord, I Forget (Dímelo otra vez, Señor, que lo olvido) escribe este maravilloso y confrontador poema: Tú sabes, Señor, cómo te sirvo con gran fervor emocional bajo los reflectores. Tú sabes con cuánto fervor hablo por ti en el club femenil. Tú sabes con cuánta efervescencia promuevo un grupo de compañerismo. Tú sabes mi entusiasmo genuino en un estudio bíblico. Pero ¿cómo reaccionaría yo, me pregunto, si me señalaras una recipiente de agua y me dijeras que lave los pies encallecidos a una anciana encorvada y arrugada día tras día, mes tras mes en un cuarto en donde nadie lo viera y nadie lo supiera?[67] Dios valora la fidelidad anónima, la que no se lleva a cabo delante de las cámaras. En la eternidad nos sorprenderemos cuando Él galardone más a quienes sirvieron fielmente, pero

escondidos del ojo humano que a quienes hemos puesto en la palestra de las celebridades cristianas. Ahora, si eres fiel, ¿Dios te permitirá ser conocido como David? ¿Él te levantará y te hará popular? Pueda que sí, pueda que no. En el caso de David sí sucedió así. El profeta Natán le dijo en una ocasión: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel. 2 Samuel 7:8 (RV60, énfasis añadido). David alcanzó fama nacional e internacional producto de su fidelidad; sin embargo, que le haya ocurrido a él no significa que les ocurrirá a todos. Por eso, como hijos de Dios debemos procurar más la fidelidad detrás del rebaño que la notoriedad desde el frente. El Señor desea que encontremos nuestro deleite en lo primero, no en lo segundo. 4. David tuvo unción antes que una posición. Regresando a la casa de Isaí y al desfile que protagonizaron sus hijos, cuando el joven pastorcito entró por la puerta y se presentó delante de Samuel, en ese preciso momento, la Escritura dice: El Señor dijo: Levántate, úngele; porque este es. Entonces Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos; y el Espíritu del Señor vino poderosamente sobre David desde aquel día en adelante. 1 Samuel 16:12-13 (énfasis añadido). El texto no solo dice que el Espíritu Santo vino sobre David, dice que “vino poderosamente” sobre él. ¿Qué habrá sentido David? ¿Solo el aceite escurriendo sobre su cabeza o habrá experimentado alguna sensación sobrenatural en su interior?

Independientemente de lo que haya sentido, en el Antiguo Testamento, siempre de los siempres que el Espíritu del Señor vino sobre una persona fue para realizar grandes proezas (Jue. 3:9-11, 14:6, 19, 15:14; 1 Sam. 10:10, 11:6, etc.). ¿Cuál fue la proeza que realizó David después de que el Espíritu vino sobre su ser? ¿Qué acción realizó posterior a su ungimiento? Ministrar la adoración delante del rey de Israel. Resulta que el rey Saúl ya había comenzado a desvariar mental y emocionalmente, por lo que sus servidores le propusieron emplear musicoterapia para serenar su alma angustiada. Uno de ellos le dijo: He aquí, he visto a un hijo de Isaí, el de Belén, que sabe tocar, es poderoso y valiente, un hombre de guerra, prudente en su hablar, hombre bien parecido y el Señor está con él. 1 Samuel 16:8 (énfasis añadido). Aquí la expresión “el Señor está con él” se refiere al Espíritu del Señor que había venido poderosamente sobre su vida cuando fue ungido por Samuel (1 Sam. 16:13). Es decir, de alguna u otra manera, quienes escucharon cantar y tocar a David en alguna reunión familiar o en algún recital de la comunidad, sintieron que su música era diferente. No solo porque era habilidoso para ejecutar su arte, sino porque había algo más. Una sensación singular, algo por encima de las sonoridades y la excelente interpretación. Un “no sé qué” inexplicable. Por eso, al percibir que de David emanaba música diferente, se corrió la voz entre las comunidades cercanas llegando hasta el palacio real de que había un músico que sobresalía del resto. He ahí por qué el primero que vino a la mente de los siervos de Saúl fue el hijo de Isaí. ¿Qué pasó después de que David comenzara a tocar su instrumento bajo la unción del Espíritu Santo? La Escritura dice: Sucedía que cuando el espíritu malo de parte de Dios venía a Saúl, David tomaba el arpa, la tocaba con su mano, y Saúl se calmaba y se ponía bien, y el espíritu malo se apartaba de él. 1 Samuel 16:23 (énfasis añadido).

David poseía tal poder del Espíritu Santo fluyendo a través suyo que el espíritu demoníaco no soportaba estar delante del salmista. El joven cantor ni siquiera reprendía al demonio para que huyera, sino que su sola presencia provocaba que, al momento de ejecutar su instrumento, el espíritu prefiriera retirarse que estar allí. Aunque en el Antiguo Testamento la unción residía solo en algunas personas, en el Nuevo la unción se aborda de modo distinto. No solo es para algunos ungidos, sino que todos los creyentes en Cristo son ungidos. El apóstol Juan escribió: “Pero vosotros tenéis unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis… Y en cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero así como su unción os enseña acerca de todas las cosas, y es verdadera y no mentira, y así como os ha enseñado, permanecéis en Él” (1 Juan 2:20 y 27, énfasis añadido). Juan habla de la unción en término inclusivos, no exclusivos. No solo para un grupo especial de individuos, sino para todos los que han creído en Jesús. Por eso dice “la tenéis” y “todos vosotros lo sabéis” (v. 20). Además, dice que la unción “os enseña acerca de todas las cosas” (v. 27). Es decir, aquí Juan empleó el mismo lenguaje de Cristo cuando habló acerca del Espíritu Santo: “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas…” (Juan 14:26, énfasis añadido). La unción de los creyentes es la presencia permanente del Espíritu Santo adentro nuestro. Como en el Antiguo Testamento, la unción en el Nuevo representa la presencia del Espíritu con la enorme diferencia de que este ya no solo reside sobre algunos escogidos, sino sobre todos los que han profesado tener fe en Jesús porque todos son escogidos. Ahora, el hecho de que esta unción sea universal sobre cada creyente, el respaldo del Espíritu sobre ciertas personas es más evidente en unos que en otros. No es que los demás no estén ungidos, pero hay algunos que cuando predican la Palabra, dirigen

la adoración o un tiempo de oración, manifiestan un poder singular que no se ve en el cristiano promedio. Lo que quiero decir es que la unción del Espíritu puede ser más intensa en algunos cristianos que en otros. Todos tenemos al Espíritu, pero no todos lo experimentamos de la misma forma. Esta intensidad está íntimamente relacionada con lo que conocemos como las disciplinas espirituales: la oración, el ayuno, el estudio de las Escrituras, etc. Que, si te pones a pensar, estas prácticas son parte de la adoración que generalmente practicamos en privado. Quien pasa mucho tiempo en comunión con el Señor experimenta su presencia más que aquel que ora unos pocos minutos. Sí, el Espíritu vino a tu vida cuando creíste en Jesús, pero nos sensibilizamos a su presencia mediante la práctica de las disciplinas espirituales. Como dije antes, cuando David escribió su icónico Salmo 23 describió al Señor como su Pastor, los lugares de descanso que con Él disfrutaba y las aguas de reposo y confort que experimentaba su alma (v. 1-3). Es decir, estaba describiendo poéticamente sus momentos de comunión con Dios a través de la adoración. ¿Qué sucedía cada vez que él adoraba profundamente? ¿Qué ocurría cuando pasaba tiempo en su presencia? Él lo ungía. Por eso dice el salmo: Unges mi cabeza con aceite… Salmo 23:5 (RV60). Sentir la unción o mejor dicho: sensibilizarnos al Espíritu Santo, es producto de pasar tiempo en la presencia de Dios en adoración. Al permanecer apegados al Pastor y tener profunda comunión con Él —tal cual lo describió David en el Salmo 23—, provocará que experimentaremos las bendiciones del poema, entre ellas: la unción del Espíritu de forma más tangible. Samuel Tippit, en su libro Fuego en el corazón, relata brevemente un episodio en la vida del evangelista presbiteriano John Wilbur Chapman (1859-1918) que puede ilustrarnos cómo el

Espíritu Santo opera más tangiblemente en quienes tienen el hábito de pasar tiempo en la presencia de Dios. Tippit cuenta: «Hubo un hombre conocido por su minsiterio de oración. John Hyde hasta recibió el apodo de “Hyde el que ora”. Después de que Wilbur Chapman llegó a conocer a “Hyde el que ora”, le escribió a un amigo contándole su experiencia: He aprendido varias grandes lecciones sobre la oración. En una de nuestras misiones en Inglaterra la congregación era extremadamente pequeña; pero recibí una nota en que se me decía que un misionero norteamericano iba a orar para que la bendición de Dios se derramara sobre nuestra obra. Se le conocía como “Hyde el que ora”. Casi instantáneamente las cosas cambiaron. El salón se llenó de bote en bote, y tan pronto empecé a dar la invitación, cincuenta personas recibieron a Cristo como Salvador. Al salir, le dije: “Señor, Hyde, quiero que usted ore por mí”. Él vino a mi habitación, cerró con llave la puerta y se puso de rodillas; así esperó como cinco minutos sin que ninguna sílaba saliera de sus labios. Yo podía casi oír los latidos de mi corazón dentro del pecho. Sentí candentes lágrimas que me corrían por las mejillas. Sabía que estaba en la presencia de Dios. Luego, con el rostro hacia arriba, y con lágrimas corriendo profusamente, él dijo: “¡Oh, Dios!”. Después quedó quieto por otros cinco minutos. Cuando él sabía que estaba hablando con Dios, comenzaron a brotar de su corazón peticiones en favor de otras personas, en una forma que nunca antes había yo escuchado. Me levanté de mis rodillas sabiendo lo que era una oración real».[68] Las disciplinas espirituales o pasar tiempo en la presencia de Dios hace que la unción que habita en el creyente sea más vivencial que teórica. A eso se debe que haya ciertos cristianos que cuando predican, dirigen la adoración u oran se experimente algo muy

distinto a quien predica, adora u ora sin que pase nada. Hay algo, un “no sé qué”, un poder que los diferencia. Como David al ministrar la música delante de Saúl, como “Hyde el que ora” orando con John Wilbur Chapman. 5. David tuvo un corazón perdonador antes que un corazón amargado. Cuando 1 de Samuel 16 describe el momento en que David llegó a donde estaba su padre Isaí y todos sus hermanos, él no tenía la menor idea de por qué lo convocaron. Él estaba pastoreando a un par de kilómetros de la ciudad, quién sabe si acariciando a un par de sus ovejas mientras de reojo vigilaba si aparecía alguna amenaza. De repente, un siervo de su padre llegó corriendo para decirle: “¡tu padre te llama!”. El siervo lo sustituyó y David emprendió el camino a casa. Él no sabía qué esperar ante la petición de volver, por eso, al entrar agitado —quién sabe si sudando—, saludó a todos mientras el anciano profeta tomó la palabra para decirle: “hijo, sé que en este momento no comprendes lo que voy a hacer; sin embargo, solo déjame decirte que tú serás el próximo monarca de Israel”. En ese momento le pidió que se arrodillara y Samuel vertió el aceite. El único problema del anuncio de Samuel fue que no le dijo la fecha exacta en que ascendería al trono. Pues resulta que un tiempo después su vida dio un giro que apuntaba a que el baño de aceite, su cuerpo lubricado y la profecía en su oído habían sido en vano. Después de que obtuvo la victoria ante el gigante Goliat, la Biblia dice que un club de fans compuso un jingle —el primer jingle de la Biblia— que irritó al rey Saúl: Y aconteció que cuando regresaban, al volver David de matar al filisteo, las mujeres de todas las ciudades de Israel salían cantando y danzando al encuentro del rey Saúl, con panderos, con cánticos de júbilo y con instrumentos musicales. Las mujeres cantaban mientras tocaban, y decían:

Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles. Entonces Saúl se enfureció, pues este dicho le desagradó, y dijo: Han atribuido a David diez miles, pero a mí me han atribuido miles. ¿Y qué más le falta sino el reino? De aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo. 1 Samuel 18:6-9 (énfasis añadido). Ante los ojos del pueblo David se había convertido en un héroe nacional, pero ante los ojos de Saúl en una amenaza personal. La cosa no quedó en palabras sarcásticas, la envidia de Saúl comenzó a envenenar su psiquis al extremo de desear asesinarlo. Por eso, en una de las veces que David ofreció su recital musical diario: Aconteció al otro día, que un espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl, y él desvariaba en medio de la casa. David tocaba con su mano como los otros días; y tenía Saúl la lanza en la mano. Y arrojó Saúl la lanza, diciendo: Enclavaré a David a la pared. Pero David lo evadió dos veces. 1 Samuel 18:10-11 (énfasis añadido). Imagina la escena: el salmista ante el rey sentado en su trono. De repente, a Saúl se le ocurrió practicar lanzamiento de jabalina y la lanzó en dos ocasiones con la intención de traspasar al músico. ¿Porque tocaba mal? ¿Porque cantaba desafinado? ¡Porque lo quería matar! A partir de allí David procuró permanecer un poco alejado del rey. Incluso, cuando estudias su vida te topas con que Saúl quiso asesinarlo por lo menos siete veces: 1-2. Cuando en 1 de Samuel 18:10-11 lo quiso lancear, pero David lo esquivó en dos ocasiones. Episodio que acabo de describir. 3. Cuando en 1 de Samuel 18:20-27 le pidió a David cien prepucios filisteos como requisito para darle a su hija como esposa. El plan de Saúl era que David muriera a mano de ellos. Al final, David le entregó doscientos prepucios y no cien.

4. Cuando en 1 de Samuel 19:9-10 intentó lancearlo nuevamente, pero falló. 5. Cuando en 1 de Samuel 19:11-12 Saúl les ordenó a sus soldados vigilar a David y matarlo al amanecer. 6-7. Cuando en 1 de Samuel capítulo 24 y capítulo 26, Saúl emprendió dos esfuerzos por capturarlo y matarlo. En ambas ocasiones, David, teniendo la oportunidad de vengarse de Saúl, no lo hizo. Voy a enfocarme en el pasaje de 1 de Samuel 26 para mostrarte cómo David, más que un corazón amargado, tuvo un corazón perdonador. La Escritura dice: Saúl entonces se levantó y descendió al desierto de Zif, llevando consigo tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David en el desierto de Zif. Y acampó Saúl en el collado de Haquila, que está al oriente del desierto, junto al camino. Y estaba David en el desierto, y entendió que Saúl le seguía en el desierto. 1 Samuel 26:2-3 (énfasis añadido). La búsqueda de Saúl por cazar a David fue encarnizada. El rey tenía sed de sangre, quería asesinar al salmista a como diera lugar. Por eso, cuando se enteró de que David estaba en cierta región, él mismo se sumó las persecuciones y emprendió la búsqueda junto a sus hombres. Imagínalo, el texto dice que llevó consigo “tres mil hombres escogidos de Israel”. Vamos, Saúl no contrató campesinos que fue reclutando por el camino ni amateurs entusiastas. Seleccionó a los mejores guerreros de la nación y se fue en pos del músico. Saúl se abalanzó con lo mejor de lo mejor para capturar a David. Una de esas noches en que el ejército de Saúl lo buscaba, David aprovechó el descanso nocturno de las tropas para incursionar en el campamento de Saúl. La Escritura dice:

Entonces habló David a Ahimelec hitita y a Abisai, hijo de Sarvia… diciendo: ¿Quién descenderá conmigo a donde está Saúl en el campamento? Y Abisai dijo: Yo descenderé contigo. Y David y Abisai llegaron de noche al campamento, y he aquí, Saúl estaba durmiendo en medio del campamento, con su lanza clavada en tierra a su cabecera; y Abner y la gente estaban acostados alrededor de él. Entonces Abisai dijo a David: Hoy Dios ha entregado a tu enemigo en tu mano; ahora pues, déjame clavarlo a la tierra de un solo golpe; no tendré que darle por segunda vez. Pero David dijo a Abisai: No lo mates, pues, ¿quién puede extender su mano contra el ungido del Señor y quedar impune? 1 Samuel 26:6-9 (énfasis añadido). ¿Viste qué objeto estaba a la par de la cabeza de Saúl? ¿Notaste qué es lo que estaba clavado en tierra? La lanza con que Saúl quiso matar a David en varias ocasiones. Charles Pfeiffer dice al respecto: «La generosidad de David queda contrastada en este pasaje con el odio asesino de Saúl en contra de él. Saúl había querido traspasar a David con su lanza. Ahora Abisai quería traspasar a Saúl con la suya. Pero David rehusó tocar al ungido de Jehová».[69] Fíjate, allí estaba la lanza con que Saúl quiso enclavarlo tantas veces, lista para ser tomada y propinarle a Saúl la estocada mortal. Aún con eso, David le respondió a Abisai: No permita el Señor que yo extienda mi mano contra el ungido del Señor; pero ahora, te ruego, toma la lanza que está a su cabecera y la vasija de agua, y vámonos. Tomó, pues, David la lanza y la vasija de agua de junto a la cabecera de Saúl, y se fueron; pero nadie lo vio ni lo supo, tampoco nadie se despertó, pues todos estaban dormidos, ya que un sueño profundo de parte del Seños había caído sobre ellos. 1 Samuel 26:11-12.

El Dr. Samuel Pagán dice sobre este pasaje: «David tiene la oportunidad de quitarle la vida al rey que le perseguía para asesinarlo, pero mostró autocontrol y compostura, manifestó misericordia y respeto, reveló nuevamente su reconocimiento de la autoridad real y destacó el papel que jugaba el rey en las dinámicas divinas: ¡era el ungido del Señor!».[70] David pudo haber enclavado a Saúl en el suelo mientras este dormía. Nadie se hubiera dado cuenta. Ningún ruido, ninguna agitación. Tal vez un leve quejido. ¿Después? Silencio. Luego David y Abisai se hubieran marchado sigilosamente sin que nadie supiera quién asesinó al rey. ¿Qué hubiera pasado al amanecer? Al despertar, Abner y los guardaespaldas reales hubieran despertado con una escena de terror frente a sus ojos. Saúl acostado, una lanza traspasándole el cráneo y un charcho de sangre alrededor. Pero ¿por qué no ocurrió eso? Porque David tenía un plan. A la mañana siguiente que todos despertaron y se alistaron para continuar con la cacería, David se paró al lado opuesto de donde ellos estaban y cuando se hubo posicionado donde todo mundo lo pudiera ver, alzó su voz y le declaró a Saúl y delante del ejército lo que pudo haberle acontecido en la cueva la noche anterior. Como evidencia de sus aseveraciones, David le mostró la lanza y la vasija que estaban en su cabecera. Cuando Saúl cayó en la cuenta de que las palabras de David eran verdad, exclamó: He pecado. Vuelve, David, hijo mío, porque no volveré a hacerte daño pues mi vida fue muy estimada en tus ojos hoy. He aquí, he actuado neciamente y he cometido un grave error. Respondió David, y dijo: He aquí la lanza del rey. Que pase acá uno de los jóvenes y la recoja. El Señor pagará a cada uno según su justicia y su fidelidad; pues el Señor te entregó hoy en mi mano, pero yo no quise extender mi mano contra el ungido del Señor. He aquí, como tu vida fue preciosa ante mis ojos hoy, así sea preciosa mi vida ante los ojos del Señor, y que Él me libre de toda aflicción. Y Saúl dijo a David: Bendito seas, David, hijo mío; ciertamente harás grandes cosas y

prevalecerás. David siguió por su camino y Saúl se volvió a su lugar. 1 Samuel 26:21-25. David tuvo varias oportunidades para vengarse de Saúl, pero no lo hizo. Pudo haberle pagado con la misma moneda; sin embargo, David le devolvió bien por mal. Es decir, lo perdonó. Demostrando con este acto por qué Dios lo consideraba “un hombre conforme a su corazón”. Porque no hay nada que nos haga más parecidos al Señor que reflejar su perdón a quienes no lo merecen. Se cuenta de una señorita de 16 años que había conducido un auto de noche con sus amigos y al dar marcha atrás se estrelló contra un poste de electricidad, el cual se quebró y cayó con fuerza sobre el auto. Una amiga suya de apenas 12 años quedó gravemente herida a causa de la caída del poste, al punto que tuvo que ser ingresada de emergencia al hospital. Allí en el centro médico los doctores la diagnosticaron de muerte cerebral. Un pastor que fungía como capellán del hospital acompañó a los padres de la niña de 12 años durante el doloroso proceso de identificar a su hija, comprender qué era lo que había ocurrido hasta permitir que le quitaran los aparatos que la mantenían con vida. A la mañana siguiente del accidente, el pastor fue a visitar a la chica de 16 años. Físicamente estaba bien, se recuperaba de heridas menores; sin embargo, emocionalmente estaba consternada pues sabía que sus acciones habían matado a su amiga. —Voy a ser como una hija para sus padres —le dijo al pastor. — Iré a su casa todos los días y cuidaré a los niños por ellos. Les lavaré los platos todas las noches. ¡Iré todas las semanas a cortarles el cesped. Poco a poco el pastor ayudó a la señorita a comprender de que no importaba qué fuera lo que hiciera, realmente ella nunca podría reemplazar a una hija perdida. No podría hacer lo suficiente para compensar sus acciones. Lo único que ella podía hacer era pedir perdón y esperar que los padres lo encontraran en sus corazones para perdonarla.

Al final de la historia los papás que perdieron a su hija perdonaron de manera increíble a la muchacha. La liberaron de intentar pagar una deuda que nunca podría haber pagado a pesar de todo lo que hiciera.[71] Cuando perdonamos como perdonó el salmista David y como perdonaron los padres de la niña fallecida nuestro corazón se parece al del Señor. Nada como el perdón hace que nuestro corazón se parezca más al suyo que perdonar.

La lealtad de David. Cuando la persecución de Saúl cesó, David hizo lo que mejor sabía hacer: adorar. Por eso compuso un canto en memoria de la protección que el Señor le había brindado de todos sus enemigos, entre ellos: Saúl. 2 de Samuel dice: David entonó este cántico al Señor el día que el Señor lo rescató de todos sus enemigos y de Saúl. Cantó así: «El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección… Me rescató de mis enemigos poderosos, de los que me odiaban y eran demasiado fuertes para mí. Me atacaron en un momento de angustia, pero el Señor me sostuvo. Me condujo a un lugar seguro; me rescató porque en mí se deleita. El Señor me recompensó por hacer lo correcto; me restauró debido a mi inocencia. Pues he permanecido en los caminos del Señor; no me he apartado de mi Dios para seguir el mal. He seguido todas sus ordenanzas; nunca he abandonado sus decretos. Soy intachable delante de Dios; me he abstenido del pecado. El Señor me recompensó por hacer lo correcto; ha visto mi inocencia. Con los fieles [leales] te muestras fiel [leal]; a los íntegros les muestras integridad. 2 Samuel 22:1-3 y 18-26 (NTV, énfasis y corchetes añadidos).

Esta canción fue escrita cuando David fue librado de las persecuciones de Saúl; sin embargo, aparece hasta el final de 2 de Samuel. ¿Lo notaste? No aparece al final del Primer Libro como se hubiera esperado. Aparece hasta el final del Segundo. ¿Por qué hasta allí? ¿Por qué hasta cuando está por concluir su vida y no antes? Es más, ¿por qué la pusieron allí si las palabras de David: “he permanecido en los caminos del Señor; no me he apartado de mi Dios para seguir el mal. He seguido todas sus ordenanzas; nunca he abandonado sus decretos” (v. 22-23, NTV) contrastan con su adulterio con Betsabé y otros pecados más que cometió? La respuesta a estas preguntas podría estribar en que el escritor de los Libros de Samuel simplemente creyó conveniente ubicar la canción en dicho lugar. Es decir, su letra calzaba perfectamente con el final de la carrera de David. Aún así, creo que hubo un par de motivos más de por qué la ubicó en ese lugar y no antes. Todos sabemos que la vida del salmista no fue perfecta. Fue un gran hombre, sí, pero no sin tacha. Y es que ser conforme al corazón de Dios no equivale a ser perfecto y nunca equivocarse. Creo que allí podríamos encontrar una de las razones por las que el escritor de los Libros de Samuel ubicó el salmo anterior hasta el final del Segundo Libro. Charles Swindoll dice: «¿Qué significa ser una persona según el corazón de Dios?... Significa ser una persona cuya vida esté en armonía con el Señor; que lo que es importante para Él sea importante para ella; que lo que le preocupa a Él, también le preocupe a ella. Que cuando le diga: “Ve a la derecha”, ella tome la derecha; cuando diga: “Esto está mal y quiero que cambies”, lo acepte porque tiene un corazón para Dios. En esto consiste la esencia del cristianismo bíblico. Cuando la persona es profundamente espiritual, tiene un corazón sensible a las cosas de Dios… Significa que no habrá nada escondido, nada oculto debajo de la alfombra. Significa que cuando usted haga algo malo, lo reconocerá e inmediatamente lo arreglará; que sentirá tristeza por el pecado cometido; que se sentirá preocupado por las cosas que le

desagradan a Él… Esta es espiritualidad verdadera, la primera cualidad que poseía David».[72] Si bien David cometió pecados, el autor de 2 de Samuel consideró oportuno ubicar hasta el final su canción y la parte que dice: “he permanecido en los caminos del Señor; no me he apartado de mi Dios para seguir el mal. He seguido todas sus ordenanzas; nunca he abandonado sus decretos” (v. 22-23, NTV), porque David realmente tuvo un corazón conforme al del Señor, incluso, en medio de sus fallos. Cada vez que se le confrontó con sus pecados siempre se arrepintió; cada vez que se le señalaron sus faltas las confesó y enmendó el camino. Es más, después de esas palabras, le sigue la expresión: “El Señor me recompensó por hacer lo correcto… Con los fieles [leales] te muestras fiel [leal]; a los íntegros les muestras integridad” (v. 2526, NTV, énfasis añadido). ¿Por qué la canción dice eso? ¿Por qué el escritor de los Libros de Samuel, además de las razones anteriores, puso este salmo al final del Segundo Libro? Porque David, a pesar de sus errores y desatinos, permaneció leal al Señor hasta el último día de su vida. Es cierto, no fue perfecto, pero fue leal. Él permaneció adorando al Señor hasta su muerte porque sabía que adoración no solo es cantar canciones y ejecutar música. David sabía que su vida de adoración no sería completa si desistía. Él estaba consciente de que la adoracón es lealtad. Lealtad hasta el final.

CAPÍTULO 5: LOS ALTIBAJOS DEL ADORADOR

R

ecuerdo la época en que descubrí el tema de la adoración. Fue a inicios de la década de los 90´s, cuando aún era adolescente. Resulta que mi amigo Luis Figueroa me invitó a un seminario de alabanza en mi ciudad que impartirían algunos maestros que habían venido de Iglesias Verbo de Guatemala. Si no lo sabes, las iglesias Verbo hicieron una contribución muy importante al movimiento de adoración que recorrió toda Latinoamérica durante esa década. Muchos solo recuerdan a Palabra en Acción, Juan Carlos Alvarado, Marcos Witt, Danilo Montero y otros más, pero Iglesias Verbo también hicieron un gran aporte al movimiento. Como el tema de la adoración congregacional apenas estaba en ciernes, dicho congreso trató principalmente acerca de la base bíblica de la alabanza, por qué cantamos, por qué alzamos las manos, por qué gritamos con júbilo, por qué danzamos, etc. Sin embargo, aunque todo el congreso estuvo genial y cada tema tuvo su solidez escritural hubo un pelo en la sopa que, debido a mi inmadurez y poco entrenamiento bíblico, no supe identificar hasta después. ¿A qué me refiero? A que en una de las ponencias que trató acerca de la expresiones externas durante la adoración, el conferencista afirmó que quienes no danzaban durante la alabanza se debía a que los controlaba un “espíritu de poste”. Tal cual lo lees: un espíritu de poste. Supuestamente ese espíritu te hacía estar como un poste durante el tiempo de cantos. Rígido, estático y sin moverte mientras todo mundo saltaba y celebraba. “¿Cuántos quieren ser libres del espíritu de poste?”, preguntó el predicador al finalizar su conferencia, “¡pónganse de pie!”.

Obviamente yo era de esos que eran bastante introvertidos durante la alabanza, así que me puse de pie y “supuestamente” fui libre. Por lo que, cuando el predicador terminó de orar, los músicos pasaron al frente e interpretaron las típicas canciones de Iglesias Verbo y todo mundo comenzó a saltar y a danzar. Esa fue la primera vez que me expresé extrovertidamente junto a otros en un servicio de adoración. Como no era muy diestro para cantar y brincar al mismo tiempo tropecé frecuentemente con el asiento del frente y tenía que detenerme porque perdía el equilibrio. Al volver a saltar otra vez, si no chocoba con el asiento de adelante chocaba con los hombros de quienes estaban a la par. Parecía que ahora me debían liberar, ¡pero de un “espíritu de bamboleo”! En serio, no sabía que yo era tan malo para saltar hacia arriba y hacia abajo. Con el tiempo fui madurando y comprendí que “el espíritu de poste” no existía, sino que simplemente fue la forma que ese conferencista empleó para motivarnos a ser más expresivos. Ahora, independientemente de que esa vez me tomaran el pelo y tropezara con el asiento del frente y los de la par, ese fue el primer congreso de alabanza que yo asistí. Bueno, no solo yo, sino muchos jóvenes más de mi congregación que a partir de allí comenzamos a asistir a otros congresos más donde fuimos descubriendo en el movimiento de adoración, no solo lo que la Escritura enseñaba acerca de la alabanza, sino una forma de renovar y traer frescura a los servicios de la iglesia. Ahora, aunque yo dancé por primera vez en ese seminario, fue hasta muchos meses después que unos amigos y yo nos animamos a hacerlo en nuestra iglesia local. Recuerdo que a esa altura las nuevas canciones de Palabra en Acción, Iglesias Verbo y otros ministerios más ya formaban parte del repertorio de nuestra congregación. Por lo que, en un servicio de domingo en la tarde, mientras el equipo de alabanza interpretaba la famosa canción Como hizo David (álbum: Glorificad a Jehová-Palabra en Acción), nos animamos a danzar. Yo sentí tal emoción y tal libertad mientras cantaba que derramaba lágrimas de felicidad al saltar. Fue tan genuina mi expresión que no me importó qué pensaran de mí y yo sé que a mis amigos tampoco. En mi mente no había nadie al

alrededor, “como David”, solo estaba yo delante del Señor, cantándole y celebrándole. Cuando terminó la canción gritamos con júbilo y aplaudimos efusivamente junto a todos los demás. En mi caso, yo me sentía libre, no tenía ataduras para expresar mi gozo y a partir de allí me expresé periódicamente de ese modo en la congregación. Al mismo tiempo que yo, muchos más que también habían venido estudiando el tema de la adoración, comenzaron a expresar su efusividad durante los servicios incluyendo nuestros pastores y el equipo de alabanza. Por lo que todo esto fue contagiando a más miembros de la congregación al punto que, un par de años después, nuestra iglesia celebró el primer congreso de alabanza de mi país con varios de los ministros de adoración más destacados de aquel entonces y que en la actualidad son conocidos como los precursores del movimiento de adoración congregacional en Latinoamérica. Entre congresos de alabanza a los que asistí en mi país, en Guatemala y Costa Rica hubo uno que se celebró en la Fraternidad Cristiana de Guatemala que me impresionó porque fue allí la primera vez donde vi a alguien profetizar a través de lo que dentro del movimiento de adoración llamamos: cántico profético. Entre los conferencistas estuvo Marcos Witt, Juan Carlos Alvarado y otros más. El congreso duró alrededor de tres días y consistió en tiempos de alabanza, conferencias bíblicas y talleres de capacitación. Eso sin contar los espacios de compañerismo y hermandad con cristianos, incluso, de otros países. Recuerdo que el último día por la noche ministraría Marcos Witt y que yo me sentía muy, pero muy exhausto. Junto con los amigos con quienes había asistido nos sentamos arriba en el mezanine y esperamos a que iniciara el servicio. Cuando nos pidieron ponernos en pie para comenzar, yo estaba tan agotado que apenas había transcurrido la primera canción que preferí cantar desde mi asiento; sin embargo, unos 30 minutos después, en medio de las baladas de adoración, Marcos comenzó a cantar una canción de corte profético. Curiosamente, hace unos meses me di cuenta de que dicha noche de adoración está en Youtube. Por eso, mientras escribo este

capítulo estoy oyendo de fondo la letra que cantó: “Recibe nuevas fuerzas aquí, aquí. Recibe hoy nueva alegría para ti, aquí. Al estar tú conmigo yo me he alegrado, yo te doy nuevas fuerzas, yo te doy mi alegría aquí, junto a mí”, etc.[73] La melodía me pareció dulce y las palabras penetraron tan hondo en mi ser que comencé a llorar. Mientras las lágrimas bañaban mis rostro, no me preguntes cómo, pero el cansancio se esfumó. Sentí que mi cuerpo se fortaleció y nuevas energías recorrían mis músculos, al punto que decidí ponerme una vez más en pie, alzar las manos y adorar al Señor junto con todos. Las anteriores son algunas fotografías que aún conservo en mi mente de los primeros años del movimiento de adoracíon. Fotografías de servicios de alabanza y celebración emocionantes, expresiones de adoración y fervor efusivos, y reuniones cargadas con la presencia del Espíritu Santo impactando los corazones.

Los muros caen. Recordar la época en la que muchos nos montamos sobre la gigantesca ola de la alabanza, me hace pensar en el episodio que aparece en el libro de Josué donde por directriz divina se le ordenó al pueblo de Israel rodear la ciudad de Jericó y gritar. ¿Lo recuerdas? Y el Señor dijo a Josué: Mira, he entregado en tu mano a Jericó y a su rey con sus valientes guerreros. Marcharéis alrededor de la ciudad todos los hombres de guerra rodeando la ciudad una vez. Así lo harás por seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca; y al séptimo día marcharéis alrededor de la ciudad siete veces, y los sacerdotes tocarán las trompetas. Y sucederá que cuando toquen un sonido prolongado con el cuerno de carnero, y cuando oigáis el sonido de la trompeta, todo el pueblo gritará a gran voz, y la muralla de la ciudad se

vendrá abajo; entonces el pueblo subirá, cada hombre derecho hacia adelante. Josué 6:2-5. Pensar en los primeros años del movimiento de adoración me recuerda este pasaje porque sentir la emoción de saltar, danzar y alegrarnos en la presencia de Dios fue un atisbo de lo que sintió la nación de Israel al rodear Jericó y verla caer. El libro de Josué sigue diciendo: Al séptimo día se levantaron temprano, al despuntar el día, y marcharon alrededor de la ciudad de la misma manera siete veces. Sólo aquel día marcharon siete veces alrededor de la ciudad. Y sucedió que, a la séptima vez, cuando los sacerdotes tocaron las trompetas, Josué dijo al pueblo: ¡Gritad! Pues el Señor os ha dado la ciudad… Entonces el pueblo gritó y los sacerdotes tocaron las trompetas; y sucedió que cuando el pueblo oyó el sonido de la trompeta, el pueblo gritó a gran voz y la muralla se vino abajo, y el pueblo subió a la ciudad, cada hombre derecho hacia adelante, y tomaron la ciudad. Y destruyeron por completo, a filo de espada, todo lo que había en la ciudad: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, bueyes, ovejas y asnos. Josué 6:15-16, 20-21. Imagina la escena. Cuando el séptimo día llegó, la séptima vuelta fue dada y los siete sacerdotes dejaron oír el sonido de sus trompetas, Josué dio la indicación y el pueblo gritó con todas sus fuerzas. Mientras sostenían la intensidad de sus gritos y sus voces resonaban en la llanura, sorprendentemente y ante la mirada atónita del pueblo, los muros comenzaron a derrumbarse. Al ver eso, en vez de silenciar sus gargantas, la euforia fue aumentando a medida que veían cómo una fuerza hundía los muros hacia adentro de la tierra y el suelo trituraba los enormes bloques reduciéndolos a polvo y escombros.

En el preciso instante en que el muro se hizo añicos, Israel se enfrentó en batalla contra los soldados de Jericó salvando al final a Rahab y los que con ella estaban. A las pocas horas de finalizada la pelea, el pueblo entero no pudo pensar en otra cosa más que en festejar la gran victoria que Dios les había concedido. La celebración fue tan, pero tan intensa que durante los siguientes días no pudieron pensar en nada que no fuera regocijarse en el triunfo obtenido. ¿Alguna vez has visto cómo celebra un país cuando su selección nacional gana la Copa Mundial de Fútbol? Las calles abarrotadas de gente, cientos celebrando en las esquinas y miles inundando las plazas y los parques. Así de efusiva fue la celebración del pueblo de Israel a causa de haber vencido a Jericó ¡y por goleada!

Una ciudad llamada: Hai. Cuando a inicios de los 90´s el movimiento de adoración comenzó a arrasar el continente muchos comenzamos a experimentar una especie de avivamiento espiritual y como cristianos pensamos que, a partir de allí, seríamos invencibles. Vamos, habíamos descubierto la alabanza y adoración renovada, el último movimiento del Espíritu Santo para despertar a la Iglesia y toda esa música que traería una gran cosecha en las naciones. Sin embargo, ¡cuán embelesados estábamos! El hecho de tener la bendición de la alabanza y la cercanía con Dios que permite la adoración no impidió que de forma individual siguiéramos luchando con nuestro pecado remanente y toda clase de tentaciones. Es cierto, la frescura de la música y el espíritu de celebración fueron un aliciente para nuestros tiempos devocionales y ni se diga para los servicios de la iglesia, pero eso no evitó que enfrentáramos la realidad de la batalla entre el bien y el mal, y las luchas que todos los creyentes tenemos en contra del pecado, el mundo y Satanás. Algo así le pasó al pueblo de Israel. Ellos creyeron que la victoria sobre Jericó sería un estado de éxtasis en el que permanecerían continuamente. Un estado de victoria, celebración y efusividad del que nadie los bajaría. Claro, ellos pudieron haber

permanecido en dicho clímax; sin embargo, posteriormente, cuando fueron a pelear en contra de una pequeña ciudad llamada Hai algo pasó. El libro de Josué dice: Y Josué envió hombres desde Jericó a Hai, que está cerca de Bet-avén al este de Betel, y les dijo: Subid y reconoced la tierra. Y los hombres subieron y reconocieron a Hai. Cuando volvieron a Josué, le dijeron: Que no suba todo el pueblo; sólo dos o tres mil hombres subirán a Hai; no hagas cansar a todo el pueblo subiendo allá, porque ellos son pocos. Josué 7:2-3 (énfasis añadido). Cuando lees detenidamente el pasaje notas que Israel creyó que por su propia fuerza habían vencido a Jericó. Por eso, cuando los hombres que Josué envió regresaron, le dijeron que solo enviara a unos cuantos a combatir, que con pocos podrían vencerlos. “No fatigues al ejército” dijeron, “serán presa fácil”. Pero ¿qué pasó cuando subieron a pelear? Así que subieron allá unos tres mil hombres del pueblo, pero huyeron ante los hombres de Hai. Y los hombres de Hai hirieron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los persiguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; y el corazón del pueblo desfalleció y se hizo como agua. Josué 7:4-5 (énfasis añadido). ¿No que Hai sería presa fácil? ¿No que no debían cansar al ejército enviándolos a todos? ¿Por qué fueron derrotados por esta diminuta ciudad si antes habían derrotado a la gran Jericó? Israel sufrió una inesperada derrota después de disfrutar una enorme victoria. En lugar de ir de victoria en victoria, fueron de victoria a derrota. Esto es lo que yo llamo: Los altibajos del adorador. ¿Alguna vez los has experimentado? ¿Te ha pasado que después de experimentar la intensidad del triunfo algo insignificante

te derribó? ¿Alguna vez has sentido que tu “corazón desfallece y viene a ser como agua” por el descalabro? Como cristianos, a veces mostramos una conducta similar al del antiguo Israel. Un día estamos en celebraciones de triunfo y otro en un luto absoluto; un día tenemos el corazón lleno de júbilo y otro derritiéndose en nuestras manos. ¿Por qué suceden ese tipo de cosas? ¿Por qué no podemos experimentar una vida de alabanza y celebración ininterrumpida? La respuesta a estas preguntas está en el mismo lugar en donde Israel fue derrotado: Hai. Esta ciudad interrumpió el plan de victoria que Dios había trazado para el ejército de Josué. Según el criterio humano, Hai no representaba mayor peligro; sin embargo, fue el enemigo que se interpuso en la senda de triunfo del pueblo de Dios. Nosotros, al igual que ellos, debemos atender al consejo que Josué les dio a sus hombres: “Suban y reconozcan a Hai” (Josué 7:2). Es decir, debemos identificar a este diminuto enemigo, a esta ciudad insignificante que ha impedido que obtengamos una racha de victorias continuas en nuestra vida cristiana. La clave, entonces, está en identificarla bien. ¿Qué significó Hai para Israel? Un punto de fracaso en el proyecto de triunfo que Dios había planificado para su pueblo. ¿Qué significa Hai para nosotros? Lo mismo. Aquello que hemos creído poder vencer y que no hemos conseguido. Hai proviene de una palabra hebrea que significa «La ruina»[74] y precisamente eso es Hai. Ese enemigo que nos ha producido ruina espiritual. Fíjate, Josué mandó a reconocer la ciudad y sus soldados obedecieron; pero cometieron un gran error: diagnosticaron mal. Por ende, su apreciación inadecuada ocasionó que ese pequeño adversario causara estragos en medio de las filas del ejército. Lo vieron con desdén, lo menospreciaron, no consideraron que fuera una amenaza. Por lo tanto, si no queremos sufrir una racha de altibajos en nuestra vida de adoración, debemos reconocer a Hai de manera apropiada para entonces enfrentarla. La pregunta es: ¿qué es exactamente Hai en nosotros?

