NO VENIMOS DEL LATIN. EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA. CARME JIMÉNEZ HUERTAS
NU VENIM DIN LATINĂ. EDIŢIE REVIZUITĂ ŞI ADĂUGITĂ. TRADUCERE DE: MIHAELA ALDA Carme Jiménez Huertas, filóloga especializada en lingüística y tecnologías de la lengua Mihaela Alda, filóloga y traductora francés-rumano francés-rumano y español-rumano
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Después del impacto ocasionado por la primera edición del libro No venimos del latín, esta segunda edición, revisada y ampliada, presenta nuevas hipótesis de investigación. Además de una revisión a fondo de los contenidos, se han añadido tres capítulos sobre lexicología, etimología y toponimia. Otro cambio importante ha sido la incorporación de la lengua rumana en el estudio. La hipótesis de una lengua madre anterior a la llamada romanización adquiere así mucha más solidez y consistencia. Los romanos ocuparon Rumania solo 165 años y durante este corto periodo conquistaron menos de una cuarta parte de su territorio; los demás agentes de romanización que encontramos en el resto de países donde se hablan lenguas romances, no se produjeron en Rumania. Entonces, ¿cómo se entiende que la lengua rumana sea unitaria en un territorio mucho mayor ―que jamás fue romanizado―, y que esta lengua haya sobrevivido a múltiples y durísimas invasiones posteriores? Las semejanzas estructurales, léxicas, fonéticas y conceptuales entre el rumano y el resto de lenguas romances —lenguas alejadas cuyos pueblos no han estado en contacto durante los últimos No venimos del latín. Edición revisada y ampliada
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dos mil años—, son tan evidentes que nos remiten a un ancestro común, una lengua composicional de la que derivarían las llamadas lenguas romances. Las pruebas son cada vez más concluyentes: este proceso no pasa por el latín. El libro se divide en seis capítulos. CAPITULO 1 1.1 La influencia del latín 1.2 El latín, lengua escrita, no hablada 1.3 ¿A qué escritura desplazó el latín? 1.4 ¿Qué lengua hablaban los romanos? No cuestionamos la importancia del latín. Durante muchos siglos fue la única lengua escrita y hasta la Edad Moderna fue la lengua de la ciencia y de la cultura. Su prestigio fue tan grande que las palabras nuevas se creaban a partir del latín o del griego, dejando de lado el método de la composición, tan productivo, con el que nuestras lenguas permiten crear cuantos términos necesitemos. Cuando a principios del siglo VII a. C. la influencia de Roma fue más allá de la comarca del Lacio, la península itálica estaba ocupada por dos grandes culturas florecientes: la etrusca en el norte y la griega en el sur. Los distintos pueblos se dividían en tres grupos: los que hablaban las lenguas latino-faliscas, al norte de la ciudad de Roma y en la región central del Lacio; las lenguas osco-umbras o sabélicas, habladas en la mayor parte de la península itálica, y la lengua tirrena más conocida como etrusco, hablado en la Toscana. Además se hablaba el griego. Si situamos en un mapa la extensión de estas lenguas veremos que la expansión del latín era mínima. ¿De dónde surgió esta lengua tan poco afín con las de sus vecinos? Los latinos eran getas, una tribu de los dacios procedentes de la zona del Danubio. Cuando Roma sometió a todas las poblaciones en sus campañas de conquista, sus contingentes hablaban lenguas sabélicas del tronco osco-umbras. Además, en el caso de las Guerras Púnicas, los ejércitos romanos emplearon a ciudadanos de Hispania, que no pueden considerarse agentes activos de la romanización. CAPITULO 2 2.1 La lentitud del cambio lingüístico 2.2 Cómo pensamos, cómo hablamos Cuando analizamos sincrónicamente las lenguas, observamos una continuidad territorial con zonas de tránsito e isoglosas lingüísticas que actúan como fronteras. Al estudiar diacrónicamente el cambio lingüístico, podemos apreciar que los cambios internos de una lengua son lentos o muy lentos; de hecho no se producen en siglos, sino en milenios. Tenemos claros ejemplos con el español, el portugués y el inglés de América que, después de 500 años, siguen siendo inglés, portugués y español. En ningún caso, se han deformado las lenguas ni se han desestructurado sintácticamente. A pesar de que puedan haber No venimos del latín. Edición revisada y ampliada