Hai es aquello que se ha atravesado en nuestro camino y que ha impedido que obtengamos el triunfo continuo que tanto hemos anhelado en nuestra vida de santidad. Ese hábito que a veces hemos considerado insignificante, pero que ha frenado que alcancemos la relación que siempre hemos querido tener con Dios. Ese obstáculo que ha provocado que el Espíritu Santo no fluya poderosamente a través nuestro. Eso que vez tras vez hemos prometido dejar y que nunca hemos conseguido. ¿Quieres que sea más preciso? Hai es ese pecado en el cual te has deleitado durante años. Fornicación, adulterio, pornografía o cualquier tipo de adicción, vicio o conducta contraria a la santidad de Dios. Bueno, puede que Hai no sea un pecado tan escandaloso como los anteriores, pero ¿no son la ira, el chisme, la murmuración, la amargura y el resentimiento cosas que también deshonran a Dios? Por supuesto. Entonces, Hai es ese pecado que no hemos podido vencer y que nos ha privado de experimentar la libertad en Cristo que tanto hemos soñado. Hai es cualquier cosa que el Señor te ha pedido que venzas y no has podido vencer.

Cinco claves para vencer a Hai. La vida de adoración no solo consiste festejos, destapar el champagne, brindar y ver los papeles de colores caer. Aunque fue diseñada para que experimentáramos triunfo tras triunfo y celebración tras celebración, debido al pecado remanente con el que luchamos, pueda que haya altibajos que debamos afrontar. En ese sentido, si tú has identificado que tu vida de adorador no es todo lo que has soñado debido a esos Hai que te hacen tropezar, estudiemos en el propio libro de Josué las cinco cosas que el pueblo de Israel hizo para retomar la senda de victoria que el Señor había trazado para ellos. 1. Ten ánimo.

Lo primero que hizo el Señor para que Josué y el resto del pueblo se levantaran y siguieran hacia adelante fue animarlos. Por eso la Escritura dice: Dios le dijo a Josué: «¡Ánimo! ¡No tengas miedo! Sube a la ciudad de Ai con todos tus soldados. Yo te daré la victoria sobre su rey, su gente y su territorio. Harás con la ciudad y con su rey lo mismo que hiciste con Jericó. Josué 8:1-2 (TLA, énfasis añadido). Para que Israel volviera a la senda de la victoria, Dios les infundió ánimo. Por eso dijo: “¡oye, Josué! Olvida lo que pasó hace unos días y sigue adelante. ¡Ten ánimo! ¡Yo estoy contigo! Yo les haré experimentar una vez más la clase de victoria que obtuvieron en Jericó”. Dios no se comportó como esos papás que cuando su hijo pequeño cae y se raspa las rodillas dicen: “¡qué bárbaro! ¡Eres un inútil! ¡Ni caminar bien sabés!”. No, Dios es diferente, que, aunque no livianiza nuestros pecados y errores, en lugar de hundirnos más nos dice: “¿estás bien? ¿Puedes caminar? Entonces, ¡levántate y vamos a intentarlo otra vez!”. Cuando analizas el enfrentamiento entre el ejército de Israel y el de Hai notas que murieron treinta y seis hombres (Josué 7:5). Esto significa que hubo esposas que perdieron a sus cónyuges, hijos que perdieron a sus padres y familias que perdieron a algún ser querido. Es decir, hubo funerales, luto y tristeza. Ni Josué ni el pueblo tenían planeado perder a ninguno de ellos, pero ocurrió. El asunto es que el hecho de que pasara fue un duro golpe emocional y un bajón espiritual enorme. Pero debían levantarse, sacudirse la autocompasión y volver a pelear. Por eso el Señor les dijo: “¡ánimo! ¡Vamos a luchar de nuevo!”. Yo no sé qué o quién exactamente es Hai en tu vida, pero debes levantarte una vez más para pelear. El pecado lastima, las debilidades hieren y la lucha interior es desgastante, pero debes de avanzar. Dios quiere que continúes en la lucha, que pelees y enfrentes eso que te ha derrotado una y otra vez.

Los evangelios describen la vez que unos hombres llevaron delante de Jesús a su amigo paralítico. Tú conoces la historia, cuando Jesús vio la fe de ellos quedó impresionado. Por eso, al verlo postrado en la camilla, le dijo: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2, RV60). Fíjate, el Señor no lo sanó de inmediato ni lo curó de su parálisis chasqueando los dedos. Y, por supuesto, tampoco le restregó en la cara los pecados que pudieron haber desencadenado su calamidad. No, primero le dijo: “¡Ten ánimo! ¡Te perdono!” (NBV). Esto no quiere decir que el Señor sea alguien que no confronte o no discipline a sus hijos, pero en el caso del paralítico, lo que en ese momento necesitaba era ánimo, una palabra de estímulo, una dosis de motivación. ¿Para qué? Para que valiera la pena volverse a levantar. ¡Nada como una conciencia limpia y un corazón puro para correr la carrera cristiana! Dios es especialista en inyectar ánimo y cuando de motivarnos a correr se trata, le encanta su rol de Coach. En los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, hubo una competición que acaparó la atención del mundo. El velocista británico Derek Redmond estaba listo para correr la semifinal de los 400 metros planos. Habiéndose clasificado con los mejores tiempos, era uno de los favoritos para llegar a la final y colgarse la medalla de oro. Sin embargo, no habían transcurrido 20 segundos del disparo de salida cuando se llevó su mano derecha a la parte posterior de la pierna y detuvo la marcha. Una lesión. Se rompió un tendón. En ese momento, Derek se arrodilló en el piso sabiendo que no podría continuar. El resto de compedidores siguieron corriendo hasta llegar a la meta. Algunas personas se acercaron para auxiliarlo, pero a pesar del ofrecimiento de sacarlo en camillla, no aceptó la ayuda. Se levantó y comenzó a trotar; mas bien, a intentar trotar. Como pudo comenzó a avanzar cojeando, principalmente apoyándose en su pierna izquierda. Ya todos habían culminado la carrera, él llegaría de último, pero eso no importaba. Derek continuó hacia adelante dando brincos para conseguir su objetivo de completar la carrera. De repente, un hombre sorteó la seguridad alrededor de la pista y se metió para correr hasta Derek. Alguien quiso detenerlo, pero al

final lo dejó pasar. Era su padre. Corrió a prisa hasta alcanzar a su hijo, puso una de sus manos sobre su hombro y luego sobre su cintura, al mismo tiempo que con la otra tomaba la mano izquierda de Derek. No sabemos qué es lo que el padre le dijo, pero con su acto de acompañarlo a la meta prácticamente le estaba diciendo: “Ánimo, hijo. Vamos, corramos juntos hasta el final”. Cuando ves el video que aparece en el canal oficial de los Juegos Olímpicos en Youtube,[75] simplemente te conmueves. Un padre echándole la mano a su hijo para alcanzar el sueño de llegar a la meta. Aún así, a pocos metros de la línea final redujeron el paso. Dereck se demorona en llanto y su rostro se desencaja, pero continúa caminando. Su padre lo sigue sosteniendo. A todo esto el Estadio Olímpico de Montjuic, en Barcelona, aplaude la proeza. Al llegar a la meta 65 mil espectadores están de pie batiendo sus manos con la intensidad de una ovación. Incluso, algunos aplauden con lágrimas de emoción.[76] La hazaña de Derek Redmond, al día de hoy, es una de las más memorables de la historia de los Juegos Olímpicos. Al punto que los organizadores han solido aludir a ella para ilustrar el espíritu olímpico que quieren que sus participantes modelen al mundo.[77] Y del mismo modo que el padre de Derek auxilió a su hijo cuando este se había roto en medio de la carrera, Dios se acerca a nosotros cuando no podemos seguir corriendo la carrera cristiana. No se acerca solo como Coach, sino como nuestro Padre, y nos dice como el padre de Derek: “Ánimo, hijo. Vamos, corramos juntos hasta el final”. Es probable que tú pienses que es demasiado tarde para volver a correr o que has cedido demasiadas veces a la tentación. Incluso, puede que creas que el único epíteto con el que mereces ser llamado es: reincidente. Sin embargo, aún con todo debes seguir adelante. Tu Padre está a tu lado, quiere que sigas corriendo. No dejes que Hai te impida alcanzar la meta espiritual que te has trazado. 2. Debes estar dispuesto.

Lo segundo que hizo el Señor después de infundirles ánimo, fue decirles: Atended, pondréis emboscada a la ciudad detrás de ella; no os alejaréis mucho de la ciudad, y estaréis todos dispuestos. Josué 8:4, (RV60, énfasis añadido). Dios no solo motivó a Josué a levantarse y volver a pelear, también les dijo que debían estar “dispuestos”. Y, aunque en este pasaje estar “dispuestos” se refiere a ocupar una posición y adoptar una postura de batalla para entrar en acción, también se refiere a una cualidad interior que debían de tener. Es que después de la debacle ante Hai debían tomar otra actitud, cambiar de semblante y hasta de postura corporal. En ese sentido, si tú deseas vencer a Hai como Israel venció a Jericó debes estar dispuesto. ¿Dispuesto a qué? A pelear ferozmente. Puede que una de las razones por las que Hai te haya vencido en tantas ocasiones se deba a que no has estado dispuesto a pelear con determinación. No me refiero a que no hayas peleado, sino que no has peleado con suficiente disposición. Si verdaderamente quieres vencer a Hai debes desear obtener la victoria con todas tus fuerzas. Me llama la atención las palabras del escritor de la carta a los Hebreos cuando dijo: “Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón. Porque todavía, en vuestra lucha contra el pecado, no habéis resistido hasta el punto de derramar sangre” (Hebreos 12:3-4, énfasis añadido). ¿Resistir “hasta el punto de derramar sangre”? ¿Combatir contra el pecado a ese nivel? ¿Qué quiso decir el escritor con esas palabras? Se refería a un tipo de disposición a pelear más allá de la que hemos conocido. Muchos de nosotros hemos luchado contra el pecado, pero no con la determinación que se requiere para asirnos del triunfo. ¿Pelear hasta derramar sangre? ¡Wow! Si nosotros nos plantáramos ante las tentaciones con una actitud de “¡No voy a

pecar! Y si es necesario morir con tal de guardarme en santidad, ¡entonces moriré!”, la historia de cada uno sería distinta. ¿Sabes por qué debes tener la disposición de pelear hasta la muerte contra Hai? Porque Hai está dispuesta a pelear hasta la muerte en contra tuya. Ella no quiere soltar ningún territorio que haya ganado sobre ti; por lo tanto, para vencer a Hai debes tener un deseo mucho más grande que el que Hai tiene de permanecer gobernando sobre tu vida. Si quieres obtener la victoria sobre el pecado, debes pelear con una disposición mayor que la que esta ciudad tiene, al grado de que si es necesario derramar tu sangre — metafóricamente hablando— tendrás que derramarla. La disposición de pelear en contra de Hai se ve reflejada en cosas prácticas de la vida. Por ejemplo, si de verdad quieres dejar de experimentar altibajos en tu vida de adoración debes dedicar menos tiempo a la televisión, a la Internet y a las redes sociales; abandonar esas amistades que te inducen al mal y dedicar más tiempo a estar en la presencia de Dios y su Palabra. Esto entre otras cosas más. No te confundas, la disposición es más que una emoción. Tiene que ver más con tu voluntad que con tus sentimientos. Significa que, si de verdad estás dispuesto a combatir en contra de la maldad interior, debes tomar decisiones firmes y drásticas que te ayuden a alcanzar tu objetivo de conquista. Significa estar dispuesto a arrepentirte de tu pecado y cerrarle la puerta de una vez por todas. Implica poner filtros para la Internet, romper cualquier relación que te induzca al mal y si es necesario, aprender a rendirle cuentas a un consejero espiritual. ¿De verdad quieres vencer a Hai? Entonces tu disposición debe ir más allá de las palabras. Un amigo me contó lo que tuvo que hacer para romper con una relación de noviazgo de varios años. Él sabía que el vínculo que ambos habían desarrollado en el tiempo no solo ocupaba el primer lugar de su corazón, sino que lo tenía atrapado en una espiral de inmoralidad de la cual no podía escapar. Por lo que, después de comprender por la Palabra y la convicción del Espíritu Santo que debía cortar la relación habló con ella, le pidió perdón por haberle

sido piedra de tropiezo y le explicó que no podrían volver a comunicarse ni en persona, por teléfono ni por redes sociales. Como llevaban mucho tiempo de novios había sentimientos sumamente intensos entre ambos. Él sabía que romper con ella era lo más fácil, que lo dífícil vendría después. Por eso, de la mejor manera que pudo intentó explicarle que a pesar de quererla, apreciarla y respetarla, para no sentirse tentado a buscarla más, debía eliminarla de todas sus redes sociales. ¿Demasiado radical? Tal vez. Sin embargo, mi amigo sabía que si quería agradar a Dios a través de una vida de santidad no debía dejar cabos sueltos. Si no tomaba esas precauciones, cuando se sintiera solo y la nostalgia lo embargara, él querría volver a contactarla. Por lo tanto, no solo la quitó de todas sus redes sociales, sino que también cambió de número telefónico y borró el de ella de su agenda de contactos e incluso, el de toda su familia. ¡Todo con tal de no dar marcha atrás en su plan de ordenar su vida delante del Señor! —Noel —me dijo en un arranque de honestidad, —han sido cuatro semanas dificilísimas y me muero de ganas por llamarla por teléfono para preguntarle cómo está, de ir a su casa a verla y de preguntarle si me extraña. ¡Así que necesito de tu ayuda! —Dime, ¿en qué puedo servirte? —le respondí. —Necesito que me permitas llamarte por teléfono cada vez que tenga ganas de llamarla o de ir a verla. —Hmmm… ¿y eso con qué propósito? —¡Para que me propinés una dósis de realidad! Cuando yo te llame te confesaré que he tenido unas ganas intensas de buscarla, y necesito que me recordés por qué debo de alejarme. ¿Puedes echarme una mano con eso? —¡Por supuesto! Llámeme cuando gustes y te ayudaré con tu lucha de la mejor manera que pueda. Al principio mi amigo me llamó dos o tres veces por semana, luego una vez por semana y poco a poco fue llamándome menos debido a que estaba desligándose cada vez más de su atadura. Mi punto es que la disposicón de pelear en contra de Hai, el pecado, la maldad interior —o como quieras llamarlo— se ve en

cosas prácticas. No solo en un deseo romántico de mejorar tu relación con Dios y abandonar el pecado. La disposición tiene que ver con una postura invisible del corazón que se verá manifestada de forma visible en cosas prácticas como las que hizo mi amigo para romper con su relación pecaminosa. ¿Cómo, entonces, harás manifiesta tu disposición de vencer a Hai? ¿Qué cosas tangibles harás como evidencia de tu deseo de salir de tu ruina espiritual? 3. Sé obediente. Lo tercero que hizo Israel para poder vencer a Hai fue ser obediente al Señor. Por eso Josué le dijo al pueblo: Y será que cuando hayáis tomado la ciudad, le prenderéis fuego. Lo haréis conforme a la palabra del Señor. Mirad que yo os lo he mandado. Josué 8:8 (énfasis añadido). La victoria de Israel estaba condicionada a su obediencia a lo que Dios les había revelado. ¿Querían reencontrarse con el triunfo? ¿Querían volver a transitar la senda de la victoria? Entonces debían acatar las órdenes del Señor al pie de la letra. Fíjate, en un principio, el pueblo fue derrotado por Hai porque no atendieron las indicaciones de Dios por boca de Josué con respecto a la toma de Jericó. Resulta que Acán tomó algunas posesiones del anatema —cosa que les había sido prohibida (Josué 7:11-12)— y a causa de eso sufrieron un revés en el camino. Y es que las victorias espirituales están supeditadas al nivel de obediencia. En el caso de Israel, la victoria frente a Hai dependía de su lealtad a la Palabra de Dios y, en nuestro caso, es exactamente igual. El nivel de obediencia a su Palabra nos indicará el nivel de triunfo que obtendremos. Las preguntas son: ¿cómo obedeceremos sus palabras si ni siquiera las conocemos? ¿Cómo acataremos sus mandamientos si no estamos familiarizados con ellos? Dicho de otra

forma, ¿cómo conseguiremos ser leales al Señor si ni siquiera leemos las Escrituras? Jesús dijo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos… El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama… Si alguno me ama, guardará mi palabra… El que no me ama, no guarda mis palabras” (Juan 14:15, 21, 23-24). Obviamente en este pasaje “guardar” los mandamientos del Señor no significa tomar tu Biblia y meterla en una gaveta, sino guardarlos en el corazón con miras a ponerlos por obra. Además, las palabras de Jesús le añaden un elemento muy importante a nuestra batalla contra el pecado: el amor. ¿Amas al Señor? ¿De verdad lo amas más que a cualquier cosa? Entonces, ¡pelea en contra de Hai! ¡Pelea en contra del pecado a través de tu obediencia a su Palabra! Quien ama al Señor le obedece, quien no le obedece es porque su amor por Él está mermando. Se cuenta de una niña de cinco años que había desobedecido a su mamá y, como castigo, la envió a su dormitorio. A los pocos minutos la madre entró al cuarto para hablar con ella acerca de lo que había hecho. —Mamita —dijo la niña con ojos llorosos, —¿por qué hacemos cosas malas? —A veces el diablo nos dice que hagamos algo malo —le contestó la mamá, —y lo escuchamos. Debemos entonces escuchar la voz de Dios. —¡Pero Dios no habla altooo!!! —exclamó desmoronándose en llanto. Nuestro problema como cristianos es que creemos que la obediencia a Dios estriba en escuchar una voz sobrenatural o una directriz divina por medio de un éxtasis. Y aunque yo no dudo de que esas experiencias puedan ocurrir, Dios ya nos habló en las Escrituras y dependerá de nuestra disciplina de acercarnos a ellas para que nuestra obediencia a Él sea más precisa y perfecta. El 18 de junio de 1998 Los Ángeles Times y otros periódicos estadounidenses relataron la increíble historia de Robert Kupferschmid, un anciano de 81 años sin experiencia en pilotar un avión que se vio obligado a hacerlo a causa de una trágica

emergencia. Resulta que un día antes, él y su amigo Wesley Sickle, un piloto de 52 años, volaban de Indianápolis a Muncie, Indiana, y durante el vuelo Wesley se desplomó y murió sobre los controles de la avioneta Cessna 172 en la que viajaban. Al ver lo que ocurría Robert Kupferschmid tomó de inmediato los controles, llamó por radio y suplicó que lo auxiliaran mientras la avioneta comenzaba a tocar el suelo. «Mike Bowen volaba a unos 32 kilómetros de distancia», dice la nota, «realizando inspecciones aéreas de las líneas de gas para una empresa de servicios públicos. Escuchó la petición de ayuda de Kupferschmid y rápidamente identificó que Mount Comfort era el aeropuerto más cercano. Mientras tanto, Kupferschmid escuchó un flujo constante de instrucciones. “Le describí lo que hago todos los días”, dijo Bowen. “Estaba preocupado, pero nunca pareció frenético”. Los equipos de emergencia fueron llamados al aeropuerto, pensando que un accidente era inminente. Desde su cabina, volando muy cerca del avión fuera de control, Bowen dio instrucciones sobre cómo ascender, pilotear y, la parte más aterradora de todo, aterrizar. Testigos dijeron que la nariz del avión tocó la línea central y rebotó un par de veces antes de que la cola golpeara el suelo. La nave terminó en un sendero de cesped empapado junto a la pista de aterrizaje. El único daño visible fue una hélice doblada», finaliza diciendo la nota.[78] Es decir, Robert Kupferschmid salió ileso. Cuando te pones a reflexionar en este incidente, la clave para que el piloto inexperto salvara su vida fue haber seguido las instrucciones como si su vida dependiera de ellas. Y del mismo modo, como cristianos debemos seguir las directrices de la Palabra de Dios para no ser vencidos por el pecado y nos mate. Esto no es cuestión de querer vencer a Hai porque ya no quieres lidiar con la desilusión de ser vencido o con miras a jactarte ante los demás de cuán santo eres. No, peleamos contra el pecado porque nuestra vida depende de ello. Si no obedecemos las instrucciones de la Palabra de Dios el pecado ganará la batalla y seremos vencidos.

Por eso Josué exhortó al pueblo: “Haréis conforme a la Palabra del Señor” (Josué 8:8). 4. Actúa con rapidez. El libro de Josué continúa diciendo: Entonces el Señor dijo a Josué: Extiende la jabalina que está en tu mano hacia Hai, porque la entregaré en tu mano. Y extendió Josué hacia la ciudad la jabalina que estaba en su mano. Y los que estaban emboscados se levantaron rápidamente de su lugar, y corrieron cuando él extendió su mano, entraron en la ciudad y se apoderaron de ella, y se apresuraron a prender fuego a la ciudad. Josué 8:18-19 (énfasis añadido). Después que Israel emprendió la batalla, estratégicamente, hicieron que el ejército de Hai saliera a enfrentarlos. De repente, fingieron verse derrotados; sin embargo, desde otro flanco, parte del ejército de Josué irrumpió en la ciudad y la incendió. Pero la clave de la estrategia de Josué fue que se “levantaron rápidamente”, “corrieron” y “se apresuraron” a destruir la ciudad. Esto significa que, si queremos derrotar al pecado en nuestras vidas, debemos actuar prontamente. No mañana ni dentro de una semana, ¡ya! La única forma de evitar que el pecado siga ganando terreno en nuestro corazón es levantarnos de inmediato. La rapidez de nuestra reacción ante el enemigo es lo que hará que disfrutemos lo más pronto posible del destino de triunfo que Dios ha diseñado para cada uno. Si no enfrentamos el pecado de forma rápida, el pecado seguirá creciendo adentro nuestro y, a medida que pase el tiempo, nos será más difícil dominarlo. Se cuenta de una mujer que ansiaba tener a un chimpancé de mascota. Cuando fue a la tienda de animales, por error le vendieron un bebé gorila sin que nadie lo supiera. Ella, convencida de que era un bebé chimpancé, se lo llevó a casa y lo alimentó. Se encariñó tanto con el animal que lo alimentaba cada mañana a medida que

este continuaba creciendo. Al transcurrir el tiempo, el gorila aumentó de tamaño hasta sobrepasar la estatura de la mujer. Un día este puso su mano sobre la cabeza de ella y le aplastó el cráneo. Moraleja: si esperamos demasiado tiempo el pecado nos terminará matando; mas si actuamos prontamente, aún hay esperanza. El problema de esperar más tiempo del debido es que el pecado tiende a formar callosidades en el corazón. Con el paso de las semanas y los meses esas callosidades van creciendo hasta rodearlo completamente haciéndolo más y más insensible. Insensible a la voz de la conciencia, insensible a la Palabra de Dios, insensible al Espíritu Santo. Y cuando menos lo imaginemos, nuestra conciencia estará tan, pero tan endurecida que no se inmutará, incluso, cuando esté practicando el mal. El consejero y terapeuta matrimonial, Douglas Burford, cuenta que cuando era estudiante universitario se le ocurrió que no tenía sentido parar en los semáforos en rojo cuando era evidente que no había tránsito alrededor. Por lo tanto, comenzó a detenerse solo un poco —lo suficiente como para ver si venían autos— y entonces continuaba. Sus paradas se volvieron cada vez más cortas, y finalmente no se detuvo en lo absoluto. Sencillamente por anticipado observaba bien el panorama —para ver si no venían vehículos— y pasaba a toda velocidad el semáforo en rojo. Pero un día algo cambió todo eso, y desde entonces nunca más se volvió a pasar un semáforo en rojo. Resulta que se acercó a un semáforo aislado en una zona donde casi nunca había tránsito, ni siquiera a las horas pico. Ya había mirado bien y se hallaba cerca de la vacía intersección cuando un auto apareció en lo alto de la colina a su izquierda. Estaba lejos como para representar una amenaza, pero constituía un problema: era una patrulla. Pero eso no es lo que lo hizo cambiar, puesto que debió detener el auto y no recibir más castigo que una mirada de enojo por parte del policía cuando este pasó frente a él. «Lo que me asustó tanto como para abandonar esa práctica», relata Burford, «fue lo que ocurrió en las milésimas de segundo entre descubrir la patrulla y lograr detener el auto. En ese instante

mi pie pasó del acelerador al pedal del freno, ¡y luego regresó al acelerador! No lo hice a propósito; el pie lo hizo solo. Mi pie procedió así porque así es como yo había entrenado mi mente para que respondiera. Continuamente había hecho caso omiso de lo que había sido una clara señal de detención —un semáforo en rojo— y como resultado esa señal no era clara para mí. Lo mismo ocurre con el pecado», finaliza reflexionando Burford. «Nuestra conciencia dada por Dios nos da señales de advertencia, y podemos hacerles caso o pasarlas por alto. Si nos desentendemos de ellas muy a menudo, finalmente podríamos dejar de reconocerlas por completo como señales».[79] Si por alguna razón nos hemos habituado al pecado y a ser derrotados por Hai, es necesario que nos humillemos más pronto que tarde ante el Señor y clamemos por su perdón. Si lo hacemos de prisa obtendremos las fuerzas para enfrentar la batalla y vencer. El Espíritu Santo sanará las callosidades de nuestra conciencia y nos dará un corazón sensible para que lo podamos obedecer. Como dijo el profeta: “Yo les daré nueva vida. Haré que cambien su manera de pensar. Entonces dejarán de ser tercos y testarudos, pues yo haré que sean leales y obedientes. Pondré mi Espíritu en ustedes, y así haré que obedezcan todos mis mandamientos” (Ezequiel 36:26-27, TLA, énfasis añadido). 5. Ten determinación. Josué capítulo 8 termina el relato diciendo: Y sucedió que cuando Israel acabó de matar a todos los habitantes de Hai en el campo y en el desierto, adonde ellos los habían perseguido y todos habían caído a filo de espada hasta ser exterminados, todo Israel volvió a Hai y la hirieron a filo de espada. Y todos los que cayeron aquel día, tanto hombres como mujeres, fueron doce mil; todo el pueblo de Hai. Josué no retiró su mano con la cual tenía extendida la jabalina, hasta que hubo destruido por completo a todos los

habitantes de Hai… Y quemó Josué a Hai y la convirtió en un montón de ruinas para siempre, en una desolación hasta el día de hoy. Josué 8:24-26, 28 (énfasis añadido). La batalla en contra de Hai no se libra con mediocridad. Las palabras que caracterizaron al ejército de Josué lo demuestran. El texto dice que el pueblo de Israel “acabó de matar” a todos “hasta ser exterminados”. Hicieron caer a filo de espada a “todo el pueblo de Hai” porque “Josué no retiró su mano con la cual tenía extendida la jabalina, hasta que hubo destruido por completo a todos los habitantes de Hai”. Así es como debemos pelear, hasta destruir por completo todo vestigio de Hai en nuestro ser. No debemos dejar ni un solo pedazo de ella dentro nuestro. Si comienzas a pelear, no te detengas, destrúyela por completo. Si quieres que Hai no reedifique su ciudad una vez más adentro de ti no dejes ni un pequeño sobreviviente. Esta es la única forma de evitar una nueva racha de altibajos en tu vida de adoración Esta radicalidad con la que debemos de pelear en contra del pecado es a la que Jesús hizo alusión cuando dijo: “Y si tu mano o tu pie te es ocasión de pecar, córtatelo y échalo de ti; te es mejor entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecar, arráncatelo y échalo de ti. Te es mejor entrar en la vida con un solo ojo, que teniendo dos ojos, ser echado en el infierno de fuego” (Mateo 18:8-9). El lenguaje superlativo que Jesús empleó es muy claro: debemos arrancar de nuestro ojo, de nuestra mano y de nuestro pie el deseo de pecar para que no seamos condenados. ¿Va a doler? ¡Por supuesto! Pero, sin importar la hemorragia y lo doloroso de la amputación, Jesús dijo que es mejor cercenar de nuestras vidas el pecado que poner en riesgo nuestra eternidad. En 2010 se estrenó la película 127 horas protagonizada por James Franco. Está basada en un episodio de la vida de Aron Ralston, un escalador aficionado que mientras practicaba

barranquismo en el parque nacional Robbers Roost (Utah, EE. UU.) sufrió un trágico accidente. ¿Qué le ocurrió? Se resbaló dentro de una grieta del cañón y quedó atrapado muchos metros abajo entre las rocas. Una de ellas prensó su antebrazo derecho contra la pared inmovilizándolo de pie durante cinco días. El hecho lo documentó con su cámara de video hasta que se agotó la batería. ¿Cómo escapó? Ante la inminente realidad de que llevaba varios días aprisionado, que las provisiones se le estaban acabando y que nunca más volvería a ver a su familia decidió amputarse el antebrazo. Sin embargo, decidir hacerlo no fue nada fácil. Pasó varias horas titubeando hasta que cayó en la cuenta de que no había otra salida. Lo primero que hizo fue quebrar el hueso con la fuerza de su cuerpo. El dolor fue terrible, se notaba en su rostro y en el volumen de su alarido. Después de que el dolor fue mermando comenzó a cortar la piel y la hemorragia a emerger. Su mano izquierda y la navaja con que efectuaba el corte se bañaron en sangre. Cuando veías la escena en el cine —como fue mi caso— te daban ganas de cerrar los ojos, no querías seguir viendo. Te imaginabas a ti mismo efectuando dicho acto y simplemente te querías levantar y salir de la sala pensando que eso no fue real. Pero lo fue, Aron Ralston lo vivió en carne propia. A medida que la escena avanza escuchas, incluso, los músculos, los tendones y las venas siendo cercenados. En el preciso momento en que Aron terminó de amputar su brazo se desprendió de la roca hacia atrás y la banda sonora que venía sonando de fondo cesó abruptamente... Silencio... Ahora Aron está a un par de metros de la roca y de su antebrazo. Como espectador te dan ganas de llorar. ¡Por fin! ¡Ya es libre! ¡Nada lo ata! ¡Ya puede salir de la grieta y volver con los suyos! Mientras veía la película y me aferraba a la butaca, pensaba: “¿habría hecho yo lo mismo? ¿Hubiera tomado una decisión tan radical con tal de salvar mi vida?”. Cuando salí del cine pensé en Mateo 18:8-9 y la metáfora de Jesús de cercenarnos los miembros con el fin de salvar el alma. Jesús requiere de nosotros determinación. Determinación por cortar

con el pecado, vencer el mal, exterminar completamente al Hai de nuestro ser. ¿Lo haremos?

CAPÍTULO 6: MÁS ALLÁ DE LA EMOCIÓN

É

ramos unos veinte jóvenes. Todos metidos en un pequeño salón de la iglesia donde nos habíamos comenzado a reunir desde hacía unos tres meses. Resulta que nuestra congregación realizaba una vigilia cada último viernes de mes que terminaba a la media noche y algunos tuvimos la idea de prolongar la vigilia hasta las 5:00 de la mañana. Es decir, en lugar de que terminara a las 12:00, nos quedábamos orando y estudiando la Palabra hasta el amanecer. Solicitamos los permisos correspondientes y los pastores nos permitieron usar uno de los salones. Comenzamos con ocho, luego crecimos a doce y tres meses después ya éramos veinte. A lo que comenzó como una pequeña reunión de amigos de la iglesia se sumaron otros más que también tenían hambre y sed de Dios. Nuestras reuniones eran sencillas. Comenzábamos con oración y alguien nos ayudaba tocando la guitarra dirigiéndonos en alabanza. Luego continuábamos orando y después alguien exponía la Palabra. Repetíamos ese orden unas dos veces más y a eso de las 4:00 de la mañana cada uno buscaba un lugar donde recostarse, descansar un poco y esperar a que dieran las 5:00 para entonces irnos a nuestras casas. Ese viernes donde nos habíamos quedado veinte jóvenes, la reunión comenzó de forma normal. Cantamos, oramos, seguimos cantando, pero la atmósfera se sentía fría, seca… pesada. Nadie decía nada, simplemente orábamos y cantábamos como cada vez, pero sin mayor fervor. Una hora después de haber iniciado un amigo me llamó aparte, me dijo que quería hablar conmigo. Lo seguí. Nos ubicamos a unos quince metros de donde estaban todos. —Noel, ¡está pasando algo! —dijo alarmado. —¿Qué sucede? —pregunté mientras dos amigos más se unían. —¡No sé! ¡Hay algo aquí que no está bien!

—¿A qué te refieres? —insistí. —Fulano de tal dice que acaba de ver una sombra caminar por el pasillo —dijo uno de quienes se nos había unido. —¡Y Sutano dice que alguien le tocó el hombro y al voltear a ver no había nadie! —dijo el otro. Me asusté. El primero que me convocó aparte añadió: —¡Creo que estamos en una guerra espiritual y hay algo que está interfiriendo en la reunión! ¿No percibes la indiferencia de todos al cantar y orar? —Bueno —dije yo, —si algo está pasando y es lo que todos pensamos, entonces, debemos orar y tomar autoridad sobre el enemigo. Así que los invito a que aquí mismo nos tomemos de las manos y oremos. Al juntar las manos, los cuatro hicimos un círculo e inicié la oración diciendo: —Padre, en el nombre de Jesús… Solo dije esas palabras y los cuatro caímos de rodillas al piso. Fue como si una fuerza nos empujara hacia abajo y seguimos orando con una intensidad como pocas veces habíamos orado antes. Sentimos la presencia de Dios y continuamos orando por diez minutos más. Al finalizar la oración sabíamos lo que teníamos que hacer, así que de inmediato nos dirigimos hacia donde estaban los demás para compartirles lo que discerníamos que pasaba. Después de explicarles el asunto todos estuvieron de acuerdo en orar y, otra vez, algo sucedió. Al nomás comenzar a orar sentimos una gran liberación en el ambiente. Alzamos la voz con autoridad y a los pocos minutos nuestras oraciones se convirtieron en alabanzas. Amigos que yo sabía que eran introvertidísimos para adorar tenían lágrimas en sus rostros y otros hasta estaban arrodillados adorando fervorosamente. Cuarenta minutos después, cuando ya alguien del grupo estaba compartiendo la Palabra, alguien me tocó el hombro y me llamó aparte. Era el hermano de un amigo que nos acompañó esa noche. Salí del salón junto con él y a solas puso en mi mano una cadenita bañada en oro con una

medalla de la virgen María. “Ya no necesito esto”, me dijo. Y volvió a entrar al salón. Unos minutos después busqué a mi amigo para comentarle lo que su hermano había hecho y le di la cadenita. —¿En serio te dio esto? —dijo con los ojos como platos. —¡Mi hermano le acaba de rendir su vida a Jesús! —¿Perdón? —dije yo. —Mi hermano me dijo que cuando él decidiera rendirle su vida a Cristo, ese día se quitaría esta cadenita. ¡Hoy le entregó su vida a Jesús! —dijo con satisfacción. Posteriormente nos enteramos de otro joven que se sumó a la vigilia, pero que se había salido de la reunión antes de que oráramos dentro. Él le confesó a dos amigas que mientras orábamos se encontraba allá afuera siendo liberado espiritualmente. Aparentemente andaba en malos pasos y el Espíritu Santo lo tocó sin importar que no estuviera con el resto. En esa vigilia tuvimos una experiencia memorable. Pero eso no fue todo, la voz se corrió entre los jóvenes de la iglesia al punto que un mes después no fuimos solo veinte, ahora éramos cuarenta que nos quedamos a orar y estudiar la Palabra después de la vigilia de los viernes. Como éramos tantos nos ubicamos en un salón más grande, que, por cierto, tenía algunos sofás y un par de escritorios alrededor. Incluso tuvimos que traer algunas sillas adicionales para entonces iniciar la vigilia a eso de las 12:30 de la madrugada. Cuando habían transcurrido unos cuarenta minutos yo percibía que no estaba ocurriendo nada. “De seguro está pasando lo mismo de la vigilia anterior y hay que orar para reprender al enemigo”, pensé. Por eso, en un momento detuve la reunión y les compartí a todos mi sentir. Les pedí que hiciéramos un círculo y nos tomáramos todos de las manos. Recuerdo que a mi lado derecho estaba un escritorio y a unos centímetros más mi amiga Rina, a quien le tomé la mano. Cuando los cuarenta cerramos el círculo comencé a orar con intensidad. Até, desaté, amarré, desamarré, ¡hice todo lo que se supone que uno hace para reprender al diablo! A los pocos minutos que yo seguía orando, solté las manos de quienes estaban a la par

y seguí orando con más soltura. Aumenté mi intensidad. La pasión se había apoderado de mí. Mi voz predominaba en el salón. En un momento cerré mi mano derecha e hice un movimiento de arriba hacia abajo y luego hacia adelante. Tipo boxeador que va a propinarle un gancho al hígado a su contrincante. Grité: “¡En el nombre de Jesúúússs!!!”. Puño abajo y con fuerza hacia adelante. “¡Plafff!!!”, se escuchó en el salón. “¡Ay!”, dije dentro de mí, “¡le pegué al escritorio de la par!”. Un dolor recorría todo mi puño. Para disimular que había golpeado el escritorio seguí orando, pero con más intensidad y así nadie notara lo que había pasado — según yo. Luego de orar, cuando me dolía menos la mano y ya alguien estaba compartiendo la Palabra, tres amigos me llamaron aparte. Los seguí y nos ubicamos a varios metros de donde estaban todos. —¿Qué te pasó, Noel? ¿Por qué hiciste eso? —me increpó el primero. —¿Cómo que por qué lo hice? ¿Acaso no discirnieron que la reunión estaba fría y nadie estaba mostrando fervor? —¿De qué estás hablando? ¡Todo estaba bien! —dijo el otro. —¡Ah! ¡Eso es lo que el enemigo quería que creyéramos! — objeté arrogantemente. —¡No, Noel! ¡No estás entendiendooo!!! —enfatizó alarmado. — ¡Le diste un puñetazo a Rinaaa!!! Quedé en shock. Resulta que cuando nos tomamos de las manos y yo comencé a orar, al soltar la mano de Rina, ella no se quedó de pie como todos, sino que se arrodilló a la par mía. Como yo seguía orando con los ojos cerrados, giré sin darme cuenta unos centímetros y al cerrar mi puño y decir: “¡En el nombre de Jesús!”, le asesté un puñetazo en el rostro, no al escritorio. Lo hice con tal fuerza que ella cayó doblada por el dolor. Como yo seguí orando frenéticamente no me percaté de nada. Cuando mis amigos me dijeron lo que había ocurrido me llevé la mano a la boca y puse una cara de “¡no puede ser!”, además de ponerme rojo de la vergüenza.

De inmediato les di la espalda, comencé a caminar en dirección al salón, me acerqué sigilosamente desde atrás del sofá donde Rina estaba sentada, le toqué el hombro y cuando se volteó vi dos surcos de agua marcados en sus mejillas. Bajaban de cada uno de sus ojos hasta tocar su barbilla mostrando que había llorado caudalosamente. —¡Cuánto lo siento! —dije apenado, —¡de verdad! ¡Perdonáme! ¡Fue sin querer! —¡No te preocupés! —me dijo con dulzura, —¡solo tené cuidado la próxima vez! No hubo próxima vez. El sábado por la tarde, antes de comenzar el servicio juvenil, uno de los pastores de jóvenes se acercó a mí y me reprendió duramente por el incidente que protagonicé. No sé qué versión de los hechos le contaron, pero no me permitió explicarle lo sucedido. Me habló con severidad y me dijo que a partir de ese momento estaba prohibido que los jóvenes prolongaran las vigilias de la iglesia.

Sentir o no sentir, esa es la cuestión. Ese día que golpeé a Rina aprendí una gran lección: las emociones ni la efusividad son un parámetro confiable para definir que Dios está presente en un servicio de adoración. Por tu propio bien, te conviene que como cristiano aprendas más pronto que tarde que la emotividad en la vida cristiana no es el parámetro más importante para evaluar tu relación con el Señor ni la de otros. Por más extraordinario que sea sentir emociones, cuando no sientas nada, vamos, no hay de qué preocuparse. Quien depende de la emotividad para medir su relación con Dios sufrirá mucho en su vida de adoración. Cuando se es creyente, la mayoría de las veces no se experimentan éxtasis como para deducir que la vida consiste en continuos clímax emocionales. Depender de los sentimientos inexorablemente te empujará a una vida muy, pero muy inestable.

Aunque los sentimientos pueden contribuir a que estemos conscientes de la presencia de Dios, ellos no son el parámetro final. El Señor está en nuestra vida porque una vez que lo invitamos a habitar en nuestro ser vino para quedarse. Es más, como cristianos pareciera que no hemos leído detenidamente el Nuevo Testamento que dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo —¡la Trinidad!— vino a hacer morada en nuestro ser cuando creímos. El evangelio de Juan dice: “Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros… En ese día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros... Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Juan 14:16-17, 20 y 23, énfasis añadido). A partir del momento en que la Trinidad vino a nuestra vida nos convertimos en su casa, no en su hotel, ¡su casa! Él no vino por una temporada para luego marcharse. No, Él hizo de nosotros su residencia permanente. Por lo tanto, el hecho de que a veces experimentemos sensaciones de cercanía con Dios y otras veces no, tiene más que ver con la volatilidad del alma humana que con otra cosa. No tiene que ver con que si Dios está presente o ausente. Él siempre está y debemos aferrarnos a esa verdad a través de la fe si es que esperamos experimentar una vida cristiana estable. Como imagen y semejanza de Dios, el Creador nos dio la capacidad de sentir para disfrutar de nuestra amistad con Él, de nuestros semejantes y de la creación. En lo personal me encanta sentir cosas en la presencia de Dios, pero debemos estar conscientes de la volatilidad interior y no juzgar la atmósfera de un servicio de adoración por las sensaciones que estemos experimentando. Quien depende de la emotividad y los sentimientos para discernir si su relación con Dios está bien o si un servicio de adoración está siendo efectivo, no solo está juzgando las cosas superficialmente, sino que está en riesgo de cometer errores como el que yo cometí la vez que golpeé a Rina. Oye, Dios estaba en

dicha reunión, el Espíritu Santo estaba tocando los corazones y todos estábamos exaltando al Señor Jesucristo. ¡Já! Pero tenía que aparecer yo para salvar la frialdad de la reunión, ¿no? Los sentimientos y las emociones son buenos, no son malos. Sentir cosas es maravilloso, pero sentir no debe ser el rector de la adoración. Los sentimientos son variables, cambian constantemente. Los sentimientos son como el clima, en la mañana está nublado, al medio día brilla el sol y en la noche llueve a cántaros. En muchos sentidos nuestros sentimientos no son confiables. Una mañana podríamos sentirnos apesadumbrados, en la tarde estallar de alegría y en la noche sentirnos decaídos. ¿No habrá sido por esto que el profeta exclamó: “Más engañoso que todo, es el corazón, ¿quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9)?

¿Por qué a veces sentimos a Dios y a veces no? En una ocasión me encontraba en un servicio de la iglesia y a la par mía estaba sentado mi amigo Eduardo. No sé por qué ese día yo estaba entusiasmado por estar en el templo y con muchas ansias de que comenzara la adoración, pero cuando nos pidieron ponernos de pie me levanté, canté junto con todos y en el momento de los cantos lentos yo estaba muy, pero muy fervoroso. Ojos cerrados, manos alzadas, cantaba en voz alta. Yo estaba degustando la presencia de Dios cuando de repente, Eduardo tocó mi hombro y me dijo: —Noel, no sé qué me pasa, pero no estoy sintiendo a Dios. —Mirá —me volteé, —a veces no sentimos al Señor porque hay pecados no confesados en nuestra vida. Y así de rápido como se lo dije, me volteé nuevamente para seguir adorando. A los diez minutos, Eduardo volvió a tocar mi hombro. —¡Tenías razón! ¡A eso se debía que no sentía la presencia de Dios! —dijo entre lágrimas. Aunque lo que le dije a Eduardo no es una fórmula para sentir al Señor, tiene de verdad. El pecado en nuestra vida puede ser un

obstáculo para experimentar su presencia. He ahí por qué debemos estar continuamente sometidos al escrutinio de las Escrituras y del Espíritu Santo para asegurarnos de vivir vidas santas e íntegras. ¿Qué pasa si aun estando a cuentas con Dios no sientes su presencia? Nada. Si tu corazón está alineado a su voluntad y estás viviendo como le agrada, entonces, deberías estar tranquilo y en paz porque no hay nada que interfiera tu comunión con Él. Es más, hasta deberías estar contento y agradecido porque no hay impedimentos entre tú y Dios. Por lo tanto, si aun viviendo en santidad no sientes su presencia, el hecho de que no lo sientas podría deberse a razones como: Preocupaciones laborales. Problemas familiares. Cansancio físico. Características propias del temperamento. Enfermedad o problemas de salud. Etc. Estas y otras razones más pueden influir en nuestro estado de ánimo y, de algún modo, que no experimentemos las sensaciones agradables que a veces siente el creyente al momento de adorar. En una ocasión estaba en un grupo de oración y veía a todo mundo emocionado, algunos con rostros sonrientes y otros con lágrimas brotando de sus ojos. Mientras tanto, yo no sentía nada. En ese momento oré: —Señor, ¿por qué todos sienten tu presencia menos yo? Un instante después un pensamiento asaltó mi mente: —Yo ministro conforme a la necesidad —escuché. De inmediato pensé que ese pensamiento provino de Dios y concluí que Él conoce los corazones de sus hijos y sabe ministrar a cada uno según su omnisciencia y sabiduría. Una semana después me encontraba hablando con una amiga teóloga y hablábamos de lo misteriosa que puede ser la presencia de Dios. Me relató lo siguiente:

—Una noche tuve un sueño y en el sueño vi a tres cristianos de pie en un salón, cada uno separado a un metro el uno del otro. De repente vi a Jesús entrar, se acercó al primero y le dio un fuerte abrazo. Luego se acercó al segundo y le dio un apretón de manos. Al llegar al tercero, solo se paró frente a este y le sonrió. En eso oí una voz que decía: “Yo ministro conforme a la necesidad”. Al ella terminar de relatarme su sueño, le dije: —¿Me creerías que ese pensamiento me vino hace poco porque veía a todos sintiendo a Dios menos yo? Si estamos a cuentas con Dios y no hemos descuidado nuestra relación con Él a través de las disciplinas espirituales (la oración, estudio de la Biblia, etc.), y no sentimos su presencia, ¿no será que el Señor considera que estamos bien como para que tenga que ministrarnos de alguna forma que nos haga reaccionar emocionalmente? Cuando no sientas la presencia de Dios o algún tipo de emotividad recuerda que nuestra relación con el Señor no se basa en las emociones ni en los sentimientos. Se basa en la fe. No en una fe ciega, sino fe en sus promesas. Él dijo: “Nunca te dejare ni te desampararé” (Hebreos 13:5). Por lo tanto, cuando estés adorando al Señor ya sea en tu habitación o en medio de la congregación y no sientas nada, recuerda su promesa. Créele a Él, no a tus emociones. El Señor está contigo a pesar de que no lo sientas.

El cristiano emocionalista. Un pasaje bíblico que personalmente me ha ayudado a comprender el equilibro que el cristiano debe tener entre la fe y la emotividad, es uno que aparece en el libro de Jeremías. Por favor, léelo detenidamente. Así dice el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto: no se

dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita. Jeremías 17:5-6 (NVI). Aquí Jeremías habla acerca de lo mal que le irá a quien deposite su confianza en el ser humano por encima del Señor. Por cierto, ese humano al que se refiere el texto no necesariamente debe ser otro, puede que seas tú mismo. Por eso el texto dice: “El que se apoya en su propia fuerza”. Confiar en alguien más o en ti mismo más que en el propio Señor es confiar “en el hombre” o en lo que proviene del hombre. Y eso incluye depositar tu confianza en tu propia emotividad. A continuación, te mostraré las características de un creyente que confía más en sí mismo y sus sentimientos versus el que confía en el Señor y su Palabra. El cristiano emocionalista se apaga rápido. Jeremías dijo que el hombre que confía en alguien o en algo que no sea el Señor: Será como una zarza en el desierto… Jeremías 17:6 (NVI, énfasis añadido). La Biblia suele comparar a los seres humanos con elementos de la creación y aquí nos compara con una zarza. Una característica de la zarza es que se prende en llamas fácilmente. ¿Recuerdas el encuentro de Dios con Moisés en Éxodo 3? La Biblia dice: “Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema” (Éxodo 3:1-3, énfasis añadido).

¿Por qué Moisés se maravilló? ¿Por qué la zarza despertó su curiosidad de ir a verla de cerca? Porque ver un arbusto ardiendo en fuego en medio del desierto era un fenómeno común, pero no que permaneciera encendido tanto tiempo. Las zarzas eran un tipo de ramas y espinas enredadas que se prendían fácilmente a causa del calor desértico.[80] Así como se encendían, se consumían. El asunto es que la zarza en la que Moisés fijó sus ojos ardía sin disminuir su llama. “¿Por qué ese arbusto sigue ardiendo si ya ha transcurrido tanto tiempo?”, se preguntó, “¡eso no es normal!”. Por eso dijo: “Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema” (v. 3). Incluso, en Jueces 9:8-15 aparece una fábula donde los árboles del bosque le pidieron al olivo, a la higuera y a la vid que reinaran sobre ellos. A medida que transcurre la narración cada uno se excusa y ninguno acepta ocupar el puesto. Es entonces que los árboles le piden a la zarza que fuera su rey. La zarza contestó: “Si en verdad me ungís por rey sobre vosotros, venid y refugiaos a mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y consuma los cedros del Líbano” (v. 15). Quienes escucharon la fábula y conocían las zarzas han de haberse desternillado de la risa al nomás oír esas palabras. La zarza, por ser un matorral apuñado, no tenía capacidad de brindar sombra a nadie ni el suficiente calor para consumir hectáreas de bosque. Como ves, la zarza de la fábula era bastante presumida. Entonces, cuando Jeremías compara al hijo de Dios que confía en el hombre o en la emotividad humana con una zarza, está diciendo que es alguien que se prende y se apaga rápidamente. Se enciende con facilidad, pero su emoción se consume de inmediato. “Es llamarada de tusa”, decimos en buen salvadoreño. En mi país, la tusa son las hojas que envuelven la mazorca de maíz que, cuando se pone al fuego, así como se enciende, se apaga. Obviamente la expresión es metafórica. Cuando se acusa a alguien de ser “llamarada de tusa” es porque brilla por el fogonazo, pero así como se prendió igual se apagó. Y así son quienes confían en sus sensaciones internas. No pueden mantener el calor, no

pueden permanecer encendidos, su fuego se extingue rápidamente y así como fueron efusivos, ¡puf!, ya no. El cristiano emocionalista no ve el bien. Después de que el profeta compara a los hombres con zarzas, añade: No se dará cuenta cuando llegue el bien. Jeremías 17:6 (NVI, énfasis añadido). El cristiano emocionalista, por más que el propio rey David estuviera dirigiendo la adoración, al ver que no siente nada calificaría su ministración como mala. No importa que el Espíritu Santo se esté derramando como en Hechos 2, si a él no se le eriza la piel o siente escalofríos, al terminar el servicio sentenciaría: “¡hoy el Señor no le ministró a su pueblo!”. El cristiano emocionalista usa una lupa para juzgar. La lupa son sus propias sensaciones. Obvio que por emplear un instrumento tan diminuto no tiene la capacidad de ver el enorme bien que está ocurriendo alrededor. Todo por establecer la emotividad como parámetro para definir lo bueno o lo malo. En una ocasión un amigo asistió al servicio de adoración de una iglesia y un pastor invitado predicó. El sermón fue totalmente bíblico y se disertó de manera clara y entendible; sin embargo, al final, cuando todo mundo estaba saliendo del templo, alguien se acercó a mi amigo y le dijo: —¡Qué barbaridad! ¿Escuchaste ese sermón? ¡No sé por qué invitaron a ese hermano a enseñar! ¡No se sintió la unción mientras predicaba! Mi amigo guardó silencio. Cinco minutos después alguien más se acercó para decirle: —¡Vieras cómo me habló el Señor a través del sermón! ¡Me voy a casa con una joya de mensaje que espero no olvidar! Pregunto: ¿cuál de las dos personas que se acercó a mi amigo acertó en su análisis?

El cristiano emocionalista juzga las cosas equivocadamente. Las evalúa según sus propios sentimientos. ¿Sintió algo? Entonces todo estuvo bien. ¿No sintió nada? ¡Todo estuvo mal! “No ve el bien”, dijo el profeta. El cristiano emocionalista suele sentirse seco. El profeta Jeremías continuó diciendo: Morará en la sequedad del desierto… Jeremías 17:6 (NVI, énfasis añadido). Eso es precisamente lo que experimentan aquellos que confían en sus sentimientos más que en las promesas de Dios. Debido a que definen su estatus espiritual en base a su emotividad interna, cuando no sienten regocijo, alegría o sensaciones de paz suelen pensar que les falta algo, que están secos espiritualmente. El cristiano emocionalista es un buscador de sensaciones, ve los servicios de adoración, los eventos masivos como los conciertos y retiros espirituales como formas para levantar y refrescar el ánimo. Cuando experimenta algún éxtasis espiritual siente que nada en un manantial; sin embargo, cuando no experimenta nada cree que está extraviado en el mismísimo Sahara. La sequedad suele ocasionar estragos en las superficies, al punto que hay zonas desérticas en el mundo con extensas áreas agrietadas y con fisuras. Quien transita por un desierto de este tipo debe tener mucho cuidado de no caer en alguna hendidura. Del mismo modo, el cristiano que confía más en sus emociones que en el Señor, si no aprende a depositar su fe en Él, sentirá que cae en una grieta. Como cree que la efusividad es el parámetro para medir su relación con Dios, al ver que lleva tiempo sin sentir algo, se hunde y llega a creer que nada podrá sacarlo del hoyo. Realmente la vida de un cristiano emocionalista puede ser bastante angustiosa y desesperante. El cristiano emocionalista suele sentirse solo.

El profeta Jeremías añadió: Morará … en tierras de sal, donde nadie habita. Jeremías 17:6 (NVI, énfasis añadido). ¿Qué significa esto? Que quien confía en la emotividad humana más que en el Señor suele sentirse solo. Como este tipo de creyentes ven la efusividad como sinónimo de frescura espiritual, al no sentir nada piensan que Dios los ha abandonado. Al ser los sentimientos su parámetro, cuando no sienten algo concluyen que el Señor se alejó. Ellos no recuerdan las promesas de Dios que nos hablan de que Él habita permanentemente en el creyente. No, para ellos el sentimiento y la emoción es su verdad absoluta. No las Escrituras. Hace unos meses atendí en consejería a un cristiano que estaba atravesando una crisis muy, pero muy seria. Después de contarme su problema y de evaluar las alternativas de solución ambos concluimos que la situación no terminaría bien, por lo que debía depositar el problema en las manos de Dios y esperar un milagro. —Mientras tanto —me dijo bastante ofuscado, —¿quién me quita todo esto que siento? —Bueno, vas a tener que seguir adelante a pesar de esos sentimientos y echarle ganas a tu relación con Dios —le dije. —Yo siento que Dios está lejos y que me ha abandonado, ¡eso es lo que siento! —alzó la voz desesperado. —¿Qué dice la Escritura? —le pregunté, —ella enseña que Él vive adentro nuestro y que nunca nos abandona. ¿A quién le vas a creer? ¿A la verdad de Dios o a lo que dicen tus emociones? —¡Es que para mí la verdad son los sentimientos! —A ver, explícame eso. —La verdad está dentro de uno, así que lo que yo siento es la verdad. Y si mis sentimientos me dicen que Dios me abandonó, entonces, ¡esa es la verdad! —No —argumenté, —la verdad es externa. No está dentro del ser humano. Si los sentimientos son la verdad, entonces, la verdad

sería muy cambiante. Un día sentirás algo y otro día sentirás otra cosa, una día para ti algo será verdad y otro día ya no. La verdad es externa y, específicamente del tema que estamos hablando, la verdad se encuentra en las Escrituras, no en ti. Al final no pude convencer a mi aconsejado. Él había abrazado un cristianismo emocionalista de los más graves que yo he presenciado y hoy en día siente que el Señor está con él y a veces que no. Incluso, cuando la soledad y el abandono lo abruman hasta duda de la existencia de Dios. El cristiano emocionalista suele apartarse del Señor. El profeta Jeremías también escribió: ¡Y aparta su corazón del Señor! Jeremías 17:5. (NVI, énfasis añadido). Me he enterado de personas que han dicho: “dejé el cristianismo porque ya no sentía a Jesús”, “abandoné la iglesia porque ya no sentía lo mismo”, “no quise saber más del Señor porque ya no sentía su presencia”, etc. Tristemente, hay una generación de cristianos que se “convirtieron” (entre comillas) con el fin de sentir cosas. Nadie les enseñó a vivir una vida de fe y mucho menos, que la emoción sigue a la fe, no al revés. Que, aunque es cierto que uno puede experimentar cosas especiales durante o después de la conversión, eso no significa que el alma no seguirá batallando con su propia volatilidad. Cuando el creyente no sabe lidiar con lo cambiante de las emociones humanas puede llegar a creer que el Señor lo ha dejado de amar y dado la espalda. Por ende, el cristiano emocionalista tiene grandes probabilidades de dejar de serle leal al Señor producto de que no aprendió a vivir por fe.

El cristiano de fe.

El folleto evangelístico Las cuatro leyes espirituales escrito por Bill Bright (1921-2003) de la Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo (ahora Cru), luego de explicar las cuatro leyes y motivar a la persona a entregar su vida a Cristo, en la sección: No dependa de los sentimientos, brinda algunas pautas que, personalmente, me ayudaron en mi caminar cristiano. Resulta que al hablar de la emotividad en la vida cristiana presenta una ilustración: Un tren con una locomotora al frente y dos vagones detrás. La locomotora corresponde a los Hechos, el primer vagón a la Fe y el último vagón a los Sentimientos. Bill Bright explica: «Nuestra seguridad está en la promesa de la Palabra de Dios y no en nuestros sentimientos. El cristiano vive por fe (confianza) en la fidelidad de Dios mismo y Su Palabra. El diagrama del tren ilustra la relación entre el Hecho (Dios y Su Palabra), la Fe (nuestra confianza en Dios y en Su Palabra) y los Sentimientos (el resultado de la fe y la obediencia)… El tren corre con o sin el vagón. Sin embargo, sería inútil tratar de que el vagón haga correr el tren. Del mismo modo, nosotros, como cristianos, no dependemos de los sentimientos o emociones, sino que ponemos nuestra fe (confianza) en la fidelidad de Dios y en las promesas de su Palabra».[81] El problema de muchos cristianos es que ponen el vagón de los Sentimientos al frente con la esperanza de que tenga la suficiente fuerza para movilizar el tren. Vamos, ¿cuándo has visto un tren movido por un vagón? Del mismo modo, las emociones no tienen el poder para hacer avanzar el tren de la vida cristiana. No tienen motor, no tienen ese poder ni tampoco es su función. Si pones los Sentimientos como motor de tu vida te quedarás varado en el camino. Mejor pon al frente la locomotora (los Hechos), luego adhiere tu Fe a los Hechos (Dios y Su Palabra) y en consecuencia, la emociones le seguirán a la Fe. Cuando vivimos ese orden podremos avanzar hacia la madurez. ¿Sentiremos algo durante el trayecto? ¡Por supuesto! Pero será la locomotora (los Hechos) la que impulsará nuestra vida, no un vagón sin motor (lo Sentimientos) que no tiene poder para movilizar los vagones que vienen detrás.

El profeta Jeremías no solo habló del cristiano que confía en el ser humano y lo que siente, sino también del cristiano que vive por la fe. Como verás, vivir por fe es mejor que vivir por emociones. El profeta escribió: Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto. Jeremías 17:7-8 (NVI, énfasis añadido). Las palabras de Jeremías aluden al Salmo 1, donde el salmista, empleando la misma analogía del árbol, habló acerca de cómo luce una vida espiritualmente saludable. El Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia dice sobre la analogía que emplea Jeremías: «La imagen de un árbol lleno de fruto deriva directamente del Sal. 1:3, versículo que enseña que quien confía en Dios no estará libre de pruebas y adversidades, pero que Dios traerá fruto y bendición en las dificultades y por medio de ellas (14:1-9; 15:19-21)».[82] A continuación, te describiré cómo luce un cristiano que vive por la fe e intercalaré ambos pasajes para enriquecer el análisis del texto. El cristiano de fe es firme. El profeta Jeremías escribió: Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua… Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido). Y el salmista dijo:

Sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río… Salmo 1:2-3 (NVI, énfasis añadido). El profeta Jeremías compara al cristiano que confía plenamente en el Señor con un árbol. No con una zarza del desierto como hizo al hablar del cristiano emocionalista. Lo compara con un árbol firme y frondoso, pero allí no acaba todo. El salmista nos revela sobre qué suelo está plantado dicho árbol: La ley del Señor. De allí proviene la firmeza del cristiano, de las Escrituras y nuestra confianza en las promesas que nos han sido dadas. El cristiano que pone su fe en las emociones está sobre terreno frágil; sin embargo, quien se planta en la Palabra de Dios permanece firme como un roble. Si profundizamos en la metáfora del árbol descubrimos algunas cosas más acerca de la vida de adoración. Por ejemplo, un árbol, antes de crecer hacia arriba, debe crecer hacia abajo. Primero debe echar raíces, raíces profundas, si es que realmente quiere tener solidez y que nada lo derribe. Y es que si un cristiano quiere aprender a vivir por fe, debe echar raíces en la Escritura. Crecer primero hacia abajo para después experimentar un crecimiento saludable hacia arriba. El problema del cristiano emocionalista es que no quiere crecer hacia abajo, quiere subir de una sola vez y elevarse hasta lo más alto. Él quiere emocionarse, volar y surcar las alturas; sin embargo, quien prioriza crecer hacia arriba sin desarrollar la profundidad requerida, no será un árbol sólido, sino que más pronto que tarde será “como paja arrastrada por el viento” (Salmo 1:4, NVI). El cristiano de fe conoce la fuente. El profeta Jeremías siguió diciendo: Será como un árbol… que extiende sus raíces hacia la corriente. Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido).

Y el autor del Salmo 1: Es como el árbol plantado a la orilla de un río… Salmo 1:3 (NVI, énfasis añadido). La corriente nos habla de la fuente que le brinda humedad a la tierra y que evita que se convierta en desértica y seca. Un terreno que cuenta con un río es rico en nutrientes y los árboles que lo rodean son frondosos y saludables. En la Escritura las corrientes de agua o el río simbolizan perfectamente al Espíritu Santo. Jesús dijo: “El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: «De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva». Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en Él habían de recibir” (Juan 7:38-39, énfasis añadido). Y unos capítulos después añadió: “Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros” (Juan 14:16-17, énfasis añadido). Por lo tanto, el cristiano de fe sabe que el Espíritu Santo habita permanentemente en su ser. Jesús dijo que el Espíritu estaría “con nosotros” y “en nosotros”, es decir, Él no vino a nuestra vida para después irse. Vino a hacer su morada perpetua adentro nuestro. Como el cristiano de fe sabe esto, no se preocupa si no experimenta sensaciones. Sabe que si no siente nada, de todas formas, el Espíritu está con él. No depende de los sentimientos para tener certeza de la presencia de Dios. No, él vive por fe. Fe en la promesa de Dios de que su presencia está de forma incesante adentro suyo independientemente de lo que sienta. El cristiano de fe no vive en temor. Jeremías siguió diciendo: No teme que llegue el calor… Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido).

Hay un punto en la vida del cristiano emocionalista donde se cansa de sentir y no sentir. Se harta de vivir montado en el sube y baja de las emociones. Él ya no quiere volar un día sobre las nubes y al otro arrastrar la barbilla en el pavimento. Por eso, cuando identifica este patrón de péndulo pierde la confianza y el temor se apodera de él. He sabido de cristianos que, después de participar de un extraordinario servicio de adoración que les produjo un nuevo éxtasis emocional, al dirigirse a sus casas piensan: “¡qué genial es sentir la presencia de Dios! Pero ¿qué pasará después? ¿Qué pasará cuando despierte mañana o durante el resto de la semana? ¿Volveré a sentir esto o toda mi vida consistirá en sentir y no sentir?”. El cristiano de fe es distinto, vive confiado, no teme a la volatilidad de su alma. Como se considera un “árbol plantado junto a las corrientes de aguas” (RV60) sabe que la presencia de Dios está incesantemente con él a pesar de que no la sienta. Él sabe que es la casa del Espíritu Santo. Que cuando el Espíritu vino, lo hizo para quedarse a vivir con él; por lo tanto, no teme ni entra en pánico y mucho menos, le pasa por la mente de que Dios lo ha abandonado. El cristiano de fe es saludable. El profeta continuó diciendo: Será como un árbol… y sus hojas están siempre verdes... Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido). Y el salmista dijo también: Es como el árbol… y sus hojas jamás se marchitan. Salmo 1:3 (NVI, énfasis añadido). Las hojas son las que revelan si un árbol es saludable o está enfermo. Un cristiano que vive por fe y no por emociones será

saludable. Como comprende que el crecimiento proviene de las raíces y no del clima, está consciente de que los nutrientes y el agua provienen del suelo; por lo tanto, prioriza afirmarse en las Escrituras como forma de alimentarse apropiadamente. La salud del árbol no proviene de la atmósfera que lo rodea ni de ninguna circunstancia exterior. La salud proviene del suelo en el que está plantado. Por eso, el cristiano de fe tiene una relación inseparable con la Palabra de Dios. Del otro lado, el cristiano emocionalista que está plantado en su volatividad, debido a que no se está nutriendo adecuadamente, comienza a enfermar y sus hojas a marchitarse. El cristiano de fe no vive en angustia. Jeremías sigue diciendo: En época de sequía no se angustia… Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido). Como ya he dicho, la vida de adoración no es una vida que se fundamenta en las emociones; sin embargo, eso no significa que nunca las vayas a experimentar. La vida cristiana es una vida emocionante a pesar de que la emoción no sea la base de la vida. Debido a que los sentimientos son variables y no siempre están en niveles altos, cuando un cristiano de fe se siente tenue o apagado, no entra en angustia. Él sabe que así es la vida y que los estados emocionales van y vienen. El cristiano de fe, entonces, sabe que los bajones y las adversidades son temporales. Por eso, en lugar de preocuparse cuando las dificultades arrecian, apela a la fe y a la paciencia mientras las dificultades y las tormentas pasan. Es más, mientras los vendavales soplan se refugia en la oración como forma de superar la angustia. Igual que los salmistas que escribieron: “Cuando clamo, respóndeme, oh Dios de mi justicia. En la angustia me has aliviado” (Salmo 4:1, énfasis añadido). “Porque en el día de la angustia me esconderá en su tabernáculo; en lo secreto de su tienda me ocultará; sobre una roca me pondrá en alto”

(Salmo 27:5, énfasis añadido). “Tú eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con cánticos de liberación me rodearás” (Salmo 32:7). “Claman los justos, y el Señor los oye, y los libra de todas sus angustias” (Salmo 34:17, énfasis añadido). El cristiano de fe, en medio de los problemas que alteran la emotividad del alma, se refugia en la oración para estabilizarse. Confía en Dios y entonces, obtiene las fuerzas para salir avante de cualquier huracán que lo esté envistiendo. El cristiano de fe es fructífero. El profeta Jeremías termina diciendo: Será como un árbol… y nunca deja de dar fruto… Jeremías 17:8 (NVI, énfasis añadido). Y el salmista: Es como el árbol… que, cuando llega su tiempo, da fruto… Salmo 1:3 (NVI, énfasis añadido). Quien confía en el Señor y no en sus sentimientos será un cristiano fructífero. En la Biblia “fruto” tiene que ver con carácter, por eso el apóstol Pablo escribió: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gálatas 5:22-23). Si te fijas, cada una de esas cosas que Pablo llama “fruto” son virtudes del carácter. Esto significa que cuando un cristiano de fe está plantado en el suelo de la Escritura y permite que el Espíritu Santo permee sus raíces, reflejará en sus actitudes y conducta el carácter de Cristo. No es que será perfecto, pero reflejará un carácter estable y maduro como el de Jesús. Cosa distinta al cristiano emocionalista. Como este confía más en su humanidad y emotividad suele reflejar actitudes contrarias a las del Espíritu y que también Pablo describió: “Sensualidad, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones,

envidias, etc.” (Gálatas 5:19-21). El cristiano de fe despliega un buen carácter independientemente de lo que sienta; el cristiano emocionalista deja que sus sentimientos moldeen su carácter. ¿Y qué de ti? ¿Seguirás siendo un cristiano emocionalista o te convertirás en uno de fe? ¿Permanecerás leal al Señor a pesar de lo que sientas o tus emociones te empujarán hacia afuera de las filas de la fe?

CAPÍTULO 7: VERDADERO ADORADOR VERSUS FALSO ADORADOR

C

uenta una leyenda que hace años un banco de San Diego contrató a un investigador privado para localizar a un ladrón de bancos y recuperar dinero robado. La búsqueda llegó hasta México. El investigador cruzó la frontera y entonces, dándose cuenta de que necesitaría un intérprete en español, abrió el directorio telefónico y contrató al primer intérprete que encontró en la lista de las Páginas Amarillas. Después de muchos días el investigador finalmente capturó al bandido. —¿Dónde escondiste el dinero? —le preguntó por medio del intérprete. —¿Qué dinero? —respondió el ladrón en español. —No sé de qué dinero está usted hablando. Al instante el investigador desenfundó su pistola, apuntó al sospechoso y le dijo al intérprete: —Dígale que si no me dice en dónde está el dinero le dispararé aquí mismo. Después de recibir este mensaje, el ladrón de bancos le contestó al intérprete: —Señor, escondí el dinero en una lata de café, también bajo la cuarta tabla del suelo, y otra parte en el baño de hombres del segundo piso del Hotel Palace, sobre la calle Río, en La Paz. —¿Qué dijo? —preguntó el investigador al intérprete. —Señor —contestó el intérprete mientras pensaba por un instante. —¡Dice que está preparado para morir como un verdadero hombre![83]

Características del verdadero adorador.

Más allá del chascarrillo, hay personas a las que tú te abocas porque esperas cierto comportamiento de ellas; sin embargo, al final es decepcionante enterarse de que no son lo que dicen ser o no hacen lo que se espera que hagan. Así que en este capítulo hablaré de dos tipos de adoradores, los que realmente se comportan como tales y los que —como el intérprete que contrató el investigador— no son consecuentes con lo que dicen ser. Conozcamos, entonces, dos tipos de adoradores: los verdaderos y los falsos. 1. Un verdadero adorador permite que la creación lo inspire. Algunos cristianos cuando escuchan hablar acerca de los “magos” del oriente piensan en los que aparecen en los programas de la televisión o amenizan las fiestas infantiles; sin embargo, cuando la Biblia habla de “magos” se está refiriendo a un grupo particular de personas pertenecientes a una casta de sabios o consejeros que eran especialistas en diversas áreas de investigación. William Hendriksen, en su Comentario al Evangelio de Mateo, dice en cuanto al origen y significado de la palabra “magos”: «Cuando apareció por primera vez la palabra en los escritos de Heródoto, se refería a una tribu de los medos. Parecería que, debido a la habilidad que esta tribu derivó del estudio de las estrellas, el nombre magi comenzó a aplicarse más generalmente a toda la casta sacerdotal de medos y persas. El mago estaba profundamente interesado en la religión y en varios campos del interés humano que estaban relacionados con ella, incluyendo el estudio de las estrellas y su supuesta influencia sobre los acontecimientos humanos».[84] Los autores de Pasajes difíciles de la Biblia dicen al respecto: «Magos fue usado en el griego para referirse a “un amplio rango de astrólogos, adivinos, agoreros sacerdotes y magos”. La referencia a la estrella hace más probable que estos hombres hayan sido astrólogos… Lo que queda claro es que estos hombres vieron algún tipo de fenómeno astronómico (“estrella” puede referirse a

cualquiera de una variedad de formas de dicho fenómeno), muy probablemente una conjunción planetaria».[85] Algunos afirman que la influencia del profeta Daniel en Babilonia y el hecho de que los judíos convivieran durante décadas con los babilónicos y los persas pudo haber sido clave para que por tradición oral estos hombres estuvieran familiarizados con las profecías judías. Michael Wilkins, en su Comentario al Evangelio de Mateo con aplicación NVI, dice: «Estos hombres tenían conocimiento de las profecías del Antiguo Testamento, por su contacto con las colonias judías de Oriente. Aunque muchos judíos volvieron a Palestina después del exilio, grandes números se quedaron también en las zonas orientales, especialmente en Babilonia, en el territorio de Partia, situado al norte, y en el de Arabia, al sudoeste»[86] Lo anterior apunta a que, alrededor de los días en que nació Jesús, los sabios del oriente estaban observando el universo y, mientras tenían sus ojos fijos en el cielo negro, identificaron una singularidad suspendida en la oscuridad de la noche que no habían detectado antes. Una luz nueva, parpadeante… una estrella. La Escritura dice: Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle. Mateo 2:1-2 (énfasis añadido). Después de varios meses de estudio, observación y reflexión, los sabios llegaron a la conclusión de que era la señal definitiva de que el Rey de Israel había nacido en la Tierra. —¿No será el cumplimiento de la profecía judía: “Una estrella saldrá de Jacob; un rey surgirá en Israel” (Números 24:17)? —pudo haber preguntado uno de los sabios. —¡Puede que lo sea! —respondió el que estaba a la par.

—¿Están seguros de que esta singularidad no estaba presente hace unas semanas? —interrumpió uno que recién subía a la terraza. —No, no estaba —dijo el primero. —No, yo tampoco la había visto —secundó otro. —Nosotros tampoco la habíamos identificado —respondió el resto incorporándose a la conversación. —¡Bueno! —suspiró el primero, —entonces ya saben qué es lo que tenemos que hacer. —Pero ¿en qué parte de la nación de Israel lo encontraremos? ¡Será como buscar una aguja en un pajar! —¿Qué tal Jerusalén? —sugirió uno, —si el Rey ha nacido, seguramente nació en la capital, no en algún lugar aledaño. Todos coincidieron en el lugar de destino, hicieron sus maletas y emprendieron el viaje. Lo que sucedió con estos hombres fue que vieron la creación y se sintieron inspirados para ir a adorar. Ellos observaron el cielo estrellado y entonces emprendieron una travesía con el fin de postrarse y adorar al Salvador. ¿Por qué? Porque un verdadero adorador observa la creación y permite que esta inspire su adoración. Francis Bacon (1561-1626), padre del método científico, explicaba que Dios ha provisto dos libros o cuerpos esenciales de conocimiento y revelación para conocerlo. El primer libro: Las Escrituras —con el cual estamos familiarizados y a través del cual conocemos su voluntad— y el segundo: La creación —a través del cual conocemos su poder.[87] Hace un tiempo me inscribí en un curso de astronomía para aficionados que vi anunciado en el periódico. Lo impartiría la Asociación de Astronomía de mi país. “¡Es mi oportunidad!”, me dije, “llevo años familiarizándome con las Escrituras, pero no con el Libro de la creación que habló Bacon. Yo quiero conocer más de Dios, ¡me voy a inscribir!”. Dicho y hecho. Dos semanas después comencé a asistir a las sesiones donde hablarían del universo. Realmente fue emocionante

escuchar cada exposición y ver las fotos que telescopios y sondas espaciales han tomado de la creación. Después del curso quedé tan motivado que seguí asistiendo regularmente a más reuniones de la Asociación e inclusive, fui al observatorio donde realizaban las prácticas astronómicas en donde tienen ubicado un gran telescopio. En ese lugar aprendí los rudimentos de cómo utilizar binoculares y telescopios, a ubicarme en la esfera celeste y a encontrar las maravillas que están suspendidas en el espacio. Es más, aún tengo en mi mente las primeras cosas que logré observar: detalles de la luna, sondas que deambulan alrededor de la atmósfera, un par de planetas, constelaciones, estrellas binarias y mis favoritas… galaxias. Cuando me enseñaron a cómo identificar con binoculares la galaxia de Andrómeda (M31) —la más cercana a la Vía Láctea—, solo tuve que apuntar hacia arriba, ajustar los prismas y allí estaba una enorme mancha gris sobre mi cabeza. No podía creerlo. A 2.5 millones de años luz, sin telescopio, solo con binoculares astronómicos, casi se me salen las lágrimas. Un día que regresábamos del observatorio el presidente de la Asociación me preguntó el porqué de mi interés en la astronomía. “Francis Bacon dijo”, le respondí parafraseando al pensador, “si quieres conocer a Dios debes leer dos libros: El libro de las palabras de Dios: La Escritura, y el Libro de las obras de Dios: La creación. Entonces”, continué, “estoy familiarizado con el primero, pero no con el segundo. Observar el universo me hace pensar en Dios”, concluí. Mi respuesta no fue la que él esperaba, vamos, era un ateo; sin embargo, le dije la verdad. Que observar la creación me hace admirar la grandeza del Señor. Es más, desde entonces, cuando es de día y estoy en un lugar que me permite ver el cielo despejado alzo mi mirada y disfruto el paisaje. Incluso, si es de noche, suelo asomarme desde el patio de atrás de la casa solo para observar el cielo negro y decir: “Señor, ¡de verdad que tú eres grande!”. Yo creo que una joya perdida de los adoradores contemporáneos es esta: no valorar la creación que el Señor nos dio. No pasamos suficiente tiempo contemplando el universo y lo

que hay en el planeta a modo de asombranos y permitir que de forma natural emerja de nosotros adoración. Si te pones a pensar, esta pudo haber sido la experiencia del primer hombre sobre la Tierra. Cuando Dios creó a Adán del polvo y sopló aliento de vida dentro suyo, lo primero que Adán percibió cuando abrió sus ojos fue a Dios. En ese preciso instante Adán preguntó: —¿Quién eres tú? —¡Tu Creador! –respondió Dios. Y al verse a sí mismo, sus dos manos y su cuerpo, Adán volvió a preguntar: —¿Y quién soy yo? —¡Mi creación! –dijo el Señor. Mientras Adán asimilaba esta información, comenzó a caminar lentamente. Alzó la mirada por una bandada de aves volando a varios metros de su cabeza a la vez que escuchó las ramas de los árboles agitarse por el viento. Al ver las cosas que lo rodeaban, Adán volvió a preguntar: —¿Y quién hizo todo esto que es tan hermoso? —¡Yo! —respondió Dios. —¿Para quién? —¡Para ti!! A partir de ese momento la relación entre Adán y Dios constó de paseos prolongados y amplias conversaciones, las cuales terminaban al final del día. Cuando Adán tenía que despedirse del Señor, solía decirle: —Dios, ¡de verdad que tú eres grande! Es decir, lo adoraba. ¿Por qué? Porque desde el primer día que fue creado aprendió a valorar la creación y a permitir que esta inspirara su adoración. Kenneth Osbeck, en su libro Himnos Dramatizados, relata cómo Carl Boberg se inspiró para componer el famoso himno ¡Cuán grande es Él! Relatando la anécdota en primera persona, dice: «Un medio día fui atrapado repentinamente en una tormenta, con momentos que inspiraban terror por su centelleante violencia, pero seguido por un sol claro y brillante. A continuación, escuché el canto

suave y tranquilo de los pájaros en los árboles cercanos. Esta exhibición de la naturaleza me resultó tan abrumadora que caí de rodillas en humilde adoración al poderoso Dios de la creación».[88] He ahí por qué las primeras estrofas del himno dicen: Señor, mi Dios, al contemplar los cielos, el firmamento y las estrellas mil. Al oír tu voz en los potentes truenos y ver brillar el sol en su cenit. Al recorrer los montes y los valles y ver las bellas flores al pasar, al escuchar el canto de las aves y el murmurar del claro manantial. Coro: Mi corazón entona la canción, ¡cuán grande es Él! ¡Cuán grande es Él! Martin Smith —ex vocalista de la banda inglesa Delirious?—, en el libro Cantaré de tu amor por siempre, relata cómo escribió una de las canciones más famosas de la agrupación: «Había sido invitado por una familia a pasar una semana de vacaciones en Devon (al suroeste de Inglaterra), en una antigua casona sobre la ladera de una montaña boscosa que se elevaba por encima de un estuario. Mi compañero de cuarto durante esa semana fue Jon, que solo tenía 17 años en ese entonces, y me hizo descubrir el arte de dormir pasada la una de la tarde… Una tarde decidí ascender a la montaña que se levantaba detrás de la casa para poder apreciar todo ese paisaje. En ciertas ocasiones de la vida, uno toma conciencia de que el tiempo puede volverse lento hasta el punto de parecer haberse detenido; y yo estaba en uno de esos momentos. Al verme rodeado de tanta belleza, que apreciaba en las ondulaciones de las montañas y en los ríos que corrían hacia el mar, simplemente tomé conciencia de lo asombroso que es Dios y del

esplendor que se percibe en su creación. “Sobre montañas y el mar, tu río fluye para amar…”. Las palabras vinieron solas y el resto de la canción se completó en solo instantes, como caída del cielo (no recuerdo que esto me hubiera sucedido jamás; la mayoría de las canciones precisan de algunos meses para convertirse en algo presentable). “Cantaré de tu amor por siempre…” fueron las palabras del coro dentro de los mismos acordes, como una expresión de lo sorprendente que resulta conocer y experimentar el amor de Dios».[89] Adán, los magos del oriente, Carl Boberg, Martin Smith, etc., todos tuvieron una experiencia similar. Contemplaron la creación y permitieron que esta los inspirara para adorar. ¿Y qué de ti? ¿Tienes el hábito de observar el cielo, el mar y las montañas y suspirar? ¿Te asomas a ver el cielo nocturno y las estellas suspendidas y exclamas: “Señor, ¡de verdad que tú eres grande!”? 2. Un verdadero adorador se sobrepone al tiempo y a la distancia. Los sabios del oriente eran “del oriente”. Mateo dice: Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle. Mateo 2:1-2 (énfasis añadido). Con respecto al lugar de donde provenían los magos, el libro Pasajes difíciles de la Biblia dice: «El texto no es claro en cuanto al lugar de donde procedieron ya que el “oriente” podría referirse a Persia, donde vivían las personas a quienes se les aplicaba el término [mago] originalmente, a Babilonia, de la cual se decía que estaba lleno de astrología, o a las área desérticas de Palestina,

donde el tipo de regalos que los magi [magos] trajeron se encontraban con frecuencia».[90] Michael Wilkins añade: «Estos sabios procedían de “Oriente” y buscaban al que había “nacido rey de los judíos”… Si los sabios procedían de las inmediaciones de Babilonia, habrían recorrido aproximadamente 1,500 kilómetros. La ruta comercial de Babilonia discurría hacia el norte siguiendo el Éufrates, y después hacia el sur a lo largo del valle del Orontes, de Siria hasta Palestina. Puesto que estos habrían tenido que hacer preparativos para el viaje y reunir una caravana, habrían pasado varios meses desde el momento en que vieron la estrella hasta que llegaron a Jerusalén».[91] De aquí se deduce que los sabios no pudieron haber sido solo tres. Tuvieron que haber sido más. Algunas tradiciones afirman que por lo menos debieron haber sido diez o doce. No tres como usualmente se alude en Navidad. Si a esto le sumas los sirvientes o ayudantes que los acompañaron en el trayecto, realmente pudo haber sido como Wilkins asegura: una caravana. Si hubieran sido solo tres muy probablemente las peligrosidades del camino les hubieran impedido alcanzar su destino. Independientemente de su lugar de origen y de cuántos exactamente eran, lo que sí podemos afirmar es que estos hombres viajaron desde muy lejos para ir a adorar. A ellos no les importó el tiempo que iban a invertir ni la distancia a recorrer con tal de llegar a Jerusalén. Lo único que a ellos les importaba era ir a adorar al Rey del universo que había nacido. He ahí por qué la segunda característica que derivamos de Mateo 2 es que un verdadero adorador se sobrepone al tiempo y a la distancia. Cuando un adorador tiene un verdadero compromiso con la adoración a Dios, lo único que tiene entre ceja y ceja es su responsabilidad de adorar sin importar las inclemencias del clima, el tiempo que tarde o los kilómetros que tenga que recorrer. Hace algunos años tuve en mis manos un poema escrito por Charles Spurgeon, el gran predicador inglés, que me impactó tanto que al nomás terminarlo de leer emergió de dentro de mí una

melodía. Pulí algunos versos y lo terminé convirtiendo en canción. La letra dice así: Unos van a la iglesia a pasear, otros van a reír y a platicar. Unos se juntan con los amigos, otros van el tiempo a malgastar. Unos se juntan con sus seres queridos, otros van a sus pecados cubrir. Unos van a criticar, unos van a dormitar y otros simplemente a observar. Coro: /Pero los sabios van a Dios adorar, pero los sabios van a Dios adorar, pero los sabios van a Dios adorar/ No creo que Spurgeon haya pensado en los magos del oriente —“sabios”, los llama la NVI— cuando escribió su poema; sin embargo, cuán atinado fue al afirmar que quienes toman la decisión de reunirse para adorar a Dios son sabios. Una mujer llamada Nacy Cheatham, cuenta que su hermana compró un auto nuevo que estaba equipado con opciones de alta tecnología. La primera vez que lo condujo bajo la lluvia hizo girar un botón que ella creía haría funcionar los limpiaparabrisas. En lugar de eso en el tablero de instrumentos titiló este mensaje: “Gire el auto 360°”. Ella no tenía idea de lo que eso significaba, por eso cuando llegó a su casa leyó el manual del vehículo. Al final su hermana averiguó que cuanto trató de hacer funcionar los limpiaparabrisas, sin querer había girado la brújula interior, y que el auto había perdido su sentido de dirección. Para corregir el problema era necesario hacer que el auto diera un giro completo, ponerlo en dirección norte, y luego la brújula se reajustaría por sí sola.