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sufrido un trasvase de léxico, los cambios a nivel sintáctico han sido mínimos y las lenguas han mantenido sus estructuras gramaticales a lo largo de más de cinco siglos. Recientes investigaciones demuestran que las estructuras gramaticales de las lenguas tienen el potencial de conservar las características estructurales de los estados históricos antiguos; los patrones gramaticales se mantienen porque las lenguas son mucho más que un sistema para comunicarnos. Una lengua no sólo sirve para hablar. También la usamos para pensar y organizar nuestro propio pensamiento. El lenguaje permite la interconexión, intercambio y comprensión de la información entre los procesos cognitivos internos de la mente y el contexto externo. CAPITULO 3 3.1 El inexistente proceso de vulgarización del latín 3.2 Los textos más antiguos en lenguas romances 3.3 Similitudes entre las lenguas romances 3.4 ¿Romanos o rumanos? 3.5 Características del latín 3.6 Del latín al latín vulgar; del proto-romance a los romances 3.7 Alfabeto Hay una ley de la lingüística que dice que las lenguas divergen y que excluye cualquier posibilidad de evolución convergente. Si las lenguas romances derivaran del latín como se nos ha dicho, se separarían entre sí pero mantendrían una clara relación lingüística con la madre. Sin embargo lo que encontramos es justamente lo contrario: las lenguas romances comparten una misma tipología lingüística y se parecen mucho entre sí llegando a idénticas soluciones convergentes que muestran una rotura con el latín. El latín vulgar, entendido como una lengua unitaria derivada del latín de la que derivarían los romances, no existió. Lo que encontramos siempre es latín clásico escrito con mejor o peor dominio. Podríamos compararlo a lo que sucede hoy con el inglés, la lengua de comunicación global utilizada por la ciencia y el comercio internacional: no todos los usuarios lo hablan correctamente y eso no significa que exista un “inglés vulgar”; existe inglés bien hablado y muchos otros tipos de inglés mal hablado que claramente reflejan la lengua y el acento del hablante. De idéntico modo, los textos escritos en latín medieval son indicadores de que la persona pretende escribir en latín teniendo un conocimiento limitado de la gramática latina, y esto en absoluto debe interpretarse como que así fuera la lengua oral: quien escribe mal el latín sencillamente lo hace por desconocimiento del latín, y no porque ese sea su modo de hablar habitual. La lengua escrita y la lengua hablada eran dos realidades distintas. En gramática histórica se intenta justificar la enorme distancia que separa el latín de las lenguas romances hablando de vulgarización, de un retroceso que llevó a la parataxis, es decir, se volvió al estadio primitivo de usar un lenguaje no verbal, con gestos, para entenderse más allá de una lengua que sólo utilizaba oraciones simples o la composición No venimos del latín. Edición revisada y ampliada
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elemental por coordinación. No obstante, esta afirmación no puede sostenerse porque no hay ninguna cultura en el mundo cuya lengua se deforme de modo tan abrupto que se produzca un estadio de pérdida de los marcadores gramaticales hasta el punto de caer en la ambigüedad y en la confusión. Un caso así sólo podría producirse de modo temporal y en situación de fuerte diglosia, consecuencia de una convivencia forzada con hablantes de otra lengua que no hubieran permitido el bilingüismo. Pero no es eso lo que sucedió. Los agentes de unificación política habían desaparecido al caer el imperio por lo que no existía presión sobre las hablas autóctonas. Por lo tanto, la convergencia entre las lenguas romances sólo puede comprenderse si el parentesco es anterior a la llamada romanización. Los romances serían lenguas con una estrecha relación de parentesco y con una tipología lingüística que habría evolucionado de modo mucho más lento de lo que se ha venido afirmando. Que el latín fuera la lengua oficial del imperio, no significa que todos los romanos hablaran latín y mucho menos que impusieran su lengua a los pueblos conquistados. El imperio romano, en sus diferentes etapas, incluyó a más de 67 países con un total de 270 comunidades étnicas con sus respectivos idiomas y dialectos. Los palestinos estuvieron bajo dominio romano 800 años; egipcios y griegos 400 años, y jamás se les impuso la lengua. De hecho, salvo los patricios, los romanos tenían que estudiar para hablar correctamente el latín. Si con los países vecinos se comprendían fue porque sus lenguas eran afines y no porque hubieran sido rápidamente latinizados. La realidad es que los lingüistas no pueden explicar este cambio estructural entre el latín y los romances. Y lo que es más difícil todavía, en este supuesto estado de confusión, los hablantes de regiones tan alejadas como Galicia y Rumania, que a la caída del Imperio no estuvieron jamás en contacto, llegaron a idénticas soluciones. ¿Casualidad CAPITULO 4 4.1 Fonética