Cheatham termina diciendo: «Cada vez que nos reunimos para adorar estamos ajustando nuestras brújulas interiores. Establecemos el verdadero norte en nuestras almas cuando recordamos quién es Dios y qué proclama su verdad».[92] Es curioso que esa fue la experiencia del salmista Asaf. Uno de sus salmos más conocidos es el Salmo 73. Resulta que durante la mitad de su canción se la pasa quejando a causa de la prosperidad de los malvados mientras que a él, que servía al Señor en integridad, no le iba tan bien. Sin embargo, después de listar las cosas buenas que le acontencían a los malos y de reconocer que se sentía atormentado, el salmo da un giro. Asaf escribió: “Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable, hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados” (Salmo 73:16-17, NVI, énfasis añadido). Como bien afirmó Nancy Cheatham: «Cada vez que nos reunimos para adorar estamos ajustando nuestras brújulas interiores» y «establecemos el verdadero norte en nuestras almas». [93]

El asunto es que aún conociendo los beneficios que ofrece reunirse para adorar a Jesús, hay cristianos que siguen creyendo que no necesitan hacerlo. Ese fue el caso de un matrimonio amigo que me tocó visitar hace un tiempo. Resulta que ellos llevaban muchos meses sin congregarse y, aunque siempre he creído que un cristiano no debe pescar peces en otras peceras, debido a que llevaban un buen rato sin asistir a la iglesia, esa vez decidí invitarlos a la mía. Les proporcioné los horarios de los servicios y hasta les comenté que a dos cuadras pasaba un autobús que nuestra propia congregación contrataba que les facilitaría transportarse ida y vuelta. Luego de motivarlos a que me acompañaran, la esposa de mi amigo dijo con desgano: “¡ay! El problema es que si voy a tu iglesia, el domingo tendría que levantarme más temprano y vestir a mis hijas para que estén listas. Además, tendría que caminar un par de cuadras para abordar el autobús, ¿qué tal si mejor te acompañamos en otra ocasión?”. Ante sus palabras, no quise insistir más.

Actualmente ellos están divorciados y hasta donde tengo entendido ambos se alejaron del Señor. Yo no digo que eso les pasó por no haber querido ir conmigo a la iglesia. Vamos, hay cristianos que aun asistiendo a una terminan divorciados; sin embargo, puede que si hubieran ido algo hubiera ocurrido —sentir la necesidad de pedir consejería, por ejemplo —, y evitar que la familia se desintegrara. Jesús dijo: “La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta generación; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón” (Mateo 12:42, NVI). Aquí Jesús hizo alusión al día del juicio. Al día donde nos presentaremos delante del Gran Juez y donde nos pedirá cuentas de nuestros actos. Ese día, el Señor le preguntará a la esposa de mi amigo —y a cualquiera de nosotros que no tuvo el hábito de congregarse—: —¿Por qué no asististe en una iglesia cristiana para adorarme? —¡Ay! —responderá ella, —el problema es que si iba a la iglesia, el domingo tenía que levantarme más temprano y vestir a mis hijas para que estuvieran listas. Además, tendría que caminar un par de cuadras para abordar el autobús, por eso no quise ir a adorarte. En ese momento, conforme profetizó el Señor Jesucristo al hablar de la reina de Saba, los magos del oriente se levantarán y dirán con tono de reprensión: —¡Tú no tenías excusa para no ir a adorar al Señor! Nosotros atravesamos montañas, valles y desiertos con tal de ir a adorar al Hijo de Dios. Recorrimos cientos de kilómetros en caravana hasta que conseguimos postrarnos ante el Rey. Por lo tanto, ¡tú no tenías excusa de no esforzarte e ir y adorar a Dios!”. Un verdadero adorador se sobrepone al tiempo y a la distancia con tal de ir a adorar junto a su comunidad cristiana. Para él no es una carga congregarse ni mucho enfrentarse a las inclemencias del clima si estas fueran a presentarse. Un verdadero adorador exclama como el salmista: “Yo me alegré cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (Salmo 122:1).

3. Un verdadero adorador sabe a quién debe de adorar. Contrario a lo que muchos creen, los magos del oriente no estuvieron presentes la noche en que nació Jesús. Si lees detenidamente el relato verás que llegaron después, no el propio día. Por eso el rey Herodes les preguntó por la fecha en que habían detectado la estrella y fue según ese cálculo que envió a matar a los niños menores de dos años como se describe al final del pasaje. Al respecto, William Hendriksen dice: «Las escenas de la Navidad pintan la llegada de los magos. Sin embargo, con frecuencia se les representa de pie, o arrodillados, en compañía de los pastores y en el establo. Obviamente esto es incorrecto?».[94] Cuando los sabios llegaron a la “pequeña aldea de Belén” y dieron con la casa en donde vivía Jesús, Él ya no era un bebé. Puede que tuviera entre un año y medio o dos años. Es decir, ya caminaba y hasta podía sostener un mínimo de conversación. ¡Quién sabe si Él fue quien les abrió la puerta cuando tocaron! El evangelio de Mateo dice: Y habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí, la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el Niño. Cuando vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría. Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron… Mateo 2:9-11 (énfasis añadido). Si te fijas, los sabios del oriente no se postraron ante José ni se postraron ante María, se postraron ante Jesús. ¿Por qué? Porque un verdadero adorador sabe a quién debe de adorar. Es curioso que a lo largo de Mateo 2 el evangelista se refiera a la familia del Señor mencionando primero a Jesús, no a María ni a José hasta en cinco ocasiones. Mira:

Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron (v. 11, énfasis añadido). Después de haberse marchado ellos, un ángel del Señor se le apareció a José en sueños, diciendo: Levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto (v. 13, énfasis añadido). Y él, levantándose, tomó de noche al Niño y a su madre, y se trasladó a Egipto (v. 14, énfasis añadido). Levántate, toma al Niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque los que atentaban contra la vida del Niño han muerto (v. 20, énfasis añadido). Y él, levantándose, tomó al Niño y a su madre, y vino a la tierra de Israel (v. 21, énfasis añadido). Que el Señor Jesucristo sea mencionado primero antes que sus padres no es casualidad. El evangelista lo plasmó así con el propósito de decirnos claramente que el protagonista del evangelio es Jesús. Nadie más. Los demás son actores secundarios. Y así como los sabios del oriente se postraron para adorar al Señor, eso debería motivarnos a emular su ejemplo si es que esperamos convertirnos en verdaderos adoradores. Michael Wilkins dice con relación a la preeminencia de Jesús en el relato: «Aunque ven tanto al niño como a María, su madre, [los magos] adoran solo al niño. A José no se le menciona. Aunque tiene, y seguirá teniendo, un papel importante en esta narración, su verdadero centro de atención es el niño Jesús. La palabra que se usa para describir la “adoración” de los sabios es un término reservado normalmente para expresar la veneración de la deidad». [95] William Hendriksen agrega: «Habiendo entrado, los magos vieron “al niño con María su madre”. Nótese que cada vez que la madre y el bebé se mencionan juntos (v. 11, 13, 14, 20 y 21) siempre el niño es mencionado primero. Es el bebé sobre quien se

concentra todo el interés. Así es como debiera ser, porque en este pequeñito Dios se ha encarnado… No sabemos hasta donde comprendían los magos esta verdad. Pero sí sabemos que al verlo se postraron y lo adoraron; literalmente, “y habiendo caído se postraron delante de él”. Lo reverencian como el Mesías, el rey de los judíos».[96] Aunque saber a quién se debe de adorar parezca demasiado elemental, este principio es violado por quienes se consideran adoradores del Señor más de lo que te imaginas. Comenzando por los católico-romanos que aseguran ser la verdadera Iglesia de Cristo, un gran porcentaje de ellos adora al Señor Jesucristo y a María de Nazaret a la misma vez, sino es que a ella más. En una ocasión que prediqué sobre Mateo 2 en una iglesia evangélica de mi denominación, al enfatizar la preeminencia de Jesús en la adoración cristiana, fui bastante enfático en a quién debíamos de adorar. Como repetiría el sermón en el segundo servicio, en el intermedio la esposa del pastor me mandó un mensaje diciéndome: “En el próximo servicio vendrá una familia católica que apenas está comenzando a congregarse con nosotros. Por favor, ten cuidado con lo que dirás sobre la adoración a María”. “¿En qué debo tener cuidado?”, me pregunté al leer el mensaje, “¡solo dije que debemos adorar a Jesús, no a María!”. Cuando me tocó subir a enseñar en el segundo servicio y llegué a la parte donde debía de hablar de la adoración a Jesús recordé el mensajito de la esposa del pastor; sin embargo, no le hice caso. Yo sabía que no estaba diciendo nada inadecuado, así que con más énfasis dije que la adoración cristiana debía estar centrada en Jesús, jamás en María. Aunque los católicos romanos aseguren que ellos no adoran a María en la práctica sí lo hacen. Por más que se escuden en que ellos solo la veneran, realmente la adoran. ¿En qué me baso para asegurarlo? En que para que alguien oiga tus oraciones sin importar la hora ni el lugar en donde te encuentres se requiere que ese ser a quien diriges tus oraciones sea omnipresente. Es decir, que esté al mismo tiempo en todo momento y en todo lugar. Por eso solo le

oramos a Dios porque solo Él posee el atributo de la omnipresencia. Nadie más. Entonces, al tema de la omnipresencia se debe que los verdaderos cristianos no le oremos a María ni a ningún santo. Ellos no son omnipresentes y, por tanto, no están en todo momento ni en todo lugar con las personas. Vamos, si ellos no son omnipresentes, ¿qué sentido tiene orarles? ¿Ah? Orarles a ellos es orar al aire. Y peor aún, cuando tú le oras a una persona que no es Dios cometes idolatría debido a que le estás otorgando divinidad al creer que es omnipresente para oírte. Pero los evangélicos no estamos exentos de la idolatría. Que, aunque no le oramos a María ni a los santos, ya hay movimientos cristianos que enseñan a orarles a los ángeles. Que, aunque no le oramos a María ni a los santos, ya hay movimientos cristianos que enseñan a orar a los ángeles. En una ocasión asistí a una campaña en una iglesia de mi ciudad con el evangelista colombiano Carlos Jiménez. Yo ya lo había escuchado predicar y había quedado gratamente sorprendido, así que quise ir a todos los servicios para aprender más de la Palabra. Digamos que lo que enseñó estuvo bien, pero entre todo lo que habló, una noche dijo: “Cuando yo voy a un centro comercial y no encuentro estacionamiento, ¿saben qué hago? Le ordeno a mis ángeles que busquen en donde estacionarme y me lo reserven. ¡Ángeles! —alzó la voz, — ¡búsquenme estacionamiento!”. En ese momento no me percaté de la gravedad de sus palabras, sino hasta algunos días después. “¡Caramba!”, dije, “¡el evangelista nos dijo que podíamos orarles a los ángeles!”. Ana Maldonado, ex esposa del pastor Guillermo Maldonado, de la iglesia El Rey Jesús (Florida, EE. UU.), también ha enseñado eso en su congregación. En una predicación relató la vez que se le extraviaron unas joyas durante un viaje, ¿qué hizo ella? En sus palabras: «Yo le dije a los ángeles, ¡se me van y me buscan las joyas! Y el que las tenga se las sacan y me las traen. Los ángeles los pusieron al servicio de los santos. ¡Allá usted que los tiene

durmiendo! (si es que duermen). Pero mis ángeles no duermen ni de día ni de noche. ¡A trabajar, eh! ¡A trabajar!».[97] Vamos, toda oración es adoración. Le oramos a quien creemos que es omnipresente, por lo tanto, orarles a los ángeles es atribuirles una cualidad divina que como María y los santos no poseen. Y, por tanto, orarle a cualquier ser que no es Dios es idolatría. Aunque la adoración a los ángeles, a María y a los santos es fácil de identificar, más sutil es la adoración al liderazgo eclesial. Basta con profundizar un poco en la adoración que, por ejemplo, la Iglesia La Luz del Mundo —movimiento supuestamente evangélico — le rinde a su apóstol de turno. El apologista y experto en sectas, Luis Carlos Reyes, ha denunciado abiertamente a dicho movimiento, no solo por sus desatinos doctrinales, sino porque en sus himnarios le cantan y hasta le otorgan atributos divinos a su dirigente.[98] Desde la forma en que lo aclaman y ovacionan cuando está presente hasta las letras de algunos de sus himnos, lo que ese movimiento sectario hace es adorar a su líder religioso. Pero no solo las sectas idolátran a sus líderes, también hay iglesias evangélicas que lo hacen. Por ejemplo, el cristiano verdadero reconoce que la Palabra de Dios debe imperar por encima de la palabra de los hombres. Esa es parte de nuestra adoración al Señor, que su Palabra reine sobre nuestras vidas por encima de lo que enseña el ser humano. Por lo tanto, cuando un líder cristiano predica algo que contradice las Escrituras, el cristiano verdadero sabe que debe hacerle más caso a la Biblia que a lo que diga su líder. Sin embargo, ¿qué sucede en la práctica? Para muchos creyentes lo que dice su líder está por encima de las Escrituras. En meses recientes señalé a través de mis redes sociales dos desatinos sumamente graves de dos líderes cristianos. Uno posee una megaiglesia en Guatemala y otro en Colombia. El primero anunciaba la fecha de la venida de Cristo y el segundo que somos “dioses” debido al poder que supuestamente poseemos en nuestras bocas. ¿Cuál fue la reacción de algunos que se congregan en esas

iglesias en los comentarios? Decir cosas como: “No importa lo que digas tú, ¡yo le creo a mi apóstol!”, “¿Quién te crees tú para criticarlo? ¿Acaso sabes más Biblia que él?, “¡Ten cuidado con lo que dices! Estás tocando al ungido de Dios”, etc. Cuando anteponemos la palabra de los hombres por encima de la Palabra de Dios hemos caído en idolatría y tácitamente estamos adorándolos al darle más preeminencia a ellos que a Dios. Vamos, un verdadero adorador sabe a quién debe de adorar. Y si tú y yo verdaderamente lo somos, le daremos la preeminencia en todo a Él. 4. Un verdadero adorador es generoso. Los sabios del oriente no viajaron desde tan lejos solo para postrarse en adoración y marcharse. No, ellos acompañaron su adoración con presentes: Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron; y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra. Mateo 2:11 (énfasis añadido). Este acto de adoración, a la vez de ser adoración, fue un acto de tremenda generosidad. Y de paso, la forma que Dios empleó para proveerle a la familia de Jesús lo que necesitarían para después. La Biblia de Estudio Arqueológica NVI dice al respecto: «Los regalos de los sabios (oro, incienso y mirra), eran los artículos más valiosos transportables y comerciales de la época, ideales para el sustento económico de María y José en otro país (v. 14)».[99] Michael Wilkins añade: «Aunque los sabios no lo sepan ni lo pretendan, Dios se sirve probablemente de estos regalos para ayudar a la familia en su huida a Egipto y su estancia en este país». [100]

Como ya vimos, los sabios viajaron desde muy lejos con sus animales de transporte y probablemente hasta con sirvientes, pero no parece lógico pensar que el oro, el incienso y la mirra los trajeran en cofrecitos chiquitos o bolsitas de una libra. Con esto tampoco

estoy diciendo que abrieran delante de la familia de Jesús cofres gigantescos cargados a cuatro manos. Pero no estaría fuera de lugar pensar que los cofres eran de una forma y tamaño que reflejaran abundancia y generosidad. En ese sentido, más allá de lo que simbólicamente represente cada obsequio, las ofrendas de estos hombres nos hablan de que los verdaderos adoradores son generosos y que siempre tienen algo que ofrecer. En el caso de la familia de Jesús, dichos presentes fueron la provisión anticipada de cosas que les servirían para lo que se avecinaba. Según el relato de Mateo, Jesús fue perseguido desde su infancia. Muchos cristianos olvidan ese detalle. Creen que la huida de Israel hacia Egipto fue una simple mudanza al extranjero, pero no, fue producto de una amenaza de muerte que cernía sobre ellos y que Dios advirtió a José a través de sueños. Por lo tanto, el oro, el incienso y la mirra les fueron útiles en su país de destino y les ayudó a su sustento durante los años de infancia del Señor y quién sabe si durante más tiempo. Hace algunos años un amigo recibió la petición de una amiga que necesitaba dinero para sufragar algunos gastos. Ella había incurrido en algunas deudas y estaba sin trabajo. Ella se lo pidió en modo de préstamo; sin embargo, él sintió tal compasión que comenzó a considerar no prestárselo, sino ofrendárselo. Aun así, una lucha interior comenzó a gestarse dentro suyo de si era correcto regalarle el dinero o no. Un par de días después, mientras seguía meditando en el tema, mi amigo me contó que de repente, una Escritura asaltó su mente: “A Jehová presta el que da al pobre” (Proverbios 19:17, RV60). Mi amigo dice que en ese momento el Espíritu Santo le preguntó: “¿Verdad que en este momento ella está en un estado de pobreza?”. Fin del dilema. Al siguiente día mi amigo fue a sacar dinero del banco y juntos fueron a pagar las cosas que ella necesitaba pagar. Un verdadero adorador es generoso, al punto que cuando da sabe que se lo está prestando al Señor. Se cuenta de un hombre que mientras se dirigía hacia su casa encontró en la calle a un mendigo que tenía mucho frío. El hombre

se quitó el abrigo, cubrió al mendigo que se congelaba y se despidió. Al llegar a su casa se vistió su pijama y se durmió. Esa noche tuvo un sueño. En este vio a Jesús sentado a la diestra del trono en las alturas, sonriendo y llevando puesto el abrigo que le había regalado esa noche al hombre de la calle. Cuando damos, sea a quien sea que lo demos, le damos al Señor. ¿No dijo Jesús: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40)? Dar es adoración y ser generosos es vivir una vida de adoración. Un componente de la adoración cristiana descuidado por muchas iglesias es la ayuda a los necesitados. Me llama la atención las veces que en los evangelios Jesús le dijo a quienes querían seguirlo que vendieran todo y lo dieran a los pobres (Mat. 19:21, Mar. 10:21, Luc. 18:22). El punto es que, en la actualidad, los pastores y líderes eclesiales no necesariamente siguen el modelo de Jesús. Ellos piden el dinero para sí mismos, para sufragar los gastos del ministerio o la construcción de sus templos. ¿Y la gente necesitada? La iglesia local o mejor dicho: la comunidad de adoradores, debería tener programas de atención a los pobres sufragados por los diezmos y ofrendas de los congregantes. Cada pastor o directiva debería decidir qué porcentaje del presupuesto asignar a ayudas sociales. En ese sentido, si una iglesia local no está emulando el ejemplo de los magos del oriente ni obedeciendo las palabras de Cristo, ¿qué tipo de adoradores somos? Recuerdo haber asistido a un evento de jóvenes cristianos donde uno de los conferencistas predicó acerca de la generosidad. Entre los puntos de su sermón habló de cinco lugares en los que deberías sembrar tu dinero para que Dios te bendijera. Uno de ellos: el pastor. Sí, tal cual lo lees. Éramos cientos de jóvenes en el evento, imagina que el 10% de esos jóvenes decidiera “sembrar en ese pastor”. ¿Cuánto dinero recibiría? El punto es que de todos los lugares que este predicador describió que deberíamos sembrar no incluyó uno que era más importante que ese. “Mejor se incluyó a sí mismo que a los pobres”, pensé.

Yo no digo que no se deba ser generoso con los pastores ni que si alguien siente en su corazón darles algo deba frenarse. Pero una cosa esa esa y otra muy distinta que los pastores enseñen que la congregación debe sembrar en ellos más de lo que ya reciben a través del salario mensual que se les paga. Por enseñanzas de ese tipo es que pastores de iglesias numerosas suelen recibir autos, joyas, relojes y dinero sin controles de ningún tipo. ¡Todo por incitar a la gente a sembrar en el pastor! Vamos, eso no lo ensenó Jesús. Aunque es legítimo ser generosos con los siervos de Dios, estos no deberían sugerir en ningún momento que se les debe dar más de lo que ya reciben en su sueldo. Si alguien decide sembrar en ellos, que sea porque el Espíritu Santo los movió, no porque el propio pastor empleó prácticas manipulatorias de púlpito. Una tía me enseñó una lección inolvidable. En su presupuesto, además de apartar el 10% como diezmo para su iglesia local, ella aparta un 3% adicional para personas en necesidad. ¿Cómo me enteré de que presupuesta el 3%? Porque un día me llamó por teléfono y me dijo que estuvo orando y el Señor le dijo que ese mes me lo diera a mí. Fue allí que me explicó cómo administra su presupuesto y que cada mes ora para que el Señor la dirija a quién dar ese 3%. Si bien es cierto que la iglesia local debe ser generosa y asignar una parte del presupuesto para causas sociales o familias necesitadas, el cristiano de a pie no debe descalificarse de esta labor. Dar también nos corresponde a ti y a mí; por lo tanto, no es mala idea apartar un porcentaje específico de nuestras ganancias para dárselos a personas en necesidad. ¿Qué tal si dejas de ir al McDonalds, Burger King o Wendy´s un par de veces al mes y guardas ese dinero? ¿Qué tal si en lugar de comprar esa camisa o pantalón que no te urge apartas ese monto para obsequiárselo a alguien? Como ves, es posible ser más generosos de lo que ya somos. Es cuestión de simplemente proponérnoslo y practicar la generosidad. Como los magos del oriente con la familia de Jesús, ofrezcamos nuestro oro, incienso y mirra —o eso que sabemos que

ayudará a alguien— y convirtámonos en mejores adoradores. ¿Por qué? Porque dar es un acto de adoración y ser generosos es vivir una vida de adoración. 5. Un verdadero adorador le es leal a Dios antes que a los hombres. La visita de los sabios del oriente pudo haber durado más de un día y no unos pocos instantes como solemos imaginar. ¿Por qué digo esto? Porque Mateo dice: Y habiendo sido advertidos por Dios en sueños que no volvieran a Herodes, partieron para su tierra por otro camino. Mateo 2:12 (énfasis añadido). Si Mateo dice que ellos soñaron es porque pasaron por lo menos una noche en Belén, ¿verdad? No sabemos si más días, pero no tiene sentido viajar tanto solo para estar unas horas con esa persona que ansiabas conocer y marcharte de inmediato. Tiene más sentido pensar que los sabios estuvieron un día, quizá más, interactuando con José, María y el niño que creer que llegaron, entregaron sus presentes y se largaron. Seguramente, en ese lapso que compartieron junto a la familia del Señor, escucharon de primera mano los detalles sobrenaturales que rodearon el antes, durante y después del nacimiento. Y a la vez, los visitantes compartieron con ellos no solo la razón de su visita, sino también todo cuanto habían investigado sobre la estrella y las profecías mesiánicas. Eso sí, a punto de terminar su estancia, la noche previa tuvieron un descanso inusual. El texto dice que fueron “advertidos por Dios en sueños”, en plural. Es decir, no solo un mago del oriente soñó, sino algunos más. ¡Quién sabe si todos a la vez! —¡Fulano! ¡Fulano! —pudo haber despertado uno a su compañero. —¡Tuve un sueño! —¡Ah! ¡Ah! —despertó el otro somnoliento.

—¡Que tuve un sueño!, te digo. Fue demasiado real como para creer que fue por culpa de la cena de ayer. —¿Ajá? ¿Y qué soñaste? —dijo frotándose los ojos y bostezando. —Que al regresar a Jerusalén el rey Herodes nos apresaba. —¿En serio? En eso, alguien tocó la puerta de forma insistente. Al abrir, no solo estaba un mago del grupo afuera, sino tres más. —¡Oigan! —exclamaron entrando de prisa a la habitación. — ¡Sutano y Mengano tuvieron un sueño! En el sueño los guardias del rey Herodes nos torturaban para que le reveláramos el paradero del niño. Se miraron unos a otros, empacaron y regresaron a casa, pero “por otro camino” (Mateo 2:12). Michael Wilkins, dice con relación al regreso de los sabios del oriente a su país: «En lugar de volver sobre sus pasos, vía Jerusalén, donde Herodes les espera, los sabios “regresaron a su tierra por otro camino” (2:12)... Bajo la amenazadora nube de hostilidad, los sabios evitan pasar por Jerusalén, y se ven obligados a dar un largo rodeo para regresar a su tierra natal. Puede que se desplazaran hacia el sur bordeando el mar Muerto hasta su extremo más meridional para enlazar con la ruta comercial del norte que pasaba por Nabatea y Decápolis al oriente del río Jordán. O es también posible que se dirigieran hacia el sur, hasta Hebrón, y a continuación al oeste hacia la costa mediterránea para tomar la ruta comercial, dirigiéndose hacia el norte por la llanura costera. El largo brazo de la seguridad militar de Herodes llegaba incluso a la mayoría de estas rutas, por lo cual, probablemente, los sabios y su comitiva habrían viajado con la mayor rapidez y secretismo posibles. Su sacrificio y tenacidad son un profundo testimonio del impacto de haber visto y adorado a Jesús, el verdadero rey de los judíos».[101] Esto significa que cuando a los magos se les reveló que debían irse “por otro camino” sin pasar por el palacio de Herodes, su lealtad fue probada. Ahora que Dios les había hablado en sueños estaban en una encrucijada. Por un lado estaba el compromiso que habían

hecho con el rey de notificarle el paradero del niño y por el otro la directriz del Rey del universo que les pedía que tomaran una ruta diferente. ¿Qué iban a hacer? Cuando los magos tuvieron los sueños, algunos de los que no soñaron pudieron haber experimentado un conflicto. —¡Oigan! —pudo haber exclamado uno, —¿están conscientes de las implicaciones de no cumplir nuestra palabra al rey Herodes? —¡Por supuesto! —dijo otro, —pero le debemos una lealtad superior a Dios que nos guió a través de la estrella y que ahora nos está diciendo que volvamos por otro rumbo. —¡Está bien! ¡Está bien! —argumentó alguien, —pero ¿saben que si los soldados romanos nos interceptan de todas formas nos obligarán a volver a Herodes y entonces nos matarán? —¡Es cierto! —dijo otro, —pero yo prefiero morir mil veces habiendo obedecido a Dios de no volver a Herodes que vivir mil vidas volviendo a Herodes, pero habiendo desobedecido a Dios. Silencio. Todos estaban procesando en sus mentes lo que acababan de oír. —¡Tienes razón! —exclamó alguien. —Tomemos otra ruta entonces —asintieron los demás. En ese instante fueron a despertar a sus sirvientes, armaron sus maletas y volvieron a su tierra “por otro camino” (Mateo 2:12). Cuando los magos inicialmente emprendieron el viaje pensaron que todo sería cuestión de encontrar al niño, adorarlo y volver tranquilamente a sus casas. Ellos no imaginaron que la decisión de adorar al Mesías implicaría poner en riesgo sus vidas; sin embargo, esa última noche comprendieron que convertirse en adoradores era estar dispuestos a ser leales a un Rey superior. No solo cuestión de llegar a un lugar, hacer una reverencia y presentar una ofrenda. No, la adoración a Dios —la verdadera adoración— es estar dispuesto a sacrificar, de ser necesario, la vida. John Maxwell y Dan Reiland, en su libro The Treasure of a Friend (El tesoro de un amigo), citando un relato de Earl C. Willer, cuentan la historia de dos hombres que fueron amigos íntimos desde la niñez. Sus nombres: Jim y Phillip. Y, aunque Jim era mayor

que Phillip, y a menudo asumía el papel de líder, lo tenían todo en común. Incluso fueron juntos al colegio y a la universidad. Después de la universidad, los dos amigos decidieron unirse a la Infantería de Marina. Por una serie especial de circunstancias, los enviaron a Alemania, donde pelearon uno al lado del otro en una de las guerras más horribles de la historia. Un día sofocante, durante una feroz batalla, bajo fuego intenso, bombardeo y combates cuerpo a cuerpo, la compañia recibió la orden de retroceder. Mientras lo hacían, Jim observó que Phillip no regresaba con los demás. El pánico se apoderó de su corazón. Sabía que si Phillip no regresaba en uno o dos minutos más, ya no lo haría. Jim rogó a su comandante que lo dejara ir tras su amigo, pero el oficial se lo prohibió, pues sería un suicidio. Arriesgando su propia vida, Jim desobedeció y fue tras Phillip. Con el corazón latiéndole fuertemente se metió en medio de los disparos llamando a Phillip. Poco tiempo después su unidad lo vio atravesar cojeando el campo y cargando en sus brazos un cuerpo inerte. El comandante de Jim lo reconvino, gritándole que fue una estúpida pérdida de tiempo y un riesgo atrevido. —Tu amigo está muerto —añadió el oficial—, y nada había que pudieras hacer. —No, señor, usted se equivoca —replicó Jim—. Llegué justo a tiempo. Antes de morir, sus últimas palabras fueron: “Sabía que vendrías”.[102] Esto es a lo que se llama: lealtad. Del mismo modo, los magos del oriente pusieron en riesgo sus vidas al desobedecer la directriz de Herodes y volver a su tierra “por otro camino”. Estuvieron dispuestos, incluso, a sortear las legiones romanas dispersas a lo ancho y largo del imperio, todo con tal de obedecer al Señor que les había dicho: “No pasen por Jerusalén”. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar? ¿Habríamos puesto en riesgo la vida obedeciendo a Dios o habríamos preferido la

seguridad que brindaba regresar al palacio y revelar el paradero del niño? De nuestra respuesta a esta pregunta es que podremos identificar en nuestro corazón a quién le pertenece nuestra lealtad.

Características del falso adorador. Después de extraer de los magos del oriente algunas lecciones de adoración, ahora es el turno del falso adorador: Herodes. ¿Por qué le llamo “falso adorador”? Por lo que les dijo a los magos: Entonces Herodes llamó a los magos en secreto y se cercioró con ellos del tiempo en que había aparecido la estrella. Y enviándolos a Belén, dijo: Id y buscad con diligencia al Niño; y cuando le encontréis, avisadme para que yo también vaya y le adore. Mateo 2:7-8 (énfasis añadido). A continuación sus características: 1. Un falso adorador se turba. El evangelio de Mateo dice: Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle. Cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó… Mateo 2:1-3 (énfasis añadido). Sobre la reacción de Herodes, la Biblia de Estudio Arqueológica NVI, comenta: «Herodes se turbó con el anuncio de los magos porque sabía que no era el heredero legal del trono de Israel, ya que había usurpado el poder al aliarse con Roma. La visita de los magos

probablemente le hizo temer que fuerzas invasoras del este se unieran con otras dentro de Israel para reemplazarlo por un rey del verdadero linaje del Mesías anticipado. Los líderes religiosos se habían aliado políticamente con Herodes. Si la base de su poder se veía amenazada, también la suya».[103] William Hendriksen añade: «Cuando Herodes se enteró de esto, se asustó, se aterrorizó. El verbo usado en el original es muy descriptivo. Literalmente en la voz activa este verbo significa sacudir, hacer temblar, revolver, agitar… Figuradamente se refiere a perturbar, o poner en confusión y alarma de mente y corazón; aquí en Mt. 2:3 el significado es, ser turbado o estar aterrorizado».[104] Esto significa que la turbación interior que experimentó Herodes no se debió solo a la noticia de que el Mesías había nacido, sino a que, si la noticia era cierta, su estatus y posición estaba en riesgo. Por lo tanto, Herodes se alteró emocionalmente porque, si había nacido el Rey, entonces él ya no lo sería y por default, sería destronado. Y es que eso pasa con los falsos adoradores. Se turban ante la posibilidad de que ellos ya no estarán al mando. Si Jesús es Rey de sus vidas, significa que ellos ya no lo serán. ¡He ahí el conflicto del falso adorador! No quieren dejar el trono. Bill Bright (1921-2003), autor del folleto evangelístico Las cuatro leyes espirituales, muestra dos círculos, uno a la izquierda y otro a la derecha con el fin de ayudarle al no creyente a comprender cuál es su estado sin Cristo y cuál sería su estado en Cristo, respectivamente. En medio de cada círculo aparece una silla que representa el trono de nuestro corazón. En el de la izquierda —que representa al no cristiano— el trono está gobernado por el “Yo” y la cruz —que representa el señorío de Cristo— aparece fuera del círculo. Es allí donde se le explica al no creyente que convertirse en cristiano es destronar el “Yo” y hacer de Jesús el Rey. Luego se le muestra el círculo de la derecha —que representa nuestro estado en Cristo— donde la cruz está sobre el trono de nuestro corazón y el “Yo” al pie del trono.[105] En pocas palabras, en eso consiste el cristianismo, en definir quién será tu Señor y Rey. O Jesús o tú.

El 100% de quienes son rey de sí mismos son malos adoradores del Señor; mas bien, falsos. Ser un falso adorador consiste en profesar lealtad a Jesús como Rey mientras de forma simultánea tú has profesado ser leal a ti mismo. Decir que Jesús es tu Rey mientras tú mismo quieres reinar es una contradicción colosal. Por eso, para convertirte en un verdadero adorador debes propinarte un golpe de estado y profesar lealtad a Jesús como único Gobernante de tu ser. Es cuando nos bajamos del trono que verdaderamente nos convertimos en sus súbditos, sus adoradores. 2. Un falso adorador no adora. Cuando Herodes se enteró del motivo de la visita de los magos convocó a los líderes religiosos, ellos le abrieron las Escrituras y le mostraron el lugar en donde nacería el Mesías. Es allí donde el evangelio de Mateo dice: Entonces Herodes llamó a los magos en secreto y se cercioró con ellos del tiempo en que había aparecido la estrella. Y enviándolos a Belén, dijo: Id y buscad con diligencia al Niño; y cuando le encontréis, avisadme para que yo también vaya y le adore. Mateo 2:7-8 (énfasis añadido). William Hendriksen, en un tono bastante severo dice al comentar la afirmación de Herodes de que iría a adorar: «El rey ahora envía a los magos a Belén como detectives privados, ordenándoles: a) Hacer una búsqueda exhaustiva del niño, y en el supuesto de que la búsqueda fuera exitosa, b) Informárselo. Con una astucia diabólica, pero característica de él, añade, “para que yo también vaya y le adore”».[106] Fíjate, el rey Herodes sabía en dónde había nacido el Rey y hasta tuvo asesores que pudieron haberlo orientado sobre cómo reaccionar ante tan magno acontecimiento. Como monarca, incluso, conocía de la expectativa de Israel acerca de la llegada del Mesías y

cómo los judíos, al Él venir, reaccionarían en adoración. El punto es que Herodes no dejó que dicho conocimiento repercutiera en su vida a modo de llevarlo a adorar. Él se quedó en donde estaba y dejó que los magos fueran a hacerlo; no él. Un falso adorador puede que sepa de adoración, conozca de adoración y hasta estudie la adoración, pero no adora. Por ejemplo, hay cristianos que adoran, sí, pero nada más en el templo. Pero un verdadero adorador no solo adora en el templo, adora a diario. Quienes adoran durante los servicios de adoración del domingo, pero no viven vidas de adoración entre semana no son verdaderos adoradores. Quienes profesan lealtad a Jesús un par de días, pero el resto de la semana viven para sí mismos son falsos adoradores. ¿Qué pensarías de un esposo que le dice a su esposa: “Mi amor, yo te soy fiel los sábados y domingos, pero el resto de la semana tendré otras mujeres”? Pues de ese modo actúan quienes adoran a Dios solo los fines de semana y no el resto de días. Los verdaderos adoradores le son leales a Jesús todo el tiempo. Viven vidas rendidas al señorío de Cristo día con día, practican las disciplinas espirituales como la oración y el estudio bíblico a solas y cuando el domingo se presentan al servicio hacen lo que han venido haciendo toda la semana. En palabras del pastor dominicano Sugel Michelén: “Los cristianos no van a la iglesia a adorar, sino que van a seguir adorando”. 3. Un falso adorador es hipócrita. Volvamos a leer las palabras de Mateo: Entonces Herodes llamó a los magos en secreto y se cercioró con ellos del tiempo en que había aparecido la estrella. Y enviándolos a Belén, dijo: Id y buscad con diligencia al Niño; y cuando le encontréis, avisadme para que yo también vaya y le adore. Mateo 2:7-8 (énfasis añadido).

¿“Para que yo también vaya y lo adore”? ¡Seee!!! ¡Cómo nooo!!! “Para que yo también vaya y lo degollé”, quiso decir. Herodes era un verdadero hipócrita porque los falsos adoradores lo son. El meollo de la falsa adoración es la apariencia y el fingimiento. Por definición un falso adorador es un hipócrita porque en el fondo de su corazón no tiene intenciones de profesarle lealtad a Jesús. Él adopta un lenguaje particular para que la gente crea que es un adorador, sabe qué decir y cuándo decirlo, pero en el fondo él no es lo que dice ser. Michael Wilkins, al explicar la hipocresía de Herodes, dice: «La duplicidad de Herodes le lleva a llamar en secreto a los sabios para sonsacarles cuándo se les había aparecido la estrella (2:7)… Herodes confía en haber engañado a los sabios, porque no envía una escolta con ellos a Belén, y no tiene razones para dudar que seguirán adelante con el plan y regresarán para notificarle el paradero del niño. Lo que trastoca sus planes es la intervención de Dios».[107] En su libro Playing Charades, el psicólogo y autor Perry Buffington, afirma que ciertas investigaciones psicológicas han descubierto que hay al menos tres situaciones en que no actuamos como en verdad somos. Primera, el individuo promedio que se da aires cuando visita el lobby de un hotel de cinco estrellas. Segunda, la típica mujer que tratará de esconder sus emociones y de engatusar al vendedor cuando entre a una exposición de autos nuevos. Y tercera, cuando tomamos nuestro asiento en la iglesia o la sinagoga e intentamos engañar al Todopoderoso con que en realidad hemos sido buenos toda la semana.[108] Del mismo modo, Herodes, como falso adorador, aparentó que haría algo que al final no hizo. Dijo que iría a adorar, pero cuando envió a matar a los niños varones de Belén delató su verdadera intención. La hipocresía del adorador se refleja en la contradicción de sus palabras y su conducta. Decir que se es leal a Jesús cualquiera lo hace; pero demostrarlo con los hechos, pocos. En cuanto a demostrar una vida consecuente con nuestra fe, los

hechos son la máxima evidencia para determinar si somos verdaderos o falsos adoradores. 4. Un falso adorador es peligroso. El evangelio Mateo dice: Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enfureció en gran manera, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los magos. Mateo 2:16 (énfasis añadido). William Hendriken comenta sobre el conflicto emocional del rey Herodes al momento de tomar la decisión de mandar a matar a los niños: «Herodes está convencido que ha sido burlado por los magos. Por eso se enciende su ira… ¡Cómo esclaviza el pecado a los hombres, y cuán incongruentes los hace! Herodes debiera haber estado enojado consigo mismo, porque era él quien había practicado el engaño. Al hacerlo, bien podría haberse reído de la sencillez de los magos, quienes, según pensaba él, realmente creían que él, el gran rey Herodes iría a Belén a postrarse en persona delante de un bebé judío, ¡pretendiente del trono! Ahora que su burla le había sido devuelta —el hecho de que los magos no regresaron a Herodes era una herida a su orgullo —, el cruel tirano está enojado con las personas mismas a las que quiso engañar». [109]

Esto significa que Herodes prácticamente se hizo la víctima. Queriendo burlar terminó siendo burlado y, en consecuencia, descargó su furia contra los niños del poblado de Belén. Y es que eso pasa con los falsos adoradores, son peligrosos. Su hipocresía no es su único problema, sino que tienen conflictos sin resolver que pueden resultar en perjuicio de las comunidades cristianas a las que pertenecen. En el caso de Herodes terminó matando, no solo a los niños menores de dos años, sino que, como dice el Diccionario

Bíblico Ilustrado Holman: «Herodes fue una paradoja. Fue uno de los gobernantes más crueles de la historia. Su reputación es infame. Parecía ser leal a ultranza en cuanto a lo que creía. No dudaba en asesinar hasta miembros de su propia familia cuando sospechaba que significaban una amenaza para él».[110] Los falsos adoradores son los que matan a sus propios hermanos y a su propia familia. Jesús dijo: “Habéis oído que se dijo a los antepasados: «No matarás» y: «Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte». Pero yo os digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: «Raca» a su hermano, será culpable delante de la corte suprema; y cualquiera que diga: «Idiota», será reo del infierno de fuego” (Mateo 5:21-22). Como ves, el Señor se expresó duramente contra aquellos que con sus insultos y menosprecio asesinan dentro de su corazón a los demás. Para Jesús que alguien hablara hirientemente se equiparaba a matar físicamente. Y el apóstol Juan siguió la misma línea de pensamiento cuando afirmó: “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15). Los falsos adoradores matan la unidad dentro de la Iglesia, aborrecen al prójimo y procuran destruirlo. Son lo que introducen divisiones en las familias, en las congregaciones y hasta entre pastores. Los falsos adoradores están por todas partes, pero siempre los verás en la iglesia adorando como si nada. Después de adorar en el templo los verás asesinar a su prójimo con expresiones peyorativas o despreciándolos por la más mínima razón. 5. Un falso adorador al final de cuentas… muere. El pasaje donde se habla de los magos del oriente y el rey Herodes finaliza de la siguiente manera: Pero cuando murió Herodes, he aquí, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate,

toma al Niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque los que atentaban contra la vida del Niño han muerto. Mateo 2:19-20 (énfasis añadido). Pocos años después de que Herodes se encontrara con los magos y de haber enviado a matar a los niños varones de Belén, dicen los historiadores, murió de una enfermedad en su palacio en Jericó. ¿Y los magos del oriente? Continuaron viviendo. ¿No dijo el apóstol Juan: “Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12, énfasis añadido). Los magos encontraron a Cristo, por lo tanto, encontraron la vida. Herodes nunca tuvo a Cristo, por eso murió en vida y al final, murió físicamente. Pero su muerte espiritual ya había ocurrido. ¿Y qué de ti? ¿Has encontrado la vida que hay en Jesús así como los magos del oriente la encontraron? ¿Le has profesado lealtad y prometido que vivirás para adorarlo solo a Él?

CAPÍTULO 8: SACIANDO LA SED A TRAVÉS DE LA ADORACIÓN

E

n febrero de 2009, uno de los periódicos estadounidenses de mayor circulación, el New York Daily News, publicó un artículo titulado: Linda Wolfe, la mujer más casada del mundo, dice que se casaría por 24va vez, donde relataba el estilo de vida de la mujer que ostenta el récord mundial Guinness debido a los matrimonios que ha sumado a lo largo de su vida. El Daily News escribió: «La mujer más casada del mundo está soltera por ahora, pero dice que volvería a caminar por el pasillo si tuviera la oportunidad. Linda Wolfe se ha casado asombrosamente 23 veces, convirtiéndola en la poseedora del récord mundial Guinness de la mujer más casada de la historia. Ha estado soltera desde que murió su último esposo en 1997. “Me volvería a casar”, dijo Wolfe, de 68 años, a Gannett News Service, “porque, ya sabes, uno se queda muy sola”. Nacida como Linda Lou Taylor, su primera caminata por el pasillo fue en 1957 a la edad de 16 años. Su esposo, George Scott, tenía 31 años. Este matrimonio de siete años sería el más largo. Dos de sus maridos eran homosexuales y dos eran sin hogar, según el informe de Gannett. Uno de sus exmaridos era un criminal convicto, pero otro era un predicador mormón. Algunos la abandonaron. Otros la engañaron o incluso la golpearon, pero ella dice que nunca tomó represalias. Wolfe toma su apellido actual de su marido más reciente, Glynn “Scotty” Wolfe, con quien se casó en 1996. Pero el motivo no fue el amor, sino la publicidad: Linda era la esposa número 29 de Scotty, lo que lo convirtió a él en el hombre más casado del mundo. Murió menos de un año después. Wolfe se encoge de hombros ante el récord logrado»,[111] finaliza diciendo Daily News.

En otro artículo publicado también en febrero de 2009 por el periódico español 20 Minutos titulado: Linda, la mujer que más veces se ha casado, además de replicar la información del Daily News, añade lo siguiente: «A sus 68 años, Wolfe que vive en un geriátrico de Indiana, EE. UU., se declara “adicta al romance”. Hace diez años que no pasa por el altar, pero aún sigue buscando a su marido número 24, aunque no recuerda el orden de sus matrimonios».[112]

Un caso bíblico de adicción a las relaciones. Si no lo sabías, la “adicción al romance” es una patología real. Un problema del alma que padecen muchas personas y para la cual existen tratamientos psicológicos. Como toda adicción, esta no es una de la cual hacer alarde o sentirse orgulloso, he ahí por qué el Daily News afirmó al terminar su nota que Linda Wolfe se encoge de hombros al saber que posee un récord Guinness de ese tipo. Un personaje bíblico que podría calzar en la descripción de “adicta al romance” —no al grado de Linda Wolfe, por supuesto—, es la mujer samaritana con quien Jesús conversó en Juan capítulo 4. En un momento de su conversación, por cierto, acerca de la adoración, Jesús le dijo: Él le dijo: Ve, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: «No tengo marido», porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad. La mujer le dijo: Señor, me parece que tú eres profeta. Juan 4:14-19 (énfasis añadido). La mujer samaritana era una adicta a las relaciones. Obviamente, el hombre con quien convivía no era su esposo, era el sexto en la lista de hombres que habían pasado por su vida. Las preguntas son: ¿por qué tantos matrimonios? ¿Por qué tantas relaciones? ¿Acaso no le bastaron dos fracasos matrimoniales para

concluir que ya no debía seguir buscando al hombre ideal y mejor buscar ayuda? Tal parece que no. Sarah —a partir de ahora la llamaré así— estaba buscando algo. Ella estaba vacía interiormente y quería a como diera lugar llenar el hueco de su alma. Sarah quería saciar con relaciones físicas algo que solo podía saciarse espiritualmente. En el fondo de su corazón la mujer samaritana estaba buscando a Dios. El único Ser capaz de calmar la sed interior. ¿Ahora entiendes por qué Jesús le habló acerca del agua espiritual? ¿Comprendes por qué le habló de un río que podía fluir de dentro suyo para que ya no anduviera buscando afuera? Él le dijo: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva… Respondió Jesús y le dijo: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed ni venga hasta aquí a sacarla. Juan 4:10, 13-15 (énfasis añadido). Sarah tenía sed espiritual, pero ella no sabía en quién ni en dónde apaciguarla. Pensó que con una relación romántica lo conseguiría. Y sí, al inicio la efervescencia del romance la inundó a tal punto que anestesió su clamor. Tú lo sabes, cuando conoces a alguien y consideras que realmente es una persona especial, se comienza a llenar el tanque de gasolina de afecto que todos llevamos dentro. Principalmente si lo hemos tenido totalmente vacío. Cuando llenas el tanque de gasolina de tu auto, el líquido despide burbujas. Tú no las ves, el recipiente está dentro del auto, tú solo ves la manguera trabada en el orificio. Pero aunque no las veas hay burbujas o un grado de efervescencia que emerge producto de la acción de llenado. Para que tengas un atisbo de cómo es la efervescencia, imagina que estás llenando un vaso con

Coca-Cola o si quieres, con cerveza. Al ir vertiendo el líquido aparece la efervescencia en la parte superior del vaso, ¿verdad? Una cantidad incontable de burbujas que se arremolinan arriba y que tienes que esperar a que disminuyan para entonces degustar tu bebida. Pues un tipo de efervescencia similar ocurre al interior de tu tanque de gasolina cuando lo llenas, con la diferencia de que no la ves. Cuando me ha tocado cargar gasolina y he querido llenar el tanque al máximo, hay un punto en que la pistola de gasolina se dispara de forma automática y se detiene de verter el líquido. Cuando me ha pasado eso he pedido ayuda y el asistente me ha dicho: “Es que la pistola tiene un censor que percibe cuando las burbujas están casi en la superficie y eso le indica que el tanque está lleno”. ¿Qué se hace para continuar llenando el tanque a modo de llegar al máximo? Esperar unos segundos para que las burbujas bajen o agitar el auto para acelerar el proceso. Luego sigo llenando hasta que la pistola se detiene una vez más, espero, agito el auto y continúo hasta llenar el tanque a todo lo que pueda. Mi punto es que la efervescencia invisible que ocurre dentro de tu auto es la parte emocionante, efusiva y adictiva de las relaciones. Cuando conoces a alguien por primera vez comienzas a ser llenado de sentimientos y emociones que solemos llamarle: enamoramiento. Sentirse enamorado es una de las sensaciones más increíbles que hay en la experiencia humana. Cuando te involucras en una relación romántica te sientes lleno, completo, pleno. Estás enamorado, te sientes efervescente, crees que vuelas y hasta te ves a ti mismo protagonizando de tu propia película de amor. Cuando una persona descubre el éxtasis emocional que produce el enamoramiento puede que quiera permanecer en dicho estado permanentemente. No es que anhelar enamorarse sea malo en sí mismo, pero cuando conviertes ese estado en tu meta principal en una relación, estás en problemas. La efervescencia y el romance son partes naturales de la interacción entre un hombre y una mujer que se atraen; sin embargo, si crees que tener un noviazgo o casarte consiste primordialmente en experimentar dicha sensación

has convertido dicho éxtasis en un dios y puede que vayas rumbo a convertirte en un adicto a las relaciones románticas. Gary Chapman, en su extraordinario libro Los cinco lenguajes del amor, dice al respecto: «La experiencia del enamoramiento llena temporalmente esa necesidad [la de amor], pero es, inevitablemente, una “solución momentánea” y tal como aprenderemos tiene un lapso limitado y predecible en la vida. Cuando descendemos de la cima de la obsesión del enamoramiento, la necesidad de amor resurge porque es parte de nuestra naturaleza; está en el centro de nuestros deseos emocionales. Necesitamos amor antes de enamorarnos y lo necesitaremos mientras vivamos… Algo en nuestra naturaleza clama por el amor de otro. La soledad es devastadora para la psiquis humana. Por eso el confinamiento solitario se considera como uno de los castigos más crueles. En el corazón de la existencia humana se encuentra el deseo de tener intimidad y amor».[113] Sarah —nuestra mujer samaritana— muy probablemente sintió en su primera relación de pareja que su tanque de gasolina de afecto se llenó de manera extraordinaria. No sabemos cuánto tiempo después de conocer a su príncipe azul pudo haber esperado para darle el “sí” y casarse. Puede que haya sido poco, puede que no; sin embargo, con esa sensación de llenura se casó y se introdujo a la vida matrimonial con fe de que nunca jamás se sentiría vacía. ¡Qué va! Cuando las primeras discusiones surgieron, el tanque comenzó a vaciarse. El matrimonio es hermoso, ¡eso ni dudarlo!, pero que lo sea no significa que no tengas que lidiar con la naturaleza pecaminosa que tú mismo posees o con la naturaleza pecaminosa de tu cónyuge. La ira, el enojo y el ser respondón no desaparecen por haber firmado un acta ante un abogado o por haber caminado por el pasillo de una iglesia. El temperamento y la personalidad siguen siendo los mismos ya casados. “El matrimonio no solo es cama”, suele decir un amigo. Si no se lidia a diario con los asuntos de carácter y se toman

decisiones al respecto no se tendrá un matrimonio estable y saludable. Nadie sabe por qué Sarah y su primer esposo se divorciaron, lo que sí sabemos es que la relación sufrió una ruptura y he ahí por qué cada uno decidió seguir su propio camino. Así que allí está nuestra mujer samaritana una vez más sola. Pero ¿qué sucedió? A los pocos meses de estar con su tanque de gasolina vacío conoció a otro hombre. Vamos, Sarah aún era joven, no había perdido su atractivo, además de que tenía grandes cualidades. Así que comenzó a interactuar con un nuevo pretendiente, se veían furtivamente de forma ocasional y ella comenzó a sentir su tanque de gasolina interior burbujear. La sensación de efervescencia fue inevitable. Su nuevo príncipe azul no tiene malas intenciones y ella tampoco quiere iniciar una relación con miras a volverse a divorciar. Ambos tienen problemas de carácter, pero eso no importaba; lo único relevante era la sensación de enamoramiento que estaban experimentando, no lo discordante de sus temperamentos. Ella siente que vuela, flota sobre las nubes y está en pleno éxtasis romantiquero. ¡Ni loca piensa renunciar a esa sensación! Por eso decidió darle el sí a su prometido casándose por segunda vez. A los pocos meses sucedió lo mismo que en su primer matrimonio. El tanque comenzó a vaciarse. Su esposo no la llenaba o ella no permitía ser llenada a causa de las diferencias irreconciliables con las que se fueron topando después de la luna de miel. Sarah se volvió a divorciar. Y no solo esa vez, ¡tres veces más! “Cinco maridos has tenido”, sentenció Jesús. ¿Por qué ella no se detuvo? ¿Por qué sus primeros matrimonios fallidos no la alertaron de que algo estaba mal en su vida? ¿Por qué quiso continuar en el juego del romance y seguir buscando al hombre indicado? Porque estaba buscando algo. Ella quería lo que todos queremos: amar y ser amados. Ella ansiaba llenar el vacío de su corazón.

La religión no es capaz de llenar. No creas que la mujer samaritana no tenía una conciencia religiosa o no pretendía ser una mujer espiritual. Cuando Jesús le reveló lo que Él sabía sobre su pasado, ella inmediatamente reaccionó: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar. Juan 4:19-20. Sarah conocía del tema de la adoración, que los judíos y samaritanos diferían en formas y hasta del lugar donde se debía de adorar. Por ejemplo, cuando ella dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte”, se refería al monte Guerizín.[114] Es decir, estaba familiarizada con el lugar de adoración de su comunidad. Incluso, puede que, ocasionalmente, mientras ella vivía en inmoralidad haya asistido con su pareja a alguno que otro servicio de adoración. Pero aún con todas sus prácticas litúrgicas y que se considerara a sí misma una adoradora, Sarah continuaba vacía. La adoración que ella brindaba al final de cuentas provenía de un corazón seco. Ella quería saciar una sed que ni su propia religión podía calmar. Quería sentirse plena, quería tener una relación profunda y significativa con Dios, pero como en Guerizím no le ofrecían ninguna clase de alivio decidió ir de relación en relación intentando aplacar su sed interior. Cuando pienso en Sarah viene a mi mente la experiencia que tuvo mi amigo Enrique con una mujer adicta a las relaciones. Él no sabía que ella padecía el síndrome, simplemente la conoció y con el paso del tiempo descubrió la verdad. Mi amigo rondaba los treinta y ocho años y era soltero. Conoció a María —dos años menor que él— a través de una amiga en común llamada Helena. Cuando conversó con María por primera vez la conexión fue instantánea, intercambiaron números telefónicos y así inició una profunda amistad. Ella era divorciada, pero lo fue

muchos años antes de entregarse a Cristo. Al momento de comenzar a ser amigos ella servía como directora de adoración en su iglesia local y enseñaba la Palabra como líder de adolescentes. Por su lado, Enrique ministraba la Palabra en un grupo de estudio bíblico en casa, pero en otra congregación. A ambos les encantaba la lectura. “Me encantan las novelas de ficción” le confesó a Enrique, “y si son románticas, ¡mejor!”. Lo que ella no le dijo era que se leía de cuatro a cinco novelas románticas al mes. Cuando tomaba una la terminaba apenas a los cuatro días de haberla comenzado. ¡Le encantaban! Eso sin contar que nunca se perdía los estrenos de películas del género romance ya fueran de drama o thriller romántico. María era adicta al tema. Enrique no era alguien arrebatado para tomar decisiones; sin embargo, a los dos meses de conocer a María, de hablar prácticamente todos los días por teléfono y de salir juntos por lo menos dos veces por semana, un día que salieron a cenar ella quiso definir el rumbo de la relación. María quería saber si solo serían amigos o si él pretendía iniciar pronto el noviazgo. No es que le estuviera declarando su amor a Enrique, cosa que, como tú sabes, en nuestra cultura es iniciativa de los hombres; pero aparentemente ella quería saber si él la veía solo como una amiga o como algo más. Lo extraño fue que esa vez que hablaron se notaba bastante ansiosa, al punto que le insinuó que si no tomaba una decisión pronto ella preferiría no seguir con la amistad. Después de la conversación, Enrique buscó consejo. —Yo nunca he iniciado un noviazgo tan pronto —le dijo a su pastor. —Francamente pensaba disfrutar la amistad con María unos seis u ocho meses antes de formalizar un noviazgo. —Enrique —le respondió el pastor, —yo conozco tu madurez cristiana y que eres alguien muy enfocado. Pero si decidieras noviar en este instante, yo no lo vería como algo malo. Eso sí, no se vayan a casar pronto. Por lo menos sean novios un año antes de dar ese paso. Unos días después Enrique me contó que formalizaron el noviazgo. Él estaba muy feliz y ella también; sin embargo, apenas llevaban una semana de relación cuando riñeron. Ella le armó una

escena de celos en un restaurante a causa de la mesera que les pidió la orden. La escena no solo fue una mala mirada o una indirecta desagradable. No, según ella, él estaba filtreando. Por lo que, cuando la mesera se retiró con la orden se puso a llorar. Enrique no entendía lo que pasaba, pero trató de ser comprensivo. La tomó de la mano, le dijo que a pesar de no comprender por qué lloraba no tenía de qué preocuparse. “Simplemente estaba ordenando qué comer”, le dijo amablemente. A ella no le pareció su respuesta, se levantó abruptamente de la mesa y se fue del restaurante. No sin antes decirle: “¡Hemos terminado! ¿Oíste?”. Una semana de noviazgo y ya habían roto. Enrique quedó muy confundido. Dos días después María le llamó para disculparse por lo que había acontecido y como él aún tenía sentimientos por ella, se dieron la oportunidad de reanudar la relación. A partir de allí el noviazgo de Enrique y María fue muy especial, los sentimientos que ambos compartían eran bastante intensos y se prodigaban amor por todas partes. Excepto dos semanas después donde ella volvió protagonizar otra escena de celos. ¿La razón? Ambos asistieron al cumpleaños de unos amigos de Enrique y al momento de servir las bebidas, él se ofreció para ayudar. Cuando comenzó a repartir los vasos de refresco él no le sirvió primero a María, sino que comenzó a repartirlos en el orden de los asientos y eso implicó que su novia lo recibiera hasta después. Cuando la celebración terminó y Enrique fue a dejar a María a su casa, ella armó otra escena. —¡Con que ella es más importante que yo! ¿Verdad? —espetó María. —¿Perdón? —preguntó Enrique. —¿De verdad no te diste cuenta de lo que hiciste? —Mi amor. No sé de qué me estás hablando. —En la fiesta le serviste primero a esa muchacha en vez de a mí. ¡Y yo ya vi que tú ya tienes sentimientos por ella! ¿O me vas a decir que no es así? —Si te refieres al momento de servir las bebidas, francamente no sé ni su nombre. Solo serví según el orden de los asientos.

María no quería ese tipo de respuesta, por lo que, cuando él la dejó en la puerta de su casa, le dijo: —¡Ya no quiero seguir con este noviazgo! ¡Ya vi que tú y yo no vamos a funcionar! Cerró la puerta y Enrique comprendió que habían terminado otra vez. “¡Qué extraño!”, pensó, “ella dirige la adoración en su iglesia y hasta enseña la Palabra a otros. ¿Por qué actuará así?”. Un par de días después María volvió a pedirle perdón por haber reaccionado de esa manera y, por insólito que parezca, Enrique decidió darle una nueva oportunidad y reanudaron la relación. Dos semanas después, luego de cenar e ir al cine, al dejarla en la puerta de su casa, María le pidió que pusieran una fecha para casarse. —¿Casarnos? —preguntó Enrique. —Sí, ya tenemos la edad para tomar una decisión como esa, ¿por qué te extraña que te lo diga? —espetó ella. —A penas cumplimos un mes de noviazgo, ¿y ya quieres que pongamos una fecha para la boda? —dijo él recordando el consejo de su pastor de esperar un año para esa decisión. —¡Sí! ¿Por qué no? Nos amamos y ambos estamos por llegar a los cuarenta. Si tú vas en serio conmigo deberías dar muestras de seriedad. ¿O es que tenés otra mujer en tu vida y yo soy un Plan B para ti? Como Enrique sabía hacia donde se dirigía la conversación y que ella estaba a punto de estallar en celos, le dijo: —Oye, ¿qué tal si cambiamos de tema y lo dejamos para después? No quisiera que la conversación se fuera por un rumbo que no debe. —¡Entonces es cierto! —alzó la voz María, —¡Yo soy un Plan B en tu vida y por eso no quieres que hablemos de nuestra boda! La conversación se puso tensa unos minutos más y, como las otras veces, María rompió la relación. Pero esta vez, cuando ella volvió a buscar a Enrique, él ya no contestó sus llamadas. Por más que ella insistió él nunca correspondió sus intentos de contactarlo. De ese modo le dio a entender que esta vez no había marcha atrás.

Enrique estaba convencido de que María tenía un problema espiritual muy serio y tenía que alejarse de ella. Un par de meses después, Enrique me buscó y me contó todo lo que acabo de relatar, además de decirme que había hablado con Helena, la amiga en común que inicialmente le presentó a María. Él me contó que Helena no sabía que María era una celópata; sin embargo, le confesó que ese mismo año había sostenido una relación de noviazgo y la rompió porque ella también había presionado a su novio para casarse con apenas dos meses de relación. Incluso, le dijo que dos semanas después de terminar con Enrique, María ya había comenzado a salir con otra persona más. María era una adicta a las relaciones. Quería llenar un vacío que ningún hombre ni ninguna relación puede saciar. En cierto sentido, se parece a la mujer samaritana de Juan 4. Ella se consideraba adoradora de Dios, pero a pesar de que adoraba estaba vacía. Tenía un agujero negro como los que hay en el espacio, solo que dentro de su alma. Lamentablemente, tanto Sarah como María — como muchos hombres y mujeres más— van de noviazgo en noviazgo y de pareja en pareja intentando llenar un vacío del tamaño del universo que nadie excepto el Señor Jesucristo puede llenar. La verdad es que este tipo de personas que buscan llenar sus corazones con relaciones románticas, si bien puede que hayan profesado ser adoradoras de Dios, lo más probable es que han conocido una religión, no un vínculo profundo y satisfactorio con el Señor.

¿Por qué Jesús sacó a colación al Padre? Cuando Sarah desvió la conversación de su sexta relación romántica al tema de las diferencias entre la adoración que se practicaba en Jerusalén y la que se practicaba en Samaria, Jesús le dijo:

Mujer, créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. Juan 4:21-24 (énfasis añadido). ¿Alguna vez te has preguntado por qué Jesús se refirió a Dios como Padre dentro de la conversación? O, mejor dicho: ¿Alguna vez te has puesto a pensar por qué Jesús se refirió a Dios como Padre y no como Creador o Proveedor dentro del contexto de la adoración? El hecho de que la samaritana reconociera que había sumado ya seis relaciones amorosas y que quería beber del agua espiritual que Cristo le ofrecía, me hace pensar que el Señor lo hizo para mostrarle que debía conocer a Dios como un Dios cercano. Claro, no voy a psicoanalizar la personalidad de quien estoy llamando Sarah en este capítulo ni tampoco a especular que la relación con su propio padre —si es que la hubo— la dejó vacía desde su infancia; pero sí voy a apelar a las palabras del psiquiatra brasileño Augusto Cury, quien en su libro El Maestro de maestros, además de analizar la inteligencia de Cristo, también analiza las conductas y reacciones de algunos personajes que rodearon la vida de Jesús. Cury dice: «Había una mujer samaritana cuya vida moral era considerada de la peor calidad. Ella vivió una historia poco común totalmente fuera de los patrones éticos de su sociedad. Tuvo tantos “maridos” (cinco) que tal vez haya superado el límite de su época. Era una persona infeliz e insatisfecha. Su necesidad constante de cambiar de compañero sexual era una evidencia clara de su dificultad en sentir placer, pues nadie la completaba, las relaciones interpersonales que construía eran frágiles y sin raíces. Estaba angustiada interiormente y era rechazada exteriormente».[115] Y

unos párrafos después: «Cristo le dijo que ella vivía insatisfecha, que necesitaba experimentar un placer más profundo que pudiera saciarla».[116] ¿Cómo Sarah podía experimentar plenitud espiritual si ya lo había intentado por medio de la religión? ¿Cómo iba a experimentar un placer más profundo más allá de lo que cualquier hombre o relación le pudieran brindar? Ah, a través de la verdadera adoración. “El Padre está buscando adoradores, Sarah”, le estaba diciendo Jesús. “El Padre te está buscando a ti. ¡A ti! Él quiere que seas su hija y te conviertas en una verdadera adoradora”. El mensaje caló hondo en su corazón. Ella había tenido relaciones con muchos hombres, pero todas la habían dejado vacía. Y no solo vacía, sino manchada moralmente. Pero ese mediodía Jesús le habló de cómo llenar su vacío y comenzar todo otra vez. Le habló de iniciar una relación con Dios a través de la adoración. La invitó a tener intimidad espiritual con quien —si ella lo permitía— podía convertirse en su Padre… cercano y afectuoso. Para que tengas un atisbo de cuán importarte es que cada persona desarrolle una relación saludable con su padre terrenal y más aún, con el Padre celestial, el autor y consejero Fred Stoeker, en su libro Tácticas —que trata sobre las batallas sexuales que los jóvenes enfrentan durante el transcurso de su vida—, dedica varios capítulos para profundizar en la importancia del rol paterno en la vida de un hijo. Capítulos con nombres como: Heridas paternas, Un corazón de padre, Los sueños de un padre y La confianza de un padre, te hablan de cuán relevante es la presencia paterna en los años de formación para que los hijos desarrollen un alma sin grietas. Y capítulos como: Experimenta al Padre en oración, Experimenta al Padre a través de la adoración y Ten una experiencia con el Padre a través de su Palabra, te hablan de lo importante que es tener intimidad con el Padre —el mismo Padre que Jesús dijo que adoráramos “en espíritu y en verdad”— para llenar cualquier vacío que se haya alojado adentro nuestro. En el capítulo: Experimenta al Padre a través de la adoración, Fred Stoeker dice: «En la adoración hay algo más que lo que jamás

había imaginado, y si alguien nunca ha adorado al Señor en forma regular por cuenta propia, fuera de la iglesia, entonces es probable que esa persona no haya vivido la experiencia de algunos de los niveles más íntimos de intimidad que Él desea compartir».[117] Después, al hablar abiertamente sobre la victoria sobre la tentación sexual, específicamente sobre la masturbación compulsiva, haciendo alusión a su propia experiencia con la práctica privada de la adoración, Stoeker añade: «Ninguna de las experiencias que he vivido supera el magnetismo de estos momentos con el Señor: el contacto cautivador, la profunda pasión y las lágrimas de emoción que podría esperarse de una relación amorosa sin nada de la sensualidad o egoísmo que forma parte de las relaciones con las mujeres. Todo es acerca de Él y de su abrumadora belleza. Nuestro corazón se hace uno con el suyo en estos momentos y nada más importa sino Él. Esa clase de intimidad es tan vital para lograr una victoria a largo plazo sobre el pecado sexual que resultaría difícil exagerarla. Recordemos que la masturbación es más un asunto de intimidad que sexual, y se utiliza con frecuencia para remediar el dolor y desconexión en la vida de uno… Ponte a adorar. Este es mi “consejo más radical”. Hay que conectarse, buscar su rostro y vivir la experiencia de su presencia. Cuanto más adoremos, más intimidad tendremos con Él. Cuanta más intimidad tengamos con Él, con tanta más fuerza le haremos frente a la masturbación… El vínculo apasionado asegura un nuevo compañerismo genuino con Dios, que sustituye el deseo por lo falso que proporciona la masturbación. Recordemos que la intimidad sexual transmite una sensación genuina de intimidad. La relación sexual falsa, la masturbación, proporciona un sentido similar de intimidad, pero falso. Hay que sustituir la intimidad falsa de la masturbación con esta intimidad genuina con Dios».[118] Jesús le habló a la mujer samaritana de la adoración al Padre porque el amor que dicha relación ofrece es capaz de llenar cualquier hueco del alma. Si ella no aprendía a suplir sus necesidades espirituales en Él jamás podría suplirlas en otro sitio.

¡Quién sabe cuántas parejas más hubiera tenido ella si Jesús no hubiera intervenido! Los vacíos espirituales no se suplen con relaciones físicas, sino con una relación espiritual con el Padre que todo lo puede llenar.

El agua de Elyon. Jesús le dijo a la mujer samaritana: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo del cual bebió él mismo, y sus hijos, y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed ni venga hasta aquí a sacarla. Juan 4:10-15 (énfasis añadido). El río al que Jesús hizo referencia y que inundaría el corazón de Sarah, es su propia presencia en nuestro ser. Que, como buscadores de pozos petroleros que dan con un yacimiento, el agua del Espíritu Santo —como un inmenso chorro de petróleo buscando hacerse paso hasta estallar en la superficie—, emergerá y desbordará en nuestro interior hasta transformar nuestro ser. El escritor de ficción cristiana Ted Dekker, en Negro —el primer libro de la Serie del Círculo—, relata qué sucedió cuando Thomas Hunter se sumergió por primera vez en el manantial de Elyon. Él describe su experiencia así: «En el extremo opuesto un altísimo acantilado de nácar resplandecía con tonos rubí y topacio. Sobre el acantilado salía una enorme cascada, la cual bullía con luz verde y

dorada, y caía con estruendo en el agua cien metros debajo. La neblina que se alzaba captaba la luz de los árboles, dando la apariencia que del lago mismo surgían colores. Aquí apenas podía haber una diferencia entre el día y la noche. A su derecha fluía del lago el río que viera a lo largo del sendero. Michal había descendido hasta la orilla del lago y bebía a lengüetazos al borde del agua. Tom se dio cuenta de todo esto antes de su primer parpadeo. Dio unos indecisos pasos hacia la orilla, luego se detuvo, con los pies plantados en la arena. Deseó correr hacia el borde del agua y beber como hacía Michal, pero de repente no estaba seguro de poder moverse. Abajo, Michal seguía bebiendo. Un frío le bajó a Tom por la columna, desde la nuca hasta las plantas de los pies. Un inexplicable temor se apoderó de él. Brotó sudor de sus poros a pesar del viento frío que soplaba a través del lago. Algo estaba mal. Todo mal. Él retrocedió, su mente anhelaba una hebra de razón. En vez de eso, el miedo dio paso al terror. Giró y subió corriendo la ribera. En el momento en que llegó a lo alto se le desprendió el miedo como grilletes sueltos. Dio media vuelta. Michal bebía. Insaciablemente. En ese instante Tom supo que debía beber el agua. Allí en la playa, sus pies se extendieron y se plantaron firmemente en la suave arena blanca, con las manos apretadas a los costados, la mente de Tom reaccionó. Él estaba vagamente consciente del suave gemido que salió de sus labios, apenas audible por sobre la caída de agua. Los animales holgazaneaban. Michal bebía profundamente debajo de él. Los árboles se elevaban con majestuosidad. La cascada chorreaba a borbotones. La escena estaba congelada en el tiempo, con Tom erróneamente atrapado en sus pliegues. De pronto la cascada pareció golpear con más fuerza y una oleada de rocío surgió del lago. La neblina se movió hacia Tom. La vio venir. Se extendía por la orilla. Le llegó al rostro, no más que un

tenue vapor de humedad, pero pudo haber sido la onda expansiva de una pequeña arma nuclear. Tom lanzó un grito ahogado. Sus manos cayeron a la arena. Los ojos desorbitados. El terror desapareció. Solo persistía el deseo. Deseo violento y desesperado, que le halaba el dolorido corazón con el poder del vacío absoluto. Nadie que observara se pudo haber preparado para lo que él hizo a continuación. En ese momento, sabiendo lo que debía hacer, lo que anhelaba con más desesperación, Tom desarraigó a la fuerza los pies de la arena y salió corriendo hacia el borde del agua. No se detuvo en la orilla ni se encorvó para beber como hacían los otros. En vez de eso saltó por sobre el cuerpo agachado de Michal y se zambulló en las brillantes aguas. Gritando todo el tiempo. El cuerpo de Tom recibió una violenta sacudida en el instante en que tocó el agua. Un estroboscopio azul explotó en sus ojos, y él supo que iba a morir. Que había entrado a un charco prohibido, atraído por el deseo equivocado, y que ahora pagaría con su vida. El agua tibia lo envolvió. Aleteos le ondularon por el cuerpo y estallaron en un ardiente calor que le sacó el aire de los pulmones. El solo impacto pudo haberlo matado. Pero no murió. Es más, fue placer lo que le sacudió el cuerpo, no muerte. ¡Placer! Las sensaciones le recorrían los huesos en olas fabulosas y constantes. Elyon. No lo sabía con seguridad. Pero lo sabía. Elyon estaba en este lago con él. Tom abrió los ojos y descubrió que no le ardían. Luz dorada se movía sin rumbo fijo. Ninguna parte del agua parecía más oscura que otra. Perdió todo sentido de orientación. ¿Dónde era arriba? El agua presionaba en cada centímetro de su cuerpo, tan intensa como cualquier ácido, pero uno que quemaba con placer en vez de dolor. Su violenta sacudida dio paso a un suave temblor mientras se hundía en el agua. Abrió la boca y rió. Quería más, mucho más. Quería succionar y beber el agua. Sin pensar, hizo eso. Tomó un gran trago y luego inhaló de manera intencional. El líquido le golpeó los pulmones.

Tom se detuvo de repente, lleno de pánico. Trató de despejar los pulmones, de boquear. Pero en vez de eso inhaló más agua. Manoteó y arañó en una dirección que pensó que podría ser la superficie. ¿Se estaba ahogando? No. No sintió que se le cortara la respiración. Con cuidado succionó más agua y la respiró lentamente. Luego otra vez, profundo y fuerte. Salía en un suave chorro. ¡Estaba respirando el agua! En grandes suspiros respiraba la hipnótica agua del lago. Tom rió histéricamente. Jugueteó en el agua, recogiendo los pies para revolcarse, y después estirándolos para tenderse hacia delante, profundizándose en los colores que lo rodeaban. Nadó en el lago, cada vez más profundo, girando y rodando mientras se zambullía hacia el fondo. El poder contenido en este lago era mucho más grandioso que cualquier cosa que había imaginado alguna vez. Apenas lograba contenerse. Es más, no se pudo contener; lloró de placer y nadó más profundo Entonces las oyó. Tres palabras. Yo hice esto. Tom subió, paralizado. No, no eran palabras. Era música hablada. Notas puras que le traspasaban el corazón y la mente con tanto significado como un libro entero. Giró su cuerpo, buscando el origen. Una risita onduló el agua. Ahora como un niño. Tom rió tontamente y giró. —¿Elyon? Su voz fue acallada, para nada era una voz… —¿Qué eres? ¿Dónde estás? Flotó luz. Olas de placer siguieron arrastrándolo. —¿Quién eres? Soy Elyon. Y yo te hice. Las palabras empezaron en su mente y ardieron por todo su cuerpo como un fuego propagándose. ¿Te gusta esto?