4.8 Oclusivas
4.2 La palatalización
4.9 Fricativas
4.3 La estructura silábica
4.10 Africadas
4.4 El acento
4.11 Sonantes
4.5 Vocalismo
4.12 Grupos consonánticos
4.6 Diptongos y hiatos
4.13 Supresión de sonidos
4.7 Consonantismo
4.14 Adición de sonidos
Uno de los principios de la lingüística comparada es la constatación de la regularidad de los cambios fonéticos: cuando un cambio afecta un sonido en una determinada posición y contexto, afecta a todas las palabras que presenten el mismo sonido en la misma posición y contexto. No obstante, lo que estamos constatando es que los cambios no se producen sólo a partir de la influencia de las lenguas en contacto, sino que son las categorías perceptivas del hablante las que restringen y condicionan la producción y la percepción de los sonidos lingüísticos. Por poner un ejemplo, la palatalización que se explica como una No venimos del latín. Edición revisada y ampliada
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correlación de cambios sucedidos a lo largo de trescientos años por influencia externa de la yod (que se presupone una influencia celta) puede explicarse de mejor a partir de una influencia interna característica del ibérico. Porque precisamente la /i/, la vocal palatal anterior, es la vocal más presente en ibérico. Esto demostraría que más del 50% del cambio lingüístico que hasta ahora se ha atribuido a una influencia externa, podría tener su origen en el habla autóctona. Otro caso interesante es el de la formación de las fricativas. Dado que la fricativa sonora /Z/ no existía en latín, su aparición se justifica diciendo que se formó a partir de la sorda /S/ en contacto con la glide yod. Bueno, pues está claro que en los textos ibéricos se representan, claramente, dos fricativas sibilantes distintas, consideradas S y Z respectivamente. También existen en ibérico dos róticas distintas, una simple /R/ y una doble /RR/. Sin duda lo más difícil de explicar es la aparición de los sonidos africados y lo mismo sucede con el resto del inventario fonético. ¿De dónde salen estas articulaciones, presentes en todas las lenguas romances, pero inexistentes en latín? CAPITULO 5 5.1 Lexicología 5.2 Etimología 5.3 Toponimia Nuestras lenguas actuales comparten muchas palabras; esta afinidad no respondería tanto a la latinización sino a un léxico común que se remontaría miles de años. Las diferencias serían resultado de la lenta evolución natural a partir de una lengua madre más antigua y compartida por los distintos pueblos mediterráneos. La gramática histórica ha partido del supuesto origen latino sin tener en cuenta que los habitantes de nuestras tierras hablaban y escribían desde mucho antes de la conquista romana. El léxico es la parte más volátil de una lengua. Si realizamos un análisis un poco más profundo, nos damos cuenta de que muchos de los étimos utilizados para demostrar el origen latino de las palabras de las lenguas romances, pueden explicarse mejor desde el conocimiento de las lenguas del substrato. Hallamos muchos de estos étimos como formantes de los topónimos que literalmente describen geográficamente un territorio. La lingüística cognitiva supone una base simbólica a todos los constructos gramaticales. Los elementos composicionales que en los romances se han considerado desemantizados, son en realidad bases simbólicas que se unen en conglomerados de información para formar una unidad mayor utilizada por los hablantes para entender y producir el lenguaje. Se trata de formantes simbólicos de una lengua composicional. Estos formantes o lexemas se encuentran todavía en el léxico actual de las lenguas tanto romances como no romances y han llegado a nosotros en dos niveles. Por un lado, tenemos el nivel fonético: existen similitudes sonoras, mayormente consonánticas, que nos muestran relaciones inexplicadas o inexplicables desde los cánones oficiales. La gramática comparativa ha estudiado estos cambios fonéticos a partir del análisis sincrónico y diacrónico entre lenguas emparentadas, lo que ha permitido constatar la sistematización en el cambio de las consonantes. Pero hasta ahora no se había estudiado a nivel semántico. La relación