—¡Sí! —exclamó Tom. Pudo haberlo expresado, pudo haberlo exclamado, no lo sabía. Sólo sabía que todo su cuerpo lo gritó… Tom se acurrucó en una posición fetal dentro de los intestinos del lago y comenzó a gemir. Te veo, Thomas. Te hice. Te amo. Las palabras lo envolvieron, penetrando hasta los más profundos tuétanos de sus huesos, acariciando cada sinapsis oculta, fluyendo por cada vena, como si le hubieran hecho una transfusión… Te amo, Thomas. Las palabras llenaron todo el lago, como si el agua misma se hubiera convertido en esas palabras. Tom sollozó sin consuelo... Te amo, Thomas. Al instante desapareció el dolor. Tom quitó las manos de la cabeza y se enderezó levemente en el agua. Flotó, demasiado aturdido para responder. Entonces el lago se llenó con un cántico. Un cántico más maravilloso que cualquier otro que podría sonar, cien mil melodías entretejidas en una. Te amo. Te escojo. Te rescato. Te acaricio. —¡Yo también te amo! —gritó Tom con desesperación—. Te escojo; te acaricio. Él sollozó, pero de amor. La sensación era más intensa que el dolor que había padecido. De pronto la corriente lo volvió a halar, arrastrándolo a través de los colores. Su cuerpo volvió a temblar de placer, y flotaba relajado mientras atravesaba el agua. Quería hablar, gritar y exclamar para contarle a todo el mundo que era el hombre más afortunado en el universo. Que era amado por Elyon, el mismísimo Elyon, con su propia voz en un lago hecho por él».[119]

Adoradores dispuestos a todo. ¡Qué forma más extraordinaria de describir lo que el adorador experimenta al sumergirse en la presencia de Dios! ¿No crees? A través de la adoración podemos beber el agua que llenará cualquier vacío que hayamos alojado en nuestro interior. La adoración nos permite experimentar a través del Espíritu que somos amados y que todo el amor que hemos necesitado está en Él. No en un hombre o en una mujer y, mucho menos, en un pecado o adicción. Y así como Thomas Hunter en el lago de Elyon, cuando la mujer samaritana bebió un sorbo del agua que Cristo le dio, se olvidó del motivo que la llevó al pozo, le dio la espalda al cántaro y corrió a la ciudad para testificarle a todo el mundo que era amada por el Padre. El evangelio de Juan dice: Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será este el Cristo? Y salieron de la ciudad e iban a Él. Juan 4:28-30. Gary Burge, en su Comentario al Evangelio de Juan con Aplicación NVI comenta: «Su deseo de dar testimonio de lo que ahora cree y ha experimentado es valiente y heroico. Esta mujer vive en los bordes de su comunidad. Se trata de una sociedad donde la vida se hace en público, donde los secretos acaban siempre en el foro público. Y esta mujer es una pecadora. Sin embargo, está dispuesta a asumir un enorme riesgo: el que supone volver a su pueblo y hablar con sus paisanos sobre cuestiones religiosas como alguien que ha hecho alarde de sus preceptos durante muchos años».[120] Esto significa que después de que el corazón de la mujer samaritana fue lleno con el agua de Jesús, una fuerza y valentía singular se apoderaron de su ser. Sarah se había convencido de

que Él era el Cristo y no solo eso, ahora que su sed por fin había sido saciada, y que se sentía plena y completa quería que toda su comunidad viniera a beber. Juan 4 finaliza este relato diciendo: Y de aquella ciudad, muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: Él me dijo todo lo que yo he hecho. De modo que cuando los samaritanos vinieron a Él, le rogaban que se quedara con ellos; y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por su palabra, y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que tú has dicho, porque nosotros mismos le hemos oído, y sabemos que este es en verdad el Salvador del mundo. Juan 4:39-42. Si alguna vez te has preguntado por qué hay cristianos que están dispuestos a profesar lealtad de Jesús e incluso, estar dispuestos a sacrificar sus vidas por Él, ¡he aquí la respuesta! Ellos han bebido del agua que el Señor ofrece, se han bañado en el río que quita la sed y sumergido en el manantial que sacia el alma. ¿Por qué, entonces, avergonzarse de quien llenó sus vidas? ¿Por qué no hablarles a otros de un amor que también podría transformarlos aún si hay riesgo de ser rechazados? ¿Por qué no serle leal a Aquel que ha llenado el vacío de nuestro corazón?

CAPÍTULO 9: ADORACIÓN ENCENDIDA

C

uando era adolescente me involucré muchísimo en los ministerios de mi iglesia. Uno de ellos: el de evangelismo. Además de enseñarnos a evangelizar y capacitarnos en diversidad de temas, los domingos por la tarde salíamos a compartir la Palabra ya sea a las terminales de autobuses o a alguna colonia puerta por puerta. El plan de cada domingo consistía en asistir al segundo servicio de la mañana, quedarnos a almorzar y luego irnos al lugar que habíamos escogido para evangelizar. Al terminar regresábamos a la iglesia a eso de las 5:00 de la tarde para participar del último servicio. Este último servicio no era tan concurrido como los dos de la mañana, donde se llenaba la parte baja y el mezanine. Esos servicios podrían albergar más de mil personas cada uno; sin embargo, el de la tarde apenas reunía a unos trescientos. Aun así, a algunos del ministerio de evangelismo nos gustaba quedarnos para adorar y escuchar la Palabra. Un domingo que volvimos de evangelizar yo me sentía muy, pero muy cansado. No solo yo, el líder del ministerio y unos cuatro más también. Por eso, en lugar de quedarnos en la planta baja donde se sentaban todos, subimos al mezanine que, generalmente, estaba vacío. Así que al iniciar el servicio nos sentamos arriba, permanecimos sentados durante todo el tiempo de alabanza y al terminar de cantar y recoger las ofrendas anunciaron que esa tarde predicaría el hermano Antolín Castillo. El “Hermano Antolín” —como lo conocíamos todos—, era un evangelista de nuestra congregación a quien todos respetábamos. Su vida íntegra, su testimonio —fue sanado físicamente en una campaña del otrora gran evangelista Jimmy Swaggart— y su ministerio itinerante hizo que, por más exhausto que yo estuviera, me esforzara por prestarle atención. Predicó acerca del Espíritu Santo.

Cuando estaba por finalizar su sermón dijo a la congregación: “Quiero invitar a todos los que deseen recibir el bautismo en el Espíritu Santo a que pasen al frente. ¡Voy a orar por ustedes!”. En ese momento un escalofrío recorrió mi columna vertebral. No sé cómo describirlo, de inmediato desapareció el cansancio y algo dentro de mí me empujaba a que pasara. Me volteé al líder del ministerio de evangelismo y le dije: —Oye, no sé qué me ocurre, pero algo me dice que pase. —¡Hacélo! —me dijo en tono fraternal. Bajé del mezanine y caminé hasta ubicarme debajo de la plataforma junto a unas cuarenta personas que habían pasado al frente. El Hermano Antolín comenzó a orar. Cerré mis ojos y mi amiga Liliana se fue acercando detrás de mí. Supe que era ella porque identifiqué su voz debido a que venía orando en voz alta. Al nomás poner sus manos sobre mis hombros caí de rodillas. Fue como si una tonelada de agua cayera sobre mí. La fuerza de una catarata me empujó hacia el piso y comencé a llorar como un niño. De inmediato, sin que nadie me dijera nada o me incitara a hacerlo comencé a hablar en lenguas inentendibles. Las lágrimas bañaban mi rostro. Gemía desde lo más profundo de mi ser. Sentía que estaba delante de la mismísima presencia de Dios. No sabía qué lenguaje emitía, pero algo dentro de mí me hacía sentir que le estaba diciendo al Señor que lo amaba y que siempre lo quería amar. Permanecí de rodillas alrededor de treinta minutos hasta que la intensidad de la experiencia fue mermando. Cuando me puse en pie estaba empapado y una sensación de plenitud emanaba de dentro de mí. Aunque jamás en mi vida había experimentado algo como eso, en el fondo de mi corazón sabía que el Espíritu Santo me había llenado de manera poderosa. ¿Cambió algo en mí después de esa experiencia? Sí. Dos cosas sucedieron esa misma noche. La primera fue que comencé a sentir un enorme deseo por estudiar la Biblia. A tal grado que, en cuestión de una semana leí las trece epístolas de Pablo de principio a fin.

¡Dos veces seguidas! Un hambre insaciable por familiarizarme con las Escrituras me comenzó a dominar. Y lo segundo es que comencé a dedicar más tiempo a la oración. No solo oraba diez o quince minutos, sino que ahora me era fácil orar por más tiempo. A veces oraba treinta o cuarenta minutos de corrido, muchas veces sin sentir que había transcurrido el tiempo. Aunque ese domingo en la noche tuve una experiencia indescriptible al ser lleno del Espíritu Santo, reconozco que quienes me leen provienen de trasfondos eclesiásticos y teológicos diferentes; sin embargo, aunque mi experiencia fue real, también sé que no todos la experimentarán. Por lo menos no del mismo modo o con la misma intensidad. Dios sabe cómo llena de su Espíritu a cada uno de sus hijos y he ahí por qué creo que como cristianos, independientemente de la denominación evangélica que provengamos, no debemos estandarizar fórmulas de experiencias personales. Que, aunque podamos incluso hallar eco de ellas en algunas Escrituras, repito, el Señor sabe cómo llena a sus hijos y no necesariamente lo hará duplicando la misma experiencia.

Una reunión encendida. Después de que Jesús ascendió a los cielos, en obediencia los discípulos permanecieron en Jerusalén conforme el Señor les había ordenado (Hechos 1:4,12-13). Y diez días después de la ascensión experimentaron en carne propia la razón por la cual debían quedarse en Jerusalén: Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a

hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. Hechos 2:1-4 (énfasis añadido). Esta fue la primera vez que el Espíritu Santo irrumpió en la esfera humana llenando de su presencia a decenas de personas a la misma vez. Lucas describió el momento diciendo que hubo “un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso”. Otras versiones dicen que hubo un “estruendo” (RV60). Si notas, estas palabras no son simples descripciones de lo sucedido, sino un intento de explicar la majestuosidad del despliegue de poder con que el Espíritu inundó la vida de todos los congregados en el lugar. Según da a entender Hechos hubo una especie de movimiento telúrico que sacudió los cimientos del lugar donde estaban reunidos. Es decir, que mientras el Espíritu hacía descender su grandiosa presencia y el viento soplaba, las estructuras físicas de la habitación no pudieron reaccionar de otra manera sino temblando. Es como si el Espíritu, a través del acto de conmover el lugar, dijera: “¡Aquí estoy! ¡Ya vine!”. Y vaya llegada que tuvo. La irrupción del Espíritu en la esfera humana fue de tal magnitud que todos los alrededores del aposento se percataron de lo sucedido, al punto de volverse el centro de atención de la fiesta de Pentecostés. Lucas lo describió así: Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?... les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios. Hechos 2:5-8, 11 (énfasis añadido).

Cuando Hechos describe la venida del Espíritu dice que todos los congregados que provenían de todas las naciones identificaron qué decían los ciento veinte. “Les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios”, afirmaron. Esto significa que, cuando el Espíritu Santo tocó a los discípulos, el momento se transformó en una reunión encendida de adoración. El hecho de que magnificaran a Dios en otros idiomas y expresaran de ese modo sus alabanzas, significa que el Espíritu Santo fue el combustible que prendió sus espíritus a modo de estallar en expresiones de exaltación que se oyeron a varias cuadras de distancia. Es más, si te fijas, la expresión de Hechos al describir el momento es: Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Hechos 2:3 (énfasis añadido). Simon Kistemaker, en su Comentario al libro de los Hechos, dice sobre este versículo: «Los creyentes reunidos en Jerusalén no sólo oyen la venida del Espíritu Santo, sino que también lo ven tomar forma de lo que pareciera ser lenguas de fuego. El fuego, símbolo de la divina presencia, toma la forma de lenguas que no salen de la boca de los creyentes, sino que reposan sobre sus cabezas. Por lo tanto, no debemos confundir estas lenguas con las “otras lenguas” mencionadas en el versículo siguiente (v. 4), donde Lucas introduce el milagro de hablar en lenguas. El Espíritu Santo se hace visible con esta manifestación externa y reposa sobre cada uno de los creyentes. No se trata de una ilusión óptica, porque Lucas claramente señala que vieron lenguas de fuego».[121] Lo que Kistemarker dice es cierto, las lenguas del versículo 3 no son las mismas lenguas del versículo 4, pero la generalidad de cristianos no se percata de ese detalle al leer el relato. Las lenguas del versículo 3 fueron como el fuego que vemos en los incendios forestales. Si alguna vez has visto los noticieros que informan de los incendios en algunos estados de EE. UU. o regiones de Australia — donde hay épocas del año que de tanto calor y sequedad ocurren

incendios que devastan kilómetros de vegetación—, al ver las tomas aéreas notarás que las llamas tienen forma de lenguas. Fuego que emerge de abajo hacia arriba avivado cada vez más por el viento. Hay lenguas que pueden alcanzar muchos metros de altura y cientos de hectárea de extensión, además de que pueden arder durante días. Eso es lo que quiere decir el versículo 3 con “lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”, que el aposento alto donde todos estaban congregados ardió con una intensidad espiritual similar a la del incendio más impresionante que alguna vez hayas visto. Por lo tanto, el servicio de adoración descrito en Hechos 2, por la acción del Espíritu Santo, se convirtió en una reunión encendida que comenzó a arrasar “Jerusalén, Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1:8). Las maravillas de Dios que los creyentes expresaron por medio de sus bocas y las alabanzas que emanaron de ellos impactaron a quienes presenciaron la escena. Cuando se escuchó el estruendo y a medida que todo mundo se acercaba al lugar comenzaron a escuchar palabras y frases sorprendentes. No quiero aventurarme a decir que oyeron algún tipo de poesía porque eso no lo sabemos; pero las expresiones de exaltación debieron haber sido tan hermosas que emocionaron a los oyentes. “Las maravillas de Dios” (Hechos 2:11) que oían despertó tal curiosidad que quisieron escuchar más atentamente. A medida que sus oídos degustaban las expresiones de alabanza provocó que abrieran los ojos como platos y dijeran: “¡Qué cosas más maravillosas están diciendo acerca de Dios!”, “¡Qué increíble que se estén refiriendo al Señor de ese modo!”, “¡Qué extraordinario que alguien pueda alabar al Dios del cielo así!”, etc.

“Sed llenos del Espíritu”. Soy la tercera generación de evangélicos en mi familia. Tanto mi familia paterna como materna conoció el evangelio hace tres generaciones. De parte de papá, mis abuelos fueron Sotero y Sabas

Navas, los cuales presenciaron lo que en la historia de Las Asambleas de Dios en El Salvador se conoce como: El avivamiento de Lomas de San Marcelino. Un avivamiento que ocurrió unos años después del avivamiento de Azuza, pero en la ciudad de Santa Ana y que desencadenó gran parte del crecimiento pentecostal de ese entonces en mi país. Hace poco tuve el honor de que me brindaran un tour personalizado dentro del Museo de la Historia de Las Asambleas de Dios en la ciudad de Santa Ana. Quedé bastante sorprendido de ver las fotos de mis abuelos y menciones honoríficas por su contribución. Mi abuelo Sotero tuvo trece hijos. Sí, tal cual lo lees. Su primera hija se llamó Isabel Navas, que, al crecer, se casó con el pastor Guillermo Paredes y posterior al avivamiento se fueron a Guatemala convirtiéndose en parte de fundadores de las Asambleas de Dios en dicho país. Otra de mis tías, Victoria, también se casó y junto a su esposo partieron hacia Honduras y así —como mi tía Isabel— formaron parte de la historia de la fundación de Las Asambleas de Dios en el hermano país. Mi papá fue el menor de los trece. Resulta que hace muchos años, antes de que mi tía Isabel muriera, en una de sus últimas visitas a El Salvador vino a la casa y tuvimos tiempo para conversar. Eran como las 7:00 de la noche cuando ella y yo nos sentamos en la sala y comencé a hacerle algunas preguntas sobre dicho avivamiento: ¿qué edad tenía cuando ocurrió todo?, ¿qué experiencias fueron las más memorables?, ¿cómo impactó su vida haber presenciado todo eso?, etc. A medida que conversábamos me relató testimonios de personas que habían sido tocadas por el Espíritu Santo y cuando me hablaba de algunos de forma específica y por nombre, decía: “Fulana de tal, ¡vieras qué lenguas más hermosas le regaló el Señor!”. Luego, al contarme otro testimonio, dijo de nuevo: “A ella el Señor le dio unas lenguas preciosas para adorar”. Y después de contarme otro testimonio: “A ese hermano, Dios le dio unas lenguas muy hermosas para orar”.

Mientras describía las escenas se notaba emocionada. Hablaba con gratitud y hasta percibí una especie de deleite dibujado en sus ojos. En ese entonces yo servía como consejero en un programa de televisión, por eso, a punto de dar las 8:00 de la noche, me despedí de mi tía y me fui caminando hacia el canal. Desde mi casa hasta allá, a paso regular, se puede llegar en 15 minutos; por lo que, al cerrar la puerta y dejar atrás mi casa iba reflexionando en las palabras de mi tía Isabel. De inmediato emergió de adentro de mí una melodía. La fui cantando durante todo el trayecto. Las palabras más dulces Noel Navas

Las palabras más dulces provienen del corazón que alaba a Dios, la presencia del Espíritu Santo les da un toque de perfección. Levanta tu voz y alábale, su canto en tu boca estará. Levanto tu voz y alábale, tu boca Él llenará. Coro: /Le alabaré, le adoraré, mi corazón cantará. Le alabaré, le adoraré, mis labios alabarán. ¡Qué precioso lugar es este para alabar pues su Espíritu está aquí!/ En esta canción, la expresión “las palabras más dulces” es una alusión a las lenguas de alabanza que mi tía Isabel describió como hermosas. Debido a que tenía que estar una hora entera en el canal de televisión y debía concentrarme en brindar consejería, al regresar a mi casa noté que había olvidado la canción. Ni modo, esa noche

dormí con un sentimiento de pérdida debido a que Las palabras más dulces se esfumó de mi mente. Con la sensación de que había perdido algo la noche anterior, al día siguiente quedespertar oré con sinceridad: “Señor, nunca he orado algo como esto, pero ¡cómo me gustaría recordar la canción que ayer entoné mientras iba de camino al canal! ¿Me echarías una mano?”. No habían pasado ni diez segundos cuando la melodía y la letra emergió en mi mente tal cual la había cantado la noche anterior. El punto al que quiero llegar es este, así como en Hechos 2 el Espíritu Santo encendió la adoración de los cientos veinte, uno de los propósitos de ser lleno del Espíritu es convertirte en un verdadero adorador. Cuando experimentas la llenura del Espíritu emergerá de tu vida un deseo de expresar “las maravillas de Dios” (Hechos. 2:11), palabras dulces y llenas de alabanza independientemente de si llegas a hablar en lenguas o no. ¿Por qué afirmo que si el Espíritu Santo te llena emergerán de ti palabras dulces y expresiones de alabanza? Porque eso fue lo que enseñó el apóstol Pablo al decir: Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu. Efesios 5:18 (énfasis añadido). Aquí Pablo compara la embriaguez con la llenura del Espíritu debido a que cuando alguien se embriaga se debe a que ha hecho del vino su “señor”. Es decir, cuando uno se emborracha, no hay mililitro de sangre que el alcohol no controle ni región del cuerpo que el licor no gobierne. Pues lo mismo pasa cuando se es lleno del Espíritu Santo. Quien le permite al Espíritu llenar cada área de su ser y los lugares más recónditos de su interior es porque quiere estar bajo el gobierno de Cristo, quien, a través de su Espíritu, satura el ser a plenitud. “No se llenen de vino”, dijo el apóstol, “¡mejor llénense del Espíritu!”. ¿Cómo entonces una persona puede ser llena del Espíritu Santo? ¿Cómo se puede experimentar esa llenura descrita en el

Nuevo Testamento? A través del sometimiento de la voluntad al señorío del Espíritu. Simple. Obviamente esto puede ocurrir de una vez al entregarse a Cristo por primera vez, pero también puede ser una experiencia continua de rendición. Ser lleno del Espíritu, más que experiencias o éxtasis espirituales, es someterse al señorío del Espíritu, así como un alcohólico se somete voluntariamente al licor para que gobierne cada rincón de su ser. Ahora, ¿qué tiene que ver la llenura del Espíritu con la adoración? ¡Todo! Resulta que después de que Pablo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu”, añade: Hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre. Efesios 5:19-20 (énfasis añadido). Esto significa que cuando alguien es lleno del Espíritu a través de la práctica diaria de someterse al Señor, de forma natural va a sentirse inclinado a tres cosas: 1) A cantar salmos, himnos y cantos espirituales. 2) A cantar y alabar a Dios con el corazón. 3) A dar gracias siempre al Padre en el nombre de Jesús. Sea por donde lo veas, la vida en el Espíritu te impulsará a una vida de adoración y gratitud. Hay teólogos que afirman que la expresión “salmos, himnos y cánticos espirituales” se refiere de forma general al libro de los Salmos. Es decir, cuando el Espíritu te llene querrás conocer y adorar utilizando la Palabra de Dios. Además, cuando el texto dice: “Cantando y alabando con vuestro corazón al Señor”, la palabra griega que se usa para “alabando” es

psállo,[122] que significa: “Hacer melodías”, “crear melodías” o como me gusta decir: “melodiar”. Esto significa que cuando experimentes la llenura del Señor desearás ponerle melodías nuevas a los Salmos y a la Palabra de Dios, o crear tus propias melodías para adorar y expresar tanta gratitud que comenzará a emerger de adentro de ti. Charles Swindoll, en su libro Abrazados por el Espíritu, al hablar de Efesios 5:18-20, dice: «Cuando estoy lleno del Espíritu, mi corazón está melodioso. La vida adquiere una cadencia especial, el gozo vuelve cuando estamos llenos del Espíritu. Me encanta el final del versículo 19 —con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón— porque me encanta cantar. Una de las características de la llenura del Espíritu es que su corazón se vuelve melodioso».[123] Yo estoy muy consciente de las diferencias teológicas entre pentecostales y quienes no lo son; sin embargo, independientemente de lo que creas con relación a la llenura del Espíritu Santo, todos, absolutamente todos quienes verdaderamente conocen del tema —sin importar su trasfondo denominacional—, reconocen que una característica de una vida llena del Espíritu es que te sientes impulsado a alabar y a adorar independientemente de si hablas en lenguas o no. Una vida de adoración —o querer convertirte en un adorador— es una de las características más importantes de alguien que está siendo continuamente lleno del Espíritu.

Poder para ser leales. Antes de seguir volvamos a leer las palabras que Cristo dijo acerca del poder del Espíritu Santo al inicio del libro de los Hechos: Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Hechos 1:8 (énfasis añadido).

Cuando Jesús dijo: “Y me seréis testigos”, se refería a convertirnos en personas dispuestas a testificar de su muerte y resurrección, ¿no es cierto? Es decir, a que el Espíritu Santo nos daría la valentía de testificar, incluso, delante de un tribunal de que Jesucristo es el Señor. Sin embargo, el Diccionario Expositivo Vine afirma que la palabra “testigo” que aparece en Hechos 1:8, es el griego «martus o martur (μάρτυς), de donde proviene la voz castellana “mártir”, uno que da testimonio mediante su muerte».[124] Esto significa que la llenura del Espíritu Santo no solo nos faculta para adorar encendidamente al Señor (Hechos 2:1-13 y Efesios 5:18-20); sino también para permanecer leales al Señor Jesucristo aun si nuestras vidas estuvieran en riesgo por causa del evangelio. El Espíritu juega un papel vital, no solo para encender tu adoración, sino para que permanezcas fiel a Jesús hasta el último día de tu vida. Por eso, después de que Hechos 2 y Hechos 4 nos hablan de cómo el Espíritu Santo llenó en dos ocasiones a los discípulos de manera poderosa, emerge un personaje que se convirtió en el vivo ejemplo de Hechos 1:8. Es decir, de cómo el Espíritu Santo faculta al creyente para que permanezca leal a Jesús hasta la muerte. Estoy hablando de Esteban, el primer mártir de la Iglesia. Hechos 6 dice que cuando los discípulos decidieron enfocar sus energías en estudiar la Palabra y la oración, delegaron en siete hombres algunas de sus responsabilidades: Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y escogieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía. Hechos 6:3-5 (énfasis añadido).

Desde que se introduce el personaje de Esteban en el libro de los Hechos se afirma que era alguien “lleno del Espíritu”. Además, después de haber sido seleccionado para la labor, se enfatiza cómo el poder del Espíritu fluía a través de su ser. Mira: Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Pero se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, incluyendo tanto cireneos como alejandrinos, y algunos de Cilicia y de Asia, y discutían con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Hechos 6:8-10 (énfasis añadido). Si recuerdas, este episodio no acabó bien. Hombres malos se levantaron en contra de Esteban a pesar del respaldo del Espíritu sobre su ministerio. Hechos dice: “Entonces, en secreto persuadieron a algunos hombres para que dijeran: Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él, lo arrebataron y lo trajeron en presencia del concilio. Y presentaron testigos falsos que dijeron: Este hombre continuamente habla en contra de este lugar santo y de la ley; porque le hemos oído decir que este nazareno, Jesús, destruirá este lugar, y cambiará las tradiciones que Moisés nos legó” (Hechos 6:11-14, énfasis añadido). Después de ser capturado, Hechos 7 describe el momento en que Esteban fue llevado a testificar delante del concilio. Con rostro radiante y portentosa oratoria impartió una cátedra de Antiguo Testamento para confirmar que las profecías mesiánicas se habían cumplido en Jesús. ¿El resultado? El concilio reaccionó de la peor forma que puedas imaginar, pero una vez más el lente de Lucas nos anima a que nos enfoquemos en que Esteban continuaba lleno del Espíritu a pesar de la oposición:

Al oír esto, se sintieron profundamente ofendidos, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios. Entonces ellos gritaron a gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él. Y echándolo fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearle; y los testigos pusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió. Hechos 7:54-60 (énfasis añadido). Como ves, al final de su magistral disertación, Esteban continuaba “lleno del Espíritu”, pero sus enemigos no se conmovieron con su mensaje; al contrario, lo tomaron por la fuerza y lo sacaron del lugar con el objetivo de apedrearlo. Si tú crees que morir por lapidación es una muerte como otras, te equivocas. Es una muerte atroz. Es gente rodeándote y lanzándote rocas del tamaño suficiente como para destrozarte el cráneo. ¿Por qué crees que quienes se involucraron en la lapidación se quitaron sus túnicas y las pusieron a los pies de Saulo de Tarso? ¿Para sentirse más cómodos y apedrear con soltura a su víctima? No, fue para que la sangre no salpicara sus ropas. Si a todo esto le sumas la ansiedad que experimentaba el lapidado por lo que se aproximaba y la angustia que lo embargaba previo al vendaval de rocas, entonces, podrás tener un atisbo de lo traumático de la experiencia. En ese sentido, sin la ayuda del Espíritu Santo, Esteban no hubiera resistido. Sin el Espíritu seguramente hubiera dicho a todos: “¡Heyeyey! ¡Deténganse! ¡Deténganse! ¡Por favor! Está bien. Me disculpo, les pido a perdón a todos ustedes y al honorable concilio por lo que he estado enseñando. Pero por favor, no me maten”. En una ocasión escuché a un predicador contar la anécdota de cómo en un país totalitario soldados comunistas entraron

abruptamente en un culto cristiano interrumpiendo el sermón. Habían alrededor de 50 creyentes reunidos y al verse rodeados y siendo apuntados con armas, el líder dijo a todos: “Todos los que están aquí son cristianos y están a punto de morir. Si alguno no lo es, ¡este es el momento de irse!”. De 50 creyentes la reunión se redujo a 35. Entonces el líder volvió a hablar, pero esta vez dirigiéndose al pastor: “¡Muy bien, pastor! Ya puede continuar. Hoy sí, todos los que están aquí son verdaderos cristianos”. Y se marcharon. Cuando una amenaza cierne sobre nuestras cabezas, allí es donde realmente nuestra lealtad es probada. En esos momentos sale a relucir si realmente el Espíritu Santo ha obrado una real conversión o simplemente somos cristianos nominales. Los legítimos hijos de Dios permanecerán firmes hasta el final, quienes no lo son abandonarán las filas de la fe con tal de salvar el pellejo. He ahí por qué Esteban, a pesar de que le gritaran y arrastraran a las afueras de la ciudad, no detuvo a sus agresores. El Espíritu Santo había forjado dentro suyo un “testigo” del calíbre de Hechos 1:8. Esteban sabía que había un precio que pagar por testificar de Jesús y él estuvo dispuesto a asumirlo. La reacción del sanedrín, definitivamente, fue excesiva para con Esteban. Gruñeron como lobos, lo sacaron de la ciudad y se lanzaron sobre su presa. ¡¡¡Plac!!!, sintió Esteban la primera roca impactando su frente. El sonido se oyó fuerte, seco, piedra contra hueso. La piel no acolchó nada. ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Plac!!!, se escuchó mientras más rocas impactaban su cabeza y su cuerpo. Luego ¡¡¡Crash!!!, ¡¡¡Crash!!!, algunos huesos se quebraron ante las salvajes pedradas. Pero antes del golpe que aplastaría su cráneo y terminaría con su vida, Esteban recordó lo que hacía unos minutos había visto previo a que lo comenzaran a lapidar: Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios. Hechos 7:56 (énfasis añadido).

¡Qué interesante! ¿No? Jesús no estaba sentado sobre el trono, estaba de pie. ¿Por qué no estaba sentado como dijo que estaría al ascender al cielo (Marcos 14:62)? ¿Por qué estaba en pie? Permíteme proponer que al inicio del relato Jesús estaba sentado a la diestra del Padre observando el juicio de Esteban, pero a medida que este avanzaba se levantó del trono a causa de lo que sabía que iba a acontecer. Dicho evento no ameritaba observarlo sentado. Lo que lo motivó a pararse fue que estaba a punto de presenciar al primer cristiano martirizado y eso merecía una señal solemne de respeto: estar en pie. Jesús se puso en pie como homenaje a la firmeza, valor y lealtad de Esteban. Se puso en pie por un hombre con carácter, por alguien que no quiso negar su fe a pesar de que su vida estuviera en riesgo. Los actos de fe, valor y lealtad de los hijos de Dios despiertan la admiración del Señor. Quienes no se avergüenzan del evangelio y permanecen leales a su Nombre provocan que Jesús se levante del trono y los contemple con asombro. ¡¡¡Plac!!!, escuchó el Señor el primer impacto. —¡Es uno de los míos! —pudo haber dicho delante del Padre. ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Crash!!, escuchó el Señor. —¡Es uno de los míos! —dijo con más fuerza para que lo escucharan los ángeles. Me gusta pensar que cuando la última roca impactó sobre Esteban y todo se oscureció, al nomás abrir los ojos en la eternidad el Señor mismo lo recibió. Sonrisa radiante, abrazo fraternal y una ovación de pie por parte de millones de ángeles. Y de paso, Jesús cumpliendo la promesa que les hizo a sus discípulos: “Todo el que me confiese delante de los hombres, el Hijo del Hombre le confesará también ante los ángeles de Dios” (Lucas 12:8). Esteban no hubiera podido permanecer leal a Jesús sin la llenura del Espíritu Santo dentro de su ser. La promesa de Cristo en Hechos 1:8, si bien incluye poder, nos fue dada principalmente para que que estuviéramos conscientes de que sin el Espíritu obrando adentro nuestro no podríamos convertirnos en verdaderos testigos del Señor. Es decir, en mártires por causa del evangelio.

El Espíritu Santo, además de encender nuestra adoración y avivar nuestras alabanzas, nos permite vivenciar que la adoración es lealtad. Lealtad hasta el final.

Otra reunión encendida. Otra reunión encendida de adoración descrita en el libro de los Hechos es la que aparece descrita en el capítulo 10. Resulta que un día, mientras el apóstol Pedro estaba orando, tuvo hambre y mandó a que le prepararan algo de comer. En ese instante tuvo una visión en la cual vio una manta descender del cielo y sobre ella todo tipo de animales (Hechos 10:13-14). Después de que la visión se repitiera en tres ocasiones, tocaron a la puerta de la casa “y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado” (Hechos 10:19-20). Posteriormente vemos a Pedro acompañando a estos hombres hasta la casa de Cornelio. ¿Qué sucedió en dicho lugar? El Espíritu Santo volvió a encender el corazón de los congregados. La Escritura dice: Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje. Y todos los creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios. Hechos 10:44-46 (énfasis añadido). Cuando lees todo el capítulo 10 de Hechos no encuentras por ningún lado que Cornelio y sus invitados se convirtieran. Ellos eran romanos que había profesado lealtad al César romano. Sí, tenían devoción por el Dios de Israel, pero en ninguna parte se dice que creyeron en Jesús. Es más, ¿recuerdas quién era Cornelio? “Un centurión de la cohorte llamada la Italiana” (Hechos 10:1). Una

cohorte era una unidad militar compuesta por varias centurias y la centuria era la unidad más básica de la infantería del ejército romano compuesta por 100 soldados.[125] Esto significa que Cornelio tenía cientos de soldados bajo su cargo. ¡Quién sabe si miles! Quienes ocupaban puestos como el de él no era por su cara bonita o de pura casualidad. Para ascender al estatus que poseía Cornelio tuvo que haber profesado lealtad al César con igual o mayor seriedad que sus iguales, además de haber demostrado dotes de liderazgo durante toda la carrera militar. Pero aquí está Cornelio, un pagano que poseía un fervor especial por el Dios de Israel (Hechos 10:1-2) y a quien se le apareció un ángel para que enviara a traer a Pedro y este le hablara de Cristo (Hechos 10:3-8). Aunque en ninguna parte de Hechos 10 se afirma que Cornelio ni quienes lo acompañaron reconocieron a Jesús como su Salvador, se asume que experimentaron la conversión mientras Pedro les predicaba el evangelio y, en consecuencia, pudieron ser llenos del Espíritu Santo tal cual lo describe el relato. ¿Qué significó la conversión de Cornelio? ¿Que implicó que creyera en Jesús? Un cambio de lealtad. Más que al César romano, a partir de ese momento sería leal al Rey Jesucristo. No solo ese día y un tiempo después ya no. Desde el día de su conversión contó con el poder del Espíritu para permanecer leal al Señor hasta el último día de su vida. Ahora, haber profesado lealtad a Jesús y experimentar la llenura del Espíritu no equivalía a dejar su estatus de comandante. Por lo menos no de forma inmediata. Algunas tradiciones afirman que con el tiempo Cornelio abandonó la profesión militar y se convirtió en el primer obispo de Cesarea o en el obispo de Scepsis, en Turquía.[126] Sin embargo, seguir fungiendo como jefe de una cohorte romana, no era fácil. Esto solo pudo haberlo conseguido a través del Espíritu Santo en su corazón. No es fácil demostrar una vida piadosa en una profesión de esa índole, pero Cornelio consiguió serle leal al Señor a pesar de trabajar bajo la autoridad de César.

La conversión es el banderillazo de salida a la carrera cristiana, pero para permanecer corriendo en medio de las labores y ocupaciones de este mundo se requiere del poder del Espíritu para no desistir. Por eso se necesita ser lleno del Espíritu de forma continua, porque solo a través de su poder se puede perseverar hasta el final. Volvamos al momento en que Pedro les estaba predicando el evangelio a quienes estaban en casa de Cornelio. Si te fijas, a la mitad de la reunión el Espíritu Santo interrumpió el sermón de Pedro y cayó sobre todos según lo relata Hechos 10:44-46. ¿Qué sucedió cuando fueron llenos del Espíritu? Tanto Pedro como quienes lo acompañaban “les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios” (v. 46, énfasis añadido). Es decir, al ser llenos del Espíritu experimentaron exactamente lo mismo que los 120 en Hechos 2 donde al ser llenos del Espíritu “magnificaban a Dios” (v. 11) y lo mismo que Pablo describió en Efesios 5:18-20 al decir que cuando se es lleno entonamos “salmos, himnos y cánticos espirituales, y cantamos y alabamos al Señor con el corazón”. Cuando el Espíritu Santo llena a las personas las convierte en adoradoras del Señor. Enciende sus corazones y los inspira para expresar alabanza, gratitud y exaltación singular. No solo tu lealtad cambia de “señor” cuando el Espíritu obra en ti la conversión, sino que al ser lleno de su presencia tendrás una actitud continua de adoración hacia tu Salvador. Y, además, el poder para permanecer siéndole leal hasta el último día de tu vida.

Adoración desde la prisión. Así como el apóstol Pedro obedeció al Espíritu Santo para ir a ministrar la Palabra, el resto de los discípulos también lo hacían. Ejemplo de ello es la vez que Pablo y Silas quisieron ir a predicar a un lugar y el Espíritu les dijo que no. La Escritura dice: “Pasaron por la región de Frigia y Galacia, habiendo sido impedidos por el Espíritu Santo de hablar la palabra en Asia, y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Y

pasando por Misia, descendieron a Troas. Por la noche se le mostró a Pablo una visión: un hombre de Macedonia estaba de pie, suplicándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando tuvo la visión, enseguida procuramos ir a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio” (Hechos 16:6-10, énfasis añadido). Los apóstoles vivían vidas tan llenas del Espíritu que sabían discernir a dónde sí y a dónde no ir a ministrar. El asunto es que al llegar a Macedonia ocurrieron dos cosas. La primera fue que, efectivamente, ese era el lugar donde debían predicar. El relato dice: “Y en el día de reposo salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde pensábamos que habría un lugar de oración; nos sentamos y comenzamos a hablar a las mujeres que se habían reunido. Y estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía. Cuando ella y su familia se bautizaron, nos rogó, diciendo: Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid a mi casa y quedaos en ella. Y nos persuadió a ir” (Hechos 16:13-15). Conforme se le autorizó a Pablo en visión ese era el lugar exacto donde debían ministrar, al punto que ese primer día fundaron la primera iglesia en casa de Lidia comenzando así un movimiento espiritual en la región. Con la certeza de que estaban en el centro de la voluntad de Dios sucedió una segunda cosa que provocó que el relato diera un giro: “Y sucedió que mientras íbamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha esclava que tenía espíritu de adivinación, la cual daba grandes ganancias a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, gritaba diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os proclaman el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando esto a Pablo, se volvió y dijo al espíritu: ¡Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella! Y salió en aquel mismo momento” (Hechos 16:16-18, énfasis añadido). Fíjate, este episodio nos muestra al Espíritu Santo que moraba en Pablo y Silas enfrentarse a un espíritu demoníaco de adivinación.

Obviamente, el Espíritu del Señor es superior a cualquier otro espíritu. Por eso, ella fue liberada; sin embargo, si leíste bien, las prácticas adivinatorias de esta mujer les daban muchas ganancias a sus explotadores. Esa fue la razón de por qué terminaron encarcelados. Hechos describe el incidente así: “Pero cuando sus amos vieron que se les había ido la esperanza de su ganancia, prendieron a Pablo y a Silas, y los arrastraron hasta la plaza, ante las autoridades; y después de haberlos presentado a los magistrados superiores, dijeron: Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad, y proclaman costumbres que no nos es lícito aceptar ni observar, puesto que somos romanos. La multitud se levantó a una contra ellos, y los magistrados superiores, rasgándoles sus ropas, ordenaron que los azotaran con varas. Y después de darles muchos azotes, los echaron en la cárcel, ordenando al carcelero que los guardara con seguridad; el cual, habiendo recibido esa orden, los echó en el calabozo interior y les aseguró los pies en el cepo” (Hechos 16:19-24, énfasis añadido). Así que aquí están Pablo y Silas heridos y adoloridos por la paliza que les propinaron los romanos. ¿Qué pasó entonces? ¿No que era la voluntad del Espíritu que predicaran allí? ¿No les estaba yendo tan bien que hasta fundaron una iglesia después de su primera predicación? Imagínalos en la celda, aporreados y engrilletados. Sin embargo, como he venido hablando a lo largo de este capítulo, una característica de una persona llena del Espíritu Santo es su actitud de alabanza, gratitud y sus enormes deseos de adorar. He ahí por qué la Escritura dice: Como a medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los presos los escuchaban. Hechos 16:25 (énfasis añadido). Cuando te duele todo el cuerpo, los huesos y sientes el ardor de los moretones, lo que menos tienes ganas es de cantar. Lo que quieres es que te lleven al doctor, a un hospital o por lo menos te den un antinflamatorio o relajante muscular. Pero Pablo y Silas eran

diferentes, vivían vidas llenas del Espíritu Santo que, aunque el dolor era intenso, sintieron grandes ganas de adorar. Cualquiera de nosotros en el lugar de ellos se hubiera quejado y hasta murmurado de por qué le suceden cosas malas a gente buena, pero ellos estaban llenos del Espíritu. Por eso, en lugar de quejarse o maldecir, emergió de dentro de sí un río de alabanza que los impulsó a cantar. Pregunto: ¿qué cantaron Pablo y Silas? ¿Qué canciones entonaron? ¿Qué himnos eran y de qué hablaban las letras? ¿Me creerías si te digo que podemos dilucidar esto a través del relato de Hechos 16? El pasaje ofrece un par de indicios de lo que cantaban. El texto dice: “Y los presos lo escuchaban”. Es decir, en el silencio de la noche, mientras muchos ya dormían y otros intentaban dormir, desde el calabozo del fondo se oían voces cantar. Muy probablemente Pablo y Silas no cantaban tan mal, eh. Vamos, el texto no dice que los presos los increparan desde sus celdas para que se callaran. Así que deduzco que tenían voces agradables y armoniosas que de algún modo agradaron a quienes escucharon las melodías. Personalmente me gusta imaginar que cantaban himnos estilo gregoriano. No lo sé. De seguro eran cánticos hermosos y conmovedores. Cantos que provenían desde los más profundo del corazón. Recuerda lo que Pablo le dijo a los efesios: “Dejen que el Espíritu Santo los llene… y elevarán al Señor alabanzas y cantos de todo corazón” (Efesios 5:18-19, NBV). Por lo tanto, la llenura del Espíritu dentro de ellos los hizo entonar canciones que provenían desde el centro de sus mismas almas. Imagina el momento. Un sonido singular flotaba por el aire hasta las celdas de la par, luego las de más adelante y así sucesivamente hasta llegar, incluso, a los oídos de los soldados romanos que tampoco los mandaron a silenciar. ¿Por qué no les taparon las bocas? ¡Era media noche, caramba! Probablemente porque era un fenómeno curioso o porque les gustaba lo que escuchaban. Los soldados nunca habían oído a ningún preso cantar en toda su

carrera militar. Habían escuchado a los prisioneros quejarse, gemir de dolor y hasta llorar de soledad. Pero ¿cantar? ¡Jamás! Una sensación de paz y serenidad permeaba las celdas mientras los presos y los soldados escuchaban al dueto de misioneros. De repente, un movimiento telúrico. Grado 1.0 en la escala de Richter, luego 2.0, después 4.0, 6.0, 8.0. Primero 10 segundos, luego 20, 30, 40… ¡un minuto! Las luces se apagaron, las celdas se abrieron y los cepos y grilletes de todos se rompieron a la vez que el movimiento telúrico cesaba. En ese instante, cuando el jefe de la cárcel pensó que todos habían escapado, la primera idea que vino a su mente fue suicidarse. Él sabía la sanción que le esperaba si un solo prisionero escapaba, ahora imagínate qué le hubiera ocurrido si escapaban todos. Con eso en mente y a punto de lanzarse sobre su espada… “¡Detenteee!!!”, gritó Pablo desde el fondo. El relato dice que el carcelero “pidió luz y se precipitó adentro, y temblando, se postró ante Pablo y Silas, y después de sacarlos, dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29-30). Espera. ¿Por qué el carcelero dijo eso? ¿Por qué lo primero que hizo fue preguntarles acerca de cómo ser salvo? ¿Por qué al nomás postrarse preguntó sobre cómo experimentar la salvación? Ah, porque probablemente de eso hablaban los himnos que Pablo y Silas entonaban. Es cierto, el texto no nos dice qué canciones cantaban y mucho menos de qué hablaban las letras, pero por inferencia y debido a que lo primero que preguntó el carcelero fue sobre ese tema, es muy probable que estuvieran cantando sobre la salvación que habían encontrado en Cristo. Los himnos que Pablo y Silas entonaban eran acerca de la gracia y el amor de Dios. Sobre el alivio de experimentar el perdón de los pecados y la vida eterna que describe el evangelio. He ahí por qué el carcelero quiso profesar lealtad a Jesús. Ya no al César romano, al reino de Dios que está por encima de todo imperio, reino y nación. Hechos 16 nos habla de cómo la vida llena del Espíritu nos impulsa a adorar, incluso, a cantar en medio de las circunstancias más adversas. Y que al hacerlo el Espíritu Santo puede usar eso

para despertar en otros interés por conocer el evangelio de Cristo. Esto significa que si viviéramos vidas más llenas del Espíritu como Pablo nos exhortó en Efesios 5:18-20, Él usaría nuestra vida de adoración y nuestra reacción al sufrimiento para hablarle a quienes no conocen a Jesús de que necesitan conocer a Jesús. Tal cual le sucedió a Pablo y Silas con el carcelero de Filipos. ¿Quieres que el Espíritu Santo encienda tu adoración? ¿Quieres permanecer siéndole leal a Jesús en medio de la adversidad y hasta el último día de tu vida? Entonces, sé lleno del Espíritu.

CAPÍTULO 10: ADORACIÓN ES LEALTAD

J

uan Stam (1928-2020) fue un teólogo estadounidense que se nacionalizó costarricense a causa del gran amor que sentía por esa nación y por Latinoamérica. Respetadísimo pastor y teólogo, escritor de libros como: Las buenas nuevas de la Creación, Apocalipsis y profecía, etc., y catedrático universitario, tuvo tres hijos y cinco nietos. Después de décadas de ministerio perseverante y fiel, falleció en octubre de 2020 a la edad de 92 años. Experto en el libro de Apocalipsis, publicó un comentario al último libro del Nuevo Testamento a través de Editorial Kairós en cuatro tomos. Puede que yo sea de los pocos salvadoreños que posean la colección completa y, aunque no conocí personalmente a Juan Stam, me siento agradecido por su ministerio literario ya que he sido profundamente inspirado por su obra. En su blog, Juan Stam relató una anécdota titulada: La noche que enseñé Apocalipsis a Fidel Castro. Sí, el dictador cubano que gobernó Cuba alrededor de 50 años. Stam cuenta: «Corría el mes de octubre del año 2002 y me encontraba en La Habana participando en un encuentro teológico sobre la Reforma protestante. Una noche, al final de la jornada del día, nuestro líder nos pidió a todos sentarnos porque tenía un aviso. Fidel Castro nos había invitado para una entrevista esa misma noche, desde las once horas hasta las dos de la madrugada. Entramos en la sala, saludamos a Fidel y sacamos fotos. La sala era bastante larga pero muy angosta, y me tocó sentarme a un extremo. Al principio Fidel hablaba en voz baja y no pude oír todo bien. Pero de repente me di cuenta de que Fidel estaba haciendo preguntas sobre el Apocalipsis: “Ustedes que son pastores”, nos dijo, “¿Cómo entienden el libro del Apocalipsis?”. Parecía que lo había estado leyendo. Con mucho respeto nos preguntaba: “¿Qué pasa con los derechos humanos, cuando se

mata tanta gente que parece un genocidio? ¿Y cómo explicar ecológicamente la destrucción de los bosques y mares?”. Eran buenas preguntas, pero difíciles y Fidel esperaba una respuesta. Como algunos del grupo sabían de mis escritos sobre el Apocalipsis, le dijeron a Fidel: “Mira, Fidel, ahí está alguien que te lo puede aclarar”. Jamás había yo esperado tal situación, pero de repente me encontraba con la pelota entre mis pies, a ver si se podría lograr “un gol del Espíritu Santo”, como suele decir nuestro querido amigo, Pablo Richard. Envié una plegaria al Todopoderoso, traté de organizar mis ideas, y comencé a responder a sus preguntas. Como la palabra “apocalipsis” tiene tan mala fama, comencé con aclararle a Fidel que esa palabra no significa catástrofe, hecatombe o calamidad, sino “la manifestación (el significado de “Apocalipsis”) de esperanza en Cristo Jesús”. Fidel se mostró sorprendido y comentó: “Entonces, hay un problema semántico con ese término”. ¡Exacto! Pude ver que tenía un buen alumno. Después señalé que la mayor parte del Apocalipsis son visiones, y las visiones hay que saber interpretarlas. Pueden ser literales y futuras, pero no necesariamente y no siempre. Pero siempre son mensajes de Dios a los impíos, llamándoles a la conversión. Por eso el libro dice varias veces, después de unas visiones muy fuertes, “y, sin embargo, no se arrepintieron”. Muchas visiones, como las de quemar una tercera parte de los bosques, cambiar las aguas en sangre o matar una tercera parte de la humanidad, no son predicciones de cosas que Dios va a hacer en el futuro. Son más bien un llamado a la conciencia. Terminé mi respuesta con señalar las fuertes críticas que Juan de Patmos lanza contra el imperio romano, sobre todo por sus injusticias económicas, su sangriento militarismo y su idolatría. Yo había escrito mucho sobre eso, y ahora sentí que Dios me había estado preparando para decírselo a una de las personas más importantes de nuestro tiempo, en esa inesperada oportunidad. Cuando terminé la explicación, Fidel comentó: “Usted tiene mucha razón, veo que los jesuitas me enseñaron mal el Apocalipsis” (eso último en broma, porque él había estudiado con los jesuitas).

A mediados de la entrevista le hablamos a Fidel de nuestra fe en el Dios de amor, de la vida y de la justicia. Muchos ateos, dijimos, están rechazando a un “dios” falso, que no es el Dios verdadero. A eso respondió Fidel: “Por supuesto, la fe es un asunto personal que tiene que nacer de la conciencia de cada persona. Pero el ateísmo no debe ser una bandera”. A eso de las dos de la madrugada, Fidel se disculpó porque tenía otro compromiso, pero dijo que tenía una última pregunta: “Veo que ustedes son evangélicos. Explíquenme qué significa eso, ¡quién sabe si soy uno sin darme cuenta!”. Nuestro líder, Israel Batista, no despreció tan oportuna invitación. Se mostró al nivel del desafío, y expuso el evangelio en términos que Fidel iba a poder entender bien. Al final de su exposición propuso que nos pusiéramos en pie para orar. Fidel también se puso de pie, e Israel nos dirigió en oración. Al salir de la sala, miembros del protocolo de Fidel me pidieron enviar escritos sobre el tema y me aseguraron que Fidel los leería. El día siguiente tuvimos la tradicional visita con el director de relaciones religiosas del gobierno, un señor Balaguer, y comenzó la sesión comentando: “Me dicen que tuvieron una conversación muy interesante anoche sobre el Apocalipsis, y yo también tengo una pregunta”. Creo que todo esto es representativo de un gran interés en el Apocalipsis y, en general, en la palabra de Dios»,[127] reflexionó Juan Stam al finalizar su anécdota. Dejándonos una gran lección de cómo el libro de Apocalipsis puede ser explicado y entendido en la actualidad.

El propósito de Apocalipsis. Distinto a lo que muchos creen, el libro de Apocalipsis no fue escrito enteramente para predecir eventos futuros. Por supuesto que los predice, pero cuando Juan de Patmos escribió su carta —porque tiene un formato epistolar— fue pensando en los cristianos del primer siglo. Apocalipsis no fue escrito para satisfacer la curiosidad

de la Iglesia o enterarlos de cosas que acontecerían dos mil años después, sino para brindarles ánimo, fe y esperanza en medio de las persecuciones que estaban enfrentando en su propia época. El lenguaje apocalíptico, dramático y poético del libro tenía como fin infundirles aliento y pintar en sus mentes un cuadro que, independientemente de si morían o no por su fe, los motivaría a anhelar encontrarse con el Señor a quien habían profesado lealtad. Apocalipsis es un libro de un cristiano perseguido —“compañero en la tribulación”, escribió Juan (Apocalipsis 1:9)— dirigido hacia los cristianos que se encontraban envueltos en circunstancias similares. He ahí por qué, a medida que avanzas a través de sus páginas, te topas con alusiones a las persecuciones que estaban enfrentando y el consuelo que les espera a los mártires del evangelio. Por ejemplo, el capítulo 6 dice: “Cuando el Cordero abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos a causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían mantenido; y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra? Y se les dio a cada uno una vestidura blanca; y se les dijo que descansaran un poco más de tiempo, hasta que se completara también el número de sus consiervos y de sus hermanos que habrían de ser muertos como ellos lo habían sido” (Apocalipsis 6:911, énfasis añadido). Luego, en el siguiente capítulo, mientras Juan estaba en el cielo, Apocalipsis dice que se le preguntó: “Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le respondí: Señor mío, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, pues el Cordero en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Apocalipsis 7:13-17, énfasis añadido).

Y casi al finalizar el libro escribió la siguiente visión: “También vi tronos, y se sentaron sobre ellos, y se les concedió autoridad para juzgar. Y vi las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y de la palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca sobre su frente ni sobre su mano; y volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años… Bienaventurado y santo es el que tiene parte en la primera resurrección; la muerte segunda no tiene poder sobre estos sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él por mil años” (Apocalipsis 20:4, 6, énfasis añadido). Más pasajes de Apocalipsis que hablan acerca de persecución y martirio son los siguientes: 1:9; 2:3, 9-10, 13; 3:4-5, 10; 6:9-11; 7:1317; 10:8-11; 11:7-10; 12:11-12, 17; 13:7-10; 16:5-7; 17:6; 19:2; 20:4. Imagina la reacción de quienes se encontraban amedrentados por las hordas romanas y leían la carta. Imagina su reacción al leer palabras tan, pero tan esperanzadoras. “¡Al morir nos encontraremos en el cielo delante del trono de Dios!”, exclamaban algunos. “Si nos decapitan o traspasan con espada, ¡reinaremos con Cristo por toda la eternidad!”, decían otros. Los lectores de Apocalipsis se deleitaban en su lectura. El lenguaje en que fue escrito y que para nosotros es misterioso y cuna de sinfín de interpretaciones, era comprendido por la Iglesia primera. Algunos lo leían con sonrisa, otros con lágrimas y a otros les infundía valor. Apocalipsis fue escrito para brindarle esperanza a los creyentes del primer siglo, para animarlos a que no abandonaran la fe en las últimas de cambio y permanecieran leales al Señor Jesucristo a pesar de que la maquinaria imperial avanzara rampante en contra de ellos. El doctor Samuel Pagán, en su libro: Apocalipsis: Interpretación eficaz hoy, afirma: «El Apocalipsis se presenta a los cristianos y las iglesias como una epístola de consolación y afirmación en momentos de luto, deportaciones, persecuciones y matanzas».[128] Juan Stam —el de la anécdota con Fidel Castro—, dice en su comentario Apocalipsis: «Su mensaje era un tremendo llamado a la esperanza y un desafío a la valentía cristiana. Un pastor jamás

vendría a desanimar aún más y a asustar con nuevas amenazas y augurios lúgubres a fieles que hasta jugaban la vida por Cristo. Podemos estar seguros de que al salir del culto en que se leyó este largo mensaje, ¡los fieles no salieron con dolor de cabeza ni llenos de miedo y pánico! Sin duda, salieron fortalecidos por este mensaje de fe y esperanza en Cristo, y dispuestos a enfrentar las fuerzas el mal».[129] Simon Kistemaker, en su Comentario al Libro de Apocalipsis dice también: «El propósito de Apocalipsis es alentar y consolar a los creyentes en sus luchas contra Satanás y sus huestes… Aun cuando Satanás y su ejército hacen la guerra contra los santos en la tierra, quienes soportan sufrimiento, opresión, persecución y muerte, Cristo es quien vence. Es Cristo quien alienta a su pueblo a que resista las embestidas del malvado, porque también ellos reinarán con Cristo y se sentarán con Él en su trono (3:21). Jesús ofrece consuelo a todos los creyentes, porque Dios ve sus lágrimas y las enjuga (7:17; 21:4)… Los santos que mueren en el Señor son llamados bienaventurados, porque sus buenas obras no quedan en el olvido (14:13). La sangre de los mártires será vengada (19:2); los santos vestidos de ropas blancas están presentes en la boda del Cordero (19:7–9); y reinarán con Cristo para siempre (5:10; 22:5)». [130]

Y Craig Keener, en su Comentario a Apocalipsis con aplicación NVI, dice: «¿Cuál es entonces el mensaje de Apocalipsis? A continuación voy a mencionar varios puntos al respecto: Que Dios puede conseguir sus propósitos por medio de un remanente pequeño y perseguido; no depende de lo que el mundo valora como poder. Que la adoración nos lleva desde la aflicción de nuestro sufrimiento hasta los propósitos eternos de Dios vistos desde una perspectiva celestial. Que proclamar a Cristo genera persecución: el estado normal de los creyentes comprometidos en esta era. Que merece la pena morir por Cristo.

Que existe un contraste radical entre el reino de Dios (ejemplificado en la novia, la nueva Jerusalén) y los valores del mundo (ejemplificado en una prostituta, Babilonia). Que la esperanza que Dios nos ha preparado trasciende con mucho nuestros sufrimientos presentes».[131] Esto significa que si tú has creído que el libro de Apocalipsis solo sirve para vaticinar quién será el anticristo, el falso profeta o qué será la marca de la bestia, te estás perdiendo la metanarrativa de un texto que tiene como fin mostrarte que la adoración consiste en permenecer leales al Señor Jesucristo en medio de las adversidades y tribulaciones de esta tierra.

La diestra de Jesús. Apocalipsis capítulo 1 describe el encuentro que tuvo Juan de Patmos con el Señor Jesucristo. Y digo “Juan de Patmos” porque hay un debate muy interesante sobre si realmente fue el apóstol Juan —escritor del evangelio de Juan— el autor de Apocalipsis. Algunos creen que pudo haber sido un profeta conocido en todas las iglesias de Asia que se llamaba Juan, no necesariamente el apóstol. Pero ese es otro tema. El punto es que Apocalipsis 1 nos muestra el encuentro de Juan de Patmos con el Señor Jesucristo. En un lenguaje poderosamente simbólico su encuentro es descrito así: Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta, que decía: Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver de quién era la voz que hablaba conmigo. Y al volverme, vi siete candelabros de oro; y en medio de los candelabros, vi a uno

semejante al Hijo del Hombre, vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la blanca lana, como la nieve; sus ojos eran como llama de fuego; sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y su voz como el ruido de muchas aguas. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Apocalipsis 1:9-16 (énfasis añadido). Si alguna vez has visto esos videos que algunos publican en Youtube donde se muestra cómo reacciona la gente cuando detrás de ellos dejan sonar una bocina de aire, recordarás cómo saltan, caen de una silla o se les cae la bebida que llevan en sus manos debido al susto. Vamos, los decibeles que emite una bocina de ese tipo espantan a cualquiera. Ahora imagínate lo que sintió Juan al describir su encuentro con Jesús: “Y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta, que decía: Escribe en un libro” (v. 10-11). Según relata Juan, él “estaba en el Espíritu en el día del Señor (v. 10), es decir, estaba teniendo comunión con Dios a través del Espíritu. ¿Cuándo? El primer día de la semana o “día del Señor”. De repente, mientras estaba concentradísimo adorando, escuchó: —¡¡¡Escribe un librooo!!! —con la sonoridad de una trompeta envolviendo su oreja. —¡Aaayyy!—, reaccionó. Y cuando volteó a ver, ¡oh, sorpresa!, el propio Señor Jesucristo en todo su esplendor: túnica blanco luz, cinto de oro brillantísimo, cabellos más blancos que la pureza, pies refulgentes y una voz que sonaba a gigantescas cataratas. Para rematar, sus palabras lo traspasaron como espada y su rostro luminoso lo fulminó. Cuando imaginas la escena, comprendes por qué Juan escribió: Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Apocalipsis 1:17.

Juan se desmayó. El impacto mental y emocional lo aturdió tanto que cayó de bruces. Pero de repente… Él puso su mano derecha sobre mí, diciendo: No temas, yo soy el primero y el último, y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Apocalipsis 17:17-18 (énfasis añadido). Mientras Juan estaba cara al suelo y ausente de la realidad, de repente, sintió la mano derecha de Jesús sobre él, lo cual lo hizo volver en sí. En ese intante recobró el aliento, abrió los ojos y se apoyó en su mano para volver a ponerse en pie. Pero ¡espera!, ¿no dijo antes Apocalipsis que Jesús tenía ocupada su mano derecha? ¿Cómo es que puso su mano derecha sobre Juan si tenía algo en ella? Mira: En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos… Apocalipsis 1:16 (énfasis añadido). Posteriormente se nos revela qué eran las “siete estrellas”: “En cuanto al misterio de las siete estrellas que viste en mi mano derecha y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias” (Apocalipsis 1: 20, énfasis añadido). Esto significa que para que Jesús haya puesto su mano derecha sobre Juan y le ayudara a levantarse tuvo que haber soltado las siete estrellas que simbolizan a los ángeles de las siete iglesias (los pastores y sus ministerios) y, de este modo, atender a su siervo que yacía en el piso. El Señor tuvo que poner al costado las estrellas para entonces echarle una mano a Juan y restablecerlo. ¿Por qué Jesús puso a un lado las estrellas? ¿Por qué las puso a un costado unos instantes y ayudó a Juan a ponerse en pie? Porque para Jesús nuestras cosas le importan. A tal grado que cuando Juan cayó desmayado, puso de lado sus magnos planes

con los siete pastores y las siete iglesias, extendió su diestra y auxilió a su siervo diciendo: No temas, yo soy el primero y el último, y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Apocalipsis 1:17-18 (énfasis añadido). Que fue como decirle: “Juan, ¡levántate! ¡No tengas miedo! ¡Soy yo! Toma mi mano, te voy a ayudar a ponerte en pie”. En el Capítulo 7: Verdadero adorador versus Falso adorador conté qué me motivó a inscribirme en un curso de astronomía para aficionados. Recuerdo que en una clase nos explicaron con imágenes, fotografías y mediciones cuál era el tamaño de nuestro planeta, la Vía Láctea y del universo en sí. Ese día comprendí por qué algunos han asegurado que la Tierra es apenas un minúsculo grano de arena en medio de un enorme desierto cósmico. Al salir de la clase estaba tan abrumado por las dimensiones estelares y la inmensidad del espacio que me fui a mi casa preguntándome: ¿con qué propósito habrá creado Dios un universo de ese tamaño para solo habitar este planeta? ¿Por qué tanto espacio vacío y sin poblar? Al día siguiente seguía tan sumergido en mis preguntas que cuando un amigo entró a mi oficina para contarme una discusión que había tenido con su novia, le di un rápido consejo y de inmediato añadí: “Oye, yo estoy intentando resolver los misterios del universo y las galaxias, ¿y a ti te atormentan esas nimiedades?”. Al día siguiente seguía tan sumergido en mis preguntas que cuando un amigo entró a mi oficina para contarme una discusión que había tenido con su novia, le di un rápido consejo y de inmediato añadí: “Oye, yo estoy intentando resolver los misterios del universo y las galaxias, ¿y a ti te atormentan esas nimiedades?”. Se lo dije de forma tan espontánea que ambos nos pusimos a reír. Pero el Señor Jesucristo no bromea como yo, a Él sí le importan nuestros asuntos más cotidianos y, como muestra de ello, cuando

Juan se desmayó, el Señor puso a un lado sus proyectos universales para atender la necesidad de su siervo. En ese momento, cuando Juan sintió la mano poderosa de Cristo sobre sí oyó: “No temas” (Apocalipsis 1:17-18) y recobró las fuerzas para ponerse en pie. Y es que ese es el mensaje de Apocalipsis, que, así como Jesús estaba con Juan en Patmos, Él está en medio de su Iglesia atento a cada uno de quienes padecen por su nombre. Apocalipsis fue escrito para enseñarnos que en medio de las pruebas y dificultades, incluso, de nuestras prisiones, el Señor está a nuestro lado.

El salón del trono. Después de que Jesús se revelara a Juan y a las siete iglesias de Asia durante los primeros tres capítulos y las confrontara, aparece la escena del trono universal. El trono desde el cual se fraguó el pasado, el presente y el futuro de la historia humana. El centro de operaciones que desencadenó todo lo que ha acontecido, está aconteciendo e irá a acontecer en la creación. Juan escribió: Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de estas. Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a uno sentado en el trono. Apocalipsis 4:1-2 (énfasis añadido). La mayoría de los cristianos cuando leen Apocalipsis lo hacen en dos dimensiones (2D), en lugar de hacerlo en tres (3D). Por eso, cuando de leer un pasaje como este se trata debemos emplear la imaginación y visualizar con nuestra mente cómo pudo haber sido la experiencia de Juan al estar en la mismísima presencia de Dios. Por ejemplo, en este capítulo se describe a Juan frente al trono de Dios, el mismo al que hizo alusión el profeta Isaías en el capítulo 6 de su

libro. Incluso, ambas narraciones coinciden en mencionar el “Santo, santo, santo” de los seres celestiales. Juan estaba frente al mismo trono que Isaías contempló: En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Isaías 6:1-3 (énfasis añadido). Del trono salían relámpagos, voces y truenos; y delante del trono había siete lámparas de fuego ardiendo, que son los siete Espíritus de Dios. Delante del trono había como un mar transparente semejante al cristal; y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás… Y los cuatro seres vivientes… día y noche no cesaban de decir: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir. Apocalipsis 4:5-6, 8 (énfasis añadido). Haz uso de tu imaginación. Juan estaba delante del trono universal. ¿De qué tamaño era? ¿Cuánto medía? ¿Qué dimensiones tenía? Debido a que el trono es el trono en donde se sienta el Dios del universo, podríamos imaginarlo del tamaño de un estadio de fútbol. Alto, ancho e inmenso. Imagínate a ti en las afueras de un estadio. Estás a punto de entrar por la puerta amplia que recibe a los aficionados. ¿Puedes ver los gigantescos portones, lo alto de sus puertas y cincuenta metros hacia arriba los muros que lo rodean? Un estadio es enorme, principalmente si es de un equipo europeo o de una gran ciudad de Norte o Sur América. Cuando uno entra a uno se siente diminuto, pequeño. Jesús dijo: “No juréis de

ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies” (Mateo 5:34-35). O sea, imaginar el trono de Dios del tamaño de un estadio, incluso, se queda corto ante la descripción de Cristo. Entonces, allí está Juan de Patmos, de pie ante el gigantesco asiento de Dios. Juan tiene que girar los ojos y el cuello hacia arriba para contemplar la majestuosidad del Ser que está frente a él. Pero su descripción no es en blanco y negro. Él ve una gran variedad de colores. Apocalipsis dice que “el que estaba sentado era de aspecto semejante a una piedra de jaspe y sardio, y alrededor del trono había un arco iris, de aspecto semejante a la esmeralda” (Apocalipsis 4:3). La visión es luminosa —porque Dios es luz (1 Juan 1:5)—, sumada a toda una paleta de colores que penetran las pupilas del vidente. Juan intenta describir lo que ve comparándolo con gemas y piedras preciosas. ¿De qué color es el jaspe? ¿De qué color es el sardio? Depende del tipo de jaspe y de sardio. Como pueden ser de color amarillo, verde o marrón,[132] también pueden ser de matíces rojos o anaranjados,[133] respectivamente. Luego Juan dice que había un arcoíris alrededor. ¿Cuáles son los colores del arcoíris? Si tú y yo nos asombramos cuando vemos la belleza de un arcoíris en tiempo real, ahora imagínate ver el arcoíris más grande, perfecto y luminoso que ser humano jamás haya contemplado. Un trono gigantezco, diversidad de colores y un esplendor impresionante… lo que Juan está intentando decirnos es que estuvo ante la presencia del Ser más luminoso e increíblemente bello que existe. ¿Alguna vez cantaste la canción Cuán bello es el Señor o una que hable de su hermosura? Pues no hay canción, poesía ni lenguaje en este mundo que pueda describir la belleza del Señor. No hay analogía, metáfora ni simil que pueda comunicar plenamente lo que Juan contempló. Cualquier intento de describir su belleza y hermosura se queda corto y corre el riesgo de disminuír la grandeza de Dios. Los mortales solo podemos tener nociones de su divinidad, atisbos de su esplendor, vislumbres de su perfección.

Pero la escena no solo es colorida, sino que también es sonora. Juan añade: “Del trono salían relámpagos, voces y truenos” (Apocalipsis 4:5). ¿Alguna vez estuviste en medio de una tormenta y un trueno te hizo agachar la cabeza del susto? ¿Alguna vez observaste un relámpago a la distancia y el destello te hizo abrir los ojos y la boca con asombro? ¿Alguna vez viste un rayo zurcar el cielo y unos instantes después oíste retumbar todo a tu alrededor y exclamaste: “¡Wow!”? Así se encontraba Juan ante el espectáculo de grandeza, luminosidad y ecos resonantes que penetraban sus sentidos. Pero Juan no se detuvo allí, sino que luego de describir a los cuatro seres vivientes, dice: “Y día y noche no cesaban de decir: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios” (Apocalipsis 4:8). Exactamente como lo oyó Isaías: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime… Por encima de Él había serafines… y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos” (Isaías 6:1-3). Aunque Juan no diga algo que Isaías sí dijo seguramente la experiencia fue similar. O sea, Isaías dice que cuando oyó las repeticiones sonoras de “santo, santo, santo” los cimientos de los umbrales del templo “se estremecieron a la voz del que clamaba” (Isaías 6:4). Del mismo modo, cuando Juan escuchó los “santo, santo, santo´s” sonoros todo a su alrededor tuvo que haberse estremecido. Mi punto es que la escena delante del grandioso trono de Dios no fue en blanco y negro ni a bajo volumen. Fue una escena gloriosa, repleta de matíces y de sonoridades que impactaron la psiquis del vidente. Sin afán de ser irreverente, la visión de Juan pudo asemejarse a un concierto con un escenario de cientos de metros de ancho, con iluminación a base de reflectores que deslumbraban y unas torres gigantescas de sonido al máximo de decibeles, al punto que cuando Juan contempló todo cuanto acontencía delante suyo tuvo que cubrirse el rostro con uno de sus brazos para no quedar cegado y fijar muy bien sus pies al piso para que la impresión no lo hiciera caer como sucedió en el primer capítulo.

Pero hay más, Apocalipsis 4 dice que la adoración celestial no se limitó a los seres vivientes exclamando: “Santo, santo, santo”, sino que otros seres se unieron a adorar: Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. Apocalipsis 4:9-11 (énfasis añadido). Rendir las coronas —símbolo de realeza— delante del Ser que está sobre el trono te habla de que el que está sentado allí verdaderamente es el Rey de reyes y Señor de señores. Como diciéndole: “Tenemos coronas, pero ¿qué son estas coronas comparados a tu realeza? ¡Tú eres Rey! No nosotros. ¡Tú eres Señor! No nosotros”. Como ves, Juan estuvo presente en el servicio de adoración más increíble que ser humano haya podido estar jamás. Pero allí no acabó la cosa, Juan siguió diciendo: Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido. Y yo lloraba mucho, porque nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido. Apocalipsis 5:1-4 (énfasis añadido). Ahora la escena experimenta un interludio. Ya el énfasis no es el Ser que está sentado en el trono, el foco es un libro. El pregonero

real irrumpe y proclama a voz en cuello para que el universo oiga: —¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Silencio. —¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos?—, vuelve a proferir. Más silencio. Pasa el tiempo y vuelve a demandar una respuesta a quienes los escuchan tanto en el salón del trono como en toda la creación: —¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Nadie responde. Nadie es digno. Las lágrimas brotan de los ojos de Juan. Si ante el trono de Dios el profeta Isaías reaccionó con temor diciendo: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy” (Isaías 6:5), Juan reaccionó llorando. El silencio persiste. Juan sigue sollozando. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué reacciona de ese modo? Él mismo responde: “Porque nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido” (Apocalipsis 5:4). Nadie llena el estándar. Nadie ha hecho méritos para ello. Nadie… ni siquiera Juan. Apocalipsis entonces dice: Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos. Miré, y vi entre el trono (con los cuatro seres vivientes) y los ancianos, a un Cordero, de pie, como inmolado… Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Apocalipsis 5:5-7 (énfasis añadido). Cuatro cosas que resaltar: 1) Cuando se le anuncia a Juan que había alguien digno de abrir el libro se le dice que es un León, 2) Cuando Juan mira hacia donde está el León, lo que ve es un Cordero, 3) Al momento de verlo, el Cordero se acerca al trono y alza el libro con su mano derecha y 4) Juan deja de llorar. ¿De qué nos habla todo esto? De que Jesús —como Moisés cuando venció al faraón y liberó al pueblo de Israel después de salvarse de la muerte gracias a la sangre del cordero pascual—

venció a Satanás y redimió con su propia sangre a quienes creyeran en Él. Nadie en la historia humana ha hecho algo de la magnitud de lo que Cristo hizo. Él es el único que ha hecho semejante proeza. Nadie ha vivido una vida perfecta y sin pecado como la suya. Nadie redimió a la humanidad con su sacrificio. Solo Jesús. El resto tenemos una historia de pecado a nuestras espaldas. Somos pecadores y hemos requerido redención. Jesús no. Él siempre fue puro y santo. Él nunca requirió redención. Por lo tanto, solo Jesucristo es digno. En el preciso instante en que Jesús tomó el libro, lo alzó con su mano derecha. Juan se seca las lágrimas, el interludio finaliza. Cristo levanta el libro como si de la Copa del Mundo o de la Champions League se tratara. Lo alza para que todos lo vean, lo levanta alto como señal de que obtuvo la victoria. La música suena, los papelitos de colores caen desde arriba y todo mundo estalla en ovación. La intensidad del momento es descrita in crescendo. Primero explotan en adoración quienes están al frente y poco a poco todos los demás. Primero quienes están en primera fila: Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Apocalipsis 4:8-9 (énfasis añadido). Luego les siguen los ángeles alrededor del trono: Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza.

Apocalipsis 5:11-12 (énfasis añadido). Y por último se une la totalidad del universo estallando en suprema adoración: Y a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Apocalipsis 5:13 (énfasis añadido). Sin duda alguna el servicio de adoración más impresionante que adorador alguno haya jamás presenciado. ¡Aplausos estelares! ¡Cantos cósmicos! ¡Ovaciones siderales! ¡Júbilo infinito! La creación entera adorando al Creador del universo y a su Hijo que redimió las cosas creadas. El concierto más grandioso que deja cualquier concierto al que tú y yo hayamos asistido en el nivel de un graznido de pato.

Los adoradores del Cordero. Cuando te familiarizas con la historia del primer siglo, tu perspectiva sobre la adoración cambia. Expresiones como Soberano, Rey, Señor, o imperio, dominio y potestad que aparecen en las letras de nuestras canciones, no se empleaban en aquel entonces de la forma tan ligera con la que lo hacemos hoy. En el primer siglo y bajo la opresión del Imperio romano, el César era el soberano, se veía a sí mismo como un dios, rey y señor; pero para los cristianos solo Jesucristo era el Señor, el Regente y Gobernante de sus vidas. Para nosotros que vivimos en países democráticos cantar ese tipo de letras puede que suene especial al son de melodías majestuosas; sin embargo, en ciertos períodos de la historia confesar esas cosas implicaba castigo, prisión o muerte. Por

ejemplo, un soldado romano podía detenerte en los caminos o en medio de las calles de la ciudad y preguntar: —¿César es Señor? —como forma de probar tu lealtad al imperio. Obviamente, los cristianos no podían responder: — ¡Sí! ¡César es Señor! Al contrario, cuando se les exigía responder, decían: —¡No! ¡Jesucristo es el Señor! —y eran capturados. Nosotros cantamos acerca de los atributos de Cristo y no pasa nada; ellos los confesaban y sufrían las consecuencias. A esto se debe que la visión de Apocalipsis 4 y 5 sea tan importante para comprender el mensaje de Juan de Patmos. El libro fue escrito para los creyentes del primer siglo, no pensando primordialmente en nosotros. Lo mismo que las epístolas a los romanos, efesios, tesalonicenses, etc. Estas fueron escritas para esas comunidades cristianas, después para el resto que las leeríamos en los siglos venideros. En ese sentido, los creyentes de las iglesias de Asia, al avanzar en la lectura de las descripciones del Salón del Trono y vislumbrar la gloriosa adoración que se ofrece al Dios del universo y a su Hijo, entendieron el mensaje. “Al que está sentado en el trono y al Cordero es a quienes ustedes deben su lealtad”, los exhortaba Juan. “A Dios el Padre y a Jesucristo es a quienes ustedes deben postrarse y adorar. ¡No al César ni a los dioses del panteón romano! Inclínense ante el trono universal de Dios, no ante el trono perecedero de los hombres. ¡Vamos! ¡Resistan!”. En Historia de la Iglesia Primitiva, E. Backhouse y C. Tyler, relatan un incidente que ocurrió a inicios del segundo siglo, que, si bien es posterior a la escritura del libro de Apocalipsis, ilustra muy bien la presión a la que eran sometidos los cristianos y cómo su lealtad era continuamente probada. «Durante el reinado de Trajano (quien sucedió a Nerva en el año 98)», relatan, «el gobierno empezó a fijarse en los cristianos, los cuales se negaban a tomar parte en las prácticas del culto dado a los falsos dioses y a los emperadores. En presencia de un delito tan nuevo como imprevisto, los gobernadores de las provincias se encontraron perplejos, como le

ocurrió a Plinio el Joven, nombrado en 103 procónsul de Bitinia y de Ponto. Al cabo de algunos años, llamóle la atención el que muchas personas fueran citadas a su tribunal, por el delito de profesar el cristianismo. No sabiendo cómo proceder en presencia de tales acusados y sin que ninguna pena les fuera aplicada, su perplejidad aumentó, viendo el número considerable de personas acusadas. Resolvió, pues, consultar al emperador, pidiéndole instrucciones. “Multitud de gentes de todas las edades, órdenes y sexos” — decía Plinio— “son y serán cada día acusadas. Este mal contagioso ha infectado las ciudades y se propaga por las aldeas y los campos”… Plinio, más justo que su amigo Tácito, no quiso formarse juicio por indicaciones vagas y por opiniones preconcebidas; sino que se tomó la molestia de informarse con exactitud de lo que eran los cristianos. Preguntaba sobre el cristianismo a cuantos acusados decían haber pertenecido a esta secta. Hasta siguió los crueles errores de la justicia romana, haciendo torturar a dos esclavas, para que confesaran si eran diaconisas. Y del testimonio de todos, resultaba que “las faltas o errores de los cristianos consistían en lo siguiente: en cierto día indicado, reuníanse antes de la salida del sol; cantaban, uno después de otro, himnos en loor a Cristo, como a un dios. Por juramento, se comprometían a no realizar ningún robo o pillaje, a no negar ningún depósito, después de lo cual tenían la costumbre de separarse, para reunirse luego, con el objeto de comer manjares comunes e inocentes”. Por lo demás, leamos, por su propia boca, cuál fue el procedimiento de Plinio para con tales acusados: “Les pregunto si son cristianos; si contestan afirmativamente, reitero la pregunta por segunda y por tercera vez, amenazándoles con el suplicio. A los que persisten, les condeno a muerte, pues sean cuales fueren sus declaraciones, he pensado que es necesario castigarles por su irreflexible obstinación”. Y añade: “Muchos de ellos, en mi presencia, han invocado a los dioses y han ofrecido incienso y vino a vuestra imagen (la del emperador), que yo hice traer expresamente con las de nuestras

divinidades, logrando de algunos que maldijeran al Cristo (lo que aseguran no puede hacer nunca ningún verdadero cristiano)”. «La carta de Plinio al emperador», terminan explicando Backhouse y Tyler, «muestra que muchos de los que habían creído en el evangelio en tiempo de paz y de prosperidad no resistieron mucho tiempo la persecución y aceptaron las condiciones que se les impusieron».[134] Como dije antes, a esto se debe que la visión de Apocalipsis 4 y 5 sea tan relevante. Era la forma de Juan de decirles a los creyentes de su tiempo y de todas las épocas: “¡Permanezcan siendo leales al Rey del universo, no a los reyes terrenales!”. Por eso, una vez que Apocalipsis ha definido el Ser a quien debemos profesar lealtad, se nos habla de dos tipos de adoradores que existían en la época del primer siglo y que han existido a lo largo de la historia. Lamentablemente, debido a que hay corrientes de interpretación bíblica que no comprenden el alto grado simbólico que caracterizaba la literatura apocalíptica —porque el Apocalipsis de Juan no fue el único Apocalipsis que existió—, les han atribuido a los 144,000 significados que no corresponden al que Juan tuvo en mente. Antes de seguir, definitivamente, lo que voy a decir a continuación chocará con lo que la mayoría de cristianos creen en la actualidad. Por ejemplo, si tú has abrazado la escuela escatológica del premilenialismo dispensacionalista, mejor conocida como dispensacionalismo, puede que lo que leas provoque un corto circuito en tus neuronas y hasta te desmotive a seguir leyendo. Sin embargo, te invito a que avances en la lectura del resto del capítulo con una mente abierta y te abras a la posibilidad, por lo menos, de que esta interpretación de los 144,000 sea válida independientemente de lo que al final decidas seguir creyendo. Dicho esto… Juan Stam —y decenas de otros escatólogos más que no son dispensacionalistas—, en su comentario al libro de Apocalipsis, despliega razones sumamente sólidas para justificar por qué el significado que muchos le dan en la actualidad a los 144,000 es desatinado. Los 144,000 no son un grupo de personas que aparecerá en el futuro, sino que representan al pueblo de Dios,