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semántica de estos formantes resulta tan evidente que parece increíble que hasta ahora no se haya identificado el carácter composicional de nuestras lenguas: la unidad básica está compuesta por una estructura semántica con una etiqueta fonológica. CAPITULO 6
6.1 Morfosintaxis 6.2 Generalidades morfológicas en las formas flexivas 6.3 Sustantivos 6.4 Adjetivos 6.5 Pronombres 6.6 Determinantes 6.7 Verbos 6.8 Formas no flexivas: preposiciones, adverbios y conjunciones
6.9 Los adverbios 6.10 Las preposiciones 6.11 Conjunciones 6.12 Sintaxis 6.13 Ausencia de los marcadores de función sintáctica (declinación) 6.14 Cambio en el orden de los constituyentes 6.15 Oraciones Interrogativas
Si la fonética y la etimología muestran un abismo entre el latín y sus supuestas hijas, la morfología y la sintaxis tampoco son las mismas que las de la denominada lengua madre. En las formas nominales, no hay casos, porque no hay necesidad; las funciones gramaticales se marcan con el uso de preposiciones. Los nexos que establecen las correlaciones sintácticas son completamente distintos. De modo generalizado, se establece el uso preferente de las construcciones perifrásticas frente a las analíticas. En el paradigma verbal, se utiliza muy poco la voz pasiva porque la oposición es Agente-Objeto y no Agente-Paciente; tampoco hay verbos deponentes; se reducen las formas verbales no personales; no existen las oraciones de ablativo absoluto ni las oraciones de infinitivo. En cuanto a las categorías no léxicas o cerradas: preposiciones, adverbios y conjunciones, a pesar de que deberían ser las más estables, no existe relación de continuidad sino de rotura total; los romances presentan y comparten un amplio y variado paradigma que no existía en latín. Y por último pero no menos importante, entre los romances y el latín hay un cambio radical en el orden de los constituyentes de la oración y en la estructura de las oraciones interrogativas y negativas que demuestran que pertenecen a tipologías lingüísticas distintas. ¿De dónde vienen las lenguas romances? Las lenguas romances no vienen de ninguna parte. Estaban aquí. Eran las lenguas habladas en el territorio, ligeramente distintas según se separan lingüística y geográficamente. Este proceso de cambio es lento o muy lento. Las características articulatorias que según la gramática histórica se atribuyen al cambio del latín al latín vulgar y de ahí a las lenguas
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romances, podrían haber evolucionado directamente desde una lengua madre anterior y común que no pasa por el latín. La relación con el latín sería de parentesco, no de filiación. Sin duda un aspecto fascinante que presentamos en esta nueva edición es la constatación de que el rumano conserva algunos aspectos que nos ayudan a acercarnos a esta lengua madre común. Pero también debemos tener en cuenta que en la península ibérica existía la escritura ibérica; a través de ella sabemos que muchos de los cambios que la gramática histórica atribuye al proceso evolutivo del latín clásico al latín vulgar, podrían estar causados por la lengua del sustrato. Nuestras lenguas actuales comparten muchas palabras y esta afinidad no parece responder a la incorporación de vocablos extranjeros ni a rocambolescas evoluciones fonéticas, sino a un léxico común basado en las mismas ideas o conceptos, expresados a través de formantes composicionales que nos remiten a una lengua madre común y más antigua, compartida por distintos pueblos, lengua que se remontaría miles de años. Ello nos obliga a centrar nuestra atención en las lenguas anteriores. Ante esta situación, deberíamos acercarnos a los más de dos mil textos epigráficos que nos ha legado la cultura ibérica. Deberíamos preguntarnos cómo es posible que, en pleno siglo XXI, su escritura siga sin descifrar. Por qué sigue explicándose en las escuelas que fueron los conquistadores romanos los que aportaron la cultura y la civilización. Por qué no se da a conocer el alto nivel de la cultura indígena que comercializaba desde tiempo antiquísimo con otros pueblos mediterráneos: minoicos, micénicos, helenos, fenicios. Y en lingüística, por qué sigue utilizándose un marco teórico complicadísimo de evolución fonética que ignora las características propias del ibérico… Las múltiples preguntas que plantea este trabajo deberían ayudarnos a replantear los estudios filológicos actuales. La lengua ibérica es nuestra gran esperanza para avanzar en la comprensión de nuestras propias raíces.
Carme Jiménez Huertas
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