la Iglesia, que ha profesado lealtad al Señor Jesucristo a lo largo de la historia. A continuación, un resumen de su argumentación:[135] Apocalipsis 7 habla de 144,000, y por ser un libro lleno de simbolismos, este número debe entenderse simbólicamente. En la Biblia el número 12 señala al pueblo de Dios: 12 tribus de Israel y 12 apóstoles del Jesucristo. 12x12=144. Y 144×1000=144,000. El número 12 representa al pueblo de Dios y el número 1,000 en la Biblia representa plenitud. Es decir, los 144,000 es un múltiplo superlativo de 12 y, por tanto, representa la plenitud del pueblo de Dios. Apocalipsis 7 llama a los 144,000 sellados “siervos de nuestro Dios”, frase que en el resto de Apocalipsis nunca se refiere a los judíos (ver: 1:1, 2:20, 10:7, 11:8, 19:2, 5, 22.3, 6). Es decir, estos “siervos” son el pueblo universal de Dios, no solo unos miles de judíos conversos. Apocalipsis 7 no lo dice, pero históricamente está comprobado que hacía siglos que las tribus del norte habían desaparecido con la caída de Samaria en 271-272 a.C.; las únicas tribus que sobrevivieron como entidades históricas eran las de Judá, Benjamín y Leví. En la actualidad no existe forma de demostrar con exactitud que un grupo de judíos desciende de forma directa de las tribus originales del Antiguo Testamento. Apocalipsis 7 habla de tribus simétrica y matemáticamente iguales. No hay ningún pasaje en la Biblia ni ninguna lista en el Antiguo Testamento que hable de las tribus de Israel de ese modo. En dichos listados aparecen el número de sus integrantes, pero son diferentes numéricamente, nunca son iguales en cantidad. Por lo tanto, el número 144,000 es simbólico y un recurso literario que Juan utiliza para expresar bellamente la total y completa salvación de los siervos de Dios. Apocalipsis 7, extrañamente, incluye a la tribu de José y, además, la de su hijo Manasés en la lista. Esto es imposible ya que el padre de una tribu y la de su hijo no pueden representar

tribus distintas, sino la misma. No existe explicación alguna para esta anomalía, excepto que la lista de tribus sea simbólica. Apocalipsis 7 no incluye a la tribu de Efraín, la tribu más importante del reino del norte. Esto es muy extraño ya que en Génesis 48:14-19 Jacob bendijo a Efraín, el hijo menor de José, dándole prioridad sobre la de Manasés, el primogénito. Apocalipsis 7 tampoco incluye a la tribu de Dan. Esto también es un misterio porque en las tribus escatológicas de Ezequiel 48 la tribu de Dan ocupa el primer lugar (48:1). Si ambas listas escatológicas fueran literales, estarían en una frontal contradicción, y una tendría que estar equivocada. Apocalipsis 7, si es interpretado dentro del contexto total del Nuevo Testamento, describe al pueblo de Dios ya que, a la luz de este, la Iglesia —conformada por judíos que han creído en Cristo y gentiles que han creído en Cristo—, son el nuevo Israel. Y todos ellos, como hijos de Dios, a través de Jesucristo, son vistos como los descendientes de Abraham (Rom. 2:28-29, 11:13-24, Gál. 2:28-29, Ef. 2:11-22, 1 Pe. 2:9). Apocalipsis 7 inicia describiendo, no una visión, sino una audición (7:1-8). Juan escucha el desglose de los sellados tribu por tribu, pero no ve a los 144,000 que habla el ángel. Ve al ángel y escucha sus palabras, pero no a quienes describe. Mira: Y vi a otro ángel que subía de donde sale el sol y que tenía el sello del Dios vivo; y gritó a gran voz a los cuatro ángeles a quienes se les había concedido hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño, ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que hayamos puesto un sello en la frente a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los que fueron sellados… Apocalipsis 7:2-4 (énfasis añadido). En ese momento Juan oye el desglose de los 144,000 (leer Apocalipsis 7:4-8). Es decir, él no los vio, solo oyó la descripción detallada de ellos. Es hasta después de escuchar dicho desglose

que los ve, pero como muestra el texto, no son 144,000, sino una cantidad incontable de personas: Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos... Apocalipsis 7:9 (énfasis añadido). Juan primero oyó la lista de las doce tribus y después ve a una muchedumbre. Primero oye el número y luego ve a una gran multitud que no se puede contar. Es decir, primero se le anuncia lo que va a ver y luego lo contempla en todo su esplendor. Juan Stam dice: «Las dos visiones del capítulo 7 describen al mismo grupo y se trata de cristianos. La primera visión, situada en la Tierra, los muestra como sellados por Dios antes de la tribulación que viene. La segunda visión, en el cielo, los muestra después de esa tribulación, de la que han salido vencedores (muchos, sino todos, por el martirio)… La segunda visión del capítulo 7 difícilmente podría ser más diferente de la primera. En vez de solo oír, como en 7:4-8, Juan ahora ve. En vez de la fría repetición matemática de estadísticas, Juan contempla ahora un escenario lleno de personajes».[136] Nuestro problema al estudiar Apocalipsis capítulo 7 —además de interpretar mal el número 144,000—, es que pensamos que el capítulo está dividido en dos secciones: la de los 144,000 y la de la multitud en vestiduras blancas, cuando eso no es así. Recuerda que los números de los versículos y los subtítulos de nuestras Biblias fueron añadidos al texto bíblico. Eso no está en las copias originales. Si pudiéramos leer este pasaje sin títulos ni separación de versículos veríamos que la narración va de corrido y sin interrupciones. En ese sentido, si leyeras Apocalipsis 7 comprobarías la unidad total del versículo 1 hasta el versículo 17. Por lo tanto, esto nos confirma que 144,000 es un número simbólico

que representan al pueblo universal de Dios que nadie puede contar y que proviene de “todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas”. Ahora, ¿qué tiene todo esto que ver con la adoración? Que Apocalipsis 7 introduce al lector este pueblo representado por el número 144,000, pero al llegar a Apocalipsis 14 se dice con respecto a ellos: Miré, y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el Monte Sión, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el nombre de Él y el nombre de su Padre escrito en la frente. Y oí una voz del cielo, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como el sonido de arpistas tocando sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra. Estos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son castos. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. En su boca no fue hallado engaño; están sin mancha. Apocalipsis 14:1-3 (énfasis añadido). Como ya vimos, los 144,000 de Apocalipsis 7 representan al pueblo universal de Dios debido a que dicho capítulo nos habla de multitudes incontables. Las preguntas son: según Apocalipsis 14, ¿qué hacen los 144,000? ¿Qué oyen desde el cielo que nadie más puede escuchar ni aprender? Y ¿qué cosas caracterizan a este pueblo simbolizado con el número 144,000? Lo que los 144,000 están haciendo es estar del lado del Cordero —nuestro Señor Jesucristo— y lo que están oyendo es la adoración del cielo, la que se está ofreciendo delante del trono. ¿Qué más hacen los 144,000 al oír la música del cielo? Aprender el cántico. Es decir, son adoradores que se unen a la adoración del cielo desde la Tierra. Y más importante, ¿qué caracteriza a cada uno de los integrantes de los 144,000? Cinco cosas:

1) Tienen el nombre de Dios en sus frentes. 2) Han sido redimidos de la tierra. 3) No se han contaminado idolátricamente. 4) Siguen al Señor por dondequiera que va. 5) No hay mentira en sus bocas. Permíteme hablar brevemente de cada una: 1. Tienen el nombre de Dios en sus frentes (v. 1). En el contexto total del libro, el hecho de que los 144,000 posean el nombre de Dios en sus frentes y hayan sido sellados desde Apocalipsis 7:3, es un claro contraste con la marca de la bestia con que se selló a otro grupo de personas (ver: Ap. 13:16-17, 14:9, 11, 16:2, 19:20, 20:4). Como afirma Juan Stam: «Aquí tenemos dos comunidades contrapuestas, marcadas por dos sellos distintos y marcando hacia dos destinos totalmente opuestos».[137] Es decir, Apocalipsis nos muestra a dos grupos de personas selladas: quienes fueron sellados con el nombre de Dios y del Cordero, y quienes fueron sellados con el nombre de la bestia. ¿Qué significa este tipo de marcas en Apocalipsis? En unos momentos lo explicaré a fondo; mientras tanto, te adelanto que simbolizan lealtad ya sea a alguien o a un sistema. Es en la frente porque detrás de ella está la mente y en la mente reside la voluntad. Es allí donde el ser humano decide rendir su lealtad al Cordero o a la bestia, al reino de Dios o al reino del Satanás. En ese sentido, los 144,000 que tienen la capacidad de escuchar los cantos de los cielos, se caracterizan por su profunda devoción por Jesús, representan su nombre por donde quiera que van y no renuncian — como una marca que no se puede borrar— por nada de este mundo a su Señor. 2. Han sido redimidos de la tierra (v. 3-4).

Apocalipsis 14 dice que los 144,000 han sido redimidos o rescatados de entre los seres humanos de la tierra. Este grupo escogido, que tiene la capacidad de escuchar la música del trono e interpretarla fervorosamente entre las naciones, son gente que ha sido salva por medio de la sangre del Cordero y cuyos pecados han sido perdonados. Es curioso que cuando el pueblo de Israel fue liberado de Egipto, después de haber pintado los dinteles de las puertas de sus casas con la sangre del cordero pascual (Éxodo 12), al nomás ser liberados de la esclavitud de faraón, cantaron. Resulta que luego de que el mar se cerró, Moisés y María —su hermana— compusieron canciones nuevas que interpretaron junto a todos con panderos y danzas (Éxodo 15). Si no lo sabías, mucho del contenido de Apocalipsis alude a episodios del Éxodo —en unos momentos hablaré más al respecto —, por eso Juan apeló a la liberación de Egipto (Éxodo 12-15) para que sus lectores comprendieran que, así como el pueblo de Israel adoró al ser liberados de las fuerzas del mal (Éxodo 15), del mismo modo, el pueblo de Dios del Nuevo Testamento adora producto de haber experimentado la redención del pecado y la maldad (Apocalipsis 14). Los 144,000, por lo tanto, representan al pueblo de Dios que, como el Israel del Antiguo Testamento, ha experimentado la redención sobrenatural de Dios y que, producto de la salvación, ahora le cantan, lo celebran… lo adoran. 3. No se han contaminado idolátricamente (v. 4). Tanto la Biblia de las Américas como la Reina Valera 1960 tradujo Apocalipsis 14:4 diciendo que los 144,000 “no se contaminaron con mujeres”; sin embargo, otras traducciones como la Nueva Versión Internacional (NVI) lo tradujo así: “Estos se mantuvieron puros, sin contaminarse con ritos sexuales”. La pregunta es: ¿cuál de las dos traducciones es la correcta? Personalmente me inclino por la traducción de la NVI porque hay comentaristas que aseguran que la expresión en griego y el

contexto total de Apocalipsis apuntan a los ritos sexuales que se practicaban en los templos de la antigua Roma. En ese sentido, el autor muy bien podría estarse refiriendo a que este pueblo es «virgen porque no se ha contaminado con las manchas del culto a la bestia, sino que se han negado a adorarla»[138] Ya vimos que Apocalipsis es un libro de contrastes. Por ejemplo, un capítulo antes —el 13— nos habla de que quienes se dejaron marcar por la bestia lo hicieron con el fin de rendirle adoración (Ap. 13:16-17), y ahora —en el 14— se nos habla de que quienes fueron sellados por el Cordero se propusieron adorar única y exclusivamente a Jesús (7:3, 20:4). Además, según la Escritura, cuando adoras a alguien o a algo que no es el Dios verdadero estás cometiendo inmoralidad espiritual. Por lo tanto, los 144,000 —que escuchan la adoración celestial—, poseen un corazón libre de idolatría, son puros y castos en su adoración al Señor porque no se han dejado seducir por los cultos idolátricos ni tampoco han cometido infidelidad como sí lo hizo el antiguo Israel (ver: Jer. 3:6-9, 12-14, 20, 31:32, Ez. 14.13, 15:8, 39:25-26, Dan. 9:7, Os. 1:2, etc.). 4. Siguen al Señor por dondequiera que va (v. 4). Apocalipsis dice que el pueblo de Dios “sigue al Cordero por dondequiera que va” (Apocalipsis 14:4), es decir, son obedientes a su Señor. Una de las principales expresiones que más utilizó Jesús en los evangelios para pedirles a sus seguidores que fueran en pos suyo, fue: “Sígueme” (ver: Mt. 8:22, 9:9, 19:12, Mr. 10:21, Jn. 1:23, 21:22). Este llamado de seguirle no era un llamado para que lo siguieran momentáneamente, por unas horas o solo el día en que se los pidió. No, responder al llamado implicaba seguirle toda la vida hasta el final. Por lo tanto, los 144,000 redimidos de entre los de la tierra —o el pueblo que el Señor ha llamado para adorarle— deben ser creyentes dispuestos a darlo todo por su Dios. No cristianos que les gusta relajarse, recostarse sobre un sofá y poner música de fondo para hacer su propia voluntad. No, quienes quieran ser parte de los

adoradores que le profesan lealtad al Cordero deben estar dispuestos a dar sus vidas mismas si fuera necesario, así como Él la dio primeramente por ellos al redimirlos. 5. No hay mentira en sus bocas (v. 5). Esta es la última característica que describe a los 144,000 del libro de Apocalipsis: “No se encontró mentira alguna en su boca, pues son intachables” (14:5). Y este distintivo es lógico que lo posean, ¿no? Porque una característica de los seguidores de Jesús es que andan en la verdad. El apóstol Juan escribió: “El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4, énfasis añadido). “Mucho me alegré al encontrar algunos de tus hijos andando en la verdad, tal como hemos recibido mandamiento del Padre” (2 Juan 1:4, énfasis añadido). Y: “No tengo mayor gozo que este: oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1:4, énfasis añadido). Andar en la verdad significa que tu profesión de fe es auténtica. No fingida ni hipócrita. Que ante la persecusión y la amenaza de morir martirizado permanecerás leal a Jesús. Esa es la prueba última de si eres un verdadero cristiano o uno nominal. Cuando la vida está en riesgo es que algunos se echan para atrás de las filas de la fe. Donde se demuestra si quien dice estar del lado del Señor es veraz o es falaz. Ahora que hemos identificado quiénes son los adoradores del Cordero, hablemos de los adoradores de la bestia.

Los adoradores de la bestia. Durante las últimas décadas ha habido un afán impresionante por identificar qué es el número de la bestia. La ansiedad por dilucidar de una vez por todas qué es el 666 ha llegado a tal extremo que, tristemente, muchos creyentes solo se acercan al Apocalipsis para intentar esclarecer su significado y no para comprender el mensaje total del libro.

Como ya he dicho, Apocalipsis fue escrito para que lo leyeran los creyentes del primer siglo ya que ellos fueron originalmente los destinatarios de la carta. Luego, dicho documento quedó para toda la cristiandad al igual que los demás documentos del Nuevo Testamento. En ese sentido, debido a que son casi dos mil años de distancia entre los primeros cristianos y nosotros, he ahí la dificultad de dilucidar el significado del número de la bestia. ¿Qué es entonces el 666? ¿Qué es el número con exactitud? Es difícil descifrarlo; sin embargo, aplicando el principio hermenéutico de que la Biblia es su propia intérprete, hay algunos pasajes del Antiguo Testamento que nos brindan luz al respecto. Pero, primero, veamos qué dice el propio pasaje de Apocalipsis capítulo 13: Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les dé una marca en la mano derecha o en la frente. Apocalipsis 13:16 (énfasis añadido). Como sabes, la marca se pone en la mano o en la frente, y si recordamos que Apocalipsis hace muchas alusiones al Antiguo Testamento —al libro de Éxodo, por ejemplo—, entonces podríamos tener un atisbo de lo que es la marca. Entre las alusiones que Apocalipsis hace al Éxodo están el Cordero inmolado de Apocalipsis 5 que equivale al cordero de Éxodo 12; los juicios descritos en Apocalipsis 8-9 y 16 tienen su paralelo con las plagas de Egipto de Éxodo 7-11 y 14; y el cántico de Moisés que aparece en Apocalipsis 15:3 es el cántico de Moisés de Éxodo 15. Pero ¿qué tal si otro paralelo entre Apocalipsis y Éxodo es la marca en la mano y en la frente? ¿Qué tal si es leyendo el Antiguo Testamento que podemos tener un atisbo de lo que es la marca? Lo digo por la similitud que hay entre la expresión: “Se les dé una marca en la mano derecha o en la frente” de Apocalipsis 13:16 (énfasis añadido) y la del libro de Éxodo que dice: “Y será para ustedes como una marca distintiva en la mano o en la frente” (Éxodo

13:9 y 16, NVI, énfasis añadido). ¿Será que el significado de la marca de la bestia está en el significado que tenía en Éxodo 13? Juan Stam dice: «Este detalle de [Apocalipsis] 13:16 es el más difícil de explicar, aún para la interpretación como tatuaje. El punto de partida para la expresión bien puede ser Éxodo 13:9, 16. “Esto (los panes ázimos) será para ustedes como una marca distintiva en la mano o en la frente, que les hará recordar que la ley del Señor debe estar en sus labios” (cf. Dt. 6:8; 11:8). El estatuto sobre los ázimos (Éxodo 13:2-10), como también la redención de los primogénitos (13:1, 11-16), han de ser más que meras descripciones rituales y legales; han de ser un recordatorio constante que Dios dio al pueblo en el éxodo. Aquí, “una señal en la mano o en la frente” es lenguaje metafórico para la memoria liberadora. Es bien posible que Juan haya incorporado su recuerdo de este texto, altamente simbólico, con el simbolismo de su propia visión, sin armonizar todos los detalles. Significaría entonces que la bestia coloca su propia marca en el preciso lugar donde debía ir la señal de la ley de Yavéh».[139] Otra posibilidad de significado de la marca podría estar relacionado con el Shemá descrito en el último libro del Pentateuco. Stam vuelve a decir: «Deuteronomio 6:8-9, en términos casi idénticos vuelve a hacer lo mismo con el Shemá (6:4-5): “Átalas a tus manos como un signo (cf. Is. 44:5); llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa… (cf. 11:18)” … El escándalo de la marca de la bestia, entonces, es que se pone en el preciso lugar donde debe estar el Nombre de Dios y la señal de su santa ley».[140] Así como Éxodo 13:9 y 16 y Deuteronomio 6:8-9 podrían indicarnos el significado de la marca de la bestia, Craig Keener dice con relación al tema: «Esta marca contrasta claramente con el sello de [Apocalipsis] 7:3-4, que alude a la “señal” que, en Ezequiel 9:4-6, debía colocarse en la frente de los justos. Aunque en el texto de Ezequiel la señal en cuestión servía para proteger a los justos (cf. también Gn. 4:15; Salmos de Salomón 15:6-7), la idea de una marca de destrucción sobre la frente de los impíos la encontramos también

antes del libro de Apocalipsis (Salmos de Salomón 15:8-9, donde esta marca es literalmente una “señal”). Tanto la señal de Ezequiel en la frente de los justos como la que se realiza sobre los impíos en los Salmos de Salomón son marcas simbólicas, solo visibles para Dios y sus ángeles, pero no para las personas. Aunque esta marca de protección o juicio se ponía normalmente sobre la frente (Ez. 9:4; Salmos de Salomón 15:9), Juan añade aquí la “mano derecha”. Esto podría implicar una parodia pagana de la práctica judía de llevar cajas de textos (llamadas tefillin o filacterias) en la frente y en la mano izquierda como señal de lealtad al pacto de Dios».[141] Basado en todo lo anterior, el 666 es un símbolo que nos habla de un estado de rendición de los pensamientos (la frente) y las acciones (la mano) a alguien que no es el Dios verdadero. Es la substitución de la adoración al Señor para comenzar a adorar a alguien o a algo distinto a Él. Por eso, cuando lees los textos de Apocalipsis que hablan de la marca de la bestia siempre están relacionados con el tema de la adoración. ¿Te habías dado cuenta de eso? ¡Siempre! Lee detenidamente los siguientes pasajes de Apocalipsis para comprobarlo: Además, engaña a los que moran en la tierra a causa de las señales que se le concedió hacer en presencia de la bestia, diciendo a los moradores de la tierra que hagan una imagen de la bestia que tenía la herida de la espada y que ha vuelto a vivir. Se le concedió dar aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen de la bestia también hablara e hiciera dar muerte a todos los que no adoran la imagen de la bestia. Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les dé una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca: el nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, que calcule el número de la bestia, porque el número es el de un hombre, y su número es seiscientos sesenta y seis. Apocalipsis 13:14-18 (énfasis añadido).

Entonces los siguió otro ángel, el tercero, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe una marca en su frente o en su mano… Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche, los que adoran a la bestia y a su imagen, y cualquiera que reciba la marca de su nombre. Apocalipsis 14:9 y 11. El primer ángel fue y derramó su copa en la tierra; y se produjo una llaga repugnante y maligna en los hombres que tenían la marca de la bestia y que adoraban su imagen. Apocalipsis 16:2. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que hacía señales en su presencia, con las cuales engañaba a los que habían recibido la marca de la bestia y a los que adoraban su imagen; los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre. Apocalipsis 19:20. También vi tronos, y se sentaron sobre ellos, y se les concedió autoridad para juzgar. Y vi las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y de la palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido la marca sobre su frente ni sobre su mano; y volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años. Apocalipsis 20:4. Como notaste, cada uno de los pasajes relaciona el 666 con la adoración y la lealtad que se le debe profesar a la bestia y a su sistema anticristiano. El punto es que, basado en el principio hermenéutico de que la Biblia es su propia intérprete —como afirma Juan Stam citando Éxodo 13:9 y 16, y Deuteronomio 6:8-9 o Craig Keener citando Ezequiel 9:4-6—, la marca en la frente o en la mano

nos habla de serle leal al Cordero de Dios o a la bestia, al reino de Dios o al reino de Satanás. Obviamente es muy improbable que conozcas a alguien que se declare adorador de Satanás de forma abierta; sin embargo, cuando alguien no adora directamente a Dios o no profesa abiertamente lealtad a Jesucristo, su adoración inexorablemente estará dedicada a algo o a alguien. El ser humano siempre está adorando. No hay puntos neutros, siempre estamos adorando ya sea a nosotros mismos, a un personaje, a una organización, a un sistema, etc. Y, en ese sentido, cuando no adoramos verdaderamente a Dios, de forma indirecta estamos entregando nuestra adoración a Satanás. Por ejemplo, muchos expertos en Apocalipsis concuerdan en que el escritor del libro, al referirse a las bestias del capítulo 13, o estaba haciendo alusión al César de turno o al Imperio romano en sí. Esto basado en que en el libro de Daniel las bestias descritas en el capítulo 7 corresponden a imperios. Y, por supuesto, a los gobernantes que ocupaban el poder. En ese sentido, no es descabellado afirmar que, en la mente de Juan, las bestias de Apocalpsis 13 estén simbolizando el poder político, religioso y económico de la Roma del primer siglo. Ahora, cuando estudias Daniel capítulos 9 y 10 descubres que detrás de los imperios o gobiernos puede que haya fuerzas del mal operando. ¡Exactamente como lo describe Juan al hablar de la bestia! Apocalipsis 13 presenta al dragón —que todos sabemos que es Satanás (Ap. 20:1-2)— moviendo los hilos de las bestias que emergen del océano y de la tierra (v. 1-18). Esto significa que de alguno u otro modo, cuando se le profesaba lealtad al Imperio Romano por encima de la lealtad que se debía profesar al Señor Jesucristo, entonces, se incurría en una de las idolatrías más graves debido a que tras bambalinas estaba la Entidad Maligna enemiga de la Iglesia por antonomasia. Lo que quiero decir con todo esto es que el libro de Apocalipsis es más relevante de lo que puedes imaginar. Lo que Juan hizo al escribir su carta fue exhortar tanto a los primeros creyentes como a los que vendríamos después a que no nos comprometiéramos con nada ni nadie por encima del compromiso que debemos tener con

Jesús. Cuando nuestro compromiso con otros es superior al que le profesamos a Cristo incurrimos en idolatría. Cuando estamos dispuestos a serle más leal a un sistema político, religioso o económico que a Dios, hemos sometido nuestra voluntad (frente) y acciones (manos) a una bestia como las que tuvo en mente el apóstol cuando escribió Apocalipsis. Si preferimos obedecer a dichos sistemas en lugar del Señor hemos sido marcados; pero si escogemos obedecer al Señor cueste lo que cueste, entonces, la marca del Cordero está en nuestras frentes. Independientemente de la postura escatológica que defiendas o la interpretación que hayas abrazado del libro, Apocalipsis es una carta que pretende motivar a los creyentes a que no cedan su adoración a nadie y ni a nada. Es cierto, Juan escribió su carta en medio de un sistema imperial, pero en la actualidad no estamos lejos que uno o varios gobiernos quieran imperar sobre las conciencias de los ciudadanos imponiendo sus valores y convicciones sin importarles que estos contradigan los principios de la Palabra de Dios. No solo me refiero a gobiernos totalitarios como el que está sufriendo Corea del Norte donde la religión es el culto al líder supremo, la práctica del cristianismo está prohibida y tener una Biblia te hace merecedor de un campo de concentración. Incluso, más recientemente, el hecho de que los Talibanes hayan ascendido al poder y muchos cristianos hayan querido huir de Afganistán debido al riesgo de muerte que ellos representan, nos habla de que hay sistemas políticos, religiosos y sociales que pretenden convertir en súbditos a las masas a modo de que nadie sirva a nada ni a nadie que no sean sus propios intereses. Los casos anteriores son ejemplos extremos de cómo desde las más altas esferas gubernamentales se pretende obligar a los cristianos a negar su fe en Jesús, pero no creas que solo los cristianos que viven en esos lugares están en riesgo de abandonar las filas de los adoradores del Cordero. También en Occidente hay intentos —más sutiles, por supuesto— de obligarnos a ceder nuestros valores y convicciones. Como expliqué en el Capítulo 1: El precio de la adoración, el hecho de que las legislaciones de nuestros países pretendan obligar a los pastores a oficiar bodas

entre personas del mismo sexo, que los médicos practiquen abortos a diestra y a siniestra, e incluso, que los padres de familia tengan menos ingerencia sobre la educación sexual de sus hijos, es reflejo de un intento de Satanás de emplear el poder político para subyugar a los cristianos y le rindan pleitesía. Vamos, el libro de Apocalipsis es un libro sobre adoración. Pero no sobre adoración como la conceptualizan la mayoría de los cristianos en la actualidad, solo relacionada con la música, las canciones y el tiempo de cantos dentro de un programa eclesial. Apocalipsis habla de la adoración que se otorga a diario en pensamiento y acción, de la lealtad que cada uno ha decidido profesar a un rey o señor, sea este Jesús u otro ser distinto a Él. Por lo tanto, al acercarnos a sus páginas debemos comprender que se espera una decisión de parte nuestra. ¿A quién le rendiremos nuestra lealtad? ¿Al César o Imperio de turno o al Rey de reyes y Señor de señores? ¿A un sistema político, religioso o económico afín o al Cristo inmolado, resucitado y glorificado?

Adoración es lealtad. En la actualidad hay debates muy interesantes de si el Apocalipsis de Juan fue escrito antes del año 70 d. C. o si fue alrededor del año 90 d. C. Quienes creen en la escritura temprana del Apocalipsis aseguran que fue redactado durante el reinado de Nerón (64-68 d. C.) y quienes creen que su escritura es posterior durante el reinado de Domiciano (81-96 d. C.) ya que la historia regista que ambos emperadores lanzaron persecusiones sumamente crueles y despiadadas en contra de los cristianos. Sin embargo, muy aparte de lo que cada uno concluya, el hecho irrefutable es que Apocalipsis fue escrito en una época de persecución con el fin de ayudarle a los cristianos a que perseveraran en su fe y permanecieran leales a Jesús. Backhouse y Tyler, al hablar del período antes de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C, citando a Tácito y otros autores, dicen sobre la persecusión de la Iglesia a manos de Nerón:

«Se hizo una diversión de su suplicio [de los cristianos]: cubiertos unos con pieles de fieras, eran devorados por los perros; otros morían sobre una cruz. Otros, finalmente, eran impregnados con materias inflamables y, entrada la noche, se les incendiaba y servían de antorchas. Para este espectáculo, Nerón prestaba sus jardines, al par que ofrecía juegos en el circo, donde se mezclaba con el pueblo vestido de cochero [auriga, conductor, etc.] y guiando un carro… Varios escritores paganos hablan de la camisa abrasadora, tortura a la que se sometía a los cristianos, que consistía, como el nombre indica, en una camisa impregnada, según Séneca, con materias combustibles. En un pasaje algo oscuro de Juvenal se habla de «aquellos desgraciados que, atados a un poste, eran quemados hasta fundirse, dejando un reguero ardiente en medio de la arena».[142] Si intentas imaginar lo anterior podrás visualizar escenarios realmente aterradores y que infundían espanto entre los ciudadanos. Realmente tenías que pensártela dos veces si de verdad querías profesar lealtad al Señor, convertirte al cristianismo y a la vez servir de banquete para las fieras o iluminar la noche como antorcha viviente. Pero los cristianos habían encontrado en Jesús la vida abundante que describen los evangelios y, por tal motivo, estaban dispuestos a permanecer fieles sin importar las consecuencias. Más adelante, Backhouse y Tyler vuelven a decir sobre la persecusión de los cristianos a finales del primer siglo: «Ningún lector moderno puede leer las actas de los mártires sin percibir el horror que suponía ser juzgado por cristiano, sin posibilidad de defensa, entregado al verdugo sin causa. Tanta ceguera y tanta crueldad, aun admitiendo las razones del Estado perseguidor, desacreditan al Imperio romano y nos llevan a cuestionar una y otra vez la racionalidad del ser humano. Ciertamente, no todos los cristianos fueron víctimas de la persecución; pero todos vivieron en la inseguridad. Cada generación, un día u otro, se enfrentaba a la posibilidad del martirio. Miles de cristianos murieron en medio de atroces torturas».[143]

David Platt, en su libro Radical, dice con respecto a las persecuciones de los cristianos de los primeros tres siglos (además de hacer una reflexión contemporánea): «Es la historia cristiana. Persecución y sufrimiento como los que vemos hoy en día en el Oriente Medio, Asia y África han marcado a los seguidores de Cristo desde el comienzo de la iglesia. En los casi trescientos años antes de que Constantino legalizara el cristianismo, los seguidores de Cristo se enfrentaron a terribles persecuciones. Durante diez generaciones, los cristianos cavaron casi mil kilómetros de catacumbas debajo y alrededor de la ciudad de Roma. Las catacumbas eran tumbas subterráneas donde los cristianos se reunían en secreto para celebrar los cultos. A miles y miles de ellos los enterraron allí como resultado de la intensa persecución. Los arqueólogos que han explorado las catacumbas han descubierto una inscripción común en todas ellas. La inscripción era la palabra griega ichtus, que se usaba como un acróstico para “Jesús Cristo, Hijo de Dios, el Salvador”. Puedes reconocer esta señal, porque ahora este símbolo del pescado se encuentra en muchos autos que pertenecen a cristianos. Qué lejos hemos llegado cuando pegamos este símbolo que se identificaba con los hermanos martirizados del primer siglo en la parte trasera de nuestros vehículos utilitarios deportivos y de nuestros lujosos sedanes en el siglo XXI».[144] Durante los primeros siglos de la Iglesia, los creyentes estaban conscientes de las implicaciones de seguir al Señor. Aún con todo eso abrazaron la fe sabedores del mortal final que podría esperarles. Para ellos palabras como: ofrenda, holocausto, sacrificio, etc. —que suenan estupendamente bien en las letras de nuestras canciones—, en la mente de la Iglesia perseguida era pensar, ¡literalmente!, en entregar sus vidas en el circo romano. Es decir, al cantar cosas como: “Te ofrezco lo que soy”, “Un sacrificio quiero ser”, “Una ofrenda seré para ti”, etc., no eran expresiones románticas. Era pensar en sus cuerpos siendo traspasados por la espada o las lanzas o ser devorados en las fauces de las bestias.

Se cuenta que en dichos espectáculos sangrientos, los cristianos no huían de las fieras, se quedaban quietos, abrazados. Papás, mamás y hasta niños oraban juntos con tal de no negar al Salvador en las últimas de cambio. Algunos hasta entonaban himnos antes de sentir los colmillos triturando sus huesos. De esa forma visualizaban los primeros cristianos la adoración. Para ellos era más que entonar canciones el primer día de la semana, era adoración diaria que consistía en no rendir pleitesía al César romano ni acceder a los antivalores del Imperio. Para ellos la adoración era permanecer leales a Jesús, no avergonzarse del evangelio y estar dispuestos a morir por Él si era necesario. En su libro Christian Counter Culture (Contracultura cristiana), John Stott dice con relación a la persecución y el sufrimiento: «Pocos hombres de este siglo han entendido mejor lo inevitable del sufrimiento que Dietrich Bonhoeffer. Él pareció nunca haber vacilado en su antagonismo cristiano contra el régimen nazi, aunque eso significó para él encarcelamiento, la amenaza de tortura, peligros para su propia familia, y finalmente la muerte. Fue ejecutado por orden directa de Heinrich Himmler en abril de 1945, en el campo de concentración de Flossenburg, sólo a pocos días antes de que fuera liberado. Fue el cumplimiento de lo que siempre había creído y enseñado: “El sufrimiento, entonces, es la etiqueta del verdadero discipulado. El discípulo no es más que su Maestro. Seguir a Cristo significa passio passiva sufrimiento porque tenemos que sufrir. Por eso Lutero reconoció el sufrimiento entre las marcas de la verdadera iglesia, y uno de los memorandos preparados para la Confesión de Ausburgo, en forma similar, define a la iglesia como la comunidad de aquellos ´que son perseguidos y martirizados por causa del evangelio´… El discipulado quiere decir lealtad al Cristo sufriente, y por consiguiente no es sorpresa que los cristianos son llamados a sufrir”».[145] Como ves, la persecusión ha sido la escuela de adoración de los creyentes desde el principio y a lo largo de la historia. Por eso, no es correcto que los cristianos confinemos la adoración a grandes templos con carísimos equipos de sonido y luces estilo concierto, ni

tampoco a recintos académicos ni escuelas de teoría musical. No está bien reducir la adoración a solo eso. El legado de los primeros creyentes nos impide que tengamos un concepto tan diminuto de la adoración. La Iglesia primera aprendió a adorar al son de la espada romana y el rugido de los leones, con el sonido de la tortura y la cárcel como música de fondo. Por lo tanto, es hora de que la generación presente comprenda que el cristiano se hace adorador del Señor Jesucristo en el momento de la conversión y lo continuará siendo mientras permanezca leal a su Señor a pesar de las luchas y las pruebas, la presión de la cultura y las amenazas de censura o muerte. Vamos, ampliemos nuestro concepto de la adoración. Es hora de reconocer que la adoración es lealtad.

EPÍLOGO ué es adoración? —me preguntó Santiago Alarcón del portal ¿QRincón Apologético. —Adoración es lealtad —le respondí. Así inicié el libro, explicando que dicha respuesta nació de forma espontánea, producto de mi reciente lectura de 250. A. D.: una historia de ayer que podría suceder hoy. Que, como dije en la introducción, es una novela histórica de la escritora mexicana Keila Ochoa Harris. Keila y yo nos conocemos desde hace algunos años. La primera novela de su autoría que leí fue Palomas: Dos almas en busca de una respuesta. El libro me impactó tanto que a medida que avanzaba por el tramo final se me humedecieron los ojos y al nomás cerrar la última página, emergió de adentro de mí una melodía. La canción la titulé: Amor y compasión, que publiqué en mi blog.[146] Y así como tuve la experiencia de que uno de sus libros me inspirara una breve anción, otro de los suyos inspiró el título de este libro. Después de leer 250 A. D. me comuniqué con Keila y le pregunté de dónde había surgido la idea de escribir acerca del hijo de Perpetua, la mártir cartaginesa que vivió en el tercer siglo y cuya vida ha inspirado a los cristianos a través de las edades.[147] «Creo que estaba leyendo las confesiones de San Agustín», me dijo, «porque él también estaba en Cartago. Entonces, yo ya estaba estudiando la vida de Perpetua de alguna manera y, en lugar de escribir acerca de ella, quise escribir sobre su hijo porque antes de morir, ella lo entregó a alguien».[148] 250 A. D. surgió de las lecturas que Keila de la historia de la Iglesia que, por más que su libro sea ficción está basada en hechos históricos. Específicamente la de los lapsi o “los que tropezaron”. Si no lo sabes, lapsi fue el término con que se apodó a los cristianos del tercer siglo, quienes —después de bautizarse y profesar lealtad al Señor Jesucristo— se apartaron de la fe debido a que sacrificaron a los ídolos, quemaron incienso al emperador o

incluso, delataron a otros cristianos para que fueran apresados por los romanos. Estos y otros actos desleales equivalían a darle la espalda al evangelio. Por lo que, la Iglesia cristiana se vio en un enorme conflicto a causa de quienes después de haber pecado de esa manera querían reincorporarse a la familia de la fe.[149] Así como hubo quienes recibieron a los lapsi por su genuino arrepentimiento, hubo otros que afirmaron que, debido a lo vil de su proceder, no había marcha atrás y no debían ser aceptados de vuelta. Entonces, 250 A. D. es la historia de una familia cristiana: Timoteo (el padre), Irene (la hija mayor) y Juliana (la hija menor), que responde al dilema de los lapsi. Es decir, así como un padre terrenal recibiría a su hija arrepentida por sus malas decisiones, el Padre celestial recibe a los hijos arrepentidos no importa los pecados que hayan cometido. Obviamente, el arrepentimiento de los lapsi implicaba profesar nuevamente lealtad a Jesús y darle la espalda a cualquier otro “rey”, “señor” o “dios” en sus vidas. Yo no sé en qué punto de tu vida como cristiano estás en este momento. No sé si realmente le estás siendo leal al Señor Jesucristo o eres un lapsi contemporáneo que, aunque vas al templo a adorar y te consideras un cristiano, tienes un corazón dividido. En teoría le eres leal a Jesús, pero en la práctica eres desleal de incontables maneras. Sea cual sea tu caso, mientras tengas vida aún puedes volver al Señor y reanudar tu relación con Él. Hace unos años, luego del éxito de la película La pasión de Cristo de Mel Gibson, Jim Caviezel —quien interpretó a Jesús—, protagonizó una película de valores llamada I Am David (Yo soy David) que no fue tan conocida. El guion se basó en la novela infantil del mismo nombre escrita por Ann Holm en 1963. El asunto es que la película narra la historia de un niño de doce años prisionero en un campo de concentración que huye del totalitarismo búlgaro en los años cincuenta. En una de las escenas más conmovedoras, el protagonista pregunta a su amigo —interpretado por Caviezel— sobre por qué seguir viviendo a pesar de la

esclavitud. “¡Porque mientras estás vivo puedes cambiar las cosas!”, responde el personaje de Caviezel. Y es verdad. Mientras estés vivo tienes la oportunidad de arrepentirte de tus pecados y deslealtades contra Jesús y cambiar tu manera de vivir. El Padre aún está buscando adoradores que lo adoren en espíritu y verdad. Aún hay espacio en las filas del ejército de adoradores del Cordero. ¿Te unirás a ellas? ¿Serás contado entre quienes han decidido serle leales hasta el último día de sus vidas? Es mi oración que sí.

SOBREL EL AUTOR

N

oel Navas es salvadoreño, director por más de doce años del blog La Aventura de Componer, a través del cual incentiva a cantantes y músicos cristianos a componer sus propias canciones y a desarrollar una filosofía de ministerio musical apegado a la Escritura. Sus artículos han sido publicados en diversos sitios como: Directordealabanza.com, Noticiacristiana.com, Zonavertical.com, Protestantedigital.com, entre otros. Ha trabajado con equipos de alabanza desde 1992 en iglesias de las Asambleas de Dios y otras denominaciones, no solo enseñando, sino también organizando congresos de alabanza orientados a capacitar a músicos y cantantes. Ha sido maestro de composición en Instituto Canzion (El Salvador) e impartido cursos sobre administración de equipos de alabanza y composición de canciones en diversidad de congregaciones en toda Centroamérica. Noel, también colaboró durante once años con ACSI (Asociation of Christian Schools International) como representante de publicaciones para Centroamérica en la distribución de materiales educativos y capacitación de docentes. A la fecha ha publicado los libros: La aventura de componer; El cristiano ante la música secular; 100 canciones con versos cuestionables; Dos fases, una fase; Y Jesús se puso en pie; Adoración es lealtad; La iglesia no es un karaoke y Cobrar o no cobrar, esa es la cuestión. Si deseas enviarle tus preguntas o comentarios al autor puedes hacerlo al correo electrónico: [email protected]

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

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